El ser humano y la cultura Por Agustín Sanz

1. Qué es el ser humano 1.1. Algunas cosas que el evolucionismo nos enseña acerca del ser humano La filosofía no puede ignorar las aportaciones de las ciencias. En el caso de la antropología filosófica, lo que aquéllas nos pueden decir sobre la identidad humana ha de ser tenido en cuenta necesariamente para responder apropiadamente a semejante cuestión.

El ser humano es un animal mamífero perteneciente al orden de los primates, dentro del cual sus parientes más próximos son los llamados grandes simios, grupo en el que se incluyen, por ejemplo, chimpances, gorilas y orangutanes. La especie primate que somos recibe el nombre de homo sapiens sapiens .

Como todas las especies de seres vivos, la nuestra procede de otras especies anteriores ya extinguidas a través del proceso de evolución biológica, el cual va produciendo pequeños cambios en los seres vivos que, al acumularse durante miles y millones de años, llegan a dar lugar a un ser tan diferente del de procedencia que se pasa a considerar como una especie diferente.

Esos cambios tienen su origen en mutaciones genéticas producidas al azar. Cada mutación modifica algún rasgo del individuo que la padece. Si esa modificación da a ese individuo alguna ventaja para adaptarse al medio en que se desenvuelve que no poseen otros individuos de su misma especie, tendrá más probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia. A esa descendencia le transmite hereditariamente sus características. De esa manera es como éstas van acumulándose generación tras generación. 1

A través de ese mecanismo, y procediendo de antepasadas especies primates, aparece la familia de los homínidos hace unos 4'5 millones de años y dentro de ella el género homo, es decir, los humanos, hace aproximadamente 2'5 millones de años. A ese proceso se le llama hominización. Han existido numerosas especies humanas, más o menos alejadas evolutivamente de nosotros. Alguna, como el homo sapiens neanderthalensis (el hombre de neandertal), prácticamente igual a nosotros. Pero de todas ellas sólo una ha llegado a sobrevivir hasta el momento presente: la nuestra, que apareció, según los datos actuales, hace 200.000 años.

Lo que acabamos de exponer, sin embargo, sólo lo sabemos desde hace apenas dos siglos, y cuando se descubrió provocó un profundo impacto, pues alteró totalmente la concepción que hasta ese momento se tenía del ser humano.

Desde la antigüedad, el ser humano había sido considerado como el ser más importante de la naturaleza, su centro, y en función del cual existiría todo lo demás. Un ser, además, totalmente separado del resto de los seres vivos, considerados no sólo totalmente distintos sino además inferiores a él. Cuando en el siglo XIX aparece la teoría de la evolución biológica de la mano de Charles Darwin, esa concepción del ser humano es sostenida en Occidente desde el pensamiento religioso cristiano. En aquel momento, la doctrina oficial de la Iglesia católica presenta el relato bíblico del Génesis como literal, como algo que alguna vez sucedió tal como ahí se narra. Según ese relato, Dios creó a todas las especies de seres vivos tal y como las conocemos ahora, incluido el ser humano (se trata de la doctrina llamada fijismo), y además creó todo el resto del universo en función del ser humano, para dotar a éste de un hogar y ponerlo a su servicio. El ser humano sería así la meta y el centro de la creación.

Sin embargo, de las ideas evolucionistas se deducen otras cosas bien distintas:

En primer lugar, en el proceso evolutivo interviene el azar, como hemos visto. Eso significa que no se dirige a ninguna meta en particular. Si la cadena de circunstancias que acabó dando lugar al ser humano se hubiese alterado en lo más mínimo en

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cualquier momento, el ser humano ni siquiera hubiera llegado a existir. Dicho de otra manera: el hecho de que existamos es accidental, no necesario. Y, no sólo eso, sino que en realidad existían escasísimas probabilidades de que nuestra existencia acabara teniendo lugar. En consecuencia, no se puede sostener que el ser humano es el centro del universo y que todo el resto de la naturaleza ha sido creado para él. Nuestro universo tiene unos 13.000 millones

de años de edad, como hemos visto los humanos

aparecieron hace 2'5 millones de años y nuestra especie en particular hace 200.000 años. Para hacerse una mejor idea, puesto que asimilar estas enormes cifras es difícil, Carl Sagan, en su obra "Los dragones del Edén", presentó el llamado "calendario cósmico", una escala en la que el periodo de vida del universo se extrapola a un calendario anual : si la edad del universo equivaliese a un año, la Tierra, el hogar del ser humano, no hubiera aparecido hasta el 14 de septiembre, el fenómeno de la vida hasta el día 25 de ese mismo mes, y el ser humano aparecería a las 22:30 del día 31 de diciembre. Es decir, el resto de la naturaleza existió sin nosotros durante la mayor parte de su tiempo, antes de nuestra aparición, y, cuando el ser humano desaparezca (cosa que inevitablemente ocurrirá alguna vez), seguirá existiendo sin nuestra presencia. La existencia del ser humano no es ni mucho menos el fin de la naturaleza, ni tampoco su existencia es necesaria. Ser consciente de esto obliga a la especie humana a un importante ejercicio de humildad, que el escritor Mark Twain reflejó a la perfección en la siguiente cita:

