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Créditos

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Traductoras Mona

Mir

Akanet

Mlle_Janusa

Areli97

Mokona

Auroo_J

Nayelii

Brenda Carpio

Nelly Vanessa

Curitiba

Sweet Nemesis

Dark Killer

Susanauribe

Lola_20

Vettina

MaryLuna

Correctoras Akanet

Recopilación y Revisión Final

Nanis

Akanet

Clarksx Elena Ashb

Diseño

Bibliotecaria70* Carito

Jenn ღ

Índice Sinopsis_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _1 Capítulo 1_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _2 Capítulo 2_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _7 Capítulo 3_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _17 Capítulo 4_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _27 Capítulo 5_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _37 Capítulo 6_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _44 Capítulo 7_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _54 Capítulo 8_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _62 Capítulo 9_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _70 Capítulo 10_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _79 Capítulo 11_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _87 Capítulo 12_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 101 Capítulo 13_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _106 Capítulo 14_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _116 Capítulo 15_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _125 Capítulo 16_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _136

Capítulo 17_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _142 Capítulo 18_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _149 Capítulo 19_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _159 Capítulo 20_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _168 Capítulo 21_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _173 Acerca de la autora _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _178

Sinopsis Cuando Cassie se muda desde la pequeña ciudad donde siempre ha vivido a un suburbio en Seattle, está determinada a dejar atrás su existencia como niña buena y aburrida. Ésta es su oportunidad de dejar de ser invisible y de convertirse en la clase de chica que es digna de ser notada. Crear una nueva identidad es más fácil de lo que Cassie hubiera imaginado... un momento, una decisión, lo cambiarán todo. La nueva existencia de Cassie la excita y al mismo tiempo, la aterroriza. Conducida a un mundo de fiestas ilegales y minas sociales, deja atrás su virginidad, abraza el entumecimiento que le dejan las drogas, y flota a través de todo eso, sabiendo que ahora la llaman "hermosa". Ignora los peligros de su nueva vida, rápida y alocada, pero no puede esquivar los secretos y la crueldad.

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Cassie está atrapada en una espiral que la lleva hacia abajo, con violencia y abusos, y nadie, ni siquiera la única persona en quien creyó que podía confiar, la puede ayudar ahora.

Capítulo 1 Traducido por Auroo_J, Lola_20, Areli97, Mlle_Janusa y mona Corregido por Akanet

No la vi venir. Estoy mirando mi pedazo de pizza. Estoy viendo al pepperoni relucir. Es mi tercer día en la nueva escuela y estoy sentada en una mesa al lado del baño de chicas. Estoy comiendo el almuerzo con chicas rubias con suéteres rosas, las chicas que hablan incesantemente sobre Harvard incluso aunque solo estamos en séptimo grado. Ellas son la clase de chicas que siempre me habían ignorado. Pero estas chicas son diferentes de las de la isla. Ellas creen que soy una de ellas. Ella toma mi hombro desde atrás y salto. Me doy la vuelta. Ella dice—: ¿Cuál es tu nombre? Le digo—: Cassie. Ella dice—: Alex. Ella está usando una chaqueta militar, una falda corta de mezclilla, medias de red, y botas de combate. Su cabello le llega hasta el hombro, y es esponjado y verde. Es alta y delgada, no delgada como una modelo sino delgada como un chico.

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Es solo mi tercer día, pero supe en el segundo que llegue aquí que este lugar era diferente. No es como la isla, no es un lugar gobernado por las chicas buenas. Vi a Alex. Vi a los chicos de noveno grado con los que

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Sus ojos azules son tan pálidos que casi no parecen humanos y sus pestañas y cejas son tan rubias que casi parecen blancas. No es bonita, ni siquiera se acerca a bonita. Pero hay algo acerca de ella que es mejor que bonita, algo mejor que chicas inteligentes yendo a Harvard.

pasaba el rato, sus cabellos multicolores, sus posturas de indiferencia, sus ropas que les dicen a todos que son demasiado geniales para que les importe. Escuché su fuerte voz ahogando la de los demás. Vi como otras chicas la dejaban colarse frente a ellas en la línea del almuerzo. Vi a todos los demás mirándola, mirando a los chicos con su tranquila confianza, todos mirando y tratando de no ser vistos. Los vi en la mejor mesa de la cafetería y decidí cambiar. No es difícil cambiar cuando nunca fuiste nada en primer lugar. No es difícil ponerte una remera de una banda que escuchaste que les gustaba a los populares, usar jeans ajustados con agujeros, caminar junto a su mesa y asegurarte de que te vean. Todo lo que se necesita es mudarse de una isla a un suburbio de Seattle donde nadie sabe quién eras antes. —Estás en séptimo grado —dice como una afirmación. —Sí —respondo. Las chicas con suéteres rosa me miran como si hubieran cometido un gran error. —¿De dónde eres? —pregunta. —Bainbridge Island. —Puedo verlo —dice. —Ven conmigo. —Ella toma mi muñeca y mi tenedor plástico se cae—. Tengo algunas personas que quieren conocerte.

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Los chicos se están haciendo más grandes. Debo pretender que no noto sus miradas fijas. No me puedo sonrojar. No puedo sonreír de la forma en que lo hago cuando estoy nerviosa, con mis mejillas temblando, mis labios

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Se supone que debo pararme ahora. Se supone que debo dejar la pizza y a las chicas inteligentes e irme con la chica llamada Alex hacia la gente que quiere conocerme. No puedo mirar atrás, no al lugar de la pizza grasienta y las chicas que casi eran mis amigas. Sólo seguir a Alex. Seguir caminando. Un paso. Dos pasos. Debo concentrarme en que mi cara no se vuelva roja. Concentrarme en respirar. Pararme derecha. Recordar, esto es lo que quieres.

curvados todos torpes y desiguales. Debo ignorar el ardor donde Alex sostiene mi muñeca tan apretadamente. No puedo imaginar por qué sostiene mi muñeca en la forma en que lo hace, por qué no confía en mí para caminar por mi cuenta, por qué sigue mirando hacia atrás para verme, por qué no me dejará fuera de su vista. No puedo pensar en quizás. No puedo pensar en “¿Qué pasa si doy vuelta ahora mismo? ¿Qué pasa si voy en la otra dirección?” No hay otra dirección. Sólo hay adelante, con Alex, hacia los chicos que quieren conocerme. Estoy desacelerando el paso. Me he detenido. Estoy viendo las grandes zapatillas deportivas de los chicos de noveno grado. Las piernas juntas. Otras cosas. Pechos, brazos, rostros. Ojos mirando. Ojos caídos y rojos de chicos grandes. Sonrisas. Manos en mis hombros. Empujando, guiando, conduciéndome. —James, esta es Cassie, la hermosa chica de séptimo grado —dice Alex. El cabello rapado de un lado, un mohicano en el medio, hermoso rostro y perfecto. Este es el más lindo. Este es el líder. —Wes, esta es Cassie, la hermosa chica de séptimo grado. —Pantalones holgados, piernas separadas, holgazaneando con los brazos abiertos, rostro gordo de bebé. No un bebé, peligroso. Él sonríe. Todos ellos sonríen. Jackson, Anthony. Recuerdo sus nombres. Dijeron: “Siéntate”. Hice lo que dijeron. Alex asintió con aprobación. No debo levantar la vista de mis zapatos. Debo pretender que no siento la pierna de James tocando la mía, su boca muy cerca de mi oreja. Que no veo a Alex susurrarle. No siento las miradas. No puedo escuchar las risas. Sólo recuerdo que mamá dijo algo acerca de "ojos almendrados" mi "cuerpo de bailarina", mis “altos pómulos" mi "largo cuello”, mi cabello, mis labios, mis pechos, todas esas cosas que tengo ahora y que antes no tenía. —Cassie —dice James, y mi nombre suena como flores en su boca.

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—Sí. —Miro su cincelado mentón. Miro sus dientes, perfectos y blancos. No veo sus ojos.

—¿Eres convencional1? —dice y estimo en mi cabeza lo que esta pregunta puede significar, y digo—: Sí, bueno, eso creo. Porque creo que él quiere saber si me gustan los chicos. Miro sus ojos y sé que he cometido un error. Son verdes, sonrientes y curiosos, esperando que responda correctamente. Dice—: Quiero decir, ¿eres una buena chica? ¿O haces cosas malas? “¿Qué quieres decir con malas cosas?” Es lo que quiero decir, pero no puedo decir nada. Solo lo miro, esperando que no pueda leer mi mente, que no pueda oler mi terror, que no se dará cuenta ahora que no merezco esta atención, que se equivocó con sólo mirarme de esta manera no cruel. —Me refiero a que me te he notado este último par de días. Parecías una buena chica. Pero hoy luces diferente. Eso es verdad. Soy diferente de cómo era ayer y todos los días anteriores. —Así que, ¿eres convencional? —dice—. Me refiero a, ¿te drogas y esas cosas? —Sí, um, supongo que sí. —No lo he hecho. Lo haré. Sí. Haré lo que quiera. Me sentaré aquí mientras todos me miran. Me sentaré aquí hasta que suene la campana y sea hora de volver a clase y la chica llamada Alex dice: “Dame tu número”. Y lo hago.

A pesar de que nadie más me habla por el resto del día, me aferro a “hermosa". Me aferro al almuerzo mañana en la mejor mesa de la cafetería. Aunque viajo sola en el autobús a casa, y observo el puerto deportivo y las grandes casas pasar, hay chicos de noveno grado en algún lugar que pueden estar pensando en mí.

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Convencional: Original en inglés straight, que en español puede significar ser heterosexual —que es lo que ella entiende— y lo que él en realidad le está preguntando es si ella participa en actividades peligrosas como drogas, alcohol, sexo o actividades criminales. Ser una buena chica/chico. 1

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A pesar de que mamá está durmiendo y papá en el trabajo, a pesar de que todavía hay cajas amontonadas por todas partes por la mudanza, a

pesar de que mamá está demasiado triste para cocinar y de que como mantequilla de maní para la cena y papá no viene a casa hasta que la casa está oscura y las paredes son demasiado delgadas para ocultar los gritos, a pesar que puedo escuchar el llanto de mi madre, hay una chica en algún lugar que tiene mi número. Hay chicos de noveno grado que lo querrán. Hay chicos de noveno grado que podrían estar pensando en mí, haciéndome existir en algún lugar distinto de aquí, haciéndome algo más grande que una silueta en la esquina de esta habitación. Hay una imagen de mí en sus cabezas, una imagen de alguien que no conozco todavía. Ella no es la chica rechoncha con corrector dental y mal peinada.

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Ella no es la chica que se oculta en el cuarto de baño en el recreo. Ella es alguien nuevo, una pizarra en blanco que ellos han llamado hermosa. Es lo que soy ahora: hermosa, con este nuevo cuerpo, rostro, cabello y ropa. Hermosa, con este borrado de historia.

Capítulo 2 Traducido por Mir Corregido por Clarksx

Cuando llegamos a mi casa, llevé a Alex directamente a mi habitación. No le mostré a mi mamá dormida en el sofá, las cajas amontonadas alrededor del apartamento, la alfombra naranja en la habitación de mis padres o su pequeña ventana que no deja entrar la luz, el baño con el linóleo despegado, la cocina que huele a moho, la plataforma donde apenas cabe nuestra barbacoa y un par de sillas de plástico. Le llevo a mi habitación en la que iba a trabajar tan pronto como llegamos allí, la habitación en la que no podía dormir hasta que todo estuviera guardado, hasta que todos los posters estuvieran derechos, los libros ordenados alfabéticamente en las estanterías y divididos de acuerdo a su materia y país de origen, la cama hecha, la ropa doblada y metida en cajones, todo exactamente de la manera que debería ser. Eso fue hace dos semanas, pero todavía hay cajas por todas partes y mamá todavía sigue arreglando la sala de estar a pesar de que no tiene nada que hacer en todo el día, excepto ver la televisión y jugar juegos de video. Alex no ha dicho nada acerca de los posters en mi pared, los de las buenas bandas que nunca escuché pero que mamá me compró en el centro comercial. Ella no se da cuenta del quemador de incienso, las velas o los recortes de estrellas de rock de revistas que parecen drogadictos. Lo único que hace es reír y decir: “¿Todavía tienes animales de felpa?” Y yo me río y digo: “He tenido la intención de deshacerme de ellos”. Y los meto en el bote de basura aunque no entran y tengo que seguir empujándolos mientras Alex camina alrededor de mi cuarto y toca todo. Saca libros de mi biblioteca y no los vuelve a poner en orden alfabético.

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—Este es jodidamente grueso —dice.

—Es uno de mis libros favoritos —le digo—. Es sobre la Revolución Francesa, cuando toda la gente pobre se rebeló contra el gobierno y un tipo que solía ser un criminal fugado de la cárcel, se vuelve bueno y… —Eres tan nerd —dice con una mirada en su cara como si estuviera empezando a pensar que cometió un error sobre mí. Se da la vuelta y sigue mirando a través de mis estanterías hasta encontrar mi álbum de fotos y dice—: Oh, ¿qué es esto? —Le digo que nada porque no hay nada que pueda decir excepto mentiras. Ella lo saca, se sienta y deja de hablar conmigo. Me siento en mi cama, sin respirar, esperando el descubrimiento, esperando que la mirada seria en su rostro cambie y se convierta en risa. Puedo oír a mi madre arrastrando los pies en la sala de estar. Algo se rompe y la escucho decir—: Mierda. —Alex se ríe pero no levanta la vista. —¿Por qué estás en esas clases? —dice mientras sigue hojeando el álbum de fotos de las niñas que nunca fueron mis amigas. —¿Qué clases? —Las de los chicos inteligentes. —Saca una foto de Angela allá en casa, la chica más popular en la escuela. Llevaba un suéter de cachemira y una falda. Su cabello es rubio y perfecto y tiene una mirada en su cara, como si cualquier cosa fuera posible. De repente me siento avergonzada por ella, avergonzada por su confianza y el sol brillando en su cabello, avergonzada por su piel de color rosa suave. Ella no tiene idea de que hay un lugar como este, un lugar donde no es nada. Hay un montón de fotos de ella en mi álbum, tomadas en el día de campo de sexto grado, en la obra de la escuela cuando era la estrella, en la graduación de la escuela primaria. No hay imágenes de mí. Siempre estoy detrás de la cámara. Siempre estoy en alguna parte donde nadie pueda verme. Alex rompe la imagen a la mitad, y luego a la mitad otra vez. Creo que debe ser una broma, que era sólo un pedazo de papel lo que rasgó. La imagen debe estar en algún lugar todavía entera.

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—¿Por qué hiciste eso? —le pregunto.

—No me gusta ella —responde. Miro sus manos, y Angela está rota en cuatro trozos irregulares—. Dime por qué estás en las clases inteligentes — dice ella. —No lo sé. —¿Eres inteligente? —dice, como si estuviera preguntando si soy retrasada. —No. Sí. No lo sé. —Está destruyendo la imagen en pedazos aún más pequeños. Me está mirando mientras lo hace, rompiéndola lentamente y sonriendo. —¿Tus padres te hicieron tomar esas clases? —Sí —le digo, a pesar de que en realidad no es cierto, y la respuesta parece satisfacerla. —Desearía que tuviéramos clases juntas —dice ella, levantando otra foto. —Yo también —le digo. No puedo lucir molesta por la imagen. Debo actuar como si fuera gracioso. Debo actuar como si nada me preocupara. —¿Quién es esta? —dice. —Esa es Leslie —le digo, y por alguna razón agrego—: Es mi mejor amiga. —No era tan popular como Angela, pero siempre fue mi favorita. Era la más buena en el grupo, no tan rica como las otras y algo tranquila—. Estábamos en el picnic de sexto grado y estábamos en la playa el fin de semana antes de que finalizara la escuela y Derrick Jenson justo pateó la pelota hacia el agua y… —Vamos a quemarla —dice Alex. —¿Qué? —Ella está arrugando a Leslie en su mano. —Vamos a quemar a todos ellos. Ya no son tus amigos, ¿verdad?

—Todavía podemos ser amigos.

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—Tú vives aquí ahora.

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—¿Por qué no?

—No, no pueden. Están en Bainbridge. —Ella dice el nombre de la isla como si yo debería estar avergonzada de ella, como si estuviera por debajo de ella, como si todo lo de allí no fuera bienvenido aquí. Y a pesar de que está sólo al otro lado de Seattle, sé que nunca voy a volver. No hay nada allí para mí, nada para mi madre o mi padre. Hay un lago, tierra y agua salada entre nosotros. Hay un puente, un ferri, árboles y caminos de tierra. Hay otro mundo con una versión totalmente diferente de mí, un yo que no es bonita, un yo que ningún chico quiere, un yo al que ella nunca le hablaría. La verdad es mucho peor de lo que ella piensa. Soy algo peor que una chica de buen gusto de una isla. Soy una chica fea de una isla. Soy una chica que no puede hablar. Soy una chica con un álbum de fotos lleno de personas que ni siquiera saben quién soy. No quiero que Alex vea más fotos. Ella tiene razón. No son reales. Ellos no son mi vida. Esta es mi vida ahora, y es mejor que la fingida. Alex es mejor que Leslie, Angela y todas las otras chicas que nunca existieron como nada más que fotos instantáneas tomadas en secreto, espaldas alejándose, distantes ecos de risas. Ellas se han ido. No existen. Nunca existieron. —Yo soy tu amiga, ¿no? —dice. —Sí. —Así que no las necesitas.

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Alex me dice que le diga a mi madre que vamos a dar un paseo. Ella pone el álbum de fotos en su mochila. Mamá está poniendo fotografías enmarcadas en la parte superior de la falsa chimenea, las mismas que solían estar en la cima de nuestra vieja y real chimenea. Hay una foto de ella sosteniéndome cuando era un bebé, cuando ella era flaca y hermosa. Hay una de mi padre cuando él todavía tenía barba, sentado en un gran sillón que no reconozco. Hay una de todos nosotros de pie junto al árbol de Navidad, las manos de mi madre están sobre mis hombros y tiene una gran sonrisa como si estuviera más feliz que nunca, como si ni siquiera se diera cuenta de que luzco asustada y mi papá luce enojado como siempre lo hace.

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—No.

Caminamos por la colina hasta las vías del tren detrás de mi edificio. Podemos ver el Lago Washington y toda la ciudad desde aquí, pero se ve diferente a cuando lo veía desde la isla. Todos los edificios están al revés. Nos sentamos en las vías del tren y Alex me entrega un encendedor y dice—: Quémalas. —Ella comienza a sacar las fotos del álbum y a entregármelas, una a una. Las sostengo en mi mano, las chicas que observé durante años, las chicas que soñaba ser, las buenas niñas, las niñas que nunca me iban a conocer. Están más allá del agua, a través de los árboles. Ellas no son mis amigas. Ella lo es. Alex lo es. Ella es mi única amiga. Me sorprende la facilidad con que se queman, la rapidez con la que sus caras se vuelven ceniza gris en mis manos. Cuando terminamos, hay un montón de restos carbonizados a mis pies. Son los fantasmas de la gente que nunca conocí, que la lluvia lavará. Alex lanza el álbum vacío entre los matorrales. El sol comienza a ponerse y el puente titila con la gente volviendo de sus trabajos de Seattle. Uno de ellos podría ser mi padre. Pero es probable que todavía esté en la oficina. Probablemente no lo veré esta noche. —¿A qué hora es tu toque de queda? —pregunta Alex mientras se pone de pie. —Realmente no tengo uno. —No le digo que es porque nunca he necesitado uno. No le digo que es porque nunca he tenido a donde ir. —¿Tienes dinero? —dice. —Ocho dólares.

Yo digo—: Sí.

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Caminamos por la colina a lo largo del paseo marítimo, donde los gansos Canadienses están graznando y cagando en la hierba. Pasamos por delante de la hamburguesería, donde podemos ver a las familias comiendo a través de las ventanas. —Mira a esos pendejos —dice Alex.

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—Eso es suficiente.

Hay una tienda que vende artículos para hacer tu propio vino. Hay un restaurante con un menú en la ventana, donde las ensaladas cuestan quince dólares. Pasamos por delante de estos lugares hacia la esquina con el 7-Eleven y la sala de videojuegos. No hay familias aquí. Aquí es donde termina la ciudad. Hay niños pequeños en el interior de la sala de juegos. Hay chicos grandes en el exterior. —La mayoría son estudiantes de secundaria —me dice Alex. Ellos están fumando y bebiendo de bolsas de papel. Nunca he hecho nada interesante en mi vida, pero voy a hacerlo. Voy a ser uno de ellos. Voy a hacer cosas. Hay un tipo gordo sentado en el medio de la acera con una rata trepando a través de sus hombros y por su espalda, sobre su regazo y por su pecho. Se instala en la parte superior de su cabeza y nos mira con los mismos ojos pequeños y brillantes que el tipo. La rata es de color púrpura como el pelo del chico gordo. Se instala como camuflaje. —Purple Haze2 —dice Alex. —¿Qué quieres? —dice él. Su voz es aguda y nasal. Su cara es grasosa y picada de viruela. —Cuatro toques —dice ella, y no tengo ni idea de lo que está hablando. —¿Escuchaste algo de tu hermano? —dice el chico gordo. —Está en Portland. —Ya sé eso —dice, rodando los ojos. —Tiene un buen trabajo. —No, no lo tiene.

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Purple Haze: Se trata de una de las plantas de marihuana hibrida más vigorosas del planeta, obtenida genéticamente en Holanda alrededor del año 1983, a partir de la cruza de las variedades conocidas como Haze y Afghani. 2

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—Sí que lo tiene.

—Es un adicto que vive en un almacén y golpea a gente gorda por diversión —dice el chico gordo, como si fuera lo más gracioso que jamás escuchó. —No, no lo hace. —Está en una pandilla contra la gente gorda. —¿Dónde escuchaste eso? —Información clasificada. —Dame un cigarrillo —dice Alex. —Sólo si tu amiga me besa. Ella me mira. Yo niego con la cabeza. —Sólo dame un cigarrillo. Saca uno y me lo entrega. —Querida —dice, y se ofrece a encenderlo. Lo pongo en mi boca y succiono como he visto a mi madre hacerlo. —¿Podemos tener el ácido ahora? —dice Alex. —¿Tienes dinero? —Ella tiene. Me mira de arriba abajo y la grasa debajo de su barbilla se menea como si fuera gelatina. —Te lo daré gratis si ustedes dos se besan —dice, y el humo del cigarrillo va demasiado lejos en mis pulmones y comienzo a toser. —No soy lesbiana, hijo de puta —dice Alex. —Ella no va a inhalar —dice Purple Haze y apunta hacia mí.

Alex me mira como si hubiera hecho algo terrible. Le entrego el cigarrillo, y mi cara arde.

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—Tú amiga bonita. Ella no sabe cómo fumar.

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—¿Qué?

—Mira, se está sonrojando —dice Niebla Púrpura—. ¿No es eso lindo? —Sólo danos el ácido —dice Alex, exhalando humo como si supiera lo que está haciendo. Todo el mundo está observando. Sé que están pensando en lo tonta que soy. Piensan que no pertenezco aquí. Están pensando, Vuelve a de donde viniste, niña. —¿Alguna vez has tomado una mierda que fuera tan buena que era mejor que un orgasmo? —dice Niebla Púrpura—. ¿Como aquellos realmente largos que duran para siempre y se sienten como si hubieras perdido como cinco kilos? —Dale el dinero —me dice Alex. Abro mi bolso y saco mi billetera. Me tiemblan las manos. —Tranquila, niña. Siéntate aquí a mi lado. Miro a Alex. Ella asiente con la cabeza. Me siento a pesar de que la falda es corta. Pongo mi bolso en mi regazo para ocultar el lugar que no está cubierto. Purple Haze se inclina y susurra en mi oído: —Sácalo lentamente, estírate y ponlo en mi bolsillo. —Hago lo que dice. Sus jeans son demasiado calientes y ligeramente húmedos. Huele a salami. Del otro bolsillo, saca un maquillaje compacto. Saca dos pequeños paquetes de celofán con sus dedos gordos y los pone en mi mano. —Que tengan un buen viaje, señoras. —Me pongo de pie y quito el polvo de mi falda. Estoy tratando de no temblar. Están pensando, Vete a casa, niña. No miro a Alex o a Purple Haze mientras comienzo a caminar. No miro a ninguno de los chicos de secundaria, aunque sus ojos queman agujeros en mí. Vete a casa.

—¿Cuál es tu problema? —dice cuando me alcanza.

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—¡Espera! —grita Alex. Sigo caminando. Todavía estoy demasiado cerca. Si dejo de caminar, voy a empezar a llorar y todos me verán.

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—Ella no habla mucho —le oigo decir a Purple Haze detrás de mí, aunque ya estoy a mitad de la manzana.

—Sólo quería irme. —Tenías que esperarme —dice. —Lo siento. Ella deja de caminar y yo también Me está mirando a los ojos. Me está mirando como si me odiara. —No lo hagas otra vez —dice. Su voz es fuerte, no como la de una chica. Miro al suelo y siento mi cuerpo desmoronándose, convirtiéndose en piezas pequeñas e invisibles. —Lo siento —le digo. Miro hacia arriba y espero que ella se haya ido, pero todavía está allí, sonriendo como si nada. Soy firme de nuevo. Ella toma mi mano y tira de ella con suavidad. —Entremos aquí —dice. Nos deslizamos entre una tienda cerrada y una tienda de queso de lujo. En las sombras Alex dice—: ¿Dónde está el ácido? —Le extiendo mi mano con los dos pequeños paquetes de celofán—. Tú tomas uno y yo tomaré dos. — Ella abre un paquete y lo lame. Los dos pequeños cuadrados de papel blanco se adhieren a su lengua. Ella abre el segundo paquete y presiona su dedo en el interior. Un cuadrado se pega y ella me lo enseña a mí—. Aquí tienes —dice. —¿Qué? —le digo. —Cómelo. Le lamo el dedo y es salado. —¿Se supone que tengo que tragarlo? —Sólo deja que se disuelva. —¿A dónde vamos ahora?

—Te ves bien —dice Alex—. No te preocupes. Él ya te quiere.

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Y digo—: Mierda —y suena ridículo saliendo de mi boca.

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—A la casa de James.

Camina rápido y trato de mantener el ritmo, pero quedé atontada con las palabras “él te quiere”. Es bueno que ella esté tan lejos por delante, que no puede ver la sonrisa tonta en mi cara. —Es sólo un kilómetro y medio —dice, y no hablamos hasta que llegamos allí. Caminamos a lo largo del lago, en la acera hecha para los corredores y las madres con carritos. Es extraño cuán diferente es la orilla aquí, toda perfecta y recta. En lugar de rocas afiladas, en lugar de algas, percebes y otros seres vivos, esta playa es llana, arenosa y estéril, marcada sólo con caca de ganso y alguna pieza ocasional de basura.

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Aquí estoy con la primera amiga que he tenido en mucho tiempo. Aquí estoy camino a conocer a un chico que me quiere. Mi vida en la isla ha terminado. Tengo una nueva imagen, un nuevo cuerpo y nueva ropa. Tengo una nueva amiga y nada volverá a ser como antes.

Capítulo 3 Traducido por Mir Corregido por Nanis

La casa de James se encuentra es en una urbanización de mansiones, siguiendo por la colina de mi edificio de apartamentos, en el lago donde las grandes casas miran Seattle, a estrenar, con patios de tierra desnuda en la que nadie tiene tiempo para plantar nada. Las sombras que se aferran a un lado de la casa empiezan a moverse y no puedo decir si veo a James o a la oscuridad con forma de él. Se siente como si el suelo estuviera respirando y el aire tuviera manos, como si todo se estuviera moviendo excepto yo, como si yo fuera la única cosa sólida, como si fuera el resto del mundo lo que está mareado. Digo: —Me siento rara. Alex dice:

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—Hola —dice James, y me mira como si él fuera una estrella de cine. Algo es raro sobre la manera en que se apoya contra la casa, como si sus caderas estuvieran fuera de las articulaciones, como si su cuerpo estuviera desbordado y luchando por mantenerse en posición vertical. Lleva una sudadera color negro liso y una gorra de béisbol sobre su cresta. Podría ser cualquiera justo ahora. Podría ser normal, anónimo. Empiezo a reír porque de repente él no parece tan duro. Me río porque de repente todo está coloreado como un dibujo animado. Me río porque es lo único que haces cuando tus piernas se rinden y te caes al suelo, cuando eres una idiota y sabes que eres idiota y todo el mundo alrededor es idiota y no hay nada que puedas hacer al respecto.

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—Está funcionando.

Estoy en el suelo. Mirando la cabeza gigante con forma de luna de James, que no se está riendo. Me está mirando como si hubiera hecho algo mal, como si yo no fuera la hermosa Cassie de Séptimo Grado, y de repente nada de esto es divertido y me dan ganas de llorar. —¿Qué hiciste con ella? —le dice a Alex. Él está enojado. Va a lastimarnos. —¿Qué quieres decir? —dice ella, y por alguna razón la odio. Agarro su mano de todos modos, ella la aleja y sé que debo permanecer en el suelo. —¿Qué carajo hiciste con ella? —Él la está sosteniendo por los hombros. La está sacudiendo con fuerza. Su cabeza se balancea. —Ay —dice ella, como si estuviera empezando a pensar en no reír.

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No puedo escuchar, pero puedo ver a Alex convenciéndolo de algo. Veo a James calmarse como si ella hubiera puesto un hechizo sobre él. Puedo ver que ella le da la otra pieza de ácido que no me dio, y él está poniéndola en su boca y sonriendo con sus dientes rectos, grandes y brillantes. Veo todo esto, pero todo lo que oigo es la tierra crujiendo en mis oídos y la arruinaste una y otra vez. No sé lo que significa, pero me gusta el sonido de eso. Suena como una película, dramática e importante, y yo soy dramática, importante y digna de tener una película sobre mí. Hay gente que pagará dinero para verme arruinarme. Estoy en el suelo, no puedo levantarme y me siento como una estrella de cine, el tipo de estrella de cine bella y trágica cuya vida termina demasiado pronto, cuya muerte hace que la gente las recuerde como brillantes.

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—La arruinaste, puta de mierda. La arruinaste —es lo que dice él, como si fuera la peor línea de la peor película alguna vez hecha. Ya no puedo escuchar lo que dicen porque mis oídos están llenos de suciedad. Puedo sentir el suelo y me gustaría que fuera barro para poder rodar en él, para poder ser cubierta en color marrón. Podría correr y ser invisible en la oscuridad. Podría vivir en los árboles y nadie me encontraría. Estoy planeando esto. Estoy tomando notas en mi cabeza para recordar más tarde. No sé lo que voy a comer, pero he oído que hay personas que comen gusanos, insectos, roedores. Voy a comer esas cosas. No voy a necesitar nada.

James me mira como si fuera algo rescatable, como si lo que se arruinó aún está en algún lugar. Me ayuda a levantarme y dice: —Así que no eres tan recta conservadora. Y yo digo: —No. —A pesar de que todavía no sabía lo que eso significa. Él dice: —¿Cómo te sientes? —Y siento que mis pies dejan el suelo y el aire en mis pulmones se siente pesado, caliente y lleno de lodo—. Tomé algo, también. Voy a estar como tú pronto. Los chicos de la mesa del almuerzo son sombras al otro lado del patio vacío, mirando y sonriendo como si supieran algo que yo no. Ellos están bebiendo algo marrón de una botella y fumando algo que no huele a tabaco. Se supone que debo caminar ahora, pero lo que quiero más que nada en el mundo es acostarme en el suelo, mirar hacia arriba y sentir como si estuviera en la parte inferior de algo. Hay escaleras de un kilómetro de largo que conducen a una terraza con nada en ella. Oigo mis pasos resonando en la madera y estoy despertando a todo el vecindario. Hay una puerta que conduce a una cocina de ciencia ficción, todo de brillante cromo plateado con botones y mandos, la clase de cocina en las revistas que compra mamá, el tipo de cocina en los programas sobre los ricos. Los chicos y Alex están aquí en alguna parte, pero no los veo. Están en el fregadero. Se esconden en los armarios. No están en el refrigerador que es frío y está lleno de cajas de comida para llevar y tiene una puerta llena de condimentos. Hay un bloque de queso con manchas de color azul, y otro que es redondo y polvoriento. Los sostengo en mis manos y los veo fundirse a través de mis dedos, manchando mi piel con olor a pies que nunca se va a lavar.

—Nada. —Y él golpea mi mano para manipular el queso, el fascinante queso con nombres en diferentes idiomas. Dice que tengo que salir de la

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—¿Qué estás haciendo?

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James dice:

cocina, que sólo puedo estar abajo. Es negro como el carbón y no puedo escuchar el sonido de mis pasos. En la planta baja está su piso, todo su piso. En la planta baja está su dormitorio. Puedo distinguir una mesa de ping-pong. Mis pies sienten la costosa alfombra. Mis dedos no sienten un interruptor de luz. Él les dice a los chicos que se queden. Les dice que nosotros tenemos que hablar. Se ríen y ríen y no sé de qué me estoy riendo pero es risa y se siente mejor que el tirón en mi mano, el olor del queso, la nevera de acero frío y la cocina, en la que nunca se cocina. Los muchachos se sientan en el sofá, uno de ellos se tira un pedo y los otros se ríen. Alex abre cajones y toca cosas. James no le da un manazo. Él está ocupado llevándome a su habitación al final del pasillo. Ya hay música sonando. Sus paredes son de ladrillo blanco. No son reales. Se trata de la portada del álbum de Pink Floyd como la que tiene mi padre. Pintado, profesional, encargado por padres que no están aquí. Las paredes están goteando porque tomé ácido. Él todavía no está colocado por el ácido. El papelito está todavía en su lengua, disolviéndose, degustándolo como una bola ensalivada. Tengo trece años y estoy colocada por el ácido. Él tiene quince y estará colocado por el ácido pronto. Estoy en la cama, bajo The Wall 3 y escuchando a Pink Floyd. No sé por qué James escucha la música que le gusta a mi papá. No sé por qué estoy mirando a su equipo de música, el tipo real, con diferentes niveles apilados uno encima del otro y con parpadeantes luces de color verde y rojo, con altavoces tan grandes como yo, tocando Pink Floyd y me recuerda a la nieve.

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The Wall: album de Pink Floyd.

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Le quito la gorra de béisbol porque necesito que sea otra persona. Su cabello es plano y recto como el de una chica y cae sobre sus ojos. Toma la gorra de mi mano y se la pone de nuevo en la cabeza.

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Él lleva una gorra de béisbol y la quiero fuera de su cabeza. Lo hace ver como un chico normal. Quiero su gorra fuera de su cabeza, porque él no es ese tipo de chico. Yo no estaría sobre mi espalda así para ese tipo de chico.

Dice: —Basta. —Yo me río, y lo hago de nuevo y él la agarra de nuevo. Creo que es un juego, pero él no y dice—: Detente maldita sea. —Sujeta mi muñeca a la cama, y me detengo. Entonces, su lengua va a mi boca y esto no es para nada como se supone que debe ser un primer beso. Alex abre la puerta y dice: —¿Puedo usar el teléfono? —James agita su mano y no puedo decir si le está dando su permiso o espantándola, pero ella entra, se sienta en su escritorio, agarra el teléfono y comienza a marcar. Él se quita la gorra, porque se está metiendo en medio de nuestras caras y sé que es mejor no preguntar por qué no pasa nada si él lo hace ahora, pero no cuando quería que lo hiciera, y no puedo ver cómo luce ahora porque voy a cerrar mis ojos. Alex está en el teléfono hablando con todos los que conoce. Puedo sentirla sentada en el escritorio cerca de las parpadeantes luces verdes y rojas del equipo de música, que prenden y apagan. La lengua de James está en mi boca y sabe a algo polvoriento, pequeño, lanzándose dentro de mi boca y golpeando los dientes como si estuviera buscando una manera de entrar dentro de mí, una trampilla, buscando algo escondido y desbloqueado. Alex está mirando y diciendo a todo el mundo que conoce: —Cassie está en la cama con James y se están sorbiendo. —Ella sigue diciendo “sorbiendo” y suena como algo feo. Su risotada rebota en las paredes, en los ladrillos blancos como la portada del álbum, y hay demasiado ruido aquí. Es demasiado brillante y el sorber me hace escupir y escupir me hace asfixiar, cierro la boca y le impido el acceso a su lengua.

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—Fuera de aquí, perra. —Y creo que me está hablando a mí, pero Alex da una risotada y cuelga el teléfono. James dice—: Apaga las luces. —Ella lo hace—. Cierra la puerta. —Y ella lo hace, y mis dientes se abren y su lengua entra. Trato de mantener el ritmo, pero no tengo ni idea de lo que estoy haciendo y tengo miedo porque sólo somos él y yo, y no puedo ver

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Él dice:

nada más que las luces verdes y rojas, y él es el único que conoce su camino aquí en la oscuridad. Hay una boca sobre la mía, dientes raspando y estoy pensando en queso. Estoy pensando, ¿por qué el queso caro huele mal? Estoy pensando en mis axilas sin afeitar que él está tocando con sus grandes manos. El sonido de una cremallera abriéndose. El sonido de Pink Floyd. Y estoy pensando en la nieve. Estoy pensando en conducir rápido en ella, nada más que formas blancas y brillantes a veces con textura, que cambian y cacarean porque el cielo está nublado y las sombras están cayendo. Y estoy usando un sostén de algodón blanco que no es un sujetador de chica mala. Él ríe y dice: —¿Es un sostén de entrenamiento? —Yo miro las luces de color rojo y verde y no me dicen nada de lo que debería responder. Así que me encojo de hombros, tanto como soy capaz de encogerme de hombros con su cuerpo sobre el mío, mi brazo derecho debajo de su mano caliente, mi brazo izquierdo sin querer moverse en absoluto y mis hombros fríos y temblando bajo la nieve de Pink Floyd. Sus dedos están dentro de mí y yo estoy tratando de hacer que mi boca se mueva. Siento algo que se siente como mal, algo a lo largo de mi cuerpo, como un veneno que me llena poco a poco. No sé si mi boca se mueve porque no puedo sentir nada excepto el veneno. Hay algo ejecutándose en mi cerebro. No puedo verlo, pero sé que está por venir. Puedo sentir el golpeteo de las pisadas que sacuden todo. Oigo pantalones abriéndose, en algún lugar muy lejano, y no sé cuánto tiempo se supone que debe tomar, pero espero que sea rápido porque quiero ir a casa. Quiero que esta sensación se detenga. Quiero darle lo que quiere e irme. Quiero dejar a Alex por ahí sin nada que ocultar. Quiero dejar a los chicos de la mesa del almuerzo con sus pedos y sus bebidas. Quiero dejar a James con su gorra, su cabello, sus manos, su lengua, su pared y su equipo de música diciendo que me detenga y que siga, direcciones que no escucho.

