Índice

Capítulo 20

Sinopsis

Capítulo 21

Capítulo 1

Capítulo 22

Capítulo 2

Capítulo 23

Capítulo 3

Capítulo 24

Capítulo 4

Capítulo 25

Capítulo 5

Capítulo 26

Capítulo 6

Capítulo 27

Capítulo 7

Capítulo 28

Capítulo 8

Capítulo 29

Capítulo 9

Capítulo 30

Capítulo 10

Capítulo 31

Capítulo 11

Capítulo 32

Capítulo 12

Capítulo 33

Capítulo 13

Capítulo 34

Capítulo 14

Capítulo 35

Capítulo 15

Capítulo 36

Capítulo 16

Epílogo

Capítulo 17

Próximo Libro

Capítulo 18

Sobre la Autora

Capítulo 19

Créditos

Querida oportunista, Creíste que podías alejarlo de mí, pero perdiste. Ahora, que él es mío, haré lo que sea por conservarlo. ¿Dudas de mí? Tengo todo lo que se suponía que sería tuyo. En caso de que te preguntaras, ya ni siquiera piensa en tí. No lo dejaré ir... nunca. La Sucia Pelirroja

Leah Smith finalmente tiene todo lo que ha querido. Excepto que no lo tiene. Su matrimonio se siente más como un préstamo que como un compromiso de por vida, y la imagen que ha trabajado tan duro en construir se desarma ante sus ojos. Con un nuevo rol y un pasado lleno de secretos, Leah debe decidir qué tan lejos está dispuesta a ir para conservar lo que ha robado.

Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

M

iro a la criatura chillona, rosada en mis brazos, y entro en pánico.

El pánico es un torbellino. Cobra vida en su cerebro como un remolino, ganando velocidad a medida que va en un embudo al resto del cuerpo. Vueltas y vueltas van, haciendo que su corazón latir con fuerza. Vueltas y vueltas torciéndose, anudando y enfermando el estómago. Vueltas y vueltas, golpeando tus rodillas, debilitándolas antes de crear un pozo negro en los dedos de tus pies. Encojes tus dedos, tomas unas cuantas respiraciones profundas, y te agarras del anillo que mantiene tu vida de cuerda antes de que el pánico te pueda absorber. Esos son mis primeros diez segundos de ser una madre. Se la doy a su padre. —Tenemos que contratar a una nana. Me doy aire con una copia de Vogue, hasta que se vuelve muy pesada, luego dejo que mi muñeca se debilite, lanzándola al suelo. —¿Puedes pasarme mi Pellegrino? —Meneo mis dedos hacia mi botella de agua, la cual está fuera de mi alcance, e inclino mi cabeza contra la plana almohada del hospital.

Estos son los hechos: un ser humano acaba de ser sacado de mi cuerpo después de que lo hice crecer allí por nueve meses. Las similitudes parasitarias son suficientes para hacer agarrarme de un médico por sus solapas y exigirle que me ate las trompas en un bonito lazo. Mi estómago, que ya he examinado, parece un desinflado, globo de piel tonificada. Estoy cansada y dolorida. Quiero ir a casa. Cuando mi agua no llega, abro un ojo. ¿No se supone que la gente debe correr en círculos alrededor de mí después de lo que acabo de hacer? El bebé y el padre están de pie delante de la ventana, enmarcados por la luz de la tarde tenue como un cursi anuncio de hospital. Todo lo que necesitan es una frase breve de hospital para titular el momento: Comience su familia con nuestra familia. Hago el esfuerzo de estudiarlos. Él la está acunando en sus brazos, con la cabeza inclinada y sus narices casi se tocan. Debe ser un momento tierno, pero él la mira con tanto amor, que siento como los celos hacen un pequeño apretón en mi corazón. Los celos tienen una infernal mano fuerte. Me retuerzo bajo su toque, incómodo por dejar que entre. ¿Por qué eso no podía haber sido un niño? Eso... mi hija. La decepción hace presionar mi cara contra la almohada, bloqueando la escena delante de mí. Dos horas antes, el médico había dicho la palabra niña y puso su cuerpo azul, cubierto de baba en mi pecho. No sabía qué hacer. Mi marido me estaba mirando, así que alcé una mano para tocarla, todo ese tiempo, la palabra niña aplastando mi pecho como una tonelada de mil elefantes. Niña. Niña. Niña. Voy a compartir a mi esposo con otra mujer… de nuevo. —¿Cómo la vamos a llamar? —Ni siquiera me mira cuando habla. Siento que me he ganado un poco de contacto visual. Mon Pied! ¡Ya me había convertido en noticia vieja! No había elegido un nombre de niña. Estaba segura que era un niño. Charles Austin, como mi padre.

—No lo sé. ¿Alguna sugerencia? Arreglo mis sábanas, estudiando mis dedos. Un nombre es un nombre, ¿no? Ni siquiera uso el que mis padres me dieron. Me mira por un largo momento, sus manos ahuecando su cabeza. Ella ha parado de retorcer sus puños y todavía está contenida en sus brazos. Conozco la sensación. —Estella. —El nombre sale de su lengua como si estuviese esperando decirlo toda la vida. Subo mi cabeza de golpe. Esperaba algo menos… antiguo. Arrugo la nariz. —Eso suena como el nombre de una anciana. —Es de un libro. Caleb y sus libros. —¿Cuál? —No leo… al menos que cuentes revistas, pero si hay oportunidad de que lo hayan película, quizás la vi. —Grandes Esperanzas. Entrecierro los ojos y tengo esa sensación de hundimiento en mi estómago. Tiene algo que ver con ella. Lo sé. No verbalizo el pensamiento. Soy demasiado astuta para enseñar mis inseguridades, así que casualmente me encojo de hombros y sonrio en su dirección. —¿Alguna razón en específico? —le pregunto dulcemente. Por un minute creo ver que algo pasa a traves de su cara, una sombra cubriendo sus ojos como si estuviese viendo una película pasar delante de sus ojos. Trago fuerte. Conozco esa cara. —¿Cariño…? La película termina, y vuelve a mí. —Siempre me ha gustado ese nombre. Ella luce como una Estella. Un nudo en su voz.

Ella se ve como una anciana calva para mí, pero asiento. Soy incapaz de decirle no a mi marido, por lo que parece que la niña acaba de joderse. Cuando se va a casa para tomar un baño, saco mi teléfono de debajo de la almohada y googleo «Estella» de Grandes Esperanzas. Una página la denomina como una belleza encantadora, dice que tiene una personalidad de corazón frío un complejo de superioridad. Otro dice que era la representación física de lo que Pip quería y no podía tener. Alejo el teléfono y eche un vistazo a la cuna a mi lado. Caleb hace todo con un propósito. Me pregunto cuando tiempo había querido una niña. Me pregunto si los nueve meses en que planeé tener un hijo, Caleb estaba planeando tener una niña. No siento nada… nada de las cosas maternales que mis amigas me relataban sobre sus propios hijos. Habían utilizado palabras como: incondicional, sobrecogedor, el amor de mi vida. Había sonreído y asentido, almacenando las palabras para referirme a ellas cuando tuviera mi propio hijo. Y ahora aquí estoy, sin emociones. Esas palabras no significan nada para mí. ¿Me hubiese sentido diferente si fuera un niño? El bebé comienza a llorar, y pincho el botón de llamada de la enfermera. —¿Necesita ayuda? —una enfermera en sus medianos cincuenta usando una bata de Care Bear entra rápidamente. Miro su sonrisa amplia y asiento. —¿Puedes llevarla a la enfermería? Necesito dormir un poco. Estella es sacada de mi cuarto, y respiro aliviada. No voy a ser buena en esto. ¿En qué estaba pensando? Respiro por la nariz, expulso por mi boca como lo hago en el Yoga. Quiero un cigarrillo. Quiero un cigarrillo. Quiero matar a la mujer que mi marido ama. Todo esto es culpa de ella. Me quedé embarazada para asegurar al hombre con el que ya me había casado. Una mujer no debería tener que hacer eso. Ella debe sentirse segura en su matrimonio. Por eso te casas, para sentirte a salvo de todos los hombres que están tratando de desviar tu alma. Entregué mi alma a Caleb voluntariamente. La ofrecí como un cordero de sacrificio. Ahora, yo no sólo voy a tener que competir con el recuerdo de otra mujer, sino con una bebé arrugada. Él ya estaba mirándola a los ojos como si pudiera ver el Gran Cañón escondido en su iris. Suspiro y me hundo en una bola, metiendo mis rodillas bajo la barbilla y agarrando mis tobillos.

He hecho una serie de cosas para mantener a este hombre. He mentido y engañado. He sido sexy y dócil, feroz y vulnerable. He sido todo, menos yo. Él es mío ahora mismo, pero nunca soy suficiente para él. Puedo sentirlo, verlo en la forma en que me mira. Sus ojos siempre están indagando, buscando algo. No sé lo que está buscando. Me gustaría saberlo. No puedo competir con un bebé, mi bebé. Soy quien soy. Mi nombre es Leah, y hará cualquier cosa para conservar a mi marido.

Traducido por Jo

L

uego de cuarenta y ocho horas, soy dada de alta en el hospital. Caleb está conmigo mientras espero a ser liberada. Sostiene a Estella y estoy casi celosa, excepto por que él me toca constantemente: una mano en mi brazo, su pulgar acariciando círculos en mi mano, sus labios en mi sien. La madre de Caleb vino antes con su padrastro. Se quedaron por una hora, tomando turnos en sostener al bebé antes de salir a almorzar con amigos. Estuve aliviada cuando se fueron. Las personas que rondan sobre mí mientras mis pechos lentamente gotean me hacen retorcerme de la incomodidad. Trajeron una botella de Bruichladdich para Caleb, una alcancía de cerdito de Tiffany para el bebé y un buzo Gucci para mí. A pesar de su arrogancia, la mujer tiene un gusto excelente. Estoy usando el buzo. Froto el material entre mis dedos mientras espero ser llevaba abajo. —No puedo creer que hicimos esto —dice Caleb por millonésima vez, bajando la mirada hacia ella—. Hicimos esto. Técnicamente, yo hice esto. Es conveniente como los hombres pueden ponerle sus apellidos a estas pequeñas creaciones sin hacer mucho más que tener un orgasmo y ensamblar una cuna. Estira una mano y tira mi cabello juguetonamente. Sonrío débilmente. No puedo seguir enojada con él. Es perfecto. —Es pelirroja —dice como para establecer su credibilidad como mi hija. Es definitivamente pelirroja. La pobre niña va a tener un trabajo propio. No es fácil ser pelirroja.

—¿Qué? ¿Esa pelusilla? Eso no es cabello —bromeo. Trajo una esponjada manta lavanda con él. No tengo idea de dónde la sacó ya que la mayoría de nuestras cosas de bebé son verdes o blancas. Lo observo envolverla en ella, como las enfermeras le enseñaron. —¿Llamaste la agencia de niñeras? —pregunto tímidamente. Este es un tema doloroso entre nosotros, junto con el amamantamiento, lo que Caleb promueve con énfasis y a mí no me podría importar menos. Nuestro compromiso consiste en que yo amamante unos pocos meses y luego me haga un aumento de pecho. Él frunce el ceño. No sé si es por lo que he dicho o porque la manta le está dando problemas. —No vamos a conseguir una niñera, Leah. Odio esto. Caleb tiene todas estas ideas de cómo se supone que sean las cosas. Jurarías que fue criado por la maldita Betty Crocker. —Tú misma dijiste que no ibas a volver al trabajo. —Mis amigas… —comienzo, pero él me interrumpe. —No me importa lo que esas malcriadas cabezas huecas hagan con sus hijos. Eres su madre y tú la criarás, no una extraña. Muerdo mi labio para evitar llorar. Por la mirada en su rostro, sé que no ganaré esta batalla. Debería haber sabido que alguien como Caleb Drake defiende lo que es suyo, con los dientes, sin permitir que nadie lo toque. —No sé nada sobre bebés. Solo pensé que podría tener alguien que ayude… —Lanzo mi último recurso… hago un pequeño mohín. Hacerlo usualmente funciona a mi favor. —Lo descifraremos —dice fríamente—. El resto de los padres no necesitan la opinión de una niñera, lo descifran ellos. Así que lo haremos. Ha terminado de envolver a Estella. Me la pasa, y una enfermera viene para llevarme al auto. Mantengo mis ojos cerrados todo el camino, con miedo de mirarla. Cuando Caleb trae mi nuevo auto de “mamá” a la vereda, descubrimos que no puedes meter a un bebé envuelto en el asiento del auto. Me habría amargado inmediatamente. Cuando las cosas no salen como yo quiero, me vuelvo loca. En su lugar, Caleb ríe, le habla al bebé acerca de cuán tonto es mientras la desenvuelve. Está profundamente dormida, pero él continúa con el diálogo. Es tonto, un hombre crecido hablando así.

Cuando ella está amarrada, me ayuda a entrar. Antes de cerrar la puerta, me besa suavemente en los labios. Cierro mis ojos y lo saboreo, probando su atención. Hay tan pocos besos que me hacen sentir conectada a él. Siempre está en otro lado… con alguien más. Si el bebé puede acercarnos, entonces tal vez tenía razón en hacer lo que hice. Esta es mi primera vez en mi auto nuevo, el cual Caleb recogió de la concesionaria esta mañana. Todas mis amigas tienen automóviles más baratos. Yo tengo el mejor. Se siente como una sentencia de prisión de noventa mil dólares, a pesar de mi emoción inicial de tenerlo. Él apunta cosas mientras maneja. Escucho atentamente el sonido de su voz, pero no las palabras en sí. Sigo pensando en lo que está en el asiento del auto. En casa, Caleb saca a Estella de su asiento y la pone suavemente en su nueva cuna. Ya la está llamando Estella. Me siento en mi silla favorita en nuestro gran salón de estar, cambiando canales en la televisión. Él me trae un extractor de leche y me estremezco. —Tiene que comer, a menos de que quieras hacerlo de la manera tradicional… Agarro el extractor y me pongo a trabajar. Me siento como una vaca siendo ordeñada mientras la máquina zumba y ronronea. ¿Cómo es esto justo? Una mujer carga un bebé por cuarenta y dos agotadoras semanas, solo para ser enganchada a una máquina y forzada a alimentarla. Caleb parece disfrutar mi incomodidad. Tiene un raro sentido del humor. Siempre está molestando y haciendo ingeniosas bromas que a menudo fallo en responder, pero ahora mientras me observa con esa pequeña sonrisa jugando en sus labios, río. —Leah Smith —dice—. Una madre. Pongo mis ojos en blanco. Le gustan esas palabras, pero a mí me provocan palpitaciones. Cuando he terminado, hay una gran cantidad de leche con aspecto aguado en ambas botellas. Espero que él haga el resto, pero regresa con un lloriqueante Estella en sus brazos y me la pasa. Esta es únicamente la tercera vez que la tengo que sostener. Intento lucir natural para impresionarlo, y parece que funciona porque cuando me pasa la botella, sonríe y toca mi rostro. Tal vez esa es la llave, pretender amar este asunto de la maternidad. Tal vez eso es lo que necesita ver en mí. La miro fijamente mientras sorbe la botella. Sus ojos están cerrados y está haciendo horribles sonidos como si estuviera a medio morir de hambre. Esto no es terrible. Me relajo un poco y estudio su rostro, buscando algún rastro de mí misma en ella. Caleb tenía razón; tiene los rasgos de una pelirroja. El resto de ella se ve más como él, llenos y perfectamente delineados labios con una extraña y pequeña nariz.

Claramente, será hermosa. —¿Recuerdas que tengo un viaje de negocios el lunes? —pregunta, sentándose frente a mí. Mi cabeza se levanta de golpe, y no me esfuerzo en esconder el pánico en mi rostro. Caleb usualmente sale en viajes de negocios, pero pensé que se tomaría algunas semanas para dejarme establecerme. —No puedes dejarme. Pestañea lentamente y toma un sorbo de algo en un vaso de trago. —No quiero dejarla todavía, Leah. Pero, ella llegó antes. Nadie más puede ir, ya he intentado encontrar a alguien. —Se inclina en frente de mí, besando mi palma—. Estarás bien. Tu madre viene el lunes. Ella puede ayudarte. Solo estaré fuera tres días. Quiero llorar por esta información. Mi madre es una adicta al drama por sobre de ser una narcisista insufrible. Un día con ella se siente como una semana. Caleb ve la mirada en mi rostro y frunce el ceño. —Está intentándolo, Leah, ella quería venir. Solo se buena con ella. Muerdo mi labio para evitar decir algo realmente desagradable. Tengo un lado malicioso en mí que Caleb encuentra ofensivo, así que lo retuerzo cuando está alrededor. Cuando él no está alrededor, maldigo como un marinero y lanzo cosas. —¿Cuánto tiempo se quedará? —murmuro. —Quítale los gases… —¿Qué? —Estoy tan distraída por la inminente visita de mi madre, que no noto que Estella está medio ahogándose, con leche burbujeando entre sus labios como pétalos. —No sé cómo. Él se acerca, la toma y la pone contra su pecho. Palmea su espalda en pequeños golpecitos que hacen un sonido de latido de corazón. —Estará aquí por una semana. Ruedo y escondo mi rostro en una almohada, con mi trasero en el aire. Él me golpea en el trasero y ríe. —No será tan malo.

Aprieto los dientes. —Nop. Siento hundirse el sofá mientras se sienta a mi lado. Lo miro a través de mi cabello, el cual está envuelto alrededor de mi rostro como una máscara roja. Sostiene el bebé con una mano y usa la otra para aclarar mi rostro, cepillando cabello suavemente sobre mi hombro. —Mírame —dice. Lo hago, manteniendo mi único ojo expuesto lejos del pequeño bulto contra su pecho—. ¿Estás bien? Trago. —Síp. Frunce sus labios y asiente. —Nop y Síp. ¿Alguna vez te he dicho que solo dices “nop” y “síp” cuando estás vulnerable? Gimo. —No me psicoanalices, Niño Scout. Él ríe y me empuja para que ruede sobre mi espalda. Amo cuando juega conmigo. Solía pasar mucho más, pero últimamente… —Estará bien, Roja. Si me necesitas, saltaré en un avión y vendré a casa. Sonrío y asiento. Pero, está equivocado. No estará bien. La última vez que vi a mi madre fue cuando tenía siete meses de embarazo. Voló por mi baby shower y se quejó todo el camino del horrible lugar que mis amigas habían elegido. —Es un salón de té, Madre, no un bar. En la fiesta, se rehusó a hablarle a cualquiera y se sentó en una esquina enfurruñada porque nadie la había anunciado como la madre de la futura madre. Una lucha de puños casi comienza con el dueño del salón de té porque no servían miel orgánica de Brasil. Me había negado a verla desde entonces. Caleb, siempre el que perdona, siempre el que comprende, me alienta a ver más allá de sus defectos y la ayuda a comprender como ser una madre para mí. Amo esto sobre

él, pero aprendí hace tiempo que intentar ser como él está más allá de mi alcance. Pretendo entender lo que me está dirigiendo y luego hago lo mío, lo que usualmente conlleva algún tipo de agresión pasiva. Así que, sinceramente acepto lo que dice. Hago una promesa de esforzarme con mi madre y me retiro hacia las escaleras para alejarme de él y la ruidosa bebé. Quiero tanto un cigarrillo que me está matando. Voy al baño y me desnudo, luego me miro larga y duramente en el espejo. Mi estómago se ha reducido gracias a Dios. Unos pocos kilos más y volveré a la normalidad. Ahora todo lo que necesito hacer es regresar mi vida a la normalidad.

Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ y Soñadora

M

i madre llega el lunes como estaba previsto. Todos vamos al aeropuerto a recogerla. Caleb estaba reservado acerca de llevar a la bebé en público tan pronto, pero le convencí de que ella va a estar bien si la guardamos en el cochecito. Estoy cansada de estar en casa, cansada de sostener teteros y cansado de fingir que la gritona de cuatro kilos de carne humana es linda. Además, yo quiero jugo de Jamba. Estoy bebiendo mi jugo y sigo a Caleb y al coche cuando divisamos su odiosa cabeza rubia que baja de la escalera mecánica. Pongo los ojos en blanco. Lleva un traje con pantalón totalmente blanco. ¿Quién viaja con todo blanco? Nos saluda con la mano radiantemente y trota, primero abrazando a Caleb y luego a mí. Se inclina sobre el coche y lleva una mano sobre su boca como si estuviera llena de emoción. Dios, me quiero enfermar. —Oooh —dice en voz arrulladora—. Luce como Caleb. Eso es pura mierda. Decidí un día que luce exactamente como yo. Tiene cabello rojo esponjoso y cara en forma de corazón. A pesar de eso, Caleb sonríe ampliamente, y se sumergen en una conversación de cinco minutos sobre la alimentación y los hábitos de defecar de Estella. Estoy confundida en cuanto a cómo sabe algo acerca de las comidas y deposiciones de los bebés ya que una niñera nos crio a mi hermana y a mí. Doy golpes al suelo con mi pie impacientemente en la alfombra tropical pegajosa y espero con ansia la salida. Ahora que estoy aquí, sólo quiero irme. ¿Por qué pensé que era una buena idea?

Cuando la atención de Caleb se desvía hacia la bebé, mi madre empuja un dedo acusadoramente en mi estómago y sacude la cabeza. Meto el estómago y miro alrededor con aire de culpabilidad. ¿Quién más se dio cuenta? Es cierto que tuve un bebé hace tan sólo tres días, pero estaba siendo muy cuidadoso de pararme derecha, succionando la grasa de mi vientre. Mi lapso momentáneo me avergüenza. Es todo lo que puedo pensar en el viaje a casa. Hago un pacto conmigo misma de dejar de comer hasta retomar mi antigua figura. En casa, mi madre insiste en tomar el cuarto cerca de Estella, aunque tengo el cuarto más grande de huéspedes preparado para ella. —Madre, ¿cuál es el propósito de tener este cuarto? —pregunto mientras Caleb deposita su maleta cerca de la cama. —Quiero ayudarte, Leah. Levantarme con ella en el medio de la noche y todas esas cosas agradables. —Bate sus pestañas hacia Caleb, quien le sonríe. Pongo los ojos en blanco. Ella pretende estar enamorada de la bebé, pero yo sé realmente lo que pasa. Demostraciones públicas es lo que hace para mejorar su imagen, y luego cuando la audiencia se ha ido, también el amor. Recuerdo ser una niña, ella peinándome el cabello, besando mi cara, comentando lo hermosa que era, todo en frente de sus amigos. Después de que ellos se iban, me enviaría de regreso a mi cuarto a estudiar, o practicar el violón, básicamente, salir de su camino, hasta la próximo interpretación de “buena mamá”. —¿De verdad, madre? —digo entre mis dientes. —¿Cómo escucharás después de que te hayas tomado tus pastillas para dormir? —¿Cómo escucharás tu después de que te hayas tomado tus pastillas para dormir? Su cara se arruga. Caleb me da un codazo en las costillas. No se supone que hablemos de su adicción a las pastillas para dormir. —No me las tomaré hoy —dice decidida—. Yo puedo alimentarla así tu puedes hacer lo demás. Caleb le da un rápido abrazo lateral antes de que todos bajemos.

Miro con suspicacia desde mi taburete en la cocina mientras carga a Estella alrededor y canta canciones de espectáculo a ella. Hablamos poco, o ellos hablan. Recojo mis puntas abiertas. —Vamos a pasar unos momentos maravillosos mientras papá no está —le dice a la bebé—. Tú, mamá y yo. Caleb me da una mirada de advertencia antes de ir arriba para preparar las últimas cosas para su viaje. Me muero por decir un comentario sarcástico, pero recuerdo mi promesa a él, y me amarro la lengua. Además, si ella quiere jugar a la “abuela” y cuidar de todas las necesidades de Estella mientras Caleb no está, que así sea. Me ahorrará problemas. —Su cabello es rojo —dice mi madre tan pronto como él se ha alejado lo suficiente para no poder escucharnos. —Sí, lo noté. Chasquea la lengua. —Siempre me imaginé que mis nietos serían de cabello oscuro como Charles. —No lo es —espeto—. Porque es mía. Me da una mirada con el rabillo del ojo. —No seas tan susceptible, Johanna. No te luce. Siempre crítica. No puedo esperar a que se vaya. Pero, entonces me doy cuenta. Cuando se vaya, Caleb no va a quedarse con la bebé. Yo lo haré. El viaje de negocios es el primero de muchos mientras yo me tendré que levantar todas las noches y cambiar… excremento humano… —oh Dios— bañarla. Casi me caigo de mi silla. Una nana, tengo que insistir con esto a Caleb y decirle cuanto necesito la ayuda. —Madre —digo suavemente, casi demasiado dulce porque me mira con su ceja levantada—. Caleb no quiere contratar una nana —me quejo. Espero que ella se ponga de mi lado lo suficiente para que hable con él acerca de ello. Sus ojos revolotean a las escaleras donde Caleb desapareció sólo momentos atrás. Lame sus labios, y me inclino para escuchar mejor la pepita de sabiduría que va a impartir. Mi madre es una mujer muy ingeniosa. Viene de estar casada con un

manipulador del control. Ella tuvo que aprender cómo salirse con la suya, sin salirse con la suya. Cuando Court tenía dieciocho, quería ir a Europa con sus amigas. Mi padre se rehusó. Bueno, en realidad, nunca se rehusó verbalmente. Lanzó su mano al aire tan pronto como las palabras salieron de su boca. La CUCHILLADA. Era una ocurrencia en común en nuestra casa griega. ¿No te gustó la cena? CUCHILLADA. ¿Tenías un mal día en el trabajo y no quiere que nadie hable contigo? CUCHILLADA. ¿Leah estrella su coche de cincuenta mil dólares por quinta vez? CUCHILLADA. Al final de todas las cuchilladas, Court había ido a Europa. ¿Recuerdas cuando eras un pobre chico? ¿Cuánto querías viajar? Mi madre. Ella todavía es una niña. Mi padre. Es bueno que vaya mientras todavía podamos controlarla. Pagaremos el viaje… mucho mejor que vaya cuando tenga sus veinte, durmiendo por allí en Francia. Mi madre. Mi padre odiaba lo francés. Había quedó pensativo. La lógica de mi madre era atractiva. Reservó todo una semana más tarde. Court estaba bajo estrecha vigilancia, control, pero por Dios que tuvo su viaje a Europa. Fui a la universidad comunitaria. Ella me dio un pequeño cuadro que compró a un vendedor ambulante. Era un paraguas rojo suspendido en la lluvia como una mano invisible que lo sostenía. Puse a un lado el papel y había sabido de inmediato lo que estaba tratando de decir. Me puse a llorar y Court había reído y me dio un beso en la mejilla. —No llores, Lee. Ese es el punto de este cuadro ¿sí? Dos meses en Europa y estaba diciendo ¿sí? al final de cada oración. Court es… era… tan tierna. Quiero traerla a colación, preguntarle a mi madre por su último novio, pero el tema es delicado. —Lo que tu esposo no sepa no le dolerá. —Suelta mi madre de vuelta a su tarea en manos. ¿Eso es todo? Me quedo mirando sin comprender. ¿Cómo se supone que voy a convertir esa tontería en ayuda a la bebé a tiempo completo? Ella suspira.

—Leah, cariño… Caleb está en camino a viajes de negocios por mucho tiempo, ¿no es así? Capto lo que dice y asiento lentamente, con los ojos cada vez más amplios a la posibilidad. ¿Podría hacerlo? ¿Contratar a alguien para que venga y tome el cuidado de la bebé en los días que Caleb se ha ido? Mi madre es una experta en el arte del engaño. Una vez, antes de que Caleb y yo nos casáramos, nos tomamos un descanso en su petición. Acaba de tener un terrible accidente automovilístico y sufrió una gran pérdida de memoria debido a un golpe en la cabeza. Para mi horror absoluto, no recordaba quién era yo. Recuerdo que pensé, ¿Cómo pudo pasarme esto a mí? Estaba a punto de comprometerme con el hombre de mis sueños, y aquí estaba él, mirándome como si yo fuera una perfecta desconocida. Había reunido con rapidez mi ingenio y decidió ser de apoyo hasta que su memoria regresara. Era sólo una cuestión de tiempo para que él recordara lo mucho que quería estar conmigo y que pusiera en mi dedo la enorme roca Tiffany que había encontrado en su cajón de las medias. Pero, en lugar de acercarse a mí mientras esperábamos que su memoria volviera, se alejó, optando por pasar más y más tiempo solo. Pronto, anunció que estaba… viendo a otra chica, si viendo es la palabra adecuada para todas las cosas dudosas que estaban sucediendo, y chica otra palabra para perra, puta sin valor que casi arruinó mi vida. Llamé a mi madre enseguida para decirle lo que me había dicho. —Síguelo —dijo—. Descubre qué tan serio es, y haz que lo acabe. Acababa de hacer eso, seguirlo una noche a un complejo de departamentos de mal gusto en un vecindario aún peor. Los edificios en bloque estaban pintados de un brillante salmón. Miré al lamentable intento de jardín que no hacía nada por mejorar el lugar y estacioné mi auto a una cuadra del Audi de Caleb. Era un desastre emocional, sabiendo que probablemente iba a ver a la chica. Por mi espejo retrovisor, miré como iba hacia una puerta y golpeaba. No había consultado una pieza de papel o su teléfono para encontrarlo, era como si supiera exactamente dónde ir. La puerta se abrió, y aunque no podía ver quien estaba dentro, supe que debía ser ella, porque su cara rompió en una sonrisa de inmediato que usualmente dirigía a mí; coqueta y sexy. Dios, ¿qué sucedía aquí? Esperé varios minutos antes de salir de mi auto y acercarme a la puerta. Sólo para asegurarme que hacía lo correcto, le envié un texto a mi madre, quien respondió de inmediato: ¡Ve adentro y sácalo antes de que haga algo estúpido!, seguido unos segundos después por una sola palabra: Llora.

Hice ambos, y Caleb se fue conmigo esa noche. Pero fue una victoria corta. La chica que estaba viendo era una antigua novia de la universidad. Falsamente para Caleb y para mí, pretendía apenas conocerlo, tratando de apegarse de nuevo en su vida por otra ronda. Descubrí esto luego de irrumpir en su departamento. Fui directo a su condominio con la evidencia apretada en mi puño, lista para descubrirla. Se veía problemática. Debería haber sabido al minuto que puse mis ojos en ella que no era sólo algo casual con una chica poco sospechosa que había conocido. Me tomó algo de tiempo averiguarlo. Él no estaba en casa cuando llegue. Entré con una llave que él no sabía que tenía y estudié el desastre que había dejado como si fuera una maldita agente del CSI. Obviamente había cocinado una cena para dos. Aún estaba el inconfundible aroma de carne flotando en el recibidor. ¿Había estado ella aquí con él? Me sentí enferma. Encontré dos copas de vino en el living y, presa del pánico, fui a su habitación por evidencia de que habían estado juntos. Su cama estaba sin hacer, pero no vi signos de sexo en la habitación. ¿Qué pistas hubiese dejado atrás de todos modos? Caleb nunca usaba condones. Había empezado con control de natalidad poco después de que empezamos a salir por esto. Digo que la visión de ellos descomponía su estómago, así que no iba a encontrar envoltorios por ahí. Soltando un suspiro de alivio, fui hasta su vestidor y abrí un cajón, pasando mis dedos por su fondo hasta que encontré la caja de Tiffany cuadrada que contenía mi anillo de compromiso. La abrí y sentí lágrimas cayendo por mis ojos. Casi había sucedido. Se estaba preparando para proponerse cuando ese maldito accidente me borró de su memoria. Merecía estar con él, usando mi anillo de princesa de dos quilates de diamante. Me deshice de ella. Por un tiempo.

Después de dejar a Caleb en el aeropuerto, voy de compras. Parece algo superficial, como si debiera sentirme culpable…pero no lo hago. Quiero sentir las sedas suaves bajo mis dedos. Decido que como ya no tengo una pelota de básquetbol sujeta a mi cintura, necesito un guardarropa completamente nuevo. Estaciono mi nuevo SUV en un espacio en Gables y voy directo a Nordstrom. En el vestidor, evito mirar mi estómago. Se siente bien deslizarse dentro de vestidos con cinturas ceñidas. Para el momento en que me dirijo a la salida, estoy cargando más de

tres mil dólares en mercadería. Tiro todo en el asiento trasero y decido encontrar a Katine para beber algo. —¿No estás amamantando? —pregunta, deslizándose en el asiento junto a mí. Mira mis hinchados senos mientras saca una cereza de la barra de granito del bar. —Algo así. ¿Y qué? Ella sonríe con condolencia y mastica su cereza. Katine se ve como una rubia con botox cualquiera cuando es engreída. Lamo la sal del borde de mi margarita y siento pena por ella. —Entonces. No deberías beber mientras estás amamantando. Giro mis ojos. —Tengo suficiente leche en el refrigerador de la casa. Para el momento en que deba sacarme más leche el alcohol estará fuera de mi sistema de nuevo. Katine abre sus ojos, lo que la hace ver aún más tonta de lo que es común para una rubia. —¿Cómo está la Querida Mami? —Cuidando a la Querida Bebé —digo—. ¿Podemos no hablar de eso? Ella se encoge de hombros como si de cualquier modo no pudiese importarle menos. Ordena un gin y tonic del bar y lo bebe por completo demasiado rápido. —¿Ya has tenido sexo con Caleb? Me estremezco. Katine no tiene filtro. Ella trata de culpar al hecho de que es de una cultura distinta, pero ha estado aquí antes de saber caminar. Me inclino por otro margarita. El barman es atractivo. Por algún motivo no quiero que sepa que soy madre. Bajo mi voz. —Acabo de tener un bebé, Katine. Se supone que debes esperar al menos seis semanas. —Yo me hice una cesárea —anuncia.

Por supuesto que sé esto. Katine ha narrado la historia de su asqueroso parto más de una docena de veces. Miro lejos, aburrida, pero sus siguientes palabras hacen que mi cabeza gire de un golpe. —Tu vagina estará toda estirada e inútil ahora. Primero, me aseguro de que el barman no la haya oído, luego encojo mis ojos. —“¿De qué estás hablando? —De dar a luz, naturalmente. ¿Crees que todo vuelve a su lugar por arte de magia? Ella ríe igual que una hiena. Miro su garganta expuesta cuando inclina su cabeza hacia atrás para terminar su carcajada. ¿Cuántas veces soñé con golpear a mi mejor amiga? Cuando se calma, suspira dramáticamente. —Dios, sólo bromeo, Leah. Deberías haber visto tu cara. Es como si te hubiese dicho que tu hijo acaba de morir. Juego con la servilleta de mi bebida. ¿Y si tiene razón? Mis dedos comienzan a picar para sacar mi teléfono y googlearlo. Hago algunos movimientos musculares allí abajo sólo para asegurarme. ¿Notaría Caleb alguna diferencia? Comienzo a sudar de sólo pensarlo. Nuestra relación siempre se ha tratado del sexo. Éramos la pareja sexy; los que manteníamos las cosas vivas cuando todos nuestros amigos se retiraban a una vida misionera de sexo luego de que los niños se fueran a dormir. Por meses al comienzo de nuestra relación, él tendría esta mirada de alivio cuando se estiraba hacia mí y yo respondía. Nunca lo alejé. Nunca quise hacerlo. Ahora, tenía que contemplar que quizás él se alejaría. Ordeno otra bebida. Esto iba a causar nuevos tipos de ansiedad. Debería tener otra cita con mi terapeuta. —Mira —dice Katine. Se inclina hacia mí y su perfume de vainilla demasiado dulce invade mi nariz—. Las cosas cambian cuando tienes un bebé. Tu cuerpo cambia. La dinámica entre tú y tu esposo cambia. Debes ser inventiva, y por el amor de dios, perder el peso extra de bebé… rápido. Ella chasquea los dedos a un mesero y pide una orden de una canasta de papas fritas y calamar frito. Perra.

Traducido por Jo y Soñadora

C

onocí a Caleb en el cumpleaños número veinticuatro de Katine. Fue celebrado en un yate, lo que era significantemente mejor que mi cumpleaños número veinticuatro en uno de los clubes nocturnos de moda en South Beach. Invité a doscientas personas; ella invitó a trescientas. Pero, al ser el cumpleaños de mi mejor amiga cuatro meses después del mío, tiene la ventaja de eclipsarme cada año. Lo tomo como un empate ya que yo soy más bonita y mi padre estuvo doce números más arriba que el de ella en Forbes. Estaba usando un vestido negro de seda Lanvin que había visto a Katine mirando la semana pasada mientras comprábamos en Barney’s. Sus caderas habían sido levemente anchas para acomodarse al delgado corte del vestido, así que lo recogí cuando no estaba mirando y lo compré. Ella me hubiera hecho lo mismo a mí, por supuesto. Luego de hacer rondas entre nuestros amigos, me dirigí al bar por un martini fresco. Lo vi sentado en uno de los banquillos. Estaba de espaldas hacia mí, pero podía notar por el ancho de sus hombros y el corte de cabello que iba a ser hermoso. Me deslicé en el asiento a su lado y le envié una mirada por el rabillo de mi ojo. Noté la mandíbula fuerte primero. Podrías romper nueces en esa mandíbula. Su nariz era algo rara, pero no de una manera poco atractiva. El puente estaba curvado, un leve torcimiento en el camino. Era elegante, igual que lo sería un viejo revolver. Sus labios eran demasiado sensuales para un hombre. Si no fuera por su nariz —esa increíblemente elegante

nariz— su rostro habría sido demasiado hermoso. Espere unos habituales pocos minutos para que me mirara, normalmente no tenía que trabajar muy duro para conseguir la atención masculina, pero cuando no lo hizo, aclaré mi garganta. Sus ojos, los que habían estado enfocados en la televisión sobre el bar, se giró suavemente hacia mí como si fuera una obstrucción. Eran del color del jarabe de maple si los ponías hacia la luz. Esperé que obtuviera ese aspecto de suertudo que todos los hombres tenían en sus rostros cuando se encontraban con mi atención. No llegó. —Soy Leah —dije finalmente, estirando mi mano. —Hola, Leah. —Como que sonrió mientras sacudía mi mano y luego se giró despectivo hacia la televisión. Conocía su tipo. Tenías que jugar duro con chicos que tenían sonrisas torcidas. Les gustaba la cacería. —¿Cómo conoces a Katine? —pregunté, sintiéndome repentinamente desesperada. —¿Quién? —Katine… ¿la chica de quien es el cumpleaños al que te colaste? —Ah, Katine —dijo, tomando un sorbo de su vaso—. No la conozco. Esperé que explicara que vino con un amigo o su relación distante con alguien en la fiesta, pero no ofreció explicación. Decidí intentar con una nueva ruta. —¿Necesitas Borbón y una cerveza para acompañar ese whisky escocés? 1 Me miró por primera vez, pestañeando como si estuviera aclarando su vista. —¿Es esa tu mejor línea? ¿La letra de una canción country? Vi un brillo de risa en sus ojos, y sonreí, estimulada. —Oye, todos tenemos nuestros vicios y el mío es la música country. Me estudió por un minuto, sus ojos pasando por mi cabello y deteniéndose en mis labios. Pasó sus dedos por la condensación de su vaso, recogiendo la humedad en la punta de sus dedos. Observé con fascinación como usó su pulgar para frotar la humedad de sus dedos. —Bien —dijo, girándose hacia mí—. ¿Qué otros vicios tienes?

1

"One Bourbon, One Scotch, One Beer", canción escrita por Rudy Toombs y versionada en country por Wayne Toups.

Podría haber respondido tu justo entonces. —Uh-uh —dije, sacudiendo mi cabeza seductoramente e inclinándome solo lo suficiente para darle un vistazo de mi escote—. Ya dejé salir uno. Es tu turno. Carraspeó y miró su húmedo vaso. Lo dio vuelta lentamente mientras me miraba, como si estuviera decidiendo si valía o no la pena continuar la conversación y dijo: —Mujeres venenosas. Me alejé, sorprendida. Esto era perfecto. Estaba en como un diez en la escala de veneno. Si necesitaba veneno, podría inyectárselo directamente en su cuello. Tomó un largo y duro sorbo de su whisky. Evalué la situación. Era claro que este hombre solo jugaba a esquivar bolas emocionales como un profesional. Estaba bebiendo un muy fuerte y caro trago en una fiesta de yate a la que preferiría no asistir. A pesar del hecho que estaba ofreciéndole mis bienes, usando un vestido que dejaba poco a la imaginación, apenas me miró. Normalmente, un hombre despechado no me asustaría. Podrían proveer sexo apasionado y casual en el despertar de su corazón roto. Ven solo las mejores cosas en ti; las cosas que les recuerdan los mejores días con su ex, bañándote en cumplidos, y colgándose de ti por una o dos semanas llenas de diversión. Disfrutaba de los hombres con despecho. Pero, este era diferente. Este no estaba cuestionando su valor como humano porque su relación había terminado. Estaba cuestionando su cordura. Intentando descifrar exactamente en qué punto las cosas habían comenzado a deshacerse. Estaba vestido inmaculadamente, sin intentarlo. Se vestía de esa manera naturalmente, lo que significaba que tenía dinero, y yo amaba el dinero. Reconocí el real símbolo del Rolex, la fina fibra de Armani, la manera fácil en que miraba el mundo. También reconocí la manera en que dijo “gracias” cuando el cantinero rellenó su bebida, y como cuando la pareja a su lado maldijo repetidamente, se estremeció. Su tipo estaba difícilmente soltero. Me pregunté qué estúpida perra lo dejó ir. Quienquiera que fuera, borraría sus recuerdos de ella en poco tiempo. ¿Por qué? Porque yo era lo mejor de lo mejor: la Godiva, la Maserati, el diamante perfectamente descolorido. Podría mejorar la vida de cualquiera, especialmente la de este hombre. Con mi recientemente encontrada confianza en nuestra futura relación, le sonreí y crucé mis piernas para que mi falda subiera por mi muslo. —Bien —dije lentamente—. Hoy sucede ser tu día de suerte. —¿Por qué es eso? Ni siquiera miró mis piernas. Suspiré.

—Bueno, iba a decir algún comentario ingenioso acerca de ser venenosa también, pero creo que por tu aspecto, necesitas una buena dosis de Jamba Juice o algo. Soltó una carcajada. —Ves, soy graciosa —bromeé. —Sí. —Sonrió—. Un poco. Animada, metí mis codos en mis lados y giré mi banquillo para enfrentarlo. Mis rodillas ahora estaban tocando el lado de su muslo, no intentó alejarse. Iluso. —Así que… —Saqué una cajetilla de cigarros de mi cartera—. Este es mi otro vicio, ¿te importa? —Miró el cigarrillo posado en mis labios y sacudió su cabeza. Lo levanto y enciendo con el movimiento suave que he entrenado hasta perfeccionar. —¿Cuál es tu nombre, Sr. Ojos Tristes? Su boca se inclina hacia arriba mientras sus cejas se levantan. —Caleb —dijo—. Caleb Drake. Probé Drake como mi apellido y decidí que me gustó. Solté una bocanada de humo hacia el océano. —Soy Leah… y si juegas bien tus cartas, podría ser Leah Drake —levanté mis cejas. —Wow. Wow… —dijo de nuevo—. Eso casi es refrescante. —¿Ella no quería casarse contigo? —pregunté con simpatía. —Ella no quería hacer un montón de cosas —dijo él, tragando lo último de su whiskey y parándose. Era maravillosamente alto. Mentalmente me ubiqué bajo su brazo, lo que definitivamente lo hacía alto. Esperé a su siguiente movimiento. Hiciera lo que hiciera, era mío de todos modos. Se levantó y besó mi mano. Estaba confundida. —Buenas noches, Leah —dijo. Luego, para mi aturdimiento, se alejó. Confundida.

Creí que teníamos química. Pensé en él al día siguiente mientras enfrentaba mi resaca. ¿Quién era él? ¿Por qué había venido? ¿Qué le había hecho ella a él para que no me tomara en cuenta? ¡A mí! Brevemente entretuve la idea de que su ex fuese una celebridad. Dios sabe que él era lo suficientemente apuesto para romperle el corazón a una. Pensé en su linda melancolía, las mariposas que sentí cuando finalmente me miró. ¿Alguna vez había debido trabajar tanto para que un hombre me mirara? No. Y cuando finalmente miró, quisiste que se detuviera. Te miró como si ya te conociera, directo, un poco aburrido, juzgando. Te hace preguntarte como se sentiría estar al otro lado de esa mirada, tener sus ojos en ti porque él los quería allí. Anduve un poco por ahí, traté de averiguar quién era y a dónde salía. Era una buscadora talentosa. Mi red social era ancha y en dos llamadas, supe dónde encontrar a Caleb Drake. Dos llamadas más y tenía a alguien arreglándonos en una cita a ciegas. —Espera al menos un mes —le dije a mi prima—. Dale más tiempo para curar sus heridas antes de que yo lo salve.” Un mes después, caminaba a una choza de sushi llamada Tatu, el calor subiendo por mis piernas desnudas, mi corazón golpeando contra mis costillas. —No puede ser —dijo tan pronto como me vio. Fingí sorpresa. Bajando mi cabeza, pregunté: —¿Soltero, británico, y buscando una pelirroja? Él rió profundamente y me abrazó. Estaba usando una camisa blanca abotonada, arremangada hasta los codos con shorts kaki. Tenía un bronceado dorado, como si hubiera tomado sol cada día desde la última vez que lo vi. —¿Cómo conoces a Sarah? —mantuvo la puerta abierta para mí y entré. —Mi prima —sonreí—. ¿Cómo la conoces tú? Por supuesto, ya conocía la respuesta. El novio de Sarah y Caleb fueron hermanos de fraternidad en la universidad. La noche de la fiesta de Katine había ido con ellos. Escuché mientras explicaba la conexión.

Su acento era sexy. Cuando seguimos al mesero a la mesa, puso su mano en mi baja espalda. Era familiar y posesivo. Eso me gustó. Me pregunté si habría hecho eso de ser la primera vez que nos encontrábamos. —¿Sabes cómo me convenció Sarah de venir a esta cita a ciegas? —preguntó. Sacudí mi cabeza. —Me dijo que tenías buenas piernas. Sonreí y mordí mi labio. —¿Y? —Las extendí de debajo de la mesa, tobillos juntos. Mi vestido era peligrosamente corto. Por supuesto que sabía que le gustaban un buen par de piernas. Había exprimido al estúpido novio de Sarah por una hora para averiguar todo lo que pude de él. Él sonrió. Me miró a los ojos cuando dijo: —Nada mal. Sentí el cosquilleo hasta la punta de mis pies. Esa era la mirada que esperaba. A la mañana siguiente, desperté en su cama. Estirándome, miré alrededor de su habitación. Mis músculos estaban lujuriosamente adoloridos. No había sido inclinada en tantas posiciones desde que había sido una gimnasta en la escuela. Oí la lluvia en el baño, y giré para ver si podía observarlo a través de la puerta abierta. Podía. La noche anterior pasamos tres bebidas y la cena sin una pausa en la conversación. Era como hablar con alguien que había conocido por años. Estaba tan cómoda con él, y supuse que él conmigo, porque respondió todas mis preguntas sin dudar. Cuando dejamos el restaurante, no había duda de si me iría o no a casa con él. Subí a su convertible y conducimos la pequeña distancia de 15 minutos a su departamento. Nuestro rastro de ropa empezaba en la puerta delantera y terminaba a los pies de su cama, donde juguetonamente tiramos lo último que estaba usando. Sería lindo poder culpar al alcohol de mi audacia, pero a decir verdad, ambos habíamos dejado de beber antes de comer. Lo que pasó… pasó sin influencia del licor. Cuando Caleb salió de la ducha, aún estaba sostenida en mi codo. No hice acuso de haberlo estado mirando. Pasó la toalla por su cabello, haciendo que se parara. Sonreí ampliamente y golpeé el lado de la cama.

Soltándo la toalla, se trepó junto a mí. —¿Aún estás triste? —pregunté, poniendo mi barbilla en su pecho. Se rindió con una media sonrisa y tomó mi nariz. —Estoy sintiéndome un poco mejor. —Oooh, un poco mejor… —Me burlé de su acento y comencé a salir de la cama. Me tomó de los tobillos y me empujó a él de nuevo. —Mucho mejor —ofreció. —¿Quieres hacerlo una vez más y luego ir a almorzar? —pregunté, trazando su pecho con mis dedos. —Depende —dijo él, tomando mi mano. Esperé que continuara sin añadir el típico «¿de qué?» —No estoy buscando nada serio, Leah. Aún mi cabeza es un desastre por… —¿La última chica? —sonreí y me incliné a besarlo—. Lo que sea —dije contra su boca—. ¿Me veo como la clase de chica que busca compromiso para ti? —Te ves como problemas —sonrió—. Cuando crecía, mi madre solía decir que nunca confiara en una pelirroja. Fruncí el ceño—. Sólo hay dos razones por las que diría algo así. Caleb levantó sus cejas—. ¿Y esas razones son? —O tu padre durmió con una, o ella lo es. Observé su sonrisa torcida, llegó a sus ojos esta vez. —Me gustas — dijo. —Buen movimiento, Boy Scout. Buen movimiento.

Traducido por Apolineah17 , Eni y ElyCasdel

D

os días después de que Caleb se fue por su viaje de negocios, mi madre empaca sus cosas y me informa que ella también se va.

—No puedes estar hablando en serio —digo, viendo como cierra su maleta—. Dijiste que querías quedarte y ayudar. —Hace demasiado calor —dice, tocando ligeramente su cabello—. Sabes que odio los veranos aquí. —¡Tenemos aire acondicionado, mamá! Necesito tu ayuda. —Vas a estar bien, Johanna. Noto el leve temblor en su voz. Ella se está sumiendo en una de sus depresiones. Courtney era la única que sabía cómo lidiar con ella cuando se ponía así. Yo siempre parecía empeorarlo. Pero, Courtney no está aquí, yo lo estoy. Lo que hacía a mi querida madre mi responsabilidad. Me encogí de hombros.