“Si la torre Eiffel representara la edad del mundo, la capa de pintura en el botón del remate de su

cúspide representaría la parte que al hombre le corresponde de tal edad; y cualquiera se daría cuenta de que la capa de pintura del remate es la razón por la cual se construyó la torre.”

En segundo lugar, todas las especies de seres vivos se encuentran emparentadas, incluyendo al ser humano. Éste, por lo tanto, es un animal más, y no constituye una categoría especial dentro del conjunto de los seres vivos, como durante siglos se le había considerado. Cada vez se sabe mejor que nuestras diferencias con respecto a otros animales no son cualitativas sino cuantitativas. Y esa diferencia es menor, evidentemente, cuanto más cercanas estén a nosotros en la escala evolutiva las otras especies. Por ejemplo, la vida psíquica de un chimpance adulto es, en sus rasgos generales, equivalente a la de un homo sapiens de tres años. Además, el propio 3

mecanismo del proceso evolutivo impide considerar al ser humano como superior a otras especies o decir, como a veces se cree, que está más evolucionado. Cada especie que ha llegado hasta la actualidad lo ha hecho porque se ha adaptado a su medio de modo suficiente, cada cual según lo que necesitaba, con lo cual no se puede afirmar que unas especies estén más evolucionadas que otras, sino simplemente que cada una ha evolucionado de manera diferente. El ser humano ha llegado más lejos que otras especies en una determinada dirección, pero otras especies han llegado más lejos que el ser humano en otras direcciones. No somos mejores, sino simplemente distintos, como todas las especies son distintas unas de otras.

Como mero ejemplo de las nuevas ideas que puedan surgir a partir de la visión del ser humano que se deriva de todo lo anteriormente expuesto, encontramos la crítica y el rechazo del llamado especismo. El "especismo", término utilizado por primera vez en 1970 por el psicólogo Richard D. Ryder, consistiría en un prejuicio discriminatorio, tal como el racismo o el sexismo, muy arraigado en la mayoría de las culturas. Pretende otorgar al ser humano ciertos derechos sobre las restantes especies a partir de la idea de su superioridad sobre ellas. Esos derechos justificarían la utilización de las otras especies para su provecho (sea su uso en estudios médicos, la cría para utilizarlos como alimento, el vestirse con sus pieles o usarlos como medio de diversión) sin tener en cuenta los intereses propios de esas otras especies, como si las mismas fueran de su propiedad. La crítica al especismo considera que esos supuestos derechos no están suficientemente justificados por las diferencias reales entre el ser humano y las restantes especies.

En el momento de su aparición, la Iglesia se enfrentó intensamente a la teoría evolucionista. Sin embargo, a día de hoy la acepta, habiendo adaptado a ella su doctrina afirmando que el texto del Génesis es en realidad una especie de metáfora poética. Sin embargo, otros sectores cristianos, los llamados creacionistas, siguen asumiendo el relato bíblico de la creación como literal, negando el hecho de que la evolución biológica se encuentra sobradamente demostrada. Incluso a muchas otras personas, sin necesidad de que ello sea debido a ideas religiosas, les resulta difícil asimilar las implicaciones que para la concepción del ser humano poseen los hechos que nos descubre el evolucionismo. La consideración del ser humano como algo especial, 4

superior, dueño y señor de la naturaleza, ha impregnado nuestra cultura de manera tan profunda y durante tantos siglos que aún hoy lo contrario no es asumido de manera plena por muchos individuos.

1.2. Algunos rasgos propios del ser humano El ser humano actual, como especie específica que es, posee unos rasgos propios que permiten diferenciarlo de otras especies. Hay que tener en cuenta que, como dijimos, un rasgo determinado se transmite en el proceso evolutivo generación tras generación hasta acabar caracterizando a una especie porque resulta útil para la adaptación al medio (hay que puntualizar que esto admite excepciones: hay rasgos que se transmiten sin tener ninguna utilidad o incluso siendo perjudiciales desde el punto de vista adaptativo, aunque no tanto, evidentemente, como para impedir la supervivencia de la especie por su sola presencia). Por ello, la mayoría de los rasgos que nos conforman están presentes en nosotros porque en algún momento de nuestro desarrollo como especie han beneficiado nuestra capacidad de supervivencia, lo cual a su vez explica por qué son esos rasgos, y no otros, lo que han quedado registrados en el código genético de nuestra especie.