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—Mierda. —Y sale corriendo por la puerta sin abrochar sus pantalones. Me siento flotando sin el peso de él sobre mi cuerpo. Oigo a los chicos gritando y a Alex riéndose, y el CD se termina y es definitivamente el momento para

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Algo en la otra habitación se rompe. Él dice:

irme. Me cierro los pantalones y me coloco el sujetador. Me coloco mi camisa enredada. Salgo de la habitación. Siento los fantasmas de sus dedos dentro de mí. Hay un florero roto en el suelo. James está gritando al chico con la botella en la mano. Los otros chicos se están quemando unos a otros con el metal caliente en sus encendedores. Alex está sentada en el sofá y mirándome como, ¿Y bien? —Me voy a casa —le digo, y mi voz suena lejana. —No, no te vas —dice ella. —Ya pasó mi toque de queda —miento. —¿Ustedes ya lo hicieron? —pregunta. Niego con la cabeza—. Tienes que quedarte un poco más. Tienes que quedarte hasta que lo hagan. —Tengo que ir a casa. Te llamaré mañana. Camino hacia la puerta. James deja de gritar y dice: —¿No vas a pasar la noche? Los chicos dicen: —¿No vas a pasar la noche? Alex dice:

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—Tengo un toque de queda —digo. Es lo más cercano que puedo decir a algo que no estoy autorizada a decir, nada como un “No”, ni un “quiero irme”, ni un “no quiero estar en tu cama, no con sus paredes que gotean, no con tu gorra puesta o no, no contigo tocándome, no con tus dedos dentro de mí o cualquier otra cosa de tu cuerpo”. No puedo decir eso. No puedo decir nada parecido a la verdad, sólo “tengo un toque de queda”, y las manos de James están en mi cintura, tirando, su voz es angustiantemente dulce:

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—Sí. —No digo nada y todos me están mirando como si mi vida dependiera de lo que haga ahora. Todo está en silencio, esperando y quiero correr.

—Vamos, nena. La voz de Alex: —Espera. Los chicos del almuerzo: —Calientapollas. Mi voz pequeña e inaudible: —Tengo un toque de queda. Una y otra vez. Sus manos me están empujando y su voz es dura: —¿Qué eres, una niña? Alex: —Jesús, Cassie. Los chicos del almuerzo: —Calientapollas. Niña.

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Corro hasta la colina del lago, más allá de las filas de garajes para tres coches, pasando por el restaurante con las ensaladas de quince dólares, paso demasiadas luces rojas y verdes. Corro a casa, a la vivienda junto a las vías del tren, más oscura aún que la mansión junto al lago. No hay sillones de cuero, ni quesos malolientes, ni cocina de revistas, ni mesas de ping-pong, Pink Floyd o pinturas murales caras. Sólo hay aire negro y formas negras que no hacen ruido. Sólo es mi habitación y todo puesto exactamente en donde se supone que debe estar. Está mi cama, mi

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Sí, soy una niña. No soy nada que ustedes quieran. Me voy. Estoy caminando por la puerta corrediza de cristal que no se desliza muy bien y hacia el patio de tierra, cuesta abajo, y a través de las vías del tren, hacia el puerto deportivo y a través de las sombras de los mástiles de los veleros. El banquillo no es cómodo. El cuarto de baño está cerrado. No hay donde esconderse, parar y respirar. El lago está acribillado con pequeños tsunamis. Suenan las campanas. Las gaviotas duermen.

escritorio, mi ropa, mis libros y una nota de Alex aún arrugada por los pliegues elaborados.

—El humo sigue a la belleza.

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No estoy tratando de hundirme en charcos de barro. No estoy diciéndole a la tierra, “Llévame”. No estoy soñando con arenas movedizas, terremotos y monstruos que me roban en la noche. Estoy demasiado grande para juegos de imaginación, demasiado grande para Barbies, demasiado grande para llevarlas al bosque y ahogarlas en el río, demasiado grande para decirles que no hay nadie para salvarlas y ver sus caras quietas y serenas cubiertas con agua, no asustadas, sin defenderse, sin gritos saliendo de sus boquitas pintadas. No hay muñecas. No hay ninguna chica. No hay padres construyendo hogueras para destruir las cosas que descubren, nada de raíces, nada de malas hierbas, nada de zarzas, ni cosas con espinas, no dejan nada para quemar, nada para crecer sin vigilancia. No soy la chica con el fuego o la pala. Este no es mi bosque. Estas no son mis partes de muñecas quemándose, no son mis piernas, mis brazos, mi cabeza, mi suave torso rosa. Yo no estoy viéndolas derretirse, no estoy viendo sus perfectas caras de plástico volviéndose grotescas. El humo no está persiguiéndome y haciendo que mis ojos suden. Mis ojos no están quemándose. No estoy llorando. No estoy de pie detrás mi madre y ella no está enfrentándose a la pared y no está diciendo:

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No voy a dormir. Me sentaré aquí mordiéndome las uñas hasta sangrar. Voy a mirar por la ventana hacia los árboles negros que solían ser de color verde. Voy a escuchar los sonidos que hacen los fantasmas. Me sentaré aquí, en esta oscuridad y no recordaré nada. Este es mi lugar. Oscuro. Una cueva. No es una casa cuadrada al final de un camino de grava. No es una isla, empapada por la lluvia, nublada con verde. Esos no son los árboles rascacielos que hablaban detrás de mi espalda. No susurran sobre la chica descalza que siempre está sola. No soy la chica. Ella no tiene una pala de plástico. No es fin de semana, mi padre no está en casa y mis padres no están fuera destrozando la tierra, pretendiendo hacer crecer cosas. No estoy usando botas de goma o llevando una pala de plástico o preguntando a mamá cómo hacer crecer cosas, preguntando a papá cómo hacer crecer cosas. Nadie está diciendo “Ahora no”. Nadie está destrozando la tierra. Los árboles no están riendo.

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El humo sigue a la belleza. El humo sigue a la belleza. El humo sigue a la belleza.

Capítulo 4 Traducido por Nayelii Corregido por Carito

—Estás hermosa —dice Alex. Es viernes por la noche y estamos en mi baño. Ha sido una semana desde el desastre en la casa de James y, por alguna razón, ella no me odia. Él piensa que soy una broma, pero Alex dice que hay más de donde él vino. No sé por qué está siendo tan agradable conmigo. Ella está de pie detrás de mí en el baño y estamos mirándonos en el espejo. La luz fluorescente refleja las paredes verde vómito y nos hace lucir como muertas. Creo que eres la chica más hermosa que he conocido dice ella. Puedo verme a mí misma ruborizarme incluso a través de la espesa base y polvo que estoy usando. Mis ojos están delineados en negro y mis labios son de color de la sangre. Alex me mostró como ponerme maquillaje y ahora no me reconozco a mí misma. ¿En verdad crees que luzco bien? digo. Luces caliente. Que se joda James. Puedes conseguir un estudiante de secundaria.

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Deberías haberte quedado. Ella corre sus dedos a través de mi cabello.

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Que se joda James digo, incluso aunque me sentí llorar cada vez que lo vi en la escuela esta semana, con esa otra chica en sus brazos y esa mirada en su cara como de, “mira lo que te estás perdiendo”. Era apenas soportable porque tenía a Alex, porque ella seguía recordando a los chicos en la mesa del almuerzo cuan caliente soy y, no, no soy una broma y sí, estoy disponible.

Lo sé digo. Si me hubiera quedado, James no tendría que haber invitado a esa otra chica, la alta y rubia puta de noveno grado, la que tiene tetas más grandes que yo. Ella no debería haber sido con la que pasó la noche. No debería haber sido la que le dio lo que él quería. Se suponía que sería yo quien lo hiciera. Se suponía que yo estaría en sus brazos en la escuela. Deberíamos mudarnos a Portland dice mientras empuja mi cabello hacia atrás apretadamente. Siento mi cara completa levantarse. Ouch digo. Cállate dice ella. Esto luce bien. Luzco como que tengo veinticinco. ¿Por qué deberíamos mudarnos a Portland? pregunto. No lo sé. Porque es algún lugar más. Está lejos de nuestros padres. Mi hermano está ahí. Él es agradable. Te gustará. Mi papá dice que las mejores librerías en el mundo están en Portland. Eres una jodida nerd dice. Tu hermano está en una pandilla contra la gente gorda respondo, pensando en una respuesta ingeniosa, pero ella agarra mi cabello incluso más apretado y tira mi cabeza hacia atrás y me mira en el espejo con una mirada en su cara que nunca había visto. No, él no lo está dice lentamente, su mandíbula apretada. Nunca digas nada acerca de mi hermano otra vez. Lo siento digo. Ella afloja su agarre en mi cabello.

Se fue después de que encontró a mi papá colgando en el sótano.

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¿Por qué?

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¿Sabes por qué está él en Portland? dice.

Espero a que diga más, que me diga que está bromeando, pero ella sólo empuja mi cabello en una goma y se siente como si mi cuero cabelludo fuera desgarrado. Lo siento digo otra vez, pero ella luce como que no me escuchó. No digo nada más porque no quiero hacerla enojar otra vez, pero hay una imagen en mi cabeza de un pálido hombre con cabello verde y una cuerda alrededor de su cuello. Deberíamos irnos pronto dice. ¿Ir a dónde? pregunto. Portland. Tan pronto como consigamos algo de dinero. Lo que tienes que hacer es robar un poco de las carteras de tus padres cada día, no demasiado o ellos lo notarán. ¿Qué haremos por dinero cuando estemos ahí? No lo sé. Mi hermano hace un montón de dinero. Podría ayudarlo. ¿Qué hace? Vende drogas. Oh digo. Ella sigue tirando de mi cabello poniéndolo más apretado. Tiene un amigo que podría conseguirte un trabajo. ¿Haciendo qué? Dando mamadas. No le digo que todavía no sé exactamente qué es eso. No tienes que tener sexo con ellos explica. De esa forma. Mantienes tu auto respeto.

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No importa. Los chicos grandes pagarán una fortuna por tenerte sólo mirando sus pollas.

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¿Qué si no soy buena en eso?

No quería mirar una polla de un chico grande. No quería mirar la polla de nadie. Soy una genio dice Alex, y saca sus manos de mi cabeza. Miro en el espejo, mi cabello está tirado hacia atrás y fijado plano en mi cuero cabelludo. Mi cara es de un plano, uniforme blanco, mis ojos delineados en espeso negro, mis párpados de un oscuro púrpura. Mis labios son viscosos, húmedos, y rojos. Hay un golpe y puedo oler el cigarrillo de mi mamá incluso aunque hay una puerta entre nosotros. Chicas, ¿listas para cenar? dice ella. Sí, mamá. Escuchó sus pies arrastrarse lejos. ¿Quieres quedarte para cenar? pregunto a Alex. Ella me mira como si fuera una idiota. ¿Tú qué crees? No lo sé digo. Mi mamá hizo espagueti. Su espagueti es bastante bueno. Mi mamá hizo espagueti Imita Alex. Está haciéndonos tener una noche familiar. Diviértete con eso dice, y comienza a empacar sus cosas. Podemos rentar una película y conseguir algo de helado o algo. Diablos no dice. Quiero ser jodida. No quiero pasar el rato con tus padres en tu apartamento de mierda como un jodido bebé. Y tampoco deberías. Tengo que hacerlo.

Llámame más tarde digo.

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Ella lanza su mochila sobre su hombro y camina fuera del baño. La sigo a la puerta del frente.

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No tienes que hacer nada.

Quizás dice, y haría lo que fuera por hacerla quedarse, por retirar mi estúpido “tengo que hacerlo”. Caminaría fuera de la puerta e iría con ella pero mi mamá está en la sala y puede verme, me seguiría, me preguntaría a dónde estoy yendo y por qué, y no sería capaz de decirle. No puedo ir. Tengo que quedarme, y mi pecho se siente hecho trizas tan duro que no queda nada en el medio. Hay un lugar vacío donde mi corazón debería estar, hecho trizas, arañado y lanzado fuera de la puerta. No puedo respirar para llenarlo. La sensación de vacío se siente como plomo, como la cosa más pesada en el mundo. Alex no me mira, sólo camina fuera de la puerta sin decir adiós. Me quedo de pie ahí mirando a la puerta y tratando de no golpear mi cabeza contra ella, de no golpear mis puños en la dura madera hasta sangrar, hasta que destroce mis nudillos y el dolor en mi pecho se vaya. ¿No se está quedando a cenar? dice mamá desde la sala de estar. Debo actuar normal. Debo fingir que todo está bien. Ella tenía que ir a casa y cenar con sus padres miento, incluso aunque todo lo que sé de sus padres es que uno de ellos está muerto. Bueno, vamos dice mi madre, y me doy la vuelta. Ella se había cambiado los pantalones de chándal que siempre usa. Estábamos sólo comiendo en casa esta noche, pero ella estaba usando maquillaje y una falda y una blusa con volantes que es demasiado pequeña. Verla de pie ahí así, toda vestida en ropas que no le quedaban, me hacía querer llorar. ¿Quieres que te ayude a poner la mesa? digo por alguna razón. Ella me mira como si acabara de darle diamantes o un cachorro.

Trae a tu padre dice mi mamá.

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Mientras pongo la mesa, puedo ver a papá en el porche a través de las puertas correderas de cristal, todavía en su traje del trabajo. Está de pie con su pierna apoyada en una de las sillas de plástico, mirando hacia Seattle. Él comenzó a fumar puros cuando nos mudamos aquí, de pie fuera en el porche con su barbilla en el aire como si estuviera posando para una revista acerca de empresarios ricos.

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Sí dice. Eso sería bueno.

Tú hazlo. Cassie, sólo golpea en la ventana. Golpeo en la ventana pero él no escucha, sólo sigue de pie ahí como si fuera el rey del mundo. Golpeo más duro y se gira con humo saliendo de su cara y creo que es como los demonios deben de lucir. Pero él saluda y apaga el puro, y creo que quizás esta noche no será totalmente horrible. Tal vez de hecho actuaremos como una familia. Tal vez él no nos odia y tal vez mudarnos aquí fue una buena idea como mamá dijo. El olor del humo del puro sigue a papá dentro y hace que todo sepa a eso. Puedo decir que mamá ha estado bebiendo porque está hablando demasiado, algo acerca de un show para señoras que ve cada día y chicas bulímicas cuyos dientes se cayeron. Jesús, Olivia dice papá. Estoy tratando de comer. Ella se queda callada por cerca de dos segundos, luego dice: ¿Cómo estuvo la escuela, Cassie? Bien digo. Es tan agradable que hayas hecho amigos tan rápidamente. Amigo, en singular digo. Sé paciente dice ella. Sólo eres un poco tímida. Pero eres tan bonita ahora, pronto tendrás tantos amigos que no sabrás que hacer con ellos.

¿Qué hiciste a tu cara? dice lentamente. Así es como empieza.

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Papá me mira con ojos bizcos y una mandíbula apretada y trato de ignorarlo y enfocarme en comer, pero los fideos no se quedan en mi tenedor y estoy sólo esperando que él diga algo, o lance una de sus rabietas de temperamento que nos hace a todos callar.

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El espagueti está bueno, mamá digo, incluso aunque está frío y demasiado salado.

Cassie y su nueva amiga estaban sólo jugando con maquillaje dice mamá. ¿Crees que eso de hecho luce bien? Me pregunta él con sus cejas, lo cual significa que soy el pedazo de mierda más estúpido que nunca vivió. No lo sé digo a mi plato de espagueti. Tú eres tan naturalmente hermosa dice mi madre. Eres tan afortunada de no necesitar maquillaje como otras chicas. Luces como una puta dice mi papá. Cariño dice mi mamá, levantando su bebida, tratando de tomar el poco líquido que queda. ¿Qué? dice mi papá. Ella lo hace. ¿Qué se supone que haga, sólo fingir que no veo su cara toda pintada como una pieza de basura blanca barata? Eso sólo suena un poco cruel, es todo dice Mamá, mirando a su bebida como si la hubiera desilusionado. Cruel no es lo mismo que honesto, querida. Él la odia. Mamá se levanta para hacer otra bebida. Estoy mirando a mi plato, tratando de hacer al espagueti moverse con el poder de mi mente. Quiero que los fideos se aten a sí mismos en un nudo, del tipo intricado de los Boy Scouts. Puedo verlos moviéndose, deslizándose alrededor y haciendo ruidos de sorber, convirtiéndose en dobleces, trenzas, lazos. ¿Me escuchaste? dice él. Sí digo.

¿Cómo estuvo el trabajo hoy, cariño? pregunta mamá, y esa es la pista para ignorarme. Papá dice:

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No. No tengo nada que decir. Apenas puedo escucharlo. Estoy haciendo al espagueti moverse.

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¿Tienes algo que decir?

Bien. Y mamá dice: No seas modesto, cariño. Sabes todo ese duro trabajo va a ser compensado pronto. Y él está masticando como si quisiera matarla. Ella empieza a hablar de cómo vamos a tener una gran casa y una alberca y una sirvienta y ahora quiero matarla, también. ¿Cómo suena eso, Cassie? dice mamá, y yo digo: Genial. Incluso aunque todo lo que quiero es un pequeño lugar donde pueda estar sola y nadie me mirará o hablará o tocará. Una casa de árbol. Una cueva. Todos están masticando y no hablando y el hielo en la copa de mamá suena cuando bebe y por alguna razón pienso en cómo mi papá y yo tenemos el mismo IQ, cómo tuve que tomar ese examen respondiendo estúpidas preguntas y poniendo triángulos juntos, como mamá siempre está diciéndome. Tú y tu papá tienen exactamente el mismo IQ. Como si fuera magia, como si fuera algo para estar orgulloso incluso aunque no tenía nada que ganar. Es el trabajo duro lo que te lleva a algún lugar, no tu IQ. Papá siempre dice. Ve lo que la inteligencia la consiguió al resto de mi familia. Un maldito estacionamiento de tráiler. Mamá está mirando de atrás a adelante a mí y papá con esa mirada de esperanza en su cara, esperando por alguna señal de que esta cena está funcionando, que valió su cambio de chándal y organizar su cabello.

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Discúlpenme. Y voy al baño porque tengo que salir de la habitación con el silencio, el espagueti, el olor de los puros y el sonido de los cubos de hielo de mamá. Cierro la puerta y miro en el espejo y la luz verde saca las bolsas bajo mis ojos, hace mis pómulos lucir más agudos. No luzco como una puta. No es eso. Luzco dura. Luzco como si pudiera hacer todo. Como si pudiera lastimar a la gente.

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Digo:

Cuando salgo, mamá está de pie afuera de la puerta del baño realmente cerca. Ella luce triste y estoy pensando que quizás vino a hacerme sentir mejor. Tal vez va a decirme que empaquemos nuestras cosas, y nos vamos. Quizá ella finalmente lo entendió. Puede ser sólo ella y yo. Algún lugar nuevo. Algún lugar donde nadie nos conozca. ¿Qué? digo. Tu papá va a hacer algo de trabajo en la habitación. ¿Así que? digo, tratando de sonar como que no me importa, como que no quiero que haga algo como preguntarme como me siento. Ella luce nerviosa y no dice nada. ¿Qué, mamá? Sólo quería asegurarme… bueno, siempre pareces ir al baño después de comer. Y el doctor en el programa dijo… Jesús, mamá, no soy bulímica. Eso es de lo que estaba preocupada. Esa es la única cosa de la que se preocupaba. Luce avergonzada, como si deseara no haber dicho nada, haberse sólo quedado sentada en la mesa de la cocina sola con su bebida, cenicero y control remoto. De repente, estoy cansada. Ni siquiera me importa que es viernes por la noche y la única amiga que tengo está enojada conmigo, que estoy atascada en mi casa con padres que piensas que soy una puta bulímica. ¿Tienes planes para esta noche? pregunta mi mamá. No.

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Chorus Line: Adaptación del espectáculo más exitoso de Broadway en los últimos tiempos, representado ininterrumpidamente desde 1975 hasta finales de los 80. Las excelentes canciones de Marvin Hamlisch y Edward Kleban, así como la apañada coreografía de Jeffrey Hornaday, no fueron suficientes para conseguir una obra homogénea. 4

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¿Quieres ver A Chorus Line4 conmigo?

Lo que sea digo. Trato de no sonar dura, pero mi voz se agrieta. Cuando pienso en ello, mirando musicales cursis con mi mamá no suena tan malo. Cuando era pequeña solíamos elegir personajes de las películas y hacer todas sus partes. A veces me reía tan duro que no podía respirar. El truco es estar callada lo suficiente así papá no se molestaba y nos decía que nos calláramos. Seré Morales le digo a mi madre. ¿Quién voy a ser yo? dice. Ella siempre quiere ser Morales, también. Porque Morales es dura. Porque ella no toma mierda de nadie. Puedes ser ese chico gay que rompe su tobillo digo. Él no tiene ningunas buenas canciones. Se la chica que canta “Tetas y Traseros”. Le digo. ¿Yo? De ninguna manera dice, pero parece halagada. Nos quedamos ahí por un segundo, tratando de no mirar a la otra. ¿Mamá? digo, casi susurrando, como si tuviera miedo de que alguien me escucharía, de que Alex me escucharía, incluso aunque sé que está en el centro por ahora, en algún lugar mejor con un amigo más agradable que yo. ¿Sí? dice Mamá. Estoy pensando en cuan cálida estaría en mi piyama, la suave franela azul con pequeñas ovejas rosas. Me estoy preguntando cuando fue la última vez que tuve mi cabeza en el regazo de mi madre. Me pregunto si mi cabeza ha estado alguna vez en el regazo de mi madre.

Por supuesto dice, y toma una calada de su cigarrillo, y decido que la dejaré ser Morales esta noche.

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Por un segundo, ella sonríe y su cara no parece tan vieja. Pero entonces es mi madre otra vez, con la doble barbilla y la piel manchada y las bolsas bajo sus rojos, hinchados ojos.

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¿Me harías algo de chocolate caliente? digo.

Capítulo 5 Traducido por Nayelii Corregido por Elena Ashb

—Lo conozco —dice Alex. —Él es agradable. Estamos formadas en línea para conseguir tacos y veo al chico nuevo a través de la cafetería chocando los cincos con los chicos de la mesa del almuerzo. —Su nombre es Ethan —dice ella—. Y él conduce. —¿Cómo conduce si sólo está en noveno grado? —Reprobó un grado. —Oh. Un taco, papas fritas y una Coca-Cola dietética. —Lo echaron de Rose Hill por vender marihuana —―dice. Todos los chicos están tratándolo como a una celebridad. Las chicas empujan sus pechos hacia afuera, tratando de acercarse y ríen cada vez que dice algo. —Vamos a hablarle —dice, y comienza a caminar.

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El imbécil de James tiene su brazo alrededor de la chica putita y me sonríe antes de comenzar a chupar su oído, y ella me mira y se ríe como si tener su sucia boca en su oído la hace mejor que yo. Miro al reloj sobre la pintura del estúpido lobo mascota de la escuela y todavía faltan catorce minutos

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—No —digo, pero ella finge que no me escucha. Lanzo mi comida en la basura incluso aunque acabo de conseguirla. No puedo comer en frente de los chicos, especialmente chicos famosos.

para la clase y no puedo esperar tanto para salir de aquí. Incluso sentarme en clase rodeada de personas que me odian sería mejor que conocer a ese chico que es demasiado genial y demasiado viejo para hablarme. —Hey, Ethan —dice Alex al chico nuevo mientras él pega el pan de su hamburguesa en la pared y todos se ríen. —Oh, hey —dice—. Te conozco. —Mi hermano es David. —Oh, sí. ¿Cómo está? —Bien —dice ella, pero él no la escucha. Él está mirándome, y todos lo ven mirarme, y quiero desaparecer.

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Estoy mirando a todas las mesas en el comedor, los pandilleros a nuestro lado y nadie más valiente o lo suficientemente genial para sentarse a su lado, los deportistas y sus delgadas novias, los chicos cristianos con su estúpida ropa, la pequeña mesa de asiáticos que están todos de algún modo emparentados y no le hablan a nadie más. En el medio de la cafetería está el océano de chicos normales que lucen todos iguales, que lucen todos como las personas de las que solía soñar ser amiga, las chicas que todavía tienen fiestas de piyamas, que pasan notas y ríen en los pasillos. Son chicos aburridos, y en medio de ellos están los dotados quienes son incluso más aburridos, de quienes casi era amiga, los únicos que piensan en la facultad de leyes y la escuela de medicina, los únicos que nunca han probado licor, que están destinados a hacer grandes cosas y todavía son aburridos. Y yo estoy aquí sentada, expulsada del

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―Hola —dice él, y extiende su mano. Le doy la mía y lo dejo sacudirla, su mano es grande y cálida y la mía se siente pequeña y segura dentro de ella. Sé que me estoy ruborizando pero lo miro de todos modos, sus labios lucen suaves y húmedos y sus ojos son grandes y castaños. Dejo ir su mano y sonríe. Tomo un sorbo de mi Coca-Cola dietética porque tengo que hacer algo y eso hace un sonido de sorber que es la cosa más ruidosa que alguna vez he escuchado. Alguien dice algo y él se voltea y dice algo en respuesta, y muy pronto todos están hablándole a alguien y nadie me está hablando a mí. Alex está susurrándole algo a Wes y su mano está sobre su pierna y yo sólo estoy ahí sentada esperando a que la campana suene.

mundo que me dio la bienvenida hace sólo unos días. Puedo escuchar a los pandilleros hablar acerca de algún rival que les hizo algo malo. Puedo escuchar al imbécil de James jactarse sobre cuán drogado se puso ayer por la noche. Puedo escuchar al hermoso chico nuevo hablar acerca de subir a la autopista y marcar la señal de Mercer Island. —Amigo, ¿qué escribiste? —pregunta Anthony, y Ethan saca un marcador gigante de su bolsillo y escribe en la mesa: Aleph. —¿Qué significa eso? —dice el chico. —A. Es hebreo para A. —¿A, qué? —A, la letra A. Como la primera letra del alfabeto. —Eso es genial. —Porque soy el primero, hombre. El mejor. —Bien —dice Wes, y chocan los cinco. Todos siguen hablando y yo sigo bebiendo mi Coca-Cola dietética y mirando el reloj y al lobo que no luce fuerte en absoluto. Ethan sigue mirándome y sonriendo y yo sigo mirando lejos porque no puedo decir si es una sonrisa agradable o una sonrisa de burla así que lo mejor es fingir que no lo veo. Él está escribiendo algo en un pedazo de papel y la campana suena y me pongo de pie, él se levanta y me da el pedazo de papel. Lo pongo en mi bolsillo y digo. —Gracias. —Sin mirarlo y él dice: —Nos vemos. —Y camina lejos. Quiero golpearme. ¿Gracias? ¿Se supone que digas gracias cuando alguien te da un jodido pedazo de papel?

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—Adiós. —Y me sonríe como su supiera algo que yo no. Todos se han ido excepto el imbécil de James y la putita quienes todavía están besándose en el banco, y yo sólo estoy de pie ahí como una idiota sin amigos. Comienzo a caminar hacia mi salón de clases y soy la única persona en la escuela entera caminando sola. Llego a la puerta que dice: A&A AMPLIADA Y AVANZADA la única clase que tengo todo el día. Mientras

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Alex dice:

todos los demás consiguen un nuevo salón, un nuevo profesor, y nuevos compañeros cada cincuenta minutos, estoy atascada aquí con los mismos perdedores y un profesor que me odia. Puedo ver a través de la ventana a todos ya sentados y esperando atentamente, y considero por un momento escaparme. Pero no hay a donde ir. Las clases normales se sientan en filas. Las clases dotadas se sientan en círculos. Los estudiantes dotados son sencillos y aburridos y solían pensar que era una de ellos. Ahora no me hablan y yo no les hablo. Me mantengo en silencio y hago mi trabajo. Puedo verlos a todos preguntarse qué estoy haciendo aquí. Tratan de ser solapados cuando nuestros trabajos vuelven, como si no se estuvieran inclinando para mirar mis notas, como si no les molestara que siempre consigo A’s. Me siento en la silla al lado de Justin, el chico con lentes y chaqueta que huele a moho. Es el único que me habla. Todos lo odian, también. —Hola, Cassie —dice. —Hola. —¿Tuviste un buen fin de semana? —Bien. —Mi mamá me puso Ritalin. —Él rasca algo en su cara. —¿Por qué estás diciéndome eso? —No lo sé. —Limpia su nariz con el dorso de su mano—. ¿Qué hiciste el fin de semana? —Pasé el rato con algunos amigos. —¿Ésos de noveno grado con los que siempre estás hablando en el almuerzo?

—Son agradables conmigo.

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—No son muy agradables.

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—Tal vez.

—No, no lo son. —No me hables —le dije, y él obedeció. Él es la única persona a la que le hablo así. No puedo evitarlo. Él sólo lo toma, como si nada lastimara nunca sus sentimientos. El Sr. Cobb camina a través de la puerta y todos se giran incluso más atentos. Levantan sus lapiceros y abren sus libretas que ya están esperando ansiosamente en sus escritorios. Saco el pedazo de papel de mi bolsillo, respiro, y lo desdoblo.

Yo Casy. ¿Por q eres tan tímida? Paz, Ethan. P.D. Creo que eres caliente.

Me estoy derritiendo. Esperando para decirle a Alex. Esperando para sacudir esta carta en la cara de el imbécil de James, en la cara de su putita. Voy a explotar. —¿Por qué estás sonriendo? —dice Justin. —No me hables maldición —digo demasiado alto, y todos me miran como si acabara de orinar en el piso.

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—Lo siento —digo, pero no lo hago. Tengo esta nota en mi mano y es todo lo que importa. Lo que importa es que el chico más genial de la escuela

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—Cassie, estás así de cerca de detención —dice el Sr. Cobb con sus blancos, delgados dedos sosteniéndolos como pinzas, y los chicos dotados ríen disimuladamente y las chicas dotadas ruedan sus ojos como siempre hacen.

piensa que soy caliente. Miro a la carta, buscando más pistas, pero todo lo que veo es mi nombre mal escrito y la forma incorrecta de “tueres” así que saco un lapicero fuera de mi bolso y lo hago perfecto. La carta es perfecta y el chico que conduce me quiere. —¿Todos terminaron Romeo y Julieta? —pregunta el Sr. Cobb, y todos dicen que sí. Un par de chicas que fueron juntas a una escuela privada ruedan sus ojos otra vez, y quiero decirles que sería más eficiente si nunca dejaran de rodar sus ojos, si sólo los mantienen rodando y rodando hasta que rueden justo fuera de sus cabezas y pueda pisarlos y aplastarlos como uvas. Una de ellas se queja. —Leímos eso hace dos años. El Sr. Cobb dice: —Entonces estarán mucho más adelante en la curva. —Y eso parece satisfacerlas—. Alguien de ustedes aún no ha leído a Shakespeare —dice, y todos me miran como si fuera la responsable de este trabajo correctivo. —Vamos a separarnos en grupos de dos para analizar y actuar una escena para la clase —dice. Todos comienzan a chillar y luchar por compañeros mientras el maloliente de Justin y yo sólo nos sentamos ahí porque somos los únicos que nadie quiere. Él me mira y dice: —¿Quieres ser mi compañera? —Como sea. El Sr. Cobb nos dice que movamos nuestras sillas juntas y discutamos nuestra escena, y Justin ya está pasando a la página con el beso.

—Pero mueres —dice él.

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—Tú eres Tybalt y yo seré Mercutio —le digo.

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—Tú eres Julieta y yo seré Romeo —dice.

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—Y tú me matas.

Capítulo 6 Traducido por Vettina Corregido por Akanet

—Hogar dulce hogar —dice Alex, y huele como humo y algo podrido. La puerta del frente se cierra con un golpe y ella tira su abrigo en el suelo, en un montón de otros abrigos y bolsas de compras medio vacías. Hay una pizza congelada en una de ellas que parece estar completamente descongelada. La bolsa de papel esta oscura con humedad y hay un charco alrededor de ella. —Por aquí —dice ella, y me guía dentro de la sala de estar. Hay cosas apiladas por todas partes y apenas puedo ver el piso. La habitación está caliente y el aire se siente húmedo, como si alguien hubiera estado tomando una ducha por meses. —Esta debe ser Cassie —dice una voz rasposa viniendo del sofá. No noté a la mujer acostada ahí con cabello y ropa tan negra como el cuero. Sus labios están rojos con lápiz labial y sus ojos pintados oscuros y algo acerca de ella me recuerda a un gato. Un delgado, larguirucho, soñoliento gato. —¿No se supone que estés en el trabajo, Lenora? —dice Alex. —Estoy enferma —dice la mujer, fingiendo toser y riéndose con una risa profunda. Es la mujer más hermosa que haya visto.

—Ven a hablar conmigo por un minuto.

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—Cassie —la mujer dice, me giro. Se sienta y golpea el espacio junto a ella en el sofá.

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—Sí, claro —dice Alex a la mujer—. Vamos abajo —me dice. Asiento y sigo aunque quiero seguir escuchando a esta mujer-gato ronronear en su voz baja.

Miro a Alex y su rostro está enojado, pero voy a sentarme junto a la mujer igualmente. El sofá está cálido donde sus piernas estaban y me hundo en él. Algo huele familiar. —Mi hija me dice que eres inteligente —dice la mujer, mirando en mis ojos tan duro que tengo que alejar la mirada. No puedo creer que esta sea la madre de Alex. No puedo creer que sea la madre de alguien. —Más o menos —digo—. No realmente. —Pensé que ella iba a ser inteligente. Pero resulto justo igual que su hermano. Levanta un vaso de la mesa de café y gira el hielo alrededor, igual que lo hace mi madre. —¿Te dijo acerca de su viaje al hospital psiquiátrico? —dice la mujer. —Muy graciosa —dice Alex, quien no luce divertida. Aún esta parada junto a las escaleras. —Su loco hermano la llevo a despellejar algunos gatos. —Cállate la maldita boca —dice Alex. —Tu cállate, pequeña malcriada —dice ella, luego bosteza y cierra sus ojos mientras estira su largo cuerpo, arqueando su espalda y extendiendo su cuello como su quisiera ser rascada—. Estoy contando una historia —dice, y toma un sorbo de su bebida. Enciende un cigarrillo con sus ojos cerrados y me hundo más en el sofá. —Los llevamos a ambos a arreglar —continua, abriendo sus ojos a medio camino, su mirada borrosa asentándose en algún lugar en la dirección de Alex—. ¿Qué llamaron a tu hermano?

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—Un sociópata. ¿No suena eso bonito? —Ella toma una calada de su cigarrillo y deja un perfecto halo rojo alrededor del filtro—. Y esta —hace un movimiento hacia Alex, soplando humo en su dirección —ellos dijeron que era demasiado pronto para decirlo.

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—No lo sé, Lenora. ¿Cómo lo llamaron?

La habitación esta en silencio y Alex esta sonriendo y con los ojos abiertos como si estuviera loca. No quiero creer la historia, pero lo hago. Lenora esta mirándome como si pudiera ver a través de mi, como su supiera todo sobre mi, y quiero desaparecer. Ella se ríe una risa áspera. —Apuesto a que tu familia es buena y normal, ¿huh, niña bonita? —No lo sé. Ella se apoya hacia atrás en el sofá y cenizas de su cigarro caen al piso. —Padres aún casados. —Sí. Toma otra calada y la sopla lentamente. Miro a Alex apoyándose contra la barandilla, tratando de decirle con mis ojos que quiero irme, pero ella no me mira. Continúa mirando a su madre, como si ni siquiera estuviera aquí. —Cuan lindo —dice Lenora, y entonces se gira para enfrentarme. Su pierna toca la mía y siento rayos surgir a través de mi, algo cálido dentro, fuera, extendiéndose, por todos lados. Ella mira a mis ojos y siento mis rostro volverse caliente y todo lo solido dentro de mi convirtiéndose en denso liquido. —Debí tener una chica como tú —dice. Levanta su mano y desliza su palma por mi mejilla. Cierro mis ojos y siento la calidez expandiéndose. —Sensible.

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Me levanto. La sigo hacia las escaleras. Mis pies mueven mi cuerpo, pero parte de mi aun esta en el sofá, aun cálida y derritiéndome. Mira atrás y Lenora esta acostada con sus ojos cerrados, el cigarrillo colgando de su labios rojos, como si yo nunca hubiera estado ahí. El aire es brumoso con humo y polvo y el sol poniéndose a través de ventanas sucias, y tengo la repentina urgencia de acurrucarme junto a ella, presionar contra ella, absorberla. Quiero vestir su ropa negra y lápiz labial. Quiero asustar chicas como yo.