—Está bien, vamos a llevarte al aeropuerto. De todos modos, Caleb regresa a medianoche. Deja su huida a casa para su Michigan McMansion y languidece, reventando pastillas en su boca como caramelos Tic Tacs. En el camino de regreso del aeropuerto, enciendo la radio y me siento como un pájaro fuera de su nido por primera vez. Estella empieza a gritar desde su asiento del coche a los cinco minutos de mi felicidad. ¿Qué significa eso? ¿Tiene hambre? ¿Se enferma en el auto? ¿Está mojada? Casi había olvidado que ella estaba allí… aquí… en este planeta… en mi vida. Hago algunos ejercicios de Kegel2 y pienso con amargura en Caleb, Caleb libre de la bebé, quien está disfrutando del sol en las Bahamas, bebiendo tragos de su maldito whisky Bruichladdich y comiendo pasteles de cangrejo. No es justo. Necesito una niñera, ¿por qué no puede verlo? Caleb es tan estricto para lo que es correcto e incorrecto. Con todos sus valores anticuados, debería haber sabido que él insistiría en que me quedara en casa y la criara yo misma. Es como un niño explorador. ¿Quién cría ahora a sus propios hijos? Gente pobre, ellos son quienes lo hacen, porque no pueden darse el lujo de conseguir ayuda. Me muerdo el labio y subo el volumen de la radio para ahogar el llanto. Ahora suena como una pequeña y estridente alarma, pero ¿qué pasará en unos meses cuando sus pulmones sean más fuertes? ¿Cómo voy a soportar ese ruido? Estoy tratando de averiguar la manera de conseguir que ella deje de llorar cuando algo amarillo llama mi atención. Para aclarar, el amarillo es un color terrible. Nada bueno viene de un color que representa las yemas de huevo, la cera de oídos y la mostaza. Es el color equivalente a una enfermedad; llagas supurando y granos con pus, dientes manchados de nicotina. Nada, nada, nada debería de ser color amarillo, y es precisamente por eso que volteó mi cabeza para ver. Inmediatamente, giró mi auto hacia el carril derecho y le doy la vuelta al volante como si estuviera en las tazas de té de Disney World. Coros de bocinas sonando mientras atravieso dos carriles de tráfico para llegar al centro comercial. Ruedo los ojos. Hipócritas. Conducir en Florida me recuerda a navegar en una tienda de comestibles llena de gente, ya sea que estés atascado detrás de un viejo estúpido que camina de manera 2

Los ejercicios de Kegel o ejercicios de contracción del músculo pubocoxígeo, son unos ejercicios destinados a fortalecer los músculos pélvicos.

perezosa a lo largo de una milla por hora, o que estés siendo empujado dentro de un escaparate de cereales por un vándalo. Soy una buena conductora, así que ellos pueden joderse. Sigo la señal amarilla hacia un pequeño centro comercial y echo un vistazo a los escaparates vacíos mientras mi auto atraviesa lentamente el estacionamiento. Anuncios doblados de vacantes cuelgan de la mayoría de las ventanas. Los antiguos nombres de las tiendas que siguen clavados sobre las puertas son un deprimente recordatorio de que una recesión está atravesando todo el país. Señalo con los dedos en forma de pistola hacia donde solía estar un salón de belleza y aprieto el gatillo imaginario. ¿Cuántos pequeños sueños han golpeado el polvo en este agujero de centro comercial lleno de mierda? En la esquina derecha cerca de un enorme basurero, se encuentra la guardería Sunny Side Up. Estaciono mi carro debajo del mugriento letrero color yema de huevo y golpeo mis dedos sobre el volante. ¿Hacerlo o no hacerlo? Bien podría echar un vistazo. Salgo del auto, dirigiéndome hacia la puerta, y recuerdo que hay un bebé en el carro. Desgraciados e hijos de puta. Retrocedo, asegurándome de que nadie ha visto mi error y me subo nuevamente con lentitud para desbloquear el asiento del auto de Estella. Afortunadamente está en silencio mientras la cargo a través de las puertas de la guardería Sunny Side Up. Lo primero que noto es que cualquiera puede entrar a este establecimiento de mierda y robar un niño. ¿Dónde están las puertas cerradas con llaves electrónicas? Veo a la recepcionista. Es una veinteañera desaliñada que lleva sombra azul sobre los opacos ojos marrones. Quiere un novio. Lo puedes decir por su excesivo uso de perfume y escote. Tiene delineador de ojos en el parpado inferior. Todo el mundo sabe que no pones delineador sobre el parpado inferior. —Holaaa —chilló alegremente. Ella me sonríe y levanta las cejas—. Necesito hablar con la directora —digo en voz alta, solo en caso de que sea tan lenta como parece. —¿De qué se trata? ¿Por qué la gente siempre dota de imbéciles sus recepciones? —Bueno, tengo un bebé —espetó— y esto es una guardería. Su nariz se tuerce. Es la única indicación de que absolutamente la he cabreado. Golpeó mi pie sobre el linóleo mientras ella llama a la directora de la guardería. Echo un vistazo alrededor mientras espero. Paredes de color amarillo pálido, con brillantes soles anaranjados pintados sobre ellas, una manchada alfombra azul salpicada con los

cereales Cheerios de esta mañana. La directora aparece unos minutos más tarde. Es una rubia en crisis de la mediana edad que lleva una playera de Elmo Cosquillas, zapatos Keds rosas y dos implantes de pecho del tamaño de un melón. La veo con asco y finjo una sonrisa. Antes de que pueda decir una palabra, ella dice: —Guau, esa es una recién nacida. —Fue prematura —miento—. Es mayor de lo que parece. —Soy Dieter —dice, tendiéndome la mano. La tomo y la estrecho. —¿Te gustaría un recorrido por Sunny Side? Quiero decir, «Demonios, no», pero asiento educadamente, y Dieter me guía a través de un conjunto de puertas dobles que se abren con una tarjeta de acceso. El lugar está sucio, incluso Dieter puede verlo. Cada habitación tiene su propio olor único a pipí, que va desde —Oh, Dios mío— un sutil pipí a un combo de pipí. Ya sea que Dieter sea inmune al olor, o está eligiendo ignorarlo. Yo apenas puedo contener mi arcada. Ella recalca la relación niño/cuidador, que va de seis a uno y señala alegremente un salón de cantores niños de cuatro años todos los cuales tienen mocos goteando de la nariz. Compartir es bueno. —Nuestro equipo de juego es nuevo, pero por supuesto tu pequeña no necesitará eso por un tiempo. —Ella abre una puerta señalada como «Pequeños» y entra. Inmediatamente, soy recibida con múltiples voces infantiles todas ellas rebuznando como pequeños burros bebés. Es bastante perturbador y casi al instante, Estella se despierta y se une al coro de asnos. Balanceo su asiento de auto de atrás hacia adelante, y sorprendentemente, su llanto disminuye hasta que está nuevamente en silencio. Está limpio. Le concederé eso a Dieter. Hay seis cunas recargadas contra las paredes. Cada una tiene un Muppet de ganchillo colgando de ella. —Acabamos de despedirnos de uno de nuestros bebés —Dieter me dice—. Así que tenemos espacio para la pequeña… —Estella —sonrío.

—Esta es la señorita Misty —dice, presentándome a la cuidadora. Le sonrió a la otra chica regordeta, aprieto otra mano con esmalte de uñas desgastado. Al final, decido dejar allí a Estella para una prueba. Como Dieter sugiere. —Sólo por un par de horas para ver cómo te sientes —dice ella. Me pregunto si eso es normal, dejando a tu bebé con extraños para ver cómo te sientes. Podría cortarme a mí misma con un cuchillo y no sentiría nada. Asiento con la cabeza. —Nunca la he dejado con nadie más —digo. Es la verdad… casi. Dieter asiente con simpatía. —Cuidaremos bien de ella. Sólo necesito que llenes unos documentos en la recepción. Le tiendo el asiento de auto a la señorita Misty, hago un espectáculo besando a Estella en la frente, y entonces corro al carro para traer la pañalera que una buena madre habría llevado con ella. Treinta minutos más tarde, finalmente soy libre, libre de la barriga insufrible, libre de la bebé ruidosa… libre, libre, libre. Justo en ese momento mi teléfono suena. Lo recojo del asiento del pasajero donde lo había aventado antes y veo que Caleb me está llamando. Sonrío muy a pesar de mí misma. Todavía hoy, cuando Caleb llama siento mariposas en el estómago. Estoy a punto de contestar cuando me doy cuenta de que probablemente llama para preguntar por Estella. Me muerdo el labio y lo envío a correo de voz. Nunca puedo decirle lo que acabo de hacer. Él probablemente saltaría al primer vuelo disponible y entraría a Miami sosteniendo los papeles del divorcio. Tal vez incluso se contactaría con ella para que le redacte los documentos formales. Sé que estoy siendo irracional y que no ha hablado con ella desde que mi juicio terminó hace un año y medio, pero los pensamientos de esa bruja de cabello negro azabache me fastidian todos los días. Empujo los pensamientos de mi juicio y mi abogada al fondo de mi mente para retomarlos después. Estoy determinada a disfrutar de mi tiempo libre-del-bebé. Me detengo en casa para cambiarme los pantalones vaqueros y ponerme algo elegante. Elijo unos pantalones de lino blanco y una blusa Gucci de mi viaje de compras, y me calzo unos adorables zapatos. En el momento en que estoy de regreso en mi carro y a medio camino del restaurante, me doy cuenta que olvidé mi celular en el mostrador de la cocina. Me reúno con Katine y algunos de nuestros amigos para comer sushi y beber sake. Cuando entró en el restaurante, todos ellos claman a mí alrededor como si me hubiese ido por un año. Lanzo besos al aire para cada uno de ellos. O Katine les ha advertido

que no me pregunten sobre la bebé, o a ellos no les importa porque ninguno menciona una palabra sobre ella. Una parte de mi esta aliviada porque si hubiese tenido que hablar de mis sentimientos como una nueva mamá, me habría echado a llorar…aunque hay una ligera molestia allí, también. Incluso si Estella se ha convertido en un tema prohibido, ellos al menos deberían preguntar cómo me estoy sintiendo. Lo dejo pasar. Bebo cuatro de esas mini copas de sake y luego pido vino. Katine levanta su copa hacia mí. —¡Por tenerte de vuelta! — brama ella, y todos tomamos una copa. Me siento de maravilla. Estoy oficialmente de regreso, aunque ha sido una década difícil. Desde mi neblina inducida por el sake, prometo hacer de mis treinta los mejores años de mi vida. A las tres en punto el almuerzo se ha terminado y todos nosotros estamos borrachos, pero no listos para regresar a casa. —Entonces —me susurra Katine cuando finalmente salimos del restaurante—. ¿Dónde está la niña? —En la guardería —suelto una risita y cubro mi boca con mi mano. Katine me guiña el ojo con complicidad. Ha sido su idea después de todo. —¿Lo sabe Caleb? —pregunta ella. La miro como la rubia tonta que es. —¿En serio, Katine? ¿Estaría usando esto si Caleb supiera que su preciosa pequeña esta al cuidado de un extraño? —Serpenteo mi anillo de matrimonio hacia ella. Ella ensancha sus ojos y frunce sus labios como si no me creyera. —Vamos. Caleb nunca te dejaría, es decir, él tuvo su oportunidad con esa chica Olivia y… —Ella pone su mano sobre su boca y me mira como si hubiese dicho demasiado. Me detengo en seco, lista para abofetearla. Esa perra. Cómo se atreve siquiera a nombrarla. Estoy sin aliento, llena de sake y de rabia cuando digo—: Caleb nunca consideró dejarme. Ella no era nada. No vayas por ahí diciéndole a la gente esas mentiras, Katine.

Sé que mi cara esta roja. Puedo sentirla ardiendo bajo el resentimiento. Las cejas de Katine se desequilibran. Se hunden hacia abajo, dando la impresión de que ella esta sinceramente apenada. —Yo…lo siento —tartamudea ella—. No quise insinuar nada con eso. Conozco demasiado bien a esa bonita, diabla rubia para creerme sus disculpas merecedoras de un Emmy. Le doy una mirada desdeñosa y ella me sonríe con una dulzura empalagosa. —Sólo quise decir que él te ama. Ni siquiera ese pedazo de trasero caliente podría alejarlo de ti. Ahora estoy furiosa. Una cosa era mencionar el nombre de esa basura, pero darle crédito a su belleza cruza la línea de la amistad/lealtad. —Leah, espera —ella me llama cuando me marcho echando humo por las orejas. No espero escuchar su excusa, su favorita diciendo que ella es de Rusia y no siempre entiende la manera correcta de expresarse ya que el inglés es su segunda lengua. He escuchado todas ellas antes, y conozco a mi escurridiza mejor amiga. A ella le gusta endulzar las difamaciones, calumnias e insultos solapados. Eres tan valiente por usar esa falda, a mí me daría miedo que mi celulitis se viera. Katine es bulímica y no tiene ni un punto de celulitis. Así que, obviamente ella se estaba refiriendo a mí. Katine Reinlaskz es tan divertida como un mono en un zoológico, pero ella se cruzaría y te rompería en pedazos. Nuestra relación, la cual ha existido desde la secundaria, ha sido un violento tirón de guerra para ver quien poseía las cosas más valiosas. Mi primer auto costo sesenta mil, el de ella ochenta. Mis dulces dieciséis tuvo trescientos invitados, el de ella cuatrocientos. Gané con Caleb, sin embargo. Katine se ha divorciado dos veces. La primera fue una boda en Las Vegas, la cual duró aproximadamente veinticuatro horas antes de que fuera anulada, y la segunda fue con un magnate de petróleo de cincuenta años que terminó siendo un completo tacaño después que ya se habían casado. Ella gotea envidia cuando se trata de Caleb: guapo, rico, caballeroso, sexy Caleb. El sueño de toda chica y es mío. Aprovecho cada oportunidad para hacer alarde de mi mayor triunfo en la vida, pero desde ese problema con Olivia, la envidia de Katine ha sido reemplazada por petulancia. Ella incluso una vez tuvo el descaro de decirme que admiraba las agallas de Olivia. Tomo cortos pasos agitados hacia mi carro, teniendo cuidado de no caerme, y me deslizo en el asiento del conductor. El reloj del salpicadero marca las seis en punto. No estoy en condiciones de conducir, pero ni siquiera tengo mi celular para llamar a alguien para que me recoja. ¿Y a quién podría llamar, de todas maneras? Mis amigos

están igual de borrachos y los que no están aquí levantarían sus cejas y chismearían si me vieran en este estado. De repente, me acuerdo de Estella. —Mierda —golpeo mi mano contra el volante. Se suponía que debía recogerla a las cinco, y no tengo manera de llamar a la guardería. Enciendo el carro y doy reversa sin mirar. Oigo la bocina de un carro y el chirriante crujido del metal. Ni siquiera necesito mirar para saber que es grave. Salto inestablemente del asiento del conductor y voy hacia la parte trasera del auto. Un Ford viejo esta doblado alrededor de la defensa de mi Range Rover. Luce casi cómico. Reprimo mis ganas de reír, y después tengo que reprimir las ganas de llorar porque veo las luces parpadeantes azules y rojas de un carro de policía acercándose a nosotros. El conductor es un hombre mayor. Su esposa está sentada en el lado del pasajero, agarrándose firmemente su cuello. Pongo mis ojos en blanco y cruzo mis brazos sobre mi pecho, esperando la inevitable llegada de la sirena de la ambulancia lo que significa felices litigiosos oportunistas. Me inclino hacia abajo para poder ver a la vieja bruja. —¿De verdad? —digo a través de la ventana—. ¿Le duele su cuello? Como era de esperar, una ambulancia sigue a la patrulla de policía en el estacionamiento. Los médicos saltan de la cabina y corren hacia el Ford. No logro ver lo que pasa después porque un oficial de aspecto perverso se acerca a mí, y sé que tengo sólo segundos para estabilizarme y actuar sobria. —Señora —dice él encima de sus lentes oscuros—. ¿Se da cuenta que usted los chocó dando marcha atrás sin siquiera mirar? Yo vi como paso todo. ¿De verdad? Estaba sorprendida de que él pudiera ver algo a través de sus gafas de sol aspirantes a las de Blade. Sonrío inocentemente. —Lo sé. Estaba en estado de pánico. Tengo que recoger a mi bebé que esta con su niñera —miento—, y estoy retrasada. Muerdo mi labio porque generalmente excito a los hombres cuando lo hago. Él me mira por un minuto, y ruego para que él no huela el licor en mi aliento. Veo sus ojos desviarse hacia el asiento de atrás donde está situada la base del asiento del coche de Estella.

—Necesitaré ver su licencia y registro —dice él finalmente. Este es el procedimiento normal, hasta ahora, todo bien. Pasamos a través del proceso del accidente del cual estoy muy familiarizada. Veo a la anciana siendo cargada hasta la ambulancia, y observo como ellos se alejan conduciendo con las luces parpadeando. Su esposo, lo suficientemente despiadado, se queda detrás para cuidar de sus asuntos. —Malditos farsantes —susurro en voz baja. El oficial me lanza una media sonrisa, pero es suficiente para darme cuenta de que él está de mi lado. Avanzo furtivamente hacia él y le pregunto cuándo podre irme para ir a buscar a mi hija. —Fue muy difícil dejarla —le digo—. Tuve una cena de negocios. —Él asiente como si entendiera. —Le expediremos una multa—teniendo en cuenta que el accidente fue su culpa — dice él—. Después de eso estará libre para irse. Respiro de alivio. La grúa viene y hace una maniobra para separar los vehículos. El daño de mi Range Rover es mínimo en comparación con el Ford, el cual está prácticamente doblado por la mitad. Me dicen que el seguro Bernhard se pondrá en contacto con el mío, y estoy bastante segura que ellos también contrataran un abogado en los próximos días. Me retiro de mi lugar; aliviada de que el Rover está conduciendo de la misma manera como lo dejé cuando lo estacioné. De un lado de la defensa esta abollado y tiene algunos rasguños de menor importancia, mi carro costoso salió ileso. Pero, mejor aún, yo salí ilesa. Pude haber sido arrestada y procesada por conducir bajo la influencia de alcohol. Gracias a una gran actuación y a un policía embelesado, estoy saliendo de esto con costos menores. Me siento casi sobria mientras conduzco cuidadosamente hacia la guardería Sunny Side Up. Cuando estaciono en el estacionamiento, esta vacío. Le echo un vistazo nerviosamente al reloj en el salpicadero. Son las siete y diez. Alguien debió haberse quedado hasta tarde con ella. Ellos probablemente estarán enojados, pero seguramente después que les explique lo que pasó con el teléfono y el accidente, entenderán. Oprimo el timbre de la puerta antes de notar que todo está completamente oscuro adentro. Presionando mis manos contra el vidrio, miro de cerca. Vacío. Bajo llave; cerrado. Entro en pánico. Es la clase de pánico que sentí cuando aprendí que podría ir a la cárcel por fraude farmacéutico. El pánico que sentí mientras estuve de pie en frente del juez esperando escuchar el veredicto de

«culpable» que me daría veinte años en una prisión estatal. Es puro pánico egoísta. El «Caleb se va a divorciar de mí por perder a su hija» pánico. He sido madre por menos de dos semanas, y ya perdí a mi bebé. Esa es la mierda que te trae Nancy Grace. Odio a esa perra rubia. Caminado adelante y atrás en la entrada, contemplo mis opciones. Podría llamar a la policía. Digo, ¿cuál es la política con los padres que se olvidan de recoger a sus hijos en la guardería? ¿Los envían a servicios sociales? ¿El dueño se los lleva a casa? Lucho por recordar el nombre de la directora, Dieter. ¿Si quiera me dijo su apellido? Como sea, necesito un teléfono y rápido. Conduzco a casa como si fuera Rápido y Furioso, y dejo el auto mal estacionado en la calle. Mi urgencia es audible cuando corro hacia la puerta, no preocupándome por cerrarla, y me dirijo al mostrador de la cocina donde dejé mi teléfono. No está ahí. Mi cabeza se pone borrosa. Estaba muy segura de que ahí lo dejé. Voy a tener una resaca de muerte mañana. ¡Piensa! Por primera vez, por primera vez me arrepiento de no tener teléfono fijo. ¿Quién necesita un teléfono fijo ya? Recuerdo diciéndole eso a Caleb justo antes de deshacernos de él. Giro para dirigirme a las escaleras, y mi corazón se embarga de sorpresa. —¿Buscas esto? Caleb está recargado en el marco de la puerta mirándome. En su mano está mi precioso iPhone. Estudio su rostro. Parece calmado, eso significa que no sabe que no tengo a Estella conmigo, o tal vez piensa que está con mi madre. No le he dicho que la recogí en el aeropuerto esta mañana. —Llegas temprano —digo con genuina sorpresa. No sonríe o me agradece con su usual calidez, en su lugar tiene sus ojos fijos en mi rostro, el teléfono está entre sus dedos y lo extiende hacia mí. Doy unos pasos precavidos hacia él, siendo cuidadosa de no mostrar mi temblor restante. Caleb me lee como una novela infantil. Me pongo de puntillas para darle un rápido beso en la mejilla ante de agarrar el teléfono de sus dedos. Ahora si solo pudiera salir, sería capaz de pensar en algo, llamar a alguien… ¡ENCONTRAR AL BEBÉ! Regreso unos pasos.

—Perdiste una llamada. Catorce, de hecho —dice Caleb casualmente, demasiado casualmente, como la calma antes de la tormenta. El gruñido sordo antes de que el aullido del lobo salga de tu tráquea. Trago. Hay arena en mi garganta y me estoy ahogando… sofocando. Mis ojos viajan por la habitación. Dios ¿qué sabe? ¿Cómo voy a arreglar esto? —Aparentemente, olvidaste recoger a Estella de la guardería… —Su voz se apaga. Una mano invisible abre mi mandíbula y vierte miedo por mi garganta. Me ahogo con ello. —Caleb… —comienzo. Él levanta la mano para detenerme, y lo hago porque ni siquiera estoy segura de qué excusa dar. Abandoné a nuestra hija en una desastrosa guardería porque… Mierda. No soy tan creativa. Mi mente viaja por todas las posibles excusas. —¿Está…está aquí? —susurro. La parte más expresiva de Caleb es su mandíbula. La uso para leer sus emociones. Es cuadrada, varonil, solo suavizada por sus enormes labios. Cuando su mandíbula está contenta contigo, quieres trazarla con la yema de tus dedos, alcanzarla con la punta y poner besos en toda ella. La mandíbula está enojada conmigo. Sus labios son blancos de enojo y están presionados. Tengo miedo. Caleb no dice nada. Esto es un modo de pelea. Sube a la habitación con su enojo y espera que explotes con una confesión. Nunca ha estado violento con una mujer un solo día en su vida. Pero apuesto mi vida a que esa pequeña puede orillarlo a hacer cosas que nunca había considerado. Cometo el error de mirar hacia las escaleras. Eso realmente lo enfada. Se separa de la pared y camina hacia mí. —Ella está bien —dice entre dientes—. Regresé temprano porque estaba preocupado por ti. Obviamente, no eras la única por la que necesitaba preocuparme. —Solo fueron unas horas —me apresuro a decir—. Necesitaba un tiempo sola, y mi mamá solo se fue y me dejó… Me estudia por unos latidos, pero no porque está midiendo la verdad en mis palabras. Se está preguntando cómo pudo casarse con alguien como yo. Puedo ver su total decepción. Eso rasguña la auto- santurronería que estoy acunando en mi pecho. Eso

me hace sentir como un fracaso. Bueno, ¿qué esperaba, que iba a ser una buena madre? ¿Qué encajaría en un rol que no entiendo? No sé qué hacer. El alcohol sigue en mi cerebro, y todo en lo que puedo pensar es en el hecho de que va a dejarme. —Lo siento —susurro, mirando al piso. Actuar contrita es un golpe bajo, especialmente desde que me siento culpable por ser atrapada en este hecho. —Estás perdonada por ser atrapada —responde. Mi cabeza se levanta de golpe. ¡Maldito lector de mentes! ¿Cómo se atreve a pensar lo peor de mí? ¡Soy su esposa! Para bien o para mal, ¿cierto? O ¿lo peor se refiere a la situación y no a la personas? —Dejaste a tu hija recién nacida con completos extraños. ¡No había comido en horas! —¡Había leche materna en la pañalera! —discuto. —¡No lo suficiente para siete horas! Bajo la mirada a los azulejos. —No me di cuenta —digo, derrotada. ¿En serio estuve lejos tanto tiempo? Siento una oleada de enojo de autosuficiencia. ¿Fue mi culpa no haber estado adherida a una dicha paternal como él lo estuvo? Abro la boca para decirlo, pero me corta. —No, Leah —advierte—. No hay excusas para esto. Si tuviera un poco de sentido, la tomaría y me iría. —Gira y camina hacia las escaleras. Mis pensamientos se difuminan mientras mi enojo crece. —¡Es mía! Se detiene. Es abrupto, como si mis palabras le hubieran rociado de hielo las piernas. Cuando regresa, su cara es roja. —Haz algo así de nuevo, y lo estarás gritando en la corte. Siento que mi pecho se levanta mientras su amenaza me envuelve como un viento frío. Lo dice en serio. Caleb nunca me ha hablado con esa frialdad. Nunca me ha

amenazado. Es la bebé. Ella lo está cambiando, poniéndolo en mi contra. Se detiene justo antes de llegar a las escaleras. —Voy a contratar una niñera. Las palabras que quería, pero ahora no se sienten como una victoria. Caleb está concediendo la niñera porque ya no confía en mí, su esposa. De pronto, ya no la quiero. —No —digo—. Puedo cuidarla. No necesito ayuda. Me ignora, subiendo las escalera de dos en dos. Lo sigo por detrás, decidiendo si quiero ser tranquila o agresiva. —Cometí un error, no pasará de nuevo —digo, tomando la ruta de tranquila—. Y, no puedes tomar esa decisión solo, también es mi hija. —Un punto de agresión en buena medida. Está en nuestra habitación, estirado hacia su mesa de noche. Saca su «pequeño libro negro» en el que he fisgoneado algunas veces. Lo sigo a su oficina, donde desconecta su celular del cargador. —¿A quién estás llamando? —demando. Apunta a la puerta, diciéndome que salga. Permanezco firme; abrazándome, el dolor se enrosca en mi estómago. —Hola —dice al auricular. Su voz es íntima, insultante. Obviamente está términos acogedores con la persona del otro lado. Siento un escalofrío golpear mi espina. Solo hay una persona que pone su voz así de suave, pero ¿por qué la llamaría? Ríe por algo que la persona ha dicho y se recarga en su silla. Oh-Dios-oh-Dios. Me siento enferma. —Sí, así es —dice divertido—. ¿Puedes hacer que suceda? —Se detiene y escucha—. Confío en quien sea que mandes. No… no… no tengo problema con eso. De acuerdo entonces, ¿mañana? Sí, te mando la dirección, oh ¿te acuerdas? —Sonríe irónicamente—. Te llamo entonces. Salto a la acción tan pronto como cuelga. —¿Quién era? ¿Era ella?

Se detiene en su chequeo de papeles y me mira curiosamente—. ¿Ella? —Sabes de quién estoy hablando. Nunca hablamos de eso, ella. Los músculos de su mandíbula se tensas. Tengo la urgencia de arrastrarme debajo de su escritorio y esconder mi cabeza entre las rodillas. ¿POR QUÉ DIJE ESO? —No —dice, retomando su evasiva—. Era una vieja amiga que tiene una agencia de niñeras a las afuera de Boca. Alguien vendrá a verme mañana. Mi mandíbula cae. Otro secreto parte de su vida del que no sé nada. ¿Cómo en el infierno está conectado con alguien que tiene una agencia de niñeras? —Es basura—digo, pisando fuerte—. ¿Al menos me vas a dejar conocerla? Caleb se encoje de hombros. —Tal vez, además asumo que vas a tener resaca mañana… Me encojo internamente, siempre lo sabe. Ve todo. Me pregunto si es por mi aliento, o si de alguna forma ha visto el golpe del choque en el carro y lo supuso. No me interesa preguntar. Salgo rápido de la habitación sin explicar y subo las escaleras corriendo. Me paro en la puerta de nuestra habitación y miro abajo, hacia el vestíbulo. Siento remordimiento por algo. ¿Debería ir a verla? Prácticamente la abandoné hoy. Por lo menos debería asegurarme de que está bien. Estoy agradecida de que no es lo suficientemente grande como para darse cuenta de lo que hice. Los niños toman las cosas en tu contra. Caminado silenciosamente por el pasillo, empujo la puerta del cuarto de niños para abrirla con mi dedo y entrar. No sé por qué me siento tan culpable al mirar a mi propia bebé, pero lo hago. Cruzo el espacio hasta su cuna, conteniendo el aliento. Está dormida. Caleb la ha bañado y envuelto, además ha logrado liberar una mano y está chupándola. Puedo olerla desde donde estoy, el jabón de lavanda que Caleb le compró mezclado con olor a avena de bebé nuevo. Bajo un dedo y la toco primero, y luego salgo de la habitación.

Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

—¿P

or qué tienes esto? —Levanté un litro de helado que había estado allí en su congelador desde que nos conocimos. Eran uno de cereza. Abrí la tapa y vi que estaba medio comido con una caso grave de quemaduras por congelación—. No te gustan las cerezas. ¿Puedo botarlo? Calen se levantó del sofá donde estaba viendo TV y tomó el envase de mi mano. Pestañeé sorprendida hacia él. Nunca había visto a un hombre moverse tan rápido por un helado. —Déjalo —dijo. Lo miré ponerlo detrás de un par de carnes congeladas y cerrar la puerta. —Eso no fue para nada raro —dije. El lucía seriamente desorientado por un minuto antes de tomar mi mano y llevarme al sofá. Comenzó a besar mi cuello, pero mi mente todavía estaba en el helado —¿Por qué no nos mudamos juntos? —le pregunté casualmente. El hizo una pausa de lo que estaba haciendo y descansó su frente en la curva de mi cuello.

—No —dijo él. —¿No? ¿Por qué no? Hemos estado saliendo por nueve meses. Estoy prácticamente aquí todas las noches. Él se sentó y corrió sus dedos por su cabello, lo que lo pone de punta. —¿Pensé que lo que teníamos no era nada serio? Mis ojos se desorbitaron. —Sí, al principio. ¿No crees que esto es serio? Hemos sido exclusivos durante cinco meses ahora. Eso no era verdad. Había sido exclusiva desde el día en que lo conocí. Yo no había ni visto a otro hombre desde el yate. Caleb admitió que había salido a otras citas, pero al final, siempre aterrizaba de nuevo en mi cama. ¿Qué podía decir? Sexualmente, era una fuerza a tener en cuenta. Obviamente, no una fuerza suficiente. —¿Por qué esta ese helado en tu refrigerador? —Allí es donde mantienes el helado —dijo secamente. Caleb tenía una cicatriz cerca de su ojo. Traté de que viera a mi cirujano plástico pero se rehusó. Las cicatriz deben quedarse donde el destino las puso, había dicho. Me reí en el momento. Era una de las cosas más ridículas que había escuchado. Ahora, mirando a mí casi novio, sabía que tenía razón. Las cicatrices deben ser removidas. Sobre todo la de los helados. Extendí mi mano y recorrí mi dedo a través de ella. No sé donde obtuvo la cicatriz. Nunca he preguntado. ¿Qué otra cosa no sé acerca de él? —¿Era de ella? Muy poco hablamos de su ex, pero cuando lo hacíamos, el humor de Caleb se volvía distante y frío. Normalmente, trataba de evitar el tema, no queriendo parecer la nueva novia celosa, pero si el chico no pudo deshacerse de su helado... —¿Caleb? —Me arrastró en su regazo y me siento a horcajadas—. ¿Fue ella? No podía escapar de mí, así que optó por mirarme directamente a los ojos. Eso siempre me ponía nervioso. Caleb tenía los ojos muy intensos, el tipo de ojos que llegaba hasta tus pecados.

Suspiro—. Sí. Yo estaba un poco sorprendida de que en realidad lo admitirá. Me moví incómoda en su regazo, no estoy segura si debo pedir las inevitables preguntas de seguimiento. —Bien —dije, esperando que me diera una clase de explicación—. ¿Podemos hablar de esto? —No hay de qué hablar —dijo con contundencia. Yo sabía lo que eso significaba. El significado de no hay nada que hablar «no puedo hablar de ello porque todavía me duele» Y «no quiero hablar de eso porque no he tratado con ello todavía». Sacando mi pierna, me deslizo fuera de su regazo y en el sofá. Me sentía como una delgada hoja de papel. Soy experimentada en el arte de los hombres, y sé por experiencia que nada puede competir con un recuerdo. Es inusual para mí no ser el recuerdo, así que no estaba seguro de cómo actuar. —¿No soy lo suficientemente para ti? —le pregunté. —Eres más que suficiente —dijo seriamente—. Estaba completamente vacío hasta que llegaste. Normalmente, algo como esto viniendo de cualquier otro hombre sonaría cursi… cliché. He salido con poetas y músicos, los cuales eran lo suficientemente dotados verbalmente para ponerme la piel de gallina, aunque ninguno lo había hecho. Pero sentí una calidez saturar mi corazón cuando Caleb lo dijo. —Pero, te dije desde el comienzo que no estoy listo. No puedes arreglarme, Leah. Registré lo que dijo, pero no le creí. Por supuesto que podría arreglarlo. Me acababa de decir que llené su vacío. Lo que no quería pensar era en quien había creado ese vacío… y cuán grande era ese vació que ella había dejado. —No estoy tratando de arreglarte —dije—. Pero, estoy desarrollando sentimientos reales por ti, y tu básicamente me rechazas por un helado. Él se rio y me volvió a su regazo. —No me mudo con nadie hasta que me case —dijo.

No había escuchado a nadie decir esto desde que tenía quince y mis padres me forzaron ir al campamento bíblico. —Estupendo —dije—. Y yo no duermo con nadie hasta que me case. Caleb me dio su mirada de puedo tener cuando quiera, y me puse tan nerviosa que no sabía si darle un beso o ruborizarme. Él juega mejor que yo en mi juego de seducción. Poder, pensé con sólo medio interés porque me estaba besando. Él tiene poder sobre mí. No hablamos más del helado a pesar de que cada vez que estaba en las proximidades de la nevera me sentía como la cosa más inferior del mundo. El estúpido helado se convirtió en una parte del cuerpo para mí. Era como si estuviera manteniendo su dedo en el congelador en lugar del helado. Me imaginaba al dedo llevando un esmalte de uñas negro y moviéndose alrededor de la casa cuando no estábamos. Fue después de mi anillo, que lo supe. Las ex-novias tienen una forma de mantener sus dedos en las cosas, mucho después de que se hayan ido. Al principio me preocupó, pero Caleb estaba tan presente en nuestra “no-seria” relación que se me olvidó. Había cosas más importantes compitiendo por mi atención, como mi trabajo en el banco y el drama cotidiano entre mis compañeros de trabajo, y mis próximas vacaciones con Caleb para ir a esquiar a Colorado. Todo necesitaba mi atención. Pasamos otros tres meses sin hablar del dedo. Lo que hicimos fue hablar de nosotros, lo que queríamos, a dónde queríamos ir, con quién queríamos estar. Cuando hablaba de tener hijos, en lugar de salir de la habitación, me senté y escuché con una media sonrisa en la cara. Estábamos en el tercer día de nuestro viaje de esquí cuando el compañero de la universidad de Caleb llamó para decirle que su esposa estaba en trabajo de parto. Tan pronto como colgó el teléfono, él me miró. —Si nos vamos ahora, podemos estar allí mañana por la mañana. —¿Estás loco? ¡Tenemos la cabaña por dos días más! —Soy el padrino. Quiero ver al bebé. —Sí, eres el padrino, no el padre. El día todavía estará allí en dos días. No lo mencionó de nuevo, pero podía decir que estaba decepcionado. Cuando finalmente llegamos al hospital, estaba riendo de oreja a oreja, sus brazos cargados de ridículos regalos.

Cargó ese maldito bebé por treinta minutos antes de que se lo tuviera que regresar a su madre para que lo alimentara. Cuando trató de pasármelo a mí, pretendí tener un resfrío. —Me encantaría —había dicho—. Pero no debería. La verdad era que los bebes me ponían nerviosa. La gente siempre está entregándotelos, tratando de que los sostengas y los arrulles. No quería sostener el engendro de otro. ¿Quién sabe a quién podría estar cargando? El niño podría ser el próximo John Wayne Gacy y nunca lo sabrías. Caleb estaba loco por el bebé. Lo llevó a tener todo un lenguaje infantil y llegó a mí después de un tiempo. Empecé a imaginarme pequeños Calebs con el cabello color arena corriendo por allí. Me gustaría rebobinar un poco a nuestra imagen perfecta. Me gustaría rebobinar un poco a nuestra foto de la boda perfecta y retroceder un poco más a la propuesta romántica que había hecho en la playa. Estaba planeando nuestras vidas y ese dedo maldito estaba todavía en el congelador. Si tan sólo pudiera ver un poco como era ella, tal vez lo entendería. Resulta que no tuve que esperar mucho tiempo.

Traducido por Soñadora y Pachii

M

e despierto con el sonido de una alarma. Está rota, obviamente, porque el sonido no es constante sino cambiante como una sirena. Todo se siente espeso, como si mi cerebro hubiese sido enterrado en miel. Alcanzo la alarma para apagarla, y entonces mis ojos se abren de golpe. Eso no es una alarma. Salto y miro a mi pobremente iluminada habitación, las mantas deslizándose a mi cintura. De acuerdo a mi celular, son las tres de la mañana. El lado de la cama de Caleb no ha sido tocado. Me pregunto si está en la habitación de huéspedes, y entonces lo oigo de nuevo, el sonido de un bebé llorando. Tropiezo hacia su habitación. ¿Dónde está Caleb? Debe estar con ella. Entro en su alcoba y lo veo caminando por la habitación con ella en brazos. Su celular está presionado entre su hombro y oreja y habla rápidamente. La bebé no sólo llora, está gritando como si le doliera algo. —¿Qué…? —Me detengo cuando alza un dedo para callarme. Termina la conversación y tira a un lado el teléfono. —Junta tus cosas, la llevaremos a la sala de emergencias. Asiento, muda, y corro a ponerme algo de ropa. Pantalones de jogging, su remera de Pink Floyd… Corro por las escaleras para encontrarlo en la puerta. Está sujetando a la bebé en su asiento para el auto. No ha dejado de llorar desde que los dejé en su habitación.

—¿Qué está pasando? —digo—. ¿Está enferma? Asiente sombríamente y sale por la puerta con ella. Lo sigo sobre sus talones y salto al asiento de pasajero. Recuerdo las cosas que he leído sobre el sistema inmune de un bebé. Cómo no deberías exponerlo a otros niños, lugares extraños. Mantenerlos en casa hasta que han podido construir anticuerpos contra los virus del aire. Mierda. Va a odiarme aún más. —Tiene una fiebre altísima. Salta al asiento del conductor, encendiendo el motor. —Oh. Me mira de reojo mientras salimos del estacionamiento. ¿Qué fue eso? ¿Frustración? ¿Decepción? No hablo en el recorrido de diez minutos, disparando miradas al asiento trasero donde ella está asegurada. ¿Debería haberme sentado atrás con ella? ¿Cuál es el maldito protocolo para ser una madre? Cuando estacionamos, él salta del auto antes de que yo siquiera pueda abrir mi puerta. El asiento de ella está desatado, y Caleb está a medio camino de las puertas de emergencia antes de que pueda alisar mi cabello. Lo sigo adentro. Está en la estación de enfermeras cuando las puertas automáticas se abren frente a mí. Una de ellas desliza una carpeta con papeles y le dice que los llene. Llego antes de que pueda tomarlos del mostrador. No está en condiciones de llenar papeleo. Lo llevo a una silla y me pongo a trabajar. Puedo ver la preocupación en su rostro mientras habla con la enfermera. Hago una pausa para mirarlo. Es tan raro verlo así –vulnerable, temeroso— los costados de su boca llena hacia abajo mientras asiente a algo que ella dice y mira a la bebé. Me mira y desaparece por las puertas de la sala de emergencias con la enfermera, sin molestarse en preguntarme si quería ir. No estoy segura de qué hacer, así que le pregunto a la enfermera en el escritorio si puedo ir con ellos mientras entrego las formas. Me mira como si fuera una idiota. —¿Acaso no es la madre? La madre. No su madre, o la madre de la bebé, sólo la madre. Miro su cabello con frizz y sus cejas, que desesperadamente necesitan depilarse.

—Sí, soy el útero que cargó a la niña —disparo. Camino a la sala de emergencias sin esperar una respuesta. Debo mirar a través de varias cortinas antes de encontrarlos. Caleb no reconoce mi presencia. Está mirando a una enfermera conectar a Estella a una intravenosa mientras explica los riesgos de la deshidratación. —¿Adónde pondrán la aguja? —pregunto, porque claramente sus manos son demasiado pequeñas. Ella me da una mirada con simpatía antes de decirnos que la aguja será insertada en una vena en la cabeza de Estella. La cara de Caleb pierde su color. No podrá ver esto, lo conozco. Enderezo mi espalda con autoridad. Al menos puedo ser de algún uso. Puedo quedarme con ella mientras hacen este procedimiento mientras Caleb espera afuera. No soy impresionable ni fácil de lagrimear, pero cuando sugiero esto, me mira fríamente y dice. —Sólo porque me pone incómodo no significa que la dejaré sola. Cierro mis labios. No puedo creer que dijo eso. No la dejé exactamente sola. Estaba al cuidado de profesionales. Me hundo en mi dura y miserable silla mientras llevan a Estella a la habitación de emergencias. Se ve penosa y pequeña bajo las máquinas y los cables que salen de su pequeña cabeza. Caleb se ve al borde de las lágrimas, pero la tiene en sus brazos, cuidadoso de no tocar los cables. Una vez más, me asombra lo natural que es. Pensé que sería de ese modo para mí, que al minuto que posara mis ojos en mi bebé, sabría que sentir y hacer en esa instantánea conexión. Muerdo mi labio y me pregunto si debería ofrecer sostenerla. Es como mi culpa que esté aquí. Antes de que pueda pararme, el doctor corre la cortina que nos separa de la agitada sala de emergencias. Antes de saludarnos, consulta una carpeta en su mano. —¿Qué tenemos aquí? —pregunta, tocando a Estella con suavidad en la cabeza. Caleb explica sus síntomas, y el Doctor escucha mientras la examina. Menciona que fue llevada a una guardería y le disparo una sucia mirada. —Su sistema inmune necesita tiempo para desarrollarse —dice, quitando su estetoscopio del pecho—. En mi opinión, ella es demasiado joven para guarderías.

Usualmente las mujeres se toman una breve licencia por maternidad antes de dejar a su hijo en cuidado permanente. Caleb me dispara una mirada. Hirviendo. Definitivamente él está hirviendo. Me enfoco en una caja de guantes de látex. Va a gritarme. Odio cuando me grita. Puedo garantizar que mi piel ya tiene salpullido, una clara señal de que estoy aterrorizada. —Voy a admitirla para que podamos monitorearla por cuarenta y ocho horas. Podría deshidratarse si no. Alguien debería venir para llevarla a pediatría en unos minutos. Tan pronto como deja la habitación, Caleb se gira a mí. —Vete a casa. Lo miro con mi boca abierta. —No te atrevas a usar ese tono de superior conmigo —siseo—. Mientras estás viajando por todo el país, estoy confinada a casa… —Llevaste a esta pequeña niña, Leah, en tu cuerpo. —Hace un movimiento con sus manos como si estuviera sosteniendo una pelota invisible. Luego, de repente, deja caer sus brazos a sus lados—. ¿Cómo puedes ser tan fría? —Yo… Yo no lo sé. —Frunzo el ceño. Nunca había pensado en ello así—. Creí que era un niño. Me hubiese sentido diferente sí… —Te dieron algo… una vida. Eso es mucho más importante que ir de compras y a beber con tus malditas amigas. Me encojo ante su bomba comenzada con “m” Caleb difícilmente insulta. —Soy más que eso,” digo. “Sabes que lo soy. Sus siguientes palabras atraviesan mi alma, dejándome en el dolor más profundo que había experimentado. —Creo que me he engañado al pensar que lo eras. Me levanto, pero las rodillas me fallan. Debo inclinarme contra la pared por apoyo. Nunca me había hablado de ese modo. Toma unos pocos segundos formas las palabras con mi lengua. —Dijiste que nunca me lastimarías.

Sus ojos son frígidos—. Eso fue antes de que te metieras con mi hija. Me voy antes de explotar.

Cuarenta y ocho horas después, Caleb vuelve a casa con la bebé. Lo vi dos veces mientras estuvo en el hospital, ambas para dejar leche de pecho. Estoy en la mesa de la cocina, leyendo una revista y comiendo guisantes verdes directo del freezer cuando entra cargando su asiento del auto. Tiene más vello facial del que había visto nunca, y sus ojos se ven oscuros y cansados. La lleva a su habitación sin decirme una palabra. Espero que baje de inmediato y me dé un discurso con lo que dijo el doctor. Cuando no lo hace, voy arriba a ver dónde está. Oigo la ducha corriendo, así que decido esperar en la cama. Cuando sale del baño, tiene una toalla amarrada a su cintura. Mi primer pensamiento es lo hermoso que es. Quiero saltarle encima más allá de lo que me dijo. Mantuvo el vello. Medio me gusta. Lo miro soltar la toalla y ponerse unos bóxer. Lo mejor de Caleb no es su cuerpo perfecto, o sus medias sonrisas, o su incluso más sexy voz. Son sus modos. El juego, el modo en que se aprieta el labio inferior cuando está pensando, el modo en que muerde su lengua cuando está excitado. El modo en que me hace mirarlo cuando tengo un orgasmo. Puede desvestirte con una mirada, te hace sentir desnuda frente a él. Sé por experiencia que es un placer estar desnuda frente a Caleb. Pienso en los modos en el que podría ir —disculpas y sexo de reconciliación. Una cachetada y sexo violento. Soy muy eficiente seduciéndolo. Es probable que no crea ninguna disculpa que tenga que ofrecer. Intento algo nuevo. —Trataré más duro. El continua vestido sin mirarme… jeans, camiseta. No sé qué hacer, y por primera vez, se me ocurre que quizá llevé las cosas muy lejos. Guardo mi verdadero yo tan bien de Caleb. Trato de vivir de acuerdo con sus expectativas. Esta vez, él me cogió con mis bragas bajas. —Creo que tengo un postparto —dejo escapar. El me mira. Yo tengo un pequeño alivio. La mejor forma de manipular a Caleb es mintiendo sobre las condiciones médicas. Él tuvo un stress y shock inducido por la amnesia. Si alguien pudiera sentirse identificado a condiciones médicas incontrolables, debería ser él.

—Voy… voy a ir a ver un médico al respecto. Estoy segura que ellos pueden recetarme algo… —dejo que mi voz desaparezca. Puedo ver su perfil en el espejo. Su nuez de Adán, baja cuando traga y se apoya la frente en el pulgar. —Tengo que entrevistar a la niñera —dice él—. Hablaremos de esto más tarde. Camina por la habitación sin mirar hacia atrás. Me rehúso a esconderme mientras Caleb entrevista a la potencial niñera de Estella. Me visto con un traje color rosa de Chanel y me quedo en el living para esperar. Quien sea a quien Caleb llamó la otra noche está viniendo con la candidata a niñera, y quiero ver a quien le estaba hablando con tanta familiaridad. Me pregunto si esta persona era parte de su vida cuando él tuvo amnesia. Hay tanto que todavía no sé sobre esa parte de su vida, y me estoy constantemente preguntando con que lidió sin mi supervisión. El timbre suena. Me quedo de pie, aliso mi falda. Caleb me mira sospechosamente mientras él camina a través del vestíbulo. Lo oigo saludarlos cordialmente y segundos después, el aparece por la esquina. Él es más bajo que Caleb y más fornido. Él tiene una llamativa semejanza con Dermont Mulroney… eso es, si Dermont tuviera una barba de chivo, pelo enmarañado y estuviera vestido como un vagabundo. Veo sus jeans. Él tiene uno de esos tatuajes de mal gusto debajo de la manga, que se puede ver asomándose de sus mangas. No parece en lo absoluto el dueño de una agencia de niñeras. Debería por lo menos planchar sus ropas. La chica que lo sigue tiene mi malicioso sello de aprobación. Es una pequeña rubia con cara ovalada. Luce bastante inocente, excepto que ella tiene los ojos demasiado delineados. A diferencia de su empleador, ella está usando unos pantalones nuevos verde salvia de Dolce y unos pares de Louboutins de piel de serpiente, exactamente iguales a los que tengo en mi closet. ¿Cómo puede una niñera permitirse el comprar ropas tan caras? Entonces me doy cuenta que probablemente tiene un traje lindo que ella reserva para las entrevistas para impresionar a los potenciales empleadores. No voy a dejarla usar maquillaje como ese cuando ella este con Estella. No quiero que los vecinos piensen que conseguí mi niñera de un servicio de acompañantes. Y también, en mi casa, tengo que ser la mujer más hermosa. Me hago una nota mental para decirle que su uniforme tiene que ser pantalones caqui y una polo blanca, y luego les sonrío cortésmente. —Leah, —dice Caleb en voz cortante—. Ella es Cammie Chase. —La niñera sonríe, una de esas arrugadas, petulantes sonrisas en la cual una de las esquinas de su boca se profundiza. Inmediatamente me disgusta ella también.

—Y él es Sam Foster. Sam extiende su mano hacia mí. —Cómo va todo —dice él despacio, manteniendo un incómodo contacto visual conmigo. Sus manos, noto, son ásperas y callosas; algo que no estoy acostumbrada a sentir. Los hombres que están en mis círculos, tienen la suavidad de hombres de negocios, su trabajo es solo el escribir rápidamente en teclados. Su mano permanece en la mía, y tengo que quitarla yo primero. Les ofrezco algo para beber. Sam declina, pero Cammie sonríe valientemente y pide un Perrier. Miro hacia su empleador y me pregunto si él le reprochará a ella una solicitud tan grosera, pero él está hablando con Caleb y no lo nota. Decido jugar bien. No voy a darle el trabajo de todas formas, así que por que no enviarla lejos con unos pocos sorbos de Perrier. Me excuso hacia la cocina y vuelvo con una bandeja que lleva la botella verde de agua con gas, una copa y dos heladas cervezas, una para Caleb y otra para Sam, a pesar de que rechazó una bebida. Me miran como me lo dejó sobre la mesa. Tan pronto como tomo asiento, Cammie me mira expectante y pregunta: —¿Tienes algún gajo de lima? Me lleva todo mi control detener mi boca de caer abierta. Seguramente esta vez Sam le dirá algo. Pero el solo sonríe hacia mí cortésmente e ignora la petición descabellada de la pequeña bruja. —Tenemos algunos en el cajón de la heladera —presiona Caleb. Evito mirarlo por fomentar este tipo de comportamiento de la potencial ayuda y me pongo de pie para conseguirlo. Cuando vuelvo con el gajo de lima, Cammie me lo quita sin decir ni siquiera gracias. En un arrebato me siento, si ni siquiera sonreír. —Así que… —digo, girando mi cuerpo lejos de Cammie y dirigiendo mi atención a Sam— ¿…cómo conoces a mi esposo?” Sam se ve confundido. Sus cejas se juntan y su mirada se desplaza de Caleb mí. —No nos conocemos —dice—. Esta es la primera vez que nos vemos. Parpadeo confundida.

Caleb, quien está reclinado casualmente en el sillón como si estuviera siendo visitado por viejos amigos, me sonríe con complicidad. Él se está divirtiendo a mi costa. Miro a las caras de todos y lentamente pongo las piezas juntas. La audacia de Cammie, su ropa cara… trato de no demostrar mi shock mientras todo cobra sentido. Nosotros no estamos entrevistando a Cammie para la posición de niñera de Estella… ¡Estamos entrevistando a Sam! Puedo ver en sus caras que ellos saben sobre mi error. Es embarazoso. La pequeña bruja rubia, a la cual veo en una luz nueva ahora que sé que ella es la dueña de su propia compañía, sonríe, mostrando sus dientes por primera vez. Evidentemente ella está encantada por mi error. Sam luce todavía más avergonzado. El mira lejos de mí cortésmente y me aclaro la garganta. —Bueno, supongo que entendí todo mal —digo generosamente, aunque estoy echando humo por dentro. Hay una risa colectiva. La más fuerte viene de Cammie y entonces Caleb gira hacia Sam. —Dime sobre tu experiencia —dice. Sam acepta el reto, haciendo una lista de su experiencia cuidando chicos. Él tiene un Master en psicología infantil de la Universidad de Seattle. El practicó clínicamente por dos años antes de decidirse que a él no le gustaban las políticas de ser un consejero, lo frio e impersonal que se sintió. El decidió moverse a algún lugar soleado. El sur de Florida y consiguió un nuevo título en Música, que el intentó de usar cuando abrió un centro de rehabilitación para niños abusados. —La música cura a la gente —dice él—. Yo he visto lo que puede hacer en un niño roto, y yo quiero fuertemente incorporarlo al centro, pero necesito tener un título en ello primero. —Así que —digo lo más escépticamente que puedo—, pasaste siete años para tener un Master, ¿y ahora quieres ser una niñera? Caleb se aclara la garganta y saca sus brazos fuera del respaldo del sofá, donde ellos estaban descansando. —Lo que Leah quiere decir es ¿por qué no tienes un trabajo de tiempo parcial mientras terminas tu carrera? ¿por qué niñera cuando el beneficio financiero no es muy grande?

Levanto mi nariz y espero por su respuesta. Sam se ríe nerviosamente y se quita el pelo de su cara. —En realidad, ser un consejero no llena exactamente mis bolsillos, si entiendes lo que quiero decir. Lo hice por otras razones que el dinero. Y, no soy exactamente barato como proveedor del cuidado de niños —dice honestamente—. Nótese que estoy sentado en su living, que es un nivel más que la clase media de América. Yo resoplo por su mención del dinero. Me enseñaron que era de mala educación señalar esa clase de cosas verbalmente. —Tengo una hija —agrega—. Su madre y yo nos separamos hace dos años, pero puedes decir que estoy bien versado en el cuidado de bebés. —¿Dónde está tu hija? —pregunto. Caleb me lanza una mirada de advertencia pero lo ignoro. No quiero algún tipo de niño salvaje alrededor de mi casa en los días que él la tenga. Y aparte, podría enfermar a mi bebé. Algo que no puedo señalar gracias a mi última aventura. —Ella está en Puerto Rico con su madre —dice. Me imagino una hermosa y exótica mujer latina que compartía su casa, pero no su apellido. Su hija probablemente tuviera el pelo de su madre y los ojos luminosos de su padre. —Su madre se mudó después de que nos separamos. Esa es parte de la razón por la cual vine a Florida, así en los fines de semana puedo volar a verla. —Me pregunto qué tipo de mujer se lleva a su hijo miles de millas lejos de su padre, especialmente cuando ella puede usarlo como niñera en los fines de semana. —Sam —habla Cammie finalmente—, es mi primo. Le prometí mi mejor trabajo, y cuando Caleb llamó supe que sería el candidato perfecto. —Y ¿cómo conoces a Caleb? —digo, finalmente teniendo la posibilidad de preguntar lo que ha estado en mi mente. Por primera vez, Cammie se ve insegura sobre cómo responder. Ella mira a Caleb, quien le sonríe con indulgencia.

