Sinopsis Leah tiene la vida que todas las chicas de la escuela secundaria mataría por tener: popularidad, notas brillantes, un novio rico y deportista. Entonces, ¿por qué siente como si no pudiera respirar? ¿Y por qué no puede dejar de pensar en el chico del club de campo? El que no es su novio, el que su madre nunca, nunca aprobaría, el que ninguna de sus perfectas hermanas mayores nunca, nunca miraría dos veces. El que siempre está devolviéndole las miradas a su vez. Atracción irresistible, miradas ardientes, el chico malo y la niña buena: Kiss Crush Collide tiene todo lo que un romance prohibido y sensual debe tener, y algo más.

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Índice Sinopsis ......................................................... 2 Capítulo 1 .................................................... 4 Capítulo 2 .................................................. 15 Capítulo 3 .................................................. 34 Capítulo 4 .................................................. 45 Capítulo 5 .................................................. 55 Capítulo 6 .................................................. 78 Capítulo 7 .................................................. 94 Capítulo 8 ................................................ 100 Capítulo 9 ................................................ 115 Capítulo 10 .............................................. 125 Capítulo 11 .............................................. 132 Capítulo 12 .............................................. 141 Capítulo 13 .............................................. 146 Capítulo 14 .............................................. 152 Capítulo 15 .............................................. 167 Capítulo 16 .............................................. 177 Capítulo 17 .............................................. 189 Sobre la Autora ....................................... 192

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Capítulo 1 Traducido por *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* y Emii_Gregori Corregido por Susanauribe

L

eah! —Mi madre pone los ojos en blanco, sonando completamente exasperada mientras baja, con sus tacones resonando, los tres gruesos escalones de piedra de nuestra puerta frontal. Dejando abiertas las puertas dobles detrás de ella, se agacha y examina uno de los rosales amarillos que recubren cada centímetro de nuestro camino de entrada.

—¡

Shane lentamente gira el convertible junto a ella, y nos vamos estacionando sobre la gruesa alfombra de grava, justo detrás de un pequeño M3 rojo que no reconozco. Él levanta el freno de emergencia con la manivela, y mi madre se detiene, pasando su mano por el borde de su suéter, pétalos amarillos marchitos flotando a sus pies. —Gracias a Dios, estás finalmente en casa. —Sabes que tengo práctica hasta las cuatro —digo. Sus tacones se hunden en el mar de piedras grises con un crujido, el brillante ruido metálico de los tres brazaletes plateados que nunca se quita arrastrándose detrás de ella mientras camina hasta la mitad de nuestra entrada circular. —Estábamos comenzando a preocuparnos —dice, levantándome su ceja, ignorando mi ceño fruncido. Los brazaletes deslizándose uno por uno en su brazo, tintineando, mientras se estira y le da a mi novio su saludo regular, un beso en la mejilla izquierda que le deja una mancha color coral.

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—Como siempre —murmuro para mí misma, y me inclino, abriendo la pesada puerta del auto con un jadeo. Siento que parte de mi trasero se ha convertido en uno solo con el asiento pelado y quemado por el sol mientras salgo del auto. Pateo la puerta para cerrarla detrás de mí con mi tacón antes de que Shane incluso pueda llegar a desenredarse de mi madre y apresurarse alrededor de la parte delantera del auto para ayudarme. —Oh, Shane. —La risa de mi madre burbujea, flotando por encima del sonido de sus tacones de doce centímetros que machacan la grava, tratando de alcanzarme—. Eres muy bueno para ella. Sabes que nos mantiene a todos esperando. Me detengo. Sus pulseras se rozan de nuevo con un sonido refulgente, mientras mi madre y mi novio pasan por delante de mí. Ella lo acompaña a las escaleras frontales dentro de la casa, haciendo eco con sus tacones a través del mosaico de azulejos blancos y negros el cual llamamos vestíbulo. Aflojo mi mano lo suficiente como para apretar el botón en el lado de mi teléfono para consultar la hora. Son las 4:12.

De pie en la acera frente a la entrada de la escuela exactamente ocho minutos antes, ladeé la cabeza y batí mi pelo, maldiciendo a Shane en voz baja. —Vamos, vamos, vamos —respiré, incapaz de controlar mi frustración, alcanzando un nuevo nivel, mientras rebotaba con impaciencia en la pequeña sombra cuadrada proyectada por una señal amarilla de zona escolar, mientras veía a todo el cuerpo escolar pasar en frente de mí libres por lo que restaba del día. No es que no pueda manejar. Simplemente no lo hago. Shane me invitó a salir el segundo día de nuestro segundo año. Me deslicé en el asiento del pasajero en nuestra primera cita. Shane se trepó detrás del volante, sonrió, curvó dos dedos alrededor de la curva del volante, y llevó su

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mano a mi rodilla izquierda. Casi son dos años después, y no mucho ha cambiado. Obtuve un auto, igual que mi hermana, es una cosa cumples los dieciséis, pero el mío simplemente permanentemente en nuestra entrada. Es lindo y resplandeciente escarabajo convertible azul brillante, y en el mismo lugar que estaba cuando papá me dio abrazó fuerte, y me deseó feliz cumpleaños.

típica cuando parece estar divertido, un creo que está las llaves, me

A veces, amenaza con conducirlo él mismo cuando va al campo de golf, y trato de imaginar sus palos de golf saliendo del minúsculo asiento trasero, pero siempre termina eligiendo la camioneta de la compañía en su lugar, “CONSTRUCCIONES JOHNSON CUSTOM: CONSTRUIMOS GRANDES CASAS”, pasando por la ventana de la cocina mientras sale en la temprana luz mañanera. Mis padres han estado juntos desde siempre, novios de secundaria destinados a la felicidad doméstica. Mi papá comenzó su negocio de construcción justo después del instituto, construyendo una pequeña casa para los dos. A través de los años el negocio se volvió más grande, las casas se volvieron más grandes, y su camión se volvió inmenso. Es tan grande que cuando retrocede emite un pitido, volviendo loca a mamá si todavía no ha tomado su café con leche. Ella ladra alrededor de la cocina como un perrito hasta que él cambia a conducir y se va. No sé por qué mis padres no toman mi auto. No me importaría. Pero mi madre dice que por supuesto que querré un auto cuando vaya a la universidad. Mi hermana mayor, Yorke, lleva su auto a cualquier sitio del campus. Puedo imaginármela, toda decidida y rubia, estacionando su BMW en frente de cada aula, arrojando descuidadamente cajas de cartón en sus asientos de cuero cuando acarrea cervezas para sus hermanas de fraternidad, molestando a los policías todos los días. Estoy segura de que mi padre tiene las multas para probarlo. Mi celular decía las 4:04. Lo cual significaba que había salido de práctica, había tomado mis cosas, y había salido en menos de cuatro minutos. Es viernes, y eso significa otro viernes de cena familiar en el club. Es una tradición que mi madre instituyó cuando estábamos

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pequeñas, cuando podía disfrazarnos con vestidos a juego en colores pastel. Esta noche vamos a celebrar que mi hermana Freddie es la primera en su graduación. Freddie es menos estridente que Yorke, en color y volumen. Ella es la perfección. Su gran fiesta de graduación en el cobertizo, la banda y todo el mundo invitado es mañana. Esta noche es sólo para la familia, y yo no puedo llegar tarde. No es que nunca pueda llegar tarde, en realidad, con mi madre a cargo de todo, pero especialmente no esta noche. Estoy segura que ella me ha estado esperando desde hace cuatro minutos. Ella parece creer que Shane maneja una máquina del tiempo, no un Mercedes convertible. Busco mi teléfono y veo a Dani y Len saludándome desde el estacionamiento, con pompones rojos y dorados bajo el brazo, carteras, bolsos y monederos colgados por todas partes. Sonreí y les devuelvo el saludo. Valerie Dickens, genio de matemáticas y seria contendiente para dar el futuro discurso de último año, va deslizándose por el pavimento caliente, acechando a unos pasos detrás de mis dos mejores amigas. Valerie y yo solíamos ser cercanas. Hasta el cuarto grado, cuando la geografía de nuestra nueva casa y su seria vena competitiva nos separó. Delgada, larguirucha, y ligeramente translúcida, se desliza alrededor de los autos como algo que puedes meter en la parte inferior de una placa de Petri. Ella me miró con el ceño fruncido. Dejé caer mi mano tan rápido cuando sus ojos se encontraron con los míos que mi bolso se deslizó de mi hombro de un tirón y prácticamente jaló el pelo de mi cabeza. Metió la llave en la puerta de un oscuro Volkswagen verde, parecido a un enorme rallador de queso oxidado con llantas lisas y una horrible abolladura en la parte trasera. La vi tratando de hacer palanca para abrir la puerta. La pila de libros que había acunado en sus brazos se deslizó y cayeron esparcidos a través del pegajoso asfalto, con los lomos hendidos. No tuve que verla agacharse para recogerlos, sabía cuáles

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eran: Trigonometría, Matemáticas Aplicadas, y el Guardián Entre el Centeno. Se puso de pie, el pelo muy rizado colgando en su cara, y me dio la misma mirada conocedora que me había dado sólo una hora antes. La campana final apenas había sonado, despertando a la mitad de la clase, cuando el Sr. Hobart se paró en mi escritorio y dijo: —Johnson, quédate un momento. Tengo algo que discutir contigo. No es una tentación tener clase avanzada de Cálculo como la última clase del día. Y hacia el final del semestre, incluso el pensar en la clase me ha estado dejando un nudo de ardor en el estómago. Suelo no pensar siquiera en Cálculo. Solía ser como la mayoría de mis clases: fácil, factible, sin un montón de esfuerzo. Entonces en algún momento durante estas últimas semanas dimos un gran salto y entramos en un mundo que no tiene ningún sentido para mí. Cero. He estado arreglándomelas con un montón de conjeturas y copiando las notas y trabajos antiguos de Freddie. Ella conserva todo, cada parte del trabajo escolar, todas las pruebas, cualquier cosa que ha hecho desde el jardín infantil. Es un poco triste. Mis calificaciones por fin debían estar decayendo o, ¿por qué el señor Hobart iba querer hablar conmigo? Luchando contra la tentación de acurrucarme como un camarón y mecerme en mi escritorio, me levanté, tomé mi bolso y mis libros, y caminé hacia la parte frontal de la habitación, pensando:dile adiós al discurso de fin de año. El Sr. Hobart tiene una mesa de metal enorme puesta en el frente de su clase que utiliza como estación de comando. Con pilas y pilas de documentos, probablemente remontándose a la década de 1970, su sistema de organización es legendario. Puede llegar a ciegas a una pila mientras habla y extraer exactamente el documento correcto. Estuve tentada a abrir las ventanas y ver los documentos y su peluquín aletear hacia la tierra. En lugar de eso mentalmente preparé un discurso sobre que me iba a esforzar más, él siendo un gran maestro y lo mucho que he aprendido, y luego planeaba terminar todo con una gran sonrisa.

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—Entonces, Pequeña Johnson —dice el Sr. Hobart, con sus dedos gordos y cubiertos de tinta moviéndose a lo largo del borde de su mesa de estaño como si estuviera enviando un telegrama. Le sonreí a él y a sus pilas de papeles colocadas perpendicularmente y recordé la primera vez que había oído a alguien llamarme así. Pasó la primera semana en la cual las tres (Yorke, Freddie y yo) estábamos en la secundaria en el mismo momento. Acababa de mostrarme en la clase de gimnasia para los alumnos de primer año: con pantalones cortos, cola de caballo y un fresco bronceado de verano, cuando escuché a unos chicos mayores en el balcón. Ellos estaban inclinados sobre la barandilla, mirando a las chicas entrar en fila en el gimnasio. —Mira, es Pequeña Johnson —dijo uno de ellos con una voz profunda. Alcé la mirada, y un chico al azar, el cual estoy bastante segura de haber visto besando a Yorke en nuestro camino de entrada una noche, me señaló. —Oye, Pequeña Johnson —gritó, y miré a mi alrededor antes de alzar la vista hacia él de nuevo, muy consciente de que yo estaba de pie fuera del círculo de las chicas en el brillante piso de madera. Otro chico con brazos grandes y robustos rió y dijo: —Me gustas un poco Pequeña Johnson. Me sentí halagada, avergonzada y confundida al mismo tiempo. Y de repente, muy consciente de mis piernas expuestas y de lo apretada que estaba mi camiseta. Finalmente, la Sra. Kemp sonó su silbato y gritó: —¡Alinéense, chicas! Ella nos llamó por nuestros nombres y nos alineamos, igualando pantalones cortos y camisetas en una hilera. Cuando la Sra. K llegó a mí, alzó la mirada de su portapapeles, sonrió, y gritó: —¡Pequeña Johnson!

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Con una reverencia muy similar a la de Yorke, tomé mi lugar en la parte delantera de la tercera línea en medio de silbidos y risas desde el balcón de arriba. El nombre ha estado conmigo desde entonces. Simplemente desearía que no me sonaracomo una “pequeñaidiota”. El Sr. Hobart finalmente encontró el documento que estaba buscando y me lo entregó. —Tu capacidad para mostrar tu trabajo realmente ayudó a aumentar tu nota —dijo. Lentamente extendí mi brazo por el documento. Reconocí mi trabajo deliberado y detallado. Era mi final de Cálculo con una gran A menos escrita en la esquina superior derecha. Supongo que había estado aguantando mi respiración, porque cuando finalmente respiré, salió en un silbido que alborotó la pila más cercana pero no el cabello del Sr. Hobart. Él sujetó los papeles con un pulgar grueso. Yo estaba un poco aturdida. —¿Una A menos? —pregunté. Estaba esperando una C. Para ser honesta, realmente una C menos parecía más probable cuando recordé que durante el examen todo lo que había hecho fue mirar por la ventana y retorcer mi cabello. Le devolví el documento al Sr. Hobart, para que fuera puesto en su lugar de descanso en la parte inferior de una pila. No parecía mío para mantenerlo. Tomó el examen, levantó todo un año de trabajos, como un mago dividiendo una baraja de cartas, y lo insertó hábilmente en algún punto intermedio. Apuesto a que podría encontrarlo de nuevo, incluso después de barajar, con una venda en los ojos. Se levantó y me miró fijamente a los ojos a través de sus gruesas gafas de montura negras. —Tu hermana Freddie también luchó un poco en el último semestre de mi clase —dijo. Puso su mano en la parte baja de mi espalda y habló en voz baja, conduciéndome hacia la puerta del aula.

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—Considéralo como un adelanto, si quieres. Sal y disfruta tu verano, Leah. Mantente confiada en que nuestras esperanzas por un tercer discurso de despedida Johnson están intactas. Él se detuvo abruptamente. Valerie Dickens estaba arremolinada en la puerta, sus brazos cargados con libros, su expresión inestable, obviamente después de haber oído todo. El Sr. Hobart me apresuró por la puerta, y pasé a Valerie sin mirarla a los ojos. Me dirigí hacia el gimnasio para mi última práctica del año. Estoy segura que Valerie había estudiado mucho para esa prueba. De hecho, estoy segura de que había estudiado mucho durante todo el semestre. Reconocí esa mirada en su rostro. La he visto antes, en bailes, pruebas de actitud, fiestas, baños de chicas, pasillos de la escuela y aulas; toda mi vida en realidad. Mi madre y mis hermanas dicen que es sólo envidia, pero tengo la sensación de que es más que eso. Comprendo que las chicas como Valerie puede que deseen algo para odiar sobre mí: herpes, caspa, incluso una ocasional ruptura, porque mi vida en su mayor parte pasa mientras sonrío y observo. Pero ellas aportan el tiempo. Aspiran por el premio, se quedan en casa los viernes para estudiar, madrugan los días de escuela para practicar. Leen, memorizan, ponen su corazón en ello y sufren por los chicos que no les prestan atención. Acabo de llegar y consigo todo lo que quieren lograr. Probablemente yo también me odiaría. Pero el verano ya casi llega. La graduación de los de último grado se realizó hoy; el resto de nosotros tenemos tres largos días de exámenes, resultados, y aulas calientes y cerradas por recorrer. Suspiro y abro la gran puerta metálica del gimnasio para mi última práctica de animadoras del año. Un baile ruidoso y palpitante suena y el olor rancio de sudor me golpea junto con el conocimiento de que Valerie iba pasar el verano esperando y preguntándose sobre su posición en clase, pero al ser la tercera en una línea muy fina de hermanas, yo estaba lista. Tenía tres meses enteros de absolución soleada extendiéndose frente a mí. Así que hice lo que cualquiera buena Johnson haría: alisé mi camisa, sacudí mi cabello, y reboté en el piso del gimnasio con una gran sonrisa.

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El olor de pachulí me pega antes de que pueda llegar a la parte superior de las escaleras. —Freddie debe estar practicando para su año en el extranjero —le susurro a Shane por encima de mi hombro, dejando de abanicar mi mano frente a mi cara. Nuestros cuerpos rebotan entre sí cuando me retraso y Shane avanza. apresurándome desde atrás, presionando sólido y fuerte, instándome hacia la parte superior de las escaleras y hacia la posibilidad de que va a conseguir algo tan pronto como lleguemos a mi habitación. —Si tienes suerte también estará cortando los largos pelos de su axila — digo, retrasando lo inevitable con mis brazos, con mi peso suspendido en las barandillas pulidas, sabiendo que Shane cree que Freddie es ardiente. Todos lo creen. Ella lo es. Él me sonríe, con sus dientes blancos y bien formados, indispuesto a comentar y a correr el riesgo de molestar a una de mis hermanas. Sacudiendo su cabeza, arruga su recta nariz un poco quemada por el sol y desliza sus dedos fuertemente alrededor de mí mientras subimos el escalón alfombrado. —Oí eso —grita Freddie tan pronto como giramos hacia el pasillo—. Y llegas tarde. Dejo caer la mano de Shane y doy un paso hacia la puerta de Freddie. Oliendo, sólo puedo distinguir un poco de esmalte de uñas girando por encima de la nube de pachulí.Freddie está sobre su cama revuelta, agazapada sobre los dedos de sus pies, con una botella abierta de esmalte de uñas de intenso color frutal en la pequeña mesa cubierta con un mantel a su lado. Parece como si todo en la habitación de Freddie hubiera sido recientemente cubierto de chal. O cubierto con una bufanda. Las lámparas, todas queman ligeramente bajo pañuelos con flecos. Las

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sillas, tocador, escritorio, estanterías, incluso la cama… todo está envuelto. Ella está haciendo un buen inicio en su experiencia para el extranjero. El próximo año estará viviendo en Francia, y este año supongo que todos lo haremos. Los sonidos, elogios de un lazo sin fin de conversación en francés tocando a través de sus altavoces para iPod, con un asalto ocasional de Edith Piaf, los monumentos, incluso la esencia de París se derrama de la habitación 24/7 de Freddie. J'aime Paris y todo eso, pero no sé si lo lograré el próximo otoño. —Llegué aquí en doce minutos —digo rotundamente, apoyándome contra el marco de la puerta de Freddie, torciendo mi cabello alrededor de mis dedos, frustrada. Doce, creo, mentalmente navegando por el laberinto de pasillos, señales de alto y la agarrada de culo que tuve que atravesar con Shane en ese corto período de tiempo. —¿Qué tan rápido quieres que conduzca Shane? —pregunto. Freddie se deja de pintar y se recuesta contra la loca pila de almohadas naranja, rosa, rojo y púrpura que amenazan con ocupar su cama. Ella agita sus manos en torno a sus pies, como una reina del baile, en lo que sólo puede ser un intento de acelerar el proceso de secado. Tengo una pequeña escena retrospectiva, apoyada allí en el borde de la apestosa habitación rosa de Freddie, el pasado otoño, cuando ella estaba encaramada sobre un descapotable usando un vestido verde brillante y una corona de plata, temblando con el fuerte aire mientras transcurría por el desfile, agitando aquellas mismas manos ahuecadas y rígidas hacia mí y hacia la multitud. —Más rápido —dice mientras revisa una uña para ver si está pegajosa. Me mira y añade, innecesariamente—: Obviamente. —No es como si me perdiera algo —digo, descartando la abrumadora cara de obviedad que está haciéndome desde su cama. Bajando la mirada, separo algunos de los cabellos que están tejidos alrededor de mis dedos como un hilo de oro, sintiendo cada tramo de hilos antes de romperlos con un pequeño estallido. Shane llega a mí, tirando de mi mano. Dejo que sus dedos cálidos se deslicen a través de los míos.

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—Eso es lo que crees —dice Freddie casi sabiamente, con su expresión ilegible detrás de una cortina de largo y rubio cabello mientras toma el pequeño pincel brillante, comienza nuevamente en su dedo meñique, y me pregunto qué quiere decir. Shane intenta su suerte una vez más, tirando más impacientemente esta vez, y cedo, dejando que me aleje de Freddie, Edith y de cualquiera que pudiera haber omitido. Enganchando mis dedos alrededor de los suyos, arrastro mis dedos del pie a través de la gruesa alfombra color crema hasta el fondo del pasillo, sintiendo su atracción cada vez más y más fuerte cuanto más nos acercamos a mi puerta. Él sabe que los nervios de mi madre pueden estar momentáneamente resueltos ahora que estoy en casa a salvo, pero el sonido de sus tacones tensos cliqueando a través del embaldosado vestíbulo abajo quiere decir que nos estamos quedando sin tiempo.

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Capítulo 2 Traducido por Clau12345, Jo (SOS), Kathesweet (SOS) yGry Corregido por Susanauribe

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oger tiene el cabello oscuro, perfectamente recortado de manera tal que se levanta en una perfecta línea recta a lo largo del borde de su frente, como un seto. También es de los que usa pliegues en la parte delantera de sus pantalones de tela y mocasines brillantes haciendo juego con su correa de cuero. Sus brazos están bronceados por el golf, su cara es color canela por esquiar en invierno y hacer parrilladas en la casa del lago de sus padres durante el verano. Así que, en pocas palabras, es como cualquier novio que Yorke haya tenido, pero con un poco más de dinero, como descubríaquella noche mientras esperaba con mis hermanas en los escalones delanteros de nuestra casa por un aventón hasta el club y él se detuvo en su pequeño y brillante BMW M3 rojo detrás del cual Shane y yo nos habíamos estacionado ese mismo día. Este hombre bien cuidado está ahora de pie envolviendo su brazo fuertemente alrededor de la cintura de mi hermana mayor mientras el suave tintineo de las notas del piano del bar del club llega a nuestra mesa. Nuestra maestra de música de la escuela primaria trabaja de noche por las propinas. Encorvada sobre el reluciente piano de cola negro de la esquina, con su cabello rizado rebotando a veces sobre sus ojos magnificados a la décima potencia por sus gruesos y manchados anteojos, fijos sobre la vieja partitura fotocopiada. Ella hace una pausa de un momento para recibir los aplausos al final de cada pieza, luego, en silencio, truena sus nudillos e inicia otra melancólica canción. Mi papá se sienta a la cabecera de la mesa, su sonrisa radiante iluminando la sala. Mi madre, a su derecha, se toca los ojos, dejando

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manchas oscuras de su máscara de pestañas en toda la servilleta de tela del club de campo. Miro alrededor de la mesa, mi copa de vino medio llena. Se supone que debemos estar celebrando la graduación de Freddie, sin embargo, sólo Shane y Evan, el novio que Freddie planea botar al final del verano de manera que pueda volverse salvaje durante su año en el extranjero, parecen realmente sorprendidos de oír las noticias sobre el compromiso de Yorke. Ellos se levantaron y aplaudieron, dejándose llevar como observadores externos. El resto de nosotros ya lo sabía. Yorke nunca podía guardar un secreto. Jamás. Ella siempre era quien adivinaba donde se ocultaban nuestros regalos de navidad cada año. Luego me convencía, o a Freddie, pero usualmente era a mí ya que Freddie era la clase de persona con voluntad de hierro, como para participar de la expedición para descubrirlos. Si nos negábamos, Yorke encontraba los regalos por ella misma, arruinándonos la sorpresa al decirnos lo que nos darían. Recuerdo estar debajo de las escaleras en la oficina de papá una tarde de diciembre, cuando tenía unos ocho años, sosteniendo una gran linterna amarilla, mientras que Yorke pasaba cajas y gritaba todo lo que iba encontrando: casa de muñeca, juego de mesa, vestidos, libros para Freddie, juego de pintura.Mi corazón caía mientras la linterna se balanceaba cada vez que encontraba otra caja. Para otras ocasiones, ella te decía qué era tu regalo en el momento preciso en que comenzabas a arrancarle el papel. Era como si alguien apagara las velas de tu pastel de cumpleaños justo cuando estás a punto de soplar, tus pulmones llenos de aire y tu mente llena de deseos, y de pronto… todo se ha ido. No importaba de quién era el regalo o para quién era: tenía que decirlo. Y no sólo a nosotros. Recuerdo ir a fiestas de cumpleaños cuando éramos niñas. Yorke nos invitaba a todo, ya que es y era en aquel entonces, la persona más popular y social que he conocido. Llegábamos a la puerta de entrada, vistiendo nuestros trajes iguales pero de diferentes colores, y Yorke entregaba nuestro regalo perfectamente envuelto mientras anunciaba sin rodeos: “Es una muñeca”. Entonces se iba a ponerle la cola al burro o unirse al círculo

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de niñas con el pelo recién cepillado y vestidos rosa que se morían por jugar con ella, y Freddie y yo nos quedábamos de pie, incómodas, en el vestíbulo de entrada con una madre molesta y una pequeña cumpleañera confundida. Ella no maduró en eso. —¡Leah, entraste al equipo! —gritaella sólo treinta minutos después de haber terminado mi prueba para el equipo de primer año de la secundaria. Se suponía que conoceríamos los resultados a la mañana siguiente, por lo que tenía que mantener el secreto hasta entonces—. ¡Leah, escuché que serás la capitana! —chilla, gritando desde su dormitorio el año siguiente, una infiltrada incluso cuando estaba fuera de la escuela. Ella sabía antes que yo, antes que nadie y por supuesto tenía que ser la primera en decirlo. Fue lo mismo con su compromiso, tenía que incluso superarse a sí misma. Habíamos estado conduciendo en el convertible rojo de Roger más temprano esa noche, los suaves asientos de cuero tostado olían a nuevo y costoso, su fuerte rock universitario apenas lo suficientemente alto como para hacerse oír por encima del crepitar de los neumáticos y el remolino de la cálida brisa de junio. Freddie y yo nos apretujamos hacia atrás, nuestros vestidos negros cortos aleteando, las piernas en ángulo hacia el centro, con las rodillas tocándose, mientras salíamos de nuestro garaje para el corto recorrido hasta el club de campo. Yorke bajó el volumen de la poderosa balada tan pronto como salimos a la calle y se volteó hacia nosotras. —¿Adivinen qué? —Se aventura a decir con demasiada efusividad, yo me inclino hacia delante agarrando el lado del asiento con los dedos. Roger se paraliza justo cuando ella chilló—:¡Roger y yo estamos comprometidos!—Y luego se lanza de nuevo hacia atrás en su asiento, momentáneamente inmovilizada por la fuerza del motor. Aprovecho esa oportunidad para mirar a mi derecha a Freddie, que estaba sentada en su asiento, sus cejas arqueadas. Ella me sonríe y luego vuelve la cabeza para mirar pasar al paisaje. Me acomodo. Por supuesto, ella ya lo sabía. Freddie y Yorke se parecen en muchos aspectos, pero no en éste. Freddie puede guardar un secreto. Ella es como una bóveda.

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Yorke da la vuelta y yo pongo una enorme sonrisa en mi cara mientras Roger nos lleva a toda velocidad. —Yo iba a esperar para hacer el gran anuncio esta noche en la cena, pero no pude... —dice ella mientras se alisa el pelo hacia atrás con su mano derecha, deteniéndose el tiempo suficiente para que yo viera el pesado diamante resplandeciendo en su dedo—. No le digas nada a mamá o papá, ¿de acuerdo? Quiero decir, ellos ya saben, pero aun así, actúen sorprendidas, ¿de acuerdo? —De acuerdo. —Asiento, estando de acuerdo con el plan de Yorke, como siempre—. Ahora —dije tomando un gran aliento—: Déjame ver ese anillo. Yorke me tiende la mano justo cuando Roger gira violentamente a la derecha, haciendo que el movimiento del auto retire los dedos de ella lejos de mí. Me agarro al asiento de Yorke y me estabilizo. Levanto la mirada para ver a Roger sonriéndome con benevolencia en el espejo retrovisor. Parece un poco peligroso estar apretujados en el asiento delantero de un auto con el diamante de Yorke, las rodillas de Freddie y la testosterona de Roger, por lo que me recuesto y escucho los gritos de Yorke con sus planes de boda: rosas color crema, cocteles de champaña, vestidos color fresa. ¿O tal vez eran vestidos color crema y cocteles de champaña con fresa? Miro hacia el lago a medida que pasamos con rapidez por allí. Es suave, el agua oscura, con toques de luz de sol detrás de un barco o dos. Hay padres y niños afuera en los muelles, pescando peces dorados o simplemente llegando después de pasar una tarde navegando. Habíamos crecido en ese lago. Aprendimos a nadar, navegar y a pescar allí. Pasamos nuestros veranos en el agua usando trajes de baño iguales pero de diferentes colores. Freddie era una excelente buza. Ella pasaba horas practicando afuera de nuestro muelle, papá con el agua hasta el cuello, animándola. Yo solía ver cómo Freddie doblaba sus piernas, cómo se tensaba justo antes de empujar, la manera en que mantenía sus dedos en punta mientras tocaba el agua.

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Ella tomó mi mano la primera vez que fui a bucear, nuestros pies enroscados sobre el borde del muelle de madera. Cuando me soltó, me embarqué en el agua. Sabía lo que debía hacer. Yo había aprendido todo lo que necesitaba saber de solo mirarla. Días y días pasaron en los que lo único que hacíamos era nadar y encontrarnos en el muelle, envolvernos en las espesas toallas de playa cuando el sol comenzaba a ponerse, nuestro pelo todavía goteando por las puntas blanqueadas por el sol. Mis hermanas eran mis mejores amigas. Compartimos secretos, sándwiches, cada minuto de nuestras vidas, incluso el cuarto de baño. Yo estaba celosa de que Yorke saliera sola a navegar en su pequeño bote, de que Freddie fuera más alta que yo, de que ellas dos pudieran hacer trenzas francesas y que pudieran hacer una voltereta perfecta. Pasaba todo mi tiempo tratando de ponerme al día con ellas y estar a la altura. Todavía lo hago. Roger toma una curva cerrada. Extiendola mano, enredando los dedos en mi pelo, y me recuesto de nuevo con las noticias de Yorke, esperando a que el sentimiento familiar de celos me pateara. Cada vez que pasábamos por nuestra antigua casa de camino hacia el club, mi madre insistía en que redujéramos la velocidad para poder maldecir a los nuevos propietarios. —Geranios. Qué común. —Habría comentado, con sus ojos siguiendo la casa, su cabeza inmóvil—. Mason —le diría a papá—:¿Has visto el color de las persianas? Con Roger detrás del volante, no hay ralentización frente a la casa del lago, a pesar de los destellos que aparecieron entre los árboles y luego desaparecieron tan rápidamente como pasaban los recuerdos por mi mente. No hay ninguna ralentización y punto. Freddie y yo tendríamos suerte de salir de este paseo con nuestras rodillas intactas. El verano ya parecía tener prisa por irse y ni siquiera había comenzado oficialmente todavía. Roger se detiene violentamente en la entrada curva del club y mis rodillas se estrellan contra las de Freddie con un ruido sordo. Nuestros cuerpos se lanzan hacia adelante hasta que quedan atrapados por los

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cinturones de seguridad que nos detienen y aprietan de regreso hacia atrás. Roger sale en un segundo, sin decir una palabra en todo el camino. Parece que prefería la comunicación no verbal a través de erráticos cambios de marcha y frenazos sorpresivos y violentos. Rodea el auto hasta el lado de Yorke con la mano en la puerta incluso antes de que el motor se detuviera. La abre con gallardía, ella sale y lo besa, luego él empuja el asiento hacia adelante y mantiene la puerta para Freddie. Soy dejada a mi suerte. Luchando con mi cinturón de seguridad y el viento azotando mi pelo, no me doy cuenta de la mano extendida hacia mí, hasta que estaba allí mismo, en mi cara. No era la mano grande y torpe de mi novio. Era masculina, sí, pero de una manera más delgada, enérgica, chasqueadora de nudillos. Levanté la mirada hacia los ojos verdes con trocitos de marrón bailando en ellos mientras sacudo mi cabello fuera de mi hombro, frotaba mi rodilla adolorida, agarraba mi bolso y luego alcanzaba la mano extendida. —¿Un paseo suave? —pregunta. Una sonrisa se curvó a un lado de su boca. Me echo a reír. Cuando enredó sus dedos alrededor de los míos, una cálida corriente eléctrica fluyó a través de mí. De pronto me sientosólida, como si mi mundo hubiera rodado delante de mí y se hubiera detenido, justo ahora, increíblemente nítido y enfocado como si yo acabara de quitarme mis patines. No quería dejarlo ir. Roger aparece frente a nosotros. Sus pliegues agudos y las líneas nítidas no se vieron afectados por su forma de conducir. Su rostro era serio y las llaves de su BMW M3 rojo estaban colgando de uno de sus dedos. Él las cuelga y finalmente las deja caer. Esos dedos eléctricos atrapan la llave, rompiendo nuestro agarre y mi corazón. —Mantenlo cerca —pide Roger mientras se inclinaba para leer el nombre bordado en la chaqueta de nylon de color rojo del club. Palmea dos veces en el ancho hombro a mi lado y dijo—:Porter. —Con una pequeña sonrisa y un billete doblado de cinco dólares.

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Luego se aclara la garganta, desliza su mano hacia arriba para comprobar que su pelo estuviera lleno de atención, procedió a rodear el auto entero, admirándolo y evaluándolo antes de llegar de nuevo a Yorke y halarla a través del pavimento caliente hasta las escaleras que conducen al club. Puedo sentir los ojos verdes de Porter sobre mí, mientras cruzo el estacionamiento, mis tacones afilados tratando de estabilizarse en la brea blanda de haber pasado todo el día bajo el sol. Mi rostro se sonroja y mi ritmo se acelera cuando me doy cuenta que en este momento no estaba celosa de Yorke en absoluto. Ni de su compromiso, ni de su enorme anillo de diamantes, ni de Roger, un hombre cuyos zapatos y cinturón hacían juego con el interior de su auto. Llego a la escalera y me detengo, un recuerdo quemando mi mente, uno que era todo mío, sin implicar a mis hermanas. Sus ojos, ese verde tan brillante, la sonrisa de lado, la manera en que se sintió cuando tomó mi mano. Mis dedos estremeciéndose cuando lo envolví en un primer intento de agarrarlo fuerte. —Date prisa. —Me gritanmis hermanas desde la entrada y sigo, un paso detrás de ellas. Vamos Yorke, Freddie y luego yo, como siempre, arriba por las escaleras de caracol y hacia el club.

Mis padres se apoyan entre ellos, viéndose como la imagen perfecta, aunque un poco ebrios, de una pareja casada, y se dan un fugaz beso en los labios antes de dejar sus servilletas en la abarrotada mesa y levantarse de sus sillas. Es hora de que ellos hagan las rondas, saludar a sus viejos amigos, dándole a la gente una oportunidad de felicitarlos por la inteligencia de Freddie. Tiempo de esparcir la noticia del compromiso de Yorke y Roger.

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Las luces son bajas en la habitación que mi madre reservó para esta ocasión familiar especial, los paneles de pino nudoso, el pato real enmarcado, las huellas de pato oscurecidas por la luz de las velas y las ventanas tapadas con gruesas cortinas de terciopelo. —Lista o no, Leah —dice Shane en voz baja. Bajo el largo mantel oscuro agarra con su gruesa mano mi rodilla con tal fuerza que mis dientes frontales chocaron contra mi copa de vino justo cuando estoy tomando un sorbo. Me comienzo a preparar para el inminente acercamiento de mi madre. Se estaba abriendo camino a la mesa, besando a todos mientras camina detrás de nuestros puestos. Mi padre le está dando apretones de mano como un político a su brillante y rosada familia ahora llena de costosos bistecs y vino tinto. Bajo mi copa y alejo mi plato. La carne, roja en el medio porque así es como mi familia la come, está sin tocar. Tiras de calabaza de verano cuelgan de los dientes de mi pesado tenedor de plata. Moví las zanahorias y las elegantes papas entubadas alrededor del plato pero no me las pude arreglar para realmente consumir nada de eso. La mano de mi madre, fría y suave, presionó ligeramente mi hombro derecho cuando llegó detrás de mi silla. Mi cabeza está pesada, aguada por estar llena de vino, y me siento algo atrapada. Intento cubrir mi plato con mi servilleta, tirando de las esquinas de la servilleta hacia abajo de la gruesa carne. Estoy hecha un desastre. Se acerca a mi oído. Es una mezcla embriagadora de Chanel No. 5, carne asada y merlot. —¿Y el próximo año? —pregunta, sus ojos mirando los míos llenos de significado antes de terminar su pensamiento—. ¿Debería esperar estar allá arriba de nuevo? Levanta su copa hacia la cabecera de la mesa, donde mis hermanas, la comprometida y la graduada, se sentaron envueltas en papel tapiz oscuro a cuadros y acogedora luz de velas.

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Evitando su mirada, miro el vino en su copa arremolinándose. Cubre el interior del cristal, como un buen vino debería, después de deslizarse hacia abajo en el fondo. —No nos adelantemos —dice mi papá con una estruendosa risa cuando al fin llega a mi lado. Me acerco a ella, y me da un rápido beso en la mejilla, despidiéndose. Mi padre la agarra por dentro del brazo, su oscura chaqueta del traje arrugándose contra ella mientras él la aleja. Pasando por encima de Shane, agarro la cubeta de hielo mojada del centro de la mesa y la sostengo por las asas al frente de mi cara. Allí está: la temida impresión de labios coral. La borro con el dorso de mi mano, mirando a través del reflejo curvo a mis padres en miniatura, desapareciendo de la mano dentro de la multitud de caras bronceadas, cabellos con reflejos y sonrisas amistosas. Siento la mano de Shane deslizándose en mi muslo mientras me agacho para bajar la cubeta de hielo y espiar a Freddie cerca del final de la larga mesa, mirando por encima de las derretidas velas y pasteles a medio comer. Faltan los gruesos bloques de chocolate pero las rosas amarillas todavía están puestas remilgadamente en los bordes. Era justo como nuestra entrada de autos, pero en forma de pastel. Freddie está calmada y sorprendentemente compuesta, considerando que Yorke le está robando su primicia bien merecida de graduación con su sobrevalorado chico universitario con una mata de cabello y un anillo de diamante. Creo que tiene un montón de práctica siendo la segunda. —Felicitaciones, Freddie —grito en su dirección. Levanta su sonrojada cara y subimos nuestras copas hacia la otra. Tomo la mía de una, el vino amplificando mi orgullo y volumen. Shane se aleja de la mesa, su plato limpio de sobras, los adornos decorativos y todo. Agarra una botella del medio de la mesa y rellena mi copa con lo que queda. Tirando la botella terminada hacia el cubo plateado con un chapoteo, agarra su copa vacía y la inclina hacia adelante y atrás en mi dirección, sus dedos viéndose extrañamente grandes en la delgada copa.

