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Sinopsis Sarai sólo tenía catorce años cuando su madre la desarraigo para vivir en

Victor es un asesino a sangre fría que, como Sarai, sólo ha conocido la muerte y la violencia desde que era un niño. Cuando Victor llega al compuesto para recoger datos y el pago de un contrato, Sarai lo ve como su única oportunidad para escapar. Pero las cosas no salen según lo planeado y en lugar de encontrar el transporte de regreso a Tucson, ella se encuentra libre de un hombre peligroso y atrapada en las garras de otro. Mientras huye, Victor se aleja de su naturaleza primitiva, sucumbiendo a su conciencia y decide ayudar a Sarai. A medida que se van acercando, se encuentra dispuesto a arriesgarlo todo para mantenerla con vida; incluso su relación con su hermano devoto y su vínculo, Niklas, que ahora como todo el mundo, quiere a Sarai muerta. Mientras Victor y Sarai construyen lentamente una confianza, las diferencias entre ellos parecen disminuir, y una atracción poco probable se intensifica. Pero las habilidades y la experiencia brutal de Victor pueden no ser suficientes al final de salvarla, mientras que el poder que sin saberlo tiene sobre él, en última instancia, puede ser lo que consiga que la maten.

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México con un notorio capo de la droga. Con el tiempo se olvidó de lo que era vivir una vida normal, pero ella nunca soltó la esperanza de escapar del recinto donde ha estado durante los últimos nueve años.

Sinopsis

Capitulo 22

Capítulo 1

Capítulo 23

Capítulo 2

Capítulo 24

Capítulo 3

Capítulo 25

Capítulo 4

Capítulo 26

Capítulo 5

Capítulo 27

Capítulo 6

Capítulo 28

Capítulo 8

Capítulo 29

Capítulo 9

Capítulo 30

Capítulo 10

Capítulo 31

Capítulo 11

Capítulo 32

Capítulo 12

Capítulo 33

Capítulo 13

Capítulo 34

Capítulo 14

Capítulo 35

Capítulo 15

Capítulo 36

Capítulo 16

Capítulo 37

Capítulo 17

Capítulo 39

Capítulo 18

Capítulo 40

Capítulo 19

Capítulo 41

Capítulo 20

Capítulo 42

Capítulo 21

Sobre La Autora

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Índice

CAPÍTULO 1 Algún lugar en México ƸӜƷ

Han pasado nueve años desde que vi el último americano aquí. Nueve años. Estaba empezando a pensar que Javier los había matado a todos. —¿Quién es él? —Mi única amiga, Lydia pregunta mientras trata de ver mejor—. ¿Cómo sabes que es americano? Presiono el dedo índice contra mis labios y Lydia baja la voz a un susurro, sabiendo tan bien como yo que Javier, o esa terrible hermana suya nos oirán y nos castigará por escuchar a escondidas. Siempre paranoica. Siempre asumiendo lo peor. Siempre aproximándose a todo con cautela y armas, y con toda razón. Tal es el esa manera de vivir cuando está llena de drogas, asesinatos y esclavitud. Me asomo a través de la grieta en la puerta, permitiendo que mi visión se centre en el hombre blanco alto y esbelto que parece que nació con la incapacidad de sonreír. —No lo sé —susurro—. Sólo puedo intuirlo. Lydia entrecierra los ojos como si eso pudiera ayudarla a oír mejor. Puedo sentir el calor de su aliento calentando la piel de mi garganta mientras se presiona más fuerte contra mí. Observamos al hombre desde las sombras de la diminuta habitación que hemos compartido desde que ellos la trajeron aquí hace un año. Una puerta. Una ventana. Una cama. Cuatro paredes deslustradas y un estante con unos pocos libros en inglés los cuales he leído más veces de las que puedo contar. Sin embargo no estamos encerradas con llave y nunca lo hemos estado. Javier sabe que si alguna vez intentamos escapar, no llegaríamos muy lejos. Ni siquiera sé en qué parte de México

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ƸӜƷ

El Americano, vistiendo una larga y negra chaqueta sobre su ropa negra se sienta en una silla de madera en la sala, con la espalda recta y la mirada fija examinando expertamente cada emoción dentro de la habitación. Pero nadie parece notarlo excepto yo. Algo me dice que a pesar de que Lydia y yo estamos completamente escondidas dentro de nuestra habitación en un oscuro pasillo el cual apenas nos permite ver la sala, este hombre sabe que lo estamos viendo. Sabe todo lo que sucede a su alrededor: uno de los hombres de Javier que está de pie en las sombras al lado opuesto del pasillo con un arma escondida y lista para disparar. Seis hombres de pie esperando en el porche. Los dos hombres justo detrás de él con rifles de asalto en las manos. Esos dos no han apartado sus ojos de la espalda del Americano, aunque él no los mire a la cara, ve más de ellos de lo que ellos ven de él. Y luego están las personas más obvias en la habitación: Javier, un peligroso narcotraficante mexicano que se sienta justo frente del Americano. Sonriente, seguro y sin miedo alguno. Y luego está la hermana de Javier, vistiendo su habitual vestido de puta tan corto que no necesita inclinarse para que todos en la habitación vean que no lleva bragas. Ella desea al Americano. Quiere a cualquiera del que pueda abusar sexualmente, pero este hombre… hay algo más que obsesivo en los ojos de ella cuando lo ve. Y el Americano también lo sabe. —Sólo acordé reunirme contigo —dice el Americano en fluido español—, porque estaba seguro que no me harías perder el tiempo. —Echa un breve vistazo a la hermana de Javier. Ella se lame los labios. Él está imperturbable—. Sólo hago negocios contigo. Deshazte de la puta o no tenemos nada de qué hablar. —Su pasiva expresión nunca vacila. La hermana de Javier, Izel, parece como si le hubieran dado una bofetada en la cara. Ella empieza a hablar, pero Javier la calla con una mirada y luego mueve la cabeza ligeramente hacia atrás exigiendo que deje la habitación. Ella hace lo que le dicen, pero como siempre no sin una serie de maldiciones que siguen hasta la puerta principal. Javier sonríe al Americano y levanta un tazón de café a sus labios. Después de tomar un sorbo dice: —Mi oferta es de tres millones, Americano. —Coloca el tazón en la mesa que los separa y después se inclina casualmente hacia atrás contra la silla con una pierna

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estoy. No obstante sé que donde quiera que este, no sería fácil para una joven como yo encontrar el camino de regreso a los Estados Unidos sola. En el segundo en que salga por esa puerta y logre alcanzar ese oscuro y polvoriento camino sola es el segundo en que escoja el suicidio como opción.

cruzada sobre la otra—. ¿Entiendo que tu precio era de dos millones? —Javier vuelve su barbilla ladeándola, observando el reconocimiento del Americano a su generosa oferta. El Americano no le da ninguna. —Sigo sin entender cómo puedes comprender lo que ellos están diciendo tan fácilmente —susurra Lydia silenciosamente. Quiero callarla para que pueda oír todo entre Javier y el Americano, pero no lo hago.

Siento el cuerpo de Lydia ponerse tensa. Quiere ir a casa tanto como lo hacía yo cuando me trajeron aquí a los catorce. Pero ella sabe tan bien como yo lo hice que estará aquí por siempre y el gran peso de esa realidad es lo que finalmente hace que se calle de nuevo. —La única razón por la que un hombre como tú —comienza el Americano—, ofrecería más de la tarifa promedio sería para asegurar algún tipo de poder sobre mí. —Deja salir un pequeño y molesto suspiro y se inclina hacia atrás contra la silla, dejando sus manos deslizarse por sus rodillas—. O es eso, o estás desesperado, lo que me lleva a creer que mi objetivo, el que quieres que mate, estaría dispuesto a pagarme más para matarte a ti. La confiada sonrisa de Javier desaparece de su rostro. Traga saliva y se endereza con torpeza, aunque trata de conservar algo de confianza sobre la situación. Por todo lo que sabe, esa podría ser justamente la razón por la que el Americano está aquí ahora mismo. —Mis razones no son importantes —dice Javier. Toma otro sorbo del tazón para esconder su malestar. —Tienes razón —dice el Americano tranquilamente—. La única cosa importante aquí es que tú le digas a Guillermo ahí atrás que baje la pistola detrás de mí y que si él no lo hace dentro de tres segundos estará muerto. Javier y uno de los hombres que están detrás del Americano traban miradas. Pero los tres segundos van tan rápido y escucho un casi silencioso disparo resonar y un ¡pop!

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—Vive solamente entre personas que hablan español por años y aprendes a entenderlos —digo, pero nunca quito mis ojos de ellos—. Con el tiempo, llegarás a dominarlo como yo.

de cómo la sangre salpica al otro hombre que está parado junto a él. “Guillermo” golpea el piso, muerto. Nadie, ni siquiera yo, parece saber cómo el Americano llevó a cabo ese disparo. Él ni siquiera se movió. El hombre parado cerca del cuerpo se congela en su sitio, con sus ojos negros muy abiertos bajo su grasoso cabello negro. Javier frunce los labios y traga de nuevo, costándole ocultar su molestia en cada perturbador segundo que pasa. Sus hombres sobrepasan en número al Americano, pero es obvio que Javier no lo quiere muerto. No ahora. Levanta una mano con la palma arriba para ordenar a los otros que bajen las armas.

Lydia está hundiendo sus uñas en mis costillas. La alcanzo con cuidado y aparto sus manos, sintiendo su cuerpo relajarse ahora que se da cuenta de lo que está haciendo. Su respiración es rápida. Rodeo sus hombros con mi brazo y la atraigo hacia mi pecho. No está acostumbrada a ver gente morir. No aún. Pero un día lo estará. Ahuecando un lado de su cabeza con mi mano, presiono mis labios contra su cabello para tranquilizarla. Javier indica con un gesto de rechazo de dos dedos y dice—: Limpia este desastre —al otro hombre armado de pie detrás del Americano. El hombre armado parece más que feliz de complacerlo, sin querer terminar como su camarada. Todos los ojos en la habitación están en el Americano. No es que no estuvieran antes, sino que ahora son más evidentes, mucho más perspicaces. —Hiciste tu punto —dice Javier. —Estaba tratando de hacer uno —lo corrige el Americano. Javier asiente en reconocimiento. —Tres millones de dólares Americanos —dice Javier—. ¿Aceptas la oferta? Es obvio que el Americano ha hecho más que bajarle un poco los humos a Javier. Podría no estar huyendo de miedo o encogiéndose en una esquina, pero está claro que lo ha puesto en su lugar. Y esto no es fácil de hacer. Me preocupa lo que Javier podría hacer en represalia cuando sienta que tiene la oportunidad. Me preocupa solamente porque necesito que el Americano me saque de aquí. —¿Qué están diciendo? —pregunta Lydia, frustrada de tener aún mucho por aprender antes de ser capaz de entender algo de lo que dicen en este lugar.

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El Americano saca su mano del interior de su gabardina y coloca su arma sobre su pierna para que todos lo vean. Sus dedos se mantienen en el gatillo. Javier echa un vistazo a la pistola una vez.

No respondo, pero aprieto su hombro una vez para indicarle que necesito que pare de hablar. —Tres y medio es mi precio —dice el Americano. El rostro de Javier cae y creo que sus fosas nasales se ensanchan. Él no está acostumbrado a ser el segundo mejor. —Pero dijiste… —El precio subió —dice el Americano, inclinando su espalda contra la silla de nuevo y dando golpecitos a la culata suavemente contra sus pantalones negros. No ofrece más explicaciones y no necesita darlas. Javier ya parece aceptarlo.

—Sí. Sí. Tres millones y medio. ¿Puedes hacerlo en una semana? El Americano se pone de pie, su largo chaleco negro cae de su cuerpo. Es alto e intimidante con cabello marrón corto rozando su cuello y ligeramente más largo y en puntas en la coronilla. Aparto a Lydia de la puerta y la cierro suavemente. —¿Qué estás haciendo? —pregunta mientras me precipito sobre la destartalada cómoda que tiene toda la ropa que ella y yo compartimos. —Nos vamos. —digo mientras meto todo lo que puedo dentro de la funda de una almohada—. Ponte los zapatos. —¿Qué? —Lydia, no tenemos tiempo para esto. Solamente ponte tus zapatos. Podemos salir de aquí con el Americano. Abarroto la funda casi llena y me muevo para ayudarla puesto que es lenta para entender qué es exactamente lo que está pasando. La agarro del brazo y la empujo contra la cama.

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Javier asiente.

—Te ayudaré —digo mientras me arrodillo frente a ella y me dispongo a meter sus desnudos pies en los zapatos. Pero me detiene. —No… Sarai, yo-yoo no puedo ir. Dejo salir un profundo suspiro. No tenemos tiempo para esto pero necesito encontrar el tiempo suficiente para convencerla de que ella necesita salir conmigo. La miro a los ojos. —Vamos a estar a salvo. Podemos salir de aquí… Lydia, él es el primer Americano que he visto en años. Es nuestra única oportunidad.

—Estás rodeada de asesinos. ¡Ahora vamos! —¡No! ¡Estoy asustada! Salgo disparada de mi posición de rodillas y coloco mi mano sobre su boca. —¡Shhhh! Lydia, por favor escúchame… Coloca sus dedos sobre los míos y saca mi mano de sus labios. Lágrimas corren de sus ojos y niega con la cabeza rápidamente. —No iré. Nos atraparán y Javier nos dará una paliza. O peor, Izel nos torturará y nos matará. Me quedo aquí. Sé que no puedo hacer que cambie de opinión. Tiene esa mirada en los ojos. Esa que dice que ha estado rota y que probablemente siempre lo estará. Pongo mis manos en sus hombros y la miro a los ojos. —Métete bajo las sábanas y pretende que has estado dormida —digo—. Quédate así hasta que alguien entre y te encuentre. Si ellos saben que sabías que escapé y no se lo dijiste a nadie, te matarán.

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—Es un asesino.

Lydia asiente con movimientos nerviosos. —Regresaré por ti. —La sacudo por los hombros, esperando que me crea—. Lo prometo. La primera cosa que haré cuando cruce la frontera es ir a la policía. —Pero ¿cómo me encontrarás? Las lágrimas ahogan su voz. —No lo sé —admito—. Pero el Americano sabrá. Me ayudará. Esa mirada en sus ojos, es de desesperanza. Ella no cree ni por un segundo que este atrás, pero la desesperación lleva a una persona a hacer cosas locas. El rostro de Lydia se endurece y alcanza a limpiarse las lágrimas de las mejillas. Es como si supiera que esta es la última vez que volverá a verme. La beso fuerte en la frente. —Volveré por ti. Asiente lentamente y me abro paso a través de la diminuta habitación con la funda de la almohada sobre la espalda. —Métete bajo las sábanas —le siseo mientras abro la ventana. Al tiempo que Lydia se oculta bajo la manta, me trepo a la ventana y me adentro al calor de mediados de Octubre. Me agacho abajo detrás de la casa y me abro camino por un lado y a través del agujero de la valla que rodea el lado sur del recinto. Javier tiene hombres armados por todos lados, aunque siempre los he encontrado bastante lerdos y descuidados en vigilar el recinto por alguna fuga debido a que raras veces alguien trata de escapar. La mayor parte de los guardias andan por ahí hablando y fumando cigarros y haciendo gestos vulgares a las otras chicas que están esclavizadas aquí. El que está parado en la entrada de la armería es el que trató de violarme hace seis meses. La única razón por la que Javier no lo mató es porque ese es su hermano.

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loco plan mío vaya a funcionar. Y probablemente no lo hubiera hecho nueve años

Pero hermano o no, ahora está castrado. Serpenteo por los pequeños edificios, lo hago hasta la línea de árboles y me detengo en las sombras proyectadas cercanas a la casa. Me pongo de pie derecha y presiono la espalda contra el estuco y me hago camino cuidadosamente alrededor de la fachada donde la valla de alambre de púas de seis metros da comienzo a la verja del frente. A los forasteros siempre les hacen aparcar sus vehículos más allá de donde ellos son escoltados dentro del recinto a pie. El Americano no habría sido dejado entrar de cualquier otra manera. Estoy segura de

Una larga franja de luz del poste cubre el espacio entre yo y el área de la verja a la que necesito llegar. Hay un guardia apostado ahí, pero es muy joven y creo que puedo encargarme de él. He tenido bastante tiempo para resolver estas cosas. Toda mi vida. Robé una pistola del dormitorio de Izel el año pasado y la he mantenido escondida bajo una tabla del piso del cuarto de Lydia y mío desde entonces. Al segundo en que vi al Americano entrar en casa había retirado la tabla del suelo para recuperarla y la metí en la parte trasera de mis pantalones. Sabía que la necesitaría esta noche. Tomo una profunda respiración y me lanzó a la luz completamente expuesta y solamente espero que nadie me note. Corro con fuerza y rápido con la funda de la almohada golpeando contra mi espalda y la pistola sujeta en mi mano tan firmemente que me hace daño los huesos de los dedos. Llego a la valla y lanzo un suspiro de alivio cuando encuentro otra sombra en la que esconderme. Las sombras se mueven en la distancia, viniendo de la casa que acabo de dejar. Me siento mal del estómago y podría vomitar ahora si no supiera que tengo cosas más importantes que hacer y rápido. Mi corazón martillea contra mis costillas. Diviso al guardia delante de pie cerca de la verja frontal y recostado contra un árbol. El caliente ámbar de un cigarro arde cerca de su rostro de color cobrizo y luego se desvanece mientras aleja sus labios del filtro. La silueta de su rifle de asalto da la impresión de que tiene la correa del arma sobre uno de los hombros. Afortunadamente él no la está sosteniendo en las manos. Camino

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eso. Espero.

rápidamente a lo largo del extremo de la valla, tratando de permanecer escondida en las proyecciones de las sombras de los árboles del otro lado de esta. Mis gastadas sandalias se mueven sobre la suave arena sin hacer sonido alguno. El guardia está tan cerca que puedo oler el hedor de su olor corporal y ver la brillante grasa en su sucio cabello. Me acerco sigilosamente, esperando que el movimiento no llame su atención. Estoy justo detrás de él ahora y estoy a punto de hacerme pis encima. Mis piernas están temblando y mi garganta se ha cerrado al punto que casi no puedo respirar. Con cuidado y tan silenciosamente como me es posible, saco el arma y le pego en la cabeza con la culata tan fuerte como puedo. Un ruidoso whack! y un crunch! revuelve mi rodillas. Agarro su arma, teniendo prácticamente que arrancársela de los brazos debido a lo pesado de su cuerpo, y luego echo a correr a través de la agrietada verja y fuera del recinto. Como había esperado hay un vehículo estacionado al frente: un impecable auto negro que es probablemente el objeto más fuera de lugar en esta zona en kilómetros. Donde no hay nada más que barrios pobres y basura. Este es un muy caro auto de ciudad con brillantes aros y actitud. Un obstáculo más. Aunque al ver el auto mi confianza en que el Americano hubiera dejado las puertas sin seguro son mínimas. Seguramente no lo haría en estos lugares. Coloco mi mano en la puerta de atrás del lado del pasajero y contengo el aliento. La puerta se abre. No tengo tiempo de sentirme aliviada cuando escucho voces que vienen de la verja frontal y capto un destello de un movimiento en las sombras por el rabillo del ojo. Me meto a gatas en el suelo de la parte de atrás y cierro la puerta rápidamente antes de que se aproximen lo suficiente para oírla cerrarse. Oh no… la luz del techo. Aprieto los dientes observando la luz desvanecerse por encima de mi tan lentamente que es torturador, hasta que finalmente parpadea desvaneciéndose y dejándome en la

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estómago. Cae inconsciente y su cigarro todavía encendido golpea la arena bajo sus

oscuridad. Después de poner la funda debajo del asiento del conductor, intento esconder el rifle robado detrás del asiento entre el cuero y la puerta. Lo que me deja tiempo suficiente para meter mi pequeño cuerpo apretujándome en el piso tanto como puedo. Rodeo con mis brazos fuertemente alrededor de mis rodillas, las cuales están presionadas contras mi pecho y arqueo la espalda y mantengo la incómoda posición. Las voces se desvanecen y todo lo que queda es el sonido de un par de piernas llegando al auto. El maletero se abre y segundos después se cierra otra vez. Contengo la respiración cuando la puerta delantera del lado del conductor se abre y las luces del techo se encienden de nuevo. El Americano cierra la puerta detrás de él y siento el Cinco. Seis. Finalmente las luces se apagan. Escucho la llave ser deslizada en el contacto y luego el motor se enciende. ¿Por qué no nos estamos moviendo? ¿Por qué estamos sólo sentados aquí? Quizás está leyendo algo. Y entonces dice en voz alta en español. —Loción de mantequilla de cacao. Aliento cálido. Sudor. Le toma unos minutos a mi cerebro procesar el significado detrás de sus extrañas palabras y me doy cuenta de que me está hablando a mí. Me levanto rápidamente de detrás del asiento y agarro el arma, presionando el cañón contra la parte trasera de su cabeza. —Sólo conduce —digo en inglés, mis manos tiemblan al sostener el arma en su sitio. Nunca he matado a nadie antes y no quiero hacerlo, pero no voy a regresar al recinto. El americano lentamente levanta las manos. El destello de su reloj de plata llama mi atención pero no le permito distraerme. Sin otra palabra él coloca una mano en el volante y la otra en la palanca de cambio, poniendo el auto en marcha.

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auto moverse mientras él se coloca en el asiento delantero. Uno. Dos. Tres. Cuatro.

—Eres americana —dice tranquilamente, pero detecto una muy diminuta onza de interés en su voz. —Sí, soy americana, ahora por favor simplemente conduce. Mantengo la pistola en su cabeza, maniobro en el asiento trasero y alejo el arma de su alcance. Le atrapo dándome un vistazo en el espejo retrovisor, pero está tan oscuro dentro del auto con la poca luz del tablero que todo lo que puedo ver son sus ojos por un breve momento cuando me recorren. Al final el auto se pone en movimiento y pone ambas manos en el volante. Está preocupado por mí o de lo que podría ser capaz de hacer. Esto me asusta. Creo que lo prefiero rogando por su vida, tartamudeando palabras de súplica, prometiéndome el mundo. Pero se ve tan peligroso e indiferente como lo estaba allá dentro de la casa incluso cuando puso una bala en la cabeza de ese hombre armado que tan casualmente llamó Guillermo.

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calmado y cauteloso, pero tengo la sensación que no está en lo más mínimo

CAPÍTULO 2 ƸӜƷ

ƸӜƷ

Hemos estado rodando por veintiocho minutos. He estado observando el reloj El Americano no ha dicho ni una palabra. Ni una. Sé que no tiene nada que ver con tener miedo. Soy la que tiene el arma pero soy la única de nosotros que tiene miedo. Y no entiendo por qué no ha hablado. Quizás si simplemente encendiera la radio… algo… porque el silencio me está matando. He estado tratando de mantener mis ojos en él mientras que al mismo tiempo trato de hacerme alguna idea de mi paradero. Pero hasta ahora las únicas señales que he visto son tres y la ocasional casa de estuco o edificio en ruinas, todo se ve como el recinto. Treinta y dos minutos después y me doy cuenta que he bajado el arma en algún momento. Mi dedo sigue en el gatillo y estoy lista para usarla si tengo que hacerlo, pero era estúpida en pensar que podría aguantar apuntando directamente hacia él por más que unos pocos minutos. No sé lo que voy a hacer cuando me canse. Afortunadamente la adrenalina me está manteniendo despierta por ahora. —¿Cuál es tu nombre? —le pregunto, esperando remover el silencio. Necesito conseguir que confíe en mí, que quiera ayudarme. —Mi nombre es intrascendente.

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en el tablero, los brillantes números azules ya empiezan a consumir mi subconsciente.

—¿Por qué? No responde. Trago un nudo en la garganta, sin embargo otro se forma en su lugar. —Mi nombre es Sarai. Sigue sin responder. En cierto modo se siente como tortura, la manera en que me ignora. Estoy empezando a pensar que es exactamente lo que está haciendo: torturándome con el silencio.

catorce años. —Y supones que te voy a ayudar porque también soy americano —dice simplemente. Vacilo antes de responder. —Yo, yo… bien, ¿por qué no lo harías? —No es mi asunto interferir. —Entonces ¿cuál es tu asunto? —pregunto con un rastro de disgusto—. ¿Matar gente a sangre fría? —Sí. Un temblor me recorre la espalda. Sin saber qué decir a algo como eso, o incluso si debería, decido que es mejor cambiar de tema. —¿Puedes llevarme hacia la frontera? —pregunto, volviéndome más desesperada—. Yo… —bajo mis ojos con vergüenza—. Haré lo que quieras. Pero por favor, por favor simplemente ayúdame a llegar a la frontera. —Siento lágrimas tratando de forzar su

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—Necesito que me ayudes —digo—. He sido prisionera de Javier desde que tenía

camino a la superficie, pero no quiero que me vea llorar. No sé por qué, simplemente no puedo dejarlo. Y sé que entiende lo que quiero decir con hacer lo que quiera. Me odio por ofrecerle mi cuerpo, pero como dije antes sobre la desesperación… —Si te refieres a la frontera con los Estados Unidos —dice y por alguna razón su voz me sorprende—, entonces debes saber que la distancia es más de lo que pretendo tenerte en mi auto. Levanto la espalda de mi asiento solamente un poco. —Bi-Bien, ¿qué tan lejos puedes llevarme?

con los míos y esto envía un escalofrío en mi espalda. No responde. —¿Por qué no me ayudarás? —pregunto, aceptando finalmente el hecho de que no importa lo que le diga, es en vano. Y cuando sigue sin responder digo con exasperación—: Entonces estaciónate y déjame salir. Caminaré el resto del camino por mi cuenta. —Necesitarás más que las seis balas que tienes en esa arma. —Entonces dame más balas —digo, enojándome aún más—. Y esta no es la única arma que tengo. Eso parece haber despertado su interés, aunque muy pequeño. —Tomé el rifle del guardia al que golpeé en la cabeza cuando conseguí atravesar la cerca. Asiente una vez, tan ligeramente que si hubiera pestañeado en ese momento nunca lo hubiese visto.

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Fijo la mirada en sus oscuros ojos a través del espejo retrovisor otra vez. Se traban

—Es un buen comienzo —dice y entonces regresa sus oscuros ojos al camino de tierra por un momento y voltea a la izquierda al final—. Pero, ¿qué harás cuando se acaben? Porque lo harán. Lo odio. —Entonces correré. —Y te atraparán. —Entonces los apuñalaré.

¡No, no, no! Esto no es como se suponía que sucedería. Esperaba que siguiera conduciendo porque él sabía que si me dejaba aquí sola de esta manera, cualquier cosa que me pasara estaría en su consciencia. Pero supongo que no tiene algo parecido a una. Sus oscuros ojos me miran fija y serenamente a través del espejo, sin rastro de compasión o preocupación en ellos. Quiero dispararle en la parte trasera de la cabeza por cuestión de principios. Él simplemente me mira fijamente con esa mirada de ¿qué estás esperando? y no me muevo. Echo un vistazo con cautela a la puerta y luego a él y luego bajo la mirada a mi arma y la vuelvo nuevamente a él. —Puedes usarme a tu favor —digo porque es todo lo que tengo. Sus cejas apenas se mueven, pero es suficiente para que haya captado su atención. —Soy la favorita de Javier —continuo—. Soy… diferente… de las otras chicas. —¿Qué te hace pensar que necesito tu favor? —pregunta. —Bueno, ¿Javier te pagó los tres millones y medio? —Así no es como funciona. —dice.

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De repente, el Americano vira lentamente de la carretera y detiene el carro.

—No, pero yo sé cómo trabaja Javier y si él no te dio el monto completo antes de que te fueras entonces nunca lo hará. —¿Vas a salir? Suspiro pesadamente y doy un vistazo fuera de la ventana de nuevo y luego levanto el arma y digo: —Vas a llevarme a la frontera. El Americano lame la sequedad de sus labios y luego el auto empieza a moverse nuevamente. Estoy improvisando. Todas las partes del plan de mi escape se acabaron

Cuando el Americano habló de la frontera de los Estados Unidos, me pareció como si estuviera más cerca de la frontera de otros países que de la de los Estados Unidos y esto me aterroriza. Si estoy más cerca de Guatemala o Belice que de los Estados Unidos entonces dudo mucho de que salga con vida de esto. He observado mapas. Me he sentado en esa habitación tantas veces y recorrí con la punta del dedo sobre los caminos entre Zamora y San Luis de Potosí y entre Los Mochis y Cuidad Juárez. Pero siempre me negué a la posibilidad de estar mucho más al sur porque nunca quise aceptar que podría estar así de lejos de mi hogar. Hogar. Eso realmente es como una etiqueta. No tengo hogar en los Estados Unidos después de todo. No creo que de verdad la tuviera alguna vez. Pero de todas formas, era donde nací y crecí, aunque poco hizo mi madre para criarme realmente. A pesar de ello quiero ir a casa porque siempre será mejor que donde he pasado los últimos nueve años de mi vida. Coloco mi espalda parcialmente contra la puerta y contra el asiento así puedo mantener los ojos directamente sobre el Americano. Cuanto tiempo puedo mantener esto es incierto. Y él lo sabe.

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cuando logré entrar a este auto.

Quizás debería simplemente dispararle y tomar su carro. Aunque por otro lado, poco bien hará que conduzca sin rumbo fijo en este país extraño del que no he visto nada más que violencia, violaciones, asesinatos y todo lo inimaginable. Y Javier es un hombre poderoso. Muy rico. El recinto es asqueroso y engañoso. Él podría ser como los narcotraficantes que vi cuando solía tener el lujo de la televisión estadounidense; de los que tienen dinero, inmaculadas casas con piscina y diez baños, pero Javier parece preferir la apariencia. No sé en qué gasta su fortuna, pero no es en bienes raíces por lo que sé. Ha pasado más de una hora. Estoy cansada. Puedo sentir ardor detrás de los ojos, extendiéndose casi alrededor de los bordes de mis párpados. No sé a quién pienso me quede dormida es cuando despertaré, o de regreso en el recinto atada a la silla de la habitación de Javier, o que no despierte después de todo. Necesito mantenerme hablando para ayudarme a permanecer despierta. —¿Puedes solamente decirme tu nombre? —Trato una vez más—. Mira, sé que no lograré salir viva de este país. O tu auto para lo que importa. Sé que mi intento de escape se echó a perder al segundo que salí de esa puerta. Así que, lo menos que puedes hacer es hablarme. Piensa en ello como mi último deseo. —No soy bueno siendo el hombro sobre el que llorar, me temo. —Entonces ¿en qué eres bueno? —pregunto—. Además de matar gente, por supuesto. Me doy cuenta de que su mandíbula se mueve ligeramente, pero no me ha mirado en el espejo retrovisor hace un rato. —Manejando —responde. Bien, esto no va a ninguna parte. Quiero gritar de frustración.

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que estoy engañando. Tengo que dormir en algún momento y en el segundo en que

Quince minutos más de silencio pasan y noto que los alrededores están empezando a sentirse demasiado familiares. Estamos yendo en círculos y lo hemos estado todo este tiempo. Por una fracción de segundo comienzo a decir algo sobre ello, pero decido que es mejor que no le deje saber que lo sé. Me inclino un poco del asiento y apunto el arma a él y digo: —Da vuelta a la izquierda aquí. —Y hago esto por los próximos veinte minutos, forzándolo a ir a mi manera incluso aunque no tengo ni idea de donde nos estoy dirigiendo.

preocupado o aterrado de tener un arma en la espalda. Cuanto más tiempo hacemos esto, más empiezo a darme cuenta que aunque soy yo la que tiene el arma, él tiene toda esta situación bajo mayor control del que yo pensé que tenía. ¿En qué me he metido? Más minutos pasan y he perdido la noción del tiempo. Estoy tan cansada. Mis párpados son cada vez más pesados. Separo bruscamente mi cabeza del asiento detrás de mí y presiono mis dedos contra el botón de la ventana para bajar el vidrio. El cálido aire de la noche se precipita dentro del auto, sacudiendo mi cabello castaño rojizo en mi cara. Fuerzo a mis ojos a mantenerse abiertos y me acomodo en la posición más incómoda para ayudarme a seguir despierta, pero no toma demasiado hasta que noto que nada está funcionando. El Americano observa cada movimiento que hago desde el espejo. Noto que lo hace de vez en cuando. —¿Qué es lo que te hace su favorita? —pregunta y me aturde. Estaba segura de que había estado esperando todo este tiempo para que me quedara dormida, si hubiera esperado unos pocos minutos más eso es probablemente lo que habría pasado. ¿Ahora está hablándome? Estoy totalmente confundida, pero lo tomaré.

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Y él sigue el juego, sin sudar ni una gota, sin darme la más ligera impresión de estar

—No fui comprada —respondo. Finalmente me hace una pregunta directa la cual podría llevar a una conversación y quizás a su ayuda, pero irónicamente el tema hace difícil tomar ventaja de esta oportunidad. Es difícil de hablar de ello a pesar de que soy la que inicialmente saqué el tema. Espero por un largo tiempo antes de continuar. —Fui traída aquí hace largo tiempo… por mi madre. Javier vio algo en mí que no vio en las otras chicas. Lo llamo obsesión enfermiza, él lo llama amor. —Ya veo —dice y aunque sus palabras son escasas, puedo decir que tienen más peso

—Soy de Tucson —digo—. Todo lo que quiero es regresar allí. Te pagaré. Si no me quieres… a mí… encontraré la forma de pagarte en efectivo. Te doy mi palabra. No trataré de esconderme de ti. Al final pagaré mi deuda. —Si un narcotraficante cree que está enamorado de ti —dice despreocupadamente—, no seré de quien tengas que esconderte. —Entonces sabes que estoy en mucho peligro —digo. —Sí, pero eso sigue sin hacerte mi problema. —¿Eres humano? —Lo odio más cada vez que habla—. ¿Qué clase de hombre no querría ayudar a una indefensa mujer salir de una vida de cautiverio y violencia, especialmente cuando ella ha escapado de sus captores y está suplicando por tu ayuda? No responde. ¿Por qué eso no me sorprende? Suspiro pesadamente y presiono la espalda contra el asiento otra vez. Mi dedo en el gatillo está acalambrado de estar en la misma posición curvada por tanto tiempo contra el metal. Bajo más el arma lejos del asiento para que no pueda ver, cambio de manos el tiempo suficiente para mover los dedos por un momento y luego coloco mi

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de lo que parece.

pulgar sobre la punta de cada dedo individualmente y presiono hacia abajo para aliviar el agarrotamiento. No te das cuenta de qué tan pesada es un arma hasta que la sostienes sin parar por un largo periodo de tiempo. —No te estoy mintiendo —digo—. Sobre Javier y su dinero. Atrapo sus ojos mirándome en el espejo de nuevo. —He tenido mucho tiempo para ver cómo hace negocios —continuo y agarro el arma en mi mano derecha otra vez a pesar de la protesta de mis adoloridos dedos—. Te matará en lugar de pagarte.

conduciendo a través de un pequeño pueblo con luces en las calles. Y lo de pequeño es un eufemismo porque en menos de un minuto somos tragados por la oscuridad de la desolada carretera nuevamente con nada a la vista excepto el paisaje desértico iluminado por las estrellas. Y luego simplemente empiezo a hablar; mi último intento de mantenerme despierta. Ya no me importa si se une a la conversación unilateral, solamente necesito permanecer consciente. —Supongo que si tuvieras una hija o una hermana te preocuparías un poco más. Tuve algo parecido a una vida antes de que mi madre me trajera aquí. No se parecía mucho a una, pero era una, no obstante. Vivíamos en un diminuto remolque con cucarachas y paredes tan delgadas que se sentía como dormir justo sobre el suelo del desierto en el invierno. Mi madre era dependiente de la heroína. Crack. Metanfetamina. La que sea a ella le gustaba. Pero no a mí. Quería terminar el colegio y obtener una beca en cualquier universidad que quisiera y hacer mi vida por mi cuenta. Pero luego me trajeron aquí y todo eso cambió. Javier estuvo acostándose con mi madre por un tiempo, pero siempre tenía sus ojos en mí… Pienso que me he quedado adormecida por un segundo.

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Sus ojos son color azul verdoso. Puedo verlos más claramente ahora que estamos

Abro bruscamente los ojos y tomo una profunda respiración, presionando mi cara cerca a la ventana para dejar que el aire me golpee. Y la próxima cosa que sé, es que siento un abrasador dolor a un lado de mi cabeza y

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todo se vuelve negro.

El sonido del agua goteando me despierta. Mis ojos se abren, agitándose por la luz entrando a través de alguna ventana cercana. Puedo decir que estoy en un cuarto en alguna parte. Mi visión es borrosa y mi cabeza se siente como si hubiese sido golpeada contra una pared de ladrillo la noche anterior. El lado izquierdo de mi rostro se siente hinchado. Trato de levantarme pero algo está amarrado alrededor de mis muñecas y tobillos. Cuando mi ojos se enfocan, veo que estoy yaciendo sobre una cama en una lúgubre habitación con el papel tapiz pintado de marrón y polvorientos muebles que no combinan. La televisión luce como la del recinto: antigua y probablemente solo agarra un canal el cual, estoy segura, es el que pasa las dramáticas novelas en español. En mi línea de visión directa veo las gruesas cortinas verdes sobre la ventana y empujada contra ella hay una pequeña mesa cuadrada con solo una silla de madera. Un largo abrigo negro está sobre el respaldo de ella. Dándome cuenta de lo que debió haber pasado y mis instintos finalmente poniéndose al día, fuerzo mi cuerpo sobre mi espalda para poder ver el resto del cuarto. Así puedo encontrar a el Americano quien sé, me trajo aquí, donde sea que este.

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CAPÍTULO 3

Él me amarró. Oh no… me amarró. Cuando lo noto sentado en una silla en el otro lado de la cama, me asusto, grito y caigo de la cama al piso, mis manos y piernas unidas, así que no puedo hacer nada para evitar el impacto. Golpeo duro el piso y el dolor se dispara por mi cadera y sobre mi espalda. —¡Ufff! —gimo en voz alta. En un santiamén estoy retorciendo la tela de mis muñecas para liberarme mientras me retuerzo por el piso. El Americano se para sobre mí como si un fantasma viniese de la nada.

quiero que sepa el verdadero nivel de mi miedo. Se inclina, me levanta del piso y me pone en la cama de nuevo. Trato de patearlo y golpearlo hasta que me doy cuenta lo estúpido que es porque lo único que tal vez haga es causar que caiga al piso de nuevo. Sin responder, se va al otro lado donde estaba sentado y pone sus manos en el tazón de agua sobre la mesa de noche. Exprime el agua de un trapo y lo trae hacia mi rostro, pero trato de alejarme de él. Eso no lo perturba. En realidad, nada parece hacerlo. Sé que no voy a ir a algún lado justo ahora, así que solo me quedo ahí muy quieta, mirando directamente sus ojos a pesar de que él no está mirando los míos. Quiero que me vea, que vea el enojo en mi rostro, pero no se preocupa en mirar. —¿Me pegaste? —No puedo creerlo, pero entonces, lo creo. —Sí. —Frota el trapo frio y húmedo sobre mí ojo izquierdo y alrededor del hueso. —¿Entonces eres un asesino y un golpeador de mujeres? Sus oscuros ojos finalmente miran directamente los míos y su mano deja de moverse como si mi acusación lo golpease de la manera equivocada.

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—¿Por qué me amarraste? —Estoy temblando tanto pero espero que no lo note. No

—No golpeo a mujeres —dice—, a menos que tengan un arma apuntada a mi cabeza. No respondo a eso. Tiene un argumento notable, si puede ser llamado un argumento. —¿Tengo el ojo negro? —No —dice, alejando el trapo mojado—. No te pegué tan fuerte. Solo un poco hinchado. Lo miro como si estuviese loco—. ¿No? ¿Pero si me pegaste lo suficientemente fuerte para mantenerme inconsciente la noche entera?

colgando sobre el respaldo de la silla. Alcanza dentro de un bolsillo y saca una botella de píldoras. —Te despertaste un poco después de que te noqueé —dice mientras gira la tapa de la botella—. Tuve que drogarte. Parpadeo alejando el aturdimiento. Deja caer una pequeña píldora blanca en la palma de su mano y la sostiene para mí. Todavía lo miro como si estuviese loco, tal vez ahora más que antes. —¿Me drogaste? ¿Qué es eso? Quiero abofetearlo. Si mis manos no estuviesen atadas, lo haría. —Pastilla para dormir —dice, poniendo la píldora en mis labios—. No hace daño. Yo la tomo. Tú, por otro lado, solo necesitas la mitad de una, ahora lo sé. Escupo la píldora en la amarillenta sabana debajo de mí. —Creo que he dormido lo suficiente.

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Se levanta de la cama, su alta estatura cerniéndose sobre mí, y camina hacia el abrigo

—Como tú quieras. —Desliza la botella de nuevo en su abrigo y se mueve hacia la puerta. —¿A dónde vas? Se detiene en la ventana y jala la cortina para que se cierre lo que falta, pero se queda ahí, observando fuera a través de una abertura en la gruesa tela. Con su espalda hacia mí, trato calladamente de liberar mis muñecas. —A ningún lado de momento —dice y luego se voltea de nuevo y paro de luchar con mis ataduras en un instante para que no se dé cuenta.

Me mira directamente—. Esperando a los hombres que Javier envió aquí para buscarte. Trago. Las lágrimas brotan al instante de las esquinas de mis ojos. Comienzo a retorcerme, tratando muy fuerte de liberar mis manos y piernas, pero es en vano. Me amarró mejor de lo que amarran a los puercos en el recinto. —¡Por favor! No puedes dejar que me lleven. Te lo ruego… —Está fuera de mis manos —dice mirando de nuevo por la ventana—. Por eso te ofrecí la píldora. Pensé que preferirías estar inconsciente cuando llegaran. Siento como si fuera a vomitar. Mi corazón está latiendo muy rápido, mis entrañas se están endureciendo y siento que no puedo respirar. Fuerzo mi cuerpo para sentarse derecho y tiro mis piernas sobre el lado de la cama y trato de ponerme de pie. —Siéntate —dice, volteándose para mirarme. Lágrimas corren de mis ojos y levanto mis manos unidas hacia él. —Por favor… —Me ahogo con mis lágrimas, mi pecho temblando y sacudiéndose con respiraciones irregulares—. ¡No dejes que me lleven de vuelta allá!

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—Bien… ¿Entonces que estamos haciendo aquí y por qué estoy amarrada?

—Preguntaré una vez más —dice, volteando su rostro completamente hacía mí—. ¿Quieres estar despierta para lo que está a punto de pasar? —¡No quiero que pase! —grito. Llevo mis brazos hacia arriba y trato de soltar la tela de mis muñecas con mis dientes. El Americano me ignora y se mueve hacia un maletín plano sentado en el suelo apoyado contra la pared. Agarrándolo por las asas, la pone sobre el borde de la cama cerca de mí y abre los pestillos para levantar la tapa, bloqueando mi mirada de lo que está dentro.

sonido de unos frenos chirriantes fuera retuerce mi estómago en más nudos. Me congelo en el borde de la cama, mis dientes aun apretados alrededor de la tela, mis ojos abiertos y llenos de miedo. Miro a la puerta y de vuelta al Americano, quien está parado al pie de la cama retorciendo una larga cosa de metal al extremo de un arma de fuego negra. Y luego tan rápido, sin embargo tan casual como una caminata matutina, cierra el maletín y lo desliza debajo de la cama y fuera de la vista. Viene hacía mí. Trato de patearlo de nuevo pero mis tobillos amarrados evitan que haga algo, excepto casi caerme de la cama. —¡No! ¡Déjame en paz! ¡Por favor, no hagas esto! Con su mano libre me agarra por el codo y me jala con dureza a mis pies, el arma apuntando al suelo en su otra mano y luego me lleva torpemente a través de una pequeña habitación y hacia un pequeño baño. Hay un golpe en la puerta pero el Americano no le presta atención. Me arrastra dentro del baño y prácticamente me empuja dentro de la asquerosa tina. Creo que mi cabeza va a golpear un lado, pero me sostiene por la tela de mis muñecas y me baja el resto del camino lentamente.

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Un fuerte destello de rayos de sol golpea contra la parte posterior de la cortina y el

—Quédate abajo. No levantes la cabeza y no te muevas. —¿Qué? —Parpadeo alejando la confusión. Estoy tan asustada que siento que voy a perder el control de mi vejiga en cualquier momento. —¿Entiendes? —pregunta, cerniéndose sobre mí. La seriedad en sus ojos es palpable. Dudo porque, no, no entiendo, pero luego solo asiento en rápidos movimientos. Alcanza la parte de atrás de sus pantalones y saca un cuchillo de alguna parte. Mis ojos se hacen más grandes mientras la afilada plata se mueve hacía mí. Justo cuando pienso que va a cortarme, a pesar de que no sé por qué pasó por todo esto solo para

—Quédate abajo —demanda una última vez. Y solo así, deja el baño y cierra la puerta detrás de él. Me congelo en shock, me toma un momento componerme. Miro hacia mis desatados pies y me pregunto por qué lo hizo. ¿Por qué mis manos siguen atadas pero me permitió usar mis piernas de nuevo para poder escapar? No importa. Necesito liberar mis manos también. Muerdo los apretados nudos de nuevo, tratando furiosamente de desatarlo pero solo frustrándome. Apenas levanto mi cabeza de la tina pero obtener una mejor vista del baño, buscando por algo que tal vez sirva como un cuchillo o tijera para que pueda tratar de cortarlas en su lugar. Nada. Solo un lavabo de plástico profundo completamente seco con pintura, manchas de aceite y tierra y un asqueroso inodoro sin tapa. La puerta se abre en la habitación del motel y escucho voces dentro. —¿Dónde está? Oh no… ¡esa es la voz de Izel!

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matarme, corta las ataduras de mis tobillos.

Mi corazón se acelera tan rápido que me siento mareada mientras la sangre se apresura rápidamente a mi cabeza. Muerdo la tela más fuerte, torciendo los imposibles nudos con mis dientes hasta que duele. —Javier se pregunta por qué no la trajiste de vuelta tú mismo —añade Izel con su singular sensual tono sarcástico. Hay más voces, hombres, hablando español entre ellos mientras Izel habla solo con el Americano. Sus voces están amortiguadas. No puedo entender lo que están diciendo. —Toma asiento —dice el Americano calmadamente.

caminando hacia el Americano como la deslizante serpiente que es—. O, tú y yo podemos estar juntos, solo, por un rato primero. Me gustaría eso. Su voz se detiene abruptamente y su tono seductor desaparece en un instante. —¡Bien! ¡Bien! Maldito puto. ¿Prefieres dispararme que cogerme? —Sí, lo prefiero —responde el Americano. —Tráela aquí —demanda Izel, su voz mezclada con desprecio. —Siéntate primero —dice el Americano. De repente escucho pistolas amartillándose e instintivamente bajo mi cuerpo en la tina de nuevo tan plana como puedo hacerme. Estoy comenzando a entender por qué me forzó a estar aquí así. —Hay cinco de nosotros y tú solo eres uno —dice Izel venenosamente. Entonces suena un disparo y me pongo rígida contra el duro plástico debajo de mí. Más disparos. Las balas salpican la pared; dos se mueven directamente a través de la pared del baño donde yazco acurrucada. Escucho vidrios haciéndose añicos y lo que suena como cuerpos estampándose a través del cuarto más allá de mí. Más disparos

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—No vinimos de visita —se rehúsa Izel—. Dame a Sarai… o… —La imagino

suenan e Izel grita maldiciones sobre el caos. Las paredes tiemblan a mí alrededor, golpeando las gruesas capas de mugre de la bombilla de luz colgando del techo dañado por el agua. Escucho un fuerte crunch y luego el sonido de la gran ventana en el cuarto destrozándose como si alguien la hubiese atravesado. Todo se queda en silencio. Todo lo que puedo escuchar ahora es mi corazón latiendo fuerte y violentamente. Estoy tan asustada que ni siquiera puedo llorar y mi cuerpo deja de temblar. Estoy paralizada con miedo. El olor acre de los disparos permanece en el aire.

muertos y puedo salir viva de aquí. Comienzo a salir de la tina pero entonces escucho a Izel: —Vete a la chingada. ¡No diré ni una mierda! Hay un breve episodio de silencio y luego escucho al Americano decir calmadamente—: Ya me has dicho más de lo que necesito saber. —¿Cómo es eso? —Si Javier me quería vivo para matar a Guzman, tus hombres nunca hubiesen recurrido a mí. —Él sí quería que lo mataras. —Entonces tus hombres son simplemente estúpidos. Izel no respondió nada, pero puedo imaginar la expresión que usa: amargura mezclada con maldad. En silencio, salgo de la tina, cuidadosa de no hacer ningún movimiento abrupto y alcanzo la manija de la puerta. Se abre en el segundo en el que mis dedos la tocan como si no hubiese estado abierta todo este tiempo, a pesar de que sabía que no lo

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¿Está muerto el Americano? Es todo en lo que puedo pensar. Tal vez todos están

estaba. Debe de haberse sacudido cuando escuché a alguien estrellarse contra ella durante la pelea. La abro apenas un poco. El espejo sobre el lavabo junto a la puerta está a la vista. Todo lo que queda de él son tres grandes fragmentos irregulares de cristal roto apenas colgando en la pared. Puedo ver la espalda del Americano a través del reflejo. —Debería decirte —dice él—. Habrá un nuevo trato ahora.

—Creo que lo soy —responde—. Primero, me dices cuales son los planes del Javier para traerme al recinto. —¡No te diré pura mierda! Un disparo ahogado hace un rápido sonido de fuddup y luego Izel grita con dolor. —¡Me disparaste, maldición! El Americano se mueve fuera de la vista del espejo, dejándome ver a Izel sentada sobre a la silla junto a la pared. Su rostro brilla con sudor y sangre sale de la herida sobre su muslo, sus manos presionando sobre él tratando de detener el flujo. Su bronceado rostro está retorcido en agonía y enojo. Escupe el piso, desafiante. —Simplemente una herida leve —dice el Americano. Me empujo más contra la puerta. Un par de manos están cerca de los pies de Izel: uno de los hombres que el Americano acaba de matar. Trago duro y trato de calmar mi respiración. La puerta se mueve mientras mi cadera cepilla contra ella y exhalo fuertemente una respiración. La cabeza de Izel se dispara hacia un lado mientras ella encara el espejo. Sabe que estoy escondida aquí. Trato de alejarme de la puerta y me

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—No eres el indicado para hacer tratos —Izel escupe las palabras.

muevo de vuelta a la oscuridad del baño, pero ella me ve. Una sonrisa se extiende por su rostro. —Sal, Sarai —dice armoniosamente—. Javier te extraña. No me muevo. Tal vez si permanezco quieta, va a comenzar a creer que lo que ve en el reflejo del espejo es solo un truco de luz en sus ojos. Ella voltea su mirada lejos de mí como si el Americano hubiese hecho algo para recuperar su atención —Javier quiere muerto a Guzmán —dice Izel—. No te hubiese contratado y dejarte Eres un tonto. Escucho la cama crujir como si él se acabara de sentar en el borde, encarándola. Mientras está distraída, me posiciono lejos del borde de la puerta, pero de una manera en la que puedo obtener una mejor vista del cuarto a través del reflejo en el espejo. Veo otro cuerpo yaciendo tirado contra la pared en el otro lado de ella. —Y si mato a Guzmán —dice el Americano—, no tendré problema obteniendo la otra mirad de mi dinero. —Fue una declaración, pero al mismo tiempo, una pregunta. Izel sonríe—. Por supuesto. —Inclina su cabeza a un lado—. Ella te ha convencido. Sin respuesta. Sé que Izel se está refiriendo a mí. —La chica no se compra ni se vende, solo para que sepas —añade. —No pregunté. —No necesitabas preguntar. Izel mira hacia el espejo de nuevo sin mover la cabeza. —¿Vas a ser el héroe? —dice con sarcasmo atado a su voz.

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con ese dinero si no quisiese. —Se burla y sacude la cabeza al Americano y añade—:

—Difícilmente —dice el Americano—. Voy a usarla como palanca. Trago fuerte. Debí haber mantenido mi boca cerrada… —Eso no le caerá bien a Javier. Ella no era parte del trato. Te quedas con la chica y Javier no estará feliz. —Una tira de cabello negro cae de su rostro. Llega como si fuese a apartar todo su cabello, pero su mano se detiene a medio camino y la baja de nuevo a su lado. De alguna manera, el enojo ayuda a esconder el miedo en su rostro. Sabe que él le volará los sesos.

ella por el resto de mi dinero. —¿Y qué si a Javier le importa una mierda? —No estarías aquí si no le importara.

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—La chica se queda conmigo hasta que mate a Guzmán y luego haremos el cambio:

CAPÍTULO 4 manchas de sangre. —Estás cometiendo un error —escupe, la derrota está en su voz—. Si quieres una chica, Javier te dará una. Solo que no esa. Solo lo convertirás en tu enemigo si haces esto. Conozco esa preocupación en su voz bastante bien. Cuando Javier no está feliz, tiende a culpar a Izel. Si no regresa al recinto conmigo, la golpeara hasta que pierda el sentido. Por mucho que la odie por las cosas que me ha hecho, no puedo evitar sentir lástima por ella también. —Tu oferta ofende mi inteligencia —dice el Americano—. Ella es a la que quiero porque es a la que él atesora más. Si Javier no tiene malas intenciones, entonces no debería tener nada de qué preocuparse. —Izel mira rápidamente hacia la puerta del baño mientras él habla—. Me quedo con la chica hasta que mate a Guzmán. Javier me paga lo que falta de mi dinero. Regreso a la chica. Todos nos vamos con lo que queremos. Quiero salir del baño y tratar con uno de los automóviles afuera, pero sé que no lo lograré. Mis palmas están sudando y duelen. Me corte la mano izquierda en algún lugar. No puedo recordar cuando pasó.

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Izel gira la barbilla, desafiante, la piel alrededor de sus ojos salpicada con

Izel lo insulta en español y presiona las palmas de sus manos sobre el asiento debajo de ella y comienza a elevarse para levantarse. Muy casualmente, el Americano levanta su arma y ella se congela, la ira y la resistencia están en el rostro de Izel. —Dobla tus manos detrás de la silla —dice el Americano. —Jódete. ¡Thwap! El cuerpo de Izel se sacude a un lado, casi tirando la silla con ella—. ¡Hijo de puta! —grita, presionando sus manos sobre una nueva herida de bala en el muslo

El Americano nunca se mueve, su expresión y postura siempre casual y controlada. —Dobla tus manos detrás de la silla —dice una vez más con la misma cantidad de calma que antes. Esta vez, Izel hace caso. Renuente y desafiante, pero hace caso. —Sal del baño —escucho decir al Americano. No quiero. Tranquilamente empujo mi espalda contra la pared, empujando mis manos amarradas sobre mi pecho y trabando mis dedos juntos frente a mí. Sorbo las lágrimas, el sabor de la sal drenándose por la parte de atrás de mi garganta. ¿Qué debería hacer? Si me quedo parada aquí, parada así, solo prolongará lo inevitable. No hay forma de salir de este baño excepto por esa puerta. Finalmente, hago lo que dice. Tratando de empujar la puerta para abrirla más, tengo que asumir que es difícil por el cuerpo yaciendo en el piso en el otro lado. Trato de no mirar cuando paso alrededor del brazo izquierdo del hombre, contorsionado antinaturalmente detrás de él, pero miro lo suficiente para hacer que mi estómago se revuelva. Especialmente cuando veo

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opuesto para que coincida con el otro.

sus ojos. Siempre son los ojos, sin vida, y vacíos, y vidriosos, eso me hace querer vomitar. Tomo una respiración profunda, y paso sobre él. Izel me sonríe, no tan afectada por dos heridas de arma como imagine que alguien estaría. Su respiración es dificultosa y se esfuerza por mantener la compostura por el bien de burlarse de mí. —Ven aquí —dice el Americano y lo hago. Saca el cuchillo de su bolsillo de nuevo y sus ojos viajan a mis muñecas brevemente. Asumiendo… y esperando… que sea lo que quiere, sostengo mis temblorosas manos hacia él. Desliza la hoja detrás de la tela y la corta para liberarme.

Trago la saliva que queda en mi boca. No soy una puta, pero siempre tiene una manera de hacerme sentir avergonzada con sus acusaciones. Pretendo estar concentrada con mis muñecas ahora que ya no están amarradas. Izel se voltea hacia el Americano, sus manos siguen dobladas sueltas detrás de su espalda. Dice con una sonrisa maliciosa: —Si sientes lástima por ella, no lo hagas. Esa pequeña puta1 es tratada mejor que nadie, incluso mejor que yo y soy hermana de él. Javier la tiene cada vez que quiere. Y ni siquiera tiene que tomarlo. Siento mis dedos enterrarse en mis palmas que ahora están a mis lados, pero la vergüenza eclipsa mi enojo. Lo que dices solo es mitad verdad, pero ahora no es el momento para defenderme. Nada de lo que diga importará. No a el Americano, y ciertamente no a ella. Solo me interesa lo que piense el Americano porque necesito que me ayude. Si piensa en mí como una puta, estará menos inclinado luego. Si puedo convencerlo de que me ayude, eso es lo que es dudoso.

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En español original.

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—¿Le dijiste que eres una puta? —pregunta Izel.

Sin mostra ningún interés en el obvio intento de Izel de estropear mi personaje, el Americano señala su bolsa sobre la mesa cerca de la ventana y me dice—: Cierre izquierdo, en el bolsillo interior encontrarás una cuerda. Camino a través del cuarto con cuidado, mi corazón golpeando violentamente contra mis costillas cuando voy entre los dos, los pelos de mis brazos y de la parte de atrás de mi cuello se erizan mientras los paso. Como que esperaba que Izel usara la oportunidad para alcanzarme y agarrarme, pero estoy aliviada cuando no se atreve a moverse. Haciendo mi camino a través de más cuerpos y escombros esparcidos por la pequeña área, esta vez estoy muy asustada de los dos que quedan vivos como para notar los muertos ojos mirando directo al suelo. Huelo la sangre. Al menos, creo que la ventana rota sopla hacia el interior como una pequeña ráfaga de cálido viento. Llego dentro de la bolsa negra del Americano y busco la cuerda. Estoy muy nerviosa para mirar dentro de la bolsa. No se sabe lo que lleva en esta cosa. Con el montón de cuerda en mi mano, brevemente me pregunto por qué no usó sus cosas más duras conmigo en vez de tiras de tela de la sabana de la cama. Me volteo y solo veo a el Americano, esperando por lo que sea que me vaya a decir que haga, tratando de hacer tan poco contacto visual con Izel cómo es posible. Nunca le toma mucho intimidarme. El Americano asiente hacia Izel. —Amarra sus manos detrás de la silla, en sus muñecas —instruye. Mi corazón salta. Aun tratando de evitar mirarla, mi intento es tirado por la ventana con sus palabras y mirarla es exactamente lo que hago. Seguramente me agarrará si estoy parada tan cerca. El conflicto en mis ojos le dice a el Americano todo lo que las palabras no dichas no pueden.

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el débil hedor metálico es sangre. Hay mucho de eso a mí alrededor. La cortina sobre

Mueve el arma en su mano sutilmente hacia Izel, su muñeca todavía apoyada sobre su pierna. —Ella no te tocará —dice, mirándome—. Si se mueve solo un centímetro en una manera amenazante, la mataré y lo sabe. Por el rabillo de mi ojo, veo las fosas nasales de Izel llamear y su boca se retuerce con enojo. El Americano asiente hacia ella de nuevo para indicar que debería proceder. Tentando la cuerda con mis dedos, camino sobre los cuerpos de nuevo y lentamente llego. Su sonrisa se ensancha. Mis manos están temblando visiblemente que se da cuenta; sus ojos marrones las miran brevemente si mover la cabeza. —Realmente lo hiciste esta vez —se burla—. ¿Cómo saliste de la cerca? ¿Lydia te ayudó? Casi estoy detrás de ella cuando dice el nombre de Lydia y me detengo en seco. Izel nota mi reacción exactamente por lo que es: preocupación. Y va con ella. Una sonrisa incluso más sádica tira de las comisuras de su boca. —Ah, ya veo —dice—. Ella sí te ayudó. —Chasquea la lengua—. Por desgracia para la pobre Lydia, será castigada. Pero ya sabías eso, ¿verdad, Sarai? —¡Lydia no tuvo nada que ver con esto! —grito en español, como si estuviera de vuelta en el recinto. Sé que está tratando de llegar a mí, pero también sé que lo que está diciendo sobre el castigo de Lydia es verdad y ya me estoy arrepintiendo de mi reacción. Porque es exactamente lo que quiere ver. Toda esta situación acaba de cambiar en la peor manera. Ya no es solo sobre mí. Debí haberlo sabido mejor antes de arrastrarme por

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hago mi camino hacia Izel, encontrando imposible no mirarla mientras más cerca

esa ventana. Javier e Izel sabían lo cercanas que Lydia y yo nos convertimos en su corto tiempo ahí. Una gran parte de mí quiere rendirse y regresar, pero ahora con el Americano controlando la situación, eso ya no va a ser posible. —Deja de hablar y amarra sus manos detrás de ella —dice el Americano desde atrás. —Bien. Adelante. Haz lo que quieras con ella —le digo a Izel mientras camino detrás de la silla—. Salí. Ella no. Es triste, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. No voy a regresar a ese lugar, ni siquiera por ella. —Espero que me crea, que no me

—Dije que dejaras de hablar. La frustración no natural del tono del Americano, aunque restringido, es suficiente para que ambas le prestemos atención. Izel y yo lo miramos al mismo tiempo. Hago exactamente lo que dice, teniendo miedo de que me dispare en la pierna a mí, y me agacho detrás de Izel y comienzo a amarrar sus muñecas. El Americano mira a Izel aparentemente sin parpadear, esperando a que ella cometa un desliz y le dé más razones para dispararle. Ato bien las muñecas, envolviendo la cuerda semi elástica tres veces, empatando cada uno en un nudo. Una vez que la cuerda aprieta su piel, Izel lanza su cabeza a un lado intentando verme, sus dientes se aprietan con enojo. —Con cuidado —dice y su largo cabello negro cae a un lado alrededor de su rostro. Amarro el último nudo más fuerte, solo porque puedo. Si las miradas mataran, estaría muerta diez veces. —Ahora aléjate de ella —instruye el Americano. Se levanta de la cama y desliza su alargado maletín de debajo de ella. Me alejo y con la inclinación de su cabeza, continúo siguiendo sus instrucciones y voy a su lado. Toma mi muñeca en una mano y su maletín en la otra y camina hacia la

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importa lo que le pase a Lydia, así tal vez no la usen contra mí.

puerta. Solo deja ir mi muñeca lo suficiente para agarrar su bolsa de la mesa y ponerla sobre su hombro. Deja su largo abrigo negro. Seguramente lo ve, pero tengo la sensación de que lo está dejando sobre el respaldo de la silla a propósito. —Te mataré si me dejas aquí así —gruñe Izel a través de sus dientes apretados, pero su amenaza sale densamente con desesperación. Comienza a luchar en la silla, trabajando de liberar sus manos—. ¡No me dejes así! ¿Cómo puedo decirle a Javier lo que quieres si estoy atrapada en este cuatro?

mano con la que sostiene el maletín. —Te liberaras a su momento —dice él y camina fuera del cuarto conmigo a su lado—. Infórmale a Javier que estaré en contacto y que no pierda o descarte el número de celular por el que llamé la última vez. —Cierra la puerta con los mismos dos dedos y escucho la furiosa voz de Izel gritando maldiciones desde adentro mientras la dejamos ahí. Me guía en torno al asiento del pasajero delantero y cierra la puerta detrás de mí una vez que estoy dentro. La cajuela se abre y esconde su maletín y la bolsa de lona negra dentro de ella. Escucho cuatro disparos apagados fuera del auto mientras saca dos llantas de cada una de las camionetas estacionadas en el frente. Cierra la puerta del lado del conductor y me mira. —Ponte el cinturón de seguridad —dice y aleja la mirada de mis ojos, girando la llave en el contacto. El auto zumba a la vida mientras abrocho rápidamente el cinturón. —Le disparas a las mujeres —digo en voz baja.

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La luz del sol llena el cuarto cuando el Americano abre la puerta con dos dedos de la

Sale del espacio cubierto de tierra frente al extraño motel de carretera, el cual en realidad luce como una choza de cinco habitaciones. El Americano presiona su pie en los frenos y me mira. —Heridas de carne —dice y cambia el auto a Drive—. Vivirá. Y esa difícilmente era una mujer. —Se aleja, el elegante automóvil negro agitándose detrás de una nube de polvo. Tiene razón en ese aspecto. Izel es una mujer, pero no merece ser tratada como una y es su culpa.

alcanza la consola entre nosotros y saca un pequeño teléfono negro. Pasando sus dedos sobre la pantalla, el altavoz se activa y de repente la voz de Izel llena el auto. Estoy confundida al principio, pero luego lo entiendo, si no me equivoco, después de todo, si hay una razón por la que dejó su largo abrigo en el cuarto. Escucho la voz de Izel salir a través del pequeño altavoz: —¡Se ha ido! ¡Párate y desátame! ¡Apúrate! Un crujido amortigua su voz y luego otros extraños e identificables ruidos. —¡Sácame de estas cuerdas! ¿Uno de los hombres quedó vivo? Miro al Americano cuyos ojos permanecen pegados en la carretera pero sus oídos están completamente abiertos a las voces en su mano. Lo sabía. Supo todo el tiempo que uno de ellos yacía ahí pretendiendo estar muerto. Me estremezco al pensar que caminé sobre su cuerpo, o alrededor, tan cerca que pudo haberme agarrado por el tobillo y bajarme con él.