—Fuimos a la universidad juntos —él proporciona simplemente—. Y francamente, Sam, si Cammie te recomiend, familia o no, creo que eres el mejor. —Le guiña un ojo a Cammie, que levanta sus cejas y sonríe. Una alarma suena en mi cabeza. Caleb fue un pez gordo, un jugador de básquet en la universidad. Y en su paso, durmió con todo el equipo de animadoras, y allí fue a conocer a esa perra rompe-hogares de Olivia. Entrecierro mis ojos hacia Cammie. ¿Conoció ella a Olivia? ¿Compitieron ellas por mi esposo? Mis preguntas se quedan sin responder, cuando el dinero se vuelve el tema de conversación. Medio escucho cuando Caleb le ofrece a Sam un salario generoso, el cual el acepta, y antes de que pudiera protestar de que preferiría la tradicional niñera mujer, preferente una con un gran trasero y bigote, Caleb se levanta y sacude la mano de Sam. Está decidido. Sam cuidará de Estella cinco días a la semana, sin noches para que pueda asistir a clases. El empezará mañana, como Caleb se va en dos días para otro viaje de negocios y quiere estar seguro de que Sam esté acomodado antes de que se vaya. Que es un código para: mi esposa no sabe lo que está haciendo, y tengo que enseñarte como obligarla a usar el saca leche. Suspiro, derrotada, y permanezco sentada mientras Caleb camina con ellos a la puerta. Bueno, al final se hizo a mi manera… o algo así.

Traducido por Itorres

Y

o no era una chica de compromisos. Hasta que Caleb me rechazó, entonces lo era. Habíamos tenido la charla, en la que le pregunté a dónde íbamos, y él me miró como si fuera un extraterrestre.

—Lo sabías —había dicho—. Lo sabías cuando te involucraste conmigo, que yo no estaba buscando compromisos. Respondí que tampoco había estado buscando algo. Esas cosas cambian cuando las personas hacen click. Pero, Caleb se había mantenido firme. No estaba listo. Él no me quería. La quería ella. Él no había dicho exactamente eso, pero lo sabía hasta mi médula. Lo sabía por la forma en que siempre miraba hacia otro lado cuando la mencionaba. Él ni siquiera me dijo su nombre. Quienquiera que lo había arruinado también lo arruinó todo para mí. Me sentí como un pequeño trozo de piel de patata regurgitada. Sólo quería follar conmigo. Me acurruqué en mi sofá, después de salir de su casa en un ataque de rabia. Yo quería hacer algo destructivo. Llamé a todos y cada uno de mis amigos de cuarto o amigos desechables y quedé con ellos para tomar una copa. Entré en el bar y tenía tres números en más o menos una hora. Normalmente, no le daría a cualquiera de esos idiotas que se me acercaron la hora del día, pero había un

médico con un acento que me pareció atractivo. Metí su número en mi bolso y tomé otra copa. En el momento en que dejé el bar, estaba lo suficientemente tomada. Nada nuevo para mí. Me metí en mi coche después de decir buenas noches a mis amigas, y no había conducido ni cinco cuadras cuando me estrellé contra una camioneta estacionada. Me marché antes de que alguien pudiera darse cuenta, pero estaba severamente golpeada. Llamé a mi madre. Su voz era impaciente cuando respondió. —Mamá, tuve un accidente. ¿Puedes venir a buscarme? —Estoy en la cama. —Lo sé. Lo siento. Estoy borracha. Te necesito, mamá. Ella suspiró profundamente. Oí la voz de mi padre en el fondo y su comentario. —Es Leah. Está metida en algún lío. Quiere que vaya por ella. Intercambiaron palabras que no pude oír, y entonces ella estaba de vuelta en la línea. —¿Alguien te vio? Le dije que no. — Bueno —dijo ella. Hablaron un poco más. Mi padre parecía enojado. Esperé pacientemente, masajeando la cabeza. La cual se había golpeado contra el volante en el impacto, y sentía el comienzo de un dolor de cabeza. Su voz llegó de nuevo en la línea. —Papá está enviando a Cliff. Él va a traerte a la casa. Cliff era el chofer de mi padre. Vivía en un pequeño apartamento de su propiedad de doce hectáreas. Le di las gracias, tratando de ocultar la decepción en mi voz, y le di instrucciones de donde yo estaba.

¿Qué había esperado? ¿Mi madre corriendo hacia mí en su pequeño Mercedes rojo y conduciendo hacia mi rescate? ¿Un abrazo? Me sequé las lágrimas de mi cara y me encogí de hombros alejando mis sentimientos heridos. — No seas una jodida pequeña bebé —me dije.

Cliff llegó diez minutos más tarde. Estacionó su camioneta en un terreno baldío y se acomodó en el asiento del conductor de mi auto. Yo lo miré con gratitud. —Gracias, Cliff. Asintió y movió el coche. Lo bueno de Cliff era que él no era un hablador. Cuando llegamos a través de las puertas de la mansión, todas las luces estaban apagadas. Tropecé a través de la puerta de entrada, la cual dejaron abierta para mí, e hice mi camino hasta la habitación de invitados. Ninguna madre esperando, ningún padre esperando. Me limpié en el baño, puse un curita en la herida de la frente y me tragué tres Advil para el dolor de cabeza. Metiéndome en la cama, me quedé dormida, pensando en Caleb. Me desperté con el sonido de mi nombre. Era la voz de mi madre, impaciente. Me incorporé rápidamente y me estremecí ante el dolor que zigzagueaba a través de mi cuero cabelludo. Estaba de pie junto a mi cama, completamente vestida, con el pelo peinado en la parte superior de su cabeza en un perfecto moño. Tenía los labios rojo rubí y tensados. Estaba enojada conmigo. Me estremecí de nuevo y tiré la sábana hasta la barbilla. —Hola, mamá. —Levántate. —Está bien... —Tu padre está muy enojado, Johanna. Esta es la tercera vez en este año que has tenido un incidente con el auto. Me moví incómoda. Tenía razón. —Está tomando el desayuno. Quiere que vengas para poder hablar contigo.

Asentí. Por supuesto que enviaría a mi madre. Siempre un mensajero, mi padre nunca me hablaba a menos que él enviara a mi madre a convocar a una reunión. Incluso cuando era niña, recuerdo que me llamaban así cuando había hecho algo malo. Me apresuré a vestirme con la ropa de la noche anterior y la seguí por las escaleras hasta el comedor. Estaba sentado en su lugar habitual en la cabecera de la mesa, con el periódico extendido delante de él. A su lado había una taza de café y una tortilla de queso de cabra y espinacas. No levantó la vista cuando entré. —Siéntate —dijo. Me deslicé en una silla, y el ama de llaves me trajo un café y una pequeña píldora blanca. —Johanna —dijo, chasqueando su periódico al cerrarlo y mirándome con sus ojos duros y grises—. He decidido que es mejor para tus intereses venir a trabajar para mí. Me quedé tiesa. Yo ya tenía un trabajo. Yo trabajaba como cajera en un banco local. Mi padre no empleaba a familiares, lo llamaba conflicto de intereses. Apenas el año pasado, mi primo pidió ser empleado como un contador y mi padre se negó. — ¿Por… por qué? Frunció el ceño. «¿Por qué?» no era una palabra que a mi padre le gustaba oír. —Quiero decir, que tú no crees en mezclar la familia y el trabajo —corregí. Mis palmas estaban sudando. Dios, ¿por qué bebí mucho anoche? Mi padre era guapo. Tenía la piel aceitunada y ojos de color gris claro. Había pasado diez horas a la semana en el gimnasio durante años y tenía el cuerpo para demostrarlo. Con mi pelo rojo llameante y pálida piel, no me parezco en nada a él. Sus ojos se clavaron en los míos y en ese momento, yo sabía lo que estaba diciendo. Un dolor sordo se abrió camino a través de mi pecho, como si estuviera buscando algo. Encontró mi corazón, lo abrió y se metió dentro. Recogí mis emociones desde el suelo y miré a mi padre a los ojos. Si él quería que dejara mi trabajo y trabajara para él, yo dejaría mi trabajo y trabajaría para él. —Sí, papá. —Empiezas el lunes. Puede tomar el Lincoln mientras tu auto está en el taller. Déjale tus llaves a Cliff.

Volvió a abrir el periódico, y yo sabía que había terminado. Me puse de pie, esperando decir algo más, esperando sabe si él diría algo más. —Adiós, papá. Ni siquiera reconoció que había hablado. Mi madre estaba esperándome en el pasillo. Ella me dio las llaves de la Lincoln. Esta fue una operación tan bien engrasada. Fui directamente al banco y les informé que no volvería a trabajar. Entonces me dirigí a mi casa con toda la intención de beber una botella de vino y de ir a dormir. Cuando llegué a casa, Caleb estaba sentado en la entrada de mi puerta. Me detuve en seco. Estaba con su ropa de trabajo: pantalón gris, camisa de botones blanca, arremangada hasta los codos. Estaba sentado con las piernas abiertas, con los codos apoyados en las rodillas y mirando al suelo, aparentemente sumido en sus pensamientos. Cuando escuchó mis tacones en el concreto, miró hacia arriba... sonrió. Fue su sonrisa torcida. Su mirada hizo todo el camino hasta el final de mis ojos y me hizo preguntarme si él estaba imaginándome desnuda. Dios, estaba tan perdida con este hombre. Caminé junto a él y abrí la puerta. Cuando lo abrí, se levantó y me siguió al interior. Después de eso, pedimos comida tailandesa y nos sentamos en la cama a comer. Todavía estaba un poco cruda por mi conversación con mi padre, por no mencionar, que acababa de acostarme con Caleb, de nuevo, después de que él me dijo que no me quería. —¿Por qué has venido aquí? No puedes venir aquí solo para tener sexo y luego decirme que no soy lo suficientemente buena para ser tu novia. Dejó el recipiente sobre la mesa lateral y se volteó hacia mí. —Eso no es lo que dije. —No necesitas decirlo, imbécil. Las acciones hablan más que las palabras. Él asintió. Mis palillos se congelaron en el camino hacia mi boca. Yo había esperado que, al menos, diera batalla... que lo negara. —Tienes razón. Lo siento. Tomó mi contenedor de curry y mis palillos y los puso junto a él. Me limpié la boca con el dorso de la mano mientras él estaba distraído. Algo grande estaba sucediendo. Podía sentirlo.

Él me llevó a su regazo de ésta forma yo estaba a horcajadas de él. —Yo sólo voy a hablar de esto una vez. Sin preguntas, ¿vale? Asentí. —Yo había estado con ella durante tres años. Yo la amaba... la amo —se corrigió. Los celos se precipitaron. Es todo lo que hicieron, se precipitaron a través de mí sin ningún lugar a donde ir. Se sentía como que iba a estallar por la presión. Me mordí el interior de las mejillas. —Uno nunca deja de amar a alguien cuando estás enamorado tan profundamente. — Sus ojos vidriosos en ese punto—. Como sea, éramos muy jóvenes... y estúpidos. No podía controlarla de la forma en que quería; ella era demasiado fuerte para mí. Hice una muy mala decisión una noche y me ella me sorprendió. —¿La engañaste? —Hasta ese momento había mantenido la boca cerrada, demasiado asustada de hablar y que el terminara esta rara conversación que estábamos teniendo. Los músculos de su mandíbula se apretaron, y sus fosas nasales se dilataron. —Sí… no. — Él se frotó la frente—. Yo estaba... — Dejó caer su mano en mi cadera. Se veía tan torturado así que puse mi mano en su mejilla. Sabía un poco acerca del padre de Caleb. Él era un mujeriego. En la actualidad, estaba casado con una mujer más joven que yo. Fue su cuarto matrimonio. De lo que supe de Caleb, él desaprobaba la conducta de su padre, por lo que el tema del engaño llegó como una sorpresa para mí. —No soy un mujeriego, Leah. Pero, Dios, esa mujer no confía en nadie... Respiré hondo y solté el exudado aire entre mis labios. Él me miró con atención, tratando de medir mi respuesta. —Pero, ¿hiciste algo con ella? —Técnicamente no… no. Yo no entendía lo que estaba diciendo. ¿Pensaba que hizo trampa sólo porque quería engañar? ¿Quería engañarla? —Leah — tomó el cabello sobre mi hombro, sus dedos rozando mi piel. Me estremecí. Estábamos teniendo una discusión seria y lo único que podía pensar era en… Negué con la cabeza en señal de frustración—. O te costaste con ella o no.

Suspiró—. Nunca la engañé. No en el sentido tradicional de la palabra. —Dios, yo ni siquiera sé lo que eso significa. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. —Obviamente nuestras brújulas morales no apuntan en la misma dirección. Me sonrojé. Una cosa rara en mí. —Leah —dijo—. Me gustas. Más de lo que debería en este punto. Sin embargo, sigo siendo un desastre. No puedo estar en una relación si estoy en la mitad del camino. Todavía la amo. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Él me decía que no podía ni siquiera tratar de amarme porque amaba a otra persona. — Mierda. —Saqué las piernas de él y me senté en mi lado de la cama. La sabana fue empujada hasta su cintura. Lo miré por el rabillo de mi ojo. Su rostro sin emociones. —Entonces, ¿qué estás diciendo? Te recuerdo que apareciste en mi puerta, y no al revés. Se rió y me tomo desde la espalda, se inclinó sobre mí. —Me siento muy atraído por ti. —Me besó en la nariz—. Me preocupo por ti. Cuando te fuiste la otra noche, estabas herida. —Sí, lo estaba. —¿Y ahora? Le sonreí—. Ahora, estoy siendo herida de una manera diferente. Él se echó a reír. Tenía una gran carcajada. Todo comenzó como un rumor en el pecho y luego rodó en una onda suave, ronca. Cada vez que lo hacía reír, me sentía triunfante. Pronto me puse seria—. Puedo hacer que te olvides de ella. Sus labios todavía estaban curvados en una media sonrisa. Sus ojos neblinosos se abrieron mientras miraba hacia abajo a mi boca. —¿Sí?

Asentí—. Sí. — Bien, Roja —dijo, en voz baja enrollando un pedazo de mi cabello en su dedo. Me reí, cosa también inusual en mí. Roja. Me gustó eso. Me besó suavemente y se deslizó sobre mí. Hicimos el amor. Fue la primera vez en mi vida que alguien me hizo el amor. Siempre había sido sólo sexo. Me enamoré mucho ese día.

Traducido por ElyCasdel y Flochi

E

stoy en mis pantalones de deporte y un top, haciendo un batido en la cocina, cuando Sam llega al trabajo al día siguiente. Se supone que debo estar cuidando a Estella, quien está en la hora de la siesta en su moisés móvil, mientras Caleb se baña, pero para el momento en que Sam está en la puerta de enfrente, me había olvidado dónde la dejé. —¿Cómo estás? —saluda Sam muy amable, cargando una bolsa negra gruesa en su hombro. Me pregunto si planea pasar la noche. Estoy desconcertada ante la idea—. Entonces, ¿dónde está mi carga? —dice, juntando las manos y sonriendo. Por un minuto, creo que se refiere a la tarjeta de crédito, porque es algo que yo digo a menudo mientras recorro el centro comercial y busco en la cartera mi American Express, y luego me doy cuenta de que habla del bebé. Toma todo de mí no rodar los malditos ojos. El hambre insaciable de la bebé me rescata mientras ella comienza a llorar por algo sobre mi hombro. Es entonces cuando recuerdo haberla llevado al comedor. Miro hacia el moisés con fastidio. —La traeré —dice Sam, tomando el control y pasándome. Me encojo de hombros con indiferencia y me dirijo a la laptop. Camina de regreso a la habitación, cargándola en

brazos, justo mientras Caleb baja las escaleras, su cabello sigue húmedo por la ducha. Siento lujuria solo de mirarlo. Caleb me ignora y camina para dar una palmada a Sam en la espalda como si fueran viejos amigos. No me ha hablado desde nuestro viaje en la noche al hospital, más que para preguntarme sobre la bebé o para darme instrucciones. Me alejo y me enfurruño mientras ellos hablan de cosas que no me interesan. Estoy planeando en ir al spa y decidiendo cuántos tratamientos puedo tener en ocho horas cuando Caleb dice mi nombre. Desesperada por ser el centro de su atención, olvido mi computadora y lo miro esperanzada. —No regresaré a casa hasta tarde —dice—. Tengo una cena de negocios. Asiento. Recuerdo cuando solía acompañarlo a esas cenas de negocios. Abro la boca para decirle que me gustaría ir, pero ha besado a la bebé y está a la mitad de su camino a la puerta. Un planeta vacío. Regreso mi atención al niñero. —Así que conoces a tu jefe —digo sin convicción, mordiendo una manzana. Sam levanta una ceja hacia mí, pero no responde. Mi mente va a ese lugar donde me pregunto si Caleb alguna vez durmió con Cammie. —¿Tú… un… sales mucho con ella? Se encoge de hombros. —Cammie tiene muchos amigos. Martinis con las chicas no es realmente lo mío. —Pero, ¿no quieres conocer a alguien? —pregunto, consiguiendo desviarlo. Es muy apuesto si te interesan músicos desaliñados. Holaaa, lo desaliñado murió con Kurt Cobain. —¿Es a donde irías si fueras soltera? —Me mira directamente cuando pregunta. Es una pregunta simple, pero la mirada en sus ojos me hace sentir que estoy siendo interrogada. —No soy soltera —espeto. —Prueba. —Me acerca el bebé. Miro a otro lado. —¿Has conocido alguno de sus amigos? —Espero alguna referencia de algún tipo sobre Olivia. Sería lindo saber si ella juega aquí de alguna manera. Sam se hace el tonto. No puedo decir si sabe o no algo.

—Eh, un par por aquí y por allá —dice, secando la boca de Estella con un babero. —¿Estás segura de que no quieres hacer esto? —Asiente hacia la bebé—. No quiero quitarte tu tiempo con ella. Cuando baja la mirada hacia ella, pongo los ojos en blanco. —Nop, estoy bien —digo agradablemente. —No estás unida a ella, ¿o sí? —dice sin mirarme. Estoy encantada de que no pueda ver mi cara. Mi cara está llena de shock. Fuerzo mis rasgos para que se vean naturales. —¿Por qué dirías eso? —Entrecierro los ojos—. ¿Me has conocido por cuánto? ¿Cinco minutos? —No es nada de qué avergonzarse —dice, ignorándome—. La mayoría de las mujeres experimentan algo de depresión después de que dan a luz. —De acuerdo, Dr. Phil. ¡No estoy deprimida! —Giro y luego giro otra vez—. ¿Cómo te atreves a juzgarme, crees que estás calificado para «diagnosticarme», chico psicólogo? ¿Por qué no le echas un vistazo a tus propias habilidades de crianza? Tienes un hijo en Puerto Rico, amigo… sin ti. Sam parece imperturbable a mis palabras. En lugar de responder como quería que lo hiciera, me mira pensativo. —Caleb es un buen chico. Lo miro. ¿Eso qué tiene que ver? ¿Era algún tipo de truco psicológico? ¿Algún tipo de trampa que confirmaría que sufro la depresión del bebé? Lamo mis labios e intento ver su punto. —¿Sí? ¿Y? Se toma su tiempo para responderme, poniendo la botella en el mostrador y posicionando a Estella en su hombro para otro round de eructos. —¿Por qué se casaría con una chica como tú? Al principio, creí haber escuchado mal. Seguramente no… no podría haber dicho lo que creo que dijo. Él es el ayudante, es el pobre niñero. Pero, cuando me mira expectante, esperando una respuesta, mi ojo comienza a palpitar, una reacción

vergonzosa. Siento una rabia pesada. Como si pudiera levantarla de los hombros donde se encuentra y lanzársela. ¡Tan grosero! ¡Tan inapropiado! Brevemente considero despedirlo, y luego veo la leche del eructo de la boca de Estella y como corre por su camisa. Me tapo la nariz. Mejor él que yo. Giro sobre mis talones y subo las escaleras, como si la propia maternidad me estuviera persiguiendo. Cuando cierro la puerta de mi habitación, la primera cosa en la que pienso es sexo. Tengo la urgencia de arrancar la ropa de alguien, alguien que sea Caleb, claro. Cuando tenía diecisiete mi terapeuta me dijo que usaba el sexo para validarme. Inmediatamente tuve sexo con él. La segunda cosas que entra en mi mente es la caja de Virginia Slims que tengo escondida en mi cajón de ropa interior. Voy ahí y paso mis manos por el panel de madera de atrás. Sigue ahí, medio llena. Saco un liguero de un arreglo de flores de seda y me dirijo al balcón que está afuera de mi habitación. No he tenido un cigarro desde mi sexto mes de embarazo, cuando fumé uno después de una noche particularmente estresante en la casa de mis suegros. Lo levanto mientras los comentarios de Sam se repiten en mi mente. Tendría que hablar con Caleb. Obviamente, Sam no puede continuar trabajando para nosotros después de tan terribles y degradantes cosas hacia mí. Me pregunto ¿a qué se refiere con «una chica como tú»? La gente solía usar esa línea en mí algunas veces, pero usualmente era como un cumplido o para hablar sobre mi brillante futuro. Una chica como tú puede ir tan lejos en el mundo del modelaje. Una chica como tú puede ser lo que sea que quiera. Una chica como tú puede tener los chicos que quiera. Sam lo había dicho diferente. No había cumplido, solo… ¿por qué se casaría con una mujer como tú? Inhalé de mi cigarro, saboreando la comodidad que trae. ¿Por qué si quiera dejé estas cosas? Ah sí, porque quería tener el maldito bebé. Apagué lo que quedaba en la piedra al final del balcón y lo lancé expertamente entre los arbustos al nivel del piso. Caleb no puede oler el humo del cigarrillo; de hecho, era la única queja sobre mí cuando estábamos saliendo. Rogaba, defendía y tuvo una huelga de sexo para que dejara de fumar, pero al final tomó quedar embarazada para dejar el hábito. Iba a tener que ducharme si no quería ser atrapada. Ya estoy en suficientes problemas. Me quité el bra y las bragas y me dirigí hacia el baño, cuando veo a Sam aparecer en el jardín con Estella. La lleva en la carriola, una compra de tres mil dólares que yo ni siquiera había

tocado. Lo vi con ojos entrecerrados, siguiéndolo de cerca mientras iba por el sendero del jardín, preguntándome si me vio fumando. No importa, decido. Para el final del día, se irá para bien. —Tus días están contados, amigo —digo concisamente, antes de cerrar la puerta del baño. Caleb llega después de que Sam ya se ha ido, lo que ha hecho ambas; frustrado mis planes y dejarme sola con la bebé. Estoy masticando apio cuando entra por la puerta llevando comida rápida. Deja la bolsa en el mostrador de la cocina y va directamente arriba para ver a la bebé. Los ignoro, y reviso la bolsa para ver qué me trajo. Cuando baja, la está cargando. —¿Qu…? ¿Por qué la despertaste? Estaba esperando pasar un poco de tiempo con él sin ella en medio. Suspira, abre la nevera. —Es una recién nacida. Come cada tres horas, Leah. Estaba despierta. Miro el monitor del bebé y recuerdo que lo apagué para tomar una siesta. Debo de haber olvidado encenderlo de nuevo. Me pregunto por cuánto tiempo ha estado despierta. —Oh. Miro mientras pone la fría leche de pecho en una botella más caliente. Puedo contar con una mano las veces que la he alimentado. Por el contrario, más bien Caleb o Sam lo han hecho. —Hoy cumple seis semanas —digo. He estado contando los días hasta que pueda dormir con él de nuevo. Casi no logro llegar a la sexta semana cuando él regresó de correr la semana pasada. Se ve mejor cuando suda. La comida en la bolsa me está haciendo agua a la boca. Comienzo a comer sin él. Compró pollo masala de mi lugar favorito. Comimos ahí seguido cuando tenía las calorías fuera de control. Si como una pechuga de pollo completa, y cinco champiñones y la mayoría de la salsa, puedo absorber doscientas calorías. Tengo que forzarme a dejar de comer. Quiero la última pieza de pollo, pero si estoy tratando de perder el peso del embarazo…

Aún no me ha mirado. —Gracias por la cena —digo—. Mi favorita. Asiente. —¿Simplemente nunca me volverás a hablar? —No te he perdonado. Suspiro. —¿En serio? No lo había notado. Sus labios se aprietan. Bajo del taburete y hago un movimiento valiente. Levanta las cejas mientras gentilmente tomo a la bebé de sus brazos y la pongo en los míos como vi hacer a Sam. —Ella erupta más rápido de esta manera —le digo, imitando los movimientos de Sam. La bebé sigue lo que digo brillantemente, eructando ruidosamente segundos después que la palmeo. La acomodo en el hueco de mi brazo y alcanzo el resto del biberón. Caleb observa todo sin decir una palabra. Le sonrío a él con dulzura. Vamos, bastardo. Perdóname. La alimento con el resto del biberón y repito el truco para que eructe. —¿Quieres acostarla, o debería hacerlo yo? Él la toma, pero esta vez sostiene mis ojos por uno… dos… tres segundos. ¡ANOTACIÓN! Mientras la pone a dormir, subo corriendo las escaleras para ponerme algo sexy. Estoy tan nerviosa cuando regreso a la cocina; abro una bolsa de brócoli congelado y meto un puñado en mi boca. Estoy usando un camisón negro. No es presuntuoso. No quiero que Caleb sepa que estoy intentando tener sexo de reconciliación. Me paseo por la cocina hasta que él baja. Cuando lo escucho en las escaleras, hago una actuación de lavar las botellas que Sam limpió antes. Lo escucho detrás de mí. Se detiene en la puerta, y sonrío sabiendo que él está mirando.

Cuando se mueve a la sala, lo sigo. Cuando se sienta, me arrastro al sofá junto a él. —Nunca más volverá a suceder. Estaba teniendo problemas para desarrollar lazos con ella. Las cosas están mucho mejor. Necesito que me creas. Él asiente. Puedo notar que no lo he convencido, pero cambiará de opinión. Jugaré a la mami, y pronto me estará mirando como solía. Beso su cuello. —No, Leah. Me echo hacia atrás, entrecerrando mis ojos. ¿Quién estaba usando el sexo como un arma ahora? —Quiero decir que lo lamento. —Hago un pequeño mohín, pero sólo parece molesto. —Entonces díselo a Estella. —Después, se pone de pie y se aleja. Ruedo sobre mi espalda y miro fijamente el techo. Rechazo. ¿Me había pasado antes? No podía recordar un momento. Esto se me estaba yendo de las manos. Quiero llamar a alguien, una amiga… mi hermana. Necesito hablar de lo que acaba de pasar, ganar algo de perspectiva. Alcanzo mi móvil y me desplazo a través de mis contactos. Me detengo cuando alcanzo a Katine. Ella escucharía solamente la mitad de lo que dijera, y en cinco minutos estaríamos hablando de ella. Sigo desplazándome. Alcanzo a Court y mi corazón palpita. ¡Court! Marco su número. Antes de que pueda contestar, cuelgo.

Traducido por Jo

R

ecuerdo veranos húmedos, con el aire tan grueso que sentías como si estuvieras respirando sopa dentro de tus pulmones. Nos movíamos en casa, mi hermana y yo, corriendo arriba y abajo por los corredores de nuestra gran casa, gritando y persiguiéndonos hasta que nos metíamos en problema. Mi madre, exasperada, nos enviaría afuera con nuestra nana, Mattia, mientras ella descansaba. Mattia hacía frecuentes viajes a la tienda de un dólar por cosas que hacer afuera. Courtney y yo, que gastábamos la mayor parte de las excursiones de compras en boutiques conservadoras, encontrábamos muy entretenido que pudieras ir a una tienda y todo adentro costara un dólar. Nos traería tiza para el pavimento, cuerdas de saltar, aros de hula hula, y por supuesto, nuestro favorito: burbujas. Mattia siempre las guardaba para el final. Pretendería que había olvidado el enorme contenedor rosa adentro, y nosotras suspiraríamos y haríamos mohines. A último minuto, lo sacaría de detrás de su espalda, y saltaríamos y gritaríamos como si fuera tan inteligente. Llamábamos a las burbujas “planetas vacíos” y el juego era reventar tantos planetas vacíos que podías antes de que reventaran por si solos y enviaran sus restos hacia la tierra. Mattia se pararía debajo de un árbol por la sombra y las soplaría para nosotras. Nuestras piernas estaban continuamente cubiertas de moretones por este juego. Comenzamos con el hábito de saltar sobre nosotras para alcanzar los planetas vacíos primero. Correríamos tan rápido que Mattia decía que nos veíamos como borrones.

Nos llamó la Roja y la Negra por nuestros respectivos colores de cabello. Al final del juego contaríamos cuántas burbujas habíamos reventado. Veintisiete para Roja, Veintidós para Negra, anunciaría ella. Luego, entraríamos felices, frotando nuestras amoratadas canillas y pidiendo helados. Mi madre odiaba los moretones. Nos hacía usar mangas para cubrirlos. Mi madre odiaba la mayoría de las cosas asociadas a mí, los nudos en mi cabello luego de un baño, el color de mi cabello, la manera en que masticaba, la manera en que reía demasiado alto, la manera en que movía mis uñas por mi pulgar cuando estaba en problemas. Si me preguntabas, entonces o ahora, lo que realmente le gustaba de mí, no sería capaz de decirte. Lo que podía decirte era que mi niñez fue el frío estallar de burbujas en mi piel. Court y yo riendo y aire jabonoso. Mattia dándome abrazos para compensar las duras palabras de una madre distante. Mi madre amaba a mi hermana. Mi hermana merecía amor. Recuerdo encontrarlas una vez, mientras ella cepillaba el cabello de Courtney después de su baño. Estaba contándole una historia acerca de cuando era niña. Courtney estaba riendo, y mi madre reía con ella. —Habríamos sido buenas amigas si hubiéramos crecido juntas. Eres justo como yo cuando tenía tu edad. —Me senté en el borde de la tina para observarlas. —¿Qué hay de Jo? —preguntó Courtney, enviándome una sonrisa a la que le faltaban sus dientes delanteros—. ¿Habrías sido buena amiga de ella también? Era como si ni siquiera me hubiera notado en la habitación hasta que Courtney dijo mi nombre. Pestañeó hacia mí lentamente, y le sonrió a su hija más joven. —Oh, conoces a Johanna y sus libros. No habría tenido tiempo para jugar con nosotras, por toda esa lectura que hace. Quería decirle que habría quemado cada libro que tenía para ser parte de su pequeño club madre e hija. En su lugar, solo me encogí de hombros. Courtney era muy como mi madre; la única diferencia era que a ella realmente le gustaba. Debería haber estado celosa de ella, pero no lo estaba. Ella era la buena en la familia; la que se despertaba temprano en mi cumpleaños y apilaba en un plato pequeños bocadillos de tortitas Debbie y los metía en mi habitación cantando «Lake of Fire» de Nirvana. Mi cumpleaños era el Cuatro de Julio, una gran imposición para mis padres que eran anfitriones de una fiesta para la compañía ese día. Pero Court siempre se aseguraba de que ese día fuera especial. Cuando todas mis Aes eran ignoradas, ella pegaba mi reporte escolar en el refrigerador y redondeaba mi GPA en marcador rojo. Era el amor en mí vida sin amor… la manta cálida en una casa que tenía temperaturas

sentimentales congeladas. Cuando todos los demás pasaban de largo de mí, mi hermana se acercaba. Teníamos un lazo y los lazos eran difíciles de conseguir. Cuando traje a Caleb a casa por primera vez, mi padre me notó. Fue como si finalmente me pudiera mirar ahora que había asegurado un hombre del calibre de Caleb. No solo tenía dinero, él tenía buen vocabulario, era respetable, y ambicioso… y sabía un montón de datos de deportes. Nos invitaron a comer. Observé desde mi puesto en el sofá. Mi papá rio con todo lo que Caleb decía, y mi madre zumbaba alrededor de él como si fuera un sangre azul. Mi hermana estaba sentada a mi lado, tan cerca que nuestras piernas se estaban tocando. Cuando estábamos juntas, siempre estábamos así de cerca. Era una silenciosa rebelión contra nuestros padres. Intentas crear una división entre nosotras, pero nos resistimos. Cuando mis padres estaban distraídos con Caleb, Court me codeó en las costillas y movió sus cejas. Rompí en risas. —Yo creo que lo hiciste bien con este —dice—. ¿Es bueno en la cama? Hice una mueca. —¿Por qué estaría con alguien que no lo fuera? Ella levantó sus cejas. —No lo sé, Lee, ¿recuerdas a ese chico de la secundaria? ¿El que tenía un hoyuelo en la barbilla? Bufé dentro de mi copa de vino. Kirby, ese era su nombre. Solo su nombre debería haberme dicho todo. No podías tomar en serio a un hombre cuyo nombre sonaba como un avatar de video juego. Especialmente cuando su cabeza estaba entre tus piernas y él comenzaba a tararear Kiss mientras daba agresivos golpes con su lengua. —Women, not girls, rule my world, I said they rule my world… —Mi hermana cantó la letra, apretando sus ojos cerrados y mordiendo su labio como Kirby solía hacerlo. Rompimos en risas, ganándonos una mirada desaprobadora de mi madre. Juro que esa mujer todavía tiene la habilidad de hacerme sentir de quince. La miré desafiante y reí más fuerte. Tenía jodidos veintiocho años. No podía controlarme más. Creí que todo fue espléndidamente hasta que nos subimos al auto. Caleb estaba sosteniendo la puerta abierta para mí cuando de pronto dijo:

—Tu padre es un chovinista. Pestañeé con sorpresa. No lo dijo como una acusación. Era más una observación. Me encogí de hombros. —Es un poco anticuado. Caleb me atrajo en un abrazo. Estaba mirándome de manera extraña, sus cejas juntas y su boca apretada en un pensativo puchero. Había llegado a conocer esta como su expresión de «te estoy psicoanalizando». Quería alejarme para que no pudiera ver dentro de mí, pero alejarse de Caleb era como encerrarse uno mismo en un refrigerador. Si él estaba brillando sobre ti, querías pararte debajo de su calidez, absorberla toda. Patético. También era hermoso. Nadie nunca me había dado tanta calidez. Me agarré a sus brazos, y lo dejé psicoanalizarme todo lo que deseara su corazón. Quería saber qué estaba viendo cuando me miraba tan intensamente. Rompió el hechizo, de pronto sonriendo. —Así que ¿supongo que te quedarás en casa, descalza y embarazada? Levanté mis cejas. Cuando él lo decía, no sonaba tan mal. —¿Estará esto en tu casa? —pregunté, estaba siendo evasiva. Besó la punta de mi nariz. —Tal vez, nena. Me dejó ir demasiado pronto. Quería quedarme allí y hablar acerca de quién sería el bebé del que estaría embarazada, ¿si el suelo donde estarían mis pies descalzos sería de madera o baldosa? ¿Si estaría viviendo en una casa de dos pisos o un rancho? Mi cabeza estaba dando vueltas. Eso era tan bueno como una propuesta para mí. El hombre era dorado. Hasta hizo que mi padre me mirara como si fuera humana. Solo habíamos estado juntos alrededor de ocho meses, pero si jugaba bien mis cartas podría tener mi anillo para la primavera. Esa era una noche feliz para mí. No me tomó mucho darme cuenta de que Caleb era mi planeta vacío.

Traducido por Apolineah17

M

e levanto de un salto cuando escucho el auto de Caleb en la entrada. Hemos estado juntos por más de cinco años, pero sigo sintiendo mariposas cada vez que entra en una habitación. Trato de no parecer necesitada, pero cuando su llave gira el pestillo y entra, me arrojo hacia él. Necesito que me perdone. He estado en un crepúsculo perpetuo desde que dejó de sonreírme. Lo atrapo con la guardia baja, y se ríe mientras mi peso lo golpea contra la pared. Tengo mis piernas alrededor de su cintura y mi nariz presionada contra la suya. Quiero besarlo largamente como solíamos hacer cuando nos reuníamos por primera vez, pero lo primero que dice es… —¿Dónde está Estella? La sonrisa se borra de mi rostro. Odio eso. ¿Cómo se supone que voy a saberlo? Suspiro y bajo de su cuerpo, decepcionada. —Probablemente con cuál-es-su-nombre. Caleb entrecierra los ojos hacia mí; su boca es una línea recta. —¿Pasaste algún tiempo con ella hoy?

—Sí —chasqueo—. Le di de comer esta mañana porque el niñero llegó tarde. Los músculos de su mandíbula saltan mientras rechina los dientes. Ellos suenan. Yo me estremezco. Suenan… me estremezco… suenan… me estremezco. Me siento hipócritamente enojada. No es inusual para las madres depender de las niñeras para que cuiden a sus hijos. En mi círculo, eso era perfectamente normal. ¿Por qué él siempre me hace sentir inferior? Enrosco mi labio superior entre mis dientes. —¿Crees que Olivia habría sido una mejor madre que yo? Por un segundo, destellos de ira no disimulados atraviesan sus ojos. Se aleja, se gira hacia mí, y se aleja de nuevo como si no supiera si enfrentar o no el hecho de que dije su nombre. Quiero una pelea. Cada vez que él me mira como si fuera una grande y enorme decepción, mi mente va hacia Olivia. Es como un engranaje para mí; los ojos decepcionados de Caleb lo desencadenan. De repente, estoy en ese lugar mágico donde puedo soltar el embargue, el acelerador baja, y mi mente está corriendo hacia Olivia. Mierda. Esa. Perra. ¿Qué poder tiene sobre él? Quiero correr hacia él, golpear mi puño contra su pecho por siempre compararme mentalmente con ella. ¿O yo soy la única comparándome mentalmente con ella? Dios, la vida está hecha un desastre. Justo en ese momento, Sam entra en la habitación con la bebé. La ira en el rostro de Caleb se desvanece, y de repente, se ve como si estuviera a punto de llorar. Conozco esa mirada; se siente aliviado, aliviado de tener algo más además de mí. Me doy la vuelta y camino hacia la puerta. —¿A dónde vas? —pregunta Caleb. —Voy a salir con Sam esta noche —digo. Evito el rostro de Sam y agarro mi bolso. —Vámonos, Samuel —chasqueó. Lo veo reprimir una sonrisa mientras agacha obedientemente la cabeza y camina hacia donde lo estoy esperando. Estoy fuera de la puerta y bajo las escalares antes de que Caleb pueda decir algo. Los oigo intercambiar algunas palabras detrás de mí, pero estoy a la mitad del camino hacia el auto de Sam, y decido que detenerme a escuchar a escondidas arruinaría mi credibilidad. Caleb probablemente le está advirtiendo sobre mi tendencia a ser agresiva cuando bebo. Sam sale corriendo un minuto más tarde. Sin una palabra, abre la puerta del lado del pasajero para mí, y yo subo. Él conduce un Jeep, del tipo que no tiene techo ni

ventanas reales. Me instalo en mi asiento y miro hacia adelante. Voy a destruir a Olivia. Voy a encontrarla y a destriparla por arruinar mi vida. —¿Hacia dónde? —dice Sam, dando vuelta alrededor de la entrada. —Llama a esa prima tuya que parece una promiscua —digo—. Vamos a donde quiera que ella esté. Él levanta las cejas hacia mí, pero no se mueve hacia su teléfono. —Ella está en Madre Gothel esta noche —explica—. ¿Alguna vez has estado allí? Niego con la cabeza. —Genial. Es tu tipo de lugar. —Desplaza su Jeep hacia el tráfico, y yo me agarro de la puerta para no perder el equilibrio. Este iba a ser un largo viaje. Madre Gothel no es mi tipo de lugar. Anuncio esto fuertemente mientras caminamos a través de la puerta. Un gorila con media docena de perforaciones revisa nuestras identificaciones. Me mira de una manera en que hace que mi piel se erice, y me agarro del brazo de Sam. —¿Qué demonios es este lugar? —susurro mientras entramos en una habitación iluminada por luces azul eléctrico. —Un bar hookah —dice. Levanta las cejas— Un bar emo hookah. Arrugo la nariz. —¿Por qué ella vendría aquí? —Estaba pensando en todos los bares con clase en la Avenida Mizner, sólo a un poco de distancia de este nido deprimente de ratas. —Ella va por fases —dice, asintiendo con la cabeza hacia el mesero—. El último mes fueron los salones de té. Él ordena dos Dirty Martinis. Mientras tomo el mío, me pregunto ¿cómo sabía que los bebo? —¿No vas a darme un sermón sobre las bebidas alcohólicas y la leche materna? — Digo sobre el borde de mi copa. Gime e intenta quitármela. —Mierda, lo olvidé —dice—. Es difícil recordar que una fría arpía como tú realmente es una madre.

Gruño y la sostengo fuera de su alcance. Touché. Nos abrimos paso hacia una mesa, donde un grupo pequeño de personas está agrupado. Veo la rubia cabeza de Cammie balanceándose animadamente, mientras cuenta una historia. Cuando ella ve a Sam su cara rompe en una sonrisa… hasta que me ve. Pestañea en una rápida sucesión, como si estuviera tratando de borrarme de su visión. Sonrío dulcemente y me dirijo hacia ella. Esta perra tiene información sobre Olivia. Puedo sentirlo. Me inclino para besarla en la mejilla. Me gusta conservar mis saludos europeos. —Sam —dice fuertemente—, no sabía que ibas a traer una… invitada. —Inclina la cabeza en una manera en la que sólo he visto hacerlo a bellezas sureñas. Identifico su acento de Texas. —¿La primera noche de fiesta desde el bebé? —me pregunta. Sam gruñe detrás de mí. Me doy la vuelta para dispararle una mirada de advertencia y luego me giro nuevamente hacia Cammie. —Claro —digo—. Sam tuvo suficiente amabilidad de dejarme acompañarlo. ¡Genial bar! —Miro a mi alrededor con un fingido interés. Cuando la miro, ella está a punto de rodar los ojos. Señala hacia dos sillas disponibles. Tomo la más cercana a ella, y Sam se sienta a mi lado. Hace las presentaciones alrededor de la mesa. El grupo está compuesto por dos abogados, un patinador profesional que se la pasa disparando miradas hacia el escote expuesto de Cammie, y algunas perforadas y tatuadas lesbianas. Durante la siguiente hora, los escucho parlotear sobre los temas más aburridos del mundo. Juego con mi cabello y trato de no bostezar. Sam me mira con diversión mientras contribuye a la conversación. En dos ocasiones, me atrapa desprevenida al pedirme mi opinión sobre los políticos. —En verdad, Sam —finalmente chasqueo cuando nadie está escuchando—. ¿No puedes parar? Él sonríe—. Sólo trato de ser amable. ¿Cómo alguien con tantos tatuajes sabe sobre política? ¿Estoy estereotipando? Qué mal. Me inclino cerca de su oído así sólo él puede escucharme. Cammie frunce el ceño. Él es gay. Quiero gritarle. Y, aunque no lo fuera, en serio, no lo hago con hombres desaliñados.

—Te daré cien dólares si puedes sacar a todos de aquí para que pueda hablar a solas con la zorra de tu prima. Sam se levanta y aplaude. —Voy a comprarles a todos un trago, a excepción de Cammie. Cammie rueda los ojos pero permanece sentada. Todos los demás siguen a Sam a la barra, riendo y aplaudiendo entre sí en la parte de atrás. Ella me mira expectante, como si supiera de mi plan. Juro que esta perra y yo hablamos el mismo idioma… con diferentes acentos. —Olivia Kaspen —digo. En su rostro no se registra nada—. ¿La conoces? Sus labios se curvan en una sonrisa, y agacha la cabeza una vez para reconocer que ella lo hace. Siento que un calor abrazador comienza en mi pecho y se extiende hacia afuera. Emocionales fuegos artificiales, si es necesario. ¡Lo sabía! Lamo mis labios y saco un cigarro de mi bolso. —Así es como conoces a Caleb —digo. Ella asiente con esa horrible sonrisa aún en los labios. Inhalo y la veo a través de mis pestañas—. ¿Por qué la ama? —Esta era la primera vez que había verbalizado la pregunta, aunque había reflexionado sobre ella por Dios sabe cuánto años. Olivia era atractiva, si tú fueras por zorras. Tenía demasiado cabello y los ojos muy separados, pero había estado alrededor de ella lo suficiente durante mi juicio para saber cómo los hombres reaccionaban ante ella. Era distante, fría. Era misterioso. Malditos hombres y sus malditos misterios. Nunca la había visto sonreír. Ni una sola vez. Era difícil de creer que alguien tan vivo y cálido como Caleb pudiera tener sentimientos por una carente de emociones. Cammie me está mirando, tratando de decidir hasta dónde quiere llegar con su respuesta. Me pregunto qué tan bien conoce a Olivia. Nunca se me había ocurrido, hasta ahora, que ellas podrían ser buenas amigas. Eventualmente, se aclara la garganta. —Bueno, ella es una perra como tú. Caleb siempre ha estado atraído por el tipo Cruella De Ville. Pero, supongo que si quieres una respuesta honesta… —su voz se apaga. La banda sale al escenario y las cosas están comenzando a ser ruidosas. Me inclino hacia adelante, hambrienta por su respuesta.

—Ellos echan chispas —dice. Me sacudo hacia atrás. ¿Qué demonios significaba eso?— Cuando están juntos, es como poner un huracán y un tornado en la misma habitación, puede sentirse la tensión. No creía en el cliché de las almas gemelas hasta que los vi juntos. He oído suficiente. Me siento mal del estómago. Miro alrededor por mi aventón y no puedo verlo en ningún lado, pero Cammie no ha terminado. —Sé que te quedaste embarazada a propósito —dice, quitando el cigarrillo de mis dedos y tomando una calada. Parpadeo hacia ella, demasiado intrigada para discutir. ¿Cómo podría saberlo? —Ahora tienes al chico… y al bebé. Ganaste. Así que, ¿por qué preguntas por Olivia? Considero mentirle, decirle que me estoy asegurando de que ella se ha ido para bien o alguna estupidez por el estilo. Ella sonríe. —¿Quieres saber por qué la ama, Leah? —Hace demasiado hincapié en la h de mi nombre. Me estremezco. Qué perra. Niego con la cabeza, pero la pequeña rubia es más inteligente de lo que parece. Ella apaga mi cigarrillo. —No encontrarás una respuesta para eso de nadie más que de Caleb. Si fuera tú, lo dejaría pasar. Ve y disfruta de la vida que robaste para ti. Olivia no aparecerá en tu puerta llorando, si eso es lo que te preocupa. Siento el calor en mi rostro mientras recuerdo el momento en que seguí a Caleb al departamento de Olivia. Esa era información privilegiada. La pequeña perra probablemente es su mejor amiga. —Él no me dejaría por ella incluso si lo hiciera. —Lo digo con más confianza de la que siento. Cammie levanta las cejas y se encoge de hombros—. Entonces, ¿por qué te preocupa? Trago saliva. ¿Por qué me preocupa? No es como que crecí en un hogar donde mis padres estaban locamente enamorados. Mi madre se casó con mi padre por dinero,

ella me lo dijo en numerosas ocasiones. Tengo a mi chico, así que, ¿por qué estoy preguntando? —No… no lo sé. —No es divertido ser la segunda opción, ¿verdad? —Arranca un pedazo de tabaco de su lengua y lo golpea con la punta del dedo—. Hay una posibilidad de que sientas que mereces ser más que el matrimonio por lástima de Caleb, y si eso es cierto entonces debes abandonar el barco ahora. Es sólo cuestión de tiempo antes de que la saga Caleb/Olivia empiece de nuevo. Sus palabras duelen. Me muevo alrededor de mi silla mientras el dolor me atraviesa. —¿Pensé que dijiste que ella se mudó? —siseo. —¿Y qué? —Cammie se encoge de hombros—. Su historia nunca terminará. Ella está casada, ¿sabes? Así que, técnicamente tienes algo de tiempo para hacer que tu esposo se enamore de ti. No puedo ocultar mi sorpresa. Ella no se ha casado con Tunner, eso es seguro. Él había atormentado mi teléfono después de que ella lo terminó. Rogándome que apelara en su nombre. Estúpido Tunner. Después de todo el fiasco de la amnesia, irrumpí en su apartamento y encontré las cartas de Caleb, con la fecha de su época universitaria. No tomó mucho tiempo averiguar que ella era su ex novia, intentando engañarlo. La chantajeé para dejar la ciudad y entonces contraté un detective privado que la siguió a Texas. Un amigo estaba asistiendo a la misma escuela de leyes de Olivia, así que hice una llamada, intercambié algunos boletos del Super Bowl, y ¡BAM! Lo siguiente que supe fue que estaban comprometidos. ¡La suerte! Tunner era un títere. Cómo una mujer podría pasar de Caleb a ese medio-idiota que estaba más allá de mí. De cualquier manera, pensé que ella estaba fuera de mi vida para bien, hasta que Caleb la contrató para ser mi abogada, y fue algo bueno que lo hiciera, porque ganó el caso y me salvó de diez años en la prisión estatal. No le digo nada de esto a Cammie, cuyo acento sureño de repente me está haciendo sentir incómoda. ¿Era ella la amiga con la que Olivia se había ido a vivir a Texas? Nada más pasa entre nosotras, mientras Sam decide aparecer en la mesa en el momento exacto. Me pongo de pie para irme. Cammie ya no me está mirando, ella está besando al patinador que está ahuecando su pecho en una mano y sosteniendo la otra por encima de su cabeza.

Me doy la vuelta, disgustada, y sigo a Sam hasta su auto. —¿Conseguiste las respuestas que necesitabas? —dice mientras estamos en la carretera. Lo miro con sorpresa—. ¿De qué estás hablando? Se muerde un lado de la boca y me mira por el rabillo del ojo. —Ella es mi prima, y es una parlanchina. Me habló de esa chica. Lo miro con la boca abierta—. Sabías que ella era amiga de Olivia, ¿y no me lo dijiste? —Eso es lo que esperabas, ¿no es cierto? ¿Querías saber si ella la conocía? Él tiene razón, pero todavía estoy enojada. —Soy tu jefa —digo—. Deberías haberme dicho. Y, ¿qué tipo de gay eres, de todos modos? Se supone que amas el chisme y el drama. Echa hacia atrás la cabeza y se ríe. A pesar del mundo de malas noticias arremolinándose en mi cabeza, sonrío. Tal vez él no es tan malo. Decido dejar de intentar que Caleb lo despida. Cuando llego a casa, Caleb ya está en la cama, no en la nuestra, pero sí en la cama doble en la habitación de la bebé. Compruebo el suministro de leche en la nevera, por suerte hay suficiente congelada para un día o dos—tiempo suficiente para que el Dirty Martini salga de mi sistema. Ruedo los ojos. Caleb probablemente comprobará mi nivel de alcohol en la sangre antes de dejarme bombear de nuevo. Me voy a la cama, todavía con la ropa, más triste de lo que jamás me he sentido.

Traducido por Itorres

M

i hermana era tan hermosa que casi dolían los ojos al mirarla, y Dios, eso es todo lo que hice en esos primeros años. Ella era más joven que yo. Sólo por un año, pero aun así lo era. Era un poco extraño idolatrar a mi hermanita. Era difícil no hacerlo, ya que en el momento en que entraba en una habitación, todos los ojos se pegaban en ella como si tuviera algún tipo de magia de hadas etérea que fluía por sus poros. Durante mucho tiempo, creí que una vez que llegara a una cierta edad, podría tener un poco de ese zumo de hadas, no tuve esa suerte. Me veía como desnutrida, rota con tirantes y zapatillas de mil doscientos dólares. Courtney me hacía querer morir, especialmente cuando tenía citas y luego desechaba a todos los chicos que me gustaban. Yo nunca podría estar enojada con ella por eso. Éramos un equipo, Court y Jo, hasta que Jo decidió que quería ser Leah, y luego fueron Court y Lee. A pesar de nuestra cercanía, mientras crecíamos no se podía negar el abismo que nuestras diferencias provocaron. Nuestra amistad vaciló durante un año en la escuela media. Me dejó por las porristas. La vi hacer nuevos amigos desde mi asiento en las gradas sociales, recogiendo las migas y tratando de averiguar por qué mis senos aún no crecían. No soy como el resto de mi familia. Cada uno de ellos, a excepción de mi madre, tenía el pelo negro azabache. Cosa que hacía juego con la piel aceitunada y ojos verdes de los Smith, y que se ven como un ejército de bellas griegas. Nací roja: mi piel, mi cabello y mi acalorada actitud exigente. Mi madre solía decirme que lloré durante una semana

después de que me trajeron a casa. Ella dijo que yo perdí mi voz, y todo lo que podía oír era el aire que salía de mí cuando hacía caras de gritos. Nuestra madre animó a Courtney para hacer todas las cosas típicas de chica perfecta, animadoras, modelaje y el robo de novios a otras chicas. Yo, por otra parte, fui animada a hacer dieta, especialmente durante mi último año de la escuela media. Yo estaba un poco gordita. Empecé a comer mis sentimientos cuando descubrí a los chicos, el rechazo y los pequeños pastelitos de Debbie. Pasé de desnutrida a toda carnosa en cuestión de meses. —Vas a lamentar seriamente esto —dijo mi madre, al descubrir mi escondite. Había escondido una docena de cajas surtidas en una vieja lata de palomitas de Navidad en la despensa. —Ya tiene el cabello rojo, ¿ahora quieres añadir libras de carne de extra? —Para enfatizar su punto, ella agarró un puñado de grasa de mi cintura y lo pellizcó hasta que grité. Ella negó con la cabeza. —Sin esperanza, Johanna. —Y entonces ella tiró todos mis pastelitos a la basura. Me mordí el labio para no gritar. Cuando me vio luchando con las lágrimas, ella se suavizó un poco. Tal vez ella fue gordita alguna vez, pensé esperanzada. —Aquí. —Ella abrió el congelador y me puso una bolsa de guisantes congelados en mi pecho—. Cuando tengas la necesidad de saciarte con comida basura, come estos. Basta con pensar con que es como un tratamiento... como helado congelado. —Cuando miré dudosa, ella agarró mi barbilla y me obligó a mirarla—. ¿Te gustan los chicos? Asentí con la cabeza. — No vas a conseguirlos si comes pastelitos, confía en mí. Nadie ha enganchado a un hombre con migas de torta en la cara. Me llevé mi bolsa de guisantes congelados a mi habitación y me senté con las piernas cruzadas en el suelo. Mirando mi cartel de Jonathan Taylor Thomas, me comí toda la bolsa, guisante por guisante. Yo era una especie de nerd. Me gustaban los chicos, pero también me gustaban las matemáticas y la ciencia. Sin embargo, las matemáticas y la ciencia no atraían. Era un amor seco de un solo lado. Quería que la gente me mirara como lo hacía con Court. Rodé sobre mi espalda, masticado mis guisantes. Como que me gustaban.

