líSEOREGlOS

Nuestro planeta 1

CUATRO REALES

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f. SBMPERE Y COMPA~1~ BDITORBS

Calle del Palomar, número 10 VALENCIA

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Sncnrsal: Mesonero Romanos, ~2 MADRID

, p . S emperre y Comp.a

Edito11es. ~ .. VRllENCIA

Obras publicadas á UNA. peseta e l tomo Gnliano.-l.as t11 =1/lllla twches. ramo (Siblla).-1•~<1 '"'j r·. f. taxis, Bonafoux, ·Biasco llla11ez. - Emillo n•cn~á

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'lexis.-Lns eh cns ,¡~¡ amigo Leftbre. Jlamira.-C'oaas d, 1 din. flrg '1 Guerra.-J,¡/ero lo.• extranjeros. ClKouulne.-JJios '1 .¡ Fstado. Id. -1' ,¡ ¡·alt:ww. Socialismo y Aufi/, oloqismo. ;aróro d Holbach.- JloiséB, Jesus y .Jlah(

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:::audelairo. Los paraísos artiflciates. eeuuzzi.-C'n 11cion y vida. Cjmrnson.-J;/ Rey. Id. -El guanle.-]lás. alld de tcu {ttu=ns humanas. "lasco lbáilez.-('ueulos valenda-ttOB. Id. -Ln condenada. Oouhelier.-F/ n 11 sin corona (drn.mn.). uovlo (Juan).-Las doctrinas de tos p artí''"' ,,o{¡ tu os

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Cracco.-J/a~,·ns

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humanas.

o•·ttbú el ctmor.-Bjmr nson.rlltt qwebra. CJchner.-l'
r.tururto

Camandante +++.-.A si hablaba Zorra· ''Cfsi ·o.

Conde Fa11raquer.-La e:z;putaión de loe j,sui/cpt,

Chamfor t.-C11adros hist61·icos de la R evoluctv!a francesa.

D'Annunzlo.-Epíscopo y Oompwn.ía. Darwln.-El origen clet hombre. Id. -j}fi viaje a.t1·ededor d el mundo. 2 tomos. Id. -OriyP•c de las especies. S t. Id. -EJ'}JI'eBión de tas emociones en el lcombn~ 11 Pll los animales. 2 t. Oaudet.-Cue111os cwcorosos y pat1·ióticos. Del Casti llo (8. E.).-Dos Américas. Id. - JlutuaUdad, Ooopen~r tismo y P revisi ón. Del Castillo Már quez (F. X.) .-Baj o otro• cielo>.

De la Torre.- Cuentos

d~l JúcOII'. Oe llino .-Atomos 11 ast1·os. Oeutsch.-Die= 11 seis a11os en Siberia. ll t. Oide -Jliaufl Sn·vet '1 Oalvi1w. Oldero t.-Obras filosófic as. Oraper.- Conflictos entre La Religión y la

t '"-'liCia.

EchagUe.-Prosa de comba te. En g el s.-OI'ifi~n tiP la fam ilia, de la pro· ¡Jie!lnd ¡n·, va.: 1 .11 del Estallo. 2 t. Fabbri. -Simlicrclismo ¡¡ rcnarquism{).

Faure.-Rl tlofot• IIIIÍ!!C1'8aL. 2 t. Fi not .-F.I prrjuicio rlf lns ra z a s. 2 t. Flaube rt.-Po1·1os CtWI JWB ¡¡las pl a yas.

Flaubert.- La tentación d e San .Antoni: France (Anatole).-Ln cortesana de .L, )undria (l'ais). Franc és.-.1fiedo. Garcia Calde rón.- Hombres ~ id eas de ll/tP!If¡·o

li·~mpo.

Garchine .-l,n guerra. Gautie r (Judi1 h).- Las crueldad es del awo1 Gautier (Teófilo).- Un viaje por Espallu. G e orga . - l'ru~¡reso 11 ntiseria. 2 t. Id. -L'robl~llltts sociales. Gómez Carrlllo.- fl. s{lle de visiones . Id. - Pur t ie?'1'Ct8 lej anas. Gon court .-La ram~ra E lisa. Gorki.- Los ex hombres. Id. -En l a ]n'isión. Grave.- La sociedad futura. 2 t. Id. - L a sociedad mor ibu nda y la anal' quía.

Guerln Glnlsty.-EI fango. Gutlér rez Gamero.-La.derrota de Jlnlla r Guy de Maupassant.-El llo1·la . Id. - L a munccbía. Hamon.- Detenninismo y responsabil irln ,¡ Id. - Psicología d el milittu · pt·or~ siounl. - Psicología del socialista · a na 1 quista. Id. -Socialismo 11 anm·qui811lO. Hmck ei.-Los eniymas del u,th•e¡·so. 2 t. Id. - L as maraviUns de .l a -vidct.!! 1 lfaggard.-El h ijo de los boe1·s. Helne.- De la A lemania. 2 t. Id. - Los d io.•es •'n el drsl ien·o. Hugo (Vfctor).- EI suelto det Pc~pa. lbsen. - La comedia de l a?nm·.-J.os r¡w 1'1·e1·os en I l elgPt aud. Id. -Empe1·a.dor y GaULeo. - J ul· ]J)mpe¡·ador . 2 t. Id. - Los espectros.- Ifedda Gnbte1· Id. - Cuando ¡•es·ucitemcs.- Jtlanbriel BoTkman. lnchofer.-L a moncwquia jesuítica. lngegnleros .-La simulnción en la l11th por la virln Id. - Italia en la vida, en la ci''' cia y e11 el a rte. Jacqulne t (Ciemenc la).- I bs.n¡¡ s11 o br o Kropotklne.- Lu COitquistn del 71an. Id. - l'lttabms d·· w1 J'ebl' ltle. Id. - Oam¡•os, (ubricns¡; la l/ Prt Id . -Las prisiones Id . -El a]wiJO mutuo. Un {acl• de 1n ~volución. 2 t . labrlola ( Arturo ).-Rc{orma y ?·evolltci•l Id.

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labrio la (Antonlo).-Del m aten'aliswo hi tórico.

l aclos.-Las amistades pe/ig¡·osas. l a ugei. -Los prolJ/e7ntcs de l a. X a hu·tclr.:• Id. -Los p¡·ob/emas del nlmcc. Id. -Los ¡noblemns de la vitla. Leone.-EI Sindicnlismo. López Ba llesteros.-./unlo (1 l ns máq11 i no Lubock.-Lct dichn clr In vida. Mackay.-Los amcrr¡uisf tl8. Mmterlinck.-R/Ieso,·o tle los lwmild ,.•. Ma lato.-Piloso{ut 11,1

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NUESTRO PLA NETA

ELrSEO RECLÚS

OBRAB DEL MISl\IO AUTOR

NUESTRO PLANETA

PUBLICADAS POR ESTA CASA

Traducción de R oberto Roúert

Et,olución !J rel'olución.-U na peReta.

La moutwia -U na peseta. jlfis eJplorariones en América .-Una peseta El arro!Jo.-Una peseta.

--F.

SEMPERE y CoMPAÑÍA, EDITORES Calle del Palomar, núm. 10

VALENCIA

CAPÍTULO PRIMERO

La Tierra en el espacio E 1t a Oa sa Edi t or ial obtuvo D iploma. de H onor 11 lJf~ dalla de Oro en la E:r:pol icídn R eg iollal de Val enci a d e 190,.

I P equeñez de la Tierra comparada con el Sol y las estrellas. Grandeza. de s us fen óm en os.- F orma y dimensiones del globo t e rrestre.

...

Imp. de la Oua Editorial F. Sempere y Comp.•-v.A.L:ucu.

La Tierra que habitamos es uno de los as tros más ínfimos , y casi se escapa, á fuerza de exigüi· dad, á las miradas de la inteligencia del a strónomo que sondea las inmensidades del espacio. Simple s atélite del Sol, cuyo volumen es 1.255.000 veces más grande, no es más que un punto relativamente á las enormes extensiones de éter recorridas por los planetas que gravitan hacia su globo central; el mismo Sol es como una chispa perdida entre los 28 millones de estrellas descubiertas por el anteojo de Herschel en la Via Lllctea; por último, esta inmensa aglomeración de

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soles y planetas, que parece que forma una han. da de luz alrededor del Universo entero, no es en realidad mlls que una nebulosa, es decir, una nube de astros, semejante A una niebla que se desvanece por el espacio infinito. Mlls allA de nuestro cielo se extienden otros cielos, y luego otros mlls, que tarda la luz eternidades en recorrer, A pesar de su prodigiosa rapidez. ¿Qué es la Tierra en ese abismo sin fondo de las estrellas? Aislada puede parecernos inmensa; demasiado vasta para nuestra pequeñez, no nos ha dejado descubrir toda su superficie, pero en relación con el mundo sideral, es menor que el grano de arena comparado con la masa de las montañas, menor que una molécula atmosférica comparada con la extensión de los aires. Verdad es que no es mAs que un grano de polvo la Tierra para el que ve las nebulosas en el camp~ de su telescopio, y sin embargo, no es menos digna de estudio que todos los astros del cielo. Si no tiene la grandeza de sus dimensiones no deja de ofrecer en todos sus pormenores infi~ nita variedad. Las generaciones enteras que se suceden en su seno podrían pasarse la vida estudiAndola, sin acabar de conocer completamente su belleza, y no hay ciencia especial cuyo objeto sea una parte de la superficie terrestre ó una serie de sus productos, que no ofrezca A los sabios inagot.able dominio. Este globito es, lo ~ismo que el Cielo, un verdadero cosmos, por la admirable

armonia de sus partes y de su conjunto. Este planeta imperceptible es, desde cierto punto de vista, tan grande como el Universo, porque es expresión en las mismas leyes. Por la forma de su órbita, por sus diversos movimientos de traslación y rotación, por la sucesión de dias y estaciones y por cuantos fenómenos gobierna la gran ley de la atracción, la Tierra es representante de los mundos; en ella estudiamos todos los astros. Nuestro planeta es un esferoide, es decir, una .esfera achatada por los polos y convexa en el Ecuador, de modo que todas las circunferencias que pasan por el extremo del eje polar tienen forma eliptica. La depresión de cada polo viene á ser de una trescentésima parte del radio terrestre, ó sea de 21 kilómetros, pero no es seguro que ambos casquetes polares estén igualmente achatados. Tal vez exista un contraste entre los dos hemisferios, no sólo por el relieve de los continentes y la distribución de los mares, sino ·también por la forma geométrica. Sea de ello lo que fuere, parece demostrado que la curvatura no es exactamente la misma en todas las partes de la Tierra situadas A igual distancia de los polos; Jos meridianos, sin excepción, son elipses irregulares. Las mediciones recientes de grados llevadas A cabo por los astrónomos, especialmente la gra~ triangulación ejecutada desde 1816 hasta 1852 bajo la dirección de Struve, desde las eostas del Océano Glacial hasta las orillas del

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Danubio, han revelado en la forma terrestre sin~ guiares desviaciones, causadas, ya por la naturaleza geológica del suelo, ya por la proximidad de poderosas aristas de montañas. De las comarcas de Europa, Inglaterra é Italia tienen una superfi.. cie notablemente más achatada que la de los paises vecinos. Parece además que una hinchazón perpendicular al Ecuador, y por lo tanto paralela al meridiano, forma un relieve alrededor del mundo, pasando á través de Europa y África, unos doce grados al Este de la longitud de Paris; en cambio, dos depresiones ó polos de segundo orden, achatados en unos dos kilómetros, algo más de la tresmilésima del radio terrestre, corresponden á ambas regiones de la zona ecuatorial, donde las tierras están muy hundidas, uno á 102 grados del Este de Par1s, en medio del archipiélago de la Sonda; otro en el hemisferio del Oeste, cerca del istmo de Panamá. Esas desigualdades de curvatura, que indudablemente son variables y corresponden á los cambios de lugar del centro de gravedad del planeta, no se revelan más que al astrónomo y no interrumpen en ningún paraje la horizontalidad aparente de la superficie de las llanuras y los mares. Las dimensiones de la Tierra no pueden compararse con las de los grandes cuerpos celestes, y sobre todo con las del espacio que pueden sondear los telescopios. Si la luz (cuya velocidad se

toma en astronomía como término de comparación) pudiera propagarse siguiendo un a linea curva, daria siete vueltas á la Tiert'á en un segundo, de modo que esa medida, única conveniente en los espacios estelares, es completamente inaplicable á la superficie de nuestro globo. El hombre, que es tan pequeño con relación al planeta, empezó por usar como medida de su dominio todo ó parte de su propio cuerpo, como el pie, el codo, el brazo ó la distancia que r~rre durante un espacio de tiempo determinado. Á fines del último siglo, los sabios que honraban entonces á Francia imaginaron dividir exactamente la circunferencia de la Tierra en partes iguales que sirvieran de medida común para todas las distancias terrestres. Esa medida común ó metro, que con auxilio de sus múltiplos ó divisores permite evaluar tan fácilmente la circunferencia de la Tierra como la de una molécula apenas visible, es la diezmillonésima parte del arco descrito desde el Ecuador hasta uno de los polos. Á consecuencia de errores inevitables por las dificultades de la medición, el metro ideal supera al metro usual en una undécima parte de milímetro, pero puede despreciarse en la práctica sin inconveniente esa diferencia mínima, per· fectamente invisible á la simple vista. La 11nea que da vuelta á la Tierra pasando por los dos extremos polares viene á tener una longitud de unos 40 millones de metros ó de 40.000 kilómetros. Como ha hecho notar Schúbert, esta distancia

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podrta recorrerla un hombre fJ. paso normal en un año, siempre que no se parara un momento. La superficie del globo, calculada por Wolfers según las medidas mfis recientes que han hecho los astrónomos en diversos paises sobre los arcos de longitud y latitud, debe de ser de 509.990.553 kilómetros cuadrados. Según el astrónomo Enke, es de 509.950,658 kilómetros cuadrados y la masa planetaria se eleva fJ. mfis de un trillón 83 billones
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Movimientos del planeta: rotación diurna, revolución anual.Dia sideral y día solar.-Sucesión de días y estaciones.Diferencia de duración entre las estaciones de ambos hemisferios.- Precesión de los equinoccios.- Nutación.- Perturbaciones planetarias.-Traslación de la Tierra hacia la constelación de Hércules.

La Tierra, glóbulo aislado en el espacio inme?so, no permanece inmóvil, según supon tan los ant1guos pueblos, viendo en ella la base inquebrantable del firmamento. Arrebatada por el torbellino d~ la vida universal, muévese sin descanso, describiendo en el éter una serie de espirales e11pticas tan complicadas, que todavía no han logrado los astrónomos calcular el conjunto de sus diversas

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O de latitud, la velocidad de la rotación es de unos 14 kilómetros por minuto; en Paris, pasa de 18 kilómetros; en la linea ecuatorial, que puede

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considerarse como la llanta de una rueda gigan· tesca, dicha velocidad es doble de la que arrastra á la Tierra en el grado 60, ó sea de un os 28 kilómetros por minuto, ó 464 metros por· seaundo casi . o ' 1gual á_ la de una bala de cañón de 12 kilogramos despedid a por ü kilogramos de pólvora. Gracias al movimiento de rotación, la Tierra presenta alternativamente al Sol una y otra de sus caras, para volverlas luego hacia los espacios relativamente obscuros del éter; as! se establece la sucesión de d!a s y noches. Además, la rotación terrestre es un hecho capital que hay que tener en cuenta para deter·minar· la dirección de los fluidos en moví· miento sobre_ la superfici_e del globo, como ríos y arroyos, corl'lentes mar!t1mas y atmosféricas. La revolución anual que la Tierra describe alrededor del Sol se verifica siguiendo una elipse uno de cuyo~. focos lo ocupa el astro centrn l, y cuya excentricidad es casi igual á las 17 milésimas del eje mayor. La di~tancia que separa el Sol del planeta ,·aria, pues, constantemente según los puntos de la órbita que recorre la Tierra. En su a.felio, es decir, cuando está más lejos, esa distanCia es de unos 150 millones de kilómetros· en el perihelio, cuando están más cerca los dos 'astros es de unos 145 millones. Los astrónomos ha; evaluado la distancia media, desde las correcciones de Encke, Hansen, Foucault y Huid, en 147.800.000 kilómetros. Ese es un espacio que re· corren los rayos solares en 8 minutos y 16 segun-

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dos; el sonido tardaria 15 años en atravesar la misma extensión. Según ha formulado Keplero en sus célebres leyes, el planeta se mueve con más rapidez cuanto más cerca está del Sol y retrasa su marcha en proporción de su apartamiento del astro, pero. su velocidad media puede calcularse en unos 30 ktlómetros por segundo, ó sea en 60 veces la rapidez de una bala al salir del cañón. Esa rapidez, en la ~ual no se puede pensar s in vértigo, se suma, en todos los puntos de la superficie terrestre, con el movimiento de rotación que la arrastra alrededor del eje polar. Modificada por ese movimiento, la linea descrita por un punto cualquiera de la superficie terrestre se convierte en espiral. Después de haber girado 366 v~ces sobr~ si misma la Tierra ha recorrido su órbtta, y relattva· mente ~l Sol se encuentra en la mi s ma posición que al salir del punto de partida. Acaba de cumplir el año. Durante ese espacio de tiempo, com' puesto de 366 revoluciones terrestre~, el ~ol no ha iluminado sucesivamente cada hemtsferro más que 365 veces. ¿Cuál es la causa de esa anomalla aparente? ¿Por qué un movimiento completo de rotación ejecutado por el globo alrededor de su ~je no coincide exactamente con el d!a solar? Porque al girar la Tierra sobre si misma, arrebatada ~n su inmensa órbita, cambia constantemente de posición con relación al Sol. Co·n· rel~ción á las ~strellas , situadas á distancia cas1 mfimta de nues-

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tro sis~ema, el planeta puede decirse que permanece stem~re en el mismo sitio, y por consiguiente el di a Sideral, es decir, el intervalo que separa d~s pasos de la misma esttella por encima del m1smo me.ridiano terrestre, presenta precisamente la duración del movimiento rotatorio de nuestro planeta. Después de cada revolución cotidiana, el planeta presenta á esos astros lejanos la misma parte de su superficie, y si se extinguiera de pronto la luz del Sol, si una estrella como Sirio ó Aldebarán se convirtiera en nuestro gran foco de resplandor, nuestros días tendrían la duración exacta de una rotación terrestre, es decir, unas 23 ho.ras y 5n minutos. Pero el Sol es una estrella próx.Jm.a á. la Tierra. Mientras ésta verifica su m O\'Jmtento de rotación sobre sí misma recorre 2.581.000 kilómetros de un arco de la órb' 1.ta,. por . . consiguiente, el Sol, en su marcha aparente, parece que retrocede otro tanto, y para que la Tierra le pres~nte exactamente la mis ma parte de su s uperficJe que al principio de su evolución tiene que rodar. cuatro minutos más · El d< · ' · te . 1a s1gmen ot~o movimiento d-e la Tierra añade otros cuatro mm u tos á la .dura ció n del día, y así sucesivamente hasta final~zar el año. Esos aumentos diarios de cuatro mmutos á la longitud de los días for man dur~nte un año un tota l de minutos igual á la duración de un dta de rotación, de lo cual re... sul.ta q~e el número de los días solares del año es mferwr en una unidad al de los días siderales~

La rotación cotidiana de la Tierra alrededorde su eje produce la sucesión de días y noches, y su revolución anual alrededor del Sol causa la alternativa de las estaciones. Si el eje de la Tierra, es decir, la linea ideal que une ambos polos, fuese perpendicular al plano de la órbita anual, es evi· dente que la parte del globo iluminada por el Sol se extendería invariablemente de un polo á otro y los dias y las noches se compondrían exactamente de doce horas en ambos hemisferios. Pero no sucede así; la Tierra se inclina al verifica r su movimiento de traslación; s u eje está inclinado unos 23 grados y medi o sobre el plano de la ói·bita y sostiene esa linea ideal en una posición que se puede considerar como invariable relativamente á las rápidas peripecias de los dia s y las. estaciones. Esta oblicuidad del eje ocasiona contmuos cambios de aspecto. La parle de la Tierra ilu~i~a· da por los rayos del astro central varia. dianamente, porque si el eje del planeta so~llene ~u extremo fijo hacia un mismo punto del e~pac10 infinito ofrece á consecuencia de la traslac1ón del globo u'n grado de inclinación que cambia sie~­ pre con relación al Sol. Dos veces al año está dispuesto de tal manera, que los rayos solares caen perpendicularmente sobre el Ecuador del glo?o; en todos los demás periodos de la revolucJó? anual, ya el hemisferio septentrional, ~a el men· dional, es el que recibe la mayor cantidad de luz. El año astronómico empieza el 20 de Marzo.

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en el preciso momento en que el Sol alumbra verticalmente el Ecuador y hace pasar por los dos polos el circulo de separación entre los rayos y la sombra. Entonces el periodo de obscuridad es igual al de luz y mide exactamente doce horas en cada punto de la Tierra. Por eso se llama equinoccio (igualdad de noches). Pero pasado ese dia, que sirve de punto de partida á la primavera en el hemisferio del Norte, y que fué designado durante algunos años en Francia con el nombre de 1. 0 de Germinal, continúa la Tierra su movimiento de traslación. Gracias á la inclinación del eje, el hemisferio boreal, vuelto hacia el Sol, recibe más cantidad de luz y el hemisferio meridional está menos alumbrado. Los rayos verticales del Sol caen cada vez más al Norte del Ecuador, y el cir· culo de luz, lejos de pararse en los polos, donde empieza á reinar un día de seis meses, se extiende mucho más allá sobre las regiones boreales. Por último, el 21 de Junio, dia del primer solsticio (1), encontrándose el eje de la Tierra muy inclinado hacia el Sol, este astro irradia en el cénit del trópico de Cáncer á 23 grados y medio al N orle del Ecuador, y su luz ilumina toda la zona glacial ártica, es decir, el casquete terrestre que cubre un (1) El nombre de solsticio de verano es impropio, puesto que sólo conviene á las comarcas del hemisferio septentrional ' y el solsticio de verano de Paris es de invierno en el Cabo de Buena Esperanza. Tampoco deberían llamarse los equinoccios de otono ni de primavera.

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espacio de 23 grados y medio alrededor del polo Norte. Entonces acaba en el hemisferio septentrional la primaver·a y empieza el verano. En cambio, en el meridional sucede el invierno al otoño. Al Norte del Ecuador hay días largos y noches cortas, y al Sur las noches duran más que los dias. En la zona ártica, el Sol desct·ibe com platamente encima del horizonte la espiral de movimiento aparente de rotación diurna. · El di a de seis meses inaugurado en el polo Norte con la primavera alcanza la hora de mediodía el primer día del verano y empieza la media noche en el mismo instante para las tinieblas que ocupan el polo Sur. Inmediatamente después del 21 de Junio, los fenómenos que se han verificado durante la estación anterior se reproducen en sentido inverso. El Sol parece que retro ceda hacia el ho!'izonte del Sur; sus rayos verticales dejan de caer sobre la linea del trópico septentrional, y se acercan constantemente al Ecuador; la zona de luz del polo boreal y la zona de sombra d.el ~ustral, se van estrechando al propio tiempo; dtsminuyen los días en el hemisferio del Norte y crecen en·el del Sur; poco á poco se restablece el equilibri~ entre ambas mitades de la Tierra. El 22 de Septtembre vuelve á encontrarse el Sol directamente encima de la linea ecuatorial, y su luz roza los dos polos. El equinoccio, ó igualdad absoluta de los días Y las noches en todas las partes del globo, se pre2

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senta por segunda yez durante el año, pero ese momento de equilibrio no es, digámoslo asi, más que un punto matemát1co entre dos es_taciones. El eje de la Tierra, que durante los se1s meses transcurridos lwbía vuelto el polo Norte hacia el Sol, le prel:>enta entonces el polo Sur; los rayos verticales del a!:5tro central caen al i\lediodía del Ecuador· tene~tre, y el hemisferio meridional re· sulta á s u \e:t. ganancioso en cantidad total de luz )' en longitud de los días. E m pie1a para él la pn· mavera, y para el otro el otoilo. Tres meses después, el 21 de Diciembre, el Sol se encuentra d1 rectamente encima del trópico meridional ó de Capricornio, á 2:-3 gt·ados y medio o! Sur· del Ecuador terrestre, y lu zona glacia l antártica queda completamente nlumbrada por su~ rayos. De-;pués, gracias al movimiento de traslación del globo, esa.;; dos e~tacione:s s1guen cada cual su cu rso en sentido iu,·et·so hasta que la Tierra se encuentra al cHllo en posición análoga á la del punto de partida; el equinoccio de Marzo, prime1· dí3 de la primaver·a en Europa ) de oloilo en Aus· t~·alia. empiezn de nue\'o el uilo astronómico. La formH elíptica de la órbita terrestre y la ~elocidad de~igunl del globo en los dt::;tin tos pun · to~ de su recotTido, dan por resultado una dife· r·encia muy notable de longitud en la duración de la":S el:>laciones. En efecto, del 20 de i\larzo al 23 de Septiembre, es decir, durante la primtn-era y el . verano del hemi::derio boreal, tarda la Tierra 18o

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dias en describi r la primera y mayor parte de su órbita, y durante el periodo de invierno, desde el 22 de Septiembre hasta el 20 de Marzo, no emplea más que 179 días en recorrer la segunda parte. El período eslivu 1del hemisferio boreal es 7 ú 8 días 1nayor que el período correspondiente del hemis· ferio meridional; además, á consecuencia del ma· yor espacio de tiempo durante el cual permanece vuelto hacia el Sol el polo ártico, el número de horas del día es mayor en el hemü,ferio del Norte que el de horns de noche, cu ando en el hemisfe· rio austral ocurre lo contrario. Hay cierta com- • pensación, porque si dura menos el ver·ano en la parte meridional de la Tierra, el planeta ~e encuentra durante esa estación más cerca del Sol; pasa por el perihelio, y por lo tanto recibe mayor cantidad proporcional de calor. Pero no se puede dudar, como lo demuestra la observación directa de las temperaturas y la de los vientos y co· rl'ientes, de que la s tierras del Sur, á igual <..listau· cía del Ecuador, son más fria:s que las del N arte; el problema está en averiguar si ese fenómeno se origina en la distribución de los continentes ó del contraste entre las estaciones que presentan am· bas mitades de la Tierra. En resumen: ¿el hemisferio austral gana por su proximidad al frío central tanto calórico durante la estación cálida como ganó el opuesto por ~u exposición más prolongada á los rayos solares? ¿Hay perfecta compensación? Así opinan la mayoría de los astrónomos; basán·

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dose en el célculo, afirman que en cada hemisferio la intensidad del calor está en razón inversa de su duración: otros sabios, siguiendo el sentir del matemlltico Adhanar, autor de una ingeniosa teoria sobre la periodicidad de los diluvios, piensan que por la irradiación nocturna, el hemisferio cuyo verano es mlis corto se enfria mucho mAs que el hemisferio opuesto. Sea de ello lo que fuere, si el equilibrio entre las estaciones no existe actualmente entre ambas mitades del mundo, acaba por restablecerse después de una larga serie de siglos, á con ecuencia del lento movimiento terreslt'e conocido con el nombre de prece ión de los equinoccio :como un peón da vueltas por el suelo inclinllndose en todos sentidos y describiendo con su eje un cono ideal, gravita la Tierra en el espacio balanceando lentamente la linea de los polos. Esa linea, siempre inclinada unos 23 grados y medio sobre el plano en la órbita terrestre, gira lateralmente, apuntando A cada paso á una nueva región del cielo; si se la prolongara indefinidamente, se la verla dibujar un c1rculo en medio de las estrellas; cambiando as1 constantemente de dirección el eje de la Tierra, el plano del Ecuador ha de varitlr exactamente del mismo modo en la posición que ocupa respecto al Sol. En efecto, todos los años el momento preci:so del equinoccio de l'vlarzo se adelanta veinte minutos sobre la hora del año precedente. Cada revolución de la Tierra alrededor del Sol lleva

constgo un nuevo adelanto de 20 minuto ~ ,) como el eje del planeta no cesa de girar durante ellt·ansCUI'SO de las edades, ocurTe que después de un período de 12.900 años e tran:::,{orman por com· pleto las condiciones de las estacione . El hemisferio que recibía más calor, recibi1·á menos, y el que tenía más días de invierno, gozaré de verano mAs largo. Después de otro periodo de 12.!300 ~ños, durante el cual las rela ciones enli'e las estacwnes de ambos hemi ferias se verificnn otra vez, el eje de la TietTtl completa s u balanceo, que ha durado 258 siglos , la posición del globo re!::ipeclo al Sol vuehe á !::iel' poco más ó men os lo misma que en el punto de partida y empieza el egundo ciclo de e l8ciones. Pudiera darse á es e período el n o mbr·e de aiio gra11de de la Tierra, si el planeta, al fi.n~liz~r tal espacio de tiempo, se encontrara en posición Idéntica á la que ocupaba al principio, pero no o?urre así. La a tracción de la Luna, las perturbocwnes causadas por lo proximidad de los planetas, mo· difican sin cesar la curva descrita por el eje terres· tre en el espacio y la complican con mult.itu~ de espirales, cuyos períodos diversos ~o cmnctden con el gran periodo de balanceo del eJe. Las o~qu­ laciones sucesivas forman un sistema conttnuo de espirales entrelazadas. . . Y hay mAs. Á los movimientos- del g~obo mdtcados ya, A su giro diario, á su revoluctón anu.al alrededor del Sol, al balanceo rHmico de su eJe,

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probado por la precesión de los equinoccios, A la nutación ó balanceo mAs rápido que le hace sufrir la atracción de la Luna, hay que añadir el enorme movimiento de traslación que le arrastra de cielo en cielo A remolque del Sol. Pocos años hace que los astrónomos desconocían todavía ese movimiento, y sin embargo, se verifica con una inconcebible rapidez, doble de la que hace moverse al planeta alrededor del astro central. En un segundo de tiempo recorre la Tierra unos 71 kilómetros hacia el punto del cielo donde está la constelación de Hércules; en un año recorre 2.225 millones de kilómetros. Esa enorme distancia, que la luz no podrla andar en menos de dos horas y cinco minutos, no se sabe si forma parte de una elipse descrita por todo el sistema planetario alrededor de un núcleo de atracción que el astrónomo Maedler creyó descubrir en Alción, en el centro de las Pléy~des, ó si, como opina Carm, tiene por foco, lo mismo que las curvas de estrellas múltip les, un centro de gravedad común A varios astros un punto matemAtico eternamente variable en el espacio infinito. Esa traslación de nuestr·o g lobo natal á través de los cielos insondables nos da una idea de la inmensa variedad de los m¿vimientos que hacen girar los astros como moléculas de una tromba de polvo. Nuestra Tierra es arrebatada por los espacios, sin poder cerrar nunca el ci~lo de sus revolucioues. Desde el dia en que sus primeras células se agruparon, describe por los 1

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-cielos la espiral indifinida de sus elipses, y nunca dejará de girar y oscilar en el éter hasta el momento en que ya no exista en forma de planeta aislado, porque también ha de acabar, como los demás cuerpos del U ni verso; nace y vive para morir. Su movimiento anual de rotación va teniendo menos velocidad; verdad es que ese retraso es poco perceptible, puesto que desde Hiparco hasta Laplace, ningún astrónomo lo habla comprobado todavia; pero como una fuerza cósmica obrando en sentido inverso no compense la pérdida de velocidad causada por el roce de las mareas contra el fondo y las riberas del Océano, el impulso del planeta irá disminuyendo. Después de peripecias imposibles de prever, la Tierra acabará por cam· biar completamente de situación y perderá su existencia independiente, ya para unirse con otros cuerpos planetarios, ya para dividirse los fragmentos, ya para caer encima del Sol como un .aerolito.

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CAPÍTULO II

Las primeras edades

l Op~niones diversas sobre la formación de la.Tierra. -IIipóte818 de La place: graves objeciones que provoca. -Teoría del fuego centraL-Objeciones.

El origen de la Tierra se p!erde en la noche de nuestra ignorancia. Á ningún hombre de ciencia pueden autorizarle sus observaciones ni sus razonamientos para decirnos cómo se formó el plane· ta, aunque nazcan continuamente nuevos astros en 1~ inmensidad del cielo. El telescopio no ha servido más que para comprobar la aparición de esos cuerpos celestes, sin revelarnos su manera de ~armarse. Una vez sola, en Diciembre de 1845t tuvieron los astrónomos la suerte de asistir á la división de un cometa, el de Biela, viendo doblarse al astro, romperse luego y constituir dos núcleos .de distinto tamaño, que andaban por el espaciO uno tras otro. Pero este hecho único noda derecho á imaginar que se forman del mismo

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modo todos los globos del cielo, ni para afirmar que las estrellas y planetas nacen asi por una especie de división. El ingenio humano está redu· cido todavía á hipótesis sobre el nacimiento denuestro globo y de todos los demás. Desde la leyenda del salvaje que hacia nacer la Tierra del estornudo de un dios, hasta la teoría del gran Buffón, según el cual los planetas del sistema solar son sal picaduras arrojadas al espacio por el encuentro de un cometa y un sol, las cosmogonías balbuceadas por los pueblos antiguos y las in ven· tadas por los sabios modernos, no son más que conjeturas más ó menos plausibles é ingeniosas. La hipótesis más aceptada en nuestros días es la que, después de propuesta por el filóso.fo Kant en 1755 y desarrollada por Herschel, ha s1do presentada de nuevo y apoyada magníficamente por Laplace en la Exposición del sistema del mundo, Y es tal la autoridad del geómetra ilustre, que su hipótesis la consideran erróneamente muchas personas como hecho científico perfectamente demostrado. Por lo tanto, hemos de exponer, aunque sea muy sucintamente, un boceto de la historia primitiva de la Tierra. Supone La place, en primer lugar, que el espacio en que hoy se mueve el sistema solar lo ocupaba una materia cósmica gaseosa de alta temperatura y dilatación excesiva, compara~le con ~a de los más enrarecidos gases. Irrad1ando s1n cesar á su alrededor, y perdiendo calórico en be·

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neficio de los espacios que la rodeaban, la enorme nebulosa había de condensarse poco á poco en derredor de un punto central, destinado á convertirse algún día en sol. Atraídas unas hacia otras las moléculas de gas no obedecían sólo al movi~ miento de condensación, sino que eran anastradas en ch·culo inmenso en derredor del eje del sistema. La pél'dida de calórico y la concentración de la masa esferoidal, que era su consecuencia, daban p.or resultado el aumento de rapidez de la rotaCión. Al mismo tiempo la fuerza centrífuga se acrecentaba en proporción, y bajo el influjo de esa fuerza, achatándose la masa atmosférica en ambos po~os, iba tomando la forma de un disco. Por último, la atracción, que habla sujetado las moléculas de la circunferencia y la había impedido e'>caparse por el espacio, estaba equilibrada por la fuerza centrífuga, y mientr·as la mayor parte de la masa gaseosa seguía condensándose alrededor del núcleo central, la zona exterior solicitada á.un tiempo por fuerzas opuestas, dejaba de modificar su distancia relativa al eje del esferoide y tomaba la forma de un reborde circular ó de un anillo giratorio. o.tros anillos, separados de la masa achicada, se aislaban sucesivamente del mismo modo y se?uian describiendo alrededor del Sol su mo~i­ miento de rotación. Con esta hipótesis, esos aniJlos son los futuros planetas del sistema solar Los más ligeros hablan de ser los más apartado~

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del Sol, por la menor densidad de la atmósfera incandescente que los constituía; los más pesados hablan de ser los formados posteriormente de capas gaseosas más próximas al centro del Sol, y por lo tanto, más densas. Nótase, en efecto, que los planetas más distantes del foco central, como Urano y Neptuno, tienen el peso especifico del corcho, y que la densidad de los globos aumenta (aunque sin seguit· una ley absolutamente regular) desde los grandes astros lejanos hasta los planetas chicos y pesados del interior del sistema. Además, los planos de las órbitas planetarias, q.ue están levemente inclinados unos sobre otros, Indicarán la situación del Ecuador del Sol, cada -época en que se verifica uno de esos grandes desgarramientos que ha de dar origen á un nuevo planeta. . Adelgazándose á causa de la pér·d1da lenta de su calórico, los cuerpos anulares conservaban su forma durante una serie de edades más ó menos larga, pero en cuanto, por una perturbación astronómica, se hacia uno de sus segmentos más denso que los demás, éste ejercía una fuer·za creciente de atracción, rompía en provecho suyo la zona de materia gaseosa y la condensaba á su alrededor, en atmósfera concéntrica. Por efecto de las leyes de rotación, tomaba el planeta nuevo una forma esferoidal, análoga á la del astro que le había dado origen, y gracias á la pri~e~a fuerza impulsiva de sus moléculas, su mov1m1ento se

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duplicaba: continuaba su revolución en torno del Sol y empezaba á girar sobre su eje. L~ formación de los satélites se explicaba tamb1 én por· la retirada gr·adua l de la masa gaseos~ de los planetas primarios. Los anillos desprendidos de la zona ecuatorial de estos astros se condens~n también, contra!dos por la pérdida decal~rrco, y e convierten en otras tantas lunas. Los pflltdos anillos de Saturno son los únicos que recuerdan en el cielo la antigua forma de todas las e~feras qu.e la condensación del Sol y de Jos pla~etas ha~ Ido .dejando en el espacio: antes, segun e.:;ta hipótesis, eran una simple hinchazón ecua~onal del planeta primitivo; otro día serán satél.Ites .esféricos, semejantes á las ocho lunas que Ilumman las cortas noches de Saturno. Segú~ la ideas de Laplace, todo el sistema planetar·¡o formó parte en otro tiempo del Sol. El a:stl'O, compuesto únicamente de moléculas gaseo as mucho má:s ligeras que el hidrógeno, englobó en su enor·me . en . redondez todo el espacw que l.o:s planetas (tr~clu o Neptuno) describen hoy sus Inmensa~ órbitas. El diámetro del esferoide solar habr!a Sido entonces 6.500 veces más considerabl~ que hoy, y su volumen habría superado 860 millares .de millones de veces al vo lumen act~~l. TambJén la Tierra, antes de enfriarse y soh.dlf1carse, habría abarcado á la Luna en sus llm!les, y su diámetro habría sido cerca de cien veces el del planeta Júpiter; pero vago, aéreo.

