GONZÁLEZ, Pilar, “Independencias Iberoamericanas” FCE, Buenos Aires, 2015. Primera parte I, II y III. Segunda parte IV y V. l. REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS. PROBLEMAS Y DEFINICIONES Antonio Annino* Es BIEN sabido que Franc;;ois-Xavier Guerra aportó una definición de las "revoluciones hispánicas" con el objetivo de definir el conjunto de procesos políticos que destmyeron definitivamente la monarquía católica y pusieron los cimientos para las futuras naciones, entre ellos, los que tienen lugar en la propia España.l Quisiera presentar algunas reflexiones acerca de este ciclo revolucionario, y comenzaré por explicar el título de este capítulo. La cuestión básica es la siguiente: ¿por qué el concepto de "revoluciones hispánicas" resulta problemático y precisa de definiciones adicionales? En primer lugar, el término tiene dos significados: por una parte, define un evento histórico y, por la otra, una tesis historiográfica que originó y sigue originando preguntas y nuevas miradas historiográficas. El caso de las revoluciones hispánicas es semejante al de las "revoluciones atlánticas", un concepto igualmente denso que todavía suscita debates entre los historiadores. La segunda explicación a la cuestión recién planteada se relaciona con el hecho de que en los últimos veinte años nuestros conocimientos de las revoluciones hispánicas se han ampliado enormemente, lo que hace surgir continuamente nuevas preguntas que todavía no tienen respuestas completas. De manera que nos encontramos -esta es mi percepción- en la mitad del camino, en una asimetría entre investigación y tesis historiográfica. Los eventos revolucionarios no tienen todavía una definición. Lo cierto es que esta asimetría tiene su raíz en un profundo cambio de la historiografía. La "clásica", hija de los imaginarios del siglo XIX, * Universidad de Florencia. 1 Fran¡yois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Mapfre, 1992.

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definió las emancipaciones americanas como revoluciones nacionales en contra de la tiranía de la metrópoli. Por consiguiente, estas revoluciones fueron consideradas la causa de la ruptura del imperio. Hoy nuestra visión es inversa: consideramos que las revoluciones, desencadenadas por los hechos de Bayona, fueron una consecuencia -no una causa- de la crisis de la monarquía. Aunque es cierto que Guerra tuvo un papel decisivo en formalizar esta mirada, no hay que olvidar que su pensamiento fue también el ptmto de llegada de una revisión que comenzó años atrás. Fue una revisión silenciosa y lenta; me atrevería a decir casi subterránea. Recuerdo que en 1961 Tulio Halperin Donghi había ya esbozado esta tesis en su Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo. 2 Es más, en el prólogo a la segtmda edición de 1985 Halperin Donghi escribió que la novedad de aquel libro residía justamente "en colocar a nuestra Revolución de Mayo en la secuencia de ascenso, apogeo, decadencia, reforma y disolución de la monarquía española moderna[ ... ] y que la revolución en el Río de la Plata es ahora un episodio en la crisis de la tmidad monárquica de España". En el mismo año, Halperin Donghi publicó Reforma y disolución de los imperios ibéricos, tm notable esfuerzo de síntesis en la nueva dirección. 3 Y vale la pena recordar que aquel esfuerzo no tuvo éxito entonces. Dicho esto, no cabe duda de que Guerra hizo una contribución fundamental: el concepto de un ciclo de revoluciones hispánicas, que caracteriza el quiebre del orbe hispánico más allá de las diferencias internas. Y no solo eso: este ciclo también podría representar un tercer polo de las revoluciones atlánticas. La obra de Guerra ha desencadenado debates y polémicas. Sin embargo, nadie hasta ahora ha puesto en tela de juicio el concepto de "revoluciones hispánicas". El problema, como dije, es que hasta el momento no tenemos una definición clara de esta tesis historiográfica, a pesar del gran desarrollo de las investigaciones. Ahora sabemos mucho sobre cómo se lograron las emancipaciones, pero no sabemos en qué consistieron. ¿Cuál es, a fin de cuentas, el aspecto más importante? En su forma más simple diría que la cuestión se puede presentar compara2 Tulio Halperin Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961. . 3 Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850, Madrid, Alianza, col. Historia de América Latina, 1985.

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tivamente. Si observamos la Revolución Estadounidense, ¿cuál es la imagen que la define en el imaginario colectivo? Sin duda, la Constitución, su vigencia hasta hoy, sus enmiendas, hasta tal punto que las memorias colectivas han perdido -si no cancelado- los importantes manifiestos anteriores, como por ejemplo la Declaración de Virginia. Si observamos ahora el caso francés, pasó algo muy diferente. La revolución se identifica con la Declaración de los Derechos del Hombre del26 de agosto de 1789, si bien existió también la de 1793. No obstante, cuando se habla de tal declaración todo el mundo se refiere a la de 1789. Las constituciones no forman la memoria de la revolución. Al observar, por fin, el mundo hispanoamericano, tenemos que reconocer que no encontramos fenómenos parecidos. Esto no quiere decir -obviamente- que no hubo revoluciones, sino que fueron tan diferentes que escapan a los paradigmas atlánticos clásicos. Escapan por su naturaleza policéntrica y global, y esta podría ser una primera definición. La Revolución Estadounidense no puso en crisis a la metrópoli inglesa, sino que quebró una relación bilateral. Las revoluciones hispánicas se dieron al mismo tiempo en las dos orillas del Atlántico. En este sentido tiene razón José Manuel Portillo: si queremos ser coherentes con los términos, las únicas revoluciones "verdaderamente" atlánticas fueron precisamente las hispánicas.4 De manera que el camino en que estamos puede incluso revelar de manera paulatina todas las paradojas del atlantismo, como la sustitución de tma definición ideológica por una concretamente histórica y mucho más atinada. A fin de cuentas, no solo la nación española nació junto a las americanas. Su historia a lo largo del siglo XIX presenta no pocas analogías con la americana, empezando por las guerras civiles y continuando con los caudillismos, la dramática cuestión católica, los autonomismos, etc. Precisamente por esta naturaleza policéntrica y global me pregtmto si no sería oportuno -e incluso necesario- distinguir entre la ruptura del imperio y el quiebre de la monarquía. El punto está en que ningún imperio tuvo una Constitución, mientras que Bayona desencadenó una crisis que sin duda alguna fue constitucional. S 4 José Manuel Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Madrid, Fundación Carolina, Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos, y Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2006. s Distinguir entre una perspectiva de análisis "imperial" y otra "monárquica" no implica, a mi modo de ver, que las dos sean incompatibles. Es más, seria absurdo pensar

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La segunda razón es que los ciclos revolucionarios tuvieron una naturaleza "vertical", por así decirlo. Tocaron espacios geográficos diferentes en ambos lados del Atlántico. Me parece oportuno recordar aquí que a Fernand Braudelle encantaba decir que en las monarqtúas francesa y española no existía una sino muchas sociedades en el Antiguo Régimen. Cada división territorial de los reinos constituía una división social porque no existían otros territorios que no fueran los de las ciudades, de los pueblos, de las provincias y, en nuestro caso, de las repúblicas de indígenas. Es decir, que la naturaleza abigarrada de la monarquía católica llegaba hasta los últimos rincones indígenas de la monarquía. Esta monarquía católica era, por lo tanto, heterogénea en dos sentidos: horizontal en las relaciones entre los reinos, y vertical al interior de cada reino. Los ciclos revolucionarios fueron transversales porque involucraron las dos dimensiones, la horizontal y la vertical. Estas dos razones a favor del concepto de "revoluciones hispánicas" permiten acercarnos a la cuestión de la soberanía revolucionaria. Sabemos que se trata de un tema crucial en todas las revoluciones atlánticas. Sin embargo, en el caso del orbe hispánico el tema se presenta con formas totalmente inéditas, porque la relación con la representación política moderna ha sido larga, conflictiva y nunca consolidada de forma definitiva. 6 ¿En qué consiste por lo tanto la diversidad hispánica? Para contestar a esta pregunta hay que reflexionar cuestiones previas: ¿qué significó reivindicar la "retroversión de la soberanía" a partir de la acefalía ilegítima de 1808? ¿En qué consistía la soberanía de la monarquía católica? En el gobierno, por cierto, ¿pero a partir de qué facultad? Bodin habló del rey como legislador supremo. En la tradición católica hispánica, el rey fue siempre el supremo juez y no el supremo legislador (tradición cristiana). A este dato hay que agregar lo que declara desde hace años la historiografía del derecho, es decir, que los antiguos regímenes fueron gobernados por cuerpos de jueces y no de funcionarios, .

algo semejante. El excelente libro de Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton (NJ), Princeton University Press, 2006, privilegia lo "imperial" en una perspectiva comparada que se inspira en la World History. Aquí me interesa reflexionar sobre una dimensión diferente, la constitucional, y la crisis interna de la monarqtúa, lo cual no quita el peso del escenario internacional dominado -como se sabe- por la lucha interimperial de la segunda parte del siglo xvm. 6 Sobre este tema, véanse Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, op. cit., y José Manuel Portillo Valdés, Crisis atlántica, op. cit.

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y menos aún de burócratas. 7 Quiero solo recordar que gran parte de la historiografía ha revisado radicalmente el paradigma clásico que, desde Von Ranke hasta Tocqueville, había teorizado que el Estado moderno nace en los antiguos regímenes.s Las coronas no ejercían el poder de forma directa por medio de ftmcionarios, sino que coordinaban los poderes inferiores con los superiores precisamente gracias a los jueces, que interpretaban, suspendían o producían nuevas normas. Lo que pasó en 1808, por lo tanto, n1e que las revolucionesjuntistas retrovertieron la soberanía a la esfera de la justicia. Un gobierno jurisdiccional es sustituido por un nuevo tipo de gobierno, jurisdiccionalista, pero en un marco republicano de hecho, como afirmó claramente la Junta de Sevilla en 1809: Aunque la Constitución de la España es en sí, y debe ser en adelante, monárquica, la forma del actual gobierno es absolutamente republicana: juntas provinciales creadas por tm pueblo reducido a la orfandad, y otra suprema emanada de aquellas, reúnen legítimamente toda la representación, autoridad y poder. En una palabra, f~rman una república que tiene en depósito la monarquía. Exige pues la seguridad nacional que, mientras dure la tutela, los miembros del gobierno se sucedan alternativamente. 9

7 Una buena reconstrucción historiográfica de la idea del rey-juez se encuentra en Javier Barrientos Grandón, "El cursus de la jurisdicción letrada en las Indias (s. XVIXVII)", en Feliciano Barrios (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2004, pp. 635-708, donde el lector puede encontrar abundantes referencias y citas de tratadistas hispánicos de la época sobre el tema. Cabe recordar también las obras de António Manuel Hespanha y las del grupo de Historia Cultural e Institucional del Constitucionalismo en España (y América) (Hicoes), entre otros, Bartolomé Clavero, Marta Lorente Sariñena, Carlos Garriga, Portillo Valdés, Fernando Martínez. Las obras de estos autores han enfatizado la naturaleza jurisdiccionalista del primer constitucionalismo hispánico y americano, una perspectiva que ha introducido no pocos cambios en la manera de pensar la crisis de la monarquía y los procesos de emancipación. La distinción que se hace en este texto entre lo "imperial" y lo "monárquico" es deudora de estos estudios. s Entre los autores más destacados de esta tendencia, recuerdo aquí a Luca Mannori y Bernardo Sordi, Storia del diritto amministrativo, Bari, Laterza, 2000. Recuerdo aquí el libro quizá más exitoso acerca del tema, que tuvo un impacto internacional muy relevante: António Manuel Hespanha, Introduzione alZa cultura giuridica europea, Bolonia, TI Mulino, 2003. 9 Citado por Miguel Artola, Los orlgenes de la España contemporánea, 2" ed., Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, col. 1, p. 218.

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El depósit o es interino , lO y tiene un lejano eco de Montes quieu y de su teoría de los cuerpos intermedios: en el transcu rso del depósito "se vierte la potenci a", la ley y la justicia . Con la acefalía ilegítim a de 1808, la "potenc ia" y la justicia ya no vierten , son monop olio de los cuerpo s interme diarios , las juntas que represe ntan a los territor ios. Esto no es todo. El carácte r interino no limita la potenci a distribu ida en los territorios, puesto que no pocas juntas en España debaten desde 1808 la posibil idad de redefin ir un nuevo pacto con la Corona. Se trata de una revolución autono mista que trató de desarro llar el debate que, por lo menos desde el período carolino, se había dado en la Penínsu la, es decir que busca redefinir, reform ar la monarq uía. La misma postura en América fue evaluada como un peligro desde el primer momen to; lo entendi ó pronto la Audiencia de México, entre mayo y septiem bre de 1808, cuando -como es sabido - foment ó 1m golpe en contra del virrey que estaba negocia ndo con el Cabildo criollo sobre la convoc atoria de una junta en las ciudades novohispanas. Aquello que luego fue definido como la "cuestión america na" nació en 1808, antes del famoso decreto del22 de enero de 1809 y la disputa sobre la represe ntación americ ana en Cádiz. El "republicanismo" de Sevilla no fue aceptad o porque se podía interpr etar como una intenci ón de reform ar toda la monarq uía. En los idioma s de este primer ciclo revoluc ionario juntista circula n elementos atlántic os como, por ejemplo, la Declara ción de los Derechos del Hombr e francesa, la Declara ción de Indepe ndencia estadou nidense , citas de Rousse au y de Montes quieu, Vattel, una idea de nación formalmente distinta , etc.;ll sin embarg o, el concep to de nación se articula con el de justicia -repres entació n. No rompe con la legalida d porque las revolucione s urbana s reclam an una reform a instituc ional de la monarq uía. Tras el ciclo borbón ico de reforma s, se dio, por tanto, un intento reformista en sentido contrar io, sobre la base de la redistri bución legítim a de la potenci a entre los cuerpo s territor iales. En 1809, este republi canismo urbano llamó la atenció n de la Edinburgh Revi~ el célebre órgano de los filósofos ilustrad os escoceses. Y resulta muy significativo que la Gaceta de Buenos Aires traduje ra en 1811 un artículo de la Edinburgh. .. que compar ó este ciclo revoluc ionario en una parte de América (Quito, 10 La interinid ad

tica, op. cit. 11

fue señalada y matizada por José Manuel Portillo Valdés, Crisis atlán-

Un balance de este fenómen o se encuentr a en los trabajos del grupo de Iberconce

ptos.

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Nueva Granad a, Río de la Plata) con la revolución holand esa en contra de Felipe 11.12 El articulo exponía la teoría de que en América los sujetos revolucionarios eran las ciudade s con sus cabildos, exactam ente como en los Países Bajos. Creo que el fantasm a holand és está mucho más present e en el caso hispáni co, d_e lo que la apari:n cia i~dica;, por las lógicas territor iales, por la retonca en contra del de~~ot~s~o . qt~e no reconoc ía los derecho s america nos, por la representac10n JUTISdiccional concen trada en los cuerpo s urbano s, por el discurs o del derecho natural que justificó las reivindicaciones legalistas de las juntas y de los cabildo s america nos, y por la situació n republi cana que se instaló. No es este el momen to de profund izar en este último punto, que desde hace unos años es el centro de atenció n. Me limito a observa r que el republi canism o hispáni co y america no es muy diferente del "mome nto maquiavélico" estudia do por Pocock y Skinner. El republi canism o de la tradició n hispáni ca es bien expresado en el título de la excelente obra de Annick Lempériere, Entre Dios y el rey: la república.l3 En nuestro caso, la tradició n católica articula el republi canism o con el derecho natural . La repúbli ca de la tradició n hispáni ca no es solame nte un cuerpo político, sino un ordo naturae creado por Dios, que el rey tiene la obligación de preservar y respetar, y que no puede ser modificado sin su consentimiento. En segund o lugar, hecho tambié n importa nte, la repúbli ca de Maquiavelo no es contrac tual porque se ftmda -como es bien sabido - sobre el concepto de "virtud" y no sobre el de justicia, como en el orbe católico. El princip io del consen timient o ha jugado un papel esencial en las revoluciones hispánicas, al igual que otro principio: el del reconocimiento. La justicia -sobera nía del rey se fundab a sobre el consen timient o moral de los súbdito s y de los reinos, un ritual que justificaba la facultad absoluta del rey de redistri buir privilegios y recono cer el fuero. Con la retroversión de la soberan ía en los reinos y en los cuerpo s territor iales, se produjo una mutaci ón crucial: el princip io del reconoc imiento se retrovierte a los pueblos, y adquier e por primer a vez tma natural eza voluntaria: ya no es un deber moral. Antes de 1808, el reconoc imiento se movía desde arriba hacia abajo; ahora, su dinámi ca es revertida, y con efectos Agradezc o a José Carlos Chiaram onte por haberme señalad? este articul~: Annick Lempérie re, Entre Dieu et le Roi, la République. Mextco, xvl"-XIX" stecles, Paris Les Belles Lettres, 2004 [trad. esp.: Entre Dios y el rey: la república. La ciudad de Méxido de los siglos XVI al XIX, México, Fondo de Cultura Económi ca, 2013]. 12 13

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dramáticos para la gobernabilidad de la crisis. Todos y cada uno de los nuevos centros de poder tuvieron que ser reconocidos por los territorios y sus comunidades. La legitimidad de las jtmtas en la Península y en la América insurgente se fundó sobre el reconocimiento de los pueblos. La legitimidad de la representación juntista del territorio depende entonces del reconocimiento de los demás cuerpos territoriales. Y si se trata de otras juntas, se apela al derecho de gentes. Todos los mecanismos institucionales que habían reproducido a lo largo de los siglos la legitimidad de la monarquía se han transferido a los cuerpos territoriales. Mientras que antes de 1808 el principio del reconocimiento estaba en la Corona, y el principio del consentimiento, en los pueblos, ambos se ubican ahora en las comunidades territoriales. A pesar de que la soberanía de la Corona está en depósito interino, ha cambiado notablemente por los efectos de la acefalía ilegítima. De allí emanan el problema de cómo gobernar la crisis y las revoluciones, introduciendo formas de representación más cercanas a las modernas. En América se experimentan las primeras elecciones, sin que estas modifiquen la naturaleza del consentimiento de los pueblos. Hans Kelsen afirma, un siglo después, que el mandato representativo es una ficción que requiere la interiorización de una verdadera ideología, "cuya función es ocultar la situación real y mantener la ilusión de que el legislador es el pueblo, aunque su ftmción se limite a la creación de un órgano legislativo".l 4 En otras palabras, el principio del mandato libre necesita otro tipo de consentimiento que confiera irreversibilidad al mandato mismo. Una ley electoral moderna no implica necesariamente una elección moderna. Se necesita algo más. La paradoja aparente de las revoluciones hispanoamericana s es que la fuerza del consentimiento clásico no se debe a su continuidad, en el sentido de supervivencia, sino a su rede:finición y a una ft1erza nueva, porque consentimiento, soberanía, reconocimiento están ahora concentrados en los pueblos. Todos recordamos la vieja polémica acerca del carácter neoescolástico de las emancipaciones. El punto está en que aquella tradición salmantina no contempló la posibilidad concreta de la retroversión de la soberanía a los territorios. Ello ft1e más bien el hecho del iusnaturalismo protestante del siglo XVII (después de la rebe14

Traducción del autor a partir del texto en italiano. Véase Hans Kelsen, La Democrazia, Bolonia, Il Mulino, 1984, p. 84.

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}ión holandesa). El juntismo hispánico implicó una mptura con respecto a la tradición neoescolástica porque evidenció, entre otras cosas, la incapacidad de aquella doctrina de enfrentarse con la crisis. De manera que los idiomas atlánticos empezaron a circular no solamente por interés, sino también por necesidad, aunque estos nuevos idiomas no eran totalmente aptos para solucionar los problemas. Los idiomas atlánticos suponían, en efecto, una sola ubicación de la soberanía, mientras que la situación americana se caracterizaba por una pluralidad de lugares soberanos. No cabe duda de que todas las revoluciones experimentaron las mismas dificultades para encontrar nuevos idiomas con los cuales enfrentar los cambios radicales; sin embargo, la extrema originalidad de las experiencias hispanoamericana s hizo que este tipo de desafío ftwra incluso más difícil. La retroversión de la soberanía no fue solo un camino para enfrentarse a la acefalía de la Corona, sino también un verdadero proceso político que redistribuyó importantes recursos de la constitución histórica de la monarquía. Los nuevos centros de poder enfrentaron dos tipos de desafíos, y bien enlazados entre sí: por una parte, gobernar en un contexto de reconocimientos siempre precarios y, por la otra, gobernar los autonomismos internos de cada territorio, un fenómeno no necesariamente vinculado a la cuestión española. La historiografía más reciente ha tenido el gran mérito de habernos esclarecido estas dos vertientes de la crisis. Hoy estamos convencidos de que a lo largo de la crisis de la monarquía el autonomismo tuvo un papel decisivo, aunque obviamente con ritmos diferentes en cada territorio. Sin embargo, tenemos que admitir que hubo dos tipos de autonomismos: el "externo" y el "interno". El primero fue un proyecto imposible que dio lugar, después de 1815, a las emancipaciones. El segundo sigtúó sus pasos, desencadenado no por la crisis del imperio sino -como dije anteriormente- por la crisis constitucional de la monarquía. En los innumerables anciens régimes -en el sentido braudeliano previamente evocado- que componían el antiguo régimen hispanoamericano , las diversas repúblicas que constituían la república antes de 1808 sí se fragmentaron, pero siguieron ciertos ejes verticales que, de la Corona acéfala, pasaron a los viejos centros americanos (los cabildos con sus juntas) hasta llegar a las repúblicas locales de los pueblos. Solo el autonomismo hacia España fue horizontal, y me pregunto si esta lógica vertical no será el corazón de los ciclos revolucionarios. Si queremos definir estos ciclos, me parece que hay que mirar,

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en prim er lugar, las relaciones conflictivas con el gobie rno de los juece s en estas eman cipac iones , y luego sus relaci ones igual ment e tensa s con los nuevos y preca rios centr os de poder. Estos procesos verticales revolucionaron las relaciones políti cas entre los territorios, como en el caso de Buen os Aires, que no logró ser reconocida como capita l en su proye cto de conqu ista del virrei nato. Pero el mism o proce so se produ jo bajo otras forma s en la Amér ica gaditana, en Nueva Españ a, en el Virreinato del Perú, en la Capitanía General de Guatemala, en la Audiencia de Quito y en Nueva Granada. Quier o decir con ello qt~e, si bien los procesos fueron diferentes en el área gadit ana y las zonas msurgentes, la redistribución de los recur sos const itucionales fue muy parecida. La diferencia residió en el tipo de recur sos redistribuidos. En la América insur gente la revolución jtmtis ta redistribuy ó elementos fund~e~tales de la mona rquía , la sober anía, el conse ntimi ento y el recon ocim iento . Estas fuero n las bases de los prime ros inten tos de escrib ir constituciones. Mientras tanto -com o es bien sabid o- la América n.o insur gente (aunq ue no ajena a movi mient os indep end~n tistas) expen ment ó el const itucio nalism o gaditano.IS En los últim os años, máxi me ahora en ocasi ón del Bicen io se h~ es:rit o much o acerca de la Constitución gaditana. El probltenar ema ~ru­ cial grra alred edor de su mode rnida d. Es una cuest ión evide nteme nte muy controvertida, y no podrí a ser de otra mane ra. Es impo sible definir la mode :rnda d de forma unívoca y definitiva. Más que un concepto, la mode rmda d es una red conceptual que necesita ser redef inida de mane ra const ante en el tiemp o y en el espacio. Hemo s hered ado del pasad o una imag en polar izada del probl ema: por una parte , un conju nto de sociedades supue stame nte tradic ional es y, por la otra, una políti ca supuestam~nte mode rna, hija de las revol ucion es. Esta dicot omía explicaría l~s dificultades de la gober nabil idad repub lican a a lo largo del siglo XIX. Sm emba rgo, esta dicot omía apare ce reduc ida de mane ra notab le en los histor iador es del Hicoes (Mart a Loren te, Carlos Garri ga, José María Portil lo Valdés, Barto lomé Clavero, etc.). Ellos han enfat izado la necesidad de anali zar los meca nísmo s instit ucion ales que han tradu cido en !SEs siempr . ' e rmpor tante recordar que el primer estudio sobre el tema es de Nett' Lee ~enson (ed.), Mexico and the Spanish Cortes, 1810-1 822. Eight Essays, Austin, U~~ versity of Texas Press, 1966 [trad. esp.: México y las Cortes españolas. 1810-1822. Och México,. Institu to de Legislativas, Cámar a de Diputa dos, 1985]. Sm embar go, el libro no llamó la atencm n de los histori adores en su primer a public ación.

e~ayos,

Investig~~iones

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la realidad concreta los idiom as modernos. ¿Cuál es el ptmto ? Por much o tiempo, la historiografía pensó que las prime ras experiencia s constitucionales de la América hispá nica eran el result ado de una serie de fenómeno s de hibridación, cohab itació n tensa, superposición de conceptos, etc. Se trata de sinón imos cuya semá ntica comú n apun ta a relaciones entre elementos discordantes. La historiografía del derec ho antes citada ha aclara do que se trata más bien de mecanismos de asimi lación entre lo nuevo y lo viejo, una propu esta que perm ite redef inir el camp o de nuest ras investigaciones hacia una dirección diferente de las clásicas. Quisi era recor dar un dato sobre este tema. En la época que nos intere sa, en toda Euro pa (no solo en el orbe hispá nico) hubo un enorm e debat e acerc a de "lo nuevo" y de "lo mode rno" en la políti ca. Pero nadie estab a todav ía segur o del conce pto y de sus valores. Los excesos de la Revolución Franc esa tuvie ron un papel profu ndo. Era evidente que el poten te discu rso acerc a de las nueva s libert ades había llevado a Francia a vivir un nuevo y doble despotismo: el de la mayo ría (los jacob inos) y el de una perso na (Napoleón). Es el diagn óstico de mada me de Stael , comp artido por todos los que empe zaban a definirse como "liberales". Las nuev as libert ades parec ían todav ía lejan as. Con sus exces os, la Gran Revo lució n y Napo león había n queb rado el gran optim ismo del siglo XVIII. Se creía en la posib ilidad de lo nuevo, pero no se sabía bien cómo lograrlo. No podem os olvidar entonces que el ciclo revolucionario hispa noam erican o se desarrolló en un mom ento de grand es incer tidum bres, en un contexto intern acion al dond e había más exper iment acion es de lo nuevo que conso lidac ión de lo mism o. Todos los prota gonis tas tenía n un probl ema básico: de qué mane ra mode rar las revol ucion es prese ntes y futura s. Cádiz fue uno de los centr os de este debat e al igual que la América hispa na. · Como es bien sabido, en Cádiz siemp re se habló de refor mar las leyes fundamentales de la mona rqtúa , sin romp er verticalmente con el pasado. Es cierto que después de Carlos III hubo un debat e const ante y denso alred edor de la existencia de estas leyes; sin embargo, es cierto tamb ién que el objetivo no se logró por la natur aleza hond amen te heter ogéne a de la mona rquía .l6 No obsta nte, las declaraciones de los gadit anos no 16 Sobre este tema, véase el estudio ya clásico de José Manue l Portill o Valdés, Revolución de Nación. Orfgenes de la cultura constitucional en España, 1780-1812, Madrid , Centro de Estudi os Políticos y Constih1cionales, 2000.

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eran del todo artificiales. La historiografía a la que hice referencia ha demostrado que la carta constitucionalizó una serie de concepciones, de instituciones y de prácticas antiguas que favorecieron la entrada de los nuevos discursos en la pluralidad de los discursos políticos e institucionales del pasado. Añadimos un dato que va a tener mucho peso para el futuro republicano, y que encontramos también en el constitucionalismo insurgente: el derecho y la justicia no cambiaron. Aunque bien conocida, me permito citar aquella parte del discurso de presentación del proyecto a la asamblea, leído por Argüelles: Encargada V. M. de arreglar el proyecto de Constitución para restablecer la Antigua ley fundamental de la Monarquía, se ha abstenido la Comisión de introducir una alteración substancial en el modo de administrar justicia, convencida de que reformas de esta trascendencia han de ser fruto de la meditación, del examen más prolijo y detenido, único remedio de preparar la opinión pública para que reciba sin violencia las grandes innovaciones.17

Para los gaditanos era, por lo tanto, más fácil cambiar la forma de gobierno que la justicia. Es una muestra de la naturaleza fundamentalmente historicista de esta Constitución, y de las demás que se crearon en aquel tiempo en otras partes de América. Este primer constitucionalismo fue sin duda revolucionario pero a la vez moderado, ya que se fundó sobre un compromiso con el Antiguo Régimen. No con el mundo de los privilegios sino con el de la justicia que representaba desde hacía siglos un espacio abierto a todos los sujetos sociales, y ahora a los nuevos ciudadanos. Hay también que recordar que para los pueblos la justicia nunca estuvo separada de las identidades colectivas, en particular en el mundo indígena. En otras palabras, la justicia fue siempre un recurso para reproducir las identidades colectivas locales. Y no cabe duda: los diversos idiomas de la justicia a nivel local nunca lograron ser monopolio de los jueces, por lo que quedaban en manos de las comunidades. Y hubo algo más después de 1808 y en el transcurso de las primeras experiencias constitucionales americanas: la relación orgánica entre pueblos y justicia se consolidó gracias a las elecciones locales para los 17

Discurso preliminar, leído por Agustín de Argüelles, del Proyecto de Constitución política de la Monarqufa Española, presentado a las Cortes Generales y Extraordinarias por su Comisión de Constitución, Cádiz, Imprenta Real, 1811, p. 12.

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nuevos ayuntamientos. Los nuevos alcaldes conservaron el estatus de empleados públicos y de jueces de primera instancia como en el pasado. La gran novedad fue la multiplicación incontrolada de los nuevos ayuntamientos y, con ellos, de una infinidad de nuevas jurisdicciones territoriales, lo cual modificó la correlación de fuerzas con los antiguos centros de poder urbano. Este proceso permite afirmar que en el caso de la carta gaditana hubo dos historias paralelas: la de la asamblea, donde los americanos fueron discriminados numéricamente, y la de América, donde la difusión de la carta con sus ayuntamientos desencadenó un proceso de independencias locales gracias a los nuevos j.uec~~ alcaldes y a la posibilidad de múltiples lecturas legales de la Constrtucwn. Recordemos que aquella carta estuvo vigente en Nueva España, Perú, Guatemala, Quito, Cuba y parte de Nueva Granada. Como acabo de decir, se trató de revoluciones locales, que se dieron en toda la América hispana, insurgente y gaditana, con una extensión territorial que nadie había imaginado, y que -este es el punto- cambiaron radicalmente los espacios políticos americanos ya antes de las emancipaciones definitivas. Desde esta perspectiva, me pregunto si no se podría pensar que la crisis de la monarquía desencadenó dos procesos de independencia: la externa y la interna. He utilizado hasta ahora el término autonomía, pero me pregunto si este concepto es realmente útil para definir estos procesos. No por casualidad se hablaba entonces de "independencias" de un territorio americano con respecto a otro, de una provincia con respecto a otra, hasta de un pueblo con respecto a otro, etc. Y -como sabemos-la emancipación con respecto a España se llamó independencia absoluta. Por otra parte, Halperin Donghi, en su Reforma y disolución de los imperios ibéricos, había hecho énfasis sobre tm dato: "Los procesos de independencia traen cambios no deliberados, que suelen arraigar más sólidamente que las reformas".18 Los ciclos revolucionarios traen cambios no deliberados que luego son heredados por las repúblicas. Es también cierto que todas las revoluciones tienen fenómenos parecidos. Sin embargo, la originalidad de los ciclos americanos involucra las cmciales relaciones entre los principios que dieron lugar al constitucionalismo liberal en Occidente. Me refiero a las relaciones entre soberanía, representación y justicia. Las 18

Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, op. cit.

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repúbl icas hereda ron una tensió n consta nte entre la sobera nía-jus ticia de los pueblo s y la sobera nía-rep resent ación de la nación de las elites políticas. No es casual, a lo largo del siglo XIX, que nos topem os constantem ente con los concep tos de sobera nía del pueblo y sobera nía de los pueblos.19 La dificultad republ icana de imput ar el sujeto de la sobera nía, ya señala da por José Carlos Chiaramonte,20 tiene sus orígenes en esta tensión hereda da de la gran crisis de la monar quía católic a y de las grande s reform as constit uciona les que la acomp añaron . Quizás este dualism o de la sobera nía podría explicar, en parte, un dato a primer a vista paradójico. Tras tres siglos de indiscu tible fidelidad monár quica, el paso a la repúbl ica no desenc adenó oposición significativa. El republ icanism o hispan oamer icano es un gran tema que no casual mente llama cada vez más la atenci ón de los histori adores . Por mi parte, me limito a señala r un punto cmcial: tengo dudas de que este republ icanism o sea del mismo tipo del estudia do por Pocock y Skinner. Y no solo porque nuestr o republican ismo fue siempr e duram ente contractualista, sino tambié n por su indiscutible natura leza católica. La así denom inada "cuestión católic a" no puede reduci rse a las relacio nes entre Iglesia y Estado . El famoso "mome nto maquiavélico" de Pocock en Inglate rra fue tm intento de redefinir en forma aristoc rática el republ icanism o de aquel país. En la América hispán ica la tradici ón republ icana fue redefinida únicam ente como forma de gobier no, pero conser vó dos princi pios fundam entale s del pasado : el primer o fue que la repúbl ica es un conjun to de repúbl icas naturales, de comun itates perfectae, independientes de los gobiernos centrales debido a su capaci dad de alcanz ar el bien moral por sí misma s y, por lo tanto, dotada s de una sobera nía origin aria nunca delegable ya que no está disponible. El papel de la justici a era mante ner este orden natura l de las cosas territoriales. En pocas palabr as, el tránsit o americano fue de un republ icanism o monár quico- católic o a un constitucionalism o republicano-católico. Las revoluciones edificaron así dos repúblicas: superp usiero n la repúbl ica constit uciona l a la repúbl ica natura l, cada tma con su soberanía. Esto no quiere decir que hubier a un dualism o !9 He desarrol lado este tema en varios trabajos. El último es el capitulo "La nrraliza ción de lo político", en Antonio Annino (coord.), La revolución novohis pana 1808-1821, México, Fondo de Cultura Económ ica, 201 O, pp. 384-463. 20 José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: orfgenes de la nación argentina (1800-1846), t. 1, Buenos Aires, Ariel, col. Biblioteca del Pensam iento Argentino, 1997.

