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Staff Moderadoras Adriana Tate

Annabelle

Gabbihbelieber

MaryLuna

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ElyCasdel

Julieyrr

Moni

Traductoras aa.tesares

Buty Maddox

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Adriana Tate

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Juli

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Jasiel

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Niki

Verito

Victoria

Gaz

Amélie

Eli Mirced

ElyCadel

Cami

Val

Daniela

Key

Elle Arianyss

Lectura final CrisCras Diseño Francatemartu

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Índice Sinopsis

Capítulo 14

Capítulo 1

Capítulo 15

Capítulo 2

Capítulo 16

Capítulo 3

Capítulo 17

Capítulo 4

Capítulo 18

Capítulo 5

Capítulo 19

Capítulo 6

Capítulo 20

Capítulo 7

Capítulo 21

Capítulo 8

Capítulo 22

Capítulo 9

Capítulo 23

Capítulo 10

Capítulo 24

Capítulo 11

Capítulo 25

Capítulo 12

Capítulo 26

Capítulo 13

Sobre la autora

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Sinopsis Antes de que ella vaya tras la vida que siempre ha querido, está a punto de encontrar a quien necesita. Pepper ha estado perdidamente enamorada del hermano de su mejor amiga, Hunter, desde siempre. Él es la clave de todo lo que siempre había anhelado: seguridad, estabilidad, familia. Pero necesita que Hunter la note más que sólo como una amiga. A pesar de que ha besado exactamente a un chico, tiene el plan para pasar de novata a estrella de rock en la cama —tomar algunos consejos de alguien que sepa lo que está haciendo. Sus compañeras de cuarto de la universidad tienen al profesor perfecto en mente. Pero Reece, el camarero, no es nada como el jugador que Pepper espera. Sí, él es más que hermoso, pero también es peligroso, profundo —con un pasado turbulento. Pronto lo que comenzó como lecciones de atracción está poniendo de cabeza sus mundos, mostrando justo lo que puede pasar cuando vas más allá del juego previo y llegas a lo que es real… The Ivy Chronicles, #1

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1 Traducido por MaryLuna Corregido por Gabihhbelieber

Toda mi vida supe lo que quería. O más bien, lo que no quería. No quería que las pesadillas que me atormentaban se convirtieran en realidad de nuevo. No quería volver al pasado. Para vivir con miedo. En constante duda sobre si el suelo debajo de mí se sostendría sólido y firme. Desde que tenía doce años, he sabido esto. Pero es curioso cómo esa cosa de la que huyes siempre encuentra la manera de ponerse al día contigo. Cuando no estas mirando, de repente aparece allí, golpeando tu hombro, desafiándote a que te des la vuelta. Algunas veces no puedes contenerte. Tienes que parar. Tienes que girarte y mirar. Tienes que dejarte caer y esperar lo mejor. Esperar que cuando todo esté terminado salgas en una sola pieza. El humo se elevaba desde debajo del capó de mi auto en grandes columnas, una niebla gris en la noche oscura. Golpeando el volante, murmuré una blasfemia y estacioné a un lado de la carretera. Una rápida mirada confirmó que el indicador de temperatura estaba muy rojo. —Mierda, mierda, mierda. —Revolucioné el motor con movimientos rápidos y furiosos, esperando que la fuerza evitara milagrosamente que el vehículo se sobrecalentara aún más. Agarrando mi teléfono del portavasos, salí a la fría noche de otoño y me paré muy lejos del auto. No sabía nada sobre motores, pero he visto un montón de películas en donde el auto explotó justo después de que comenzara a humear. No quería correr ningún riesgo. Miré la hora en mi teléfono. Once treinta y cinco. No era demasiado tarde. Podría llamar a los Campbell. Vendrían a recogerme y me llevarían de regreso al dormitorio. Pero mi auto todavía se quedaría solo aquí en este camino. Simplemente tendría que lidiar con eso más tarde, y ya tenía un montón de cosas que hacer mañana. Bien podría manejarlo ahora.

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Eché un vistazo a la tranquila noche a mí alrededor. Los grillos cantaban en voz baja y el viento susurraba entre las ramas. No estaba exactamente animado con el tráfico. Los Campbell vivían a unas pocas hectáreas fuera de la ciudad. Me gustaba hacer de canguro para ellos. Era un buen descanso del bullicio de la ciudad. La vieja granja se sentía como un verdadero hogar, vívido y acogedor, muy tradicional con sus pisos de madera antiguos y una chimenea de piedra que siempre estaba crepitando en esta época del año. Era como algo salido de una pintura de Norman Rockwell. El tipo de vida que anhelaba tener algún día. Solo que ahora no acababa de apreciar lo aislada que me sentía en esta carretera secundaria. Me froté los brazos a través de mis delgadas mangas largas, deseando haber agarrado mi sudadera antes de salir esta noche. Apenas era octubre y ya hacía frío. Me quedé mirando tristemente mi auto humeante. Iba a necesitar un camión de remolque. Suspirando, empecé a desplazarse a través de mi teléfono, buscando camiones de remolque en la zona. Las luces de un auto aproximándose destellaron en la distancia y me congelé, debatiendo qué hacer. La repentina idea loca de ocultarme se apoderó de mí. Un instinto viejo pero familiar. Esto tenía “película de terror” escrito por todas partes. Una chica sola. Una carretera solitaria. Yo había sido la protagonista de mi propia película de terror una vez. No estaba dispuesta a una repetición. Me moví fuera de la carretera, situándome detrás de mi auto. No exactamente escondida, pero al menos no estaba de pie a la intemperie, un blanco obvio. Traté de concentrarme en la pantalla de mi teléfono y parecer casual allí de pie. Como si ignorando al auto que se aproximaba sus habitantes pudieran no notarme de alguna manera, o a la humeante pila de metal. Sin levantar la cabeza, cada parte de mí se sentía en sintonía con los neumáticos reduciendo la velocidad y el motor ronroneando cuando el auto se detuvo. Por supuesto se detuvieron. Suspirando, levanté mi rostro, mirando a un aspirante a asesino en serie. O a mi salvador. Sabía que este último era mucho más probable, pero todo el escenario me hizo marearme y sólo podía pensar en las posibilidades del peor caso. Era un Jeep. Del tipo sin techo. Solo una barra antivuelco. Los faros brillaban fuera de la franja de asfalto negro. —¿Estás bien? —La profunda voz pertenecía a un hombre. Gran parte de su rostro estaba en sombras. La luz del panel de instrumentos arrojó un resplandor sobre su rostro. Suficiente para que pudiera determinar

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que era más bien joven. No mucho mayor que yo. Tal vez a mediados de los veinte como máximo. La mayoría de los asesinos en serie son varones blancos jóvenes. El hecho real aleatorio se deslizó por mis pensamientos, sólo sumándose a mi ansiedad. —Estoy bien —dije rápidamente, mi voz demasiado ruidosa en la fría noche. Blandí mi teléfono como si eso lo explicara todo—. Alguien vendrá a por mí. —Contuve la respiración, esperando, con la esperanza de que creyera la mentira y siguiera adelante. Él se demoró en las sombras, su mano sobre la palanca de cambios. Levantó la vista hacia la carretera y luego miró hacia atrás. ¿Evaluando lo solos que estábamos? ¿Cómo tomaba forma su oportunidad para asesinarme? Hubiera querido tener un spray de autodefensa. Un cinturón negro de kung fu. Algo. Cualquier cosa. Los dedos de mi mano izquierda se apretaron alrededor de las llaves. Hojeé la punta dentada. Podría arañarle la cara si era necesario. Los ojos. Sí. Apuntaría a los ojos. Se inclinó sobre el asiento del acompañante, lejos del resplandor del tablero de instrumentos, sumergiéndose aún más profundo en las sombras. —Podría mirar debajo del capó —ofreció su profunda voz incorpórea. Negué con la cabeza. —En serio. Está bien. Esos ojos que acababa de proponerme arañar con mis llaves brillaron a través de la distancia hacia mí. Su color era imposible de distinguir en la espesa penumbra, pero tenían que ser pálidos. Un azul o verde. —Sé que estás nerviosa. —No lo estoy. Demasiado rápido.

No

estoy

nerviosa

—balbuceé

rápidamente.

Se echó hacia atrás en su asiento, el resplandor ámbar iluminando de nuevo sus rasgos. —No me siento bien dejándote aquí sola. —Su voz tembló a través de mi piel—. Sé que tienes miedo. Miré a mí alrededor. La noche impenetrable caía densamente. —No tengo miedo —negué, pero mi voz sonó débil, carente de toda convicción. —Lo entiendo. Soy un extraño. Sé que estarías más cómoda si me fuera, pero no quisiera a mi madre aquí sola en la noche. Sostuve su mirada por un largo momento, tomando sus medidas, tratando de ver algo de su carácter en las líneas oscuras de su rostro. Eché un vistazo a mi auto todavía humeante y lo miré de nuevo. —Está bien. Gracias. —El "gracias" salió lentamente, una respiración profunda después,

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llena de vacilaciones. Sólo esperaba no terminar en las noticias de la mañana. Si quería hacerme daño lo haría. O al menos lo intentaría. Ya fuera que lo invitara a mirar mi motor o no. Esa fue mi lógica cuando lo vi detener su jeep delante de mi coche. La puerta se abrió. Desdobló su largo cuerpo y salió a la noche con una linterna en la mano. Sus pisadas crujieron sobre la grava suelta, el haz de su linterna enfocándose en mi auto todavía humeante. Por el ángulo de su rostro, creo que ni siquiera me miró. Se dirigió directamente a mi auto, levantando el capó y desapareciendo debajo de él. Con los brazos cruzados con fuerza frente a mí, avancé con cautela y con nerviosismo hacia la parte exterior del camino, así podría mirar mientras él estudiaba el motor. Se agachó y tocó cosas diferentes. Dios sabe qué. Mi conocimiento sobre mecánica automotriz estaba a la altura de mis habilidades de origami. Volví a estudiar sus rasgos oscuros. Algo destelló. Entrecerré los ojos. Tenía la ceja derecha perforada. De repente, otro haz de luces iluminó la noche. Mi aspirante a mecánico se enderezó de debajo del capó y salió, colocándose entre el camino y yo, sus largas piernas se tensaron y colocó las manos en sus caderas mientras el coche se acercaba. Tuve mi primera vista sin restricciones de su rostro en el duro resplandor de las luces que venían y tomé una fuerte respiración. La cruel iluminación podría haber resaltado o recogido sus defectos, pero no. Por lo que pude ver no tenía defectos físicos. Era caliente. Simple y llanamente. Mandíbula cuadrada. Ojos azules hundidos bajo cejas oscuras recortadas. El piercing en la ceja era sutil, sólo un destello de plata en su ceja derecha. Su cabello parecía de un rubio oscuro, corto, cerca de la cabeza. Emerson lo llamaría lamible. Este nuevo auto se detuvo al lado de mi coche y alejó mi atención de él mientras la ventanilla bajaba. Lamible se inclinó por la cintura para mirar dentro. —Oh, hola, Sr. Graham. Sra. Graham. —Sacó una mano del bolsillo de sus vaqueros para hacer un pequeño gesto de saludo. —¿Problemas con el auto? —preguntó un hombre de mediana edad.

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El asiento trasero del coche se iluminó con el bajo brillo de un iPad. Un adolescente sentado allí, su mirada fija en la pantalla, pulsando botones, pareciendo ajeno; ese era el auto que habría detenido. Lamible asintió y me señaló. —Sólo me detuve para ayudar. Creo que veo el problema. La mujer en el asiento del pasajero me sonrió. —No te preocupes, cariño. Estás en buenas manos. Aliviada ante las palabras de consuelo, asentí hacia ella. —Gracias. Mientras el auto se alejaba, nos miramos de frente, y me di cuenta de que esto era lo más cerca que le había permitido llegar. Ahora que algunos de mis temores fueron puestos a descansar, me bombardeó todo un nuevo ataque de emociones. Repentinamente, la timidez extrema, para empezar. Bueno, en su mayor parte. Metí un mechón de mi inmanejable cabello detrás de mí oreja y me removí inquieta sobre mis pies. —Vecinos —explicó, señalando el camino. —¿Vives por aquí? —Sí. —Deslizó una mano en el bolsillo delantero de sus vaqueros. La acción hizo que la manga se alzara y reveló más de los tatuajes que se arrastraban desde su muñeca hasta su brazo. Amenazante como podría ser, definitivamente no era el típico chico de al lado. —Estaba haciendo de canguro. Los Campbell. Tal vez los conoces. Se acercó a mi auto de nuevo. —Están por el camino de mi casa. Seguí—: ¿Así que crees que puedes arreglarlo? —De pie a su lado, bajé la mirada hacia el motor como si supiera lo que veía. Mis dedos jugaban nerviosamente con los bordes de mis mangas—. Porque eso sería increíble. Sé que es un cacharro, pero lo he tenido desde hace mucho tiempo. —Y no podía permitirme exactamente un coche nuevo ahora. Él inclinó la cabeza para mirarme. —¿Cacharro? —Una esquina de su boca se alzó. Hice una mueca. Allí iba de nuevo, demostrando el hecho de que crecí rodeado de las personas nacidas antes de que se inventara la televisión. —Significa un auto viejo. —Sé lo que significa. Simplemente nunca escuché a nadie más que a mi abuela decirlo. —Sí. Ahí es de donde lo aprendí. —De la abuela y todos los demás en el Complejo Residencial de Chesterfield.

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Se volvió y fue a su jeep. Continué jugando con mis mangas, viéndole volver con una botella de agua. —Parece una fuga de la manguera del radiador. —¿Eso es malo? Desenroscando el tapón del agua, la vertió dentro de mi motor. — Esto va a enfriarlo. Debería funcionar ahora. Por un tiempo, al menos. ¿Hasta dónde vas? —Cerca de veinte minutos. —Probablemente lo hará. No vayas más lejos que eso o se recalentará de nuevo. Llévalo a un mecánico a primera hora de mañana para que pueda reemplazar la manguera. Respiré con más facilidad. —Eso no suena tan mal. —No debería costar más que un par de cientos. Hice una mueca. Eso sería casi acabar con mi cuenta. Tendría que ver cómo trabajar unos pocos turnos extras en la guardería o conseguir algunos más como canguro. Por lo menos cuando hacía de canguro, podría conseguir estudiar un poco después de que los niños se fueran a la cama. Cerró el capó en su lugar. —Muchas gracias. —Metí las manos en mis bolsillos—. Me salvaste de llamar a un camión de remolque. —¿Así que nadie venía de camino, entonces? —Esa esquina de su boca se elevó de nuevo y supe que le divertía. —Sí. —Me encogí de hombros—. Podría haber hecho eso. —Está bien. No estabas exactamente en una situación ideal. Sé que puedo dar miedo. Mi mirada escaneó su rostro. ¿Miedo? Sabía que probablemente bromeaba, pero tenía ese cierta ventaja para él. Un ambiente peligroso con sus tatuajes y piercing. Incluso si era sexy. Era como el vampiro oscuro de las películas con el que las chicas terminaban obsesionadas. El que se debate entre comerse a la chica o besarla. Siempre he preferido al hombre mortal y agradable, y nunca entendí por qué la protagonista no iba a por él. No me iba lo de oscuro, peligroso y sexy. No te va nadie. Empujé el susurro, bateándolo para alejarlo. Si el chico adecuado —el que quería— se diera cuenta, todo eso cambiaría. —No diría que das miedo… exactamente.

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Se rio en voz baja. —Claro que lo dirías. El silencio se cernió entre nosotros por un momento. Mi mirada lo recorrió. La camiseta de aspecto confortable y vaqueros bien gastados eran casuales. Los chicos los llevaban todos los días en la escuela, pero no tenía un aspecto informal. No se parecía a ningún chico que hubiera visto en todo el campus. Se veía como problemas. El tipo por el que las chicas perdían la cabeza. De repente, mi pecho se sentía muy apretado. —Bueno, gracias de nuevo. —Ofreciendo un pequeño saludo, me metí dentro de mi auto. Me observó girar la llave. Afortunadamente, no salió humo del capo. Al alejarme, me negué a arriesgarme a echar una mirada hacia atrás por el espejo retrovisor. Si Emerson hubiera estado conmigo, estoy segura de que no se habría ido sin su número de teléfono. Con los ojos en el camino otra vez, me alegré perversamente de que ella no estuviera allí.

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2 Traducido por ElyCasdel Corregido por -Valeriia♥

Mantuve la puerta abierta con mi hombro, mis manos llenas con una bolsa de palomitas y una botella de limonada rosa. Caminé hacia la habitación adjunta y me dejé caer en la silla giratoria de Georgia. Como siempre, Emerson se hallaba rodeada de ropa. ABBA resonaba en el aire, la firma musical de Emerson para alistarsepara-salir. Siempre que la escuchaba a través de las paredes, sabía que la preparación había comenzado. Dejando mi botella en el escritorio en medio del desastre de cuadernos y libros, llevé un puñado de palomitas a mi boca y la miré mientras se deslizaba dentro de una minifalda. La loca impresión en zigzag en blanco y negro se veía bien en su pequeña figura. Sonreí, imaginándome usando eso. No era una imagen bonita. Yo no medía un metro cincuenta ni pesaba cincuenta kilos. —¿A dónde vas esta noche? —Mulvaney. —No es tu lugar de siempre. —Freemont se ha llenado de idiotas. —Pensé que eso era lo tuyo. —El año pasado tal vez. Terminé con eso. Este año me interesa más… —Movió la cabeza, examinándose en el espejo—… hombres, supongo. No más adolescentes para mí. —Me lanzó una sonrisa de nuevo—. ¿Quieres venir? Negué con la cabeza. —Tengo clase mañana. —Sí. Como a las nueve y media. —Agitó la cabeza con disgusto—. Vamos. Mi clase es a las ocho. —A la que probablemente faltarás. Sonrió. —El profesor nunca pasa lista. Le pediré las notas a alguien.

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Posiblemente un desafortunado estudiante de primer año que se quedaba con la lengua trabada cuando Emerson se acercaba. Seguramente le ofrecería su riñón si lo pidiera. Georgia entró en la habitación envuelta en una bata y cargando sus cosas de baño. —Oye, Pepper. ¿Sales con nosotros hoy? Mi mano se congeló en la bolsa de palomitas. —¿Tú también vas? — Eso sería raro. Georgia pasaba la mayoría de las noches con su novio. Asintió. —Sí, Harris está estudiando para un gran examen que tiene mañana, así que ¿por qué no? Mulvaney es genial. Vence a Freemont. Emerson me lanzó una mirada de te-lo-dije. —¿Segura que no te nos unes? —preguntó, deslizando un top turquesa sobre su cabeza. Era sexy. Solo con un hombro, y la abrazaba como una segunda piel. Algo que yo nunca usaría. —Les dejaré la noche salvaje a ustedes dos. Emerson resopló. —No sé cómo de salvajes nos podemos poner con Georgia aquí. Es prácticamente una mujer vieja y casada. —¡No lo soy! —Georgia desenvolvió la toalla de su cabeza y se la lanzó a Emerson. Emerson sonrió y agarró algunas palomitas de mi bolsa. Se las metió en la boca y luego lamió la mantequilla de sus dedos, asintiendo hacia mí. —Tú eres la que debería ir. —Deberías ir —secundó Georgia—. Eres soltera. Vive un poco. Diviértete. Coquetea. —Está bien. —Agité la cabeza—. Tendré mi emoción indirecta a través de ustedes dos. —Oh, sé honesta. Es por Hunter —dijo Emerson acusadoramente mientras permanecía frente al espejo y aplicaba algún producto a su cabello oscuro. Agarró y estiró las hebras hasta que estuvieron en diferentes ángulos, creando un salvaje look encrespado alrededor de su cara. Lucía como algún tipo de duendecillo. Me encogí de hombros. No era un secreto que mi corazón perteneciera a Hunter Montgomery. Había estado enamorada de él desde que tenía doce años. Un sonido familiar vino de mi habitación. Le lancé mi bolsa de palomas a Emerson y me apresuré hacia la puerta adjunta. Aterrizando en mi cama con un rebote, agarré mi teléfono de donde lo dejé, vislumbrando el nombre de quien llamaba antes de responder—: Hola, Lila.

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—Oh, por Dios, Pepper, ¡nunca creerás esto! Sonreí ante el sonido de la voz de mi mejor amiga. Iba a la escuela al otro lado del país, en California, pero cada vez que hablábamos era como si no hubiera pasado el tiempo. —¿Qué pasó? —Acabo de colgar el teléfono con mi hermano. Mi corazón se apretó ante la mención de Hunter. No era un secreto que estaba encaprichada con él. Tan loco como parecía, era en parte la razón por la que había aplicado para Dartford. No es que no fuera buena en la escuela. Cuando una pequeña voz en el fondo de mi cabeza me recordó que había otras escuelas estelares por ahí, elegí ignorarlo. —¿Y? — solicité. —Él y Page rompieron. Mi mano se apretó alrededor del teléfono. —¿En serio? —Hunter había conocido a Page en su segundo año y estuvieron juntos desde entonces. Comenzaba a temer que se fuera a convertir en la señora Mongomery—. ¿Por qué? —No sé… algo sobre querer salir con otra gente. Dijo que era un acuerdo mutuo, pero ¿a quién le importa? El punto es que mi hermano está soltero por primera vez en dos años. Es tu oportunidad. Era mi oportunidad. La emoción me recorrió unos pocos minutos antes de una muerte repentina. Luego llegó el pánico. Hunter finalmente estaba libre. Había esperado por este momento desde siempre, pero no me encontraba lista. ¿Cómo podría hacer que me notara? Por lo que a Hunter respecta, solo era la mejor amiga de su hermana pequeña. Fin de la historia. —¡Oh! Tengo que correr —decía Lila en mi oído—. Tengo entrenamiento, pero hablamos más tarde. —Sí. —Sentí como si pudiera verme—. Te llamaré después. Me senté en mi cama por un largo momento con el celular en la mano. Las risas de Emerson y Georgia venían de la habitación de al lado, mezcladas con “Dancing Queen”. Era un momento macabro. La realidad por la que tanto había esperado había llegado, y no tenía ni idea de qué hacer. Emerson abrió mi puerta. Se dejó caer en la silla. —Oye. Estoy por terminar con tus palomitas. —Agitó la bolsa hacia mí. Su sonrisa se desvaneció cuando vio mi cara—. ¿Qué está mal? —Rompieron —murmuré, mis dedos jugando con mis labios, golpeándolos con energía nerviosa.

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—¿Qué? ¿Quién? —Está soltero. Hunter es libre. —Negué con la cabeza como si aún no pudiera creerlo. Sus ojos se agrandaron. —Georgia, ¡ven aquí! ¡Rápido! Georgia apareció secándose el cabello con una toalla. —¿Qué pasa? —Hunter está soltero —explicó Emerson. —¡Cállate! ¿No hay más Paige? Asentí. —Bueno. Ahora es tu oportunidad. —Emerson cayó a mi lado en la cama—. ¿Cuál es el plan? Parpadeé y estiré una mano sin hacer nada. —No lo tengo. —El plan era que se enamorara de mí. Ese era el sueño. Eso es lo que pasa en las novelas de romance. De alguna forma. De cualquier manera. Se suponía que pasaría eso. Nunca supe cómo sucedería. Solo que lo haría. —¿Qué debería hacer? —Las miré, indefensa—. ¿Conducir hasta su apartamento, tocar a la puerta y declararme? Georgia inclinó la cabeza hacia un lado. —Um, Voy a ir con un no. —Sí. Demasiado lejos. —Emerson asintió como si hubiera hecho posible la sugerencia—. No hay el suficiente misterio. A los hombres les gusta un poco de persecución. Georgia giró los ojos y espetó—: Eso viniendo de ti. Emerson pareció ofendida. —Oye, sé cómo jugar el juego. Cuando quiero que me persigan, lo hacen. Eso era todo. No sabía cómo jugar el juego. Ni qué hacer para atraer a un chico. No coqueteaba. No salía. No iba con chicos al azar como otras chicas. Metí la cabeza entre mis manos. ¿Por qué no lo había pensado antes? Un poco de experiencia bajo mi cinturón para ayudarme con Hunter. Estaba muy segura de que era una mala besadora. Al menos eso era lo que Fanco Martinelli le dijo a todos en secundaria después de que fuéramos a la parte de detrás de la cafetería. Bueno, si un beso y un rápido toqueteo a tientas debajo de mi suéter antes de que alejara su mano se considera enrollarse. —No sé cómo jugar el juego —confesé—. ¿Cómo voy a atraer a Hunter? Ni siquiera he besado desde la secundaria. —Levanté un dedo y

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miré a mis dos amigas desesperadamente—. Y solo a un chico. He besado a uno. Mis dos compañeras de cuarto me miraron. —¿Un chico? —Georgia hizo eco después de lo que se sintió el silencio más largo del mundo. —Trágico. —Emerson agitó la cabeza como si yo acabara de citar algún tipo de estadística mundial del hambre. Chasqueó los dedos, sonriendo brillantemente—. Pero nada que no podamos arreglar. Fruncí el ceño. —¿A qué te refieres? —Todo lo que necesitas es un poco de experiencia. Mis ojos se abrieron. Emerson había dicho eso de forma tan simple, y supongo que para ella lo era. No carecía de confianza ni de admiradores. —Vas a salir con nosotras esta noche —anunció Georgia, poniendo sus ojos en Emerson. Asintieron a la otra como llegando a un acuerdo sin palabras. —Sí, lo harás. Y vas a besar a alguien. —Emerson se levantó y me miró, sus manos se apoyaron en sus delgadas caderas—. Algún tipo caliente que sepa lo que hace. —¿Qué? —Parpadeé rápidamente—. No creo que besar a alguien al azar… —Oh, no a cualquiera. Necesitas a un profesional. Mi boca se abrió. Me tomó un momento recuperar mi voz. —¿Un prostituto? Emerson golpeó mi hombro. —Oh, sé seria, Pepper. ¡No! Estoy hablando de un chico con una reputación bien ganada. Un buen besador. Alguien que, ya sabes… te enseñe el juego previo. La miré inquieta. —¿Quién? —Bueno. Lo estuve observando yo misma anoche, pero me aparté por una buena causa. Puedes tenerlo. —¿Tener a quién? —El chico del bar de Mulvaney. Annie, la del final del pasillo, salió con él la semana pasada. Carrie, también. Dicen que es caliente a nivel moja-tus-pantalones. Georgia asintió, sus ojos llenos de concordancia. —También he escuchado a algunas chicas de mi clase de filosofía hablar de él.

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—Entonces, ¿qué? Se supone que solo entre en Mulvaney y me acerque a algún prostituto que atiende el bar y diga: “Oye, ¿te besarías conmigo, por favor?” —No, tonta. Solo ponte disponible. Es un chico. El cogerá el cebo. — Emerson curvó las cejas—. Juego de palabras. —Alto. —Le lancé una almohada, riendo miserablemente—. No puedo hacer eso. —¿Por qué no simplemente sales con nosotras? —me engatusó Georgia—. No tienes que hacer nada que no quieras. No hay presión. Me quedé boquiabierta ante Georgia. Casi esperaba ese plan descabellado de Emerson, pero Georgia era la estable. Práctica y conservadora. —Pero —Emerson levantó uno solo de sus delgados dedos—, si sacamos a este chico del bar y te gusta lo que ves, puedes decir hola. No hay nada malo en eso, ¿cierto? Me encogí de hombros, desinteresada. —Sí. Supongo. —Mirando a mis dos amigas, me sentí caer en su persuasión—. Bien. Iré. Pero no prometo salir con nadie. Emerson se levantó y aplaudió. —¡Genial! Y solo promete mantener la mente abierta. Asentí en acuerdo. No había estragos con eso. Al menos podría observar la forma en que todos interactuaban. Los bares son un gran mercado de carne. Tal vez podría aprender qué hacer y qué no. Observar las cosas a las que responden los chicos. Podrían no ser solo faldas cortas y enormes pechos. Era una psicóloga experta. Estudiar la naturaleza humana era lo que hacía. Esta noche solo necesitaba pretender que Mulvaney era una gran cápsula de petri. Como los científicos antes de mí, observaría y aprendería. Y a lo mejor tener algo de diversión en el proceso. Después de todo, ¿quién dice que aprender tiene que ser aburrido?

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3 Traducido por florbarbero & Snowsmily Corregido por Alaska Young

Existían varias cosas —bien, un montón de ellas— que permanecían inciertas para mí. La ubicación exacta de mi madre, si prefería tocino o salchicha canadiense en mi pizza, y qué haría exactamente después de terminarla universidad con un título en psicología. Pero de lo que nunca dudé en mi mente era de que quería ser parte de la familia Montgomery. Quería casarme con Hunter Montgomery. Quería pertenecer a la familia que me ofreció consuelo al crecer. Los Montgomery eran todo lo que una familia debería ser. Amorosos. Solidarios. Se sentaban a la mesa para la cena cada noche y hablaban de su día. Jugaban al Monopoly juntos y tenían fiestas en la piscina. Compartían más que una casa. Compartían sus vidas. Eran todo lo que nunca tuve. Antes de vivir con mi abuelita, mi vida transcurrió en una serie de habitaciones de motel. Recordaba vagamente una casa con un columpio en el patio trasero. Cuando mi padre vivía. Lo recordaba de pie junto una parrilla con un montón de gente a su alrededor. Era cuatro de julio. Había fuegos artificiales, y yo me encontraba pegajosa por el jugo helado. Pero eso era todo lo que tenía. El único recuerdo de un tiempo que no se llenaba de los sonidos de mamá llorando mientras algún tipo la golpeaba, escuchando a través de las delgadas paredes del cuarto de baño o del armario en el que me escondí. Los Montgomery asistían juntos a la iglesia. Enviaban tarjetas de Navidad con fotos de los cinco junto al perro delante de un enorme árbol de tres metros. Desde que Lila me llevó a su casa en séptimo grado y puede ver cómo era su vida, y desde que conocí a Hunter, supe que quería ser una de ellos. —¿Segura de que no quieres regresar y cambiarte? Puedes tomar prestado algo de mi ropa. La sugerencia de Emerson me sacó de mis pensamientos. —Mi dedo gordo del pie no podría ni encajar en uno de tus vaqueros.

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Me rodó los ojos al tiempo que nos abríamos camino a través de la gran cantidad de grava. Mulvaney era una institución local que atendía a lugareños y estudiantes universitarios por igual, pero eso no quería decir que hubiera estado allí antes. Bares… el olor a alcohol, las voces ruidosas de los borrachos, me recordaba demasiado a mamá. Emerson y Georgia me arrastraron a Freemont’s en una ocasión, pero sólo fuimos porque era el cumpleaños de Emerson. Había dos entradas. Al ingresar por la parte trasera, pasamos junto a las personas en la cola de la barra de alimentos. El aroma a comida frita llenó mi nariz. Emerson señaló la pizarra por encima del mostrador. —A la una de la mañana no hay nada mejor que las bolas de macarrones fritas. Tendremos que conseguir un poco antes de irnos. Asentí, tentada de preguntar por qué no nos limitábamos a hacer eso ahora, pero Georgia me lanzó una mirada de reproche, advirtiéndome que ni siquiera lo sugiriera. Enlazando su brazo con el mío, me condujo hasta una rampa de madera que daba a la sala principal. Una larga barra se extendía contra la pared izquierda. El lugar se hallaba lleno. No había suficientes mesas alrededor, por lo que al menos un centenar de personas se distribuían por la habitación, con sus bebidas en las manos, sus voces provocando un ruido ensordecedor que rivalizaba con la música que se reproducía a todo volumen por los altavoces. Nos desplazamos en fila, tomadas de las manos, al tiempo que nos exprimíamos avanzando entre las personas. Terminé en el medio, debido a un deliberado movimiento realizado por Emerson y Georgia, puedo decir. Algunos chicos intentaron hablarnos, cuando nos abríamos paso entre la multitud. Emerson sonreía, devolviéndoles el saludo a algunos de ellos. —Hola, Roja —me gritó uno, ubicándose entre Emerson y yo. Tuve que bajar la mirada para mirarlo. Apenas me llegaba a la barbilla. Empezaba a balbucear un hola cuando Emerson retrocedió y lo miró desde arriba. —¿Roja? ¿En serio? Pierdes puntos por originalidad. Vamos, Pepper. —Le dio un tirón a mi muñeca, llevándome con ella—. Sí. Apenas cinco minutos aquí y ya tienes pegue. Hice rodar los ojos. —Él no es lo que buscamos, pero no te preocupes. La noche aún es joven. Aún no lo hemos encontrado. —Emerson señaló la barra—. ¿Por qué no nos traes una jarra? Conseguiré una mesa. Estiré la cabeza para mirar alrededor. —¿Cómo lograrás encontrar una mesa en este zoológico?

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Emerson me dedicó una mirada insultada. —Oh, tendremos una mesa. Déjamelo a mí. —Toma. —Georgia me metió un poco de dinero en la mano—. La primera jarra va por mí. —Y la única. No necesitamos comprar nuestras bebidas. —Emerson sacudió la cabeza como si las dos tuviéramos mucho que aprender y me hizo un gesto para que me dirigiera a la barra—. Adelante. Y mientras estás allí mantén un ojo en ya sabes quién. Vi como desaparecían en medio de la multitud, convencida ahora de que todo el punto de enviarme a la barra era que entrara en el radar del importante camarero que veníamos a buscar. Caminé entre la multitud, avanzando dificultosamente entre las personas hasta colocarme en la cola, detrás de un par de chicas risueñas. —Sí, ese es él —le dijo una rubia decolorada a su amiga—. Lydia dijo que era ardiente, pero Dios mío… eso es quedarse corto. Su amiga se abanicó. —Si él perdió el tiempo con Lydia, va a pensar que se ganó la lotería con nosotras. ¿Quién habla de sí misma de esa manera? No pude evitarlo. Se me escapó una risa. Me tapé la boca con una mano. La chica de cabello oscuro me miró por encima de su hombro. Rápidamente dejé caer mi mano y traté de parecer inocente, inclinando el cuello como si estuviera impaciente por pedir mis bebidas y no las escuchara. La rubia le pegó en el brazo. —Eres tan mala, Gina. Gina volvió la atención a su amiga. —Bueno, espero llegar a ser mala con él esta noche. Aquí hay dinero. —Agitó un billete de diez dólares, claramente tratando de ganarse la atención del camarero. Negué con la cabeza, lamentando cada una de las veces que juzgué a Emerson por su falta de inhibición. En comparación con estas dos, ella era una niña exploradora. Era evidente que discutían sobre mi camarero. Espera. ¿Cuándo llegó a ser mío? Hice una mueca. De acuerdo a lo que oí, pertenecía a todas las mujeres que pasaron por las puertas de Mulvaney. Me recordé a mí misma que no me enrollaría con nadie esta noche… especialmente no con un camarero con la reputación de intercambiar genes con toda la población femenina de Dartford. Gracias, pero no. No podía imaginarme con alguien tan poco selectivo. Tenía estándares. No existía ninguna manera de que pudiera contemplar

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conectar un poco con alguien así. Incluso si me permitiera obtener algo de la experiencia que necesitaba para ganarme a Hunter. Y entonces lo vi. El aire se congeló en mis pulmones. Dio un paso delante de las dos chicas, apoyando los brazos sobre la barra. Oí su voz, grave y profunda, sobre el zumbido constante del bar. —¿Qué puedo hacer por ustedes? Me quedé boquiabierta, incapaz de parpadear. Tenía una vista sin obstáculos de él entre las chicas. La sangre se agolpó en mis oídos, y de repente regresé a la noche anterior y me hallé en la solitaria carretera nacional, el humo acre de mi coche sobrecalentado me llenaba la nariz mientras miraba su familiar cara. Ese cabello rubio oscuro cortado al ras de su cabeza. El cuerpo alto y delgado que se inclinó sobre el motor de mi coche hace menos de veinticuatro horas. Podía verlo con más claridad ahora, pero no me equivoqué en mi evaluación inicial. Era caliente. Con mandíbula cuadrada y fuerte. Rasgos esculpidos en mármol. Tenía un atisbo de sombra de barba en el rostro, y sus ojos eran muy penetrantes, de un azul que parecía casi plateado. Se veía apenas unos años mayor que yo. Podía verlo ahora. Probablemente era la forma en que se mostraba. Experimentado. Capaz. Llevaba una camiseta de algodón muy gastado con la palabra MULVANEY extendida por encima de uno de sus impresionantes pectorales. Vagamente me pregunté si su camisa se sentía tan suave como parecía. Si su pecho era tan sólido. Las muchachas reían como niñas de secundaria ahora. También sorprendidas. Sentí como si alguien me diera un puñetazo. Mi salvador. Mi camarero. El prostituto de Mulvaney. Todos eran uno solo. —¿Qué puedo hacer por ustedes? —repitió. —¿Qué tienes de bueno? —Gina apoyó los codos en la barra, sin dudar en mostrarle algo de su escote. Él recitó las diversas cervezas de barril, como probablemente tuvo que hacer cientos de veces antes. Su mirada se deslizó a lo largo de la barra al hablar, evaluando a la multitud. —Hmm. ¿Cuál es tu favorita? —preguntó Gina. Sacudiendo la cabeza, volvió a mirarla. —Mira, volveré cuando te hayas decido. —Sus ojos viajaron de ellas a mí. —¿Qué quieres tomar? Mi boca se abrió, sorprendida de que se dirigiera a mí, y de que las rechazara con tanta facilidad. Sólo así. Y nada menos que cuando coqueteaban con él.

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Sus ojos se estrecharon con reconocimiento. —Hola, tú. —Asintió ligeramente en mi dirección—. ¿Cómo está el auto? Antes de que pudiera responder, Gina me lanzó una mirada fulminante y luego lo enfrentó. Le agitó su dinero en el rostro. —Disculpa. Nosotras llegamos primero. Suspirando, volvió a mirarlas, su expresión era una mezcla de fastidio y aburrimiento. —Entonces ordena ya. Ella se echó su cabello oscuro por encima del hombro. —Olvídalo. El servicio aquí apesta. Iremos a otro lugar. —Girándose, me empujaron al pasar. Ni siquiera las observó partir. Con su mirada fija en mí, se encogió de hombros y me dedicó una media sonrisa que me provocó un vuelco en el estómago. Me acerqué a la barra, tratando de parecer confiada. Como si fuera a bares todo el tiempo. Apoyó las manos en el borde de esta, inclinándose un poco hacia delante. —Ahora, ¿qué puedo hacer por ti? —Su tono era decididamente más amistoso que el que usó al hablar con las otras chicas, y el calor invadió mi cara. Seguramente era sólo porque de alguna manera nos conocíamos, pero aun así me hizo sentir especial. Destacada. Bajé la vista, mirándole los brazos. Sus músculos apretados. Un tatuaje asomaba por debajo de la manga y se arrastraba hasta el bíceps y el bronceado antebrazo, deteniéndose en la muñeca. Se veía como una especie de intrincada ala con plumas. Me hubiera gustado estudiarlo más a fondo, pero ya sabía que me lo comía con la mirada, y todavía no contestaba a su pregunta. —Umm. Una jarra de Sam Adams. —Sabía que a Emerson le gustaban las cervezas. —¿Identificación? —Oh. —Busqué la identificación falsa que Emerson me dio el año pasado, en la única ocasión en que me arrastró a Freemont’s. La miró y luego volvió a mirar mi cara. Se le dibujó un esbozo de sonrisa en los labios. —¿Veinticuatro? Asentí, pero mi cara pasó de estar caliente a arder. —Supongo que simplemente tienes una de esas caras de bebé. — No esperó una respuesta. Sin dejar de sonreír débilmente, se apartó. Mis ojos se sintieron atraídos por su amplia espalda. Su camiseta abrazaba la musculosa extensión. Llevaba unos vaqueros gastados, y la

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vista desde la parte trasera era casi tan bonita como la delantera. De la nada, el bar se sentía caluroso. Dejó la jarra llena y una pila de vasos delante de mí. —Gracias. —Le entregué el dinero. Lo tomó y se movió a la caja registradora. En el momento en que se fue, traté de pensar en algo que decir. Algo lindo y atractivo. Cualquier cosa que pudiera sacar adelante nuestra conversación. No me detuve a considerar por qué. O por qué de repente ya no era tan reacia a la idea de hablarle. De coquetear con él. Coquetear. Mi garganta se cerró, presa del pánico ante la perspectiva. ¿Cómo lo hacía Emerson? Hacía que coquetear pareciera tan fácil. Regresó con mi cambio. —Gracias —murmuré, dejando caer dinero en el bote de propinas. —Cuídate. Levanté la mirada, pero ya se había marchado, avanzando al próximo cliente. Vacilé, observándolo. Negando con la cabeza, me recordé no comérmelo con la mirada. Colocándome los vasos debajo de un brazo, sostuve la jarra con dos manos y me zambullí de nuevo en la multitud. Solo que no di dos pasos antes de que alguien tropezara conmigo. La jarra voló de mis manos, dando vueltas en medio de los cuerpos, derramando cerveza por todos lados. Las personas se quejaron, secando inútilmente sus atuendos empapados. —¡Lo siento! —me disculpé, ante sus rostros ardientes, agradecida de que al menos me las arreglé de algún modo para permanecer seca. Inclinándome, recuperé la jarra de plástico del piso de madera, justo cuando mi teléfono empezaba a vibrar múltiples veces en una rápida sucesión. Lo saqué de mi bolsillo y leí el mensaje. Emerson: Encontré una mesa. ¿Todavía en la barra? ¿Lo viste? Rodando los ojos, fijé la jarra vacía debajo de mi brazo y le contesté. Yo: Sí. Sí. Suspirando, me apretujé de nuevo hasta la parte delantera de la barra y dejé la jarra encima. Mi mirada lo buscó. Ahora les servía a los clientes un poco más al fondo de la barra, inclinando su esbelto cuerpo sobre el mostrador para escuchar mejor los pedidos. Esperé hasta que atrapó mi mirada. Me envío un asentimiento de reconocimiento. Asentí de regreso.

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Mi teléfono vibró en mi mano otra vez. Bajé la mirada. Emerson: Estás tardando mucho. Será mejor que estés ligando con él para que te tome tanto tiempo. Resoplé y me encontraba en el proceso de contestarle cuando él llegó frente a mí. Asintió hacia la jarra. —Eso fue rápido. —Sí. —Rápidamente me deslicé el teléfono en el bolsillo, casi como si temiera que viera los mensajes sobre de él. Sonreí lánguidamente—. No llegué a los tres metros. —Ah. —Asintió comprendiendo, y apoyó las manos sobre la barra de nuevo. El movimiento ajustó la camisa sobre su pecho y tiró de ella contra sus hombros—. Te dejaré saber un secreto. Las chicas buenas son comidas vivas en sitios como estos. Lo miré por un momento, asimilado sus palabras. Me humedecí los labios, alcanzando el fondo de mi interior, en donde residía alguna reserva de instintos femeninos. —Tal vez no soy tan buena. Entonces se rio, un pequeño y profundo sonido que envió las ondas de un torbellino a través de mí. Mi rostro se sonrojó. Sonriendo vacilantemente, insegura de si su risa era algo bueno o malo. —Dulzura, tienes “chica buena” escrito completamente sobre ti. El “dulzura” hizo que mi estómago revoloteara. Hasta que asimilé el resto de sus palabras. Tienes “chica buena” escrito completamente sobre ti. Fruncí el ceño. Las chicas buenas no se ganaban al chico. La ex novia de Hunter apareció en mi mente. Nadie la acusaría de ser una chica buena. Era sexy, con un brillante cabello rubio de surfista y ropa de diseñador que mostraba su cuerpo. Sofisticada. No el tipo de chica de al lado en absoluto. No como yo. —Podrías sorprenderte —fingí. —Sí. —Asintió, su mirada vagando sobre mí, y repentinamente deseé haber vestido algo además de un suéter sin forma—. Podría. Obligué a mis labios a cerrarse para contenerme de discutir con él. Pensaba que era una chica buena porque así era como lucía. No lo haría cambiar de parecer con palabras. Esas eran el tipo de cosas que uno demostraba. Flexionó su brazo y le dio un golpecito a su codo. —Usa tus codos para poder pasar por ahí. Se alejó y llenó otra jarra. La colocó frente a mí. Busqué torpemente el dinero en el pequeño bolso sujeto con una correa a través de mi pecho. Se pasó una mano por el cabello. —No te preocupes por ello.

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—¿En serio? Gracias. Señaló la sala principal. —Sólo recuerda usar tus codos, Chica Buena. Con esa línea de despedida, se movió por la barra hacia el próximo cliente. Permanecí ahí y lo miré por un instante, contemplando nuestro intercambio. Chica Buena. Hizo eco a través de mi cabeza. Fantástico. Eso era lo que pensaba de mí. Sin nombre. Simplemente eso. Alguien me codeó para que saliera del camino. Volviéndome, maniobré de nuevo a través de la multitud, siguiendo su consejo y utilizando mis codos. Me consiguió miradas, pero funcionó. —¡Pepper! ¡Por aquí! —Emerson hizo un gesto salvaje desde una mesa. Dos chicos ya ocupaban la mesa. Algo me dijo que la obtuvieron primero. Media jarra de cerveza descansaba en el medio. Emerson y Georgia bebían sin duda de vasos que eran cortesía de sus compañeros de mesa. —Chicos, esta es Pepper. —Palmeó el brazo del muchacho a su lado—. Troy, sé un caballero. Déjala sentarse. —Es Travis. —Se puso de pie e hizo un ademán hacia su asiento. Dejándome caer en la silla, dejé la jarra al lado de la otra. —Bueno. —Emerson se acercó más—. ¿Cómo de ardiente es? Llené un vaso y tomé un profundo trago, repentinamente sintiendo como si necesitara la fortificación, incluso si no era fan de esas cosas. Tomando un respiro, respondí—: Ardiente. —¿Hablaste con él? Encogí un hombro, guardando para mí por alguna razón que él fue el chico que me ayudó con el coche anoche. Eso podría llevarme a explicar que acababa de apodarme “Chica Buena”. Me volví a retorcer dolorosamente por eso. También podría haberme apodado “indeseable” o “leprosa”. —Ordené cerveza —ofrecí. —Ugh, ¿eso es todo? Bueno, hay un montón de peces en el agua. — Señaló a nuestro alrededor—. Te encontraremos a alguien que perfeccione tus habilidades. Mi mirada escudriñó el mar de personas, incluyendo a los dos chicos en nuestra mesa. El que me entregó su silla ahora estaba acuclillado, sentado en un casco de motocicleta. Observaba a Emerson prestando atención como si de hecho fuera un participante en nuestra conversación.

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Mientras tanto, su amigo trabajaba para impresionar a Georgia. No podía imaginar un esfuerzo más inútil que ese. Tuvo que decirle que tenía novio. Georgia era así. No les daba falsas esperanzas a los chicos. —¿Buscando mejorar tus habilidades? —repitió Travis—. Puedo ayudarte con eso. —Calma, chico. —Emerson golpeó su brazo y pude leer su mensaje oculto incluso si era demasiado amable para decirle las palabras: No eres lo que buscamos. —De hecho no hablaba de mí. Sino sobre el club manía. —¿Club manía? —Pardeé. —Sí. Todos hablan sobre él. —Guau, espera un minuto. ¿Dijiste “club manía”? —Emerson extendió una mano—. No creo que todos hablen sobre él. Yo ni lo he escuchado. —Es sólo con invitación. Los miembros son pocos y selectos. Ella ladeó la cabeza y le dedicó una mirada intencionada. —Y de nuevo, no he escuchado sobre él. Sonreí. Los ojos azules de Emerson me detuvieron. Rápidamente me cubrí los labios, tratando de ocultar mi diversión. Obviamente se sintió despreciada por escuchar sobre esto ahora. —¿Qué es un club manía? —preguntó Georgia, y las palabras en sí mismas parecían extrañas emergiendo con su acento de Alabama. —Ya sabes —ofreció el amigo de Travis—. Es tal como suena. Un club para personas a las que les gustan sus cosas fuera de la caja, ¿sabes? — Dibujó una pequeña caja en el aire como si eso, de algún modo, lo explicara todo. —Personas a las que les gustan sus cosas fuera de la caja —murmuré, mirando los rostros alrededor de la mesa—. Eso no ayuda. —Especialmente considerando que no sabía ni siquiera con certeza que todo estuviera dentro de la caja. —La chica del apartamento de enfrente del mío es miembro — añadió Travis—. Ella me habló sobre él. —¿Sí? —Los ojos de Emerson destellaron con interés—. ¿Qué le interesa? Travis nos miró a las tres. —Oh, le interesarían ustedes tres. —¿Es lesbiana? —Emerson parecía poco impresionada—. ¿Qué tan fuera de la caja es eso?

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—Dije que estaría con las tres. Nos miramos por un largo rato. Y después Emerson hizo un sonido de ahh y Georgia asintió, comprendiendo. Yo todavía miraba sin entender. Travis rio ante mi expresión. —Ustedes tres… juntas. Todas a la vez. —Oh. —Mis mejillas ardieron. Travis rio. —Tu expresión no tiene precio. —Club manía, ¿eh? —Emerson me miró toda Definitivamente aprenderías una cosa o dos si visitaras…

pensativa—.

—Olvídalo —la corté—. Una cosa es coquetear por ahí con un camarero y… —Mi mirada se movió hasta los dos chichos escuchando atentamente. De repente me sentí avergonzada. De todos modos, seguí adelante—… y otra pensar en hacer otras cosas. No necesito zambullirme en el libertinaje. Travis golpeó la mesa, riendo de nuevo. Ondeó la mano en mi dirección. —¿Dónde la encontraste? Grita “nunca he estado debajo”. Emerson pateó el casco de Travis por debajo de él. Se desplomó sobre el suelo de madera. Ella asintió hacia la habitación. —Piérdete. Travis se puso de pie, sacudiéndose. —Lo siento. Sólo bromeaba. — Miró a su amigo—. Vamos, hombre. Los dos se desvanecieron en la multitud. Por un momento, las tres nos sentamos ahí, en silencio. —No escuches a ese idiota —murmuró Emerson por fin. Me encogí de hombros porque no me molestaba. En serio, ¿qué importaba lo que algún imbécil pensara de mí? Incluso si su valoración parecía coincidir con la opinión que el camarero tenía de mí. “Chica buena” y “nunca ha estado debajo” parecían ir de la mano, después de todo. Honestamente, no me molestaba ser virgen. Lo que me molestaba era ser invisible para el sexo opuesto. Y hasta que me volviera visible, ¿cómo iba Hunter a notarme alguna vez? Tomé un sorbo de mi vaso y paseé la mirada por la habitación, evaluando a la multitud. Había chicas hermosas por todos lados, riendo, hablando, ondeando su cabello en el aire con movimientos suaves y sueltos. Nunca me había sentido tan apartada de mi lugar como lo hacía en ese minuto. Cualquiera de esas chicas tenía una mejor oportunidad con Hunter que yo. Todo porque no temían perseguir lo que querían. Todo porque sabían cómo hablar, cómo actuar, cómo ser en torno a los chicos.

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Y no necesitaban un club manía que las educara. Si ellas lo descubrieron, yo también podría. Mi mirada regresó rápidamente a mis amigas, la determinación corriendo a través de mí. —Muy bien. Emerson ladeó la cabeza. —Muy bien… ¿qué? —Hagamos esto —anuncié—. Tomaré cualquier consejo que me den. Ligaré y usaré cualquier atuendo que escojan. Emerson reaccionó, sentándose atenta y derecha en su silla. —¿Es en serio? Georgia parecía desconcertada. —¿Segura, Pepper? Asentí y tomé otro trago, encogiéndome ante el amargo sabor. —Sí. Juego previo. Quiero aprender. —Necesitaba hacerlo. Emerson aplaudió y miró por la habitación. —¡Sííí! De acuerdo. Veamos. A quién deberíamos… —No. —Extendí un dedo—. Si voy a hacer esto no será con algún chico inútil que probablemente no es mejor besando de lo que lo soy yo. —Centré mi mirada en cada una de mis amigas—. Como hablamos más temprano, quiero a alguien que sepa lo que hace. —Tomé una respiración profunda, una imagen llenando mi mente—. Quiero al camarero. Emerson sonrió lentamente, asintiendo con aprobación. —Muy bien, entonces. Será el camarero.

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4 Traducido por Annabelle Corregido por mariaesperanza.nino

Nada sucedió esa noche. Una cosa es decidir acercarse a un chico, y otra muy diferente es levantarse y hacerlo sin mirar atrás. Ya lo había visto rechazar a dos chicas que se le lanzaron encima. Evidentemente, era más discriminatorio de lo que implicaban los rumores. No quería ser rechazada. Una vez que eso sucediera, nunca tendría otra oportunidad, y por alguna razón había fijado mi vista en él. Quizá era el hecho de que me había ayudado esa noche en que mi auto murió. ¿A quién no le encantaba un caballero de brillante armadura? O quizá, simplemente era que me había llamado “niña buena,” y yo me había empecinado en ser mala. Tal vez sólo quería que se comiera sus palabras. Todas decidimos irnos a casa y regresar armadas con algún plan. O al menos un atuendo mejor. En realidad pude levantarme a tiempo para mi clase en la mañana. Los suaves ronquidos de Emerson se escuchaban al otro lado de la puerta, lo cual me decía que no lograría llegar a su primera clase. Y la siempre segura Georgia ya se había levantado y marchado. Caminé rápidamente por el campus, admirando las hojas cambiando de color y disfrutando de la frescura del aire en Nueva Inglaterra mientras caminaba. Apenas había comenzado la primavera, y cada tono de naranja, rojo y amarillo ya se encontraba adornando el ambiente. La baja temperatura de anoche aún me hacía morderme las mejillas. Y puede que incluso hiciese más frío pronto. Cuando fuera a Pennsylvania para Acción de Gracias, tendría que regresar con más suéteres. Me senté en botánica a tomar notas dentro del paquete de hojas que el profesor nos había entregado al comenzar el semestre. Después de clases, guardé todo y me levanté rápidamente para evitar el desastre que se hacía en la puerta para salir.

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Me dirigí hacia Java Hot. Normalmente, tomaba un latte antes de clase, pero no tuve tiempo hoy. Al momento de entrar en la cafetería, me moría por un choque de cafeína. Me detuve en la cola para comprar, y un par de chicas con trajes de hermandad —suéteres a juego y pantalones de terciopelo— conversaban ruidosamente frente a mí sobre sus planes para el fin de semana. Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y leí el mensaje de texto. Emerson: ¡Un latte d kramelo xtra calient, porfa! Aparentemente, ya se había levantado. Riéndome, le contesté: Yo: ¿Qué harás x mí a cambio? Emerson: T haré lucir tan ardient q tndrás q golpear con un palo al camarero sexy para podr quitártelo d encima. Me reí disimuladamente y contesté: Yo: ¿¿¿Porq me asusta eso??? Emerson: Porq tiens miedo d lucir bn y obtenr lo q quiers Yo: No es cierto Emerson: Es muy cierto —¡Hola, Pepper! —Las palabras besaron mi mejilla en una pequeña ráfaga de aliento. Me giré, y mi mirada chocó contra el blanco de todos mis deseos frustrados. Mi corazón se infló dentro de mi pecho. —Hola, Hunter. —¿Acaso mi voz sonaba así de chillona? Mi mirada lo recorrió, captándolo por completo de una vez. Su cabello color avellana, arreglado con cuidado para parecer ingeniosamente desordenado. Esos suaves ojos marrones. El hoyuelo en su mejilla. Me dio un cálido abrazo. Un cálido y fraternal abrazo. De los que siempre me daba. Alejándose, asintió hacia mi teléfono. —¿Estás leyendo algo gracioso? Guardé el teléfono en mi bolsillo. —No. Es sólo un mensaje de Emerson. —Ah. —Apretó cariñosamente mi brazo debajo del suéter—. ¿Cómo has estado? —Bien. —Asentí como respuesta, demasiado entusiasta, luego sentí como mi rostro se enrojecía de vergüenza. Con él siempre era así. Raro. Incómodo. Al menos, yo era así. Él siempre se encontraba tranquilo,

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relajado y cómodo, mientras que yo era esa niñita de doce años a la que él intimidaba, a pesar de que siempre era agradable conmigo. Se me quedó mirando durante un momento, antes de que yo añadiera—: ¿Y tú? Es el último año. Resistí la urgencia de cerrar los ojos en un parpadeo largo y lleno de angustia. Aparentemente sólo podía hablarle en fragmentos cortados. —Sí. Ya voy llenando mis aplicaciones. Reduciendo mis primeras opciones. —Guau. Eso es genial, Hunter. —Sólo espero poder entrar en algún lugar, ¿sabes? —Oh, estoy segura de que entrarás —solté. Me indicó que avanzara en la fila. Las chicas de la hermandad ahora se encontraban ordenando. Se encogió de hombros. —La competencia es dura, y cada programa tiene pocas vacantes. Sólo espera. Probablemente terminaré estudiando medicina en Uruguay. Se rio y lo imité, segura de que bromeaba. Hunter había sido el primero en su clase de graduados. No había duda en mi mente de que terminaría en cualquier facultad de medicina a la que quisiera asistir. —Ayer hablé con Lila. —Sí. Ya están ensayando muchísimo para su producción de navidad. Las palabras se hincharon dentro de mi garganta, y sorprendentemente, de algún modo encontraron la forma de salir de mis labios. —Escuché que tú y Paige terminaron. —Sí —dijo con lentitud, frotando la parte posterior de su cuello. Probablemente era la primera vez que lo había visto lucir tan incómodo, e instantáneamente me arrepentí de haber hablado. —¿Puedo ayudarte? —interrumpió la cajera. Mi atención se desvió a la chica del otro lado de la barra. Me acerqué y pedí mi orden. Su mirada voló hasta Hunter—. ¿Qué hay de ti? Moví mi mano. —Oh, no, no estamos juntos. —No, yo me encargo, Pepper —dijo, alcanzando su billetera—. Yo tomaré el tostado de la casa, mediano. —Gracias —murmuré mientras nos movíamos para esperar nuestras bebidas. Hunter señaló un par de sillones libres. —¿Quieres sentarte?

