Sinopsis Un chico de Manhattan -Raphael Santiago- está desaparecido, y Magnus Bane debe localizarlo antes de que sea demasiado tarde.

Durante los años ’50 en Nueva York, una madre angustiada contrata a Magnus Bane para encontrar a su hijo desaparecido, Raphael. Pero incluso si se le puede encontrar, ¿está Raphael más allá de ser salvado?

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Salvando a Raphael Santiago Fue una violenta ola de calor la de finales del verano de 1953. El sol golpeaba brutalmente el pavimento, que parecía haberse vuelto más plano de lo habitual en respuesta, y algunos de los muchachos Bowery estaban abriendo un hidrante de incendios para hacer una fuente en la calle y obtener unos minutos de alivio. Magnus pensó más tarde, que había sido el sol lo que lo había llenado del deseo de ser un detective privado. Eso, y la novela de Raymond Chandler que acababa de terminar. Sin embargo, había un problema con el plan. En las portadas de los libros y las películas, la mayoría de los detectives lucían como si estuviesen vestidos en trajes dominicales para asistir a una fiesta pueblerina. Magnus quería quitarle esa mancha a su nueva profesión y vestirse de una manera que fuera: conveniente para la profesión, agradable a la vista y a la vanguardia de la moda. Se deshizo de su gabardina y agregó un poco de terciopelo verde en los puños del saco gris, junto con un bombín de ala redonda 1. El calor era tan horrible que tuvo que quitarse también la chaqueta en cuanto puso un pie en el exterior, pero era la intención la que contaba, además, llevaba tirantes color esmeralda. Convertirse en un detective no fue, realmente, una decisión basada totalmente en su guardarropa. Él era un brujo y las personas ―bueno, no todos pensaban en ellos como personas― usualmente acudían a él en busca de soluciones mágicas a sus problemas, que él les daba por un pago. Había un santuario en Brooklyn, por si necesitabas esconderte, pero la bruja que se hacía cargo de él no solucionaba problemas, Magnus lo hacía. ¿Así que, por qué no recibir una pagar por ello? Magnus no había pensado que la simple decisión de convertirse en detective privado causaría que un caso cayera en sus manos en el 1

Sombrero hongo.

momento en que pintó las palabras MAGNUS BANE, DETECTIVE PRIVADO en su ventana con gruesas letras negras. Pero, como si alguien hubiese susurrado sobre su convicción privada al oído del Destino, un caso llegó. Magnus regresó a su departamento después de ir por un cono de helado y cuando la vio, se alegró de ya habérselo terminado. Ella era claramente una de esos mundanos que sabían suficiente sobre el Mundo de las Sombras para acudir a Magnus en busca de magia. Inclinó el borde de su sombrero hacia ella y dijo: ―¿Puedo ayudarla, señora? No era una de aquellas rubias que hacen que un obispo haga un agujero en una ventana de cristal. Era una pequeña mujer morena, y aunque no era hermosa, tenía un brillante e inteligente encanto, lo suficientemente potente que si quisiera algunas ventanas rotas, Magnus vería qué podía hacer. Llevaba un vestido algo gastado pero aun así, pasaba por un bonito vestido a cuadros, ceñido a su pequeña cintura. Parecía estar en sus treintas, la misma edad que la actual compañía femenina de Magnus, y bajo su rizado cabello, tenía un pequeño rostro acorazonado con finas cejas que le daban un aire desafiante, que la volvían más atractiva e intimidante. Estrechó la mano de Magnus; su mano era pequeña, pero su agarre era firme. ―Soy Guadalupe Santiago ―dijo―. Usted es un… ―agitó su mano―. No sé la palabra precisa. Un hechicero, un hacedor de magia. ―Puede decir 'brujo', si quiere ―dijo Magnus―. No importa. Lo que quiere decir, es alguien con el poder de ayudarla. ―Sí ―dijo Guadalupe―. Sí, a eso me refería. Necesito su ayuda. Necesito que salve a mi hijo. Magnus la hizo pasar. Pensó que entendía la situación ahora que había mencionado la ayuda para un familiar. La gente a menudo venía a él en busca de sanación, no tan a menudo como acudían a Catarina Loss, pero con frecuencia suficientes. Él prefería mil veces curar a un joven mundano, que a uno de los arrogantes Cazadores de Sombras que acudían a él muy a menudo, incluso si eso significaba menos dinero.

―Hábleme de su hijo ―dijo. ―Raphael ―dijo Guadalupe―. Su nombre es Raphael. ―Cuénteme sobre Raphael ―dijo Magnus―. ¿Hace cuánto que está enfermo? ―Él no está enfermo ―dijo Guadalupe―. Me temo que tal vez esté muerto―. Su voz era firme, como si no estuviera diciendo en voz alta el peor temor de cualquier padre. Magnus frunció el ceño. ―No sé lo que le hayan dicho, pero no puedo ayudarla con eso. Guadalupe alzó una mano. ―Esta no es una enfermedad ordinaria o algo que cualquiera en mi mundo pudiera curar ―le dijo―. Esto es algo de su mundo, y de cómo ha tocado el mío. Esto es sobre los monstruos a los que Dios les ha dado la espalda, los que asechan en la oscuridad y se aprovechan de los inocentes. Ella le dio una mirada a su sala de estar, su falda a cuadros se acampanaba sobre sus bronceadas piernas. ―Los vampiros2 ―susurró. ―Oh, Dios, no los sangrientos vampiros otra vez, ―dijo Magnus―. Sin juego de palabras implícito. Dichas las terribles palabras, Guadalupe recuperó su coraje y continuó con su relato. ―Todos habíamos escuchado rumores sobre tales criaturas, ―afirmó―. Luego, fueron más que rumores. Había uno de los monstruos merodeando por el vecindario. Tomando chicas y chicos jóvenes. El hermano pequeño de uno de los amigos de mi Raphael fue tomado casi de la puerta de su casa y luego encontraron su pequeño cuerpo drenado de sangre. Hemos rezado, todo lo que las madres rezan, cada familia rezó para que todo terminara. Pero mi Raphael había empezado a andar con un grupo de muchachos más grandes que él. Buenos chicos, usted 2

En español, en el original.

entiende, de buenas familias, pero un poco… brutos, queriendo demasiado demostrar que eran todos unos hombres antes de que realmente lo fuesen, ¿si sabe a lo que me refiero? Magnus había dejado de bromear. Un vampiro cazando niños por deporte, un vampiro que tenía el gusto para hacerlo, y sin ninguna intención de detenerse, no era para nada una broma. Se encontró con los ojos de Guadalupe, su mirada era seria, para mostrarle que entendía. ―Formaron una pandilla ―dijo Guadalupe―. No una callejera, pero… bueno, era para proteger nuestras calles del monstruo, dijeron. Una vez lo siguieron hasta su guarida y todos hablaban de cómo sabían dónde estaba, cómo podrían ir a buscarlo. Debí haber… No estaba prestando atención a lo que los chicos hablaban. Tenía miedo por mis hijos pequeños y todo parecía un juego. Pero entonces, Raphael y todos sus amigos… desaparecieron, hace unas noches. Se quedaron fuera toda la noche anterior, pero esto… esto es mucho tiempo. Raphael nunca me haría preocuparme así por él. Quiero que usted descubra dónde está el vampiro y quiero que vaya tras mi hijo. Si Raphael está vivo, quiero que lo salve. Si un vampiro ya había matado a los chicos humanos, un grupo de adolescentes persiguiéndolo lucía como bombones entregados a su puerta. El hijo de esta mujer estaba muerto. Magnus inclinó su cabeza hacia abajo. ―Intentaré averiguar qué fue lo que pasó con él. ―No ―dijo la mujer. Magnus se encontró levantando la mirada, capturado por su voz. ―Usted no conoce a mi Raphael ―dijo―. Pero yo sí. Se junta con los chicos mayores, pero no es un colado. Todos ellos lo escuchan. No tiene más que quince años, pero es tan fuerte, rápido e inteligente como un adulto. Si solo uno de ellos ha sobrevivido, ese sería él. No vaya en busca de su cadáver. Vaya y salve a Raphael. ―Tiene mi palabra ―Magnus le prometió y lo dijo en serio. Magnus tenía prisa por irse. Antes de visitar el Hotel Dumont -el lugar que había sido abandonado por los mortales, e infestado de vampiros

desde la década de los 20’s, el lugar al que Raphael y sus amigos habían ido-, tenía que hacer otras indagaciones. Otros Subterráneos sabrían acerca de un vampiro que violaba la Ley de manera tan descarada, incluso si esperaban que los vampiros lo resolvieran entre ellos, incluso si los otros Subterráneos aún no hubiesen decidido acudir a los Cazadores de Sombras. Sin embargo, Guadalupe tomó la mano de Magnus antes de que saliera y sus dedos se aferraron a él. Su mirada, que había sido desafiante, se había vuelto suplicante. Magnus tenía la sensación de que nunca hubiera suplicado así por sí misma, pero estaba dispuesta a hacerlo por su hijo. ―Le di una cruz para que la llevara en el cuello ―dijo ella―. El padre de Saint Cecilia me la dio con sus propias manos y yo se la di a Raphael. Es pequeña y de oro; lo reconocerás por ella ―respiró temblorosamente―. Le di una cruz. ―Entonces le diste una oportunidad ―dijo Magnus.

Ve a la hadas por chismes sobre vampiros, a los hombres lobos por chismes sobre las hadas y no busques chismes sobre los hombres lobo, porque intentarán arrancarte la cara a mordidas: ese era el lema de Magnus. Había tenido la oportunidad de conocer a un hada que trabajaba en el club nocturno Lou Waltters’s Latin Quarter, en el lado más sórdido y desnudo de Time Square. Magnus había ido allí a ver a Mae West una o dos veces, y había divisado unas alas y piel de un pálido color amatista. Él y Aeval habían sido amistosos desde entonces; tan amistosos como podías ser cuando tanto tú como la dama en cuestión iban sólo por información.