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—¿Vamos?—pregunta. Sabiendo que necesitamos adultos para cualquier posible relleno, él está entusiasmado de permanecer junto a mis padres. Asiento y me pongo de pie muy rápido, mi cerebro lleno de alcohol hasta que me apoyo de lado contra la silla de club de campo y me encuentro sentada de nuevo, con las manos en mi regazo. Shane me alcanza. Pongo mis dedos en los de él, sin sentir electricidad, sin cosquilleo acogedor, solo los callos y la piel áspera que dejó su temporada de campeonatos de béisbol. Dejo que me levante. —Oye, Rog —grita Shane tan pronto estoy estable. Su mano presiona la parte baja de mi espalda mientras caminamos hacia el final de la mesa —. No había tenido la oportunidad de felicitarte personalmente todavía. Sus manos se encuentran como dos guantes de cuero de beisbol, y Yorke parece a punto de reventar. Puedesdecir que se estánvalorando el uno al otro. Mirando el esbelto traje a rayas de Roger y su flequillo controlado, espero que Shane gane. Yorke se estira sobre Roger para abrazarme, maniobrando su camino para acercarse al comedor abierto y la multitud que todavía no haoído acerca de su inminente matrimonio. Me aprieta con poco entusiasmo en un brazo, y su bebida, rebosante de menta y hielo, se derrama por mi espalda, empapando mi vestido y mi cabello. Me suelta rápidamente, agarra a Roger, y lo aleja. Me sonríe sobre un hombro, moviendo su bebida en una mano y Roger en la otra, antes de hundirse en un mar de brillante vajilla de plata y familias bienalimentadas. Siento mi cabello caer húmedo y pegajoso contra mi espalda. Gracias, Yorke. Me inclino para limpiar mis dedos sobre el mantel de lino suave. —Voy a… —empiezo a explicarle a Shane, pero él está ocupado arrastrando una silla sobre la alfombra de tartán clásico, acercándose a Freddie con una gran sonrisa en su cara, sus dientes manchados de negro y gris por el vino. Extiende su copa vacía en frente de él como si

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fuera algún vaso de plástico rojo por el que pagó tres dólares para una fiesta cualquiera1. Freddie y Evan todavía están sentados al final de nuestra mesa. Inclinándose cada vez más cerca uno contra el otro, hablando en francés, están profundamente perdidos en una conversación. Han estado en idiomas avanzados juntos desde el primer semestre de su primer año, y saliendo formalmente desde el segundo semestre. Ajenos a Shane y el hecho de que están acurrucados alrededor de la última botella de vino y ésta al menos está medio llena, sus voces alegres trinando sobre el estruendo. Le deseo suerte a Shane, sabiendo que lo mejor que él puede hacer en francés es una versión masacrada de “Je joue au tennis”, y desviarse al baño. Mientras paso el buffet cerca de la puerta frontal, tomo un puñado de mentas de color pastel usualmente reservadas para alcohólicos y niños pequeños. Saco las rosadas y boto el resto en una maceta. Por años, al final de cada cena familiar de noche de viernes, las he comido secretamente. La primera vez que aparecieron en el buffet cerca al atril del anfitrión, amontonadas en esa bandeja plateada con una cucharita de caviar, brillaron para mí como pequeños dulces de diamantes. Yorke, audaz incluso a los ocho, caminó directo hacia allí y recogió una pequeña cucharada para que todas las compartiéramos. Eran de tres tonos perfectos de pastel, justo como nosotras. Acurrucadas en un círculo estrecho en una fuente de luz en el aparcamiento, extendimos nuestras manos y descubrimos que no eran azules, amarillos y rosados, como nuestros vestidos. Eran, bajo inspección más cercana, verde, azul y rosado, prácticamente perfectas pero no lo suficientemente cerca para Yorke. Ella tiró la suya sobre el pavimento con un fuerte “¡Esas son para bebés!”, y salió del auto, los tacones de sus pequeños zapatos azules golpeando fuertemente el asfalto. Los dulces verdes rebotaron lejos, fuera del círculo de luz que los había mostrado como impostores, y rodaron hacia la oscuridad, perdidos debajo de los autos de nuestros amigos y vecinos. Keg party en el original:hace referencia a las fiestas comunes en Estados Unidos, donde se reúnen en una casa y usualmente consumen cerveza de barril u otra clase de licores baratos en vasos de plástico. 1

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Sabía que esos dulces no eran para bebés. También sabía que Yorke no los comería sólo porque no eran azules, su color de firma, y no había manera de que Freddie comiera los amarillos, no ahora. Vi a Freddie tirar los suyos uno por uno en nuestro camino al auto, como un camino de migas de pan sobre el asfalto. Sostuve los míos con fuerza cuando mi papá me recogió y me metió en el auto, y me aferré a ellos en todo el camino a casa. Aún cuando dejan tus dientes un poco sucios y ponen tu aliento incluso peor, he estado comiéndolos a escondidas desde entonces.

En buen momento el comedor en nuestro club abre a una terraza de madera gigantesca que da al campo de golf y, más allá de eso, al lago. Giro hacia la izquierda sobre la terraza cuando debería estar girando a la derecha hacia el baño de mujeres. Camino hacia el aire de la tarde, y el sol justo ahora está haciendo su último intento del día, pintando el cielo del mismo rosado, naranja y rojo brillante que inunda la habitación de Freddie. Inclinándome contra la baranda, mi cabello todavía húmedo y mi copa todavía casi llena, tomo un sorbo y me pregunto si París realmente se ve como una puesta de sol o si esa es solo la interpretación de Freddie. Supongo que lo averiguaré con el tiempo. Probablemente iré al extranjero como Freddie. Mi francés no es ni de cerca tan bueno como el de ella, pero Freddie tenía que exagerar como siempre lo hace y dominar el idioma en un semestre. En realidad, no tengo mucho interés en el francés. Cuando estaba escogiendo clases para mi primer año, tuve que escoger un idioma, y mis hermanas habían estudiado francés, así que parecía el camino a seguir. No me di cuenta que eso podría llevarme a algo algún día, como conversaciones en francés reales o un viaje a Francia. No estoy segura de si incluso me gustan los franceses. Me gustan las axilas afeitadas.

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Detesto el queso apestoso. Y estoy bastante segura de que a mi cabello no le van las boinas. Yorke no fue al extranjero, pero se comprometió con Roger. Hmm… nueve meses de axilas olorosas en las calles europeas atestadas o una vida con un hombre que podría recortar su cabello con una tijera de podar. Debe haber otra opción. Me giro, descansando un codo sobre la baranda, y miro a través de las ventanas de vidrio del techo al cielo que recorren el comedor a lo largo, buscando entre la multitud a mis hermanas. La puesta de sol rebota por todo el cristal y el vidrio. Estrecho mis ojos contra la luminosidad. Allí están, paradas lado a lado, hablándole a la mujer que vivía al lado de nosotros en la casa del lago. Me muevo a la derecha hasta que mi reflejo se ajusta y se une a ellas. Allí está mi cabello, mi sonrisa, la manera en que mi mano cubre mi boca cuando río, mi habilidad para hacer galletas de chips de chocolate, mi mejor vuelta de espalda, el vestido que estoy vistiendo ahora mismo, el orgullo que debería sentir cuando sea nombrada la encargada del discurso de graduación, y el brillo que tendré cuando lleve mi anillo de compromiso por primera vez. Mirando a través de la ventana, veo a mis hermanas reflejando mi pasado, presente, y el mapa pre-doblado de mi futuro. No tengonecesidad de abrirlo y navegar. Simplemente puedo seguir el camino que ellas han trazado para mí. Tomo el resto de mi bebida, los taninos picando en la parte posterior de mi lengua. Me muevo, luego me giro y me alejo, dejando a mis hermanas y un vaso vacío detrás de mí.

En algún sitio alrededor del hoyo diecisiete, donde las curvas de la calzada son bastante cerradas y casi abrazan la calle, veo el BMW M3

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acelerando suavemente en la distancia, su brillante color rojo moviéndose por el cultivado campo de golf verde. Andando despacio por la suave y corta hierba, mis sandalias colgandosueltamente en mi mano, me paro y lo miro reducir la velocidad antes de dar una vuelta en U rápida y dirigirse hacia el club. Lo oigo rugiendo hacia mí sobre la última colina. Alineo mis dedos del pie a lo largo del borde del asfalto y espero a Roger, esbelto y presionado, para gritarle que pare delante de mí. El auto gira y viene fácil, sin esfuerzo alguno me paro en la punta de los dedos de mis pies. Es Porter. Su pelo castaño salvaje sobresale por todas partes de su cabeza, denso y desordenado, y sus ojos verdes me miran de arriba a abajo, quemándome, finalmente fijándose en mis pies desnudos. Inclino mi cabeza a un lado, mis dedos perdidos en mi pelo, ya enroscándose mientras pregunto. —¿Qué estás haciendo? No es la más brillante de las líneas, pero estoy sorprendida de verlo allí, sus manos parecen tan familiares mientras descansan a lo largo del volante de Roger. —Mantenlo cerca —dice como si fuera obvio. Sonríe con esa sonrisa ladeada otra vez y estira sus brazos largos y amplios alrededor del interior del auto, casi tocando la puerta de pasajeros con las yemas de su dedo. Me siento sujetada a la tierra. —Umm... —Muevo mi pelo sobre mi hombro y observo la casa club, un par de green2 detrás de nosotros—. Creo que él quiso decir cerca del edificio. Está bastante oscuro para que las velas de las mesas en el comedor principal hayan sido encendidas. Ellas parecen luciérnagas atrapadas en un tarro realmente grande.

2Green:

área de unos 550 m² donde está situado el hoyo de los campos de golf.

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—Nop —dice, negando con su cabeza, muy seguro de sí mismo—. Sé lo que él quiso decir. Mantenerlo cerca de mí. —Muy poco probable —digo, dejando caer mi mano. Sacudiendo el pelo suelto de todos mis dedos, miro directamentea aquellos ojos verdes brillantes y hago la declaración del siglo—. Roger está bastante unido a este auto. —Puedo ver el por qué. Él acelera el motor algunas veces. —Este auto es caliente. —Él alarga la palabra con un leve sonido vibrante del sur, entonces suena más comocaaaliente y se inclina adelante para frotar el salpicadero de una manera muy posesiva. Miro, hipnotizada, esperando ver una raya fosforescente arrastrándose detrás de sus dedos. —¿Quieres un paseo? —pregunta. Me río, porque no soy tan fácil. Pero Dios, quiero decir sí. Me doy cuenta que todavía miro sus manos. No sé lo que espero, pero no puedo dejar de mirarlas fijamente. Levanto mi cabeza y alejo mi mirada. Sacudo mi cabeza y digo: —He estado allí antes. —Con una cabezada hacia el asiento trasero. —Verdad. —Él está de acuerdo. Descansa su barbilla en las puntas de sus dedos como si solucionara una ecuación y aspira rápidamente, la solución encontrada—. Pero no conmigo —dice. Mi primer impulso es moverme hacia él como un zombi adolescente privado de sexo, brazos abiertos, cuello expuesto. Pero no puedo. Miro lejos de él, mis ojos retirados hacia el club y las luces que vacilan dentro. Quiero hacerlo. Pero no puedo. —Gracias —digo, rechazándole tan cortésmente como puedo con otra sacudida de mi cabeza.

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Dejando caer mis sandalias sobre mi hombro derecho, sostengo apretando las correas de cuero delgadas y comienzo a volver hacia la casa club. —Tu elección —dice con un encogimiento cuando pone el auto en marcha y comienza a irse despacio. Súper despacio. Tan despacio que sigue mi paso, una mano cómodamente lanzada sobre el volante, sus ojos verdes mirando cada movimiento mientras ando a lo largo del camino. Doy vuelta y también lo miro, cruzando un brazo sobre mi pecho, mis pies desnudos suaves y silenciosos en la hierba, tratando de parecer que no estoy inmutada por el desafío. Un lado de su boca se levanta, y me da esa sonrisa ladeada, haciendo el rosa de mis mejillas aún más rosado. Él para el auto. Ando hacia la puerta, mis pasos suaves, nuestros ojos atrapados. Mis dedos rozan contra la plata fría de la manija, y de repente ésta es alejada. Jadeo y tiro de mi mano cuando Porter acelera. Él frena aproximadamente a un metro y medio de distancia y trata de parecer despreocupado. Desliza su brazo a lo largo de la curva del asiento de pasajeros, girado hacia mí, y espera con paciencia a que cubra la tierra entre nosotros a pie. Alcanzo la puerta otra vez, tensa, preparada para retirarme en la primera señal de movimiento, mentalmente aceptando la posibilidad de que mis dedos estén a punto de ser arrancados por la fuerza. Porter acelera el motor, mirándome estrechamente. Oigo el sonido de los cilindros que hacen su subida ascendente otra vez, y voy por ello, agarrando la manija. La agarro, abro la puerta, sacudo mis sandalias en el suelo, y me meto en el auto, todos mis brazos, el pelo rubio largo y mis pechos escapando de mi vestido sin mangas mientras avanzo lentamente en el asiento, respirando como una maníaca. Alzo la vista de mi poco digno y bajo lugar y veo a Porter enfrentándome, sonriendo apreciativamente, mis pechos prácticamente en su cara, su brazo todavía descansando ligeramente detrás de mi asiento.

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El auto nunca se movió. Maldito, él me atrapó. —Buena entrada. —Sonríe, pasando su mano izquierda al volante, la otra dejándola en la espalda de mi asiento para alcanzar la caja de cambios y poner el auto en marcha. —He estado trabajando en ello —digo jadeantemente, siguiendo sus ojos verdes a mi escote, que sale por todas partes, prácticamente llenando el autocon suave carne blanca. Con una sonrisa débil, tiro de la parte de arriba de mi vestido al mismo tiempo que tiro del dobladillo, y simultáneamente giro en mi asiento para mirar hacia adelante. Porter acelera, y nos estamos yendo, pasando como un rayo calle abajo, lejos de las luces persistentes del club, y lejos, hacia la noche.

Más tarde, devuelta en el BMW M3 con mi cabeza apoyada contra el reposacabezas de cuero, veo el campo de golf rodar alrededor. Estoy rodeada por mis hermanas, el aire es cálido, por mi familia, sin embargo me siento fuera de curso, fueradel mapa. Mis ojos están pegados en el horizonte, en la subida leve del duodécimo hoyo, a la izquierda del green. Espero con impaciencia, deseando que Roger fuera más rápido, entonces poder ver el punto exacto. Creo que podría sostener mi aliento, porque sé que allí, en el green, invisible del camino pero quemado vivamente en mi memoria, bajo un roble grande con ramas que nos cubrieron como un dosel, hay impresiones, la hierba aplanada en círculos por nuestros cuerpos. Bizqueando a través la oscuridad, sonrío cuando cruzamos. Cierro los ojos y me hundo, recordando la hierba fría, suave y elástica bajo mi cabeza cuando rodé sobre mi espalda. Porter extendido al lado mío. Mi cara y labios estaban rojos, calientes, hinchados, y un poco magullados. Él se inclinó en un codo y bajó su cabeza hacia la mía, listo para más.

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—Hueles a menta. —Había susurrado mientras sus labios pasaban rozando apenas mi oído, provocándome. Me arqueé cuando lo besé, su lengua se deslizó suavemente en mi boca, y mi cerebro competía para mantenerse, quedarse con el control. Fui tirada abajo otra vez, inundada en las sensaciones, perdida. Mis dedos se habían rizado en la hierba bajo mí, ya que sus dedos se arrastraron ligeramente bajo mi brazo, su toque dejándome una corriente de palpitación, fluyendo suave desde el codo a la muñeca. Yo respiraba rápido, caliente contra su cuello. Entonces eché mi cuello hacia atrás mientras él besaba la curva de mi barbilla hasta el borde de mi vestido, y su mano ya no descansaba firmemente en mi estómago, sinoque suavemente presionaba, empujando lo que casi se caía de la parte superior de mi vestido al mismo borde. Sentí el roce de su lengua a lo largo de mi piel caliente, y luché contra la corriente alta y salí por aire. Me elevé contra él y lo aparté. Porter rodó sobre mí, y se acostó sobre su espalda, brazos arrojados a los lados con su cara al cielo. Jadeando. No soy el tipo de chica que hace algo así. No está en mi naturaleza. Yo fui la reina de fiesta de promoción el año pasado. Seré la reina de bienvenida en el otoño. Mis dos hermanas lo fueron. Salí con el capitán del equipo de fútbol, justo como Yorke y mi madre también, cuando ella estaba en la escuela. Me gustaría decir que tengo asegurado el discurso de despedida del próximo año, pero con Valerie alrededor, mantengo mis dedos cruzados. Yo no tengo que irme en un auto sospechosamente prestado y terminar besándome con un chico al azar. Pasó un año entero antes de que le dejara a Shane poner su mano en mi camisa. Él lo intentó muchas, muchas veces, y lo rechacé, protegiéndome contra lo que sabía sería una marcha hacia delante. Están primero mis pechos, luego mis pantalones, bragas fuera y después, luego de eso, todo es un juego limpio. Pasamos las últimas noches del viernes y la mayor parte de las tardes del sábado peleando en mi cama, sobre las sábanas, con Shane ganando lugar despacio. Pero lo que mi novio tardó más de doce meses en

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conseguir centímetro a centímetro en mi dormitorio, Porter lo consiguió en unos sudorosos minutos en la calle cerca del duodécimo hoyo. Me tumbe allí, alzando la vista a un cielo tan azul que era casi negro, escuchando la respiración de Porter cuando volvía a la normalidad, sintiendo la mía también calmarse. Todos aquellos fines de semana y los encuentros especiales luego de la escuela con Shane, combinados, sumados, y sacando el total, no se sentían tan bien como este breve desastre cubierto de hierba con Porter. Sentí que sólo conseguí una bebida grande de agua cuando no sabía que tuviera sed. Fue tan bueno que me asustómucho. —Leah... — dice Freddie suavemente desde el cómodo asiento al lado mío, su voz devolviéndome al auto, al balanceo de la noche caliente delante de mí, pero soy incapaz de volver a mi cabeza y arrastrar mis ojos lejos de la calle hasta que siento su mano en mi hombro. —Leah —dice otra vez, un poco más alto, con una risa pequeña, sorprendida—. Tienes hierba en tu pelo. Ella pasa sus dedos ligeramente por mi pelo y sostiene unas hojas. Las deja caer, largas y verdes, en mi palma, y cierro mi mano alrededor de ellas, dirigiendo mis nudillos suavemente contra mis labios magullados, buscando el olor a menta entre mis dedos curvos. Freddie me mira fijamente. Yorke mirasobre su hombro, echando un vistazo atrás desde el asiento delantero con sus ojos enormes. Abro mi mano. La hierba es impactantemente verde contra mi palma pálida cuando pasamos bajo un farol de luz ámbar, tan verde como los ojos de Porter. Roger cambia la marcha y una brisa cae, arremolinándose en el descapotable. Esto levanta la hierba y se la lleva. La veo desaparecer. Mis hermanas alejan sus miradas mientras bajo mi mano y despacio la coloco en su lugar.

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Capítulo 3 Traducido por Vettina y Eve2707 Corregido por Lola_20

M

i familia, todos expertos en leer los estados de ánimo de mi madre, desaparecen tan pronto como llegamos a casa del gimnasio. Mis hermanas se dividen en diferentes direcciones, seguidas de cerca por sus novios. Freddie, la primera a través del vestíbulo, se desliza por las escaleras, aun en su toga y birrete, dirigiéndose a su habitación Parisina con Evan. Segundos después escucho “Pour aimer… pour avoir aimé… être aimé…” mientras el sonido de Gérard, la voz bien modulada en las cintas de Freddie, flota por las escaleras. Freddie había estado con el francés todo el día. Toda la mañana escuchamos la conjugación de los verbos franceses, mientras Yorke cubría la mesa del comedor con revistas de novia y me arrojó (y a los últimos cereales en mi plato) justo fuera de la habitación, y mientras salía de la ducha y Freddie dejaba la puerta abierta del baño para encontrar su brillo labial favorito, discúlpame, son brillan á lévre, luego me dejó humeando en el tapete de la ducha. Mi madre se había tensado junto con Gérard, su estado de ánimo agujerándose lentamente desde el desayuno hasta el almuerzo, hasta alcanzar un tono febril mientras nos apresurábamos de regreso a casa después de la graduación de Freddie con, según ella, "mil cosas que hacer antes de que llegaran los invitados" y la fiesta oficialmente se puso en marcha.

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Yorke rodea la escalera del largo camino y echa un vistazo para unirse a Roger y mi papá en la carpa blanca rentada, dejándonos a Shane y a mí solos con mi madre, y ella se está acercando detrás de nosotros. Tomo la mano de Shane y nos dirigimos escaleras arriba de dos en dos, alejándonos del sonido de sus tacones sonando furiosamente a través del azulejo italiano y su voz llamando: —¡Estén aquí en quince minutos! Catorce minutos y treinta segundos después estoy acostada sobre mi espalda, suaves sábanas floreadas arrugadas contra mi piel, sin sostén, y mis piernas retorciéndose alrededor del edredón. —Shane —susurro mientras su cabeza baja y sus labios se alejan al cuello de mi camiseta—. Shane… —digo de nuevo, sintiendo su mano, demasiado cálida en mi vientre, lentamente haciendo su camino hacia arriba. Respira de nuevo, su única respuesta es un ligero arqueamiento de su cuello para acomodarse en un mejor ángulo. Alcanzo alrededor de su cuello, apretando fuerte mientras trato de ver el reloj en mi tocador detrás de su cabeza. Sus manos se sienten pesadas, mi cabello es atrapado en algún lugar, y estoy toda caliente, sofocada y cansada. No sé qué estaba pensando, arrastrándolo aquí arriba, esperando sentir algo de chispa, para revolcarnos caliente y duro como si estuviéramos en el pasto verde y suave, con la noche abierta y ligera alrededor de nosotros. Pensé que quizás algo había cambiado desde la última noche. Que había despertado de alguna forma. Empujo sus manos, deseando que dejen de moverse en los círculos descuidados y errantes, queriendo nada más que aire y frialdad entre nosotros. —¡Shane! ¡Leah! ¡Vengan aquí! —grita mi madre, y casi puedo oír sus pulseras contra la barandilla. —Mierda —dice Shane en mi cuello antes de que su cabeza se mueva bruscamente hacia arriba con los ojos abiertos, parpadeando fuertemente contra el sol de la temprana tarde atravesando mis ventanas—. Tanto por las lecciones de francés.

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Se gira lejos de mí y se para rápidamente, acomodando la parte delantera de sus pantalones cortos color caqui y agitando su flequillo hacia un lado. —Vamos —dice impacientemente con los ojos en la puerta sin llave. —No puedo ir así —digo, todavía acostada en la cama, señalando mi camiseta azul, toda estirada y retorcida, mis senos libres y desnudos debajo—. Julia no estará contenta. Me siento y busco alrededor del edredón enredado. Encuentro mi sostén y comienzo a ponérmelo, deslizándolo debajo de mi camiseta. —Engancha esta cosa, Shane —digo con mi barbilla hacia abajo y mis dedos perdidos y torpes en mi espalda. Shane por supuesto elude mi sujetador completamente y alcanza mis bienes. —Jesús, Shane —juro a través de mis dientes apretados mientras me lo quito de encima. Arrodillándome, balanceo mi cabello sobre mis hombros y siento una sección que se adhiere, aún húmeda y sudorosa, a la parte trasera de mi cuello. Me alcanzo la parte trasera y trato de nuevo. —Ella va a entrar por la puerta en cualquier segundo. —Soy mucho mejor en la parte de desabrochar —dice Shane con frustración, pero tuerce mi sostén de encaje rosa alrededor de sus dedos de fútbol hasta que lo abrocha. Shane y yo apenas hemos tocado el último escalón cuando ahí está madre, empujando un gran florero rebosando de rosas amarillas en mis brazos. —Encuentra algún lugar para poner estas donde Freddie pueda disfrutarlas —dice mientras camina hacia la cocina. Proveedores de comida están cargando más de todo a través de la puerta del garaje. Un constante flujo de trabajadores con manteles, sartenes humeantes de plata, y platos con cubiertas plásticas pasan a través de la puerta con forma de arco.

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Correcto, pienso, sosteniendo las flores fuera y tan lejos de mí como la longitud de mi brazo lo permite, buscando por espacio para acomodarlas. Estaba allí cuando Freddie tuvo un par de accidentes y Yorke inventó amarillo como pipi en tu cama. Freddie ha evitado el amarillo desde entonces, pero mi madre sigue tratando. Pongo las flores abajo en una mesa de caballetes en nuestro salón familiar y siento un resbalón y un chapoteo. Agua gotea sobre mis dedos y la superficie pulida de la mesa de madera. —Oh, Fred… Lee…Yorke —Mi madre llama impaciente. Finalmente no tiene más opciones y aterriza en, —Leah. Su cabeza aparece alrededor de la esquina, y me encuentra limpiando mis manos mojadas en mi camiseta con apariencia de usada. —Ve a cambiarte —dice, observándome de arriba a abajo con una mirada inquietante—. Es casi la hora y te ves… desaliñada. Dios, ella ni siquiera sabe cuál soy. Sólo sabe que no luzco lo suficientemente bien. Me retiro a través del pasillo de entrada acompañada de Shane. Está tan cerca que prácticamente está en mi bolsillo trasero, mientras agarro la barandilla en la base de las escaleras. Los delgados dedos de mi madre se deslizan en su antebrazo, deteniéndonos a ambos. —Shane —dice con una suave sonrisa, las puntas corales de sus dedos haciendo una marca en su piel—. ¿Me darías una mano en el bar? Lo aleja de mí, y mi dirijo de regreso a mi habitación sola, sintiéndome principalmente molesta con ella, pero también un poco agradecida, porque por una vez puedo subir las escaleras sin Shane persuadiéndome paso a paso. Me arrodillo en mi cama y empujo la ventana abierta, dejando entrar una brisa que hace flotar mis cortinas blancas transparentes. Recargándome sobre los talones, respiro profundamente el olor de Shane, una combinación de colonia picante y vestuario de gimnasio, luego se desvanece.

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Abriendo las puertas de persiana de mi guardarropa, enciendo la luz y doy un paso dentro para encontrar algo de vestir que mi madre considere apropiado. Paso los ganchos, vestidos de verano, blusas sin mangas, faldas, y pantalones pasan por mi vista. Llego hasta el final, pasando las cosas que no he utilizado desde el primer año y las cosas con una etiqueta de precio que nunca usaré porque mi madre las ha elegido para mí mientras compraba con sus amigas, y luego miro todo de nuevo, deslizando las perchas acolchadas de terciopelo hacia el otro lado. Nada parece correcto. Me quito la falda y la pateo en el fondo del closet, luego dejo mi camiseta en el montón de la ropa sucia junto a mi canasta de lavandería. Aterriza encima del vestido negro corto que usé anoche. Levanto el vestido y presiono el tejido oscuro y suave contra mi cara, instantáneamente oliendo mi perfume y laca para el cabello. Respiro incluso más profundo y huelo menta y, esto podría ser mi imaginación, el olor del pasto verde y fresco. Camino al enorme espejo apuntalado contra la pared. Sosteniendo el vestido negro en frente de mí, el lado de mi boca se levanta y sonrío a mi reflejo, sólo para ver cómo luce. Luego una sonrisa, una sonrisa real y verdadera de Leah, se extiende sobre mi cara y mi elección es clara. No está exactamente limpio, y sé que mi madre sabe que lo llevé puesto anoche porque ella llevaba puesto la versión de mujer mayor del mismo y mis hermanas tenían duplicados exactos, excepto que los suyos eran un poco más cortos y apretados, pero ahora mismo realmente quiero ponerme este vestido. Corro hacia mi cama y observo fuera de la ventana, sosteniendo el vestido negro apretado contra mi pecho. Me arrodillo, descansando mi trasero en mis talones, y miro al patio. El sol es brillante, resplandeciendo en ondulados diamantes en la parte superior del agua de la piscina limpia, resaltando las curvas de los cristales que están alineados cuidadosamente detrás del bar. Pequeñas mesas redondas envueltas en lino blanco salpican el césped. Un cuenco lleno de rosas amarillas de mi madre está encima de cada

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superficie plana lo suficientemente grande como para contener uno, pasando mi vista de puesto a puesto y de mesa a mesa, un resplandeciente punto a punto sobre nuestro patio recién cortado. Serpentinas amarillas decoran la cerca. Globos amarillos están atados a los postes de la carpa. Todo nuestro patio es amarillo como pipi en tu cama. Nuestra puerta trasera se abre. Un gran moño amarillo está atado en la cima. Se balancea hacia delante y hacia atrás mientras los primeros invitados llegan y la fiesta comienza. Freddie y mi madre dan un paso al frente, con mi papá justo detrás de ellas, saludan a los invitados. Observo a mi familia tomando sus lugares, alineándose para decir: hola y ¿cómo estás?, es maravilloso verte, y muchas gracias por venir. Freddie obtiene besos y felicitaciones, por ahora, pero estoy segura que Yorke atrapará eso tan pronto como pueda. Como una indicación, miro a mi madre agitar un brazo hacia Yorke a la sombra de la carpa rentada. Los invitados están viniendo en masa, prácticamente alineándose detrás de la puerta. Las sandalias de Yorke suenan a través del patio mientras toma su lugar, llevando a Roger, oscuro y delgado, a su lugar detrás de ella, arriba y un poco hacia la derecha, como una llave plana de un piano. Tengo la vista como los ojos de un pájaro, pero lo sé de corazón. Es lo mismo en cada retrato que posamos, en las instantáneas que llenan el grueso álbum de fotos de piel y en los retratos a blanco y negro dentro de los fuertes marcos plateados que forran nuestras paredes y cubren cada repisa de nuestra casa. Es usual que mi madre nos guie a nuestro lugar, con mi papá esperando pacientemente al lado con el trípode y el flash. —Yorke es la primera porque es la más grande —diría mi madre—. Después Freddie, y finalmente Leah.

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Las uñas de sus dedos se hundirían en nuestros hombros mientras nos arregla, azul, amarillo y rosa, para sus satisfacción. Después se echaría hacia atrás para admirar su trabajo y diría algo como: —Éste es para nuestra tarjeta de navidad. —Mientras papá toma la foto. Descanso mi frente contra el cristal de la ventana. Puedo ver donde se supone que debo de ir. Hay un lugar esperándome al final de la línea. Freddie y Yorke saben cómo acomodarse ahora, sin guía necesaria. Hoy es la versión de fiesta de jardín. Mis hermanas son sombras de un verano fresco, azul frío, y verde mar suave, y cabello rubio largo. Dejo caer el vestido negro aplastándolo con mis rodillas, sabiendo lo que se espera de mí, sabiendo que mi vestido no funcionaría. Afuera, la pila de tarjetas y regalos continúa creciendo. La charla de los invitados y el sonar de los vasos de vidrio se incrementan hacia mí como un pararrayos sobre el patio mientras trato de ver más allá de nuestra cubierta pulcramente recortada. Mi pulso se acelera, esperando un flash de rojo brillante, un auto que pase y me lleve lejos de lo cuidadosamente organizada que es mi vida. Pero sé que ese auto está cuidadosamente estacionado frente a nuestra casa, en la sombra para proteger los asientos de piel suave del sol. Anoche fue la noche más divertida que hemos tenido el auto y yo, y probablemente la más divertida que vayamos a tener. Salimos pulidos y preparados para una noche de viernes común, un paseo tranquilo, sin baches en el camino, pero regresamos diferentes. Nuestras máquinas habían corrido. Acelerado. Roger sólo tenía que deslizar el asiento M3 del conductor para que las cosas regresaran a la normalidad. No sé lo que me va a tomar a mí. Debajo de mí, mi madre se inclina para besar en la mejilla a uno de los amigos de mi papá del golf y nota la ruptura en la línea. Su línea. Su infelicidad es inmediatamente evidente mientras se endereza, endureciéndose, sus brazaletes brillando cuando se deslizan silenciosamente de su brazo, el tintinear se pierde en los sonidos de la fiesta. Ella cruza sus manos fuertemente en su pecho, y su sonrisa desaparece por una fracción de segundo, su boca volviéndose una fuerte barra de

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coral. Casi podía sentir sus manos en mis hombros, poniéndome en mi lugar. Mi garganta se aprieta, y lucho con la cama. Tomo el primer vestido rosa que puedo encontrar, me lo pongo y me apresuro por las escaleras para completar el juego de mi madre.

Puedes ver el sudor bajando en la cara de Evan, aunque ya está bastante oscuro. Él está detrás de Freddie, haciendo alguna clase de movimiento vulgar3, mientras ella se balancea con la música, sus ojos cerrados, los cordones de honor de oro que recibió hoy temprano deslizándose lentamente de su cuello. Una bola de disco en miniatura cuelga encima de ellos. Da vueltas y centellea, iluminando los sitios de hierba que brotan alrededor de los bordes del piso alquilado. Las luces de la mesa cubierta de negro del DJ tiñen la cara trabajadora de Evan en colores desteñidos mientras hace sus movimientos, es el centro de atención en la pista de baile. Está metido en el baile, sacudiendo las caderas, brazos levantados, aplaudiendo al compás en parte del tiempo, pero más que nada perdiéndose completamente. Me siento un poco mal por Evan. Mayormente asqueada, por el sudor, pero también un poco mal porque está en la lista de muerte y ni siquiera se da cuenta. Si se diera cuenta, dudo que estuviera poniendo toda esta energía en alguna canción de los ochentas. Ninguna hermana Johnson se escapa a la universidad con su novio de secundaria a su lado. Evan está de salida, de la misma manera en que Dwight, el novio de la secundaria de Yorke, lo estaba el verano en que ella se graduó. De la misma manera en que Shane lo estará el próximo año. 3Bump

and grinden el original. Un baile vulgar donde se frotan las partes del cuerpo entre la pareja que baila.

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—Vamos a bailar —dice Shane, extendiendo su brazo a lo largo del respaldo de mi silla, su aliento borracho y espeso en mi oreja mientras frota mi hombro. Me ha estado manoseando y frotando todo el día. —Vamos —dice, sus dedos pegajosos con cerveza haciendo un círculo torpe en mi piel desnuda—. Vamos. Calculando que Shane es como un perro y que si no hago contacto visual eventualmente perderá atención y pondrá distancia, ni siquiera lo miro. Dejo mis ojos pegados en Freddie y Evan. Puedes decir que Evan sólo quiere meterse en los pantalones de Freddie. Que sólo sabe que ella está muy borracha y que es una ocasión especial, y que él está ahí. Bien, pienso, quitando los dedos de Shane de mi hombro, uno por uno, con la esperanza que tome la indirecta, hombre muerto bailando. Un poco lento en la aceptación, como es usual, Shane mueve su brazo. Él le da vueltas a su cerveza contrabandeada alrededor de una taza de café delicada y blanca y se la termina de un gran trago, ajeno al hecho de que me estoy retirando, mis tacones resonando en el piso mientras escapo. Ha habido una corriente de familiares y viejos amigos, y los aperitivos extravagantes se habían regado como buenos deseos todo el día. Con el brazo de Shane agarrado a mi cintura, el sol caliente derritiéndonos juntos como chocolates, nos alineamos con mi familia, y yo sonrío y contesto las mismas preguntas una y otra y otra vez. —¿Te irás al extranjero el siguiente año como Freddie? —Me preguntan. No sé, pensaba en mi cabeza. —Claro que irá —contesta mi madre —¿Podemos esperar otra encargada del discurso de graduación el año que viene? Yo asentí y sonreí, pensando: claro que pueden. El Sr. Hobart lo tiene todo arreglado. Después se inclinan uno al otro mientras se retiran, diciendo las mismas cosas que todo el mundo dice:

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—Ella es como sus hermanas. ¿Podría la gente diferenciarnos? O ¿saben que soy yo porque estoy al final de la línea? Regreso a la carpa. Hay pequeñas niñas bailando a la derecha de los imponentes altavoces negros del DJ, sus manos juntas, sus mejillas rosas y brillantes. La música se desvanece, y las niñas siguen balanceándose, sus pequeños zapatos de vestir relucientes reflejando las luces. Mi madre se encuentra en medio de la pista de baile. Mi padre, acomodándose su corbata, se precipita para unirse a ella. —Todos —dice mi madre, entrecerrando los ojos en la luz con su mano sobre su frente, como el capitán de un barco buscando tierra—. Todos —repite, más fuerte esta vez en un tono más alto mientras mira de los parientes ancianos en el fondo hacia las pequeñas bailarinas a sus pies. Ella espera por la calma. Levanta su vaso, y el dobladillo de su vestido se sube un poco arriba en su muslo mientras dice: —Por favor únanse a nosotros en un brindis. Miro a Freddie dar una vuelta hasta pararse en una esquina de la pista de baile. Se estabiliza, acomodándose el cabello y ajustando los cordones dorado alrededor de su cuello. —Es nuestro honor — declara mi madre, volteando a ver a mi padre con una expresión de absoluto orgullo. —Nuestro placer —interviene él, su cabeza inclinada hacia la de ella, las burbujas doradas en su vaso de cerveza levantándose. —Anunciar el compromiso de nuestra hija Yorke —dice mi madre entre jadeos encantados. El estruendoso sonido de aplausos se levanta a los lados de la carpa y ahoga el resto de su brindis y cualquier mención de Roger, quien está con atención al lado de Yorke.

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Veo la depresión de Freddie, pero sólo dura un momento. Se recupera rápidamente, al estilo Johnson, guardando su enojo y suavizándolo con una sonrisa y un abrazo del dientudo novio a su lado. Ella se ve grandiosa, pero sé que se está cayendo a pedazos, su momento en el sol siendo robado aplauso por aplauso y beso por beso mientras Yorke comienza su vuelta de la victoria. Es como el año en que Yorke recibió una bicicleta en el cumpleaños de Freddie. El día era de Freddie, pero Yorke se lo llevó en una bicicleta blanca perlada de tres velocidades con serpentinas plateadas colgando del manubrio. Freddie también obtuvo una bicicleta, pero nadie pareció notarlo. Regreso dentro de la carpa y camino hacia Freddie, accidentalmente paso muy cerca a una mesa llena de parientes. Antes de que pueda eludirlos, comienzan una ronda fresca de “Debes de estar tan orgullosa” y “Sólo piensa, el próximo año serás tú”, distrayéndome de Freddie y de su pena. En el poco espacio que me toma desenredarme de los abrazos corteses y de los besos suaves, Freddie ha recuperado completamente su compostura. Mis hermanas están abrazándose y dando vueltas en medio de la pista de baile, la sonrisa de Yorke y el anillo de compromiso brillando, el cabello rubio de Freddie y sus cordones de honor dando vueltas en una mancha dorada. Me inclino un poco indecentemente pasando a un anciano que usa un moño de corbata y un cárdigan que sólo alguien realmente viejo y posiblemente cercano a la muerte podría usar en una noche calurosa de verano como esta, y tomo un vaso, con suerte, con una cerveza sin tocar. La levanto en un brindis silencioso. No es como si Freddie fuera la primera encargada del discurso de graduación en esta familia, pero considerando que en la clase de Yorke había muchos flojos, ella realmente era la mejor. Brindo por ella, sabiendo que con Yorke alrededor, nunca sería la primera en nada. O bien, me doy cuenta del burbujeo de la cerveza en mi cerebro, al final. Así que bebo por las tres.

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Capítulo 4 Traducido por Dark&rose (SOS) y Kathesweet Corregido por Lola_20

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os tres últimos días de la escuela acaban. Las fiestas, firmar anuarios, incluso las fotos de la clase ocurren sin incidentes. Estoy indiferente, marchita, mi pulso lento y goteando como el agua en una manguera de jardín que se ha dejado en el sol.