Al día siguiente le pregunté a Court si me presentaría a sus amigos. —Te burlas de las porristas —dijo. —No lo haré nunca más. Quiero agradarle a la gente. Ella asintió. —Les agradarás, Lee. A mí me agradas. Court me enganchó en una invitación a una fiesta de pijamas, con todas sus risueñas amigas. A pesar de su tranquilidad, no les había gustado a sus amigas. Eran unas putas de trece años de edad, fuertemente sedadas por las opiniones de sus madres. Acabaron casi cada frase con las palabras de cariño o impresionante. Yo no quería ser como esas chicas. Yo no quería ser como mi madre. Cuando una de ellas me preguntó por qué me juntaba con los frikis de las matemáticas, me abrí. — Hablan de cosas más interesantes que tú. La chica, Britney, me miró como si yo fuera algo detestable. Ladeó la cabeza y me sonrió. Casi podía ver a su bien vestida madre haciendo lo mismo. — Ella es lesbiana —había anunciado a todas en la habitación. El resto de las chicas asintió con la cabeza, como si fuera una explicación completamente aceptable para mi extrañeza. La cara de Court cayó. Se veía tan decepcionada de mí. —No soy lesbiana —le había dicho. Pero, mi voz era débil, poco convincente. Las chicas ya habían tomado la palabra de Britney por hecho. Ellas ya estaban evitando mis ojos. Me miré alrededor de la habitación en sus estúpidas cabezas rociadas de spray, labios rosas y dije un sonoro «¡Váyanse a la mierda!» antes de salir furiosa. Me sentía ligeramente culpable por proyectar una sombra en el estatus social de Court. Se recuperaría. Era demasiado bonita para no lograrlo. Cuando llegó a casa, ella irrumpió en mi habitación y cruzó los brazos sobre su pecho. — ¿Por qué hiciste eso? —me preguntó. — Me pediste que te ayudara y te comportas como una idiota delante de mis amigas.

Negué con la cabeza. ¿Estaba bromeando? —Court, fueron ellas. ¿De qué estás hablando? — ¡Me hiciste ver muy mal, Leah! Eres tan egoísta. Estoy tan harta de tu drama. Se dio la vuelta para marcharse, pero salté y la agarré del brazo. No podía creer que estaba diciendo esto. Es como si estuvieran robando poco a poco trozos de su cerebro y los sustituyeran por funcionamientos básicos. — ¡Eso no es justo! Eres mi hermana. ¿Cómo se puedes ponerte de su lado? Britney le mintió a todas. Tú sabes que no soy lesbiana. Courtney sacudió su brazo—. Eso no lo sé. Abrí y cerré la boca en estado de shock. Mi hermana, mi Courtney nunca me había hablado así. Ella nunca le había dado la razón a nadie por encima de mí. Me sentí como si alguien estuviera quemando un agujero en mi pecho, me dolía mucho. —Estás arruinando las cosas para mí —dijo finalmente—. Ellas son mis amigas. Eres mi hermana. Me molesta cuando dicen cosas sobre ti. Pero por favor, déjame en paz y no abras la boca nunca más. Estás haciendo las cosas difíciles para mí. Me tragué mi respuesta y asentí. Yo podría hacer eso por ella. Nunca hablamos de lo que pasó después de ese día, pero estuvo rara conmigo durante mucho tiempo. Sus amigas me hicieron un punto de risitas cuando pasaban por delante de mí en los pasillos de la escuela privada. Propagaron rumores también, dijeron a la gente que me atraparon masturbándome en la fiesta de pijamas. Todo esto y Court nunca dijo una palabra en mi defensa. Nunca dije una palabra en mi defensa. Comencé a preguntarme si ella les creyó. Dentro de unas semanas, fui declarada lesbiana por cada chico popular en el séptimo y octavo grado. Cuando los rumores finalmente llegaron a mis padres, me enviaron a un campamento bíblico de verano. Me encantó. Conocí al hijo de un pastor y perdí mi Tarjeta-V en los arbustos detrás del cuarto de baño común. Volví con un sabor afirmado por los hombres. Por supuesto, eso no impidió que los rumores de lesbiana cuando comenzó la escuela de nuevo. Britney se encargó de asegurarse de que cada niña en su grado y el mío supieran que no debían desnudarse delante de mí en el vestuario. Los chicos se codeaban en los pasillos, riéndose y haciendo comentarios mientras caminaban. Fue terrible. Hiriente. Courtney no los corrigió, esa fue la peor parte. Nuestro vínculo se desgastó y rompió, todo bajo las yemas de los dedos crueles

de Kings High School. Me había acostumbrado a ello de alguna manera, yo esperaba que se me tratara de la misma manera en que me había acostumbrado, al enfoque de no intervención de mis padres. Mantuve mi cabeza abajo, citándome con chicos del club de matemáticas que podían congeniar mentalmente conmigo y nunca dejé de conspirar contra Britney y sus lacayos. Cambié ese año, y nadie se dio cuenta. Estaban demasiado ocupados molestándome que nunca notaron mis copa-C aproximarse. Aprendí a usar un secador de cabello y a maquillarme. Perdí mi grasa de niña. Ese mismo año, mi hermana y Britney tuvieron una pelea por un chico llamado Paul. Las dos lo querían. Para salvar su amistad, las dos chicas habían renunciado a él en un emotivo abrazo, insistiendo en que nada, especialmente un chico, podría interponerse entre su amistad. Pasó un mes para que Britney se acostara con él. Mi hermana fue aplastada. No me gusta ver a Courtney llorar. Y eso es lo que hizo durante dos semanas. Incluso la atrape agarrando una botella de píldoras para dormir del cuarto de baño un día. —No por un chico, Courtney, —le había dicho, quitándole la botella de los dedos—. En serio, ¿cuándo volviste tan débil? Había llorado lágrimas silenciosas mientras me miraba con los ojos hinchados. Me di cuenta entonces de que era probable que siempre fuera débil. Se mantuvo de pie debido a que nuestros padres la favorecían. No fue un acto de valentía el desafiar a nuestros padres cuando ellos nunca siquiera le levantaron la voz. Le metí en su habitación y a la cama. Entonces me arrastré junto a ella para poder vigilarla. Al día siguiente acorralé a Britney en su casillero. Ella era oficialmente la novia de Paul, y ahora que había cortado el vínculo con mi hermana, yo no tenía que mantener la boca cerrada nunca más. — Eres una puta sin valor, ¿lo sabías? Le dio un codazo en la clavícula para dar énfasis. Paul estaba esperándola a unos metros de distancia. Britney me miró, dándome una palmada en la mano. —¡Eew! No me toques, lesbiana —espetó. La ignoré, volteando hacia Paul. Yo había planeado esto. Paul sonreía ligeramente. Podía ver las palabras pelea de chicas formándose en su miniatura de cerebro subdesarrollado. Unas pocas personas se reunían a nuestro alrededor para ver lo que estaba sucediendo.

—Y tú, —dije, mirando a Paul—. Vas a necesitar esto... —Le lancé un condón. El cuál rebotó en su pecho y cayó entre su Nikes. Me miró, y luego miró al paquete rojo en sus pies—. Ella tiene herpes, idiota. La expresión de su rostro valió la pena de cada comentario de lesbianas que Britney me había dicho en los últimos dos años. Antes de marcharme, eché un vistazo a Britney. Su rostro estaba pálido. No se suponía que debía saber sobre el herpes. Las paredes de mi casa eran delgadas, y ella había tenido demasiadas pijamadas con mi hermana. Destruir la reputación de Britney como ella destruyó la mía era el hacha que tenía que soltar mis cadenas. Comenzó con Britney, pero pronto estaba durmiendo con los novios de todo el mundo. Me gustó la facilidad con que podía hacer que los niños me siguieran con las caras de sexo colgando en sus rostros. Me gustó la forma en que sus novias fueron a la escuela con los ojos rojos hinchados de tanto llorar, después de que se enteraron de sus novios las habían engañado. No me uní a las filas con las chicas populares, como mi hermana, yo las había superado. Yo estaba volando alto, y no tenía la intención de parar.

Traducido por Eni

—H

emos estado juntos por mucho tiempo, Caleb. Él no levanta la vista cuando dice—: Sí.

Generalmente, conseguía un «Si, Roja» o un «Si, amor» pero esta vez sólo tuve un «Sí». Se siente solitario, ese «sí». —¿Te acuerdas esa vez que fuimos a Los Angeles y comimos en cada club de celebridades en que podíamos meternos? Me dispara una mirada y sigue revolviendo su correo. Caleb es nostálgico. A él le gusta hablar de viejos recuerdos. —No teníamos reservaciones —continúo—, pero tú encontraste la manera de entrar en cada restaurante que queríamos probar. Él está tranquilo mientras escucha.

—No vimos ni una sola celebridad, pero me sentí como una en toda la semana…sólo estando contigo. —Tomo el correo de sus manos y lo pongo en el mostrador, entrelazando nuestros dedos. —Caleb, yo sé que soy un desastre. Tú sabes que soy un desastre. Pero, tú me haces ser mejor. Tenemos demasiada historia… demasiado amor. Por favor deja de ignorarme. Su mandíbula se está moviendo. —No quise ir a esos restaurantes pretenciosos, Leah. —¿Qué? —sacudo mi cabeza. Pensé que esto iba a funcionar. No tengo ni siquiera un plan de respaldo. —Fui por ti. La pasé muy bien por ti, pero eso no es lo que soy. —No entiendo —digo. Sus dedos están tratando de separase de los míos. —He sido alguien diferente contigo. Alguien que no entiendo. —Bueno, entonces sé alguien nuevo. No me importa. Podemos cambiar juntos. Caleb suspira—. No creo que te vaya a gustar quien soy. —Pruébame, Caleb. Voy a trabajar duro para llegar a conocerte. Por favor. Podemos arreglar esto. —No sé si podemos hacerlo, pero podemos intentarlo. Sonrío y lo abrazo fuertemente. Siento sólo una mínima vacilación antes que él corresponda a mi abrazo. Respiro su olor. Podemos intentarlo. Me repito silenciosamente. Palabras que quiero, pero ellas tiene una fecha de vencimiento. Podemos intentarlo…hasta que ya no podamos más. Podemos intentarlo…pero ya se siente condenado al fracaso. Tendré que pensar en una manera de hacer esto más permanente. Las semanas siguientes son tranquilas. Saco todos los libros de cocina que me dieron como regalo de bodas y realmente empecé a hacer las comidas en lugar de ordenarlas. Si mi hombre quería una ama de casa y una esposa, eso es lo que él tendría. Podía ser totalmente tradicional. Hago que comamos en la mesa del comedor que nunca antes habíamos usado. Incluso muevo el cochecito de bebé hacia el comedor así ella puede estar con nosotros. A él le gusta mi comida, o dice que le gusta. Se la come toda y

parece realmente feliz de que lo esté intentando. Voy a comprar ropa para la niña y tirar todo el amarillo y el verde. Estoy orgullosa cuando se la muestro a Caleb en la cama para que la vea. Él coge cada uno de ellas y asiente con la cabeza en señal de aprobación. —Ella no va a usar esta —dice él, sosteniendo una pequeña camiseta que dice—: Sal conmigo. —Es linda —argumento. Él agarra la camisa antes que yo y la sostiene arriba de su cabeza para que no pueda alcanzarla. Pasamos los siguientes cinco minutos persiguiéndonos alrededor de la habitación para apropiarnos de la camisa. No habíamos jugado así en mucho tiempo. Se siente bien, como se sintió el comienzo de «nosotros». Sam observa nuestra transformación marital con diversión. Un día en el desayuno, le pregunto a Caleb a dónde planearemos nuestras vacaciones este año. —Nuestras vacaciones tendrán que ser adecuadas para un niño —dice él, sorbiendo su té—. Un montón de Disney World y resorts en la playa, me imagino. Respingo. Él tiene que estar bromeando. Sam se da cuenta de mi expresión y tiene que contener la risa. Miro a Caleb sobresaltada—. Me quemo con el sol —dejo escapar. Él sonríe torcidamente. —¿Qué? ¿Piensas que vamos a ir a París y a Toscana con una niña pequeña? —asiento. —Ellos también necesitan cosas, Leah. Está bien si la exponemos al mundo, pero la gente pequeña necesita Disney World y castillos de arena. ¿No tienes esos recuerdos de cuando eras pequeña? No los tengo. Mi escuela nos llevó a Disney en mi primer año. Me emborraché con un par de chicos la noche anterior y tuve una reseca todo el día siguiente en el parque. No le digo eso a Caleb. —Supongo —digo sin comprometerme. Esto de la cosa tradicional está realmente empezando a apestar—. ¿Qué si a ella le gusta París? —pregunto esperanzada—. ¿Entonces podemos ir?

Él se pone de pie, besando la parte superior de mi cabeza. —Sí. Inmediatamente después que le demos su infancia. —¿Entonces mientras ella aún este pequeña, podemos ir a un lugar mejor? No es que a ella le vaya a importar Minnie Mouse por el momento. —Probablemente no tendremos vacaciones este año. Ella todavía está demasiado pequeña para ir o llevarla a algún lugar. —Lo miro con incredulidad mientras agarra su teléfono. ¿Acaba de confiscar mis vacaciones? —Eso es ridículo —anuncio, lamiendo mi cuchara limpia de avena—. Un montón de personas tienen bebés y se van de vacaciones. —Hay cosas a las que hay que renunciar cuando tienes una familia, Roja. ¿Ya estás llegando a comprender esto? —¡Vamos a dejar de comer carne roja… la música… la electricidad! pero no a renunciar a las vacaciones. Sam deja caer el montón de ropa que está sosteniendo. Puedo ver su espalda sacudiéndose de la risa mientras él se inclina para recogerla. Caleb está ignorándome, desplazándose a través de su celular. Todos los hombres en mi vida me tratan como si yo fuera una broma. —Voy a ir de vacaciones —les anuncio a ambos. Caleb levanta la mirada y alza una ceja. —¿Qué estás diciendo, Leah? Él está provocándome. No sé por qué tomo la carnada. —Estoy diciendo que contigo o sin ti, voy a ir. Salgo airada de la habitación así que no veo su expresión. ¿Por qué me siento como de diez años? No, no hay nada malo en mí. Es él. Él no me quiere por lo que soy. Quiere que sea alguien más. Este es un juego Caleb y yo he estado jugando por años. Me da unas reglas bajo las cuales vivir, y fracaso. Me sigue. —¿Qué estás haciendo? —Agarra mi brazo mientras trato de alejarme.

—Estas tratando de controlarme. —La idea de una Leah controlada me aburre, te lo aseguro. Sin embargo, ser parte de una familia significa tomar decisiones conjuntamente. —Oh por favor —le escupo—, dejemos de fingir, nadie más que tú toma las decisiones. Alejo mi brazo. —Estoy cansada de pretender ser alguien que no soy y siempre simularlo por ti. Estoy en las escaleras cuando lo oigo decir—: Bien, ahí lo tienes. No miro hacia atrás. Cuando estoy escaleras arriba, saco la pintura de la calle que Courtney me trajo de su viaje por Europa. Lo guardo envuelto en papel de cera en una caja. Toco la sombrilla roja con la punta de mis dedos. Courtney dijo que yo era su sombrilla roja. Cuando ella estaba en crisis, todo lo que ella tenía que hacer era permanecer a mi lado y yo mantendría todas las cosas malas lejos de ella. No era verdad. Le fallé a Courtney, le fallé a mi padre, y estaba en el proceso de fallarle a Caleb. Lo empujo de vuelta a la caja y limpio con fuerza las lágrimas que están cayendo por mis mejillas. Oigo a Estella llorar mientras se levanta de su siesta. Reúno mis emociones, tomo un respiro profundo y voy por ella.

Traducido por flochi

P

eleamos el día de su accidente. ¿Puedes imaginarlo? Tu novio casi muere, y horas antes, le dices que quieres romper. No lo dije en serio. Era una declaración de «hazlo o vete a la mierda»: un cruel intento para conducirlo al matrimonio. Salvo que no puedes darle a Caleb Drake un ultimátum. Pude ver su rostro en mi mente cuando las palabras dejaron mi boca; cejas levantadas, su mandíbula apretada como un puño. El día anterior se fue de viaje de negocios a Scranton, peleamos por el mismo tema. Quería un maldito anillo. Caleb quería asegurarse de que mi dedo era el indicado en el que ponerlo. Entonces llegó la llamada. Estaba en el trabajo cuando la refinada voz de Luca llegó a la línea. Luca y yo teníamos una relación indecisa; a veces las cosas eran estupendas entre nosotras, a veces quería verter queroseno en su cabeza y encender una cerilla. Ella estaba diciendo cosas como hospital y pérdida de memoria. No lo entendí hasta que dijo: —Leah, ¿me estás escuchando? ¡Caleb está en el hospital! ¡No sabe su propio nombre! —¿El hospital? —repetí. Se suponía que Caleb estaría comprando un anillo para mí. —Un accidente, Leah —repitió—. Vamos a volar en la mañana. Tan pronto como le colgué a Luca, empecé a buscar vuelos. Si me iba ahora, estaría allí a medianoche. Ella iba a volar con Steve, el padrastro de Caleb, a la mañana. Quería

llegar primero. Tenía que mirarlo a los ojos y hacer que me recordara. Mi padre entró a mi oficina, un montón de papeles en sus manos. Mi mouse se cernía sobre el botón de comprar. Él siempre me estaba necesitando para firmar cosas. —¿Qué estás haciendo? —Me miró por encima del borde de sus gafas. —Caleb ha tenido un accidente —dije—. Tiene una concusión, y no sabe quién es. —No puedes irte —dijo con impasibilidad—. Estamos a mitad de nuestro funcionamiento de ensayo. Te necesito aquí. Dejó los papeles sobre mi escritorio y se fue dando zancadas a la puerta. Parpadeé de espaldas a él, sin tener claro si me había escuchado. —¿Papi? Se detuvo en la puerta, su espalda rígida hacia mí. Así era en mayor parte nuestra relación: yo hablándole a su espalda, o su cabeza cabizbaja, o su periódico. —Caleb me necesita, me voy. —Hice un clic en comprar en el boleto y me puse de pie para recoger mis cosas. No lo miré cuando salí por la puerta, donde definitivamente se había quedado congelado en el lugar, mirándome. —Johanna… —No me llames así. Mi nombre es Leah. Lo empujé al pasar a su lado, la fuerza de mi cuerpo golpeándolo en el marco de la puerta. Parecí más valiente de lo que me sentía, era buena en eso. ¿Acababa de desafiar a mi padre, el hombre cuyo amor siempre estoy intentando ganar, asegurar… merecer? Tomó cada pedacito que poseía no darme la vuelta y evaluar su ira. Supe que si lo miraba regresaría corriendo, buscando las migajas de su amor como un perro. Él estaba furioso… hirviendo. Camina, camina, camina… me dije. Caleb me necesitaba. Él era lo único bueno que poseía, y no iba a dejar que me olvidara. ¿Qué importaba este trabajo? ¿Qué importaba mi padre? Necesitaba a Caleb más que esas dos cosas. Manejé a casa y tiré mis cosas en un bolso de viaje. Para cuando llegué al aeropuerto, estaba temblando. Todo sucedió en un borrón desde ese momento: pasar a través de la seguridad, encontrar mi puerta. Cuando alcancé la puerta, todavía faltaban treinta minutos para poder abordar el vuelo. Me quedé de pie tan cerca de la agente de los boletos como me fue posible. La vitrina encima de su escritorio decía Scranton, pero

bien podría haber dicho Caleb. Cuando se anunció la primera llamada de abordaje, fui la primera en entregar el boleto. Derrumbándome en mi asiento, presioné los dedos sobre mis ojos para contener las lágrimas. Me distraje sacando mi iPhone y googleando amnesia. Estaba leyendo los diferentes tipos cuando la azafata me dijo que tenía que apagar mi teléfono. Odiaba eso. Mi novio tenía amnesia, mi padre iba a repudiarme apenas llegara a casa, y la perra usando sombra de ojos color azul estaba preocupada respecto a que mi teléfono móvil derribara un avión. Guardé mi teléfono y me di golpecitos rápidos con las uñas sobre la almohadilla de mi pulgar., uno a uno, empezando por el meñique y siguiendo con los otros. Hice eso por lo que duró el vuelo. Cuando fue finalmente la hora de aterrizar, apenas pude evitar ponerme de pie y correr a la parte delantera del avión. Pensé en todas las cosas que podía salir mal. Luca había mencionado por teléfono que la pérdida de memoria de Caleb fue clasificada como amnesia retrógrada, lo que significaba que él había perdido la capacidad de recordar lo que pasó antes del accidente. ¿Cómo podía alguien simplemente… olvidar todo sobre su vida? No podía creerlo. De ninguna manera podía olvidarme. Estábamos juntos todos los días… me amaba. Eso era lo peor respecto al amor; sin importar cuánto lo intentaras, nunca podías olvidar a la persona que tenía tu corazón. Hasta Caleb, no sabía lo que eso significaba. Yo era la reina de sal con ellos y deséchalos. La fila avanzó y troté fuera de la terminal hacia el puesto de alquiler de autos. Treinta minutos después, estaba yendo a toda velocidad hacia el hospital en un Ford Focus, la calefacción encendida durante todo el camino y mi pulgar derecho golpeteando, golpeteando, golpeteando en mi uñas. Afuera estaba nevando. Todo lo que había traído era una chaqueta ligera y un par de sweater ligeros. Iba a congelarme. El camino hacia su habitación del hospital fue el más largo que haya tomado. Mi pecho dolía mientras me preocupaba si me recordaría o no. Su doctor, un hombre indio de rostro amable, se encontró conmigo en el corredor. —Hubo algo de sangrado en su cerebro que conseguimos controlar. Está estable, pero muy confundido. No se moleste si no sabe quién es. —Pero, ¿qué lo causó? Miles de personas consiguen conmociones cerebrales y no pierden sus recuerdos —dije. —Nunca hay una sola explicación de las causas de estas cosas. Todo lo que se puede hacer es ser paciente y darle el apoyo que necesita. Con este tipo de pérdida de memoria, por lo general lleva tiempo, pero sus recuerdos vuelven.

Miré con miedo hacia la puerta. Esto estaba sucediendo realmente. Iba a atravesar esa puerta, y el único hombre que me había permitido amar no me reconocería. —¿Puedo verlo? El doctor asintió. —Dele espacio. Para él, esta será la primera vez que la conozca. Si quiere abrazarlo, pídale permiso primero. Tragué el puño que tenía en la garganta. Agradeciendo al doctor, golpeé con suavidad la puerta. Lo escuché decir: —Entre. Lo primero que vi cuando entré fue la bella enfermera que estaba revisando su vía intravenosa. Ella estaba coqueteando, mi respuesta inicial era caminar directamente hacia Caleb y besarlo. Mi territorio. En cambio, me quedé parada furtivamente junto a la puerta y esperé a que él me notara. Por favor… por favor… Alzó la mirada. Sonreí. —Hola, Caleb. —Me acerqué unos pocos pasos. Mi corazón se estremeció con cada segundo de comprensión. No iba a haber un milagro cuando viera mi rostro, mi precioso cabello rojizo no le regresaría sus recuerdos. Yo estaba hecha de acero. Podía manejar esto. —Soy Leah. Miró a la enfermera, quien fingía no notarme, y ella asintió, tocando su brazo ligeramente antes de salir por la puerta. —Hola, Leah —dijo él. —¿Tú…? —Me detuve antes de poder decir más. No cuestionaría si me conocía o no, no, eso seguramente pintaría como una incertidumbre. Simplemente afirmaría que yo estaba con él y demandaría que mentalmente lo aceptara. —Soy tu novia. Es extraño tener que explicártelo. Sonrió, la sonrisa del viejo Caleb. Solté la respiración que estaba conteniendo. Dios, necesitaba un cigarrillo.

Me acerqué a un costado de la cama. Estaba bastante golpeado. Había cinco puntos sobre su ojo derecho y su cara parecía un cuadro abstracto. —Estaba tan asustada —dije—. Vine inmediatamente. Asintió y bajó la mirada a sus manos. —Gracias. Los músculos estaban funcionando en su mandíbula a la vez que apretaba los dientes. Parpadeé hacia él, insegura de qué decir a continuación. ¿Empecemos de cero? ¿Darle un resumen de quiénes éramos, donde habíamos estado? Quédate quieto mi maniático corazón. —¿Puedo… puedo abrazarte? —Temblé mientras esperaba su respuesta. Eran temblores de miedo, un cálculo de la pérdida que sentiría si me rechazaba. Alzó la mirada, el ceño fruncido, y asintió. Fue uno de esos momentos maravillosos de alivio que siempre recordaría. Mis nudos internos se desenredaron y me zambullí en él, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello y sollozando en su pecho. Por unos segundos, se trató solamente de yo estrechándolo, y entonces sentí sus manos apoyarse suavemente en mi espalda. Esto era un desastre. Yo debería ser la que lo reconfortara, y aquí estaba yo llorando. Si hubiera muerto… oh Dios… hubiera estado sola. Su madre me había dicho que el conductor del auto había muerto. Lo había visto una o dos veces en actividades del trabajo de Caleb. Cuando me aparté, no pude encontrarme con sus ojos. Agarré fajo de pañuelos de mi bolso y me di la vuelta mientras me secaba los ojos. Tenía que mantenerme cuerda. Pensar en positivo. Pronto esto estaría acabado y enterrado en nuestro pasado. Por ahora, necesitaba estar para él. Éramos muy buenos juntos. Incluso si no tuviera recuerdos de antes, ahora él lo vería. Necesitaba hacer que él lo viera. Sofoqué un sollozo. ¿Por qué tenía que pasar esto? Justo cuando nuestra relación finalmente había progresado. —Leah.

Me quedé inmóvil. Mi nombre sonó extraño en su voz, como si lo estuviera diciendo por primera vez, pronunciando las sílabas con cautela. Me sequé la última de mis lágrimas y lo enfrenté… sonriendo. —¿Estás…? Dios… —Cerró las manos en puños cuando vio mis ojos llorosos—. Lo siento tanto. Parecía que estuviera a punto de llorar, así que me senté en el borde de su cama, viendo mi oportunidad de ser de alguna ayuda. —No te preocupes por mí —dije—. Estoy bien siempre y cuando tú lo estés. Frunció el ceño. —No estoy bien. —Entonces, tampoco yo, pero estamos juntos en esto.

Traducido por Eni y Anelynn*

E

stoy en la sala de estar, hojeando la revista Vogue mientras Caleb cocina la cena. La bebé está durmiendo arriba, y la televisión está en algún canal de noticias asqueroso, suficientemente fuerte para que Caleb pueda oírlo. Estoy pensando en cambiar el canal y poner America’s Next Top Model, cuando oigo su nombre. Mi cabeza se mueve bruscamente hacia arriba. Olivia Kaspen. Su imagen está en la pantalla, con ella rodeada de reporteros. Agarro el control remoto, no para subirle el volumen, sino para cambiar el canal antes que Caleb pueda verlo. —No lo hagas —Oigo detrás de mí. Aprieto mis ojos con fuerza. Encogiéndome de hombros, subo el volumen. El presentador es femenino. Una vez leí una estadística que decía que el sesenta por ciento de los hombres pierden su concentración con las presentadoras femeninas. Desafortunadamente para mí, Caleb no es uno de esos hombres. Él bordea más cerca del televisor, el cuchillo aún en su mano. Sus nudillos están blancos. Mis ojos recorren su brazo y el resto de su cara. De su nariz hacia abajo, sus rasgos son de mármol. Todo arriba de eso está registrando una emoción en un nivel nuclear. Sus cejas están unidas y sus ojos parecen como un arma cargada lista para estallar en cualquier momento. Traslado mi mirada al televisor, con miedo de que si sigo viéndolo, empezaré a llorar.

—El juicio de Dobson Scott Orchard comenzará la próxima semana. Su abogada, Olivia Kaspen, quien hasta este punto no ha hablado sobre su cliente, recientemente hizo una declaración, diciendo que tomó el caso después de que el secuestrador acusado y violador en serie la contacto directamente, pidiéndole que lo represente. Se especula altamente que Olivia, quien se graduó de la misma universidad que una de sus víctimas, presentará un alegato de «Inocente por razones de enajenación mental». El programa se va a una pausa de comerciales. Me desplomo contra el sofá. La imagen que habían mostrado de Olivia era borrosa. La única cosa realmente visible era su cabello, el cual estaba mucho más largo de lo que había estado en mi juicio. Lentamente giro mi cuello alrededor hasta que puedo ver el rostro de Caleb. Él está de pie inmóvil detrás de mí, sus ojos ligeramente entrecerrados y pegados a un comercial de papel higiénico, como si sospechara de su garantía de tres capas. —¿Caleb? —digo. Mi voz se atasca, y aclaro mi garganta. Las lágrimas pinchan en mis ojos, y tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para evitar que se derramen por mis mejillas. Caleb está mirándome, pero él no está viéndome. Quiero vomitar. ¿Cuán frágil es mi matrimonio, si todo lo que él tiene que hacer es mirarla y yo dejo de existir? Apago el televisor y abruptamente me levanto, enviando al suelo lo que tenía en mi regazo. Agarro mi bolso, palpando donde guardé mis cigarrillos la noche en que fui a Mother Gothel con Sam. Los saco, sin importarme que él vea….deseando que vea. —¿En serio? Su voz es tranquila, pero puedo ver la furia desenfrenada en sus ojos. —No eres mi dueño —digo con indiferencia, pero mi mano tiembla cuando levanto el encendedor. Es una mentira. Caleb se ha adueñado de cada uno de mis pensamientos y acciones durante los últimos cinco años. ¿Por qué? ¿Sería siempre una última opción en el amor? Pienso en mis otras relaciones mientras tomo una calada. No, en cada una de las relaciones que tuve antes de Caleb, yo tenía el poder. Exhalo el humo de mi cigarrillo en su dirección, pero él ya se ha ido. Apago el cigarrillo. ¿Por qué sentí la necesidad de hacer eso? Dios. No voy a la cama. Me siento en el sofá toda la noche, bebiendo ron directamente de la botella. La autoreflexión no es algo en lo que me destaque. Pienso en mi misma como un ser perfectamente photoshopeado. Si comenzaba a raspar las capas de lo que he ocultado—por encima de la imagen bonita que he puesto—las cosas comenzarían a verse bastante feas. No me gusta pensar en lo que realmente soy, pero la soledad y el alcohol están aflojando mis restricciones. Llamo a Sam para distraerme. Cuando él contesta, puedo oír música de fondo.

—Un momento —dice él. Él vuelve unos segundos después. —¿Está bien Estella? —Sí —digo molesta. Puedo escuchar su suspiro de alivio. —No soy una buena madre —le anuncio—. Soy probablemente peor que mi propia madre ensimismada, criticona, y bebedora de gin tonic. —Leah, ¿estás bebiendo? —No. Dejo la botella de ron a un lado. No logro ponerla en la mesa y se estrella contra el piso. Lo bueno es que estaba vacía. Me encojo. —Más te vale haberte sacado leche antes de hacer eso —espeta él. Empiezo a llorar. Lo hice. Todo el mundo es tan crítico. Él me oye sorbiendo y suspira. —Sí, eres una muy mala madre. Pero, no tienes que serlo. —Además, Caleb todavía tiene sentimientos fuertes por Olivia. —¿Puedes simplemente no centrarte en Caleb por una vez? Estas obsesionada. Vamos a hablar de EEstella… Lo interrumpo. —Pienso que siempre había sabido esto, pero no estoy segura. Puedo sacar una docena de recuerdos de algún depósito de almacenamiento privado en mi cerebro del cual sólo el alcohol tiene la llave para abrir. La mayoría de esos recuerdos son de miradas—las que él le da a ella y no a mí. —Muerdo mi rotula y la muevo una y otra vez. —Sabes que, me tengo que ir —dice Sam—. Te veré mañana. —Él cuelga. Tiro mi teléfono a un lado. Vete a la mierda Sam. Cuando Caleb la mira, sus ojos se mueven a una velocidad diferente. Es como si él estuviera viendo lo único que le importa. Estoy enfermizamente familiarizada con la

manera en que él la mira, porque es la manera en que yo lo miro a él. Cuando me pongo de pie, la habitación gira. Estoy tan borracha que apenas puedo entender mis propios pensamientos. Me tropiezo subiendo las escaleras y me meto en mi armario. Saco los bolsos y maletas hasta que estoy rodeada por el rico olor sutil del cuero. Voy a dejarlo. No me merezco esto. Es justo como dijo Cammie. Estoy siendo amada a medias. Meto un puñado de ropa en un bolso y luego me derrumbo en el piso. ¿A quién estoy engañando? Nunca lo dejaré. Si lo dejo, ella gana. Me despierto con la cara presionada contra el piso. Me quejo y ruedo sobre mi espalda tratando de encajar las piezas de la última noche juntos. Me siento peor que el día que di a luz. Me limpio la baba de mi cara y miro el desorden a mí alrededor. Las maletas y bolsos de viaje están tiradas a mi alrededor como si mi armario hubiese caído sobre ellas. ¿Estaba tratando de alcanzar algo cuando deje caer estas abajo? Tengo el impulso violento de vomitar, y me lanzo hacia el baño, justo a tiempo para vaciar mi estómago en el inodoro. Jadeo por aire cuando Caleb se acerca, oliendo limpio y fresco. Él esta vestido con pantalones cortos y una camiseta, lo cual es extraño ya que hoy trabaja. Me ignora mientras desliza su reloj en su mano y comprueba la hora. —¿Por qué estas vestido así? —Mi voz es ronca como si hubiera pasado gritando toda la noche. —Me tomé el día libre. Él no me mira, mala señal. Estoy tratando de recordar que le hice, cuando llega a mi nariz el olor de mi cabello. Humo. Gimo por dentro cuando los recuerdos vienen a mí. Eso fue muy estúpido. —¿Por qué? —pregunto con cautela. —Necesito pensar. Se dirige fuera del baño, y lo sigo bajando las escaleras. Sam está dándole de comer al bebé, él levanta sus cejas cuando me ve, y paso mis dedos a través de mi cabello vergonzosamente. Qué se joda. Esto es culpa suya. Desde que él apareció, mi vida ha empezado lentamente a desenredarse. Caleb besa la bebé en la cima de su cabeza y camina hacia la puerta como si estuviera retrasado para algo. Lo persigo. —¿Sobre qué necesitas pensar? ¿El divorcio? Él se detiene de repente, y lo golpeo en la espalda.

—¿Divorcio? —dice él—. ¿Piensas que debería divorciarme de ti? Me trago mi orgullo y el desafío que está en la punta de mi lengua. Tengo que ser inteligente. Me he dejado llevar últimamente. Lo presiono cuando tengo la oportunidad de hacer las cosas bien. —Déjame ir contigo —digo imparcialmente—. Pasemos el día juntos…hablemos. Él parece inseguro, sus ojos se enfocan en la habitación del bebé. —Ella estará bien con Sam —le aseguro—. No es como si lo estuviera conmigo de todos modos… Mi declaración parece sellar el trato. El asiente con la cabeza una vez, y quiero gritar de alivio. —Sólo serán cinco minutos —le digo. Él se dirige al carro para esperarme. Me lanzo hacia las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos y golpeo la puerta de mi armario casi dejándola caer en el proceso. Me pongo un par de jeans limpios y saco mi camisa por encima de mi cabeza. En el baño, salpico agua en mi cara, limpiando y quitando el maquilla corrido y tomo un trago de enjuague bucal. No me molesto maquillándome otra vez. Salgo corriendo de la puerta principal, y tengo un pequeño ataque en el corazón cuando no veo su carro. Él me dejo. Estoy a punto de dejarme caer en el camino de entrada y llorar cuando su BMW brillante dobla la esquina. Aliviada, me subo y trato de lucir tranquila. —Pensaste que te había dejado —dice. Hay humor en su voz, y estoy tan aliviada en conseguir algo más que frialdad, que asiento. Me echa una ojeada, y veo sorpresa cruzar su rostro. Bajo la vista a mí misma conscientemente. Muy raramente lo dejo verme sin maquillaje, y nuca uso camisetas. —¿A dónde vamos? —digo, tratando de distraer su atención de lo asquerosa que me veo. —No puedes hacer preguntas —dice. —Quisiste venir conmigo, así que aquí vamos… Lo aceptaré.

Enciende la radio, y manejamos con las ventanas abajo. Normalmente tendría un ataque en que el viento despeine mi cabello, pero estoy más allá de que me importe, casi disfruto la sensación de este en mi rostro. Se dirige hacia el sur en la carretera. No hay nada más que el océano en esta dirección. No puedo siquiera empezar a imaginarme a donde me está llevando. Entramos en un camino de grava más o menos una hora después. Me enderezo en mi asiento y echo un vistazo alrededor. Hay un mucho follaje. Repentinamente, los árboles se abren, y estoy mirando el agua color aquamarina. Caleb da vuelta a la izquierda con brusquedad y estaciona el carro debajo de un árbol. Sale sin decir una palabra. Cuando normalmente hace su discurso de venirme a abrir la puerta, salto fuera del carro y lo sigo. Caminamos en silencio, siguiendo el agua hasta que llegamos a un pequeño puerto. Hay cuatro botes, balanceándose suavemente en el oleaje. Dos de cuatro son botes de pescar y lucen más nuevos. Pasa estos y se dirige hacia un Sea Cat viejo que necesita que lo pinten con urgencia. —¿Este es tuyo? —pregunto, incrédula. Asiente, y me siento momentáneamente insultada de que nunca me dijo que había comprado un bote. Mantengo mi boca cerrada y salto a bordo sin su ayuda. Sea Cat es una marca británica. No estoy sorprendida; normalmente compra cosas europeas. Miro alrededor asqueada. Soy alérgica a las cosas que no son brillantes y nuevas. Se ve como que ha empezado a trabajar en él. Huelo el fuerte olor del sellador, y diviso la lata al lado de la trampilla. Trato por un agradable comentario neutral. —¿Cómo vas a llamarlo? Parece gustarle mi pregunta, porque sonríe a medias mientras desata la cuerda que nos sujeta al muelle. —Grandes Esperanzas. Me gusta. Estaba preparada para que fuera así, pero me gusta. Grandes Esperanzas es el nombre del libro donde él escogió el nombre de Estella. Desde que di a luz a la gritona pila de carne, me siento bastante bien con todo la cosa. Mientras no tenga nada que ver con Olivia. No pienses en ella, me reprendo a mí misma. Ella es la razón por la cual estás en problemas en primer lugar. —¿Así que, la vamos a sacar a dar la vuelta? —pregunto lo obvio. Su cabeza está todavía inclinada, pero levanta sus ojos para mirarme mientras sus manos trabajan. Es una de esas cosas que sólo él hace. Lo encuentro increíblemente sexy, y consigo mariposas. Me siento en el único asiento disponible—el cual está roto—y observo los

músculos en su espalda mientras enciende el motor y nos conduce fuera del puerto. Estoy tan locamente atraída a él, incluso después de nuestra pelea, quiero arrancar su ropa y subirme encima de él. En su lugar, me siento como una dama y observo mientras nos desplazamos sobre el agua. Nos quedamos así por un largo tiempo, él en el volante y yo esperando. Apaga el motor. La costa corre en un desfile de dunas de arena y casas a mi izquierda, el océano oscuro y azul a mi derecha. Camina hacia el timón y mira hacia el agua. Me levanto de mi asiento y camino unos pasos para unirme a él. —Me voy mañana a Denver —dice. —No voy a entrar en depresión postparto y matar a tu hija, si es eso a lo que quieres llegar. Inclina su cabeza ligeramente y baja la mirada hacia mí. —Ella también es tu hija. —Sí. Observamos las olas romperse contra el lado del bote, ninguno hablando nuestros pensamientos. —¿Por qué no me dijiste sobre el bote? —Paso mis uñas sobre la yema de mi dedo pulgar. —Lo habría hecho en algún momento. Fue una compra por el estímulo del momento. Me parece justo, supongo. He comprado zapatos que probablemente equivalían el costo de esta cosa sin decirle a él primero. Pero el estímulo del momento significa que fue una compra emocional. La clase que hago cuando estoy en depresión o preocupada sobre algo. —¿Qué más no me estás diciendo? —Probablemente la misma cantidad de cosas que tu no me estás diciendo. Me encojo. Tan dolosamente cierto. Caleb puede ver a través de mis paredes como nadie más. Pero, si realmente supiera lo que no le estoy diciendo, se habría ido para mañana…y no podría tener eso. Si realmente estaba ocultando más, yo lo iba a averiguar.

—Sabes todo sobre mi—todos mis secretos y el drama de mi familia. ¿Qué podría tener que esconder? —digo. Me mira. Hay una nube oscura detrás de él. Parece como un presagio. Me estremezco. —Hay mucho que no sé sobre ti —dice. Mi mente inmediatamente va al monitor de fertilidad y el clomifeno que estaba utilizando para quedar embarazada. Su cerebro está trabajando horas extras. Puedo ver el fuego detrás de sus ojos. Cuando Caleb piensa, sus ojos prácticamente brillan. Odio eso. El beneficio es, que siempre sé cuándo es sobre mí. Sus ojos ahora lanzan dardos a los míos; caen a mi boca, y entonces se levantan de vuelta a mis ojos. Entrecierra los suyos e inclina su cabeza como que está leyendo mis pensamientos. ¿Puedes leer un secreto en el rostro de alguien? Jodidamente espero que no. —Cuando viniste a mí esa noche…en el hotel… ¿Estabas tratando de quedar embarazada? Quito mis ojos de los suyos y bajo la mirada al agua. Maldición, si puede. Mis manos están temblando. Las empuño. Entonces lo golpeo con la verdad. —Sí. No sé por qué le digo la verdad. Nunca digo la verdad. ¡Maldición, en absoluto! Quiero succionar las palabras de vuelta a mi boca antes de que lo alcancen, pero es muy tarde. Caleb entrelaza sus manos detrás de su cuello. Sus cejas van hacia arriba, arriba, arriba, arrugando su frente en media docena de líneas. Está enojado como el infierno. Pienso en esa noche en su hotel. Fui ahí con determinación. Tenía un plan. Mi plan funcionó. Nunca pensé que me atraparía. Estaba atrapada. Golpeo rápidamente las uñas de mis pulgares a lo largo de las yemas de mis dedos. Golpe. Golpe. Golpe. Caleb está mordiendo el interior de sus mejillas. Parece como si quisiera salir corriendo. El corre para pensar. Cuando habla, sus palabras salen de entre sus dientes.

—De acuerdo —dice—, de acuerdo. —Mira hacia el cielo, la lucha es evidente en su rostro—. La amo demasiado… —Su voz se agrieta. Apoya un brazo en el lado del bote y mira hacia el agua conmigo—. La amo demasiado, —comienza otra vez—, no me importa cómo pasó. Solo estoy contento que ella está aquí. Dejo salir un suspiro de alivio y lo miro por el rabillo de mi temeroso ojo. Traga, una vez, dos veces… —Quedaste embarazada a propósito. Y ahora parece que no la quieres. Es duro de oír…ambas partes. Escalofriante, cierto y feo. —Pensé que ella sería un niño —Mi voz es tan baja que está compitiendo con las olas, pero Caleb me oye. —¿Y si lo fuera? ¿Te gustaría ser una madre entonces? Odio cuando me obliga a pensar. ¿Lo sería? ¿O este papel era algo que estaba condenada a fallar, ya sea una niña o niño? —No lo sé. Levanta su cabeza y me mira. Observo la barba de unos días en su rostro, y quiero tocarlo. —¿La quieres? ¡No le digas la verdad! —No…no sé lo que quiero. Te quiero. Quiero hacerte feliz. —Pero, ¿no a Estella? Su voz está alcanzando el borde. El borde que normalmente indica que estoy en un gran problema. Trato de trabajar la manera de salir de él. —Claro que la quiero. Soy su madre… Mi voz carece de convicción. Solía ser una mentirosa consumada. —¿Lo qué hiciste después de eso… fue planeado eso también?

Observo su pecho jugar el juego de entrar y salir. Rápidas respiraciones furiosas…está muy quieto esperando mi respuesta. Succiono todo el aire que el cielo tiene para ofrecer. Lo jalo hasta que mis pulmones arden. No quiero dejarlo ir. Quiero contener ese aire y contener la confesión que está forzando a que salga de mí. —Caleb… —Dios, Leah, sólo dime la verdad… Pasa una mano a través de su cabello, camina unos pasos a la izquierda de tal manera que solo puedo ver su espalda. —Estaba molesta… Courtney… Me corta. —¿Lo hiciste para hacerme volver? Trago saliva. Mierda. Si digo que no, él va a seguir haciéndome preguntas hasta que me atrape. —Sí. Él jura y se pone de cuclillas, con las yemas de los dedos presionando sobre su frente como si estuviera tratando de mantener sus pensamientos adentro. —Creo que necesito tiempo para pensar. —¡No, Caleb! — Niego con la cabeza de lado a lado. Niega con la hacia arriba y hacia abajo. Parecemos un par de cabezas de borla aturulladas. El remolino se inicia, el pánico me succiona hasta que gimo. —No me dejes de nuevo. No puedo cuidar de ella sola. —Dejo caer mi cabeza. —No tienes que hacerlo, Leah. Levanto la vista con esperanza. —La llevaré conmigo. Ella es mi hija, yo me encargo de ella. Oh Dios. ¿Qué he hecho ahora?

Se levanta, enciende el motor del Cat y estamos yendo hacia la orilla, los restos de mi cordura triturándose. En el momento en que nos ata al muelle, estoy fuera del barco y corriendo a mi teléfono que dejé en su coche. Quiero salir de aquí. Mis dedos se convierten en unos sin huesos mientras a tientas hurgo en la pantalla, golpeando inútilmente. Puedo llamar un servicio de taxi y decirle mi ubicación. Estoy temblando a pesar del calor. Dios mío, ¿en qué estaba pensando al decirle eso? Apenas puedo respirar cuando lo veo caminar por el muelle y hacia donde estoy sentada en el capó de su coche. Incluso en nuestra situación actual, mi corazón se agita al verlo. Lo quiero tanto que me duele el corazón. No me mira. No sé lo que esto significa, pero el pensar nunca es una buena cosa. Pensar suscita un torbellino peligroso de emociones. Mis emociones casi me ahogaron una vez. No quiero volver allí. La grava se desplaza bajo sus pies mientras camina a donde estoy sentada. Mis brazos se envuelven alrededor de mi cintura mientras trato de presionar mi cordura hacia mi torso. Se detiene a unos pocos metros de distancia. Viene a ver como estoy. Él me odia en este momento, pero va a venir a ver como estoy. —Llamé a un taxi— le digo. Él asiente con la cabeza y mira hacia el agua, la cual es apenas visible más allá del bosquecillo donde aparcó su coche. —Voy a quedarme aquí— dice. —Te llamaré cuando este de regreso para que pueda recoger a Estella. Mi cabeza se mueve bruscamente hacia arriba. —¿Recogerla ? — Oh sí, eso. —Voy a llevarla para quedarse conmigo por un tiempo en mi apartamento. Respiro por la nariz, luchando con mis emociones, tratando de frenar de nuevo el control de la situación. —No la puedes alejar de mí—le digo con los dientes apretados. —No estoy tratando de hacerlo. No la quieres, Leah. Necesito un poco de tiempo para pensar, y es mejor si se queda conmigo. —Se frota la frente mientras yo tranquilamente entro en pánico. Quiero gritar: ¡No pienses! No pienses! —¿Qué pasa con tu trabajo? No puedes cuidar de ella con tu horario de trabajo.

Estoy tratando de ganar tiempo. Metí la pata, pero puedo arreglar esto. Puedo ser una buena madre y una buena esposa... —Ella es más importante que el trabajo. Voy a tomarme un tiempo libre. Tengo un viaje la próxima semana, después de eso, voy a venir por ella. Mis pensamientos se arrastran. No puedo salir con excusas de por qué no puede hacer esto. Puedo usar el bebé como palanca, amenazarlo, pero eso me jodería a largo plazo. Si quiere tomar un tiempo, tal vez debería dejarlo. Tal vez, yo también necesito tiempo. Asiento con la cabeza. Aprieta los labios hasta que se vuelven blancos. Ninguno de los dos dice nada durante los siguientes veinte minutos. Él espera conmigo hasta que el lúgubre taxi se detiene en frente de nosotros. Subo, negándome a mirarlo a los ojos. Quizás está esperando a que yo de la vuelta y decirle que todo era una mentira. Miro hacia adelante. El camino de Keys a Miami es a través de parches estrechos de tierra que se extienden sobre la profunda agua azul. Me niego a pensar... todo el camino a casa. No puedo hacerlo. Me concentro en los autos que pasan. Me miro en sus ventanas y juzgo a sus pasajeros: familias quemadas por el sol que vienen de vacaciones, los trabajadores industriales con expresiones aburridas, una mujer llorando mientras canta junto con la radio. Aparto la mirada al ver esa. No necesito recordar las lágrimas. Cuando llego a casa, Sam acaba de poner a la bebé a dormir. Estudia mi cara y abre la boca, las preguntas preparadas para derramarse. —No digas nada maldita sea —espeto. Su boca aún está abierta mientras salto a las escaleras y cierro la puerta. Oigo su Jeep salir del sendero a los pocos minutos, y miro a través de las cortinas para asegurarme de que se haya ido. Me paseo por mi habitación, moviendo mis uñas, y tratando de decidir qué hacer con este lío que Olivia ha creado. Luego, casi bruscamente, me tiro hacia el pasillo y me deslizo dentro de la habitación de la bebé. De puntillas a su cuna, me asomo por el borde como si esperara encontrar una serpiente en lugar de un bebé dormido. Ella está acostada sobre su espalda, con la cabeza hacia un lado. Ha logrado zafarse a mano libre de la envolvedura de pañales de Sam y la tiene en un puños y en parte en su boca. Cada pocos segundos, empieza a chuparlo con tanta fuerza que creo que va a despertarse a sí misma. Retrocedo algunos pasos en caso de que ella me vea. Ni

siquiera sé si ella me puede ver todavía. Las madres suelen mantener marcas de estas cosas, primera sonrisa, el primer eructo, primer lo que sea. Inclino mi cabeza y la miro de nuevo. Ha crecido, se ha vuelto un poco menos ¡puaj! Estoy sorprendida de que realmente me veo en su cara, la curva de su nariz y la barbilla afilada. Los bebés por lo general solo lucen como manchas hasta que tienen cuatro, pero ésta tiene un poco de carácter en su rostro. Supongo que si alguna niña fuera a ser más linda que el resto, sería la mía. Me detengo un momento más antes de salir. Cierro la puerta y la abro, recordando que estoy por mi cuenta esta noche. No Caleb. No Sam. Ni siquiera mí ensimismada, madre alcohólica. He visto a Sam y Caleb bastante con el bebé para saber lo básico. Lo alimentas, se caga la comida, limpias la mierda, lo pones en la cuna... tú bebes. Oh Dios. Me deslizo por la pared hasta mi trasero golpea el azulejo, y dejo caer la cabeza entre las rodillas. No puedo dejar de sentir lástima por mí misma. Yo no pedí esta vida, ser amada como la segunda mejor y verme obligada a tener un bebé. Quería... quería lo que tenía Olivia y ella tiró a la basura, a alguien que me adora a pesar de que mi interior se encrespa y arremete como una serpiente venenosa. ¡No! Creo. Yo no soy la serpiente venenosa. Olivia lo es. Todo lo que he tenido que hacer es su culpa. Soy inocente. Me duermo así, sollozando y limpiándome la nariz en mi pantalón, asegurándome de mi inocencia y escuchando a mi hija respirar. Tal vez ella estaría mejor sin mí. Tal vez estaría mejor sin ella. Me despierto por a una sirena. ¡Fuego! Me levanto de un salto, mis músculos se desenmarañan en señal de protesta. Estoy desorientada y no sé dónde estoy. Es oscuro, todavía de noche. Pongo la mano en la pared y huelo para detectar humo. No es una sirena... una bebé. No estoy muy aliviada, yo hubiera preferido el fuego. Me dirijo a la cocina, derribando las cosas en mi prisa por encontrar una botella y un paquete de la leche materna. Maldigo en voz alta. Sam debe haber movido las cosas, porque no puedo encontrar nada. Entonces veo la nota pegada en la nevera.