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—Seguro. —Asentí y me senté en uno de los reposabrazos, pasándome el bolso por encima de la cabeza para dejarlo en el suelo. —Al parecer mi hermana no perdió mucho tiempo en extender la noticia. Sacudí la cabeza. —Lo lamento. No quise… —Pepper, no te preocupes. Estoy bromeando. Eres como de la familia. Por supuesto que Lila te lo contaría. —Sus labios se fruncieron—. A ti y a todos los demás en el hemisferio norte. Familia. Fabuloso. Me veía como a otra hermana más. Dijeron nuestros nombres y él se levantó antes que yo, llegando a la barra en dos zancadas y regresando con las tres bebidas. —Supongo que no puedes quedarte mucho —comentó al sentarse de nuevo—. El café de tu amiga se enfriará. —Lo ordené extra caliente y tiene una tapa. Estará bien. —Y Emerson sacrificaría con gusto una bebida si significaba que yo tendría algo de tiempo a solas con Hunter. —Bueno, sí. Decidimos salir con otras personas. Yo comenzaré pronto la escuela de medicina y a ella aún le queda otro año aquí. Simplemente tenía sentido. Es decir, la idea de vivir sin ella… no me mataba, ¿sabes? Y eso fue lo que me pregunté a mí mismo. ¿Puedo vivir mi vida sin ella? —Se encogió de hombros—. Me di cuenta de que sí. —Nunca lo había escuchado desde esa perspectiva. Hizo una mueca. —Supongo que sueno como un monstruo. —No —lo tranquilicé rápidamente—, creo que fue justo. Para ambos. Asintió y tomó un sorbo de su bebida. —Entonces —comencé, esperando no sonar demasiado obvia con mi siguiente pregunta—. ¿No te gustan las relaciones a larga distancia? — Después de todo, aún me quedaban dos años más aquí después de este, asumiendo poder terminar a tiempo. Esperaba que la chica correcta — yo— pudiese convencerlo de que el desafío de una relación a larga distancia valdría la pena. —Oh, sí podría. Es decir, lo haría. Eso no fue algo determinante en la ruptura. Sonreí, aliviada de que no se hubiese dado cuenta de las dobles intenciones tras mi pregunta. Aliviada de que no se hubiese dado cuenta de que intentaba pescar por mí misma. Me devolvió esa encantadora sonrisa suya. Creo que su sonrisa era lo que más me atraía de él. Con todos sus avances, bien podría ser arrogante

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y creído, pero simplemente era bueno. —Pero para que eso suceda, tiene que ser correcto. Tiene que ser… especial, ¿sabes? Asentí sin decir nada, con un puño apretando mi corazón. La esperanza me llenó por completo. Esa fe de que algún día levantaría la vista y me vería como ese alguien especial. —Seguro. —Sorbí con cuidado mi latte caliente—. Lo entiendo. Se recostó en su asiento. —Suficiente de mí. ¿Qué hay de ti? ¿Estás saliendo con alguien? —Me guiñó un ojo—. ¿Alguien al que deba supervisar, para cerciorarme de que te trate bien? Mi rostro se enrojeció, y miré hacia mi vaso, jugueteando con el borde de la tapa. —No tienes que hacer eso. No sabía si era algo bueno o malo —que tomara una postura protectora. Si sus motivos eran más egoístas que altruistas, sería bueno. Desafortunadamente, siempre me había cuidado de la misma forma en que cuidaba a su hermana. Era dulce, pero sólo servía para resaltar su muy platónico interés por mí. Quería, necesitaba, que me viera como una chica de carne y hueso… alguien a quien protegería porque me quería para sí mismo. —Y de todos modos, no hay nadie —añadí. —Sí. Bueno, cuando conozcas a alguien, cerciórate de que te trate bien, Pepper. Te lo mereces. —Su mirada se suavizó, pero no por las razones correctas. No porque me viera a mí. Sus aterciopelados ojos marrones no se suavizaron porque se encontrara abrumado de ternura porque estuviese sentada frente a él en este momento. No. Al mirarme veía a la chica de doce años. Y lo mucho que apestaba mi mundo en ese momento —mi pasado. Un padre muerto. Una madre en Dios sabe dónde. Crecer con una abuela en su comunidad de retiro se encontraba muy lejos de lo idílica que era su vida. Me tenía lástima. —Bueno, supongo que le llevaré a Emerson su café. —Con la garganta de pronto comprimida, me levanté, asegurando mi bolso a mí alrededor antes de tomar las bebidas de la mesita redonda frente a mí. Me siguió hasta la puerta, manteniéndola abierta para mí. Saliendo detrás de mí, me dio un abrazo rápido, con cuidado de no derramar mis vasos. —Fue bueno charlar contigo. Nos vemos, Pepper. —Sí, igualmente. —Mi brillante sonrisa se desvaneció cuando se giró. Lo observé moverse por la acera, combinándose con el tráfico de estudiantes.

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Me mantuve allí, bloqueando la entrada de la cafetería hasta que ya no pude distinguir su espalda. Hasta perderlo de vista. Todas las emociones, toda la desesperación que sentí anoche, surgieron otra vez en mi interior. Regresaron con mucha más fuerza. Sabía lo que tenía que hacer. Si quería que me mirara de forma diferente, sin nada de lástima, entonces, eso tenía que ser: diferente.

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5 Traducido por Alexa Colton & Mel Cipriano Corregido por Elle

—Ahí está. —Emerson sacudió la cabeza—. No puedo creer que te lo dejé. Es tan malditamente caliente. —Ella me dio un codazo alentador y agitó una de sus cejas finamente arqueadas—. Será mejor que te lances sobre él, o voy a golpearte. No hay marcha atrás. Estaba de pie a varios metros detrás de la barra, medio escondida detrás de Emerson mientras espiaba al camarero sin ser detectada. Sus palabras no me perturbaban. —Tú sabes que, independientemente, de su pequeño interés en mí, o su falta de interés, podría entrar en el juego. Ella me miró nuevamente. —Estás bromeando, ¿no? Te ves bien esta noche. Mejor que la mayoría de estas pavas exageradas, que contonean las plumas de su cola alrededor de él. Tú tienes algo que ellas no. —¿Si? Ella asintió. —Sí. Tú tienes… —Hizo una pausa, buscando la palabra— … una frescura en ti. Hice una mueca, sintiendo como si me hubiese dicho "chica buena". Parecía no poder escapar de ese apodo. El camarero (realmente tenía que saber su nombre) llevaba otra camiseta de Mulvaney's, esta de un suave aspecto color gris con letras azules en el pecho. Tuve un flash de mí misma llevando esa camiseta y nada más, envuelta en su olor. Envuelta en él. Respirando con fuerza, me quité la perversa imagen de encima. Probablemente todas las chicas que se le acercaban tenían esa fantasía —junto con algunas otras de su elección que probablemente no necesitaba visualizar. Ese pensamiento me hizo sentir decididamente anti-especial. Tenía que sobresalir de alguna manera sobre el resto de ellas, y no estaba convencida de que mi frescura fuese a hacer el truco. Él lucía tan bien como siempre, si mi memoria no fallaba. Mejor. Un cuerpo hecho para el pecado y una cara que era demasiado masculina para ser bella, pero el vistazo hizo algo por mí. Me hizo sentir sin huesos y temblorosa por todas partes.

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—No dar marcha atrás —repetí, mi resolución seguía ahí, ardiendo caliente dentro de mí, impidiéndome girar y salir corriendo del edificio. Éramos solo dos esta noche. —Está bien —anunció Em—. Creo que hemos observado el tiempo suficiente. Vamos a entrar. Sus palabras provocaron que una oleada de pánico me atravesara. —Está lleno de gente… —Está lleno todas las noches. A menos que quieras venir a acecharlo en lunes. Suponiendo que trabaje siquiera entonces. Negué con la cabeza. No. No más retrasos. —Entonces vamos. Debes sentirte bien. Te ves genial. Miré hacia abajo. Los pantalones vaqueros que llevaba pertenecían a Georgia. Eran demasiado apretados, pero Emerson dijo que era el punto. Tienes las curvas perfectas. Lúcelas. La blusa también era de Georgia. Varios tonos de naranja y amarillo. De estilo muy bohemio y volátil. Emerson juró que iba muy bien con mi cabello. Era de cuello ancho, y cada vez que tiraba de ella sobre un hombro, se deslizaba por el otro. Una vez más, el objetivo, de acuerdo con Emerson. Mientras avanzábamos lentamente hacia la barra, Emerson me empujó frente a ella. Sólo había tres personas trabajando en la barra, y se aseguró de acercarse a la parte en la que él estaba trabajando. Miré cómo vertía cerveza en una jarra, admirando la flexión de sus bíceps. Su mirada se levantó y recorrió el bar, de la forma en que noté que lo había hecho anoche. Mirando, evaluando a la multitud. ¿Tal vez en busca de problemas? Los pálidos ojos azules pasaron sobre mí por una fracción de un segundo, antes de llevarlos de regreso. Él sonrió torcidamente. —Oye, es la Chica Buena. ¿Cómo va todo? —¿Chica Buena? —susurró Emerson en mi oído—. Bueno, claramente no me dijiste todo acerca de anoche si él ya te ha dado un apodo. Le di un codazo, sin saber cómo responder a su saludo. Sonreí. — Hola. Entregó la jarra, recogió el dinero y se giró hacia mí. —¿Qué puedo hacer por ti? Pedí dos cervezas Long Neck y él le echó un vistazo a Emerson. — ¿Identificación? La miré mientras metía su mano en su bolso y sacaba su identificación falsa. Cuando volví a mirar hacia atrás, lo atrapé

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mirándome. El miró hacia otro lado, dándole un vistazo superficial a su identificación antes de traer nuestras bebidas. —Tan ardiente —murmuró Emerson cerca de mi oído mientras él se inclinaba para cogerlas de la nevera de atrás—. Y te está mirando. ¿Has visto eso? Negué con la cabeza, sin estar convencida, pero mi corazón latía a un ritmo fuerte en mi pecho. —Deslízale tú número. Mi mirada se volvió hacia ella. —¿Qué? ¿Así de fácil? —Bueno, sabrás si está interesado por su reacción. Tal vez te llame. O tal vez no. De cualquier manera, puedes tener a esta cosa fuera de serie o pasar a alguien más receptivo. Me mordí el labio, pensando. El único problema era que yo había decidido que sería él. Él sería mi sujeto de prueba. Si no era receptivo, no tenía ganas de seguir adelante —me negaba. ¿Y dónde me deja eso? Suspirando, Emerson hurgó en su bolso. —¿Qué estás haciendo? —pregunté, mirando en su dirección, y confirmando que él se dirigía de vuelta a nosotras. Sacudiendo la cabeza, sacó un lápiz delineador de ojos y cogió una fina servilleta cuadrada de la pila que había sobre la barra. A la velocidad del rayo, garabateó mi nombre y número. Sentí mis ojos agrandarse. —¡Alto! ¡No! —Mi mano se lanzó hacia su brazo, pero ella se inclinó lejos de mí, parándose de puntillas y estirando su brazo. —Aquí tienes —le dijo antes de que mis dedos tomaran medidas drásticas sobre su muñeca. —¡Em, no! Demasiado tarde. Vi como los dedos largos y masculinos cogieron la servilleta. Mi mirada siguió esa mano hasta el camarero mientras él dejaba nuestras bebidas amablemente. La bilis subió por mi garganta. Oí la voz de Emerson a mi lado como si estuviese muy lejos. —Este es su número. Su. Yo. La chica con la cara roja como un tomate. Su mirada pasó de la servilleta a mí. Esos ojos azules plateados clavados en mí. Movió la servilleta en mi dirección. —¿Quieres que tenga esto?

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Esperó, con la expresión en blanco. La pelota estaba en mi cancha. Sin darme la más mínima indicación de si él siquiera quería mi número, me preguntaba lo que yo quería. Balbuceé las palabras. —Uh, n-sí. Bueno, seguro. Como sea. Tonta. Me sentía como una niña de trece años. Mi cara ardía. —Ella quiere que lo tengas —insistió Emerson a mi lado. Mi cara se puso más caliente, si es que era posible. Se inclinó hacia adelante, poniendo los codos sobre la barra, su mirada fija en mí con ardiente intensidad. —¿Me das esto tú? Al parecer “como fuera” no iba a funcionar para él. El aire dejó de fluir dentro y fuera de mis pulmones. Me sentí asentir en silencio. Emerson me dio un codazo discretamente. —Sí —dejé salir por fin de mis labios. Se enderezó. Sin decir nada más, se deslizó la servilleta en el bolsillo, tomó el dinero que Emerson le entregó por nuestras bebidas, y se giró hacia otro cliente. Con una mano en mi brazo, Emerson me arrastró lejos. Me arriesgué a volver la mirada hacia la barra, buscándolo entre la multitud de cabezas flotantes frente al mostrador en donde se pedían las ordenes. Lo encontré. Él estaba sirviendo más cerveza, sosteniendo la palanca hacia abajo. Pero no miraba lo que hacía. Me estaba mirando a mí. —Te desea. Miré a Emerson cuando tomé un sorbo de mi Long Neck, olvidando que no era fan de su sabor. Estaba demasiado molesta. —No puedo creer que me hayas avergonzado así. —Mientras las palabras salían de mí, deliberadamente forcé a mis ojos en dirección a ella para asegurarme de no echar un vistazo nuevamente hacia él a través de la sala. —Teníamos que conseguir poner las cosas en movimiento. Nada iba a suceder si solo pedías, pagabas y te ibas. Fruncí el ceño, apoyando la cadera contra la mesa de billar. Me negué a admitir que ella tenía razón. Tal vez él me llamaría ahora. Había metido mi número en su bolsillo, después de todo. ¿O había sido solo simple cortesía? Para no herir mis sentimientos. Tal vez ya lo había tirado a la basura.

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—Dios. —Levanté los dedos y los froté contra el centro de mi frente, donde se estaba formando un dolor sordo. Me palmeó la espalda. —Lo sé. Es difícil ser una chica que realmente sale de la habitación de su residencia y habla con chicos sexys. El tipo que había al lado de Emerson le dio un empujón, chocando su cadera. —Oye, cosa sexy, tu tiro. Girándose, ella alineó el palo de billar y preparó su tiro, ganando un montón de miradas cuando se inclinó, alzando su trasero en el aire ante las miradas apreciativas de los chicos cercanos, especialmente de los dos que nos habían invitado a jugar al billar con ellos. La bola entró en la tronera con un silbido. —¡Lindo! —Ryan (¿o Bryan?) chocó la mano con ella, aferrando sus largos dedos más de lo necesario. A Emerson no parecía importarle. Él era lindo. Me di cuenta de que ella también pensaba lo mismo; arqueó la garganta cuando se echó a reír. Por desgracia, a su amigo parecía gustarle yo, y no pensaba que fuera lindo. O tal vez lo era. Simplemente no me atraída. Sólo había un tipo aquí que atraía mi interés, y me había humillado delante de él. Realmente había murmurado "como sea" cuando me preguntó si yo quería que él tuviese mi número. No era exactamente la femme fatale que aspiraba a ser. En realidad, debería solo llamarlo una noche y volver a casa ahora. —¿Segura que no quieres jugar? —Me ofreció un palo. Traté de mirar con una mente abierta. Después de todo, mi número de teléfono podría estar arrugado en un bote de basura justo ahora. Tanto como si me gustaba como si no, tendría que contemplar otras alternativas con el fin de adquirir la experiencia que necesitaba. Un mal sabor cubrió mi boca. Era más fácil decirlo que hacerlo. Por alguna razón, el camarero era el único hombre que podía considerar besar y tocar sin sentirme ligeramente revuelta. El chico delante de mí no era mal parecido. Un poco regordete, suave en el medio. Probablemente demasiadas cervezas y burritos nocturnos. Pero la juventud estaba todavía de su lado. Tenía buenas características simétricas. Le predecía treinta kilos de sobrepeso en diez años, pero por ahora estaba bien. —No, gracias. Ustedes ya han comenzado, de todos modos. Él sonrió, pero parecía decepcionado. Durante la siguiente hora, me senté en un taburete, mirando como Emerson y Ryan/Bryan se ponían cada vez más amistosos, riendo,

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hablando, tocándose en cada oportunidad mientras se movían alrededor de la mesa de billar. Tuve una pequeña charla con su amigo. Él se quedó cerca, incluso mientras jugaba al billar, charlando conmigo y bebiendo constantemente. Sólo esperaba que no fuera el conductor designado. La multitud comenzó a diluirse alrededor de las once. —Hay un puñado de grandes fiestas en la fraternidad —explicó Scott (por fin había aprendido su nombre), cuando me pregunté en voz alta a dónde se había ido todo el mundo tan pronto. Asentí con la cabeza, pero no pude dejar de echar un vistazo al otro lado de la sala, hacia la barra. No pude resistirme. Con la disipación de la multitud había muy poco que obstruyera mi visión. Solo se encontraba trabajando un camarero en el mostrador, pero no era él. Mi camarero no estaba por ningún lado. ¿Estaba en un descanso? ¿O se había ido antes de tiempo? Si se fue temprano, podría haber hablado conmigo. Si quería. Ahora estaba convencida de que la servilleta con mi número se encontraba hecha una bola en el suelo. Estúpidas lágrimas quemaron mis ojos. Parpadeé furiosamente para alejarlas. Tomando un respiro, me obligué a dejar de obsesionarme. Él no era el objetivo final, después de todo. Hunter lo era. Podía encontrar a alguien más que me ayudara a conseguir la experiencia que buscaba. —¿Puedo traerte otra copa? —preguntó Scott, siguiendo mi mirada hacia la barra. Volví mi atención a la mesa de billar. Ryan/Bryan tenía a Emerson en un íntimo bloqueo corporal, enseñándole algún movimiento. Puse los ojos en blanco. —No, estoy bien. Gracias. —¿Qué tal si salimos de aquí? —sugirió Ryan/Bryan, apartándose un paso de la mesa y mirando primero a Emerson, luego a mí y a Scott. Y una vez más a Emerson. ¿Irnos los cuatro juntos? Ya podía ver hacia dónde se dirigía. Emerson besándose en una habitación con Ryan/Bryan y yo atascada, a solas, con Scott. No, gracias. Emerson y yo nos miramos, comunicándonos en silencio. Ella me dio la más leve inclinación de cabeza, entendiendo. Yo estaba lista para irme, pero no con estos chicos. Eso era lo bueno de Emerson. Ella podía estar en sobremarcha sexual la mayor parte del tiempo, pero nunca poner nuestra amistad en un segundo plano. Me deslicé de la butaca. —Tengo que ir al baño.

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Esperaba que eso le diera tiempo para acordar las cosas con su chico e intercambiar números. O no. Nunca podía saberse realmente con Emerson. A veces pensaba que de verdad estaba enganchada de un chico y luego lo dejaba sin razón aparente. Una vez botó a un chico después de una tercera cita porque pidió una bolsa para llevar en la cena. Emerson aseguraba que él estaba demasiado cómodo si hacía eso. No creí que le importara que aquello sólo tuviera sentido para ella. Personalmente, pensaba que tenía miedo de ponerse demasiado seria con un chico, pero, ¿qué sabía yo? Sólo había besado a un hombre en mi vida. Crucé la habitación hasta el estrecho pasillo que conducía a los baños. Eran de uso individual, y por lo general no había cola, pero no esta noche. Una vez dentro, puse el pequeño gancho en su lugar, cerrando la puerta. Girándome, vi mi reflejo e hice una mueca de dolor. Como de costumbre, mi pelo estaba fuera de control. Traté de arreglar las ondas de color rojizo… tal vez era hora de un corte de pelo. De hacerme capas o algo así. Momentos más tarde, terminé de lavarme las manos y abrí la gruesa puerta de roble, notando de inmediato que Scott me esperaba fuera. Al principio pensé que estaba en la fila para el baño de hombres, pero la forma en que su mirada se clavó en mí me hizo darme cuenta de que me esperaba. —Hola. —Se apartó de la pared. —Hola —murmuré, dando un paso hacia el estrecho pasillo y deseando que la luz fuera mejor. El espacio en sombras hacía que se sintiera demasiado íntimo. Se puso en mi camino. —¿Por qué tú y Em no van con nosotros? Negué con la cabeza. —Tengo que levantarme temprano. —No era cierto, por supuesto. Mi turno en la guardería no empezaba hasta las once, pero él no lo sabía. —Au. Vamos. —Se acercó más. Mi espalda chocó contra la pared, haciendo sonar los marcos y las placas redondas que la decoraban. Levanté las manos frente a mí mientras él continuaba acercándose. —Uh, ¿qué estás…? Cerró la distancia, plantando sus labios sobre los míos. Me quedé inmóvil, en estado de shock. Su áspera lengua empujó entre mis labios y me atraganté. No sabía si estaba demasiado metido en el beso y no se daba cuenta de que yo no, o si no le importaba. O estaba demasiado borracho. O tal vez pensó que iba a cambiar de opinión después de un minuto de aquello y que iba a empezar a devolverle en beso. En cualquier

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caso, sus labios se quedaron firmemente pegados a los míos, más sucio y descuidado que mi último beso. Maldita sea. Se podría pensar que las cosas mejorarían desde décimo grado. Apreté una mano entre nosotros. Doblando mis dedos en un puño, lo golpeé en el hombro. Él no se movió, y fue entonces cuando sentí el primer hilo de pánico. A pesar de eso, me obligué a mantener la calma. Estábamos en un lugar público. ¿Qué podría suceder que yo no quisiera que sucediera? Bueno, además de un tremendo beso que sabía a cerveza agria y no parecía que fuera a terminar en cualquier momento cercano. Le golpeé el hombro con fuerza con mi mano libre. Él me abrazaba con tanta fuerza que no pude conseguir sacar mi otro brazo de entre nosotros. Luego desapareció. Así sin más. Me derrumbé contra la pared, sin notar que la esquina de una placa especialmente dentada rascaba mi nuca. Fue gracioso que no me hubiera dado cuenta de eso antes. Me limpié la boca con el dorso de la mano como si pudiera deshacerme del beso no deseado, y me aparté de la pared, centrándome en la escena delante de mí. Scott estaba en el suelo, y alguien se cernía sobre él, agarrándolo por la pechera de la camisa. Me tomó un segundo reconocer la parte de atrás de mi camarero, y entender que él estaba aquí, deshaciéndose de Scott, ayudándome. Rescatándome una vez más. Me moví, mis pies acercándose a ellos. Mirando por encima de su hombro, me quedé sin aliento al ver la cara de Scott. Estaba sangrando, sobre todo por la boca. Ni siquiera se podía distinguir la blancura de sus dientes en medio de aquella oleada de sangre. Me aferré al brazo del camarero justo cuando se movía hacia atrás, listo para dar otro puñetazo. —¡No! ¡Alto! Él me miró con una expresión salvaje, nada parecida a su inexpresividad habitual. Su mandíbula tensa. Un músculo palpitaba en su mejilla. No supe cuánto tiempo me observó con los ojos brillantes. Se sintió como una eternidad antes de que hablara, antes de sentir su voz, grave y profunda, pulsando a través de mí. —¿Estás bien? Asentí. —Estoy bien. —Hice un gesto con la cabeza hacia Scott—. Puedes dejar que se vaya. Scott lloriqueaba ahora. No podía descifrar su discurso. Eran más sollozos que palabras. Los músculos firmemente agrupados se aliviaron bajo mis dedos y me di cuenta de que todavía estaba aferrada al bíceps del chico. Sin

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embargo, no lo solté. No de inmediato. Bajé la mirada hacia su brazo, como si tuviera que ver por mí misma dónde conectaba nuestra carne. Dónde su piel bronceada tocaba mis dedos pálidos. Mi mano se cerraba sobre una parte de su tatuaje, y noté que la piel entintada se sentía más cálida allí. Sin pensarlo, rocé el borde oscuro del ala, y algo dentro de mí se apretó y retorció. Dejé caer mi mano. Él apartó la mirada y miró a Scott de nuevo. Levantó la otra mano y Scott se encogió como si esperara otro puñetazo. En su lugar, señaló al final del estrecho pasillo. —¡Fuera de mi bar! Scott asintió ferozmente, con la cara hecha un desastre. Hice una mueca. Dolía solo mirarlo. Él se puso de pie, murmurando—: Voy a buscar a mi amigo. Estaba casi fuera de la sala cuando el camarero le gritó, indiferente a los clientes que miraban con curiosidad en nuestra dirección. —No quiero volver a verte por aquí de nuevo. Asintiendo, Scott se escabulló. A solas con mi salvador, inhalé. Mis pulmones de repente se sentían increíblemente apretados, demasiado pequeños para soportar el aire. — Gracias. Él me miró de frente. —Lo vi seguirte hasta el pasillo. Incliné la cabeza. —¿Me estabas mirando? —Te vi pasar. Así que sí. Él me miraba. El silencio llenó el aire. Me froté las manos a lo largo de mis muslos. — Bueno. Gracias de nuevo. Espero que no te metas en problemas con tu jefe por nada de esto. Si necesitas que responda por ti… —Voy a estar bien. Asintiendo, me alejé un paso de él, di tres zancadas y me detuve. Girándome, aparté la caprichosa caída de cabello de mi rostro, y pregunté—: ¿Cómo te llamas? Me parecía absurdo seguir pensando en él como el camarero. No quería regresar a mi dormitorio esa noche, quedarme en la cama, mirando fijamente a la oscuridad, pensando en él —porque sabía que lo haría— y no saber su nombre. —Reece. —Se me quedó mirando, a través de mí, con una expresión impasible, sin sonreír. —Hola. —Me mojé los labios y añadí—: Soy Pepper.

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—Lo sé. Asentí sin convicción. La servilleta. Por supuesto. Con una sonrisa temblorosa, salí hacia la sala principal. Estaba a medio camino de la mesa de billar cuando Emerson me encontró, con ojos enormes en su cara redonda. —¿Qué pasó con el rostro de ese tipo? Se veía como si un camión lo hubiera golpeado, y él prácticamente huyó de aquí. Enganché mi brazo con el suyo y la conduje hacia la salida. —El camarero es lo que pasó. —¿Qué? —Tenía las mejillas sonrojadas—. ¿Como que él se puso celoso y… lo golpeó? Hice una mueca. —Más como que Scott trató de chupar mi cara contra mi voluntad y Reece intervino. —¿Reece? —repitió. —Sí. Él tiene un nombre. Sacudiendo la cabeza, me miró con asombro mientras salíamos. — Creo que has logrado más que su atención, Pep. Solté un bufido. —Él sólo estaba haciendo su trabajo. Ella me lanzó una mirada. —Es un camarero. ¿Cómo patear el culo de un chico para verse bien entra en su descripción de trabajo? —Él no está dispuesto a dejar que un cliente sea abordado fuera del baño. Emerson me miró con escepticismo a medida que caminábamos hacia el estacionamiento. —Simplemente no lo ves. No sabes cómo verlo. Confía en mí. Te va a llamar. Yo no era tan ingenua como Emerson afirmaba. Él podría haberse quedado más tiempo en aquella sala, decir algo más para llenar ese incómodo silencio. Para ser un jugador de ese tipo, no hizo ningún movimiento sobre mí. Ni siquiera sonrió. No. No llamaría. No estaba siendo negativa. Simplemente lo sabía.

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6 Traducido por aa.tesares Corregido por AriannysG

No llamó al día siguiente, y a pesar de convencerme a mí misma de que no lo haría, tenía la esperanza de que tal vez Emerson tuviera razón. Naturalmente, le eché la culpa. Las palabras de Em tejieron su camino dentro de mí y alimentaron la esperanza donde normalmente no la habría. No podía dejar de mirarla mientras se encontraba en el centro de mi habitación, distrayéndome de revisar mis notas de psicología anormal. —Bueno, ya sabes que tenemos que volver esta noche, ¿verdad? —Eh. No, no tenemos que hacerlo. Se dejó caer en la cama conmigo, aterrizando sobre su estómago.— Vamos. No puedes prometer hacer esto y luego no entregarte al cien por ciento. —No estoy entrenando para una maratón… —Lo estás. Eso es exactamente lo que estás haciendo. —Asintió, la luz capturando los muchos clips brillantes que había arreglado en diferentes ángulos por su corto cabello oscuro—. Estás entrenando para Hunter. Míralo como tu carrera de cinco kilómetros. Mordiéndome el interior de la mejilla, consideré sus palabras. Ella debió de haberme visto vacilante porque siguió presionando.— Vamos. Lo has impresionado. Dos noches seguidas. —Movió dos dedos en frente de mi cara—. También tenemos que ir allí esta noche. Reuniremos a algunas otras chicas para que vayan con nosotras esta vez. Georgia va a ese concierto con Harris, así que voy a traer a Suzanne y Amy desde el pasillo. Siempre se apuntan para un poco de diversión. —Su mirada me perforó—. Di que sí, Pepper. Con un suspiro, cerré mi cuaderno.—Está bien. Sí. Aplaudió y saltó de la cama. —Voy a ir a buscar a las otras del grupo. Entra en la ducha. Pero no escojas tu ropa todavía. —Me señaló con el dedo—. Voy a supervisarte en ese departamento.

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—Por supuesto que sí —dije detrás de ella mientras salía de mi habitación. Si se salía con la suya, iba a salir de aquí con medias de red. Levantándome, agarré mi bolsa de la ducha, mi albornoz y una toalla, con mi estómago haciendo cosas extrañas. Mariposas, supuse. Aunque no sabía por qué. Apenas había hablado con Reece. Él podría haberme ayudado anoche (y cuando mi auto se averió), pero eso era parte de su trabajo. Mantener el orden en Mulvaney’s. No había habido nada personal en sus acciones. Aun así, el recuerdo de aquellos pálidos ojos azules sobre mí en medio de decenas de personas que competían por su atención hizo que me hormigueara la piel. Y no competían por su atención solo porque fuera el chico que servía las bebidas. Además de ser jodidamente sexy, tenía esa cosa fuerte y silenciosa a su favor. Era un cliché y no debería funcionar en mí. Pero lo hacía. Yo era una tonta para él. Al igual que cualquier otra chica que entrara en Mulvaney’s. Y esto me hizo fruncir el ceño. No quería ser como el resto de ellas. Intercambiable. Él podría estar acostumbrado a hacerlo con un sinnúmero de mujeres cuyos nombres y rostros no podía recordar a la semana siguiente, pero yo quería ser diferente. Alguien diferente a mi madre. Alguien a quien él recordara. Emerson reunió no sólo a Suzanne y Amy, sino también a un par de otras chicas de nuestro piso. Sumábamos seis, así que necesitábamos dos autos. Alguien decidió que Suzanne y yo manejaríamos, probablemente porque no éramos grandes bebedoras. Bien por mí. Me gustaba estar en control de mi propio medio de transporte. Cuando llegamos a Mulvaney’s entramos por la puerta de atrás, más allá de la barra de comida. Mi estómago gruñó y me recordó que no había comido desde el almuerzo. Emerson tiró de mí cuando dudé, mirando con nostalgia una cesta de patatas fritas recubierta de queso que alguien había ordenado. —Vamos. Puedes comer más tarde. Te voy a comprar la hamburguesa más grande cuando salgamos. Esta noche estaba repleto de nuevo, pero vi a Reece de inmediato en su lugar habitual en la barra. ¿También era un estudiante? ¿Qué más hacía? Además de acostarse con la mitad de las chicas que se le lanzaban por aquí, si los rumores debían ser creídos. Tenía que tener algo más para él. La decepción me atravesó al pensar que podría no haber nada más para él que esto. Sin metas fuera de atender el bar.

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Hunter era un objetivo para mí. Un pedazo de torta. Si todo iba según lo planeado, pronto tendría un título y un futuro trabajando con niños. Eso es lo que quería. Algo que me enriqueciera, que me hiciera sentir mejor con las cosas de mi vida que nunca podría cambiar. —Aquí tienes. —Emerson me tendió la mano con un poco de dinero en la palma. Suzanne y las otras ya buscaban una mesa—. Vamos a empezar con dos jarras. Voy a estar justo detrás de ti para ayudarte a llevarlas. —Me empujó en dirección a la barra. Me acerqué a la barra, lo más cerca que podía llegar a él; ya odiaba este momento, que empezaba a sentirse redundante. Él no me había visto todavía y quería correr, seguro que sabría que yo estaba aquí debido a él, con la certeza de que me vería y me llamaría idiota, tal y como me sentía. O peor. Podía mirarme, señalar y decir—: ¡Oye, es mi chica acosadora! Mi madre me pasó por la mente. Ella estaba en un vestido azul desteñido, extendida, con los ojos vidriosos mientras se sentaba en el regazo de un hombre y jugueteaba con su cabello, desesperada por ganárselo para poder contar con algo de dinero para su próxima dosis. Ella siempre se encontraba desesperada. Una criatura sin orgullo. El recuerdo dejó un sabor amargo en mi boca. Clavando los talones, miré hacia ella. —No quiero hacer esto. —¿Qué? Por qué… Me acerqué y hablé en su oído para que pudiera oírme por encima del estruendo. —Es que no es mi modus operandi perseguir a un hombre. Estoy segura de que ahora entiende que estoy interesada. Si es un jugador, ¿por qué estoy haciendo toda la persecución? Emerson giró su boca hacia mi oreja. —Simplemente no ha tenido la oportunidad todavía. Ha estado atrapado detrás de esa barra. Con los chicos es todo sobre la oportunidad. Así que dale una oportunidad. Sacudiendo la cabeza, me resistí, diciéndole que si a un chico le gusta realmente una chica, él crea una oportunidad. Pero entonces, ¿qué sabía yo? Aparentemente nada. ¿Por qué si no iba a estar aquí en una misión para aprender los juegos preliminares de un caliente extraño? Puse el dinero en su mano. —Hazlo tú. Estaré detrás de ti para que me vea, pero no voy a ponerme de pie frente a él por una tercera noche. También podría tener una señal alrededor de mi cuello. Creo que él entendió la indirecta. —Le dirigí una mirada de advertencia—. Y no me avergüences de nuevo. Rodando los ojos, tomó el dinero. —Está bien. —Se empujó hacia el frente, llegando allí más rápido de lo que jamás podría yo. No pude dejar

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de notar lo mucho que usó sus codos. Estoy segura de que nunca dejó caer una jarra. Me quedé detrás mientras Emerson se apoyaba en la barra, sosteniendo el dinero en alto, la señal universal de que necesitaba servicio. Pasaron unos momentos antes de que él volviera su atención hacia ella. Cuando vio que era ella, su mirada saltó alrededor, como si buscara a alguien. Mi respiración quedó atrapada en mi tráquea cuando su mirada se posó en mí. Fue una fracción de segundo, lo suficiente para registrar mi presencia. Nada más. No hubo señales de que se acordara de mí siquiera. Volvió a mirar a Emerson, inclinando la cabeza, comunicándose con ella para que siguiera adelante y ordenara. Agitó las manos, obviamente hablando. Siempre hablaba con las manos. Asintiendo, se dio la vuelta para ir a buscar la cerveza. Esperé su regreso, mi respiración irregular. Le entregó las jarras, tomó el dinero y le devolvió su cambio. Todo sin mirarme. La decepción me atravesó. Había pensado que tendría otra mirada, y luego… Exhalé. No sabía qué pasaba entonces. Me pasé una mano por el cabello. Mis dedos se quedaron atrapados en la gruesa masa, y me di por vencida, tirando de mis dedos para liberarlos. No sabía lo que hacía aquí. ¿Tratar de ser algo que no era para poder atrapar a Hunter? Me engañaba a mí misma. Si él no me había notado en todos estos años, ¿por qué habría de cambiar ahora? En el momento en que Emerson me alcanzó, me sentía más tonta que nunca. Y ella debió de ver algo de lo que sentía en mi cara. —¿Qué pasa? —preguntó ella. Negué. —Esto es una locura. En verdad no quiero estar aquí. No otra vez. Voy a regresar… —Ay, Pepper, vamos. —Ella dio un pisotón, sus rasgos insolentes se apretaron firmemente con frustración—. No te vayas. —Tú quédate. Vuélvete con Suzanne. —Retrocedí hacia la multitud. Una maldición sonó en mi oído cuando pisé el pie de alguien. —Espera. Voy contigo. —Miró a su alrededor en busca de un sitio en donde dejar las jarras que sostenía. —No. Está bien, de verdad. Tengo un examen de estadística el lunes, de todos modos. Debería irme, y no me vengas con esa mirada. Esto es más de lo que he salido como… nunca. Ella suspiró, asintiendo. —Sí. Está bien. Nos vemos más tarde.

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Me despedí y me volví, empujando mi camino a través de la contracción de cuerpos hasta que salí. Levanté la cara hacia el aire fresco del otoño y contuve el aliento como si acabara de salir de una profunda piscina de hielo. Caminando a través del estacionamiento, las suelas de mis botas crujían sobre la grava suelta. Casi me di la vuelta cuando me acordé de la hamburguesa que había querido. En lugar de ello, seguí caminando, pensando por qué auto servicio quería pasar en el camino de regreso al dormitorio. Iba pensando en tiras de pollo y TaterTots cuando una mano se posó en mi hombro. Con un grito, me di la vuelta, mi puño voló instintivamente, arremetiendo, haciendo contacto. Mis nudillos apenas rozaron su hombro. —Basta. Tranquila. —Reece se quedó allí, con una mano en el aire, mientras se frotaba la parte superior de su hombro, donde lo había golpeado, con la otra mano. Me tapé la boca con ambas manos. Mis palabras se escaparon, ahogadas. —¡Oh, Dios mío! Lo siento. —No lo sientas. Debería de haberte llamado. Buenos reflejo. Pero debes trabajar en tu objetivo. Mis manos cayeron de mi cara lentamente. Lo miré fijamente, tratando de comprender que él estaba aquí. Delante de mí. Era extraño verlo fuera de su elemento. Aparte de esa primera vez, solo lo había visto en el interior de Mulvaney’s. Aquí, en el exterior, parecía más grande, más grande y vivo. Mi cabeza se inclinó hacia un lado. —¿Estás… —Señalé con un dedo entre él y yo— … siguiéndome? —Vi que te ibas. —Así que eso es un sí. ¿Él me miraba? Se fijó en mí. No era invisible, después de todo. Y continuó—: Mira, no deberías estar aquí sola por la noche. Hay tipos que se toman unas cuantas copas, ven a una chica bonita caminando sola… —Su voz se desvaneció, su implicación clara. Sólo oí una cosa. Bonita. —Voy a acompañarte hasta tu auto —finalizó. —Gracias. —Me volví en dirección a mi auto. Se puso a caminar a mi lado.

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Deslicé una larga mirada en su dirección. Sin la distancia de la barra entre los dos, era plenamente consciente de su altura. Yo no era diminuta como Emerson, y sin embargo la cima de mi cabeza apenas le llegaba al mentón. Tenía que pasar unos centímetros de un metro ochenta y dos. Era una experiencia nueva, sentirme delicada y menuda. —Espero que no te metas en problemas por salir del bar. ¿Estás en un descanso? —Voy a estar bien. Yo era consciente de su brazo, tan cerca del mío mientras caminábamos. Deslizó una mano en el bolsillo delantero de sus pantalones vaqueros. —Te vas temprano —señaló. —Sí. —Caímos en un silencio. Sintiendo la necesidad de llenarlo, añadí—: No me sentía de ánimos esta noche. —Por lo menos no lo hacía antes. Ahora me sentía de ánimos. Lo sentía todo. Su cuerpo junto al mío irradiando calor. Todos mis nervios vibraban como un cable suelto, dolorosamente consciente de su presencia. Ni siquiera nos tocamos, pero era como si lo sintiera en todas partes. Fue un shock que incluso pudiera hablar con voz firme. —No te sientes de ánimos esta noche —repitió en voz baja. Había diversión en su voz a pesar de que él no fue directamente y se rio. Dejó caer la cabeza hacia atrás y miró a las estrellas. Una lenta sonrisa curvó su boca. —¿Qué es tan gracioso? —Solo pensaba en eso. —¿En qué? Volvió a bajar la mirada. —No puedo contar las noches que “no me siento de ánimos”, pero todavía tengo que estar allí. Tengo que. Interesante elección de palabras. —¿No te gusta tu trabajo? Se encogió de hombros. —A veces. —¿También eres estudiante? —Pues no. —¿Ya te graduaste? —Sólo de la escuela secundaria. Así que trabajar en el bar lo era todo para él. Una vez más, hubo una punzada de decepción. Lo cual no solo era crítico por mi parte,

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sino absurdo. Yo no tenía a este tipo en cuenta para un novio o como material de compañero para toda la vida. No debería sentir nada por su falta de ambición. Él continuó—: ¿Estás en la universidad? Asentí. —Déjame adivinar. ¿Dartford? —Había tres universidades en el área, pero Dartford tenía la reputación más prestigiosa. —Sí. —Ya me parecía. Tienes “Ivy1” escrito sobre ti. —¿Qué quieres decir ? —Te ves dulce y agradable. Inteligente. —Estábamos casi en mi auto cuando añadió—: Y no eres una clienta habitual, pero has estado aquí tres noches seguidas. —No era una pregunta. Solo una afirmación. Una vez más, que estuviera al tanto hizo que todo dentro de mí se volviera cálido y difuso. —Mi amiga, Emerson, viene mucho por aquí. Probablemente la has visto antes. Es difícil pasarla por alto. —Él ni lo confirmó ni lo negó—. Ella me invitó. No frecuento bares casi nunca. —Así que has decidido comenzar a vivir la experiencia de la universidad en su totalidad, entonces. ¿Eso es todo? ¿Lo de ayer por la noche no te asustó? Fruncí el ceño. —Oh, te refieres a ese tipo del baño. ¿Debería haber dejado que me asustara? Él no dijo nada, y pensé de nuevo en su comentario de la noche del jueves acerca de que a las chicas buenas se las comen en lugares como Mulvaney’s. —Oh. Eso es correcto. Las chicas buenas como yo deben quedarse en casa. —Yo no he dicho eso. Nos detuvimos junto a mi auto. El tono ronco de su voz continuó—: Sin embargo, ser maltratada fuera del baño podría haber disuadido a algunas chicas de volver de nuevo a la noche siguiente. —Yo no soy la mayoría de las chicas. —Él no tenía ni idea. Podía parecer ingenua e inocente, pero mis cicatrices eran profundas. Costaba mucho asustarme.

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Ivy se refiere a la Ivy League, un grupo de prestigiosas universidades en EEUU. También se refieren así a las personas que entran en estas universidades.

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Busqué mis llaves, la lenta combustión de la perdida de mis estribos hacía que me temblaran las manos. —Puedo verme como una chica nerd de universidad y no como una de las chicas sexys que trepan a través de la barra cada noche, pero… Su voz se redujo hasta ser suave y profunda, sin ningún indicio del mal genio que estaba sintiendo yo. —Tampoco he dicho eso. —Lo piensas. —Tienes razón. No eres como las otras chicas que veo todas las noches. —Oh, eso es bueno —murmuré. Mis dedos se cerraron alrededor del duro acero de mis llaves. Desbloqueando la puerta y abriéndola, levanté la mirada, lista para decirle que se fuera, pero luego me perdí en sus pálidos ojos azules hasta que no estaba segura de por qué estaba molesta. Esos ojos hicieron que todo dentro de mí se sintiera caliente y débil a la vez. —Y eso no es algo malo. Confía en mí. De repente, mis rodillas se sentían todas temblorosas, y sabía que tenía que sentarme. —Gracias por acompañarme. —Empecé a meterme en el interior del auto, pero su voz me detuvo. —Dime algo, Pepper. Era la primera vez que había oído mi nombre en sus labios. Asentí sin decir nada, la puerta abierta a mi espalda. —¿Cuántos años tienes realmente? La pregunta me tomó por sorpresa. —Diecinueve. Él se rio, el sonido suelto y oscuro enroscándose a través de mí como el chocolate caliente. —Lo pensé. —Sus labios bien tallados se arquearon— . No eres más que una niña. —No soy una niña —protesté. No he sido una niña desde que pasé mis noches en cuartos de baño de moteles, escuchando a mi madre acostándose con hombres al azar al otro lado de la puerta—. ¿Cuántos años tienes? —solté en respuesta. —Veintitrés. —No eres mucho mayor que yo —argumenté—. No soy una niña. Levantó las dos manos en señal de rendición. Su media sonrisa se burlaba. —Si tú lo dices.

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Hice un gruñido de frustración. —No hagas eso. —¿Qué? —Ser condescendiente —espeté. Una de sus oscuras cejas se levantó. —¡Ay, no! Te hice enojar. Ahora la chica de universidad va a sacar el gran vocabulario. ¿Cómo conseguía este hombre que las chicas se besaran con él? Era un idiota colosal. Podría echarle la culpa a su aspecto, pero no todos los chicos calientes eran idiotas. Hunter no lo era. —Idiota —dije mientras me volvía para caer en mi auto—. ¿Por qué no vas a volver a servir cerveza y cacahuetes rancios? Su mano se cerró alrededor de mi brazo y tiró, volviéndome. Bajé la mirada hacia su mano, sobre mi brazo, y luego a su cara. —Oye —dijo rotundamente, todo asomo de sonrisa desaparecido. Mi pulso se deslizó hasta mi cuello y resistí la tentación de presionar una mano allí y estabilizar el repiqueteo salvaje de mi sangre. No revelaría su efecto sobre mí—. Los cacahuetes no están rancios. Podría haberme reído, excepto que no había ligereza en su expresión. Sus pálidos ojos azules se clavaron en mi cara. Sus dedos se aferraron a mi brazo, dejando una huella ardiente a través de la manga. Entonces esos ojos cayeron a mis labios. OhDiosohDiosOhDios. Él va a besarme. Esto fue todo. El momento de mi segundo, tacha eso. Tercer beso. No solicitado o no, el de anoche tenía que contar. Sin embargo, este era el que había estado esperando. En el que aprendería a besar de verdad. De un hombre, un hombre que sabía cómo hacerlo correctamente. Se acercó a mí. Mi corazón estalló como un tambor en mi pecho. Inclinó la cabeza, y luego todo el pensamiento de lo que estaba a punto de hacer huyó. No hubo ningún pensamiento. Ninguna lógica calculada. Sólo la pura sensación. La sangre rugía en mis oídos mientras cerraba el último trozo de espacio que quedaba entre nosotros. No fue rápido. No como en las películas. Nada de un beso rápido. Observé su rostro acercarse. Su mirada se movió de mi boca a mis ojos varias veces, estudiándome, observando mi reacción. Su mano tocó mi cara, sosteniendo mi mejilla. Nadie había hecho eso. Bueno, no es que yo tuviera un montón de referencia, pero el roce cálido de su palma en mi cara se sentía muy íntimo. Esto hizo el momento tan real, tan poderoso.

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Salté un poco cuando su boca finalmente se estableció sobre la mía. Como si el contacto trajera una descarga eléctrica o algo así. Se echó hacia atrás y me miró. Por un momento, pensé que todo había terminado, que se terminó después de sólo ese roce de labios. Luego, su boca se apretó sobre la mía de nuevo y no había nada tentativo al respecto. Su beso fue confiado, exigente. Pura delicia. Sin soltar mi cara con una mano, la otra se trasladó a la parte baja de mi espalda, acercándome. Sus labios probaron los míos, inclinándose primero a un lado y luego al otro. Como si quisiera probar todas las direcciones posibles. Su lengua trazó la comisura de mis labios y me estremecí, dejándolo entrar en mi boca. Mis manos agarraron sus hombros, mis dedos se cerraron alrededor del suave algodón, disfrutando de la cálida solidez de él debajo de la tela. Entonces todo había terminado. Demasiado pronto. Me tambaleé, perdiendo el equilibrio. Me agarré de la puerta abierta del auto con una mano, parpadeando como si me hubiera despertado de una especie de sueño. Levanté mi mano hasta mis labios, rozándolos, sintiéndolos, todavía calientes por sus labios. Me centré en él, observando con asombro mientras se volvía y me dejaba de pie al lado de mi vehículo. Ni una palabra más. Ni una mirada hacia atrás.

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7 Traducido por ButyMaddox Corregido por Anakaren

Después de sobrevivir a mi examen de estadística, caminé por el patio hacia el Java Hut. A pesar de que había tomado un café con leche previamente, sentía que me merecía otro después de esa prueba infernal. Además, no había dormido muy bien durante las dos últimas noches. No desde que Reece me besó. Emerson decía que era una señal segura de mi creciente encanto. Pensando en eso, rodé los ojos, consiguiendo una mirada extraña de una chica que pasaba. Entré en cafetería, contenta de escapar del frío. Tendría que ponerme mi pesado abrigo y mis guantes pronto. Caminando a través del piso de madera, inhalé el aroma de café y pasteles recién hechos. Había varias magdalenas de calabaza y bollos mostrándose, e incluso galletas anaranjadas frías con forma de calabazas. La cola era más corta que hace dos horas y me quedé detrás de una chica que estaba hablando en voz alta por teléfono. Traté de ignorar sus tonos discordantes mientras me ponía de puntillas y miraba los panecillos ubicados a varios metros. Decidiéndome por uno de arándano, dejé que mis pensamientos volvieran a la animada conversación que había tenido con mis compañeras de cuarto ayer. Emerson había insistido en que Reece me siguió fuera de la barra debido a mis locas habilidades de seducción. Sus palabras, por supuesto. Yo no lo veía así. No cuando él se alejó después de besarme sin decir nada. Me sentí como si estuviera en décimo grado de nuevo. En cualquier momento me daría la vuelta y encontraría a niños susurrando sobre mí con voces indiscretas detrás de sus manos. La peor besadora. Absurdo, lo sé. Esta no era la escuela secundaria. No teníamos quince años. Y difícilmente nos movíamos en los mismos círculos sociales, de todos modos. Si él quería compartir que mi beso lo dejó sin inspiración, ¿a quién le diría?

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Georgia simplemente pensó que debería volver y ver lo que pasó después, bajo el supuesto de que iba a pasar algo más entre nosotros. Esa posibilidad hizo que mi vientre aleteara como si fuera el hogar de miles de abejas. Estaba atrapada entre el temor de que me ignoraría y el pánico a que no lo haría. Realmente tenemos que dejar de chocar de esta manera. La gente pensará que estamos teniendo una aventura. Perdida en mis precipitados pensamientos, salté un poco por la voz cerca de mi oído. Lo siento. Hunter rio, retirándose de donde había inclinado su cara hacia la mía. No fue mi intención asustarte. No. Presione una mano contra mi corazón acelerado. Hunter me dio un rápido abrazo. Me incliné hacia él, absorbiendo su calor. Retirándose, me hizo una seña para que avanzara y ordenara. Nerviosa a su alrededor como siempre, coloqué mi cabello detrás de mí oreja, un gesto inútil. Solo cayó más hacia adelante. En verdad tenía que hacer algo con él. Tal vez cortarlo todo. Llevar el pelo corto, atrevido y de punta alrededor de mi cabeza como hacía Emerson. Casi me reí de esa imagen. Nunca lo llevaría a cabo. Parecería que metí el dedo en un enchufe eléctrico. Un latte mediano y un panecillo de arándanos le dije a la cajera, sonriendo. Hunter siguió rápidamente con su orden y le tendió una tarjeta de crédito antes de que yo tuviera tiempo de sacar mi billetera de mi bolso. Una vez más. No tienes que pagar… Pepper, por favor. Dejó caer su mano sobre mi brazo, dejándola ahí mientras paraba la búsqueda de mi billetera a través de mi bolso. Guarda tu dinero. Tú trabajas duro por ello. Mi cara se calentó, el calor se arrastró hasta llegar a mis oídos. Traté de no dejar que mi molestia saliera a la superficie. No me avergonzada de trabajar. Iba a tener que trabajar por siempre para pagar mis préstamos estudiantiles. Estaba preparada para eso. Lo sabía. Era solo el recordatorio de lo diferente que era de él lo que me molestó. Nosotros veníamos de dos mundos totalmente diferentes. El hecho de que ambos asistiéramos a Dartford no cambiaba eso. Él se graduaría sin deudas. Probablemente conseguiría un convertible como regalo de graduación. ¿Tienes tiempo para charlar? preguntó cuando recogimos nuestras bebidas de la barra, inclinando la cabeza hacia la parte en la que había varias sillas.

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Sí, tengo algo de tiempo. Afortunadamente mi voz no reveló lo nerviosa que me sentía. No vi casi nunca a Hunter el año pasado. Paige lo mantenía ocupado. Y ahora lo había visto dos veces en una semana. Nos instalamos en dos sillas frente a la acera. La gran ventana de vidrio estaba decorada con hojas de otoño. Dejé mi latte en la mesa frente a mí y equilibré mi panecillo en una servilleta sobre mi regazo. Rompiendo una esquina, lo mordisqueé, observándolo mientras bebía de su taza. Él me sonrió, recostándose en su silla y poniendo un tobillo sobre su rodilla como sí se acomodara para una larga charla. Mi corazón latió más rápido. Lo que fuera que él tuviera que decir, claramente no tenía prisa, y ahí es cuando me di cuenta de que tal vez sólo quería… pasar el rato. Tal vez no había ningún objetivo. A diferencia de mi objetivo. Objetivos. Hacer que se enamorara de mí. Casarse conmigo. Bendecirme con 2,5 hijos hermosos. Finalmente, la necesidad de romper nuestro silencio me llevó a decir: Nunca te había visto por aquí antes. Aparte de la última vez. Y lo sabría. Estoy aquí demasiado. Señalé nuestro entorno. Él se encogió de hombros. Paige nunca se preocupó mucho por el café. Prefería los smoothies. ¿Pero tú prefieres el café? Estoy averiguando qué es lo que prefiero. La dejé decidir por los últimos dos años. Hizo una mueca. Dios, me estoy haciendo sonar a mí mismo abatido, ¿no? Cerré ambas manos alrededor de mi taza, dejando que el calor del interior hiciera desaparecer el frio. Es el caballero dentro de ti. Y el hecho de que hayas sido criado con una hermana. ¿Me estás analizando? Me encogí de hombros. Podría ser mi clase de psicología hablando. Pero conozco a tu familia. Es fácil ver que eres un producto de tus padres. Tu madre te crio para ser un hombre bueno, sensible a los demás. Como que es un hecho que me hizo caer en un profundo enamoramiento por él cuando yo tenía meramente doce años. Dos años mayor, popular y bien parecido, él no tenía por qué ser amable conmigo. La primera vez que fui a vivir con la abuela y empecé la escuela, todos se burlaban de mi ropa, mi pelo, el hecho de que estaba, obviamente, detrás de todos los demás académicamente. Cuando se

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enteraron de donde vivía, me dijeron que olía como Bengay2. Eso lo convirtió en mi apodo. Un canto susurrado cuando pasaba. Hunter podría haber mirado para otro lado. En su lugar, intervino y me habló un día. Justo enfrente de todos. Ese mismo día, Lila me pidió que me sentara con ella en el almuerzo. No creo que él le diera exactamente la idea, pero ella había visto su bondad conmigo. Nunca olvidaré lo que hizo por mí ese día. Me quedé un poco enamorada de él entonces, y el resto del camino a lo largo de los años siguientes. Hunter me miró durante un largo momento. Miré mi panecillo, desmigajando otro pedazo entre mis dedos, preocupada de que él pudiera ver en mis ojos algo de cómo me sentía. Caballero, ¿eh? murmuró. Tal vez demasiado. Me quedé con Paige más de lo que realmente deseaba solo porque no quería hacerle daño. Levanté un trozo de panecillo hasta mi boca y lo mastiqué, analizando mis palabras cuidadosamente. Creo que aún puedes ser un caballero y también ser feliz. No son mutuamente excluyentes. Él inclinó la cabeza y me sonrió. ¿Cómo es que alguien que sale con Lila puede ser tan inteligente? bromeó. Solté una carcajada y estudié mi panecillo restante. No voy a decirle que dijiste eso. Gracias. Eso probablemente me salvará la vida. Pero es cierto, ya lo sabes. No soy tan inteligente. Sólo un alma vieja. Eso es lo que papá me decía siempre. Era una de las pocas cosas que recordaba que me decía. Eso y que cuidara de mi madre. Se me quedó grabado, porque después de que mamá me dejara en casa de la abuela, solía preguntarme si mi padre estaba mirando hacia mí con decepción. ¿Creería que le había fallado? De repente consciente de que Hunter no había respondido, di otra mirada hacia él. Ya no sonreía. Simplemente me estudiaba. Y no de una manera en que lo hubiera hecho antes. Me observaba como si realmente me estuviera viendo. Sí. Puedo ver eso. Traté de no inquietarme bajo su escrutinio. Me alegro de haberte encontrado continuó, su familiar sonrisa apareció de nuevo en su lugar cuando la mirada pensativa se desvaneció. Me preguntaba si querrías que viajáramos juntos a casa para Acción de Gracias el próximo mes. A menos que tengas otros planes. 2

Crema para aliviar el dolor de las articulaciones.

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No. Negué con la cabeza, mi corazón latiendo con entusiasmo con esta repentina oportunidad. El último Acción de Gracias había ido a casa con Paige. A decir verdad, había estado debatiendo si volar a casa en lugar de hacer el viaje de cuatro horas. Sobre todo teniendo en cuenta lo poco fiable que era mi coche. Genial. Esto hará que el viaje sea más rápido por tener a alguien con quien hablar. Por supuesto concordé. Excelente. Asintió con la cabeza. No creo que tenga tu número. Sacó su teléfono de su bolsillo. ¿Cuál es? Recité mi número. Genial. Presionó un botón y mi teléfono empezó a sonar. Ahora tienes el mío. Bajé la mirada como si pudiera ver mi teléfono a través del bolsillo de mi chaqueta. Genial repetí. Vamos a permanecer en contacto. Le echó una mirada a su teléfono. Hombre, llego tarde. Me tengo que ir. Reunión con mi tutor. Chem pateará mi trasero. Deberías haber elegido una especialización diferente bromeé. No nos ofrecieron cestería —respondió él, con una expresión burlona de seriedad. Como si de alguna manera hubiera elegido el curso más flojo si hubiera estado disponible. Como neurocirujano.

si

Hunter

Montgomery

pudiera

ser

menos

que

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Estoy realmente interesado en la cirugía reconstructiva. Corrección de defectos de nacimiento… ese tipo de cosas. Por supuesto. Él no querría ser un cirujano plástico estándar. Ayudar a las personas que más lo necesitaban. Ese era su modus operandi. Salvar cachorros y rescatar a la chica nueva de los matones. De pie, se colgó la mochila al hombro. Agitó su teléfono a la ligera en el aire. Hasta pronto. Lo vi zigzaguear entre las mesas y salir de la cafetería. Pasó por la ventana que había a mi derecha y me saludó alegremente a través del vidrio. Sí. Hablaríamos pronto. Antes de Acción de Gracias. Lo volvería a ver. Un par de roces más como este y podría empezar a pensar en mí como algo más que una amiga, más que la chica con la que creció, más que la mejor amiga de su hermana. Él me vería. Finalmente. Quizá.