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"mode rnidad -tradic ión", sino una asimil ación de las dos gracia s a la natura leza jurisdi cciona l del régime n constitucional. Quisiera concluir estas apreta das consideraciones intenta ndo ubicar nuestr as revoluciones en el ciclo atlántico. Es necesa rio record ar que ando Rober t Palme r y Jacque s Godechot presen taron sus ideas en el 1 ~~moso Congreso de Roma en 1955, el ciclo revolucionario ab~ca?a, egún estos dos histori adores , no solo Estado s Unidos y Franci a, smo ~ambién la Alemania renana , parte de Italia, Malta, Suiza, los Países Bajos, Irland a y el Medite rráneo oriental. En segund o lugar, en Roma no se dijo que los nuevos constit uciona lismos se inspira ron únicam ente en las experiencias estado uniden se y francesa. Mucho s se inspira ron en las obras de Emer de Vattel, escrita s a media dos del siglo XIX. Este autor tuvo un notabl e éxito en el orbe hispánico. ¿Qué es lo que hacía a este autor tan interesante? En primer lugar, la reafirmación del derecho natural por Grocio, y en segund o lugar, el énfasis sobre la necesi dad de tener constituciones para el "buen orden" de los reinos y de las repúblicas. El punto es que estas nuevas constituciones tendría n como objeto princip al articul ar concep tualme nte la plural idad de las leyes fundam entale s y, por esta vía, lograr la unidad del orden existente. La Revolución France sa había sobrep asado este horizo nte, pero los excesos franceses replan tearon las temáti cas vatteli anas en el sentid o de cómo supera r con nuevas reform as los cambi os no deliberados de las revoluciones. El nuevo constitucionalismo del Atlántico Sur armó regímenes superpuestos al constitucionalismo precedente. Sé perfec tament e que mucho s colegas no están de acuerd o con esta lectura, pero creo que por lo menos vale la pena plante arse la cuestión, es decir, si el prime r constit uciona lismo hispánico, desde Nueva Grana da hasta Cádiz, no forma parte de una familia constit uciona l específica, que todaví a necesi ta mucha atención, y que desdob la el consti tucion alismo atlánti co en dos grande s familias: la de las constit ucione s unitari as (atmqu e federales) y la de las compuestas (o aglomeradas). Las dos surgieron de la necesidad de moderar los efectos no desead os de las revoluciones. Moder ar una revolución no significa no hacerl a. La caract erístic a de nuestr as revolu ciones es que cambi aron las formas de gobierno, se enfren taron con guerra s sangtlinarias, procla maron las indepe ndenci as y, a la vez, conser varon el plurali smo jurídico. División de podere s y plurali smo de podere s convivieron en formas por cierto difíciles, pero lo que cuenta es que formaron siempr e parte de un solo orden legal y constitucional.

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Si tomara 1~ arriesgad a decisión de contestar a la primordia l pre~mta sobre que fueron estas revoluciones, además obviamen te de asociarlas a los procesos de las emancipaciones, diría: un constitucionalismo leg~ente P!ur~lista Yasimilador, que redefinió la tradición republicana catohca en termmos sin duda más modernos , es decir, más compatib les con los nuevos desafíos de la gobernab ilidad.

Il. UNA ERA DE REVOLUCIONES IMPERIALES Jeremy Adelman '~

CUANDO el criollo venezolan o Francisco de Miranda condujo una tropa expedicionaria hasta las costas de su tierra natal para liberarla del dominio español, en el verano de 1806, llevaba consigo un arma nueva para hacer revoluciones: una imprenta. Esperaba que su banda de patriotas blancos, negros y mulatos iniciara tma revuelta para liberar el continente a través de una alianza entre las espadas y las ideas. Después de entretenerse durante diez días, Miranda se enteró de que las tropas realistas (también de blancos, negros y mulatos) marchaba n hacia Caracas. Se retiró antes de que los dos ejércitos multirrac iales pudieran enfrentars e. Consideremos las razones de Miranda para retirarse: la nación que él buscaba liberar de sus cadenas no era, en su opinión, una nación en lo más mínimo. Mientras los venezolan os añoraban una "libertad civil", no sabían cómo conseguir la y protegerla . Necesitab an una liberación que les mostrara los caminos de la libertad y la soberanía para hacer de una colonia de súbditos una nación de ciudadan os virtuosos. Esta es la razón por la cual Miranda trataba a la imprenta -una fábrica portátil de palabras sobre la libertad y la soberaní a- como si fuera parte de un arsenal para el cambio: quería forjar una opinión pública donde no la había. Pero enfrentad o al prospecto de un choque violento, del azote de la oposición y la división interna, y de una guerra a punta de espadas, prefirió retirarse y esperar el momento apropiad o) * University of Princeton. Quiero extender mi agradecimie nto a Howard Adelman,

Steve Aron, Tom Bender, Graham Burnett, Jorge Cañizares-Esguerra, Josep Fradera, Roy Hora, Dina Khapaeva y Rafe Blaufarb por sus sugerencias para este artículo, así como a los juiciosos lectores y editores de la American Historical Review. Se presentaron versiones de este ensayo en conferencias en la Universidad de San Andrés en Buenos Aires, en Smolny College, en San Petersburgo, Rusia, y en la University of Texas, en Austin. Traducción al español de Felipe Cala Buendía. septiem1 Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, Gobierno, Caracas, Legajo 458, 13 de bre de 1806, Manuel de Guevara Vasconcelos al Príncipe de la Paz; S de septiembre de 1806, Francisco Cavallero Sarmiento al PP; Estado/Caracas, 71/9, 8 de noviembre de 1808,

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El dilema de Miranda -avanzar o no, a sabiendas de cómo resultaban las revoluciones imperiales cuando sus protagonistas no creían que su causa estaba manifiestamente destinada al triunfo- evoca cuestiones acerca de las políticas inherentes a lo que ahora podríamos llamar, con reservas, un "cambio de régimen". A medida que los imperios daban paso en sus colonias a nuevos sistemas, estos regímenes comenzaban a llamarse a sí mismos naciones, no para ocasionar crisis imperiales sino precisamente como resultado de estas crisis. El estudio de las crisis imperiales y el de los orígenes del nacionalismo en las sociedades coloniales deberían tener más contacto del que tienen. Conjugar estos dos campos de estudio, y cuestionar las creencias tácitas y no tan tácitas sobre las cuales se fundamentan, puede ayudarnos a replantear la compleja transformación de los imperios en nuevos Estados, dejando de lado algunas de las teleologías de la caída y el triunfo.2 Primero, las presunciones acerca de la inevitabilidad del deterioro imperial en la "era de las revoluciones" han presentado las tensiones y las revueltas de la época como tm signo de la esclerosis y el desfallecimiento de los sistemas transatlánticos, cuando en realidad deberían pensarse como respuestas a las adaptaciones imperiales. Hubo poco de inevitable en la caída imperial. Segundo, las revoluciones eran imperiales en su naturaleza; esto es, eran parte de una transformación imperial, en la medida en que tuvieron como resultado nuevas prácticas sociales al definir el funcionamiento interno del ejercicio soberano de la política como parte de un esfuerzo para darle a los imperios -y a las partes que los conformabannuevos cimientos para enfrentar mejor las presiones externas. Las revoluciones no comenzaron como episodios secesionistas; las "naciones" surgieron como producto de las tensiones resultantes de los esfuerzos por replantear el marco institucional de la soberanía imperial. Estos argumentos sugieren una aproximación diferente al cambio axial de imperios transatlánticos a Estados nación. Plantean el prospecto de secuelas históricas alteradas, la posibilidad de inversiones y deslices,

de comienzos históricos que no llegaron a ninguna parte, y otros que no se consolidaron a pesar de los esfuerzos por imponerles convenciones y estructuras nacionales. Si el Estado nación no es considerado el sucesor automático del imperio, las diferentes trayectorias -incluyendo todas aquellas que "pudieron ser''- necesitan ser incorporadas de nuevo a la narrativa acerca de la era de las revoluciones. De hecho, lo que surgió de las revoluciones imperiales en muchos rincones del mundo atlántico no fue la antítesis del imperio, sino la revitalización misma de la noción de imperio; para muchos contemporáneos, la nación no se definía necesariamente a sí misma en oposición al imperio. La política de las revoluciones imperiales tenía un sentido, una "cadena de desequilibrios" que era mucho más importante que el impulso nacionalista para poner fin al imperio. En la era de las revoluciones imperiales, los eventos y sus significados no fueron tan fácilmente comprimidos en una noción de tiempo histórico cuyo resultado sería el surgimiento, si no el triunfo, de las naciones.3 El destino de los imperios y la formación de las naciones en la era de las revoluciones fueron temas centrales para la historia del Atlántico desde sus mismos orígenes, pues como campo académico buscaba trascender las narrativas ideográficas y ligadas a lo nacional acerca del ascenso de "Occidente". Cuando Robert Roswell Palmer escribió los dos volúmenes de su clásico The Age of Democratic Revolution [La era de la revolución democrática] acerca de la épica de cuarenta años que culminó con la derrota de Napoleón, sostuvo que estas revueltas fueron en esencia democráticas, lo cual definía como expresiones "de tm nuevo sentimiento de igualdad, o al menos una incomodidad con las viejas formas de estratificación social y gradación formal". Esta transformación fue lo suficientemente amplia para que Palmer incluyera en ella desde Polonia hasta Pernambuco, y presentara estos cambios en singular, como una transformación en la configuración del mundo atlántico, impulsada por una lógica tot.:'ll. Había aquí un "movimiento" en contra de un gobierno detentado por una elite cerrada de hombres privilegiados, un levantamiento oceánico de demócratas contra aristócratas. Palmer buscaba trascender las narrativas nacionales establecidas y excepcionalistas. Con

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"Informe de Secretaria a S.M. sobre el asunto de Miranda". Francisco de Miranda, "Todo pende de nuestra voluntad", en América Espera, Caracas, Hispamérlca, 1982, p. 356. Karen Racine, Francisco de Miranda. A Transatlantic Life in the Age of Revolution, Wilmington (DE), Scholarly Books, 2003. 2 Una intervención importante es la de Frederlck Cooper, Colonialism in Question. Theory, Knowledge, History, Berkeley (CA), University of California Press, 2005, pp. 156 y 157.

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3 Véase Albert O. Hirschman, Strategy of Economic Development, New Haven, Yale University Press, 1958, especialmente cap. 4 [trad. esp.; La estrategia del desarrollo económico, México, Fondo de Cultura Económica, 1961].

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razón, se lo conside ra uno de los fundad ores de la historia del Atlántico. Con el fin de la Guerra Fría, se ha recuper ado a Palmer para darle un giro posnacionalista, postsocialista a la historia -de escala transatlántica, atlántic a, global y mundia l, según el ánimo de la época- , que ve la expansión de la democr acia liberal como el proceso dominante.4 Sin embarg o, los esfuerz os de Palmer por hilar una narrati va que escapa ra del yugo de los destino s naciona les, de evocar la era de las revoluciones como algo más que la simple expresi ón de la singula r perspicacia de "fundad ores" y filósofos, depend ían de asuncio nes incuest ionadas acerca de las naciones, que fueron la secuela necesar ia del imperio luego de la irrupci ón de la fuerza de la democr acia en el escenario. La nación era la forma evolucionada, la ímica forma, en la cual la democracia se podría implem entar plenam ente, porque las nacione s no tenían par en cuanto unidad es cohesio nadas cuyos miemb ros podían reconocer entre sí la igualda d de sus derechos, todo lo cual yacía en el centro de la democr acia, el liberalismo, y aquella clase de naciona lismo cívico que Palmer Y otros tanto elogiab an. s Estas asuncio nes acerca de las nacione s tenían un corolar io con respect o de los anciens régimes que estas reemplazaron: monarq uías aristocr áticas cuya legitimidad se había erosion ado porque sus cimient os morale s habían perdido terreno ante los cambio s intelec tuales y sociales. Lo menos import ante para esta épica era el Estado imperia l. Se podría concluir, entonce s, que Palmer no estaba tan interesa do en el Estado debido a que su argume nto dependía, en gran medida , de una concep ción de la nación como secuela necesar ia para la realizac ión de las fuerzas democr áticas, allí donde la autocra cia había reinado alguna vez. Tal vez por esta razón Palmer conside ró que el problem a de la soberan ía, fuera imperia l o ~acional, no merecí a mucha tinta. Su narrati va de la Revolución France sa obvia of Robert Ros~ell Palmer, The Age o( Democrat!c Revolutio n. A P;litical History 4· 1959 P.ress y Universit n Pnnceto , Pnnceton 1, t. 0, 1760-180 AmerLCa, Europe and ~ernard Bailyn, Atlantic History. Concept and Contours, Cambridge (MA), H~ard U~er: s1ty Press, 2005, pp. 24-30. 5 el su Esto, por supuesto , le creó problem as a los liberales, quienes querían que ~a0 fuera que raza; la y cultura la historia, la era trascendi que ~lera un credo universal un a produjer que ~deolo~í~ de u~ concierto de ~acione.s con intereses intercam biables, juicios de Impenali smo hberal qu~ _r:odria cubnr su propio rastro de exclusión al emitir nes para que los pueblos disfrutar an de sus derechos . Ve'aeSe valor acerca de las condiciO . h Ud s· h Liberal ay mg Me ta, Ltberalism and Empire. A Study of Nineteenth-Century British y of Chicago Press, 1999. Universit Thought, Chicago, 4

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las colonias, el mercan tilismo y la esclavitud. La expans ión del ab.olio y el conflict . nismo y los ataques a la trata de esclavos son espectrales, • , ClO Imperes nes interim perial que detonó las crisis fiscales de los regime eptible en su análisis, excepto como telón de fondo. e Casi medio siglo después, nuestra perspec tiva sobre los imperio s del Atlántico es muy diferente. Es muy difícil narrar sus historia s sin ubicar la esclavitud y las explosivas luchas de emanci pación en el centro. En la misma medida , los trabajos acerca del naciona lismo tempra no han revelado cuán "constm ido" y moldea do estaba. El mismo giro hacia la hi~­ toria del Atlántico que Palmer buscab a ha expuesto algunas presupo siciones acerca de los arreglos imperia les que prospe raron bajo sistem~s de privilegio legalizados y que legitim aban a su vez regíme~es de ~esi­ gualdad. 6 Hasta cierto punto, el sugeren te esquem a de DaVId ~Itage sobre las tres aproxim aciones a la historia del Atlántico (formulaciOnes circum, trans y cisatlánticas) trascien de las frontera s naciona les -aunque él mismo admite que la mayorí a de lo que podría caber en ca~a ~~~o de estos domini os se encuen tra limitad o por contorn os legales y hngmsticos particu lares-. En 2000, en Lm foro de la American Historical Review titulado "Revoluciones en las Américas", los diferentes imperio s fueron materia de artículo s muy penetra ntes. La síntesis de Jaime Rodríg uez hacía énfasis en el grado en que cada uno de ellos ejemplificaba la forma en que los imperio s habían sido desman telados por las guerras civiles interna s y no por guerras entre ellos. Este argume nto hizo tambal ear la longeva opinión según la cual los colonizadores habían sido una suerte de constn1ctores de nación en espera, aunque no hizo mucho por reconsiderar el contexto imperia l más amplio en el cual se constm yó -y destmyó-- la soberan ía del Estado. 7 Esta perspectiva ha contado con excepciones notables: Crucible ofWar [Crisol de la guerra] , de Fred Anderson, ~erso, Robín Blackbur n, The Overthrow o{ Colonial Slavery, 1776-1848, Lo~dr~s, zn the tzon Ema~ctpa Slave and n Revolutio 1988; Laurent Dubois, A Colony of Citizens. Pre~s, 2004. Car?lma No~th of ~ Universi (NC), Hill Chape] 4, 1787-180 , French Caribbean en DaVId Armltage Y M1chael J. 7 David Armitage, "The Concepts of Atlantic History', s, ~outled~e, 2002, pp. O,.Lon~e 1500-lBO Worlcl, Atlantic British The Braddick (éomps.), vol: 105, 15-24; Jack P. Green, "The American Revolution", en Amerzcan ~ltsf,orzcal Revze.w, y Kmght Fra~m en , o~ Revo~ut~ Haitian "The Geggus, David núm. 1, 2000, pp. 93-1 02; The P~ocess Colín Palmer (comps.), The Modern Caribbean, pp. 21-~0; Vrrg1~a Guedea, ~O; J mme .E. of Mexican Independ ence", en American Historical Revzew, op. c!t., pp. 116-1 op. c!t., Rodrígue z O., "The Emancip ation of America", en American His_torical Revzew, estucho. de casos estos entre ilidad intervisib pp. 131-153. Hay poca 6

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ubica la guerra de los Siete Años en las colonias británicas en América del Norte dentro del conflicto global que ligó los destinos del Valle del H~dson, Manila y Madras -por no mencionar a Montreal- . Al explorar mas de cerca la Revolución Estadounid ense, Alan Taylor examina la lucha desd~ diferente~ posiciones "más allá de la línea" (por ejemplo, la indígena Y la.mfracol omal-haci endo que los franceses y los colonos ingleses realistas aparezcan como algo más que una idea extemporán ea en esta saga-). David P. Geggus y otros han rastreado el vims de la insurrecció n d~ escl~vos más allá de Saint-Domi ngue después de 1791. B En una escala aun n:as amplia, Imperios del mundo atlántico, de John H. Elliott, es un es:u~o notable sobre cómo los imperios rivales también se observaban cro~Icamen~e entre sí. H~ce.m~s de dos décad.as, Peggy Liss comparó las revoluciOne s del Atlantico , como ella misma las denominó. No o.bstante, las revolucione s americana, francesa y hasta la ibérica han Sido narradas, en su mayoría, como el producto de impulsos autónomos q~e. se desarro~aron dentro de sus fronteras, como parte de los rigores basicos de regimenes expansivos y demasiado extendidos que dieron ~ugar a las insurreccio nes que los derrocaron ; en especial, la revuelta maugural de 1776, cuya historiogra fia tanto ha marcado la forma en que entendemo s los imperios, las revolucione s y las naciones.9 Una ~azón por la cual las narrativas ligadc'lS a lo nacional aún prevalecen radica en las formas en que se cuenta el destino imperial una y otra vez ..El he~h~ es que la mayoría de las historias de los imperios han te~dido a hmitar~e. a su ascenso y sus capacidade s, sin ocuparse de su C~Ida o de sus cnsis -en parte porque los imperios han tendido a ser VIstos como destinados a seguir las inevitables leyes del movimient o-.10 Fred ~derson, Crucible o[War. The Seven Years' War and the Fate ofEmpire in British North AmeYL.ca, 1754-1766, Nueva York, W. W. Norton, 2000; AJan Taylor, The Divided N · Ground. Indzans, Settlers, and the Northern Borderlands ofthe American Revolu 1zon, ueva · 2006 D 'd Yo k p in the Revolution Haitian ofthe Impact The (comp.), Geggus aVI ; r , . engum, 2001. Press, Carolina South of University ~se), Atl~ntzc World, C.olumbia John H. Elliott, Empt~es of the Atlantic World. Britain and Spain in America, 14921830,_New Haven, Yale Uruversity Press, 2006 [trad. esp.: Imperios del mundo atlá t' Espan.. a y Gran Bretaña en América (1492-1830) Madrid Taums 20061'. Peggy K .nLz.co. lSS ' ' ' ks "''h A1 . Atl t . E an tc mpzres. ~~ e"etwor ofTradeandRe volution' 1713-1826, Baltim' ore, The J0 hns' · Press, 1983 [trad. esp.: Los imperios trasatlánticos. Las redes del comerH ki u · .op ns ruvers1ty. czo Jo de las Revo.lucz~nes de Independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 198 9]. Este es e~ mtrígante argumento de Charles S. Maier, Among Empires. American Ascendancy and zts Predecessors, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2006. 8

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Cuando Edward Gibbon publicó Historia de la decadencia y caída del Imperio romano en 1776 (y hasta qué punto le importaban Irlanda y América del Norte es materia de especulació n), finalizó el capítulo 49 observando cómo los imperios violaban las leyes naturales básicas: "Acaso no haya nada más contrario a la naturaleza y la razón que someter a la obediencia a países lejanos y naciones extranjeras, oponiéndos e a sus inclinacion es e intereses" .11 En este sentido, historiador es y científicos sociales han buscado narrar aventuras acerca del ascenso y la eventual caída de los imperios, lo que también han hecho sus sucesores. Hay una persistente cosh1mbre de contar la historia de la caída de los ~mp.erios como si estuviera inevitablem ente dictada por la forma en que eJercieron su soberanía como metrópolis reinando sobre un "otro" oprimido. Si hay lugar a un descenso imperial, este se encuentra inscripto en la manera en que estos "otros" resisten, se rebelan y defeccionan , reduciendo los imperios a metrópolis que después -aun a regañadien tes- se replantean 12 a sí mismas como naciones, tal y como lo habían hecho sus herederos. Lo que aún no está claro es cómo conectar las historias de los imperios y las naciones en la medida en que estos no se encuentran ligados por una misma lógica interna. Estas luchas se llevaron a cabo en contextos instih1ciona les particulares -colonias que eran parte de imperios que habían acuñado a su vez los component es de las nociones dieciochescas de soberanía- . Como Lauren Benton ha mostrado en su estudio sobre el pluralismo legal en diferentes contextos coloniales, lo que distinguía a los imperios no eran sus definiciones absolutas de soberanía, sino el modo en que amalgamar on una variedad de prácticas institucio3 nales, así como el carácter incompleto de sus contornos territoriales .l Dejar atrás una noción de soberanía' basada en principios de dominio manifiestos , especialme nte a medida que los imperios se expandían en ultramar, para replantearla como una serie inestable y mutable de acuer11 Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, Nueva York, Penguin, 2000, p. XXVII (cita de la introducción de David Wome~sley) [trad. esp.: Historia de la decadencia y calda del Imperio romano, Barcelona, Debolsillo, 2010]. 12 Paul Kennedy, The Rise and Fall of Great Powers. Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000, Nueva York, Penguin, 1988 [trad. esp.: Auge y calda de las grandes potencias, Barcelona, Debolsillo, 2004]; Joel Motyl, ImpeYLal Ends. The Decay, Collapse, and Revival ofEmpires, Nueva York, Columbia University Press, 2001. 13 Lauren Benton, Law and Colonial Cultures. Legal Regimes in World History, 14001900, Nueva York, Cambridge University Press, 2002; Frederick Cooper, Colonialism in Question. Theory, Knowledge, History, op. cit., p. 197.

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dos y prácticas, altera la relación entre imperio y territorio. Ha sido un lugar común identificar los territorios ligados entre sí mediante la soberanía y, por lo tanto, el Estado nación con las líneas que separan a sus súbditos de quienes no lo son. Ahora esto está cambiando, dando paso a tma visión de la soberanía que trasciende los límites del Estado, para plantearla como un puñado de exigencias, imágenes y actos de autoridad que pueden confluir en más de un nivel jurídico. Esta nueva visión se distancia del anacronismo de comprender la autodeterminación nacional como la génesis moderna de la soberanía, y recupera la apreciación de las raíces premodernas de nuestro vocabulario político transnacional. Mientras batallamos con los retos de la globalidad, podría ser útil reconsiderar los cimientos pluralistas de nuestra comprensión de la autoridad estatal, y su relación con los lazos que unen a comunidades políticas geográficamente diferenciadas -es decir, las múltiples formas en que el poder del Estado y su independencia han sido combinadas y recombinadas a lo largo del tiempo, y el desequilibrio fundamental que subyace en la esencia de la soberanía-,14 La identificación del imperio con la territorialidad definió el contexto en el cual el propio significado de la soberanía cambió en el período previo a la revolución, cambio que fue asimismo una de sus causas. Los imperios no comenzaron con ambiciones de supremacía territorial. Tras el Tratado de Tordesillas (1494), el arreglo forjado por el papa que puso límite a las reclamaciones sobre los nuevos descubrimientos, los gobiernos de Madrid y de Lisboa se embarcaron en un camino de dominio detenido e incompleto, aunque siempre en aumento, ejercido por un rey y consagrado en leyes que prevalecerían sobre sus súbditos bajo el manto de la impartición de justicia. Solo con el tiempo la soberanía vendría a ser asociada con el territorio. Lo mismo se podría decir de posteriores reclamantes europeos que pusieron sus mojones en el Nuevo Mundo: los límites externos de los territorios gobernables nunca fueron tan claros como el mandato de llevar la ley a ellos bajo el mando del monarca y hacerla cumplir. Los imperios llevaron las nociones europeas de sobe14

Robert Jack~.on, Sovereignty, Camb~idge _(MA), Harvard University Press, 2007; Ja~es J. S~eehan, The Problem of Sovere1gnty m European History", en American Histoncal Rev~ew, vol. 111, núm. 1, 2006, pp. 1-15; Saskia Sassen, Territory, Authority, Rights. From Me~ze~al to Gl~bal Assemblages, Princeton, Princeton University Press, 2006 [trad. esp.: Temtono, autondacl y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, Buenos Aires, Katz, 2010].

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ranía hasta costas distantes, sin ocuparse mucho de la homogeneidad jurídica dentro de los límites definibles del imperio. Eran más bien políglotas y vagas, ejemplo de lo cual era la prominencia de zonas grises que marcaban el alcance incompleto y ~ontingente de los i~perios, zonas grises que eventualmente se convertirían en zonas frontenzas. No obstante, con la creciente densidad de la presencia imperial en las Américas, y en algunas zonas de África -incluyendo los "bights" y Angola-, la fricción aumentó en aquellos lugares donde los imperios se topaban unos con otros. Las zonas fronterizas se volvieron sangrientas a medida que se intensificó la carnicería entre europeos, indígenas, africanos y personas "en el medio". En este sentido, la territorialidad adquirió cada vez más importancia, y fue trasplantada a nociones anteriores de soberanía que se asociaban con la autoridad jurídica del monarca.1 5 Como un mecanismo de construcción del Estado en Europa, el imperio también fue desplegado por parte de los recién llegados (holandeses, franceses e ingleses), quienes de forma similar pasaron de ser saqueadores en el Atlántico a ser actores dentro de sistemas más integrados en Europa. Para el siglo XVIII, los imperios mercantilistas estaban maniobrando para ejercer su supremacía, desde Saint Lawrence hasta el Rio de la Plata. El estudio de Linda Colley sobre tma identidad "británica" surgida de tma pluralidad de reinos regionales deja en claro que el conflicto con imperios rivales dotó al poder metropolitano de un sentido de sí mismo como una entidad unida contra tm enemigo común, católico y leal al papa. En la espiral de las guerras mercantilistas, especialmente después de que los Tratados de Westfalia (1648) dirimieran algunas de las disputas fronterizas en Europa (Occidental), los Estados del Viejo Mundo enfocaron sus rivalidades en el conflicto en alta mar, o en escaramuzas fronterizas en las colonias, lo cual redobló la importancia de la territorialidad, seguida p.or la proliferación de esfuerzos en el siglo XVIII por definir las fronteras a través de tratados.1 6 15 Jeremy Adelman y Stephen Aron, "From Borderlands to Borders: Empires, NationStates, and the Peoples in Between in North American History", en American Historical Review, vol. 104, núm. 3, 1999, pp. 814-841. Para una visión sobre la territorialización de la soberanía desde un solo lado, véanse Barbara E. Mundy, The Mapping of New Spain. Incligenous Cartography ancl the Maps of the Relaciones Geográficas, Chicago, University of Chicago Press, 1996, y Peter Sahlins, Bounclaries. The Making of France ancl Spain in the Pyrenees, Berkeley (cA), University of California Press, 1989. 16 Linda Colley, Britons. Forging the Nation, 1707-1837, New Haven, Yale University Press, 1994, especialmente cap. 8.

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El énfasis en la tenitorialidad intensificó el desequilibrio y la expansión hacia fuera de los Estados europeos. Los imperios sufrfan crisis, pero no porque no se pudieran adaptar. No fue tanto el rechazo al cambio como el cambio en sí mismo lo que ocasionó las tensiones entre los imperios. Para la mitad del siglo XVIII, los gobernantes y los ministros estaban debatiendo sobre cómo adaptarse y embarcarse en planes ambiciosos para modificar las instituciones, públicas y privadas, que sostenían sus emporios. Los esfuerzos del Parlamento por renovar el estatus de las compañías de comercio monopolística s y por transformar los instnimentos fiscales del imperio para conectar más directamente a las "partes" al servicio del "todo" son bien conocidas por los lectores angloam~ricanos; hasta cierto punto, lo mismo sirve para los ministros y conSeJeros del Ancien Régime parisino, quienes acuñaron el término "mercantilismo" para designar las políticas públicas de la soberanía imperial. No fue coincidencia que Madrid y Lisboa hicieran lo mismo. Las denominadas reformas borbónicas (en España) y pombalinas (en Portugal) contaron con diferentes medios para alcanzar un objetivo más amplio: reconstituir los imperios para que las rentas y los ingresos públicos fluyeran de forma más efectiva en auxilio y defensa de los contornos tenitoriales de los Estados imperiales. No todas las políticas p(Iblicas eran coherentes; algunas fueron más efectivas que otras. Y algunas fueron simples medidas temporales bajo el manto de innovaciones resultantes de una visión más amplia. Pero no se puede negar el compromiso reformista. Tal y como han expresado Josep M. Pradera y John H. Elliott después de la debacle de la década de 1770 el ejemplo reformista de 1~ Pe~nsula Ibérica fu~ emulado por los británicos, precisamente porque se VIeron en la necesidad de cambiar para poder mantener el rumbo.17 La reforma reordenó algunos aspectos importantes de los imperios y les infundió la fuerza suficiente para sugerir que las predicciones sobre la i~_evitabilidad de su caída y, más aún, sobre su imposibilidad de adaptac10n eran al menos prematuras. Para los imperios ibéricos, los cambios fueron más dramáticos porque en ellos el tradicionalism o estaba aún más enquistado. Pero los contrastes se produjeron más en términos de ~ado que de género. Se suspendieron las flotillas improvisadas para Implementar un sistema de licencias para barcos mercantiles. Los hábi17

Josep María Fradera, Colonia para después de un imperio, Barcelona, Bellaterra, 2005; John H. Elliott, Empires of the Atlantic World, op. cit., especialmente caps. 1oy 11.

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y distritos · · ales cedieron su lugar a una multitud de nuevos . . tos VIITem funcionarios públicos, multiplicando los diferentes mveles de mterv.en. , d la autoridad pública en el tenitorio. Las fronteras, que antenor'1' . d S fu cwn menteeapenas habían sido patn1lladas, eran m11tanza as. e c.onscolomales on fortificaciones y se entrenaron milicias de plebeyos . · · 1 tmyer -frecuenteme nte negros y mulatos-. Entretanto, me uso potencias firmaron a este tipo de instituciones jurídicas· d . ' - a - aJ· enas como Espan m omalas pacificar para fronteras las de indígenas los con dos" ·t " · d · traa bles zonas grises. En efecto, aun sin abandonar la estrategia antenor e "reducir" a los indígenas, surgieron prácticas completament e novedosas materia de comercio, donaciones y tratados, todo ello para armar te 'al . . en redes de aliados en las zonas de frontera de los Impenos -especi men allí donde esos mismos imperios lindaban con st~s rivales-. Po~ ~upuesto que la motivación para el cambio era defensiva, u~a r.eacc10n Y una respuesta al conjunto de presiones producto de la nval1dad con otro.s imperios. Cada imperio se propuso delimitar y defender el alcance te~­ torial de sus dominios, y promover el comercio interno, la invers10n minera, la colonización de las fronteras y aumentar la trata de esclav~s africanos para crear una fuerza de trabajo en cuyos hombros recaena el destino de los imperios. 18 La reconstitución de estos regímenes produjo en las metrópolis, pero más ominosamente en las colonias, una oleada de oposición, n~ t~to a los principios sino a las prácticas propias de esta nueva soberama Imperial. Desde la década de 1760, los colonos británicos y sus mecenas comerciales en Gran Bretaña se opusieron a la agitación producida por las nuevas exigencias comerciales y fiscales. Pero estas eran a duras penas únicas. El marqués de Pombal se enfrentó a la resistencia de Lisboa. Esta 18 David Weber, Bárbaros. Spaniards and their Savages in the Age of Enlig~tenment, New Haven, Yale University Press, 2005, cap. 5 [trad. esp.: Bárbaros. ~os espanoles Y s~s salvajes en la era de la Ilustración, Barcelona, Crítica, 2007]; John F1sher, Comme~czal Relations Between Spain and Spanish America in the Era of Free Tr~de,} 778-1796, Liverpool, Institute of Latín American Studies, 1985; Jorge M. Pe~e1ra, . From Growth t,? Collapse: Portugal, Brazil, and the Breakdown of the Old Colomal System (17~0-1830) , en Hispanic American Historical Review, vol. 80, núm. 4, 2000, pp. 83?-864, ~enn~th Maxwell, Pombal. Paradox of the Enlightenment, Nueva Yor~, Cam~ndge Umversi~Y 1995· Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Apogee of Empzre. Spam and New Spazn p Age of Charles III, 1759-1789, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2003 [trad. esp.: El apogeo del imperio. España y la Nueva España en la era de Carlos Ill, 17591789, Barcelona, Crítica, 2005].