Maldición. Miro el extractor de leche, que está sentado en el mostrador. Tomará por lo menos quince minutos para sacar la cantidad que necesita, y ella está gritando tan fuerte que temo que alguien escuchará y vendrá a investigar. Veo a Servicios de Protección Infantil a aparecer en mi cuadra, y me estremezco. No puedo permitirme ningún roce más con la ley.

Subo las escaleras de dos a la vez, me detengo en la puerta de la habitación, tomando una respiración profunda antes de abrirla. Prendo la luz y arrugo la cara. El cambio repentino parece ponerla más enojada también, así que la apago y pongo la pequeña lámpara en la esquina. Recuerdo comprar la lámpara en The Pottery Barn. Un oso pardo... para mi hijo. Me dirijo a la cuna para mi hija. Ella está empapada. Su pañal se ha filtrado a través de su ropa y en su sabana. La pongo en la mesa para cambiar pañales y saco su pañal. Una vez que está fuera y le he cambiado parece calmarse, pero sigue llorando. —Shhh—le digo—. Suenas como un gato. —Me dirijo a la mecedora de cinco mil dólares que mi madre me compró y me siento en ella por primera vez. —Eres un verdadero dolor en el trasero, ¿lo sabías? — La miro cuando elevo mi camiseta. Miro hacia otro lado cuando se aferra. Necesito de toda mi fuerza de voluntad para no tirar de ella. Los próximos treinta minutos son pura tortura. Soy una botella humana. Mis piernas están cruzadas, y rebotan mis pies para mantener mi cordura. Mis ojos están cerrados y apretados contra mis dedos. Odio esto. Se duerme todavía chupando. La levanto en mi hombro para eructar, pero lucha conmigo y eructa en mi cara. Me río un poco porque es muy desagradable y le llevo a su cuna. De pie de nuevo, siento una pequeña sensación de logro. Yo puedo cuidar de un bebé. —Vamos a ver si lo haces, Olivia. El ciclo constante de alimentación continúa hasta que el sol se rompe a través de las palmeras, como un entusiasta, maldito foco. Escondo la cabeza debajo de los brazos, ya que brilla a través de las cortinas infantiles endebles. Me había mudado a su habitación un par de horas antes, acurrucándome en la cama doble en la esquina. No había habido ningún sueño, no. Nada. Me recuesto en mi espalda y miro hacia el techo. Huelo como la leche agria. Estoy a punto de ponerme de pie cuando sus maullidos comienzan de nuevo. —Oh Dios —digo, arrastrándome hacia su cuna—. Por favor, sólo déjame morir.

Traducido por Erudite_Uncured12

É

l estaba con ella. Tenía que estarlo. Fui a su apartamento, y llamé a sus padres. Nadie había visto ni oído hablar de él en unos pocos días. Dejé media docena de mensajes de voz, pero nunca volvió a llamar. Mi vida estaba empezando a sentirse como un tren fuera de control. Me dirigía hacia algo malo a un ritmo vertiginoso. Caleb se estaba alejando de mí. Mis dedos, que solían estar entrelazados los suyos, ahora solo sujetaban el aire. Tenía que agarrarme a algo, recuperar el control. Consideré pedirle ayuda a mi madre, pero después de que ella me dijo que siguiera a Caleb hasta el apartamento de la perra, había estado demasiado avergonzada para decirle algo más acerca de la situación. ¡Courtney! Llamé a mi hermana y le conté todo. --Caray, Leah. ¿Qué vas a hacer? —Courtney estaba en su primer año como profesora. Ella había tomado un trabajo, enseñar matemáticas para los niños de la ciudad en una escuela secundaria—. En serio, tienes que encontrarlo y hablar con él. ¿Quién es esta chica, por cierto? Ella, obviamente, sabe de ti y no le importa. Qué perra sin corazón. —No sé si él me escucharía, Courtney. No es él mismo. —Oí voces en el fondo. —Me tengo que ir —dijo—. Estoy haciendo tutoría después de la escuela. Este es el amor de tu vida. Tienes que luchar por él.

—Está bien —le dije—. ¿Cómo? Ella guardó silencio durante unos segundos. —Averigua quién es esta chica. Si ella es sólo una aventura, déjalo ir, él vendrá de nuevo a ti. Si es algo más, tienes que ponerle fin tú misma. ¿Me escuchas? —Te escucho. Colgó. Me sentí rejuvenecida. Me detuve por un Jamba Juice y me dirigí directamente al complejo de apartamentos al que había seguido a Caleb a la semana anterior. Su auto no estaba allí. Llamé a la puerta y oí un ladrido de un perro. Volví a llamar, más fuerte. Si ese maldito animal seguía haciendo ese ruido, alguien lo iba a notar. A mis pies, había una alfombra de bienvenida y una pequeña planta en una maceta a la izquierda de la misma. Se hizo poco para iluminar el pasillo gris opaco. Mirando alrededor, me puse en cuclillas junto a la planta, levantándola del suelo. Nada. Hmmmmm. Metí mi dedo en el suelo y rebusqué hasta que... encontré una pequeña bolsa Ziploc. Quité el polvo y la suciedad con mi dedo y me incliné para echar un vistazo más de cerca. Una llave. Solté un bufido. De pie, puse la llave en la cerradura, y la puerta se abrió. Mis tobillos fueron inmediatamente atacados. Me las arreglé para esquivar mi camino en torno a la criatura fea y cerré la puerta del apartamento, bloqueándola por fuera. Apoyé la oreja contra la puerta. Podía oírlo quejarse por el otro lado y luego el leve chasquido de las uñas en el concreto, y luego alejándose. Bien. Tomando una respiración profunda, me volví hacia el apartamento. Era agradable. Decente. Ella había trabajo para hacerlo hogareño. Me acerqué a la sala de estar. Olía tan fuertemente a canela, quería encontrar la fuente. Seguí el olor hasta uno de esos que se colocan en la pared, empujandolo con la punta de mi zapato. ¿Qué tipo de mujer los usa? Yo ni siquiera había pensado en comprar uno. A la mierda. Basta de jugar. Empecé en su dormitorio. Ahí es donde las mujeres habían escondido sus secretos desde el comienzo de... bien, los secretos. Saqué los cajones de la cómoda uno por uno, pasando mis manos por la parte posterior de la ropa. Cuando llegué a su cajón de ropa interior, hice una mueca. Por favor, Dios, no dejes que Caleb haya visto su ropa interior. Usa encaje, blanco, negro y rosa. Sin diseños. Cerré el cajón con las manos vacías y miré el armario. Hasta ahora, ella es aburrida. Caleb no le gusta lo aburrido.

Bueno, el Caleb que yo conocía no le gustaba lo aburrido. Negué con la cabeza. No tenía ni idea de quién era este nuevo Caleb. Yo quería el viejo de vuelta. Prendí la luz del armario. Estaba espeluznantemente organizado. Una caja de zapatos descansaba sobre una plataforma por encima de la ropa. La tiré abajo y saqué la tapa. Sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Mirando hacia mí había una foto de un Caleb mucho más joven. Él tenía su brazo alrededor de una chica con el pelo negro azabache. La reconocí desde el día que lo seguí hasta su apartamento. ¿Qué significaba esto? ¿Se conocían? ¿Caleb había llegado a ella después de haber tenido amnesia? ¿Estaba tratando de conectarse con su pasado? Pasé las fotos. Eran algo más que amigos. Dios mío. Me detuve en una foto de ellos besándose y arrojé la caja lejos de mí. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Sabía él quién era ella o…? No, tenía que ser ella. De alguna manera se enteró de que había perdido la memoria, y ella apareció para meterse en su cabeza. Oh, Dios mío. Caleb no tenía ni idea. Comencé a revisar la caja. Dentro hay cartas escritas a mano en la letra inclinada de Caleb. Me ardían los ojos al leer a través de ellas. Sus palabras... a una chica de la que no sabía nada. Excepto que esta no era una chica cualquiera. Esta era la del helado. Estaba casi segura de ello. Tenía que encontrarlo, decirle lo que ella estaba haciendo. Pero lo primero es lo primero. Recogí lo que necesitaba en un montón y lo metí en el bolsillo. Luego fui a buscar unas tijeras.

Traducido por ElyCasdel

N

adie viene. Para la tarde me doy cuenta de que he destruido mi matrimonio y es el día de descaso de Sam. Abro el escocés. Ni siquiera me gusta el escocés, pero por alguna razón me hace sentir unida a Caleb.

La pequeña mocosa finalmente está durmiendo. No lo pienso dos veces para tomar dos dedos de lo mejor de Caleb. Es tan nerviosa, un poco de whisky de malta le iría bien. Me veo en el espejo del corredor, mientras camino nerviosamente escaleras arriba hacia la ducha. Luzco como uno de esas madres gorditas, de cabello lacio que ocupan las bancas del parque, toda la esperanza drenada de sus ojos. ¿Eso es a lo que estoy destinada a convertirme? ¿Una madre soltera, utilizando feos vaqueros y repartiendo esas desagradables galletas a la hora del almuerzo? No, me cuadro de hombros. Si voy a hacer esto, no voy a ir al jodido parque. Iré a Francia, y la alimentaré de caviar y paté. Puedo ser mejor que un estereotipo. Puedo ser una madre Chanel. Para el momento en que llego a la ducha, me siento como una nueva mujer. No es extraño que Caleb beba esas cosas caras. Estoy prácticamente caminando en el aire. Cuando la bebe despierta, la alimento con la leche almacenada que bombeé antes. Ya parece quisquillosa, como si la botella es un inconveniente en lugar de comida. Grita y gira su cabeza hasta que su piel se pone roja como el gorro que está utilizando en lo alto de su cabeza.

La muevo en su boca hasta que finalmente la agarra, con los ojos cerrados. —Perdiste la batalla ¿no? —digo descansando la cabeza en la parte trasera de la mecedora y cerrando los ojos—. Si crees que voy a estar haciéndolo todo el tiempo, estás mal. Mocosa pelirroja malcriada. Me despierto en la mecedora. La bebé está dormida en mi hombro. Puedo sentir su calor penetrando en mi ropa, y escucho sus pequeñas respiraciones en mi oído. La bajo en su cuna tan amablemente como puedo y reviso mi teléfono. Nada de Caleb, pero dos llamadas de Sam. Estoy a punto de llamas a mi niñero bueno para nada cuando me manda un texto. Sam: Enfermedad estomacal, necesito unos días de descanso. Antes de saber lo que estoy haciendo mi teléfono sale volando de mi mano y hasta mi maldita hermosa escalera de mármol. Cierro los ojos mientras lo escucho deshacerse en una docena de piezas. Toda mi vida se está cayendo. La bebé comienza a llorar, comienzo a llorar. Aviento unas cuantas antigüedades más de valor incalculable y me repongo. Tengo un jodido bebé para cuidar. Cuando marcho de regreso a la habitación, mi llanto ha decaído a un gemido y ya saqué la teta. Sam me encuentra en mi lugar usual en el suelo al lado de la cuna. Me golpea en las costillas con su pie, y aviento su pierna lejos. —¿Dejaste de ducharte? Cuando no respondo, me pone de pie, echando un vistazo dentro de la cuna antes de comenzar a sacarme. —No la maté —espeto—, si eso es lo que estás pensando. Me ignora, llevándome a mi habitación. —Solo porque eres madre, no significa que no puedas cuidar te ti. Le doy una mirada sucia. Obviamente, no tiene idea de lo que es cuidad a un bebé. Me lleva dentro del baño y abre la ducha. —Caleb llamó para decir que no vendrá a casa —dice sin mirarme. Aparto sus manos. —¿Qué más dijo?

Sam no me responderá. Esto es malo. Es muy malo. Caleb no ventila sus trapos sucios. Si le está diciendo al maldito niñero algo, debe ser porque tomó su decisión. Entro al agua y la dejo caer por mi cara. Dios, ¿por qué no pensé en estas sucias consecuencias antes de lanzarle todo eso? ¿De verdad pensé que solo heriría a Caleb? Realmente me jodí de aquí a Marte, y ahora esa pobre, pequeña mocosa no va a tener un padre. A menos. Niego con la cabeza. ¿Cómo si quiera puedo pensar eso?

Traducido por Soñadora

C

aleb volvió a mí. Sabía que lo haría. No porque tuviéramos algo irremplazable, sino porque yo estaba realmente mal. Yo luchaba por lo que quería, y saqué su pasado fuera de la ciudad. Ella no volvería. Estaba muy segura de ello. Era demasiado cobarde. Sabía en algún nivel, cuando encontré esas cartas y fotos, que ella tenía profundos sentimientos por él. Una mujer no guardaba una caja de recordatorios a menos que la flama siguiera quemando fuerte. Usé eso para hacerla sentir culpable, y gracias a Dios, ella respondió. Si hubiera peleado más duro, algo me dijo que yo hubiese perdido. Él se retrajo cuando se fue. Vi su corazón romperse silenciosamente. Fue horrible. Estaba tan celosa que apenas podía respirar. No me dijo que sucedió entre ellos, ¿y por qué lo haría? Él estaba confundido. No tenía alternativa excepto esperar. Me espantó, el hecho de que obviamente se había preocupado mucho por ella antes de la amnesia, tanto que los sentimientos aún estaban allí, aunque su memoria no lo estuviera. Hubiera servido para un interesante estudio psicológico si no hubiera sido tan retorcido. Miraba al espacio vacío mucho después de que puse un fin a su pequeño romance. Me hubiera parado frente a él durante esos días, y él no me hubiera visto. Me pregunté qué diría cuando su memoria volviera. ¿Me diría que ella era una chica de su pasado, o pretendería que nunca sucedió? Y entonces su memoria volvió. Ocurrió de repente, un jueves de abril. Estaba trabajando cuando llamo para decirme.

—Oh, mi Dios —dije, parándome. Estaba almorzando con una colega en el área de descanso, pero quería ir a él de inmediato. —¿Cómo te sientes? —pregunté, con cautela. Pasé al hall por privacidad. ¿Mencionaría a Olivia? ¿Estaba molesto? —Estoy bien —hizo una pausa—. Aliviado de que haya terminado. —Deberíamos celebrar. Tan pronto como termine con el trabajo, puedo encontrarte. Dudó—. Claro, Leah. Hay mucho de lo que quiero hablarte. Mi corazón saltó. ¿A qué se refería? Ahora que recordaba quien era, quizás quería avanzar conmigo. Empujé ese pensamiento. No servía elevar mis esperanzas por nada. —De acuerdo, te veo después del trabajo. Y Caleb… —Contuve el aliento—. Te amo. Hubo una breve pausa durante la cual mi estómago batallaba con mi corazón para ver quien se sentía más enfermo. —También te amo, Leah. —Terminó la llamada. Caí contra la pared. Recordó que me amaba. Había esperado oír esas palabras por meses. Comencé a llorar, y luego llamé a Katine y Courtney. Katine estaba extasiada, Courtney no tanto. —Así que sólo recordó todo… ¿de la nada? —dijo mi hermana después de que le conté. —Sí, así es como funciona. —Supongo que sólo me cuesta creer que puedes olvidar a tu novia por meses y luego, ¡bam! De la nada, todo regresa. —¿No puedes ponerte feliz por mí? —escupo—. Finalmente podemos avanzar en nuestra relación. —Qué pasa si él no quiere ir adelante —dijo. Mi corazón se detuvo. Dijo que quería hablar conmigo. ¿No eran esas las palabras infames de rompimiento? —Courtney, —siseé—. Realmente me estás enojando. —Sólo trato de cuidarte. El tipo estaba teniendo una relación con otra mujer por el amor de Dios. Despierta, Leah. No es tan perfecto como crees que es.

Le colgué. Courtney era amarga. Había roto hace poco con su novio y se descargaba en Caleb. No iba a dejar que nada dañara mi espíritu. ÉL estaba de vuelta, y era mío. Entré en su departamento sin golpear. Ahora que recordaba quien era yo, no había necesidad de pretender. Estaba en la cocina, bebiendo una cerveza, su cabello aún húmedo de la ducha. Tiré mi bolso y corrí a él. Sólo se las arregló para poner la botella en la alacena cuando me lancé sobre él. Me atrapó, riendo. —Hola, Roja. —Hola, Caleb. Nos miramos por un buen minuto antes de que me bajara. —¿Cómo te sientes? —Bien… Genial. Sólo… hay tanto… Pongo mi mano sobre su boca—. No tienes que decir nada. Sólo estoy contenta de que estés de vuelta. Antes de que pudiera discutir, me puse en puntas de pie y lo besé. Estaba sorprendido al principio. Sentí sus manos en mis brazos, tratando de alejarme. Envolví mis manos en su cuello. Estaba siendo territorial. Dios sabe lo que había estado haciendo con esa mujer. Necesitaba reclamarlo, que me besara como antes del accidente. No lo hizo. Cuando me alejé, ni siquiera me miraría. —Caleb, ¿qué está mal? ¿Recuerdas todo, no? —Sí. —Siento que aún me tratas como si no me conocieras. Se alejó y fue a la ventana con su espalda hacia mí. Me envolví con mis brazos, cerrando mis ojos. ¿Por qué de repente sentía tanto frío? —Estás rompiendo conmigo, ¿no? Él mantuvo su cuerpo duro, pero giró su cabeza para mirarme. —¿Aún estábamos juntos? De la forma en que lo recuerdo, tú habías roto conmigo la mañana del accidente.

Tragué. Era cierto. —El accidente puso las cosas en perspectiva —dije con cuidado—. Casi te pierdo. —El accidente puso las cosas en perspectiva para mí también, Leah. Cambió todo… lo que quería… lo que creí poder tener… Sacudí mi cabeza. No entendía que estaba diciendo. ¿Se refería a ella? Me apreté entre él y la ventana así estaba forzado a mirarme. —Caleb, antes del accidente me querías. ¿Aún me quieres? Los dos minutos más largos de mi vida siguieron a eso. Comencé a alejarme. Él tomó mi brazo. Ya estaba llorando, no quería que me viera. —Leah, mírame. Lo hice. —He sido muy egoísta—No me importa —me apresuré—, estabas confundido. —Sabía lo que estaba haciendo. Lo miré—. ¿A qué te refieres? Él maldijo y corrió sus manos por su cabello. Hubo un golpe en la puerta. —Demonios… ¡Demonios! —Presiono las palmas de sus manos en sus ojos antes de ir a atender. Eran Luca y Steve. Tomé mi bolso y corrí al baño a arreglar mi maquillaje antes de que pudieran verme. Si mi madre me había enseñado algo en la vida era a no ser vista con tus emociones afuera. —¡Leah! —exclamó cuando salí del baño. So movió como un gato hacia mí. Resistí la urgencia de retroceder. La diferencia entre Luca y mi madre era una tremenda cantidad de sinceridad y amor maternal. Esta mujer amaba a su hijo de formas que eran completamente ajenas a mí. Era incondicional. Envidiaba eso de él. Algo de su

necesidad de siempre abrazarme me ponía incómoda. Me sentía a prueba cada vez que lo hacía, como si estuviera viento si era digna de su hijo. La dejé, viendo a Caleb sobre su hombro. Él nos miró con una extraña expresión en el rostro. Cuando ella se alejó, siguió agarrando mis brazos y mirándome a los ojos. —Caleb, esta chica… —Ella lo miró sobre su hombro y luego de vuelta a mí con lágrimas en los ojos—. Ya no hay chicas como ella. Mi sorpresa debe haber sido evidente en mi rostro. Ella me abrazó de nuevo. —Gracias, Leah. Has sido tan leal a mi hijo. Una madre no podría pedir nada mejor. No era la única en shock. La cara de Caleb cambiaba de completo asombro a confusión. Cuando lo miré a los ojos, se encogió de hombros y sonrió. Se quedaron por casi toda la noche, hablando y bebiendo champagne, que trajeron para celebrar. Me fui cuando ellos lo hicieron. En la puerta, Caleb me tomó de la muñeca antes de que pudiera alejarme. —Leah —su voz era rasposa—. Mi madre tiene razón. Sin importar qué, te mantuviste a mi lado. Incluso cuando… Sacudí mi cabeza—. No quiero hablar de eso. —De ella. Él agudizó sus ojos. Sentí que me estaba mirando por primera vez en meses. —No tenías que hacerlo. Es una lástima que hizo falta que mi madre me señalara eso. —¿Qué estás diciendo, Caleb? —Te he dado por sentado. Tu lealtad. Tu confianza. Lo siento. Me tiró hacia él y me envolvió en un abrazo. No sabía que significaban sus palabras para nosotros, pero seguro como el infierno me quedaría alrededor para averiguarlo. —Te acompañaré a tu auto. Asentí, limpiando mis lágrimas con la punta de mis dedos. Por favor, Dios, no lo dejes lastimarme.

Traducido por Anelynn*

S

am está de mi lado, al menos eso creo. Él no me juzga. Me gusta eso. Sabe lo básico de lo que pasó entre Caleb y yo. Hasta ahora, no me ha hecho ninguna pregunta inquisitiva. Casi quiero que lo haga.

Siento como que somos un equipo. Limpia la casa, me mantiene alimentada, lava mi ropa y me dice cuando hay que alimentar a la bebé. Yo alimento a la bebé. Algunas veces observo cuando le da un baño y le entrego la toalla. La maternidad no es ni de cerca tan difícil como pensé. Excepto cuando lo es. Caleb no llama. Caleb no llama. —¿Qué onda con todos los tatuajes? —le pregunto un día. Tiene sus mangas enrolladas hasta los codos y está suavemente enjuagando el jabón del cabello de la bebé. Me mira por el rabillo de su ojo. Trazo las imágenes con mi dedo, algo que nunca

he hecho antes…a nadie. Es un lío de una obra de arte: un barco pirata, una flor de loto, y una pegajosa red de araña. Cuando alcanzo su codo, levanta sus cejas. —¿Te gustaría que me quitara la camisa para que puedas continuar? —¿Hay más? Sonríe con suficiencia y levanta a la bebé fuera de la bañera. —Si no lo supiera bien, pensaría que estás atraída a mí. Chasqueo la lengua. Realmente. Es un poco vergonzoso. —Eres gay, Sam. Y sin ofender, pero realmente no me gusta el look tatuado de Kurt Cobain. Sam lleva a la bebé al cunero y la pone en la mesita para cambiarla. —Espero entonces que al menos te guste el sonido de Kurt Cobain. Trago. Dios. Me siento mareada de pronto. Estoy sacudiendo mi cabeza antes de que las palabras pasen mis labios. —Lo escuchaba cuando era más joven. Me mira de manera burlona. —Voy a conseguir algo para tomar… —Me deslizo fuera de la habitación antes de que pueda decir algo más, pero en lugar de ir a la cocina, me dirijo a mi habitación. Cierro la puerta tan silenciosamente cómo es posible y subo a mi cama. Respira, Leah. Estoy tratando de pensar en cosas felices, cosas que mi terapista me dio para enfocarme, pero todo lo que puedo oír son las palabras de una canción de Nirvana, haciendo eco tan ruidosamente en mi cabeza que quiero gritar. Grito en mi almohada. Odio eso. Soy un maldito desastre y no hay nada que pueda hacer sobre eso. Cuando mi corazón para de correr, voy abajo para conseguir un trago de agua. Estoy cambiando canales unas horas después cuando oigo el nombre de Olivia. Paso rápidamente el canal y tengo que retroceder. Desde que Caleb se fue, estoy

desesperada por cualquier noticia de ella. Sé que él está observando. Arranco mis pestañas y veo mientras Nancy Grace me da una actualización de lo que está pasando en la preparación del juicio de Dobson. Ella está en el alegato. Me río disimuladamente. ¿Cuándo no está en un alegato? Se mueve de Dobson y me toma unos minutos para entender que su agudo acento sureño va dirigido hacia Olivia. Subo el volumen y me inclino hacia adelante. ¡Sí! ¡El ataque verbal de Olivia! Esto es exactamente lo que necesito para sentirme mejor conmigo misma. Me acurruco en el asiento a observar, un vaso lleno de whisky escocés sudando en mi mano. En una esquina de la pantalla está pasando un metraje de las víctimas de Dobson. Su rango de edad y apariencia, pero todos ellos tienen la misma mirada poseída en sus ojos. Cuando un video clip del violador viene a la pantalla, aprieto mi nariz. Está en un mono color naranja, esposado y encadenado. Oficiales usando ropas sencillas alrededor de él mientras camina la corta distancia desde el vehículo a la corte. Me da escalofríos. Es del tamaño de un apoyador de futbol americano. El policía al lado del él se ve diminuto. Como es que este bufón se las arregló para conseguir que las chicas se acerquen a cinco pies de él me sorprende. Repentinamente, la pantalla parpadea hacia Olivia. Quiero cambiar el canal, pero como siempre, no puedo quitar mis ojos de ella. Nancy está ondeando su enjoyada mano en el aire. Su voz está subiendo al punto culminante y le está diciendo a tres personas en su panel que son idiotas por defender el caso de Olivia. Me estiro por un puño de palomitas, sin quitar mis ojos de la pantalla. Nancy tiene razón. Siento un repentino cariño por ella. Obviamente sabe cómo leer a la gente. Cuando oigo mi nombre. Escupo mis palomitas y me inclino hacia adelante. Ella ganó un caso el año pasado, defendiendo a una heredera con cargos en fraude clínico. Nancy llama a alguien en el panel. ¿Ella ganó ese caso, Dave? Dave da un breve resumen de mi caso y afirma que sí, ciertamente, Olivia ganó mi caso. Nancy está indignada. La evidencia en contra de esa chica era abrumadora, dice ella, apuñalando el escritorio con su dedo. Cambio el canal. Pero, la noche siguiente, la enciendo otra vez y observo cincuenta minutos completos de la rubia furiosa. Para las tres de la noche, he llamado al show como la Srta. Lucy Knight de Missouri, y expresé mi repugnancia por Olivia también.

Me aseguro de decirle que aprecio lo que hace por las mujeres, que es una maldita héroe. Nancy con lloriqueos me agradece por ser una fan. Para el final de su show, estoy borracha como de costumbre. Algunas veces Sam se queda a verlo conmigo. —Ella es realmente bonita —dice sobre Olivia. Escupo un cubo de hielo hacia él y se ríe. La bebé casi está durmiendo toda la noche ahora. Todavía duermo en su habitación, solo en caso que se despierte. Sam piensa que finalmente me estoy vinculando emocionalmente con ella, pero solo lo hago para así no tener que despertarme a media noche. Caleb se supone que vuelve de su viaje el día siguiente en la tarde. Me envió un texto diciendo que recogería a Estella tan pronto como haya regresado. Planeo un viaje al spa en la mañana. Si todo va a mi manera, no se irá a ningún lado. —Así que, ¿estuvieron juntos en la universidad? Echo un vistazo hacia donde Sam está sorbiendo en su soda—. ¿Qué demonios? —¿Qué? —Se encoge de hombros—. Siento como que estoy viendo una telenovela sin toda la historia previa. Aspiro por la nariz. —Sí, ellos estuvieron juntos por unos años en la universidad. Pero, no fue tan serio. Nunca durmieron juntos. Sam levanta sus cejas. —¿Caleb se quedó alrededor de una chica quien no estaba teniendo sexo con él? — Dejó salir un lento silbido. —¿Qué significa eso? —Meto mi pie debajo de mi cuerpo y trato de no parecer muy interesada. La falta de sexo entre Caleb y Olivia siempre me confundió. Había querido hacer preguntas en la rara ocasión que salió a colación, pero nunca quise que me hiciera parecer una novia celosa. Además Caleb protegía su pasado como si fuera la maldita corona de joyas. Sam se ve pensativo mientras mastica un bocado de cecina. Come mucho de las cosas de las cuales he asociado su olor con él.

—Parece como un largo tiempo para pedirle a un chico universitario que espere. La única forma que veo a alguien haciendo eso es porque está locamente enamorado…amor adictivo. —¿A qué te refieres con amor adictivo? —Caleb tiene la personalidad menos adictica que he visto. De hecho, me molesta. Un año él será un esquiador completamente capacitado y al año siguiente cuando reservo un viaje a la cabaña, me dirá que ya no está interesado. A pasado innumerables veces a lo largo de nuestra relación—con restaurantes, ropa… incluso cambia su auto cada año. Casi siempre comienza amando algo y entonces gradualmente se aburría de eso. —No lo sé —dice Sam—, supongo que suena como que estaba dispuesto a hacer lo que sea por ella…incluso si eso significaba ir en contra de lo estaba acostumbrado. —Te odio. Palmea mi pierna juguetonamente y se levanta. —Solo trato de aclarar tu cabeza un poco Mami monstruo. Parece que él es tu adicción y no es una sana. Lo fulmino con la mirada mientras se dirige a la puerta. Es un idiota pomposo. —Te veo mañana —dice sobre su hombro—. Cuando el Sr. Perfecto regrese… Pero, el día siguiente Sam llama para decir que está teniendo problemas con el auto. Cancelo el spa. No he pasado un día completo sola con la bebé desde que Sam tenía gripe. Como una mini bolsa de maíz congelado antes de ir arriba por ella. Por casi todo el día, repito todo lo que veo a Sam hacer. Tenemos un tiempo de descanso en la sala de estar. Limpio su cara después de que ha terminado de comer. Incluso exagero y la llevo a dar un pequeño paso en la caminadora que nunca he usado. Cuando descubro que me he quedado sin pañales, llamo a Sam en pánico. No contesta, ¡Por qué nunca nadie está cerca cuando realmente los necesitas! ¿Cómo se supone que voy a llevar a la bebé a la tienda conmigo? Tiene que haber alguna clase de servicio que haga recados para las madres primerizas. Después de debatirme por más de una hora, llevo a la bebé al carro y me dirijo a la tienda de abarrotes más cercana. Me toma diez minutos resolver como cargar su portabebé en el carrito de compras. Maldigo bajo mi aliento, hasta que una madre con más experiencia viene a ayudarme. Le agradezco sin encontrar sus ojos y giro bruscamente mi carrito en a la tienda justo a tiempo para evitar la lluvia. En el minuto que el aire frío sopla en la bebé, comienza a

quejarse. Empujo el carrito caprichosamente al pasillo de niños y lanzo cinco paquetes de pañales. Más vale prevenir que lamentar. Para el momento que he corrido de vuelta a la caja registradora, la gente me está mirando como si fuera una mala madre. Cargo todo en la cinta transportadora y la levanto de su portabebé. Sujetándola contra mi pecho, le palmeo su espalda torpemente. Estoy buscando a tientas por mi cartera y tratando de mecerla cuando el cajero, un chico que pronto será un delincuente juvenil, me pregunta: —¿Eso será todo? Miro las bolsas de pañales que ahora están empacadas en mi carrito y entonces a la cinta vacía. Me está mirando fijamente con sus acuosos ojos de marihuanero, esperando mi respuesta. —Um no, me gustaría toda esa mierda invisible también. —Ondeo una mano hacia la cinta transportadora y en realidad es lo suficientemente tonto para mirar—. Dios — digo, viciosamente limpiando mi tarjeta de crédito—. Ya deja la hierba. La bebé escoge ese momento exacto para hacer popó. Antes de que haya guardado mi tarjeta de crédito, los contenidos del pañal se han filtrado en mis manos y camisa. Miro alrededor con horror y corro rápidamente de la tienda. Sin los pañales. Envío a Sam para que vaya de vuelta por ellos después cuando finalmente me regresa la llamada. Cuando aparece en la puerta, todavía no he cambiado mi camisa con mierda, y agregando con la obra de arte marrón de mi hija, ambos pechos están goteando. Él sacude su cabeza. —Te ves peor cada vez que te veo. Rompo en lágrimas. Sam coloca los pañales en la encimera y me abraza. —Ve a bañarte mientras está durmiendo. Nos haré algo de comer. Asiento y me dirijo hacia arriba. Cuando bajo de otra vez, él ha hecho espagueti. —Siéntate. —Señala un banco. Obedezco, jalando el plato que desliza hacia mí. —Estás perdiendo la cabeza —dice. Envuelve espagueti alrededor de su tenedor sin mirarme.

Uso mi cuchillo para cortar el mío en pequeños pedazos así encajan en mi tenedor. —¿Cómo consigo que él venga a casa? —Consigue una nueva personalidad y aprende a jodidamente cerrar la boca. Le lanzo una mirada sucia mientras doy unos golpecitos en mi boca. —¿Te gusto? Hay una larga pausa. —Soy gay, Leah. —¿Qué? Nunca realmente pensé que lo fueras. —¡Has estado diciendo eso todo el tiempo! —Pero, tienes una hija… ¿cuál es su nombre otra vez? Ríe. —Kenley. Y supongo que solo lo descubrí después en mi vida. Dejo caer mi cabeza en mis manos. Este es algo nuevo en todos los tiempos para caer más bajo, seducir a un hombre gay. Tomo una profunda respiración y levanto la vista. —Caleb va a dejarme otra vez. Lo sé. Por un segundo Sam se ve desconcertado, y entonces corre hacia el sofá y pone un brazo alrededor de mis hombros. —Probablemente —dice. Mi cabeza se voltea de golpe. ¿Los hombres gay no se supone que son sensibles? El minuto que anunció que era gay, estaba planeando usarlo para reemplazar a Katine—. Probablemente. Todavía no puedo creer que se esté quedado contigo por todo este tiempo. —Sonríe ante mi expresión. —¿En verdad acabas de decir eso? Asiente—. Tal vez los chicos aman a una buena perra, pero tú estás pisando una línea delgada entre atractivamente perra y psicópata. Te metiste con su hija. Probablemente va a dejarte y va a tomar a su niña. —De ninguna manera. No dejaré que eso pase.

—¿Qué? ¿Lo del esposo o la bebé? Muerdo el interior de mi mejilla. Es obvio lo que quiero decir. —No lo creerá… si comienzo a actuar como toda una súper mamá. Él ve a través de mierda como esa. Sam levanta una ceja. —No me dejará. Piensa que me derrumbaré si lo hace. —¿Esa es la forma en la que quieres conservarlo? ¿Manipulando sus emociones? Me encojo de hombros—. Trato de no pensar en eso, honestamente. —Sí, eso es algo evidente. ¿Por qué no solo dejarlo ir? Puedes encontrar a alguien más. Tengo la urgencia de darle una cachetada en el rostro. Enciendo un cigarrillo en su lugar. —Jamás lo dejaré irse. Lo amo demasiado. Sam me sonríe con suficiencia y lo arranca de mis dedos, atizándolo en mi granito. —¿Nunca? —Nunca —digo—. Nunca jamás. Sam me apunta con un dedo—. Eso no es amor. Le pongo mis ojos en blanco—. ¿Qué sabes tú? Eres gay.

Traducido por MaryJane♥

P

apá me llamó su mano derecha. Debería haber sido considerado un honor, pero se sentía más como si hubiera clavado una letra escarlata a mi vestido. Todo el mundo sabía de su rígida política de no traer a familiares en la empresa, por lo que mi súbita aparición fue una fría nube de lluvia sobre los otros empleados. ¿Mi padre había contratado a un espía? ¿Estaba recortando empleados en la empresa, utilizándome para reportar quien y no estaba haciendo su trabajo? Barajaban papeles cuando caminaban, fingiendo estar más ocupados de lo que estaban. Algunos eran radicalmente agradables, con la esperanza de ganar mi amistad para asegurar sus puestos de trabajo, mientras que otros eran abiertamente hostiles. ¿Por qué está aquí? Era la siempre sonante campana que me precedía por los pasillos. Era miserable. Lo que era más miserable era el tamaño de mi oficina. Aparte de papá, la mía era la más codiciada en el edificio. Una pared hecha de cristal, ofrecía una vista del centro de Ft. Lauderdale. Si me paraba justo, frente al mar, podía ver el edificio de Caleb en la distancia. Su anterior propietario, que era muy querido por todos en OPI, fue despedido una semana antes de que yo llegara. Había estado en la compañía durante doce años y había ganado la oficina que le había sido entregada. Mi placa de la puerta podría simplemente haber dicho Engreída Titulada, en letras floridas color rosa. Estaba haciendo cinco veces el dinero que había hecho en el banco. En la superficie, mi vida ya privilegiada había aterrizado en un campo de flores. En el interior, bajo la nueva oficina y el título brillante, estaba retorciéndome.

Mi padre me dio un trabajo de prestigio en su empresa para demostrar lo poco que pensaba de mí. Mi novio me daba una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Mi madre me daba amor tan frágil que sentía desprecio recubierto de azúcar más bien. Si alguien se hubiera preocupado lo suficiente como para decir: Leah, todo está en tu cabeza... todo lo que tendría que hacer era referirme a las tres personas en mi vida que en realidad no me querían allí. Mi asistente asomó su cabeza por la puerta. —Sra. Smith, todo el mundo la está esperando en la sala de conferencias. Mierda. Me había olvidado de eso. Agarré mi MacBook y jugo Jamba y corrí hacia la puerta. Estaba tan envuelta en mi fiesta de lástima que llegaba diez minutos tarde a una reunión importante. Odiaba eso. Entré en casualmente, evitando los ojos de mi padre, y me senté en mi lugar. Miré hacia arriba, esperando ver a Bruce Gowin, que normalmente se sentaba junto a mí, pero en cambio fui recibida por una rubia con dientes de un blanco cegador. ¿Dónde estaba Bruce? Bruce era mi pareja en sarcasmo. Mi cabeza giró alrededor de la mesa en busca de él, hasta que mi padre me llamó la atención. —Leah, estoy tan contento que finalmente decidieras unirte a nosotros. Si estás buscando al Sr. Gowin, él ya no está con nosotros. Cassandra Wickham es su sustituta. —Puedes llamarme Cash —dijo ella, extendiendo la mano. Cash... como Hollywood. Cash tenía una afilada mandíbula forzada, cabello largo y labios que habían visto unas cinco rondas de aguja de colágeno. Ella era sorprendente... sexy. Inmediatamente me sentí amenazada. Le di la sonrisa más genuina que pude reunir y me volví a mi padre que me observaba de cerca. Cash era su nueva mascota, ya podía decirlo. Me pregunté si Bruce había sido despedido sólo para hacer espacio para ella. —Vamos a empezar, de acuerdo... —Se dio la vuelta hacia el proyector y todas las cabezas se volvieron hacia él, como si estuviéramos programados para hacerlo. Y lo estábamos. Charles Austin Smith reprendía verbalmente a cualquiera que se atreviera a hablar o quedarse dormido durante sus reuniones. Él reprendía verbalmente a mi madre por hablar de sus opiniones con tanta frecuencia que ya no tenía ninguna. El Rey Smith. Anteriormente Smitoukis, pero eso era parte de su mala vida. Cuando el rey hablaba, sus súbditos perdían sus lenguas y escuchaban.

La reunión era una manera para que todos los departamentos OPI tocaran base. Dado que era jefa de asuntos internos, era mi responsabilidad coordinar la nueva posición de efectivo como Químico de Formulación Farmacéutica. Como la mayoría de los químicos de formulación eran autodidactas o habían en esencia sido aprendices de investigadores experimentados, Cash era una persona importante e inmediata en la empresa. Una estrella de rock farmacéutica, si querías. Yo no sabía lo que sentía por mi nuevo cargo. Quería a Bruce de regreso. Después de la reunión, me dirigí a la oficina de mi padre para saber a dónde iba. Al cerrar la puerta detrás de mí, tomé el único asiento disponible frente a su escritorio. Esperé a que levantara la mirada de su computadora antes de hablar. —¿Qué pasó con Bruce, papá? Mi padre se quitó las gafas de lectura y las puso sobre su escritorio. —El Sr. Gowin no estaba actuando. Tengo grandes proyectos emergentes que van a ponernos en el mapa como una empresa farmacéutica. Necesitábamos un nuevo par de ojos. Confío en que tomarás a la Sra. Wickham bajo tu ala. Asentí... con demasiada ansiedad. Frunció el ceño. —Vas a trabajar estrechamente con ella mientras formulamos y probamos un nuevo medicamento. Voy a ponerte a cargo de todo el proyecto. Me quedé boquiabierta. Rápidamente me recuperé, limpiando la sonrisa tonta de mi cara, tratando de ser vicepresidenta de asuntos internos. Era algo grande. Cualquiera que fueran los motivos de mi padre para llevarme a la empresa fueron todos dejados de lado por esta pequeña noticia. Él confiaba en mí con el lanzamiento de un nuevo medicamento. ¡Eso era enorme! —Gracias, papá. Estoy muy honrada. Me despidió con un gesto de la mano, y tuve que contenerme de saltar fuera de la oficina. La primera cosa que hice fue llamar a Caleb. Estaba sin aliento cuando cogió el teléfono. Me imaginé que acababa de regresar de una carrera. —Wow, Roja. Estoy tan orgulloso de ti. Te recojo del trabajo esta noche y vamos a celebrar.

Me ruboricé bajo su alabanza. Estuve de acuerdo en estar lista a las siete. Colgué el teléfono y me alisé la falda. Iba a tener que hacer un viaje al laboratorio donde Cash estaría estableciendo su oficina. Ya que íbamos a estar trabajando juntas, era mejor para mí llegar a conocerla. Cuando me volví hacia la puerta, ella ya estaba allí. —Leah —dijo—. ¿Puedo pasar? Asentí e hizo un gesto para que tomara un asiento. —Pensé que tal vez podríamos conseguir el almuerzo, llegar a conocernos un poco. Decidí no decirle que estaba a punto de hacer lo mismo. Dejar que ella pensara que me estaba persiguiendo. Yo era la jefa, debía mantener un aire profesional. Estudié su rostro mientras se sentaba frente a mí. Éramos casi de la misma edad. Estaba un poco arrugada, como si hubiera sido la mejor amiga de una cama de bronceado en los últimos años. Y, podría respetar una buena copa C, pero cuando se adentraba en una doble D's estarías emulando un poco demasiado a Jessica Rabbit. Cash era sin duda doble D. —Realmente no conozco mi camino—dijo ella, cruzando las piernas—. Me acabo de mudar aquí de DC. ¿Qué debería decir a algo como eso? Realmente no me importaba de dónde era. Sonreí. —Puedes venir conmigo. ¿Mañana? Asintió y se levantó. Tenía un tatuaje de un delfín en su tobillo. Extraño para alguien de D.C. —Genial, nos vemos mañana. —Ella se quedó en la puerta. Pensé que iba a decir algo más, pero en el último minuto salió rápido y dobló la esquina, como si estuviera huyendo de algo. La vi caminar por el pasillo y pulsar el botón del ascensor. Había algo tan sombrío sobre ella. Caleb probablemente sería capaz de entenderla. Era bueno en cosas así. Estaba casi tentada de dejar que ellos se encontraran, pero luego pensé en la manera como las mujeres reaccionaban ante Caleb, y deseché la idea. La última cosa que necesitaba era que la rubia coqueteara con mi novio. Sólo tendría que mantener una estrecha vigilancia sobre ella por mi cuenta.

Cuando fueron seis, me metí en el baño para refrescarme para mi cita con Caleb. Afortunadamente llevaba mi nuevo traje de Chanel blanco. Saqué los pasadores de mi cabello y lo dejé caer sobre mi espalda. El rojo era sorprendente contra el blanco. Yo era hermosa. Lo sabía, los hombres me lo decían todo el tiempo y la mayoría de las mujeres estaban celosas de mí. Tan celosas que era casi imposible mantener amistades. Caleb entró en mi oficina diez minutos antes, con olor a hojas de pino y luciendo comestible. Siempre llegaba temprano. Actué sorprendida, como si no hubiera pasado los últimos veinte minutos acicalándome en el baño. Me puse de pie para darle un beso y mi estómago revoloteó cuando su lengua se deslizó en mi boca. —Me gusta esto —dijo, pasando un dedo por el material que adornaba mi escote. Se refería a mi traje, pero con Caleb siempre había un significado por debajo. —Por qué no lo quitas y ves si te gusta lo que hay debajo —le dije en su boca. Me gustó la idea de bautizar mi nueva oficina. Él estaba considerando mi oferta, cuando alguien tocó a mi puerta. Me aparté de su pecho, molesta. —Entre. Cash abrió la puerta. Su rostro enrojeció cuando nos vio. —Dios mío, lo siento mucho —dijo ella, retrocediendo—. Venía a preguntar si sabías cómo llegar al Panera más cercano. Sus ojos viajaron sobre nosotros, haciendo una pausa en la cara de Caleb. No me gustó la forma en que ella lo miró. Me apreté más cerca, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello como un perezoso posesivo. Mío. Ella pareció entender mi lenguaje corporal. Las comisuras de sus labios se volvieron ligeramente. Hubo una pausa incómoda, en la que estaba esperando a que ella se fuera. Caleb se aclaró la garganta. Presentaciones, por supuesto. —Cassandra Wickham, este es mi novio, Caleb —dije, dando la introducción obligatoria. Caleb se separó de mí para darle la mano. No quería que él la tocara. Ella se aferró a su mano por unos demasiados segundos, sonriendo tímidamente.

¿Acaso no me veía parada allí? —¿Eres nueva en la zona? —preguntó Caleb, soltándole la mano. Se inclinó hacia mí, y me apreté contra su costado. Él conocía mis debilidades, una de ellas era la inseguridad. Siempre que él sentía en esas vibraciones, compensaba excesivamente en el departamento de atención. Perfecto, él era perfecto. Cash asintió—. Acabo de mudarme aquí hace una semana. —Cassandra va a trabajar conmigo en el nuevo proyecto —le dije, con fuerza. No tenía ganas de llamarla Cash más. Sabía lo que venía después. Caleb era un caballero. Si alguien no conocía la ciudad y proclamaba hambre… —Debes unirte a nosotros para la cena. Íbamos a celebrar. Me estremecí. Ella no pareció darse cuenta, tal vez porque sus ojos estaban pegados a mi novio. —No me gustaría molest... Sí, malditamente correcto. —Por supuesto que no molestas —le dije, rápidamente—. Nos encantaría que te nos unieras. Sus ojos se movieron a los míos, y no tenía duda de que ella notó lo que estaba diciendo en realidad. —Pues bien, voy a tomar mi bolso. Tan pronto como ella estuvo fuera de mi oficina, Caleb me dio un beso en la frente... y luego los labios. Él se sentía atraído por la bondad, lo que era exactamente por qué estaba insegura. No estaba exactamente en la lista buena de Santa. O bien no se había dado cuenta de eso todavía, o estaba demasiado distraído por mis tetas para prestar atención. Admitiéndolo, tenía un muy buen par. Nos reunimos con Cash en el vestíbulo y ella insistió en ir con nosotros. Casi tuve que empujarla fuera del camino para llegar al asiento delantero. Caleb nos llevó a Seasons 52.Pedimos vino y una copa después, Cash averiguó más acerca de mi novio de lo que yo había hecho en años.

—Por lo tanto, esta chica, tu ex, no dormiría contigo. Perdón por decir esto, pero eres tan jodidamente sexy, ¿cómo es eso posible? ¿Era lesbiana? Caleb sonrió torcidamente, y me pregunté qué secreto escondía detrás de sus labios sensuales. Se pasó la lengua por el labio inferior y miró a Cash con lo que yo llamaba, ojos risueños. —Alguien le hizo daño emocionalmente. Por desgracia, la lastimó también. —¿Por desgracia? —imitó, con los ojos lanzándose hacia donde yo estaba. Sentí el aguijón sin ver su rostro. Caleb llevaba su emoción en su mandíbula. Podía imaginar que estaba apretándola bastante fuerte en este momento. Cogí su mano debajo de la mesa y entrelacé los dedos. Él pensó que estaba ofreciéndole apoyo, pero en realidad sólo necesitaba saber que aún era mío. Quería recordarle que yo era la que estaba sentada en esta mesa con él, no ella. Se removió en su asiento. Cash le había dado el tercer nivel acerca de cómo nos conocimos. Tan pronto como ella se había aferrado a la idea de que él había estado renuente a ir a la cita a ciegas conmigo, quería saber por qué. —¿Qué hay de ti, Cash? ¿Cuál es tu historia? —Las pestañas de Cash revolotearon. Mordí mi sonrisa y me preparé para un paseo salvaje. Caleb tenía un don para buscar información. Estaba bastante segura de que al final de nuestra comida, nos gustaría saber la historia de su vida entera. Alargó un dedo cuidado hasta deslizar el pelo detrás de su oreja. Estaba ocultando algo. Sabía cómo lucía una mujer con un secreto, miraba una en el espejo todos los días. Las mujeres llevaban sus secretos en sus ojos, y si prestabas atención podrías ver destellos emociones fuertes, escondidas entre una conversación normal. Caleb le preguntó si se había mudado a Florida sola, y di un vistazo rápido hacia abajo, antes de que ella alegremente respondiera—: Sí. Había tomado una clase de psicología en la universidad que estudiaba el lenguaje corporal. Una de las charlas había sido llamada El Arte De Mentir. Habíamos sido requeridos para ejecutar un experimento junto con la lectura del capítulo, en el que haríamos a una persona que no estaba en la clase, una serie de preguntas. Para mi gran alegría, había descubierto que una persona que estaba recordando algo real

miraba hacia arriba y hacia la derecha, mientras que una persona que estaba utilizando la parte creativa de su cerebro, mintiendo, miraba hacia abajo y hacia la izquierda. Cash estaba mirando un montón hacia abajo. Asquerosa. Pequeña. Mentirosa. —¿Dónde vive tu familia? —preguntó Caleb. Estaba corriendo un pedazo de mi cabello entre sus dedos. Cash me miró con envidia. —Oh, están cerca —dijo, evadiendo su pregunta. —¿Por aquí? —Mi padre vive aquí. Mi madre vive en Nueva York. —¿Lo ves a menudo? Ella negó con la cabeza—. En realidad no. Otra jodida familia, sin duda. Casi asentí en apoyo. —Me gustaría tener más tiempo —dijo ella rápidamente—. Sólo he estado tan ocupada con la mudanza. Somos muy cercanos. Tenía la boca abierta para entregar otra mentira, cuando nuestro mesero llegó con la comida. Una pena. Quería oírlo. El resto de la comida fue acompañada de una pequeña charla. Así que, ¿era cercana a su padre? Debía ser agradable.