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Mientras aceleramos por la polvorienta carretera y lejos del motel, el Americano

Más sonidos amortiguados y de crujidos se canalizan a través del altavoz. Escucho a Izel decirle al hombre que le dé su celular y segundos después está hablando con Javier: —Sí, Javier. Él se la llevó. Los mató. No. Se queda callada mientras Javier, lo sé sin escucharlo, la amenaza al otro lado del teléfono. —Sí —dice con voz ronca como si obligarse a estar de acuerdo tomara todo de ella. Luego escucho un fuerte disparo seguido de un ¡thump! y solo puedo asumir que acaba de decir. Todo se queda callado ahora. Tal vez Izel dejo el cuarto. Varios segundos pasan y aún nada, solo la baja estática del zumbido del altavoz. El Americano, aunque no famoso por sus expresiones faciales, parece decepcionado. Cuelga el teléfono, baja la ventana a su lado y lo lanza en la carretera. Luego hace da una vuelta en U y maneja en la dirección opuesta. —¿Supongo que no escuchaste lo que querías? —pregunto cuidadosamente. Su mano derecha cae del volante y se apoya en la parte superior de su pierna. —No —responde. —Aún dudas de lo que te dije —digo. En mi visión periférica, lo observo girar ligeramente su cabeza para mirarme. No estoy lo suficiente cómoda con él para encontrar sus ojos cuando los instiga. Nunca lo estaré. Pero no responde.

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acaba de matar al hombre que la ayudó, probablemente enojada por lo que Javier

Un minuto después, digo—: No soy una puta. Ella solo estaba tratando de llegar a ti en caso de que tuvieras lástima por mí. Tal vez estoy insultando su inteligencia, justo como lo hizo Izel en algún punto, pero esta es mi manera de defenderme de su acusación. Quiero que lo sepa. Y no quiero que piense de esa manera sobre mí. Continúo, finalmente mirándolo ahora que sus ojos han vuelto a la carretera. —Pero para empezar, nunca tuviste lástima por mí. De nuevo, mi intento para entablar una conversación con él parece pasar inadvertido

—Sé que no eres una puta —dice.

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y me rindo y descanso mi cabeza contra la ventada del coche.

Capítulo 5 el día, que no sea el recinto. A Javier no le gustaba mucho el turismo, o un viaje por la mañana temprano el domingo. Pasé gran parte de mi vida encerrada detrás de las vallas, dejándolo sólo cuando Lydia y yo éramos reubicadas con las otras chicas antes que otros peligrosos capos de las drogas vinieran a reunirse con Javier. Era la manera de Javier de mantenernos "seguras" en caso de que un acuerdo saliera mal. Pero siempre viajamos por la noche, así que a pesar de la difícil situación en que estoy ahora, me encuentro con menos temor cuando miro por la ventana del automóvil, mientras que el brillante paisaje mexicano pasa volando. Hemos estado conduciendo durante dos horas. —Tengo hambre —le digo. Unos segundos pasan antes de que responda. —No tengo nada que comer en este auto. —¿Bueno, no podemos pararnos en algún lado? —No.

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Ha sido en raras ocasiones que he visto cualquier otra parte de México durante

Si pudiera al menos hacer que deje de responder a mis preguntas de esa manera, casi estaría satisfecha. —Si estás preocupado acerca de mí tratando de huir —le digo, volviéndome hacia los lados para verlo mejor—, entonces ve a un autoservicio. No he comido nada desde ayer por la mañana. Por favor.... —No hay un autoservicio por aquí. —¿Dónde es aquí , de todos modos? —De repente, mi hambre queda al margen—. Por lo menos dime dónde he pasado los últimos nueve años de mi vida.

haya visto en los mapas que he revisado una y otra vez, la mayoría son mapas de un libro de texto de escuela secundaria estadounidense de 1997. —Ahora estamos a cinco millas al sur de Nacozari de García. Suspiro, frustrada conmigo misma por no tener ni idea de dónde está eso, tampoco. —Estás a menos de dos horas de la frontera con Estados Unidos —dice y me aturde. Volteo la cabeza rápidamente, girando totalmente en el asiento, la espalda presionando contra la puerta del coche. —Pero dijiste que yo estaba... lo hiciste sonar como si estaba a días de la frontera. —No. Yo simplemente expresé que la distancia era más lejos de lo que te quería en mi compañía. Cruzo los brazos con furia sobre mi pecho. No tengo ni idea de por qué incluso me enojaba en absoluto con alguien como él, e incluso remotamente mostrarlo. Recordándome rápidamente dónde estoy y con quién estoy, puse mi cara tímida de nuevo.

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Vi una señal de tráfico varios minutos atrás, pero no reconocí el nombre de algo que

—¿Es ahí donde vamos? —pregunto—. ¿Está este hombre, que se supone que mates para Javier, en los Estados Unidos? —Sí. Silencio. Me echo a llorar. Las lágrimas vienen de la nada, quemando detrás de mis ojos y a través de mi nariz. Pero no estoy llorando porque estoy tan cerca de casa, estoy llorando porque su extraña estoica personalidad y respuestas de una palabra es suficiente para hacerme, en sentido figurado, querer dispararme a mí misma. Sollozo saliera, junto con todo lo demás enterrado en el interior: el alivio de que por fin conseguí alejarme, el temor de ser devuelta de nuevo allí, preocupación por lo tanto que Izel golpeará a Lydia, el simple hecho de que estoy en una situación nada fácil de resolver, el hambre en el estómago, la sequedad de la garganta, no haber tenido un baño en dos días, el hecho de que podía morir en cualquier momento. La única cosa buena que puedo contar es que estoy, de hecho, aún viva y no tan lejos de casa como yo pensaba que estaba. Siento el automóvil virar a la derecha mientras que él se mete a otra carretera. Lo miro, sorbiendo el resto de mis lágrimas. Estiro mi mano y me limpio las mejillas con las palmas. Él nunca dice nada, él no trata de consolarme o hacer preguntas. Él no parece importarle y no me importa mucho, tampoco, que no lo haga. Nunca esperé que lo hiciera. Otros treinta minutos más o menos y estamos yendo a la parte delantera de una vieja tienda de conveniencia de carretera. Sólo un camión está estacionado en el frente, un Ford blanco con óxido a lo largo de las puertas. —Si quieres comida —dice el americano, apagando el motor—, entra y come. Estoy por completo sorprendida de que hemos parado, y mucho más, para darme de comer. Camina a mi lado del automóvil y abre la puerta, probablemente sólo para

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en las palmas de mis manos, dejando que el miedo y la frustración por el americano

asegurarse de quedarse a mi lado en todo momento, en lugar de ser un caballero. Él está allí, esperando pacientemente a que yo salga. Por fin, lo hago, justo después de resbalar mis pies descalzos en mis sandalias en el piso. Este lugar no puede ser llamado un restaurante de carretera; creo que necesitaría un par de mesas más para eso, pero hay un lugar para sentarse y comer en un rincón oscuro cerca de una simple puerta negra. Consigo un sándwich de pollo hecho al microondas sacado del congelador; el americano, nada más que café negro. Los dos nos vemos fuera de lugar aquí. Ambos, obviamente, sin genes hispanos, en un lugar que claramente no es un pueblo turístico; él, vestido con pantalones y zapatos negros caros, que probablemente fueron brillantes en un tiempo, pero ahora están cubiertos me puse desodorante. Me como la mitad del sándwich de pollo y trago el agua embotellada hasta que está casi vacía. Aprendí hace mucho tiempo no volver a beber el agua en estas partes, si no es de una botella sin abrir, probablemente me enfermará. El americano sorbe su café gradualmente, leyendo el contenido de un periódico local. Si yo no lo supiera, casi podríamos pasar por una pareja casada no convencional desayunando en cualquier típico pueblo americano. No convencional porque yo sólo tengo veintitrés años, y el americano, él es mayor que yo. En medio de los treinta y tantos años, tal vez. Si yo no supiera lo que él era y sólo lo viera sentado aquí un día, al igual que ahora está con los dos pies en el suelo y sus codos cubiertos con la camisa en la mesa, lo encontraría atractivo para un hombre mayor. Él no tiene barba, aunque con un rastrojo en un patrón a lo largo de su cara. Tiene pómulos afilados y penetrantes ojos turquesa que parecen contener todo, pero sin revelar nada. Y es muy alto, delgado y aterrador. Me parece notable la forma en que me asusta más que lo que Javier nunca lo hizo, pero sin tener que decir una palabra. Al mismo tiempo, me siento como que estoy mejor con el americano de lo que nunca estuve con Javier... al menos, por ahora. Eso cambiará, estoy segura, cuando el trate de devolverme a él.

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de una fina capa de tierra. Sé que debo oler muy mal. No recuerdo la última vez que

Pero moriré antes de permitir que eso suceda. —¿Alguna vez me vas a decir tu nombre? —pregunto. Él levanta la vista del periódico, sin mover la cabeza. Puedo sentir inmediatamente que no le importa decirme, para que eso sea personal con su “rehén”, pero finalmente me tira un hueso. —Victor. Estoy tan asombrada de que incluso me lo dijo, que me toma un segundo para pensar

Me tomo mi agua. —¿De dónde eres? —pregunto. Vale la pena intentarlo. —¿Por qué no terminas tu comida? —sugiere y mira hacia abajo al periódico. —Conoces mi nombre. ¿Sabes de dónde soy. ¿Por qué no me dices algo tonto y me haces feliz, Victor? —La amargura en el tono no fue un accidente. Me imagino que si él iba a matarme, ya estaría muerta, así que no tengo realmente tanto miedo de él como mi conciencia me dice que debo. Él suspira con fastidio y sacude la cabeza sutilmente. —Nací en Boston —dice—. Tengo una hermana. Un año más joven que yo. Mi madre está en algún lugar en Budapest. Mi padre, está muerto. Él fue mi primera muerte. Esa pequeña onza de coraje que convoqué se evapora directo de mis poros. Miro con cuidado a ambos lados de mí, buscando al hombre detrás del mostrador que nos

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en qué decir a continuación.

vendió la comida. Está en el lado opuesto de la tienda, barriendo el piso y no nos presta ni una pizca de atención. Miro de nuevo a... Victor, nerviosamente tragando lo que queda de saliva en mi boca. —¿Mataste a tu padre? —Tengo que creer que era por alguna razón obvia: su padre golpeaba a su madre, algo por el estilo. Él asiente. —¿Por qué? ¿Qué edad tenías?

dedos largos y bien cuidados curvados suavemente alrededor de la pequeña taza de plástico blanco—. Pediste saber más sobre mí y yo te dije. Fue una concesión. No una invitación a hacer más preguntas. Me pregunto por qué me dijo algo así, para empezar. Tal vez estaba tratando de asustarme hasta la sumisión por lo que dejaría de hablar por completo. Me levanto de la pequeña mesa. Él levanta la vista del periódico de nuevo. —Tengo que ir al baño —le digo. Colocando el periódico sobre la mesa al lado de su café, se pone de pie para unirse a mí. Toma mi muñeca suavemente en la mano y la alejo, sacudiendo la cabeza. —Puedo ir yo sola —insisto. —Sí, pero yo voy a ir contigo. Cruzo los brazos sobre el pecho y parpadeo de sorpresa. —No puedes estar hablando en serio. No lo voy a usar contigo parado allí. —Entonces, no vas a usarlo.

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—Creo que sabes lo suficiente acerca de mí —dice y toma un sorbo de su café, sus

Mi boca cae abierta con un soplo de aire. Miro hacia atrás y adelante entre él y la puerta detrás de él que estoy esperando sea un baño... no hay signos evidentes que indiquen nada. Puedo detectar su enfado conmigo, débilmente en su rostro; me hace sentir como si hubiera interrumpido su nocturna historia de amor con una copa de vino y música clásica. No me tomó mucho tiempo para comprender, de verdad. —Dudo que será como lo es en las películas —le digo—. Tratar de salir por la ventana después de que tomaste la decisión de novato de dejarme ir sola. —No estoy tratando

—Lo tomas o lo dejas —dice—. Si no vas ahora, podrías estar aguantando un rato. Me muerdo en el interior de la mejilla. —Bien —cedo y paso alrededor y frente a él. Él camina detrás de mí en el baño. Hay un inodoro que se ve como si no hubiera ni una vez sido limpiado en las décadas que ha estado aquí. Cuatro paredes sucias con la pintura descascarada y una marca de quemadura, cerca de la pequeña ventana que dudo que hubiera sido capaz de pasar a través de ella si me hubieran dado la oportunidad de probar. La habitación es tan pequeña que puedo estirarme y tocar a Victor mientras él está frente a la puerta, de espaldas a mí, con las manos cruzadas delante de él. Sintiendo solo un poco de vergüenza... por desgracia, orinar en frente de un loco no es nuevo para mí, bajo... tanto mis pantalones cortos y bragas y me siento. Cuando he terminado, tengo que esperar a secarme. El papel higiénico realmente es un lujo que los estadounidenses dan por sentado. Mientras estoy subiendo mi ropa, me doy cuenta desde atrás, que los hombros de Victor se tensan. Y entonces oigo voces como si alguien acaba de llegar dentro de la tienda.

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de ser bocazas, sólo estoy afirmando lo obvio. Espero que entienda eso.

Victor llega a la parte trasera de sus pantalones y desliza su mano por debajo de su camisa, tirando de un arma a la vista, su fuerte dedo índice ya enrollado alrededor del gatillo. —¿Qué es? —pregunto, temerosa; Ya me tiemblan las manos. Victor abre un poco la puerta y mira afuera, colocando la mano libre detrás de él como si fuera a decirme que me callara. Luego gira la cabeza hacia mí brevemente y susurra: —Quédate aquí —y antes de que pueda cuestionar o protestar, desaparece por la para ayudar a protegerme de las balas y no encuentro consuelo en ello. A pesar de mis temores, yo no puedo dejar de tratar de obtener una visión de lo que está pasando, así que doy un paso hasta la puerta y la abro un poco como Victor hizo y presiono mi cuerpo contra ella, mirando hacia afuera. Mi aliento caliente y tembloroso llena el espacio cerrado entre la puerta y mi cara. Apenas puedo distinguir el mostrador donde el dueño de la tienda se encuentra a un lado con la escoba todavía aferrada en sus viejas manos regordetas. Pero no puedo ver su cara. Y no puedo ver a Victor. Varios segundos llenos de ansiedad largos pasan y todavía no hay disparos. Lo tomo como una buena señal. Me doy cuenta de una figura que pasa por mi línea de visión, pero no es Victor. Y entonces otro hombre pasa por allí. Oigo voces en español, aunque no del todo claro para mí desde mi posición detrás de la puerta. Algo sobre una pieza del automóvil y unos segundos más tarde, el dueño de la tienda dice que tiene una, pero que va a tener que dar la vuelta atrás para conseguirla. Todavía no veo ninguna señal de Victor. ¿Me dejo aquí? Ese pensamiento extrañamente me hace sentir aún más miedo y abro la puerta un poco más, tratando de obtener una mejor visión. Al principio, mi pánico fuera de lugar de quedarme sola aquí me hace dudar de mi cordura, pero luego me doy cuenta una vez más que a pesar de que Victor sea un asesino y el hecho de que estoy siendo utilizada como

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puerta y me quedo escondida dentro de otro baño. Sólo que éste no tiene una bañera

intercambio en un peligroso juego de pagar o morir, sigo siendo una chica sola en las partes más peligrosas de un país del que no soy nativa. Me guste o no, Victor es mi única protección hasta que pueda llegar a esa frontera y voy a seguir con él durante tanto tiempo como pueda a pesar de mi desesperada

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necesidad de alejarme de él, también.

Capítulo 6 luzcan para nada familiares. Empiezo a pensar que sólo están de paso. Volviéndome un poco claustrofóbica, me atrevo a abrir por completo la puerta. Inhalo profundamente para serenarme y luego salir del baño con tanta naturalidad como cualquier otro cliente que acabe de hacer uso el inodoro. Victor está sentado de nuevo en nuestra mesa leyendo el periódico como lo hacía antes, cuando alcanzo a pasar la esquina. Apenas me mira, lo suficiente para que sólo yo sepa que no está contento. —¿Estás listo? —pregunto en inglés—. Yo ciertamente lo estoy. Ese baño es asqueroso —agrego, fingiendo desagrado por las instalaciones con la actitud de una arrogante chica americana. Espero ser lo suficientemente convincente. Victor se levanta y me toma de la mano en lugar de la muñeca esta vez, entrelazando sus dedos con los míos. El gesto al principio me sorprende. Pero pronto me doy cuenta de que sólo está siguiéndome la corriente. Los dos clientes y el propietario de la tienda miran directamente hacia mí y de alguna manera me da la sensación de que mi pequeño acto de turista está llamando más la

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Finalmente, vislumbro los rostros de ambos hombres, aliviada de que no

atención que disuadiéndola. Y tal vez es porque los turistas nunca vienen a estas zonas. Victor me aprieta la mano con desaprobación. Segundos más tarde, en un movimiento aparentemente demasiado rápido de seguir para mí, cada uno de los dos clientes recibe un solo disparo en la cabeza y caen muertos frente a mí en el suelo. Trastabillo hacia atrás contra el pecho de Victor, tapándome los oídos en una reacción tardía para acallar el sonido de los disparos. Victor suelta mi mano y me agarra por la cintura, atrapándome con un brazo, su

Oigo una puerta cerrarse de golpe a un lado de la tienda y miro hacia arriba todavía presionada contra Victor, utilizando su cuerpo como apoyo, para ver al dueño de la tienda a través de la ventana sin vidrio huyendo a quien sabe dónde. Victor me empuja hacia un lado y apunta su arma al hombre a través de la ventana. Un solo disparo lo derriba antes de que consiga alejarse demasiado, su cuerpo golpeando el suelo y el polvo volando a su alrededor antes de ser llevado por el viento. Me abro paso a través de la tienda, sobre los dos cuerpos y hacia Victor, con el corazón latiendo erráticamente. —¿Por qué fue eso? Agarra mi muñeca de nuevo y me arrastra con él hacia los cuerpos. Trato de alejarme, pero su agarre es demasiado apretado. —Eran inofensivos —digo con exasperación, sintiendo las lágrimas quemando en la parte posterior de mi garganta—. Y el dueño... qué... ¡¿por qué lo mataste?! Nos detenemos junto a uno de los cuerpos y Victor me suelta la muñeca para poder ponerse de rodillas a su lado. Metiendo la mano en el bolsillo trasero de los pantalones vaqueros del hombre, saca un fajo de dinero mejicano. Escudriñando los billetes y sin encontrar nada de importancia, lanza el dinero en la espalda del hombre

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pistola aferrada en la otra mano.

muerto y hurga el resto de sus bolsillos, encontrando una pistola escondida detrás de su cinturón. Pero no hay nada fuera de lo normal en eso. Hace lo mismo con el otro hombre, todavía sin encontrar nada digno de mención, salvo un juego de llaves que decide guardar en su bolsillo. —¿Qué estás buscando? —Deberías haberte quedado en el baño como te dije. Estoy sorprendida por la acusación en su voz; es tan raro en él demostrar tanta emoción, aunque todavía no es mucha.

para recordar a cada uno de ellos. Victor se levanta hasta quedar de pie, pareciendo aún más alto que antes, pero sé que es sólo mi temor a él jugándole una mala pasada a mis ojos. —Recuerdas a los que has visto —dice—. Pero eres una niña tonta si piensas que ellos son sus únicos hombres. Suspiro. —Pero ellos sólo estaban preguntando por repuestos. Tal vez tenían problemas con el auto. Los escuché hablando. —Los escuchaste hablar en código —me corrige—. Él le preguntó al dueño por un repuesto que no corresponde a esa camioneta. —Mira hacia la ventana del frente de la tienda donde otra camioneta está estacionada delante—. Cuando el dueño de la tienda dijo que sí que tenía el repuesto, él les estaba diciendo que estabas aquí. Sintiéndome tonta, sigo fingiendo, tratando de regresar de mi momento de estupidez. —Entonces, ¿por qué no hicieron nada?

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—Ellos no eran hombres de Javier —protesto—. Estuve ahí el tiempo suficiente como

Sacude la cabeza ligeramente hacia mí. —Estaban vigilándonos —dice—. O bien, iban a tratar de entretenernos, el tiempo suficiente para que más hombres llegaran aquí. Ahora vamos. Tenemos que irnos. Cuando no lo sigo lo suficientemente rápido, toma mi mano y me lleva fuera de la tienda y nos dirigimos directamente hacia la camioneta más nueva estacionada al frente, todavía nada más que un trozo de metal viejo, pero más nueva que esa vieja Ford oxidada que tenía que haber pertenecido al dueño. Él abre la puerta del lado del pasajero.

Confundida, sólo me quedo mirándolo, pero lo siguiente que sé es que me está levantando del suelo y obligándome a entrar a la cabina. Sin atreverme a pelear con él en esto, o a perder más del poco tiempo que sé que nos queda, espero hasta que toma sus armas y maletas de su auto y lo empuja todo entre nosotros en el asiento. Cierra de golpe la pesada puerta de metal una vez que se mete en el otro lado. —¿Qué estamos haciendo exactamente? Él encuentra la llave correcta para arrancar el motor en el primer intento y la camioneta retumba y escupe al encenderse. Alcanza la palanca de cambios al lado del volante y de golpe pone en marcha la camioneta, pasando muy cerca del desvencijado toldo de madera cubriendo la parte delantera de la tienda cuando hace un amplio giro cerrado y se aleja a toda velocidad. —El auto es demasiado delator —dice—. Tenía que deshacerme de él antes, pero toparse con un vehículo por aquí que no se descomponga en treinta kilómetros es un asunto de ensayo y error. —Me preguntaba por qué conducías algo tan bonito como eso aquí para empezar — digo.

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—Entra —exige.

—Yo no era un objetivo en ese entonces. —Pero por mi culpa ahora lo eres. Miro por el espejo lateral, observando la tierra arremolinarse caóticamente a la estela de la camioneta. Viajamos rápidamente sobre el paisaje árido, la camioneta dando tumbos y rebotando sobre los agujeros hasta que volvemos a una carretera pavimentada. —¿Victor? —pregunto, y él me echa un vistazo como si el llamarlo por su nombre hubiese afectado a algún enigmático nervio.

ninguna diferencia entonces. Aparto la mirada y siento sus ojos abandonarme también. —Olvídalo —digo. Apégate al nuevo plan, Sarai, me digo a mí misma y me siento ridícula cuando durante una fracción de segundo me preocupa si él también puede oír mis pensamientos. Esperaré hasta que lleguemos a la frontera y entonces haré lo que sea necesario para alejarme de él, incluso si tengo que matarlo.

Dos horas más tarde, conseguimos atravesar la frontera y entrar a Arizona sin ningún tipo de problemas por parte de la patrulla fronteriza. Victor habló con un inspector de la patrulla fronteriza, quien claramente vio que teníamos una maleta de aspecto sospechoso y dos bolsos de lona yaciendo entre nosotros en el asiento. Intercambiaron palabras en español, aunque fueron pocas y no tenían mucho sentido para mí, lo que me llevó a creer que, como los hombres allá en la tienda de abarrotes, todo era algún tipo de código.

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Decido no decir lo que tenía intención de decir porque ya lo he dicho antes y no hizo

Ni la maleta, ni los bolsos o incluso la camioneta son inspeccionados. No me importa saber por qué. No hace ninguna diferencia para mí si Victor tiene conexiones de algún tipo con la patrulla fronteriza que le permite un fácil acceso para entrar y salir de los Estados Unidos. Eso sigue siendo obvio para mí. Pero no me importa. Todo lo que me importa es mi próximo movimiento. Hago un gran esfuerzo para ocultar mi alivio y ansiedad, sabiendo que después de nueve años finalmente estoy en territorio de EE.UU. de nuevo. Quiero abrir la puerta de esta camioneta que justo ahora se desplaza a ochenta kilómetros por hora por la autopista y saltar, rodar magullada y sangrienta por el paisaje desértico e ir hacia mi libertad. Pero no puedo. Tengo que esperar un poco más, al menos hasta que nos tal vez. Una pequeña gasolinera solitaria en medio de la nada no es suficiente. Si era lo suficientemente afortunada como para conseguir alejarme, el único lugar al que podía ir es al extenso exterior, el cual abarca cada espacio en todas direcciones hasta donde yo puedo ver. No quiero terminar como el dueño de la tienda, boca abajo en el suelo con una bala en la espalda. Finalmente, veo un pequeño grupo de luces y edificios en el horizonte, empequeñecido por una cascada de montañas en el fondo. Pronto llegamos a una parada en un estacionamiento detrás de un hotel de cinco pisos en Douglas, Arizona. Salgo de la camioneta y cierro la puerta mientras Victor agarra sus maletas del asiento delantero. Examinando la zona, buscando la mejor forma de huir que pueda proporcionarme un lugar para esconderme cuando él venga tras de mí, veo que la única forma de hacerlo es a través de la calle donde se encuentran más edificios. Echo un vistazo disimuladamente por encima del hombro hacia Victor y uso ese segundo en el que él está echándose al hombro sus bolsos de lona para salir corriendo hacia la calle. Atravesando rápidamente el ligero tráfico y esquivando fácilmente los autos, llego a la otra orilla, corriendo a toda velocidad más allá de un pequeño edificio

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detengamos en un sitio donde haya lugares en los que pueda ocultarme. Una ciudad,

con ventanas arqueadas. Mis chancletas golpetean bajo mis talones mientras corro. Casi me tropiezo cuando mis pies caen con fuerza en la acera y la gastada goma se tuerce bajo ellos. Pero recupero el equilibrio a tiempo y empujo con más fuerza, mirando hacia atrás una sola vez para ver si Victor viene detrás de mí. Lo veo, corriendo a través de un pequeño grupo de personas y mis piernas empiezan a funcionar a toda marcha, tratando de llegar lo más lejos de él que pueda. Ya casi sin aliento, obligo a mi cuerpo a avanzar, corriendo junto a una fila de autos estacionados y detrás de otra serie de edificios. Veo a una mujer que lleva un bolso en un hombro, saliendo por delante de mí.

Ella levanta la vista cuando me acerco, su cabello rubio cayendo sobre sus hombros. —¡Por favor, tiene que ayudarme! Llame a la… Victor sale por mi derecha, habiendo ido alrededor del otro lado del edificio más cercano en lugar de quedarse directamente detrás de mí. Él permanece al lado del edificio dejando que éste oculte su paradero. Sólo yo puedo verlo. Vislumbro el arma en su mano sujeta a su lado, presionada contra el costado de su pierna. —¿Qué pasó? ¿Está bien? —pregunta la mujer, poniendo su bolso firmemente debajo de su brazo, probablemente en caso de que yo trate de quitárselo. Mis ojos se desvían entre ellos dos, de ida y vuelta, y en un punto la mujer voltea a su izquierda para ver lo que estoy mirando, pero Victor permanece oculto en las sombras. Sé por qué no se está moviendo. Sé por qué el arma está en su mano y no oculta en la parte trasera de sus pantalones. El que esta mujer viva o muera depende totalmente de mí. —¿Señorita? —pregunta otra vez, pareciendo preocupada, pero recelosa de mí de igual forma—. ¿Tengo que llamar a la policía?

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—¡Señora! ¡Por favor, ayúdeme!

Trato de recuperar el aliento, apretando la mano en mi pecho, pero me doy cuenta de que ya no es correr lo que me lo está quitando. La idea de Victor disparándole a esta mujer por mi culpa... Ella mete la mano dentro de su bolso y saca un teléfono celular. Victor levanta la pistola sólo un poco. —¡No! —grito y la mujer se detiene en seco con el teléfono aferrado en su mano decorada con un anillo.

—Lo siento. Pensé que era otra persona. No parece convencida. Entrecierra sus ojos hacia mí. Finjo una pequeña risa. —De verdad, lo siento mucho. Mis amigos y yo estábamos... no importa. Me tengo que ir. —Me giro y empiezo a trotar ligeramente de regreso por donde vine, dejándola ahí parada estupefacta. Minutos más tarde, estoy parada contra el costado de la camioneta, con los brazos cruzados mientras espero. Dos personas más me pasan caminando, uno incluso cabecea y me sonríe, pero tampoco puedo pedirles ayuda. No quiero correr el riesgo. Victor se acerca tan casual como si acabara de regresar de un temprano paseo matutino. Él abre la puerta del lado del conductor de nuevo y se echa al hombro sus bolsos de lona. Con mi espalda hacia él, siento sus ojos en mí desde el otro lado de la camioneta. —Eres un bastardo asesino —digo con calma, presionando mis dedos nerviosamente alrededor de mis bíceps.

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Hago un gesto violentamente hacia ella.

—Vamos a entrar —dice, pero luego añade en el último momento—: y si intentas huir de nuevo o hacer cualquier otra cosa, me aseguraré de que llegue la noticia sobre cómo esa amiga tuya... ¿Lydia es que era?... sí te ayudó a escapar. La puerta de la camioneta se cierra de un golpazo mientras permanezco ahí paralizada. Voluntariamente lo sigo al hotel. El vestíbulo es un vasto espacio decorado por tragaluces y hermosas pinturas. Un mural de cristal de colores se extiende varios metros a través del entresuelo en la altas columnas de mármol. En el interior, este edificio parece impropio de la pequeña ciudad polvorienta que lo rodea. Victor me lleva por las escaleras después de registrarnos y mi interés en los alrededores disminuye con su voz. —Puedes ducharte si quieres. Deja caer un bolso de lona en el suelo entre las camas, el otro en la mesa junto a la ventana con vistas a la ciudad. Su brillante maleta en cuyo interior estoy suponiendo que están sus armas de fuego, la pone al pie de la cama matrimonial más cercana a la puerta. Estira ambos brazos y abre las cortinas a lo ancho de la ventana. Se está haciendo más oscuro afuera. Veo el débil resplandor de las pocas farolas en el exterior. —Victor —digo, pero él me detiene. —Preferiría que no me llames por mi nombre. —¿Por qué no? Es tu nombre. ¿Cómo más se supone que voy a llamarte? —Me sorprendo cada vez que lo desafío en lo más mínimo. Porque en el interior, estoy absolutamente aterrorizada de lo que podría hacerme.

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parte superior de la escalera de mármol. Los enormes techos están sostenidos por

—No importa —dice, sentándose en la mesa y abriendo la cremallera de su bolso—. Sólo ve a ducharte. —Mira —digo, caminando alrededor de las camas hacia él—. Estoy asustada. Tú me asustas como el infierno. No voy a fingir lo contrario. Estoy aterrorizada de lo que me está pasando... —Tienes una extraña manera de demostrarlo —dice, ni siquiera ofreciéndome el lujo de sus ojos. Él saca un dispositivo digital de algún tipo, más pequeño que una computadora portátil—. Diría que has estado demasiado adormecida por el trauma para dejar que te afecte la forma en que debería. —Coloca el dispositivo sobre la mesa esas tabletas digitales. Trago, redondeando mi barbilla. —Tal vez es así. En cierto modo. Pero, ¿qué tiene que ver eso con que te llame por tu nombre? —De lo que él me acusa da en el blanco, pero por lo que he pasado no es asunto suyo. No a menos que tenga la intención de ayudarme, lo cual ya hemos establecido como nada más que una ilusión—. ¿Y por qué te importa? —Nunca dije que lo hiciera. —Entonces no indagues —digo bruscamente. El mero hecho de que ni siquiera me mire la mitad del tiempo cuando me está hablando, me hace enojar. Y cuanto más lo hace, actuar como si no fuese digna de mirar a los ojos, más me enfurece. Y cuando me enojo, siempre lloro. Es la forma en que he sido por tanto tiempo como puedo recordar. Y lo odio. Nunca grito ni maldigo ni golpeo cosas o personas. Lloro. Cada maldita vez. Cuando las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, le doy la espalda y marcho rápidamente hacia el baño. Pero me detengo y me volteo para enfrentarlo una vez más, con las uñas clavándose en las palmas de mis manos a mis costados.

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y luego el bolso de lona en el suelo junto a sus pies. Creo que el dispositivo es una de

—¡Vete al infierno! —Es todo lo que puedo decir, mi pobre intento de arremeter con

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palabras en lugar de lágrimas.

Capítulo 8 Me despiertan a las 3:42 a.m mirando el cañón de mi 9MM. —¿Cuál es la contraseña? —demanda la chica. Está manteniendo una distancia respetable. Impresionante. —La contraseña —repite ella con severidad, señalando con la cabeza hacia la mesa donde se encuentra mi iPad. No me muevo. Ella puede tener agallas, pero está aún nerviosa y sería desafortunado si ella me dispara por accidente. —F mayúscula, seis, ocho, k minúscula, tres, cero, cero, cinco, L mayúscula, P mayúscula, w minúscula, seis. —Yo fácilmente podría quitarle el arma antes de que disparara por el ángulo en que está parada, pero no estoy listo para hacerlo. Todavía no. Trata de recordar cada carácter que le dije. Sin ella tener que pedirlo, se lo repito e incluso ese gesto parece confundirla.

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Victor

Con cuidado, levanto mi espalda de la cama y ella agarra el arma más fuerte. Si ella aprieta el gatillo, sólo golpearía mi pómulo. La bala puede pasar a través de mi mandíbula. Estaría desfigurado, pero viviría. —No quieres ver lo que hay en esa computadora —le digo. —Lo admites, entonces —dice ella, nerviosa—. Algo pasó. Te enteraste mientras yo estaba en la ducha. Estoy parado ahora. Todavía no me ha disparado. No va a hacerlo a menos que yo trate de ir tras ella. Aunque ya no estoy tan impresionado. Si yo fuera ella, para este

Asiento, en respuesta a su pregunta. Me sorprende solamente un poco que ella se imaginara eso. Nunca debí haber preguntado por su madre. Es una chica inteligente, aunque todavía es demasiado amable y humana para salir sola de esto con vida. Dejando la pistola en su mano derecha y con los ojos fijos en mí, ella retrocede tres pasos y medio y alcanza el iPad, mirando entre el y yo, cada segundo, el tiempo suficiente para escribir la contraseña. Después de un minuto lleno de frustración, incapaz de encontrar nada, la chica apunta el arma al iPad y se aleja unos pasos de la mesa acercándose a la pared. —Hazlo tú —exige ella—. Sea lo que sea. Sus manos, ambas ahora agarrando el mango de la pistola, están temblando. —Te lo diré por última vez: no quieres verlo. —¡Sólo muéstramelo! Ella está llorando ahora. Las lágrimas ruedan por sus mejillas. Me doy cuenta de que su labio tiembla en el lado derecho. Probablemente está mal del estómago, los nervios deshilachados a la nada. Vislumbro las cuerdas con que la até tiradas en el suelo. No han sido cortadas. Ella tiene las manos pequeñas, pequeñas muñecas. Como una

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momento, habría metido una bala en mi cráneo.

artista del escape atareada en librarse de los nudos por sí misma. Vislumbro el reloj entre las camas. Pero le tomó demasiado tiempo para llevarlo a cabo, ya veo. —¡Rápido! Sus ojos están rojos y brillantes con la humedad. Doy vuelta al iPad en torno a la mesa para ponerlo de frente a mí. Usando mi dedo, abro mi cuenta de correo electrónico privada y luego la carpeta donde archivé el mensaje adjunto que recibí anoche de mi enlace: —¿Qué has hecho? —preguntó Fleischer la noche anterior a través de la señal de video profusamente a través de su inglés. —La hija de Guzmán estaba allí —dije—. La vi en el recinto antes de entrar en la casa. —Miré una vez hacia el baño donde la chica todavía estaba duchándose después de quince minutos—. Javier Ruiz cuenta con un operativo impresionante. —¿Estás seguro de que viste a la misma chica? Estaba ofendido por la falta de confianza de Fleischer en mí, que después de años de trabajar juntos y nunca estar equivocado en mis evaluaciones, él todavía desmerezca mis conclusiones. —Era la misma chica —confirme de manera uniforme—. Tomé la mitad del dinero que Javier acordó y me fui, como se me ordenó hacer. —Y entonces, ¿cómo acabaste con la otra chica? —Se escapó del recinto y se escondió en mi automóvil. —¿Y no sabías que ella estaba allí? —Él pareció sorprendido. —Sí, lo sabía —confirmé.

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en vivo—. La chica no era parte del trato. —Su acento alemán siempre sangrando

—Entonces explícame por qué... —Recuerda, Fleischer, que no eres mi jefe. Sería prudente que no me hables como si lo fueras. Fleischer se tragó su orgullo y levantó la barbilla para parecer más confiado en su momento por debajo de mí. —¿Qué ofreció Javier para conseguir a Guzmán muerto? —No es una fracción de lo que Guzmán ofreció por matar a Javier e Izel y por el regreso seguro de su hija. —Añadí—: Yo podría haber cumplido con el contrato, mientras que

—Sí —dijo Fleischer—. Pero eso no era parte del plan, lo mismo que mantener a la fugitiva contigo. —La chica será útil. —Sin embargo hasta el momento, ella no ha demostrado nada —dijo Fleischer, recuperando la confianza que le quité antes—. Todo ha cambiado. El plan. El contrato. Tus órdenes. —¿Cuáles son mis nuevas órdenes —le pregunté. —Vonnegut no ha dado nuevas órdenes todavía —dijo—. El espera que yo haga contacto. Sus nuevos pedidos dependerán de la información que reciba de ti ahora. Fleischer y yo nos miramos a los ojos en ese momento, los dos compartiendo los mismos pensamientos: Eres mi hermano y yo no haré nada para traicionarte, no importa la profesión o las órdenes que nos hayan dado. Nadie más que nosotros dos sabíamos que compartimos el mismo padre. Pero en los años transcurridos desde nuestra recluta por la Orden cuando éramos muchachos jóvenes, habíamos crecido aparte. A menudo es fácil olvidar que compartimos la misma

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estuve allí.

sangre, especialmente por Fleischer, primer nombre: Niklas, que ha vivido a mi sombra en la Orden desde hace tantos años. Yo simplemente asentí, sabiendo que Niklas transmitiría a nuestro empleador, Vonnegut, lo que sea que yo necesitaba. Para conservar la relación entre mi hermano y yo, le ofrecí información que nunca pidió. —La chica será útil, Niklas —repetí, llamándolo por su nombre de pila para ofrecer una tregua—. Parece que ella es más para Javier de lo que quiere que sepamos. Niklas asintió en respuesta, comprendiendo mi intención.

—Si todo se reduce a eso, sí —le dije—. Dile a Vonnegut que lo tengo bajo control, pero que voy a esperar cualquier orden que quiera. —Se lo diré —concordó Niklas. A continuación hice clic en el botón “Reproducir” para ver el vídeo que Javier envió a Vonnegut, en el cual a Fleischer, como mi enlace, se le ordenó que me lo pasara. Es así como pensé, Javier tiene a la amiga de la chica, Lydia, en una posición comprometedora. Él quiere que la chica lo vea, para que sepa que si ella no se entrega o me convence de que la lleve de nuevo a él, Lydia va a morir. Supe entonces, mientras veía la escena desplegándose en el video ante mí, que este señor de la droga de México era mucho más brutal de lo que la Orden sabía. Oí la ducha cerrarse y corrí mi dedo sobre la pantalla para apagar el vídeo, cerrando el iPad después. La chica estará devastada. Si ella se entera de esto, la hará inestable. Pero puedo usar esto también a mi favor.

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—Te refieres a usar a la chica para negociar por la hija de Guzmán —indicó.

Con el vídeo grabado ahora reproduciéndose en la pantalla, volteo el iPad encima de la mesa para hacer frente hacia la dirección de la chica. Ella mira hacia abajo en el durante unos segundos, el arma temblando en su agarre, y luego de regreso mí otra vez, temerosa de que yo podría hacer un movimiento. Pero cuando ve a su amiga, Lydia, ella vuelve su atención exclusivamente en el video, abandonando su posición de ventaja. No me aprovecho de ello. Deslizo mis manos en los bolsillos de los pantalones y me quedo ahí mirando los ojos de la chica ensanchándose con temor mientras se reproduce el vídeo. Javier rodea a Lydia que está sentada atada a una silla, un pañuelo rojo metido en su boca. Las lágrimas y el sudor empapándole la cara. Su ojo izquierdo está hinchado y

—Para ti, Sarai —dice Javier en la cámara mientras Izel se encuentra junto a Lidia, su cabello torcido fuertemente en el puño de Izel—. Te quiero de regreso aquí en treinta y seis horas. —La chica pone su mano libre sobre sus labios temblorosos; el arma no ha apuntado directamente a mí en los últimos segundos—. O ella va a morir y va a ser tu culpa. Izel tira hacia atrás el puño y lo entierra en la cara ya magullada y golpeada de Lydia. El cuerpo atado de Lydia se tambalea hacia atrás y más lágrimas brotan de sus ojos. La sangre brota de su labio inferior. La chica deja caer el arma en el suelo y se estira por el iPad, tirándolo de la mesa y entonces cae al suelo sobre sus rodillas, sollozando en sus manos. Me siento en el borde de la cama, dejando el arma en el suelo y a la chica sola en su momento de desesperación.

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magullado. Un hilo de perlas de sangre saliendo de una fosa nasal.

Capítulo 9 No puedo ver bien. No a través de las ardientes lágrimas, a través de la niebla frente a mis ojos, a través de la ira y el odio y el dolor disparándose a mi sistema nervioso. De alguna manera, mi cuerpo ha encontrado su camino al suelo. Yazco con mi rostro presionado contra la alfombra. No Lydia… cualquiera menos ella. Es inocente y frágil. Nunca será capaz de soportarlo. No como yo… Me toma demasiado tiempo darme cuenta que ya no soy la que está sosteniendo la pistola, que ya no estoy en control. Un movimiento de debilidad, traumatizada por el sufrimiento de mi amiga, ha despojado ese privilegio de mí. Y lo merezco. Me merezco cualquier castigo que el destino considere conveniente porque salí y Lydia no. Debí haber usado el teléfono que no está ni a dos metros de mí sobre la mesa de noche entre las camas para llamar a la policía. Debí haberlos llamado antes de obligarlo a despertarse, pero estaba muy insistente en saber qué información sabía Victor que no lo hice. Todavía espero que tal vez me ayude, al menos diciéndome la locación del recinto para tener algo que decirles a las autoridades. Debí haberle disparado cuando tuve la oportunidad.

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Sarai

Por el rabillo de mi ojo, veo los calcetines negros de Victor plantados inmóviles sobre el piso. Inclinando mi cabeza hacia atrás un poco, mis ojos viajan desde la parte final de sus pantalones hasta su cintura. Sus antebrazos están descansando a lo largo de la longitud de la parte superior de sus piernas, las palmas de sus manos ahuecando cuidadosamente sus rodillas. Se sienta con la espalda bastante recta, su mirada fija hacia adelante. Finalmente, su cabeza se mueve mientras mueve sus ojos a mí. —Lo siento —dice con ninguna emoción en sus palabras, sin embargo, de alguna

—Tienes que llevarme de vuelta —digo, elevándome para ponerme de pie—. No puedes dejar que muera. —Mi voz tiembla. Victor toma asiento en la mesa de nuevo y comienza a buscar a través de su bolsa de lona. No me importa saber lo que está haciendo o que planea hacer de ahora en adelante. Mayormente, en lo que pienso es en Lydia y en lo que vi en ese video; la imagen estará guardada en mi mente por siempre. Una parte de mí quiere culpar a Victor por todo esto; simplemente porque él es lo que es y que podría convertirse en humano lo suficiente para ayudarme a sacarla de ahí. Pero regreso a culparme porque, la verdad, ni siquiera una vez le pedí a Victor que me ayudara a liberarla. Se rehusó a ayudarme a mí, así que supe que no regresaría por ella. Todo es mi culpa. Pude haber hecho esto de diferente manera, planear mi escape diferente. Pude haber forzado a Lydia a que saliera por esa ventana conmigo esa noche. Parece que hay un montón de cosas que podría y debí haber hecho. Nunca imaginé que sería la tonta chica en la película de terror corriendo dentro de la casa o tropezar con mis propios pies mientras me tambaleo a través del oscuro bosque. Supongo que por defecto somos lo que sacudimos nuestra cabeza a la estupidez de otros hasta que somos forzados a vivir experiencias traumáticas.

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manera, detecto el mínimo rastro de emoción escondida detrás de sus ojos.

Los rayos de sol de la temprana mañana lentamente comienzan a inundar el cuarto. El único movimiento que hice en toda la noche fue voltearme sobre el otro lado sobre el piso para mantener a Victor en mi vista. No le tengo miedo. Ya no. No obstante, no pude evitar dejar de saber dónde estaba. Mi espalda duele y mi rostro pica por la huella que la alfombra desaliñada dejó en mi piel. Victor se sienta en la silla junto a la mesa ahora, con sus zapatos puestos como si hubiese estado esperando tranquilamente a que el día llegara.

—Ya no me importa lo que hagas conmigo —digo—. Solo por favor, llévame de vuelta con Javier. No tengo mucho tiempo. El rostro del Victor revela curiosidad—. No regresarás al recinto. Pestañeo para alejar el aturdimiento de sus palabras—. ¿Qué? No… —Sacudo mi cabeza en protesta—. No, ¡tienes que llevarme de vuelta! ¡Viste el video! ¡La matarán! Se levanta de la silla y endereza las mangas de su blanca camisa de vestir ahora metida perfectamente en sus pantalones y la abotona alrededor de sus fuertes muñecas. —El plan ha cambiado —dice calmadamente. Prácticamente me lanzo hacia él, deteniéndome solo a centímetros de su cuerpo, mis ojos abiertos, feroces e incrédulos—. ¡No, Victor! —Se estremece—. ¡Tengo que regresar! ¿No lo entiendes? Tenemos… ¡tengo que ayudarla! ¡Quiero a Izel muerta! ¡Quiero a Javier muerto por lo que ha hecho! —Lo estará —dice Victor. Se voltea a un lado y cierra la bolsa de lona.

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Levanto mi adolorido cuerpo del piso y me empujo a ponerme de pie.

Me muevo los últimos centímetros de espacio entre nosotros y lo empujo con ambas manos—. ¡Voy a regresa con o sin ti! —Me atrapa por la muñeca, asegurándolas firmemente en su agarre—. Por favor… —Las palabras salen con cada onza de desesperación en mí. Escanea mi rostro, tan cerca que puedo sentir su cálida respiración emanando de sus fosas nasales. —Solo sé paciente —dice, aturdiendo mi quietud. Suelta mi muñeca cuando me siente comenzando a tomar pasos hacia atrás,

—¿Paciente? —No puedo creer lo que me está diciendo—. ¡No hay tiempo de ser paciente! ¿Cómo puedes decir eso? Se inclina y mete sus manos debajo del colchón de la cama cerca de la ventana y lo levanta sobre su lado revelando un espacio hueco debajo rodeado por marcos de madera que sostienen la cama. Agarra la bolsa de lona, escondiéndola dentro y luego el maletín, poniendo el colchón de vuelta después de todo. —Estoy esperando escuchar palabras —dice. —¿Palabras de quién? Suspira, molesto por mis preguntas—. De Javier. —¿Por qué? No sé qué decir, o que creer, todo lo que sé es que mi mente está girando con todo lo que está pasando y no puedo mantener el ritmo. Victor camina a la puerta y voltea para mirarme. —Ven —dice, asintiendo con la inclinación de la parte de atrás de su cabeza para que lo siga.

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alejándome de él.

—¿Qué, no vas a amarrar mis manos, o arrastrarme por el pasillo por la muñeca? ¿Y si escapo? —No lo harás. —¿No crees que lo haga? —contrarresto. Sacude su cabeza una vez—. No, no lo harás porque soy el único de los dos que sabe el camino de vuelta hacia Javier. Solo me quedo parada ahí.

aquí? Lo miro a través del cuarto sin comprender. Después de todo, quizá va a ayudarme. Quizá después de ver lo que Izel y Javier le están haciendo a Lydia, Victor ha recordado como se siente estar arrepentido, si es que alguna vez lo ha sentido. —¿A dónde vamos? —pregunto, sabiendo que no puede ser lejos si está dejando su bolsa aquí. —A desayunar.

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Victor coloca la mano sobre la palanca de plata y abre la puerta—. ¿Vienes o te quedas

Capítulo 10 Más de dos horas han pasado y no ha habido ninguna noticia. Nada de Niklas o Vonnegut. Nada de Javier o Guzmán. La chica está más allá del punto de inquietud. Compré su desayuno en el hotel, pero apenas comió un bocado, sólo picoteó su tortilla con el tenedor. Puede ser el resultado de su preocupación por su amiga, pero encuentro refrescante su repentina incapacidad para hacer preguntas continuas o tratar de conversar conmigo. Me pregunto por qué ella todavía no ha tratado de ponerse en contacto con miembros de su familia. Me resulta difícil creer que, a pesar de la grave situación con su querida amiga, tampoco mostrara interés en llamar a una hermana, una abuela o una tía. Que no aprovechara la oportunidad que tuvo anoche mientras yo dormía. Esto me deja con dos teorías: ella se preocupa más por la vida de su amiga, o ya no le queda familia. Tal vez las dos cosas. Estoy bastante seguro de que eso es. Siento mi teléfono celular vibrando contra mi pierna y me levanto de la mesa en el vestíbulo y meto la mano dentro para recuperarlo. La chica está instantáneamente atenta a mí.

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Victor

El nombre en clave de mi hermano aparece en la pantalla. —¿Quién es? —pregunta la chica, parándose conmigo. Paso mi dedo sobre la barra de respuesta, pero sostengo el teléfono boca abajo sobre mi pecho. Haciéndole señas a la chica que vuelva a sentarse, digo: —Quiero que te quedes aquí. Voy a ir justo fuera a atender esta llamada. Confío en que estarás aquí cuando regrese. —Sé que no va a ir a ninguna parte. Claramente deseando nada más que seguirme y estar pendiente de cada una de mis palabras, ella toma una profunda y pesada respiración, se cruza de brazos y toma su

—OK. —Rechina los dientes detrás de sus labios suavemente apretados. Salgo caminando por las puertas delanteras y me pongo el teléfono al oído. —Voy a poner a Javier en esta llamada —dice Niklas—. ¿Estás preparado? —Sí —respondo y espero mientras Niklas hace la transferencia. La voz de Javier hierve de ira apenas contenida cuando es conectado: —Morirás por lo que has hecho —dice en inglés—. ¡Sarai debería haberme sido devuelta en el segundo en que la encontraste! —Lo hecho, hecho está —digo—. Di la razón de tu contacto. Lo oigo respirar pesadamente en la llamada entre tres personas. Niklas se queda escuchando en silencio. Por último, Javier se contiene a sí mismo. —Todavía quiero el asesinato de Guzmán efectuado por el precio que acordamos, pero te daré otro millón americano por matar a Sarai también.

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asiento de nuevo.

¿Matarla? No esperaba que mi comunicación con Javier me causara sorpresa. Ciertamente, esto es muy interesante. —¿Por qué la quieres muerta? —pregunto. —Eso no importa —dice—. Las razones nunca importan en este negocio. Deberías saberlo. Sí lo sé, y esta es la primera vez en mi vida que le he preguntado a un cliente por qué quería muerto a un objetivo. —Tengo una oferta mejor para ti —anuncio—. Trae a la amiga de la chica, Lydia y a llamada... a Green Valley, Arizona, en veinticuatro horas. Te intercambio a esta chica por esas dos y entonces después de eso mataré a Guzmán y luego te devolveré a las chicas una vez que me hayan pagado en su totalidad. No tengo que escuchar el comentario de Niklas para saber que está en completo desacuerdo con esto, pero él permanece callado. —¿Te refieres a la hija de Guzmán? —indaga Javier, a sabiendas—. ¿Estoy en lo cierto? —Sí —digo—. Si no es obvio ya, Guzmán pagó para que se la regresara. Javier se echa a reír. —¡Y todo este tiempo pensé que estaba tratando de matarme a mí! —Se saca a sí mismo de su humorística revelación—. Eres bueno —dice—. Te doy eso. Eliminas dos contratos a la vez. Le muestras a Guzmán su hija, tomas el dinero por regresársela, luego das la vuelta y lo matas, y tomas el dinero que pagué para que lo mataras. —Se echa a reír de nuevo. Permanezco tranquilo y sin emociones.

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otra chica en tu recinto... una foto será enviada inmediatamente después de esta

—¿Es un trato, o no? —¿Entonces estás rehusando el contrato para matar a Sarai? —pregunta. —En este momento —comienzo—, ella es mi única influencia. Una vez que haga aquello para lo que me pagaste y te la devuelva, has lo que quieras con ella. No es de mi incumbencia. Niklas termina la llamada cuando hemos llegado a otro acuerdo. Él me devuelve la llamada una vez que sabe que la línea de Javier ha sido desconectada.

—¿Cuáles son las nuevas órdenes de Vonnegut? —pregunto. Echo un vistazo por la ventana para ver a la chica todavía sentada ansiosamente en el vestíbulo del hotel. —No las ha dado todavía —dice Niklas—. No estás autorizado a pactar tales acuerdos, sólo a ejecutarlos. —Entonces dile a Vonnegut que yo sólo estaba tratando de sacar ventaja —explico—. En el momento en que Javier se dé cuenta de que no tengo ninguna autoridad para ofrecer y aceptar dichos términos es el momento en que creerá que puede salirse con la suya y exigir más. No quiero ser irrespetuoso, pero Vonnegut debe confiar en mí en esto. Él siempre ha confiado en mis decisiones antes. No se le ha dado ninguna razón para dejar de hacerlo ahora. Niklas permanece callado. Creo que él sostiene este hecho en mi contra, que la Orden confía en mí, sin embargo, nunca le han dado el mismo lujo. —Muy bien —acuerda Niklas—. Le diré a Vonnegut. Pero Victor, te estás volviendo ingobernable. —Hace una pausa, como para decidir si debe o no continuar—. Desde la misión en Budapest el año pasado. He notado la diferencia en ti. Creo que la Orden no lo ha hecho, pero es sólo cuestión de tiempo.

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—Victor, no puedes hacer esto —afirma Niklas—. Estás haciendo tratos sin...

—Niklas —le digo cuidadosamente como mi hermano y no como mi enlace—. Te agradezco por tu discreción. Ahora, ¿harías algo por mí? —¿Cuándo me he negado?

Dejo a Niklas, metiendo el teléfono en mi bolsillo y me dirijo al interior para encontrar a la chica. Había estado yendo y viniendo por el piso y cuando me nota, se detiene y sus brazos rostro. —Ven conmigo —digo, agarrándola por el codo. —¿A dónde vamos? —Ella sigue a mi lado sin preguntar ni discutir. —A Green Valley. —¿Pero por qué, Victor? ¿Qué está pasando? Echo un vistazo hacia ella momentáneamente y tiro de su brazo cuando cruzamos la esquina en la parte superior de las escaleras. —Te lo diré pronto —digo—, pero primero, hay algunas cosas que tú necesitas decirme. Nos abrimos paso por el pasillo y nos paramos frente a la puerta de nuestra habitación mientras busco en el interior de mi bolsillo la llave electrónica. La chica se ve desconcertada. —Tienes que decirme por qué Javier Ruiz te querría muerta.

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se descruzan y caen a sus costados, con una mirada de interrogación pesando en su

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Su expresión cae bajo un velo de conmoción.

Capítulo 11 Victor camina rápidamente, pero casualmente pasa por encima del colchón y los resortes levantados. Con un brazo sujetándolos, se estira y agarra cada bolsa, una por una y las coloca a un lado. —No entiendo —digo, cruzando los brazos y frotándolos con las manos opuestas, hacia arriba y hacia abajo como si hubiera frío en el aire—. ¿Él dijo que iba a matarme? Victor abre la cremallera de la bolsa de lona sobre el tablero y revisa concienzudamente los contenidos. —No, él me ofreció un millón para matarte por él. Parpadeo de nuevo aturdida y sólo me quedo allí parada con incredulidad, más piel de gallina estalla por todo mi cuerpo. Victor aparece delante de mí y coloca ambas manos sobre mis hombros. Me empuja suavemente hacia abajo sobre el borde de la cama donde me siento voluntariamente. Luego toma asiento en una de las sillas debajo de la mesa, girándola por completo para que pueda mirarme de frente.

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Sarai

—¿Por qué Javier te querría lo suficientemente muerta para pagar tanto para que te maten? Distraídamente, levanto los ojos para mirarlo, todavía un poco perdida en mis pensamientos. —Yo… yo no lo sé —tartamudeó. —Sí, lo sabes —insiste—. Tal vez no directamente, pero algo me dice que en el fondo una parte de ti tiene alguna idea… creo. Aparto la mirada de sus ojos, tratando de recordar mi tiempo en el complejo, no he encontrado nada, Victor levanta su trasero de la silla lo suficiente para moverse más cerca de mí. Eso atrae mi atención de nuevo. —Necesito que me lo digas todo —dice Victor decididamente suave—. Háblame de tu relación con Javier. Dijiste que él cree que está enamorado de ti. Asiento en un rápido y lento movimiento. —Sí. Él me dijo una vez que estaba enamorado de mí, pero lo conozco mejor. Él está loco. Es posesivo. Pero me protegió de otras cosas que el resto de las chicas tuvieron que pasar. No me gusta pensar en estas cosas, mucho menos hablar abiertamente de ellas. Me avergüenzo y me odio por lo que ellas tuvieron que soportar. —¿Él te protegió? —pregunta Victor, necesitando más información. —Sí. Yo estaba fuera de los límites de los hombres de Javier. E Izel, bueno, Javier casi la mató cuando me golpeó en el rostro una vez. Después de eso, ella no tenía permitido tocarme. Y también se me permitieron lujos que a las otras chicas no. Duchas calientes, buena comida y llegar a ver lugares fuera del complejo. Incluso volé en un pequeño avión con él varias veces. Javier raramente me dejaría fuera de su

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buscando por lo que podría ser la respuesta. Cuando muchos largos segundos pasan y

vista. Izel me odiaba por ello, acusando a Javier de “ser suave”, enamorándose de una “estúpida chica americana”. Una chispa de intriga atraviesa los rasgos de Victor. —¿A qué tipo de lugares fuiste llevada? Me encojo suavemente de hombros y dejo que mis manos caigan entre mis muslos, mis dedos cerrándose nerviosamente entre sí. —A veces —comienzo—, me llevaría con él a casa de otros hombres ricos, con brillantes piscinas azules en forma de herraduras y otras cosas extrañas. Javier decía Y las chicas. A veces regresábamos con una nueva. A él le gustaba vestirse con un buen traje y zapatos negros brillantes como los tuyos. —Miro brevemente los zapatos de Victor—. No se parecía a la escoria que viste el otro día, viviendo en la inmundicia. Él es rico, a pesar de lo que viste. —Lo tengo muy entendido. Continúo: —Y por supuesto, él también me hacía arreglar. Bajo los ojos vergonzosamente, sobre todo porque a veces lo disfruté, arreglarme y ser tratada como una princesa. Así es como siempre pensé en ello: una princesa, tan perturbadoramente como las circunstancias eran. —Me sentía como un trofeo del brazo. —Eso es exactamente lo que eras —dice y miro de nuevo hacia él, silenciosamente ardida por sus palabras—. ¿Recuerdas algo de los hombres a cuyas casas fuiste llevada?

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que era sólo para mezclarse, pero yo sabía que estábamos allí por el tráfico de drogas.

—Sí —digo con una inclinación de cabeza—. Pero creo que eran casas vacacionales, o algo así. —¿Por qué? —Porque mencionaban cosas sobre cómo estaban en México por sólo unas semanas, o cómo se dirigían de regreso a California, Nevada o Florida, lugares así. —¿Eran estadounidenses? —Algunos de ellos lo era, estoy bastante segura de que lo eran —digo—. De todos modos no tenían acento extranjero. Definitivamente no eran mexicanos, eso es

Ellos podrían haber sido americanos, pero sabía que no me ayudarían como esperaba que Victor lo hiciera. Eran tan malvados como Javier. Dos de ellos incluso trataron de comprarme con él. No, ninguno de ellos me habría ayudado a escapar, es por esto que considero a Victor el primer americano que he visto en nueve años. Aquellos hombres perdieron ese privilegio por asociación. —¿Recuerdas alguno de sus nombres? Victor se ve más molesto ahora de lo que lo he visto alguna vez, sin embargo, se las arregla para mantener su perfecta fachada libre de emociones. Vuelvo a pensar, tratando de recordar y es insuficiente. —No —digo, frustrada conmigo misma—, no en este momento, pero escuché sus nombres en una ocasión cuando uno de ellos presentaría a otro. —Hago una pausa y lo digo con más emoción—: Victor, ¿qué es esto? Sus peligrosos ojos azulados fijos en los míos. —En el complejo, o en cualquier lugar Javier podía mantenerte vigilada o controlarte, no eras una amenaza para él. Pero ahora que has escapado, eres una gran amenaza

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seguro.

más que nadie porque sabes demasiado. Es evidente que Izel tenía razón en pensar que él era un tonto por sus sentimientos por ti; él probablemente nunca anticipó que huyeras. Estando viva y libre eres una amenaza para toda su operación y para cualquiera involucrado en ella. Pienso en ello un momento, dejando que la evidente verdad en las palabras de Victor se hunda en mi mente. Puede que nunca haya sabido en dónde me quedé en México e incluso ahora mismo no sería capaz de decirle a las autoridades americanas dónde Lydia y las otras chicas están siento retenidas en contra de su voluntad, pero sí sé los nombres, todavía están escondidos en el fondo de mi memoria, pero no obstante, están ahí. Y recuerdo los rostros y las conversaciones, aunque de forma casual ellos personas adecuadas podrían exponerlos como traficantes de droga y sexo. —Larsaw, o tal vez Larsen —digo de repente mientras su nombre aparece en la punta de mi lengua—. Gerald Larsen. Recuerdo que fue el primer estadounidense al que fui “mostrada” cuando Javier me llevo a mi primera casa. Él tenía el cabello blanco. Era regordete. Pero nunca me presentaron directamente a nadie. No tenía permitido hablar. Aprendí sus nombres escuchando sus conversaciones. Victor se ve profundamente concentrado y niega con la cabeza de repente. —John Gerald Lansen es el presidente ejecutivo de Balfour Enterprises y el fundador de la organización caritativa más prestigiosa para ponerle fin a la violencia contra las mujeres en Estados Unidos. —Mi mira directamente—. La información que tengas, no importa lo insignificante que creas que sea, podría derribar a un montón de personas de alto perfil. Imagino que si se corre la voz de que has escapado y la persona adecuada… una hermana vengativa, tal vez —dice, sé que se refiere a Izel—, decide contarle a las personas correctas, Guzmán pagará más para que Javier sea asesinado y Javier lo sabe. Eso me golpea como una descarga eléctrica, saltó de la cama y trato de hacer una carrera hacia la puerta. Victor me atrapa en media zancada, agarrándome por la

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todavía retuvieron muchos pequeños trozos de información que, supongo, dadas a las

cintura. Me retuerzo alrededor de él, golpeándolo ciegamente. Me las arreglo para pegarle, pero no estoy segura de dónde, mientras mis puños se mueven torpemente en un movimiento tan caótico que mis ojos no pueden seguir el rumbo de la pelea. Mi espalda golpea el piso y levantó la vista, mi cabello castaño rojizo alborotado salvajemente alrededor de mi cara, para ver a Victor sujetándome, a horcadas sobre mi cintura. —¡Suéltame! ¡Suéltame, maldita sea! —Me retuerzo bajo su peso, incapaz de hacer mucho con mis piernas, mis manos clavadas en el suelo encima de mi cabeza,

—¡Él va a matarme! ¡Alguien ayúdeme! Se las arregla para unir mis dos muñecas con una mano, la otra presiona mi boca para ahogar mis gritos. Lágrimas se disparan de mis ojos. Le ruego una y otra vez, mi voz casi completamente apagada por el peso de su mano. —No voy a matarte —dice tranquilamente—. Si esa fuera mi intención, ya estarías muerta. Él espera a que mi cuerpo tenso se relaje un poco antes de sentir que su mano se afloja ligeramente. —¿Vas a estar en silencio? Asiento porque todavía no puedo hablar con su mano sobre mi boca. Finalmente, después de un largo momento, Victor retira su mano lentamente. —¿Por qué no me matarías? —pregunto, mi voz aún temblorosa y entrecortada por las lágrimas—. ¿Todavía me estás usando como ventaja? —En cierto modo, sí —responde.

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sujetadas por él.

Quiero gritar otra vez mientras aún tengo oportunidad, pero sus palabras evitan que lo haga: —Y yo no mato a gente inocente. El silencio llena el pequeño espacio entre nosotros. —Nadie es inocente —suelto, sorprendiéndome a mí misma—. Mucho menos yo. Durante años dejé que ese asqueroso asesino me violara y nunca dije que no. Me senté y observé en silencio mientras él, sus hombres y esa puta hermana suya golpeaban, violaban y vendían a las chicas a las que me volvía cercana. Y no hice nada. que mi voz comienza a elevarse con ira, pero no me importa. Aprieto los puños juntos sobre mi pecho, mirándolo a los ojos mientras él permanece sentado encima de mí—. ¡Hice como si nada me molestara, que las manos de Carmen siendo destrozadas por ese martillo no me perturbaban! ¡No me inmuté cuando Marisol fue forzada a tener un aborto por un médico asesino que la dejo morir desangrada sobre la mesa! ¡No derramé ni una sola lágrima cuando la chica del cabello rojo y pecas fue asesinada justo frente a mí porque el hombre que fue a comprarla no le gustó lo que vio! — Levanto mis puños y voy a golpearlas sobre la parte superior de mis piernas por la ira, pero él atrapa mis muñecas y las sostiene sólidamente—. ¡No soy inocente! —rujo. Siento sus manos torcer mis muñecas, pero mi cabeza está demasiado nublada por la emoción para que me importe. Las cosas que he admitido son cosas que me han atormentado durante demasiado tiempo. Han estado enterradas en mi alma, quemando mi esencia misma, dejándome sin emociones y convirtiéndome en alguien completamente diferente de lo que se suponía que fuera. Dejo caer mi cabeza hacia un lado, sintiendo la punzada de la derrota. Ya no puedo mirarlo. No por la ira, el odio o la venganza, sino por la vergüenza. No puedo mirar a

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Nunca grité, peleé o me puse de pie por ninguna de ellas. Ni una sola vez. —Escucho

un asesino a los ojos porque simplemente no soy mejor que él, es posible que yo sea peor. —Eres muy fuerte —dice y levanta su cuerpo del mío—. Con un fuerte instinto de supervivencia. Eso es lo único que te separa de las otras chicas. Al igual que ellas, todavía fuiste retenida allí en contra de tu voluntad. Fuiste forzada a hacer cosas contra tu voluntad. Fuiste física y emocionalmente abusada. No deberías culparte por su debilidad. Él camina de regreso a la mesa.

vez la culpa que he albergado durante tanto tiempo simplemente está tratando a forzarme a no creer en ellas. Me mira y añade—: Hiciste lo correcto. Niego con la cabeza. —No. No lo hice. Debería haber hecho algo para ayudarlas. Victor carga sus bolsas de lona en un hombro y levanta la maleta en el otro. —Lo hiciste —dice, de pie delante de mí ahora—. Mantuviste la calma. Esperaste por tu oportunidad. Fingiste el punto de la aceptación y la confianza. Estás arriesgando tu vida justo ahora para regresar por esa chica. Camina junto a mí y va hacia la puerta, girándose para mirar hacia atrás una vez más y hacer que llegue allí. —Eres inocente —dice—. Y es por eso que todavía estás viva. Entonces abre la puerta y, con vacilación, lo sigo afuera.