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—Vamos —dice Alex, casi gritando, y abro mis ojos. No está sonriendo. Está caminando. Está detrás de mí tirando de mi hombro—. Vamos.

Pero dejo a Alex llevarme escaleras abajo al frio sótano sin muebles. Las paredes son de concreto y alineadas con montones de cajas, bicicletas oxidadas, y otras cosas rotas. Alex abre una puerta a un pequeño compartimento con un colchón manchado en el piso y grafiti del color de la sangre en la pared—. Esta era la habitación de mi hermano —dice ella, de manera casual. Ella apunta a una lámpara rota en el techo—. Y ahí es donde, redoble de tambor, por favor, mi papa se colgó. La miro con incredulidad. —¿Hablas en serio? —Sí. Bastante genial ¿uh? No, estoy pensando. Esa es la cosa menos genial que alguna vez he escuchado decir. —¿Cuando? —pregunto por qué no se que mas decir. —No lo sé —dice, pateando una patineta rota—. Hace un par de años. —¿Fue entonces cuando tu hermano su fue? —Sí. Él solo lo dejo ahí y empaco su mierda y se había ido. La parte más graciosa es que dejo una nota justo al lado de la nota de suicidio. Decía, “Papá está colgado en el sótano. Me voy. Adiós”, que raro. —¿Qué decía la nota? —Acabo de decirte. —No, la nota de suicidio. —Oh eso. No lo sé. Nunca la leí.

—¿Qué piensas? —dice, sonriendo.

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—¿Realmente hiciste eso con los gatos? —finalmente digo.

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Alex continúa pateando la patineta y quiero sujetarla y hacerla detenerse. Quiero agarrar la patineta y golpearla con ella. Pero ella probablemente solo se reiría. Incluso si su mandíbula estuviera rota y ella estuviera cubierta en sangre, solo me sonreiría con sus grandes ojos locos y me haría sentir como que no hay nada que haga que la pueda lastimar.

Si digo que no, ella se reirá de mí. Si digo que si, hará algo peor. Así que en su lugar digo—: Arreglémonos para irnos —y sonríe como su supiera exactamente lo que estaba pensando. El baño huele como moho y orina vieja y hay mechones de cabello verde por todas partes. Una caja de tampones regada en el piso y las toallas lucen como que no han sido lavadas en meses. Estoy trazando el contorno de mis labios con un lápiz rojo sangre y puedo ver a Alex detrás de mí en el reflejo. Esta sentada en el inodoro, orinando, y sus muslos están cubiertos con moretones. —¿Qué paso? —le pregunto. —¿A qué? —dice, limpiándose. —¿A tus piernas? Se ríe de mí como si yo fuera una niña estúpida. —A Wes le gusta rudo. —¿Qué le gusta rudo? —El sexo, estúpida —dice—. Pero tú no sabrías nada de eso, ¿cierto? No Cassie, la pequeña dulce virgen. No digo nada. Me giro y comienzo a rizar mis pestañas. —¿Cuánto dinero robaste? —dice al levantarse y vacía el inodoro. Toma un par de medias de red que estaban colgadas del picaporte. —¿Huh? —digo. —Para Portland, tontita. Para poder mudarnos a Portland. —Oh —digo—. No pensé que hablaras en serio acerca de eso.

—Porque puedo encontrar a alguien más que venga conmigo.

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—Hablo en serio —digo.

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—Por supuesto que hablo jodidamente en serio— dice, su voz dura. Me está mirando como si quisiera matarme—. ¿Tú hablas enserio? ¿O eres una maldita gallina?

—No —digo—. Hablo enserio. —Entonces comienza a conseguir algo de dinero. Y ten una bolsa empacada para que estés lista cuando sea el momento. —¿Cómo sabremos que es el momento? —Lo averiguare —dice ella. Rocía algo de laca para el cabello y hace que mis ojos ardan. —Estamos listas —dice, y es tiempo de irse. Lenora esta inconsciente cuando nos vamos, así que Alex roba un paquete de cigarrillos y una botella de vodka, solo los pone en su mochila como si no fuera la gran cosa, como si ni siquiera tuviera miedo de ser atrapada. Caminamos al lago y esta helando. Bebo rápido para calentarme, así no tengo que pensar acerca de esa casa y las cosas que pasaron ahí, así no estaré asustada de a dónde vamos. —Mi media hermana se mudara la próxima semana —dice Alex, su voz rota por el trago que acaba de beber. —¿Qué edad tiene? —Octavo grado. —¿Es genial? —Está bien. —¿Por qué se está mudando aquí? —Su papá se la está follando —dice, y el vodka se atasca en mi garganta, dándome nauseas, jalando todo dentro de mí hacia afuera.

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—Oh —logro decir, tratando de no vomitar, tratando de darle sentido a lo que Alex acaba de decir.

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—Tenemos la misma mamá —dice—. Pero el papá de Sarah era un tipo con el que mi mamá tuvo una aventura así que mi papá hizo que mi mamá se deshiciera de ella.

—Ahora los estúpidos trabajadores sociales dicen que tiene que venir a vivir con nosotros a pesar de que no la queremos. —Oh —digo de nuevo porque no puedo pensar en otra cosa. No estoy ni de cerca ebria, pero mi estómago se siente como si estuviera lleno de veneno, como si hubiera un puño dentro moviéndolo alrededor. Estoy haciendo todo lo que puedo para evitar vomitar. Estoy apretando mis dientes, mis puños. Estoy caminando rápido. Estoy pensando en el verano y playas y el sol en mi cara. Llegamos a la cima de la colina y vemos el Lago Washington, oscuro y agitado, Seattle brillando detrás de él. Nos acercamos y puedo ver el sombreado grupo de chicos, ninguno de ellos a quien reconozca. —¿Quiénes son esos chicos? —pregunto. —Chicos de secundaria. Quiero volverme. El vodka no está funcionado. Bebo más y aun no está funcionando. —¿Dónde está Ethan? —pregunto. —Justo ahí. —Alex apunta y él está iluminado por la luz de la luna, parado encima de una banca en sus pantalones holgados y sudadera gigante, balanceándose en ella como una cuerda floja. Nos acercamos y puedo escuchar a los otros chicos alentándolo. Siento algo en mi estómago que no es nausea, un placentero, pesado entumecimiento. El miedo no se ha ido, pero es de alguna forma más suave. Un chico alto con el labio perforado se gira y nos mira de arriba abajo. — ¿Qué tenemos aquí? —dice él. Ethan salta de la banca y sonríe y el entumecimiento se convierte en líquido. —Hola —me dice, ignorando a Alex—. Me alegra que vinieras.

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—¿Quieres sentarte? —hace un movimiento hacia la banca cubierta con sus sucias huellas. Me siento y él se sienta junto a mí y todos los demás se sientan y pronto estamos todos en un círculo, y Alex está pasando

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—Sí —digo.

alrededor la botella de vodka y esta volviéndose más y más vacía y de repente estoy muy enojada. Estoy furiosa. Ese es nuestro vodka, quiero decirle. Están bebiéndolo todo y se acabara y no habrá suficiente para mí. Todos están hablando excepto yo. Bebo extra cuando la botella viene alrededor así no pensare acerca del hecho que no estoy hablando. No toma mucho para que me embriague lo suficiente para que mi mente no tenga que estar aquí más. Estoy pensando en islas tropicales y clima cálido y me siento bien aunque estoy sentada aquí con un montón de chicos de secundaria y no he dicho nada en treinta minutos. No he estado prestando atención a lo que están diciendo porque he estado en otro lugar, y de repente todos están de pie excepto yo y Alex esta gritando porque los chicos están llevándola al dique y amenazando con tirarla al lago. —Hey —dice Ethan, creo que va a salvarla, aunque no me importaría si no lo hiciera. Y estoy sorprendida ante este pensamiento y miro alrededor para asegurarme que nadie lo escucho, pero todos están riendo y no de mi—. Es hora de irse —dice él, y él es el jefe así que la dejan ir. Ella esta riéndose como si entendiera la broma, pero no creo que lo hiciera. Ethan se levanta y de repente tengo mucho frio. Todos toman sus mochilas y patinetas y estoy aliviada pero sintiéndome patética, y quiero arrastrarme hasta volverme una bola y esconderme en una cueva y nunca salir, no hasta sea lo suficiente mayor y esto haya terminado. Estoy sentada en la banca, y Alex está de pie cerca del agua, todos los demás se alejan. Ethan se queda atrás y se sienta junto a mí. —Fue bueno verte esta noche —dice con sus suaves labios y largas pestañas, como si no notara que la única cosa que dije en toda la noche fue “si”. —A ti también —digo.

—Tengo que irme —dice—, ¿Puedo darte un abrazo?

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—Sí —digo, aunque lo dudo. Nunca seré capaz de hablar con él. Pero puedo hacer otras cosas además de hablar.

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—Sería bueno pasar el rato solo tú y yo alguna vez —dice, y el cálido, sentimiento extendiéndose vuelve—. Me gustaría conocerte mejor. Tal vez no serias tan tímida si solo fuéramos tú y yo.

—Está bien —digo, y no puedo recordar la última vez que alguien me abrazo. Hay brazos a mí alrededor, un duro pecho contra el mío, manos en la parte baja de mi espalda, aliento en mis oídos. Aquí es cuando se supone que ponga mis brazos alrededor de su cuello, cuando se supone que ponga mi rostro cerca del suyo. Es cuando se supone que lo bese, cuando esta tocándome y su calidez está entrando en mi ropa. Se supone que lo haga ahora o él no estará interesado después. Debo besarlo porque lo que él quiere no es mi voz. Él no quiere realmente hablar. No quiere realmente llegar a conocerme mejor, no conocerme de verdad, no meterse en mi cabeza donde hay cosas ocultas. Debo besarlo porque lo que él quiere es mi boca, mis manos en su espalda, mi cuerpo, cerca. Debo girar mi cabeza, sentir su aliento en mi cara, mover mis labios a su boca. Abrir. Lengua dentro. Fuera. Cerrar mis ojos. A ellos les gusta cuando cierras los ojos. —Demonios, chica —dice, lamiendo sus labios. —¿Qué? —digo sonriendo, mi cabeza inclinada hacia un lado. Estoy mirándolo directamente a los ojos. Soy una persona diferente. No estoy asustada. Se lo que quiere. —Solo demonios. —Vamos, hombre —alguien grita al otro lado de la calle. Los otros se están riendo con sus risas que nunca parecen estar dirigidas a nada. —Tengo que irme —dice, alejándose y mirándome de arriba abajo. —Te veo después —digo. Aun estoy mirando sus ojos. Cafés. Superficiales.

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Alex y yo caminamos desde el lago. Ella tiene una gran sonrisa en su cara pero no está diciendo nada y yo solo estoy esperando para que ella me diga que lo arruine de alguna manera, que me veía como una tonta frete

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—Definitivamente —dice, entonces —Mmmm —y esto debe ser lo que se siente ser un pedazo de carne, ser deseada por alguien hambriento. Esto es todo lo que tengo que hacer. Esto es fácil. Soy deliciosa.

a los chicos de secundaria. De repente, ella deja de caminar y me mira y pone sus manos en mis hombros. —No puedo creer que hiciste eso —dice, sonriéndome como si la hubiera hecho sentir orgullosa. —¿Qué? —digo. —Solo besarlo así. —¿Por qué? —estoy sonriendo ahora, también. He hecho algo bien. —¿Qué le paso a Cassie la pequeña dulce virgen? —se está riendo. —No lo sé —me rio en respuesta. Estoy mareada. —Se ha ido. —dice Alex. —Sí. —digo. Estamos corriendo por la calle ahora. Riéndonos tan fuerte que estamos gritando. —La maldita perra se ha ido. —dice Alex. —Adiós —digo. —Adiós, Cassie —dice ella.

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—Adiós.

Capítulo 7 Traducido por Vettina Corregido por Clarksx

Sarah no es nada de lo que esperé. No es hermosa, pero es algo cercano a bonita. Es pequeña, rubia, callada y luce más joven que yo, como que algo la hizo dejar de crecer. No es pequeña como yo, no como una mujer miniatura, sino pequeña como un niño grande, como si su cuerpo no fuera lo suficientemente fuerte para sostenerla y no hay nada entre su piel y sus huesos. Todo lo que debería ser sólido es frágil. Podrías romperla a la mitad con tus manos. Tiene esta mirada en blanco en su rostro, como congelada, como si toda la vida hubiera sido succionada de ella. Ni siquiera parpadea, solo se sienta ahí mirando al espacio como si pensara que es donde pertenece. Podrías soplarla y ella se caería y desmoronaría en millones de piezas. —Sarah —digo. Ella no se mueve. —Sarah —digo de nuevo. Está sentada en el borde de la cama de Alex, mirando afuera de la ventana a pesar de que todo está empañado y todo lo que puedes ver son manchas chorreando de color, verde donde están los arboles, gris por el cielo. —¡Sarah! —grita Alex—. Despierta, maldita fenómeno.

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La habitación de Alex es igual de desordenada que el resto de la casa, llena de platos sucios, montones de ropa, revistas viejas y rotas. El piso está cubierto pero las paredes están completamente en blanco. No hay

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Sarah parpadea y nos mira—. ¿Qué? —dice ella, como si nada estuviera mal, como si no supiera que fue una zombi por tres minutos.

afiches, ni fotos, ni recortes de estrellas de rock o actores. Es como si este es un depósito de basura, un almacén, un lugar para apilar las cosas no deseadas, en lugar de la habitación de una chica adolescente. Estamos sentadas en el piso, pasándonos un porro, y queremos algo más fuerte. —¿Ese chico desagradable en tu clase para inteligentes no toma Ritalin? —dice Alex. —Amo el Ritalin —dice Sarah, y su cara se ilumina. Es lo más animada que la he visto. —Llámalo —dice Alex. —No tengo su número —digo, lo que es una mentira porque hemos sido pareja en cada proyecto de grupo. Tanto como quiero drogarme y tanto como lo odio, hay algo que me hace querer mantener a Alex lejos de Justin. —Habla con el lunes, entonces. —Lo hare —digo. —¿Qué vamos hacer? —dice Sarah mientras gira su cabello alrededor de sus dedos. Su cabello es desigual por todas partes porque lo jala. Ni siquiera sabe que lo está haciendo. No puedes realmente ver que es así cuando lo lleva atado, pero ahora su cabello esta suelto y luce como un paciente de cáncer. Es sábado y Alex no sabe dónde está su mamá. No hay comida en la casa, así que traje algo. Está comiéndose su cuarto sándwich de mantequilla de maní y mermelada. Sarah está mordisqueando distraídamente una pieza de carne del sándwich que tiene envuelta alrededor de su dedo.

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—Necesitamos dinero —dice ella, y Sarah y yo asentimos. Nos sentamos en silencio por un rato, pensando sobre dinero y drogarse. Estoy pensando acerca del Ritalin. Tratando de adivinar que podría hacer, porque algo tan grandioso podría ser la prescripción de un niño. Mi estomago da vuelta y

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—Estoy tan jodidamente aburrida —dice Alex, y Sarah y yo decimos—: Yo también —en unisonó.

mi cuerpo cosquillea. Por supuesto que él me lo dará. Probablemente ni siquiera me hará pagar. Tendré un suministro sin fin de algo nuevo que sentir. —Oh, mierda —dice Alex—. Tengo la mejor maldita idea.

Sarah y yo somos las que golpeamos en las puertas porque lucimos más dulces. Alex nos dice donde ir y qué decir, entonces se esconde detrás de un arbusto o un auto hasta que hemos terminado. Estoy sosteniendo el sobre de manila con “donaciones para la clase de ciencias de la escuela media de Kirkland” escrito en marcador negro. Sarah hizo eso. Tiene la escritura más bonita, cuidadosa, como si alguien la estuviera viendo. Una anciana con cabello azul responde la puerta. Un perro como una pequeña bola de pelo blanca comienza a saltar en mis piernas. El pelo alrededor de sus ojos y boca está manchado de café con mocos y lagrimas y cosas asquerosas de perros. —¡Mitzy, ven aquí! —la anciana grita con más fuerza de la que hubiera imaginado saldría de su frágil cuerpo. Ella comienza a toser incontrolablemente, y Sarah y yo nos miramos la una a la otra como diciendo ¿Deberíamos correr? No queremos estar alrededor cuando muera. La anciana toma una calada de su cigarrillo y la tos se detiene. —¿Puedo ayudarlas chicas? —pregunta en una voz áspera.

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La señora se pone sus gafas de lectura que están colgando alrededor de su cuello. Resopla mientras lee, y el perro está mordiendo sus tobillos. Quiero patearlo pero no lo hago. —Hmm —dice la señora—. ¿Qué clase de animales?

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—Um, somos alumnas de séptimo grado en Kirkland Junior High —digo—. Como quizás sepa, el financiamiento para las escuelas es bajo, y nuestra clase de ciencias no tienes los fondos necesarios para comprar suministros. Estamos recolectando donaciones para que podamos comprar animales para nuestra clase. —Sostengo arriba el sobre manila, y Sarah le da la carta oficial que escribí en la computadora de la mamá de Alex.

—Jerbos —dice Sarah—. Ratones, lagartijas, serpientes, usted sabe, animales de ciencia. —No me gustan las serpientes —dice la mujer, entrecerrando los ojos. —A mi tampoco —dice Sarah. —¿Van a hacer experimentos con ellos? —Ella luce preocupada. —No. Solo vamos a observarlos —digo—. Lo dice en la carta. —apunto para ella. —Eso es bueno. Nos quedamos ahí por un momento, Sarah y yo mostrando nuestras más dulces sonrisas. —Bueno, supongo que podría prescindir de algunos dólares. Para la educación y todo. —Eso sería grandioso —dice Sarah. —Nuestra clase realmente lo apreciaría. —Agrego. Ella vuelve dentro de la casa, y el perro la sigue. Mientras encuentra nuestro dinero para la droga, Sarah y yo nos miramos y tratamos de no reír. —Aquí tienen, chicas —la anciana dice al entregarme un billete de cinco dólares. Lo pongo en el sobre. —¿Le gustaría un recibo? —pregunta Sarah—. Para los impuestos — Robamos un bloc de recibos de la tienda de suministros de oficina que queda bajando por la calle. Pensamos en todo.

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Nos despedimos, damos las gracias y Sarah añade un “Dios la bendiga” y yo pienso que voy a romper a reír mientras nos apresuramos a caminar alrededor de la esquina donde Alex nos espera. Tan pronto como salimos fuera de vista de la casa de la señora, me estoy riéndome tan fuerte que pienso que me voy hacerme pipi en mis pantalones y Sarah está

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—Oh no, chicas, está bien —dice la señora—. ¿Qué haría con otro pedazo de papel?

prácticamente en el suelo y continua diciendo —No puedo respirar, no puedo respirar. —Y entonces traga aire, y pongo mi brazo alrededor de sus hombros y me enfoco en mi vejiga. Alex surge de detrás de una furgoneta—. ¿Qué es tan gracioso? —dice ella, como si estuviera enojada. —Debiste haber visto a esa señora —dice Sarah. —Sarah la bendijo —digo, y estábamos riéndonos de nuevo pero Alex no se ve feliz. —¿Cuánto consiguieron? —Cinco dólares —digo, y de repente las cosas no parecen graciosas porque Alex es toda negocios y tiene el ceño fruncido como si hubiéramos hecho algo mal. —Necesitamos más. —Oh, alégrate —dice Sarah, y ahora nadie está riendo. Ahora todo es pesado y arruinado. —No me respondas —dice Alex. —¿Por qué no? —Porque te lastimare. —Mentira. —¿No me crees? —No.

—Golpéame —dice Sarah, mirando a Alex directamente a los ojos.

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Podría irme y nadie se daría cuenta. Podría solo alejarme.

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Se miran la una a la otra y quiero estar en cualquier lugar menos aquí. Sarah se ve rara, como si fuera otra persona, poseída, como si pudiera morir en este momento y no le importara. Alex luce como si pudiera matarla.

—¿Quieres que te golpee? —Sí, golpéame. Se miran la una a la otra mientras Alex considera esto. Estoy callada. Miro arriba hacia las copas de los árboles como si viera algo interesante. Debo pretender que soy invisible. Debo fingir que nada está mal. Mi cuerpo se tensa, sólido, como si mis músculos petrificados fueran lo único que evitara que Alex y a Sarah se mataran entre ellas. Mi cerebro es un espacio negro, vacío, con una línea de pequeña escritura blanca, apenas visible, palabras blancas contra negro, silenciosamente repitiendo, Por favor paren, por favor paren, por favor paren. Alex rueda sus ojos y empieza a caminar. —Te voy a golpear cuando no lo quieras —dice ella. —Como sea —dice Sarah, y seguimos a Alex a la siguiente casa. Puedo respirar ahora. Estoy contenta de que nos movamos. Me alegra que estemos en una sola fila, sin decir nada, sin mirarnos. Estoy alegre de que estemos pretendiendo que nada paso. Una madre con dos niños llorando nos da veinte solo para hacernos ir. Un anciano nos da setenta y seis centavos y nos invita a entrar a ver su colección de recuerdos de la segunda Guerra Mundial. Una mujer con un millón de gatos nos da cinco. Un tipo de treinta y algo con una camiseta blanca manchada no nos da nada, pero nos dice que somos bonitas y que nos dará algo de whisky si nos quedamos. Yo lo considero, pero Sarah comienza a alejarse.

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—Oh, hola —dice ella, como si nos estuviera esperando.

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Tocamos la puerta de una pequeña casa con un patio que luce como si hubiera sido lindo hasta recientemente. El seto traiciona los perfectamente cortados ángulos, hojas caídas cubren el pasto crecido, y los esqueletos de varias flores están alineados al lado de la casa. Puedo escuchar movimiento dentro y alguien hablando. Una frágil mujer mayor abre la puerta y sonríe cuando nos ve. Un extraño olor se filtra de la casa, como algo demasiado dulce.

—Hola, señora —dice Sarah y comienza el discurso, pero la señora continua mirando entre nosotras con una gran sonrisa en su cara como si no estuviera siquiera escuchando. Sarah llega a la parte de los animales cuando la señora interrumpe. —Entren, entren —dice ella—. George y yo justo estábamos sentándonos a cenar. —No queremos importunar —dice Sarah. —Cariño, entre más mejor —dice la anciana—. Amamos la compañía, ¿Cierto George? —dice detrás de ella dentro de la casa, pero nadie responde. Al entrar, el olor es muy abrumador. Mis ojos comienzan a lagrimear y Sarah tose. La señora está diciendo algo sobre no tener nietos, pero no puedo escuchar porque estoy mirando alrededor de la casa y cada mesa, alfeizar y mostrador está cubierto con jarrones llenos de flores muertas, gigantes ramos de la clase que las personas envían después de que alguien muere. La mesa esta puesta para dos pero no hay nadie ahí. Una pequeña pila de galletas esta en uno de los platos junto a una lata de atún medio comida. —¿Ahora que estaban diciendo acerca de jerbos? —la señora dice. —Estamos juntando dinero para comprarlos —digo—. Para nuestra clase de ciencias. —Oh —dice la señora. Mira alrededor nerviosamente, como si estuviera buscando jerbos o efectivo o algo que nos ayudara—. Creo… —dice la señora, pero no termina su oración. Está cavando a través de los bolsillos de sus pantalones de poliéster. —Está bien —dice Sarah—. Si no puede…

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—Creo que en realidad hemos alcanzado nuestra meta —Sarah dice, mirándome con una tristeza en sus ojos que la hace ver de repente muy

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—No, la señora dice —Quiero ayudarlas—. Ella entra en la sala de estar, hacia el sofá, tomando su bolso, y comienza a rebuscar a través de ella.

vieja—. Creo que hemos terminado de recaudar fondos, así que nos vamos a ir ahora. —No, espera —dice la señora—. Sé que tengo algo de dinero para ustedes. —Hay pánico creciendo en su voz. Mis ojos buscan algo que mirar, lo que sea menos ella. Miro la mesa. Hay moscas en el atún. Hay moho en las galletas. —Fue bueno conocerla señora —digo, comenzando ya a caminar hacia la puerta—. Encontraremos el camino de salida. —No, espera —dice de nuevo—. George, ve si tienes algo de dinero para estas niñas. Abro la puerta y respiro aire fresco. Miro detrás de mí y Sarah está tomando un billete de veinte dólares fuera del sobre manila. Coloca el dinero debajo del plato que tiene la horrible cena de la señora. La señora aun está en la sala de estar, rebuscando a través de su bolsa y diciendo “No, esperen”, una y otra vez, pidiendo ayuda a George. Sarah encuentra mi mirada y comienza a caminar, y la amo más de lo que he amado a alguien. Caminamos rápidamente a donde Alex está esperando. No decimos nada. Estamos más cerca a la otra de lo que necesitamos estar, nuestros hombros y manos golpeándose. Alex esta parada alrededor de la esquina fumando un cigarrillo—. ¿Cuánto tienen hasta ahora? —dice ella.

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Vamos a la sala de juegos y encontramos el Purple Haze y no dormí hasta el día siguiente.

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Sarah le entrega el sobre manila y Alex cuenta el dinero mientras nosotras estamos paradas ahí, nuestros hombros apenas tocándose—. Cincuenta y dos con setenta y seis —dice Alex—. Eso es suficiente para algunos tacos, hierba y acido.

Capítulo 8 Traducido por Mokona Corregido por Nanis

Estamos conduciendo lejos de la escuela en el Honda Civic del 87 de Ethan y digo adiós con la mano como si estuviera en un desfile. La gente está reunida alrededor para ver cómo nos vamos. Debería haber habido serpentinas, globos, una gran banda tocando. Estoy peleando con el deseo de tocar el claxon. Estoy montada en el asiento delantero de un auto con el tipo más genial de la escuela. Eso me hace la chica más genial de la escuela. Alex se está despidiendo con esa sonrisa en su rostro como diciendo: Sé lo que harás, y Sarah luce tímida y triste como diciendo: No me dejes sola con ella, y el pendejo de James está allí con su cara diciendo: Soy tan idita, y yo quiero gritar por la ventana: “¡Mira lo que te estás perdiendo!” —¿Qué quieres hacer? —pregunta Ethan cuando nos alejamos de la escuela. De repente, su auto no parece tan espectacular. Me doy cuenta del ligero olor a hamburguesa mohosa. Estamos conduciendo a través de tranquilas calles residenciales. —No sé —digo. Quiero seguir manejando. Quiero pasar al lado de cada persona que conozco. Quiero que entrecierren sus ojos y miren por la ventana y vean que soy yo. —¿Tienes hambre? —dice. —No.

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—Hay comida en mi casa. Mi mamá estará dormida hasta las cinco. —No sé por qué digo eso. Parecía lo que debía decir.

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—Yo estoy malditamente hambriento.

—Genial —dice él, y yo le digo a dónde ir. Quiero seguir conduciendo. Quiero ir de regreso y traer a Sarah. No quiero ir a casa y verlo comer. No lo quiero en mi habitación donde puede ver la silla cerca a la ventana donde me siento cuando me siento sola, donde duermo, donde me recuesto y miro el techo. No quiero estar a solas con él.

Esto es a lo que él se refería con “quiero conocerte mejor”. Esto es el “tiempo a solas”. Ahora es cuando pasamos juntos una y otra vez y yo lo dejo hablar y le dejo pensar que estoy interesada en lo que está diciendo. Estamos hablando de las cosas que se supone debes decir antes de tener sexo. Él me dice: —Mi padre es un artista, pero no vivo con él. Mi madre es contable y una aficionada al fisicoculturismo. Yo le digo: —Mi padre hace algo con computadoras. Mi madre no hace nada. Es la mitad de la tarde y mi madre está durmiendo. Ella no sabe que estamos aquí, en mi habitación, en mi cama. Ella no sabe que la mano de él está bajo mi camiseta y frotando mientras habla. Él no sabe que no siento nada. Nunca he conocido a un fisicoculturista, pero los he visto en televisión. Estoy preguntándome cómo se ve la mamá de Ethan. Si es el tipo de mujer que luce como un hombre. —Mi padre vive en Israel —dice él―. Viviré con el cuándo me gradúe.

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—Mi mamá es una pagana, por lo que de acuerdo a la ley judía, no soy judío. No sé por qué mi padre se casó con una maldita pagana —dice eso mientras desabotona mis pantalones paganos, mientras desliza sus manos dentro de mi ropa interior pagana.

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¿Qué tiene de especial Israel? Quiero decir, pero no lo hago.

Esto es lo que yo sé sobre él: le gusta patinar y las hamburguesas, sin queso, no es permitido de acuerdo a las creencias judías. No le gustan los vegetales o la escuela. Sí le gusta la cerveza y la hierba y el gas de la risa y la ketamina. Lo que él sabe de mí es mi primer nombre, mi edad, y que vivo en este edificio de apartamentos. Sabe que mi mamá duerme como muerta en la tarde, que tenemos gran cantidad de refrigerios, que mi puerta cierra con llave, que soy buena besando, que lo dejo hacer lo que sea que quiera. Él sabe que mi ropa interior y sostén son rosados y de encaje. Él no sabe de mis viejos sostenes y ropa interior de algodón escondidos en mi cajón. Él no conoce mi rostro sin maquillaje. Él sabe lo que se siente estar sobre mí, que no me muevo, que soy pequeña y delgada y flexible, que mis senos son del tamaño perfecto para sus manos. Estoy pensando, se supone que esto debería ser especial. Estoy pensando, todo el mundo miente al decir que esto es especial. Extrañamente no estoy asustada. Todo esto parece vagamente familiar, como lo que he visto en películas, como si yo misma lo hubiera hecho. Me pregunto por qué casi no siento nada, cómo podría no estar aquí, cómo podría distanciarme a otro lugar, flotar hacia el techo y ver qué tan ridículos lucimos: el empujando dentro de mí como si su vida dependiera de eso, yo recostada luciendo como si fuera madera, algo rígido y tenso, cuando en realidad no lo soy, cuando en realidad solo soy piel envuelta en niebla. —¿Te hago daño? —me pregunta. —Está bien —digo.

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—Sip —digo. Estoy mintiendo. No se siente nada. Desearía que dejara de hablar. Desearía que dejara de hacerme hablar. Es difícil hablar cuando estoy en el techo, en la esquina. Eso me hace tener que regresar, sentir su peso sobre mí, sentirlo duro dentro de mí, perforando mis entrañas. Bajo lo suficiente para decir lo que él quiere oír, luego floto lejos de nuevo. No es difícil, volar de un lugar a otro. Es como si hubiera nacido sabiendo cómo hacerlo.

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—¿Se siente bien? —me pregunta

—Oh, mierda, me vengo —dice, lo oigo y mis oídos me traen de regreso a la cama justo a tiempo para sentirlo temblar, y oírlo gemir. Él sostiene el aliento y el mundo se detiene y siento como estoy sosteniendo todo con mis delgados brazos y rodillas dobladas, mis piernas ampliamente abiertas, luego todo continuó y él cayó sobre mí y yo me hundo en el colchón hasta que no soy nada. Permanece así por un rato, como si estuviera muerto, y creo por un momento que lo está. No estaría traumatizada si muere sobre mí, su reducida, marchita polla aún dentro de mí. Cualquier cosa podría pasar y no importaría. Él se da la vuelta y escarba en el bolsillo de su pantalón en el piso. Pone un cigarrillo en su boca, me da uno. Abro la ventana, prendo algo de incienso y pongo el frasco que uso como cenicero en la cama entre nosotros. Me recuesto junto a él, arrinconada entre el muro y el cenicero. Escasamente cabemos. Me siento demasiado desnuda. El rueda en su lado y me enfrenta, poniendo sus brazos a mi alrededor. Besa mi hombro, mi cuello, mi mandíbula, mi oreja, haciendo molestos ruidos de arrullo mientras me besa. Quiero detenerlo. Quiero aplastar mi cigarrillo en su parpado. Prefiero que siga jodiéndome el resto de la noche a que se recueste a mirarme y trazar mis costillas con la punta de sus dedos, actuando como si lo que acaba de suceder significara algo. —Eso fue hermoso —dice, y me besa suavemente en la boca y todo lo que puedo hacer para no vomitar es apretar mis ojos cerrándolos, levantar el cigarrillo a mi boca, tensar mis labios, chupar, soplar, bajar de nuevo mi brazo. Una y otra vez hago eso, imaginando que el humo se vuelve solido dentro de mi cuerpo, hasta que el filtro del cigarrillo se ha desvanecido y lo apago en el cenicero.

—¿Sip? —Regreso de la puerta.

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—Hey —dice.

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Me obligo a moverme para levantarme e ir al baño. Hago que mi cuerpo gire y trepo sobre él, mis pies caminando, mis manos metiéndome en mi bata de baño. Sus ojos siguiéndome, somnolientos, como si se movieran solo porque necesitan algo que hacer.

—Te amo —dice, y suena ridículo. Todo sobre él es ridículo: el cabello desordenado, la montaña de granos de su barbilla, el delgado, patético intento de bigote, los muslos blancos, el pene recostado contra ellos, marchito y pequeño aún con el condón puesto. —También te amo —digo porque es la única cosa que puedo pensar, porque es la única cosa que tienes permitido decir cuando alguien te dice que te ama primero. Tal vez eso es todo lo que es el amor, una persona diciéndolo porque supone que debería hacerlo y otra persona sintiéndose demasiado culpable para decir algo más, y todos engañándose a sí mismos creyendo que es algo como lo que escribió Shakespeare, porque Romeo y Julieta estaban locos y calientes a la misma edad que Ethan y yo. Tal vez esto es todo lo que es el amor y lo que podría ser, chicos jodiendo chicas y simulando que las aman, chicas siendo jodidas y simulando que les gusta, diciendo “también te amo” y queriendo vomitar. Abro la puerta y corro al baño. Cierro con seguro y abrazo el inodoro. Mi boca está abierta y goteando y las babas gotean, gotean, gotean. Espero y nada viene. Estoy vacía por dentro así que nada viene. Cepillo mis dientes. Salpico agua fría en mi rostro. Orino y me limpio con una toallita húmeda. Quiero que se vaya para poder bañarme. Quiero tomar la ducha más caliente que haya tomado alguna vez. Cuando regreso a mi habitación, él está sentado poniéndose sus calzoncillos. Algo en su rostro está mal. —Hey —digo. —Hey. —No está mirándome. —¿Qué está mal? —digo, tratando de sonar calmada, pero de repente no puedo respirar. Tengo que haber hecho algo malo. Lo deje hacer lo que quiso, pero olvidé algo. Hice todo pero no fue suficiente.

—No sangraste —dice finalmente en una voz suave. No se ve enojado, pero no sé cómo más puede estar.

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Mira su regazo, buscando las palabras adecuadas.

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No está feliz conmigo. Tuve que hacer algo malo.

—¿A qué te refieres? —digo. —Las vírgenes se supone que sangran —dice, y me doy cuenta que está señalando, buscando en las sábanas blancas como si lo hubieran decepcionado, buscando por sangre como si fuera alguna especie de trofeo. —¿De qué hablas? —Debí hacer algo mal pero no sé qué fue. Estoy tratando de no derrumbarme. —¿Eres virgen, no? —Sí. —Por supuesto que soy virgen. ¿Por qué no sería una virgen? —13 es demasiado joven para no ser virgen. —Soy virgen. —Por supuesto que soy una maldita virgen. Mis manos se cerraron en puños, mis ojos se pusieron llorosos y no pude detener las lágrimas. Se sintió como si el mundo terminara, como si alguien hubiera encontrado la forma perfecta de matarme, como si un hoyo dentro de mí se hubiera abierto y toda mi valentía cayera. Trato de no temblar. No puedo dejarlo verme llorar. ¿Por qué estoy llorando? Solo es sangre, la ausencia de sangre. Le deje hacer todo lo que quiso. Ese es el problema. Él no está molesto. No está molesto conmigo. Me mira, arrepentido, como si de repente entendiera que habló cuando no debía. Pero eso no es todo. No sé lo que es, pero no lo es todo. —Lo siento —dice. Palmea el sitio cerca de él en la cama. Me siento. No respiro. Cuento hasta diez. Empujo los sentimientos lejos—. Es solo que siempre creí que las chicas debían sangrar la primera vez. Me preguntaba porque, como, no sangraste y hay, como, esa cosa que se supone debe romperse.

—Montar a caballo.

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Escojo uno. Y digo.

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—No todas las veces —le digo. Estoy respirando. Sé esto. Lo leí en el libro que me dio mi mamá para enseñarme sobre sexo. A veces se rompe por otras cosas. Montar a caballo. Accidentes.

—¿Qué? —Solía montar a caballo. Eso es lo que lo rompió. —Oh —dice. Luce escéptico. —Todo el rebote —le digo. —Está bien. No me importa si cree que no era virgen. No me importa si cree que soy una zorra, si cree que he jodido un millón de chicos antes. Todo lo que quiero es que deje de hablar de eso. No quiero nada, silencio. No quiero recordar, sin sentimiento, a nadie, nada dentro de mí. Ethan termina de vestirse mientras miro hacia afuera al muro de árboles verdes que nos separa del otro edificio de apartamentos. Me da mi ropa y yo solo la miro puesta sobre mi regazo. Vestirme parece la cosa más difícil que he hecho. Luego escuchó la puerta de la habitación de mi mamá abrirse, sus abultadas pantuflas cruzando la sala, y me pongo la ropa y alisar mi cabello, Ethan se levanta y sale de mi habitación y yo lo sigo a la puerta de enfrente, mi mamá está sentada en el sofá encendiendo el televisor mira hacia nosotros y dice: —Oh, hola. Y yo digo: —Mamá, él es Ethan. Y ella dice. —Gusto en conocerte, Ethan. Y él dice: —Lo mismo.

Y él dice:

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—Ethan, ¿te gustaría quedarte a cenar?