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lfluestro globo no habría tenido más que una vida .cósmica impersonal; al solidificarse, al endurecerse su corteza empezaría su verdadera existencia. Esa es una hipótesis brillante, seguramente la más hermosa y sencilla de cuantas han propuesto los astrónomos: mejor que otra cualq uiera da cuenta del m ovimiento uniforme de trasla-ción de los planetas de Occidente á Oriente; co ncuerda, al parecer, de una manera notable con .ciertos hechos subsiguientes de la historia de la Tierra como nos la cuenta la geología; por último , los maravillosos anillos que rodean á Saturno parece que proclaman la ve rd ad de la teoría imaginada por Laplace. Hasta los experimentos de gabinete parece que reproducen en miniatura el espectáculo grandioso presentado durante las primeras edades por el nacimiesto de los plnnetas. El sabio belga Platean ha encontrado el medio de hacer girar á un globo de aceite en una mezcla de agua y de alcoho l del mismo peso especifico que el aceite. Cuando la revolución del a::;tro imitado es bastante rápida, se ve que el globo se aplasta por los polos, se ensancha por el Ecuador, forma luego una especie de reborde circul ar y produce, por último, verdaderos anillos que se condensan rápidamente en glóbulos animados de un movimiento de rota ción propio y giran alrededor del globo centra l. Aunque esos planetas microscópicos se originan en la expansión de la

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gota de aceito, son reproducción exacta del sistema solar. Pero el mismo Laplace emitió esta hipótesis con desconfianza, y nadie tiene derecho á encontrarla mlls fácil que el gran geómetra. Efectivamente, sus conjeturas no explican la presencia de l~s cometas que gravitan alrededor· del Sol en órb~tas p~rfectamente determinadas, y que en su htpó.tesJs son extraños ~1 sistema solar; tampoco e~piJc?n 1~ fo~ma elíptica de las órbitas planetal'Jas n1 la mch~ación de su eje, y además parece que las de::;m1ente el movimiento retrógrado de lo~ satélite~ de Urano. Las nebulosas lejanas, que los a::,tr·ónomos lomaban por hacinamientos de materia cósmica no condensada, y que eran un p.oderoso argumento en favor de la hipótesis, han stdo re:sueltas en gr·an parte por los telescopios y apare.cen á nue~tra vista como torbellino:::. ó O'I'Upos SJdemle~ de caprichosas formas; muchu: de ellas ~on varwbles y el telescopio nos lus muestra ~u~estvamente bajo muy diversos aspectos. Por ultimo, el ~escubrimiento del análi~i.s espectral, que .ser·á Imperecedero título de gloria para Kirc?~ff y B~n~en, autoriza para creer que la com poSición quimica del Sol difiere bastante de la de los plan~ta.s de su sistema, pue:::.lo que el tal astro no co?tten~, á lo menos en sus capas exteriOre-s ni si.hce, nt estaño, ni plomo, ni mercurio ni pl~ta m oro: Debemos confesar que la célebr~ y :seduc: tora hipótesis de Laplace no basta para explicar

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todos los fenómenos observados. El espíritu humano, hambriento siempre de certidumbre, fácil· mente se deja llevar á tomar simples conjeturas por verdades absolutas, y la menor virtud del filó· sofo no es saber dudar sin temor Cuando el investigador no pueda descubrir la verdad, que se atreva á ignorarla y permanezca animoso en el umbral del mundo desconocido. útra hipótesis hay, relacionada con la brillante teoría astronómica de Laplace, y es continuación suya, para contar la formación de la envoltura planetaria. Condensado ya en globo el anillo gaseo· . so, no dejó de contraerse á consecuencia de la irradiación de calórico. Liquidada por el enfría· miento gradual de sus moléculas, la masa entera se convirtió en mar de lavas arremolinadas en el espacio, pero dicho estado fué transitorio. Des· pués de un número indeterminado de siglos, la pérdida de calor fué bastante grande para que una ligera escoria se formara como un témpano en la superficie del mar de fuego, quizá en uno de esos polos que el frío llena hoy de montailas y bancos de hielo. Á esta primera escoria sucedió otra, luego otras más, uniéronse en continentes, que flota· han por la superficie de las lavas, y por· último, cubrieron con una capa continua todo el contorno del planeta, y una envoltura delgada y sólida aprisionó el inmenso mar incandescente. Esa envoltura, rota frecuentemente por las lavas que hervian debajo, soldada de nuevo, gra-

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á la solidificación de las escorias, fué haciéndose más recia por el enfriamiento. Después de una época de prodigiosa longitud (porque el único intervalo durante el cual la temperatura de la corteza terrestre bajó de de 2.000 grados á 200 está calculado en 3 millones y medio de siglos), la pelicula adquirió al fin estabilidad y las erupciones de la masa liquida interior dejaron de ser un fenómeno general para localizarse en las regiones donde la capa r!gida era menos recia. La atmósfera ambiente, llena de vapores y de substancias di \'ersas sosten idas en estado gaseoso por el excesivo calor, se fué desprendiendo de su carga; cada cuerpo, uno tras otro, se separó de la masa luminosa y ardiente del aire para precipitarse sobre la envoltura sólida del planeta; los metales y otros cuerpos simples, según la disminución de temperatura necesaria para hacerlos pasar del estado gaseoso al líquido, cayeron como lluvia de fuego sobre la lava terrestre; después, el vapor de agua contenido en las altas regiones de la masa gaseosa se. condensó en inmensa capa de nubes , surcada sm cesar por los relámpagos; empezaron á caer gotas de agua (las primeras del océano atmosfél'ico), volatilizándose en el camino y volviendo á subie; por último, á una temperatura muy superior ú_100_ grados, á consecuencia de la enorme presión e¡erctda por el aire pesado de aquellas edades, cayeron gotitas en la superficie de la escoria terrestre, y el pr·imer charco, origen del mar, se for-

mó en una hendidu ra de las lavas. Ese océano, aumentado sin cesar por la precipitación de nuevas lluvias, acabó por rodear casi toda la corteza de las escorias con u na envoltura liquida, pero al mismo tiempo tra!a nuevos elementos para la construcción de los continentes futurcs; las numerosas substancias que tenia en solución se combinaban diversamente con los metales y tierras de su lecho, las corrientes y tempestades que lo agitaban demolian las riberas para formar otras nuevas. Los sedimentos depositados en el fondo del agua empezaban la serie de las rocas y terrenos que se suceden encima de la corteza primitiva. Ya el planeta incandescente, revestido por el exterior de una triple envoltura sólida, líquida y gaseosa, pod!a convertirse en teatro de la vida. Vegetales y animales rudimentarios nacían en las aguas y en las tierras, y por último, en cuanto la temperatur'a de la superficie del globo, inferior á 50 grados, permitió á la albúmina liquidarse y á la sangre correr por las venas, se des· arrollaron la fauna y la flora cuyos residuos se encuentran en las primeras capas fósiles. Á la edad del caos sucedia la de la armonía vital, pero en la inmensa serie de Jos tiempos, la vida que aparece en el planeta enfr·iado no es más que cmoho de un día,., como dice Danbrée. Según la teoría profesada generalmente, la costra só lida acababa de formarse apenas, y hasta era m ucho más delgada que la capa de aire en-

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,.o) vente del globo, porque según las evaluaciones comunes, y además puramente hipotéticas, el calor terrestre bastante para fundir el granito se encuentra á una profundidad de 45 ó 50 kilómetros. Comparada con el diámetro de la Tierra, que es 250 Yeces mayor, esa corteza Yiene á ser, l'egún esa teorfa, una película tenue, de lo cual podría dar idea una hoja de cartulina que rodeara una esfera lfc¡uida de un metro de anchura. En In Tierra ese líquido será un mar de lavas y roen-; derretidac:;, que tendrá corno el océano superficinl sus crecientes, su mareas y acaso sus borrasca~ Las revoluciones geológicas del globo no c:;er;~n más que el reflejo de las ondulaciones .;.,ubterrñ · neas de e · e infiei·no oculto,lac:; rnontniins de pór· fido serán las olas cuajadas de ese océano de fuego, y los gr·andes gigantes colocados ll orillas de los mares, corno el Etna, el pico de Teide, el M a D • na Roa, dan pmebac:; con sus erupciones y lavn-=; de las tempestades que rugen debajo de la envoltura sólida. E~ realmente probable que la rnnyoría de lns rocas que constituyen la parte extel'ior del plnnetn, y -obre todo las formaciones más antigua"', '-e hayan encontrado antes en un e~tado de· fu-:;iór. anlllogo al de las lavas \'Oic{lnica-=; de nue-..tros día . Para la mnyor parte de los geólogos, el granito y otras rocao; similares, que con::;tituyen las rnac:;as principales en la arquitectur·a de los continentes, existieron en otro tiempo en estado

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pastoso ó semipastoso, pero aun cuando esto estuviera fuer·a de toda d uda, no convertir·la en certidumbre las hipótesis relativas al origen del planeta, á lo tenue de su película y á la existencia del fuego central. El achatamiento de la Tierra en ambos polos y su ensanche ecuatoria l, han sido presenta~os como testimonios irrecusables del estado de Incandescencia líquida en que se encontró el globo. Efectivnmente, toda esfera líquida que gire alr·ede· dor de ~u eje, tomar() forzosamente e a forma por_ la velocidad desigual de s'u masa, pero podernos preguntar si un globo, aunque sea sólido, no se hincharía también hacia el Ecuador·, girando sin reposo dur·ante indeterminada serie de iglos, porque ninguna materia es inflexible en abs?luto, Y bajo las fuertes presiones de su laboratono, muy inferiores á las de las fuerzas planetarias, á todo~ los cuerpos sólidos, corno el hierro y el acero, les ocurre lo que á los líquidos. Además, las obser· vaciones y Jos cálculos de astrónomos y ge?rnetras los han inducido á creer que el achatarntento de la Tierra en los polos no es una cantidad cons · tante, y por consiguiente, que hay leyes, ~istinlas de los movimientos de rotación y revolución, que contribuyel'On á modificar la forma del planeta; menor probablemente en el polo boreal que en el austral, la irregularidad de la esfera parece e~tar sometida á cambios periódicos durante el trans· curso de las edades y se complica además con

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otras varias irregularidades, turgencias 6 depresiones reveladas ll la ciencia por las oscilaciones del péndulo y las medidas de arcos terrestres. U no de los motivos de estudio más serios que presenta la geografía flsica es precisamente esa inestabilidad del suelo, que en diversos puntos de la superficie del globo se levanta 6 se deprime con prodigiosa lentitud. Si la causa cierta de esas hinchazones y depresiones nos es desconocida, nada inclina á creer que se deban á la fue1·za ce ntrifuga desarrollada por la rotación de la Tierra. Tampoco hay que olvidar que en la hipótesis admitida por quienes creen en el fuego central, nuestro planeta debe ser considerado corno una masa líquida, puesto que la envoltui'a exterior es relativamente una pellcula tenue. En esas condiciones, dificil sería comprender que el g1·an océano de Javas no estuviera agitado, como el de agua, por el movimiento alternativo de las mareas. Tarn poco se co rn prenderla que la Tierra no estuviese mucho más deprimida en los polos y no se transformara en verdadero disco; el achatamiento polar no es más considerable que las si m pies desigualdades superficiales co mprendidas en la zona ecuatorial entre las cimas del Himalaya y los abismos del Océano Índico. Liais atribuye el escaso achatamiento de Jo~ polos al trabajo de unión que Jos hielos y aguas polares, irresistiblemente ati'aidos hacia el Ecuador, no dejan de lleva1· á cabo año tras año, siglo tras ~iglo, cargán-

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dose de enormes cantidades de residuos arrancados á la superficie del suelo. El argumento prin cipa l de quienes consi deran la existencia del fuego central como un hecho demostrad o, consiste en que en las ca pas exteriores de la Tierra exploradas por los mineros, el calor no ce a de aumenta1· con la profundidad de las cavidades. Bajando al fondo de un pozo de mina, se atraviesan invariablemente zonas de temperatura cada vez más alta, pero la proporción del aumento varía según las diversas partes de la Tierra y las rocas en que se abren las galerías. El calor crece más rápidamente en los esquistos que en el g1·anito, más en las ''enas de metal que en los e~quistos, más en los filones de cobre que en los de e:::.laiio y más en las capas de hulla que en los yacimientos metálicos. En \Vurtemberg, en el pozo artesiano de Nenffen, crece la temperatura un grado cenllgrado cada 10 metros y medio. En la mina de Monte Masí (Toscana), cerca de los manantiales borácicos, crece un grado cada 13 me· tros. Cerca de Jakutzk (Siberia), crece un grado cada 16 metros. En los demás sitios, la progresión s uele ser menos rápida; el término medio del intervalo que en ese enorme termómetro de las capas terrestres corresponde á un grado de calor, es de 25 á 30 metros. En las minas de Sajonia, el aumento, según Reich, es de un grado por cada 42 metros. Sin embargo, la Tierra no ha sido socavada á

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gran profundidad. Las excavaciones mAs notables, la de Kutenberg, en Bohemia, y una de las minas de Guanajuato (Méjico), llegan apenas A un kilómetro, es decir, la seis ó sietemilésima parte del radio terrestre; seria mAs que imprudente querer juzgar del estado de todo el interior del globo pot' la temperatura de las capas superficiales y afirmar que el calor, acrecentado según proporción constante desde la superficie del suelo hasta el centro de la Tierra, se eleva hasta la tem· peratura de 200 000 grados, es decir, mucho mAs de lo que puede concebir la imaginación del hombre. Lo mismo darla inferir, del enfriamiento gradual de las altas capas aéreas, que la baja de temperatura continúa hasta el centro de los espacios celestes, y que A 1.000 kilómetros de la Tierra el fria es de 5.000 grados. La parte superficial del globo, atravesada sin cesar por corrientes magnéticas que se dirigen de polo A polo y en la cual se elaboran todos esos fenómenos de la vida plane· taria que modifican sin parar el relieve y la forma de los continentes, sin duda ha de encontrarse en condiciones especiales respecto al desal'rollo de calor. La delgadez de la envoltura teiTestre no estA demostrada, ni mucho menos, por el crecimiento gradual de la temperatura en los pozos de mina y en los manantiales. Prodier, A quien llamaron la atención todas las objeciones que se le ocurrian respecto á la tenuidad de la envoltura terrestre, ya admitía que esta

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corteza no puede ser estable como no tenga de 120 á 280 kilómetros de espesor. Recientemente, al someter W. Hopkins á cálculos de altas matemáticas los fenómenos de la precesión y la nutación terrestres, ha llegado A un resultado muy diferente de la hipótesis susodicha. Ha demostrado que con fuego central ó sin él, el planeta ~staria animado de movimientos periódicos muy dtferentes si la parte sólida de la corteza no tuviese de 1.300 á 1.600 kilómetros, ó sea la cuarta ó quinta parle del radio terrestre. W. Thoms?n es.tab~ece por otros cálculos que si la Tierra tuvtera stqutera la solidez del hierro y del cuero, las mareas Y la precesión de los equinoccios tend:ían un.a .importancia menor de la actual. Por últtmo, Ltats, examinando y discutiendo todas esas suposiciones, trata de demostrar que en virtud de los fenómenos .astronómicos, la solidez interior del planeta es indiscutible. Puede creerse, sin doclararse aún definitivamente, que no existe fuego central, sino ma· res interiores de materia incandescente, dispersos en varias partes del planeta, á poca distancia de la superficie terrestre, separados unos d.e otr~s por pilarea de rocas sólidas. Esa es la htpótests que á W. Hopkins y á Sartorius de Watterohansen, historiador del Etna, les parece la más conforme eon los fenómenos volcanicos.

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Heladas geológicas.-Conglomerados, asperones, arcillas, calizas. -Capas fosilíferas. -Orden de sucesión de los seres. -Clasificación general de los terrenos.-Duración de los periodos geológicos.

Los documentos positivos más antiguos relativos á la historia geológica de la Tierra son las primeras capas de sedimento que pueden conocerse de una manera cierta como depositadas poxlas a~uas en el fondo de algún océano antiguo. Deba¡o de los estratos superficiales de origen moderno se encuentran otros pertenecientes á época más rem~ta y otros de formación antei'ior, y asi s~ va de hilado en hilada hasta el esqueleto de la Tierra, ó hasta aquellas rocas que la presión de las masas superiores y el calor planetario han transformado gr·adualmente durante el transcurso de las edades de modo que hacen indecisa la estratificación. E5as capas superpuestas, comparadas muchas veces con las hojas de un libro, manifiestan la fecha de su antigüedad con el orden mismo de su sucesión¡ sin que pueda decirse cuántos centenares ó millares de siglos han transcurrido durante la formación de cada lecho de sedimento

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á lo menos se puede conocer su edad relativa en la serie de las rocas. Donde esas hiladas no han sufrido pertubación desde su origen, todavía se extienden en capas paralelas y casi horizontales, como en el fond? del mar donde se depositaron, y es lo más fác1l clasificarlas por orden de antigüedad. El geólogo que baja á un pozo de mina, abierto verycalmente en esos terl'enos, puede recorrer en c1erto modo toda la serie de los ti e m pos hasta las primeras edades; en pocos momentos ve como un resumen de la historia geológica de la Tierra. Donde la acción de los meteoros y de las fuerzas que trabajan en lo interior del globo han co:tado la sup~rfi­ cie continental ccn escarpas ráp1das y perm1ten ver lateralmente como en un muro inmenso las hiladas superpuestas, el orden de sucesión de las rocas distintas no puede ofrecer duda alguna. En cambio, en las comarcas donde los estratos s.e han levantado en ángulos diversos ó están torcidas 1 rotas ó vueltas del revés, donde rocas salidas de la Tierra en estado de liquido ó de pasta, como el pórfido y las lavas, se han intercalado entre las hiladas, las investigaciones de los geólogos s~elen tropezar con muchas dificultades, y n~ ob.t1enen buen éxito mlis que á fuerza de pac1enc1a Y de sagacidad. Ultimamente, el problema mayor Y de más penosa resolución consiste en hallal' la concordancia de edad y formación entre rocas sepa· radas unas de otras por valles, llanuras anchas

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y el Océano; por eso hav dudas res ect hechos particulares, y. estalla p o~ muchos Jos geólogos Sin emb n discordias entre cifrados 1 • argo, estén ó no estén des' os estrntos con la · d. . sas que contienen sus,minera~e~n Icacwn~s diverJos ú~icos anales auténticos dy ¡sus fósile~, son -como Jeroglíficos mi'st .· e planeta, son • et1osos en pa 1't cuentan con trazos , . . e, que nos . gr andwsos la historia de 1a T Ierra.

Esas hiladas innumerables . . su posición, su inclinación ' tan distmtas por Jogas li las capas de la ~ su espesor, son anAvemos formarse sin cesa~Isma natura.leza que montañas surcadas por 1 ~ nuestra VISta. Las lados socavados por 1 os¡ orrentes, los acantinien tes fl · 1 a~ . 0 as, entregan á las couv¡a es ó mal'ltimas . que se extienden como , 1 masas de residuos guijartos, y poco li poco a~:na es .ó como lechos de conglomerados Las co.nvietten en sólidos por los agente~ atm:~~:~~c Cl'Istalinas trituradas rfos ó las del Océan os, las aguas de los asperón bajo la pres~ns: cotvierten en rocas de encima. El agua tran ·~ ~s masas colocadas arrastran guiJ·arros ni qaut a e . los rfos que no nues de c 1.eno y li drena '. smo m o lé cu1as teen el fondo de losU:~re:pbostta en sus ?rillas y f anco.s de arctlla que llegan li ser pode, I osas ormacwn • P ueden verse li orillas del M. . e~ geo 1óg~eas. bancos arcillosos que 1 . ISSISSipf enormes ~~ agua del rfo po a retirarse ha dejado alli , co menos duros, al parecer,

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que rocas asaltadas durante siglos por olas y te m pastadas. En ciertos lagos de Méjico, y sobre todo alrededor de los anecifes de la Flor·ida, volitos como los del Jura se estén formando {l nuestra vista sin cesar. Por último, en los bajos fondos del mar se ven formarse nuevas capas calcáreas como en Guadal u pe, ó nuevos tenenos de trans porte, como en el banco de Tenanova . También los corales, las madréporas y otros muchos animalillos marinos son constructores que no dejan
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Los restos orgllnicos se conservan en el suel() de una manera excepcional, y de ello han tenid() los naturali~tas muchas ocasiones de convencerse en su e ludio de las plantas y los animales de nuestros día s. Lo cadáveres que caen los devoran pronto .an imales de presa é insectos; la humedad del v1ento y el Sol disuelven lo que queda de sus carne y los ligamentos; el mismo esque~eto .acaba por. redu ci rse á polvo. Las legiones Infinilas de ammales inferiores que no tienen ?samen_ta. sólida, de aparecen á millones sin deJar v~. l1g10 alguno; sus masas amontonadas se connerten en humus y en gases. Los árboles y Jas P.lanta~ ~e aparecen co mo los animales para serVIl' ?e ahmento á oti'OS seres. Apenas caí dos, los ant1guos organi mos sirven para formar otros nuevos; la muerte alimenta sin cesar la vida. Los restos no pueden conse rvars e para las edades fut~ras, como no se hurten inmediatamente á los d1entes de los animales y á la acción de los elementos. Los restos orgánicos que las fuentes incrus tantes revi::;ten con una envoltura de cal y los tron~os de árb.oles rodeados por fundas de lava, ad~ulei'en la mdestructibilidad de la piedra. Los a m males sor~rendidos por los hielos, tragados pordesmoronamientos ó refugiados en grutas profundas, pueden sostenerse durante siglos en perfe_cto estado de conservación y convertirse en fóSiles. De todos modos, es muy raro que un ser-

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terrestre se preserve para edades futuras, ya ente· !'O, ya en fragmentos, pero no ocurre lo mismo -con los seres marítimos, que generalmente quedan sepultados inmediatamente de pués de morir, ó aun vivos, en \a arena y cieno que las olas arrastran; así s e encuentran en Jos sedimentos de los antiguos fondos marinos y de lo deltas muchedumbre de animales fósiles cuyas partes todas e stán adm irablemente co nservadas, ha talas más deli cadas, como \o prueban en nuestros museos las hermosas muestras procedentes de las capas de So\enhofen, de Monte Bolea, de Grignon y de Montmartre. Es más; en las playas donde tenían gran am· p\itud las mareas, como en el Severo, el golfo de San Miguel y la bahía de Fundy, el limo traído por \a ola ha cubierto á veces la . huellas de pasos de animales vertebrados, de ca m1110s traza dos por los crustáceos, gusanos y m ol u ~cos, de las señales hechas por las gotas de llu via ó fuertes ráfagas de viento. E s e limo endurecido poco á poco se ha convertido luego en hiladas de esqui...,to_s, creta, asperón y arcilla; ahora, millone de anos des· pués, se encuentran en estas rocas las huella.s en un momento grabadas más profun~as Y.le~Jbles á los ojos de los geólogos que las wscrl pciOn~s ambiciosas de los antiguos reye~ del mundo. Peto esos magn\f1cos testimonios de lo pasado _n? so~ comunes más que respecto á los se res matíllmos. T · ó para lo hay pocas probabilidades de fos1 ¡zacL n

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que vive en las tierras emergentes, en el aire y en el agua dulce. La conservación de las formas orgllnicas ó d& sus huel!as depende de circunstancias excepcionales, y por consiguiente, gran númei'O de capas est~n des pro' islas totalmente de fósiles, mientras encJma. y debajo de ellas se pueden descubrir muchlsimos restos de las antiguas poblaciones del globo. La falta de residuos or·gánicos en los e:tratos nada prejuzga contra la existencia de la \'Ida .~u.rante taló c~al período de la historia planet~IIa, la~ conclusiOnes negativas de la vida qu Vflr_ws sabws han querido sacar de In falta d: fó ~ Il_e en muchas hiladas no se basan en ninguna cei·tidumbre. Además, la exploración del o-Jobo apenas ha empelado, y muchas capas en laso cuales no se había visto hasta ahora más qu b. e roca ruta, han entregado luego ll la ciencia no pocos tesoros geológicos. Además, no debemos olvidar que hay grandes desiertos, lo mismo en el fondo de los mares que en tierra firme. La aparición y desaparición de especies fósiles no co~cuerdan de una manera completa con la sucesión. de teiTenos, y poi' consiguiente la idea de catac!J · 1·Jea t)a antes con kecuencia ' . ~ m 0 c¡ue Imp el término de reYolución geológica, no está justificada. La continuidad de la Yida ha enlazado ll to~as las formaciones unas con otras, desde los rn~_eros seres organizados que han aparecido en a Ierra hasta las muchedumbres que hoy la

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pueblan . Hay especie que no vivió más que durante un corto periodo en la historia planetaria, otras aparecen raras veces en una capa, como ensayan do la vida; luego se multiplica de estrato en estrato, para disminuir durante el transcurso de las edades y extinguirse poco á poco ó desaparecer bruscamente; por último, otras formas genéricas han atravesado todas las épocas y existen repre· sentantes suyos al cabo de millones de siglos. La duración de la especie depende, no de le s diversas revoluciones que modificaban el suelo ni de otra causa exterior, sino de su propia vitalidad. Generalmente la existencia de cada serie de eres es tanto más larga cuanto más rudimentaria es su organización. Los animales invertebrados inferiores han recorrido todos un ciclo geológico más extenso que el de los animales vertebrados su periores: los foraminíferos atraviesan más larga serie de edades que los moluscos; éstos, los peces y los reptil es, viven más tiempo que los cuadrúp edos; por último, los grandes mamiferos de la época terciaria han tenido una existencia relativamente corta; no han podido resistir, como los animales inferiores 1 las influencias variables de los climas. Cuanto más se eleva un organismo, en más estrechos limites se encierra. Lo que gana en nobleza , . lo pierde, si no en número, en duración. ¿En qué orden se hhn sucedido en la Tierra las especies animales? Los geólogos han prof_esn· do hasta hace poco respecto á ese punto un s tste-

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ma bien sencillo. Según sus ideas preconcebidas, los animales inferiores, incluyendo la clase de los cru láceos, poblaron exclusiva mente la superficie del plaueta durante la formación de las capas geológicas más antiguas¡ los peces aparecieron por vez primera durante el pet'lodo del asperón rojo; los reptiles nacieron en los golfos y bajos fondos pantanosos, donde se acumulaban los residuos vegetales que luego se han transformado .gradualmente en hulla. Las aves propiamente dichas volaron por primera vez en la época ct·etáeea, y los cuadrúpedos se sucedieron, siguiendo un orden regular, desde las especies inferiores hasta las ml:ls elevadas. El mono se asoció al númet·o de los seres vivos inmediatamente antes que el hombre y éste fué Ct'eado después de los deml:ls animales, como para resumir en su persona todas las vidas antet'iores. Los dec;cubrimientos hechos durante los últimos aiios por Lyell, Forbes, Barrande, Owen, Leidy, Emmons, \Vl:lgner, han introducido una gran pet:turb~ción en la seriación de especies preestablecida. A los helechos, cicádeas y contferas, que se suponía ser las únicas especies de plantas representadas en las hullas, se han sumado muchas especies pertenecientes á otras familias y hasln alt·ededor de las dicotiledóneas. Mlls de tt'ein. ta especies de reptiles se han encontrado en las mismas capas, donde, según el sentir de muchos geólogos, no se podía descubrir ni uno. Se han

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hallado mamiferos del orden de los marsupiales en la volita, en las hullas jurásicas, hasta en el días y en el trias, al final de las rocas de formación paleozoica. Monos de una organización tan elevada como los de nuestros días vivían durante el periodo mioceno superior, y el hombre fué contemporáneo del oso de las cavernas, del mammut, del megaterio y de otros animales enormes, desaparecidos hoy. N o pasa un año sin que se descubran en los estratos de la Tierra nuevas formas animales y vegetales que ensanchan nuestro horizonte geológico hacia espacios cada vez más lejanos. Los hechos que demuestran la existencia de organismos superiores en las antiguas capas terrestres son ya tan numerosos, que ciet' tos paleontólogos han llegado á dudar del desarrollo progres ivo de las series animales y vegetales durante los pet·íodos geológicos . Según ellos, había que buscar el orden de des arrollo en cada grupo de especies y no en el conjunto de los seres. Sin embargo, si se abarca con una mir·ada el conjunto de los seres, en vez de considerar únicamente los precursores y los rezagados, hay que reconocer que ha habido progreso real en las series orgánicas . Por su período de mayor exuberancia, la vida vegetal ha precedido á la animal; las plan· tas desprovistas de flores fueron en las primeras edades más numerosas que las floridas; los crustáceos, moluscos y otros animales poco elevados tuvieron su edad de oro antes que Jos peces Y 4

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reptiJec:;. y éc:;tos fueron dueñ os de la Tierra antes que Jos mamíferos. Entre é;:tos también parece muy probable el pro~rec:;o, po1·que la mayor parte de lo-s nnimale-.. jurá....,icos son mrn supia les, y los oTandes marnífen,s no Rlcanznron su completo ~ de!:iaJTolln lw ... ta In épocn terciaril'l. Supone Agas~ií'. que los tipos de lns épocns antigtHlS repre~en­ tflll Jo-.; embriones de lo· seres actuales, de modo que In paleontologín cuen ta la infa11r.in del mundo llegndo hoy á la virilidad. Sen lo que fuere, las cnpns geológi~"n~ son fó. siles; de.::de In mil'-' nntigua á la más reciente e~tñn en i toda~ rcnnidns unas ron oti'fl'S por e-..pecies comune-.. fJ do"' ó mús de ellus. GJ'élCins fi In 'mc·e!3ión de lns di,er.;;a::; ec;:pecie", y tl pe~at de i.t-; numeros:J" diferencia~ de nombre::;; emplearlo~. e~lán Jo geólogos rac:;i rontestes acerr.o de In cla~ific-qeión gP.neral de los terrenos de toda In supe,·ticie del globo. Ln.;; formaciones rnás nntiguns ó pnlnzoic·as, que desranc:;nn sobre el granito y oli'
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dos, sucedió la edad de los terrenos ca rb on ífet·os, que encierran las rocas llamadas calcllreas de montaíia y las diversas hil adas de la fo rm ac ión hullera . Encima e exte ndi eron las capas de nue · \ ' O nsperón rujo. Después vienen en la escRln geológicn las numerosas capas jurásicas y cretáceas, conocidas en con junto con el nombre de terrenos secundarios. El último período, que precedió á la época actual, corresponde al origen de ln s rocas eocenns, m iocenas, pleocenas y ~e une con las hilnd[l s cunternarw : :, á las formacwnes que se depositan á nuestra vi:::,ta. Por último, las Ja vas incandescentes que han salido do las profundidades y han utt·n,·e:-.lldo lns series e:stratigróficas, constilU) en una sexta clase de terrenos. Si los grupos generales son los mismos en ambos hemisferios, las numerosas hojas geológi· cas difieren singularmente por '::)US fósiles y con otros caracteres distintivos en Ju ~ diver::;us comarcas del mundo. En ninguna p•1rle presentan cotl· cordnlldu absoluta, y pcr lo tanto, es muy difícil clasificarlas con certeza en el orden respecti' o de su sucesión. Antes, como en el período actual, animnles y !Jlnnla::; dif~rían según lo:, clima:::. y los estratos que recibían: todus eslo::s residuos toma· ban cada cual espcci
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III Modificaciones incesantes en la forma de los continentes.Tenta.ttvas hechas para conocer la antigua distribución de tierras y climas.-Objeto de la geología. -Dominio de la geografla física.

Las edades necesarias para llevar á cabo la inmensa obra geológica cuya historia cuenta las capas de la Tierra, han tenido que durar muchísimo, porque los anales de la humanidad, comparados con los ciclos del globo, no son mlls que un momento fugaz y la cronologla cosmogónica de los indios es la única que puede dar una idea de los periodos terrestres. Todos Jos cálculos hechos por lo~ geólogos sobre la duración de las gr'andes evoluciOnes del planeta dan por resultado formidables ser'ies de años, y se puede calcular la longitud de estas edades por millares de millones de siglos. El matemático Hanghton trata de demost~ar, según la fórmula de Dulong y Petit, que un s1mpl_e deseen o de temperatura de 25 grados, anteriOr á lA época actual del planeta, ha requerido unos 1.800 millones de aiios. Para la formación de cada capa de las que constituven el conjunto de los ar~hivos geológicos de la s~perfi-

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cíe, han ~ido necesarias largas series de siglos ante las cuales se confunde el pen~amiento humano. Las lr'an formaciones in ce~ante de todl'ls las rocas que componen las capas extet·iores del o-Jobo no podían verificarse sin modificar al misbmo tiempo el relieve de todos los con tornos de la TieiTa; de modo que la arquitectura general de las partes emergentes no ha dejado de varia r desde el principio de las edades. La::; antiguas cordillera s se han derrumbado piedra por piedra, molécula por molécula, para repartirse en arcillas y arena~ por llanuras y mares; por su pa rle , los o.céano~ se han levantado gradualmente y Jo-, antiguo'-i fondos se han comerlido en tierra fi1·me , que ~e ) ergue formando colinas y filas de picos. Apenas formados Jos estratos, empezaban á con tribuir á la formación de otros. Como arras trad a por etemo remolino, cada molécula no ha dejad o de viajar de peña en peíia, y por consiguiente, las masas continentales, que no son más que vastas aglomeraciones de moléculas, han tenido que via jar por todo el contorno del globo. Tendrí a mucho interés científico poder seguir á través de la serie de las edades ese viaje de las tierras y las oscilaciones seculares de su relieve; la armenia de las formas continentales, que es ya tan hermosa, á pesar de la inmovilidad a paren· te de la Tierra, seria mucho más grandiosa si pudiéramos asistir con el pensamiento á la infini-

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ta sucesión de ondulaciones que han rizado la supedicie del planeta. Desgraciadamente, si las investigaciones directas de los geólogos pueden enseñarnos cuáles eran las partes de los continentes actuales que sobresalían del agua en tal ó cual época, no pueden revelarnos qué regiones cubiertas por el mar hoy se elevaban en otro tiempo por encima de la superficie; para cada periodo geológico, no es posible trazar más que mapas parciales, pero esos mapas, por incompletos que sean, no dejan de representar un admirable resultado de los pacientes é ingeniosas investigaciones de los sabios. Después de un lar·go transcurso de siglos, es hermoso saber cuáles de las distintas reaiones o de los continentes son las que se elevaban sobre el mar en una misma época y encontrar, haciendo tanteos, algunos rastros de la antigua arquitectura del globo. El enor de muchos geólogos, que tenían gran prisa de determinar el principio del periodo actual, ha sido ver en estos primeros cimientos de nuestros continentes las únicas tierras existentes entonces en el planeta. Posible es que hubiera un tiempo durante el cual la superficie del globo estuviera cubierta de agua en toda su redondez y la primera tierra no fuese más que un escollo; tal vez los islotes y las islas aparecrer·on en seguida y acabaron por agruparse en archip iélagos y por· unirse formando continentes; pero nada autoriza para creer que dur'1nte la forma-

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eión de los estratos interrogados por los geólogos la pmporción entre la sequía y la humedad haya cambiado notablemente. Si han surgido tienas nuevas donde el examen de las hiladas prueba que antes se extendía el Océano, en cambio otros muchos hechos demuestran que bajo las aguas hun desaparecido vastas comarcas. El plano general de los continentes no ha dejado de modificarse durante el transcurso de las edades; nuestras llanuras y montañas han estado cubiertas por las aguas del mar, mientras cordilleras y mesetas se erguían en las la ti tu des del globo donde hoy se agitan las olas del Océano. Para conocer de una manera aproximada la antigua extensión de los continentes á través de los mares actuales, les queda á los geólogos un medio, el de establecer la concordancia perfecta de las hila· das de una formación quebrada y separada por las olas. Entre Francia é Inglaterra, esa corres· pondencia de las capas en una y otra orilla del Paso de Calais es evidente. Los residuos fósiles que se encuentran acumulados en ciertos puntos de la Tierra adonde los transportaban las corrientes, demuestran también la antigua extensión de las comal'cas reducidas hoy á cortas dimensiones. El Atica, que en la época actual es una simple península roquiza de la helénica, debió de formar parte en la época miocena de un continente que presentara vastas llanuras, grandes praderas y bosques tu·

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pidos_, y que se extendiera A lo lejos para unirs6 con Africa A través de los espacios ocupados en nuestros días por el mar de Creta y el archipiélago. Así lo comprueban de un modo evidente para el geólogo los restos de animales gigantescos encontrados entre el légamo de Pikermi. Las manadas de hipariones semejantes á las de caba llos salvajes de la América del Sur, los rebaños de anlilopes de diversas especies, las jirafas, los mastodonte , Jos rinocerontes, el poderoso dinoherium, el formidable machairodus, más fuerte que la cebra del Atlas, y otros muchos animales corpulentos, no podían vivir en montañas peladas ó provista de mezquinos arbustos como las del Áti?a actual; n,ecesitaban un vasto continente parecido al de Africa, donde aun se ven en las partes no habitadas por blancos tan prodigiosas muchedumbres de hipopótamos, elefantes, antílopes, cebras y búfalos. y animal . Los fósiles de las dos series veo-etal o s1rven para demostrar, de manera más directa todavía, la a n ligua existencia de tierras hoy desaparecidas. Efectivamente, si se encuentran las mismas especies fósiles en las capas correspondientes de islas y continentes separados actualmente por brazos de mar y sometidos á otras condiciones climatéricas, puede colegirse natura lmente que las comarcas donde vivían en ton ces esas especies estaban reunidas. Con semejantes concordancias de faunas y floras, han podido

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comprobar los geólogos la antigua existencia d6 tierras de unión entre Inglaterra é Irlanda, entre Irlanda y España, y hasta entre Europa y América. Explorando las capas de lignito de los terrenos terciarios en Europa, los geólogos han descubierto tulipanes fósiles, residuos de cipreses, simientes de robinias, nogales de los Estados U nidos, hojas de arce, de encina, de álnmo, de pino, de magnolia, de árboles gigantescos de los bosques de California y otros árboles de América del ~ orte que ya no viven en los bosques europeos. A mitad de camino entre ambos continentes, los lignitos de Islandia presentan una vegetación fósil análoga. ¿Cómo pudieron invadir los árboles americanos las tierras de Europa si no hubiera ser· vido de puente á través del Atlántico un continente, ó á lo menos una serie de islas muy próximas entre sí? También se han encontrado en las capas miocenas de las Malar, tierra de Nebraska, como en las hiladas correspondientes de Europa, rinocerontes y machairodus, es decir, exactamente los mismos restos de animales. La existencia de la misma y ünica vida orgánica en dos contin~n~es cuya fauna y flora respectiva son hoy tan _dts_twtas, permite colegir que en la época de los llgmtos terciarios de la molasa, las tierras dispersas Y las masas poco numerosas de montañas, que formaban, por decirlo asi, los rudimentos de nuestra Europa, se unían á las orillas americanas por un

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istmo que separaba las aguas atlánticas de las glaciales. Ese istmo era la Atlántida, y las tradiciones que interpretó Platón respecto á esa tierra desapa recida se basan quizá en testimonios auténticos. Posible es que el hombre haya visto hun?irse en los mares ese antiguo continente, y que •OS guanchos de Canarias hayan sido los descendientes directos de los primeros habitantes de aquella tierra. En una época más antigua, cuando los fósiles que se encuentran hoy en las capas jurásicas se depositaban en el fondo de los mares también ext tía la Allántida, pero con dimensiones mucho más considerables. Parece que durante aquellas ~dades terrestres un vasto continente, que comprendia la mayor parle de ambas Américas Áfri
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bas cuencas, este contraste absoluto entre las dos faun as habría sido imposible. Del mismo ~odo, las ec;pecies de las forma ciones jut'~sicas del Africa Meridi onal son completamente diferentes de las del Himalaya, de Persia, de Europa, lo cual lleva á admitir la existencia de un continente intermedio que se oponía á la emigra~ión de los seres. Por último, la Australia actual presenta en s ~ fauna y en su flora la mayor analogía co n los a m· males y las plantas que vivían en los mares del Jura de Europa y sus riberas. Al ver los canguros australianos, que recuer· dan los marsupiales de las rocas jurásicas de Inglaterra, y el extraño or~itori~co, no rne.nos raro que el antiguo pterodáctilo, rollad ave, ~ttad batracio, ó que el problemático Arqueopte:tx de Solenhofen hemos de creer que Australia formaba parte' del antiguo continente jurásico. Además, hoy no se encuentran más que en las ~os­ tas de Nueva H olanda los representantes vtvos de aquellas trigonias que poblaron en otro tiempo los mares del Jura. Alrededor del mar interior, que se ha conve~tido en la Europa actual, la poderosa masa continental de la época jurásica proyectaba un a ancha península semilunar, en cuyo origen desembo
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la cual d aba calor el foco de las tierras ecuatoriales, la temperatura media debía de ser m u cho más elevad_a que hoy, y pasaría de 20 grados ce n~ig~ados, Sl ha de ju1garse por la pr'esencia del Ictr auro y del ple:-:,io auro. Ya se comprende) P?r otra parte, que los contornos y condiciones dr,·ers~s de e as tierras que desaparecieron hace tanto t1e_mpo, r~o se conocen con precisión y quizá se nece::,tlen 1glos _de im·estigacione::, para que pue~a tr·az~r e atJ::,factoriamente el mapa del con lrnente Jur·á ico. Con-,iderac.:iones análogas á las que han hecho de~cubrir apr?xim~dam~nte el clima de Europa dur ?nte el penado JUrá-:,¡co, han permitido á los sab1~s aventurar algunas indicaciones o-enera les relativas á la-, oscilaciones cl im atéricas ~ re entada s )JOI_' los otro~ gtandes petíodos de la historia de la Trerra. La temperatura media de Europa ~~ ~ ~uave, lu ego se fué elevando en las edades silurrca ... ; durante el per·íodo de las for·maciones carboníf~r·as, el clima fu é ca liente y húmedo, po r. que l a~ lrerr·as colocadas sobr·e todo en la . tó ·d . zona n :r a consi::,línn en su mayor parte en una serie n_o mteiTumpid_a de archipiélagos. La época lriá· Sica fu é relatJ\'amente fría á co nsecuencia de la gran extensión de los co ntinentes hacia los polos . _Después de las _e~ades del Jura, que fueron muy calientes y secas, VInieron sucesivamente un periodo templado, el de la creta, luego una época de

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calor, la eocena, y los ti e m pos cada vez más fríos (lUe han acabado en el periodo glacial, desde el cual aumenta de nuevo la temperatura. Esa fué, resumida brevemente, la sucesión de los climas europeos, según las indicaciones que Lyell, Marcon, Oswaldo Heer y otros sabios han sacado de los hecho s cuidadosamente observados. Ya s e ve cuán grandios a es la misión de la geología . Partiendo del es tudio cada vez más hondo de los terrenos actuales, esa ciencia se ha propues to reconstituir, respecto á cada período suces ivo de la historia del globo, la fo rma variable de mares y continentes; sigue en las diversas épocas los vientos y corrientes que co n los co ntinen· tes mis m os han cambiado de luga r; trata de medir, eomo con un termómetro, las temperaturas que han prevale9ido según las edades en las distintas comarcas de la Tierra; por últim o, utili za ndo los puntos de unión que le facilitan los resid uos dispersos, procura en co ntrar la m a ravi ll osa fi liación de las e pecies animales y vegelale , de de los primeros fó iles , cuyas huell as apenas indicadas se ha n descubierto, basta los se res innumet'ables que hoy pueblan la Tierra. No satis fecha aú n en ese id ea l que se pro pone, espe ra poder precisar algún día las condiciones en q ue se ha desarro· liado cada o rga ni s m o de los períodos pa~ados y deter'mina r has ta las profundidade del agua en que han vivido peces , moluscos y a lgas. La asttonomia so ndea los infinitos abismos del espacio;

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la geo logía penetra en las pro fundidades del tiempo. L a exploració n de las rocas comp rueba cad a vez más la prodigiosa actividad de las fu erza~ que renueYan la Tierra . A..,í como el planeta, con us hermanos y todos los a'->tros del espacio, es a n ebatado en mo\'imiento etemo, cuantas molécula s componen la ma sa del globo cambian de sitio sin cesar y giran sin descanso, en ciclo no menos armonioso que el del cielo. En la primera em·oltura de la Tierra, océano ntmosférico donde se alimenta la vida de animales y planta<::, circula el torbellino continuo de los Yientos que soplan del polo al Ecuud or hacia todos los puntos del hori zante; en el océano de ngua, cada gota Yiaja también de mar eu mar, desde la ola h asta la nube y desde los \'enti quet·os hasta los ríos No meno~ mo\'ible que la alm6:;:,fera y el aguo, lu parte sólida del planeta mueve con m(ls le ntitud sus moll.!culas, y á \'eces, cuando en un corto interYalo de días, de ailOS y de siglo, no ha ,·isto el hombre vast.as modificn~iones, tiende á ct·eer que la Tiena es tnmuta~le. También ha cl'eído fijas aquellas estrellos leJanas que, sin embargo, se mueren en el éter con pi'Odigiosa ''elocidad. Las roca~, las montaiias, las masas continentales C'Ombian constantemente y 0rrit·an alrededor del globo como las aguas y Ids ai 1·es . Bajo Ja acctóll de los tonen tes y de Jos agentes atmo féricos, se ni\'elan los montes y van á parat· al Océano;

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nuevas comarcas s urgen del agua y otras s e hunden y abi s man lenta mente; hiéndese la Tierra y deja salida á los gases y materias derretidas de las capas profundas; por últim o, á consecuen cia de las in cesantes reaccion-es químicas de l inte rio~ de la Tierra, las mismas rocas cambian de composición y las vegetacio nes de cri s ta les se s uceden en la piedt·a como las faunas y las flora s en e l suelo. Además verificase un ca mbi o regular entre la Tierra y Jos espacios del cielo, como lo demuestran los rastros de piedras abrasadas que se separan de los bólidos lan zado'l á la atmósfet·a y las cabelleras de los cometas cuyas ondas invisibles atraviesa f.l veces e l globo. La Yida de l planeta, como otra vida cualquiera, es un génesis continuo, un torbellino incesa nte de átomos, sucesi\'nmente fij os y suelto<::, que van de organismo en organismo. Sin embargo, cua lquiera que sea la fase de esas modificaciones infinitas que se contemple, la Tierra siempre es bella en su forma y lo::. fenómenos que en ella se s u ceden se verifi ca n con maravil lo a armonía. La geogt·afía fí sica, limitándose ó la época actual, describe la Ttena únicamente como Yi\'e hoy á nuestro \'isla. No tiene las grandes a:nbiciones de la geología, que int rnln relatar la hi~ tot·ia del planeta durante In suce ión de lfls edade~,.pero en cambio reco(Te y c lasifica los hechos y descubre b 1. las leyes de la forma ción y destrucción de las 11 • ladas. Abre el camino á la geología, y con cada

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progreso suyo en el conocimiento de los fenómenos actuales facilita una conquista de la inteligencia humana sobre el pasado de nuestro globo. Sin su auxilio habría sido imposible dar el primer paso en el laberinto de las edades muertas.

CAPÍTULO 111

Armonías y contrastes

I Distribución regular de conti nentes.-Ideas de los pueblos antiguo>~ re~pecto á. ella.-Leyendas del Indostán.-Atlas y Chibclu1rnm.-El escudo de H omero. -Estrab6n.