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Me levanto del piso y sólo miro hacia él, tratando de darle sentido a sus palabras. O tal

Capítulo 12 Llegamos a Green Valley cerca de tres horas más tarde. Los dos nos sentamos en silencio durante la mayor parte del viaje. Había demasiado en qué pensar, demasiadas cuestiones sin resolver con que trabajar, lo cual no veía cómo hacerlo en tan poco tiempo. Y me va a tomar un tiempo muy largo poner mi culpa a descansar, si alguna vez puedo. No me importa que las cosas que Victor dijo tenían sentido, todavía me siento como la persona más egoísta del mundo por lo que hice. Probablemente me voy a sentir de esta manera para siempre. Y le pregunté a Victor por qué íbamos camino a Green Valley. Él había dicho antes que me iba a decir lo que estaba pasando, pero cuando llegó a ello, fue vago. Me dijo que tiene un intercambio que hacer cerca de Green Valley, pero no quiso entrar en detalles. Supongo que todo lo que habló allá en el hotel en Douglas pasó su límite conversacional. Porque de nuevo se había retraído en sí mismo con tanta rapidez, el tranquilo, reservado, intimidante asesino con el que, por razones desconocidas para mí, me sentía completamente segura. Nos detenemos en un estacionamiento al final de un camino bordeado por residencias. He estado aquí antes, una vez con mi mejor amiga cuando su hermana mayor nos recogió en la escuela en su nuevo auto. Nos habíamos perdido y utilizó este

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Sarai

lugar para dar la vuelta. Fue semanas antes de que mi madre me obligara a ir a México con ella y Javier. Este lugar familiar me recuerda que estoy muy cerca de casa. Estoy tan cerca que podía ir andando. Se necesitarían varias horas, pero podía hacerlo. Pero, ¿dónde puedo ir? Victor apaga motor del camión. Me asomo a través del parabrisas para ver una sección de árboles y arbustos separando el estacionamiento de la interestatal. Un automóvil pasa volando cada pocos segundos. Pero el estacionamiento está vacío excepto un auto solitario en la distancia estacionado al lado de un contenedor de basura. En el otro lado del lote, sin embargo, sobre un muro de hormigón bajo, hay

Me pregunto por qué eligió un lugar público, aunque en la actualidad el lugar parecía tranquilo y abandonado, para hacer lo que sea que hemos venido a hacer. Debido a que Javier no se preocupa por el público o arriesgar un espectador inocente de quedar atrapado en su fuego cruzado. —Quédate en la camioneta —dice Victor justo antes de cerrar la pesada puerta de metal. Camina hacia la parte trasera mientras un SUV negro elegante entra en el aparcamiento de detrás de las casas. Mi corazón comienza inmediatamente a latir fuerte. Me escabullo en el asiento, pero me muevo a su lado para que pueda tener una mejor visión de la ventana. Quiero ver pero no quiero que me vean. Victor se encuentra con el SUV a medio camino, a unos cincuenta metros de donde estoy y se detiene en el centro de la carretera. Veo a un hombre. Un hombre blanco, parece, y estoy confundida por esto. Victor asiente y luego veo sus labios moviéndose. Me estiro y bajo la ventana por la antigua manivela. Se adhiere al principio, pero entonces la ventana se desatasca y me las arreglo para abrirla varios centímetros. Pero están demasiado lejos para escuchar algo de lo que están diciendo. Victor comienza a caminar hacia el camión y el SUV lo sigue. Trago saliva y me encuentro

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muchos autos aparcados fuera de un centro comercial.

prácticamente todo el camino en el piso ahora, la parte superior de mi cabeza presionando contra el volante con fuerza. Se abre la puerta del lado del conductor, exponiéndome en mi posición incómoda. Ese otro hombre está de pie junto a Victor, ambos mirándome. El hombre extraño, que me doy cuenta se parece en algo a Victor con su alta estatura, cabello castaño, ojos azules y pómulos esculpidos, asiente con la cabeza hacia mí como si fuera su manera de decir hola. No hace falta decir que estoy demasiado asustada e insegura de él para darle la misma cortesía. El hombre, aunque sin dejar de mirarme como si yo fuera un espécimen peculiar del responde en el mismo idioma, que estoy empezando a pensar que es probablemente alemán. El hombre mira finalmente a Victor. —Este es Niklas —me dice Victor—. Vas a ir con él y seguirme a otro lugar cerca. Al instante, siento que mi cabeza se sacude de un lado a otro negando. Victor extiende su mano hacia mí, pero la rechazo. En su lugar, empiezo a salir del suelo e ir hacia el otro lado de la camioneta. Siento la mano de Victor envolverse en parte de mi muslo. —Él no te hará daño —dice Victor—. Este camión no es seguro para ti si Javier o sus hombres abren fuego contra nosotros. Echo un vistazo a través de la ventana trasera hacia la SUV, suponiendo que tiene algún tipo de ventanas a prueba de balas, quizás. No me importa preguntar; simplemente no quiero que me dejen a solas con ese hombre, vehículo más seguro o no. —Esta no es muy cooperativa —dice el hombre llamado Niklas en Inglés. Definitivamente tiene un acento, a diferencia de Victor, que parece hablar con fluidez en cualquier idioma que conozca.

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tipo que merece estudio, le dice algo a Victor en otro idioma. No es español. Victor le

—Sarai. —Victor dice mi nombre y me aturde dejándome inmóvil; nunca me ha llamado por mi nombre antes—. Te estoy pidiendo que cooperes. Miro a los ojos duros de Victor y mantengo mi mirada por un momento, dejando que mi mente se aclare por la reacción inesperada que decir mi nombre ha puesto allí. Mi cuerpo se relaja y luego poco después los dedos de Victor se deslizan lejos de mi muslo. Miro del uno al otro lentamente, todavía insegura, pero ahora más dispuesta. —¿Me dirás lo que va a pasar? —le pregunto, mirándolos a los dos, pero Victor sabe que la pregunta era para él.

observador que uno posesivo. —Vamos a encontrarnos con Javier, no muy lejos de aquí, en una zona más apartada. Allí, nos entregaran a tu amiga. Un sentimiento oscuro de incertidumbre crece repentinamente dentro de la boca de mi estómago. Entrecierro mi mirada sobre Victor. —¿Sólo así? —pregunto con escepticismo—. No, Javier no sólo la dará. Él... — retrocedo otra vez contra la puerta del lado del pasajero, mi mano ya en el mango por si necesito salir huyendo—... No hay manera de que él haría eso. Estás negociándola por mí, ¿no es así? —Mi voz se eleva—. ¡Lo estás! —Sí —dice Victor. Niklas permanece silencioso y tranquilo y siempre muy atento. Está empezando a ponerme nerviosa. Pero entonces vuelvo a mis sentidos y aparto la mirada de los dos. Miro fijamente a través del parabrisas al paisaje y los automóviles en el otro lado del muro de hormigón, pero realmente no veo nada de eso. Todo lo que veo es la cara de Lydia en

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Niklas sostiene sus fríos ojos azules fijos en mí, pero parece más de carácter

mi mente, la forma en que la vi por última vez en ese video: magullada, ensangrentada, asustada y manchada de lágrimas. Sé que esto es lo que hay que hacer. Un intercambio: yo por Lydia. Eso es algo que sé que Javier aceptaría, ahora más que nunca. Pero él me quiere muerta... Mis manos aprietan el asiento de cuero hecho jirones por debajo de mí, mis dedos se clavan en el cojín expuesto. Todo mi cuerpo tiembla de terror. Pero luego obstinadamente fuerzo el miedo al fondo de mi mente. Tal vez él no me va a matar una vez que me tenga de nuevo. Podría seguir fingiendo que estar con él es donde a Javier. ¡Sé que puedo! ¡Lo hice por años! Le hice confiar en mí, hasta el punto de que él creía que me amaba. Puedo hacerlo de nuevo. El tiempo suficiente hasta que llegue mi primera oportunidad de matarlo. Sí, eso es exactamente lo que haré. Debido a que ya sólo me preocupan dos cosas: la seguridad de Lydia y matar a Javier. Sé que una vez que lo haga, voy a firmar mi propia sentencia de muerte. Izel o uno de los hombres de Javier me van a cazar antes de que pueda conseguir alejarme un kilómetro y medio del recinto y que me van a disparar a matar, igual que Victor le hizo a aquel dueño de la tienda en México. Pero, al menos, Javier estará muerto. Y yo no le temo a la muerte. Abro la puerta de la camioneta para encontrar a Niklas pie allí esperando por mí. Estaba tan pérdida en mis pensamientos que ni siquiera lo vi salir y caminar a mi lado de la camioneta. Cierro la puerta y miro por encima del capó de la camioneta a Victor en el otro lado. Nunca he sido capaz de leer su cara porque sus emociones, si tiene alguna, parecen impenetrables, pero en este momento detecto el más leve indicio de algo antinatural

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quiero estar. Incluso podía pretender que Victor me secuestró. Sé que puedo engañar

en sus ojos. ¿Podría ser arrepentimiento? No, tal vez es la indecisión o... no, eso no puede ser. —Lo haré —anuncio, sin apartar los ojos de Victor—. Si puedes conseguir alejar con seguridad a Lydia, lo haré. Victor asiente. Luego se va a abrir la puerta de la camioneta y lo detengo. —Pero Victor, por favor llévala a casa. Te lo ruego. Solo llévala a casa. Ella vive en El Paso, Texas. Con sus abuelos. Por favor. Victor no asintió ni contestó verbalmente esta vez, pero sé, solo por esa mirada en sus

Después de transferir sus maletas desde el camión hasta la SUV, se mete en el interior del camión y el estruendo del motor de encendido sigue segundo después. —Ven —dice Niklas, tomándome por el brazo, sus dedos se cerraron un poco más duramente alrededor de mi bíceps de lo que Victor nunca hizo. Él me guía en torno al asiento de atrás, abriendo la puerta y se queda de pie justo detrás de mí, como si él está asegurándose que entre y no trate de huir. Una vez que estoy dentro, el olor a cuero nuevo y ambientador de auto llena mis sentidos. Una jaula de metal separa el asiento trasero de la parte delantera, al igual que un oficial de policía podría tener en su auto patrulla. Ya me siento atrapada. Oigo un sonido de clic cuando Niklas bloquea todas las puertas después de que él está adentro. Echo un vistazo a mi izquierda y derecha para ver que no hay interruptores de bloqueo dentro de cualquiera de las puertas de los asientos traseros. Me siento verdaderamente atrapada aquí. Terminamos en la carretera interestatal 19, seguidos de cerca por Victor en el viejo camión destartalado.

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ojos que él lo hará. No estoy segura de por qué creo eso, pero lo hago.

—Te has convertido realmente en una piedra en el zapato —dice Niklas desde el asiento del conductor. Echo un vistazo para mirarlo a los ojos en el espejo retrovisor. No me gusta mucho. No es que debería gustarme en absoluto teniendo en cuenta la situación, pero al menos con Victor, a pesar de ser un asesino, sentía una sensación de seguridad. Incluso en el recinto mientras lo miraba por la rendija de la puerta con Lydia, me dio la sensación de que podía confiar en él, que él me ayudaría. Mis corazonadas eran completamente erradas, lo admito, pero él nunca me lastimó. Independientemente de lo que es o lo que ha hecho y qué complicaciones le he

Niklas, por otro lado, me da la sensación que es un poco más intolerante. Trato de mantener mis ojos en el camino por delante, pero es difícil no encontrar su mirada en el espejo de vez en cuando. Porque siempre está mirando. Trago saliva y le digo: —No fue mi intención causarte a ti y a Victor ningún problema. —Sus ojos se estrechan repentinamente en el espejo y atrapo su atención de inmediato—. Pero no entiendo por qué es un gran inconveniente para ustedes dos, ayudarme. —Traté de ocultar la amargura en eso, pero no lo hice tan bien. —Victor —dice Niklas fríamente, lo que me llama la atención de la peor manera—. Ya que se llaman con su nombre de pila, debería haberte arrastrado de nuevo a Javier Ruiz en el segundo que te encontró. Odio a este hombre. Aprieto los dientes y respiro fuertemente a través de mis fosas nasales. —Pero no lo hizo —espeto—. Y eso me dice que es más humano de lo que tú eres aparentemente.

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causado, nunca me trató mal.

Mis palabras ácidas no lo perturban como había esperado que lo hiciera. En cambio, él hace algo que era lo menos que esperaba. Sonríe. —Oh, ya veo lo que crees que es esto —dice con ese acento alemán evidente—. ¿Crees que lo has encantado de alguna manera con tus artimañas de niña inocente. No has hecho nada por el estilo, para que lo sepas. Victor, todo lo que hace, lo hace por el bien de nuestra Orden. Si él cree que es mejor no liberarte o entregarte, no tiene nada que ver con tu bienestar. No quiero creer en él a pesar de que una pequeña parte de mí lo hace, pero me niego a

Ruedo la barbilla y alejo la mirada de él, poniendo mis ojos únicamente en el camión que Victor maneja delante de nosotros. Pronto, nos desviamos a la derecha y entramos en una polvorienta carretera sin asfaltar a la derecha de la autopista interestatal. El camino serpentea a través de varias secciones de arbustos de bajos y árboles jóvenes, pero sobre todo no hay nada más que tierra y una interminable extensión de terreno casi estéril trescientos sesenta grados alrededor de mí. Algunas casas se encuentran encaramadas en la distancia en la cima de las colinas, pero me da la sensación de que esta parte de la tierra no se ha recorrido en un tiempo muy largo por aquellos que son dueños de ella, o cualquier otra persona para el caso. La parte delantera de la SUV se eleva más alto sobre la tierra mientras nos dirigimos a una colina. Una vez que nos nivelamos en la cresta y el polvo empieza a asentarse Veo cuatro camiones viejos, como el que conduce Victor, estacionados al descubierto, esperando por nosotros.

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dar a Niklas la satisfacción de saber que él tuvo éxito en meterlo bajo mi piel.

Capítulo 13 Ocho hombres están de pie fuera de las camionetas, con fusiles en sus hombros, todos ellos hombres de Javier. Agarro el asiento de cuero debajo de mí, resulta más difícil de penetrar con mis dedos que los asientos gastados del viejo camión. Nos paramos a unos treinta metros de distancia. Pero no veo a Javier. O a Izel. Empiezo a sentir pánico cuando al principio no veo a Lydia, tampoco, pero luego la veo dentro del Ford color crema. Por lo menos, estoy bastante segura de que es Lydia. Presiono mi cara contra la jaula de metal lo más cerca que puedo, tratando de ver mejor, pero no ayuda mucho. Niklas gira la cabeza para mirarme. —Siéntate y mantente fuera de vista —exige. Hago lo que dice, no porque él me lo ordenase, sino porque probablemente era lo mejor. La puerta de la camioneta se cierra. Victor camina hacia delante directo a ellos. Uno a uno, miro a cada uno de los hombres, preguntándome cuál fue enviado aquí para

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Sarai

hablar en nombre de Javier ya que no está aquí él mismo, pero luego veo el pelo negro de Izel deslizándose más allá de la ventana de la camioneta verde mientras sale de él. —Esta es la segunda vez que Javier ha sido demasiado cobarde para venir él mismo —digo en voz alta, no necesariamente a Niklas. —Ahora sabe que Victor le puede matar con poco esfuerzo —dice Niklas, mirando por la ventana—. Yo diría que es un movimiento inteligente por parte de Javier. Izel intenta acercarse a Victor con su acostumbrado andar sensual, pero está claramente dolorida por las heridas que él le dejó en sus piernas y tropieza justo ayudarla, pero ella lo golpea con fuerza en la cara y le grita maldiciones, diciéndole que retroceda. Ella odia la lástima. Creo que ella lo odia todo, incluso a sí misma. Palabras se intercambian entre Izel y Victor. No puedo escuchar lo que están diciendo, pero por el lenguaje corporal, puedo decir que es lo habitual: Izel tratando de asustarlo con amenazas sobre Javier y de cómo se ha hecho un enemigo muy peligroso... la misma conversación que tuvieron en el motel ese día. Y al igual que antes, Victor no se inmuta por ella y sólo añade más leña al fuego en su expresión. Trato de escuchar lo que dicen aunque sé que no puedo, pero sobre todo, trato de ver a Lydia. En contra de las órdenes de Niklas, me muevo más cerca de la jaula de nuevo, tratando de vislumbrarla a través de la ventana. Estoy segura de que ella está sentada en el lado del pasajero. Pero creo que hay alguien sentado a su lado. Izel levanta la mano a los hombres al lado del camión detrás de ella y uno de ellos corre a abrirle la puerta. Llega el interior y coge la que creo que es Lydia y la arrastra hacia fuera. —¡Es ella! —le digo con entusiasmo, aliviada.

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cuando pasa el capó oxidado. Uno de los hombres se acerca rápidamente para

Niklas gira su cabeza. —He dicho que te quedes sentada —gruñe con los dientes al descubierto—. No lo fastidies más de lo que ya lo has hecho. Me congelo oír esto y me caigo hacia atrás contra el asiento de nuevo, aunque sólo lo suficiente para que esté satisfecho y se aleje. Lydia se ve fatal, pero por lo menos es capaz de caminar. Por lo menos está viva. Está vestida con la misma ropa sucia que llevaba puesta cuando la vi en ese video. Las manchas de sangre dejadas por su boca y nariz son evidentes en la parte delantera de por las muñecas por delante de ella. Su pelo rojo claro está desaliñado y sucio y enmarañado. Está llorando, mirando perdidamente hacia nosotros en el SUV y sólo puedo imaginarme que ella se está preguntando si estoy o no estoy aquí. Quiero salir corriendo hacia ella, para hacerle saber que estoy bien y que finalmente se va a casa, mas deseando poder hacerlo y sabiendo que es todo lo que puedo hacer. El hombre que la sacó de la camioneta la hala por su codo, tirando de ella con dureza de un lado a otro. Victor le dice algo a Izel y ella sonríe con astucia. Luego mira hacia atrás sobre su hombro desnudo y le indica con el giro de dos dedos para que el otro hombre a quien acababa de abofetear, hiciera algo. Él responde rápidamente dando la vuelta para abrir la puerta de la camioneta de donde Lidia fue sacada y él busca en el interior por la otra figura que vi que estaba sentada junto a ella. —Oh, Dios mío —digo también más a mí misma—. Esa es Cordelia. ¿Por qué la trajeron? —Miro a Niklas por la respuesta, pero no ofrece ninguna. Cordelia y Lydia están de pie codo con codo ahora, ambas temblando con sus rostros surcados por las lágrimas, ambas incapaces de dejar de mirar hacia el SUV.

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su fina camiseta blanca, incluso desde aquí en la distancia. Sus manos están atadas

Victor agita dos dedos hacia nosotros. Niklas se da la vuelta—. ¿Estás lista? Trago saliva—. Sí. Niklas abre su puerta mientras quita los cerrojos ocultos del SUV con un clic de nuevo. Abre la puerta de atrás y extiende su mano hacia mí. De mala gana la cojo. —¡Sarai! —Oigo la voz de Lydia en el aire una vez que salgo de la camioneta. Miro hacia arriba mientras me muevo alrededor de la puerta abierta para ver al sobre sus rodillas. El otro hombre hace lo mismo con Cordelia sólo porque puede. Empiezo a recorrer lentamente la corta distancia hacia Victor, mis piernas temblando más con cada paso. Siento los ojos de Izel en mí, tan fríos y depredadores, pero no voy a mirarla. Me niego a darle la satisfacción. En su lugar, sólo miro a Victor y aunque él me está mirando directamente a los ojos, sé que ni una onza de su vigilante atención se ha apartado de los que le rodean. Entonces él mira hacia otro lado, levantando su mano hacia mí e instintivamente me detengo. —Haz que uno de tus hombres las traiga —Victor instruye a Izel. Izel se burla, sus fosas nasales dilatadas, dándole un aspecto aún más odioso. Luego, con una inclinación de cabeza hacia atrás, ordena al hombre de pie junto a Lydia que haga exactamente eso. Él mueve el rifle colgado de la correa hacia su espalda y luego extiende sus dos manos, agarrando Lydia y Cordelia cada una en una mano, poniéndolas sobre sus pies. Victor me mira de nuevo. Extiende su mano y mientras camino hacia él siento su mirada aparentemente sin emociones penetrar la mía. Hay algo en sus ojos, algo tranquilo y misterioso y siento como si estuviera intentando hablar conmigo a través

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hombre que la sujetaba por el codo, empujarla contra el suelo cubierto de polvo y

de ellos. Pongo mi mano en la suya y sus dedos se cierran a su alrededor, al principio con cuidado. Algo no se siente bien, la forma en que se veía esa mirada que vi en sus ojos hace unos segundos. A medida que el hombre se acerca, la mano de Victor se estrecha alrededor de la mía. Sólo veo los ojos de Lydia ahora, llenos de miedo y esperanza y alivio mientras se acerca. Y luego, cuando están al alcance de Victor, con un rápido, casi invisible movimiento, soy empujada al suelo y veo a Victor moverse tan rápido, agarrando al hombre por su cabeza y rompiéndole el cuello. Lydia y Cordelia caen de rodillas y lo rociando las balas hacia Izel y los otros. Lydia y Cordelia tratan de aferrarse a mí mientras el sonido de las balas cortan ruidosamente el aire en todas las direcciones, pero las empujo sobre sus estómagos y empujo sus rostros contra el suelo con mis manos. —¡Abajo! —grito, el polvo azuzando en mi boca—. ¡Síganme! ¡Vamos!—Y arrastro mi cuerpo tan rápido como puedo por el suelo hacia el SUV como un soldado arrastrándose por el fuego enemigo. Más disparos resuenan, dos o tres golpean la arena cerca de nosotros, unos estallan a un lado de la puerta abierta del SUV. Y a pesar de que el SUV está a cinco metros, siento como si estuviera demasiado lejos y que nunca lo fuéramos a lograr. Una bala golpea el suelo a dos metros de mi cara, haciendo que me congele y llegue a un punto muerto. He perdido de vista a Victor, pero veo a Niklas saliendo del SUV con un arma sujetada con las dos manos mientras dispara varios tiros en una rápida sucesión. —¡De prisa! —grito sobre el caos, girando mi cabeza para poder ver si Lydia y Cordelia todavía me están siguiendo, mis brazos presionados aún más duro en la tierra.

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siguiente que sé, es que Victor tiene el rifle semiautomático del hombre y está

Lydia está gritando y vislumbro sangre en la arena cerca de su pie. Cordelia, aterrorizada, se mueve rápidamente delante de mí, forzando a su cuerpo a través de la arena, incluso con sus muñecas atadas. Pero Lydia está estancada y me doy la vuelta para ayudarla. Si tengo que arrastrarla por el suelo sola y a través de una lluvia de balas, eso es lo que voy a hacer. —¡Mi pie!—me grita Lydia. —¡No te detengas, Lydia! ¡Sobreponte a ello! ¡Tienes que seguir avanzando!

zumbando, fallando por poco. Ella entierra su cara en el hueco de mi brazo ahora. Sollozos recorriendo su cuerpo. Las balas se detienen, pero el extraño silencio es casi tan aterrador como el ruido. Por lo que parece una eternidad, no me atrevo a levantar la cabeza y mientras el polvo empieza a asentarse, sólo veo dos cuerpos verticales entre los muertos. Viktor y Niklas. Sollozos de absoluto alivio me recorren completamente, haciendo que mi pecho se contraiga una y otra vez hasta que siento ganas de vomitar. Ni siquiera me doy cuenta de que me las he arreglado para sentarme derecha con mis talones desnudos hundidos en la arena. En algún momento había perdido mis sandalias. Lydia se lanza sobre mí y envuelvo mis brazos alrededor de ella con tanta fuerza que siento que mis dedos se clavan en su espalda. Ella haría lo mismo si sus manos no estuvieran atadas por esa cuerda. —¡Sarai! ¡Sarai!—llora Lydia en mi hombro. Mi nombre es todo lo que puede decir. —¡Lo sé, Lydia! Siento tanto haberme ido sin ti. ¡Lo siento tanto!—Mi nariz quema de llorar tanto y con tanta fuerza.

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Finalmente llego a ella y me cubro su cabeza con ambos brazos cuando otra bala pasa

Lydia se aparta y me mira, sacudiendo la cabeza. —No, no, lo intentaste —dice ella mientras trabajo furiosamente con los nudos de la cuerda hasta que por fin consigo liberar sus muñecas—. Fue mi decisión quedarme. Pero mira, mira Sarai, mantuviste tu palabra. Prometiste volver por mí. La envuelvo en mis brazos otra vez y simplemente nos sentamos así, aquí, juntas, en el suelo sin ninguna preocupación en el mundo acerca de las personas muertas estiradas no muy lejos. Sólo nos separamos cuando veo a Niklas caminando hacia nosotros.

seguridad, también. Ella se sienta acurrucada en el asiento trasero, con las piernas levantadas hacia el pecho mientras se balancea hacia atrás y hacia delante en un estado de shock. Me vuelvo hacia Lydia y ahueco su cara magullada y sucia con mis manos, quitando su pelo largo y rojizo de su boca y las mejillas con mis pulgares. Aprieto los labios contra su frente. —Vamos a llevarte a casa —le digo y una suave y temblorosa sonrisa se desata en mi cara. Ella me devuelve la sonrisa. Un solo disparo resuena, rasgando a través del amplio espacio abierto. La sonrisa de Lydia se desvanece cuando vuelvo a mirarla a los ojos. Ese misterioso, silencio premonitorio está de vuelta, bañándonos en su infinita crueldad. Siento como si el tiempo se hubiera desacelerado, que de alguna manera el mundo a mi alrededor se ha ido volando y me ha dejado atrás para sufrir este momento. Es sólo yo y Lydia, mirándonos fijamente la una a los ojos de la otra. Los míos con incredulidad. Los suyos vidriosos con algo que envía escalofríos a través de mí.

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Brevemente miro detrás de mí al SUV y estoy aliviada de que Cordelia escapase con

Siempre son los ojos... Miro esos ojos insondables hasta que la vida sale completamente de ella y su cabeza cae hacia atrás como un muelle roto. Un tiro más resuena. Aunque veo la bala pasar por la parte frontal del cráneo de Izel, y Victor, mientras su arma cae de nuevo lentamente a su lado, me siento como si nunca hubiera alejado mis ojos de Lydia cuyo cuerpo cuelga precariamente en mis brazos. Y luego, en un torbellino de color, movimiento y sonido, el mundo me alcanza de de Lydia contra mi pecho, meciéndome hacia adelante y hacia atrás con ella en mis brazos. Sus flácidos brazos caen y se mecen bajo ella. Siento su sangre caliente y espesa mientras se estanca debajo del tejido de su camisa y resbala de mis manos sosteniendo su espalda. Lloro en su pelo hasta que siento su cuerpo siendo separado de mí. —¡No! —grito a quien quiera que sea—. ¡Aléjate de mí! ¡Déjala en paz!—. Mi voz se quiebra y se tensa por el peso de la emoción, que no sabía que poseía. —Tenemos que irnos —la voz de Victor dice desde algún lugar por encima de mí—. No podemos quedarnos aquí más tiempo. —¡No! —le grito , dándole con una mano y tratando de apartarlo. —Ahora, Victor —Niklas dice por detrás—. No hay tiempo para esto. Victor me agarra por la cintura y me recoge con facilidad y me arroja, boca abajo, sobre su hombro. Pateo y grito y lo golpeo en la espalda con los puños mientras me lleva hacia el SUV y lejos del cuerpo de Lydia. —¡No podemos simplemente dejarla aquí!

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nuevo y grito hacia cualquier cosa que esté escuchando y empujo el cuerpo sin vida

—Tenemos que hacerlo. Me coloca en el asiento trasero con Cordelia. —¡Victor! ¡No puedes! ¡Por favor, no la dejes aquí de esta manera! Hay remordimiento en sus ojos. Lo veo, aunque escondido detrás del siempre presente rostro de misterio, lo veo ahí tan claro como como el agua. Él cierra la puerta y las cerraduras hacen clic de nuevo. Me siento en absoluto silencio

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a donde sea que nos estén llevando.

Capítulo 14 Niklas nunca ha sabido cuándo guardar silencio. Le falta disciplina y debido a esto, nuestra Orden ha tenido siempre más afinidad por mí. Estábamos juntos cuando fuimos reclutados en las edades de siete y nueve años, pero también lo estaban otros dos chicos de barrio que fueron buenos amigos nuestros. Jugábamos a la pelota en el campo detrás del patio de la escuela, como lo hacíamos todos los sábados por la tarde, cuando llegaron los hombres. Niklas y yo no sabíamos que éramos hermanos en ese momento. Pero éramos los mejores amigos. Inseparables, como los hermanos deben ser. Así que tal vez en el fondo una parte de nosotros lo sabía desde el principio. No fue sino hasta cuatro años más tarde, después de que mi madre fuera asesinada durante una misión, que nos enteramos de la verdad. La madre de Niklas nos lo dijo en secreto. Se mantuvo en secreto desde entonces. —¿Qué has hecho, Victor? ¿En qué pensabas? ¿Dónde está tu cabeza?

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Victor

Niklas apretaba fuertemente el volante. Él se gira para mirarme a cada momento, esperando que le dé una respuesta que no puedo dar. En silencio, soporto el dolor punzante en mi cadera. Miro a Niklas. —Debes informarle a Vonnegut que ellos dispararon primero —le digo y me veo el debate nublar su rostro al instante—. Dile que no tuve otra opción. —Victor. —Él niega con la cabeza y luego golpea el volante con la palma de su mano—. ¿Qué te sucedió? —Aprieta los dientes, conteniendo el tipo de palabras que

Él golpea el volante de nuevo. —Siempre he hecho todo lo que me has pedido. Ni una sola vez me he negado. Rara vez te cuestiono. Pero no lo hago porque confío en ti como debo. —Inhala una bocanada de aire y me doy cuenta de sus ojos se desvían hacia el espejo retrovisor. Y entonces me mira—. Pero esto es diferente. Estás arriesgando todo: Tu lugar en la Orden, tu relación con Vonnegut, tu vida, mi vida —Él corta el aire entre nosotros con la mano—. Todo por esa chica. —No estoy haciendo nada por el estilo. —Entonces, ¿cómo lo llamarías? —espeta—. Si no fuera por ella, entonces ¿por qué? ¡Hazme entender, Victor! Él se desvía hacia el carril contrario de la carretera para rebasar a un auto de lento movimiento. —¿Y por qué le dijiste tu nombre? Te has vuelto inestable. Eliminan a los inestables, Victor, tú lo sabes.

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quiere decir, pero sabe que sería mejor no decirlas.

Obliga a sus ojos a volver a la carretera después de haber tocado su propia fibra sensible. Su madre era una de los “inestables”. —No voy a dejar que te pase nada por mi culpa —le digo—. Si sientes que debes decirle a Vonnegut la verdad, lo entenderé. No voy a utilizar eso contra ti. Sacude la cabeza con desaliento. —No. Como siempre lo he hecho, voy a decirle lo que necesitas que le diga. Hace una pausa y agarra el volante con ambas manos, moviendo la palma de una mano sobre las rugosidades del cuero, como para evitar que su mano golpee otra

—Espero que algún día me digas la verdad —añade, sin mirarme—. Sobre lo que te está pasando. Sobre lo que realmente sucedió en Budapest. Y si eso tiene algo que ver con lo que estamos haciendo ahora. —No hay nada que decir —le digo. —¡Maldita sea! ¡No soy Vonnegut! —No, eres Niklas, la única persona en este mundo en quien confío. —Señalo hacia adelante—. Déjanos allí. Voy a tener que conseguir un auto nuevo. A pesar de no nada querer más que gritarme todo el día hasta que le diga algo satisfactorio, Niklas cede por completo. Disciplina. Algo que él nunca tendrá. Nos detenemos en la puerta principal de un concesionario de autos. —Da la vuelta al lado —le digo—. Espérame allí. Sin objeciones, Niklas hace lo que yo digo y se estaciona en un costado del edificio al lado de otro vehículo de un cliente.

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cosa.

Antes de salir, miro hacia atrás una vez a la chica, Sarai. Ella está inmóvil y perdida. Sus ojos están abiertos, pero donde sea que esté mirando, de alguna manera sé que ella realmente no ve. Quiero que me vea, sólo por un momento. Pero nunca lo hace y

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me alejo.

Sarai

Me siento como si debería ser como Cordelia, sentada a mi lado despierta todavía inconsciente de sí misma. Sé que va a llevarle sus meses de terapia superar lo que ha pasado. Lo sé porque pasé por lo mismo después de ver morir a mi madre. La única manera en que no me parezco a la pobre Cordelia es que no puedo encontrar completamente incoherente de eso, insensible a sus esfuerzos de causarme molestias. Quince minutos podrían ser dos horas, y realmente no sabría la diferencia. A diferencia de Cordelia, soy consciente de todo lo que me rodea. Es sólo que no me importa. Algún tiempo después, Victor emerge del edificio y abre mi puerta de la camioneta. Él sólo me mira por un momento como si estuviera esperando algo, supongo que para que yo salga. Miro hacia él, dejando caer la cabeza hacia los lados contra el asiento. —No tenías que dejarla allí. —Sí, tuve que hacerlo—dice y toma mi mano—. Será encontrada pronto, si no lo han hecho ya. Te doy mi palabra. Tomo la mano de Victor, pero Miro a Cordelia antes de salir. —¿Qué pasa con ella? Victor vuelve su mirada sobre Niklas en el asiento del conductor.

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la voluntad de hablar. Me siento aquí, dejando que el tiempo pase y siendo

—No hay largas paradas de intermedio —instruye—. Encontrar a Guzmán en el punto marcado que discutimos. El dinero para su hija. Informarle de la evolución de los acontecimientos y que no hemos podido controlar la ausencia de Javier, pero se terminará el trabajo. —Lo que tú digas, Victor —Niklas acepta de plano, sus palabras teñidas de amargura y decepción. Victor tira de mi mano y yo salgo de la camioneta. Mientras nos alejamos, Niklas nos detiene:

apoyado en la puerta. —Por ahora —dice Victor—, Tucson. Espera mi contacto para el resto. Niklas se aleja. Mientras Victor camina junto a mí hacia un nuevo auto gris oscuro brillante, me alejo detrás de él por un momento. —¿Por qué vamos a Tucson? Él se detiene a mitad de un paso y se da la vuelta para mirarme. —Te voy a llevar a casa.

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—¿A dónde vas a ir? —pregunta, colgando parcialmente por la ventana con el brazo

Capítulo 15 Cuando veo “casa” en el horizonte muchos minutos después, no me afecta la manera en que siempre soñé que sería. Ni siquiera levanto la cabeza desde la ventana del lado del pasajero para mirla mientras pasamos. Porque sé que no hay nada para mí aquí. En lugar de mirar hacia la ciudad, observo el asfalto negro moverse rápidamente mientras nos deslizamos sobre él. —¿Dónde vives? —pregunta Victor. Finalmente, levanto mi cabeza y me giro para mirarlo. —¿Por qué haces esto? Victor suspira y pone sus ojos de regreso en la carretera. —Porque creo que has visto lo suficiente. Lleva el auto a un estacionamiento al lado de la carretera de una tienda de conveniencia y lo estaciona. Está empezando a oscurecer en el exterior.

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Sarai

—Tienes que decirme a dónde te llevo —dice y detecto el más leve indicio de molestia en su rostro. —¿Tu padre? —apremia cuando no contesto. Distraídamente, sacudí mi cabeza. —Mi padre podía ser uno de los cien hombres en Tucson. Nunca lo conocí. —¿Una abuela? ¿Una tía? ¿Un primo lejano? ¿A dónde le gustaría ir? Literalmente no tengo familia. Ya que no conozco a mi padre, no sé nada de mi familia tenerme. Mis abuelos murieron cuando yo era una adolescente. Mi tía, Jill, vive en algún lugar de Francia ya que podía darse el lujo de vivir allí y repudió a mi madre cuando yo tenía trece años. Y a su vez, me repudió, me acusó de ser como mi mamá a pesar de que yo era tan diferente de ella como la noche es del día. Sin querer darle a Victor alguna razón para creer que no me debe nada más, dije la única persona que me vino a la mente para que él pueda llevarme y dejarme a cualquier tipo de vida que puedo hacer por mí misma. —La Sra. Gregory —susurro en silencio, perdida en el recuerdo de la última vez que la vi—. Ella vive aproximadamente a unos diez minutos de aquí. Capturo los ojos de Victor mirándome de perfil y los míos se encuentran con ellos por un momento. ¿Qué está esperando? Parece estar estudiando mi rostro, pero no sé por qué. Aparto la mirada y señalo en la dirección que debe seguir luego. Victor pone el auto en primera y nos dirigimos al parque de remolques en donde yo solía vivir.

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por su lado. Nunca he tenido hermanos; mi madre se ligó sus trompas después de

Luce exactamente como lo hizo cuando me fui, con juguetes rotos esparcidos alrededor del patio, viejos automóviles destartalados aparcados en diferentes lugares con pasto crecido alrededor de las ruedas pinchadas. Aires acondicionados de ventanas zumbaban un barullo en el aire del anochecer y los perros ladran desde sus cadenas cortas envueltos alrededor de los árboles. Cuando pasamos por el pequeño remolque azul donde viví la mayor parte de mi vida, apenas lo veo. Pero me pregunto, sólo por un momento, quién vive allí ahora y si alguna vez se las arreglaron para deshacerse de la infestación de cucarachas incesante que mi madre nunca pudo. —Por aquí —digo en voz baja, señalando lo que espero que siga siendo el hogar de la

Pero al ver el brillante Bronco rojo estacionado al frente, estoy empezando a pensar que no es así. Después de nueve años no me esperaba que lo fuera. Voy a salir, pero Victor me detiene. —Toma esto —dice, metiendo la mano en el bolsillo interior de su chaqueta. Él saca una pila gruesa envuelta de billetes de cien dólares y me los entrega. Lo miro y luego al dinero, dudosa sólo porque es muy inesperado. —Sé que es dinero sucio —dice, acercándomelo aún más—, pero quiero que lo tomes y hagas lo que necesites hacer con eso. Asiento agradecidamente y tomo el fajo de billetes en mis dedos. —Gracias. Empiezo a alejarme pero me detengo y digo—: ¿Qué pasa con Javier? Si él está dispuesto a pagar tanto para que me asesinen, enviará a alguien más para encontrarme si no lo haces.

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Sra. Gregory dos remolques abajo.

—Estará muerto antes que eso suceda. —¿Vas a matarlo? —le pregunto, pero luego agrego—: quiero decir no por mí, por supuesto, ¿pero para ese otro hombre? —Quiero que diga que, sí, es por mí, pero sé que esa es no la razón. —Estarás a salvo para vivir tu vida ahora —dice con sencillez. Compartimos un momento tranquilo y salgo del automóvil, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. Y entonces veo a Victor alejarse, sus luces de freno penetrando en la oscuridad parcial al final de la carretera. Y luego se fue. Sólo así.

Dudo que alguna vez sea capaz de asimilar los últimos nueve años de mi vida y más aún, el último par de días. Mientras estoy aquí de pie en el final de un camino de un lugar familiar aún tan extraño para mí, me doy cuenta que no puedo sentirme. Por lo menos la persona que solía ser, o la persona que se suponía que era pero oportunidad me fue arrebatada por Javier. Por mi madre. He vivido una vida de reclusión y esclavitud, una prisionera de un traficante mexicano que aunque me trató con una extraña especie de bondad, abusó de mí en otras formas. Me he acostado con un hombre al que no amaba y con el que no quería dormir la mayor parte de mi juventud. Y Javier es el único hombre con quien he estado sexualmente. He visto violación y secuestro y abuso en todas las formas posibles. Y he visto muerte. Mucha muerte. Mi única amiga murió en mis brazos hace apenas unas horas. Vi la vida abandonar su cuerpo mientras me miraba. Después de todo esto, mientras examino esos recuerdos de forma casual como si escaneara una mano de cartas, siento como si nada de eso está afectándome de la forma en que debe ser, la forma en que lo haría una chica normal. Y sé la razón. Odio admitirlo a mí misma: con los años me acostumbré a ello. Así es cómo era mi vida. Mi mente se conformó y se adaptó de la mejor manera que sabía hacerlo.

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¿Qué acababa de pasar?

Pero ahora aquí estoy de regreso a casa en Tucson, libre de hacer lo que quiero. Podía caminar unas pocas cuadras a la pequeña tienda que solía ir todos los días después de la escuela y comprar un refresco y una bolsa de Doritos. Si quisiera, podría ir a mi antigua escuela primaria en la misma calle y mecerme en los columpios o recostarme en el campo que rodea el edificio y sólo mirar hacia las estrellas hasta que me duerma. Podría robar esa bicicleta en el patio delantero de la parcela número doce e ir a la casa de mi viejo amigo a veinte millas de distancia. Pero el remolque detrás de mí al final de la agrietada calzada de cemento es igual de bueno. Y está justo allí. Me está tomando más tiempo de lo que pensaba caminar hasta la puerta y averiguar si la

Puedo hacer lo que quiera, pero me parece eternamente difícil elegir por dónde comenzar. O si comenzar del todo. Supongo que ahora sé lo que se siente cuando una persona ha pasado la mitad de su vida en la cárcel y es liberada de regreso al mundo. No saben qué hacer con ellos mismos, porque no saben cómo encajar en la sociedad. Constantemente miran por encima de sus hombros. No pueden dormir pasadas las cinco de la mañana o creer que pueden elegir qué comer y cuándo comer. Violencia y oscuridad y confinamiento es una parte tan importante de ellos que la mitad nunca aprende otra manera. No quiero ser así. Pero ahora mismo, mientras estoy aquí mirando hacia la centellante luz en el porche delantero y dejándole traer puntos en frente de mis ojos, siento que así estaré para siempre aún si quiero o no. Una sombra se mueve a través de la ventana del frente. Meto la pila de dinero en la parte trasera de mis shorts, bajo mi camiseta por encima de ellos y luego tomo una respiración profunda. Subo los escalones de madera y llamo suavemente a la puerta.

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única persona que sabía que podía ayudarme ahora sigue viviendo allí.

—¿Quién es? —pregunta la voz de un hombre desde el otro lado. Ahora estoy bastante segura de que ella hace mucho se fue de este lugar. —Es... Sarai. Solía vivir en la parcela quince. La cadena en la puerta se arrastra y luego la puerta se abre. Un hombre bajo y regordete se asoma hacia mí. —¿Cómo puedo ayudarte? Está sin camisa y su vientre redondo cuelga sobre el elástico de sus shorts hasta la

—¿La Sra. Gregory ya no vive aquí? —Se siente incómodo preguntar porque ya sé que no lo hace. El hombre sacude su cabeza. —Lo siento, pero he vivido aquí desde hace dos años —dice—. Y nunca conocí a una Sra. Gregory. —Está bien, gracias. Le doy la espalda y desciendo las escaleras. —¿Estás bien? —grita el hombre. Miro hacia él momentáneamente—. Sí, estoy bien. Gracias por preguntar. Él asiente y cierra la puerta mientras me voy, el sonido de la cadena deslizándose en su lugar es breve. Mis pies descalzos se mueven sin dolor sobre la arena y en el camino lleno de rocas del parque de remolques. Las luces de la calle montadas en lo alto de los postes de luz empiezan a disminuirse y a bañarme en oscuridad mientas llego al final del camino y

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rodilla. El olor de palomitas de maíz se filtra por la puerta y más allá de mí.

dejo la propiedad. Un automóvil pasa frente a mí y estoy instantáneamente en el borde, pensando que podría ser Javier viniendo a matarme. Pero sigue de largo y me deja sólo con un irregular latido del corazón y pensamientos paranoicos. Al menos sé que Izel está muerto. La imagino en su último momento acostada boca abajo en la arena con el arma en su mano. No me estremecí ni retrocedí cuando vi la bala de Victor pasar a través de su cráneo y la parte superior de su cuerpo golpear el suelo boca abajo como un niño pequeño durmiéndose en su torta de cumpleaños. No, sólo sentí la satisfacción de venganza. Me alegré de verla morir. Porque ella se lo merecía. Sólo deseo haber sido yo quien la matara por lo que hizo a Lydia.

la señal de alto adelante donde recuerdo que si voy a la izquierda me llevaría a la escuela primaria. Decido en este momento que es donde iré porque no tengo otro lugar adonde ir. Y después de muchos largos minutos de caminata llegué, contenta de que nada en el parque de juegos haya cambiado, por lo menos. El mismo viejo balancín oxidado que recuerdo estaba cerca de los columpios con un asiento en alto en el aire. Tres jinetes de primavera: un delfín, un león y una morsa, están alineados uno junto al otro dentro de un mar encajonado de piedras. Me abro paso a través de la hierba seca y me siento en el mismo columpio al que siempre iba a la hora del recreo. Y afortunadamente se siente lo mismo, también. La manera en que enrosco mis dedos en las cadenas justo por encima de mi cabeza, cómo el asiento de plástico confortable encaja a la perfección en contra de mis muslos. Pero soy mucho más alta de lo que era en ese entonces, así que mis piernas están dobladas torpemente debajo de mí. Empujo mis pies en las piedras frías y observo una pequeña luz blanca de un avión moverse en el cielo lejano, sin hacer ruido. Y el único rostro que veo en mis pensamientos es el de Victor. Él me ayudó, después de todo, incluso cuando había aceptado que nunca lo haría. Pienso en la conversación que tuvo con Niklas en la camioneta y sólo crea para mí más preguntas sobre Victor. Me pregunto por qué disparó primero. Me pregunto por qué no siguió el plan original de entregarme, cambiarme por Lydia y, aparentemente, Cordelia, que no tenía ni idea

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Paseando por delante de una línea de aproximadamente una docena de buzones, veo

de que formara parte de esto en absoluto. Tal vez él sabía que Izel me habría matado de todos modos, y después trataría de matar a Victor y tomar de regreso a Lydia y Cordelia. Es muy plausible que Javier le ordenara Izel continuar, hacer el intercambio y luego cuando tuviera la oportunidad, empezar a dispararnos. No lo sé; hay muchas maneras en las que todo podría haber tomado su curso. Y hay muchas razones por las cuales Victor podría haber hecho lo que hizo. Todo lo que estoy segura es que estoy viva gracias a Victor. Estoy en casa en Tucson, gracias a Victor. Estoy libre de una vida que no elegí, gracias a Victor.

Hurgo y tomo el dinero de la parte de atrás de mis shorts. Paso los dedos rápidamente en los bordes, dejando que cada billete caiga rápidamente en el siguiente, expulsando una pequeña ráfaga de aire en mi rostro. Tiene que haber por lo menos cinco mil dólares aquí. Empiezo a contar los extremos de cada billete, pero me detengo a un cuarto de camino y simplemente acepto que hay un montón. Lo suficiente como para alquilarme una habitación para la noche así puedo conseguir una ducha y descansar un poco. Acuerdo hacer precisamente eso, aliviada que he llegado con una sólida primera parte de un plan muy largo. Pero luego me doy cuenta de que ni siquiera tengo una licencia de conducir. No tengo una sola pizca de identificación para demostrar que yo soy yo, o cualquier otra persona. Tendré suerte en encontrar un hotel para alquilarme una habitación sin identificación, sin importar la cantidad de dinero con la cual tratara de sobornarlos. Y tengo que gastar este dinero sabiamente, hacer lo que tengo que hacer para estirarlo. Porque es todo lo que tengo. En el fondo de mi mente sé que simplemente podría ir a la policía, decirles mi historia y ellos me ayudarían. Pero me siento tan abrumada por las cosas más simples que con trabajo, lo sé, podría remediarse que me siento totalmente derrotado por todo. Suspiro miserablemente, dejando caer mi cabeza en el medio de mis hombros encorvados y presiono mis pies en las piedras un poco más, moviéndolos en patrones circulares.

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Asesino a sangre fría a sueldo o no, él me salvó la vida.

Y entonces, por primera vez en lo que se siente como una eternidad, lloró con lágrimas de autocompasión. No de ira, angustia, frustración. Lloro por mí misma. Los sollozos ruedan a través de mi cuerpo. Dejo caer el dinero en el suelo al lado de mis pies descalzos y agarro las cadenas a mis lados y dejo salir todo. Cuando termino unos minutos después, levanto la cabeza y limpio las lágrimas de mi cara. Un par de faros viran en la calle en el lado opuesto del edificio de la escuela y observo el auto hasta que se detiene en la carretera, a unos cincuenta metros de mí.

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Es Victor.

Capítulo 16 No me levanto de inmediato. Sólo miro sobre la hierba hacia el auto, sabiendo lo que quiero hacer pero teniendo dificultades en averiguar si eso es lo que debería hacer. Pero entonces finalmente me pongo de pie, cediendo a ese deseo y recojo el dinero del suelo y me dirijo al auto. La ventana se desliza hacia abajo segundos antes de que llegue ahí. —¿Quién era la Sra. Gregory? —pregunta Victor con ambas manos descansando casualmente en el volante. Abro la puerta y entro; no hay necesidad de que ninguno de nosotros pregunte o explique por qué él está aquí. Ya ambos lo sabemos. En su mayor parte. Cierro la puerta. —Ella fue más como una madre para mí que mi verdadera madre. Una suave brisa pasa a través de la ventana abierta y roza mi cabello.

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Sarai

Victor permanece en silencio mirándome, dejándome revivir los momentos. Mantengo mis ojos apuntados hacia adelante, mirando hacia la oscuridad a través del impecable parabrisas. —Pasaba la mayor parte de mi tiempo con ella —continué, viendo sólo el rostro de la Sra. Gregory en mi mente ahora—. Me daba de comer la cena en las noches y veíamos CSI juntas. Le encantaba hornear su propio Chex Mix aliñado. —Le echo un vistazo, riendo suavemente—. Era una anciana ruin. No conmigo, por supuesto, pero varias veces le dijo a mi mamá que se fuera. Y una vez, uno de los novios de mi mamá se acercó a casa de la Sra. Gregory buscándome... —Le echo un vistazo otra vez durmiendo con mi mamá podía decirme qué hacer. De todos modos, él golpeó con fuerza a la puerta de la Sra. Gregory, gritando mi nombre. Fue muy divertido. —Me río de nuevo, apoyando mi cabeza en el reposacabezas—. Ella fue a la puerta con una escopeta en la mano. No estaba cargada, pero no tenía que estarlo. Ese sujeto lucía como si alguien acabara de patearle las pelotas. Él nunca pasó por allí buscándome de nuevo. Siento la sonrisa desvanecerse de mis labios cuando otros recuerdos aparecen. —Una vez se puso muy enferma —digo fríamente—. Necesitaba tener algún tipo de cirugía arterial, no sé, pero recuerdo haber estado muy asustada de que fuese a morir. Pero ella lo superó. —Mi cabeza cae hacia un lado, aún apoyada en el reposacabezas, y miro directamente a los ojos de Victor—. Pero en mayor parte lo que siempre recordaré de ella fue que me enseñó a tocar el piano. Durante cinco años, desde que tenía ocho años de edad cuando la conocí, hasta que empecé a pasar más tiempo con mi mejor amiga, la Sra. Gregory me enseñó por lo que parecieron casi todos los días. Me dirigía hacia allá después de la escuela, a veces olvidándome de mi tarea, y tocaba hasta que me dolían los dedos. —Miro hacia abajo al tablero de instrumentos, arrepentida—. Ojalá nunca hubiera conocido a Bailey. Todavía me siento mal al día de hoy por sustituir a la Sra. Gregory con mi amiga.

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bruscamente y digo—: era uno de los imbéciles que pensaban que porque estaba

No puedo hablar más de esto. Me lo saco de encima e inhalo profundamente, levantando la cabeza del asiento. Y luego paso el dinero hacia él, instándolo a tomarlo. —Quédatelo —dice Victor, poniendo el auto en marcha—. Lo necesitarás más adelante. Lo meto entre mi asiento y la consola. —Sabes, estás en peligro de convertirte en un miembro de confianza de la sociedad — bromeo.

—Tal vez —dice, saliendo a la autopista—. Sólo que se sepa que si ese es el caso, tendré que atarte de nuevo. —Él me mira y aunque sus labios no están sonriendo, veo que sus ojos lo hacen. Me giro hacia la ventana a mi lado porque, a diferencia de Victor, no tengo absolutamente ningún control sobre la sonrisa en mi rostro y no puedo arriesgarme a dejar que él la vea.

Nos detenemos en un hotel a las afueras de Tucson, y en lugar de huir esta vez lo ayudo a llevar sus bolsos habituales a nuestra habitación en el tercer piso. Nuestra habitación. Dos palabras juntas que hace días atrás nunca me habría imaginado usando tan casualmente. Yo había pedido tener la mía propia, pero insistió en que permaneciera cerca mientras estuviera con él. No tengo que preguntar por qué. Estando prófuga con alguien como él, me imagino que es mejor de esa manera, pero siento que hay algo más que él no me está diciendo. Estoy distraída por esos pensamientos cuando veo la sangre en el faldón de la camisa de vestir de Victor mientras se la saca de la parte superior de sus pantalones.

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Veo sus ojos moverse hacia mí brevemente sin mover la cabeza.

—¿Estás sangrando? —Me acerco a él, tratando de conseguir una mejor visión de ese lado de su cuerpo. —Sí, pero estaré bien. —Pero por qué... ¿te dispararon? Se desabrocha la camisa por completo, exponiendo los bien definidos músculos de su pecho y los abdominales debajo, pero todo lo que noto es más sangre. Ahora entiendo por qué él tenía tanta prisa por llegar a la habitación, por qué parecía

—Baja a la recepción y pide una botella de agua oxigenada, gasa y alcohol. Deberían tener un botiquín de primeros auxilios. Sigo mirando desde sus ojos hacia la sangre, tratando de ver la herida real. Se termina de quitar la camisa y la deja caer en el suelo. Finalmente, tomo nota de su físico. —¿Sarai? Levanto la vista hacia él. —OK, ya vuelvo. Salgo a prisa por la puerta, no corriendo sino caminando a paso rápido, para no llamar demasiado la atención. Dios, me siento como una fugitiva. Le toma varios minutos a la recepcionista encontrar todo lo que pedí después de tener que dejar el vestíbulo y mirar en la sala de limpieza. Porque ella sólo tenía un pequeño kit de primeros auxilios con algunas curitas y una pomada antibiótica, cercano detrás del escritorio.

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inusualmente inquieto desde antes de que nos separáramos de Niklas y Cordelia.

—Lo siento, no pude encontrar ninguna de agua oxigenada, pero aquí está una botella completa de alcohol. —La chica me entrega la botella y una caja sin abrir de gasa enrollada por encima del mostrador—. ¿Qué pasó? ¿Está todo bien? Le doy las gracias y tomo las cosas en el mostrador. —Sí, todo está bien. Mi uh, novio, se cortó la mano con su navaja. —Niego con la cabeza y pongo los ojos en blanco dramáticamente—. Estaba tratando de abrir uno de esos paquetes de plástico a prueba de humanos. Le dije que iba a venir aquí y pedir unas tijeras, pero él insistió en que “lo tenía”. —Pongo los ojos en blanco nuevamente

La chica se ríe ligeramente. —Suena como mi novio. Me río con ella, le doy las gracias de nuevo y me dirijo hacia el ascensor sintiendo como que no puedo alejarme de ella lo suficientemente rápido. Victor tiene los pantalones abajo sobre un lado de su cadera en el momento en que vuelvo. Está de pie delante del espejo, girando la cintura torpemente para poder conseguir una mejor visión de la herida, la cual veo claramente ahora. Hay un pequeño agujero en la carne más gruesa justo detrás de la parte superior de su cadera. Ya no parece estar sangrando mucho, aunque hay un montón de sangre en su camisa, prueba que ya ha sangrado su justa parte. Me acerco y pongo los suministros en el gran televisor ubicado delante del espejo. —¿La bala todavía está ahí? —pregunto, mirando la herida con más atención. —Sí —dice él alcanzando el alcohol para fricciones—: pero no está profunda. Sacando la tapa con un giro, vierte un poco sobre la herida. Hace una mueca y cierra los ojos momentáneamente hasta que el ardiente dolor se alivia.

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para un poco de efecto añadido.

—¿La dejaste allí todo este tiempo? —pregunto, sin encontrar ninguna potencial razón aceptable—. ¿Por qué no hiciste esto antes? ¿O ir a un hospital? Se me ocurre ahora que ni siquiera se ocupó de esa herida después de que me dejó, que esperó hasta después de... —¿Victor? —pregunto al darme cuenta. Él se acerca a su bolso de lona en la mesa junto a la ventana y mete la mano. —¿Sí? —Apenas me mira, más ocupado con el cuchillo que acaba de sacar del bolso.

probablemente estoy bastante equivocada y no quiero parecer tonta creyendo algo tan absurdo. —No importa —digo—. ¿Necesitas ayuda? Contempla la oferta. —No, puedo hacerlo. Lo he hecho antes. Tal vez esa mentira que le dije a la recepcionista tenía algo de verdad en ella, después de todo. Sonrío débilmente pensando en ello y luego me muevo por la habitación hacia él con el alcohol y la gasa en mis manos. —Ni siquiera puedes verla en su totalidad —señalo—. Puedo ayudar. Sólo dime qué hacer. No soy completamente inútil. Una vez más, su rostro luce imperceptiblemente contemplativo y luego, para mi sorpresa, él se quita los pantalones y se pone delante de mí prácticamente desnudo, vistiendo sólo un par de ajustados bóxer cortos negros que se aferran a cada curva masculina y hendidura desde la parte inferior de su cintura a la parte superior de sus muslos. Es natural que me fije un poco en él, sobre todo porque está en tan buena

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En el último segundo decido no decir en voz alta mis suposiciones. Porque

forma física, pero no dejo que eso me distraiga. Esa bala merece toda mi atención y me aseguro de dársela. Él calienta la hoja de su cuchillo con un encendedor durante un tiempo y me lo tiende. Nunca antes he hecho nada como esto y me siento un poco aprensiva sólo de pensarlo, pero trato de no dejar que eso se muestre en mi rostro. Tomo el cuchillo por el mango y espero a que me instruya. —Como he dicho, no está demasiado profunda. Sólo sácala con el extremo de la hoja. Me estremezco con la imagen que sus palabras crean en mi mente.

—No puede ser peor de lo que hizo la bala. Ahora date prisa —dice, estirando el elástico alrededor de su ropa interior más hacia abajo sobre el hueso de su cadera para darme un mejor acceso. Disimuladamente, vislumbro la rígida curva del musculo superior de su hueso pélvico y luego me pongo a trabajar. Vacilante, llevo el cuchillo hasta su piel y levanto la mirada hacia él, con la esperanza de que cambie de idea y lo haga él mismo, después de todo. Porque la verdad es que no creo que pueda hacer esto. —Vamos —me urge—. No vas a hacerme más daño del que ya hace. Me arrodillo para que mis ojos estén al nivel de la herida y siento mi rostro sonrojarse al rojo vivo cuando noto el contorno de su virilidad a través de sus muy ajustados bóxers. Pero aun así, no dejo que sus evidentes buenos genes me distraigan del asunto en cuestión. Cuidadosamente, inserto la punta de la hoja en la herida, mi rostro apretándose y retorciéndose en algo horrible. Nerviosa al principio, me toma demasiado tiempo para empujarlo más adentro y no lo hago hasta que él se cansa de esperar.

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—¿Y si te corto?

—Es como halar una curita de una llaga, Sarai —dice con irritación—. Sólo hazlo y acaba de una vez. Cuanto más tiempo lo prolongues peor se siente. Me muerdo el labio inferior, presiono los dedos de mi mano libre alrededor de la parte posterior de este duro muslo para conseguir un mejor agarre en la zona y luego hundo el cuchillo más profundamente. Siento sus músculos contraerse bajo mi mano, pero estoy demasiado nerviosa para mirar hacia arriba y ver el dolor que sé que está en su rostro. —¿Por qué volviste por mí? —pregunto, en parte para apartar mi mente de lo que

—Nunca me fui —dice, y levanto la vista para ver sus ojos. Él mira hacia otro lado y luego añade—: Pensé que estabas siendo seguida. Tenía planeado quedarme atrás y esperar a que Javier o quienquiera que mandara por ti, se presentara en donde estabas. Desconcertada por su admisión, saco el cuchillo de su carne e inclino mi cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. —¿Estabas utilizándome como cebo? —No sé si ese dolor que repentinamente siento es porque él arriesgó mi vida para atrapar a Javier, o si es porque no se preocupa por mi bienestar tanto como yo había empezado a creer que podría. Victor suspira levemente, aunque todavía irritado, pero parece aún más debido a lo que le dije que el que esté tomándome mi tiempo en halar la maldita curita. —No —dice—. Poco después de salir a la calle principal, vi otro auto pasar. Un Cadillac nuevo de paquete. Negro con una bonita etiqueta de precio. Pensé que no encajaba del todo con el barrio. Me siento tonta incluso antes de que termine de explicarlo. —Así que di la vuelta y estacioné en el camino y lo observé para estar seguro.

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estoy haciendo, el resto de mí realmente queriendo saber.

Recuerdo ese auto ahora, el único que pasó por delante de mí y me puso inmensamente nerviosa. Vuelvo a trabajar en la búsqueda de la bala, tratando de ser extra cuidadosa. —Lo siento —digo. —¿Por qué? Por último, veo la bala en medio de la sangre y la saco con el final de la hoja. —Por acusarte.

—Consigue la gasa —dice casualmente, apuntando a ésta en la mesa. Hago lo que dice, mientras él vierte más alcohol en la herida sangrante, apretando los dientes incluso más que antes. Agarro la gasa de la mesa y la separo de la envoltura, desenrollándola por completo, la cual no es suficiente para envolverla alrededor de su cintura dos veces mucho menos tantas veces como que se necesite para evitar que la sangre drene. —¿No tengo que coserla o algo así? —pregunto. —No en este momento —dice—. No tengo nada con que coserla. Tendrás que llenarla con la gasa. —Pero eso no va a... —Estará bien —me asegura, señalando a la gasa colgando de mi mano. —Supongo que Izel se vengó de ti por esas heridas de carne que le diste —digo mientras me arrodillo a bajar al nivel de la herida.

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La bala cae en el suelo y un chorro de sangre brota de la herida.

—Supongo que lo hizo —dice—. Sólo usa tu dedo para meterla dentro. Pon mucha presión en ella. Sin siquiera pensar en mis manos ensangrentadas, empiezo llenar el agujero con la gasa hasta que no puedo meter más. Pero ahora veo que en realidad no es tan profunda, tal vez un par de centímetros como máximo, y realmente parece peor de lo que es. Después de cortar el exceso de gasa, él vuelve a subirse su ropa interior hasta donde descanse justo debajo de su cadera.

mantente alejada de la ventana. Gracias por tu ayuda. —Claro. Cuando quieras —digo sin emoción. Desearía que fuera un poco más conversador. Voy a tener que remediar eso. Él se desliza en el interior del baño y segundos después oigo el agua corriendo. Me dejo caer en el extremo de mi cama y enciendo la televisión, buscando las noticias locales. Cuando las encuentro, no puedo hacer otra cosa que mirar fijamente a la mujer de cabello negro mientras ella está fuera de la zona en la que “se encontraron diez cuerpos asesinados a tiros esta mañana”, y el resto de lo que dice se desvanece en la parte posterior de mi mente. Duele pensar en Lydia, la horrible forma en que murió. Duele saber que no pude ayudarla como le prometí y que sus abuelos pronto sabrán de su muerte y estarán desconsolados. Lo único bueno que saco de este noticiero es saber que el cuerpo de Lydia fue encontrado, que no fue dejado ahí afuera para pudrirse y convertirse en polvo para nunca ser identificado.

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—Voy a ducharme —dice caminando hacia el baño—. No le abras la puerta a nadie. Y

Capítulo 17 La chica está dormida cuando salgo de la ducha. Apago las luces de la habitación y vuelvo a comprobar la puerta antes de detenerme al lado de su cama. Ella está acurrucada en posición fetal con una almohada aplastada contra su pecho. Está sucia y podría haber usado la ducha, pero estaba agotada por todo lo que ha sucedido. Analizo la forma en que su cabello largo y castaño rojizo, aunque desaliñado, delinea los contornos de su rostro. Parece tranquila acostada allí, inocente. A pesar del agotamiento, después de todo por lo que ha pasado, encuentro interesante que ella pueda dormir en absoluto. Voy a tener que conseguirle nueva ropa y nuevos zapatos pronto. Cuidadosamente, tiro de la colcha sobre su cuerpo y la dejo con su profundo sueño, sentándome en la mesa al otro lado de la habitación. Estoy rompiendo mis propias reglas manteniéndola alrededor de esta manera. Sé que debí haberla dejado en el parque de casas rodantes y debí haber esperado a que Javier viniera por ella… porque seguramente este es uno de los primeros lugares que revisará… haciéndome más fácil el eliminarlo. Pero siento como si le debiera a ella mantenerla con vida. Al menos por ahora. Al menos hasta que Javier Ruiz esté muerto.