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Y ella dice:

—Gracias, pero debo ir a otro lugar. —Camino con él a la puerta y me besa en la mejilla, prolongándolo tanto que puedo oler su caliente, rancio aliento—. Eres mi chica ¿cierto? —dice suavemente. —Cierto —digo. ¿Qué más sería? Eres el tipo más popular en la escuela y yo no soy nadie. Seguiré dejándote que me jodas hasta que te canses de eso, hasta que encuentres a alguien mejor para joder. Él se retira de la puerta batiendo sus parpados, creí que eso era tan sexy cuando lo vi por primera vez. Ahora solo quiero arrancárselas de a una. Cierro la puerta detrás de él y mi piel se siente como si arañas y serpientes y cada desagradable e imaginable cosa se arrastraran sobre ella, tratando de entrar en mí. Si tomo una ducha lo suficientemente caliente, los mataré y no sentiré nada más aparte del ardor hiriente del agua, no el ligero dolor donde Ethan estuvo dentro de mí, no la enfermedad, no los fragmentos de sentimientos como hipo en mi cerebro. —¿Es ese tu novio? —pregunta mi mamá desde la sala. —Eso creo —digo. —Parece agradable —dice—. Apuesto que a tu padre le gustaría conocerlo. —Iré a tomar una ducha —digo, y no espero por su respuesta. Cierro con seguro la puerta del baño y enciendo el agua tan caliente como puede ir. Me quito la ropa, entro y siento el agua como cuchillos rebanándome. Cierro mis ojos, aprieto mis dientes y me concentro en el dolor, dándole la bienvenida, dejándolo ser parte de mí. Me sostengo de la pared mientras el agua cae en mi espalda, quemando a través de mi piel y llegando dentro de mí, quemando mis venas y músculos y grasa y huesos y a través de mis recuerdos, quemándome hasta que no soy nada, hasta que estoy limpia. No escucho la voz en mi cabeza gritándome que salga.

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Hay voces que puedes silenciar.

Capítulo 9 Traducido por Mona y Susanauribe Corregido por Carito

Es una extraña clase de tranquilidad bajo un puente de la autopista durante un día lluvioso. Puedes escuchar los autos encima de ti, silenciados por capas de concreto. Puedes escuchar la lluvia golpeteando sobre el asfalto, sobre el metal de autos abandonados, sobre la madera de edificios abandonados. Puedes escuchar a los chicos sobre monopatines, su crujiente balanceo hacia adelante y hacia atrás, la madera golpeando el concreto, raspando. Puedes escuchar a los chicos cuando ellos se caen, sus cuerpos suaves que golpean el suelo, los monopatines volando, estrellándose, las mierdas, los joder, los malditas seas. Puedes escuchar todas esas cosas, pero ellos son de alguna manera pequeños, como si sólo escucharas sus sombras. Eres consciente de todo, pero nada de eso importa. Puedes ver el movimiento de las bocas de los chicos, pero todo lo que puedes escuchar es estática. La cosa más ruidosa es tu castañeo de dientes. La cosa más ruidosa es la lluvia golpeteando, demasiado húmeda y demasiado pesada para ser nieve a pesar de que está congelando. Los labios de Sarah están azules. Le paso la pipa y ella apenas puede mantenerla en su boca. La ayudo a encenderla porque sus manos tiemblan. Ella inhala y el humo parece calentarla. —Gracias. —Ella dice.

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Alex se rió cuando le traje a Sarah el viejo abrigo, dijo algo sobre la caridad. Sarah dijo gracias y lucía avergonzada, lo puso a su lado en el suelo. Nunca la he visto usarlo.

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Sarah no tiene un abrigo de invierno, solamente la chaqueta de jean que usa cada día. Llevé mi viejo abrigo a su casa la semana pasada, porque ya no lo necesito más. Tengo uno nuevo ahora, del tipo grande e inflado que es popular.

—Está tan jodidamente frío —digo, abrazando mis brazos a mi pecho. —No hables de ello —dice Sarah—. Cuanto más hablas al respecto, más cierto es. Los chicos no tienen frío porque ellos se mueven. Ellos transpiran en sus camisetas. Sus sudaderas y abrigos se apilan en montones con sus mochilas. Alex no tiene frío porque ella está dentro del abrigo gigante del saco de dormir de Wes. Él tiene su brazo alrededor de ella y lo que están haciendo podría ser llamado besar, pero es más como una lucha de espadas con lenguas. Ellos están por las pilas de ropa desechada, al otro lado del concreto donde estamos Sarah y yo, del otro lado del mundo. Me levanto y me acerco. Agarro la sudadera de Ethan. Él es mi novio ahora. Porque lo dejé follarme, puedo hacer lo que quiera con su sudadera. Alex me ve y me detiene. —¿Qué estás haciendo? —Ella dice. Su rostro está cubierto de lodo. Luce orgullosa de sí misma, a pesar de que ella es la que me contó sobre la reputación de Wes de follar cualquier cosa, incluyendo un par de retardadas de Educación Especial. —Consiguiéndole una sudadera a Sarah —digo. —Oh, no eres dulce —dice ella como si fuera la peor cosa en el mundo. Wes tiene su mano levantando su camiseta. Está tratando de encontrar lo poco que hay allí. Alex gira y abre su boca ampliamente y aplasta su rostro contra el de Wes como si su piel pálida, como de goma y cubierta de granos, fuera la cosa más apetitosa en el mundo. Me escapo tan rápido como puedo. Le entrego a Sarah la sudadera y ella dice:

—Una sudadera, tonta. Póntela.

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Y digo:

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—¿Qué es esto?

Ella se la pone y esto la hace lucir incluso más pequeña porque las mangas son casi 30 centímetros demasiado largas. —Tu novio huele mal —dice Sarah mientras ella huele la axila de la gigantesca sudadera. —Todos los chicos huelen mal —digo, y ella asiente con su cabeza como si hubiéramos averiguado algo importante. Nos sentamos tranquilas. Miramos patinar a los chicos hacia adelante y hacia atrás. Ellos de vez en cuando saltan o se deslizan sobre la acera o la barandilla, algo de concreto o de metal. Solo es interesante cuando alguien se cae. Ethan nos ve observándolos, voltea y se dirige hacia nosotras rápidamente. Gritamos como se supone que debemos y se detiene justo antes de que se encuentre con nosotras. Él pone su brazo alrededor mío y comienza a besarme. Puedo saborear el humo de cigarrillo rancio en su lengua. Puedo oler su sudor. Puedo sentir sus axilas mojadas que descansan sobre los hombros de mi abrigo nuevo. —¿Cómo luzco, bebé? —dice. Él respira con fuerza y el vapor se levanta de su cuerpo. Está posando para nosotras, hinchando su pecho. —Bien —digo—. Te ves realmente bien. —Genial —dice él, y patina para unirse a los otros chicos que van y vienen. Esta es la rutina, excepto por Alex que suele sentarse con nosotras y no besa al tipo gordo con sarna. Por lo general, fingimos cuán impresionadas estamos. Pero hoy, doy vuelta hacia Sarah y hago rodar mis ojos. La hago reír. Puedo hacerlo porque Alex está ocupada consiguiendo su rostro aspirado. Puedo hacerlo porque ella no mira.

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Los chicos están tomando un descanso de patinar ahora. Ellos están marcando sus nombres sobre los postes de concreto con pintura de aerosol.

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—Esto es tan estúpido —dice Sarah—. ¿Por qué nos sentamos aquí muriéndonos de frío?

—Ellos se parecen a los perros meando sobre los postes para marcar su territorio —digo. Ethan ya ha reclamado la mayor parte de los postes. Rojo, azul, verde y negro, Aleph por todas partes. —Yo tengo al perro alfa —digo. —¿Qué te hace eso? —dice Sarah. Ella balancea sus pies como una niña, ahogándose en la gigante sudadera. La miro muy seriamente. —Su perra —digo. Ella se ríe tímidamente y yo también. Ella se ríe de nuevo y yo igual, y luego las dos nos estamos riendo tan fuertemente como podemos. Estamos riéndonos tan fuertemente que nos olvidamos que hace frío, olvidamos la lluvia y nos olvidamos de Alex y Ethan y todos los demás. Sólo están nuestros rostros y todo fuera de enfoque detrás de nosotras. Simplemente están nuestras voces ahogando todos los demás. Sarah está intentando recobrar su aliento. —Esa es una palabra de doble sentido —le digo. Ella hace muecas, lo cual me hace reír de nuevo. —¿Por qué eres respirando.

amiga de nosotros?

—pregunta ella, finalmente

—¿Qué? —Estoy comenzando a sentirme normal de nuevo. Fumo un poco más. —Eres muy inteligente para ser nuestra amiga. Deberías salir con esos chicos de tu clase. —Odio esos chicos de mi clase. Todos son unos idiotas aburridos. —Le digo, lanzando humo en su rostro.

Le entrego la pipa y ella inhala, sostiene su aliento, exhala lentamente.

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—Porque me gustas.

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—¿Por qué sales con nosotros? —dice ella.

—¿Te gusto? —dice ella. —Claro que me gustas. —¿Te gusta él? —dice ella, asintiendo en dirección a Ethan, quien está intentando pararse de manos. Me encojo de hombros. —¿Te gusta ella? —dice ella, haciendo señas hacia Alex, quien está debajo de un abrigo/bolsa de dormir, arrodillada frente a Wes con su rostro en su regazo. Miro a Sarah y ella sostiene mi mirada y de repente siento que quiero llorar. Siento ganas de decirle todo lo que he pensado, cada secreto que he tenido, como si eso de alguna manera pudiera hacer que todo esto se fuera y que no nos estuviéramos congelado, no estaríamos viendo a los chicos orinar en las cosas como unos perros, no estaríamos respirando pintura en aerosol y humo del tubo de escape, no estaríamos sentadas aquí pretendiendo que somos como estas personas, no como Alex con su rostro en el regazo de alguien, no como los chicos que van y viene, no como esta gente que no va a ningún lugar. —Extrañas donde solías vivir —dice Sarah mientras recarga la pipa. Encojo mis hombros de nuevo. Siento como si extrañara algo, pero no puede ser eso. No puedo extrañar vivir en medio de la nada y no tener amigos. No puedo extrañar el estar sola todo el tiempo. —¿Cómo eras allí? —dice ella. —Diferente —digo—. Aburrida. —¿Cómo? —pregunta, pasándome la pipa. Inhalo, siento el humo suavizando la presión de mi garganta y mi pecho.

—Eso suena bien.

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Sarah tiene una mirada distante en su rostro y temo por un momento haber dicho mucho. Pero después de un rato, ella sonríe y dice:

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—No era muy popular —digo, lo cual es lo más cerca a la verdad que le he dicho a alguien—. Y era buena. Nunca hice nada. No sabía nada de nada.

—Sí. —Estoy pensando en las fotos, las que están en cenizas, las personas que no se me permite extrañar. —Sería lindo no saber nada —dice Sarah. —Como si simplemente pudieras regresar al pasado —digo. —Olvidarse de todo. —Apuesto a que puedes hacerte olvidar —digo—. Si lo intentas, puedes hacer que los recuerdos desaparezcan. ¿Sabes cómo los humanos sólo utilizan la décima parte de su cerebro? Apuesto a que simplemente piensas mucho en controlar todo en tu cerebro, incluso las cosas del subconsciente, como los sueños. —Me doy cuenta que estoy hablando como una personas drogada—. ¿Eso suena estúpido? —pregunto. —No —dice ella—. Puedo hacer eso. —¿Qué? —Hacer que los recuerdos se vayan. Hacer como si nunca sucedió. Sarah está temblando de nuevo y no puedo soportarlo. No puedo soportar verla tan pequeña, triste y congelada. Saco su mano de la manga de la chaqueta, la aprieto con la mía, la siento pequeña y huesuda y frágil y fría, la siento devolverme el apretón. —Vas a congelarte hasta morir. —Le digo. —Lo sé —dice ella. —Vamos a casa. Su cuerpo se tensa. —No quiero —dice.

—¿En serio? —Como si estuviera asustada de que le estuviera haciendo una broma, como si tuviera miedo de ilusionarse.

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Ella casi susurra cuando dice:

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—No tu casa, la mía.

—Sí —digo—. Creo que mi mamá va a cocinar esta noche. Me pongo de pie y Sarah se para conmigo. —¿Ella cocina bien? —pregunta. —No, en verdad —digo. Ahora estamos caminando—. Pero es mejor que las cenas de microondas. —Estaría feliz con cenas de microondas —dice ella. Casi nos hemos ido. Estamos en la parte donde la pasarela voltea. Estamos casi fuera de vista. —Hey, ¿a dónde van? —Ethan grita lo suficientemente fuerte para que no podamos pretender que no lo escuchamos. —¡A casa! —grito. Él comienza a venir hacia acá. Deberíamos haber caminado más rápido. —Pensé que íbamos a ir conduciendo más tarde —dice él, lo cual significa estacionar detrás de un edificio abandonado o al final de una calle rural para que pueda tener sexo conmigo. —No nos sentimos bien —digo—. Probablemente un resfriado. —Sí —dice Sarah—. Como si fuéramos a vomitar. —Asqueroso —dice Ethan, su rostro está contorsionado con asco como si el pensamiento de mí vomitando lo forzara a reevaluar mi atractivo. Pienso en despedirme con un beso pero decido lo contrario. —Adiós —digo, moviéndome hacia atrás. —Adiós —dice Sarah. Ya nos estamos yendo.

—No —dice él—. Entonces yo me congelaré.

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—Sarah olvidó su abrigo —le digo—. Préstale tu sudadera y ella te la regresará mañana.

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—Espera un minuto —dice Ethan—. ¿A dónde vas con mi suéter? —Tiene la irritante tendencia de decirle suéter a su sudadera, como si fuera muy estúpido para saber la diferencia.

—Está bien —dice ella—. No la necesito. —Ella levanta su mano hacia el cierre y yo lo agarro, bajándola. —Ves, ella no la necesita —dice él. —Sí la necesita. —Dile que me entregue mi sudadera —dice él, alzando su voz. —No —digo, y es lo más fuerte que ha salido de mi boca. Hay algo grueso y caliente hirviendo en mi estómago, en mi pecho, en mi garganta y llenando mi cabeza, latiendo, rojo, pesado. Algo está llenándome y el sonido de este es tan fuerte que no puedo pensar. Estoy explotando. Explotaría en este momento si algo me tocara. Sarah y Ethan me miran de forma divertida, como si no me reconocieran y me doy cuenta de que he hecho algo muy mal, que lo que sea que entró a mi cuerpo y se movió a mi boca debe salir o algo terrible pasará. Debo hacer que se vaya. Justo como Sarah, puedo hacer que cosas internas se vayan. Vete, le digo a la cosa dentro de mí. Muere, le digo, y justo así, todo regresa a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Luego soy simplemente yo, callada y delgada, aturdida y exhausta, con nada dentro aparte de aire. —Está bien —dice él—. Lo que sea. —Tiene la misma mirada que cuando me imaginó vomitando. —Gracias —dice Sarah, sin mirarme a mí o a él.

—Adiós.

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Cuando su respiración se vuelve pesada, es seguro irse. Me muevo hacia atrás. Digo:

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Tengo que besarlo ahora. Tengo que hacerlo olvidar la voz que salió. Tengo que recordarle que soy quien él quiere que sea, no alguien que le dice que “no”. Lo acerco. Muerdo su oreja. Pongo mi boca en la suya. Pongo mi mano en su entrepierna, aprieto suavemente, lo siento caliente y sudoroso en sus pantalones anchos.

Él me mira, con sus ojos entrecerrados y dice: —¿Segura de que no quieres ir conduciendo? —Mañana —digo. Le soplo un beso, me doy vuelta y comienzo a caminar. Caminamos en silencio por un rato, Sarah un poco detrás de mí. Cuando llegamos tan lejos como podemos en la pasarela, nos detenemos. —No dijimos adiós —dice ella, mirando al cielo. —Ella estaba ocupada —digo. —Estaba mirando cuando nos fuimos —dice ella—. No se veía feliz. Considero esto y sé que debería sentirme nerviosa. Pero estoy muy cansada para que me importe.

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—También me vería infeliz si el viejo pene de Wes acabara de estar en mi boca por la última media hora —digo y Sarah sonríe y nos ponemos nuestras capuchas en la cabeza. Ella toma mi mano y nos adentramos en la manta gris de lluvia.

Capítulo 10 Traducido por Brenda Carpio Corregido por Elena Ashb

Corremos el último par de cuadras a mi casa y nuestros zapatos coinciden con el ritmo de los pasos del otro. En el momento en que llegamos a casa, estamos empapadas y tiritando, nuestras caras manchadas de rímel, nuestro cabello enmarañado y pegado a la cabeza. Apenas puedo conseguir introducir la llave en la puerta porque mis manos están congeladas. Nunca en mi vida he estado tan feliz de estar en casa. —Oh mi Dios —dice Mamá a medida que entro por la puerta. —Hola, mamá —digo mientras me deshago del abrigo—. Esta es Sarah. —Sarah, estás temblando —dice, y Sarah se queda parada allí. Puedo oír el castañeteo de sus dientes—. Necesitas quitarte esa ropa. —Sarah se estremece cuando mamá pone su mano sobre la cremallera, pero la deja quitarle la sudadera. Ella tiene esa mirada en su cara, como si su cerebro se hubiera ido a otro lugar. —Vamos a mi habitación —digo. Ella se despierta un poco cuando jalo su brazo. —Encantada de conocerle —dice a mi mamá.

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—Gracias —dice Sarah, todavía medio zombi.

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—Lo mismo —dice mamá, como si no supiera muy bien qué pensar de ella—. Pónganse algo cálido y yo podré la ropa en la secadora. —Algo ha entrado en ella y está tratando de actuar como súper mamá. Estas fases no duran mucho tiempo.

Muestro a Sarah mi habitación y consigo toallas limpias en el baño. Cuando regreso, ella está allí de pie, en la mitad de la habitación, como si tuviera miedo de tocar algo. —Hace calor aquí —dice. —Aquí. —Le tiro una toalla y ella no la atrapa. Normalmente sería tímida, pero tengo demasiado frío para impórtame si Sarah me ve desnuda. Empiezo a quitarme la ropa sin tratar de ocultar nada. Sarah se vuelve de espaldas a mí y empieza a desvestirse lentamente, encorvada, tratando de hacerse lo más pequeña posible. Me seco, envuelvo la toalla a mí alrededor y empiezo a buscar en mi armario por unos pijamas que no sean muy embarazosos. Cuando me doy la vuelta, Sarah está de cara a la pared. Sin su suéter y puedo ver su pálida espalda desnuda con una larga cicatriz corriendo por el medio, 1.27 cm de espesor de piel descolorida, no una cicatriz como las que he tenido alguna vez, no es el tipo de cortes y raspaduras que desaparecen después de unos pocos meses. Este es el tipo de cicatriz que no se cura, que va a durar para siempre. —Sarah —susurro. Envuelve la toalla alrededor de ella y vuelve la cabeza para mirarme. Trata de mirarme a los ojos, pero su mirada cae en el espacio, en algo que no le devolverá la mirada. Hay una mirada en sus ojos que está destinado para mí, una especie de ruego para que diga algo más. —¿Cuál quieres? —digo finalmente. Le extiendo las pijamas en mis manos. Hay una franela roja, de cuadros azul y verde, y medio ocultas debajo de ellos, una de un azul bebé borroso con ovejas de color rosa. Sarah sonríe, se endereza un poco, y da algunos pequeños pasos hacia mí.

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La cena es carne asada, y mamá está usando un delantal. El lugar de papá está vacío, como casi todas las noches, pero mamá ha puesto un plato, cubiertos y servilletas allí, como esperando que ésta noche fuera diferente. Sarah está diciendo por favor y gracias por todo, como si no

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—La de ovejas —dice. Se la entrego y nos vestimos en silencio.

tuviera idea de cómo cenar con la gente, pero está sonriendo como si fuera el mejor viernes por la noche que ha tenido. Me pregunto si ella alguna vez se sentó a cenar así. Me pregunto si piensa que las cosas son siempre así con otras personas, que las madres cocinan carne asada, usan delantales, te ayudan a quitarte la ropa mojada y la ponen en la secadora. Mamá enciende la falsa chimenea y resplandece con luz roja. —Sarah —dice ella—. Es bueno que te hayas quedado a cenar con nosotras. —Gracias. Quiero decir, sí, estoy contenta, también —dice Sarah, tratando de cortar su carne pero las mangas del pijama son muy largas. —Desearía que trajeras a tus amigos más a menudo —me dice mamá. —Vendré —dice Sarah, y la miro. Sus ojos se amplían y casi se le cae su tenedor. —Bueno, eres bienvenida en cualquier momento —dice mamá, y Sarah mira a su plato como si estuviera avergonzada por hablar, avergonzada por querer algo. —¿Cómo estuvo la escuela hoy? —dice mamá, y las dos decimos: —Bien. —¿Sigues consiguiendo sobresaliente? —Sí —digo.

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Mamá balbucea acerca de haber ido a la tienda de comestibles, y como tuvo que conducir tres veces alrededor para encontrar un lugar en el estacionamiento. Habla sobre el buen trato que recibió en la carnicería, de cómo las cajas de cereales estaban a dos por el precio de uno. Me pregunto si este es el tipo de cosas que habla con papá cuando están

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—Estoy orgullosa de ti —dice, pero no lo dice en serio. Muestra a tus hijos que le importas probablemente era el tema del programa de entrevistas de hoy.

solos en su dormitorio. No lo culpo por quedarse en el trabajo toda la noche. Sarah escucha como si esta fuera la noticia más emocionante que alguna vez hubiera oído, como si estuviera tratando de asimilarlo todo, tratando de guardarlo para más tarde. Pateo su pierna debajo de la mesa y ella me responde del mismo modo. —¿Cómo se conocieron ustedes, chicas? —dice mamá—. ¿Estás en las clases de Cassie? —Um, no —dice Sarah con la boca llena. —Ella acaba de mudarse aquí —digo—. Es media hermana de Alex. —Oh —dice mamá—. La misteriosa Alex, con quien Cassie siempre va a algún lugar, pero a quien apenas conocemos. —Me mira como una caricatura de una madre severa, como si estuviera practicando, probablemente algo que aprendió en la televisión. —¿De dónde vienes? —dice, sonriendo para sí misma acerca de su desempeño. —Mukilteo —dice Sarah, su sonrisa desaparece repentinamente. —¿Qué te hizo mudarte aquí? —dice mamá, y Sarah mira a su plato y empuja las zanahorias blandas un poco con el tenedor. —Su padre está en el ejército —digo—. Tenía que ir al extranjero, por lo que vino a vivir con su madre hasta que vuelva. —Qué interesante —dice mamá—. ¿Dónde fue asignado? Sarah me mira suplicante. —A algún lugar del Medio Oriente —digo—. ¿Cierto, Sarah?

Sarah asiente otra vez, como un robot.

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—Oh, cariño, luces muy triste —dice mamá—. Debes extrañarlo mucho.

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Ella asiente lentamente.

—Dejaremos de hablar acerca de esto —dice mamá. Sarah mira por la ventana como si quisiera desaparecer. —¿Podemos levantarnos? —digo. —¿Realmente han terminado? —dice mamá. —Sí. —Miro a Sarah. Ella asiente otra vez. —Hay helado. —Tal vez luego —digo. Tomo a Sarah del brazo para llevarla hacia mi habitación, dejando a mamá sola en la mesa mirando a la falsa chimenea. —Gracias —dice Sarah, cuando la arrastro lejos y mamá levanta la mirada, sus ojos llenos de gratitud. —Lo siento —digo, cuando entramos en mi habitación. —Tu mamá me odia —dice Sarah. —¿Por qué piensas eso? —No lo sé —dice. Está quieta por un momento—. Ella es agradable. Tienes una buena madre. —Ella normalmente no es así —digo—. Se está comportando de la mejor manera esta noche. —Pero es genial que la tengas. Es bueno que haga eso a veces. —Sí —digo, me doy cuenta de que mis padres en su peor momento son probablemente mejores que algo que Sarah alguna vez haya conocido.

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—Me gusta tu habitación —dice—. Es mejor que la mía. —Ella duerme en la habitación donde el padre de Alex se suicidó, la que está cubierta de Grafiti y llena de cosas rotas.

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Se sienta en mi cama y acaricia las sábanas.

Abro mi armario y encuentro la botella de agua escondida detrás de la mochila que Alex me dijo que tuviera lista para Portland. Todo lo que he logrado empacar es ropa interior limpia, medias y un cepillo de diente. Lo único que he conseguido robar son 43 dólares. Le paso a Sarah la botella llena de licor claro que he robado del gabinete de licor de mi mamá, el ron, vodka y ginebra que no toma pero lo guarda en caso de que recibamos visitas que nunca tenemos. Toma un poco y se estremece. —Esto es desagradable. —Pero hace efecto —digo, enciendo algo de incienso y abro la ventana, nos fumamos un porro y compartimos mi paquete de cigarrillo hasta que el licor no nos hace estremecer. Estamos en la cama jugando un juego que solía ver jugar a las chicas de la Isla, donde escribes en la espalda de la otra persona con tu dedo y luego la otra persona trata de adivinar lo que escribiste. Trazo lentamente las letras en la espalda de Sarah, sintiendo la rigurosidad de su cicatriz. —Macarrones —dice Sarah, riendo tan fuerte que deja caer su cigarrillo entre la cama y la pared, y tenemos que mover el colchón para encontrar el orificio quemado a través de los resortes. —Ops —dice. —Mi turno —digo. Nos damos vuelta y Sarah sólo hace círculos por un tiempo, tranzando espirales en mi espalda. Y es la mejor sensación que alguna vez he sentido. —O —digo—. Muchas O. —Espera, estoy pensando.

Luego de un momento empieza a escribir; T-E-N-G-O-M-I-E-D-O.

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—Vamos —digo.

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Luego de muchas O, Sarah hace puntos.

Siento la cama moverse cuando ella se da la vuelta. Es mi turno. ¿P-O-R-Q-U-E?, deletreo. Giramos otra vez. M-I-P-A-D-R-E Doy la vuelta, pero ella se queda dónde está. Estamos una frente a la otra. —Él me encontrará —dice—. Pronto saldrá de la cárcel. —Pero él no puede —digo. —Un abogado comete errores. Lo dejarán salir. —No pueden soltarlo… —Pueden hacer lo que sea —dice, sin emoción, como si fuera algo que ella ha sabido desde hace mucho tiempo. ―Sarah —digo. —¿Quieres saber lo que me hizo? —preguntó. No. —Sí —digo. —El trabajador social me lo dijo. Realmente no recuerdo. —Está bien. —Puedo oler su aliento. Puedo oler alcohol, asado y cigarrillos. Huele desagradable pero quiero respirarlo. Lo quiero dentro de mí. —Dijeron que me había estado violando desde que era niña.

—Para. —Las cicatrices pueden decirte que tan viejas son.

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—Dijeron que los doctores podían saberlo por las cicatrices.

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—¡Oh Dios! —digo. Su cara está en blanco, como si estuviera poseída, como si alguien hubiera puesto la información en ella y estuviera simplemente haciendo un reporte, una máquina, sin sentimientos. El “de mi” pudiera ser cualquiera.

—Para. —Cuando dejé de asistir a la escuela, ellos vinieron y me encontraron. Me encontraron en el armario. —Sarah. —Pongo mi mano sobre su boca. Pongo la otra alrededor de su cintura y la atraigo hacia mí, tan cerca que no hay aire, sin espacio para el aire, sin espacio para manos, espacio sólo para nosotras. Mi mano está en la parte posterior de su cuello y mi boca cerca de ella, diciendo—: Para, por favor, para. —Estoy confundida. Quiero irme a dormir. —Lo siento —dice. —No te preocupes. —Respiro en ella. Lo digo con todo dentro de mí. Ella está llorando. Es silenciosa, pero puedo sentir sus sollozos sacudiéndonos. Sus ojos están cerrados pero hay lágrimas brotando y sus dedos están presionando mi espalda. Sus pequeñas y quebradizas uñas están casi cortando mi pijama, amoratando mi piel. —Está bien. —Sigo diciendo, incluso cuando sé que no, cuando sé que no tengo ningún derecho a decirlo. Muevo mi mano bajo su pijama, posándola por la rugosidad de la cicatriz en su columna vertebral. Siento su corazón latiendo, frágil y rápido como un pájaro. Beso su frente y la acerco—. Respira. —Lo hace, y no quiero moverme otra vez.

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Nos dormimos así, sobre las mantas, borrachas y cansadas. Despierto en medio de la noche y nos cubro con las mantas. Ella tiene sus ojos cerrados tan apretados como nunca lo he visto en otros.

Capítulo 11 Traducido por Akanet Corregido por bibliotecaria70

—¿Dónde está Sarah? —le digo. Alex está caminando rápido y es difícil mantenerse a su ritmo porque sus piernas son dos veces más largas que las mías. —No lo sé —dice. —Reduce la velocidad. —Apresúrate —me dice ella sin ni siquiera mirarme. Estoy prácticamente corriendo para seguirle el ritmo. Es difícil correr con tacones, sobre todo cuando se tiene una resaca. Son las ocho en punto ahora y acabamos de comprar drogas a un hombre en un automóvil con vidrios polarizados. No sé que nos dieron, cómo Alex consiguió los cien dólares con los que las compró, o incluso a dónde vamos, porque Alex sigue fingiendo que no me escucha cuando le pregunto algo, o me da una respuesta que en realidad no responde a nada en absoluto. —¿Sarah no quiso venir? —le pregunto ahora. —Ella no fue invitada —dice Alex.

No digo nada. La he hecho enojar.

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—¿Por qué demonios te importa tanto? —Ella deja de caminar y se da la vuelta. Su nariz está prácticamente tocando la mía y puedo oler su aliento agrio y perfume barato—. Eres mi mejor amiga, no la de ella —dice.

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—¿Por qué no?

—¿No? —dice. Parece como si quisiera matarme. No digo nada. Puedo sentir las lágrimas brotando. Puedo sentir mi pecho y garganta calientes y apretados como si alguien estuviera de pie sobre mí. —¿No? —dice de nuevo. Ella empuja duro mi hombro, y doy un paso atrás—. Dilo —dice ella. —Lo siento —le digo y ahora estoy realmente llorando. Las lágrimas están corriendo por mi cara y embadurnando mi maquillaje y hay uñas gruesas y opacas martillando en mi pecho. —Dilo —dice otra vez, su voz baja, gruñendo. Me está sosteniendo de los hombros, sus grandes manos aplastándome. —Eres mi mejor amiga —gimoteo a través de los mocos. —Dilo de nuevo. —Sus manos se mueven a mi garganta. Puedo sentir su dedo pulgar en mis venas, mi pulso se magnifica por la presión, golpeando en mi cabeza. Mi respiración está detenida. Mi voz está atrapada bajo su mano y palpitante. —Eres mi mejor amiga —toso, y suena como alguien muriendo. Me suelta y respiro, ella se enciende un cigarrillo. Empieza a caminar y me tropiezo tras ella, saboreando su rastro de humo y perfume. Siento la piel alrededor de mi cuello con mis manos, comprobando que todo está intacto. La gente camina junto a nosotras, mirando hacia el frente o hacia el agua, cualquier cosa para no encontrarse con mis ojos, cualquier cosa para no reconocer que me ven.

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Alex desacelera por lo que está caminando a mi lado. Ella me da el cigarrillo. —¿Quieres el resto? —dice.

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Siento mi cara y está húmeda. Paso mi dedo por la parte inferior de mi ojo y está delineado con rímel negro, cada una de mis pestañas impresas con pequeñas pinceladas. Miro mis manos y están manchadas con base, como pintura del mismo color que mi piel, parece que me estoy derritiendo, como si las palmas de mis manos se estuvieran convirtiendo en gelatina, como si hubieran renunciado a ser sólidas.

—Gracias —le digo. Doy una bocanada y quema mi garganta, pero me siento más tranquila. —Te ves como una mierda —dice ella. Abre su bolso, saca su espejo, y me lo da—. Aquí —dice. —Gracias —le digo de nuevo. Reviso mi cara y froto las manchas de lágrimas para quitármelas. Aplico más maquillaje mientras caminamos. Lo hago lucir como si nada hubiera pasado.

La fiesta es en una parte de la ciudad en la que nunca he estado. Ni siquiera es en Kirkland. Está más allá de la sala de juegos y sobre el cerro que nos separa de los grandes centros comerciales y las calles como carreteras, todo el camino hasta llegar a Juanita en un destartalado edificio de apartamentos, cerca de la iglesia gigante del tamaño de un estadio y el cartel de neón de dos pisos que dice Jesús, luz del mundo. Para el momento en que lleguemos allí, las bolas de mis pies están entumecidas y mis tobillos se sienten como si pudieran derrumbarse en un millón de pedazos. Todo lo que quiero es una bebida y un porro y un rincón tranquilo para sentarme hasta que Alex decida que es hora de volver a casa.

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Es sólo ahora que me doy cuenta de que hay algo diferente acerca de Alex, que ha sustituido sus habituales botas de combate y medias de red por tops de concha Adidas y pantalones holgados que cuelgan tan bajo que se puede ver la parte superior de su tanga. En lugar de una camiseta rasgada, está usando un top rojo atado al cuello que apenas se aferra a su pequeño pecho. Su cabello está cubierto por un pañuelo negro, sólo mostrando sus raíces que ya no son de color verde. Me siento como una

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Wes está de pie fuera bebiendo una cerveza. Alex lanza su abrigo en mi dirección, corre hacia él, y lanza sus brazos alrededor de su cuello. Meten la lengua en la boca del otro, mientras que yo estoy en la acera, sosteniendo su chaqueta y viendo a gente que no conozco fumar cigarrillos y beber de bolsas de papel. Todos ellos son mayores y son casi todos negros, y me siento más joven y más blanca de lo que alguna vez lo he hecho en toda mi vida.

extraña en mi atuendo, un bebé, una extraña basura blanca. Los chicos inclinados contra el edificio de apartamentos me miran con sus ojos lánguidos y drogados, susurrando cosas y haciéndose reír los unos a los otros. —¡Cassie! —Alex grita, y camino otra vez, sintiendo el calor de los ojos siguiéndome. El bajo de la música rap desde el interior de la vivienda hace que la tierra se sacuda. —Oye, chica —dice Wes. —Oye —le digo. —Esta fiesta está apretada, ¿eh? —Sí —le digo—. ¿Está Ethan aquí? —Y, de repente, no quiero nada más que estar en la parte de atrás de su auto detrás del embalse, mirando al techo mientras dejo que me joda. No es divertido, pero es predecible y no es esto. Es una especie de guión que he memorizado. Sé qué hacer cuando estoy con él. —No —dijo Wes—. Fue a poner etiquetas con unos tipos de Redmond High. —No sé por qué, pero esta parece la noticia más triste que alguna vez he oído.

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El apartamento es pequeño y desordenado y está abarrotado de gente. Nadie está bailando, pero todos los cuerpos parecen estar en movimiento, latiendo al ritmo de la música. Las cervezas están amontonadas sobre una mesa y Wes nos entrega a cada una de nosotras una. Casi todo el mundo se ve aún más viejo que alguien del instituto. Oigo una chica unos años mayor que nosotros decir: "No, amigo, esta es mi madre", sobre una mujer a su lado que se ve apenas unos años mayor que ella. Esto es justo como un video de rap, creo, excepto que no hay autos o champán caro y todos son un poco menos hermosos. Me pregunto si soy racista por pensar eso. Sigo escuchando la voz de mi padre en mi cabeza diciendo: Esas malditas personas, cuando hay noticias sobre un tiroteo de pandillas en la televisión, y siempre recuerdo estar enfadada con él por eso. Me pregunto si soy una racista por estar asustada ahora.

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—Vamos a dentro —dice Alex y los sigo.

Wes nos lleva a una puerta al final del pasillo, golpea tres veces, y la abre. Es más limpio y silencioso dentro y sólo hay un puñado de personas sentadas en la cama y en el suelo alrededor de una mesa de café baja de cristal. La música de la sala de estar todavía es lo suficientemente alta para escucharla, pero el suave R & B reproduciéndose desde un estéreo en la esquina ahoga la mayoría de ella. La gente sentada parece que está más cerca a nuestras edades. Las chicas nos miran y sonríen y los chicos dicen: "¿Qué pasa?" y espero que nos quedemos aquí por el resto de la noche. Una hermosa chica con ojos verdes grandes se mueve a un lado en la cama y me siento. Wes y Alex se sientan en el suelo y todo el mundo se presenta a sí mismo. No estoy tan asustada en esta habitación con la fiesta en silencio, pero todavía me siento blanca. —¿Lo conseguiste? —le dice Wes a Alex. —Por supuesto que sí —dice Alex. —Esa es mi chica —dice Wes mientras ella vierte un montón de polvo blanco sobre la mesa de cristal. El chico llamado Jarvis saca su tarjeta de identificación del instituto y comienza a picarla. Wes y otro tipo hacen lo mismo, el resto de nosotros se sienta, mira y escucha el tap, tap, tap del polvo blanco volviéndose cada vez más fino. Wes hace líneas para todos nosotros y parecen enormes, más grandes que las que he visto en las películas. Me pregunto si sabe lo que está haciendo, si simplemente está adivinando cuánto es la cantidad correcta, si alguien sabe cuál es la cantidad adecuada, si todos vamos a tener una sobredosis y morir.