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resis tenci a se exacerbó cuan do en 1777 muri ó su mece nas, el rey José I, dejan do a su mini stro desp roteg ido ante sus much os detra ctore s. En Madrid, distu rbios por los preci os del pan traje ron consigo el fin de los expe rimen tos de libre come rcio del grano . En las Américas, había aún más agita ción. La revue lta de Túpa c Ama m en la zona centr al de los Andes, la insur recci ón de los comu neros un poco más al norte , actividades sediciosas a lo largo de la Nueva Espa ña y el frust rado movi mien to de Tiradentes en Brasi l son ejemplos de las difer entes form as en que los pueb los coloniales veían las refor mas como lo sufic iente ment e efectivas para alter ar los pacto s colon iales , tácit os y no tan tácito s, entre los gobe rnant es de la perif eria, y entre ellos y sus agen tes subaltemos.19 La sobe ranía impe rial no estab a tan estre cham ente confi nada como para no pode r traza r -o simp leme nte enco ntrar por casu alida d- otras mtas hacia los mism os fines. En much os aspec tos, el estan cami ento de la lucha fiscal había disto rsion ado la mane ra en que los impe rios implement aron otros meca nism os para aprov echa r sus pose sione s y alime ntar sus rivalidades. A medi da que trans currí a el siglo XVIII, el Impe rio franc és, el britá nico y el ibéri co ideab an medi das para comb inar de form a más comp leta la mano de obra con los recur sos natur ales. El come rcio inter colon ial, infra impe rial, e inclu so inter impe rial, crecía al mism o tiemp o que los pueb los indíg enas eran intro ducid os al merc ado labor al y de merc ancía s. Desde el reclu tamie nto en los Andes para los obraj es textiles hasta el enga ño a los choc taws para incor porar los a un ciclo de cons umo y deud a, la expa nsión de la territ orial idad tuvo su contr acara en la profu ndiza ción de la explotación de los pueb los nativos. Pero dond e se hicie ron más evidentes las refor mas para cons tmir los nuevos fund amen tos econ ómic os del impe rio fue en la confluencia de la ofert a de mano de obra esclava afric ana con la dema nda amer icana , con el capital merc antil -cad a vez más ancla do en los puert os del Nuevo Mun do, desde Balti more hasta Buen os Aire s- que funci onab a como una :fuente de crédi to para esta enérg ica integ ració n inter conti nenta l. A lo largo de la era de las revoluciones, y pese al mied o prod ucido por la secesión de las trece colonias, la trata de cauti vos afric anos se incre19 Kenne th Maxw ell, Conflicts and Conspiracies. Brazil and Portugal, 1750-1808, Nueva York, Camb ridge University Press, 1973, pp. 23-28, 67-71; Antho ny McFa rlane, "Rebellions in Late Colonial Spani sh America: A Comp arative Perspective", enBul letin o{Lati n American Research, 14, núm. 3, 1983, pp. 313-338.

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tó y no al contr ario. De hecho, se dispa ró después de la insur recci rnen , b . · · ón de Saint -Dom ingue y a pesa r del auge de la camp aña a o1ICIOm sta en Enro pa. Algunos de estos eventos fuero n alime ntado s por el incre ment o la extra cción de plata en las mina s de la Nueva Espa ña Yde los Andes, ~n cual impl icó una gran desca rga de mon eda metá lica en el mun do aotlántico. Otros fuero n alime ntado s por la laxitu d de las restri ccion es a la trata de esclavos. El antig uo contr ato de asien to que regul aba la t~ata de esclavos hacia los puert os de la América españ ola había desaparecido, para 1789 Madr id había expedido una serie de decre tos que abría n la ~rata de esclavos a los come rcian tes individuales. Procesos simil ares de desre gulac ión llevaron al levan tamie nto de las restri ccion es del con~ol brasi leño sobre el come rcio con África -tan to es así que Río de Jane iro empe zó a conv ertirs e en el centr o de circu lació n de produ.cto~ básic os y de mone da metá lica en el sur del Atlántico, desde los temt onos s~da­ meri cano s hacia las costa s afric anas y el inter ior de Ang ola-. Consideremo s las siguientes cifras: de 1781 a 1790, se impo rtaro n a las Américas 754 mil afric anos , de los cuale s 319 mil estab an desti nado s a Sain tDomingue, lo cual significaba que 434 mil se distr ibuía n en el resto del hemisferio. La déca da sigui ente prese nció una caída : 687 mil cauti vos impo rtado s, de los cuales solo 66 mil estab an desti nado s a Saint-~~min­ gue (qued ando 621 mil para la explo tació n en el resto de .las Ame ?cas) . y de 1801 a 181 O, aunq ue ning ún esclavo fue lleva do a Samt -Dom mgue , 609 mil fuero n llevados al resto del hemi sferio . Y despu és de 1808, por supu esto, la impo rtaci ón de afric anos llegó a los puer tos de Estad os Unidos.20 El resul tado fue un negocio cada vez más autón omo Ylucra tivo que aume ntó no solo las renta s de las autor idade s impe riales , sino tamb ién el tama ño de una pode rosa clase de come rcian tes capit alista s en las colonias, a quien es los mona rcas y mini stros podí an acud ir para prést amos y lealtades.21 20 David Eltis, Econo mic Growth ancl the Encling o{ the Transatlantic Slave Trade, Nueva York Oxford University Press, 1987, p. 247. 2Í Jorge Gelman, Campesinos y estancieros. Una región del Río de la,;lat a a fines ~e la época colonial, Bueno s Aires, Libros del Riel, 1998; Richa rd~· Garner,_ Long-te~ ~~ver Minin g Trend s in Spani sh Arnerica. A Comp arativ e Analys1s of P~m and Mex1co .' en American Historical Review, vol. 93, núm. 4, 1988, pp. 898-935; Sheila de Castro Fana, A colonia em novim ento. Fortuna e famflia no cotidia no colonial, Río de Janeir o, Comp anhia das Letras , 1998; Mano lo García Floren tino, Em costas negras. Urna h~stória do ~rá­ fico atlantico de escravos entre aA{rica e o Río deJane iro, séculas XVIII e XIX, Río de Jane1ro, Arquivo Nacio nal, 1993.

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La adaptación hizo que los imperios fueran internamente heterogéneos y, al mismo tiempo, externamente similares. El reto era conseguir tm equilibrio entre la diversidad dentro del imperio y la sed fiscal y la necesidad de llevar fondos a los gobiernos metropolitanos, trabados en conflictos irresolubles con sus rivales. Es verdad que la Revolución Estadounidense Y el espasmo de insurrección en los Andes fueron llamados de atención. Pero estas amenazas no disminuyeron en absoluto la afinidad entre la soberanía y la defensa del imperio. Sí fueron coyunturas positivas para reconstituir las relaciones entre las diferentes partes de los imperios. Mientras la guerra repartía sus golpes, también presentaba oportunidades. Para los británicos, como ha mostrado Peter James Marshall, el esfuerzo de expandir su soberanía en el siglo xvm pudo haber provocado el malestar colonial en las trece colonias, pero igualmente consolidó el control sobre las provincias indias y preservó sus derechos sobre las Indias Occidentales. "El imperio territorial había sobrevivido Y estaba presto para reemprender su expansión"22 en parte porque los pactos que los gobernantes aprendieron a hacer con los mediadores coloniales fueron efectivos al alcanzar un punto medio entre la ilusión de una autoridad imperial inequívoca y una mezcla de sistemas de soberanía local y regional. Es innecesario agregar que India probaría ser el ftmdamento imperial que las colonias británicas en América del Norte nunca fueron. De la misma forma, la guerra global tuvo como resultado una redefinición del imperio ibérico antes que su fragmentación. Cuando en la década de 1790, España y Portugal entraron en un torbellino, ambos regímenes sufrieron alzas en los costos de defensa, pero se adaptaron de forma tal que las partes del imperio fueron reintegradas en torno a una nueva matriz de esclavitud, plata y soberanía descentralizada. En cierto modo, las autoridades ibéricas recalibraron los pactos coloniales de la misma manera en que la Compañía de Indias Orientales renegoció las alianzas entre la firma y sus mediadores aliados locales.23 Todo esto significa que debemos formular algunas preguntas básicas acerca de la supuesta rigidez de los imperios y, por lo tanto, qué tan 22

.Peter James Marshall, The Making and Unmaking of Empires. Britain, India, and

Am~;Lca: e: 1750-1783, .Nueva York, Cambridge _LJ~versity Press, 2005, p. 5.

Ibzd., Carlos Manchal, La bancarrota del vzrremato. Nueva España y las finanzas del Imperio español, 1780-1810, México, Fondo de Cultura Económica, 1999; Jeremy Adel~an, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton (NJ), Princeton UniverSity Press, 2006, cap. 3.

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redestinados estaban sus sucesores a medida que se reformulaba la poberanía imperial en la era de las revoluciones. Si los imperios no :staban destinados, condenados a sucumbir a la ley de hierro de la "sobreexpansión", a caer víctimas de su propia rigidez, ¿cómo podemos pensar las crisis a las cuales sí sucumbiere~? Una d~ las implicacion~s del resumen anterior es que no podemos senalar nociOnes de soberanm cada vez más pasadas de moda como el origen del problema, como si la soberanía imperial estuviera contenida dentro de un molde y no pudiera cambiar o adaptarse. En vez de un balance fosilizado de fuerzas arcaicas que esperan ser derrocadas por unas más robustas (un recuento aritmético común de la revolución), una rivalidad impulsada por la codicia y por una febril adaptación motivaron la cadena de desequilibrios que desestabilizó el sistema global. De hecho, la expansión fronteriza, la intensa dependencia fundada en relaciones sociales de coerción para impulsar productos básicos a través de las redes del comercio atlántico, y en especial la guerra, son los componentes de esa bonanza (explosiva). La descomposición no ocurrió como Gibbon y otras figuras de la llustración la habían profetizado: afectando primero al que era visto como el más retrógrado de los imperios, el ibérico, debido a su incapacidad para asimilar los nuevos principios de la libertad ilustrada. Fue el reformista español Gaspar Melchor de Jovellanos quien observó que la desintegración del Imperio español constituyó tma guerra civil contenida dentro de y desatada por una conflagración global más amplia. Fue esta última la que engendró la ruptura, no solo de los imperios supuestamente atrasados y débiles, sino también de todos sus rivales. 24 La década de 1790 fue un punto de quiebre, en el sentido de que se acentuaron desarrollos anteriores y, al mismo tiempo, las historias imperiales se encaminaron hacia un nuevo rumbo, del cual sería muy difícil que se desviaran. Con el estallido de la Revolución Francesa y la llegada de la guerra total, el ciclo de conflicto entre los imperios se incrementó. La República francesa no se despojó de sus colonias en nombre de las tan difundidas libertades: se retó a la monarquía, pero no al imperio. En vez de esto, se aferró a las maneras imperiales -como los esclavos y los negros libres de Saint-Domingue las entendieron, y los autonomistas de Guadalupe también descubrieron- porque París, por razones simbólicas 24 Citado en José Álvarez Junco, Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo Madrid, Taums, 2001, pp. 120 y 121.

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y materiale s, no podía concebir su centralid ad en una nación sin un imperio que la embelleciera. La diferencia de la "guerra total" posterior a 1791 (tomamo s prestada la imagen que David Bell utiliza para presentar un cambio fundamen tal en la naturalez a de los conflictos armados, organizad os como un lucha total de aniquilac ión) fue que la victoria no solo se limitó a zonas fronteriza s en disputa, sino que se extendió también al modo en que los regímene s habrían de ser gobernad os en Europa y en ultramar. El futuro mismo de la monarquí a, el símbolo de la unidad de la soberanía imperial, estaba en juego. Esto acentuó la animadve rsión entre rivales -y a su vez convirtió la carnicería entre los imperios en guerras civiles dentro de ellos-. Aquello que J avellanos observó en España bien se habría podido anticipar en la guerra total que se desató en la colonia de Saint-Domingue.25 Las rivalidades estaban tan ligadas entre sí que esta intensa competencia no permitía observadores. A primera vista, Madrid y Lisboa buscaban mantener se ajenas a lo que parecía ser una continuac ión de una competen cia esencialm ente anglofrancesa. De hecho, en ambas Cortes hubo un desacuerd o entre facciones pro inglesas y pro francesas acerca de sus lealtades. Este desacuerd o se volvió más amargo a medida que las guerras revolucionarias daban paso a las ambicion es de Napoleón, tanto en el continent e como a lo largo del Atlántico. Los salvavidas de España y Portugal eran aquellos dominios que podían compensar, con rentas e ingresos, los costos de una intensificada lucha por la supremacía en Europa y en el Atlántico. Esto se convirtió, claro está, en una debilidad, tan pronto como el tráfico marítimo se suspendió. Las adaptaciones durante la guerra tuvieron efectos importan tes en la balanza interna del imperio y en la relación entre las partes que lo constituía n. La dependen cia en las zonas marginale s revestía a los actores locales de un papel importan te en la manutenc ión de la delicada estabilidad dentro del imperio, la cual se estaba deshacien do a causa del desequilibrio entre los imperios. Cada vez más, los gremios de comercia ntes y los concejos municipa les se convertía n en los principale s lugares de ejercí-

cio del gobierno. Los virreyes y las altas Cortes todavía contaban, pero existía una palpable devolución de poder a las autoridad es delegadas or los bloques coloniales dominant es y sus asamblea s de potentado s focales. Aunque a menudo se ha presentad o al mexicano Servando Teresa de Mier e incluso al aventurer o Miranda como apóstoles de la independencia, las deliberaciones coloniales estaban dominada s por la lealtad a la monarquí a y al imperio, tal y como lo ejemplifican las preocupa das voces de José Ignacio de Pombo y José da Silva Lisboa. 26 Es demasiad o simple describir la era de las revoluciones como el producto de las crisis internas e ineluctables de los anciens r~gimes, pues dentro de esas mismas crisis se encontrab an las oportumd ades para reorganiz ar las prácticas mercantil istas y los términos de intercamb io entre los magnates privados de las colonias y los monarcas de las metrópolis -aun, y acaso especialmente, en sus ápex-. Los lealistas coloniales avocaban la adaptació n imperial acelerada y el ajuste a las nuevas realidades comerciales (que incluían más libre comercio) para combatir el creciente malestar político y los disturbios de los esclavos. Ello no significa que estas reformas disolvieran el anuncio de nuevas fricciones; claramen te, estas surgieron de la aspiració n de redefinir la soberanía imperial y de crear un andamiaj e institucio nal que reintegra ra los diferentes componentes de imperios cada vez más descentralizados. Durante la coyuntur a revolucio naria, se dio un proceso para reagn1pa r estos componen tes y simultáne amente darles mayor, aunque parciaL autonomía -lo cual hizo del ejercicio de gobierno algo complejo, pero no fútil-. Aún donde la insurrecc ión recorría los nervios transatlán ticos, como en los imperios francés y británico, estos eran a duras penas regímenes débiles o frágiles en espera del último golpe que los dem1mba ra. Es más, los insurgent es estaban preocupa dos por defender más sus derechos dentro del imperio que el derecho a la defección. La historia convencional organizad a en torno a una narrativa de "orígenes", que apunta a actos de resistenci a a la integració n como precursor es de las

Laurent Dubois, "The Promise of Revolution. Saint-Domingue and the Stmggle for Autonomy in Guadeloupe, 1797-1802", en David Geggus (comp.), The Impact ofthe Haitian Revolution, op. cit., pp. 112-133; David Bell, The First Total War. Napoleon's Europe and the Birth o{Warfare as We Know It, Boston, Beacon Press, 2007 [trad. esp.: La primera guerra total. La Europa de Napoleón y el nacimiento de la guerra moderna, Madrid, Alianza, 2012].

26 José Ignacio de Pombo, Comercio y contrabando en Cartagena de In~ias [1800], Bogotá, Procultura, 1986; José da Silva Lisboa, Observa¡;oes sobre a prospertdade do Estado pelo liberais princípios da nova legisla¡;iio ele Brazil, Río de Janeiro, Impressao Régia, 1810; Gabriel B. Paquette, "State-Cívil Society Cooperatíon and Conflict in the Spanish Empire: The Intellectual and Political Activities of the Ultramarine Consulados and Economic Societies, c. 1780-1810", en Journal of Latín American Studies, 39, núm. 2, 2007, pp. 263-298.

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luch as secesionistas, conf unde las tens ione s asoc iada s con el reag rupa mien to de los com pone ntes impe riale s, poni endo en evidencia su inevitable hun dim ient oP Una de las razo nes por las cuales la elasticida d de los imperios ha sido frec uent eme nte pasa da por alto para favorece r repr esen tacio nes de su natu ralez a esencialmente decrépita radi ca en que los impe rios son usualmen te entendidos como compuestos por un" centro" que se proyecta hacia una "periferia" dest inad a a sepa rarse de aque l a la prim era oportunidad. No son vistos como el resu ltado de las relacione s entre las part es que los componen, en gran med ida porq ue fuentes temp rana s de cará cter nacionalis ta pref erían concebrr estos lazos com o fuentes inflexibles de dominaci ón y no de adap tació n o negociación. Esto ha oscurecido los complejos vínculos entr e opor tuni smo y lealismo, entr e intereses e identidades, que atravesaban los sistemas imperiales. Sin emb argo, como está n demostran do cada vez más historiadores, la sobe raní a no tenia solo una capa extendida haci a limites territoriales ligados a un mism o cent ro de autoridad; tenia muc has capas, las cuales se reor gani zaba n de acue rdo con el cam bio de las estru ctur as y las crrcunstancias. Vista de esta forma, la era de las revoluciones intensificó un proc eso de adap tació n impe rial a las mism as rivalidades y al mism o siste ma inter estat al que las alimentaba. Solo retrospectivamente se asoc iaro n estas fricc iones adaptativas con las luch as protonacionalistas, com o si las reaccion es a estas tensiones fuer an en sí mism as su prop ia caus a. Al mism o tiem po, tamb ién revelaron las fisuras y las contradicciones inter nas dentro de cada régimen, justo cuan do el proc eso era imp ulsa do por la com pete ncia entr e ellos. Aún más , la supervivencia de los regím enes más fuertes y la descomposición de los más débiles no era una conclusión inevitabl e. Futu ras investigaciones se pued en beneficiar de deja r atrás el lenguaje norm ativo que fue tan central para los clamores proféticos sobr e el fatal dest ino de los impe rios como modelos de soberanía, y los subsiguientes serm ones de los nacionalistas acer ca de la pred eterm inac ión de su éxito. En la cade na de desequilibrios gene rado s por la com pete ncia y que alim enta ban conflictos y crisis imperiales, la sobe rani a no esta ba desti27 J?hn LJ?lch, "The ~rigins ~f Span ish Independence", en Leslie Bethell (comp.), The Cambrtdge Hzstory ofLatm Amertca, t. 3: From Independence to c. 1870, Nueva York, Cambridge University Press, 1985 [trad. esp.: Histo ria de América Latina, t. 5: La independencia, Barce lona, Crítica, 1991]; David Bradi ng, Los orfgenes del nacio nalis mo mexic ano México, Biblioteca del Oficial, 1983. '

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a prod ucir una clara alter nativ a al imp erio -mu chís imo men os na d a e • • un sust b ituto pacífico, dem ocrá tico y nacw nal- . Sm e~ argo, s~'hu bo un · bre imp orta nte en los siste mas legales que qu1e hab1an cohe swn ado el , , mun do atlán tico en la temp rana mod erni.dad: ¿Q~e pas? ? Una resp uest. a ente ha sido el naci mien to de una conc ienc ia nacw nal en las colofr ecU · Tal y com o las versiones sobr e la inev itabi · lidad del d escenso Impe mas. rial sube stim an las elasticidades (y por lo tanto d 1· · , los legados) e 1mpeno, el trata mien to del surg imie nto del Esta do naci ón com o algo no men os · evitable redu ce la narr ativ a de los resu ltado s revo lucio nario s al grad o m en el cual se perm itió el florecimiento de los · na1es b · mod e1os nacw aJo el yugo imperial.28 Así com o nos hem os acos tumbra~ o a cerr ar la b~echa entre el impe rio y la naci ón en la era de las revoluciOnes, pres umi endo que el impe rio esta ba cond enad o al fracaso, igua lmen te s~ ~a man tenid o la cree ncia trad icion al de que los com pone ntes de la nacw n mad urar on a med ida que los días del impe rio se agot aban . En su punt o más elevado, la teleología naci onal ista le atrib uye a la luch a por la auto dete rmin ació n el hund imie nto del impe rio, cerr ando así com pleta men te la brec ha que los sepa ra. Para la gene ració n :ft.mdacional de histo riad ores de la mita d del siglo XIX, cuyos rastr os docu men tales prov eyer on las mta s invisibles para la obra post erio r de Benedict Anderson sobr e los "pioneros criollos", se forja ba una iden tidad ame rica na a med ida que los impe rios entr aban en colapso. Sostener, com o Anderson y otros, que las naci ones surg iero n a partir de lazo s artif icial es y ficcionales -pro mov idos por una activ idad com unic ativ a- priv a a la sobe raní a de algu nas de sus asoc iacio nes prim ordi ales ("au tode term inan tes") . Pero esta vers ión de la iden tidad naci onal se pres enta en opos ición al- y com o un rech azo del - impe rio. Las naci ones aún son conc ebid as com o secu elas natu rales del imperio; y dada su form a más "moderna" y estab le de imag inar las norm as 28 Bene dict Anderson, Jmagined Comm unitie s. Reflections on the Origin ~nd Sp~ead ~f Nationalism, Londres, Verso, 1991, especialme nte cap. 4 [trad. esp.: Comunzdades zmagznadas. Reflexiones sobre el origen y la difusi ón del nacion~lism~, Mé~co, Fond o de Culhrra Económica, 1993]; Eric J. Hobsbawm, Natio ns and Natzonalzsm Sznce 1780. P:ogramme , Myth Realiry Nueva York Cambridge Unive rsity Press, 1990 [trad. esp.: Naczones Y naciond lismo d~sde 1780, B~celona, Crítica, 2000]. Acerca de la formación de las identidades nacionales en las sociedades coloniales en general, véase Nicholas Canny Y Anthony Pagden (comps.), Colon iallde ntity in the Atlan tic World, 1500-1800, Pri~ceton, ~rinc~ton University Press, 1987, dond e la ident idad prece de a la indep enden cia, Y la Ident idad nacional surge de la resistencia al imperio.

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sociales, como mejor equipadas para tm mtmdo atlántico (y eventualmente uno globalizado) de comercio entre Estados nación. Recientement e David Armitage ha llevado el argumento un paso más lejos. Su juicios~ examen de la difusión global de un nuevo modelo de soberanía -anunciado al mundo en 1776- rastrea la forma en que este fue emulado y eleva~o co~o un documento ejemplar de constmcción del Estado y de repudio nac10~al ~:1 impe~o. Desde ahí en adelante, las cmzadas por la autodetermma ciOn podrían señalar las palabras de Jefferson como el documento fundacional de los Estados, en lo que se convertiría en una red global de Estados nación.29 . Es~e sugerente ar~:nento posibilita una narrativa menos "excepcionali.sta de 1~ constmc:IOn del Estado y de las formas como se imaginaba la cmdadama (como Silos estadounidens es hubieran estado dotados de una facultad especial para entender el individualism o y las garantías legales). Pe~o ¿se corresponde con la evidencia acerca de las respuestas de las colomas francesas, españolas y portuguesas a las crisis imperiales, Y acerca d~ su eventual secesión -allí donde la independencia fue, en 1~ ~:cuencm de las cosas, más el fin de un largo proceso de descomposiciO_n Y menos un catalizador-? Incluso hay quien se podría preguntar lo mismo con respecto a las trece colonias. Existe también una dificultad de c~rácter lógico: la explicación causal del cambio depende en gran medida de la presencia (o ausencia) de ciertas condiciones necesarias lo cual ~plica que para tener como resultado un Estado nación mode~~ se re~meren ~ctores o agentes que se identifiquen con ideas 0 intereses a sistemas que aún. no existían -"nacionales", "mo d ernos" o asocmdos . a1i . , .. capit ~tas .-.~e hecho, eXIste una larga tradición de reducir aquellos Estados fallidos (comenzando por Haití, como Michel-Rolph Trouillot nos ha recordado mordazmente ) a la debilidad de identidades nacionales Y modernas que hicieron de sus revoluciones algo incompleto y, por lo tanto, ~as condenaron a permanecer cautivas de formas feudales neocolomales.3° La inevitabilidad que reviste al pasado elimina la pos[ 29

David ~i.tage, The Declaration ofIndependence. A Global History, Cambrid e {MA) ~arvard ~mve:slty Press, 2007, pp. 19 y 34 [trad. esp.: Las declaraciones de inde:enden: cza. Una hzstona global, Madrid, Marcial Pons, 2012]. 30 Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past. Power and the Production of Histo Boston, Beacon Press, 1995. Es por esta razón que los neoliberales de hoy frecuen~~ · mente afirman que son los precursores de la América Latina moderna · Ve',ase , por eJemPIo, Cl au d"JO Víe¡·IZ, Th e New World of the Gothic Fox. Culture and Economy in English and

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bilidad de un pasaje que conecte un mundo gobernado por imperios con un ciclo posterior de formación de los Estados nacionales. No es extraño que el éxito o el fracaso de los imperios y las naciones que los su~_edieron estuvieran determinados mucho antes de que la transformac10 n de la soberanía pudiera consolidarse. Pero si los imperios no estaban destinados al fracaso, a desaparecer, explicar la secesión 0 a ser absorbidos por sus sucesores, ¿cómo podemos de la gran mayoría de colonias americanas sin reducir las revueltas al nivel de meras circunstancias , o más frecuentement e, sin argumentar que elementos protonacional es estaban ansiosos por liberarse de las capitales europeas, esperando la oportunidad o el pretexto para justificar el reemplazo de la soberanía imperial con un Estado de carácter nacional? ¿Cómo podemos trazar el camino entre la caída del imperio y el surghniento de algo nuevo sin presumir su inevitabilidad? Los ejemplos del Atlántico ibérico son reveladores por el largo período de tiempo que separó el momento en que los imperios se paralizaron, después del final de la Paz de Amiens, y su desintegración total entre 1821 y 1822. El desarrollo de este drama, entre la caída de los anciens régimes y el surgimiento de sus sucesores, es bastante elocuente con respecto a la naturaleza política y las contingencias del tránsito de la soberanía; todas estas cuestiones políticas que generalmente son ajenas al análisis de los orígenes del nacionalismo, en gran parte debido a que las naciones y los imperios -los repositorios privilegiados de la soberanía en el mundo moderno- son frecuentement e concebidos como objetos con características intrínsecas definibles que pueden ser plasmadas en narrativas sobre su "ascenso" o su "caída", y no como estmcturas en constante proceso de reconfiguració n. En vez de afirmaciones de la independencia nacional de cara a los imperios, en la compleja desintegración de los imperios fue mucho más común la exploración de modelos para reacomodar las colonias a las formaciones iinperiales, tma búsqueda a tientas de tm arreglo que pudiera estabilizar, no disolver, los regímenes. Las clases dominantes en las metrópolis y las colonias discutían con más frecuencia sobre el manejo de la crisis, dentro de un marco de "lealtad", que produjo un proceso de camSpanish America, Berkeley (cA), University of California Press, 1994 [trad. esp.: Los dos mundos del Nuevo Mundo. Cultura y Economía en Angloamérica e Hispanoamérica, Santiago de Chile, Tajamar, 2011].

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bios en la soberanía, con comienzos que no condujeron a ninguna parte Y con finales que sorprendier on incluso a los actores más perceptivos, y que eventualme nte los llevó a ejercer la opción de "salida" -en el mismo sentido que motivó a Albert O. Hirschman a plantear en Salida, voz y :,ealtad que las per~onas enfrentan las crisis en una variedad de formas, con tma tendencm innata a la inestabilida d", incluso en las fórmulas 1 más ?7rfec.tas-. 3 En la prolongada improvisac ión entre 1807 y 1822, los VIeJ~S sistemas estaban cediendo incluso antes de que se planteara la necesidad de buscar otros nuevos, lo cual forzó a los historiador es a dejar de lado las etapas diferenciad as, o los tránsitos sutiles que tan frecuentem ente se evocan para explicar cambios macrosocia les. La tendencia al desequilibri o no era simplement e una tormenta que se gestaba dentro de cada imperio, era endémica a un sistema interestatal cada vez más inflamable, dividido por la guerra en la década de 1790, Y que había alcanzado niveles épicos de confrontaci ón antes de entrar en tma guerra total en el Atlántico después de 1805. De hecho, la creciente debilidad de las estntcturas estatales no provocó a los movimient os secesionista s justo cuando habría sido más fácil optar por la "salida". Así como la constitució n de los imperios fue una respuesta a las presiones competitiva s del siglo XVIII, el colapso final de los imperios ibéricos fue el efecto de una rivalidad aún más exacerbada , que no solo se aliment~?a ?e la pelea por las posesiones mercantiles sino que -para 1800tambien Involucraba una lucha por la hegemonía transregion al. Hasta este p~nto, las redes autónomas de intercambi o en el sur del Atlántico, coiT,lbmadas con las adaptacion es en el ejercicio del gobierno imperial, Yalimentada s por una trata de esclavos cada vez más vibrante, demostraban qu~ las declaracion es de lealtad habían estado apoyadas por una gran cantidad de rentas comerciales . El resultado fue la renegociaci ón de los p.a:tos entre los dominios coloniales y las capitales, y dentro de las coahcwnes de fuerzas en la periferia. Para los letrados fisiocráticos de C~rtagena y de Buenos Aires, todo lo que se requería era que las autondades convirtiera n los ajustes ad hoc en un nuevo modelo. Esto era lo que estaba teniendo lugar en el Imperio portugués: Rodrigo de 31

_Albert O. Hirschman, l!xit, Voice, and Loyalty. Responses to Decline in Firms, Orgamzatzons, and States, Cambndge (MA), Harvard University Press ' 1970' p · 126 [tra d . esp ... . S td voz y zea¡.ta d. Respuestas al detenoro de empresas, organizaciones y Estados México a z a, ' ' Fondo de Cultura Económica, 1977]. .

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Souza Coutinho, el miembro más influyente de la Corte de los Braganza desde la década de 1790 hasta 1812, obse_rvó que Portugal, era mucho 1804, el se encon• dependient e de Brasil que lo contrano. Y para , li , 1 :rnas traba haciendo planes para trasladar la monarqma ~ a nue-~a metropo , en Río de Janeiro. Es más, aunque los mono~ohos residuales y las y resquemor, estas tn·cciones al comercio fueron causa de queJas . b 1. . , y esta f eccwn. res a eJOS de de . · am'as y vicios eran difícilment e motivos · "1 " " d ur ~eVIos de ser así: librar a los imperios de los agentes e com1pc10n talizaría y los haría más duraderos. De hecho, las nuevas perspectiva s acerca de la propiedad no se asociaban automática mente con una nueva forma de soberanía.32 La posibilidad de 1-ma evolución hacia un pacto fundamental~ent.e nuevo entre las partes y los actores de los imperios ibéricos no era infinitamente elástica, pues aún estaba sujeta a las dinámicas externas del conflicto interestatal. Sin embargo, todos los actores trataron de repensar los regímenes del momento antes de dejarlos ir; ~a nueva olea~a de guerra era lo último que querían. Los gobiernos en Lisboa y en Madrid se enfrentaron a decisiones nada envidiables mientras Gran Bretaña y Francia se disponían a saldar sus cuentas una vez más. Hasta que Napoleón envió sus ejércitos más allá de los Pirineos en 1807, hubo tm proftmd~ ~esa­ cuerdo en ambos gobiernos acerca de cómo hacer frente a la cnsis. Al final, la monarquía española fue derrocada por la habilidad de Napoleón, y pronto el Imperio español se quedó sin cimientos, desatando 1-m brote de ansiedad sobre cómo gobernar un imperio sin rey. En Portugal, la invasión francesa simplemen te desplazó el emblema de la soberanía en vez de decapitarlo. La monarq1.úa se reft1gió en una nueva capital imperial: el antiguo domino colonial de Río de Janeiro. Al "americaniz arse", la monarquía se salvó de enfrentar la pregunta acerca de los lazos que 33 ' . . ' de 1os anczens regzmes. unían a las colonias con la soberama 32 José da Silva Lisboa, Principios de economía polftica, Lisbo~, Impressao Re~a, 1804 pp 112-116. Para más detalles, véanse J eremy Adelrnan, Soverezgnty and Revolutzon in th; Jb~rian Atlantic, op. cit., cap. 4; Kenneth Maxwell, "The Generati_on of the 1790s and the Idea of Luso-Brazilian Empire", en Dauril Alden (comp.), Colonzal Roots of Modern Brazil, Berkeley (cA), University of California Press, 19?J, PP· 107-1~4. . 33 Brian Hamnett, La polltica española en una epoca re~oluczonana, 1790-1~20, Os Sentzdos Alexandre, M • · F do de Cultura Económica ' 1985, pp. 57-67; Valentnn • · Re · p d eXIco, on ortugues, gzme Antzgo o Crise na colonial Questiío e Nacional Questiío do Império. Lisboa, Afrontamento, 1993.