No hay brisa ni espacio para respirar en casa, y nuestra mesa de la cocina es la línea frontal de una guerra silenciosa, Francia frente a la boda tradicional. Un bunker de revistas de novias flanquean el lado izquierdo del rincón del desayuno, una guía de frases en francés y un mapa desplegado del metro de París dominan la derecha, dejando el salero plateado y el pimentero sin protección en el medio, la tierra de nadie, en el mantel de flores. Parece que la boda está ganando, por mucho. Tiene un fuerte apoyo, siendo totalmente respaldada por mi madre. Es fácil para ella conseguir una buena boda. Entiende un mundo lleno de hermosos vestidos y las listas de invitados. Francia, sin embargo, no lo entiende. Ella nunca ha estado allí. Le llevó a Freddie meses de insistencia y convencimiento —además de una inesperada llamada telefónica durante la cena una noche en la primavera pasada de la señora Lesac sobre la fluidez y las habilidades excepcionales de Freddie con el francés— para obtener el permiso para un año en el extranjero. Pero fue un comentario de nuestro nuevo vecino, que había pasado un verano en Francia antes de la universidad, y en él declaró que era un “lugar perfectamente civilizado”, lo que, finalmente, consiguió

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convencer a mi madre y sentó las bases para esta batalla en el desayuno, donde aparentemente no hay escaramuzas, sólo un montón de tensión. Sentada entre las facciones en guerra cada mañana, estoy por lo general, en estado de tensión antes de que pueda terminar mi zumo de naranja.

Son las 9 en punto del 5 de junio, mi primer día oficial del verano, y ya se está a 31 grados. Llegué a la colina que conducía hacia el parque, la parte más difícil de mi largo paseo a la piscina pública, y me ajusto la mochila, sintiendo una burbuja de calor escaparse por debajo de ella, aunque el sol sigue siendo bajo en el cielo. Sigo el camino que rodea el jardín de flores, donde el aire huele a dulce y zumba con regordetes abejorros. Las flores ya están tratando de evitar el sol que las marchita y me hace inclinarme, golpeando la parte superior de mi mochila. Cuando éramos pequeñas, este parque era uno de nuestros lugares favoritos en el mundo. Las flores eran tan altas y densas en ese entonces que uno podría perderse y desaparecer entre ellas. Una vez, levanté la vista de mi inspección de una mariquita de color rojo brillante y vi las flores solamente. A ninguna hermana, ni padre, ni familia, ni siquiera un perro, sólo tallos, hojas y pétalos que se elevaban por encima de mí, encerrándome a cada lado. Pensé que me había perdido para siempre, sola en un bosque de flores. Me quedé inmóvil, en cuclillas junto a mi amiga mariquita, mi corazón palpitando rápidamente y mis ojos abiertos por completo hasta que el sonido de las risas de mis hermanas llegó hasta mí. Seguí sus voces, mis pequeñas piernas palpitando hasta que me topé de repente con la espalda de Yorke. Allí estaban, a la vuelta de una curva en el camino, y yo estaba a salvo.

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Sigo la misma curva hoy, fuera del macizo de flores y de vuelta hacia la calle. Enganchando la mochila hacia arriba de nuevo para evitar que se deslice, miro hacia arriba y noto un Corvette de color verde oscuro escabullirse a lo largo del lado de la carretera. Ralentizo el ritmo cuando el auto rueda hasta parar. Casi puedo sentir a alguien observándome desde detrás de las ventanas tintadas de oscuro. Miro a mi alrededor, nerviosa, con la esperanza de ver a Freddie y Yorke saliendo de las flores altas a sólo un paso, como siempre, pero el parque está desierto. El auto disminuye la velocidad, casi inmóvil, y de pronto se precipita colina abajo mientras estoy parada observando, con la cabeza ladeada y mi pulso acelerado. Aliviada y un poco avergonzada, silenciosamente me regaño por ser una gallina y comienzo a caminar de nuevo. Mi madre es tan inquieta con los extraños que creo que me he vuelto paranoica. Todos nos conocemos en este sitio, por el amor de Dios. No hay sorpresas por aquí. A excepción quizás de una, pienso mientras alcanzo la parte inferior de las escarpadas colinas minutos más tarde, los frentes de mis muslos doloridos. El Corvette verde oscuro está estacionado en la parte inferior de la colina, las llantas delanteras apuntan hacia la calle, listo para una escapada rápida, el motor todavía en marcha. Veo unas piernas largas cubiertas por vaqueros gastados, una camiseta negra, el pelo castaño desordenado y esos ojos. Ellos brillan verdes y nítidos incluso a la luz resplandeciente de la mañana. Me detengo, a medio paso. Estoy segura de parecer estúpida. Mi boca está entreabierta, y mi pelo está recogido en una cola de caballo sudorosa. Mi madre estaría muy enojada conmigo: ni siquiera me he puesto lápiz labial. Dios, no puedo creer lo que he hecho con este chico y ni siquiera lo conozco. En su boca se forma una gran sonrisa, y pregunta: —¿Por qué estás saliendo a caminar tan temprano en una mañana tan agradable? Me acerco, a pesar de mí misma. —¿Por qué estás fuera acechándome tan temprano en una mañana tan agradable? —respondo, creyendo, como mi padre siempre dice,

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que una buena defensa es la mejor ofensiva, o lo que sea. Estoy segura de que puede funcionar para los niños, así como para el fútbol. —No te estoy acechando —dice, con un énfasis definitivo en el "no". —¿Estás seguro? —pregunto, alzando las cejas antes darme la vuelta a echar un vistazo a arriba de la colina—. De alguna manera se siente así. —No estaba seguro de que fueras tú —dice, y luego agacha la cabeza para mirarse los pies. En realidad parece un poco avergonzado cuando levanta su mano y pasa sus dedos por el pelo. Él vuelve a levantar la mirada hacia mí. —Te ves diferente —dice. Sonríe de nuevo, y los cielos se abren—. Muy brillante. —Gracias —digo, mientras extiendo uno de mis brazos para que lo admire. Está, al igual que el resto de mi cuerpo, cubierto de una gruesa capa de Factor 30. Parece como si hubiera estado sumergida en mantequilla, pero huele a playa—. Es para trabajar —digo. —¿Dónde está eso? —Arriba, en la piscina —digo, asintiendo con la cabeza en la dirección de la piscina. No se puede ver el agua desde donde nos encontramos, sólo la parte superior de la valla metálica. Sus ojos siguen a los míos a través del parque mientras continúo—. Soy salvavidas. —¿En serio? —pregunta con una sonrisa de alguna forma traviesa. Se detiene por un instante—. ¿Estás segura de que no estás trabajando sólo en tu bronceado? Ahora bien, esto me molesta, porque una gran cantidad de personas, Yorke, la mayoría de mis amigos, incluso este chico, al parecer creen que sólo voy a trabajar de salvavidas para poder tomar algo de sol. ¿Si lo fuera no llevaría puesto, al menos, un bikini? O, mejor aún, ¿no tomaría sol en casa? El asunto es que mis padres me hicieron salir del equipo de natación el verano antes de empezar la escuela secundaria. Bajé el primer día de

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vacaciones, lista para las pruebas, sabiendo que iba a formar parte del equipo, sabiendo que era sólo una formalidad para mí ya que había estado en el equipo el verano anterior, y luego mi padre, sentado a la mesa, comiendo un huevo con una cuchara pequeña, comentó sobre mis hombros, lo grandes que eran por toda la brazada de espalda. Mi madre apareció, me dio vuelta para echar un buen vistazo a mis dorsales, y estuvo de acuerdo. Mis hombros se estaban pareciendo a los de un chico. Lo siguiente que sé, es que ya no nado más. Estoy sentada en una silla de metal alta con un silbato, observando a los niños pequeños nadar a estilo perrito y a la gente gorda con flotador. Eso me dolió de manera exponencial. Ser salvavidas era un compromiso que hice con mi padre. Creo que él sabía que me rompió el corazón, o por lo menos mi espíritu de nadadora, cuando me obligaron a dejarlo, por lo que llegamos a un acuerdo. —Sí, estoy segura —digo con un suspiro de exasperación, plantando mi mano en mi cadera—. No me darían un silbato para eso. Encogiéndose de hombros, pone sus manos frente a él como si, claramente, no hubiera querido ofender. —Cierto —dice—. Pero tú eres una chica de club de campo. Sin duda, puedes ver cómo podría haber llegado a esa mala conclusión. —Cierto —digo, retorciendo mi dedo del pie entre los tallos altos de la hierba a la orilla de la carretera—. Pero sólo en las noches de los viernes. El resto del verano estaré visitando los barrios bajos en la piscina pública. Se ríe, calmado y bajo. —Bueno —dice mientras da la vuelta y tira de la puerta del auto para abrirla—. Tal vez pararé alguna vez y diré hola. Me inquieto, no queriendo que se vaya. Debería haberme callado y besarlo o algo así. Él me mira de nuevo. Sonrío y asiento, levantando mi barbilla hacia la pequeña colina donde está la piscina.

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—Seré la que está en la silla alta —digo—. En un traje rojo. En caso de que no estés seguro de nuevo. —Buscaré el silbato —dice con una sonrisa. Entra en el auto, hundiéndose en el asiento bajo, y apoya el codo en la ventana abierta—. Pero —dice—, no contestaste mi pregunta original. —¿Cuál era? —digo. —¿Por qué estás caminando? —Fácil —digo, levantando mi mochila sobre mi hombro mientras él acelera el motor. Éste retumba bajo y profundo—. No conduzco. Él aleja su mirada mientras deja caer el auto en el impulso, se detiene, y se gira hacia mí para aclarar. —¿No conduces o no puedes conducir? —pregunta, sus cejas juntándose. —¿Cuál es la diferencia? —pregunto. Extiende su brazo sobre la ventana abierta, su palma hacia arriba, mientras piensa. Su mano cae y descansa ligeramente contra la puerta del auto. —Una es una aversión —dice, finalmente—. La otra, una falta de habilidad. Medito sobre eso, nunca había pensado mucho en eso antes. Todas las opciones necesarias cuando estás detrás del volante aparecen en mi cabeza. ¿Derecha o izquierda? ¿Arriba o abajo? ¿Rápido o lento? Ugh. Es más fácil dejar que alguien más conduzca, para que tome esas decisiones por mí. —Mi falta de habilidad causa una aversión —decido. Él asiente. —Tendremos que ver si podemos arreglar eso. Mi corazón corre más rápido que el motor V-8 al ralentí bajo él.

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—¿Quieres que te lleve? —pregunta. Me encojo de hombros—. Es tu decisión —dice. Me da una última sonrisa y se va, dejándome parada en medio de la calle, girando en una nube de euforia, cansancio y confusión.

La vista desde mi silla de salvavidas es buena. Puedo ver el parque entero, que es el centro social de éste pequeño pueblo en meses de verano, desde aquí arriba. Puedo ver la delgada calle de dos carriles que se ensancha en un aparcamiento al lado de la tienda. La calle rodea el borde del campo de béisbol y llega de nuevo a las mesas de picnic con sombra y a los juegos de madera desgastada, antes de subir por la empinada colina de nuevo en su camino para salir del parque. Una curva larga y pavimentada de esta calle conecta los deportes de verano (beisbol, t-ball, tenis, y natación) en una cadena de asfalto negro y caliente. La multitud en el parque es bastante ligera hoy, pero es temprano, en el día y en la temporada. Ni siquiera espero ver realmente a alguien que conozco aquí, ya que ellos pasan sus veranos en el lago, el club o algún campamento de inmersión educativa. Incluso la piscina está bastante vacía, a pesar del calor. Una pareja de nadadores jóvenes están cruzando el ancho de la piscina con golpes vacilantes, sacando sus caras del agua cada pocos centímetros para farfullar y respirar. Troy, el salvavidas principal, cansado a tiempo completo y rompecorazones serio, los mira con atención, el borde de su portapapeles balanceándose sobre su estómago apretado. Él se pone de cuclillas, alentándolos y halagándolos a lo largo mientras comprueba que ningún dedo esté tocando el fondo de la piscina. Si ellos pueden cruzarla, de escalón a escalón sin tocar, pasan la prueba y pueden nadar solos en la parte menos profunda, sin un adulto necesario.

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Mi primer turno del verano es en el extremo final de la piscina en forma de L, a la izquierda de los trampolines de color aguamarina, donde el agua es de tres metros de profundidad, y todos quieren pasar el rato. Estoy acompañada por la banda rubia de hermanos de Troy. Todos los otros salvavidas, menos uno, son pequeños Troys en entrenamiento. Iguales a Troy, sólo que más jóvenes, más rubios y más bronceados, son los futuros vendedores de seguros de nuestro hermoso pueblo, con una excepción. Margo, la única chica, si puedes llamarla así, es bajita y gorda y tiene los dorsales que mis padres temerían. Su voz es como un trombón con la vara hasta el tope. La losa caliente de cemento que rodea los tres lados del pozo para bucear es el lugar para estar. Es suficientemente lejos de la oficina de la piscina para un poco de privacidad, pero lo suficientemente cerca al aparcamiento para que los chicos coqueteen desde el otro lado de la valla y amigos sin necesidad de pases de temporada pasen por allí y me pongan al día con lo último. Golpeo mis pies contra las patas largas de mi silla alta y giro mi silbato entre mis dedos, ansiosa de adquirir mi rutina de verano. Al menos un nadador en el pozo estaría bien. Reviso la calle sobre mi hombro derecho. No hay autos. El campo de beisbol vacío. Forzando mis ojos detrás de la cubierta de mis gafas oscuras, trato de ver todo el camino bajando hacia la parte inferior de la colina. Han pasado sólo un par de horas, pero quiero verlo de nuevo. Una toalla de playa ondeándose llama mi atención. Una bañista solitaria está sacudiendo su toalla y creando un campamento al otro lado de donde estoy. Miro la piel pálida y los miembros delgados mientras éstos se ponen sobre una toalla de playa vieja de rayas del único lugar de por aquí que renta habitaciones por hora, el Towne’s Tiki Motel. Buen Dios, Valerie Dickens está en la piscina. Ella está leyendo Moby Dick junto a la piscina, sin aparente ironía. Sus brazos delgados parecen como si nunca hubieran visto el sol y apenas pudieran sostener el libro de tapa dura. Descansa el libro sobre su estómago cóncavo y gira la página.

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Definitivamente está preparándose para un enfrentamiento académico el próximo año. Tiene que ser. ¿Por qué más sentiría la necesidad de leer un clásico americano en mi presencia? Nunca ha estado en la piscina antes. Ni siquiera estoy segura de que pueda nadar. Agarro la Coca-Cola que dejé en la sombra bajo mi asiento en el inicio de mi turno y doy un gran sorbo. Trato de ignorar a Valerie. Observo los autos verdes en su lugar. —Leah. Salto cuando una mano toca mi tobillo. Troy ríe. —Te perdiste el silbato —dice, golpeando sus dedos sobre los dedos de mis pies—. Tiempo de moverse. Mis pies crepitan sobre el cemento mientras hago mi camino a través del mar separado de chicas preadolescentes al lado de la siguiente silla de salvavidas. Puedo sentirlas observándome, mirándome de arriba a abajo, mientras giro la primera esquina en la base del trampolín alto. Aliso mi cola de caballo sobre mi hombro y las miro directamente. Las más valientes me sonríen, las otras alejan la mirada rápidamente, como si yo no notara que acababan de mirarme fijamente. Se podría pensar que estaría acostumbrada a eso ahora. Si yo fuera Yorke, sonreiría y les haría una mueca, o al menos, les mostraría el dedo. Girando la segunda esquina, la de salto bajo, me detengo por un segundo, entrecerrando los ojos a través del color dorado que mis gafas arrojan sobre el mundo mientras un auto se detiene en el aparcamiento, el conductor saluda en mi dirección. Pero es sólo un Mini de color azul brillante. No devuelvo el saludo, y el Mini gira a la derecha mientras alejo mis ojos y me encuentro atrapada en la mirada malvada de Valerie Dickens. —Espero que estés disfrutando tu verano, Leah —dice, apoyándose en un codo afilado para dejar caer uno de esos marcapáginas de anciana completo con un hilo bordado dentro de las páginas abiertas de Moby Dick. Su sarcasmo no se me escapa. Es tan denso como los dedos regordetes del Sr. Hobart. Camino lentamente hasta pasarla, sonriendo ante la pila de libros de la biblioteca que caen de su bolso de playa y la quemadura de sol en su

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nariz. La página bajo ella está goteando en neón, casi cada línea resaltada. ¿Quién trae un resaltador a una piscina? Debería dejarla ahogarse. —Déjame darte un adelanto —digo, levantando mis gafas y dándole mi sonrisa más dulce mientras me inclino más cerca a ella—. El capitán muere —susurro, y el resaltador se afloja en su mano. Subo sobre mi silla, muevo mi cabello sobre mi hombro, y soplo mi silbato mucho más alto a nada en particular.

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Capítulo 5 Traducido por Konyxita,Little Rose y Ro0. Corregido por Maia8

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eah —dice mamá, finalmente, tomado asiento en la cabecera de la mesa con un gesto de aprobación, al parecer sin sentir la necesidad de quejarse de la colocación de las servilletas, vasos y tenedores—. Por favor pásame los guisantes.



Entonces, mirando hacia donde esta mi papá que sigue perdiendo el tiempo en la barbacoa, un plato de pollo a la brasa en la mano y el sol hundiéndose en el cielo detrás de él, le pregunta: —Mason, ¿está listo eso? Volviendo a la mesa, alisa la servilleta colocándola en su regazo y anuncia lo suficientemente fuerte para que mi papá escuche sobre las llamas chisporroteantes de la parrilla: —Vamos a ir de compras mañana por la tarde por el vestido de novia. El sonido metálico de las pinzas de la barbacoa es seguido por la confusión rápida de las zapatillas de casa de mi padre a través del patio. —Aquí está —dice, poniendo una fuente ovalada en el centro de la mesa—. Estaba quemando uno para Freddie. Estamos sentados en nuestra antigua mesa de teca en el patio cerca de la parte más profunda de la piscina. La mesa es una de las pocas cosas que hicieron la transición de la antigua casa del lago, mi madre insistía que todo lo demás debía ser nuevo en su flamante casa.

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Echo de menos nuestra antigua casa. Echo de menos los árboles. Echo de menos el lago. Incluso extraño estar hacinados en la pequeña cocina con el papel pintado de tetera, las charlas de libros y chicos y los suéteres prestados sin permiso rodando alrededor de la mesa redonda desgastada en la cena. Nuestra estrecha relación parece haberse disuelto de alguna manera en el material extra cuadrado y techos abovedados de este nuevo lugar. Puede ser el doble del tamaño, pero es la mitad de lo que era estar en casa. —¿Cuándo te casas? —pregunta Freddie, con su dedo índice deslizándose por la última página del libro en su regazo. Curiosa acerca de por qué está leyendo a escondidas, me inclino hacia atrás y leo el título: “Francia: Dura y Lista”. No es de extrañar. No creo que mi madre esté a favor de que cualquiera de nosotros sea violenta por cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier momento. Yorke está sorbiendo su té helado. El vaso está tan lleno de hielo que se precipita en el borde, amenazando con caer. —A final del verano — responde mi madre por ella, poniendo el tazón de papas devuelta a la mesa. Yorke traga de forma rápida y confirma con un gesto. —A final del verano. Sirvo puré de papas en mi plato desde el pesado tazón y lo dejo abajo, situado junto al codo de mi padre. —¿Tan pronto? —pregunto, girando la cuchara hacia él. —Tenemos que hacerlo… —dice Yorke mientras hace una pausa para examinar cada pieza de pollo en el plato antes de llegar a una y dejando caer una n muy quemada en el plato de Freddie y otra menos quemada para ella. —Tú sabes —continúa, chupándose los dedos—, antes de que Freddie se vaya para Francia. Ella me pasa el plato. Todas las que estaban bien quemadas se han ido.

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—Freddie es mi dama de honor, después de todo —dice Yorke—. Así que tiene que estar allí. —¿Yo tengo que estar allí? —pregunto, apuñalando un pedazo de pollo. Sintiendo los ojos de mi madre perforándome, me doy cuenta de mi error y lo arreglo rápidamente. —Quiero decir, para las compras —le digo, y añado con claridad—, no a la boda. —Por supuesto, que necesitas estar allí —dice mi madre. A Yorke se le cae el tenedor en su plato con un tintineo fuerte y se reclina en la silla dramáticamente. —Cuando te comprometas —continúa mi madre—, Yorke y Freddie estarán más que felices de ir de compras contigo. Vaya, pienso, una hermana a la vez, por favor. Apuesto a que tiene pequeños modelos de tortas ya realizados para todos nosotros. Probablemente los ordenó por volumen. Una porcelana de mí en un vestido rosa y un hombre de porcelana con un traje blanco y corbata de color rosa en un arco están a la espera para el gran día, envuelto en papel de seda y guardado lejos en el pecho de la esperanza, al pie de su cama. —Es sólo que tengo que trabajar —digo, mirando por encima la cara de poca simpatía de Yorke. —¿No puedes tomarte el día libre o cambiar con alguien o algo así? — pregunta ella, dando vueltas con el tenedor en el aire. Para ella, es tan fácil como un pastel. Lo creas o no, Yorke no ha tenido nunca un empleo. Imagínate. —Ese trabajo —resopla mi madre mientras sirve más Chardonnay en su vaso medio lleno— da más problemas de lo que vale la pena. Es tan sólo una semana corta en verano, y ya se está quejando de mi trabajo.

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Ajustando la botella con demasiada fuerza, me pregunta, aunque sé que es para mi papá también: —¿Pensé que habíamos acordado que ibas a trabajar al principio del día en la piscina, así todavía podrías disfrutar de nuestros veranos en familia? Junto a mí, Freddie está cortando su pollo quemado con un cuchillo con mango de madera grueso. Si no la conociera, creería que no estaba prestando atención a nada. Pero conozco a Freddie. Ella siempre está escuchando. —¿A qué hora quieres comprar? —pregunta papá, deslizando la botella de Chardonnay fuera del alcance de mi madre. —A las cuatro —dice Yorke. Ella se inclina hacia atrás y se cruza de brazos, lista para un enfrentamiento. —Y, ¿a qué hora tienes que estar en la piscina? —me pregunta mi papá, con los ojos diciendo: Ayúdame aquí, Leah. —Seis y media. —Bueno, ahí lo tienes —dice mi papá con una sonrisa, orgulloso de su capacidad de tomar una situación y simplificarla. Es un hombre. Coge el tenedor—. Un montón de tiempo —dice—. Problema resuelto. Pero nada es tan sencillo para mi madre. Se podría pensar que mi papá, de todas las personas, debería saberlo a estas alturas. Frunce los labios y ajusta la posición de su copa de vino antes de que complicara las cosas al decir: —Salvo que Leah tendrá que irse más temprano para caminar hasta la piscina. —Ella levanta su copa y drena el Chardonnay de un sólo trago de oro. —Oh —continúa—, uno de nosotros tendrá que salir temprano para llevarla. De cualquier manera —dice con un movimiento de su cabeza—, al parecer difícilmente vale la pena. —¿Tal vez ella podría conducir? —dice Freddie, rompiendo su voto de silencio, con una contribución más inútil.

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Le doy una mirada lamentable. —Por una vez. —Yorke está de acuerdo con énfasis—. No sé por qué se le compró el auto de todos modos. —Obtuviste un auto —dice mi madre. —Sí, el que conduzco—dice Yorke. Mi padre levanta las manos. —Leah conduce su auto cuando ella quiere —dice con calma. Dudoso, pero agradezco su apoyo. Mi madre alcanza más allá de Yorke la botella de vino y vuelve a llenar su vaso. Temerosa de que se acabe añadiendo más leña al fuego, levanto mis manos y admito la derrota. —Le diré a Shane —digo, mirando alrededor de la mesa para asegurarme de que todos entiendan los términos de mi renuncia—. Shane me llevará. —¿Qué pasa con su “dos al día”4? —pregunta mi padre, que necesita asegurarse de que todas las bases estén cubiertas antes de que cierre este tema. —Estarán realizados para entonces —dice Freddie. Sé que Freddie conoce el calendario de las prácticas de verano, porque Evan jugó al fútbol a pesar de que era sólo el ejecutor del tiro, pero creo que en realidad está tratando de compensar su comentario sobre el auto. —Está bien, entonces —dice mi papá, frotándose las manos con fuerza y dando una pequeña palmada. Parece satisfecho—. ¿Está bien? — pregunta, mirando a cada uno de nosotros, expectante. —Está bien. —Yorke está de acuerdo con una inclinación de cabeza. Freddie asiente con la cabeza también, pero sabemos que todo depende de mi madre. Ella acepta de mala gana, señalándome con el tenedor, acentuando cada palabra. 4Two-a-days:

Se refiere a una temporada del año donde los equipos de fútbol americano entrenan dos veces al día.

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—Mañana. Cuatro de la tarde. En punto—dice ella. Asiento con la cabeza. Parece que esta comida, como todo lo demás en mi vida, empieza y termina con su aprobación.

Yorke está buscando algo de princesa con cintura de imperio. —No está demasiado recargado, pero sin duda con pedrería —dice ella, levantando la falda de seda de un vestido de muestra lánguido entre sus dedos—. Y blanco. Definitivamente blanco —añade. Las señoras de la tienda de novia se dispersan en todos los sentidos, empeñadas en ser una para encontrar el vestido perfecto para la novia perfecta, y por la comisión, también. Mi madre y yo estamos sentadas en una especie de sillón de color crema zaraza con una cosa como una columna vertebral, curvada de madera que presiona en la espalda justo donde quieres apoyarte y sentirte cómodo. En la tienda de novias todo es de color blanco, marfil y crema. Las paredes están cubiertas con una tela floreada en blanco sobre blanco, o tal vez es papel tapiz de terciopelo, si es que hay tal cosa. No hay bordes cortantes o ángulos difíciles, todo es curvo o suave o acolchado. Una mesa de café recargada, llena de lirios y cualquier otro tipo de flor blanca imaginable, se establece entre nosotras y los vestidos que Freddie y Yorke están hojeando indiscriminadamente. —Explícame, por favor, Leah —dice mi madre, suavizando su mano suavemente sobre mi espalda y bajando la voz—. ¿Por qué estás usando el traje de baño debajo de tu vestido? Ella pasa los dedos por el bulto entre mis omóplatos donde se retorcían los tirantes de mi vestido de baño rojo con una banda elástica para que sea más corto, de corte menos infantil, y más fácil de usar.

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—No me gusta cambiarme en la piscina —le digo, deslizándome por debajo de su alcance y desarrollo un repentino interés en los vestidos de novia—. Todas las chicas miran. —Acostúmbrate a eso —dice Freddie, con la cabeza asomándose sobre un vestido largo, de satén súper escotado. —¿Por qué no estás acostumbrada a eso? —pregunta Yorke. Ella está de pie sobre un estrado que está cubierto de espesa y cremosa piel y se sienta frente a tres espejos dorados de cuerpo entero. Gira lentamente, comprobando su reflejo en cada espejo antes de que me mire. —Tienes mucho para que te vean—dice ella. Freddie se ríe desde algún lugar detrás de metros de tul, y Yorke vuelve a los espejos. La miro con su escote en doble A reflejado en el espejo. Incluso, por triplicado, no son gran cosa. —De todos modos, no estoy tratando con vestidos hoy —le digo—. Tú lo estas. —Pero si encontramos un vestido de dama de honor que me guste, tendrás que probártelo —dice Yorke, buscando a mi madre en los espejos. Asienten al mismo tiempo. —Freddie puede hacerlo —digo, inspeccionando el lazo de un vestido particularmente horrible con una falda plisada y una especie de tul—. Pueden fingir que soy yo, pero, ya saben, sin tetas. —Sonrío. Freddie deja caer el vestido que está sosteniendo y camina hacia mí. —Además —le digo a Yorke, mirando a las asistentes marchando por el pasillo hacia nosotras, llenas de vestidos blancos en fundas de plástico— , te tomará un siglo encontrar tu vestido. Freddie se vuelve hacia mí. —Ella no tiene un siglo —dice. —Chicas, chicas. —Nos calma mi madre en voz baja. Se aclara la garganta y se sienta recta en el pequeño sillón.

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Sonríe hacia las asistentes. Los vestidos han llegado.

Es triste pero cierto, Yorke tiene que comprarlo enseguida. La fecha está muy cerca para hacerle el vestido perfecto. Me siento y miro a mi madre y a Yorke entendiendo el verdadero significado de esto y después me reclino, lista para el espectáculo. Yorke se sube al pedestal, usando su primera opción, con una mirada educada de asco reflejada en todos los espejos. —Oh Yorke —dice mi madre, alejando la vista del vestido, horrorizada. Levantando la mano para no verlo dice—: es muy “Lo que el Viento se Llevó”. Tiene hombreras increíblemente grandes. Mi madre despide a Yorke y al vestido, con un gesto de la mano, y Yorke desaparece en el vestidor para probarse otro. Freddie ocupa el lugar de Yorke en el pedestal, forzada por mi madre a probarse algo, dado que todas las decisiones en vestidos las toma ella. Se para frente a los tres espejos, hundiendo los hombros y quitándome el aliento. Sé cuál fue mi crimen. Soy culpable de llevar un traje de baño bajo un vestido, y aquí estoy cumpliendo condena, sentada en el sofá más pequeño del mundo con mi madre. No estoy segura de la ofensa de Freddie, pero el castigo es claro. Lleva el vestido de satén más feo del mundo, con un moño en la cintura y tacones de satén, para combinar. Ahogándome en mi té, me las arreglo para decir: —Sólo necesitas un corsé de claveles y la respiración de un bebé. Mi madre me arquea las cejas y bebe de su té. Sólo hay una marca de labial, siempre le acierta al mismo lugar.

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—Te ves como una chica que va al baile de graduación de 1982 —dice Yorke mientras vuelve al cuarto con un vestido corte sirena, con una larga cola—. Quítatelo. —Jinny tiene ese vestido disponible en una gama de colores —explica mi madre, sonriéndole a Jinny, la dueña de la tienda con cabello negro, quien está orquestando a sus asistentes discretamente desde una esquina. Mi madre aplaude y sugiere: —Leah podría usarlo en rosa, y Freddie en amarillo. Freddie parece una mancha cítrica en los espejos mientras se vuelve a mi madre y le grita: —¡No! —Madre —dice Yorke, mientras entra—, ¡no! Sabiendo que seguramente estoy prologando mi sentencia al sillón de terciopelo, me vuelvo hacia Jinny, y dulcemente le pregunto: —¿Tendrás ese vestido en particular en celeste? Sus asistentes están listas para intervenir, ansiosas por romper la tensión del cuarto, felices de buscar un vestido, ya sea azul o cualquier color. Mi madre le sacude la cabeza a Jinny, admitiendo la derrota, cancelando la boda multicolor y a las asistentes sin decir una palabra. Presiona sus dedos en mi pierna, apretando —Yorke llevará algo prestado, y algo azul, y un hermoso vestido blanco—le explica al cuarto como si Yorke, que acaba de pararse en el pedestal usando el vestido más ajustado de la historia, con su pecho inexistente apretado y levantado como para tocar su barbilla, fuera el epítome de la novia virgen perfecta. —Pero no ese —suspira fuertemente mi madre—. Es demasiado ajustado —dice—. Se acaricia el vientre con las manos para expresarse—. Prácticamente veo tu almuerzo.

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Una jarra de té y quince vestidos más tarde, seguimos buscando “el indicado”. Bueno, en realidad mi madre, Freddie y Yorke lo están buscando. Yo estoy mirando por la vidriera de la tienda, tomando mi té y observando la calle en espera de un auto que me rescate. El cuarto está tan lleno de aire caliente y té concentrado que no puedo respirar. Veo a Shane conduciendo calle arriba hacia nosotras, justo a tiempo, para variar. El sol brilla en el metal cromado de su guardabarros, mientras se acerca a toda velocidad casi chocando con la acera. Se mira en el espejo retrovisor antes de salir del auto. El ruidito de la campana de la puerta y el movimiento de los brazaletes de mi madre anuncian su llegada. —Bueno, aquí llegó —dice mi madre riendo y abriendo los brazos para recibirlo. —¿Hubo suerte? —pregunta Shane mientras se inclina para besar a mi madre. Yorke sale del vestidor, sin hacer ruido por la alfombra, llevando sólo un corpiño sin breteles bajo una bata de satén blanca suelta. —Nop —dice. Los ojos de Shane saltan de sus cuencas cuando la bata se abre un poco más al sentarse Yorke en el sofá, quitándome espacio. —Estoy lista —digo abruptamente interponiéndome en la vista de Shane. —¿Y Fred? —pregunta esperanzado, recorriendo el cuarto con la vista. Señalo a sus pies, visibles bajo la puerta del cambiador. Shane mira la puerta, imaginando mucho. Supongo que esperaba a las tres hermanas Johnson semi desnudas hoy. Me está molestando, por lo que tendrá suerte si ve a dos.

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—¿Entonces, nos vamos? —pregunta Shane, sin mirarme, y comprobando con mi madre como siempre, antes de agacharse a tomar mi bolso. —Puedes llevártela —responde mi madre—. Hemos terminado con ella. Meterse en el auto de Shane es como nadar en agua caliente un día de verano. Se siente pegajoso e incómodo. Empieza a conducir y automáticamente pone su mano en mi rodilla. Reclino la cabeza y cierro los ojos para rechazar esa sensación, pero aumenta más y más, sin importar cuánto luche.

Me paro con las rodillas bloqueadas, mis piernas desnudas presionando contra el asiento de metal detrás de mí, mis ojos sobre los estudiantes de primaria. Han pasado la tarde navegando en las aguas atestadas y agitadas de la piscina, y ahora cuelgan inertes de la valla metálica mientras el sol se pone sobre sus hombros pecosos. Se ven cansados. Puedo decirlo. Balanceándose sobre sus tres reductores de velocidad oxidados en trajes de baño húmedos, se sientan una hora mientras cierran la piscina entra los momentos de nado de la tarde y la noche. Viven aquí todo el verano, como refugiados. No es sólo una piscina; es un servicio de niñera con cloro gratis. Finalmente Troy se sube sobre su silla, y las bicicletas caen al suelo como moscas. Los refugiados están listos, bien para otra oportunidad. Yo, sin embargo, no estoy segura de que lo tenga en mí. Cuando el sonido agudo del silbato de Troy finalmente divide el suave aire de la tarde, quedo allí. Pongo mis piernas cerca a mi cuerpo y me reclino, sin nada más que hacer que ver a unos niñitos y sus padres

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chapoteando por allí durante las dos próximas horas mientras el sol baja y la temperatura cae. Las chicas mojadas de la tarde, acostadas lado a lado en toallas playeras gruesas con las tiras de sus bikinis bajas, se han ido. Los chicos en mezclilla oscura y vistiendo gorras de beisbol que sudan en el sol mientras coquetean y conversan con las bañistas hace mucho han desaparecido. Saltaron a sus autos por un cigarrillo antes de desviarse a una noche en el lago. Esta noche hay más familias, niños pequeños y padres que han ganado algunas libras desde sus días de citas. Hacen esto (lo recuerdo del verano pasado) donde dan sus primeros pasos avergonzados, los que terminan en la toalla playera pero antes tocan el agua, con las puntas de sus pies. Como si eso los hiciera lucir más delgados o algo así. Una brisa levanta las ramas que cuelgan por encima de la valla, y tomo una respiración profunda. Se siente como la primera del día. Las luces se encienden sobre el parque. Círculos brillantes de luz blanca repentinamente aparecen sobre los subibajas astillados, las bases de bateador empolvadas, y los terrenos de hierba vacíos, haciendo que la noche parezca instantáneamente más oscura, el cielo más índigo. Las luces superiores del perímetro de la piscina zumban y parpadean a la vida justo mientras Valerie Dickens sale del vestidor, momentáneamente atrapada toda rosa y con libros, en su propio foco fluorescente. Después de la excursión de ayer creí que necesitaría quedarse en la sombra y administrarle bebidas frías. En su lugar ha regresado, está vistiendo alguna clase de caftán brillante estilo Ravi Shankar que oscila alrededor de sus tobillos mientras lentamente camina del vestidor a mi lado de la piscina. Freddie atravesó esa fase Beatles totalmente molesta, así que sé quién es Ravi Shankar. Freddie y Evan se sentaban en su habitación con una lámpara de lava encendida y escuchando Yellow Submarine una y otra vez. York le dijo que valía la pena sólo si iba llegar alto, o al menos escuchar Sgt. Pepper’s, pero en ese momento Freddie no estaba

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dispuesta a arriesgar células cerebrales o cambiar su oportunidad de ser quien diera el discurso en su graduación. Apostaré que de eso se trata el próximo año: drogas ilícitas y sexo en el extranjero. Sin embargo sé que Freddie y Evan ya lo hacen. Supongo que él habló sobre ello en el vestidor después de las prácticas, así que todo el mundo lo sabe, pero la idea me asquea totalmente. Simplemente no creo que Evan sea lindo, aunque eso realmente no tiene sentido ya que él sólo es una versión más desgarbada de Shane, que es sólo una versión más joven de Evan, quien luce como mi papá, y Roger luce como ellos pero sólo un poco más delgado. Merde. Valerie camina a mi silla, un bolso de lienzo rayado y raspado pesado con libros cuelga de un hombro huesudo y el borde de la toalla playera de rayas se desliza detrás de ella como cubierta. No puedo resistirme. Me inclino hacia abajo, sonriendo falsamente, mis senos cubiertos con lycra presionando cálidamente sobre la parte superior de mis rodillas mientras pregunto: —¿Puedo esperar este placer todos los días? —Compré un pase de temporada —responde, disminuyendo su velocidad por un momento para sonreírme con una sonrisa tan falsa como la mía, antes de continuar, tira de la toalla playera en una pelea continua para ponerla sobre su hombro libre de libros y caminar al mismo tiempo. La veo irse, la toalla arrastrándose de su hombro como una boa de felpa, me reclino y pienso, Bien, ahí va su dinero de la feria de ciencias. Troy pone la radio de la oficina, y rock clásico rueda sobre la superficie de la piscina, llenando el espacio entre las salpicaduras perezosas, las risas suaves y el extraño comentario ocasional de Valerie. —Ese hombre es absolutamente rotundo —dice repentinamente, a nadie, aparentemente, y reviso para verla examinar a un hombre gordo caminando sobre la superficie cerca de la parte poco profunda en un traje de madrás preocupantemente apretado.