Ella estaba sentada en los escalones, ya en su vestuario. Había una gran cantidad de delicada piel violácea a la vista. ―Estoy aquí para ver a un hada acerca de un vampiro ―dijo en voz baja y ella se echó a reír. Magnus no podía reírse en respuesta. Tenía la sensación de que no iba a ser capaz de quitarse de la mente el recuerdo de la cara de Guadalupe y su agarre sobre su brazo, pronto. ―Estoy buscando a un chico. Humano. Tomado, lo más probable, por alguien del Clan Español de Harlem. Aeval se encogió de hombros en un movimiento fluido lleno de gracia. ―Ya conoces a los vampiros. Podría ser cualquiera de ellos. Magnus dudó y luego continuó. ―El caso es que, a este vampiro le gustan muy jóvenes. ―En ese caso… ―Aeval movió sus alas. Incluso a los Subterráneos más duros no les agradaba la idea de cazar a niños―. Tal vez haya oído algo sobre un Lois Karnstein. Magnus la alentó a continuar, inclinándose hacia ella y moviendo su sombrero para que ella pudiera hablarle al oído. ―Él estuvo viviendo en Hungría hasta hace muy poco. Es viejo y poderoso, por lo cual, Lady Camille le ha dado la bienvenida. Y él tiene un particular gusto por niños. Piensa que su sangre es la más pura y la más dulce, así como la carne fresca es la más tierna. Fue expulsado de Hungría por mundanos que encontraron su guarida… que encontraron a todos los niños en ella.

Salve a Raphael, Magnus pensó. Parecía cada vez más y más imposible la misión. Aeval lo miró, sus gigantescos ojos almendrados delataban una punzada de preocupación. Cuando las hadas se preocupaban, era momento de entrar en pánico. ―Hazlo, brujo ―dijo ella―. Sabes lo que los Cazadores de Sombras harán si se enteran de alguien así. Si Karnstein anda haciendo sus viejos

trucos en la ciudad, sería lo peor para todos nosotros. Serán cuchillos serafín primero y preguntas después, para todos. A Magnus no le gustaba acercarse al Hotel Dumont a menos que fuera totalmente necesario. Era un lugar decrépito y desagradable, guardaba malas memorias y también, de vez en cuando, alojaba a su malvada ex-amada. Pero hoy, parecía que el hotel era su inevitable destino. El sol ardía en el cielo, pero no sería así por mucho. Si Magnus tenía que pelear con vampiros, quería que estuvieran en su momento más débil.

El Hotel Dumont aún era hermoso, pero muy a penas, pensó Magnus mientras caminaba a su interior. Estaba empezando a ser enterrado en el tiempo, grandes redes de telarañas formaban cortinas en cada arco. Desde los veintes los vampiros lo habían considerado su propiedad privada y habían merodeado en él desde entonces. Magnus nunca se había preguntado cómo Camille y los vampiros se habían involucrado en la tragedia de los 20’s o qué derecho sentían ahora sobre el edificio. Posiblemente los vampiros simplemente disfrutaban esplendor del lugar que estaba tanto abandonado, como decadente. Nadie más se acercaba. Los mundanos susurraban que estaba embrujado. Magnus no había abandonado la esperanza de que los mundanos regresarían, lo reclamarían y lo restaurarían, alejando a los vampiros. Eso molestaría mucho a Camille. Una vampira joven se apresuró hacia Magnus cruzando el vestíbulo, los colores de su qipao3 rojo y verde y su cabello teñido con alheña eran vívidos en la niebla gris. ―¡No eres bienvenido aquí, brujo! ―exclamó. 3

Vestimenta China.

―¿No lo soy? Oh, querida, pero qué faux pas4 social. Me disculpo. Antes de irme, ¿puedo preguntar algo? ¿Qué me puedes decir sobre Louis Karnstein? ―Magnus preguntó, coloquialmente―. ¿Y los niños que ha estado trayendo al hotel para luego asesinarlos? La chica se encogió como si Magnus la hubiera golpeado con una cruz en la cara. ―Él es un invitado aquí ―dijo en voz baja―. Y Lady Camille dijo que le debíamos presentar todos los honores. Nosotros no sabíamos. ―¿No? ―Magnus preguntó y su incredulidad coloreó su voz como una gota de sangre en agua. Los vampiros de Nueva York eran cuidadosos, por supuesto. Había un porcentaje mínimo de sangre humana derramada y cualquier “accidente” era cubierto de inmediato, debajo de las narices de los Cazadores de Sombras. No obstante, Magnus podía creer fácilmente que si Camille tenía razones para complacer a un invitado, lo dejaría salirse con la suya por los asesinatos. Lo haría tan fácilmente como rodear a su invitado con lujos: plata, terciopelo y vidas humanas. Y Magnus no creía ni por un segundo que una vez que Louis Karnstein trajo los suculentos bocadillos a casa, convirtiéndolos a todos en culpables, pero dispuesto a compartir algo de sangre, ellos no hubieran festejado. Miró a la delicada chica y se preguntó cuántas personas había matado. ―¿Preferirías―dijo―, que me fuera y que regresara con los Nefilim? Los Nefilim, el Cuco para los monstruos y todos aquellos que podrían ser monstruos. Magnus estaba seguro que esta chica podría ser un monstruo si quería. Sabía que él mismo podría ser uno. Él sabía algo más; no tenía intención de dejar a un muchacho en la madriguera de los monstruos. Los ojos de la chica se ampliaron. ―Tú eres Magnus Banes ―dijo. ―Sí ―respondió Magnus. A veces era bueno ser reconocido.

4

Metida de pata

―Los cuerpos están arriba. En la habitación azul. A él le gusta jugar con ellos… después―. Se encogió y se hizo a un lado, desapareciendo en las sombras. Magnus se cuadró de hombros. Asumió que la conversación había sido escuchada porque nadie salió para retarlo y ni un solo vampiro se le cruzó en el camino mientras subía las curvas escaleras, el dorado y el rojo de la misma se perdían bajo una alfombra gris, pero la estructura se mantenía intacta. Siguió subiendo y subiendo hasta los departamentos, donde sabía que el clan de vampiros de Nueva York hospedaría a sus valiosos invitados. Encontró lo suficientemente fácil la habitación azul: era una de las más grandes, y probablemente había sido el departamento más maravilloso del hotel. Si este aún fuera un hotel en el sentido normal de la palabra, el huésped de esa habitación tendría que pagar una cantidad sustancial por los daños. Un hoyo había sido perforado en el techo pintado de azul claro, del mismo azul que los pintores imaginaban el cielo de verano. El verdadero cielo de verano se mostraba a través del agujero del techo, un implacable ardiente blanco, tan despiadado como el hambre de Karnstein, ardía tan brillante como una antorcha empuñada por alguien que va a enfrentar a un monstruo. Magnus vio polvo por todo el piso, polvo que no era simplemente una indicación del paso del tiempo. Vio polvo y vio cuerpos: destrozados, lanzados a los lados como muñecas de trapo, despatarrados como arañas sobre el piso y contra la pared. No había gracia en la muerte. Eran los cuerpos de los adolescentes que habían venido en un osado grupo a cazar al predador que acosaba sus calles, quienes inocentemente habían pensado que el bien triunfaría. Y habían otros cuerpos, los cuerpos más antiguos de niños más pequeños. Los niños que Louis Karnstein había tomado de las calles de Raphael Santiago para asesinarlos y almacenarlos. No había salvación para estos niños, pensó Magnus. No había nada en esa habitación más que sangre, muerte, y el eco del miedo, la pérdida de toda posibilidad de redención.

Entonces, Louis Karnstein estaba loco. Sucedía a veces, con la edad y el distanciamiento de la humanidad. Magnus lo había visto suceder en un brujo treinta años atrás. Magnus esperaba que si alguna vez se volvía loco de ese modo, tan loco que envenenara el aire a su alrededor e hiriera a todos los que se acercaran a él, hubiera alguien que lo amara lo suficiente como para detenerlo. Para matarlo si hacía falta. Salpicaduras arteriales y huellas de manos sangrientas decoraban las paredes azules. Había sangre de vampiro y humano: la sangre de vampiro de un rojo más profundo, un rojo que permanecía rojo incluso cuando ya estaba seca, rojo para siempre y por siempre. Magnus avanzó alrededor, pero en un charco de sangre humana vio algo brillando, sumergido casi sin esperanza, pero con un inquebrantable brillo que había captado su mirada. Se detuvo y sacó el objeto brillante del charco oscuro. Era una cruz, pequeña y dorada; pensó que por lo menos podría regresársela a Guadalupe. La puso en su bolsillo. Dio un paso hacia delante y luego otro. No estaba seguro si el piso lo soportaría, se dijo, pero sabía que esa era una excusa. No quería caminar entre toda esa muerte. De pronto supo que tenía que hacerlo. Tenía que, porque en la esquina más lejana de la habitación, en las más profundas sombras, escuchó los ávidos y horribles sonidos de succión. Vio a un chico en los brazos de un vampiro. Magnus levantó su mano y la fuerza de su magia hizo volar al vampiro por el aire y lo estrelló contra una de las paredes veteada de sangre. Escuchó un golpe y vio al vampiro tirado en el piso. No se quedaría así por mucho tiempo. Corrió a través de la habitación, tropezando con los cadáveres y deslizándose en la sangre, hasta caer de rodillas a un lado del chico, acunándolo entre sus brazos. Era joven, quince o dieciséis, y estaba muriendo.