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Al golpe ar el coraz ón de cada impe rio, los ejércitos franceses forzaron a las elites domi nante s de cada régim en a recon stitui r impr ovisa dament e los impe rios para resca tarlo s. Esta impr ovisa ción, ancla da en nuev as práct icas de repre senta ción públi ca, estre meci ó los viejos pacto s y las coali cione s domi nante s, y revel ó tanto el retra so de los nuev os mode los de repre senta ción como la preco cidad con que se había n difundido -en comp araci ón con los imperios britá nico y franc és-. Lo prim ero fue una trans form ación en las comu nicac iones . Los gobie rnos de ambo s impe rios levan taron las restri ccion es a la pren sa (en México, Lima Bueno.s Aires y otros lugar es) o perm itiero n que esta toma ra for~a por prim era vez (en Brasil, Caracas, Chile y otros lugar es), para resac raliza r ~a m?na rquía y fome ntar la confi anza en sus mini stros . El gobie rno mter ino en Espa ña, huye ndo de la perse cució n franc esa en Andalucía, aboli ó la inqui sició n y decre tó el fin de la censu ra estatal. De hech o, lo ~ue Mira nda habí a cons idera do un arma decis iva en la guer ra -la Imp renta - sirvió inicia lmen te para prom over la lealta d colonial al rey Ya Espa ña. Sin embargo, con el tiemp o, el mism o instr umen to que había legit imad o sin restr iccio nes al gobie rno españ ol come nzó a prod ucir histo rias cada vez más espel uzna ntes acerc a de las fallas de los admi nistrado res coloniales, y even tualm ente se convirtió en un medi o para dift.mdir la~ mala s notic ias de la metró poli. En Brasil, la ft.mción de la pren sa fue diferente, pues la Corte llevó consi go la prim era impr enta con mira s a usarl a para prom over lazos más fuert es entre los súbd itos coloniales ~ 1~ Corte de los Brag anza. En cualq uier caso, los gobie rnos tuvieron que lidiar con el nacim iento de la opini ón pública. Esto signi ficaba que enfrentar el disen so con medi os inqui sitori ales o indif erenc ia prob ablem ente significaría much o más que el mero cons entim iento de los gobe rnado s. Por supu esto, la opini ón públi ca ft.te libre en distin tos grados: era más a?ier ta en algunos rinco nes, como Buen os Aires y Bogo tá, pero fue silenCiada en Brasil y en Perú . Sin emba rgo, inclu so estos ptmt os de resistencia cedie ron even tualm ente a una opini ón públi ca sin restricciones.34 34 Franr;~is-Xa vier ~uerra

y Annic k Lempé riere, "Intro ducció n", en Franr; ois-Xa vier Guerr a, Anmc k Lemp énere et al., Los espacios públic os en Iberoamérica. Ambig üedad prob!emas. Siglos Méxic o, Fondo de Cultur a Econó mica y Centro de Mex1ca~os y ~entroa~enca~os, 1998, p. 21; Víctor Uribe- Uran, "The Birth of a Public Spher~ m Latm Amen~a Durm g the Age of Revol ution" , en Comparative Stuclies in Society and !'l~story, vol. ~2, num. 2, 2000, pp. 425-45 7. Sobre las elecci ones en Méxic o, véanse Virgm1a Guede a, The Proces s of Mexic an Indepe ndenc e", en Ameri can Historical Review '

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Hubo un segu ndo esfue rzo susta ncial por reft.m dar la sobe ranía erial. En tm inten to de recom binar las parte s del impe rio usan do la ~~;nión pública", los gobie rnos metr opoli tanos de Espá ña, en 1808, '! de Portu gal, en 1820, hicie ron un llama do para qu~ asa~ble~s con~ti­ wyen tes escri biera n una carta ft.mdacional de la nacw nahd ad Imperial, ara energ izar los lazos entre gobe rnant es y gobe rnado s. La Junta espa~ la hizo un llama do a las colonias en nomb re de "la nación", insist iendo no ue "los domi nios españ oles en Amé rica no son co1 · onias , smo en q parte s d 1. integ rales y esenc iales de la mona rquía ". Así, cada . parte e Impe rioación fue insta do a elegir envia dos y desp acha rlos a la nuev a asam blea :ncar gada de escri bir una carta funda ciona l. Algo simil ar suced ió después en Portu gal. La activ idad elect oral en ?ueb los ~ lo largo de ambo s impe rios saltó a la vida (con algun as excepciOnes). SI~ emb~rgo, cuan do los delegados amer icano s llega ron a las asam bleas , mme diata ment e se enco ntrar on con una mura lla de resis tenci a hacia sus inter preta cione s de lo que signi ficab a la igual dad para todos los súbd itos del impe rio. Los delegados metr opoli tanos se las ingen iaron para diezm ar ~a ft.ter~a de las deleg acion es colon iales -lo cual hizo poco por cong racia r a Lisboa y Madr id con sus domi nios colo niale s-. Se supo nía que la explosión de activ idad elect oral refor zaría la legiti mida d de los regím enes, Yhasta cierto punt o así fue. Pero tamb ién tuvo el efect o de revel ar el estatL~s colonial de los súbd itos amer icano s, el cual hasta enton solo . . . . ces . al35 se pod1a misti ficar a travé s de los meca nism os d e 1a JUStiC ia VIrrem · Form as "modernas" de repre senta ción y una esfera públi ca surgi eron repen tinam ente en las sociedades iberoatlánticas, alim enta~ po~ la luc~a por definir y mold ear la opini ón públi ca a favor de las nacw nes Imperiales así reconstituidas, crean do nuevos medi os para refun dar el imag inari o social del imperio. Este camb io ocurr ió duran te tma dram ática conti enda por los recur sos políticos, sociales y econ ómic os local es. Esto cond ujo a los competidores a busc ar las oport unida des cread as por los nuevos meca.

vol. 105, núm. 1, 2000, pp. 116-130; Víctor Peralt a Ruiz, En clefen~a ele la a~toridacl: Política y cultura bajo el gobierno del virrey Abascal, 1806-1 816, Madn d, ConseJO Supen or de Invest igacio nes Cientí ficas, 2002. . 35 Véans e El Argos Ameri cano, 18 de noviem . bre de 1811; Bnan R. Hamn ett, La polf~zc a española en una época revolucionaria, 1790-1820, México, Fondo de ~ultura E~onóm1ca, 1985, pp. 73-101 ; Jaime E. Rodri guez O., The Jnclepe ncler:ce of ~panzsh Am~rtca, Nuev~ York, Camb ridge Unive rsity Press, 1998, pp. 82-91 [ed. ong.: La mclepe~cle.ncza ele la America española, México, El Colegio de Méxic o y Fondo de Cultur a Econo m1ca, 1996].

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nism os de voz y repr taci ón E . grad o de confusión,esen que no se ~u::~:~e subr ayar q_ue hub o lm alto zación "revolucionaria" o" .P caro redu crr a una movili. con trarre vo1uciO naria" Los llam d 1 . pend enci a fuer on escasos En s . a os a a mdeera acer ca de la m . e . u ~a;vor part e, el deba te en las colonias e]or .torma para lidia r con 1 · · d 1 · nuevos med ios para legitimar} . . 1 a cnsi s e Imperio, usan do pres iona ron para r;in ven tar la ~~{eVIm_r o. Don de los prot agon istas más Mic hoac án y Gue rrero los an . errunba, en Caracas, la Nueva Gran ada, ' re un gob iem 1 al a la guer ra civil En todo s los unc10s1 so1 ali d . · o oc. con caso s, os UJeron e stas y sus ·, 'unE Cua ndo la Constitución espa ñ 1 fu b eJercitas tri aron . lam ento de Cádiz est , o a e apro ada los dipu tado s al Parpare cm ser un mar · ,por taliz ar el imperio., Mieantra s t ·t 1 brasil:o ~un dico plausible para revian o, os enos obtuvi b' 1ocalLde'dfactod, porq ue no hab ía d d , eron un go Iem o na a e que sepa rars e 36 a 1 ea e la inde pen den cia gene raliz ada fue la disc ordi a . t era d e .to d o ~en · os cont agio sa. Más cóm o reco mpo ner las part es frm :ma ,den ocas iOne • e acciOna as del imp eris sang rien ta, sobr e Junto, bajo reglas polí ticas r, .d . o en un nuev o conricos, com o sus rivales, est ab: p=e~~ ;:~ :~~ s. imp erio s ibénaza , pero no se hab ían que brad o del t d s mta s orm as de ame se reco mpu sier on Salvo las tr 1 .o o. En vez de desc omp oner se, · ece co oma s y Sain t Dom i 1 1 ali tas tení an la man o gan ado ra a ngu e, os e ·salgu nos casos, incl uyen do una 1o 1argo d 1 e .r:st o de las Américas. Hub o la Plat a, don de la sece sión ech~an~a depd irigentes loca les en el Río de casos, los imp erio s habi 'an logr odra ic:s. ero or part e de los a o rem tegr ar en la, may · las crisi s met ropo litan as prod ucid 1 se E a SI rms mos a pesa r de as por a gue rra tota l sto pue de suge rir que los im erios hab ' . .. guer ra total. Algunos lo logr aron p tr mn sali~o bien para dos de la nuevos imp erio s basa dos en el N:ev~s ~y otros mcluso dieron paso a secuentes, se revelan vari as co a d Al traz ar los eventos sub. . s acer ca edlo. os múl tiple s d tin d 1 rmp eno s y de las revu eltas que slos di es os e os nuevo significado. En vez de lill solo d V1.di • eron o que los dota ron de un nos, incl uyen do el brit ánic o en C edás~ o, hay tod~ liD espectro. Algu·, ana Y en el Can be p evo1uc10n de concejos locales p ·· errm ara acam o dar la ama lgam,a de t1er ondes la iden tida

Lo:

Ad 36 Jaim e E · Rodr íguez O.,T heln depe nden elman, ~overeignty and Revolution in the ceofS ·hA Iber ia:an ts . mene·~, op. cit., cap. 3; Jerem y roan, Brazzl. The Forging of a Nation 1798 -1852 S :¡an tzc, op. czt., cap. 5; Rode rick Ba.I'1988, pp. 43-55. '

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ord (CA), Stanf ord University Press,

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locales e imp eria les. Los fran cese s hici eron lo prop io en Gua dalu pe y :Martinica. El resu ltad o a larg o plaz o fue 1m mar co leali sta para enfr enta r retos futuros. En el otro extremo, esta ba Esp aña. Fern ando , imp ulsa do por com erci ante s met ropo litan os ansi osos por recl ama r sus expi rado s privilegios, esta ba decidido a recu pera r la cent ralid ad de Esp aña en 1m imp erio que habí a, mie ntra s tant o, mul tipli cado su hete roge neid ad. El rey lanz ó una cont rarre volu ción para volv er a cent rar el imp erio , deshojand o la reci én prom ulga da Con stitu ción y reim agin ándo se a sí mism o como 1m benévolo absolutista. Esto tuvo com o efecto el envalentonamiento de una nuev a coalición secesionista al incl uir a muc hos que hab ían abogado por 1m gobierno local dent ro del imp erio y su Constitución. A1mque para 1815 Sim ón Bolí var no hab ía de ning una form a aban don ado su causa, el reva nchi smo espa ñol le dio un nuev o soplo de vida, inci tand o a muc hos rescoldos, clases y cast as de la soci edad colonial a resi stir una vuelta atrás. En ese mom ento , la guer ra civil entr e lealistas se intensificó, y al hace rlo aceleró la movilización y la mili tariz ació n de las pobl acio nes indígenas, esclavas y plebeyas. Para 1820, las amb icio nes de Fern ando no solo le hab ían cost ado el apoyo de los leali stas en las colonias; la agitación sacu dió los mis mos cim ient os de su auto rida d: el Ejér cito . Cua ndo el descontento finalmente se mat eria lizó en insu bord inac ione s militares en la Península, la lógica de la rest aura ción delA ncie n Régime colapsó, arrastran do cons igo el pod er de la mon arqu ía en la met rópo li. A su vez, la crisis del Imp erio español abar có Portugal , que de hech o hab ía ido aím más lejos en la reconstrucción de la sobe raní a a través de 1m nuevo bala nce espacial. Lisb oa se contagió del virus espa ñol, e insistió en rest aura r una versión de su prop ia centralidad, prod ucie ndo el mism o resultado. Cuando ame nazó con limi tar la auto nom ía de Bras il dent ro del imp erio , las clases dirigentes bras ileñ as se incl inar on por la opci ón de salida, man teni endo la mon arqu ía y la noci ón de imp erio para ellos mism os, con la idea de pres erva r prec isam ente los privilegios de 1ma esclavocracia ennoblecida. De form a general, y desde 1ma perspectiva ibérico-colonial, habí a qued ado poco a lo cual perm anec er leal; los ejérc itos del imp erio reco gier on sus tien das de cam paña , se unie ron a los sece sionistas o regr esar on a casa. Fue en este p1mto que las "declaraciones de inde pend enci á' se extendieron com o resp uest a a la agitación en el cora zón del imperio.37 37 John Charles Chasteen, Amer icanos. Latin Americé; Struggle for Independen ce, Nueva York, W. W. Norton, 2008; Marg aret Woo dward, "The Span ish Army and the Loss of Ame-

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Había tenido lugar un cambio importante en la naturaleza del conflicto por la soberanía. El esfuerzo por crear un sistema centralizado (imaginado como una "restauración") había destrozado los compromisos de los años anteriores. También cambió la dinámica de las tensiones locales, que se volvieron cada vez más endógenas -esto es, desconectadas de las causas originales del conflicto y asolando las coaliciones coloniales-. Las guerras civiles dentro del imperio reemplazaron a las guerras totales entre imperios como fuente de desequilibrio. A medida que las tensiones y la violencia se volvían hacia dentro, y que la guerra y la política se volvían cada vez más "irregulares" (en el sentido de que el partidismo se volvió más belicoso, y el conflicto armado carecía de frentes de combate), los mismos fundamentos geográficos que se habían incorporado a las nociones adaptadas de soberanía imperial-esto es, la jurisdicción sobre territorios con fronteras definidas- se fracturaron profundamente. Fueron estas guerras civiles las que llevaron a la independencia, y no la secesión -que había disparado la guerra civil-. 38 Las secesiones fueron respuestas a las crisis de soberanía producidas en primer lugar por la guerra internacional, y subsecuentemente por la guerra civil. No fueron opciones de salida locales, maduradas dentro del imperio y asociadas con un modelo diferente de soberanía, que anunciaron su existencia cuando la opresión del imperio se tomó demasiado onerosa o las oportunidades de secesión se volvieron muy tentadoras para dejarlas pasar. De hecho, el desequilibrio dentro del imperio, producido por la guerra total-internacional y después civil-, derrocó los regímenes del momento mucho antes de que sus sucesores pudieran rica: 1810-1824", en Hispa~ic Ameri~an Historie~! Review, vol. 48, núm. 4, 1968, pp. 586590, John Lynch, The Spantsh Amencan Revolutwns, 1808-1826, Nueva York, W. W. Norton, 1986, pp. 212-214 [trad. esp.: Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826 Bru:celo~a, Ariel, 2008]; Timothy E. Anna, Spain and the Loss of America, Lincoln (NE): Um~ers1ty of Nebraska Press, 1983 [trad. esp.: España y la independencia de América, Mé~co, F~ndo de ~ultura E~on.ómica, 1986]; Isabel Lustosa, Insultos impressos. A guerra dos ]Ornaltstas na zndependencza, 1821-1823, San Pablo, Companhia das Letras 2000· Roderick B~an, Brazil. The Forging of a Nation •. op. cit., pp. 70 y 71; Márcia Regin; Berbel, A Nafao como artefato. Deputados do Braszl nas Cortes Portuguesas 1821-1822 ' ' San Pablo, Companhia das Letras, 1999. 38 Sobre los mecanismos de autosostenimiento de las guerras civiles, véase Stathis N. Kalyvas, T~e Logic of Violence in Civil War, Nueva York, Cambridge University Press, 2006, especialmente pp. 81-83 y 88 [trad. esp.: La lógica de la violencia en la guerra civil ' Madrid, Akal, 2010].

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llenar el vacío. Este es 1m punto importante. Las declaraciones de "indeendencia" en nombre de las naciones fueron seguidas por las mismas ~ropensiones al quiebre de los imperios que ellas rechazaban. Fue este tránsito de la lealtad a la voz, y eventualmente a la salida -para usar la tríada de Hirschman-, el que inauguró la búsqueda de nuevos modelos de soberanía. Este desarrollo no sucedió como una secuencia natural, con una etapa que llevaba necesariamente a la siguiente. De hecho, durante el quiebre, algunas etapas se invirtieron. Entre muchas otras, por ejemplo, los imperios tenían una mejor posición en 1812 que en 1807; la ocupación francesa de Iberia desató declaraciones de lealtad en vez de alimentar las ansias de secesión. La elasticidad, y no la rigidez, de estas soberanías polimorfas le dieron al imperio más durabilidad que la que los historiadores le han atribuido frecuentemente. De hecho, fue el esfuerzo por reafirmar la centralidad después de 1815 lo que empobreció las :filas de las coaliciones imperiales y reanimó las coaliciones secesionistas. Mientras los imperios del Atlántico hacían implosión y sus partes (alguna vez integradas) se rompían en pedazos, emergían nuevas definiciones de soberanía, heredando los mismos rasgos complejos de regionalismo, los sistemas de trabajo racializados y los modelos de representación que se habían improvisado durante la lucha por sostener los imperios. El complejo proceso de interconexión de los imperios y las revoluciones fue la causa de su caída. En la era de las revoluciones, los imperios intentaron reconstituir los elementos de la soberanía, y en ocasiones sus fundamentos, a través de nuevos y antiguos repositorios de legitimidad de los poderes públicos. La combinación de un realismo exacerbado Y un mayor poderío del parlamento constituyó tanto una fuente de integración como de división en el mundo angloatlántico. En el Imperio francés, la promesa de libertad y cierta autonomía dentro de la revolución fue lo que mantuvo a las colonias caribeñas :fieles a la metrópoli. Al :final, la decisión de Napoleón de restablecer la esclavitud en Saint-Domingue fue lo que lo dejó sin el apoyo de lealistas de vieja data que formaban parte de las poblaciones de antiguos esclavos y negros libertos -y quienes eventualmente proclamaron la independencia de Haití como 1m imperio más virtuoso y capaz de cumplir con los principios de la Revolución Francesa que el viejo imperio había traicionado-. El esfuerzo por reconfigurar los usos imperiales de la soberanía fue una práctica común -así como acudir al imperio para apuntalar las concepciones mismas de la

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sobera nía-.3 9 De esta forma, las narrati vas acerca de la transic ión de colonias a nacion es se puede n replan tear sin conceb ir las revoluciones como el produc to de luchas de redenc ión de nacion es oprim idas que buscab an liberarse de imperi alistas venales o tiránicos. Al mismo tiempo , y dado que los imperi os no eran vistos necesa riamen te como model os de sobera nía destina dos a fracas ar por sus propia s limitac iones o contradicciones interna s, que se resolverían de forma perfec ta en el Estado nación , la lucha por resolve r la crisis de la sobera nía imper ial-un a vez que esta suced ió- reprod ujo con frecue ncia los mismo s rasgos de los regíme nes ahora en crisis en aquellos que los reemp lazaro n. No es necesario que las narrati vas del imperi o hagan colaps ar repetid ament e las consab idas dicoto mías de imperi o o nación , o imperi o versus nación .40 Aún más, si bien mucho s aspect os de los antigu os regíme nes se quedar on atrás en el camin o de las revoluciones, el imperi o no fue siempre uno de ellos -de hecho, para mucho s colonos, consti tuir un Estado sobera no requer ía de la preserv ación del imperi o y de la americ anizac ión de la mona rquía- . No es de extrañ ar que mucha s elites hayan optado por preser var un model o de sobera nía que había probad o ser durade ro, y que, ahora despoj ado de su afiliación con el Viejo Mundo , podría adapta rse mejor al Nuevo: el imperi o. Hemo s menci onado a Haití. Y México bajo el breve imperi o de Agustí n I se podría añadir a la lista; al igual que la lealtad de Cuba y de Puerto Rico a Españ a, que se mantu vo hasta el final del siglo XIX, o incluso elleali smo de Canad á, que duró hasta entrad o el siglo xx. Todos ellos intenta ron adapta rse al constit ucional ismo imperi al en curso. El ejempl o más estudia do, por supues to, ha sido Brasil, en la medid a en que el imperi o y la monar quía mutar on para subsum ir precep tos nacion alistas , capital istas y liberal es dentro del regalis mo tropical, tal y como lo ha demos trado el trabajo de José Murilo de Carvalho.41 Brasil es apenas una varian te de un tema más 3 9 Brendan McConville, The King's Three Faces. The Rise and Fall of Royal America, 1688-1776, Chape} Hill (Nc), University of North Carolina Press, 2006; Peter James Marshall, The Making and Unmaking ofEmpires, op. cit.; Laurent Dubois, A Colony o{Citizens, op. cit., pp. 349-374. 40 Jaime E. Rodríguez 0., The lndepen dence of Spanish America, op. cit.; José Carlos Chiaramonte, "Modilicaciones del Pacto Imperial", en Antonio Annino, Luis Castro Leiva y Fran~ois-Xavier Guerra (comps.), De los imperios a las naciones : lberoamérica, Zaragoza, Ibercaja, 1994, pp. 108-111. 4 1 José Murilo de Carvalho, A construr:ao da ordem, Río de Janeiro, Civiliza~ao Brasileira, 1996.

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lio: la compl eja transfo rmació n plagad a de contin gencia s, en la cual , a SI' mismo · · ·' se ve1an s enfr entan do 1a dec1s10n 1os . ·dealiza da entre un imperi o vertica lista regido por monar cas y nacwn es 1 ·veladas bajo el ropaje de las constit ucione s republ icanas . ni Y, sin embar go, alguna s revolu ciones atenua ron el destin o de la econst itución imperi al. En la Améri ca hispan a, esta opción no pudo r ontene r las fuerza s que se habían desata do a medid a que la guerra civil e , . gul en el imperi o se volcab a hacia dentro y se volvía ca da vez mas 1rre ar. A medid a que los sistem as de trabajo forzad o colaps aban y los plebey os inunda ban los ejércit os y las guerril las (la mitad de los soldad os de a pie de los ejércit os liberta dor:s eran esclavos ~an_u:n.itidos), la pluralidad de nocion es de sobera ma fue cada vez mas drfíc1l de conten er en un mismo molde -ya sea nacion al o imper ial-. Actores subalt ernos, desde los aldean os indíge nas de Oaxac a hasta los negros liberto s de Cartag ena, impus ieron sus propia s ideas de gobier no, aumen tando el desequ ilibrio que alejó a los pueblo s coloni ales de la posibi lidad de algún tipo de imperi o restau rado. Algunas de estas nocion es habita ban la muy híbrid a infrae structu ra de la sobera nía imperi al, antes de ganar autono mía con la guerra civil y la revolu ción. Alime ntados por una lucha por ganar la opinió n públic a y sus afiliados armad os, el amane cer poscol onial produj o tm espect ro de sobera nías -desd e autogo bierno s munic ipales hasta provin cias federa das y confed eracio nes de "Estados"- bajo una misma sombr illa constit uciona l, ningun a de las cuales se ajustab a a aquell a amplia y :frustr anteme nte amorf a entida d llamad a imperio.42 Con estos contra puntos en mente , la histori a de la indepe ndenci a de las 13 colonias se asemej a a una manifestación, no menos inestable, de los esfuerz os de unos súbdit os por aferrar se a unos model os de sobera nía dentro del imperi o. La fidelidad de lealista s y monar quista s al régimen establecido, y su recons titució n de la América británi ca y del Caribe , sugiere que la decisió n ac~rca de la "salida" fue menos una respue sta

arnPsúbdit os coloniales no

42 Peter Blancha rd "The Slave Soldiers of Spanish South America: From Indepen dence to Abolition", e~ Christop her Leslie Brown y Philip D. Morgan (comps.), Arming Slaves. From Classical1imes to the Modern Age, New Haven, Yale Univers ity Press, 2006, pp. 261-266; Marlxa Lasso, Myths o{ Harmony. Race and Republi canism during the Age of Revolut ion Colombia 1795-1831, Pittsbur gh, Pittsbur gh Univers ity Press, 2007 [trad. esp.: Mitos, de armonia racial. Raza y republicanismo durante la era de la revolución, Colombia 1795-1831, Bogotá, Universidad de los Andes, 2013].

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predesti nada al cambio imperial de lo que uno podria conjetur ar a partir de la persiste nte atracció n por narrativ as épicas y triunfali stas. La declarac ión de 1776 podría parecer como uno de muchos caminos para recompo ner los principi os y las práctica s de la soberan ía en la era de las revoluci ones imperial es. E incluso esta táctica puede ser vista como un repudio a una concepc ión del imperio sin prescind ir del todo de su durabili dad. Aún más, mientra s escalaba el conflicto por la soberan ía imperial en la década de 1770, las ambigüe dades y las tensione s dentro de la causa patriótic a se hicieron más claras a medida que la jerarquí a social comenzó a tambale arse cuando plebeyos y esclavos aprovec haron la oportun idad para converti r la lucha sobre cuál imperio debía dominar en qué era lo que se debía dominar.43 Los destinos del Imperio francés, del español y del portugu és podrian así no parecer tan ajenos a la vanagloria ligada a los orígenes excepcio nales de la soberan ía y la nación moderna s. Obviame nte, la compra de Luisiana reavivó los sueños acerca de un modelo de expansió n apropiad o para un imperio interno y esclavocrátic o, y que rescatar ía la repúblic a de sus problemas.44 Así, la soberan ía europea no debe ser tratada como si incluyer a regímen es autopoié ticos e indepen dientes, que irradian desde bases o "centros " en Europa para extende r comunid ades políticas autorref erenciales hasta los bordes de África, de América y de Asia. Puede ser vista como parte de un sistema con rasgos extrínse cos específicos que llegó a su punto más alto hacia el final del siglo XVIII, creando las condicio nes revoluci onarias que no aparece n en las páginas de la épica de Palmer. En esta medida, las historia s imperial es deberían tratarse como algo más que los resultad os de la historia de las instituci ones naciona les "europea s". Irónicam ente, esta formula ción historiog ráfica tenía como propósit o tácito, pero fundame ntal, vincular los imperio s a las naciones para ilustrar cómo estas últimas eran las sucesora s naturale s, más benévolas -de hecho, "democ ráticas" -, de aquellos ; para resolver las contradiccio nes en términos de soberan ía de unos imperio s estratific ados, fueron reempla zados con un "concier to", una "comuni dad", o una "liga" 43 Michael A. McDonnell, The Politics ofWar. Race, Class, and Conflict in Revolution ary Virginia, Chape] Hill (Nc), University of North Carolina Press, 2007. . 44 E~t~ replanteam iento es explorado por Eliga Gould, The Persistence of Empire. Britzsh Polztzcal Culture in the Age of the American Revolution , Chape] Hill (Nc), University of North Carolina Press, 2000.

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de nacione s autogob ernadas , en una narració n idílica acerca de la rnoderni dad. 45 . Las historias de los imperios y las nacwnes estaban necesan.amente . das como parte de una coyuntu ra más amplia, global, con rasgos l~a . . • sistémic os basados en un aumento en la compete ncia entre reg1menes ·vales que conform aban un sistema de Estados imperial es; una escalada ~ue fue cada vez más feroz a medida que la circulación de plata ru:ne~cana la trata de cautivos africano s aumenta ban las apuestas temtona les. ~sto le dio un gran poder y vitalidad, pero también la inestabil izó y la onvirtió en la fuente de tm desequil ibrio crónico. En este contexto , los ~mperios no "declinaron" gracias a las ley~s básicas de la.~sminuci?n de retornos aplicable s a aquellos regímen es mcapace s de lidiar con nvales más jóvenes y arribista s. Lo que la crisis de la soberan ía de y dentro de los imperios desató fueron revoluci ones de carácter social, no cuestion amientas revoluci onarios acerca los fundame ntos de las estructu ras estatales. Es necesari o aclarar que reconoc er que una energía democrá tica fue desatada en el curso de esta lucha, aunque no se haya ocasiona do en primer lugar, no implica presumi r que, una vez impleme ntados, los modelos democrá ticos de soberaní a hayan resuelto las paradoja s y las inestabilidades básicas de sus predeces ores. Al contrario , la soberaní a permaneció igual de equívoca que siempre: la expansió n imperial y territoria l a costa de los vecinos no dejó de ser tma forma común de contene r el impulso recurren te de alinear la territoria lidad con los Estados, ahora justifica da desde el léxico de la "nación" , conserv ando y proyecta ndo sobre sí mismos rasgos propios de los antiguos imperios . En vez de esto encontra mos un proceso en el cual viejas y nuevas práctica s Yconcepc iones de soberaní a fueron reorgani zadas frecuent emente como parte de un esfuerzo desesper ado para impedir el desvane cimiento total del orden político y de las desigual dades sociales que lo soportab an. Como parte de las consecue ncias de este replante amiento de la era de las revoluciones, los historiad ores posiblem ente podrán ver con más claridad cómo los legados del imperio y el colonial ismo resistier on a, o fueron reproduc idos por, las mismas revoluci ones que supuesta mente les pusieron fin. Las revoluciones imperiales que dieron paso a nuevos regímen es pueden haber reconsti tuido el orden político con nuevos elemento s, pero difícilme nte 45 Véase, por ejemplo, C. A. Bayly, Imperial Meridian. The British Empire and the Worlcl, 1780-1830, Nueva York, Cambridg e University Press, 1989.

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se deshicieron de muchas de las ambigüedades subyacentes de la soberanía. Es posible vislumbrar en las "revoluciones imperiales" luchas por el reconocimiento de ciertos derechos y los orígenes de movimientos cuyo eco todavía se escucha a lo largo de las Américas. Sin embargo, estos esfuerzos no son reducibles al tritmfo inevitable del Estado nación. Debemos intentar abrir un pasaje entre el mundo de los imperios y el mundo de las naciones que no presuma la inevitabilidad de la caída de aquellos ni el triunfo de estas. Hacerlo evita que nuestro entendimiento acerca de las políticas de la soberanía se vea reducido a algtma de estas dos lógicas. Después de todo, lo que otorgó a la época su aire revolucionario fue precisamente que la soberanía tuviera tantos futuros posibles. En última instancia, las implicaciones deberían alterar aquellos planteamientos sumamente normativos acerca de experimentos que no resultaron en una síntesis nacional. Y aquellas historias de inestabilidad constitucional se pueden librar así de su condescendiente estatus de "Estados fallidos" de pueblos ingobernables, de excepciones a una supuesta regla acerca de los Estados "exitosos" y sus inspiradas constituciones.