Son muchas nuestras características peculiares; entre otras: -Posición erguida y locomoción bípeda. -Como consecuencia de lo anterior, liberación de las extremidades superiores que permite su aprovechamiento para otras funciones distintas del desplazamiento. -Desarrollo cerebral superior al de ninguna otra especie y que nos otorga determinadas capacidades psíquicas. -Un aparato de fonación que nos permite emitir sonidos articulados. -Un nacimiento en estado muy inmaduro y, en consecuencia, una infancia anormalmente larga que nos permite tener el tiempo suficiente para aprender de nuestros semejantes una serie de cosas esenciales para nuestra vida, lo que conlleva también una dependencia de las crías con respecto a los adultos para satisfacer sus necesidades básicas que es mucho mayor que en las restantes especies.

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Las que hemos enumerado brevemente arriba son características de tipo fisiológico, pero los que aquí más nos interesan son otros rasgos que tienen una especial relevancia desde un punto de vista filosófico, y que son características de tipo psíquico o conductual. A ellas vamos a prestar una atención más detenida. Es necesario puntualizar que tales características no son exclusivas de la especie humana, pero sí podemos decir de todas ellas que en la especie humana se dan en su grado más desarrollado.

Dejaremos a un lado por el momento dos rasgos fundamentales del ser humano como son el pensamiento racional y la cultura, ya que los trataremos de manera específica en temas posteriores. Veamos pues otros, sin que debamos pensar que se trata de todos los que en algún momento han sido investigados por la filosofía, sino tan sólo un mero ejemplo del tipo de problemas que al respecto del ser humano ocupan a esta disciplina y el tipo de respuestas que ofrece a los mismos.

1.2.1. La conciencia y la identidad individual La conciencia es una cualidad difícil de definir. Sobre todo porque todavía no poseemos una explicación plenamente satisfactoria de sus propiedades o de su origen.

Podemos decir que la conciencia es el conocimiento de uno mismo. Por expresarlo de otra manera, mediante esa facultad nos "damos cuenta" de nuestra experiencia, tanto exterior (nuestras percepciones del mundo) como interior (nuestros actos mentales: pensamientos, emociones,...), y de nosotros mismos como inviduos. Todas las especies animales poseen esa experiencia, pero pocas manifiestan darse cuenta de que la tienen (ciertas investigaciones han llevado a la conclusión de que parecen tener cierto grado de conciencia especies como otros primates superiores, los delfines, los cuervos o los elefantes, aunque algunas de esas conclusiones se presentan como dudosas) y ninguna otra en grado tan elevado como el ser humano. Para terminar de comprenderlo, pongamos algunos ejemplos acerca de en qué consiste la conciencia: si acerco la mano a una llama, siento dolor, como cualquier otro animal, pero el ser humano además se da cuenta de que está sintiendo dolor; si me enfrento a un peligro, siento miedo, como cualquier otro animal, pero además me doy cuenta de

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que estoy sintiendo miedo; si tengo una idea en mi mente, me doy cuenta de que esa idea está presente. Y así con cualquier otra de mis experiencias externas o actos mentales. Esto tiene la consecuencia de que no sólo experimento las cosas, sino que también soy capaz de reflexionar sobre esa experiencia, analizarla, cosa de la que no son capaces la mayoría de los restantes animales, los cuales viven experiencias pero no pueden reflexionar sobre ellas, por la sencilla razón de que no se dan cuenta (o no son conscientes) de que las viven. Pero antes hemos dicho que la conciencia no sólo consiste en darnos cuenta de nuestra experiencia, sino también de nosotros mismos. Esto es consecuencia de lo anterior. Ya hemos explicado que el ser humano siente y piensa pero además, y en eso consiste la conciencia, se da cuenta de que siente y piensa. Ello supone en realidad una capacidad de darse cuenta de uno mismo (pues se tiene conciencia de que es uno mismo el que siente o piensa), de la propia existencia e identidad. A diferencia de otras especies, el individuo humano no sólo existe sino que sabe, se da cuenta de que existe (lo que trae consigo también la conciencia de la desaparición de la propia existencia, es decir, de la muerte). Y, también a diferencia de otras especies, cada ser humano se percibe a sí mismo como un individuo con su propia identidad, como un yo diferente de cada uno de sus congéneres, a los que concibe como otros "yos" de los que supone que también sienten y piensan como él.