Puesto que el globo de la Tierra obedece á las leyes de la al'monia en su redondez esférica y estructura gener·RI, lo mismo que en su marcha regular por los e ~ pRcios, seria incomprens ible que en este planeta de l'itmico movimiento se hubiera hecho al acaso la distribución de mares y continentes. Verdad es que los contornos de las riberas y las crestas de las montañas no forman en la Tiel'ra redes de regularidad geométrica, pero esa misma variedad e:::, una prueba de vida superior y de movimientos múltiples que concurrieron al embellecimiento de la superficie terrestre. El dibujo quebrado, pero armonioso, de las líneas continentales, es como la representación visible de las leyes que durante la serie de los siglos han 5

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presidido al modelado exterior del planeta. Nohay un trazo fundamental en el relieve de la Tierra que no sea un trazo geométrico, como dice Juan Reynaud. Mientras la mayor parte de la s uperficie del globo fué desconocida para los geógrafos, que ignoraban hasta la verdadera forma de la Tiena, se comprende que los hombres, abarcando con débil mirar un horizonte muy limitado, vieron una imagen del caos en el cruzamiento de Jas lineas geográficas. Imposible les era darse cuenta de las leyes que presidieron la formación de las masas continentales, de las que ni siquiera los contornos conocieron; el análi is de las formas lerre::,tres no se había terminado aún, de modo que no podía intentarse la síntesis, como no afirmaran sin pruebas ó aventuraran el espíritu por entre las cosmo· gonias milagrosas. Á lo menos, los pueblos niños, seguros anticipadamente de la vida de una tierra bondadosa que Jos alimentaba, han considerado todos á la Naturaleza como un inmenso organismo dotado de suprema belleza. Para unos era un animal, para otros una plt:1nta, para todos el cuerpo de un dios. Las ideas que se formaban respecto á ello son en general lo más precioso que presentan sus tradiciones orales ó escritas, porque en esas relaciones, en las cuales se revela la más elevada expres:ón de su genio poético, resumían al mismo tiempo s us creencias relativas al origen

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de la Tierra y de su raza. Para el estudio com· parado de la historia, de las costumbres y d~l ideal de cada pueblo, ningún libro seria tan útil como aquel en que estuvieran reunidos todos los conceptos cosmogónicos imaginados. Compréndese también que esas leyendas son tanto más sencillas y rudimentarias cuanto más tranquila fuese la manifestación de sus fenómenos en la naturaleza ambiente, de la cual son aquéllos en gran parle reflejo. Los pueblos del Norte, que be abren habitaciones subterráneas para evitar el frío y cuyo territorio durante gran parte del año está helado ó cubierto de nieve, no pueden tener una idea tan fantástica de la armo nía del globo como los hombres del Mediodía que habitan al pie de las montañas más altas del planeta, y que contemplan los grandes fenómenos de la vida planetaria, los monzones, los huraca · nes, las súbitas crecidas de los rios, el rápido cr ecimien Lo de los poderosos bosques tropicales. Para los indios, en la Naturaleza todo es movímiento, creación incesante, fulminante actividad. Según uno de su s libros, Brahma, el trabajador eterno, creó la Tierra contemplando su propia imagen en el océano de sud or que babia brotado de su frente. Numerosas son las leyendas indias sobre la formación de la Tierra y di stribución de los con. tinentes; además, en la mayor parte de esas hipótesis cosmogónicas hay que admirar la osadia y

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el profundo sentimiento de la vida que lodo lo anima. Por raras que nos parezcan esas teorias grandiosamente poéticas, no dejan de ser más verdaderas que esas áridas nomenclaturas en las cuales han visto toda una geografía infelices eruditos. Según antigua creencia de los indios, análoga á la de varios pueblos de América, la Tierra no es más que una carga colocada encima de un elefante gigantesco, símbolo de la inteligencia ó la sabiduria, mientras una inmensa tortuga, que representa las fuerzas brutales en la Naturaleza, pasea al enorme animal por un mar de leche, ilimitado como el infinito. Más adelante, las ideas que del globo se formaron los indios variaron mucho según las épocas y las sectas. Para los bracmanes, la Tierra es un loto abierto sobre la superficie del agua. Las dos penínsulas del Ganges y las demás comarcas asiáticas son la flor abierta; las islas dispersas por el Océano son los capullos á medio abrir; las tierras lejana son las hojas muellemente extendidas. Los ghats y los nilgherri son los estambres de la inmensa flor, y en medio se yergue el gran Himalaya, pistilo sagra do donde se elaboran las simientes del mundo. El hombre, como esos insectillos que ven el infinito en una rosa, cons truye imperceplibles ciudades cerca de los nectarios de la flor, y abre á veces las alas para desliza rse por los mares, desde la corola de la India hasta la de Ormuz ó la de Socoto ra . El tallo desaparece

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en las profundidades del Océano, y de a bis m o en abismo s umerge sus raíces en el corazón de Brabma. Muy inferiores á ese co ncepto ext.rflño, per? grandioso, que á lo menos daba á la T_Ierra movimiento y vida, so n todas aquellas teor1as d~~má­ li cas de los sacerdotes sirios y de los talmud1stas hebre o:5, que, por terror al cambio, veían en la Tierra un a ma a inmóvil apoyada sóli da mente en inmen as columnas de piedra ó de mctnl que se perdían en el caos primitivo. Esos hipóle~is antiguas y groseros se encuentran en el m1to más noble de los helenos, según el cual el globo de la Tierra e taba colocado en los hombros de un gigante anodillado. Era esa una idea más confo rme co n el genio plástico de GreciA, que trotaba de bu car en todas pat·tes las proporciones del cuerpo humano, divinizado por la fuerz a y la belleza. En el fondo era el mismo el co n cepto, pero su forma era más poética, y por lo tanto más grata al espíritu de los pueblos niños. Imbuidos por análogas ideas, los aborígenes de la mese ta colombi·ana de Bogotá contaban que, como castigo de un crimen , la buena diosa Bochica había condenado al gigante Chibchacum á sostener con los hombros la Tierra, que desca nsa ba antes en pilares de madera de guayaco; los terremotos, según este mito, obedecían á los movimientos de cansancio ó impaciencia de ese Atlas del Nuevo Mundo. 1

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Las ideas re latí vas á la distribución de continentes _Y mares en la superficie del globo eran nec_esartamente erróneas en todos los pueblos antiguos que querían conocer la Tierra entet·a por las comarcas más ó menos estudiadas. . Según los cantos de Homero, expresión de las Ideas de los antiguos helenos sobre la Naturaleza y la sociedad, la Tierra es un enorme disco, cuyos bordes realza un alto cinturón de montañas, alrededor del cual corren las ondas del río Océano. En medio del disco, yergue el Olimpo hacia el cielo sus tres cumbres redondeadas sostén de los p~l~cios de los dioses bienaventurados, y donde Jupller, desde su trono, colocado en la más eleva . d~ cima, ve á través de las nubes agitarse á sus p1es la muchedumbre humana. La Tierra, separada en dos mitades por la masa azul del Mediterráneo, se extiende en lontananza hasta el reborde del disco, semejan te á figuras en relieve que adornan un escudo. Desde lo alto del Olimpo, contemplan á un tiempo los inmortales las penínsulas de Grecia, las blancas islas del archipiélago, las costas del Asia Menor, la llanura de Egipto, las montañas de Sicilia, habitadas por los ciclopes, y las columnas de Hércules, colocadas en los límites del mundo. Encima de aquel espacio poblado por los hombres se redondea la cúpula cristalina del firmamento, sostenida por los pilares del Atlas y del Cáucaso. Los descubrimientos de los viajeros y los cál-

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culos de los astrónomos griegos habian de modificar gradualmente la teoria primitiva. Estrabón, que fué uno de los viajeros más constantes de la antigüedad, puesto que recorrió la Ti~rra desde las montañas de Armenia hasta las rtberas del mar Tirreno y del Ponto Euxino á las fronteras de la Etiopía, se formaba ya idea muy acertada de la distribución real de los continentes del mundo antiguo y discutia con maravillosa sagacidad las relaciones mutuas de las partes que constituían aquel conjunto. Llegando hasta atravesar los limites de la región conocida, se arriesgaba á decir que tal vez existiera entre la Europa Occidental y el Asia Oriental una tierra habitada que equilibrara el mundo antiguo. En su audacia cientifica, llegaba á adivinar lo que después ha descu· bierto la geología moderna, ó sea que cno sólo simples masas de rocas ó de islas grandes y chicas, sino también conlinentes enteros pueden surgir del fondo de los mares,, como ha expuesto el gran Ritter con sentimiento que podríamos llamar filial. Estrabón es el verdadero fundador de la ciencia geográfica y su obra es la que los sabios modernos han reanudado después de tan· tos siglos esterilizados por el cesarismo romano y la barbarie de la Edad Media.

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Debigualdad de las tierras y los lllareb.-llemi::.ferio oceánico, hemisferiO contmental.-Semicírculo de las tierras -Di.stribución de la::; mesetas ~ás altas y de las mayore~ cord!lleras alrededor del Océano Indico y del mar del s-· _ e· ur. uculo polar.-Círculo de los lagob y los desiertos.-Ecuador de contracción.-Ribera::; dispue::.tas en arcos de círculo.

. El hecho más considerable que Ílamn la atenCión del ob en·ador al examinar la superficie del glob~, es la extensión de~igual del Océano y de las tierras emergentes. Aunque en ambas regio n.es polares se encuentran todavía ' 'astos espacios sm explorar.' ~ue forman una décimosexta parte de la super·ficie terrestre, puede decirse de una manera nproximadn que los mares cubren las tres cuartas partes del globo. En el hemi ferio meridional es donde se han acu~ ulado princi poi mente las aguas, y las masas contmentale
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hacia la parle central del grupo de los continentes. Si se describe un gran circulo sobre el globo,. alrededo 1• de Londres, que es en nuestros di.ns el principal foco de atracción para ~1 com~rcw de todo el mundo, casi toda la superficie conlmental, encenando la doble cuenca del Atlé ntico .com.o un mar inte 1·ior, cabrá dentro de ese hem1sfer10; la otra mitad de la superficie terrestre, cuyo centro está situado junto fl Nueva Zelanda, en los anti: podas de la Gran Bretaña, no estará ocupada cast más que por la inmensidad de las aguas. L~s co marcas antárticas, la Australia, la Palagoma Y el archipiélago vecino, son las única~ ti~rras qu.e rompen la uniformidad de ese hem1, fen.o oceámco. Según una hipótesis plausible, esa hmchazón, esa tut·gen cia de los continentes que sobresalen en una parte del globo y esa afluencia de aguas oceánicas en el hemisferio opuesto, obedecen al peso desiaual de los materiales que constituyen la masa del globo, y por lo tanto á la falta de coincidencia entre el centro de figura y el centro de gravedad. El litoral de los continentes que se desarrollan alrededor del Gran Océano afecta una forma sensiblemente circular; es una especie de anillo rolo al Sur, por la parte de los hielos antfirticos. Desde la punta meridional de Africa ha::,ta el Kamlchalka y de las islas Alentrinas al cabo de Hornos , las tierras están dispuestas en un . inmenso anfiteatro, cuyo contorno, igual á la Cl~cunferencia del globo, no es menor de 40.000 lu-

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lómet_ros. Y no son simples playas bajas que se d_esphega? en hemiciclos alrededor del hemisfeno oceámco: las mesetas más altas, las montañas más elevadas de los continentes se colocan en vas~o semicirculo precisamente en las comarcas Yecmas al Pacifico y hacen inclinarse hacia ese océa_no el centro de gravedad de todas las masas continentales. Por la parte del Océano Índico, dependencia del gran mar del Sur, presenta África sus aristas más elevadas; alli se encuentran los montes nevados del K~nia y del Kilimandjaro y se alza la meseta de EtiOpia, semejante á una gran fortaleza rodeada de baluartes; al Oriente de la estrecha puer'ta del Mar Rojo se eleva otra meseta la del Yem~n, cuya_s pendientes más rápidas se ;uelven también hac1a las riberas del Océano. Más allá, aquella muralla de tierras altas, que s_e podria llamar la columna vertebral de los contwe~tes, está cortada por la represión del golfo Pér'SICO y del Éufrates, pero empieza de nuevo al Norte de Persia. El Cáucaso, el Elburz, el Hindu Kneh, e~ Kara Korum y el poderoso Himalaya, cuyas cimas se levantan á nueve kilómetros de altura encima del Indostán, están tres ó cuatro veces m~s . próximos al mar de las Indias que al Océano Art1co; esa diferencia seria mayor si se prescindiera de las peninsulas del Ganges, que avanzan mar adentro como los miembros del gran cuerpo asiático. Considerada en su conjunto,

asa del continente puede dividirse en dos vaer~entes, una de las cuales baja rápid~me_nte hacia las llanuras ribereñas del Océano Ind_Ico, mientras la contrapendiente, erizada de cordilleras divergentes, se inclina de grado en grado ha· cia las inmensas tundras pantanosas que están junto á los mares glaciales. . . . Las grandes mesetas del Asia Central, hmlla· das al Norte y al Sur por esas cordilleras q_ue irradian co mo un abanico desde el nudo de Hm· du Kuch, forman en dirección al NE. la parte culminante del anfiteatro continental; después al Norte del valle del Amor se continúan á poca distancia del litoral con hileras de picos que dominan los mares de Ochotzk y de Behring. Más allá las aguas del Pacifico se han abierto paso · 1, pero la para' unirse con las del Océano Gl ac1a linea de las montañas sigue prolongándose. Co· locadas en forma de istmo roto al Sur del Estre-cho, las islas Alentienas reunen las dos masas continentales de Asia y de América del No_rte; parece la ribera de una antigua tiena sumerg1da. La alta península de Alaska, co~t~n~ación de la fila de las Alentienas, es el punto mtcial de esta serie de altas tieiTas que siguen las orillas _del Pac\fico á través de ambos continentes ameriCanos. Cordilleras paralelas, apoyadas en ciertos si· ti os en grandes masas, se encorvan. alre~ed~r de las riberas de Sitka, de la Colombia britámca Y de la California, y luego se funden insensiblemen-

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te en la meseta ~el Anahuac. Esta continúa al SE. en una cordillera volcánica, interrumpida de trec~o en trec~o; pero en las orillas del golfo de D~nen la cordtllera empieza de nuevo, y sumergiendo las rocas de su base en las olas del Pacifico, desarrolla su doble ó triple arista nevada hasta ~1 e:::,lrecho de l\lagallanes. Las otras prolu· ber·ancw de la América l\leridional que se elevan al E le de e:::,a gran espina dorsal de Colombia alcanzan una altura menos considerable y está~ atrave::,adns por ríos á los cuales la nieYe de los Ande!::J ha dado origen. Además, la pendiente abrupta de la cordillera madre está uniforme· mente \'Uelta hacia el Pacífico; la distancia de las boca:::, del Amazonas á las cimas de los Andes es lo menos quince ,·eces más larga que la distancia entr·e la cre~ta y el litoral del mar del Sur E:::,e in_mens~ hemiciclo de tierras al~as que formn In nbera mterior de las masas continentales, de de el cabo de Buena Esperanza ha:::,ta el d~ Homo ~, no es el único testimonio de la fuerza S1emp1:e activa que tiende á hacer surgir las par· tes :::,a.hentes_ de la esfera terrestr·e siguiendo grandes llneas cm.:ulares. Con la misma cordillera de ~os Andes s~ suelda una serie de montaiias y de rslas 'olcámcas que se desarrollan en círculo alreded or d~l mar del Sur. Es el gran anillo de volcanes activos señalado primeramente por Leopoldo de Buch y designado por Cados Ritter con el nombre de circulo de fuego.

También las riberas de los continentes é islas vueltos hacia el mar Glacial del Norte se des · arrollan siguiendo una curva círcular. Según se puede juzgar por el estado actual d~ nuestros conocimientos sobre esa parte de la Tierra, parece que un círculo polar inclinad~ un~s cinco .g~a· dos hacia el estrecho de Behnng trena por circunferencia casi regular las costas septentrionales de Siberia, del archipiélago de Parry, de Groenlandia, de Spitzberg y de Nueva Zembla. Otro círculo, inclinado 10 grados sobre el polo en dirección al meridiano de París, pasa á través de la mayor parte de los mares interiores del antiguo y del nuevo mundo. Esa curv~ penetra en el Mediterráneo por el estrecho de G1braltat', r~­ corre este mar y el Ponto Euxino, une el Casp10 con el mar de Ara\, que en una época geológica reciente no formaban más que una masa de agua, y luego se prolonga hacia el Pacífico por la cade· na de los principales lagos siberianos, incluso el Baskal. Sobre el continente americano, la curva atraviesa el lago de Winnipeg, el Mediterráneo de los grandes lagos del San Lorenzo, y desp~és el Champlain y la bahía de Kindy. A~í se termma esa gran serie de dept'esiones continentales, que ciel'tamente no se formó al acaso. A\ Norte del Mediterráneo, el más importante de esos mares intel'iorec; las montañas más elevadas de Europa ' levantan una muralla análoga á la que da vuelta al Pacífico. Efectivamente, los Pirineos, los gran·

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des Alpes y los BaJI.~anes constituyen una especie de muralla con numerosas brechas, mucho mlls próximas al Mediterráneo que á los mares del Norte, y que pre enla su pendiente más rllpida por la parte del Sur. Juan Re) naud ha señalado la existencia de otro anillo terrestre que también debe de haberse formado en virtud de una gran ley geológica. Ese tercer circulo, de una inclinación de 15 ó 20 grados sobre el polo, pasa por el istmo de Panamá, que es la depresión más grande de América, y atraviesa en el mundo antiguo casi todos los gran· des desiertos, muchos de los cua les estaban cubiertos de agua duran le los últimos periodos terrestres. Esos espacios arenosos ó peñascosos, colocados oblicuamente á tra,·és de los continentes de Africa y de Asia, son el Sabara, los arena· les de Egipto, el Nefud de Arabia, las mesetas saladas de Persia y el Cobí ó Chamo, cuya superficie no es muy inferior á las soledades africanas. Cosa notable es que esa serie de antiguos mares esté domin ada al Norte por di,·ersas cordilleras, el Atlas, el Tauro, el Cáucaso; como el Pacífico y el Mediterráneo, las aguas desaparecidas tenían al Norte un a muralla de tierras elevadas. Corno quiera que se ha) a formado ese anillo de mares y desiertos al cual Juan Reynaud llamó ecuador de contracción, es imposible considerarlo como ciego capricho de la Naturaleza. N o sólo las diversas regiones de la Tierra que

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una ran analogía de relieve ó se distinguen por d. g estas circularmente en la de aspecto estl\n Ispu . o que los contornos de · del planeta, sm . . á super fi e1e bedecen as1m1smo los continentes parece q~et od presentan una serie · a en cuva v1r u una ley ritmlc J ·dad cas1. per· 1 de una regu1an de arcos de círcu o d los tres continentes fecta á veces. Las c~sta~ l ~ur África y Australia, meridionales, Aménc~ e l 'de ello Todas las presentan notables e)e~p ots s del Norte tienen los contmen e penínsulas .d e , en arcos de círculo, Y tambiép on\las coi ta~as uede ser Sicilia, son muchas islas, cuyo tipO ~á ulos esféricos. E sa comparables _con vastos tn n~as es tan fre cuente, disposición circular de las c~s do de clasificar las que varios ~eólogos han ~: ~urvatura de golfos y tierras segun el grado bahías.

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III

División de las tierras en mundo antiguo y moderno.-Doble continente americano.-Doble continente de Europa y África.-Doble continente de Asia y Australia.

Si puede considerarse que las masas continentales están colocadas siguiendo grandes círculos tr·azados alrededor de la esfera, hay que recon.ocer que obedecen también á otra ley en cuya vtrtud los grupos terrestres se han distribuido en tres continentes dobles, que forman respectivamente tres series paralelas. Parece al principio que las partes salientes del suelo no c~nstituyen mlis que dos masas, la del mundo antiguo y la del nuevo, y que esas masas no se asemejan en sus formas exteriores. Pero un examen atento revela una gran unidad de plan donde á primera vista no se advertía más que caos y desorden. Y es que, á consecuencia del cruzamiento de las diversas partes, levantadas unas circular·mente alrededor de los mares, otras paralelamente al meridiano, se ha producido entre lo.:> grupos continentales una serie de contrastes que se mezclan con las semejanzas y hacen predomi-

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nar sucesiYamente las formas opuestas en la distribución general de las tierras. Esa mezcla es Jaque da con su variedad mayor armonia al conJUnto del relieve terrestre. Para el estudio comparativo de la configura· cióu de los continentes, hay que elegit· á América como tipo, porque en dicha parte del mundo la linea de elevación dirigida de Norte á Sur es tangente á la curva que describen las tierras alrededor del Pacífico y hasta se confunde con ella en cierta extensión. Gracias á esa coincidencia de ejes, el Nuevo Mundo presenta una regularidad de formas muy grande. Se compone de dos triángulos que dirigen hacia el SurJa punta más aguda y se unen entre si por medio de un istmo muy estrecho. Ambas mitades de América, una de las cuales pertenece por completo al hemisferio septentrional, mientras la otra es trópico-meridional, forman dos continentes perfectamente distintos, y sin embargo, ofrecen analogía tan grande en su estructura, que constituyen seguramente una sola pareja. Por un efecto natural de la divergencia creciente que se produce en la América del Norte entre el eje continental y el círculo de montañas desplegado alrededor· del Pacíllco, ese continente es más grande que su compañero del Sur en la proporción de una séptima parte, y sus contornos son mucho más quebrados. La forma más típica es la del continente mer·idional, al cual debiera darse el nombre especial de Colombia. G

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En el mundo antiguo África se adapta de un modo evidente al mismo modelo que la América del Sur. En su estructura general, parécense ambos continentes por su gran masa triangular de riberas poco sinuosas, y la analogía se encuentra hasta en los detalles de golfos y promontorios. Muchos son verdaderamente los contrastes, pero se producen con tanto ritmo y regularidad, que ha de verse en ellos nueva prueba de la unidad de formación en las dos masas continentales. Europa no parece á primera vista una parte del mundo correspondiente á la América septentrional. Efectivamente, ese conjunto de penlnsu· las que aun en nuestros días es la región más importante de la Tierra por la civilización de sus pueblos, podría parecer un apéndice geográfico, un a simple prolongación de Asia; cuesta trabajo compararlo con la América del Norte, cuya masa ocupn doble superficie. Sin embargo, el estudio geológico del relieYe de Europa prueba que forma en realidad un continente distinto. En época anterior estaba separada de Asia por una masa de agua que se extendía desde el Mediterráneo hasta el golfo de Obi por el Ponto Euxino, el Caspio y el mar de Aral. Al pie de las montañas del Ural y del Atlas se extienden esas estepas inmensas que toda\'ía conserv:m, como casi todos los desiertos, su antigua fisonomía marítima, y que limitan al Oriente el continente europeo de manera mlls eficaz que otra Atlántida. Existía el brazo de mar

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que separaba las dos partes del mundo; pero aunque se han reunido tierras que ante.s eran distintas, conserva cada cual su carácter b1en determinado. La geología se presenta como testigo para afi:· mar la for·ma continental de Europa y s u analog1a con lo América del Norte. Por la parte del Sur Y la del E:::,te, la semejanza sigue entre ambas partes del mundo. Cier·to es que por el lado meri~ional las tierras de Europa no se Qnen ya con Africa por medio de un i:::,Lmo semejante al que enlaza las do!::J Américas, pero, como sabía ya Estrabón, baslarla con un levantamiento de cien metros esca~os para formar una lengua de tierra desde Sicilia hasta Túnez entre los dos mares de Espa· ña y de Creta. Una compuerta submarina divide el Mediterráneo en dos profundas cuencas, y gracias á su relieve acentuado, puede considerarse como un istmo verdadero. Además, la parle septentrional de Áfr·ica, es decir, las regiones del Atlas comprendidas entre el mar de Sahara y las costas actuales de Manuecos, de Argelia y de Túnez es seguramente una dependencia de Europa. La ciencia moderna ha comprobado que en cuanto á la fauna, la flora y la constitución geológica, todo el litoral del Mediterráneo oriental, al Norte y al Sur, forma un todo inseparable. Bourguignarlt ha sentado claramente, con sus investigaciones sobre los moluscos vivos, que el Norte de África no posee una sola especie que sea pecu·

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liar suya, y que todos los tipos de esos animales encontrados en las pendientes del Atlas proceden de la peninsula ibérica. El Sahara occidental y la Tripolitana tampoco poseen especies pri,·ativas, por lo cual es evidente que estas regiones no hablan salido todavía del fondo del Océano al principiar la época actual y que la rvlauritania continuaba al Sur la península española; los promontorios de Ceuta y Gibraltar formaban parte todavia de la misma cordillera. No •gn oraban los antiguos que el Mediterráneo había estado cerra· do en otro tiempo por la parte de Occidente, puesto que atribuían á Hércules el honor de haber abierto una puerta entre los dos mares. Otros varios autores consideraban novedad desagradable que los geólogos hubieran hecho de Europa y Libia dos partes del mundo distintas una de otra; aunque separadas por el mar, las dos regiones les parecta que pertenecían al mismo conjunto geográfico. Los contornos exteriores de Europa recuerdan bastante los de América septentrional. En los dos continentes, las riberas del Atlántico están muy recortadas y dejando penetrar al mar tierra adentro, proyectan peninsulas muy en lontananza dentro del mar. En Europa, el Mediterráneo y el mar Báltico corresponden al golfo de Méjico y á lodos los mares que se extienden entre Groenlandia y la N u e va Bretaña; pero es de notar que Europa, cuya organización es más delicada y m{ls fina que la de las demás par'tes del mundo, tiene

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las penínsulas de formas m~s sueltas y lo~ mares interiores más rodeados de lterras; sus pemnsul~s se han convertido en islas, sus mares son a l mtsmo tiempo lagos; de todos modos, Europa c?rr~s­ ponde {l la América del Norte y foema con Afnca segunda pareja continent~l parale.la á la del Nuevo ~1undo. Asia y Austraha constttuyen .la ter~er_a pareja, aunque su forma reproduzca el ttpo pnmltivo de una manera muy imperfecta. Se ha roto el equilibrio en favor de la parte septentrional, pero aun se encuentran en la configuración general de esas grandes masas los rasgos principales que distinauen los otros continentes dobles. Como América del Norte y Europa, está Asia aislada geológicamente; como esas dos partes del mundo, pro~ ecta numerosas penínsulas en los ma.res que la rodean, y sí no está directamente umda con Australia por medio de un istmo continuo, á '? menos las islas de la Sonda, semejantes á los ptlares de un puente derrumbado, están colocadas á tra\'és de los mares de uno á otro conti nente. Australia recuerda muy bien con su forma regular y casi geométrica, y con su falta absoluta de penínsulas, las otras dos partes del mundo que penetran en los océanos meridionales. Por último , si se considera aisladamente el mundo antiguo, ó grupo oriental de los continen tes, se obserYa una doble distribución binaria, ó la división del mundo en cuatro partes colocadas dos á dos al Sur y al N orle del Ecuador. Ya lo

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enseñaban as1 la mayoría de los antiguos, que daban al mun_do el nombre de Terra quadrifida. Otros, obedectendo también li ideas sistemliticas creian que las tierras tenían la forma de un huev~ Y se componían de tres partes redondeadas alrededor del templo sagrado en Delfos, co mbligo del mundo,. Encuéntranse, pues, en la forma exterior de los continentes dos leyes distintas: una en cuya virtud se han dispuesto en círculos oblicuam~nte al Ecuador, y otra que las ha distribuido en tres lineas paralelas al meridiano. Á esa complicación se debe la apariencia irregular de Jos continentes dobles del mundo antiguo, porque en él se cruzan l~s do~ ejes de formación, y por lo tanto, hay gran dtverstdad en el relieve de sus tierras. Las semejanzas y diferencias que presentan entre si ambas mitades del mundo se explican también perfecta· mente cuando se las relaciona con uno ú otro orden de hechos. Si se consideran las tierras que brotan del mar como formando tres continentes dobles . paralelos, llama la atención la analoO'ia en b su conJunto y en sus pormenor·es· si se admite la división casual de las masas continentales en dos mundos, el antiguo y el nuevo, se nota entonces la ra~ón de los contrastes, que son otro género de semeJanzas. Así se explica la variedad de formas de Europa, considerada ya como mitad de una pareja continental paralela á las dos Américas, ya como una gran penínsu la de Asia en el inmenso

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anillo de las tierras que rodea el Océano. S~ distinguen la urdimbre y la trama en el_maravilloso tejido de la superficie del globo lo mtsmo que en una lela. . El rasgo principal del relieve d~l mundo antiguo es la enorme elevación de las lter·ras cerca del centro de Asia, en el cruce de las altas cordill~ras del Indu Kuch, en toda aquella región grandwsa que con justicia fué llamada 1 echumbre del mundo. Aquel pais tan elevado que rode_an el Himalaya, el Kara Korum, el Kuenlun, el Ttan Chan, el Soh· man Dagh y otras cordilleras ~s el lu?ar de la Tierra donde se cruzan ambos eJeS contmentales dirigidos uno de N orle á Sur y otro de SO. á NO., paralelos á los contornos del Pacífico. Al encontrarse, se han superpuesto ambas olas terrestres, como lo hacen en el mar las que llegan de puntos diversos del horizonte. En ese cruce de los ejes es donde se encuentra la verdadera cúspide de la Tierra, el centro orográfico de los continentes, que es al mismo tiempo el centro de dispersión de los pueblos arios. Por un notable contraste, precisamente en los antipodas de esta región de altas llanuras y de montañas elevadas se extienden las partes del Pacifico más desprovistas de islas, y probablemente también los abismos más hondos del Océano.

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IV

Principales analogías entre los continentes; forma piramidal de las partes del mundo; pendientes y contrapendientes.Cue~c.as cerradas de cada masa continentaL-Penínsulas meri~IOn.ales d? c~da grupo de continentes.-Hipótesis de los dlluv10s per16d1Cos.-Disposición rítmica de las penínsulas.

Cada continente, considerado aisladamente puede ser· asimilado A una base piramidal con una base enorme y una cima colocada lejos del centro de la figura. El Monte Blanco, cima culminante de los Al pes, está situado á distancia relativamente muy corta de las costas occidentales y meridionales de Europa; ésta en conjunto es una pirámide cuya altura equivale á la milésima parte de la base Y cuyas .verti.en tes vueltas hacia el Asia y el Océano ~!acial tienen una longitud cuádruple, por térmmo medio, de las pendientes inclinadas hacia el Océano y el Mediterráneo. El continente asiático tiene por cimas las altas montañas del Himalaya, y de esos puntos elevados las caras del país se inclinan siguiendo pendientes muy diversas h~cia los océanos opuestos; por una parte, el descenso es rápido hasta las llanuras y los golfos

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del Indostán; por otra, la contrapendiente es de una lon(7itud mucho más considerable. . El relieve general de África es menos conoc1~~, pero es probable que el monte ~enia y el Kll~­ mandjaro sean las alturas culmwantes del poli· edro continental, y esas alturas, que se yerguen le¡os del centro de África, presentan por una parte una inclinación relativamente brusca y por la otra una contrapendiente muy prolongada. En Australia ocurre el mismo fenómeno, porque los montes más elevados de ese continente son probablemente los que se encuentran en la ~ueva Gales_ del Sur, á poca distancia de las onllas del_ Pa~1fico; desde esas montañas hasta el Océano Indico, la distancia es lo menos séxtupla. Por último, ambas Américas pueden ser t~m­ bién consideradas como dos sólidos cuya c1ma está lejos del centro de figura, uno en Orizab~ ó en Popocatepetl, otro en el grupo de_ las ~ontanas boli' ianas. Á pesar de todas las diVel'bidades de relieve que presentan los continentes, á pe.s~r de las oquedades y depresiones de su superficie, el suelo presenta en muy pocas regiones cavidades inferiores al nivel del mar, y esas cavidades, como los alrededores del mar Caspio y el valle del mar Muerto, están precisamente situadas en los confines respectivos de los dos continentes: Europa y Asia, Asia y África. Hasta las depresiones del Sabara de Argelia, cuyo suelo está en ciertos lugares más bajo que el Mediterráneo, son el fondo

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del mar an~iguo que separaba en otro tiempo la verdadera Africa de las comarcas del Atlas. Üli'O gran rasgo de semejanza entre las diversas ma.sas c?ntinentales es que cada una encier~a, á distancia considerable de las riberas oceámc~s, una ó varias cuencas cerradas, donde se extienden la.s aguas que no pueden derramarse por l.as vertien.tes exteriores; esas concavidades, que tienen su Sistema exterior de lagos y de ríos, son otros tantos mundos. En el continente asiático, el mayor de todos, cuyo centro de figura es el mli~ ap~rtado del mar, las cuencas hidrográficas delmte~wr presentan mucha extensión. Comprenden ca.si toda la superficie de las altas mesetas de Tartar1a Y de Mongolia, es decir, las cuencas del Lob Nor, del Tengri Nor, del Koko Nor, del Ubsa Nor; después, al Oeste de las grandes cordilleras del Asia central, abarcan la meseta del Iván la cuenca del Balkach, las del mar de Aral, de Íos lagos. de Van Y de Urmials. Con la depresión del CaspiO, la serie de las cuencas cerradas del Asia se. enlaza con la de Europa, que se extiende hasta el mismo centro de Rusia, hasta las fuentes del Knua Y del Valga. En conjunto, toda esa reo-ión cuyas aguas, desde las colinas del Valda rus~ hasta las mesetas de Mongolia, nu encuentran salida hacia el mar, comprende un espacio tan vasto como Europa. Los dos continentes americanos también tienen sus siste.~as aislados de lagos y ríos, que ocupan una posiCión correspondiente, uno entre las

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montañas Roquizas y la Sierra N evada de California, otro en la meseta del Titicac.a, ent~e ~os .An· des y la cordillera propiamente dicha. Afr1ea ttene muchas cuencas cerradas, y la principal es .la del lago Tchad, situado en el cen.tro del contwente. Por último, la misma Austraha, á pesar de su escasa extensión relativa, tiene sus lagos Torrens, Gairdner y otros, que no se comunican con el mar. Según habia observado Bacón, los tres grupos de continentes presentan también unos con otros un parecido singular por la forro~ peninsular de sus puntas terminales, vueltas hacw el Océano Antái'lico. Esas tres penínsulas meridionales no avanzan mar adentro de igual modo, puesto que se encuentran respectivamente á 36, 44 y 56 grados de latitud, pero están unidas unas con otras por un círculo ideal, inclinado 10 grados sobre el polo Sur. Las distancias respectivas de las tres extremidades continentales son iguales en la periferia terrestre, porque los espacios marHimos comprendidos entre el cabo de Buena Esperanza y el cabo de Hornos, el cabo de Hornos y Tasmania, ésta Y el Sur de África, vienen á estar en la misma relación que los números 7, 8 y 9. Cada promontorio avanzado de la Tierra parece que fué en parte demolido por las olas. La América del Sur presenta en su extremo la imagen de una inmensa ruina; el tortuoso estrecho de Magallanes la separa de la Tierra del Fuego, que está dividida en varias islas por un dédalo de ca-

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nales y que tiene al Sur, como un león echado el for~i~able islo~e del cabo de Romos. De la pu~ta mend10nal de Afl'ica sale otro cabo, el de las Tormer~tas,. al cual la esperanza de descubt·ir las lnd1as hizo dar su nombre actual; al Este de ese promontorio, unido con el continente por medio de mesetas y montañas, penetra mar adentro el gran banco de las Agujas, en el cual viene á quebrarse la . fuerza de las corrientes, y que es, sin ~u~ a, residuo de una liel'l'a de::, a parecida. Por ultim o,. el cont.in.ente austr·aliano tiene por pro~onga cJón meridional la ribera escarpada de la 1sla de Van D.1emen, porque, por su posición geogréfica, e::;a lierTa pertenece seo-uramenle á la Au::,tralia; el error de Cook, que bno ''eía en Tasmani a más que un promontorio de Nueva Holanda, em más aparente que real. Lo que completa más el parecido entre las puntas terminules de los tres continentes del hemisferio antártico es que cada uno de los mares que se extienden al Oriente de esas tierras baña una isla ó un archipiélago considerables. Al Este de Australw, es la Nueva Zelanda; al Este del continente colombiano, el archipiélago de Falkland; al Este de África, la isla de !\ladagascar. Estas ob:::;e¡·vaciones de Bacón, desarrolladas luego por Buffón, Foster, el com paííero de Cook, y en los ti e m pos modernos por Steffens Carlos Ritter, Arnoldo Guyot y otros geógrafos, h~n dado lugur á la hipótesis de que un terrible diluvio 1

procedente del SO.

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desc~r?ó sobre los continen ·

t s del hemisferio meridiOnal para roerlos, re

c:rtarlos, llevar sus residuos á los ~ontinentes del Norte y formar así las largas pend1entes que bajan hacia el Océano Glacial Ártico.' Según esta hipóle.,is, las tierras del Norte crecieron desm~­ suradamente á expensas de las del s_ur, de las cuales no quedó más que el esqueleto. A esa gran inundación, que esculpió de nuevo las masas con· tinentales, atribu\a el via jero ruso Pallas el transporte de los innumerables cuerpo~ de.rnamrn~ts sume¡·aidos en las tundras de S1bena. Sab1do 0 es que esa hipótesis la han defendido después Arhemar y sus disc\pulos. Para esos geólogos que ven los grandes agentes de renovació n terrestre en una serie de diluvios periódicos, que descendie¡·on alternativamente del Norte y del Sur cada 10.500 aüos, las osamentas que se encuentran en Siberia las trajo el penúltimo diluvio, procedente del hundimiento de los hielos del polo austral. Según una de esas hipótesis, el último deshielo vino del Sur; según otra , del N orLe. Prudente es prescindir de esas ideas contradictorias , que atribuyen á un cataclismo la forma peninsular de los continentes del Sur. Hoy nadie duda de que el rinoceronte y el rnammut hayan vi\'ido en Siberia, donde actua lmente se encuentran s us restos. Casi todas las grandes peninsulas de la Tierra, Groenlandia, Kamtchatka, Corea, se ala!'gan también con dirección al Sur. Los tres continentes

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del. Nort~ toman separadamente por tipo de sus articulaciOnes meridionales el conJ·unto d 1 t t' e os res con mentes del Sur, y proyectan cada uno tres ye~ínsulas en los mares que los bañan al MediOdia; á las tres penínsulas del mundo corresponden en Europa, Asia y América del Norte tres grupos de penínsulas secundarias. Sobre todo en el mundo antiguo se han formado con reg~laridad esas articulaciones peninsula:es, con ritmo y medida; de continente á conti.nente presentan las analogías más notables Arabia, por la belleza sencilla y alti\a de sus contornos, rec~erda la for -na elegante y majestuosa d~ Espana; el Indostán, por la muelle ondulación de sus riberas y la redondez de sus ~ahías, conesponde á Italia; la India transgangé· tiCa, con sus numerosos contornos dentados y el ~n?rm.e desarrollo de sus riberas, es como una Imitación de la hermosa Grecia, CU)a forma se compara muy acertadamente con la de una hoja de morera. En los dos continentes las penínsulas ca~a vez son más articuladas de Occidente á Or1ente. Las penínsulas mediterráneas especialme?te presentan el fenómeno notable de una variedad .de contornos tanto más grande cuanto más próxtmo á Levante está el país. Las numerosas bahías que recortan las costas de España á lo largo del l\Iediterráneo se desarrollan en arc?s de círculo regulares que equivalen por término medio á la cuarta parte de la

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circunferencia; los golfos de ltalia, como el de Génova, el de Nápoles, el de Falerno y el de Manfredoni a, se abren como semicírculos completos en el contorno de la pen1nsula, mientras la mayor parle de los golfos de Grecia recorta~ muy profundamente las riberas y forman medtterrá· neos en miniatura como el mar de Lepanto. Hay que notar también que España y Arabia, penínsulas análogas, no presentan al Este de sus costas, de contornos sobrios y severos, más que islas de poca importancia. Italia y la India, cuyas formas son tan ricas, tienen cada cual una isla grande, y con sus puntos meridionales gozan aquélla con Sicilia y ésta con Ceylán. Grecia y la península lransgangética están bañadas al Oriente por mares sembrados de islas é islotes innumerables, semejantes á una nidada de pajarillos que juegan al abrigo de las a las maternas. Las dos penínsulas orientales que posee adetuás el gran continente de Asia, Corea y Kamtchalka, están asimismo acompañadas de un archipiélago. Las Lres penínsulas meridionales de América del Norte no pres entan en su aspecto la misma re gularidad que las de Europa y Asia. Á consecuen cia de la forma estrecha y alargada del continente , dos de esas penínsulas, la Florida y la California Baja, parecen atrofiadas en comparación de los órganos análogos de los continentes del mundo antiguo. El otro apéndice peninsular, mucho más desarrollado porque se encuentra en el mismo eje

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del Nuevo Mundo, no es más que el istmo de América Central. EfectiYamente, bastaría con una si m pie depre~ión de 30 metros para que el Pacifico y el mur de la~ Antillas unieran sus aguas entre los dos continenles americanos. Parece además que, en una época geológica reciente, un estrecho unta ambos mares á través de la llanura (llena hoy de Ja, a'-) que por una parte domina la Sierra de Maná Eungín y por otr·a la Sierra Trinidad. Un solo rasgo de relieve terrestre puede servir á un tiempo para varias cosas: precisamente en los antípodas de América Central, las islas de la Sonda sirven al mismo tiempo de istmo entr·e los dos continentes de Asia y Nueva Holanda.

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V

Articulaciones numerosas de los continentes del Norte.Formas pesadas de los del Sur.-Desigualdad de los continentes del mundo antiguo.-Desarrollo de las costas en razón inversa de la extensión de las tierras. -Contrastes entre el mundo antiguo v el nuevo.-Ejes transversales entre si de América y el mundo antiguo.-Contraste de los climas en los diversos continentes de Norte y Sur, Oriente y Occidente.

Un contraste fácil de comprobar es el de la forma de las riberas continentales. La América septentrional, Europa y Asia tienen, comparativamente con su masa, considerable longitud de costas. Golfo~ profundos, mares interiores pene· tran en ellas hasta gran distancia y su contorno está lleno de penínsulas dentadas; puede decirse que por su organización esas masas continentales parecen cuerpos articulados y provistos de miembros. La América del Sur, África y Australia parece que tienen en cambio una forma r·udimentaria; su perfil es de una sencillez y una regularidad casi geométr·icas, sus golfos son escotaduras poco pro· fundas en la línea poco movida de las orillas, y los promontorios, que han adquirido una forma peninsular, apenas existen. Esos continentes represen· 7

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tan en la escala de la organización terrestre una fase inferior de la vida. De todos modos, esa pesadez de contornos y esa falta de penínsulas quedan compensadas en gran parte por la posición más oceánica de los continentes del Sur y por la preponderancia del clima tórrido. En efecto 1 el aire 1 más cálido bajo los trópicos, se satura de mayor cantidad de humedad y las corrientes atmosféricas, más rápidas y regulares, transportan los vapores maritimos á través de espacios más vastos. Gracias á las lluvias torrenciales, á los vientos alisios, á los huracanes, las enormes masas de la América del Sur y de África están expuestas á la influencia oceánica lo mismo que las otras partes del mundo escotadas por golfos y bahías. Los tres continentes del Norte, cuyas riberas están recortadisimas, deben á sus mares interiores el respirar en una superficie muy desarrollada aquellos vapores acuosos, sin los cuales serian desiertos mmensos. La superficie de los continentes no es un hecho menos importante que su forma, y los contrastes presentados por las diversas partes del mundo son muy notables. Mientras ambas mitades de América son casi iguales en extensión, los cuatro continentes :del mundo antiguo difieren mucho unos de otros en superficie. Asia, por si sola, comprende un espacio de tierra más grande que el de ambas Américas juntas. Por su parte, Europa, proyectada en el Océano como una simple

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IDLÍSIDO REOLÚS

península de Asia, es cuatro ó cinco veces más pequeña_ que la enorme masa co? que está unida. Al Sur, Africa tiene una superficie tres veces mayor que Europa, y Australia, ~omparad~ con su vecina del Norte, cuya extensión es seis veces mayor, no merece más que el nombre de isla grande. De todos modos, es de notar que por. un curioso fenómeno de ponderación, las dos mitades de cada pareja continental se equilibran en la redondez terrestre. En la pareja occidental, África, que es la parte preponderante por la masa, se encuentra al Sur y Europa al Norte. En la pareja oriental ocurre lo contrario. El gran continente asiático está al Norte, y al Sur las tierras de Nueva Holanda. SUPERFICIE DE LOS CONTINENTES

Primera pareja América del Norte. América del Sur. .