Magnus, no podía poner mágicamente sangre dentro de un cuerpo, especialmente no en alguien que ya empezaba a morir por la falta de ella. Acunó la oscura cabeza caída del chico en su mano, observó sus agitados párpados y esperó a ver si tal vez habría un momento en el que el chico pudiera enfocarse. En el cual, Magnus podría decirle adiós. El muchacho nunca lo miró y nunca habló. Le apretó la mano; Magnus pensó que había sido un reflejo, como un bebé haría, pero Magnus sólo la sostuvo e intentó confórtalo tanto como podía. El joven respiró una, dos, tres veces y entonces su agarre se aflojó. ―¿Sabías su nombre? ―Magnus demandó secamente al vampiro que lo había asesinado―. ¿Era Raphael? No sabía por qué lo preguntaba. No quería saber que el muchacho que Guadalupe le había mandado a buscar había muerto en sus brazos, que el último miembro del grupo de la gallarda misión condenada a salvar a los inocentes casi había sobrevivido el tiempo suficiente... pero no del todo. No podía olvidar la mirada suplicante de Guadalupe Santiago. Miró al vampiro que no se había movido del lugar. Estaba sentado, recargándose contra la pared a la que lo había arrojado. ―Raphael ―respondió lentamente el vampiro―. ¿Viniste buscando a Raphael?―. Dio una aguda breve carcajada, casi incrédula. ―¿Por qué es tan gracioso? ―Magnus demandó. Una furia oscura estaba comenzando a crecer en su pecho. Hacía mucho tiempo desde que había matada un vampiro, pero estaba dispuesto a hacerlo otra vez. ―Porque yo soy Raphael Santiago ―dijo el muchacho. Magnus miró fijamente al joven, a Raphael. Tenía las rodillas pegadas al pecho, sus brazos envueltos alrededor de ellas. Bajo los rizos, había una delicada cara en forma de corazón, como la de su madre, con grandes ojos oscuros que les habrían encantado a las mujeres, u hombres, cuando fuera adulto, y una suave boca infantil, manchada de sangre. La sangre enmascaraba la mirada inferior de su rostro y Magnus podía ver el brillo blanco de dientes contra el labio inferior de Raphael, como diamantes en la oscuridad. Era la única cosa en movimiento en aquella habitación llena de terrible quietud. Temblaba, finas sacudidas,

corriendo por su delgado cuerpo, agitándolo tan fuerte que parecía violento, cual escalofrío castañeante de alguien con mucho frío. Pero hacía tanto calor en esa habitación de muerte como los mundanos imaginaban que haría en el Infierno, pero el chico temblaba como si se estuviera congelando. Nunca volvería a estar cálido. Magnus se levantó, moviéndose cuidadosamente alrededor del polvo y la muerte hasta que estuvo cerca del chico vampiro, y luego dijo gentilmente: ―¿Raphael? Raphael suavizó su rostro al sonido de la voz de Magnus. Había visto tantos vampiros con la piel tan blanca como la sal. La piel de Raphael aún era café, pero no del tono cálido de su madre. No era la piel de un muchacho vivo, nunca más. No había salvación para Raphael. Sus manos estaban cubiertas de mugre y sangre como si hubiera estado cavando tumbas recientemente. Su rostro estaba lleno de tierra, también. Tenía el cabello negro, una masa de cabello rizado de apariencia suave, por la que seguramente a su madre le encantaba pasar los dedos, o que había acariciado cuando él tenía pesadillas y aclamaba por ella, cabello que había tocado con suaves dedos cuando él dormía en su cama y ella no quería despertarlo, cabello del que probablemente conservaba un mechón de cuando era bebé. Ese cabello estaba lleno de tierra de tumba. Había cortadas rojas en su cara, brillando oscuras. Había sangre en su cuello, pero Magnus supo que la herida ya había sanado. ―¿Dónde está Louis Karnstein? ―preguntó Magnus. Cuando Raphael habló, esta vez lo hizo en voz baja y en un dulce español. ―El vampiro pensó que lo ayudaría con los otros si me convertía en uno de su especie―. Se rió de pronto, un sonido brillante y loco. ―Pero no lo hice ―añadió―. No. No se lo esperaba. Él está muerto. Se convirtió en cenizas y el viento las se las llevó ―señaló el agujero en el techo.

No preguntaría y no sólo porque habría sido algo cruel. Incluso si Raphael los había matado y luego se había dominado, y enfrentado a Karnstein, debía de tener una voluntad de hierro. ―Están todos muertos ―dijo Raphael, parecía dominar a sí mismo. Su voz se aclaró, repentinamente. Sus ojos oscuros estaban muy claros mientras miraba a Magnus y luego deliberadamente los apartó de él, descartándolo como sin importancia. Raphael, Magnus se dio cuenta con una sensación creciente de incomodidad, estaba mirado al brillante agujero de techo, el que había señalado cuando dijo que Karnstein se había convertido en cenizas. ―Todos están muertos ―repitió Raphael lentamente―. Y yo, también. Se desenrolló tan rápido como una serpiente y saltó. Fue sólo porque Magnus había estado observando a dónde miraba el vampiro y porque sabía cómo se sentía Raphael ―la exacta sensación exquisita de frío de ser un marginado, tan solo que apenas parecía existir―, que logró moverse lo suficientemente rápido. Raphael saltó hacia el espacio de luz letal en el suelo, y Magnus se abalanzó sobre Rafael. Tumbó al muchacho al suelo justo antes de que alcanzara la luz del sol. Raphael dio un incoherente grito como un ave de rapiña, un llanto vicioso que no era nada más que ira y hambre, hizo eco en la cabeza de Magnus y erizó su piel. Raphael se retorcía y arrastraba hacia el sol, y cuando Magnus no lo dejó ir, usó cada onza de su fuerza de vampiro novato para liberarse, arañando y retorciéndose. No tenía duda, ni remordimiento en sus movimientos y nada de la usual incomodidad de los vampiros neófitos. Trató de morder la garganta de Magnus. Trató de despedazarlo parte por parte. Magnus tuvo que usar magia para fijar sus miembros al suelo e incluso cuando el cuerpo entero de Raphael estaba sujeto, tuvo que evadir sus chasqueantes colmillos. ―¡Déjame ir! ―gritó el muchacho al final, su voz rota. ―Shh, Shh ―susurró Magnus―. Tu madre me envió, Raphael. Quédate quieto. Tu madre me envió para encontrarte. ―Sacó de su

bolsillo la cruz dorada que había encontrado y la sostuvo a la vista de Raphael―. Me dio esto y me dijo que te salvara. Raphael retrocedió, alejándose de la cruz y Magnus la alejó de prisa, no antes de que el chico dejara de luchar y empezara a sollozar. Sollozos que sacudían su cuerpo entero, como si el llanto pudiera arrancar, a su odiado nuevo yo, fuera su interior si él se estremecía y enfadaba lo suficiente. ―¿Eres estúpido? ―inquirió―. Tú no puedes salvarme. Nadie puede. Magnus pudo saborear el desespero como si fuera sangre. Le creía. Sostuvo al joven neonato, renacido en tierra de sepulcro y sangre, y deseó haberlo encontrado muerto.

El llanto había agotado a Raphael lo suficiente para hacerlo dócil. Magnus lo llevó a su propia casa porque no tenía la menor idea de qué otra cosa hacer con él. Raphael se sentó, un trágico bulto en el sofá de Magnus. Magnus pudo haberse sentido dolorosamente apenado por él, pero se había detenido en una cabina telefónica en su camino a casa para llamar a Etta al pequeño club de jazz en el que cantaba esa noche, para avisarle que no fuera a su casa en un tiempo porque tenía un bebé vampiro con el que lidiar. ―Un bebé vampiro, ¿eh? ―Etta había preguntado, riéndose, de la misma manera en que una esposa se reiría al escuchar a su esposo que siempre traía cosas extrañas de una tienda de antigüedades―. No conozco a ningún exterminador en la ciudad que pudiera ayudarte con eso. Magnus casi sonrió. ―Puedo lidiar con esto yo solo. Confía en mí.

―Oh, suelo hacerlo ―Etta había dicho―. Aunque mi mamá trató de enseñarme mejor juicio. Había estado charlando al el teléfono con Etta por sólo un par de minutos, pero cuando salió, encontró a Raphael tirado en el pavimento. Siseaba con los colmillos blancos y filosos en la noche, como un gato protegiendo su presa cuando Magnus se le acercó. El hombre en sus brazos, con cuello blanco de su camisa teñido de carmesí, ya estaba inconsciente. Cuando regresó a la banqueta, Raphael aún estaba ahí con las manos curvadas en garras y presionadas en su pecho. Había aún un trazo de sangre en su boca. Magnus sentía el desespero en su corazón. No se trataba sólo un chico sufriendo. Era un monstruo con la cara de un ángel de Caravaggio. ―Debiste haberme dejado morir ―dijo Raphael en un hilo hueco de voz. ―No podía. ―¿Por qué no? ―Porque le prometía tu madre que te llevaría a casa ―dijo Magnus. Raphael se congeló con la mención de su madre, como si estuviera de vuelta en el hotel. Magnus pudo ver en su rostro el brillo de las luces de la calle. Tenía la dolorosa mirada vacía de un niño al que le han pegado: dolor, desconcierto y ninguna pista de cómo manejar esos sentimientos. ―¿Y crees que me vaya a querer en casa? ―Raphael inquirió―. ¿A…

Así? Su voz tembló y su labio inferior, aún lleno con la sangre del hombre, se estremeció. Pasó una cruel mano por su cara y Magnus lo vio otra vez: la manera en la que se recomponía en un instante, el control que tenía sobre sí mismo. ―Mírame ―dijo―. Dime si me invitaría a pasar. Magnus no podía decirle eso. Recordaba cómo Guadalupe había hablado sobre monstruos caminando por la oscuridad, asechando inocentes. Pensó en cómo podría ella reaccionar ―la mujer que le había

dado a su hijo una cruz―, frente a un hijo con sangre en las manos. Recordó a su padrastro forzándolo a repetir plegarias hasta que las palabras que fueron sagradas una vez sabían amargas en su boca; recordó a su madre y cómo no había sido capaz de tocarlo una vez que se había enterado, y como su padrastro lo había sostenido bajo la superficie del agua. Aun así, lo habían amado una vez, y él los había amado. El amor no superaba todo. El amor no siempre permanecía. Todo lo que tenías podía serte arrebatado, el amor podía ser la última cosa que tendrías y entonces, el amor también podía serte arrebatado. Magnus sabía, cómo el amor podía ser una última esperanza y una estrella guía. Luz que se había apagado, pero cuyo brillo permanecía. Magnus no le podía prometer a Raphael el amor de su madre, pero ya que él la amaba, quería ayudarlo y pensó que tal vez supiera cómo hacerlo. Se movió hacia adelante, sobre su tapete y vio los oscuros ojos de Raphael parpadear sobresaltados, por su repentino decidido movimiento. ―¿Qué tal si ella nunca tuviera que enterarse? Raphael parpadeó lentamente, casi de manera reptiliana, con duda. ―¿Qué quieres decir? ―preguntó con cautela. Magnus buscó en su bolsillo, sacó el objeto brillante que estaba dentro y lo ahuecó en la palma de su mano. ―¿Qué tal si llegaras a su puerta con la cruz que ella te dio? ―Magnus preguntó. Dejó caer la cruz y como acto reflejo, Raphael la atrapó en su mano abierta. La cruz golpeó su palma y lo vio hacer una mueca de dolor, vio el gesto convertirse en un espasmo que recorrió todo su delgado cuerpo e hizo que su cara tensara por el dolor. ―Muy bien, Raphael ―dijo gentilmente Magnus. Raphael abrió los ojos y lo fulminó con la mirada, que no era lo que Magnus había estado esperando. El olor a carne quemada llenaba la habitación. Tendría que invertir en algún popurrí.