Hoy en día, el estudio de la conciencia desarrollado por la filosofía (fundamentalmente dentro de la especialidad denominada filosofía de la mente) se lleva a cabo de manera conjunta con las neurociencias, pues se considera, desde el punto de vista científico, que la conciencia es el resultado de ciertos procesos fisiológicos cerebrales. No obstante, el más complejo de los órganos, el cerebro, es también por el momento el menos conocido, y la ciencia aún no ofrece una respuesta satisfactoria a la cuestión de cuáles son las bases físicas de la conciencia. Sin embargo, el hecho de que determinados trastornos cerebrales produzcan alteraciones de la conciencia y en algunos casos incluso su anulación, parece evidencia suficiente de que tales bases existen, aunque aún no se hayan identificado.

1.2.2. La libertad

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Por libertad entenderemos aquí la capacidad de elegir entre distintas opciones posibles de actuación que se pueden presentar en una situación determinada. Es lo que se suele denominar libertad interna o libertad de decisión. El principal problema sobre este tipo de libertad que se ha planteado a lo largo de la historia de la filosofía se refiere a la cuestión de si el ser humano es realmente libre o no (que es lo mismo que preguntarse si existe o no la libertad de decisión).

Una primera respuesta la ofrece la posición denominada "indeterminismo", que afirma que el ser humano es plenamente libre en sus decisiones. El problema es que los argumentos que se han ofrecido a favor del indeterminismo han sido siempre muy endebles. Kant, por ejemplo, afirmaba que, aunque la existencia de la libertad es algo indemostrable, debemos suponer que existe porque de no ser así la moral carecería de fundamento (más adelante aclararemos la relación entre ambas cuestiones). Sin embargo, a esto se puede responder sencillamente que quizás, en efecto, la moral carezca de fundamento. O, dicho de otra manera, que el hecho de que consideremos que algo deba existir porque nos interesa o conviene no implica necesariamente que de hecho exista. Descartes, por su parte, proponía como prueba de que la libertad existe el hecho que todo individuo, cuando toma una decisión, tiene la firme convicción de hacerlo de manera libre. A esto, sin embargo, se le puede responder que existe la posibilidad de que cuando creemos elegir libremente en realidad no sea así, por muy firme que sea nuestra convicción de que sí, pues puede suceder que nos hubiera resultado imposible elegir una opción diferente de la que de hecho hemos elegido, y sin embargo si tal cosa sucediese seríamos incapaces de apreciarlo. Es decir: supongamos que se me plantea la posibilidad de elegir entre A y B. Elijo A. ¿Cómo puedo estar seguro de que podría haber elegido B? Tanto si nuestra decisión es realmente libre como si no, no podríamos captar la diferencia.

La posición totalmente opuesta al indeterminismo es el determinismo. Según éste, cuando creemos elegir con libertad en realidad no lo estamos haciendo así, como se planteaba en la réplica a Descartes enunciada más arriba. La causa de que no poseamos en realidad libertad de decisión residiría en la existencia de determinados factores (ya sean biológicos, psicológicos o culturales/sociales) que nos obligan, sin que seamos conscientes de ello, a tomar de manera forzosa esa decisión y no otra (es decir, 8

que nos determinan). En definitiva, no podemos actuar de manera distinta a como lo hacemos en cada momento, aunque creamos que hubiera podido ser así. Tal postura la sostendría, por ejemplo, Spinoza, el cual afirma que nuestra creencia de que somos libres no es más que una ilusión debida a nuestra ignorancia de las auténticas causas de nuestras decisiones. Sin

embargo,

tanto

indeterminismo

como

determinismo

han

resultado

indemostrables hasta el momento, y en ambos casos por la misma razón: nuestra incapacidad de apreciar la diferencia entre una decisión realmente libre y una que no lo sea.

Ambas son también posiciones extremas que a menudo son rechazadas desde una tercera posición que parece más realista. Desde esta tercera posición se considera que existen indudablemente factores que nos influyen en nuestras elecciones, tal como afirma el determinismo. Pero aunque esos factores puedan empujarnos hacia una elección determinada, no nos obligan de manera absoluta, quedando siempre un margen más o menos amplio según los casos para nuestra capacidad de decisión. Por ello se afirma que, si bien no estamos determinados, sí estamos condicionados. Ciertas influencias sociales, nuestro propio carácter, muchos de cuyos rasgos están inscritos en nuestros genes, experiencias vividas,.. todo ello, aunque no nos obligue a tomar determinadas decisiones, sí influye en ellas en mayor o menor medida. No obstante, siempre tenemos la posibilidad de sobreponernos a esas influencias, de modo que aunque nuestro margen de decisión pueda ser mínimo en algunos casos por estar altamente influenciados, existe y lo podemos utilizar, por lo que la responsabilidad última de las decisiones que adoptamos sigue siendo nuestra.