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8 Traducido por Zafiro Corregido por Jasiel Alighieri

Entrar en la casa Campbell era como volver al hogar. Sólo que no había conocido ningún hogar. La Sra. Campbell me saludó, ajustando sus pendientes, mientras sus dos hijas corrían junto a ella y se lanzaban hacia mí. Me agarré de ellas con un jadeo, levantándolas a ambas del suelo. —¡Pepper! —gritaron al unísono—. ¡Te extrañamos! —Hola, chicas —jadeé—. ¡También las extrañé! —¿Te gustan nuestros disfraces? —Ambas se bajaron de nuevo para modelar y girar en sus trajes. —Yo soy una mariquita —anunció Madison, con su falda de gasa negra. Sheridan saltó varias veces para ganar mi atención. —¡Soy una princesa! —Están impresionantes. Estos son como los mejores disfraces que he visto nunca. Ni siquiera las reconocí hasta que oí sus voces. Me abordaron una vez más, codeándose entre sí para obtener una mejor posición. Para tener dos años, Madison se mantuvo bastante bien contra su hermana de siete años. Me tambaleé, haciendo una mueca cuando pisé lo que se sentía como una Barbie. Miré hacia abajo. Sí. La Sra. Campbell cerró la puerta detrás de mí. —Gracias por venir, Pepper. Me han estado molestando todo el día por saber cuándo llegarías. Dejé caer mi bolso cerca de la puerta bajo el peso de las niñas retorciéndose y reajusté mi agarre sobre ellas. —No me perdería la oportunidad de pasar el rato con mis monos favoritos. —Estoy lista. Permíteme animar a Michael. Hemos tenido una pequeña crisis hoy. El triturador de basura murió sobre nosotros. —Le lanzó una mirada con los ojos entrecerrados a su hija mayor—. Sheridan podría haber decidido tirar algunas canicas por el desagüe.

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El rostro de Sheridan pasó al color rosa. Froté su pequeña espalda, reconfortándola. Sacudiendo la cabeza, pero aún sonriendo, la señora Campbell hizo un gesto con la mano para que la siguiera dentro. —Vamos. Hice espaguetis y tengo pan de ajo en el horno. —Huele delicioso. —Gracias. Es la receta de mi madre —dijo por encima del hombro—. Michael probablemente preferiría quedarse aquí y comer eso que la cena de cinco platos en Chez Amelie esta noche. Incluso sin el rico aroma del ajo, la carne y los tomates, la renovada casa de campo siempre olía bien. Como a vainilla y hojas secas. Con Madison y Sheridan pegadas, sus delgadas piernecitas envueltas alrededor de mí como ramas trepadoras, me las arreglé para seguir a su madre a través de la sala de estar (evitando Barbies adicionales) y entré en la cocina, donde el Sr. Campbell se detenía sobre un tipo que estaba medio sepultado en el armario abierto debajo del fregadero de la cocina, con sus largas piernas revestidas con vaqueros sobresalían en la cocina, con varias herramientas rodeándolo. —Michael. Nuestra reserva es en cuarenta minutos. Tenemos que irnos. ¿Puedes, por favor, dejar a Reece en paz? Mi estómago tocó fondo. ¿Reece? Mi mirada se fijó en esas largas piernas que sobresalían de debajo del fregadero. Su rostro estaba más allá de mi visión, pero podía distinguir la familiar flexión de su tatuado bíceps y su antebrazo mientras trabajaba. Mis labios hormiguearon, recordando cómo se había movido su boca sobre la mía, y me tomó todo lo que tenía no extender la mano y tocarme los labios. El Sr. Campbell le disparó una mirada suplicante a su esposa e hizo un gesto hacia el fregadero, hacia Reece, en realidad. —Casi hemos terminado. Ella parecía al borde de la risa. —¿En serio? ¿Hemos? —Me envió una mirada de complicidad—. Tuvimos que pedir refuerzos. Michael es contador. No es el hombre habilidoso. —Excelente. —El rostro del señor Campbell se sonrojó—. Todos hemos escuchado eso, cariño. Ella se encogió de hombros. —Tal vez deberías tomar algunas de esas clases de fin de semana en Home Depot y dejar de llamar a Reece cada vez que algo se rompe.

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El Sr. Campbell se subió las gafas sobre el puente de su nariz a pesar de que no parecían haberse deslizado. —Michael. Vamos a llegar tarde —le recordó ella bruscamente. Él hizo un gesto hacia Reece de nuevo con un rápido movimiento de su mano. —Diez minutos más. La profunda y familiar voz de Reece retumbó desde debajo del fregadero. —Ya casi termino aquí. Puede continuar, Sr. Campbell. —Gracias, Reece. —La voz de la señora Campbell era toda alivio. Cuando su marido parecía preparado para oponerse, lo interrumpió—. Michael, trae tu abrigo. Los hombros del señor Campbell se desplomaron pero asintió. Besó a sus dos niñas y les recordó comportarse. —Gracias, Reece —gritó, una cierta tristeza en su voz al salir de la cocina. La Sra. Campbell se volvió hacia mí. —Las chicas han tenido sus baños ya. No deberíamos volver demasiado tarde esta noche. Sólo envía un mensaje o llama si necesitas cualquier cosa. Asentí, conociendo la rutina por ahora. —Estaremos bien. —Gracias, Pepper. Ante el pronunciamiento de mi nombre, mi mirada voló hacia el fregadero —al chico de debajo— registrando la forma en que se congeló. Tragué saliva. ¿Cuántas chicas podrían llamarse Pepper, después de todo? Él sabía que había cuidado a las niñas de los Campbell antes. Solo tenía sentido que fuera yo la que estaba aquí. La Pepper del bar. La chica a la que besó. La chica que sin problemas le dio su número. No es que me hubiera llamado ni enviado un mensaje. Un nudo se formó en la boca de mi estómago y rápidamente decidí que esto iba a ser incómodo. La extrañeza crepitaba en el aire. Sabía que yo estaba aquí. Sabía que yo sabía que él estaba aquí. Y la última vez que lo vi me había besado. Se deslizó parcialmente de debajo del fregadero y se apoyó en un codo. Su mirada fija en la mía. Mi pecho se apretó cuando nos miramos el uno al otro. Su camiseta muy gastada abrazaba su pecho, dejando poco a la imaginación. Bajo esa camiseta su cuerpo era firme y musculoso. Digno de recorrer. —Hola. Lancé mi mirada hacia su rostro y encontré mi voz. —Hola — respondí, el sonido pequeño y entrecortado. Madison comenzó a rebotar contra mí. Me tambaleé, cuadrando los pies en el suelo para mantener el equilibrio. —¡Tenemos hambe, Pepper!

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—Está bien. —Agradecida por la distracción, me desenredé de las niñas y las acompañé fuera de la cocina, llevándolas al baño para lavarse las manos para la cena. Cuando volvimos varios minutos más tarde, Reece había recogido las herramientas del piso de la cocina y se estaba lavando en el fregadero. Me miró. —Puedes usar este fregadero ahora. Asentí mientras ayudaba a subir a Madison a su asiento para niños, mis pensamientos removiéndose febrilmente, tratando de inventar algo que decir que no reflejara el caliente lío que era por dentro. —¿Vas a comer con nosotros, Reece? —preguntó Sheridan. Mi mirada se disparó hacia él mientras cerraba la hebilla de Madison en su lugar. —Vamos a come fideos —declaró Madison, golpeando sus regordetas manos en la cima de la mesa, mientras yo arrastraba su silla para acercarla más. —Con albóndigas —añadió Sheridan—. Mamá hace las mejores albóndigas. —Las mejores, ¿eh? —Reece la miró, considerándola pensativamente, como si lo que estaba diciendo importara de verdad. No como otros adultos, que sólo veían a través de los niños sin verlos realmente. O les hablaban como si fueran una especie de humanos de bajo nivel—. ¿De qué estamos hablando aquí? —Se secó las manos con un paño de cocina y apoyó una cadera contra el mostrador—. ¿De qué tamaño son las albóndigas? Sheridan se mordió el labio, pensando, y luego formó un círculo con la mano, aproximadamente del tamaño de una pelota de softball. — Como de este. Sonreí ante la ligera exageración. —Oh, hombre. ¿En serio? Ese es el tamaño perfecto. Sheridan asintió, claramente feliz de tener a Reece de acuerdo con su juicio. Su mirada se deslizó hacia mí. —¿Te gustaría quedarte? —Realmente. ¿Qué otra cosa podía decir en ese momento? —Por supuesto.

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Las chicas aplaudieron, y rápidamente me moví hacia la estufa y hacia los cuencos que esperaban junto a las ollas de fideos y salsa. Cogí un cuarto cuenco del interior del gabinete. Girando, salté con un pequeño grito al encontrar a Reece directamente detrás de mí. Las chicas se rieron ruidosamente, Madison resoplando por la nariz. Levantó las manos, las palmas hacia fuera. —Lo siento. Sólo quería ver si podía ayudar. Asentí, odiando la forma en que mi cara ardía. —Sí. Gracias. Eh, ¿podrías servir las bebidas? Hay leche en la nevera. Abrió un armario —el correcto; claramente había pasado algún tiempo aquí— y seleccionó cuatro vasos. Sonreí, notando que tomó dos vasos de princesas con tapas deslizantes para las chicas. Sirvió la leche mientras yo servía los fideos en cada tazón. Por el rabillo del ojo, vi como puso los vasos sobre la mesa. Sin que se lo dijera, abrió el horno y sacó el pan de ajo de olor celestial del interior. Con manos temblorosas, traté de concentrarme en servir la espesa salsa roja sobre los fideos, pero era muy consciente de cada uno de los movimientos de Reece. El débil sonido aserrado del cuchillo mientras cortaba el pan en rodajas. La charla tonta de las chicas detrás de nosotros. Era un extraño momento doméstico. Casi podía engañarme y pensar que era real… un vistazo a la vida, al futuro, que quería para mí. —¡Quiero tres albóndigas! —anunció Sheridan. —¿Sí? —dijo Reece mientras llevaba el pan a la mesa—. Me voy a comer catorce. Sheridan se rio. —¡No puedes comer catorce! Mis labios se curvaron mientras vertía una pequeña cucharada de salsa sobre los fideos de Madison. Sólo lo suficiente para cubrirlos. Puse los cuencos de las niñas delante de ellas, volví a por el mío y el de Reece. —Lo siento —dije, mirándolo a los ojos mientras me sentaba entre las dos chicas—. No pude encajar catorce en tu cuenco. —Siempre se puede repetir. Mi pulso se disparó cuando dijo esto porque durante el más simple segundo miró a mi boca, y fue como si no estuviera hablando de comida. Sheridan me proporcionó una bienvenida distracción, echando la cabeza hacia atrás en un ataque de risa. —¡Eres tan loco, Reece! Le hizo una cara divertida mientras esparcía parmesano sobre sus fideos y luego hizo lo mismo sobre los cuencos de las chicas. Algo dentro

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de mi estómago dio un vuelco. Era una cosa extraña, conciliar a este Reece con el tipo del bar. Me di cuenta de que no lo conocía. No en realidad. Pero esto. Este él. Se sentía… incorrecto de algún modo. Como tratar de encajar a la fuerza dos piezas de un rompecabezas que no coinciden entre sí. Incluso se veía diferente. No fundido en el nebuloso resplandor ámbar del bar, sino en el cálido amarillo de la cocina. No había manera de ocultar el defecto más leve en esta brillante luz, y sin embargo, lo creas o no, se veía aún más caliente. Sheridan se le quedó mirando con los ojos muy abiertos. —Mamá dice que comer demasiado da dolor de barriga. —¿Qué? ¿Esta barriga? —Se hundió en su silla y palmeó su vientre plano—. De ninguna manera. Está hecha de acero. Tendrías que haber visto lo que comí para el desayuno. Mis panqueques se apilaban… — Bizqueando, sostuvo su mano a sesenta centímetros de la mesa—, así de alto. Madison golpeó una mano sobre su boca, ahogando un jadeo. —Los tiburones comen neumáticos —ofreció Sheridan en voz alta, y no del todo en el tema. Madison asintió sabiamente de acuerdo. —Mamá nos leyó eso en mi libro de tiburones. Encontraron un neumático en el vientre de un tiburón blanco. —Podría comerme un neumático —respondió Reece con absoluta seriedad, lanzando una albóndiga entera dentro su boca y masticando. Más risas estallaron ante esta declaración. Sonriendo, giré mis espaguetis alrededor del tenedor y traté de no comparar esta con las cenas de mi infancia, cuando por lo general comía enfrente de la televisión. Si tenía la suerte de estar en una habitación de motel. A menudo era el asiento trasero del coche de mamá. De cualquier manera, rara vez había un microondas a mano, así que comí un montón de espaguetis fríos directamente de la lata—. Coman, chicas. Las chicas accedieron, sorbiendo los fideos dentro de sus bocas y haciendo un desastre general. Sheridan clavó su tenedor en una albóndiga y se la llevó a los labios para darle un bocado. Se comió la mitad de esta antes de que cayera en el recipiente con un plaf, rociando la salsa. Madison se proclamó llena después de tres bocados, pero la convencí para que comiera un poco más, sobornándola con el señuelo del pan. Todo el tiempo, traté de ignorar la atenta mirada de Reece, con

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la esperanza de parecer tranquila mientras limpiaba la salsa de las barbillas de las niñas. Bajando la servilleta, eché un vistazo a Reece, sólo para encontrarlo mirándome. El calor picaba en mi cara y aparté la mirada rápidamente, metiendo un mechón de pelo detrás de mi oreja con timidez. —Vamos. —Agité una rebanada de pan hacia Madison—. Un bocado más y puedes tener este delicioso, delicioso pan. Con los ojos pegados al pan, la pequeña metió una maraña más de fideos en su boca y luego me arrebató el pan prometido de mis dedos. Sheridan fue otra historia, devorando felizmente sus espaguetis y pasando a la segunda albóndiga. Tomé mi cena mientras ellas despachaban su leche. Todo lo que masticaba se hundía como plomo en mi estómago. Era difícil comer con Reece frente a mí. Mirando. Comiendo con gusto. Al parecer él no tenía tales problemas. —Muy bien —instruí cuando las chicas se declararon llenas—. Vamos a lavarnos, ponerles sus pijamas y prepararlas para ir a la cama. Prometo leerles si no se detienen. —Aplaudí una vez—. Vamos. —Dos historias —engatusó Sheridan. —Hum. —Fingí pensarlo mucho—. Está bien. —¡Tres! —gritó Madison, levantando cuatro dedos. Sheridan la señaló. —¡Ja! ¡No puedes contar! Estás sosteniendo cuatro… Cerré la mano alrededor del brazo de siete años, y lo bajé a su costado. —Creo que tres historias suena perfecto. —¡Yay! —Las chicas vitorearon y bajaron de sus asientos, Madison abrió su propia correa de refuerzo en su afán. —Esperen. Lávense las manos primero. —Las llevé al fregadero de la cocina y las supervisé mientras se paraban en el taburete y se lavaban. Salieron corriendo de la cocina. Girando, enfrenté a Reece. Me miraba con atención, relajado en su silla, con un brazo reclinado a lo largo de la superficie de la mesa. —Eres buena con ellas. —Estaba pensando lo mismo de ti. Meneó la cabeza. —En realidad no. Sólo experimentado. Crecí con un hermano menor que insistía en seguirme por todas partes. —¿Eso no te molestaba? Creía que los hermanos mayores torturaban a sus hermanos más jóvenes.

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—No tanto. Nos llevábamos bastante bien. Aún lo hacemos. —Tienes suerte —murmuré, tratando de no dejar que la envidia se arrastrase dentro. Pero entonces, ¿quién sabía lo que habría ocurrido si hubiera tenido un hermano o hermana? Puede ser que no hubiera sobrevivido a mi madre. Yo apenas lo hice. Inclinó la cabeza. —Déjame adivinar. ¿Tú y tu hermana todavía son rivales? —No. Hija única. —Oh. —El tono de broma dejó su voz. Me estudió de nuevo. Me hundí en mi silla y jugué con mi comida como si todavía fuera a comerla. Apuñalé una albóndiga bajo su escrutinio—. Nunca lo habría adivinado. Eres natural con los niños. Una madre nata, supongo. —Por la forma en que lo pronunció, no se sintió como un halago. Era casi como si la observación lo decepcionara. —Gracias. —Suponía que alguien criado en una villa de jubilación (no es que él supiera eso de mí) no necesariamente era experto en la interacción con los niños. Pero entendía a los niños como entendía a los ancianos. Ambos eran por lo general pasados por alto. Carecían de control sobre sus mundos. Entendía lo que necesitaban. Les daba atención. Amabilidad. Respeto. —Creo que quiero trabajar con niños —ofrecí, y luego me pregunté por qué le dije nada. No estaba interesado en lo que quería hacer cuando me graduara. Era un camarero. No era Emerson ni Georgia. Ni siquiera Hunter. Especialmente Hunter. El silencio se extendió entre nosotros, y su falta de comentario sólo demostró que no le podían importar menos mis ambiciones. Renunciando a mi plato, usé una servilleta y comencé a limpiar la comida derramada sobre la mesa que rodeaba los cuencos de las chicas. Buena excusa para evitar su mirada. De repente, murmuró—: ¿Quieres decir que vas a Dartford y no vas a ser una cirujana o algo del tipo ejecutivo? Le lancé una mirada. —¿Me estás estereotipando? Se encogió de hombros sin pedir disculpas. No tenía derecho a sentirme ofendida. No cuando lo había seleccionado a causa de la categoría en la que pensé que caía. Me incliné hacia él, porque todos los rumores indicaban que era un jugador sin igual. —Gracias por dejar que me quede a cenar.

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Ahora yo me encogí de hombros. —Por supuesto. Arreglaste su triturador de basura. Estoy segura de que te hubieran invitado ellos mismos. Genial. Era como si no quisiera que pensara que estaba interesada en él —cuando claramente lo estaba. Sólo una prueba más de que no era una coqueta calificada. Un fuerte estruendo seguido de un chillido vino desde el piso de arriba. Sacudí los espaguetis y las migas que había reunido en el cuenco vacío de Sheridan. —Será mejor que las instale antes de que alguien pierda un miembro. Su boca se torció. —Por supuesto. Salí de la cocina, sintiendo un hormigueo en la nuca. Sabía sin necesidad de mirar que estaba observándome mientras me alejaba, considerándome. Si fuera Emerson, probablemente haría esa cosa que hacía ella con sus caderas. Sin embargo, no era Em. Simplemente era yo. Treinta minutos y tres cuentos más tarde, volví para encontrar que se había ido. Me detuve y miré con intensidad en torno a la silenciosa cocina en busca de él. Como si se ocultara en algún rincón. Había recogido la mesa, enjuagado y apilado los platos al lado del fregadero, pero se había ido. Sí. Estaba sólo yo. Yo sin esperanzas.

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9 Traducido por Niki Corregido por Momby Merlos

—¿Por qué estoy haciendo esto otra vez? —Me quedé observando mi reflejo en el espejo. Hojas de papel de aluminio cubrían la parte superior de mi cabeza. Emerson se sentó a mi lado, hojas similares en su cabello mucho más corto. Donde los míos eran solo reflejos de varios tonos de oro y cobre, los suyos eran gruesas rayas magentas. Tomó un sorbo de su café helado mientras esperábamos que nuestros estilistas volvieran y quitaran el papel de aluminio de nuestro cabello. Con suerte, los resultados no me darían ganas de usar un sombrero para el resto del semestre. Emerson bajó la copa y se encontró con mi mirada pensativa en el espejo. —Esto va a sellar el trato. —¿Cómo es eso? —le pregunté. —Bueno. El camarero ardiente te besó… —Reece —añadí, volteando la página de una revista en la que no estaba muy interesada—. Y no nos olvidemos de que él me dejó la otra noche sin siquiera un adiós. Así que dejando el beso a un lado, no diría que estoy cerca de cerrar el trato con él. Ella hizo un gesto con la mano, y continuó. —Él todavía está interesado en ti. Se quedó y cenó contigo y las niñas, ¿no? Confía en mí. Él te desea. —Probablemente era sólo hambre —Me quejé en voz baja. —Más importante aún, Hunter por fin está empezando a entrar en razón. —Nunca dije que Hunter estuviera… —Pepper, cariño, él está interesado. No se ofrecería a conducir a casa contigo para Acción de Gracias si no estuviera posiblemente, incluso un poquitito —Levantó los dedos, dejando un diminuto espacio entre ellos—, interesado en ti y él. Un tipo no sufriría un viaje de cuatro horas manejando si no fuera así.

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—Hmm. —Fue todo lo que dije, tomando un sorbo de mí agua. Mirando mi reflejo, esperaba que la combinación de reflejos color oro y cobre que el estilista insistió en que haría resaltar mi cabello, no fuera un desastre. Por lo que iba a pagar, lo mejor era que esto no pareciera menos que un milagro. Emerson se inclinó y me apretó la mano. —Me alegro tanto de que hagas esto. —¿Dejar que me hagas un cambio de look? Ella se encogió de hombros. —Es más que eso. Esto es divertido, Pepper. Quiero decir, te amo y eres una gran compañera de estudio y todo… y es bueno que siempre te apuntes para una noche de cine, pero nunca has sido de las que se unen a mí para pasar un día de chicas en el salón de belleza seguido de una noche de fiesta. Me resistí a señalar que mi presupuesto no me permitía precisamente los viajes al salón de belleza y la manicura. Emerson nunca había tenido un presupuesto para nada en su vida. La cuenta de su tarjeta de crédito iba directamente a su padre. Tal vez si pensara que ella era perfectamente feliz, me burlaría de ella por ser una niña rica mimada, pero no iba a ir allí. No sabiendo lo que sabía —que ella pasaba la mayor parte de sus vacaciones a solas en una casa vacía, mientras que su padre las pasaba con su novia actual. Y no sabía casi nada sobre su madre, excepto que se había vuelto a casar y Emerson la veía quizá una vez al año. Ella era la prueba de que el dinero no prometía la felicidad. En su lugar, estuve de acuerdo. —Es muy bonito. Un poco de mimos de vez en cuando no hace daño. —Bueno, si algún día te conviertes en la señora de Hunter Montgomery, estoy segura de que él te dará un montón de mimos. Simplemente sonreí. Nunca había sido sobre el dinero de Hunter. Era él. Su familia. Lo perfectos que eran todos. Yo quería eso. Lo necesitaba. Y sin embargo, no podía olvidar el beso ardiente de un camarero. Me asustó un poco. Me hizo pensar que podría haber un poco de mi madre en mí, después de todo. Siempre le gustaron los chicos malos. Los hombres que la metían en problemas. Ese había sido mi padre antes de que encaminara su vida y se uniera a la Infantería de Marina. Después de papá, nadie pudo salvarla.

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Pero yo no era mi madre. No seguiría sus pasos. No repetiría sus errores. Ya tenía bastantes pesadillas con las que vivir. Me negaba a añadir más. Nadie pudo salvar a mi madre, pero yo me iba a salvar a mí misma. —Guau —suspiró Georgia dos horas más tarde, cuando regresó a nuestra suite para encontrarnos a Emerson y a mí saqueando — colectivamente— nuestros armarios en busca del conjunto perfecto. Ya habíamos pasado por el mío y nos trasladamos al de Emerson y Georgia después de que Em anunciara que el mío era un fracaso supremo. Georgia se dejó caer en la cama, tirando su mochila al suelo. Sus aterciopelados ojos marrones recorrieron mi cabello. —¡Te ves increíble! —¿Cierto? —Emerson asintió, acicalándose como una mamá orgullosa, no injustificada. Fue responsable por arrastrarme a la peluquería en primer lugar. Había concertado las citas y no aceptó un no por respuesta, hasta que accedí a ir. —Ahora necesitamos la ropa adecuada. Levanté una falda a cuadros azul y amarillo que Emerson había puesto en mis manos. —Ayúdame, Georgie. Incluso si pudiera encajar en la ropa de Em, no son yo. No puedo hacerlo. —Miré de nuevo a Emerson, que sacaba una pequeña camiseta naranja de su cajón. Mis ojos se abrieron sin poder hacer nada—. Por favor. Déjame ponerme algo de mi armario. Emerson agitó el trozo de tela naranja hacia mí. —¡Me voy a congelar en eso! ¡Es microscópico! —¡No hicimos que tu cabello luciera digno de una sirena de mar sólo para que usaras algo que llevarías a clase en un día cualquiera! Georgia levantó una mano, presenciando la batalla que estaba a punto de tener lugar si la luz combativa en los ojos de Emerson indicaba algo. Juntas, vimos como Georgia se trasladó a su armario y comenzó a empujar perchas. —Tengo algo perfecto. La esperanza martilleó en mi corazón. El guardarropa de Georgia gritaba elegancia. Todo parecía caro y sexy sin parecer exagerado. Se volvió y agitó un suéter de cachemira gris que se ajustaba al cuerpo. Lo toqué con reverencia, disfrutando de la exuberante suavidad contra la punta de mis dedos. —Oh —suspiré—. ¿Estás segura? Probablemente olerá a bar después. ¿Y si alguien derrama algo en él? — Estaba segura de que costó más de lo que podía permitirme el lujo de gastar.

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—Pruébatelo —insistió, empujándolo hacia mí y moviendo la cabeza, rechazando mis protestas. —Con un sujetador decente —añadió Emerson. La miré sin comprender. —Algo con aros para que les den un pequeño empujón. —Ella hizo un gesto a sus turgentes copas B. Negué con la cabeza. —Lo que estoy usando está bien. —Aquí. —Georgia abrió un cajón y sacó un sujetador rosado. Cerrando el cajón, ella lo agitó hacia mí—. Las dos somos talla C. Suspirando, le di la espalda y tiré de mi top por encima de mi cabeza. Desabrochando mi sostén, me puse el sujetador rosa, lo abroché detrás de mí, maravillándome por la sensación de la seda contra mi piel. Mirando hacia delante, me quedé observando mi reflejo en el espejo colgado en la puerta del armario. El sujetador hacía cosas maravillosas a lo que yo siempre había considerado pechos bastante corrientes. No es que alguna vez los hubiera considerado mucho. —Oh, rayos —Emerson me evaluó con los ojos muy abiertos, asintiendo con la cabeza en señal de aprobación. Resistí el impulso de cubrirme con ambas manos—. Menos mal que no me falta confianza en mí misma, porque esos pastelitos son suficientes para darme un complejo. Me reí débilmente. —Sí, claro. —Ahora pruébatelo con el suéter —me animó Georgia. Me puse la cachemira increíblemente suave sobre la cabeza y la alisé sobre mi torso. Se ajustaba como un guante. —¡Sí! —Emerson aplaudió una vez—. No se va a resistir a ti en eso. Y puedes tomar mis botas negras. Por lo menos tenemos la misma talla de zapatos. —¿Aquellas de cuero hasta la rodilla? —Sí. —Asintió sabiamente, la luz se reflejaba en sus mechones magenta recién hechos—. También conocidas como las botas “fóllame”. Le sonreí con ironía. —Bueno. No sucederá nada de eso. —Probablemente no. —Emerson sonrió—. Sobre todo cuando ni siquiera puedes decirlo. —Puedo decirlo —protesté, mirando la expresión petulante de Em. Georgia se veía como que a duras penas evitaba reírse.

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Aun así, la palabra se quedó atascada en mi garganta. En realidad, no podría decirlo. Era demasiado, demasiado… mala. Emerson se echó a reír. —Tal vez, después de que este camarero termine contigo, serás capaz de decirlo. —Tal vez —concedí—. Pero no lo voy a hacer. Al menos no con él. —Hmm. —Emerson se dio la vuelta y empezó a excavar en busca de zapatos en su estrecho armario—. ¿Estás segura? No hay nada malo con que tu primera vez sea con alguien que sabe lo que está haciendo. —No. Quiero que mi primera vez sea con Hunter. —Por supuesto que sí —asintió Georgia—. Debe ser con alguien que ames. —Dice la chica que sólo he estado con un novio. —¿Y? ¿Qué hay de malo en eso? —Georgia enderezó los hombros—. Él es el único hombre que he amado. —Bueno. ¿Cómo sabes que no te estás perdiendo algo mejor? Una mirada extraña apareció en el rostro de Georgia. Nunca la había visto enfadada antes, pero pensé que esto estaba cerca de eso. Aparecieron manchas de colores a través de su tez clara. —Hay más en una relación que sólo sexo. —Sí, pero una relación de seguro es mejor cuando el sexo es bueno. Georgia ladeó la cabeza. —¿Y cómo lo sabes? ¿En cuántas relaciones has estado? Viendo que esto no iba a ir ninguna parte, excepto a algo feo, intervine—: Así que, Georgia, ¿puedes venir con nosotros esta noche? Apartó su mirada de Emerson. —No. El padre de Harris se encuentra en la ciudad por negocios y se supone que debemos cenar con él. Emerson fingió un bostezo exagerado, y Georgia le lanzó una de sus almohadas. —¿Tal vez podrían reunirse con nosotros después? —sugerí. —El Mulvaney’s es no es realmente el lugar que Harris… Ante esto, Em soltó un resoplido. Georgia le lanzó una mirada fulminante. Emerson se encogió de hombros y volvió a prestar atención al contenido del armario de Georgia. Georgia siguió. —Pero vamos a intentarlo. —Eso sería genial —le dije sin convicción, odiando estos raros momentos de tensión entre ellas. Tan diferentes como éramos las tres,

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siempre habíamos hecho que funcionara. Desde que nos conocimos la una a la otra en la orientación de primer año, riéndonos, no muy discretamente, cuando nos asignaron a un chica de un curso superior que insistió en iniciar nuestro recorrido por el campus con una canción que ella escribió. —Bueno, no llegues demasiado tarde. Vas a perderte toda la emoción cuando el camarero sexy ponga sus ojos en Pepper. Sonreí, pero se sentía más como una mueca en mi cara. —Su nombre es Reece —le recordé, pero ellas no escuchaban. Ambas se acercaron a los diversos bolsos de cosméticos acumulados sobre el escritorio de Emerson, intercambiando ideas sobre qué tipo de maquillaje debería usar.

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10 Traducido por Juli & Nats Corregido por Niki

Nuestro grupo encontró un lugar cerca de las mesas de billar, una posición privilegiada con una vista directa de la barra. —Él está trabajando esta noche —exclamé por encima de la música en el oído de Emerson. Ahora que lo pienso, él había trabajado todas las noches desde que estuve allí. Sólo podía pensar en lo tedioso que debía de ser. Servir cerveza noche tras noche. Sacudí los pensamientos. Sus ambiciones en la vida no deberían importarme. No buscaba nada profundo y duradero con él. Al igual que él nunca consideraría algo profundo y duradero conmigo. Era un recordatorio vigorizante cuando mi mirada se estrechaba sobre él en el bar. Esto era sólo una conexión. Asumiendo, por supuesto, que nada sucedía en absoluto. —¿Ese es tu hombre, Pepper? —Suzanne silbó con aprobación—. Lindo. Es muy sexy. No sabía que eras capaz. No me molesté en señalar que no era mi hombre. Llámalo una necesidad básica de reclamarlo para mí. En este momento, había varias chicas alineadas frente a él para pedir bebidas. Me había dado cuenta de eso antes. Que la mayoría de las chicas iban a pedirle a él. Y, sin embargo, él parecía muy serio. Vertiendo las bebidas y tomando el dinero con una eficacia cómoda, sin hablarle por mucho tiempo a nadie. Me pregunté cuándo exactamente se suponía que debía enrollarse con todas las chicas que se rumoreaba. —Bueno. ¿Cómo vas a hacer esto? —dijo Emerson en mi oído, mirando la barra como si investigara un punto de entrada. Negué con la cabeza. —Él no me ha visto. —Bueno. No has ido a la barra. —Pensé que tal vez debía esperar a que se fijara en mí. —Eso podría tomar un tiempo. Este lugar está atestado. —¿Qué sugieres, entonces?

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—Tú me conoces. Soy directa. —Me miró y luego volvió a mirar hacia la barra—. Me pararía frente a él, luciendo tan sexy como sea posible. —¡Hazlo, hazlo! —cantó Suzanne, golpeando la mano sobre la mesa toscamente tallada. Se inclinó hacia delante, con la cara enrojecida, ya sea de la presión caliente de los cuerpos que nos rodeaban o el hecho de que prácticamente ya consumió la primera jarra sola. Teniendo en cuenta el brillo en sus ojos, sospechaba que era la cerveza. Una pelea estalló en algún lugar de la esquina. Volví la cabeza ante el sonido de varios gritos y una silla golpeando el suelo. Un vaso se rompió y una chica gritó. —Oh, oh, ahí está tu hombre. No me molesté en corregir a Suzanne. Todos nos volvimos y miramos con apreciación mientras Reece y otro empleado atravesaban la multitud y se zambullían en el tumulto. —Él es tan caliente que podría comérmelo —suspiró Suzanne soñadoramente. —Oye, retrocede. Es de Pepper —le reprendió Emerson, y me envió una mirada cortante cuando abrí la boca para protestar diciendo que no era mío. Mi mirada volvió a Reece, observando su amplia espalda mientras separaba los cuerpos para llegar a los dos chicos que se golpeaban en la parte inferior del amontonamiento. —¡Hola, chicas! —Annie se acercó a nuestra mesa. Era un completo desastre de rizos, y sus pechos se sacudían, peligrosamente cerca de liberarse de su camiseta sin mangas. Pasó un brazo alrededor de los hombros de Suzanne. Inmediatamente un sabor amargo me cubrió la boca al recordar que Annie era la que me había hablado sobre Reece en primer lugar. Era una estupidez. ¿Qué me importaba si él conectó con Annie alguna vez? —¡Hola a ti! Estamos aquí para ver al nuevo hombre de Pepper — ofreció Suzanne voluntariamente. —Pepper. —Annie me miró, evaluándome con los ojos fuertemente delineados—. ¿Tienes un hombre? Pensé que lo único con lo que alguna vez te besuqueabas era con la calculadora. —Se rio de su broma, golpeando la mano sobre la superficie de la mesa. Mi cara ardía. Emerson le lanzó una mirada de disgusto. —No seas perra.

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Puso los ojos en blanco. —¿Podrías relajarte? Por Dios. Dime. ¿Quién es el afortunado? Emerson hizo un gesto con la mano como si no fuera nada. —Ya lo conoces. —Me di cuenta de que no quería compartir su identidad. Como si me sintiera protectora de lo que fuera que tuviera con Reece, y no quería involucrar a una de sus últimas aventuras. —¿Sí? —Miró a su alrededor como si así fuera a saberlo—. ¿Quién es? —El camarero que me dijiste que trabajaba aquí. Los ojos de Annie se agrandaron. —¿En serio? —Me miró con un nuevo respeto—. No pensé que fueras capaz de ser tan… flexible, Pepper. —Hizo hincapié en la palabra flexible y la insinuación deliberada. Mi cara ardía aún más. Muy bien podría haberme llamado virgen a la cara. —¿Qué se supone que significa eso? —espetó Emerson. —Pepper es muy santurrona. No pensé que fuera capaz de compartirlo. Quiero decir, el chico se acuesta con cualquiera, Em. Esta noche ya besó como a tres chicas. Va a acostarse con al menos una de ellas antes de la medianoche. Cuando me enrollé con él, estaba de vacaciones y sólo utilizamos el asiento trasero de mi coche. —Ugh. —Suzanne arrugó la nariz—. Recuérdame que nunca me siente en el asiento trasero de tu coche. Cerré los ojos en un parpadeo lento. Ojalá Annie no hubiera dicho eso. Ahora tenía la imagen de ellos grabada en mi mente. La sangre se agolpó en mi cabeza. Un rugido profundo comenzó en mis oídos mientras pensaba en el beso que me dio junto a mi coche. Había parecido tan espontáneo, casi como si a él también le hubiese sorprendido. ¿Había sido una de las muchas de la noche? Mi sentimiento de traición era ridículo. El tipo era obviamente experimentado. Lo sabía. No llegabas a ser tan buen besador sin tener una parte justa de experiencia. —De ninguna manera. Eres tan mentirosa, Annie —la interrumpió Emerson. —Es en serio —insistió—. Lo vi toqueteando a una chica afuera hace una media hora. Y besando a otra chica cerca del tablero de dardos hace apenas cinco minutos. —Señaló con una uña violeta la esquina donde la gente lanzaba dardos. Suzanne negó con la cabeza. —Hemos estado observándolo durante la última media hora. De ninguna manera.

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—Sí —concordó Emerson, mirándome como si yo necesitara esa tranquilidad—. Ella está exagerando. ¿Durante cuántas noches lo hemos visto? Si el camarero estuviera saliendo con otras chicas, nos hubiésemos dado cuenta. Asentí, y la banda apretada alrededor de mi pecho se aflojó. Ella y Suzanne tenían razón. Annie no podía estar hablando de Reece. Tal vez estaba celosa. O confundida. No sabía cuál era su motivación. Sólo sabía que él no podría haberse besado con otras tres chicas esta noche sin que hubiera dado cuenta. La mirada de Annie de repente se movió más allá de mi hombro. Sus brillantes labios rojos estallaron en una sonrisa. —Bueno, vamos a averiguarlo. Ahí está. Negué con la cabeza desesperadamente, determinada a que Annie no me avergonzara delante de él. —¡No! ¡No tienes que hacer eso! Demasiado tarde, ella lo llamó y agitó la mano. Un calor mortificante se disparó hasta mis mejillas. Sentí una presencia aparecer detrás de mí. Me sentía demasiado horrorizada para mirar. Me quedé mirando al frente mientras Annie se acercaba a la mesa, sus brazos abriéndose para un abrazo. El escote de su blusa se abrió aún más, y atrapé el destello de un pezón. La imperiosa necesidad de arrancarle los ojos me venció. —¡Hola, nene! —Su voz era pura dulzura—. ¿Cómo estás? ¿Nene? Quería vomitar. —Bien. Anna, ¿verdad? —preguntó una voz masculina. —Annie —corrigió, y un destello de algo feo cruzó su expresión ante la aparente falta de memoria. —Annie. Cierto —dijo la profunda voz y masculina. Emerson ya se giraba en su taburete. Me dio un codazo en las costillas bruscamente y lanzó una pequeña carcajada, que rápidamente sofocó detrás de sus dedos. La miré, frotándome el área golpeada. Me dedicó su mirada de "te lo dije". Mira, articuló, nada de qué preocuparte. —Así que ya conoces a mi amiga Pepper, ¿no? —preguntó Annie, señalándome con un ademán. Me giré completamente en mi taburete, frente a lo inevitable —y sentí que mi estómago se desplomó a mis pies.

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No era él. No era Reece. Sin duda, este tipo era sexy. Incluso tenía un extraño parecido con Reece, pero no era él. —No —dijo, extendiendo su mano hacia mí y mirándome como si me estuviera imaginando sin la ropa puesta. Le estreché la mano, completamente pérdida con las palabras. —Por supuesto que sí, Logan. —Annie frunció el ceño, mirando entre nosotros dos e insistió—: Conoces a Pepper. Su sonrisa vaciló por un momento. —Uh, lo siento, no. ¿Debo recordarte? —Podía ver las ruedas girando en su cabeza, buscando en su memoria a las chicas con las que se había acostado. Negué con la cabeza sin decir nada y empujé a Emerson, que se reía como una tonta a mi lado. —No. No nos hemos visto antes. Logan. Su nombre era Logan. Sus dedos seguían sosteniendo mi mano en un cálido apretón. —Ya me parecía. Me acordaría de alguien tan bonita. —Hábil. Y con una cara como la suya, apuesto a que no tenía que esforzarse mucho. Emerson, que seguía riendo, levantó una mano. —Espera, espera, espera. ¿Trabajas en este lugar? ¿Cómo es que nunca te hemos visto el último par de noches que hemos pasado aquí? —Sólo tomo un turno de vez en cuando. Por lo general, trabajo uno o dos días durante la semana, pero Reece me llama cuando uno de los chicos se enferma. —Se encogió de hombros, considerando a Em con la misma minuciosidad con la que me miró a mí. Al parecer le gustó lo que vio. Le guiñó un ojo, su sonrisa cada vez más amplia para revelar unos dientes perfectamente rectos—. Estuve libre. Em le devolvió la sonrisa, claramente deslumbrada. —¿Reece? —repetí. —Sí. Mi hermano. —Tu hermano —susurré. Annie ahora se reía, sosteniéndose los costados, mientras sus tetas se sacudían. Emerson me miró un poco preocupada por esta nueva información.

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—¿Tu hermano? —murmuré. Las cosas encajaron en mi cabeza. Me estuve ofreciendo a un tipo que no era el prostituto residente del bar. Logan era el hermano menor que Reece había mencionado. Oh. Dios. Annie se secó los ojos, dejando vetas de rímel en sus mejillas. —Oh, esto es demasiado gracioso. No me digas que querías hacer una jugada por Reece. Oh, él no le da la hora del día a nadie. —Bueno, a Pepper sí se la dio —replicó Em, con un color enojado llenando su cara—. La besó. Tal vez simplemente no está interesado en zorras. Annie aplastó la mano sobre su impresionante escote. —Oh, ¿yo soy la zorra? Las cejas de Logan se arquearon. —¿Mi hermano te besó? —Me evaluó con un nuevo interés, ignorando las bromas hostiles. —Sí. —Annie hizo un gesto con la mano—. ¿No lo entiendes? Ella pensó que eras tú. Cerré los ojos en un parpadeo dolorosamente lento, mi esperanza de que esto de alguna manera no llegara a Reece, se desvaneció. —¿Qué? —Ahora Logan parecía muy confundido. Hizo un gesto con el dedo entre nosotros dos—. ¿Has venido aquí para besarme? Mi mortificación aumentó. —Por supuesto que no. Annie asintió sabiamente. —Tu reputación te precede. Después de un largo momento en el que quería acurrucarme y morir, la confusión desapareció de su rostro. Su sonrisa volvió, y su pecho se hinchó. —Genial. Tengo un representante. Me dejé caer de mi taburete, sintiéndome como la idiota más grande del mundo. —Tengo que irme. Emerson asintió con simpatía. —Me voy contigo. Con una rápida despedida a todo el mundo —incluso a Annie, a la que preferiría haber abofeteado— comenzamos a abrirnos camino a través del bar. Tuvimos que parar de vez en cuando para que Emerson charlara con alguien que conocía. Me moví sobre mis pies con impaciencia, revisando los rostros, esperando desesperadamente que

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Reece no apareciera. No podía hablar con él en estos momentos. No podía fingir que estaba tranquila y no afectada. La multitud creció aún más. Un cuerpo chocó conmigo, y perdí el agarre que tenía sobre la muñeca de Em. Me sentía como una boya de mar, arrojada a la corriente. Me puse de puntillas y la llamé, buscándola entre las caras enrojecidas. De repente sentí su agarre en mi muñeca. Mi pecho se relajó. Ahora podemos irnos. Alcé la vista. Reece me miraba. El sofocante peso estaba de vuelta en mi pecho, apretándolo fuertemente, reteniendo mi aliento. Mi cara ardía, quemaba, el encuentro con su hermano aún seguía fresco. Era así de embarazoso. —Hola —dije torpemente, estudiándolo de cerca, intentando evaluar qué sabía. Sus dedos dejaron una huella ardiente en mi piel. Podía sentir la forma de cada uno a mí alrededor. Sus labios se aplanaron en una línea sombría. —Escuché que conociste a mi hermano. Mi estómago tocó fondo. Genial. Lo sabía. —Oh. Sí. Fue agradable. Sus pálidos ojos brillaron. —¿Es verdad? ¿Viniste aquí a buscarle? ¿Pensaste que yo era él? Sacudí la cabeza, las palabras me evadían. —Oh, sí. Cuando pudo dejar de reír, me lo contó todo. ¿Por eso has sido tan… —Su mirada me repasó de arriba abajo antes de terminar—… amistosa conmigo? Lo negué. —No. Por supuesto que no… —Querías salir con mi hermano porque escuchaste los rumores sobre él. —Era una declaración plana. Llena de juicio. Intenté actuar de forma casual. Bufé como si fuera la sugerencia más absurda que había escuchado nunca y la ignoré absolutamente. —¿Rumores? ¿Qué rumores? Esos ojos pálidos se convirtieron en hielo. —Los rumores sobre mi hermano follándose a cada chica que le señala con el culo.

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Aspiré una bocanada de aire. Se echó a reír bruscamente, pero no había ligereza en el sonido. —Es un poco divertido, sabes. Negué, incapaz de imaginarme que algo de esto fuese gracioso. —¿Y eso? —Me las arreglé para soltar. Ondeó una mano. —Todas estas chicas universitarias… incluso una chica buena como tú —La forma en la que enfatizó buena, me dijo claramente que ya no creía que estuviese en esa categoría—, lanzándose sobre un chico de instituto. Sentí mi frente arrugarse. —¿Qué? —Logan sigue en el instituto. Tiene dieciocho. Oh. Dios. Mío. Como si este momento pudiera volverse más embarazoso. Si las cosas no se hubieran liado la primera noche que llegué aquí, si Logan hubiera estado trabajando y siendo receptivo —si no hubiera visto a Reece primero y obsesionado mi anhelo con él— podría haber salido con un chico de instituto. Dieciocho o no… ¡seguía en el instituto! Sacudí la cabeza como si me estuviera deshaciendo de los vestigios de una pesadilla. —No me lancé. Lo conocí esta noche. —Pero has venido aquí por él. Pensaste que yo era él. —Su mirada me cortó, sin piedad y profundamente. Como regla general, no huía de la vida cuando se ponía fea o incómoda. Había enfrentado un montón de cosas. Un padre muerto. Una madre que eligió su adicción por encima de mí. Esto —él— no debería ser algo que no pudiese manejar. Su opinión o juicio sobre mí no se suponía que significase nada. Era sólo un paso que me acercaba a Hunter. Eso era todo lo que se suponía que era. Incluso diciéndome esto, no pude evitar detenerme. Era la hora de retirarse. La marea de gente se movía. Los cuerpos nos chocaban. Su agarré se soltó de mi muñeca y mi oportunidad llegó. Corrí, usando mis codos como me había aconsejado una vez. Hundiéndome por la puerta trasera, divisé a Emerson con su móvil en la oreja. —Ahí estás —dijo cuándo me vio—. Intentaba llamarte. —Vámonos —gruñí, enganchando su brazo y empujándola por la calle hacia el aparcamiento lleno.

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—¿Qué ocurre? Quiero decir, además de la obvia torpeza de averiguar que confundimos a tu chico ardiente con otro. —Se rio—. Vamos. Es divertido. La miré de reojo. Me empujó con la cadera. —Vamos. Date unas palmaditas en la espalda. Según Annie, Reece es el esquivo. Y él te besó. —Reece me acorraló allí, cuando nos separamos. —Ooh. —Sus ojos se ensancharon—. ¿Qué te dijo? —Oh, lo sabía todo. Hizo una mueca. —¿Demasiado incómodo? —Oh, sí, y su hermano, ¿Logan? Tiene dieciocho y sigue en el instituto. —Oh, eso es impresionante. —Se echó a reír, aplaudiendo—. Espera a que se lo cuente a Annie. —Sí, Reece piensa que soy una persona bastante terrible. Dejó de reír. —Imposible. —Sí. Lo hace. —Asentí obstinadamente, mis pasos aumentando su ritmo sobre la grava—. Deberías de haber visto cómo me miro. —Bueno, entonces es un idiota. Que le jodan. ¿Quién lo necesita? Desbloqueó su coche y abrí la puerta del pasajero. Me hundí en el asiento con un profundo suspiro. —Puedes perfeccionar tus habilidades con cualquier chico que quieras. Me reí entrecortadamente y la corregí. —No. No con cualquier chico que quiera. No era una de esas chicas que no sabía cómo lucía cuando se miraba al espejo. Sabía que era lo suficientemente atractiva, pero con miles de otras bonitas veinteañeras alrededor que vestían mucho mejor (y con mucha menos ropa) que yo, no era nada extraordinaria. —¡Sí! Eres el paquete completo, Pepper. Hunter ya lo habrá notado. Diablos, no necesitas a Reece o a ningún otro chico para el caso. Tal vez es hora de que vayas a por él, Pepper. Deja de darle vueltas al asunto y ve a conquistar a Hunter. Asintiendo, me quedé mirando a través del parabrisas mientras salía a la calle y dejábamos la franja de bares y restaurantes detrás.

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—Tienes razón. Fue una idea estúpida. —No, no lo fue. E incluso si lo era, creo que fue mi idea, así que cúlpame. Una sonrisa me rozó la boca. La miré. Frunció el ceño cuando se detuvo en un semáforo, y me di cuenta de que se sentía mal. Me relajé contra el reposacabezas. —Nadie me hizo hacer nada. Sé que te das crédito por tus locas habilidades de persuasión, pero yo decidí hacer esto. Me lanzó una mirada escéptica. —¿De verdad? —De verdad. Es posible ir en contra de la gran Emerson. Resopló mientras giraba hacia Butler, la calle principal que atravesaba el campus y cruzaba por delante de nuestro dormitorio. Los edificios académicos estaban en silencio mientras los pasábamos. Varias ventanas superiores brillaban con luz. Me imaginé que había estudiantes dentro, enterrados en trabajos de prácticas. Poseían demasiada ambición como para tener una noche salvaje en el bar. Hace unas semanas habría sido una de ellos, instalándome en mi habitación o en la biblioteca. Era una locura pensar que una llamada de Lila, conocer a un camarero caliente y toparme con Hunter hubiese cambiado todo eso. Me decía que era la combinación de los tres, ¿pero qué sabía? Quizá era hora de un cambio. De salir de la concha en la que me había obligado a meterme la mañana en que mi madre me dejó en la escalera frontal de la abuela. Cualquiera que fuese la razón, un interruptor se había encendido en mi interior. Con la cara de Reece apareciendo por mi mente, sus claros ojos tan agudos y burlones, me sentía vulnerable y desorientada. Era una sensación difícil. Reece no me hacía sentir segura en absoluto, que era todo lo que necesitaba. Todo lo que anhelaba. Mis labios se estremecieron con el recuerdo de su beso, y admití que ya no era lo único que ansiaba. Con suerte las cosas saldrían bien entre Hunter y yo, y luego podría tener ambos —lo que anhelaba y lo que necesitaba. Con un suspiro, apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana. La frescura se filtró por mi mejilla. —Tengo que regresar. Disculparme. —¿Con Reece? —Emerson se detuvo en un lugar vacío frente a nuestro edificio. Tan temprano era relativamente fácil encontrar un buen sitio. Aparcó y se giró para mirarme—. ¿Para qué? —Lo estaba usando.

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Se rio. —Oh, Pepper. Eres demasiado buena. ¿Crees que le importa que le confundieras con su hermano gigoló? Así que coqueteaste con él un par de veces. No hay nada malo en ello. Vi su cara en mi mente otra vez, la ira en sus ojos. Parecía como si le importara. —Creo que le debo una explicación por lo menos. Mentí… lo negué todo y luego hui como una cobarde. Emerson sacudió la cabeza y apagó el motor. —Tienes agallas, te concedo eso. Nos bajamos del coche. Emitió un pitido de bloqueo detrás de nosotros mientras Emerson continuaba. —Los hombres usan a las mujeres todo el tiempo y nunca se disculpan. Mi propio padre está en el top de la lista. Es el rey de los jugadores, incluso a los cincuenta y cuatro. Pasé a través de media docena de niñeras porque usualmente terminaba acostándose con ellas y luego las despedía porque las cosas se ponían demasiado incómodas. — Emerson buscó la llave de su puerta—. Y no me hagas empezar con mi madre y la mierda con la que se casó. Y mi hermanastro. —Sus hombros temblaron con un estremecimiento visible—. Ni siquiera iré ahí. Entramos en la demasiado fluorescente luz que zumbaba como un incesante mosquito. La estudié casi con cautela mientras apretaba el botón para subir del ascensor. Raramente hablaba de su padre, y su madre era un tema muerto. Ni siquiera sabía que tenía un hermanastro. Esto me dio una nueva perspectiva de ella y confirmó lo que siempre había sospechado. Que había más debajo de la superficie. Era más que la chica fiestera despreocupada que tonteaba con un chico diferente cada noche. No iba a presionarla para que hablara. Después de que mi padre muriese, hubo algunos perdedores en la vida de mi madre. Nunca salía con los tipos decentes y establecidos. Algunos de sus novios eran tan malos que aprendí a estar agradecida por aquellos que no me veían. Aquellos que miraban a través de mí como si no estuviera. Sí. Em podía guardarse sus secretos. Tenía los míos propios. A medida que entrábamos en el ascensor, sus ojos se agrandaron, el brillante azul en ellos más duro de lo que había visto nunca. —No le debes nada, Pepper. —Quizá —cedí. Pero aun así tenía que verle de nuevo.

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11 Traducido por Val_17 & CrisCras Corregido por Gaz Holt

—Oye, abuela, ¿cómo te va? —Aplasté el teléfono entre el hombro y la oreja mientras me quitaba los pantalones color caqui que eran reglamento para todos los empleados de Little Miss Muffet Daycare. —Oh, Pepper, querida, ¿cuándo vienes a casa? Era la misma pregunta que siempre hacía. A pesar de que escribía las fechas de mis descansos en el calendario junto a la nevera, nunca se fijaba en eso. —La semana de Acción de Gracias. Iré el miércoles anterior. Tengo que trabajar ese fin de semana. —Le hice una mueca a mi reflejo en el espejo mientras me desabrochaba la blusa. La trenza firmemente construida se había deshecho hace horas. No había resistido bien contra las discusiones con los niños. Desabroché la banda del ya desenredado desastre. —Necesitan un conteo exacto para la cena de Acción de Gracias. Sacudí la cabeza por su reprimenda, pero no dije nada. —Bueno, confirma para dos. —La cena solía ser atendida por Hardy’s, una cafetería local que hacía un pavo asado decente y relleno. Los ancianos llenaban la sala temprano, como a las 10. Sería la única de menos de setenta en la habitación. Pero al menos ya no tenía que preocuparme por mi abuela cocinando una gran comida. En mi primer Acción de Gracias con ella insistió en cocinar todo por sí misma. Iba a freír el pavo. Afortunadamente, una hija que visitaba a su madre en la casa de al lado notó la freidora de mi abuela afuera y llegó a investigar, deteniéndola a segundos de que dejara caer un pavo congelado en la olla de aceite hirviendo y quemara nuestra casa —y a nosotras. —Lo haré. ¿Solo dos? Dudé. Nunca había preguntado eso antes. —Sí. —Porque la nieta de Martha Sultenfuess acaba de comprometerse. Aún no tienes novio, ¿verdad?

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—¿No tiene la nieta de la Sra. Sultenfuess unos treinta años? —¿Los tiene? Pensé que eran de la misma edad. —Tengo diecinueve, abuela. Rosco comenzó a ladrar en el fondo. Me podía imaginar al Yorkie de pie en la puerta pantalla, pidiendo que lo dejaran salir. —Tu padre se casó cuando tenía diecinueve. Me quedé en silencio, aturdida incluso de que hubiera dicho eso. ¿Sinceramente estaba sosteniendo el matrimonio de mis padres como una especie de ejemplo que debería seguir? Tomé una respiración profunda y me recordé que la abuela siempre había sido un poco frívola. Una vez, en octavo grado, abrí la bolsa del almuerzo para encontrar una lata de judías verdes, una botella de jugo de ciruela y el control remoto. Eso había conseguido un montón de risas y me hizo ganar un par de apodos desagradables. Pero lección aprendida. Empaqué mis propios almuerzos después de eso. Para mi primer año, cuidé de ella más que ella de mí. Dejar la casa para ir la universidad no fue la decisión más fácil, pero me obligué a hacerlo. No podía dedicarle mi vida. Ella no quería ni esperaba eso de mí. Ahora, a los setenta y nueve años, no había predicción de lo que diría o haría. Esto último era un punto muy real de preocupación en mí. Me preocupaba que pronto necesitara mudarse a un hogar de ancianos. Odiaba considerarlo. Y así lo hacía mi abuela. La primera y última vez que se lo mencioné, ella comenzó a llorar tan fuerte que no había tenido la valentía de sacar el tema de nuevo. La observaría en Acción de Gracias y decidiría si necesitábamos revisar la conversación. —Encontraré a alguien algún día —le aseguré. Por alguna razón, la imagen de Reece cruzó por mi mente. ¿Qué pensaría la abuela si llevara a casa a un camarero tatuado y con piercings? Probablemente que era muy parecida a mi madre. —Bueno, no voy a estar por ahí para siempre, Pepper. Me gustaría verte establecida antes de que llegue mi hora. —Oh, abuela. Vas a vivir para siempre. —Es lo que siempre decía cada vez que ella traía a colación la muerte. Ella se echó a reír. —Dios, espero que no. Me quedé callada. No quería pensar en perderla. Cuando la abuela se hubiera ido, realmente estaría sola. La emoción brotó de mi garganta. La primera vez que fui a vivir con ella, la idea de perderla me aterrorizó. Ya había perdido a todos y a todo. No me quedaba nadie. Asumí que

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finalmente también la perdería. Me tomó algunos años aceptar que no iba a abandonarme. Solía asustarme cada vez que cogía un resfriado. Cuando se rompió la pierna y tuvo que quedarse unos días en el hospital, no pude comer ni dormir hasta que estuvo de vuelta en casa. —Debo ir a estudiar, abuela. —Me las arreglé para soltarlo sin sonar demasiado emocionada. —De acuerdo. Sé una buena chica. —La abuela decía eso al final de cada llamada. Sé una buena chica. Si solo supiera que estaba de camino a la exploración sexual. Después de colgar, terminé de cambiarme de ropa. Vestida con cómodos pantalones de chándal y una sudadera de la Universidad de Dartford, caí de nuevo en mi cama con mi copia de Madame Bovary. Estaba casi terminándolo, lo cual era bueno, considerando que tenía una prueba de literatura mundial mañana. Resaltador y lápiz en mano, me perdí, siguiendo las hazañas de Madame Bovary y prometiendo nunca convertirme en una esclava de mis tarjetas de crédito. Ya era bastante malo que tuviera préstamos universitarios. Mientras seguía leyendo, sentí una incómoda similitud entre Madame Bovary y yo. Justo como yo, ella estaba muy comprometida con una idea de lo que pensaba que debería ser su vida. Sacudiendo la cabeza, me dije que mi enamoramiento con Hunter no era superficial y poco saludable. Él era bueno. Amable, confiable y seguro. Era todas esas cosas. Yo no era Madame Bovary. —Oye, ahí. Miré a Georgia apoyada en el marco de la puerta. Estaba en su ropa de correr. Audífonos colgaban de su cuello. —Hola. ¿Cómo estuvo tu carrera? Cayó sobre la cama junto a mí. —Brutal. Pagando por mi semana de atracones de comida chatarra. Realmente me comí el estrés mientras estudiaba para mi examen de finanzas. Luego entró Em, campante. —Deberías interesarte en estudio de las artes, como yo. —Aun tienes que tomar tus clases principales —le recordé. —Y estoy casi terminando con eso. —Ella encogió uno de sus esbeltos hombros—. Ahora estoy en cosas que disfruto. Lo que definitivamente no son las finanzas. —Hizo una mueca y sacudió la cabeza hacia Georgia. —Tal vez si fuera un genio del arte, no me interesaría en los negocios.