―Bien hecho, Raphael ―dijo―. Valientemente hecho. La puedes dejar ahora. Raphael sostuvo la mirada de Magnus y muy lentamente cerró los dedos sobre la cruz. Pequeñas columnas de humo flotaron en los espacios entre sus dedos. ―¿Bien hecho? ―repitió el joven vampiro―. ¿Valientemente hecho? Apenas estoy empezando. Se sentó ahí, en el sofá de Magnus, todo su cuerpo en un espasmo de dolor y sostuvo la cruz de su madre. No la soltó. Magnus reevaluó la situación. ―Un buen inicio ―Magnus le dijo condescendientemente―, pero va a ser necesario mucho más que eso. Los ojos de Raphael se estrecharon, pero no respondió. ―Por supuesto ―añadió Magnus, casualmente―. Tal vez lo puedas hacer. Será un montón de trabajo, y apenas eres un niño. ―Sé que será mucho trabajo ―Raphael le dijo, cortante en cada palabra―, sólo te tengo a ti para ayudarme y no eres demasiado impresionante. Trajo a Magnus a la mente la pregunta en el hotel de los vampiros ―¿Eres estúpido?― no había sido solo una expresión de desesperación, sino que también una expresión de la personalidad de Raphael. Y pronto aprendería que era también la pregunta favorita de Raphael.

En las noches siguientes, Raphael adquirió una buena parte de la horrible y monocromática ropa que caracterizaba desagradablemente y mordazmente a varios de los clientes de Magnus; mientras que él consagraba su no-vida a la estruendosa jaula de Magnus y permanecía

tercamente poco impresionado con cualquier forma de magia que Magnus mostrase. Magnus le había advertido sobre los Cazadores de Sombras, los descendientes de los ángeles que tratarían de perseguirlo si el llegase a romper cualquiera de sus leyes; también le dijo sobre todo lo que él podría ofrecerle y sobre todas las personas que podría llegar a conocer. La totalidad del Submundo estaba expuesto frente a él, hadas, hombres lobos y encantamientos, pero lo único que parecía interesarle a Raphael era qué tanto tiempo podía sostener la cruz, qué tanto tiempo podía pasar, durante cada noche, aferrado a ella. El veredicto de Etta era que nada podría derrumbar las barreras de ese chico. Etta y Raphael estaban muy distantes el uno con el otro. Raphael tenía una mente abierta y estaba insultantemente sorprendido de que Magnus tuviese una amiga mujer y Etta por su parte, a pesar de conocer el Submundo y de que era reconocida en todos lados por ser muy cuidadosa, se comportaba de una forma muy poco precavida al estar con Magnus. Generalmente Raphael se mantenía alejado cuando Etta venía. Etta y Magnus se habían conocido hacía 15 años en un Club, él la había convencido de que bailase con él y ella dijo que para el final de la canción ya estaba enamorada, aunque él dijo que él se había enamorado desde antes del incio de la canción. Se había vuelto una tradición que cada vez que Etta viniera tarde durante las noches en las que Magnus no había podido ir a estar con ella ―y últimamente Magnus estaba faltando a muchas noches por culpa de Raphael― ella se quitaría los tacones, por sus adoloridos pies luego de una larga noche, se dejaría puesto su elegante vestido de abalorios y luego bailarían juntos mientras que murmuraban al ritmo del bebop 5, en el cuello del otro, compitiendo a ver cuál sería la melodía más larga que bailarían. Después de la primera vez que Etta se encontró a Raphael, estuvo un poco callada. ―Él fue convertido en vampiro hace tan solo unos días ―dijo ella luego de un tiempo, mientras que bailaban―Eso fue lo que dijiste. Antes de eso era solo un chico. ―Si ayuda en algo, tengo la sospecha de que él era una amenaza. Etta no se rió. 5

El bebop es un estilo musical del jazz.

―Siempre he pensado que los vampiros son tan anticuados ―dijo ella―, nunca pensé en cómo la gente se convertía en ellos, pero creo que tiene sentido, quiero decir. . . Raphael, el pobre niño, es tan joven. Pero puedo entender porque la gente quiere quedarse joven por siempre, de la misma forma en que lo haces tú. Durante los últimos meses Etta había estado hablando cada vez más sobre la edad, y aunque no había mencionado a los hombres que iban a verla cantar en los Clubs, con la esperanza de llevársela y formar una familia, no era necesario que se lo dijese. Magnus entendía, él podía leer las señales así como un marinero sabe con sólo ver las nubes cuando habrá una tormenta. A él ya lo habían dejado antes y por muchas razones, esta no sería diferente. La inmortalidad es algo por lo que se tenía que pagar un precio y las personas que amabas eran los que terminaban pagando ese precio, una y otra vez. Habían unos cuantos especiales, que se habían quedado con Magnus hasta que la muerte los separó, pero si bien algunas veces era la muerte o alguna otra etapa de sus vidas a la que ellos creían que él no podía acompañarlos, todos se alejaban de su lado, por una u otra razón. Él no podía culpar a Etta. ―¿Tú lo querrías? ―preguntó Magnus por fin luego de un largo rato bailando. Él no hizo la oferta, pero lo pensó y pensó como podría hacer para arreglarlo, habían formas de hacerlo, maneras en las que uno tendría que pagar un terrible precio. Formas que su padre conocía y si bien Magnus odiaba a su padre, esto haría que ella se quedase con él por siempre.... Hubo otro largo silencio durante el cual todo lo que Magnus escuchó fueron los clics de sus zapatos y el suave arrastre de los pies descalzos de Etta, sobre el suelo de madera. ―No ―dijo Etta, mientras que su mejilla estaba reposando en su hombro―. No, aún si pudiese hacerlo a mi manera, querría más tiempo contigo pero no detendría el reloj por ti.

Extraños y dolorosos recuerdos asaltaban a Magnus cada cierto tiempo cuando él ya se había acostumbrado a Raphael, el Raphael que estaba siempre irritado y el como el irritante compañero de casa que había sido deseado. El ocasionalmente se sorprendía con lo que ya sabía, que el reloj de Raphael se había detenido, y que su vida humana había sido viciosamente arrebatada de sus manos. Magnus estaba construyendo un nuevo estilo para su cabello, con la ayuda de Brylcreem y de un montón de magia cuando Raphael se le acerco por la espalda y lo sorprendió; Raphael solía tener esa costumbre ya que él tenía las silenciosas pisadas de su raza vampira. Magnus sospechaba que él lo hacía a propósito, pero como Raphael raramente exhibía una sonrisa era difícil afirmarlo. ―Tu eres muy frívolo ―comentó con desaprobación Raphael, al mirar el cabello de Magnus. ―Y tú eres muy quinceañero ―lanzó de vuelta Magnus. Raphael usualmente tenía una réplica lista para lo que sea que le dijese Magnus, pero en lugar de una réplica, Magnus solo recibió un largo silencio. Cuando Magnus levantó su mirada del espejo, vio que Raphael se había movido hacia la ventana y que estaba mirando hacia la noche. ―Para estas fechas ya tendría 16 ―dijo Raphael, en una voz tan fría y distante como la luz de la luna―. Si hubiese vivido. Magnus recordó el día en que él se había dado cuenta que ya no estaba envejeciendo, al mirarse en un espejo que parecía más frío de lo que cualquier otro espejo había sido antes, como si él hubiese estado contemplando su reflejo en un fragmento de hielo. Como si el espejo hubiese sido el culpable de mantener una imagen que fuese absolutamente distante y completamente congelada. Él se preguntó qué tan diferente sería ser un vampiro, como el saber el día, la hora y el minuto exacto en el que dejaste de pertenecer al cálido y cambiante curso de la humanidad. Cuando te detuviste en seco y el mundo siguió girando y girando sin extrañarte. No preguntó. ―La gente como ustedes ―dijo Raphael, que era su forma de referirse a los brujos, porque él era todo un encanto―. Dejan de envejecer al azar, ¿no? Nacen como humanos y siempre son lo que son,

envejecen como un humano hasta que un día ya no lo hacen―. Magnus se preguntó si Raphael había leído esos pensamientos en la cara de Magnus. ―Así es. ―¿Ustedes piensan que la gente como ustedes tienen almas? ―preguntó Raphael, mientras que seguía mirando por la ventana. Magnus había conocido personas que creían que ellos no tenían. Él creía que sí, aunque eso no significaba que no tuviese sus dudas, también. ―No importa ―continuó Raphael antes de que Magnus pudiese responder, su voz era plana ―de cualquier forma te envidio. ―¿Porque lo harías? La luz de la luna bañaba a Raphael, blanqueando su cara tanto que parecía una estatua de mármol en honor de algún santo muerto joven. ―O bien ustedes todavía tienen sus almas ―dijo Raphael―, o ustedes nunca las tuvieron y no saben lo que es deambular por el mundo maldecido, exiliado y añorándolos por siempre―. Magnus bajó el cepillo. ―Todos los habitantes del Submundo tienen almas ―dijo él―, es lo que nos diferencia de los demonios. Raphael lo miró con desprecio. ―Eso es una creencia Nefilim. ―¿Y qué? ―dijo Magnus―. A veces tienen razón. Raphael dijo algo poco amable en español. ―Ellos creen que son salvadores, los Cazadores de Sombras6 ―dijo él―. Los Cazadores de Sombras; aunque nunca vinieron a salvarme. Magnus miro silenciosamente al chico, él nunca había sido capaz de argumentar nada en contra de las creencias de su padrastro con respecto a lo que Dios quería o sobre lo que Dios juzgaba. Él ni siquiera sabía cómo convencer a Raphael de que él todavía podía tener un alma. ―Veo que estas tratando de distraerme del verdadero punto ―dijo Magnus en su lugar―. Tienes un cumpleaños, lo que es una excusa 6

Dicho en español en el original.

perfecta para que haga una de mis famosas fiestas, ¿y no fuiste capaz de decírmelo? Raphael lo contempló silenciosamente, luego se giró y salió de la habitación. Magnus había tenido pensamientos cada vez más frecuentes sobre conseguirse una mascota, aunque él nunca había contado con tener un malhumorado adolescente vampiro. Una vez que Raphael se había ido, él pensó conseguirse un gato, eso si él siempre le haría una fiesta de cumpleaños a su gato.