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Victor

Ella ha visto mucho, experimentado demasiado. Muestra todos los signos de haber perdido la capacidad de reaccionar ante el miedo y el peligro de forma apropiada. Es insensible al peligro y eso en sí mismo es una sentencia de muerte. Una vez que esto termine, la liberaré por su cuenta de nuevo. Tal vez encontrará su camino, aunque sus posibilidades son escasas. Pero es un riesgo que debo tomar. Ella no puede estar conmigo por más tiempo; la vida que llevo sólo conseguiría que la maten. Hago contacto con Niklas a través de una transmisión de video en mi iPad, poniendo un solo auricular en mi oído para que pueda controlar el volumen de mi voz mientras

—¿Ella todavía está contigo? —pregunta Niklas, incrédulo. No esperaba menos de él. —Voy a deshacerme de ella una vez que elimine a Javier Ruiz —digo—. Por ahora, la necesito cerca. No puedo perseguir a Javier si él se está moviendo de lugar a lugar persiguiéndola a ella. —¿Entonces la estás utilizando como cebo? —Parece aceptar más la perspectiva. Le echo un vistazo a Sarai para asegurarme de que no está despierta. —Sí —respondo regresando la mirada, pero al instante siento como si estuviera engañando a mi hermano y a su vez, a nuestro empleador. Tomar el asunto en mis propias manos y romper el protocolo por el bien de una misión exitosa, es algo por lo que soy conocido. Con el tiempo mis decisiones basadas puramente en el instinto habían sido aceptadas y respetadas por Vonnegut. Porque nunca me había equivocado. Pero romper el protocolo por engañar abiertamente a la Orden es un territorio nuevo para mí. Y aun no entiendo del todo por qué lo estoy haciendo.

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hablo con él.

—Bueno —dice Niklas—. En otras cuestiones. El último paradero conocido de Ruiz fue a las afueras de Nogales. Tenía problemas para cruzar la frontera hacia Arizona, pero finalmente se le concedió el permiso una vez que sus infiltrados plantados en la patrulla fronteriza llegaron para verlo cruzar. Creemos que está en camino a Tucson, si no es que ya está allí. Niklas añade: —¿Cuál es tu próximo movimiento? Vonnegut prácticamente te ha pasado las riendas de la misión por completo a ti. Todo lo que él pide son noticias. Y como seguramente puedes entender, cree que te está tomando demasiado tiempo concluir. Javier debería ahora. —Soy consciente de ello —señalo—. Cuarenta y ocho horas más es todo lo que necesito. Niklas acepta, asintiendo en respuesta. —Llevaré a la chica conmigo a Houston por la mañana —continuó—. Infórmale a la Casa de Seguridad Doce de mi llegada. —¿Por qué la Doce? —Niklas me mira cautelosamente—. Siempre eliges la Casa de Seguridad Nueve. La Doce no es tu… ¿debería decir tipo? —No voy allí para eso —le digo. Él lo cree, pero puedo sentir que no está particularmente de acuerdo con ello. Algo es diferente acerca de mi hermano como mi intermediario y mi hermano e intento averiguar qué. —¿Por qué vas a Houston? —pregunta, pareciendo completamente irritado con mis decisiones—. Podrías esperar que fuera por ti y acabar con esto. ¿Por qué, Victor, estás alargando esto? —La ira y la frustración se elevan en su voz.

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haber sido eliminado ayer y tú deberías estar en un avión rumbo a tu siguiente misión

—Me estoy llevando a la chica allí para mantenerla a salvo —digo y no hay más que suficientes interrogantes en su rostro para demostrar que él está fuera de sí por mi razonamiento. Así que, por el bien de la relación con mi hermano, agrego—: Niklas esto es sólo temporal, te lo aseguro. Debes confiar en mí. —Muy bien —agrega Niklas con desconfianza suprimida—. Voy a avisar a la Casa de Seguridad Doce de tu llegada. Ella te estará esperando. Y entonces la transmisión del video se acaba. Paso mi dedo sobre una serie de teclas táctiles, irrumpiendo en el sistema a través de evidencia de correspondencia y luego bloqueo el sistema. Camino tranquilamente pasando a Sarai y llevo el iPad al baño, limpiando mis huellas digitales de cada centímetro de él, usando lo que queda del alcohol de antes. Y entonces dejo el dispositivo en la parte de atrás del inodoro. Me meto a la cama junto a la ventana y me acuesto de espaldas, mirando hacia el techo en la oscuridad. —A él no le agrado mucho. ¿Verdad? Estoy en silencio, aturdido de que ella se las haya arreglado para fingir estar dormida sin que lo supiera. ¿Estaba fingiendo? ¿O me estoy volviendo demasiado desconcentrado debido a ella? —No, no le agradas —respondo sin mirarla. —¿Pero a ti te agrado? La pregunta me deja perplejo. Se levanta de la cama y mi cabeza cae hacia un lado para verla mientras se acerca. Sin saber qué hacer, incapaz de leerla porque estoy confundido por sus acciones, no

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la base de datos. Elijo una larga serie de comandos, limpiando el dispositivo de toda

hablo. Ella se acuesta a mi lado. Sus rodillas se aproximan y se aprietan juntas, sus manos ocultas entre ellas, y me mira. —Deberías regresar a tu propia cama —digo. —Sólo quiero dormir aquí. No es lo que piensas. Sólo estoy asustada. —No le temes a nada —digo, mirando nuevamente hacia el techo. —Estás equivocado —replica—. Le temo a todo. Al qué pasará mañana y si estaré viva para ver el final del día. Tengo miedo de Javier o de cualquier otra persona atravesando esa puerta y matándome mientras duermo. Tengo miedo de no ser capaz

—Hay una gran diferencia entre el miedo y la incertidumbre, Sarai. No le temes a nada, pero estás insegura de todo. —¿Cómo puedes creer eso? —Parece realmente confundida por mi análisis sobre ella. La miro y respondo: —Porque no fuiste a la policía. Porque no hiciste ningún esfuerzo por ponerte en contacto con alguien que conocías y has tenido docena de posibilidades para hacerlo. Porque volviste a entrar al carro. Conmigo. Un asesino. Porque sabes que te mataría sin pensarlo dos veces y no me arrepentiría, aunque estés acostada a mi lado. Aquí en esta cama. Sola y por voluntad propia. Me estiro y saco la pistola del piso al lado de la cama y antes de que ella sepa lo que está pasando, el cañón está presionado debajo de su barbilla, empujando su cabeza hacia atrás. Presiono mi cuerpo contra el suyo, nuestros hombros tocándose, el peso de mi pistola sostenido por su pecho. Mis ojos la analizan, la pregunta y la sorpresa en ellos, aunque apenas visible. Miro su boca, sus suaves e inocentes labios apretados suavemente. Me inclino y susurro al lado de su boca:

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de vivir una vida normal. Ya ni siquiera sé lo que se siente ser normal.

—Porque no estás temblando, Sarai. —Y lentamente, alejo el arma, nunca apartando mis ojos de los suyos. —Yo no soy Javier —digo—. Te equivocas si crees que puedes manipularme como lo hiciste con él. Parece ofendida, aunque es apenas visible en sus ojos, lo noto. Esta es exactamente la reacción que quería. La que necesitaba, para saber que la acusación es falsa. Sin discutir, aparta la mirada y se da la vuelta hacia el otro lado. No se levanta o se mueve de regreso a su cama.

—No estaba con Javier por voluntad propia —dice, de espaldas a mí—. No tengo ninguna razón para manipularte. Un minuto de silencio pasa; sólo el arrastrar de pies moviéndose por el alfombrado del pasillo fuera de la puerta interrumpiéndolo. —Me alegra que hayas vuelto —dice en voz baja—. Y Victor… debería decirte, he sido una mentirosa durante los últimos nueve años de mi vida. Todo lo que dije, hice y expresé fue una mentira. Me gustaría pensar que lo he dominado por ahora. —Hace una pausa y no tengo que preguntarme qué tan lejos va a ir con esto—. Me he dado cuenta de que cada vez que hablas con ese hombre, Niklas, sobre mí, le estás mintiendo. —Estira la cabeza hacia atrás para verme—. Gracias por ayudarme. Y entonces se da la vuelta de nuevo y no me dice nada por el resto de la noche.

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Y no la obligo a hacerlo.

Sarai Me despierto a la mañana siguiente enredada en las sábanas en medio de la cama de Victor. Me pregunto si él durmió aquí anoche. —Vámonos —dice desde algún lugar detrás de mí—. Tenemos dos horas antes de que nuestro avión salga y necesitas algo de ropa nueva.

traje y su camisa blanca con sangre, esperándome. Le echo un vistazo a la camisa metida dentro de sus pantalones, viendo la mancha de sangre. —No soy la única que necesita ropa nueva. Me acercó a él y me estiro para levantar su camisa, pero él cierra la chaqueta del traje abotonando un solo botón, para ocultar el obvio rojo contra el blanco de la tela. —¿Cómo te sientes? —pregunto, sólo un poco dolida de que me negara la oportunidad de inspeccionar su herida. —Estoy bien. —Pero tienes que cambiar por lo menos la gasa. —Lo sé —dice a la ligera—. Y va a ser atendida cuando lleguemos a Houston. Nos dirigimos a una tienda departamental cercana, donde él se estaciona en la parte de enfrente y sale. Me quedo sentada, sin esperar que él me haga entrar sin zapatos y luciendo de la manera en que lo hago.

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Me doy la vuelta para verlo de pie en la habitación, completamente vestido con su

Antes de que él cierre la puerta, digo: —Probablemente debería decirte qué talla uso. Cierra la puerta sin dejarme terminar y camina hacia mi lado, abriendo mi puerta y esperando por mí. —Eres talla seis —dice, sorprendiéndome—. Ahora sal. No puedes quedarte aquí afuera sola. —Tampoco puedo entrar. —Señalo mis pies descalzos, que ahora son de color negro en la parte inferior por caminar por allí sin zapatos desde ayer—. Estoy descalza. Sin

Pareciendo molesto, Victor toma mi mano y me jala fuera del carro. Apenas protesto. Sólo estamos en la tienda durante quince minutos como mucho antes de que salgamos nuevamente, yo con un nuevo par de pantalones grises de yoga, una camiseta blanca lisa y un par de zapatos para correr. Él también me dejó agarrar un paquete de calcetines blancos de corte bajo y un paquete de seis bragas de algodón blancas. Todo el tiempo sentí como si estuviera olvidando algo, pero no es hasta que estamos de regreso en el interior del carro cuando lo recuerdo: debería haber comprado un sostén. Ha pasado tanto tiempo desde que tuve uno que realmente me olvidé de su importancia. Había esperado llegar a un aeropuerto normal y volar en un avión de pasajeros, pero en lugar de eso nos dirigimos a un sitio en Green Valley y abordamos un jet privado. Sólo tiene sentido cuando lo comprendo, dado que él no puede pasar la revisión de seguridad de cualquier aeropuerto público con una maleta llena de armas, una bolsa de lona con un montón de dinero en efectivo y otra llena de elementos sospechosos.

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camisa, sin zapatos, no hay servicio.

Mientras que abordo del pequeño avión Victor me presenta con mi propia licencia de conducir falsa, la cual se ve tan real que fácilmente podría pasar por algo del Departamento de Tránsito. Me pregunto de dónde la sacó, pero nunca lo cuestiono, suponiendo que temprano en la mañana justo antes de que saliéramos él bajó a la recepción del vestíbulo para recoger un “paquete”. Actualmente soy Izabel Seyfried de veintiocho años de edad, de San Antonio, Texas. Y la fotografía, ni siquiera estoy segura de cómo se las arregló para tomarla, pero sin duda soy yo y es tan reciente que estoy usando la misma camiseta sucia sin mangas que había estado vistiendo desde que escapé del complejo. El fondo natural de la foto Tránsito, por lo que tampoco tengo idea de dónde estaba cuando él tomó la foto. No lo sé, pero tengo una licencia de conducir y eso es suficiente para mí. —El lugar al que vamos —dice Victor—, es seguro, pero la mujer no debería saber tu verdadero nombre. Nadie debería saberlo aquí afuera. Me voy a referir a ti como Izabel y tienes que responder a ese nombre con tanta naturalidad como si fuera el tuyo. —Está bien —accedo—. ¿Quién es esta mujer? —Ella es un enlace… de todo tipo. Aunque es más como un contacto. Confundida, pregunto: —Pero si ella es uno de los tuyos, ¿por qué mentirle? Toma un sorbo de agua y pone el vaso sobre la pequeña mesa que sobresale de la pared del avión debajo de la ventana en forma elíptica. —Es sólo una medida de precaución —dice, apoyando su cabeza contra el respaldo—. Cuando una persona es buscada por muchos ricos, casi cualquiera puede dejarse persuadir.

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ha sido eliminado y reemplazado con el fondo azul opaco del Departamento de

Levanto la espalda del asiento. —Espera un momento, ¿qué estás diciendo? ¿Crees que alguien más sabe que escapé de Javier? —No he recibido ninguna confirmación de eso, pero lo mejor es prepararse con anticipación.

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Como si ya no estuviera lo suficientemente nerviosa…

Capítulo 18 143

Sarai

Nuestro vuelo aterriza en Houston justo después de las doce y hay un auto azul común —se parece a algo que mi madre solía conducir— esperando por nosotros en el frente. Victor agarra los tres bolsos y los oculta en el interior del maletero. La mujer que conduce estoy asumiendo que es el contacto. Pero luce tan común y corriente, al igual que su auto. Esperaba más sofisticación, como Victor con su traje negro y zapatos caros, pero en realidad ella se parece más a mí. —No te he visto en años —dice la mujer después de que Victor consigue instalarse en el asiento delantero. Me siento en la parte trasera, justo detrás de él. —Sí, ha pasado un tiempo —responde Victor. Cuando la mujer le sonríe, unas profundas líneas se forman alrededor de las comisuras de su boca. Ella tiene el cabello rubio, su edad mostrándose a través de su cabello por encima de todo, a juzgar por la cantidad de gris mezclado en él. Y es mucho mayor que Victor, por lo menos unos diez años. Pero es muy bonita y decente y me siento avergonzada comparándome con ella en mi estado actual.

Nos alejamos del edificio cerca de la pista de aterrizaje privada y nos dirigimos a la autopista. —Me pregunto qué te trajo por estos lares —añade. Entonces brevemente echa un vistazo atrás hacia mí—. ¿Y a quién trajiste? Linda chica. Tengo la sensación de que ella no es... —No, no lo es —interrumpe Victor. ¿No soy qué, exactamente?

¿Español, alemán, francés? ¿Cuántos idiomas habla este hombre? Odio no poder entender lo que están diciendo, pero sé que están hablando de mí. La mujer me echa un vistazo por el espejo un par de veces, con una pequeña sonrisa de complicidad tirando las comisuras de sus labios. Pero incluso en un idioma que no puedo entender, puedo decir que él no está siendo totalmente honesto con ella. O, quizás no puedo. Tal vez es sólo porque en el fondo sé que no tengo nada de qué preocuparme cuando se trata de Victor. Ese hecho me sorprende cada día más. —Es un placer conocerte, Izabel —dice ella. Le sonrío escasamente y decido, dado que no tengo idea de todo lo que Victor acababa de decirle de mí, que lo mejor es no hablar mucho para no contradecir su historia. Muchos minutos más tarde paramos en la entrada de una pequeña casa humilde situada junto a otras casas similares. Dos muchachos pasan a toda velocidad por la calle en sus bicicletas cuando salimos. Justo al otro lado de la calle un hombre lava su auto en el camino de entrada. La mujer con la que estamos levanta la mano y lo saluda y él la saluda también. Es un vecindario muy típico, de esos en los que vivían todos

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Luego comienza a hablar con ella en francés.

mis amigos de la escuela cuando yo era niña y era más respetado por las chicas populares que un camping para casas rodantes. La mujer abre el maletero con un botón en el interior del auto y me uno a Victor en la parte de atrás mientras él agarra sus bolsos. Pero no tengo la oportunidad de preguntarle en privado sobre lo que podría haberle dicho cuando ella se nos une segundos más tarde. —Tendrán que disculpar el desorden —dice ella, toqueteando sus llaves; un bolso cuelga del otro hombro—. La limpié, pero si tuviera un par de días más para prepararlo habría contratado a una agencia de limpieza. —Nos hace señas para que la tiempo estemos aquí. Escucho el ladrido de un perro pequeño amortiguado por una ventana lateral mientras nos acercamos a la puerta debajo del estacionamiento techado. La persiana se mueve erráticamente detrás de la cortina. Hay otro auto estacionado en la entrada, bajo la cubierta del estacionamiento techado, pero es viejo y parece que ha estado parado así durante varios años. Cuando ella abre la puerta, el olor a comida, comida deliciosa, instantáneamente hace que mi estómago suene y duela. —El almuerzo está listo —dice la mujer conduciéndonos a la cocina. Ella pone su bolso sobre la encimera; ya su Pomerania ladradora está haciendo sus rondas, decidiendo la pierna de quien olfatear más tiempo, la mía o la de Victor. —Tomen asiento —dice señalando hacia la mesa de la cocina. Sin tener que decírmelo dos veces, me siento en la silla más cercana, donde un plato vacío me espera. Victor toma la silla junto a mí.

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sigamos—. Vamos a entrar. Mi pobre Pepper va a romperme las persianas cuanto más

La mujer se pasea con un tazón de cerámica lleno de puré de patatas en una mano y un plato lleno de pollo frito en la otra y los coloca frente a nosotros. Los siguen un tazón más pequeño de maíz y una cesta de panecillos. Sin sentir correcto el ser la primera, espero a ver si Victor alcanzará algo antes que yo. —¿Qué les gustaría beber? —pregunta la mujer—. Tengo refresco, té, leche, limonada. —Agua está bien —dice Victor y luego me mira, casualmente asiente con la cabeza hacia la comida, dándome permiso para empezar a llenar mi plato—. Del grifo — añade en el último segundo.

—Voy a querer agua, también —le digo, mirándola mientras dejo caer una pata de pollo en mi plato—. Gracias. Ella sonríe dulcemente y camina alrededor de la barra hacia el refrigerador y comienza la preparación de las bebidas, regañando al perrito verbalmente para sacarlo pavoneándose de la cocina y lejos de nosotros. En el momento en que ella regresa con nuestros vasos, Victor y yo ya hemos puesto toda la comida que queremos en nuestros platos. Ella coloca nuestras bebidas en frente de nosotros. Le doy las gracias de nuevo y sintiéndome mejor acerca de “ir primero” ahora, recojo mi cuchara y empiezo a comer, pero Victor me detiene, colocando dos dedos en mi muñeca y bajando mi mano de nuevo sobre la mesa. Mi cara se ruboriza y bajo los ojos, esperando que la mujer no piense que tengo los peores modales en la mesa. Me imagino que ella debe ser del tipo religioso, que tenemos que mantener las manos alrededor de la mesa con torpeza mientras ella habla con Jesús y le dice lo agradecidos que estamos por esta comida y por la compañía y todas esas cosas. —Oh Victor —dice en broma—, no puedes hablar en serio.

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Alcanzo el pollo primero y recojo una pieza con unas tenazas.

Él no dice nada. Lo miro a mi derecha, frunciendo las cejas. Tal vez él es el que siente la necesidad de orar. Seguramente no.... La mujer suspira y pone los ojos un poco en blanco mientras ella se acerca y desliza el plato lejos de mí. Estoy completamente confundida ahora. Doblo mis manos en mi regazo por debajo de

Me volteo hacia Victor, momentáneamente perdida en las misteriosas profundidades de sus ojos bajo la luz brillante de la lámpara centrada encima de la mesa. Trago saliva con nerviosismo y vuelvo a la realidad cuando oigo la voz de la mujer. —Él no confía en nadie —me dice mientras toma una cucharada de patatas de mi plato en su boca. Señala con la cuchara hacia mí y continúa con la boca llena—. Nunca lo ha hecho. Pero es de esperar. —Ella traga—. Y completamente comprensible, estando en su línea de trabajo y todo eso. Sus ojos se desvían a Victor y de repente cambia el tema como si él le dio alguna mirada de advertencia que me perdí por el momento que me volví la cabeza para verlo, también. —De todos modos —continua ella, ahora toma un bocado de mi pollo—, ustedes dos pueden quedarse aquí todo el tiempo que necesiten. La habitación está al final del pasillo. —Ella toma un bocado de mi maíz y, finalmente, pasando la comida con su té. Luego desliza el plato de nuevo hacia mí. Lo tomo vacilante, tocando el borde del plato y sintiéndome incómoda acerca de comer cualquier cosa donde ella por dos veces hundió la cuchara. Victor desliza su plato hacia ella y hace lo mismo con su comida.

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la mesa, porque no estoy segura de qué más hacer con ellas.

Me preocupa que en la casa de uno de sus contactos él sienta la necesidad de tenerla probando la comida primero para demostrarle que no va a envenenarlo. Me pregunto brevemente sobre nuestra agua, pero debe ser por eso que la solicitó del grifo. Había estado observando cada movimiento que la mujer hacía todo el tiempo mientras yo estaba metafóricamente babeando sobre mi primera comida hecha en casa desde que me quedaba en la casa de la señora Gregory. Victor me asiente, dejándome saber que está bien comer ahora. Y no doy otro pensamiento al intercambio de gérmenes y voy directo a ello. La mujer, cuyo nombre me entero que es “Samantha”, hace la mayor parte de la en cuando Victor agregará algunos comentarios aquí y allá, pero me parece que su buena disposición a la conversación es aún más carente de lo que era conmigo o Niklas. Pero a ella no parece importarle. De hecho, es más tolerante de lo que yo sería. Si ellos dos fueran a una cita en este momento, sería obvio para todo el mundo en el restaurante que él no está en absoluto interesado en ella y ella es completamente ajena a este hecho. Pero esto no es una cita y me da la sensación de que soy la única en esta sala que es ajena a lo que está pasando. Mi teoría se confirma cuando, después del almuerzo las cosas entre los dos comienzan a... cambiar. —¿Van ustedes dos a compartir una cama? —pregunta desde la puerta de la habitación de invitados. Sólo hay una cama aquí. Es una pregunta que me he estado haciendo desde que entré. —Sino —ella sigue, mirando a Victor de una manera, que tal vez no esperaba que me diera cuenta—, entonces puedo hacer una cama para uno de ustedes en el sofá. —Eso no será necesario —responde Victor, y no sé por qué, pero mi corazón salta dentro de mi pecho—. No voy a dormir.

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conversación durante los próximos treinta minutos, mientras que comemos. De vez

Entonces mi corazón vuelve a la normalidad. Aburrido, un aleteo normal. Samantha se ve satisfecha. Y por alguna razón, estoy al instante... celosa. Tratando de familiarizarme con esta estúpida emoción, absurda que se infiltró en mi cabeza, me obligo a quitármela de encima. Empiezo a mirar objetos al azar dentro de la sala: la colcha color crema, que cubre la cama de tamaño matrimonial, la cómoda a juego y una cómoda colocada contra la pared opuesta, la cajonera de roble situada a los pies de la cama con un caballo tallado en la ladera, la ventana con cortinas blancas de la barra de la cortina. —Muy bien, entonces —dice ella de pie en la puerta con las manos mecidas delante de ella—. Están en su casa. Y Victor... —ella echa un vistazo por debajo de su cintura—, cuando estés listo para arreglar eso, ya sabes dónde encontrarme. —Voy a estar allí pronto —dice Victor y luego sonríe cortésmente a los dos y camina por el pasillo, dejándonos solos en la habitación. —¿Por qué estamos aquí exactamente? Victor abre su maleta de armas en la cama y saca dos elegantes pistolas negras. Pone una debajo del colchón y la otra en una pequeña mesa en la esquina de la habitación. Luego abre el armario, saca un traje nuevo, después deja caer de nuevo otros varios colgados en las perchas. Pantalones primero, luego una camisa de botones de manga larga, por último, una chaqueta a juego. —Te vas a quedar aquí —dice—, hasta que mate a Javier. Voy a ir de nuevo a Tucson tarde esta noche, o donde sea que me digan que Javier fue visto por última vez y luego lo voy a encontrar y lo mataré.

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igualmente claras con algún collar de cuentas que de algún tipo cuelga de un extremo

—¿Pero por qué Houston? —le pregunto, sentada en el borde de la cama—. ¿No había una “casa segura”... en Arizona o un lugar más cerca? Sabes, tal vez deberías utilizarme como cebo, después de todo. Podría ayudarte. Quiero decir, lo más probable es que todo el que me está buscando, que uno de los primeros lugares que van a comprobar es donde yo vivía, alrededor de la gente que conocía. —Hago una pausa, pensando para mis adentros lo contenta que estoy ahora que la señora Gregory ya no viva donde solía. —Tienes razón —dice—. Y es por eso que lo más probable es que voy a volver de regreso a Tucson. He visto donde una vez vivías, donde, la mujer con la que pasaste la ayudado, al mostrarme precisamente donde podría encontrarse Javier. No hay necesidad de arriesgar tu vida manteniéndote allí. —Así que sí tenías otra agenda al llevarme a casa —le digo, sintiéndome muy pequeña en estos momentos—. Sólo querías ver la ubicación. Victor niega con la cabeza y cierra el cajón superior de la cómoda. Se vuelve hacia mí y algo desconocido es evidente en sus ojos azul-verdosos. Un largo suspiro emite por la nariz. —Te llevé a casa porque es lo que querías —dice y se va a la puerta con todas sus ropas envueltas cuidadosamente en un brazo. —¿A pesar de que sabías que irían allí a buscarme? Se detiene en la puerta, de espaldas a mí, con los dedos colocados en el picaporte, listo para abrirlo. Su cabeza se inclina hacia atrás un poco y sus hombros se caen. Al instante, me siento como si le he ofendido. —Voy a usar la ducha en la habitación de Samantha —dice y ordena—. Deberías limpiarte, cambiarte en tu ropa nueva.

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mayor parte de tu tiempo, una vez vivió. Al llevarte allí la noche anterior, ya me has

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Y entonces él se marcha, y me deja aquí sola.

Capítulo 19 En lugar de una ducha, me remojo en un largo, baño caliente. Mis músculos duelen horrible y no pasó mucho tiempo después de que me metiera en el agua que empecé a sentir los pequeños rasguños y cortes por todo el cuerpo que no había notado allí antes. Estoy sorprendida de no tener una herida de bala que fuera con ellos. En el momento en que salgo, estoy más limpia de como siento que nunca estaré, ahora que tengo ropa nueva para ponerme y que he llegado a afeitarme. Victor me dijo al volver a la tienda departamental que podía elegir lo que quisiera y que no importaba cuánto costara, sólo que tenía que ser rápida. Elegí la ropa casual más pasada de moda que pude encontrar. Porque no me preocupo por la moda y honestamente no puedo recordar la última vez que algo como eso me importó. Después de vestirme levanto mi pelo mojado en una cola de caballo y luego revuelvo en las cosas que quedan fuera en el lavabo del baño. Desodorante, pasta de dientes y cepillo de dientes, varias botellas de loción y otros tipos de cremas aleatorias se alinean cuidadosamente contra el espejo. Todo es nuevo y no sé cuánto tiempo se ha encontrado todo aquí esperando a que un invitado como yo que venga y los use. Y definitivamente los usaré, empezando por el primer desodorante, un lujo que pocas

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Sarai

veces tuve en el complejo. Javier, en su mayor parte, se aseguró de que tuviera lo necesario y cosas bonitas, pero le dejo las compras a Izel y como ella me despreciaba enormemente, a propósito, se desviaba para comprar lo más barato, las cosas más inútiles que podía encontrar. Cuando se trataba de desodorante, el mejor que recibí fue una extraña marca de roll-on líquido que dejaba manchas rojas, inflamadas debajo de mis axilas. Me cepillo los dientes e incluso utilizo la seda dental por primera vez en años y luego me encuentro de pie sin expresión en frente del espejo. No me veo realmente, pero pienso en Victor y lo que está haciendo en la habitación de Samantha. Imágenes admitirme. Realmente no puedo sentirme atraída por un hombre como él, ¿verdad? Un hombre que ha matado no se sabe cuánta gente. No importa que me sienta segura con él, o que confíe en él; la verdad es que él es lo que es y yo sería estúpida al pensar alguna vez que él no me mataría si lo encontrara de alguna forma, necesario. Pero me siento atraída por él. Sí tengo extrañas, desconocidas sensaciones por él. ¡Y odio eso! Sacudo mi cabeza con enojo hacia mí misma, finalmente notando mi propio reflejo. El área alrededor de la parte exterior de mi ojo derecho se ha amarilleado por una contusión. Mis labios están secos y agrietados. Hay un pequeño corte a lo largo del hueso de la ceja izquierda. Luzco cansada y... agotada. Sólo el sonido de algo que cae al suelo en otra habitación por el pasillo me despierta de mi auto-odio. Abro una rendija de la puerta del baño primero para mirar por el pasillo. Oigo la voz de Samantha, pero no puedo entender lo que está diciendo. Dejando finalmente el baño, camino en silencio a lo largo del pasillo hacia su habitación, de puntillas por la

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explícitas de él follándola brotan en mi mente y eso me molesta más de lo que quiero

alfombra lo más cuidadosamente posible. Su puerta está cerrada, así que presiono mi oreja contra la madera y trato de escuchar, pero en el momento en que la toco, cruje abriéndose un poco y mi corazón cae en mi estómago. Cierro los ojos con fuerza y contengo la respiración hasta que sé que no me he revelado. No debería estar haciendo esto, me digo, pero no puedo evitarlo. Miro dentro de la habitación con poca luz. Una televisión está encendida, pero ha sido realmente bajada o silenciada, el resplandor de ella provee a la habitación con la mayor parte de su luz. Veo la camisa ensangrentada de Victor y el resto de su traje colgando parcialmente sobre el lado de una cesta de ropa, presionada contra la pared

Empujando la puerta del dormitorio un poco más, solo lo suficiente para poder pasar a través de ella, entro en la habitación de Samantha. Y cada paso que doy me hace sentir mucho más grosera y tosca. Pero tengo que saber. Debido a que el pensamiento de él con ella me está torturando en el interior. Tal vez más tarde voy a tratar de averiguar por qué. En este momento, sólo quiero saber. Me abro paso a través de la habitación y hacia la puerta del baño, donde espero afuera de la misma, mi corazón late con fuerza en mi pecho, preocupada de que ellos me vayan a atrapar espiando. Cuando unos segundos pasan y Samantha habla de nuevo, me siento lo suficientemente segura para mirar dentro para tener una mejor visión, sólo con la esperanza de que la oscuridad parcial de la sala ayude a que yo no sea vista.

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cerca del baño principal. Esa puerta está entreabierta, también.

Victor Me quedo de pie con las manos apretadas contra el mostrador, una toalla envuelta alrededor de la parte inferior de mi cuerpo después de haber tomado una ducha. Miro el espejo sobre el lavabo, inclinando la barbilla hacia un lado y luego al otro, sintiendo que probablemente debería afeitarme, pero decido no hacerlo. Samantha se sienta en el asiento del inodoro cerrado con una aguja e hilo de sutura en una mano, dispuesta a suturarme.

el camino. Y no es que no te haya visto antes. Empiezo a quitar la toalla justo cuando ella dice eso, pero luego me doy cuenta de un sonido tan débil, como el sonido de una respiración fuerte, que me sorprende escuchar en absoluto. Echo un vistazo en el espejo y miro detrás de mí en la puerta sin ver nada, pero sabiendo que Sarai está en el otro lado de la misma. —¿Victor? —me presiona Samantha, poniéndose molesta con mi respuesta lenta. —No —contesto finalmente, dándome la vuelta para que el lado dónde está la herida, esté frente a ella. Me agacho y estratégicamente ajusto la toalla sobre la parte posterior de mi cadera para que pueda acceder a la herida, luego ato los lados firmemente en el otro lado para mantenerla en su lugar. —Si insistes —dice Samantha y va derecho al trabajo. Siento la aguja deslizarse una vez y aprieto los dientes por un momento hasta que el dolor se desvanece. —Nunca me dijiste por qué dejaste de venir aquí —dice Samantha. —Fue lo mejor.

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—¿Vas a dejar caer la toalla? —pregunta—. No puedo hacer esto muy bien con eso en

—Mentira. Fue algo que hice, o dije, o tal vez fue algo que no hice. Sólo quiero saber. Sin resentimientos. Sin torpeza. Sólo tienes que responder a la pregunta que ha estado molestándome durante diez años. Me merezco eso. Después del segundo paso de la aguja a través de mi piel, ya no la siento. —Te respetaba —le digo—. No se sentía bien utilizarte más. —Cariño, lo sabes mejor que eso. —Ella me sonríe brevemente—. No me importó; infiernos, me gustó mucho.

Samantha empuja la aguja a través de nuevo, siempre con cuidado. Entonces niega con la cabeza. —Me pregunto cómo te las arreglas para cumplir este trabajo con esa conciencia tuya. Creo que eres el único que tiene una conciencia que puede. —Bueno, no fue nada que hicieras dejaras de hacer —le digo, ignorando su comentario en su totalidad—. Por lo tanto, espero haber respondido la pregunta lo suficiente para satisfacerte. —Deja de ser tan técnico conmigo, Victor. Sabes que lo odio. Ella se levanta del asiento del inodoro y toma el yodo, derramando una pequeña cantidad en un paño. Ella lo frota sobre y alrededor de la herida de bala cosida. —Oí que comenzaste a quedarte en el Refugio Nueve otra vez en Dallas cuando venías a estos lares —continúa y puedo predecir dónde va con el resto—. ¿Es por qué esa es más joven que yo? Quiero decir, está perfectamente bien. Estoy envejeciendo con los años, lo admito. Es exactamente lo que predije que diría.

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—Pero me importó a mí.

Suspiro y me apoyo contra el mostrador, cruzando los brazos. Ella saca un gran cuadrado de gasa de un paquete para preparar el próximo. Miro directamente a sus ojos, con la esperanza de poder decir lo que voy a decir sin que ella se vuelva en mi contra. No voy a dejar a Sarai a solas con ella si piensa que elegí el Refugio Nueve sobre ella, por algo tan absurdo como su edad. Samantha es una asesina. Y una mujer que se siente despreciada quien también es una asesina, es una combinación fatal. —Elegí a la Nueve porque ella era una puta y estaba orgullosa de ello —le digo, disponiendo la verdad de la manera en que debe ser, para hacerla entender—. No Espero que lo entiendas. Ella se ríe a la ligera. —Tú no tienes ningún amigo, Victor. Su mirada me rodea mientras coloca una gasa sobre la herida y presiona dos tiras de cinta de vestir a lo largo de sus bordes. Luego se levanta y me mira con ojos pensativos verdes. Siento lo mismo en sus ojos que siempre me sentí cuando llegué aquí, cuando me acosté con ella. Podría haber sido alguien que podría enamorarse de mí, si lo hubiera dejado ir tan lejos. Ella comenzó a acercarse demasiado y no podía dejar que eso pasara. Siempre había sido amable conmigo. Era diferente de las otras que eran más como yo y sólo están interesadas en el sexo. Porque algo más no sólo es imprudente y peligroso y tonto, sino que es totalmente inaceptable. —¿A quién crees que engañas, Victor? —pregunta con una sonrisa juguetona, pero inofensiva. Tiro de la toalla de regreso sobre mis caderas, insertándola en la cintura. —¿Qué quieres decir? —pregunto, mirándola con curiosidad.

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podía utilizarte como ella me permitió usarla. Porque eras y sigues siendo mi amiga.

Samantha comienza a limpiar el mostrador de las sobras de vendaje y enjuagando la sangre y el yodo en el fregadero con un chorro de agua. —Esa chica en el pasillo —dice ella—. Izabel. Por supuesto, los dos sabemos que no es su verdadero nombre, pero sin tener eso en cuenta, ¿qué demonios estás haciendo con ella? —Deja caer un puñado de pañuelos ensangrentados en la papelera al lado del inodoro. —Te lo dije —le digo—. Sólo estoy usándola hasta eliminar mi objetivo. Después de eso, está por su cuenta.

más ahora mismo es que parece saber más sobre lo que está pasando conmigo de lo que yo sé. Y no me agrada esa idea. Echo un vistazo hacia la puerta del baño a varios metros de distancia, preguntándome si Sarai todavía se esconde allí, escuchando todo entre nosotros. Sé que lo está. Puedo sentirlo. Pero Samantha tiene que parar. Ahora mismo. Porque no puedo llenar la cabeza de Sarai con cosas que podrían causarle confusión. La chica está lo suficientemente confundida como es. —Tengo que vestirme —digo, con la esperanza de disuadirla del el tema. Estiro la mano para tomar mis bóxeres limpios que cuelgan cerca, pero Samantha pasa por delante de mí. Ella se cruza de brazos y la sonrisa que llevaba antes ha sido reemplazada por la determinación. —No puedes hacer esto. Lo sabes. La rodeo y agarro mis bóxeres de todos modos, dejando caer la toalla al suelo y poniéndomelos.

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Nunca pude hacerme el tonto por completo con Samantha, pero lo que me sorprende

—Victor —insiste—, no puedes ser el héroe. No con ella o con cualquier otra persona. Sabes que esto. Lo que haces, lo que sientes sólo hará que te maten. Quito mis pulgares del elástico, dejando que golpee contra mis caderas y callo a Samantha con una mirada. —Estás lejos de la realidad, Sam —le digo, mirándola—. Crees ver algo en mí hacia ella porque es lo que solías creer que viste en mí hacia ti. —Al instante, me arrepiento de mis palabras. Samantha me mira con frialdad, sus dedos presionando agresivamente sus bíceps.

ojos se apartan hacia la ducha. Porque sabe que tengo razón. No debería haber dicho eso, pero no puedo negar la verdad. Finalmente me mira de nuevo, hay dolor y admisión en sus rasgos. —Tienes razón —dice ella—. Siempre he pensado en ti de esa manera. Leí mal las cosas entre nosotros y vi cosas que no estaban allí. Guardo silencio para dejarla terminar, pero parece que lo ha hecho. —Realmente lamenté todo lo que te he hecho —digo, y lo digo en serio con sinceridad. Ella niega con su canosa cabeza rubia. —No, Victor, hiciste todo bien. Viste que estaba desarrollando sentimientos por ti antes de que me diera cuenta yo misma e hiciste lo correcto. Pongo mis manos debajo de sus codos y se relaja un poco. —Espero que.... Descruzando sus brazos, mis manos se apartan.

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—¿Qué estás diciendo? Eso es lo que crees que.... —Ella no puede mirarme más y sus

—Victor —dice ella, colocando ambas manos entre nosotros—, por favor, no te disculpes por no tener los mismos sentimientos por mí que yo sentía por ti. Eso no es algo que se puede controlar, lo sé. Y espero que me creas cuando digo que siempre puedes confiar en mí. Eres la única persona en la Orden en quien confío y puedo llamar realmente... mi amigo. —¿Pensé que dijiste que no tengo amigos? —Sonrío débilmente. Relajando un brazo contra su pecho, ella me da palmaditas en el hombro con la otra. —Está bien, tal vez solo me tienes a mí —dice ella, sonriéndome. Pero entonces escúchame cuando te digo que lo que estás haciendo con esta chica va a causar que te exilien, o te maten, o ambas cosas. Empiezo a abotonarme la camisa. Tenía la esperanza de que ella lo soltara todo, sobre todo si Sarai todavía está escuchando desde la otra habitación, aunque tengo la extraña sensación de que ella no está y eso relaja mi mente un poco. —No estoy haciendo nada con ella más que mantenerla a salvo hasta que todo esto termine —insisto—. Merece una oportunidad de una vida normal después de lo que ha pasado y decidí en algún momento tratar de darle eso. Me pongo mis pantalones negros, metiendo mi camisa. Samantha tira de la corbata de la percha en la pared y la envuelve alrededor de la parte trasera de mi cuello. Suspira. —Bien —dice, rindiéndose—.

Pero dime, y se honesto contigo mismo antes de

contestar... —ella duda, sus dedos se detienen en el nudo. Asiento—. Dado que ha estado contigo, ¿puedes decirte que ella será diferente de como eras tú años después de que fueras tomado por la Orden?

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vuelve a ponerse seria—. Y porque soy tu única amiga, tienes que confiar en mí,

Su pregunta en voz baja me sorprende. No la esperaba en absoluto. —Incluso yo lo veo, Victor, y sólo he pasado una tarde con ella, sé que lo ves, también. Ahora sé a lo que se refiriere, pero todavía estoy muy sorprendido por la revelación. Samantha detecta esto, mi necesidad de escuchar más de lo que ya sé que es verdad de los labios de otra persona en lugar de los míos. Necesidad subconsciente de confirmación. —Sé que no me puedes decir nada acerca de dónde vino, de quién está huyendo o cuánto tiempo estuvo con quienes de los que está huyendo, pero a juzgar por lo que una mano caer a su lado, la otra brevemente sostiene dos dedos. —Uno —cae un dedo—, ya está tan anestesiada a lo que es normal que quizá nunca podrá vivir una vida normal. Sabía que probaba su comida por ella, porque me aseguraba de que no estuviera envenenada, pero no se perturbó. Se sentó en la mesa con nosotros, comió ese almuerzo como si fuéramos una familia de tres compartiendo una comida de la tarde en los suburbios. Se apoya en el mostrador, cruzando los brazos sobre su pecho. —Y dos —continúa—, para que sea de esa manera, sé que tuvo que haber sido una prisionera, esclava sexual o no-sé-qué desde hace varios años, no menos de cinco. Y, a su corta edad... ¿qué edad tiene veintitrés, veinticuatro? (Hace un gesto con las manos delante de ella brevemente)... eso significa que tuvo que ser bastante joven cuando fue tomada. Al igual que tú. Y ambos sabemos que mientras más joven, más fácil es moldearlos en quienquiera o lo que quieran que sean. También como tú. Cada palabra que dijo Samantha es verdad y yo lo sé. Lo sé mejor que nadie. Deslizo mi chaleco de encima de mi camisa y corbata y abotono de los cuatro botones. —Ella está en la zona del cincuenta por ciento —le digo—. Puede ir en cualquier dirección con la misma oportunidad. Y es lo suficientemente fuerte. E inteligente. —

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veo en ella ahora te puedo decir dos cosas. —Ella endereza mi nudo terminado y deja

Por último, me pongo mi chaqueta—. Sólo estoy dándole su única oportunidad. Qué dirección decide tomar, será su decisión. Y no voy a estar allí para verlo. Estará por su cuenta para entonces. Samantha ladea la cabeza hacia un lado. Probablemente no me cree, pero finalmente ha agotado sus advertencias. Se acerca a mí, la misma sonrisa dulcemente seductora que siempre llevaba minutos antes de que consiguiera lo que quería de ella en el pasado. Se detiene justo frente a mí y sus dedos danzan a lo largo de la tela de mi chaqueta. Descansa sus manos a

—Un último beso —dice mirándome a los ojos—, por los viejos tiempos. Sólo quiero sentirme joven otra vez, como siempre me sentí cuando me visitabas. Levanto mis manos y acuno su rostro con ellas, besándola en la frente lentamente primero. —Nunca se trató de que fueras mayor que yo, Sam. Hoy sigues siendo tan sexy como eras hace diez años. —Y entonces toco con mis labios los suyos, arrastrando la punta de la lengua suavemente por su labio inferior, y dentro de su boca.

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ambos lados de mi cuello, rozando ligeramente mi piel.

Capítulo 20 я

Estuvieron en el baño durante mucho tiempo. Pero no es asunto mío lo que hicieran. Me fui de la habitación antes de que Samantha empezara a coser a Victor, resuelta a volver a mis sentidos y dejarlo estar. Me siento como si debiera haberme quedado para escuchar las cosas sobre las que hablaron al menos, ya que estoy bastante segura de que una parte era sobre mí y tengo derecho a saber, pero era demasiado entrometido. Y lo admito, no quería verlos juntos. A pesar de sentir algo de celos por Victor, lo cual me doy cuenta de que es natural dado lo extraordinario de la situación a la que he sido tirada con él, sé que él nunca podría estar interesado en alguien como yo, o en nadie en absoluto, realmente. Excepto Samantha y otras como ella, supongo. Independientemente de su diferencia de edad, sé que han sido íntimos antes. La escuché decirlo justo antes de que abandonara la habitación y me gusta pensar que soy lo suficientemente lista como para recomponer el resto de la imagen por mi cuenta, sabiendo lo poco que sé. Cualquiera que fuera su relación pasada siento como si aunque ella es atractiva y obviamente una mujer buena y lista, aquellas probablemente no fueran las cosas que le trajeron aquí. Y no fue solo el sexo,

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Sarai

tampoco. Fue que Samatha siempre supo que el sexo sería todo lo que alguna vez habría. No soy ninguna experta, pero simplemente es lo que creo en mi corazón. Samantha es como él, tal vez no exactamente en los papeles que juegan en su mundo secreto de crimen y peligro y muerte, pero ella sabe que él es demasiado disciplinado y sin emociones para implicarse. Victor probablemente nunca podría confiarse con alguien de “fuera”. Y cuando se trata de compararme a mí con ellos, soy el epítome de fuera.

dejó antes. Está totalmente oscuro fuera aunque ni siquiera son las nueve todavía. Me tumbo sobre mi costado en la cama, un brazo doblado bajo mi cabeza bajo la almohada. Mis pies están fríos, pero no me preocupo por levantarme y ponerme un par de calcetines del paquete que Victor me ha traído, así que junto mis pies por los tobillos y los deslizo bajo la manta. Victor entra a la habitación. Deja la puerta abierta para dejar que la luz del pasillo se filtre dentro en vez de encender la luz. Tengo la sensación de que al principio ha pensado que podría estar dormida. Está vestido de pies a cabeza con una sofisticación refinada, más de lo que alguna vez le he visto y no puedo evitar mirar a través de la habitación a su peligrosa belleza. Su alta forma se mueve a través del camino de luz en la puerta y entonces se queda bañado en las sombras cuando se acerca a la cama donde estoy tumbada. —Te vas, ¿no es así? —Sí —dice y se sienta junto a mí, su espalda recta, sus manos descansando a lo largo de la parte posterior de sus piernas. —¿Vas a volver?

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Miro hacia la ventana cubierta con la cortina del cuarto de invitados donde Victor me

Le toma un momento responder. Mantiene sus ojos clavados en la ventana delante. —Probablemente sería lo mejor si no lo hiciera —dice. Mi corazón se acelera. Trago saliva. —Cuando Javier esté muerto, o bien Samantha te llevará a donde tengas que ir, o enviaré a Niklas por ti. La parte posterior de mi garganta está empezando a arder, la punta de mi nariz, justo entre mis ojos está empezando a picar.

No quiero que se vaya, y mucho menos que nunca vuelva. Quiero quedarme con él, aunque no sé por qué. —¿Pero y si otros lo saben? —le recuerdo, esperando cambiarle de parecer sin que él sepa la verdadera razón—. ¿Qué hay de John Lasen? ¿Qué hay de todos los otros hombres a los que vi? Victor, ellos pueden saberlo y tal vez Javier no será el último que venga buscándome. —Realmente no me importa si lo hacen. Eso no es lo que temo. Temo que Victor salga por esa puerta y nunca más vuelva a verlo. Finalmente, me las arreglo para sentarme, el enfado retorciendo mis rasgos al principio, hasta que me doy cuenta y dejo que se suavicen. Cruzo mis pies al estilo indio en la cama y estiro la mano para coger su muñeca, agarrando la manga de su chaqueta. Mitad esperaba que se retraiga, pero no lo hace. Descansa su mano sobre mis tobillos cruzados y solo ese toque, ese gesto, causa que mi garganta se cierre con emoción. Miro abajo a su mano, mis dedos temblando nerviosamente contra el puño de su camisa. No ha apartado la mano…, sigo pensando. Lágrimas se asoman en mis párpados, pero las aspiro rápidamente.

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Fuerzo las lágrimas hacia atrás.

—Lo siento, Sarai —dice mirándome a los ojos mientras se revuelve entre el conflicto y la indecisión. Tengo la sensación de que no quiere dejarme aquí. Lo siento… lo sé… Lentamente se levanta de la cama. Me siento ahí, congelada en un abismo de auto derrota, ira y miedo. ¡Miedo! ¿Cómo puede acusarme de no temer a nada? Quiero gritarle, decirle lo equivocado que está mientras se pone sus bolsos en el hombro y coge el maletín de las armas en una mano. En su lugar, me limpio unas pocas lágrimas que se las han arreglado para caer por mis

—Victor, estabas equivocado. Vuelve solo la cabeza para mirarme. —Estabas muy equivocado cuando dijiste que no temo a nada. Estabas muy equivocado… Sostiene su mirada en mí durante solo un segundo y luego se da la vuelta y se aleja, cerrando la puerta y dejando que la oscuridad de la habitación me consuma otra vez. Samantha me dejó sola durante la siguiente hora y media. Supongo que quería darme tiempo para mí misma porque cuando finalmente entró a la habitación hace minutos, pude decir que sintió algo por mí mientras estaba tumbada acurrucada en la cama, mirando a esa ventana. Hace que me pregunte de qué hablaron en su cuarto de baño más pronto, hace que me arrepienta de no quedarme más para haberlo averiguado. La odiaría por saber más que yo, si fuera una persona fácil de odiar. Pero me doy cuenta de que me gusta demasiado para eso.

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ojos y le digo a través de la habitación suavemente:

—Ya sabes, Victor hace esto todo el tiempo, Izabel. —Me palmea en la cadera con la palma de su mano. Está sentada en el mismo sitio junto a mí donde se sentó Victor por última vez. —Estará bien. —Sonríe—. Y estoy segura de que sabe que le estás agradecida por ayudarte. —¿Qué puedes decirme sobre él? —pregunto. Ella inhala profunda y concentradamente y sus cejas se levantan con esa expresión llena de preguntas.

imaginar que he jurado que mantendré una cierta cantidad de secretos y si rompo el juramento podría meterme en muchos problemas. Verdad, pero está sonriendo y realmente parece como ansiosa por hablar conmigo, independientemente. Puede que no resulte ser mucho, pero algo es mejor que nada, supongo. Me siento recta, dejando caer mis piernas por el lado de la cama para sentarme como ella. Descanso mis manos en mi regazo. Me sonríe en una mirada corta y estira su mano. —hablemos de ello con una taza de café. Se levanta y pongo mi mano en la suya y acepto. —Juro que está perfectamente libre de veneno —bromea mientras le sigo al salir por la puerta al pasillo. —Te creo. La creo mayormente porque si Victor confiaba en ella lo suficiente para dejarme sola con ella entonces eso es suficiente para mí.

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—Bueno, supongo que ya sabes lo que hace para vivir, así que probablemente puedes

Me siento en la mesa de la cocina mientras ella prepara el café en el mostrado donde está la máquina de café junto un enorme microondas viejo. —Supongo que está bien que te diga que ha sido de la forma en que es casi toda su vida. —Echa unas cucharadas de café en el filtro y cierra la tapa de la cafetera—. Pero realmente solo sé las cosas que él me ha contado. Nada más que eso. —¿Qué tipo de cosas? Echa el agua en la parte posterior de la cafetera mientras permite que las diferentes conversaciones que ha tenido con Victor se materialicen.

va a tocar el atún ni con la lengua de otra persona. Prefiere una buena cerveza antes que un buen vino, pero solo la mejor cerveza, preferiblemente alemana. —Se sienta en la mesa conmigo y descansa un lado de su cabeza sobre una mano, pareciendo pensativa—. Para decirte la verdad, Victor preferiría ir hasta Alemania antes que beber cerveza aquí. —Sacude la mano hacia mí una vez, quitándola de su mejilla—. Es un hombre muy particular. —¿Pero qué hay de su familia? —pregunto—. Me dijo que tenía una hermana y que mató a su padre y algo sobre su madre estando en… Budapest, ¿creo? Samantha niega con la cabeza, sonriendo y tal vez encontrando lo que le he contado un poco divertido. Pero no se regodea de ello. —No, muñeca —dice—. Si eso fue lo que te dijo, probablemente fuera solo para hacer que dejases de hablar. (Bueno, en eso tiene razón, lo sé). Nunca le contaría a nadie nada que tenga que ver con su vida personal, especialmente sobre su familia. Ni siquiera a mí. Ni siquiera sé si tiene familia. Me mantengo tan lejos del tema de ellos dos como puedo.

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—Bueno, sé que ama su café negro. —Sonríe—. Le encanta la cocina tailandesa y no

—Tienes que saberlo, Izabel —me mira con intensidad para que me encuentre con su mirada—, que Victor está arriesgando mucho… no, lo está arriesgando todo al ayudarte. Y aunque se ha ido hoy a la noche y no pretende volver por ti, lo que ya ha hecho en lo que a ti concierne, aunque no tengo ni idea de qué puede ser eso, puede haber sellado ya su destino. Mi estómago se aprieta y tengo esta horrible sensación en el centro de mi garganta. Su mirada se mueve suavemente y siento como si estuviera llorándome a mí, o a mis sentimientos de alguna manera privada.

—¿Pero cómo sabes que eso es lo que está haciendo? —pregunto—. ¿Cómo sabes que me está ayudando y que no soy simplemente parte de su misión? —Porque nunca te habría traído aquí —dice casi con simpatía—. Y no me habría pedido que no se lo diga a nadie, a nuestro jefe, a nadie, que lo ha hecho. Levanto mi mirada de la mesa para mirarla, sorprendida por la información que acaba de darme. Asiente hacia mí para confirmar mis pensamientos aunque no las haya dicho en voz alta. —Sí —dice—. Aparte de Niklas, yo soy la única en la que confía. Tal vez no completamente porque Victor no es capaz de eso, pero confía en mí. Y al esconderte aquí y pedirme que arriesgue mi vida manteniéndote en secreto, así es como lo sé. Está diciendo la verdad. No puedo obligarme a creer otra cosa sin importar lo mucho que lo intente. Y lo intento. Creo que subconscientemente estoy intentando encontrar alguna razón para que no me guste ella o para tener sospechas por mis celos de antes.

Pero no encuentro nada.

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Se reclina en la silla. El café gorgotea y gotea a la taza detrás de ella.

No puedo evitar preguntarme si me tiene rencor por eso, si hay alguna amargura persistente hacia mí porque Victor le pidió que arriesgara su vida por mí. Pero tengo la sensación de que no la hay. Hace que de alguna manera me sienta avergonzada. Se levanta de la mesa y vuelve a la cafetera. Pero luego se detiene a medio camino y se congela al final del mostrador como si estuviera a un centímetro de chocarse con una pared de cristal. Su mano derecha toca el borde del mostrador, sus dedos curvándose en un puño mientras su cabeza se dirige hacia mí. Sus ojos están muy abiertos y alertas y verla así hace que salte en mi

Y entonces escucho algo también, y mi corazón empieza a latir violentamente contra mis costillas, reverberando por mis huesos a mis oídos. Sombras se mueven a través de la ventana de la cocina y en ese momento, Samantha se deja caer al suelo, aunque todavía está sobre sus pies, y se apresura hacia mí, sacándome de la silla. Pasa tan rápido que no consigo caer con tanta gracia como ella. Casi me caigo sobre mi trasero, pero mi pie derecho me mantiene en tierra donde me doy la vuelta precariamente hasta que recupero el equilibrio y luego la sigo por el pasillo. —¿Quién es? —susurro. Agarra mi brazo y me da la vuelta frente a ella. Su perro, Pepper, corre a la puerta trasera, ladrando furiosamente. —¡Mantente abajo y vuelve a tu habitación! —sisea—. ¡De prisa! Arrodillada tan bajo en el suelo como posiblemente puedo sin realmente sentarme, siento como si estuviera corriendo a través de la alfombra hacia la puerta abierta de la habitación. Una vez que estoy dentro, Samantha entra justo detrás de mí y dejándose caer sobre sus rodillas, estira ambos brazos y presiona sus manos contra el enorme baúl de madera que está a los pies de la cama. Mientras está moviendo el baúl, más sombras se mueven por la ventana y escucho voces susurrando fuera.

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propia piel.

Y están hablando español. Me doy la vuelta hacia Samantha, apartando los ojos de la ventana justo a tiempo para verla levantando una pequeña puerta de metal en el suelo que ha estado oculta bajo el baúl. —¡Entra! ¡De prisa! ¡Ahora! En el último segundo, el cual realmente no creo que tenga tiempo de gastar, estiro la mano bajo la cama y cojo el arma que Victor ha dejado ahí, metiéndolo en la parte posterior de mis pantalones. Samantha agita su mano hacia mí para que me dé prisa y prácticamente tirándome al agujero bajo el suelo. La puerta de metal se cierra sobre mí, dejando fuera la única luz que tenía la cual había estado brillando escasamente a través de la única ventana de la habitación de la farola exterior. Y luego escucho que el baúl es devuelto a su sitio sobre la puerta de metal y mi corazón se hunde como una piedra ante el pensamiento de estar atrapada aquí abajo, independientemente de lo que pase ahí arriba. Haz de eso una cosa más que temo, Victor: estar atrapado en un sitio pequeño. Escucho que los pasos de Samantha se mueven a través del suelo arriba y luego el sonido de la puerta de la habitación cerrándose una vez que sale. Todo está en un inquietante silencio: la pesadez de mi corazón, el bombeo de sangre en mis orejas; no puedo escuchar ninguno de los dos aunque sé que ambos deberían ser estridentes en el pequeño espacio cerrado que me oculta. No puedo ver nada, así que estiro mis manos frente a mí y empiezo a sentir mis alrededores. Dolorosamente cuento tres paredes a mi izquierda, derecha y frente a mí, pero estoy aliviada porque detrás de mí no hay una cuarta pared para mantenerme confinada. Es un pasillo estrecho.

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cuando estoy lo suficiente cerca agarra mi brazo y me ayuda el resto del camino

No tengo tiempo para investigarlo más cuando oigo el primer disparo, aunque silenciado como siempre suenan los de Victor, pero sé que esta vez no es Victor. Pepper ya no está ladrando. Escucho una voz. Suena lejos pero hace eco desde alguna parte encima de mí. Ahí es cuando siento una pequeña corriente en el nacimiento de mi cabello y subo mi mano para sentir el techo. Hay una abertura, aunque demasiado pequeña para que me quepa la cabeza mucho menos el resto de mi cuerpo, pero es una abertura y sé que así es como he escuchado el eco de la voz.

pertenece a Javier.

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Hay otro disparo silenciado y esta vez cuando escucho la voz que lo precede, sé que

Capítulo 21 173

Sarai

—Me quedan cuatro balas en esta arma —dice Javier a Samantha en algún lugar de la casa—. Y voy a poner una en ti cada dos minutos que mi dulce Sarai este todavía en la clandestinidad. Mi mano se acerca involuntariamente y se aprieta en mi corazón. —Victor va a volver —dice Samantha en una voz débil y tensa. Me llena de pavor pensar en donde Javier ya le ha disparado. —¡Mientes, puta! Apestas a mentiras. Ahora dime dónde está Sarai. Porque yo sé que ella está aquí. ¿Cómo sabía que estaba aquí? Luego, en español Javier grita: —¡Busquen en la casa! Cada habitación. ¡Pónganla patas arriba y encuéntrenla!

Dos segundos después, el sonido de los muebles volcándose, cristales rotos y pies pisando fuerte por el suelo se hace eco a través de las paredes. —Ella no está aquí —dice Samantha como si empujara las palabras a través de sus dientes—. Victor estaba aquí antes. Con una chica. Una niña de pelo negro que él llamaba Izabel. Pero se la llevo con él cuando se fue. ¡Bang! Suena otro disparo y Samantha grita de dolor, pero luego sus gritos son sordos y sólo puedo imaginar que es por la mano de Javier. O tal vez alguien más en la habitación. cerca del suelo frío fuera, pero mi presión arterial es tan alta por la increíble cantidad de estrés en mis nervios que se siente como si mi cabeza estuviera en llamas. —Sé que está aquí —dice Javier con frialdad—. Sé que ella no se fue con él, porque estaba observando. Ahora tienes seis minutos más. La última bala la voy a poner en tu cerebro. Entonces la voz de Javier se eleva: —¿Has oído eso, Sarai? —dice en voz alta para mí—. En seis minutos más la matarás. Al igual que mataste a Lydia. Todo lo que quiero es llevarte a casa. Yo nunca te haría daño, ya sabes eso. Me tiemblan las piernas. Después de que los ruidos de saqueo finalmente se detienen, hay juegos adicionales de pasos, dos a juzgar por el patrón, y vuelven de nuevo en la habitación con Javier. —Ustedes dos vayan afuera —exige Javier—. Miren por todas partes, busquen por el barrio pero no llamen la atención. ¡Vayan! No puedo dejar a Samantha allí con él a morir.

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Las lágrimas caen por mis mejillas calientes. Hay una frialdad en el aire al estar tan

—¡Te dije que no hay nadie aquí! —grita. El ruido que escucho esta vez sé es la mano de Javier en su rostro y luego su cuerpo al caer al suelo. Las vigas del piso se sacuden encima de mí con la fuerza de la caída. Me vuelvo a mi espalda y empiezo a sentir mi camino por el estrecho pasaje, con la esperanza de salir. Porque no voy a dejarla así. Javier me puede recuperar. Él puede matarme si quiere, pero no voy a esconderme aquí debajo como una cobarde y dejarla morir por mí. ¡Bang!

llego al final. Aquí no hay nada, nada más que más paredes y el mismo pasaje por el que acabo de entrar. Busco por encima de mí y busco alrededor en el techo por otra escotilla de la puerta de metal. Y, por supuesto, que hay una. Y justo cuando creo que no hay manera de que pueda levantar esa tapa todo el camino y subir por cuenta propia sin hacer ruido suficiente para decirle a Javier exactamente donde estoy, toco con el dedo del pie unas escaleras móviles de cuatro escalones en la esquina. Cojo las escaleras en vez de empujarlas por el suelo para evitar hacer ruido innecesario y los pongo debajo de la escotilla. Al subir al tercer escalón, tengo que agacharme hacia adelante para evitar golpearme la cabeza en el techo. Llego con las dos manos, apretando mis manos contra la escotilla y cierro los ojos mientras empujo, con la esperanza de que no está bloqueado por nada y que dondequiera que se encuentre, no sea en algún lugar donde Javier pueda verme. Se abre la escotilla, crujiendo, por lo que hago una mueca de dolor y me congelo sosteniéndolo parcialmente abierta por encima de mí. Empujo de nuevo y camino hasta el cuarto escalón y mi cabeza emerge dentro de un armario. Veo que un colchón de espuma doblado y colocado en la parte superior de la puerta de la escotilla para ocultarlo y hay alfombra en la parte superior de la escotilla que coincide con la alfombra en el suelo del armario; lo siento con mis dedos mientras levanto la escotilla

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Mi aliento se corta y mis huesos se bloquean, pero siguen avanzando y, finalmente,

el resto del camino y la dejo apoyarse contra la parte posterior de la pared del armario. Salgo y silenciosamente empujando a través de la ropa colgada en la barra de arriba. ¡Bang! —¡Dos minutos más, Sarai! —oigo a Javier advertir desde la sala de estar. Abro la puerta del armario y hago mi camino más rápido ahora a través de la habitación de Samantha, por el pasillo y en la sala de estar, donde Javier está a la

—¡Ah, y ahí está! —Javier levanta las dos manos a su lado, con el arma colocada en la derecha. Él sonríe y se ve realmente emocionado de verme. Está loco.... Sus manos se caen a los costados. —Te he echado de menos, Sarai. —Él ladea la cabeza hacia un lado para parecer sincero—. Si eras infeliz, ¿por qué no lo dijiste? Habría hecho cualquier cosa que quisieras, lo sabes. No me importa lo que tenga que decir, todo lo que importa es asegurarse de que Samantha está bien. Tratando de mantener mis ojos en Javier, mi mirada explora cuidadosamente la habitación por delante de mí, en busca de ella. Por último, veo sus pies desnudos que salen de detrás de la silla del otro lado de la habitación, su piel manchada de sangre. —Samantha, ¿estás bien? Ella no responde, así que sé que está muy mal herida. Miro de nuevo hacia Javier, suplicando con mis ojos. —Vámonos. Por favor. Javier por favor, no le hagas más daño.

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espera de mí, todos los huesos y músculos de mi cuerpo temblorosos.

Me sonríe, pareciendo reflexivo pero divertido. Está vestido de negro de arriba a abajo: camisa de manga larga negra, cinturón negro, pantalón negro, zapatos negros. Corazón negro. Él levanta su arma y me hace un gesto para que vaya a él. Él curva su dedo—. Deja que te vea. Camino más cerca, mis pies descalzos moviéndose sobre las revistas de Good Housekeeping esparcidas por el suelo. El reloj del abuelo en la esquina suena ominosamente detrás de mí.

acerco—. Voy a llamar al 911. Entonces podemos salir. Veo sus rodillas ahora, pero es todo lo que puedo ver ya que el resto de ella es oscurecida por la silla y la oscuridad. Javier toca mi mano. —¿Te cogió? —pregunta y tira de mí hacia él por mis dedos—. ¿Lo dejaste cogerte, o todavía eres mía? —Se inclina hacia adentro e inhala mi aroma, jugando con la punta de sus dedos con un mechón de pelo salido de mi cola de caballo. —No —le digo con voz entrecortada—. Yo siempre seré tuya. Lleva colonia, el mismo tipo que siempre usaba cuando él había venido a mí en la noche. Y su pelo, un poco largo en la parte superior, está limpio y arreglado, la forma en que siempre lo llevaba cuando me había arreglado y llevado con él a las casas de los ricos. —No me mientas — dice en voz baja y siento su aliento en mi cuello—. No sabes lo que me has hecho. No deberías haberte ido.