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Prácticamente puedo escuchar los huesos de ella crujiendo contra el cemento hasta aquí cuando rueda sobre su estómago, saca un rotulador rosado de entre sus dientes frontales, y observa el arco de buceo del pozo de bucear. —No es un buen ángulo —comenta como una jueza olímpica, bajando sus ojos de nuevo a su libro. El buzo está todavía bajo agua, haciendo su camino a través del agua brillante del pozo de bucear, así que estoy adivinando que el diálogo en curso es para mí. Cuando grita: —George Washington Carver era un nadador excelente. —No tengo duda. Está tratando de llevarme por el mal camino educativo y llenarme de mierda al mismo tiempo. Decido ignorarla completamente. Primero porque no creo que su punto de vista respecto a las habilidades de natación del inventor por excelencia de la ciencia agrícola del maní sea cierto o de alguna manera verificable, pero mayormente porque creo que debería costarle a alguien, y especialmente a ella, más que cincuenta y cinco dólares lograr torturarme durante todo el verano. Al llegar las nueve, la mayoría empaca y se dirige a la salida, cansados y húmedos, todos excepto por Valerie. Está intentando meter toda una biblioteca llena de libros, probablemente de acuerdo al sistema decimal de Dewey, de vuelta en su bolso y está temporalmente sin aire por el esfuerzo. Estoy limpiando mi lado de la piscina, estirándome tanto como puedo para alcanzar la mitad con la espumadora de mango largo, colando el insecto, curita o algo que está flotando justo más allá de mi alcance, cuando justo a mi lado, Valerie pregunta: —Entonces… ¿Shane recibió un auto nuevo? Salto y hundo el insecto o lo que sea en las oscuras profundidades. Miro sobre mi hombro, luchando por ver más allá de los faros brillantes

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mientras un auto se estaciona justo sobre la ladera de hierba al lado de la piscina. Es una camioneta negra, grande y brillante, con ventanas tintadas y esos rines lujosos que ruedan. Me muevo hacia la valla, arrastrando la espumadera detrás de mí. Las luces parpadean una vez. Dos veces. Se apagan. Me estiro para alejar la espumadera, bizqueando hacia la profunda oscuridad, y atrapo mi dedo en el cierre de la espumadera. Inhalo rápido y fuerte. —Ese no es Shane. —Respiro mientras la puerta del conductor se abre. —Hola, salvavidas. Él viene hacia la piscina, su cabello alborotado, una camiseta azul que dice RAY’S MIDTOWN CYCLES medio metida en unos vaqueros sujetos por un cinturón grueso y gastado. Su cinturón da una pequeña vuelta al final en vez de comportarse y quedarse plano. —Hola, Porter. Me mira de arriba a abajo mientras enreda sus dedos en la cerca justo arriba de su hombro izquierdo y luego dice: —Lindo silbato. Mi pulso se acelera. Estoy vibrando. Como los pequeños insectos volando en círculos alrededor de las lámparas sobre nuestras cabezas. Sé que estoy a punto de quemarme, pero aún así sigo viendo el chisporroteo. —Gracias —logro decir mientras el sonido de un bolso siendo levantado hacia un afilado hombro detiene el zumbido de mi cabeza y vuelca mi atención hacia Valerie. Trato de ignorarla, pero puedo sentir su mirada quemando mi espalda mientras se va, midiendo, diseccionando, analizando minuciosamente. Troy apaga las luces bajo el agua, y el agua tranquila de la piscina se vuelve dramáticamente oscura. Porter se aleja de la cerca y mete sus manos en sus bolsillos.

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—¿Has terminado aquí? —pregunta. —Supongo —digo encogiéndome de hombros. Puedo escuchar a Troy detrás de mí, excavando alrededor del escritorio, maldiciendo y arrastrando periódicos y hojas de inscripciones con sus grandes manos masculinas, buscando sus llaves, de la manera en que lo hace al final de cada noche de nado, para así poder cerrar. —Bien —dice Porter, y no sé a qué se refiere con eso. ¿Es como un, Bien, te veré pronto, o un Bien, te espero, o un Bien, tengo que irme, porque mi novia me espera en el auto? —Bien —digo. Sus labios se deslizan hacia arriba, y siento sus ojos seguirme mientras me alejo, solamente mis pies resonando suavemente contra el cemento. Me alegro de estar usando este traje de baño, feliz de que pueda llenarlo, feliz de no estar usando un caftán y trayendo un libro prehistórico en mi bolso como Valerie. Ella está fulminándome con la mirada todo el camino desde la piscina mientras atraviesa la puerta lateral. Agito mi mano hacia Troy mientras él apaga las luces de la oficina, cierra la puerta tras él y luego se da la vuelta para ponerle llave a la cerradura. Porter está sentado encima de una mesa de picnic llena de grafitis, con sus botas gastadas apoyadas en la banca, con los codos apoyados en sus rodillas, mirándome caminar a través de la ladera cubierta de pasto. El auto de Valerie resuena detrás de mí mientras se va. Cuando me acerco, él se levanta lentamente, estirándose, y desliza sus manos por sus muslos antes de ponerse completamente de pie. Me detengo, mis sandalias parando abruptamente mientras él camina de vuelta hacia la camioneta negra. —Exactamente, ¿cuántos autos tienes? —pregunto, paralizándome porque sepa que simplemente me subiré al auto con él y que espero impacientemente hacerlo. —¿Yo? —Jala suavemente la manija metálica de la puerta del conductor.

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La camioneta está completamente lustrosa, tan limpio que bajo las luces ambarinas de la calle puedo ver el sendero de árboles en lo alto reflejándose en el brillante capó. —Cero. En mi cabeza cuento los autos en los que lo he visto conducir mientras él se desliza sobre el asiento de cuero. Puedo contar al menos tres. —¿Quieres que te lleve? —pregunta, una gastada bota de trabajo colgando casualmente sobre la esquina del estribo gris y negro. Mi cerebro trabajando intensamente. ¿Ningún auto? Espera. ¿Cuenta el primer auto rojo en que lo vi? Porque técnicamente, el auto rojo se lo había pedido prestado a Roger, y si no usas la definición exacta de prestado, entonces mi total serían dos. ¿Verdad? Porter da vueltas a las llaves de la camioneta una y otra vez en la palma de su mano. Su pierna aún cuelga de la puerta abierta. —No lo sé —digo, insegura. —Está bien. —Asiente y cierra la puerta con un golpe deliberado y caro. Me alejo unos pasos del auto, lenta y cautelosamente. Él pone las llaves en el contacto y lo enciende. Descansando su brazo en el borde de la ventana abierta, mira hacia la piscina, luego pasa por la valla hacia el oscuro y solitario parque. Sus ojos verdes están interrogantes e inseguros cuando se encuentran con los míos. —¿Estás segura? —pregunta. Me encojo de hombros y bajo la mirada, doblando mi dedo del pie en el pasto grueso, mientras espero que me pregunte de nuevo, esperando que me hable de la misma manera que Shane o cualquier otro chico haría. En vez de eso él pone el auto en reversa, desliza su brazo sobre la parte trasera del asiento del pasajero al tiempo que se gira para mirar hacia atrás, y me deja parada ahí con la boca abierta mientras se aleja. En ese pequeño segundo entre reversa y primera marcha, ya sabes, esa pequeña calma después de apoyarse pero antes de que en realidad el

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auto se mueva hacia delante, mientras la maquinaria está trabajando y los engranajes se voltean o lo que sea que hagan, en ese segundo, él se da vuelta y me mira, de pie sobre la loma cubierta de pasto, pasmada. Él agita su mano, la apoya en el volante y se pone en marcha. Mi bolso se resbala de mi hombro, agito mi mano de vuelta cinco segundos demasiado tarde. Pensé que él iba a rogar un poquito. Enrosco mis dedos fuertemente en mis sandalias y bajo de un salto la colina, sin respirar, sin pensar, agarrándome contra el rocío del pasto y esperando que no sea demasiado tarde. —¡Porter! —grito hacia el montón de gravilla en mis pies mientras las ruedas golpean la orilla del camino. Corro unos pasos hasta la mitad de la calle y me detengo para gritar a la parte trasera de la camioneta de nuevo—. ¡Porter! La llanta plateada da vueltas al revés mientras él se detiene. Ajusta el espejo retrovisor y mira hacia mí, como diciendo, ¿qué demonios? Pero por lo menos se detiene. Recorro las pocas zancadas entre la camioneta y yo a paso torpe y toco el vidrio tintado de la puerta del pasajero, sin aliento y llena de vergüenza. Porter se apoya en el asiento y me abre la puerta con una sonrisa torcida. Pongo mi cola de caballo hacia atrás con manos temblorosas y el pulso acelerado, porque no quiero que piense que estoy apurada o algo, y trato de recomponerme mientras me subo. Aire tibio del lago atraviesa las ventanas abiertas, una mezcla entre una tormenta de sudor de labios y aliento, revolviéndose en el interior de la camioneta aparcada mientras maldigo al inventor del traje de baño de una pieza. La mano de Porter se desliza hacia arriba en el resbaladizo tejido de mi traje de salvavidas de lycra mientras me siento a horcajadas sobre él. Casas punteando la costa en el lado más alejado del lago; el resplandor amarillo de las luces del porche y las estrellas rociando el cielo iluminan sus rápidos y hábiles movimientos.

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—Qué demonios —dice Porter mientras golpea un grueso tirante rojo—. ¿Cómo me meto en esta cosa? —Desliza sus manos por mi espalda—. Es como un traje de castidad. Me río mientras me inclino para besarlo. —Mi padre estaría tan orgulloso. —El mío también —dice. Me echo hacia atrás con la comprensión de que aparte de esta mención de la familia, no sé absolutamente nada de este chico. Excepto que conduce muy rápido, siempre usa botas, huele como a playa y bosque de alguna manera todo mezclado con menta, y que tiene los ojos verdes más peligrosos. Sé que puede conducir y besar al mismo tiempo (pero solo lo hicimos por un rato), puede sacar mi camiseta en cinco segundos, y aún así se enreda con un apretado traje de baño rojo. No habla mucho. Dejaría a una chica gritando en la calle. No me presiona más allá de lo que quiero ir pero me lleva justo al borde y de alguna manera me deja queriendo más. Pero ¿cómo sabe lo que quiero? ¿Siquiera me conoce? —¿Por qué estoy aquí ahora? —pregunto abruptamente, sintiendo el volante en mi espalda al tiempo que me alejo de él. Él me devuelve la mirada directamente mientras sus pulgares hacen círculos suaves en mis hombros. —Oye —dice, sus ojos suavizándose, brillando incluso en la oscuridad—, tú me perseguiste, ¿te acuerdas? —Oh, cierto —digo, y me sumerjo, perdiéndome otra vez en el pulso caliente de la base de su cuello. Lo hice.

Mis padres están secretamente lejos en nuestra acogedora habitación familiar cuando llego finalmente a casa, tarde y luciendo

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absolutamente maltratada. Una mirada en el espejo de la puerta delantera revela que mi cabello esta suelto y salvaje, cayendo sobre mis hombros. Mis labios están hinchados y raídos. Ni siquiera estoy usando una camiseta sobre mi traje de baño. Mi madre esta enroscada en la esquina del sillón, sus pequeños pies metidos debajo de las piernas de papá. La cabeza de papá está echada hacia atrás, y un suave ronquido sale de su boca mientras una película se reproduce en la pantalla gigante a través de la habitación, el sonido está apagado y tranquilo. —¿Shane no pudo venir? —pregunta mi madre mirando hacia arriba. La fuerte luz del televisor parpadea en su cara, haciéndola lucir de su edad por una vez. —Nop —digo en la entrada en forma de arco, con mis pies desnudos sobre las baldosas frías, deteniéndome lo suficiente para que se dé la vuelta y me mire, y preguntándome cuando no lo hace, qué cosa puedo tener que no haya notado. Me dirijo a las escaleras, sintiéndome un poco robada, como si hubiera pasado todos estos años rechazando a Shane para nada ya que ella ni siquiera se molestaba en notar cuando me las arreglaba para perderme. Nunca entendí realmente por qué todo el mundo, en especial Yorke, estaban tan enamoradas de los chicos y siempre se escapaban por la noche para besarse. Ahora lo entiendo. Tirando de mí por la baranda para subir la lustrosa escalera hacia mi habitación, me hago la promesa de nunca usar el traje de baño rojo de nuevo, al menos no como ropa interior, incluso si estoy segura de que mi virtud fue salvada esta noche por su apretada e impenetrable tela de lycra. ¿Quién sabe lo que pudo haber pasado sin éste? Tiemblo al pensarlo. Pude haber sido seriamente saqueada, tomada en lugares que Shane ni siquiera hubiera pensado. Larga vida al traje de baño, como hubiera dicho Freddie, pero me siento un poco decepcionada y un poco atrapada por el típico final de esta rara noche de sábado, así que prometo, segura y sonando dentro de mi propia casa, nunca volver a confundir el traje de baño con ropa interior. Eso, y siempre usar brillo labial. Puedo garantizar que mi madre notará el brillo labial.

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Hay voces que vienen de la habitación de Freddie. Asumo que es Freddie y su amigo francés Gérard, teniendo una conversación de madrugada. Pero no, no hay entonación, hay mucho más farfullaos y susurros que se esperarían de una lección de idiomas. Yorke esta tendida en la cama de Freddie. Está usando una pequeña camiseta y ropa interior a rayas, cepillando su cabello con sus dedos, inspeccionando cualquier punta que tengo bajo el oscuro y brillante chal en la cabecera de la cama. Freddie está ahí también, mirando a otra dirección, acostada sobre su espalda con un grueso libro descansando en su estómago. Deteniéndome en el pasillo oscuro, exactamente fuera del manto rosado junto a la lámpara de Freddie, me pregunto qué habrá pasada para que estén aquí, de la cabeza al dedo y del dedo a la cabeza, todas hermanables y acurrucadas. En la vieja casa del lago, en la habitación de paredes azules que compartían, los mejores juegos y fiestas de té y las ceremonias secretas parecía hacerse en la alfombra trenzada. Sin mí. Las recuerdo caminando de la mano con calcetines por los tobillos a juego en el campamento de verano, mientras que yo me quedaba en casa con mis calcetines por los tobillos con mi madre, consolada por una nueva muñeca que tenía una mochila llena de pequeñas cosas de campamento. O después, su cabello dorado y suelto, cuando las dos pasaron de trenzas y broches a la escuela secundaria dejándome a mí sola y a la deriva en el mundo lleno de espinillas de octavo grado. Mi papá siempre dice que estas chicas trabajan mejor en tríos. Yo pienso que el trío siempre deja a una fuera. Freddie me mira. Yorke sigue la mirada de Freddie y se detiene en la mitad de la oración. Yorke me da una mirada fría, como si estuviera atrapada en algo privado y secreto. Instantáneamente me siento como de seis años. Freddie se da vuelta sobre su costado y se apoya en un codo. —Shane llamó —dice.

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Buscando en el fondo de mi bolso, encuentro y reviso mi teléfono. Dos mensajes. Esos son de Dani y Len, de seguro. Y cuatro llamadas perdidas. Mierda. —¿A la casa también? —pregunto. Freddie mira a Yorke para confirmar. —Sip. —Asiente. Me da otra mirada antes de rodar sobre su espalda y cruza una pierna larga sobre la otra, su pie balanceándose impacientemente mientras agarra su libro. Yorke suspira y amontona su pelo arriba de su cabeza con un giro descuidado. —En caso de que te estés preguntando —dice, sonando muy molesta mientras cruza sus brazos y se acurruca en su pequeña camiseta ajustada contra su pequeño pecho— le dije a Shane que habías salido con las chicas. ¿Chicas? ¿Cuáles chicas? Seamos honestos, realmente no tengo muchas amigas, y mis hermanas lo saben. Solamente Dani y Len. En el último par de años Dani ha estado a mi izquierda y Len a mi derecha, en un orden descendiente por la altura, clases avanzadas, práctica de animadoras y almuerzo. Incluso en los pasillos. Pensarías que las extrañaría, considerando que se han ido por el verano, pero ni siquiera he pensado mucho en ellas. Los ojos de mi hermana se posan en mí, presumiendo y un poco entusiasmada. Están esperando que les cuente mi historia, mi excusa por haber desaparecido por un par de horas, ignorando mi teléfono, a mi familia y a mi novio. Sé lo que quieren. Quieren que les cuente todo, de la forma que siempre he hecho, para que así puedan comparar y contrastar mi conducta actual con lo que debería ser, como siempre ha sido. Tomo un respiro hondo y me preparo para tener mi cerebro limpio. Exhalo y no digo nada. No estoy lista para que cada detalle de esta noche quede expuesto, examinado y marchito. O que se decolore como huesos al sol. Me alejo, dejándolas esperando, frunciendo el ceño juntas en el rosado resplandor de la habitación de Freddie. Sé que tendré que pagar por

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esto más tarde. Pero por ahora todo lo que necesito es conservar esta parte de mi vida para mí. —De nada —grita Yorke, toda molesta y enfurruñada, mientras desaparezco en el pasillo oscuro. Abro la ventana sobre mi cama, dando la bienvenida al olor húmedo del verano dentro de mi habitación con aire acondicionado al tiempo que me subo a mi cama. No me molesto en escuchar mis mensajes. Ni siquiera en sacarme el traje de baño. Tiro mi edredón sobre mi cabeza y me escabullo a mis sueños.

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Capítulo 6 Traducido por alexiia☮♪, Lalaemk y Carol93 Corregido por Maia8

E

l parque está nublado y en silencio, el césped a lo largo del borde de la carretera sigue durmiendo bajo una gruesa capa de rocío. Las mesas de picnic de tablones sólidos y los cobertizos industriales verdes de las mismas están resbaladizos con el agua que se secará cuando el sol salga. Un motor retumba en mis talones, el sonido de la gravilla suelta debajo de los fuertes neumáticos se estrella en mis oídos cuando mi interés en mis pies y la capacidad para dar un paso delante del otro se vuelve algo sin importancia. ¿Cuán estúpida soy para pensar que iba a aparecer todos los días? ¿Cualquier día? Estoy segura de que tiene otras cosas que hacer, chicas que ver, autos que conducir. Sea lo que sea que haga con su vida que no conozco. Como todo. Pero, ¿cómo hago para que mi corazón deje de perder el ritmo cada vez que oigo un auto acercándose? No lo sé. Lo único que sé es que después de casi una semana me siento como si poco a poco estuviera retrocediendo, como si no hubiera más sorpresas en mi vida, nunca. Conozco el siguiente paso que debo dar, y el siguiente y el siguiente. Sólo tengo que seguir a Yorke y a Freddie, pasar, y recoger mis doscientos dólares. Pero lo que realmente quiero hacer es encender ese pequeño auto plateado, dar la vuelta y alejarme, pasar por encima del zapato y el perro escocés, aplastar los pequeños hoteles de plástico y las casas a medida que avanzo.

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Doy un par de pasos lentos mirando hacia el suelo, cambio mi bolso de un hombro a otro con el más mínimo movimiento de mi cabeza, sólo percibo el cromo pulido de un parachoques por el rabillo de mi ojo. Mantengo la cabeza hacia abajo, finjo que estoy caminando a través de una barra de equilibrio al igual que lo hice en el jardín infantil, talón a punta, talón a punta. Pero Dios, ya sé que es él. Lo supe tan pronto como sentí la falta de ruido del motor por la calle, vibrando a través de las suelas de mis sandalias, zumbando justo en mi pecho y luego desatándose hasta las puntas de mis dedos. Además, ¿quién subiría tan cerca y tan lento? ¿Sin saludar, sin tocar la bocina, sin ninguna advertencia en absoluto? Nadie más que Porter, así que es él. —¿Esto se va a convertir en un hábito? —pregunta. No tienes ni idea, pienso mientras me doy la vuelta, girando hacia él con mis pies en la profunda gravilla suelta. Él está aproximadamente a dos metros de mí, estacionado insensatamente en medio de la calle unidireccional, con un auto verdaderamente grande que bloquea la posibilidad de cualquiera de hacer un paseo rápido por la colina. Brillante y azul medianoche, el auto tiene dos rayas negras gruesas de carreras en el capó y una línea negra elegante que fluye a lo largo de los lados antes de terminar en un rizo en los neumáticos traseros. Todo el cromo está pulido en una dimensión más allá de brillante. Es el tipo de auto que nunca se ve en la vida real, no conducido por la calle, de todos modos. Ves los autos de este tipo sólo en los calendarios que cuelgan en el taller mecánico donde mi padre lleva su camioneta para el arreglo, o en los casilleros apestosos llenos de basura de los aficionados a los autos en la escuela. Parece como si estuviera a la espera de una modelo en bikini que se suba en el capó, arquee la espalda, y sonría para la cámara. —¿Qué hay de en una adicción? —digo, y luego me congelo, sintiéndome transparente. Mi entusiasmo y el interés en él son tan fáciles de leer como el adorno del capó bien pulido mirándome. Todo plateado y brillante, dice desesperada, eh, dice Dodge.

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—De cualquier manera —dice él, dejando caer su mano sobre el exterior de la puerta del conductor, mientras me mira con las cejas levantadas—, es posible que necesites ayuda profesional. Cuando me sonríe con esa sonrisa se le ilumina toda la cara, me siento alerta, zumbando. Mierda. Al parecer, mi deseo no tiene hora fija. Esa sonrisa tiene tanto efecto en mí al amanecer como en la oscuridad. —¿Trabajas hoy? —pregunta. Una podadora ruge a la vida cerca de la línea de los árboles mientras un chico con un mono trabajando por la ciudad enciende los grandes círculos enlazados necesarios para dominar temporalmente la capa de hojas espesa que cubre el parque. Lucho con mi respuesta, ponderando mi deseo de no parecer desesperada en contra de mi desesperación por verlo de nuevo. —Nop —respondo, las escalas mentales, obviamente, inclinadas a su favor. Mira inquisitivamente el bolso que descansa a mis pies. —Bueno —le digo, sonriendo tímidamente—, no hasta más tarde. Miro para otro lado, avergonzada, y moviendo las manos alrededor de la dirección general de la piscina. Sé que tengo un grave problema con Porter. Me gustaría dar pruebas de lo contrario, pero en realidad, aquí estoy a punto de que amanezca, con los labios pintados, toda envuelta en encaje de color rosa, mi traje de baño empacado en mi bolso con mi silbato. Y ni siquiera tengo que trabajar esta mañana. —Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunta. Mi cerebro piensa: Duh, esperando por ti. Pero de alguna manera me las arreglo para mantener los labios cerrados mientras retuerzo los dedos en mi cabello e inclino la cabeza. Mi cerebro va de cero a cien, tratando de eludir lo evidente. Soy como ese experimento científico que aprendimos en el octavo grado con la campana y los perros, no importa lo mucho que odie la comparación. El sonido del motor de un auto hace que gire la cabeza. Ni siquiera puedo imaginar lo que

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sucedería si alguien moviera los faros hacia mí. Probablemente correría descalza por una calle pavimentada de vidrio. Evitando su mirada, me conformo con: —Ya sabes, no mucho. Sé que soy una mentirosa de mierda. Uno pensaría que habría aprendido un poco viviendo con la maestra, pero mientras Yorke puede hacer girar las mentiras en proporción evangélica, yo nunca conseguí agarrarle el truco. Avanzo, vacilo, me pongo en ridículo y pierdo la noción de lo que he dicho o pensado, y después vuelvo atrás y meto la pata de nuevo. Nada bien. Ahora robo una página del libro de Freddie y guardo silencio, dejando que mi pobre explicación penetre en su interior. La tapicería de cuero clásico chilla ligeramente por debajo de sus pantalones vaqueros cuando Porter se inclina y levanta el bloqueo de la puerta del pasajero. Me sonríe de nuevo y le da un gran impulso a la puerta pesada, balanceándola para que se abra. —Vamos a cambiar eso —dice. Alzo las cejas, mis ojos preguntando sí, y sus ojos diciendo sí como respuesta, así que lanzo mi bolso en la pequeña caja del asiento trasero antes de que él cambie de opinión y me deje parada en la orilla de la carretera, una vez más. Por lo menos me gusta pensar que estoy aprendiendo. Tiro de la puerta para cerrarla con un golpe sólido, y Porter prende la radio. El auto está impecable por dentro, los asientos de cuero cosidos son suaves, y todo está pulido y cuidado. Porter se ve seriamente fuera de lugar detrás del volante de cuero. El que tenga el cabello sucio, una camiseta blanca arrugada y jeans raídos me hace dudar que este sea su auto. El interior se llena con los sonidos de rock clásico. Me siento bien y veo a Porter manejando, su muñeca descansando fácilmente a lo largo de la parte superior del volante.

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Pasamos al chico de la podadora. Se remanga su mono, preparándose para un día caluroso. El mono se balancea mientras él camina, las mangas atadas a la cintura como un cinturón. Nos da un guiño y un saludo con dos dedos antes de dirigirse a la dirección opuesta. —¿A dónde vamos? —pregunto sobre el motor, la radio y la podadora. Aquellos ojos verdes parpadean para mí un segundo antes de que él diga: —A obtener ayuda profesional. —Luego se estira, se mueve sin problemas, y hace gruñir el motor tan fuerte que vuelvo a dejarme caer en mi asiento.

Cuando mis padres estaban en secundaria, antes cuando la primavera era seca y el agua estaba todavía clara y fría, solían venir aquí, a la cantera, para aparcar y nadar. Ahora es sólo un agujero cubierto de grafitis en el suelo. Las excavadoras todavía están estacionadas en la parte inferior, oxidadas y podridas. Si entrecierras los ojos, se ve como un modelo a pequeña escala del Gran Cañón, sólo que de una forma menos colorida y mucho, mucho más pequeña. Porter se gira hacia mí, levanta las manos con las palmas hacia fuera, y trata de verse como la imagen de la inocencia, mientras dice: —Déjame empezar por decir que no soy realmente un profesional. —Está bien. —Pero sí creo que puedo ayudarte con tu problema. Me recuesto, ligeramente ofendida. —¿Tengo un problema? —Él asiente. —Ya sabes, dicen que el primer paso es admitirlo.

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Dios, pienso, retrocediendo y envolviendo mis brazos apretados sobre mi pecho, sabe que soy una adicta a él. Bueno, tal vez es obvio, pero no es como si eso garantice una intervención o algo así. —Vamos a cambiar —dice Porter repentinamente. Él sale del auto, dejando su puerta abierta mientras corre alrededor hacia mi lado. De repente su camiseta blanca está allí, al nivel de mi ventana abierta. Él mueve su dedo en el aire impacientemente. —¡Cambio! —ordena y abre mi puerta, y apenas tengo tiempo de salir antes de que se siente en mi asiento y mueva su dedo alrededor otra vez, señalándome que vaya hacia el asiento del conductor. Me dirijo hacia el frente del auto, mirando sospechosamente a Porter por el rabillo de mi ojo mientras camino. El sonido de mi puerta cerrándose hace eco a través de la calle vacía conforme me deslizo dentro del asiento de Porter. Busco para ajustar el espejo retrovisor. Verifico mi cabello. Me dirijo a Porter y pregunto: —Perdón, pero exactamente, ¿cuál es mi problema? —Un paso a la vez —dice calmadamente, y si conociera a este chico mejor y de verdad, pensaría que está siendo condescendiente. —Primero —dice y se acerca, su mano envolviendo cálidamente mis dedos—, vamos a conseguir que estés cómoda con el manejo de la palanca. Levanta mi mano, lentamente jalándola hacia él, y la coloca cuidadosamente sobre la palanca de cambios de cuero y cromada. Deja mi mano por un segundo y simultáneamente se derriten mis dedos y mi cerebro. Le da a mis dedos un apretón y retira su mano. —Sostenla —dice orgullosamente con una inclinación de cabeza hacia el palo plateado envuelto en mis dedos palpitantes. —¿Es enserio? —pregunto con incredulidad, dándome cuenta hacia donde está yendo. Él asiente hacia mí con una sonrisa.

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—Sabes, tengo una licencia. —¿Es enserio? —pregunta, y su sonrisa se amplía. —Sí —jadeo—. ¿Quieres verla? —Ya estoy girándome, dejando la palanca mientras me estiro hacia el pequeño asiento trasero por mi bolso. Ahora, no sé por qué le molesta que no maneje o por qué me molesta que le moleste a él. Aparte de mi papá, quien me compró un auto nuevo que sólo está en nuestro camino, recogiendo polvo y miradas celosas de todos los adolescentes del pueblo, mi falta de habilidad para manejar no parece molestarle a nadie. Bueno, tal vez a Yorke y a mi madre, y probablemente un poco a Shane. Pero realmente, eso es todo. Finalmente alcanzo la correa acolchada de mi mochila y la coloco sobre mi regazo. Empiezo a buscar conforme Porter se inclina hacia atrás, relajándose en el pequeño espacio entre el asiento y la puerta del pasajero. En algún lugar en el fondo de mi bolso, junto al silbato y algunos tampones, la encuentro, embarrada con un poco de bálsamo para los labios. La prueba legal y laminada de que puedo conducir. La sostengo para que él pueda verla, empujándola hacia su cara dudosa, y digo: —¿Ves? La toma y la estudia como si no pudiera creer que sea real. La limpia con la pierna, dejando una mancha de cereza de bálsamo en su pantalón, antes de volver a mirarme. —Linda fotografía —dice, golpeando el plástico. Se la quito y la vuelvo a meter en el interior de mi bolso. —Muy gracioso —digo entre dientes, sintiendo inesperadamente el rubor subiendo en mis mejillas. Mantengo mi cabeza agachada, sin encontrar sus ojos mientras reúno las cosas que aterrizaron en mi regazo durante la búsqueda. Llaves,

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cepillo, una botella de barniz azul oscuro que mi madre había prohibido tan pronto como vio las uñas de mis pies pintadas, ligas de cabello. Arrojo todo en mi bolso y lo tiro al asiento trasero. Porter se sienta derecho y silencioso. La carretera en la distancia, el camino que tomamos para llegar aquí, es el único sonido que puedo escuchar sobre mis inhalaciones cortas y cálidas. Cada otro sonido parece apagado y absorbido por la cantera frente a nosotros. Es como si Porter supiera, de alguna manera, que si esperaba, yo olvidaría esta rabieta momentánea de ira y enojo. Que es sólo temporal, porque sé que él estaba bromeando, pero estoy nerviosa y asustada, y no me gusta hacer cosas en las que apesto. Y tengo el presentimiento de que voy a apestar en esto. A lo grande. Exhalo. —¿Realmente vamos a hacer esto? —pregunto. —Sólo pisa el embrague —dice. ¿Embrague? No estoy realmente segura de dónde está eso. Miro abajo hacia mis pies, escondido en algún lugar bajo el salpicadero pulido. Muevo mis dedos del pie para mostrarme a mí misma de que todavía existen y pregunto: —¿No puedo mostrar mi talento con, ya sabes, una palanca de cambios normal —¿Una automática? —pregunta, y en ese segundo se que ha perdido toda su fe en mí, o al menos en mi profesada capacidad para conducir. Lo miro con cautela y lo veo metiendo su mano por su cabello, revolviéndolo. —Vamos a ver de lo que realmente eres capaz —dice calmadamente mientras me sonríe—. Luego el resto será fácil. Exhalo de nuevo, fuerte esta vez, alejando el cabello de mi cara mientras me volteo hacia él, mis manos todas tensas y húmedas, con la esperanza de que cambie de opinión y de alguna manera encuentre su

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camino de vuelta al asiento del conductor, esperando que mis nervios no se muestren en mi cara, pero de seguro lo hacen. —Sólo muéstrame lo que puedes hacer —pide—. Tú me lo dijiste. —Pone su mano sobre su corazón como si estuviera recitando el juramento de fidelidad y dice en un ridículo falsete—: Tú incapacidad provoca una aversión. —Para que conste —digo—, no sueno así. Y… —continúo mientras me estiro hacia abajo, mis dedos sintiendo cautelosamente el borde de mi asiento con mi mano izquierda—. Necesito estar más cerca. Busco a tientas alrededor de la palanca para ajustar las cosas, pero no hay nada ahí. —En un auto real —dice Porter mientras se acerca y se inclina cerca, con su brazo entre mis piernas—, lo mantenemos aquí. Inhalo su olor mientras encuentra la parte correcta en el lugar exacto, y me deslizo hacia delante, mientras él se reclina. —Gracias —digo. Me ajusta el asiento bien y cerca, para que mis brazos puedan estar en las requeridas diez y dos5, con el codo ligeramente doblado y un firme agarre en el volante. Ya saben, lo suficientemente firme como para poner mis nudillos blancos y brillantes. Porter levanta las cejas. —Es común practicar para conducir con los brazos y piernas, no con tus pechos. No soy una conductora segura. Y tampoco soy una conductora que tenga grandes pechos, estoy sentada tan cerca que prácticamente están tocando el volante. Separada por pocos centímetros, mis pechos empujarían justo a través del volante y limpiarían el clásico tablero limpio. —Oye —digo claramente a Porter sin mirar en su dirección general —. Pasé mi prueba de esta manera. 5Se

refiere a la forma de tomar el volante.

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—Apuesto que lo hiciste —concuerda, y me giro para darme cuenta de que está mirando hacia mi pecho. Es raro escuchar comentarios acerca de tus bienes de alguien que realmente los ha tocado. Quiero decir, sé que los ha tocado, puedo recordarlo vívidamente, pero se siente extraño pensar en ello cuando él está sentado allí mismo, y estoy segura de que recuerda que los ha tocado y probablemente está recordándolo en este momento, y tal vez ahora no es el mejor momento para estar pensando en ello. Estoy a punto de manejar después de todo. Considero deslizar hacia atrás el asiento, pero entonces no seré capaz de ver claramente por encima del gigantesco capó a rayas al hoyo con escombros de la muerte frente a nosotros. —Puedo conducir, sabes —digo, deslizando mis manos alrededor del volante. —Sigues diciendo eso —replica Porter, asintiendo hacia el terreno abierto a nuestro alrededor—. Ahora vamos a verlo.

Me resulta imposible agarrarle el tiro al embrague. Aparentemente es un sentimiento, o al menos es lo que Porter continúa diciéndome, repetidamente, mientras avanzamos dando tumbos sólo para terminar parados de nuevo, a metro y medio del último lugar en que dimos tumbos y paramos. Levanto mis manos, rechazando cualquier sonido que Porter podría hacer, cualquier instrucción, cualquier comentario, crítica o útil perla de sabiduría. No quiero escucharlo. Miro detrás de mí para ver mi último grupo de derrapes en las piedras. Puedo seguir mi vergonzosa trayectoria a través del terreno con bastante claridad desde un punto a otro.

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Temerosa de que una de esas veces vaya a dar tumbos justo sobre el borde y dentro de la cantera, ajusto el espejo retrovisor y me siento derecha. Dios, ¿Qué tan difícil puede ser? Enciendo el auto. Aprieto el embrague. Puedo escuchar a Porter en mi cabeza, repitiendo calmadamente las instrucciones, paso por paso, mientras lo intento de nuevo. Lentamente suelto el embrague, y despacio piso el acelerador. Siento el tirón del acelerador antes de que realmente hubiera soltado el embrague. Después todo el auto vibra un poco así que presiono el acelerador fuertemente, más fuerte de lo que lo había hecho nunca, tan fuerte que escucho la grava floja soltarse debajo de nosotros mientras el motor ruge y nos movemos, y estoy tan emocionada de que realmente nos estemos moviendo y de que no fallé y continúo andando y andando, manteniendo el acelerador hasta que entro en pánico y grito: —¡Porter! El borde de la cantera estaba justo ahí, justo encima del salpicadero, así que piso el freno con los dos pies y paramos en una violenta sacudida con la frenada, una frenada que nos arroja como maniquís de prueba de choques y me deja perdida en una nube de cabello rubio. Puedo sentir la vergüenza sonrojar mis mejillas mientras tiro mi cabello hacia atrás, luchando por salir debajo del enredo de los largos hilos de oro. No mucha gente me ve así. Desordenada. Fuera de lugar. Totalmente fuera de mi elemento. Fracasando. Normalmente participo sólo en actividades que sé que puedo dominar, actividades que mis hermanas han dominado antes y que he observado y memorizado y he sido propiamente preparada. Es más fácil de esa manera. —¿Te das cuenta de que ese no es mi nombre? —pregunta Porter en voz baja mientras me agacho, evadiendo sus ojos, y aprieto el embrague, encendiendo el auto de nuevo. Escuchando sus instrucciones en mi cerebro y no su voz de verdad, lentamente suelto el embrague mientras piso un poco el acelerador. —¿Qué?

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Por encima del rugido del motor, con el embrague apretado y mi pie derecho acelerando, lo escucho decir claramente: —Mi nombre no es Porter. La sorpresa hace que mi pie salga del embrague, y apago el motor, de nuevo. Descansando mi frente contra el volante, pregunto: —¿Qué me estás diciendo? Se inclina hacia adelante y apaga la radio de un golpe. —Te estoy diciendo —repite— que mi nombre no es Porter. Pero esta vez lo dice realmente lento y fuerte, como si fuera sordo o retardado. O yo lo fuera. Me imagino la noche que nos conocimos. Veo su chaqueta roja. Porter está cosido ahí, sobre su corazón, con hilo brillante que parpadea dorado en mi memoria. Incluso Roger lo llamaba Porter, lo recuerdo, y estoy bastante segura que él respondió cuando Roger lo llamó así. Considero la posibilidad de que quizás me dijo su nombre esa noche y lo olvidé, que sólo se arremolinó fuera de mi cerebro con todo el vino, los besos y el rodar sobre el pasto suave. Me siento todavía demasiado confundida como para alterarme por su tono. El auto, la cantera, incluso mi cerebro están muy tranquilos, y entonces comprendo todo. Aquí estoy con este chico de nuevo, este chico con el que he pasado tiempo serio e íntimo, y no sé ni siquiera su nombre. Dios, podría simplemente morir. Llevarnos a ambos por ese acantilado justo ahí, sumergiéndonos delante de las rocas puntiagudas y la pintura en aerosol desgastada del 87, grafitis y basura pasando sobre nosotros, las últimas cosas que veríamos en nuestro camino al fondo dentado y sedimentado, hacia nuestras muertes aseguradas. Y ni siquiera sabía el nombre del chico. Mierda. Cuando envíen a alguien del diario local para cubrir la tragedia, el titular dirá: LA FUTURA ENCARGADA DEL DISCURSO DE FIN DE AÑO, LEAH JOHNSON Y ALGÚN CHICO DESCONOCIDO MURIERON EN UN TRÁGICO ACCIDENTE DE AUTO. Va a haber una foto obligatoria del enorme auto destrozado en el fondo de la cantera, con un espiral de humo de hollín

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negro. “Si, ella estaba conduciendo” va a decir la gente mientras admiran la matanza. “¿Tuviste al menos que preguntar?” Dejando mi fuerte apretón sobre el volante, me inclino hacia atrás y sacudo mi cabeza, tratando de despejarla. Suspirando, me doy por vencida completamente y pregunto: —¿Cuál es tu nombre entonces? —Duffy. Jon Duffy. JD.Túeliges. ¿Duffy? Mis ojos se hacen más grandes, y tomo un respiro mientras me giro hacia él, pero antes de que pueda siquiera preguntar, Porter continúa en una voz larga, cantarina. —Sí, soy Jon Duffy, hijo de Don Duffy, Gran Duff, como probablemente lo conoces. Bueno, claro que lo conozco. Todos lo conocen. Gran Duff es casi tan notorio como Sam, Sam, el hombre de UPS, por salir con cada mujer recientemente separada o divorciada en el pueblo. Mientras Sam se mueve por la ciudad en su camión marrón con sus pantalones cortos marrones, haciendo "entregas especiales,” Gran Duff se mueve en el club de campo con un palo de golf y una sonrisa perversa. Él es el profesional del golf en nuestro club y un integrante permanente sobre los campos y en la casa club. Mi papá juega al golf con él a veces si necesita a alguien para llenar un grupo de cuatro personas durante las últimas horas de la tarde. Él es un hombre grande y fuerte, con un backswing 6 potente y una risa escandalosa. Puede ser llamado Gran Duff pero mi padre dice: “Todavía no lo he visto darle una paliza7 a alguien.” Le creeré en eso, pero en secreto me pregunto cómo alguien puede balancearse alrededor de un estómago tan grande. Personalmente, dejé el golf para siempre cuando mis pechos comenzaron a interponerse en el camino.