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Em le lanzó una sonrisa. —Eres dulce. Espero que mis cosas terminen en una galería algún día, para no acabar enseñando arte en la escuela secundaria. —Como si eso fuera a pasar. —Georgia se rio—. Papi te salvará. La sonrisa de Emerson se desvaneció, y no podía dejar de recordar lo que había compartido sobre su padre. Supongo que Georgia no era consciente de eso o lo olvidó. Decidiendo cambiar de tema, pregunté—: ¿Cuáles son sus planes para la noche? Emerson se iluminó. —Soy toda tuya. —Harris tiene un proyecto para trabajar. —¡Genial! —Emerson aplaudió—. Salgamos. Sólo nosotras tres. —Hay un nuevo lugar tailandés sobre el Roosevelt. Se supone que es realmente bueno. Podríamos probarlo —sugirió Georgia. Asentí. —Eso suena bien… —Y esa nueva película de Bourne… —Podemos ver una película en cualquier momento. —Emerson hizo un puchero. —Podemos ir a un bar en cualquier momento —contratacó Georgia. Inhalé. —Quiero volver a Mulvaney’s. Mis amigas se quedaron en silencio por un momento. Sabía por la expresión incierta de Georgia que Emerson se lo había contado todo — específicamente mi humillación al descubrir que Reece no era el camarero con el que había esperado conectar. No, ese era su hermano pequeño. La vergüenza aún picaba. —¿Quieres volver? —preguntó Georgia—. ¿Estás segura? —Sí. Necesito hablar con Reece. Emerson me miró, y me preparé, esperando que me recordara de nuevo que no le debía una explicación. Por suerte, las palabras nunca llegaron, porque no podía salir de esto sola. No quería que él pensara que era como cada chica que entraba por esas puertas, atraída por los rumores de Logan y lista para probar. Había pensado que yo era diferente. Eso es lo que más me molestaba. Ya no creía que hubiera nada especial en mí. —Entonces iremos —dijo Emerson finalmente, su expresión inusualmente solemne. Se acercó a mi armario—. Está bien. ¿Qué vas a usar entonces?

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—Algo caliente —suministró Georgia. —Por supuesto —respondió Emerson, deslizando perchas una tras otra—. Vamos a hacer que lamente haber dejado ir a nuestra Pepper. —Él no me dejó ir, exactamente. Me escapé. —Eso es porque estaba siendo un idiota. Así que ¿querías usarlo para aumentar tu destreza sexual? Gran cosa. ¿Qué chico no está ansioso por una ligue sin ataduras? Al parecer, Reece. —Creo que la clave aquí es que su ego fue herido —explicó Georgia—. Pepper pensó que era su hermano. —Bueno. Entonces necesitas hacerle olvidar por qué estaba tan ofendido. —Emerson hizo una pausa y se dio la vuelta, estudiándome—. Espera. Asumo que eso es lo que quieres hacer. ¿Todavía te sientes caliente por él? ¿Es a él al que quieres para ponerte al corriente? Debería estar acostumbrada a la franqueza de Emerson a estas alturas, pero ella siempre me podía atrapar con la guardia baja. Miré de ella a Georgia, que se veía tan tranquila y segura de sí misma como si ella ya supiera la respuesta. —Sí —asentí, sintiendo mis mejillas calentarse. Si iba a recibir clases en el juego previo, quería que fueran de él. No había sido capaz de olvidar ese único beso. Ciertamente no iba a renovar mi búsqueda e ir detrás de algún tipo nuevo. Un extraño. O bien era Reece o nadie. Sólo tendría que esperar y rezar para atraerlo a mi torpe manera. —De acuerdo. —Emerson me miró con comprensión. Sólo que no estaba demasiado segura de lo que ella entendía. —Todavía quiero a Hunter —dije, asegurándome de que no había confusión. —Por supuesto. Por supuesto. —Ella asintió, y luego se giró hacia el armario. Apoyando la mano en su delgada cadera, estudió el contenido por un momento más antes de que sacara un par de pantalones oscuros— . ¿Georgia? ¿Qué camiseta crees que conjunte? —Ella levantó una ceja, esperando su consideración. —El suéter azul con cuello doblado. Al lado derecho del armario. —Gracias. —Asintiendo, Emerson fue a buscar en su habitación. —Ya sabes, Pepper —dijo Georgia, cruzando sus piernas vestidas de lycra—, el mundo no se acabará si terminas con alguien que no sea Hunter.

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Todo dentro de mí se apretó, resistiéndose a la idea. —Pero yo quiero a Hunter. Siempre lo he hecho. —Siempre había querido ser una Montgomery—. Y por una vez no parece una cosa tan imposible. —Nunca pensé que fuera imposible. Especialmente no ahora que él está soltero. Sería afortunado de tenerte. Cualquier tipo lo sería. —Ella cruzó las piernas. Juntando las rodillas, se deslizó hacia el borde de mi cama y me miró con seriedad—. Pero, a veces, lo que quieres no es lo que necesitas de verdad. —Suenas como una galleta de la fortuna —bromeé, pero sus palabras crearon un agujero dentro de mí. No podía explicar por qué quería a Hunter. Simplemente lo hacía. Sólo sabía que era él, esa cosa que había estado buscando desde… desde siempre. Como si pudiera leer mis pensamientos, preguntó—: ¿Por qué tiene que ser Hunter? La pregunta me caló muy hondo. Trajo a mi mente a mi madre y a un oso de peluche, dos cosas que nunca podría recuperar. —Oh, no lo sé. —Incliné la cabeza y la miré con agudeza—. ¿Por qué tiene que ser Harris? Ella parpadeó, sorprendida por mi rápida réplica. Suspiré y miré hacia la ventana, arrepintiéndome de mi actitud defensiva. —He estado con Harris desde la escuela secundaria —respondió de manera uniforme. Asentí. No estaba tratando de insinuar que su relación con Harris fuera de alguna manera deficiente. ¿Qué sabía yo sobre relaciones? Por todo lo que había visto, Harris era un gran tipo. —Supongo que lo que estoy tratando de decir es que has estado aquí durante más de dos años sin una cita. Y nunca tuviste citas en la escuela secundaria. Tal vez deberías salir con otros chicos en vez de depositar todas tus esperanzas en Hunter. Las palabras eran difíciles de escuchar… especialmente teniendo en cuenta lo comprensivas que habían sido siempre Emerson y Georgina con mi determinación de tener a Hunter. De repente me sentí acorralada. Atraje mis rodillas hacia mi pecho y me deslicé hacia atrás sobre la cama hasta que mi columna quedó alineada con la pared de ladrillo. —No han estado haciendo cola exactamente para pedirme salir, Georgia. —Porque no has querido que lo hagan. Los chicos necesitan un poco de aliento, y no has mostrado una sensación de “estoy disponible”, exactamente.

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Me crucé de brazos, incapaz de negar eso, pero aun así sin que me gustara escucharlo. —Bueno, ahora lo estoy, ¿cierto? Ella ladeó la cabeza. —¿Con este camarero? ¿Se supone que él cuenta? Pensé que era sólo un rollo. Enterré la cabeza en mis manos y gemí. —Sí. No. No lo sé. —¡Lo encontré! —Emerson volvió a la habitación. Sacudió su pulgar por encima de su hombro—. ¡Ahora date prisa y dúchate! Georgina sonrió. Agarré mis utensilios de baño y mi bata, contenta de dejar atrás la charla “casi seria”. Emerson hizo un pequeño baile. —¡Vamos a romper algunos corazones esta noche! Con tal de que no fuera el mío.

El bar era el habitual mercado de carne para una noche de fin de semana —es decir, solo un sitio para estar de pie. Grupos de chicos y chicas se movían por ahí, hablando y bebiendo. Pero sus ojos estaban siempre en movimiento. Escaneando. A la caza. Tan pronto como entramos, chicos hicieron contacto visual con nosotras y trataron de entablar una conversación. Emerson se detuvo justo en el interior de la puerta, en donde el aroma de pepinillos fritos me tentó incluso después de la cena que acabábamos de tomar en el nuevo sitio tailandés. —¿Cuál es tu plan? Eché un vistazo desde ella a la masa caliente de humanidad que nos rodeaba. Incluso con el frío que hacía afuera, los rostros estaban sonrojados por el calor de la habitación. Y tal vez el alcohol fluyendo libremente también tenía algo que ver con ello. Me puse de puntillas, tratando de ver la barra. —Creo que simplemente voy a ir directamente hacia él. Emerson arqueó una ceja. —Eso es directo. Y no exactamente tu estilo. —No tiene sentido retrasarlo. —No después de la última vez que estuve aquí. No iba a fingir una pérdida de memoria. Hui de él. Probablemente había terminado conmigo ahora. —Buen plan. —Georgia asintió—. Nada de juegos. Hicimos nuestro camino hacia la barra. Vislumbré a Reece a través de las grietas que se formaban entre los cuerpos a medida que nos

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poníamos en fila. Me puse de puntillas, tratando de obtener una vista mejor, captando sólo la curva de su cabeza, la oscura sombra de su pelo casi rapado. Con la mirada todavía fija en él, les dije a mis amigas—: Puedo manejarlo desde aquí. —¿Estás segura? —Em no sonaba convencida. —Sí. —Por alguna razón, incluso aunque ellas sabían todo lo que había ocurrido hasta ahora, humillarme ante Reece no era algo que quisiera hacer enfrente de ellas. Emerson escaneó la habitación abarrotada y señaló. —Allí. Podemos conseguir esa mesa. Una rápida mirada reveló que la mesa estaba ocupada por dos tipos que ya estaban comiéndose con los ojos a Emerson en su minifalda. Georgia la siguió a través de la multitud, dejándome en la fila. Esperé pacientemente, arrastrándome hacia delante hasta que me quedé ante el mostrador. Reece estaba de espaldas a mí. Observé la oscura tela de su camiseta estirarse mientras se inclinaba y luego se enderezaba. Cuando se dio la vuelta, su mirada aterrizó en mí. Se quedó inmóvil por un momento, sus ojos azul claro penetrantes. —¿Qué estás haciendo aquí? Me humedecí los labios y miré tímidamente a las personas que se aplastaban a cada uno de mis lados, poco feliz de difundir nuestra conversación, pero sin ver otra opción. Ignorando a todos los demás, hablé por encima del estruendo. — Quería verte. Él alzó una oscura ceja —la del piercing— mientras llenaba la jarra. —¿Sí? Que divertido, teniendo en cuenta que la última vez que hablamos saliste corriendo como si alguien hubiera gritado “fuego”. Entregó la jarra y recogió el dinero de un cliente, una chica que me miró de arriba abajo como si fuera algo sucio pegado a la suela de su zapato. La miré hasta que se marchó, luego volví a mirar a Reece. —Eso no fue exactamente una conversación. —¿No? —Fue más como una inquisición. Sus labios se curvaron en una sonrisa de apariencia torcida. — Llámalo como quieras. Te tengo calada ahora, Chica Buena.

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Me ericé ante eso, especialmente por la forma en que lo dijo — como si lo último que me considerara fuera buena. —Tú no me conoces. — Nadie lo hacía. —Sí. A la mimada niña universitaria no le gustaba lo que estaba oyendo, así que huyó. Está bien, tal vez eso era en parte cierto. Pero no era mimada. En última instancia, me estaba llamando cobarde. Débil. Una pequeña voz susurró a través de mi mente como un viento helado: ¿No es eso lo que haces? ¿Lo que has hecho toda tu vida? ¿Siempre, desde que mamá se deshizo de ti? Correr. Esconderte. Enterrarte para alejarte del mundo. Obsesionarte con un chico que no sabe que existes. Al menos no en la forma en que quieres existir para él. Fingir que perteneces a una familia que no es la tuya. Mis ojos comenzaron a arder por el cruel bombardeo de pensamientos. Absorbí una respiración en mis comprimidos pulmones y me mantuve firme, negándome a huir otra vez sólo porque la conversación no iba a mi manera. —Vine aquí a disculparme. Él me miró fijamente un largo rato, ignorando a la chica que se había puesto frente a él, con dinero apretado en su mano. Ella le miró, expectante, pero él siguió mirándome. Finalmente se cambió a otro camarero. Retorcí mis dedos hasta que estaban entumecidos y no les circulaba la sangre. —Había oído rumores acerca de tu hermano. Tenía una descripción de él… y asumí que eras tú esa primera noche. Tal vez quería que fueras tú. Después de que me ayudaras con mi coche esa noche, quería que fueras tú —admití con un solo asentimiento. Él continuó mirándome, sin hacer nada para aliviar mi vergüenza. Seguí hablando. —Fue tonto. Lo siento. Vine aquí buscando… —No podía decirlo. Era demasiado mortificante. Cruzó los brazos sobre su pecho, esperando. Era una postura intimidante. Nadie se acercaba a él en la barra con ese aspecto. Le echaban una mirada, me miraban a mí, y se desviaban a otro camarero. Tal vez yo también debería haberme alejado. Excepto que había venido aquí a hacer esto. —Yo… —Deteniéndome, reuní mi aliento, mi coraje, y me lancé de cabeza—. Hay un chico que me ha gustado desde siempre, y no soy exactamente experimentada, pero pensé que ayudaría si podía ganar algo de experiencia de alguien que supiera lo que está haciendo. Ya

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sabes. Si yo pudiera ser mejor en… en esas cosas. El material íntimo. Toda la acción chico-chica. —Solté mis dedos e hice un gesto entre él y yo. Ya está. Lo había dicho. Y sonó casi tan mal como pensé que lo haría. Encontré su mirada de frente, con la esperanza de que el hecho de que estuviera temblando por dentro no se mostrara en el exterior. Él no reveló nada. Era como si mis palabras no hubieran tenido ningún impacto en él. Era como una especie de soldado estoico y de frente duro mirando al enemigo. Sólo que ese enemigo era yo. Finalmente, habló—: Entonces, buscando un compañero para follar?

¿estás

diciendo

que

estabas

Sentí tanto como vi a un tipo a mi lado girar su atención hacia mí. —Cariño. —Se inclinó, su hombro frotándose con el mío. —¿Q… qué? —balbuceé—. ¡No! Reece pasó su dura mirada al otro tipo. —Piérdete. Ahora. El tipo alzó ambas manos a la defensiva y retrocedió. Inhalé otra vez, luchando para recuperar la compostura. Había dicho suficiente. Me disculpé. Hice lo que había venido a hacer aquí. Ahora podía marcharme. —Sólo quería decirte que lo sentía. Girándome, me moví hacia atrás a través de la barra, yendo en línea hacia la mesa en donde Emerson y Georgia esperaban. Esperaba que no quisieran quedarse. Sólo quería irme a casa. La vergüenza todavía estaba allí, pero al igual que una tirita arrancada, el escozor ya se desvanecía. Tenía la esperanza de que mañana no se sintiera en absoluto. Todo esto sería un vago recuerdo. Mi tiempo dando vuelta por Mulvaney’s había llegado a su fin. Por alguna razón, esa idea me causó otro escozor. Las chicas me vieron y me saludaron con la mano, sus ojos brillando con preguntas. Le hacían muy poco caso a los tipos que estaban esforzándose tanto por su atención mientras yo explicaba cómo había ido la conversación con Reece. De repente, la mirada de Emerson se desplazó un poco más allá de mi hombro. Sus ojos se abrieron mucho en su cara. Me di la vuelta en el momento exacto en el que Reece me alcanzó. Abrí la boca y empecé a decir algo por encima del estruendo del bar. Ni siquiera estoy segura de qué quería decir porque su mano se envolvió alrededor de la mía, expulsando cada pensamiento de mi cabeza. Hablar era imposible.

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12 Traducido por Diana & Annie D. Corregido por ElyCasdel

Sus fuertes dedos rodearon los míos mientras su mirada escaneaba mi cara, observándome, buscándome de una manera que me hizo retorcerme. La sala latía ruidosamente en mis oídos. Un vaso se rompió cerca de la barra y ni siquiera miró hacia allí. Sin decir ni una palabra, se giró, tirando de mí detrás de él. Me maravillé de cómo los cuerpos parecían apartarse de él. Ni siquiera usó los codos. Se limitó a atravesar la multitud. —¿A dónde vamos? —grité a su espalda, recuperando mi voz. Ni siquiera miró hacia atrás. Y, sin embargo, sabía que me había escuchado. Sus dedos se apretaron ligeramente alrededor de mi mano. Un horrible pensamiento se apoderó de mí. Al pasar por la gran longitud de la barra y caminar por la rampa que conducía a una pequeña habitación trasera donde se servía la comida, le pregunté—: ¿Me estás echando? Tan mortificante como eso sería, podía hacerlo. Trabajaba aquí, después de todo. ¿Lo haría? ¿Había llegado a eso? Nos acercamos al mostrador donde una chica en una clásica camiseta de Mulvaney’s garabateaba órdenes en un bloc de notas y luego metía los pedazos de papel detrás de ella, en una ruleta, para los cocineros. La cola para la comida era mucho más corta que la cola de las bebidas, pero unas pocas personas esperaban, ansiosos por una hamburguesa para acompañarla con su cerveza. Los pasamos. Reece levantó el mostrador y me llevó tras él. La muchacha que toma los pedidos de comida miró hacia arriba. —Mike está al cargo —le dijo. Su mirada se desvió de él a mí, y su boca se abrió en una pequeña “O” de sorpresa.

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Cruzamos la cocina, más allá de los dos cocineros de fritura con redes sobre sus cabezas. Reece se detuvo frente a la puerta de la despensa. Sacó un juego de llaves, la abrió y tiró para abrir la puerta de par en par. Mirando dentro, no vi los estantes de suministros que esperaba. Un conjunto de escaleras se extendía por delante de nosotros. Me tiro detrás de él y cerró la puerta. El latido de mi corazón se aceleró. La sangre corrió a mis oídos por su proximidad. Por nuestra repentina soledad. Al instante los sonidos del bar se amortiguaron, como si alguien hubiera bajado el volumen con un mando a distancia. Una luz brilló desde lo alto de las escaleras, salvándonos de la oscuridad total. No es que nos quedáramos mucho tiempo en la parte inferior de las escaleras. Me llevó tras él, sus cálidos dedos aún doblados sobre los míos. Nuestros pasos resonaban en la escalera de madera, reverberando en el espacio estrecho. Los pasos nos llevaron abruptamente a una habitación abierta. Pisos de madera, paredes de ladrillo. Algunas fotografías instantáneas enmarcadas se encontraban esparcidas aquí y allá. En las paredes. Apoyadas en una estantería. El lugar era grande, equipado con una cama, espacio de oficina y sala de estar. Una cocina ocupaba la esquina de la derecha. Un sofá oscuro se ubicaba delante de una gran pantalla. Por lo demás no tenía demasiada decoración. Típica casa de chicos, supuse. No es que yo hubiera estado dentro de muchas. Me soltó la mano y se dejó caer en una silla. Observé en silencio mientras se desataba las botas. —¿Vives aquí? —Me las arreglé para decir. —Sí. —Solo eso. Solo un monosílabo. La primera bota cayó al suelo. No me miró mientras trabajaba en la segunda. —¿Solo tú? —Duh. ¿Creía que todos los camareros dormían aquí arriba? Me lanzó una mirada rápida. —Soy dueño del lugar. —¿Mulvaney’s? ¿Eres el dueño? —Ha estado en mi familia desde hace cincuenta años. Soy Reece Mulvaney. Mi padre lo dirigió hasta hace dos años. Ahora lo hago yo. —Oh. —No sé por qué eso no cambiaba nada, pero de repente lo hizo. De repente me sentí más incómoda. Había crecido en este lugar. Lo había visto todo. Todo. Toda clase de tontos y cachondos estudiantes

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universitarios caminando a través de las puertas. Pensé en mi confesión anterior. Había venido aquí en busca de experiencia. Dios. Debía pensar que era la más tonta de todos. Enterré las manos en mis ajustados bolsillos, observando, esperando que dijera algo más. Para explicar qué era lo que pensaba. Lo que hacíamos aquí. Lo que yo hacía aquí. Se puso de pie con un movimiento fluido. Moviéndose como una especie de gato salvaje. Sin esfuerzo y con gracia. Sus ojos se posaron en mí con atención, brillando de esa extraña manera, como iluminándose desde el interior. Se acercó, no rápido, pero con pasos sencillos. Se detuvo frente a mí, dejando solo unos centímetros de distancia entre nosotros. No podía respirar. El aire me abandonó, pero no podía recuperarlo. Fijé mi mirada en su pecho, de repente demasiado agobiada por los nervios como para levantar la mirada a su cara, y planteó un problema completamente nuevo para mí. Por qué solo podía pensar en lo fuerte y amplio que se veía su pecho. Solo podía mirar boquiabierta la piel dorada que se asomaba de su cuello. Luego, sus manos estaban en mi cara, sus palmas ahuecando mis mejillas, sus dedos enterrándose en mi pelo. Mi cuero cabelludo apretado y hormigueando. Me obligó a levantar la cara. Vi el destello de sus pálidos ojos azules antes de que su cabeza descendiera, y todo lo demás se perdió excepto esto. Él. Sus labios sobre los míos. Abrasadoramente calientes. Era solo su boca, sus manos agarrando mi cara, mi cabeza. Su lengua acarició mi labio inferior. Di un grito ahogado y se aprovechó, arrastrándola hacia adentro, y me llenó con su sabor. Me incliné hacia delante, derritiéndome contra él. Su dura longitud contra mí me hizo sentir mareada, sin huesos. La sensación me abrumó. No había duda de su poder, de su fuerza. Irradiaba de él en oleadas, y tan embriagador como era todo esto —todo de él—, también me asustó un poco. Como una de esas atracciones del parque de diversiones en donde caes del cielo y luego te echan hacia atrás un segundo antes de golpear contra el suelo. Me sentía lejos de estar segura en estos momentos. Rompí el beso para buscar aire, en pánico y jadeando. —Espera, por favor. —Mi voz tembló al mirar hacia las escaleras, evaluando mis opciones de escape. Mis ojos hicieron un escaneo rápido, confirmando lo que ya sabía. Me hallaba totalmente bajo su control.

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¿Cómo de loca era esta situación? Dejé que me trajera hasta esta sala. Yo no haría eso. Eso no es quién yo era. —¿Qué? —Su voz era firme, con sus manos todavía ahuecando mi cara, cada uno de sus largos dedos era una ardiente marca. Luché contra las oscuras ansias que me instaban a tirarme devuelta hacia él y seguir besándolo. Tragué un respiro, ordenándome pensar en esto e ignorar a la pequeña voz en mi cabeza (que se parecía mucho a Emerson) instándome a saltar sobre sus huesos. Evitando su mirada, inspeccioné su loft como si pudiera encontrar una solución en el gran espacio. Mi atención se desvió hacia la cama. Y se quedó allí. La actividad en el bar era un zumbido bajo y estable por debajo de nosotros. Al igual que el retumbar del vientre de una bestia. Todo me recordaba que había gente debajo de nosotros, también podríamos haber estado en una isla desierta. Estábamos realmente solos. Éramos solo él y yo. Nosotros. Debió de haber leído algunas de mis ansiedades. Sus manos se establecieron en mi cara. Subí mi mirada mientras él bajaba la cabeza. Me besó, capturando mi labio inferior con sus dientes. Mi vientre dio otro salto. Sus dientes liberaron mi labio y lamió la sensible carne. Gemí. Sus labios se movieron contra mi boca, hablando. —No te preocupes. No lo hago con vírgenes. Y luego me besó de nuevo, su lengua adentrándose en mi boca, sus manos se zambulleron a través de mi cabello y sostuvieron mi cabeza, inclinándome hacia la caliente presión de sus labios, sin ninguna oportunidad de hablar. Como si pudiera formar palabras coherentes. Solo dos pensamientos me golpearon. Oh, mierda, ¿es tan obvio que soy virgen? Y: ¿Por qué se molesta conmigo si no hay posibilidad de sexo para él? Sin embargo, todo se hizo rápidamente irrelevante. Su boca me consumía, borrando todo lo demás. El beso siguió y siguió. Su lengua me exploró, hasta que tuve más confianza. Toqué su lengua con la punta de la mía. Hizo un bajo gruñido de aprobación y pasó un brazo alrededor de mi cintura. En un solo movimiento, me levantó de mis pies lo suficiente para poder caminar a través del loft. Las puntas de mis botas rozaban el suelo. Di un pequeño chillido. Mis manos se aferraron a él, mis brazos se envolvieron con fuerza, como cuerdas, alrededor de sus hombros, que se tensaron. Cuando se detuvo, sus brazos se aflojaron a mi alrededor. Me deslicé a lo largo de él y mis pies volvieron al suelo. Mi cabeza, sin embargo,

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quedó perdida por algún lugar en las nubes. O, precisamente, perdida en algún lugar entre el sabor de su boca y la sensación de su cuerpo contra el mío. De repente, el cálido roce de su callosa mano contra mi mejilla desapareció. Retrocedió. Me tragué un gemido de desilusión y me detuve justo antes de alcanzarlo y tirarlo de él de vuelta por la parte delantera de su camisa. Con sus ojos fijos en mí, se sentó en la cama y me dejó de pie delante de él. Me moví sobre mis pies, sin saber qué ocurría y tratando de que todo se viera de manera sofisticada y cómoda. No tenía sentido. Después de todo, me había llamado virgen. Y había admitido que vine aquí en busca de experiencia. Eso como que me hizo animarme. Sus ojos pálidos brillaban en la débil luz rojiza de la lámpara del suelo. Decidiendo actuar, me adelanté para seguirlo, pero negó con la cabeza, sus ojos brillaban como fragmentos de vidrio. Recostado sobre el colchón, apoyó los codos en la cama, luciendo casual. —Quítate la ropa. —La solicitud era todo menos casual, y sin embargo, lo pronunció como si me estuviera preguntando si le podía pasar la sal. Un extraño sonido estrangulador salió de mi garganta. Luché contra él, empujándolo hacia atrás, y traté de sonar casi normal. —¿Qué? Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome. —Tú querías aprender sobre el juego previo. ¿No es por eso que viniste en busca de mi hermano? Mi cara se calentó por el recordatorio. —Bueno, me tienes. —Anunció esto como si fuera, de alguna manera, el segundo lugar. Lo cual era ridículo. Logan era caliente, pero parecía el líder de una banda de chicos. Reece. Reece era algo completamente distinto—. Ahora. Quítate la ropa. Me temblaban las manos. Si no fuera por su seguridad de que no lo hacía con vírgenes, estaría corriendo hacia la puerta. Probablemente. Me mojé los labios y mi estómago se apretó por la forma en que sus ojos siguieron el pequeño movimiento. No se perdió nada. Tragando, le pregunté—: ¿No eres de esos tipos que se saltan el juego previo y van directo a ello? —Yo soy el que tiene experiencia. ¿Vas a confiar en mí?

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Era mi turno de mirarlo, acostado tan deliciosamente sobre la cama, luciendo tan fácilmente caliente. Como si recoger vírgenes en el bar y traerlas aquí fuera algo que hacía todo el tiempo. No pensé que ese fuera el caso, pero el monstruo verde de los celos todavía se encontraba dentro de mí. No quería tener en cuenta si había hecho esto antes. Que se hubiera acostado allí en su cama e invitado a otras chicas a quitarse la ropa para él. Aunque la presunción de su experiencia fue lo que me trajo a este momento, me gustaría pensar que fui la primera en ver el interior de esta habitación. —¿Debería confiar en ti? —Levanté la barbilla en un intento de lucir más valiente de lo que me sentía—. No es como si te conociera. —Pero lo hacía. Al menos un poco. Sabía que era el tipo de hombre que ayudaba a una mujer varada junto a la carretera. Sabía que era bueno con los niños. También era el tipo de persona que se ofendía cuando era confundido con el prostituto de su hermano. Tenía escrúpulos. —No vamos a hacer nada que no quieras hacer —explicó—. Quítate la ropa… luciendo sexy mientras lo haces. —Una esquina de su boca se levantó—. Bueno, eso es muy excitante. ¿Y no es eso lo que quieres aprender? ¿Cómo encender a un tipo? Un tipo en especial, ¿cierto? Hunter. Sí. Mi mente saltó al recuerdo de él. Mi propósito. La razón por la que me hallaba aquí. Eso era exactamente. Asentí con la cabeza. —Bueno. Entonces, ¿a qué estás esperando? ¿A qué esperaba? Me mordí el labio, tratando de decidir. La lógica y el pulso caliente del deseo en mis venas me animaron sucesivamente. Sí. Solo hazlo. Imagina que el miedo se ha ido, y vive por una vez. —Mira. —Se sentó en la cama—. Igualaré movimiento por movimiento —ofreció. Porque tipos como él eran tímidos para desnudarse. Claro. Como si eso de alguna manera me hiciera sentir mejor sobre desnudarme delante de él. Alcanzó la parte de atrás de su cabeza y agarró un puñado de su camisa. De un tirón, sacó la tela gris oscuro por encima de su cabeza. Una cinta invisible se apretó alrededor de mi pecho. Santa sensualidad. Mi mirada lo devoró. Piel bronceada. Abdominales marcados. Mi boca babeó y se secó al mismo tiempo. Ahora podía ver que el tatuaje que cubría su brazo se extendía hacia su pecho, el diseño de fauna cubriendo su pectoral izquierdo. También había una especie de escritura que se estiraba a lo largo de su tórax. Palabras que no podía descifrar desde donde me encontraba. —Eso es ridículo. —Respiré, asombro y lujuria giraban a mi alrededor como un elixir embriagador. No me había dado cuenta de que dije las

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palabras en voz alta hasta que cerró el espacio entre nosotros, haciendo que la cinta alrededor de mi pecho se apretara aún más. Una de las esquinas de su boca se levantó, curvándose ligeramente. —Primer consejo: no llames ridículo a un tipo cuando está desnudo frente a ti. Eso podría acomplejarlo. Nunca hubiese podido imaginar que Reece tuviera un complejo. No por la manera en que lucía. Examiné su pecho plano y su torso delgado con músculos claramente marcados. No podía dejar de comérmelo con los ojos. La pretina de sus pantalones era baja, revelando una tira fina de la elástica negra que pertenecía a sus calzoncillos. —Tu turno… quiero decir, si ya terminaste de mirar. Dudé que alguna vez pudiera terminar de mirarlo. Arrastré mi mirada desde ese delicioso pecho de regreso a su cara. Su voz sonaba diferente, mas áspera y profunda, un retumbo bajo que causó una reacción física en mi piel. Sus ojos también lucían diferentes. El azul claro era humeante, como la niebla llegando del mar. Observaba con una profunda intensidad que hacía temblar mis manos mientras alcanzaba el dobladillo del suéter de Georgia. Puedo hacer esto. Lo pasé por encima de mi cabeza rápidamente, antes de perder el valor. Una rápida mirada hacia abajo confirmó que no usaba mi acostumbrado sostén de algodón blanco. Gracias a Dios. El pálido satín rosado rodeaba mis senos altos. Su mirada se movió lentamente sobre mí, evaluando, y me sentí desnuda a pesar de que aún usaba el sostén. En mayo habría chicas bronceándose en el patio usando bikinis con menos tela que esta. —Lindo —dijo suavemente. —Gracias. —No necesitas pararte como si estuvieras enfrentando un pelotón de fusilamiento. —El retumbar de su voz no hizo nada para calmar mis nervios. De hecho, tal vez pude saltar un poco ante el sonido. Se movió hasta el borde de la cama y estiró un brazo para llegar a mí. Sus dedos se curvaron alrededor de mi cintura y tiró de mí, esa media sonrisa seguía allí, acariciando sus labios. Fui hacia él con pasos vacilantes, tanto aliviada como extrañamente decepcionada de que cortara mi striptease (pero más que todo, aliviada).

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Toda esa desnudez, esa piel que lucía firme atrajo mis ojos de nuevo. No podía dejar de absorberlo. Lucía comestible. Debería andar sin camisa todo el tiempo. Tacha eso. El chico causaría un disturbio. Soltó mi cintura, dejándome parada entre sus muslos separados. Su cuerpo irradiaba calidez mientras me quedaba entre sus piernas, cerniéndome cerca, mirando hacia él, mis dedos picando por tocar la curva desnuda de sus hombros y sentir toda esa solidez, esa calidez, y trazar lentamente el tatuaje en su pecho y su hombro. —Sigue. —Su voz se deslizó como terciopelo sobre mi piel. Tragué. —¿Qué? —Tan lindo como luce el rosado contra tu piel, quiero que te lo quites. —Rozó un tirante, apenas tocándome. De acuerdo, entonces no me dejaba escapar, pero la idea de quitar el sujetador envió una onda de pánico a través de mí. ¡Se encontraba al nivel de mi pecho! No estaba segura de que pudiera manejarlo tan de cerca y tan íntimamente. Quería experiencia, pero ¿no era esto nadar a lo profundo? ¿Podíamos entrar en el agua dentro de un rato primero? ¿Empezar en la piscina de niños? Sus labios se torcieron. —Estás pensando mucho. Puedo notarlo. Detente. —¿Esto es lo que haces con las otras chicas con las que no tienes intenciones de dormir? —Apenas reconocía mi voz. Sonaba tan pequeña y jadeante. —Esto es lo que hago contigo. —Sus manos se posaron en mi cintura, huellas ardientes en mi piel justo por encima de la pretina de mis pantalones—. Vamos. Hagámoslo. Tal vez fue el desafío en su baja voz rasposa, o simplemente la verdad en sus palabras. Pensaba demasiado. Coloqué mi mano detrás y deshice el broche, preguntándome cómo, en una semana, había ido de chica con un solo beso malo en mi historia a esto. Sola con un chico caliente semidesnudo que se encontraba fuera de mi alcance. Deja de pensar, Pepper. Sostuve las copas de mi sostén contra mi pecho, evitando que cayera. Esto no tiene nada que ver con pensar. Es solo instinto. Me estudió, mirando desde mi rostro hasta mis brazos presionados fuertemente enfrente de mí, salvándome de la exhibición total.

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Levantó una mano. Mirándome con decisión, soltó un tirante; sus dedos rozaron mi piel, suave como un susurro. El fino tirante de satín cayó de mi hombro derecho sin hacer sonido alguno. Un escalofrío me recorrió. Se me puso piel de gallina por todo el cuerpo y todo dentro de mí se tensó. Era solo una pequeña cosa. Un tirante que no proporcionaba ninguna protección real, pero era como una barrera caída. Se movió al otro tirante. Otra caricia silenciosa de sus dedos contra la curva de mi hombro. Más escalofríos. Eran solo mis brazos ahora, aferrándose sobre mí, sosteniendo las copas rosadas en su lugar. Continuó mirando mi rostro mientras ponía ambas manos en mis muñecas, encerrándolas en sus seguros y largos dedos. Lentamente, con firmeza, las apartó de mi pecho. El sostén cayó A pesar de la calidez que sentía —de lo cálida que él me hacía sentir— una ráfaga fría se deslizó sobre mí y temblé. Mis pezones reaccionaron, las puntas endureciéndose. O tal vez era solo él. Su mirada me recorrió, esos ojos con una brillante sombra de azul, iluminaban imposiblemente el cuarto sombrío. Era lo más expuesta que había estado alguna vez. Ni siquiera me quitaba la ropa delante de otras chicas. Había sido la chica que se iba a las casillas de los baños en los vestidores o se vestía apurada de espaldas a las demás. Esto era grande, inmenso, un evento nunca antes visto. No había donde ocultarse. Sus manos se posaron alrededor de mis costillas. No eran mis senos, pero bien pudo haber tocado allí. Aun así salté. Sus pulgares se quedaron por debajo de la parte inferior de mis pechos. Muy cerca pero sin tocar. Me atrajo, haciéndome descender sobre la cama. El colchón encontró mi espalda. Se colocó contra mí, un musculoso brazo sobre mi cabeza, una de sus piernas por encima de mi cadera, sujetándome. Aspiré un aliento torturado y lo contuve. Era demasiado. Muy pronto. —Eres hermosa. Toda duraznos y crema. —Su mano tocó mi estómago. La piel sensible de allí se estremeció bajo su cálida palma. Me dolían los pulmones, conteniendo la respiración, pero no podía hacerlos funcionar. Llevé mis manos inconscientemente a mi pecho. Fue rápido en reaccionar, sosteniendo mis manos. Con una respiración acelerada, las mantuve tiesas a mis lados, queriendo ser valiente. Queriendo ser alguien que disfrutaba esto y no sentirme como una virgen asustada incluso si eso es lo que era.

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El calor se arrastró por mi cuello, encendiéndose en mi rostro. Esperé, esperando sentir sus manos allí, en mis senos, manoseando como haría cualquier otro chico, pero su toque nunca llegó. Acercó más su rostro al mío, sus labios acariciando mi oreja con un cálido aliento. Inclinándose, buscando ese contacto. —Necesitas relajarte. Se supone que debes disfrutar esto. —Est… Está bien. —Mi voz tembló. —Rígida y asustada no es exactamente excitante. —¿Entonces no te estoy excitando? —Solté, mortificada, sintiendo como que de alguna forma fallé. Estaba aquí para explorar, para aprender, y estaba haciendo un pésimo trabajo. —Oh, estoy excitado. No te preocupes por eso. —Su mano tomó mi cabello, alejándolo de mi cuello—. Solo hablo en términos generales. Si vas a provocar a otra persona… tal vez él quisiera que fueras más receptiva. Mientras hablaba, su boca se colocó en mi mejilla, justo por debajo de mi oreja. Otra persona. Las palabras sonaban dentro de mi cabeza como canicas sueltas. No podía pensar en nadie más ahora mismo. No podía imaginar a nadie, solo a él y la manera en que su boca se sentía en mi piel. La manera en que su palma reposaba en mi estómago, sus dedos separados, las puntas curvadas tan ligeramente, acariciando suavemente mi temblorosa piel. En este momento, podía olvidar todos mis temores. Incluso podía olvidar el hecho de que me encontraba expuesta y vulnerable en una forma en que no había estado nunca antes. De una forma en que debía permitirme estar con alguien. Me retorcí en la cama, muriendo por dentro, esperando su próximo movimiento, esperando que me tocara. Esperaba tanto que lo hiciera como que no. Su boca por encima de mi oreja, su respiración ventilando con vehemencia contra los pliegues súper sensibles de mi oído. Me hizo ansiar más. —Quiere que estés tan caliente por esto como lo está él. De nuevo se refería a mi supuesto amante futuro, el chico por el que hacía esto. La insinuación de Hunter en este momento, de hecho me molestó. Él no estaba aquí. Reece sí. No quería pensar en Hunter ahora mismo. Solo quería sentir. Giré mi rostro para mirarlo directamente, nuestros labios sin tocarse exactamente. —¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Calentándome? —No sabía de dónde salió la pregunta. Sonaba más ronca y seductora en mi voz.

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—Dime. ¿Lo estoy haciendo? Tragué saliva y comencé a decirle que sí, que ya había tenido éxito hace mucho en ese aspecto, pero en ese momento mordió el lóbulo de mi oreja y me arqueé en la cama con un grito de placer inesperado que me atravesó. Hizo un profundo sonido de aprobación, y luego me tocó. Era una sensación sorprendente tras otra. Su boca en mi oreja. Su mano tocando mi seno. Jadeé ante eso, ante toda la intensidad de su palma acariciando mi carne. —Te sientes tan increíble. Me encantan tus tetas. Mi cabeza giró en la cama y agarré sus hombros, olvidando mi timidez. Curvé mis dedos alrededor del sólido músculo, mis uñas aferradas a la piel sensible, seda en acero. El tocarlo era una cosa excitante, sentir su fuerza, los músculos que se contraían ante el toque de mis dedos. Y entonces encontró mi pezón. Gemí mientras trazaba la punta, provocándome. Me estremecí en la cama, el dolor apretándose entre mis piernas. Me retorcí, buscando una manera de calmar la sensación extrema de calor. Su boca encontró la mía en una desesperada fusión de labios y lenguas. Le devolví el beso, mi inseguridad anterior desaparecida. Sus labios se separaron de los míos y su boca fue a por mi seno, reclamándolo con nada menos que el suave toque provocador de sus dedos. Me tomó en su boca, envolviéndome en un cálido y húmedo calor. Me ahogué, los sonidos no eran exactamente oraciones, sino algo cercano a palabras. De repente, mi teléfono sonó. Me puse rígida. Él continúo como si no lo escuchara. Su boca continuó devorándome como si fuera algún placer extraño. Como si fuéramos las únicas dos personas en el universo. Sin personas en el bar debajo de nosotros. Ningún teléfono sonando en mi bolsillo. El tono de llamada pronto se apagó, y rápidamente olvidé incluso preguntarme quién llamaba. Aunque era una suposición fácil. Y luego un mensaje de texto vibró en mi bolsillo contra el peso de su cadera. Lo ignoramos. Incluso la segunda vez. Y la tercera. A la cuarta vez, se levantó con un gruñido. —No se van a detener. Sentándose, deslizó su mano en mi bolsillo para buscar mi teléfono. Mordí el interior de mi mejilla mientras su mano yacía allí, tan cerca de la

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cima de mis muslos. Incluso después de toda la intimidad de los últimos minutos, eso se sentía más allá de lo íntimo. Sacó mi teléfono. En vez de dármelo como esperaba, comenzó a escribir. —¿Qué estás haciendo? Terminó de escribir, lo lanzó en la cama por encima de mi cabeza. Volvió a descender sobre mí. Jadeé ante la sensación de su torso desnudo contra mi piel, presionando mis pezones, húmedos por su boca. Las palabras temblaron en mis labios. —¿Qué les dijiste? Su aliento acarició mis labios. —Que pasarás la noche conmigo.

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13 Traducido por Cynthia Delaney Corregido por Daniela Agrafojo

Oh. Dios. Mío. Sus palabras dispararon una emoción caliente que bajó por mi columna. Una sensación que sólo aumentó cuando sus labios sofocaron los míos. Situó su cuerpo entre mis muslos y me maravilló la forma en que encajaba allí, tan natural, tan correcto. Sus manos alcanzaron la pretina de mis pantalones. Deslizó sus dedos dentro, los dorsos deslizándose en mi ropa interior y contra mi ombligo. Por mucho que el toque envió una sacudida de chisporroteante conciencia a través de mí, también creció un escalofrío de pánico en mi interior. Gimiendo contra su boca, mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca y tiraron. Él obedeció, deslizando su mano fuera de mi ropa interior, e instantáneamente me invadió una sensación de calma. Quiso decir lo que había dicho antes. No haría nada que yo no quisiera. Este conocimiento me dio una mayor sensación de poder. Podía hacer cualquier cosa. Besarlo. Tocarlo. Explorarlo como deseaba, sin miedo a que pudiera exigirme más de lo que quería dar. La última de mis reservas se desvaneció. Pasé mis manos por su cabello. Era como seda contra mis palmas. Sentí la forma de su cráneo, la delicada piel de su nuca. Profundicé nuestro beso, empujando mis labios más duro contra él, saboreándolo con mi lengua. Gimió en aprobación, murmurando—: Me gustan tus manos sobre mí. Y a mí me gustaba sentirlo, también, deleitándome con la libertad de hacerlo, sintiendo toda esa piel lisa sobre los duros músculos y los tendones. Mis palmas patinaron sobre sus anchos hombros, bajando y subiendo por la pendiente de su espalda, amando la textura aterciopelada de su corto cabello, el roce de la barba en su rostro. —Mierda, eres dulce. —Se apretó contra mis labios toscamente, su mandíbula flexionada bajo mis dedos. Deslizó sus manos debajo de mí, agarrando mi trasero y restregándose contra mí. Sentí su erección. Su dureza, su forma excitada. La necesidad se apretó profundamente dentro de mí. Comenzó un lento

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balanceo y yo liberé mis labios, respirando entrecortadamente. Su aliento llenó mi oreja, tan áspero como el mío. Sacó una mano y la colocó entre nosotros, frotando entre mis piernas. Grité, deslizando mis caderas hacia arriba contra la presión de sus hábiles golpes. Deslizó sus dedos sobre la tela del pantalón vaquero que me ocultaba, aumentando la presión con cada deslizamiento. Afincó la base de su palma, empujándola en algún lugar mágico. Comencé a temblar. Agarrando sus brazos, sacudí las caderas contra él. —Oh, Dios. —OhDiosOhDiosOhDios. Cerré los ojos y me mordí el labio para evitar ser muy ruidosa. Estaba haciéndome venir. Solo así. Tan fácilmente. Con mis vaqueros aún puestos. —Déjate ir. Está bien —dijo con voz rasposa—. Quiero escucharte. Solté mi labio y dejé escapar el sonido. Grité fuertemente, arqueándome debajo de él, empujando mis caderas hacia arriba y hacia abajo. Ni siquiera soné como yo. Era alguna criatura gobernada por el deseo y las sensaciones salvajes. Cerré los ojos ante el insoportable dolor que se construía en mi interior. Mi letanía interna brotó de mis labios. —¡OhDiosOhDiosOhDios! Una baja y áspera risita salió de él, rozando mi cuello desnudo. Su cabeza se inclinó y su boca se cerró sobre un pezón. Puntos brillantes explotaron detrás de mis párpados. Grité, mis uñas clavadas en sus hombros. Me sacudí en sus brazos, recorrida por temblores. Me quedé floja, mi cuerpo sin huesos. Me bajó y se acurrucó a mí alrededor, abrazándome por detrás con su cuerpo más grande. Su erección aún seguía ahí, pinchando mi trasero, recordándome que él no había alcanzado su propia liberación. Cuando las deliciosas sensaciones desaparecieron de mi cuerpo, aumentó la incomodidad. Me mantuve inmóvil por un momento, pensando, preguntándome qué decir. ¿Qué dice alguien después de su primer orgasmo? ¿Puedo tener otro, por favor? Volví mi cara hacia la cama, amortiguando el resoplido de mi propia broma. Él se levantó, y yo me quedé quieta en la cama, jugueteando nerviosamente con un mechón de mi cabello, debatiendo cómo debería manejar este momento. Hubo un suave chasquido y la habitación se sumió en una oscuridad palpitante. Oí un crujido y luego sentí una manta suave sobre mí. Él regresó, deslizándose debajo de la manta, su fuerte brazo envolviéndose alrededor de mi cintura, tirándome contra su pecho. Los minutos pasaban mientras esperaba que ocurriera algo. ¿Esa era la parte en la que trataba de empujarme a tener sexo? Su erección aún seguía allí,

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recta detrás de mí, distrayendo y emocionando, devolviendo de nuevo a la vida al apretado dolor entre mis piernas. Apreté los muslos, presionándolos firmemente en un esfuerzo por calmar los latidos casi dolorosos que sentía allí. Nada. Ni una palabra. Ni un movimiento. Su erección se volvió menos insistente y finalmente su pecho se pasó a moverse con un ritmo constante contra mi espalda. Increíble. Realmente se había dormido. Me mantuve tensa como una tabla en sus brazos. Dudaba que alguna vez pudiera dormir. Ese fue mi último pensamiento antes de que la oscuridad me envolviera. Me desperté con mis piernas enredadas con otras más largas y pesadas de un hombre. Una definitiva primera vez. Mi cara ardió, y varias otras partes de mi cuerpo, mientras los recuerdos de la noche anterior me inundaban. Me tensé al instante, todos mis sentidos alerta, elevándose, escuchando, sintiendo mí entorno. Una ligera capa de pelo cubría las extremidades masculinas, creando una deliciosa fricción contra mis piernas suaves. Fue una experiencia totalmente ajena. Aspiré y atrapé el aroma almizclado de la cama de cedro, y algo más. Algo ya familiar. Era él. Conocía su olor. El jabón, el almizcle y la sal de su piel. Nunca había conocido el olor de otra persona antes. Bueno, salvo por mamá y la abuela. Abuela era una combinación de detergente y Bengay. No un olor desagradable. Mamá era humo de cigarrillo y alcohol barato. Giré la cabeza en la almohada y eché un vistazo hacia mi derecha. Un azul turbio inundaba la sala, filtrándose por las persianas. Lo estudié a la pálida luz del amanecer. Dormía con un brazo por encima de su cabeza, el otro tirado descuidadamente hacia un lado. Por lo menos no me abrazaba como si fuera su almohada favorita. Era libre. Con la guardia baja parecía más joven. Mi palma picaba por tocar su rostro, por sentir el roce de su barba contra la palma de mi mano. Tenía una vista sin restricciones de la tinta que se deslizaba a lo largo de su torso, moviéndose sobre sus músculos y tendones finamente cortados, deteniéndose solo un par de centímetros por debajo de su axila. Miré las palabras a la tenue luz. Llévame a la roca que es más alta que yo. ¿Era bíblico? Mi frente se arrugó, más confundida que nunca porque esas palabras tuvieran de alguna manera un significado especial para él. Lo suficiente como para grabarlo permanentemente en su piel. Eso reveló

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una nueva faceta de él, más suave, más profunda, que nunca sospeché que existiera. Suprimiendo la necesidad de tocarlo, desenredé mis piernas de las suyas y me bajé de la cama, escaneando rápidamente el suelo y encontrando mi camiseta y sujetador en una bola a varios metros de distancia. Mientras me vestía, lo miré, segura de que se despertaría y fijaría esos ojos ahumados en mí en cualquier momento. Mi corazón latía a un ritmo salvaje en mi pecho mientras me ponía mi última bota, rebotando ligeramente sobre mi otro pie. De pie, saqué cuidadosamente mi teléfono de la cama y retrocedí, haciendo una pausa en la parte superior de las escaleras. Mi mirada recorrió cada centímetro de él, enrollado en las sábanas como si fuera el sexy sujeto de algún tipo de campaña de colonia. Tomé una respiración con mi pecho demasiado apretado. Con una mano apoyada en la pared para no caerme, me atravesó un intenso alivio porque él no hubiera despertado. Pero eso no fue todo lo que sentí. La inquietud se deslizó a través de mí, anidándose en la boca de mi estómago, como ácido burbujeante. De algún modo, se sentía mal escapar de esa manera. Sin decir ni una palabra. Como un ladrón en la noche. Una traición. Lo que era una tontería. Los ligues de una noche pasaban todo el tiempo. Sin condiciones. Sin compromisos. Y no era como si hubiéramos tenido sexo. No necesitábamos mirarnos fijamente el uno al otro y sufrir una conversación incómoda llena de mentiras y promesas de llamar. No se trataba de eso. Él sabía por qué le seguí hasta aquí anoche. Por qué bajé la guardia y me dejé hacer todas esas cosas increíbles por él. Ambos lo sabíamos. No era una chica por la que tuviera que preocuparse porque se quedara y se convirtiera en una molestia, encaprichada y desesperadamente convencida de que él sería el amor de su vida. Aun así, permanecí inmóvil, discutiendo conmigo misma, convenciéndome de que estaba bien irme. No me podía imaginar despertar a la luz brillante de la mañana con la noche anterior entre nosotros. ¿Qué podría decir? Tenía todo por lo que había venido. Y él… fruncí el ceño, repentinamente insegura de lo que había obtenido de esta experiencia. No había dormido con él. Ni siquiera había… Mis mejillas ardieron, lo que sólo demostraba lo inexperta y torpe que era todavía. Ni siquiera podía completar el pensamiento. No debería sonrojarme ante mis propios pensamientos, y sin embargo, ahí estaba yo, mi cara ardiendo simplemente por pensar en lo que él me había hecho y que luego tuviera que devolverle el favor.

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Aparté la mirada de él y bajé tranquilamente las escaleras, enviándole a Em un mensaje para que viniera a recogerme. Necesitaba ir a casa, de todos modos. Tenía trabajo hoy. Y tenía que estudiar. Hice una mueca. ¿En verdad me encontraba alimentando mis excusas? ¿Como si no supiera la verdad? Como si no estuviera corriendo asustada. Al instante en que me metí en el coche de Em, comenzó la inquisición y continuó todo el camino de regreso al dormitorio. Aparentemente, no iba a tener ninguna tregua. No es que esperara que pudiera mantener algo de la noche pasada para mí. Emerson cayó sobre mi cama cuando entramos en la habitación No se había molestado en cambiar sus pantalones de pijama y su camiseta rosa. Pateó sus zapatillas y metió los pies debajo de ella. Su corto cabello caía suave y liso alrededor de su cara de duendecillo, libre de productos. Debía de haberse duchado después de volver de Mulvaney’s anoche. Su rostro se encontraba reluciente y limpio. Ninguna mancha de maquillaje. Se veía adorable y más cerca de los quince que de los veinte. Negó con la cabeza hacia mí, y había un toque de temor en el movimiento. —Nunca pensé que te vería venir a través de esa puerta a las siete de la mañana después de enrollarte con alguien. Quiero decir, he hecho un montón de paseos de la vergüenza, ¿pero tú? Nuh-uh. Agité una mano. —Por favor. Levantó la cara y gritó hacia la habitación de al lado—: ¡Georgia! ¡Ha vuelto! —Sus ojos brillaban intensamente con aprobación—. Siento que tenemos que ir a comer panqueques o algo para celebrar. —No es mi cumpleaños, Emerson. —Uh. —Una de sus oscuras cejas se elevó—. De algún modo lo es. Georgia se arrastró en la habitación, con aspecto de que había estado despierto por un rato. Siempre fue una madrugadora. Me miró de arriba abajo como si estuviera buscando signos de lesión. —¿Estás bien? —Sí. Bien. —Asentí. —Te dije que se encontraba bien —dijo Emerson. Su mirada volvió a mí—. Ella se sentía preocupada. Ese mensaje… lo mandó él, ¿cierto? Asentí de nuevo. Ella sonrió. —Dios. Eso fue tan caliente.

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Sonreí débilmente, dejándome caer en la silla. Georgia se sentó en la cama, empujando a Emerson. —Bueno. Diablos —exigió Emerson—. ¿Cómo fue? ¿Cómo estuvo él? —Fue… —Mi voz se desvaneció, incómoda de repente de compartir, y eso me dejó un poco confundida. Fue sólo una conexión. No se suponía que fuera algo especial. De acuerdo, cubrí las bases uno, dos y tres en mi experiencia libre de bases. Eso fue especial. Cierto. Pero Reece… nosotros… bueno, no hubo nosotros. Mis amigas me miraban, expectantes. —Fue agradable —terminé—. Él estuvo… estuvo agradable. Emerson se estremeció. —¿Agradable? —Hmm. —Asentí de nuevo. —¿Así de malo? —chasqueó la lengua—. Lo siento. Parpadeé. —¿Qué? No. No. Estuvo fantástico. Él… —Fracasé de nuevo. Georgia me estudió cuidadosamente. Emerson me lanzó una pequeña almohada. —Agradable es un código para una mierda. ¡Ahora ya, dinos! —Em, no quiere. Emerson miró a Georgia con una expresión desconcertada. —Oh, vamos. Esta fue su primera conexión. Y él es sexy. —Su mirada se volvió de nuevo hacia mí—. No puedes guardártelo. —Sus ojos se abrieron como platos. Se inclinó hacia delante, su voz decayendo a un susurro—. Ohhh. ¿Lo hicieron? —sus dedos hicieron un pequeño y divertido baile que terminó con ellos entrelazándose. —¡No! —Le tiré la almohada de regreso. La atrapó con una sonrisa. —Bueno, danos algo, entonces. —Basta decir que delante de ti se sienta una mujer mucho más experimentada. Ella dejó escapar un suspiro pesado. —Está bien. No vas a darnos nada jugoso. ¿Puedes al menos decirnos si vas a verlo de nuevo, o te sientes adecuadamente educada ahora? Fue como si su pregunta desencadenara mi necesidad de correr. Me levanté de la silla y me moví para recoger algo de ropa limpia. Tenía que estar en el trabajo en una hora.

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—Um. No estoy segura. —Repasé mi selección de pantalones de trabajo color caqui, apartando los ojos. —¿No lo sabes? —Un toque de preocupación tiñó la voz de Georgia—. No me digas que te rechazó esta mañana. Qué idiota. Alcé los hombros en un gesto incómodo. —Ah, él podría haber estado durmiendo todavía cuando me escapé. —¿Qué? —La voz de Em salió como un chillido—. De ninguna manera. ¿Va a despertarse en una cama vacía? Enfrenté a mis amigas de nuevo, con mi ropa y lo necesario para una ducha en la mano. —Sí. —Incluso yo detecté la incertidumbre en mi voz. Georgia y Emerson se miraron. —¿Estuvo tan mal? —susurré. —Un poco duro, Pepper. —Esto vino de una chica que nunca pasaba la noche con un hombre ni lo dejaba a él pasar la noche. —¿Por qué? —Las miré inquisitivamente, mi estómago revolviéndose incómodamente. —¿Ni siquiera un adiós? —preguntó Georgia. —Guau —murmuró Emerson—. No te tomé por el tipo de chica de “úsalos y déjalos”. Mi cara enrojeció. —No fue así. Georgia me miró con simpatía. —Eso es lo que él va a pensar cuando se despierte. Me mordí el labio, la agitación hirviendo en mi estómago. —No quería enfrentarme a él. Y no —mi mirada saltó hacia Emerson—, no porque hubiera estado mal. Sólo me sentía avergonzada, supongo. —Estará bien. Es un hombre. Probablemente no lo pensará dos veces —me aseguró Emerson, y realmente me molestó un poco. Yo era una contradicción andante. No quería que él se sintiera menospreciado, pero tampoco me gustaba la idea de que no le importara que hubiera desaparecido de su cama. Agh. Esto era confuso como el infierno. Sacudiendo la cabeza, me dirigí a la puerta. —Tengo que ducharme para ir al trabajo. —Oye, incluso si se siente ofendido, es un buen cambio. Deja que el chico se sienta abusado por una vez —gritó Emerson.