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—Javier, ella va a morir si no llamamos a una ambulancia —le ruego mientras me

Acerco mi mano izquierda y hundo mis dedos suavemente por la parte trasera de su cuello. Me apoyo en él, el lado de mi cara navegando por los botones abiertos en la parte superior de su camisa hasta que siento su pecho en mi mejilla. —Lo sé y lo siento. — Beso su piel ligeramente—. Lo siento mucho por haberte dejado así —agrego en español. Me estremezco, tanto de placer y como de disgusto, cuando desliza su mano por la parte delantera de mis pantalones y pone dos dedos dentro de mí. No importa que él está loco o que es un asesino o que él me podría matar en cualquier momento, el toque todavía me hace mojar. Es mi cuerpo traicionándome, la naturaleza humana manera hace años. Un instinto de supervivencia retorcido que no enseñan en clases de defensa personal. Javier tenía que creer que me estaba encendiendo o sabría que todo lo demás sobre mí era una mentira, también, por lo que mi cuerpo aprendió a reaccionar de la manera que sabía que iba a mantenerme viva. Saca sus dedos y los lleva a sus labios, inhalando profundamente, con los ojos cerrados como si fuera a saborearlo. Luego les pone en su boca. Doy un paso hacia atrás mientras está distraído, para poner la mayor distancia entre nosotros como puedo manejar, aunque sea pequeña. —No estoy seguro de quererte más —dice. Mi corazón se endurece. Si él no me quiere entonces yo sé que me va a matar, sobre todo después de todo lo que he hecho, todos los problemas que he causado. —Javier —le digo, tratando de ocultar el nerviosismo en mi voz—, vamos. Estoy lista para volver. Su labio superior se frunce y niega con la cabeza.

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traicionándome, no mi mente o mi corazón. Me acostumbre a reaccionar a él de esta

—Izel está muerta —dice exploratoriamente, preguntando si lo hice—. Sé que la odiabas. No te culpo. Pero ella era mi hermana. Niego con la cabeza y empiezo a retroceder un poco más. —Yo… yo no la maté — le digo—. Yo no lo sabía. Javier se ríe. Doy otro paso atrás y dos hacia mi derecha, pisando una fuerte pieza de plástico de algún objeto al azar, pero no rompe la piel. Aprieto las manos contra la pared detrás

Y entonces la veo, Samantha, mucho más clara desde este ángulo. Abandono mi extrema necesidad de ver cada movimiento de Javier mientras me acerca lentamente, burlonamente, y todo lo que puedo ver ahora es Samantha. No se mueve. Ella se sienta desplomada con la espalda contra la pared. Sus piernas ensangrentadas están extendidas hacia el suelo. Sus brazos se encuentran sin fuerzas a ambos lados de ella, sus dedos no están curvados. Sus ojos. Están abiertos. Y están muertos. La bilis se agita en mi estómago, mis manos empiezan a solidificarse, duro como el metal, abajo a mis costados. Estoy temblando con toda la ira, el odio y la culpa, y maldita sea, miedo. —La mataste —le digo, mi labios temblorosos. —Lo hice —admite Javier con orgullo—. En el quinto tiro. —Pero dijiste... — Yo miro hacia y desde él y el cuerpo de Samantha, mi corazón se siente como si se estuviera cerrando sobre sí mismo. —Dijiste que si yo no... Javier levanta su arma hacia mí, esa última bala que ahora sé por qué no la utilizo en ella.

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de mí.

Me quedo congelada, una mano todavía en la pared detrás de mí, y la otra de alguna manera hizo su camino a mi estómago, como si pudiera mantener el vómito por estar allí. Me tropiezo con más escombros y luego presiono mi espalda contra la pared para dejar que me sostenga. Debido a que mi cuerpo me sigue traicionando, mis piernas débiles e inestables, que amenazan con ceder por debajo de mí en cualquier momento. Miro a través del pequeño espacio que separa Javier y a mí. Miro en sus ojos fríos y oscuros sin fondo, no al cañón de su arma apuntando directamente a mí, si no sus ojos. Oigo un clic, sólo un clic, y nos miramos fijamente en la cara del otro, los dos contra la pared con mi espalda. Siento mi cuerpo deslizarse hacia abajo hasta que estoy sentada en el suelo al igual que Samantha. Floja y gastada, al igual que Samantha. La habitación da vueltas en mi visión como una espesa bruma gris. Y cierro los ojos y dejo que la oscuridad me lleve.

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confundidos por lo que acaba de suceder. Entonces suena un disparo y mi cabeza cae

Capitulo 22 Estoy a cuarenta mil pies sobre el paisaje de Texas cuando recibo la llamada. —Victor —dice Niklas en el teléfono—, Javier no está en Tucson. Fue reportado que uso una conocida tarjeta de crédito con un viejo de alias, a las afueras de La Grange, Texas. Levanto mi espalda con rigidez del asiento. —Eso es menos de dos horas en carro a Houston —señalo, más para mí—. ¿En qué momento se registró la tarjeta? —A las tres y doce de esta tarde. Mi cuerpo se vuelve rígido. Colgando el teléfono, lo aplasto con mi puño hacia abajo a mi lado mientras me dirijo a la cabina. —Da la vuelta —exijo. Menos de una hora más tarde estoy conduciendo a través del tráfico descuidadamente, llamando atención innecesaria en mí. Pero conduzco rápidamente,

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Victor

pasando un número de semáforos, sin saber cómo me las arreglé para conducir todo el camino de regreso a la casa de Samantha, sin tener que perder un policía o dos en una persecución a alta velocidad en mi camino. Hay un vehículo aparcado en el frente, en la calle entre la casa de Samantha y la de al lado . Yo no recuerdo haberlo visto cuando los pase. Con mi arma en mi mano, me mantengo bajo mientras salgo y corro por el camino, utilizando el vehículo de Samantha como escudo por si acaso. No hay luces en el interior de la casa. Es inusualmente tranquilo. El perro de Samantha normalmente estaría enredado en la ventana blindada para ahora, tratando de ver hacia fuera después de escuchar un

Oigo otro perro más grande, ladrando en el patio trasero del vecino de enfrente y me quedo agachado, haciendo mi camino por debajo de la marquesina y al lado del vehículo antiguo estacionado allí. Una figura emerge desde el lado de la casa justo después de que me muevo en silencio a través del espacio y llego a la pared de ladrillo debajo de la marquesina. Lo tumbo por la garganta demasiado rápido para que reaccione y lo tiro al suelo. Su arma golpea el hormigón y en el mismo momento, pongo una bala en su sien antes de que tenga la oportunidad de disparar. Otro hombre dice su nombre, buscando al hombre que acabo de matar. No espero a que venga por el lado. Doy un paso justo en frente de él, levanto mi pistola en su cara y consigo mi tiro antes de que él me vea completamente. Su cuerpo golpea la hierba. Espero unos segundos en caso de que haya más y entonces me lanzo dentro de la casa por la puerta lateral por debajo de la marquesina. La casa ha sido destruida; el perro de Samantha, muerto a tiros en el piso de la cocina. Huelo humo de los disparos, sangre, café recién hecho y colonia desconocida. El primer cuerpo que veo es el de Samantha . El segundo, el de Javier.

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vehículo pararse.

—¿Sarai ? —digo cuando la veo sentada contra la pared a mi izquierda, parcialmente oculta por la oscuridad. Me quito los guantes negros y los empujo dentro de mi bolsillo de la chaqueta y voy hacia ella—. ¿Sarai? Ella no me mira, así que me agacho delante de ella. El arma que dejé debajo de su colchón se encuentra junto a su pie. La deslizo en la parte de atrás de mis pantalones. Ambas rodillas están atraídas hacia arriba contra su pecho, sus manos yacen palma hacia arriba a su lado en el suelo. —Está muerto —dice ella, sus palabras distantes, como si todavía estuviera tratando desorientación residen dentro de ellos—. Yo lo maté, Victor. Extiendo la mano y la levanto en mis brazos. —Voy a sacarte de aquí. Apretándola contra mi pecho, la llevo a través de la muerte y la ruina y fuera de la casa. No habla, pero ella me sostiene apretadamente como si estuviera aterrorizada de que la deje. O, tal vez, aterrorizada de que dejaré que se vaya intencionalmente. La pongo con cuidado en el asiento del pasajero. Tres vehículos de policía pasan volando hacia la casa de Samantha ,una manzana antes de dejar la escena, pasando el límite de velocidad en esta ocasión. Sarai esta silenciosa e inmóvil, sin emociones, todo el camino de vuelta al aeropuerto, donde el avión privado nos espera. Sólo hay un lugar para llevarla ahora. Casa. A mi casa en la costa de Nueva Inglaterra.

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de procesar la verdad. Levanta la vista hacia mí; el dolor y la confusión y

Mi conductor nos recoge del aeropuerto horas después. Sarai estuvo todo el camino a mi casa en la playa con la cabeza apretada contra la ventana del asiento trasero. Ella no se movió. Es la primera vez desde que la encontré en mi vehículo en México que daría la bienvenida a su locuaz conversación unilateral y preguntas molestas. Pero no consigo nada de ella. Y me encuentro silenciosamente anhelándolo. La primera muerte es siempre la más difícil, esa que nunca se olvida. Pero la primera muerte es también la que te da las posibilidades de vivir una vida normal más o menos.

No debería haberla dejado allí.... Llevándola a través de la calzada de adoquines y en la casa, me la llevo dentro y la acuesto en mi sofá. Ha pasado un mes desde que estoy aquí y todavía huele tan limpio como el día que me fui y salí en un trabajo para matar a un hombre en Colombia. Es a causa de trabajos como estos que puedo permitirme estos lujos. Pero es una pena que debido a lo que le ha ocurrido a Sarai voy a tener que salir de aquí pronto, también. Pensé que podría permanecer en un lugar durante al menos un año en esta ocasión, pero así es la vida que llevo , un camino oscuro y solitario forrado sólo con la soledad de la muerte. Sarai se acuesta de lado, con la cabeza apoyada en un almohadón del sofá. Me quito mi chaqueta de traje y la dejo en el respaldo de la silla junto a mí y luego empiezo a ir a la cocina a buscar un poco de agua, pero su voz me deja congelado. —El arma se trabó. De pie en la entrada de la cocina, me vuelvo para mirarla a graves de la extensión de baldosas de mármol y muebles caros. Camino hacia ella otra vez, lentamente, rompiendo el botón del puño de mi camisa.

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Sarai ya no está en la zona de cincuenta por ciento.

Espero pacientemente a que ella continúe. Ella en silencio no se fija en mí; ella mira hacia delante, viendo sólo la escena mientras la revive. —Yo estaría muerta si no fuera por eso. Camino más cerca, manteniendo mi distancia, como si una parte de mí no quisiera interrumpir sus pensamientos con mi presencia. Rompo el botón del puño izquierdo y enrollo las mangas. —Me quedé helada —dice ella , recordando—. Pensé que estaba muerta. Me quedé allí esperando la muerte. —Ella mueve la cabeza hacia atrás lo suficiente para esa mirada en su cara... lo siguiente que sé que el arma en la parte de atrás de mis pantalones está en mi mano y Javier está en el piso. No lo dudé. Era como si alguien más estuviera dentro de mi cabeza en el momento que lo hice. Ella fue quien cogió el arma. Ella fue quien apretó el gatillo. Porque yo no me di cuenta lo que había pasado hasta que acabó. —Mira distraídamente de nuevo—. Yo lo maté —añade distante. —Se lo merecía —le digo con calma. Su cabeza se mueve bruscamente hacia atrás para verme, haciéndome pensar que cuando me miró hace unos momentos, ella no estaba realmente viéndome en absoluto. Es como si mi voz la despertara. Ella se levanta del sofá. La miro con curiosidad con una mirada de soslayo vaga. Vislumbro sus manos temblorosas y las comisuras de la boca temblando. Ella curva sus dedos en sus palmas hasta que sus manos se apretaron en puños. Y entonces ella se abalanza sobre mí. —¡Te fuiste! ¡Hijo de puta! ¡Te fuiste! —grita, golpeando sus puños contra mi pecho lo más fuerte que puede.

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finalmente verme—. No sé cómo he reaccionado tan rápido, pero su arma se trabó...

La dejé. Me quedé inmóvil y la deje hasta que no pudo hacer más y su cuerpo comenzó a caer de manera exhausta a mis pies. Pero la atrapo antes de que caiga al suelo, envolviendo mis brazos alrededor de su pequeño cuerpo. Ella solloza en mi pecho, ahogándose en sus lágrimas, agarrando las costuras de mi chaleco con sus dedos temblorosos. —Te fuiste... —repite una y otra vez hasta que las palabras se desvanecen en un susurro en sus labios—. Te fuiste... La abrazo fuertemente. Torpemente. Porque nunca he hecho esto antes. Nunca he experimentado este tipo de pena y dolor y nunca he sido el que se espera que ayude a era un niño y no puedo recordar la forma en que se sentía. Me siento como queriendo presionar mis labios contra la parte superior de su cabello. Pero no lo hago. Tengo ganas de apretarla un poco más fuerte y ponerla completamente contra mí. Pero no puedo. Es que no me atrevo a hacerlo. —Sarai —le digo, alejándola suavemente para así poder ver sus ojos—. Necesito que me digas lo que pasó. Cuéntamelo todo. ¿Hizo Samantha alguna llamada telefónica? ¿Recibió llamadas extrañas que haya mencionado? La expresión de Sarai se distorsiona con ofensa. —¿Crees que tuvo algo que ver con esto? —Se aleja de mí—. ¡Ella murió protegiéndome! ¿Cómo puedes pensar que tenía algo que ver con esto? Suspiro profundamente. —No, yo no puedo creer que ella lo hiciera. Samantha era digna de confianza. Pero ella y Niklas son las únicas dos personas además de ti y yo, que sabía dónde estabas. —Doy un paso hacia adelante y pongo mis manos sobre la parte superior de sus brazos en un intento de hacerle entender y cuando ella no me empujó lejos estuve

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arreglarlo. Mi madre fue la única que alguna vez se había ocupado de mí así cuando

aliviado—. Tuvo que haber sido uno de ellos y sólo estoy tratando de entender los hechos. —Entonces fue Niklas —gruñe con enojo al pensar en él. Sus ojos son salvajes y se estrechan—. Él me odia, Victor. Odia que me hayas estado ayudando. Casi lo dijo cuando estaba en la camioneta con él. ¡Sé que fue él! Doy un paso lejos de ella, mis manos alejándose de sus brazos y cruzo un brazo por encima de mi estómago, apoyando el otro sobre el mismo. Froto la mano por la corta barba de mi cara, contemplo la situación. Sarai tiene razón. Niklas es la respuesta obvia y aunque a menudo lo obvio resulta no ser la respuesta, después de todo, esta

Mi hermano me traicionó.

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vez tiene que serlo. Porque es lo único que tiene sentido.

Capítulo 23 188

Sarai

—¿Qué estás haciendo? —pregunto mientras Victor avanza por su chaqueta en la silla. Busca dentro del bolsillo y saca un teléfono celular que nunca antes lo he visto usar y marca un número. —Voy a traer a Niklas aquí. Sorprendida, al principio me lo quedo mirando. Pero luego empiezo a entrar en pánico. Corro hacia él, sujetándolo por el codo. —No, no puedes dejarle saber dónde estamos —digo en susurros—. ¿Por qué traerlo aquí? ¿Qué vas a hacer? Mi mente se encuentra frenética con los escenarios, ninguno de los cuales puedo imaginar con un final feliz.

Cierro la boca cuando alza la mano para silenciarme a la vez que Niklas responde en el otro extremo del teléfono. —Javier Ruiz ha sido eliminado —dice Victor, tan calmo y profesionalmente como en cualquier otro momento que lo he escuchado hablar a Niklas. —Sí —responde una pregunta que no puedo escuchar pero aun así empujo estupefacta mi cabeza un poco hacia adelante como si eso amplificara el volumen de alguna manera—. La policía llegó a la escena antes de que consiguiera salir del vecindario. No fue una muerte limpia. —Escucha a Niklas por un momento y luego continúa—: Creo que Samantha los llevó allí. La chica estaba viva cuando llegué justo escuchó a Samantha en el teléfono con alguien justo antes de que yo dejara Tucson. Sí. No, Samantha está muerta. Informa a Vonnegut que la Casa de Seguridad Doce ha sido comprometida. Un Limpiador debería ser enviado inmediatamente para confiscar sus archivos. Sí. Sí. —Me mira—. No será necesario. La chica murió de la herida. La dejé allí. Mi estómago se retuerce en nudos. Cruzo mis brazos por encima. —Niklas —dice, dejando caer el profesionalismo en su tono un grado—. Ven a mi ubicación en Nueva Inglaterra tan pronto como puedas. Conseguiremos el pago fijado y luego… quiero contarte lo que sucedió en Budapest. Inclino mi cabeza suavemente a un lado para escuchar las últimas palabras. Todo lo demás que Victor le dijo a Niklas, lo entiendo todo por lo que fue: una mentira, una estratagema para traerlo aquí. Pero la última parte se sentía real, personal. El hecho de que lo dijera frente a mí me golpea como algo particular. Sé que no tiene nada que ver conmigo, entonces ¿por qué lo incluiría en esta conversación en particular? Es en este momento que empiezo a darme cuenta que Niklas es algo más para Victor que su intermediario, más que alguien con quien trabajaba y que lo que sea que sucedió en Budapest tiene que ser dicho porque su consciencia necesita ser limpiada.

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antes de eliminar a Javier. Él le había disparado, pero ella consiguió decirme que

Eso es lo que las personas hacen cuando se despiden. No sé por qué, pero a pesar de que Niklas está intentando asesinarme, siento este dolor y tristeza en mi interior. Porque sé lo que Victor hará. Sé que va a matarlo. Sin embargo, siento que es lo último que quiere hacer… Pone el teléfono en la mesa de cristal junto a la silla y aparta los botones de su chaleco. —No tengo a donde más ir —le digo desde el sofá una vez más—. Sé que he sido una carga y lo lamento. Samantha me dijo que lo estabas arriesgando todo, incluso tu vida no es mucho. —Suspiro y agrego—: Y siento lo de Samantha. Lanza su chaleco y luego su corbata sobre el respaldo de la silla junto con la chaqueta. —Fue mi decisión ayudarte —dice mientras saca la camisa de vestir fuera del pantalón—. Y Samantha fue una buena mujer. —¿Te amaba? Doblo mis manos juntas sobre mi regazo. —No —dice, sin mirarme—. Quiso, pero fue incapaz. Mi ceño se frunce con confusión. —¿Incapaz de amar? —pregunto—. Nadie es incapaz de eso. —No puedes enamorarte de alguien que no está ahí —dice de manera casual—. Me fui antes de que tuviera la oportunidad. —¿La amaste? —Mentalmente contengo el aliento. —No, no la amé. El amor es un impedimento en este negocio. Sólo conseguirá que te maten.

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por ayudarme y no tengo nada que darte a cambio. Más que mi gratitud y sé que eso

Aunque su respuesta deja un sabor amargo en mi boca, no puedo negar que quizá él tenga razón. Aunque pienso en cómo Victor, o cualquier otro de hecho, podría pasarse la vida sin amar a alguien. Pero entonces me doy cuenta que yo nunca he amado a nadie, tampoco. —Y sé que no tienes ningún lugar a dónde ir —agrega—, pero cuando esto acabe y sepa que estás a salvo, estarás por tu cuenta. Te ayudare a instalarte, darte un comienzo decente. —Se detiene y me mira con intensidad, sus ojos trabándose en los míos como apoderándose de toda mi atención—. Pero esto termina pronto. Has estado conmigo mucho tiempo ya así como estamos.

mismo por ayudarme. Quizá tiene que ver con lo que sea que está sucediendo entre Niklas y él, nunca podría saberlo, pero desde su llamada con Niklas, Victor está diferente. Y eso me llena de temor. Se da la vuelta y atraviesa un arco de mármol que lleva a otra parte de esta enorme casa. En cierto modo me recuerda a los lugares que Javier solía llevarme vestida de gala y de su brazo, pero esta casa, aunque es enorme por lo que he visto, es más pequeña que las otras. Y más oscura, con suelos oscuros de madera de cerezo tan brillantes que puedo ver mi reflejo, y cubierto con costosas alfombras de los rojos, marrones y grises más profundos. Altas cortinas de color rojo ladrillo engalanan las amplias ventanas que cubren la totalidad de una de las paredes del techo al piso y con vistas al turbulento océano de debajo. Incluso afuera la playa no es un brillante paraíso junto al mar con arenas blancas y cielos azules. Aquí es gris y sombrío y las olas impactan con furia contra las rocas muchos metros debajo, y ni siquiera hay una tormenta. Por las siguientes horas, Victor permanece fuera de vista. No siento que me esté ignorando intencionalmente, pero sé que quiere estar solo.

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Se siente como si de repente estuviera enojado conmigo, o al menos enojado consigo

Pienso mucho en Samantha. Y en Lydia. Y en Izel. Y en Javier. He visto tanta muerte. He matado a un hombre esta noche, sin embargo, lo único que pica en mi mente más es el hecho de que yo ya lo superé. En su mayor parte, es decir; todavía no puedo sacarlo de mi mente. Todavía veo los ojos oscuros de Javier, casi negros mirándome con esa arma atascada en la mano. Todavía tiemblo... Estoy temblando ahora mismo... cuando pienso en apretar el gatillo, cuando sus ojos siguieron los míos todo el camino hasta que su cuerpo cayó al suelo. Y nunca olvidaré lo que me dijo antes de morir: —Sabía que lo tenías en ti, Sarai. Y me odio por ello, pero... bueno, siento una sensación de tristeza fuera de lugar por quería o no, lo echaba de menos. Supongo que porque estaba acostumbrada a él después de tanto tiempo. —¿Sarai? —La voz de Victor me saca del trance en mi memoria. Levanto la vista hacia él de pie junto a mí. Nunca le oí subir o me di cuenta de su alta figura acercándose al sofá, estaba tan absorta. —Niklas estará aquí en unos veinte minutos —dice—. Tendrás que permanecer fuera de vista. Irás a mi habitación y mantendrás la puerta cerrada. ¿Lo has entendido? —Sí. Odio cuan frío se siente de nuevo, al igual que se sintió cuando lo conocí. Todos los rastros de la empatía y la apertura que sentía crecer dentro de Victor durante el tiempo que hemos estado juntos se han ido. —¿Qué vas a hacer? —Lo que tengo que hacer.

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Javier. Un vacío. Esa parte de mí que lo aceptó como la única vida que tenía, si yo lo

Camina junto a mí llevando una camisa jersey negra de manga larga y pantalones negros. Es refrescante verlo vestido con algo tan casual después de sólo verlo en trajes. Él es atractivo en todo lo que elige usar, tengo que reconocerlo. Lo sigo a cualquier parte de la casa que va. —¿Victor? —pregunto a sus espaldas, pero él sigue caminando—. Yo… yo podría ayudarte. —No puedo creer que esté diciendo esto—. ¿Alguna vez... has entrenado a alguien? Ya sabes, ¿para ser como tú? Victor se detiene a mitad de un paso por debajo de la entrada de alguna amplia sala

Veo que sus hombros suben y bajan. Luego se vuelve hacia mí. —No —dice—, y nunca lo haré. Él deja las cosas así, y entra en la habitación donde continúo a seguirlo y una vez que estoy en el interior, la belleza de ella me quita el aliento. Hay cuatro estatuas de tamaño natural de mujeres griegas que llevaban vestidos que fluyen, de pie en todas las esquinas de esta redondeada sala en forma de cúpula. A mi derecha otra ventana del tamaño de la pared da al tumultuoso océano y frente a él, reposado con orgullo esta exhibido el piano más hermoso que he visto en mi vida. Trato de apartar los ojos de el. —Pero ¿por qué no? —le pregunto, viniendo detrás de él—. ¿Qué otra cosa voy a hacer con mi vida? No puedo volver allí. No tengo educación, ni siquiera llegué a graduarme. No tengo amigos, ni familia, ni historia laboral. Victor, no tengo ni siquiera una licencia de conducir real o un certificado de nacimiento y tarjeta de seguro social. No tengo ni identidad, al menos no una legal. Él sale de la habitación con el piano, camina a través de una salida en el otro lado y me quedo cerca de él.

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con suelo de mármol por delante.

Ahora estamos en una habitación más bien pequeña, con una estantería del techo al piso situada en la pared del fondo, lleno hasta el borde con los libros... sobre todo con tapas de cuero... y un escritorio lacado negro de aspecto antiguo en una pared. Un sillón reclinable de cuero se encuentra en el centro de la habitación con una pequeña mesa y una lámpara al lado de él. —Puedes recuperar esas cosas —dice caminando hacia la mesa al lado de la silla—. Va a tomar algo de tiempo, pero se puede conseguir. En cuanto a la educación, puedes obtener un examen capacitador, ir a una universidad pública. —Él me mira y añade— : Va a ser difícil, pero es tu única opción.

desgastados. —Pero eso no es lo que quiero —le digo. Yo quiero... hacer lo que haces. Sé que suena ridículo, pero... —Es ridículo —dice, cerrando totalmente el libro en su mano—. La respuesta es no. Siempre va a serlo, así que no pierdas tu tiempo ni el mío hablando sobre eso otra vez. Camina junto a mí de nuevo. Y lo sigo de nuevo, a través de la habitación con el piano y de nuevo en la sala de estar. Él empieza a me dejarme aquí de pie de nuevo, pero lo detengo. —Quiero quedarme contigo. De espaldas a mí, sólo está allí parado, tranquilo e inmóvil como si mi admisión robó sus movimientos y voz. No quise decir eso en voz alta, pero me pareció que era lo único que me quedaba para lanzarle. Durante un largo momento, creo que va a responder, incluso si acaba de decirme que no otra vez y regañarme sobre cómo no sé lo que estoy diciendo o lo que estoy

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Toma un libro de los de la mesa y empieza a hojear las páginas de bordes

pidiendo. Pero no dice nada. Y, finalmente, rodea la esquina de regreso a su habitación. Sintiéndome derrotada, me siento en un taburete en la cocina y veo la televisión de vídeo vigilancia fija dentro de la pared a mi izquierda; una pantalla dividida cuatro maneras de mostrar cuatro áreas diferentes de la propiedad a la vez. Y cada cuadrado individual también cambia a otra cámara cada pocos segundos para mostrar todavía más áreas de la propiedad. Minutos más tarde, un vehículo negro elegante, muy parecido al que Victor tenía en el

Victor, probablemente viendo la misma pantalla en otra habitación, entra en la cocina. —Él está aquí —anuncia y me hace señas con una mano—. Recuerda lo que dije: permanece en silencio y no salgas de mi habitación hasta que yo te diga. Asiento con la cabeza nerviosamente. Mi estómago está nadando de nuevo, mi corazón está palpitando el doble de duro que segundos atrás. Me deslizo del taburete y camino rápidamente dentro de la habitación inmaculada de Victor, donde hay, como era de esperar, otra ventana del tamaño de la pared. Una enorme cama tamaño king se presiona contra otra pared, vestida con ropa de cama de color negra y gris tensada sobre el colchón de manera que no hay arrugas o imperfecciones que se puedan encontrar. Parece que es el mismo caso en todas las habitaciones que he visto hasta ahora: carece de imperfecciones y señales del más mínimo desorden. Victor cierra la puerta detrás de mí y trato de prepararme mentalmente para lo que está a punto de suceder.

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que me escondí al salir del recinto, se detiene en la puerta principal.

CAPÍTULO 24 Cuando Niklas y yo éramos solo niños, antes de ser tomados por la Orden, él era mi mejor amigo. Peleábamos mucho, mano a mano, siempre tratando de compararnos, y a pesar de que siempre salimos con narices sangrientas y una vez una muñeca rota, nada podía hacer que nos pusiéramos en contra. Saldríamos caminando del campo de batalla, preocupándonos porque nuestra madre habría estado esperando por nosotros para la cena cuando llegáramos a casa. Y despertaríamos e iríamos a la escuela con ojos negros que combinaban. Los que les daba yo eran más grandes, por supuesto, pero entonces Niklas diría lo mismo sobre lo que él me daba a mí. Después de que fuimos tomados por la Orden, las cosas entre nosotros comenzaron a cambiar. Vonnegut, a pesar de que rara vez daba la cara… y eso no había cambiado incluso a este día… dijo que yo mostré promesa. Pero no dijo nada sobre Niklas. Y la primera vez que vi el rostro de Niklas cuando Vonnegut me promovió… más joven que cualquier otros asesino al que haya promovido… a Agente Completo cuando tenía solo diecisiete años, vi algo en Niklas que me endureció contra él: un corazón celoso. Supe en ese momento que un día tal vez sería forzado a matarlo.

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Victor

Niklas es la única familia que me queda. Y por mucho que deseo que no tenga que ser de esta manera, de que pudiera estar equivocado sobre él y regresar a como las cosas eran, sé que eso no es completamente posible. La verdad es que, he estado cuidando mi espalda a lo que mi hermano se refiere desde el año pasado. Y nuestro padre es el culpable por eso. Supongo que debería haberlo escuchado… Me encuentro con Niklas en la puerta principal. Entra, calmado y colectivo como siempre, excepto cuando está enojado conmigo por tener mente propia y escoger

Cierro la puerta detrás de él. —Este lugar es mucho mejor que el anterior —dice, mirando los techos en escala con sus manos dobladas juntas detrás de su espalda. Me encuentro estudiando privadamente sus facciones, buscando rastros de mí y mi padre en él. Tenemos los mismos ojos, sin embargo los de él son más azules que los míos; los míos tienen a parecer más verde que azul algunas veces. Su rostro es más redondo, el mío más delgado. Pero creo que lo que más nos separa son nuestros acentos. Nuestro padre y su madre eran alemanes. Yo nací en Francia, mi madre una espía francesa de la Orden. Mi padre nos llevó a Alemania cuando yo tenía dos años y conocí a Niklas hasta que tenía seis. Lo ayudé a aprender hablar inglés y francés, pero él no tenía el don de la lingüística como yo, así que nunca fue completamente capaz de perder el acento. Pero a pesar de las diferencias que tenemos, sigo viendo una versión más joven de mí cuando lo veo. Especialmente ahora mientras trato de aceptar el hecho de que voy a matarlo. No quiero. Quiero caminar lejos de esto y olvidar de que alguna vez pasó, pero esa no es una opción. Me sonríe. También tenemos la misma sonrisa. Recuerdo a mi padre diciéndome esto.

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hacer cosas que crea convenientes.

—Sí —digo sobre la casa—. Pensé que era tiempo de dormir en algo más exclusivo. Tenía la esperanza de poder quedarme aquí por un tiempo. —¿Eso ha cambiado? —pregunta con curiosidad, teniendo razón de creer eso a juzgar por mi tono. —Desgraciadamente. Señalo hacia la sala—. Vamos a sentarnos —digo y me sigue—. Tenemos mucho que discutir.

Yo me quedo de pie. Tengo la sensación de que se pregunta por qué no me siento, pero la curiosidad desaparece de sus ojos y es remplazada con atención cuando comienzo. —Niklas —digo—, el año pasado en mi misión a Budapest, no fui completamente honesto contigo. Niklas ríe ligeramente, ajustando su espalda contra la silla. Sube su tobillo izquierdo a su rodilla derecha y entrelaza los dedos frente a él, sus codos apoyados en el reposabrazos de la silla. —Bueno, esa no sería la primera vez —dice, todavía sonriendo como si esta fuera otra conversación casual entre dos hermanos—. Nunca fuiste de los que cuentas tus secretos, incluso a mí. —Fui a ver a nuestro padre —anuncio. La sonrisa cae de su rostro. Voltea su barbilla ligeramente a un ángulo, claramente confundido por mi admisión. —Mandó por mí—añado.

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Toma la silla junto a la mesa de mármol.

—¿Para qué? ¿Por qué mandaría por ti, Victor? Después de todos estos años de no verlo ni una vez, ¿por qué mandaría por ti y no por mí? No respondo. Encuentro más difícil decirle la verdad de lo que imaginé que sería. Siempre supe que sería duro, pero no así de duro. —¿Victor? —Los ojos de Niklas de llenaron con preocupación y… dolor. Se levanta de la silla. —Solo dime, hermano, por favor.

—Niklas —finalmente continúo—, tu madre fue eliminada por la Orden porque se encontraron pruebas de que estaba vendiendo información. Ya sabes esto. — Asiente—. Pero después de eso, ya que ella era tu madre, la Orden ya no podía confiar en ti. Incluso Vonnegut sintió que eras inestable, que un día, tarde o temprano, vengarías la muerte de tu madre y traicionarías a la Orden. Continúa escuchando, su rostro oscureciéndose más y más por el dolor y el rechazo. Y me mata por dentro verlo. —Fui a Budapest para encontrarme con él —digo y ya no puedo mirar a mi hermano—. Él habló con Vonnegut y ambos acordaron que deberías ser eliminado incluso solo por precaución, para prevenir lo inevitable. Se me dio la orden para llevarlo a cabo. La cabeza de Niklas se voltea instantáneamente. Encuentro sus ojos. —Vonnegut, por supuesto —continúo—, no sabía que éramos hermanos y siendo su Número Uno, él sabía que podía llevar a cabo el trabajo porque éramos tan cercanos, tu como mi enlace. Padre quería que yo fuera quien te matara porque sintió que sería

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Trago duro y tomo una respiración para calmarme.

algo honorable, que si alguien debería tomar tu vida, debería ser yo porque somos familia y nadie debería tener ese privilegio. Niklas apenas y puede poner sus pensamientos juntos. Apenas puede hablar, pero finalmente se las arregla y cuando lo hace, lastima mi corazón tanto como su expresión. —¿Padre quería que me mataras? —Sí —digo gentilmente. El comienza a pasearse y luego lleva sus manos a la cima de su cabeza, empujándolas nuestras vidas he visto llorar a mi hermano. Nunca. Ni siquiera cuando éramos niños, o cuando su madre fue asesinada. Rechino la mandíbula, forzando a mis propias lágrimas a que no caigan. Aprieto mis dientes tan fuerte que siento la presión en mi cráneo. Pero mantengo un rostro serio, tanto como puedo manejar. —¿Entonces por qué no lo hiciste? —arremete—. ¿Por qué sigo vivo? Dime eso, Victor. —La primera lágrima cae por su mejilla e instintivamente la limpia, enojada con ella por traicionarlo—. ¡Debiste haberme matado! —Me rehusé —digo—. Tú fuiste el trabajo que no pude llevar a cabo, Niklas. Así que Padre solo tenía una cosa que hacer: iba a hacerlo él mismo. El cuerpo de Niklas se congela rígidamente, más lastimado por esta verdad que la anterior. Otra lágrima escapa de su ojo, pero esta vez no tiene mente para limpiarla. —Lo maté —dije finalmente—. Padre me dijo que tendría que hacerlo porque era la única manera en la que él no terminaría el trabajo. Así que le disparé en donde estaba de pie.

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duramente sobre su cabello. Me mira, sus ojos brillando con lágrimas. Nunca en

Él no puede mirarme. Siento el conflicto dentro de él, su mente y su corazón tratando de escoger cual emoción sentir y cuales rechazar: su dolor por lo que nuestro padre hizo, o su amor por su hermano, porque ambas son demasiado para aceptarlo de una vez. Continúo. —Siendo el Número Uno de Vonnegut, lo convencí de perdonar tu vida y le hice creer que nuestro Padre estaba desquiciado, paranoico, y que eso fue por lo que tuve que matarlo. Le dije a Vonnegut que valía la pena confiar en ti y que quería una oportunidad para probárselo a él y al resto de la Orden. Prometí asumir toda la

—Toda la res… —me mira—, ¿toda la responsabilidad por mí? ¿Qué? ¿Soy un maldito niño? Todo lo que hecho desde que tenía siete años, lo he hecho por la Orden. Fui el único de los dos que siempre hizo lo que le dijeron, el que nunca cuestionó las ordenes de Vonnegut, ¡el que nunca le ha dado a él o a alguien razones para cuestionarme! —Aprieta sus manos en puños a sus lados—. ¡He luchado para llegar a ser como tú, Victor, para ser respetado y de confianza y ser bañado con la misma gloria que Vonnegut te ha mostrado desde antes de que fueras promovido a Agente Completo! No he hecho nada para merecer… —Le has estado mintiendo a Vonnegut por mí por años, Niklas. ¿Qué se puede decir de que te pongas en mi contra cuando fuera el momento adecuado? Has estado pretendiendo ser el soldado confiable de Vonnnegut, el enlace a la espera de ser promovido a Agente Completo, todo mientras le mientes cuando sea que yo te lo pida. —¿De eso se trata esto? —Señala hacia arriba y luego baja sus manos agresivamente a sus lados—. ¿Me has estado probando todo este tiempo? ¡Eso es lo que has estado haciendo! ¿Verdad? —No —digo—. Nunca te usaría de esa manera, Niklas. Maté a nuestro padre para salvar tu vida. ¿Entonces por qué arriesgaría tu vida poniéndote una trampa?

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responsabilidad por ti...

No tiene una respuesta. Solo me mira confundido, dolido, enojado y sin saber qué hacer con todo esto. Colapsa en la silla, sus piernas extendidas en el piso, la parte superior de su cuerpo hacia adelante apoyando su frente en su mano. —¿Por qué me estás diciendo esta ahora? —pregunta, levantando sus ojos hacía mi—. ¿Qué te hizo decidir que hoy iba a ser el día que ibas a poner mi vida de cabeza? ¿Solo despertaste esta mañana y te dijiste: “Hoy creo que voy a joder la mente de mi hermano porque no tengo nada mejor que hacer”? —Sentí que te lo debía —digo—. Deberías saber la verdad antes de morir.

Su mano cae de su frente y endereza su espalda contra la silla. —¿A qué te refieres? —Niklas —voy directo al grano—, sé que tú le dijiste a Javier Ruiz donde escondí a la chica. Donde estaba con la chica. Sus ojos se arrugan con confusión. —¿De qué estás hablando? Doy un par de pasos a mi derecha, mis manos ahora detrás de mi espalda para que parezca que están descansando ahí. Mi arma está escondida seguramente en la parte de atrás de mis pantalones. —Cuando me llamaste mientras estaba de regreso en Tucson, dijiste que el último paradero conocido de Javier fue alrededor de las tres doce de la tarde. —Inclino mi cabeza a un lado—. ¿Por qué te tomó siete horas darme esa información? Aún no se ha movido o vacilado. Estoy comenzando a encontrar su habilidad para la actuación más efectiva de lo que alguna vez creí.

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Se ve ligeramente aturdido, como si tratara de averiguar si me escuchó bien.

Piensa sobre la pregunta por un momento—. Te llamé tan pronto como me enteré. Victor, sabes que no siempre conseguimos ese tipo de información justo cuando ocurre. —Puede que sí —digo—. Pero tú y Samantha eran las únicas dos persona que sabían dónde estaba y donde planeaba dejar a la chica. Me señala, su expresión torcida con incredulidad—. Pero me dijiste que Samantha fue la que te traicionó. Dijiste que la chica te dijo que Samantha recibió una llamada… —Mentí.

¿Está diciendo la verdad? Levanto mi arma hacia él. Los ojos de Niklas se agrandan y saca su mano hacia mí. —Victor, yo no te traicioné. ¡Te lo juro por mi vida, no le dije nada a nadie! Mi dedo presiona cuidadosamente el gatillo. —¡Eres mi hermano! —grita—. ¡Siempre he hecho lo que me has pedido, he mantenido tus secretos, he jugado tu juego entre Vonnegut y los otros que te ha dado! Moriría antes de traicionarte. Cuando los ojos de Niklas se mueven detrás de mí, sé que Sarai está parada ahí. —Te dije que no salieras. —Mantengo mis ojos en Niklas. Mira de ella hacía mí, sus facciones llenas de shock y traición por mi parte. —Dijiste que ella murió. —Mentí sobre eso también.

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Todavía no se mueve o vacila.

Presiono el gatillo un poco más. —¿Entonces quién le está mintiendo a quién? ¿Quién está traicionando a quién? Sus ojos tiran dardos de ida y vuelta. —¡Victor! ¡No. Fui. Yo! —ruge. Está más enojado que asustado, su rostro torcido con angustia e incredulidad, sus manos apretadas en puños a sus lados—. No rogaré por mi vida. No lo haré, hermano. ¡Si debes matarme, entonces mátame, acaba de una vez, pero quiero que sepas que no te traicioné! En los últimos segundos, bajo mi arma y tomó la respiración que he estado

Luego me siento en la silla más cercana y me desplomo contra ella. El silencio llena el cuarto. Nunca había estado tanto confundido en mi vida sobre algo. —Creo que está diciendo la verdad —dice Sarai suavemente detrás de mí. La siento ahí, de pie, con sus dedos envueltos alrededor del respaldo de mi silla. Por un momento, casi alzo mi mano para tocar sus dedos. Finalmente, levanto mis ojos hacia Niklas y le digo a Sarai—: Yo también creo que está diciendo la verdad. —¿Cómo es que ella está viva? —pregunta Niklas, más preocupado por ella que por el hecho de he decidido no dispararle. Parece estar viéndola más a ella que a mí. Aun no puedo saber qué nivel de descontento está sintiendo sobre esto, pero quizá una vez que el shock desaparezca, seré capaz de leer su rostro un poco más. —Samantha tampoco le dijo a Javier donde estábamos —digo—. Solo te dije eso para traerte aquí porque estaba seguro de que tú fuiste quien nos traicionó. Tú eras el único que quedaba. —Samantha fue asesinada tratando de defenderme —dice Sarai.

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conteniendo por los últimos minutos.

Desearía que dejara de hablar y regresara al cuarto. —Javier la mató —añade con tristeza en su voz. —Y Sarai mató a Javier antes de que yo llegara —digo. Niklas nos mira ambos por un largo tiempo, tal vez está tratando de acomodar todas las piezas en su mente, y probablemente todavía se siente picado por engañarlo para traerlo aquí. —Bien —dice cortando el aire delante de él con la mano—. Samantha no lo hizo, pero

Los dedos de Sarai se mueven de la parte de atrás de mi silla y toca la parte de atrás de mis hombros, probablemente involuntariamente porque está muy nerviosa. Por un momento, me encuentro queriendo sus dedos ahí, pero me levanto rápido antes de que mi hermano tenga una idea equivocada, si es que no lo ha hecho ya. —¿De qué se trata todo esto? —pregunta Niklas—. Dime, Victor; ¿qué tiene que ver esta chica contigo? —Comienza a pasearse de nuevo, mirándome a cada rato, su mente en marcha—. Fuiste a México a escuchar la oferta de Javier, para ver cuál oferta valía la pena, la suya o la de Guzmán. Y luego, a la salida, encontraste un polizón en tu carro que claramente pertenecía a Javier Ruiz… —No pertenezco a nadie —dice Sarai ácidamente—. Y mi nombre no es chica, es Sarai. Levanto mi mano hacia ella y deja de hablar, pero su dura mirada se pone más oscura mirando a Niklas. Cruza sus brazos. Niklas la mira de vuelta, pero me dice: —Ya he reportado a Vonnegut las mentiras que me dijiste para traerme aquí. —Se sienta de nuevo en la silla—. Sabes tan bien como yo que retractar esa historia levantara todo tipo de preguntas. No puedes mantenerte escondido por siempre. Tal

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tampoco fui yo.

vez decidas solicitar a otro nuevo enlace porque te asignaran a alguien más simplemente por nuestra “falta de comunicación”, si es que decidimos decirlo. — Sacude la cabeza hacia mí, una leve sonrisa de incredulidad en sus labios—. Has hecho todo esto, le has mentido a la Orden, has puesto la misión completa en peligro, de hecho, la has destruido, todo por esta chica… —Se burla—. La Casa de Seguridad Doce se vio comprometida por su culpa. Niklas mira directo a Sarai, de pie detrás de mí y, sin tener que verlo yo mismo, puedo sentir el resentimiento hirviendo dentro de ella. —Muchos están muertos por su culpa —dice Niklas—. Samantha. La chica allá en Sarai. —Sonríe. Veo el cabello rojo de Sarai moverse detrás de ella mientras se apresura a caminar, pasándome. Podría haberla alcanzado y detenerla, pero Niklas se merece cualquier desquite que ella pueda repartir antes de que él le golpee el culo.

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Arizona. Los reportes dicen que ella solo tenía dieciséis años. Muerta por culpa de…

Capítulo 25 207

Sarai

Mi cara arde del desprecio, las lágrimas brotan de mis ojos en masa mientras atravieso la corta distancia hacia Niklas. No me importa que se vea sorprendido y ligeramente divertido mientras me lanzo hacia él, blandiendo los puños caóticamente delante de mí, directo en su cara. En un instante, estoy en el suelo sobre mi espalda y Niklas inclinado de mí, la mano apretada alrededor de mi garganta, dejándome incapaz de recuperar el aliento. Agarro su muñeca con ambas manos y trato de darle una patada, pero no hay manera en que me mueva de este lugar. Él mira hacia abajo y mueve la mano de mi garganta a mis mejillas, agarrando mi mandíbula con sus dedos como una tenaza. Con la otra mano, junta mis muñecas, forzándolas contra mi pecho. Gira mi barbilla hacia un lado y luego el otro y yo degusto los productos químicos sobrantes de su colonia cuando su dedo índice se presiona contra el borde de mis labios. —¡Suéltame! —gruño bajo el peso de su mano. —Niklas —dice Victor tranquilamente por detrás—. Déjala en paz.

Los ojos azules de Niklas se clavan en los míos y me sostienen en esa posición durante tres segundos más insoportablemente largos antes de hacer lo que dijo Victor. Trato de recuperar el aliento cuando él me libera, pero creo que solo aguanto la respiración hasta que se ha alejado de mí por completo. Levanto la espalda del suelo, pero me quedo sentada en él. Estoy tan herida, tan indignada por las cosas que dijo Niklas, pero mi orgullo duele peor que cualquier cosa. Porque sé que tiene razón.

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Miro al suelo en lugar de a cualquiera de ellos. No quiero que vean la vergüenza y la culpa en mi cara, aunque sería evidente para cualquiera que está allí. —Niklas —dice Victor con calma—: Lamento haberte comprometido. Levanto la mirada al instante. Siento un cambio de estado de ánimo en la sala y, aunque no estoy muy segura de cuál, puedo decir por la pausa en la voz de Victor que es algo que cambia vidas. —Podríamos idear un plan —continúa con la total atención de Niklas—.

Que

Vonnegut crea que Sarai está, de hecho, muerta... —O podríamos matarla para que sea cierto. Giro mi cabeza hacia un lado para mirar a Niklas, que está mirándome directamente con la misma condescendencia. Victor niega con la cabeza, oponiéndose a su propuesta mordaz aun totalmente serio. —Podríamos idear un plan en conjunto —continúa Victor en el mismo tono estoico—, o yo podría hacerlo por mi cuenta y tú puedes irte y no ser parte de este. Los ojos Niklas se amplían, su cuerpo se tensa firmemente. Parece no tener palabras. Y yo también. Puedo no entender cómo funcionan este tipo de cosas en su negocio,

pero realmente no necesito saber que lo que Victor acaba de proponer es algo muy peligroso. Es un suicidio. Me las arreglo para levantarme del suelo. —Tienes una opción —dice Victor—. Continuar con mi plan de contarle a Vonnegut que está muerta, o decirle la verdad, dile todo lo que pasó aquí para asegurar tu lugar en la Orden. No voy a tomar ninguna represalia contra ti. Yo la llevaré conmigo, la dejaré en algún lugar para que pueda seguir con su vida. Y luego seguiré con la mía. Es tu elección, Niklas. Pero no voy a matarla, y si Vonnegut se entera de que está viva va, con razón, a cuestionar mi lealtad. Y sabes de primera mano lo que ocurre cuando

—Eliminado por precaución —digo en voz alta, aunque sobre todo a mí misma, recordando lo que dijo Victor hace unos momentos acerca de por qué ordenaron la muerte de Niklas. Niklas está en shock. Niega con la cabeza varias veces como si estuviera tratando de sacudir las palabras traicioneras de Victor fuera de su mente. —Tú de todos los agentes —se las arregla para decir Niklas—: ... no entiendo por qué estás haciendo esto, por las desecharías todo y te esconderías.... —Él niega con la cabeza, incapaz de terminar la frase. —No sería la primera vez que arriesgara mi posición y mi vida para seguir mi conciencia en lugar de mis órdenes. Niklas toma una respiración profunda y aparta la mirada hacia el techo. Luego me mira y compartimos un momento suspendidos dentro de esta intrincada red de mentiras, desprecio y resentimiento, un momento en que, a pesar de todo eso, nos damos cuenta de que tenemos algo en común: Victor nos salvó ambos por igual, y por eso somos uno solo. Al mismo tiempo, miramos hacia a Victor.

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cualquiera de nuestras lealtades es cuestionada.

Niklas finalmente rompe el espeso silencio. —Como siempre he dicho, hermano, nunca te traicionaría. Victor asiente y veo el alivio oculto dentro de sus ojos verde-azulado. Me pregunto si habría matado a Niklas desde su posición si Niklas hubiera optado por tomar la ruta alternativa. —Estoy contigo —dice Niklas y me mira de una vez—. Cualquier cosa que quieras hacer. Pero antes de hacer algo hay que averiguar quién le dijo a Javier a donde la llevaste.

me está culpando. Mis cejas se arrugan en mi frente. Cruzo los brazos sobre mi pecho. —Bueno, te aseguro que no le dije —escupí—. No me mires así. Victor camina entre nosotros y me toma por la muñeca, me lleva a la silla más cercana donde me siento de buena manera. Mi estómago se retuerce nerviosamente. Levanto la vista hacia los dos, mis manos agarran los extremos de los brazos de la silla. —¡No fui yo! —Sé que no fuiste tú —dice Victor—. Pero necesito que pienses en este momento, Sarai. ¿En cualquier momento hablaste con alguien desde que dejaste el complejo? Cualquier persona. ¿Viste algo que a lo mejor no parecía correcto, algo aparentemente insignificante? Niego con la cabeza, mis dedos índices haciendo un movimiento circular nervioso contra los surcos de madera de cerezo en el diseño de la silla. —No lo sé —digo con voz entrecortada, tratando desesperadamente de recordar algo, cualquier cosa que pudiera estar buscando.

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Cuando los ojos Niklas caen sobre mí otra vez, se quedan allí, y de repente siento que

Pero no puedo. —Victor, no lo creo. Camina una vez y luego mira a Niklas. Entonces, como si acabara de ocurrírsele una teoría, gira su cuerpo rápidamente de nuevo hacia mí. —Quítate la ropa —demanda Victor. Mi corazón se detiene. —¿Qué?

suelte, pero él se aplica más presión. —¡No voy a quitarme la ropa! ¿Por qué me pides...? —Lo golpeo con mi mano libre, justo en el lado izquierdo de su cara. Él agarra mi muñeca. —Necesito que confíes en mí. Te he traído hasta aquí ahora haz lo que te digo y quítate la maldita ropa. Su uso impropio de esa vulgaridad me aturde a la apacibilidad. Mis ojos se mueven atrás y adelante entre ellos otra vez, apretando mi mandíbula, mi aliento es expulsado de mis fosas nasales, pesado y breve. —Está bien —le digo, señalando con la mano de la suya—. Pero no delante de él. Victor me toma por la muñeca y camina conmigo lejos de Niklas y hacia la entrada de su habitación. —No tienes nada que quiera ver —oigo a Niklas decir justo antes de que Victor cierre la puerta.

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—Sarai, quítate la ropa. —Él me tira de la silla por mi mano. Trato de hacer que la

Ya me siento desnuda de pie en la gran habitación amplia con vista al mar de Victor y ni siquiera me he quitado la ropa todavía. Quiero entretenerme el mayor tiempo posible, prolongarlo de modo que tal vez cambie de idea o al menos me diga qué se trata todo esto, pero él no pierde más tiempo. Y no me deja perder más, tampoco. —Quítatelas. Ahora. Empiezo con mi camisa, tirando de ella sobre mi cabeza y exponiendo mis pechos desnudos. Dejo caer la camisa en el suelo, junto a mis pies. Él me mira, no con lujuria en sus ojos, sino con determinación. Me inclino y deslizo mis pantalones y todo lo que

Da un paso hacia mí. No me atrevo. El espacio entre nosotros es de aproximadamente cincuenta centímetros, pero se sienten como cinco. No quiero quitarme las bragas, no porque le tenga miedo, sino porque... me da vergüenza para que me vea de esa manera. Cuando da un paso más cerca y no exige que me quite las bragas, doy un suspiro silencioso de alivio. —Acuéstate en la cama —dice, y ese suspiro es regresado a mis pulmones antes de que pueda expulsarlo por completo. Cuando no actúo con suficiente rapidez, envuelve sus manos alrededor de mis brazos y me empuja suavemente contra su caro edredón de diseñador. Me trago un nudo en la garganta. Como empiezo a levantar los brazos a mis pechos para cubrirlos, siento las manos calientes de Victor en mí. Me congelo, mis ojos muy abiertos y sin parpadear. Levanta mis brazos sobre mi cabeza y comienza a tocar cada centímetro de mi piel, presionando sus dedos a lo largo de la parte inferior de mis brazos primero y luego hacia abajo, hacia mis costillas antes de dirigirse a mis pechos.

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queda son mis bragas.

Sus ojos atrapan los míos brevemente. Tal vez quisiera aliviar mi miedo a él con esa mirada, pero lo único que hizo fue hacerme desear que me tocara más. La culpa de ese pensamiento me abruma. Pero el toque de sus manos en mis pechos, amasado sólo una pequeña parte de ellos con los dedos, hace algo completamente diferente. Imagino su boca en mi pezón... Aparto ese pensamiento ridículo y lo miro, sus ojos fijos y cómo con habilidad, y al mi cuerpo. Furtivamente aspiro el aroma de su piel, su olor natural que de alguna manera me hace desear que me bese. Se inclina hacia arriba y se aleja de mí, pero no ha terminado. Él va por mis muslos luego, empezando por el izquierdo y amasando sus dedos en la carne con las dos manos. Y a continuación, el otro muslo. Cuando sus dedos tocan la piel sensible del interior de mis muslos, justo en mi línea de mi ropa interior, jadeo. Se detiene. Él me mira, a través de la desnuda vista de mi cuerpo. Sólo puedo preguntar que está pensando, pero esta vez tengo la sensación de que su mirada no es para aliviar mi miedo hacia él, sino para estudiar mi reacción de sus manos sobre mí, tan cerca de mi parte más íntima. Me pregunto por qué siquiera estudiaría mi rostro, por qué no ignoraría mi reacción obvia y la rechazaría al alejar sus manos como esperaba que hiciera. Pero en cambio, las deja allí, siento la yema de uno de sus dedos rozar la carne en la curva de mi pierna justo en el borde de mi ropa interior, en conflicto sobre lo que debía hacer. Lo que puede desear hacer. Él se aleja y de repente me da la vuelta sobre mi estómago. —¿Qué estás haciendo exactamente? —pregunto, adaptándome al rápido cambio del momento.

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mismo tiempo, agresivamente, sus manos se mueven a través de cada centímetro de

Él baja mis bragas hasta la mitad sobre mis nalgas, mueve sus manos aquí y allá, de la misma manera y luego regresa a mis caderas. —Estoy buscando algo. —¿Qué? — pregunto. Entonces, de repente se detiene, el pulgar hace un movimiento circular en un punto en particular por encima de mi nalga derecha, en la parte de atrás de mi hueso de la cadera. La misma área general donde quité su bala.

Trato de girar mi cabeza para verlo mejor, pero me duele el cuello. El destello de una hoja plateada me llama la atención. Me entra el pánico cuando vislumbro el cuchillo en su mano y empiezo a retorcer mi cuerpo torpemente. Pero él me sostiene, poniendo el peso de su mano en la parte baja de mi espalda, la mano con el cuchillo lucha con mi hombro izquierdo. —¿Qué vas a hacer? —grito. —Tengo que quitarlo. —¡Victor, no! Me retuerzo más violentamente, tratando de darme la vuelta sobre mi espalda para poder levantarme. De repente él se encuentra totalmente encima de mí, y su cercanía, la calidez de su aliento en el lado de mi cuello, me quita el aliento. Todo mi cuerpo, se solidifica debajo de él y luego comienza a relajarse, fundiéndose con su cuerpo y su voz recorre el exterior de mi oreja. —Voy a ser amable —susurra y mi piel se estremece desde mi oreja hacia abajo por toda mi columna vertebral.

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—Un dispositivo de seguimiento —dice—. Tienes uno.

Se aprieta contra mí por detrás, su dureza es obvia detrás de la capa delgada de sus pantalones que nos separa. —Lo prometo —dice en mi oído—. Pero eso tiene que salir. ¿Entiendes? ¿Confías en mí? —Aprieta sus caderas contra mí y me siento moverme contra él involuntariamente. Cierro los ojos cuando la sensación de hormigueo entre mis piernas se mueve hacia mi espalda y mis párpados. —Sí —susurro—. Confío en ti. —Bien —dice en voz baja y lentamente se levanta y se aleja de mí.

hacerme que en la amenaza más urgente. Una parte de mí ni siquiera se preocupa por lo que va a hacer, que esté a punto de cortarme con un cuchillo, que va a doler como el infierno. Y tal vez esa es la única razón por la que hizo lo que hizo, sabiendo de alguna manera que podía controlar mi estado de ánimo, mis emociones, con la esperanza de tocarme más de lo que ya ha hecho. Me siento como un juguete y Victor conoce que botón presionar, tocar, para obligarme a hacer lo que quiera, sentir lo que él quiera que sienta. Y no me importa. No sé cómo lo hizo, pero no me importa en absoluto. —Muerde la almohada si es necesario —dice. Estiro la mano y agarro la almohada más cercana a mí, aplastándola contra mi pecho. Aprieto mis ojos cerrados fuertemente. La hoja entra y yo grito de dolor antes de enterrar mi cara en la almohada, mi cuerpo entero está endurecido como un bloque de cemento. En segundos, el dispositivo está fuera y Victor se encuentra a los pies de la cama mirando al espacio entre sus dedos ensangrentados, a algo tan pequeño como un grano de arroz.

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Me quedo muy quieta, pensando mucho más acerca de Victor y lo que acaba de

Con su mano libre, toma la toalla que usó para secarse después de la ducha, que había estado en el suelo cerca. Él me la da. —Pon presión sobre ella para detener la hemorragia —dice y cruza la habitación hacia su cuarto de baño. Mientras presiono la toalla en la parte posterior de mi cadera, oigo el agua correr en el lavabo y luego el sonido de él hurgando en su botiquín. Con una mano sosteniendo la toalla en su lugar, me levanto de la cama para encontrar mi camisa, dejando caer la toalla sólo el tiempo suficiente para ponérmela.

dedos y camina junto a mí hacia la puerta.

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Victor sale del baño con un frasco de pastillas de color naranja estrechado entre sus

Capítulo 26 я

—Niklas —digo saliendo de la habitación—, ¿esto te resulta familiar? —Voy directo hasta él y le ofrezco el frasco de pastillas con el dispositivo de rastreo en el interior. Él lo toma entre sus dedos. Escucho suaves pasos detrás de mí cuando Sarai emerge de la habitación, pero mantengo mi atención en Niklas. Él mira por un lado del frasco primero pero luego gira la tapa y tira el dispositivo a su mano. Me mira. —El mismo tipo de dispositivo que usan con las chicas en Dubai —dice. Mira a Sarai—. ¿Has encontrado esto en ella? —Luego lo deja caer de vuelta en el frasco y lo cierra—. Odio preguntar dónde. Niklas se limpia la mano en su chaqueta.

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Victor

—Si es uno de ellos —digo—, esto significa que Javier Ruiz tiene una operación mucho más grande de lo que alguno de nosotros sabía. Nunca he sabido de un capo de la droga como Javier que tenga acceso a este tipo de tecnología. —No les importa la tecnología —dice Niklas—. Todo con lo que tratan son drogas, armas y chicas. —Tuviera —dice Sarai y me doy la vuelta para verla—. Que Javier tuviera una operación mucho más grande. Está muerto, ¿recuerdas? —Sí —digo—, pero eso no significa que su operación lo esté. Significa que será

—¿Bueno qué tiene que ver eso con nosotros? —pregunta Sarai. Siento el impulso de decirle que se ponga pantalones delante de Niklas, pero me detengo. —No hay un nosotros —dice Niklas. Sarai le fulmina con la mirada y reajusta la toalla sangrienta contra su cadera. —Entonces, ¿qué tiene que ver eso conmigo? —espeta—. O, ¿cualquiera de ustedes? —No tiene nada que ver contigo —digo—. Ya no. Era de Javier y si él te hubiera vendido o prometido a otro comprador no hubieras estado en su posesión durante tanto tiempo como lo estuviste. No tenía ninguna intención en dejar que otro te tuviera. Ahora que está muerto no tienes nada más que temer. —Hago una pausa—. En cuanto a lo que tiene que ver con nosotros… —Me detengo justo ahí, sabiendo que no debo decirle más de lo que ya sabe o soy yo el que la pondrá en mayor peligro con la Orden. Y juzgando por la expresión en el rostro de Niklas ya he dicho demasiado, en su opinión.

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pasado a quien sea que estuviera en línea para controlarlo.

Desliza el frasco de pastillas en su bolsillo. —Deshazte de eso —dice, luego sin mover la cabeza veo que sus ojos se desvían a Sarai durante una milésima de segundo. Su odio por ella hirviendo debajo de la fachada de calma y disciplina que lleva puesta—. ¿Entonces cuál es nuestro próximo movimiento? ¿Voy a estar cubriéndote ante Vonnegut, o vas a irte en solitario? Sé qué respuesta quiere que le dé y por ahora, es lo que elijo hacer. —Dile a Vonnegut que estoy preparado para mi siguiente misión —digo, inventándome los detalles según la marcha—. Y que ponga esta casa en el mercado

Sarai me mira con una mirada de confusión. Niklas asiente y acepta, porque a diferencia de ella, sabe que esta casa ha sido comprometida por el dispositivo de localización que lleva en el bolsillo. Puede que Javier Ruiz esté muerto, pero el dispositivo todavía está en funcionamiento y alguien está y ha estado vigilando sus ubicaciones desde que Sarai escapó del recinto. Así es cómo Izel nos encontró tan rápidamente en el motel en México. Cuando contacté con Javier y le di mi ubicación para que viniera por la chica, Izel llegó media hora antes de lo que debía dada nuestra distancia desde el recinto. En aquel momento, asumí que ya había estado en la carretera con sus hombres buscándonos, y de hecho, lo había estado. Peor no había sabido hasta ahora que era porque ya sabía dónde estábamos. También fue por el dispositivo que los dos hombres entraran a la tienda pretendiendo ser clientes y hablando con el dueño de la tienda en código. Dado el hecho de que maté a todos los hombres que vinieron con Izel la primera vez, presumo que Javier Ruiz quería ir sobre seguro enviando solo dos la segunda vez. Solo fueron enviados para recabar información y seguirnos hasta que Javier ideara un plan mejor. Cuando llevé a Sarai al otro lado de la frontera fue más difícil seguirnos. Imagino que envió más hombres para que nos siguieran, posiblemente incluso para que nos emboscaran en algún momento, pero eso nunca pasó y tengo que creer que fue

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otra vez. Nos iremos por la mañana.

debido a que nosotros ya estábamos en los Estados Unidos. Fue incluso difícil para Javier pasar la patrulla de la frontera y tiene incluso influencia poderosa con algunos funcionarios estadounidenses corruptos. —Me pondré en contacto contigo tan pronto como reciba nuevas órdenes de Vonnegut. Niklas da un paso hacia mí. Se despoja de la parte de enlace sin emociones y se parece más a mi hermano ahora.

Niklas baja la cabeza brevemente. —Haré cualquier cosa por protegerte porque eres mi hermano —dice—. Igual que tú lo hiciste por mí. Compartimos un momento silencioso de entendimiento, asentimos y nos separamos. —Me odia, como he dicho antes —habla Sarai desde detrás—. Pero es leal a ti. He estado mirando por la gran ventana al otro lado de la habitación, perdido en mis pensamientos escuchando las olas chocando contra las rocas. —Sí —digo—. Lo es. Ella da un paso a mí y coloca su mano en mi muñeca. —No podías haberlo sabido —dice—. Que no fue él. Pero eso no importa ahora. Creo que has calmado los aires con tu hermano en más de una forma. —Tal vez —digo y me alejo—. Pero no puedo preocuparme con eso ahora. —Ella me sigue a mi habitación—. Deberíamos hablar sobre ti.

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—Lo siento por lo que hizo nuestro padre —le digo.

Entro al cuarto de baño y ella se queda en la puerta, la toalla todavía presionada contra su cadera. —Ven aquí —digo. Lo hace sin preguntar. Pongo mis manos en su cintura y le doy la vuelta para que enfrente al espejo. Instintivamente, pone las manos en el borde del mostrador, dejando que la toalla sangrienta caiga al suelo. Metiendo mis dedos tras el elástico de sus bragas, los deslizo hacia abajo por sus caderas, dejando que descansen a medio camino en el

—¿A dónde querrías ir? —pregunto mientras abro el armario a mi derecha—. Te instalaré donde sea que quieras, pero tenemos que hacer esto pronto. Espero tener mis nuevas órdenes antes de que termine el día mañana y no tendré mucho tiempo para malgastar entre llevarte a donde tengas que ir y cuando tenga que irme. Vuelvo con mi kit médico y lo dejo sobre el mostrador. Sarai no responde al principio, tal vez está decidiendo sobre el sitio, pero mi instinto me dice que ese no es el caso en absoluto. Puedo ver su reflejo en el espejo, pero no levanta la cabeza para mirarme. —Pero quiero quedarme contigo —dice con cuidado—. Ya te lo he dicho, no tengo a dónde ir, ni identidad… —Y yo te lo he dicho —le recuerdo—, que todo eso puede ser remediado. Tú elige el sitio y yo me haré cargo del resto. Por ahora, tienes el permiso de conducción que te di. Limpio la herida de cuchillo con peróxido y cubro el área alrededor con yodo. Ella apenas se estremece por el dolor punzante.