Traducido por Carmenlu

C

aleb había escondido el barco de mí. ¿Qué más esconde? El conocimiento de que podría haber más está corroyendo mi cerebro. Es todo lo que puedo pensar, hasta prácticamente me estoy ahogando en mi sospecha. He estado frunciendo el ceño tanto que voy a necesitar botox al final. Una cosa es cierta: necesito saber si hay más, incluso si eso significa romper su código de privacidad. Caleb odia que entren en su oficina si él no está allí. Yo siempre le he dado su espacio, viendo que el resto de la casa es mía, pero esta noche el espionaje me llama. Dejé que Sam se fuera a casa tan pronto como puso a Estella a dormir. Normalmente, hago que se quede por unas horas y vea televisión conmigo, pero en cuanto llegan las siete, prácticamente lo empujo a la puerta. Abro la puerta de su oficina sin dejar de masticar mi rama de apio y enciendo la luz. Casi nunca vengo aquí. Toda la habitación huele a él. Respiro profundamente y siento ganas de llorar de inmediato. Solía acurrucarme en ese olor cada noche, y ahora... Miro las pilas de libros apilados por todas partes. Realmente no sé cuándo encuentra tiempo para leer. Cuando está en casa con nosotros, está cocinando e interactuando. A pesar del hecho que siempre hay un libro por ahí alrededor de la casa, nunca en realidad lo he visto leyendo. Una vez, estuve ordenando, poniendo los libros que dispersó alrededor de la casa de vuelta en su oficina, cuando su marcador de libros se había caído de una de las novelas que yo llevaba. Inclinándome para recuperarlo del

piso, encontré lo que parecía un penique, o al menos algo que solía ser un penique. Ahora, este tenía un mensaje sobre besos estampado en él. Tenía una forma demasiado extraña, demasiado delgado y largo. Lo metí de nuevo en su libro y la próxima vez que salí le compré un marcador real. Era de piel, importado de Italia. Pagué cincuenta dólares al vendedor, pensando que Caleb iba a impresionarse por mi consideración. Cuando me había presentado a él esa noche en la cena, sonrió educadamente y me dio las gracias, sin mostrar algo del entusiasmo que esperaba. ―Sólo pensé que necesitabas uno. Utilizas ese centavo raro, y se cae continuamente… De inmediato me miró a la cara. ―¿Dónde está? Tú no lo tiraste a la basura, ¿verdad? Parpadeé hacia él, confundida. ―No, está en tu oficina. No podía ocultar el dolor en mi voz. Sus ojos se habían suavizado, y llegó a la mesa para besar mi mejilla. ―Gracias, Leah. Fue una buena idea, de verdad. Necesitaba utilizar algo mejor para recordar mi lugar. ―¿Tu lugar? ―En el libro. ―Él sonrió. Nunca volví a ver el centavo, pero tuve la sensación de que lo había guardado en alguna parte para su custodia. Caleb era extrañamente sentimental. Haciendo a un lado de una pila de libros en el suelo, me voy a los cajones y empiezo a sacar papeles. Facturas, mierda del trabajo, nada importante. El archivador estaba al lado. Navego a través de cada carpeta de archivos, leyendo en voz alta. ―La universidad, contratistas, obras para casas, Discover Card... Vuelvo a las escrituras de las casas. Sólo tuvimos una casa, aparte de condominio de Caleb, que ha insistido en mantenerlo. Había tres. La primera dirección era para nuestra casa, el segundo para su condominio, y el tercero... Me siento mientras mis ojos vagan sobre cada palabra... cada nombre. Me siento como que estoy tratando de cavar a través del cristal. Mi cerebro está desconectado de mis

ojos. Me obligo a leer. En el momento en que termino, mis ojos ya no pueden concentrarse en nada. Pongo mi cabeza en su escritorio, los papeles aún aferrados en la mano. Estoy teniendo problemas para respirar. Me pongo a llorar, pero no lágrimas de autocompasión: lágrimas de ira. No puedo creer que me haya hecho esto a mí. No puedo. Me pongo de pie tan llena de rabia. Estoy dispuesta a hacer algo imprudente. Cojo el teléfono para llamarlo y gritarle. Cuelgo antes de marcar. Me doblo, agarrándome el estómago y un gemido retumba de mis labios. ¿Cómo puede doler tanto? He pasado peores cosas. Me duele. Me duele mucho. Quiero que alguien corte mi corazón para no tener que sentir esto. Él prometió que nunca me haría daño. Prometió cuidar de mí. Yo sabía que nunca me amó como lo amaba, pero lo quería de todos modos. Sabía que su amor por mí era condicional, pero lo quería de todos modos. Yo sabía que era la segunda opción, pero lo quería de todos modos. Pero, esto era demasiado. Tropezando en su oficina y en el vestíbulo, miro alrededor de mi mansión, mi hermoso pequeño mundo. ¿Había creado esto para cubrir el hedor de mi vida? Un huevo de filigrana asentado en una mesa cerca de la puerta. Es una antigüedad que Caleb me compró en un viaje que hicimos a Cape Cod. Le costó cinco mil dólares. Lo recojo y lo arrojo a través de la habitación, gritando. Se estrella contra la baldosa, deslizándose por todos lados, como mi vida. Camino hacia nuestra foto de la boda, que se cierne sobre el sofá. Lo considero por un momento, recordando el día, supuestamente el día más feliz de mi vida. Agarro la escoba, que se apoya en la pared, y golpeo lo más fuerte que puedo el marco de cristal con el mango. La imagen cae de la pared, rompiéndose sobre muebles y aterrizando boca abajo en la mesa de café. Estella se pone a llorar. Me limpio la cara con la parte posterior de mi mano y me muevo hacia la escalera. Estoy un poco contenta de que esté despierta. Necesito a alguien de quien sostenerme.

Traducido por Pachii

E

l día de mi boda lucía más como una coronación que como una boda realmente. Era una coronación para mí en un punto. Había ganado mi corona. Tenía, en lo que era posible, el más sexy, más simpático hombre que el mundo tenía para ofrecer. Había vencido al mal, a la bruja de pelo negro en conseguirlo. Me sentía triunfante. Me sentía legalizada. Se sentía como que había tardado mucho en llegar. Pensé en todas esas cosas, mientras estaba frente al espejo, en mi vestido de marfil. Tenía escote corazón y una falda de sirena. Mi pelo estaba recogido, rizado de forma que parecía una concha de mar, con una flor sujeta en un costado. Había querido usar mi pelo suelto, pero Caleb había pedido que estuviera recogido. Haría cualquier cosa por Caleb. Miré fuera de la ventana, al extenso patio trasero de mis padres. Los invitados habían comenzado a llegar; los acomodadores estaban guiándolos a sus asientos. El cielo se estaba oscureciendo y las miles de luces que había insistido que pusieron en los arboles finalmente estaban empezando a mostrarse. Una enorme carpa estaba asentada a la izquierda, donde sería la recepción. A la derecha, estaba la piscina de tamaño olímpico. Mis padres habían ordenado un suelo de vidrio para ser colocado sobre la piscina, donde Caleb y yo recitaríamos nuestros votos. Estaríamos caminando en el agua. Me daba vértigo de solo pensar en ello. Las

sillas estarían acomodadas alrededor de la piscina. Tendríamos una audiencia alrededor nuestro. Caleb se había reído cuando lo había visto por primera vez el día anterior. El odiaba la forma en que mi familia trataba de superar a los vecinos. —El amor es simple —dijo—. Cuanto más pompa le agregues a una boda, menos sincera se vuelve. Odiaba eso. Las bodas eran el glaseado para el resto de tu vida. Si el glaseado no era bueno ¿Quién querría comprar la magdalena? Nos miramos en el vidrio por unos buenos quince minutos, antes de que yo dijera «Quería ser la Sirenita.» El primero se rio y luego su cara se volvió seria. Él tomó uno de mis rizos «Será hermoso Lee. Tú siendo la Sirenita. Lo siento, ese fue la parte idiota de mi hablando». Mi madre irrumpió en la habitación diez minutos antes de la boda. Era la primera vez que la veía en todo el día. Ella se inclinó sobre mí mientras Courtney aplicaba mi pintalabios. Katine, que estaba al otro lado de la habitación dándole los toques finales a su propio maquillaje, encontró mis ojos en el espejo. Ella estaba demasiado familiarizada con mi madre y sus payasadas. Me sofoqué con un ataque de nauseas mientras Courtney secaba mis labios con un papel. —Hola mamá —dije, dándole una sonrisa. —¿Por qué elegiste ese color Leah? Pareces un vampiro. Me miré en el espejo. Courtney me había estado aplicando un suave maquillaje rojo. Quizá era demasiado gótica para una boda. Agarré un pañuelo de papel y la quité, agarrando un pintalabios rosa en su lugar. —Probemos con este. Mi madre miró con satisfacción mientras el nuevo pintalabios era aplicado. —Todos están aquí. Esta será la boda más impresionante del año, puedo garantizarte eso. Le sonreí.

—Y la novia más bonita —dijo mi hermana, haciendo sonrojar mis mejillas. —Y el más sexy novio. —Aportó Katine sobre su hombro. Me reí, agradecida por su apoyo. —Si, bueno espero que ella pueda mantenerlo agarrado esta vez —dijo mi madre. Katine dejó caer su aplicador de mascara. —¡Madre! —espetó Courtney—. Eso fue muy inapropiado. ¿Puedes apagar el modo perra? Yo nunca habría escapado diciendo algo como eso. Mi madre le frunció el ceño a su hija favorita. Podía sentir la discusión creciendo. Puse una mano en el brazo de Courtney. No quería pelear hoy. Quería que todo fuera perfecto. Dejé ir mi dolor y le sonreí a mi madre. —Nos amamos el uno al otro —dije con confianza—. No necesito mantenerme agarrada a nada. Él es mío. Ella arqueó sus cejas perfectas hacia mí, sus labios estaban tirantes. —Siempre hay algo que ellos aman más —dijo ella—. Sea eso una mujer, un auto o… Sus palabras murieron, pero las terminé en mi cabeza, u otra hija… Courtney ajena al favoritismo de nuestro padre, hizo que mis mejillas enrojecieran más. —Eres demasiado morbosa, Madre. No todos los hombres son así. Mi madre sonrió con indulgencia a su hija menor y pasó una mano por su mejilla. —No, mi amor —dijo ella—. No para ti. Yo escuché lo que implicaba. Courtney no lo hizo. Miré su mano en la mejilla de mi hermana y me dolió. Ella nunca me tocó salvo cuando no tuvo más remedio. Incluso cuando era pequeña, era afortunada si obtenía un abrazo en mi cumpleaños. Apartándome de ellos, pensé en Caleb e inmediatamente me sentí mejor. Nosotros estaríamos empezando nuestra propia familia hoy. Yo nunca, jamás trataría a mi hijo como ellos me habían tratado a mí. No importaba la situación. Caleb iba a ser el mejor padre. Me gustaría poder mirar atrás, a mi antigua vida de tristeza, mientras yo brillaba en una nube color de rosa en mi nueva vida. Caleb. Lo tenía a él. Tal vez a nadie más, pero él era suficiente para mí.

Cinco minutos antes de que las cosas estuvieran programadas para empezar, hubo un golpe en la puerta. Mi madre ya se había ido y solo Katine y Courtney estaban conmigo. Courtney corrió a ver quién era, mientras Katine me ayudaba a meterme en mis zapatos. Ella volvió con una media sonrisa—. Es Caleb. Él quiere hablar contigo. Katine negó con la cabeza. —¡Diablos, No! Él no puede verla aún. Estoy divorciada y ¿sabes qué? Deje que el idiota me viera antes de que nos casáramos. —Ella lo dijo casualmente, como si fuera la única razón por la que su matrimonio se había desmoronado. Miré a la puerta, mi corazón acelerándose. —No me importa. Ustedes dos vayan abajo. Las veo en un minuto. Katine cruzó sus brazos sobre su pecho como que ella no iba a ningún lugar. —Katine —dije—. Brian te dejó porque dormiste con su hermano, no porque te vio en tu vestido de novia. Ahora vete. Courtney la agarró del brazo antes que ella pudiera replicar y la arrastró fuera de la habitación. Alisé mi vestido, mirándome rápidamente en el espejo antes de ir a abrir la puerta. ¿Sobre qué querría hablarme? De repente, me sentí enferma. ¿Qué si quería terminar las cosas? ¿Había una buena razón para que el novio demandara hablar con la novia antes de casarse? La abrí completamente. —Supuestamente tu no debes verme —dije. Él se rio, lo cual inmediatamente me relajó. Un hombre riéndose no viene a terminar con su prometida. —Date vuelta —dijo él—. Y entraré. —Está bien. Me puse de espaldas a la puerta y me alejé unos pasos. Escuché que Caleb entraba. Él se acercó y puso su espalda pegada a la mía. Buscó mis manos, y estuvimos así por un buen minuto hasta que él habló. —Me voy a dar vuelta… —dijo él. —¡No!

Se empezó a reír, y supe que estaba bromeando. Apreté sus manos. El las apretó de vuelta. —Leah —su voz dijo mi nombre en un modo que me hizo cerrar los ojos. Todo lo que salía de su lengua sonaba bonito, pero especialmente mi nombre. —¿Si? —dije suavemente. —¿Me amas o amas la idea de mí? Me puse rígida, y el acarició la punta de mis dedos con sus pulgares. Traté de sacar mis manos de ahí porque quería ver su cara, pero él me sostuvo firmemente no dejándome ir. —Solo responde la pregunta, amor. —Te amo —dije con seguridad—. Tu… ¿Tu sientes lo mismo? —Oh Dios. Él iba a cancelar la boda. Sentí que mi garganta se cerraba. Dejé caer mi cabeza tomando respiraciones profundas. —Te amo Leah. No te habría preguntado si te casarías conmigo si no lo hiciera. ¿Entonces por qué estamos teniendo esta conversación? —Entonces, ¿Por qué estamos teniendo esta conversación? —había sonado más segura en mi cabeza. Mi voz tembló. —“El amor no es suficiente siempre. Solo quiero estar seguro… —su voz murió. ¿Estaba él hablando de Olivia? Quería gritar. Ella estaba aquí con nosotros en nuestro día de boda. ¡Quise decirle que se había ido! Ella lo había superado. Ella era… ella era… una perra inútil que no lo merecía. ¿Yo lo amaba? Levanté mi barbilla. Si, lo hice… más que lo que ella lo hizo, de todas formas. Si el me necesitaba para hablar con él por esto, lo haría. —Caleb —dije con mi voz suave—. Hay algo que nunca te dije. Es sobre mi familia. Tomé un respiro y permití que la verdad se deslizara por mis labios. Era hoy o nunca. Mis palabras estaban llenas de vergüenza y dolor. Caleb, presintiendo algo, me apretó más fuerte.

—Soy adoptada. Quiso girar alrededor, pero lo mantuve en el lugar. No podía mirarlo todavía. Solo necesitaba sacar esto afuera. En cualquier minuto ellas vendrían a ver que hacíamos, y solo necesitaba terminar esto antes de que lo hicieran. —Solo, no te des vuelta, sí. Solo… escucha. —Está bien —dijo él. —Después de que mis padres se casaron, ellos trataron por tres años tener un bebé. Los doctores le dijeron a mi madre que no podía tener hijos, así que ellos a regañadientes decidieron adoptar. Mi padre es griego, Caleb. El necesitaba un hijo. Ellos decidieron no esperar para una adopción doméstica, que hubiera tomado años. Mi padre tenía conexiones en la embajada Rusa. —Leah… Mi corazón casi se derrumbó ante el sonido de su voz. —Sólo, cállate —dije—. Esto es realmente duro, solo déjame decirlo. —Contuve las lágrimas, no iba a sacrificar mi maquillaje por esto. —Mi madre biológica tenía dieciséis años y trabajaba en un burdel. Yo no era la niña que ellos querían, pero me trajeron con ellos. Un mes después mi madre descubrió que estaba embarazada. Tuvo un aborto involuntario… supongo que era un niño. Mi padre culpó del aborto al estrés que causaba yo. Aparentemente yo era muy difícil. Ella quedó embarazada de Courtney unos meses después, pero mi padre había perdido a su niño. Supongo que él me ha odiado desde que me volví de el bebé que querían al bebé que había matado al bebé deseado… al bebé de una prostituta. Hubo un fuerte golpeteo en la puerta. —Unos minutos más —grité mientras me daba vuelta y hacía que Caleb me mirara a la cara. Él me tomó en sus brazos, con las cejas arqueadas. Sentí su calor metiéndose en mí. Él estuvo quieto por mucho tiempo. —¿Por qué no me lo dijiste? —Dios, Caleb. Es el pequeño secreto sucio de mi familia. Estaba avergonzada. —Yo tenía que inclinar toda mi cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. El me hacía sentir pequeña y protegida.

—No tienes nada por lo que sentirte avergonzada. Son ellos… no lo puedo ni siquiera imaginar. —El negó con la cabeza—. ¿Es por eso que tu padre no va a caminar contigo por el pasillo hoy? —el entrecerró sus ojos y yo me ruboricé. Le había dicho que la enfermedad de mi padre estaba amenazándolo. Asentí. Mi padre me había dicho la semana anterior que él no me escoltaría al altar. Realmente tampoco lo esperaba de él. Caleb maldijo. Raramente maldecía enfrente de mí. Podía ver que tan enojado estaba. —Eso es por lo que te dio el trabajo —no era una pregunta. Él estaba poniendo las piezas juntas. Asentí. El lucía tan furioso; supe que mi plan estaba funcionando. —Caleb… no me dejes —mi labio temblaba—. Por favor… te amo. Me agarró casi con brusquedad y tiró de mí a sus brazos. Me agarré a él, sin preocuparme por el maquillaje o el pelo. Esta era la forma de penetrar en su corazón. Había jugado con su compasión, y había jugado con su necesidad de proteger las cosas que estaban rotas y perdidas. Los golpes en la puerta se reanudaron. Caleb me sostuvo con su brazo y me miró. Algo había cambiado en sus ojos. Me había convertido en algo más para él en el momento en el cual había compartido mi secreto. ¿Sabía que esto iba a pasar? ¿Había contenido intencionalmente el decirle la verdad en caso de que algo así hubiera pasado? Suavemente corrió un dedo por la línea de mi pelo, hacia mi frente, por mi nariz, sobre mis labios y abajo por mi cuello. —Eres muy fuerte —dijo él—. ¿Puedo caminar contigo hasta el altar? Mi corazón me golpeo, patinó, voló… hizo un jodido baile feliz. Él iba a casarse conmigo. —Si por favor. —Leah… —¿Si? —No te lastimaré, cuidaré de ti. ¿Crees en mí? —Sí. —Mentí.

Traducido por Isa 229

E

lla se ve igual. Pelo negro colgando salvajemente hasta su cintura. Se parece casi a una gitana en sus pantalones de lino verde azulado y en su camisa crema ligera que cuelga de un hombro definido. Observo sus pendientes de oro, que son lo suficiente grandes para encajarlo en mi mano. Hacen su mirada exótica y ligeramente peligrosa. Siempre me ha hecho sentirme plana. Sus ojos vagan sobre el puñado de ocupantes en el comedor, en busca de un rostro conocido: un hombre de avanzada edad, una pareja compartiendo el mismo lado de la cabina, dos servidores que doblan vajilla de plata en servilletas… y a mí. Veo a la impresión superar sus facciones, la separación de sus labios, la leve extensión del blanco alrededor de su iris. De repente, ella se pone rígida. Sus ojos recorren a las cuatro esquinas de la habitación, y sé que ella lo está buscando. Sacudo la cabeza para decirle que él no está aquí. Tomo un sorbo de mi café y espero. Ella se mueve con un propósito hacia mi mesa. Cuando llega donde me estoy sentado, no se sienta, pero me mira con expectación. — ¿Un viejo cliente?— dice con sequedad. — ¿Bueno, lo soy, no es así? — le hago señas para que se siente. Había enviado un mensaje anónimo a su oficina, afirmando que era un viejo cliente desesperado en un problema jurídico. Le había pedido que me encontrara en una cafetería llamada

Tiffany. No tenía idea de si ella vendría o no, pero era mejor que aparecerse en su oficina. Ella se desliza con cautela en el asiento frente a mí, nunca apartando los ojos de mi cara. — Bien, ¿Qué diablos quieres? Me estremezco. Louboutins o no, ella sigue siendo la misma grosera pobre que solía ser. —Pensé que tal vez podrías revisar estos documentos para mí —meto la mano en mi bolso y saco los papeles que había robado del archivador de Caleb. Colocándolos sobre la mesa, los deslizo hacia ella. — ¿Qué es esto? — pregunta. Me observa desagradablemente. ¿Cómo se atreve ella a mirarme de esa forma? Por si sola ha arruinado mi vida. Yo lo hubiera tenido todo si no fuera por sus extralimitadas manos retorcidas. Probablemente también hubiera estado en prisión. Aparto ese pensamiento. Ahora no es el momento para la gratitud. Ahora es el tiempo de las respuestas. Empujo el documento delante de ella. —Échale un vistazo. Velo por ti misma. Sin mover la cabeza, ella mira hacia los documentos y luego devuelta a mí. Se trata de una suave, dura, impresionante pieza de intimidación. El arte de su lenguaje corporal es algo para ser admirado. — ¿Por qué tengo que hacer eso? — dice. Me hace sentir frío. Hago una retrospectiva de estar en el banquillo de testigos y mi pulso cardiaco alcanza su máximo. Practico para ver si también yo lo puedo hacer. —Es de Caleb—digo, solo moviendo mis labios. No sé si es la mención de su nombre o si mi imitación de lenguaje corporal está funcionando, pero ella se tensa. Un mesero se acerca a nuestra mesa. Olivia toma los papeles.

—Tráigale un café, dos sobrecitos de crema en polvo— digo, despidiéndolo. Él se aleja rápidamente. Olivia, quien está leyendo, brevemente me echa un vistazo. Me pasé casi todos los días con ella durante nueve meses. Sé lo que le gusta. Bebo a sorbos mi café mientras lee, mirando su rostro. Su café llega. Sin alzar la vista, abre los sobrecitos de las cremas y los vierte en su taza. Levanta la taza a sus labios, pero a medio camino su mano se detiene. El café se derrama en la mesa mientras baja bruscamente la taza. Repentinamente, se levanta. — ¿De dónde sacaste eso? Retrocede alejándose de la mesa, negando con su cabeza. — ¿Por qué esta mi nombre allí? Paso mi lengua por todos mis dientes. — Estaba esperando que me dijeras eso. Se escapa por la puerta. Me levanto, lanzo un billete de veinte en la mesa y voy tras ella. La sigo en el estacionamiento y la arrincono en el quiosco de periódicos. —¡No estas explicando porque tu nombre está en esta escritura junto al de mi esposo! Su rostro bañado en rubor. Ella sacude su cabeza. —No lo sé, Leah. Él nunca… no lo sé. Se cubre su cara con sus manos, y oigo su sollozo. Eso solo hace que me enfade más. Tomo un paso amenazador hacia ella. —Estas durmiendo con él ¿no es así? Levanta sus manos y me fulmina con la mirada. —No. ¡Por supuesto que no! Amo a mi marido —claramente se ve insultada por acusarla de tal cosa. —¡Yo amo al mío! —mi voz se agrieta—. Entonces ¿Por qué él te ama?

—No me ama —dice simplemente—. Él te eligió. —Le duele darme esas palabras. Puedo ver la emoción saliendo de su piel. Sostengo la escritura y lo agito. —Te compró una casa. ¿Por qué mierda te compró una casa? Agarra la escritura de mis dedos, y apunta a una fecha. —¿Te perdiste este pequeño detalle? Mucho antes de ti, Leah —lo empuja de vuelta en mi pecho—. Pero, tú sabes eso. Por lo tanto ¿porque realmente me engañaste para venir aquí? Trago una reacción nerviosa. La mira y sonríe cruelmente. —Los debería haber dejado lanzarte a la prisión, lo sabes. Se aleja, caminando hacia la puerta de su auto. Su declaración me enfurece. La sigo, cavando las uñas en mis palmas. Respiro a través de mi nariz. — ¿Para qué así lo puedas tener? —hablo sin tino. Mi sangre late en mis oídos. Todo tiempo me hago la misma pregunta. Lo digo otra vez— ¿Deberías haber pedido el caso para así tenerlo? Ella se congela, me mira por encima de su hombro. —Sí. No me esperaba la verdad. Me asusta. Abro mi boca en un esfuerzo para que las palabras salgan. —Creía que amabas a tu esposo. Exhala a través de su nariz. La acción me recuerda a un caballo agitado. Sus ojos vagan desde mis zapatos y aterriza con repugnancia en mi cara. —También amo al tuyo.

Traducido por Katt090

A

ntes de Caleb y yo nos casáramos, rara vez les permití a mis padres estar cerca de él por temor a que sus opiniones podrían contagiarlo a él, y empezaría a mirarme como ellos. La mayoría de mis otros novios no se habían percatado de sus insultos velados y crianza fría. Caleb era inteligente, vería a través de ellos, a través de mí, y empezaría a hacer preguntas. No quería las preguntas o la eventual resignación que traería: Leah es una decepción. Ella no es el verdadero negocio, sólo la hija de segunda mano. No me gustaba que nadie sepa mi mierda. Así que, durante los dos años de nuestro noviazgo, lo mantenía adentro y fuera de eventos sociales con mi familia con una meticulosa precisión. Fue agotador en su mayor parte, asegurándome de que nadie dijera demasiado, que las conversaciones no se sumerjan demasiado profundo. Después de la boda, eso cambió. Tal vez, me sentí más cómoda, ya que tenía el compromiso, o tal vez era el hecho de que por fin le había dicho la verdad acerca de dónde vengo. Nos invitaron formalmente a asistir a la cena en su casa una semana después de regresar de nuestra luna de miel. Caleb estaba todavía erizado por el hecho de que mi padre no caminó hacia el altar. —No quiero ir, Leah. Lo que hizo fue una falta de respeto a ti. Tiene suerte de que no le armé un escándalo en la boda. No voy a dejar que te trate así.

Me encantó eso. Me sentí más valiosa en esos cinco segundos de lo que sentido en años. —Por favor—, me estiré de puntillas y le bese la barbilla. —Vamos a mantener la paz. Amo a mi hermana. No quiero causar una ruptura. Agarró mis brazos y apretó suavemente, entrecerrando los ojos. —Si dice una palabra, Leah, una palabra que no me gusta… —¿Vas a darle un puñetazo en la cara?—, dije con firmeza. Él sonrió torcidamente y me besó en la boca más o menos, justo como a mí me gustaba. —Voy a darle un puñetazo en la cara si sirve pato. No me gusta el pato. Me reí en sus labios. —¿Qué pasa si él dice la broma de buceo? —Eso también — lo golpearé por la broma. Nos movíamos hacia el dormitorio, nuestros pies arrastrándose juntos, nuestros labios no muy distantes. Entrelacé mis dedos en su pelo, los bordes de mis pensamientos deshilachados hasta que se vino abajo, y lo único que podía pensar era su tacto y su voz ronca en mi oído.

Más tarde esa noche, fuimos de la mano a la puerta de mis padres. Dos semanas en las Maldivas nos habían dejado bronceados y relajados, y todavía estábamos flotando en nuestra tregua de vacaciones, riendo y besándonos y tocándonos como si uno de nosotros podría desaparecer. Caleb era finalmente mío. Mientras mi mano buscaba el pomo de la puerta, mis pensamientos se fueron fugazmente a mi némesis. Mis labios se encontraron con una sonrisa tan arraigada en triunfo que Caleb inclinó la cabeza hacia mí con curiosidad. —¿Qué? —preguntó.

Encogí los hombros. —Estoy feliz, eso es todo. Todo es perfecto. —Me hubiera gustado decir: Dum, dum, la bruja ha muerto... Pero, la bruja no estaba muerta. Ella estaba en Texas, lo que era lo suficientemente bueno. Mis padres y mi hermana estaban en la habitación de la familia. Miraron expectantes a Caleb cuando entramos, casi como si lo estuvieran esperando para anunciar que me estaba dejando. Hubo unos torpes treinta segundos de silencio antes de que mi hermana se levantara a abrazarnos. —¿Cómo fue? Cuéntamelo todo. —Me agarró la mano y me llevó hacia el sofá. Eché un vistazo a Caleb, quien estaba estrechando la mano de mi padre. A Papá le gusta Caleb. Le gustaba tanto que me preguntaba qué pensaría del hecho de que Caleb lo odiaba. Sentí una satisfacción enferma sabiendo eso, que giré a Caleb contra él. Mi padre creía que él podría tener a quien sea, y él realmente quería la adoración de todos... excepto la mía. —Fue hermoso—, le aseguré—. Muy romántico. Una rápida mirada a Caleb. Se acercó a mí. —Han estado toda la mañana quejándose sobre cuánto les costó la boda —dijo—. No toques el tema. Sentí que mis mejillas se ponían calientes. Este era el comportamiento típico de mis padres. Por supuesto que pagarían la boda de su hija mayor. Por supuesto que sería extravagante y exagerada para impresionar a sus amigos. Por supuesto que les molesta después de cuánto dinero habían tenido que pagar por alguien que no era realmente de su sangre. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer? Nadie sabía que yo no era realmente suya. Hacer menos habría arrojado una sombra sobre su perfecta imagen como padres amorosos. Por favor, Dios, por favor no dejes que digan nada frente a Caleb. Mi hermana tenía en la mano un vaso de vino tinto. Lo tomé de ella y bebí un trago. Mi madre estaba caminando hacia nosotros, cada uno de sus pasos de pajarito tirando una cadena fresca de temor a la vanguardia de mi mente.

—Realmente deberías mantenerte alejada del sol, Leah—, dijo ella, y se sentó frente a mí. Miré a mi brazo de color bronce. A pesar del hecho de que yo era de piel blanca y tenía el pelo rojo, me bronceaba como un italiano. —Pareces tonta con el color, te ves si hubieras ido a uno de esos bronceados de spray. —Se ve bien, madre —soltó mi hermana—. Sólo porque tienes miedo del sol, no significa que tenemos que tenerlo. Le disparé a mi hermana una mirada de agradecimiento y me tensé para el próximo comentario mordaz. —Caleb se ve bien — dijo, mirando hacia donde estaba aún hablando con mi padre—. Muy apuesto. Siempre pensé que sería un buen partido para ti, Courtney. Mi cabeza daba vueltas, mi visión se nubló. Courtney hizo un sonido de ira en la parte posterior de su garganta. —Eso es muy salvajemente inapropiado —dijo entre dientes—. No sólo no es perfectamente mi tipo, sino que Leah y Caleb van juntos mejor que cualquier pareja que conozco. Todo el mundo lo dice. Mi madre levantó las cejas. Encontré mi lengua. —¿Por qué siquiera dices algo así? —le dije—. Después de todo lo que hiciste para ayudarme ... Ella resopló y tomó un sorbo de su copa de vino. —Una mujer no debería tener que luchar tan duro para estar con un hombre. Él debe simplemente quererla... Mi hermana estaba mirando desde una de nosotras a la otra. —¿De qué estás hablando? Los ojos de mi madre se clavaron en los míos en una silenciosa advertencia. —La cena debe estar lista —dijo—. ¿Por qué no nos dirigimos al comedor?

Mattia todavía hace la mayoría de las comidas de mis padres. Ella había estado con mi familia desde que era una niña. Yo siempre esperaba a su comida. Esta noche, era salmón con arroz pilaf y un glaseado de mostaza y miel. Ella me apretó el hombro mientras dejaba mi plato delante de mí. —Felicitaciones —susurró en mi oído. Le sonreí. Yo quería que ella viniera a la boda, pero mis padres pensaron que era inapropiado. —Tengo algo para ti —dijo ella—, sólo una pequeña cosa. Lo dejaré en la cocina para usted. Asentí con la cabeza hacia ella, con la esperanza de que mi madre no hubiera oído. Mi madre tenía un don para hacer gestos cordiales vistos tontos y cómicos. Mattia salió de la habitación después de colocar el último plato, y volví mi atención a la conversación que mi padre tenía con Caleb. A pesar de sus sentimientos actuales hacia mis padres, Caleb fue sereno y respetuoso, respondiendo preguntas y comunicándose en una secuencia perfecta. Era un genio social. Lo atribuí al hecho de que parecía ser capaz de llegar a la esencia de cada persona que conocía en una reunión, y de ahí en adelante, sabía de forma automática cómo manipular sus estados de ánimo. Le había visto hacer una pregunta tras pregunta a un extraño, hasta que rompía sus defensas. En un principio, el tema de su interés parecía ligeramente vigilado, dando respuestas censuradas. Él programaba en sus preguntas un sondeo con bromas y comentarios autocríticos que marcan a la persona con facilidad. Nunca juzgaba. Entrecerraba los ojos cuando le tocó el turno a la otra persona a hablar, un poco encantador con el lenguaje corporal que decía: usted es tan interesante, siga hablando. Me encantaba verlo hablar con la gente. Me encantaba verlos caer por él. Al final de una conversación con Caleb, la gente estaba tan colgada con él, que parecían decepcionados cuando terminaba la interacción. A él realmente le importaba, esa era la diferencia entre Caleb y alguien que sólo estaba siendo entrometido. Gente colgada con esa rapidez. Caleb era mío. Finalmente era todo mío. Le sonreí a mi salmón, y mi hermana me dio una patada bajo la mesa. —¿Qué? —Articulé hacia ella. Sacudió la cabeza, sonriendo. Después de la cena, nos mudamos de nuevo a la sala de estar. Mi padre era de la vieja escuela, sacó las copas y cigarros, tan pronto como nos sentamos. Caleb declinó

cortésmente el cigarro, pero tomó un dedo de whisky. Me senté junto a él, mientras mi madre y mi hermana desaparecieron en otra parte de la casa. Este era el tiempo de hombres, pero no dejaba a sólo mío con mi padre. No cuando estaba enfadado conmigo por el dinero que había gastado para la boda. —¿Cuáles son tus planes? —preguntó papá, deliberadamente ignorándome y mirando a mi marido. Sopló un poco de tabaco de su labio, y apartó la mirada. Sus gestos estaban empezando a molestarme. Caleb se humedeció los labios. —Pusimos una oferta por una casa. Estamos esperando tener noticias de ellos. —Espero que no tengas intención en mantener a Leah en casa. La necesito de vuelta en la oficina. Caleb se puso rígido. Pude leer su lenguaje corporal como si fuera el mío. Quería escuchar lo que él diría al gran y poderoso brazo fuerte Smith. —No tengo la intención de mantenerla en ninguna parte —dijo—. Aparte de mi cama, ella es libre de ir y venir como le plazca. Me atraganté con mi saliva. Me entraron ganas de reír al ver la expresión en el rostro de mi padre. Él era crudo, yo le había oído hacer todo tipo de bromas, pero el comentario de Caleb lo había desarmado. Caleb probablemente sabía que lo haría, pequeño manipulador brillante que era. Mi padre se aclaró la garganta, una leve sonrisa en los labios. Caleb se volvió hacia mí—. ¿Tiene planes de volver al trabajo, Leah? Papá no estaba acostumbrado a esto. Quería echar un vistazo para ver cómo estaba manejando su no hija siendo preguntada por su opinión. —No lo sé —le dije—. Podría pensar en ello… ¿Por qué me quiere de vuelva? Tenía toda una horda de empleados para jugar su juego corporativo. Tal vez, ¿esto era él intentando? ¿De… ser mi padre? ¿Mi jefe? Me sorprendió que incluso sugiriera que vuelva a trabajar, ya que él creía que cuando una mujer se casa, su lugar estaba en la casa. Mi padre cambió de táctica en el último minuto, girando su cuerpo hacia mí, se inclinó a sí mismo lejos de Caleb, haciéndome el único receptáculo de su atención.

Lindo. —¿Qué dices, Leah? Has sido activa desde que llegaste. Te necesitamos para terminar este proyecto. Por mucho que quería decir que no, no podía. Sería culpa del alcohol, o mi adicción persistente para complacer al único hombre que no me quiere, pero no podía alejarme cuando me estaba pidiendo volver. Tenía una necesidad de probar que estaba equivocado acerca de mí. Que yo no era la hija de una puta sin valor, sino un activo valioso para su familia. Asentí con la cabeza, sintiéndome débil por la flexión. Me estaba usando para algo. No podía entender el qué todavía. Mi maldita alma herida. Caleb me estaba mirando. Le sonreí, mis ojos sin ninguna duda traicionando mi inquietud. Él podía ver todo el camino por mi garganta, hasta el lugar donde mi corazón latía. Gracias a Dios que tenía suficiente clase como para no mencionarlo. De camino a casa, Caleb me preguntó si realmente quería volver. —Dijiste que habías terminado. Miré impacientemente por mi ventana, contando las luces de los autos que nos pasaron. —Lo sé. —Entonces, ¿por qué vas a volver? No le debes nada, Leah. —Sólo déjame hacer esto sin psicoanalizar mis motivos. Me miró por el rabillo del ojo. —Muy bien. Sólo prométeme una cosa. —Lo miré. Caleb realmente no pedía promesas. —Si él saca un truco como lo hizo en la boda, te alejas y no miras hacia atrás. —Está bien —le dije. Eché un vistazo a mi regazo donde estaba el presente de Mattia, envuelto en papel blanco perlado con campanas adornadas en ella. Deslizando mí uña debajo de la cinta, tiré del envoltorio para revelar un set de azúcar y crema. Era barato, el tipo que

podemos encontrar en Marshalls, con cuerpos de vidrio y mango de plata, pero era de Mattia y me encantó. Mattia había sido la única en mi casa que me daba abrazos. Contaba con sus abrazos. Estaba a punto de bajar el radio cuando Caleb le subió. Coldplay, él los escuchaba como si estuvieran susurrando verdades para él. Nunca entendí la fascinación. Siempre estaban tratando de cubrir grandes conceptos con empeines de piano. Tamborileé mis dedos en el reposabrazos mientras esperaba a que la canción terminara. Como si cualquier persona podía arreglar cualquier otra persona. Si eso fuera cierto, a Caleb no le gustaría la música de Debbie Downer, él escucha mierda feliz que representaba nuestra relación. Cuando lo conocí, se ahogaba en su emoción por alguna mujer que le había roto el corazón. Pasé años tratando de sacarlo de ello, sólo para obtener una especie de satisfacción flotante que venía y se iba, según el día. Iríamos semanas en un momento siendo felices entre nosotros y de repente, el viento iba a cambiar de dirección, y Caleb se convertiría en la persona melancólica, y oscura que me encontré primero en la fiesta del yate. En este momento... en este momento... en este día, él era feliz. Miré su cara mientras cantaba la letra de la canción y enlazaba a nuestros dedos. Me dijo que podía confiar en él.

Traducido por flochi

A

medida que manejo a casa de regreso de mi reunión con Olivia, intermitentemente sollozo y maldigo. El mundo entero está nadando dentro y fuera de foco mientras evalúo las posibilidades de perder a mi marido. Las palabras de Olivia se mezclan con mis pensamientos hasta que casi choco con un camión de basura. Tan pronto como entro por la puerta principal, voy directo afuera donde Sam tiene a Estella sobre una manta. La alzo y la sostengo contra mi pecho. Ella se menea y deja escapar un gemido de protesta. Sam la agarra, y ella deja de llorar. Se la quito a Sam. —Tómate el día libre —digo, estudiando su carita arrugada—. Es hora de que aprenda de una maldita vez a gustarle. Sam levanta una ceja. Estoy a punto de decirle que no me gusta la mirada en su cara, cuando él se da la vuelta y se aleja. Puedo verlo atravesar las puertas francesas. Agarra sus llaves del mostrador de la cocina y avanzar sin dar una mirada hacia atrás. Vuelvo a mirar a Estella. —Quizás podemos intentar esto nuevamente. Si podemos descubrir cómo gustarnos mutuamente, tu papi podría quedarse. Agita sus puñitos y parpadea hacia mí. Realmente es linda.

Estiro mis piernas y la pongo sobre mis muslos. Le hablo por los siguientes treinta minutos acerca de la vida hasta que empieza a gritarme. Entonces entramos a la casa para comer. Luego de ponerla en la cama, me pongo una sexy pieza de lencería y espero. Cuarenta minutos después, escucho su llave en la cerradura. Cuando corro hacia el vestíbulo, Caleb está cerrando la puerta principal detrás de él. Me quedo inmóvil, y cuando alza la mirada hacia mí, no estoy segura de quién parece más nervioso. —Solamente vine para recoger algunas de mis cosas. No me mira. Doy unos pocos pasos hacia él. Quiero tocarlo, decirle que lo lamento. —Caleb, háblame… por favor. Fija sus ojos en mí, y no veo nada de la calidez que solía haber en ellos. Me echo hacia atrás. ¿Todo entre nosotros ha desaparecido? —Regresaré mañana por ella. Hay unas pocas cosas que necesito recoger —repite. Pongo una mano en su pecho y se queda inmóvil. Me agarra la muñeca. —No. —Esta vez me mira a los ojos—. Usas el sexo como un arma. No estoy interesado. —Está bien cuando Olivia lo usa, ¿no yo? —Las palabras salen antes de que pueda detenerlas. —¿De qué estás hablando? Pienso en mi conversación con Sam. Si quiero saber acerca de su relación con Olivia, ahora probablemente sea el momento de preguntar, ya que ya está enojado conmigo. —¿Por qué nunca dormiste con ella? Caleb reacciona instantáneamente, agarrándome por los hombros y moviéndome fuera de su camino. Se dirige a las escaleras. Lo sigo. —Vamos, Caleb. Dejaste que usara el sexo, o la falta de ello, como un arma. ¿Por qué? Me fulmina con la mirada.

—No sabes de lo que estás hablando. —Tal vez. Pero eso se debe a que nunca hablaste de ella. Y, quiero saber exactamente lo que pasó entre ustedes dos. —Ella me dejó —dice—. Fin de la historia. —¿Qué hay de la segunda vez? —lo desafío—. ¿Durante tu amnesia? —Me volvió a dejar. Su admisión me corta, profundamente. —¿Por qué nunca hablaste conmigo de lo que ella hizo? ¿Cuándo ella volvió y te mintió? —¿Por qué tú nunca preguntaste? —contradice. —No quería saber… Empieza a darse la vuelta. —Pero, ahora sí —digo. —No. —¿No? —Lo sigo arriba a los primeros escalones—. Quiero saber por qué la contrataste como mi abogada… por qué no estabas enojado con ella por mentirte. Se da la vuelta con tanta rapidez que casi me caigo. —La contraté como tu abogada porque supe que ganaría. Estaba enojado con ella… todavía lo estoy. —¿Por qué? —grito detrás de él, pero él ya se ha ido.

Traducido por: Xhessii

U

na cosa para saber de mí: excavo. Si no puedo encontrarlo… excavo más profundo, más fuerte. Excavo hasta que lo encuentro. La única cosa en la que no podía excavar era mi propia mente. No quería verlo.

Mi padre estaba actuando extraño, incluso para él. Además, lo encontré tragando un puñado de píldoras. Las únicas píldoras que había visto que tomara eran vitaminas. Estas no eran vitaminas. Encontré la botella encima de los cajones de su escritorio. La botella decía que era un Vasodilatador —un medicamento para la alta presión sanguínea—, pero también mezclado en la misma botella había una píldora que yo conocía, Klonopin, una píldora anti-ansiedad. Mi padre tenía ansiedad. Quería saber por cuánto tiempo había estado tomándolas, y por qué las estaba tomando. Mi padre siempre había sido el hombre más saludable que había conocido. Él tenía sesenta y tenía su six-pack. Era un six-pack de hombres adultos mayores, pero aun así. Él se reía de la gente que sufría cosas como depresión y ansiedad, lo que era irónico desde que él tenía medicamentos. Llamé a mi madre. Su voz trinaba desde el otro lado de la línea cuando le pregunté por las píldoras.

—Él está bien —me afirmó—. Ya sabes cómo se ponen las cosas en la oficina. Está bajo estrés y esta es una nueva medicina que está probando. Acerqué más el auricular a mi oído. Cualquier cosas que dijera desde aquí podría terminar la conversación o decirme exactamente lo que necesitaba saber. Abrí mi copia de Manipular a Mamá 101. Por lo que sabía, las pruebas de la nueva medicina, Prenavene eran exitosas. Diariamente, tenía que firmar papeles que Cash o mi padre enviaban a mi oficina. La medicina había estado en esta fase de pruebas por más de cinco años. Estábamos en la fase final hacia ponerla finalmente en el mercado. ¿Cómo mi padre estaría teniendo ansiedad por un proyecto exitoso? —Apuesto a que él es un desastre —dije, tratando con todo mi esfuerzo sonar comprensiva. Casi podía verla asentir en el otro lado de la línea. —Desearía que solo pudiera darle un golpe a ese hombre terrible —murmuró ella en el auricular—, reclamando que Prenavene había producido su ataque cardiaco. Ya sabes, tu padre contrató a un investigador privado. El hombre era un ataque cardíaco caminante. Tiene toda una historia de ello en su familia y él pesa más de ciento treinta kilos. Ella dijo ciento treinta kilos como si fuera un insulto. Me tomó unos cuantos segundos envolver mi mente alrededor de las palabras ataque cardíaco. Mierda. ¿Por qué no había escuchado de esto? ¡Un ataque cardíaco durante el periodo de pruebas de una medicina es enorme! Era suficiente para terminar con las pruebas hasta que la medicina fuera reformulada. Era difícil decir algo después de ese anuncio ¿Por qué? ¿Por qué él arriesgaría todo? No quería que ella supiera que había dicho algo que en lo que yo obviamente no estaba lista para conocer, y la escuché parlotear por los siguientes minutos. Necesitaba usarla para obtener más información. Tragué la traición en mi garganta y le dije que tenía otra llamada entrante. ¿Por qué él me guardaría algo así a mí? ¿Por qué ellos no habían terminado las pruebas? Pensé en llamarle a Cash, pero su lealtad obviamente estaba con mi padre si ella aún no me había dicho. Iba a tener que averiguar esto por mí misma. Dinero. Eso tenía que ser. En la última junta, él mencionó una caída en nuestras ventas. Prenavene era nuestra manera de traer a la empresa de regreso. ¿Realmente estábamos así de desesperados por la nueva medicina que él había algo como esto? ¿Arriesgar todo?

La mañana siguiente, fui temprano a la oficina. Mi papá llega puntualmente a las seis en punto de cada día. Tenía una hora antes de que él llegara. Tenía un juego de llaves de repuesto de su oficina. Abrí la puerta y encendí la luz. Parándome junto a su computadora, la encendí, poniendo mis dedos en su escritorio. Su nivel de acceso en su sistema era más alto que el mío. Necesitaría sus contraseñas para acceder a sus archivos. Maldiciendo, puse el aniversario de bodas de mis padres. «Código Incorrecto» apareció en la pantalla. Ese era una horrible manera de suponer de mi parte: él no era exactamente del tipo sentimental. Intenté con fechas de cumpleaños, el de mi hermana y el mío. Nada. Finalmente, intenté con las coordenadas de su cabaña de cacería en Carolina del Norte. El sistema mágicamente se abrió, y tenía el enorme logotipo de OPI-Gem enfrente de mí. Le di clic al ícono marcado con Prenavene y me puse a investigar. Era verdad. Oh Dios, era verdad. Para el momento en que cerré la puerta de su oficina, tenía suficiente información para cerrar la compañía de mi padre y ponerlo en prisión por el resto de su vida. La peor parte era que quería hacerlo. No, no quería. Él era mi padre… bueno, algo así. Él me crió. O quizás Mattia me crió. Ya no estaba segura.

Mi cabeza me latía mientras hacía mi camino al elevador. Iba a decir que estaba enferma. No podía mirar a toda esa gente en la cara cuando sabía lo que sabía. Tenía que buscar una manera de resolverlo. Buscar una manera de saber exactamente quién estaba envuelto y quién había estado en la oscuridad como yo. Mi cabeza estaba abajo cuando se abrieron las puertas. Cuando miré arriba él estaba parado enfrente de mí, con un periódico metido debajo de su brazo. Mierda, ¿por qué no pensé en tomar las escaleras? Puse mus hombros hacia atrás, forzando una sonrisa. —Buenos días, papi. Él me asintió, saliendo del elevador. Y de repente se detuvo. —¿Por qué estás aquí tan temprano? Una mentira salió de mi lengua tan fácilmente. —No me siento bien hoy. Solo vine a recoger algo de trabajo. Me tomaré el día libre.

Él entrecerró sus ojos. —Te miras bien. Ve a casa y cámbiate y regresas. Te necesito hoy aquí. —Estoy enferma —dije, como si no me hubiera escuchado la primera vez. —Esta es una compañía farmacéutica, Johanna. Agarra unas muestras del almacenamiento y medícate a ti misma. Miré el pasillo vacío por un minuto antes de que él desapareciera en su oficina. ¿Acababa eso de pasar? Claro que sí. Mi padre no había tomado un día por estar enfermo en veinte años de trabajo, ¿qué me hizo pensar que estaría bien ofrecerle una enfermedad como excusa? Entré en el elevador y cerré la puerta. Si me apuraba, podía estar de regreso en cuarenta minutos.

Traducido por Soñadora

C

aleb llevo a la bebé a su condominio el día después de venir a recoger su ropa. Su cara era sombría y determinada mientras se paraba en la puerta y me dejaba decir adiós. Beso la pelusa roja en su cabeza y sonrío casualmente. Estoy tratando toda esta situación como si estuvieran por ir al supermercado y no a mudarse. Aprovecha tu tiempo. Déjalo ver lo difícil que es cuidar a un bebé él solo. Siento tristeza mientras se alejan por el camino. A veces un poco de separación es bueno para el alma. Caleb es un hombre de familia. En unos pocos días, él volverá, y trataré más duro. Todo se pondrá bien. Estella es mi seguro. Nos mantendrá atados sin importar lo mal que se pongan las cosas. Cuando las luces de su auto desaparecen, abro el freezer y saco dos bolsas de vegetales congelados. Llevándolos a la mesa, hago agujeros en el plástico con mi dedo y comienzo a tirar guisantes en mi boca. Hay cosas que podría hacer para mejorar la situación. Katine lleva a sus hijos a clases de Mami y Yo. Se sientan en círculo y cantan y golpean malditos tambores. Yo podría hacer eso. Suena el timbre. Tiro un puñado de guisantes a mi boca y voy a la puerta. Quizás, Caleb ya ha cambiado de opinión. Mi esposo no está en la puerta. Miro al hombre que sí.

—¿Qué quieres? —Vine a ver si estabas bien. —¿Y por qué no habría de estarlo? —escupo. Intento cerrar la puerta, pero él me empuja a un lado y entra al recibidor. —No deberías estar aquí. —Mis palabras bien podrían ser vapor. No le llegan, o él tiene su propia agenda, como es usual. Me mira sobre su hombro, su sonrisa torcida tan familiar que siento mi vértigo subir. —Por supuesto que debería estar aquí. Estoy vigilando a mi cuñada. Es lo que hace la familia, especialmente dado que mi hermano te dejó. Cierro la puerta de un golpe y las fotos de la pared tiemblan. —No me ha dejado, cerdo arrogante. —Camino pasándolo y voy a la mesa con mis guisantes. Él llega un segundo después y comienza a examinar las fotos en la pared como si nunca las hubiera visto. Como mis guisantes uno a uno y lo observo. Finalmente, se sienta frente a mí, cruzando sus manos sobre la mesa. —¿Qué hiciste esta vez? Miro lejos de la expresión burlesca de su cara—. No hice nada. Todo está bien. Él no me ha dejado. —Oí que no te nominaron para el premio Mamá del Año. Muerdo el interior de mi mejilla y me niego a responder. Seth se levanta y va al gabinete de licor, sirviéndose un dedo del whisky de Caleb. —Si sigues así, mi hermanito probablemente llene los papeles esta vez. Un nombre sólo puede soportar cierta cantidad de tus tácticas sin fin. Le disparo una mirada sucia—. ¿Y entonces qué, Seth? ¿Te mudas aquí y te apoderas de su vida? Esta vez yo lo saqué a él de su balance. Levanta el vaso a sus labios, sin romper nunca el contacto visual. A diferencia de su hermano, los ojos de Seth son grises. Por el momento, casi puedo ver el humo saliendo de ellos.

—¿Toqué un nervio, hermano mayor? ¿Deseando lo que tiene Caleb de nuevo? Me paro y quiero caminar lejos de él, pero toma mi antebrazo. Lucho por liberarme, pero aprieta hasta que me detengo. Su boca está junto a mi oído. —Quizás debería decirle que ya tuve lo que es suyo. Me suelto de un tirón. —Fuera de mi casa. Baja su vaso y me guiña el ojo, yendo a la puerta. —Creo que iré a visitar a mi sobrina bebé hoy. Adiós, Leah. La puerta se cierra. —Hijo de perra —digo. Literalmente. Vuelvo a la cocina y levanto el teléfono. Necesito salir, hacer algo, pero… no algo destructivo. Paso el nombre de Katine y me detengo en el de Sam. —¿Qué hay, hombre gay? —digo. —Eso es algo ofensivo, Leah. —Estaba pensando que podíamos salir de compras hoy. ¿Quizás almorzar? —Sólo por ser gay no significa que vaya a ser tu compañero del mal. —Oh, vamos. ¡Te gusta el vino! Podemos conseguir un poco… ir a Armani… —Estoy ocupado hoy —dice—. Tengo que hacer algunos mandados. —Iré contigo. Ven a buscarme. Él suspira—. De acuerdo. Pero mejor que estés lista cuando toque la bocina. —Vendrás a la puerta como un caballero —digo, antes de colgar. Voy arriba a cambiarme y vuelvo abajo justo a tiempo para oír la ruidosa bocina de su Jeep. Me siento en el sillón y suavizo mi vestido. No seré arrastrada así afuera. Espero uno o dos minutos, esperando oírlo golpear, pero en cambio, oigo el Jeep retrocediendo por la entrada. Antes de que pueda irse, salto y corro afuera.