Y esta última apreciación nos conduce a las consecuencias prácticas del debate, puesto que de la respuesta que se le dé depende la posibilidad de la noción de responsabilidad. El resultado inevitable de la postura determinista es la negación de toda responsabilidad en la conducta humana, lo cual tendría consecuencias prácticas indudables, pues no sólo tendríamos que rechazar el concepto de moralidad (como decía Kant), sino que incluso dejarían de tener sentido algunos de los principales principios jurídicos. Sin embargo, ese margen de libertad que nos concede la negación del determinismo deja a salvo la noción de responsabilidad, pues el tener conocimiento de la existencia de 9

condicionantes de nuestra conducta puede servirnos para explicar determinadas acciones, pero nunca para excusarlas, justificarlas o librar al individuo de responsabilidad de manera absoluta.

1.2.3. La sociabilidad Entendemos por “sociedad” una agrupación de individuos que establecen vínculos y relaciones recíprocos e interacciones estables para el desarrollo de unos intereses comunes y la consecución de unos fines.

El ser humano está hecho para vivir en sociedad. Y ello es así porque en la sociedad encuentra algo esencial para su supervivencia: la cooperación con otros individuos. Se observa que el establecimiento de relaciones sociales en las distintas especies no es sino un mecanismo adaptativo más, el cual permite la supervivencia de la especie en su enfrentamiento con el entorno. Éste, en particular, posibilita la satisfacción de ciertas necesidades que de no existir sociedad no podrían ser cubiertas por los individuos aislados a través de sus propios medios, dadas sus limitaciones. Así, la sociedad tendría como función esencial, y al mismo tiempo como razón de su aparición, el permitir la cobertura de esas necesidades mediante la cooperación de unos individuos con otros. Las formas sociales de agregación, en todas las especies en que se encuentran presentes, poseen ese papel adaptativo: varios individuos de una misma especie se agrupan para encontrar respuestas a problemas con los que no es posible enfrentarse eficazmente de manera individual y aislada. En nuestro caso, el proceso de hominización convirtió al individuo humano en muy poco dotado físicamente, en comparación con otros animales, para sobrevivir en el medio (debilidad física, falta de herramientas naturales de ataque y defensa, bipedismo que le impide competir en velocidad con depredadores cuadrúpedos, elevada inmadurez en sus primeros años de vida que aumentan su dependencia con respecto a sus progenitores). Ello hace que sea necesaria la cooperación entre varios individuos para llevar a cabo todo aquello que un individuo aislado no podría realizar o, en todo caso, realizaría con una mayor dificultad que perjudicaría sus probabilidades de supervivencia. Esto conduce a que la sociedad humana sea la más compleja y desarrollada de todas las sociedades animales. En nuestro caso, lo social ha de suplir lo natural en mayor medida que en ninguna otra 10

especie. La necesidad de cooperación entre los individuos para cubrir todas las necesidades básicas de supervivencia: conseguir alimento, defensa ante depredadores, cuidado de las crias... conduciría a los seres humanos a unirse y organizarse para la realización de diversas tareas, las cuales, en la búsqueda de una mayor eficacia, se harían cada vez más complejas (por ejemplo, la recolección de alimentos vegetales sería sustituida por su cultivo, o la caza por la ganadería, o el uso de refugios naturales por la construcción de viviendas), lo cual elevaría a su vez la complejidad de la organización y la estructura social.

Ciertos rasgos definitorios del ser humano permitirían la sociabilidad. Por ejemplo, la capacidad de intercomunicación que permite nuestro lenguaje. Sin las posibilidades de transmisión de información que éste nos permite, difícilmente hubiéramos podido llegar a alcanzar el grado de complejidad organizativa propio de la sociedad humana. O el hecho de que todo individuo posea lo que se denomina una "teoría de la mente": la capacidad de reconocer lo que piensan o sienten los demás individuos con los que se interrelaciona. Gracias a ello, podemos comprender e incluso prever el comportamiento ajeno y así reaccionar ante él de la manera apropiada. Pensemos en la incapacidad de adaptación social que afecta a los enfermos de autismo, cuyo trastorno se caracteriza precisamente (y entre otras cosas) por hacer que estos individuos carezcan de una "teoría de la mente" adecuadamente desarrollada. Igualmente, se podría situar el origen de la moralidad en la necesidad de que los individuos se autoimpongan unas determinadas normas de conducta con respecto a sus semejantes como condición necesaria para que sea posible la convivencia y, por lo tanto, la misma existencia del grupo social. De ahí que cada comunidad haya desarrollado distintos y particulares códigos morales, puesto que a cada una le habrán convenido diferentes valores y normas según sus propias condiciones y circunstancias.