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—Gracias —agregué por encima de mi hombro, preguntándome en qué me había convertido. ¿Cuándo me había vuelto una chica que se enrollaba con un camarero caliente y luego lo abandonaba antes de que despertara? Se sentía de mal gusto. Demasiado como el pasado del que huía.

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14 Traducido por Jasiel Alighieri & Edy Walker Corregido por Aimetz Volkov

Era casi la una de la madrugada cuando los Campbells llegaron y me pagaron la noche. Al conducir por esa solitaria carretera rural no pude evitar pensar en Reece. Sobre todo mientras pasaba por el punto en el que mi coche se había ahogado y muerto. Donde nos conocimos. Mi teléfono sonó, el cual estaba en mi portavasos. Una rápida mirada reveló que era Emerson. Contesté, manteniendo una mano cuidadosamente en el volante. Inmediatamente, el fuerte ruido de las voces y la música a todo volumen me saludó. —¿Hola? —dije en voz alta. —¿Has terminado ya? —Su voz llegó de nuevo fuerte en mi oído, con un tono exasperado—. Trabajas demasiado, chica. Esto viniendo de la chica que nunca tuvo que trabajar. Rodé los ojos. —Sí. Estoy de camino a casa. —¡Encontrémonos! Estoy con Suzanne. —No, está bien. Me dirijo a casa. —¡Hay una mierda de fiesta! Quien-tú-sabes está aquí. Mi pecho se apretó con burla cantarina. —Está bien. Estoy cansada. —¡Poco convincente! Vamos. ¿No quieres ir a por otra ronda con él? Se ve realmente caliente… y deberías ver a esta perra poniéndose en evidencia para conseguir su atención en este momento. ¡Tienes que estar aquí y reclamar a tu hombre! No me molesté en explicar que él no era mi hombre. Claramente, Em se había lanzado un poco demasiado esta noche. Dudaba que registrara las palabras, siquiera. —¿Conducirá Suzanne? —Sí, mamá. Y ella está seca como un silbato. Su identificación fue confiscada la semana pasada por un guardia de seguridad en Freemont’s. —Se echó a reír. Oí a Suzanne en el fondo insultarla.

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—Sé buena —dije—. Voy a colgar ahora. Emerson comenzó a hacer sonidos de abucheos. Sonriendo, colgué. Todavía sonreía cuando entré en los límites de la ciudad. La sonrisa se me escapaba mientras las palabras de Em se reprodujeron otra vez en mi cabeza. Todo lo que podía ver en mi mente era a Reece sirviendo bebidas mientras las chicas lo adulaban. De repente, ya no conducía hacia casa. Sin un objetivo claro en mente, me dirigí hacia Mulvaney’s. Mulvaney’s estaba lleno como de costumbre, pero había una gran cantidad de personas que ya se marchaban, dirigiéndose por las puertas hacia la noche oscura y fría. Eché un vistazo a mi teléfono, confirmando que faltaban tan sólo treinta minutos hasta el cierre. Probablemente habían anunciado la última llamada. Sabía que era una especie de sin sentido llegar tan tarde, pero aquí estaba yo. Fuera de lugar en mi enorme sudadera de la universidad, pantalones vaqueros y zapatillas de deporte. Muy lejos de las chicas que se congelaban el trasero con sus diminutos vestidos. Yo llevaba el cabello recogido en una trenza floja. Mi cara estaba libre de maquillaje, pero no me importaba. No estaba aquí para ser recogida ni impresionar a nadie. Y aun así tampoco pretendía estar aquí por Emerson. Amaba a la chica, pero no estaba de fiesta con ella y Suzanne. Yo sólo quería verlo. No necesitaba que me viera. En realidad, no quería que él se fijara en mí en absoluto. Verlo era una especie de deseo profundo y obligatorio que tenía que alimentar. Me mantuve alejada de la barra y localicé a Emerson, justo en el medio de un grupo de chicos. Naturalmente. Ella alzó las manos en el aire y gritó cuando me vio. Arrojó sus brazos alrededor de mi cuello y me abrazó como si no me hubiera visto en una semana y no sólo esta tarde. —Eres una borracha cursi —murmuré en su oído, incómoda con la atención que atraía hacia mí. Se echó hacia atrás y agitó un dedo hacia mí. —No estoy borracha. Miré a Suzanne, que se encontraba claramente sobria y pareció molesta sobre ese hecho. —Sí, ella ha bebido un poco de más. —Bien, bien, bien, bien. Este es el trato. Este es el trato. —Oh, sí. Definitivamente borracha. Siempre se repetía a sí misma cuando había bebido mucho. Agitó ambas manos en el aire—. Lo acabo de ver en la barra. —Hice una mueca por su volumen. Incluso por más fuerte que la habitación sonara, su voz se elevó por encima del estruendo. —Shhh. —Arrastré sus dos manos hacia abajo, pero continuó hablando con esa voz demasiado alta.

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—He estado manteniendo un ojo sobre él, sin embargo. ¿Y esa perra en el top rojo? Quería cuidarlo de ella por ti, pero Warden aquí no me dejó. Disparé a Suzanne una mirada agradecida. —Creo que es hora de que vayamos a casa. Suzanne hizo un solo gesto de acuerdo. Los chicos cercanos gimieron con decepción. Emerson se unió con sus gemidos y señaló ampliamente. —Oww. Ellos quieren que me quede. —Estoy segura de que lo hacen. Lo siento, chicos. —Deslicé un brazo por la cintura de Emerson. A medida que avanzábamos a través de la planta principal, no podía detenerme. Mi mirada saltó al extremo de la derecha, explorando la barra. No vi a Reece. Un vozarrón gritó la última llamada, y más cuerpos comenzaron a moverse hacia la puerta trasera. Nos movimos lentamente, atrapadas en la corriente. La voz de Emerson me sacudió, demasiado ruido en mis oídos. —¡Oh! ¡Oye! Hola, Reece. Mira, Pepper. Es Reece. Mi mirada fue hacia adelante. Reece se paró frente a nosotras, mirándome con una expresión vacía. —Hola —le dije en voz baja. Su mirada me recorrió y me recordó la forma en que me veía. Sin maquillaje. Pelo desordenado. Sudadera manchada con puré de manzana. Impresionante. —¿Qué estás haciendo aquí? —No era el saludo más cordial. ¿Tenía prohibida la entraba al bar ahora? Un incómodo silencio cayó entre nosotros, que solo fue más evidente porque no había tanto ruido rodeándonos. Pero allí estábamos, sin decir nada. Moví los pies, muy consciente de las miradas ávidas de Emerson y de Suzanne balanceándose entre nosotros como si estuvieran viendo un partido de tenis. —Yo… ¿No debería estar aquí? —Al instante me arrepentí de la pregunta. Realmente no quería oírle proclamar que no era bienvenida aquí, y la decidida falta de calidez en su mirada me dijo que eso es lo que iba a hacer. Cruzó los brazos sobre el pecho, haciendo ondular el ala emplumada de su tatuaje como si la atrapara al vuelo. Las mangas de su camisa se tensaron contra sus bíceps. Algo se agitó dentro de mí mientras recordaba cómo se sentían de apretados esos bíceps bajo mis dedos.

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Me miró de nuevo y mis mejillas se calentaron aún más, recordando que él sabía exactamente cómo me veía bajo mi menos que halagadora ropa. Bueno, al menos cómo lucía en la mitad superior. —Por lo último que recuerdo, tenías prisa por salir de aquí. —Inclinó la cabeza hacia un lado y continuó—: ¿O era sólo de mi cama de donde tenías prisa por escapar? Aspiré una respiración sibilante. —Ohhh. ¡Maldita sea, Pepper! —Miré a Em. Ella se encogió de hombros y me miró como disculpándose—. Te dije que fue duro. ¿De verdad acababa de hacer eso? Mi mirada volvió de nuevo hacia él. Y ¿en serio acaba de decir eso? —Oye. Está bien. —Levantó una mano, con la palma hacia fuera—. Quiero decir, sabía que estaba siendo utilizado, pero no me di cuenta de que no era digno de una despedida. Habiendo aparentemente terminado conmigo, empujó hacia atrás a través de la multitud hacia la barra. —Tu boca está colgando abierta —dijo Suzanne a mi lado. La cerré con un chasquido. —Amigo. —Emerson se le quedó mirando. Ella giró la cabeza para mirarme. Esperé, pensando que iba a ofrecer alguna pieza profunda a modo de consejo. Todo lo que conseguí fue—: Él es tan sexy. Solté un bufido. —Sí, ya lo has dicho antes. —¿Y jugaste con él? Vaya. Yo sólo quería arrastrarte fuera de tu concha. He creado un monstruo. ¿Cómo llegaste a ser así de vagabunda? —Se cubrió la boca con los dedos en un intento de reprimir una risita. Poniendo los ojos en blanco, apreté mi brazo alrededor de su cintura. —Estás jodidamente borracha. Vamos. Vamos a llevarte al coche. Apoyó la cabeza en mi hombro mientras salíamos del bar. —Las amo, chicas —gorjeó—. Son como las mejores personas en mi vida. Ustedes dos y Georgia. Le envié una larga mirada, preguntándome si la borrachera de esta noche tenía algo que ver con la conversación telefónica que había tenido hoy con su madre. Había entrado en la habitación cuando ella colgaba. La tez de Emerson era generalmente como pálida porcelana. Parecía un pequeño duendecillo irlandés con sus brillantes ojos azules, el pelo oscuro y la piel sin defectos, lechosa. Pero en ese momento, banderas rojas brillantes teñían sus mejillas.

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No sabía de qué habían hablado, sólo que los labios de Em se habían apretado en las esquinas. Cuando le pregunté si estaba bien, repentinamente se mostró alegre y rápidamente cambió de tema. Emerson cayó como un peso muerto en el asiento del pasajero del coche de Suzanne. Miré a Suzanne por encima del techo. —¿Puedes llevarla bien a casa, Suze? Asintió, moviendo de un tirón su pelo negro liso por encima del hombro. —Vamos a estar bien. Emerson se animó en su asiento. —¿Adónde vas? —Sólo voy a hablar con Reece. —Oh, hablar —dijo ella, su voz cargada de exageración—. ¿Así es como lo llaman en estos días? Suspirando, pero con una sonrisa, me volví a mirar a Suzanne. — ¿Segura que puedes manejarla? —No te preocupes. La meteré en casa y la arroparé. Y si eso no funciona siempre puedo asfixiarla con una almohada. —¿Escuchaste eso? ¡Quiere matarme! ¡No me dejes con ella! Rodando los ojos, cerré la puerta en su cara con Emerson sin dejar de hablar. Las vi salir del estacionamiento antes de volver al bar, empujando contra la avalancha de personas. Esquivé a una temblorosa rubia en su minifalda demasiado corta. Para el momento en que llegué a la habitación principal de nuevo, el lugar estaba casi vacío, los pasos de las personas que permanecían latía pesadamente sobre el suelo de tablones. Reece era fácil de localizar. Se encontraba de pie en el bar, hablando con otros dos camareros. Ellos asintieron, escuchándolo mientras los instruía en algo. Observé este nuevo lado suyo, viéndolo ahora. Apreciándolo. El borde autoritario que siempre había estado allí y no había reconocido. Que había visto, pero no había pensado que en realidad pudiera ser el encargado del lugar. ¿Cómo un joven de veintitrés años llega a estar a cargo de un bar? Me parecía una gran responsabilidad. Él dijo que había estado en su familia desde hace tres generaciones, pero ¿dónde estaba su padre? ¿O su madre? ¿Por qué no estaban ellos encargándose? Me crucé de brazos. Sobre todo porque no sabía qué otra cosa hacer con ellos, pero tal vez porque pensé que con eso también podría disimular mi sudadera manchada. Realmente debí de haber considerado

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mi vestimenta para esta noche. Una parte de mí debió de haber sabido que podía terminar aquí. Me sentía incómoda parada allí, así que cambie de pie, esperando a que el me viera. Uno de los camareros, un hombre mayor con bigote, se fijó en mí mirándolos a ellos tres. Él asintió en mi dirección. Reece giró y me miró. Al instante, su expresión se endureció, la facilidad con la que había estado allí desapareció. Y eso me dolió un poco, sabiendo que yo había hecho eso. ¿Fue solo la otra noche cuando él me había besado y dicho esas cosas que me hicieron sentir especial? No como una chica que no está acostumbrada a los besos y a los chicos calientes con sonrisas sexy. Lo hizo natural… estar con un chico. Estar con él. Me hizo sentir hermosa. Su boca se apretó en una delgada línea. Dio un paso hacia mí, deteniéndose un momento para hablar con los otros dos camareros antes de levantar la barra superior y cruzar hacia donde yo estaba. —Has vuelto. —Lo siento. Lo que fuera que esperaba que dijera, no creo que fuera eso. Él parpadeó. —¿Por qué te disculpas? —Debería de haber dicho adiós. Eso fue grosero. —Me encogí de hombros, incómoda bajo su mirada intensa y decidida a ir por la honestidad, sin importar que tan patética me hiciera sonar—. No estoy familiarizada con las reglas que van con estar con alguien. Lo siento. Lo estropeé. —Lo miré, esperando. Continuó estudiándome. La dureza de su expresión decayó. Su boca se relajó un poco. Parecía más desconcertado que cualquier otra cosa mientras estaba allí mirándome como si fuera algún tipo especie extraña. —Bueno. Solo quería que lo supieras. Buenas noches. —Dando la vuelta, me alejé. No camine ni cinco pasos antes de que su mano se posara en mi hombro. Me di la vuelta. —No lo estropeaste. Me gusta que no sepas cuáles son las reglas cuando se trata de estar con alguien. —¿En serio? —Sí. Tú no eres… —Se detuvo, y se pasó una mano por su cuero cabelludo, rozando su corto cabello. Mis palmas se estremecieron, recordando lo suave que se sentía su cabello contra mis palmas—. Tú eres diferente. No me gustó despertarme y encontrarme con que te fuiste.

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No me moví. No hablé mientras su admisión se hundía y hacía que mi rostro se calentara. —Oh. —Finalmente logré sacar el nudo de mi garganta. No podía dejar de preguntarme qué habría pasado si me hubiera quedado. Si hubiera estado allí cuando se despertara. ¿Qué habría dicho? ¿Qué habríamos hecho? ¿Lo habríamos retomado desde donde lo dejamos antes de que nos quedáramos dormidos? Alargó la mano y acarició la parte inferior de mi sudadera. —Me gusta esto. —¿Mi sudadera? —Reí con nerviosismo—. Llevo puré de manzana. — Hice un gesto hacia la mancha en mi pecho. —Te queda bien. —Ahora sé que estás mintiendo. —No. —Le dio a mi sudadera un pequeño tirón, atrayéndome inexorablemente hacia él, poco a poco, y fue como la otra noche otra vez. Su presencia era abrumadora, el calor que emanaba de él. El azul de sus ojos parecía convertirse en humo cuando me miraba. Estaba bajo su hechizo. Tal vez nunca había dejado de estarlo. Había estado fascinada desde nuestro primer beso, y especialmente desde la noche que pasé en su apartamento. Tal vez esto era lo que me había traído de vuelta aquí, en medio de la noche. Tal vez tenía la esperanza de repetir la experiencia. —Nunca voy a mentirte, Pepper. —Esa expresión suave voló a través de mí como una explosión sónica. Loco, pero oí más que su voto, para ser honesta. Las palabras estaban llenas de expectativas de que habría un él y yo, un nosotros. En verdad íbamos a hacer esto. Lo que sea esto fuera. —¡Oye, hermano! ¿Aún voy a irme contigo esta noche? —La cabeza de Reece se giró en dirección a la voz. Seguí su mirada y vi a Logan cargando una caja con vasos vacíos. Sus ojos se iluminaron cuando me vio—. Oh, hola. Pepper, ¿no? ¿Cómo va todo? —Su mirada se deslizó entre su hermano y yo, y de repente se veía muy contento—. Veo que encontraste al hermano tras el que ibas realmente. Demasiado malo para mí. Avergonzada, murmuré un saludo y me separé un paso de Reece, metiendo un mechón de pelo suelto detrás de mí oreja. Su mano cayó de mi sudadera. Reece le frunció el ceño a su hermano. —Sí, después de que termines de transportar todo a la cocina. —Genial. Nos vemos, Pepper. —Con un guiño, Logan se dirigió a la cocina.

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—Ya es tarde. —Mis dedos empujaron el pelo que ya estaba escondido detrás de mí oreja—. Me tengo que ir. —Caminaré contigo hasta tu auto. —¿Acompañas a cada chica que sale de esta bar hasta su coche? Se detuvo a mi lado. —En primer lugar, la mayoría de las chicas no se van solas. Ellas están con un grupo. En segundo lugar, tú no eres cualquier chica para mí. —Hizo una pausa y mi pecho se apretó cuando esas palabras se hundieron en mí como la tinta manchando mi piel—. Y creo que ya lo sabes. El aire salió de mis pulmones. No podía pensar en una sola cosa que decir. Salimos hacia el frío de la noche y empezamos a caminar a través de la gran cantidad de piedrecillas. Cuanto más nos movíamos hacia mi auto, más pensaba en la última vez en que él me acompañó hasta mi coche. Nuestro primer beso. Y luego eso me llevó a pensamientos de la noche en su apartamento, que consistían en un montón más de besos. Y toques. De repente me froté las palmas de mis sudorosas manos contra mis muslos. En mi coche, abrí la puerta. Con una sonrisa que se sentía extraña y demasiado apretada en mi cara, le enfrenté. —Gracias. Me examinó estacionamiento.

durante

un

largo

instante

bajo

las

luces

del

—¿Así que tú solo viniste hasta aquí para pedirme disculpas, Pepper? ¿Eso es todo? Tragué saliva. —¿Sí? ¿Por qué la palabra salió como una pregunta? ¿Y por qué me miraba como si no me creyera? —Pensé que podrías haber querido continuar donde lo dejamos. — Deslizó la mano dentro de su bolsillo y se balanceó sobre sus talones—. Aprender unos cuantos consejos, tal vez. Allí estaba. El elefante en la habitación. Pretendiendo que no estaba allí. —Creo que lo que hicimos fue… —No llegue a decir "suficiente". Porque ¿de verdad quería que lo fuera? ¿Por qué no estirar esto un poco más? Sólo mejoraría mi forma de besar y todas las otras cosas, ¿no? Los juegos previos. Era eso lo que yo buscaba. Además, faltaban semanas hasta las vacaciones de Acción de Gracias y el tiempo ininterrumpido con Hunter. A pesar de que una voz susurró en mi cabeza que esto podría complicarse, la ignoré. Quería más. Simple y llanamente.

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—Bueno, ¿qué queda por aprender? —le pregunté, sobre todo porque no quería parecer un perrito ansioso y desesperado por placer. Incluso si eso es lo que era. Se echó a reír. El sonido era bajo y profundo, y se arremolinó en mi vientre como sidra caliente. Defendiéndome del delicioso efecto de su risa sobre mí, pregunté—: ¿Qué? —Oh, hay mucho aún por aprender. Esa pregunta solo muestra lo mucho que aún no sabes. —Se quedó en silencio y me examinó de nuevo—. ¿Supongo que la cuestión es hasta qué punto estás dispuesta a ir conmigo? —Su boca se curvó en una sonrisa lenta—. Todavía no estás lista para eso, ¿verdad? Parpadeé. —Yo n-no puedo. No es que… Se rio en voz baja. —No estés tan asustada. Sólo lo comprobaba. Mi cara se sentía como si estuviera en llamas. Me moví sobre mis pies y clavé la punta de la llave del auto en la carnosa almohadilla de mi pulgar. Moví la mirada hacia algún lugar por encima de su hombro, con la vista perdida en la noche oscura. Era demasiado humillante. No podía mirarle a los ojos mientras discutíamos si quería o no más lecciones en sus juegos previos y hasta qué punto estaba dispuesta a ir. En lugar de contestarle directamente, le pregunté—: ¿Tu hermano no está esperando por ti esta noche? Sí, quería más. Sí, estaba dispuesta a ir más lejos, pero no me pareció que fuera a suceder esta noche. —Sí. Lo está. Supongo que nuestro tiempo se ha terminado. Asentí, mojando mis labios mientras pasaba mi mirada a su pecho, a la escritura curvilínea que enunciaba MULVANEY'S en su camisa. Era más fácil que estar mirando esos ojos brillantes que parecían tener el poder de hipnotizarme. Las piedrecillas crujieron mientras él se acercaba más. Bajó una mano a la puerta de mi auto, enjaulándome parcialmente. Seguí su largo brazo extendido, explorando la piel tatuada, hasta que le miré de nuevo a los ojos. —A menos —empezó a decir—. ¿Me estás invitando a tu dormitorio? Santo infierno. ¿Quiere venir a mi dormitorio conmigo? —¿Quieres ir a mi dormitorio? —A menos que tengas un compañero de cuarto. —Sus labios se torcieron en esa media sonrisa sexy—. Eso podría dificultar las cosas.

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—Um, de hecho no lo hago. Comparto zonas comunes. Estoy en una individual. Tengo la habitación para mí sola. Mis palabras se quedaron flotando entre nosotros. El aire crujía, lleno de tensión y algo indefinible. Y sin embargo, lo reconocí. Sucedía mucho a su alrededor, zumbando sobre mi piel como una carga eléctrica. —Eso es conveniente —murmuró. Me lamí los labios. Se sentía como si nos hubiéramos estado mirando el uno al otro desde siempre. Otro segundo y podría estallar por toda la tensión. —Entonces. —Arqueó una ceja—. ¿Me estás invitando? —Oh. —Una risita nerviosa escapó mis labios—. Sí. Sí. Supongo que lo hago. Sonrió y me derritió allí. Agarré el borde de la puerta para evitar que mis rodillas se doblaran. Se inclinó hacia adelante, un brazo todavía cerca, enjaulándome. — De acuerdo. Te seguiré. —De acuerdo —repetí, sonriendo como una tonta. Bajó el brazo de mi auto y caminó hacia atrás, sin dejar de mirarme mientras se movía. —Espera aquí. Voy a traer mi Jeep. —De acuerdo —le dije de nuevo, deseando poder encontrar algo mejor que decir. Algo inteligente y coqueto. Solté un suspiro tembloroso cuando se giró y se alejó corriendo.

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15 Traducido por NnancyC & Leii123 Corregido por SammyD

Dejándome caer en el asiento del conductor, esperé, viendo su cuerpo alto desaparecer por mi espejo retrovisor. Mis dedos golpetearon el volante ansiosamente. Dándole a mi cabeza una sacudida feroz, liberé un pequeño chillido dentro de la seguridad de mi coche, sacándolo de mi sistema. Levantando las manos, las presioné contra mi rostro sonrojado. Bajando de un tirón el visor, miré fijamente mis ojos, el verde más brillante de lo normal, y me dije a mí misma con firmeza—: De acuerdo. Tranquilízate, Pepper. Eres una chica grande. Pediste esto. No estás haciendo nada que cientos o miles de mujeres no estén haciendo esta noche. —Probablemente hacía menos, considerando que ni siquiera iba a tener sexo—. No. Es. La. Gran. Cosa. —Incluso mientras pronunciaba las palabras, continué sacudiéndome en mi asiento. Las luces del Jeep de Reece pronto destellaron detrás de mí, puse el coche en reversa y di marcha atrás. Me siguió fuera del estacionamiento y por la avenida. Acorté el camino por el campus, conduciendo entre los conocidos edificios de ladrillo rojo bordeando Butler, pasando el tranquilo patio con su césped lleno de hierba y bancos vacíos. Logré no destruir mi coche, lo cual era de algún modo milagroso considerando que no podía dejar de mirar el espejo retrovisor para ver la oscura sombra de Reece dentro de su vehículo. Encontramos dos lugares, uno cerca del otro, en el estacionamiento. Tomando una profunda respiración, recogí mi mochila del asiento del pasajero y salí, agradecida de que al menos había conseguido hacer todas mis tareas en casa de los Campbell. Reece ya me esperaba, luciendo relajado y a gusto con la mitad de una mano enterrada en su bolsillo. —¿Estás bien dejando el bar? —Se me ocurrió preguntar. —Llamé a mi hermano. Él puede cerrar. —Oh. Bueno.

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Caminó junto a mí mientras nos dirigíamos hacia los dormitorios. Miré sus brazos desnudos. —¿Tienes frío? —Estoy bien. —Es una caminata corta —ofrecí innecesariamente—. Casi llegamos a la puerta. —Al parecer, el nerviosismo me hacía decir tonterías. Pasé mi tarjeta y entré en los dormitorios colectivos. En el elevador, presioné el botón de subida y le lancé a Reece una pequeña sonrisa mientras ambos permanecíamos en un silencio incómodo. Traté de parecer más segura de mí misma de lo que me sentía. ¡Ni soñarlo! Él sabía lo que era. Lo que no era. Forcé a mi mirada a centrarse en los números descendientes de cada piso, mirando cada luz encenderse. Siete. Seis. Él sabía lo que yo no sabía. Cinco. Lo que necesitaba aprender. Cuatro. Tres. Todo. Dos. Dejé mi estudio de los números destellando cuando dos chicas entraron ruidosamente en el edificio. Claramente tenían un par de tragos de más por la forma en que se colgaban la una de la otra. No las conocía, pero se veían familiares. Pero también lo hacían todos los demás que vivían en el edificio. Estaba segura de que nos habíamos cruzado en los pasillos o compartido el elevador antes. La rubia tal vez incluso me había prestado una moneda en el cuarto de lavado. Sus risitas y ruidos agudos murieron cuando me vieron parada allí con Reece. Intercambiaron miradas con los ojos como platos y presionaron los labios como si estuviera matándolas quedarse en silencio. Las puertas se deslizaron para abrirse con un ding y un amortiguado whoosh. Reece esperó para que las tres subiéramos delante de él, y juro que se rieron tontamente como niñas de trece años. Rodando los ojos, presioné para subir al quinto piso, deseando que hubiéramos tomado las escaleras. Era costumbre que yo evitara el hueco de la escalera tan tarde en la noche. Era muy oscuro y olía como a medias sudadas en un buen día. Además, simplemente no me gustaba la sensación de aislamiento en el hueco de la escalera. Como si estuviera dentro de una tumba. Los lugares pequeños y yo nunca nos llevamos bien. Pasé demasiado de mi infancia en armarios y baños. Cuando las chicas salieron en el tercer piso, no esperaron a que las puertas se cerraran antes de comenzar a susurrar indiscretamente y volverse a mirarnos. —Dios —murmuré—. Es como la secundaria. Algunas cosas nunca cambian.

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—Algunas cosas sí. —Deslizó una larga mirada sobre mí mientras bajábamos en mi piso—. No pasé la noche con muchas chicas en la secundaria. Arqueé una ceja. —¿No? Sonrió ampliamente. —No. Eso vino después. —Apuesto que sí. —Desbloqueé mi puerta y me moví en la oscuridad de mi cuarto, mis pasos automáticos, moviéndome de memoria. Encendí la lámpara de mi escritorio y dejé caer el bolso en la silla. La puerta de la habitación contigua estaba entornada, tan habitual. Me asomé dentro del tenebroso espacio. La forma de Emerson era visible debajo de las mantas de su cama. Podía incluso detectar sus suaves ronquidos. Cerré la puerta entre nuestros dormitorios (probablemente por primera vez) y le puse llave. Siempre que Georgia quería estar a solas con Harris, pasaban el rato en su lugar. Incluso pasaba la noche allí en ocasiones. No podía evitar sonreír ante la idea de Emerson despertando con una puerta cerrada. Ella no sabría qué pensar. Enfrenté a Reece, suavizando las manos sobre mis muslos, la suave tela vaquera de algún modo normalizándome. Levantando la barbilla, me preparé para su primer movimiento. Sólo que ni siquiera me miraba. Él analizaba mi cuarto, girando lentamente, su mirada explorando mi santuario privado como si estuviera viendo algo interesante. Mi colcha con sus flores púrpuras excesivamente grandes. Un cartel de las orejas de Mickey Mouse, justo la sombra de ellas colocadas contra una noche estrellada. Observó todo, y yo también, viéndola a través de los ojos de un extraño. Sus ojos. Mi mirada echó una ojeada a la cama, el cartel, el Pluto de peluche apoyado contra mi almohada que me había visto a través de tantos años. Era un pobre sustituto de Purple Bear, pero era el primer regalo que la abuelita me había comprado, así que lo atesoré. Era el cuarto de una niña pequeña, me di cuenta. O al menos eso le parecería a él. Busqué algo bueno sobre ello. Todo era ordenado y organizado. Los libros de textos cuidadosamente apilados en mi escritorio al lado de mi computador portátil. Nada revuelto. Odiaba tener un montón de cosas que solo tendría que embutir en mi coche al final del año y luego encontrar un lugar para guardarlas mientras volvía a casa de la abuelita durante el verano. Se acercó a mi escritorio. Tres fotografías reposaban allí. Una de mi papá y de mí soplando velas en mi pastel de primer cumpleaños. Yo estaba en su regazo. Había un montón de cuerpos presionados detrás de nosotros, ninguno de sus rostros visibles en la imagen, y siempre me gustó

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eso. Me gustaba no saber cuál era mamá. Si es que siquiera era una de ellas. La fotografía era solo de papá y yo. La forma en que habría sido si alguna chica no lo hubiera alejado de mí y me hubiera dejado con ella en su lugar. A pesar de que era mi pastel de cumpleaños, papá fue el que sopló las velas. Probablemente porque yo no habría podido. En cambio, lo observé con esta mirada de ojos amplios y desconcertados en mi rostro redondeado. Como si él efectuara la hazaña más asombrosa que alguna vez había visto en mi corta vida. La segunda fotografía era de la abuela y yo en la graduación de la secundaria. Metida en el borde de ese marco estaba una tira de cuatro fotos tomadas en una cabina, de mí, Emerson y Georgia en el centro comercial en la última primavera. Fue el mismo día en que habíamos decidido contratar una suite juntas. Hacíamos las muecas locas requeridas. En cada pose, Em lucía como si estuviera haciéndole el amor a la cámara. Como si la Diosa Porno fuera la única expresión que podía hacer. La última imagen era de mí con Lila y Hunter en la barbacoa anual de su familia, el cuatro de julio del verano pasado. Su novia había estado merodeando en algún sitio cercano, pero la foto había sido tomada cuando estábamos solo los tres. La mano de Reece fue infaliblemente a esta foto y la levantó del escritorio. —¿Este es él? —¿Quién? —El chico. —Me miró y luego de vuelta a la fotografía, su expresión meditabunda. Parpadeé, sobresaltada porque lo adivinara con tanta exactitud, e incómoda de hablar sobre Hunter con él. Al menos en detalle. Era suficiente que él supiera que hacía esto para atraer a alguien más. ¿Tenía que compartir todo con él? Debió de haber tomado mi silencio por confusión. O se había vuelto impaciente. En cualquier caso, golpeteó el vidrio sobre el rostro de Hunter. —Es por él que estás haciendo esto. ¿Cierto? —Agitó el marco entre nosotros. Le di algo entre un asentimiento y una sacudida de cabeza. — ¿Cómo lo supiste? —Tienes únicamente estas fotos aquí. Supongo que son las personas más importantes de tu vida. —Miré los rostros congelados de mi padre, la abuelita, Emerson, Georgia, Lila y Hunter. Tenía razón. Aquellas personas lo eran todo para mí. —Y —continuó—, estás resplandeciendo aquí. —Bajó la mirada de vuelta a mí con Lila y Hunter.

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Me moví hacia delante, tomé el marco de él y lo puse de vuelta en el escritorio. —Estaba un poco quemada por el sol ese día. Eso es todo. — No sé por qué sus palabras me avergonzaban o por qué sentí la necesidad de desviarlas, pero lo hice. Al avanzar me había situado más cerca de él. Sólo nos separaban unos centímetros. Me mantuve firme, determinada a no dar marcha atrás como si la proximidad a él me asustara. Eso sería tonto considerando que lo había invitado aquí por una sola razón. Jugar a la tímida ahora sería ridículo. Levantando la barbilla, sonreí, esperando que pasara por una mirada seductora. Quería que me besara. Me tocara. Eso sería más fácil que toda esta charla. Pero en vez de seguir con ello, movió su atención a la foto de papá y de mí. —¿Este es tu padre? Suspiré. —Sí. —Eras linda. Tu cabello era muy rojo entonces. —Lo poco que tenía, sí. Su mirada recorrió mi cabello. —Tienes mucho ahora. —Su atención regresó a la fotografía—. Sin embargo, supongo que no obtuviste el cabello rojo de él. Fruncí el ceño. Recuerdos no gratos se acercaron a los bordes de mis pensamientos. ¿Por qué hacía tantas preguntas? Eso no era por lo que lo traje aquí. Ambos sabíamos para qué estaba aquí. Tomé la foto de él y la dejé. Girando, me moví hasta la cama y me hundí en ella, apoyando las manos en el colchón detrás de mí. Cruzando los tobillos enfrente de mí, le contesté—: No. Eso sería de mi madre. Ella tenía el cabello rojo. Con suerte, el “tenía” le quitaría las ganas de preguntar más sobre ella. Había una razón para que ninguna foto de ella adornara mi escritorio. Había una razón para que ella no estuviera incluida entre aquellas personas que eran las más importantes para mí. Él era lo suficiente inteligente para descubrir eso. Sin decir nada más sobre ella, él debía ser capaz de entender demasiado sobre mí. Con ese poquito de información, le había contado más de lo que Emerson y Georgia sabían. —Mi padre está muerto —ofrecí de repente. No estoy segura de por qué. No tenía que hacerlo. Él no husmeaba sobre papá en ese momento. Era probablemente para distraerlo de los temas de mi madre. Era menos doloroso hablar sobre mi papá explotando en Afganistán. Triste, pero cierto. Ninguno calificaba como conversación de besuqueo, pero una era

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el veneno más leve, como mínimo. Preferiría que me mirara como una pobre huerfanita que de la forma en que me miraría si supiera la verdad acerca de mi madre. —Siento escuchar eso. Así que, ¿eran solo tú y tu mamá? —Él no iba a dejar pasar el tema sobre ella, al parecer. Lo miré fijamente, segura de que mi frustración era evidente. Mis pies meneándose enfrente de mí. —Mi mamá también se fue. —No era exactamente la verdad, pero tampoco era una mentira—. Me crio mi abuela. Ahora la lástima estaba allí. Una suavidad indudable entró en sus ojos mientras me miraba. Pero al menos era lástima de la clase de huérfana y no de la otra clase. La otra clase era mucho peor. Con esta podía lidiar. La otra lástima me hacía algo, me hacía sentir como si estuviera arruinada y más allá de poder ser salvada. —Vamos a hablar sobre algo más —sugerí, preguntándome qué tomaría conseguir que dejara de hablar por completo e hiciera su primer movimiento. Tal vez yo necesitaba hacer el primer movimiento. Asumiendo que pudiera alcanzar el valor para hacer eso. —Sí. —Se pasó una mano sobre su cabello casi rapado—. Supongo que esta conversación es un poco corta rollo. Al igual que la de conejos sacrificados y niños muriendo de hambre. —Sí. Eso pensaba. Sonriendo de una manera “sé que soy un dios del sexo”, se aproximó a mí con sus zancadas sueltas y pausadas. Como una especie de felino salvaje. Engañosamente relajado, cuando sabía que él podía saltar a la acción en cualquier momento. Al mirarlo, mis mejillas se sonrojaron. Había sentido aquellos músculos, su flexión y poder contra mis manos. Lo había visto destrozar a ese chico fuera de los baños en Mulvaney’s sin derramar ni una gota de sudor. Se detuvo frente a mí. Mis pies cruzados sobresalían entre sus piernas. Me tomó la mano, las yemas de sus dedos ligeramente rugosas curvándose en mi palma. —Cuéntame sobre el chico de la foto. Eso debería ponerte de buen humor. Tragué saliva. ¿Bromeaba? Sólo tenía que mirarlo para ponerme de buen humor. La intimidad de su mano alrededor de la mía era más que suficiente. —¿Hunter? Nos conocemos de toda la vida.

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Apartó mis piernas y se arrodilló entre mis muslos. Sus manos se cerraron alrededor de mis rodillas. Lo observé, sin aliento. Temblando de adentro hacia afuera. Su agarre me quemaba a través de la mezclilla. Arqueó una ceja. —Estoy escuchando. Su nombre es Hunter. Tomé una bocanada de aire. —Su hermana, Lila, es mi mejor amiga. Él continuó. Mirándome, sus manos rozaron la parte superior de mis muslos y se deslizaron bajo mi sudadera para establecerse en la cinturilla de mis vaqueros. —Continúa. —Ellos siempre me hicieron sentir como parte de su familia. Creo que pasé más tiempo en la casa de los Montgomery que en la mía. Son realmente una gran familia. Barbacoas. Viajes en familia a Disney, ¿sabes? Ese tipo de cosas. Esas manos cálidas mantuvieron su movimiento, avanzando por debajo de mi sudadera y pasando sobre mi vientre. Su pulgar hizo un movimiento rápido, abriendo el broche de mis vaqueros. Su atención centrada allí. Me quedé inmóvil, tragando mis palabras. Levantó la mirada. —Uh-huh. Sigue hablando. Aspirando hondo, continué. —Nunca he estado en Disney World. Ellos todavía van en familia. Como todos los años. —Dios. Ahora estaba balbuceando. ¿Realmente estaba hablando de Disney World? Levantó mi sudadera, tirando de ella por encima de mi cabeza en un movimiento rápido. Cayó al suelo. Me senté en mi sujetador delante de él. Bajé la mirada, verificando el color. Blanco con un lazo amarillo situado entre mis pechos. Me estremecí. Claro, había estado prácticamente desnuda antes con él, pero esto se sentía diferente. Tal vez porque estábamos aquí, en mi habitación. O tal vez porque era todavía muy nueva en esto. Tan nueva, que no podía parar de temblar como la gran virgen que era. O tal vez era la forma en que me miraba. Como si fuera la última mujer sobre la tierra. —¿Qué decías? ¿Disney?

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—Ellos van juntos. Los Montgomery. Son buena gente. —Mi voz ni siquiera sonaba como la mía. Era más como un graznido ahogado—. Hunter es una buena persona. Quiere ser doctor. Puso la palma de su mano justo debajo de mi sujetador, extendiendo los dedos, casi cubriendo mi estómago completamente, las puntas de sus dedos rozando mis costillas. —Suena como un santo. —Inclinó mirándome, consumiéndome con sus ojos.

la

cabeza,

evaluando,

Todo lo que podía pensar era: Espero que no. Un santo nunca me miraría de la manera en la que Reece lo hacía en este momento, y yo quería eso. Necesitaba eso. Su otra mano se deslizó en torno a mi espalda. Trazó mi espina dorsal, acariciando cada protuberancia de las vértebras. Me hizo sentir femenina, pequeña y delicada. Como algo que debe ser adorado. De repente movió ambas manos para agarrar mi torso. Estaba completamente descubierta en el momento en el que me alzó en el aire y me dejó caer sobre la cama. Aterricé sobre mi espalda con un pequeño grito. Gracias a Dios que no quería que siguiera hablando de Hunter. No podría hablar coherentemente. Ya no más. Ni siquiera hace cinco minutos. Levantándose, desató mis zapatos y los tiró fuera. Cada uno cayó al suelo con un ruido sordo. Se acomodó sobre mí, apoyando sus codos a cada lado de mi cabeza. Su rostro estaba tan cerca. Sentí su mandíbula cuadrada, deleitándome en su piel y en su barba. Se mantuvo quieto y me dejó seguir explorando su rostro, trazando el arco de sus cejas, por encima del puente de su nariz, los labios bien tallados. Se movieron en contra de mis dedos mientras hablaba. —Siempre y cuando lo mires de esa manera, él será tuyo. Moví mi mano ligeramente. —¿Cómo te estoy mirando? Se acomodó más profundamente entre mis muslos. Una mano se deslizó entre mi espalda y el colchón. Con un movimiento, desabrochó el sujetador y lo liberó. —Como si me quisieras comer. —Oh. Bajó la cabeza. Me estremecí cuando presionó un beso en la punta de mi seno. Ohhh. Luego el otro. Pasé los dedos por su cabeza. Su boca se

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cerró sobre mi pezón, tirando de mí en el calor húmedo de su boca. Di un grito ahogado y me empujé contra él. Arañé su camisa, retorciendo la tela, con ganas de sentirlo piel con piel. Se sentó, alcanzó detrás de él y se la sacó por la cabeza, luego volvió a bajar sobre mí. Esta vez estábamos pecho con pecho. Su dureza con mi suavidad. Su boca encontró la mía con avidez. No fue dulce, suave ni lento. Me besó profundo y duro. Le devolví el beso, pasando mi lengua a lo largo de la suya, lamiendo sus dientes. Me mordió el labio, tirando de él con los dientes. Gemí, levantándome por él. Me evadió y gruñí, persiguiendo su boca hasta que me dejó tenerlo de nuevo con una satisfactoria colisión de labios y lengua. Mis manos recorrieron sus hombros, deslizándose por su espalda lisa. La piel expandiéndose y ondulándose bajo mis manos. Retrocedió y me miró, sus ojos azules tan profundos y penetrantes que casi brillaban de color plata. Su aliento se estrelló en el aire mientras su mirada vagaba por encima de mí. —Reece —susurré, y mi voz sonó casi como una súplica. —Quiero verte. Todo de ti. —Yo… —Mi voz se quebró, insegura. —Puedes confiar en mí. Asentí, creyendo en eso. Él no era el problema. El problema era yo. Mi temor. Se movió rápidamente, deslizándose a lo largo de mí. Sus manos fueron a la cintura de mis vaqueros, sus dedos trabajando expertamente. La cremallera sonó brevemente. Deslizó mis vaqueros con facilidad. Lo hizo mejor de lo que yo hubiera podido. Como si quitara los pantalones de las chicas todo el tiempo. —Estos sí son calientes. Bajé la mirada, le hice una mueca a las bragas de algodón blanco con pequeños gatitos amarillos. No exactamente el material de diosa del sexo. Hice un sonido ahogado en mi garganta, parte risa, parte gemido. —Realmente tengo que comprar algo de ropa interior más sexy. —Nuh-uh. Estos son calientes. Y prometo que hacen una buena impresión. —Presionó un lento y saboreado beso con la boca abierta justo por encima del borde de mi ropa interior, debajo de mi ombligo. Mis nervios chispearon y saltaron como si hubieran sido tocados con

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electricidad. Su mano se desvió más abajo, tocando entre mis piernas, y ahora jadeaba. Pequeños gemidos embarazosos que no podía parar. —Pepper, deja que te toque. —El sonido áspero de su voz era probablemente la cosa más sexy que había oído. Él podría haberme pedido cualquier cosa en ese momento —con esa voz y con su mano entre mis piernas— y habría estado de acuerdo. Asentí, con mi cabello alborotándose. Su mano estaba dentro de mi ropa interior antes de que siquiera parpadeara. Sus dedos se movieron con habilidad a través de mí, separándome. Él hizo un gruñido casi animal cuando deslizó un dedo dentro de mí. Me enderecé, arqueándome en la cama con un grito agudo. Escalofríos me atormentaron. Empujó en ese lugar, el que había encontrado antes, con la base de su palma. —Tan mojada. —Apenas oí su susurro mientras me sostenía firmemente en sus duros hombros. Enterró la boca en el hueco de mi cuello y me dio un beso allí mientras sacaba y enterraba su dedo, dentro y fuera de mí una y otra vez. Más profundo. Más íntimo, estirándome. Grité, cerrándome a su alrededor con músculos que no sabía que poseía. Mis brazos se envolvieron alrededor de sus hombros, aferrándome a él como una boya en el mar mientras las olas se arremolinaban sobre mí. Nos quedamos así por un momento interminable. Un inmenso letargo se apoderó de mí. Sus manos se deslizaron fuera de mis bragas y me tiró contra su costado, sosteniéndome. Tan saciada como me sentía, estaba alerta y despierta, aún no dispuesta a conciliar el sueño. Me acurruqué más cerca de él, contenta por este momento en el que estaba bien tocarlo y dejar que me tocara. No sería así mañana. Tal vez nunca más. Aproveché la oportunidad para preguntarle lo que venía inquietándome desde que me enteré de que llevaba Mulvaney’s por su cuenta. —¿Son solo Logan y tú? El silencio siguió a mi pregunta y lancé una mirada a su rostro. Me miró, examinándome. —Logan se encuentra todavía en la secundaria, ¿verdad? —Sí. Es un estudiante de último año. Él sólo coge un turno aquí y allá. Juega al béisbol. Con la esperanza de poder obtener una beca. Entonces Logan debía de vivir en una casa cerca de la de los Campbell. Con sus padres, imaginé. Alguna casa de campo antigua y

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pintoresca, como la de los Campbell. Con un estanque. Y patos. Tal vez su madre llevaba un delantal mientras les daba pan sobrante de comer. Un escenario familiar idílico. Sabía que estaba idealizando su vida. Bueno, a él. Simplemente no podía detenerme. Siempre hacía eso cuando conocía a la gente. Imaginar sus vidas perfectas. Vidas normales. —Entonces ¿sólo vives tú allí, encima del bar? —Sí. —Sus manos trazaron un modelo delicioso en mi brazo. —¿Qué hay de tus padres? ¿No les importa? —Mi madre murió cuando yo tenía ocho años. —Oh. Lo siento. —Me humedecí los labios—. ¿Y tu padre? —Está en una silla de ruedas. Hace dos años. —Dios, lo siento mucho. Eso debe ser duro. —¿Así que por eso estaba llevando el bar todo por su cuenta? Su padre ya no podía. Quería sonsacarle más información, pero de repente él lucía tan inaccesible. Tan inalcanzable. Al parecer había tocado un tema del que no le gustaba hablar. Podía entender eso. Tenía mis propios fantasmas que mantenía firmemente detrás de puertas cerradas. Aun así, quería decir algo. Ofrecerle un poco de consuelo. Me incorporé sobre un codo para mirarlo, abrazando la manta contra mi pecho mientras pasaba una mano sobre su pecho en un pequeño movimiento circular. —No me mires como si fuera algo noble —dijo en voz baja, con el ceño fruncido, sus ojos azules repentinamente helados—. Soy el que lo puso allí. Esta vez sentí mi boca caer abierta. Escuché mi jadeo. Mi mano se congeló en su pecho. —Así es. Ahora ya sabes qué tipo de persona soy. Trabajo el bar porque mi viejo no puede. Porque es su legado y es lo menos que puedo hacer por él después de paralizarlo. —Hizo un sonido en la parte posterior de la garganta. Mitad gruñido, mitad resoplido de… algo. ¿Tal vez enfado? Conmigo o él mismo, no estaba segura. Negué con la cabeza. —Yo… —No deberías estar perdiendo el tiempo conmigo. —Se levantó bruscamente y agarró su camisa desechada. Poniéndosela sobre su cabeza, continuó con voz dura—: Esto fue muy divertido, pero creo que has tenido suficientes juegos previos, ¿no crees? Estas más que lista para tu chico de fraternidad usa-polos.

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Lo observé, con el cuerpo delgado abandonando el círculo de luz emitido por mi lámpara, hasta que se quedó en la sombra cerca de mi puerta. Una parte de mí quería llamarlo y asegurarle que se había equivocado. ¿Pero equivocado en qué? ¿Que no estaba perdiendo el tiempo con él? ¿Que esta noche no fue suficiente de alguna manera? ¿El hecho de que en realidad no podía haber hecho lo que dijo y dañado a su padre? No sabía casi nada de él. No podía decir nada de eso. Dejé que mis instintos se sobrepusieran. Los mismos instintos que me ayudaron a sobrevivir después de que murió mi padre, cuando éramos sólo mi mamá y yo. Lo vi salir de mi habitación y cerrar la puerta tras de sí. Abrazando la manta, me levanté y cerré con llave.

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16 Traducido por ElyCasdel & Issel Corregido por LIZZY’

—Espera. ¿Dijo que puso a su padre en una silla de ruedas? — demandó Georgia sobre un montón de panqueques en nuestra tienda favorita de waffles a unas cuadras del campus. Su tenedor cortó un trozo de salchicha y luego lo arremolinó con el jarabe. Tiró de la reluciente carne de su tenedor con un chasquido de dientes y masticó, mirándome como su se concentrara en algo complicado. Emerson se encogió de hombros y bebió de su café, ajustando cuidadosamente sus lentes con estampado de leopardo sobre el puente de su nariz e inclinando la cabeza hacia la ventana de su derecha. Apenas tocó el tazón de avena que había frente a ella, el cual la obligué ordenar, insistiendo en que se sentiría mejor con algo de comida en el estómago. —¿Cómo puedes comer todo eso? —Puedo comer así porque corro cinco días a la semana y no me emborracho —respondió Georgia, cortando un trozo en forma de triángulo de su monte de panqueques con el tamaño perfecto de un bocado—. Ahora. De regreso al camarero. ¿Le preguntaste a qué se refería con eso? Jugueteé con mis papitas fritas, tentándolas. —No. Tenía prisa por irse después de esa aceptación. Para ser honesta, también tenía prisa porque se fuera. —No bromees. —Emerson suspiró—. Los ardientes siempre son unos sociópatas. —¿En serio? —La miré a través de la cabina—. ¿Siempre? —Miré a Georgia en busca de ayuda—. ¿Siempre? Em gimió, tocándose la frente. —Eres demasiado ruidosa. Si no son sociópatas, al menos están dañados. —Ahora dímelo. Si ese es el caso, ¿entonces por qué tenías tanta prisa por engancharme con el chico más ardiente que pudieras encontrar?

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—¿Querías que te enganchara con alguien doméstico que no tuviera habilidades en la cama? Pensé que el punto era darte algo de experiencia. —Ignórala. —Georgia movió su cabello en el aire—. Está de malas porque tiene resaca. Hunter es ardiente y no está dañado. Lo mismo se puede decir de mi novio. Emerson murmuró algo en su taza de sospechosamente como—: ¿Estás segura de eso?

café

que

sonó

Georgia le disparó una mirada. —Divertido. —Solo digo que nunca sabes qué hay realmente dentro de alguien. —Bueno, ese es un pensamiento alegre. —Georgia agitó la cabeza y se estiró para coger su jugo—. Escucha, dudo que lo dijera en serio. Tal vez su padre se lastimó en el trabajo, trabajando largas horas para mantener a la familia, y Reece se culpa. Ya sabes, algo como eso. El chico obviamente no lastimó a su propio padre o estaría en la cárcel. Y si fuera así de malo, ¿por qué se sentiría obligado a llevar el negocio de su padre? —Tal vez quería el negocio para él solo —ofreció Emerson. —Dios, estás llena de optimismo hoy —espetó Georgia. —Lo siento, solo no quiero que Pepper salga herida, y está comenzando a sonar como alguien capaz de hacer eso. Georgia tomó un sorbo de su jugo y pareció considerarlo. Igual que yo. Lo hicimos dos veces, y cada vez vino a mí sin expectativas para él mismo. Pudo haberme herido muchas veces. Georgia mojó más salchicha en su sirope. —Solo creo que necesitas averiguar a qué se refería. —Sí —murmuré. A la luz del día, mi instinto de conservación había disminuido. Ahora me embargaba la curiosidad. ¿Qué le pasó realmente al padre de Reece? Un chico que se detenía para ayudar a una chica varada a un lado de la carretera no era el tipo que pondría a alguien en una silla de ruedas. Especialmente a su padre—. Quiero saber. Emerson murmuró algo en su taza de nuevo. —¿Qué? —demandé. Levantó sus ojos azules hacia mí sobre por encima del borde. —Ya sabes lo que dicen. La curiosidad mató al gato. Aun cuando había decidido ver a Reece de nuevo y llegar al fondo de su confesión, me tomó varios días llegar a ello. En parte por mi voluntad vacilante y en parte porque estaba ocupada. Entre escribir un ensayo

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para literatura universal, estudiar para mi examen de psicología anormal, y trabajar dos turnos en Little Miss Muffet, apenas tenía tiempo de dormir. Probablemente era lo mejor, de todas formas. Necesitaba un poco de espacio para recordar por qué comencé todo este asunto con Reece. Era puramente curiosidad lo que me evitaba el dejarlo atrás para bien. Al menos eso era lo que me dije después de entregarme y encontrar un lugar en el estacionamiento de Mulvaney’s. Cerca de la entrada del bar, el tentador aroma de las alas de pollo me asaltó. Aparentemente era noche de alas a diez centavos. El lugar estaba lleno de chicos rechonchos de rugby. Algunas chicas se sentaban en mesas llenas con canastas de alas. Ellas también parecía como si pertenecieran al equipo de rugby masculino. Me acerqué al espacio abierto en medio de la habitación, y fue como la última vez que estuve ahí, todo otra vez, cuando todo el mundo se había dirigido al exterior después de la última llamada y el espacio se sintió grande y cavernoso. No había señales de Reece en la barra, pero reconocí al viejo camarero con el bigote. Él también me reconoció, aparentemente. —Hola, Roja. ¿Qué puedo hacer por ti? —¿Está Reece por aquí? —Hoy no. Está enfermo. —¿Enfermo? —Sí. Me llamó esta mañana. Preguntó si podría cubrirlo. —Encogió un hombro—. Dije, ¿por qué no? Los jueves son tranquilos. —Señaló una canasta llena de huesos de alas de pollo cerca de su codo—. Puedo tener todas las alitas que quiera y mirar televisión aquí tan bien como en casa. — Asintió hacia la televisión posicionada en lo alto de la esquina sobre la barra. Sin el estruendo usual, de hecho podía oírlo. —¿Qué le pasa? —No lo dijo. Solo sonaba como la muerte recalentada. Espero no contagiarme. —Sus ojos destellaron hacia mí con una luz conocedora—. Y espero que tú tampoco. —Sonrió, y eso fue suficiente para saber que pensaba que Reece y yo éramos más que amigos. Asumía que éramos el tipo de amigos que podrían compartir algunas cosas. Incluyendo virus. Con mejillas sobrecalentadas, agité la mano para despedirme. — Gracias. Me dirigí de regreso a la entrada, dudando cerca del mostrador de comida. Algunos chicos permanecían en la fila. La misma chica que nos había visto a Reece y a mí entrar en su habitación la otra semana, tomaba órdenes. Rondé por ahí por un momento, mirando hacia la parte trasera

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de la cocina como si de alguna forma pudiera escabullirme hasta la habitación. Oh, ¿qué demonios? Me moví, abriendo el picaporte de la media puerta que llevaba a la cocina. La chica detrás del mostrador comenzó por un segundo y me miró, una protesta formándose en sus labios. Cuando su mirada se enfocó en mi cara, dudó, claramente reconociéndome. —Hola. —Le dediqué un ligero asentimiento, actuando, esperanzada, como si tuviera todo el derecho de andar por la cocina. —Uh, hola —respondió, aun pareciendo insegura. Sentí su mirada en mi espalda mientras me adentraba en las entrañas de la cocina, donde el sonido de comida friéndose en grasa llenaba el aire. Ninguno de los cocineros me prestó atención. Esperando que la puerta estuviera desbloqueada, intenté con la manija, liberando un suspiro de alivio cuando se abrió. Cerrándola detrás de mí, amortiguando los sonidos de la cocina, subí las escaleras. En la cima, tragué y llamé. —¿Quién está ahí? —Pepper. Un gruñido me respondió. No la bienvenida más sentida. Ignorando ese hecho, llegué a la cima. La visión de la cama, las sábanas todas arrugadas a su alrededor, me golpeó como un déjá vu. Se parecía mucho a la última vista que tuve de él la noche que me escabullí. Especialmente considerando la cantidad de piel desnuda visible. Una mirada rápida reveló que usaba unos shorts de deporte. Agradecida por eso, me acerqué lentamente a la cama. —Escuché que estabas enfermo. —Muriendo, para ser más específicos —graznó, su brazo voló sobre su cara, escondiendo todo menos sus labios. Labios que parecían cenizos y carentes de color—. Vete. —¿Qué está mal? ¿Además del hecho de que te estás muriendo? —Solo digamos que el retrete y yo estamos de pronto en primera base. —¿Con que frecuencia estás vomitando? —No lo sé… creo que se ha reducido. Sin responder, me moví hasta el refrigerador y miré dentro. Sacando un litro de Gatorade, serví medio vaso y agregué dos hielos.