20.600.000 kc. 18.000.000 »

Segunda pat'fja Europa. África . .

9.900.000 kc. 29.125.000 ,

Tercera pareja Asia .. Australia ..

4o.440.000 k c. 7.700.000 ,

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.

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lllLíSIIIO RBlOLÚS

:ambién pueden compararse los continentes

mdiC~ndo las dis_tancias desde su centro de figura á la ribera oceámca más próxima. RADIOS DE LOS CONTINENTES

Primera pareja América del Norte. América del Sur. .

1.750 k. 1.500 ))

Segunda pareja Europa. África ..

770 k. 1.800 »

Tercera pareja Asia .. Australia ..

2.400 k. 990 ,

Esa gran desigualdad de los continentes podría sorprendernos si no se supiera que. según la hermosa .ley expuesta por Geoffroy Saint-Hilaire, toda func1ón ha de desarrollars e en un organismo á expensas de otra función. Verdad es que Europa es pequeña, pero tiene gr·an riqueza de costas ~olfos Y penínsulas en sus contornos, y de islas Islotes en sus mares. Las tierras y las aguas están c~locadas en capas alternadas como para formar mmensa pila eléctri ca en la cual s ustituyen á los ácidos, chapas de metal é hilos conductores las tierras, los mares y las corrientes aéreas.

é

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Tan di versa mente articulada está Europa, q~e sus costas tienen un desa rrollo total más co~s·~era­ ble que las de América Meridional ó de Afnc~, á pesar de que ésta cubra mucha mayor extens1?n. Australia parece á primera vista una excepc1~n (por su forma pesada) de aquella ley en_ cuya virtud las masns conti nentales más pequenas son al propio tiempo las mejor or~anizadas, pero ?o hay que considerar á Austraha como cuerpo aislado; hay que tener también en cuenta el prolongado istmo de islas é islotes que la enlazan con la Ind o China. Alli hay numerosos archipiélago~ de tierras cuyo desarrollo total de costas es cas1 incalculable, y tienen por lo tanto todas las ve ntajas de clima, riqueza y fecundidad que ?a una situación marítima; allí, más que en nmguna otra parle del mundo, se despliega la magni?cencia de la vida terrestre por el esplendor y vanedad de sus productos. Los cuadros s iguientes, que dan en kilómetros la longitud absoluta y relativa del litoral marítimo en cada continente, forzosamente han de resultar incompletos. No podemos separar de Europa á Inglaterra ' Irla nda , Sicilia ni á las islas de Grecia, comarcas que han representado gran papel en la historia de la civilización. No podemos prescindir de las Antillas en el Nuevo Mundo, ni de las Molucas, archipiélago de la Sonda y el Japón al Oriente del continente de Asia.

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ELÍSI!lO RlllOLÚS

LITORAL MARÍTIMO

Primera pareJa América del N o rte .. América del Sur.

48.230 k. 25.770 ,

Segunda pareja ~uropa ..

31.906 k. 20.215 ,

A frica.

Tercera pareja Asia. . . Australia.

57.753 k. 14.400 ,

RELACIÓN DEL LITORAL CON LA

SU~ERFICIE

Primera pareja América del N o rte.. 1 k. por América del Sur· · 1 , por

407 kc. 689 ,

Segunda pareJa ~uropa ..

Africa.

k por 289 kc. 1 , por 1.420 ,

1

Tercera pareja Asia. . . Australia.

1 k. por 1 , por

763 kc. 534 ,

lOS

Teniendo en cuenta las principales islas, la Gran Bretaña, Irlanda, Cardeña, Sicilia y algunas otras, se calcula el desarrollo total de las costas de Europa en 43.000 kilómetros, ósea en un kilómetro por 229 kilómetros cuadrados de super· ficie. En los dos continentes del Nuevo Mundo, mesetas y superficies presentan una superficie casi igual en extensión, y bajo este aspecto tienen una armonia que no existe en el mundo antiguo. Todas las comarcas occidentales de la América del Norte y una gran parte de las orientales son mesetas lisas ó dominadas por cordilleras; las llanuras que se extienden entre esos dos sistemas de elevaciones y comprenden las cuencas fluviales de la América inglesa y del Misuri-Mississipison iguales en superficie á las tierras elevadas que tienen á ambos lados. En la América del Sur, las llanuras tienen más extensión relativa, pero si se añaden á la cordillera de los Andes y á sus estribaciones las masas colombianas, las del Perú y Bolivia, las masas de Famatina, de Aconguija,de Córdoba, las sierras de las Guyanas, las cordilleras del litoral brasileño y de Minas Gevaes, las gradas gigantescas de Patagonia, entre la arista de los Andes y la orilla del Atlántico, se ve que el equilibrio viene á ser igual entre las tierras altas Y bajas de aquella parte del mundo. Según Humboldt, cuyas cifras deben ser comprobadas cuidadosamente con los medios que nos da un conocí·

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ELisEO RECLÚS

miento cada vez mAs exacto d l . la elevación media de la A ~ relieve terrestre, de ser de 228 met 1mérJca del Norte debe de 351. ros, y a de América del Sur .

Los continentes del mund . tan la misma arman· 1 o antJguo no presen. Ja en a confio-u .ó d e su relieve. Considei'ada As . o racJ n. general un vasto sistema d la en su conJunto,es d e mesetfls qu . esde los promontorios del A . e se exttenden de Corea, y desde las . s ta l\1 enor ha s ta los hasta las de la pro . . orillas del Beluchistán VJncia de Vchot 1 L . central de Asia rod d z e a región altas del globo ~s J ea a por las montañas más de todos los co,ntine:~:s~ ten~stre más elevada A la altura media de 3 e~ Ciertos lugares llega La superficie total d 1 . ' 1-.000 y 5.000 metros. calculada por Hum~o~;t ~esetas ~e As ia ha. sido partes de aquella parte d 1 n las cmco séptimas las llanuras del Ga e mundo; l\Iesopotamia, tundras de SJ.be . nfges y del Indo, la China y las r1a orman · t séptimas partes del t. JUn as 1as otras dos . con m en te En b' traha es muy pobre · cam 10, Ausparte de la Tierra en mesetas y cordilleras; es la no. Muy hipotético~u:a~~nos sobresale del Océaca de su elevación d. e ser los cálculos acerbien sus regiones ~et 1~, porque no se conocen In erwres pe!' 1 continente australia ' o a a 1tura del 11 de Asia calculada no no. egarA á un tercio de la boldt en' 355 metro aproximadamente por Hum-

odo

s.

Europa, situada en el grupo del mundo anti-

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guo diagonalmente é. Australia, presenta un gran predominio de las llanuras sobre las mes~~as .. La Europa oriental casi entera es una campma lisa, y ese campo, cultivado en gran parte, pero lleno de brezos y turba de trecho en trecho, se prolonga por Polonia y Prusia hasta las fronteras de Francia y Bélgica; en aquel inmenso espacio es tan uniforme el terreno, que en una distancia de 3.950 kilómetros,desdeNijni Novgorod á Colonia, no hay ni un túnel de ferrocarril. En Europa occiden · tal, que bajo el as pecto histórico es la verdadera Europa, son muy numerosas las tierras ele· vadac;;; generalmente se reducen á simples cordillera s , que tienen á ambos lados llanuras considerables. Las únicas mesetas que tienen notable importancia en la arquitectura general del continente, son las de la peninsula ibérica, de Suabia y de Turquía; las tres se apoyan, de una manera rítmica, en una cordillera cuya vertiente opues~a domina extensiones horizontales de alu· vión. Al Norte de los Pirineos y de la meseta de España, se extienden las llanuras del Garona y del Langüedoc; al Sur de la meseta bé.vara y del muro de los Alpes, las fértiles campiñas de Lombardi;} y del Piamonte continúan la superficie del mar Adrié.tico; por último, las tierras bajas del Danubio están separadas de las mesetas de Tur· quía por la cordil lera balkánica, que se desarrolla casi paralelamente á la Pirenaica. Á causa del escaso número de mesetas que hay en Europa, la

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ELíSEO RECLÓS

altura media de este continente viene A ser la mitad de la de Asia; Humboldt la ha calculado en 205 metros. Inútil es decir que no puede determinarse la altura media de África, pero los viajeros modernos que han penetrado en lo interior de aquella parte del mundo han visto lo bastante para que podamos afirmar la analogía de África y de Asia respecto A la altura de la Tierra. Excepto Egipto, las llanuras del N1ger, algunas regiones del litoral y algunas partes del Sahara que antes cubria el Océano, el continente estA completa· mente compuesto de mesetas que se suelen apoyar en altas cordilleras. Esa ley de las diagonales que presentan en sus dimensiones respectivas los cuatro continentes del antiguo mundo existe igualmente respecto A su arquitectura general. Los dos, continentes donde dominan las mesetas 1 Asia y Africa, están dispuestos diagonalmente A los dos continentes en los cuales son mAs extensas las llanuras, Europa y Australia. Otro gran contraste entre el mundo antiguo y el nuevo es el que presentan las partes centrales de estos grupos. Entre ambas Américas se extiende un mar de forma casi circular, rodeado completamente por un cinturón de islas y riberas continentales. El centro del mundo antiguo, en cambio, estA ocupado por las llanuras de Mesopotamia y tierras altas, hacia las cuales se dirigen oblicuamente varios mares. El golfo Pérsico, el mar Rojo, el Mediterráneo, el Ponto Euxino y el mar Caspio,

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d aquella región central de los continentes ro. eatn les y van á herir oblicuamente la masa or1en a , . · ét · Al ver nta onal con intervalos casi stm neos. for~a y la dimensión de aq~ellos mare~, pareque la región que circunscnben ha sufndo una ce . de torsión como si la arrastrase un podeespecie , roso torbellino. . Por otro fenómeno de ponderación m~y nota· ble las montañas mAs altas de cada mitad del lobo están situadas en los hemisferios opuestos, ~ero á igual distancia del Ecuador. Cerca de uno de los trópicos se yerguen el Himalaya y demlis gt·andes masas de Asia; ce:ca del otro, se levantan los Andes de Bolivia Y Ch1le. Otra diferencia de las diversas partes del ~undo merece mención. Á consecuencia de la dispo· sición anular de los continentes alrededor del Gran Océano las costas occidentales de Europa ' · t a l es del y África corresponden li las costas onen Nuevo Mundo, en vez de recordar las del rest~, como reclamaria la analogia. Al Norte, Escandlnavia hace juego con Groenlandia; mas al Sur, ~as dos orillas que se miran á través del Atlánt1co septentrional se parecen mucho por sus escotaduras numerosas, sus golfos profundos, ~us penin· sulas y sus islas, y no hay ninguna s1metria de formas entre las costas de Europa Y las de la California y Colombia inglesa. Muchos geógrafos, y Humboldt entre ellos, han creído que el continente de África y el de América del Sur te·

r:

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nfan sus lados correspondientes orienta dos en el mis m o sen ti do. N o es cierto; esas dos par·tes del mundo presentan entre sí el mismo contraste que ~a s d os manos del hombre. Hay simetría, pero no 1gualdad. Las mesetas más altas y las montañas m ás elevadas de África se levantan al Este del continente, y la cor·dillera de los Andes domina las riberas occidentales de América del Sur·. Los m ayo res ríos africanos, el Orange, el Congo, el Níger, el Senegal y hasta el Nilo derraman directa ó indirectamente s u s aguas en la cuenca del Atl ántico, a l cua l van á parar también los ríos inmensos del continente americano, el Plata, el Am azonas, el Orinoco y el f\Iagdalena. Los de· s iertos saharianos que se inclinan hacia el Océano Atlántico corresponden á los llanos de Vene· zuela y á las pampas argentinas, vu eltas hacia la misma cuenca oceánica. Por último, los dos istmos de Suez y de Panamá ocupan cada cual en la esquina de s u continente una posición simétrica, pero op uesta. Por Jo tanto, hay que considerar á Cabo Verde como la punta correspondiente al promontorio brasileiio de San Roque, y el golfo de Guinea está representado allende el Oeéano por el vasto semi circulo de riberas que se extiende al Sur del Br·asil. H asta en el fondo del mar persiste la simetría, puesto que una elevació n de 4.000 metros harta surgir· del centr·o del Atlántico una tierra larga, separada de Europa y del Nuevo Mundo por dos canales paralelos.

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En cada uno de los dos grupos de continentes . ntes y contra pendientes están colocadas las pen d 1e . A · 1 en sentido inverso. En Africa, E~ropa y . s la, e declive más prolongado de las tier~as sigue la dirección del Oeste y del Norte hacia el Océano Atlántico y los mares glaciales. ~n el Nuevo Mund o también baja la contrapen dlente del co ntinente hacia el Océano Atlántico. Resulta de ello un con traste que al mismo tiempo es una .armonía; los dos mund os están vueltos un o ha cia otro y sus costas, llanuras y ri os, a~i como las r~­ giones donde vive el hombre, llenen más fácil acceso. Otro contraste, quizá el más importante de todos para la hi s toria de la humanidad, es el que presentan los dos gr·upos de los contine n tes .por su disposición recíprocamente trans:ersal. Mientras las comarcas más ricas y más v1 vas del mundo antio-uo desde el estrecho de Gibraltar hasta el archipi~la~o del Japón, se extienden de Oeste á Este, paralelamente al Ecuador, el Nue.v~ Mundo se alarga de Norte á Sur; como el mer1.d1ano, colocado en el camino que siguen los v1erltos, las corrientes y los pueblos proceden tes de l.a otra masa de tierras emergentes, ese doble contmen te recibe y desarrolla los gérmenes de vida cuya elaboración ha empezado a l otro lado de los m a· res. Esa disposición transversal de América re la· tivamenle al mundo antiguo es u no de los rasgos principales del relieve planetario y uno de los que

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ELÍSEO RBlOLÚS

influyen de manera decisiva en el porvenir de toda la raza humana. Ul~im.amente, tampoco hay que olvidar que los prinCipales contraste~ de las masas continent~les procede? naturalmente de todas las oposiCiones producidas por las diferencias de lonaitud Y de latitud. Esos contrastes son los del cli~a y su verdadera causá reside en la forma de la Tierra y en sus movimientos alrededor del Sol. El. ~ontraste astronómico entre el Norte y el s.ur. divide las partes del mundo en dos gr·upos distmtos. Los tres continentes del Norte pertenecen á la zona te m piada en casi toda su extensión Y proyectan sus peninsulas avanzadas, por una parte en la zona glacial, por otra en la zona tórrida. Los tres continentes meridionales presentan su desarrollo mayor entre l os trópicos ó en la zona templada del Sur. Reciben la mayor canli· dad de vapor anual, y por consiguiente son teatro de .los fenómenos más notables de la vida planetari~. En ellos se verifican los cruces de vientos y lluvias de ambos hemisferios y se forman los hura canes; en ellos hay inmensos desiertos; en ellos se presenta la vegetación en todo s u esplendor y llega la fauna terrestre á s u mayor fuerza y belleza. El contraste entre el Oriente y el Occidente es también muy importante en cada grupo conti· nental, porque toda la serie de fenómenos climatéricos que acompaña al Sol en su carrera apa•

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rente alrededor de la Tierra no sigue de manera uniforme las latitudes paralelam~nte al Ecuador. Á consecuencia del reparto desigual. de mares y tierras, viajan corrien tes, vientos y chmas, o~~ al Norte, ora al Sur, y producen asi una opos1c1ón muy definida entre la parte .occidental de un con· tinente y la oriental del contmente opuesto: Hasta entre Asia y Europa, á pesar de estar u~I~ as en gran parle de su extensión, es bastan~e VISible el contraste para haber llamado la atención de nue~­ tros antepasados más remotos y haber dado origen á las denominaciones usuales de. L~vante Y Poniente, Oriente y Occidente, que mdi~an, no sólo la situación, sino también las diferenci.as respectivas de climas, comarcas y pueblos. Sm embargo, el contraste es más notable entre el ~undo antiguo y el nuevo; á latitud igual, las nberas occidentales de Europa y las que están frenl~ á ellas allende el Atlántico tienen clim a~ muy diferentes, por los cambios que originan la~ corrientes maritimas, los vientos y todos los fenómenos en la atmósfera.

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NUI!l8TR0 PLANETA

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ELÍSEO RECL Ú8

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Armonía de las formas oceánicas. -Las dos cuencas del Pacifico.-Las dos del Atlántico.-El Océano Índico-El Océano Glacial Ártico y el continente Antártico.-Los contrastes;:condición esencial de la vida planetaria.

Á la armonía de las formas continentales responde la de la s formas oceánicas. El mar del Sur, inmenso manantial de aguas, comparados con el cual son los demás océanos brazos de mar, cubre por si solo todo un hemisferio del planeta; pero á pesar de sus enormes dimensiones, presenta un conjunto armoniosisimo, tanto por el anfiteatro de las riberas desplegadas alrededor del Pacífico, desde la isla de Van Diemen hasta la Tierra del Fuego, como por el cinturón de los maravillosos archipiélagos de Polinesia. Esas islas tan bellas y numerosas, llamadas por Ritter la Vía Láctea de las aguas, están sembradas oblicuamente á lo ancho del mar del Sur, desde las Filipinas hasta la isla de Pascuas, y dividen la inmensa cuenca del Pacífico en dos masas distintas por sus vien tos, el circuito de sus corrientes y las ondulacio · nes de sus olas. El gran hemisferio de las aguas forma una especie de pareja oceánica, siguiendo

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ELíSEO RlllCLÚS NUESTRO PLANETA

tina que forman las costas de África de Arab· d 1 , Ia, e as penínsulas del Ganges, de las islas de la Sonda y de Australia, no puede presentar el mismo carácter doble que los otros dos océanos d 1 mun?~· pero si s~ tienen en cuenta la s antiguaes condiciOnes geológicas de Asia, podemos considerar el mar Caspio, el mar de Aral y Jos demás lag~s del Asia Occidental como rest~s de aquel ant1guo Océano que en el hemisferio del Norte hacia juego con el mar de las India s. De modo que ha debido de haber tres océanos dobles como hay tres parejac;; continentales. Además, es ~roba ­ ble que las regiones polares del Norte y del Sur presenten asimismo un problema de equilibrio entre la Tierra y las aguas. Se conocen todavía muy poco las r'egiones del polo boreal y austral pero las exploraciones de los nave()'antes y Jo~ 0 estudios de los meteorólogos confirm an cada vez más la antigua hipótesis según la cual ha de exte?derse un mar libre alrededor del polo ártico, ~Ientras ocupa el antllrtico un casquete de tierras. S1 en efecto ocurre así, la armonía de la s masas continentales y líquidas que c::e mezclan en todo el planeta queda admirablemente completada por el contrllste de esos polos de tierra y agua que ocupan los dos extremos del eje terres tre. Las semejanzas generales y los grandes con• trastes que acabamos de reseñar no son Jos únicos rasgos de ese género que presenta la Tierra, Y nada más fácil que proseguir estudiando ese

115

paralelismo mar por mar, rio por rio, montaña por montaña. Además esa simetria puramente exterior presentada por las formas continenta les es poca cosa si se compara con la armonia profu nda que res ulta de las alternativas de los vientos, de las corrientes, de los climas y de todos los fenómen os geológicos; no ha de buscarse la verdadera belleza de la Tierra en las diversas partes del globo, si no en su manera de funcionar. La vida del planeta, como todas la s demás vidas, está compues ta de perpetuos contrastes en una armoní a perpetua, y esos contrastes se modifican sin cesar. Los conti nentes, los m ares, la atmósfera y de una manera más especial cada monte, cada península, cada río, cada corriente marítima, cada viento del espacio, pueden ser considerados como los órganos del aslro que nos lleva, y sólo viendo trabaj ar esos órganos, estudiando s u s acciones y reacciones contin uas, es como puede llegarse á conocer la fis iología del cuerpo planetario. La geografía física no es más que el estudio de esas armonías terrestres. Las armonias superiores procedentes de la s relaciones de la humanidad con el planeta que le sirve de teatro, á la historia toca describirlas.

NUBlSTRO PLANBlTA

CAPÍTULO IV

Las llanuras

I

Aspecto general de las llanuras.-Llanuras de aluviones fl.uviales.-Llanuras cultivadas.-Uniformidad de las llanuras incultas.-Diferencias de aspecto producidas por los climas y las diversas condiciones fisicas.

Las partes de la superficie terrestre en que la v~da del globo se muestra con menos fuerza y vartedad son las comarcas cuyo nivel varía poco. En esas regione", la horizontalidad apenas sensible de la pendiente impide el libre tránsito de las aguas; las ca m piñas presentan la misma vegetación ó la misma esterilidad en vastas extensiones· ' su aspecto general suele ser muy monótono. Sin embargo, á pesar de la uniformidad de las llanuras, los fenómenos de la Naturaleza son en ellas tanto más notables cuanto que se verifican de una manera más sencilla y regular. Cnsi la mitad de las regiones continentales se compone de tierras bajas y relativamente lisas,

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cuya superficie lla na ó suavemente inclinada prue· ba la acción de las aguas del Océano ó de los mares interiores que las cubr1an anteriormente; son antiguos fondos que se han levantado y por la uniformidad de su aspecto, parecido á veces al de las extensiones marítimas, contrasta notablemente con las tierras altas ó las montañas cercanas. Unas llanuras, regadas por rios, han sido movidas diversamente por las aguas corrientes, y gracias á Jos aluviones fértiles que han recibido, gracias á la humedad que penetra en ellas, han dado espontáneo nacimiento á grandes bosques. Pierden entonces su parecido con la superficie del mar, y únicamente lo conservan cuando se las Ye desde lo alto de un promontorio, á cuyo alrededor se agrupan como olas los árboles copudos. Por último, cuando los hombres se apoderan de las llanuras para construir sus ciudades y cultivar los terrenos, introducen gran variedad en aquellas extensiones uniformes y no dejan de modificar su aspecto primitivo. Esas regiones bajas, destinadas por la horizontalidad del suelo á ser teatro de escasa actividad en la vida planetaria, son ahora la principal residencia de la humanidad, y en ellas lleva á cabo la civilización sus más notables progresos. Las llanuras que mejor conservan su antigua apariencia son las que por falta de lluvias ó por no tener casi ninguna inclinación están regadas por pocas corrientes de agua ó por ninguna. Por

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eso se confunden las llanuras con los desiertos del globo en varias partes de éste. Dejando aparte las tierras bajas cultivadas, las mesetas y cordilleras intermedias, se ve que hay coincidencia entre la mayor parte de las gi·andes llanuras y las soledades de los continentes. Las regiones occidentales y orientales del Sahara, los Nefud de Arabia, las estepas del Caspio, del Ara! y del Balkach, las tundras de Siber·ia son á un tiempo vastas llanuras y los dos desiertos más considerables del globo. El eje general de las llanuras principales del mundo antiguo está orientado, como el de los desiertos de las montañas y de los continentes, de SO. á NE., y en el nuevo mundo el eje de las tierras bajas se dirige de Norte á Sur, paralelamente á la cordillera de las Montañas Roquizas y de los Andes. Todas las tierras desprovistas de arbolado se parecen por su uniformidad. En la superficie de esas llanuras, como en la del mar, bastn con mirar el contorno del horizonte para ver con claridad las pruebas de la redondez del globo. Aunque la vista se cierna sin dificultad por encima del suelo pelado ó de la masa verde de las plantas, las bases de las colinas y los troncos de árboles que aparecen en los linderos de la llanura quedan ocultos por la convexidad de la Tierra; no se ven al principio más que las cimas de los collados y las puntas del ramaje, y luego, á medida que el observador se acerca, se revelan las pendientes infel'iores y los troncos de los ár-

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boles corno en alta mar se ve el casco de_l buque mucho después que las velas y los másttles. Po~ último, y lo mismo que en el Océano, el espectá culo variable del cielo, al cual, por l_a costumb no se presta más que una atención secund:~ia en los países quebrados, recupe_ra toda su importancia en las llanuras y se convterte e_n el principal elemento del ~aisaje._ L_a superfi?te de la llanura uniforme y sm movlmlento se melina hacia el horizonte como el dorso de un ~s­ cudo gigantesco, y nada presenta en ~u extenstón que pueda atraer la mirada; pero enctma apa~ece la redonda cúpula de la atmósfera, con s~s JUegos de sombra y de luz, la gradación sucesiva de sus colores, desde el azul profundo hast~ el purpúreo encendido; sus nubes que se pei:siguen, se dispersan, se agrupan, forman largas tira~ ~rans­ parentes ó se acumulan como masas cenicientas y sombrías. Á veces, cuando el aire que llena el espacio es calentado con desigualdad por los rayos solares, los objetos lejanos se deforman aparentemente, se acercan, se superponen Y producen aquella fantástica ilusión de espeji~mo que en otro tiempo se creía obra de duendes JUguetones. Si todas las llanuras peladas de los continentes se parecen en la curvatura del suelo, en la redondez del horizonte y en los juegos de la atmósfera, difieren en cada pais según la naturaleza geológica del terreno, la temperatura media, los

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cambios de estaciones, la dirección del viento la abundancia de la lluvia y las demás condicio~es fisicas del medio. Hay llanura arcillosa dura y compacta como el suelo de una era; otra, cuyas rocas son calizas, está cortada de trecho en trecho por barrancos de tajadas paredes; otras son arenosas, y el viento las llena de ondulaciones como el mar. Algun.~ s (que son pocas) están despi'ovistas .de vegetación en extensos es pacios; presentan varws tallos aislados, cada uno de los cuales es una planta de distinta especie, y puede viajarse dias enteros por esos desiertos sin ver otros representantes del reino vegetal. La mayor parte d~ las llanuras poseen una flora compuesta de d1ver as especies, pero dos ó tres plantas más comunes que las demás, apareciendo uniformemente en centenares de kilómetros cuadrados ' paree? que se han apropiado el desierto y le dan una fi onomia especial. Por último, ciertas soledades, durante la estación de las lluvias ó durante todo el año, son magnificas prader~s verdes que esmalta~ las flores, espacios que el hombre p~ede conquistar fácilmente hincando en ellos la reJa del arado.

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Il

Landas francesas .-La Campiña.-Brezos de Holanda y del Norte de A.lemania .-Puszla de Rungria.-Estepas de Rusia. - E stepas saladas del mar Caspio Y del A.ral. - Tundras .

Gra cias á las lluvias traídas por el viento d~l mar, los desiertos pequeños de la Europa occidental no so n espantosos como el Sahara ó los Nefud de Arabia . Los más conocidos son las landas de Gascuña . La antigua región de las Landas fran cesas no se coro ponía sólo del departamento que lleva es e nombre; abarcaba también la mitad del Gironda y el ángulo extremo del. Lot y Garona y se extendía sobre cerca. de un mlllón de hectáreas. Aquel espacio, cubterto en otro tiempo por las aguas del Océano, es una mes~ta de 50 á 60 metros de altura media, con suave Inclinación al NE. hacia el Gironda y el Garona; al O. hacia los estanques del litoral; al S. hacia el río Addur. La uniformidad de la gran meseta de las Landas es tan grande, que en una longitud de 45 kilómetros entre Lamothe y Labonheyne, el ferrocarril de Burdeos á Bayona es perfectamente rectiHneo: parece un meridiano visible.

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~:s~:c~~c;~~~unos años, el tr~bajo del hom.

bre to d

. . o para reconquistar aquel vas ominiO, antes tan descuidado· . • municipios tratan d ,· ' parti?ulares y los brezos con plan~ac~~~I!u~cer~e sustituyendo boles, y es indudable ue e pino_s y otros árperflcie de las antio-uasql ;n poco tiempo la subosques y cultivoso En an as e~~ará cubierta de ahora lo · pocos Sitios puede verse que antes era tod 1 lindes de los viñedos bordet a meseta, desde las las primeras colina . _eses hasta la base de s pirenaicas. En esos espacios d h b. falta variedad pero . es a Itados, al paisaje le • Siempre t" encanto singular 1 Iene grandeza y un leza libre Ve el para os amantes de Ja Naturaespectador en torn 1 . . . l Imitado, encerrado or el . o, en e c_írculo ferencia uniforme p . honzonte en su Circun· . ' un Inmenso bos d d e distmtas especies que e brezos metros sobre el suelo q~~ ~e elev~ hasta uno ó dos esas plantas añaden l. a estación de las flores, · eves mati delicado verdor p , . ces sonrosados al , ezos1empre tá . una porción de 'll . es n erizadas con ram1 as sm h · como si las hubiera 1 . OJas, y tan negras partes, los helechos ca ~Inado el fuego. En otras del suelo y llenan la ~ ~altos se han apoderado gancia. Más allA h a m sfera de penetrante fraque florecen juntos ca~pos de juncos y retama nura con un inmen n plnmavera y cubren la Haso ve o de M neas y malezas crecen al bor oro. usgos, graminenúfares y otras pl t de. de los senderos; an as acuAtiCas duermen en

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la cenagosa superficie de las lagunas; ramilletes de juncos crecen en la tierra esponjosa de los charcos. Apenas puede distinguirse en el horizonte lejano una linea de color verde azulado que indica el lindero de un bosque de pinos. En vastas ex~ensiones de las landas está compuesto el terreno superficial de arena blanca y casi pura, pero en general se ven mezclAdos con la tierra residuos vegetales que le dan un color gris ó negl'Uzco, semejante al de la ceniza de carbón. Debajo de esta primera capa se extiende un esti·ato de arena aglutinada que suele tener· color de herrumbre y presenta gran analogía con el asperón fetTuginoso. Esa arena compacta, conocida en las landas de Médoc con el nombre de alios, debe su color y dureza á la infiltración continua del agua de lluvia que lleva al suelo substancias orgánicas en disolución y las mezcla intimamente con las moléculas arenosas. Generalmente el alios, á pesar de su apariencia ferruginosa, enciena una proporción pequeñísima de óxido de hierro. Cuando se arroja al fuego, se carboniza lentamente para reducirse á ceniza, pero en ciertos lugares, sobre todo en los pantanos, donde se forma espontáneamente el hierro de limo, la capa inferior· suele convertit·se en verdadero mineral. Generalmente, el banco de alios, cuya dureza está en razón inversa del espesor, permanece com pielamente impermeable como una hilada de rocas. Detenida por esa capa continua de alios, el agua

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de lluvia ha de quedar forzosamente sobre el suelo y durante la estación lluviosa la superficie de las landas se conve rtiria en un inmenso cenagal si no se cuid ara de abrir de trecho en trecho unos como sumideros que recogen lo que rebosa de los charcos d i5persos y lo llevan, ya á los arroyos del interior, )ll á los estanques del litoral. Par·a atra• vesar fácilmente las extensiones de agua, que A veces se pierden de vista, han tomado los pastores de las landas la costumbre de pasearse y vigilar los rebaiios montados en zancos de cerca de un metro. Creo que son los únicos hombres que tienen esa costumbre en toda la tierra, y que no men ciona otros la historia de la humanidad. Casi todas las regiones de la Europa Occiden · tal que antes cuLH·ía el mar y conservan la uniformtd ad de la st.:.perficie marítima, están cultivadas desde hace mucho tiempo; pueden servir de ejemplo la s tienns bajas del antiguo golfo de Poitou, el esluar·io cegado de Flundes, la mayor parte de Holand a, de la Frisia alemana y de Dinamarca . Per·o tierra aden tro se encuentran de trecho en trec ho comarcas de landas semejantes á las de Burdeos. Pueden citarse en Francia las de Sologne y Br·enne, que eran antes enorme bosq ue de más de 500 000 hectáreas y se transforman de nuevo en sembrado de pinos. En Bélgica las landas arenosas de la campiña que, desde que se estable· cieron los germanos y los bátavos en las comarcas vecinas, siempre han sido una extensión de bre-

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de .charcos, se ~xtendian en 1849 zos sembrad~ . d 140.000 hectáreas, pero los en una super cte e b Jgas que sitian esas lan. ·cultores e . vahentes agn d . sus dimen sw nes unas das no cesa n de re_ uclr

1.600 hectáreas al ano. de Alemania la zona de En Holanda y Norte hura y se extiende por · . ma yor anc d d brezos a qUlet e á onsiderable que la e fi · much o m s e · una super cte Sólo en H olanda, una exlas landas de Gascuna. ó sea más de la . d 1 ?00 000 hectáreas, tenstón e · · · . conSIS . t e e n un suelo arenoso mitad del terntono, 1 d d cu yas partes na vasta so e a , tablemente con los que era hace poco u incultas todavía contrastan no .6 de arena ele. . ¡ Esa regt n ' l mar está en gran ricos polders del htoi a . b vada un os 15 metros so re e ·osa's á las cuales · d t rberas esponJ ' Parte cubterta e u d haberlas seca o después e se puede pren d er f ue g . durante bt ·á neos En vei an 0 , do con cana les s u .err l o~ a ldeanos esos monlos días buenos, encienden. d·o se esparce en el meen I b tones de tur ~ seca ~ de hectáreas arden á vastas extensiOnes; mill.ares d 1 Norte pasa junto un tiempo. Cuando el viento lle~'D consigo el humo á esas hogueras grandes, se de JeCTuas de b . ó de la turba hasta centenares ntro de Francl8 acre Hol anda ~ veces hasta el ce 1 or·t·gen ' . .· Ese es e ha sta Suiza, Bavtera y ~usttia. 1 N rte que dan de las nieblas secas ó meb\as de ~tan' á medias tono amarillo á la .almósfern y o.c~le la hoguera el sol. Cuando el vtento es fa:oi a . 's· en 1865, envia el humo hasta grandes distancia '

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cuando se incendió un barrio de Limoges, la humareda, que se desarrollaba en largos torbellinos con dirección al Oeste, se vió perfectamente en Marennes, á unos 200 kilómetr·os en línea recta. Las landas del Nor·te de Europa presentan, por ser mlls frío ei clima, una vegetación menos alta } menos \'ariada que la de las landas de Gascuña, pero parece que la composición del teneno es ca i la misma en ambas zona~;, El color amariJio de la nrena en Alemania y Jutlandia se debe, como en Francia, á la filtración gradual del jugo de las plantas, cargndo de tanino, y la toba de aspecto ferruginoso que se encuentra ú cier·ta profundidnd en el subsuelo y niega paso á las raíces de los ár·boles, no es más que un banco de arena compacta de la misma naturaleza que el alios de la - landas francesas. En Jutlandia, donde ese han· co presenta un espesor medio de ciuco á siete centímetros, ~e le da el r.ombre dejeors aló ascua de hierTo. En Inglatenn, Escocia é Irlanda, se descu bren tn mLién delgadns capas de igual apariencia bajo las gr·andes llanuras solitnrias de los nivors 1\luy diferentes por· la \'egetación son las grnndes llanur·as herbosas de IIungria y Rusia Central; son inmensas praderas, no menos uniformes que la s landas, pero de aspecto más agradable y suave, sobte todo en prima,·er·a. La pus~ta madgyar, que cantó Peta>ti, es un antiguo lago de más de 500 kilómetros de circunferen cia, limitado á una parte por la gran curva del Danubio, desde Pest hasta

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l hemiciclo de los Carp_aBelgrado, y á la otra ?ore l de la Transilvama; occ1denta es tos y montanas 1 s fértiles aluviones que alimentado el suelo por ~ os rios le han llevado el Tisza, el Maros y los o r as es muy fértil y en t -as cercan , da abundantes cosedesde las mon an . d t cul t1va as d toda s las par es . es dedicadas á pra era_s chas. Vastas extenswn h. ba ondulosa recornares de 1er med · bravos Y por naturales son m 10 or toros das libremente p montan los ru d os aquellos raros caba llos qued aquellas llanuras . L l rmosura e d. de las cuales las casas jinetes eztkos. a 1e verdes y floridas, en me 10 d aparecen á veces . h de adobes, es ba¡as, hec as . t más el contraste que hasta el techo, la acreclen a . irculo de las monta· forma en el horizonte el semlc ñas azules. Rusia Central no 1 Las estepas herbosas, de a admirable marco s"'ta hungara, . tienen, como 1a pu ~> . un encanto swgu. pero tienen . d de elevadas c1mas, f1 v la o-entlleza e b lar por la belleza d e sus . ores J nire. Ln vasta ¡ mpwn en e 1 • sus espigas, que seco u . egra) ll amada asi · (t1erTa n • un mar de regi ón del Tchorno~om parte . Por el color del sue lo, es en 5o-ran por puebleclllos, . 1 0 en trec110 n con lenl1lu . d hierba cor·tadodelrecl . · s que corre campos cu lt1Vados y no 1 Tchornosjom, que se entre orillas profundas. E del Don, del . or las cuencas . extiende á un l1empo P d na superficie de Dnieper y del Valga, compren e u así doble que · d e hectáreas, e tierra vegeta l más de 80 millones . la . y en ese m . me nso espacw, Franc1a,

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presenta en todas partes una profundidad considerable, que varia de uno fl cinco metros y hasta 10 ó 20 algunas Yeces. Como lo demuestra la naturaleza geológica del s uelo, la llanura no es de origen oceánico; en ninguna parte se er1cuentran residuos mar!limos ni carámbanos errantes arrastrados po1· los hielos de las montañas escandinavas. Las tierra ~ negras eran un continente de forma iiTegular rodeado de agua por todas partes; fertilizada sin cesar por los detritus del césped, se negaban á nlimentar las raíces de los árboles·, no había bosques, y gracias á una canalización subtenánea natural, no se formaba ningún charco de agua e tancada. Aquellos terrenos, preparados a l cu lti vo po1· una vegetación herbosa de muchos millares de iglos, son de los mejores del mundo para la producción de cereales, y tarde ó temprano se convertirán en grandes campos de trigo. Al Sur del Tchornosjom se encuentran de ti'echo en trecho algunos islotes de la misma naturaleza, notables asimismo por la I'iqueza de s u vegetación, pero la mayor parte de las estepas, que s?n fondos mnrinos que surgier·on en época re· c1ente, no son Yerdes más que en primavera. Los calores del estío queman rápidamente sus céspedes, y los rebaños que pacen en aquellas vastas llanuras se ven obligados á refugiarse á orillas de los ríos para encontrar alimento. Los únicos oasis de la s estepas del Dnieper y del Don son los campos, cuyos habitantes han sabido purificar

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de Jos v regenerar el suelo empleando el dagua d 1

ntiales. Algunos pueblos, fun a os en e mana 1 son verdade· siglo últim o por colonos a emanes, . , ros nidos de verdor, cuya belleza for_ma sor pt en dente contraste con el aspecto formidable de las soledades cerca nas. . Casi todas las comarcas de Rusia y Tartana situadas debajo del nivel del Océano en la ~ran depresión del Caspio son e~t~pas, más. án.da.s todavía que las de Rusia MendiOna.l; sus mtet ml~ nables extensiones de arena movedtza, b.ancos d arcilla dura como el suelo de una era, hilada~ de rocas cortadas de trecho en trecho por l~endJdu­ ras en las cuales se ha juntado algo de tteiTa vegetal. Las estepas de arena ó arcil la comprenden la mayor parte de la cuenca occid~ntal del mar Caspio, las estepas roquizas se ~xttenden al E~te Co n dirección á Tarta ría; por últtmo, las llanUJ as · · · del salinas que demuestran la anttgua extstencia mar, ocupan extensión considerable entre la corriente del Volga y la del Yaik. Alli se e~c.uentr.a también el de ieeto de Narín, cuya superticJe arelllosa y desprovista de hierba está bembrada de mesetas arenosas cubiertas de verdura Y atravesada de Norte á Sur por una cordillera de mé?anos que resguarda los pastos ocult~s en los ba¡os fondos. Excepto esos pedazos de tterTas ,·arde~, visitadas por los nómadas, casi toda la ~uperhct.e · de la ande la depresión caspiana es la 1magen dez; no se ven pt·aderas naturales como en las 9

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estepas del Dnieper, del Don y del Irtich, y los pastos ocupan una zona muy limitada, á bastante di stancia al Norte de la ribera actual del mar. Cuando cae allí una nube de langostas, lo cual suele ocurrir, no queda ni un tallo de hierba y las cañas de los pantanos quedan roídas hasta el mismo nivel del agua. Ya se sabe cuán incierto es el aspecto de la superficie de las estepas en pleno invierno, cuando todo está oculto baJO la nieve, y el viento helado levanta olas en aquel ma1· blanco; pero en la estación más alegre del año, la inmensa extensión de arena blanca y arcilla rojiza, en la cua 1 crecen de trecho en trecho arlemi"as y euforbios de hojas obscuras, presenta también espantable nspecto. El terreno que se atJ'a\iesa en carro á galope, parece ~na sábana de fuego rayada por largas líneas cenicientas. De trecho en trecho "e atraviesa trabajosa~ente un bananco abterto por las aguas tonencwles de la tormenta, y luego se da la vuelta li un cenagal de aguas blancuzcas columbradas á través de un hosque de caña". En Ion ta nanza un lindero de. sal icores de color de sangre delata un charco ~almo ) en el horizonte indtcan la ribera del mar nubes pesadas escalonada~ en grandes masas. El suelo despide intolerable calor. Al mismo ti e. m po, la brisa, llamada como por un fo co de atracctón á la superficie ab1·asadora de las estepas, levanta torbellinos de polvo¡ al lado del carro se ven residuos de plantas secas que saltan á mi-

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Jlones; arrollados por el viento, esos carreristas de la estepa vuelan á porfia á ras del suelo y dan saltos de muchos metros; parecen seres vivientes arrebatados por una danza infernal. Al final de cada etapa puede el viajero pararse un momento del a11le de una misernble choza medio e11terrada en la areua. Se entrevé una figura humana de ojos huraños y revueltas greñas y luego se emprende de nue\'O el camino para internarse otra vez en el de::,ierto. Pocas \ eces se ven á lo lejos las kibitkas de kalmukos ó k10gnices ó los tumulus levantados en otro tiempo sobre las osamentas de los guen·eros; recórrense á veces centenares de leguas sin ver· más huellas de pasos humanos que los candes formados por las ruedas en la arcilla endurecida. En aquellas soledades, los árboles son casi completamente desconocidos y los poquísimos que se ven se contemplan con una especie de adoración, como presente milagroso de alguna divinidad. Entre el mar de Aral y la con· fluencia del Or y el Yaik, es decir, en una extensión de 500 kilómetros en linea recta, no existe más que un árbol, especie de álamo de ramaje extendido cuyas raíces se arrastran á lo lejos por el suelo árido. Los kiognices sienten tal veneración por aquel á rbol so litario, que á veces dan rodeos de mucha s leguas para visitarlo y cada vez cuelgan de sus ramas una prenda de ropa, y por eso se le llama sinderich agatch ó árbol de los pingajos.