2. Qué es la cultura Llamamos cultura al conjunto de todas las cosas creadas por el ser humano, tanto materiales como inmateriales. En la categoría de las cosas materiales se incluye todo 11

tipo de objetos, como, por ejemplo, vivienda, vestido, adornos corporales, cualquier tipo de utensilio o herramienta... En la categoría de las cosas inmateriales entran las ideas y conductas, como creencias religiosas, valores morales, formas de organización social, política y económica, ideas estéticas, costumbres cotidianas,...

La función de la cultura es posibilitar la adaptación del ser humano al medio en el que habita. Es por ello por lo que podemos decir que el ser humano es el animal cultural. Aunque en otras especies también se puedan observar manifestaciones culturales, sólo en el ser humano es algo esencial, puesto que es la única especie que no podría sobrevivir sin cultura, dadas tanto sus carencias físicas como la falta de instintos, que hacen que la cultura sea imprescindible como mecanismo adaptativo, en tanto sirve para compensar y sustituir todo ello.

2.1. Naturaleza y cultura Habitualmente, se establece una contraposición entre cultura y naturaleza. La naturaleza, en el ser humano, es todo aquello que hay en cada uno de nosotros que no es producto nuestro sino que nos ha venido dado por nuestro código genético, el cual se manifiesta en un conjunto de rasgos físicos y psicológicos. Es resultado del proceso evolutivo biológico. Lo natural posee dos características: es innato (no aprendido) y es común a toda la especie (no varía entre individuos o grupos sociales). Estas características son opuestas a las propias de la cultura: -La cultura es adquirida: es producida por el ser humano, como dijimos, y los nuevos miembros de la sociedad aprenden (adquieren) a lo largo de su vida las creaciones culturales ya existentes. Sin embargo, con la naturaleza “se nace” (es decir, es innata, puesto que se encuentra inscrita en nuestros genes). -La cultura es variable: como el código genético de todos los miembros de una especie es el mismo (puesto que si no fuera así no podríamos decir que esos individuos pertenecen a la misma especie), la misma naturaleza es compartida por todos los miembros de esa especie. Sin embargo, en el caso de las manifestaciones culturales culturales, al ser creadas por el ser humano, pueden adquirir diversas formas, variando tanto según el lugar como según el momento.

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Existe una doble relación entre naturaleza y cultura. Nuestra naturaleza (el conjunto de rasgos físicos y psicológicos que nos son propios como especie) hace necesaria y al mismo tiempo hace posible la cultura: --La hace necesaria porque nuestra constitución natural, por la que carecemos de comportamientos instintivos y de determinadas capacidades físicas, es tal que no nos basta por sí misma para adaptarnos al medio y así poder sobrevivir, lo que lleva a que necesitemos la cultura para ello. --La hace posible porque son nuestras características naturales (desarrollo cerebral, capacidad lingüística, pensamiento simbólico, etc.) las que nos dan la capacidad de crear cultura, transmitirla y aprenderla.

2.2. Formación y desarrollo de la cultura La cultura es un fenómeno netamente social. El conjunto de elementos que constituyen una cultura es creado por toda una sociedad a lo largo de generaciones en un proceso de colaboración entre distintos individuos y de acumulación a través del tiempo. El resultado es que la cultura es compartida por toda la sociedad, de modo que cada sociedad se identifica con una cultura y viceversa.

Ese carácter social de la cultura está profundamente relacionado con la enorme capacidad de aprendizaje que posee el ser humano. El fenómeno por el cual todo individuo aprende el contenido de su cultura se denomina endoculturación. Es un proceso consistente en que las generaciones mayores transmiten a las menores las conductas e ideas que son propios de su cultura. Esto se produce a través de distintos mecanismos, de los cuales los más destacados son la imitación (aprendizaje vicario) y la transmisión lingüística. Es un proceso en parte consciente y en parte inconsciente, tanto en lo que se refiere al que aprende como en lo que se refiere al que enseña. Y, finalmente, es un proceso cuyo resultado es que el individuo que es sujeto del aprendizaje acaba asimilando la cultura hasta el punto de que acaba formando parte de sí mismo (a esto se le llama “interiorización”). Este fenómeno se repite generación tras generación, lo que hace que la cultura tenga una continuidad. Ello no significa que se

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mantenga exactamente igual generación tras generación, pues la cultura también evoluciona.