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Se siente como pequeñas agujas delgadas en mi nariz durante dos segundos, luego nada. A continuación, un terrible sabor en mi garganta

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Jarvis enrolla un billete de un dólar, aspira una línea, y no muere. Pasa su dedo por el cristal y se frota los dientes. Cierra los ojos y dice: "Vamos, nena." Él pasa el billete de un dólar y todo el mundo toma su turno. Para el momento en que llega a mí, me imagino el billete cubierto de mocos, pero lo hago como todo el mundo lo hizo, pongo mi dedo en una fosa nasal, pongo el billete de un dólar en la otra, me inclino, y aspiro tan fuerte como puedo.

como productos químicos líquidos goteando. Saco un cigarrillo del bolso de Alex, lo enciendo, tomo una calada, y espero a que algo suceda. Uno de ellos dice: "Uh-huh". Otro tipo grita como si estuviera animando a un equipo deportivo. Una de las niñas tiene los ojos cerrados y está gimiendo suavemente como si hubiera acabado de comer algo delicioso. Oigo a Alex susurrar al oído de Wes, "La cocaína me pone caliente," y ahí es cuando me golpea, cuando las luces de repente parecen más brillantes y la cama es más suave y todo el mundo es más hermoso, y mi cuerpo es más ligero y más fuerte y más sexy y más despierto, la resaca se ha ido, la música es hermosa y todo es perfecto. Wes y Alex están haciéndolo en el suelo. Jarvis y otro tipo están hablando de cómo uno de sus maestros en el instituto es un abusador de menores. La chica de ojos verdes está explicando a otra como hizo la blusa que lleva puesta. —Es hermosa —le digo. —Gracias —dice ella, sorprendida por mi voz, como si ella ni siquiera supiera que estaba allí. —¿Cómo pusiste todas esas lentejuelas allí? —le pregunto. Es una obra maestra. Es algo que pertenece a un museo. —Oh, he tenido que coser a mano todo eso —dice—. Me llevó una eternidad. —Eres muy talentosa —digo y la amo.

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Hay un zumbido dentro de mí cuando miro alrededor de la habitación. Estoy rodeada de gente guapa y luz blanca, brillante, con la textura de papel de celofán. Pasa a través del colchón, el suelo, la mesa, Alex, Wes, y todas estas personas que no lo saben. Pero es suave. Es como gotas de rocío, como una bola de espejos líquidos, reflejando toda la luz en mí. Estoy resplandeciente, reluciente de limpia y brillante.

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—Gracias —dice y empieza a hablar a la otra chica de nuevo.

Me trago la barata cerveza caliente y es la cosa más maravillosa que he probado alguna vez. Le doy una bocanada a mi cigarrillo y siento que el humo me levanta. Me pongo de pie, floto fuera de la habitación, y entro en el ruido del exterior. El bajo de la música cambia el latido de mi corazón. Me agarra y me aprieta la garganta, el pecho, el corazón, pulsando, como si toda mi vida se centrara allí. Las luces están apagadas y todo el mundo está bailando. Me muevo entre la multitud y siento los cuerpos moviéndose contra el mío. Veo un par de las chicas delincuentes del instituto y asienten hacia mí y yo asiento hacia ellas. Bailo como lo he visto en la televisión. Bailo con mis ojos cerrados, los pies firmemente plantados en el suelo, mis caderas bombeando de ida y vuelta con los compases de la música. No estoy vestida mal, no soy una extraña y no soy una chica blanca de una isla. Soy una mota en esta multitud de cuerpos latiendo. Soy parte de esta cosa que es enorme. Pertenezco aquí. No sería lo mismo sin mí. Hay un cuerpo contra el mío que se siente diferente a los demás. No es un golpe temporal. No es un codo o una cadera o una mano. Se trata de un cuerpo entero. Se trata de un hombre, mayor para estar en el instituto o incluso en la secundaria, por lo menos treinta centímetros más alto que yo. Él está sonriendo. Su cabeza es calva y sus dientes son blancos y su camiseta está almidonada, dura y fría contra mi piel. Tiene las manos alrededor de mi cintura. Mis manos están alrededor de su cuello. Él dice algo a mi oído. —¿Qué? —le grito. —Soy Anton —dice. —Cassie —le digo. —¿Qué?

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Y seguimos bailando. Y él sigue encendiendo cigarrillos y porros y poniéndolos en mi boca, la canción cambia, y la canción cambia de nuevo, ésta es más lenta y todo el mundo es más lento y soy más lenta, empiezo a notar qué tan bajo es el techo y cómo todo huele a cerveza

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—Cassie.

rancia y cigarrillos, de repente Anton está demasiado cerca y es demasiado alto, demasiado viejo y lo único que quiero es volver a la habitación de Jarvis. —Ven conmigo —le digo a Anton. —¿Qué? —Ven conmigo —le digo de nuevo. —¿Qué? Agarró su mano y tiro de él tras de mí. La pequeña yo está arrastrando a este hombre de casi dos metros de altura a través de un mar de cuerpos sudorosos y no puedo ir lo suficientemente rápido. Estoy empujando para abrirme camino. Una chica dice, "Perra", y no me importa. Todo lo que quiero es llegar a esa puerta. Todo lo que quiero es la perilla de la puerta en mi mano y el aire fresco en el interior. Quiero todo silenciado. Encuentro la puerta y de repente puedo respirar. La empujo para abrirla y todos están todavía sentados donde estaban, excepto por Jarvis que está en su equipo de música tratando de averiguar qué poner. Es muy tranquilo. La gente no está hablando. La chica con los ojos verdes se muerde las uñas. Alex está apoyada en Wes y fumando un cigarrillo. Nadie parece notarme entrar. —Este es Anton —digo. Miran hacia arriba y todo el mundo parece feliz de repente. —Anton, viniste —dice una de las chicas, él se inclina la abraza y le besa en la mejilla. Uno de los chicos le da una palmada en la espalda y dice—: Me alegro de verte, hombre. Te echamos de menos. —¿Qué está pasando aquí? —dice Anton. Él está mirando la pila de polvo blanco sobre la mesa.

—Yo también —le digo y Anton se ríe.

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—Sí —dice—. Ha pasado un tiempo.

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—¿Quieres un poco, hombre? —dice Jarvis desde la esquina.

—Espera, muchacha —dice. Todo el mundo está animado y esperando a que Anton corte las líneas. Me doy cuenta de que mi nariz está goteando y la limpio con el dorso de mi mano. Él no va lo suficientemente rápido. Tomo el resto de la cerveza que dejé en el suelo y todavía no ha terminado. Enciendo un cigarrillo y finalmente es mi turno. Él me deja ir primero. Es un caballero. La línea que cortó no es lo suficientemente grande. Recojo la carta que dejó sobre la mesa y saco más del montón que se ha vuelto mucho más pequeño. —Toma las cosas con calma, Cassie —se ríe Wes. —Tú simplemente cálmate, joven —le digo y todo el mundo se ríe como si fuera la cosa más divertida que alguna vez han oído, y aspiro las dos líneas que he hecho para mí y le paso el billete de un dólar a Anton y saboreo el lodo químico en la parte posterior de mi garganta. —Esta chica blanca es divertida —dice uno de los chicos y me doy cuenta de que esta es la mejor noche de toda mi vida. Están hablando de algo, pero no estoy escuchando. Me doy cuenta de lo suave que mis dientes se sienten al friccionarse el uno contra el otro. Oigo fragmentos de conversación, palabras que flotan en el aire y no quieren decir nada: "Fuera", "seis días", "dos años", "tiempo", "libertad condicional", "problema", "hueco", "pieza." Nada de eso es tan interesante como la sensación de hormigueo en mis manos o el hecho de que mis pies no duelen o que el humo dentro de los pulmones me está haciendo ligera.

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Empiezo a reír. Esta no es mi vida. Se trata de una película. Estoy drogada con cocaína y estoy sentada al lado de un hombre negro de casi dos metros de altura que acaba de salir de la cárcel y tiene una pistola en su

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—Mierda, hombre —dice alguien, y levantó la mirada. Los ojos de todos están apuntando hacia mí, y miro hacia abajo para comprobar si mi falda está arriba alrededor de mi cintura. Me aseguro de que no hay mocos corriendo por mi rostro. Miro alrededor de la habitación y me doy cuenta de que todos están mirando a Anton. Están mirando la pistola en el regazo de Anton.

regazo. Oigo la voz de mi padre narrando: Esas personas, esas personas, sigue diciendo. Todo lo que hacen es probar que los estereotipos son ciertos. Pero nadie más se está riendo. Miro alrededor de la habitación de nuevo, las cosas no son como las vi la primera vez. Anton está dando la vuelta a la pistola en sus manos con una mirada rota en su rostro, como si sólo la sostuviera porque tiene que hacerlo. Los chicos son solemnes, asintiendo. Las chicas parecen preocupadas, como pequeñas madres. Ya no me estoy riendo. Esta no es una película. Se trata de un chico con el que acabo de bailar y que está dispuesto a hacer algo terrible porque piensa que no tiene otra opción. De repente, estoy sobria. La sensación liviana en mi pecho se ha convertido en cemento. La música suena hostil. Todos los productos químicos dentro de mí se están arremolinando alrededor de mi estómago vacío, haciéndome marear. Me bajo de la cama y me arrastro hacia Alex. —No me siento bien —le digo. —Floja —dice ella. —Quiero ir a casa. —Entonces vete —dice ella. —¿Vendrás conmigo? —le pregunto. No hay manera de que pueda encontrar mi camino a casa sola. —Por supuesto que no —dice—. La fiesta justo se está poniendo buena.

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Uso el hombro de Alex para levantarme del suelo. —Vete —dice ella, alejándome. Me levanto y tropiezo hacia la fiesta, me abro camino a través de la multitud sudorosa y fumadora. Llego afuera y está

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Todo el mundo está hablando entre ellos en voz baja y grave. Todo lo que quiero es estar en casa en la cama. Quiere que todo no esté arremolinándose y volviéndose grotesco, la cara de todos convirtiéndose en lodo, derritiéndose. Si no me levanto, me desmayare aquí en el suelo y todo el mundo lo verá. Si me levanto, me puedo ocultar. Puedo morir en privado.

congelando, pero el frío hace que se detenga la fundición. Hace que mi cuerpo sea sólido. Me hace ver derecha. Empiezo a caminar en la dirección de la que venimos y nada me resulta familiar. Todo lo que veo es cemento y aparcamientos abandonados. No hay vida en ninguna parte, ni un pájaro o un gato o incluso un árbol. Sigo caminando y caminando hasta que ya no sé ni cómo volver a la fiesta. El mareo vuelve y vomito detrás un contenedor de basura. Me quedo allí por un tiempo. Pienso en no irme. Pienso en congelarme hasta la muerte detrás de este contenedor con una minifalda y tacones altos. Me pregunto quién me encontraría. Me pregunto si estaría muerta o simplemente apenas con vida, si terminaría en un hospital o un cementerio. Me imagino a mis padres frenéticos, en duelo por mí, mi madre llorando, mi padre maldiciendo en silencio para sí mismo. Me los imagino culpándose a sí mismos y este pensamiento me hace sentir más cálida. Pero no estoy muerta. Ni siquiera estoy muriendo. Tengo frío y estoy perdida y a kilómetros de distancia de mi casa, pero no puedo ser perdonada porque no estoy lo suficientemente cerca de la muerte. No hay excusa para mí a menos que esté muerta. Hay un 7-Eleven al otro lado de la calle con un teléfono público. El teléfono público llamará a mi casa. Mi madre contestará el teléfono. Ella me recogerá. Me odiará, pero sólo temporalmente y ella me recogerá. Logró pasar la calle. Pongo una moneda en el agujero. Marco mi número de teléfono. No sé qué hora es, pero sé que es tarde. Sé que todos en el mundo están durmiendo, excepto las personas que están metiéndose en problemas. Trato de no notar el tipo en el camión rojo chupando sus dientes hacia mí. El teléfono suena. Una vez. Dos veces. Tres veces. Alguien responde.

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—¿Papá? —digo, y me pongo a llorar. No quiero que sea él. No quiero que él sea al que tenga que explicarle lo estúpida que soy. Puedo lidiar con mi madre porque ella no tiene nada que hacer excepto quererme, pero mi padre no me quiere, incluso cuando soy buena. Va a estar enfadado conmigo. Me va a gritar. Va a dejarme aquí, tirada y congelándome, sin nadie alrededor excepto el hombre del camión.

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—¿Hola? —Es mi padre.

—Papá —digo de nuevo. No soy ruidosa cuando lloro. No me oyó llorar—. ¿Puedes venir a recogerme? —Sueno normal. Sueno como si nada estuviera mal. —¿Dónde estás? —dice. —No lo sé —Mi voz se quiebra. Sueno como que estoy llorando. —¿Estás bien? —No suena enojado. No suena como alguna vez que lo haya escuchado. —Sí. —¿Estás herida? Me estoy calmando. Él no va a dejarme aquí. —No. Sólo necesito alguien que me recoja. —¿Dónde estás? —En un 7-Eleven. —¿Por la sala de juegos? —No. En Juanita. —¿Cuál es la dirección? —No lo sé —Las lágrimas están regresando. ¿Y si no puede encontrarme? —Mira el edificio. Busca números en el edificio. Miro. Ellos están ahí. Una dirección completa está ahí, pintura blanca sobre el vidrio. —7644 Juanita Boulevard.

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Me quedo allí durante unos quince minutos. El tipo en el camión se cansa de mí y se aleja. Algunos chicos que reconozco de la fiesta vienen conduciendo y me escondo detrás de la cabina de teléfono. Me quedo allí hasta que llega mi padre, viendo a la gente acercarse conduciendo, entrar, salir, alejarse conduciendo. Soy invisible detrás de la cabina de teléfono. Nadie sabe que estoy aquí.

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—Bien, estoy en camino —dice y cuelga el teléfono.

Papá se acerca en su auto viejo de mierda y no me muevo por un segundo. Pienso en ocultarme para siempre. Pero tengo frío y parece caliente en el interior del auto, así que dejo las sombras detrás de la cabina de teléfono y camino hacia las farolas y los faros. Estoy mirando las manchas de aceite y goma ensuciando el estacionamiento. Estoy contando las líneas blancas que designan plazas de aparcamiento. Una. Dos. Tres. Cuatro. La caminata es de un kilometro y medio. Es en cámara lenta. Puedo sentirlo mirándome, como si el parabrisas fuera una pantalla de cine, como si esta fuera una película sobre la chica más tonta del mundo. Entro y siento que su grande abrigo de invierno está en el asiento. —Pensé que tendrías frío —dice. No digo nada mientras envuelvo el abrigo a mí alrededor. Huele fuertemente a algo que no reconozco, me doy cuenta de que en realidad no sé a que huele mi padre, que nunca he estado tan cerca de algo que ha estado tan cerca de él. —¿Estás bien? —dice en voz baja. Asiento. Todavía no puedo hablar. Saca el auto del aparcamiento y nos dirigimos a casa en lo que podría ser la misma ruta que Alex y yo tomamos al caminar hacia aquí. Pero todo se ve diferente desde el interior de un auto caliente. Todo se ve diferente envuelta en el abrigo de mi padre, sentados en silencio cuando debería estar gritándome. —¿Quieres una malteada? —dice y asiento de nuevo. A pesar de que no he comido nada desde el plato de cereal esta mañana, comer es lo último que quiero hacer. Pero podría tomarme una malteada. Podría beber algo frío y dulce.

—Fresa —le digo. Mi voz suena extraña, más pequeña y más chillona de lo usual.

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—¿De qué sabor lo quieres? —dice.

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Nos detenemos en la ventanilla del McDonald que abre hasta tarde. La señora grita a través del altavoz para tomar nuestra orden y eso me hace saltar.

Él ordena la malteada. La tomo y me vuelvo hacia la ventana tan rápido como puedo hacerlo para que no me pueda verme, para que no pueda ver las lágrimas corriendo por mi cara y en mi boca mientras bebo. —Cassie —dice. No me muevo. —Mírame —dice. Vuelvo la cabeza, por lo que lo estoy enfrentando. Mis ojos no pueden encontrar un lugar para establecerse. Veo su nariz, su barbilla, su hombro. Por último, me encuentro con sus ojos, pero aparto la mirada antes de que vean demasiado. —¿Estás realmente bien? —dice. Puedo ver sus ojos en el sonido de su voz, y hay explosiones dentro de mí, ráfagas gigantes de calor, viento rojo sacudiendo todo lo sólido. Asiento con la cabeza, porque es la única cosa que puedo hacer para no llorar, para evitar decírselo todo. —Está bien —dice, y contengo la respiración hasta que llegamos a casa. Antes de que él abra la puerta de nuestro apartamento, dice: —No voy a decirle a tu madre acerca de esto.

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Todo lo que puedo hacer es asentir. Le doy la chaqueta y de repente siento frío. Me voy a mi habitación y cierro la puerta, me quito los zapatos y me meto en la cama sin cambiarme de ropa. A pesar de que estoy cubierta con mantas, aunque estoy abrazando mis rodillas lo más fuerte que puedo, estoy temblando. Me pregunto lo que mi padre está pensando mientras se mete en la cama con mi madre, que nunca sabrá nada de esto. Me pregunto cómo será por la mañana, cuando actuemos como que todo está normal, cuando no hablemos, como siempre.

Capítulo 12 Traducido por Curitiba Corregido por Clarksx

Es el último día de clases antes de las vacaciones de invierno y estoy detrás del gimnasio, sentada en el concreto. Justin está sentado a mi lado y estoy esperando a que me dé lo que me trajo aquí. Estoy dejando que su pierna roce la mía, que su abrigo hediondo a moho toque mi hombro, el brazo, la mano. Lo dejo hablar de Bill Gates, computadoras, microchips, la macroeconomía y todo lo que hay en su pequeño y feo cerebro. Imagino que es gris y viscoso como el resto de su cuerpo, con olor a moho y a comida vieja y grasosa. Tengo la teoría de que cuanto más cerca lo dejo sentar, menos tiempo esto tomará. Sin embargo, han pasado cuatro semanas, cuatro martes, y esto siempre toma todo el almuerzo. Todo lo que tenía que hacer era preguntarle si podía copiar su tarea, a pesar de que no lo necesite, a pesar de que probablemente soy más inteligente que él. Pero él no sabe esto. Mientras lo hago, nunca sospechará que sea inteligente en absoluto.

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Aquí es donde Justin me da su medicina y no pide nada a cambio. Solo tiempo. Sólo oídos. Sólo la mirada en blanco en mi cara que he dominado. El Ritalin lo hace normal y me hace invencible. Tomé cuatro todos los días, y luego seis, luego ocho, ahora no puede realizar un seguimiento y nadie tiene ni idea. Alex y Sarah piensan que sólo me da la mitad de su

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Él llama a esto "nuestras citas." Lo dijo muy fuerte en la clase, "¿Te acuerdas de nuestra cita en el almuerzo?" Y todos me miraban como si fueran a vomitar, incluso el señor Cobb. Y lo único que podía hacer era sonreír y decir: "Sí", y recordarle en voz baja que esto es nuestro secreto y tratar de no romper a llorar, salir corriendo del salón, de la escuela e ir hacia el lago y ahogarme en la contaminada y congelada agua.

prescripción normal, que todos estamos recibiendo la misma cantidad diminuta para salvar los fines de semana. Ellos no saben que no van a obtener nada comparado conmigo. Ellos no saben que él consigue en su receta cuatro veces más de lo que se supone que debe, su mamá no se da cuenta, el farmacéutico no se da cuenta, su médico no se da cuenta y nadie se da cuenta porque Justin es invisible. Nadie se da cuenta de que yo no duermo, que me siento despierta en la silla junto a la ventana y miro hacia las sombras que a veces están quietas, a veces se mueven, a veces son planas, a veces con textura y respiración. Ellos no conocen el agujero que perforo en mi brazo con agujas ardientes que guardo en una cajita de oro falso que mamá me compró para mi decimotercer cumpleaños. Incluso cuando estoy desnuda, Ethan no nota la cicatriz del tamaño de una moneda de diez centavos en mi brazo que no se cura, el agujero que sigo abriendo, cortando, quemando y cicatrizando, ya que es lo único que puedo hacer a las cuatro de la mañana, cuando todo está tranquilo y oscuro, y mi corazón late rápido y pesado en mi pecho. Esto es demasiado fácil. No debería ser tan fácil. No debería ser capaz de deslizar una caja de somníferos en mi bolsillo trasero en el supermercado cada vez que necesito recargar. No debería ser capaz de despertar y sentirme bien y hacerlo todo de nuevo. Debería estar muriendo. Mi estómago debería caerse. Mis padres deberían estar castigándome. Debería ser arrestada. Alguien debería tratar de detenerme.

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Tweekers: Usuarios de metanfetamina. Son conocidos por su paranoia extrema y deshonestidad flagrante. 5

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No debería esperar con impaciencia estas reuniones detrás de gimnasia, el incesante parloteo de Justin sobre cosas que no importan, su masticación terrible, mojada, en el almuerzo que no puedo comer. Esto no debería ser lo más tranquila que me siento en toda la semana, sentada en el concreto detrás del gimnasio, mirando la lluvia golpeando en los contenedores de basura, sintiéndome muy agradecida de no estar dentro. No hay Alex, no hay ningún Ethan, ningún James, ningún Wes, ninguna chica pandillera, nada de fumadores de marihuana, ningún tweekers5, ningún patinador, ni

putas. No existe una pared de cristal gigante que nos separe de los niños normales que se sientan en sus mesas comiendo su emparedado de mantequilla de maní y mermelada, planificando pijamadas y juegan videojuegos, fantasean sobre primeros besos. Es sólo Justin y yo, la lluvia, su emparedado, sus píldoras y las cosas raras que dice, como: —Tus amigos no son agradables, —cosas como—: Tú no eres como ellos. Él está hablando de microchips, está emocionado. Pequeñas burbujas de saliva salen de los lados de su boca y se aferran a su piel grisácea con tensión superficial o algún otro principio científico que puede que me explique. Estoy tentado a decir: —Explica el principio científico que hace que tus burbujas de baba se agarren a tu piel —pero no lo hago. No por las razones de siempre por las que no hablo, no porque esté en el concreto y mi boca está rellena de vidrio. No hablo porque me gusta mi silencio aquí. Me gusta escuchar sus divagaciones interminables, palabras que no importan. Me gusta que no quiera saber nada de mí, sólo que me siente aquí, sólo mis oídos, sólo mi silencio. No pide nada porque él es el chico que empujan en los armarios. Él es el chico que incluso los niños inteligentes no quieren.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, y su aliento huele a carne seca.

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—¿Hay algo más que quieras de mí? —No pensé en estas palabras. Solamente salieron, como un reflejo, como que tengo que compensar la gratitud retorcida que siento cuando estoy con él. No me doy cuenta de lo que he dicho hasta que noto que él dejó de hablar de microchips, que me mira de una manera graciosa. Él se ruboriza, lo que hace que sus espinillas parezcan adicionalmente grasientas y que entran más en erupción, se limpia la boca con el dorso de la mano y las burbujas de baba desaparecen. Me mira con los ojos entrecerrados y se inclina y susurra a pesar de que no hay nadie alrededor para escucharlo, él y yo y el recuerdo de las burbujas de baba, las píldoras en el bolsillo y su erección.

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No le pregunto por sus burbujas de baba. No le pregunto por qué el abrigo huele a moho o por qué sus gafas se mantienen unidos con cinta adhesiva o por qué se sienta solo en el almuerzo todos los días excepto los martes. En su lugar, le pregunto:

Yo digo: —Lo que sea. —Me estoy inclinando más cerca, presionando mis pechos contra su hombro—. Cualquier cosa que quieras. Piensa por un momento. Su boca se abre ligeramente y luego se cierra. Finalmente, me mira. Por último, se inclina y susurra: —Quiero tocarte. —Se sorbe los mocos—. Quiero tocarte ahí abajo. —Está bien —le digo. Esto es fácil. Esto no es nada. Él tiembla y se estremece con el sonido de la cremallera. Se estremece cuando le agarró la muñeca y conduzco a su mano hacia abajo en la ropa interior sexy que solamente llevo cuando sé que tengo una cita con Ethan. Él deja que su mano esté allí un rato, sin moverse en absoluto, sus ojos están cerrados y respira pesado, jadeante, lleno de mocos, como si esa fuera la cosa más importante que le ha pasado. Su mano está tendida tan suave y está asustado, quiero darle una bofetada. Sólo hazlo, quiero decir. Quiero darle una bofetada. —Eres tan bonita —dice. —Jodidamente bonita —le digo. —¿Por qué estás tan enojada? —pregunta.

Subo la cremallera de mis pantalones y fumo un cigarrillo a pesar de que ya llego tarde a clase. Me siento sobre el hormigón y veo la lluvia caer,

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Sus dedos se mueven un poco. Él deja de respirar. Su cara está roja y aún huele a moho, como huevos y tostadas, como las computadoras, suena el timbre, y quiero darle abofetearlo aún más, y no sólo una bofetada, sino golpearlo y patearlo y morderlo hasta que sangre y saltar en sus costillas hasta que estén todas rotas. Sus ojos se disparan abiertos como si hubiera escuchado los pensamientos dentro de mi cabeza, saca la mano y sale corriendo sin su mochila, sosteniendo su mano en su pecho como si estuviera rota, corriendo como un niño con asma, arrastrando olores de muchacho sucio detrás de él, olores a moho, olores a algo mohoso mío.

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—Jódete —le digo.

golpeando en el basurero y convirtiendo el campo en fango. Al otro lado del campo, una de las chicas pandilleras da una paliza a una pequeña chica gótica, mientras que los demás la animan. Todas ellas son del tamaño de hormigas, nada. El dolor de la muchacha gótica no es nada. La crueldad de la muchacha pandillera no es nada. Ellas no me ven. Soy del tamaño de una hormiga, invisible. Recojo la mochila de Justin y camino a clase. Los pasillos están vacíos y silenciosos y huelen a zapatillas deportivas. Este es un lugar extraño, un lugar por el cual paso, pero donde no pertenezco. Algún día me iré y estaré en otro lugar, tamaño hormiga, invisible, de paso. Esto olerá a algo más. Estará hecho de algo distinto a linóleo y ladrillo y armarios metálicos. Será diferente, pero seré la misma. Cuando entro en el salón de clases, ojos en blanco, como de costumbre, y el Sr. Cobb me dice que tengo detención, mi tercera tardanza en dos semanas. Me entrega la notificación. —Lo que sea —le digo, y me siento en mi asiento junto a Justin. Dejo caer su mochila en el suelo. Él tira de ella hacia él sin mirarme. El señor Cobb dice:

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—¿Has hecho tu tarea de matemáticas? —Quiero decir que no, quiero admitir que no pertenezco a este lugar. Pero la saco de mi bolso y se la entrego. Quiero decirle que esto me tomó cinco minutos. Quiero decirle que soy más inteligente que todo el mundo que está aquí. Pero eso no es lo que hago. Dejo que las personas piensen lo que quieran.

Capítulo 13 Traducido por Akanet Corregido por Nanis

Una señal gigante en la entrada al barrio de Ethan decía alturas de roble. No veo ningún árbol, pero todas las calles llevan como nombre algo así como Pícea, Madroño, Aliso, Secuoya. Conducimos por fila tras fila de pequeñas casas de dos pisos en varios tonos de colores pastel. Parece que sabe a dónde va, a pesar de que no hay señales de ningún tipo. Todos los patios son iguales, con los mismos setos cuidados y parcelas de hibernación para flores, los mismos juguetes y bicicletas ordenadamente dispuestos en los mismos pequeños jardines delanteros. Lo único que distingue algunas casas de las demás es una bandera estadounidense colgada a la izquierda de la puerta frontal y algunas cadenas de buen gusto de luces blancas de Navidad. Ethan me informa que se trata de las únicas decoraciones que se permiten. Cada casa tiene un límite de dos calabazas en Halloween. —Una familia trató de pintar su casa de púrpura y fue expulsada —me dice—. Estuvo en las noticias. —¿Por qué? —le pregunto. —Firmas un contrato cuando te mudas aquí. Sólo hay cuatro colores que puedes elegir.

—El patio es agradable —le digo.

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—Aquí estamos —dice.

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Él se detiene en el camino de entrada de una de las casas. Miro a mi alrededor buscando algún indicio de que él vive aquí. No hay nada, ningún monopatín en el patio delantero o graffiti en el bote de basura, ni colillas de cigarrillos o latas de cerveza vacías en el suelo.

—Sí —dice—. Ellos tienen a alguien que lo hace. Me pregunto quiénes son "ellos". Me pregunto cómo luciría este lugar si "ellos" no estuvieran alrededor. Él abre la puerta. Vamos adentro. Puedo ver la luz del exterior reflejando el polvo en el aire, como rayos láser moteados cortando a través de la desnuda sala de estar. Las paredes son de color blanco, sin nada en ellas. Hay un feo sofá verde y una silla a juego, una mesa de café con velas que nunca han sido encendidas, sin candelabros o cualquier cosa que implique que pertenecen allí. Hay una biblioteca que está prácticamente vacía, con sólo unos pocos libros de salud y de autoayuda, un florero que no coincide con nada, un equipo de sonido. Una máquina de remo StairMaster, y un banco de pesas ocupan todo un lado de la sala, frente a una chimenea que nunca ha sido utilizada. Si "ellos" vieran al interior de esta casa, Ethan y su madre definitivamente serían echados. —¿Tienes hambre? —pregunta. —No —le digo. No he tenido hambre en semanas. Por lo general, el domingo es el día que como. Me tomo un montón de pastillas para dormir la noche anterior y paso todo el día en el sofá bebiendo café y comiendo todo lo que pueda encontrar, tomando descansos periódicos para ir a mi habitación a fumar marihuana y cigarrillos. Ethan no sabe esto. Nadie lo sabe. Pero él ha estado diciendo cosas últimamente, como si pudiera ver mis costillas sobresaliendo, como si pudiera sentir mis huesos de la pelvis apuñalándolo cuando me folla. Yo simplemente me encojo de hombros y parpadeó y lo beso. Tuvimos una asamblea en la escuela acerca de los trastornos alimenticios que me salté para fumar marihuana detrás del gimnasio. Desde entonces, ha estado tratando de explicarme que a los chicos no les gustan las chicas flacas, que echa de menos mis curvas. Diría que es dulce, su preocupación, pero lo único que hace es molestarme.

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—¿Qué es todo esto? —le digo. Hay algo así como un altar en un estante junto a la mesa de la cena, flores secas, velas, una bandeja de plata llena de monedas multicolores y llaveros, una placa bordada enmarcada que decía UN DÍA A LA VEZ.

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—Me muero de hambre —dice, como siempre, y me lleva a la cocina.

—Oh, eso —dice Ethan—. Mi mamá está en AA. Esa es toda su mierda de AA. CINCO AÑOS, dice la moneda en la parte superior de la pila. Un año después de que el padre de Ethan se fue. —Eso está bien —le digo. —¿Cuál quieres? —dice, empujando dos cajas de cenas de microondas en mi cara. Carne salisbury o pollo frito. —Ninguno —le digo. —Oh, sí —dice—. Se me olvidó. Estás a dieta. —No, no lo estoy —le digo—. Simplemente no tengo hambre. —Por lo menos come un poco de la mierda de mi madre —dice. —Está bien —le digo. Él abre la nevera y todo lo que hay en ella es una botella de dos litros de Coca-Cola, algunos batidos Slim-Fast, una manzana, y sobras de pizza. Me da la manzana. Tomo un bocado harinoso. —¿Cuándo viene tu madre a casa? —le digo. Él está presionando botones en el microondas. Ni siquiera tiene que mirar la caja para saber las indicaciones. —No lo sé —dice—. Por lo general, va al gimnasio después del trabajo. Luego a una reunión. A continuación, cena con sus amigos alcohólicos.

—Vamos abajo —dice, y lo sigo.

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La cena de Ethan está lista. La saca del horno de microondas y el olor me da náuseas. Bajo la manzana. Lo observo mientras come de pie.

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—Oh —le digo, y estoy sorprendida por un repentino y leve nudo en mi pecho. Han pasado casi dos meses desde que empezamos a salir y esta es mi primera vez en su casa. Tenía muchas ganas de venir aquí. Estaba esperando conocerla. Fui lo suficientemente patética para pensar que hay algo importante sobre conocer a la madre de mi estúpido novio.

Su habitación está en el sótano, con dos pequeñas ventanas cerca del techo cubiertas de suciedad. Una televisión gigante se encuentra en el suelo conectada a un sistema de videojuegos más avanzado que el que tiene mi mamá. Carteles de patinadores en poses que desafían a la muerte, y chicas en trajes de baño cubren las paredes. La ropa se extienden por todo el piso y hay un ligero olor a pies. El único mobiliario es un futón en el suelo con un reloj de alarma a su lado. Al lado del reloj de alarma hay un vaso de margarita de plástico como los que tienen en los restaurantes mexicanos cursis, con una gran taza y árboles de palmeras verdes en el tallo. Está lleno de condones. —Tengo algo que mostrarte —dice, terminando lo último de su cena y tirando la bandeja de plástico en las escaleras. Tiene una mirada en su cara como si estuviera nervioso y excitado, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Abre la puerta en la parte inferior de la escalera que conduce al garaje. Enciende las luces. Señala y veo un gran trozo de madera manchada con pintura en aerosol. —¿Qué piensas? —dice. —¿De qué? —le digo. —Mi mural —dice, sin dejar de apuntarle—. Es lo que voy a hacer. —¿Qué vas a hacer? ¿Cómo? —le digo. —Voy a comenzar un negocio —dice, con el rostro ligeramente caído—. Pintando murales.

—¿De verdad lo crees? —dice.

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—Es hermoso —le digo.

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Lo miró de nuevo. Verde, rojo y manchas de color púrpura en un pedazo de madera barata. Hay algunas manchas en el medio que lucen como algo parecido a letras. P-A, descifro. Lo que debe ser la Z luce como un cuadrado desigual.

—Sí —lo digo, porque no puedo decir nada más—. Los colores realmente funcionan bien juntos. —Eso es lo que pensé —dice. Pienso en James el idiota y su pared de Pink Floyd. Creo que no fue alguien como Ethan quien lo pintó. Puedo oír el teléfono sonando en la otra habitación. Ethan corre para contestarlo y puedo oír su voz respondiendo, más profunda de lo que realmente es, profunda como cuando habla con sus amigos en la escuela, no como me habla a mí. Camino a su habitación y su voz ha cambiado de nuevo a su voz real. —Está bien, mamá —dice, y cuelga. Yace en la cama. Él dice: —Ven aquí. —Y lo hago. Lo dejó que me desnude. Muevo mis brazos cuando es tiempo de quitarme mi camisa. Muevo mis caderas y piernas cuando es hora de mis pantalones. Hago esto con los ojos somnolientos que sé que le gustan, a pesar de que no he tomado una pastilla desde la hora del almuerzo, aunque puedo ver mi bolso al otro lado de la habitación, conteniendo lo que necesito para sentirme bien. Podría levantarme ahora e ir a buscarlo. Podría decirle que pare y decirle que tengo que hacer pis. Pero no lo hago. Sé que esto no tomará mucho tiempo. Sé que él estará adormilado después y no cuestionará mi necesidad de ir al baño.

—¿Qué? —le digo. Hace una pausa por un momento. Me mira con sus ojos caídos.

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—Espera —dice él, tirando de mí cerca de él.

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Me jode y me quedó allí mirando a este nuevo techo que se parece a cualquier otro techo que he visto, blanco, lleno de baches, sin nada, neutral. Froto mis manos en su espalda por lo que parece como si estuviera prestando atención. Termina, cae encima de mí con un suspiro, rueda a mi lado. Espero unos segundos y empiezo a levantarme, segura de que se ha quedado dormido.

—¿Te gusta? —dice. —¿Me gusta qué? —le digo. —Te gusta el sexo —dice—. ¿Te gusta el sexo conmigo? —Por supuesto que sí, cariño —Lo beso. —Pero simplemente yaces allí —dice—. Ni siquiera te mueves. Parece que no te gusta. —Me gusta —le digo—. Realmente me gusta. —¿Tú... ? —¿Qué? —Estoy perdiendo la paciencia. Hay pastillas en mi bolso que me esperan. —No tienes un orgasmo —dice. ¿De qué estás hablando? Es lo que quiero decir. Las chicas no tienen orgasmos, quiero decir, pero ya sé que no tengo idea de lo que estoy hablando. Estas no son cosas que sé, no son cosas en las haya pensado. Son cosas que he aceptado por no pensar en ellas. Vagamente recuerdo haber leído algo acerca de los orgasmos en el libro que mamá me dio, algo acerca de la mejor sensación del mundo. Pero lo único que me importa es conseguir salir de aquí y llegar a mi bolsa y poner las pastillas en mi garganta y sentir la única mejor sensación del mundo que conozco. No me importan los sentimientos que todo el mundo dice que se supone que sienta, las cosas que mi cuerpo se supone que quiera. Mi cuerpo es diferente. No funciona como el de todos los demás. Hace lo que puede hacer, y eso es todo. Hace lo que quiere, y eso debería ser suficiente. Lo beso y me arrastro fuera de la cama. Tomo mi bolso y camino escaleras arriba, desnuda excepto por mis calcetines.

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—Yo también te amo —oigo, silenciado, al cerrar la puerta del baño detrás de mí.

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—Te amo —le gritó.

—Mierda —dice Ethan mientras detiene el auto a un lado de la carretera. La lluvia hace una percusión mojada en el parabrisas mientras él golpea el volante con los puños, diciendo "mierda" una y otra vez. Estoy recostada en mi asiento con mis pies en el tablero, soplando humo por la pequeña grieta en la ventana. No estoy preocupada con su ira. El impulso eléctrico del Ritalin está haciendo todo esto bien. —Es sólo una llanta pinchada —le digo—. ¿No puedes simplemente cambiarla? —Estamos a menos de un kilómetro y medio de mi apartamento. Podría salir y caminar. Él no dice nada. Sólo se sienta allí mirando directo al frente a la lluvia negra. —¿Ethan? ¿Hola? Gira su cabeza un poco hacia mí. —Sí, puedo cambiarla —dice—. Solo estoy enojado porque está malditamente mojado afuera. —Te ayudaré —le digo. Me siento generosa. —No necesito tu ayuda. Puedo cambiar una maldita llanta por mi cuenta —Él se baja del auto y cierra la puerta de golpe.