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Las llanuras de Siberia meridional que se extienden al Este hasta el Atlas y el lago Dsaisang, presentan un aspecto mucho más variado que las estepas caspianas, las landas de Francia y los brezales de Alemania; eslán cortadas por series de colinas redondas y bosques de coníferas que limitan de trecho en trecho el hori zo nte y dan algo de movimiento al conjunto del paisaje. Ade· más de las gramíneas de las praderas, centenares de hierbas y arbustos embellecen también la superficie del suelo; en primavera, las rosá coas, los ciruelos espinosos, los citisos, los tulipanes y otras plantas de flores sonrosadas , blancas , ama· . rtllas y multicolores, brillan sobre el Yerdor en los va !les ondulosos de la e tepa. Al Norte de Rusia y Siberia las largas llanuras que bajan con pendiente insensible hacia el Océano Glacial no están menos solitarias que las estepas ca<;pianas y su aspecto no es menos formidable. ~urante g t·an parte del aíio el espacio circular que ctrcunsct'lbe el horizonte parece inmenso su· dario de nieve plegado por el viento. Cuando de~Tite esa capa el sol de verano, las regiones més baJa<; de la llanura 6 tundra apa r'ece n á trechos s~mbradas de spagnum y otras plantas verdes que hmcha co mo esponjas el agua oculta en Jos char· cos, pero casi en toda su extensión está cubierto únic~menle el suelo por mu~go y líquenes blanquecl?os; parece que el espectador tiene s iempre á la VI tala ma~a inacabable de la nieve invernal.

En aquellas regiones está siempre además la tierra helada hasta gran profundidad, á pesar de Jos ve· getale ~ rudimentarios que crecen en la s uperficie y de las lagunas que brillan durante algu nos meses ~n las depre siones cenagosas del suelo.

Ill Semicírculo de los desiertos, paralelo al de los desiertos Y es· tepas.-El Sabara; arenas, rocas, oasis.-Los desiertos de Arabia, los Nefud.-Destertos del Iván y del Indo.-El Cobi.

Á gran di~tancia al Sur de esa zona de landas, de pr·aderas, de estepas y de tundras, que se prolonga como un semicírculo irregular desde Francia hasta Siberia, hay otra zona paralela de llanuras y mesetas desiertas, de aspecto más mo· nótono y formidable. Esa zona, atravesada por la linea ideal que Juan Regnaud ha llamado el Ecuador de contracción, co mprend e el gran Saha· ra de África, los desiertos de Arabia y Persia y el Cobi de la Mongolia china. En gran parte está desprovista de agua y de vegetación, y en conjunto es menos accesible al hombre que las soled a· des del Norte. No sólo la calientan más los rayos del Sol, sino que recibe menos humedad por las

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cordilleras que en varios puntos cortan el paso á las lluvias, y sobre todo por la situación diagonal que ocupa en la parte más maci za de los dos continentes más vastos: África y Asia. El grupo de desiertos más considerable del mundo entero es el Sahara, que atraviesa el continente africAno desde las orillas del Atlántico hasta el valle del Nilo. Ese inmenso espacio tiene más de 5.000 kilómetros de Este á Oeste y 1.000 de anchura media; su superficie cubriría las dos terceras p:~rtes de Europa. Es la parte de la Tierra donde el calor es més intenso, aunque se encuentre al Norte de la linea ecuatorial; alli está el ver· dader~ Sur del mundo y el principal foco de atracc~ón de las corrientes atmosféricas. En aquella región no hay más que una estación: un verano ardiente é implacable. Pocas veces refresca la llu · vía aquellos espacios abrasados por los rayos del Sol. La altura media del Sahara se calcula en 500 metr?s, pero el nivel del suelo es muy vario en la~ diversas regiones. Al Sur de Argelia, la superficie del Chot_t-Mei -K'ir, restos de antiguo mar que se comumcaba con el Mediterráneo se encuentra hoy unos 50 metros más bajo que' el golfo de las Sirtes, y al Sur y al Este el terreno se levanta en mesetas ó montañas de asperón ó oO'ra. mto de una altura que varía entre 1.000 y 2.000 metros. En el centro de las regiones del Sahara se yergue el Djebel-Hoygar, cuyas laderas están

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biertas de nieve durante tres meses del año, ~~sde Diciembre hasta Marzo, y por cuyos alfoces pintorescos corren torrentes que van á perderse en las llanuras cercanas. _Aq uella m_asa de altas montañas es el hito que su·ve de l1r~ute entre los desiertos orientales ó Sahara propiame?te dicho y el grupo de desiertos del Oeste conoCido con ei nombre general de Sahel. Más al Este, los ·s de Asben de R'at y del Fezzan, que se ex· ~i:~~den oblicu;mente hacia las rib~ras del golfo de Trípoli, podrían ser también ~onsiderados como la frontera común á ambas regwnes. El Sahel es muy arenoso. En la mayor parte .. ó darena de su extensión, forman el sue lo guiJ~S l ca de grano grueso, que no de strozan los pies e . mello; algunas de las hileras de médan?s que se levantan en aquel desierto, son cordilleras de montecillos compuestas de arena pesada q~e resiste al soplo del viento; pero en muchas regwnes del Sahel las moléculas arenosas del suelo son . · finas y tenues; los vientos a lISIOS que pasan por encima del desierto forman con esas masas are· · les á las del Océano, Y nasas largas olas semeJan las levantan en médanos mov1' bl es, qu e. van á con. uistar· los oasis colocados en su cammo. Al _vlaq . · el S 0 . á 1mpu · lsos del jar con lentllud hacia . viento la arena alcanza las riberas septentrwnales d~l Niger y del Senegal en muchas partes de su carrera y con su incesante tn'b u t o r echazan gra· e 1 S u r · Al ' dualmente las aguas de esos rios h ac1a

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ELíSEO R.BlULÚS

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Oe le, la arena del desierto inv d . Océano Á lo largo de la costa a e también el entre el cabo B · d que se desarrolla de d 1 . OJa or y el cabo Bla neo, señalados e. e¡os por los médanos más altos del d se extienden mar adentro h ~un o, bancos de a¡·ena ar d asta. gran distancia . Imenta os sm cesar 1 VIento del desierto V el á b por e re tos de los Lu ~. ra e que va á recoger los sin temor hasta q 'e.· ná~~ragos puede adelantar Una coniente de vanos ulómet:os de IR ribera. arena anda Sin e á del desierto, de NE. á SO esar través deseo m po~ición y 1 .1 Los restos de rocas en las costas de la . as mo éculas depositadas en . s Sirtes por la marea , ~u y percep· tibie en aquellos 1 viento que Jos im ~~ares, son recog:Jas por el de pué. de u . ~usa á las llanuras del Sahel y res de aiios l~e v~a~e que_ d~¡·a centenares ó millar . . ' g por ultimo al litoral del Allá n Ico par a e m prender otra 0 d. tes oceánicas. Isea con las corTien-

quero. En las partes más hondas, Jos lagos que existirian en un pa\s húmedo están sustituidos

Aigunas partes del S l1 . son arenosas p . a ara. onental lamhién , e1 o 1a superfic16 . desierto e tá oc u d casi entera del cilla ó por masa:~ a por mesetas de rocas Je arocre. Las cordillera: :o:tes grises ó de color de y como las del Oeste an éda.nos son ?umerosas, por el viento hac¡·a' 1 dSan Sin cesar, Impulsadas . ' e ur ó SO L · as mesetas roqUJzas e tán cortadas profundas bend¡'d á trechos por a nchas y uras que JI movediza y en la va enando la arena , s cua 1es pued h . ro, como el montañé 1 e undirse el viajes en as grietas de un ventis-

por charcas salinas. Las regiones del desierto desprovistas de oasis presentan un aspecto verdaderamente formidable é inspira espanto atravesarlas. El sendero abierto en la inmensa soledad por las patas de los camellos, se dirige en línea recta hacia el punto del espacio que quie1·e alcanzar la cara,ana; á veces, esas débiles huellas de pasos están cubiertas de arena, y los viajeros tienen que consultar la brújula ó interrogar el horizonte; un médano lejano, un a zarza, huesos de camello ú otros indicios que únicamente puede conocer la pupila experta del tuareg, enseñan el camino. Escasean las plantas, privadas del agua necesaria: según las comarcas del Sabara, no se ven más que artemisas, cardos 6 mimosas con espinas; en ciertos sitios arenosos, falta la vegetación por completo. Los únicos animales que !:le encuentran en el desierto, son escorpiones, lagartos, víboras y hormiga ; durante los primeros dias de vinje, las moscas acompañan también á las caravanas, pero pronto las mata el calor; ni las pulgas se aventu t·an por aquellos peligrosos parajes. La implacable irradiación de la inmensa superficie blanca ó roja del desierto deslum bra: esa lu z que ciega da á todos los objetos un tinte sombrío é infernal. Á veces elragle, espe· cie de fiebre cerebra l, se a podara del viaje ro atado al camello, y le hace ver los objetos más fantásti-

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cos á través de delirantes ensueños llos que conservan d . . . Hasta aqueommw sobre f y ven con claridad se . sus acuitadas Sienten a sed· d ' nos espej·ismos que } la os por leJ·a. 1acen bail d ¡ OJOS 'apores semejan t á ar e ante de sus tienda á montan-a esb palmeras, á grupos de ' s um rlas á b ·¡ 1 das. Cuando el · • 1'1 antes cascaVIento sopla f cuerpo granos d con uerza, azotan el e arena que t · dos y pinchan como . a ra vJesan los vestió pozos trabajosam:;~Jasb.Charcos que hieden donada por cuyas p de a Iertos en alguna honare es chorrea h d d b re, se de:signan cada d' ume a salojornada pero mu h la como término de la la cual 'se espera~aa~ .veces la charca malsana, en gente de la caravana r::c~:a, falta también, y la agua .corrompida que llenó conformarse con el anterior. Dicese q d los odres en la parada ue en fas au · mos ,·iajeros han m t d gustwsos, los misbeber el líquido n a a bo á sus dromedarios para ausea undo estómagos. encerrado en sus

~uéntanse también 1 terribles de car·a en as veladas historias vanas sorpr d · d nos por un viento t en ' as en los médacompletamente baj ~mpestuoso, y sumergidas asimismo de aru o a masa movediza; háblase arenales ó las ~oc~~s enteros ext¡·aviados en Jos pués de haber pad' Y.due han muerto locos des· calor r de la sed· ecfl o todas las torturas del . , a ortunadam t semeJantes aventuras d d en e, son raras las caravanas g · d' a 0 que sean auténticas· , u1a as po r Je · fes expertos, prote·'

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gidas por convenios y tributos contra los ataques de érubes y bereberes ladrones, llegan casi siempre al término de su viaje sin haber pasado otros trabajos que el calor sofocante, la falta de agua buena y la frialdad de las noches. Efectivamente, el aire de esas comarcas está casi com plelamente desprovisto de va por de agua, y el calor recibido durante el día en la superficie del desierto se pierde de nuevo en e\ espacio por la irradiación nocturna. La sensación de frío producida por aquella pérdida de calor es muy viva, sobre todo para el fl'iolento érabe. Todos los años se forma hielo sobre e\ terreno. Las escarchas son muy frecuentes. Durante su viaje al país de los tuaregs, ha observado Duveyrier una diferencia total de más de 72 grados entre la temperatura más baja (-4°' 7) y la temperatura más elevada (67°' 7), pero es probable que la verdadera diferencia entre los extremos de frio y calor es lo menos de 80 grados. En todas las partes del Sahara donde el agua brota de manantiales ó baja torrencialmente de alguna montaña, se forma un oasis, isla de verdor cuya hermosura contrasta con la aridez de la arena que la rodea. Esos oasis, comparados por Estrabón con las manchas de la piel de la pantera, se cuentan por centenares y forman en conjunto una superficie igual al tercio del Sahara. En gran parte de ese eRpacio, los oasis no están diseminados en desorden, sino distribuidos en largas líneas en mitad del desierto, ya á consecuencia de la hume·

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dad más considerable de conientes aéreas que pa-,an con aquella dirección, )a por las aguas ocultas que siguen aquella pendiente á trechos en la ~m perticie. Gracias á esa disposición de la m a) oí· parte de los o a -is en forma de colla re.;;, se aventuran las caravanas en las soledades del Sahara; eñalan anticipadamente sus jamadas las üdal:i de Yerdor que l:ie \'i:::.lumbran en el hot·izonte. Los oa is son por excelencia el pais de los dá· tile::,; en lal:i cercanías de Murguk exi ten hasta treinta variedades. Aquellos árboles son la riqueza de las tribus, por·que sus frutos sinen de alimento á hombres y animales, tanto á los dromedarios como á los caballo::s y á los perros. Ddbnjo del ancho abanico de hojas que se columpian en el aire Bzul :se ngrupan albaricoqueros, melocotoneros, granado::; y naranjos de ramas cargt1das con frutos; enlázanse las' ides á los tt·oncos, maduran el maíz, el trigo y la cebada á la sombra de aquel bosque de árboles frutales, y más abajo, el humilde trébol ocupa lodo el suelo regable; para uo invadu· ese precioso terreno que e:s la vida mi:sma de toda la tribu, hu n construido sus casas en la tierra más im pr·od uctiYa del oasis, en el mismo lindero del de:sierto. De graciada mente, esos jardines ma· ravilloso s, que el viajero por los arenales considera un lugar de delicias, suelen ser insalubres por la evaporación con tan te de aguas libias y conompidas que los canales de riego elevan al pie de los árboles; los Césares del Bajo Imperio enviaban á

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. os á los oasis para que perecieran los sentenciad tan preciosa para El agua que es d t más pron_ o. . es~á mal distribu\da; cuan o aquellos ¡ardtnes, a rara en el desierto), el arrallueve con fuerza (cos . río destruye á f do súbtlamente en , yo, trans orma 1 los árboles; si el agua veces los canales y ta a t depó itos, permitiría qued ara encenada en vas os . T ambié n se pue· ensanchar los límites del oasi~. á la perforación lt' ~ O'racias den crear nuevos cu IV 0 :s, o . n de modo . que pract1caro de pozos artes1a nos, . En ocho b 1 tribus wdígeno'3. bastante bár aro as 186" los ingenieros ft·anaños desde 1856 hasta -:~:, 1 Sa hara de la ' · el H od ua Y e ceses han abierto en . 83 f nles que dan en · · d Constantma ue ' pronn c1a e . ¡·mentan más de 1 I'L or mwuto Y a d s han transfortotal í1.137 ' ros P 125 000 palmeras; algunos son deo. rto y Jo han · t -rible del esie mado el aspecto er . - huertos Es indudable embellecido con magn¡fico~fi . ~gua de todos 1 que si se sacara á la supel ct~ ;abara se recenlos manantiales ocultos en la aCY\'Ícullura, y por q uisLaría (Tran parte de él pa .o o se ha o . fi .· su clima com consiguiente se modt cana t~dad de lluvia · ntando 1a can 1 hecho en Eg1pto,aume men del s uelo 1 y de 'a por de agua. Ad~más, :a:xarueba que en p ·a mucho Y de Jos restos que alll que 1 . el Sahara et reciente época geo ógtca , E Liempo de Jos menos árido que actualme~~-e . ~dn l Sabara arge· d· 1 S ll'luUS e romanos, según Icen a . ·i ero le hicieron lino , el Nad Suf et·a un gran 1 0 ' p maleficio y des a pareció.

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Al Este de Egipto, que puede ser considerado como un Iar·go oasis ribereño del Nilo, e m pieza el des ierto y sigue todo el contorno del mar Rojo. Gran parte de Arabia no presenta más que arena y rocas, y hacia el SE., en el Dahna, se encuentran soledades que ningún viajero árabe ni francés ha atra\'esado toda,·ía. Al Norte y al Este se extienden lo::. Nefud ó Hij a.;; del gran de~ierto, mucho menos vastas que el Dahna, pero que son de recorrido formid able. Una de esas regi ones, que Palgrave atravesó, es tal ,ez aque lla c uya masa arenosa, depo ita da en otro tiempo por las corrientes marítimas tiene gmn espesor, en cierto luga res de 100, 120 ó 150 metros, co mo puede medir la miradu bajando hasta el fondo de una s e:species de embudos que han abierto poco á poco en la arena los manantiales que brotan de la roca subyacente, gr
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'd d infinitesimal, y parece que dia en una cantl a o las olas del mar las · 1 Oeste com resbalan haCia e . cuanto se mueve en la corrientes atmosfén~~sl y surcos paralelos de los superficie del globo. l ~~tura que Jos de los de· Nefud se elevan á_ más tanto por su aspecto de mlls des iertos y dtfierefn das por el viento, es d arena orma las ondas e . l a de arena es de gran Porque en esta regtón a cal P_ d 1 o-lobo llega casi e b 1 · d d a n gu. a 1 . dad poder y la ve oct a al Ecuador. . por su proxtml . d al máxm~um, , s ula arábiga, la sene . e Al Onente de la pe~ m t á través de Asta . . obhcuamen e d l Ivá n que ocupa desiertos contmua ·t d la meseta e ' La mayor par e e d do de montanas, . drano-ular ro ea . un espac1o cua b d ,,· ento constste 1 1 ' las cuales se oponen al paso . d e na s de capas sall·· en soledades áridas, revestl ashu secos cubiei' tas t'guos lagos oy ' . d nas, restos e an I . ue el vienlu arremohna, otras de arena movedtza q "zos que el ospejismo ó sembradas de montes I'OJI ·n ce"' r sebo-ún · , s form a s1 .. aleja ó aproxtma y lr an ó f a Esa me .... cln no · d la atm s er · las ondulaciOnes e d 1 Turkesta n más está separada de la: este~a~lb:z y se prolonga ~l que por las montanas de ~y más fácl· . t anos extenso-s Este por los dester os m Baluchistán. f l1 i ~ tá n y e 1 A les de recorrer del g an ':::i d' s tá defendida · • 1 de la n 1U e 1 Has ta la nca pemnsu a . ·t das á dere. ándas s1 ua por una zona de regiOnes da uno de los . . d l I do Entre ca cha é 1zqu1erda e n · 'ón de sus aguas e con la um . b) d cinco ríos (Pun 1a • qu f · de estepas en forman uno so lo, se alarga una aJa >C.

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que se pierden las aguas que bajan de las montaña~; el suelo es e1·ial casi en todas partes, excepto á orillas de los cRnales de irrigación construidos con enorme ga..,to.;; por los habitantes. Mlls allá de la poderosa masa centra l de la cual ir-radian la cordilleras de Asia, extiéndanse estepas y desierto.;; nlterna ndo, según las condicione~ topog,·Mirn"' y la abundancifl ó escasez del agua, en un espa<.:io de más de 3.000 kilómetros, ent1·e Sibería y la China propiamente dicha. La parte o1·ientRl de esa zona se llama, según los idiomas, Cobi ó Chamo, es decir, desie1·to por exce· lencia, y efectivnmente corresponde por s us enormes dimen iones al Sahara africano , situ ado exactamente al extremo opuesto de la gran serie de oledades que se prolonga é través de todo el mundo antiguo. El espejismo, el andar de las dunas, los torbellinos de arena y tantos otros fenómenos descritos por los viajeros de África, se repl'Oducen en ciertas partes del Cobi, como en todos lo desiertos; pero el frío es muy rudo por la gran altura de las mesetas, que viene á ser de 1.500 mel¡·o~, y la proximidad de las llanuras de Siberia, atravesadas por el viento del polo. Hiela casi todas las noches, y muchas veces de día. La atmó fera es de una sequedad extraordinaria, la vegetación falta casi por completo y no hay más oa JS e~ aquellas regiones que algunas hondonadas cub1e1'tas de hierba. Desde Kiacha hasta Pek!n, no se ven mlls que cinco árboles en un espacio

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de 700 á 800 kilómetros ocupado por el desierto en aquella parte de la Mongolia. Además, el "Cobi, como el Sabara, estuvo cubierto por las aguas del Océano; hasta en las mesetas elevadas se ven an · tiguos acantilados cuya base royeron las olas y largas playas de cantos rodados. se desarrollan ah·ededor de golfos que desaparecieron.

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Llanuras y desiertos del Nuevo Mundo.-Humedad relativa de los continentes americanos.-Distribución de páramos Y tierras áridas.-Praderas de América del Norte.-Llanos Y pampas.

América , continente menos ancho y más ex. puesto en toda s u extensión á los vientos lluviO· sos del mar que la masa mayor del mundo antiguo, presenta pocas comarcas cuya sequedad Y aridez sean comparables con las de ciertas partes del Sabara y de Arabia. Verdad es que las llanuras ocupan espacio relativamente mayor· en el Nuevo Mundo que en los continentes de Asia Y África, pero suelen ser regiones á las cuales han dado admirable fertilidad la abundancia de agua Y el tributo de aluviones fluviales. Las tiel'l'as bajas que se extienden á ambas orillas del Missis10

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sipt, y sobre todo las comarcas ribereñas del Amazonas) sus grandes afl uentes, estén cubiertas de inmen~o · bosques, verdaderos m ares de árboles donde nad1e se atreve á aventura rse sin brújula, y ha la completamente impenetrables, menos para el indígena armado de machete. Las selvas del Amazonas son la región de la Tierra en que la ve· getación presenta mayor exuberancia en más vas· tas exlen iones. La'5 llanuras desprovistas de árboles son también muy abundantes en ambas Américas, y á pe ar de la fnlla de vegetación son fertilísimas muchas de ellns, formnda" por aluviones lacu tres ó ftu\·iales Á consecuencia de la composición del suelo, de la di lribución de llu\'ias) coJTientes de agua, y tnl \'ez de alguna ley, desconocidn todavía, del repn1·to de las plantas en la superficie de la Tiena, las llnnuras llenas de hierbas y g1·amínens altel'llan hru~camente con lo" bo<;ques vírgenes. Es un espectáculo muy notable el de e e cont1·aste inesperado entre la pared de troncos impenetrable ú la mirada y la extensión ilimitada de la llanura de hierba que la brisa hace ondular. En las cuencas del !\lic;;sis:sipi, del Amazonas y de los afluentes del Pluta, e ·as t1·an iciones súbitas suelen verse á menudo; después de los grandes ríos y las anchas exten~iones de aguas pantanosas, constituyen el n1sgo má'5 saliente del paisaje _d e las llanu· ras amet·icanas. Consideradas en su conjunto, las extensiones

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herbosas de 'Am érica, como las landas, estepas y tundras del mundo an~iguo, siguen una linea paralela al eje de los contmentes. En Norte Amé· rica están comprendidas en la vasta cuen~a cen · tt·al fo 1·mada por los Alleghanys y las prtm eras e tribaciones de las Montañas Roquizas. En la América del Sut·, ocupan asimismo una parte de la depresión media del continente ent1·e las mesetas de las Guyanas y del Brasil y las I_Ilasas avanzadas de los Andes. Gracias á los v1entos lluviosos del mar que penetran en aquellas llanuras, )a por· el Norte, ya por el Mediodía, se c~n­ servu la vegetación, á lo menos d~ra~1te. vanos me::.es del aüo, y en ninguna parle, m s1qu1era en las reo-iones meno':. fértiles, se ven desiertos verdaderos~ É::;tos, colocados, como en Áfl'ica y en Asia, en una línea paralela á la zona de los páramos Y al eje continental de América, están ~ituados al Oeste, en las vel'tiente~ ó en las cuencas interiore::; de las Roqui za::, y los Andes. Además son relali~amente poco considerables, y los cortan valles fluv1ales, de los cuales unos terminan en lagos cerrados Y otros de::;aguan en el mar. Las praderas del Illinois y otros Estndos del Oeste de la República americana se par~clan no ha mucho (salvo la diferencia de vegetaCión pro ducida por el clima), á la pus~ta húngara Y á las estepas herbosas de Rusia. Cubiertas en é~oc~ geológica anterior por las agu as del lago Mwhlgán, las que tod avía no se han trans formado en

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ca m pos tienen una superficie uniforme y apacible como la de un lago; ondulan alli las hierbas floridas que el Yiento mece; adómanlas islotes de árboles; agt·úpanse á trechos esos islotes formando archipiélagos, y los brazos de pradera que los rodean se bifurcan y se reunen como brazos de mar de hierba; una sola pradera situada en el mismo centro del Estado de Illinois era lo bastante vasta para que no se viera en el horizonte ni una franja de arboleda tupida. Pero á consecuencia de la rllpida colonización de los Estados del Oeste, esas comarcas cambian diariamente de aspecto. Apresúr·ese el viajero que trate de reconel' las Yastas praderas, semejantes al mal', cuyo horizonte únicamente la redondez del globo limita, cuyas hierbas son tan altas que cubren la cabeza de quien las atraviesa y puede deslizal'se en ellas el corzo sin ser visto. Pronto no existir·án esas prader·as mós que en las narraciones Croper; el arado inflexible las surcará. Los americanos ansían disfrutarlas y se apoderan con avidez de a_quella tierra fértil. Las campiñas, catastradas n~urosamente, se dividen en totons lúps de seis millas en cuadro y se subdividen en millas cuadradas repartidas en cuatro portes. Todo'> los cuadr·ilóteros e tón pel'fectamente orientados y cnda carn Ci"~rl'esponde á un punto cat·dinal. Quiet~es ndquieren CUi.idrados grnndes 6 chicos se ld)t'anin de de5viar.:;e en la líne~ rerta·10C7eómetras verdaderos con truyen camino~, levantan caba-

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ñas, abren viveros, siembran hortalizas siguiendo la dirección del meridiano ó del Ecuador. Las praderas tan hermosas antes, de contornos m~e1\emente ondulados, forman hoy un tablero mme nso: apenas se permiten los ingenieros de los ferrocarriles cortar oblicuamente los grados de lon gitud. . En el continente del Sur, las regwnes que co· rresponden á las praderas de los Estados U nid?s son las pampas del Plata y los llanos de Colomb1a. Esas extensiones, tan bien descrilas por Humboldt son probablemente las llanuras que se pre1 bl sentan con ca racteres de contraste más nota e, según \a::; diYer::;as es taciones del aiío. Después de la época de las lluvias, esas llanuras q~e se extienden sobre la zona inmensa comprendtda entre la corriente del Orinoco y los Andes de Caracas, de Mérida y de Suma Paz, están cubiertas de una hierba tupida, de gl'amíneas y ciperáceas, entre las cuales las mimosas y otras sensitivas ostentan á trechos su delicado follaje. Toros Y caballos vagan á millares en aquellos magníficos pas_tos. Pero el suelo se va secando, agótanse las cernentes de agua, conviértense los lagos en charcas, Y luego en cenagales, en cuyo fango se sumergen cocodrilos y serpientes; la tierra arcil.losa se ~o~~ trae y se hiende, las plantas se marchttan Y ai :a tradas por el viento se.hacen polvo; los reban.os, hostigados por el hambre y la sed, se refuglan cerca de los rios grandes, y blanquean la llanura

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muchedumbre de esqueletos. En ton ces se parecen los llanos á los desiertos de África situados á mayor distancia del Ecuador, al otro lado del Océano. De pronto, las tormentas de la estación lluviosa inundan el suelo, multitud de plantas brotan del polvo y el in manso espacio amarillento se transforma en pradera fl orida. Los rios se desbordan y á veces se extienden las inundaciones sobre centenares de kilómetros; las antiguas islas 11amadas mesas son las únicas tierras que aparecen encima de la masa turbia de las aguas. Los llanos de Venezuela y de Nueva Granada tienen una superficie de unos 400.000 kilómetros cuadrados, casi igual á la de Francia. Las pampas argentinas que se encuentran al otro extt·emo del continente deben de ocupar más de 1.300.000 kilómetros cuadrados. Aquella gran llanura central, que forma uno de los rasgos más salientes de América del Sur, extiende su inmensa superficie casi horizontal en una longitud d,e 3.000 kilómetros desde las regiones abrasadoras del Beasil tropical hasta las frias comarcas de Patagonia. En un territorio tan vasto, los climas y la vegetación difieren mucho, y sin embargo, reina alli una gran monotonía con motivo de la hor·izontalidad del suelo y de la falta de agua. Los rios de las Pampas, el Pilcomayo, el Bermejo, el Salado, que nacen en los Andes y en la Sierra de Aconquija, acaban por llegar á la gran arteria fluvial del Paraná, pero no sin haber perdido en el camino gran parte de

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ración en lagunas y panta· las aguas por la eva;o D Ice que baja también nos. Más al Sur, el r o u .'.a va á perderse en de los barrancos de Aconqu~J , . del Paraná; d á bastante dlstancta un lago s ala o. O'Ua de las provincias de todas las corrtentes de ao d Córdoba, R'10 . S n Juan Men oza y Catamarca, 1~· a . ' de las montañas, Y 1 se debilitan segun se a eJan t osó se fraccionan luego se e~tienden cod:~ :e:7e:~ los absorbe poco en charcas, la arena t iba directamente á poco. El rio Quinto, qu~ a;u~s del E s tuario del al mar y desembocaba a Borombón, se para Plata, en la caleta de San. carrera· pero al ahora á la mitad de su antigualas fuent'es de un Este lo unen unas laguuas ~on mo el Quin~o d ons1derar co riachuelo que se pue e e ló ico actual, la inferior. Durante el periodo ge? .g nto de la eva· s y el crec1m1e . . d dismmuctón e 11 uvia lt d cortar el rio en poración haa dado por resu a 0 dos pedazos. rodean en parte Las llanuras occidentales que b. d s de tán sem 1a a b la montaña de Cór·do a' es y otros · osas retamas d ' ' \loso y comPlantas espinosas, e mlm . 1 elo arc1 arbustos de escasa hoJa; e su rto· de trecho en pacto está cubierto de césped co ' . salinos trecho, resplandecen al sol vastos edsp~cstoosn verda. d de ver 01 completamente despoJa . 0 ~ atrave.saban antes daros desiertos que los viaJeros d d África y de en caravanas como las solada es ~acen ahora Persia, y en los cuales los coches lqu~ s del con. . l t las pob acwne un serv1c1o regu ar en re

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torno de la llanura, corren en Hnea recta, sin que nadie se haya tomado el trabajo de trazar caminos. Más al Este, la Pampa propiamente dicha se extiende de Norte á Sur entre el Salado y las regiones de Patagonia. All1 están los inmensos y célebres pastos que constituyen la riqueza de la República Argentina, por los ganados que la reco · rren por miliBr·es y millones. La superficie herbosa parece completamente horizontal; ningún objeto interrumpe la grandiosa uniformidad del paisaje, como no sea una manada de toros, el muro amarillento de a lguna estancia ó algún árbol solitario olvidado por el hacha del gaucho. Charcas, unas salinas ó salitrosas, otras llenas de agua dulce, están sembradas por la pradera y continúan la masa ondulante de las gramineas con matas de juncos y cañas. Al Norte del Salado, a l gran mar de hierba lo sustituyen bosquecillos de mimosas y otros arbustos espinosos que rodean claros pequeños. Por último, más allá de las sinuosidades del Pilcomayo, aparecen grupos de palmeras y la pampa, llamada en aquel sitio el Gran Chaco, se une, con terrenos anegados é istmos de bosques, con las grandes selvas de la cuenca del Amazonas.

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V . La gran cuenca de Utah.-El desierto l Desiertos amencanos.la ampa. de Tamaruga . del Colorado.-El Atacanos y p Depósitos de sal, salitre y guano.

mo en la del Sur, En la América del Nort~, co n al Oeste · te dt chos ocupa los desiertos proptamen . das por los muros del continent~ cuencas d;:\~~: Montañas Roqui· paralelos ó dtverge.nles ambos hemisferios la zas. La falta de lluvtas es en ·os cl ue hacen .d de los espact causa de esa an ez _ at·a los vientos . . lt s montanas P . 1 maccestbles as a a t. te las lluvtas . notable con ra s ' húmedos; pero por . de llegar á los de detenid as en su cammo antes p'entrional las . 1 ntinente se ~ . p ifico y en el contlstertos, son en e co traidas por las nubes del. ac del Atlántico los nente del Sur las que traJera? de las cordivientos alisios. Al Norte la s arJslas Sierra Nevada, lleras occidentales, Coast Roudgedy de las corrienson las que detienen la hume a . . al Sur, las tes atmosféricas del Océano vecm~~s que a l opo· masas orientales de los ~~desa~~;nticos del NE. y nerse al avance de los ahsws einan en las del SE. ocasionan las sequias quedr s en los dos . opuestas. D e todos mo o ' vertientes



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continentes Ja mayoryaparle de los desiertos, ya estén en u'anuras • en mesetas ueron nivelados en épo l . , parece que f las aguas de algún Med~:r~:~:;.1Ca anterior por El más septentrional de eso d . canos ocupa al Oeste del la o s esiertos ameri· del espacio llamado C g de Utah una parte uen ca Grande . . . y comprend tdo entre la cordiller y la Sierra Nevada de a gr;.~cip~l de las Roquizas Utah es una inrn a 1 orma. El desierto de brada de matas densa s up.erficie de arcilla seme arterntsa· en · t ' . cter os lugares no presenta ni huella de v un arrecife de arga egetactón y se parece á bies hendiduras en :~!sa cortado.por innurneracorre ni un arroyuel p gonos casi regulares. No gún manantial bro~~o¡eaquellas soledades, ninduranle largas h ' sp ués de haber andado nante algún carnp~r~:· s~~ed.e e~contrar el camitensión en la cual s fl .cnstahzada, blanca exe re eJan el · 1 nubes corno en el . cte o azul y las espeJO de un laa E 1 . n e horlzonle aparecen alg unas rocas v 1 no. á · tes á grandes escorias m . o e meas semejannas atmosféricas e.dio veladas por colurnque vactlan co 1 . escansa en la lla d rno e aire que rna e una h , d e esas grandes . oguera. A través d 11 anuras habitad · · por una prodigiosa cantid~d as um carnente extraordinarias p b de lagartos de formas , asa a el ca . grantes, destinado á desa rnmo de los ernisustituído por el f parecer pronto para ser errocarril d 1 p fi e. a el co, trazado d esde N u e va y ork A S a n F ranctsco. Desde el des-

cubrimiento de California, millares de hombres han perdido la vida en aquel desierto; innumerables caballos y toros han muerto de sed; la verda · dera dirección del camino se conoce por las osamentas dispersas por el s uel o. De noche se paraban las caravanas para no perderse cu a ndo ya no se o1a el resonar de los esqueletos al paso de las cabalgaduras. Separadas de aquel desierto por cordilleras donde se encuentran algunos valles umbríos, animados por arroy uel os, se extienden al Sur so· leda des no menos áridas. U nas no ostentan más vegetación que malezas ruines que se arrastran por el suelo; otras están revestidas de un poco de verdor por el fol\a}e de algunos arbustos espinosos, pero la mayor parte de esas comarcas desiertas aparecen todavía con sus rocas ó arcillas peladas, como estaban al surgi r del agua. Pitahayas solí· tarias se yerguen á gran distancia unas de otras. Sus troncos, que se levantan á una altura de 15 6 20 metros, son rectos como columnas y conservan desde la base á la cúspide un espesor uniforme, igual á veces al grueso del cuerpo humano; s us ramificaciones, que no pasan de dos 6 tres, salen del tronco en ángulo recto y luego se yerguen perpendicularmente, seme}antes á los brazos de un ca ndelabro. Por la regularidad de su forma, sus lados paralelos guarnecidos de espinas, su color de un verde gris, esas plantas extrañas parecen intermedias entre el árbol y la roca, y dan

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al conjunto del paisa·e un . caprichoso En al 1 . aspecto formidable y · gunas regwn tenares de kilómetros á través es se rec~rren cany llanuras, y dUI·ante el vi . de montanas, valles dueto de la Yidn t aJe no se ve más pro'"' arrastre que 1 hasta esa vegetación falta en la esas co umnas, y da de Nuevo Mé.. . s partes más áriColorado, situado J~~~c~ ~1 AI'jona. El de~iei'to del rio del mismo n b e la desembocadura del om re en el golf 0 d es una superfic1·e d e arc1~ll a v ar e aiJfornia ' te pelada Cuando J ena completamen montailas. I'OJ.izas ast~ pone el Sol detrás de las , Iavesando co polvorienta atmósfera 1 . . n sus rayos la cauce de algún ri'o , e ~IBJero, acampado en el · seco JUnto á Inmensa que fué . aque 11 a llanura 1ago en otro ttem rarse que ve extenderse del po, puede figu· de un mar de fu ante de él la superficie

e .

eRO.

Los desiertos de Amé . por valles fértiles nca del Norte, cortados , se prolongan al E l . cuencas del Río R . ste lUCIO las confunden con lo OJ~ y del Arkansas, donde se Estados mejicano: ~ r~~-os, Y al Sur· hacia Jos nalva; eu la zona t ~ !huahua, Sonora y Siroptcal q · las grandes 11 . . , u e e m pteza más allá uvtas estival ' chamiento del territorio es__ Y el gradual estreocéanos evitan 1 f ~ejtcano entre ambos encuentran regio: or~ación de desiertos. No se llegar á las costasesd::npár~oles ni verdor hasta Guayaquil. Los vientos al" ~ru, al Sur del golfo de prenderse de su humeda~sws _que acaban de desencima de las pendían-

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tes orientales de los Andes, pasan por el aire muy por encima de las orillas del mar para recorrer la superficie del Pacifico. Pocas veces envía_ un r~­ molin o atmosférico á aque llas costas un v1enteC1· Jlo lluvioso. Pasan á veces cinco, diez y hasta veinte años sin que caiga una gota de lluvia en Paita y otras poblaciones del litoral. La mayor parte de las casas de !quique, ciudad rica y comercial, están compuestas de cuatro paredes y prescinden del lujo inúlil de una techumbre. No están las costas del Perú completamente desprovistas de verdor; algunos ríos pequeños, alimentados por las nieves de los Andes y sangrados en toda su longitud por canales de riego, conservan alguna vegetación en los valles, y durante la estación de invierno, especialmente en Mayo, Junio y Julio, abundante rocío humedece el s uel o de las montañas de la costa y hace germinar á trechos cactus y plantas bulbosas; por eso se llama á esa época del año tiempo de flores. Las ciudades comercia· les siLuadas en el litoral, los jardines de los valles, las escasas hierbas de las colinas, por último, las pendientes escarpadas de los Andes, que se ende· rezan de ari~ta en arista hasta las cú pides nevadas, prestan al conjunto del paisoje un carácter de animación que no tienen los desiertos de Norte América. Las soledades ondinas que mejor recuerdan las regiones desiertas del antiguo mundo y de los Estados U nidos son las mesetas alargadas que se

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escalonan entre el ma Andes en el p . r .Y.1a gran cordillera de los eru meridional ¡ f Boli' ia \ Chile· tales so 1 y as ronteras de ...,... · ' n a pampa de Isla ¡ d lamarugal y el de ierto d Al y, a e d T e acama La e amarugal, llamada a~t por 1 t. pampa .· d · os amaruaos ó ta matrn os que crecen en las . · b alguna humedad cll . . d dept eswnes donde OI I ea el s uelo d altur·a media de 900 á 1 200 , es e un a gr·an parte cubierta de ca. m~tros. Llanura en se explotan como canter:sas salr?as ó sa lares que tos de sal son tan t·ecios Jade pr~dra. Los el:>tr·aen aquella meseta q 1 y s llu\ ras tan escasas bl d . , ue as casas del N onn, donde están establ ··d pue o e la .d ect os los obl'e. sr o enteramente hecl d . ros, 11an situados al E te d T ws e sal. Ciertos desiertos ,..., e a mnruO'al ' elevadas · o • en mesetas más , contrenen mayor cant'd d d pampa de sal, dominada o 1 a e sal. La y cuya altum med' Lp .r el \'Olcán de Isluga, Ia no nJa de " 100 blanca en toda su t . "t mett·os, es 200 kilómetros '-' urelax ens llón, en una longitud de J anc Iut·a d' d . me ra e 15 á 40. El espesor de la sal d epos1tada en ~ ria entl'e 1?" .30 . e:::;a rne . . eta vaw J • centimetros se"ún 1 . nes del teneno. ' b as ondulacJO· ¿De dónde proceden sal? Indudablemente d 1es~s masas enormes de en tie m '>Os renloto ~ e be. m.lr 6 de los lagos que r S U l'lei'Oll Jj Y que ha ido · aque as comar·cas vaciando el gt·ad 1 1 , del tel'l·eno La . ua e\'antamiento · s materws sal· y rocas, porque la ca d tnas saturan arcil las por eflorescencia el;at :sal se vuelve á formar 0 as las supel'ficies del

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desierto donde se hicieron recolecciones anterio· res. El distrito de Santa Rosa, cuya sal se limpió toda en 1827, estaba de nuevo completamente blanco y en disposición de ser nueva m en te explotado á los 23 años. Además, la sal marina no es el único pt'oducto de esos inmensos laboratorios naturales: también producen nitratos, sulfatost carbonato de sosa, boratos de sosa y de cal, cuyo espesor crece todos los años gracias á los torrentes que bajan cargados de residu os por la cordi llera próxima. De la pampa de T amarugal proce· de el salitre, artículo que durante las guerras de Europa y América da g1·an importa ocia ú In población de lquique. Á mediados del siglo XVIII, un indio llamado Negreros descubrió la exi...,tencia del salitre en la pampa. Al encender una hoguera de malezas, notó que se de1Tetía la tierra y bro· taba un arroyo entre tizones y ceniza~. De:::.de aquella época empezáronse á explutul' uquellas capas, pero de"de hace unos quince at-lv::> -=>e ha desarrollado extraordinariamente esa indu tria. Según el ingenie1·o Smith, las capas de nitrato cubren en la pampa de Tamarugal una superficie de 1.250 kilómetros cuadrado-;·, en ciertos luO'cH'eS b , donde la masa no tiene menos de tre::; metro.., de espesor, se ha podido sacar una tonelada de salitre por metro cuadrndo, pero aun no contando mlls que con un producto de 50 kilogramos por metro, se ve que la cantidad total de salitJ·e con te· nida actualmente en las capas superficiales de la

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pampa no es inferior á 63 millones de toneladas, bastantes para alimentar el comercio durante 1.393 uiio~, mie nlra" la explotación media no rebasa ra los lim1tes de la de 1860. El desierto de Ata cama, que es el ma yo r de la América meridi ona 1, ocupa ancha zona de mesetas entre la ribera del Pacifico y la elevada muralla de los Ande que separa á Bo livia de la República Argentina. Aquella extensión de rocas rojizas, de arcillas peladas y médanos muvibles de arena en forma de medi as lunas, es tan inhos pitalaria, que los conq uistadores de Chile, incas ó españoles, no se aventuraron en ella para seguir el litoral; tuY ie ron que pasar lejos por el interior, por las mesetas de Bolivia, y atravesar dos veces los Andes antes de entrar en los valles c hilenos. Poco ha que los hombr·es de ciencia eran los únicos viajeros que se atrevieran á arriesgarse en el de~ierto de Atacama. Sin embargo, esa co marca de tan formidable aspecto encierra también, co mo la pampa de Tamarugal, grandes riquezas naturales que no dejarAn de excitar el trabajo hum a no y lodos lo5 progresos de la civilizació n en a quellas tierras de~oladas. Con la sal y el sa litre se ju nta el g uano, ha cina miento de las innumerables deyecciones de todas las a ves q ue se la nza n en bandadas sobre el litoral. Durante el transcurso de lo.:; siglos, se han amontonado las inmundicias como verdaderas rocas que el so l d iseca y c uya superficie ablandan pocas veces las ll u vias. Las

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masas de delnlus, al parecer inúti les en aq uellP r•iberas desiertas, son la vida para las ca mpiña s de 1nglatena , Francia y Bélgica, agotada.s por cultivos intensivos, y por lo tanto, constlluyen entre los pueblo::. importantísimo elemento comercial. El principal tesoro de la República pe· ruana s u Banco Nacional, digámoslo así, son lo m ont~nes de deyecciones que cubren las islas Chinchas, en aguas del Callao. Encuéntren se .allí, según las diversas evaluacio nes, de 12 á 15 millones de toneladas de guano excelente, que representan para el Perú más de 2.000 millones, y cuyo producto, b1en utilizado , permitiria á ios dichosos poseedores co nstruir u na magnHi co red de ferroca rriles y una escuela en cada pueblo.