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Caminando de regreso a la cama, me senté en la orilla, a su lado. Me miró por debajo de un brazo. Sus ojos estaban enrojecidos, el blanco de sus ojos era rojo. Sus iris azules se veían claramente en el relieve. —Dije que te vayas. —Aquí. Toma un trago. No quieres deshidratarte. —Le acerqué el vaso a los labios. Negó con la cabeza y lo alejó. —No puedo contener nada. —Tal vez te intoxicaste. —Comí lo mismo que alguien más anoche. Ella no está enferma. Ella. No sé por qué, pero esa sola palabra me sacudió e hizo que me diera un vuelco el estómago. Lo cual estaba mal. No tenía derecho sobre él. No quería tener derecho sobre él. Puse el vaso en su mesilla de noche y toqué su frente, haciendo una mueca ante el calor de su piel. —También tienes fiebre. —No deberías estar aquí. —Esta vez su voz era menos amarga—. También te enfermarás. Negué con la cabeza. —Nunca me pongo enferma. Segundo año trabajando como niñera. Tengo constitución de hierro. —Debe ser lindo. —Sus párpados se cerraron. Le fruncí el ceño. Tenía que trabajar en unas horas, pero no me sentía bien dejándolo así. —¿Tienes un termómetro? ¿Has revisado tu temperatura? Abrió un poco los ojos. —Estoy bien. Estaré bien. Puedes irte. No tienes que cuidarme. He estado haciéndolo por años. —Sus se cerraron sobre esos brillantes ojos azules. Me senté ahí por un momento, mirándolo. Su pecho caía en lentas y uniformes respiraciones, y supe que se había dormido de nuevo. Pasé una mano por su frente. Aún se sentía demasiado caliente. No era totalmente ajena a cuidar gente enferma. Había vivido con mi abuela durante años, después de todo. Había visto lo que podría pasar cuando la gente no se atiende a tiempo. Sí, él era joven y fuerte, pero uno nunca sabe. Levantándome, salí del desván y cruce la cocina de nuevo. Cinco minutos después estaba en la farmacia a la vuelta de la esquina. Agarrando una canasta de mano, la llené con un termómetro, Pedialyte, Sprite y más Gatorade. Arrojé un Tylenol con la esperanza de que también pudiera contener algo de eso, y añadí galletas saladas, gelatina y un par de latas de sopa de fideos de pollo para cuando se

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sintiera un poco mejor. Un empleado me ayudó a encontrar algunos de esos pequeños paquetes congelados para la cabeza. Si no podía retener el Tylenol, podría presionar esto contra su cabeza. Diez minutos después, caminaba de regreso dentro de Mulvaney’s. le dediqué un rápido asentimiento a la cajera. Una sonrisa tocó sus labios mientras miraba las bolsas en mis brazos. Cuando entré de nuevo en el desván fue para encontrar la cama vacía. Luego lo escuché en el baño. —¿Estás bien? —grité. Algunos minutos pasaron antes de que saliera, secando su boca con una toalla pequeña. —El Gatorade no fue tan buena idea. Sonreí. —Lo siento. Sus ojos rojos me escanearon, permaneciendo en donde las bolsas blancas de plástico colgaban de mis dedos. Tiró la toalla de regreso al baño en un fuerte movimiento. Mi mirada se embebió de cada músculo y tendón en sus brazos y torso. Aún enfermo, lucía fuerte, poderoso y sexy como el infierno. Parpadeé rápidamente, alejando la observación totalmente inapropiada. Ahora no era el momento. Y realmente después de la admisión del otro día, no estaba segura de sí habría algún momento para ese tipo de observaciones de nuevo. Tomó varios pasos arrastrándose hacia la cama. —Regresaste. —No era una pregunta. —Sí. —Y fuiste de compras. —Sí. Solo traje algunas cosas que podrías necesitar. Fui a la cocina y aparté las cosas frías, poniendo los dos pequeños paquetes de hielo para su cabeza dentro del congelador. Abriendo el paquete del termómetro, leí las instrucciones y lo acerqué a él. Me miró con ojos rasgados, mirando el artículo como si lo fuera a morder. O tal vez era solo yo en general. —¿Compraste un termómetro? —Sí. —Sentándome en el borde de la cama, presioné el botón y deslicé el rodillo por su frente. Alejando la mano, leí—: Treinta y nueve con once. Deberíamos darte algo de Tylenol. Señaló su vaso vacío. —Todavía no puedo contener nada. Asentí. —De acuerdo. —Levantándome, busqué una toalla en el baño y la puse bajo el agua fría. Eso podría funcionar hasta que los

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paquetes de hielo estuvieran lo bastante fríos. Sentándome en la cama de nuevo, puse la toalla en su frente. Alejándome, jadeé cuando me agarró de la cintura. Aún enfermo su agarre era fuerte. Sus ojos me perforaron. —¿Por qué haces esto? Me encogí de hombros, incómodamente. —No lo sé. Negó con la cabeza una vez como si no fuera lo bastante bueno. — ¿Por qué estás aquí? Sus dedos se desplazaron, las puntas enviando pequeñas chispas de calor por mi brazo. Debería lucir ridículo con una toallita azul cubriendo su cara, pero no lo hacía. Lucía humano y masculino, y demasiado vulnerable justo entonces. —Porque necesitas a alguien. Esta era la simple verdad, pero las palabras colgaron entre nosotros, y me di cuenta de que sonaron como mucho más de lo que pretendía. Sus dedos se deslizaron de mi muñeca, y exhaló un suspiro pesado, como si de repente recordara que estaba enfermo y no pudiera lidiar con esto… conmigo, en este momento. Sus ojos se cerraron de nuevo. Casi instantáneamente, se durmió. —Sí, siento avisar con tan poca antelación, pero no la puedo dejar sola. Está demasiado enferma—. Me detuve y escuché mientras Beckie se compadecía y me aseguraba que estaba bien—. Gracias por entender. Te veré el sábado. Colgué el teléfono en su base, sintiéndome un poco mal por esperar hasta el último minuto para hacer la llamada, pero me había tomado casi dos horas decidir que no podía dejar a Reece sólo. O no lo haría. De cualquier manera, me había resignado a ocupar el papel de enfermera, aunque él no lo había pedido. Aunque él no quería esto de mí. —¿Supongo que soy la "Ella" de la que estabas hablando? Me di la vuelta para encontrarme con la mirada de Reece. —Estás despierto. Se apoyó en el colchón y se irguió en la cama, apoyando la espalda contra las almohadas apiladas en la cabecera. —¿Durante cuánto tiempo estuve durmiendo? —Casi dos horas. Suspiró y se pasó una mano por la cara. —Y no me enfermé. Está bien. Quizá pueda tomar ese trago ahora. —Miró hacia su izquierda y, al ver que el vaso vacío ya no estaba (ya lo había lavado), sacó las piernas de la cama.

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—No. No te levantes. —Me apresuré a la cocina, serví un vaso pequeño de Gatorade, y saqué dos pastillas de Tylenol. Cuando regresé, tomó las pastillas y las colocó en su lengua, y las tomó con un cuidadoso trago. —Gracias. —Colocó el vaso en la mesita de noche—. De verdad no tienes que faltar al trabajo por mí. —Demasiado tarde. Además —Señalé hacia la mesa de su cocina en donde estaban esparcidos mis libros—, tengo que estudiar. —Había sacado mi bolso del coche después de que se durmiera. Asintiendo, se puso de pie, dirigiéndose inmediatamente hacia mí. Levanté una mano como para estabilizarlo, aunque toda esa piel tatuada desnuda hacía que mi pulso saltara un poco, me hacía recordar la otra noche. Ambas noches. Aquí, y en mi dormitorio. Ahora parecían más un sueño que reales. Mi cuerpo enredado con… todas sus líneas delgadas, fuertes ángulos y músculos curvilíneos. Sus manos tocándome en lugares que nunca había tocado nadie. Mi mirada pasó por su cuerpo. Y ahí estaba esa peligrosa parte de él, con la mitad de su torso tatuado. Como sí debiera estar una celda de prisión levantando pesas con otros convictos. No conmigo. Bajé las manos desde donde colgaban sobre sus bíceps y me humedecí los labios resecos. —¿Que haces? Deberías quedarte en cama. —Sobre tu espalda. Débil y enfermo, y mucho menos intimidante. Su boca se levantó en una media sonrisa de satisfacción. —Voy a tomar una ducha. Estaré bien, mamá. —Me sonrojé. Tendía a ser maternal. Emerson y Georgia siempre lo decían. Lo que era irónico considerando que nunca había tenido ese tipo de madre. Pero cuando creces en una comunidad donde las personas, incluyendo a tu propia tutora, estaban frecuentemente enfermos, esto iba con el territorio. Observé mientras se movía hacia el baño, con el juego de las luces sobre los músculos debajo de la piel dorada de su espalda hipnotizándome. Sus pasos eran mucho menos fluidos y seguros de lo normal. En la puerta del baño, se detuvo y miró hacia atrás por encima de su hombro. —Puedes quedarte. Si quieres. —Miró de nuevo a la mesa en donde estaban todos mis libros—. Estudia aquí. Asentí, mi corazón dando un pequeño salto loco. Se giró de nuevo y se encerró en el baño. El sonido de la ducha pronto salió a través de la puerta.

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Mi corazón aún se sentía tontamente encendido cuando conseguí sábanas frescas de un estante cerca de su cama. Quité las sábanas viejas y luego las reemplacé con las nuevas. Estaba acomodando las almohadas cuando salió de la ducha diez minutos después. Se detuvo, frotando una toalla sobre su cabeza. —¿Cambiaste las sábanas? Levanté la cara hacia él y le dediqué una sonrisa. Lucía casi confundido. —Estabas enfermo… Pensé que podrías querer sábanas frescas. Me miró solemnemente. Como si estuviese tratando de entenderme. Mi sonrisa decayó. Porque eso nunca pasaría. Nunca podría permitir que sucediera. Dios, primero tendría que entenderme yo misma, y eso era una lucha constante. Justo cuando pensaba que sabía lo que quería en la vida y quién era, recibiría una llamada de la abuela, deprimida por mi papá. Hablaría sobre cómo todo se fue al diablo cuando él se casó con mi madre. Sobre cómo él debería de haberse casado con Frankie Mazzerelli, su amor de la escuela, que ahora estaba casada con un farmacéutico y tenía cuatro niños. Y si no fuese mi abuela, tendría una de mis pesadillas, y esta sería como si tuviera diez años de nuevo, escondiéndome en las sombras y rezando por tener una capa de invisibilidad. Esa había sido mi fantasía. Otras niñas pequeñas soñaban con castillos. Yo soñaba con la invisibilidad. En ese entonces no sabía nada, y aún estaba tratando de entenderme. Hasta ahora había cambiado mi especialidad de estudio tres veces, estableciéndome finalmente en psicología. Como sí convirtiéndome en terapeuta y ayudando a otros con sus problemas pudiera de alguna manera ayudarme a mí misma a superar los míos. Sólo había una irrefutable verdad en mi vida. Sólo una cosa que sabía. Hunter era bueno. Hunter era normal. Y yo quería eso. Corrección: él. Lo quería a él. Que yo supiera. Ese era el plan. —Gracias —dijo—. Por hacer esto. Por estar aquí. —¿Quieres intentar comer algo? —Fui a la cocina—. Tengo sopa de pollo y fideos. Gelatina. Galletas. —Puede que esté preparado para un poco de gelatina. Tomé una de las pequeñas copas del refrigerador y se la pasé. Abrió los armarios y agarró una cuchara. Apoyándose contra la encimera de la cocina, me estudió. —¿Ya comiste? —Almorcé tarde y merendé algunas galletas mientras dormías. Estoy bien.

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Quitó la tapa de aluminio de la copa. —Abajo pueden hacerte algo. Es noche de alitas. —Eso está bien. Se metió en la boca una pequeña cucharada de gelatina de fresa. Los músculos de su mandíbula se movieron ligeramente mientras él la removía, saboreándola lentamente. —No pensé que te vería de nuevo. ¿Por qué has venido? —preguntó mientras se concentraba en otra cucharada. No podía mirar su cara para juzgar propiamente cuáles eran sus pensamientos, pero pensé que sonaba casi aliviado porque hubiera probado que estaba equivocado. ¿Se alegraba de que estuviera aquí? —Después de lo que dijiste esa noche, no me sorprende que pensaras eso. Alzó la vista, su mirada atravesándola. —¿Entonces por qué estás aquí? Al menos no pretendía no entender a lo que me refería. —¿A qué te referías con que pusiste a tu padre en una silla de ruedas? —Justo lo que dije. —¿Así que tu… lo lastimaste? ¿Deliberadamente? Sus labios se torcieron en una dura sonrisa. —Quieres que lo haga sonar menos malo. Quieres que te diga que soy algo más. Algo que no está roto. ¿Es eso, Pepper? —Meneó la cabeza y lanzó la copa de plástico a la basura—. No voy a mentirte y convencerte de que soy alguien bueno y brillante como tu chico, que va a ser un doctor. Se empujó para alejarse de la encimera y caminó de nuevo hacia la cama. —No es lo que estoy haciendo. —Sí, es lo que estás haciendo. Puedo verlo en la forma en que me estás mirando con esos grandes ojos verdes. Mis manos se apretaron en dos puños a mis costados. —Sólo quiero saber la verdad. —¿Eso qué importa? —dijo por encima de su hombro mientras levantaba las sábanas de la cama—. No necesitamos compartir las historias de nuestras vidas el uno con el otro. No necesitamos saber ninguna verdad acerca del otro. Lo que hacemos juntos no necesita ser complicado. Parpadeé cuando sus palabras cayeron sobre mí. Estaba en lo correcto, por supuesto. No necesitaba saber quién era él.

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—¿Apagarías la luz? —preguntó, suspirando mientras se subía de nuevo a la cama. —Vas a dormir. —Aún estoy exhausto. Así que sí. —Levantó la cabeza—. ¿Te vas a quedar? Miré de él a la mesa con mis cosas. —Creo que me iré. Sostuvo mi mirada por un largo momento antes de asentir una vez y dejar caer su cabeza de vuelta en la almohada. Comencé a recoger mis cosas cuando su voz me detuvo. —O puedes quedarte. Lo que sea que quieras hacer. —¿Quería que me quedara? Casi sonaba como si así fuera. Me mantuve inmóvil, insegura. Gradualmente, coloqué los libros en la mesa de nuevo y caminé hacia la cama. Quitándome los zapatos, me subí a su lado. Me acerqué a él. Su cuerpo irradiaba calor en la cama. Me relajé, cada vez más cerca, enterrando la punta de mi nariz contra su espalda, saboreando el limpio olor de su piel, fresco por la ducha. Su voz retumbó desde su espalda hacia mí. —Oye, tú nariz está fría. Sonreí contra su piel. —¿Qué tal mis pies? —Los encajé entre la parte de atrás de sus rodillas. Siseó. —Ponte unos calcetines, mujer. Me reí suavemente. —Tienes fiebre. Quizás esto ayude. Rodando sobre su costado, me encaró. Sus ojos brillantes me quemaron, probablemente haciendo que mi temperatura también ardiera. Su mano encontró mi brazo, sus dedos acariciando de arriba abajo sin prisa. Seductoramente. Incluso enfermo, me seducía. Probablemente no se diera cuenta. Eso era simplemente lo que hacía. Quién era. Cómo me afectaba. Sus ojos se cerraron. Sin abrirlos. Murmuró—: Me gusta el sonido de tu risa. Es genuino y real. Muchas chicas tienes risas falsas. Tú no. —También me gusta tu risa —susurré, sintiéndome acogida, cómoda envuelta en el capullo de su cama. —¿Si? Posé mi palma sobre su pecho, disfrutando de la sensación de su carne firme, incluso caliente como estaba. Suspiró, como si mi mano fría le ofreciera algo de alivio.

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—Rio más desde que estás alrededor —dijo calladamente, sus labios apenas formando palabras. ¿Lo hacía? Fruncí el ceño. No debió de haber reído nada antes, entonces, porque no pensaba que fuera particularmente jovial. Lo abracé durante la noche. Y él me abrazó de vuelta, metiendo mi cabeza debajo de su barbilla. Sus brazos me rodearon y me mantuvo cerca de su cuerpo caliente. Casi como si fuera algún tipo de cuerda de salvación. Sentí el momento en que su fiebre disminuyó alrededor de la una de la mañana. Confiada en que estaba recuperándose, finalmente me relajé y dormí.

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17 Traducido por Moni Corregido por Verito

Los restos de Halloween estaban en plena evidencia mientras cuidadosamente maniobraba por el pasillo hacia mi habitación, pisando alrededor de tiras de aerosol de color naranja y negro. Ya podía imaginarme la mirada en el rostro de Heather cuando despertara. Nuestra Asesora de Residencia probablemente haría una reunión especial de piso sobre esto. Suspiré, no deseando que eso pasara. Hablando de Heather. Estaba a cuatro puertas de mi habitación cuando de pronto salió un chico de su cuarto. Sosteniendo los zapatos en la mano, cerró la puerta con cuidado, como si no quisiera hacer ni un sonido. Cuando se volvió, quedamos frente a frente. Parpadeé ante él. — Er, ¿Logan? —Hola, Pepper —susurró, pasando una mano a través de su ingeniosamente despeinado cabello. La acción solo hizo que el cabello rubio oscuro se pusiera de punta salvajemente. Justo como su hermano, probablemente él se veía caliente hasta en su peor día—. Qué sorpresa verte aquí. —Sí. Vivo aquí. —Mi mirada pasó de él hacia la puerta de Heather “Asesora de Residencia, estudiante graduada, y veinticuatro años”—. ¿Ella sabe que estás en la secundaria? Sonrió simpáticamente, inclinándose para ponerse los zapatos. —No creo que le importe. Resoplé. —Lo apuesto. —Oye, tienes auto ¿verdad? —Sí. ¿Por qué? —Bueno, Heather me trajo anoche. Iba a llamar a alguien para pedir aventón de vuelta a Mulvaney’s… Sonreí. —¿Por qué no se lo dices a Heather? —Oh, no quiero despertarla.

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—Claro. —Reajustando el cesto con la ropa en mi cadera, caminé hacia mi habitación—. Déjame dejar esto y tomar mis llaves. —Gracias. —Me siguió. Cuando miré hacia atrás fue para verlo mirando nerviosamente sobre su hombro, como si estuviera preocupado de que Heather viniera tras él. Dejé el cesto y tomé las llaves, una sonrisa tirando de mi boca. — Vamos, Romeo. Sonrió arrepentido mientras caminábamos hacia el elevador. —No soy Romeo. No hay una chica por la que esté suspirando. Asentí. —Eso es verdad. —Ahora, mi hermano por otro lado… —Su voz se cortó mientras me miraba a sabiendas. Negué con la cabeza, el calor arrastrándose por mi rostro y llegando hasta mis orejas. —No sé de qué estás hablando. —Ustedes dos se han estado viendo mucho. Encogí un hombro con inquietud. —No diría que mucho. —Claro, he visto más de él que de ningún otro chico antes, pero Logan no sabía eso. Entramos en el elevador vacío. Dos chicas ya estaban allí, hablando. Sus miradas se deslizaron sobre Logan apreciativamente antes de que continuaran con su conversación. Una conversación que no pude evitar escuchar, especialmente cuando escuché las palabras club erótico. Em querría que le dijese todo lo que escuché. Ella había estado en una misión para aprender más sobre él desde que escuchamos por primera vez de su existencia. Pensaba que era un insulto que de alguna manera no le hubiera llegado una invitación aún. —Sí… Hannah obtuvo una invitación —dijo una—. Aparentemente conoce a alguien que ya es miembro. Y ya conoces a Hannah, siempre ha estado interesada en las cosas raras… No pude evitar deslizar una mirada hacia Logan. Claramente, también estaba escuchando, si la expresión interesada en su rostro significaba algo. Probablemente deseaba poder conocer a esta Hannah. Saliendo del elevador, bromeé—: ¿Quieres pedirles el número de Hannah? Se rio mientras salíamos hacia la fresca mañana. El viento me golpeó en la cara y deseé haber tenido tiempo de traer una chaqueta y bufanda sobre mi suéter. —Suena muy interesante, pero no, gracias. Soy más tradicional.

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No me molesté en señalar que dormir con una chica diferente cada semana no calificaba exactamente con tradicional. Entramos al auto y encendí la calefacción tan pronto como lo arranqué. —Entonces —comencé mientras salía del estacionamiento—. ¿Tu hermano sabe dónde estás? Su sonrisa cambió a algo petulante y felino. Su mirada se volvió conocedora, y tuve que pelear con el impulso de inquietarme. —¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres saber? —¿Q-qué quieres decir? —balbuceé. —Quieres saber todo sobre mi hermano. Admítelo. —No quiero saber todo. —Sólo las partes importantes. —Bueno, puedo decirte que él realmente está interesado en ti. —¿Cómo puedes saber eso? —demandé antes de darme cuenta de que tal vez debería tratar de actuar como si no me importara. —No ha habido muchas chicas. Quiero decir, él claramente no es como yo. —Resoplé y rodé los ojos. Colocó la palma sobre su pecho y me guiñó un ojo—. Pero ha habido algunas. Aunque nada como tú. —¿Y cómo soy yo? —Tú, Pepper, eres el tipo de chica que un chico lleva a casa. Que es por lo que supongo que Reece nunca se involucró con tu tipo antes. No tenemos un hogar para llevar a chicas. Nuestro viejo es todo un trabajo. Incluso antes de su accidente, era amargado y malhablado. Diablos, no sé qué volaba más rápido, sus puños o las botellas de cerveza vacías que nos lanzaba. Mis manos apretaron el volante. Una familiar sensación agria rodó a través de mí. Sonaba como si su infancia no fuera mejor que la mía. Un veneno diferente, sí, pero el veneno era veneno. —Suena genial. —Sí. Un auténtico príncipe. —Mencionaste un accidente. —Reece no había llamado a lo que le pasó a su padre un accidente. Él se culpaba a sí mismo—. ¿Qué pasó? —Chocó su camioneta contra un árbol. Se quebró la columna vertebral. ¿Un accedente de auto? ¿Cómo era eso culpa de Reece? Me humedecí los labios. —Reece dijo algo. Sonaba como si él pensara que es el responsable. Logan me miró bruscamente. —¿Él te dijo eso?

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Asentí. Logan maldijo. —No fue su culpa. El viejo lo culpa, pero eso es pura mierda. Reece no vino a casa para las vacaciones de verano para trabajar, y papá chocó su camioneta conduciendo hacia casa después de cerrar. En su mente, si Reece hubiera estado allí él no habría tenido que conducir esa noche. Mi mente vagó mientras entraba en el estacionamiento de Mulvaney’s. Supongo que todos tenemos nuestras cruces que soportar. Excepto por Hunter. Él solo conoció a una familia amorosa. Padres que estaban para sus hijos, los protegían y apoyaban. —Eso no está bien. —Nop —anunció Logan, una rigidez en su voz que indicaba que tenía mucho más que decir sobre el tema de su hermano saliendo de la escuela y sacrificando su futuro—. Yo no lo habría hecho. Soy más egoísta, supongo. Una vez que me gradúe, me voy de aquí. Voy a vivir mi propia vida. Con suerte, Reece también lo hará. Al menos ya no me tendrá para preocuparse más. —¿Crees que vuelva a la escuela? Negó con la cabeza. —No, él disfruta de hacerse cargo del bar. No lo hacía al principio, pero está en su sangre. Nuestro abuelo lo abrió e hizo de él lo que es. El negocio había estado en decadencia con papá. Las cosas han mejorado desde que Reece lo tomó. Ha estado hablando con diferentes bancos sobre abrir una segunda locación. Mi papá se volverá loco. No le gusta el cambio. Pero dudo que eso detenga a Reece. Él está determinado. Me estacioné cerca de la puerta trasera, deseando haber conducido más despacio. Todo lo que Logan decía revelaba un lado nuevo de Reece, confirmando que él era más de lo que asumí al principio. Abriendo la puerta, Logan vaciló. —Gracias por el aventón. —Con gusto. Sus ojos, tan parecidos a los de Reece, se fijaron en mí. —Mi hermano es un buen tipo, sabes. Asentí, insegura de qué decir a eso. —Escuché que viniste y cuidaste de él cuando estuvo enfermo. — Asentí una vez, el calor sonrojando mi rostro—. Él merece a alguien como tú. Avergonzada, coloqué un mechón de cabello detrás de mi oreja y miré por el parabrisas. —Es lindo que digas eso, pero no me conoces, Logan. —No era alguien que iba a salvar a su hermano. Incluso si quisiera, no estaba en mí el salvar a alguien. Apenas sí podía salvarme a mí misma.

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—Tal vez puedo verte más de lo que crees. —No lo creo. —De acuerdo. Bien. Tal vez yo no. —Algo en su voz llamó mi atención de vuelta a su rostro. Sus ojos pálidos en mí—. Pero Reece sí. Él te ve. De lo contrario no estaría perdiendo su tiempo contigo. Mis dedos se apretaron en el volante. —Estás haciendo demasiadas suposiciones. No es así entre nosotros. Reece y yo apenas somos amigos. Se rio un poco, negando con la cabeza como si hubiera dicho algo increíblemente gracioso. —Sigue diciéndote eso. —Saliendo del auto, metió la cabeza de nuevo—. Nos vemos, Pepper. Cerró la puerta, y el sonido reverberó por el aire por un momento mientras lo veía desaparecer dentro del bar. Murmurando para mí misma, puse el auto en marcha, decidiendo que probablemente necesitaba tomar un pequeño descanso de estar tanto en Mulvaney’s.

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18 Traducido por Twin Scandal Corregido por Amélie.

Al día siguiente, Reece apareció en mi puerta. Los indicios de Halloween todavía estaban en el pasillo detrás de él. Heather insistió en que los culpables se presentarían para limpiarlo por sí mismos, y hasta ahora no había compradores. Por un momento me sentí incómoda, recordando mi conversación con su hermano. Estaba bastante segura de que Reece no apreciaría compartir todo lo que tenía conmigo, pero luego dudé. Logan había confesado nuestra pequeña charla con él, sobre todo —sus esfuerzos por emparejarnos. La comprensión de que Reece probablemente no sabía nada de ese encuentro relajó mi tensión. Llevaba una de esas pequeñas cajas blancas de la panadería favorita de Em. La señalé. —¿Qué es eso? —Una magdalena. Arqueé una ceja.—¿Qué clase? —Terciopelo rojo. —Oh, Dios mío. ¿Me trajo un pastelito? Me tendió la caja. —Gracias por venir el otro día y cuidar de mí. Acepté la caja y le dejé pasar. Él se sentó en mi escritorio. Me hundí en la cama y levanté la tapa. Al mirar, la boca se me hizo agua ante la visión de glaseado de queso crema. —Esto se ve tan bien. — La saqué de la caja, quité el envoltorio y la mordí con un gemido. —¿Está buena? —¿Quieres un poco? —Estoy bien. Incliné la cabeza hacia él. —¿En serio? Es del tamaño de un melón. Compártela conmigo. Con una media sonrisa, se unió a mí en la cama. Más tarde, me preguntaba si tal vez había sido mi intención desde el principio. Para estar con él en mi cama.

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Le tendí la magdalena, pensando que iba a cogerla de mi mano. En su lugar, le dio un bocado con sus blancos dientes. Mis ojos se ensancharon. —Eso es como media magdalena. Masticó, su pulgar recogió un poco del glaseado que había quedado en el labio y lo lamió. —Me pediste que mordiera. Soy un chico. No puedo evitar comer grandes bocados. El resto es tuyo. —Hmm. —Le dediqué una mirada de reprimenda y tomé otro bocado, delicado en comparación con el suyo. —Quise decir lo que dije. Tragué saliva antes de preguntar—: ¿Qué? —Gracias por quedarte y cuidar de mí. —Oh. —Tomé otro bocado, encogiéndome de hombros, sintiéndome incómoda bajo la intensidad de su mirada—. Cualquier persona lo haría. —No hagas eso. —¿Qué? —Quitarle importancia a lo que hiciste. A quien eres. La verdad es que no puedo pensar en otra persona que me cuidara como lo hiciste tú. No desde que mi madre murió. —Asintió lentamente—. Eres una chica dulce, Pepper. Mi cara se calentó por su alabanza y mi estómago dio un vuelco. Me tragué el último pedazo de magdalena y me estremecí cuando su pulgar limpió el borde de mi boca, quitando un poco del glaseado que él tuvo en su propia boca. Lo observé. —¿No se supone que es como el beso de la muerte cuando un chico te llama "dulce”? Él me miró. El tiempo se extendió hasta que respondió—: No si eres tan dulce que todo en lo que puedo pensar es en ti desnuda y en saborear cada centímetro de ti de nuevo. Un jadeo escapó de mis labios. Respirando hondo, me arrodillé y me coloqué a horcajadas sobre él. Levanté las manos, que se quedaron en el aire hasta caer en sus hombros, sintiendo la carne firme y sus músculos tensos debajo de la camisa. Sus manos se posaron en mis caderas, apretando suavemente. Nos miramos a los ojos. Envolvió una mano alrededor de mi cuello y tiró de mi cabeza hacia abajo hasta que mi boca encontró la suya. Probé la magdalena mientras me besaba lento y profundo, sin prisas. El beso siguió, suave y delicioso. Se separó y se quitó la camisa. Sus manos volaron hasta el dobladillo de mi sudadera. Levanté los brazos para

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ayudarlo a sacarla por encima de mi cabeza. Le siguió mi sujetador. Perder mi ropa se estaba convirtiendo en un hábito. Me empujó sobre la cama. Sin tocarme, me examinó en la brillante luz de mi habitación como si me estuviera memorizando. El calor avanzó por encima de mi cuerpo, imaginando todas las imperfecciones que estaba viendo. Con un gemido, traté de empujarle, avergonzada por la intimidad, demasiado sobrepasada por las sensaciones que me recorrían. —Espera. —Su mano se posó en mi vientre, y empezó a bajar. Descendiendo por mi cuerpo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras yo temblaba y me retorcía, esperando su próximo movimiento. Eché un vistazo hacia él. Él me miró, la barbilla rozando mi vientre, sus grandes manos dejando dos huellas ardientes en mis caderas. Se detuvo y habló en voz baja—: ¿Confías en mí? —Sí. —Me calmé debajo de él cuando me di cuenta de que hablaba en serio—. Lo hago. Él sonrió lentamente y tomó mis manos. Entrelazando sus dedos con los míos, presionando contra el colchón, palma con palma, a mis costados. —Bien. Luego procedió a besarme. Por todo mi cuerpo. Besó mi vientre. Mi caja torácica. El valle entre mis pechos. Su boca estaba en todas partes. Suspiré, retorciéndome, temblando bajo su atención. OhDiosOhDiosOhDios. No había más vergüenza. Sólo él. Su boca sobre mí. Abrió la cremallera de mis pantalones vaqueros, dejando al descubierto la parte delantera de mi ropa interior. Gemí cuando él me beso justo allí. El calor húmedo de su boca me quemaba directamente a través de la delgada capa de algodón. Su nombre pasó entre mis labios en un suspiro. Ascendió, entonces me besó con fuerza, el único punto de contacto nuestras bocas. Un enredo de labios, lenguas y dientes. Me volvía salvaje. Le devolví el beso, igualándole en calor y presión. Mis brazos se tensaron, aún inmovilizados a mis costados por sus manos. Gemí contra su boca y empujé contra sus palmas, mis dedos unidos a los suyos en agarre que cortaba la circulación, desesperada por estar libre para poder tocarlo. Entonces lo sentí. La inconfundible dureza de él contra el interior de mi muslo, hirviendo a través de nuestra ropa. Separé los muslos ampliamente y me retorcí para acercarme más, llevándolo directamente hacia mí. Levanté la pelvis y empujé mis caderas, restregándome contra él. Sus labios se separaron de los míos en un siseo. —Mierda. ¿Estás segura de que nunca has hecho esto antes?

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—Por favor… mis manos… Quiero tocarte. Sus dedos se entrelazaron con fuerza con los míos, y sentí su fuerza mientras nuestras palmas se juntaban. —No estoy seguro de que sea una buena idea. Su respiración era áspera, mezclándose con mi propia respiración entrecortada. Cada parte de mí latía, dolía. —Por favor. Tú me has tocado mucho… deja que te toque. Él negó con la cabeza una vez, con fuerza. Mi voz se quebró un poco. —¿Por qué no? De cerca podía distinguir el anillo azul oscuro, casi negro, que había alrededor de sus iris. —Porque eres como un caramelo en mi boca. Ya estoy demasiado excitado por ti. —Pero dijiste que puedo confiar en ti. —Puedes. —Sus ojos me atravesaron, intensos y crudos —como si estuviera complacido porque creyera en él—. Nunca te haría daño. —Entonces suelta mis manos. Después de un momento, su agarre sobre mí se aflojó. Yo era libre. Llené mis manos con su pecho, acariciando sus músculos esculpidos, los abdominales ridículamente tallados. Sumergió la cabeza en el hueco de mi cuello, como si estuviera recobrando fuerza de alguna reserva escondida que solo encontraría allí. Mis manos se vagaron más al sur, vacilando solo un instante en sus vaqueros. Mis dedos se deslizaron dentro de la cinturilla. Antes de perder los nervios, los desabroché y tiré hacia abajo de la cremallera al igual que él había hecho con la mía. Él levantó la cabeza y sus ojos brillaban con una advertencia. — Pepper… —Su voz sonó estrangulada. Mi mirada se desvió a la suya y luego hacia abajo, decidida en mi objetivo. —Nunca he tocado uno antes. Tiré de sus vaqueros para abrirlos, tirando de ellos hacia abajo con poca gentileza. Resultó especialmente difícil con él encima de mí. —Mierda. —Se dio la vuelta para bajarse de mí y tumbarse de espaldas. Levantando las caderas, se quitó él mismo los pantalones vaqueros. Luego fue todo mío. Sonriendo, me incliné sobre él, mi atención moviéndose de su rostro al… sur.

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Llenaba la parte delantera de sus bóxer de forma impresionante. Apoyé la mano sobre él, sintiendo, midiendo el contorno. Dijo mi nombre otra vez, mitad súplica, mitad gruñido. Lo ignoré, la curiosidad, el torrente sanguíneo en mis oídos, anulando el sonido. Flexioné mis dedos y el bulto creció bajo mi mano, animándose. Antes de que pudiera cambiar de opinión, me sumergí en el interior de los calzoncillos y envolví mis dedos a su alrededor. Su cabeza cayó hacia atrás sobre la cama. —Pepper. —Es más suave de lo que pensé que sería. —Me mordí el labio, deleitándome con su longitud en mis manos. Se rio con voz ronca. —Cariño, estoy duro como una roca. —Me refiero a tu piel. —Era como seda sobre acero. Mi mano se movió torpemente, buscando a tientas por un momento antes de establecerse en golpes rítmicos. La suya se posó sobre la mía, deteniéndome —Pepper, tienes que parar. Levanté la vista hacia él. —¿No es esto parte de mi educación? Los tendones de su cuello se tensaron como si estuviera luchando por el control. Supongo que debería haberme preocupado, pero solo me sentí empoderada. Satisfecha. Ni por un momento se me ocurrió que iba a perder el control y cruzar la línea. Él tenía mi confianza. —Tú no tienes que… —Quiero hacerlo. Su agarre liberó mi mano. Fui capaz de moverla de nuevo, deslizar mis dedos sobre él. —Muy bien. —Él estuvo de acuerdo con voz gruesa—. Entonces probablemente deberías llamarla por lo que es. Alcé la mirada hacia él con curiosidad. —Dilo. Polla. Polla —él proporcionó—. No tengas miedo de la palabra, Pepper. Mi mano se quedó inmóvil. Mi cara ardía. Negué con la cabeza. — No puedo decir eso. —¿Pero puedes tocarlo? Dilo. Polla. La palabra se asentó pesadamente en mi lengua. Mi mano reanudó sus movimientos mientras lo decía lentamente, saboreando la palabra traviesa, sintiéndome audaz y perversa. —Polla.

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El azul de sus ojos palideció hasta el color del estaño. Su pecho subía y bajaba con respiraciones bruscas. Como si esa sola palabra en mis labios lo excitara. Mi mirada se movió de él —su polla— a su cara. No sabía qué me fascinaba más. La vista de mi mano moviéndose sobre él o su expresión. Tenía los ojos cerrados. Parecía casi de dolorido. —Pepper… Pepper, para. —Él se tensó debajo de mí. Lo ignoré, apretando y moviendo la mano rápidamente. —Dios. —Jadeó y se estremeció, los músculos y los tendones de su pecho y su estómago se ondularon mientras su cuerpo alcanzaba el clímax. Su respiración se niveló poco a poco. Arrojó un brazo sobre su cabeza. Después de varias respiraciones, murmuró—: No se suponía que iba a suceder. Yo me levanté de encima de él y sonreí. —¿Tenías un plan? Apartó el brazo de su rostro y miró hacia mí. Se metió un mechón de pelo detrás de la oreja. —Contigo nada parece ir de acuerdo al plan. Sin dejar de sonreír, me puse de pie. Agarrando una toalla de mano, se la arrojé a él y luego conseguí una para mí. Se limpió a sí mismo. De pie con mis vaqueros desabrochados sentí un poco de mi anterior vergüenza, abrí la puerta del armario y cogí una camiseta y me la puse. Me quedé allí, cambiándome de pie y jugando con el dobladillo de la camiseta, sin saber que hacer a continuación. Se sentó en el borde de mi cama. No se había preocupado por volver a ponerse sus pantalones vaqueros. Vestido solo con sus bóxers, era la encarnación del sexo. Piel dorada. Enjuta y definida. Su paquete de seis era más como un paquete de ocho. Ridículo. El tatuaje que ascendía por su brazo y descendía por el costado de su torso era la cereza en la cima de todo. Tragué saliva contra mi garganta repentinamente seca. —¿Y ahora qué? —Bueno. Si esto era solo una aventura, nos despedimos en este momento. —Oh. —Asentí. Pero esto no era una aventura. Era menos que eso. Éramos nosotros fingiendo. Pretendiendo ser algo más. Él colocó una mano en su rodilla y me estudió de esa manera tan desconcertante suya. —¿Quieres que me quede? —¿Te quieres quedar?

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La sonrisa torcida reapareció. —Si me quieres aquí, dilo. Eso es lo que pasaría si esto fuera más que una aventura. Si fuéramos realmente algo para el otro. Si fuéramos realmente algo para el otro. Las palabras me sacudieron los nervios. Picaba un poco con el sabor de él aún fresco en mis labios. Pero era un recordatorio necesario de que esto era falso. Aspiré. —Sí. Entonces deberías quedarte a pasar la noche. Sí. Me dije a mí misma que me mostrara segura. Después de lo que acabábamos de hacer —lo que acababa de hacer— no debería ser tan difícil. —No pareces muy entusiasmada. Recuerda, no es algo que excite. Tenía que enfocar esto clínicamente. Esto no era algo personal. Era un experimento. Él era un chico sexy y con experiencia que se ofrecía a guiarme a través del arte de los juegos previos. Ya me sentía más experimentada. Podía besar adecuadamente ahora. Podría hacer más que besar ahora. No era una maestra en los juegos previos, pero estaba más capacitada. Gracias a Reece estaba preparada para Hunter. Mi estómago se apretó pensando en eso, preguntándome si me gustaría hacer la mitad de eso con Hunter. Agarré mi neceser de la estantería de mi armario con manos temblorosas, sorprendida por la comprensión de que estaba disfrutando de mi tiempo con Reece demasiado. Estaba disfrutando de él. Ese no era el plan. —Enseguida vuelvo. Atravesé el pasillo, me lavé la cara y me cepille los dientes; restregué hasta que sentí el sabor cobrizo de la sangre en mi boca. Parando, me enjuague la boca. Alzando la cara, observe fijamente mi reflejo, sorprendiéndome ante esta chica en la que me había convertido. Alguien a punto de compartir su cama con un tipo que no era Hunter. Era duro de afrontar. Cuando entre en mi habitación, él estaba debajo de las sábanas, pareciendo relajado con un brazo debajo de su cabeza. Apagué la lámpara, sumiendo la habitación en un manto gris. La luz que atravesaba las persianas nos libraba de la oscuridad total. Me saqué los vaqueros. Él quito las sábanas por mí, y la sombra de su cuerpo se veía deliciosa y acogedora contra las rayas de mis sábanas. Me deslicé junto a él. Se me escapó un suspiro cuando él tiró de mí para calentarme con su cuerpo, colocándonos como cucharitas. Su cálida y suave piel despertó todos mis nervios de nuevo. Su masculinidad, su tamaño, su fuerza hizo que se me escapara un suspiro tembloroso.

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La electricidad zumbó junto con mis nervios. Esas partes de mí que se sentían cargadas con un poco de dolor hace un momento, ahora ardían de nuevo. Su brazo estaba envuelvo alrededor de mi cintura, su mano descansaba en mi estómago. La quitó un segundo para retirar mi pelo y dejarlo caer sobre mi hombro, de modo que ya no estaba en su boca. Sentía su aliento en mi nuca. Dios. El dolor estaba de vuelta. Apreté los muslos como si eso pudiera aliviarlo. ¿Cómo se supone que iba a dormir? —Este tipo, Hunter… —comenzó. —¿Si? —pregunté en voz baja. —Si sale corriendo después de que tú pierdas el tiempo, entonces no significa nada para él. Tú no significas nada. ¿Entiendes? Hice una mueca, recordando lo que pasó la otra noche. —Lo siento, yo… —No te digo esto para que te sientas mal por escaparte esa primera noche, Pepper. Solo te lo digo porque no quiero que algún tipo, Hunter o cualquiera, te use alguna vez. Su aliento abanicó mi nuca. Sabía que sus labios estaban cerca. Incapaz de evitarlo, rodé de costado y le estudié en la penumbra, nuestras narices prácticamente tocándose. —Gracias por hacer esto. —Casi añadí "gracias por preocuparte", pero eso podría ser suponer demasiado. Me tragué esas palabras. Se rio en voz baja. —No soy totalmente desinteresado, Pepper. Disfruto estar contigo. Claramente. —Su mano rozó mi mejilla, la yema de los dedos acariciándome. Un revoloteó entró en erupción en mi estómago. Mis mejillas se enrojecieron aún más al pensar en mis manos alrededor de él. —También lo disfruto. —Luego lo bese, y esta vez fue diferente: lento, dulce y tierno. Por supuesto no permaneció de esa manera. Ninguno de nuestros besos lo hacía nunca. Se construyó, se profundizó. La sangre corrió por en mis orejas. Ahuequé su rostro y envolví un brazo alrededor de su cuello, alineando mi cuerpo con el suyo. Jadeando, apoyó su frente en la mía. —Deberíamos dormir un poco. Me reí un poco ante eso. No íbamos a dormir. Al menos yo no podía ver cómo. —Ven aquí. —Me pegó a él, bajando mi cabeza sobre su pecho. Escuché el tenue retumbar de su corazón. Su mano se enroscó a través de

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mi pelo, sus dedos suavizándose cuando encontró un enredo—. Tienes un hermoso cabello. Sonreí contra su pecho y luego giré la cara un poco, consciente de que podía sentir mi sonrisa tonta contra él. Sabía que me había gustado el cumplido. —Puedo detectarte a kilómetro y medio de distancia con este cabello. Es como una vela. Mil colores diferentes. —Un camarero poeta. —murmuré, colocando mi mano sobre su pecho. —Cariño, cada camarero es un poeta. —Supongo que consigues ver un poco del mundo desde detrás de la barra. —Veo lo suficiente. Te vi. Aun sonriendo, me empecé a relajar contra él. El deslizamiento de sus dedos por mi cabello comenzó a adormecerme. —Cuéntame más —le animé, mi voz soñolienta y suave. Su voz retumbó en su pecho. —Solo quieres oírme decir que eres hermosa, ¿es eso? Le di un manotazo en el brazo. —Noooo. —Sabes que lo eres. No necesitas oírme decirlo. Mi sonrisa se desvaneció. —¿Por qué iba a saber eso? —Uh. Mírate en el espejo. Mira los ojos que te siguen cuando entras en una habitación. No sabía cómo responder a eso. La idea extrañamente me incomodaba. Mis dedos trazaron círculos perezosos en su pecho. —Hunter no será capaz de resistirse a ti. No sé cómo lo ha hecho hasta ahora. Me quedé inmóvil contra él, mis dedos se congelaron. La ira destelló a través de mí. ¿Por qué tenía que hablar con Hunter ahora mismo, cuando estábamos así? Se sentía… No sé. Equivocado. —Gracias —murmure. Cerrando los ojos, me obligué a dormir, para escapar de mi enojo, para escapar de él. Por supuesto, estaba demasiado agitada por la irritación —y dolorosamente consciente de su presencia detrás de mí—, como para tener la esperanza de quedarme dormida. Estaba atrapada, probablemente despierta hasta que ambos nos levantáramos por la mañana.

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Ese fue mi último pensamiento antes de que mis ojos se cerrasen como pesos de plomo.

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19 Traducido por Moni Corregido por Cami G.

Espero en la bañera a que los ruidos al otro lado de la pared se detengan. Las voces eventualmente desaparecen, cuento hasta diez, esperando a que mamá venga a buscarme. No viene. Así que sigo esperando y comienzo a contar de nuevo. Esta vez hasta veinte. Abrazo mis rodillas contra mi pecho y me recuesto contra la sábana que forra la bañera, esperando no tener que pasar la noche en el baño de nuevo. Aprieto al Oso Púrpura, mis dedos juguetean con sus suaves y desgastados bracitos. Solían ser gordos, llenos de relleno. De alguna manera el relleno había desaparecido, de modo que ahora los brazos eran sólo flacos apéndices pequeños de tela púrpura. La puerta se abre y echo un vistazo por detrás de la cortina, ansiosa por ver a mamá, esperando que por fin haya venido a invitarme a la cama con ella. Sólo que no es mamá. Un hombre está parado allí, su cabello largo y con aspecto mojado. Su camisa a cuadros cuelga de sus estrechos hombros. Está desabotonada, abierta al frente. Su vientre con apariencia blanda es tan blanco como la barra de jabón que está a mi derecha. Se acerca al inodoro, su mano buscando a tientas la cremallera, y yo me echo hacia atrás en la bañera, esperado que se apresure con su asunto y se vaya. Los invitados de mamá nunca se quedan mucho tiempo. Aunque debo de haber hecho un sonido. La cortina de la ducha chilla en el carril cuando él tira de ella. Se cierne sobre mí. —Bueno. ¿A quién tenemos aquí? Me estremezco, agarrando al Oso Púrpura frente a mí. Sus rodillas crujen cuando se arrodilla al lado de la bañera. —¿Eres la pequeña de Shannon? Asiento una vez.

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Sus ojos oscuros viajan sobre mí, estudiando mis piernas descubiertas, que salen de la camiseta de mamá. Se inclina hacia delante y mira detenidamente dentro de la bañera como si no quisiera perderse ninguna parte de mí. —No tan pequeña, ¿eh? Te ves como una chica grande para mí. Sus dedos se enrollan alrededor del borde de la bañera y me recuerdan a un cadáver, largos y delgados, blancos como un hueso. Varios anillos destellan en ellos. Mi mirada se fija en uno con la forma de un esqueleto. En la medida de lo posible abrazo al Oso Púrpura aún más fuerte, mis brazos se aprietan alrededor de su suave cuerpecito. Mamá dijo que él siempre me protegería. Que el Oso Púrpura me mantendría segura cuando ella no estuviera conmigo. —¿Cuál es tu nombre? —¿Dónde está mamá? —Durmiendo. —Dos dedos huesudos se extienden y rozan mi rodilla. Doy un grito ahogado y apartó mi pierna. Me sonríe con sus dientes marrones y con sarro. Abro la boca, lista para gritar por mamá, pero su mano golpea mi boca, cortando mi voz. Mi aire. Sólo está el desagradable sabor de su mano. Y el miedo…

167 Me desperté con un sollozo ahogado, saltando de la cama. Unas manos fuertes estuvieron inmediatamente allí, tomando mis brazos, y grité. Volteándome, golpeé al cuerpo a mi lado. —¡Pepper! ¿Qué ocurre? La voz no penetraba. Aún estaba atrapada en el baño, una palma sucia me sofocaba. ¡Mami! ¡Mamá! —¡Pepper! —Las manos sacudieron mis hombros—. Pepper. Solo es un sueño. Estás bien. Parpadeé contra el aire de la oscura mañana. —¿Reece? —Sí. —Apartó el cabello de mi cara—. Era un sueño. Asentí. Su pulgar rozó mi mejilla. —Estás llorando. Solté una risa temblorosa y me sequé las mejillas con el dorso de la mano, sintiendo la humedad allí. —Debe de haber sido algo que comí. —

¿Cómo pude ser tan tonta? Los sueños siempre venían sin avisar. Lo sabía. Debí haber sabido que esto podía pasar. —¿Algo que comiste te dio un mal sueño? —Escuché el escepticismo en su voz—. ¿Sobre qué era el sueño? —No lo recuerdo. —Llamaste a tu mamá. Mi corazón se tensó. Me dolía físicamente dentro del pecho. —¿Lo hice? —Sí. Sí. La llamé. Esa noche. Y después. La noche en que me dejó donde la abuela lloré. Grité por ella. —¿Qué más escuchaste? Me estudió, sus ojos brillaban en la oscuridad. —¿Quieres hablar sobre ello? —No —espeté antes de poder detenerme—. No quiero hablar sobre cuando mi mamá me abandonó. Me dejó en la puerta de la abuela como si fuera un periódico doblado. No se movió. Se quedó quieto, sus manos dejando huellas en mis hombros. —¿Eso pasó? Sí, pensé. Eso pasó. Y otras cosas de las que nunca hablaría con nadie. Nunca lo había hecho. ¿Mamá abandonándome? Eso no era un secreto. Podía darle ese pequeño detalle sobre mi colorida historia. Pero no el resto. Asentí, mi voz atrapada en algún lugar de mi garganta, negándose a surgir. Él tiró de mí de vuelta a la cama, su brazo envolviéndose alrededor de mí. Miré mi habitación bañada en el suave púrpura de la mañana, deseando que su brazo no se sintiera tan bien abrazándome. No se suponía que fuera así. Eso no era parte del plan. —Ahora sabes sobre mi familia disfuncional. Estuvo en silencio por unos momentos, su mano dibujando pequeños círculos en mi brazo. —Entiendo un poco sobre lo disfuncional. Me di la vuelta para mirarlo. —De acuerdo. Tu turno. Gruñó. —¿Tengo que hacerlo? —Vamos. Te mostré la mía. Muéstrame la tuya. —Importaba por alguna razón. Logan ya había revelado mucho, pero quería escucharlo de Reece. Quería que confiara en mí.

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—Veamos. Sabes que mi mamá murió cuando tenía ocho años. —Sí. —Bueno, murió porque tuvo una sobredosis de Tylenol. No a propósito. Tenía estas migrañas… Recuerdo verla tomando unas ese día. Bueno, resultó que tomó un poco más de lo necesario. Demasiadas, de hecho. Su hígado dejó de funcionar mientras dormía. No despertó a la mañana siguiente. —Dijo todo eso como algo natural, pero vi en sus ojos la angustia que mantenía guardada. ¿Cómo había sido eso para él? Despertar y encontrar a su mamá aún en la cama, inmóvil. Muerta. —Oh, Dios mío. —Mi viejo nunca fue del tipo cálido antes de eso, pero después… Asentí, entendiendo. —Supongo que no somos tan diferentes después de todo —agregó. Apoyé mi mejilla en su pecho, sabiendo que tendríamos que levantarnos en unos minutos y vestirnos, pero por ahora, nos sostuvimos el uno al otro mientras sus palabras penetraban y hacían un nudo en mi estómago. No somos tan diferentes. Dos personas que no tenían la más mínima pista sobre pertenecer a una familia amorosa y normal. —No. Supongo que no. *** Me apresuré por el campus, deteniéndome en el cruce de peatones a esperar que cambiara la luz. Reboté ansiosa en el lugar, hundiendo las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta. Ya iba tarde para estadísticas. —¡Oye, Pepper! ¡Espera! Mi cabeza se volvió para ver a Hunter trotando hacia mí. Me dio un pequeño abrazo. Cerré los ojos, envolviéndome en él. —¡Hola! ¿Cómo va todo? —Bien. —Asintió hacia la calle—. ¿Vas en esa dirección? —Sí. Kensington. —Vamos. Te acompañaré. Acabo de salir de clases. Cruzamos la calle juntos. Mi mano escapó del bolsillo para flexionarse nerviosamente alrededor de una correa. —Estoy deseando que llegue el día de Acción de Gracias. Necesito

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un descanso. —Sí, yo también —respondí—. No puedo esperar para ver a Lila. Rodó los ojos. —Tendremos que escuchar sobre su nuevo novio. Hice un sonido con la lengua. —Compórtate. Este es agradable. —¿Tengo que hacerlo? Cambia de novios como cambia de calcetines. —No todos podemos ser devotos a alguien durante años —bromeé. Me miró con los ojos muy abiertos. —En primer lugar, fue tal vez, tal vez dos años. —Me sacudió dos dedos—. Y ya no estamos juntos, ¿recuerdas? Sonreí, mirando fijamente hacia el frente. Sintiendo su mirada en mí, le deslicé otra mirada y mi pulso se alteró ante la manera en que me estudiaba. Casi como si nunca me hubiera visto antes. —¿Qué hay de ti? ¿Sales con alguien? —Dos cosas pasaron en ese momento. Primero, una imagen de Reece pasó por mi mente. No que debiera. No le había visto ni escuchado de él en una semana. No desde que pasó la noche conmigo en mi dormitorio. Y segundo, me di cuenta de que me preguntaba si estaba soltera. Nunca me había preguntado si salía con alguien antes. Obviamente nunca se había preocupado lo suficiente como para preguntar. Pero le importaba ahora. —No. No realmente. —Hmm —murmuró—. Suenas un poco indecisa. Hay alguien. Y ahora tus mejillas están sonrojadas, así que sé que tengo razón. Presioné una mano en mi cara como si pudiera sentir el sonrojo allí. — No, no lo están. Solo es el frío. —Oh, tienes novio. —Se rio. —¡Cállate! No. —Nos detuvimos antes de llegar a los escalones que llevaban a Kensington. Di un paso a un lado, lejos de la avalancha de estudiantes que entraban y salían por las puertas dobles. Me quedé en el último escalón, que me dejaba casi al nivel de Hunter. Me sonrió, y ese hoyuelo que amaba tanto apareció en su mejilla. — Tal vez aún no. Pero hay alguien. Lo puedo ver en tus ojos. Tú. Quería gritar. Siempre has sido tú. Su mirada fue de arriba abajo, mirándome rápidamente. —Te ves bien, Pepper. ¿Hiciste algo en tu cabello? —Oh. Gracias. —Me pasé una mano por el cabello, agradecida porque lo llevaba suelto y no en una cola de caballo—. Sí, unos reflejos. —

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Por suerte mi voz sonó natural. Como si los cumplidos fueran algo que escuchaba todo el tiempo. La voz de Reece flotó a través de mi mente. Eres hermosa. Miré por encima de mi hombro. —Creo que llego tarde. Hunter asintió. —Oh, sí. Lo siento. Te escribiré. ¿Te parece que nos vayamos el miércoles? —Suena bien. —Genial. —Caminó retrocedió de espaldas varios pasos antes de darse la vuelta y combinarse con el flujo de estudiantes. Lo observé irse, aunque ya llegaba tarde. Mirando su espalda, traté de recordar cuándo Hunter me había dicho un cumplido antes. Claro, él siempre había sido amable conmigo, pero nunca me había mirado de la manera en que acababa de hacerlo. Como si me viera como algo más que la mejor amiga de su hermana menor. Como si me viera.

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20 Traducido por Jasiel Alighieri Corregido por Key

Emerson entró en mi habitación quitándole la piel a un plátano mientras yo trabajaba en mi ordenador portátil. —¿Así que nada de Reece esta noche? La pregunta tocó un nervio. No debería haber una suposición de que estaría con él solo porque habíamos pasado un par de noches juntos. ¿Debería haberla? Quería decir que no había tenido noticias de él en más de una semana, así que, ¿por qué pensaría ella que volvería a verlo? Pero eso podría revelar lo mucho que quería volver a verlo. En su lugar, contesté—: No, solo estoy tratando de trabajar un poco. Esto es para el jueves, pero tengo que trabajar mañana, así que estoy haciéndolo ahora. —La miré. —Hmm —murmuró, tomando un bocado de su plátano. Me recosté en la silla y le devolví la mirada. —¿Qué? —Bueno, no lo has visto desde que te encargaste de él, ¿cierto? Le había dicho a Georgia y Emerson todo acerca la enfermedad de Reece. Nunca mencioné la noche que me trajo una magdalena y se quedó otra vez. Georgia había estado en casa de Harris esa noche, y Em entró tan tarde que Reece y yo ya estábamos dormidos. Ella no había escuchado ni un sonido de la puerta de al lado. Ni siquiera cuando se fue por la mañana. Fruncí el ceño. —No me encargué de él. Emerson había parecido confundida cuando le expliqué lo de ser su enfermera por su dolor de estómago. Claramente, si no había algo sexual involucrado, ella no estaba se gura de qué estaba haciendo con él. Válida confusión. Para ser justos, sufrí por la misma confusión. Solo Georgia había parecido vagamente cómplice. Claro que ella entendía perfectamente lo que estaba haciendo con él. Me resistí a la tentación de preguntarle qué había detrás de su pequeño guiño significativo. Yo no tenía necesidad de dejar a la deriva cómo me sentía. Em arqueó una ceja.

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—Sólo le conseguí un poco de medicina —negué sin convicción. Y me acurruqué con él y le abracé a causa de su fiebre. —¿En serio? —Parecía divertida—. La última vez que Georgia estaba enferma, me quedé muy lejos solo para no cogerlo. Y somos las mejores amigas. —Ella ladeó la cabeza—. ¿Qué haces tú por un tipo al que acabas de conocer? —Me señaló con un dedo de algún modo de forma acusadora—. Te saltas el trabajo y lo cuidas al estilo de Florence Nightingale3. Me encogí de hombros. —Tengo las defensas altas. —No es mucho como excusa, pero era lo único que podía pensar en decir. De repente mi teléfono vibró. Lo levanté y sentí que mi estómago daba un vuelco. Hablando del diablo. Reece: Hola. ¿Cómo estás? ¿Qué? ¿Lo había convocado con mis pensamientos? —¿Quién es? —Solo mi compañero de laboratorio —mentí. No estoy segura de por qué me sentí obligada a mentir, pero fue el primer impulso. Puse mi teléfono boca abajo. Aceptando mi mentira, ella continuó—: ¿Así que no tienes planes de volver a verlo? ¿No quieres ir al Mulvaney’s este fin de semana? —No. —Hm. Solo pensé que podrías extrañarlo. —No. —Evitando su mirada, volví mi atención a mi monitor y escribí una palabra más—. No es como si fuéramos algo, Em. Yo lo sé y él también. -—Mi mirada se desvió a mi teléfono de nuevo. Entonces ¿por qué estaba enviándole mensajes de texto? —Sí. —Sonaba muy convencida—. Pero ser amigos con beneficios puede ser difícil. —No estamos ni siquiera en eso. —Bueno, en lo que sea que estén. —Agitó una mano con desdén—. ¿Has terminado con él, entonces? Había escrito una palabra más. —Sí. Supongo. En realidad no he pensado mucho en eso, en él. —Sólo todo el tiempo—. He estado muy ocupada. Y tiene mi número, de todas formas. —Miré de nuevo mi teléfono.

3

Pionera en enfermería moderna.