Backswing: cuando se mueve el palo hacia atrás para tomar impulso, justo antes de dar el golpe. 7Juego de palabras entre el apodo (Gran Duff) y dar una paliza (to duff). 6

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Lo he visto en el bar del club en las noches sociales, hablando sobre golf y riendo en alto, sus mejillas coloradas y su línea de cabello con entradas. Normalmente tiene un brazo alrededor de una rubia bronceada que viene complementada con adornos en diamante, patas de gallo hidratadas y dos hijos adolescentes, mientras su otra mano remueve los pedazos de limón dentro de su bebida alta y clara. —Tus rodillas están temblando —dice el hijo de Don Duffy, inclinando la cabeza hacia mis piernas. Miro hacia ellas. Se ven algo graciosas, como si no pertenecieran a mi cuerpo. Porter, Duffy, Jon Duffy, JD, Gran Duff, embrague, acelerador, freno, embrague. Hay muchas opciones. Mirando fijo hacia la cantera, digo: —Creo que tuve suficiente de esto. —Tienes razón. Abre su puerta, salta hacia afuera, y hace su camino por delante del auto, sus dedos arrastrándose sobre el capó azul mientras camina. Llega a mi lado. —Huele un poco a caliente —dice. Eso no es realmente lo que quise decir, pienso mientras olfateo al aire, tratando de oler la diferencia entre un motor caliente y un chico caliente. No quise decir que he tenido suficiente de este asunto de conducir, quise decir más bien que creo que he tenido bastante de este asunto de quién rayos eres tú, pero él ya está aquí, tirando mi puerta para abrirla como un caballero, y realmente no quiero meterme con él, ya que es prácticamente un extraño y casi nos lanzamos sobre un agujero oscuro y rocoso perfecto para arrojar chicas adolescentes muertas por el desafío con el embrague. El hijo de Don Duffy ha decidido que él debería conducir, y entonces así será. Salto sobre la grava hacia el lado del pasajero. Él enciende el motor mientras me deslizo por mi asiento, y entonces lo siento, como un fuerte tirón en mis tripas, el tirón y el cambio mientras el embrague se suelta y el acelerador toma su lugar en una transición absolutamente suave

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bajo el control de Porter, sin pausa, tambaleo o reticencia. Entonces, pienso mientras me relajo, deslizándome en el acolchonado cuero, así es como se debería sentir. Apenas nos estamos moviendo, pero necesito saber antes de que vayamos más lejos o más rápido, así que lo miro y pregunto: —¿Sabes mi nombre? Gira el auto lentamente, la grava chocando y saltando gentilmente debajo de las ruedas. Él se gira y se desliza hasta que nuestras frentes casi se tocan. —Sí —dice, sonriendo—, claro que sí. —Me besa en la frente—. Eres Leah. No sé cómo lo sabe. ¿Se lo dije? Pensé que si, pero no. Pensé que no sabía, pero lo sabe. —¿Entonces por qué tu chaqueta dice Porter? —Mi dedo bordea alguna seda invisible en mi camiseta, directamente encima de mi corazón. —Es porque soy un portero8 —dice simplemente mientras gira el volante bruscamente, poniéndonos fuera de las rocas y el peligro y hacia el zumbido de la autopista—. En el club. Es mi trabajo. Estacionar los autos, lavarlos, cuidarlos. Y ya sabes, ocasionalmente —Sonríe hacia mí mientras gira hacia la izquierda en la autopista y finalmente golpeamos el asfalto con un graznido y dejamos la grava polvorienta para bien—, conducir los autos. —Asumo que eso explica los autos. —Sí, supongo que lo hace —responde mientras da un cambio más alto y salimos. La cantera se ha hecho una pequeña tira de rayas púrpuras y de bronce en el brillante espejo ovalado fuera de mi ventana abierta cuando finalmente lo entiendo. Ah, pienso mientras me dejo caer de nuevo en mi asiento, un poquito impresionada.

8Porter:

portero, maletero, valet parking.

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—Miraste mi licencia —le digo. Él se ríe y toma mi mano, frotando su pulgar suavemente sobre mis nudillos. —Inteligente y atractiva —dice—. Justo mi tipo. Sonrío abiertamente, bizqueando en la luz del sol. Eso es exactamente lo que yo pensaba.

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Capítulo 7 Traducido por loveliilara y Dangereuse_ Corregido por Micca.F

R

ecuerdo la hierba en nuestra vieja casa del lago. Era como una alfombra verde, fresca y espesa todo el verano. Era buena para correr con los pies descalzos, y teníamos un montón de árboles. Robles. Algunos enormes que hacían grandes sombras y casas en los árboles que podían albergarnos a las tres tumbadas en una hamaca sin problema. Aprendí golf en ese césped inclinado en la delantera. Con sus grandes brazos envueltos alrededor de los míos, mi papá me ayudó a alinear mi tiro con mi putter pequeño9, y luego veíamos a la bola blanca con hendiduras girar lejos en la distancia, y más y más, hasta que casi era demasiado oscuro para ver en la hierba espesa. Pero esta casa es demasiado nueva, la hierba comenzó como semilla, los árboles son demasiado pequeños para proporcionar alguna sombra. Algunos de ellos todavía están estacados, pero estamos esperando que crezcan durante el calor del verano. No ayuda que no haya llovido en lo que se siente como una eternidad. Salgo de la casa temprano por la mañana. Mi madre mira sobre el borde de su latte, con la cuchara descansando sobre el borde de su plato, porque siempre debe haber un plato, me da una rápida inspección visual, y se complace de mi brillo labial antes de volver a su revista de bodas. Una lamida corta a su pulgar y me despide mientras ella hojea la siguiente página brillante, y yo me pongo en mi camino.

9Putter:

Tipo de palo de golf con el que se ejecuta el tiro llamado putt.

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El césped cruje y se aplana bajo mis pies mientras yo corto un ángulo de pendiente interminable a través de nuestro patio, ignorando el zumbido que sale de mi bolso mientras Dani y Len llaman nuevamente, probablemente después de pasar toda la noche en vela. Evito nuestro largo camino negro tanto como sea posible y, con eso, la inminente llegada temprana de Roger. Como un reloj, reduce la marcha mientras hace su giro estilo militar exactamente a las 8:15 a.m. cada día. Exactamente. Una vez me quedé dormida —creo que fue después de una dura noche de rechazar a Shane— y ahí estaba yo, todavía medio dormida, recostada en el desayunador con mis hermanas, tomando un poco de leche con chocolate espeso, cuando sonó el timbre. Oí los tacones de mi madre sonando a través del vestíbulo y luego su voz sonó en la cocina: “Oh, Roger, eres casi de la familia ahora... no hay necesidad de tocar el timbre”. Roger se metió en desayunador, prácticamente me exprimió, y se inclinó para rodear con sus brazos el estómago de Yorke y darle lo que yo pensaba que era un beso muy descuidado, para ser tan temprano, o incluso para no serlo. Casi vomité. Ahora me aseguro de escapar temprano, y después de semanas de práctica puedo hacer todo el camino por el patio y el borde de la calzada antes de que aparezca la gran sonrisa y el falso saludo de Roger justo mientras hace un ángulo de noventa grados con su auto rojo y detiene el avance. Libre por el día, hondeo mi bolso y balanceo las caderas a lo largo de la ruta del parque, nunca segura de cuándo y cómo aparecerá Porter, pero segura de que lo hará. Resulta que él estaba en lo cierto, se ha convertido en un hábito. Cada vehículo es diferente. Cada día es nuevo. Él sólo llega, frena, y mi vida cambia. Cuando mi trasero se instala en la urdimbre de algún otro asiento, se siente como si Porter y yo estuviésemos empezando otra vez, frescos y nuevos. El olor del perfume de un extraño, la sensación de la tapicería, las envolturas y los mapas, lápices y guantera, cada vez son un descubrimiento. Es muy parecido a mi relación, si se le puede llamar así, con él.

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Son trozos y piezas que se pegan en mi mente para hacer un todo. Dos horas aquí y luego diez minutos allí. Parte de una historia sobre su padre que es cortada porque el auto en el que estamos dando vueltas es devuelto, o una larga descripción de la cicatriz que me di cuenta que tiene en su mano y cómo la obtuvo cuando tenía doce años y quería pintar su habitación y trató de abrir una lata de semi-brillante negro con un destornillador plano gigantesco que optó por deslizar fuera de la ranura y lo apuñaló en la mano que estaba tratando de mantener todo estable. Sé que él y Gran Duff no se llevan exactamente bien, pero se toleran mutuamente. Que Gran Duff abandonó a Porter y a su mamá cuando Porter tenía cinco años y que empezó a beber. Que Gran Duff ahora está limpio y sobrio (me sorprende) y tiene un horno tostador con el que le gusta cocinar pizzas personales. Que Porter le tiene que enseñar cómo hacerlas cada vez. Que Porter piensa que los cigarrillos de Gran Duff o el horno tostador van a quemar la casa una noche. Nunca la he visto, la casa a punto de arder en llamas por un horno tostador, pero me imagino un sillón de cuero y un sofá a juego cubierto con una cinta de vinilo descuidada para esconder las quemaduras de cigarrillos y las áreas desgastadas. Éste es un hombre muy decorado y tiene un ligero olor, probablemente la sobre-exposición de la colonia de Gran Duff mientras él se va a sus citas. Sé que Gran Duff hace tres cosas religiosamente: las reuniones de AA los miércoles por la noche, la hora del té a las 6 a.m. los jueves, y el servicio los domingos por la mañana, y no es feliz si Porter no se une a él en alguna de las tres. Porter es difícil de definir, por lo que sé cómo se siente Gran Duff. Él cambia de autos de la forma en que yo cambio de ropa o de brillo labial. Puede aparecerse en el auto prestado de alguien que está en una clase de tenis, o en un jeep de un aficionado a la cera fresca, incluso en un Mercedes dorado, propiedad de una esposa trofeo que está pasando el día en el spa del club. Yo salto dentro y Porter desliza el brazo a lo largo de la parte posterior del asiento, con los dedos precipitándose a través de la tapicería antes de caer sobre mis hombros bronceados y después nos vamos.

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Nunca sé hacia dónde vamos. Podría ser el parque, o la cantera, tal vez el lago, o incluso la carretera con curvas que pasa por el acantilado. Con Porter parece que nada está fuera de camino o es demasiado lejos de los límites. Es tan impredecible que es perfecto. Una vez pasamos la mañana aparcados frente a la gran pantalla del auto-cine abandonado a dos pueblos de aquí. El parabrisas estaba dañado, pero el Porsche blanco era completamente nuevo. Curiosamente, el salpicadero, y prácticamente toda la superficie visible desde el asiento del conductor, estaban cubiertas de notas post-it10 de color neón, de las pequeñitas, tan pequeñas que es prácticamente imposible escribir en ellas. Estaban pegadas al cuentarrevoluciones 11, a la pantalla de la radio y a los posavasos. Estaban por todas partes. Puse los pies en el salpicadero y eché la cabeza hacia atrás, riendo mientras Porter despegaba cada nota, entrecerraba los ojos, e intentaba descifrar la diminuta escritura, leyéndola en voz alta si podía, antes de poner la nota en un lugar completamente diferente. Más tarde ese día encontré un Post-it rosa pegado a la suela de mi sandalia. Rayado y sucio, simplemente decía: “Lavar en seco”. Lo doblé y lo metí en el bolsillo delantero de mi mochila. Quizá las camisas de alguien pueden ser olvidadas, pero nunca olvidaré ese día. Ocho días después conducimos durante muchísimo tiempo en un Cadillac totalmente sucio y repugnante que tenía lentejuelas verdes y moradas del Mardi Gras colgando del espejo retrovisor y migajas de origen desconocido esparcidas por todo el suelo. Salimos corriendo, dejamos las puertas abiertas, sumergimos los pies en un río que estaba a tres condados de casa, frío y cubierto de musgo, para simplemente volver corriendo al banco y volver a casa a tiempo con los tobillos goteando para que Porter le devolviese el auto a un hombre mayor que llevaba unos pantalones de golf a cuadros. Porter me dijo al día siguiente que el hombre le dio quince dólares de propina por cuidar tan bien de él. Algunas veces se pasa por allí con sólo un minuto disponible y tomamos zumo de naranja y donuts con azúcar espolvoreado y lo hacemos sobre Notas post-it: Pequeñas notas adhesivas de papel. Su color y tamaño pueden variar. Cuentarrevoluciones: Aparato que sirve para medir la velocidad de rotación de un motor, o de otro mecanismo, expresada en número de vueltas por unidad de tiempo. 10 11

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el capó de algún auto al azar en el aparcamiento del Supervalue. Él es dulce y pegajoso, y quiero tragármelo entero. No me imagino cómo explicarle ésta confusión, anticipación e inesperado placer a alguien, especialmente a algún miembro de mi familia. Así que por ahora no lo hago. Sé que estoy a salvo porque mi madre está enterrada en ejemplos de invitaciones y opciones de caligrafía y Shane está escondido bajo un casco, sudando en el campo de cincuenta yardas12 que está a unas cuantas cuadras. Se podría pensar que a estas alturas estoy acostumbrada a ello, pero Porter todavía me deja sintiéndome completamente despierta y temblando. Antes, sabía exactamente lo que iba a pasar, cómo, con quién y cuándo. Pero la vida con Porter pasa muy rápido, una fiesta de besos y productos de supermercado horneados y andar a escondidas. Con Shane es como si alguien estuviese frenando, duro. Pasamos nuestras noches pegados el uno al otro, viendo películas o jugando al minigolf, donde siempre gano porque sus manos son demasiado grandes para maniobrar el palo pequeño. Comemos hamburguesas y patatas fritas en los autoservicios, con las bandejas apoyadas en la puerta de su auto, los vasos de vidrios que gotean llenos de soda, y la mano húmeda y pesada de Shane en mi muslo. Ya no encajo en el auto de Shane. Y solía pensar que estaba hecho para mí. Sé que si inclino la cabeza hacia la derecha, puedo verme en el espejo retrovisor y el espejo lateral al mismo tiempo. Uno de mis tampones está guardado, en caso de emergencia, en la parte posterior de la guantera. Mi cepillo para el pelo está tirado en el asiendo trasero. El interior huele a mi perfume. Soy dueña de este chico. Pero ahora me encuentro tironeando del cinturón de seguridad, apartándolo de mí. Me está rozando el cuello, apretando y presionándome demasiado contra el asiento. Forcejeo, y Shane se inclina, tocándome el cuello, intentando inclinarse y besarlo, preguntando: —¿Aquí? Lo alejo, quejándome. 12

Referencia a los campos de entrenamiento de fútbol americano.

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—Me hace daño. Es una arena movediza. Cuanto más lucho, más me hundo. Me siento acorralada y confusa. Al final me rindo y cierro los ojos. Veo campos y granjas pasando por mi mente, la tierra es blanda y oscura al tiempo que pequeñas plantas verdes salen al sol de la mañana, una sonrisa brillante y unos ojos brillantes al volante a mi lado, con el camino abierto y desconocido ante nosotros. Éste camino existe en un espacio que es todo mío. No tengo que compartirlo con nadie. Es la parte más importante de mi vida pero está completamente separada de mi vida actual. No se trata de una pieza de un conjunto a juego, no se ha hecho antes, simplemente no memoricé los pasos mientras observaba el tap tap tap de Freddie mientras la cortina se levantaba. Cuando los labios de Shane rozan mi oreja, abro los ojos de golpe y todo se detiene. Enfoco la realidad, y sé exactamente a dónde va a ir a parar esto, tanto si quiero como si no: más viernes por la noche, más movimientos torpes en los asientos traseros, más besos descuidados y sentimientos que no son nada del otro mundo y cogernos de las manos constantemente en los pasillos. Me siento como el último auto del desfile del Cuatro de Julio, el que está atascado detrás de los caballos y la banda de la escuela secundaria, entorpecido por las marchantes, las chicas de tercer año que giran bastones y que, año tras año, no parecen aprender a girar bastones. Estoy dando marcha atrás.

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Capítulo 8 Traducido por Selene, dark&rose y Cami.Pineda Corregido por Micca.F

V

alerie está oficialmente del color del café mañanero de mi madre. Sí, en seis semanas se ha convertido en una luz cancerígena marrón, la aproximación humana de un mocca doble bajo en calorías con extra crema y dos paquetes de edulcorante de color rosa. Lo admito, tenía mis dudas de que pudiera broncearse cuando entró a la piscina el primer día, toda frágil, pálida y blanca, y después salió toda rosada y quemada, pero hoy, mientras la observo a través del reluciente vidrio de la ventana de la oficina, con el nido de abejas sobre la valla metálica de la piscina y el cielo gris como su telón de fondo, sin duda se ve un poco menos enferma. ¿Quién sabe? Al final del verano podría asemejarse a una persona real. Tal vez. Agarro un lápiz y garabateo rápidamente mis iniciales en el borde arrugado donde está anotado todo el personal de la piscina en la manchada hoja. Dice ¡MANTÉNGASE SEGURO, SALGA DE AHÍ! Y alguien convirtió el punto del signo de exclamación en la cabeza de un nadador, ahogándose en un mar de olas azules. En marcador negro un tiburón nada a morderle los tobillos. Saco mi toalla enrollada, silbo y me detengo para verme en el espejo que cuelga al lado del marco de la puerta descascarada. Ignoro a los chicos de primer año que me miran boquiabiertos observando todos mis movimientos y a Margo con su voz de hombre, paso por la cubierta, mi traje de nadar me hace ver más alta, voy dando pequeños pasos.

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Valerie hace un giro, se tropieza y después sincroniza su ritmo al mío por lo que estamos caminando juntas. Lleva calcetines blancos hasta las rodillas y sandalias de ejercicio con una malla ancha de rayas. Ouch. Y se pregunta por qué no puede conseguir una cita. En realidad, no sé si se lo pregunta o no, ya que nunca hablamos de ese tipo de cosas. Pero, por favor, ahí tiene su respuesta. Ella se ve como un pollo tostado con los zapatos puestos. Se desliza y hace ruido metálico, los calcetines y las sandalias son una combinación endemoniada y está tratando de seguirme. —Shane te estaba buscando —dice sin aliento. Hago como si no me importara y al mismo tiempo me pregunto si en realidad recuerda como yo los detalles del auto, los besos y la tienda de café donde compramos el pastel de canela esta mañana. —Le dije que no sabía dónde estabas —dice. Recuperando el aliento, extiende su mano y me quita la toalla. Me impulso hacia arriba en el primer peldaño de la silla de salvavidas roja. Me inclino para tomar mi toalla de regreso y le pregunto: —Sí, ¿qué te dijo? —Me preguntó quién era yo. Sonrío, y ella se aleja con el mismo ruido metálico. Troy hace sonar su silbato largo y fuerte, y la piscina abre con una bala de cañón espectacular. Siempre es una bala de cañón. Un anillo de ondas agudas marca el punto de impacto cuando el primer niño sale a la superficie, su sonrisa y chapoteo son recibidos con gritos y aplausos de un grupo de niñas flacas de tercer grado. Se chocan las cinco entre sí y hacen fila para tomar turnos y lanzarse como cañones otra vez. Uno tras otro, suben sus rodillas prominentes y las abrazan contra sus pechos huesudos, pum, pum, pum. Sus salpicaduras vuelan alto, rociándose sobre mis muslos desnudos. Me instalo en mi turno bajo un problemático cielo de verano. La comprensión de que ahora estoy en deuda con Valerie aparece lentamente, mientras las salpicaduras de las balas de cañón gotean por mis piernas y se juntan en un charco caliente a mis pies.

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Las nubes se acercan cada vez más y más hasta casi rozar la parte superior de mis hombros. Miro alrededor de la piscina. Los padres están mirando nerviosamente hacia el cielo, atrapados entre unos pocos minutos más de paz o arrastrar a un niño llorando fuera del agua. La regla oficial es sacarlos si llueve, pero los truenos y relámpagos van a despejar la piscina de inmediato, sin excepciones. Troy está de pie al otro lado de la piscina. Se pone a horcajadas sobre el marcador rojo, sus dedos se encrespan en el borde mientras observa cómo el cielo es cruzado por un rayo. Prácticamente puedo ver sus dedos cruzarse y descruzarse desde aquí. Él está esperando, deseando, pidiendo aunque sea por un rayo o un trueno. Luego podrá descansar, fumar un porro, o tal vez ver la televisión. A su alrededor, incluso los esperanzados se dan por vencidos, atando las cuerdas de los bikinis, tirando de las camisetas, y empacando el protector solar. No va a suceder hoy. En alguna parte detrás de mí, en la luz rápidamente oscurecida, Valerie se encuentra en una toalla de playa raída de Fingerhut, continuando su asalto sobre la anemia y nuestra lista asignada de lecturas de verano. Me giro para ver qué es lo que se esfuerza por leer, el libro está a escasos centímetros de su cara. April Morning. Bien. Algo acerca de un niño y una guerra, tal vez incluso algunos tambores. No lo he leído y no planeo hacerlo. ¿Por qué habría de hacerlo? Tengo dos hermanas mayores. Vivimos en una ciudad pequeña con un sistema de escuelas pequeñas. Los mismos maestros han estado enseñando las mismas clases y asignan los mismos textos desde los albores del tiempo. Mi copia, con reflejos amarillos desteñidos de Yorke y notas meticulosas de Freddie están cuidadosamente escritas en los márgenes, sólo esperando por mí en casa. Estoy lista. Sin embargo, Valerie está arrasando a través de él, página por página, moviéndolas de un tirón. Este libro y también toda la lista de lectura para el verano. Tiene un ritual. Cada día desempaca los libros y los apila hacia arriba. Los terminados los coloca a su izquierda con una palmadita. A continuación, los que va a leer están ordenados, probablemente en orden alfabético, a su derecha. No hay manera de que yo lea todos esos libros durante el verano, pero Valerie puede. Quiero admirar su espíritu. Lo hago, pero me resulta difícil

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ver más allá de su columna vertebral que se mueve y se curva entre esa montaña de material de lectura. Ha hecho una gran apuesta para ser la encargada de dar el discurso de despedida, ha trabajado duro, todo está ahí, impreso, encuadernado y apilado para que yo lo viera. Casi puedo ver uno de los títulos desde aquí: La Culpa. ¡Ahora disponible en tapa blanda! Me giro, para ver el agua de nuevo. Al primer sonido de un trueno, me levanto, doblo las rodillas, y soplo el silbato, uniéndome a los otros cuatro estridentes salvavidas que despejan la piscina. Las madres entran en pánico y agarran a los niños. Es un poco como Tiburón, pero sin los gritos o el tiburón mecánico. El lugar queda despejado en unos cinco minutos. ¿Toallas de rayas? Se fueron. ¿Gradas de bicicletas? Vacías. ¿Piscina? Plana y quieta. Es increíble lo rápido que la gente se mueve cuando está a punto de llover, sobre todo cuando la mayoría de ellos ya están mojados. Por el rabillo del ojo veo a Troy estirar los brazos hacia el cielo y aplaudir con sus manos sobre su cabeza. Dios, él es tan tonto. Por supuesto, Valerie es la última en salir. Yo ya estoy fuera de la cerca, sentada en la colina, sin zapatos, con la barbilla apoyada en las rodillas mientras espero para irme, mientras tanto ella se entretiene, de rodillas en el borde de la piscina de hormigón, frenéticamente guardando muchos, muchos libros, en su bolso de tela a rayas. Siempre es la última en los pasillos de la escuela cuando la campana final suena, molestando al conserje y al profesor que sólo quieren dejar de contestar a sus preguntas y volver a casa. En este momento está molestando a Troy. Yo bajo mi frente para descansar con mis brazos cruzados y acurrucarme en contra del viento. Eones pasan, y finalmente escucho las pisadas discordantes de Troy, el sonido de la cerradura y el cierre de la puerta. La piscina está cerrada. —¡Ay! Aquí podemos ver a nuestra honorable Leah. Que se queda atrás, esperando pacientemente, siempre fiel, siempre con esperanza, a su caballero de brillante armadura.

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Yo levanto la barbilla para encontrar a Valerie de pie frente a mí, orando como si fuera un coro griego. La cosa es que realmente no necesito el resumen. Puedo sentir la hierba fría, áspera por debajo de mi culo ahora mismo, así que lo entiendo. Lo estoy viviendo. Tal vez Valerie ha estado leyendo demasiado a Shakespeare. La ignoro y sigue caminando hacia su auto. Busco cada juego de luces en la distancia por si alguien viene por mí. Con un gesto excesivamente dramático con su mano libre hace la reverencia menos grácil de la historia, ya que se ve obstaculizada por su mochila pesada, Valerie se detiene al lado de su auto alemán oxidado y dice: —¿Necesitas que te lleve? Lindo, pero sí, claro. Puedo vernos juntas, Valerie detrás del volante y yo empujando su auto. —Umm... gracias, pero estoy segura que Shane vendrá. —Shane? —dice, haciéndosele una joroba cuando se apoya contra la puerta con su delgada cadera y tira su mochila al asiento con las dos manos, al estilo abuelita. Un resorte chilla con fuerza cuando se sienta. Después de subir al asiento del conductor, tira de la puerta y la cerradura cruje. Se asoma por la ventana abierta con una sonrisa —¿Estás segura que ese es a quien estás esperando? —pregunta antes de retroceder en una serie de sacudidas, por un momento me ciega cuando enciende sus faros durante la segunda sacudida. Me saluda y se aleja de la tormenta que se avecina. Tengo los pies fríos, me duele el trasero y el cielo es tan oscuro como la noche. Me aparto, no la saludo de vuelta. Sólo veo manchas.

El aire de hoy es aún más opresivo que mi estado de ánimo. Puedo sentirlo a mí alrededor mientras me doy por vencida y empiezo a

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caminar a casa atravesando el parque. El pasto alto y verde en el borde de las pendientes de la carretera desaparece, y luego regresa de vuelta a la vista. Los árboles meciéndose con la fuerza del viento parecen demasiado frágiles, se inclinan hacia mí en un ángulo imposible, y los faros que de repente deslumbran sobre la cresta de la colina son muy intensos y penetrantes en el horizonte gris verdoso. Aumento el ritmo. Un grito corto y ahogado suena en la distancia, y mi corazón se detiene y retrasa el ritmo de mis pies por un segundo. Estoy segura de que era alguien llamando a un perro o a un niño o, ya sabes, advirtiéndome que el final está cerca. Me inclino hacia adelante por el viento, mi corazón palpitando rápidamente, maldiciendo a mis padres, a mis hermanas, a Shane, incluso a Porter un poco, por dejarme aquí. A la deriva. Hago mi camino a través del jardín de flores y paisaje exuberante, alto y húmedo, cuando el viento cambia de repente, levantando mi pelo y arremolinándolo en mi rostro. Me tropiezo, perdiendo mi paso y mi lugar. Me tropiezo con una losa de la acera desigual y aterrizo con un patinazo corto en el camino de cemento, mi mochila plantada a mi costado, el talón de mi mano derecha en carne viva, mi pelo todavía en mi rostro. Alzo una mano, por instinto, buscando una mano que me sostenga, a alguien que tire de mí hacia arriba, que me empuje y me muestre el camino a seguir. No hay ninguna mano, sólo la aguda punzada de mi piel en carne viva por el aire helado. Las flores se elevan sobre mí, flotando y ondeándose. Echándome hacia atrás, las observo, delicadas y brillantes contra el cielo oscuro, y descubro que estoy protegida bajo un dosel de flores azules, amarillas y rosas. Éstas bailan por encima de mí, llenando este pequeño enclave en calma, en el que he aterrizado, con el olor del verano. Aspiro, respiraciones largas y constantes que llenan mis pulmones con el perfume de las picnics y parques y piscinas, de paseos en bicicleta y entrenamientos de béisbol, ramos de flores de diente de león, del sol y mis hermanas. Manteniendo presionada abajo mi mano raspada para eliminar el último vestigio de dolor. Me enderezo a mí misma y a mis cosas, y me encamino de nuevo a casa. Conozco el camino de memoria.

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En la parte superior de nuestro camino, alineados en una fila ordenada, segura y seca, los veo: RGR DGR, LHS BUG, SHN ROX 13. Qué molesto. Con razón la gente nos odia. Paso mi dedo a lo largo de los troncos encerados, brillantes y profesionalmente detallados, burlándose de los amenazadores cielos para que se abran y hagan lo peor. A unos metros de distancia, nuestra ventana de la cocina es un gran cuadrado brillante. Me detengo, mirando la escena del otro lado del vidrio grueso. Al igual que una actriz en un televisor con el sonido apagado, Yorke conversa con su boca grande y ancha, sus manos animadas. Lo que ella tiene que decir es siempre la cosa más importante en ese momento. Mi madre y Freddie están en la mesa del rincón, perdidas entre una avalancha de tarjetas de “Se ruega contestación” y mirando las formas de acomodación. Freddie tiene una carpeta y un bolígrafo. Levanta una tarjeta gruesa y grabada de la pila, hace una marca de verificación, y luego pone la tarjeta en otro montón. Repite la acción. Mi madre parece no estar haciendo nada más que organizar la pila grande, pasándola a pilas más pequeñas y mejor definidas, probablemente así las tarjetas no se marcarán a través de los grabados de las copas de champán. Y Yorke sigue hablando. Hay una silla vacía junto a Freddie, esperándome. Estoy segura de que podría ayudar a Freddie con esa lista. Podría marcar los nombres, mientras ella los lee de las tarjetas, o al revés. De cualquier manera siempre hacemos un buen equipo. Los remolinos de viento se aquietan, y el aire repentinamente se calma, tan quieto y silencioso que el vello de mis brazos se pone de punta. Me detengo, mirando por la ventana a mi vida dentro de un año, dos años a partir de ahora, veinticinco años a partir de ahora. Se ve perfecto desde aquí.

13Placas

para autos con mensajes.

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Yorke está planeando la boda perfecta, y luego se mudará lejos con Roger. Freddie analizará gramaticalmente algunos verbos franceses más, perfectamente, será dama de honor, y se irá a Francia durante un año. Pero, ¿qué hay de mí?, pienso, ¿qué voy a hacer? Nada con Shane, eso es seguro. Él también está allí, hundido en el sofá de cuero de color crema, los pies sobre el diván, de visita, su “dos al día”, obviamente, cancelado debido al mal tiempo. Shane es parte del grupo perfecto de actores de reparto: hombres de pelo oscuro, fuertes y bronceados, con dientes blancos y camisas blancas, viendo un partido que no puedo oír, la televisión brillando silenciosamente. Doy unos pasos hacia atrás, alejándome de la casa, sintiéndome obvia y fuera de lugar en la calma muerta y oscura. Todo lo que tengo que hacer es abrir la puerta y pasar al interior, pero estoy confundida. ¿Por qué estoy parada en el exterior mirando hacia el interior? Quiero ir y tomar mi lugar, seguro y firme, al final de la línea, justo al lado de Freddie, azul, después amarillo, y luego rosa. Pero también quiero alejarme. Justo más allá de esta casa, fuera del patio, bajando por la calle, más allá de la escuela secundaria y de la reina de las fiestas y las noches cubierta de sudor en el asiento trasero de Shane. Más allá del discurso de despedida completo con la mirada de condena de Valerie y el orgullo de mis padres. Más allá de mi viaje al extranjero, Francia lo más probable, y mi dormitorio de la universidad con una colcha brillante, alegre, mis futuras hermanas de hermandad, y el muchacho desconocido, con el pelo oscuro y un futuro brillante creciendo en algún momento, quién me quitará de las manos de mis padres en, según lo previsto, exactamente tres años. Freddie alza una mano y desliza su largo pelo rubio detrás de la oreja con un movimiento ligero, un movimiento familiar. Inconscientemente hago lo mismo y me freno a mí misma, recordando de pronto un día como éste, con la misma quietud extraña, el aire tan espeso, cuando éramos pequeñas y estábamos tomando clases de equitación. Nuestra lección se vio interrumpida cuando el clima cambió, así que nos pusimos a cepillar a los caballos marrones y brillantes y los encerramos con seguro en sus establos. Mientras las nubes de tormenta sonaban fuera del establo, los caballos normalmente tranquilos se volvieron

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volubles e inquietos. Sus ojos se agrandaron. Sus colas se movían. Dando vueltas en sus puestos cada vez más rápido, golpeándose contra las tablas, desesperados por un camino para salir. Yo estaba asustada. Yorke estaba indignada. Freddie fue inteligente y ese día se había quedado en casa. Sintiéndome tan inquieta e inestable como los caballos encerrados, observo el relámpago iluminar la oscuridad del cielo y pienso: abran las escotillas, algo de mierda está a punto de caer. Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer rápido e intensas, y antes de que siquiera puedan chocar contra el suelo y ser absorbidas por la tierra seca, antes de que puedan romper el silencio sordo y hacer plaf, convertirse en barro y humedad en la acera, haciendo girar cabezas y mirando hacia mí con ira, preocupación o sorpresa, me apresuro a moverme.

Hago mi camino de vuelta al parque, abriéndome paso a través de los charcos y las parcelas de oscuridad. Está lloviendo tan fuerte que la tierra me impide mantener el ritmo. Ríos de ramas, hierba y hojas que se mezclan y caen encima del polvo antes de que el agua caiga sobre los bordillos y toda la mezcla se deslice a la calle. La lluvia llena los desagües y parece hervir como un puré. Mis pies luchan contra la corriente que serpentea hacia un drenaje pluvial en alguna parte detrás de mí, mientras camino por la orilla de la carretera. Por favor, por favor, por favor, aspiro, por favor, por favor, por favor. Este golpeteo llena mi cabeza entre los estruendos de un trueno tamborileando como timbales. Entrecerrando los ojos contra los rayos de luz, me estremezco cada vez que una gota de lluvia cae sobre mi rostro, frío y helado. Paso a paso, parpadeo, me estremezco, suplico. Es peor que bajar la mirada a una multitud desagradable tirando monedas de cinco centavos, peniques y monedas variadas desde las gradas durante el medio tiempo. Ouch. Al menos sobre el campo puedes esconderte detrás de un conjunto de pompones o un

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estudiante de primer año con mala suerte. Aquí, estoy sola. Soy sólo yo, nerviosa, helada y húmeda. Y llorando. Dios, espero que nadie me vea. El sonido de los neumáticos sobre el asfalto mojado detiene mi marcha hacia adelante. Luces brillantes, pintura blanca. Mi corazón se tensa, seguro de que es Shane. Bajo mi cabeza para enjugar mis lágrimas y me doy cuenta de que no tiene sentido. Está lloviendo, ¿cierto? Levanto la mirada y entre mis pestañas oscuras y llenas de gotas, lo veo. Mis mejillas se ruborizan, y mi corazón palpita el doble de rápido. Echando la cabeza hacia atrás, me río y me trago las lágrimas. Mis pequeñas plegarias empapadas por la lluvia han sido respondidas. Por un chico sexy con una gran camioneta blanca. Un extra. Cruzo el río de agua de lluvia entre nosotros y me acerco de puntillas hacia la camioneta. Juro que el vapor asciende de mí cuando paso a la ventana del conductor y me aferro a la cornisa de caucho mojado. Elevándome sobre mis dedos de los pies, me inclino dentro, con los labios fruncidos. Entonces cambio de opinión, cambio la marcha, y decido hacer las cosas bien esta vez. —Duffy —digo, y dejo salir la respiración con una sonrisa tímida, casi avergonzada de estar utilizando su nombre por primera vez. Él inclina la cabeza hacia atrás contra el asiento y se ríe mientras la lluvia repiquetea contra el metal sólido de la camioneta. —Tú decidiste —dice. Un “por fin” está de alguna forma implícito. —Sí. Levanto mi mano y alejo el pelo mojado de mi frente para parar el goteo que cae en mis ojos mientras nerviosamente divago. —Y fue difícil. Contando con los dedos arrugados, paso a través de las opciones para él: —Jon: demasiado simple, no como tú. Y Jon Duffy, bueno, es un poco formal para nosotros… ¿No crees? —Miro a sus ojos para ver si realmente es así, antes de continuar. Si, lo es—. Y Porter, bueno, sabes cómo va eso. —Él asiente porque lo sabe—. Y JD… —Suspiro y niego

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con mi cabeza antes de rápidamente agregar—. Bueno, JD suena como algo sacado de Los Duques de Hazzard. —Su mirada burlona me mantiene explicando, y dibujo una línea imaginaria con mi dedo a través de la lluvia justo encima de mi cintura y aclaro—: Ya sabes, por debajo de la línea de Mason-Dixon14. —Él sonríe. —He estado ahí —dice, mirando hacia abajo. —Sí, bueno… —Agarro su mentón y arrastro sus ojos de nuevo a los míos—. El Norte gana. Sostiene sus manos en alto y lo reconoce con una sonrisa, luego se inclina más allá del resplandor verde de las luces del tablero y casi desaparece por un segundo cuando se estira para agarrar el pestillo de la puerta del pasajero, dejándome entrar. Resbaladiza, mojada, y temblando, me revuelvo hacia el otro lado del auto, me tropiezo y me deslizo en el gran escalón. Miro a través de la cabina, y esos intensos ojos verdes me derriten como flujo mientras él observa cada movimiento que hago, mi camiseta pegada, mi pantalón corto ajustado, cada pequeña parte de mí mojada. Su mano se extiende para estabilizarme, y me deslizo en mi asiento, sobre un charco de agua y anticipación. Duffy se ocupa, jugando con la calefacción, girando el dial rápidamente para poner el aire caliente, ajustando todos los listones y respiraderos para que apunten directo a mí, mientras tomo una larga mirada al interior, gris a cuadros, de la camioneta. Una colección de lápices de líneas cortas en la grieta de bruma en medio del tablero y el parabrisas y una difusa cubierta gris del club de golf se esconde en la caja de cambios. Tengo el presentimiento de que esta puede ser la camioneta de Gran Duff. Huele exactamente como el pasillo de colonias en la droguería del pueblo, amaderado y un poco barato, pero potente, justo como el Gran Duff. Saco un pedazo medio mojado de papel de debajo de mi nalga izquierda y la suavizo con mis manos húmedas. Es el boletín de la

14Mason-Dixon

Line: Línea que dividía a Estados Unidos en Norte y Sur durante la guerra de Secesión. También es usada para separar la parte de arriba de la de debajo del cuerpo humano tomando como referencia la cintura.

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iglesia de la semana pasada. Eso y el cenicero repleto me hacen pensar. Sip, tiene que ser. —Esta es-es… —tartamudeo porque no me atrevo a decirlo, a usar las palabras Gran Duff, porque eso haría que el chico ardiente a mi lado se convirtiera en el Pequeño Duff, lo cual tiene muchas implicaciones negativas y es, honestamente, muy cercano a mi propio apodo de Pequeña Johnson. Así que en vez de eso, con un poco de castañeo en los dientes, pregunto—: ¿Esta es la camioneta de tu padre? Él levanta la tapa de la consola de cuero falso entre nosotros, se estira y saca una manotada de toallas de papel grueso, y color crema súper suave. —Sip —dice. Me las pasa y cambia a segunda con los parabrisas puestos al máximo. Limpio la lluvia y los últimos rastros de rímel de mis mejillas, dejando una mancha negra a través de la escritura dorada que pasa a través del borde de la toalla: CORTESÍA DEL CLUB CAMPESTRE HILLPOINT. La esencia de tabaco se desvanece mientras conducimos a través del parque vacío, pasando la secundaria y el club de campo, bajando por las interminables carreteras del campo, mojadas y tormentosas, una zanja de espesa lluvia cayendo en nuestro camino. Tengo el presentimiento de que esta noche vamos a estar más lejos de lo que hemos estado antes. Los parabrisas van a tiempo con el rock clásico de la radio de Gran Duff. La calefacción funcionando tan fuertemente y ruidosa que apenas podemos hablar. Apoyo la cabeza contra mi ventana. La lluvia cae sobre el vidrio, pasando por mis ojos y desapareciendo detrás de mí, de vuelta al pueblo, donde estoy segura que alguien, quizás todos, están buscándome, preguntándose donde estoy, preocupados, sabiendo que la piscina está cerrada y yo en este momento debería estar en casa. Ellos siempre pueden llamar si están tan desesperados. Estoy segura que mi celular está en algún lado en el fondo del bolso empapado. No me molesto en revisarlo. En vez de eso, dejo que la lluvia me calme. Se esquiva y se desliza hacia el pasto mientras manejamos, llevándose con ella cualquier pensamiento de culpa por Shane o mi familia que

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aparece en mi cabeza y creo que podría estar así por siempre, envuelta en un seno seguro de calidad en movimiento, música, y Porter. Um, quiero decir, Duffy. La lluvia finalmente se detiene, disminuyendo a una espesa niebla que se aferra a todo y deja las ventanas tan turbias que tengo que abrir la mía sólo para ver afuera mientras Duffy empieza a bajar la velocidad, llevando la camioneta a un claro en algún lugar en la cima de una colina baja y amplia. Se detiene justo en la base de unas escaleras de madera. Se inclina y mira hacia arriba. Las escaleras se arremolinan alrededor de los lados de una torre alta, cuadrada y de madera con cuatro plataformas, la de la parte superior es tan alta que se pierde en el cielo oscuro. —Quiero mostrarte algo —dice Duffy mientras apaga el motor y las luces. Alcanza mi mano, y yo me deslizo fuera de la camioneta alta. Me empuja cerca de él mientras atravesamos la hierba extensa y mojada y empezamos a subir los escalones de tablones gruesos. Cruza por mi mente que escalar una gran torre en medio de la nada justo después de una tormenta probablemente no es algo seguro de hacer, pero no me siento asustada con su mano en la mía, tirando de mí. Arriba y arriba, sus botas suenan en las escaleras, marcando el ritmo en la penumbra. Un paso detrás, dependo de su sonido y el posterior rose de la chaqueta de nylon rojo atada alrededor de su cintura para liderar el camino. Me detengo en seco cuando llegamos a la cima de la escalera y la plataforma final. Suelto su mano. Mi mundo se despliega ante mí, un horizonte amplio de árboles altos y pequeños pueblos separados por espacios oscuros, abiertos. ¿Cómo es posible que nunca haya visto esto antes? ¿Nunca había estado aquí? Me volteo, sin palabras, y me pregunto por la vista en cada lado de la torre. No podemos ser más que un par de condados. —Mi madre solía traerme aquí —dice Duffy y doy un paso hacia él—, cuando era pequeño. —Se voltea hacia mí con una pequeña sonrisa, sus ojos verdes reflejando el rayo luminoso que atravesaba el cielo en algún lugar detrás de mí.