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Él abre el maletero y puedo oírlo hurgando y murmurando "mierda" y "joder" en voz baja. Si dice que no necesita mi ayuda, entonces no voy a ayudarlo, pero parece que ya debería haber hallado la llanta de repuesto. Puedo sentir el auto moverse mientras empuja cosas alrededor en el maletero. Puedo oír cosas golpeando el suelo.

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—Está bien —le digo al tablero. Si él está enojado conmigo, no tengo ni idea de por qué y no me importa. Simplemente me sentaré en el auto mientras cambia el neumático. No voy a ofrecer ayuda, a pesar de que mi padre me enseñó el año pasado cuando mi madre lo obligó a pasar tiempo conmigo. Miraré el reflejo de Ethan en el espejo, fumaré mi cigarrillo, y no me preocuparé por nada.

No pasa nada por un tiempo. Estoy a la espera de los sonidos de metal sobre metal, el auto levantándose. Miro el espejo retrovisor y veo a Ethan sentado en la llanta de repuesto con el gato en sus manos, mojándose por la lluvia y luciendo como si su perro acabara de morir. —Esto es malditamente ridículo —le digo al parabrisas, y abro la puerta —¿Qué pasa? —le pregunto a Ethan, ya sintiendo la fría lluvia filtrándose en mi piel. Él no dice nada y no puedo ver su cara. Me acerco para quitarle el gato pero él no lo deja ir—. Déjame ayudarte —le digo, tratando de sonar preocupada o amable o dulce como se supone que debo ser, cuando realmente lo que quiero es conseguir terminar con esto para poder ir a casa. —No —dice él, quejumbroso—. Debería ser capaz de hacer esto. —No tengo ni idea de cuál es el gran problema. No tengo ni idea de por qué piensa que está bien dejarme verlo haciendo pucheros y patético como esta cuando todo el mundo piensa que él es el chico más genial de la escuela. —¿Por qué no dejarás que te ayude? —le digo, aunque estoy húmeda y helada y empezando a sentirme con ganas de empujarlo en el barro. —Porque eres mi novia. Soy el hombre. Este es el tipo de cosa que un padre se supone que debe enseñar a un hijo —dice, su voz quebrándose un poco al final. Oh, Dios, estoy pensando. Se supone que debo consolarlo ahora. Se supone que debo ser comprensiva y amorosa porque su padre no ha llamado o escrito en un año, porque no recordó el cumpleaños de Ethan, porque este hombre que Ethan quiere en su vida no lo quiere y debería malditamente superarlo. Tengo un padre y no lo quiero. Él puede tener al mío. O puede tener el de Sarah. Entonces sabrá realmente de lo que se está perdiendo. Entonces se dará cuenta de que está mejor sin él.

—Por supuesto que no —le digo.

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—No le digas a nadie de esto, ¿de acuerdo? —dice.

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Jalo el gato otra vez y esta vez lo deja ir.

—¿Lo prometes? —dice, mirándome con su patético rostro mojado. —Lo prometo —le digo. No le diré a nadie lo perdedor que realmente es. No lo diré porque si él cae, yo también. No lo diré porque no soy nada sin el título de novia de Ethan. Si él no es nada, soy algo aún peor. Sé lo que puede pasar si esto sale, algo tan estúpido y pequeño como el gran semental en el campus extrañando a su papá y sin saber cómo cambiar un neumático desinflado. Alex podría retorcerlo en algo que podría acabar con él, algo que se extendería por toda la escuela como una especie de virus hasta que se volviera incontrolable, mortal. He visto a Alex hacerlo antes, cuando convenció a todos de que una chica en su clase de gimnasia era una lesbiana y estaba mirando a las chicas desnudarse. Las chicas pandilleras le pegaron tan fuerte que tuvo que ir al hospital. Ella nunca volvió a la escuela. Alex me dijo unos días después que ella invento todo el asunto. Se echó a reír mientras lo decía, con una mirada loca en su cara como si acabara de bajar de la mejor montaña rusa alguna vez construida. Cambio el neumático y Ethan observa, desanimado y melancólico. Soy la que está cubriéndose de grasa, mis manos sucias y mojadas, mis dedos rojos y ardiendo por la lluvia helada, mientras que él sólo se sienta allí, inútil. Nos metemos en el auto y me limpio las manos con las servilletas arrugadas y usadas en el suelo que ya están pegajosa con la grasa de la comida rápida, mocos, semen. Es la noche antes de la víspera de Navidad y así es como estoy celebrando. Ethan enciende el auto y enciende el calor en lo más alto. Toma mis manos entre las suyas y empieza a frotarlas. —Estás congelada —dice.

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—Tiene que poner a bombear tu sangre —dice, y me pregunto dónde ha oído eso antes. La gente realmente no dice cosas como "tienes que poner a bombear tu sangre" mientras frotan tus manos en un automóvil cálido en la lluvia. Lo miro y él me está mirando fijamente, una tímida sonrisa en su rostro, sus manos grandes y cálidas haciendo un sándwich en torno a las mías.

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—Tú estás caliente —le digo, y frota sus manos más rápido.

—Cassie —dice. —¿Qué? —le digo. —Eres maravillosa —dice—. Siento que puedo decirte todo. —Sonríe con una sonrisa ridícula y acuna mis manos en las de él, sopla su aliento cálido en mis puños, hace que mis manos se relajen. Mis brazos, mis hombros, mi pecho, mi cuello, mi mandíbula, cada parte de mí se convierte en una esponja. Por fin estoy caliente y tal vez esto no es tan malo, sentarse aquí con Ethan, dejándolo pensar que soy maravillosa, dejándole pensar que lo amo. Levanta su mano y me toca la cara, arrastra los dedos suavemente por mi mejilla. —Eres hermosa —dice, y miro hacia otro lado. Capto vistazo de mí misma en el espejo retrovisor y siento que algo pequeño se rompe en mi interior. Mi cabello está pegado a mi cara, mis ojos ennegrecidos por el rímel corriéndose, y de repente la lluvia es demasiado ruidosa, demasiado violenta, y el rostro de Ethan es demasiado blando y sus dientes están demasiado torcidos, y tengo que estar en cualquier lugar menos aquí. El calor se ha ido de mi cuerpo y soy dura de nuevo, solida. Vuelvo a mirarlo, su cara aún brillando y seria, y me gustaría que otras personas pudieran verlo de esta manera, verlo todo dulce y sentimental. Me gustaría que pudieran verlo así de débil.

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Podría romper mi promesa con él. Me doy cuenta. Podría ver lo que ocurre cuando alguien grande queda destruido y convertido en alguien pequeña. Podría enseñarle a Ethan lo que se siente ser destruido. Podría saber qué se siente al ser el que destruye.

Capítulo 14 Traducido por Dark Killer Corregido por Akanet

Estoy de pie fuera del mini centro comercial de lujo donde Kirkland ha levantado un gran árbol de navidad llamativo, donde todo el mundo ha llegado a Oh y Ah aunque es solo un árbol muerto estrangulado por las luces de navidad. Aquí estoy, el día antes de navidad, viendo a todas las personas agobiadas por bolsas de compras de último minuto. Las familias en su camino a ver películas festivas cursis, el demacrado Santa con su barba torcida sonando una campana al lado de un cubo de donación. Estoy de pie quieta y todo el mundo está apurado a mí alrededor con mejillas sonrojadas y suéteres de navidad, persiguiendo niños borrachos de azúcar y las liquidaciones en los escaparates. Ya es bastante malo en mi casa con mamá tocando el mismo álbum de navidad de Frank Sinatra una y otra vez, papá escondiéndose en el dormitorio para evitar todos sus adornos baratos, todo lo que ella pretende es que su colección de falsas mierdas festivas hagan las cosas festivas. Solo estar ahí, solo ver ese grueso plástico de Santa brillando intensamente en el mantel, solo oliendo sus galletas quemándose en el horno, me hace querer saltar por la ventana.

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Estoy esperando a Sarah. Busco alrededor, pero todo lo que veo son blancas caras sonrientes y bufandas multicolores, todas estas personas con algo que esperan con interés, todos ellos con fe de que mañana por la mañana traerán algo nuevo. Ellos despertaran y encontraran sus brillantes

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Creí que estar fuera de alguna manera podría ser mejor, que caminar alrededor podría ejercitar mis latidos y respirar para seguir algún tipo de orden, que el aire libre podría hacerme sentir más ligera. Pero hay un lugar en mi pecho que todavía se siente como plomo, y el thumb, thumb, thumb, amenazando con romper a través de mí.

cajas bajo sus árboles, lleno de todas las cosas que tenían que tener. Abrirán las cajas y sus vidas estarán completas por ese momento. Después habrá comida y ponche de huevo y una pesada noche de sueño. A continuación la víspera de Año Nuevo, y promesas vacías, resacas, y futbol. Después volverán al trabajo, a la escuela, de vuelta a todo exactamente de la misma manera como era antes. La única diferencia será la nueva fecha. La única diferencia será los nuevos suéteres, nueva joyería, nuevas bufandas que van a dejar de querer tan pronto como las consigan. Pero por ahora, el tiempo se detuvo. Son las vacaciones de invierno y no tengo que ir a la escuela por una semana. Debería ser capaz de respirar ahora. Debería estar emocionada como todos los demás, pensando en todas las cosas divertidas que voy a hacer. Pero todo lo que estoy es cansada. Estoy cansada de Alex y Ethan y Justin. Estoy cansada de padres y profesores y drogas y sexo y estoy incluso cansada de Sarah. Pero no hay nada que pueda hacer, nada para hacerlos desaparecer. Ellos siguen aquí a pesar de las vacaciones de invierno. Todavía estarán aquí cuando hayan terminado. Estarán aquí y yo también lo haré.

—Odio la navidad—digo.

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—Cassie —dice Sarah. Ella toca mi hombro y me volteo—. Feliz Navidad— dice ella, su rostro se ilumina como si ella en realidad pensara que las palabras significan algo.

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—Cassie. —Es la voz de Sarah. Viene de algún lugar detrás de mí, pero pretendo no escucharla. Ella me pidió que me reuniera aquí con ella antes de que tenga que irme para la fiesta navideña anual de mis tíos, antes de que ella tenga que volver a una casa vacía, antes de que ella tenga que pasar la navidad sola porque Alex y su madre están con sus abuelos quienes no consideran a Sarah parte de su familia. Le dije que sí porque me daría algo que hacer, me daría algo en lo que pensar además de la basura blanca familiar de mis padres y sus tradiciones de sentarse alrededor en un círculo de sillas plegables fingiendo querer hablar los unos con los otros. Estoy aquí porque cuanto más pienso en ellos, más detalles veo en sus miserables rostros, más se convierten en una cara, más no puedo respirar, más pesado se vuelve el plomo en mi pecho.

—Yo también —dice. Estoy imaginando su casa sola esta noche, en esa vacía casa llena de basura y suicidio—. ¿Qué deberíamos hacer? —dice. —No lo sé —digo—. Salgamos de aquí. —Empiezo a caminar sin esperar una respuesta. Sarah me sigue como siempre lo hace. Me dirijo a la zona de aparcamiento en la calle. Es el único lugar que puedo ver donde no hay familias o peatones o Santas o villancicos navideños resonando en altavoces invisibles escondidos en farolas. El estacionamiento es el único lugar en el que todo está normal, el lugar que todo el mundo ha dejado y olvidado, el único lugar que no pretende ser algo que no es. Camino a través de las filas de autos, zigzagueando entre metal rojo y azul y blanco y negro. Sarah está siguiéndome. No cuestiona la falta de dirección. Acaricio un Porsche rojo. Se siente pegajoso bajo mi mano. Toco el faro con mi dedo y paso al siguiente carro. —¿Estás bien? —dice Sarah. —Sí —digo. Toco el Subaru Azul. Está frío. —Estas actuando un poco raro —dice. Debería mirarla. Debería decirle que no he dormido o comido en dos días. En su lugar, meto la mano en el bolso y saco un cigarrillo. Lo enciendo y soplo el humo en la ventana del auto, creyendo que tal vez soy lo suficientemente fuerte para atravesarlo. Tal vez mis pulmones tienen el poder para soplar a través del cristal, para entrar en algo impermeable. —¿Puedo preguntarte algo? —digo. Los árboles que rodean el estacionamiento son esqueletos. El cielo es gris y pronto será negro. No hay color de ninguna forma.

Me doy la vuelta. Sarah está pensando. Ella está viendo el suelo. Ella levanta la mirada y abre su boca pero espera antes de hablar, y no puedo decir si es como que esta avergonzada o como que está disculpándose.

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—¿Alguna vez has tenido un orgasmo? —digo. Pienso en las nubes, como lucen suaves, cuando en realidad son frías briznas de agua—. Quiero decir, ¿te, gusta, de verdad el sexo?

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—Sí —dice. Ella está detrás de mí. Estoy viendo el cielo.

—Nunca he tenido sexo —dice—. No en realidad. No, como, con un novio. —Ella mira el Subaru azul. Frota su mano en el lado. Dice a la puerta—. Nunca he tenido novio. Puedo ver su reflejo en la pintura brillante, toda distorsionada y azul y trágica. Ella siempre es trágica. Siempre es pálida y débil y herida y frágil y siempre está siguiéndome por ahí como un maldito cachorro. Tengo el repentino deseo de golpear la puerta en donde su cara está reflejada, de patearla tan duro como puedo, de encontrar algo duro y pesado y golpearlo hasta que no sea nada. —¿Quieres un novio? —le pregunto. La veo en el asiento de atrás, sobre su espalda, sus piernas levantadas y sus ojos cerrados. Muevo el pomo de la puerta. Está bloqueado y sigo caminando. —No lo sé —dice—. No lo creo. Pasamos por un Honda Civic gris, un poco mejor que el de Ethan. Está bloqueado. —¿Crees que es malo que no me guste el sexo? —pregunto.

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Ella es seria pero comienzo a reír. Ella trata de sonreír y puedo decir que no quiere, pero no me importa porque es la cosa más divertida que he escuchado. Ella está parada ahí con una mueca extraña en su rostro como si estuviera tratando de no llorar, y todo lo que puedo ver son películas proyectadas en los autos del estacionamiento, todos ellos acercamientos de la cara de una mujer en medio de una película de pasión, ojos cerrados, labios temblorosos, cabeza hacia atrás y gruñendo como en esos gruñidos de películas de sexo que bajan y suben al mismo tiempo, gutural y animal como alguna bestia feroz, pero también quejumbrosa y gimiendo como un patético gatito muriendo de hambre. Este sonido no existe en la naturaleza. Es un efecto especial, hecho en algún laboratorio en Hollywood donde combinan el sonido de

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Hace una pausa, como si estuviera pensando duro, como si estuviera contemplando el trabajo en la pintura del carro y neumáticos y el significado de la vida. Finalmente levanta la vista hacia mí. Inclina la cabeza hacia un lado y dice—: No veo como alguien podría creerlo.

depredadores y los sonidos de la presa, como si los dos pudieran coexistir en el mismo cuerpo sin destruirse unos a otros. —Está abierto —dice. —¿Qué? —El auto —dice. Ella está tirando de la manija de un Audi blanco. La puerta esta entreabierta. El sonido distante de una sirena de policía corta a través del frio, vacío aire. —Probablemente deberíamos entrar —digo. Es lo lógico. Es invierno. Es víspera de Navidad y no tenemos a donde ir. —Sí —dice. —Yo conduzco —digo, y ella camina alrededor al asiento del pasajero. Nos metemos en el auto y cerramos la puerta y de repente me doy cuenta de lo fría que estoy. Froto mis manos juntas. Y sopló en ellas. Espero que nuestro calor corporal caliente el auto. Sarah busca en la guantera, pero no hay nada interesante, Unas servilletas, un mapa de Seattle y el Eastside, un manual del propietario. Me pongo el cinturón de seguridad y me hace sentir mejor. —¿Estás bien? —dice nuevamente. —¿Por qué sigues preguntándome eso? —Mis manos están en el volante. Estoy pensando en manejar a través de la nieve. Estoy pensando en las montañas. Estoy llegando más y más alto y la nieve se está volviendo más y más profunda. Doblo a la izquierda y doblo a la derecha. No hay autos en la carretera.

—Solo el Ritalin —digo. —Pero hicimos todo eso —dice.

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Sigo girando el volante. Es un video juego. Si me estrello, tengo tres vidas más hasta que mi moneda se agote.

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—Pareces extraña —dice—. ¿Te tomaste algo?

—No, no lo hicimos —digo. Aparco el auto. Me vuelvo hacia Sarah. —¿Qué quieres decir? —dice. —No te enojes conmigo —Los autos aún reflejan las caras de mujeres, pero están durmiendo ahora, calmadas y satisfechas después de una gran película de sexo. —No lo haré. —Hay más —digo. —¿Más qué? —Más Ritalin. Mucho más. Justin me lo da y no te lo doy. —Giro el volante tan a la derecha como es posible. Se bloquea y lo tiro de ello, pero no se mueve más. —Ooops —digo. —¿Se lo diste a Alex? —dice. —No —digo—. Y no se lo digas. —No lo haré. Los créditos ruedan y es el final de la película. Cierro la puerta y me hace sentir más caliente. —¿Estas enojada conmigo? —digo. —No —dice, y la miro. Ha doblado una servilleta por la mitad, entonces la doblo nuevamente, y ahora es un pequeño triangulo grueso que no se dobla más. Lo sostiene en su mano como si estuviera pensando en mantenerlo, como si estuviera orgullosa de lo que ha creado.

—¿Sobre qué?

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—Deberías ser cuidadosa —dice, mirando por la ventana a todos los autos inmóviles en el espacio oscuro.

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Entonces abre la palma y lo deja deslizarse al suelo.

—Quiero decir, solo porque es una prescripción no quiere decir que sea segura. Es lo mismo que la velocidad, ya sabes. —Hablas como un consejero. —Lo siento —dice, y me mira, aún patética como siempre. Sonrío. —No te preocupes —le digo—. Soy inteligente. —Lo sé. Nos sentamos por un tiempo viendo por la ventana todos los autos detenidos y esperando para ser movidos. Una joven familia con un bebé está peleando al lado de un camión. La esposa esta con la cara roja y llorando mientras sostiene al bebé vistiendo como un pequeño elfo. Por alguna razón, de repente me siento con ganas de llorar. Ese bebé no tiene ni idea de que está usando un estúpido sombrero verde puntiagudo. No tiene ni idea de que su madre y padre se odian mutuamente. Él no sabe que no hay nada que pueda hacer sobre eso. —Tengo algo para ti —dice Sarah. —¿Qué? —Un regalo de Navidad —dice. Siento un ruido sordo en mi pecho. No tengo nada para ella. —No conseguí regalos para nadie —le digo—. Lo siento. Ni siquiera conseguí algo para mi mamá. —Está bien —dice, sonriendo—. No consigo regalos de nadie más, de todas formas. —Y eso me hace sentir peor. Ella mira a través de su cartera, saca un pequeño sobre de color rojo y me lo da.

La abro cuidadosamente y saco un pequeño paquete de celofán con cuatro dosis de ácido. La veo.

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Con Amor, Sarah.

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Para Cassie, dice.

—Para que nosotras lo hagamos juntas —dice. —Solo tú y yo. —Ella está sonriendo, esperanzada, como si me estuviera pidiendo casarme con ella. —Hagámoslo ahora —digo. —Pero te vas —dice. Ella mira el reloj del tablero—. Te vas en treinta minutos. —Está bien —digo—. Entonces no estaré aburrida en mi estúpida cena familiar y tú no estarás aburrida cuando estés en casa sola esta noche. Abre la boca como si fuera a decir algo, entonces la cierra. Baja la mirada a mi mano sosteniendo el celofán, luego la levanto hacia mí con la misma patética vieja cara. —Está bien —dice. Pero puedo decir que no quiere, y no me importa. Recojo dos dosis con las uñas y las pego en mi lengua. Sostengo el resto hacia ella. Ella las lame de la envoltura como si alguien estuviera sosteniendo un arma en su cabeza y creo que si no quiere hacerlo, debería darme el resto a mí. —Ahora ya no estarás tan aburrida esta noche —le digo. —Sí —dice. Nos sentamos por un rato sin hablar. Sé que debe pasar una hora antes que el ácido entre en acción, pero sigo esperando que sea pronto porque mi estómago está vacío. Pero todo se sigue sintiendo igual. Los autos todavía no se mueven y Sarah todavía está sentada ahí luciendo como alguien muerto, como si ella quisiera que sintiera lastima por ella, pero no puedo. Es víspera de navidad y es tiempo de ser festivo y que se joda si quiere arruinarlo. —Me voy —digo finalmente.

—Está bien —dice. Abro la puerta, pero ella se mantiene sentada ahí, mirando el tablero.

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—Tengo que pasar por la tienda por cigarrillos —le digo, aunque sé que sabe que no va a tomar más de un minuto.

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—Pero todavía no es el momento —dice.

—Deberías salir del auto —digo—. Las personas podrían regresar.

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—Sí —dice, y las dos salimos.

Capítulo 15 Traducido por Nelly Vanessa Corregido por Elena Ashb

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Burien no está lejos, pero me gustaría que lo estuviera. Quiero conducir para siempre, así puedo quedarme acurrucada en este oscuro y suave pequeño mundo en el que nadie me está mirando, escuchando ésta música navideña como burbujas rebotando en mi cabeza, sintiendo el frio cristal contra mi frente cuando veo las luces de la ciudad pasar rápidamente a nuestra lado. Con el sendero rojo, blanco y verde neón frente a mí. Ahí está el Space Needle con el árbol de navidad en la parte superior. Está el centro de la ciudad, los edificios de oficinas, el muelle, el ferry y el agua reflejando las ondulaciones de la luz de la luna. Está Bainbridge Island, toda envuelta como un regalo de navidad con papel de envolver verde borroso. En algún lugar de la isla está mi antigua casa, cuadrada y llena de alguna otra familia navideña, una caja de cartón

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Los faros de los autos que se acercaban parpadeaban al ritmo de “Jingle Bell Rock”. Mamá está golpeando su pie y marcha a buen ritmo, papá está usando una corbata que dice “Jo jo jo” cuando se aprieta el vientre de Santa y estoy químicamente encantada en el asiento de atrás, escuchando los autos cantarme y por primera vez no estoy temiendo por completo la Nochebuena con la jodida familia de papá. Desearía que hubiera una manera de sentirme así por siempre, para no tener que lidiar con la ansiedad de bajar y correr hacia afuera, para no tener que preocuparme de que mi cuerpo necesite dormir o comer, no tener que preocuparme por el dinero y besar traseros y la humillación necesaria para sentirme bien de nuevo. Podría convertirme en una científica. Podría inventar la píldora que me hiciera sentir así para siempre. Podría hacer que Justin inventara la píldora. Podría casarme con él y fingir todo tipo de cosas y el haría que la píldora valiera la pena todas las mentiras y baboso, maloliente sexo que tendría que tener con él.

grande en el extremo del camino de grava con decoraciones que solo las aves, venados y mapaches verán. —Blanca Navidad. —Avanza y mi padre empieza cantando con una falsa voz de Sinatra. Mamá se ríe y pone su mano en la suya y él no la quita de encima. Están tomados de la mano, están cantando y las luces de la ciudad fluyen con el silencio como confeti. He encontrado el equilibrio químico perfecto y podría morir en este momento, estoy tan feliz. Aquí es Burien y aquí están los centros comerciales, los camiones oxidados, los clubes de desnudistas y las tabernas. Aquí está Wal-Mart, la gasolinera y la iglesia. Este es un vecindario como el Ethan pero al revés, con cortacésped, colchones y juguetes rotos en el jardín, con hierba de color amarillo, los autos en bloques, los renos de plásticos y escenas del pesebre, las luces rojas, blancas y verdes cubriendo todo y tratando de convertirlo todo en algo hermoso. Aquí está la casa de la tía Lily, el Santa para decorar el césped brillando intensamente, los autos viejos y feos de mi familia alineados a lo largo de la acera. Y ahí está el BMW negro del tío Charlie estacionado en la calzada, como si todo el mundo supiera como guardar ese lugar para él.

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Salimos del auto y ya puedo oler su colonia. Estoy mareada. El olor está obstruyendo mis pulmones. El césped negro y verde sombreado está girando alrededor con Santa, con las fibrosas plantas oscuras y plásticos brillantes de color rojo que están bailando, mezclándose, convirtiéndose

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De repente, el equilibrio químico cambia y empiezo a sentir ansiedad de nuevo. No he pensado en el tío Charlie. Cuando pienso en esta familia, pienso en el surtido de El Caminos y otros rechonchos, abollados autos fabricados en Estados Unidos. Pienso en como su moda siempre está un par de años atrás. No pienso en él ni en su BMW negro, ni en su traje de fantasía, ni en su colonia que huele a dinero. No pienso en como todos intentan acercarse a él con tanto esfuerzo para fingir que su presencia es la cosa más natural del mundo, como si la conversación siempre volviera a alguien alardeando de algo, con la esperanza de que Charlie este escuchando, con la esperanza de que esté impresionado. Nunca pienso en Charlie y en la forma en que no habla mucho. No pienso en la forma en que solo se sienta allí mirando y sonriendo, en silencio juzgando a todos.

en algo antinatural y siniestro. Santa Claus con colmillos. Santa con saltones ojos de color rojo. Santa cubierto de piel negra y verde. —Cierra la puerta y vamos —dice alguien desde algún lugar detrás de mí y lo hago. Camino hacia la luz y dejo el tornado detrás de mí. Ahora es el momento de actuar con normalidad. La luz se vuelve sobria. Todo el mundo está centrado. Las tías rebotan fuera de sus asientos y nos abrazan porque eso es lo que siempre hacen, oliendo como a un millón de cosméticos, aerosoles para el cabello y polvos para bebés. Los tíos se levantan lentamente para estrechar la mano de mi padre, sus grandes barrigas luchan contra los nuevos suéteres de navidad de este año. Me dicen cosas y digo algo en respuesta. No los miro a los ojos. No les muestro los discos negros y gigantes de mis pupilas. El tío Charlie se queda sentado. Puedo ver su mano que sostiene una cerveza, sus piernas, sus zapatos caros, pero no lo miro directamente. Puedo sentir sus ojos ardiendo en mí. Puedo sentir la sonrisa en su rostro, la que dice, estas personas son patéticas. —Charlie —dice mi padre. —Bill —dice Charlie. El sonido de su profunda voz me hace temblar, como si fuera una erupción dentro de mis costillas, una explosión de aire frio, extendiéndose y congelando todo a su paso. —Los niños están en la habitación de Tracy —dice alguien—. Las bebidas están en la lavandería —dice otro. Salgo sin esperar el “¿Cómo va la escuela?” de todos y “Te ves tan crecida ahora” y “Debes de tener que luchar contra los chicos con un palo”. Salgo lo más rápido que puedo.

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Lleno un vaso de plástico con hielo, ron y un poco de Coca-Cola. Tomo un sorbo y es lo mejor que he probado. El calor se propaga por todo mi cuerpo y de repente, no me siento con tantas ganas de esconderme. De

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La lavandería está configurada como bar, un mantel rojo cubre la lavadora y la secadora. Se siente seguro aquí, fresco, tranquilo. Me gustaría quedarme aquí toda la noche con las luces apagadas, si pudiera pero sé que la gente se mantendrá entrando y saliendo, abriendo la puerta y dejando que entre la luz, llenando el espacio con sus gordos y blancos cuerpos y robándome el aire.

repente, siento que todo estará bien y eso me hace reír un poco. Me río de mi misma en un armario gigante porque es víspera de navidad y estoy en el ácido y en la velocidad y nadie tiene ni idea. Estoy riendo, porque me siento muy bien a pesar de que hace dos segundos quería desaparecer. Es una locura como los sentimientos pueden cambiar tan rápido, como algo tan estúpido como el sabor de algo puede cambiarlo todo. Los adultos están sentados en un círculo en la sala de estar como hacen cada año. Sillas plegables llenan el espacio entre el sofá, los asientos y el armario. La TV tiene bandejas con frutos secos y dulces. Mamá se dirige hacia mí en su camino a la barra y me deslizo en la habitación antes de tenga la oportunidad de decir algo. Tengo tres primas, todas nacidas con tres meses de diferencia, tres años mayores que yo, todas viven en tres ciudades vecinas de Burien, Sea Tac y Seahurst. Comparten los mismos amigos. Van a las fiestas de cumpleaños de las otras. Aquí están, sentadas en la cama de la habitación con posters de gato enmarcados. Están sentadas en el edredón pastel con estampado de flores, rodeado por un cordón satén o con almohadas de encaje de aguja, rodeado de carteles enmarcados de gatos con bolas de hilado, gatos durmiendo, gatos vestidos como marineros, gatos en jarras de cerveza gigantes. Estas son variaciones un poco diferentes de la misma persona, con la misma piel pálida gruesa, el mismo pelo castaño claro, los mismos cuerpos regordetes, en forma de pera. —Oh Dios mío —dice Tracy, la líder solo porque es la menos acogedora—. ¿Cassie? —Oh Dios mío —dice Kelly, la bajita. —Oh Dios mío —dice Becky, la gordita.

—Sí —dice Kelly—. Me gusta, mucho más grande. Y no tan fea. —¿Cuándo fue la última vez que te vimos? —pregunta Becky.

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—Te ves tannnnn diferente —dice Tracy.

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—Hola —digo. Soy la número cuatro, la extraña.

—En pascua —digo. —Oh Dios mío —dice Becky—. Has cambiado tannnnnto desde entones. —Sí —digo. Tú no, quiero decirle—. ¿Qué están haciendo? —Solo hablando —dice Tracy, entonces mira a las demás como si tuvieran un secreto y todas se ríen. Me miran. Están esperando que les pregunte de lo que están hablando. No lo haré. Tomo un gran trago de ron y la sensación es cálida e invencible. Me siento en la silla de mimbre frente a la cama, como si estuviera en un juicio y ellas fueran un grupo de jurados. —¿Quieren un poco de ron? —digo, empujando mi vaso de plástico hacia ellas. —Oh Dios mío —dice Kelly—. ¿Bebes? —Sí, ¿tú no? —Si, a veces —dice Tracy—. Pero, como que, somos estudiantes de secundaria. —Eso está bien —digo. Hay silencio por un tiempo, mientras miran hacia mí. Luego vuelven la espalda una a la otra y así como así, no existo. Estoy en otro mundo en mi sillón de mimbre, una isla y su cama es una especie de país que odia a las extrañas. —Entonces ¿qué harás? —pregunta Becky a Tracy. —No lo sé —dice Tracy. —¿Lo amas? —pregunta Kelly.

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He caminado dentro de un especial de después de la escuela. Los gatos en la pared suspiran conmigo. Uno de ellos pone los ojos en blanco. El unicornio de cristal sobre la mesa de noche está señalado su cuerno hacia ellas, amenazando con usarlo. Mis primas hablan y hablan en sus voces silenciosas e importantes y estoy satisfecha de mi isla de mimbre con una

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—Por supuesto que sí —dice Tracy—. Solo no sé si estoy lista.

vista de toda la mierda cursi acumulada en toda la habitación. No oigo nada de lo que dicen. Estoy en una burbuja de sonido. Escucho el océano, el interior de las conchas marinas, el ruido blanco. —Cassie —dice alguien, perforando mi burbuja. Miro hacia arriba y todas están de pie. La puerta está abierta y todas están mirándome como si estuviera loca—. ¿No oíste a la tía Lily? —dice Kelly. —¿Qué? —Es hora de la cena —dice Tracy. Pone los ojos en blanco, todas empiezan a caminar y sigo a su gordita procesión a la sala de estar. Tomo mi lugar al final de la fila y los veo a todos apilar comida en sus platos de papel. Me pregunto lo que los ricos comen en navidad, porque seguro que no es puré de patatas de caja o un trozo de jamón que ha sido presionado en una forma poco natural redonda y cubierta de piña en conserva. Me pregunto lo que Charlie piensa acerca de todo esto, si está totalmente asqueado y perdió su apetito, si ha olvidado el tiempo antes de que fuera rico, cuando comida como esta era normal. Las únicas cosas que pongo en mi plato son ensaladas de malvaviscos y una docena brillante de redondas y negras aceitunas. Me siento en una silla plegable y miro la pila de color melocotón, los trozos de mandarinas en conservas irreconocibles en su capa de baba de malvavisco y de coco rallado. Tomo un bocado y me sorprendo de lo bien que sabe, lo engañoso de la apariencia, de como se ve como una mierda pero sabe a cielo.

Charlie la mira por el rabillo del ojo.

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—Bill conseguirá un ascenso pronto —dice—. ¿Verdad, cariño? —Papá no reconoce que la ha oído.

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Después de todos estos años de encuentros en las fiestas, mamá todavía no se ha dado cuenta de que esta familia no habla mientras come. Todo el mundo se supone que se sienta, mastica y escucha los sonidos de unos y otros, pero mamá siempre balbucea acerca de algo aunque nadie dice nada.

—Eres un corredor de bolsa —dice ella, no es ni una pregunta ni una declaración. Charlie medio asiente mientras pone mantequilla en su panecillo. —Tal vez ustedes dos deberían hablar. computadoras y tú las necesitas, ¿no?

Quiero

decir,

Bill

vende

—Creo que mi compañía está bien con sus computadoras —dice el tío Charlie finalmente. Todo el mundo mantiene sus ojos en sus platos, pero te juro que están sonriendo. Hay silencio por un rato y mamá no puede soportarlo. —Ese es un buen auto el que tienes, Charlie —dice. Charlie asiente y el único sonido es el raspado de los tenedores de plástico sobre el cartón y el hielo de la bebida de mamá contra el lado de su vaso. Es un sonido diferente al del tintineo de sus vasos en casa. Es diferente, pero suena igual de triste. Meto las aceitunas en las puntas de los dedos y las como de una en una. Todo el mundo sigue comiendo y no hablan y ya no tengo ron. He comido tanto como puedo, tres cucharadas de ensalada de malvaviscos y cinco aceitunas. Ha llegado el momento de moverse, de salir de esta habitación. Iré por más ron. Iré a dar un paseo. Iré a fumar un cigarrillo. Pongo mi plato en la basura y llevo mi vaso a la lavandería. Vuelvo a crear mi bebida de antes. Tomo un trago y me siento mejor. Todo lo que necesito hacer es ir a la habitación del gato y conseguir mi bolso. Después necesito salir por la puerta. Entonces seré libre. Puedo hacer esto. Esto es fácil. Pero hay alguien que viene. Oigo los pasos acolchados en la alfombra. Oigo la puerta de la lavandería abrirse y luego cerrarse. Huelo el perfume que huele a dinero. Oigo su voz detrás de mí.

—¿Por qué no te das la vuelta y me dices hola?

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—¿Qué? —digo. No me muevo.

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—Cassie.

Hago lo que dice. Me doy la vuelta y me siento las paredes cerrarse. Está sonriendo. La puerta está cerrada y esta habitación es demasiado pequeña. —Se estaba poniendo raro ahí, ¿eh? —dice. —Sí, supongo. —Quería saludarte correctamente, pero siento que no puedo tener una conversación real cuando están todos alrededor. —El olor de su colonia llena la habitación. Me ahogaré si no salgo pronto. Empiezo a avanzar hacia la puerta, pero él está en mi camino y no se mueve. —¿Cómo has estado? —dice. —Bien —digo. Puedo sentir mis pulmones cerrándose. —Te ves muy bien —dice—. Eres una chica hermosa, Cassie. ¿Sabes eso? No digo nada. Tengo mareo. Mi piel empieza a picar. —Porque debes saber lo hermosa que eres. Una chica siempre debe saber lo hermosa que es. Puedo sentirlo mirándome a pesar de que estoy mirando el piso. Estoy tratando de concentrarme en un espacio del tamaño de un centavo. Estoy tratando de mantenerlo quieto mientras el resto del piso se arremolina a su alrededor. Si puedo conseguir que ese espacio se quede quieto, estaré bien. —¿Puedo tener un abrazo? —dice Charlie. Sigo mirando el pedazo de suelo. Es lo único que es mío.

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—Deberíamos ir a esquiar en algún momento —dice—. Podría llevarte. ¿Alguna vez has esquiado? —Besa la parte superior de mi cabeza, frota mi espalda y mis ojos se abren y todo lo que puedo ver es blanco.

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Siento sus brazos alrededor de mi, mi cara se aprieta contra su pecho, sus piernas contra mis piernas. Pone sus manos en mi espalda y me tira contra él.

Siento que mi cuerpo se aprieta entre su blando cuerpo y la dura pared. Siento el pomo de la puerta, siento mi mano girando, tirando y siento el espacio abierto. Ahí es blanco y es más blanco. Siento las paredes a ambos lados y la alfombra bajo mis pies y otra puerta y otro picaporte. Siento el botón y oigo cuando se cierra. Siento el fregadero, el mostrador y lo suelto. Aire. Suave porcelana fría y el veneno saliendo. Mis ojos están llorosos y el veneno sale. La nariz me arde, mis rodillas perforan el linóleo, mis manos están en la fría porcelana. Todo está fuera de mí y estoy vacía. Segura. Alguien está llamándome. Si estoy quieta, nadie sabrá que estoy aquí. —Cassie. Es la voz de mi madre, sorda y metálica como el interior de una lata. —Cassie, ¿estás enferma? Mi mamá no me lastimará. —El tío Charlie dijo que estás enferma. Nadie me lastimará si piensan que es gripe, si se trata de algo que comí. Nadie me lastimará si no hice nada malo. —Cariño déjame entrar. Abro los ojos. Ahí está la porcelana blanca y el agua viscosa de color marrón y los trozos negros. Todo frío, claro y enfocado. Tiro de la cadena. Me levanto y me lavo la boca con agua. Me froto un poco de pasta de dientes. —¿Cassie? —dice mamá otra vez y abro la puerta.