Fue poco tiempo después que Raphael usó la cruz en su cuello, toda la noche, sin soltar gritos o exhibiendo algún signo visible de incomodidad. Al final de la noche, cuando él se la quitaba había una ligera marca contra su pecho, como una vieja y sanada quemadura, pero eso era todo. ―Así que, eso es ―dijo Magnus―. Eso es genial, ¡estás listo! Vamos a visitar tu madre. Él le había mandado un mensaje a ella diciéndole que no se preocupara y que no lo visitara, que él estaba usando toda la magia que podía para salvar a Raphael y que no podía ser interrumpido, pero él sabía que eso no la detendría por siempre. La expresión de Raphael estaba en blanco, jugando con la cadena en una mano, como su único signo de incertidumbre. ―No ―dijo él―. ¿Cuántas veces vas a subestimarme? No estoy listo, no estoy ni de cerca estar listo. Él le explico a Magnus que era lo siguiente que quería hacer. ―Estás haciendo una gran cantidad de esfuerzo para ayudarme ―dijo a la siguiente noche Raphael mientras se acercaban al cementerio. Su voz era prácticamente clínica. Magnus pensó más no le dijo. Si porque hubo momentos en los que

estuve tan desesperado como tú, tan miserable y tan convencido de que no tenía alma. Las personas lo habían ayudado cuando él lo había

necesitado, porque él lo había necesitado y no por ninguna otra razón. Él recordó a los Hermanos Silenciosos cuando fueron por él a Madrid y le enseñaron que aún había una forma de vivir. ―No tienes que estar agradecido ―dijo Magnus en su lugar―. Lo estoy haciendo por ti. Raphael se encogió de hombros, un gesto grácil y fluido. ―Entonces, está bien. ―Me refiero a que puedes estar agradecido ocasionalmente ―dijo Magnus―, podrías arreglar el apartamento de vez en cuando. Raphael lo consideró. ―No, no creo que lo haga. ―Creo que Frecuentemente.

tu

madre

debió

golpearte

―dijo

Magnus―.

―Mi padre me golpeó una vez, cuando estábamos en Zacatecas ―dijo Raphael, casualmente. Raphael no había mencionado un padre antes y Guadalupe no había mencionado un esposo, aunque Magnus sabía que tenía varios hermanos. ―¿Lo hizo? ―Magnus trato de hacer que su voz fuese neutral y alentadora, en caso de que Raphael quisiese confiar en él. Raphael que no era del tipo confidente, lo miro distraído. ―Él no me golpeó dos veces. Era un pequeño cementerio, aislado y lejos de Queens, bordeado por altos y negros edificios, un depósito y un hogar victoriano abandonado. Magnus había acomodado el lugar para que el área estuviese salpicada por agua bendita; bendecida y consagrada. Las iglesias eran tierra santa, pero los cementerios no lo eran, pues todos los vampiros tenían que ser enterrados en algún lugar para que pudiesen levantarse. No proveería una barrera como el Instituto de los Cazadores de Sombras, pero sería lo suficientemente difícil como para que Raphael no pudiese colocar sus pies en el suelo. Era otra prueba. Raphael había prometido no hacer más que tocar el suelo con sus pies. Raphael había prometido. Cuando Raphael levanto su barbilla, como un caballo tomando un bocado en sus dientes y se dirigió al suelo, corriendo, quemándose y gritando, Magnus se preguntó cómo había podido creerle.

―¡Raphael! ―gritó él y corrió tras el en medio de la oscuridad y hacia la tierra sagrada. Raphael saltó hacia una lápida y aterrizó tratando de balancearse en ella. Su crespo cabello estaba soplado has atrás de su pequeña cara, su cuerpo arqueado y sus dedos clavados en el borde de mármol. Sus dientes están desnudos destellando desde la punta de sus encías, sus ojos estaban negros y sin vida. Él parecía un fantasma, una pesadilla salida de una tumba. Menos humano y con mucha menos alma que cualquier bestia salvaje. Él saltó. No hacía Magnus sino hacia el perímetro del cementerio y salió del otro lado. Magnus lo persiguió, Raphael estaba tambaleante al apoyarse en la pequeña pared de piedra, como si el difícilmente pudiese mantenerse sobre sus pies. La piel de sus brazos estaba visiblemente ampollada. Lucía como si estuviese en agonía y quisiese arrancarse el resto de su piel, pero no tuviese la fuerza para hacerlo. ―Bueno, lo hiciste ―remarcó Magnus―. A lo que me refiero es que, casi me provocas un infarto, pero no te detengas. La noche es joven. ¿Qué es lo siguiente que vas a hacer para molestarme? Raphael lo miro y esbozó un sonrisa. Y no fue una expresión exactamente amable. ―Voy a hacer lo mismo, otra vez. Magnus supuso que él lo había pedido. Cuando Raphael hubo corrido a través de tierra santa otra vez, no una sino diez veces, se recostó contra la pared, luciendo cansado y desgastado; y mientras estaba demasiado débil para seguir corriendo, se mantuvo inclinado contra la pared murmurando para sí mismo, al principio ahogándose y luego pudiendo decir en voz alta, el nombre de Dios. Se ahogó con sangre mientras lo decía, escupió y siguió murmurando. ―Dios. Magnus se aburrió de verlo demasiado débil para permanecer de pie y aun así hiriéndose a sí mismo tanto como podía. ―¿Raphael no crees que ya has aguantado mucho? Predeciblemente, Raphael lo miró fijamente. ―No. ―Tienes la eternidad para aprender cómo hacer esto y como

controlarte. Tienes... ―¡Pero ellos no! ―soltó Raphael―. Dios, ¿no entiendes nada? Lo único que me queda es la esperanza de verlos y de no destrozar el corazón de mi madre. Necesito convencerla. Necesito hacerlo perfectamente, y necesito hacerlo pronto, mientras que ella todavía tenga esperanzas de que estoy vivo. Él había dicho “Dios” esta vez casi sin estremecerse. ―Estás siendo muy bueno. ―Ya no me es posible ser bueno ―dijo Raphael con una voz firme―. Si yo aún fuese bueno y valiente, haría lo que mi madre quisiese para mi si supiera la verdad. Debería caminar hacia el sol y acabar con mi vida. Pero, soy una bestia malvada, egoísta y sin corazón, y no quiero arder en las llamas del infierno, aún. Quiero ir a ver a mi m-mamá y lo haré. Lo haré. ¡Lo haré! Magnus asintió. ―¿Qué pasaría si Dios pudiese ayudarte? ―preguntó él gentilmente. Eso fue lo más cerca estuvo de decir: ¿Qué pasaría si todo en lo que

crees está equivocado y tú todavía pudieses ser amado y perdonado? Raphael negó con su cabeza tercamente. ―Yo soy uno de los hijos de la noche. Ya no soy uno de Sus hijos, ya no estoy bajo Su ojo vigilante, Dios no me ayudará ―dijo Raphael con voz espesa producto de la sangre que llenaba su boca. Escupió la sangre nuevamente. ―Y Dios no me detendrá. Magnus no siguió discutiendo con él. Raphael aún era muy joven en muchos sentidos y su mundo entero se había destruido a su alrededor. Todo lo que le quedaba para ponerle sentido al mundo eran sus creencias y él se aferraría a ellas incluso si su propias creencias le decían que estaba desesperanzadamente perdido, maldecido y muerto. Magnus ni siquiera sabía si quitarle sus creencias sería lo correcto. Esa noche mientras Magnus dormía, se despertó y escucho el bajo y ferviente murmullo de la voz de Raphael. Magnus ya había escuchado a mucha gente rezar antes y por eso había reconocido el característico sonido. Escuchó los nombres, nombres desconocidos, y se preguntó si ellos habían sido los amigos de Raphael. Fue entonces cuando escucho el nombre Guadalupe, el nombre de la madre de Raphael, y supo que los otros nombres tenían que ser los de los hermanos de Raphael.

Mientras que los mortales recitaban el nombre de Dios, de los ángeles y los santos al rezar el rosario, Raphael pronunciaba los únicos nombres que eran sagrados para él, esos nombres que no le quemaban la lengua, Raphael le rezaba a su familia.