—Eres un idiota —digo, tirándome en el asiento delantero. Me hace una cara para mostrar su desagrado. —No estoy jugando juegos contigo, Leah. ¿No te cansas de siempre querer ganar? —No —escupo—. Eso me haría una perdedora. Él sacude su cabeza y sube la música para apagar cualquier otra cosa que yo quiera decir. Me siento en silencio y fumo. No sé adónde vamos, pero me alegra estar fuera de la casa que está saturada con demasiadas memorias. Quiero… Necesito estar libre de Caleb por unas horas. Volver a mis raíces. Bajo la radio. Maldito Coldplay. ¿Qué clase de estúpido hechizo tienen en todos? Soy artístico, jujuju. Cuando Caleb vuelva a casa voy a hacerlo tirar todos sus CDs. —Hagamos algo divertido. Sam pasa su mano por su cara—. Te llevaré a casa ahora mismo, y puedes sentarte en el medio de ese enorme y solitario lugar a llorar por tu pequeña y vacía vida. ¿Entiendes? —Dios, eres un aguafiestas. —Saco un pedazo de tabaco de mi lengua y lo tiro fuera del Jeep. Sus palabras me duelen. Sam dispara directo, pero ahora necesito que me cuiden y me digan que soy linda. Diez minutos después, entramos en el estacionamiento de un Wal-Mart. Mis pies, que descansan en el tablero, de inmediato bajan. —¡Oh, claro que no! No iré allí. Se encoje de hombros y sale del auto. —¡Sam! —le grito—. Wal-Mart me da escalofríos. Después de unos segundos salgo del auto y lo persigo. Lo sigo a la parte trasera de la tienda donde tira una docena de focos verdes en un carro y conduce maniáticamente al pasillo de la comida.

—¿Para qué necesitas todas esas bebidas? —Miro como carga botella tras botella en el carro, arreglándolas al fondo para que no se rompan. —Son para Cammie —dice. Mis ojos pican—. Tú –Tú vas… ¿tienes que llevárselas? —Sí, vamos allí después. Voy detrás de él en pánico mientras camina a la caja. —¿Puedes dejarme en casa primero?” Lo último que quiero es ver su cara rubia. Perra. —Iremos después de esto. Ella dará una fiesta y olvidó recoger estas cosas. —Mira si eres el buen primito —gruño bajo mi aliento. ¿Por qué lo dejé convencerme de venir? Debería haberme quedado en casa como quería. Me siento enredada de ansiedad por el viaje entero de quince minutos. Como de una caja de menta tras menta hasta que la caja está vacía y mi lengua seca. Sam me arranca el contenedor, sus ojos amplios. —¿Estás loca? Estas son mentas, no chocolate. Me siento en mis manos y veo por la ventana. Estamos en Boca. La casa de Cammie está en un barrio elegante y cerrado. Sam se detiene fuera de una casa con macetas en las ventanas y salta afuera. Me arrastro más debajo de mi asiento, pero el diseño abierto del Jeep me deja poco lugar para esconderme. —Hey. —Patea el costado del auto donde estoy sentada—. Un poco de ayuda. Lo miro incrédula. ¿Realmente esperaba que lo ayudara a llevar las bolsas adentro? Lo hacía. Oh, mierda. Lleva las bolsas al lado de la casa y abre una puerta que asumo lleva al patio de atrás. Puedo ir al patio. Bajo al piso y tomo algunas bolsas del baúl. Estoy algo curiosa sobre cuál será el motivo de la fiesta. Tan pronto como paso la esquina hacia el patio, me tropiezo con Cammie. Me mira atónita y grita el nombre de Sam. Él llega corriendo, sus brazos cargados de cajas.

—¿Qué es esto? —Su voz es aguda—. ¿Qué hace la Sucia Roja aquí? Le tiro las bolsas. Sam baja sus cajas y le dispara a Cammie una mirada sucia. —Caleb la dejó —dice Sam, poniendo un brazo alrededor de mis hombros—. Sé amable. —Él no me dejó —le aseguro a Cammie. Cammie pone sus manos en sus caderas—. No me importa quien dejó a quien. Pon esas malditas botellas aquí. —Señala una mesa hacia donde las llevo. Miro alrededor sutilmente. El parque es espacioso. Hay una piscina en forma de frijol y un jacuzzi. Hombres están disponiendo mesas rentadas alrededor, desplegando manteles blancos. —Hola. Salto. Un hombre viene junto a mí con un enorme parlante. Lo deja en la mesa y me sonríe. Lo miro incierta. No sé si van a gritarme por hablar con él. Cammie está algo loca. Es atractivo. Todo sobre él es oscuro, excepto sus ojos azules. Me pregunto si será parte del equipo de la fiesta. Extiende su mano hacia mí y, sin pensarlo, la tomo. —¿Y quién eres tú? —pregunta cuando no ofrezco mi nombre. Me sonríe como si creyera que soy graciosa. —No es nadie. —Cammie viene a nuestro lado y suelta nuestras manos. —¡Cammie! —chilla. La mira con afecto, luego a mí. ¿Su novio? No. Este no es el tipo de Cammie. Cammie grita el nombre de Sam. Él viene trotando por la esquina, comiendo una bolsa de frituras. —¡Llévala a casa! —dice, dándome una mirada asesina. El hombre inclina su cabeza. Señala a Sam y parece estar intentando hacer alguna especie de conexión mental. Cuando sus ojos vuelven a mi cara, parece haber unido las piezas. Toda su cara se ilumina.

—Tú eres Leah —dice asombrado. Usa anteojos. Quiero quitárselos para ver mejor sus ojos. —¿Y tú eres? Él esta re-estirando su mano. Antes de que pueda tomarla de nuevo, Cammie la tira lejos. —Amigo —dice, señalándolo—. No juguemos este juego. Él la ignora—. Soy Noah —dice. Me abruma su bondad. Me abruma su… Oh, ¡Dios! ¡El esposo de Olivia! Me recompongo antes de gruñir audiblemente. Esta fiesta es para Olivia. Estoy en la casa de su mejor amiga, mirando a su esposo a la cara. Oh. Mi. Dios. —Mejor me voy, —mascullo a la cara encantada de Noah. Cammie asiente vigorosamente. Noah sacude su cabeza. —No te ves ni la mitad de loca de cómo te imaginaba. ¿Realmente acaba de decir eso? —Olivia dijo algo sobre una gárgola pelirroja con colmillos. —Así que, ella le habló de mí. Me pregunto si mencionó la pequeña revisión de departamento… o su echada fuera de la ciudad… ¿o el juicio? Por alguna extraña razón, no quiero que él piense que soy una mala persona. —Noah —dice Cammie, sacudiendo su brazo—. ¿Puedes no relacionarte con el enemigo? Tenemos cosas que hacer. —Ella no es el enemigo —dice él sin quitar sus ojos de los míos—. Ella es una luchadora sucia. Sip, él sabe. Me siento en trance. Si este tipo me dijera que beba gaseosa, absolutamente lo haría. Demonios. Absolutamente lo haría. Olivia se casó con un Ghandi Sexy. Con razón ama a su esposo. Aclaro mi garganta y miro alrededor del patio—. Así que, ¿esta fiesta es para ella? Cammie chilla en algún lugar del fondo, Noah asiente—. Sí, su cumpleaños. Es una sorpresa. Qué lindo. Nadie me organiza fiestas de cumpleaños. Trago duro y me alejo de la mesa.

—Fue un placer conocerte —digo—. ¿Sam? Está a mi lado en un segundo, guiándome a la puerta. Miro sobre mi hombro al esposo de Olivia. Está jugando con el parlante. Las manos de Cammie vuelan alrededor, sin duda expresando sus sentimientos sobre mí mientras él la ignora. Demonios. ¿Qué tiene esta mujer que yo no? ¿Por qué los hombres como Noah y mi esposo se enamoran de ella?

Traducido por MaryJane♥

L

a presión en el trabajo cambió después de que descubrí los resultados adulterados de Prenavene. Era como si supiera que había revelado su secreto, y él me va a hacer pagar. La atención que siempre había deseado de él apareció de repente. Excepto que no era el amor cálido y paternal que había esperado. Se volvió hostil y exigente, a menudo insultándome delante de la gente. Hubo un par de veces en que levanté la mirada para verlo mirándome, la expresión de su rostro tan agudamente enojada que me había sentido mareada. Anhelaba el ceño fruncido que yo misma había escondido cuando él no sabía que existía. Era más seguro fuera de su vista. La pregunta más importante era: ¿cómo lo había averiguado? Fue Cash. Tenía que ser. Le había pedido preguntas detalladas sobre el funcionamiento de la prueba. Debió haberle dicho a mi padre. Y lo peor era la forma en que mi padre la trataba, como una maldita hija perdida desde hace mucho tiempo.

Todo explotó una semana antes de mi cumpleaños. Mi padre convocó una reunión familiar de emergencia en casa. Caleb pensó que era extraño, pero yo sabía lo que venía. Pensé en prepararlo , pero creí que sería mejor viniendo de Charles Austin, el

fraude farmacéutico. De esa manera podía aparentar ser inocente y fingir que no sabía nada de las travesuras. Cuando llegamos a la casa, todo el mundo nos estaba esperando en la sala. Me deslicé en un sofá de dos plazas con Caleb, quien miraba la reunión con creciente sospecha. Me miró para ver si sabía algo y me encogí de hombros. Mi hermana, que estaba sentada al lado de mi madre, me veía con súbita comprensión en su rostro. —¿Estás embarazada, ¿verdad? De eso se trata esto. Negué con la cabeza, sorprendida por su falta de termostato emocional. Nunca nada malo le pasaba a mi hermana. Sentí un momento de celos que alcanzó veinte tonos de verde. —Johanna no tendrá un bebé —dijo mi padre—. Esto es algo más serio me temo. Por un momento, me pregunté qué podría ser más grave que un bebé. ¿Dejaría incluso que mi bebé lo llamara abuelo? Caleb estaba tenso a mi lado. Cuando papá dijo lo del bebé, Caleb me agarró la mano y la apretó. Mi padre miró a Caleb cuando habló. Era la forma en que era todo con él. Si había un hombre en la habitación, eso era lo que él miraría incluso si estaba a punto de informar a su esposa y su hija sobre su inminente desaparición. Escuché todo el asunto, agarrando la mano de mi marido como si fuera lo único que me atara a mi cordura. A pesar de la ira que sentía por mi padre, esperaba que él no estuviera en problemas. ¿Era eso posible cuando hacías algo así como eso? Nos informó de los ensayos, y cuando admitió adulterar los resultados, sentí que Caleb se ponía rígido. Terminó su historia con un buen puño a mi estómago. —He sido acusado. Van a observar a Johanna también. Caleb se levantó de un salto—. ¿Qué? ¿Qué tienen Leah que ver con esto? —Sus firmas están por todo el papeleo. Ninguno de los ensayos podría haberse hecho sin su firma. Lo mismo va para los lanzamientos. Hice un ruido que sonó como estrangulado del miedo. Caleb me miró, con los ojos iluminados como dos bolas de ámbar ardientes. Los estrechó. —¿Es esto cierto? ¿Sabías lo que estaba pasando?

Negué con la cabeza—. Solo firmé lo que él me dijo que firmara. No sabía nada acerca de los resultados reales. Su cabeza giró de nuevo a mi padre. —¿Vas a decirles… —lo apuntó con un dedo. No creo que jamás hubiera visto a Caleb señalar a alguien. Mi padre ya estaba sacudiendo la cabeza. —No va a hacer diferencia, Caleb. Sentí mi valor en este punto. Un centavo. Fui una acera abandonada, una sucia pieza de metal pegada a la parte inferior de portavasos, cojines de sofá, carteras viejas y debajo de la nevera entre una arrugada uva y un pelo no identificado, eso era. Él no veía ningún valor en mí, excepto usarme cuando no tenía dinero. Mierda. Mierdamierdamierda. La voz de Caleb era una roca dura triturándose a en la grava. No pude entender lo que estaba diciendo hasta que fue demasiado tarde. Oí las palabras Ella es tu hija, justo antes de que se tambaleara hacia delante. Vi el temblor del aturdimiento atravesar la cara de mi padre, mientras mi hermoso, de pelo rojizo, marido lanzaba un puñetazo que hubiera tenido a Tyson asintiendo en señal de aprobación. Mi hermana y mi madre empezaron a gritar. Tapé mis oídos. Podrían jurar que nunca habían visto a un hombre ponerlo en su lugar. Quería que Caleb lo golpeara de nuevo, generalmente por no amarme, pero también porque estaba oficialmente en un barril de serios problemas. —Caleb. —Lo agarré, arrastrándolo hacia atrás. Su cuerpo todavía estaba torcido hacia mi padre como si quisiera pegarle de nuevo. —Vámonos. Quiero irme. Su mandíbula era aterradora. En verdad. Ponme en una habitación con una montaña de cien leones hambrientos antes de ponerme en una habitación con la mandíbula de Caleb. Caleb me agarró la mano. Mi padre, el gran Charles Austin Smith se dejó caer boca arriba en la tumbona, la nariz sangrado entre sus dedos y la cara color de hígado crudo. Antes de salir, me detuve. Mi respiración sincronizada con mi corazón. Caleb me miró inquisitivamente, y yo negué con la cabeza. Enfrenté a mi familia. Los tres

estaban apiñados en torno a la sangrante cara de mi padre. Los ojos de mi madre estaban aterrorizados, mientras trataba de limpiar la sangre con una servilleta de bebidas. Mi hermana decía Papi una y otra vez mientras lloraba. Me sentí asqueada y aterrorizada, mientras veía. Por primera vez, no quería pertenecer con ellos. No quería ser una parte de su sangrante, trío acobardado. —¿Papá? —Levantó la cabeza y vi sus ojos inyectados de sangre encontrarme. Mi madre y hermana dejaron de lamentarse para mirarme, también. —Papá —repetí—. Nunca voy a llamarte así de nuevo. Es probable que no te importe, y está bien, porque a mí tampoco. Prefiero ser la hija bastarda de una prostituta que alguna vez compartir tu sangre. Caleb me apretó la mano, y salimos. Dos días después estaba muerto.

Traducido por Xhessi

A

cecho a Cammie en Facebook. Juro que todo lo que hace esa rubia tonta es subir imágenes de su almuerzo. Odio eso. Pensé que atraparía algunas piezas de Caleb o de esa perra, Olivia. Entro en mi apenas usada cuenta y escribo el nombre de Cammie. Quiero ver si ha subido imágenes del cumpleaños de Olivia. Quiero ver si Caleb estuvo ahí. Eso es estúpido, me digo a mí misma. Olivia está casada con el sexy Ghandi. No hay manera de que Caleb fuera invitado. Aun así repaso las imágenes, buscando por sus manos, pies o cabello. Miro todas las fotos de Olivia. Alguien le tomó una foto mientras ella entraba en la fiesta sorpresa. Su boca estaba abierta y si no lo supiera mejor, pensarías que alguien le está apuntando con una pistola en lugar de cantarle Feliz Cumpleaños. Está usando jeans ajustados y un toptubo. Resoplo mientras paso por las imágenes. Olivia abrazando a Noah, Olivia riéndose con Cammie, Olivia soplando las velas en una torre de cupcakes, Olivia disparándole a alguien con una pistola de agua, Olivia siendo empujada a la piscina… La última foto es de Olivia abriendo un regalo. Está sentada en una silla con una caja abierta en su regazo. La mirada en su rostro es todo menos feliz. Sus cejas están juntas y su boca está formando uno de sus famosos fruncidos de lado. Miro la caja, tratando de ver lo que está adentro, pero todo lo que puedo ver es el papel azul metálico. Cammie ha subtitulado la foto: «¿¿Saben de quién es este?? Que salga el que lo dio o no recibirá su tarjeta de agradecimiento».

Miro al paquete sospechosamente. ¿Qué había adentro que la hizo lucir tan aterrorizada? Le doy clic a las imágenes siguientes, pero no sale Olivia en ninguna de ellas. Es como si ella hubiera desaparecido después de que abrió el paquete. Meto un puñado de zanahorias apenas descongeladas en mi boca. Echando mi silla hacia atrás, voy en busca de Sam. Lo encuentro doblando la ropa recién lavada en la guardería. Caleb tenía a la bebé, pero Sam siempre venía a ayudarme de cualquier manera para vivir. —Tú fuiste a esa fiesta, ¿verdad? —¿Qué fiesta? —Él abre su cajón, deposita una pila de ropa para bebé y la cierra sin mirarme. —La fiesta de Olivia, Sam. —Sus ojos viajan de mis brazos cruzados a mi pie golpeando el suelo. —No alimentaré tus tendencias a seguir a otras personas obsesivamente. —¿Qué había en esa caja azul que Olivia abrió? Los ojos de Sam van a mi cara. —¿Cómo sabes de eso? —Estaba en… uh… Facebook. Sam sacude su cabeza. —No lo sé. La caja no tenía una tarjeta. Ella miró una vez adentro y corrió a la casa. No la vi después de eso. Creo que Noah la llevó a casa. —¿Qué pasó con esa caja? —¿Por qué estoy tan interesada? —Creo que Cammie la tiene. Le agarré su brazo. —Pregúntale. Él se libera, su ceja sube creándole líneas profundas. Apunto a su frente. —Realmente deberías considerar en usar Bótox para eso.

—Yo no voy a ahondar en tu obsesión con Olivia. —No estoy obsesionada con ella —dije—. Solo quiero saber qué la puso tan alterada. —¿No crees que tú y Nancy alteran a Olivia lo suficiente? Arrugo mi nariz. ¿Alguna vez alteraría lo suficiente a Olivia? Esa mujer debería tener una señal en su espalda que dijera «Pobretona Robadora de Novios». —Di lo que quieras, Sam, pero ella no trató de destruir tu vida. Estoy caminando hacia la sala cuando su voz me atrapa. —Por lo que escuché, ella salvó tu vida. Me giro y lo miro. No puedo creer que acabe de decir eso. ¡Es completamente falso! Estoy harta, harta, harta de ser forzada a sentir gratitud a esa perra ladina por algo que yo podría haber hecho. Yo hubiera podido contratar a cualquier abogado que quisiera. Olivia fue una decisión forzada. —¿Es eso lo que Cammie te dijo? Pone la última botella limpia en el armario y me mira. —¿No es eso lo que pasó? ¿Ella tomó tu caso y lo ganó? —¡Por el amor de Dios! Ese era su trabajo. —¿Por qué ella tomó tu caso? Ya estoy pálida, pero cuando alguien me pregunta eso, por ejemplo, mi mamá, mi hermana, mis amigos… siempre siento que el color en mi piel se va¿Por qué ella tomó el caso? Porque Caleb se lo pidió. ¿Por qué Caleb se lo pidió? Al principio, pensé que era porque ella le mintió. Él estaba cobrándole todas sus culpas, haciéndola pagar las mentiras al defender a su esposa. Pero entonces, intercepté una mirada. Una mirada. ¿Cuánto tiempo una mirada puede ser… verdadera? Una mirada puede durar un segundo, un anormal segundo inofensivo, y puede contarte largas y complicadas historias. Puedes ver tres años en una mirada de un segundo. También puedes ver anhelo. No lo hubiera sabido si no lo hubiera visto por mí misma. Desearía no haberlo visto. Deseo nunca más ver otra mirada transferida entre dos personas con historia. —Me parece, que le diste tu lealtad a toda la gente equivocada —me dice. —¿De qué estás hablando? —escupo.

—Oh, no lo sé. Casi tomas el fracaso por ese padre tuyo, cuando obviamente te trató como basura, y luego empujas a un lado a tu bebé como si ella fuera una inconveniencia para ti. Me echo hacia atrás. —Puedes tomarte libre el resto del día. Sam levanta sus cejas. —Entonces, te veré el lunes. No lo miro cuando se va. Subo para revisar a Estella y me doy cuenta que ella se ha ido. He hecho eso últimamente, espero verla o escucharla cuando camino a una habitación. A diferencia de unos meses atrás, yo no siento alivio de que no esté aquí. Siento… ¿Qué siento? Lo odio. Definitivamente no quiero pensar en mis sentimientos. Voy al congelador y sacar frijoles. Llevando la bolsa en mi mano por unos segundos, de repente los regreso como si estuviera lanzando para los Marlins. Agarro las llaves de mi auto del colgador de la cocina y me encamino al garaje. Mi auto rápido está en el garaje: mi pre-bebé, diverido convertible rojo cereza. Le doy una palmadita al capó antes de entrar. Luego paso a través de mi mami-móvil y estoy en la calle. Me siento perdida. Me siento perdida e increíblemente molesta. Me estaciono en el aparcamiento de una tienda de abarrotes. Entrando, no pierdo el tiempo mientras agarro la canasta y me dirijo al pasillo de los dulces. Vacío el estante de las pasas cubiertas de chocolate y me lleno un brazo de Twizzlers . Cuando tiro todo en la cinta de la caja registradora, el cajero me ve con ojos abiertos. —Eso será… —Eso es todo —grito—. A menos que quieras darme una vida nueva. Él todavía me sigue viendo cuando agarro mis cosas y corro al carro. La primera cosa que hago cuando llego a casa es vaciar el congelador de vegetales. Abro las cajas una por una, y envío pequeños cubos coloridos al basurero. Tarareo mientras trabajo. Luego tomo un sorbo de vodka, directo de la botella, me quito de una patada los tacones, y abro la primera caja de pasas cubiertas de chocolate. Todo se

va cuesta abajo desde entonces. Me como hasta la última caja hasta que me siento enferma. Llamo a Caleb a las dos de la mañana. Su voz está somnolienta cuando contesta. No tiene que levantarse a darle de comer a las dos a.m., pienso. Afortunado de él. —¿Qué pasa, Leah? —pregunta él. —Quiero a mi bebé de regreso. —Chupo una Twizzler y espero. Él está callado por diez segundos. —¿Por qué? Sorbo. —Porque, quiero que sepa que está bien comer dulces. —¿Qué? —Su voz está cortada. —No me cuestiones. Trae de regreso a mi bebé. A primera hora de la mañana. Cuelgo el teléfono. Quiero a mi maldita bebé. Quiero a mi maldita bebé.

Traducido por lililamour

E

l juicio fue la experiencia más surrealista de mi vida, no sólo porque la ex-novia de mi esposo era mi abogada, sino también porque nunca había sido confrontada contra nada antes. Estaba en serios problemas por primera vez en mi vida. No estuve de acuerdo con que Olivia fuera mi abogada. Luché contra eso hasta que Caleb vino directo a mi cara y dijo—: ¿Quieres ganar o no? —¿Por qué estás tan seguro de que puede ganar este caso? ¿Y por qué crees que ella querría? ¿Olvidas cómo fingió no conocerte cuando perdiste la memoria? Te quiere de regreso, probablemente perderá a propósito. —La conozco —dijo—. Luchará duro… especialmente si se lo pido. Eso fue todo. Caso cerrado. Excepto que el mío seguía abierto y colgando como un adorno de Navidad de cristal en la yema del dedo de mi archi-enemiga. Tenía que confiar en él a través de ella, no había nadie más. Mi padre era el que por lo general me sacaba de problemas, y esta vez fue él quien me había puesto ahí antes de morir de un ataque cardiaco.

No confiaba en ella. Era irritable conmigo.Se supone que los abogados deben hacerte sentir bien, aún si estaban mintiendo sobre tus posibilidades de ganar. Olivia hizo su única misión en la vida hacerme creer que me estaba hundiendo. No me pasó desapercibido que cuando mi esposo estaba cerca, era amarga y tensa. Tampoco miraba hacia él, incluso cuando él le hacía una pregunta directa, aparentaba estar haciendo algo más cuando le contestaba. La odié. La odié cada día que se tomó para limpiarme de los cargos. Hubo un solo día durante toda la cosa donde no la odié. El día en que me llamó al estrado fue el peor día de mi vida. Nadie quería que ella lo hiciera, pensaron que podría arruinar el caso. Dejarla apelar a la quinta enmienda fue el consenso en la firma. Olivia había ido contra cada pieza de consejo ofrecido mientras me preparara para el estrado. Vi las miradas que habían sido intercambiadas a mi costa. Incluso cuando Bernie, la abogada principal, se había acercado a ella, Olivia la reachazó. —¡Maldita sea, Bernie! Ella puede cuidarse sola —había dicho—. Este es mi caso y la voy a poner en el estrado. Estaba aterrorizada. Mi destino estaba en manos de una malvada, conspiradora mujer. No podía decidir si eso era algo bueno o algo malo. La mayor parte de mí estaba convencida de que ella estaba tratando de perder el caso a propósito. Cuando le dije a Caleb mi teoría, estaba ordenando el correo en la cocina. Apenas me miró. —Haz lo que dice. ¿Qué? —¿A qué te refieres con haz lo que dice? Ni siquiera me estás escuchando. Aventó el correo y se encaminó al refrigerador. —Te escuché, Leah. —No confío en ella. Tenía una cerveza en su mano cuando se volvió hacia mí, pero estaba viendo al piso. —Yo lo hago. Y eso fue todo. Mi único aliado era la mujer que podía ganar lo máximo con mi encarcelamiento. Me preparó para el estrado perforándome con preguntas que el fiscal podría preguntar, taladrándome con sus propias preguntas, gritándome cuando

yo no estaba lo suficientemente tranquila, me insultó cuando vacilé en mis respuestas. Era dura y era difícil, y una parte de mí apreció eso. Una muy, muy pequeña, “odio a esta perra y quiero que muera” parte. Pero, confiaba en Caleb. Caleb confiaba en Olivia. O me hundía debajo de las llamas o caminaba fuera de la corte como una mujer libre. El día que subí al estrado, estaba harapienta. Vestí lo que Olivia trajo para mí: un vestido con suaves melocotones y lilas, mi cabello en una cola de caballo baja, aretes de perlas. Mientras los aseguraba en mis orejas, me preguntaba si le pertenecían. Eran perlas falsas, así que probablemente. Mis manos estaban temblorosas mientras alisaba mi vestido y me miré en el espejo. Lucía vulnerable. Me sentía vulnerable. Tal vez ese era su plan. Caleb dijo que confiara en ella. Busqué sus ojos mientras tomaba mi asiento en la banca, mis rodillas débiles bajo mis manos juntas. En las semanas de preparación, había aprendido a leer sus ojos. Había aprendido que si los sostenía abiertos, sus cejas ligeramente levantadas, lo estaba haciendo bien. Si veía a través de mí, me estaba maldiciendo mentalmente, y yo necesitaba cambiar el rumbo, rápidamente. Odiaba conocerla tan bien. Lo odiaba, y estaba agradecida por eso. Seguido me encontré a mí misma preguntándome si Caleb sabía cómo leer sus ojos como yo lo hacía. Probablemente. No sabía qué era peor, ser capaz de leer a Olivia tan bien, o en realidad sentirme orgullosa de que lo podía hacer. Se puso de pie frente a mí, en vez de pasearse de un lado a otro como lo hacen en las películas. Lucía relajada en su traje. Estaba usando un llamativo collar azul cobalto que hacía a sus ojos brillar. Tomé aire y respondí a su primera pregunta. —Trabajé en OPI Gem durante tres años. —¿Y cuál era su puesto activo de trabajo? Miré hacia el collar, luego sus ojos, el collar, luego sus ojos... En realidad no era cobalto. ¿Qué era esa sombra? —Era vicepresidenta de Asuntos Internos... —siguió así durante cuarenta minutos. Hacia el final, me empezó a hacer preguntas que hicieron que cada glándula de sudor de mi cuerpo comenzaran a llorar. Preguntas acerca de mi padre. Mi madre estaba sentada junto a Caleb, mirándome fijamente, sus manos presionadas bajo su barbilla en lo que parecía ser una oración silenciosa. Sabía que era una advertencia silenciosa. No humilles a tu familia, Leah. No les digas de dónde vienes. Le estaba rogando a los dioses de las hijas con mal comportamiento, ilegítimas y jodidas. Olivia no la había

querido ahí por temor a que me intimidara para no decir la verdad. Pero, ella había insistido en venir. —¿Cómo era su relación con su padre fuera del trabajo, Sra. Smith? La barbilla de mi madre cayó a su pecho. Mi hermana colocó su cabello detrás de sus orejas y le dio a mi madre una mirada de soslayo. Caleb apretó los labios y bajó la vista al suelo. Los dioses de las ilegítimas, jodidas hijas retumbaron en las nubes. Me enderecé, conteniendo las lágrimas, esas odiosas lágrimas que exponían mi debilidad. Recordé lo que Olivia me había dicho cuando estábamos discutiendo sobre algunas de sus preguntas hace una semana. Le dije que yo no iba a manchar el nombre de mi padre desde el estrado de los testigos. Se había puesto gris y sus manos del tamaño de una ficha se habían hecho puños. —¿Dónde está él, Leah? ¡Te arrojó a los leones y murió! Di la verdad o ve a prisión. Entonces sigilosamente se acercó a mí para que nadie más pudiera oír y dijo—: Usa tu ira. ¿Recuerdas cómo se sintió destruir mis cosas cuando estaba intentando robarte algo? Si pierdes este caso, podría quitártelo de nuevo. Eso había hecho el truco. Había estado tan enojada que había contestado todas las preguntas, incluso las duras. Ella había tenido una mirada engreída en su cara por el resto del día. Ahora, yo tenía que canalizar parte de la ira. La imaginé con Caleb. Eso fue todo lo que necesité. Repitió la pregunta. ¿Cuál era su relación con su padre, Leah, fuera del trabajo? —Fue inexistente. Sólo interactuaba conmigo en el trabajo. En casa me consideraba algo así como una molestia. Todo fue cuesta abajo desde allí. —Su padre tenía una reputación de no contratar a un miembro de su familia, ¿es correcto eso? —Sí —dije—. Fui la primera. Arriesgué una mirada hacia mi madre. Ella no me miraba. El argumento inicial de Olivia había incluido esta información. Se había plantado frente al jurado con sus manos detrás de su espalda y les advirtió que el fiscal iba a

tratar de pintarme como maliciosa y manipuladora, pero en realidad todo lo que yo era, era un peón en el desesperado plan de mi padre para salvar su compañía de ir a la bancarrota. —Usó y manipuló a su propia hija por ganancias financieras —había afirmado. Esas palabras habían abierto mi controlado exterior. Comencé a llorar inmediatamente. Se aclaró la garganta, trayéndome de nuevo al presente—. ¿Su padre siempre le pedía firmar documentos sin que los leyera? —Sí. —¿Qué le decía para evitar que viera los documentos? —Hubo una objeción del fiscal. Olivia reformuló su pregunta—. ¿Cuál era el procedimiento usual que su padre utilizaba para obtener su firma? —Me habría dicho que necesitaba las firmas rápidamente, y después esperado en la habitación hasta que yo hubiera firmado todo. —¿Alguna vez le mencionó a su padre que se sentía incómoda firmando los documentos sin leerlos? —Otra objeción. Dirigiendo a los testigos. Olivia lucía molesta. El juez lo permitió. Ella repitió la pregunta, con una ceja arqueada. Yo no quería contestar esa pregunta. Me hacía lucir irresponsable y tonta. Mejor una tonta que una presa, había dicho molesta Olivia, cuando yo había expresado mi preocupación el día anterior. Me tragué mi orgullo. —No. Me revolví en mi asiento, dirigiendo mi mirada a Caleb para ver cuál era su reacción. Me estaba mirando estoicamente. —¿Así que usted sólo firmaba los documentos? ¿Documentos que podrían potencialmente liberar una mortal droga en el mercado y matar a tres personas? Abrí y cerré mi boca. No habíamos ensayado esto. Yo estaba al borde de las lágrimas. —Sí —dije—. Quería complacerlo —terminé en voz baja. —Lo siento, Sra. Smith, puede hablar más fuerte para que así el jurado pueda escucharla. —Sus ojos están brillando como su maldito collar. —Quería complacerlo —dije más fuerte.

Se volvió hacia el jurado para que pudieran ver el Guau, eso es jodidamente importante en su cara. Para cuando Olivia tomó su asiento, mi madre tenía una mano cubriendo su boca y estaba llorando. Probablemente nunca iba a volver a hablarme. Al menos tenía a mi hermana. Ella había sido una niña de papá, pero no era ciega a la tensa relación que mi padre y yo teníamos. Mientras bajaba del estrado, busqué los ojos de mi abogada. Ya no estaban brillando. Sólo lucían cansados. Me di cuenta de lo difícil que debió haber sido hacer lo que acababa de hacer, especialmente cuando me quería detrás de las barras para poder anotar con mi esposo. Feroz, fue tan feroz. Probablemente fue el trasfondo de gentuza lo que la hizo tan buena luchadora. La miré seriamente para ver si lo aprobaba. Lo hizo. Tuve un segundo, no, una fracción de segundo donde quería abrazarla. Entonces, se había ido y quería que muriera y se pudriera en la tierra. Quería regodearme después de que gané el juicio. Quería que ella supiera que él era mío y que siempre lo sería. Ella necesitaba saberlo. Estábamos celebrando la victoria en un restaurante. Olivia llegó tarde. Honestamente, ni siquiera sé por qué vino. Cualquiera deuda que sintiera que le debía a Caleb estaba pagada. Había ganado mi libertad y yo encantada habría apartado los caminos, satisfecha de no verla nunca más. Aun así, aquí estaba ella, en mi celebración, caminando en mi feliz hogar con su corto vestido y zapatillas de aguja. Me dirigí hacia ella, con la intención de expresar mi descontento por su presencia ahí. Miré a Caleb quien estaba preocupado al otro lado de la habitación. No quería que me viera hablando con ella. Quería que ella se fuera antes de que él viera que estaba ahí. Cuando me vio acercándome, la sonrisa desapareció de su rostro. Tenía que concedérselo, la perra era exótica. Una oscura ceja se levantó mientras yo me paseaba. Su boca se frunció en un mohín. Me miró por encima del hombro. Me había acostumbrado a eso durante el juicio, pero esta noche me puso furiosa. Esta noche era mía... y de Caleb. No había conseguido cuatro oraciones cuando me miró y dijo—: Vuelve a tu marido, antes de que se dé cuenta de que sigue enamorado de mí. Conmoción. ¿Por Qué Pensó

Eso? No era verdad. Ella estaba enamorada de él. ¿Quién podría culparla? Miré a Caleb. Era todo lo que quería que fuera. Me protegía. Permaneció a mi lado. Fue el único hombre que dijo que nunca me haría daño. Se rio de algo que alguien dijo en su grupo. Mi corazón se hinchó ante la vista de él. Olivia estaba acabada, y él era el mío. Miré a mi Caleb, tan segura en ese momento de nuestra fuerza como pareja. Fue como si pudiera sentir mis ojos en él. Sentí el aleteo de mariposas en mi estómago cuando se dirigió hacia mí. Sonreí. Habíamos compartido íntimas miradas como esta en la sala del tribunal. Cuando tenía miedo miraba hacia él, y él encontraba mis ojos y yo me sentía mejor inmediatamente. Esta vez fue diferente. Sentí una corriente de confusión. La habitación se ladeó. El batir de las alas se detuvo. No me estaba viendo a mí. Tan repentinamente como levantó la vista, la sonrisa desapareció de su cara. Podía ver su pecho subiendo y bajando debajo de su traje como si estuviera tomando profundas respiraciones. En esos cinco segundos, vi cada pieza de la mente de Caleb extenderse a través de su rostro como si alguien hubiera hecho miles de pequeños cortes y todo estaba saliendo a la vez: la angustia, el amor, la fe. Me di la vuelta para ver a dónde miraba. Sabía que no debía. Pero, ¿cómo podía no hacerlo? .La respuesta era demasiado brillante para mí. Me hizo querer proteger mis ojos y regresar al abrigo de la oscuridad. Olivia era el blanco de sus ojos. Sentí como si me hubiera dejado caer del edificio más alto. Hecha añicos. Cada parte de mí. Él era un mentiroso. Un ladrón. Quería derrumbarme en el suelo ahí, admitiendo mi derrota. Morir y morir de nuevo. Morir y llevarme a Olivia conmigo. Morir. Abrí mi boca para gritarle. Para agasajarla con cada insulto y nombre que había recopilado a lo largo de mis veintinueve años. Se asentaron en la punta de mi lengua, listos para lanzarse hacia ella. Iba a arrojarle mi champagne en su cara y rasgar sus ojos hasta que sangraran. Hasta que Caleb pensara que era demasiado fea y deforme, que nunca la miraría de esa manera otra vez. Entonces ella hizo la cosa más estupefacta. Dejó su copa, su muñeca tambaleándose como si no pudiera manejar el peso del delicado vidrio. Luego metió su barbilla en su pecho y se fue. Tomé un respiro, un profundo, satisfactorio respiro, y regresé al lado de Caleb. Mío. Él era mío. Eso fue todo.

Traducido por Xhessi

G

iro de un lado a otro después de que colgué el teléfono con Caleb. ¿Qué está mal conmigo? ¿Cómo podía adorar al suelo que pisaba mi padre durante todos estos años de abandono de su parte? Era patético. Me odiaba a mí misma por ello, y todavía no sé cómo haré todo de nuevo. Y este bebé… ella es mi única familia de sangre e hice todo lo que pude para alejarme de ella. Ella no estaba haciendo nada mal. ¿Qué clase de persona soy que intento aislar a mi propia hija? ¿Cómo podían las pasas cubiertas de chocolate traer tal claridad? No era el chocolate que cubría las pasas. Sé eso. Es lo que Sam me dijo, la parte de mí dando mi lealtad a la gente equivocada. La única persona que se la merece es la pequeña niña que creció en mi cuerpo. Y todavía, no puedo tener los sentimientos correctos por ella. Abro mi computadora y busco depresión postparto. Leo los síntomas, asintiendo. Sí, esto tiene que ser. No hay manera de que yo sea esta persona mala. Necesito medicarme. Hay algo muy malo conmigo. En la mañana, Caleb trae a mi bebé de regreso. La pongo en mi pecho y huelo su cabeza. Él tiene su montón de cabello rojo amarrado arriba con un pequeño lazo rosa. Miro su vestido y le doy a él una mirada sucia. —¿Por qué la estás vistiendo como si fuera Mary Poppins? —digo de manera ácida. Él deposita su pañalera y el asiento del auto junto a la puerta y empieza a irse.

—¡Caleb! —digo detrás de él—. Quédate. Almuerza con nosotras. —Tengo que estar en un lugar, Leah. —Él ve la decepción en mi rostro y dice con voz mucho más gentil—: Quizás otro día, ¿sí? Siento como si alguien me ha alcanzado y me ha dado una bofetada en el rostro. No por su rechazo a la oferta del almuerzo, si no con su simple «¿sí?» saliendo al final del su oración. Ese sí, es un ácido recuerdo, quemando dolorosamente en mi hipocampo. Pienso en Courtney y su verano en Europa. La manera en que ella regreso, hablando como si ella hubiera nacido británica. Quieres ir al centro comercial mañana, ¿sí? Tú tienes esa playera que te preste, ¿sí? Eres la peor hermana en el mundo, ¿sí? Soy la peor hermana en el mundo. Courtney, quien siempre estaba pegada a mí, siempre les recordaba a mis padres que estaba viva… ¿dónde está mi lealtad a Courtney? No la he visitado ni una sola vez desde… Pateo la puerta para que se cierre y cargo a Estella hasta su cuarto. Le quito el vestido de Mary Poppins. Ella se ríe y patea sus piernas como si ella estuviera feliz de liberarse de él. —Sí —la arrullo—. Deja que papi te vista en la escuela secundaria y quizás no tengas amigos. Ella sonríe. Empiezo a gritar el nombre de Sam. Escucho sus pasos pesados mientras sube las escaleras. —¿Qué…? —dice él sin respiración—. ¿Está respirando? —¡Ella sonrió! —Aplaudo. Mira sobre mi hombro. —Ha estado haciendo eso. —No a mí —discuto. Me mira como si me hubiera crecido otra cabeza.

—Guau —dice él—. Guau. Te creció el corazón, y solo te tomó siete cajas de pasitas cubiertas de chocolate. Me ruborizo. —¿Cómo sabes eso? —Bueno, para empezar, saqué la basura esta mañana. Y las encontré tiradas por todo el piso. Estoy callada por un largo tiempo mientras visto a Estella con algo más a la moda. Es como vestir a un pulpo, todos sus miembros se mueven a la vez. Contemplo decirle a Sam que fueron sus palabras las que me sacudieron un poco, pero luego decido que no. Le cuento en cambio sobre Courtney. —Sam, tengo una hermana. Él levanta una ceja. —Genial. Igual yo… —¡Estoy teniendo un momento importante aquí, Sam! Él me hace una seña para que continúe. Cepillo el cabello de Estella. —No la he visto en mucho, mucho tiempo. Ella nunca ha conocido a Estella. ¿Crees que eso tenga algo que ver con mí… postparto? —Pruebo la palabra, mirándolo para probar su reacción. —No soy un doctor. —Todavía —le digo. —Todavía. —Sonríe él—. Pero, cualquier cosa es posible. Eres un ser humano bastante vil. Lo ignoro y cepillo el cabello de Estella. —Así que, toma a Estella y ve a verla —dice finalmente él. —Sí —digo—. ¿Vendrás conmigo?

—No veo por qué… —Bien, genial. Toma tus cosas. También, necesito que me hagas una cita con un ginecólogo para mí. Necesito medicina. —No soy tu secretaria. Ya hemos tenido esta discusión antes. —Ve si puedes obtener algo para el martes. Salgo de la habitación. —Leah —dice él detrás de mí—. Tu bebé… —Oh, sí. —Regreso por Estella y la recojo. Ella se ve tan hermosa—. Vamos a ir ver a tu tiíta… —le digo. No vamos a ver a Courtney. Cash llama. Normalmente no tomo sus llamadas. O sus correos electrónicos… o sus mensajes de Facebook. Pero desde que estoy reformando mi vida, contesto cuando su nombre aparece en mi pantalla. —¿Qué quieres, Cash? —¡Oh, contestaste! —¿Por qué no lo haría? Hay una pausa. Asumo que ella está reuniendo las palabras. Dios sabe que ella las ha estado guardando por dos años. —Leah, lo siento tanto —dice ella. Escucho un sorbido y me pregunto si está llorando. —Esa es obvio —suelto—. Eres una mentirosa. —Solo estaba haciendo lo que él me pidió —dice ella. —Courtney es mi hermana —digo firmemente—. Y haré lo que sea que pueda para protegerla. —De eso es lo que te quiero hablar. Pongo mi mano libre alrededor de mi cintura. De repente me siento muy vulnerable. ¿Por qué esta mujer cree que puede hablar conmigo sobre mi hermana?

—He tratado de verla. Ellos no… —Mantente alejada de Courtney —le digo—. Ella no quiere verte. Escucho a Cash sorber y siento un retorcijón de lástima. Quizás, estoy siendo demasiado dura. Me pregunto lo que Courtney le diría. —Necesito decirle que lo lamento. Necesito… La corté. —Tengo que irme. No me llames de nuevo, Cash. Hablo en serio. Cuelgo e inmediatamente voy al clóset y saco la foto de Courtney y el paraguas. La sostengo contra mi pecho, royendo mi labio inferior. ¿Cómo pude mantenerme alejada de ella por el tiempo que lo hice? ¿Qué está mal conmigo? Solíamos ser cercanas. Me empiezo a reír, al principio cubro mi boca, tratando de reprimir los sonidos similares a una hiena. No puedo controlarlo. La risa sale de mí, subiendo el volumen. Es la cosa más fácil que he hecho en todo el día. Cuando Sam aparece en la puerta de mi clóset, me detengo abruptamente. —¿Qué haces? —Nada. Me enderezo, escondiendo la foto antes de que él pueda verla.

Traducido por Lililamour

M

e dejó después del juicio. No justo después. Tuvimos tres meses de silencio durante los cuales aprendí lo que era estar casada y completamente sola. Caleb regresó a trabajar inmediatamente, dejándome sola en casa la mayor parte del día. Recorrí la casa y vi televisión matutina, sintiéndome deprimida. Había esperado que las cosas volvieran a la normalidad después de que el juicio terminó, nunca consideré que estaría fuera del trabajo y que mi caso de alto perfil empañaría mi nombre, a pesar de mi veredicto de inocente. La compañía de mi padre fue desmantelada. Lo que quedó fue usado para pagar las liquidaciones a las familias de los fallecidos y los honorarios de mi abogado. Los estados de ánimo de Caleb eran distantes. Ya no me miraba. Era el estrés del juicio, decidí. Sugerí que tomáramos unas vacaciones juntos. Dijo que ya había tomado demasiado tiempo libre del trabajo por causa del juicio. Sugerí terapia de pareja. Él sugirió tiempo separados. Un nombre seguía sonando en mi cabeza una y otra vez: Olivia. Más alto y más alto y más alto. Ella había abierto una brecha entre nosotros. Una vez más. Era como una enfermedad que regresa cada pocos años, contaminando a todos en su camino. Caleb perdió mucho peso el primer mes. Pensé que estaba enfermo. Lo hice ir al médico, pero sus análisis de sangre dieron normal. No había nada malo con él. Pero, había algo muy malo. Apenas sonreía, apenas hablaba. Cuando estaba en casa, pasaba

horas solo en su oficina con la puerta cerrada. Cuando le pregunté acerca de eso, me ignoró. —No siempre puedo ser perfecto, Leah. A veces, llego a tener malos días también. ¿Qué significaba eso? ¿Siempre había tenido malos días y simplemente nunca me lo dijo? Traté de pensar en la última vez que recordé a Caleb teniendo un mal día, y no pude. Siempre estaba sonriendo, bromeando, animando. ¿Significaba eso que nunca había tenido malos días? ¿O que los escondió de mí? No quería pensar en ello. No quería pensar. —¿Por qué no estás comiendo? —pregunté. —No tengo apetito. —Estás bajo mucha presión. Vámonos por unos días. —No puedo —dijo, sin mirarme—. Tal vez el próximo mes. Pregunté de nuevo el siguiente mes. Dijo que no. Estaba teniendo más que algunos pocos «malos días». Finalmente, ya había tenido suficiente. Almorcé con su madre. Si alguien sabría cómo manejar a Caleb, sería Luca. O tal vez Olivia... No, no iba a darle eso. Tenía cierto tipo de poder sobre él, sí, pero él había sido mío por cinco años. Yo lo conocía. ¡Yo! Luca llegó a nuestro almuerzo diez minutos tarde. Yo estaba en mi segunda copa de vino cuando graciosamente se sentó en el asiento frente a mí. Era extraño que ambas tuviéramos tiempo libre para pasarlo juntas. Después de que ordenamos y pasamos a través de diez minutos de pequeña charla, me miró directamente a los ojos, como si supiera que algo estaba pasando. —Entonces, ¿qué está mal? Dime... Evité sus afilados, azules ojos y me concentré en mis uñas mordidas. —Es Caleb —dije—. Desde el juicio, ha estado... diferente. Tomó un sorbo de su bebida.

—¿Diferente cómo? Capté el borde en su voz. Tenía que ser cuidadosa con lo que decía sobre él. Necesitaba su perspicacia sin ella saltando sobre mí por criticar a su hijo. —Distante. Es como si no quisiera estar más conmigo. Golpeteó sus uñas sobre la mesa y me estudió. —¿Has hablado con tu madre acerca de esto? Negué con la cabeza. —Nuestra relación es tensa. Además, da consejos terribles. Luca asintió. Nunca realmente se preocupaba por mi madre. Caleb una vez me dijo que ella pensaba que mi madre era fría e inaccesible. —¿Sabes algo, Luca? ¿Te ha dicho algo? Se inclinó y palmeó mi mano. —No, cariño, no lo ha hecho. Pero, él estuvo una vez así antes, ¿recuerdas? —Sí recordaba. Fue durante su amnesia. Asentí, lentamente, sin saber lo que estaba sugiriendo—. Tú lo trajiste de vuelta —dijo—. ¿Puedes hacerlo de nuevo? Sus ojos eran como los de Caleb cuando se concentraba en ti: intensos, agudos. Quería resoplar. Me estaba dando demasiado crédito. La última vez tuve sacara en carro a Olivia de la ciudad para traerlo de vuelta. Pero, nadie lo sabía excepto Olivia y yo. ¿Qué haría falta esta vez? —No sé cómo. Lo he intentado todo. —¿Qué valora más mi hijo que nada? Me eché hacia atrás en tanto el mesero llegaba con nuestras ensaladas. Esperé que se retirara antes de responderle. —La familia —dije recogiendo mi tenedor. —Sí —estuvo de acuerdo Luca—. Así que dale una. Me negué. ¿Estaba realmente diciendo lo que creo que estaba diciendo?

—¿Hijos? ¿Crees que Caleb quiere tener un bebé? —No habíamos hablado de hijos desde antes de casarnos. Yo ni siquiera había pensado en la posibilidad. No estaba segura siquiera de quererlos. Caleb era suficiente para mí. Caleb los quería. Siempre los quiso. —Los niños tienen una manera de unir a la gente —sonrió—. Especialmente, cuando se han caído a pedazos. —Comimos en silencio durante unos minutos antes de que hablara de nuevo—. No deberías haber dejado que contratara a esa mujer. Me atraganté con mi comida. —¿Olivia? —pregunté. Luca asintió. —Sí, Olivia. Ella es un problema. Siempre lo ha sido. Mantén el pasado en el pasado, Leah. Haz lo que tengas que hacer. Yo te apoyo completamente. Por primera vez, me pregunté qué tanto sabía Luca acerca de los meses de amnesia de Caleb. ¿Sabía algo sobre el tiempo que pasó con Olivia? ¿Le había contado él? Me fui a casa lista a hablar con Caleb sobre la posibilidad de comenzar una familia. Antes de que las palabras salieran de mi boca, me dijo que se mudaba a su departamento. —¿Estás dejándome? —dije, con incredulidad—. Éramos felices... antes del juicio. Dejamos de trabajar en cosas, Caleb. Podemos conseguir consejería. —Tú eras feliz. No estoy seguro de lo que yo era. —¿Así que estuviste mintiéndome? —Nunca preguntaste, Leah. Cierras los ojos a lo que no quieres ver. —¿Es acerca de Prenavene? ¿De esas personas que murieron? Se estremeció. —Es muy difícil para mí envolver mi cabeza alrededor de las decisiones que tomaste. —¿Te hizo verme de manera diferente? Se rio con frialdad.

—Sabía cuándo me casé contigo, que había asuntos. —Suspiró y casi parecía triste—. Me hizo a mí mismo verme diferente. Yo no entendía. Mi padre me manipuló. Seguramente, se dio cuenta de eso. ¿A qué se refería exactamente con «asuntos»? Veinticuatro horas más tarde, Caleb se había ido. Depresión ni siquiera empieza a describir por lo que pasé. Había perdido a mi padre, mi carrera y mi esposo, todo en el lapso de un año. Me acurruqué en una bola y lloré durante días... semanas. Nadie vino. Traté de llamar a mi hermana, pero a duras penas tomaba su teléfono. Katine estaba viendo a un tipo nuevo y no podía ser molestada. Mi madre se mudó a nuestra casa de verano en Michigan tan pronto como el veredicto fue leído. Llamé a Seth. No lo debí haber hecho.

Traducido por Celemg

M

e cuesta decidirme llamar por teléfono a Cash. Como más pasas cubiertas de chocolate. Miro más Nancy Grace. Busco en internet fotos de gatos con leyendas divertidas debajo. Nadie sabe que me gusta eso, es un secreto. Sam me atrapa. —¿Estás bromeando? Cierro mi laptop. —No puedes contarlo. —¿A quién le voy a decir? ¿A tu club de lectura? —Tengo amigos —insisto—. Y ninguno de ellos lee. Estoy bastante hasta el cuello de azúcar, por lo que me río nerviosa. Sam levanta sus cejas—. ¿Y estás orgullosa de eso? Me alejo, abrazando mis rodillas a mi pecho. El Manny3 convierte todo lo divertido en una crítica.

3

Maddy: Comedia romántica.

—No, Sam, —Suspiro. Y luego en el último momento, agrego—, solía leer mucho... en la secundaria. —¿Cosmo? Él dobla la ropa, siempre dobla ropa. —¿Nunca te cansas de hacer eso? —Sip. Pero, es mi trabajo. Ah sí. —Leí novelas. Pero, después estuve ocupada. —Muevo con cuidado algunos dulces entre mis labios y miro fijo la pantalla silenciada del televisor. Estuve muy ocupada follando chicos, quise decir. —¿Sam? —¿Hmmm? —¿Qué había en esa caja que Olivia abrió en su cumpleaños? Sacude una manta y la dobla con destreza en un pequeño cuadrado. —¿Por qué te importa? —¿Qué si era de Caleb? —dije suavemente. No quiso mirarme—. Cammie dijo que lo era —dice él—. Pero, no sé qué era, así que no pregunté. Como muchas más pasas cubiertas con chocolate. Pretendo morderme la lengua y gritar ¡Ouch! para cubrir las lágrimas que brotan de mis ojos. —Leah —dice él—, está bien si eso te lastima. Debes decirle que lo hace. Además, si estás considerando una carrera en actuación, no lo hagas. —¿Por qué él le compro un regalo de cumpleaños? Cuando Sam no responde, comienzo a pensar acerca de Cash de nuevo. En un insalubre carretel sin fin de pensamiento: Cash... Caleb... Olivia... Cash... Caleb... Olivia. La última vez que había hablado con Cash, fue justo antes de mi juicio. Después de verla en la lista de testigos de la Fiscalía, Olivia hizo un impresionante trabajo de investigación y descubrió que Cash era realmente la hija bastarda de Charles Smith.