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—Ah. Así que estás esperando a que llame. Demasiado tarde, me arrepentí de haber dicho eso. —No estoy esperando que haga nada. —Está bien, está bien. —Echó la piel del plátano en mi bote de basura—. Sólo quería asegurarme, eso es todo. —Gracias, pero todo está bien, mamá. Me voy a casa con Hunter para Acción de Gracias. Eso es sobre lo que trataba toda la cosa con Reece. ¿Recuerdas? —Oh, lo recuerdo. —Asintió—. Tenía curiosidad por si todavía lo hacía. —Con ese comentario de despedida, Em se deslizó a través de nuestra puerta contigua. Volví a tocar las teclas, luchando para concentrarme en mi párrafo final. Finalmente me di por vencida y me aparté del escritorio. De pie, froté las manos sobre mi cara y paseé por el pequeño espacio que había entre mi escritorio y la cama. La conversación con Em no había ayudado. Había estado pensando mucho en él. Sobre todo después de que se abrió a mí y me habló de su madre. Mi mamá pudo haberme dejado voluntariamente, elegido su adicción sobre mí, pero ambos habíamos crecido sin madre. Estaba en lo cierto. No éramos tan diferentes. Decidiendo que no sería un error, al menos, responder a su mensaje, cogí mi teléfono del escritorio. Su mensaje me devolvió la mirada. Mis dedos se detuvieron un momento antes de escribir. Yo: Hola. ¿Cómo va todo? Dudé, leyendo la simple línea, asegurándome de que era lo que quería decir. No demasiado. No demasiado poco. Satisfecha, pulsé ENVIAR. Dejé el teléfono, me hundí en mi silla y releí mi último párrafo. Mensaje enviado, estaba decidida a terminar esta tarea. Y entonces mi teléfono sonó. Lo cogí. Reece: Estoy bien. Desde que esta excelente enfermera me cuidó muy bien hace unos días, estoy mejor que nunca. Sonriendo, escribí de nuevo, mis pulgares volando. Yo: Qué suerte. Reece: Ella también tiene buen sabor. Como una magdalena. Mi cara ardió mientras escribía. Yo: Eso es lo que pasa cuando alguien alimenta a su magdalena.

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Reece: Ella sólo necesitaba uno de esos trajes de enfermera sexy para que mi fantasía se completara. Me reí. Yo: ¿Tu fantasía implica vomitar y un virus estomacal desagradable? Reece: Te implica a ti. La sonrisa se desvaneció de mi cara y mi aliento se quedó atascado. Mierda. Ni siquiera estaba aquí, e igualmente hizo que mis rodillas se debilitaran y el calor surgiera en mi cara. Me temblaban los dedos sobre las teclas, sin saber qué responder. Entonces me di cuenta de que él había empezado a escribir de nuevo. Esperé a que las palabras aparecieran. Reece: ¿Cuándo puedo verte otra vez? Mi corazón se aceleró ante la idea de volver a verlo. ¿En mi casa? ¿O la suya? Me mordí el labio inferior, pensando. Reece: ¿Podems almorzar el Mier? Parpadeé. ¿Almorzar? No en su desván o mi dormitorio. ¿Qué fue eso? Los amigos salen a almorzar. Y las parejas. No éramos una pareja, pero supongo que podríamos ser amigos. Amigos. ¿Eso sería demasiado raro? Reece: ¿Hola? Yo: Sí. Miércoles. Reece: ¿Qué tal Gino’s? Gino’s sirve las mejores pizzas y calzonis en la ciudad. La pizzería no estaba lejos del final de la avenida de Mulvaney’s. Yo: Suena bien. ¿A qué hora debo verte? Reece: Te recojo al mediodía, ¿bien? Fruncí el ceño. Que me recogiera me hacía sentir como en una cita. Yo: Es sólo el almuerzo. Puedo encontrarte ahí. Reece: Voy a recogerte. Me quedé mirando la pantalla, debatiendo si discutir. En cambio, solo escribí bien. Reece: Te veo ntoncs. Dejé mi teléfono en mi escritorio y observé la puerta contigua. El sonido de la televisión flotaba hasta mi habitación. Emerson siempre estudiaba con la televisión encendida. Di un paso en esa dirección y me detuve, decidí en contra de hablarle de la cita. Después de la inquisición

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de hace unos momentos, sólo iba a ver esto como una afirmación de que extrañé a Reece y quería verlo de nuevo o alguna tontería así. No era eso. Simplemente estaba profundizando mi educación. Nuestra pseudo-cita sería un ensayo para cuando Hunter lo hiciera. Si es eso ocurría siquiera, como yo esperaba. Esto era solo una cita de mentira. El centro de mi pecho dio un tirón incómodamente. Me froté, dispuesta a aflojar la tirantez. Sí. Fingir. Como todo lo demás que habíamos hecho. Nada más. Nada real.

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21 Traducido por Sofía Belikov Corregido por Paltonika

Llegó unos pocos minutos antes del mediodía. Me di una última mirada en el espejo. Fue difícil decidir qué usar. Íbamos a comprar pizza en medio del día. No es como si tuviera que arreglarme para una tarde fuera. Me decidí por un par de vaqueros ajustados y una camisa de manga larga a la medida. Opté por mis botas de media caña en lugar de tenis como los que siempre utilizaba para clase. Llevaba el cabello suelto. Incluso dominé el lío de ondulaciones con producto y una máquina para hacer trenzas. Lo que tomó un montón de esfuerzo de mi parte. No estaba en total negación. Él pensaba que mi cabello era hermoso y quería dar la talla. Era, de alguna manera, modesto saber que mi ego ansiaba tal afirmación. No era tan diferente a las chicas que buscaban aprobación. Lo que me hacía normal, supuse. Una carcajada escapó de mí. Finalmente. Lo único que quise alguna vez fue ser normal. Sentarme en la mesa de los chicos populares sólo por ser yo y no porque fuera la mejor amiga de Lisa Montgomery. Abriendo la puerta, la vista de él me golpeó como un puñetazo. Dios. ¿Cuándo iba a dejar de suceder? ¿Cuántos besos harían falta para que dejara de tener tal efecto en mí? —Hola. —¿En serio mi voz tenía que sonar como si hubiera tragado helio? —Hola. —Su mirada me recorrió de pies a cabeza—. Luces realmente linda. —Gracias. —Lo evalué en respuesta. Llevaba vaqueros y una camiseta térmica gris que abrazaba sus anchos hombros. La camiseta no era demasiado apretada, pero la fuerza en su delgado torso era evidente—. También tú. Sonrió con suficiencia. —Bueno, no lindo —me corregí—. Bien. Luces bien. —Dios. Primera cita fallida. —Gracias. ¿Lista?

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Asentí y agarré mi bolso. Colocando la correa a través de mi pecho, cerré la puerta detrás de mí. Varias chicas se encontraban caminando por el pasillo y holgazaneando en la pequeña sala de estar frente al elevador a estas horas del día. No fueron sutiles con sus miradas. Una chica se reclinó tanto que casi se cayó de la silla para conseguir un mejor vistazo de Reece mientras esperábamos frente al elevador. Estoy segura de que lo notó, pero no dijo nada. O tal vez no lo notó. Tal vez simplemente estaba acostumbrado a ser observado, así que no se hallaba consciente de lo que sucedía. Me guio al interior del ascensor. No hablamos mientras bajábamos o durante nuestra pequeña caminata hasta su camioneta. Abrió la puerta del pasajero para mí, lo que solo me desconcertó. La acción parecía mucho más que algo que un amigo haría por otro. ¿Eso era lo que hacía? ¿De eso iba todo? No podía ser una cita real. —Me muero de hambre —dijo mientras salía del estacionamiento. —Yo también. —Cinco minutos después, entramos en el estacionamiento de Gino’s. Al estar cerca del campus, se encontraba repleto de estudiantes. —Supongo que podría haber escogido un lugar menos ocupado — murmuró Reece cuando la anfitriona nos dijo que tardaría unos minutos. —Tendrán mesas en un rato. Todos tienen que ir a clases o a trabajar. Asintió y observó el restaurante, escaneando los manteles rojos a cuadros. En realidad, lucía algo nervioso. —¿Vas a trabajar esta noche? —pregunté. Me miró de nuevo. —Sí. —Es lindo que tengas tus días libres. —Mi horario lo hago yo mismo, pero me gusta estar allí en las tardes, cuando no está tan lleno. Especialmente los fines de semana. Nunca está demasiado lleno los fines de semana. Creo que ya conociste a Gary. ¿El tipo con el bigote? —Sí. —Ha estado trabajando allí desde que usaba pañales. Podría ocuparse del lugar sin mí. Asentí. —Manejar un negocio parece ser una gran responsabilidad. —Me gusta que todo esté bien. He tenido unas cuantas ideas. También he pensado en expandirnos y añadir un segundo local. Lo que es loco, teniendo en cuenta que nunca quise tener nada que ver con el lugar al principio. Odiaba tener que venir a casa y trabajar durante los

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descansos. Era lo que le gustaba a mi viejo. No a mí. Supongo que no me gustaba que me mandara. Estudiaba ventas en la universidad cuando tuve que dejarlo y venir a casa para ayudar. Y ahora aquí estoy. Estudiándolo, pregunté—: ¿No quieres regresar a la universidad? ¿Terminar tu carrera? Se encogió de hombros. —Estoy manejando un negocio ahora. Aprendiendo a través de ensayo y error. Y si regreso a la universidad, mi viejo vendería Mulvaney’s. Ha estado en mi familia demasiado tiempo. No podría permitírselo. Supongo que está en mi sangre. La anfitriona nos llamó. Nos dirigió a una mesa para dos cerca de la ventana que daba hacia la calle. Una vez sentados, abrimos nuestros menús. —¿Qué tipo de pizza te gusta? —preguntó. —Mi favorita por lo general es la griega. Amo las aceitunas, el queso feta y los trozos de carne laminada en ella. Casi siempre como uno o dos pedazos… —Esa también es una de mis favoritas. Pidamos una grande. — Cerrando el menú, añadió con una sonrisa—: Como un montón. —Lo recuerdo. Panqueques así de grandes. —Elevé una mano por encima de la mesa. Asintió. —Sí. —Y catorce albóndigas. —Me engañaste con esas. Creo que solo me diste cinco. Sacudí la cabeza. —Es tan injusto. Los chicos tienen algún tipo de metabolismo de superhéroes. —Deberías ver comer a Logan. Puede comerse una pizza grande solo, una ración de alitas y calzone de albóndigas. —Jóvenes —gruñí. —Sí, y practica distintos deportes, por lo que no engorda. Mi mirada se deslizó hacia el pecho y los brazos de Reece apreciativamente. Era todo músculos apretados y duros. Tampoco lucía como si tuviera una onza de gordura en su cuerpo. Recordar el hecho de que me desnudé hasta que solo llevaba unas bragas delante de él me pasmó repentinamente. Alejando el recuerdo, añadí—: Y tu hermano también tiene un montón de actividad física por las noches.

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Al instante en que dije las palabras, mi rostro se encendió. Le dije que su hermano era un prostituto en la cara. Lo que solo hacía que pensara en lo que nos juntó en primer lugar —el hecho de que pensaba que él era el infame camarero que dormía con cada chica que entraba por las puertas de Mulvaney’s. Por suerte, no lo tomó como una ofensa. Se rio. Entonces, la camarera llegó para tomar nuestras órdenes. Se congeló, una asombrada sonrisa plantada en la cara mientras miraba a Reece. —Eh, ¿qué puedo servirte? —le preguntó a Reece sin siquiera mirarme. En realidad no podía culparla. Siempre que se encontraba alrededor, era todo lo que podía mirar también. Le mostró esa cegadora sonrisa y los ojos de la camarera podrían haber visto su propio cerebro. Ordenó nuestra pizza. Le tomó un momento bajar la mirada hasta su bloc de notas. Titubeó con el lápiz antes de arreglárselas finalmente para escribir. —Excelente elección. Esa es mi favorita. La mirada de Reece se deslizó hasta mí y su mirada hizo que me calentara totalmente. —La nuestra también. La camarera me miró como si estuviera recordando mi presencia. Una estúpida sonrisa curvó mis labios y fijé la mirada en mis manos entrelazadas frente a mí. Nuestra. Esa simple palabra rebotó a través de mi cabeza. Me hacía sentir demasiado bien escucharlo decir esa palabra. Estúpido, lo sabía. Pero así era. Nos preguntó qué beberíamos, y salté con mi petición. —Se las traeré en un minuto. —Le sonrió a Reece e incluso me lanzó una rápida e incómoda sonrisa —como si supiera que sabía que se lo imaginaba desnudo. Y entonces nos hallamos solos nuevamente. Reece se inclinó hacia delante de nuevo, luciendo tan tranquilo que comencé a relajarme. —Así que, eres sincera cuando se trata de mi hermano. —Lo siento. —Tiré del borde de la servilleta, mi tranquilidad evaporándose. —Está bien. Su reputación es bien conocida. Traté de detenerlo al principio, pero tiene dieciocho ahora. Comenzará la universidad en otoño. Ya no puedo decirle qué hacer. Tiene que aprender por sí mismo. —Sus labios se alzaron en esa engreída media sonrisa que siempre hacía que mi estómago se revolviera—. Sólo espero que no sea papá antes de su cumpleaños número veinte. —Se rio e hizo una mueca al mismo tiempo. El

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profundo sonido se desplegó sobre mi piel y se enterró en mi interior. Se pasó una mano por su corto cabello—. Mierda. Sueno como mi padre. Lo hacía, lo que me confundió totalmente. No fue lo primero que pensé de él. Realmente era un tipo agradable. —Lo entiendo. Has tenido que ser más que un hermano para él. Algo de la frivolidad desapareció de su rostro. Estuvo callado por un momento antes de decir—: Era tan pequeño cuando mamá murió… y ya te he dicho que nuestro padre no es exactamente el tipo que se sienta y habla con nosotros para hacernos sentir mejor. Para bien o para mal, he sido un padre para él. —Se encogió de hombros de nuevo—. Pero este año decidí que tenía que dejarlo ser él mismo. La camarera dejó nuestras bebidas y se fue. Miré fijamente a Reece, preguntándome cuántos niños de ocho años habrían dejado de lado su infancia y adoptado el rol de madre y padre por sus hermanos menores. — Estoy segura de que le diste algo mejor de lo que él nunca le habría dado. Encogió un hombro. —Fue algo. Al menos sabe que me preocupo por él, y que no está solo. ¿Y eso no lo era todo? Pensé en mi propia madre. No podría decir que alguna vez se preocupó por mí. Tal vez una vez. Antes de que comenzara a preocuparse más por su adicción. Casi como si supiera que lo que pensaba era menos que placentero, sugirió—: Hablemos de algo más. Asentí, estando de acuerdo con dejar pasar el tema. Hablar sobre su crianza sólo me hacía pensar en la mía. Tal vez esa era la desventaja al no ser tan distintos. —Seguro. —¿Pepper? Levanté la mirada ante el sonido de mi nombre y miré el rostro de Hunter, sin reconocerlo al principio. Se sentía raro y desconcertante mirar a Hunter con Reece enfrente de mí. Como dos mundos acercándose cuando nunca deberían haberse conocido. —Hunter. —Me recliné en el asiento, sin darme cuenta hasta ese momento que me encontraba demasiado inclinada sobre la mesa, sobre Reece, tan cerca de él—. Hola —añadí estúpidamente. —Hola, ¿cómo estás? —Su mirada se deslizó de mí hacia Reece y de regreso de nuevo. Se plantó allí, esperando. No parecía poder pensar en algo que decir incluso aunque era aparente que esperaba ser presentado. —Hola, soy Reece. —Aparentemente, él sabía qué decir y hacer. Reece extendió la mano y sacudió la de Hunter con lo que lucía un sólido agarre.

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—Hunter Montgomery. Fui a la secundaria con Pepper. —Oh, sí. —Reece le sonrió amablemente—. Es genial tener a alguien que conoces alrededor. —Su expresión era inocente. No revelaba nada, como que podría haberle mencionado el nombre de Hunter una docena de veces. Gracias a Dios. —Sí. Lo es. —Los ojos de Hunter se asentaron sobre mí mientras le respondía a Reece. —Solo nos conocemos hace un par de semanas —añadió Reece, mirándome con ojos que repentinamente lucían de un humeante azul. Inquisitivos e íntimos. Como si supiera cómo lucía desnuda y no pudiera esperar para desnudarme de nuevo—. Pero se siente como si nos conociéramos desde hace más tiempo. ¿Sabes lo que quiero decir? Mis ojos se dilataron. Lo pateé por debajo de la mesa, preguntándome qué hacía diciendo cosas que nos hacían lucir como alguna pareja caliente e intensa. Incluso si lo fuéramos. Algo así. O no. No sabía qué éramos exactamente, pero no éramos una pareja. Esa era la única cosa que sabía a ciencia cierta, y no necesitaba que plantara la idea de que no me encontraba disponible en la cabeza de Hunter. —Eh. Sí —murmuró Hunter, sus cejas juntándose. Aún no podía encontrar mi voz. Mi rostro se sentía excesivamente caliente y sabía que debía estar tan roja como los pequeños cuadrados del mantel. —Sí, bueno, es un placer conocerte, hombre. —La sonrisa todavía se hallaba en el rostro de Reece y en su voz, pero había un filo en su mirada. El significado era claro. Adiós, y vete al infierno. —Te veré más tarde, Hunter —murmuré suavemente y le di una pequeña inclinación, animándolo a irse, pero no porque estuviera así de enamorada de mi cita y quisiera algún tiempo a solas. Quería que la tortura terminase. Quería evitar que Hunter pensara que me hallaba profundamente envuelta con el tipo sentado frente a mí. —Sí. —Asintió y atravesó el restaurante. Reclamó el asiento en la barra con un par de tipos más. Lo vi en el campus con uno de ellos. Creí que era su compañero. —Así que ese es el infame Hunter. Elevé mi mirada para ver a Reece. —Esto fue una mala idea. —¿Qué cosa?

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—Tú. Nosotros. Esta cita en la que fingimos estar. —Reece permaneció en silencio y le eché un vistazo a Hunter antes de mirarlo de nuevo—. ¿Tenías que hacer eso? —¿Qué? ¿Hacerte lucir deseable? exasperación—. Deberías darme las gracias.

—Me

observó

con

—¿Qué? ¿Cómo? —Sólo te cambié de categoría… desde la chica a la que nunca he imaginado desnuda, hasta preguntarme cómo es en la cama. Parpadeé y me quedé callada mientras nuestra pizza llegaba. La camarera la puso en la mesa entre nosotros con dos platos. —Oh —murmuré, procesando ese pequeño trozo de información. —Ahora, no mires, pero confía en mí cuando digo que no ha sido capaz de dejar de mirar hacia acá. Me incliné hacia delante en la silla. —¿En serio? —Sí. Y ahora está a punto de ponerse mejor. Me incliné un poco más, el humo de la pizza flotando hasta mi rostro. —¿Mejor cómo? Se inclinó a través de la mesa y presionó su boca contra la mía. Inmediatamente me olvidé de lo impropio que era besar a plena luz del día en un lugar público. Su boca era cálida, abriéndose contra la mía. El beso me marcó. Era demasiado embriagador como para resistirse. Respondí al instante. Su lengua se deslizó en mi boca y se frotó contra la mía. Nada alrededor de nosotros existía. Era solo su boca sobre mí boca. Estiré las manos, trazando con los dedos la superficie de su rostro, tocando pero no precisamente. Era como si tocándolo, podría desvanecerse totalmente. Un plato se quebró cerca y salté. Reece retrocedió ligeramente. Con sus labios aun tocando los míos, murmuró—: Muy bien. Eso debería funcionar. El aire escapó de entre mis labios y me senté rápidamente en el asiento. —¿Qué? —Hunter no puede alejar los ojos de ti justo ahora. Deberías ver su rostro… pero no. No mires. No estaría sorprendido si te llama mañana. En realidad, no me sentía tentada a mirar. Eso era lo triste. Me encontraba demasiado ocupada mirando fijamente al tipo al que quería alcanzar a través de la mesa para seguir besándolo. Lo que era bastante jodido. Necesitaba concentrarme. Reece no era el hombre con el que estaría para siempre. No lo era.

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Soltando una profunda respiración, crucé las manos sobre mi regazo. —Oh. —No sabía cómo sentirme con el hecho de que sólo hubiera fingido el beso. No pensaba en Hunter mientras mis labios permanecían en los de Reece. Debería haberlo estado. Pero no era así. ¿Reece sintió algo en absoluto? Su mirada sostuvo la mía. —Qué suerte, ¿eh? —¿El qué? —En ese momento, no me sentía particularmente afortunada. —Encontrarlo aquí. —Sí. —Asentí, observándolo excavar en la piza entre nosotros, sirviendo un trozo para cada uno. —Come. —Le dio un gran mordisco a su pedazo. Permanecí quieta, dejando que los nudos en mi estómago se deshicieran por sí solos. Gimió, y el sonido sonsacó todo tipo de retorcidos sentimientos de mi interior. —Esto es lo mejor. Resistí la urgencia de golpearlo. —Realmente lo es —coincidí. —Oye. —Se estiró a través de la mesa y cubrió mi mano con la suya—. Va a funcionar. Ya verás. Conseguirás a tu chico. Mi corazón se apretó un poco con esas palabras. De repente, ya no me sentía tan segura de quién era ese chico.

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22 Traducido por Adriana Tate. Corregido por Meliizza

Hunter llamó al día siguiente. Olvidé que Reece había predicho lo mismo. O quizá simplemente eché por tierra la sugerencia. Cuando su nombre apareció en mi teléfono, prácticamente me caí de la silla. De pie, tomé una profunda respiración y respondí, arreglándomelas para sonar calmada. Sí. Fue bueno verte ayer. Sí, estoy bien. Sí. Tampoco puedo esperar por el día de Acción de Gracias. No hay problema. Podemos irnos el miércoles a las ocho. Mi profesor también canceló mi clase de la tarde. Eso suena bien. Fue una conversación normal y sin embargo hubo un tono diferente en ella. Hunter se rio con demasiada facilidad. Sonaba… nervioso, preguntando más de una vez si no me importaba irme tan temprano en la mañana. No es que no fuera siempre cortés, pero hubo algo diferente en el intercambio. Odiaba admitirlo, pero ese beso quizá hizo algo bueno, después de todo. Él no lo mencionó, por supuesto. Sus modales nunca le permitirían eso. Ni siquiera mencionó tampoco a Reece, pero Reece y ese beso estaban allí, colgando entre nosotros, llenando esos momentos de silencio de interferencias. Reece tenía razón. Todo caía en su lugar. Si tenía una oportunidad con Hunter, era ahora. No vendría otra oportunidad. Esto era todo. El lunes antes del día de Acción de Gracias, me encontré a mí misma pasando por mi ruta a casa después del trabajo y dirigiéndome a Mulvaney’s. Me dije que sólo era porque quería hacerle saber a Reece que tenía razón. Su actuación del beso había resuelto el problema, después de todo. Un simple “gracias”. Eso era todo. No porque quisiera verlo. No porque no me hubiera enviado mensajes de texto desde nuestra cita.

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A las tres de la tarde, el lugar se encontraba vacío. Mis zapatos deportivos caían silenciosamente en la tabla del suelo de madera. Lo encontré haciendo el inventario detrás de la barra. No me notó acercarme. —Hola. —Apoyé los codos en la barra. Levantó la mirada y sonrió ampliamente, inmediatamente haciéndome sentir feliz de haber venido. —Hola. ¿Dónde has estado? — Dejó su tabla sujetapapeles y me dio su atención. Esa sensación de felicidad solo aumentó al saber que notó mi ausencia durante el fin de semana. —Trabajé las últimas dos noches. Con los Campbells y otra familia. — Necesitaba el dinero, especialmente después de los problemas con mi auto. —Eso me pregunté. Vi a Emerson. —Ya la conoces. Nunca se pierde un buen momento. Se produjo un incómodo silencio. Me aclaré la garganta para llenarlo. —Te debo un agradecimiento. —¿Sí? ¿Por qué? —Hunter. Me llamó al día siguiente. Y me ha estado mandando mensajes de vez en cuando. —Bueno. Ahí lo tienes. —Sonrió de nuevo, pero pareció menos que antes. O quizá era sólo mi imaginación. Mi ego quería que sintiera algo más que felicidad porque estuviera avanzando con Hunter—. Te dije que te llamaría. —Así es. —Asentí—. Así que, gracias, de nuevo. Miró a la izquierda y a la derecha, como si buscara algo de qué hablar. —¿Tienes hambre? ¿Quieres una hamburguesa o algo? —Podría comer. —Vamos. —Me llevó a la habitación de atrás y gritó por encima del mostrador—: ¡Dame un Monstruo Ciclón y una cesta de papas fritas de Tijuana! Alguien le gritó en respuesta desde la cocina, entendiendo su orden. Mis ojos se agrandaron. Cuando regresó, le dije—: Por favor, dime que todo eso no es para mí. Sonrió y mi estómago dio una pequeña voltereta loca. —Lo compartiré contigo.

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Nos sentamos en una de las mesas de atrás. En el mismo banco, nuestros hombros se rozaban. Era incómodo estar tan cerca de él, sin saber si estaba bien. Tocarnos, besarnos, lo cual habíamos hecho muchas veces antes, bueno, parecía como algo que no podíamos hacer ahora. En parte porque estábamos en público. En parte porque nada de eso era real. Que yo finalmente —quizá— estuviera llegando a alguna parte con Hunter sólo recalcaba eso. —Entonces, ¿te vas el miércoles con Hunter? Asentí. —Sí. Es un viaje de cuatro horas. —Bueno, eso te dará un poco de tiempo de calidad con él. —Miró hacia delante, en dirección a la cocina. Me quedé mirando su perfil. Un músculo se marcaba en su mandíbula. Asentí. —Sí, y estaré de visita en su casa un montón para ver a Lila. Normalmente voy allí después de la cena de Acción de Gracias y paso el rato. Veo películas. Hunter generalmente está allí, a menos que haga planes con algunos de sus viejos amigos… —Estará allí. —Me interrumpió. —¿Sí? ¿Por qué…? —Estará allí porque tú lo estarás. —Girándose, me enfrentó, su brazo izquierdo apoyado a lo largo de la cima de la mesa. Con la pared a mi derecha, y la extensión de su bíceps y su antebrazo a mi izquierda, me sentía enjaulada, como si estuviera acercándose a mí—. Y si su hermana quiere que los dos estén juntos… Asentí. —Sí quiere. —Entonces, será una buena hermana y una buena amiga e inventará alguna razón para desaparecer. Negué con la cabeza. —No creo que vaya a suceder de esa manera. —Sucederá. Incliné la cabeza y lo estudié, el aro azul oscuro de alrededor de sus ojos en completo contraste con el pálido azul de sus iris. —Él no ve a sus viejos amigos a menudo. Podrían hacerlo salir… —Te lo estoy diciendo. Los mandará a volar para estar contigo. Mi pecho se apretó ante la intensidad de la manera en que me miraba y me escuché preguntarle—: ¿Es eso lo que tú harías? Me miró y esperé, preguntándome por qué su respuesta importaba tanto.

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—Yo no habría esperado tanto tiempo por ti. Ya me habría presentado en tu habitación en el momento en que hubiera decidido que te quería. No me iría hasta convencerte de que eres mía. —Oh. —Mi piel se estremeció, imaginando ese escenario. Reece en mi puerta. Determinado. Sexy. Diciendo cosas, haciendo cosas, para convencerme que soy suya—. Tal vez no ha decidido que me quiere, entonces. —Lo ha hecho. Vi su rostro en Gino’s. Él ya ha ido por ti. De repente me di cuenta de que nos habíamos acercado mutuamente, sin tocarnos pero tan cerca que nuestras respiraciones se mezclaban. —Mierda —dijo con voz áspera y cerró esa pequeña distancia, besándome como si hubiese pasado una eternidad y no solo una semana. Pero esta semana se sintió como una eternidad. Extrañé esto. Lo extrañé a él. Hundió una mano en mi cabello y me arrastró más cerca, nuestros pechos aplastados juntos. Su boca devoraba la mía y le devolví el beso con la misma avidez. —Aquí tienen. Salté y me alejé. Dos cestas de infarto cayeron sobre la mesa ante nosotros. El cocinero ya se alejaba, aparentemente imperturbable por nuestro besuqueo en público. Mi pecho se elevaba y caía como si acabara de correr una maratón. Los ojos de Reece eran tan brillantes, de un azul pálido, que empezaba a reconocer como una señal de que se sentía excitado por mí. Miré de la comida hacia él, parte de mí esperando que dijera que olvidara la comida y me acarreara escaleras arriba con él. Ni siquiera sentía que mi cuerpo me perteneciera más. Era una palpitante bola de nervios, latiendo, ansiando y anhelando desesperadamente que todo este juego previo simplemente llegara a su conclusión más natural. Era como si mi cuerpo viviera y respirara por esto. Por él. Quería satisfacer las ansias. Pero no sería la que dijera las palabras. No podía hacer eso. No podía ir tan lejos. Y siempre existía el temor, la desesperada necesidad de elegir el camino seguro. Todo lo cual significaba que nada sucedería. Nada más que besos y caricias que me hacían querer tirarme del cabello por la frustración. Reece juntó sus manos y las frotó. —Empecemos a comer. Ah, sí. Comida.

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Agarré una patata frita cubierta de queso. Él agarró un grupo de tres. Echando su cabeza hacia atrás, las dejó caer en su boca abierta. Lo observé con asombro mientras su fuerte mandíbula masticaba. —Mmmm. —¿Cómo puedes verte de la forma en que te ves y comer así? Sonrió con picardía y se inclinó más cerca, lo cálido de su cuerpo extendiéndose para envolverse a mí alrededor. —¿Y cómo me veo? Agarré una servilleta y se la tiré. —Oh, cállate. Sabes que eres sexy. Tu cuerpo es una locura. Sonriendo con satisfacción, agarró otro grupo de patatas. — Simplemente me gusta escucharte decir eso. No eres fácil de impresionar. Fruncí el ceño. —¿Qué significa eso? ¿Soy así de difícil? —No. Sólo que fijaste la mirada en un chico que conociste años atrás cuando eras una niña. Ni siquiera miras a los chicos que se fijan en ti. Es como si no te importa lo que los demás piensen. Se equivocaba. Me importaba lo que él pensaba. Una vez que lo conocí, fue el único que consideré siquiera cuando decidí que necesitaba perfeccionar mis habilidades de juego previo. Era todo lo que me pareció ver. Decidiendo no debatir ese punto, cuidadosamente evalué la hamburguesa. —¿Cómo, siquiera, me como esto? —Vas a tener que atacarla. Es la única forma. Asintiendo con determinación, agarré la enorme hamburguesa y la abordé con mis dientes. Reece se rio mientras masticaba el bocado y agarraba una servilleta, limpiando el jugo de mis labios y mi mentón. —Bonito —dijo con aprobación, se inclinó y plantó un beso en mis labios antes de que siquiera lo viera venir. Fue rápido y descuidado, y mi corazón se aceleró. Tragando mi bocado, sacudí la cabeza. —Dime que no comes así todos los días. Vas a tener un ataque al corazón antes de los treinta. —No todos los días, no. Y hago ejercicio. Hasta que dejé la universidad, jugaba al fútbol. —¿En la universidad? Asintió, evitando mi mirada mientras recogía la hamburguesa en sus manos. Volví a pensar lo que me dijo sobre su papá. Como llegó a casa

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después del accidente. Había renunciado a la universidad —al fútbol— para cuidar de él. Por lealtad y culpa. —Todavía juego. Entreno a un grupo de chicos dos veces a la semana y juego en una liga recreativa los domingos. También corro todas las mañanas. —Me miró con apreciación—. ¿Qué hay de ti? Te ves en forma. Solté un bufido. —Camino por el campus y persigo a niños en la guardería. Nada más riguroso que eso. —Deberías correr conmigo alguna vez. Normalmente la sugerencia me habría hecho reír, pero mirando sus ojos azules pensé que en realidad me gustaría intentarlo. Agarrando otra patata frita, asentí. —Tal vez lo intentaré. —Lo amarás. Tu cuerpo lo extrañará cuando te saltes un día. La puerta de atrás se abrió de golpe en ese momento. Levanté la mirada, sobresaltada. Hubo conmoción que sonaba como algo golpeando la pared. Un hombre en una silla de ruedas entró a la vista. Reece se tensó a mi lado. El cabello del hombre era largo y sin duda se veía sucio. Llevaba una camiseta negra de Pink Floyd. Incluso en pantalones vaqueros, sus piernas se veían delgadas por la falta de uso. Sus brazos tatuados eran musculosos mientras empujaban las ruedas de su silla, impulsándola hacia delante. Reece se puso de pie a mi lado y se dirigió al otro lado de la habitación. —Papá. Su mirada se enfocó en él inmediatamente y la fiereza de su expresión se transformó en rabia pura y simple. —Ahí estás, pedazo de mierda. Salté como si sintiera el golpe en esas palabras, a pesar de que habían sido dirigidas a Reece. Los hombros de Reece se tensaron, revelando que tampoco se encontraba totalmente inafectado. —Encantado de verte, también, papá. ¿Qué estás haciendo aquí? —Pensaste que podías mantenerme encerrado en esa casa, ¿ah? No pensaste que podía encontrar una manera de llegar aquí. Logan me trajo. Está estacionando el auto. Reece me envió una mirada indescifrable. Parte de mí sabía que debería irme, que probablemente se avergonzaba por mí, de presenciar este drama, pero no podía moverme de mi lugar en la mesa.

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—Si querías venir aquí, yo podía haberte traído. —Sí. Cierto. —Su padre levantó un folleto arrugado, blandiéndolo en el aire—. ¿Qué es esto, pedazo de mierda? ¿Había un momento en el que no llamara a su hijo por una obscenidad? Cada palabra me hacía estremecer y encogerme por dentro. Al igual que cuando era una niña. No podía huir en ese entonces. Todo lo que podía hacer era abrazar fuerte al Oso Púrpura, cerrar los ojos y fingir que me encontraba en algún otro lugar. —Parece como un folleto para nuestra promoción de los martes. Alitas a diez centavos. —Estás regalando la comida. Vas a hacer que nos quedemos sin el negocio. El suspiro de Reece llegó a mis oídos. —Es buena publicidad, papá. Triplicamos nuestros clientes los martes por la noche. El alcohol se vende más que… El señor Mulvaney arrugó el folleto y se lo lanzó a su hijo. Rebotó en el pecho de Reece. —¡Me consultas antes de tomar una decisión como esta, pedazo de mierda! Las manos de Reece se apretaron en puños a sus lados, pero por el contrario no hizo ningún movimiento. Logan entró en la habitación, desacelerando sus pasos mientras observaba la escena. —Logan mencionó que estás buscando expandir. —Los ojos de Logan se agrandaron y miró hacia Reece como disculpándose—. ¿Cómo vas a hacer eso, ah, universitario? No te voy a dar el dinero. —No te estoy pidiendo dinero. —El color sonrojó la piel de Reece—. He triplicado las ganancias en este bar en los últimos dos años. Si eso no te convence de que puedo… —¡Crees que eres mejor que yo, bastardo! Crees que lo puedes hacer mejor con este lugar de lo que yo lo hice… —No, papá. —La voz de Reece sonó repentinamente cansada. Quería levantarme e ir hacia él, pero me quedé donde me encontraba, sabiendo que solo atraería la atención hacia mí y Reece no querría eso mientras tenía una discusión con su padre. Era todo tan desagradable… tan feo. Me recordaba a todo de lo que huía. Todo lo que me comprometí dejar atrás. —Así es. Sólo recuerda eso. No sabes una mierda. Aún no estoy muerto. Todavía estoy aquí. —El señor Mulvaney golpeó su pecho con una mano empuñada—. Este es mi lugar. —Su pecho de barril cayó y se elevó con respiraciones forzosas. Aparentemente satisfecho por haber dicho la

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última palabra, miró a Logan—. Ya terminé. Vamos. —Rodó pasando a Logan por la rampa. Logan se acercó a su hermano, frotando su nuca. —Mira, lo siento… —Está bien. Adelante. Estará gritando por ti. Asintiendo, Logan siguió a su papá. Lentamente, Reece se volteó. Se movió hacia mí, pero en lugar de reclamar su asiento, se quedó parado, rozando ligeramente la mesa con los dedos, su mirada evitándome. —Tengo que regresar a trabajar. —Su voz era cuidadosamente neutral. —Reece, yo… Sus ojos se dispararon hacia mi rostro. —¿Qué? ¿Tú qué? ¿Lo sientes? Sí. Lo sentía por él. Y entendía. Sabía lo que se sentía cuando alguien que amabas te traicionaba y pisoteaba tu corazón. Sacudí la cabeza. —¿Por qué te culpas a ti mismo? —Señalé hacia donde su papá había estado hace unos momentos. —Porque si hubiera estado en casa nunca habría sucedido. —Fue un accidente. No deberías pasar tu vida pagando por ello. Soltó un bufido. —No hay tal cosa como un accidente, ¿lo hay? ¿De verdad? Todos tomamos decisiones. Todo lo que pasa es un resultado de esas decisiones. —Su mirada se dirigió hacia mí con frialdad—. Al igual que tú tomas tus decisiones. Vas a estar con este chico, Hunter. Yo simplemente soy una distracción hasta que lo verdadero llegue a ti. Sus palabras me hicieron trizas. Lo hizo sonar feo. Como si lo estuviera usando. Supongo que técnicamente lo usaba, pero siempre fui clara y él también había querido hacer esto. Pensé que estábamos disfrutando mutuamente. Al menos eso es lo que me dije. Además, fue él el que inició las cosas esa noche, me llevó a las escaleras con él. —No —susurré, pero no me sentía segura de qué negaba exactamente. ¿Hunter era el objetivo final para mí? Todavía lo era. Lo tenía que ser. Había pasado los últimos siete años creyendo eso. Se sentía mal etiquetar a Reece como una distracción. Era más que eso para mí. Qué, precisamente, no lo sabía. Pero definitivamente más. El cansancio se apoderó de él. Hizo un gesto con la mano hacia la salida. —¿Por qué simplemente no te vas? Realmente no sabes nada de esto. No me conoces. Lo absorbí en una respiración y resistí señalar que pensé que empezaba a conocerlo. Desde el primer momento en que lo conocí,

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cuando se estacionó y anunció que no se sentía bien dejándome sola a un lado de la carretera, había tenido una buena compresión de él. Pero no le señalé eso. Porque obviamente no quería que lo conociera. Estaba en cada línea tensa de su delgado cuerpo y el conjunto duro de su mandíbula. —Está bien —murmuré—. Adiós. —Me levanté de la mesa, dejando la comida a medio comer detrás. Bordeándolo, hui del bar, convencida de que esta vez no regresaría. Esta vez me pidió que me fuera. Quería que me fuera. No importaba lo que yo quería.

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23 Traducido por Michelle♡ & Vanessa VR Corregido por Karool Shaw

Saltando nuevamente en el coche, le entregué a Hunter su refresco y una bolsa de papas fritas mientras me acomodaba en el asiento de cuero de lujo de su BMW. Sin duda una manera lujosa de viajar a casa. Más cómoda que mi Corolla. No tuve que manejar todo por mí misma. —¿Bugles4? —cuestioné, sacudiendo la cabeza con una sonrisa mientras rasgaba la bolsa—. Nunca te tomé por una especie de persona de Bugles. Él sonrió. —No las critiques hasta que las hayas probado. —Oh, lo he hecho. Creo que tenía siete años la última vez que las comí. —Mientras vivía con mi mamá subsistíamos con una dieta que constaba en comida de máquinas expendedoras. —Bueno, entonces sabes la maravilla que es el pequeño Bugle. —Él sostuvo en alto una viruta en forma de corneta pequeña como si fuera el Santo Grial—. Adelante. Prueba una sola. —Estoy bien. En serio. —Si puedes resistir, entonces seguramente nunca probaste uno. Riendo, metí la mano dentro de la bolsa, tome unos pocos, y los eché en mi boca. Masticando las papas fritas saladas, cubiertas de queso en polvo, le dije—: Ya está. ¿Satisfecho? He probado y aún logro resistir. —Simplemente no eres humana. Sacudiendo la cabeza, desenrosqué la tapa de mi botella de agua y tomé un sorbo, lavando el sabor de Bugles de mi boca. —Apuesto a que no sabías que también me gusta la carne seca. —De ninguna manera. ¿Tú? Guau. Pero no sirven eso en el club de campo —me burlé. —No he estado en el club de campo desde no sé cuándo. No es mi lugar, ¿sabes? 4

Bocadillos de chips de maíz

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No, no lo hacía. Podría haber conocido a Hunter toda mi vida, pero no sabía lo que hacía con su tiempo libre. Aparte de estudiar para entrar en la escuela de medicina y dedicar los dos últimos años de su vida a una novia exigente. Él miró a ambos lados y hacia atrás en la carretera de dos dejando la gasolinera atrás. Pronto nos deslizábamos a lo largo del de curvas más allá del magnífico follaje de otoño. Pronto los podrían estar envueltos en blanco, pero ahora eran una impresionante de oro, rojo y amarillo.

carriles, camino árboles mezcla

Habíamos estado conduciendo durante dos horas, pero no lo parecía. Fue divertido y fácil estar con él. Pasamos de entretenernos el uno al otro con historias de la infancia de Lila, a la discusión de nuestras clases y lo que esperábamos hacer con nosotros mismos después de la universidad. Hunter estaba emocionado cuando le dije que consideraba la facultad de medicina con mi doctorado en psicología. Si iba a ayudar a la gente con sus problemas, tener un título en medicina podía hacer que fuera más fácil. Mi teléfono sonó desde el interior de mi bolso. Ahondé en él en el suelo, esperando otro mensaje de Em quejándose de tener que pasar el día comprando con la nueva novia de su padre, que era de solamente cinco años mayor que ella. Sólo que no era de Em. Reece: Lo siento. Mi pulgar se quedó inmóvil, suspendido sobre mi teléfono. No esperaba tener noticias de él otra vez. O incluso verlo. No, a menos que sólo me encontrará con él en la calle, en una coincidencia rara. Pero ahora estaba aquí. Localizándome, volviendo a tirar de mí hacia atrás. Yo: Está bien. Reece: Fui un idiota. No debí haber dicho que te fueras. Quería que te quedaras. Una sonrisa se dibujó en mi boca. Yo: Comprensible. Tu padre acababa de caer sobre ti. Reece: Bueno. Al menos podría haber dejado que terminaras tu comida. Yo: Me salvaste de la carrera que estaba segura seguiría a esa comida. Reece: Floja. Yo: No corro una media maratón cada mañana como tú.

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Reece: Pero correrás conmigo. Me detuve de nuevo, pensando. Me preguntaba si íbamos a vernos de nuevo. Inhalando, escribí. Yo: Pensé que habíamos visto lo último el uno del otro. Reece: ¿Quieres ver lo último de mí? —¿Todo bien? Me sacudí ante la pregunta de Hunter, sobresaltada. Me había olvidado de que estaba en el coche con él. Había olvidado incluso que él estaba aquí. —Oh. Lo siento. No fue mi intención ser grosera. —Escribí una respuesta rápida. Yo: Me tengo que ir. Hablo contigo pronto. Exhalando, Forcé una sonrisa brillante y volví mi atención a Hunter, centrándome en él y negándome a tocar mi teléfono otra vez. Acción de gracias con la abuela trajo una avalancha de recuerdos. Fui abrazada tanto y sonreí tanto que me dolían las mejillas. Todos los residentes de Chesterfield Retirement Village eran una familia para mí. El lugar era mi hogar, aunque poco ortodoxo. A las ocho de la noche de Acción de Gracias, todavía llena de pavo, aderezo, puré de papas, batatas y todas las otras cosas relacionadas con la celebración, tomé prestado el coche de la señora Lansky, de al lado, ya que apenas lo usaba, y me dirigí a la casa de Lila. Ni siquiera tuve la oportunidad de pulsar el timbre de la puerta antes de que la puerta se abriera de golpe y Lila me encerrara en un abrazo asfixiante con un chillido de felicidad. Echándose hacia atrás, me revisó, evaluándome de pies a cabeza. —Maldita sea, ¡te ves bien! Te hiciste reflejos en el cabello. ¡Me encanta! Ella me llevó al impresionante vestíbulo con su techo abovedado. Enlazó su brazo conmigo, me llevó a la cocina, susurrando en mi oído, aunque no había nadie cerca para escuchar. —Lo que sea que estás haciendo con Hunter, está funcionando. No ha dejado de preguntarme cuando llegarías aquí. —¿De verdad? —murmuré, el calor asaltando mi cuello. —Uh-huh. Está esperando en la cocina. Llegaron voces desde esa habitación, y sabía lo que encontraría antes de entrar —los padres y abuelos de Lila atentos de un tablero de Monopoly. Hunter estaba en la isla, se inclinó para coger una rebanada de pastel de calabaza mientras observaba el procedimiento.

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Todo el mundo exclamó al verme. Hunter se enderezó, sus labios curvándose en esa sonrisa cegadora suya cuando todos los Montgomery me rodearon y se turnaron para prodigarme con abrazos. Después de acribillarme con preguntas sobre la escuela y mi abuela y obligarme a aceptar una rebanada de pastel, volvieron a su juego, y Lila, Hunter y yo subimos al piso de arriba para ir a la sala de juegos a ver una película. Me sonrojé cuando Lila hizo un punto para sentarse en el lado más alejado del gran y cómodo sofá, asegurándose de que tuviera que sentarme al lado de su hermano. No exactamente sutil. Después de desplazarse a través de películas para alquilar, seleccionamos la nueva película de James Bond. —¿Quieres un poco de Chex Mix5? —preguntó Hunter después del inicio. Gemí, frotándome el estómago. —No puedo comer por un mes. —Voy a tomar algunos. —Lila presionó PAUSA cuando Hunter bajó las escaleras, luego me dirigió una dura mirada. —Muy bien, ¿cuál es el plan? Negué con la cabeza. —¿Plan? —Sí… ¿Quieres que finja un dolor de cabeza, así los dos pueden tener tiempo a solas? Negué con la cabeza. —No, no. No hagas eso. También quiero pasar tiempo contigo. —Vamos a ir de compras mañana y haremos el almuerzo. Tendremos todo el día. Este es el único momento que tienen ustedes dos antes de regresar el domingo. —Está bien, de verdad —siseé cuando oí sus pasos al regresar resonando por las escaleras. —Aquí viene —susurró ella, dedicándome un guiño de complicidad y posándose de nuevo en la esquina del sofá. Pulsó REPRODUCIR en el control remoto. Negué con la cabeza hacia ella, con la esperanza de transmitir que no debería inventar alguna excusa para dejarme a solas con su hermano. Treinta minutos más tarde, ella lanzó un suspiro exagerado. —Estoy muy cansada. Supongo que el pavo realmente te hace sentir somnoliento, ¿eh? —Desplegó sus elegantes piernas de bailarina que había escondido 5

Tipo de mezcla de aperitivos que incluye cereal para el desayuno.

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debajo de ella y se levantó con gracia—. Me voy a la cama. Necesito mi sueño de belleza. Sobre todo si vamos a alcanzar todas las ventas en la mañana. Voy a recogerte a las siete, Pepper. ¿De acuerdo? La miré mientras agitaba la mano para darnos las buenas noches. Hunter me sonrió fácilmente. Me obligué a devolverle la sonrisa, deseando deshacerme de mi repentino malestar. Volví mi atención a la película, pero realmente no vi nada. Solo imágenes intermitentes en la pantalla que no podía procesar. Su brazo se extendía a lo largo de la parte posterior del sofá por detrás de mí. Lo sentí allí. Los dedos rozando suavemente mi hombro. Noté el paso de los minutos en el reloj digital del reproductor de Blu-ray. Diez minutos. Se movió en el sofá. El roce de sus dedos era un toque en toda regla. Quince minutos. Sus dedos se movieron, acariciando mi hombro en pequeños círculos. Mi estómago se llenó de nudos por la ansiedad, dividida entre querer que hiciera un movimiento y querer huir. ¿Estaba esperando una invitación? No podía dejar de pensar que Reece habría actuado a estas alturas. Yo estaría debajo de él. O por encima de él. Tendríamos la mitad de nuestra ropa fuera y sus manos estarían en todas partes. Mi pulso derrapó contra mi garganta, recordando lo que pasó con él. De pronto me encontré mirando a Hunter, estudiando su perfil. A pesar de que su mano acariciaba mi hombro, estaba viendo la película, siguiendo los personajes a través de las escenas de acción. Debió notar mi mirada. Se giró. Sostuve su mirada. —¿Pepper? —Su voz salió suavemente, vacilante e inquisitiva. Cerré la distancia y lo besé. Apreté mis labios contra los suyos y lo besé con la seriedad de un ataque al corazón, obligándome a olvidar a Reece en su sabor. Estuvo inmóvil por un segundo antes de reaccionar. Antes de devolverme el beso. Era un buen besador. Me di cuenta de una vez. Sabía qué hacer. Con sus labios. Su lengua. Su mano se acercó para sostener mi rostro, como si fuera algo precioso y frágil. Aun así, no lo sentía. La chispa, el deseo incontenible llenando cada centímetro de mí. La sensación no me atravesó de golpe como lo hacía con Reece. Lo hizo. Como lo hizo con él. Me recordé a mí misma. Lo hizo. Se acabó. Desesperada, frustrada por tener algo ahí entre nosotros, por sentir algo —Oh, Dios, cualquier cosa— con Hunter, me arrodillé y me senté a horcajadas sobre él, nunca apartando mi boca de la suya.

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Se quedó quieto, evidentemente sorprendido, por medio segundo antes de que su boca reanudara los besos. Él estaba definitivamente dentro de esto ahora, gimiendo cuando mordisqueé su labio, chupándolo entre mis dientes. Sus manos se movieron por mi espalda, acariciando de arriba abajo rítmicamente. Aparté mis labios de los suyos y lo besé en la mandíbula, el cuello, chupando su cálida piel. Su mano se enterró en mi cabello. —Dios. Pepper. ¿Qué me estás haciendo? Sus palabras se hundieron en mi mente, convirtiéndose en una pregunta muy real. ¿Qué estaba haciendo? La respuesta llegó de nuevo a mí, clara y fea, resonando como una campana en mis oídos. Usándolo. Buscando algo, desesperada por sentir con él lo que sentía cuando estaba con Reece. Solo que no funcionaba. No estaba allí. No con él. Separé los labios de su garganta y lo miré fijamente, aturdida, horrorizada. Parpadeó, mirándome, sus profundos ojos marrones vidriosos por el deseo. —¿Pepper? ¿Todo bien? Negué con la cabeza, las palabras atascadas en mi garganta. —¡Hunter! ¡Lila, Pepper! —llamó la Sra. Montgomery desde la base de la escalera—. Vamos a sacar los postres. ¿Quieren alguno primero? La molestia cruzó el rostro de Hunter por la interrupción. —¡No, gracias, mamá! —Su mirada se dirigió de nuevo a mí. Él pasó el pulgar por mi mejilla—. ¿Pepper? —Yo… yo tengo que ir a casa. —¿Ahora? Asentí y me bajé de él. —Sí. Tengo que levantarme temprano para encontrarme con Lila. Se puso de pie, con una mano extendida hacia mí, como si quisiera tocarme pero no estuviera seguro. —¿Estamos bien? Metí un mechón de pelo detrás de mi oreja, evitando su mirada. En realidad sonaba preocupado. —Sí. Estamos bien. —¿Es ese tipo de Gino’s? ¿Reece? Mi mirada se posó de nuevo en él. —¿Por qué lo preguntas? —Vi cómo estaban juntos. —No estamos juntos —espeté, probablemente demasiado rápido.

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—Son más que amigos. Pude ver eso. —No —solté—. No lo somos. Asintió lentamente, como si estuviera tratando de aceptarlo. —Está bien. Bueno. Entonces… —Se detuvo y se pasó una mano por el pelo—, entonces quiero que nos demos una oportunidad, Pepper. He estado pensando mucho en ti el último par de semanas. Sé que es difícil teniendo en cuenta que mi hermana y tu son las mejores amigas, pero creo que vale la pena el riesgo. Esto era todo. Finalmente. Estaba ofreciéndome lo que siempre había querido. Una oportunidad de estar con él. El resto, los fuegos artificiales que había sentido con Reece, llegarían. Tenían que hacerlo. Me negaba a creer lo contrario. —También quiero intentarlo —dije lentamente, las palabras marchitando algo dentro de mí. ¿Qué me pasaba? ¿Dónde se estaba el entusiasmo? Alargando la mano hacia mi brazo, deslizó los dedos hacia abajo, y capturó mi mano en la suya. —Bueno, está bien, entonces. Vamos a hacer esto. Voy a conquistarte, Pepper. —¿Conquistarme? —Sí. Como te mereces. Dios. Era como un sueño. Esas palabras. De Hunter. Dirigidas a mí. Sabía que tenía que decir algo. —Oh. —Me las arreglé para dejar escapar. Sonrió, aparentemente sin molestarse por mi falta de entusiasmo. Sosteniendo mi mano, salimos a la calle, en donde el coche de la señora Lansky estaba estacionado en su camino de entrada con forma circular. Abrí la puerta. —Te recogeré el domingo por la mañana. ¿A las ocho está bien? Asentí, aceptando su rápido beso en los labios. Abrió la puerta del conductor para mí y me deslicé dentro. Abrochándome el cinturón de seguridad, encendí el coche y me despedí con la mano. —¿Pepper, ya llegaste a casa? —La abuela asomó la cabeza en mi habitación. No me molesté en decirle que llegué a casa hace más de una hora y ya eran las once y media. Ella dormía y despertaba a lo largo del día como un gato. No sabía si era por su edad, el dolor por su artritis, o el sinnúmero de medicamentos que tomaba lo que la mantenía levantada a todas horas.

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—Sí, abuela. Llegué a casa hace un rato. Se puso de pie en el umbral en su bata. Del tipo que se cierra al frente. Todavía usaba una de esas. No estaba segura de que todavía las vendieran en las tiendas, pero parecía tener un suministro interminable de ellas. Su boca se llenó de arrugas de manera exagerada antes de hablar, su lengua saliendo para humedecer sus labios. Una vez le pregunté por qué lo hacía y me dijo que la medicación le secaba la boca. —¿Pasaste un buen rato con los Montgomery? —Sí, abuela. Todos dijeron que te deseara feliz Acción de Gracias. —Ah, eso es lindo. Bueno, buenas noches, querida. —Los pies de mi abuela se arrastraron por el pasillo, y me dejó sola nuevamente. Me quedé mirando el techo, viendo las aspas del ventilador girar. Ese sonido me había arrullado para dormir durante muchos años. Años en los que me había acostado en la cama fantaseando con convertirme en la señora de Hunter Montgomery. Y ahora estábamos saliendo. Quería conquistarme. Tomen eso, ex porristas del Instituto Taylor. Girándome sobre mi costado, me acurruqué en mi almohada, abrazándola. No era un muñeco de peluche, pero la abracé como si lo fuera. Pocos muñecos de peluche habían adornado mi habitación. No desde Oso Morado. Era demasiado mayor para aferrarme a los muñecos de peluche, pero la almohada se sentía reconfortante y familiar. Mi teléfono sonó en la mesita de noche. Lo tomé. Mi estómago se agitó cuando vi el nombre de Reece. Reece: Feliz Acción de Gracias. Yo: Lo mismo digo… Me mordí el interior de la mejilla, considerando qué más decir. Yo: ¿Tuviste un buen día? Reece: Sí. Mi tía Beth vino con un pavo. Mi padre incluso fue casi humano. Yo: Eso es bueno. Reece: ¿Y el tuyo? Me quedé mirando las palabras en la pantalla durante un largo rato, pensando en mi día, en besar a Hunter, y cuánto debería decirle a Reece. Reece: ¿Cómo está Hunter? Yo: Bien. Reece: Se besaron.

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Jadeé, mis dedos se apretaron alrededor del teléfono. ¿Podía leerme la mente a través de kilómetros? Yo: ¿Cómo sabes eso? No se me ocurrió mentir. Reece: Porque eso es lo que yo habría hecho. Lo hice, ¿recuerdas? A la primera oportunidad que tuve. Yo: En realidad, lo besé yo. Hubo una larga pausa, y empecé a preocuparme de que no fuera a responder en absoluto. Quizá no debería haber sido tan honesta. Reece: Supongo que esas lecciones preliminares ayudaron, después de todo. Yo: Supongo que sí. Reece: Felicidades, Pepper. Ya conseguiste lo que querías. Buenas noches. Yo: Buenas noches. Dejé caer el teléfono en la cama junto a mí. Volviéndome, enterré la cara en la almohada y lloré con grandes y feos sollozos. Estos no eran los primeros que había llorado en esta habitación, en esta cama, en esta misma almohada, pero eran sin duda los más insensatos. No tenía nada por qué llorar. Había llegado muy lejos, y finalmente logré lo que quería.

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24 Traducido por Majo_Smile ♥ & Aleja E Corregido por Victoria

El domingo por la tarde, Hunter me dejó en mi dormitorio con un apacible beso y la promesa de mandarme un mensaje más tarde. Después de desempacar, caí sobre la cama con un suspiro, pensando que en hacer un poco de tarea, pero en su lugar terminé quedándome dormida. Aparentemente, el viaje de cuatro horas me desgastó. Tal vez fue todo el esfuerzo que puse en actuar alegremente y como si no tuviera duda alguna acerca de lo que quería que sucediera entre Hunter y yo. Tampoco me sentí mucho mejor después de mi siesta. Todavía no me sentía más segura sobre lo de Hunter y yo, lo que me llenó de una cantidad no precisamente pequeña de pánico. Durante demasiado tiempo me había convencido de que él era el único, el único que me haría bien. Que me haría sentir segura. Que me haría sentir completa. Si no tenía eso nunca más, entonces, ¿qué tenía? Restregándome ambas manos por cara, me levanté de la cama y me hundí en mi escritorio, abriendo de golpe mis notas de psicología anormal y diciéndome a mí misma que en verdad podía estudiar cuando me dolía la cabeza de solo pensar. Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me moví para recogerlo, contenta por la excusa para posponer las cosas. Reece: Oye. ¿Todavía en casa? Sonreí, ridículamente feliz porque él todavía se comunicara conmigo. Después de anoche, no estaba tan segura. Yo: Sí. Regrese hace un par de horas. Reece: Quiero verte. Sin andarse con rodeos. Vacilé, resistiendo el impulso inmediato de escribir "sí." Necesitaba considerar esto. Usar la lógica en lugar del impulso salvaje, que parecía ser mi único ajuste cuando se trataba de él. La pantalla se oscureció. El teléfono sonó de nuevo en mi mano, un nuevo mensaje de Reece iluminó la pantalla.