111. COMENTARIOS ?OBRE LAS INDEPENJ?ENCIAS Y LA CREACION DE ESTADOS NACION EN AMÉRICA IBÉRICA: UN ABORDAJE COMPARADO ENTRE LA AMÉRICA PORTUGUESA Y LA AMÉRICA HISPÁNICA Marco A. Pamplona*

del modo más correcto la cuestión de la construcción de los Estados nación en América es necesario hacer, por lo pronto, tres breves consideraciones al comienzo de este artículo. En primer lugar, no se trata aquí de abordar esta cuestión solo desde una perspectiva conceptual normativa y sociológica. Al enfatizar la contextualización histórica en esa discusión, estamos más interesados en discutir los modos en que ese proceso se ha manifestado y ha sido percibido por los contemporáneos en su época, con todas sus limitaciones, y también su campo de posibilidades. Así, menos interesados en demostrar si los Estados modernos se consolidaron plenamente o no (una pregtmta que podría sugerir la utilización de abordajes lineales marcados por prejuicios), apenas llamaremos la atención sobre el hecho de que los Estados modernos fueron consolidados de diferentes modos en América ibérica a lo largo del siglo XIX. , La necesidad de poner énfasis en las conexiones e interacciones entre esos distintos procesos para hacerlos más comprensibles es una de nuestras preocupaciones. Muchas ct~estiones que suelen ser ignoradas o confinadas a fronteras nacionales por perspectivas historiográficas más antiguas pueden beneficiarse hoy, finalmente, de abordajes que, a partir de un paradigma más amplio -o sea, necesariamente de una perspectiva hemisférica o incluso atlántica-, comiencen a promover una apreciación más profunda de los muchos contrastes existentes con

PARA TRATAR

* Pontificia Universidade Católica do Rio de Janeiro. 87

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vistas a estimular la realización de trabajos que puedan, en el futuro, conformar efectivamente una historia comparada .! Diremos por ahora que el proceso de constn1cción de Estados nación en América Latina no fue nada parejo; muy demorado en algunos casos, no tanto en otros, las nuevas repúblicas no representar on un fenómeno generalizad o y menos aún inmediato. En suma, ninguna cronología uniforme podría ser aplicada a todas las Américas, y mucho menos al mundo atlántico. Las transforma ciones ocurridas en varias esferas de la vida en un lugar determinad o pudieron, entretanto, también expresarse en otros lugares. Se podría decir que solamente los Estados Unidos constituyer on una gran excepción en las Américas. Ellos anticiparon al mundo el experiment o de la república moderna luego de la primera fractura del Ancien Régime y, por extensión, abrieron el camino para que tanto Francia como Haití promoviera n una aceleración drástica del tiempo que vendría a caracteriza r la era de las revoluciones. Pero, incluso en ese ejemplo de república precoz, las estmcturas del Estado moderno se consolidarí an mucho más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX. Fue después de la guerra civil, en especial durante los dos últimos decenios que siguieron a la reconstmcc ión, que políticas de Estado más centralizadoras, como las inspiradas en Alexander Hamilton, y asociadas a un proyecto de Estado nacional, pudieron efectivamente ocurrir.2 De modos diversos, en el caso de América ibérica se pudo percibir un cambio político de larga duración, puesto en marcha inicialment e con el dem1mbe del Imperio español y seguido de algunas décadas de revoluciones y guerras de independen cia. Los intentos de constmcció n de naciones siguieron distintas direcciones en las muy diversas partes del imperio en desagregación, y el mapa político del continente cambiaría bastante aún en el período posrevoluci onario. Liberalismo y republicanismo promoviero n importante s cambios en los principios de legitimación del poder político, 3 pero no existió un único modelo republicano 1 Jack P. Greene y Philip D. Morgan (comps.), Atlantic History. A Critica! Appraisal, Nueva York, Oxford University Press, 2009, pp. 3-34 y 299-315. 2 Véanse George M. Fredrickson (comp.), A Nation Divided. Problems and Issues of the Civil War and Reconstruction, Mineápolis, Burgess Publishing Comp., 1975; Eric Poner, Reconstruction. Americas Unfinished Revolution, 1863-1877, Nueva York, Harper and Row, 1988. 3 Sobre la influencia del liberalismo hispánico véase Roberto Breña, El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824, México, El Colegio de México, 2006. Para un tratamiento más específico de cómo las ideas de la ilustración

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aíses de América ibérica. El término "republican ismo" se aplipara los P' . . . · . ba en la época a un conJunto bastante d1verso de expenment os, 'al guca di" cales y otros no tanto que permitieron el desarrollo de nuevos nos ra ' . . 1 dimientos políticos. Estos últimos crearon modificaciO nes en as proce , d" d 1 ciones establecida s entre los "muchos y los pocos , exten 1en o Y ~:;efiniendo, al mismo tiempo, los viejos límites de la inclusi~n Y de. la lusión para las nuevas comunidad es políticas emergentes. Diferencias exc de clase, étnicas, raciales y de género tuvieron que ser cons1·derad as a artir de la nueva perspectiva, y las relaciones que tuvieron que establep con la constmcció n de la ciudadanía en el nuevo orden necesitan cer destacadas para cada una de las distintas sociedades estu d"1a das. se r • En segundo lugar, enfatizamo s la importanci a de pr.~ce d era un a~.alisis que tome la constmcció n del Estado y la formacwn de la nacwn como dos procesos entrelazados, aunque sus experiencias se hayan presentado de formas muy distintas, conforme las sociedades iberoamericanas estudiadas. En casos, por ejemplo, donde la capacidad legal Y coercitiva del Estado colonial previo y sus burocracias profesional es no se debilitaron rápidament e con la crisis y menos aún desaparecieron, los aspectos de continuidad permanecie ron por un período más exte~dido. Las provincias del Alto Perú son un buen ejemplo de esa trayectona. En esas áreas, los agentes sociales y políticos previos fueron exitosos en la elaboración de una buena parte del armazón en que ocurrirían las nuevas coaliciones y propuestas políticas. Contrariam ente, en los casos en que el control de la administrac ión colonial se encontraba bastante fragmentado -como a fines del siglo xvm en el nuevo Virreinato del Río de La Plata-, predominar on rápidos cambios y anticipacion~s de int.e~tos separatistas desde 181 Oy, del mismo modo, la cons~cuente mestabil.1?a~ política se hizo presente por tm período mucho mas largo en la regwn. En tercer y último lugar, considero importante subrayar algunas diferencias históricas fundamenta les que nos ayudarán a deshacer cualquier aproximaci ón superficial entre el proceso de constmcció n del fueron absorbidas y se desarrollaron en uno de los virreinatos, véase José Carlos Chiaramonte, La Ilustración en el Rio de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato Buenos Aires, Sudamericana , 2007. 4 Esto 'es lo que el término "la larga espera", forjado hace muchos años por Halperin Donghi, parece sugerir: el largo camino hacia la institucionalización.~e los nuevos pod:res en la región del Plata, para que la interacción entre Estado y nac10n pueda ser considerada de modo más efectivo.

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Estado en Estados Unidos y en América Latina, evitand o de ese modo compar aciones anacrón icas. Es esta una forma de descart ar compar aciones que puedan sugerir equivo cadame nte desarro llos lineales , en conform idad con modelo s teórico s que no existían en aquellos momen tos como opciones para los contem poráneo s. Es tambié n un modo de evitar otras general izacion es sobre el contine nte en su conjunt o, lo que tambié n nos inducir ía a innume rables conclus iones errónea s. Cabe recorda r con relació n a esto las observa ciones de Bernar d Bailyn y J ohn H. Elliott respect o a los movim ientos de indepen dencia. El primer autor mencio na de modo pertine nte la red interac tiva conformada por los planes o program as de reform a metrop olitano s de fines del xvm, en que ideas "formu ladas en un área [. .. ]y difundi das en otras prolifer an y son absorbi das en grados variados". Ya Elliott, al discutir por qué la indepe ndenci a ocurre antes en Améric a del Norte que en América del Sur, subraya entre varias observaciones la import ancia de la cuestió n del lenguaj e. Recuer da que en los dos lados del Atlánti co españo l se hablaba n distinto s lenguaj es políticos (defendiendo el Estado absolut ista unitari o o demand ando una monarq uía plural, lo que permitiría un conside rable grado de compro miso). Diversamente, dice, en Gran Bretañ a y en la Améric a británic a se hablaba , "de modo confuso lo Y peligroso", el mismo lenguaj e de las British liberties y sus derecho s, las de le intratab que los tornó "inexor ableme nte involuc rados en la más formas de conflicto, la del conflicto por los derecho s constitucionales". 5 Además del rol pionero que ha jugado la Revolución Estadou nidense (como se ha mencio nado anterio rmente ), es import ante recorda r que los hombre s y las mujere s que se moviliz aron en la época respond ían a una coyunt ura específica creada por la política británi ca de fines del siglo xvm, después de la guerra de los Siete Años. Esto es, las represe ntacione s, los valores, las ideas y los concep tos en uso, en todos los discursos y las acciones políticas, eran simultá neamen te produc to de esa situació n política y respues ta a sus desafíos. 6 Por otro lado, ese proceso

ionero en las Américas empezó con la indepen dencia de las que ya se ~oncebían como comuni dades políticas constit uidas en las colonias británicas. Por alg(m tiempo, esas polities perman ecerían exactamente como eran -esto es, autorid ades provinciales agn1padas en Lma confederación laxa domina da en gran medida por los Estados sureños que las lideraron, con la retórica de los state rights (derech o de los Estados ), hasta media-

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~ Vé~se Bernard Bailyn, Atlantic History. Concept and Contours, Nueva York, Harvard Worlcl. Britain Uruverslt y Press, 2005, pp. 101-111; John H. Elliott, Empires ofthe Atlantic 253-402, y pp. 2006, Press, y Universit ale Y Haven, New 0, 1492-183 and S~ain in America, y Gran España atlántico. mundo del especialm ente pp. 319, 324 y 329 [trad. esp.: Imperios Bretaña en América (1492-1830), Madrid, Tauros, 2006]. 6 CenVéanse John Greville Agard Pocock, "Virtue and Commer ce in the Eighteen The Baylin, Bernard 119-134; pp. 1972, 3, History, plinary Interdisci of tury", en Journal

dos del siglo XIX-. 7 En contrap osición al caso estadou nidense , los proceso s de construcción del Estado en América ibérica pertene cieron a Lm tiempo totalme nte nuevo. En ese entonce s pudiero n beneficiarse ya de las experiencias de las revoluciones de Francia y Haití, y todos ellos fueron produc to de una imprevisible situació n de crisis que golpeó fuertem ente al mLmdo ibérico, y más específicamente a la Corona españo la, en la primer a década del siglo XIX. Se puede decir que la invasió n de Napole ón en la Penínsu la ocasionó inmedi atamen te una fase de intensa s experim entacio nes políticas en los dos lados del Atlántico. A lo largo del vastísim o Imperi o españo l, se realiza ron nuevas coalicio nes política s y se deman daron soberan ías locales. En ese nuevo espacio de experim entació n, simbolizado por la era de la revoluciones y caracte rizado como modern o, también fueron creados y forjados nuevos concep tos, palabra s y proyect os para compre nder la situació n vivida por los contem poráneo s. 8 En suma, ellos necesit aban conferi r algún sentido a los cambio s en curso. Los debates de Cádiz para la implem entació n de la Constit ución en todos los reinos españo les abriero n un nuevo conjun to de expectativas en esa [trad. esp.: Ideological Origins of the American Revolution, Nueva York, Cambridg e, 1967 2012]; Gordon Tecnos, Madrid, ricana, norteame n Revolució la de os ideológic orfgenes Los North CaroS. Wood, The Creation of the American Republica, Chapel Hill, Universit y of 1969. lina Press, America. Excepcionalism and 7 Véanse Jack P. Greene, The lntellectu al Construction of Carolina Press, 1993, y "S tate North of y Universit Hill, Chapell 1800, to 1492 Identity from n", en Don H. Doyle y Marco Revolutio and National Identities in the Era of the American Universit y Georgia Press, Athens, World, New the in ism National A. Pamplon a (eds.), 2006, pp. 61-79. s se encuentr a en José 8 Un excelente debate sobre la crisis de los imperios atlántico de la monarqu ía hiscrisis la en encia M. Portillo, Crisis atlántica. Autonom ía e independ Iberoame ricanos, y e os Hispánic Estudios de Centro Carolina, n pana, Madrid, Fundació experienc ia historia, entre s Marcial Pons, Edicione s de Historia, 2006. Para las relacione mocultura La , Zermeño o Guillerm de libro el véase ibérica, y modernid ad en América El Colegio de derna de la historia. Una aproxima ción teórica e historiográfica, México, México, 2002.

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era de revoluciones y promovieron una profunda reconsideración de las relaciones existentes entre la soberanía y los poderes tradicionales por todas partes. Hispanos en las Américas y en la Península debatieron los significados y los conceptos de soberanía y representación, la idea de nación y la necesidad de darle a la monarquía una Constitución. Los sentimientos que compartían ayudaron en la constmcción de un nuevo vocabulario político, y dieron nacimiento a una nueva modernidad, la que sería característica de todo el mundo atlántico y traducida en ideas y actitudes que llevarían a prácticas políticas no vistas anteriormente en el interior de ambas sociedades, la colonial y la metropolitana.9 Las muchas ideas adelantadas durante el doceañismo en España por los diputados que proclamaron la Constitución de la monarquía española influyeron profundamente al mundo hispano en su conjunto. Así, la Constitución de Cádiz de 1812 resultó ser un documento tan americano como español, destinado a los dos lados del Atlántico. Algunas de las reformas liberales que implementó, como la creación de comités o delegaciones provinciales, o la creación de ayuntamientos en las ciudades pequeñas (inicialmente pensados solo para la Península), acabaron teniendo un profundo e inédito efecto cuando se aplicaron al Nuevo Mundo. Allí los principales centros políticos y administrativos de los virreinatos en el pasado contribuyeron en la liberación de importantes poderes locales de ciudades medianas y villas de la influencia de las ciudades más grandes -como Lima y México-. Además de eso, la Constitución de Cádiz determinó la completa abolición de las instituciones de la nobleza, de la inquisición, del tributo pagado por las comtmidades indígenas y del trabajo forzado -como la mita en la región andina y la servidumbre individual que aún estaban en vigor en la Península-. También sancionó la creación de un Estado unitario, con leyes iguales para toda la monarquía española; así se restringía sustancialmente la autoridad del rey y se confiaba la última palabra a las Cortes. Al permitir el voto a todos los hombres, con excepción de aquellos de ascendencia africana, sin requerir cualquier criterio censitario (renta mínima) o de capacidad (alfabetización), la Constitución

de 1812 podía ser considerada bastante avanzada para su tiempo. En efecto, superaba ampliamente las constituciones de otros gobiernos representativos del período -las de Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia- con respecto a lo que decía sobre la extensión de derechos políticos a la gran mayoría de la población masculina adulta. Esos dos procedimientos combinados -eso es, la ampliación del electorado y el aumento de sus actividades políticas, con el establecimiento de un gobierno con representación en tres niveles: la municipalidad, la provincia y la monarquía- permitían que villas con más de mil habitantes formasen sus ayuntamientos. Parte del poder de los principales centros fue de ese modo transferida a las muchas pequeñas localidades, en las cuales un creciente número de personas empezaba a aspirar a ingresar en el mundo de la política. Pese a esta expansión sin paralelo de la representación política experimentada en la América hispana, una ola de guerras civiles irrumpió en los años siguientes. Gmpos que insistían en la formación de juntas locales, pero no aceptaban el nuevo gobierno español, competían con otros gmpos que habían aceptado ya la autoridad de las Cortes y permanecían leales a la Regencia. Divergencias políticas entre los miembros de las elites gobernantes se mezclaban con sus mutuas antipatías regionales y con las tensiones sociales que ellos experimentaban con frecuencia, exacerbando así conflictos que combinaban, varias veces, la demanda de autonomía local con la de soberanía política. Siguió una ola de movimientos separatistas que solamente terminaría con la falencia del Imperio colonial español en las Américas. Entre 181 Oy 1830 -en apenas tres décadas- cerca de 17 intentos de Estados nación emergieron y sustituyeron a los cuatro antiguos virreinatos y a las capitanías. Y, en medio de las luchas por la independencia, se desarrollaron soluciones en diferentes provincias de norte a sur, con un tiempo específico en cada una. Las experiencias del constitucionalismo y del liberalismo doceañistas no se desarrollaron de modo parejo. De una manera breve, y solamente con un propósito analítico, cinco regiones principales pueden ser consideradas de forma separada en la América hispánica, en función de las particularidades que cada una presentó a lo largo del proceso independentista. Tales regiones se agmpan del siguiente modo: Nueva España y su área circundante, como, por ejemplo, Guatemala (marcadas desde el inicio por la diseminación del debate constitucional sobre las representaciones y autonomías en diver-

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9 Véase Revista de Indias, vol. LXVIIJ, núm. 242, enero-abril de 2008. En ese número especial, coordinado por Mónica Quijada y Manuel Chust, varios autores colaboran con estudios sobre la repercusión del liberalismo y de la Constitución de Cádiz en diferentes regiones del mundo ibérico.

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sas ciudades y villas); Venezuela y Nueva Granada (donde la militarización de la lucha y la centralización política predominaron durante todo el periodo); 1ola región del Rio de la Plata y Chile (donde la Constitución de 1812 tuvo menor influencia sobre los debates políticos locales y donde el poder militar estuvo bastante disperso en el interior);ll Lima y las sierras de Perú (donde la derrota de las fuerzas realistas y la liberación de la ciudad de Lima resultó de acciones convergentes eventuales o movimientos de dos ejércitos libertadores distintos y externos, uno iniciado en el norte y el otro en la parte sur del continente);12 y, finalmente, Cuba (donde las elites de la isla que se habían beneficiado con la crisis de Haití acogieron contentas el boom de las plantaciones de caña de azúcar y el ajuste al tráfico de esclavos a gran escala, oponiéndose duramente al liberalismo de la Constitución de Cádiz).l3 En comparación con todas esas regiones de la América hispana y en relación con ellas, está la importante distinción del caso de Brasil y del ritmo de su independencia. Me refiero básicamente al intervalo de los casi diez años que separó la diseminación de las ideas y actitudes liberales -en especial aquellas que tenían relación con el constitucionalismo, la autonomía y la soberanía políticas- en la colonia portuguesa, de la proliferación de esas mismas ideas durante el doceañismo en la América hispánica. Las revoluciones portuguesas de Oporto y de Lisboa, responsables de empoderar a los diputados liberales que en las Cortes promulgaron la Constitución portuguesa de 1822, estuvieron ambas

asociadas al llamado vintismo. En suma, a diferencia de lo que ocurrió en las primeras im1pciones liberales en la Península, durante la temprana reacción española a las invasiones napoleónicas de 1807-1815, estas últimas ideas y manifestaciones liberales que se diseminaron en Portugal en los años veinte estuvieron asociadas a una coyuntura política totalmente nueva. Lo que estaba en juego no era ya la defensa de la integridad de un reino por sus pueblos, en vista de la crisis profunda experimentada por la Corona. En Portugal, el liberalismo se desarrollaba, distintamente, como oposición y remedio contra la reinstauración de tendencias absolutistas previsibles a partir de la coronación del rey Juan VI, en 1818, después de la muerte de su madre, la reina Maria. De este modo, con una España sometida al ataque de los franceses, el liberalismo y el constitucionalismo representaron mots d'ordre asociados al mantenimiento de la lealtad al entonces rey cautivo, en simultáneo con alabanzas a las autonomías conquistadas por importantes provincias y ciudades en medio de la guerra en curso. En Portugal, el constitucionalismo fue sobre todo una reacción contra el miedo a Lm absolutismo doméstico renovado, previsto con el retorno de un rey que había permanecido lejano y seguro en Brasil durante todo el periodo de la guerra. Y aquí, una vez más, vemos la importancia de comparar constantemente, sobreponer y entrelazar las historias de liberación que ocurrieron en el interior del Imperio español en América con aquellas que caracterizaron al Imperio luso-brasileño, ya sea desde una perspectiva atlántica o simplemente hemisférica.I4 Expliquemos algunos detalles. Tal como ocurriera con España, la invasión napoleónica a la Península cambió drásticamente el destino del Imperio portugués ultramarino. Y, si la huida de la familia real portuguesa con su corte a Brasil, a finales de 1807, escoltada por buques de guerra ingleses, salvó efectivamente la Corona portuguesa, esta también inició una fase totalmente nueva para la vida en la colonia. La primera novedad ocurrió en la ciudad de Rio de Janeiro, que, al convertirse en la sede del Imperio portugués, pasó por grandes transformaciones. Por ende, el viejo estatus colonial de Brasil también fue cambiado. Para empezar, la apertura de los puertos brasileños a todas las

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10 Para la militarización de la lucha política en Nueva Granada y en Venezuela, véanse los siguientes artículos: Hans Joachim Ki:inig, "Independencia e nacionalismos em Nova Granada/Colombia", e Inés Quintero, "A independencia da Venezuela, resultados políticos e sociais", ambos en Marco A. Pamplona y Maria Elisa Mader (comps.), Revolu96es de Independencias e Nacionalismos nas Américas, vol. 3: Nova Granada, Venezuela e Cuba, Río de Janeiro, Paz e Terra, 2009, pp. 21-108 y pp. 109-169. 11 Un buen relato de esos años es presentado por Jorge Myers, "A revolu~ao de independencia no Rio da Prata e as origens da nacionalidade argentina (1806-1825)", en Marco A. Pamplona y Maria Elisa Mader (comps.), Revolu96es de Independencias e Nacionalismos nas Américas, vol. 1: Regiiio do Prata e Chile, Río de Janeiro, Paz e Terra, 2007, pp. 69-130. 12 Véase Herbert S. Klein, A Concise History of Bolivia, Nueva York, Cambridge University Press, 2003, pp. 89-118. l3 Véase para Cuba el excelente trabajo de Rafael Marquese, "A escravidao caribenha entre dois atlanticos: Cuba nos quadros das independencias americanas", en Marco A. Pamplona y Maria Elisa Mader (comps.), Revolu96es de Independencias e Nacionalismos nas Américas, vol. 3, op. cit., pp. 237-321.

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14 Véanse Bernard Bailyn, Atlantic History. Concept and Contours, op. cit., Jack Greene, The Intellectual Constntction of America, op. cit.; David Armitage y Michael J. Braddick (comps.), The British Atlantic Worlcl, 1500-1800, Nueva York, Palgrave, 2002.

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"naciones amigas" en 1808 permitió la inmediata presencia de muchos mercaderes extranjeros en la colonia, e Inglaterra, por cierto, se convirtió en la nación que más se benefició de las nuevas circunstancias, pues sus productos gozaban de tarifas más bajas en comparación con otros competidores.JS La mudanza de la Corte a Brasil también demandó la estructuración de un nuevo gobierno administrativo para gestionar todo el Imperio portugués desde Rio de Janeiro. El príncipe regente tenía que gobernar con el ministro de Guerra y Astmtos Extranjeros, la Marina, el ministro de Finanzas y el de Interior. Creó el Banco de Brasil, la Junta General de Comercio y la Casa de la Suplicación o Suprema Corte. Durante todo el período en Brasil, Juan VI promovió varias campañas expansionistas buscando anexar más territorios al norte desde 1808 y al sur cuando las tropas luso-brasileñas invadieron Montevideo y anexaron el territorio de la Banda Oriental a la provincia Cisplatina en 1817.16 Con todo, ni la cercana presencia de la Corona ni la constante patnllla realizada por la Marina británica pudieron evitar que las ideas revolucionarias francesas viajasen y cmzasen el Atlántico. En 1817, la primera insurrección republicana irmmpió en la región del nordeste. Iniciada en la ciudad de Recife, rápidamente irradió hacia las villas circundantes a la provincia. Los revolucionarios demandaban su independencia en relación con Portugal y contaban para eso con el apoyo de gran parte de la población de la ciudad. Liderados por mercaderes y miembros de sociedades secretas que profesaban los ideales de los filósofos franceses y aplaudían la experiencia de la república estadounidense, los rebeldes expulsaron al gobernador, tomaron el poder y dieron inicio a un gobierno provisorio.l7

En su comienzo, la revuelta fue exitosa y muy fácilmente se extendió hacia las áreas del interior más cercanas a las provincias de Rio Grande del Norte y Paraíba. Fue derrotada, sin embargo, en Ceará y bmtalmente reprimida en Bahía. Después, tropas y barcos fueron enviados desde Salvadory Rio de Janeiro para bloquear el puerto de Recife. En pocos meses, las fuerzas luso-brasileñas desbarataron completamente el experimento revolucionario republicano, ejecutaron a sus principales líderes o los castigaron severamente. lB Mientras tanto, la situación en Portugal se había tornado cada vez más crítica. La derrota de Napoleón en 1814 marcó el final de un largo período de guerras que habían afectado a toda Europa. La retirada de los franceses dejó al reino portugués extremadamente empobrecido. Su comercio colonial, la principal fuente de riqueza de los mercaderes portugueses en el pasado, también disminuyó de modo significativo con la apertura de los puertos brasileños al comercio directo con las demás naciones europeas. El descontento creció rápidamente y las multitudes fueron agitadas para dar soporte a un movimiento que demandaba el retorno inmediato de la familia real a Lisboa. En 1820, una revolución liberal y constitucionalista estalló en la ciudad de Oporto, y Lisboa la acogió con igual entusiasmo. Las Cortes portuguesas que estaban al mando de la nación en aquel entonces forzaron el retorno del rey y demandaron que jurase obediencia a la Constitución liberal que estaba siendo esbozada. El año siguiente asistió al recmdecimiento de movimientos de apoyo a las Cortes portuguesas en varios lugares, también en el reino de Brasil, que derrocaron a antiguos gobernadores coloniales y crearon juntas de gobierno provisionales por todas partes. Diputados de las provincias en los diferentes reinos que entonces constituían el Imperio portugués (Portugal, Brasil y Algarve) fueron enviados para formar parte de las Cortes portuguesas en Lisboa, con el objetivo de endosar la nueva Constitución, que tendría como función limitar los poderes absolutos del monarca. Como resultado de tales acontecimientos, Juan VI fue obligado a retor-

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15 La apertura de los puertos al comercio foráneo fue responsable de la expansión de la exportación de los productos tropicales luso-brasileños en Europa durante las guerras napoleónicas. El azúcar, el algodón, el café, el tabaco, el arroz, el cacao, las especias y el cuero tenían un mercado garantizado en Europa mientras continuaban las guerras napoleónicas. Sin embargo, no todas las regiones de la colonia se beneficiaron con la presencia de la Corte portuguesa. En contraste, con la entrada de riquezas y la nueva dinámica política que pasó a caracterizar la vida en las ciudades y villas principales de las provincias de Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais, los viejos conflictos de naturaleza económica y social permanecieron en el nordeste, de menor o decreciente importancia para la Corona. 16 Un buen trabajo sobre este tema es el de Joao Paulo Pimenta, "O Brasil e a 'experiencia cisplatina' (1817-1828)", en István Jancsó (coord.), Independencia. História e Historiografia, San Pablo, Hucitec, 2005, pp. 755-789. 17 En el gobierno provisional hubo representantes de la Iglesia, del comercio, de la agricultura, de la Justicia y de la Armada. Los revolucionarios de Pernambuco adoptaron

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su propio pabellón y esbozaron una Constitución que les garantizaba la libertad de pensamiento y de religión. 18 Dos trabajos clásicos fundamentales para una discusión historiográfica detallada sobre la revolución de Pernambuco son: Carlos Guilherme Motta, Nordeste 1817. Estruturas e argumentos, San Pablo, Perspectiva, 1972; Evaldo Cabral de Mello, Rubro Veio. O imaginário da restaurayiio pernambucana, Río de Janeiro, Topbooks, 1997.

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nar a Portugal en 1821 y capitular, sometiéndose a las Cortes, pero dejó antes a su hijo Pedro como príncipe regente en Brasil. En un profundo contraste con el más amplio liberalismo político revolucionario portugués aplicado a las cuestiones domésticas, estaban las visiones de las Cortes sobre cómo debería nmcionar el imperio. Sobre ese asunto, las Cortes simplemente demandaban el retorno de Brasil a su viejo estatus de colonia para superar las desventajas comerciales de los años pasados. Muchos mercaderes portugueses, tanto en Portugal como en Brasil, apoyaron esas intenciones y muy pronto el temor de una actitud "recolonizadora" de las Cortes en relación con el reino de Brasil dividirla las opiniones y promoverla nuevos grupos de intereses, ora a favo~ ora en contra de su emancipación. Las tensiones entre las Cortes portuguesas y el príncipe regente en Brasil no dejaron de crecer en los años que siguieron. Entre los importantes "partidos" en disputa -nos referimos a gmpos de las elites o facciones políticas que disputaron el liderazgo y el control de los conflictos por el poder en el período- había intereses bien diversos. El llamado "Partido Portugués", por ejemplo, estaba formado por comerciantes fuertemente relacionados con los monopolios portugueses, que apoyaban el mantenimiento del estatus colonial para esta parte del imperio y el retorno de Brasil a su condición anterior a 1808. Esos hombres contaban con frecuencia con el auxilio de las tropas portuguesas, concentradas en Río de Janeiro y estacionadas en las ciudades portuarias del norte y del sur de Brasil. Los miembros de ese partido podían ser tanto constitucionalistas y liberales como fuertes defensores del poder absoluto del rey. El "Partido Brasileño", que constituía la segunda facción más grande, comprendía intereses de mercaderes y productores -de alimentos básicos de exportación y otros productos- y de aquellos que querían continuar teniendo acceso a los consumidores europeos directamente, sin la intermediación de la metrópoli portuguesa. Entre esos hombres había muchos constitucionalistas que buscaban una autonomía dentro del Imperio luso-brasileño, pero también existían los que empezaban a soñar con el separatismo y la creación de un Estado plenamente independiente. Los portavoces de ese "partido" tenían otra cosa en común: contaban a menudo con el soporte de los muchos que se beneficiaron con la presencia y el mantenimiento de la Corte en Brasil durante las décadas anteriores -los administradores portugueses que permanecieron en el

gobierno de Brasil después de la partida del rey e importantes hombres de finanzas y mercaderes, sobre todo británicos y franceses, que también vivían allí-. Por último, había una gran variedad de sectores urbanos populares y de clases medias que merecen nuestro comentario. Ese gmpo heterogéneo comprendía comerciantes, farmacéuticos, periodistas, clérigos y hombres libres con empleo, los cuales, junto a una minoría de terratenientes descontentos en el nordeste, flirteaban con tm llamado "Partido Radical-liberal", de eventual matiz republicano. Algunas de esas fuerzas populares creían que la independencia total y tm gobierno republicano podrlan traer cambios que mejorarían las condiciones de vida de la mayorla de la población. Las Cortes portuguesas continuaban con su retórica "recolonizadora", y a fines de 1821 exigieron el retorno a casa del "desobediente" príncipe regente Pedro. En tenaz oposición, por un lado, a las presiones metropolitanas que aumentaban, las elites políticas provinciales más fortalecidas también temían, por otro lado, la reaparición de nuevos arranques republicanos, que, desde la revolución de 1817 en Pernambuco, habían amenazado la continuidad de sus privilegios. Cambios de esa naturaleza deberían ser evitados, toda vez que pondrían en riesgo sus posiciones en aquella sociedad profundamente desigual que venían constmyendo desde hacía mucho tiempo, basada en la sumisión usual de todo orden monárquico y apoyada en la esclavitud. En particular, las elites más ricas y poderosas del eje del sudeste (que comprendía las provincias de Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais) y las de las regiones circundantes empezaron a ver su autonomía amenazada, al tiempo que su importancia política se restringía y estaba destinada a desaparecer a corto plazo. Miembros de ambos partidos, el brasileño y el portugués, temblaron ante las eventuales consecuencias de la agitación de las clases más bajas, de los "hombres del común" (plebeyos), que sin duda se juntarlan con la chusma y la muchedumbre en tiempos de tumulto. Por otro lado, el fantasma de la insurrección de los esclavos y la revolución en Haití sugería que eventos similares podían muy fácilmente ocurrir en Brasil. La proliferación de las guerras de independencia en las colonias de la América española ya estaba anticipando lo que las elites gobernantes de la América portuguesa más temían: una ampliación de la base para la participación política, en el advenimiento de un gobierno independiente en Brasil.

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Un nuevo contrato social y el acuerdo en torno a nuevas libertades eran considerados fundamentales para que el reino de Brasil se transformara en un cuerpo político autónomo. Y, entre los principales objetivos de las fuerzas políticas que lideraban ese proceso, estaba el mantenimiento de la monarquía y del orden esclavista. El príncipe regente entendió esta ocasión como una excelente oportunidad para desobedecer el ultimátum de Lisboa e, instruido por José Bonifácio de Andrada e Silva, proclamó rápidamente la independencia el 7 de septiembre de 1822. Libre de los ataques constitucionales de las Cortes portuguesas y del peligro de "anarquía" de los de abajo, el Estado nación brasileño empezó a ser forjado por esas elites y un nuevo Imperio brasileño comenzó a proyectarse. Su nombre permanecía igual-Brasil (y seguiría siendo llamado Imperio brasileño)- pero ya no hacía referencia, como en el pasado, a una parcela o porción del Imperio luso-brasileño. Este nuevo Imperio brasileño era ahora concebido como una totalidad en sí mismo, como una entidad política autónoma formada por la agregación de extensiones territoriales y por la integración bajo una misma regla de provincias sin otro contacto más importante entre sí que haber pertenecido a la América portuguesa en el pasado. Algunas de esas piezas sueltas del mosaico portugués (para utilizar aqtú la expresión acuñada por István J ancsó), después transformadas en unidades políticas de la nueva totalidad, apenas necesitaron seguir siendo sometidas; otras necesitaron aún ser conquistadas o convencidas con el gran costo político de acatar al nuevo gobierno. La nueva mezcla de consenso y fuerza, de negociación de autoridades políticas con la derrota final de los poderes locales mediante la guerra -cuando no había otra salida-, continuaría siendo la estrategia básica del nuevo Estado para conseguir sobrevivir en los decenios siguientes. De modo similar a lo que ocunia en la América hispánica, en la América portuguesa al menos cuatro regiones distintas podían ser distinguidas respecto de las reacciones políticas diferentes que tuvieron frente a las demandas de las autoridades luso-brasileñas o a las de los defensores de la monarquía constitucional, fundada por Pedro, en Río de Janeiro, después de la independencia. Tales regiones eran: el Grao Pará y Marañón (ambas provincias septentrionales, poco pobladas, más proclives a aceptar las Cortes de Lisboa), Pernambuco y Bahía (las dos provincias más pobladas y antiguas, con sociedades bastante complejas cada una de ellas; ambas flirtearon con el republicanismo y, aunque sus experiencias

fallaran en ese sentido, las elites locales siguieron luchando por sus autonomías a lo largo de toda la década de 1820), San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro (las tres provincias del sudeste que se beneficiaban económicamente desde hacía tiempo y que se habían tornado políticamente importantes después de la transmigración de la Corte portuguesa a Brasil en 1808, y cuyas elites tomaron partido por Pedro después de 1822), y la provincia de San Pedro del Río Grande del Sur (la frontera más convulsa, poco poblada por descendientes tanto de portugueses como de españoles, aún en continua disputa en la época de la independencia). Entretanto, a lo largo de la década de 1840, todas las regiones arriba mencionadas terminaron controladas por el Imperio brasileño. Este representaba ahora una nueva coalición de fuerzas y era responsable por la construcción del poder y la autoridad del Estado sobre bases totalmente distintas. Ese Estado nación políticamente soberano duraría hasta 1889 bajo la forma de una monarquía constitucional.19 La represión contra las turbulencias políticas en las provincias más alejadas del centro, después de la independencia, tuvo un alto costo para Pedro l. Las elites locales disidentes se sublevaron en Pará (1822), Marañón (1823), Bahía (1822-1823) y Pernambuco (1824), y fueron combatidas ferozmente. Si sus demandas implicaban la manutención de los viejos vínculos con Portugal, si expresaban intentos de creación de nuevas y radicales órdenes republicanas, estas eran vistas como revueltas y conspiraciones de sedición contra el emperador que debían ser suprimidas con rigidez. La tan anhelada soberanía del nuevo orden monárquico no podía ser puesta en peligro. Pero, no obstante los esfuerzos de Pedro I, sus acciones políticas fallaron en algunos casos -como en la tumultuosa frontera de la provincia sureña del Río Grande, donde los patriotas de la Banda Oriental derrotaron al Imperio brasileño en su intento de consolidar la autoridad en la región, y con éxito declararon la independencia de su República Oriental del Uruguay en 1828-. Más rebeliones en busca de la autonomía política, o incluso separatistas, continuarían proliferando en diferentes provincias brasileñas en los años siguientes. El período de las regencias20 (1831-1840) fue

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19 Timar Rohloff de Mattos, "Construtores e herdeiros. Atrama dos interesses na constrw;ao da tmidade politica", en István Jancsó (coord.), Independencia. História e Historiografia, San Pablo, Hucitec, 2005, pp. 271-300. 20 El periodo de las regencias se inició con el retomo de Pedro I a Portugal en 1831 y terminó con el llamado "golpe da Maioridade" el23 de julio de 1840, cuando el heredero

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particularmente marcado por esas revueltas provinciales. En el extremo norte, las revueltas de la Cabanagem (en Pará, 1835-1840), Sabinada (en Bahía, 1837-1838) y Balaiada (en Maranhao, 1838-1840), constituyeron conocidos ejemplos de tales protestas. En todas ellas fue también intensa la participación de sectores populares, que traía con frecuencia a la superficie las tan temidas fuerzas "anárquicas" de abajo. Se sumó a esas insurrecciones un nuevo movimiento republicano que estalló en el sur, en 1835, y que dio inicio a la más ardua, sino la más larga, de todas las revueltas, conocida como la revolución Farroupilha o Guerra dos Farrapos -esto es, de los que andan en harapos-. Esta guerra duró diez años, hasta la victoria de las tropas del emperador en 1845. En suma, la fuerza del emperador derivaba sobre todo del eje del sudeste, formado por el apoyo de las elites provinciales de Río de Janeiro y de San Pablo, acrecentado por el soporte de aquellas de Minas Gerais. De allí la Corte de Pedro I comenzó a irradiar en dirección a las demás provincias. Tal tarea no fue fácil, como se ha mencionado anteriormente, y los años dorados del imperio tendrían que aguardar hasta las décadas de 1860 y 1870. El período siguiente de "paz" o estabilidad política fue el resultado de una regresión conservadora, llevada a cabo por los llamados Saquarema,21 gmpo perteneciente a una poderosa elite política en la provincia de Río de Janeiro, que acompañó el final de las regencias y el inicio del segundo reinado conducido por Pedro II. Continuó un período de progresiva consolidación de las autoridades ya establecidas, marcado por una fuerte tendencia centralizadora y por la alternancia en el poder de los dos principales partidos políticos de la época -el Partido Liberal y el Partido Conservador- que también durarían hasta el final del orden monárquico. El intento centralizador del monarca contra las provincias insurgentes tuvo que contar con la mediación de los poderes locales, sobre todo de aquellos que controlaban las cámaras municipales. El papel de esas cámaras fue indispensable para la consolidación del poder del emperador. Fue por intermedio de alianzas políticas con esos poderes locales establecidos desde hacía mucho tiempo que el emperador tuvo éxito en

la aceleración del proceso de formación del Estado. Tales acciones implicaron, en cambio, m(Ütiples concesiones hacia algunos de esos aliados locales. Un pacto permanente entre tradición y modernidad, entre lo viejo y lo nuevo, se tornaría costumbre de la monarquía brasileña durante el segundo reinado. Pero la discusión de un tema tan complejo sobrepasa el alcance de este ensayo y deberá ser tratada en otra ocasión.