La cultura de una determinada sociedad posee una continuidad a lo largo del tiempo, debido al fenómeno de la endoculturación, pero también va modificándose parcialmente a lo largo de las sucesivas generaciones de individuos. El proceso por el que esto se produce, la evolución cultural, se sujeta, como la evolución biológica, a un mecanismo de selección: aquellos elementos culturales que mejor satisfacen las necesidades humanas tenderán a conservarse, propagarse dentro del grupo y perpetuarse a través de las generaciones, mientras que los que peor lo hagan tenderán a lo contrario. También como en la evolución biológica, esa selección depende de la utilidad adaptativa, que a su vez depende de las condiciones materiales del entorno: una solución cultural que resultara efectiva en un momento determinado puede no serlo en otro debido a que hayan cambiado las circunstancias materiales de la sociedad, lo que obliga a su modificación o sustitución por otra solución. Igual que sucede en la evolución biológica, la acumulación de pequeñas modificaciones a lo largo del tiempo conduce a que la cultura de una determinada sociedad entre uno y otro momentos históricos muy alejados acabe siendo muy diferente.

Otro factor que hace que las culturas se modifiquen es la llamada “difusión cultural”, que consiste en la transmisión de rasgos culturales de una sociedad a otra. Este es un fenómeno que se ha venido produciendo de manera constante a lo largo de toda la historia humana, en cada ocasión en que distintas culturas han contactado entre ellas. En realidad, existen muy pocas culturas "puras", y las únicas que existen en la actualidad son aquellas que denominaríamos como "primitivas", puesto que son las que se han librado en mayor medida del contacto con otras culturas debido a que los grupos humanos a que corresponden se han mantenido más aislados.

2.3. Las culturas Como ya dijimos, la cultura varía de una sociedad a otra, a diferencia de la naturaleza (que es común a toda la especie). Existen, por lo tanto, varias culturas. Este fenómeno

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recibe el nombre de diversidad cultural.

Tal diversidad se combina con la existencia de determinados elementos que están presentes en todas las culturas sin excepción. A estos elementos se les llama "universales culturales": organización familiar y relaciones de parentesco, organización económica, código moral, arte, religión, juegos infantiles,... Aunque tales elementos se encuentren en todas las culturas, sus contenidos pueden ser muy diferentes de una a otra. Es decir, en todas las culturas existe, por ejemplo, la organización familiar, pero, según cada cultura, ésta puede ser de diferente tipo (monogamia, poliginia, poliandria,...).

La función de la cultura como mecanismo de adaptación al medio es lo que explica la existencia tanto de la diversidad cultural como de los universales culturales. --El entorno en el que cada grupo humano habita tiene unas características particulares y distintas a las de otros entornos. En consecuencia, también son distintas las necesidades adaptativas. Y, en consecuencia, han de ser distintas las maneras de responder o adaptarse a esas necesidades (las cuales constituyen las creaciones culturales). Esto es lo que explica la diversidad cultural. --Independientemente de las particularidades del entorno en que viva cada grupo humano, existen unas necesidades adaptativas básicas y mínimas que son comunes a todos los grupos humanos. En consecuencia, ha de haber unos determinadas elementos culturales que siempre surgen en todos esos grupos. Esto explica la existencia de los universales culturales.

2.4. Distintas posturas ante la diversidad cultural La diversidad cultural es un hecho, pero ante él se pueden adoptar y se adoptan distintas posturas. Se trata de diferentes posiciones teóricas (es decir, formas de interpretar el hecho de la diversidad cultural) cada una de las cuales da lugar a unas particulares consecuencias prácticas.

--Etnocentrismo: consiste en considerar la propia cultura como la normal, mientras que 15