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CAPÍTULO V

Mesetas y montañas I Diferencia entre mesetas y llanuras.-Importancia capital de l~s mesetas en la economía del globo.-Distribución de las tierras altas en la superficie de Jos continentes.

. A pesar de la Yariedad de aspecto y de vegeta· Ción producida por los climas, las ti~l'!'as bajas, entre. las cuales hay tantas que son soledades esténles, representan en la hi!Stona del globo un pa~el mucho menos importante que las partes salientes de la superficie. Grflcias al relieve del plan_eta se han or·ganizado) viven Jos continentes; g racias á esas d e:-s1gua .· Id ndes del suelo se reparten de manera tan \aria los climas, las aguas los producto y las poblaciones de la Tierra. , . T odas las partes altas de los continentes y las 1sl~s :e ~~viden natUI·almente, según la altura y la mch~1ac1ón del suelo, en mesetas y sistemas de montanas. Se ha convenido en llamar mesetas á las masas de llerTas elevadas encima del nivel del mar, aunque su superficie no sea lisa y regular.

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Cuando el suelo es muy desigual, abierto por hondos barrancos ó sembrado de colinas y montañas, se considera como superficie de la meseta el plano ideal que pasa por la base de todo s Jos cerros y entre todas las depresiones. Existen también mesetas ca~i perfectamente lisas, como In ~ llanuras jalonadas de Tejas y ciertas parles de la cuenca de Utah. Además, las tierras bajas ostentan frecuentemente un terreno muy quebrado con valles y co· linos, y se unen con las mesetas superiores, ya por medio de pendientes graduales, ya con un a serie de terraplenes que pueden considerarse como ascenso de la llauura ó descenso de la meseta. La difereucin que existe entre las tienas altas y las baja:;, es puramente relativa: podemos decir, usando el lenguaje' ulgar, que una llanura es una superficie relalivameule li::::a, dominada á uno ó 'arios lados por reg1ones más ele\ a das, mientras la:; mesetas :::on más altas que los tenenos que las rodean. Una llanura para Jos habituntes de una montana, es meseta para los que viven más alJajo. En las tierras, fre( u en temen te inundadas, de In Luü,iana, se llaman colinas y collados las ondulacioues del suelo, casi Imperceptible::; á la simple vista, que no in,ade el agua desbordada, )' en la extensión aplanada del mar se llaman mont~flas de hielo los lémpunos de~prendidos de los 'en tisqueros de G1 oe11land ia y del Spitzberg. Al contemplar las alturas de Obido~, que ~e levan-

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tan en medio de las interminables llanuras del Amazonas, cr·eyó Agassiz contemplar las montaiias sublimes de su patria. De modo que no divide la geog1·afía en llanuras ) mesetas los diversos escalones de la Tierra por la altura absoluta de éstos, sino por s u relación con la masa continental de que forman par. te. Las campiñas del Indostán septentr·ional e llln más elevadas que las mesetas de Suabia y Baviera, y si n emba¡·go, hay que considerarlas como llanurn, porque pertenecen á un continente cuyos ra'~gos gener·ales son gigantescos comparado con los de Europa. En las dos partes del mundo, las proporciones respectivas existen entre los di,·e¡·sos escalones de la masa continental; las mes etas del Asia Central corresponden á la Alemania del del Sur; el Himalaya á Jos Alpes; el Indostán, con sus llanuras y montañas, á la península itálica. Aunque las mesetas, p1·ecisamente por su ma a y por In grandeza de sus proporciones, llaman menos la atención de los hombres que las montañas abruptas que se yerguen entre dos pa1 es como enormes murallas, su importancia en la vida del globo es s uperiol' á la de los demás I:asgos del relieve continental. Si la supe! ficie sa · IIente del planeta estuviera perfectamente lisa, la regularidad má s desoladora reinaría en todas pa¡·tes: los mismos fenómenos se reproducirian en toda la extensión de los continentes desde un océano hasta el otm; los vientos, cuya carTera no

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detendría ningún obstáculo, girarían alrededol' d 1 globo con movimiento invariable, como las a ~ritas f¡:¡jas de nubes que el telescopio descubre en torno al planeta Júpiter. ~o habrí a masas. elevadas que por u po::,ición lra11-:,versal á la dtl'ección de los vientos pl'oducen una ruptura de equilibrio y hocen repercurtii' las coiTie~tes atmo-,féricas en todas direccione~; no habrw esos grandes refrigeradot·es que condensa~ el agu~ de la s nubes y la consei·van en s us depó~Itus de hielo y nie,e; las lluvias caerían en todas parles d.e igual manera, y lns a.guas, no enconli:and~ decl!. ve pa¡·a dirigir~e hacw el Océano, f?'. m.~ ~ tn!l .poi_ doquiera pútridos cenagales. El e4 uJllbll.o pede: lo d~ las fuerzns naturales trnería con~Igo ~l estancamiento y lo muerte ::.i lo::, hombres pudieran exi~tir en ::,emejante Lien·a; leJOS de encontrar en la uniformidnd de la llanuru inmensa ma~ores · · sí • pet·ma nefacilidade~ para comuniCHr::,e en t 1e . en lodo cerín it d1~perso~ <.1 1re d e d OI. d e sus Jcwunns ~ el ::;aiYajísmo primitivo. La~ emigracwne~ de pue· ,on Por las pendientes de blos enter·os que baJai las mesetas en busca de una patria nueva, no se habría SidO habi ían \'el'l. f'1ca d o. T o d a "',.-1\'.Il.Iznción ·< . po::;Ible. . . · a 1 ct'erlos bO'eólogos, 1m Quizás, como pians . . la superficie del globo estaba liso cuando elJcliO· sau1·o nadaba pesadamen le en los pantanosyel pterodáctilo extendia sus alas por encima .de los cañaverales. Aquella era la tierra del reptil, pero no podia ser la del hombre.

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Si las grandes mesetas del 1 colocadas alrededor del Océan g obo. est~vieran su largo declive h b' . o Glacial Artico y . u Iese Ido ba · d . Indico y el p 'fi Jan o hacra el Océano h b . acr co lampo posible el desarrollo de la h~ . co a ria sido la altura de las mesetas h mamdad. En el Norte, zona glacial á otra zo tb~!a superpuesto una ca, hasta la de las plan~ g acial; lo~a vida org{mibria dejado de existir n a~ ~ás rudrmentarias, hahelados que habrian a lemen le, y los vientos de las nieves hab 1 aJado d.e aquella ciudadela r an convertrd polar la templada d d .o en segunda zona varios, donde han' on.de germinan productos tan naci o tanto b sos. Los únicos paises h b ' s pue los poderoa. rtables serian las islas del mar del Sur 1 continenles si el hy asbregrones tropicales de los • om re pud· .. ma donde sucedería 1 rera VIVIr en un clivientos helados d ni ca ores abrumadores á los e as altas mesetas del Norte. P ero aun suponiendo ran podido establ que pueblos aislados hubie· ecerse en aq 11 guramente no hab i . . ue as comarcas ser a extstido 1 l . ' que este nombre no . "fi a 1umamdad, porsrgm ca u d . . e Individuos aislad . na muchedumbre os, srno el é en t ero, consciente d 1 . g nero humano es mrsmo y d . e su destino. S ean cuales fuera 1 reparto actual de 1 n as causas geológicas del h as mesetas ¡ reconocer q en os continentes 8 Y que · ue su alt ' aproximan á la . ura crece según se · zona tórrtda • como SI· de la rotaCión del globo resu 1tara general de la masa 1 , no. só 1o la hinchazón p anetaria, sino también la

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tumefacción de los continentes. En el trópico de Cáncer la altura media de los planetas viene á ser igual á la de las montañas de la zona templada, y las mesetas de esta última zona tienen la misma altura media que las montañas de la zona polar. De esta disposición de las tierras altas, resulta que en cada latitud ciertas partes salientes de los continentes presentan un resumen de los climas que, desde esa latitud hasta el polo, se suceden en el contorno del planeta. Gracias á las mesetas y á las montañas que las coronan, gozan á la vez, en los diversos puntos de su superficie, la penin· sula ibérica, Turqu!a, el Asia Menor, de todas las variedades del clima templado, y proyectan sus cimas elevadas hasta las regiones frias de la al· mósfera análogas á las del polo. En esas comarcas terrestres, el viajero puede mudar de clima en algunos dias, y á veces en pocas horas, cuando en el mar tendria que llevar á cabo un largo viaje de circunnavegación hasta los bancos y ventisqueros del polo para atravesar las regiones correspondientes. Basta con la circunstancia de la elevación gradual de las mesetas hacia el Sur para duplicar el número de zonas. En las latitudes medias, el clima polar se superpone al clima tem· plado. En el lndostán se escalonan tres zonas en las laderas del Himalaya; por la llanura corren los rios grandes, se extienden impenetrables bosques, habitan numerosas poblaciones; más arriba están los torrentes, largas avenidas de abetos, los

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rebaños que vagan por los pastos; todavía más arriba haj malezas, musgo, nieve y hielo. La función de las tie¡ras altas en la economía del globo, con iste en llevar el Norte al seno mismo del Mediodífl, en juntar todos los climac:; del planeta y todas las estaciones del año. Todas las mesetas son, digllmoslo así, continentillos que surgen de la 1'1er'J'a y presentan (como los conti· nentes que brotaron del mar) en el conj unto de sus fenómenos uua especie de resumen de los de la Tierra toda; son otros tantos microcosmos. Cent~os vitales del organismo planetario detienen los \lentos y las nubes, dan salida al ngun, modifican todos. lo mo\'imientos que se pi'Oducen en la superficie del globo. Gracias al circuito incesante que se e:stablece entre todos los salientes del relieve continental y loos dos océanos del agua y de la atmósfer·a, los cl1mas escalonados en las lader·as de las montañas .se mezclan de diver-;as maneras, y ponen en contmua y mutua relación las floras las faunas, las naciones y las razas humanas. '

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Las grandes mesetas del Asia Oe~tt·al! !a pu~rt~ ~el Hind~ Kuch. - Mesetas de Europa: su dtspostctón sunotnca.-hle setas de las tlos Américas. -Analogia de la cuenca cerrada de Bolivia y el país de Utah -Mesetas de África.

Las me etas, Jo mismo que los cotlli nentes, tienen una organización más ó meno-:s rudimet~ · taria , for·ma más ó menos articulada,) por con~t­ guieule, su importancia en la vida del globo \'a r~a proporciorwlmenle. Las grandes me etos de A ta Ceut¡·al, que pueden considenuse romo el e::-.~¡ue­ leto mismo del continente, ejercen en realidad un a tnftuencia de primer orden en 1~ economía general de la Tierra, pero están cast ~e~Hlt·ndas del res lo del mundo, corren su::; nguas llél CIU cuencas interiores sin salida hacia el mar Y las pobla· . · ClOnes que las hn b'tlan vtven e.n utl ai~:da miento . casi completo de las demás nacwnes de A':iia. El . · d o a 1 Sur •nor principtd grupo de me" etas, l 1mtta los montes de Karakorum y de Kuenlun, al Oeste por el Bolor al Norte por el Thian-Chan, el Alias . ~~ los montes' Daul'los, al E:,le por la ~· ~oledades . . 1 sistemas dt· del gt·an desierto de Mongo l ta y os . . d 1 · t l · • de Cluna 01 versamente ramificados e 111 er t

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constituye un inmenso cuadrilátero casi igual á Europa en extensión; hay tierras de esas, como el Dapsang y el Bullón, apoyados ambos en el Kuenlun, cuya altura media excede de 5 000 metros. En la mayor parte de su contorno, esa enorme fortaleza central de las mesetas de Asia es casi inaccesible por su formidable recinto de montañas, nieves y desiertos; hacia el NO., entre el Thian-Chan y el Atlas, se abren varias depresiones, á cuyo través se lanzaron los jinetes mongoles, siglos ha, para devastar el Asia Menor y la Europa oriental. La gran masa cuadrilátera del Asia central confina por un lmgulo con otra meseta de dimensiones menores, pero de forma casi análoga, que es el I ván. Este territorio elevado, que también está en gran parte compuesto de desiertos, no es para las poblaciones que lo habitan una cárcel semejante á las tierras altas situadas más al Este; presenta numerosas salidas al Norte hacia las llanuras de la Tartaria y hacia el mar Caspio, al Oeste hacia los valles del Tigris y del Éufrates, y se comunica con los sistemas montañosos del Asia Menor, larga península proyectada entre dos mares de Europa. Cosa notable: precisamente cerca del nudo de montañas que une los dos grandes sistemas de mesetas de Mongolia y del lván, se encuentra la puerta principal de las na· ciones arias, el desfiladero por donde pasaban el flujo y reflujo de guerras, emigraciones y comer· cio. Por singular contraste geográfico, ese n udo

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vital de Asia es á un tiempo el lugar que une am· bas grandes masas de mesetas y aquel que hace ·ca rse las llanuras del lndostán con las comum 1 t" . tArtaras Las dos diagonales de as te· caspws y o · . rras altas y las tierras bajas de Ast.a se ~uz~n~~i .án ulo recto en aquel punto del f:Imdu uc ·. es~á el lugar más notable de la Tierra en la htsto. ria de la humanidad. En Europa las mesetas más constdera.bles · · ·ó muy stméresentan asimismo una dlspostct n irica . Todas, excepto la estrecha meseta de la No~ ruega meridional, están situadas, co.m~ en el con tinente asiático, al Mediod1a, y las hmlla por una parte una cordillera. Al Oeste está la meseta espa · ñola, cuya altura media es de 600 ~~tras, y qu~ l murallón de los p¡rmeos; en e se a paya en e bia Hacentro de Europa está la meseta de Sua Y d . S 01, los gt·andes Alpes e • ia viera, dommada a 1 ur P Suiza y Ti rol· al Este, las tierras altas de Tut qu , ' .d. 1 de los Balkanes. . d 1 q ue siguen la base men ¡onad. se ext1en ea 10 1 De las tres mesetas, la de me por una espe· Norte de un sistema de montanas, Y ·t das cada una eie de polaridad las otras d os, SI ua S d ' t an al ur e á un extremo de Europa, se encuen r Por la cordillera que les sirve de punto de. ap~óyo. u de orgamzact n m . lt otra parte • las tterras a as, . , erda n la f arma cho más rica que las de Asta, I ecu b bias de su continente, con largas penínsulas ~ a ue . · us promontol'lOS, q profundas; tambtén ttenen s . • llanura adentro, an se proyectan en lontananza

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cho~ ~'alles se ab!'en en su espesor, permitiendo la :salida á los pueblos que habitan en la meseta Y en los países cercanos. Gracias á sus variados c?ntomo<::, la:s comarca altas de Europa no e tán al Indas del continente; en ningún punto :se han acumulado los ríos en masas estancadas; cada gota de agua, cada producto del suelo, cada hombre encuentra alli camino hacia las llanuras de alrededor. Podemos citar· las can~~es ó masas cal~·.llr·eas de Francia meridional como tipos de esas tleiTa. alta~. cuyo contorno e:stá muy caracterizado por· murallas abruptas que, sin embargo, gr·acias á 1~ . \'alle'-', IJO son fortalezas inacce~ible:s. En la regróu del Jura, me::;eta:s análogas han :sido cortadn . p~r Ins agua::; con tal regularidad, que Íll\'OJunlan~menle hncen pen~ar en los gigantes le · g endnnos (fUe IJerJd'Jan ¡os monte::; de un tajo. · Lvs me~elas de Ins doc;; Américas son mucho m(l allH:s que Jac d e E Ul .Opa y C01'1'9SpOI1den por e" su nllur·n D. lns dimen ione ~ de los continentes donde e~lán. Exc.:epto las mesetas c:;ecundarios de l o Alleghanys, de las Guynnas y del Br·asil todas ]as ~tenas nlt~~ am.ericanas están compre;ldidas entre las ramrficaclOnes de las cordilleras que se le\'antan Ut 1 ó al Oe:ste cerca del pnuCI'fi co. L a me:seta d e gran cuenca es un vasto territorio de a1 contornos macizos et.·Iza d os d e murallas paralelas. de tor·res, • y 1·1m1·ta d os d e una par·te por la ar·l t ~ de las Montañas Roquizas, de otra por la de Sierra Nevada; es la vértebra del esqueleto

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continental. l\lás al Sur se extienden las mesetas rodeadas también de montaiías y cortadas por Yalles) barrancos de Nuevo Méjico, de Arizona, de Chihuahua, de la Sonora. La masa de Anahuae, enorme ciudfldela que se yergue entre ambos ma· res, eslá dominada por el Popocatepetl, el Cofre de Perote, el Orizaba; vienen luego, más allá del istmo de Tehuanlepec, varias me~etas, lt~s de Guatemala, Honduras, Salvador y Co::,ta Rrca, apoyada todas en filas de monlDiías, en p:ll'le volcl:lni· cas; sus alturas re.;.pecti"as corresponden de una manera gener·al con la mayor· ó menor anchura de su base, bailada á una par te po1· el Pacífico, á la olra por el mar CAribe. Al Sur del golfo de Darien las altas mesetas empiezan en la enorme cor·dillera de los Andes; donde la poderosa cordillera se bifur·ca ó se divide en forma de abanico, abarca enlre s us aristas una meseta de 1.500, 2.000 ó 3.000 metr·os de altura. En Colombia hay las mesetas de Paseo Antiaquía, Cundinamarca y Caracas. Más al Sur, las cordilleras de los Andes, que se separan, se reunen y ''uelven á epararse, encierran entre sus pica· cho ~ neYados las mesetas de Quilo, Cerro de Paseo, Cuzco y Titicaca y se apo) an lateralmente en . l~s tierras altas y desierta::; de Atacama, eutre Boli\'Ia y Chile, y en los terraplenes montuo~os de Cu)O, al Oeste de las pampas argentina::;. De todos las me-:,eta:s de la América meridional no hay más que una completamente cerrada y no puede dar sa lida

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á las aguas hacia las llanuras inferiores: es la meseta de Titicaca, cuya elevación media no es inferior á 4 000 metros y por su altura y extensión es lo más saliente del perfil colombiano. Esa meseta boliviana representa en aquellas regiones la gran cuenca de la América septentrional. Las dos comarcas ocupan la parte central de sus continentes respectivos, á más de 3.000 kilómetros de los istmos de la América central; ambas mesetas se encuentran entre las ramas abiertas de un gran sistema de montañas y encierran cada una en sus depresiones lagos sin salida hacia el mar Geográficamente, están esos países como ais· lados del resto del mundo. Muy trabajosamente pueden entrar los pueblos semibárbaros de BoliYia en relacione~ de comercio y civilización con las otras repúblicas de América y con las co· mat·ca:s europeas. En la meseta de Utah :se e:stable· cieron los mormones para salvarse de la pre:sión de los pueblos cercano::;; ha sido necesaria toda !u energía de los norteomerit:anos para ir á pei·seguir en aquellos de::;iertos 4. la jo\'ell sociedad teocrática. Lns mesetus en que se desarrollaron las ci"ilizaciones autóctonas de los aztecas, tolteca::;, qualinoaltecas, muiscas, chibchas é ·incas, tienen sobre las cuencas cenadas del Utah y de Boli\·ia la inmensa ventajn de comunicarse con el litorul por medio de sus \'alles abiertos y las aguas de sus ríos. Las mesetas de África e tán todavía más ais-

ladas del resto del mundo que las grandes mesetas americanas, pero no por su gran altura ni lo escarpado de las montañas que las dominan, sino por el clima y situación del mismo cor:tinente. La mayor parte de las tienas altas de Africa están poco elevadas y sus pendientes tienen fáci l acceso. Las mesetas de la colonia del Cabo, cuya altura media es a l Sur de 200 metros escasos, se elevan gradua lmente hacia el Norte hasta el desierto de Kalahari, situado á una altura que varía entre 600 y 1.000 metros sobre el nivel del mar. Lo que ya se sabe del interior de África permite creer que la altura media de las mesetas crece, aunque poco, en dirección al Ecuador. En el mismo centro del continente, la región de los lagos donde están las fuentes del Nilo presenta una elevación de 1 200 á 1.300 metros nada más, y al Norte de África las mesetas de Marmecos y Argelia son inferiores á 1.000 metros. La meseta tuus notable del continente es la de Etiopía, que en uua anchura de unos 1.200 kilómetros se sostiene á una elevación media de 2.400 á 2.700 metros. Las fra gosidades más ásperas de e:sa masa mi_r~n. hacia el mar, como para defender á los abisini?s de cualquiera aO'resión de los pueblos extran¡eros, pero la contr:pendiente inclinada al NO. hacia el Nilo es diez ó veinte veces más sua\e, Y por esa parle sería Abisinia fácilmente accesible si los desiertos las luchas incesantes entre los pueblos } la caz~ de esclavos no hicieran muy peligrosas

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las fr·onteras. Considel'ado en s u conJ·unto el l f · , co nll)en e a nca no, que es el menos conocido de toda:s la:s grandes plH'les del mundo y el que habitan las pobla<'ione.;;, más bárbar·as no presenta ' obstáculos Ilara lo s cam b'ro ~ <'Omun icaciones naturales que puednn co mpararse con los que ofrecen . la. altas rnasas del Asia central y las meseta_-, de ¡?.., Andes. Po¡· la di lribución de s us m?nlaua ' trena~ altas, ll an u ras y desiertos lo J?I~mo que por ~us contornos generales recue;da Afl'lca la península del Indostán; es ~na India once rece ~ m d f B)Or, pero mucho menos herma a y e orma:s menos definidas que aquella admi¡·able parte de Asia. t

III ~fontanas aislada

M mas de t s.- asas montailosas.-Cordilleras y sistegradoo -:~:ga~asd.-IIlermosura de las cimas.-Montes sa. nas e os trepadores.

. portantes que . Las montañas • mue ¡lO menos 1m 1a:s mesetas en la eco · d e 1 globo, se conocen . nom¡a mucho meJor· por 1a maJes · tad de s u aspecto s u cont r·asl 'b ' • . l· ~ s u Ito co n los espacios que las rodean ~ u vanedad de fe n ó menos que en ellas se pr·e· sentan L os mont es que se elevan ai:sladamente }ü en medio de los mares, ya desde el seno de las' r





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llanuras, producen especialmente el efecto más grandioso y dejan en la imaginació n de los pueblos la impresión más viva y dura dera. No pueden imaginarse cuadros de belleza s uperio r á los que forman las graciosas pendientes y las cum bres azul adas de esos montes solitarios, como el Ven tonx, el Etna, e l vo lcán de Tenerife, el Orizaba y otros picos á cuyos pies se extiende todo el espacio comp rend ido en el horizonte. H asta alturas que en comarcas de grandes montañas apenas merecerían nombre y parecerían si mples encinas, semejan formidables cumbres cuando se elevan en medio de las llan u ras ó desde los senos del mar. Una cim a de 240 meLros, á cuyo alrededor se extienden las campiñas monótonas de la Pomerania baja, ha parecido tan prodigiosa á los habitantes de la comarca por s u s f¡·agosidades, que le han dad o el nombre de' Montaña del Infierno (Hollemberg), y u na coli na de Dinamarca que se eleva á 170 metroa sobre el nivel del mar ha recibido el nombre de Montaña del Cielo (H'immelbe rg); es un ol impo como e l de Grecia. Exceptuando los conos vo lcánicos, pocos mon · tes hay que se levan ten ais lados en med io de las llan uras. En casi todas las comarcas de l mundo cuy o relieve está muy pronunciado, las cim as so n numerosas. Generalmente, las que están ag1·upa · das en círcul os rodean u na cumb re central más ele va da y están ro deadas también de alturas s ecundarias que se apoyan en estribaciones laterales 12

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y bajan escalonlindose li las llanuras inferiores· ejempl os de ello son el Harz en Alemania, el Mon~ f~rrat en Piamonte, el Sinai en Arabia y el soberbiO grupo de la Sierra Ne\ada en Santa Marta que se levanta li 6.000 metros de altura en u~ espacio r.ircular limitado por el mar, los pantanos } los profundos \'alles de Río César y la Rancheria. Lnc;; cordillerns e¡ u e se di~tinguen siempre por ~n desarrollo considerable de la longitud de las lieiTns elevadas, también tienen á veces como c~ml~re un pico dominnnte, fi cuyos lados van diSmltluyendo sucesivamente las cuestas montañosAs, pero no existe una cordil lera donde esta alinenrión normnl "e verifique con una reaularida.d geométr·ica. La mayor parle de los le~·anta­ mJentos montnñosos presentan un conjunto de ma ns y cordilleras ngrupadas de di,·er<:¡o modo, en las cuales 5ólo ~e con.Jce la dirección de las crestns con estudios prolongado<;;; no son cordillern..;, sino sistemas de montañas. Gracins ñ la diversidad c¡ue presentan esos grupo. tnn numeroc:os de alturas según su origen geológH~o. In com ro ·ición de sus bnses la dirección de u eje, la posición de sus cuño~ la veaetación que los cub1·e, la luz c¡ue los alu~bra, los agente~ ntmó..,.fér·icos c¡ue los modificnn, en da montaña c.;;e dist,·naue de us vecmas · b po1· un carácter de belleza e.;;pecinl En esa asamblen de cimas cada una de las que yergue sus surradas ladera~ por encima de la ansta del levantamiento adquie-

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re una apariencia de vida independiente, como si disfrutara de individualidad aparte. La contemplación de esos colosos que dominan el horizonte ejerce en gran número de personas verdadera fas cinación, y éstas se dirigen por una especie de instinto, irreflexi\'O fi veces, hncia las monlaílas para trepar· por ellas. Por In gracia y mnje::stad de su forma, por su o::sado contorno, que resalta sobr·e el cielo, por el cilllurón de nubes que rodea sus rocas y sus bo .. ques, por las incesantes variaciones de sombra y cln1 idad que se ob::servan en barrancos y estribaciones, las monlaílas parecen adquirir corno una perso nalidad y casi piensa uno ver seres \'ivo::s en e::sas masa<; roquizas. Cada mon· tañn <.:U) U cima se desprende del re~to de la masa con lineas atreYidas parece de tal modo un indtviduo aparte, que se le !Ja solido dar un nomb1·e, fi 'e ces un poético título de héroe ó de dios, ] en el lengunje coniente se le atribuyen cualidades humanas. Y es que, en efecto, las monlaíla8 son individuos geogróficos que modifican de mil maneras los climns y todos los fenómenos vitales de las regiones próxrmas sólo por su posición en medio de las llanur·as. Ademés presentan en poco es· pacio un resumen de todas las bellezas de la T1ena. Los climas y zonas de vegetación se e calonan en sus pendiente ...; pueden abarcarse con una sola mirada cultivos, bosques, ¡.H·aderas, hielos y ni e · ves, y cada noche la luz moribunda del Sol da á las cumbres... marlivilloso aspecto de transparen-

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cia, como si la enorme masa no fuera más que un leve cortinaje de color de rosa que flotase en los aires. Antes los pueblos adoraban á las montañas, ó las reverenciaban á lo menos como morada de sus divinidades alrededor del Mern, trono soberbio de los dioses de la India; cada jornada de la humanidad puede medirse por los montes sagrados donde se reunían los amos del cielo, donde se llevaban á cabo las grandes epopeyas mitológicas de la vida de las naciones. El pico de Lofén en China, el volcán Fusi Yama en el Japón, son montañas di vi nas. El S a manala ó pico de Adán, desde el cual se dis fruta de tan grandiosa vista en los valles frondosos de Ceylán, es venerado también como lugar santo, y en su más alta cúspide se levanta un templo de madera unido á la masa granítica co n cadenas e m potr·adas en la roca; según la leyenda mahometana y judia, alli hizo Adán penitencia durante siglos a l ser arrojado del Paraiso; allí dejó Buda la huella de su pie al tomar Yuelo para ir al cielo. Para los armenios, el monte Ararat no es menos sagr·ado que el Samanala para los budistas ó la cima que d o mina los manantiales del Gangas para los indios. A una roca del Cáucaso fué aherrojado Prometeo por haber robado el fuego del cielo. El monte Etica fué mucho tiempo la ci udadela de los titanes·1 las tres Ctmas del Olimpo, que se redondean en forma de cúpulas, eran la magnifica morada de los dioses

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helénicos, y cuando un poeta invocaba á Apolo, dirigía la mirada ha cia el Parnaso. Si los helenos cullos vene i'Aba n así las montañas de su patria, fio-úrese el lector cuá 1 será la a doración de los b bá1·baros indígenas hacia la montaña que sustenta sus cabañas en los terraplenes como un árbol sostiene en sus ramas el nido de un ave. En nuestros días ya no se adora á las monta ñas, pero cuantos las conocen les tienen cariño profundo. Trepar á las altas cimas es ahora una verdadera pasión; se intentan millares de ascensiones y los clubs alpinos, sociedades de trepadores, compuestas en gran parte de los sabios má_s enérgicos y más inteligentes de la Europa occi dental, se han propue::.to vencer todps las cimas que antes se consideraban inaccesibles, traer al· guna piedra de ellas como tr·ofeo y dejar al_lí un termómetro ó cualquier otro instrumento ctenlí fico, para facilitar la empresa de los atrevido_s trepadores que lleguen después. Los clubs alpt· nos han trazado la li::.ta de todos los picos rebeldes hasta ahora, han discutido los medios de alcan zar los, han provocado muchas ascensiones, Y con s us mapas, memorias y reuniones han ?ontribuido en grande é. que se conozca la arqUit~c­ tura de Jos Alpes. Las recopilaciones que contienen los diarios de viaje de los miembros de las diversas sociedades son indiscutiblemente las obras en que se encuentran más preciosos_ datos sobre las rocas y los hielos de las montanas de

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Europa y los datos más hermosos de ascensiones. Más adelante, cuando los Al pes y otras cordilleras accesibles del mundo se conozcan perfectamente, las memorias de los cl ubs alpinos serán la !liada de los trepadores de montañas y se refer·irán las proezas de Tyndall, Turkett, Coaz, Théobald y otros héroes de esa gran epopeya de la conquista de los Alpes, como antes se relataban las hazañas de los guerreros. ¿De dónde procede la a legl'ia profunda que se experimenta escalando las altas cimas? Empieza por ser una gran voluptuosidad física respirar un aire fresco y vivo que no está viciado pol' las impuras emanaciones de las llanuras. Se siente un o hombre nuevo al gustar esa atmósfera de vida¡ á medida que se sube, el aire es más ligero, se aspira á pleno pulmón el aire, el pecho se hincha, los músculos se robustecen, la alegria penetra en el alma. El peatón que sube una montaña es dueño de sí mismo y responsable de su pr·opia vida¡ no está entregado al capricho de los elementos como el navegante que se aventul'a en los mares¡ menos se parece al viajero por ferrocarril, semejante á un paquete humano, expedido á hora fija bajo la vigilancia de un empleado con uniforme. Al tocar el s uelo, ha recuperado el uso de sus miembros y de su libertad. Su vista le sirve para evitar los pedruscos del camino, para medir lo hondo de los precipicios, para descubrir los relieves y fragosidades que faciliten el escalamiento

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de las paredes. La fuerza y ela.sticidad de los múscul os le permiten salvar abismos, delene.rse en las pendientes rápidas, subir p~r los ata JOS. En mil ocasiones, durante la ascensión de una montañu escarpada, comprende qu~ .c01:reria .u n :erdadero peligro si perdiera el.eqmllb.r w, ó SI deJara que velara s u mirada el vértigo, ó SI se negas~n á servirle sus miembros. Precisamente esa conci~n­ cia del peligro, unida á la dicha de vers~ ~gil Y dispuesto, duplica en el viandante el sentimiento de la seguridad. ¡Con qué júbilo recuer~a más tarde la menor pal'ticularidad de ~a ascensión, _las piedras desprendidas de la pendiente que cai!ln al torrente con rumor sordo, la raíz á que se agarró para escalar un muro de penascos, e 1 chorro . de agua de nieve que apagó su sed, la pnmera grieta de ventisq uero que se atrevió á sa~var, la larga pendiente que tan penosamente subió ~un­ diéndose en nieve hasta las rodillas, y por último, la cumbre desde la cual vió desplegarse hasta el horizonte el inmenso panorama de valles, mon.tañas y llanuras! Cuando se vuelve á ver desde leJOS . la cima conqmstada á cos t a d e tantos esfuerzos, se descubre y adivina con la mirada llena de gozo 'de el camino que se recorri·ó an t e.s. desde los , valles de la base hasta las blancas meves de la cuspl · La montaña pal'ece que nos m ir·a·' nos sonrie . desde lejos¡ para nosotros hace bril.lar sus meves y se ilumina al atardecer con s u último rayo. El placer intelectual que proporciona la aseen-

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sión, y que está tan intimamente unido con las alegrías materiales de la subida, es tanto mé.s grande cuanto más agudo es el ingenio del trepador y más se han estudiado los diversos fen ómenos ~e la Nalurnleza. Se ve de cerca el trabajo de erosión de aguns y nieves, se pre'5encia el avance de. los ventisq~1eros, se ve á las rocas errantes que ba_1an de la ctrna á la llanura, se siguen con la mirada las enormes hiladas horizontales, se dis· tinguen las masas de granito que le vantan la-s capas, y al llegar á una elevada cima se puede contemplar en conjunto el edificio de la montaña con sus barrancos y estribaciones, sus nieves, b?sques ~praderas. Los valles y cañadas que los ?lelos, meves é intemperies han esculpido en el Inmenso relieve, se revelan con claridad se ve la obra llevada ll. cabo durante millares de siglos por todos los agentes geológicos. Remontándonos ~asta el or_igen mi...,mo de la montaña, podemos JUZg~r meJor las diversas hipótesis de Jos sabios relativas á la ruptura de la corteza terrestre, á las dobleces de las capas, á la erupción del granito y el pórfid~, y dejando a parte ese móvil mezquino de la vamdad que impulsa á muchos hombres á disti.ng~irse como trepadores, se experimenta un s~ntimien~o de natural altivez al comparar la pro · p1a pequenez con la grandeza de los fenómenos de la Naturaleza que nos rodea. Torrentes rocas aludes, hielos, todo recuerda al hombre su' debili~ dad, pero por una reacción natural su inteligencia

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y su voluntad se exaltan coP.tra los obstáculos; goza venciendo á la montaña que lo d~saf1a, pro- . clamándose conquistador del p1co formidable, que al principio le inspiró cierto terror religioso. . Gracias á la facilidad creciente de las comum· caciones, al amor á la Naturaleza que se desarrolla en la sociedad moderna; gracias al ejemplo que 'dan osados trepadores de montañas, las altas regiones de la Eur·opa Central, en la s cuales se aventuraban antes raras veces los viajeros, por falta de caminos, rápidas pendientes, riesgos de aludes Y miedo á lo desconocido, hoy son el centro de atracción de los pueblos. Esas montañas difíciles de salvar, que se levantan como mura~las entre el Norte y el Mediodía, hacen que sea Su1za el punto de reunión de las naciones europeas, y durante la estación de Jos viajes, baños y ascensiones, recibe un a población fl ota nte de muchos cent~nares de millares de almas, que aumentan cada ano. Vet·ey, Lu cerna I nterlaken, son otras tantas ciudades santas ~ las cuales van en peregrinación todos los amantes de la Naturaleza.

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falta de un nombre especial, llegando á emplear expreswnes muy Impropias. La razón de esta penuria de términos geográficos precisos es fácil de comprender. Las ciudades donde han ido adquil'iendo cultura gradual los idiomas suelen esta1· situadas en regiones llanas ó en colinas poco onduladas. La nomenclatura francesa relativa á las montañas sel'ia indudablemente más rica y más exacta si desde Blois, desde Odeans ó desde Par!s se vieran alLas cumbres en el horizonte. La abundancia y la exactitud de los términos que los alemanes del Sur, los españoles y los italianos emplean para descri· bir con un vocablo las diversas protuberancias montañosas procede seguramente de que esos pueblos han vivido y han formado su lenguaje en presencia de grandes eumbres. Cita Humboldt en los Cuadros de la Naturaleza los siguientes nombres empleados por los autores castellanos: pico, picacho, mogote, cucurucho, e pigón, loma, mesa, farallón, tablón, peña, peííón, peiíasco, laja, cel'l'o, sierra, sen·ania, cordillera, monte, montaiía, montañuela, altos, etc., que sit·ven para designar formas diversas de montañas ó reuniones de ellas. Los habitantes de los Pirineos y Alpes franceses tienen también en s us dialectos gran variedad de expresiones, consagrada cada cual á un tipo especial de m ontaña, y que sirve por lo tanto para pintar al espíritu una forma bien definida. Varios o

IV

D~vuel:::s forma_s

de las monta:JJ.as.-Pobreza de las lenguas para pmtar el aspecto de los montes -R· d1 español d ¡ . . 1queza e Y e pators de los Alpes y de los p· . N r í · umeos.- umeos Slmas palabras que emplean para ello.

Las montañas varían mucho de formas según

~~ alt~ra, su constitución geológica la fuerza de

ti~re~c~ón

de los meteoros que las at~can. La mulu . e causas, desconocidas en parte que han trabaJado d e. concierto · . ó sucesivamente• para escudlptr _los s~hentes terrestres es tan gi'ande que ca a Cima tiene ~u aspecto pai'ticular. . Habría' que emp 1ear . SI. no para cada - una designa ct·ó n especial montana á lo m ' c ual enos para cada tipo general al ~ue an re~ucirse las numerosas formas de 1as PI otuberanc1as D · · esgrac1adamente son las 1enguas en general d . d , . . emasw o pobres en palabras que sigm 5 quen una · d cum b re de contornos determma os. Sean cual es f ueren la apariencia · de los montes y la compo .. ó el geógrafo y 1 ~ICI n geológica de s us rocas, e e~critor se ven obligados á . se á veces de lo . s ervirlas s mismos términos para designar, como no recurra n á 1argas descripciones, á

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de estos nombres, resto de la herencia de los antiguos__dialectos célticos é ibéri cos, merecerian ser admlttdos en la lengua escrita, sobre todo cua ndo Jos emplean de una manera u s ual todos los montaíieses fr anceses, desde las fuentes del Ródano hasta los Pirineos. En_ los Al pes del Queiras y del Viso, las grandes c1ma:::. de paredes escarpadas que dominan to_das las cimas cercanas se llam an bric 6 bree EJemplo de ello es la hermosa pirámide truncada de Chamberpon (3 388 metro-.,), que se levanta al Sur del valle de Ubaye en medio de un cíi·culo de montaíias puntiagudas, de menor a ltu ra. Ao;;i es ta_mbién el \ 'i-,o, á lo menos en la parte se ptentrwnal.:_ porque en la otra Yertiente presenta la m o nlcma una pendiente demasiado regular para darle nombre de bric. Encima del valle superior del GuJI se le,•antan las negras escarpaduras con su~ alu~e~; después la eno1·me torre de paredes pe1 pend1 culal'e:s y luego la cima truncada con su ~spesa _capa de nieve. Aquel terraplén, al parecer macc~s 1ble Y que domina la garganta de Volante, las c1mas secund a rias del Visoletto y las ro cas d_es~oronad as, es el bric del Viso. Esa palabra s~gmfica más para los montaíieses que aun no VIeron esa punta sobe rbia que los términos vagos de monteó montaíia . l La antigua designación, abandonada hoy, de pe ve, que se encuentra todavia en los nombres de Grand Pelvoux, Pelavas, Pelvas, Pelvat, Pelvó

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y otros muchos montes del Delfinado, represen · taba un cono enorme cuya masa dominaba todas las cimas de alrededor. Los tucs y trucs de los Pirineos so n también cimas de gran altura, pero no los más elevados de la cresta; se llam a n así por la forma atrevida de sus fragosidades más altas, y no por s u preeminencia sobre las otras cúsp ides de montaíias. Pueden cita rse como ejemplos los tucs de Man· pas, de M onta rgui, de Manferme, en los Pirineos Centrales. La tuque, truque, tusse ó tausse, es monte de pendientes más prolongadas ~ ba -es. más anchas que el tuc, pero esas designacwnes pmtore~cas s_e sustituyen hoy por el término gen~ral de ptc,.apltcado indistinta m en te á todas las c1m as pun lJBgudas y de difí ci l acceso. Los médanos del litoral atlántico, que so n verdaderas montañas para los habitantes de la intermin able llanura de las lan· das francesas conservan todavia el nombre de tucs, caido en desuso para los gigantes de los Pi· rineos. Á algunos kilómetros de Arcachón, un médano de 80 metros de altura ha llamado tanto la atención de los landeses, que por un enfático pleonasmo le llaman truc de la truque. . Las cimas muy escarpadas, que se destgnan generalmente co n el nombre exagera~~· pero ex· pre:::.ivo, de aiguilles (aguj us), h a n rectbtdo de los ltt·e los . · indlgenas apelativos menos a ro b 1ctosos, et .. cuales el más común es el de pie. En los Ptrweos

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hay también varias piques como la . l 1 p rque ong ue d e.1 v·Ignemale (3.768 metros) y la pique de Estats ~a 080); la gi·a n masa de Jos Al pes de Pelvoux li.ene como cima dominante una punta de 4 10:3 metros de altura, que se llamó la barre des Ecrms. En otros ladoc:;, especialmente en Sab~)EI y en la Suiza francesa, las cimas de las n_usm~ forma se conocen con el nombre de dents Sinónimo• de In< d esJgnarJón · · de co,·al empleada' en la Suiza Central, á contar del monte Cer\'ino ó 1\latterhoon, pam nombrar esa mnsa de contornos · . atrevidoc;;'"' • eonsJ·d era d a por Brrón como tipo Ideal de la montnña. Los dents (di.entes) suelen ser menos no-ud . . la cima e o os que 1as atgwlle~ Y tienen redondenda, pero las lran¡;;ici~,;es que p1·esentnn lo perfile~ do 1 os montes son tan g rad. un 1e~, que es difícil estnblecer una clasificación r1guro ~a H b d .. . · n acn a o por pr·era lecer u na gicln confusión en In nomenrlnturn y 1·, mayo!' pa i·te de lns cimas d 1 Al . , u • di . · e os pes SUJ70s llevan in1 ·I.ntamenl_e los nombr'es de horn; en el Tiro! so ~plica también el nombre de l·ogel ¡) las montnllas de formas más diversas. Las. pirámides. d e cu~.1 t.10 caras que aparecen nu mero'a en Clertns . tas d e montaiias sor1 · ' eres )lls carre'f; q ·. , ·' uer~ e~, e~querras Y quairats, de los Alpes ) de los Pll'lneos· .. ~ d dad ' pico~ e este género han o su nombre á o-1·n ses la de Q . o.' n pni.1e d e los Alpes trance,. ueJras. SJ á la punta de 1 . á .d s us titu ye u na lar a a p1r m1 e g cres ta, el mon te se llama u na

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taillante (co rta nte); si termin a en un a masa de forma cúbica, se designa con el no mbre de tour (torre). En las regiones de montañas calcáreas es donde más se encuentran esas enormes hiladas cuadrangulares que parecen colocadas por titanes. En Europa hay poco-=; especlllculos iguales en belleza al que presenta desde el pico de Ber gons ó del Pimené la parte ca liza de los Pirineos Centrales con sus murallas como cantiles, suc; terraplanes cargados de nieve, sus altas torres, in accesibles al parecer, y sus brechas semejantes á las l'l berturas practicadas entre almenas. Las alturac; calcáreas de la Clape, cerca de Narbona, y en más de una comarca la-=; montañas de asperón prec::;entan un perfil análogo. Las laderas de esos montes tajados suelen designarse con el nombre de parois (paredes), m uros ó murallas . Las torres de dimensión relativamente escasa colocadas como edificios en altac; mo11laiia.;;, tie nen en los Pirineos el nombre de pe/Ze ó bougn La tete (cabeza) es una cima de pendient· ._, lei'· minales regulares de su11ve inclinación que se yerguen sobre una masa de laderas más escarpadas. Si la redondez de la cima se desarrolla en forma de cúpuln, la montaíla es un soum (cumbre) ó dóme (cúpuln), como el del Monte Blanco, la masa más gigantesca del continente europeo. En la Suiza alemana, las cumbres achatadas, como el Righi, se llaman kulm. En los Vosgos los ballons (globos) y en la Selva Negra Jos boelchen

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acaban en grandes cimas hinchadas como ampoHas. Las bases de esas montañas son generalmente anchas y sm~ pendientes suaves. Los nombres de los salientes secundarios no son menos numero...,os ni menos precisos que los términos aplicado~ por los montaiíeses á las cimas pl'incipale . U na estribación de forma redondeada recibe fl'e cuentemenle en los Pirineos el nombre de turon ó turomel y un promontorio escarpado semejante á una sierra (kamm en ale· mán) se llama serre, sarrat ó serrere, y es la sierra española en miniatura. Una motte (muotta en los Grisonas) es una altura casi aislada del resto de la masa, ó que se yergue en medio de un valle entre tierra de aluvión. Diferentes nombres de montañas indican la naturaleza de sus rocas ó de su vegetación. Los montes Lauzet ó Lauziéres están compuestos de rocas de pizarra y en los Pirineos las numerosas cimas llamadas estibere ó pradere están revestidas de verdor. El nombre de puy, puig, pey, pechó puches término general que se aplica indistintamente á todos los salientes de crestas ó de las llanuras, desde el puig de Caslite (2.915 metros) hasta la prominencia más chica. Es de notar que en el idioma de los habitantes pire· naicos y alpinos, las palabras que sirven casi únicamente para designar las altu•·as en el len· guaje clésico, como montaña y colina, se toman en sentido muy diferente. Una montaña no es más que una extensión de pastos más ó menos

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vasta, y el término de colina se aplica á una cañada comprendida entre dos cimas. Con los nombres empleados por los habitantes de los Alpes y de los Pirineos para describir los diversos tipos de montañas, hay que juntar los que se usan en las colonias francesas de lo~ trópicos, algunas de las cuales, como morne y pt· tou , han entrado en la lengua literaria. . En los países volcánicos los montes de ongen ígneo, de cúpula redondeada como el Puy de Dome ó atravesados por un cráter como el Puy de Sancy, reciben nombres locales muy apropiados, pero la mayor parte de esas palabras se ignoran •. gran prueba de que las sociedades modernas _ltenen todavia por ideal una vida artificial extrana á la Naturaleza. Afortunadamente hay como un reftu· jo gradual; seducidos los viajeros por la hermosura de las cimas que antes los espantaban, se dirigen ahora en masa hacia las monta~a~, aprenden á conocerlas, á amarlas y á descnbtrlas; lo.s idiomas y los conocimientos científicos se ennquecen á un tiempo.