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de 15 años, Pedro ll, pasó a ser considerado adulto y capaz de gobernar el país. El joven emperador fue coronado enjulio de 1841 y su reinado duró hasta 1889. 21 Un análisis denso de esos años Saquarema es propiciado por el estudio de Ilmar Rohloff de Mattos, O Tempo Saquarema, San Pablo, Hucitec, 1987.

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De un modo general, y sin entrar en detalles, queremos enfatizar la importancia de trabajar temas interactivos que nos permitan sobrepasar las fronteras -en especial en lo que se refiere a la circulación de ideas o intercambio de valores culturales-. En nuestro estudio específico reforzamos así la necesidad de comprender el modo en que las informaciones, las ideas filosóficas o políticas, o incluso religiosas, pudieron intercambiarse y combinarse, dando lugar a una variedad infinita y mutante de articulaciones políticas y expresiones locales.22

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Los más recientes trabajos en esta línea nos remiten al debate sobre el liberalismo Yel republicanismo y sus variadas culturas políticas locales. Véanse los textos de Roberto Breña y Rafael Rojas, en el libro organizado por Elías Palti, Mito y realidad de la "cultura polftica latinoamericana". Debates en Iberoldeas, Buenos Aires, Prometeo, 2010.

SEGUNDA PARTE

INTERRELACIONES CONTINENTALES Y ATLÁNTICAS DE LOS MOVIMIENTOS INSURRECCIONALES

IV. EL CONTEXTO INTERNACIONAL DE LAS INDEPENDENCIAS HISPANOAMERICANAS Anthony McFarlane* LA REVISióN de la historiografía de la independencia hispanoamericana -que debe mucho al trabajo de Fran9ois-Xavier Guerra- ha dado como resultado un cambio paradigmático en la interpretación de sus orígenes y desarrollo. Ahora, en lugar de enfocarnos en conflictos socioeconómicos dentro de sociedades "coloniales" y "protonacionales", tendemos a subrayar el impacto de la crisis causada por la usurpación napoleónica en España sobre las relaciones y el comportamiento político en una monarquía plural. Pero al renovar la importancia de la dinámica política dentro del sistema trasnacional de la monarquía española, la nueva interpretación ha tendido -como señaló el reciente artículo de Rafe Blaufarb-1 a desdibujar la relevancia del sistema internacional más amplio, el sistema de Estados en que la monarquía española competía. Pensando en esa crítica -y en el estudio clásico de Theda Skocpol, que subrayó la importancia de los conflictos internacionales en las revoluciones de Francia, Rusia y China-,2 quiero volver a examinar la manera en que las relaciones internacionales en tiempos de guerra y de paz interactuaron con la crisis española y la subsiguiente emergencia y consolidación de nuevas entidades políticas en la América hispana. 3 * University of Warwick. El autor quiere agradecer a Francisco Eissa Barroso por su ayuda en la traducción de esta ponencia. 1 Rafe Blaufarb, "The Western Question: The Geopolitics of Latin American Independence", en American Historical Review, vol. 112, núm. 3, 2007, pp. 742-763. 2 Theda Skocpol, States and Social Revolutions. A Comparative Analysis of France, Russia and China, Cambridge, Londres y Nueva York, Cambridge University Press, 1979, pp. 19-24 [trad. esp.: Los Estados y las revoluciones sociales, México, Fondo de Cultura Económica, 1984]. 3 Los análisis generales del contexto internacional de la independencia que toman en cuenta las actividades de todas las potencias principales son raros: una excepción útil es D. A. G. Waddell, "International Politics and Latin American Independence", en Leslie Bethell (comp.), Cambridge History of Latin America, t. 3: From Independence to c. 1870, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pp. 197-228 [trad. esp.: Historia de América Latina, t. 5: La independencia, Barcelona, Crítica, 1991]. 107

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INTERRELACIONES CONTINENTALES Y ATLÁNTICAS ...

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Comenzaré con una observación comparativa aparentemente obvia, pero que aun así merece ser subrayada. Antes de las revoluciones hispanoamericanas, las rebeliones que condujeron a la creación de Estados independientes en regiones anglo y franco-americanas fueron fuertemente influidas por los conflictos entre las principales potencias del mundo atlántico europeo. Las rebeliones nacieron en un contexto de rivalidad internacional y las guerras entre las potencias europeas les dieron espacio para desarrollarse y consolidarse. La relación de las revoluciones americanas y las guerras internacionales no es sorprendente, dado que a lo largo del siglo xvrn las guerras entre las principales potencias mostraron una tendencia cada vez más pronunciada a extenderse desde Europa hacia aguas y tierras americanas. Esta tendencia se hizo ya evidente a comienzos del siglo en la guerra de Sucesión Española, en la que Francia y Gran Bretaña buscaron obtener ventajas frente a la debilidad de la monarquía tras la extinción de la dinastía de los Habsburgo. Mientras que Francia defendió la sucesión del candidato borbón proveniente de la familia real francesa, los ingleses y sus aliados se opusieron a una alianza borbónica que podría dar como resultado, por la unión de Francia y España, un poderoso bloque que monopolizaría los mercados y recursos hispanoamericanos. La guerra fue solo la primera etapa de un conflicto que iba a extenderse e intensificarse en las décadas siguientes. La guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748) abarcó enfrentamientos en Europa, pero para España y Gran Bretaña tuvo una importante dimensión americana derivada de la competencia por el comercio hispanoamericano. Lo mismo ocurrió con la guerra de los Siete Años (1756-1763), ya que la confrontación entre Francia y Gran Bretaña -que también involucró a España en sus años finales- fue una verdadera "gran guerra por el imperio" que tuvo consecuencias muy significativas en el mundo atlántico. La Paz de París causó una reorganización geoestratégica de enormes repercusiones: en el intercambio de territorios al final de la guerra, España y Francia recuperaron las islas caribeñas tomadas por los ingleses, pero Gran Bretaña se quedó con Canadá, el enorme espacio donde los franceses pensaban crear un gran imperio continental en América. De allí, se desencadenaron consecuencias que iban a influir en las relaciones entre las potencias y el equilibrio de sus imperios décadas después. Tras apoderarse de Canadá, Gran Bretaña tuvo que reforzar sus defensas en el continente, y esto por su parte condujo a reformas

militares y fiscales que estimularon la rebelión en las colonias británicas de América cuando los súbditos estadounidenses se opusieron a los aumentos de impuestos y a los intentos de Londres por reforzar el control político en sus colonias. Esta agitación interna supuso una oportunidad de venganza para la monarquía francesa, que aprovechó la rebelión americana interviniendo en la guerra: la ayuda en armas y dinero, y especialmente la intervención de la Marina francesa, jugó un papel cmcial al garantizar el éxito militar de la rebelión americana. Sin la ayuda francesa, es posible que la Revolución Estadounidense hubiera sido derrotada por la abmmadora fuerza británica. Al igual que la revolución americana, el siguiente gran trastorno revolucionario producido en América -el de Haití- ha de ser entendido dentro de un contexto geopolítico más amplio, determinado por las potencias europeas. La revolución en Saint-Domingue fue la consecuencia inesperada de la revolución que comenzó en Francia en 1789. Mientras los distintos gmpos sociales trataban de aprovechar la agitación política en Francia para sus propios intereses, sus rebeliones entrelazadas -en las cuales blancos libres y mulatos perseguían la consecución de sus objetivos entablando alianzas entre sí y también con los esclavos- condujeron a guerras internas que socavaron el régimen francés. Pero el desenlace de la crisis no se explica solo en términos de conflictos políticos y sociales dentro de Saint-Domingue; las intervenciones armadas extranjeras también impactaron en su desarrollo. La intervención española y británica de 1793 proporcionó apoyo a líderes rebeldes, como Toussaint L'Ouverture, aunque estos abandonaron a sus aliados una vez que su compromiso con el restablecimiento de la esclavitud se hizo evidente. Los soldados españoles debilitaron la estructura económica en el norte, asaltando las plantaciones y exportando su material y sus esclavos hasta que en 1795, cuando toda la isla pasó a ser territorio francés, fueron obligados a retirarse. Los comandantes británicos también fueron forzados a abandonar la isla sin haber conseguido sus objetivos de anexión permanente; sin embargo, su intervención, como la de España, fue significativa para impedir el restablecimiento del régimen francés.4 Más tarde, cuando Napoleón intentó reinstaurar la esclavitud y convertir Saint-Domingue en el núcleo de tm renovado Imperio francés en América

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4 David P. Geggus, Slavery, War and Revolution. The British Occupation of Saint Domingue, 1793-1798, Oxford, Clarendon Press, 1982.

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que abarcaría las Floridas, Luisiana, la Guayana francesa y las Antillas francesas, la intervención extranjera volvió a contribuir con la dinámica revolucionaria. Las fuerzas francesas bajo el mando de Philippe Leclerc fueron incapaces de reconstruir la autoridad francesa en Saint-Domingue, por dos razones, una interna y la otra externa. En primer lugar, la resistencia armada y las enfermedades frenaron al ejército invasor de Leclerc; en segundo lugar, el renacer de la guerra entre Francia y Gran Bretaña en el Caribe tras el fin de la Paz de Amiens en 1803 ayudó a garantizar que las fuerzas francesas sucumbieran ante sus enemigos haitianos. Si bien la aparición del Estado independiente de Haití fue en última instancia el logro del liderazgo mulato y negro que luchó por establecer un régimen que reflejara su propia visión política, su creación como un Estado independiente habría sido imposible sin la intervención de gobiernos extranjeros resueltos a debilitar a Francia. Ni España, ni Gran Bretaña, ni Estados Unidos deseaban ver tm Estado independiente construido por esclavos libres: sus objetivos eran o la anexión o la contención. S No obstante, es cierto que España y Gran Bretaña, con la intención de perjudicar a Francia, contribuyeron a la creación de una situación revolucionaria en Saint-Domingue y a la eventual consolidación del Estado independiente de Haití. El impacto de las rivalidades y guerras internacionales es también evidente en los orígenes y el desarrollo de los conflictos que, en la década siguiente a la de la Revolución Haitiana, iban a conducir a la independencia de los países iberoamericanos. En su inicio, la crisis de los imperios ibéricos fue esencialmente una crisis internacional, ocasionada por la guerra entre los principales adversarios europeos. Tras fracasar en el Caribe, las ambiciones de Napoleón de expandir la soberanía y la hegemonía política francesas fueron descargadas sobre sus vecinos europeos. En 1807, invadió Portugal para cubrir uno de los huecos existentes en su "sistema continental", diseñado para excluir de Europa al comercio británico. En 1808, la ocupación de Portugal fue seguida por la intervención directa en la monarquía española, el secuestro de la familia real borbónica y la usurpación del trono español. Estos hechos desencadenaron una crisis tanto en la monarquía portuguesa como en la española, pero sus efectos para la estabilidad de sus respectivos imperios fueron dispares.

En Portugal, cuando Napoleón intentó forzar a la Corona a abandonar su antigua alianza con Gran Bretaña, esta prefirió preservar su soberanía sobre Brasil bajo la protección británica antes que mantener su soberanía sobre Portugal a la sombra de una alianza con Francia. La Corte portuguesa huyó a Río de Janeiro y a Gran Bretaña, y al comprometerse a proteger el territorio y comercio brasileños garantizó la estabilidad de la reconfigurada monarquía luso-brasileña. Portugal conservó la parte clave de su imperio intacta mudando la capital de Europa a América, abriendo el mercado brasileño al comercio británico y, en 1815, convirtiendo a Brasil en un reino comparable a Portugal. De este modo, Gran Bretaña en efecto había impedido el colapso de un imperio americano para sostener a un aliado europeo con el cual tenía una importante relación económica. Y, por supuesto, la protección de la monarquía portuguesa evitaba que Francia se hiciera con los recursos de la principal colonia de Portugal. El colapso de la monarqtúa borbónica en Madrid tuvo repercusiones mucho más desestabilizadoras para el otro imperio ibérico en América. El rechazo al dominio francés en España generó una ola de nuevas entidades políticas en 1808, cuando, ante la ausencia de un rey legítimo, distintas juntas locales tomaron las funciones de gobierno en el nombre del pueblo. Las principales ciudades de la América hispana siguieron su ejemplo en 181 0: cuando España parecía estar a punto de quedar bajo el dominio francés, imitaron la reivindicación hecha por las juntas españolas de ser las depositarias de la soberanía frente al vacío de poder dejado por la captura de Fernando VII, y justificaron el establecimiento de nuevos gobiernos como una forma de evitar ser tomados por los franceses. Esta extraordinaria coyuntura de guerra internacional y crisis imperial creó oportunidades imprevisibles para los hispanoamericanos. Ausente el rey, los criollos afirmaron el derecho -ejercido por las elites provinciales en España- de defenderse de la usurpación francesa y de crear, en nombre del rey legítimo, gobiernos autónomos basados en la soberanía del pueblo. En la mayor parte de las capitales de América del Sur, esto condujo a una transición de las autoridades realistas a nuevos gobiernos, normalmente sin violencia o derramamiento de sangre. Pero este suave traspaso del poder de las autoridades regias a las juntas de gobierno no logró aislar la América hispana de las consecuencias de las guerras externas. La guerra de España para conseguir la independencia de Napoleón se desarrolló en paralelo con las luchas armadas en Amé-

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Robin Blackburn, The Overthrow o{ Colonial Slavery, 1776-1848, Londres, Verso,

1988, pp. 251 y 252,256-258, 273-282.

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rica hispana entre los nuevos gobiernos y quienes defendían a las autoridades regias bajo la Regencia. La crisis externa generó también otras divisiones: en regiones como Nueva Granada o Venezuela, la autoridad central se fragmentó en múltiples gobiernos provinciales, cada uno de los cuales afirmaba ser una entidad soberana. En no pocas ocasiones, estas divisiones políticas condujeron a la guerra. Entre 1810 y 1815, varias regiones de la América hispana se vieron envueltas en lo que esencialmente eran guerras civiles, mantenidas para determinar qué forma de gobierno debería suceder a las estmcturas de autoridad real destmidas por la usurpación de Napoleón. Además, en el transcurso de estas guerras, la política se fue polarizando y, en varias regiones, los intentos de conseguir autonomía dentro del imperio se transformaron en proyectos para su secesión. Cinco años de agitación y transformación política no pr.odujeron sin embargo la independencia de la América hispana. Para 1815, los intentos de establecer gobiernos independientes en la América hispana habían sido en su mayoría aplastados, y la restauración de Fernando VII al trono español allanó el camino para el restablecimiento del Antiguo Régimen. Aún haría falta otra década para que las repúblicas independientes se establecieran con firmeza. Así pues, y a pesar de que la crisis de la monarquía hispánica fue desencadenada por la guerra entre las principales potencias europeas, y a pesar también de que la agitación política en las colonias americanas se vio acompañada de una continuada guerra internacional, las guerras exteriores no interactuaron con las guerras civiles de la América española en ninguna forma que hiciera progresar la causa de la independencia. ¿Por qué este contraste con América del Norte y Haití, en donde la intervención militar de las potencias europeas había exacerbado la agitación política en las colonias rebeldes, ayudando a los protagonistas de la independencia a conseguir sus objetivos? Para explicar el fracaso de los primeros intentos de cambiar el régimen político en la América hispana, debemos tener en cuenta varias circunstancias. Una, subrayada por los escritos de Bolívar, es que los nuevos gobiernos fueron políticamente algo ingenuos o ineptos: generaron experimentos políticos que no lograron atraer apoyo popular o proveer defensas militares adecuadas. Otra circunstancia adversa fue la división de los americanos en partidos opuestos y la multiplicación de aspiraciones políticas incompatibles. Entre aquellos criollos que sí rompieron

con la autoridad regia, el objetivo político no era necesariamente la secesión del imperio o la creación de Estados independientes; la autonomía dentro del imperio era un paso suficiente. Las múltiples afirmaciones de soberanía también impidieron la creación de gobiernos capaces de lograr la independencia, ya sea porque siguieron abiertas a la posibilidad de permanecer como entidades autónomas dentro del Imperio español, o porque estaban tan centradas en reafirmar su soberanía que se concentraron en establecer relaciones entre ellas mismas en lugar de buscar aliados externos que pudieran dotarlas de apoyo político y militar contra España.6 Al mismo tiempo, las juntas autónomas y los Estados independientes se toparon con una oposición sustancial entre los seguidores de las autoridades regias, muchos de ellos dispuestos a tomar las armas para defender el régimen realista. Aunque la Regencia no tenía mucha capacidad militar, ya que España estaba atrapada en la guerra peninsular, sí pudo contar con la movilización militar americana, que llevó a las autoridades realistas a utilizar recursos locales para luchar contra los que denominaban "insurgentes", respaldadas por el apoyo político local. Los ejemplos más obvios de esto lo constituyen México, en donde los ejércitos realistas derrotaron a una extendida insurgencia, Perú, que se convirtió en el núcleo de una gran contrainsurgencia en el Alto Perú, Quito, Chile, y Venezuela, en donde tanto la primera república como la segunda fueron derrocadas por las fuerzas armadas de la oposición realista. Si todas estas circunstancias internas impidieron la creación y consolidación de Estados nuevos, es también cierto que el contexto internacional de la crisis española de 1810-1815 tampoco favoreció la emergencia de un nuevo orden político. En la pugna entre Gran Bretaña y sus colonias estadounidenses, los franceses habían intervenido más como enemigos de Inglaterra que como aliados de los insurrectos; en Haití, España y Gran Bretaña intervinieron para minar el poder colonial de Francia. En cambio, las principales potencias mostraron poco interés en extender sus guerras con una intervención militar directa en la América hispana. Las razones son bastante claras. La estrategia de Francia fue extender su hegemonía en la América hispana mediante la domi-

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6 Daniel Gutiérrez Ardila, Un reino nuevo. Geografia politica, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816), Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 381-413.

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nación de España. En 1808, Napoleón informó a los súbditos de la Corona española que no había cambiado la monarquía sino solo la dinastía, e invitó a los hispanoamericanos a disfnrtar de una mayor participación política bajo un régimen reformado. Cuando la rebelión contra Napoleón en España fue seguida por el rechazo al rey francés en la América hispana, el ministro Champagny repitió la fórmula: afirmó que lo importante era dominar en España, porque cada victoria ganada allí sería también una victoria en las colonias hispanas.? En 181 O, Napoleón modificó esa política para tener en cuenta la mptura entre la Regencia española y las colonias: nombró a un comisionado especial-y luego al embajador francés en Washington- para coordinar una campaña que promoviera la independencia hispanoamericana y ganara el apoyo de Estados Unidos.B Este plan produciría pocos resultados y Napoleón nunca contaría ni con un plan alternativo para intervenir militarmente en América, ni -dado el gran peso de sus guerras en Europa- con los recursos para ello. Mientras Francia era incapaz de intervenir militarmente en la América hispana, Gran Bretaña también rehusó hacerlo. Londres tomó una posición que, dado el largo historial británico de intentar capturar el territorio y comercio españoles en América, parece algo extraña. Unos años antes, en 1806-1807, ministros británicos habían apoyado proyectos militares contra Buenos Aires y una expedición dirigida por Miranda para subvertir la autoridad española en Venezuela; poco después, en 1808, el gobierno británico comenzó los preparativos para enviar una expedición militar contra la América española, probablemente al Río de la Plata.9 Pero en el mismo año su política cambió por completo. Con el estallido de la guerra interna contra la ocupación francesa de España, la política británica experimentó un viraje total. De enemigo principal de España, se convirtió en su aliado principal. Este cambio en la posición de Gran Bretaña, de predador a protector, tuvo consecuencias contradictorias en la América hispana. Por una parte, la alianza británica tendió a debilitar la autoridad española porque minaba el monopolio comercial metropolitano: durante el interregno

de Fernando VII, la expansión del contrabando inglés en puertos americanos dio como resultado una virtual extinción del comercio español y al mismo tiempo fortaleció entre las clases políticas americanas la idea de que España debía emprender una reforma radical de su sistema colonial, abriendo sus colonias al comercio con otras naciones. Por otra parte, la alianza fue un sustento político muy significativo para la monarquía española en un momento de profunda crisis, pues privó a los hispanoamericanos del apoyo extranjero que, medio siglo antes, los disidentes angloamericanos habían recibido en su lucha contra Gran Bretaña. Así pues, los resultados de la alianza británico-española en la América hispana fueron algo ambivalentes. La posición oficial británica era la de un aliado inequívoco de España, pero nunca se opuso claramente a los contrincantes americanos de la Regencia española. Hasta 1814, los ministros ingleses no sabían cómo terminaría la guerra en Europa y, hasta tener una visión más clara del futuro de la monarquía española, quisieron sostener una posición equilibrada entre España y sus súbditos rebeldes. El hilo conductor de la política británica se encuentra en el consejo dado en 1810 por el ministro Lord Harrowby, quien dijo que el gobierno británico debía tomar la posición de un espectador, no alentar las expectativas inmediatas de independencia pero tampoco descontar la posibilidad de independencia a futuro) O ¿Cuáles fueron las implicaciones de la neutralidad inglesa? Sobre todo significó que, a nivel oficial, los gobiernos británicos no ayudaran directamente a los nuevos gobiernos hispanoamericanos. Esta posición se hizo clara cuando las primeras juntas intentaron entablar relaciones diplomáticas con Londres y enviaron delegados para negociar al respecto. En 1810, la Junta de Caracas despachó una delegación compuesta por Simón Bolívar, Luis López Méndez y Andrés Bello, para tratar de persuadir al gobierno británico de que reconociera y protegiera al nuevo gobierno venezolano, y la Junta de Buenos Aires hizo lo mismo al enviar a Matías Irigoyen.II Pero lograron muy poco. El ministro británico de Relaciones Exteriores estuvo dispuesto a recibirlos como visitantes privados pero rechazó su pretensión al reconocimiento oficial. Para el gobierno británico,

7 William Spencer Robertson, France and Latin American Independence, Nueva York, Octagon Books, 1967, p. 64. 8 Jbid., pp. 79-86. 9 John Lynch, "British Policy and the Independence of Latín America", en Journal of Latín American Studies, vol. 1, núm. 1, 1969, pp. 1-30.

lO David A. G. Waddell, Gran Bretaña y la independencia de Venezuela y Colombia, Caracas, Dirección de Información y Relaciones, División de Publicaciones, 1983, pp. 61 y 62. 11 Jbid., pp. 64-72; Klaus Gallo, Britain and Argentina. From lnvasion to Recognition, 1806-1826, Londres, Palgrave, 2001, pp. 95 y 96 [trad. esp.: De la invasión al reconocimiento. Gran Bretaña y el Rfo de la Plata, 1806-1826, Buenos Aires, A-Z, 1994].

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el objetivo clave era garantizar la alianza contra Napoleón y, para conseguir este fin, se mantendría fiel a su promesa de defender el statu quo en la monarquía española. En realidad, había cierta ambigüedad en la ejecución de esta estrategia política en aguas y puertos americanos. Los ministros en Londres no fueron siempre capaces de controlar el comportamiento de sus funcionarios en el Caribe y de los capitanes de la armada que defendían los intereses mercantiles en ultramar. A veces estos oficiales prestaron ayuda informal a los patriotas americanos, y en la práctica la posición de neutralidad formalmente establecida por el Estado británico fue violada en repetidas ocasiones. Buenos Aires, Caracas y Cartagena, por ejemplo, dependieron de los comerciantes ingleses para su comercio, y durante esos años se formaron en la América hispana las primeras comunidades mercantiles de extranjeros, en su mayoría ingleses)2 El gobierno de Estados Unidos también fue reacio a intervenir directamente en la América hispana por sus propias razones. A comienzos de la crisis hispana, algunos líderes políticos estadounidenses y un sector del público se mostraban inclinados a promover movimientos en pro de la independencia de la América hispana, en parte debido a su larga parcialidad protestante contra España y en parte gracias al deseo de propagar el republicanismo. Esto, además, venía mezclado con cierto interés propio. Durante largo tiempo, hubo gente en las colonias estadounidenses que había fomentado ideas para colonizar los territorios españoles en la frontera al sur y suroeste, y aquellas ambiciones expansionistas no hicieron sino crecer en los recién independizados Estados Unidos, como pronto demostró la adquisición de Luisiana en 1803. Los hispanoamericanos que se oponían a la Regencia también veían a Estados Unidos como un aliado potencial: todos los insurgentes de México, Nueva Granada y Venezuela enviaron delegados a la república del norte para buscar armas y apoyo político. Pero el gobierno de Estados Unidos tenía consideraciones de política exterior más importantes que las ambiciones de unos ciudadanos de expandir su influencia en la América hispana: la más urgente era la guerra con Gran Bretaña entre 1812-1815, surgida de la aversión que Gran Bretaña sentía hacia el comercio esta-

blecido por Estados Unidos con Francia, y su expansión hacia las tierras de los aliados indios de Gran Bretaña en América del Norte. Esta fue una guerra dura y costosa para Estados Unidos, que absorbió sus energías y negó la oportunidad de intervenir en la América hispana antes de la restauración del dominio español en 1814-1815.13 Finalmente, la inesperada oportunidad ofrecida a los hispanoamericanos para cambiar su sistema de gobierno, gracias al colapso de España y la absorción de las potencias europeas en guerras internacionales, se perdió. Ni España ni Francia fueron capaces de controlar los territorios hispanoamericanos, y ni Gran Bretaña ni Estados Unidos quisieron intervenir política o militarmente. Portugal fue la única potencia que intervino directamente en las guerras internas en la América hispana, primero con el proyecto de la princesa Carlota Joaquina (esposa del rey portugués), que pretendió heredar la autoridad en América de su hermano Fernando VII, y luego con la invasión del Virreinato del Río de la Plata para expandir el territorio brasileño, so pretexto de defender la soberanía española contra los insurgentes de Buenos Aires.14 Pero el gobierno británico, ansioso de mantener las buenas relaciones entre sus dos aliados ibéricos y de sostener el principio de no intervención en la América hispana, puso fin a aquella aventura. Frente a la oposición británica, Portugal tuvo que retroceder sin cambiar la trayectoria política de sus vecinos hispanoamericanos. En general, durante los años del interregno, las circunstancias internas de división e incertidumbre en la América hispana coincidieron con condiciones externas que no favorecían la intervención extranjera: el resultado fue la restauración del absolutismo español en 1815 en casi toda la región.

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12 Robert Arthur Humphreys, "British Merchants and South American Independence", en Tradition and Revolt in Latín America, Londres, Wiedenfeld & Nicolson, 1969, pp. 111-119; John Street, Gran Bretaña y la independencia de Rfo ele la Plata, Buenos Aires, Paidós, 1967, pp. 190-193.

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Mientras que la derrota final de Napoleón en 1815 restauró la paz internacional y trajo la reconstmcción del viejo sistema en Europa, en la América hispana los insurgentes que querían separarse de la monarquía española se vieron reducidos a unos pocos y a pequeños reductos que no amenazaban a las autoridades regias restauradas. Para ellos, el fin 13 Piero Gleijeses, "The Limits of Sympathy: The United States and the Independence of Spanish America", en Journal ofLatin American Stuclies, vol. 24, núm. 3, 1992, pp. 481-505. 14 Robert Arthur Humphreys, Liberation in South America, 1806-1827. The Career of James Paroissien, Londres, University of London, 1952, pp. 21-36; John Street, Artigas ancl the Inclepenclence o{ Uruguay, Cambridge, Cambridge University Press, 1959, pp. 158-161 [trad. esp.: Artigas y la emancipación del Uruguay, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1980].

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de la guerra interna cional entre Franci a y las otras potenc ias signifi có un cambi o en el clima interna cional bastan te adverso a su causa. Los monar cas y sus minist ros buscar on entonc es recons tnlir el sistem a de Estado s sobre los princip ios monár quicos y la legitim idad de los reyes, y en el Congreso de Viena convin ieron en reunir se en congre sos regula res para soluci onar sus diferencias. Rusia, Prusia , Austri a y Franci a se juntar on tambié n en la Santa Alianza, un concor dato para coordi nar la polític a exterio r según los princip ios cristia nos y para mante ner la paz entre ellas. Entre otras cosas, el nuevo régime n interna cional implic ó no solo la restaur ación del rey borbón en España , sino tambié n la defens a de su sobera nía en los territo rios americ anos, respal dada por todas las potenc ias mayores. En Londres, se dijo que el tratado de la Santa Alianza no era ni tratado, ni santo, ni alianza; pero el vizconde de Castlereagh, minist ro de Relacion es Exteri ores, mantu vo su posici ón de defend er los derech os de Fernan do VII. En 1814, firmó un acuerd o formal con Españ a para prohibir la exportación de armas de Gran Bretañ a a la América hispana; en 1815, no hizo nada por disuad ir al gobier no fernan dino de reconq uistar sus territo rios americ anos, y permit ió el paso de la expedición milita r del general Pablo Morillo para la invasión de Venezuela y de Nueva Granad a. Los nmcio narios británi cos tambié n rechaz aron las llamad as americ anas de ayuda contra los asaltos de ese ejército de reconq msta, aun en el caso extremo del Estado de Cartagena que, en 1815, intentó salvarse del asalto de Morillo ofreciendo anexar se a Gran Bretañ a como domin io del rey inglés. Al contra rio, Gran Bretañ a seguía defendiendo la integri dad de la monar qtúa española. Castlereagh estaba convencido de la necesi dad de sosten er la política antirre voluci onaria de los monar cas europe os y puso el peso político británi co en el proyecto de recons truir los antigu os regímenes y establecer un equilibrio entre las potenc ias) S Franci a tambié n defend ía la integri dad de la monar quía españo la. La posici ón adopta da por Lms XVIII era compl etamen te diferen te de la de Napoleón: rechaz ó la indepe ndenci a hispan oamer icana y se entreg ó a recons truir las relacio nes franco -españ olas sobre líneas pareci das a 15 William W. Kaufma nn, British Policy and the Jndepen dence of Latin America, 18041828, Londres, Yale University Press, 1967, pp. 103-105 [trad. esp.: La política británica y la independencia de América Latina, 1804-1828, Caracas, Univers idad Central de Venezuela, 1963].