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Lo observo muy de cerca. Esta es la primera vez que ha mencionado a su madre. Me está dejando entrar, poco a poco a la vez, primero con el auto y ahora esto. No estoy segura de qué decir. Camino hacia el borde de la plataforma y me sostengo fuertemente de la barandilla de madera. Bajo mis dedos puedo sentir los arañazos y rasguños de las iniciales y otros grafitis arrancados en la madera astillada. Levanto la cara y observo el cielo, brillando con las luces de las casas en algunos lugares, nuboso y con rayas de los relámpagos lejanos en otros lados. Duffy se mueve detrás de mí con cuidado, cerca y cálido. Sus manos extendiendo las mías en la barandilla, su cuerpo bloqueando el viento y haciéndome echar raíces en el puesto, sin aliento. Miramos por encima de los retazos de la lluvia los pueblos pequeños por debajo de nosotros. Mi sangre corre rápido y caliente a través de mis venas, pulsando en mis sienes y en la base de mi cuello. Me apoyo en él, y siento sus brazos envolverme fuertemente mientras lentamente me voltea para enfrentarme a él, el aire es tenso y pesado entre nosotros. Levanta mi mentón con su mano y luego… llueve, fuerte y de repente. Vertiéndose sobre nosotros. Duffy agarra mi mano y tira de mí a través de la plataforma y hacia abajo a un tramo de escaleras tan rápido que ni siquiera siento los pasos de mis pies. Jadeando y riendo, me apresuro y lo beso, cálido y húmedo, nos tropezamos y caemos al suelo, seco como leña bajo el amparo de la plataforma de arriba. No hay música o un asiento de un auto suave debajo de mí, sólo pura madera, el sonido del tren, y besos fuertes y hambrientos. Estoy temblando. Duffy se detiene, inclinándose en un codo, sus dedos se arrastran ligeramente a través de mi frágil estomago y pregunta: —¿Tienes frío? Sí, eso es, pienso mientras asiento con la cabeza, sabiendo que no lo es, porque en todas esas noches con Shane nunca había hecho algo así. De verdad, ni siquiera cerca. Busca detrás de mí y agarra su escurridiza chaqueta roja. Me siento, y él la pone debajo de mí, Porter se desliza, el tejido lanoso blanco frota suavemente contra mi espalda desnuda mientras me relajo en él. Se estira, presionándose en contra de la longitud de mi cuerpo. Se siente como si nuestra fricción pudiera lanzar

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chispas al aire y sé lo que quiero hacer. La tormenta nos aprisiona juntos, silenciando nuestros sonidos y separándonos del mundo de abajo, mientras los bordes de cielo proyectan iluminación con un rayo que se extiende como dedos largos, abrazando la tierra oscura y húmeda.

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Capítulo 9 Traducido por ZAMI y Carol93 Corregido por Haushiinka

E

l aire de la mañana deslizándose por las cortinas se siente frío contra mis dedos cuando extiendo la mano para tocar un dobladillo moviéndose. La lluvia suena suave y gentil, como un ligero palpitar contra el patio y la azotea. La tormenta ha pasado y huele a lombrices. Me doy la vuelta, desenredando mis piernas del edredón, y froto mis dedos sobre el rasguño en mi hombro, haciendo una pequeña mueca. Cierro los ojos, sintiéndome segura y cómoda en el apretado tejido de algodón de mi camiseta, alentándome a dormir, para poder soñar con Duffy e ignorar a mis molestos padres y al inevitable castigo que sé que me espera abajo. —Leah, trae tu trasero aquí ahora mismo. —Resuena la voz de Yorke desde la planta baja. El olor a café revolotea por mi puerta. Estoy despierta.

No era tan tarde cuando llegué a casa. En serio. Solo se sintió como si fuera tarde porque había estado oscuro prácticamente desde el desayuno. —¿Dónde está? —pregunté, mientras dejaba caer la empapada mochila al suelo con un sonido de chapoteo.

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Yorke y Freddie estaban sentadas alrededor del desayunador de nuestra cocina, sus codos sobre el granito, los taburetes muy cerca, llenando pequeñas bolsas de encaje con confeti. Recogían un puñado y las llenaban, entregándoles las bolsitas repletas a Roger para que las atara y las apilara. Roger ataba los pequeños lazos blancos, mucho más rápido de lo que cualquier hombre debería ser capaz de atar pequeños lazos blancos. Yorke apuntó hacia el techo, y mis ojos viajaron a lo largo del yeso blanco, imaginando el tintineo de los brazaletes de mi mamá mientras caminaba por el pasillo hacia su cuarto. —Shane está allá afuera buscándote —dijo Yorke excavando en el confeti, sin dejar de mirarme. —¿Por qué? —pregunté actuando toda indiferente—. Estoy aquí. —Porque tu turno terminó y supuestamente podrías necesitar un aventón a casa —dijo removiendo los brillos del tazón con su aliento. —Umm. —Miré por la ventana—. Ha estado lloviendo por horas. —¿En serio? —preguntó Yorke sonando sorprendida. —Mucho, de hecho —dije, y ella estiró el cuello para mirar hacia afuera, al cielo gris y el goteo de la mampara de la ventana. Freddie no miró. Ella sabía que estaba lloviendo, de la misma manera en que sabía todo. Roger parecía demasiado ocupado enrollándose el dedo con una cinta resbaladiza como para notar que estábamos hablando, y aún menos para darse cuenta del clima. —Oh, cierto —dijo Yorke—. Miren eso. —Se giró hacia mí con un brillo de enojo en sus ojos y preguntó—: ¿Dónde estuviste entonces? Mierda. Delatada por mi propia competitividad. No debería haber señalado el clima. Debería haber caminado, escapando a la soledad de mi habitación y la comodidad de mi cama. Ellos ni siquiera hubieran notado que había desaparecido. —Sí, señorita Leah —dijo mi madre a medida que entraba a la cocina, usando una túnica amarilla brillante bordada y un capri blanco. Juro

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que la mujer no tenía una arruga. Una nube de Channel Nº 5 la seguía— . ¿Dónde estuviste? Me paré allí, con la boca abierta, no del todo preparada para el ataque. Una buena excusa o un plan de escape nunca cruzaron por mi mente. Había estado en problemas antes pero por cosas como llegar tarde a cenar o por no limpiar antes de que Silvia, la señora de la limpieza, lo hiciera, pero nunca había sentido la ira. No realmente, no de la forma en que Yorke la había sentido. Miré a Yorke con ojos suplicantes: Ayúdame. Yorke sólo sonrió y continuó llenando las pequeñas bolsas. Al parecer estaba por mi cuenta. —Sé que sabes cómo usar un teléfono —dijo mi madre mientras rebuscaba en su bolso y sacaba una pequeña barra plateada de lápiz labial—. Pero aun así, no llamaste. La verdad es que ya no le presto mucha atención a mi celular. La única persona que me interesaría llamar no cree en lo celulares, solo en encuentros personales. Pero no le podía decir eso a ella. —Ahora, el pobre Shane está buscándote —continuó, juntando sus labios recién pintados, y lanzando el labial de regreso a su bolso. Miró hacia la ventana—. Y al parecer está lloviendo. Dios, ¿alguien en mi familia alguna vez mira más allá de sí mismos, para tal vez dar vistazo por la ventana o a cualquier otra cosa, de vez en cuando? Puedo aceptar que tal vez no me hayan extrañado mucho, ¿pero cómo pueden no haberse dado cuenta que afuera se desarrollaba la tormenta más importante de todos los tiempos? —¿Y bueno? —preguntó mi madre, taconeando la baldosa, y con los brazos cruzados—. Estoy esperando. —Ruega por piedad —dijo Yorke. —Sálvate a ti misma —bromeó Freddie, mientras le entregaba otra bolsa centelleante a Roger con los dedos brillosos. —Aprende a manejar —dijo Roger sin rodeos, mientras ataba y agregaba otra bolsa llena a la pila tambaleante. Yorke le dio un

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manotazo, sin mucho entusiasmo. Él se corrió de su camino y rió de forma irritantemente profunda y alta. —¡Yo sé manejar! —grité. —¡Leah! —gritó mi papá mientras entraba camino al cuarto, recién afeitado palmeando distraídamente sus bolsillos, en busca del siempre desaparecido juego de llaves del auto. —Ustedes tres no hablen —dijo mi madre. Colocó su juego de llaves en la mano abierta de mi papá y se colgó el bolso al hombro antes de voltearse a mí con el rostro tenso en espera de una respuesta. Inhalé profundamente y lo dejé salir con un silbido. —Sí, bueno. —Me detuve cuando pasé junto a ella—. También estuve esperando y nadie apareció. —Tiré de la banqueta junto a Yorke y alcancé una bolsa vacía—. Tuve que pedirle a Valerie que me trajera. —¿Quién es Valerie? —preguntó Yorke. Ella estiró el nombre a medida que lo decía, como alargando las vocales y arrugando la nariz, como si las palabras olieran mal. —Una amiga —mentí—. De la piscina —agregué, y Freddie inclinó la cabeza hacia mí, su cuchara pausada sobre el recipiente. Por supuesto que ella recordaba a Valerie. Secretamente Freddie mantenía un ojo encima de cualquiera con un coeficiente intelectual súper alto. Me encogí, dándome cuenta de que no debería haber agregado eso ultimo sobre la piscina. Mi historia hubiera sido más creíble sin esa parte. —¿Y las horas entre eso y ahora? —preguntó mi madre. —Estudiando. —Sacudí la pequeña mochila abierta—. La lista de lectura para el verano. Vi a Freddie poner los ojos en blanco, e incluso Yorke parecía sospechar. —En serio —dije sonando tan convincente como pude, y mi madre suspiró pareciendo resignada. —Llegaremos tarde —dijo cuando mi papá hizo sonar la bocina desde afuera. Me tensé cuando ella se inclinó hacia mí. Levantó mi barbilla y

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me miró a los ojos—. Lidiaré contigo en la mañana —dijo. Entonces me dio un beso rápido y seco en la mejilla y salió por la puerta. —Muy astuta, hermanita —dijo Yorke entrando al baño que Freddie y yo compartimos más tarde esa noche. Freddie y yo estábamos en el doble lavamanos, con el cabello atado en una cola de caballo, y la cara recién lavada. —¿No tienes tu propio baño? —pregunté mirando hacia su reflejo mientras giraba la tapa de la pasta dental. —Sí —suspiró—. Pero no tiene ni la mitad del drama y el entusiasmo que llena este. —No hay drama, no hay entusiasmos —dije, apretando el tubo de la pasta dental justo por el medio, porque sé que enloquece a Freddie. A ella le gusta que lo haga desde el final, centímetro a centímetro. Yorke me sonrió en el espejo —Buen intento. Ahora escúpelo. Me encogí de hombros. —Salí. —¿Con quién? —Con alguien. —¿Un chico? Puse los ojos en blanco, presionando una línea de pasta dental a lo largo de mis cerdas. Freddie levantó la vista de las burbujas que estaba haciendo. Cepíllate los dientes, deja de hablar, pensé, deteniéndome con la boca abierta. El cepillo estaba a centímetros de mis dientes, pero estaba reacia a cepillar su sabor de mi lengua. Podía sentir a Yorke observándome intensamente en el espejo. —Eso es todo, ¿cierto? —concluyó.

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—Un chico —confirmó Freddie suavemente. Con los ojos mirando abajo, concentrándome en el remolino de agua del fregadero, asentí. Son un buen equipo. Pueden sacarme todo, y lo saben. —¿Alguna aventurita con otro? —Yorke rió, las mangas de su corta bata moviéndose mientras ponía sus manos sobre sus labios, e inmediatamente quise recuperar mi confesión. El arrepentimiento quemaba en mi cabeza. Me paré derecha. Hablar sobre él sólo por unos pocos segundos con mis hermanas ya estaba arruinando la experiencia, sacándole el brillo y dejando una capa de corrosión detrás. —No pensé que harías eso —me dijo Yorke, como si fuera algo para estar orgullosa. Cuando Yorke estaba en la secundaria, cuando estaba saliendo con Dwight, su primer amor, vinimos a casa una noche de viernes de cenar en un restaurante oscuro y lleno de humo. No sé por qué Yorke no tuvo que sufrir las dos horas de bebidas, aperitivos, cena, postre, y café, pero no lo hizo. Probablemente había salido del apuro mintiendo, conociéndola. Mi papá fue a nuestra entrada y casi chocó de reversa una camioneta con falsos lados de madera que estaba aparcada con las luces apagadas. Seguimos adelante, y los ojos azules de Yorke destellaron amplios desde el asiento del pasajero. Al segundo mi madre estaba afuera del auto. Tiró de la puerta de panel para abrirla y jaló a Yorke del brazo. York se tambaleó y salió. Mi madre esperó tiesa y la guió a la entrada mientras Freddie y yo mirábamos horrorizadas desde el asiento de atrás, la escena completa iluminada por nuestras luces delanteras. Vimos a Yorke darse la vuelta y despedirse del chico de la otra ciudad con lágrimas en sus ojos, como si estuviera devastada. Ella y Dwight fueron a la fiesta de graduación la noche siguiente. Recuerdo que los ojos de Yorke todavía estaban un poco hinchados. Lo puedes ver en las fotos.

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—¿En dónde estabas? —me preguntó Yorke ahora, reclamando, como siempre—. ¿Qué hiciste? ¿En qué estabas pensando? —¿Quién es él? —preguntó Freddie, sus ojos clavados en los míos en el espejo. Yorke hacía más preguntas, pero Freddie iba a ir directamente al punto. Levanté la vista, sorprendida. Creo que ni siquiera lo notaron a él en el club. ¿Cómo era eso posible? Se sintió como si hubiera chispas disparándose entre nosotros. En mi mente él prácticamente brilla. —Nadie. Yorke puso sus ojos en blanco. —No lo conoces. —Hmm… —Yorke reflexionó sobre ello, tirándome una toalla de mano—. Entonces él apenas parece valer el infierno que vas a pagar. Freddie se secó las manos, puso su cepillo de dientes en el porta-cepillos de cerámica, y dobló su toalla en tres antes de colgarla prolijamente en el perchero por la puerta. —Lo vale —dije y Freddie se frenó mirándome de nuevo por un segundo con cara solemne, antes de girarse, pasar a Yorke, y caminar fuera de la habitación. —Sólo espera —dijo Yorke, moviendo su cabeza de una forma que envió escalofríos hacia abajo por mi columna. Se levantó y desapareció por el marco de la puerta, apagando la luz. —Lo vale —me repetí a mi misma en la oscuridad, queriendo creer.

—Lo sé, lo sé, estoy completamente retrasada —digo mientras me arrastro a través de la cocina.

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—Y completamente castigada, apuesto desayunador.

—dice Yorke desde el

—Totalmente —agrega Freddie, sonando muy como chica cursi y presumida. Está apoyada contra la barra, lamiendo miel desde la esquina de su boca mientras la paso. El desayuno ha terminado. Me lo perdí. Todo lo que queda es el olor de los huevos fritos de mi papá y algunas migas tostadas en el mostrador. Me deslizo de costado en la barra, empujando a Yorke. Ella está envolviendo su taza diaria de café color caramelo, sólo descafeinado. Las envolturas rosadas rasgadas de dos paquetes de edulcorante están arrugadas encima de una pila delante de ella. —Jesús, Leah —dice cuando choco contra ella. Agarro la pesada daga esterlina color plata de un cortapapeles de la mesa y abro un sobre en un movimiento rápido. El total acumulado es 233. Y cada mañana el cartero trae una pila fresca de "Se ruega confirmación". Freddy se sirve un tazón de café caliente, se desliza en un lugar cerca de mí, y levanta la pluma rosa oscuro reservada sólo para esta ocasión, tachando con una raya a otro doctor, amigo de secundaria, compañero de habitación de la universidad, o un viejo vecino de la casa del lago de la larga lista. —¿Valerie Dickens? —digo, anonadada, leyendo la carta de respuesta en mi mano. Dios, esta es una pequeña ciudad. Ella quiere el pez. —Es la prima segunda de Roger —dice Freddy—. Pensé que sabías eso, siendo amigas y todo eso. Escucho un golpe metálico cuando la mano de mi mamá golpea la baranda en la cima de las escaleras, y mi pulso se acelera. Yorke ladea su cabeza, escuchando atentamente, como si fuera completamente obvio, por el sonido de los pasos de mi mamá, qué tan en problemas estoy.

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—Ella está enojada —susurra, y adivino que debe saber, ella ha estado en más problemas que cualquier otra en esta familia. También tiene un aliento terrible a café. Levanto de la pila una de las últimas bolsitas atadas de anoche y la tiro sin fuerzas dentro de una caja al final de la mesa. Dos puntos. Freddie agarra uno y consigue un triple, incapaz de resistirse a la urgencia de superarme a cada rato, incluso en mi momento de necesidad. Mi madre entra, todavía en sus pantuflas satinadas pero, por alguna razón, el pelo con un perfecto alisado de peluquería. A veces pienso que debe dormir parada, recostada sobre gigantes almohadas y diminutos perros, como los Tudor. Se detiene al final de la mesa, bloqueando todo lo que existe, y levanta sus manos defensivamente. —No quiero escucharlo —dice bruscamente. Mi boca, recién formándose alrededor de una súplica, se cierra callándose tan fuerte que mis dientes hacen un pequeño sonido duro de chasquido. Noto que Yorke está repentinamente concentrada, toda su atención dedicada a doblar y desdoblar uno de las envolturas de edulcorante. La alisa contra la mesa con su pulgar antes de arrugarla y empieza todo otra vez, dejando un diminuto montoncito de edulcorante en su estela. La cabeza de Freddie está hacia abajo, y está lanzando bolsitas dentro de la caja con tal concentración que podría estar atiborrando por un final. —Vas a ir derecho a tu trabajo y después vas a volver directamente a casa — dice mi madre mientras extiende un dedo perfecto con manicura en mi dirección—. Sin pérdida de tiempo —continúa—, nada de viajes de estudio o ausencias sin justificación. No es desagradable. Su voz nunca se eleva, nunca se torna fuerte, pero con certeza es dolorosa. Cada mandamiento, cada palabra, aterriza con fuerza, un ruido sordo de martillo, golpeándome abajo y más abajo en el desayunador. Estoy pasmada en sumisión. Me deslizo debajo de la superficie de la mesa y veo los pies de Yorke mecerse frenéticamente hacia atrás y hacia adelante, su sandalia colgando de un pie pulido. Freddie está envolviendo sus piernas como

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un pretzel, retorciéndolas en el banco, metiendo los pies hacia dentro, los dedos moviéndose nerviosamente. —A dondequiera que necesites ir —Mi madre hizo una pausa y nos miró a cada una de nosotras por turno—, Yorke o Freddie, o Shane pueden llevarte. Yorke gime fuerte, pero tiene mucho miedo de la tempestad que se arremolina para quejarse en serio. Freddie se queja, también, obviamente un miembro más de la unión de hermanas mayores abusadas. Mi mamá las calla con una mirada y agrega: —O voy a llevarte yo, si es necesario. Levanta sus cejas hacia mí y, con una inclinación de cabeza en mi dirección, sale aireada, indicando claramente que no va a haber una discusión o negociación de términos. —Estarás aquí cuando yo quiera que estés, Leah —dice sobre su hombro mientras se dirige hacia la cocina—. Tendrás tus prioridades en orden —continúa, atacando el grifo ya brillante con una toalla almidonada blanca—. Shane fuera en una exploración inútil con una lluvia torrencial, buscándote. Que disparate. Me hubiera quejado, pero no puedo convocar la angustia o la energía. —Actúas como si no tuviéramos una boda en pocas semanas —dice, volviéndose a mirarme, por delante de la brillante mesa de granito, sobre las cimas de los frascos pulidos. En algún lugar entre el azúcar, la sal, el té, y mis perfectas hermanas, me encuentra. Estoy tan abajo que prácticamente estoy paralela al piso. Agita la toalla hacia mí. —¡Y por Dios, siéntate derecha! ¡Las damas de honor no se dejan caer! Al menos no las de esta familia, pienso mientras engancho mis codos pesadamente en el borde de la mesa y me levanto despacio, hasta que estoy decente y derecha, rodeada por mis hermanas, como sujetalibros a ambos lados.

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Capítulo 10 Traducido por Susanauribe Corregido por Haushiinka

L

a temperatura sufrió un revés ayer después de la tormenta y no muestra signos de terminar la oscuridad. Sin embargo, Shane encuentra la manera, como siempre.

—¿No es esa tu amiga? —pregunta, agarrando la parte trasera de mi asiento y forzándose a mirar por encima de mi cabeza mientras hace un giro en U ilegal y se aparca en un espacio de discapacitados. Las tardes usualmente son tiempo de chapoteo en esta mitad del verano, pero no hoy, aparentemente. Troy está en una silla cerca a la oficina, una rodilla saltando hacia arriba y abajo para mantenerse alerta. —¿Quién? —pregunto, mis ojos escaneando la multitud rápidamente, buscando a la misma persona que siempre estoy buscando. —¿Penny…? —dice, adivinando completamente. Como si yo tendría una amiga llamada como una moneda15. Alzo una ceja hacia él. —Era algo con Y —dice. —¿Valerie? —pregunto. —Sí.

15Penny

en inglés es el nombre de la moneda de un centavo.

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Ese es mi Shane, héroe del fútbol, rompecorazones y campeón de deletreo. —No es mi amiga —digo. Agarro mi bolso y abro la puerta. Shane me agarra, empujándome por un beso que es todo manos y producto para el cabello. De mala gana, me inclino, rígida e incómoda, y sus dedos rozan mi omóplato, deslizándose por el punto adolorido por anoche. Aprieto mis ojos fuertemente, y escenas al azar, iluminadas por brillantes explosiones y destellos de luz, aparecen en mi cabeza. Un profundo estremecimiento comienza en mi estómago. Baja por mi columna y se apresura dentro de mí, abrasando mi piel, haciendo el beso aún más incomodo, pero al menos eso lo mantiene breve. Con una boca seca y un pulso tembloroso, me alejo. —Pensé que estabas estudiando con ella ayer —pregunta Shane, levantando su mentón hacia Valerie, sus labios hinchados—, durante la tormenta. —Oh, claro. Ella está recostada contra la reja de alambre. Un libro abierto está apoyado en su estómago, presionando su vestido más apretado contra su delgado pecho. —Aún así no es mi amiga —digo. Ni siquiera cerca. Ella es más como una archi-enemiga y una secretaria social en el papel de una. Valerie se mueve, la brisa agarrando la bufanda amarilla atada en su cabello. Mira hacia arriba, me encuentra mirándola, y saluda como si fuéramos viejas amigas. Como un idiota, Shane saluda de vuelta, su sonrisa poco sincera, enorme y blanca incluso en éste frío día gris. Los brazos de Valerie caen, y en ese mismo instante mi corazón también lo hace. En la cuesta, recostado contra el capó del la furgoneta granate alemana que probablemente pertenece a alguna mamá de fútbol consentida, con sus largas piernas extendidas delante de él, brazos cruzados encima de una camiseta desgastada y un mar de césped entre nosotros, está Duffy.

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Salgo del auto de Shane y a penas lo noto alejándose con una despedida de mano. Él se va, esparciendo grava y piedras hacia mis pies. Escalo la pendiente con mi cabeza baja, moviéndome tan rápido como puedo. Paso la piscina, paso a Valerie, el pánico pulsando mis nervios. Deseo que el chico con el mono y el registro del reformatorio pase ahora mismo con su gran cortacésped y limpie un camino para mí. Miro alrededor por él, esperanzada, y en cambio veo a Duffy. Está apoyado, preparándose para irse. Me deslizo bajando la pendiente con una velocidad precipitada, confundida, sofocada, y a un ritmo endemoniado. Tropiezo en mi camino hacia el auto, tratando de descifrar la expresión de Duffy y respirar al mismo tiempo. —¿Quién es el chico, Leah? Me detengo. En silencio. —¿Deportivo blanco de chica? —sugiere, y trago el nudo en mi garganta, mirando sus nudillos blancos agarrando fuertemente el volante. —Shane —digo lenta y suavemente. —Claro —dice y mira hacia afuera por su ventana abierta, no mirándome a mí sino al piso o el césped o algo así—. ¿Y quién es Shane? —pregunta. —Mi novio. —Tienes novio. No fue una pregunta. Él no preguntó. Él simplemente medio lo dijo. Asiento. —Ya veo. Y Shane es sensacional.

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Imagino el suave asiento de cuero dentro del interior del auto de Shane, las molestas llantas plateadas brillantes, y la caja de cromo pulido alrededor de la vanidosa placa, SHN ROX16. Me encojo de hombros. —¿Lo es? —pregunta, su voz ronca y enojada ahora—. ¿En verdad es sensacional? —No en realidad. Él sólo me mira. —¿Entonces qué estás haciendo? —No lo sé —digo. Y en verdad, no lo sé. Es como si acabara de descubrir que el mundo es redondo. Sigo sintiendo las esquinas. —Entonces, lo estás engañando. No estoy engañándolo, pienso. ¿Puedo engañar a alguien con quien no estoy, técnicamente, siquiera saliendo? Miro una pareja de viejitos montando en bicicletas rojas con cascos relajándose en la colina del parque como manzanas de dulce. —No estoy engañándolo —digo claramente. Estoy segura de eso. Pero con una larga e irregular respiración busco lo que en verdad estoy haciendo—. Estoy indecisa —respondo. —¿Cuál es la diferencia? —pregunta sarcásticamente, mirando hacia arriba así finalmente puedo encontrarme con sus ojos. —La intención. Duffy mueve su pelo hacia atrás, negando con su cabeza, asimilando esto. Finalmente se aclara la garganta y pregunta: —¿Cómo es que nunca hablaste sobre él? ¿Por qué hablaría sobre Shane? ¿Qué hay que decir? Él es un trozo de queso. Delgado y cuadrado, tallado de la misma losa que Roger y Evan. —Bueno, realmente nunca hablamos sobre algo, ¿no es así? — pregunto—. Nosotros sólo… seguimos —digo, tragando fuertemente, 16SHN

ROX:Diminutivo para Shane rocks, que traduce Shane es sensacional.

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tratando de explicar, y mi corazón empieza a separarse, rompiéndose en los bordes, y mis manos vuelan hacia el horizonte, demostrando nuestros éxodos, temblorosos y nerviosos al darme cuenta de lo que esto podría ser. No puedo respirar adecuadamente. Y siento como si no pudiera ver. El sol pasa por las ramas encima de mí, brillando entre las hojas en pedazos y partes, un rayo dorado en mi brazo, pero no calienta mi piel. Estoy entumecida. Dejo caer mis manos. Lágrimas ruedan por mi rostro, y pregunto en voz bajo: —¿No podemos sólo seguir? Él asiente, cediendo.

Un rastro de canela y azúcar brilla en el tablero. Duffy conduce, mirando hacia el frente, tomándose su tiempo, masticando lentamente un paquete de seis rosquillas entre nosotros en los asientos delanteros, hasta que las palabras finalmente se apresuran a salir en una inundación. Resulta que él va a hacer su último año este otoño. En mi escuela. Incluso aunque él ya tiene dieciocho. Perdió un año. —¿Un año entero? —pregunto, él asiente, voltea a la izquierda en un camino sin señalizar y agarra otra rosquilla de la caja abierta. No por estupidez o holgazanería, sino porque su mamá estaba enferma. Él pasó todo el año con ella, y por eso es que está atrasado. Y por eso vive con Gran Duff, su papá, ahora, porque su mamá murió. —Cáncer —dice él, cortante y breve, deteniendo mi corazón y respondiendo mis preguntas con una palabra.

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Pone la camioneta en parqueo. Sentándose derecho y quieto, mira por el parabrisas, el músculo en su mandíbula trabajando silenciosamente debajo de su piel. Se voltea hacia mí con una sonrisa que conozco muy bien y dice: —Entonces, ¿cuál es tu historia? Pero estoy poco dispuesta a meterme de lleno. Nada que yo tenga puede compararse con lo que él acaba de decir. Además, ya todos conocen mi historia de corazón. La rubia ambiciosa, la lista de amplias dotes, los puntajes de examen esperados, los chicos perfectos y atuendos que acentúan la figura, los puños altos y la sonrisa constante (no te olvides de esa), todo ha sido conseguido, primero por Yorke y luego por Freddie. Soy una del montón.

Duffy se estira, y sus dedos hormiguean en mi rodilla, meneando mi pierna hacia atrás y adelante, incitándome. Niego con mi cabeza y digo: —Ya ha sido dicho. Él alza sus cejas, poco convencido. —Al menos dos veces —digo—. Sólo mira a mis hermanas. —Eso no puede ser verdad —me dice. Suavemente. Gentilmente. —Se siente de esa manera —digo y me muevo en mi asiento. —De alguna manera pareces diferente. —¿En serio? —pregunto, envolviendo mis brazos apretadamente alrededor de mi cuerpo.

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¿Qué sabe él? ¿Y qué ve? Porque yo no veo nada. Sólo me veo a mí, exactamente como soy ahora. Esto. No lo que podría ser o de lo que podría ser capaz o esas babosadas que los profesores siempre llaman potencial. —Bueno —dice, volteándose hacia mí—, estás aquí, ¿cierto? Él se inclina, dulce y cálido, como una panadería a las 5:00 A.M. Su cabello me da cosquillas pasando por mi frente y planta un ligero beso allí. Cierro mis ojos con un suspiro y sonrío. —Necesitas escoger, Leah. —Duffy respira en mi oído mientras arrastra sus labios ligeramente por mi mejilla. Él descansa su frente contra la mía—. No seré tu segunda opción. Dios, no quise engañar. Porque todo éste asunto con Duffy, bueno, medio sucedió. Él sólo sucedió. Se aparece, y mi sangre se vuelve caliente, y así, por supuesto, estoy girando. Él nunca había sido parte del plan.

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Capítulo 11 Traducido por Jo, Elena Vladescu y SOS por Paaau Corregido por ZAMI

—T

ienes que estar bromeando —murmuro mientras me abro paso hacia la piscina. Han pasado cuatro días desde que me salté el trabajo y la vi por última vez, pero el sentido de la moda de Valerie no ha mejorado en el intermedio. Como si fuera una bañista de 1940, está tendida sobre una vieja manta, en un traje de baño blanco atado al cuello y con unos lentes de sol oscuros estilo ojo-de-gato. Apuesto a que se los prestó su abuela, o el Smithsonian17. La observo con una sonrisa desdeñosa mientras ella cierra su libro, levanta sus lentes con un meñique, y me observa, intentando atrapar mi mirada mientras paso. —Tu amiga Val —dice Troy, deteniéndose frente a mí y señalando con su dorada barbilla sin afeitar hacia Valerie—, dijo que estuviste enferma el viernes pasado. Estira sus brazos hacia arriba, pone sus codos hacia afuera, y descansa un portapapeles de aspecto maltratado en la parte superior de su cabeza. Se balancea hacia atrás sobre sus talones, esencialmente bloqueando mi camino con su excesivo vello en las axilas. Asqueroso. —Te cubrimos —dice, melodioso y un poco demasiado dulce, asintiendo hacia la pandilla de chicos rubios que nos observan fijamente desde las sillas de metal puestas alrededor de la piscina—. De nada. Con un imperceptible giro de mi cabeza alcanzo a ver a Valerie, a un par de pasos detrás de mí, los libros dispersos por la manta, sus piernas de pollo estirándose bajo el esfuerzo, siguiéndome hacia mi primera silla. Smithsonian: El museo más grande del mundo, que cuenta con 19 cedes, y 9 centros de investigación. 17

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—Ella no es mi amiga —le digo a Troy—. Sólo es molesta. Me subo a la silla junto al tobogán y me giro, sintiendo los peldaños de metal calientes quemar mi espalda mientras me deslizo hacia el asiento. Desearía que no estuvieran tan calientes. Exhalo y observo una fila de chicos de tercer grado empujándose entre ellos, subiendo los escalones curvos, luego deslizándose por el tobogán, y aterrizando con un disparejo chapuzón a un par de metros de mí. —¿Terminaste La Tempestad? —pregunta Valerie luego esa tarde, con un libro bajo su brazo y la manta a cuestas. Su sombra, fue creciendo y creciendo a medida que pasaba el día, apareciendo junto a la mía aproximadamente dos minutos después de cada vez que cambiaba de silla. Al principio ella guardaba todas sus cosas, y luego las instalaba otra vez en su nueva posición, pero el último par de veces que Troy sopló agudamente su silbato, sólo arrastró todo lo que llevaba —libros, manta, y todo— alrededor de la cubierta de la piscina conmigo. —Lo hice. Reboso de emoción. Adoro La Tempestad. Adoro todo lo relacionado con una buena tormenta por estos días. Obviamente. Le sonrío por encima de mi hombro. —¿Y tú? —No completamente. —Levanta su libro. Su marcador de páginas cuelga a solo un cuarto del ancho. —¿Qué piensas hasta ahora? —pregunto, instándole a responder. —¡Leah! —grita una voz desde afuera del cerco, y mi corazón se acelera, apretándose, mientras miro mas allá de los pantalones extra cortos y los vientres redondeados de escuela primaria en tankinis, para encontrar a Dani, con nuevos reflejos color cobrizo destacándose entre su cabello castaño y su piel tan morena como un bolso Vuitton oscuro, caminando a través de la verja, saludándome. Len, nuestra pequeña rubia, que se ubica en la punta de la pirámide, va rebotando dos pasos detrás de ella. Maldición. Les devuelvo el saludo, sintiéndome derrotada. Estaba esperando a Duffy. —¿Mucho bronceado? —pregunto, acelerando mis pasos. Dani pone sus ojos en blanco.

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No estuvieron prácticamente en todo el verano, quedándose con el papá de Dani en Fénix. Mi madre nunca me habría dejado hacer algo así, aún si se divorciara, cosa que nunca haría en millones de años. Dani ríe mientras me subo a mi silla de salvavidas. —Fue tan caliente. —Como un horno —confirma Len. Su voz se desvanece, cuando Valerie capta su atención, al colocarse junto a mí, con su toalla en las manos, llegando un poco tarde para la fiesta, como siempre. Se sitúa en la esquina entre la reja y yo, desenrollando su toalla junto a los arreglados pies de Dani y Len. Todas observamos cómo endereza su pila de libros, ordenándolos impecablemente, y desenrolla su cuerpo, apoyándose contra el cerco. Estira sus largas y delgadas piernas, cruza sus brazos en su pecho, y nos asiente, dejándonos saber que ahora tenemos toda su atención. Como si la quisiéramos. ¡Dios! ni siquiera está leyendo un libro, o pretendiendo que se broncea, o intentado de cualquier manera, esconder el hecho de que está total y completamente pendiente de nuestra conversación. Alejando sus ojos del espectáculo que es Valerie, Dani dice: —Vimos a Shane anoche en Keltie. —¿Dónde estabas? —pregunta Len en broma—. Se veía tan solitario. Claro, como si Shane pudiera estar solo en el autocine, rodeado de camareras en faldas cortas e ilimitadas hamburguesas. No es posible. —Así que nos acercamos —dice Dani. —Sólo para saludarlo —dice Len rápidamente como si yo pudiera pensar que se metieron en el asiento trasero del auto con él. Sé que Shane no me engaña. Ese es mi departamento. —He estado muy ocupada —digo, mirando el agua. —¿Si? ¿En qué has estado? —pregunta Dani. Contando autos, pienso.

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—Tú sabes, no mucho —digo, usando el eufemismo del siglo o al menos de mi vida. Valerie suelta una risita. —¿Cosas para la boda? —pregunta Dani. —Ooh, cierto—chilla Len—. Yorke es taaan suertuda. Valerie tose y se retuerce en su manta mientras se acomoda. —Bueno… —dice Dani, soltando la palabra, apoyándose contra el cerco, frunciendo el ceño hacia Valerie. Bienvenida a mi verano, pienso. —Deberíamos irnos —dice finalmente, pinchando a Len con un dedo—. ¡Dile a Yorke que le mando felicitaciones! —Lo haré —interviene Valerie, sorprendiendo a Len y Dani más que un examen sorpresa en álgebra. Sus ojos lo dicen todo: no pueden creer que Valerie esté invitada al evento social de la temporada y ellas no. Presioné mucho para meter a mis amigas en la corta lista, pero fui vetada por Yorke, quien no quiere a nadie muy lindo y pequeño cerca de ella en su gran día, y por mi madre, a quien no le gustan los vegetarianos y la dificultad que presentan para una empresa de catering. Len es ambas. —Yo también —dice Len insegura, despidiéndose de mí mientras ambas retroceden al unísono, más que impacientes por irse. Valerie se despide de ellas distraídamente, agarrando un libro a su lado. Dani y Len miran con curiosidad a Valerie y a mí, como si me hubiera unido a su club secreto, mientras ellas no estaban. Tan no cierto. —Las llamaré —les digo con una débil sonrisa. Dani asiente, y luego nos dan la espalda y caminan alejándose con sus brazos bronceados estirados y rígidos a sus costados. Estoy tan avergonzada. —Así que… ¿La Tempestad? —pregunta Valerie, de pronto parándose junto a mí. Ajusto mi visor y me pongo tan cómoda como puedo en mi silla alta calentada por el sol. Ese barco ya zarpó.

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—En serio, Valerie —digo, con mis ojos escaneando a la multitud en el agua—, no te molestes. Supongo que ella no sabe cómo funciona esto, creo. Estudia y estudia y estudia y yo ni siquiera debo intentarlo. Si no me cayera tan mal en este momento, casi me sentiría mal por ella. Se ajusta la cosa en su pelo. Presiona los labios. Empuja la cosa en su cabello. Prácticamente puedo ver al hámster dentro de su cabeza corriendo a toda potencia en su rueda cada vez más y más rápido, intentando decidirse si me refiero a su incesante estudio, o a su sorprendente apariencia de estrella de cine de antaño junto a la piscina. —No hagas esto —digo, manteniendo mis ojos en el agua todo el tiempo. —¿Qué? —Esto —apunto rápidamente de ella a mí, luego de nuevo a ella—. Hablar. —Suspiro pesadamente y digo—: Tratar de fingir que somos amigas o lo que sea. —¿Por qué? —pregunta con un aire de confusión. —¿Por qué? —digo enojada y con incredulidad. Genial, ahora intentará actuar como si no supiera de lo que hablo. Sé que es más inteligente que eso, más inteligente de lo que yo soy. Me mira, sus cejas arqueándose por encima del borde superior de sus redondos lentes, curiosa. —¿De verdad? —pregunto incrédula. —Ahora veo claramente por qué nunca te uniste al club de debate — me responde con condescendencia—, tus argumentos son verdaderamente lamentables. ¿Será posible que no esté captando mis ondas malvadas? Yo puedo sentirlas saliendo de mí en oleadas. —El equipo de debates es para miopes —digo, mirando a unos niños haciendo clavados en la parte menos profunda. —Yo estoy en el equipo de debate —dice con voz seca. Ya sé eso.