Olivia había aceptado, sin placer, decírmelo, para mi sorpresa. Incluso había dicho que lo sentía. Vacilé por un día, encajando todas las piezas juntas en mi mente hasta que tuvieron sentido. No le había dicho a mi madre lo que conocía. Esperé hasta que Olivia expuso a la paternidad de Cash, mientras que el examen interfirió, desacreditando completamente su testimonio. Miré la cara de mi madre cuando mi abogada dejó caer la pelota. No había nada registrado. Ella lo sabía, pensé. Lo sabía y se quedó con él. La Fiscalía estaba mortificada. Olivia ganó otro round. Courtney comenzó a sollozar histéricamente en la sala. Miré fijo a Cash desde donde estaba sentada, mi sangre hervía por las razones equivocadas. Ella a sabiendas me había traicionado. Por él. Debería haber estado enojada con él, pero toda mi ira estaba direccionada a su pegajoso cabello rubio y su labial rosa. Después de la debacle en el tribunal, ella llamó a mi celular, rogándome que me encontrara con ella. Sin embargo, había permitido que mi padre la usara para destruir mi vida. Cuando no respondí a su mendicidad, me envió una carta de diez páginas escrita a mano, detallando su vida desde el día en que nació hasta el día en que mi padre le pidió que trabajara con él. Me comí una bolsa entera de guisantes congelados y fumé tres cigarrillos mientras leía esa maldita carta. Su madre había sido secretaria de mi padre en 1981, y de acuerdo con Cash, fue concebida en su escritorio. Cuando mi padre no pudo convencer a su madre de tener un aborto, él accedió a regañadientes a pagar una bonificación mensual para hacer que ella y su hijo no nacido se fueran. Pero, a pesar de sus sentimientos iniciales, él había hecho visitas anuales para ver a Cash, incluso había pagado sus estudios universitarios. Le contó acerca de Courtney y de mí cuando ella era pequeña. Ella había crecido sabiendo que su padre tenía otras dos hijas pequeñas, y que cuando se alejaba de ella, estaba con ellas. Cash admitió haber desarrollado una fascinación con nosotras desde el principio. Solía soñar sobre cómo sería tener hermanas. Mi padre incluso le había mostrado las fotos nuestras, que mantenía pegadas en su pared. Me sorprendía más el hecho de que mi padre llevara fotos de nosotras, que otra cosa. ¿Desde cuándo Charles Smith había desarrollado una afinidad por la paternidad? Después de leer la última palabra, quemé la carta. No podía dejar que Courtney la viera. Ella no manejaba bien las cosas como estaban. Courtney era demasiado parecida a mi madre. Tenía una personalidad adictiva, y colapsó emocionalmente bajo el estrés. —Leah... ¿Leah? Me sacudo volviendo a Sam, que aún estaba doblando la maldita ropa.

—¿Qué? —siseo. Deseando que él hiciera eso en otra habitación y dejara de estresarme. —Tu teléfono está sonando —dice él. Miro mi celular y veo el nombre de Caleb parpadear en la pantalla. Lo agarro tan rápidamente; se me cae el teléfono. Cogiéndolo del suelo, respondo sin aliento. —¿Hola? —Hola —dice él. —Llamo para ver cómo está Estella. —Está tomando una siesta. ¡Me sonrió! Diez segundos de pausa antes de decir: —Se parece a ti cuando sonríe. Al instante me siento caliente en todas partes. Quiero saber si eso hace que le guste más. —La extraño —suspira. —Bueno, puedes venir si quieres. Pero, pero no puedes tenerla de nuevo hasta el fin de semana. —Entiendo. Tiene cita con el médico la próxima semana. Esperaba llevarla. Quería estar ahí cuando le den su vacuna. Suspiré. —Bien, puedes llevarla. —Creo que es mejor—. Pero, quiero estar ahí también. —Su turno de suspirar. —Estoy pensando en llevarla a ver a Courtney. Caleb aclaró su garganta. —Deberías. ¿Estás bien para ir sola? —Estoy con Sam. —Me apuro—. Es justo el... momento. —¿Sigues aún enojada con ella? —pregunta. —No —digo, pero muy extrañamente, estoy asintiendo con mi cabeza.

Traducido por Valentine†

S

eth era el hermano mayor de Caleb por cuatro años y dos días. No eran en nada parecidos. Cain y Abel, si quieres. Estaba impactada la primera vez que conocí al detective policial pelinegro y oscuros ojos.

—¿Eres el hermano de Caleb? —solté. Casi sonrió por mi impresión. —Síp, al menos desde la última vez que comprobé—Sostuvo mi mano por un largo tiempo, sus ojos pegados en los míos—. Supongo que no nos parecemos mucho, ¿huh? Sacudí la cabeza. Seth no compartía ninguna característica de Caleb. Era el Anti-Caleb con una pequeña nariz, finos labios y ojos tan oscuros que casi parecían negros. Raro, me recuerdo haber pensado. Era un solitario. Durante las cenas familiares, podrías encontrar a Caleb en medio de la habitación siendo rodeado por personas que eran atraídos por cada palabra que decía. Serias suertudo si podías encontrar a Seth. La mayoría de las veces no hacia su acto de presencia en las cenas y barbacoas, y si lo hacía, se escabullía al jardín o salía a caminar. Si se atrapaba solo, era sorprendentemente cautivador y oscuramente inteligente. Me recordaba a Holden Caulfield. Leí el libro en la secundaria y recuerdo a Holden estremeciéndome. A veces, Seth podría mirarme de una manera expuesta, una pequeña sonrisa formándose en la esquina de sus labios, y tendría escalofríos.

Una vez, antes que con Caleb estuviéramos casados, estábamos en casa de su madre cuando Seth se volteó hacia mi sin preverlo y dijo—: Me recuerdas a un pobre reality show, Leah. Eres superficial, y finges ser estúpida por sólo Dios sabe qué. Lo miré en completa aflicción, esperando que nadie más haya escuchado. Pasé mis ojos por la habitación. Caleb era absorbido por un juego en la televisión y su madre yacía en la cocina terminando la cena. —¿Qué demonios, Seth? Se encogió de hombros. —Sé que no eres tan estúpida como lo haces ver. Trivial, tal vez. Tienes el tipo de ojos que tienen dagas en ellos. Lo observé por un largo rato, preguntándome si así era como todos me veían. Preguntándome si así era como Caleb me veía. —Es sexy —dijo—, no creo que mi hermano sepa apreciarlo. Sonrojándome, alejé la mirada. Eso era lo más que me ha dicho hasta este punto. No estaba segura si me alagaba o me insultaba. Pensé que podían haber sido las dos. Nunca lo he visto con una mujer. Descubrí que era de esos hombres asexuales que se preocupaban más de su carrera que tener una mujer en su cama. —¿Por qué nunca tienes citas? —¿Quién dice que no lo hago? —Nunca has traído a alguien… y hablado de alguien. Resopló. —¿Has visto la bienvenida que da mi madre a casa mujer que traemos a casa? Tenía razón. Había escuchado la bienvenida que le dio Luca a Olivia. Detestaba a la mujer tanto como yo. Pero, Olivia era alguien fácil de odiar, y Luca era alguien agradable una vez que llegas a conocerla. Rechacé su comentario con un gesto de mi mano. —Siempre es genial conmigo. Rio.

—Eso es porque eres mucho como ella. Posiblemente tiene un leve miedo de una compañera perra. Mi boca quedó abierta. —¿Qué pasa con la gente de esta familia diciendo exactamente lo que piensan? Es tan rudo. Se apoyó en el brazo del sofá y me sonrió con complicidad. —Deberías intentarlo. Sin embargo, es extrañamente fascinante sentarse y ver cada pensamiento tuyo arder detrás de tus ojos y nunca salir de tu boca. No tenía palabras. Seth miró la expresión en mi rostro y rio. —No te preocupes, Leah. Tu secreto está a salvo conmigo. Nadie necesita saber que hay un cerebro bajo todo ese bonito cabello. Lo miré, apretando fuertemente el brazo de la silla. Estaba enojada… e increíblemente excitada. Caleb siempre decía lo suficiente para dejarte sintiéndote sorprendentemente hipnotizada y preguntándote a qué quería llegar exactamente. Seth decía la verdad como si fuera Old Faithful: demasiado, muy rápido, muy duro. No había cuestionamiento el por qué nadie hablaba con él. —Eres un imbécil, ¿sabes? Se escogió de hombros, regresando su atención a la televisión. —Lo he dicho. Pero, al menos te veo. Mi hermano sólo ve tu cabello. Me puse de pie, pero sus siguientes palabras me devolvieron a mi sitio. —He estado esperando que recordaras —dijo. —¿Recordar qué? Cuando me miró con veracidad, me retorcí en mi asiento. —Que tú y yo hemos dormido juntos. Si hubiese estado sosteniendo un vaso, lo hubiera soltado causando un gran estruendo. Mis ojos volaron a Caleb. Gracias a Dios, estaba exento de nuestra conversación.

—¿De qué estás hablando? —murmuré. —Relájate —dijo calmadamente—, fue hace un largo tiempo. Busqué en mi memoria por su rostro. ¿No debería reconocerlo si habíamos dormido juntos? Probablemente no. tuve sexo con un montón de hombres que escasamente conocía. Pero, si hemos tenido… ¿por qué esperaría demasiado tiempo para decirme? —Estás jugando conmigo —dije. —Nop —sacudió su cabeza tan casualmente que me pregunté si hablábamos de sexo o qué almorzaríamos. —Definitivamente fuiste a mi hotel. Fue la semana después del cuatro de Julio, seis años atrás. Nos conocimos en el pequeño bar en el Keys. Casi me desmayé. En efecto, hace seis años atrás fui a un viaje al Hotel the Keys con mi hermana y unos pocos amigos. Fue una semana combinada de celebración cumpleaños/vacaciones. —¿Cómo puedes recordarlo siendo que yo no? —Estabas bastante borracha de lo que puedo recordar. Oh Dios. Recuerdo conocer a un chico en el bar. Bailó conmigo, y luego caminábamos por las calles hasta su hotel. ¿En realidad fue Seth? ¿Cuáles eran las malditas probabilidades? —No le… —Diré a mi hermano —finalizó—. Si, creí que no querrías que supiera. Mis labios están sellados. Fingió bloquear sus labios y arrojar la llave. ¿Cómo pudo pasar? Si Caleb lo descubriera… No, no iba a hacerlo. Seth y yo teníamos algo que perder. Asentí hacia él. —Gracias. Después de ese día, traté de mantener mis interacciones con él en lo más mínimo. Me buscaba en todos lados que estábamos. Estaba honestamente mortificada y halagada.

Siempre tenía una oculta ocurrencia lista acerca de mis ojos con dagas o mis pensamientos prohibidos. A veces, cuando estábamos en grupo me miraba y decía ¿Qué opinas de eso, Leah? o Me gustaría escuchar lo que opina Leah lo cual estaba obligada a responder. Siempre soltaba comentarios inapropiados cuando nadie prestaba atención. Me ruborizaba tanto de lo que decía que Caleb me miraba alarmaba y preguntaba qué estaba mal. Solo Seth consigue ruborizarme. Me hacía sentir como si tuviéramos una secreta intimidad. Me hacía preguntarme si tenía razón, si Caleb realmente podía verme –si todos podían. Durante mi juicio, Seth vino a cada audiencia. Estaba complacida por un inesperado apoyo tanto como estaba confundida por ello. Era silencioso, pero estaba ahí… siempre al lado izquierdo de la fila de atrás. Provocaba una felicidad en Caleb que viniese. La relación de ambos siempre ha sido tensa. Presentía que era causada por el notorio favoritismo de Luca a su hijo menor. —Realmente le agradas, Roja —dijo Caleb después de un durísimo día de escuchar las acusadoras preguntas de los testigos—. Nunca nadie puede hacerlo mostrarse, pero por ti está aquí. —Es Sargento de la Fuerza Policiaca, Caleb. Estoy segura que poner orden en este tipo de cosas le interesa. Me preguntaba si hacia su propio juicio, tratando de decidir si era tan malvada como insinuaba que era. Era cansador intentar esconder quien eres de todos. Viéndoles, viéndote. Esperando saber los pensamientos de todos y estar atemorizada hasta la muerte que esos pensamientos me condenaran. Estaba tan enfadada con el hombre que llamé padre toda mi vida. Constantemente, me encuentro preguntándome que hubiera pasado si no hubiese muerto. ¿Hubiese tenido la suficiente decencia de protegerme de esto? ¿O me hubiese pedido que me rindiera? Y lo más importante: ¿Qué hubiera escogido? Seth me preguntó lo mismo cuando lo llamé después que Caleb me dejó. Llegó después del trabajo con una caja de pasta francesa en su mano. Sabía que me gustaban. Se los arrebaté, sonriendo y me siguió hasta la cocina. —¿Dónde se está quedando mi hermano? —preguntó. —En su departamento —abrí la caja y saqué la media luna de almendra. Seth me observó morderlo antes de hablar. —Ese padre tuyo era otra cosa.

Mi masticar se detuvo. —Concordando con esa pequeña ardiente abogada tuya, él te crio completamente, ¿tiene razón? No estaba segura de qué me ofendió más, el haber llamado «ardiente» a Olivia o que cuestionaba mi inocencia. Me forcé a tragar lo que yacía en mi boca y le miré. —No lo hizo a propósito —contesté—. No pienso exactamente que esperaba morir. —Entonces, si no hubiese tenido un infarto y te hubiese dejado con este desastre, ¿piensas que hubiese tomado la responsabilidad por esto? —Sí. Era mentira. —De acuerdo con Caleb, su firma no estaba en los documentos que firmaste. —¿A qué quieres llegar, Seth? —espeté —. ¿Viniste para provocarme? Alineó sus labios y sacudió la cabeza. —No, Leah. Vine para ver si estabas bien. En serio. —Estoy bien —arrojé el resto de la masa a la caja y caminé hacia el refrigerador. Podía sentirlo detrás de mí antes de voltearme. La repentina vuelta de mi cuerpo fue por el golpe que recibí. No me empujo, él me besó. —¡Seth! —lo empujé y se tambaleó—. ¿Qué demonios crees que haces? —Me llamaste —respondió—, creí… —¿Creíste qué? ¿Qué quería que me besaras? ¡Te llamé porque Caleb me dejó, y no sabía que hacer! No tuviste que haber venido y tomar ventaja de mí. Me besó de nuevo. Más duro esta vez. Le respondí solo un poco antes de empujarlo nuevamente. —Vete —dije, apuntando la puerta. Lloré después que se fue. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Caleb me besó? Traté de recordar. ¿Fue antes de que el juicio comenzara? Pienso en todos los meses de

preparación y no puedo recordar un solo momento siendo besada. ¿Cuánto he extrañado eso? ¿Cómo el abrupto beso de Seth tuvo que hacerme recordar?

Traducido por Erudite_Uncured12

P

ocos días después de la llamada de Cash, nos detuvimos en un edificio de estuco color canela alrededor de la una. Sam salta primero y tiene a Estella fuera del auto antes de que yo incluso haya comprobado mi maquillaje. Me tiemblan las manos cuando abro la puerta. Nos reunimos en la parte delantera del coche. —¿Estás bien? —me pregunta Sam. Asiento con la cabeza sin mirarlo. No he sido capaz de apartar los ojos de la construcción. Ojalá no me hubiese puesto los tacones. A veces, me hacen sentir segura, pero hoy me hacen sentir pretencioso. Caminamos en silencio, o tan en silencio como mis tacones lo permitan. En la recepción le doy mi nombre: Johanna Smith. Veo Sam levantar la ceja. Yo no lo miro. Dios, odio ese nombre. Yo sólo dije a Sam que veníamos a ver a mi hermana, no donde estaba. Nos condujo por un largo pasillo que huele a antiséptico. Miro hacia la bebé, preguntándome si el olor le molesta. Está dormida. Es una dormilona. Sonrío. Nos llevaron hasta el último cuarto. Me detengo en la puerta, y Sam pone una mano en mi hombro. De repente me siento muy mal. Me da un codazo. Es tan malditamente agresivo.

Camino a través de la habitación. Está sentada en una silla frente a la ventana. Una brillante luz solar ilumina su cara. Parece inmune a ella, mirando al frente, sin ver nada. Camino a ella lentamente y me agacho frente a ella. —Court —tomo sus manos. Están blandas y calientes—. Court, soy yo. —Ella se queda a mi lado. Miro a mi alrededor la habitación: una cama, un televisor, dos sillas. No hay toques personales; sin flores o cuadros en las paredes al igual que las habitaciones que pasamos en nuestro camino. Miro de vuelta a Courtney—. Lo siento, por no haber venido hasta ahora —le digo—. Traje a Estella para que la vieras. Sam, ya la ha sacado de su asiento, me la da. Tiene el cuello tieso mientras la llevo, sus grandes ojos mirando a su alrededor con inocente curiosidad. La pongo en el regazo de Courtney y la sostengo allí. Mi hermana no se mueve, no parpadea y no registra la pequeña presencia apretada contra su cuerpo. Estella se queja después de unos segundos, por lo que la tomo y la abrazo. El pelo de mi hermana es graso y débil. Es demasiado corto para atarse y le cubre la cara. Lo tomo y empujo detrás de sus orejas. Odio esto. Odio este lugar, y no me gusta que mi hermana este aquí. Me odio a mí misma por no haber venido a verla antes. Ella no pertenece aquí. Tomo mi decisión en ese mismo momento. —Sam —le digo, levantándome—, quiero llevarla a casa ... a mi casa. Puedo pedirle a alguien que venga a ayudar. —Está bien —dice—. ¿Estás aclarándomelo o… —sacude la cabeza, y yo quiero darle una bofetada por décima vez hoy. —Sólo te estoy diciendo, idiota. —Sonríe. —Courtney, voy a llevarte a casa. Sólo dame un par de días, ¿está bien? ... para tener todo listo. Toco su cara ligeramente. Hermosa, vibrante Courtney, puedo verla en los rasgos de esta persona, la frente alta y la nariz aguileña. Pero sus ojos no tienen vida. Alcanzo la parte posterior de su cabeza y presiono mis labios contra su frente. Puedo sentir la cicatriz debajo de mis dedos, gruesa y dura. Me trago un sollozo y me enderezo. Estella se aferra a mi camisa, sus pequeños puños agarrando el material firmemente. Me marcho sin mirar hacia atrás, mis tacones resonando con un nuevo propósito. Sam espera con Estella mientras hablo con el director de la instalación. Cuando nos vamos, tengo un puñado de folletos para el cuidado en el hogar. Estamos de vuelta en el auto, cuando él habla por primera vez desde que salió de la habitación de Courtney.

—Así que ... ¿Johanna? —Cállate, Sam. —Es una pregunta válida, su majestad. Si no me dices por qué lo odias, te diré Johanna a partir de ahora. Suspiro. ¿Cuánto hay que decirle? Caleb era el único que lo sabía. ¿Qué diablos, ¿verdad? Yo ni siquiera sabía por qué era un gran secreto. Mi padre había muerto, su imperio cayó, y mi madre era una borracha.¿Poorqueee no decirle al resto? —Fui adoptada. Nadie lo sabe. Ha sido un gran secreto. —Niego con la cabeza, arqueando mi boca hacia un lado como si nada. Sam deja escapar un silbido. —Así que, de todos modos, yo nací en Kiev. Mi madre biológica trabajó en un burdel… yupi yupi. —Yupi. Yupi —repite Sam—. Parece que un poco más que yupi yupi. Yo le doy una mirada severa antes de continuar. —Mi madre biológica era reacia a entregarme. Ella era joven. Tenía Dieciséis. Cuando era pequeña, su madre solía leerle de un libro americano llamado, «Tales of Johanna». Accedió a renunciar, pero sólo si mis padres me nombraban Johanna. Ellos querían un bebé tanto que lo hicieron. —Así que eso es algo grandioso —dice Sam—. Es como si ella te diera algo de sí misma. Resoplo—. Sí, bueno... mis padres sólo me dijeron que era adoptada cuando tenía ocho años. Puedes imaginar mi sorpresa. Me sentaron en el comedor. Sólo mí diminuta yo y ellos, en este salón imponente. Tenía tanto miedo de estar en problemas, estaba temblando todo el tiempo. Tan pronto como me enteré de los orígenes de mi nombre, no lo quise. Sam extendió la mano y me apretó el hombro. —Hombre, yo pensaba que mis padres apestaban. Hice una mueca—. Por lo tanto, es por eso que voy por mi segundo nombre. Fin. —¿Courtney es su hija biológica? —Asentí con la cabeza. —¿Qué pasó con ella?

—Cuando mi padre murió, ella se enfermó. Me interrumpe—. ¿Enfermó? —De la cabeza —le digo—. Siempre fue así. Fue diagnosticada con trastorno bipolar. Caía en estas depresiones y nadie oía de ella durante meses. No le dijo a nadie esta vez. Estábamos todos tan envueltos en nuestras propias vidas, nadie se preocupaba de ella. Supongo que la muerte de mi padre y todo lo que ocurrió en torno a mi juicio sólo la envió al borde. —Por lo tanto, ¿ella…? —Freno un poco demasiado duro en un semáforo en rojo, y se sacude bruscamente hacia adelante. —Ella se pegó un tiro. La bala le rozó el cerebro, y fueron capaces de salvarla a tiempo. Pero, había demasiado daño. —Dios —dice—. Esta es la primera vez que la estás viendo desde... —Desde el hospital después de que ocurriera. —Sus ojos están abiertos. —No me juzgues —digo bruscamente—. Estaba embarazada. Estaba de reposo en cama. —Fuiste egoísta, una perra egoísta. —Me fulminó con la mirada. —Tenía miedo. —¿Por qué? Ella es tu hermana Leah. Dios, no puedo creer que yo trabaje para ti. Me siento mal. Le echo un vistazo. Parece bastante disgustado. —Estoy haciendo las cosas bien —le digo. Conducimos en silencio durante los próximos minutos. —¡Ooh! Jamba Juice. ¿Quieres uno? —Giro hacia el estacionamiento, y para mi satisfacción la cabeza de Sam golpea la ventana en el lado del pasajero con un pequeño ruido—. Lo siento —sonrío. Se frota la cabeza, pareciendo olvidar su pregunta. —Voy a pedirle a Caleb que vuelva a casa —le digo mientras encuentro un lugar. Reviso su cara para ver su reacción. —No quiero zumo de frutas —dice.

—¡Vamos, Sam! Sacude la cabeza—. Mala idea. Vas a salir herida. —¿Por qué? —suspira Sam. —No creo que esté listo. Caleb es el tipo de hombre que tiene una agenda. —¿Qué significa eso? —Sam se rasca la cabeza como si estuviera incómodo. —¿Qué sabes? —Estrecho mis ojos hacia él. —Soy un tipo. Sólo lo sé. —¡Eres gay! no tienes información especial de los hombres heterosexuales. Sacude la cabeza—. Tú eres la única mujer más ofensiva que he conocido, ¿lo sabías? Y, yo no soy gay. Mi boca se abre—. ¿De qué estás hablando? Se encoge de hombros, avergonzado—. Sólo te lo dije para que no coquetearas conmigo. Lo miro por un momento. No puede estar hablando en serio. —¿Por qué crees que me gustaría coquetear contigo? Iu, ¡Sam! ¡No puedo creer esto! Suspira—. ¿Vas a comprarnos jugo o no?—Me salgo del auto. —No voy a comprarte nada. Quédate con la bebé. Estoy tan enojada, que me olvido por completo de la tienda Jamba Juice y doy marcha atrás. Los hombres son unos mentirosos que no valen la pena. Debería haber sabido que no era gay. Lleva demasiado poliéster para ser gay. Y, no lo he visto ni una vez echándole un vistazo a Caleb. Caleb es jodidamente magnífico. Estoy bebiendo mi jugo a mitad de camino de vuelta al auto cuando empiezo a reír. Cuando llegamos a casa, llamo al teléfono de Caleb tres veces antes de que finalmente contesta. —Cuando recojas a Estella esta noche, esperaba que pudieras quedarte un rato para que podamos hablar.

Hay una larga pausa antes de que él diga: —Sí, tengo que hablar contigo, también. —Siento un oleada de esperanza. —Está bien, está todo listo entonces. Le diré a Sam que se quede un poco más tarde de lo habitual. —Le oigo suspirar por el teléfono. —Está bien, Leah. Te veré esta noche. —Cuelga. Ni siquiera pienso en el hecho de que nunca cuelga sin decir adiós, hasta unos minutos más tarde.

Cuatro meses después de que Leah fue absuelta, solicité el divorcio. Olivia. Eso fue lo primero que pensé. Turner . Ese fue mi segundo pensamiento. Hijo de puta. Ese fue mi tercer pensamiento. Entonces los puse todos juntos en una frase: ¡Ese hijo de puta Turner va a casarse con Olivia! ¿Cuánto tiempo tenía? ¿Ella todavía me amaba? ¿Podría perdonarme? Si pudiera llevarla lejos de ese maldito ¿podríamos realmente construir algo juntos en los escombros que habíamos creado? Pensar en ello me puso en el borde, me hizo enojar. Los dos nos habíamos dicho tantas mentiras, pecado el uno contra el otro, en contra de todos los que se pusieron en nuestro camino. Traté de decirle una vez. Fue durante el juicio. Había llegado a la corte temprano para tratar de atraparla a solas. Llevaba mi tono favorito de azul, azul aeropuerto. Era su cumpleaños. —Feliz Cumpleaños. Había alzado la mirada. Mi corazón latía con fuerza, como lo hacía cada vez que ella me miraba.

—Me sorprende que lo recuerdes —¿Por qué es eso? —Oh, acabas de olvidar muchas cosas horribles en el último par de años. Yo medio sonreí por su golpe bajo. —Nunca te olvidé...- —Sentí una descarga de adrenalina. Esto era todo, iba a confesar. Entonces el fiscal entró. La verdad quedó en suspenso. Me fui de la casa que compartía con Leah y volví a mi apartamento. Me paseaba por los pasillos, bebiendo whisky. Esperé. ¿Esperar por qué? ¿Para que viniera a mí? ¿A que yo fuera por ella? Me acerqué a mi cajón de calcetines, protector infame de anillos de compromiso y otros recuerdos, y pasé los dedos a lo largo de la parte inferior. En el momento en que mis dedos lo encontraron, sentí una oleada de algo. Froté la almohadilla con mi pulgar sobre la superficie ligeramente verde del centavo de «besos». Lo miré durante un minuto entero, evocando imágenes de las muchas veces que había sido objeto de comercio con besos. Era una baratija, un truco barato que una vez había funcionado, pero se había convertido en mucho más que eso. Me puse la sudadera y me fui a correr. Correr me ayudaba a pensar. Repase todo en mi cabeza cuando me di vuelta hacia la playa, esquivando una niña y su madre mientras caminaban de la mano. Sonreí. La niña tenía el pelo largo y negro y ojos azules sorprendentes, se parecía a Olivia. ¿Así era como nuestra hija habría lucido? Dejé de correr y me incliné, con las manos en las rodillas. No tiene por qué ser una situación de «habría». Todavía podríamos tener nuestra hija. Puse mi mano en mi bolsillo y saqué el centavo de besos. Empecé a correr a mi auto. No había mejor momento que el presente. Si Turner se colocaba en el camino, yo le tiraría por el balcón. Estaba a una milla del condominio de Olivia cuando recibí la llamada. Era un número que no reconocí. Contesté la llamada. —¿Caleb Drake? —¿Si? —mis palabras eran cortantes. Hice una vuelta a la izquierda hacia Ocean y apreté el acelerador. —Ha habido un incidente... con su esposa.

—¿Mi esposa? —Dios, ¿qué ha hecho ahora? Pensé en la pelea que estaba actualmente teniendo con los vecinos acerca de su perro y me pregunté si había hecho algo estúpido. —Soy el doctor Letche, estoy llamando desde West Boca Medical Center. Sr. Drake, su esposa fue admitida aquí hace unas horas. —Golpeé el freno, giré hasta que mis neumáticos hicieron un sonido chirriante, y aceleré el auto en la dirección opuesta. Una camioneta se desvió a mí alrededor y tocó la bocina. —¿Está bien? El médico se aclaró la garganta—. Tragó una botella de píldoras para dormir. Su ama de llaves la encontró y llamó al 911. Está estable en este momento, pero nos gustaría que viniera… Me detuve en un semáforo y me pasé la mano por el pelo. Esto era mi culpa. Yo sabía que ella tomó la separación muy duro, pero ¿el suicidio? Ni siquiera se parecía a ella. —Por supuesto, estoy en camino. —Colgué. Colgué el teléfono y me golpeé con el volante. Hay cosas que no estaban destinadas a ser. Cuando llegué al hospital, Leah estaba despierta y preguntando por mí. Entré en su habitación, y mi corazón se detuvo. Ella yacía apoyada por almohadas, con el pelo hecho un nido de ratas y su piel tan pálida que casi parecía translúcida. Sus ojos estaban cerrados, así que tuve un momento para reorganizar mi cara antes de que ella me viera. Cuando tomé unos pasos en la habitación, ella abrió los ojos. Tan pronto como me vio, empezó a llorar. Me senté en el borde de la cama y ella se aferró a mí, sollozando con tal pasión que podía sentir sus lágrimas empapaban a través de mi camisa. La sostuve así durante mucho tiempo. —Leah —dije finalmente, tirándola de mi pecho y recostándola de espalda sobre las almohadas—. ¿Por qué? —Su rostro era viscoso y de color rojo. Medias lunas oscuras acampaban alrededor de sus ojos. Apartó la mirada. —Tú me dejaste. Tres palabras. Sentí tanta culpa que apenas podía tragar. —Caleb, por favor vuelve a casa. Estoy embarazada. Cerré los ojos. ¡No!

¡No! no...

Traducido por Isa 229

E

nvío a Sam arriba con Estella y espero a Caleb. Golpecito. Golpecito.

Golpecito. Las cosas tienen que ir a mi manera esta noche. Él toca la puerta en vez de usar una llave. Eso es una mala señal. Cuando abro la puerta, su rostro es sombrío. No me mirará. —Hola, Caleb —digo. Espera a que lo invite a ingresar y luego se dirige arriba para ver a Estella. Le sigo al cuarto de niños. Sam asiente hacia él a modo de saludo y Caleb toman a la bebé de él. Ella sonríe tan pronto como le ve y sacude sus puños. Me siento un poco celosa de que consigue sonrisas tan fácilmente.

Caleb besa ambas de sus mejillas y luego bajo su barbilla, lo que la hace reír. Repite esto una y otra vez hasta que ella se ría con tanta fuerza, tanto Sam como yo sonreímos. —Deberíamos hablar—digo, estando de pie en la entrada. Me siento como una forastera cuando él está en el cuarto con Estella. Asiente sin mirarme, la hace reír una vez más con sus besos y la devuelve a Sam. Inmediatamente comienza a llorar. Oigo que Sam dice «Traidora» mientras nos vamos del cuarto y nos dirigimos escaleras abajo. Caleb mira una vez sobre su hombro, como si está tentado de volver. —La puedes ver después…— digo. Tenía la tetera puesta antes de que él llegara aquí; está comenzando a silbar mientras ingresamos a la cocina. Empiezo a hacerle té mientras él se sienta en un taburete con sus manos entrelazadas delante de su boca. No se me escapa el hecho de que su pierna se mueve nerviosamente. Mojo una bolsa de té en la taza de agua caliente y evito sus ojos. Transfiero la bolsa de té a la basura, cuando él dice. — ¿Fuiste a ver a Olivia? Mis manos se detienen, él té gotea en el azulejo y en mi pantalones. —Sí. Ahora sé por qué su pierna salta. —Me obligaste a hacerlo. — Piso en la palanca que abre el bote de basura y dejo caer la bolsa de té. Puedo sentir sus ojos en mí. Él asiente con su cabeza. —¿Realmente crees eso, verdad? No sé de qué habla. Jugueteo con la uña de mi pulgar. —¿Te llamó? —Esa perra chismosa, pienso amargamente. Y luego en un casi pánico ¿Qué más le dijo? —No tenías derecho, Leah. —Tenía todo el derecho. ¡Le compraste una casa!

—Esto fue antes de ti— dice tranquilamente. — ¿Y nunca pensaste en decírmelo? ¿En serio? ¡Soy tu esposa! ¡Ella volvió cuando tuviste amnesia y te mintió! ¿No me podías haber dicho que le compraste una casa a esa mujer? Él mira hacia otro lado. —Es más complicado que eso— dice. —Estaba haciendo planes con ella. ¿Complicado? Complicado parece una palabra demasiado buena para Olivia. Definitivamente tampoco no quiero saber sobre los proyectos que hizo con ella. Él tiene que ver la verdad. Tengo que hacerle ver la verdad. —Lo averigüé por mi cuenta, Caleb. Cómo te mintió cuando tuviste amnesia. Él eleva sus cejas hacia mí. Tal vez si le digo la verdad, finalmente verá cuan leal soy, cuánto lo amo. —Le pagué para que dejara la ciudad. ¿Te dijo eso durante mi juicio? Estaba dispuesta a venderte por un par de cientos de dólares. Una vez vi una presa natural abrirse en la televisión. Recuerdo haber visto una foto panorámica de un río rodeado por árboles. De repente, los árboles desaparecieron, tragados por el colapso de la ribera. Un furioso oleaje corrió alrededor de la esquina, acabando con todo a su paso. Fue repentino, y fue violento. Veo la presa romperse en los ojos de Caleb. Los ojos humanos son el lenguaje de señas del cerebro. Si los miras con cuidado, puedes ver la verdad, cruda e indefensa. Cuando eres el hijo bastardo de una prostituta y tienes que saber lo que tus padres adoptivos piensan, aprendes a cómo leer los ojos. Puedes ver una mentira pinchar la verdad, un daño barrerse dentro de un hueco craneal, la felicidad como una amplia luz luminiscente. Puedes ver la represión de un alma bajo una pérdida terrible. Lo que veo en los ojos de Caleb es un dolor sobrante; una herida con moho creciendo en ello. Un dolor tan profundo que la sangre y las lágrimas y la pena posiblemente no le pueden hacer justicia. ¿Qué tiene ella que yo no tenga? Posee la propiedad de su casa y de su dolor. Estoy tan celosa de su dolor que echo mi cabeza hacia atrás y abro mi boca para gritar de rabia. Él no me oirá. No importa cuán fuerte grite su nombre, no me oirá. Sólo oye la de ella. —Ella no haría eso —dice.

—Lo hizo. Es una impostora. Ella no es lo que tú piensas. —Hiciste eso en su apartamento —dice. Sus ojos están amplios, empañados. Aparto la mirada, avergonzada. Pero, no, no estoy avergonzada. Luché por lo que quería. —¿Por qué ella, Caleb? Me mira sin gracia. No espero que conteste. Cuando su voz rompe el aire tenso entre nosotros, dejo de respirar para oírle. —No la elegí —su voz se rompe. —El amor es ilógico. Caes en el cómo en una alcantarilla. Luego solo te quedas atrapado. Te mueres de amor más de lo que vives enamorado. No quiero oír sus analogías poéticas. Quiero saber por qué la ama. Manoseo los pendientes de aro de oro que estoy usando. Los compré después de que me reuní con ella en la cena. Ellos no tienen el mismo efecto en mí. Ahí donde la hicieron parecer exótica, yo parezco que estoy jugando a disfrazarme. Tiro de ellos de mis oídos y los lanzo lejos de mí. Pero, yo puedo ser lo que él necesita. Sólo tiene que darme la posibilidad de demostrarlo. —Tienes que venir a casa. Deja caer su cabeza. Quiero gritar: ¡MÍRAME! Cuando lo hace, sus ojos son crueles. —Firmé los papeles, Leah. Se terminó. ¿Los papeles? Digo la palabra. Lo susurro de mis labios… las quemo—. ¿Los papeles? Mi matrimonio vale más que algo tan delgado e insustancial como los papeles. No puedes terminar algo con esa palabra vil. Caleb es un hombre acostumbrado a tener lo que quiere. No ahora. Lucharé contra él en esto. —Podemos ir a la orientación. Por Estella. Caleb sacude su cabeza.

—Necesitas a alguien que sea capaz de amarte del modo que te mereces ser amada. Lo siento tanto —aprieta su mandíbula, me mira casi en un tono suplicante, como si yo necesitara entender—. No te puedo dar eso. Dios, ojala pudiera, Leah. Lo he intentado. Pienso en eso, lo hago. Pienso en el momento que lo atrapé mirando a Olivia como si fuera la única maldita cosa de mierda que importara en el maldito planeta entero, y el momento en que mantuvo un dedo de su helado en el congelador durante dos años. ¿Qué tipo de amor era eso? ¿Obsesivo? ¿Qué había hecho ella para tener el cerebro de él conectado a ella? Estoy sin aliento después de que he terminado de pensar estas cosas que me giro hacia las puertas en la cocina y las abro. El aire de fuera es pesado y quieto. Parece como gelatina, y siento que cada hueso en mi corazón se rompe. Me paseo por el patio, y en segundos, puedo sentir que mi camisa se pega a mi espalda. De la esquina de mi ojo, veo a Caleb seguirme fuera. Tiene sus manos en sus bolsillos, y muerde su labio superior. Busco un truco. Miro su cara: fuerte, decidida, dolida. No quiero sus disculpas. Quiero lo que Olivia tiene. Quiero ser suficiente para él. La honestidad es pegajosa y la odio. Siempre tiene consecuencias que joden tu vida... Dios, prefiero caminar alrededor de la verdad y encontrar una mentira con cual pueda vivir. Esto es a lo que llamo compromiso. Saber que mi esposo ama a otra persona y vivir con eso... eso es una verdad que no ves y ahora él me estaba obligando a hacerlo. Detengo mi paseo y me paro en frente de él cuadrando mis manos en mis caderas. —No firmare los papeles. Lucharé por ti. Quiero abofetearlo cuando él rueda los ojos y sacude su cabeza. —¿Por qué te quieres hacer eso a ti misma, Leah? Lo que quiero para mí misma es la familia que reuní con sangre, sudor y esfuerzo. Quiero que todo signifique algo. Yo gané, justo y honesto. La perra lo tenía entre sus puños, y yo lo recuperé. ¿Porque mi maldito precio es que el trate de divorciarse de mí? Recogí todos los amargos trocitos, y los acordono devuelta para así poder tener el control. La violencia no va con Caleb. Puedes razonar con él. Él tiene el valiente honor británico y la practicidad americana. —Quiero lo que juraste darme. ¡Tú dijiste que nunca me harías daño! ¡Dijiste que me amarías en lo bueno y en lo malo!

—Lo hice. No sabía... — cubre su cara con sus manos. No estoy segura si quiero que continúe. Su acento, su maldito acento. —¿Tu no sabías que, Caleb? ¿Que aun estabas enamorado de tu primer amor? Su cara se levanta. Tengo su atención. —Encontré el anillo. Después de que tuviste el accidente. ¿Por qué me compraste un anillo si aún la amabas? Su cara esta pálida. Continuo. —No es verdadero. Aquellos sentimientos que tienes son para alguien y algo que ya no existe. Yo soy real. Estella es real. Quédate con nosotras. Todavía no dice nada. Me tomo un minuto para sollozar. ¿De dónde saca el pensamiento de que él tiene la respuesta para la felicidad? Creía que yo tenía la respuesta y mira a donde me llevó. Caleb una vez me dijo que el amor era un deseo y el deseo era un vacío. Le recuerdo esto. Parece impresionado, como si no pudiera creer que fuera capaz de entender aquellas palabras. Tal vez he jugado ser la estúpida con él por mucho tiempo. —No es tan sencillo, Leah. —Has lo mejor que puedas, con lo que tengas. No nos puedes abandonar. Somos tu verdad. —Cierro de golpe mi puño en mi palma. El maldice, ata sus manos detrás de su cuello y mira el cielo. No me siento mal por usar la tarjeta de la culpa. La tarjeta de la culpa es sólida. Siempre se paga con intereses. Cuando él me devuelve la mirada, no está llevando la cara arrepentida que esperaba. —Tú y yo no sabemos cómo jugar el juego de la verdad. —Sopla aire a través de su nariz. Habría dejado ese comentario deslizarse en suspenso, pero puedo sentir un significado subyacente debajo de sus palabras, y me siento obligada a indagar. —¿De qué estás hablando? Los ojos de Caleb se detienen en mi cara. Me retuerzo. —¿Por qué hiciste aquellas cosas? ¿El chantaje a Olivia... destrozar su apartamento?

No vacilo. —Porque te amo. Asiente, pareciendo aceptarlo. Me siento optimista. Tal vez verá lo que hice como una lucha por el amor. —Tú y yo no somos tan diferentes. —Marca la punta de su zapato contra el azulejo y sonríe como si acabara de tragar un bocado de toronja. Sus ojos están claros y amplios cuando alza la vista en mí: jarabe de arce. —Leah...—suspira y cierra sus ojos. Me preparo para lo que está a punto de decir, pero nada me puede preparar para lo que sale de su boca. —Ese anillo era suyo, Leah. Siento que el golpe se mueve a través de mí, como si fuese una cosa física como la sangre. Corre y tira y se rasga. Entonces, él dice las palabras que lo cambian todo. —Fingí la amnesia. Oigo cada palabra por separado. Tengo que mentalmente pegar cada uno y juntarlos para poder entender. Pero, no entiendo. ¿Por qué haría eso? — ¿Por qué? ¿Tu familia... yo... por qué nos harías eso? —Olivia —es todo lo que dice. Es todo que tiene que decir para yo junte todas las piezas. Decido que odio el color del jarabe de arce. Más bien prefiero atragantarme y morir con un bocado de panqueques secos, que volver a comer jarabe de arce otra vez. —Jódete —digo. Entonces, lo digo otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Lo digo hasta que estoy en una posición fetal en el suelo y todo en lo cual puedo pensar es en lanzar cada botella de jarabe de arce de mi nevera y de mi vida para siempre. Mi cabeza da vueltas. Nunca he sentido algo tan doloroso. Mi corazón tira y se contrae. Se siente pesado y luego parece que ya no está allí, como si él hubiese puesto su mano a través de mi caja torácica y lo hubiese apretado hasta que se reventara. Se siente como si tuviera un elefante de mil toneladas sentado en mi pecho. Débilmente trato de aferrarme de mi reserva, pero siento que está separándose de mí. Algo dentro de mí se desenrolla. Con un tirón torpe de mi cabeza, lo fulmino con la mirada con todo el odio que siento.

Se pone de pie con su espalda hacia mí hasta que termino de llorar, y cuando me levanto, él me afrenta. —Sé que decir simplemente lo siento sería un insulto. Estoy más que arrepentido por lo que he hecho. Me casé contigo cuando desde el principio yo le pertenecía a alguien más. He estado mintiendo a todo el mundo. Ni siquiera me reconozco. Estoy emocionalmente ebria. No sé si hacerle mirar cómo me corto mis muñecas o cortar las suyas y acabar con mi miseria. Mi cara se ha convertido en un pantano de lágrimas y rímel y mocos. Quiero hacerle daño. —¿Crees que nos puedes abandonar y ser feliz? Ella se ha ido, Caleb —me mofo—. Casada... —lo veo estremecerse, y mi rabia se incrementa. Lamo mis labios y pruebo vino. He tenido demasiado de ello, y mi lengua está lista para lanzar cada secreto feo que poseo y escupírselos, uno tras otro, hasta que se asfixie del increíble peso de ellos. Quiero llevarme su aliento, aplastar su tráquea, y con lo que sé, seguramente puedo. ¿Por dónde comenzar? Me propongo decirle que conocí a Noah y que es jodidamente sexy Ghandi y que entiendo por qué Olivia fue capaz de seguir adelante. Sacudo mi cabeza, las lágrimas arden como el zumo de limón en mis ojos. Tengo que saberlo todo. Lo que él hizo durante aquellas semanas que yo creía que ella se estaba aprovechando de él. —¿Te acostaste con ella cuando jodidamente fingías tener amnesia? Hay una pausa incómodamente larga, la cual considero suficiente respuesta. —Sí — su voz es de repente áspera. —¿Has estado enamorado alguna vez de mí? Se le cae la cabeza mientras piensa. —Te amo —dice—, pero… no del modo correcto. Mi corazón se cae mientras la realización se asienta. Él me ama, él nunca ha estado enamorado de mí. —No me amas del mismo modo que amas a Olivia.

Se estremece como si lo hubiera golpeado. Durante un momento, su guardia está baja, y veo tanto daño en su cara que me desconcierto. Lo cubre rápidamente. Parece arrepentido, realmente lo parece, o tal vez es sólo mi visión que se ha enturbiado debido a mis lágrimas. Me desplomo en una pila otra vez y tiro de mis rodillas hasta mi pecho. Oigo que él se desliza hacia abajo a mi lado. Durante un largo momento, ninguno de nosotros dice nada. Mentalmente vuelvo a reproducir el año que él paso pretendiendo tener amnesia, volviendo a revisar las conversaciones y las visitas del doctor. No puedo encontrar una sola grieta en su historia. Lucho a través de los recuerdos, tratando de encontrar al menos un momento en ese año donde sentí que estaba siendo mentiroso, pero no hay nada. Parezco una tonta. Tan usada. ¿Cómo podría estar tan enamorada de un hombre que quiso tanto engañarme? Parezco una pieza de basura, desechable y no deseada. Sé que soy un lío; mis lágrimas han atrapado mechones de mi cabello y se han estancado en mi cara, una cara que siempre se pone roja y con manchas cuando lloro. Nunca le he dejado verme así, ni siquiera cuando mi padre murió. Hay tantas preguntas, tantas cosas que tengo que saber, pero mi lengua tercamente se queda pegada en mi paladar. Caleb trató de recuperar a Olivia. No una, sino dos veces: primero cuando él fingió la amnesia, y la segunda vez cuando la contrató para ser mi abogada. ¿Si la quería con tanta fuerza, por qué no me había abandonado cuando tenía la posibilidad? No estaba en su naturaleza arrastrar sus pies. Tiemblo ante su honestidad. La verdad punzante de cómo lo había presionado en que se me propusiera después de que expulsé a Olivia de la ciudad hace ecos en mi cabeza. No. Esto no es mi culpa. Él no tenía que casarse conmigo. Puede que yo haya jugado ferozmente para quedármelo, pero creía que él me amaba, que él quería pasar su vida conmigo. Nunca me demostró lo contrario. Entonces me di cuenta de algo más: Caleb no está tan bien como siempre he pensado. Su integridad, su honestidad, el modo puro y desinteresado para cuidar de la gente que ama… todo se evapora a la luz de este nuevo y engañoso Caleb. Mi Dios… él hizo todo lo posible para llegar a ella y yo hice todo lo posible por mantenerla lejos. ¿Siempre he sabido en el fondo de mi mente que soy la segunda opción? Muchas personas tienen su primer amor a quienes realmente nunca llegan a superar ¿pero cómo podría haber captado el nivel de su obsesión por Olivia? ¿Qué tipo de mujer soy yo si a sabiendas me casé con un hombre que no me amaba? Él es un ladrón. Me robó mi vida; le robo la de ella. Maldita sea, ¿por qué incluso estoy pensando en la vida de ella?

Mi primer pensamiento claro es que quiero hacerle pagar. Destello a un pensamiento irracional, donde me imagino atar de pies y manos a Olivia y tirarla al pantano para que los cocodrilos lidien con ella. Por supuesto que nunca haría eso, contrataría a alguien para que lo hiciera para mí. Desfilo entre todos los archivos de todas las otras bombas emocionales que puedo dejar caer en él. He dicho tantas mentiras que tengo un entero bufete turbio para elegir. Saco el peor y froto mi barbilla en mi hombro. Éste le hará daño, probablemente más profundo que cualquier cosa que pudiera hacer o decir sobre Olivia. Listo... a sus marcas... —Estella no es tuya.

Traducido por Apolineah17

E

l odio es un sentimiento enorme. Es caliente y opresivo como el fuego. Comienza por quemar a través de la razón otorgada por Dios hasta que no queda nada de ella, excepto un montón de cenizas. Se mueve hacia la humanidad a tu lado, lenguas calientes se mueven rápidamente a través de los pocos y restantes hilos de inocencia hasta que éstos se funden entre sí y se transforman en algo feo. Entonces, en los escombros de lo que fuiste, el odio planta una semilla de amargura. La semilla crece en una enredadera y la enredadera asfixia lo que toca. Ahí es donde estoy; la enredadera envuelta con tanta fuerza alrededor de mi cuello que apenas puedo respirar. Una mano está sobre esa enredadera, la otra se presiona contra mi pecho para evitar que todo se desmorone. Él me dijo que me amaba. Se suponía que él me protegería del dolor, no que me lo infringiría en la más cruel de las formas. Me traicionó. Estoy muriendo. Estoy muerta. ¿Por qué todavía sigo respirando? Dios, no sé cómo hacer que el dolor se detenga. Todavía tengo columna vertebral. He estado lisiada de otras maneras, pero todavía tengo columna vertebral. Sus brazos eran cálidos. Ahora, la única calidez que siento proviene de la sangre que continua palpitando a través de mis venas. Así es como sé que estoy viva. He fingido orgasmos. He fingido sonrisas. He fingido felicidad. Caleb fingió amnesia y luego fingió toda una relación. Lo golpeé en lo que más le duele. Él pensó que Olivia podía hacerle daño, yo voy a lastimarlo peor. Seguiré haciéndole daño.

Y si él va de nuevo detrás de ella, me levantaré y haré todo lo que esté a mi alcance para mantenerlos alejados. Algunas personas nunca cambian. Creo que soy una de ellas.

Nota mental: El amor es paciente, el amor es bueno. El amor no es jactancioso o presumido. No hay arrogancia en el amor; Nunca es grosero, rudo o indecente, no es egoísta. El amor no es fácilmente alterado. El amor no cuenta los errores. El amor confía, espera y perdura sin importar qué. El amor nunca será obsoleto. Voy a luchar por ella. Thief Caleb Drake nunca se recuperó de su primer amor. No cuando se casó. No cuando ella se casó. Cuando la vida de repente da un giro, Caleb debe decidir hasta dónde está dispuesto a llegar para tener de vuelta a la distante y seductora Olivia Kaspen. Pero por cada acción en la vida hay una consecuencia, y pronto Caleb descubrirá que a veces el amor llega a tener un precio insoportablemente alto.

Yo soy una villana de la vida real, de verdad. Yo bebo cantidades enfermas de Starbucks. La mayoría del tiempo mi cabello huele a café. Nací en Sudáfrica, y viví allí durante la mayor parte de mi infancia. Me mudé a Seattle sólo por la lluvia. Roma es mi lugar favorito en el mundo hasta el momento, París viene en un cercano segundo lugar. Leo y escribo más de lo que duermo. Cuando tenía once años, escribí una novela entera sobre huérfanos fugitivos, utilizando sólo tinta púrpura. Soy adicto a Florence and the Machine y viajaré a ver conciertos. Me encantan las películas de terror y las jirafas. Me paso demasiado tiempo en Facebook. ¿Nos vemos ahí? Me gustaría escribir una novela que a todas las personas le gustara, pero ni siquiera JK Rowling podría hacer eso. En cambio, trato de escribir historias que mueven las emociones de las personas. Creo que la tristeza es la emoción más poderosa, y si se une con pesar, los dos se convierten en una fuerza dominante. Me encantan los villanos. Tres de mis favoritas son la madre Gothel, Gaston y la Reina Malvada ya que todos sufren de un caso bastante malo de vanidad (como yo). Me gusta hacer este tipo de personalidades el centro de mis historias. Me encanta la lluvia, la Coca-Cola, Starbucks y el sarcasmo. Odio los malos adjetivos y la palabra "arder". Si lees mi libro, te quiero. Si no te gusta mi libro, yo todavía te quiero, pero por favor no seas malvado, porque soy medio ruda, medio llorona.

Soñadora Apolineah17

Jo

Katt090 erudite_uncured12 MaryJane♥ Carmenlu Isa 229 Xhessii lililamour Celemg Valentine†

ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

Soñadora Apolineah17 Eni ElyCasdel Pachii Itorres flochi Anelynn*

ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

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sea por conservarlo. ¿Dudas de mí? Tengo todo lo que se suponía que sería tuyo. En caso de que te preguntaras, ya ni siquiera piensa en tí. No lo dejaré ir...

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