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las de los pactos de familia del siglo anterio r.l 6 Esto deriva ba solo en arte de su deseo de proteg er al rey legítim o; la rivalid ad con Gran ~retaña tambié n jugaba tm papel import ante. El gobier no francés quería, como siempr e, evitar que los merca dos hispan oamer icanos ~asara n a manos de los ingleses, y por lo tanto, buscab a mante ner la amista d de Españ a para sosten er los intereses comerciales franceses. ~sí. pues, ~ran­ cia no estaba dispue sta a ayuda r ni a recono cer los moVIrmentos mdependen tistas en América. El gobier no de Estado s Unido s buscab a defend er e increm entar sus interes es en la América hispan a con una polític a cautelo sa que tambié n dio priorid ad a las relaciones con Españ a. Por un lado, hubo interes ados en aprovecharse del debilitamiento del poder español: pensab an en ganar territo rios en Texas y, tal vez a largo plazo, lograr la adquis ición de Cuba. Pero el gobier no no estuvo dispue sto a apoya r directa mente a los movimiento s insurg entes por dos razone s: temía la oposic ión britán ica Y quería dar priorid ad a su meta estraté gica más import ante, la de adquirir el territo rio de Florida. Para Estado s Unidos, la adquis ición de Florid a formab a parte esencial de su polític a de expans ión al oeste del río Misisipi: si no contro laban Florida , la ciudad de Nueva Orleans y los territorios alrede dor de la desem bocadu ra del gran río, eran vulner ables al ataque , especi alment e de los ingleses. En 1818, Estado s Unido s empez ó a negoci ar con Españ a sobre la cuestió n de Florid a y, mientr as negoci aban, evitab an dar apoyo a los insurg entes hispan oamer icanos . Empero, este equilibrio o, mejor dicho, estasis en las posiciones internacionales sobre la cuestión hispan oamer icana no era sostenible por una sencilla razón: pese a las condiciones interna cional es que favorecían la recons trucció n de la monar qtúa española, Fernan do VII no pudo recrea r el orden prerre voluci onario en todos sus territo rios. En México Y en América Central, donde las autorid ades regias nunca habían sido derrotadas, el régime n español logró volver a impon er su autorid ad sin estorb~ : eliminó a sus princip ales opositores y casi aniqui ló la insurg encia meXIcana. En Perú, donde el gobierno virreinal había quedado intacto durant e el interre gno, la situaci ón fue tambié n bastan te estable. Pero en otras regiones de América del Sur la insurg encia volvió a ser una fuerza poderosa, reorga nizada alrede dor de dos núcleos territoriales: las provin cias 16 William Spencer Roberts on, France and Latin America n Independence, op. cit., PP· 117yll 8.

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libre s del Río de la Plat a en el Cono Sur, y los centros guerrilleros de los caudillos insu rgen tes en Venezuela. En aque llos núcleos, la caus a de la inde pend enci a ame rica na no solo sobreviv ió, sino que se convirtió en un mo~miento expansivo. En 1817 , José de San Mar tín lanz ó una cam pañ a cont men tal desde su base en Mendoza, y en 1818 convirtió a Chile en tma plat afor ma para atac ar el bast ión real ista en Perú . En 1819, Bolívar com enzó una ofensiva que tam bién atra vesó los Andes venezolanos en un ataq ue que tom ó por sorp resa al ejército realista en el terri torio vecino de Nueva G~anada, derr otó su gob iern o virreinal y tam bién facilitó, en un par de anos, la derr ota de las fuerzas espa ñola s en Venezuela. . Las haza ñas mili tare s de esos gene rale s insu rgen tes no solo cam bi~on el. bala nce de pod er en el mun do hisp ánic o, sino que tam bién tuVIeron Imp orta ntes repe rcus ione s inte rnac iona les. Ahora, la cues tión de la América hisp ana com enzó a conv ertir se en un prob lem a urge nte para las potencias, una "cuestión occident al" en para lelo con la "cuestión oriental", caus ada por el deca imie nto del Imp erio otom ano la rebe lión d.e Ser~ia y la emer~:ncia del mov imie nto de independenci~ griego. La s~tuac10n .en la Am enca hisp ana no fue objeto de un esfu erzo dipl omá tico tan dire cto com o la "cue stión oriental ", pero las maq uina cion es de las pote ncia s prin cipa les juga ron un pape l imp orta nte a la hora de pon er fin y desm emb rar al Imp erio español.l7 En un prin cipi o, Gra n Bre taña inte ntó man tene r su posi ción olímp~ca: reh~só inte rven ir e imp idió cual quie r inte rven ción de otra pote ncia. vizc ond e de Cas tlere agh con tinu ó proc lam ánd ose ami go de Espana.: en 1818 prop uso una med iaci ón de los alia dos para term inar el conflicto entr e Esp aña y sus colonias, y en 1819 dict ó una proh ibic ión con tra el recl utam ient o de sold ados britá nico s para las fuer zas insu rg.entes. Pero ~unque imp edía la inte rven ción de otra s pote ncia s, su politica no ayud o a solu cion ar los prob lem as espa ñole s en América. El prob lem a cent ral fue la inca paci dad de Fern and o VII para imp oner una s~lución mili tar en América, algo que tuvo tam bién repe rcus iones nega tiva s en Esp aña y que iba a agra var el deb ilita mie nto de las rela cion es ultra mar inas ; la prep arac ión de una expedición con tra Buenos Aires pr.e_cipitó una rebeli~n espa ñola con tra Fern and o VII y trajo la restaurac10n de la mon arqm a cons tituc iona l y las cort es en 1820. A

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~e Bl~tlfarb, "The West em Ques tion: The Geopolitics of Latín Ame rican Indep endenc e , op. cu., pp. 761-763.

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arti r de ese mom ento , se hizo cada vez más evidente que Esp aña no p odia recu pera r su pod er en América. Aun que los nuev os min istro s p . . busc aron tma solu ción polí tica y entr aron . en negociaciOnes, l os msu rente s tení an poc os ince ntiv os para acep tar la reco ncil iaci ón con la ~etrópoli.IS Al cont rario . Los líderes mili tare s de los Esta dos inde pendientes de Colombia, del Río de la Plat a y de Chile esta ban más segu ros que nun ca de las posi bilid ades de triu nfar en sus cam pañ as para libe rar todo el cont inen te, y volvieron a la tare a, frus trad a ante s de 1815, de expl otar las rivalidades entr e las pote ncia s inte rnac iona les y cons egui r así el reco noci mie nto dipl omá tico de su inde pend enci a. Bolí var Y otro s líderes envi aron sus agentes a Was hing ton, a Parí s y a Lon dres con una nuev a tarea: no se limi taro n a busc ar arm as y dine ro, sino que se dedicaro n a crea r una ima gen positiva de los gob iern os eme rgen tes para que los euro peos con side rara n su reco noci mie nto com o mie mbr os del sistem a inte rnac iona l de Esta dos. . Ya ante s del Congreso de Aqu isgr án en 1818 se perc ibía la importanc ia de los avan ces mili tare s y político s de los patr iota s ame rica nos. Mie ntra s la cues tión hisp ano ame rica na volvió a ser prom inen te en la agen da inte rnac iona l, Fran cia com enzó a pen sar en una polí tica alternati va en 1818, cuan do el rey y sus min istro s se dier on cuen ta de que los avances de los patr iota s ofre cían vent ajas a los com erci ante s britá nicos y esta dou nide nses que ame naza ban con excluir a los com erci ante s franceses de los mer cado s ame rica nos. Por lo tant o, Fran cia estableció cont acto s dipl omá tico s secr etos para expl orar la posi bilid ad de fund ar mon arqu ías borb ónic as independientes en América. En 1818, el gobierno francés envió a Le Moyne al Río de la Plat a, don de fue calu rosa men te reci bido por Juan Mar tín de Pue yrre dón , el dire ctor sup rem o de las Provincias Uni das del Río de la Plat a, quie n estuvo disp uest o a considera r la inst alac ión de un prín cipe euro peo para elim inar el espe rado ataq ue de Esp aña. l9 Esta polí tica sote rrañ a fue aban don ada cuan do ame nazó con dañ ar las rela cion es ami stos as entr e Fran cia Y Esp aña. Pero, la man iobr a de Fran cia -ta l vez el aliad o más :fiel de Esp aña - de ir modificando su oposición a la inde pend enci a hisp ano ame rica na refle18 Timo thy E. Anna , Spain and the Loss of America, Linco ln _(NE) YLonm:es, Univ~r~ity of Nebr aska Press, 1988, pp. 236-238 [trad . esp.: España y la zndependencza de Amer tca, México, Fond o de Cultu ra Econ ómic a, 1986 ]. 19 William Spen cer Robe rtson . , France and Latin American Jndependen ce, op. czt., pp. 163-173.

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jaba la apertura de una nueva fase en las relaciones entre los insurgentes hispanoameric anos y las potencias internacionale s. Este cambio se hizo aún más evidente cuando la revolución liberal de 1820 contribuyó a socavar la credibilidad de España como poder imperial. Los estadounidens es fueron los primeros en presionar por el reconocimien to de los nuevos Estados. Cuando se ratificó el tratado Adams-Onis que cedió Florida a Estados Unidos en 1821, el presidente y el Congreso empezaron las gestiones para entablar relaciones diplomáticas con las repúblicas hispanoamericanas.20 Como siempre, Castlereagh intentó evitar un cambio decisivo y logró demorar el reconocimient o diplomático planeado por Estados Unidos. Sin embargo, Castlereagh, 1m conservador profundo, llegó a aceptar que la causa fernandina estaba perdida y que el reconocimient o de los nuevos Estados era "un asunto de tiempo y no de principios".21 Castlereagh se suicidó antes de implantar una política favorable a los nuevos Estados hispanoameric anos y dejó a su sucesor George Canning la responsabilida d de proteger los intereses británicos en la cuestión de la América hispana. Como Castlereagh, Canning creía que la primera prioridad era contrarrestar la influencia de Francia y Estados Unidos, y mantener así la primacía de Gran Bretaña en el hemisferio occidental. Pero su actitud se vio más influida por los intereses comerciales en Inglaterra -era, después de todo, diputado por el puerto de Liverpool- y respondió con más energía a las presiones internacionale s sobre la "cuestión occidental". Para Canning esa cuestión era más urgente que otros asuntos, y se dedicó a replantear la posición británica, tomando en cuenta el crecimiento del comercio en la América hispana y las primeras inver22 siones de capital. En estas circunstancias , era necesario establecer la paz y las relaciones normales: se necesitaban tratados comerciales y cónsules para proteger a los súbditos británicos y su propiedad. Fue también esencial evitar que Estados Unidos aprovechara la oportunidad de tomar la primera posición en las relaciones con los nuevos Estados. 20

Rafe Blaufarb, "The Western Question: The Geopolitics of Latin American Independence", op. cit., pp. 750-752. 21 William W. Kaufmann, British Policy and the Independence of Latin America' 18041828, op. cit., p. 133. 22 Sobre la politica de Canning, véase John Lynch, "Great Britain and Spanish Americ~n Independence, 1810-1830", en John Lynch (comp.), Andrés Bello. The London Years, Richmond (Surrey), Casa de Bello Foundation, 1982, pp. 17-20.

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Estados Unidos anticipó la causa independentis ta al reconocer a las nuevas repúblicas en 1822 y al declarar la "doctrina Monroe" en 1823. La importancia del texto de James Monroe fue esencialmente política: Estados Unidos no tenia fuerzas suficientes para impedir la intervención militar europea en América, pero su declaración de solidaridad con las repúblicas emergentes de la América hispana mostró a sus rivales europeos que Estados Unidos podía perjudicar sus intereses a: asumir liderazgo de una alianza antimonárquic a. Para Gran Bretana, la posibilidad de una liga panamericana bajo liderazgo americano era particularmente importuna, porque minaba la idea de Canning de usar a los Estados emergentes como un contrapeso frente a sus rivales europeos. De igual importancia fue la decisión francesa, nacida de la rivalidad con Gran Bretaña, de intervenir en una manera completament e distinta en los asuntos de la monarquía española. En 1823, Francia intentó asentar su posición en la América hispana mandando un ejército para apoyar a Fernando VII en España. Junto con el gesto estadounidens e -que disputaba la hegemonía económica en la región-, la intervención francesa fue otro estímulo para modificar la política británica, pues resucitó el espectro del dominio francés sobre España y su imperio. Por lo tanto, Gran Bretaña finalmente entró de un modo directo en el proceso de la desintegración del Imperio español al reconocer en 1825 a las repúblicas de Colombia, de México y a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Un año después, Canning defendió su política ante el Parlamento británico con la famosa frase que subrayó la importancia de la rivalidad europea y la diplomacia británica en la creación de los nuevos Estados: "Decidí que si Francia había de tener a España, no tendría a España con sus Indias. Llamé al Nuevo Mtmdo a escena para restablecer el balance en el Viejo".23 En realidad, el papel de Canning no fue tan central. Su reconocimient o de los nuevos Estados fue una respuesta, algo tardía, a las presiones generadas por las campañas libertadoras en América, la consolidación de las nuevas repúblicas, y las rivalidades internacionale s entre las potencias que buscaron aventajarse con la desmembració n del Imperio español. Esto, a su vez, refleja una interacción importante entre las revoluciones hispanas y las circunstancias internacionale s, pero en una dinámica diferente a la de las revoluciones anteriores de Estados

:1

23 Citado por William W. Kaufmann, British Policy and the Independence of Latin America, 1804-1828, op. cit., p. 178.

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INT ERR ELA CIO NES CONTIN ENTALES Y ATLÁNTICAS ...

Unidos y de Haití. En el caso de estas, la int erv enc ión mi lita r de las potencias en las guerras coloni ales jugó un rol crítico por que contribuyó a socavar las autoridades establ ecidas y dio apoyo arm ado a los rebeldes. En aquellas, la interacción ent re las guerras internas y extern as fue distinta. Du ran te la pri me ra fase de conflicto dentro de la mo nar qtú a española, las potencias europeas est uvieron preocupadas po r la gue rra con tra Napoleón y no buscaron explota r la debilidad de Esp aña en Am érica ni fomentaron la destrucción del Imperio español. Gracias a su ine spe rad a conversión en enemigo de Fra nci a y amigo de Gr an Bre tañ a, Es pañ a evitó la destrucción de su imper io dur ant e el interregno de Fer nando VII : mientras que Francia no interv ino en la América hispana, Gr an Bre tañ a también evitó involucrarse en las guerras internas y los insurr ect os quedar on sin ayuda externa en su lucha con tra España. Esta situ ación continuó después de la der rot a de Napoleón, cuando las potencias principales, convencidas de la necesidad de rec rea r el orden y la paz en Eu rop a, ace pta ron la necesidad de pro teger la res tau rad a mo nar quí a española. Pero los tiempos de paz intern acional no gar ant iza ron la int egridad del imperio. Fer nan do VTI fue incapa z de sup rim ir los reductos de ins urgencia am eri can a y rec rea r su antigu o régimen en América, y mient ras Gran Bre tañ a impidió la intervención externa, los caudillos insurgent es tuvieron la oportunidad de mo nta r nuevas y exitosas guerras int ern as con tra el régimen español. El con tra ste con las revoluciones de Estado s Unidos y Haiti es evidente. En estas, las guerras internacionales contrib uyeron directamente a fomentar las cris is revolucionarias; en la Améric a hispana, las guerras internas, desarroll adas en condiciones de paz int ernacional después de 1815, fueron los mo tores de la revolución. Las arm as y ayuda extranjeras no fueron esenciale s. En la década de 1820 no fue la gue rra sino la paz internacional la que abrió el espacio necesario par a la terminación y consolidación de las revoluciones hispanoamerican as.

PENDENCIAS HI V. LAS I~~AS DE SD E ESTASPANOAMERICANAS DOS UNIDOS Mó nic a Henry* "ni dos las respectivas revolucio nes registr s .en ellmpalerio DESDE sus I , . , de los estadounidensesada , quienes español des per tar on eli~~:~es 1 de gue rra civil. La pre nsa en gupub lic aba nos círculos llegaron a Ce I ;a r ~s de los revolucionarios his pan oam eregularmente ~as correspon en~t ric ano s ale nta ndo los a pro seg ii~ssu luc ha con tra los españoles. Asi. an a los represenmismo, los editores fila delfios y neoyorqumos I·ns tab e . . exi liad os his panoamericanos, tantes de los gobiernos ~evolu c~ ~~ :: : y en Ba ltim ore , a dif und ir sus radicados y bie n recibi os en I a d ;an to en español como en inglés. ideas pub lica ndo artícu.l~s red act al os .dense enviaba cónsul es y agents Po r otr o laddo, el gobie~o :~~~~: e~~ ~s ciu dad es por tua ria s del lm pefor seamen an commerce a a d, mi sió n sem i oficial al Río de la rio español, y en 1~ 18 enco~e n o ~~era ma no acerca de la situ aci ón Pla ta par a re. coger mfor:n~cw n del p 1 ·as en rebelión. En .. l't" eco la ela nom boica en as co ome militar, po I Ica ~. . . rac ión de su poh tic a ext eno r ara la América his pan a, el gobierno de p . ·f rm es Coi"ncidentemente, ese Jam es Monroe tom o, ~n cue nta estos m o · C en Washington, un aca lor ado mi sm o año se enta~lo en. el ongr_eso, ro iad o des ign ar ofi cialme debate par a det erm ma r SI ~es ul;ana ~~u~iera significado de hec honte el un mi nis tro par a Buen~s Aires, olcu :na rio por teñ o po r par te reconocimiento del gobierno de Est arevo uci dos Unidos. Los observadores de los aconte . . nto s en el im per io colonial biscimie . tes que sup ond ría el recopan o evaluaron 1os b enefi CI·os e inconvemen b" tan to par a Est ado s Unidos nac im ien to oficial de los ~~tevo ~=~a ~:::;eriencia recogida dur ant e la como par a el res to de Amencadi. . .. demás sobre la adopción de Revolución Estadounidense, scu tier on a d * Université Paris-Est Créteil. La a Vicente Thomas sus sugeren cias Y auto ra agra ece ' comentarios de inestimable valo r. 125

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un régimen republicano y federal de gobierno por parte de las antiguas colonias y las medidas consideradas pertinentes ante el eventual triunfo del proceso libertador. Este capitulo se ocupará de presentar los argumentos principales esgrimidos en el debate, tal cual fueron expuestos en los escritos publicados en Estados Unidos, con el objeto de evaluar la importancia que les dieron sus autores, cotejándolos con la realidad que reflejan las relaciones mantenidas entonces con la América hispana. Los observadores que se interesaron y siguieron de cerca los acontecimientos pueden ser catalogados en tres gmpos. En primer lugar, figuran los dirigentes y politicos estadounidenses: los miembros del gobierno de James Madison ( 1809-1817) y los de la administración de James Monroe (1817-1823) y, finalmente, los senadores y representantes del Congreso, donde se discute, larga y a veces acaloradamente, la South American Question. Los debates parlamentarios públicos y las reuniones de gabinete a puertas cerradas cuentan con una profusa documentación archivada en los anales del Congreso y figuran en las correspondencias y memorias de los notables de la época. El segundo gmpo incluye a la prensa estadounidense -en particular, los periódicos Philadelphia Aurora, Niles' Weekly Register y Richmond Enquirer-, así como a los simpatizantes estadounidenses de la causa revolucionaria, quienes publican artículos de divulgación para un público poco informado. En la tercera y última categoría se hallan los exiliados hispanoamericanos en Estados Unidos, algunos de larga data, como Manuel Torres, de Nueva Granada, y otros de estadía más breve, como Vicente Pazos, del Alto Perú. Escriben para difundir entre sus conciudadanos y el público local los presuntos beneficios de un comercio interamericano más desarrollado y amplio y las ventajas que pueden derivarse del sistema republicano federal de gobierno para todos los habitantes del continente americano. Se ha decidido aquí encarar el debate entre los integrantes del segundo y tercer gn1po porque se trata de personajes no gubernamentales, a quienes no les compete la responsabilidad de elaborar una política exterior con España y sus colonias en rebelión. Por consiguiente, sus opiniones están exentas de la influencia que podrían ejercer sobre ellos las consideraciones geopolíticas. Por otro lado, estos personajes aventajaban a los políticos de Washington en su conocimiento del Impe-

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rio español, ya sea porque estaban más inmersos en el tema, porque tenían una vivencia personal de la situación en América Central y América del Sur, o sencillamente porque eran oriundos de las regiones en conflicto. En definitiva, la lectura de estos ensayos y de los artículos periodísticos permite percibir con mayor agudeza cuáles fueron los aspectos de la revolución hispanoamericana que más interesaron en Estados Unidos. Cabe señalar, sin embargo, que estos observadores oficiosos son menos objetivos, dada la manifiesta simpatía ideológica que exteriorizan por la lucha revolucionaria. Tampoco debe olvidarse que este debate por escrito se disputa simultáneamente con el debate oral, que transcurre en el Congreso y en las reuniones de gabinete. Los comentaristas retoman, transforman y presentan otros puntos de vista para rebatir los argumentos de que se valen los dirigentes políticos. Una última precisión: no se trata de tres gmpos herméticos, sino que las comunicaciones entre ellos son permeables, en un funcionamiento semejante al de los vasos comunicantes. El secretario de Estado John Quincy Adams, bajo el seudónimo de Phocion, participó públicamente en el tratamiento de la South American Question, dando publicidad en la prensa local a artículos en los que explica su oposición al reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos.! O bien el caso de Henry M. Brackenridge, autor de Viaje a América del Sur (1818), escrito al regreso de su misión a Buenos Aires. Brackenridge, fino conocedor del mundo español y partidario entusiasta de las revoluciones hispanoamericanas, aceptó el nombramiento del Departamento de Estado como secretario de la misión oficiosa encomendada al Río de La Plata. Su obra es a la vez un informe detallado de la situación militar, política y económica en la antigua colonia española para uso oficial, así como un relato de viaje para un público interesado en el continente sudamericano. I Los historiadores difieren sobre la identidad de Phocion; para William Weeks (John Quincy Adams and American Global Empire, Lexington, University Press of Kentucky, 1992, p. 97) se trata sin duda alguna del secretario de Estado John Quincy Adams. James Lewis Jr. (The American Union and the Problem of Neighborhood. The United States and the Collapse of the Spanish Empire, 1783-1829, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1998, p. 242), por el contrario, sostiene que Phocion era el yerno de James Monroe, George Hay, quien vivía en Washington y era un confidente del presid~n~e. Fuera quien fuera, lo importante es que Phocion pertenece al grupo allegado a los dingentes y, por lo tanto, sus opiniones reflejan muy probablemente la posición oficial.

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Si se ordenan los debates relativos a las revoluci ones y a las guerras de la indepen dencia hispano america na en forma cronológica, se pueden distingu ir tres moment os cmciales . Al comienz o, entre 181 Oy 1816, se analizan las ventajas y desventa jas entre el sistema republic ano y federal y el régimen monárqu ico de gobierno para las colonias española s. A partir de 1816, aparece y se superpo ne el tema de los beneficios económicos que un comerci o interam ericano más libre podría acarrear tanto para estadou nidense s como para hispano america nos. Finalme nte, a medida que los gobierno s revolucionarios se van afianzando, se entablan conversa ciones para explorar la posibilid ad de un plan com(m para todo el continen te. Esta última posibilid ad va tomand o cuerpo a partir de 1820 y culmina con la reunión del Congreso de Panamá de 1826, propiciado por Simón Bolívar. Evident emente, esta cronolog ía no es ni rígida ni inamovi ble, ya que se observa n superpo siciones y vaivenes; pero resulta útil como element o de organiza ción y como esbozo de un cuadro general de presenta ción.

1810-1816: RÉGIMEN POLÍTICO PARA LAS COLONIAS AMERICANAS

Los habitant es de Caracas y de Buenos Aires fueron los primero s en reaccion ar de manera clara e inequívo ca ante la noticia de la ocupaci ón de España en 1808 por parte de las tropas napoleó nicas. Decidido s a no reconoc er la nueva autorida d usurpad ora, los criollos revoluci onarios caraque ños reempla zaron en abril de 181 O a la Capitan ía General por una junta autónom a, y en mayo de ese año, en Buenos Aires, los criollos porteño s también designar on una junta revoluci onaria, lo cual dio inicio a la marcha hacia la conquis ta de la indepen dencia de la actual Argentin a. La informa ción de los aconteci mientos ocurrido s en Caracas y en Buenos Aires fue difundid a al principi o por la prensa de las ciudade s del litoral atlántico de Estados Unidos. Las noticias llegaban desde las Antillas, pero ya en 1812, a medida que las comunic aciones con el continente sudamer icano se hacían más fluidas, la relación de los hechos emanó directam ente de las ciudades portuari as atlántica s del Imperio español. Los diarios estadoun idenses reprodu cían también artículos de la prensa británic a con las últimas informa ciones sobre la guerra en Europa, señalan do la posibili dad de ser esta la causa directa de los

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aconteci mientos ocurrido s en la América hispana. 2 Algunos diarios aludían a un supuesto complot napoleó nico contra las autorida des peninsulares para explicar la rebelión de Caracas. El New York Spectator de junio de 1810, por ejemplo , publicó un a~ículo que ~~~maba ~ue la revoluci ón de Caracas era una consecu encia de la opos1c10n espanola a la invasión francesa.3 Pero a medida que las informa ciones se precisab an, el público estadounide nse decidió interpre tar los movimie ntos revoluci onarios en las colonias española s no como consecu encia directa de la política europea , sino como product o de una lógica particul ar. La interpre tación del público no difería de la de los partidos políticos, que a su vez reaccionaban de acuerdo con las simpatía s que albergab an, bien por Gran Bretaña, bien por Francia principa lmente. Los federalistas, menos francófilos y, en consecu encia, más sensible s a la causa de los liberales españoles, criticab an los "excesos" en que caían los revoluci onarios. Los republic anos, más favorables a todo movimie nto revoluci onario, apoyaban la rebelión de las colonias española s contra la madre patria, aunque con pmdenc ia, a la espera de otras nuevas que confirm aran la pureza de las intencio nes de sus autores. 4 Por su parte, el presiden te James Madison declaró, en 1811, que Estados Unidos estaba "profund amente" interesa do en el desarrol lo de los sucesos, aunque reafirmó su principio de no interven ción, de acuerdo con la política de neutrali dad impleme ntada desde la indepen dencia. A su vez, el Congres o prometi ó establec er relacion es cordiale s y comerciales con las colonias española s cuando estas se constitu yesen en Estados indepen dientes y soberano s.s La prensa seguía destacan do la informa ción sobre la marcha de las revoluciones en México, Chile, Buenos Aires y Caracas; pero a partir de 1812, escasear on las noticias y los comenta rios periodís ticos. Esto se debe en parte a la tensión creciente entre Estados Unidos y Gran Bretaña, que desembo ca en una guerra entre ambas nacione s que se prolong ó hasta fines de 1814, acapara ndo desde ya toda la atención periodís tica. 2 Bmce Solnick, "American Opinion Concernin g the SpanishAm erican Wars oflndepen dence, 1808-1824", tesis de doctorado, Nueva York, NewYork University, 1960, pp. 6 Y 12. 3 Charles c. Griffin, "La opinión pública norteamer icana y la independe ncia de Hispanoamér ica", Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1941, p. 11. 4 /bid., pp. 11 y 12. s American State Papers, vol. m, Foreign Relations, p. 538.

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Por otra parte, la actividad revolucionaria había sido contenida en varias regiones del Imperio español, donde las tropas realistas infligieron severas derrotas a las fuerzas revolucionarias de Chile, Nueva Granada y México. En Caracas, la ofensiva bmtal de la contrarrevolución y el terremoto devastador de 1812 acabaron con la primera república venezolana. Solo Buenos Aires consiguió contener la reacción española. No obstante, a pesar de la grave situación militar propia, aparecen publicaciones que exhortan a proseguir la lucha por la independencia. El autor anónimo de 1mo de esos escritos, publicado en Filadelfia en 1812, sostenía que a los habitantes de las colonias los asistía el derecho de no reconocer al gobierno de Cádiz. Afirmaba que esa junta central era tan despótica como lo era el mismo monarca español. La junta había sido creada por los liberales españoles como reacción a la abdicación forzada de Carlos N y de su hijo y heredero Fernando VII, y se oponía al nombramiento, en su lugar, del hermano de Napoleón, José II.6 El autor estaba convencido de que el amor a la libertad seguiría inspirando a los hispanoamericanos, incitándolos a romper definitivamente con España. Recomendaba, entonces, que en la eventualidad imitaran la política estadounidense, fundando nuevas poblaciones, promoviendo y protegiendo la industria, el comercio y la agricultma, y di:ftmdiendo las artes y las ciencias. El autor, sin embargo, no dejaba de advertir dos obstáculos mayores que entorpecían el esfuerzo revolucionario: la diferencia de intereses de las sociedades coloniales multiétnicas y la intolerancia religiosa. Para resolver estas dificultades aconsejaba di:ftmdir entre todos los habitantes el reconocimiento del bien, la pureza de sentimientos, la imparcialidad de la justicia y la generosidad. 7 Vale decir que el autor recomendaba explícitamente beneficiar a todos los habitantes por igual, sin distinciones de clase o de color, e impedir que cualquier gmpo social pudiera imponer sus prioridades e intereses a los demás. En otros escritos publicados posteriormente, tanto de autores locales como hispanoamericanos, se hace clara referencia a la cuestión de la revolución y a las diferencias étnicas. Edward Everett, redactor en jefe de North American Review, de Boston, no disimulaba su escepticismo,

asegurando que Estados Unidos no podía respaldar la causa revolucionaria debido a las diferencias de clima, raza, idioma, costumbres morales y sociales, sistemas políticos y religiosos, que eran otros tantos escollos en el camino de la integración entre el norte del continente y el sur. "No podemos concebir la posibilidad de una convivencia enmarcada en un elevado espíritu nacional y una política común, debido a la con:ft1sión reinante: es decir, la confusa mezcla heterogénea y odiosa de la intolerancia e indolencia españolas, agregada a la barbarie salvaje y a la estupidez de los africanos."B Esta observación puede parecer hiperbólica y no reflejar necesariamente la opinión de las mayorías. Sin embargo, puede citarse como reflejo de algunas de las opiniones y hasta de los temores a las consecuencias que intranquilizaban al país, poco inclinado a la posibilidad de desembocar en una sociedad multirracial. Everett concluye que para mantener la cohesión en una población tan heterogénea sería necesaria la instauración de un gobierno fuerte.9 No todos los observadores, sin embargo, consideraban la heterogeneidad de la sociedad colonial americana como una desventaja. Para William Thornton -nacido en la isla Tórtola, de posesión británica en las Antillas, quien luego emigró a Filadelfia-, tres siglos de convivencia entre españoles e indios habían originado una raza de hombres enérgicos y emprendedores: la raza de los colombianos del sur. Cabe señalar de paso que Thornton emplea la expresión columbian, en vez de american, para referirse a todos los oriundos de las Américas, sin explicar el porqué de esta terminología.lO En todo caso, es evidente que la cuestión racial empañaba la percepción que se tenía de los hispanoamericanos, ya sea para diferenciarse -en la mayoría de los casos- o para sentirse identificados con ellos. Más allá de estas consideraciones, los estadounidenses querían saber qué tipo de sociedades posrevolucionarias fundarían los hispanoamericanos. ¿Se adaptaría al modelo estadounidense, manteniendo a 1ma parte de la población esclavizada -la negra- y a otra excluida de la nacionalidad

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8 North

American Review, vol. 12, 1821, p. 438. North American Review, vol. 5, 1817, p. 227. 10 Andrew N. Cleven, "Thornton's Outlines of a Constitution for United North and South Columbia", en Hispanic American Historical Review, vol. 12, 1932, pp. 198 y 201. En los escritos de la época, Thornton es aparentemente el único autor que utiliza esta expresión. Se la tradujo al español como "colombiano", término que en este contexto no designa exclusivamente a los habitantes de Colombia. 9

6 El amigo de los hombres, A todos los que habitan las islas, y el vasto continente de la América española: obrita curiosa, interesante, y agradable, seguida de un discurso sobre la intolerancia religiosa, Filadelfia, Imprenta de Andrés José Blocquerst, 1812, pp. 3-5. 7 !bid., pp. 8, 9 y 18-25.

