Colaboran en éste número

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Cuartilla

Corporación Universitaria de Ibagué - CEDIP- No. 18 Noviembre - Diciembre de 1998

Gina Quintero, Luceli Patiño María Mercedes Barrera, Blanca Cecilia Corredor, M aría Eunice Quiñones, Martha de Dimey, Betuel Bonilla, María del Carmen Moreno. Martha Fajardo. Diseño Centro de Recursos Educativo*

Escuchar en la Escuela* radicionalmente la escuela occidental ha basado su di­ námica en los actos de ha­ blar y escuchar. Éstos se han distribuido de acuerdo al estatus que las concepcio­ nes antiguas han otorgado a los protago­ nistas del proceso pedagógico. En este sen­ tido, hablar siempre ha sido considerado función del maestro, es él quien tiene algo que decir, y es él quien merece ser tenido en cuenta. De otro lado, el estudiante se encuentra “relegado” a la escucha y a la atención.

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Pero la escucha, además de ser la parte esencial del diálogo, implica factores rele­ vantes como la voluntad y la libertad. Sólo escuchamos a quien respetamos y recono­ cemos. Escuchar es someter nuestros sen­ tidos y nuestras capacidades a las palabras y acciones de otro, es dejar de lado nues­ tro yo para, por un momento, interesamos por los planteamientos de alguien distinto a nosotros. Trasladada al contexto escolar, la escucha es una de las acciones que el maestro de­ bería recuperar para sí. La construcción de interlocutores es uno de los objetivos a largo plazo de la enseñanza. Escuchar a los estudiantes en el aula de clase genera

una reforma ideológica acerca de lo que sig­ nifica enseñar y aprender. La formación del interlocutor, antes que del receptor, trae consigo una transformación en la concep­ ción misma del conocimiento escolar. Escu­ char implica para el maestro reconocer que el estudiante tiene qué decir, implica tam­ bién entender que las preguntas y las inter­ venciones son elementos cruciales en la re­ gulación del propio discurso. Una de las cosas que a menudo olvida el discurso docente es que hay una persona para quien nuestras palabras son importan­ tes, que cada vez que hablamos existe un estudiante intentando comprender lo que decimos y lo que callamos, que cada día existen más obstáculos para que nuestras construcciones teóricas sean entendidas. Ese otro, que es nuestro pupilo, emite tan­ tos mensajes como nosotros mismos, él de­ sea atención, reconocimiento, incluso su comportamiento exige límites4, referentes, reconvenciones. El adulto, que es el maes­ tro, tiene la obligación moral de escuchar y retroalimentar esas exigencias en aras de una educación que sobrepase lo estricta­ mente académico. *

Documento elaborado a partir de las reflexiones del conversatorío sobre el tema. Escritura de Martha Fajardo.

Una pregunta * “ Cuando las palabras no son mejores que el silencio es preferible quedarse callado” Eduardo Galeano. De una u otra manera toda práctica educativa provoca en su mismo desarrollo una serie de preguntas. Sus respuestas, aunque en primera instancia puedan darse en un nivel teórico, requieren de la praxis que sólo la alternancia de caracteres ( profesores - alumnos) posibilita. Desde esta perspectiva, pienso que es indiscutible que en algún momento todo docente se ha formulado la siguiente inquietud: Qué con­ secuencias puede ocasionar en los procesos de enseñanza y de aprendizaje el desconocimiento, por parte del profesor, del comportamiento no verbal de los estudiantes? La respuesta, planteada en un nivel metafórico, tiene parte de su solución en el apocalíptico cuento del niño que pinta la flor similar a la de su profesora, de H.E.Buckey. Y es que hablar de comportamiento verbal remite a todo discurso verbal, escrito o gráfico, por cuanto

son los mecanismos adoptados para reproducir lo históricamente aceptado. Y el niño o estudiante es el producto bien o mal formado del profesor, que en ocasiones no reflexiona sobre la verdadera dimensión de su función educadora. Enumerar posibles consecuencias es algo que debe surgir de las particulares relaciones que se establezcan con los alumnos. Lo que si es seguro y general, es que cada estudiante es nuestro « otro» y de esa forma debe ser reconocido como diferente. Su silencio o su grito son un mensaje para el profesor; su participación depende de qué tanto se sienta vinculado con el grupo y con lo que hace en su clase. Cada gesto del estudiante es un símbolo; el conjunto de ellos se une a la voz del profesor para repre­ sentar un discurso cuyo receptor es el estudiante. *

Por Betuel Bonilla. Aspirante a la Especializaron en docencia Universitaria del convenio CoruniversitariaUniversidad de la Habana.

¿Se puede enseñar a escuchar?* Escuchar, definitivamente, es poner atención a los signos externos e internos de la vida. Hoy se nos reclama a los maestros que escuchemos, pero parece que estamos tan ocupados inventando téc­ nicas, fotocopiando y resumiendo textos que no nos queda tiempo para poner la atención necesa­ ria a los procesos de aprendizaje de los estudian­ tes que les son propios e internos. También es necesario que se les identifique como procesos diferentes de los de enseñanza. No se puede des­ conocer que se ha logrado sistematizar acerca de ellos y hoy podemos identificar, en líneas genera­ les, algunas técnicas, instrumentos, métodos que pueden facilitar a nuestros estudiantes el desa­ rrollo de habilidades y el aprendizaje de concep­ tos necesarios a las disciplinas y a las ciencias en las cuales se desempeñarán en el futuro. Para lograr la adecuada percepción de las nece­ sidades de los estudiantes en su formación, es preciso que los maestros estemos atentos a los signos y posibilidades; y teniendo en cuenta la his­ toria del desarrollo humano, seamos capaces de

proponer a los estudiantes los caminos. Estas pro­ puestas no pueden ser exclusivamente del orden teórico. Muchas de ellas se darán a conocer des­ de el ejemplo mismo que los profesores demos en nuestras prácticas educativas. No puede en­ señar a leer quien no lee. No puede enseñar a escribir quien no escribe. No puede enseñar a par­ ticipar. quien no participa. No puede enseñar a debatir, quien no debate. Así mismo, no podrá exi­ gir comportamientos éticos o ciudadanos, quien no es portador de los mismos comportamientos deseables. Escuchar es, entonces, una habilicfad que los es­ tudiantes deben aprender a desarrollar, ponien­ do atención, no sólo a los maestros y a otros su­ jetos del acontecer social, sino a los sucesos que rodean las acciones de los individuos en la socie­ dad y a los maestros nos toca enseñar a escu­ char, escuchando. * Por María deI Carmen Moreno Vélez Directora del Cen­ tro de Estudios de Pedagogía y Didáctica de la Corpora­ ción Universitaria de Ibagué.

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