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Ella solo sigue ahí, a mis pies, con el pelo desordenado y alborotado, y me quiebro. La rabia y la frustración desaparecen, y aliso la ajustada coleta en la parte superior de mi cabeza, sintiendo el picor de mi cuero cabelludo bajo el sol abrasador. Estamos a finales del verano. Hay humedad. Siento que no he soltado una profunda respiración desde que mi madre me metió con la ley, restringiendo todos mis movimientos y mi vida. No he visto a Duffy en varios días. No desde que me dio su ultimátum. Ningún encuentro, nada. Siento como si alguien hubiera desconectado la cosa más brillante en mi vida y ahora me estuviera desvaneciendo rápidamente. Aún me quedan boutonnieres18 , horquillas y un sinfín de sandalias por probar. Si sumas eso a la serie de lecciones de baile de salón completamente innecesarias, estoy totalmente agotada. ¿Acaso no sabe mi familia que tengo cosas más importantes de las que preocuparme? ¿Cómo de mi corazón traicionero? Sé que está en algún lugar en el suelo, hirviendo en una piscina a fuego lento, pisoteado por pies y ocasionalmente aplastado. Lanzando mis manos en frustración hacia ella, le espeto: —¿Qué quieres de mí, Valerie? ¿Además de entrometerte en todas mis conversaciones, asustar a mis amigas y meter tu nariz en mis asuntos, en cada oportunidad que tienes y generalmente ser tan molesta como es humanamente posible? Toma una profunda respiración, se arregla el cuello de su camiseta sin mangas y mira hacia su montón de libros ordenado, y la lista de cosas por hacer. —Bueno, al menos por una vez me gustaría que tuvieses que esforzarte —dice con naturalidad. Mi nariz se arruga. —¿Qué tiene que ver eso? Al otro lado de la piscina, Troy está mirando su reloj, asegurándose de que vamos según el horario. Él mira hacia donde estamos, dándonos a Valerie, a mí, y a nuestra extensa conversación una severa mirada.

Boutonnieres: Ramilletes que utilizan los hombre a modo de adorno en los bolsillos de sus sacos. 18

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—Tiene que ver con todo —dice Valerie, con su cabeza gacha mientras se abanica con las arrugadas páginas de Shakespeare en sus manos de adelante hacia atrás. La palabra USADO, escrita con un grueso marcador negro a lo largo de las páginas, aparece, desaparece, y luego aparece de nuevo como si estuviese jugando con un libro animado hecho en casa. —Todo lo que alguna vez has querido —dice, dejando quieto el libro en sus manos antes de mirarme—, simplemente cae justo sobre tu regazo. Eso es cierto. Me sonrío a mí misma. —No tienes que esforzarte. Nunca. Ni siquiera con Jon Duffy. Respiro rápidamente ante la mención de su nombre. Eso es lo que tú piensas, grito en mi cerebro, pero no puedo decirlo. —Lo que sea. —Levanto mi mano, deteniéndola. Acabé. Ni siquiera quiero saber que de qué está hablando. No me importa. Miro hacia la piscina, mi mandíbula apretada, decidida a salvar a una posible persona ahogándose. Troy se levanta, alto y bronceado, y se estira hacia el cielo. Escucho el corto sonido de su silbato, y es tiempo de avanzar. Tomo mi botella de agua y alcanzo mi toalla. Valeria se inclina, sus uñas pintadas de rojo, aferrándose a mi silla mientras pregunta: —¿Te das cuenta de lo que apesta el trabajar así de duro y siempre salir segunda? ¿Siempre? Obviamente, no lo sé. Miro hacia afuera, más allá de la cerca y las colinas con espesos árboles, manchas amarillas de los dientes de león surgen a través de la hierba mientras se mueven por el parque y digo fríamente: —Para mi suerte, Valerie, mi vida no es uno de tus experimentos de ciencia de segundo lugar. Me bajo de la silla de salvavidas y aterrizo suavemente sobre el pavimento caliente justo frente de ella. Me encojo de hombros y muevo mi cola de caballo, intentando crear una brisa al pasar junto a ella y caminar hacia la siguiente silla caliente, esperándome bajo la brillante luz del sol.

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Pero cara a cara, de cerca, con su cabello derritiéndose bajo el sol y su lápiz labial desgastado, difuminado en los bordes debido a ese hábito nervioso de presionar su boca, recuerdo a Valerie, pequeña y sonriendo orgullosamente, deletreando año tras año, suplente permanente en las obras de clases, que nunca llegó a subir a un escenario a pesar de que sus líneas estabas perfectamente memorizadas, incluso fue segunda silla en un sombrío cuarteto de clarinete de Solos y Acompañamientos. Ella siempre ha sido tan inteligente, demasiado para su propio bien. Cuando fuimos al museo de ciencias en segundo grado, todos teníamos nuestros almuerzos empacados, puestos sobre nuestros regazos durante el largo viaje en autobús. Los niños con padres neuróticos como los míos tenían jugos en caja, saludables y económicos. Los consentidos y los olvidados tenían sodas. Yo estaba tan celosa, una lata completa de soda, envuelta en papel aluminio para mantenerla fría. Valerie dio un discurso largo y tartamudeante acerca de cómo el papel aluminio no mantendría las sodas frías, sino que en realidad sacaría el frío desde la lata. Probablemente era algo que pensó que todos debíamos saber ya que estábamos de camino al museo de ciencias. Se sentó sola por el resto del viaje. No tuvo un compañero para escalar dentro de la oreja gigante. Nadie compartió una soda con ella durante el almuerzo, y posó sola en la fotografía de recuerdo dentro del Modelo T19, aunque su cabeza aparecía junto a la de todos los demás. Ella nunca sabía cuando detenerse. —Muévete —le digo impacientemente. Ahora mismo la cinta ganadora está entre yo y hacia donde quiero ir. —Sólo quiero que te esfuerces por una vez —dice mientras da un paso atrás, su talón aterrizando junto al borde de la piscina, en el pequeño cuadrado blanco marcado como 6MT, permitiéndome pasar, y sé que esto tiene que ver con algo más que con Duffy o nuestra amistad de primaria fallida. —Esfuérzate —dice ella—, limpiamente. —Su voz se pierde tras de mí mientras camino a través del laberinto de toallas y tumbonas. ¿Limpiamente? Mis oídos zumban de vergüenza. ¿Lo dice en serio?¿Acaso tiene ocho años? Dios, sería mucho más fácil odiarla si no fuera tan Chica Exploradora. Entonces lo recuerdo, por supuesto, que lo fue. La chica es un campo minado. 19

Modelo T:Modelo de automóvil de la marca Ford.

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Y aunque solo tenías que ir a las reuniones con la cosa puesta, y no para ir a la escuela, Valerie se presentaba en clases al menos una vez a la semana en su triste uniforme verde. Tenía todas las insignias. Se alineaban en su chaleco y en su banda, probándole al mundo que ella era inteligente, servicial, y podía cocinar una olla con frijoles. Cuando llegué a casa un día en tercer grado y anuncié que también quería unirme a las Exploradoras, mi mamá, completamente exasperada, dijo: De verdad, Leah, nadie se ve bien en un traje verde. Siento la condensación deslizándose hacia abajo por mi botella de agua y goteando por mis dedos. No miro hacia atrás para ver a Valerie, pero sí considero, algo aterrada, que quizás mi madre sabía mejor. Me lanzo hacia arriba y tomo mi lugar sobre las mesas de bronceado con una sonrisa temblorosa.

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Capítulo 12 Traducido por Vannia Corregido por ZAMI

T

ráeme un macchiato de caramelo —ordena Yorke desde el pequeño sofá curvo en el salón nupcial mientras retuerce su cabello recientemente pintado con reflejos súper-rubios en lo alto de su cabeza—. ¡Descafeinado! — grita detrás de mi madre, quien, a pesar de que Jinny, la señora de la tienda nupcial se ofreció a hacerlo, ya está desapareciendo rápidamente por el abarrotado pasillo.



Soy la única que realmente necesita esta última prueba de vestido ya que tengo estos pechos con los que lidiar. Freddie, por supuesto, es una perfecta talla seis. Y Yorke tomó la sorprendente decisión de último minuto de usar el vestido de boda de nuestra madre. Es un hermoso vestido de seda blanca, simple y elegante, con una cintura imperio y delicada pedrería en el dobladillo del cuello. Con sólo unos pocos cortes y pliegues, le encaja perfecto a Yorke. —Una bonita tradición —canturrea Jinny mientras ayuda a Yorke a entrar en el remolino de seda blanca apiñándose alrededor de sus tobillos tras las puertas de estilo taberna del largo vestidor sólo para novias. —Una necesidad. —Escucho la observación de Freddie desde detrás de la puerta blanca de su vestidor considerablemente más pequeño. Empujando la puerta del vestidor para abrirla con una mano, con el brillante dobladillo de su vestido tras de ella, Yorke entra al salón principal y pasa junto a mí para subirse al pedestal elevado y quedarse frente a los espejos dorados. —No he visto mucho a Shane últimamente —dice casualmente mientras se echa hacia atrás para que Jinny pueda fijar el largo velo transparente en su lugar en la coronilla de su cabeza.

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—Sí —digo ásperamente mientras Zuska, la señora eslava que he llegado a conocer muy bien, se mueve alrededor de mis axilas una vez más, para colocar estratégicamente los pasadores finales. Siento una pequeña punzada y podría jurar que Yorke eligió un vestido sin tirantes sólo para fastidiarme. —Hay una razón para eso —digo estirando la mano hacia mi axila, palpando para buscar al puntiagudo agresor. Levanto la vista con un punto de sangre en el dedo y me encuentro con la expectante mirada de Yorke sobre mí en los tres enormes espejos. —Terminé con eso —digo. Y es en serio. Mentalmente he roto con él, una y otra vez. Es sólo que aún no se lo he dicho. —¿Terminar con qué? —pregunta Freddie cuando da un paso enfrente de los espejos, su pecho pequeño y perfectamente plano envuelto en satén. —Con Shane —se burla Yorke. —Cla-ro. —Freddie pone los ojos en blanco hacia Yorke. Observándolas riéndose juntas, decido que tal vez mi vestido pudo haber tomado mucho más trabajo y que tiene que ser sujeto con un par más de pasadores, pero que aún así se ve mejor en mí. Definitivamente. —Hablo en serio —digo. —Vamos… —increpa Yorke mientras se da la vuelta para admirar su costado, ajustándose su poco cooperativo velo sobre un hombro—. Tú y Shane no van a romper. —¿Quiénes van a terminar? —pregunta mi madre cuando entra de pronto, cerrando su teléfono celular y dejándolo caer dentro de su bolso. Un café helado y el brebaje carameleado de Yorke se balancean en una bandeja de cartón reciclado en su mano libre. No hay nada para las no comprometidas. —Aparentemente Shane y Leah —dice Yorke, mientras se gira y alcanza la bandeja—. ¡Sí! —exclama mientras agarra el café con avidez y mi madre se aleja, el hielo cruje fuertemente cuando aprieta el vaso. —No oficialmente —le digo a Freddie en voz baja—. No es oficial todavía.

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—No seas tonta —dice mi madre, desviándose fuera del alcance de Yorke—. Leah y Shane no van a terminar. Deja la bandeja, acomodándola entre las revistas para novias y el abundante ramo de flores frescas sobre la mesa. Se endereza y nos mira. —Ellos están bien. —Sonríe—. Están perfectamente. Mi madre camina hacia Yorke, inclinando la cabeza a un lado mientras avanza. Levanta el velo de Yorke expertamente y lo deja caer, poco a poco, de modo que se desplaza hacia abajo para quedar sobre los hombros de Yorke. Pasa detrás de Freddie, se detiene y coloca un dedo índice en cada hombro, tirando hacia atrás suavemente, haciendo el corpiño de Freddie tan apretado que el satén silba. —Perfectamente —repite Freddie a su reflejo, casi silenciosamente. Las manos de mi madre pasan rozando por mis hombros cuando camina detrás de mí, pasando ligeramente sobre mis líneas de bronceado desvanecidas y roza mi omóplato. He estado trabajando duro, con una variedad de trajes de baño y una gran cantidad de autobronceador, para estar libre de marcas. Me alisa el cabello hacia atrás, ajustando su caída sobre un hombro. Chanel Nº 5 llena mis pulmones mientras sus ojos se encuentran con los míos en el espejo. —Tu hermana no necesita más estrés en este momento —susurra, y me desanimo bajo el peso de mi vestido. ¿Cómo puede ser que la mayoría de las personas que se supone que me aman estén aquí, tan cerca, alineadas radiantemente y prometedoras, y aún así me sienta tan sola? —No se ve estresada —digo, observando a Yorke deslizándose fuera de su vestido detrás del sofá curvo. —No seas idiota —dice Yorke pesadamente, sorbiendo el café caliente y acurrucándose sobre el sofá satinado en su ropa interior, su vestido de novia hecho una bola a sus pies—. Estoy totalmente estresada. Mi madre levanta una ceja hacia mí antes de recoger el vestido de Yorke y dirigirse a buscar a Jinny, un perchero cubierto con satén y una bolsa protectora. —¿Por qué terminarías con Shane un par de días antes de mi boda? — pregunta Yorke—. ¿Eres retardada?

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Ella me mira como si yo fuera lo suficientemente tonta para dignarla con una respuesta. —Él tiene que estar ahí, Leah. Roger le pidió que fuera un acomodador, por el amor de Cristo. ¿Qué vas a hacer al respecto? —Sacude un paquetito rosa de edulcorante antes de romperlo para abrirlo—. ¿Y qué hay del baile de bienvenida del próximo año? ¿Y el baile de graduación? —Coloca el vaso en su pierna mientras se estira por el paquetito número dos. «¿En qué estás pensando? —pregunta, sacudiendo la cabeza, haciendo una pausa sólo para revolver—. No vas a terminar con él. — Vacía el último paquete en su café y deshecha toda la idea, con un movimiento de su palito mezclador marrón y el movimiento de su cabeza. «Aunque ¿sabes lo que pienso? —dice, mirando a Freddie con una sonrisa peligrosa—. ¿Sabes quiénes deberían terminar? —Se levanta lentamente y se pasea hasta quedar detrás de Freddie. Todos sabemos que de acuerdo al calendario, Evan debería haberse ido ya. Su tiempo habría terminado a principios de verano. «Corta a ese perdedor ya —dice Yorke a la espalda abotonada de Freddie—. Me preocupo por ti. La observo mientras remueve el agitador del café juguetonamente en su vaso, esperando por una reacción, su reflejo claro en los dos espejos no bloqueados por Freddie. Su estómago es tirante, la piel se extiende por una pequeña y baja protuberancia en el medio. Es algo obvio ahora, pero estuvo bien escondido por sus vestidos de verano y el recién ajustado vestido de novia. Mis ojos están pegados a ella, mi boca abierta, mi cerebro devanándose, sumando los días y los meses desde que Roger apareció por primera vez. Doy un paso atrás, mis pies amortiguados en la espesa alfombra color crema, con los ojos abiertos de par en par. No estoy del todo sorprendida de encontrar a Freddie observando mi reacción, asintiendo con la cabeza a sabiendas, porque, como siempre, ella sabía pero mantuvo la boca cerrada. Cuando nosotras éramos muy, muy pequeñas, antes de que fuéramos niñas buenas y hubiéramos aprendido a comportarnos, nuestra madre solía sobornarnos para cosas aburridas, como ir a la iglesia, con la promesa de dulces. —Quien esté en silencio más tiempo se lleva un pedazo —decía ella en voz baja, sosteniendo su bolso abierto para que pudiéramos asomarnos

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y ver los premios de dulces que estaban ahí esperando por nosotras, a sabiendas de que Freddie podría cerrar la boca para siempre si se trataba de una competencia. Yorke se rendía a mitad del sermón y comenzaba a susurrarle a quien tuviera la mala suerte de estar sentada junto a ella, usualmente yo, o a canturrear para sí misma, algunas veces incluso pellizcaba a Freddie con la intención de conseguir dejarla fuera. Nunca funcionó. Freddie era tan buena que incluso sabía cómo desenvolver el caramelo que se había quedado de la semana anterior sin hacerle una arruga a la envoltura, sin más que un susurro o un crujido. Ella se sentaba atrás, con los pies balanceándose alegremente bajo el banco, con una sonrisa satisfecha en sus labios acaramelados. —¿Sabes lo que pienso? —dice Freddie claramente, con un marcada mirada por encima del hombro en dirección a Yorke mientras camina de regreso al vestidor—. Creo que ya tienes suficiente por lo que preocuparte. Bueno, creo que le dio a esa chica un caramelo ácido. Freddie gana de nuevo.

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Capítulo 13 Traducido por LizC Corregido por Angeles Rangel

N

o creo que de hecho me hubiera sentido así antes. Estoy casi hirviendo, me siento traicionada, y creo que podría estar amargada. Sobre Duffy, cuya madre murió y apenas pudo siquiera molestarse en decírmelo. ¿Por qué no querría decirme? Supongo que nunca le agradé. Sin duda nunca confió en mí realmente. Y sobre Yorke, quien logró quedar embarazada y mantenerlo en secreto, una hazaña monumental para ella, y Freddie, por fidelidad, hasta el final, mantuvo su parte del trato, incluso si eso significaba dejarme fuera. Puedo manejar lo de Yorke y Freddie, tengo toda una vida entera siendo la última en la fila con ellas. Pero Duffy es desconocido y nuevo, la herida toda mía, amenazando y cociéndose justo debajo de la superficie de mi piel. —Sólo rózalo, Leah —dice Troy, caminando detrás de mí con un candado que cuelga de su dedo mientras me estiro, deslizando elgran poste a lo largo del pozo de la piscina—. No apuñales y empujes. Después de limpiar la piscina, me lleva dos intentos subir mi pierna sobre el primer peldaño de la silla para mi último turno nocturno de la temporada. Es la segunda semana de agosto, y la idea de que éste puede ser mi último turno nocturno para siempre, si mi madre se sale con la suya, llena mis venas con plomo. La piscina ha sido siempre mi lugar, separada de mis hermanas y mi madre, un lugar brillante en forma de L lleno de cloro y soledad. Apenas algunas veces me mojo por encima de los tobillos, pero al menos es

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todo mío. Y no quiero que desaparezca, de la forma en que Duffy lo hizo. No lo he visto en mucho tiempo. He estado evitando a Shane todo este tiempo, pero, ¿por qué molestarme si Duffy ni siquiera se va a aparecer? Dijo que la decisión era mía. En realidad, creo que sus palabras exactas fueron: “Tienes que elegir, Leah,” mientras apoyaba su cabeza tan suavemente contra la mía, pero, ¿cómo diablos puedo elegir cuando va por delante y lo hace por mí? Entre él y mi madre, es como si ni siquiera hubiera tenido la oportunidad. Oigo el chasquido de un bate, y un aplauso distante llena el aire. El olor de los perros calientes chisporroteando en una parrilla flota enla brisa, y luego hacia arriba y sobre el balcón de árboles. Algunos padres nadan en la piscina escasamente llena, flotando en la superficie, perezosos y relajados. Los pequeños salvajes, los niños que suelen llenar la piscina con gritos y salpicaduras, están cruzando la calle hacia el refugio del gran parque, jugando en un torneo de Pequeñas Ligas. El sol se está poniendo, y Troy enciende algún clásico del rock. Las primeras notas, creo que son de una vieja canción de Boston, rebotan a través del agua y se funden en mí, suelta y cómoda. Me deslizo hacia abajo, apoyando la cabeza contra el respaldo de mi silla, y espío a Troy en la oficina de la piscina, tocando una guitarra imaginaria como un demonio. Él me ve, sonríe tímidamente, y termina con un riff salvaje y apaleando su guitarra contra las paredes de bloques de cemento. Aplaudo en silencio y muevo un teléfono celular invisible sobre mi cabeza en homenaje a nuestro dios del rock de la piscina. Troy hace una reverencia, sale de la oficina, y vuelve a subirse en su silla, todo profesional de nuevo. El sonido familiar de páginas siendo pasadas me devuelve de un tirón a la realidad. Sacudo las piernas y golpeo mi tobillo contra el acero afilado de la silla. Me siento con la espalda recta, esperando encontrar a Valerie viniendo hacia mí, con un buen pedazo de literatura en la mano, diciendo algo estúpido como: “Es una gran noche para discutir el verso,” o “me encuentro pérdida en un sueño de una noche de

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verano”. Pero es sólo una revista que alguien ha dejado en la terraza, abierta y susurrando en la brisa. Exploro el perímetro de la piscina, en busca de un traje de baño de época y unas piernas flacas. Parece que Valerie no está aquí. Reviso dos veces, porque no puedo imaginar que ella no esté aquí, porque esta es la primera vez que he estado en la piscina, durante todo el verano, sin Valerie a mi lado. Nop. Realmente no está aquí. Hmm. Probablemente tuvo que llevar esos lentes de sol y ese traje de baño entero de vuelta al museo para una datación por carbono. Mi cerebro se reduce a fuego lento. Sin Valerie y su zumbido constante de hechos, cifras, estadísticas históricas y cuestiones que aquejan, sin eso, por primera vez en mucho tiempo, hay mucho espacio en mi cabeza. Creo que en realidad puedo pensar, ¿pero eso es algo bueno? Sé de inmediato, con una caída miserable de todo mi cuerpo, que cualquier vacío en mi cerebro ahora mismo se va a llenar inmediatamente con pensamientos de Duffy, o mejor dicho, mi falta de Duffy. Empiezo a fantasear con nosotros juntos el año que viene, saliendo, felices, y siempre andado de aquí para allá. Vamos a ser el rey y la reina del baile de graduación, porque bueno, yo soy yo, y mi madre y hermanas han sido todas las reinas del baile de graduación antes que yo. Es una tradición. Y Duffy será el rey. Vamos a pasear a lo largo del desfile encaramados en la parte trasera de un convertible, sonriendo y saludando a las multitudes que bordean las calles. Excepto que Duffy probablemente no va a querer sentarse en la parte de atrás y dejar que alguien más conduzca. Y cuando tengamos nuestras cenas familiares los viernes por la noche en el club, ¿estacionará nuestro auto primero y luego irá al interior para sentarse a mi lado, con su cabello oscuro y salvaje en un mar rubio resplandeciente de brillante barniz y espuma? Apuesto a que puedo hacerlo encajar en el molde, cincelarlo un poco, y desgastar los bordes ásperos. Sin embargo, la cosa es que me gustan

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los bordes ásperos. Me hacen sentir tosca, estremecida, y con vida. Y eso me gusta. El sol se pone detrás de las copas de los árboles, las luces se encienden suavemente bajo la superficie del agua, y los nadadores parecen brillar. Puedo escuchar las conversaciones del juego. —Oye, bateador, bateador... Oye, bateador, bateador... Otra canción suena en la radio, una que recuerdo haber escuchado el día en que Duffy y yo fuimos al río. Es lenta al principio, la guitarra suena a lo largo en un discreto segundo plano, luego se fortalece, zumbando con energía a medida que corremos hacia el agua, y de repente se abre, se estrellan los tambores, y el choque del agua nos golpea, fría y cortante, quitándonos el aliento. Un escalofrío recorre mi columna vertebral cuando la canción termina, la guitarra retrocede a distancia, cayendo en el suave aire de la noche como un susurro metálico. Llego a mi espalda, buscando a tientas la capucha de la sudadera que sé que está ahí, sintiendo la suavidad. Me la pongo, acomodando mi cabello a lo largo de la capucha y deslizando las mangas hacia abajo sobre la punta de mis dedos. Me resisto a la tentación de tirar de la gruesa capucha por encima de mi cabeza y pensar en cosas tristes. ¿Qué pasa si termino sola? Sin Duffy, sin Shane, e incluso sin Valerie.Por lo menos cuando ella está cerca, tengo a alguien con quien hablar en la piscina. No me molesta tanto como lo hizo al comienzo del verano. He construido mi inmunidad. Estoy inoculada. Supongo que siempre está Troy, pero nunca ha sido un gran conversador. Lo observo mientras las luces parpadean a la vida en torno a la línea de la cerca. Sus brazos en silencio golpean al ritmo de la canción de rock en la radio, sus rodillas rebotan, los dedos de sus pies trabajan el bombo, y me doy por vencida. Estiro la sudaderaa mi alrededor, apretando las rodillas contra mi pecho, y construyo una tienda de campaña. Envuelvo mis brazos apretadamente, descanso mi barbilla en las rodillas y miro fijamente sobre el agua casi vacía.

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Un solo nadador se desliza silenciosamente por ella, vuelta tras vuelta. Un aleteo de agua lo sigue, luego se aleja, absorbido por el silencio que lo rodea. Es como si nunca hubiera estado allí, nunca pasó por ese lugar. Él es invisible, fugaz, un cambio sutil, y luego se ha ido. Lo veo pasar cerca de nuevo y me aprieto más firme en mi cálido mundo de lana, decidida a no dejar ir a Duffy, deseando que él protestara con más vehemencia. No voy a dejar que simplemente desaparezca a la deriva.

¿Por qué Duffy no quiere hablar conmigo? ¿Por qué desapareció, puf, se fue tan repentina y misteriosamente como apareció? Pensé que le gustaba, pero supongo que estaba equivocada. Nunca le gusté. Y renuncié a todo por él —a Shane, ser reina del baile, el lugar garantizado en la pista de baile, un último año tranquilo— todos por esto, ido, para nada, y él no puede ni siquiera molestarse en conducir cerca y saludar. Bueno, lo habría dado todo por él de todos modos. Es sólo que nunca tuve la oportunidad de hacérselo saber. —El último, cierra la puerta cuando se vaya —grita Troy desde la silla, oscurecida en las sombras desde el interior de la oficina de la piscina. Soy la última. Estoy guardando mis cosas, y la noche se asienta tranquila y en silencio a mí alrededor. El juego de pelota ha terminado. Las familias están conduciendo sus minivans y camionetas deportivas, sus luces desaparecen de la colina, a medida que se dirigen a celebrar en el Keltie con copas de helado y hamburguesas de tres pisos. Cierro la puerta, escuchando el ruido metálico del cierre metálico hermético detrás de mí. La luz se ilumina en la oficina cálida y suave, reflejando un recuadro brillante en el agua. Miro hacia atrás, veo a Troy en su chaqueta de natación de los Diablos y su traje rojo ajustado, con el viejo teléfono de la oficina en su oreja, y ondeo mi mano para despedirme de él.

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Escucho el crujido de los neumáticos contra la grava cuando llego al final de la pendiente, el camino de asfalto frío y remoto menos pegajoso en la noche. Paso el último de los árboles en la parte inferior de la senda, ansiosa de ver quién me está recogiendo. Es como la lotería, con mi madre eligiendo los números. Y el número de Duffy nunca aparece. Me detengo, momentáneamente atrapada en los faros. Mierda. Ella envió a Shane. Mi madre es el diablo, y mi vida es como uno de esos paseos en carritos para niños en el parque de diversiones. Por supuesto, el carro se ve muy bien, todo reluciente y brillante, pero en realidad no puedes conducirlo. Está en una pista. Simplemente apenas te sientas allí como un tonto y sonríes todo grande para que así tus padres te puedan saludar y tomar fotos. En un principio podrías pensar que vas a tener la oportunidad al volante, pero luego descubres que ni siquiera gira. Cuando eres pequeño, parece divertido, y tal vez las montañas por las que ruedas se sienten grandes y dan miedo y tú estómago se levanta un poco cada vez. Pero ahora mi estómago sólo se hunde cuando me subo al auto al ralentí de Shane y su mano descansa pesadamente en mi muslo. Me presiono contra el suave cuero, y sé que este auto no va a ninguna parte. No hay desvíos, no hay descubrimientos por la luz del tablero, no más precipitarse, de un lugar a otro, de un auto a otro. Estoy atascada.

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Capítulo 14 Traducido por sooi.luuli, gaby828 y Aaris Corregido por Angeles Rangel



B

ueno, ¿tienes todo? —mi madre pregunta por billonésima vez mientras revuelve en mi mochila, desconfiando de mis habilidades para empacar. —Sí.

—Tu vestido, tus zapatos, todas tus… —Ella se detiene para alisar el encaje de ropa interior que acaba de replegar en un cuadrado rosa. Las esconde en el costado de la mochila porque aparentemente la ropa interior no pertenece a donde la puse, en la parte superior de todo lo demás. Levanta la vista, sus ojos deteniéndose por un segundo justo en mis pechos antes de continuar. —¿Ropas interiores? Yorke y Frederique tienen los nombres de la familia. Yo tengo los grandes pechos. Espera por una respuesta, como si yo pudiera de alguna manera olvidar un sujetador para el ensayo de bodas de mi hermana. No he salido de casa sin esas cosas amarradas y levantadas desde que tengo doce años. Ella sabe eso. Apoyo la cadera contra la encimera, cruzo los brazos, y respiro. —Sí. —Quiero estar segura. No podemos pasar por alto nada.

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Hurga por toda la mochila nuevamente, hasta el fondo. —No puedo creer que tengas que trabajar hoy, de todos los días. Tú y tu padre —resopla, nerviosa. Mi papá también está hoy en el trabajo. Él se fue esta mañana temprano, habiendo llenado su tazón de viaje de café caliente, conduciendo en un camión cubierto de rocío mucho antes del demente comienzo de la boda. —¿Y tú les has dicho del ensayo? Mi madre parece pensar que hay una gran empresa dirigiendo la piscina pública, no sólo Troy y su portapapeles. —Sí. —¿Estás segura? —Ella se detiene de nuevo y arquea perfectamente las cejas delineadas, impugnando los contenidos de mi mochila una última vez mientras sus dedos se ciernen sobre la cremallera, temerosa de tirar de él para cerrarla y cerrar su última oportunidad de mortificarse y preocuparse. Lo creas o no, he empacado un bolso antes. —Sí, está todo allí —digo, con un asentimiento de seguridad. Finalmente cierra la cremallera y yo tiro de las correas de bambú de su agarre y las engancho en mi brazo. —Voy a poner el bolso en tu baúl del lado correcto, cerca de tus palos de golf, y colgar los vestidos, en la bolsa de plástico, en la parte posterior del asiento del pasajero —digo, recitándole las instrucciones de vuelta exactamente como me fueron impuestas cuando me encontró hace quince minutos parada en la cocina y se dio cuenta de que ella estaba apurada para darme un paseo hasta la piscina por mi turno de tarde. —Y, por ninguna razón, mojes tu cabello. —Mi madre se cierne detrás de mí mientras caminamos por el porche y el recibidor hasta la puerta principal, las llaves del auto tintineando desde sus dedos, el acolchado bolso sobre mi brazo, la mochila sobre mi otro hombro, el vestido, en la mochila, colgando de mi mano.

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—¡Incluso si alguien se ahoga! —grita Yorke por encima de su hombro mientras desaparece por las escaleras detrás de nosotras con ruleros del tamaño de latas de sopa en su pelo. Cierro la puerta con un golpe.

—Sólo no sé si esta cosa de socorrista fue la mejor decisión para ti —dice mi madre mientras hace presión sobre el acelerador, tomando la dirección del parque con un giro a la derecha. Ella me examina, sus ojos inescrutables bajo sus lentes de sol Jackie O—. No sé lo que tú y tu padre estaban pensando. Agarro el asiento, preparándome para el descenso contra-reloj, sabiendo que no es necesario responder. Mi madre no es la conductora más atenta en el mejor de los casos, ¿pero un día antes de la boda de su hija? Olvida eso. Somos un borrón de oro blanco, pasando zumbando a las bicicletas de diez velocidades y a los paseadores y perros de paso. —¿Hablaste con Shane hoy? —No. —Suspiro. Sé lo que ella quiere. Puedo sentirla presionándome todo el tiempo. La incesante propaganda a favor de Shane no es realmente necesaria. Ella quiere que yo me ponga mis anteojeras rosas y siga el camino que ha planeado para mí. Quiere que yo pretenda que no vi todas esas cosas y que haga todas esas cosas y que sienta todas esas cosas que sentí con Duffy. A veces desearía poder. Sería mucho más fácil. —Su esmoquin debería estar listo —dice mi mamá, su tono afilado compitiendo con el bing, bing, bing de su señal de giro—. Recuérdale recogerlo muy temprano mañana.¿Te acuerdas de su ramillete? ¿Roger le consiguió un regalo? Las preguntas se ponen en mi dirección como una ráfaga de ametralladora maternal mientras acelera el motor y hace el giro final sobre el estacionamiento de la piscina, dirigiéndose al azar sobre los

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cuatro espacios, dispersando a un grupo de chicos en pequeñas bicicletas. Ellos se alejan como Skittles, mirándonos desde debajo de las alas de sus gorras de béisbol. Empujo la puerta. —Él tal vez sea sólo un acomodador —continúa—, pero es parte de la fiesta del casamiento después de todo. Se sentará a tu lado en la mesa principal. Tiene sentido. Agarro mi bolso y salgo del auto. —Alguien te recogerá —me advierte mi madre, sin esperar mi respuesta. Ella ya se está alejando con el auto, yéndose, abriendo su celular de un tirón mientras se va zigzagueando. Echo un vistazo a través de los campos de golf de la valla en mi camino hacia la piscina, esperando un público cuidadoso, una tarde fácil, y tal vez una oportunidad de que Duffy podría estar en algún lugar del lado sombreado, descansando en alguna capota, esperándome. No tengo tanta suerte. La mayoría de la escuela secundaria está arremolinándose fuera de la valla. Toallas envueltas en torno a sus cuellos como boxeadores profesionales, esperan a que las puertas se abran. El calor resplandece, olas de él elevándose del vacío suelo de cemento mientras aprieto mi bolso contra mí y me muevo contra la oleada aromatizada de Coppertone20, deteniéndome en mi camino más allá de la piscina de niños para dejar a dos niñas con agua cayendo en pequeños chorros de agua por sus espaldas tomar su camino con los pies descalzos por el pasaje asfaltado en frente de mí. Ellas pasan de manera cuidadosa, equilibrándose de puntillas mientras yo me muevo más allá de un puñado de chicos en bermudas con los labios superiores esporádicamente velludos. De trece años totalmente. Puedo sentir sus ojos arrastrándose por mí mientras me escabullo hacia la puerta lateral señalada con SÓLO PERSONAL en pintura esparcida de espray. 20Coppertone:

Marca de bronceador.

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Es tan diferente estar aquí durante el día después de trabajar un turno de noche tranquilo y silencioso. El agua me mira en el sol de la tarde, enceguecedor y brillante. Masilla blanca llena las grietas en el suelo. Rezuma, cálida y suave, como malvavisco llenando a una Pop-Tart de concreto. Valerie está afuera de la puerta, sus piernas delgadas asomando por la abertura en un sarong de azafrán que podría estar casi a la moda si no se viera como si saliera directo de Goodwill. Está sentada con su usual postura perfecta, sus piernas cruzadas sobre sus tobillos. Se ve expectante, pero no de la manera como se ve Yorke. La veo lamer un Drumstick derretido, el papel envoltorio, a su lado sobre el piso, definido y cuidadosamente doblado como un origami, y estoy impresionada por su tranquilidad. Se ve casi hermosa desde aquí, de una manera delgada, con cabello marrón y libresca. Mirando el reloj por encima de la entrada de la oficina, me subo en mi silla. Es el mismo reloj que cuelga al lado de la bandera en todas y cada una de las clases en mi escuela. Me siento y lo veo fijamente haciendo tic tac por unos segundos, disfrutando la ironía de que este mismo reloj es el único al que observamos desesperadamente durante las tres estaciones del año. Todos los días desde las ocho hasta las tres, deseamos que acelere y que el día de escuela pase tan rápido como sea posible. Aquí está, robando silenciosamente el verano en salpicados y segundos. Marca la una en punto. Entonces Troy hace sonar el silbato, largo y fuerte, y desencadena el frenesí. Valerie entra, tres minutos después, con su manta y su bolso de mano demasiado lleno, y se instala a mi lado. La veo estirarse, y mi calma, temporalmente sacudida la noche anterior con su inesperada ausencia, vuelve a la normalidad.

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—¿Conoces al señor Ridley? —pregunta Valerie saliendo de la nada en algún momento de la tarde. Ella deja de leer y sostiene la enciclopedia abierta que esta ojeando. Sus gafas de sol —no las de ojos de gato de antes, estas son redondas— se posan en la punta de su nariz. Mira por encima de ellas para ver si tiene mi atención. —¿El que tiene el Porsche? —agrega. Oh, sí, conozco ese Porsche. —¿Si?—pregunto, mis ojos en el reloj, preguntándome a donde va esto. —Bueno, parece que el señor Ridley estaba ejercitándose en el gimnasio del club, tu club, ya sabes, levantando pesas, haciendo levantamientoso sentadillasmuertas o como sea que se llamen. Levantamiento de peso muerto. Shane las hace para el fútbol. —¿De qué estás hablando? —Está ahí mismo, la rudeza en la punta de mi lengua, pero me detengo. —Bueno. —Hace una pausa dramática—. Toda la parte frontal de ese gimnasio es de vidrio, una gran ventana, ya sabes. —Me mira, y asiento—. Así que, el señor Ridley está levantando —Pantomima levantar una barra pesada sobre su cabeza, sus brazos en realidad esforzándose bajo el peso imaginario—. Cuando, de repente, justo en frente de él, ya sabes cómo es —Se detiene de nuevo—, su Porsche se va chillando. Y él no está en él. —Oh, no. —Oh, sí. Simplemente se va. Corriendo hacia el lago. Adiós entornando los ojos y ondeando a la distancia.

—dice,

Se inclina hacia atrás contra el muro, y espero que se ajuste. Cuando está segura de que es cómodo, obviamente disfrutando de mi interés frustrado, continúa: —Y todo el tiempo el Porsche se está alejando, se supone que debe estar en el patio trasero del club obteniendo un lavado y detallado, pero de alguna manera está rugiendo por la carretera del lago. —Ella se escabulle hacia adelante—. O al menos eso oí.

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Imagino el Porsche, el alerón elevándose a medida que gana velocidad, apareciendo en las pequeñas colinas que salpican el campo de golf. —¿Entonces qué pasó? —Oh —dice, con voz ahogada mientras mete la cabeza bajo el brazo y se estira para agarrar el libro que estaba leyendo cuando comenzó la historia—, dejó caer las pesas. —Mirando hacia abajo, continúa—: Escuché que se rompió un dedo del pie. —Deja caer el pesado libro en el bolso con un golpe seco—. Amenazó con demandar al club. Troy golpea su reloj, mirando sobre su hombro para asegurarse de que el reloj de la pared es correcto. Son las 4:59. Mira a su alrededor a cada silla, captando la atención de cada socorrista con una pequeña elevación de la barbilla, y yo me levanto, distraídamente, queriendo que Valerie termine la historia antes que la conmoción de la hora de cierre se inicie. Yo sé que está jugando conmigo, que sabe lo que quiero saber. —¿Y? — pregunto con urgencia. —Ah, y Jon Duffy fue atrapado —dice, deteniéndose de guardar su libro el tiempo suficiente para hacer comillas molestas en el aire alrededor de la palabra “atrapado”. Troy sopla el silbato y me coge completamente por sorpresa. Trato de exhalar, pero todo mi aire se ha ido, mis pulmones vacíos igual que mi cabeza se llenan con el metálico chirrido de la piscina a la hora de cierre. Mi pito cae de mis labios. Valerie se acerca a mí y cuelga su bolso en la base de la silla. Éste se golpea contra la pata de metal con un sonido metálico. La miro, mis ojos vidriosos, no puedo enfocar. Sé en mi corazón que Valerie está tratando de redimirse. Está en la forma en que ella se inclina hacia delante, mirándome suplicante, hablando con urgencia y tan en privado como sea posible en este lugar público mientras las personas se arremolinan a nuestro alrededor, gritando y saludándose unos a otros, haciendo planes y diciéndose adiós.