—Es la temporada para eso, sin duda —dice una de mis tías y veo a todas mis tías y primas que están alrededor de la puerta del baño, mirándome.

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—Creo que tengo gripe —digo, tratando de no hablar en la dirección de su nariz.

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—Oh, cariño, no te ves muy bien.

Charlie está en la parte posterior con la cara más pálida que haya visto, con los ojos muy abiertos, aterrado. Los primos se apiñan en una pequeña capsula, mirando. —Iré a buscar agua —dice otra tía. —¿Por qué no te acuestas en la habitación de Tracy, cariño? —dice otra tía. —Está bien —digo y mi mamá me toma del brazo a medida que vamos caminando por la puerta, todas las mujeres cacarean como pollos detrás de nosotros. Me acuesto y pongo mi cabeza en una de las cientos de almohadas. —En esa no —grita Tracy y la saca de debajo de mi cabeza—. Aquí —dice y me tira el cojín del asiento de la silla de mimbre. Siento que mi cuerpo se hunde en la cama como si fuera de metal y fuera pudin. Me siento girando alrededor, un desliz lento. —Si necesitas algo, estaremos justo afuera —dice mamá, acariciando mi cabello y tengo la repentina impresión de que todo estará bien para siempre si solo sigue haciendo eso. Nada podría estar mal o dar miedo otra vez mientras ella siga moviendo su mano sobre mi cabeza. Pero se detiene justo cuando me convence de esto, y me siento desinflada, me vuelvo ligera como cenizas y la cama no es repentinamente suave en absoluto. Tracy es la última en salir. —No vomites en nada —dice y cierra la puerta.

—Lo siento —Y después un: —¿Puedo pasar?

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Hay un suave golpe en la puerta. Ahí está mi nombre en la voz baja de Charlie.

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Me acuesto ahí por un tiempo, mirando al techo. Haría lo que fuera por dormir ahora. Haría lo que fuera para estar en casa, en mi cama, con cinco o seis pastillas para dormir en el estómago. Haría cualquier cosa para nunca tener que despertar de nuevo.

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Ahí estoy levantándome y cerrando la puerta, apagando las luces. Ahí estoy metiéndome en la esquina entre la cama y la pared, haciéndome pequeña y quieta como puedo serlo. Cierro los ojos tan duro como se pueden cerrar. Envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas y las mantengo apretadas contra mi cuerpo. Hay una voz en mi cabeza ahogando la de Charlie: Si te quedas quieta, nadie podrá lastimarte. Y si juegas a la muerta, no habrá nada que matar.

Capítulo 16 Traducido por Brenda Carpio y Mona Corregido por Akanet

No despertaría si no tuviera que hacerlo. No abriría los ojos y vería la luz horizontal que rompe a través de mis persianas, no la vería doblar y girar alrededor de las esquinas de mi habitación como telarañas amarillas, como barras de prisión de neón. No sentiría el golpeteo en mi cabeza, mi garganta seca, el sabor de acidez en mi boca en la mañana. No sentiría mi estómago revuelto en su residuo químico. No yacería aquí, mirando el techo blanco y deseando que fuera negro otra vez, queriendo la pesada quietud del sueño, la carne como el plomo, la sólida ausencia de memoria, la ausencia de sonido e imágenes, la luz y el movimiento. Pero hay instintos que no puedo controlar, instintos que dicen “despierta” y “vive”, sin mi permiso. Hay un robot dentro que obedece, cuya vejiga dice, levántate y ve al baño, que parpadea hacia la luz del sol y toma aliento. No hay nada que pueda hacer para pararlo. No puedo yacer aquí por siempre. No soy tan fuerte. La alarma anuncia que es por la tarde. El sonido de villancicos y el olor a café quemado me dice que mamá está esperando en el árbol, pretendiendo que es de mañana. No hay nada que pueda hacer para que no sea navidad.

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Camino hacia la sala y mamá está sentada en el sofá frente al árbol de navidad que decoró ella misma, aún en pijamas. No está haciendo nada, ni viendo tv, ni jugando video juegos, ni leyendo una de sus revistas que muestran como la gente rica vive. Sólo está sentada, sólo mirando fijamente el árbol, sólo esperando por mí.

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Me levanto. Me pongo mi bata de baño. Voy al baño. Hago pís. Cepillo mis dientes. Tengo arcadas y escupo pasta dental.

Me mira. —Traté de despertarte —dice—. Varias veces. —No suena molesta, sólo cansada. —Realmente estoy muy enferma —digo—. No te escuché. —Es una molestia —dice, mirando hacia el árbol—. Enfermarse en navidad. —Sí —digo, y sólo estoy parada ahí mirando el fuego falso en la chimenea. —Voy a buscar a tu padre —dice, y se pone de pie, sosteniendo su espalda como una persona mayor. Sus zapatillas rozan con la alfombra mientras camina, como si simplemente se deslizara en sus pies, como si no tuviera la energía para levantarlos del suelo. Me siento donde ella estaba y todavía está caliente. Miro el árbol y su cuidadosa decoración. Pienso en cómo llevar a casa el árbol y tratar de hacerlo lucir hermoso siempre fue algo que hicimos juntos, la forma en que ella y papá lo llevarían y lo estabilizarían, mientras yo buscaría en una caja de zapatos llenas de adornos, eligiendo de mis favoritos, aquellos que quería colocar. Recuerdo que, después de varios ajustes, el árbol siempre quedaría un poco torcido. Es perfectamente recto este año. Ella pagó extra para que el chico de los árboles condujera hasta aquí y lo instalara. Nos saltamos el ritual de decoración porque papá tenía que trabajar hasta tarde y yo estaba haciendo algo que no recuerdo. Llegué a casa en medio de la noche y allí estaba, encendido, recto y perfecto, y recuerdo haber deseado no haberlo visto.

Tomo mi lugar en el piso porque es siempre mi trabajo ser Santa. Entrego a cada uno un presente que se compraron entre sí, con ganas de acabar

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—Muy bien, vamos a abrir los regalos —dice papá mientras entra en la habitación. Él está tratando de sonreír, pero no puede ocultar el hecho de que él preferiría estar de vuelta en su habitación con la puerta cerrada, haciendo lo que sea que él lo hace ahí. Mamá lo mira con esperanza, pero su rostro se instala de nuevo en blanca decepción.

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Ahí está el adorno que hice en el jardín de niños, las cuentas en palitos de helado en un charco de pegamento seco. Este es el que siempre habíamos puesto de último, justo en la parte delantera, justo en el medio, más importante que la estrella en la parte superior.

con esto. Tomo uno con Cassie escrito en las desordenadas letras de mamá, el tipo de escritura que se espera de un artista o de un médico, no de un ama de casa con un marido que la odia, no a una madre con una hija como yo. Lo abro y es un suéter que nunca voy a usar. —Gracias —le digo a nadie en particular. —Lo vi y supe que el verde se vería muy bien con tus ojos —dice mamá. Me quito la bata de baño y me pongo el suéter. Es picante y muy grande. Papá obtiene una cartera idéntica a la que recibe cada año. Mamá tiene zapatillas idénticas a las que está llevando ahora. Más regalos y más mierda que nadie quiere. Consigo una pulsera barata con dijes colgantes de patines, labios, un corazón, y la palabra atrevida en cursiva. Mamá consigue una bata y velas perfumadas. Papá obtiene una corbata y un juego de pañuelos blancos. Consigo ropa interior blanca de algodón y calcetines blancos de algodón. —Eso es todo —dice mamá, y echa un vistazo bajo el árbol. Ambos me miran. —No tuve tiempo para hacer algo —suelto—. He estado tan ocupada con la escuela y todo, y realmente no me di cuenta que era navidad y… —Está bien —dice papá. —Es suficiente que podamos estar todos juntos —dice mamá, otra frase inspiradora de un programa de entrevistas. Miro por la ventana y el cielo está gris. Todos los árboles lucen mojados y sobrecargados.

—Puedo hacer unos —dice mamá—. Podemos hacer panqueques para el almuerzo.

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—Ya comimos, Cassie —dice mi papá—, son casi las dos.

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—¿Vamos a tener panqueques? —digo. Mamá siempre hace panqueques durante la mañana navideña.

Mi estómago me duele y todos están en silencio. —Bien, me voy —papá dice finalmente—. Tengo trabajo que hacer. —¿En navidad, Bill? —dice mamá. Él le da una de sus miradas que dicen no puedo creer que me casara contigo. —Bien —dice mamá, mirando su regazo. Él se levanta y la besa en la parte superior de su cabeza, me besa en la cima de mi cabeza. Huelo el olor de su abrigo de la noche en que me recogió en Juanita, caliente y picante, y luego se ha ido. Entonces él se aleja y cierra la puerta de su dormitorio y el olor y mi padre se ha ido. — ¿Hambre? —dice mamá, y asiento con mi cabeza. Ella camina hacia la cocina y me quedo sentada en el piso rodeada por el papel de envolver. El CD de villancicos ha terminado y el único sonido es el de mamá abriendo armarios y papel crujiendo mientras los recojo todos en una pila. —¿Cuántos quieres? —grita ella desde la cocina. —Un millón —digo, a pesar de que ahora los panqueques parezcan tristes. —Está bien —dice ella, y camino a la cocina para conseguir una bolsa de basura. —Nosotros deberíamos comenzar a reciclar —le digo, solamente por decir algo.

—¿Puedo tener tus viejas zapatillas? —digo. 6

Bisquick: Es un producto de panadería previamente mezclado para hacer panqueques.

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Me siento en el sofá y huelo los panqueques cocinándose. Mis pies se congelan así que los deslizo en las viejas zapatillas de mamá. Ella lleva sus nuevas ahora.

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—Tienes razón —dice mientras ella mide Bisquick6 en un tazón. Vuelvo a la sala y coloco toda la basura en la bolsa. Pongo la bolsa en la puerta de calle. Esta no será reciclada. Será puesta en el contenedor con toda la demás basura de navidad.

—Seguro —dice ella. Son calientes y suaves en mis pies. Puedo sentir donde sus dedos pasaron un año grabados en el armazón. Ellos se adaptan perfectamente. Me siento allí durante un rato mirando el árbol. Algo acerca de este no está bien. Es demasiado perfecto, demasiado organizado. Los adornos están todos igualmente espaciados, como si mamá usara una regla para decidir donde colgarlos. Me arrodillo junto al árbol y despego mi monstruosidad de palitos y cuentas pegadas. Encuentro mi adorno favorito detrás del árbol, en el fondo, de porcelana, el Sr. y la Sra. Santa en sus trajes rojos y blancos, ojos cerrados, labios fruncidos, inclinados el uno hacia el otro por un beso. Coloco mi adorno al lado de ellos, destruyendo la simetría que mamá gastó una solitaria noche creando. Pero en secreto, en la espalda, en el fondo. Mamá trae un plato de panqueques y una botella de jarabe. Ella ha preparado una bebida para ella incluso cuando todavía es por la tarde. —¿Quieres ver Qué Bello es Vivir? —dice ella, sus cubitos de hielo tintineando. —Sí —digo. No hay nada que quiera hacer más que comer panqueques y mirar la película que siempre vemos en navidad.

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La siento tensa y lentamente relajarse. Trato de recordar la última vez que hice esto. Mi mente está en blanco. Todo que puedo ver es a Jimmy Stewart en blanco y negro. Todo que puedo sentir es la respiración de mi madre y la piel caliente a través de su bata.

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El DVD ya está situado sobre la mesa de centro, como si ella lo colocara allí, esperando para que nosotras lo veamos. Ella se levanta y lo pone en el reproductor de DVD. Los créditos de introducción ruedan y yo devoro mi comida. Nunca he probado nada tan bueno en toda mi vida. Mamá enciende las velas que mi padre le compró y huelen como navidad. Considero entrar en mi habitación para fumar algo de marihuana y un cigarrillo. Pero mi habitación parece tan lejana, a kilómetros, estados, países, continentes. Estoy agotada. Me acuesto y descanso mi cabeza sobre el regazo de mi madre.

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Mi estómago está lleno, estoy caliente y estoy llorando. Ríos fluyen de mis ojos y nadie lo sabe más que yo. Las lágrimas caen y se absorben en la bata de mamá, haciendo diminutas piscinas negras que pronto secarán, no dejando ningún rastro de que ellas estuvieron alguna vez allí.

Capítulo 17 Traducido por Auroo_J Corregido por Clarksx

Alex llamó y me dijo prepárate, porque nos vamos a Portland pronto. Ella no me diría cuando, sólo "pronto." Ella es así de paranoica. No confía en mí con nada. Probablemente piensa que voy a decirle a Sarah. Probablemente piensa que Sarah nos seguirá. Ella no quiere que nos sigan. Quiere que seamos sólo ella y yo. Nadie más. Sólo ella, su hermano y yo en Portland.

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Sigo pensando en los programas que he visto, las películas con la niña en las calles, toda vestida como una puta, todo dura y resistente. A continuación descubrirás que ella es realmente agradable si te familiarizas con ella y tiene algún terrible secreto que del cual está huyendo, algo tan malo que vivir en la calle tiene más sentido que quedarse en casa. Su tragedia parece tan atractiva, y ella es tan sexy con su mezcla de dura y dulce. Ella siempre está fumando y bebiendo whisky, absorbiendo cosas por la nariz o inyectando cosas en su brazo. Pero entonces alguien la conoce, un buen chico o una chica que no quiere nada de ella. Alguien que la hace llorar, decir sus secretos, y te das cuenta de que le gustan los pasteles y los gatitos, o que ella tiene una vieja muñeca escondida en su mochila con la que duerme por noche.

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Mi mochila está en el armario con más de un centenar de dólares que he robado, unos pocos dólares al día en los últimos tres meses. Hay cinco pares de ropa interior y calcetines limpios, un cepillo de dientes, un tubo de pasta de dientes, una pastilla de jabón, un suéter, unos pantalones vaqueros y dos camisas. Eso es todo lo que cabe. No sé lo que se supone que debes usar cuando tienes trece y huyes a Portland y cuentas con un traficante de drogas adolescente en una banda contra los gordos para cuidar de ti. Ni siquiera sé lo que significa estar en una pandilla contra los gordos, si tienen un uniforme, un nombre de banda, un saludo especial.

Sigo tratando de pensar en algo así para poner en mi mochila, algo especial, algo que podría conseguir un primer plano en la película sobre mí y mostrar a todos cuán dulce soy realmente. Pero no tengo nada de lo que es mío, no realmente mío, no hay fotos de gente que quiero, ni animales de peluche que he tenido desde que era una niña. Todo eso se ha ido, o nunca existió en primer lugar. Alex dijo que cuenta conmigo. Lo dijo en la voz que dice que no tengo elección. Yo dije que sí y colgué el teléfono. Está ubicado en la almohada a mi lado, entre mi cabeza y la blanca pared agrietada. Hablé con ella en la oscuridad, el débil azul-grisáceo del nublado crepúsculo lanzando suaves sombras sobre mi cuerpo. La luz casi ha desaparecido ahora. Estoy casi oscura, invisible. Sólo hay una cálida franja de color naranja arrastrándose debajo de la puerta, pero no llega a hacia mí a través de la habitación. Es el día después de navidad y la escuela no inicia por una semana más. Podría quedarme en mi habitación hasta entonces. Podría fingir mononucleosis y hacer que mi madre me trajera comida. Podría lanzar el Ritalin y la hierba en el inodoro. Podría leer y dormir y engordar. Podría volver a la escuela después de las vacaciones de navidad como una persona diferente. Nadie me reconocería. Los niños de mi clase dirían "¿Quién es esa?" Y me gustaría ser alguien nueva, alguien buena, a alguien que sea bueno.

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Lo que se supone que debo hacer ahora es fumar marihuana y comer pastillas para dormir y dormir esta noche sin sueños. Se supone que debo despertar, tomar el resto del Ritalin, a continuación, entrar en pánico en pocas horas cuando empiece a desaparecer. Llamaré a Justin, aunque ya sé que se ha ido por las fiestas, porque nadie ha contestado el teléfono en su casa en días. Llamaré a Alex porque ella puede conseguir cualquier cosa y yo no conozco a la gente que conoce y tengo miedo de ir a la sala

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Pero el cambio no es tan fácil. No después de que las personas te conocen por una cosa y quieren seguir conociéndote de esa manera. Aun cuando me presenté a la escuela con trenzas y pantalones deportivos, aun así, sería la novia de Ethan. Todavía sería la mejor amiga de Alex. Todavía sería ese tipo de chica. La gente no sólo te permite cambiar de identidades, no a menos que haya algo en ello para ellos.

de juegos por mí misma. Vamos a quedar hechas un lío y ella será mi mejor amiga y si me dedico lo suficiente podría permitir que Sarah pasara el rato con nosotras, siempre y cuando no prestemos demasiada atención a los demás. Sarah será tranquila, abierta y sus ojos no tendrán nada en ellos. Iremos a fiestas llenas de gente que no conozco. Iremos a la casa de Ethan y veremos a los chicos jugar videojuegos. Nos dirigiremos hacia el parque y aspiraremos cocaína y Alex le hará pajas a Wes en el asiento delantero, mientras que Ethan me folla en el asiento trasero, y voy a ir a clase y olfatear a Justin todo el día sentado a mi lado, sentir su dedo nudoso en mi interior, y voy a pensar en dejar que lo haga de nuevo si eso significa que no tengo que pensar ni sentir nada. Podría hacer todas estas cosas, o me puedo quedar quieta. Puedo quedarme aquí en mi cama, sin moverme, sin pensar. Puedo detener el mundo. No puedo cambiarlo, pero puedo hacer que se detenga. Estoy acostada en la oscuridad en mi pequeña habitación húmeda y todo lo que quiero es la luz de neón, fluorescente, tan brillante que ahoga todo afuera, tan brillante que la oscuridad arde fuera en pequeñas partículas más pequeñas que los átomos, empujados a los rincones de mi visión, esperando a que la luz se rinda y muera, esperando el momento en que va a volver y tomar el control de nuevo. —Te extraño —dice Ethan, su voz aplastada por las líneas telefónicas—. ¿Cuándo puedo verte? —Todavía no —le digo. Faltan seis días hasta que empiecen las clases—. Todavía tengo fiebre. Todavía estoy vomitando todo el tiempo. —Toso para que suene creíble. —Me estoy muriendo —dice. —Lo siento —le digo, pero no lo hago.

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—¿Qué?

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—Sabes, podrías convertirte —dice él.

—Podrías llegar a ser judía. Podrías convertirte y podríamos casarnos y mudarnos a Israel. Podríamos vivir en una yurta7 y criar cabras. —Uh-huh —le digo. No le pregunto qué es una yurta. De nuevo hay silencio. A veces, cuando estamos en el teléfono, no hablamos durante varios minutos. El único sonido es de nosotros fumando cigarrillos y soplando el humo, ocasionalmente tosiendo para recordar al otro que todavía estamos ahí. Suelo pintarme las uñas de los pies o hacer la tarea en momentos como éste. Todo lo que puedo hacer ahora es mirar a la pared. —Te extraño —dice finalmente. —Yo también te echo de menos —le digo, pero la idea de que me toque pone mi piel de gallina. La idea de que alguien me toque me da ganas de vomitar. —Espero que te sientas mejor —dice. —Gracias. —Toma vitamina C —dice. —Está bien.

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Yurtas: Carpas usadas por tribus nómadas.

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Los días se están arrastrando más cerca al lunes. Pensé que la cama los desaceleraría. Pensé que la oscuridad y el silencio y mirar al techo haría que se detengan. Pero los límites no son estáticos. Cambian con el sol. Las sombras giran alrededor de los bultos estuco mientras la luz se mueve al este. Las pequeñas montañas de pintura son un páramo con las estaciones. Las colinas de la textura del expediente barato, un teléfono suena en cuenta regresiva. El teléfono siempre está sonando. Mi brazo se extiende hacia la mesita de noche por costumbre. Mi dedo presiona el botón. Mi voz croa. —¿Hola?

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Él empieza a decir: "Te amo", pero cuelgo antes de que termine.

—¿Estás bien? —Dice Sarah. —Sí —le digo. Faltan cinco días hasta que empiecen las clases. —¿Cómo estás? Puedo oler lasaña cocinándose y me gruñe el estómago. He comido más en el último par de días de lo que he comido en todo el mes. Las personas con gripe no se suponen que quieran comer, pero no me importa. Mamá dice que lo hago todo al revés. Sarah no dice nada. Me pregunto si ella está desconectada del mundo. Me pregunto si se acuerda de que está sosteniendo un teléfono en su oído. En cualquier momento, voy a escucharlo caer al suelo. —Me ha estado escribiendo cartas —dice rápidamente, su voz una explosión de sonido distorsionado tan fuerte que tengo que apartar el teléfono de mi oído. —¿Cómo qué? —le digo. Es sólo ahora que me doy cuenta de que mi cama está empezando a sentirse pegajosa. Muevo mis dedos de los pies y siento algo que debe ser un conejito de polvo empapado en sudor. —Él dice que sabe dónde estoy. Dice que va a venir a buscarme. Levanto la mano a mi cara y froto mis ojos. Siento las protuberancias de grasa en mi frente sin lavar. —No te va a encontrar, Sarah —le digo, con demasiada exasperación en mi voz—. Hay una orden de restricción, ¿verdad? —Realmente no sé lo que es eso, pero el abogado que sale en la televisión siempre habla de ello como si fuera una gran cosa.

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—Sarah —le digo. Estoy oliendo lasaña. Estoy con ganas de fumar hierba, comer lasaña y beber refresco de naranja. Me retuerzo dando vueltas en mis sábanas pegajosas y siento como una soga alrededor de mi cuerpo. Ninguna de los dos habla. Oigo a mamá golpeando platos y no sé si tendré tiempo para fumar marihuana antes de la cena.

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—Pero él sabe dónde está la casa de Lenora. —Su voz es fuerte, rápida y asustada. Nunca la he oído hablar de esta manera. Incluso esa noche, cuando me dijo lo que le hizo, ella no sonaba así.

—¿Hola? —Le digo. —Lo siento —dice ella. —No lo sientas. —Voy a ir a buscar algo de comer —dice ella. Luego un click. A continuación, el tono de marcación en mi oído. Cuelgo el teléfono. Trato de no sentir la nueva opresión en mi pecho. Fumo algo de hierba para conseguir el silencio de nuevo, para hacer que ella se vaya.

—¿Dónde has estado? —dice Alex. Faltan tres días, hasta que empiecen las clases. Tres días, hasta que el mundo vuelva y tenga que estar en él. Es la víspera de Año Nuevo y todavía estoy en la cama con mi pijama. —Tengo gripe —le digo. No le digo que he estado evitando sus llamadas, que he estado yaciendo en la cama fumando marihuana desde navidad. No le digo que no quiero volver a salir de la casa, que tengo la intención de fingir que tengo gripe por el resto de mi vida si eso significa no tener que salir de mi pijama o maquillarme o hablar con nadie nunca más. —Un maldito tiempo —dice, y cuelga el teléfono. No "Feliz Año Nuevo." No "Que te mejores pronto." Me levanto de la cama y siento que mi cuerpo duele en los lugares que no se han movido durante horas. Abro mi armario y desempaco la mochila designada para Portland. Pongo todo en su cajón organizado. Pongo el dinero en mi cajón de los calcetines. No sé lo que voy a hacer con él. Tal vez voy a gastarlo en algo.

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Vuelvo a la cama, al capullo de almohadas, mantas, sudor y polvo. Me doblo a mí misma en él. Me quedaré aquí para siempre. Me quedaré en mi cama, en mi habitación encerrada con llave donde nadie quiere nada de

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Tal vez voy a ponerlo de nuevo en la cartera de mi madre, poco a poco, de la misma manera en que lo tomé.

mí. Dejaré que mi sudor se haga pegamento y el aire haga un vacío. No habrá arriba o abajo o atrás o adelante.

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No habrá aquí, ni allí, ni isla, ni Portland. No habrá nada más que yo, inmóvil. No habrá ninguna dirección, excepto hacia el interior. Iré más y más hacia el interior hasta que no haya lugar a donde ir.

Capítulo 18 Traducido por Sweet Nemesis Corregido por Nanis

Me despierto con un zumbido resonando en mi cráneo, un largo, pequeño ruido metálico saliendo por la pared y entrando por mi oído. Oigo los pasos de mi mamá en el pasillo, el destrabe de la puerta frontal y un acallado “Hola”. Nunca había oído el timbre de este apartamento. El desgraciado enfermo del arquitecto lo cableó en el interior de la pared de mi cuarto, el altavoz colocado justo donde la cabeza de alguien estaría si estuvieran horizontales como yo estoy. Oigo la voz de mi mamá. Escucho la de Sarah. No la dejes entrar, pienso. Intento enviarle telepáticamente un mensaje a mi mamá, pero no escucha. Escucho los cuidadosos pasos de Sarah en la alfombra, el tímido golpe en mi puerta. Considero no responder. Tal vez piense que estoy dormida y se vaya. Tal vez crea que estoy muerta. La imagino parada ahí durante horas, mirando la puerta sin saber qué hacer. Pero la imagen de su confusión me hace sentir como una idiota. —Adelante —digo finalmente. La puerta se abre lentamente y está ahí de pie, una oscura figura bloqueando la luz del pasillo. —No te acerques mucho —digo—. Podrías contagiarte de lo que tengo.

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—¿Todo bien? —digo, intentando sonar alegre. Me he puesto en el modo “haz sentir mejor a Sarah”.

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Cierra la puerta, y se queda parada en las sombras. No puedo ver mucho, pero puedo decir que su rostro está hinchado.

La oscura línea de su cuerpo se encoge de hombros. —Sarah, no puedo verte. Camina hacia la cama como si fuera un sobresaltado gato olfateando la mano de una nueva persona, como si estuviera esperando el momento justo para salir corriendo y ocultarse. Se sienta al borde de la cama, su cuerpo rígido y tenso como si estuviera esperando que algo la ataque. No digo nada y sólo la miro a su demacrado rostro, preguntándome cómo alguien tan joven puede verse tan vieja. —Tengo que decirte algo —dice, apenas audible. —¿Qué? —Hice algo malo. —¿A quién mataste? —digo, pero no ríe ni sonríe. Aprieta los ojos como si mi voz la lastimara—. Sarah, ¿qué hiciste? Estoy perdiendo la paciencia. Estoy cansada de que todo sea complicado con ella. ¿Por qué no puede ser normal? —Le dije a Alex sobre el Ritalin —dice finalmente. —¿Qué de eso? —Que lo estabas ocultando —dice—. Que lo estabas escondiendo de ella. Debería sentir algo, pero no lo hago. Sólo está esa insensibilidad que he desarrollado, cultivado y convertido en un arte. Comienza con un golpe seco, un suave bombeo en mi pecho que se expande por mi cuerpo, y se fija a mi cerebro como una esponja negra. Es esa insensibilidad lo que me permite preguntar.

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—Me hizo hacerlo. —Sarah me mira, sus ojos suplicantes, patéticos—. Dijo que sabía que algo estaba sucediendo, que tenías un secreto que no le decías, pero que sí me habías dicho a mí.

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—¿Debería asustarme? —Pero es solo un pensamiento, no miedo real. Es la desvanecida sombra del miedo. Porosa, disuelta, sin vida—. ¿Por qué hiciste eso? —digo. Ni enojada ni nada.

—Pero no sabía realmente qué —digo—. Podrías haber inventado algo. Le podrías haber dicho que se jodiera. La insensibilidad debería estar disolviéndose ahora. Pequeñas chispas de enojo y miedo deberían estar abriéndose camino a través de la oscura nube y esfumándola. Pero lo que más siento es el pequeño entumecimiento de algo inespecífico. Pienso que hay peores secretos que ese. —¿Por qué se lo dijiste? —digo. Me siento. En algún lugar en mi interior, sé que este es un movimiento importante. Mi cuerpo me hace prestar atención, cuando todo lo que quiero hacer es volver a dormir. Eso es lo más elevado que he estado en horas, y estoy exhausta. Sarah mira hacia otro lado, y lentamente se levanta un lado de su camiseta. Al principio no sé qué es lo que está haciendo, pero de pronto presto atención. La visión de su suave piel me hace sentir más despierta de lo que he estado en días. Al principio veo una sombra, una sombra negro-azulada en sus costillas y su estómago. Pero la sombra se vuelve líquida, un lago de sangre bajo la superficie, dolor convertido en pigmento. Entonces es amoratada y sólida carne sobre huesos de porcelana. —Jesús Sarah —digo. No se mueve—. ¿Alex hizo eso? —digo. Sigue sin moverse, y por alguna razón necesito tocarla. Me inclino hacia adelante y coloco mi mano en sus costillas. Se encoge, y luego lentamente se relaja mientras dejo que mi mano se curve alrededor de su cuerpo. Mis dedos descansan en los cálidos valles entre sus costillas. Siento el distante latido de su corazón. Puedo oler el champú en su aún húmedo cabello.

—¿Estás enojada conmigo? —dice. —No.

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—Ella no puede hacer eso —digo, pero ambas sabemos que eso no es cierto. Ambas sabemos que Alex puede hacer lo que quiera.

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—Me dijo que no nos dejaría pasar el rato nunca más si no le decía — susurra Sarah.

—No soy buena mintiendo —dice, sus ojos humedeciéndose. —Ven aquí —digo—. Acuéstate. Sarah se limpia los ojos con su puño como su fuera una niña pequeña. Vuelve su espalda hacia a mí, y baja su cuerpo lentamente, como si cada movimiento le doliera. Pongo mis brazos a su alrededor, y me acerco más. Absorbo su calor a través de todas las partes donde nos tocamos. Ella atraviesa mi ropa y penetra mis poros, mi piel, mis músculos y mis huesos. Saca toda la insensibilidad fuera hasta que todo lo que puedo sentir es el calor de Sarah. —Desearía que pudiéramos quedarnos aquí por siempre —dice, y asiento en la parte de atrás de su cuello—. Mi padre nunca podría encontrarme aquí. —Nunca te va a encontrar —digo por millonésima vez, pero ahora mismo se siente como si pudiera ser verdad. Ahora mismo, nada puede lastimarnos. Sarah se vuelve y me enfrenta. —¿Lo prometes? —dice. —Sí —digo, y de pronto siento algo. Repentinamente la estoy tirando hacia mí, y estoy respirando en su aliento, y estoy cerrando mis ojos, y mi nariz siente la suya, y mis labios sienten los de ella. Es tan suave y cálida como ni Ethan ni James jamás podrían ser. Y todo se siente perfecto durante un minuto.

—Tal vez puedas quedarte aquí —susurro en su boca—. Por un tiempo.

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No hay escuela, ni historia. Alex es sólo un fantasma, una pesadilla. Me quedaría aquí por siempre, nuestros brazos rodeándonos tan fuerte que nos volvemos una sola persona, nuestros brazos sosteniéndose porque tan pronto como nos soltemos las pesadillas volverán.

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Ella no está ni golpeada ni atemorizada, y yo no estoy enferma y cansada y temerosa de regresar a la escuela.

—¿De veras? —dice, sus ojos muy abiertos. —Sí, ¿por qué no? Me abraza tan fuerte que casi duele. Su fuerza me sorprende. —Gracias, gracias, gracias —dice. —¿Está Alex ahora en casa? —No. —Ve y empaca tus cosas, y yo hablaré con mi mamá. Te llamaré cuando puedas venir. Siento mi corazón acelerándose. Siento la insensibilidad terminar de arder. —¿Qué le vas a decir? —Sus ojos son amplios, como si supiera que la pesadilla está cerca, empujando contra las paredes intentando derribarla. —No lo sé. —Imagino a Sarah de regreso en la casa de Alex, empacando sus cosas, aterrorizada de ser atrapada. La imagino saliendo por la puerta de esa loca casa y nunca regresar. La imagino comiendo la cena con nosotras, mi papá haciendo bromas, mi mamá riendo. La imagino en mi cama cada noche como ahora. —Le diré que Lenora no te está dando de comer —digo. Hablo rápido. Mi boca no puede seguirle el ritmo a mi cerebro y a mi corazón. —Ni siquiera tendrías que mentir —dice Sarah, y se ríe ya no viéndose tan vieja. Se ve cómo debería verse, como una niña, no aterrada y golpeada. —Sí —digo—. De acuerdo.

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—Vamos —digo, y ella salta de la cama y da un tonto giro mientras corre hacia la puerta—. ¡Todo va a estar bien! —grito tras ella, y de alguna manera creo que puede ser verdad.

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Agarro los costados de su rostro y la beso. Por primera vez veo algo brillar en sus ojos, como alguna especie de fuego en su interior.

Le explico a mi madre que Sarah está siendo descuidada. Le digo todas las palabras que las señoras de los programas de televisión dicen, y mi mamá frunce el ceño, como cualquier miembro de la audiencia que sabe que la cámara podría captarla en cualquier momento. —Por supuesto que puede quedarse aquí por un tiempo —dice mamá, justo como supe que diría—. Esa pobre chica. —Ella es realmente educada y todo —digo—. Definitivamente no será una molestia. —¿Deberíamos llamar a alguien? ¿Podríamos contactar a su padre? Estoy segura que los militares tienen alguna manera de contactarse con las personas por emergencias. —No su padre —digo—. Él está en una misión secreta. —Oh, cariño —dice mi mamá, retorciendo sus manos—. Tenemos que decirle a alguien, ¿no? Tal vez debería hablar con su madre. —Pero ella está loca, mamá —le digo—. Realmente loca. De ella es de quien debemos salvarla. —Oh, cariño —dice de nuevo. —Lo resolveremos luego —digo. —Tienes razón —dice, y puedo decir que la oxidada maquinaría en su cabeza está comenzando a funcionar—. Lo que Sarah necesita en este momento es un lugar seguro. —Cierto.

Mi corazón se hunde y siento ganas de llorar, de abrazarla, de decirle todo. Pero todo lo que digo es:

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—Eres una buena persona Cassie.

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Coloca sus manos alrededor de mis hombros y me mira a los ojos.

—Gracias Y corro hacia mi cuarto para llamar a Sarah aun cuando sé que no hay manera de que haya llegado a casa aún. Escucho el teléfono sonar y sonar. Lo hago porque tengo que hacer algo. Escucho el teléfono sonar y al final oigo cómo si algo sucediera. Pero alguien contesta. Todo lo que hay ahí es un “hola” y es Alex. Alex, quien se supone que no estaría ahí. Alex quien no puede saber nada. Pienso en colgar, pero mis pensamientos no llegan a mi mano lo suficientemente rápido. Mi mano está paralizada, como piedra. No digo nada. Sólo me quedo en medio de mi cuarto, sosteniendo el teléfono en mi oreja. —¿Hola? —dice—. Demonios, Cassie. ¿Eres tú? —Hola —digo y suena como un graznido. —Me sacaste de quicio —dice. —Lo siento. —No puedes tener secretos para mí. —Lo siento. —Estabas jodidamente robándome. —Lo siento. —Deja de malditamente disculparte.

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Entonces de pronto, la respiración de Alex suena como nada, sólo respiración, solo inocuo e inofensivo aire.

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No digo nada. El único sonido es su enojada respiración, chocando contra el teléfono haciéndome encoger con cada exhalación. Miro la pared y es plana y blanca. Miro a la ventana y las sombrías líneas de los árboles. Miro la cama y a las desarregladas sábanas y el lugar donde acaba de estar Sarah, donde hace tan solo un momento todo iba a estar bien.

Puedo olerlo a través del teléfono, nauseabundo y feo. Puedo ver sus finos labios y el vello blanco sobre su boca. Veo su fina y torcida nariz, su pálida y manchada piel, sus vacíos y adormilados ojos. Veo su enorme y feo rostro y no quiero tener nada que ver con ella. Estoy pensando ¿Cómo puede ser robar, cuando las drogas me las dio Justin?, estoy pensando. No le debo nada a Alex. Estoy pensando, no me arrepiento de nada. Alex finalmente habla: —Nos vamos mañana. —¿A dónde? —digo, aunque ya lo sé. —A Portland tonta. Ten preparada tu mierda. Nos vamos desde la escuela. No te gastaste el dinero, ¿cierto? —No. —Es mi dinero, el dinero de mamá. No de Alex. —¿Estás lista? Intento pensar en qué decir, la frase perfecta para no meterme en problemas. Intento pensar en alguna manera mágica de hacer que todo salga bien, pero nada se me ocurre. Mi mente está en blanco, sin pistas. Todo lo que puedo decir es: —No. —¿Qué? —No.

—No de, “no voy a ir” —digo, y me sorprendo con lo fácil que sale. No tengo que pensarlo. No tengo que planearlo y preocuparme con cómo va

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Siempre creí que la forma en que decía: “Por Dios Cassie” era como mi papá la decía. Pero hay una diferencia: él lo dice como si lo hubiera vencido, ella lo dice como si fuera a matarme.