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V

Desigualdades y depresiopes del relieve de las montaúas.Origen de los valles, alfoces y demás depresiones.-Valles longitudinales.-Valles transversales.-Valles sin uosos de vertientes paralelas.-Valles en desfiladero y de planos escalonados.-Cluses y cañones.-Disposición general de los valles.-Circos.-Onles de los Pirineos.

La altura es el menor elemento de belleza en una montaña; su majestad y la gracia de su aspecto se la dan, sobre todo, las arrugas y declives de sus estratos, los circos y cañadas abiertos en sus pendientes, sus abiertos desfiladeros sus bruscos precipicios y los anchos valles horiz'ontales colocados en la base del coloso, y que con el contraste. acrecientan sus magníficas proporciones. Gracws á la variedad de líneas y contornos presentada por· todos esos accidentes su cesivos, t~ma el monte una apariencia de grandeza y de v1da de que en su origen carecia. Como un pedazo de mármol tran s figurado por la escultura, la P?derosa masa, antes meseta mon ótona ó s imple cupula de rocas, ha sido tran s formado gradualmente por los meteoros en una montaña de soberbio perfil, que representaba para nuestros antepasados la fa7 de un dios. Pueden imaginarse

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fácilmente los cambios que han dado á la forma de los montes los valles y depresiones de todas clases, cuando se recorren ciertas alturas en las cuales co nse rva una vertiente su antiguo aspecto de meseta, mientras la otra, bajando bruscamente hacia la ll lln ura, aparece como una montaña escarpada. Así so n algunas regiones de la meseta central de Francia, de Auvernia, de los moutes del Jura, de la R anke·Alp en Wurtemberg y en Baviera. Por un lado se extienden largas pendientes pedregosas, los campos so n estériles, el horizonte es monótono y sin movimiento; luego, de pronto, cuando se llega á la arista, se ve á Jos pies una serie de abi::>mos; circos donde se juntan las aguas aparecen entre las quebraduras y los muros de roca s desmoronadas; debajo se ven en una profundidad cad a vez mé s brumosa terraplenes y cornisas coro nados de abetos; las aguas que corren por las cañadas brillan en la base de los pro· montorios y en el fondo del abismo se extiende como otro mundo el valle apacible con su rio que serpentea, campos, viñas, bosques y alegres poblaciones. ¿Cuál es el origen de Jos valles, los alfoces, los barrancos y las demás depresiones? El mismo que el de las montaíias, y no están los geólogos muy con formes al apreciar ese problema. Puede afirmarse de un modo general que unas de esas depresiones son rasgos primitivos de la antigua arquitectura de los montes y empezaron por ser

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ya arrugas. de estratos, ya aberturas de rocas, y otras han sido gradualmente abiertas por el tiempo, excavadas por las nieves, las lluvias, los hielos y la s corrientes de agua. Quienes tratan de reconstruir con el pensamiento los sistemas de montañas de las edades precedentes , dicen con cer teza de ciertos valles que son contemporáneos de las masas que los rodean; pueden también declara r osadamente que taló cual barranco ha si do abier· to por los meteoros; pero dudan respecto á muchos de los más importantes rasgos de la montaña. De todos modos, los grandes valles longitudi· na les comprendidos entre dos cordilleras paralelas, pero diferentes por la edad y por la for mación geológica, son indudablemente valles pt'imitivos· pliegues de la corteza terrestre formados natural: mente por las pendientes de Jos largos relieves que se han enderezado á derecha é izquierda. El fondo de la avenida debió de se r levantado en su mayor extensión por fuerzas que á ambos lados trab~jaban debajo de las masas vecinas, y Juego ha Sido modifi ca do diversamente durante el transcurso . de las edades por las aguas que Jo han rec?rrtdo; algunas cavidades han sido cegadas; vartas rocas han sido arrebatadas; las aguas han levantado el terreno en unas partes y Jo han socavado en otras, pero con todas esas modificaciones no deja de conocer el geólogo en el valla un surco de la misma antigüedad que las altas

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cimas de las montañas cercanas. La gran depresión del Valais inferior que separa las ma sas del Fintter Harhon y de la Jung Fran de Jos del Monte Rosa y Monte Blanco es en s us rasgos esenciales un va lle primitivo. La vasta cavidad del Leman, que forma una media luna entre el Jura y los Alpes y que en sus mayores profundidades baja hasta muy ce rca del nivel del mar, puede considerat'se, con mayor razón todavta, corno nacido al mi mo tiempo que los montes todos de Suiza. Ciertos valles transversales, cortando brusca mente las cordilleras, también deben de pertenecer en s u mayor parte á la primitiva arquitectura de los montes. Sirva de ejemplo el encantador va lle de la Engadine, cuya pendiente se eleva casi insensiblemente hasta el umbral de la Maloggia (1.811 metros), encima del cual se levanta 2.241 metros más arriba la cima de Bernina. En los Alpes ne ozelandeses, Julio Haart ha descubierto un valte transversal más asombroso todavia, puesto que su umbral, dominado á un lado y á otro por cimas de 2.400 y 3.000 metros, no se encuentra más que á 485 metros de altura, á la quinta parte de la altura de la cordillera. Por último, en tod as las hileras de montañas compuestas de conos vo lcánicos levantados de trecho en trecho en una misma hendidura de la tierra, los anchos valles transver· sales, que son en realidad restos de antiguas 11a· nuras, son muy numerosos. También puede o~ser­ varse lo mismo en Jara y en los Andes de Ch1le.

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R~specto ~ los valles transversales ordinarios

que llenen ongen en alguna depresión de vertiente de montaña y van A parar á un valle más grande ó A la llanura, después de haberse juntado con otros valles abiertos A derecha é izquierda en el e~pesor.d~ los .montes, dificil es, y A veces impo· sibl.e, dtsttnguH' la parte que corresponde á la acción de las aguas y la que ha de atribuirse A otras causas en la formación de esos surcos gigantescos. Hasta donde, A ambos lados del valle, se corresponden perfectamente las hiladas de roca~ es dific1l saber si la pl'imera hendidura fué una raJa natural producida por la I'etirada de las capas ó por algún movimiento brusco del suelo. Basta con ver el trabajo geológico verificado cada año por el torrente que muge en las profundidades par.a comprender cuán poderosa debió de ser su acción durante el transcurso de los siglos. Buffón habla comprobado que gr·an número de valles tortuosos de las montañas es tán dominados, desde su entrada á su salida, por paredes escarpadas á ambos lados. Á los promontorios de una vertiente corresponden valles abiertos en la otra; los ángulos salientes y los entrantes alter~~n á cada lado de tal suerte, que s i las dos penIenles ~puestas se aproximaran de pronto, se confundirian sus sinuosidades. O lros valles sin embargo~ p:esentan un género de formación t'otal· mente dtstmto; sus vertientes, en lugar de desarrollarse regularmente en curvas paralelas, se

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separan de pronto una de otra para aproximarse después y separarse del muro; asi se produce, por una especie de ritmo diferente del primer tipo del valle, una serie de cuencas redondeadas separadas unas de otras por angosturas. En los Pirineos, el Jura y las regiones calizas de los Alpes, los valles de esa formación son muy numerosos, pero generalmente se observa una mezcla de las dos formaciones; en ciertos puntos de su curso los valles se desarrollan tortuosamente entre vertientes paralelas; en otros, están dispuestos en cuencas su ce si vas. El largo canal del Bósforo, que puede considerarse como un valle invadido por las aguas del mar, presenta en su parte superior varias extensiones de agua semejantes á lagos, mientras aguas abajo las riberas opuestas pueden encajarse perfectamente una en otra, por la regularidad de sus sinuosidades. Las diferencias en la forma de los valles se explican por la naturaleza de las rocas. que el agua tuvo que socavar. Donde los matenales de arena, asperón, granito, esquisto ó lava son de composición análoga y presentan en todas partes una resistencia igual á la del agua que las ataca, ésta puede seguir su movimiento norma.!; se desarrolla en meandros que chocan altemattvamente con una y otra orilla, y por consiguiente, da las mismas sinuosidades de un lecho al valle que abre. En cambio, cuando las rocas consisten en hiladas de desigual dureza ó las atraviesan muros

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naturales que forman obstllculo, las aguas han de extenderse forzosamente como un lago y han de roer lateralmente las riberas hasta que se perfore el valladar y el agua se derrame como un torrente al pico inferior. De esa manera se forma, durante el transcurso de las edades, una serie de cuencas superpuestas, unas llenas parcialmente de agua, otras completamente vacías, unidas todas por estrechos desfiladeros, por donde se precipita el torrente del valle. Los ejemplos de este escalonamiento de planos ó cuencas de verdor que se suceden como otros tantos peldaños son muy numerosos en todas las regiones de montañas. Pueden citarse: en los Pirineos el valle de Os, y en los Alpes el alto valle del Isére, cuyas antiguas cuencas lacustres y alfoces sombríos alternan con tanta regularidad . . L~s estrechas cortaduras que sirven de comun~cación entre las cuencas en las cuales se precipitan las aguas torrenciales, se llaman cluses en el Jura Y clus en los Alpes de P1·ovenza, pero en aquellas comarcas no se limitan ll cortar barreras de peña, sino que atraviesan montañas. Las cuencas del VRr y de las corrientes de agua vecinas son muy ricas en desfiladeros de este género, enormes cortes practicados á través del espesor de las murallas calcllreas. De esos clus hay algunos verdaderamente formidables, los del Lobo entre Grasse Y Niza, los de Saint-Auban del Echandan Y otros, por donde pasan las agua~ del

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Var y sus tributarios. Son desfiladeros espantosos; é. cada lado del torrente se yerguen rocas tajadas de varios centenares de metr~s de altura, y que genet·almente sostienen en su ctr:na los mu· ros pintorescos de algun pueblo anttguo. Esos clus estrechos, donde ha habido que trazar trabajosamente caminos y sende1·os, han de colocar~e entre los espectáculos más curiosos de Franc.ta. La contemplación de aquellos sombríos pasa¡es sobrecoge el ánimo, porque se penetra e~ ellos inmediatamente después de haber recorndo las fél'tiles llanuras del litoral mediterráneo, sem.bra· das de quintas, jardines y bosquecillos de ol!vos. Los clus del Ande y principales afluentes, los ?el Dordoña alto, del Tarn y del Lot, tienen tambtén formidable aspecto, pero lo-s más notables ..del mundo son probablemente los cañones de Mé¡tco, Tejas y Montañas Roquizas, donde se ve correr un río casi sin agua é. varios cenlen.ares de m_etros de profundidad entre peñones tajados. Segun el geólogo Nowberry, el gran cañón del Co~orado no tiene menos de 480 kilómetros de longttud, y en varios sitios sus murallas perpendiculares se levantan é. 1.000, 1.500 y 1.800 metros. Según el tamaño de los montes, la natural~za de sus rocas y la abundancia de nieves y llu~tas, los altos valles presentan la más asombrosa dtver· sidad de formas y aspecto. En las masas de mon· tañas cuyos torrentes bajan hacia la lla~ura yor un cauce muy inclinado y con bruscas smuostda-

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des abiertas en el espesor de la peña, la mayor parte de los valles tributat·ios, desembocando á derecha é izquierda en el surco transversal, tienen una disposición semejante á la de éste, pero son más sinuosas y rápidas y reciben las aguas de cañadas más pendientes todavía. En general, cada valle tributario se une al del medio, precisamente en el Jugar donde éste desarrolla la parte convexa de su sinuosidad, de modo que el conjunto de los valles y sus ramificaciones están colocados como los árboles de ramas alternadas. En las montañas calizas cuyos torrentes recorren una serie de cuen· cas escalonadas que comunican entre si por medio de cluses, el sistema de valles presenta una dispo· sición más rudimentaria: cada cuenca es al mismo tiempo el punto de unión de los dos valles latera· les abiertos unó f1·ente á otro y que suben en linea recta hacia las alturas. El conjunto de todas esas depresiones simétricas recuerda los árboles que se levantan en espaldera en los jardines y cuyas ramas opuestas se arrastran en líneas paralelas por las murallas. Las cañadas, barrancos y pequeñas depresiones de montañas, desde las profundas cortaduras que las leyendas atribuyen al tajo de una espada gigantesca, hasta las graciosas ondulaciones que se asemejan á los dobleces de una pieza de tela, presentan variedad tan grande, que es imposible clasificarlos sistemáticamente. Cada montaña con individualidad propia difiere en las cañadas, que f

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arácter particular de gracia ó de ma· poseen Su C )estad . · un circo Casi todos los valles empiezan por ,d 1 menos vasto, abierto en el espesor e a más ó t l de la cordillera y formado por la masa cen ra de todos los vertederos reunión de los barran_cos e lo rodean. Los anfi· h las montanas qu que ay en i tica ó circular que se ven teatros de forma el P . , ón de los mon· t - el m 1smo COl az abrir de repen e en . do mucho tiempo por tes después de haber camtnt s laderas de los prolos valles tortuosos ó por a. de los es· d constlluyen uno montorios escarpa os, calma y grande· pectáculos más hermosostp~rssuca\ .¡zas coma los . 1 E las mon ana , ' za apac1b e. n d verticales y cuencas Pirineos centrales, de pare es contemplar esos muy hondas, es donde hay qute bies por sus vas· Los más no a . admirables c1rcos. vados que los . · terraplenes ne tas d1menswnes Y Id ) de Gavarine, de rodean, son las onles (ca e~:~enta acción de los Estanbé, de Troumouse, quled ·as calizas de las . t n las a el siglos ha a b Ier o e rtes fragosas reco· montañas de Marboré. Esas pamuros prodigiosos rridas por los torrentes;f>;~o:oo ó 900 metros de • \daños enormes q ue se levantan hasta . d'1cular· esos pe altura cas1 perpen ' naciones enteras; i n sentarse d en los cuales po r a d n de los bordes e despren e esas cascadas que s velos diáfanos o . . . flotan com 0 d de los preCipiciOs Y saltas cimas e aludes; esa se derrumban como l ntan la cabeza por · s que eva inmaculadas meve

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enci ma de las paredes para mirar tod o se en derredo~ - encuentra reunido en el fondo d 1 , montanas sol itarias para hacer de e . e a_s renaicos d sos cu·cos piuno e 1os cuadros más grandiosos d"'Europa. .,

VI Escotaduras de las aristas de las monta . de las gargantas -R .• ñas.-D1versas formas 1 y la de los pasajes.~~:lO~ entre l~s alturas de las cimas y e las sahdas.-Pendiente real é ideal de 1 as montallas.-Volumen de las masas.

Lo mismo que lo 11 escotad uras de las ar~s~:s ~s, !son las g~ rgantas ó primiti vos producidos e as mon_ta n as rasgos tur·a de 1 por la co ntracción ó la rup as capas leva nta das ó s u d . más recien le debid . reos e origen derrumba mient os á la acctón de meteoros y os. L a variedad d la form ación d e causas q~e han contribuido á e esas depres iones d 1 • cresta, la f uerza de resisten e·la d e 1as r ocas· p e a- lt. peripecias de la 1 1 . ' or u 1mo, 1as siglos entre las ci~a~ m~es~ ~te trabada durante dado á las ar Y e au_e que las rodea, han Unas son ~img~:~as gran dtferencia de aspecto. entre dos lomas red a;ugas co n césped ó nieve tas de rocas e t on eadas, otras estrechas arisor antes, dominadas á cada lado

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por masas piramidales, como las fourches y hourqueites de los Pirineos; otras so n rajas hondas abiertas entre paredes verticales; otras, se mejantes á anchas puertas ~biertas entre los va lles de las verlien tes opuestas, so n verdaderas brechas que parece que la zapa y la mina abrieron en la peña viva. Se ha tratado de indagar más de una vez si existe una relación constante entre las alturas de las ci mas y la de los pasos que escotan la ari sta. Era fácil prever que como las intemperies, lluvias y nieves han atacado de diverso m odo á las montañas, las depresiones de las ga rgantas que proceden de esas erosiones secul ares han de encontrarse á alturas variables en las distintas masas. Asi lo ha dem ostrado William Huber co n pacientes estudios comp arativos. En el gl'Upo del Monte Blanco, la proporción entre la altura media de las ci m as y la de los pasos es como 1'28 á 1; en el gru po del Monte Rosa, es de 1'43 á 1; en el de la Jun g Fra n, de 1'62 á 1. La relación entre la cima más a lta y la garganta más baja difiere mucho también, según los diversos sistemas de montañas. Asi co mo en la masa de Todi esa_relación es de 2'68 á 1, no es más que:de 1'53 á 1 en el grupo de los Alpes del Tessino. En ge neral, puede evaluarse la altura de las gargantas más anchas y más profundamente abiertas de los Alpes en la mitad de la elevación de las ci mas que las rodean, y en los Pirineos es de dos tercios. Las

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depresiones considerables que dividen los Alpes en masas distintas, y hacia las cuales se inclinan muchas gargantas secundarias, dan por el contraste un carflcter particular de grandeza y variedad a l sistema orográfico de la Europa Central. Los Pirineos tienen mucha más unidad de arquitectura que los Alpes; por la altura relativa de sus gargantas, son un o de los tipos más hermosos de cordillera. Hecho notable, evidenciado por Huber, es que las gargantas más hondas de una masa desembocan precisamente frente fl la s cimas mfls elevadas de la masa opuesta. La garganta del Simplón (2.010 metros) se abre directamente frente al grupo de la Jung Fran (4.167 metros) y el Gemmi (2.183 metros), que es el paso menos elevado de los Al pes leon eses, desemboca en el Yalle del Ródano frente al !\lonte Rosa (4.638 metros). La garganta de Luckmanier (1.917 metros) mira hacia las cimas del Todi; el paso de Julier se encuentra en el eje de la gran masa de Bernina; desde casi todas las gargantas principales se ven erguirse al otro lado del valle montes elevados de una de las cordil leras divergentes que irradian alrededor del nudo centrfll del San Gotardo. ¿Á qué causa debe atribuirse esa disposición general de las gargantas designada por Huber con el nombre de ley de las salidas ó desembocaduras? Puede explicarse en gran parte por el hecho de que las masas montañosas más eleYadas desean~

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san generalmente sobre los pedestales mfls anchos y sólidos; por lo tanto, los torrentes rodean su base, y en la vertiente opuesta los fenómenos de erosión adquieren mayor actividad, y las gargantas se ab!'en cada vez mfls en el espes.or de la cordillera; durante el transcurso de los s1glos, las diferen cias de relieve entre las fragosidades de las dos cordil leras acaban por acusarse con mayor vigor. En Jos Pirineos, esa correlación de masa: Y alfoces entre dos aristas distintas no puede senalars e mfls que en escaso número de lugares, por la sencillez general de la cordillera y la a ltura relativa de los pasos, pero se presentan fl trechos ejemplos indiscutibles de esa ley; el puerto de Venas, que se abre precisamente frente á la Maladelta, la profunda depresión en la garganta de Puy Moren, esté. frente al grupo de cumbres de Fontargenle. Considerada desde un punto de \Í::,la ge neral, esa ley de las desembocaduras no es mfls q.ue un caso particular de la ley indicada en otro. tiempo por Buffón acerca de la forma serpentma que presentan todos los valles normales. El ángulo saliente de una cordillera se reproduce en hueco en el ángulo entrante de la cordillera opuesta, la cima se eleva frente á una garganta, los gl'upos de cimas muy elevadas corresponden á un paso más hondo que los demfls. St· ¡as curvas de un valle hacen suponer que una escotadura de la cresta responde á la parte convexa del torrente, podemos

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afirmar con seguridad que la linea de unión que junta dos codos bruscos de torrentes separados por una cordillera pasarA por una profunda depre. sión de la arista. Los estudio comparados hechos por los geógrafos desde los tiempos de Humboldt sobre el relieve de las cordtlleras, se referían, no sólo A la allura relativa de gargantas y cimas, sino también á la inclinación media de las vertientes. La verdadera pendiente de una arista de montaña es aque· Jla linea tortuosa y de varia inclinación que sigue el hilillo de agua al bajar de la arista de lagarganta fi las llanuras inferiores, pero esa curva mfis ó menos regular no es la que constituye la vertiente de la cordillera, sino la linea ideal que á través de las cumbres secundarias, y por encima de gargantas y valles, une las cimas de la arista principal con la base de las escarpaduras avanzadas en las llanuras adyacentes. Esa linea ideal no estfi nunca tan inclinada sobre el horizonte como lo ha~en suponer á primera vista el aspecto de las pendientes y el súbito contraste de alturas y valles; de modo que pintores y dibujantes ~xageran dos 6 tres veces el verdadero relieve de las montañas para reproducir el efecto que hacen al espectador. El Jura, cuya pendiente general es muy suave, presenta, desde la cresta del Tendre hasta la población de Arbois, un declive total de 1.307 metros, ósea 2'6 metros cada ciento 1 lo cual seria en • un cammo carretero una pendiente m u y escasa.

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La pendiente general de los Pirineos es mucho más rápida, puesto que desde la cima del MontPerdu hasta la llanura de Yarbes, el declive es de 3.042 metros, 6 sea de 5'2 por cada ciento, pero aun es ese un declive bastante menor que el de la mayor parte de las cuestas en los caminos montañosos; es inferior á la del ferrocarril que sube por las laderas del Monte Cenis. La vertiente montañosa más rápida de Europa es la de las laderas alpestres que miran A las llanuras del Píamonte y de Lombardía; desde la cima del Monte Rosa hasta los campos de Ivrée la pendiente me· dia es superior á 10 por 100, lo cual produce en la mirada el efecto de una inmensa Babel de tones y pirAmides superpuestas. Ciertas masas de montañas del Nuevo Mundo tienen pendientes mlls rfi pidas toda vi a; la silla de Caracas presenta al mar de las Antillas un verdade1·o muro levantado 54 grados sobre el horizonte, f¡•agosidad que seria inaccesible si no se pudiera alcanzar por med1o de caminos en zis-zas trazados en alfoces y barrancos. Se comprende que el declive de las vertientes montañosas no es exactamente igual en ninguna parte de la masa; muy rápida en algunos puntos, es escasísima en otros, según las diferen· cías de altura, rocas y climas. Si es difícil de se· ñalar el declive medio, por la gran diversidad de las pendientes locales, el volumen total de una cordillera es mucho más difícil de conocer apro· ximadamente. Basándose Humboldt sobre los 14

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datos incompletos de la ciencia respecto é. la altura de las mesetas y las montañas en los diversos continentes, trató de calcular la masa cúbica de muchas cordilleras. Según sus cé.lculos, la masa total de los Pirineos, repartida con uniformidad sobre la superficie de Francia, levantarla el terreno unos tres metros. Si todos los materiales de las masas alpinas se repartieran con igualdad sobre el continente europeo, aumentaría 6'50 metros la altura de éste. Muy útil sería reanudar esas investigaciones para dar mayor precisión é. sus resultados según se vaya conociendo mejor su relieve orográfico. El cé.lculo mé.s completo de ese género debe de ser el de Sonklar sobre la parte de los Alpes tiroleses conocida con el nombre de grupo del Oetzthal. Esa masa se supone que podré. ser representada por un sólido de una altura uniforme de 2 540 metros, de los cuales corresponderían 1.620 á la meseta ó zócalo de la región montañosa y 920 al conjunto de los picos. Repartida sobre Europa esa masa, no representaría más que una elevación de 61 centímetros en la altura del continente. Ya se ve, pues, que el volumen total de las cordiller·as de montañas es menos importante que el de las mesetas de España ó de Baviera.

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VII Hipótesis sobre el orden general de las cordilleras.-Teoria de E. de Beaumont acerca de las elevaciones paralelas.Cordillera de los Pirineos tomada como tipo longitudinaLDiversas anomalias de la cordillera.-Barrera etnológica de los Pirineos.

Varios geógrafos han cretdo encontrar la ley del orden general de las montañas, y sin aguardar á conocer completamente la superficie de la Tierra han tra zado á su antojo hileras en montes más ó menos hipotéticas. Buache, cuyas ideas han prevalecido bastante tiempo, imaginaba que la cordillera de los Pirineos continuaba por debajo de las aguas del Atlántico, después á través del Nuevo Mundo y del Pacífico, y reaparecía en A ia para formar el Himalaya, el Cáucaso, los Balka· nes, los Alpes y los Cevennes, y volver al punto de partida. Era la antigua imagen de la serpiente mítica enroscándose alrededor del globo y mor· diéndose la cola. Basta con echar una ojeada é. los mapas, como la ciencia permite hacerlos hoy, para ver cuán primitiva era aquella idea de la armonía de las formas terrestres. Las leyes de la Naturaleza se revelan siempre por una singular variedad de fenómenos.

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En realidad puede decirse de un modo general que las principales cordilleras, cortadas ti trechos por golfos, brazos de mar ó llanuras, constituyen una especie de corni:sa grande y circular alrededor de la doble cuenca del Océano Índico y del Pacifico. Cierto es también que la altura media de las protuberancias del suelo, montañas y mesetas, va disminuyendo desde las regiones tropicales hasta los dos polos, pero se prese ntan muchas excepciones al estudiar la superficie de la Tierra en la prodigiosa variedad de sus lineamentos geogrllficos. Ciertas comarcas parecen un verdadero dédalo de llanuras, de mesetas, de m o ntes de todas formas y alturas; aqui puntas granilicas y cúpulas de pórfido; allti aristas esquistosas, co1·tadas en forma de ngujas, murallas calizas, conos de basalto de perfiles matemática mente regulares. Á la serie de la montañas que se han levantado durante cada periodo de la Tierra hay que aíiadil' las series sucesivas de levantamientos posteriores; el orden primitivo se ha modificado incesantemente durante el tt·anscurso de las edades. Á la geologia corresponde, pues, revelar el orden verdadero de los montañas contando la historia de su formación. E. de Beaumont ha tratado de llevar á cabo esa labor, y pOI' la generalización atrevida de hechos sentados por la ciencia, ha llegado ti formular una teor1a sencillisima. Partiendo del principio de que las capas sedimentarias muy inclinadas que be extienden por las

laderas de los montes, forzosamente han tenido que er levantadas, mientras los estratos que con servan la hot·izontalidad no han s ufrid o perturbación de. de que se formaron, el eminente geólogo ha podido asignar un a edad relati'a á cada istema de montañas. Efectivamente, todas las cordilleras que llevan en sus pendientes hiladas levantadns de un periodo geológico y en cuyo base se encuentran capas de una edad posterior, han debido de surgir del s uelo durante el intervalo mtis ó men os largo que separó la formació n de ambas series de estratos. Y comparando las direc· ciones de los sistemas de montañas de la misma edad, se comprueba que :::.on ca~i paralelas por la orientación de s us aristas. De modo que Beau· mont ha clasificado las distintos cordilleras según su dirección, y de esa manera ha podido seiialar coincidencias muy notables entre aristas separa· das una s de otras por millares de kilómetros. Un hecho important1::;imo que res ulta de e::;la clasificación de los montañas, es que los sistemas mtis antiguos son generalmente los menos elevados. Los Vosgos datan de una época mucho más remota que la cordillera pirenaica; ésta ha s urgido antes que los Alpes, los cuales son muy anteriores li los Andes. De todos modos, esa clasificación geológica de las montañas no es tan senciiJa como parece al principio, porque ti veces es dificil dete¡·mi.nar el verdadero eje de levantamiento de las cordtlleras,

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como Beaumont mismo pudo observar al estudiar el sistema del Estere!. El estudio profundo de las capas terrestres suprimiría cuanto falso ó incompleto pueda haber en estas ideas teóricas. La geografia que se limita á la descripción de la Tierra durante la época actual debe clasificar las diver· sas cordilleras según la regularidad de su forma su relieve y su importancia en los continente~ como puntos de reparto de las aguas, como laboratorios de meteoros, como barreras entre los pueblos. Entre las cordilleras de casi perfecta regularidad, puede citarse la parte oriental de los Pirineos. As! como una rama de arbol, ó mejor dicho, una hoJa de helecho, se divide y subdivide á derecha é izquierda en ramitas, hojas y hojillas, cada nudo de la cresta da origen á uno y á otro lado á una cordillera transversal semejante en todo á la primera, aunque mucho más corta, y desciende gradualmente hasta el nivel de las llanuras vecinas. Las aristas transversales son semejantes entre si y las separan profundos valles, adonde bajan los hielos, Y por los cuales mugen los torrentes y circulan las sendas. Los valles se corresponden en una y otra parte de la cordillera principal y se comunic~n po~ la garganta ó puerto, ó sea por la depre· Sión abierta entre ambas cimas. Como la cresta principal, se componen los transversales de una serie de __cimas separadas entre si por otras tantas gargantas, cuya altura disminuye proporcional·

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mente; cada cima da origen á dos estribaciones laterales, que no son más que un rudimento de cordillera terciaria paralela á la grande, y las gargantas secundarias sirven para que se comuniquen cortas cañadas que vierten sus aguas en el torrente del valle principal. La parte de la gran cordillera comprendida entre la garganta de Roncesvalles al Oeste y el puerto de Venasque al Este, y que presenta un desarrollo de unos 140 kilómetros, puede consi· derarse como el tipo perfecto de una arista regular de montañas. La parte oriental de la cordillera no está dispuesta de manera tan normal; el examen de las lineas de la arista demuestra que en muchos puntos se separan de la forma Uptca. La principal anomalia se encuentra hacia el centro de la cordillera, á una distancia casi igual de los dos mares. Alli se ve que la arista pirenaica no es sencilla, sino que está formada de dos lineas distintas una de las cuales es la cordillera regular ' del Oeste, mientras la otra, cortada en tres partes por las dos profundas escotaduras de las gargan.tas de la Perche y de Puymoron, e m pieza en la orilla del Mediterráneo con el nombre de cordillera de Albéres se cruza en la masa de Cortabona con la 1 arista transversal más importante de la montana de Cadis y el Canigó, se desarrolla hacia el Oeste formando las masas de Andorra, Montcalm Y Montvallier, y después, corriendo paralela~ente á la cordillera procedente del Atlántico, termma en

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la orilla derecha del Garona. Podrian compararse los Pirineos con una cordillera normal que hubiera quedado partida en dos por una gigantesca ruptut·a y cuyas mitades, fijas en sus extremos ~ari_timos, hubiet·an girado ligeramente y en sentido mverso alrededar de esos extremos tomados como ejes. Una loma lrflnsversal que se apoya en ángulo recto en la cordil lera del Norte, se suelda con la del S~r en la garganta de Pallas; otra, proyectada también en ángulo recto por la hilera de picos de la cordillera meridional, se alarga más al Oeste Y no se queda separada de la arista mediterránea más que por el estrecho desfiladero del Garona. Los extremos de ambas cordilleras limitan por todas partes un valle profundo, verdadero remolino_ terrestre alrededor del cual se yerguen las montanas como enormes olas. Es el pais de Arán, centro de los Pirineos. Aunque sus aguas corren por el Garona en las llanut·as de Francia, no per· tenace orográficamente á ninguna de las dos cuencas. Con más titulas que el valle de Andorra debiera ser el de Arán una república neutral entre Francia y España. La segunda anomalia consiste en que las cimas más altas no están situadas en la misma cresta. El Mont Perdu, el Pico Porets y la Maladelta se alzan al Sur de la cordillera de los Piri~eos atlánticos; la primera de estas montañas se JUnta al eje central con varias gargantas elevadas,

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pero el Porets y la Maladetta, gigantes erguidos uno frente á otro á cada lado del Essevr1, forman dos grupos casi completamente aislados: al Norte los unen al sistema principal aristas nevadas. Á pesar de esas irregularidades, proced~ntes del trabajo incesante de los agentes que mo?~fican la superficie del globo, la cordillera de los Pmneos puede considerarse como ejemplo de _sistema nor· mal, y muy pocas cordilleras de la Ttena pueden comparársela por la senclllez general de su ~o.rma­ ción. Por consiguiente, el aspecto de los Pmneos es menos variado que el de los Al pes y otros m u· chos sistemas de montañas; la larga hilera limita el horizonte con su muralla uniforme, dentada como una sierra, y desde la llanura apena~ se ven sus estribaciones. Aunque la altura medta de la cresta central de los Pirineos supera á la de los Alpes unos 100 metros, y aunque las llanuras de Francia sean más bajas que las de Suiza, e:n el~­ vación mayor hace menos efecto po_r la dtspost· ción regular de los picos y la semeJanza de sus contamos. Apenas se levantan algunas cumbres de los Pirineos á más de 600 ú 800 metros sobre la altura media de 2.450, y en los Alpes muchas montañas se elevan á 2.000 y 2.500 más que la altura media de la cresta; el Monte Blanco yergue su cúspide á más de 4.800 metros. Los montes de los Pirineos son, generalmente, si m pies ~o nos colocados sobre el reborde del levantamte~to. Montañas de una gran importancia geológtca,

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como el Neuvielle y los montes de Os y Clarabide, apenas se distinguen por su relieve de las alturas que los rodean. Los picos que se desprenden mlls del resto de la cordillera, como el Canigó, el Mont· vallier, el pico de Taba, el del Mediodia de Pau y la Maladetta, son poco numerosos. Á consecuencia de esta sencillez de la arquitectura pirenaica, se ven en esas montañas pocos valles longitudinales que se eleven ll derecha é iz· quierda hacia dos filas paralelas de picos y pro· yectan en todos los alfoces y en los hacinamientos de peña de los ventisqueros largos brazos llenos de verdor. No se ven mlls que valles transversales en el eje de los montes, muy inclinados hacia la llanura. Las gargantas de donde arrancan los primeros barrancos de esos vall~s suelen ser simples mesetas que reinan en la cima de la cresta 6 sombríos corredores abiertos en la roca por el trabajo secular de los agentes atmosféricos. Como esos pasos son más altos por término medio que los de los Alpes centrales, fllcil es comprender que los Pirineos centrales hayan sido siempre la muralla natural de Europa mlls dificil de salvar para los pueblos. Entre la garganta de la Perche, cerca de Mont-Louis, y el puerto de Maya, no lejos de Bayona, ósea en un espacio de mlls de 300 kilómetros, todavía no atraviesa la cordillera ninguna carretera.

Vlll tral -Contraste entre los Alpes y el Montaílas de Europa Cen . . ontaíloso de eslabones pa.t'po de s1stema m Jura.- El J ura, 1 los Al es.-Masa central del San ralelos.-Caos aparente de R p y Monte Blanco.-Los G t rdo -Masas del Monte osa A~p:s c~nsiderados coma frontera entre pueblos.

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t - s que forma, digá· El g t'an sistema de mon dana E a y cuyas ra· maslo asi, la espina dorsal e ur~p 'bros de un . · tes ll los mtem mificacwnes, semeJan del continente, · los contornos cuerpo, determwan . . r la diversidad de es mlls rico que los Plnneos po . 1 número de d sus artenas, e sus formas, el cruce e é 'to de cordilleras sus masas dispersas y s~ ~ tu~ción de los Alpes, secundarias. Al relieve y dts fll as de Europa . d raman as agu cuyos ventisqueros er d esa parle del occidental, deben los puebl?~ e la civilización. mundo indirectamente la Vl da y fortificación, •. nas e una b Erguidas como los as~w á la libre . 1 inas protegen las principales masas a p . d todos los gru· . . 1 S r el conJunto e nactón smza; a u • t semicirculo al· f a un vas o pos de montanas orm la cordillera de . enlaza con rededor de Ita lta, Y se ueleto de la pe· los Apeninos, que constitu~e e1.esq d los Alpes l strtbactOnes e ninsula; al Oeste, as e . del territorio fran· forman el rasgo más saliente

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cés, y con sus eslabones transversales modifican el relieve del Jura; al N or·te, las mesetas escalonadas que se apoyan en los montes de Suiza bajan hasl~ las landas de Francia; a l Este, los Alpes Cár·mcos se prolongan en Bosnia y Servía con eslabones calizos y mesetas que están aisladas sólo por el Danubio de la ciudadela transilvánica de los Carpa tos, y van á irradiar por los Balkanes y el Pindo hasta las orillas del mar Negro y el mar Egeo. La singular belleza de los Alpes se acrecienta con el conlra~le que forman con ellos las montañas que los rodeo. Ese contrastre es más notable entre las masas de los Alpes centrales y las murallas del Ju ra, que limitan al Oeste el territorio natural de Suiza. De altura modesta, comparada con la de los Alpes, son muy curiosas las cordil ler·as del Jura .dec:de el punto de vista geológi co y deben ser ~onsideradas como el mejor tipo de cierta formación de montañas, ó sea la de largas aristas p~ralelas. La Carniola, la Herzegovina, la Bosma, pr·esentan asimismo cordilleras colocadas de ma?era análoga; también en América pueden designarse l0s montes Ojarek, y sobre todo los Alleghan~s, que se extienden un espacio mucho más ~onsiderable que el Jura, pero no han sido tan bien estudiados. Se enlazan por ambas pai·tes con montes granHicos y la masa principal del sist~ma, com para?le con una serie de olas marilimas, tiene muchas Irregularidades.

El Jura de Europa ocupa en medio del conti· nante una s uperficie muy considerable desde l~s orillas del Dróme hasta las montañas de Boh.em1a, pero la parle central de esa inmen sa extensión es la única designada generalmente con . el no~bre de Jura, porque las partes extremas llenen diversas direcciones y se cruzan con masas de fo~·ma­ ciones distintas. En Sabaya, el Mole y otras cimas se yerguen en los ángulos de cru.ce de la s murallas jurásicas y de los eslabones alpmos. El Jura propiamente dicho se prolonga desde el SO. hasta el NE. del val le del Ródano al del Rhin, prese~tando una ligera convexidad hacia Francia. Consiste en filas paralelas y casi uniformes que. van eleván.do· se como escalones s u cesivos de Occ1dente á Ortente, como otros tantos muros que presentan. por un lado largas escarpas pendientes Y ter~mt~n por el otro en abruptas quebraduras. Valles mtermedios separan esas muralles paralelas.' Y la más oriental, que en muchos puntos es ta~bié~ la más elevada domina las llanuras de SUJza. Circos en form a de anfiteatros se abren en el espesor de las murallas del Jura y de trecho en trecho cortan la cordillera desfiladeros transversa les, animados por torrentes, y la separan en pedazos aislados. Se han comparado muchas veces esas meseta.s fragmentarias que se alargan y Sd siguen con umformide.d en la misma dirección, con las orugas por el su~lo. q ue en larga procesión se arrastran . 'd n vanos d Prescindiendo de los cluses que tVl en e

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pedazos los muros paralelos del Jura, se han comparado més poéticamente esos montes con el rizado que produce en uua superficie liquida la calda de una piedra. Las largas lomas de Mont Tendre, de Noir Mont y de Weissenstein son magntficos observatorios desde los cuales puede estudiarse é gusto el contraste presentado por el Jura y las ci mas agudas que sobresalen al Este de la depresión bernesa de las masas del Ober· land . Á primera vista, esos montes parece que forman un verdadero caos, que parece mayor todavia para el espectador colocado en una de las cúspides alpestres. Vense entonces en el contorno ~odo del horizonte agujas, puntas y crestas arro· Jad as como al azar y casi innumerables, que parec~n las olas cu ajadas de un océano inmenso. Muy diferentes del Jura, cuya formación general es de gran regularidad, parecen los Alpes un desorden espantoso, y hasta después de haberlos estudiado Y re?~rrido bien no se puede comprender la disposiCi ón general de sus crestas. Entonces se ve que el conjunto de las montañas está formado de masas separadas que proyectan ramificaciones en. todos sentidos, como los rayos de una estrella. Mtentras el Jura y los sistemas de montañas que pertenecen al mismo tipo se componen de eslabones paral~l.os, los Alpes estén constituídos por 1~ yuxtaposición de varios grupos de eslabones d1 vergen tes. Desor, tomando por base de su clasificación de

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los Alpes los diversos núcleos de granito y proto· gino que atravesaron las rocas més recientes, ha llegado é deducir que el sistema alpino se compone de unas cincuenta masas distintas. Esa división geológi~a concuerda en general con la que podria hacerse estudiando sencillamente el relieve y la dirección de las aristas, pero el número de las masas ha de reducirse mucho si se considera que forman parte de una misma cordillera los grupos unidos entre si por aristas continuas de gran elevación. La masa central, que es también la més importante desde el punto de vista geográfico, es el San Gotardo, situado entre Italia y Suiza, en el punto donde se reparten las aguas del Rhin, del Tessino, del Ródano, del Aar y del Reuss, nudo en el cual vienen é unirse como radios las crestas convergentes de las masas que los rodean. Al NE. se encuentra el grupo de Todi; al Este, el de Rheinwald; a l Oeste y al Sur los más podero· sos del Finsterarhoon y del Monte Rosa . Esta masa se junta con el Monte Blanco, que se levanta más al Oeste, pero alli cambia de direcció.n el sistema alpino y en conjunto se dirige hacia el Sur. Los dos primeros grupos importantes que se levantan á esta parte son los del Gran Paratso, que domina las campiñas piamontesas, Y el de la Vanoise y la Grande Casse, que separ~ dos valles. Al Sur se repliega una verdadera cord1llera que atraviesa el camino del Monte Cenis Yse une

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por crestas tortuosas con las masas de Grandes Ronsses y de Belledonne al Oeste, la del Grand Pelroux al SO. y el del Monte Viso al Sur. La pirámide del Viso es el magnifico hito que señala elllm~te entre los A lpes del Delfinado y los Alpes mar1ttmos; es tamuién la última montaña de la cordillera c uya altut·a pasa de 3.500 metros. Más allá la~ rama s terminales de Francia y de Italia, extend1das como las varillas de un abanico, bajan gradualmente hA cia el mar; al Norte de Niza y de Menton, un a mn s a granítica pequeña se levanta á más de 3.000 m etros y dos de sus cimas más altas, el Gelas y el Clapier de Pagarin, sustentan ventis· queros en la s vertientes que miran al Norte· allí term.ina la gran curva de los Alpes occidentales y emp1.e za la co rdillera intermedia que la une con la arts ta de los Apeninos. Los Al pes orientales, situados al Este del San Gotardo, presentan asimismo dispos ición por ma· sas. Al NE. de Todi se yergan el Sti.ntis al Este d~l Rheinwald están los grupos de Ber,nina, de S1lvoet.ta Y de Ortelspitze; después, de Oeste á E s te, v1enen las masas de Oetzhal, Stubaier, Gross Glockner Y los montes de Hallstadt y más allá los ~lpes propiamente dichos tienen 'poca importancia. Las cumbres de esas masas pasan de 3.00~ mett'OS y están cubiertas de nieve; como las cordilleras occidentales, merecen el nombre de Alpes ~Blancos) que dieron los celtas á aquellas montanas.