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-la india-, con lo que los beneficios de la revolución serían recogidos exclusivamente por la única población libre -la blanca-? ¿O bien se permitiría la creación de una sociedad como la haitiana, donde los esclavos liberados habían instaurado la segunda república del continente americano y la primera dirigida por negros? Esta segunda opción era considerada la más alarmante, en particular para los habitantes de los Estados del sur, donde residía la mayoría de los esclavos. Es importante señalar que la lectura ofrecida por estos primeros cronistas de la sociedad hispanoamericana no ofrece matices: es en blanco y negro. Por un lado está la población de color que observa, pero no participa del movimiento revolucionario, y, por el otro, la población blanca que goza de derechos y se muestra poco dispuesta a compartirlos con los demás sectores de la sociedad.ll Los comentaristas, quizá faltos de datos o a causa de una óptica diferente, querían advertir al lector acerca de los problemas que podría plantear la asimilación; quizá, también, por otras razones menos evidentes, como la composición compleja de las sociedades coloniales del Imperio español, las condiciones de vida de la población indígena y negra y la existencia de castas sociales. Los escritos de los exiliados hispanoamericanos se mostraban circunspectos y tampoco abordaban la cuestión. Por el contrario, obviaban el tema prefiriendo ensalzar la tolerancia y el respeto que se manifestaban mutuamente los integrantes de las demás clases y gmpos sociales. Fue dentro de este esquema que Vicente Pazos esperaba convencer a los lectores de la bondad y honestidad de sus compatriotas.12 Pero para los estadounidenses la falta de homogeneidad racial significaba un obstáculo infranqueable, porque en esas condiciones les resultaría muy difícil a las nuevas repúblicas lograr la necesaria cohesión política. Los intereses encontrados y las diferentes reivindicaciones a que aspiraban los demás gmpos sociales eran difíciles de conciliar políticamente. Además, estaba comprobado que la población blanca criolla, a pesar de sus instituciones republicanas, desconfiaba de los demás miembros de la sociedad. Los revolucionarios criollos comprendían que el

orden social establecido por ellos, y mediante el cual ejercían un control casi absoluto sobre los demás, podía ser alterado. Por lo tanto, Estados Unidos se preguntaba si los dirigentes criollos tendrían la capacidad suficiente para mantener la estmctura social establecida. ¿Convenía reconocer oficialmente la independencia de los nuevos gobiernos revolucionarios, cuyos dirigentes no dominaban por completo una situación social inestable y que en algunas regiones hasta amenazaba con frustrarse? Poco o nada garantizaba el éxito según los estadounidenses. Es evidente que no olvidaban lo sucedido en la antigua colonia francesa de SaintDomingue, cuya independencia Estados Unidos no reconoció hasta después de la Proclama de Emancipación del presidente Abraham Lincoln, que declaraba la liberación de los esclavos en los Estados rebeldes de la Confederación. Hubiera resultado incoherente, y sobre todo peligroso para el gobierno de Thomas J efferson (180 1-1809) y las administraciones sucesivas, reconocer a Haití y al mismo tiempo continuar tolerando la esclavitud en territorio estadounidense. En la segunda parte del panfleto, el autor se explaya ampliamente contra la intolerancia religiosa. Se indigna por la amalgama existente entre las instituciones políticas y civiles y las religiosas, y afirma que en esas condiciones estas se convierten en instn1mento de la tiranía. El despotismo religioso, dice, genera superstición, fanatismo, ignorancia, hipocresía y el embmtecimiento de la población. Su conclusión es clara: "¿Queréis formar buenos ciudadanos y hacer que la piedad y la religión pura sin hipocresía enaltezcan los corazones? Adoptad una Constitución liberal y proclamad la libertad de conciencia, restituyendo así para el hombre sus derechos más preciados e inviolables" ,13 Empero, los observadores no consideraban que la Iglesia católica fuese un impedimento para la revolución, la independencia y la formación de gobiernos republicanos. Desconfiaban, es cierto, de los católicos intolerantes y supersticiosos de la América hispana, aunque ni en la prensa, ni en los folletos circulantes, se los consideraba la causa de un posible fracaso de los movimientos emancipadores. Tampoco era el catolicismo intransigente el que iba a impedir las relaciones comerciales entre una América del Norte protestante y una América hispana católica.

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JI Spanish America ancl the Unitecl S tates; or Views of the Actual Commerce of the United States with the Spanish Colonies. Ancl of the Effects of a War with Spain on that Commerce, Filadelfia, M. Carey & Son, 1818, pp. 37-40. 12 Vicente Pazos, Letters on the Unitecl Provinces of South America Adclressed to the Hon. Henry Clay, Speaker of the House of Representatives of the United States, traducidas desde el español por Platt H. Crosby, Nueva York y Londres, 1819.

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13 El amigo de los hombres, A todos los que habitan las islas ... , op. cit., pp. 17-25. La segunda parte del panfleto sobre la religión se intitula "La voz de la verdad. Sobre uno de los puntos que más interesan a la felicidad de los hombres".

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LAS INDEPENDENCIAS HISPANOAMERICANAS ...

En efecto, a pesar de la exigencia de Estados Unidos, impuesta en 1824, de incluir artículos contractuales para proteger la libertad de conciencia y religiosa de los ciudadanos estadounidenses que se hallaban en las naciones hispanoamericanas interesadas en firmar tratados comerciales, el gobierno estadounidense tuvo que conformarse con que fuera respetada la "seguridad" y no la "libertad" de conciencia. En la versión final de los tratados tampoco quedaba expresamente explícito que la libertad religiosa [freedom of worship] fuera a ser respetada.1 4 Pero en realidad lo que más preocupaba a los observadores estadounidenses era la supuesta falta de voluntad o incapacidad de establecer regímenes republicanos. Esta preocupación nacía, según ellos, de la carencia del conocimiento práctico y de la experiencia política necesarios que afligía a los revolucionarios. Los estadounidenses, por el contrario, habían aprendido a gobernarse durante la época prerrevolucionaria, al participar activamente de las legislaturas coloniales, decían algunos observadores.15 Esta posibilidad les fue negada a los hispanoamericanos por las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII, cuyo objetivo, entre otros, era excluir precisamente a los criollos de la administración colonial. Aunque no fue esta la única razón, pues la situación se agravó cuando comenzaron a llegar noticias de que los gobiernos revolucionarios, Buenos Aires en particular, albergaban proyectos monárquicos. No solo se confirmaban las sospechas, sino que aumentaba la inquietud de los estadounidenses, convencidos de lo desastroso que resultaría para el futuro de las Américas el retorno de un monarca europeo al continente. Sobre este punto, los simpatizantes de la causa revolucionaria coincidían ampliamente con la posición oficial, pregonada años más tarde, en 1823, por el presidente Monroe en su mensaje al Congreso. En la que se conoció luego como la doctrina Monroe, el presidente advertía a las naciones europeas contra toda pretensión de querer "ampliar su sistema [político] en cualquier región de este hemisferio" .16 La imposición de tm integrante

de cualquier casa real europea sería equivalente a abrir las puertas a una posible intervención política y, sobre todo, militar en el continente americano, por parte de las potencias de Europa. Los exiliados hispanoamericanos no permanecieron indiferentes a estas dudas y sospechas. Desde Estados Unidos, Vicente Pazos aseguraba a los lectores de sus Letters on the United Provinces ofSouth America que los revolucionarios optarían por un sistema de gobierno apropiado, sin recomendar ninguno en particular. Pazos sugería a los nuevos gobernantes que se inspiraran en la república del norte del continente: "La historia de Estados Unidos nos ofrece la satisfacción de comprobar que la libertad civil y religiosa ha transformado sus selvas vírgenes, donde merodeaban los salvajes y las :fieras[ ... ] tornándolas en el jardín del mundo" .17 De tma manera más categórica, Vicente Rocafuerte, de Nueva Granada, advertía sobre el peligro que amenazaba apartarse del modelo estadounidense, para imitar las instituciones europeas a las que consideraba bárbaras, ridículas y anticuadas) S Por su parte, el mexicano fray José Servando Teresa de Mier Noriega criticaba el absolutismo de los reyes, cuyo único objetivo era afirmarse en el poder. Al denunciar el gobierno tiránico de Agustín Iturbide, el autor, desde su exilio en Filadelfia, incitaba a los mexicanos a seguir el ejemplo republicano estadounidense: "Único sistema de gobierno en el cual el interés privado coincide con el interés general del gobierno", afirmaba el religioso.19 Los exiliados proponían imitar el modelo estadounidense y no adaptarlo a las circunstancias particulares hispanoamericanas, lo cual sugiere que la lejanía de la tierra natal les impedía observar claramente una situación militar y política más o menos estable, según la región y las condiciones particulares de cada una de las colonias. Otros comentaristas fueron menos severos en sus opiniones, en particular aquellos que habían viajado con Brackenridge, quien a su llegada a Buenos Aires comprueba que resultaría ilusorio pensar que los hispa-

14 John J. Johnson, A Hemisphere Apart. The Foundations of United States Policy toward Latín America, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1990, pp. 30 y 31. 15 Henry M. Brackenridge, Voyage to South America, Performed by Order of the American Govemment in the Years 1817 and 1818, vol. 1, Londres, T. and J. Allman, 1820, p. 49 [trad. esp.: Viaje a América del Sur; Buenos Aires, Hyspamérica, 1988]. 16 Annals ofthe Congress, 18° Congreso, vol. 1, pp. 22 y 23: "We should consider any attempt on their part to extend their system to any portions of this Hemisphere, as dangerous to our peace and safety" [Debemos( ... ) considerar cualquier intento por su parte

de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad]. 17 Vicente Pazos, Letters on the United Provinces of South America, op. cit., pp. 123 y 124. 18 Vicente Rocafuerte, Ideas necesarias a todo pueblo americano independiente, que quiera ser libre, Filadelfia, D. Huntingdon T. & W. Mercein, 1821, p. 8. 19 José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, Memoria polltico-instructiva, enviada desde Filadelfia en agosto de 1821, á los gefes independientes del Anáhuac, llamado por los españoles Nueva-España, Filadelfia, 1821, pp. 44, 46, 52, 53 y 75.

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noamericanos lograrían despojarse de las antiguas costumbres del régimen anterior y formar un gobierno como el de Estados Unidos. No obstante, Brackenridge reconoce que un pueblo que ha seguido el ejemplo estadounidense y que admira sus instituciones formará evidentemente un gobierno "libre y racional". No duda de que el resultado final de las revoluciones hispanoamericanas será la instauración de repúblicas, aunque no necesariamente federales. Para dar mayor énfasis a sus convicciones, Brackenridge recurre al ejemplo que ofrece la constmcción de un edificio: los materiales de constmcción en la América hispana son evidentemente distintos a los de Estados Unidos. La vivienda del sur será, por lo tanto, diferente a la del norte, y los hispanoamericanos habitarán tm edificio construido con otros materiales, como la religión.20 En conclusión, Brackenridge no difería mayormente de la opinión manifestada en Aurora de Chile por Camilo Henríquez, quien, en 1812, aconsejaba a sus compatriotas acogerse a un sistema de gobierno adaptado a las circunstancias y a las situaciones que imperaban en la América hispana contemporánea. El artículo lleva por título "El espíritu de imitación es muy perjudicial para los pueblos".21 En consecuencia, para los estadounidenses más optimistas, como Henry Brackenridge, los hispanoamericanos estaban dispuestos a terminar para siempre con el sistema monárquico. Pero los más pesimistas, como Phocion, pensaban que los hispanoamericanos sí lograrían formar naciones soberanas, más o menos despóticas, según los casos.22 No bastaba, decían, con indignarse contra la com1pción y el poder arbitrario de los españoles, exigir leyes justas, seguridad de la propiedad y libertad individual. Recomendaba a los hispanoamericanos desprenderse de la herencia opresiva española para conseguir que echara raíces en el Nuevo Mundo el sistema republicano.23 La conclusión general estaba lejos de ser optimista: definitivamente, los hispanoamericanos no lograrían establecer naciones independientes como la estadounidense.24 La diferencia entre

pesimistas y optimistas se resume en que se concedió a los revolucionarios el beneficio de la duda; pero los primeros consideraban de antemano que la causa de la libertad estaba perdida para los hispanoamericanos.

A lo largo del siglo XVIII, los barcos estadounidenses, balleneros en el Pacífico Sur, naves al servicio del tráfico de esclavos en el Caribe, buques con productos europeos para las colonias americanas sobre el frente atlántico, navegaban y comerciaban libremente en los mares y océanos del Imperio colonial español a pesar del monopolio. En 1797, el reglamento de comercio libre permitió a los barcos pertenecientes a los países neutrales, como Estados Unidos, recalar en los puertos coloniales. En las Antillas, Estados Unidos vendía productos alimenticios, harina en particular, a cambio de los productos locales, sobre todo el azúcar cubano. Por ejemplo, en 1798 la mayoría de las embarcaciones que amarraron en el puerto de Veracmz -y dos tercios de las que lo hacían en La Habana- eran estadounidenses. Dos años más tarde, el reglamento fue revocado, pero el comercio con los países neutrales siguió siendo tolerado. Entre 1802 y 1808, el intercambio comercial entre Estados Unidos, América del Sur y el Caribe aumentó considerablemente. Pero, al mismo tiempo, se comprobó también que las exportaciones británicas, que fueron de 300.000 libras en 1804, aumentaron en 1809 a 6 millones de libras aproximadamente.25 Al iniciarse el movimiento revolucionario, todos los cónsules y los agents [br seamen and commerce estadounidenses que Washington había designado en los puertos coloniales-William Shaler en La Habana, Robert Lowry y Alexander Scott en Caracas, Joel Poinsett en Buenos Aires- advirtieron la importante actividad comercial británica. Dada entonces la existencia de este comercio interamericano

Brackenridge, Voyage to South America, vol. 1, op. cit., pp. 268, 277, 288 y 289. Aurora de Chile, 20 de febrero de 1812. 22 The Essays ofPhocion, en Nationalintelligencer, cartas del20 de noviembre y 16 de diciembre de 1817, pp. 7 y 20. 23 North American Review, vol. S, 1817, pp. 227-231. 24 Henry M. Brackenridge, Voyage to South America, vol. 2, op. cit., p. 301. Theodorick Bland, uno de los commissioners de la misión Brackenridge, predice un futuro poco prometedor para los hispanoamericanos. Su informe del2 de noviembre de 1818 se halla en William Manning, Diplomatic Correspondence of the United States Concerning the In-

dependence ofthe Latín-American Nations, Nueva York, Oxford University Press, 1925 [trad. esp.: Correspondencia diplomática de los Estados Unidos concerniente a la independencia de las naciones latinoamericanas, Buenos Aires, Librería y editorial "La Facultad" de J. Roldán y cía., 1930-1932]. 25 Peggy Liss, Atlantic Empires. The Network ofTrade and Revolution, 1713-1826, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1983, pp. 172, 187 y 188 [trad. esp.: Los imperios trasatlánticos. Las redes del comercio y de las Revoluciones de Independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1989].

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1816-1820: ARGUMENTOS A FAVOR DE LA VENTAJA COMERCIAL

20 Henry M. 21

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y el importante tráfico comercial de Gran Bretaña en el continente, los estadounidenses se preguntaron en qué medida las revoluciones e independencias hispanoamericanas podían aportar algtma ventaja comercial a Estados Unidos. Uno de los primeros en dar respuesta a este interrogante fue Manuel Torres, de Nueva Granada, en su libro An Exposition of the Commerce ofSpanish America (1816 ), publicado en Filadelfia. Se trata de una suerte de guía, con informaciones sobre la economía política en el Imperio español, de las prácticas mercantiles y del sistema de medidas empleado en las colonias. Torres señalaba que el progreso extraordinario de las revoluciones había permitido la apertura de los puertos coloniales al comercio internacional y que la cercanía geográfica entre los continentes y los recursos disponibles en la América hispana no podían sino favorecer el comercio interamericano. América Central y América del Sur consumían productos importados y, a su vez, producían metal precioso, indispensable, según Torres, para los canjes comerciales y bancarios, puesto que la banca estadounidense exigía que una parte de los fondos bancarios fuera en especie. El valor fiduciario del papel moneda era entonces aleatorio debido a la desconfianza reinante. Por el contrario, el metal precioso "incrementaba el capital nacional y el poder adquisitivo al mismo tiempo, en forma directamente proporcional".26 Torres subrayaba que la importancia de la América hispana para Estados Unidos residía también en su posición geográfica, por lo que el comercio con Oriente se desenvolvería con mayor agilidad siempre y cuando se lograse conectar el océano Atlántico con el Pacífico a través del istmo de Panamá, o bien por el río Raspadura, desde Guayaquil hasta Cartagena. El comercio adoptaría una forma triangtllar: Estados Unidos compraría té y especias en Asia y pagaría con el oro y la plata obtenidos en su intercambio comercial con las antigt1as colonias españolas.27 Es decir, la América hispana se convertiría en un eslabón del comercio que

Estados Unidos pensaba mantener con Oriente, formando una red comercial que se desplazaría hacia el Pacífico. Este proyecto, apenas esbozado, será retomado más adelante por otros comentaristas. En todo caso, Torres estaba convencido de que la amistad entre el norte y el sur del continente americano era "absolutamente" necesaria para la seguridad y la prosperidad mutuas.28 Sin embargo, en su obra, cuyo objetivo evidente era atraer comerciantes estadounidenses al sur del continente, las relaciones interamericanas fueron presentadas como más ventajosas para los estadounidenses que para los hispanoamericanos ; su intención era quizá persuadir más que analizar en profundidad las cifras y el posible volumen del intercambio comercial norte-sur. Un examen más riguroso fue publicado por Timothy Pitkin, en un informe sobre la importación y exportación de Estados Unidos entre 181 Oy 1816. Según el documento, en 181 Ofueron exportados productos por un valor de 66.757.970 pesos; en 1814, la cantidad disminuyó a 6.927.441 pesos debido a la guerra de 1812; y en 1816, las exportaciones volvieron a aumentar hasta alcanzar 81.920.452 dólares, de los cuales 64.181.896 pesos correspondían a productos estadounidenses y 17.138.555 pesos a productos extranjeros como el azúcar, el café, la pimienta y el cacao, provenientes de las islas holandesas, británicas, francesas y españolas del Caribe, productos que luego Estados Unidos transportaba a Europa. Pitkin concluye que no es posible subestimar la importancia del transporte marítimo para la economía nacional.29 Hezekiah Niles, del periódico Niles' Weekly Register, consideró en un artículo que debía prestarse mayor atención a las estadísticas, que ampliaban la información acerca del comercio interamericano, las cuales indicaban que, en 1817, 570 buques habían amarrado en Boston, y que 305 naves provenían de las Antillas y de los puertos continentales del mar del Caribe. El mismo año habían llegado a Boston 86 embarcaciones y otras 41 provenientes de China e India. En 1819, sobre un total de 1.215 barcos que recalaron en La Habana, 664 eran estadounidenses; 338, españoles, y 148, británicos.30 Las estadísticas destacaban la importancia de Cuba para Estados Unidos, que había iniciado allí la compra de azúcar, cuando

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Manuel Torres, An Exposition of the Commerce of Spanish America. With Sorne Observations upon its Importance to the United States, Filadelfia, G. Palmer, 1816, p. 13. Torres es probablemente también el autor de los panfletos Reflexiones sobre el comercio de España con su colonia en tiempos de guerra y de Manual de un republicano para el uso de un pueblo libre. Charles H. Bowman, "Manuel Torres, A Spanish American Patriot in Philadelphia, 1796-1822", en Pennsylvania Magazine of History and Biography, vol. 94, 1970, pp. 29 y 41. 27 Ibid., p. 13. 2

28 Ibid., p. 14. 29 Timothy Pitkin,

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A Statistical View of the Commerce of the United States of America, Nueva York, James Eastburn & Co., 1817, pp. 37, 167, 175. 30 Niles' Weekly Register, 29 de noviembre de 1817.

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el gobierno de Jefferson decidió prohibir todo comercio con SaintDomingue, otro gran productor de azúcar. Otro estadounidense, James Yard, estableció el valor comercial de cada región, desde México hasta el Río de la Plata y Chile, mostrándose de acuerdo con Torres al reafirmar que Panamá debía convertirse en el "depósito local" del comercio estadounidense con China e India. Por otra parte, México no solo suministraría la plata necesaria, sino también el acceso a sus puertos sobre la costa del Pacífico. Asimismo, los balleneros estadounidenses en el Pacífico Sur y el comercio de pieles del noroeste del continente americano aprovecharían la apertura de los puertos mexicanos del litoral pacífico. Yard señaló también que el comercio más beneficioso para Estados Unidos en América española se concentraba en las Antillas, en particular en Puerto Rico y en Cuba. Según las estadísticas, el volumen del intercambio comercial con Cuba era diez veces más provechoso que el de México. Estados Unidos exportaba harina, arroz, maíz, tabaco, pescado y madera en sus propios barcos. Yard concluía, por lo tanto, que la América hispana, salvo las Antillas, no ofrecía un mercado importante. Cabe decir que las nuevas naciones no significarían un cambio sustancial, lo cual no implicaba que los estadounidenses debían bajar la guardia. El autor aconsejaba evitar todo conflicto con España, puesto que significaría la pérdida del tráfico comercial con las colonias y, lo que sería peor, permitiría a Gran Bretaña aprovechar el conflicto para apoderarse del comercio con Cuba y con Puerto Rico.31 Por su potencialidad marítima, comercial e industrial, Gran Bretaña surge como una amenaza constante para los intereses estadounidenses en las Américas. Así, por lo menos, lo entendían tanto los cónsules destacados en las ciudades portuarias del Imperio colonial español como los comerciantes de Boston, Nueva York, Filadelfia, Baltimore, Charleston y Nueva Orleans. Periódicos como Philadelphia Gazette se encargaron de reflejar ese temor afirmando que era importante establecer relaciones comerciales con los "hermanos" sudamericanos antes que Gran Bretaña se convirtiera en la dueña del comercio en la región. Agregaba el editorial que, con la apertura del comercio, aumentaría el consumo en las antiguas

colonias, lo que incrementaría, a su vez, la producción manufacturera del país.32 William Duane, redactor en jefe de Philadelphia Aurora, simpatizante de la causa revolucionaria y amigo de Manuel Torres, recomendaba fabricar productos que Gran Bretaña no estaba en condiciones de ofrecer, para luego venderlos a los hispanoamericanos.33 Frente a esta inquietud acerca de las intenciones británicas se planteaba, sin embargo, una cuestión fundamental subyacente: ¿qué dirección tomaría la economía estadotmidense? Hasta mediados de 1815, el país había sido esencialmente agrario. En simultáneo, había aumentado el tráfico marítimo con productos extranjeros, en particular británicos y, en menor cantidad, con productos nacionales. Después de la guerra de 1812, los navíos británicos reanudaron el tráfico comercial de sus propios productos. Estados Unidos tuvo que compensar la pérdida, aumentando la producción de la industria nacional para la exportación. "El comercio con Europa tiene que hacerse sobre la base de nuestros propios productos", aconsejaba Philadelphia Aurora.34 Contemporáneame nte, se iniciaba el desarrollo de la industria textil estadounidense. Un grupo de comerciantes había instalado una fábrica textil en Waltham, en el Estado de Massachusetts, en la cual se producía tanto el hilado como el tejido. Aunque los estadounidenses estaban preparándose para competir con las fábricas textiles británicas, no iban a estar listos hasta después de 1819. Gran Bretaña aprovechó entonces los años iniciales del desarrollo industrial estadounidense para inundar el mercado con el excedente de su producción nacional, lo cual fue una de las causas que provocó ese mismo año la crisis económica en Estados Unidos.35 Estos cambios en la economía reforzaron la creencia no solo de la comunidad mercantil, sino también de los observadores, de que la competencia entre Estados Unidos y Gran Bretaña por los mercados hispanoamericano s sería ruda. Tanto es así que William Duane difundió la idea de que Gran Bretaña era la instigadora secreta de las guerras de la independencia con el objeto de poder acceder con más facilidad a las materias primas del continente sudamericano, aun-

31 Se trata de un panfleto anónimo, pero historiadores contemporáneos como Arthur Whitaker y William Weeks piensan que el autor es James Yard. Por esta razón, el panfleto se conoce como Yards Pamphlet.

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32 El artículo de Philadelphia Gazette fue publicado en Philaclelphia Aurora el 30 de abril de 1816. 33Jbicl. 34 !bid., 15 de julio de 1816. 35 Walter LaFeber, The American Age. U.S. Foreign Policy at Home ancl Abroacl, 1750 to the Present, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1994, p. 72.

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que al mismo tiempo se oponía públicamente a la independencia de las ~ol?nias americanas. 36 Phocion, en National Intelligencer de Washington, msmuaba que la estratagema tenía un alcance aún mayor: al ejercer presión para el reconocimiento de las nuevas naciones, el gobierno británico se iba a beneficiar con el comercio hispanoamericano liberado entonces del monopolio metropolitano. En consecuencia, Gran Bretaña aprovecharía el comercio libre, sin la amenaza de correr riesgos diplomáticos. Pero independientemente de estas sospechas sobre las verdaderas intenciones británicas, a Phocion tampoco le parecía que Estados Unidos iba a obtener beneficios con el comercio de América del Sur: "Los sudamericanos no re(men las condiciones necesarias para aprovechar nuestro tabaco, algodón o incluso nuestros productos alimenticios; Y nosotros no podríamos competir con Gran Bretaña en el mercado de productos manufacturados". 37 Phocion, al formular esta apreciación, se basaba en la situación entonces imperante: Gran Bretaña controlaba los circuitos comerciales en el continente americano, en particular en el Atlántico y en el Pacífico Sur. Como necesitaba mercados para sus productos industriales, los exportaba en gran volumen y a menor precio, eliminando todo intento de competencia. La incipiente industria estadounidense no se encontraba aún en condiciones de competir, algo que ni siquiera se les ocurría a los políticos, comerciantes e industriales. En realidad, Gran Bretaña y Estados Unidos prosiguieron tm acuerdo tácito de ejercer el control de los antiguos mercados españoles. Pero este acuerdo no incluía el Caribe donde Estados Unidos no estaba dispuesto a ceder la primacía; la man~ zana de la discordia, entonces, la constituían Cuba y Puerto Rico. . En conclusión, los comentaristas se dividían en optimistas, para qmenes la apertura del comercio sería beneficiosa para Estados Unidos Y pesimistas, que creían que la abolición del monopolio español n~ aportaría ningún provecho. Pero más allá de esta cuestión, los observadores estadounidenses se planteaban preguntas esenciales respecto al futuro de la economía. En primer lugar, la presencia británica acicateaba a Estados Unidos para desarrollar su industria si aspiraba, por una parte, a no depender más de aquella para la fabricación y, por otra, a convertirse en una potencia económica mundial. En resumidas cuentas, ¿Esta-

dos Unidos seguiría siendo un país agrícola como afirmaba Thomas Jefferson o más bien un país industrial, como había propuesto Alexander Hamilton? Ya que Gran Bretaña tenía el contralor del comercio atlántico, Estados Unidos debía crear una zona de influencia propia para aspirar al dominio económico en el Pacífico. Esta sería la forma de repartirse tácitamente el tráfico mundial entre ambas naciones; sin embargo, esa posibilidad estaba íntimamente ligada a la expansión territorial hacia el Pacífico, lo que exigía medios de comunicación rápidos entre el este y el oeste, cuyo logro, como se dijo, era la constmcción de un canal interoceánico, según las soluciones ofrecidas.

142

36 Philadelphia 37

Aurora, 29 de ochtbre de 1817. The Essays ofPhocion, op. cit., 1° de diciembre de 1817, p. 12.

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1820-1826: UN PLANTEO COMÚN PARA EL CONTINENTE AMERICANO

En su informe sobre Venezuela, el estadounidense Baptis Irvine destacaba también la importancia que tendría el comercio hispanoamericano para Estados Unidos y la necesidad de constmir un canal interoceánico. Insistía igualmente en que el comercio no podía erigirse en la única prioridad, sino que compartir con los hispanoamericanos los mismos intereses y principios los vinculaba a la misma causa e inspiraba el mismo honor; en consecuencia, tenían la obligación de defender sus derechos y de respetarse mutuamente.3B Irvine retomaba así la idea de Jefferson, seg(m la cual existía un cordón umbilical entre los habitantes del continente americano, que resultaba del rechazo de la influencia europea en el Nuevo Mundo, y que como corolario América tenía el deber de crear un sistema de intereses separados que no estuvieran subordinados a los de Europa.39 ¿Cómo podría concretarse esa tmión? Su compatriota William Thornton proponía, en 1815, que las Américas se organizaran en 13 secciones, con un gobierno republicano propio para cada una, bajo tm gobierno general, encabezado por tm presidente llamado el Inca, investido de todos los poderes ejecutivos y asistido por 26 representantes del norte, los

38 Baptis Irvine, Commerce of South America. lts lmportance to the United States, with sorne Remarl
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saches, y 52 caciques del sur.40 Aunque esta propuesta fue considerada prematura y utópica, anticipaba, sin embargo, el proyecto bolivariano de una confederación americana. Paradójicamen te, Bolivar, en su "Carta de Jamaica" del mismo año, descartaba el proyecto de fundar una gran república en la América hispana: el hecho de compartir el mismo origen, el mismo idioma, la misma religión y las mismas costumbres no compensaba, a su entender, la diversidad de climas, situaciones, intereses e idiosincrasias. Asimismo, Bolivar no incluía en esta gran república americana ni a Estados Unidos ni a Haití.41 Por su parte, el chileno Camilo Henríquez, desde Santiago, ya se había mostrado escéptico con respecto a la idea de regir a naciones tan diversas con leyes que emanaran de un cuerpo legislativo ímico. Afirmaba que la protección recíproca y la tmidad de objetivos solo podían obtenerse por medio de acuerdos bilaterales, lo cual tornaba inútil toda convocatoria a una asamblea americana.42 Uno de los estadounidenses más entusiasmados con la idea de la unión fue Henry Brackenridge, quien sostenía que era necesario lograr la independencia de la América hispana para que sus habitantes recuperaran la felicidad a la que no habían podido acceder durante tres siglos de opresión española. Afirmaba también que la independencia respectiva de cada tma de las naciones no solo reforzaría la seguridad de Estados Unidos, sino también que este país accedería a una posición predominante en el mundo al convertirse en líder "natural" de toda América, puesto que poseía un gobierno fuerte y consolidado que le aseguraba el liderazgo de las naciones hispanoameri canas débiles y desorganizada s. 43 Otros comentaristas estadounidens es no se aventuraron por el camino que señalaba Brackenridge, aunque el triunfo del movimiento emancipador les permitiera augurar un futuro libre de la presencia europea en el continente americano. Se podría conjeturar, quizá, que los estadounidenses habían perdido el interés, amén de la esperanza de un continente unido, al comprobar que los vecinos continentales no lograban establecer gobiernos estables y soberanos. O bien que se llamaron a silencio al advertir que el gobierno había tomado la iniciativa estrechando los lazos 4 0 Andrew N. Cleven, "Thornton's Outlines of a Constitution for United North and South Columbia", op. cit., p. 490. 41 Simón Bolívar, Carta de Jamaica [Kingston, 6 de septiembre de 1815), Caracas, Ediciones de la Presidencia de la Repüblica, 1972, p. 134. 42 Aurora de Chile, 20 de agosto de 1812. 43 Henry Brackenridge, Voyage to South America, op. cit., pp. 35, 37, 49 y SO.

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cordiales con los hispanoameri canos al reconocerlos oficialmente en 1822. En 1823, el presidente Monroe proclamó públicamente su política en el hemisferio occidental, y en 1824la administració n de John Quincy Adams aceptó concurrir al primer congreso americano, en Panamá. Asimismo, los hispanoameric anos exiliados en Estados Unidos tampoco demostraron mayor interés en el plan común para todos los haoitantes del continente americano. Manuel Lorenzo de Vidaurre, a pesar de haber representado a Perú en el Congreso de Panamá de 1826, no invocó el tema en sus obras publicadas en Filadelfia.44 El silencio de los hispanoameri canos puede tener su explicación en que quizás estaban más concentrados en ganarse la simpatía y, sobre todo, el apoyo material y logístico estadounidens e. Por ende, les resultaba prioritario difundir entre sus lectores la importancia del comercio conjunto para beneficio de todos en general, dada la estabilidad de la situación militar y política y dado que los ciudadanos de la América hispana eran republicanos de corazón y dignos de la mayor confianza. En resumidas cuentas, los comentaristas estadounidens es le otorgaron más importancia al argumento comercial al analizar, y en algunos casos justificar, las relaciones interamerican as presentes y futuras. Para ellos se trataba no solo de reflexionar sobre una política exterior viable, sino de imaginar también un plan económico nacional conveniente. Los hispanoamerican os fueron, por el contrario, más discretos al respecto, quizá porque sabían que comerciar con Gran Bretaña, la potencia industrial y marítima, era más beneficioso. Asimismo, la realidad económica de Estados Unidos les daba la razón: su industria naciente, incapaz aún de competir con la manufactura británica y europea, se concentró en abastecer en primer lugar al mercado local. Los mercados hispanoameri canos tampoco le permitían al sector agropecuario estadounidens e aumentar las ventas de forma considerable. Los cronistas hispanoameric anos prefirieron, en cambio, poner énfasis en el argumento político al explayarse sobre las ventajas del sistema republicano y federal de gobierno. Sus argumentacio nes estaban vincu44 Las obras de Manuel de Vidaurre publicadas por Juan F. Hurte en 1823 en Filadelfia son Plan del Perú, defectos del gobierno español antiguo, necesarias reformas y Cartas americanas, políticas y morales, que contienen muchas reflexiones sobre la guerra civil de las Américas.

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ladas tanto al debate interno de las colonias españolas acerca del régimen político adecuado para la época posrevolucionaria como al de los estadounidenses preocupados por asegurarse vecinos republicanos. Cabe señalar, sin embargo, que cuando la administración Monroe reconoció las independencias de las colonias, no todas cumplían aún con el criterio estadounidense de república federal, segím algunos. "Se han contagiado [las naciones sudamericanas] de nosotros la infección de redactar constituciones, pero ninguna nación ha logrado aún redactar una que les garantice el disfrute de la libertad, la propiedad y la paz. Sus constituciones solo dan lugar a guerras civiles", opinaba el secretario de Estado John Quincy Adams, en 1823.45 Pero ni unos ni otros se detuvieron a debatir acerca de un proyecto común para las dos Américas, que quizás estimaron prematuro aún, o simplemente impracticable. Fueron los dirigentes políticos quienes osaron dar los primeros pasos hacia la realización de ese plan futuro: James Monroe al declarar que las "provincias de este hemisferio son nuestras vecinas", y que su demanda de ser reconocidas como independientes es justa, y Simón Bolívar al convocar a las naciones americanas a reunirse por primera vez en Panamá. 46

45 Carta de John Quincy Adams a C. Jared Ingersoll, 19 de junio de 1823, en Worthington Chauncey Ford, The Writings of John Quincy Adams, vol. 7, Nueva York, MacMillan, 1913-1917, p. 488. 46 "President James Monroe to the United States House of Representatives Communicated March 8 ancl April26 1822", en William Manning, Diplomatic Correspondence of the United States ... , vol. 1, op. cit., p. 147.

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