Había muchas desventajas en tener a Raphael como compañero de habitación, entre las que no se incluían las convicciones que él tenía sobre ser un alma perdida y condenada, o incluso el hecho de que Raphael usaba mucho jabón en la ducha (incluso aunque nunca sudaba y difícilmente necesitaba bañarse muy seguido) y que nunca lavaba los platos. Cuando Magnus le recalcó eso, Raphael le dijo que él nunca comía comida y por lo tanto no usaba platos, lo cual era algo tan Raphael. Otra desventaja se hizo obvia el día en que Ragnor Fell, el Gran Brujo de Londres y una perpetua enorme piedra verde en el zapato para Magnus, vino a darle una visita inesperada. ―Ragnor, esta es una grata sorpresa ―dijo Magnus al abrir las puertas. ―Un Nefilim me pagó para que hiciese el viaje ―dijo Ragnor―. Necesitaban un hechizo. ―Y mi lista de espera era demasiado larga ―asintió tristemente Magnus―. Estoy muy cotizado últimamente. ―Y tú constantemente los eludes, así que no les agradas a ninguno, exceptuando a unas cuantas almas caprichosas y rebeldes ―dijo Ragnor―. Magnus, ¿cuántas veces te lo he dicho? Compórtate profesionalmente en este ambiente. Lo que significa, no ser grosero con los Nefilim y también, no encariñarte con ellos. ―¡Yo nunca me encariño con los Nefilim! ―protestó Magnus. Ragnor tosió y dijo entre toses algo que sonó como “blerondale”. ―Bueno ―dijo Magnus―, casi nunca. ―No te encariñes con los Nefilim ―repitió severamente Ragnor―. Háblale respetuosamente a tus clientes y dales el servicio que prefieran además de la magia. Y guarda la incivilidad para tus amigos. Hablando de

eso, no te he visto en esta época y luces más horroroso que de costumbre. ―Eso es una mentira asquerosa ―dijo Magnus. Él sabía que lucía extremadamente elegante. Llevaba puesta una increíble corbata brocada. ―¿Quién está en la puerta? ―dijo la imperiosa voz de Raphael desde el baño y luego el resto de Raphael llegó con ella, vestido solo con una toalla pero aun luciendo tan salvaje como siempre. ―Bane, te he dicho que tienes que comenzar a tener un horario de negocios regular. Ragnor bizqueo al ver a Raphael. Este le devolvió una mirada siniestra a Ragnor. Había cierta tensión en la atmósfera. ―¡Oh, Magnus! ―dijo Ragnor y cubrió sus ojos con una larga mano verde―. ¡Oh no, no! ―¿Qué? ―dijo Magnus, perplejo. Ragnor bajo abruptamente su mano.―No, tienes razón, por supuesto. Estoy siendo ridículo. Él es un vampiro. Solo parece de 14 años. ¿Cuántos años tienes? Apuesto que eres más viejo que cualquiera de nosotros, jaja. Raphael miró a Ragnor como si estuviese loco. Magnus sintió muy liberador tener a alguien más que fuese mirado de esa forma, solo para variar. ―Tendría 16 para este momento ―dijo él lentamente. ―¡Oh Magnus! ―se lamentó Ragnor―. ¡Eso es asqueroso! ¿Cómo pudiste? ¿Has perdido la cabeza? ―¿Qué? ―preguntó Magnus nuevamente. ―Habíamos acordado que 18 era la edad mínima ―dijo Ragnor―. Tú, Catarina y yo hicimos un juramento. ―Un j.... ¡Oh! espera, ¿crees que estoy saliendo con Raphael? ―preguntó Magnus―. ¿Con Raphael? Eso es ridículo, es... ―Esa es la idea más repugnante que he oído ―la voz de Raphael se escuchó hasta la terraza, probablemente lo escucharon hasta en la calle. ―Eso estuvo un poco fuerte― dijo Magnus―. Y honestamente, algo hiriente. ―Y suponiendo que yo estuviese interesado en disfrutar de actividades antinaturales, y déjenme ser claro en esto, ciertamente no lo

estoy ―Raphael continuó desdeñosamente―, como si fuese a escogerlo a él. ¡A él! Viste como un maníaco, actúa como un tonto y hace peores bromas que el tipo al que le lanzan huevos podridos en las afueras de Dew Drop cada sábado. Ragnor comenzó a reírse. ―Mejores hombres que tú han suplicado por una oportunidad de tener todo esto ―murmuró Magnus―. Ellos han hecho duelos en mi honor. Un hombre peleó un duelo por mi honor, pero es un poco vergonzoso ya que es cosa del pasado. ―¿Sabes que a veces pasa horas en el baño? ―anunció sin piedad Raphael―. Gasta magia real en su cabello. ¡En su cabello! ―Adoro a este chico ―dijo Ragnor. Por supuesto que lo hacía. Raphael estaba lleno de mucha desesperanza sobre el mundo en general, estaba ansioso por insultar a Magnus en particular y tenía una lengua tan afilada como sus dientes, así que Raphael obviamente era el alma gemela de Ragnor. ―Llévatelo ―sugirió Magnus―. Llévatelo lejos, muy lejos. En lugar de eso, Ragnor se sentó en una silla. Raphael se visitó y se le unió en el comedor. ―Déjame decirte otra cosa sobre Bane ―comenzó Raphael. ―Voy a salir ―anunció Magnus―. Describiría lo que voy a hacer cuando salga, pero encuentro muy difícil de creer que alguno de ustedes dos entendería el concepto de 'disfrutar de un buen rato con un grupo de entretenidos acompañantes' y no pienso regresar hasta que ustedes hayan terminado de insultar a su encantador anfitrión. ―¿Así que te mudas y me regalas tu apartamento? ―preguntó Raphael―. Acepto. ―Un día de estos, esa boca astuta te va a traer un montón de problemas ―dijo Magnus tristemente por encima de su hombro. ―Mira quién habla ―dijo Ragnor. ―¿Hola? ―dijo Raphael, tan lacónico como siempre―. Soy un alma maldita. El peor compañero de apartamento de toda la vida. Ragnor se quedó por trece días. Esos fueron los trece días más largos

de la vida de Magnus. Cada vez que Magnus intentaba tener un poquito de diversión allí estaban ellos, el pequeño y el verde, sacudiendo sus cabezas en conjunto y diciendo cosas desagradables. En una ocasión el giro su cabeza demasiado rápido y los vio intercambiando un choque de puños. ―Escríbeme ―le dijo Ragnor a Raphael cuando se estaba yendo ―o llámame por el teléfono si quieres, sé que a los jóvenes les gusta hacer eso. ―Fue genial conocerte, Ragnor ―dijo Raphael―, estaba empezando a creer que todos los brujos eran completamente inútiles.

No fue sino hasta pasado un tiempo luego de que Ragnor se fue, que Magnus trató de recordar cuando fue la última vez que Raphael había bebido sangre. Magnus siempre había evitado pensar en cómo Camille conseguía sus alimentos, incluso aunque la amaba; y no quería ver a Raphael matando nuevamente. Pero él vio cambiar el tono de piel de Raphael, la tensión que se dibujaba en su boca, y pensó en llegar tan lejos como para ver a Raphael marchitarse por tanta desesperación. ―Raphael, no sé cómo decirte esto, pero, ¿estás comiendo bien? ―preguntó Magnus―. Hasta hace poco eras un chico en crecimiento. ―El hambre agudiza el ingenio ―dijo Raphael. El hambre agudiza el ingenio ―repitió mentalmente Magnus. ―Buen proverbio ―dijo Magnus―. De cualquier forma, como casi todos los proverbios, suena muy sabio pero aun así de hecho no aclara nada. No fue sino hasta pasado un tiempo luego de que Ragnor se fue, que Magnus trató de recordar cuando había sido la última vez que Raphael había bebido sangre. Magnus siempre había evitado pensar en cómo Camille conseguía sus alimentos, incluso aunque la amaba; y no quería ver a Raphael matando nuevamente. Pero vio cambiar el tono de piel de Raphael y la tensión que se dibujaba en su boca, y pensó en llegar tan lejos como para ver a Raphael marchitarse por tanta desesperación.

―Raphael, no sé cómo decirte esto, pero, ¿estás comiendo bien? ―preguntó Magnus―. Hasta hace poco eras un chico en crecimiento. ―El hambre agudiza el ingenio ―dijo Raphael. El hambre agudiza el ingenio. ―Buen proverbio ―dijo Magnus―. De cualquier forma, como casi todos los proverbios, suena muy sabio pero aun así de hecho no aclara nada. ―¿Crees que me permitiría a mí mismo, estar cerca de mi madre, y de mis hermanos pequeños, si no estuviese seguro más allá de cualquier duda que podría controlarme? ―dijo Raphael―. Quiero saber, que si estuviera atrapado en una habitación con uno de ellos, si no hubiera saboreado sangre en días, podría controlarme. Raphael casi mató a otro hombre esa noche, frente a los ojos de Magnus. Demostró su punto. Magnus no tenía que preocuparse por que Raphael se muriera de hambre por compasión, por misericordia o por ningún otro buen sentimiento humano. Raphael ya no se consideraba parte de la humanidad y pensaba que podía cometer cualquier pecado en el mundo porque ya estaba maldito. Simplemente se había estado absteniendo de consumir sangre para probarse a sí mismo que podía hacerlo, para poner a prueba sus propios límites y para ejercitar el autocontrol absoluto que estaba tan determinado en alcanzar. La noche siguiente, Raphael corrió sobre terreno sagrado y luego bebió tranquilamente la sangre de un vagabundo que estaba durmiendo en la calle y que probablemente no volvería a despertar, a pesar del hechizo sanador que Magnus había murmurado sobre él. Estaban caminando por la noche, Raphael calculando en voz alta cuánto le costaría volverse tan fuerte como necesitaba serlo. ―Creo que eres bastante fuerte ―dijo Magnus―. Y tienes bastante autocontrol. Mira como reprimes duramente toda la adoración heroica que anhelas para demostrarme que sientes. ―No reírme en tu cara a veces es un verdadero ejercicio de autocontrol ―dijo gravemente Raphael―. Eso es muy cierto.