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centro de su trasero.

—No necesito tu ayuda instalándome en una vida que ya no quiero —dice. Meto la aguja y empiezo a coserla. Ni siquiera este dolor, aunque apenas obvio en su rostro, puede disuadirla de las cosas que quiere decir. Esperaba que lo hiciera, pero su determinación es inquebrantable ahora mismo. —Solía soñar con ello —dice, su mirada levantada en el espejo pero todo lo que ve es el ensueño—. Aunque apenas podía recordar siquiera cómo era Arizona, me solía imaginar viviendo en ese espantoso tráiler con mi novio y amigas al lado. Un sueño realmente inspirador, lo sé —se burla de sí misma—. Pero ese lugar, después de un tiempo, era todo lo que podía recordar. Habría dado cualquier cosa por ser capaz de menos con Javier, dejé de soñar con ello. Me rendí deseando poder encontrar una forma de escapar. Lentamente con el tiempo aprendí a aceptar mi vida tal y como era. Lo odiaba al principio, por supuesto. Odiaba a Javier. Odiaba que aunque nunca me violó, al menos no como esperas que pase una violación; sabía al principio que yo no quería, que solo se lo di porque tenía miedo y aun así tuvo sexo conmigo y yo digo que eso es violación. Pero le odiaba y odié entregarme a un hombre al que no quería. Vislumbro que su garganta se mueve en el espejo cuando traga el doloroso recuerdo y hace una pausa antes de continuar, intentando poner en orden sus pensamientos. —En algún momento —dice—, incluso dejé de odiarle. Ss… sé que suena loco, y… y… nunca le amé —tartamudea con sus palabras y siento que está en conflicto con las palabras que está diciendo—. Pero dejé de odiarle… Atrapa mis ojos en el espejo. —¿Eso me convierte en una enferma? Quiero decir… —Lame la sequedad de sus labios. Coso el último punto y limpio el área otra vez con alcohol, solo apartando la mirada de ella lo suficiente para asegurarme de mi técnica—. Quiero decir, porque dejé de odiarle, ¿significa eso que algo está mal conmigo?

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volver ahí y continuar con la vida que me quitaron. Pero después del tercer año más o

Quiere desesperadamente que le diga que no. Vuelvo a ponerle las bragas sobre sus puntos y voy a limpiarme las manos. —Significa que eres humana —digo. Intentando evitar su deseo de permanecer conmigo, la dejo de pie en el baño y no ofrezco más de mis propios pensamientos sobre dicha cuestión. Pero ella es implacable y me sigue fuera. Yo continúo con mis cosas, en conseguir un poco de sueño muy necesitado. Me quito bañada en un resplandor azul oscuro. —Victor —dice suavemente detrás de mí—. Por favor llévame contigo. Te lo he dicho antes, puedo ayudar. Puedes enseñarme, entrenarme para ser lo que sea que piensas en lo que seré buena. —No quieres realmente eso, ¿no? —pregunto, conociéndola mejor de lo que se conoce. Tiro de mi edredón y sábanas y me deslizo en mi cama—. Simplemente no quieres que te deje. Sola en el mundo. Libre para ser quien quieras ser, para tomar tus propias decisiones. Para tener sexo con los hombres que elijas tú. Para tener una vida normal. Porque es extraño para ti. —Hago una pausa—. Si te dijera que mates a alguien por el bien del trabajo, no serías capaz de hacerlo. No serías capaz de matar a un ser humano a sangre fría, sin saber nada de sus crímenes o sus familias o incluso por qué están siendo asesinados. Nunca podrías ser como yo. Ninguna cantidad de entrenamiento podría hacerte una asesina, Sarai. —Me tumbo sobre mi almohada, llevando las sábanas hasta mi cintura—. Ahora duerme un poco. Nos iremos a las seis a.m. y espero que hayas elegido un lugar al que quieras ir para entonces. Parece derrotada. Preciosa y suave y dañada de pie ahí delante de mí parcialmente vestida a la luz de la luna brillando por la alta ventana. Preciosa, pero derrotada. Esa mirada en sus ojos, de alguna forma se traba en mi alma y todo lo que quiero es que

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la camisa y los pantalones, apagando la luz mientras paso, dejando la habitación

ella se dé la vuelta y se aleje. Porque sé que si no lo hace, si me presiona más con esos suaves labios y tristes y vulnerables ojos sucumbiré al momento y o bien me la follaré o la mataré. Se vuelve y camina hacia la puerta. La detengo. —Sarai —digo, pero no se da la vuelta—. Nunca aceptaste tu vida con Javier, o no estarías… aquí conmigo ahora. —Había empezado a decir: O no le habrías matado, pero decido no hacerlo.

Estoy tumbado aquí mirando a las gruesas nubes que cubren el cielo y pienso en las cosas que le he dicho, las mentiras que le he contado. Podría matar a sangre fría. Cada parte de mí me dice que puede y que lo haría. En una forma, me duele creerlo, saber que le quitaron su inocencia hace tanto tiempo y que aunque todavía tiene una oportunidad decente de vivir una vida normal, el hecho de que decida mi vida, es difícil de digerir. Es difícil más que nada porque casi quiero dárselo.

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Ella no dice nada y cierra la puerta al salir.

Capítulo 27 225

Sarai

Escucho los truenos y la lluvia durante una hora, sin poder conciliar el sueño. A pesar del clima está muy tranquilo en esta casa, tan amplia y vacía. Vacía en casi todos los sentidos de la palabra. Me acuesto sobre las sábanas frescas en la habitación de invitados, viendo las nubes oscuras agitarse en el cielo a través de esa enorme ventana. Oigo las olas rompiendo abajo y veo el océano sin fin en un flash espeluznante como rayitos de luz en el cielo turbulento. Vacía. Esta casa. Mi alma. El alma de Victor. Es la única palabra adecuada para lo que siento, la forma en que creo que Victor se siente, aunque él más que yo. ¿Cómo alguien puede ir por la vida de manera subrepticia, sin emociones, tan apegado a nada ni a nadie? Cuando miro en sus ojos veo algo allí, aunque latente y completamente confuso, sé que está ahí. Y es de gran alcance. Quiero entenderlo, sentirlo, probarlo en mis labios.

Como el trueno comienza a desvanecerse a medida que avanza en la distancia, la lluvia se vuelve una llovizna suave. No puedo escuchar más, pero todavía puedo verla golpeando contra el vidrio en riachuelos poéticos. El frío en el aire levanta la piel de gallina en mis piernas desnudas, incluso por debajo de las mantas, que evoca visiones de Victor acostado a mi lado para ayudarme a mantener el calor. Decido levantarme. Me siento tonta e imprudente por lo que voy a hacer, pero no me importa. Si él va a deshacerse de mí mañana, ¿qué importa cómo termine esto?

través del centro de la casa. Colocando las puntas de mis dedos renuentes en la palanca de la puerta fuera de la habitación de Victor, me detengo antes de empujar suavemente hacia abajo. La puerta hace clic al abrirse y camino al interior. Lo veo a través el espacio grande, acostado sobre su espalda, con la cabeza caída hacia un lado, frente a mí. Sus ojos están cerrados, su respiración constante. La sabana cubre sólo su abdomen y muslos, dejando el resto de su cuerpo desnudo expuesto al frío en el aire. Recuerdo al principio de la noche cuando estaba encima de mí, apretándose contra mí por detrás y hace que mi estómago y caderas tiemblen. Me acerco, tratando de permanecer lo más silenciosa posible, pero al mismo tiempo me preguntaba por qué estar en silencio en absoluto. Él va a saber que estoy aquí con el tiempo, y bueno, ese es prácticamente el punto. Adelantándome al lado de su cama, lo observo por un momento, cómo se eleva su pecho tonificado y baja con cada respiración tranquila. Cómo sus labios están sin abrir, presionados suavemente el uno contra el otro, lo que significa que todo lo que está soñando, si está soñando en absoluto, es tranquilo, sin ser molestado por la violencia que eclipsa su vida. Al igual que yo, las pesadillas de sus experiencias se han desvanecido, dejando sólo un morboso sentido de normalidad a la que las pesadillas ya no consideren aptos para visitar.

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Mis pies descalzos se mueven en silencio a través de los pisos de madera y luego a

Deslizo mi camisa y la dejo caer en el suelo. Presionando mis manos y rodillas contra la cama, me arrastro sobre él, a horcajadas sobre su cintura. En sólo unos segundos, la parte posterior de mi pelo es jalado en una mano y su arma se metió debajo de mi barbilla, forzando mi cuello hacia atrás tan lejos que me temo que si me muevo va a zafarse. No digo una palabra, pero no tengo miedo. No sé a ciencia cierta si él me va a matar o no, pero yo no le temo en ambos sentidos.

deslizarse por el centro de mi cuello. Pero más que eso siento su dureza entre mis piernas y el conocimiento del arma en cualquier parte de mi cuerpo pasa a un segundo plano. —Si vas a dejar que me vaya —le susurro, sin poder ver a sus ojos—, entonces déjame tener ésta última cosa de ti. Él jala mi cabeza hacia atrás aún más. La pistola está presionando en mi estómago ahora. —Nunca he estado con un hombre con el que quisiera estar —le digo—. Quiero estar contigo. Sólo una vez. Quiero saber lo que se siente ser el que está en control. Está en conflicto, lo siento en el calor que emite de su piel, en sus tensos, movimientos inciertos. En una ocasión el arma profundiza en mis entrañas y siento como si mi pelo está a punto de salir en su mano. Pero luego se arrepiente, aflojando su agarre sólo un poco, permitiéndole a mi cuello una calma temporal. Puedo ver sus ojos ahora, mirando hacia mí tan letales y a la vez tan seductores, aunque sé que no lo está haciendo a propósito. —No puedes estar aquí —dice, también en un susurro.

227

Él aprieta sus dedos más contra mi cuero cabelludo y siento el cañón frío de la pistola

Siento sus ojos en mí, barriendo por encima de mi cuerpo, mis pechos desnudos, hacia abajo a donde mis muslos desnudos están enganchados libremente alrededor de sus caderas. —No me importa, Victor. Su mirada se mueve de nuevo a mi cara donde estudia la curvatura de mis labios. Entonces soy testigo de algo más rápido sobre sus ojos, algo aterrador que nunca he visto antes en él y me pongo tensa a su alcance. Me estudia en silencio como si yo fuera algo para ser devastada y en última instancia... matada. A pesar de mi creciente piedad. Sin soltarme levanta su espalda de la cama, el brazo con el que su mano se clavó dolorosamente en mi pelo se presiona contra mi hombro. Estoy sentada a horcajadas sobre su regazo, ambos de mis muslos desnudos tocando sus costados lo que calienta mi piel de la misma manera en que imaginé. Puedo decir que está completamente desnudo debajo de esa delgada sabana que nos separa. —Si quieres matarme, entonces hazlo. Sus labios se mueven más cerca de la míos. —Pero si lo hace —le digo con voz entrecortada—, déjame estar contigo primero, por favor... Mis ojos se cierran por sí solos. Espero por lo que va a suceder; la muerte o el sexo son bienvenidos, mi cuerpo rígido contra el suyo, mi corazón latía tan rápido que lo siento en mi cabeza y en mis dedos. Cuando siento que su cepilla sus labios contra los míos, me relajo. Pero cuando siento el frío metal contra mi sien, mis ojos se abren lentamente para mirarlo de nuevo.

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temor, yo todavía quiero estar donde estoy, atrapada en los brazos de un asesino sin

—Esto no puede suceder, Sarai —dice. Bajo mis labios a los suyos. —Sí, si puede —le susurro en ellos antes de cubrirlos con los míos. Mis muslos se tensan alrededor de su cintura y me siento a mí misma presionando contra su erección, temblores moviéndose a través de mi pelvis y hacia abajo en mis rodillas. Me levanto y arranco la sábana de entre nosotros, estableciéndome de nuevo en su regazo desnudo, al instante siento la diferencia que la sabana hacía. Me estremezco contra su polla, sintiendo su dureza a través de la tela de mi ropa interior

Pero puedo decir que no quiere esto. Él no me alejara, pero está en conflicto. —Por favor, déjame hacerlo contigo —le digo, mirando hacia abajo en sus hermosos ojos. Él busca mi rostro, sus dedos tocando suavemente mis mejillas, una mirada de incertidumbre en sus facciones, como si este intercambio entre nosotros es algo totalmente nuevo para él. Puedo decir que él probablemente nunca ha estado con una mujer a la que no podía asolar, saquear y dominar. Y si bien creo que lo prefiero así, ahora mismo en este momento quiero ser la que hace todas las decisiones. No estoy segura por qué, pero eso no importa. Siento su cuerpo ceder aún más. Presiono las palmas de mis manos contra su pecho duro como una piedra y lo empujo suavemente contra la cama, con la esperanza de que me va a dejar. Él lo hace. Se acuesta, dejando sus manos descansar en la parte superior de mis muslos. Nos miramos el uno al otro y no hay palabras habladas. No son necesarias. Metiendo el dedo medio detrás del elástico de mis bragas, las deslizo, una pierna a la vez, y nunca muevo mis ojos de los suyos.

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y me hace temblar.

Sintiéndolo entre mis piernas, piel contra piel, solo es abrumador. Me acuesto hacia adelante, con ganas de todo de él, el calor de su pecho contra el mío, el calor de su aliento en mi cuello. Todo. Lo beso duro y profundo, su lengua enredándose con la mía en una danza de la dominación, sus dedos presionando en la parte posterior de mi cabeza hasta que arrastra una mano a lo largo de mi cuerpo y de mi cadera. Él aprieta, empujando sus caderas hacia mí. Él quiere tanto el control, pero le recuerdo que es mío, empujando las caderas de nuevo contra él y manteniéndolas allí. Cuando él me devuelve el control, lo beso ligeramente en los labios y luego en ambos lados de la línea de la mandíbula.

Y entonces me pongo a llorar. Siempre lloro cuando estoy enojada. Me estoy convirtiendo en alguien más, esa chica perdida a los catorce años de edad, obligada a vivir una vida de esclavitud, dolor y sueños rotos. Destellos de la cara de Javier pasan por mi mente errática. Me siento como si estuviera en un carrusel y está girando tan rápido, todos los rostros de Javier aparecen y desaparecen antes de que pueda alcanzarlos y agarrar uno. No puedo poner mis manos en uno solo para que pueda golpearlo hasta la muerte. Y solo lloro con más fuerza, gritando en la noche y antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo, Victor se ha convertido en el rostro de Javier que no puedo tomar. Balanceo mis puños contra él, golpeándolo una y otra vez en el pecho y en los brazos y él no me detendrá. Porque sé que sólo él puede entender por qué necesito este momento tan desesperadamente. Gritando en la noche, lo dejé todo salir. Lagrimas salen de mis ojos. Me dejo caer sobre él y me envuelve en sus brazos. No puedo recuperar el aliento mientras sollozo en el hueco de su cuello.

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Él mira mi cara, vislumbrando mis labios, con ganas de probarlos.

Capítulo 28 231

Victor

Hermosa pero derrotada y rota. Rota por el resto de su vida, y ninguna cantidad de mutilación emocional jamás le devolverá completamente su inocencia. La chica es una bomba de tiempo, un peligro para sí misma y muy posiblemente para otros. No estaba seguro, pero ahora sé que ella es más inestable de lo que jamás podría haber imaginado. Y porque ella es muy hábil en ocultarlo, no sólo de mí sino también de sí misma, es más peligrosa de lo que yo soy. Soy disciplina. Sarai es rabia. Soy consciente de mis opciones en todo momento. Las opciones de Sarai son más conscientes de ella, al acecho de decidir por ella sobre la base de la gravedad de su estado de ánimo, sin ninguna intención de dejarle ningún control consciente sobre ella. Yo sé lo que tengo que hacer. Acuno la parte de atrás de su cabeza en la palma de mi mano, mi arma descansa a mi lado en la cama de al lado. Siento las lágrimas empapar mi hombro, su cuerpo sacudiéndose por los sollozos que siento en mis músculos. Y su punto dulce todavía presiona contra mi polla cada vez que su cuerpo se tensa. Pero la dejo allí a pesar de la necesidad moral de apartarme.

—Sarai —le susurro contra el costado de su cabeza—. Lo siento. Levanto la pistola lentamente detrás de ella. Ella inclina la cabeza y apoya su mejilla contra mi pecho y yo hago una pausa, a la espera, aunque no sé de qué. Sus sollozos comienzan a tranquilizarse, la mano izquierda se queda cerca de su barbilla, donde sus dedos queden rozando mi clavícula. —Tengo una tía en Francia —dice en voz baja, distante—- La hermana mayor de mi madre. Sé que ir a Francia es un largo camino, pero no tienes que llevarme allí, sólo

Levanto el arma un poco más alto, colocando el cañón en la parte posterior de su cabeza, pero sin tocarla. No quiero que ella tenga miedo antes de morir y aunque sé que ella no teme a nada, la muerte es algo que todos tememos en nuestro momento final aunque sólo la parte más pequeña de nosotros es consciente de ello. Yo no quiero que tema en absoluto y no puede si no sabe que está sucediendo. —¿Qué edad tenías cuando te convertiste en lo que eres? —pregunta ella. Cogido por sorpresa por la pregunta y tal vez más por el cambio de estado de su ánimo, dudo antes de contestar. —Yo tenía nueve años. Ella esnifa y se seca los ojos con la mano cerca de su mejilla. —Eras muy joven —continúa. —Supongo que de una manera como yo, nunca has tenido la oportunidad de vivir una vida de tu elección. Supongo que tal vez no somos realmente tan diferentes el uno del otro. —Hace una pausa—. Salvo que podría ser más como tu hermano de lo que quisiera admitir. Está tan enojado como yo. Libero mi dedo del gatillo y poco a poco, sin que ella lo sepa, muevo el cañón de la parte posterior de su cabeza.

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ayúdame a llegar al avión.

—Debe haber sido difícil crecer con Niklas —dice ella. Pongo la pistola en la cama junto a mí y antes de que saber lo que estoy haciendo, estoy acunando la parte posterior de su cabeza en mi mano de nuevo. —Sí —le respondo—, teniendo en cuenta las circunstancias no convencionales. —En lugar de ver quién es el mejor jugador de béisbol era saber quién es el mejor asesino. —No —le digo—. Niklas nunca trató de ser mejor que yo, él sólo quería ser mi igual. Nunca hemos competido entre nosotros, pero ha estado compitiendo con todos los

—¿Cerca de ti? —pregunta ella. Asiento con la cabeza y ligeramente peino con mis dedos su pelo. —Vonnegut, Samantha, mi madre, nuestro padre —digo lejanamente mientras me imagino estos acontecimientos, mirando hacia el techo de escala—. Y ahora tú. Oigo un suspiro, pero no levanta la cabeza. —Ves que tienes una cosa que yo no —dice ella con cuidado, aunque tengo la sensación de que ella está diciéndolo más que para sí misma—. Hay alguien que te ama y que es leal a ti y que va a matar por ti. —Levanta su cuerpo contra el mío y se levanta de la cama. Entonces me mira—. Eres muy afortunado de contar con él, Victor. Toma sus bragas desde el extremo de la cama y se las pone. Luego agarra su camisa del suelo y tira de ella sobre su largo cabello, despeinado y sobre sus pechos. —Estoy muy agradecida —dice ella mirando hacia atrás —, por todo lo que has hecho por mí. Supongo que al final nada de eso realmente importa, ni salvar mi vida, o perdonármela. Pero siempre estaré agradecida. Sarai sale de mi dormitorio, pero en cierto sentido me ha llevado con ella.

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que han estado siempre cerca de mí durante todo el tiempo que ha vivido.

Durante un período de tiempo desconocido para mí, me quedo mirando al techo, imaginando el aspecto que tenía antes de que ella se fuera, como ella me usó para vengarse de Javier. Al principio, yo sé que ella no vino a mi habitación para eso. Ella quería estar conmigo. Quería sentir algo que nunca ha sentido antes, pero la rabia y la venganza no eran parte de su plan. La autodestrucción no era parte de su plan, y a pesar de utilizar ese momento para liberar parte del odio dentro de ella, lo único que siento que hizo fue que se diera cuenta de lo jodida que realmente está. El sonido oscuro, melódico del piano va suavemente a través de la casa, rompiendo mí trance, como aturdido. La pieza se detiene tres veces y comienza de nuevo mientras confianza sobre las teclas, fluida y cuidadosamente y perfecta. Y en poco tiempo me encuentro de pie junto a mi cama y en mi ropa interior. La pieza continúa, tan elegante y hermosa y desgarradora que me saca de mi habitación y yo soy incapaz de luchar contra ella. Tomo el pasillo en un paso tranquilo, siguiendo el sonido. La música se hace más fuerte, Moonlight Sonata en su interpretación más triste de todas, llenando el vasto espacio vacío a mi alrededor. Me quedo en silencio y aún en la entrada arqueada que conduce a la sala de piano. Y la veo como nunca antes la he visto. Ella se adueña de mí en este momento. Cierro los ojos y dejo que el curso de música pase a través de mí; escalofríos barren sobre mi piel como ondas débiles en la superficie del agua. Pero me despierto con demasiada rapidez. La música se detiene mientras Sarai se confunde por las notas. Aunque decepcionado de que llegó a su fin de manera abrupta, me quedo donde estoy esperando que ella continúe donde lo había dejado y termine la pieza. Su forma suave parece vulnerable y frágil en la luz de la luna tenue que la envuelve desde la ventana, una luz-halo alrededor de su cuerpo, iluminando las puntas de su cabello. Por favor, sólo toca, Sarai. No pienses en ello, sólo tócala.

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trata de tocar las notas correctas. Al cuarto intento, sus dedos se mueven con más

Ella vuelve a empezar desde donde se detuvo, pero después de unas cuantas teclas se da por vencido. Frustrada con ella misma, arquea la parte superior del cuerpo hacia delante, sus manos tocan suavemente la frente. Me siento a su lado en el banco. —Te voy a enseñar —le digo, arqueando los dedos en las teclas—. Si eso es lo que quieres. Vuelve la cabeza para mirarme y mientras ella lo hace, yo sé que ella está preguntando si yo sólo me refiero a la música.

Empiezo desde el principio y toco la pieza todo el camino hasta el punto donde se detuvo. Y entonces ella lo intenta de nuevo. Y otra vez, hasta que mi orientación la guía y ella tiene el control de las teclas como antes, de la forma en que me trajo a esta habitación. Me hechiza, cada segundo sombrío de la misma, hasta el punto de que mis ojos cerrados rebosan de lágrimas, pero sólo mi corazón puede manejar derramarlas. La pieza termina al final esta vez y el silencio llena el espacio alrededor de nosotros dos. —No quiero dormir sola —dice suavemente. Y no la fuerzo. Sarai cae profundamente dormida acurrucada a mi lado en mi cama. Justo donde la quiero.

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Ella asiente con la cabeza lentamente.

CAPÍTULO 29 Cuando me despierto por la mañana siguiente, el sol es brillante a través de la enorme ventana a pesar de que las cortinas están cerradas. Estoy sola en la cama, pero sé que no estoy sola en la casa. Fueron los zapatos de vestir de Victor, marcando sus pisadas contra el piso fuera de la habitación, lo que me despertó. Mi corazón está exhausto, pero mi mente y mi cuerpo están descansados. No puedo recordar la última vez que dormí profundamente. No creo haberlo hecho jamás. Levanto mi cuerpo del colchón, desenredándome de las sabanas. No puedo creer lo que hice ayer por la noche, pero lo hice y se acabó, tengo dos opciones, encarar a Victor y no avergonzarme, o esconderme dentro de la habitación por el resto de mi vida. Elijo lo más realista. A medida que salgo de la habitación, me pregunto por qué no nos levantamos antes del amanecer para salir como lo había planeado.

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Sarai

Está sentado solo, en la sala de estar, en el momento en que entro, completamente vestido con su mejor traje, con sus bolsas de siempre recostadas en el suelo junto a sus pies, menos la bolsa con el dinero. Hay un periódico en sus mano y una taza de café negro en la mesa de al lado de la silla. —¿Por qué no nos fuimos antes? —pregunto a medida que me adentro en la habitación. Él baja el periódico y luego decide doblarlo por la mitad y lo pone sobre la mesa al lado del café.

Mi cara se sonroja internamente, fallando en mi intento de no avergonzarme de mi diatriba sexual, pero realmente dudo que su respuesta tuviera que ver con eso. —Gracias —le digo. Levanto mis ojos hacia él de nuevo. —Parece que me vas a tener que comprar otro par de zapatos —señalo, presionando los dedos de mis pies descalzos en el suelo helado y duro, con las manos entrelazadas descansadas en la curva de mi trasero. Los zapatos que me compró antes se quedaron donde Samantha cuando tuvimos que salir de allí a toda prisa. No he tenido mucha suerte con los zapatos últimamente. —Ya me hice cargo de eso —dice cruzando una pierna sobre la otra y enderezando su chaleco. Miro alrededor de la habitación, en busca de bolsas de tiendas por departamento o tal vez ropas de mujer que hayan sido dejadas aquí por cualquier razón. Una mujer de mediana edad que llevaba un uniforme de bata azul marino se acerca a través de la puerta principal con un bolso llamativo en un brazo y varias bolsas de

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—Pensé que te caería bien dormir.

gran tamaño del almacén, por otro. Un juego de llaves le tintinea en la mano después de que cierra la puerta con la cadera. Se las arregla para dejar caer las llaves en su bolso, torciendo la muñeca con torpeza para llegar a él. —Oh, tú debes ser Izabel —dice la mujer de ojos brillantes—. Soy Ophelia. Es un placer conocerte. —Asiento con la cabeza y me presento aunque al parecer ya sabe mi nombre, bueno, el nombre que Victor me dio, de todos modos. Ella deja caer su bolso en el centro del piso y se acerca a mí, atravesando el gran espacio de la sala de estar, las bolsas de las tiendas todavía le cuelgan en el brazo y

—Tenías razón sobre el tamaño —dice mirando a Victor. Pone las bolsas en el inmaculada sofá—. Y tengo una hija de tu tamaño —dice dirigiéndose a mí—, así que espero haber elegido sabiamente. Meleena fue difícil creciendo, eso te lo aseguro. — Hace gestos dramáticos con las manos. Unos anillos adornan sus dedos—. Por supuesto, fue mi culpa por criarla en Versace y Valentino, pero es la chica más envidiada en cualquier sitio, así que supongo que la mierda que me aguanté y mi cuenta bancaria valieron la pena. Ven, deja que te vea. —Trato de ocultar la incómoda mirada con la que le miraba mientras ella saca un lindo vestido sin mangas de volados de una bolsa y lo sostiene contra mí. En su lugar, decido mirar a Victor, con la esperanza de que tal vez me dirá exactamente quién es esta mujer y lo que está haciendo aquí. Sus ojos me sonríen. Mire de nuevo. ¿Acababa de sonreírme? —Perfecto —dice Ophelia. Pero luego pone el vestido a un lado y comienza a sacar otras prendas de vestir de la misma bolsa. La siguiente bolsa está llena de cajas de regalo, de las cuales abre una a una y desenvuelve un conjunto envuelto extravagantemente en papel de seda y tul

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por su aspecto, le comienzan a cortar la circulación.

que tal vez le cuesta más de lo que debería. Mientras ella sigue y sigue hablando de su consentida, pero aun "merecida" hija, va inspeccionando cada uno de los conjuntos sosteniéndolos contra mí, como para imaginarse como luciría en ellos. O, tal vez, imaginándose como "Meleena" podría lucir en ellos. Ella era muy extraña. —Por supuesto, después de que su padre nos dejó, yo tenía que conseguir un trabajo. —Ophelia sacude la cabeza y me mira, como si tener un trabajo es la cosa más lamentable—. Así que, para apoyar Meleena y su sentido caro de la moda, entré en el negocio. Aquí, pruébate este. Es un día bonito por lo que debe usar algo que le

—¿Qué negocio exactamente? —pregunto. Me doy la vuelta para que mi espalda les dé frente a ellos y luego me saco la camisa. Apenas miro el vestido que Ophelia me ofrece, siento más curiosidad por ella, de verdad. Victor sorbe su café y finge estar leyendo su periódico. O, tal vez él no está fingiendo. No se descifrarlo a veces. —Ama de llaves —responde ella. Estoy un poco confundida y estoy segura de que se dio cuenta. —¿Se puede... estar al alcance de comprar Versace y Valentino con el salario de un ama de casa? —pregunto con incredulidad—. Sin ofender. —No lo has hecho —dice ella, deslizando el vestido por encima de mi cabeza—. Pero sí, sí puedo. Sólo trabajo para aquellos que pueden permitirse el lujo de pagarme. Celebridades, músicos; ya sabes, la gente que tiene más dinero del que necesitan. La gente rica es rápida al contratar a alguien para hacer las cosas más insignificantes porque pueden. Yo aprovecho su necedad. —Ella mira hacia Victor—. Sin ofender.

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combine.

—No lo has hecho —dice y toma otro sorbo de su café. —Ah, ya veo —digo mientras que la fresca y fina tela se desliza por mi piel. Me doy la vuelta una vez que estoy vestida. —Sí, diría que éste es perfecto —dice ella, apoyando las manos en las caderas, mirándome de arriba a abajo—. Aunque deberías usar un sujetador sin tirantes. Ophelia saca otra bolsa de dentro, mientras mira por encima a Victor. —Parece que tenías razón acerca de su tamaño de la copa, también —dice ella y

Considerándolo bien, supongo que tendría una idea bastante buena de mi tamaño. —La ropa interior fueron las únicas piezas por las que tuve que parar y comprarlas en el camino hacia acá. Saqué el resto de la habitación de mi hija. Hay un bolso y un par de otras cosas necesarias en ella también. —Pone el sujetador en mi mano—. Apuesto a que hay suficiente dinero en las cosas que tiene en su habitación que nunca ha usado como para comprar un Bentley. Me puse el sujetador sin tirantes que me dio después de arrancar la etiqueta y ella me ayuda a fijarlo en la parte trasera ya que estoy teniendo problemas para hacerlo sola. Luego sube la cremallera en la parte trasera del ligero vestido floral de encaje en mi espalda, intente admirarme en él. Es muy corto, cesando a un par de centímetros por encima de las rodillas. Y me pica en toda la parte del escote. No estoy acostumbrada a llevar este tipo de cosas, por lo menos no en cualquier lugar, nada más un par de horas a una reunión social, donde todo lo que tenía que hacer era estar allí en silencio y lucir bonita. Con Victor, corro más por mi vida que estar por ahí en silencio. Lo siguiente son los zapatos. —Yo… yo no creo que nada con tacones sea una buena idea —protesto amablemente mientras abre la primera caja.

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siento mi cara sonrojar de nuevo.

No hay manera de que use esos. Son hermosos zapatos, sí, pero no va a pasar. Ophelia mira a Victor de nuevo. Él le asiente como diciéndole que está bien. Ella cierra la parte superior de la caja, decepcionada y abre otra. —No es exactamente lo que yo hubiera escogido para usar con este vestido en particular —dijo ella—, pero al menos combinan. Pone las sandalias color crema en el piso, frente a mí y me las pongo. El sostén es incómodo, cualquiera sostén lo sería después de no haber usado uno por tanto tiempo, enterrándose en la piel bajo mis brazos. Trato de pelear la urgencia de femenina justo ahora, jalando el apretado elástico con mis brazos hacia abajo y mi cara arrugada por la incomodidad. Cuando creo que me las he arreglado para acomodarlo, relajo mis brazos a mis lados y me quedo de pie torpemente. —Te ves bien —dice Victor desde la silla, el periódico descansando sobre sus piernas. Entonces, te gu… —Gracias —digo y alejo la mirada. Nunca había tenido tanto miedo de hacer contacto visual con él antes. La humillación es más fuerte de lo que pensé. Entre más me mira, más paranoica me pongo sobre lo que está pensando en estos momentos. No sé lo que me pasó anoche. Fui a su cuarto con pasión y lujuria en mis ojos pero en algún punto que no puedo determinar, me convertí en una masoquista psicótica. Pero él me dejo serlo. Y no estoy segura de cómo sentirme respecto a eso. Sé que no obtuvo ningún placer de eso y no esperaba que lo obtuviera, pero el único de los dos que parecía sentirse incomoda por eso era yo. Victo se levanta de la silla y deja el periódico en la mesa. Alcanza su bolsillo derecho y saca un fajo de billetes.

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ajustarlo, pero pierdo la batalla después de seis segundos. Sé que debo lucir poco

—Por la ropa de tu hija —dice, poniendo el dinero en la mano de Ophelia—. Y hay suficiente para pagarte por tu tiempo. Ella tira el rollo en su bolsillo. —Entonces, supongo que esto es todo —dice Ophelia—. Si alguna vez decides mudarte de nuevo a esta área, ya sabes dónde encontrarme. Mis tarifas se mantendrán igual para ti. Victor asiente.

Ophelia se voltea hacia mí con una enorme sonrisa que no muestra sus dientes. —Mantenlo en la línea —dice ella—. Y trata los tacones. Lucirías fabulosa con ellos. Sonrió de vuelta—. Lo pensaré. Me da palmaditas en el brazo y camina más allá de mí, levantando su bolso del piso mientras se dirige a la puerta. Mucho después de que Ophelia se va, todavía estoy mirando la puerta, sin ella en mi mente, pero no puedo obligarme a ver a Victor. Camina frente a mí y agarra mis codos con sus manos. Me quedo de pie con mis brazos cruzados sobre mi estómago. —Sarai —dice. Levanto mis ojos para mirarlo y antes de que pueda decir lo que sea que tenía planeado decir, dejo escapar suavemente—: Lo siento tanto por… Victor, no estoy loca o… bueno, en verdad lo siento.

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—Haré eso —dice él.

—No lo sientas —dice. Solo lo miro. —Tocas hermosamente —continúa—. ¿Alguna vez has considerado tocar profesionalmente? Muchos segundos pasan antes de que pueda responder. —Sí pensé en estar sobre un escenario en alguna parte —digo y sus manos dejan mis codos—. Pero en realidad ya no tengo interés en nada de eso. Solo me gusta tocar

Para evitar el contacto visual de nuevo, camino hacia el sillón y comienzo a organizar la ropa en la pila ordenada sobre el cojín. Con mi espalda hacía él, continúo—: No tengo idea de lo que haré cuando llegue a casa de mi tía, pero se me ocurrirá algo. Algún tipo de educación y después de eso tal vez entraré a… —No puedo terminar porque no sé qué decir. Lo esquivo, jugueteando ansiosamente con la tela en mis manos—. Al menos, luciré bien cuando la vea. Tal vez me acepte ahora que no estoy usando ropa que vienen de una tienda de menos de un dólar. —¿Puedes prometerme una cosa? —pregunta Victor. Me giro para mirarlo. —Supongo que te debo eso —digo—. ¿Qué? —Solo que tocarás para mí de vez en cuando. —¿A qué te refieres? Se inclina alado de un estante y jala otra maleta en su mano. Luego camina hacia mí y la pone sobre el sillón, moviendo dos pestillos.

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para mí misma.

Cuando la abre, está vacía. Señala brevemente la pila de ropa. —Nuestro avión sale en una hora —dice—. De aquí en adelante, hasta que te diga lo contrario, eres Izabel Seyfried y tienes la certeza de que lo eres. Tienes una mente fuerte y una lengua afilada pero me dejas hablar, excepto cuando sientas la necesidad de decir tu opinión sobre cualquier asunto que decidas, incluso cuando no es requerido. No le tienes miedo a nada, sin embargo, exudas una sensación de vulnerabilidad que tú sabes, en privado por supuesto, impulsará la necesidad de un hombre poderoso de saber cómo es ser el que te rompa. Eres adinerada, aunque nadie tiene que saber de dónde viene tu dinero, solo que tienes lo suficiente para hombre en cualquier habitación que puede domarte soy yo, lo que haremos, casi con toda seguridad, tendrás que demostrarlo por lo menos una vez en esta misión. Así que, mantén en mente que lo que sea que te haga, sígueme el juego. Y cualquier cosa que te diga que hagas, hazlo sin dudar porque podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. ¿Me entiendes? Lo miré en blanco. —¿Me vas a llevar contigo? —Habían alrededor de cincuenta preguntas girando alrededor de mi cabeza, pero esa fue la única que pude arrancar del caos. Da un paso hacia mí—. Sí —responde—. Te llevaré conmigo en una misión porque quiero que veas como es. Necesitas entender que la vida que llevo no es la vida para ti. —Toma mi mano en la suya y se sienta conmigo en el sillón, empujando el maletín a un lado—. Esperemos que esto te ayude a aceptar una vida allá fuera; una con la universidad, un trabajo y amigos, y novios. Junta más firmemente sus dedos alrededor de mis manos y comienzo a mirar más allá de él, pensando en lo que dijo, sobre su razón para hacer esto. Momentáneamente, me pregunto a cuál de los dos está tratando de convencer.

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limpiar tu trasero con un billete de cien dólares cada vez que vas al baño. Y el único

—Sarai, escúchame atentamente —dice—. Si decides venir conmigo, necesitas saber que puedes ser asesinada. Haré todo lo que esté en mi poder para mantenerte a salvo, pero no es una garantía porque, no importa lo mucho que confíes en mí, nunca, bajo ninguna circunstancia, deberías confiar completamente en alguien. Al final, solo puedes confiar en ti misma. No soy tu héroe. No soy la otra mitad de tu alma, quien no podría dejar que algo malo te sucediera. Siempre confía primero en tus instintos, y si lo deseas, después en mí. Asiento aprehensivamente.

En realidad no tengo que pensar sobre eso porque ya sé lo que quiero, pero pretendo pensar sobre eso para hacerme ver menos irracional. —Los Ángeles —digo, dejando salir un respiro. Victo me mira a los ojos por un momento, una mirada de contemplación e incluso un poco de vacilación se asienta en su expresión. Se pone de pie y estira su traje. —Entonces empaca tus cosas —dice y se aleja—. Nos vamos en diez minutos.

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—Entonces, ¿cuál será? —pregunta—. ¿Francia o Los Ángeles?

Capítulo 30 246

Victor

Tenía la esperanza de que elegiría Francia, pero yo sabía que iba a optar por ir conmigo. Todavía podía muy bien llevarla a Francia y e instalarla con todo lo que necesita y mi conciencia estaría limpia. Pero evitaba el significado de racional a lo que Sarai concernía hace mucho tiempo. Ella bien podría morir en Los Ángeles, pero le di una opción. Hice todo menos concretar las posibles consecuencias de su decisión. No le dije todo exactamente, pero hay un método para mi locura. No puedo permitir que se tome el tiempo para contemplar lo que podría hacer, porque en este negocio a veces una decisión de vida o muerte llega cuando menos te lo esperas. Y ese es el tipo de escenario que tiene que experimentar. Tal vez una parte de mí espera que ella no pase por la misión, porque entonces voy a ser libre de mis... fallas cuando se trata de ella. Pero la otra parte de mí, la parte con la que todavía estoy luchando que la trajo conmigo a lo largo de todo esto... Esa es una cuestión totalmente diferente. Si ella vive entonces me parecerá necesario hacerle frente.

Si ella muere... si ella muere entonces volveré a mi vida normal y nunca me encontraré en una situación como esta de nuevo. —Su nombre es Arthur Hamburg —le digo, dejando un sobre de manila en el regazo de Sarai a mi lado en el avión privado—. Él es dueño de Hamburg y Sthilz, la más exitosa agencia inmobiliaria en la costa oeste. Pero su negocio más lucrativo es más subterráneo. Atraída por mi silencio, ella levanta la vista de la foto que sacó del sobre. —¿Cuál es su otro negocio? —pregunta, como yo sabía que haría.

necesitas. Ella inclina la cabeza hacia un lado. —Pero sabes más —acusa. —Sí, sé más —admito—. Pero como tu patrón, nunca hagas preguntas acerca de la naturaleza personal de cualquier signo a menos que no tengas claro en cuanto a cómo vas a eliminarlo. Lo que hace él para ganarse la vida, quien es su esposa, sus hijos, si los tiene, sus crímenes, si los tiene, no importan. Cuanto menos sepas de su vida personal, menos riesgo de que te veas involucrada emocionalmente. Te doy una foto, te informo de sus paraderos frecuentes y hábitos, te designo una manera en la que prefiero que el golpe sea dado: desordenado y en público para enviar un mensaje, o discreto y accidental para evitar una investigación, y luego tú te haces cargo de los demás. Ella lo piensa un momento, la foto de Arthur Hamburg apretada en sus dedos. —Espera —dice—, entonces estás diciendo que no solo matas a gente mala, ¿si no que también matas a gente inocente? Una pequeña sonrisa, admito que es impropia de mí, levanta los bordes de mi boca.

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—Eso no importa —le digo—. La información que escojo para darte es todo lo que

—Nadie es inocente, Sarai —repito algo que me dijo ella una vez—. Los niños, sí, pero todos los demás, son tan inocentes como tú o yo. Piénsalo de esta manera si te hace sentir mejor: para tener un blanco puesto en ti, debes haber hecho algo o estar involucrado en algo ilegal o "malo" como tú lo llamas. —Pensé que habías dicho que yo era inocente —me recuerda—. Y es por eso que no me mataste. —Lo eras —le digo—. Y no tenía ordenado matarte por mi patrón. La oferta de Javier fue considerada un blanco privado, que no pasó por mi patrón primero. Los blancos privados son los que hacen que muera gente inocente. Esposas que quieren que las Amantes despreciados que pagan particulares para matar a sus novias por celos y venganza. Yo no tomo trabajos como ésos y mi patrón nunca me lo ha dado. Mis Orden sólo se ocupa de la delincuencia, la corrupción gubernamental y una serie de otras cosas que hacen que la gente mala sea mala. Y a veces, eliminamos a gente que podrían ser considerados inocentes, pero que son una amenaza para un gran número de personas inocentes, o una idea. Sus cejas se arrugan con suavidad mientras me mira para que lo explique con más detalle. —¿Habrías matado a Robert Oppenheimer si hubieras sabido que iba a la cabeza de la invención de la bomba atómica? ¿O, eliminar a una científica antes de que completara su búsqueda de toda la vida para crear un virus mortal en su laboratorio que sólo es destinado para ser usado contra un país enemigo en tiempos de guerra? —Sí, supongo que sí lo habría hecho —dice ella—. Aunque algo como eso es algo así como jugar a ser Dios con la vida de las personas. Estás condenando a alguien de un crimen antes de que ocurra. No respondo a eso porque eso es exactamente lo que es.

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muertes de sus maridos parezcan accidentales para que puedan cobrar su herencia.

—Entonces, si todos ellos merecen morir —continúa—, ¿qué importa lo que sepa de sus vidas personales? ¿Qué importa lo que sepa sobre este Arthur Hamburg? —Mira la foto. —Porque para algunos, los medios no justifican al fin. —¿Quieres decir que podría sentirme mal por alguien porque sus delitos no constituyen una sentencia de muerte? —Exactamente —digo—. Y no es para ti hacer esa llamada. —¿Y qué te hace pensar que sería tan blanda? —pregunta ella con los ojos llenos de

—No lo hago —le digo—. No a ciencia cierta. Pero para alguien que no ha sido criado así, que no ha estado matando gente desde que tenía trece años, sería una cosa muy difícil a la que acostumbrarse. Sarai mira hacia abajo a la foto una vez más y luego se vuelve hacia mí. —¿Lo haces desde hace tanto? —pregunta con simpatía—. No me puedo imaginar... —Tuve que soportar varios años de entrenamiento como un niño antes de que fuera enviado a una misión con mi mentor. A esa edad, es fácil ser moldeado en lo que sea que quieran. Mi primera muerte fue limpia. Y dormí profundamente esa noche. Ella mira hacia otro lado, con la mirada perdida en la nada, perdida en sus pensamientos. Justo cuando creo que podría empezar a dudar de toda esta misión, me sorprende. —Está bien, ¿y qué se supone que debo hacer yo? Le cojo la foto de las manos.

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intención y curiosidad.

—Este blanco fue designado limpio —empiezo—. Pero Arthur Hamburgo raramente está solo en su finca. Da fiestas elaboradas tres o cuatro noches a la semana, sólo para los más ricos y siempre por invitación solamente. La seguridad en su finca es de primera clase. Hamburg ha seleccionado cuidadosamente a cada uno de ellos. No son guardias de seguridad no calificados contratados a fruto de la casualidad. No va a ser como en las películas, donde entro en la propiedad sin ser visto y saco a todos sus hombres antes de que puedan disparar. No funciona de esa manera en este caso. Su cara ha cambiado a cansada y ansiosa en el transcurso de los últimos segundos.

—Entramos por invitación —digo—. Hamburg tiene una debilidad, como todos los hombres, y tú y yo vamos a usarla a nuestro favor. Ahora ella se ve un poco nerviosa. —¿Cuál es su debilidad? —El sexo, por supuesto —digo como si debería saber ya la respuesta. Y sé que lo hacía. Se estremece un poco por debajo de esa piel suave. —¿Esto está yendo a donde creo que está yendo? —Probablemente no —le digo—, pero todavía va a ser desagradable.

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—¿Entonces cómo entras?

Sarai

Mi estómago se ata en un nudo. Victor pone la foto del anciano en el interior del sobre. Y parece que no puedo quitarme esas repugnantes imágenes de la cabeza de él desnudo encima de mí, las arrugas y pliegues de su problema de peso obvio asfixiándome como demasiada jalea en una galleta. Me estremezco. Seguramente Victor no esperaría que me acostara con este hombre, incluso por el bien de una en una. Ni siquiera por esto. Puede que me haya acostado con Javier todas las noches durante años a pesar de que yo no quería, pero eso era diferente. Esa era mi manera de sobrevivir. Y Javier, me atrevería a decir, era atractivo a pesar de sus defectos imperdonables. Eso era sin duda diferente... No puedo mirar a Victor ahora mismo, no porque esté enfadada con él por esto, aunque me sienta como que debería estarlo, sino porque... maldita sea, todavía estoy contemplándolo. Tiene que haber algo más que eso, algo que separe lo que hacen las putas de lo que él espera que yo haga. Él no dejará que vaya tan lejos, me resuelvo a creer. Sí, eso es. Tiene que ser así. Unas pocas turbulencias sacuden el avión y me sacan de mis pensamientos. Estoy agarrando los apoya brazos cuando me giro para mirar a Victor otra vez. —Entonces, ¿cuál es el plan? Es obvio que me trajiste porque encajo perfectamente en lo de ser la chica. Él asiente con la cabeza.

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misión. No soy una prostituta de cualquier manera y seré condenada si me convierto

—Sí, ser mujer tiene sus ventajas en casos como estos. Sólo recuerda lo que te dije antes: eres sumisa para mí, pero a veces tu lengua te mete en problemas. Eres una zorra rica y presumida y más que nada, no le temes a nada. Me río con sorna. —Bueno, de acuerdo contigo, tengo esa cosa del miedo controlado. —Sí —dice reteniendo su expresión seria—, pero podrías sentirse de manera diferente una vez que estés allí, y la amenaza esté a todo tu alrededor. Necesitas Hamburg dejará de sentirse atraído por ti en el momento que lo sienta. El miedo para él es débil y le gustan las mujeres jóvenes fuertes y temerarias. E incluso los hombres más fuertes. Siento que mi cara se distorsiona con disgusto y una leve sorpresa, pero yo no pregunto sobre lo obvio. Sólo trato de que todo penetre, qué es exactamente lo que vamos a hacer y cómo vamos a hacerlo. Porque todas las teorías que había hecho antes acaban de ser lanzadas por la ventana. Victor había dicho que lo que yo supusiera que pasaría probablemente no estaba en lo cierto, pero sólo estoy ligeramente aliviada por la verdad en eso. Y “ligeramente” seguirá siendo la medida porque él también dijo que aún sería desagradable.

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asegurarte de que nada va a romperte del control que tienes sobre tu miedo.

Capítulo 31 253

Sarai

Llegamos a Los Ángeles poco después de las seis de la tarde. Nos registramos en el hotel más extravagante que la ciudad tiene que ofrecer y Victor se encuentra en personaje antes de que siquiera llegáramos a nuestra habitación en la planta superior con vistas al paisaje urbano. Él exige, con la barbilla en alto y su actitud dominante obtener la mejor suite y no aceptará nada menos. Y la recepcionista, hechizada por sus oscuros ojos parpadeantes, borra una reserva, un huésped que había reservado para esta noche y le da a Victor las llaves de la suite. Él es tan bueno fingiendo ser otra persona que casi me engaña en que crea que él es un hijo de puta rico que no le importa la gente debajo de él, que da la casualidad de ser todos. Pero lo hace con tanta gracia y compostura que su rica actitud arrogante no induce aversión por él, pero al instante exige respeto. Estoy seriamente empezando a dudar de mi capacidad de actuar en comparación con la de él. Lo hice por nueve años con Javier. Toda mi vida fue una actuación y me gusta pensar que tengo la suficiente experiencia, pero Victor me intimida. Enderezo la espalda y camino junto a él en mi vestido de Valentino y sandalias planas con la cabeza bien alta. Soy fuerte, poderosa, rica, y no puedo ser tocada.

Al menos eso es lo que espero que estoy logrando. —Inicia esta noche —dice Victor estableciendo sus bolsas en el extremo de la cama y luego cuelga una bolsa de ropa negra alta con una cremallera en la parte delantera de un gancho en la pared. —Si todo va según lo previsto, terminará mañana en la noche. Tendrás que usar maquillaje y recoger tu pelo. Hay que lucir como el personaje, así como interpretarlo. Ah, y ponte tacones. —Moviendo de un tirón los pestillos de la caja del arma recupera una de sus armas de fuego y comienza a conectar un supresor en el extremo del cañón. —¿Cuál es el plan entonces? —le pregunto, haciendo caso omiso de mi necesidad de caminar. —Esta noche vamos a su restaurante —comienza, todavía inspeccionando la pistola—. Antes de que podamos entrar en la mansión, necesitaremos una invitación y el restaurante es donde la obtendremos. Voy a interpretar mi parte e interpreta tu papel como Izabel, no como Sarai. Recuerda eso siempre que estemos en público, incluso cuando pienses que nadie está mirando. —Él me mira y vuelve a inspeccionar el arma—. Hamburg está en este restaurante cada noche de viernes como un reloj. Pero nunca vamos a verlo. Se esconde en una habitación privada con otros dos hombres: su auxiliar y el gerente del restaurante. Pero Hamburg está siempre atento a lo que sucede en el restaurante. Y él está siempre evaluando a los comensales. No podemos verlo, pero es una certeza que nos va a ver. —¿Evaluándolos? Victor pone la pistola en la cama y se cierra la caja. —Sí —dice—. Él va a estar buscando una pareja. Tenemos que hacer una buena impresión. Esto me está preocupando más cada segundo.

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quejarme de los zapatos que él quiere que me ponga con los que espero poder

—Bueno, estoy segura de que habrá un montón de parejas en un restaurante de Los Ángeles —trataba de sonar sarcástica, pero él no es perturbado por ello. —Por supuesto que habrá —dice—. Pero a diferencia de todos los demás en el restaurante, sé exactamente lo que está buscando. Él señala a mi bolsa. —Ahora prepárate. Salimos en media hora. Saco el kit de maquillaje que Ophelia incluyó con toda la ropa que me dio y lo llevo al cuarto de baño. Estoy un poco emocionada de usarlo. No tenía ese lujo mientras tomé mi tiempo de ponerlo porque quería que fuera perfecto. Quería saborear mi único momento a solas donde me sentía como una adolescente promedio, de pie delante del espejo arreglándome a mí misma antes de otro día en la escuela. Yo siempre pretendí que eso es para lo que me estaba preparando y logré hacérmelo creer. Eso fue hasta que Izel irrumpía en la habitación sin ser invitada y me arrastraba por el brazo porque estaba tomando demasiado tiempo. Pero esta vez, no pretendo que estoy en algún lugar donde preferiría estar. Estoy centrada y determinada y, naturalmente, nerviosa. Aplico mi maquillaje en un tiempo récord y cepillo mi pelo hasta que se siente como seda fresca contra mi espalda y luego de pasar más tiempo de lo que quiero, trato de recogerlo. Después de luchar durante quince minutos, finalmente me las arreglo para que se vea "perra rica" agradable, clavado en la parte posterior de la cabeza con bonitas pinzas plateadas para el cabello. Victor está vestido como habitualmente cuando salgo del baño, pero de alguna manera se las arregla para ser aún más sexy. Me quedo boquiabierta al verlo allí de pie con su traje de Armani, zapatos negros pulidos y estatura elevada. Echo un vistazo a mi vestido y aunque tuvo que costar unos cuantos miles de dólares, me siento como que no se pueden comparar de pie junto a él.

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estaba con Javier excepto cuando él me llevaba con él a partes y tal. Y siempre me

Quizás sean las sandalias, quizás una vez que me ponga los zapatos de tacón va a hacer que me sienta más como su igual. —Sin confianza —dice y levanto la vista—. Apestas ahora mismo. Es necesario revertir eso antes de que salgamos de esta habitación. —Él se acerca a mí. Huele un poco a colonia y yo inhalo profundamente de su olor. —Sabes que eres la chica más hermosa y la más importante en la sala —dice y por un momento me pierdo en esas palabras, no queriendo aceptarlas como mera instrucción—. Siempre estás en competencia con otras mujeres, lo que demuestra a todo el mundo a tu alrededor que nunca se pueden comparar, y si una lo intenta, siempre la sacaras de la imagen con el dices gracias, supones que estás siendo agradecida por la oportunidad de servirte. Y nunca levantas la voz porque no tienes que hacerlo con el fin de hacer su punto. Y recuerda que siempre cedes ante mí. No importa lo que pase. Lo miro fijamente. —Soy todo un personaje —le digo—. Casi tengo ganas de golpearme a mí misma. Victor sonríe y envía un escalofrío por mi espalda. Levanta un dedo. —Una cosa más —dice, y mete la mano en su bolsa de lona. Él saca una caja de joyería de marfil pequeña y me la da. Abro el pestillo y miro dentro. Hay varios anillos espectaculares instalados en entre los pliegues de terciopelo de un lado, dos collares, uno de oro, uno de plata, con piedras preciosas colgantes y pulseras a juego y pendientes. —¿De dónde sacaste todo esto? Él esconde su arma dentro de su camisa, rompiendo los tres primeros botones para revelar una correa negra en un lado del pecho que sólo puedo asumir está unido a una funda de pistola.

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movimiento de tu muñeca. No sonríes, finges sonreír o sonríes con suficiencia. No

—No quieres saber. Lo dejo en eso y deslizo cuatro anillos, dos a cada lado, y luego me pongo la pulsera a juego, collar y aretes. Entonces agarro mi pequeño bolso de mano blanco y Victor engancha mi brazo dentro del suyo justo antes de salir por la puerta. L.A .es igual que lo es en el cine: una vasta infraestructura en auge con luces y edificios altos, vehículos caros y carreteras blancas bordeadas de palmeras y casas de varios millones de dólares. Montamos en un negro convertible Mercedes-Benz Roadster, aunque con la capota arriba, a través de la ciudad en expansión. Estaba aparcado en la parte delantera del hotel esperando por nosotros cuando llegamos matar a la gente por dinero, sino que tiene todo lo que necesita a su disposición que garantice que pueda llevar a cabo todos los trabajos que le han dado. Llegamos al restaurante en la parte más rica de la ciudad, sin duda, bien entrada la noche. Un ballet parking abre la puerta para mí. Empiezo a sonreír y decirle gracias una vez que salgo, pero me sorprendo a mí misma de forma rápida y trago mi error antes de que nadie lo note. En cambio, levanto la barbilla e incluso no le ofrezco al hombre una mirada a los ojos, y mucho menos una sonrisa o un gracias. Victor, vuelve a mi lado del vehículo y toma mi brazo a través del suyo nuevo mientras me lleva dentro. El restaurante es de dos pisos con un balcón que da a las escaleras al piso inferior. La conversación alrededor de mí suena como un zumbido constante, pero no está tan lleno que cada mesa está llena. Aparte de las voces, es tranquilo aquí con poca iluminación y las paredes semi-oscuras para crear un ambiente tranquilo. Victor me tira a su lado con cuidado a medida que seguimos al camarero a una cabina en forma circular con brillantes asientos de cuero negro cerca de la parte posterior. Me siento y luego Victor se desliza junto a mí.

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afuera. Supongo que hacer lo que él hace tiene sus ventajas. No es todo acerca de

El camarero nos presenta dos menús encuadernados en piel, pero antes de que pueda colocar la mía completamente sobre la mesa frente a mí, barró mi mano hacia él, alejándola con una expresión de aburrimiento. —No voy a comer —le digo, como si la comida de alguna manera podría arruinar mi camino hacia la iluminación—. Pero voy a tomar vino. El camarero mira el menú en su mano y luego a mí brevemente, pareciendo confundido. Victor me da una mirada que no puedo ubicar del todo, pero sé que no es una buena. y le dice: —La Serena Brunello di Montalcino. —El camarero asiente, toma el menú, que es al parecer la carta de vinos y estoy a punto de morir de la vergüenza, y él se aleja. —Lo siento —le susurro. Los ojos de Victor se mantienen en mí en señal de advertencia. Me toma un segundo, pero entiendo lo que estoy haciendo mal y limpió la mirada avergonzada de mi cara rápidamente, enderezando la espalda contra el asiento y cruzando las piernas debajo de la mesa. Puse mi bolso en la mesa a mi derecha. Esto de quedarse en personaje es algo más difícil de lo que pensaba, pero ahora que ya he metido la pata dos veces en cuestión de minutos, estoy más decidida que nunca a hacer las cosas bien. En segundos, me vuelvo totalmente Izabel Seyfried. Meto la mano en mi bolso y saco un espejo compacto y un tubo de lápiz labial de color rosa, y comienzo a aplicarlo en la mesa. Me aseguro de mirarme mucho a mi misma, volviendo la cabeza sutilmente en diferentes ángulos y suavemente frunciendo los labios.

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Él abre su menú y después de estudiarlo por un momento, se lo devuelve al camarero

—Guarda el lápiz labial —dice Victor como el rico imbécil y no el hombre que conozco. Lo miro suavemente y hago lo que dice, pero me tomo mi tiempo en ello. El camarero vuelve a nuestra cabina con una botella de vino y con las dos manos la pone a la vista de Victor. Victor la inspecciona visualmente y luego asiente con la cabeza al camarero, que luego saca el corcho y la coloca sobre la mesa delante de Victor. Inspecciona eso, también, y mientras estoy en silencio preguntándome por qué se está poniendo tanto esfuerzo por ambas partes, no digo nada y finjo que no me importa. El camarero vierte una pequeña cantidad en la copa de Victor y luego da un lleva a su nariz y lo huele antes de tomar un sorbo. Después de que Victor lo aprueba, el camarero llena mi copa y luego la de Victor. Yo no miro el camarero a los ojos porque al igual que el servicio de aparcacoches, no es digno de mi preciosa atención. Victor declina la comida para los dos y el camarero deja nuestra mesa. —Nunca me gusta esta ciudad cuando vengo aquí —dice, tomando un sorbo de su vino. Encajo mis dedos delicadamente alrededor de la curva de copa y hago lo mismo, después de colocarlo con cuidado sobre la mesa. —Bueno, yo personalmente preferiría Nueva York, o Francia —le digo, sin tener idea de a dónde voy con esto. —No te pregunte lo que preferías. —Él no se fija en mí. Él pone su vaso abajo.

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paso atrás. Victor arremolina el vino alrededor en la copa por un momento y luego la

—¿Por qué me traes contigo entonces? —pregunto, ladeando la cabeza—. Yo sólo estaba tratando de entablar una conversación. —Miro hacia otro lado, cruzando los brazos sobre el pecho. Victor me mira directamente. —Izabel, no te sientes con los brazos cruzados así. Te hace ver como una niña testaruda. Poco a poco, mis brazos caen y se doblan las manos juntas en mi regazo, enderezando la espalda.

Me deslizo en los pocos centímetros que nos separan y me siento a su lado. Sus dedos bailan a lo largo de la parte trasera de mi cuello mientras que él tira mi cabeza hacia él. Mi corazón late de manera irregular cuando cepilla sus labios contra el costado de mi cara. De repente, siento su otra mano deslizándose entre mis muslos y mi vestido. Mi respiración se engancha. ¿Tengo que separarlas? ¿Me congelo y la dejo en su lugar? Yo sé lo que quiero hacer, pero no sé lo que debo hacer y mi mente está a punto de huir conmigo. —Tengo una sorpresa para ti esta noche —susurra en mi oído. Su mano se acerca a la calidez entre mis piernas. Yo jadeo ligeramente, tratando de no hacerle saber eso, aunque estoy segura de que definitivamente sabe. —¿Qué tipo de sorpresa? —le pregunto, mi cabeza inclinada hacia atrás, descansando en su mano.

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—Ven aquí —dice en un tono más suave.

En ese momento, otra pareja se acerca a la mesa, una alta mujer de pelo rubio con las piernas desnudas, muy largas, y un hombre aún más alto con la mano alrededor de la parte posterior de su cintura. Victor se pone de pie para saludarlos. Me quedó donde estoy, permaneciendo en personaje, pero al mismo tiempo realmente no tengo que fingir estar decepcionada con su presencia, porque yo estaba disfrutando el momento con Victor antes de que nos interrumpieran; por unos minutos me había olvidado por qué estábamos incluso aquí.

—Es un placer —digo con evidente disgusto. Se sienta en el otro lado de la cabina redondeada. El hombre toma el asiento fuera de ella, al igual que se sienta Victor. —Ha pasado tiempo, Victor —dice el hombre con un acento que no puedo colocar. ¿Cómo se conocen? —Sí, lo ha sido, amigo mío —dice Victor mientras hace un gesto al camarero. El camarero viene en seguida y toma la orden de vino del hombre. —Izabel —dice Victor—, este es mi viejo amigo Fredrik de Suecia. Él va a estar dirigiendo mis oficinas en Estocolmo, cuando la expansión entre en vigor el próximo mes. —Oh, ya veo —le digo, tomando otro sorbo de mi vino, dimensionamiento a “Aria” mientras la miro por encima del borde de la copa. Sus pechos están prácticamente reventando de la parte superior de su vestido y me siento inadecuada de repente. Pero no dejo que se muestre. Soy la chica más hermosa y la más importante en la habitación, me recuerdo a mí misma. No importa en lo más

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—Aria —se presenta la mujer.

mínimo que su doble D opaque mi C y que ella es muy hermosa y tiene los ojos azules más magnéticos que he visto nunca en una mujer antes. Vuelvo la barbilla con orgullo y miró lejos de ella. —¿Cuál es mi regalo, Victor? Los labios de Victor se alargan sutilmente y coloca el vaso de nuevo sobre la mesa. —Fredrik y Aria, por supuesto —dice—. Has estado muy bien últimamente y he estado descuidándote mientras que estaba en Suecia, así que quería celebrarte esta

Fredrik sonríe seductoramente través de la mesa hacia mí con los labios apretados contra el borde de la copa. Es muy guapo, con el pelo oscuro y ondulado y los pómulos fuertes. —¿No podríamos celebrar solos? —le pregunto, no dándole a Fredrik más de mi atención—. No entiendo lo que quieres decir. Seguro que no quieres decir que los folle. La sonrisa de Victor es abiertamente astuta pero secretamente orgulloso por la facilidad con que cogí el plan. Sólo espero que no vaya más allá de esta mesa... Su mano se aleja de entre mis piernas y coloca los brazos sobre la mesa, con los codos doblados. —No, por supuesto que no —dice, y eso me sorprende—. Nunca te compartiría, lo sabes. Aria me sonríe, continuamente tratando de hacer contacto visual lo que me dan ganas de mirarla menos. La mano izquierda de Fredrik desaparece debajo de la mesa y,

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noche.

probablemente, entre sus muslos como Victor tenía la suya entre los míos hace apenas unos segundos. —Victor nos dijo —Fredrik se inclina hacia adelante un poco y baja la voz—, que prefieres público. A Aria y a mí nos gustaría mucho ver. Si esto es algo que estarías dispuesta a permitir. No estoy segura de cuando el acto terminó para mí, pero ahora mismo estoy luchando para nadar mi camino a través de los sentimientos de lujuria y placer, encontrando mi camino de vuelta al mundo real. Durante largos pocos segundos no digo nada. Todo lo que puedo pensar es en Victor saliéndose con la suya conmigo y Fredrik y Aria viendo de mis propios pensamientos y trató de forzarlos a salir de mi mente. —¿Izabel? —Oigo a Victor decir. Regreso de nuevo en el momento, no del todo segura de nada de cómo se supone que debo actuar. Quizás Victor debería haberme preparado mejor al darme los detalles de los detalles importantes como esto. Busco a tientas sobre mis pensamientos, con mi copa de vino como una distracción mientras toco el tallo de la copa con la mano derecha a la vez que todavía está tratando de irradiar esta personalidad dueña de sí misma de Izabel Seyfried que no estoy exactamente sintiendo ya. —Me gustaría eso —le digo. Pero entonces miro fríamente a Aria y añado—: Pero ella no. Sólo Fredrik. El rostro de Aria cae y luego se tuerce ligeramente en algo amargo. La expresión de Victor sigue siendo normal y tomo eso como un signo secreto de su aprobación por mi decisión de excluirla. Antes de que pierda la confianza, mantengo el diálogo fluyendo. —Deberías haber pensado mejor antes de invitarla, Victor.