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—“No”, ¿qué? ¿No de “no estoy lista”? Por Dios Cassie.

a sonar. Ahí está, colgando en algún lugar de la línea telefónica entre nosotras, algo atascado en la electricidad y esperando. —¿Qué? —dice. Puedo ver su rostro poniéndose rojo. Puedo ver su rostro volviéndose el de un pitbull. —Ya no quiero ir —digo—. Cambié de idea. —No puedes cambiar de maldita idea —dice, su voz poniéndose más baja y dura, áspera y gruñendo. Hay silencio. Supongo que ahora debería acobardarme. Supongo que debería pedir perdón. —Sí, sí puedo —digo, y puedo oír como deja de respirar. —Estás muerta —dice, y cuelga. Hay un golpe sordo en mi pecho con el sonido del receptor estrellándose. Hay un sonido en mis oídos como cuando te paras demasiado rápido, como un zumbido resonando a la distancia. Todo sigue quieto y duro y silencioso. Este es el sentimiento de que todo está cambiando. Este es el sentimiento de que nada está vacío, el comienzo y el final de todo. Necesito salir de mi cuarto. Necesito darme una ducha. Abro el agua caliente y me froto los días de dormir, y de fumar cigarrillos y marihuana. Me froto la historia y el silencio, y los secretos, y las drogas y el sexo. Me froto a Alex, a Ethan y a James, y a Justin y al tío Charlie. Estoy limpia y ya nada es lo mismo. Me pongo ropa nueva. Me siento en el sofá y escucho a mamá decirle a papá lo que está sucediendo. Lo veo asentir y callar.

Miro la televisión con mis padres, con el teléfono inalámbrico en mi regazo.

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Lo veo mirándome, su constante enojo ido y reemplazado por algo más suave y triste y siento que lo amo.

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—Sí —lo escucho decir—. Esa pobre chica.

Observo las perfectas familias comer la cena en una sinfonía de risas, sus problemas más graves siendo las notas de los niños, y el síndrome premenstrual de mamá. En el comercial, mamá me dice que llame a Sarah, y lo hago aun cuando sé que Alex será quien conteste todo el tiempo. Cuelgo rápido y le digo a mamá que la línea está ocupada. No le digo a mamá sobre Alex gritando que va a matarme. Intento mirar la televisión, coloco mi rostro en uno de los felices hijos. Intento ser la chica popular a la que todos aman, aquella cuyos problemas son las malas notas. Pero me imagino a Sarah esperando junto a sus bolsos en su atormentado cuarto, preguntándose por qué aún no he llamado. Debe saber que Alex no me dejará hablar con ella. Debería saber que podría ir a un teléfono público, que puede venir tan pronto como esté lista. Debería saber que la estoy esperando. Sigo revisando que el teléfono esté cargado, que el sonido esté activado, y que no se quede sin cobertura. Pero Sarah no llama. Son las once y están dando las noticias, pero no ha llamado. —Ve a la cama —dice mamá—. Verás a Sarah en la escuela mañana. Pero no puedo dormir. He estado durmiendo por una semana, y todo mi sueño ya fue usado. Intento leer. Hago la tarea de la próxima semana. Escucho bajito la radio. Pienso en Sarah en su cuarto, despierta como yo, esperando por mañana. Me pregunto si aún está emocionada, si aún cree en lo que le dije, de que todo estaría bien. ¿O si está la pesadilla filtrándose de nuevo? ¿Está sentada en el cuarto embrujado y preguntándose si nosotras las dos somos suficientes?

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Veo el cuarto lentamente llenarse con la luz del día. Me visto y voy a la escuela.

Capítulo 19 Traducido por Nelly Vanessa Corregido por Carito

Camino por la colina hasta el lago donde Ethan me recoge cada mañana. Miro Seattle, aburrido y sin vida bajo el cielo bajo y gris, no verde y brillante como siempre está en las revistas o en la televisión. No hay nada más bello que las torres de hormigón y el metal de la ciudad, las cajas de madera que flanquean las colinas, el estúpido Space Needle como un juguete barato gigante. Está tan ventoso que el lago tiene olas. El agua golpea contra las rocas y salpica la acera donde estoy de pie. No me muevo, solo dejo que mis pantalones vaqueros se oscurezcan con el agua, simplemente dejo que corra por mis piernas y haga charcos en mis zapatos. Me gustaría que el lago fuera de agua salada. Ojalá las rocas no fueran suaves y redondas. Deseo que fuera el océano y no hubiera nada en el otro lado.

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Pero empiezo a caminar. La escuela está a casi cinco kilómetros, pero empiezo a caminar, porque moverme me hace no tener que pensar. Me puedo concentrar en el aguijón en mis pulmones mientras subo la colina, en los músculos de mis piernas, en mis brazos moviéndose de ida y vuelta, en el viento, en el dril de algodón mojado pegado a mis piernas, en el entumecimiento en mis dedos. Siento la sangre moviéndose por mis miembros, mi aliento que entra y sale, todas las diminutas células a toda velocidad por los túneles de mi torrente sanguíneo. No tengo que pensar

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Ethan no aparece. Espero hasta que mis piernas están empapadas y mis dientes están castañeando y el primer campanazo probablemente ya sonó. Podría volver a casa y hacer que mamá me lleve. Podría saltar al agua y nadar hasta las esclusas que conectan el lago con Puget Sound. Podría surgir al otro lado, en el agua salada, y podría nadar de regreso a la isla, de vuelta a la casa en medio del bosque, de vuelta a donde está tranquilo y nadie quiere tener nada que ver conmigo.

en por qué Ethan no me recogió. No tengo que pensar en Alex ni Sarah ni a dónde voy.

Los pasillos están vacíos. Todo el mundo está en las aulas donde pretenden aprender y yo estoy en el pasillo goteando el suelo. Empezó a llover hace cuatro cuadras y corrí el resto del camino. Pero no pude escapar de la lluvia. No puedes escapar de algo que se viene hacia abajo sobre ti en lugar de por la espalda. Estoy jadeando, mis zapatos estás chapoteando, y el espejo del baño me dice que parezco una persona sin hogar. Me agacho debajo del secador de manos hasta que mi cabello está enredado y muy rizado y mi ropa solo está húmeda y caliente en lugar de fría y empapada. Pongo mi cabello en una cola de caballo y evalúo los daños. Sería aceptable si fuera alguien que no fuera yo, si estuviera en otro lugar en el que nadie supiera quién era. No me puse maquillaje esta mañana. Estoy usando suéter y pantalones vaqueros. Estoy usando mi cara desnuda que nadie ha visto desde la primera semana de clases. Camino junto a la clase de Alex y me agacho bajo la ventana. Camino por la clase de Sarah y ella no está en su asiento habitual en la esquina trasera. Podría haber cambiado de asientos. Podría estar en algún lugar que no puedo ver, en algún lugar al otro lado de la habitación. Camino por la clase de Ethan y veo sus ojos, pero él mira hacia otro lado. Me quedo allí y sigo mirando, pensando que debe estar jugando un juego, porque por lo general empieza a lamerse los labios o hacer algo vulgar y, después, el maestro le atrapa y me ahuyenta. Pero él está mirando el libro sobre la mesa como si quisiera matarlo, quemar agujeros en él con sus ojos. Algo está muy mal.

Asiento y murmuro:

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—¿Una hora, Cassie? —dice Cobb—. No te deberías haber molestado. — Alguien ríe y suena más nítido de lo habitual.

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Cuando entro en la clase, todo el mundo se da la vuelta y me mira como hacen cada vez que llego tarde.

—Lo siento. —Por lo general, todo el mundo se da la vuelta a estas alturas. Por lo general, vuelven a lo que estaban haciendo, tan pronto como el señor Cobb termina de humillarme. Pero las chicas siguen viendo, mirándome más duro de lo que alguna vez lo han hecho. Los chicos se ríen en voz baja, capto los ojos de los demás, y veo las sonrisas torcidas. Camino a mi escritorio y alguien tose: —Mujerzuela. Trato de actuar como que todo es normal. Saco mi libreta y lápiz y finjo que estoy prestando atención a lo dice el Sr. Cobb. Pero lo único que hago es tratar de no gritar. Todo lo que hago es apretar los dientes para evitar que mis ojos se conviertan en agua, olas rompiendo contra las rocas, para no levantarme de mi escritorio y tirarme por la ventana. Me quedo en el salón de clases durante el descanso porque no estoy lista para lo que hay ahí afuera. Puedo oír a todos los estudiantes normales yendo a sus siguientes clases, a todos los estudiantes talentosos de pie en el pasillo afuera de la puerta, esperando volver dentro. Ellos nunca se alejan demasiado, nunca se aventuran al resto de la escuela, excepto cuando lo tienen que hacer para el almuerzo o la clase de gimnasia. Somos sólo yo y Justin. Barajo los papeles en mi escritorio, tratando de parecer ocupada. —Hola, Cassie —dice él. —¿Qué? —¿Qué tal las vacaciones? —Bien. —No le digo que llamé a su casa veinte veces porque se me acabó el Ritalin. —Fui a la casa de mi padre en Wenatchee.

—¿Sobre qué?

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—¿Es verdad lo que todo el mundo está diciendo?

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—Eso está bien —le digo. Ni siquiera tengo la energía para ser mala con él.

—Sobre ti. Su rostro está preocupado, arrugado. Todo está muy tranquilo y de repente me doy cuenta de que no estoy respirando, que no pude dormir anoche y no hay drogas en mi cuerpo que me ayuden a fingir que estoy despierta, sin drogas para ayudarme a fingir que no estoy aterrorizada. Miro alrededor de la habitación para asegurarme de que no hay nadie aquí. Sólo el señor Cobb y sus ensayos de clasificación en el escritorio. Me inclino y susurro: —¿Qué están diciendo? —Podría ser cualquier cosa. Podría ser algo estúpido. Podría ser algo peor. Él se inclina y puedo oler el hedor rancio en él. Sus labios tiemblan mientras susurra: —Todo el mundo dice que tuviste sexo con todo el equipo de fútbol de Redmond High. —Hace una pausa—. Al mismo tiempo. —¿Qué? —Dejo escapar, medio con risa, medio con un grito—. Eso es jodidamente ridículo. —El Sr. Cobb levanta la vista de su escritorio y levanta las cejas, así que callo—. ¿Quién dijo eso? —No lo sé. Todo el mundo —dice Justin—. ¿Es verdad? —Luce como lo hacía ese día al lado del contenedor de basura, todo feo y caliente y lleno de esperanza. —No, eso no es cierto —le digo. Él se ve decepcionado—. ¿La gente realmente lo cree? Se encoge de hombros.

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No me muevo cuando la campana suena para el almuerzo. Trato de ser invisible, pero el señor Cobb dice:

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—La gente creerá cualquier cosa.

—No te puedes quedar en el salón durante el almuerzo, Cassie. —Y ni siquiera trata de ocultar la mirada de suficiencia en su rostro. El tráfico en el pasillo me empuja hacia el comedor. Siento los ojos de todos en mí, oigo sus susurros satisfechos. Quiero darme la vuelta, pero sigo pensando en Sarah varada en medio de la cafetería. Pienso en que me espera, más asustada que yo, y sigo caminando. Llegaré a ella y nos iremos de este lugar. Saldremos y no volveremos nunca más. Me quedo cerca de la pared y miro alrededor de la cafetería buscando a Sarah. Ahí está Alex con su corte en la mesa fría donde fui una vez coronada como Cassie la Hermosa de Séptimo Grado, como si eso significara algo, como si el estúpido título me pudiera transformar. Ahí está Wes con la mano en el trasero flaco de Alex. Está James besándose con su puta, y está Ethan vertiendo whisky en su Coca-Cola, con cara de tristeza en público y sin importarle quien lo ve. Ahí están los chicos superdotados y los deportistas y los nerds. Todo el mundo en sus mesas designadas, en sus pequeñas islas de identidad a las que se aferran como si sus vidas dependieran de ello. En medio estaban todos los demás, cada uno demasiado aburrido para que nadie pudiera molestarse en definirlos. Ellos no tenían el don, no eran hermosos, no eran ricos, ni difíciles, ni repulsivos. No eran nada controversial, ni amados, ni odiados, ni temidos. Quiero ver a Sarah allí. Quiero verla sentada en una de las mesas, viéndose como todos los demás, hablando de una estúpida película que acaba de ver. Quiero verme a mí misma sentada junto a ella, planeando una fiesta de pijamas o un viaje al centro comercial.

—¡Hola, Cassie! —grita una de las chicas putas que ha tomado mi antiguo asiento junto a Alex—. ¿Por qué no te sientas con nosotros? ¿Hay algún problema? ¿Quieres hablar de ello? —Todo el mundo se ríe, excepto

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Alguien grita mi nombre desde el otro lado de la cafetería. La sala se queda en silencio y todo el mundo vuelve su cabeza para mirarme. Todos los extras están perfectamente sincronizados. El foco está brillando. Este es mi nuevo papel en mi nueva película. Este es mi momento. Es cuando mi cara se vuelve blanca y olvido mis líneas.

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Pero Sarah no está allí. No está en la mesa fría que la toleraba porque era mi amiga. No está en la línea comprando comida con el dinero que no tiene. No está en ningún lugar.

Ethan, que finge que no me ve, que está bebiendo whisky de la botella ahora, sin molestarse siquiera en disfrazarlo con su Coca-Cola. Alex me está mirando con esa sonrisa loca en su cara, y sus ojos no se ven humanos. Son los ojos de alguien que puede despellejar a un gato con su hermano, alguien que podría golpear a su hermana, alguien que podría destruir a su mejor amiga por no haber hecho nada más que decidir algo por ella misma. Me doy la vuelta y busco la puerta que sale a la calle, la puerta que me llevará detrás del gimnasio, junto a los contenedores de basura, donde encontraré a Justin y las píldoras que harán que todo esto desaparezca. Oigo el comedor riendo. No tengo la fuerza para detener las lágrimas saliendo de mis ojos. Corro al contenedor y nunca he estado tan feliz de ver a Justin en mi vida. Él está sentado en el cemento frío, con las piernas cruzadas, comiéndose un sándwich, mirando hacia el lúgubre campo. Me paro frente a él con la ropa todavía húmeda, con mi cabello hecho un desastre, con lágrimas corriendo por mi cara. —Tuviste un mal día, ¿eh? —dice. Asiento y un pequeño gemido sale de mi boca, sonando como el ruido más patético que alguna vez he hecho. —Es una pena —dice, y toma un bocado de su sándwich. —Justin. —Me las arreglo para decir—. ¿Tienes alguna de esas pastillas? Él deja de masticar y me considera por un momento. Una mirada cruza su rostro como ninguna que haya visto en él, una mirada que no creo que sea posible. Justin me compadece. Traga.

—Lo siento —dice.

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Siento un peso muerto en el estómago, como si estuviera de pie en el borde del mundo, mientras el resto son ruinas detrás de mí, como que pronto lo único que quedara seré yo en un pequeño pedazo de tierra, rodeado de espacio.

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—Mi mamá empezó a monitorearme —dice—. Ella tiene las pastillas ahora.

Todo lo que puedo hacer es asentir y empezar a caminar. Estoy flotando lejos, al lado de la escuela y en la lluvia. Siento las gotas frías golpear mi cuello, la caricia de la hierba mojada contra mis tobillos. Eso es todo lo que siento. Tengo piel y nada más. Soy una cáscara sin nada en su interior. Camino hacia el teléfono público frente a la escuela. Llamo a mi madre para que me recoja. —¿Hola? —dice. Puedo escuchar el tema musical de su videojuego favorito en el fondo. —Mamá, ¿puedes venir a buscarme? —¿Qué pasa? —Todavía estoy enferma. —Claro, está bien —dice—. ¿Puedes esperar una hora? Estoy un poco ocupada ahora mismo. —No —le digo—. Ven por mí. —Mi voz se quiebra al final, quejumbrosa, como una niña al borde de una rabieta. —Está bien, está bien —dice ella, ni siquiera tratando de ocultar el hecho de que prefiere jugar videojuegos que recoger a su hija, que podría morir. Nuestro apartamento está a casi cinco kilómetros de la escuela. Ella estará aquí en cualquier momento. Sólo tengo que esperar. Puedo hacer esto. Puedo esperar.

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Las veo desde donde estoy escondida. La grande con la cara cubierta de granos saca unos cigarrillos y la pequeña de labio leporino se lo enciende. La gorda se rasca la entrepierna.

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Oigo el golpe de la puerta frontal contra el costado del edificio. Oigo las voces duras de las chicas pandilleras. Las veo y sus abrigos a juego hinchados y rojos. Intento esconderme detrás de un poste, pero no es lo suficientemente grueso para cubrir todo de mí. Si me quedo lo suficientemente quieta, no me verán. Si no hago un sonido, nunca sabrán que estoy aquí.

Me quedo quieta todo lo que puedo, esperando el momento en que el auto de mi madre se acerque para poder correr a la acera y saltar dentro. Miro la calle buscándola, pero no está allí. Miro hacia atrás a las niñas pandilleras y todas están mirándome. Moví la cabeza demasiado rápido. Me ven. Se acercan. Las tres están caminando hacia mí y no hay ningún lugar al que pueda ir. —Hola, perra —dice la grande. Están cada vez más cerca. Empiezo a retroceder. —Hola, princesa —dice la gorda—. Sólo queremos hablar contigo. — Regreso al lado del edificio, al filo de la señal que dice Kirkland Junior High. Froto mi cadera magullada. No hay ningún lugar al cuál ir. —Oímos que estuviste hablando mierda —dice la pequeña. Niego con mi cabeza. —¿Por qué mientes? —dice la gorda. —No lo hago —le digo, mi voz en alto y quejumbrosa. —¿Por qué dijiste toda esa mierda?— Dice la grande. —No lo hice —le digo, tratando de retroceder aún más, tratando de hacer que la pared me absorba—. No dije nada. —¿Me estás llamando mentirosa? —dice la grande. Su rostro está en mi cara. Su aliento huele a cigarrillos y comida frita. —No, por supuesto que no —tartamudeo. Ella no está convencida. Es dos veces más grande que yo. Está tan cerca que nuestras narices casi se tocan. Veo el auto de mamá por el rabillo de mi ojo. Respiro.

—Me tengo que ir —le digo. Doy un paso hacia un lado. Me parece una manera de salir de la trampa entre su cuerpo y la pared. Empiezo a caminar. Las oigo detrás de mí. Veo a mamá que nos mira, confundida,

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—Me importa una mierda —dice ella.

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—Mi mamá está aquí —le digo.

preguntándose quienes son mis nuevas amigas. Camino más rápido. Todavía están detrás de mí. Toco la manija. La levanto. La jalo pero no pasa nada. La puerta está cerrada. Las manos grandes de la chica están en mis hombros. Su voz está en mis oídos. —Date la vuelta, puta. —Mis ojos gritan, abre la puerta. Mamá torpemente levanta el botón y no estoy respirando y mi corazón está en mi garganta. Oigo el chasquido de la puerta y la abro. Aprieto mi mano pero no está en la puerta. Es apartada. Hay una chica gigante detrás de mí al volverme. Hay manos sobre mis hombros. Hay aliento caliente en mi cara, oliendo a podrido. Hay manos alrededor de mi cuello. Mis pies no están en el suelo. Siento mi espalda deslizarse hacia arriba por el lado del auto. Siento mi peso colgando de dos pulgares gordos presionados en mi garganta, mis ojos saliéndose de mi cabeza, mis pies patean el aire, mis pies patean el auto. Oigo los golpes sordos en el metal resistente a las abolladuras. Oigo el silencio en su interior.

El humo apuñala mis pulmones. Ella mira al frente. Toso tan fuerte que me dan ganas de vomitar. Ella enciende la radio. Fuerte.

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Estoy en el suelo. No puedo ver. Oigo a las chicas caminar. Respiro y siento como ladrillos en el interior de mi pecho. Abro la puerta. No está cerrada. Pongo mi mochila a mis pies. Miro hacia adelante. El auto se mueve. Mamá enciende un cigarrillo con la punta del viejo. Sus manos tiemblan. Está respirando con dificultad.

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Esto no está sucediendo. No estoy aquí. No estoy pensando en mi madre mientras no puedo tomar aire. No estoy pensando en mi madre o en las manos alrededor de mi garganta ni en el dolor que se extiende desde mi mandíbula por mi columna vertebral, mis dientes rechinan, chocan juntos, mi lengua está enjaulada y golpeando, golpeo mis pies contra el aire, contra el metal resistente a abolladuras, mis manos agarran el metal liso que no poseo, con mis manos agarro a la chica con las manos de tamaño enorme, con sus muñecas del tamaño de mis tobillos. No estoy pensando en mi madre en el coche detrás de mi espalda. No estoy pensando en los aburridos, golpes profundos que debe oír, que está tratando de no escuchar, a pesar de que está sólo al alcance de un brazo de distancia, detrás de un cristal que no se rompe, sin importar lo duro que lo golpeé.

Capítulo 20 Traducido por Nelly Vanessa Corregido por Elena Ashb

El silencio como olas, ondulando como nausea. Como golpes metódicos en el estómago, empujones, ondulando como un terremoto. Silencio en la manera como mamá agarra el volante cuando está conduciendo, la forma como las voces de la radio se desenfocan con el zumbido de la frecuencia, bocas invisibles en movimiento, nada sale. Respiraciones superficiales liberadas y son perseguidas. Pulsos de mi garganta. —Mamá —digo. Sus manos están en el volante, sus labios cerrados fuertemente. —Mamá —digo, más fuerte. Sus ojos cerrándose. El auto va más rápido. —¡Mamá! —grito. Las voces de la radio gritan. Mis manos agarran el tablero de mando mientras el carro frena a solo centímetros antes de chocar contra el camión en frente de nosotras. Las bocinas suenan desde atrás. El auto se instala en su abrupta quietud. —Tenemos que ir a la casa de Sarah —digo. Mamá no se mueve. —Tenemos que ir ahora.

Nada. —Por favor —digo.

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—Mamá, tenemos que llegar a ella.

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Ella niega lentamente.

Una simple lágrima cae por su mejilla. Miro su suave recorrido hacia abajo, veo que se asienta, suspendida al final de su delicada barbilla. —Gira aquí —digo. Lo hace. —Gira a la derecha aquí. —Entonces—, izquierda aquí. —Luego—. Detente. —Regresaré —digo. Ella asiente, todavía sin mirarme. La lágrima colgando de su barbilla ha crecido. Sus mejillas están llenas con largas rayas brillantes. Salgo del auto. Cierro la puerta. Cuento mis pasos mientras camino a la casa. Toco el timbre. Golpeo la puerta. Espero y oigo pájaros cantando. Toco otra vez. Nada. Pongo mi mano en el frio pomo. Le doy vuelta. La puerta se abre. Huelo el familiar hedor. —Sarah —grito en la casa. Nada. —¡Sarah! —grito otra vez. Cierro la puerta detrás de mí y repentinamente, espeluznante quietud, como si ésta atestada habitación fuera ahora todo lo que existe, como si cerrar la puerta destruyera todo lo que hace sonido, todos los autos, todos los pájaros, todas las podadoras, y aviones y voces. Solo somos la casa, la ausencia de Sarah y yo. —Sarah. —―Mi voz es devorada por la manchada alfombra, las paredes amarillas con humo, las telarañas en las esquinas, las pilas y pilas de basura y cosas rotas.

—¡Lenora! —grito en su cara, sus ojos se abren de golpe y se sienta con la espalda recta.

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—Oye —digo. Gruñe y su cuerpo se estremece. Navego a través del atestado piso. Sacudo su húmeda espalda. Huelo el veneno saliendo de sus poros.

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Oigo respiraciones lentas y húmedas. Veo a Lenora en el sofá con los ojos cerrados, con nada más que su ropa interior y una bata de baño abierta.

—¿Qué? ¿Qué? —dice, mirando frenéticamente alrededor habitación, finalmente encontrándome en frente de ella.

de la

—Jesús, niña —dice, y se recuesta, sus ojos pesados otra vez. —¿Dónde está Sarah? —digo. Ella está cabeceando. Sus ojos cerrándose. Agarro sus hombros y la sacudo despertándola. —¿Dónde está Sarah, Lenora? Me mira pero sus ojos no están enfocados. —Se fue —dice. —¿A dónde se fue? —Se la llevaron. —¿Quiénes se la llevaron? ¿Los trabajadores sociales? Niega débilmente. Sus ojos se cierran otra vez. —¿Su papá? —digo—. ¿Su padre se la llevó? —Oh Dios, estoy pensando. Por favor Dios, no. Lenora niega. —Él no tuvo oportunidad —masculla—. Ella es más inteligente. Sarah. —¿Dónde está ella? —Estoy perdiendo mi paciencia. Quiero abofetear a esta mujer. Quiero pegarle duro. Lenora abre sus ojos y por un momento ella parece sobria. Me mira a los ojos y dice con una cara completamente en blanco.

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Hay un entumecimiento que es mayor que los otros, uno que es diferente que flotar al techo, diferente que una pared de niebla o una cascara vacía o un sordo estupor o espacio negro o pura voluntad. Este entumecimiento que empieza con el dolor más agudo que alguna vez has

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—Está muerta, chica. Se tomó todas las pastillas en la casa.

sentido. Hay un cuchillo sin filo que te corta el corazón. Hay puños gigantes que te aplastan en una masa sanguinolenta. Pero luego en tu izquierda hay una cavidad, un vacio y doloroso espacio que no puede sentir más que pérdida, una palabra, pérdida, abstracta e inespecífica. Y esta es la película más grande hasta el momento. La filmación está perfectamente integrada. La iluminación es siniestra. Los apoyos están expertamente ubicados: las pilas de basura, las colillas de cigarrillos, las botellas de licor, la nevera vacía. Los únicos sonidos son las silbantes respiraciones de Lenora y el grifo que está goteando en la cocina. Después la voz apagada: “Está muerta, chica”. Una y otra vez hasta que tienes que creerlo, hasta que aparecen los créditos y las luces se encienden y puedes dejar el teatro y retornar a tu seguridad, a tu vida normal, al margen de cualquier cosa, donde puedes deshacerte de los residuos de sentimientos muriendo que no tienen nada que ver contigo. Está muerta, chica. Está muerta. —Les dije que no la quería —dice Lenora, y su voz suena muy lejos, revoloteando y monótona como las alas de una mariposa—. Así que se la llevaron. ¿Qué piensas que van a hacer con ella? Sus dedos rozan mi brazo. Mi piel se siente como que está al otro lado de la habitación. Veo que me toca, pero es un segundo antes de que lo sienta. —Oye tú —dice, golpeando mi mano débilmente—. Te hice una pregunta.

—Los cuerpos —dice Lenora mientras camino lentamente a la puerta. Puedo ver mis piernas moviéndose, pero no las siento.

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Cuerpos. Un cuerpo. No Sarah. Solo el cuerpo de otra chica que ya no es útil.

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—No lo sé —digo. Estoy mirando a la ventana húmeda, a las manchas de color contenidas en las diminutas gotas de agua—. No sé lo que hacen con los cuerpos.

—Cassie —dice—. ¿Es ese tu nombre? Sigo caminando. —Cassie. Cassandra. Que feo nombre. Las aves todavía están cantando mientras camino al auto. Mis piernas están débiles, como si hubiera estado caminando por días. No son ellas las que están cargándome. Se mueven por costumbre, porque no saben que más hacer. Estoy flotando. Las aves están en algún lugar cercano, pero no puedo verlas. Abro la puerta del auto. Me meto. Me abrocho mi cinturón de seguridad. Mamá me mira fijamente. Su rostro está inundado con miedo y amor.

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Empiezo a gritar.

Capítulo 21 Traducido por MaryLuna Corregido por Nanis

El otro día, encontré uno de tus cabellos en mi manta. Podía decir que no era un cabello que te quitaste, no es parte de un mechón que arrancaste de tu cuero cabelludo. Era un solo cabello, uno que cayó de forma natural, uno que nunca supiste que faltaba. Lo sostuve en mis dedos y me pareció extraño que pudiera existir sin tu cuerpo, que fuera la última pieza que alguna vez alguien iba a ver de ti. Sarah, puse el cabello en mi boca. No sé por qué, pero lo empujé hacia adentro hasta que se enroscó en mi lengua. Bebí agua estancada del vaso al lado de mi cama y lo sentí deslizarse hasta la mitad de mi garganta. Es una extraña sensación tener un cabello atascado en tu garganta, medio cosquilleante, medio asfixiante, como si estuviera tratando recorrer su camino de vuelta, como si estuviera intentando alcanzar el cielo y el aire y la luz. Bebí más agua hasta que no pude sentirlo más. Estaba en alguna parte dentro de mí, pero ahora se ha ido. Desintegrado. Convertido en nada.

O puede que no. Tal vez esta es la película donde Cassie se despierta con el sonido de los walkie-talkies y golpes fuertes en su puerta. La voz de su madre, filtrada a través de la niebla del sueño: "Cariño, por favor,

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Y ahí es cuando me golpea, el puñetazo en el estómago, el excavado en mis entrañas. Ahí es cuando me doy cuenta de que nada de esto es una película. No voy a salir con una explosión. No hay un final. No hay créditos. Voy a despertar y seguiré despertando y eso siempre se espera de mí.

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Me despierto en estos días sospechosa, preguntándome por qué dormía tan bien. Entonces recuerdo las pastillas que mamá me dio para calmarme. Luego recuerdo el viaje a casa en auto. Lenora. Alex. Los gritos. Tú.

despierta". Un montaje de recuerdos: pasillos llenos de gente y chicas grandes, la sensación de asfixia, el sonido de los pájaros, el olor a humo de tabaco húmedo y comida podrida. Tú, pálida y sin vida. Tú, con tu estómago lleno de veneno. Tú, sentada en tu colchón con una maleta junto a ti, esperando a alguien que nunca llegó. ―Cassandra. ―La chica escucha su nombre. No es tan hermosa como era en el principio de la película. Se levanta de la cama y abre la puerta. Hay un hombre y una mujer en uniformes azules. Todo lo que puede ver son las armas de fuego en sus cinturones. Todo lo que puede ver es al hombre mirando sus pezones a través de su camisa del pijama delgada mientras él dice: ―Sólo tenemos algunas preguntas para hacerle, querida. ―Él suena amable incluso mientras la mira de arriba abajo. Este es el tipo de película en la que los policías toman notas en sus pequeños cuadernos. La madre les cuenta sobre las llamadas telefónicas que la chica se perdió mientras dormía, amenazas de muerte de la ex mejor amiga. Luego es el turno de la chica de explicar cómo todo llegó a esto. Es entonces cuando todo sale. Esta es la expiación, la hora de la verdad, cuando todos los secretos se convierten en no-secretos, cuando los policías toman notas y los hacen oficiales. Esta es la película con la madre llorando, con el padre que aparece a través de la puerta principal en el momento justo, el padre que nunca dejó el trabajo temprano, justo cuando el hombre policía está diciendo: ―Conocemos esa familia bien. Nos aseguraremos de que nunca te molesten de nuevo.

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―No es tu culpa. ―Entonces la chica llora, cayendo al suelo en señal de gratitud a esta excelente oportunidad, a esta preocupación sincronizada, a todos estos oídos atentos. El final.

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Justo cuando la mujer policía está acariciando la rodilla de la muchacha, arrullando:

O tal vez la chica no siente nada. Tal vez está haciendo lo que debe hacer para que el teléfono pare de sonar, haciendo lo que debe hacer para que los policías desaparezcan, para volver su casa de nuevo a la normalidad, para hacer todo silencioso como debe ser. Esta podría ser la película en la que nada cambia, donde todo el mundo termina exactamente donde empezaron. Otro camión de mudanzas. Otra escuela nueva. Nuevas chicas y nuevos chicos que todavía quieren las mismas cosas. La hija en un sofá en una pequeña, estéril oficina, mirando al vello de la pierna de un terapeuta a través de medias de nylon, mirando el reloj en la pared. El sonido de tic, tic, tic. El camino de vuelta al auto, la cara esperanzadora de la madre. ―¿De qué hablaron? ―pregunta la madre. ―Nada ―dice la chica. Tic, tic, tic. Un médico y un talonario de recetas llenas de garabatos. Una botella de píldoras brillando con esperanza. La chica se pone uno en su boca, tragando saliva. La píldora se asienta en su estómago. La chica espera horas para que surtan efecto, "para llegar al límite", como dijo el médico, para hacer que todo desaparezca. Pero tú estás todavía allí.

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¿O qué si se trata de un tipo diferente de película? ¿Que si se trata de un tipo de película que aún no se ha hecho todavía? ¿Qué si esta es mi película, realmente mía? ¿Qué si soy la que tiene la cámara en la mano, mis dedos sobre los botones? ¿Qué si es mi voz diciendo alto, sigan, acción, corte? ¿Qué si soy quien da todas las instrucciones? Y soy el actor. Y tú eres la actriz. Y este es nuestro juego, nuestro escenario sonoro, este lugar que no existe aún, una isla flotante en medio del océano, agua caliente rompiendo contra la orilla arenosa. Este es un lugar donde nunca

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Y entonces es de nuevo invierno. Los bordes del lago se han congelado, toda la vida abajo oculta, suspendida. Y allí está la chica, Cassie, en la orilla, simplemente respirando.

es invierno, donde hay comida por todas partes, colgando de los árboles, esperando por nosotros para comerla, perfectamente maduras. Nos duchamos en las cataratas. Vemos a las aves hacer piruetas en el aire, las aves más bellas que has visto alguna vez, con las alas tan largas como nuestra altura, rojas, amarillas, naranjas, plumas como llamas. Las plumas caen al suelo para que las pongamos en nuestro cabello, para que podamos tejerlas para hacer nuestra ropa. Hay lagos tan claros que podemos ver el fondo forrado con diamantes. No hay sombras, no hay cuevas, sin lugares oscuros donde las cosas se pueden esconder. Solo somos tú y yo y las aves con plumas de llama, sólo arena suave y cálido sol y el musgo para que durmamos. Nos tumbaremos en la playa y escribiremos canciones en la piel de la otra. Cantaremos a las aves y cantaremos de nuevo. Cuando se ponga el sol, será un tipo diferente de oscuridad. No oscuridad que asfixia, no como que todo se ha ido. No una oscuridad que puede ser utilizada en nuestra contra. Simplemente va a ser oscuro como para dormir, oscuro como los ojos pesados. Encenderemos un fuego con plumas. Veremos la danza de la luz en la cara de la otra. Nos mantendrá calientes, pero no nos va a quemar. Porque es fuego que es nuestro, el fuego que hicimos. ¿Puedes sentirlo? Extiende tus manos y agítalas un poco. Mira, puedes agitar el humo en cualquier dirección, en cualquier forma. Estas son nuestras señales de humo, nubes de blanco en el aire de la noche que sólo nosotros podemos leer. Crearemos un fuego más grande que cualquier incendio que alguna vez existió.

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Pero por ahora, no hay ninguna isla. Te has ido y esto no es una película. Por ahora, sólo hay una escuela nueva en una nueva ciudad, nuevos maestros y nuevos alumnos que nunca sabrán quién era antes. Estoy con una cara sin maquillaje y el cabello recogido en una coleta, tratando de no ser vista. Hay una beca con mi nombre en ella y un aula con pupitres caros dispuestos en un círculo. Hay estudiantes que hablan sin levantar las

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El humo será lo suficientemente fuerte como para cruzar el océano. Tal vez uno de los anillos de humo, una de nuestras letras del código Morse, viajará a algún lugar al que no hemos estado todavía. Llegará a la tierra y alguien lo verá y se preguntará qué significa.

manos. Un maestro que escucha. Asiente con la cabeza y con las manos en la barbilla, pensativo. Hay extraños mirando a la chica nueva. Están mirándome y queriendo que hable. Estoy sentada en mi escritorio, escuchando a todo el mundo hablar sobre Dostoyevsky. Estoy tratando de no mirar hacia arriba, tratando de no mostrar lo mucho que quiero estar en esta conversación, tratando de no mostrar lo mucho que quiero decir. Estoy sosteniendo mi lápiz demasiado apretado. Lo bajo por lo que no lo romperé. Miro fijamente mi cuaderno en blanco, tratando de hacer que las líneas azules se muevan. Y entonces hay algo delante de mí, un objeto extraño cubierto de líneas y garabatos que no son míos. Miro hacia arriba y la chica junto a mí sonríe, sus pecas tan perfectas que podría ser Annie. Entrecierro los ojos y miro más de cerca. Recorro la piel blanca, los rizos rojos, los ojos azules de crueldad. Pero todo lo que está haciendo es sonreír. Todo lo que hizo fue poner su cuaderno sobre mi mesa, puesto en una página con una imagen que no reconozco. Se trata de un dibujo, un cómic dibujado a lápiz. Es una habitación llena de patos dispuestos en un círculo, sus caricaturas con los picos abiertos, el diálogo en burbujas deletreando ¡Quack! En la parte inferior de la página, en un borde del círculo, se sientan dos gansos, uno con una coleta, el otro con el cabello rizado y pecas. El ganso pecoso dice: "Hola, soy Chelsea." Recojo mi lápiz y escribo palabras para el otro.

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Cassandra. Mucho gusto.

Acerca de la Autora

Amy Reed nació y se crió en los alrededores de Seattle, donde asistió a un total de ocho escuelas para el momento en que tenía dieciocho años. El movimiento constante le enseñó a ser inquieta y ser hija única hizo a su imaginación hacer cosas divertidas. Tras una breve estancia en el Reed College (sin parentesco), se mudó a San Francisco y pasó los siguientes años sirviendo café y metiéndose en problemas. Con el tiempo se graduó de la escuela de cine, rápidamente decidió que no quería tener nada que ver con el cine, y volvió a su amor original y poco práctico por la escritura, y obtuvo su título en Bellas Artes del New College de California. Su obra corta ha sido publicada en revistas como Kitchen Sink, Contrary, y Fiction. Actualmente Amy vive en Oakland con su esposo y dos gatos, y ha aceptado que California del Norte ha sustituido al Noroeste Pacífico como su hogar. Ya no está inquieta. Más información en amyreedfiction.com.

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BEAUTIFUL es su primera novela.

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