Fue en ese momento que Raphael se puso rígido, y cuando Magnus hizo un sonido inquiridor, Raphael lo calló bruscamente. Magnus dirigió su mirada hacia los oscuros ojos de Raphael y siguió la dirección en la que estaban centrados. No sabía a qué Raphael le estaba echando un ojo, pero decidió que no le haría daño seguirlo cuando Raphael se movió. Había un callejón extendiéndose detrás de un Automat 7 abandonado. En las sombras había un crujido que podrían haber sido ratas husmeando en la basura, pero a medida que se acercaban, Magnus pudo oír lo que atrajo la atención de Raphael: el sonido de risas, de succión, y quejidos de dolor. No estaba seguro de lo que estaba haciendo Raphael, pero no tenía intenciones de abandonarlo ahora. Magnus chasqueó sus dedos, y se surgió una luz, irradiando de su mano, llenando el callejón con su brillantez, y cayendo sobre los rostros de los cuatro vampiros que estaban delante de él y su víctima. ―¿Qué creen que están haciendo? ―demandó Raphael. ―¿Qué te parece? ―dijo la única chica del grupo. Magnus la reconoció como el alma valiente y solitaria que lo había abordado en el Hotel―. Estamos bebiendo sangre. ¿Qué? ¿Eres nuevo? ―¿Eso es lo que estaban haciendo? ―Raphael preguntó con voz de sorpresa exagerada―. Lo lamento mucho. Se me debe haber pasado por alto, ya que estaba preocupado por lo increíblemente estúpidos que estaban siendo. ―¿Estúpidos? ―repitió la chica.― ¿Quieres decir "malos"? ¿Nos estás dando un sermón sobre...? Raphael casqueó sus dedos con impaciencia hacia ella. ―¿Qué si quise decir "malos"? ―dijo―. Ya estamos todos malditos y muertos. ¿Qué significaría siquiera "malo" para seres como nosotros? La chica inclinó su cabeza y parecía pensativa.

7

Restaurante de comida rápida donde alimentos simples y bebidas son servidos por máquinas expendedoras que funcionan con monedas y billetes.

―Quise decir estúpidos ―dijo Raphael―. No es que considere como algo honorable cazar a una niña torpe. Considera esto: la matas, atraes a los Cazadores de Sombras hacia todos nosotros. No sé ustedes, pero yo no deseo que los Nefilim vengan y terminen mi vida con una espada porque alguien estaba demasiado hambriento y era muy imbécil. ―Así que estás diciendo "Oh, perdonen su vida" ―dijo con tono burlón uno de los chicos aunque la chica le dio un codazo. ―Pero aún si no la matan, ―continuó implacablemente Raphael, como si nadie lo hubiera interrumpido―. Bueno, entonces, ya han bebido de ella, bajo condiciones frenéticas y sin control que le facilitarían a ella probar algo de su sangre accidentalmente. Lo que la incitaría a seguirlos a todos lados. Hagan esto a suficientes víctimas y estarán atestados con subyugados, y francamente no son los mejores conversadores, o los transformarán en más vampiros. Lo que, matemáticamente hablando, los deja sin suministro de sangre porque no quedarán humanos. Los humanos pueden gastar recursos sabiendo que al menos no estarán por aquí para lidiar con las consecuencias, pero ustedes, tontos, ni siquiera tienen esa excusa. Mi Dios, ustedes, hemorragias nasales, van a pensar cuando un cuchillo serafín les arranque la cabeza o cuando vean un paisaje desolado mientras se mueren de hambre: "Si tan solo hubiera

sido un as y hubiera escuchado a Raphael cuando tuve la oportunidad." ―¿Está hablando en serio? ―dijo asombrado otro de los vampiros. ―Casi invariablemente ―dijo Magnus―. Es lo que lo hace una compañía tan tediosa. ―¿Ese es tu nombre? ¿Raphael? ―pregunto la chica vampiro. Estaba sonriendo, sus ojos negros bailando. ―Sí ―dijo Raphael irritado, inmune a los coqueteos de la misma manera que era inmune a todas las cosas que eran divertidas―. ¿Cuál es el punto de ser inmortales si no haces nada con eso más que ser irresponsable e inaceptablemente estúpido? ¿Cuál es tu nombre? La sonrisa de la chica vampiro se agrandó, mostrando sus colmillos brillando detrás de sus labios pintados. ―Lily.

―Aquí yace Lily, ―dijo Raphael―. Asesinada por cazadores de vampiros porque estaba matando personas y luego no tuvo la inteligencia de cubrir su rastro. ―¿Qué? ¿Ahora nos estás diciendo que tengamos miedo de los mundanos? ―dijo otro vampiro, riéndose, este era un hombre con canas en sus sienes―. Esas son historias antiguas que le contamos a nuestros miembros más jóvenes para que se asusten. Asumo que tú también eres bastante joven, pero... Raphael sonrió, los colmillos desnudos, aunque su expresión no tenía nada que ver con humor. ―Soy bastante joven ―dijo―. Y cuando estaba vivo era un cazador de vampiros. Yo maté a Louis Karnstein. ―¿Eres un cazador de vampiros vampiros? ―preguntó Lily. Raphael maldijo en español. ―No, por supuesto que no soy un vampiro cazador de vampiros ―dijo―. ¿Qué clase de rata traidora sería entonces? Además sería algo estúpido. Sería asesinado instantáneamente por los otros vampiros, que se unirían por una amenaza en común. Al menos esperaría que lo hicieran. Tal vez serían demasiado estúpidos. Soy alguien que habla con sentido ―Raphael les informó severamente―. Y hay muy poca competencia laboral. El vampiro con el cabello gris casi estaba haciendo pucheros. ―Lady Camille nos deja hacer lo que queramos. Raphael no era tonto. No iba a insultar al líder del clan de los vampiros en su propia ciudad. ―Claramente, Lady Camille ya tiene bastante que hacer sin tener que andar corriendo detrás de ustedes, idiotas, y asume que tienen más sentido común del que tienen en realidad. Dejen que les de algo en qué pensar, si es que son capaces de hacerlo. Lily avanzó furtivamente hacia Magnus, sus ojos todavía fijos en Raphael.

―Me gusta ―dijo ella―. Tiene algo de jefe, aunque sea un bicho raro. ¿Sabes a lo que me refiero? ―Lo siento. Quedé sordo por la gran sorpresa que me causó oír que a alguien podría gustarle Raphael. ―Y no le tiene miedo a nada ―continuó Lily, sonriendo―. Le está hablando a Derek como una maestra le hablaría a un chico malo, y yo personalmente he visto a Derek arrancarles la cabeza a personas y beber de la fuente. Ambos miraron a Raphael, que estaba dando un discurso. Los otros vampiros se estaban alejando cobardemente. ―Ustedes ya están muertos. ¿Quieren ser completamente erradicados de la existencia? ―preguntó Raphael―. Una vez que dejamos este mundo, todo a lo que debemos aspirar es el tormento en los fuegos eternos del Infierno. ¿Quieren que sus malditas existencias no cuenten en nada? ―Creo que necesito un trago ―murmuró Magnus―. ¿Alguien más quiere un trago? Cada vampiro aparte de Raphael levantó la mano silenciosamente. Raphael parecía acusador y crítico, pero Magnus creía que su rostro había quedado grabado de esa manera. ―Muy bien. Estoy dispuesto a compartir ―dijo Magnus, sacando su botella bañada en oro del lugar especialmente diseñado en su cinturón también bañado en oro―. Pero les advierto que me quedé sin sangre de inocentes. Esto es whisky escocés. Después de que todos los vampiros estuvieran ebrios, Raphael y Magnus despacharon a la niña, que estaba un poco mareada por la pérdida de sangre pero bien en general. Magnus no estaba sorprendido de que Raphael hubiera realizado el encanto perfectamente. Supuso que también había estado practicando eso. O posiblemente le salía de forma natural imponer su voluntad a otros. ―No ocurrió nada. Irás y te acurrucarás en tu cama y no recordarás nada. No vagues por estas zonas cuando sea de noche. Vas a encontrarte

con hombres desagradables y demonios chupasangre, ―Raphael le dijo a la niña, sus ojos en los de ella, firmes―. Y ve a la iglesia. ―¿Será que tu llamado es decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer? ―Magnus le preguntó mientras se dirigían a casa. Raphael lo observó agriamente. Magnus pensó que tenía un rostro dulce, el rostro de un ángel inocente, y el alma de la persona más gruñona en el mundo entero. ―No deberías usar ese sombrero nunca más. ―Exactamente de lo que hablaba ―dijo Magnus.

La casa de los Santiago estaba en Harlem, entre la calle 129 y la avenida Lenox. ―No tienes que quedarte a esperarme ―Raphael le digo a Magnus mientras caminaban―. Estaba pensando que después de esto, como sea que termine, voy a ir con Lady Camille Belcourt y vivir con los vampiros. Podrían necesitarme allí, y yo podría necesitar... algo que hacer. Yo... lo siento si esto te ofende. Magnus pensó en Camille, y todo lo que sospechaba sobre ella, recordó el horror de los veinte y que todavía seguía sin saber cuán involucrada había estado ella en eso. Pero Raphael no podía quedarse como un invitado de Magnus, un invitado temporario en el Submundo sin un lugar donde pertenecer, nada que le sirva de ancla en las tinieblas y que lo aleje del sol. ―Oh no, Raphael, no me abandones, por favor, ―dijo Magnus con voz monótona―. ¿Qué haría sin la luz de tu dulce sonrisa? Si te vas, me tiraré al piso y lloraré. ―¿Lo harás? ―preguntó Raphael, arqueando una de sus finas cenas―. Porque si lo haces me quedaré y disfrutaré del espectáculo.