las demás, en comparación con la propia, serían anormales, extravagantes, absurdas o incluso repugnantes. Conlleva inevitablemente considerar la propia cultura como superior a las restantes, puesto que considerar la propia cultura como la "normal" también supone considerarla buena y correcta, mientras que las demás culturas estarían "equivocadas". Es consecuencia de un error teórico consistente en medir o valorar las culturas ajenas desde la propia, convirtiéndola en baremo de otras, cosa que no está justificada porque no existe ningún motivo para considerar una cultura en particular como punto de referencia absoluto para todas las demás. Esto puede llevar y de hecho ha llevado en la práctica a consecuencias indeseables moralmente, como por ejemplo la justificación de la imposición, incluso por la fuerza, de unas culturas sobre otras. Se podría decir que el etnocentrismo es la actitud más natural en cualquier persona, puesto que, al haber sido cada uno de nosotros educados en nuestra propia cultura, nos resulta prácticamente imposible no adoptar el punto de vista de ésta. Por ello, es inevitable que todos seamos en alguna medida etnocentristas. Sin embargo, lo importante es ser consciente de este fenómeno y de su auténtica causa, dándonos cuenta de que nuestra propia cultura puede resultar igual de absurda a los individuos de otras culturas. Con ello, aunque no podamos evitar totalmente esta actitud, podemos al menos evitar esas consecuencias prácticas indeseables de las que hablábamos. --Relativismo extremo o radical: surge como respuesta al etnocentrismo. Considera, correctamente, que ninguna cultura puede constituir un punto de referencia absoluto desde el que interpretar o juzgar las restantes. Pero de ello extrae la consecuencia de que todo valor o principio posible sería propio de una cultura en particular, y por lo tanto no existirían valores o principios universales, sino que todos serían relativos a la cultura a la que pertenecen y válidos sólo para ella, no pudiéndose aplicar a culturas ajenas. Por tanto, cualquier conducta, idea o costumbre que presente una cultura determinada se ha de considerar a salvo de cualquier posible posible valoración desde fuera de ella, y cualquier rasgo cultural ha de ser aceptado como tal en la medida en que pertenece a una cultura concreta. Esto lleva también, como el etnocentrismo, a una problemática moral, aunque en este caso de otro tipo: ¿debe existir la posibilidad de justificar y exigir respeto para cualquier conducta o idea, sea cual sea, por el mero hecho de que se pueda aducir que se trata de un producto cultural de una sociedad concreta? 16

--Una solución a modo de término medio entre el etnocentrismo y el relativismo extremo considera (a diferencia del relativismo extremo) que sí existen valores y principios universales a la hora de juzgar qué es correcto o no en la conducta humana, pero (a diferencia del etnocentrismo) que esos principios no vienen dados por los criterios de ninguna cultura en particular, sino que surgen de la propia naturaleza humana, común a todos los individuos independientemente de la cultura a la que pertenezcan. Por lo tanto, son principios universales que pueden ser compartidos por todas las culturas a la hora de juzgar y valorar determinadas conductas e ideas. Por supuesto, es requisito que tales principios puedan ser efectivamente aceptados por miembros de cualquier cultura, por encima de las diferencias entre ellos (e independientemente de que en cualquiera de ellas puedan existir sectores ideológicos concretos, pero no representativos de la cultura en sí, que los rechacen); de no ser así, se estaría incurriendo de nuevo en etnocentrismo, al pretender imponer a otras culturas como universales principios que sólo se considerarían como tales desde la propia. Con ello, se pretende evitar tanto la aplicación de los criterios de una cultura sobre otra (etnocentrismo) como la posibilidad de tener que aceptar cualquier acción con el argumento de que es propia de una cultura que no compartimos (relativismo extremo). En la actualidad, se considera que tales principios universales son los que quedan recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, y se pueden resumir en el reconocimiento de los derechos a la vida, la seguridad, la libertad y la igualdad. Con la existencia de este conjunto de mínimos se busca posibilitar el diálogo y la convivencia entre culturas, a modo de territorio común en el que todas ellas se pueden mover. Esta posición incluye un relativismo moderado. Esos principios universales de los que hablamos, y que se suponen comunes a todas las culturas, constituirían un repertorio mínimo de valores, junto a los cuales, en cada cultura, existiría un conjunto de ideas y costumbres distintas que, siempre y cuando no atenten contra esos mínimos, habría que aceptar aunque no las compartamos, en tanto propias de la cultura a la que correspondan. Es más, desde esta postura no sólo se acepta esa variedad cultural, sino que se la valora positivamente como un elemento enriquecedor para la humanidad. Esto da lugar a la llamada interculturalidad, que

supone la posibilidad del encuentro

respetuoso entre las distintas culturas. Mientras el etnocentrismo convierte ese encuentro en necesariamente conflictivo y el relativismo niega su posibilidad, la interculturalidad aboga por el respeto a la diversidad (que es negado por el etnocentrismo) a la que vez que por la posibilidad de entendimiento a través del diálogo 17

y el consenso (algo cuya posibilidad es negada por el relativismo extremo), herramientas para superar las posibles situaciones de conflicto que puedan aparecer en el contacto entre culturas diversas. En lugar de concebir las culturas ajenas como enemigas, desde la interculturalidad se entienden como una ocasión de enriquecimiento mutuo. Con este planteamiento se pretende abrir la posibilidad a una convivencia pacífica entre culturas que resultaría imposible tanto desde los planteamientos del etnocentrismo como desde los del relativismo radical.

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