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Reece: Abre la puerta. Mi cabeza se giró, mirando fijamente la puerta, como si se tratara de una cosa viva. Mi corazón despegó, salvaje como un pájaro atrapado y luchando dentro de mi pecho demasiado apretado. En dos zancadas estuve allí, tirando de la puerta para abrirla. Reece estaba de pie delante de mí, teléfono en mano, esos ojos azules brillantes, más brillantes incluso de lo que recordaba, fijos en mí. Nos movimos al unísono. Dio un paso hacia dentro, cerrando la puerta detrás de él mientras yo me deslizaba hacia atrás, dejando espacio para que entrara. Encerrados dentro de mi habitación, nos miramos fijamente el uno al otro, congelados como dos estatuas. Todo se detuvo. Como si alguien hubiera golpeado un botón de PAUSA. La sangre se precipitó, un rugido sordo en mis oídos. Imaginé que incluso podía oír el ruido sordo de mi corazón. Entonces todo saltó a la acción. Nos alcanzamos a la vez. Los teléfonos resbalaron de nuestras manos y cayeron al suelo con un ruido sordo mientras chocábamos. Nuestras bocas se fusionaron, labios separándose solo para tirar de nuestras camisas por encima de nuestras cabezas en un movimiento borroso. Todo era frenético. Desesperado. Casi violento en su ferocidad. —Dios, te extrañé —murmuró, su mano rozando mi cara, fuertes dedos enterrándose en mi pelo y agarrando mi cuero cabelludo mientras su caliente boca se estrellaba contra la mía. Mis manos fueron a la parte delantera de sus pantalones, tirando para abrir el botón, y empujé los pantalones hacia abajo mientras caía sobre mí en la cama, entre mis muslos. Se echó hacia atrás para bajarlos por sus estrechas caderas, maldiciendo cuando se quedó atascado en sus zapatos. Observé, devorando la visión de él, mientras ansiosamente mis pantalones de yoga, mis bragas, todo.

me

quitaba

—Maldita sea —gruñó, tirando de sus zapatos y luego terminando de quitarse los vaqueros de golpe. Luego nos unimos de nuevo, piel desnuda deslizándose sinuosamente la una contra la otra. Se acomodó entre mis muslos y se sentía tan bien, como dos piezas de un rompecabezas encajando. Besó mis pechos y lloriqueé, arqueando la columna, queriendo más. Su boca se cerró alrededor de un pezón, y gemí, mis dedos apretando sus musculosos bíceps. Cambió su peso y llevó su erección directamente contra mi núcleo.

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Jadeé, mis dedos moviéndose para agarrar la parte de atrás de su cuello, aferrándome, tensándome contra él, acercándolo más, mientras hacía girar mis caderas, necesitándolo dentro de mí como un cuerpo necesita el oxígeno. —Pepper, ¿estás segura? Dios, sí. Jadeando, moví las caderas y empujé contra él. —Quiero esto. Te deseo, Reece. Sus ojos azules brillaron ferozmente. Se despegó de mí y buscó a tientas sus vaqueros desechados. Casi gemí de dolor por la pérdida de él. Todo en mí se sintió frío, vacío. Y luego la calidez estaba de vuelta. Él estaba entre mis muslos entreabiertos, rasgando el envoltorio de un condón con los dientes. Observé como lo hizo rodar sobre él, fascinada ante la vista, el acto. Envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró más cerca, sosteniéndome con firmeza mientras comenzaba a hundirse en mi interior, sus ojos trabados con los míos. Fue un momento surrealista, mirando fijamente en las profundidades de sus ojos, sintiendo su cuerpo uniéndose con el mío. Estaba lista. Mi cuerpo se estiró para acomodarlo. No era exactamente incómodo, pero sí definitivamente extraño. Y aun así excitante. Se me escaparon pequeñas respiraciones jadeantes. Justo cuando pensé que había acabado, que estaba llena del todo, empujó más profundo. Mis ojos se abrieron mucho, llameantes, y lloriqueé. Bueno, eso fue un poco incómodo. Se quedó imóvil, sus bíceps tensándose, sus músculos agrupándose estrechamente. —¿Estás bien? —Sí. No te detengas. ¡Hazlo! El brazo en mi cintura tiró de mí más cerca, estrujando mis senos contra su pecho mientras entraba completamente en mi interior, arrebatándome un jadeo agudo. —Guau —dije, ahogada. —¿Debería…? —Sigue adelante —ordené, mis uñas marcando su espalda. Balanceó sus caderas contra mí y grité, arqueándome contra él. —Oh, mierda, Pepper, te sientes bien. Una dolorosa presión se construyó en mi interior mientras se movía más rápido, aumentando la deliciosa fricción y apretando el nudo que

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sentía en la parte baja de mi vientre. Fue como antes, cuando me hizo venir usando solo su mano. Solo que mejor. Todo más intenso. Me retorcía contra él, desesperada por llegar a ese clímax. Enganchó una mano bajo mi rodilla y envolvió mi pierna alrededor de su cintura. El siguiente empuje me hizo añicos. Nunca había sentido nada tan increíble. Tan bueno. Mi visión se difumino mientras golpeaba ese lugar profundo. Se movió contra mí, trabajando un paso de ritmo firme. Arrastré mis uñas a través de su pelo corto, amando esta libertad absoluta para tocarlo, amarlo con mis manos. Su nombre salió de mis labios. —Pepper —gruñó en mi oído—. Vente para mí, bebé. Estaba casi allí. Los estremecimientos me sacudieron. Escondí la cabeza en el cálido rincón de su cuello, amortiguando mis gemidos. Su mano me encontró, enmarcando mi cara. Un pulgar debajo de mi barbilla, los dedos extendidos sobre mi mejilla, me sostuvo allí, mirándome, mirando con atención dentro de mis ojos mientras se movía dentro de mí. —Quiero verte. Asentí con una sacudida. La familiar opresión ardiente me embargó, me hizo arquearme contra él. —Ohh. —Eso es, Pepper. —Se empujó más duro dentro de mí y grité, cada terminación estalló. Me quedé lánguida. Me abrazó más cerca, sus labios apoderándose de los míos. Gemí en su boca mientras sentía su propia liberación a continuación, estremeciéndome a través de él. Colapsamos juntos sobre la cama, su peso encima de mí. Tan pesado como era, no quería que se moviera nunca. Podría quedarme así para siempre. Para siempre duró unos dos minutos. Reece presionó un beso en mi clavícula que me hizo temblar y luego se levantó de la cama para deshacerse del condón. Encontré algunas toallitas en mi cajón y me limpié, vacilando un momento ante la vista de una mancha de color óxido sobre mi muslo. Me sobresalto, obligándome a enfrentar la realidad de lo que acababa de hacer. Con Reece. Me apresuré a limpiar la sangre. Mi cara ardía mientras él me miraba. Eché la toallita en el pequeño compartimiento de basura, notando un ligero dolor entre mis piernas cuando me moví. Poniéndome mis bragas de nuevo, bajé sobre la cama, tiré de mis rodillas contra mi pecho, y luego tiré de las mantas sobre mí. —¿Estás bien? Se sentó frente a mí, sus piernas a cada uno de mis lados, así podía mirarme de frente y abrázame al mismo tiempo.

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Asentí. —No dolió. Colocó un mechón de pelo detrás de mí oreja. —Mejorará. Sentí mis ojos ensancharse. —¿De verdad? Porque eso fue bastante increíble. Sonriendo, me besó. —Fuiste todo tú, bebé. Lo dudaba. Nunca podría tener tanta diversión como había tenido con él. Dudaba que pudiera tener tanta diversión con nadie. Ese pensamiento me hizo fruncir el ceño. El pánico revoloteó en mi interior. Reece —esto. No era el plan. —Oye. Nada de ceños fruncidos. —Dio un ligero toquecito en el borde de mi boca—. ¿Quiero saber lo que estás pensando? Tragué. —¿Cómo puede funcionar esto, Reece? Su sonrisa se evaporó. El brillo de sus ojos menguó. —Guau. No pierdes el tiempo. ¿Ya te estás librando de mí? Nada de tiempo para postresplandor. —Permaneció sentado frente a mí, sus piernas extendidas a ambos lados de mí, pero dejó caer los brazos. No más abrazo. —Lo siento. —Sí. —Su voz espetó esa única palabra—. Yo, también. —No quiero… —Me detuve, luchando para encontrar qué decir. Había mucho que no quería que sucediera en este momento. No quería que me odiara. No quería perderlo. Se rio con aspereza. —No sabes lo que quieres, Pepper. Eso está claro. Sacudí la cabeza, sintiendo un bulto del tamaño de una pelota de golf dentro de mi garganta. —Lo hago. Siempre lo he sabido. Es por eso que esto… —Hice un gesto entre nosotros—… nunca puede ser. —Oh. ¿Sí? Entonces hazme un favor y explícamelo. ¿Por qué es Hunter tan importante? ¿Por qué tiene que ser él? Porque eso es lo de lo que se trata, ¿correcto? Follas conmigo, pero aún quieres estar con él. Me encogí y aparté la vista, mi mirada aterrizando en las fotos que había por la habitación. Una de mí con Lila y Hunter. Se suponía que esto era mi futuro. Con los Montgomery. Con Hunter. O alguien como él. —Sabes que mi madre se deshizo de mí y me dejó para vivir con mi abuela. Me Lanzó una mirada. Asintió una vez, su mandíbula apretada con fuerza, esperando a que continuara. —Bueno, eso fue después de tres años de vivir con ella. Perdió la casa un año después de que murió papá.

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Luego dormimos en los sofás de amigos. Pero eso quedó atrás. Terminaron cansándose de nosotras. Y ella solo siguió empeorando… haciendo más mierda. Cualquier cosa buena, la perdió. —Salvo a ti. Te mantuvo. Me escocían los ojos. Asentí, parpadeando para hacer retroceder la quemazón. —Sí. Ella me mantuvo. Éramos nosotras dos. Sobreviviendo en habitaciones de motel. A veces, durmiendo en el coche. Haría cualquier cosa que necesitara para conseguir su próxima dosis. Tocó mi cara, su pulgar acariciando mi mejilla. —¿Qué te pasó, bebé? Inhalé. —Nada. Ella siempre me mantuvo a salvo. O lo intentó, de todos modos. Me dejaba en un armario o en el baño. Me escondía en la bañera con mi animal de peluche. Osito Morado. Lo tenía siempre. — Sonreí por el recuerdo—. Mi padre lo ganó en un carnaval para mí. Lo había perdido todo, pero todavía tenía al osito. Y a mamá. Cada vez que me metía en la bañera o en el armario, mientras se iba a drogar con algún perdedor, me decía que Osito Morado me mantendría a salvo hasta que ella viniera a por mí. Me detuve, porque no podía hablar de lo que sucedió a continuación. Nunca había hablado de eso con nadie. —Pero no te mantuvo a salvo, ¿verdad? Negué con la cabeza, ahogando un sollozo. —No. —¿Qué pasó? Mi voz se hizo pequeña. —Me encontró en la bañera. —Presioné mis dedos contra mis labios—. No fui lo suficientemente silenciosa. —¿Quién te encontró? Negué con la cabeza lentamente, viendo el destello de un anillo con una calavera. —Un tipo. Una de las… citas de mamá. —¿Qué te hizo, Pepper? —Su susurro estaba en contraste directo con su cara, que era tan dura como una piedra, sus ojos como trozos de hielo. Me balanceé un poco hacia atrás en la cama, abrazando mis rodillas más cerca de mi pecho. —Él me hizo salir de la bañera. —Tomé una respiración profunda, preparándome. Lágrimas silenciosas corrían por mis mejillas. Las limpié con mi mano, recitando los acontecimientos de esa noche con la mayor naturalidad posible, como si le hubiera pasado a otra chica y no a mí.

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Ahora que había empezado, estaba decidida a decirlo todo. Finalmente— . Y luego me hizo quitarme la camiseta. Los brazos de Reece se envolvieron a mí alrededor de nuevo, sosteniéndome, y en ese momento era como si fuera lo único que me mantenía compuesta. Impidiendo que me rompiera en pedazos. Mis dedos se clavaron en sus antebrazos, aferrándome a él, mientras las palabras salían de mí con prisa. —E-Él se abrió la cremallera de sus pantalones y comenzó a jugar consigo mismo delante de mí… mirándome. Me dijo que lo tocara, pero no lo hice. —Sacudí la cabeza, apretando los labios en una línea firme al recordar la expresión del hombre. Enojo. Pero también se alegraba de que lo desafiara. Él quería que yo peleara—. Me dijo que me quitara el resto de la ropa. Traté de escapar. Me agarró y trató de bajarme los pantalones cortos. Me defendí y él solo se rio y me dio una bofetada. Entonces las cosas se pusieron realmente locas. Grité. Me puse un poco histérica. — Busqué la mirada de Reece, negando con la cabeza casi en tono de disculpa. Como si de alguna manera debería haber mantenido la calma— . Era sólo una niña. Él asintió, sus ojos parecían parpadear. —¿Qué pasó después?

sospechosamente

húmedos

al

Me encogí de hombros como si no fuera gran cosa. —Mamá entró y enloqueció. Pelearon. Él le dio una bofetada, pero ella lo sacó por la puerta, y entonces simplemente entró en el baño y me miró fijamente. Nunca vi esa mirada antes. Incluso en el funeral de papá, nunca se había visto tan… destrozada. Metimos nuestras cosas en el coche y nos fuimos. Me quedé dormida en el asiento trasero, pero cuando me desperté estábamos en donde la abuela. Me detuve en esta parte porque, así como fue duro contarle lo que me pasó en ese baño, esto en realidad era más difícil. Esta era la parte que estaba grabada en mi mente, grabada a fuego como una marca al rojo vivo. —Yo estaba realmente emocionada al principio. Mamá y la abuela no se llevaban bien, así que no la veía mucho. Ella me llevó a la puerta. Me abrazó y… se despidió. —No podía respirar cuando me recordé de eso. La sensación de las manos de mi madre en mis brazos mientras ella se inclinaba y me miraba fijamente, con sus ojos verdes extrañamente brillantes en su delgada cara—. Me dijo que no podía mantenerme a salvo nunca más. —Las lágrimas corrían libremente, sin control y en silencio sobre mis mejillas. Reece suspiró. —Era lo mejor que podía hacer…

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—No —le espeté—. Lo mejor que podía haber hecho era conseguir la ayuda que necesitaba. Luchar con su adicción. Él tomó mi mejilla suavemente. —Ella te llevó a un lugar seguro. —¿Seguro? —Me reí de eso. Fue un sonido áspero y feo—. Es gracioso que digas eso. Él arqueó una ceja. —Cuando se estaba alejando, de repente se dio la vuelta. Regresó corriendo y tomó a Osito Morado. Me lo quitó. Lo desgarró justo enfrente de mí. —Todavía podía ver todos los mechones de algodón flotando en el aire. —¿Qué demonios? Continué con amargura, recordando cómo la observaba destruir a ese oso y sentía como si estuviera matando una parte de mí. —Me dijo que Osito Morado no podía mantenerme a salvo. Al igual que no podía ella. Que nunca debería esperarlo de nadie. Que yo tenía que cuidar de mí misma y nunca contar con nadie. Se quedó en silencio por un momento, procesándolo. —Estaba tratando de ayudar… —Sí. Sé que estaba tratando de enseñarme una lección de autosuficiencia. A pesar de que fuera así de jodida. Pero era una niña. Reece me abrazó, su mano rozó mi espalda con caricias suaves. Lo dejé. Por un rato, de todos modos, dejé que su mano, sus brazos y su fuerte cuerpo, me consolaran, sabiendo que sería la última vez. Hizo pequeños sonidos de consuelo cerca de mi oreja. —Sé que fuiste herida —comenzó en voz baja—. También yo. Tal vez podamos ayudarnos a sanar el uno al otro. Me separé, mirándolo con desconcierto. Él me miraba, esperando mientras lo estudiaba. Observé a una persona igual de dañada que yo. Nadie perdía a su madre a los ocho, vivía con un hombre como su padre, y salía entero. Me giré, tomé mi camisa y me la pase por encima de la cabeza. Frente a él una vez más, hablé de manera uniforme. —Desde que mi mamá me dejó he tenido un plan. Sé que suena ridículo, pero Hunter era parte de eso. —Eso es mentira. —Se puso de pie. Indiferente a su desnudez, agarró su ropa y empezó a vestirse con movimientos duros—. Has construido una especie de cuento de hadas a tu alrededor. Supongo que la experiencia con tu madre no te enseñó una mierda.

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Me estremecí. —¿Qué se supone que significa eso? Se detuvo y me miró. —No quieres a Hunter. Todavía estás buscando tu Oso Morado. Alguien que te dé una sensación de seguridad. No lo entiendes. Eso no existe. Aunque tu mamá estuviera equivocada sobre un montón de basura, tenía razón en eso. Suceden cosas malas, y no siempre va a haber alguien allí para protegerte de eso. Negué con la cabeza. —¿Y qué? Se supone que sólo tengo que accionar un interruptor, alejarme de algo bueno y recibirte… Mi mirada se posó en él. A ti. No lo dije, pero ambos lo escuchamos. Él entendió. Su mirada me recorrió, a través de todos mis rasgos y características, sin perderse nada. Viendo más de mí de lo que le había revelado a nadie. Todos mis defectos. Él hizo un sonido de disgusto y se movió hacia la puerta. Al abrirla, se detuvo y se quedó ahí de pie, mirándome desde el otro lado de la habitación. —Ni siquiera lo puedes ver. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. Y luego se fue. Me quedé completamente sola. Estaba acostada en el mismo lugar en la cama cuando Emerson y Georgia me encontraron. Ellas vieron mi rostro devastado y me rodearon en la cama como gallinas cacareando. Entre lágrimas e hipidos estrangulados, se lo conté todo. Bueno, todo menos mi jodida historia y por qué no podía estar con Reece. —No entiendo. —Georgia apartó el cabello de mis hombros y cruzó las piernas al estilo indio—. ¿Por qué no puedes darle una oportunidad? —Dormiste con él —me recordó Em. Como si pudiera olvidarlo—. Debe de importarte. Miré entre ambas sin poder hacer nada. No podía desnudarme hasta los huesos dos veces en un día. No podía hacerlo todo de nuevo. — Sólo confíen en mí. No funcionaría. —Está bien. —Georgia sostuvo mis manos entre nosotras, asintiendo suavemente—. Entonces te apoyamos. Decidas lo que decidas, estamos aquí para ti. —Absolutamente —concordó Em—. Solo dinos a quién golpeamos en las bolas y lo haremos. Me reí, limpiándome la nariz, que moqueaba. Por la sonrisa aliviada de Emerson, ese era claramente su objetivo. —No. No pegues a nadie.

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Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me levanté de un salto para agarrarlo, con mi traidor y estúpido corazón elevándose con la loca esperanza de que fuera Reece. Evidentemente le iba a llevar un poco de tiempo a mi corazón ponerse al día con mi cerebro. ¿Por qué iba a querer un mensaje de él? Especialmente después de que acababa de romper con él. Um. No es que hubiéramos estado oficialmente juntos ni nada, pero te aseguro que lo sentí como una ruptura. Vi el teléfono. El mensaje no era de Reece. Hunter: Ya te extraño. ¿Mañana, cena? La culpa aguijoneó mi corazón. Mientras él me extrañaba, había estado con Reece. Negué con la cabeza. Hunter y yo no lo habíamos declarado exclusivo. Y había pasado solo una vez con Reece. Y ahora todo había terminado. Era hora de seguir adelante. Obedientemente, le escribí un mensaje. —¿Quién es? —preguntó Emerson mientras dejaba mi teléfono y me hundía en mi silla giratoria. —Hunter. Quiere saber si quiero ir a cenar mañana por la noche. —¿Qué le dijiste? —Sí. Emerson y Georgia intercambiaron miradas. Claramente, pensaban que estaba loca, y no podía estar en desacuerdo. Las palabras de Reece sonaban una y otra vez en mi mente. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. ¿Qué quiso decir con eso? Tratar de encajar todo eso me dio dolor de cabeza. Me sentía trastornada. Finalmente tenía lo que quería. Al chico por el que había esperado casi una década, y lo único en que podía hacer era en alguien más. Alguien que estaba tan roto como yo.

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25 Traducido por Andreani, mebedannie & Letssinkhearts Corregido por Eli Mirced

Los días se transformaban en semanas. El tiempo se volvió frío y la primera semana de diciembre vio la primera nevada. Me perdí en la escuela, el trabajo y Hunter. Reunirnos en Java Hut por la mañana se convirtió en hábito. Fiel a su palabra, él me estaba cortejando. Por primera vez en mi vida tuve un novio. Cenas afuera. Unas cuantas películas. Citas de estudio en la biblioteca. Era un perfecto caballero. Cada vez que el pensamiento de que tal vez era un poco aburrido cruzaba por mi mente —o que éramos— mi mente volvía a Reece. No debería comparar, pero siempre me encontraba haciéndolo. Eran diferentes. Reece era pasión. Reece corría riesgos. ¿Reece y yo? Bueno, eso no sucedería. Además. Él ya no se acercaba a mí. Había continuado con su vida, igual que yo. Me sentía un poco mareada y especialmente amargada cuando pensaba en él retomando su vida, viendo a otras chicas, me dije a mí misma que se me pasaría. Con el tiempo. Em vio a Reece en el bar —recordándome innecesariamente que se veía muy guapo. Bueno, para citarla: condenadamente bueno. Él la había reconocido. Tal vez hablaron. No sé. Cambié de tema. Tenía miedo de preguntar. Miedo de saber que le dijo Em. Tan franca como era, estaba segura de que no me gustaría. Mis botas resonaban en la acera mientras corría hacia Hut. Llegaba un poco tarde para el encuentro con Hunter. El pavimento claramente estaba libre de nieve, pero había una delgada capa que revestía los arbustos y el césped, como polvo fino. Acurruqué mi barbilla en lo más profundo de mi bufanda favorita de cachemira. Fue un regalo de Lila la navidad pasada, y más de lo que yo hubiese gastado en mí misma. Girando la esquina, vi a Hunter esperando afuera. Se veía bien en su abrigo oscuro, con una bufanda de lana de color ceniza envuelta sin esfuerzo a su alrededor. Era uno de esos tipos que se veían bien en un pañuelo. Un par de chicas que pasaban por la acera

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le enviaron una larga mirada. Él no se dio cuenta. Su atención estaba fija en mí mientras me acercaba. —Hola —lo saludé, y mi aliento apareció ligeramente delante de mí. —Hola allí. —Se inclinó y besó mi mejilla. —No tenías que esperar afuera. Hace frío. Abrió la puerta para mí y me dirigí hacia el interior cálido y acogedor, inhalando inmediatamente el aroma de los granos de café y los pasteles recién horneados. Sonaba música navideña suavemente y varias coronas navideñas y guirnaldas verdes colgaban alrededor del lugar. Quitándome los guantes, me puse en la fila. —Déjame adivinar. ¿El habitual café con leche y bollo inglés? — preguntó a mi lado. —¿Soy así de predecible? —Sonriendo, entrecerré los ojos con falsa molestia—. Eso no es algo tan bueno, creo. Solo hemos estado saliendo por un tiempo. —Pero nos conocemos desde siempre —me recordó. —Supongo. Pero a una chica le gusta ser un poco misteriosa. Su mirada me escaneó. —Oh, tú eres muy misteriosa, Pepper—. La forma en que sus ojos se detuvieron en mi boca mató el momento alegre. Yo sabía lo que estaba pensando. No era difícil leer su mente cuando me miraba así. Desde el regreso de Acción de Gracias —desde Reece— el alcance de nuestro tiempo juntos había sido solo besarnos. Nada más. La otra noche en su casa, él había deslizado una mano debajo de mi suéter. ¿Mi reacción? Salir disparada de su sillón e inventar alguna excusa para regresar a casa. No fue difícil averiguar la pregunta en su mente. ¿Por qué era tan frígida? Se sentía demasiado pronto. Demasiado rápido. Tomaste las cosas de forma rápida con Reece. Sacudiendo el pequeño susurro molesto, miré hacia adelante, deseando que la línea avanzase. Ahí es cuando noté a la chica que se alejaba de la cajera y se movió a un lado para esperar por su bebido en la barra. Era difícil de pasar por alto. Con liso cabello rubio que caía hasta su cintura, era despampanante. Llevaba una entallada chaqueta de cuero negro, mallas de licra y botas de tacón alto que alcanzaban sus rodillas. Emerson moriría por su chaqueta. También por las botas. Todavía la admiraba cuando Reece se unió a ella.

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Mi Reece. No. No mío. OhporDiosOhporDiosOhporDios. Todo se desaceleró y se paralizó. Excepto ellos dos. Reece y esta hermosa chica. Obviamente él había pagado por sus bebidas. No se tocaban, pero su lenguaje corporal era tan familiar como para estar parados cómodamente uno al lado del otro. Ella se inclinó hacia él mientras le hablaba, tocando su brazo. Él estaba parado en su habitual forma casual, una mano se deslizó hasta la mitad del bolsillo trasero de sus vaqueros mientras la escuchaba, mirándola como solía mirarme a mí. Con intención y concentrado. Como si todo lo que estuviera diciendo fuera fascinante. —Pepper, la fila avanzó. —Hunter tomó mi codo y me guio hacia adelante. Me dolía el pecho. El aire se sentía demasiado grueso para llegar a mis pulmones. No serían capaces de irse sin verme. Acercándonos cada vez más, ahora estábamos a pocos metros de distancia de ellos. En pánico, me di vuelta. Me estaba volviendo loca, pero nunca había contado con verlo de nuevo. Estúpido, supongo, pensar que limitaría su vida al bar. Por supuesto que hacia otras cosas. Corría todas las mañanas. Jugaba al fútbol y entrenaba a la liga de muchachos. Arreglaba el fregadero de los Campbells y todo lo que se rompía en su casa. Estaba ahí, coexistiendo en el mismo mundo que yo. Yo debería haber anticipado este momento. Solo porque renuncié a ir al Mulvaney’s no significaba que nunca iba a volver a verlo cara a cara. —Pepper. —Hunter me miró con preocupación, arrugando la frente—. ¿Estás bien? Asentí, programándome para volver a funcionar. —Sí. —Sintiéndome más tranquila, inhalé y solté el aire, esperando que Reece y la hermosa muchacha hubieran salido por la puerta para ese instante. Reece estaba parado directamente frente a mí. —Hola, Pepper. ¿Cómo estás? Su voz sonaba exactamente como la recordaba. Profunda. Incluso calmada. Su rostro no revelaba ninguna de las intensas emociones que habían estado allí la última vez que lo vi. Parecía relajado. Cortésmente interesado. —Hola. Estoy bien. ¿Cómo estás? —¿Ese croar fue mi voz? Asintió. —Bien.

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Cortesías inútiles: hecho. Se estiró y rozó ligeramente el brazo de la chica a su lado. —Esta es Tatiana. Dios mío. ¿Su nombre era Tatiana? Solo supermodelos y patinadoras rusas se llamaban Tatiana. ¿Cuál de las dos era ella? —Hola. —Sonrió cálidamente. No detecte ningún acento. La mirada de Reece viajó hacia Hunter, recordándome que era mi turno. —¿Recuerdas a Hunter? —Sí. Hola, hombre. —Los dos se dieron la mano, y el momento fue incluso más extraño que la última vez en Gino’s. Hunter, mi ahora novio, dándose la mano con el tipo al que había echado de mi dormitorio minutos después de que tomara mi virginidad. No creí que un café con leche fuera suficiente para mí. Necesitaba algo más fuerte. Como cicuta6. La mirada de Reece volvió a mí. —Bueno, te veo alrededor. Cuídate. Asentí, pasmada. —Adiós. Feliz Navidad. Dudó, su mirada ilegible ante la mía, persistente. —Igualmente, Pepper. Y entonces se fue. Con una mano en la espalda de Tatiana, se dirigió afuera. No me pude resistir a echar un vistazo a escondidas cuando partieron y pasaron frente a las ventanas delanteras. Hacían una hermosa pareja, y eso solo me daba ganas de vomitar. Cuando me volví, encontré a Hunter observándome, una mirada reflexiva en su cara. Le mostré una sonrisa dolida y me acerque a la cajera. Pedí mi bollo y mi café con leche. —Ves —le dije mientras nos movíamos a la barra—, si me conoces bien. —Quiero hacerlo. Algo en su voz llamó mi atención. Me miró inquisitivamente, sus ojos marrones analizándome. Como si quisiera que yo dijera algo. O hiciera algo. Puse una mano en su pecho y me incline para darle un beso en los labios. Me sorprendió al tirar de mí, acercándome, y besándome más exuberantemente de lo que había hecho en público jamás. Cuando se retiró, dijo—: Quiero conocerte. Si me dejas.

6

La cicuta es un potente veneno extraído de una planta del mismo nombre.

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Un repentino bulto se formó en mi garganta, haciéndome imposible hablar. Mi café con leche y mi bollo aparecieron en la barra y me moví hacia delante para recogerlos, preguntándome siquiera si podía hacer esa promesa con alguna honestidad. Porque algo se estaba volviendo cada vez más claro para mí. No importaba cuánto había intentado fingir. No importaba cuánto tratara de negarlo. Reece me había arruinado para todo el mundo. *** Cerrando la puerta de la habitación de Madison, me fui al dormitorio de Sheridan en la parte superior de las escaleras. La niña de siete años también dormía, su pulgar en su boca. Habíamos tenido una noche ocupada. Ambas niñas estaban exhaustas. Habíamos coloreado y jugado Candy Land y a las escondidas. Todo antes de cenar pizza y galletas hechas de cereal de arroz inflado en forma de árboles de navidad. Satisfecha de que ambas estuvieran instaladas, fui abajo. El nuevo cachorro de los Campbells tenía sus patas sobre la mesa en un intento de masticar la esquina de mi cuaderno. Sonriendo, recogí a la bolita de pelo y lo abracé por un momento mientras admiraba el centelleante árbol de navidad. Apunté hacia uno de los brillantes paquetes que eran para el cachorro. —¿Todas estas cajas y tú eliges mis cosas? Ya me puedo oír diciéndole a mi profesor: pero el perro se comió mi tarea. La pequeña bestia abofeteó mi nariz con una pata demasiado grande y lamió mi cara. —Ay, no trates de convencerme. La señora Campbell dice que tienes que ir a tu cama después de que las chicas van a la cama. — Caminé por la antigua casa, pasando la cocina y el corto pasillo hacia el lavadero, donde se guardaba la cama del perro. Una vez dentro, el cachorro inmediatamente comenzó a llorar. Moví un dedo en su cara mirándolo a través de la puerta de la jaula. —Basta. Ya sabes cómo son las cosas. Cerré la puerta del cuarto de lavandería para no tener que escuchar los lloriqueos del pequeño labrador y tome un lugar en el sofá. Una semana antes de las vacaciones y tenía un ensayo que hacer. Por eso tomé el trabajo de niñera cuando me llamó la señora Campbell. Hunter había querido que saliera con él y algunos de sus otros amigos de medicina, pero de esta manera supuse que al menos podría terminar mi primer borrador.

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No tuvo nada que ver con el hecho de que había decidido que debía romper con Hunter. Al menos, eso es lo que me dije a mi misma. Suspiré pesadamente. No podía soportarlo más. Él me importaba demasiado. Era tan bueno. Solo que yo no lo apreciaba como él se merecía. No lo quería. No como quería a Reece. Podía admitirme eso a mí misma ahora. Quería a Reece. Malo o bueno, ahí estaba. No es que importara. Él ya lo había superado. Incluso si no hubiera sido terrible con él, si la idea de ir con él no me llenara de todas mis viejas angustias, ahora tenía a Tatiana. No. No iba a romper con Hunter para después ir detrás de Reece. Lamentablemente, ese barco ya había zarpado. Lo hacía porque no era justo quedarse con Hunter sintiendo lo que sentía. Hunter me quería. Todo de mí. Y no podía hacerlo. No podía dárselo. No podría tenerme. Tenía que terminarlo. Estaba esperando el momento oportuno. Las palabras correctas. Empujando a un lado los pensamientos de Hunter y Reece, me obligué a concentrarme en mis notas y a escribir. Pasó una hora. Estaba a la mitad de mi borrador y progresando cuando recosté la cabeza en el sofá para descansar los ojos doloridos. Por un minuto. Tal vez, si tenía suerte, Reece me estaría esperando en mis sueños. *** Me desperté con un tenue sonido de estallido. Enderezándome en el sofá, me tomó un momento recordar dónde estaba. Tosí, cubriendo mi boca mientras mi cerebro despertaba y luchaba por comprender por qué la sala era tan gris. Las luces del árbol de navidad brillaban en el aire opaco. Humo. Mi corazón saltó a mi garganta. Me puse de pie de un salto y miré a mi alrededor violentamente, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. Oí el pop de nuevo. Fuego. El humo agrandándose desde la cocina. Me apresuré por ese camino, mirando dentro, pensando que tenía que darme prisa y apagar lo que sea que se estaba quemando.

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Fue entonces cuando me di cuenta de que la estufa estaba envuelta en llamas las cuales se estaban propagando por los armarios. El calor llegó a donde estaba, chamuscando mi cara. Inmediatamente me olvidé de tratar de apagar el fuego por mí misma. Ni siquiera sabía si tenían un extintor en la casa. Las niñas. Ellas eran mi único pensamiento mientras me precipitaba hacia las escaleras, corriendo a través del humo en aumento. Tosí violentamente, recordando que en caso de un incendio debes arrastrarte por el suelo, en donde el humo es menos denso. Excepto que las niñas estaban en el segundo piso. No tenía otra opción. Iba a subir. Me apresuré a subir las escaleras, jadeando y tosiendo en mi camino a través de la bruma. La alarma de humo se activó entonces, ruidosa y chillona. Oré para que en realidad estuviera conectada a un sistema que alertara a las autoridades, y no sólo una advertencia para los habitantes de la casa. Corrí a la habitación de Madison y cogí a la niña de dos años de edad. Se resistió al principio, aturdida y confundida por el sueño. Sosteniéndola con fuerza, me mantuve en movimiento, hablando, así ella podía reconocer mi voz. —Soy yo, Maddy. Tenemos que salir de la casa. Sheridan ya estaba despierta por la alarma, sentada en la cama con los ojos muy abiertos en su carita. —¡Vamos! —Tomé su mano y la puse detrás de mí. Cuando llegamos a la cima de la escalera, el fuego era una bestia viva y respirable allí abajo, gruñendo para nosotras. Sheridan se alejó con miedo. Apreté mi agarre sobre su pequeña mano, decidida a no perderla. —Tenemos que hacer esto. ¡No sueltes mi mano! Tal vez fue el pánico en mi voz, pero ella dejó de alejarse. Madison enterró su cara en mi suéter y apretó sus delgados brazos alrededor de mi cuello. Agarrándolas fuertemente, bajé las escaleras. Sólo unos pasos más para alcanzar la puerta principal. ¡Íbamos a hacerlo! De alguna manera, estuve atenta para agarrar mi bolso de la mesa que había justo al lado de la puerta principal. Quitando el cerrojo de la cerradura, nos lancé hacia fuera, al aire fresco, dejando el calor y el humo detrás. Llegué a separarme varios metros de la casa antes de pasar a Madison a su hermana. Mis ojos habían derramado tantas lágrimas que era difícil ver, pero me las arreglé para recuperar mi teléfono de mi bolso. Sobre los sollozos de las niñas, marqué el 911. Estábamos lejos, a las afueras

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de la ciudad, sabía que iba a llevarles un tiempo el llegar aquí. Solo esperaba que quedara algo de la casa cuando llegaran. Acababa de dar la dirección al operador cuando Sheridan gritó lo suficientemente fuerte como para darme un ataque al corazón. Caí de rodillas en el frío suelo y agarré sus brazos. —¿Qué? ¿Qué es? ¿Estás herida? Señaló la casa. —¡Jazz! ¡Jazz está dentro! Volví a mirar con horror la casa en llamas. Oh. Dios. El cachorro. Solo actúe. Empujé el teléfono hacia Sheridan. —¡Esperen aquí! Lo digo en serio. Quédate con tu hermana. La ayuda está en camino. Corrí a la casa, convencida de que podía hacer esto. Todavía había tiempo. El lavadero se encontraba al otro lado de la cocina. Podía llegar a él. Podía salvar al perro. Dejándome caer de rodillas, empecé a arrastrarme a través del humo. Conocía los planos de la casa muy bien. Tosiendo, llegué a la habitación rápidamente y tuve la puerta de la jaula abierta en un instante. El cachorro gimió pero vino a mí fácilmente. Lo metí dentro de mi sudadera. Cuando me di la vuelta, dispuesta a arrastrarme hacia fuera, el fuego se había extendido aún más, una gran pared delante de mí. En un abrir y cerrar de ojos, había consumido la mitad de la sala de estar, devorando las paredes como una especie de río de un color rojoanaranjado. Oh, Dios. ¿Esto era todo? Había vivido toda mi vida con miedo de hacer un movimiento porque podría ser el equivocado, ¿y ahora iba a morir en un incendio antes de cumplir veinte años? Me despedí de Reece y lo eché de mi vida ¿para qué? ¿Para finalizar de esta manera? No. Demonios, no. Me moví, arrastrándome por el suelo, atragantándome por respirar. Avancé con una mano después de la otra. El cachorro era todavía un pequeño cuerpo caliente dentro de mi sudadera, y me preguntaba vagamente si era demasiado tarde para él. ¿Había sido todo esto para nada? Todo mi cuerpo se sentía como plomo mientras luchaba contra el humo negro. Mi cabeza palpitaba mientras respiraba con dificultad, mis pulmones se marchitaban, muriendo por una muestra de oxígeno. Giré el rostro, buscando, de pronto confundida. ¿Por dónde estaba la puerta? Oh, Dios. Lo siento. Lo siento mucho. No estoy segura de a quién estaba dirigida la disculpa. ¿A mí misma? ¿La abuela? ¿Mis amigos? ¿Reece?

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Reece. Sí. Me hubiera gustado poder decirle que lo sentía. Lo sentía por huir. De nosotros. De todo lo que me había ofrecido. Ese fue mi mayor pecado, me di cuenta. Mi mayor arrepentimiento. Huir del amor. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. De pronto entendí lo que él había querido decir. Se había preocupado por mí. Tal vez incluso me amaba. Era real. Mejor que cualquier plan o fantasía que había creado en mi cabeza. Y yo lo había alejado. Mis brazos cedieron. Me dejé caer sobre la alfombra, colapsando sobre mi costado, aun tosiendo, mi pecho apretado y dolorido. —¡Pepper! Me estremecí. —¡Pepper! Mente Cruel. Tal vez esto era mi infierno, imaginar la voz de Reece tan cerca. —¡Pepper! Obligué a mi cabeza a subir y miré a través de la bruma. Distinguí la forma de alguien a través del humo y las llamas. Sólo un vistazo y luego se alejó. Pero reconocí la voz. Reece… —¡Aquí! —Mi voz salió como un patético graznido. La vida surgió dentro de mí, desesperada por una oportunidad más. Mi cuerpo luchó por apoyarse en mis manos y rodillas. Grité de nuevo. —¡Aquí! —dije más fuerte, pero aun así no fue suficiente. Jadeante, me empujé a mí misma para seguir adelante, rogando estar dirigiéndome en la dirección correcta. Estaba avanzando hasta que me topé con algo duro. Miré a través de la niebla, registrando que era el reloj del abuelo de los Campbell. Las llamas se habían comido la parte superior del mismo. De repente empezó a desmoronarse. Intenté retroceder, pero se vino abajo, aterrizando sobre mí y sujetándome a través de mis caderas. Era solo cuestión de tiempo antes de que se viera envuelto en el fuego. Y yo con él. Algo gimió y oí un choque detrás de mí. Una mirada hacia atrás reveló que una sección del techo se había derrumbado. No pasaría mucho tiempo antes de que el resto del mismo se desmoronara. Iba a morir quemada. Y Reece estaba aquí en algún lugar buscándome. Él también se quemaría.

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Echando hacia atrás la cabeza, grité con todo lo que me quedaba. Para salvar a Reece. Para salvarme. Mi voz se rompió desde mi garganta en carne viva. —¡Aquí! ¡Estoy aquí! Era suficiente. Reece salió, arremetiendo a través del humo, con la cara sudorosa y roja donde no estaba cubierto de hollín. En cuclillas, me liberó y me arrastró hacia sus brazos. Acunándome en su pecho, no se molestó en gatear. Corrió. El fuego rugía a nuestro alrededor mientras hacía una línea recta hacia la puerta. Saltamos a la noche. El frío repentino fue una conmoción frente a mi piel escaldada. Reece me llevó al lugar en donde esperaban las niñas. Una vez allí, se dejó caer de rodillas, todavía aferrándome a él. Las niñas nos rodearon, llorando y gritando. Todavía respiraba con dificultad, hambrienta de aire. Todo en mi dolía. Mis pulmones, los ojos, mi piel. —Pepper. —Reece giró mi cara y me examinó—. ¿Estás bien? Asentí una vez, e incluso ese movimiento me dolió. —¿Lo estás tú? — Traté de evaluarlo a su vez, para ver si estaba herido, pero mis ojos seguían empañados con lágrimas. —Estoy bien. Algo se agitó en mi pecho y me acordé del cachorro. Tiré del dobladillo de mi sudadera, y las niñas vieron a Jazz. Chillaron y lo agarraron. Todavía incapaz de recuperar el aliento, caí en el suelo. El rostro de Reece se cernió sobre mí. —¿Pepper? ¿Pepper? Sonaba tan aterrorizado. Quería decirle que todo iba a estar bien. Que yo estaba bien. Quería darle las gracias por haber venido, por darme las fuerzas para seguir adelante, para seguir luchando. Quería decir todas estas cosas. Todas estas cosas y más. Pero no pude. No podía recuperar el aliento. Mi mano se desvió hacia mi pecho, como si pudiera encontrar allí algún interruptor para ayudar a abrir mis pulmones hambrientos de oxígeno. No había interruptor. Respiré con dificultad, pequeños sonidos terribles escapando de mis labios mientras luchaba por más aire. Manchas bailaban ante mis ojos, y odiaba eso en su mayoría. Los bordes de mi visión eran de color gris.

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Apenas podía ver a Reece. Mi mirada cansada, como si luchara para memorizar su rostro. Sobrecalentado y llenó de hollín, era la cosa más hermosa que había visto jamás. Sin embargo, podía escucharlo, gritando mi nombre una y otra vez. Podía sentirlo. Sus manos en mis brazos, mi cara. Mi visión se oscureció, y justo antes de que la oscuridad rodara dentro de mi mente, dejé escapar dos palabras. Sólo dos palabras. Pero eran buenas. Esperaba que las hubiera escuchado. —Te. Amo.

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26 Traducido por Julieyrr Corregido por Val_17

Ouch. Fue mi primer pensamiento cuando desperté. Ouch, y después: Querido Dios, esto realmente duele. Gemí, y la simple acción solo hizo que me doliera aún más la garganta. Rápidamente cerré los labios, deteniendo el esfuerzo. —¡Estás despierta! Abrí los ojos para ver a Reece levantándose de una silla a mi lado. Mi mirada se desvió alrededor de mi cama de… ¿hospital? —¿Dónde estoy? —pregunté con una voz tan áspera como papel de lija. Hice una mueca y él agarró un vaso de agua y lo acercó a mis labios. Bebí profundamente, dejando que el agua fluyera a través de mi lengua y mi seca garganta mientras él respondía. —En la sala de emergencias —Las chicas… —Están bien. Están con sus padres. La casa se ha ido. Algún tipo de cableado defectuoso en la cocina. Casa antigua. Tenemos suerte de que no ocurrió cuando los Campbell estaban en la cama. Podrían no haber salido. Mi cabeza se sentía como si pesara dos toneladas, pero la levanté para mirarme a mí misma. El movimiento me hizo tomar conciencia de los tubos que desembocaban en mi nariz. Extendí la mano para tocarlos. —Son para darte oxígeno. No te metas con eso. Tenían una completa máscara de oxígeno sobre ti antes. Dijeron que necesitas mantener los tubos por un tiempo para ayudar a tus pulmones a recuperarse. Mi mano cayó. Lamí mis labios secos y luché con mi garganta para tragar. Cogió el vaso de nuevo y lo extendió alrededor del protector de la cama. Tomé un sorbo y se lo devolví. —Viniste. ¿Co-como lo supiste? —Escuché la alarma por el camino. Y entonces vi el humo negro en el cielo. No sabía que estabas allí hasta que encontré a las chicas en el

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patio. —Apretó la mandíbula. Un musculo se contrajo en su mejilla. Sus ojos brillaron hacia mí—. ¿Volviste por un perro? ¿En qué demonios pensabas? ¡Podrías haber muerto, Pepper! Vi a los paramédicos trabajando en ti y… pensé… —Se detuvo, su voz ahogada. Nunca lo había visto así. Ni siquiera cuando me habló de su madre. Ni siquiera cuando su padre se presentó e hizo una escena en Mulvaney’s. Mantuve el silencio, dejando que me gritara. Me lo merecía. Por esta noche y más. Agachó la cabeza, apoyando la frente en el protector de la cama como si necesitara un momento para serenarse y contenerse para no estrangularme. Extendí la mano y pasé mis dedos por su cabello. Levantó la cabeza. Sus ojos brillaron con humedad y su voz era tranquila mientras continuaba—: Pensé que te habías ido, Pepper. Fue bastante malo perderte la primera vez, ¿pero perderte de esta forma? No podría haber tratado con eso. Me atraganté con un sollozo. Eso desgarró mi devastada garganta, pero no pude haberlo detenido ni aunque lo intentara. Otro ronco sollozo lo siguió. —Eres la razón por la que estoy viva. Te escuché y eso me hizo luchar. Estabas allí, en algún lugar, y yo lo sabía. Tenía que llegar a ti. Alargó la mano hacia mi cara y entonces me di cuenta de sus manos vendadas. —¡Reece! —Las tomé gentilmente entre mis manos. Mis ojos volaron a su cara—. Esto es por salvarme. —Son solo quemaduras leves. De cuando levanté el reloj. Voy a estar bien. Parpadeé largo y duro antes de abrir los ojos para mirarlo. —Dios, podríamos haber muerto esta noche. Pudo haber terminado así. —Un sollozo brotó en la parte posterior de mi garganta. Tragué y humedecí mis labios—. Entiendo lo que querías decir ahora. La mierda mala pasa. Pensé que eligiendo a Hunter… estaba siendo inteligente. —Negué con la cabeza—. Sin embargo, mis opciones seguras no importaron esta noche, ¿no? Un silencio se apoderó de él. —Entonces, ¿qué estás diciendo? —Su pregunta colgó pesadamente en el aire. —Sé que estás con Tatiana, pero… Sacudió la cabeza, su expresión desconcertada. —No lo estoy. —¿Qué? —Fue solo un café. Somos viejos amigos. —Oh. —Parpadeé.

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—Estás con Hunter. —Era más una pregunta que una afirmación. Las lágrimas brotaron de mis ojos. —Pero no fue lo correcto. No has sido tú. No puedo… No he sido capaz de… —Aspiré una respiración profunda—. No puedo ser una novia de verdad para él cuando lo único que puedo hacer es pensar en ti. —Ah, mierda, Pepper. —Sin soltar mi cara, bajó su frente hasta la mía—. No voy a pasar por esto contigo para que puedas correr cuando te sientas asustada de que no soy el ideal que construiste en tu cabeza. Te amo. Estoy jodidamente enamorado de ti, pero es todo o nada. No voy a hacer esto otra vez a menos que sea así. Ahora yo lloraba, ahogándome en sollozos. —Lo sé. Quiero eso. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de ello, pero lo sé ahora. Eres lo más seguro que voy a encontrar jamás. —Repetí sus palabras deliberadamente, sosteniendo su mirada y dejándolas fundirse—. Porque me amas. Porque te amo. Luego nos estábamos besando. Ambos un desastre. Un tubo de oxígeno corriendo por mi nariz. No nos importó. Se echó hacia atrás y me miró durante un largo rato antes de que una lenta sonrisa se dibujara en su rostro. —Te escuché decirlo la primera vez, ya sabes, pero esta vez es aún mejor. Parpadeé. —¿Qué primera vez? —Justo antes de que te desmayaras. No estaba seguro de si lo decías en serio. Podría haber sido solo tu cerebro sin oxígeno. —Recuerdo haberlo dicho. Lo dije en serio. Y lo digo ahora. Me besó de nuevo. —Te amo. Desde que entraste en Mulvaney’s viéndote como si fuera el último lugar en el que querías estar. —Una esquina de su boca se levantó—. Y desde que tú misma explicaste sin rodeos que estabas buscando lecciones en los juegos previos. Apoyé la cabeza sobre la almohada con un gemido. —Por favor. No me recuerdes eso. —Vamos. —Beso mi mejilla sucia—. Es bueno. Podemos hablarles a nuestros nietos sobre ello algún día. Levanté la cabeza y miré sus ojos, el calor fluyendo a través de mí por sus palabras. —Prefiero contarles cómo su abuelo salvó a su abuela de un edificio en llamas. Sonrió, pero había tanta seriedad en sus ojos, tal profundidad que sentí que iba a mirarlo para siempre. —Esa también será una buena. —Creo que tendremos un buen número para elegir.

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—Por supuesto que lo haremos. Nunca seremos aburridos. En ese momento, mis compañeras de cuarto llegaron. Tiraron de la cortina, una enfermera pisando sus talones. Sus ojos se agrandaron cuando vieron a Reece cerniéndose sobre mí, sus manos enmarcando mi cara. —Oigan —las saludé con un gesto torpe. —¿Estás bien? —Georgia corrió a mi lado, mirándome. —Estoy bien. —¿Y qué es esto? —Em asintió hacia Reece. Soltó mi cara pero ahora me cogió la mano, sus dedos entrelazados con los míos. Me miró, esperando a que le respondiera. —Mi novio. —Pensé que ya tenías uno de esos —murmuró Georgia. —Sí. Quien debería estar aquí en cualquier momento. —ofreció Emerson con una mirada mordaz en dirección a nuestras manos unidas—. Lo llamamos de camino hacia acá. —Ya estoy aquí. Todos los ojos se volvieron hacia donde Hunter estaba junto a la cortina, con aspecto sereno. Se acercó más, su frente se arrugó con preocupación mientras me miraba de arriba a abajo, sin perderse mi mano enlazada con la de Reece. —¿Estás bien? Eso era muy Hunter. Preocupado por mi bienestar en primer lugar. — Sí. Estoy bien. Sus hombros se relajaron. No había sido consciente de la tensión hasta ese momento. Asintiendo como si estuviera satisfecho con mi respuesta, su mirada cambió a Reece. La mano de Reece se apretó alrededor de la mía como si temiera que pudiera irme. No es que alguna vez lo haría. Ya no más. No otra vez. Hunter lo miró durante un largo rato, como si estuviera tratando de llegar a algún tipo de decisión. —Si le haces daño… —No lo haré —respondió Reece rápidamente, con certeza, como si supiera exactamente que la pregunta venía. Parpadeé hacia Hunter, desconcertada. Ni siquiera había roto con él. —Cómo lo supiste… —Siempre lo he sabido. Solo pensé que tus sentimientos podrían cambiar. Podrías comenzar a sentir algo más por mí. Dios sabe que parecías decidida a ignorar lo que fuera que tenías con Reece. Emerson soltó un bufido desde donde ella y Georgia se habían movido para estar al acecho con discreción. —No es más que la verdad.

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Hunter la miró y luego me miró con cariño, una pequeña sonrisa en sus labios. —Supongo que cuando es real, no siempre se desvanece. Negué con la cabeza. —No, no lo hace. —Dios sabe que había querido que lo hiciera—. Lo siento. Te mereces algo mejor. —Lo encontraré. —Miró a Reece de nuevo, y luego de vuelta a mí—. Y gracias a ti, sé lo que estoy buscando ahora. —Se inclinó y me besó en la mejilla—. Nos vemos luego, Pepper. Asentí mientras se alejaba, segura de que lo volvería a ver. Por supuesto. Era el hermano de Lila y seguía siendo mi amigo. —Guau —respiró Em—. Qué día. Salvar la vida de dos niñas. Casi ser quemada viva. Romper con tu novio. Conseguir uno nuevo. ¿Cómo será el mañana? Le sonreí a Reece. —Dudo que consiga salir de la cama.

Dos semanas después… Bing Crosby cantaba suavemente en el fondo mientras mi abuela nos deseaba buenas noches. Reece y yo compartimos una sonrisa y nos acomodamos en el sofá juntos. Estábamos solos después de pasar el día con mi abuela y sus amigas. Las señoras mayores amaron a Reece. Lo que no las hacía muy diferentes de las jóvenes. Él coqueteaba con ellas escandalosamente y se deleitaba con eso, ellas le daban nalgadas a cada oportunidad que tenían. Obviamente solo querían sentir su agradable parte trasera por sí mismas. Reece deslizó una mano bajo la manta y frotó mis pies. —Ah, eso se siente bien. —Me eché hacia atrás sobre los cojines del sofá. —Te lo mereces, por todo el horneado y la comida que hiciste. Creo que alimentaste a veinte personas. —Alimentamos a veinte personas. Tú ayudaste —le recordé. —Fue muy divertido. ¿Y no iba a pasar la navidad contigo? —Me miró como si la idea fuera una locura. Sonreí somnolienta mientras me acurrucaba contra el cojín del cómodo sofá. Sus dedos obraban su magia en mis pies. Las yemas de sus dedos se deslizaron bajo los sueltos pantalones de mi pijama, deslizándolos sobre mis rodillas y viajando hasta mis muslos, creando una deliciosa fricción en mi piel y obrando otro tipo de magia en mí.

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Suspiré el nombre de Reece cuando tocó el borde de mi ropa interior. Sus dedos me encontraron, deslizándose en mi interior. Di un grito ahogado, arqueando la espalda.—¿Qué estás haciendo? —Haciendo el amor con mi novia en navidad. —Oh. Pero ¿ahora? ¿Aquí? —Miré de nuevo hacia la sala, por donde mi abuela había desaparecido en su habitación. Deslizó su mano libre fuera de mis bragas y me invadió, besándome con vehemencia mientras sacaba mis pantalones de pijama. —Después del día que tuvo hoy, no se despertará hasta mañana por la mañana. Gemí mientras me guiaba para ponerme a horcajadas sobre él. En un movimiento rápido, se liberó de su propia ropa y entró en mí. Eché la cabeza hacia atrás por la plena sensación de él dentro de mí, muy contenta porque había conseguido la píldora, así no teníamos que parar para buscar un condón. Me sacudí contra él, abrazándolo con fuerza. Mis dedos se cerraron sobre sus hombros mientras nos movíamos juntos. Arrastró su boca hasta mi garganta, dejando un camino ardiente sobre mi piel. Lo apreté para tenerlo más cerca, montándolo más rápidamente. — Te amo, Reece —susurré roncamente mientras me rompía, fragmentándome en pedazos. Apretó sus manos sobre mis caderas. Me siguió, su cuerpo tensándose contra el mío. Ahogo su grito en el hueco de mi cuello, pero sentí la fuerza de su ondulación a través de mí. Nos sostuvimos, encerrados durante un largo rato, disfrutándonos mutuamente. Levantó la cabeza y me miró, una lenta sonrisa curvando sus labios. —También te amo. Pasé mi mano por su frente y por la parte posterior de su cráneo, acariciando su pelo corto, nunca cansada de sentir el roce de terciopelo contra la palma de mi mano. Una sonrisa maliciosa jugaba en su boca. —Espera aquí. — Arreglando su ropa, corrió por el pasillo. Me puse mis pantalones de pijama de nuevo y me senté en el sofá esperando a que regresara. Cuando lo hizo, tenía una pequeña caja envuelta en papel de navidad. La señalé con el ceño fruncido. —¿Qué es eso? No es justo. Ya intercambiamos regalos. —Tengo uno más para ti. Quería dártelo a solas. —No debiste hacerlo. No te di nada más.

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Me miró solemnemente. —Sí. Lo hiciste. Lo haces. Me das algo todos los días. Mi garganta se estrechó por la emoción. —Ahora, vamos. —Lo puso en mis manos—. Ábrelo, ¿sí? Me quedé mirando la caja y luego a él. Se sentó con ansiedad, con su mano tocando su rodilla. Sonriendo, le di un beso, más allá de sorprendida por tenerlo en mi vida. Y horrorizada por casi haberme alejado. Arranqué el envoltorio. Era solo una caja de color marrón claro, del tipo que se encuentra en cualquier tienda de suministros de oficina. Dándole la vuelta, abrí la tapa y miré dentro. Mi mano se cerró en torno a los papeles. Sacándolos, los examiné sin comprender por un momento. Y entonces las palabras se registraron. Dejé caer los papeles y lo miré boquiabierta. —¿Vamos a Disney World para año nuevo? Asintió y yo grité. Como todos los niños de esos anuncios, enloquecí. Lanzando mis brazos alrededor de su cuello, lo abracé en un apretón de muerte. Retrocediendo, dejé una lluvia de besos por toda su cara. — ¿Cómo… por qué…? —Recuerdo que me hablaste de los Montgomery yendo todo el tiempo y que nunca habías ido. Tenías ese cartel en tu habitación, y se sentía como algo que realmente querías hacer. —Y ahora lo haré. Contigo. —Sacudí la cabeza, la emoción obstruyendo mi garganta—. Eres el mejor novio del mundo. Sí, me amaba. Total y completamente. Aun conociendo mi pasado y todas mis obsesiones. Eso era muy importante, pero él me tenía. Me entendía. Tomó mi mejilla, esa sonrisa sexy sosteniéndome. —Esto viene de una chica que solo quería juegos previos de mí y nada más. Giré la cara para besar su palma. —Pero ahora quiero todo de ti. Todo. Me llevó a su regazo y envolvió sus brazos a mi alrededor. —Bien. Porque eso es lo que tienes.

Fin

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Sobre el autor Sophie Jordan es la autora internacional de Avon romances y de la serie bestselling del New York Times Firelight. Cuando no está escribiendo, pasa su tiempo sobrecargándose de cafeína (prefiere lattes), hablando de tramas con cualquier persona que escuche (incluyendo a sus hijos), y abarrotando su DVR con crímenes reales y reality shows en televisión.

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Traducido, Corregido & Diseñado por:

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