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como lo hace. De repente tengo un hormigueo entre las piernas. Pero me avergüenzo

Él toca mi muñeca sobre la mesa. —Muy bien —dice y luego mira a Fredrik—. Nos vemos en mi hotel en dos horas. Solo. Aria va a ponerse de pie y ella airadamente le hace gestos a Fredrik para que se mueva más de lo posible para que pueda salir de la cabina. Se pone de pie y él se hace a un lado, pero cuando llega a ayudarla ella empuja su mano y le grita: —Aléjate de mí —y ella trota sobre los tacones de seis pulgadas de alto lejos de la mesa.

independientemente de la naturaleza de la situación. Fredrik se sienta otra vez y el estado de ánimo en la mesa cambia, mientras él y Victor empiezan a hablar de esta expansión de la empresa a Suecia que no tengo absolutamente ninguna idea de lo que están hablando. Lo que me confunde aún más es qué grado de fluidez la conversación de ficción sobre una cosa ficticia también pasa entre ellos. Parece como si hubieran discutido todo este escenario largamente e incluso tenido tiempo para ensayar antes de que nos reuniéramos. Pero he estado con Victor durante todo el tiempo y no ha tenido la oportunidad de ir por algo como esto en detalle con nadie más que conmigo. Fredrik parece saber más sobre lo que está pasando que yo. Y francamente, eso me hace enojar un poco. —Estoy lista para irme —le digo con frialdad tanto como Izabel y Sarai. —Nos iremos cuando esté listo —dice Victor. —Pero me quiero ir ahora —chasqueo—. No me gusta este restaurante. Es jodidamente oscuro. Siento como que estoy en un calabozo. —Tomo mi bolso de la mesa y me pongo de pie.

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Es extraño cómo me siento realmente mal por "herir sus sentimientos",

Victor me agarra del brazo y me empuja hacia atrás en el asiento. —Dije que nos iremos cuando esté listo. Y deja de hablar o puedes sentarte en tus rodillas debajo de la mesa entre las mías. Trago saliva, una mirada de asombro consume mis características. Al ver a Fredrik en mi visión periférica, recojo mi compostura rápidamente. Pongo mi bolso sobre la mesa y cedo ante Victor plenamente.

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Y otra vez, estoy tratando de alejarme nadando de mis pensamientos sucios.

Capítulo 32 266

Sarai

El camarero vuelve a nuestra mesa y nos ofrece más vino y para comprobar las cosas. Victor le indica con un gesto que necesitamos nuestras copas hasta el tope. Mientras el camarero vierte más vino a la mía, noto la mano de Victor moverse a lo largo del borde de la mesa hacia mí y cuando el camarero aleja la botella, mi vaso se cae derramando el vino sobre mi vestido. Sucedió tan rápido que si no hubiera estado observando a Victor nunca hubiera sabido que fue él quien lo hizo y no el camarero. Jadeo y mi boca se abre. Y mientras entro al modo Izabel por completo, el camarero se apresura a limpiar el vino de la mesa y se disculpa profusamente en el proceso. —In-creíble —le digo, poniéndome de pie de la cabina con mis manos elevadas y mi boca abierta, los ojos lleno de ira—. Eres un idiota; mira lo que le hiciste a mi vestido. —Yo… yo lo siento mucho —dice el camarero. —Quiero hablar con el dueño —exige Victor, de pie en la mesa, también. Hemos causado exitosamente una escena, por lo menos.

—Sí, señor —dice el camarero—. Voy a hacer traer a mi gerente de inmediato. Él empieza a caminar rápidamente, pero Victor dice: —No, dije el dueño. No me hagas perder el tiempo con nadie más. Un poco aterrado, el camarero se inclina y se escabulle fuera a través del restaurante. Quedándome en mi personaje, no hago caso de mi necesidad de preguntar sobre lo que está pasando. Fredrik sigue sentado con nosotros, después de todo, y hasta donde sé... ¿a quién engaño? No sé nada, en realidad.

Victor recoge la servilleta de tela de la mesa delante de él y empieza a limpiar mi vestido con ella. —Está arruinado —siseo entre dientes. —Te voy a comprar uno nuevo —dice—. O mejor aún, el dueño de este restaurante te comprará uno nuevo. Fredrik está sentado tranquilamente bebiendo su vino. En menos de dos minutos, el camarero está acercándose a nosotros de nuevo siguiendo detrás a un hombre alto, de hombros anchos, con cabello entre canoso y un hoyuelo en el centro de la barbilla. El hombre camina con la cabeza bien alta y las manos cruzadas juntas por delante de él. —Pido disculpas por el accidente del camarero —dice él—. Su vino y su comida si tienen una esta noche serán a cuenta de la casa. —Oh, pero eso no acaba de compensarlo —dice Victor parándose justo enfrente del hombre—. Y me ofende que no ofrezca pagar por el vestido, junto con la cena. ¿Qué tipo de restaurante es este? Sin duda, uno al que nunca vendré de nuevo. ¿Eres el propietario de este… establecimiento?

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—¡Mira mi vestido, Victor!

El hombre extiende su mano para saludar a Victor pero Victor declina. —Soy Willem Stephens —dice él, retirando la mano—. Dirijo este restaurante en particular. —¿Así que no eres más que el gerente? — acusa Victor. El camarero mira hacia el suelo para evitar la mirada airada de Victor. —Pregunte por el dueño —añade Victor. Willem Stephens asiente.

noche. El Sr. Hamburgo no está aquí. Fredrik se levanta de la mesa ahora y todos nuestros ojos se desvían a él. Él toma un último sorbo de su vino. —Me disculpo —dice Fredrik a Victor—, pero debo irme. —Entonces él me mira brevemente—. Me reuniré contigo en tu hotel en dos horas. No le ofrezco ninguna mirada secreta o sonrisa, asiento con la cabeza y giro de vuelta a Victor y el problema con mi vestido. Fredrik y Victor intercambian despedidas rápidas y luego Fredrik nos deja en la mesa con el gerente. —En nombre del Sr. Hamburgo —dice Willem Stephens—, el vestido será pagado en su totalidad y le invitamos a disfrutar de una comida a cuenta de la casa. La mano de Victor golpea la mesa y de repente un gorila en un traje está de pie junto a Willem Stephens como si hubiera aparecido de la nada. El camarero flaco utiliza esta oportunidad para retroceder varios pasos para poner distancia entre él y el resto de nosotros.

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—Sí, Marcus aquí me informó de su solicitud, pero me temo que no es posible esta

—Por favor, señor —dice Willem Stephens, gesticulando una mano hacia Victor y tratando de calmar la situación—. No hay necesidad de una escena. ¿Le gustaría hablar conmigo en algún lugar más privado? Victor camina justo hasta él, confianza e intolerancia emanando de cada poro. De igual forma el gorila se para justo enfrente de Victor. Dos segundos de tensión silenciosa pasan entre los dos, pero ninguno de ellos hacen un movimiento. Sé que Victor fácilmente podría derribarlo y todo esto es parte del plan. —Quiero que el vestido pagado esta noche —exige Victor—. Tres mil quinientos dólares. Efectivo. Y yo voy a pensar en no demandarlo ni a usted ni al Sr. Hamburg por

Encuentro eso ridículo, pero al mismo tiempo, he escuchado de personas que demandan a cosas más tontas y se salen con la suya. Willem Stephens asiente. —Muy bien —dice—. Voy a ir a buscar sus fondos. Si me disculpan. El firme asentimiento de Victor coincide con el suyo y luego Willem Stephens se aleja, el camarero y el gorila siguiéndolo de cerca. Una vez que se abren camino a través de las mesas mirando en silencio, Victor se vuelve hacia mí y hace gestos para que me siente con él. —Me encantaba este vestido —dije con los dientes apretados. Con la misma servilleta de tela, como antes, Victor da golpecitos delicadamente en el tejido en el pecho para el espectáculo. —Todo va a estar bien una vez que nos vayamos de aquí —dice. Entonces él me besa en la frente—. Creo que te gustará Fredrik. Él tiene control. —Él me besa de nuevo un poco más bajo entre los ojos—. Él va a esperar hasta que hayamos terminado antes que él se masturbe.

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el vestido y la angustia de mi novia.

—¿Cómo lo sabes? —Porque lo conozco desde hace mucho tiempo —dice. No puedo creer que incluso estoy teniendo esta conversación. O que cada pedacito de ella es un espectáculo. No entiendo por qué estamos siquiera haciendo un espectáculo en absoluto con nadie aquí para presenciarlo. Pero lo que me confunde aún más que eso es lo fácil que me he estado olvidando que se trata de un espectáculo en absoluto. Ya sea que estoy teniendo demasiada diversión jugando este juego peligroso con Victor, o algo está seriamente mal conmigo.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —le pregunto tímidamente. —Dijiste que he sido buena. Él besa ligeramente la ceja que acaba de tocar. —Todo lo que quiera hacer contigo —dice tranquilo, controlando su voz. Acaricia la otra ceja con la yema de su pulgar y lo arrastra a lo largo de mi mandíbula. Cierro los ojos suavemente e inhalo su aroma, saboreando su cercanía y tratando de obligarme a no creer la verdad, que nada de lo que él me está diciendo es real. Sus labios acarician los míos. —¿Tienes un problema con eso, Izabel? —No, —me estremezco al decirlo, los ojos todavía cerrados. Pero ellos saltan abiertos cuando Willem Stephens hace su camino de regreso a nuestra mesa. —Por sus inconvenientes —dice él, tendiéndole un sobre a Victor—. Hay cuatro grandes aquí.

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Victor traza mi ceja con la yema de su pulgar y me pierdo completamente en sus ojos.

Victor toma el sobre en su mano y lo mete en el bolsillo de su chaqueta del traje escondiéndolo en el interior. Willem Stephens enseña entonces otro sobre, más de forma cuadrada de su propio bolsillo y lo presenta a Victor siguiente. —El Sr. Hamburg quisiera extender sus disculpas invitándolo a su mansión mañana por la noche —dice. Victor toma el sobre vacilante, mirándolo con escepticismo y desinteresado al principio.

deciden asistir, el Sr. Hamburg hará que financieramente valga la pena. —¿Parezco necesitar asistencia financiera en forma alguna? —pregunta Victor, fingiendo estar ofendido por la idea. Willem Stephens niega con la cabeza firmemente. —En absoluto, señor —dice—. Pero uno nunca puede tener demasiado. ¿No está de acuerdo? Victor lo contempla un momento y luego extiende su mano en busca de la mía. La tomo y nos paramos fuera de la mesa. —Voy a considerarlo —dice Victor y salimos del restaurante.

—¿Cómo sabías que iba a funcionar? —pregunto con entusiasmo en el segundo en que nos metemos en el Roadster y cerramos las puertas. No puedo contenerlo más. Sólo espero que esté bien estar fuera del personaje ahora.

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—Es un asunto privado —continúa Willem Stephens—. Les puedo asegurar que si

—No lo sabía —dice. —Pero, ¿cómo....? Él mira hacia mí, con una mano descansando casualmente en la parte superior del volante. —Todas las mesas del restaurante están cableadas —dice y mira de nuevo el camino. —Hamburg se encuentra en esa habitación privada de él observando a los clientes ir y venir, seleccionando parejas de la multitud basándose primeramente en cómo se ven. Cuando ve a una pareja que despierta su interés, la próxima fase es escuchar su

Estoy totalmente entendiéndolo todo ahora. —Pero, ¿por qué no me lo dijiste antes de ir? Probablemente podría haberlo hecho mejor si supiera que el tipo estaba escuchando. —Bueno, técnicamente no sabía si él estaba escuchando. Y no te dije algunas cosas, porque quería ver qué tan bien podías improvisar bajo presión y teniendo información limitada sobre lo que está pasando. —Eso explica tu conversación con Fredrik —dije, y su nombre en mi lengua como Sarai abre un tema completamente diferente—. Si ese es su verdadero nombre. —Me detengo y digo con las mejillas calientes—. Él realmente no va a estar en nuestro hotel ¿o sí? La mirada lenta de Victor esta vinculada con diversión.

—No, Sarai, él no va a estar en el hotel esperando por nosotros. Bueno, eso es un alivio. Sin embargo, el pensamiento de Victor....

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conversación.

—Entonces, ¿quién era él entonces? Obviamente, él sabía más de lo que estaba pasando que yo. Nos dirigimos hacia otra calle bien iluminada y pasamos a través de una luz amarilla justo antes de que se pusiera en rojo. —Sí, su nombre es Fredrik y sí, él es realmente sueco. Trabaja para mi Orden, aunque no haciendo lo que hago. Él simplemente nos ayuda en tiempos como estos. —¿Y la mujer, Aria? —Estoy seguro que era sólo una mujer al azar que Fredrik recogió en alguna parte. —

Me sonrojo y miro hacia otro lado. —¿Estás decepcionada? —pregunta Victor. Miro hacia de vuelta hacia él, nerviosa por su pregunta. Y esa leve sonrisa aún está enterrada detrás de sus ojos. —Umm, no —le digo—. ¿Por qué preguntarías eso? Victor mira de vuelta al camino. —¿Qué, no encuentras a Fredrik atractivo? Creo que él está jugando conmigo. —Bueno, sí, te estaría mintiendo si dijera que no era atractivo, pero no estoy atraída por él, si eso es lo que estás pensando. Me siento atraída por ti, Victor, sólo por ti... Él sonríe y no dice nada más al respecto.

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Él me lanza una sonrisa—. Él es bueno en ese tipo de cosas.

Mi cara se pone más y más caliente, cada vez que lo veo sonreír completamente o hacer sólo un intento de sonrisa, porque totalmente no estoy acostumbrada a ver eso, y sólo me hace sonrojar más y se siente como que un centenar de mariposas borrachas están teniendo una orgía en mi estómago. —Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunto. —Disfrutamos el tiempo de inactividad hasta mañana en la noche —dice. Y eso es exactamente lo que hacemos. Victor me lleva a comprar un vestido nuevo con esos cuatro mil dólares que estafó del miro boquiabierta cuando lo veo completamente vestido. Lleva una chaqueta ceñida al cuerpo de punto gris con cuello en V sobre una camisa de botones blanca de manga larga. Muy casual, y unos inusuales pantalones de mezclilla oscura. Un par de zapatos de cuero negro con cordones adornan sus pies. Sólo lo he visto usar trajes caros y zapatos de vestir, así que es un poco un shock verlo en cualquier otra cosa. A pesar de que se las arregla para lograr sofisticación y riqueza, sin problemas. Yo usó en vestido veraniego de seda y otro par de caras sandalias planas, contenta de estar fuera de esos dolorosos tacones. Nosotros en realidad terminamos reuniéndonos con Fredrik, después de todo, aunque es del todo inocente. Los tres salimos a un cóctel en la terraza de otro hotel de lujo y aunque tengo que permanecer en el personaje de Izabel Seyfried todo el tiempo, me da la sensación que Fredrik sabe que no soy realmente la perra que presumo de ser. Lo encuentro refrescante y mientras más tiempo estamos Victor y yo con él durante toda la noche, más me gusta su compañía. Casi se siente... normal, como he encontrado alguna pequeña manera de disfrutar de las cosas que me rodean, como todos los demás y para encajar en la sociedad. En el

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gerente. Regresamos a nuestro hotel el tiempo suficiente para cambiarnos de ropa. Lo

fondo de mi mente sé que no va a durar, pero al menos lo estoy experimentando sin tener que mirar constantemente por encima de mi hombro. Nos separamos de Fredrik justo después de la medianoche, cuando Victor siente que es mejor que regresemos a nuestro hotel y descansar un poco. Mañana por la noche va a ser muy diferente de esta noche y debería tenerme preocupada. Pero ya estoy jugando el juego. Estoy en demasiado metida, demasiado involucrada con mi alter ego que he tenido más diversión en una noche de la que Sarai ha tenido en toda su vida. Estoy ansiosa y emocionada para que el mañana llegue, no temerosa y teniendo dudas como creo que Victor secretamente quiere que esté.

efecto en mí que él había planeado. Sólo me hace quererlo más.

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No, este mundo subterráneo que él me está abriendo lentamente, no está teniendo el

CAPÍTULO 33 276

Victor

—Fredrik me dice que tenías a una chica contigo —dice Niklas al teléfono—. Izabel, ¿era ella? —Sí —respondo—. Obviamente era necesario. Él lo sabe. Nunca había estado tan dividido con anterioridad. ¿Niklas o Sarai? Siento esta terrible necesidad de ser selectivo acerca de lo que le digo de aquí en adelante. Pero no puedo mentirle acerca de Izabel y Sarai siendo una misma porque hay muchas maneras de que se entere de la verdad. Él probablemente ya tenga las pruebas que necesite. Si le miento él sabrás que no confío en él con ella, y eso puede poner a Sarai en más peligro aún. —Le di a Sarai una opción de dónde le gustaría vivir y escogió California. Esa es la única razón por la que la llevé conmigo. Oigo a Niklas tomar una respiración concentrada. —¿Pero la llevaste contigo en una misión? ¿Por qué?

—Porque por ahora, es conveniente —digo—. Considerando la corta cantidad de tiempo que me dieron para llevar a cabo este ataque, no había tiempo para llevar a alguien más. Sé que esta no es la más grandiosa explicación. Hay varias mujeres en los Ángeles que trabajan para la Orden como Fredrik y una de ellas pudo tomar fácilmente la parte de Sarai y desempeñarla perfectamente así como Fredrik desempeñó la suya. Pero con suerte él creería en mi palabra. Él no se desempeña en el campo como lo hago yo. No era tan íntimo con el proceso de llevar a cabo un contrato como este como actualmente lo hago yo. Ha matado gente justo como yo, pero no al mismo nivel, y no

—Sólo conseguirá que la maten —dice Niklas. —Sí, tienes razón. —Me detengo y contemplo mis palabras, y luego decido un acercamiento diferente—. Es la razón por la que la traje, si quieres saber la verdad. Puedo darme cuenta que sus preocupaciones han cambiado, que finalmente le he ofrecido una explicación con la que puede contentarse con aceptar. —No me atrevo a matarla —continúo como si finalmente lo aceptara ante él—. Lo haré si tengo que hacerlo, pero estás en lo cierto, Niklas, en creer que he sido afectado por ella en cierta manera. Sólo que lo notaste antes de que yo lo hiciera, o mejor dicho, lo notaste antes de que yo me lo permitiera creerlo. La chica tiene que ser eliminada del panorama. —Podría matarla por ti —dice Niklas con sinceridad y no con rencor u odio, para variar. Está empatizando conmigo y mi plan está funcionando—. A pesar de tu naturaleza, Victor, eres humano. Entiendo. Puedo ayudarte. Déjame matarla por ti. Suspiro ligeramente hacia el teléfono.

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posee mi experiencia.

—No. Es mi problema y lidiaré con ello. Quiere ser lo que somos nosotros. —Niklas tose al oír eso—. No hay mejor manera de hacerle entender que es totalmente inviable que mandándola a una misión en primer lugar. Dejaré que la misión la mate. —¿Y qué pasa si no lo hace? —Entonces yo lo haré —digo—. No importa lo que suceda, Sarai morirá en California mañana por la noche. —Lo siento, hermano —dice con simpatía real—. Tener relaciones con mujeres aparte de sexo, nunca funciona, sabes eso. No lo hacemos por una razón, y la situación

—Soy consciente, Niklas —digo, y cambio de tema rápidamente—. Dame los detalles de la mansión. Después de una breve pausa y percibo la aceptación de mis mentiras, Niklas comienza: —Hay diez habitaciones y una suite principal donde se encuentra la habitación de Arthur Hamburg en el cuarto piso. Seis baños. Un cuarto con Jacuzzi en la planta baja, lado este. Una sala de juegos con cinco mesas de billar. Una sala de teatro se encuentra localizada en el extremo norte atrás de la mansión. Hay una salida escondida detrás de la pantalla que lleva debajo de la casa hacia afuera cerca de las puertas traseras. Hay otra puerta oculta en el tercer piso, al sur y cerca del pasillo con el mármol negro. Esa no estamos seguros a dónde lleva, pero la criada dijo que esa, como el cuarto secreto en la suite de Hamburg, está bloqueada con un teclado. Ella no tiene el código de acceso. No tendrás tiempo o la oportunidad para desbloquear el código de acceso de ambas puertas, así que tendrás que hacerlo a la manera antigua. —¿Qué hay acerca de las cámaras? —pregunto.

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en la que te has metido con ella sólo prueba la validez de esa razón.

—Hay una en cada habitación excepto en la suite de Hamburg. —Supongo que no habría —digo—. No puedo imaginar a uno como él lo suficientemente tonto como para grabar las pruebas necesarias para encerrarlo de por vida. Eso funciona a mi favor. —Sí —Niklas acepta—. Lo que sea que pase en esa habitación sólo los que estén en esa habitación lo sabrán. —¿Y la criada?

—A la que deberías buscar es una mujer llamada Manuela. Lleva una tarjeta de identificación como todo el staff. Encuéntrala cerca del cuarto de Jacuzzi, exactamente a las ocho en punto. Pero no hables con ella. Estará trabajando cerca de los estantes de las toallas donde el sobre ha sido escondido. Cuando hagas contacto visual con ella, simplemente asiente una vez para reconocerla y ella colocará una pila de tres toallas encima de las toallas donde el sobre puede ser encontrado. Pero no puede llevarse a cabo hasta las ocho en punto, así que si Hamburg los invita a su cuarto antes de eso, tendrás que entretenerlo. —¿Y nada de lo que discutimos anoche ha cambiado? —pregunto. —No. Todo se llevará a cabo a como está planeado. El arma de Hamburg está localizada en la mesa de noche sobre el lado de la cama que está más cerca a la ventana. Hay otra arma en un maletín sin seguro sobre el piso del closet. Dejo que la escena pase por mi mente por un momento. —Esta es una primera vez para mí —digo—. Y pensé haber visto de todo. —Estoy de acuerdo —dice Niklas—. Pero es lo que es y no es diferente de cualquier otro contrato desde nuestra perspectiva.

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Mentalmente anoto toda la información que me está dando.

Tiene razón sobre eso. A pesar de las circunstancias únicas, no tengo problema llevando a cabo este trabajo. Sarai, por otro lado, dudo que sea capaz de soportarlo. —Contáctame tan pronto como el trabajo esté completo —dice Niklas—. Me gustaría darle la información a Vonnegut tan pronto como sea posible. Espero que compense los retrasos y problemas que encontraste y creaste en la misión con Javier y Guzmán. —Escucho la débil acusación en sus palabras, pero es de esperar y lo de dejo pasar. —Lo haré —digo. Antes de que termine la llamada, Niklas dice—: Victor, sabes que se tiene que hacer.

No mataré a Sarai y haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que nadie en la mansión lo haga, pero muy en fondo, sé que lo que dice mi hermano es verdad. Debería matarla por mi bien y por el de ella. Pero no puedo. Y no lo haré.

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Por tu bien e incluso por el de ella.

Sarai Es la noche de la misión y mi adrenalina ya está subiendo tan apresuradamente que no puedo estar quieta. Después de ducharme, me visto después de que Victor escoge que vestido debería usar y una vez más, regreso a estar sin sostén. —Me siento desnuda —digo, mirando el delgado, casi transparente vestido de seda. Instintivamente, trato de jalar la parte de abajo del vestido para cubrir más piel, decepcionada de que el esfuerzo no haga que la tela se expanda por arte de magia. Si Afortunadamente, al menos estoy usando bragas. Victor se queda ahí, mirándome, aparentemente perdido en sus pensamientos. Parece algo preocupado, incluso triste. —No voy a echarme para atrás —le digo, sintiendo que de eso se trata la expresión—. Quiero hacer esto. Cualquier cosa que me pase, no va a ser tu culpa. Quizá es un poco presuntuoso pensar que le importa e insinuarlo en voz alta, pero en verdad creo que se preocupa a su manera. Y no me importa mucho dejarle saber cómo me siento. A cerca de todo lo que ha pasado entre nosotros. A cerca de mis sentimientos, a pesar de que ni yo misma sepa que son. A cerca de sus sentimientos, a pesar de que los suyos han estado más reservados que los míos. Doy un paso hacia él y curvo mis dedos alrededor de la solapa de la chaqueta de su traje a cada lado. Luego me pongo sobre los dedos de mis pies y lo beso suavemente en los labios. —Puedo hacer esto —digo—. Tal vez estoy siendo imprudente y no sé en lo que me estoy metiendo. No, retiro eso. Estoy siendo imprudente y sé exactamente en lo que me estoy metiendo. Estoy loca por seguir con esto, por querer ser parte de esto. Pero

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fuera a doblarme solo un poco, cualquiera parado detrás de mí será capaz de ver todo.

sabes tan bien como yo que no soy como el resto. E incluso si tuviera una oportunidad en serlo, incluso su pudiera alejarme justo ahora y tratar de ser como todos los demás, no lo quiero. Tengo miedo de morir. No puedo negarlo. Y no quiero morir, pero estoy preparada para morir. Por un momento, parece que Victor va a decirme algo, tal vez va a tratar una vez más de hacerme cambiar de parecer, pero en vez de eso, se aleja de mí y agarra las llaves del coche de la mesita de noche. —Necesitamos irnos —dice y camina hacia la puerta de nuestra suite de hotel.

cosa que verificara en mi mente y en mi corazón que en verdad no quiere que pase por esto. Tal vez, en el fondo sé que voy a ser asesinada y esa última parte desesperada de mí quiere saber antes de que muera si le importa a alguien. Que le importa a Victor. Porque en verdad, él es la única persona que tengo en el mundo.

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Me siento decepcionada, incluso un poco dolida. Quería que me dijera algo, cualquier

Capítulo 34 283

Sarai

En dirección a la mansión, Victor me recuerda una última vez: —Nunca te salgas del personaje. Sin importar lo que suceda, o lo incómodas que las cosas puedan volverse para ti. No te salgas del papel. —Entiendo —digo—. Sin importar qué, no me saldré del papel. Lo prometo. La mirada que me da, aunque indiferente, me dice que tiene sus dudas. Llegamos a la propiedad de Arthur Hamburg a las siete y media y somos recibidos por una alta reja electrónica y un guardia de seguridad. Victor le tiende nuestras invitaciones a través de la ventanilla del vehículo. El guarda primero las inspecciona y luego se dirige a un panel puesto a un lado de una pequeña estación de seguridad de piedra y se lleva un teléfono al oído. Los escucho débilmente a través de la ventana abierta dando una descripción de nosotros y luego haciendo lo mismo con las invitaciones. Unos segundos después, cuelga y devuelve las invitaciones a Victor. Regresa a su estación y pronto la reja de hierro se abre permitiéndonos acceder a la enorme propiedad. Luego de pasar el camino de entrada empedrado de una longitud

como de tres acres al menos, estacionemos nuestro auto en frente de la mansión, junto a una plétora de autos igual de costosos. Salimos y Victor envuelve su brazo a través del mío y caminamos hacia la casa. Nos acercamos a las gigantes puestas dobles delanteras, pasando junto a dos columnas de mármol a cada lado y luego debajo de un balcón ascendente. Fuimos recibidos en la puerta por un guardia de seguridad armado y así es cuando me doy cuenta de todos los otros guardias de seguridad apostados por la propiedad. Recuerdo lo que Victor me dijo acerca de ellos y empiezo a sentirme un poco incómoda. Pero luego de que nuestras invitaciones son revisadas una vez más y entramos, la incomodidad pero está es la más impresionante por mucho, con altos techos que se elevan cuatro pisos en el centro de la mansión, abriéndose a una enorme claraboya circular. Hermosas estatuas griegas están exhibidas en el piso inferior a ésta. Cada vez que alguien pasa caminando, el sonido de sus zapatos repiquetea suavemente sobre el mármol, resonando como si estuviera dentro de un museo en vez de una mansión privada de California. Escucho lo que suena como una pequeña cascada y después noto a mi derecha, debajo de un arco de quince pies que hay una hermosa fuente de piedra blanca situada en el centro de esa sala. Antes de ser atrapado mirando en este lugar de una manera que una chica nunca hay visto tanta riqueza en su vida, cambio mi expresión para parecer más distraída, entrecerrando los ojos suavemente como si una parte de mí estuviese aburrida. Y cuando alguien llama mi atención, escojo a quién darle un pequeño asentimiento de reconocimiento y a quién ignorar. Sobre todo, ignoro a las mujeres, o las miro brevemente con ojos de desaprobación. Victor me lleva a través de la enorme sala y luego somos recibidos por un hombre, aunque este hombre no es Arthur Hamburg. Es mucho más joven con cabello marrón arena y ojos marrones.

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desaparece, reemplazada por el temor. He estado en muchas casas adineradas antes,

—Bienvenidos a la finca Hamburg —dice. Extiende una mano y Victor la estrecha—. Soy Vince Shaw, el asistente del Sr. Hamburg. —Soy Victor Faut y esta es mi señora, Izabel Seyfried. Extiendo mi mano hacia el hombre con la palma hacia abajo, y la toma entre sus dedos y se inclina para besar la cima. Me pregunto si ese es el verdadero apellido de Victor. No parece preocupado por usar su nombre verdadero… a menos que “Victor” no sea su nombre tampoco…

“Vince” toma una copa de champán de una bandeja cuando un camarero pasa llevándola. El camarero presenta la bandeja frente a nosotros. —Por favor, tomen una copa —dice Vince y Victor toma una de la bandeja y me la da antes de conseguir una para sí mismo. —Me disculpo —dice Vince—, pero tenía curiosidad por saber cómo obtuvieron tu invitación. Victor da un sorbo y es lento para responder como si fuera lo bastante importante como para hacer esperar al hombre por ella. —Izabel y yo fuimos invitados en el restaurante del Sr. Hamburg anoche. Hubo un incidente. —Oh, sí, por supuesto —dice Vince con una sonrisa conocedora, pero respetuosa. Luego se vuelve hacia mí—. Fue compensada con interés por su vestido, ¿supongo? —Sí, lo fui —digo y doy un sorbo—. Pero debo decir, creo que debería haberse manejado de manera diferente. —¿oh? ¿De qué manera se refiere?

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No puedo pensar en eso en este momento.

—Bueno, resulta que es mi vestido preferido. Sentimental para mí, si debo decirlo. El camarero debería haber sido relevado de su trabajo. —Ah, sí —dice Vince—. Bueno, eso sin duda puede arreglarse. Hablaré con el Sr. Hamburg sobre ello personalmente. Eso es, si no quiere hablarlo usted misma cuando se encuentre con ustedes dos más tarde. —No —digo y aleteo mis pestañas—. Confío en que me ahorrará tener que repetirlo. Miro a Victor, quien parece satisfecho con mi actuación. —Por supuesto —dice Vince—. No se diga más. Estará hecho. —Sonríe, revelando

Me siento terrible por ser la razón por la que ese pobre hombre será despedido, pero me siento mejor al repetirme que él no debería estar trabajando para un hombre como Hamburg de todas maneras. Después de todo, si nos enviaron aquí a matarlo sólo puede significar que es un bastardo de alguna manera, forma o estado. Nos relacionamos con Vince por un corto tiempo, pero en su mayor parte yo sólo bebo mi champán y escucho mientras ellos dos hablan. De vez en cuando, levanto la mano, doblando mis uñas y viéndolas, estudiándolas por aburrimiento. Noto que Victor le echa un vistazo a su reloj una vez. —El Sr. Hamburg bajará a saludar a sus invitados en nada de tiempo —dice Vince—. Por el momento, siéntanse libres de disfrutar de la champaña y hors d’oeuvres. ¡Ah, allí está ella! —Ondea una mano hacia nosotros y nos damos la vuelta—. Me gustaría presentarles a Lucinda Graham-Spencer. —Le sonríe a Victor—. Seguro la conoce. Una impresionante mujer usando un vestido ajustado blanco que abraza sus curvas de reloj de arena se aproxima con un hombre en un traje. —Sí, la he escuchado tocar —dice Victor—. En un concierto en Londres el año pasado. Es brillante.

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unos dientes parejos y blancos.

—Carrrriño, ¿cómo estás? —pregunta la mujer llamada Lucinda Graham-Spencer extendiendo sus brazos dramáticamente hacia Vince. Victor y yo damos un paso al costado y ella va de prisa entre nosotros para plantar casi dos besos en cada una de las mejillas de Vince. Pongo mis ojos en blanco. No tan metida en el personaje, tampoco. —Lucinda —dice Vince, volviéndose hacia Victor—, te presento a Victor Faust y —me señala—, a Izabel Seyfried. Son invitados del Sr. Hamburg. Lucinda se inclina hacia Victor de la misma manera que hizo con Vince y le besa privado, pero no es suficiente para darme una pista y estoy bastante segura de que no puedo leerle la mente. Por lo que, actúo como mi instinto me dice. —Un placer conocerte —digo cortésmente, sin dejar que mi aire de soberbia disminuya. Beso sus mejillas a cambio, mis manos ajustadamente suavemente alrededor de sus brazos cuando los de ella están sobre los míos. Los ojos de Victor me sonríen ahora, aprobando mi decisión y probablemente aliviado por ella. Al parecer, esta mujer es de una estatura mucho mayor de la que yo podría alguna vez tener, y aunque no tengo idea de qué tipo de músico es o por qué es tan importante, sé que debe ser famosa por derecho propio y sólo me haría ver como una idiota si rechazo a alguien tan respetado como ella. De hecho, probablemente consiguiéramos ser echados a patadas si lo hacía. Vince deja a Victor y a mí a solas mientras camina con la mujer a través de la sala para presentarla a los otros invitados. Lo escucho, notando que dice lo mismo que nos dijo a nosotros a todo el mundo y que todos aquí son presentados como “invitados del Sr. Hamburg”. Empiezo a preguntarme cómo planea Victor conseguir la atención

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ambas mejillas. Luego se vuelve hacia mí. Los ojos de Victor se estrechan en mí en

exclusiva del Sr. Hamburg con tantas personas aquí, parejas incluidas, con quien competir. Victor rodea con su mano libre la parte posterior de mi cintura y caminamos a través de la sala lentamente, fingiendo hablar sobre las pinturas y las estatuas. Señala sutilmente a esto y aquello y comenta el detalle o el color o la emoción que retrata. Todas son observaciones sin sentido, poco interesante que no merecen reconocimiento verbal de mi opinión, pero de todas maneras sigo la corriente. Pronto, veo que está usando ese tiempo para conseguir atravesar la sala sin parecer perdido o como si necesitáramos la compañía de alguien más para sentirnos bienvenidos.

en la entrada al corredor—. ¿Estarás bien sola? —Por supuesto —digo con un aire de molestia—. Soy perfectamente capaz de estar sola. Me besa en los labios y luego camina corredor abajo. Lo observo hasta que dobla en la esquina al final. Sé que no está buscando el “baño” y empiezo a ponerme nerviosa cuando se ha ido por más de unos pocos minutos y sigo parada allí sola. Espero no verme en necesidad de un rescate social. De todas maneras, lo recibo. —Soy Muriel Costas —dice una mujer dando un paso adelante con otra mujer y un hombre más joven—. Nunca antes te he visto. —Izabel Seyfried —digo y bebo de mi champán con mucha lentitud, dejándole saber que el vaso tiene más de mi atención que ella—. Y supongo que no lo harías ya que nunca antes he estado aquí. Sonríe con suficiencia, llevando su propia copa a sus labios pintados de rosa. Tiene un largo cabello negro azabache cayendo en cascada sobre ambos hombro que termina justo por debajo de sus rollizos pechos, su escote es empujado al frente por el

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—Tengo que ir al baño —dice Victor, depositando su copa de champán en una mesa

ajustado vestido gris que usa. La mujer parada junto a ella me mira una vez, probablemente preguntándose si va a dejarme con la actitud que le di. Le sonrío con suficiencia yo también y regreso mi atención al hombre joven que no puede ser más joven que yo. Le ofrezco una sonrisa seductora y ligera sólo para fastidiar a Muriel y él la capta. Pero entonces su mirada se desvía sumisamente cuando ella lo mira. —¿De dónde viene? —me pregunta ella. —¿De dónde viene qué?

una opinión respecto a mí. —Tu dinero —dice Muriel como si debería conocer la jerga. Sorbe su champán. “Eres rica, aunque nadie tiene que saber de dónde proviene”. Todo mi rostro se ensombrece con una sonrisa confiada. —Sólo alguien que se siente amenazado hace esa clase de pregunta —digo y miro a los otros dos brevemente para presumir tranquilamente mi victoria de control. Es evidente para mí que ellos son perros perdidos de Muriel Costas y dependiendo de cuál mano le ofrezca los mejores restos, no son inmunes a la influencia. Victor resurge del corredor. El rostro de Muriel se ilumina cuando lo ve. Se presenta a sí misma inmediatamente, ofreciéndole su mano por el beso de costumbre, el cual sé que no tiene nada que ver con la costumbre y todo con el desafío. Victor se presta al gesto y mira en los ojos oscuros de ella mientras él se dobla en un medio arco, el cual sostiene un poco más de

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Ella y la otra mujer se miran entre sí con suaves sonrisas, obviamente compartiendo

tiempo del que me gusta. Pero Muriel está complacida y va al grano al mirarme directamente a los ojos para dejarme saber cuánto. Se presentan y empiezan una conversación insustancial nuevamente. Pero en vez de mostrar una pizca de celos, porque sé que nada satisfará a Muriel más, me aparto de los cuatro con la barbilla alzada de manera importante y encuentro mi propio grupo de hombres con quien mezclarme. No estoy segura si esto es un acto que Victor apruebe, pero no los vuelvo a mirar ni una sola vez para averiguarlo. Si lo hago, me haría pasar como celosa tanto como exhibirlo descaradamente haría. E Izabel Seyfried no se pone celosa fácilmente. Se queda tranquila.

conversación que nunca ofrecería una mujer. Al menos esperaba a que esto pasara, pero es en este momento cuando tomo las riendas completamente veo que no sólo estoy más en el papel de lo que pensé que estaría, sino que estoy empezando a darle a Izabel Seyfried sus propios rasgos. Rasgos que Victor nunca me dijo técnicamente que le diera. Yo escojo… porque se siente correcto… hacerla despreciar a las mujeres mucho y amar a los hombres más intensamente. Después de todo, si voy a interpretar el papel de alguien más, bien podría llenar todas las piezas faltantes de su personalidad y hacerla completamente realista. Durante mi conversación con estos hombres cuyos nombres ya he olvidado, Victor se nos une. Siento su mano rodear mi brazo, apretándolo con fuerza. —Sabes que no me gusta cuando te alejas de mí —dice. Los hombres no dicen nada, pero nos escuchan intensamente como intrigados por la exhibición de Victor de su dominación sobre mí. Sonrío solapadamente. —Sé que no te gusta —digo—, pero se estaba tornando… aburrido allí con tu abuela.

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No le ofrezco mi mano a los otros tres hombres, sólo mi encantadora y segura

Los ojos de Muriel se quedan fijos en los míos escuchando y sonrío con suficiencia a cambio. Ella y sus secuaces caminan en dirección opuesta hacia otro grupo pequeño de personas. Victor gira mi brazo, causando que el champán en mi vaso se desborde. La sonrisa rencorosa desaparece de mi rostro un instante. Se inclina hacia mi oído y dice en voz baja: —No puedo soportar el pensamiento de hacerlo, Izabel, pero si tengo que hacerlo, te

—No lo volveré a hacer —digo entre susurros, volviendo mi cuello en ángulo para que mi boca alcance la suya. Cierro los ojos para besarlo y siento sus labios cerca de los míos, tan cerca que casi puedo saborearlos, pero luego se aparta. Los hombres parados junto a nosotros están mirando en su propia manera privada cuando mis ojos se vuelven a abrir. Arthur Hamburg emerge desde la sala de la fuente con cuatro hombres en traje y la atención de todos se vuelve hacia él.

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dejaré ir. —Su respiración bailotea a lo largo de mi cuello, dándome piel de gallina.

Capítulo 35 292

Sarai

El hombre se ve aún mayor de lo que se ve en su foto. Y más pesado. Estimo que debe estar en los finales de sus sesenta, de altura media, pero no llegaba a los uno ochen de alto y no menos de ciento treinta kilos, la mayor parte en el estómago y las mejillas. Mientras el permanece allí al frente de la sala con sus secuaces a los costados, no veo a un sencillo hombre con sobrepeso de edad madura, veo un hombre malvado que va a morir esta noche. Es todo lo que puedo pensar: él va a morir. Y yo voy a estar allí para presenciarlo. De repente, mi interior se bloquea, mi pecho se constriñe, mi estómago un nudo duro, y me siento como si no pudiera respirar. Inhalo aire a través de mis labios entreabiertos y lo dejo salir muy lentamente a través de mi nariz. Calma Sarai. Sólo mantén la calma. No pensé que me afectaría de esta manera, conocer el destino de un hombre, prácticamente controlando el si vive o muere simplemente por tener el conocimiento de que él no tiene. Pero a pesar de la ansiedad que siento mientras la realidad de la situación me pone al día, no me arrepiento de venir aquí. Puede que no sepa lo que Arthur Hamburg ha hecho para merecer la muerte, pero confío en las palabras de Victor y yo sé que él está lejos de ser inocente o no estaríamos aquí.

Arthur Hamburgo se dirige a sus clientes, agradeciendo a todos por venir esta noche y sigue y sigue sobre cosas superfluas a las que todo el mundo asiente y acepta y sonríe y ofrece su propio comentario. Y él hace bromas por las que se ríe antes que nadie, pero ellos siempre se ríen también, porque sería descortés no hacerlo, por supuesto. Incluso me encuentro riendo ligeramente a una broma que todo el mundo parece encontrar divertida y que yo realmente no. Victor me mueve para quedar delante de él, presionando la parte posterior de mi cuerpo contra el frente del suyo. Su boca explora mis hombros desnudos, y sus manos descansan en mis caderas. Pero el afecto es breve, sólo para el espectáculo, y su espacio tiempo tiene con la mirada fija en nosotros a través del cuarto. Puedo ver la deliberación en sus ojos, el cambio repentino en su comportamiento. Después de unos cuantos anuncios, termina la pequeña charla y deja a todos a reunirse y disfrutar ellos mismos de la forma en que habían estado haciendo antes que él entrara en la habitación. Lo siguiente que sé, es que él está caminando en línea recta hacia nosotros.

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atención está de vuelta en Arthur Hamburg, el cual me doy cuenta en ese personal

Victor

Arthur Hamburg me estrecha la mano mientras me presento yo y a Izabel. —Mi asistente me dice que se han encontrado un problema en mi restaurante anoche. Él sabe muy bien que éramos nosotros dos. Él nos observó desde esa habitación privada suya, escuchó nuestras interacciones en la mesa a través del pequeño

—Sí —le digo con un asentimiento de cabeza—. Perdóneme por decir esto, pero creo que un cambio en la manera en que su gerencia contrata a su personal es necesario. Hamburg sonríe para ocultar lo que está haciendo en realidad: estudiándonos a mí y a Sarai, obteniendo una impresión de nosotros más de la que ya tenía en el restaurante, imaginándonos con él en su habitación. A él no le importa nada el incidente en el restaurante o ser demandado. Eso no tiene nada que ver con el porque nos invitó aquí. —¿Es usted de Los Ángeles? —pregunta. —No —le digo, tirando a Sarai más cerca de mí con un brazo alrededor de la parte posterior de la cadera, mi mano descansando en su hueso pélvico. Los ojos de Hamburg se desvían para verla allí—. Estocolmo. Él parece intrigado. —No suena como extranjero —dice. Respondo diciendo en sueco: —Soy fluido en siete idiomas. —Y entonces lo repito en inglés, para que lo entienda.

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micrófono situado en el interior del centro de mesa.

Él asiente con una sonrisa impresionado. Luego mira a Sarai. —¿Y qué hay de ti? —Ella es de Nueva York —le respondo por ella. Sarai se mantiene en silencio esta vez. Hamburg se vuelve hacia mí de nuevo y pregunta:

—¿Mi propiedad? —digo por él, haciéndole saber que es perfectamente aceptable hablar de las cosas de algún modo tabú—. Sí, lo es. Y en su mayoría, ella lo disfruta. Él levanta una ceja canosa tupida. —¿En su mayoría? —pregunta con curiosidad—. ¿Qué pasa con el resto de su pensar? Él mira a Sarai, una leve sonrisa en los bordes de sus labios envejecidos. —El resto de mi tiene una mente propia —dice Sarai como Izabel. Suspiro y sacudo la cabeza, rozando mis dedos a lo largo del hueso de su cadera. —Sí, así es, lo admito —le digo—. Prefiero una mujer que da pelea. —Así que, ¿ya han estado por el otro camino, lo entiendo? —pregunta Hamburg y sé que él se está refiriendo a la sumisión completa, ser dueño de una mujer que hará cualquier cosa y todo lo que le dicen sin que se agriete la más mínima expresión de malestar o rechazo. —Una vez —le respondo—. Estoy contento con Izabel, independientemente de su boca a veces.

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—¿Ella es tu… —él busca en su mente la forma más segura de hacer la pregunta.

Hamburg la observa con más atención ahora, así como a mí. Le gustan tanto las mujeres y los hombres, después de todo. Y él también le gustan las mujeres que dan pelea, como Izabel. La única diferencia es que los que él ha disfrutado fueron forzados aquí en contra de su voluntad. De repente, Hamburg levanta la barbilla con orgullo y dice—: Me gustaría mucho hablar con usted en privado. En mi suite. Si está interesado en ofertas lucrativas. Usted está interesado en ofertas lucrativas, ¿no es así? —Sonríe y moja sus labios brevemente con su lengua. Pienso en ello un momento, jugando con su cabeza, haciéndole saber sólo por la

—Estoy dispuesto a escuchar la oferta, por lo menos —le digo. Sus ojos se iluminan. Se vuelve hacia el hombre del traje a su lado, le susurra algo al oído y se vuelve de nuevo a nosotros mientras el hombre toma el ascensor de cristal hasta la planta superior. —Caminen conmigo—dice Hamburg y los dos lo seguimos hacia el ascensor. Hamburg nos habla de la construcción de su mansión mientras esperamos a que el ascensor de cristal regrese hacia abajo vacío. Y él divaga sobre la cantidad de dinero que ha puesto en ella como si me explicara de forma encubierta que él puede prescindir del que sea mi precio. Puedo sentir a Sarai ponerse más nerviosa a medida que nos elevamos hacia el piso superior. En un momento dado, ella agarra mi mano y mirar hacia abajo para ver sus delicados dedos enredados en los míos. Aprieto su mano suavemente, haciéndole saber que estoy aquí y que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para mantenerla a salvo. Le echo un vistazo para ver sus ojos y ahora mismo lo único que veo es Sarai mirándome, la chica valiente, pero ansiosa y complicada de la que me he vuelto muy protector.

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mirada en mis ojos que me interesa, pero no estoy desesperado.

Caminamos por un pasillo enorme donde adelante está la entrada a su habitación, intrincada y exagerada como el resto de la casa. Dos hombres de traje montan guardia fuera de ella. Cada uno de ellos, como los de la planta baja, llevan armas ocultas bajo la ropa. Pero yo no. No esta vez. Porque sé que Sarai y yo seremos revisados antes de que entremos y encontrar una en cualquiera de nosotros, dos individuos ricos pero por lo demás comunes que no tienen ninguna razón para estar portando armas de fuego, cambiarían las hipótesis iniciales de Hamburg sobre nosotros. Él podría sentirse amenazado y cambiar de opinión acerca de dejarnos entrar. Nos detenemos en la entrada y levanto mis brazos extendidos a los lados para

Sarai hace lo mismo, pero no es tan silenciosa en esta ocasión. —¿Es esto realmente necesario? —Sisea mientras el otro guardia la registra. —Lo siento, querida —Hamburg dice mientras abre las puertas de su suite—, pero sí. No se puede ser demasiado cuidadoso. Cuando los guardias no encuentran nada, se hacen a un lado y justo antes que Hamburg nos encierre a los tres de nosotros dentro de su habitación, él dice a los guardias: —Pueden irse. Voy a necesitar un poco de privacidad para la próxima hora más o menos. Los dos guardias asienten en reconocimiento y dejan sus puestos fuera de su habitación.

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permitir que uno de los guardias me registre.

CAPÍTULO 36 298

Sarai

En el segundo en el que las puertas dobles se cierran detrás de nosotros, siento mi corazón hundirse en el hueco de mi estómago. Pero lo sacudo y hago lo mejor que puedo para mantener mi fachada de Izabel Seyfried. Mientras dejo que mi mirada barra el vasto cuarto, estoy sorprendida de lo rápido que Arthur Hamburg llega directo al punto. —Te diré lo que me gustaría y te daré la oportunidad de que me digas tu precio. — Señala para que Victor se siente en la silla de cuero más cercana. Victor se sienta y me encuentro siendo dejada de pie, sola. Las máscaras se han caído ahora que los dos están juntos en la privacidad de este cuarto. Arthur Hamburg ya no es el distinguido y encantador hombre que pretendió ser allá fuera frente a todos. No, es el malvado y enfermo bastardo por el cual Victor fue enviado aquí a matarlo. Ya no me está viendo como un invitado a su mansión quien merece copas de champán y respeto; soy simplemente un peón en su juego sexual que ya no vale que la vean o que le saquen conversación. Solo Victor es digno

de tales lujos. Victor es al que quiere. Ahora lo veo. Pero hay mucho más ahí de lo que sé. Y no toma nada de tiempo para que el resto de nosotros se entere. —¿Qué es lo que quieres? —pregunta Victor calmada y astutamente. Descansa su espalda contra la silla y sube su tobillo izquierdo a su rodilla derecha. Arthur Hamburg toma la silla que combina con la otra frente a Victor, una diabólica sonrisa se desliza a través de sus agresivos rasgos. —Me gusta observar —dice—. Pero no esa mierda de posición de misionero. —Hace una pausa y añade—: Folla a la chica, de vez en cuando hazle lo que te pida y

Sonríe, y por primera vez desde que entré aquí, sus ojos me rodean. Mientras estoy teniendo un ataque de pánico en secreto, Victor reflexiona por un momento, haciendo que parezca que está tomando la oferta en consideración. Victor me mira. —De ninguna manera —le digo en ese momento—. Él es asqueroso Victor. No estoy de acuerdo con esto. Victor se pone de pie y me agarra casualmente por el codo. —Harás lo que te diga —dice. Sacudo la cabeza de un lado a otro, mirándolos, tratando de no salirme del personaje, pero encontrando más y más difícil de lograrlo. Puedo hacer esto, me digo mientras los fuertes latidos de mi corazón se elevan sobre la voz en mi cabeza. Victor no me lastimará. De ninguna manera. Tengo que creer eso.

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viceversa, si quieres… y por dinero extra, me pondré de rodillas frente a ti.

¿Por qué no solo mata al cerdo ahora? No lo entiendo… Con mi codo aun agarrado en su mano, Victor se voltea hacia Arthur Hamburg y dice—: Cincuenta mil. —Y el rostro de Hamburg de ilumina—. Y será otros cincuenta si dejo que te pongas de rodillas frente a mí. Siento mis ojos agrandarse en mi cráneo. —Es un trato. —No —digo y trato de soltar mi brazo, pero entonces Victor estrecha sus ojos hacia

—Inclínate sobre la mesa —dice Victor. ¿Qué?... Mira a la pesada mesa cuadrada de mármol a mi derecha, moviendo nada más que sus ojos. —Ahora, Izabel —demanda. Oh por Dios. Vacilante, camino hacia la mesa y pongo mi estómago y pecho sobre ella de la cintura para arriba. Ya siento el aire del cuarto contra la tela de mis bragas. Trago duro. Victor viene encima de mí y levanta mi corto vestido hasta mi trasero, dejándolo en mi espalda baja. Una de sus manos aprieta mi nalga. —Hazla llorar —dice Arthur Hamburg desde la silla detrás de mí—. Tengo cosas que podrías usar si quieres. —Puedo hacerla llorar sin ellas —dice Victor, bajando mis bragas y dejando de caigan alrededor de mis tobillos. Jadeo incómodamente mientras estoy expuesta—. Pero quizá las use. Ha pasado un tiempo desde que en verdad la lastimé.

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mí y me rindo.

Arthur Hamburg hace un extraño sonido que nunca había escuchado antes. —Oh, sí, me gustaría mucho ver eso. —Golpea sus manos y añade con un espeluznante deleite—: ¿Qué tan chica es? Tengo un bate de goma. Me congelo contra la mesa, su comentario sacando el aire de mis pulmones. Maldición, ¿está de broma? Estoy lista para matarlo ahora. Él podría ser mi primer asesinato. ¡Estoy lista para hacerlo!

Quédate en el personaje, Sarai… sin importar que. Entonces, de repente, como si ya no estuviéramos en este cuarto con este maldito bastardo enfermo, siento los dedos de Victor deslizarse dentro de mí y me mojo instantáneamente. Jadeo bruscamente, el cálido aliento emanando de mis labios recubre la mesa a centímetros de mí con humedad. La observo aparecer y desaparecer con cada respiración rápida que tomo. —Abre las piernas —instruye Victor. Al principio, no lo hago, pero cuando mete ambas manos entre mis muslos y los fuerza a separarse, exponiéndome completamente, no peleo con él, solo agarro el borde de la mesa con la punta de mis dedos y enderezo mi espalda. Mi mente lucha con lo que está mal con esto. Sé que está mal y es asqueroso porque ese hombre está sentado ahí, observando esto. Pero la otra parte de mí, la parte que está comenzando a bloquear completamente de mi mente la presencia de Arthur Hamburg, quiere que Victor haga esto conmigo. Trato de cerrar mis ojos e imaginar solo a Victor en el cuarto y funciona por un minuto o dos hasta que escucho de nuevo la voz de Arthur Hamburg.

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Mis manos comienzan a temblar debajo de mi pecho.

—Sí, es bastante rosa. Muy pequeña —dice y aprieto los dientes. Victor comienza a detenerse. —Sabes —dice él—, tal vez podrías mostrarme lo que tienes. La follaré un poco primero, abrirla un poco, y luego… —No digas más —dice Arthur Hamburg con una sonrisa sádica en su voz. Lo escucho levantarse de la silla y luego sus zapatos de vestir golpean contra el piso mientras camina. Veo que sus pantalones ya están desabrochados, su camisa fuera del pantalón, descuidadamente sobre su grotesco estómago. Ya se había estado tocando. voltea hacia Victor. Parece estar contemplando intensamente hasta que dice—: ¿Estaría bien si permito que mi esposa mire conmigo? Después de una momentánea pausa, Victor responde. —Una persona más no era parte del trato. —Reflexiona—. Pero supongo que estaría bien. ¿Está abajo? —Oh, bien —dice Arthur Hamburg, frotando sus gordas manos. Continúa caminando hacia el closet, abriendo las enormes puertas para revelar una entrada más grande que la de una habitación promedio—. No, la mantengo aquí. ¿Ah? ¿La mantiene ahí? Sintiendo que esto ha llamado algo más que la atención de Victor, miro hacia arriba mientras pasa por mi lado. No tengo ni idea de lo que él está haciendo, no estoy segura de sí debería quedarme como estoy, o de hacer lo que preferiría hacer y levantarme para que mi vestido vuelva a caer sobre mi trasero. Espero unos cuantos minutos más.

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Mientras se aproxima a lo que parece un gran closet, se detiene a medio camino y se

—No estés tan sorprendido cuando la veas —dice Arthur Hamburg. Parece que como si él estuviese presionando en una serie de números sobre un teclado plateado en la pared, en el interior del armario. —En cierto modo, mi Mary es como tu Izabel. —¿En serio? — Victor dice ingresando en el armario con él. Otra puerta maciza se abre de la pared en el interior del armario para revelar otra habitación. —Sí —continúa Arthur Hamburg—. Aunque ella es mucho más sumisa que la tuya. Entonces oigo un ruido fuerte y un bang mientras los dos desaparecen en algún lugar cruzar el espacio para ver qué es lo que está pasando, casi tropiezo en mi camino debido a los tacones. —¡Victor! —¡Entra, Izabel, ahora! —le oigo gritar y a pesar de que me llamó Izabel, sé por el tono de urgencia en su voz que está hablándome como Sarai. Una vez que pude abrirme camino más allá de los altos estantes dentro del armario e irrumpo en la habitación oculta, estoy sorprendida y confundida de lo que veo, incapaz de formar ideas mucho menos palabras. Victor tiene presionado la cara de Arthur Hamburg contra la pared con una apretada corbata envuelta alrededor de su grueso cuello. Su cara se hincha sobre la restricción del tejido, su piel se está poniendo de un rojo oscuro y púrpura. Una mujer yace en un catre junto a la pared usando un transparente vestido largo de algodón blanco y está manchado de sangre y orina. —En el armario —dice Victor, presionando su cuerpo contra el hombre que está luchando—, hay un maletín en el suelo con una pistola. Tómala.

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dentro de la habitación oculta. Me doy prisa en subir mi ropa interior y me apresuro a

Le asiento rápidamente y corro de regreso al armario detrás de mí para buscar el maletín, encontrándolo en cuestión de segundos. Saco la pistola y corro de regreso al interior de la habitación. Él libera una mano y se lo entrego. Victor empuja el cañón de la pistola contra la sien de Arthur Hamburg y suelta su cuerpo. Él jadea por aire, haciendo sonidos desesperados de ahogamiento mientras intenta recuperar el control de su respiración. Después Victor lo chequea, buscándole algún arma. Cuando se encuentra satisfecho de que no tiene ninguna, Victor alcanza el bolsillo de su pantalón y saca un par de guantes de goma y me los arroja, indicándome

Lo hago rápidamente. —Ahora las cosas van a suceder de esta manera —le dice Victor a Arthur Hamburg—. Por desgracia, vas a vivir. Si fuera mi elección, te hubiera dado muerte anoche en el restaurante, o cualquier otro viernes por la noche antes de esta. Pero vas a vivir. ¿Qué. Está. Pasando? No puedo asimilar de este inesperado giro de acontecimientos. —Si no viniste aquí a matarme —dice Arthur Hamburg, su voz temblando de miedo pero mezclada con diversión—, ¿entonces para qué diablos estás aquí? ¿Dinero? Tengo un montón de dinero. Te daré todo lo que quieras. Victor empuja a Arthur Hamburg hacia el piso y mantiene la pistola apuntándole. El sudor mana de la cara y cuello del hombre, empapando su blanca camisa de vestir. Luego Victor busca dentro del bolsillo oculto de su chaqueta y me entrega un pequeño sobrecito amarillo. —Ábrelo —indica. Mientras estoy haciéndolo, Victor se vuelve hacia él.

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que me los ponga.

—La muerte se manejará como un suicidio —dice Victor y estoy todavía más confusa—. Ella dejó una nota firmada por su mano. Todo lo que tienes que hacer es esperar una hora después de que nos vayamos para que lo llames. —¿De qué diablos estás hablando? —espeta Arthur Hamburg, a pesar de que una pistola le está apuntando. No me puedo decidir a quién mirar más, al enfermo hombre en el suelo o a la pobre mujer acostada en el catre. De repente ella me mira con ojos tristes, débiles y atormentados y un escalofrío

—Victor tenemos que ayudarla. —Comienzo a moverme hacia ella. —No —dice Victor—. Déjala. —Pero… —Saca el contenido del sobre —interrumpe. Saco en primer lugar una doblada hoja de papel, tratando de captar la sensación a través de los guantes de goma sellados firmemente en mis manos. —Léelo —dice. Con cuidado, lo despliego y miro hacia abajo a la bonita escritura de una rúbrica tinta azul. Y cuando empiezo a leer la carta en voz alta, empiezo a sentirme mareada y mi corazón duele. A mi amado esposo, Ya no puedo hacer esto contigo. He avergonzado a mi familia, a nuestros hijos, nos hemos avergonzado a nosotros mismos, Arthur. Ya no te amo. Ya no me amo. No amo a nadie porque no puedo. No he

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recorre mi cuerpo.

sido capaz de sentir una emoción valida en doce años de los treinta que he estado casada contigo. Ya no puedo vivir de esta manera. Muchas veces quise buscar ayuda, tal vez ser medicada. No lo sé, pero después de tanto tiempo, después de años de querer ayuda esto comenzó a no importarme. Siento tanto que tengas que verme de esta manera. Siento tanto que no pudiera acudir a ti en busca de ayuda. Pero no quería ayuda. Solo quería que terminara.

Lo estoy terminando.

Adiós, Arthur.

Atentamente, Mary

El hombre no puede dejar de ver a su esposa. Su floja barbilla vibra mientras trata de retener las lágrimas. Pero todavía no siento una pizca de remordimiento por él. No solo porque todavía estoy luchando para entender que ha pasado, sino porque sé que es un hombre enfermo y no se merece remordimiento. —¿Por qué estás aquí? —pregunta él, su ronca voz estremeciéndose. Victor me mira.

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Y eso es lo que estoy haciendo.

—Dame la tarjeta SD —dice. Saco la diminuta tarjeta cuadrada de la esquina en el fondo del sobre y la coloco en la mano libre de Victor. La sostiene para Arthur Hamburg metida entre su pulgar y su dedo índice. —Toda la información ya ha sido transferida a mi empleado. Los nombres de tu larga lista de clientes, las locaciones de tus operaciones subterráneas, el video de evidencia que tu querida esposa grabó del que no sabías nada. Todo está aquí. —Tira la tarjera SD hacia el pecho de Arthur Hamburg—. Si alguien viene a buscarme a mí o a Izabel por la muerte de tu esposa y no se maneja como un suicidio, toda esa información se como cuando entramos por tus puertas. ¿Está entendido? Estoy temblando, tan confundida, y nerviosa e insegura. Insegura de todo. Arthur Hamburg asiente, el sudor sigue cayendo de su barbilla y cejas. La mujer estira su mano, pero luego cae de nuevo a su lado. Dos jeringas vacías yacen cerca de sus piernas. Está fuertemente drogada. Mis ojos barren el resto de su cuerpo, viendo la curvas de sus brazos y alrededor de sus tobillos manchadas con marcas de agujas. Ya no puedo evitarlo más, me apresuro hacia ella con toda la intención de ayudarla a levantarse. Pero Victor se estira y me agarra por el brazo, deteniéndome. Me mira ferozmente a los ojos, el arma sigue apuntando a Arthur Hamburg. —Ella es el objetivo —me dice, jalándome cerca de él—. Ve al cuarto, a la mesita de noche sobre el lado de la cama que está más cerca de la ventana. Hay otra arma en el cajón. Tráemela. Quiero decir que no, que no lo haré, pero la postura que tomo solo va tan lejos como mi mente. Lo hago porque una parte de mí todavía confía tanto en Victor como el resto de mi quiere evitar que esto vaya más lejos.

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dará a conocer al FBI. Tenemos que salir de aquí sanos y salvos y tan bienvenidos

—Está bien —digo y corro al cuarto principal. Encuentro el arma justo donde Victor dijo que estaría, la tomo nerviosamente por la mango y la llevo cuidadosamente al cuarto escondido como si tuviera terror de que vaya a explotar en mi mano. Quizá es porque sé lo que va a hacer con ella. Se siente más pesada, más mortal, más ominosa que cualquier otra arma que he sostenido. Incluso la que usé para dispararle a Javier, no se sintió así. Siento mi corazón acelerarse en la planta de mis pies. —Ahora cambia conmigo —dice Victor.

Camino hacia él, tambaleándome en mis temblorosas piernas, y le entrego el arma. Tomo la otra y me aseguro de seguir apuntando a Arthur Hamburg. Apenas y puedo mantenerla derecha. Me siento como cuando me escondí en el carro de Victor, el arma pesa tanto en mi mano que solo quiero tirarla y liberarme de ella. Victor me mira, sus ojos verde azulados intensos y con un poco de empatía. —¿Confías en mí? Asiento lentamente—. S..sí. Confío en ti. —Cubre tus oídos —instruye y no dudo. Sin otra palabra, camina sobre la esposa y se inclina hacia adelante, levantándola del catre a una posición sentada. Su cuerpo está tan débil y desconectado que apenas puede mantenerse derecha por sí sola. Sus ojos se abren y cierran aparentemente por cansancio o las drogas mientras Victor pone el arma en su mano, doblando sus dedos alrededor del mango y su dedo índice en el gatillo. Me siento como si fuera a vomitar, pero la adrenalina no me dejará.

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Está usando un par de guantes negros ahora.

Victor posiciona su cuerpo frente a ella y mete el arma bajo su barbilla y aprieta el gatillo con su dedo. Oigo el disparo reverberar a través del cuarto con gruesas paredes, pero mis ojos se cierran antes de ver la sangre. Arthur Hamburg grita el nombre de su esposa y luego se desploma contra el suelo, su cuerpo de gran tamaño temblando con emoción. Victor se para detrás de mí en una manera que me hace pensar que está protegiendo mis ojos del horrible espectáculo de la esposa. Es un tranquilo gesto que encuentro inesperado y me da refugio.

—¡Vete a la mierda! ¡Vete a la mierda! —grita Arthur Hamburg, saliva sale de su boca. Nos señala, apenas levantando su rostro unos centímetros de suelo—. ¡ Vete a la mierda! —Nunca hubiera pasado —añade Victor. Luego envuelve un brazo alrededor de mis hombros y me saca del cuarto, aun protegiéndome de la vista lo mejor que puede. Quiero separarme de él solo lo suficiente para correr de regreso y patear en el estómago al asqueroso bastardo con mis tacones, pero no puedo sabiendo que la mujer yace muerta solo a unos metros de él. No es verla sangrando lo que hace mirarla tan escalofriante… he visto tanta muerte como para estar afectada en esa manera… sino la terrible sensación de ella siendo inocente y necesitando ayuda lo que lo hace insoportable. ¿Qué ha hecho Victor?

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—Tienes una hora —dice Victor—. Tal vez quieras armar tu historia.

Capítulo 37 310

Victor

Detengo a Sarai en las puertas de la suite y la giro para encararla, mis manos están sobre sus brazos. La sacudo. —Escúchame —digo y ella alza sus ojos—. Todavía sigues en el personaje cuando salgamos de aquí. Actúa como lo hiciste antes de que algo de esto sucediera. ¿Entiendes? —La vuelvo a sacudir. Ella asiente erráticamente para después inhalar hondamente mientras yo pongo el cerrojo en el interior de la puerta de la suite antes de cerrarla. Cuán salvos salgamos de esta propiedad, yace todo en manos de Hamburg. Si decide que nos quiere ver muertos más de lo que quiere permanecer fuera de prisión y perder toda su fortuna, entonces los siguientes cinco minutos serán muy complicados. Tengo un arma, la pistola de la maleta del armario. Nueve balas en la cámara. No tengo plena confianza en sí puedo ser capaz de derribar a los guardias que nos dispararán solo con nueve balas. Si estuviese solo y no tuviese a Sarai junto a mí, podría conseguirlo. —Cabeza arriba —le susurro con dureza a Sarai a mi derecha.