La mnyor parte de esos grupos fllpinoc; pre· sen tan en las particularidades de su relie' e ...,l ngular ,·at·iedad de aspecto; no hRy línea de esa gran arquitectura que no tenga un carácter espe· cial de belleza y no se distinga de las demás por un contrn~le imprevisto. Pot· lo pronto, la masa central del San Gotardo, núcleo del cual br·ota n las cordillems pt·incipa· les, es poco elevada y de orden secundario, en relaeión con los demás grupos al pinos. E::;a masa cuadrangular, que rodean por todtl.s parte:-; valles profundos y anchas· escotaduras de varias gargan tas, al Oeste la Furka, al Norte el Aberalp, al Este el Lm:kmanier, al Sur los Unfeuen, e~tú do· minada por cimas cuya altura media es de 2.950 metros, y In cimu más importante, el Piz Rotando, no excede de 3.197. Es probable que durante el tt·an"curso de las edades, las aguas superiores del Rhin, del Hódano, del Reuss, del Te::ssino, de la Toccia, las cuales caen desde las laderas de esa masa central, hayan acabado por rebajar las montaña<; del San Gotardo. Otra anomalía del sistema alpino es que la elevación media de las masas nevadas que se le· Yantan al Este y al Oeste del San Gotardo, no está en relación dtrecta con la altura de las cimas que las coronan. En efecto, la verdadera ciudadela de los Alpes, la que por la forma de s us montañas, el número de s us picachos, la amplitud de sus ventisqueros, merece más que otro cualquier gru· 15

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po el nombre de masa c u lminante, es la pode ro a muralla del i\lonte Rosa, cuya altura media no e, menor de 4 102 metros. La diadema terminal de e te conjunto de montes se encuentra A 4.638 metros, y el Monte Blanco fJ 4.810; pero el gi'Upo de cimas que rodean ese punto supremo de Eui'Opa no tiene más que 3.85 de altura media, 21-4 menos que la masa del Monte Rosa. Vienen luego por orden de elevación los grupos de la Jung Fran (3 753 metros), de BeminA (3 458) de los Alpes Gl'ic:;ones (3.266), del Tod1 (3.143), ConsiderHdos en conjunto los diverso<;; grupos de Jos Al pe ~ centrales, decrecen en altura de Oeste á Este y de Sur á Norte, su vertiente meridional es más abrupta que el declive septentrionul y baja en largas ramificaciones hacia lo-s valles del Ródano y del Rhin. Los Alpes sirven de front erús· etnológica ' , como la mayor parte de las altas cordilleras; fl un Indo e tlln franceses y alemn nes, á olro itaHunos. Una de las regiones alpestres de mus dificil acceso, la de los Grisonas, tr·ansformada en ciudadela central de Europa por el déda lo de s u s 150 valle , ha servido de refugio á ciertas pobla· ciones que hablan hoy, aunque corrompida, la lengua de sus antepasados, contemporáneos de los ciudadanos de la antigua Roma. Los Alpes, gracias ll su división en nu merosas masas y ll la profu ndidad relativa de s us gargantas, no son u na barrera insu pera ble com o la cord illera pire n aica . En los montes y valles de Suiza, ho mbres que

pertenecen á las tres razas, alemana, francesa é italiana, se han confederado para formar un pueblo de het·manos; colonias germánicas, rodeadas completamente por poblaciones latinas, e han establecido en vertientes de montañas que miran al N orle en el valle de Viege, por ejemplo, y en las Sette Communt de los alrededores de Bas:-sano; en otras partes, hombres de la raza latina han colonizado las pendientes meridionales de las masas habitadas principalmente por alemanes; finalmente, los antiguos alobor·ges, que hablan hoy en francés mós ó menos corrompido, pueblan las dos vertientes de los Alpes de Sabaya y Delfinado. Mientras en los Pirineos la cresta de los montes limita las dos naciones, h·ancesa y es pañola, las bases de las montañas piamontesas sirven de fronteras no políticas, pero sí etnogn\ficas, entre dos razas; los valles de la vertiente Italiana, recorridos por los torrentes de Jos dos Doires, del Cluron, del Pelhs, del Stura, tienen una población del mismo origen que los valles del Maurienne, del Qu eyras, de l Durance. Además, según hizo notar tiempo ha el geólogo Ami Brué, las cordilleras longitudinales son las que menos separan los pueblos, por la semejanza de los climas en ambas pendientes; las cordilleras transversales, como los P irineos, son sie m pre las fronteras mlls diflciles de salvar. Para los cambios comercia les y para las rela ciones entre dos pueblos, también es tén mejor

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distribuidos lnc; masas de los Alpes que la cord i· llet·a regular de los Pirineos, y en todo tiempo tuvo gran importancia el tráfico entre ambas vertían· tes. Doce cnl'l'eleras, algunas de las cuales pueden considerarse obras maestras de la industria humana, at¡·avie~an la cresta para poner en comunicación In~ llanuras de Italia con Francia, Suiza y Alemnnia; un ferrocarril terminado ya hace muchos aiios pasa al Este de los gt'flndes Alpes por en<:ima del Joemmering; otrDs \'ías fél'l'eas atraviesan el eospesor de las altas montai1as del Centro, para que comunicándose libr·emente los pueblo por debajo de hielos y peñascos, se glontiq u en de hahet· vencido á los Alpes.

IX Las cordilleras del Asia CentraL-El Kuenhm, el Karakorum, el Himalaya.-Los Andes de la América del Sur, tipos de cordillera de bifurcación.

Lo que las masas de los Al pes para Europa, son las cordilleras del Him alaya, del Karakorum y del Kuenhm para el co ntinente asiático. Esas tres aristas de montañas tienen origen común en la ctechumbre del mundo• ó meseta de Pamir, de la cual irradian asimismo hacia el Norte y el Oeste las sierras de ~olor é Hindukuch. La triple

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muralla del Asia Alta no tiene menos de 2.500 kilómetros de desarrollo, y su anchura, in clu yendo la de las mesetas y valles intermedios, es por la parte del Oeste, ó sea hacia el Sikl~im, de unos 1.000 kilómetros. La a ltura media de las cimas es en cada co rdill era s uperior á la de cualquiera ott·a cresta montnñosa del resto del mund o. Allt se encuentra el punto culminante de la T1e1Ta. Entre las dos vertientes extremas hay un contraste ab· soluto; extiéndanse al Norte estepas á ridas y frías¡ despliéga ns e al Sur las llanuras ardientes y maravillosamente fértiles regadas por el Gangas Y sus afluentes. Los peiiascos y nieves que se levan~an entre a mbas reg10nes son un valladar etnológtco más poderoso que el mismo Océano. Sepa:an razas de hombres y grandes religwnes. U meamente en muy pocos puntos han bajado los ~ogo­ les budis tas á los valles meridionales del Htmalaya, gracias á las facilidades que les ofrecia para atravesar las montañas su residencia en las altas mesetas. La cordillera del Norte, la del Kuenhm, es muy poco co n ocida, y todavia no se puede afirmar de manera pos itiva que no tenga cumbres más elevadas que las del Himalaya, pero lo probable, por las noticias alcanzadas en diversos puntos por los viajeros es que su cresta sea la menos alta de las tres. El, Karakorum, 6 muralla del centro, e.s también aquel cuya altura media es la más consl· derable, y sirve de partidor de aguas. En aquellas

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gargantas na cen el Indo y el Boahmaputra; en su ba::;e está ~l Yalle de Kachemire, celebrado por los poetas orientales como cmorada de la felicidad• ) cuyos h_erm~sos lagos azules, rodeados de jardi: nes, refleJan p1cos nevados de cinco y seis mil metros de altura. Los torrentes que bajan por una Y otra ~arte de las montañas atr'aviesan luego las cor·dllleras paralelas por prodigiosos desfiladeros, Y llegan en cierto::; sitios á tener millares de metros de pr·ofundidad. El Himalaya, que es la cordillera más conocida, ha sido muy poco explorada, si se compara con los Alpes. La defienden contra las tentativas de los explora?ores la falta de caminos y veredas, los torrentes sm puentes, los bosques inaccesibles de sus laderas, las formidables fl·agosidades y la altura de _sus grandes cúspides, que llegan hasta los ~spacws del aire, donde el hombr·e no puede r_esptrar. En la superficie de las montañas se extiende como barrera mortal una zona de anchura variaule, el Terai, cuya humedad insalubre, alimentada por _las lluvias de los monzones y las aguas qu~ baJan del Himalaya, humea al Sol con dens~ s meblas que se arrastran por los árboles Y extienden á gr·an distancia la fiebre y la peste. M uch_os d.1strttos · de las montañas pertenecen todav1a á soberanos indígenas que por astucia ó fuerza se oponen á los viajes de los europeos. Poc~s años hace que los observadores han podido medtr la montaña más alta de la cordillera, y pro-

bablemente de todo el mundo. Es el Gaurisankar 6 Chingo Pamari, cuya cumbre se levanta á 8.840 metros, casi el doble que el Monte Blanco. En la misma hilera se han medido hasta hoy 216 cimas, y de ellas 17 ¡.>asan de 7 .500 metros, 40 de 7.000 y 120 de 6.000. Después del Gaurisankar·, la montafía conocida que se levanta á mayor altura es el Da psun) (8 G25 metroc::.) en el Karakorum. Losgrnndes picos del Himala ya, contemplados desde uno de los promontorios que avanzan tie· rra ndentro en las campiiias del Indostán, forman uno de los espectáculos más grandio::;o'::i que pueda admirur el hombre. Desde el pueblo de Dorjiling, con~lru íd o por los ingleses en un teJTaplén á más de 2.000 metros sobr·e el m ve\ del mar, para gozar del aire frío y fortiticante, como el de s u país natul, se \e erguirse en toda su m(ljeslad for· midt1b le el colo...,o del Kincllinjinga, de altul'a ma· yor de 8 ki \ómelros. En '::iU ba-..e, como en el fondo de uu abismo de verdor, un torrente e~pumoso brilla á tnnés de las palmeras; más aniba, un caos de moutañas frondosas, semejanleb á las olas de un océano monstruoso, se amoutona al· rededor de la gran cúspide tranquila; encima de la muchedumbre de cimas secundartas se levan· tan lus largas pendientes del monte, al prtncipio de un azul V8 poroso, más su a ve que el del atre; luego de blancura deslumbrante como la ~lata. De hilada en hilada se levanta por fin la mtrada hasta la punta term\nal, desde la cual, si alguna

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\'ez liega á pisarla, podrá contemplar el osado tre· pador un horizonte tan vasto como el de toda Francia. Espectáculos tan grandes como el del Kinchinjinga, visto desde el Dorjiling, abundan en el Himalaya, principalmente en la parte oriental de la cordill_era, donde alcanzan las cimas su principal elevación y donde los desfiladeros de los valles son m~s hondos; pero si esos montes poderosos del Asta alta son més ma je:::.tuosos que los Alpes, no tienen generalmente la misma vat iedad de aspecto, igual gracia de contornos ni tanto enca nto en los paisajes. El Himalaya es uniforme en su grandeza; sus picos son más altos, sus nieves más extensas, sus selvas más vastas, pero tiene menos cascadas Ylag~s. Carece de praderas risueñas y de ho:::.quectllos aislados, y no le ~adaman las pinto· rescas alquería:::. escondidas en las cañadas ó aso· modas á los abismos. Los Andes de la América del Sur, considerad os en 1820, antes de los descubrimientos de Wel>b Y Moorcooff, como s u periores en eleHlción al H1malaya, son dos kilómetros menos altos· má~ sublimes son los montes de Asia, y de má~ vario aspecto los Al pes, pero los Andes se distin . g uen, princip~ lm ent e en las r egio n es vo l cánicas~ p or la regul a rid ad de s u s form as. Ade m ás co ns tí· tu yen un a cordillera rea lmente ún ica d esde el pun to de vista geográfico, por s u adm ir able armo· n1a con el co ntinente que coronan co n s u ni vea

cresta. Esa largo arista de montañas, tan notable por 5 u extensión de más de 7.000 kilómetros_y por la enorme altura de sus picos en un espaciO de unos 50 grados de longitud, es menos _re_gular de ¡0 que á pr·imera vista parece. Lo que dtsllllgue á los Andes de todos los demás sistemas grandes de montañas, son las numerosas bifurcaciones de la cordillera . Divídanse ocho veces en la parte que se extiende desde las fronteras de Chile ~asta las de Venezuela, para formar grandes recmtos ovales que encierran una meseta entre las dos hileras de picos, y en varios puntos sepóranse los Andes en tres ramas, apenas divergentes. . Desde la pendiente meridional de Amértc_a hasta más allá del Aconcagua (6.834 metro~), gt· gante de los Andes chilenos, In gran cordillera royecta al Este masas poco importantes; algunas P · · de las pam· rugosidades se alargan por enCima . · · 1 Sobre el grado pas paralelas á la ansta pnnctpa · 30 de latitud esas: r ugosidades son mlls altasdy ~ a vasta meseta, e n umerosas ' y forma n 1uego un · 8 l NE la la cual se despren de, orientada hacta . ., · · Otras sterras se poderosa sietTa d e Aconqulj a. la meseta entre yergu en sobre la e no rm e ..masa d 13 an b1furcac1ón • • 1 las montañas de Aco nq m ]a Y a gr_ d La hilera de Bolivia, en el g ra do 22 de latll_u .1 de for· occiden ta l co m pues ta de a nchas cupu as ' 1 del P acífico, Y 18 1 m a reg ul a r , s e acerca al \tora . bo nes . . acta variOs es1a cord1l1era onental ' que proy d 1 Este encor va a 1• importa ntes en las llanuras e •

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rededor de la gran meseta de Bolivia su larga serie de pico~ dentados y nevados, entre lo eua les se le\'anta el Mampú ó Sorata (7.494 metro . . ), que es el monte más elevado de América. Al No1·te del lago de Titicaca, las dos cordillerac:: se j un ton en una muralla tr·ans\ersal, pero continúan de...,ano Hándose en dirección NO. paralelnmente a la costa. Aunque la cordillera oriental esté atrélvesada en muchos .. itios por r·íos tributario de la C! li'J'iente del Amazonos, es fácil de conocer por lu dirección gener:ll de los pedazos que la forma u. En el nudo del Cerro de Paseo, las du-. et)l'd illeras se juntan otra vez, para dividirse lllmediRta menle en ll'e-:; direcciones: un ramal se pierde al NE. en la.;; pampas del Sacramento, y lu!:' otros dos, entre los cmlles se encuentra el \till e
l Pichincha; al otro el Sangay (volcán ei zón yfe idable del mundo), el Tunguragua.' e más orm Cayambe que atrav1esa Cotopaxi, el Ant.isana y e 1 , la linea ecuatonal. d . , tanse ambtls cordiAl Norte del Ecua or, JUn e se 1 eseta de Pa::-to, qu ller.as para forma: ~e~2 o grado de latitud. Allí extiende hasta cei e~ ·d. t. ntas que ya no for.empiezan tres cordilleras - IS 1 La, cordillera occi· · ¡ 0 montanoso. marán otro. nuc e l olfo de Darien entre el dental se pierde cerca de la cordillera canvalle del Atrato y el del l auca~derosas cimas de tral, en la cual se elevan. as pde Hen·eo, separa Huila de Tohma Y · Puracé , d e • M dalent-l· por u• 1limO, 1 las cuencas del Cauca y de S ag Paz ~ncorvándola cordillera Oriental ó de Bumat' .::e' bifurca cerca ta de OO'O a, ~ se al Oeste de l a mese lo . no terminR cer· dos rama es. u de Pamplona en b d SI·erra Negra, . 1 nom re e ca de Maracalbo, con e 'fl d limJta al Norte · nte rami ca 0 • y el otro, dlVersame des ués de haber forlos llanos de Venezuela, y p siO'ue el litoral . s·n de Caracas, o mado la soberbia 1 a . l sta la Boca de 1 on tono 18 . y adelenta como un prom ntañas de la Isla ra de las mo . E Dragón, que 1a sepa . ordillera andma. n de Trinidad. Allí termma la.~ 1 la cordillera tiene su inmenso de sarrollo espu~ , l Chimborazo, . . t es picos: e r dos por d¡stan· Por cimas culmmantesO'ua separa . l el Sorata y el Aconcao , l poderosa ans a, cias de ~.000 kilómetros ~n sa más altas que el de c1ma e pero tiene centenares . . cordillera paree Monte Blanco. La prodigwsa

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h as ta ta l pu nto form a r part . qui tectura del co n tinente e mteg r·a nte de la arde s us m es t . , que muchos ha bita ntes e ns Y vertientes 1 · esp ma dorsal del m u d a cons ideran co mo n o en ter o· n o d rarse que exis ta u n ais n o ,. pue en ~gudillera de los Andes.p d o mm a do por la cor-

X Enfriamiento g radual del a1re . en las pe d ' . n Lentes de las mont al1as.- Dificultad d e 1as aseenswn L' . es.- lmltes de altura d e las habitaciones . -El ma 1 de las montal1as.

Bañ a ndo s u cima en 1 1 atmo féri cas, a lca nza n l:s a turas ~e las regiones vez más fri as s monta n as zo nas cada , Y co n ese esca lo · per·atu ras s ucesi vas d á 1 nami ento de te ro llosa var·iedad de 1' an .a Naturaleza maravita ña pres en ta en e Imlas y flora s; cada a lta mon s us a deras u fenómenos que se ven'fi can en 1n· resu men de los co m prendido entre las 11 e mmenso espacio anu ras de su base y los hielos del polo. Como los rayos sol . ~res cahentan con m ás fu erza en e l s u el . o mon tan oso qu 1 s egun demu es tra n la . .e en .as llan uras, m ar avillosos colores d~bser vaclón di recta y los de los Alpes hay qu t ·~a~ fraga ntes fl orecillas las capas d~ aire e~ a mr_á la r a refacció n de en n a mtento gradual de la

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tem peratu ra en las pen dientes de las mo nta ñas. Los experimentos é investigaciones de los físicos han demostrado que el aire dejn pasar los r[-l}OS luminosos mucho más fácilmente que los obscuros, de lo cual resulta que ell!alor exhalado dial iamente por el Sol atraviesa en grt~ n parte todo el espesor del aire pnru ir ú calentar la supe1 (icie del planeta, mient.ra~ el color irradiado pOI' el Sol du t"lnle las noches se extiende por el espacio en poca cantidad. Lns capas inferiureg de la Qtmósfet· •. obran como verdaderas pnntnlltt:::, para detener los rayos ema nndo:s de In 'U perficie terrestre y precaver así el enfriamiento del planeta. Las perdientes y cimns de las moutaiws quedan privad~::- por lo mismo en pr·oporeión ú su altura de los efluvios que calientan ltt:::, llanuras situadas en ~u base; se ele,·an en espocios tanto mlls fl'ios CU(lllto más lejatloS yerlicalmcnte están de las ca· pas de atmósfera espesa extendidas debajo. Gracias á esta disminución progresivu de temperatura en las capas aéreas que las huiirn, las montaüas, ta n hermosas ya por su pei·fil y la maje.s~ad ~e sus fo rm as, acrecientan todavía la magmficencta de su s contornos con el contraste de bosques Y ventisqu eros, praderas y nieves. ¿Cu á l es la pr opor ción media del descenso_ de la tem peratura d esde la base de las m onta nas has ta su cumbre? Difícil es de determin ar con exactitud, porque corrientes de aire de temperaturas diversas se s u perponen en las alturas de la

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atmósfera, y á veces para el observador de una zona relativamente fría á otra superior y más cálida, como lo han demostrado de modo indiscutible varias ascensiones aeronáuticas en Glaisher. Pero cuando el cielo está despejado y el aire tranquilo, el descenso de temperatura se verifica con bastante regularidad para que pueda ca lcu larse su ley aproximadamente. Encima del suelo, una elevación de 76 metros suele corresponder á un de~censo de un grado en el termómetro· á un kilómetro de altura, la disminución de un ~rado corre~ponde ya á intervalos de 100 metros; según aumenta la elevación, crece el intervalo, y á los 9.000 metros baja un grado la temperatura cada 580 metros próximamente. La proporción real del d.escenso de calor no puede comprobarse tan fá · cll~ente e~ las pendientes de las montañas, por la mfluenc~a que ejercen el suelo y los hielos, pero puede decirse de un modo general que en los montes helvéticos la temperatura en verano baja un ?ra.do á cada espacio vertical de 160 metros, y en m vterno de 240 en 240. El frí~ de l~s altas montañas las hace comple~amente mhabltables para el hombre. Ningún viaJero puso la planta so bre las grandes cumbr'es del Karakorum ni del Himalaya; las principales cimas de l o~ An?es, el Sorata y el Aconcagua tampoco han s tdo vwladas, y aun son muchas las pirámi~es más modestas de los Alpes que nieves y ventisqueros han defendido hasta ahora contra las

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tentativas de ascens ión. El punto más alto alean .. zado por loe; trepadores es la cú s pide del !biga· min, monlaiía del Tíbet que se, yergue á 6.730 mett'OS sobre e l nivel del mar. A aquella a ltura cono::;iderable, los hermanos Schlagintweit, que la pisaron en 1856, estaban todavía. 2.000 metros más bajos que la punta del Gaunsankar. Desde aquella época, el globo de Glaisber se ba elevado á 4.000 metros más arriba en la fría atmósfera de la Gt·an Bretaña. Las habitaciones permanentes de los hom· bres no alcRnzan en ninguna región montañosa, ni con mucho, á los puntos más alto-; á que han llegado los trepadores osados. Loius V éran Y Gurge, que so n los pueblos colocados á mayor altura en Fl'ancia y en Alem ania, se encuentran res~ec­ livamente á 2.009 y 1.889 metros, pero en Smza, el h ospicio de San Bernardo, construido ~ace varios siglos para recoger á los viajeros transtdos de frío , está mucho más elevado; su altura es. de 2.472 metros. Otro convento, el de H aule, habJta · do por 20 sacerdotes tibetanos, es el gru po de . d á casas más alto de toda la Tierra, y está sttua 0 4.565 metros. Ningún pueblo a ndin o, como no sea tal vez el de Santa Ana, en Bolivia, se ha · · que se construido á tanta altura. Los vtaJeros aventuran por las pendientes de las gra~des mon~ tañ as no sólo tienen que padecer los r1gores ~e ' . 1 camino smo frio, arriesgándose á helars e en e ' . · t r penosistmas que además pueden expertmen a

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sensaciOnes ocasionadas por el enrarecimiento del air·e.

E~ efecti,·amente muy nnturnl que en altur'ns donde la pre · ión atmosférica es mucho menos fuerte (á receb la mitad ó un ter·cio) que en la.:; llanura infe1·iores, se Sienta un mnlestnr cau::;ado por· el ca mhio br·u~co, mucho mñs si otms cor1diciones del medio, como el cnlor ó la hu m edAd del aire, se modifican al mismo tiempo. Intrépidos andal'iues, como Tyndall, que IlUll('H han sentido los efectos del e mal de las montaiias), niegan que e::::-te de~fallec imjento pueda obede<;er á más <;nusas que á la fatiga. Julio Rémy no hn \'ÍSlo más que una montaün de los Andes donde se maní. fieslerJ los feuómenos de la puna ó soroche de un modo con":l tante en el organismo. E::.n montaíia es el CerTo de Paseo, cuya altuc·a no excede de 4.257 rnetms. Caballos, mulos, asnos y bueyes, e~t fln sometidos, lo mismo que el hombre, á la influencin particular de aquellos lugar·es, y luego, á elevacione . . mils considerables, se recobra el estado normr.l de salud; de modo que eu dicha región de los Ande~ haorfa que atribuir á las emanaciones del suelo, y no á la rarefacción de la a t mós fera, el malestal' de los viajeros. De todos modos, las in\'estigaciones practicadas por R oberto de Schlagintweit evidencian que el cmal de las mon tañas. se ha sentido realmente de manera general en otras regiones andinas. Se padecen los efectos del soroche á menos altura en las pendien.

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dientes de los Andes que en las del_ Himalaya. En éstas padece el viajero esas mo lesttas á los 5.~ metr~s de altura, y en los Andes se ponen en armas muchas personas á 3.250 6 3.500 metros. Ademé.s, son los sintomas mucho mé.s graves en las montañas sudamericanas; no se padecen ~ólo fatiga, dolor de cabeza y dificult~d para_resptrar~ como en el Himalaya, sino tambtén vértigos, des mayos alguna vez, y se suele sangrar por los la· bios las encias y los pé.rpados. Á la misma a~tura que, los pé.ramos de los Andes 6 las altas ctmas del Himalaya, pocas veces padec~ el aeronauta: q ue no tiene que soportar las fatigas del andalr, . m1·¡ me t r os ' se. ve clara a pero é. los nueve 6 dtez enfermedad y si e l globo siguiera subtendo, ~~~~­ ceria sin re~edio el viajero aéreo. A algu~os 1 • metros sobre .nuestras ca b ez as se . exttende ne1a región de la muerte y en tan terrtble zona pe tran las blancas cu~bres de las montañas terrestres.

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XI Achatamiento gradual de las montañas durante el transcurso de los aiglos.-Derrumba.mientos y caos.-La caída del Felsberg.-Acción lenta. de los meteoros.

Esas formidables ciudadelas de los montes que dominan desde tan alto las habita ciones del hombre y por cuyas laderas se arrastran las nubes y ruge el trueno , no pueden dejar de ir hundién· dose lentaments en cuanto cesa de actuar la fuer· za de levantamiento que las hizo brotar de -la Tierra. Ayudados por la gravedad, que tiende sin cesar á nivelar la superficie del suelo, se encarni· zan sin descanso los meteoros en la destrucción de las montañas; abren en ellas valles y gargan· tas, ahondan los alfoces, socavan las cimas, ya con derrumbamientos bruscos, ya con lenta y continua erosión. Tarde ó temprano, esas poderosas aristas continentales de los Andes y del Himalaya acabarán por ser hileras de colinas, como otras tantas cordilleras más antiguas que también fueron espina dorsal de un mundo. Los grandes derrumbamientos de montañas, aunque poco importantes desde el punto de vista geológico, son muy espantables fenómenos de la

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vida planetaria, y cuando ocurre una de esas catástrofes, conserva la tradición su recuerdo durante siglos. No hay acontecimiento que produzca más efecto en la imaginación popular. Las rocas esca rpad as, suspendidas encima de los campos, se separan de pronto y resbalan por las pendientes; levantan a l derrumbarse una polvar·eda semejante á las cenizas vomitadas por un volcán; honibles tinieblas se esparcen por el valle antes ri sueño, y no se conoce el cataclismo más que en el temblo r del s uel o y el tremendo estrépito de los peñascos que chocan entre sí y se parten. Cuando se disipa la nube de polvo, se ve un hacinamiento de peñas y esco mbros donde había praderas y cultivos; el torrente del va lle queda obstruído y convertido en lago fango so , la muralla de rocas ha perdido su antigua forma, y en sus lader·as, de las cuales caen todav!a a 'gunos residuos, se distingue la enorme pared de que se desprendió Lodo un lienzo. En los Pirineos, los Alpes y otras grandes cordilleras, hay pocos va lles donde no se vean esos caos de rocas derrum hadas. Las principales catllstrofec; de ese género que han ocurrid o durante los siglos de la era aclual en las montañas de Europa son muy conocidas. Al Sur de Piacenza (Italia), la antigua ciudad romana de Velleja fu é tragada en el siglo_ IV por los desmoronamientos de la m ontaña, b1en lla· mada de Rovinazzo, y el gran número d_e osa men· las y monedas que se encontró en las ruma s, prue·

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ba que la súbita caida de las rocas no dió tiempo fl los habitantes para salvarse. Otra ci udad roma· na , Tauretunum, situada, s egún se cuenta, fl ori· llas del lago de Ginebra, en la base de una estriba· ción de Dent d'Oche, fué co mpletame nte aplastada en 563 por un derrumbamiento de rocas, y aun se ve la enor·me esca rpa que avanza co mo un promonLorio en las aguas del la go, el cual no tiene en aquellos parajes menos de 160 metros de pro· fundidad . U na terrible ola de marea, le va ntada por el diluvio de piedra!? , re co rrió las riberas opuestas del lago y barrió todas las habita ciones; desde Morgas hasta Verey, todas las poulaciones del litoral quedaron demolidas, y no se empezaron A reedifi ca r hasta el siglo s iguiente. Las aguas cubrieron en parte la ci udad de Ginebra y s e lle· varon el puente del R ódano. Según Troyo n y Morlot, fueron ca usados esos desastres por un de· rrumbamiento en Grammont ó en Derochios, algo més arriba de la desembocadura del valle del Ró· dano en el lago Leman. De ello debió de resultar la formación de un lago temporal y la inundación debió de devastar las orillas cuando las aguas acumuladas destruyeron la barrera natural. Cuéntanse por centenares los grandes derrumbamientos de rocas que ocurrieron durante los siglos históricos en los Alpes y montañas vecinas. En 1248, cuatro pueblos situados en la base del Montgranier, cerca de Chambery, quedaron soterrados bajo enormes hacinamientos de ruinas ca·

lizas que luego surcaron diversamente_Y esculpid? en forma de montecillos; lagos pequenos, conocidos con el nombre de abismos, están esparci dos entre los antiguos restos que cu bren hoy los cultivos. En 1618 el des moronfl miento de Monte Conto sepultó fl los 2.400 habitantes del pu~blo de Plurs, cerca de Chiarenna; dos de los cmco picos de Diablerets se derrumbaron, un o en 1714 y otro en 1749, cubrieron las pra deras co n una capa de 100 metros de residuos, y cerrando el curso del torrente de Lizerna, formaron los tres lagos de Derborence, qu e todavía existen. El ~e~­ nin a, el Dent du Midi, la Dent de Mayeo, el ~ tgh1, cu brieron con sus escombros vastas extensiOnes de terrenos cultivados; pero ninguna calé lro~e de ese género ha dejado tan lerrorlfica memona como la caída de un lienzo del Ro~berg el 2 de Septiembre de 1806. Aquella montaña! situa?a al Norte del Righi, en el centro del espacio pen.Insular for·mado por los lagos de Lug, de Egen Y de L owey, co nsiste en capas de un congl o~era d? compacto que descansa en lechos de arcil la, di· luida pot' las aguas de infil tración. En u na ép.oca desconocid a, el desmoronamiento de u na estnba ción ya babia aplastado el pueblo de Rott~n, pe ro en 1806 la catástrofe fué todavía mlls terrtble. La estación que acababa había sido muy lluviosa, Y los estratos de arcilla s e hablan conver l .t do gr·adualmente en una masa fan gosa; a l fin las rocas superiores, faltas de apoyo, empezaron á resbalar

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por las pendientes, levantando las tierras ante sí como la proa de un buque levanta el agua del mar. Súbitamente se produjo el desastre. En un momento, la enorme masa con bosques, praderas, aldeas, habitantes, se vino abajo y cayó en la llanura; las llamas producidas por el roce de las rocas unas con otras brotaron á chorros de la montaña entreabierta; el agua de laJ capas profunda~, transformada de pronto en vapor, estalló, y surgieron grandes cantidades de piedra y Jodo como si las arrojara un volcán. Las encantadoras campiña~ de Goldan (valle de Oro) y cuatro pueblo~, habitados por cerca de mil personas, des a parecieron bajo el amontonamiento de escombros, qu~dó cegado en parte el lago de Lowerz y la ola furiOsa lanzada por el derrumbamiento contra las orillas barrió todas las casas. La parte desmoronada de la montaña no tenia menos de cuatro kilómetros de largo por 320 metros de ancho y 32 de espesor; era una masa de más de 40 millones de metros cúbicos. Sea cual fuere la importancia geológica de esas espantosas caidas de peñascos, no son más que fenómenos de segundo orden comparados con los resultados que produce la acción lenta de l~s agentes atmosféricos, hielos y aguas torrenCiales. Esos so.n los trabajadores infatigables que con su labor Incesante han ensanchado las primeras rajas abiertas de trecho en trecho en el espesor de las rocas y han abierto la red de corre-

dores, circos, desfiladeros, clus, valles y cañadas, cuyas innumerables ramificaciones dan tanta variedad á la arquitectura de las montañas. Con ese trabajo, proseguido sin descanso durante los siglos y los periodos geológicos, bajan lentamente las altas cimas y los materiales arrebatados á las pendientes se extienden á lo lejos en las llanuras y en las aguas del mar.

FIN

IN DICE

CAPÍTULO PRIMERO

La Tierra en el espacio l. P equefiez de la Tierra comparada con el Sol y las estrellas. -Grandeza de sus fenómenos.-Forma y dimensiones del globo terrestre. -11. Movimientos del planeta: rotación diurna, revolución anuaL-Día sideral y día solar. - Sucesión de di as y estaciones.Diferencia de duración entre las estacion es de ambos hemisferios.-Precesión de los equinoccios.-Nutación.-Perturbaciones planetarias.-Traslación de la Tierra h acia la constelación de Hércules. CAPÍTULO II

Las primeras edades l. Opiniones diversas sobre la formación de la Tierra. -Hipótesis de Laplace: graves obj eciones que provoca.-Teoria del fuego central.-Objeciones.-II. Heladas geológicas. -Conglomerados, asperones, arcillas, calizas.-Capas fosilíferas.-Orden de sucesión de los seres.-Clasificación general de los terrenos.Duración de los períodos geológicos.-lll. Modificaciones incesantes en la forma de los continentes.-

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Págs. Tentativas hechas para conocer la antigua distribución de tierras y climas. -Objeto de la geología.Dominio de la geografía física . . CAPÍTULO III

Armonías y contrastes l. Distribución regular de continentes.-Ideas de los pueblos antiguos respecto á ella .- Leyendas del Indostan.-Atlas y Chibchacum. -El escudo de Homero.-Estrab6n.-II. Deeigualdad de las tierras y los mares.-Hemisferio oceanico, hemisferio continentaL -Semicirculo de las tierras.-Distribución de las mesetas mas altas y de las mayores cordilleras alrededar del Océano Índico y del mar del Sur.-Círculo polar.-Círculo de los lagos y los desiertos.Ecuador de contracción.-Riberas dispuestas en arcos de circulo.-III. División de las tierras en mundo antiguo y moderno.-Doble continente americano.Doble continente de Europa y África.-Doble continente de Asia y Australia.-IV. Principales analogías entre los continentes; forma piramidal de las partes del mundo; pendientes y contrapendientes.Cuencas cerradas de cada masa continental.-Peninsulas meridionales de cada grupo de continentes.Hipótesis de los diluvios periódicos.-Disposición ritmica de las penin sulas.-V. Articulaciones numerosas de los continentes del Norte.-Formas pesadas de los del Sur.-Desigualdad de los continentes del mundo antiguo.-Desarrollo de las costas en razón inversa de la extensión de las tierras. -Con trastes entre el mundo antiguo v el nuevo. -Ejes transversales entre si de América y el mundo antiguo. - Contraste de los climas en los diversos continentes de Norte y Sur, Oriente y Occidente.-VI. Armonía de

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las formas oceánicas. -Las dos cuencas del Pacifico.Las dos del Atlántico.-El Océano Índico.~El Océano Glacial Ártico y el continente Antá.rttco.-J.:os contrastes; condición esencial de la vida planetana.

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CAPÍTULO IV

Las llanuras I. Aspecto general de las llanuras.-Llanuras ~~ a.l~­ viones fluviales.-Llanuras cultivadas.- Unlformtdad de las llanuras incultas.-Diferencias de aspecto producidas por los climas y las diversas c~ndiciones fisicas.-II. Landas francesas.-La Camptña.-Brezos de Holanda y del Norte de Alemania.-Puszta de Hungria.- Estepas de Rusia.- Estepas sal~d.as del mar Caspio y del Aral.-Tundras.-lll. Semtctrculo de los desiertos, paralelo al de los desiertos Y. estepas.-El Sabara; arenas, rocas, oasis.-L os destertos de Arabia, los Nefud.-Des1ertos del l ván Y del Indo.-El Cobi.-IV. Llanuras y desiertos del N uevo Mundo .-Humedad relativa de los continentes amerícanos.-Distribución de páramos y tierras áridas. -Praderas de América del Norte.-Llanos Y pampas.-V . Desiertos americanos.-La gran cuenca de Utah.-El desierto del Colorado.-El Atacanos Y la pampa de Tamarugal.-Depósitos de sal, salitre Y 116 guano. CAPÍTULO V

Mesetas y montañas l. Diferencia entre mesetas y llanuras.-lmportancie. capital de las mesetas en la economía del globo.Distribución de las tierras altas en la superficie de

Págs.

Págs. los continentes.-II. Las grandes mesetas del Asia Central y la puerta del Rindo Kuch.-Mesetas de Europa: su disposición simétrica.-Mesetas de las dos Américas.-Analogia de la cuenca cerrada de Bolivia y el país de Utah.-Mesetas de África.III. Montanas aisladas.-Masas montaílosas.-Cordilleras y sistemas de montafl.as.-Hermosura de las cimas.-Montes sagrados. -Alegrías de los trepadores. -IV . Diversas formas de las montailas.-Pobreza de las lenguas cultas para pintar el aspecto de los montes.-Riqueza del espailol y del patois de los Alpes y de los Pirineos.-Numerosísimas palabras que emplean para ello.-V. Desigualdades y depresiones del relieve de las montañas.-Origen de los valles, alfoces y demás depresiones.-Valles longitudinales.-Valles transversales.- Valles sin u osos de vertientes paralelas.-Valles en desfiladero y de planos escalonados.-Cluses y caiiones.-Disposición general de los valles. -Circos. -Ordes de los Pirineos.VI. Escotaduras d·e las aristas de las montailas.Diversas formas de las gargantas.-Relación entre las alturas de las cimas y la de los pasajes.-Ley de las salic!as.-Pendiente real é ideal de las montailas. -Volumen de las masas.-VII. Hipótesis sobre el orden general de las cordilleras.-Teorla de E . de Beaumont acerca de las elevaciones paralelas. -Cordillera de los Pirineos tomada como tipo longitudinal. - Diversas anomalías de la cordillera.-Barrera etnológica de los Pirineos.-VIII. Mon tafl.as de Europa CentraL -Contraste entre los Alpes y el Jura.-El Jura, tipo de sistema montañoso de eslabones paralelos.-Caos aparente de los Alpes.-Masa central del San Gotardo.-Masas del Monte Rosa y Monte Blanco. -Los Alpes considerados como frontera entre pueblos. - IX. Las cordilleras del Asia Central. - El Kuenhm, el Karakorum, el Himalaya -Los Andes

. S ur ti os de cordillera de bifurde la Aménca dfe~ ·a'ntopgradual del aire en las pen'ó X En nam1 . cac1 n.- · D 1' ficul tad de las ascens10de las montañas .dien t es d 1 habitaciones.-El ma 1 Límites de altura e as 1 nes.XI A. hatamiento gradual de as de las montañas.- . e . 1 D durante el transcurso de los Slg os.- emontañas L l.d del Felsberg. -A.crrumbamientos y caos.- a ca a ción lenta de los meteoros. . . . .

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BIBLIOTECA Cl ENT[FICA OBRAS PUBLICADAS POR ESTA CASA



Ernesto HJECKEL.-Historia de la Cteación de los se1·es según las leyes natu1·ales.-Obra ilustrada 0 con grabados.-Dos tomos en 4. P. LANFREY.-Histo1·ia política de los Papas.Traducción, prólogo y continuación basta Pío X, 0 por J. Ferrándiz. -Un tomo en 4. A. RENDA.- El destino de las dinastías. (La herencia morbosa en las Casas Reales).- Un tomG en 4. 0 J. FOLA lGÚRBlDE.-Revelaciones científicas que comp1·enclen á todos los conocimientos humanos.Un tomo en 4. 0 David-Federico STRAUSS.-Nueva vida de Jesús. -Traducción de José Ferrándiz. -Dos tomos en4. 0 P. J. PROUDHON.-De la cl'eación del o1·den en la humanidad ó p1'incipios de o1·ganización politica. -Un tomo en 4. 0 José INGEGNIEROS.-Histel'ia y Sugestión. (Estu0 dios de Psicología clínica. )-Un tomo en 4. José INGEGNIEROS.-Simulación de la locura ante la Cl'irninologia, la lvfedicina Legal y la Psiquiat?·ta.-Un tomo en 4. 0 Luis BÜCHNER.-La vida psíquica de las bestias.Un tomo en 4. 0 Augusto OIOE.-El fin de las 1·eligiones.-Un tomo en 4, 0 Rafael ALTAMIRA. -·España en Amél'ica. -Un tomo en 4. 0 ~

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