―Sal de aquí ―le dijo Magnus―. ¡Fuera! Quiero que te vayas. Voy a hacer una fiesta cuando te vayas, y sabes que odias esas cosas. Junto con la moda, y la música, y el concepto de diversión. Nunca te culparé por irte y hacer lo que mejor te plazca. Quiero que tengas algo por lo que vivir, aún si no crees que estás vivo. Hubo una breve pausa. ―Bueno, excelente ―dijo Raphael―. Porque me iba a ir de todas formas. Estoy cansado de Brooklyn. ―Eres un mocoso insufrible ―Magnus le informó, y Raphael sonrió una de sus raras, sorprendentemente dulces sonrisas. Su sonrisa se desvaneció rápidamente mientras se acercaban a su antiguo vecindario. Magnus pudo ver que Raphael estaba luchando con su pánico. Magnus recordó los rostros de su padrastro y de su madre. Sabía cómo era cuando tu familia te daba la espalda. Preferiría que le quitaran el sol, como ya le había ocurrido a Raphael, a que le arrebataran el amor. Se encontró orando, como raramente lo había hecho en años, como el hombre que lo había criado solía hacer, como lo hacía Raphael, para no le quitaran ambas cosas a Raphael. Se acercaron a la puerta de la casa, un pórtico con una celosía verde desgastada. Raphael la observó con una mezcla de anhelo y temor, como un pecador miraría las puertas de Cielo. Era el trabajo de Magnus llamar a la puerta y esperar por una respuesta. Cuando Guadalupe Santiago respondió a la puerta y vio a su hijo, el momento de rezar había terminado. Magnus podía ver su corazón entero en sus ojos cuando ella miró a Raphael. No se movió, no se tiró encima de Raphael. Lo estaba observando, a su rostro de ángel y sus rizos oscuros, a su pequeño cuerpo y mejillas sonrojadas ―se había alimentado antes de venir para parecer más vivo― y más que nada, a la cadena de oro brillando alrededor de su cuello. ¿Era la cruz? Él la podía ver preguntándoselo. ¿Era ese su regalo, el que se suponía que lo mantendría a salvo? Magnus comenzó a hablar lo más rápido que pudo.

―Lo encontré por ti, como me pediste ―dijo―. Pero cuando llegué a él estaba casi al borde de la muerte, así que tuve que darle algo de mi poder, transformarlo en alguien como yo, ―Magnus captó la atención de Guadalupe, aunque fue difícil ya que toda su atención estaba centrada en su hijo―. Un hacedor de magia ―dijo, como ella lo había llamado alguna vez―. Un hechicero inmortal. Ella pensaba que los vampiros eran monstruos, pero había ido en busca de la ayuda de Magnus. Podía confiar en un brujo. Podría creer que un brujo no estaba maldito. Todo el cuerpo de Guadalupe estaba tenso, pero asintió levemente. Reconoció las palabras, Magnus lo supo, y quería creer. Quería creer con tantas ganas en lo que le estaban diciendo que no podía confiar en ellas del todo. Parecía más avejentada que hace unos meses atrás, desgastada por el tiempo en que su hijo estuvo desaparecido. Parecía tener más años pero no parecía menos feroz, y se mantuvo bloqueando la entrada con un brazo, niños asomándose alrededor de ella pero protegidos por su cuerpo. Pero no cerró la puerta. Escuchó la historia, y dio su absoluta atención a Raphael, sus ojos trazando las líneas familiares de su rostro mientras él hablaba. ―Todo este tiempo estuve entrenando para poder venir a casa y hacerte sentir orgullosa, madre ―dijo Raphael―. Te lo aseguro, te ruego que me creas. Todavía tengo un alma. Los ojos de Guadalupe todavía estaban fijos en la fina y brillante cadena que envolvía su cuello. Los dedos temblorosos de Raphael liberaron la cruz de su camisa. La cruz bailó mientras colgaba de su mano, dorada y brillante, la cosa más brillante en toda la noche de la ciudad. ―La usaste ―murmuró Guadalupe―. Estaba tan preocupada de que no hubieses escuchado a tu madre. ―Claro que lo hice ―dijo Raphael, su voz temblorosa. Pero no lloró, no el Raphael de la voluntad de hierro―. La usé, y me mantuvo a salvo. Me salvó. Tú me salvaste.

Entonces el cuerpo entero de Guadalupe cambió de forzada quietud a movimiento, y Magnus se dio cuenta de que más de una persona estaba ejerciendo el auto control de hierro. Supo de dónde lo había sacado Raphael. Ella se paró en el pórtico y extendió sus brazos. Raphael corrió hacia ellos, desapareció del lado de Magnus más rápido de lo que un ser humano podía hacerlo, y envolvió su cuello con un brazo. Él estaba sacudiéndose en sus brazos, todo su cuerpo temblando mientras ella acariciaba su cabello. ―Raphael, ―ella murmuró entre sus negros rizos. Al principio Raphael y Magnus no pudieron dejar de hablar, y ahora pareció que ella no podía hacerlo―. Raphael, mijo, Raphael, mi Raphael. Magnus supo enseguida entre toda la confusión de palabras de amor y consuelo que ella estaba invitando entrar a Raphael, que estaban a salvo, que habían tenido éxito, que Raphael podría tener a su familia y su familia nunca tendría que saber. Todas las palabras que ella decía eran de ternura y declaraciones, de amor y posesión: mi hijo, mi muchacho, mi niño. Cuando su madre les dio la bendición, los otros niños se agolparon alrededor de Raphael, y Raphael los tocó con manos amables, tocó el cabello de los más pequeños, los acarició con tanto afecto que parecía descuidado, aunque fue muy cuidadoso, y saludó a los mayores de forma ruda aunque no tanto. Jugando el rol de benefactor y maestro de Raphael, Magnus también abrazó a Raphael. Tan susceptible como lo era, Raphael no invitaba a dar abrazos. Magnus no había estado tan cerca de él desde el día que lo había detenido de ir hacia el sol. La espalda de Raphael se sentía delgada bajo las manos de Magnus, frágil, aunque no lo era. ―Te debo una, brujo ―dijo Raphael, un frío murmuro contra la oreja de Magnus―. Te prometo que no lo olvidaré. ―No seas ridículo ―dijo Magnus, y después porque podía salirse con la suya, cuando se alejó, enrolló los cabellos de Raphael. La mirada indignada en el rostro de Raphael era graciosísima.

―Dejaré que estés a solas con tu familia ―le dijo Magnus, y se fue. Aunque antes de hacerlo se pausó y creó unos cuantos destellos azules con sus dedos que creaban pequeñas casas de juguete y estrellas, eso hacía de la magia algo divertido a lo que los niños no le temían. Les dijo a todos que Raphael no estaba consumado o que no era tan fabulosamente talentoso como lo era él, y que no podría hacer pequeños milagros como ese por unos cuantos años. Hizo una reverencia floreciente que dejó a los niños riéndose y a Raphael rodando sus ojos. Magnus se fue, caminando lentamente. El invierno estaba llegando pero todavía no estaba tan cerca, y estaba feliz simplemente por caminar y disfrutar las pequeñas cosas de la vida, el fresco viento del invierno, las escasas hojas doradas perdidas todavía arremolinándose bajo sus pies, los árboles vacíos sobre él esperando a renacer con gloria. Estaba volviendo a casa, a un departamento que sospechaba se sentiría levemente muy vacío, pero pronto invitaría a Etta, y ella bailaría con él y llenaría las habitaciones con amor y risas, así como llenaría su vida con amor y risas, por un corto momento antes de que lo abandonara. Oyó pasos tronando detrás de él y por un momento creyó que era Raphael, de repente la máscara en ruinas alrededor de ellos, cuando habían creído que habían salido victoriosos. Pero no era Raphael. Magnus no volvió a verlo por unos cuantos meses, y para ese entonces Raphael ya era el segundo al mando de Camille, dando órdenes calmadamente a otros vampiros cientos de años más viejos que él de la única forma que Raphael podía hacerlo. Entonces Raphael le habló a Magnus como un importante miembro del Submundo le habla a otro, con perfecto profesionalismo: pero Magnus sabía que Raphael no había olvidado nada. Las relaciones siempre habían sido tensas entre Magnus y los vampiros de Nueva York, el clan de Camille, pero de repente ya no lo eran tanto. Los vampiros de Nueva York iban a sus fiestas, aunque Raphael no lo hacía, e iban a buscar su ayuda mágica, aunque Raphael nunca volvería a hacerlo. Los pasos corriendo tras Magnus en la noche fría de invierno no eran los de Raphael pero sí los de Guadalupe. Estaba agitada por todo lo que había corrido, su cabello negro escurriéndose de su broche, formando una nube alrededor de su rostro. Casi chocó contra él antes de poder detenerse.

―Espera ―dijo ella―. Todavía no te he pagado. Sus manos estaban temblando, rebosantes de billetes. Magnus cerró sus dedos alrededor del dinero y cerró sus manos sobre las de ella. ―Tómalo ―le instó ella―. Tómalo. Te lo ganaste; te ganaste más. Me lo has traído de regreso, mi niño mayor, el más dulce de todos, mi corazón querido, mi muchacho valiente. Lo salvaste. Todavía estaba temblando mientras Magnus tomó sus manos, así que él descansó su frente en la de ella. La mantuvo tan cerca que casi podía besarla, lo suficientemente cerca como para susurrarle los más importantes secretos del mundo, y le habló como hubiera querido que algún buen ángel le hubiera hablado a su familia, a su propia alma joven y temblorosa, hace mucho tiempo y en una tierra muy lejana. ―No ―murmuró―. No lo hice. Lo conoces más de lo que otra persona lo ha hecho o lo hará. Tú lo has creado, le has enseñado a ser todo lo que es, y lo conoces hasta sus huesos. Sabes lo fuerte que es. Sabes lo mucho que te ama. Si te he dado algo, ahora cree en mí. Enséñales una cosa a todos tus niños. Nunca te he dicho algo más verdadero que esto. Créelo, si es que no crees en otra cosa. Raphael se salvó a sí mismo.

Fin

Nota Importante Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un trabajo realizado por un grupo de aficionadas que buscan ayudar por este medio a personas que por una u otra razón no pueden disfrutar de maravillosas obras como esta. Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo. El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y su respectiva editorial.

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Sobre el Autor:

Cassandra Clare es la autora del New York Times, USA Today, Wall Street Journal, and Publishers Weekly mejor vendida por la serie de Los Instrumentos y la trilogía de Los Artificios Infernales. Sus libros tienen más de 20 millones de copias impresas en el mundo y ha sido traducido en más de 35 idiomas. Cassandra vive en Western Massachusetts. Visítala en CassandraClare.com. Aprende más sobre el mundo de los Cazadores de Sombras en Shadowhunters.com.

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