Alza la barbilla y deslizo mi mano alrededor de su cintura a la vez que avanzamos casualmente hacia el elevador de cristal. Los dos guardias que están posicionados afuera de la habitación de Hamburg no están a la vista, pero hay uno al final del pasillo. Al igual que los otros, éste lleva un auricular. Pasamos a su lado con desinterés y Sarai trabaja su encanto, sonriendo un poco viperina hacia él. Seducido por ella, él le sonríe como un idiota hasta que el elevador nos hace descender hasta debajo de su piso. —Ah, allí están —dice Vince Shaw, el asistente de Hamburg, cuando salimos del elevador en la planta baja—. ¿Ya se van? Deberían quedarse un momento más, dobladas meticulosamente frente a él. Sonrío y meneo la cabeza. —Me encantaría, pero tengo un vuelo a primera hora que abordar. —Pero quiero quedarme —dice Sarai como Izabel y con un pequeño gimoteo en su voz. —Esta vez no —digo—. Sabes que siempre pierdo los vuelos a primera hora de la mañana si no consigo dormir al menos seis horas la noche anterior. —¿Por favor, Victor? —Apoya su cabeza en mi brazo. Ignoro sus esfuerzos artificiales y extiendo la mano para estrechar la de Vince. —Fue un placer conocerlo —digo. —A usted también. Quizá pueda disfrutar de la fiesta un poco más la próxima vez. —Quizá.

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Lucinda va a tocar para nosotros esta noche. —Está de pie con ambas manos

Tiro de Sarai junto a mí a la vez que nos acercamos a la salida. Justo antes de lograr llegar a las altas puertas dobles, escucho la voz de Hamburg llegar a través de la mansión desde el balcón del cuarto piso y nos detenemos en seco. —Victor Faust —grita por encima de la multitud. Siento el corazón de Sarai latiendo en su mano cuando agarra la mía. Me aparto un paso de la puerta y regreso a la luz para poder verlo completamente. Se ha limpiado bien en muy poco tiempo, su camisa de vestir metida dentro de sus pantalones, su cabello gris que había estado empapado por el sudor , peinado hacia

El momento de silencio, aunque sólo fueron unos meros segundos a lo sumo, es tenso. Creo que Sarai ha dejado de respirar. Hamurg nos sonríe desde arriba, sus manos apoyadas sobre la barandilla del balcón. —Espero verlo nuevamente —dice. Asiento. —Hasta entonces —digo. El portero gira un lado de la puerta para abrirla para nosotros cuando salimos de la mansión. Ninguno de los dos se siente seguro hasta que conducimos la longitud de la entrada de dos acres y se nos permite ir más allá de la reja sin ser detenidos o que nos dispararan. Manejo por la ciudad por unos treinta minutos antes de regresar al hotel para asegurarme de no estar siendo seguidos. Sarai se encuentra en silencio todo el tiempo, mirando fijamente por el parabrisas. No tiene la mirada de alguien traumatizado. Ella está dudando de mí. Lamentando su decisión de haber participado en lo que pasó.

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atrás por encima de su cabeza probablemente con sus dedos en lugar de un peine.

—Sarai… —¿Qué fue eso? —grita, su cabeza girando bruscamente para mirarme—. ¿Por qué esa mujer era el objetivo? Era inofensiva, Victor. ¡Necesitaba nuestra ayuda! ¡Era inocente! ¡No podía ser más obvio! —¿Estás segura al respecto? —pregunto, manteniendo mi actitud calmada. Sarai empieza a gritarme de nuevo, pero se detiene y baja la barbilla. —Quizá no —dice, dudando de sí misma ahora—. Pero él la mantenía en esa habitación. Estaba drogada. Indefensa. Una prisionera. No entiendo… —Mira

—Parecía de esa manera, sí —digo—. Pero Mary Hamburg se lo merecía tanto como Arthur. —Entonces, ¿los dos ordenaron el asesinato? —pregunta, su mirada fija en mí—. ¿Por qué asesinarla y a él no? —Mary Hamburg ordenó el asesinato —digo y los ojos de Sarai se empañan con incredulidad—. Los dos han estado involucrados en numerosos casos de violación y asesinato, muertes accidentales causadas por asfixia erótica, pero no obstante asesinatos, todos cubiertos por sus grandes cuentas bancarias. Han estado involucrados en este estilo de vida la mayor parte de su matrimonio. Hace un año, Mary Hamburg… de acuerdo a ella… decidió que no quería ser parte de esa vida más tiempo. Sus demonios la alcanzaron. Cuando intentó hablar con Arthur sobre salirse de eso, buscar ayuda y enderezar sus vidas, se volvió contra ella. Resumiendo, él la volvió adicta a la heroína y la mantuvo encerrada en ese cuarto para que ella no pudiera destruir todo lo que tenían. Pero él la amaba. En su propia manera retorcida, la amaba. Eso fue evidente al ver su reacción ante la muerte de ella. Sarai niega con la cabeza lentamente, intentando asimilar la verdad.

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nuevamente por el parabrisas.

—¿Cómo sabes todos esto? —Leí el expediente —digo—. No suelo hacerlo, pero en este caso pensé que era necesario. —Porque yo estaba contigo —dice y asiento—. Sabías que tendría preguntas. —Sí. Aparta la mirada. —¿Cómo pudo mantenerla alejada de la mirada pública por tanto tiempo? Alguien

—Sí, los tienen —digo—. Dos chicos que viven en alguna parte de Europa y no quieren tener nada que ver con ellos. Y Hamburg no mantuvo a Mary fuera del ojo público completamente. Dijo que ella se encontraba en su lecho de muerte. Cáncer terminal. De vez en cuando, cuando una aparición pública era necesaria para mantener alejadas las sospechas, él la vestiría, la llenaría de drogas y la conduciría fuera para sentarla junto a él en una silla de ruedas no más que unos pocos minutos. Era suficiente una aparición para que las personas vean que Mary Hamburg de verdad parecía estar muriéndose de cáncer debido al peso y los efectos que la heroína tenía en ella. Nadie hizo preguntas. Evité al valet y me detuve en la plataforma de estacionamiento de nuestro hotel y apagué el motor. Nos quedamos sentados en silencio por un instante, envueltos en la tenue iluminación azul grisácea incrustada en las vigas de concreto por encima de nosotros. —Pero, ¿cómo ordenó el asesinato? —Se pasa las manos por la cima de su cabeza—. No… —Había pocas personas que tuvieran permitido el interior de la habitación donde ella estaba escondida. Sólo las criadas. Inmigrantes ilegales. Temerosas de ser devueltas a

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tendría que saber algo. Sus hijos. La carta decía que tenía hijos.

sus países, y probablemente por sus vidas, Arthur Hamburg sabía que ellas no hablarían. Al menos, eso es lo que pensó porque fue una de las criadas la que ayudó a Mary Hamburg a montar el golpe. —Debió haberse suicidado —dice Sarai—. Si se tratara de mí, no pasaría por todos estos problemas. —Lo harías si no pudieras animarte a quitarte tu propia vida. Hay muchas personas así allá afuera, Sarai. Listas para morir, pero temerosas de hacerlo por sí mismos. Ella no responde.

Abro la puerta y salgo para moverme a su lado y abrir la de ella. —Ahora no. Lo habría hecho antes de que nos fuéramos si hubiese sido el caso. — Extiendo mi mano hacia la de ella. Entrelaza sus dedos con los míos y la ayudo a salir del auto. Luego de cerrar la puerta, agrego: —Hamburg tiene mucho que perder. Pero eso no quiere decir que no ideará algún plan para vengarse de mí de alguna manera que crea que no pueda ser asociada a él. —O a mí —dice y me mira desesperada—. Podría vengarse de mí. Golpeo la alarma del llavero dos veces y el vehículo hace un pitido, resonando fuertemente a través del estacionamiento. Esta vez no respondo. Camino con ella hacia elevador y subimos a nuestra habitación en la planta superior. No pienso para nada en Arthur y Maru Hamburg o lo que pasó esta noche. Sobre todo, pienso en Sarai y lo que pasó conmigo. No murió, pero siento como si otra parte de ella sí lo hiciera. Y es cien por ciento mi culpa. Sabía que no debí traerla aquí. Soy

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—¿Crees que vendrán tras nosotros? —pregunta.

plenamente consciente de mis propias acciones y lo inexcusables que son. Lo acepté en el momento en que Sarai no se echó para atrás en la última oportunidad que le di. Debería haber sido yo, en ese entonces, quien le pusiera un fin a que ella se involucrara más en esto. Elegí un camino diferente. Y no lo lamentaba. Haya algunas cosas de las que Sarai y yo tenemos que hablar y espero que la manera en que la toqué en la suite de Hamburg sea una de las primeras. Me preparo para ello,

—Quiero matarlo. —Se sienta en el extremo de la cama y vuelve su cabeza para mirarme, resolución habitando en sus ojos—. Ese hombre tiene que morir, Victor. Tiene que pagar por lo que ha hecho. Tiene que pagar con su vida, al igual que ella, Esta es mi prueba. Sarai tiene la sangre de una asesina; ya no hay ningún error al respecto. Sé que yo no la hice de esa manera. La vida lo hizo, no yo. Pero sé que soy quien finalmente retiró el velo de sus ojos para hacerla verlo. —Es sólo cuestión de tiempo antes de que un golpe sea ordenado contra él también —digo. Me quito la chaqueta y la corbata, cubriendo el respaldo de una silla con ellos. —Deberíamos haberlo hecho cuando tuvimos la oportunidad —dice. Retirando los botones de mi camisa de vestir, la miro sentada allí, mirando la pared, y me pregunto de qué manera se está imaginando matar a Hamburg. Es sangrienta. Es vengativa. Estoy seguro de ello. Pongo mi camisa encima de la silla junto a la chaqueta y camino hacia ella, quitándome los zapatos en el camino.

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pero cuando entramos en la habitación y se quita los tacones, me sorprende diciendo:

—Si lo hubiésemos hecho esta noche —digo, sentándome en el extremo de la cama a su lado—, no habríamos logrado salir con vida. No era parte de la misión. Cada misión debe ser planeada con precisión. Aléjate de lo planeado y triplicarás tus chances de exponerte o ser asesinada. Nos quedamos sentados en silencio, ambos mirando hacia adelante, ambos enredados en nuestros pensamientos. Me pregunto si los de ella son sobre mí. No puedo evitar

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que los míos sean sobre ella.

CAPÍTULO 38 318

Sarai

No quiero que Victor me deje nunca. No podía soportar pensar en eso antes, pero ahora… ahora las cosas son muy diferentes. Nuestras almas se han vuelto íntimas, ya sea si quiere admitirlo o no. Somos uno y no quiero imaginar estar por mi cuenta sin él. Nunca. —Sarai, discúlpame por lo que hice. Lo miro. Sé a lo que se refiere, pero todavía no estoy segura de que responder. —Espero que me creas cuando digo que no conseguí nada de ello. Fue solo por el espectáculo. Espero que entiendas eso. Sí le creo. Sé que no podría mirar a los ojos a la gente normal y decirles lo que sucedió sin que piensen que estoy loca, o que he sucumbido al síndrome de Estocolmo. Pero Victor pudo haberlo hecho muchas veces antes. Pudo haberme violado. Podría haberse rendido a mí las pocas veces que he mostrado una atracción hacia él. Pero nunca lo hizo y siempre me alejó. Hasta hace unas noches cuando me deslicé en su

cama. No me alejó, pero en el fondo sabía que estaba más en sintonía con la rabia que sentía en ese momento de lo que yo estaba. Sin mirarlo. Pregunto en una calmada voz—: ¿Si él no hubiera puesto el código de acceso al cuarto pronto… ¿me hubieras follado? Lo noto mirándome pero no encuentro sus ojos. —No —responde en una calmada voz que combina con la mía. Suspira—. Sarai, no podía forzarlo a abrir el cuarto. Podría haber insertado un código de emergencia y alertar a los guardias en la casa o…

Se queda callado. Miro la lucha en su rostro. —No ahí —dice—. No de esa manera. Levanto mi vestido sobre mi cabeza y lo tiro al suelo. —¿Lo harías ahora? —pregunto. No responde, pero ya he aprendido que la única manera de conseguir lo que quiero de él es no cediendo. Me levanto de la cama y me muevo para ponerme entre sus piernas. Sus dos manos se mueven a mis muslos lentamente y mete sus dedos detrás del elástico de mis bragas. Sus labios tocan mi vientre, la punta de su lengua rozando la piel entre mis costillas tan lento que me da escalofríos por todo el cuerpo. Paso mis dedos por su cabello mientras desliza mis bragas sobre mis caderas y las baja por mis piernas. Luego me siento a horcajadas en su regazo. Lo beso lentamente y susurro una vez más:

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Finalmente lo miro, trabando mis ojos con los suyos—. ¿Pero hubieras querido?

— ¿Lo harías, Victor Faust? Si es que ese es tu nombre. —Empujo el lado de su rostro con mi barbilla. —Solo con una condición —susurra con vehemencia en mi boca. —¿Cuál condición? Besa mis labios lentamente. —Que esta vez yo tengo el control. Abro mi boca cerca de la suya, jugueteando con un beso que quiero que tome de mí, por un momento, leyendo mis pensamientos. Y luego sus dos brazos se envuelven posesivamente alrededor de mi cuerpo, aplastándome contra él. Su beso es voraz, sus fuertes dedos clavándose en la piel de mi espalda y puedo sentir la distintiva dureza de su polla a través de la tela de sus pantalones que me hace temblar. Mis labios se abren y todo mi cuerpo se estremece solo por sentirlo ahí, queriéndolo dentro de mí más de lo que alguna vez pensé querer algo en mi vida. Lanza una mano dentro de la parte de atrás de mi cabello, forzando mi cuello hacia atrás y exponiendo mi cuello para él. Besa mi garganta hacia arriba en una perfecta línea recta hasta que encuentra mi boca de nuevo y toma mi labio inferior entre sus dientes. Siento dos de sus dedos deslizarse dentro de mí. Jadeo, mi cabeza sigue hacia atrás en su agarre, y muevo mis caderas gentilmente contra sus dedos. —Te quiero dentro de mí —digo sin aliento. Maldición, ya no puedo soportarlo más.

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las puntas de mis dedos se cierran gentilmente en su mandíbula. Me mira a los ojos

Con mis labios sobre él, nuestras cálidas lenguas se enredan, busco a tientas el botón de sus pantalones y luego bajo el cierre. Me voltea sobre la cama, arrastrándose sobre mí y nunca rompe el beso mientras se quita los pantalones con una mano. Y cuando siento el calor de su cuerpo desnudo, envuelvo mis piernas a su alrededor, aplastándolo con mis muslos, empujándome hacia él para poder sentir la hinchazón de su polla contra mi humedad. Su boca busca mi cuello y mi pecho hasta que sus dientes encuentran mis pezones y los muerde lo suficientemente duro para hacerme gemir.

—No, no es así —susurro y le devuelvo el beso—. Eres tú convirtiéndote más en lo que en realidad eres. Y entonces desliza su polla dentro de mí lentamente. Apenas puedo mantener mis ojos abiertos. Mis piernas tiemblan y mi cuerpo se estremece con pequeños temblores que explotan y se infiltran en mis entrañas. Jadeo y muevo mis caderas hacia adelante para forzarlo a ir más profundo. Nunca imaginé que el sexo podía sentirse así, que la manera en la que mi cuerpo está reaccionado a él podría jamás sentirse así. Levanta su cuerpo del mío, todavía de rodillas entre mis piernas, y agarra fuerte mis muslos en sus manos, jalándome hacia él. Al principio me folla lento, tan lento que me vuelve loca. Con cada empuje, va más profundo hasta que mis muslos están temblando y ya no puedo mantenerlos estables alrededor de su cuerpo. La parte de atrás de mi cabeza se arquea contra la almohada y gimo, jadeo y entierro mis dedos en la carne de sus caderas. Comienza a follarme más fuerte y agarro la almohada sobre mi cabeza antes de presionar mis manos contra el cabezal, forzándome contra él, sintiendo su polla hincharse dentro de mí.

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—Esto va en contra de todo lo que soy, Sarai —dice y luego me besa.

Colapsa sobre mí de nuevo y siento la humedad de su boca sobre mi pecho. Mi garganta. Mis labios. Su pecho se mueve con respiraciones rápidas y puedo sentir su corazón latir contra el mío. Comienza a ir y venir y mientras me folla lentamente, su beso profundo, caliente y hambriento, lleva una mano entre mis piernas y mueve sus dedos en un movimiento estable y persistente sobre mi clítoris. Enrollo mis dedos en su cabello, apretándolo fuerte, gimiendo en su boca, saboreando su lengua. Tan en sintonía uno con el otro, nos venimos juntos. Se sale para terminar, pero no detiene el movimiento de sus dedos hasta que mi cuerpo deja de estremecerse y mis temblorosas piernas se disuelven en papilla a sus lados.

Nos quedamos de esta manera la mayor parte de la noche, en silencio y pensando. Y todo en lo que puedo pensar es en como nunca quiero dejar este cuarto con él.

Yazco enredada en las sábanas con Victor. Las cortinas de la ventana están completamente abiertas y echo un vistazo a través de la habitación hacia el cielo negro azulado débilmente iluminado por las luces de la ciudad por debajo de él. Victor se quedó dormido en algún momento después de que me hizo el amor. ¿Me hizo el amor? No estoy segura de entender el verdadero significado de esa frase. No creo que esta cosa entre nosotros sea amor, o incluso lujuria. Es algo más, algo poderoso e inconfundible que ninguno de nosotros ha sido capaz de ignorar. Pero no tiene un rostro. O un nombre. Tal vez él no hizo el amor conmigo, pero tampoco me folló. Definitivamente fue algo más. Escucho su corazón latiendo calmadamente en mi mejilla. Siento su aliento emanar ligeramente contra la parte superior de mi cabello. Su cuerpo es tan cálido, casi caliente, mientras yazco envuelta entre sus brazos. Su aroma natural, es casi imperceptible pero reconfortante y me acerca más a él como una abeja al néctar.

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Descansa su sudada cabeza alrededor de mis pecho y cepillo su cabello con mis dedos.

—¿A dónde voy a partir de aquí? —susurro en voz alta mis pensamientos privados y luego me entierro más junto a él cuando no tengo una respuesta. —Lo averiguaremos —dice Victor y su brazo se aprieta suavemente a mí alrededor. No tenía idea de que estaba despierto. Levanto la cabeza de su pecho y la apoyo en su brazo para poder ver su rostro. —¿No te vas a ir? Es una apuesta arriesgada, pero estoy esperanzada.

—Sarai, sabes que no puedo llevarte conmigo —dice y mi corazón se hunde—. Es que simplemente no es realista. Mi vida es en la Orden. Siempre lo ha sido. No es como si despertara un día y decidiera que odio mi trabajo y quiero encontrar algo mejor. Si tuviera que dejar mi Orden... porque eso es precisamente lo que tendría que hacer... el próximo asesinato que sería organizado sería el mío. Y el tuyo. Quiero llorar, pero no lo hago. Pongo mi cabeza de nuevo en su pecho, demasiado desanimada para mirarlo más. Me quedo mirando la espaciosa habitación, mis dedos arqueados en el músculo superior de su pecho. —Creo que la única cosa que puedo hacer es dejar que vivas tu vida... —Pero... Él me aprieta de nuevo. —Dejar que vivas tu vida —continúa—, pero te visitaré de vez en cuando. Asegurarme de que te está yendo bien, que estás a salvo y tienes todo lo que necesitas. No estoy satisfecha con eso, pero también sé que es todo lo que voy a conseguir de él. Y es mejor que nada. Tiene razón y no puedo negarlo. Quiero estar siempre con él, en cualquier forma en que vaya a permitirse tenerme, pero no puedo esperar que arriesgue cualquiera de nuestras vidas para que esto suceda. Tengo que dejarlo ir...

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Un segundo de silencio pasa entre nosotros y su pecho desnudo sube y baja con una respiración profunda y constante.

—Eso es si quieres que te visite —dice. Detecto un cambio en el momento a algo más alegre. Esto me parece extraño viniendo de él. Me levanto de su brazo y apoyo el peso de la parte superior de mi cuerpo de un brazo, mirándolo. Está sonriendo. No sólo sus ojos, sino también sus labios. Es tan hermoso para mí. Tan peligrosamente hermoso. Me dejo llevar por el momento y empujo mi mano libre juguetonamente en su costado, riendo suavemente en voz baja.

Luego toma mi muñeca y cuidadosamente me hala hacia su pecho. Él pasa la punta de sus dedos por un lado de mi rostro y luego el otro, todo el tiempo mirándome a los ojos, aunque más allá de ellos. Me pregunto qué es lo que está buscando en sus profundidades. Sea lo que sea, espero que nunca lo encuentre, para que podamos quedarnos así para siempre. Coloca ambas manos a los lados de mi rostro y acerca mis labios a los suyos. —¿Qué me has hecho? —dice. —Iba a hacerte la misma pregunta. Mordisqueo su labio inferior. Él presiona su polla contra mí con suavidad. —Parece que hemos creado un pequeño un problema —dice y la empuja contra mí un poco más fuerte. Hago lo mismo. Suspiro ligeramente, mi piel estallando en escalofríos y calor. Me besa, pero luego aleja su boca unos centímetros de la mía, provocándome. Me inclino más hacia adelante, presionando mis senos contra su pecho, queriendo probar su boca pero él sólo me da un poco. Empuja sus caderas de nuevo, apretando su polla contra mí, sus manos firmes aferrando mi trasero. Está tan jodidamente duro. Lo deseo. Mi boca se separa hasta la mitad y mi respiración sale temblorosa entre mis labios. —¿Quieres que te folle? —susurra—. ¿Es eso lo que quieres?

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—Por supuesto que quiero —digo.

Jadeo ante sus palabras en mi oído. No puedo responder. No puedo pensar con claridad. —¿Lo quieres, Sarai? —añade, el calor de su aliento bailando en mis labios entreabiertos. Fuerzo mis caderas contra él, tratando de colocarme en su polla de una manera en que pueda empujarlo dentro de mí sin que ninguna de nuestras manos tenga que hacerlo. —Sí… —suspiro—. Fóllame como habrías follado a Izabel. —¿Estás segura?

No puedo respirar. —Dilo de nuevo... Izabel. Mis ojos se abren pesadamente mientras bajo la mirada hacia él. Respiro entrecortadamente a través de mis labios. Él los toca con los suyos. Antes de que pueda responder, él se incorpora en la cama a una posición sentada, manteniéndome en su regazo. La punta de su lengua se mueve a lo largo de mi clavícula. Mis dos senos están aplastados en sus manos. —Dilo, Izabel —exige y chasquea la lengua contra un pezón—. Dime que quieres que te folle. —Quiero que me folles. Retuerce la parte posterior de mi cabello en su mano y se levanta de la cama con mis piernas a horcajadas alrededor de sus esculpidas caderas. Me lleva a la mesa junto a la ventana y me coloca boca abajo a la fuerza en ella. Mis brazos salen por delante de mí mandando de golpe su teléfono celular y su arma al suelo, con las manos aferrándose al borde redondeado de la mesa. Sus dedos se clavan en mis caderas mientras hala hacia atrás mi cuerpo con brusquedad hacia él. Me aprieta el trasero. Con fuerza. Inhalo bruscamente cuando siento sus manos entre mis piernas, separándome para él. El calor de su duro cuerpo me rodea cuando se inclina hacia adelante a lo largo de mi espalda, arrastrando la punta de la lengua por la parte de atrás de mi cuello. Siento su polla justo ahí esperando por mí y trato de

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—Sí...

forzarme hacia atrás contra él, pero su mano se apuntala en la parte trasera de mi cuello, obligando mi mejilla contra la mesa. —Por favor, Victor —digo con voz entrecortada, cada parte de mí abriéndose a él. Jadeo y gimo ruidosamente cuando empuja su polla dentro de mí, mis dientes ciñendo su dedo índice cuando su mano se presiona suavemente contra un costado de mi rostro.

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No, nunca me imaginé que el sexo pudiera ser así...

Capítulo 39 327

Sarai

Se nos pegaron las sabanas la mañana siguiente y despertamos por el ama de llaves llamando a la puerta fuera de la habitación. Supongo que él no trataba de hacer un espectáculo en la mansión de Hamburg cuando dijo que siempre pierde los vuelos tempraneros si no duerme lo suficiente la noche anterior. O, tal vez era sólo culpa mía. Supongo que lo he desviado completamente de sus rutinas normales. Victor sale de la cama y no puedo dejar de admirar su cuerpo desnudo antes que él se vista rápidamente. Él abre la puerta para decirle al ama de llaves que nos vamos a ir tarde y que no vuelva por lo menos una hora. No quiero ir a ninguna parte. Después de anoche, sólo quiero... —Prepárate para partir ─dice caminando de nuevo en la habitación conmigo—. Voy a llevarte para que te quedes con una señora que conozco en San Diego. Estarás a salvo hasta que pueda resolver el resto, y conseguir instalarte en un lugar propio. Pero en este momento, tengo que hacer una llamada a Niklas para hacerle saber lo de anoche. Y estoy bastante seguro que voy a estar haciendo un viaje a Alemania antes de reunirme con mi jefe. Yo sólo quiero hablar de la noche anterior, o repetir la noche pasada otra vez en estos momentos. —Eso no suena bien —le digo mientras me levanto de la cama. Tengo un mal presentimiento cuando dijo la parte sobre reunirse con su empleador.

Él se pone sus zapatos y baja su bolsa sobre los pies de la cama. —No, por lo general no lo es —dice, hurgando en la bolsa—. Estas dos últimas misiones han creado un montón de preguntas sobre mí y mi capacidad de llevarlas a cabo según lo ordenado. Voy a tener que reportarme cara a cara para darle una explicación más a fondo de lo que pasó y por qué las cosas sucedieron como lo hicieron. —¿Qué vas a decirle sobre mí? ¿Crees que él sabrá que todavía estoy viva? Él encuentra un pequeño puñado de balas y empieza a cargar su 9MM. —Deduciré eso en el camino.

—Está bien, entonces ¿quién es esta señora en San Diego? —Lo miro ahora con una mirada cautelosa—. Ella no es alguien que tu... —No —dice él, escondiendo el arma en la parte trasera de sus pantalones—. Ella no tiene nada que ver con mi orden y no sabe nada de lo que hago. Ella es sólo una amiga. La conocí a ella y a su marido en una misión cinco años atrás. Es una larga historia, pero no, no es nada de eso. —¿Y su marido? Él me mira de una vez. —Él ya no está allí —dice. —¿Por qué no? ¿Murió? ¿Son mayores? No puedo dejar de preguntar todas estas preguntas; quiero saber todo lo que pueda sobre el lugar al que va a llevarme. Victor hace una pausa y luego dice—: Sí, está muerto. Él era mi objetivo. —Oh... Ya no me siento tan confiada en ir allí. —Vas a estar bien —dice Victor, al ver la preocupación en mi cara—. Ella no sabe que fui yo.

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Eso también me da mala espina.

Él se acerca a mí, poniendo sus manos sobre mis hombros. —Voy a bajar a la recepción, darme de baja en la habitación y llamar a Niklas. —Él se inclina y me besa en la frente—. Tómate tu tiempo. Volveré en corto tiempo y luego nos iremos. Asiento con la cabeza, mirándolo a los ojos—. Está bien.

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Victor sale de la habitación y agarro un vestido más informal esta vez y un par limpio de bragas y me dirijo a la ducha.

Victor Niklas está enojado conmigo. Puedo escucharlo en su voz, aunque está tratando de no ser demasiado obvio, lo que en sí mismo está fuera de carácter para él. —Dijiste que me contactarías tan pronto como la misión terminara —dice Niklas en el teléfono—. Si se llevó a cabo ayer por la noche como estaba previsto entonces, ¿por qué apenas ahora me llamas medio día más tarde?

—Tómalo por lo que es, Niklas —digo, volviéndome tan irritado con él como él lo ha estado conmigo—. Tienes que parar de preocuparte tanto conmigo. —Yo soy tu enlace —dispara él. —Sí, pero la parte de ti que se ha vuelto tan dolorosamente persistente sobre cómo elijo hacer las cosas, es mi hermano. Tal vez deberías volver a familiarizarte con tu mitad enlace, de esa manera los dos podemos volver a una relación estrictamente profesional más simple. —Ya veo —dice—. Ya no necesitas un hermano ahora que tienes esa chica. Obviamente ella todavía está viva. Debería haber visto eso venir, pero no lo hice. —No has sido reemplazado, y menos por una mujer —le digo. Quizás Sarai no ha reemplazado a mi hermano, pero se ha convertido en algo mucho más para mí y no puedo explicarlo. No a mí y definitivamente no a Niklas. —Tengo nuevas órdenes —anuncia Niklas, dejando el tema resentido de lado—. Son de último minuto, pero creo que lo mejor es terminar con ellas antes que te dirijas a Alemania para reunirte con Vonnegut. No le des más razones para dudar de tus capacidades. —¿Es una misión? —Va a ser una —dice—. El cliente está allí en Los Ángeles y le gustaría reunirse contigo personalmente.

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Dejé escapar el aliento a través de mi nariz.

—Eso no es lo normal —le digo—. Primero Javier Ruiz, ¿ahora éste quiere encontrarse cara a cara? Prefiero ir solo a través de Vonnegut y nunca conocer a un cliente en persona, pero por desgracia, a veces se deben tomar mayores riesgos. —Ella es una mujer muy meticulosa —dice Niklas. —¿Cuáles son las órdenes?

—Eso es en menos de una hora —le digo, mirando el reloj en lo alto de la pared en el vestíbulo. Bajo mi voz a un susurro cuando un huésped del hotel pasa por allí. —Tienes un montón de tiempo para llegar desde el hotel —dice—. Y, por favor ponte en contacto conmigo... esta vez en el momento en que la reunión haya terminado. Suspiro en silencio. —Lo haré —le digo, y cuelgo el teléfono. Después de pagar por otro día completo para el uso de la habitación ya que parece que estaremos aquí por más de una hora, tomo el ascensor de nuevo hacia arriba para dejarle saber a Sarai de nuestro pequeño cambio de planes. Después salgo, dejándola en la habitación para que pueda conocer al cliente de forma privada. Conduzco hacia el lugar, llegando con varios minutos de sobra y me estaciono en un aparcamiento lateral a pocos metros de donde voy a encontrarme con ella. Me quedo en el interior del vehículo y espero. Y todo lo que puedo pensar es en Sarai.

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—Reunirse con ella afuera en el número 639 de South Spring Street. Ella lleva una blusa blanca con un broche de plata de mariposa en el pecho izquierdo. Ella va a estar allí a la una y media.

Sarai

Paso mi mano sobre el espejo en el baño, abriendo un camino a través de la humedad empañando el cristal. Y sonrío a mi reflejo. Por primera vez desde que conocí a Victor, me estoy empezando a sentir satisfecha, aliviada con la perspectiva de mi futuro. Porque antes, todo lo que podía ver de él era oscuridad, un vacío que no tenía principio ni fin, todo colgando ahí con incertidumbre. Pero ahora tengo algo que esperar con interés. Tengo un propósito. Y no voy a perder ni un segundo de él. Escurro el agua de mi pelo con una toalla y luego la fijo descuidadamente en la parte posterior de mi cabeza. Después de secarme y vestirme, me dirijo a la habitación principal y empiezo a encender la televisión cuando hay un golpe en la puerta de la habitación. Echo un vistazo al reloj junto a la cama. No ha pasado una hora aún. Colocando el control remoto de nuevo en la cama, me acerco a la puerta para responder, pero justo cuando pongo mi mano sobre la manija, la voz del otro lado me congela en el lugar. —Es Niklas. Victor me ha enviado para llevarte. Mis dedos se alejan de la manija muy lentamente. Me alejo un paso de la puerta. Él toca ligeramente de nuevo. —¿Estás ahí? ¿Sarai? Ven y déjame entrar. Sé que me desprecias, y honestamente prefiero estar tomando una cerveza en un bar pequeño y pintoresco en algún lugar, pero Victor necesitaba mi ayuda. Está mintiendo. Victor me habría dicho si hubiera enviado a Niklas aquí. Me hubiera dicho antes de irse, o me habría llamado. Miro el teléfono junto a la cama. Tal vez el sí llamó mientras estaba en la ducha.

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Nunca he estado en San Diego antes. Técnicamente, esta es mi primera vez en California. Me pregunto cómo será esta señora, lo que sabe, cómo ella y Victor son amigos. Tengo un montón de preguntas, como de costumbre, de las que no voy a dejar a Victor escapar sin contestar durante el camino.

Doy otro paso lejos de la puerta, mi instinto me tira hacia atrás como una docena de manos extendidas. Hay una serie de golpes más y entonces esta es silencio. Yo estoy en el centro de la habitación, perfectamente inmóvil, perfectamente tranquila. El único sonido que escucho es un débil zumbido proveniente de una bombilla. Moviéndome rápidamente por la habitación presiono mi cara cerca de la puerta y trato de ver por la mirilla. Lo que puedo ver del pasillo está vacío. Él se ha ido. Pero entonces, si él ha ido de verdad, ¿por qué todavía estoy tan temerosa de que él está justo fuera de la puerta en alguna parte, esperando a que yo saque la cabeza y mire? Presiono mi ojo en un ángulo contra la mirilla, tratando de obtener una mejor vista hacia la izquierda y la derecha. Entonces oigo voces y veo una sombra moverse a lo largo de la pared. Mi latido del corazón se acelera y contengo la respiración hasta veo a dos hombres pasar caminando. Dejo salir una respiración larga y profunda.

Salto hacia atrás y lejos de la puerta rápido y corro hacia la bolsa de Victor, hurgando en ella para encontrar el arma de Arthur Hamburg. Victor la dejó para mí. Sólo por si acaso. Pero tengo la sensación que él la dejó en el caso de Arthur Hamburg. No de su hermano. No hay donde esconderse en este lugar. Absolutamente ninguna parte en la que Niklas no pueda encontrarme fácilmente en menos de un minuto. Aspiro una respiración rápida y afilada cuando escucho el diminuto sonido de clic de una llave de tarjeta deslizarse por la puerta y desbloquearla. Debe haber tomado la clave maestra del ama de llaves. En la mitad de un segundo, y demasiado tarde para darme cuenta de mi error y remediarlo, veo la cadena de la puerta todavía sin poner. Hago una carrera para hacerlo, sabiendo en mi corazón que no voy a llegar a la puerta a tiempo para deslizar el candado de cadena en su lugar antes que Niklas está dentro de la habitación. Y justo mientras se abre la puerta, estoy cayendo contra la pared detrás de ella, sujetando la pistola con ambas manos contra mi pecho, mi corazón bombeando tan rápidamente a través de mis venas que mis ojos dan un tirón cerca de las esquinas y siento mi yugular palpitando. La puerta se cierra y bloquea automáticamente y Niklas y yo quedamos frente a frente, cada uno con una pistola apuntando al otro. —Ah, estás ahí —dice con esa mirada deslumbrante en sus ojos que muestra lo mucho que me odia.

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Pero el alivio dura poco cuando veo a Niklas de nuevo.

Mantengo mi dedo apretado contra el gatillo y aunque estoy temblando, me las arreglo para sostener el arma firme y apuntando directamente a su cabeza. —Voy a matarte —le advierto. —Sí, lo sé —dice, exudando más confianza que yo, por mucho—. Tú fuiste la que le disparó a Javier Ruiz, después de todo. —Suspira dramáticamente y niega con la cabeza—. Sarai, quiero que sepas que no me satisface esto, matar a mujeres inocentes. Nunca quise matarte o hacerte daño para el caso, pero lo que le has hecho a mi hermano... bueno, no puedo aceptar eso. Manteniendo la pistola apuntándole y mi dedo firmemente en el gatillo, comienzo a alejarme de la puerta. Él se mueve con mis movimientos.

Él ladea la cabeza hacia un lado. —Victor no tiene una vida personal. Ninguno de nosotros puede tenerla. Es como el agua y el aceite. Seguramente lo sabes ahora. —Él me va a llevar a algún lugar hoy —digo rápidamente, perdiendo toda la confianza que tenía, que no era mucha, para empezar—. Está deshaciéndose de mí. Ya me dijo que no me puedo quedar con él. ¿Por qué no puedes simplemente dejar las cosas así? Está haciendo lo que quieres. —No es lo que quiero, Sarai. —Nos las hemos arreglado para mantenernos lejos de la puerta y nos encontramos en el centro de la habitación ahora—. Sólo estoy tratando de protegerlo. ¡Es mi puto hermano! —Su repentina ira me hace temblar. Me doy cuenta de que su dedo en el gatillo se sacude. —Niklas, por favor, sólo déjame ir. Tienes razón y lo sé. Lo he sabido por un tiempo, que yo sólo estoy haciendo las cosas más difíciles para Victor. —¡Vas a hacer que lo maten! —grita, empujando las palabras a través de sus dientes y el cañón de su arma hacia mí—. Incluso si él te deja sola hoy, incluso si nunca te ve otra vez... mierda, incluso si él te mata... ¡lo que ya ha sucedido es suficiente para que la Orden lo mate! ¿No lo ves? —Su cara está al rojo vivo con rabia, su expresión distorsionada por el dolor—. ¡Lo matarán! Si él va a Alemania está muerto, Sarai. ¿Él no te dijo eso? Apuesto a que no te lo dijo.

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—¿Por qué te importa lo que Victor hace con su vida personal?

No quería creerlo. Niego con la cabeza y casi pierdo el enfoque, apretando más mi arma. —Tú no sabe eso —le digo, pero en el fondo le creo—. Si eso es cierto, entonces ¿por qué iba a ir incluso? Una mueca arruga el borde de la boca Niklas. Sus dientes se muelen juntos detrás de sus labios cerrados.

—Entonces déjame hablar con él... —¡Ya has hecho suficiente! —ruge.

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—Porque Victor es terco —dice—. Y un poco demasiado confiado cuando se trata de Vonnegut. Victor ha sido siempre su número uno, siempre ha sido el mejor. Él es mejor en lo que hace que todos los otros bajo Vonnegut que vinieron antes que él, y él sigue siendo el mejor. Pero ser el mejor no lo hace inmune al Código. Él lo ha jodido tanto desde que ha estado involucrado contigo que no habrá exoneración.

Capítulo 40 El cliente está atrasado. Cinco minutos tarde, pero incluso un minuto por una persona que Niklas describió como “meticuloso” me sienta mal. Dos minutos más y me voy. Veo a la gente caminar por la calle y los estudio desde la ropa que llevan a la forma en que mantienen las cabezas cuando hablan con los que caminan junto a ellos. ¿Son en realidad sólo turistas y residentes? ¿O son distracciones? ¿Espías? Nunca se es demasiado cuidadoso. Esto podría ser una trampa, como en cualquier misión, pero son estas las que me ponen un nudo de incertidumbre en la boca del estómago... Espera... Recuerdo mi conversación telefónica con Niklas antes: —Encuéntrate con ella en 639 South Spring Street. Estará llevando puesto una blusa blanca con un broche de plata de mariposa en el pecho izquierdo. Estará allí a la una y media. —Eso es en menos de una hora —digo. —Tienes bastante tiempo para llegar desde el hotel. Tenía bastante tiempo para llegar desde el hotel... Agarro el volante con las dos manos, mi mente corriendo cien kilómetros por segundo. ¿Cómo Niklas podría haber sabido eso? No tenía idea de en qué parte de Los Ángeles Sarai y yo nos estábamos quedando. No podría haber sabido que iba a esa

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Victor

dirección desde donde yo estaba en esa cantidad de tiempo.

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A menos que él supiera exactamente dónde estábamos todo el tiempo.

Sarai —Niklas... si me matas, vas a hacer un enemigo de tu hermano. —Mi garganta está seca como el papel de lija, mis pulmones pesados—. Si todo lo que dices es cierto, si el destino de Victor ya está sellado, entonces, ¿qué lograrías matándome? —Levanto la voz por la desesperación y el miedo—. ¡No va a resolver nada!

—¡Mira lo que has hecho! —empuja la pistola en el aire en mi dirección, su mano agarrando el mango tan fuerte que sus nudillos están blancos. Se mueve hacia adelante. Me muevo hacia atrás. —Niklas... por favor —le ruego. No quiero dispararle. Sé que es más probable que me mate, pero yo no quiero dispararle. La ira parpadea por sus ojos en un instante y dobla la barbilla desafiante, su mandíbula apretada, sus ojos estrechos y sus fosas nasales dilatadas. Sí, él quiere matarme después de todo. La puerta se abre y oigo un disparo justo cuando Niklas gira la cabeza para ver a Victor asaltando por la habitación. Y luego otro disparo suprimido silba a través de la habitación, pero Niklas, también corriendo ya hacia Victor, se las arregla para evitar ser golpeado y oigo el movimiento de la bala por el aire a pocos metros de mí e incrustándose en la pared. Se me cae el arma de la mano y me caigo de rodillas. Tardo unos segundos en darme cuenta de que me han dado, y una vez que lo hago, siento el dolor abrasador en el estómago. Sangre caliente empapa la tela de mi vestido. Me acuesto sobre mi lado, ambas manos presionando firmemente sobre la herida. La mesa por delante de mí se tambalea en su base de madera mientras Victor y Niklas se estrellan contra ella. Mi pequeña caja de joyería cae de ella y golpea el suelo, rompiéndose el cerrojo y esparciéndose la joyería. Victor, encima de Niklas, llueve los

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Él no quiere matarme. No sé si es por lo que he dicho, sobre lo de hacer a Victor su enemigo, o si sólo está en conflicto, pero sea lo que sea es lo único que me mantiene con vida en este momento.

puños sobre él, golpe tras golpe hasta que la mesa ya no puede mantener su peso y cae sobre sobre su lado, enviándolos a ambos estrellarse contra el suelo con ella. La lámpara de altura que se alzaba sobre el respaldo de la silla golpea la mesa, el cable arrancado de la pared y la bombilla de luz rompiendo en pedazos. Niklas está encima de Victor ahora, golpeándole repetidamente en la cara, pero Victor lo alcanza y agarra la garganta de Niklas y lo levanta de encima de él, golpeando su espalda contra el piso. Victor se pone de pie y comienza a patear a Niklas en la cara antes de forzar su camino a través de la habitación para conseguir el arma. En segundos, está de pie sobre el cuerpo rendido de su hermano con el cañón apuntando a su cara.

Parpadea para centrarse por haber perdido momentáneamente en una rabia ciega, y me mira. —Por favor, no lo mates —repito en voz baja, desesperada. —Intentó matarte —dice, mirándome con una expresión confusa, como si no pudiera creer lo que estoy diciendo—. Te disparó. Aprieto mi mano derecha más fuerte sobre la herida, la sangre se mueve en-entre todos mis dedos. Estoy empezando a sentirme desfallecer. —Victor, es tu hermano. Está aquí sólo porque estaba tratando de protegerte. Mira hacia atrás y adelante entre Niklas y yo, ambos yaciendo sangrientos e indefensos en el suelo a ambos lados de la habitación. Su rostro está consumido por el conflicto y el dolor y cosas que no me son posibles de entender porque nunca he tenido un hermano o una hermana, no sé lo que se siente al ser amado de esa manera. Quizás Victor nunca lo supo bien, hasta ahora. Trato de levantar la cabeza, pero estoy tan débil que mi mejilla se mantiene presionada contra la alfombra desaliñada. —Niklas es todo lo que tienes, la única familia que te queda —digo—. Haría lo que sea por tener a alguien que se preocupara por mí tanto como él se preocupa por ti. Lo que sea. La habitación queda muy tranquila. Veo los ojos de Victor, nublándose con... no estoy segura. ¿Realmente me está mirando en absoluto? Siento como que puedo oír hablar a

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—¡Victor, no lo mates! —Me las arreglo para gritar a través del dolor.

Niklas, pero suena apagado y distante en mis oídos. Ahora veo el techo. Sólo el techo. Miles de minúsculos agujeros se abren en mí desde el interior del material y siento como que puedo ver todos y cada uno a medida que se impulsan hacia abajo en mí desde lo alto. Ese calor. ¿Qué es ese calor que siento a mí alrededor como una manta? —¿Sarai? —Oigo una voz decir, pero cuál voz es no puedo decirlo. Todo lo que veo es oscuridad. Trato de levantar los párpados, pero son demasiado pesados. Oigo la voz de nuevo y un disparo de dolor irradia a través de mi cuerpo cuando me siento como que estoy siendo levantada en el aire. Intento grita, pero no creo que nadie realmente pueda oír mi voz.

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Intento chillar…

Capítulo 41 341

Sarai

Siento como si he estado soñando durante días. La misma serie constante de imágenes y voces alrededor de mí siempre sonando calmadas pero persistente. Las imágenes, son las que me dicen que no es real porque a todos los que veo ya están muertos. Javier. Izel. Lydia. Samantha. Mi madre. Caminan a mi lado en una especie de estado silencioso, contemplativo como si yo ni siquiera estuviera aquí. Casi puedo tocar el cabello de mi madre cuando ella pasa. Debo estar soñando. Pero los sueños lentamente se desvanecen y las voces extrañas, desconocidas que escucho se vuelven más claras. Siento que estoy atrapada dentro de mi propia mente y que ha olvidado que controla mi cuerpo. Porque no puedo moverme. Ni mis ojos o mis labios o mis manos. Ni siquiera puedo precisar si estoy respirando por mi cuenta. Pero en lo que más pienso en es las voces, lo claras que se están volviendo. Me encuentro esforzándome tanto como puedo para así poder concentrarme en las palabras, pero nunca voy más allá del sonido. Al menos hasta que escucho la voz de Victor en la distancia. —No me quedaré mucho tiempo el día de hoy —lo escucho decirle a alguien. Intento despertar, pero creo que el esfuerzo tiene el efecto opuesto porque en un instante me encuentro consumida por la oscuridad y todas las voces desaparecen.

Más tiempo pasa. Más sueños. Más voces. Y luego de repente como si un interruptor hubiera sido encendido en mi cerebro, mis párpados se separan y veo que estoy tendida en la cama de un hospital. Victor está entado junto a mí en una silla. —Estás despierta —dice y me sonríe. —¿Cuánto tiempo no lo he estado? —Sigo intentando recomponer mi cerebro.

Intento levantar mi espalda de la almohada, pero el dolor en mi estómago es demasiado. Hago una mueca y llevo mis manos a ejercer presión en la zona, pero Victor toma mis manos y las baja. —No puedes moverte todavía —dice y se pone de pie. Toma una almohada extra de una silla cercana y la ubica en la parte posterior de mi cabeza. Luego pulsa un botón a un lado de la cama para levantarla y que me permita sentarme erguida. Una intravenosa serpentea en el dorso de mi mano, pegado a mi piel por una cinta blanca. Pica muchísimo. —La bala falló todos los órganos —dice Victor mientras se vuelve a sentar en la silla—. Fuiste afortunada. El rostro de Niklas destella en mi mente. —O tu hermano hizo un mal tiro. Bajo la mirada a mis brazos apoyados en la cama a mis costados. Quiero saber qué le pasó a Niklas y siento que debería esperar que esté muerto, pero no puedo. —¿Él está…? —No —dice Victor—. Una parte de mí quiso matarlo, pero la otra no pudo. Sólo me pregunto qué parte habría ganado si no hubieses estado con vida en ese momento. Atravieso la cama unos cuantos centímetros con mi mano en busca de la suya y entrelaza sus dedos con los míos.

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—Tres días —dice—. Pero vas a estar bien. Te mantuvieron sedada la mayor parte del tiempo que has estado aquí.

—Me alegra que no lo hicieras —digo, empujando una débil sonrisa a través de la superficie de mi cara—. No podría haber vivido conmigo misma si hubiese sido la razón por la que mataste a tu hermano. Yo… nunca debí haberme metido entre ustedes. No sé lo que estaba haciendo, Victor. Lo siento mucho. Aprieta mi mano. —Hiciste algo que nadie más pudo —dice y espero con impaciencia que me diga que pude haber hecho—. Me hiciste recordar que tengo un hermano, Sarai. Él y yo prácticamente hemos estado sentados lado a lado en una mesa como extraños por los últimos veinticuatro años. Y ahora veo que a pesar de sus defectos, nunca me ha traicionado.

Luego vuelve a mirarme. —En un sentido me traicionó cuando fue allí a matarte —continúa—. Me traicionó cuando me engañó para poder llegar a ti. Sí, eso es una traición. Pero es un tipo muy diferente de traición. —Lo sé —digo—. Mírame. —Lo hace—. Hiciste lo correcto. Independientemente de lo que me hizo, hiciste lo correcto y no quiero que creas que lo sentiré de otra manera. No habla, pero conozco esa mirada en su rostro, es el conflicto que siempre está allí. Me pregunto si alguna vez se librará de ello. Entonces dice: —Pero hiciste algo más que nadie nunca pudo. —Sus rasgos se suavizan y mi corazón se está derritiendo lentamente—. Me hiciste sentir emociones reales. Me liberaste. Extiendo la mano y toco sus labios con mis dedos, mi mano acunando su barbilla. El tema cambia demasiado rápido. —Niklas nunca más te hará daño —dice—. Me dio su palabra. Y además, sabe que si alguna vez lo intenta no dudaré en matarlo la siguiente vez. —Entonces de repente agrega—: Eres tan importante para mí como lo es él. Me quedo en silencio sorprendida. Victor se pone de pie y camina hacia la ventana, cruzándose de brazos mirando el día brillantemente iluminado. Puedo ver que hay muchas más cosas que quiere decir,

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Hace una pausa y su mirada se desvía.

tantos cabos sueltos que quiere atar conmigo. Pero las cosas han cambiado desde que Niklas me disparó. Puedo sentirlo. Y ya no pelearé más con él porque sé que tiene que ser de la manera que es, que tiene que terminar de la manera en que va a terminar. —No espero volver a verte, Victor, y lo entiendo. —Trago saliva con fuerza. No quiero decir estas palabras—. Es mejor de esta manera, lo sé. —Sí, desafortunadamente lo es —dice distante con la espalda hacia mí—. No puedo mantenerte a salvo con la vida que llevo. Quise, pero al final, no pude. Lo sabía bien, pero… Espero en silencio.

Mi corazón se está rompiendo… —Prométeme algo —digo y da la vuelta sólo la cabeza para mirarme—. No vayas a Alemania. No vayas con ese hombre, tu empleador o lo que sea. Niklas me contó lo que sucederá si vas. Por favor, no vayas… Lo escucho suspirar suavemente y vuelve a mirar por la ventana. —No puedo prometerlo —dice y mi corazón se desploma—. Pero puedo prometerte que no me quedaré ahí de pie y dejaré que alguien me mate. Eso no me hace sentir mejor, pero sé que es todo lo que me concederá. Abandona la ventana y saca un paquete de un maletín puesto sobre la mesa cercana. Se acerca a mi lado y lo pone en mi mano. Es una caja negra alargada metida dentro de paquete de papel andrajoso que ha sido cubierto con cinta en algún momento. Retiro la caja del paquete y abro la tapa. Hay dentro una pila de dinero en efectivo junto con un sobre que ha sido doblado a lo largo para poder caber y otras cuantas hojas de papel. —¿Qué es todo esto? —Tu certificado de nacimiento verdadero, tarjeta de seguridad social. Registros de vacunación, el cual está atrasado un poco así que deberías ocuparte de eso pronto. — Señala al sobre doblado mientras lo voy abriendo para ver el contenido.

344

—…pero estaba equivocado —dice, aunque siento que quiere decir otra cosa—. Lo siento, pero no hay otra manera.

Miro mi certificado de nacimiento primero. Sarai Naomi Cohen. Nacida 18 de julio, 1990. Tucson, Arizona. Digo mi nombre completo en mi cabeza tres veces para que pudiera sentirse real para mí, real como solía sentirlo. No es así. —¿Cómo conseguiste esto? —Alzo la mirada hacia Victor. —Tengo mis métodos —dice con una sonrisa detrás de sus ojos—. También te abrí una cuenta bancaria. Los detalles están en el resto de documentos en la caja.

Es en serio lo que le estoy diciendo. Habría muerto muchas veces de no haber sido por él. Pero decirle estas cosas a él, estas despedidas, está triturando cada poco de lo que queda de mi corazón. —¿Cuándo te vas? —pregunto. No quiero saber realmente la respuesta. Vuelvo a poner los documentos en el sobre y lo cierro dentro de la caja. —En unos minutos —dice y contengo las lágrimas. Quiero ser fuerte para él, porque sé que esto es difícil para él también—. Pero hay una cosa más antes de irme. Se acerca a la puerta y la abre. Entra la Sra. Gregory. Estoy tan sorprendida que la única parte de mi cuerpo que se mueve son las lágrimas bajando por mi rostro. Mi mano se acerca a mi boca. Miro entre ellos dos. Ambos sonríen. Victor no tanto, pero sonríe no obstante. La Sra. Gregory, pareciendo mucho más mayor de lo que la recuerdo, camina hacia mi cama con los brazos abiertos y me envuelve en un abrazo. Huele al perfume Sand & Sable. Ella siempre lo usaba. —Oh, Sarai, te he extrañado tanto. —Me aprieta suavemente, sabiendo cómo sin lastimarme. Su voz está cargada de emoción, pero vibrante de alegría. —También te extrañé —digo, apretándola de regreso—. Nunca pensé que te vería de nuevo. Se aparta y sienta a mi lado en la cama, pasando sus dedos largos y envejecidos a través de mi cabello.

345

—Gracias, Victor —digo, bajando mi certificado a mi regazo—. Por todo.

Pero entonces mi sonrisa se desvanece y mi corazón finalmente muere completamente cuando vuelvo a mirar hacia donde Victor estaba de pie para ver que se ha ido. Por un largo momento, las cosas que la Sra. Gregory me está diciendo suenan apagadas, forzadas en algún lugar lejano en el fondo de mi mente. Quiero saltar fuera de los confines de esta cama y correr detrás de él. Trago saliva, presionando mis emociones llenas de cicatrices en lo más profundo de mí ser y me recompongo tanto como puedo por el bien de la Sra. Gregory.

346

Me vuelvo hacia ella y disfruto de nuestro encuentro.

Capítulo 42 Sarai

347

я

Eso fue hace seis meses. Hoy la vida es muy diferente. La cuenta bancaria que Victor preparó para mí tenía dos millones de dólares en ella. Cuando me subí al avión con la Sra. Gregory cuatro días después de que Victor se fuera, solo entonces encontré la fuerza para mirar los otros documentos que dejó dentro de la caja. Uno era la información de mi cuenta bancaria y en la parte posterior, garabateado con la caligrafía de Victor: Tus beneficios por ejecutar el trabajo. Atentamente, Victor Me dio su porción del dinero que le pagó Guzmán por matar a Javier. Supongo que es justo ya que técnicamente fui yo que le mató. Pero la vida es definitivamente diferente. Estoy viviendo en Arizona con la Sra. Gregory. En Lake Havasu City. Y tengo tanto dinero que no tengo que trabajar, pero para mantener mi mente ocupada e intentar conformarme con esa vida de normalidad trabajo por las noches en una tienda. A la Sra. Gregory no le gusta. Dice que es peligroso trabajar en sitios como ese que están abiertos toda la noche. Resultó que tenía razón.

Fui atracada mi segunda semana ahí, pero mientras el tipo estaba al otro lado del mostrador apuntándome con esa arma, todo lo que pude hacer fue mirarle a los ojos. Cuando bajó la mirada al dinero que puse a su vista, tiré el arma a un lado, me las arreglé para arrebatársela de la mano y luego le golpeé en el rostro con él. Fue estúpido, realmente. Pero fue el instinto. No estoy muy intimidada por adictos a las metanfetaminas de los bajos fondos que atracan a mujeres jóvenes en tiendas. Eso es un juego de niños.

Fui a la escuela para obtener mi Diploma de Equivalencia de Bachillerato y pasé el examen hace dos meses. No fue muy difícil para mí, aunque tuve problemas con las matemáticas. Ahora estoy inscrita en el colegio comunitario tomando Informática, aunque no sé por qué. Realmente no tengo interés en ello allí en el “mundo real”, pero… bueno, normalidad. Esa es mi excusa para todo estos días, para pasar el rato con mis nuevos amigos, para pretender que estoy interesada en sus metas de la vida. Me hace sentir como una persona horrible que tenga que pretender estas cosas, pero no puedo forzarme a que me guste algo solo porque debería. Pero no todo es tan insoportable. Amo a la Sra. Gregory y paso la mayor parte de mi tiempo con ella. Tiene una artritis tan grave que sus dedos están retorcidos y ya casi no puede tocar el piano, pero todavía me enseña y yo todavía toco, a veces durante horas hasta que mis dedos están contraídos y mi espalda rígida. Por fin domino la Sonata de Claro de Luna. Y cada vez que la toco pienso en Victor y la noche en la que se sentó conmigo en el piano. La salud de la Sra. Gregory está empeorando. Cuido de ella, pero sé que no estará alrededor para siempre y ese día estaré sola otra vez. Me gusta pensar que tal vez Victor todavía está ahí fuera observándome y a veces engaño a mi mente para que crea que lo está. Pero la realidad es que ni siquiera sé si sigue vivo. Intento no pensar en eso, pero termina siendo todo en lo que pienso excepto cuando estoy perdido en el piano. Le echo de menos. Le echo mucho de menos. Algunas personas creen que cuando dos personas se separan con el tiempo se curan. Empiezan a interesarse por otras personas. Continúan con sus vidas. Pero ese no ha sido el caso conmigo para nada. Siento un vacío más profundo ahora que el que sentía cuando vivía en el complejo.

348

Pero definitivamente tampoco soy una especie de agresiva reformada creada por mis extraordinarias experiencias. Solo pregunta a la araña que trepó sobre mí la otra noche mientras estaba leyendo un libro en la cama. La Sra. Gregory casi tu un ataque al corazón porque grité muy fuerte.

Ha sido muy difícil para mí ajustarme a casi todo, pero en el gran esquema de las cosas, seis meses no es mucho tiempo. No comparando con los nueve años que estuve en el complejo. Así que, espero que para cuando pasen otros seis meses, estaré mejor. Seré “normal”. Mis amigos, aunque no pueda contarles sobre mi vida… y creo que es por eso por lo que se me ha hecho tan difícil acercarme a ellos… son realmente geniales. Dahlia tiene un año más que yo. Una belleza promedio. Inteligencia promedio. Carro promedio. Trabajo promedio. Somos iguales en cuanto a lo promedio, pero no podríamos ser más distintas en cuanto a todo lo demás. Dahlia no salta ante cualquier sonido que remotamente se parezca a un disparo. Yo sí. Dahlia no mira sobre su hombro en todos los sitios a los que va. Yo sí. Dahlia quiere casarse y tener una familia. Yo no. Dahlia nunca ha matado a nadie. Yo lo haría otra vez. Pero estoy agradecida sin importar lo a menudo que sueño con estar en otra parte. Con ser otra persona. Estoy agradecida porque conseguí escapar. Estoy agradecida porque estoy en casa. Aunque “agradecida” es muy diferente de “satisfecha” y a pesar de finalmente tener una vida normal que a mucha gente le encantaría tener, estoy tan lejos de estar satisfecha como lo podría estar. Victor Faust hizo mucho más que ayudarme a escapar de una vida de abuso y servidumbre. Me cambió. Cambió el paisaje de mis sueños, los sueños que tenía cada día de vivir normalmente y libre yo sola. Cambió los colores de la paleta de primarios al arco iris… tan oscuros como los colores del arco iris puedan ser… y no pasa un día en que no piense en él o en la vida que podría haber tenido con él. Aunque peligrosa y fundamentalmente corta, es lo que quiero. Porque habría sido una vida que me habría ido mejor y, bueno, habría sido una vida con Victor. Simplemente no estoy lista para dejarle ir… —Ahí estás —dice la Sra. Gregory desde la entrada de mi habitación—. ¿Vas a venir y comer? Parpadeo de vuelta a la realidad. —Oh, sí, estaré ahí en un segundo. Tengo que limpiarme las manos muy rápido. —Está bien —dice; su sonrisa brillante.

349

Este es más doloroso, más insoportable. Echo de menos todo sobre Victor. Y sería una mentirosa si dijera que no pienso en él sexualmente cada día. Porque lo hago. Creo que estoy adicta a él.

Realmente soy la hija que nunca tuvo. Y, supongo que es seguro decir que ella es la madre que nunca tuve. La Sra. Gregory, o Dina, siempre cocina perritos calientes los viernes por la tarde. Nos sentamos juntas en la mesa de la cocina viendo la televisión HD montada en la pared de la cocina. Están dando las noticias. Siempre lo están a estas horas. —Así que, ¿Dahlia y tú se han decidido ya sobre un sitio al que ir de vacaciones este verano? Trago mi comida con un sorbo de refresco. Empiezo a responder cuando algo en las noticias me llama la atención. Un periodista está de pie fuera de una mansión muy familiar hablando con un hombre muy familiar.

—Realmente deseo poder unirme a ustedes —continúa Dina—. Pero ya soy demasiado vieja para esas cosas. Estoy demasiado absorta en la televisión para dedicarle mi atención: —Sí señora —dice Arthur Hamburg al micrófono—. Cada año hago todo lo que puedo para contribuir. Este verano estoy planeando un evento para recaudar un millón para mi nueva organización benéfica, El Proyecto Prevención, en honor a mi esposa. El periodista asiente y parece levemente arrepentido, reposicionando el micrófono delante de él. —¿Y es prevención de drogas o de suicidio? —Prevención de drogas —dice Arthur Hamburg—. En mi corazón mi Mary no se suicidó. La adicción a la droga es lo que le mató. Quiero hacer mi parte ayudando a otros quienes son adictos a las drogas y también ayudar a prevenir el abuso de las drogas antes de que empiece. Es una enfermedad terrible en este país. También lo son mentir y la violencia sexual y el asesinato, cabrón. —Sí que lo es, Sr. Hamburg —dice el periodista—. Y hablando de enfermedad, entiendo que también ha estado dando dinero a la investigación sobre el cáncer porque… —Lo he hecho —le corta Arthur Hamburg—. Todavía me siento mal por haber mentido a todo el mundo sobre la enfermedad de mi mujer y dudo que alguna vez me

350

Distraídamente pongo mi tenedor en mi plato.

sienta como si me hubiera disculpado lo suficiente por ello. Pero como he dicho antes, solo la estaba protegiendo. La gente puede aceptar el cáncer, pero no están tan dispuestos a aceptar el consumo de drogas e hice lo que tenía que hacer para proteger a mi esposa. Pero sí, creo que es justo también que le dé a la investigación del cáncer. Eres un trozo de mierda. Aprieto mis dientes. —¿Sarai? —dice Dina desde el otro lado de la mesa—. ¿Te has decidido si Florida o Nueva York?

La mira finalmente y cojo mi tenedor y respondo: —No, en realidad creo que vamos a hacer un viaje a Los Ángeles este verano. —Corto un trozo de perrito caliente del bollo en mi plato y lo cojo con un poco de chili y tomo un bocado. —¿Los Ángeles? —dice Dina inquisitivamente y luego toma un bocado—. ¿A hacer la cosa de Hollywood, no? —Sí —digo distante—. Va a ser genial. Tengo asuntos sin acabar ahí. Sonrío para mí misma pensando en ello y lo cubro con otro trago de refresco.

351

El resto de las palabras de Arthur Hamburg se desvanecen a la parte posterior de mi mente. Pienso en la pregunta de Dina durante mucho tiempo, mirando a través de ella.

Busca la continuación de la historia de Victor y Sarai en…

REVIVING IZABEL Sólo en Bookzinga

compañía del asesino que la liberó del cautiverio, Sarai emprende por sí misma un ajuste de cuentas con un sádico malvado. No calificada y sin formación en el arte de matar, los acontecimientos que se desarrollan la dejan colgando precariamente al borde de la muerte cuando nada sale como estaba previsto. Las decisiones imprudentes de Sarai la envían a un camino del que sabe que nunca podrá volver atrás por lo cual se le presenta a Victor con un ultimátum: ayudarla a ser más como él y darle la oportunidad de luchar, o ella lo hará por sí sola, sin importar las consecuencias. Sabiendo que Sarai no puede convertirse en lo que ella quiere de la noche a la mañana, Victor comienza a entrenarla e inevitablemente su relación complicada se calienta. Mientras la mano derecha de Arturo Hamburgo, Willem Stephens, se acerca a su cruzada para destruir a Sarai, ella se queda con la sensación de que está cargando con más de lo que puede manejar. Pero Sarai, asumiendo el nuevo y mejorado rol de Izabel Seyfried, todavía tiene un conjunto de habilidades mortales de su lado que resultan ser todo lo que necesita para asegurar su lugar al lado de Victor. Pero hay una prueba que Izabel debe enfrentar y que tiene el potencial de destruir todo por lo que ella está trabajando tan duro para lograr. Una prueba final que no sólo le hará cuestionar su decisión de querer esta vida peligrosa, sino que hará que cuestione todo lo que ha llegado a confiar sobre Victor Faust.

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Decidida a vivir una vida oscura en la

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Sobre la Autora J. A. Redmerski nació el 25 de noviembre de 1975. Vive en

Walking Dead.

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North Little Rock, Arkansas, con sus tres hijos y un maltés. Apasionada de la televisión y de los libros, sus obras aparecen regularmente en las listas de los más vendidos del New York Times, USA Today y Wall Street Journal. Es una gran fan de The

Créditos Moderadoras 355

Fanny ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

Traductoras Aяia

nelshia

Flochi

Auroo_J

Helen

Jane.

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Liebemale

ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ

Otravaga

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