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—Así que —continúa, apoyando el codo en la plataforma cerca de mis tobillos— Gran Duff llegó a un acuerdo. Jon Duffy todavía puede aparcar los autos en el club, pero no puede conducir más allá de las líneas pintadas en el borde del aparcamiento. Se levanta sobre sus puntillas, haciendo un gesto para que me acerque. Susurra en mi oído: —Estoy segura de que a él no le gusta hablar de ello. —Se acomoda de nuevo sobre sus talones y le dice—: Pero probablemente estará castigado durante el resto de su vida. Mi cerebro está zumbando. Tambaleándose. Me recuesto sorprendida. Dios, ¿sabes lo que esto significa? Él no ha desaparecido. No me dejó.Simplemente condujo el auto equivocado. Miro a Valerie, con la comprensión naciendo a mis ojos. Ella me sonríe, luego se agacha para coger su bolso. Hace una pausa. Respira. —¿Vas a recuperarlo? —pregunta con timidez, y comprendo que no está siendo mezquina o vengativa. Está siendo genuina y verdadera, a diferencia de todos los demás en mi vida, los que piensan que saben exactamente lo que van a conseguir, Valerie en realidad podría esperar algo más de mí. Está levantando la barra. —Voy a intentarlo —le digo, y ella me sonríe, audaz y brillante. La valla detrás de mí se sacude, regresándome al tiempo presente. —¿Llamas a esto un trabajo? —La voz de Yorke me reprende, y yo salto, retorciéndome en la silla, sorprendida de ver a mis dos hermanas, demasiado vestidas para casi cualquier ocasión en vestidos cortos de verano y sandalias de tacón alto, de pie sobre la hierba desgastada bajo el árbol de los fumadores.

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Bajo de mi silla para hacerles frente, y Valerie se escabulle fuera del camino, como un insecto. Se mueve alrededor de un metro de distancia, pero no se va. —No puedo creer que estén aquí —le digo a Yorke. —Ni yo —responde ella con frialdad, levantando las gafas de sol para mirar a Valerie, dándole una mirada de muerte. Valerie balbucea sin decir una palabra y se inclina para recoger sus cosas. Se cruza entre Yorke, Freddie y yo, con los ojos clavados en los míos. Estoy inmóvil y observándola irse,tratando silenciosamente de detenerla. Estoy rota, odiando y amando a Valerie, desesperada por ir tras ella y cavar en busca de detalles, y muriendo por escapar, por deshacerme de mis hermanas y encontrar a Duffy. —Tenía que salir de la casa —dice Yorke, con los ojos siguiendo a Valerie—. Roger me está volviendo loca. —Me ve con una mirada de dolor en su rostro—. Literalmente loca. —O en sentido figurado —añade Freddie—. ¿Qué fue todo eso? —¿Qué hace ella en todo esto? —Yorke olisquea con un movimiento de su pelo largo y rubio. Los hombros de Valerie se arrastran en torno a sus orejas protectoramente, y se detiene, encorvada, y nos da a las tres, una última mirada antes de desaparecer en el vestuario de chicas. No respondo. Me da vergüenza que mis hermanas sólo vean el traje de baño gastado y los hombros huesudos, el mal color de esmalte para uñas y la sonrisa menos que perfecta. No se dan cuenta de que su sonrisa ligeramente sobre mordida esconde una increíble risa y que el cerebro de Valerie podría ser incluso más grande que el de Freddie. Me pongo a desconectar la manguera verde oscuro de la cerca. Yorke pone en blanco sus ojos grandes y pregunta con impaciencia: —¿Podemos irnos?

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—Has llegado temprano —le digo, con una inclinación de cabeza hacia el reloj que cuelga sobre la oficina. Un pequeño murmullo filtra agua caliente desde la punta de la manguera—. Todavía tengo trabajo que hacer. Yorke inclina la cadera y se cruza de brazos. Su pie levanta una pequeña bocanada de polvo. Evidentemente está disgustada con la idea de esperar. —¿Ese es tu jefe? —pregunta Freddie, levantando la barbilla hacia Troy y la oficina. Asiento, mirando el cartel apoyado en la esquina de la ventana de la oficina que dice: NO NADAMOS EN TU ESCUSADO. NO ORINES EN NUESTRA PISCINA. —Sea quien sea, será mejor que no me retrase —dice Yorke, actuando como si ni siquiera conociera a Troy, como si el año de universidad que tiene en su haber de alguna manera borró su memoria. Es trágico, ya que Troy y Yorke estaban en la misma clase. Es probable que durmieran la siesta uno junto al otro en el jardín de infantes o compartieran un baile lento con los nudillos flexionados en el gimnasio de la escuela media. Probablemente se cruzaron en los pasillos todos los días. Yorke y Freddie no reconocen su presencia en ninguna forma. Mis hermanas están hombro con hombro al otro lado de la cerca, mirándolo desde la distancia, sus gafas de sol de diseño, no lo suficientemente grandes o lo suficientemente oscuras para ocultar su indiferencia. —Sólo váyanse —digo, la pesada manguera colgando en mi mano, el peso de las palabras que me gustaría poder decir se sienten como plomo en la boca. Freddie se aleja, su rostro sorprendido. —Bien —dice Yorke, con un dramático empujón de la valla—. Puedes encontrar tu propio camino por una vez.

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—Bien —digo, por primera vez tan resuelta como ella, respirando profundamente, llena de orgullo, hasta que se dan la vuelta y se alejan. Con un movimiento final de Freddie, siento mis hombros empezar a sacudirse. —La tengo. La tengo. Los pies descalzos de Troy están golpeando el suelo hacia mí. Parece preocupado, algo que no sabía que él supiera cómo hacer. —La tengo —dice de nuevo mientras trota hasta mi lado y coge la manguera de mi mano. Creo que quizás esta es la única cosa que puede pensar para decir, que tal vez su cerebro está atascado en repetir, que él está asombrado por la visión de mí rompiéndome. Ambos nos detenemos y observamos el auto de Yorke saliendo hacia abajo en la carretera. Debe haber visto todo el asunto. Me acerco a la silla para reunir mis cosas, sacudiendo la cabeza porque no sé qué piensa de mí. Bueno, en realidad lo sé. Piensa que soy igualque ellas. —Gracias Troy —finalmente tropiezo y digo. Él sonríe, y me siento un poco perdonada mientras el agua fría de su manguera danza a través de los dedos de mis pies mientras me voy.

—¿Me ayudarás? La puerta del auto ya está cerrándose cuando llego a su nivel. Me paro, sola en el césped, sabiendo que la chica que ha pasado el verano intentando derrotarme es la única en la que puedo confiar. Se vuelve y contesta:

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—¿Ayudarte a intentarlo? Asiento. Sus ojos se iluminan, y abro la puerta del pasajero y me deslizo en una desgastada butaca. —¿Qué tenías en mente exactamente? —pregunta Valerie mientras cruje el motor a la vida. —Encontrar a Duffy —digo, mirando al frente cuando salimos haciendo un estruendo a la calle. Es así de simple. —Una búsqueda —dice Valerie con entusiasmo, haciendo rechinar las marchas. Puedo vivir con eso. —Tengo cosas que decir —explico. —No sólo serás noble en pensamiento, sino en acción. —Valerie me adula mientras dejamos el aparcamiento. Claro, pienso, intentando mirar más allá de los restos de bichos petrificados del parabrisas. Pero tiene razón. Intentamos en el mini mercado primero, luego el Gas n Go, seguido de la panadería Fosdal’sen la calle principal, básicamente cualquier lugar que destella con azúcar, lugares que Duffy frecuenta por dosis de dulces y litros de zumo. Considero intentar la tienda de piezas de autos, sabiendo que es una forma de alargarlo, pero mi conocimiento de su vida fuera de los confines de un auto es bastante limitada. —¿Qué estamos buscando? —pregunta Valerie, sus ojos explorando la calle. El semáforo cambia. Me doy cuenta de que lo tenemos todo mal. Hay sólo un lugar en el que puede estar. —Dirígete al club —digo, determinada, mientras Valerie conduce y nos dirigimos a la carretera.

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El VW de Valerie se sacude y oscila a un poco más desesenta. No puedes oír la radio, el camino o los libros bailando en el asiento trasero, sólo chirridos y metal y el motor viniéndose abajo. —¿Es esta la velocidad máxima? —pregunto, mirando la palanca de cambios menearse entre nosotras. —Este es el auto del pueblo —contesta Valerie altivamente mientras gira a la carretera del lago. —Bueno, dile al pueblo que se dé prisa —digo, ignorando el zumbido de mi teléfono por quingentésima vez. Mis hermanas obviamente han llegado a la iglesia y mi madre está en modo pánico. El aparcamiento del club está bastante vacío. Unos pocos autos reunidos en el sol, pero es muy tarde para una buena hora de salida y muy temprano todavía para la cena. Cuando nos estremecemos con una parada en un lugar de estacionamiento, un valet de pelo negro, un hombre mayor que creo que reconozco, vacila, su mano bronceada extendida, inseguro de si debe abrir la puerta o enviarnos de vuelta a la salida. Se inclina y mira a la ventana abierta. —¿Está Jon Duffy aquí? —pregunto, y él sonríe, feliz de ver a alguien rubio y capaz de aparcar. —No, no, señorita Johnson, todavía no. Me dejo caer hacia atrás y su sonrisa se tambalea. —Creo que estará aquí más tarde —dice—, aparcando para la cena. De algún modo estoy demasiado tarde y demasiado pronto todo al mismo tiempo. Valerie me mira por encima y me encojo de hombros. —Gracias. —Valerie agita el brazo hacia el valet, y da la vuelta a través del estacionamiento. —¿A dónde? —pregunta, recogiendo su sarong entre sus rodillas para cambiar a segunda.

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—No tengo idea —digo. —No podemos parar ahora —dice Valerie, traqueteando por el camino de regreso, lejos del club—. Acabamos de empezar. Admiro su espíritu. No del tipo de un club vocal, sino del maldito tipo de levantarse y seguir adelante. No sé de dónde viene eso. Quiero arrastrarme debajo de una roca y morir. —Dame un respiro —digo, hundiéndome en mi asiento, mirando el paisaje pasando velozmente, al menos tan rápido como este auto lo permite, y suspirando—. Soy sólo una principiante. —¿Qué hay de su casa? —pregunta Valerie optimistamente. —Claro. —Asiento, lista para el siguiente giro. Ella reduce la velocidad. —¿Sabes dónde está? —No. ¿Y tú? —No. —Pero tú lo sabes todo —digo. Valerie pone los ojos en blanco. —¿En serio no sabes dónde vive? —pregunta. Está asumiendo que Duffy y yo teníamos alguna clase de relación normal, con citas para cenar y largas llamadas de teléfono y besos de buenas noches en la puerta principal. Suspiro, regañándome a mí misma mentalmente por usar el tiempo pasado. —Vive en la casa del Gran Duff. —¿Que es dónde? Me encojo de hombros, sintiéndolos pesados. Estaba esperanzada y esperanzada y ahora estoy desesperada. No importa lo mucho que quiero seguir adelante, cambiar lo que ya ha sucedido, decir lo que debería haber dicho, mi madre está esperando. Siempre está eso.

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—Sólo llévame a la iglesia —digo. Valerie asiente y da una vuelta a la izquierda. Está silencioso cuando nos detenemos en frente de la iglesia, el silencio que se obtiene una noche de verano cuando todo el mundo está sentándose para cenar, cuando el sol golpea una última nota alta, iluminando el mundo en oro. Nos sentamos por un segundo y nos empapamos de él. Salgo y tiro de mi bolso en el asiento trasero. —Siempre hay un mañana —canta Valerie. Y río un poco para hacerla sentir bien. Dejo que la puerta se cierre, el peso de la misma encargándose de todo el trabajo. —Te veré entonces —digo. Valerie me sonríe y luego se aleja.

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Capítulo 15 Traducido por flochi y CyeLy DiviNNa Corregido por kathesweet

L

a iglesia estaba decorada a medias. Bueno, hecha las tres cuartas partes, ya que todo está aquí a excepción de las flores. Llegarán mañana en la mañana, ramos de flores rosadas, frescas, justo antes de la ceremonia. La tela de seda blanca, cubriendo cada banco y cada baranda pulida, brilla en el caleidoscopio de luz que se enfoca a través de las vidrieras de colores alineadas a ambos lados de la iglesia. El altar tiene una alfombrilla brillante de satén rosa sobre las escaleras, y velas altas y gruesas con monogramas Y & R se encuentran listas, esperando para ser encendidas con cerillos largos y delgados. Y me lo perdí todo. En vez de estar aquí, decorando y haciendo a mi madre feliz, he estado atravesando el campo con la chica más inteligente del pueblo, tontamente creyendo, persiguiendo a un chico que probablemente ni siquiera quiere ser encontrado. Traté. Fallé. Estoy condenada. Me deslizo por las escaleras, dirigiéndome al baño de mujeres en el sótano de la iglesia para cambiarme a un vestido libre de arrugas. Golpeo el primer escalón con un olfateo. Huele de la manera que todas las iglesias hueles, como a ancianitas. ¿Por qué los sótanos de las iglesias siempre huelen como la abuela de alguien? Y no, no me refiero a mi abuela. Ella usa Guerlain. Esto huele mas como a café rancio y husos frágiles. Me visto a empujones y con rapidez en el lugar hacinado y subo las escaleras que llevan directamente al altar, usando la vía secreta que

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mis hermanas y yo descubrimos durante las horas de monótonos oficios religiosos y años de educación religiosa aburrida después de la escuela. Camino silenciosamente junto al brillante altar, enfrentando las filas y filas de bancas de madera vacías que serán llenadas mañana por la tarde con señoras con ojos llorosos, y señores de trajes oscuros. Prácticamente cualquier persona que alguna vez haya conocido a mis padres estará aquí para ver a Roger y Yorke decir Acepto. Mi madre se acerca a mí al instante que llego al pasillo, agarra mi brazo, y me lleva a un costado como a un niño pequeño, maniobrando dentro de un ábside 21, lejos de la elegante familia de Roger, sus dedos apretados y blancos sobre mi hombro. —Estoy contenta de que puedas honrarnos con tu presencia —dice en voz baja en mi oído justo cuando Shane camina por las puertas, justo a tiempo para el ensayo, llenando mi estómago con una mezcla de terror y alivio. —¿Por qué está aquí? —le siseo a mi madre, retorciéndome de su agarre, lamentando las palabras tan pronto como dejan mis labios. —Roger lo invitó —susurra mi madre discretamente, ocultando sus palabras detrás de una mano. Resoplo, alejando un cabello extraviado de mi rostro. No es como si necesitara estar aquí. Es sólo un acomodador, por Dios santo. ¿Realmente necesita ensayar el dirigir a las tías abuelas y a los agentes de bienes raíces a sus asientos? Estoy bastante segura de que solo tiene que meter sus dedos con tranquilidad debajo de la parte interior del codo de sus marcados bíceps y arrastrarlos a lo largo del siguiente banco disponible. Listo. Ninguna práctica es necesaria. —Silencio. —Ella me regaña casi silenciosamente sobre su hombro, sin querer llamar la atención a nuestro desacuerdo—. No me avergüences, Leah —dice, su sonrisa fina y peligrosa.

21Ábside:

es la parte de la iglesia situada en la cabecera.

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Inclina su cabeza, esperando mi consentimiento. Soy un ácaro de polvo, tan diminuta, tan impotente, su aliento puede lanzarme volando. Un prisma de luz, más brillante que cualquiera de los colores manando de las vidrieras de colores en cada lado de la iglesia, titila hacia mí. El enorme diamante de compromiso de Yorke parpadeando en la luz del sol desde el altar. Asiento con la cabeza y tomo mi lugar en la fila nupcial, evitando los ojos de Shane. Volviendo a los viejo hábitos de las lecciones de baile, me muevo a través del ensayo sin realmente intentarlo, mis ojos siempre sobre Freddie, siguiéndola, los mismos movimientos, las mismas expresiones, y el mismo silencio. Siempre supe que odiaba a Roger.

Los autos avanzan sigilosamente a lo largo del camino al club en el abrasante sol de un atardecer de verano. Shane y yo somos los últimos, lentamente serpenteando desde el ensayo de la boda en la iglesia, a través de la ciudad, hacia la cena de ensayo. Estamos en el extremo final del desfile de vehículos de lujo, avanzando lentamente, uno a la vez, para descargar en la puerta del club. El valet es una silueta pequeña contra el llameante fondo. Mi pierna izquierda está adormecida bajo la presión del agarre espiral de campeonato estatal de Shane. Mantengo mis ojos enfocados en el club, buscando un vistazo de Duffy, viendo a Yorke adelante, saliendo del auto rojo de Roger, viendo el cabello erizado de Roger junto a la puerta del conductor mientras le da instrucciones excesivas e intrincadas al valet sobre el procedimiento adecuado para aparcar. Mis ojos están ampliamente abiertos, parpadeando de lado a lado, de escena a escena, sin enfocarse nunca realmente en algo, intentando mantener despierto mi cerebro mientras lo procesa todo. Un borrón de olores veraniegos, sonidos, y lugares, los que se pueden experimentar

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solo mientras navegas en un convertible, chocando contra mi cuerpo. Estoy alerta, pasando todos los neumáticos, esperando ver a Duffy en algún lugar, en alguna parte. Estoy muriendo por una oportunidad más. Estoy segura de que no ha renunciado a mí completamente. Estoy segura de que el verdadero motivo por el que no ha aparecido por tanto tiempo es porque no pudo. Ha estado castigado. Tal y como dijo Valerie. Todavía está dispuesto. Simplemente él… no tiene auto. Respiro un enorme suspiro de alivio y soplo el último aire viciado de la iglesia de mis pulmones. No es de extrañar que no lo haya visto. No tieneauto. No pudo encontrarme. Pero pienso, entrecerrando los ojos ante la vista del Benz plateado justo en frente de nosotros, de lo que recuerdo, el chico tiene dos piernas. Mis dedos golpean nerviosamente sobre el reposabrazos de piel de gamuza, tensa, cada revolución de las brillantes llantas de Shane llevándome más y más cerca de mi destino. Tengo una vista perfecta del lago, el club, los campos. Gran Duff está afuera en el campo en unos zapatos de golf muy elegantes, de color marrón y blanco. Está entrando en un carrito, saliendo del noveno hoyo con una mujer de más o menos la edad de mi madre. Miro, mis ojos hambrientos y esperanzados, mientras ellos ríen y ella mueve su cabello con reflejos, obviamente disfrutando de las bromas de Gran Duff. Me hundo en el asiento, temiendo que Duffy podría estar allí también, en torno al campo de golf, conduciendo como su papá, pero en un auto más grande, con una chica mucho más joven. Mi cerebro es un pequeño pegote de materia que se sacude en mi cráneo cuando nos detenemos, parándose a la distancia de un par de autos de la puerta principal. Los familiares de Roger están saliendo de un Cadillac dorado como payasos de un circo. Siguen llegando y llegando, algunos con el cabello igual de rojo e igual de grande que los verdaderos payasos. Todo lo que necesitan son esas narices grandes, zapatos de payaso enormes para frenar esta procesión incluso más. Estiro mi cuello, intentando ver más allá de ellos y sus enormes cabellos.

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—Tengo tanto calor —digo, encendiendo el aire acondicionado en el auto abierto, tirando de la rejilla de ventilación frente a mí, re direccionando su caudal, tirando del visor para bloquear la puesta de sol. —Tienes razón22 —dice Shane en un tono bajo y sexy. Le frunzo el ceño, pero en realidad no le estoy prestando atención. Estoy desplomada con impaciencia, pesada en mi asiento de baja altura, mis ojos pasando por encima del cuero del tablero, temiendo el momento en que la puerta se abra y Duffy esté allí, parado junto a mí, y deseando que sucediera ahora mismo. De repente Shane se inclina, aprovechándose de la calma momentánea, y empieza a tocarme completamente. Sus manos, sus ojos, sus labios, están por todas partes, frotándose contra mí, tirando de mi vestido, moviéndose por mi piel. —Vamos —dice, deslizando una mano a lo largo de mi muslo y bajo el dobladillo de mi vestido, su respiración echando vapor sobre mí rostro. Lo empujo, el enojo disparándose a través de mí desde la cima de mi cabeza hasta la punta de mis pies. Aprieto las piernas y cierro las rodillas. Este es oficialmente el infierno sobre ruedas. —Yorke y Freddie lo hacen —dice Shane con un mohín, avanzando lentamente el auto. Disgustada, levanto mis cejas hacia él. Se encoje de hombros. —Los chicos hablan. —Señalar la ligereza de mis hermanas no es la mejor manera de meterse en mis pantalones. —Entonces, ¿cuál es? —pregunta, colocando el auto en el espacio de estacionamiento con una sacudida mientras finalmente llegamos a la base de los escalones curvados.

22Juego

de palabras. Ella dice Tengo tanto calor, que también puede ser traducido como Soy tan atractiva.

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—Shane —digo, pateando la puerta para abrirla con mi pie calzado en sandalias, dejando una huella enorme en el panel de cuero suave—, eres un idiota. No espero por un valet o por Duffy o por cualquiera para que sostenga mi puerta abierta y me ayude. Quiero salir. Sin embargo alguien aparece, una chaqueta roja borrosa detrás de mí cuando salgo disparada, la ligera caricia de unos dedos rozándose contra mí cuando me alejo un paso y camino por las escaleras lejos de Shane, sintiendo, o quizás imaginando, un sendero ligero de electricidad hormigueando sobre mi piel.

Lo encuentro, horas más tarde, de pie en las sombras del antiguo granero que se utiliza como garaje del club. Lleno de cortadoras de tractor y equipos de campo de golf, está escondido en el edificio principal, detrás de unos árboles altos en la parte posterior del estacionamiento. Hay una vieja mesa de cocina hecha de madera en la losa de hormigón junto a la masiva puerta corrediza. El valet de cabello negro de antes y un par de otros chicos están sentados alrededor de la tenue luz de las sillas no coincidentes, los codos sobre la superficie rayada, jugando gin con un golpeteo sobre las cartas de la baraja. Un tablero está clavado en la pared sobre una mesa de trabajo detrás de la mesilla, con las llaves de los autos numeradas colgando de clavos de diez peniques. Una chaqueta roja cuelga en la parte posterior de una de las sillas vacías en la mesa. El fuerte golpeteo de mis tacones en el pavimento desvía la atención del juego mientras camino hacia el granero, pero al menos eso ahoga los salvajes latidos de mi corazón. Me detengo en la puerta cuando veo a Duffy de pie afuera, parcialmente oculto en la sombra del techo. Da un paso hacia mí, con las manos metidas en los bolsillos.

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—¿Por qué no me lo dijiste? —dejo escapar. He esperado este momento durante mucho tiempo, y sale de prisa, antes de que esté lista para decirlo. —¿Decirte qué? —pregunta, su voz y sus ojos tan planos como el agua del lago en una mañana fría. —Sobre el Porsche del Señor Ridley, sobre lo de ser atrapado. Sobre por qué no te volví a ver nunca más —le susurro. Sobre todo, pienso, mientras me detengo un segundo para ponerme al día con mis pensamientos, la lista sigue en mi cabeza, una desesperada divagación demasiado vergonzosa cada vez que hablo en voz alta. Quiero saberlo todo. Todo acerca de ti. Quiero saber que te gustaba, si estabas realmente interesado en mí, que significaba algo para ti. Quiero que saber que no lo he jodido todo para nosotros. —¿Por qué no me dijiste sobre tu novio? —pregunta Duffy, levantando la barbilla hacia el estacionamiento, donde Shane y Roger están tropezando, borrachos y hablando en voz alta hacia el auto de Shane, su pintura blanca brillando bajo la luz de una farola. Puedo ver a Shane llegar al lado del acompañante ya abierto y excavar alrededor. Veo que está de pie y luego descuidadamente choca los nudillos con Roger, haciéndome sentir mareada y avergonzada. Las luces de Roger se ven como dos cigarras, y el humo de las brasas se desprende, ahuyentando a los insectos de verano girando alrededor de la lámpara que zumba sobre sus cabezas. —Eso no fue nada —le digo, descartando a Shane, pero contenta de estar escondida bajo el manto de la oscuridad. —Entonces, ¿qué fui yo? —pregunta Duffy. Sus ojos brillan verdes y enojados mientras él sale de las sombras. —¿Qué fuiste tú? —pregunto, el vapor creciendo detrás de mis palabras—. Tú fuiste el chico que dejó de aparecer, el que pretendía que yo le gustaba y luego desapareció. Tú fuiste el chico que me dejó esperando y preguntándome, el chico que nunca me dijo lo que pasó. Tuve que escucharlo todo de Valerie Dickens, la chica que recibe la

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mayor parte de su información de viejos libros de la biblioteca y el club de ciencias forenses. Al menos yo no le dije a Valerie que le dijera a tu papá que te dijera que yo tenía un novio. Eso es tan de séptimo grado. —No, me dejaste verlo en acción. Eso es mucho mejor. —Yo no quería que eso ocurriera —farfullo—. Esa no fue mi elección. —Ni yo lo fui, al parecer —dice Duffy solemne, con las manos en frente de él, deteniendo mi aproximación, sus ojos ardientes en los míos. Deja caer las manos, en silencio, y luego se vuelve y se aleja, por la pendiente hacia el campo de golf y hacia la noche oscura. No mira hacia atrás. Doy unos pasos y me hundo sobre la espesa hierba verde, los hombros encogidos, un sollozo atraviesa en mi garganta. —Déjalo ir, Leah. —La voz de mi madre deja astillas por mi espina dorsal. Me dirijo, volviéndome hacia ella, sorprendida de encontrarla allí, medio escondida en la oscuridad bajo los árboles. —Los corazones rotos siempre se pueden reparar —dice, caminando lentamente hacia mí, y me pregunto cuánto ha oído, lo mucho que sabe, y por qué suena como una vieja canción de amor, difusa, pero reconocible de alguna manera. —¿Qué sabes al respecto? —digo mientras me paro, no confiando en la calidez de su voz, para ello, saboreándola en el borde. —Más de lo que crees. —Claro —me burlo. —Es así —insiste—. Yo sólo quiero lo mejor para ti. —Tal vez no sabes que es eso —le digo. Estoy sofocada y saliéndome de mi piel, desesperada por perseguir a Duffy, por tenerlo de vuelta, tener esa parte de mi vida, aquí y ahora mismo, pero estoy clavada en el lugar. —Tal vez eso es él —le digo.

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—No lo es —dice ella simplemente, como si no hubiera ninguna duda. Me mira, un poco exasperada, pero con paciencia. —Déjame vivir mi propia vida —le digo sin pensar. —Lo hago —dice en voz baja, dando un paso hacia mí—. Y tienes una vida perfecta. —No, no la tengo. —Niego con la cabeza. Retrocedo, los puños apretados a mis costados—. Tengo la vida de Freddie y la vida de Yorke y la tuya también. Nada de esto es realmente mío. Y nada de esto es perfecto. Al menos no para mí. Ella asiente con la cabeza junto a mí, levantando una ceja, como si quisiera fingir que entiende de lo que estoy hablando. Sé que no lo hace. —¿Por qué no quieres más para mí? ¿Por qué no puedo obtener algo diferente, algo que sea sólo para mí? —le pregunto, años de frustración salen en una carrera desigual, desafiante. Ella inclina la cabeza, tensa. —¿Cómo qué? —pregunta, cruzando los brazos sobre el pecho, un destello de ira quemando su voz. —Cómo él —digo, sumergiéndome hacia adelante, haciendo caso omiso de las señales que apuntan hacia el desastre. Peligro. Más allá de aquí hay dragones. Respira y habla despacio y con claridad. —Es del personal contratado, Leah. Él es un error. —Bueno, entonces —contrarresto—, déjame cometer mis propios errores. —Tú no sabes lo que estás pidiendo. —Suspira, suena cansada e inesperadamente sabia—. No te das cuenta de los errores que puedes cometer a tu edad.

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—¿Cómo Yorke? —le pregunto en silencio, trayendo el tema prohibido, sintiéndome de pronto audaz y valiente aquí en la oscuridad con el corazón roto. —Sí, Leah —dice tranquilamente, frotándose la frente, las pulseras haciendo una tintineo lento y suave cuando se mueve—. Cómo Yorke.

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Capítulo 16 Traducción SOS por Vannia y Pimienta Corregido por kathesweet

¿D

ónde está el rosa? —murmura el fotógrafo luciendo cansado mientras va al luminoso vestuario lleno de flores, unos calcetines blancos asomando debajo de sus oscuros y arrugados pantalones. Se mueve a una velocidad vertiginosa, tratando de capturar la multitud de fotos naturales que York quiere como un recordatorio de este bendito evento—. ¿Dónde está el rosa? —dice otra vez, casi a gritos en esta ocasión, sonando frenético, ajustando la gruesa correa de la cámara alrededor de su cuello mientras sus ojos se detienen en cada una de mis hermanas, aparentemente incapaz de distinguirnos.



Se podría pensar que el hecho de que una de nosotras esté llevando un vestido de novia le daría al menos algo por dónde empezar, pero él parece perdido y aturdido, sin humor para el proceso de eliminación. Levanto mi ramo rosa para ayudarlo. Los ramos de flores son un compromiso que Yorke aceptó a regañadientes, una manera de incluir el esquema de colores favoritos de mi madre, de algún modo, en la boda totalmente rosa. Mi ramo es una combinación de rosas de té color rosa claro y blanco atadas con una cinta de raso color rosa. Freddie tiene margaritas amarillas y rosas de té blancas con un listón amarillo, y Yorke, un ramo enorme de lirios blancos atado con una gruesa cinta azul celeste. El fotógrafo chasquea los dedos encima de su cabeza para conseguir atención, como si yo fuera un perro o una niña chiquita. Chasquea, repitiendo las palabrassonríe, y sonríe ligeramente, un hombre loco con

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el dedo sobre el botón de la cámara mientras poso con una sonrisa forzada en los labios, sin sentirme dócil para nada. Me giro de nuevo al espejo ovalado en la parte superior del tocador. Quiero acurrucarme y dejar pasar este día, pero cada vez que cierro los ojos veo a Duffy alejándose de mí, desapareciendo a lo lejos hasta que no puedo distinguir la piel bronceada del cielo oscuro. De camino de regreso a casa ayer por la noche con mis hermanas, después de que todo el mundo se hubiera ido, después de que todas las bebidas se acabaron y después de que todos los brindis fueron hechos, me hice un ovillo y me apretujé en el asiento de atrás, con la voz de Duffy abrumándome. La niebla flotaba sobre la superficie del lago mientras nuestros neumáticos salpicaban en el asfalto húmedo. Las delgadas ramas rozaban contra el auto en la estrecha carretera del lago. Los muelles y diques se extendían dentro del agua oscura como dedos de madera. Esperaba que de alguna manera perdiéramos nuestro camino o al menos el control y chocáramos contra el agua, inundando los secretos de Yorke y el silencio de Freddie, para que así yo pudiera escapar de todo y de todos y poco a poco me hundiera en el fondo, ligera como una pluma, pesada como una roca, porque resultó que yo nunca le gusté a él. Tenía razón. Eso es todo. El hechizo se rompió. No más destellos, ni calor, ni prisa. Al presionar la frente contra el frío espejo del vestidor, siento a mi piel erizarse, a mis huesos convertirse en polvo, a mi sangre drenándose. Mi vida ha terminado. —Es hora —anuncia el fotógrafo, y alzo la vista para verlo chasqueando los dedos suspendidos en la puerta abierta, su cuerpo ya está fuera en el vestíbulo, en movimiento. Levanto mi ramo de flores y echo una última mirada al espejo. Me pellizco las mejillas, luego me doy por vencida y sigo a Freddie hacia la entrada de la iglesia. Los candelabros están encendidos, hay flores por todos lados, y el corredor de satén rosa ha sido extendido a lo largo del pasillo central ahora que todos los invitados se han sentado.

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Mi madre, fue escoltada a su asiento de primera clase al frente de la iglesia por Shane en su esmoquin, nos saluda con la mano por encima del mar de primos susurrantes y los amigos de la familia, cualquier sentimiento áspero o retribución de la noche anterior ha sido silenciado temporalmente por la emoción del día. Doy un vistazo a Betty, nuestra organizadora regordeta, abanicándose a sí misma y a las estaciones de la cruz con uno de los programas de diseño personalizado de la boda. Ella estará moviéndose hasta que los tres arpistas, quienes están tocando suave y hermosamente desde un balcón, empiecen con la marcha nupcial al primer vistazo de Yorke. Freddie y yo nos alineamos, con ramos de flores amarillas y rosas en la mano. Yo estoy justo frente a las puertas dobles cerradas. Primera en salir por las puertas, por una vez, mi señal son las primeras notas de “Largo” de Handel. Mi papá deja de pasearse en el césped frente a la iglesia y arrasa con los escalones subiéndolos con una amplia sonrisa en el rostro. Me da un fuerte abrazo y luego a Freddie, un abrazo nostálgico que huele a aire fresco y a colonia dulce. Limpiándose los ojos, nos dice: —Tengo algo que enseñarles. —Y mete la mano en el bolsillo oculto de su chaqueta de esmoquin negro y saca una billetera plateada sobrecargada y una fotografía que está desgastada de los bordes. Inclinándome, veo a mis padres, en miniatura, el día de su boda. El cabello de mi papá está muy oscuro. Las líneas de la sonrisa que me encantan en el contorno de sus ojos todavía no estaban marcadas en ese momento. Mi madre se ve tan joven, más joven de lo que Yorke se ve en este momento mientras holgazanea en el vestidor de novia, decidida a mantener al mundo en espera por el mayor tiempo posible. —Yorke se ve justo como su madre en nuestro gran día —dice mi papá, sonriendo. Es increíble. Parecen gemelas, o al menos hermanas muy parecidas, a excepción de que mi madre tenía un tocado muy de los años 80 con perlas y algún delineado de ojos oscuro a lo Madonna que Yorke nunca toleraría.

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Los ojos de Freddie parpadean de la fotografía hacia los míos. Vuelvo a ver. Reconozco el volumen de la figura de mi madre y el ligero abultamiento de la cintura imperio de su vestido. Freddie da un paso detrás de mí, tomando su lugar en la línea. —Justo la semana pasada fueron veintidós años —remarca mi papá con una nota de asombro en su voz. Desliza la foto de nuevo en su chaqueta y tira del dobladillo, planchándolo, preparándose para su viaje por el pasillo—. ¿Puedes creerlo? —me pregunta antes de que se retire al vestidor para ir por Yorke. No puedo. Ellos se casaron en agosto. Yorke nació en enero. Estoy restando, haciendo cuentas rápidamente en mi cabeza cuando las primeras notas de “Largo” se cuelan por debajo la puerta. Me giro, mis flores rosas se balancean frente a mí en un ángulo incómodo, mientras le pregunto a Freddie frenéticamente: —Entonces, ¿mamá… —Dios —interrumpe Freddie rodando los ojos indiferentemente mientras las puertas se abren y me vuelvo hacia la música aumentando de volumen—, tú siempre con las jodidas matemáticas. El intenso flash del fotógrafo ciega mis ojos con un brillante plop, dejándome chamuscada en el lugar. Vacilo, ciega. Freddie me empuja con su ramo color amarillo pipi, y doy mi primer par de pasos cortos por el pasillo de satén rosa con las piernas temblorosas. No hago otra cosa más que avanzar y poner una sonrisa falsa. Sigo parpadeando, tratando de enfocar las cosas. Como la pequeña celebración de aniversario que mis padres tuvieron la semana pasada en torno a la mesa de la cocina. Soplando velas sobre la tarta favorita de mí papá de tres niveles de chocolate, con el 22 escrito en la parte superior con chantillí. Mi madre había bromeado, mientras cortaba la tarta, que Yorke debería estar contenta. Roger siempre tendría un recordatorio del aniversario de su boda ya que ambas fechas estaban muy cerca.

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—Y… —Mi madre se había reído, con el chantillí aferrándose a la punta de sus dedos mientras nos mostraba su nuevo anillo de aniversario de zafiro— tu padre está bien entrenado. O la foto de la boda en la repisa de la chimenea en la sala de estar del dormitorio de mis padres. Es la única que yo conocía en toda nuestra casa. Es un brillante marco plateado curveado de ocho por diez, un acercamiento de sus jóvenes rostros sonrientes y nada más. Supongo que siempre he pensado que Yorke sólo había nacido antes de tiempo, ansiosa de comenzar la fiesta como siempre. Es una de esas cosas que sabes en el fondo de tu mente, pero que no quieres creerlo, de la misma forma que existen pequeños microbios en cada bocado de mantequilla de maní, que a Cristóbal Colón pudo haberle preocupado menos si el mundo era redondo, o que tu madre hubiera sido un poco loca y tuviera que casarse. De alguna forma, logro llegar hasta el altar, no estando segura de si alguna vez toqué el suelo en el camino, y tomo mi lugar, girándome hacia la multitud. Mientras Freddie da sus últimos pasos mesurados, doy un vistazo a nuestros amigos y familiares reunidos que se remueven con impaciencia en sus asientos, esperando la inminente aparición de Yorke. Me enfoco en el halo bailando alrededor de la vela encendida junto a mí y tomo respiraciones pequeñas y superficiales, asombrada de cómo un espacio tan grande como este, lleno con casi todas las personas que amo, pueda sentirse tan apretado y estrecho. Me pregunto cuántos de ellos estaban aquí para presenciar la última vez que el mismo vestido hizo su viaje por este mismo pasillo bajo casi las mismas circunstancias. Estoy mareada y decepcionada. Con mis padres, mi hermana y conmigo misma por pensar y creer que su camino era el único. Ahora sé que esto no es amor verdadero ni perfección ni felicidad para siempre. Ni siquiera pretende serlo. Esto es un condón roto al final de una noche de borrachera. Esta es una caminata generacional de vergüenza con doscientos espectadores. La marcha nupcial inunda la iglesia, y Yorke aparece en la puerta. La novia perfecta. Su bronceado es monumental. Pasó el verano tumbada en un diván junto a la piscina, ladrándonos órdenes y untándose Coppertone 8. Su piel bronceada contrasta con el blanco pulcro de su

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vestido. Roger la espera en el altar en su esmoquin oscuro y camisa almidonada blanca, su cabello bien fijado, sus ojos nebulosos. La música se eleva hasta el techo pintado, elevándose hasta llenar la habitación.Las notas son fuertes y claras, resuenan en mi cabeza. Esto no es lo que yo quiero.

La recepción está llena de flores frescas y luces diminutas. Una lámpara de araña de cristal antigua de imitación cuelga del techo del salón de baile, y lámparas de cristales pequeños en cada mesa, arrojan luz moteada sobre la pista de baile de madera y sobre los grupos de personas felices. Un surtido de corbatas de seda y pajaritas negras cuelgan de los respaldos de las sillas cubiertas de damasco mientras todo el mundo entra en calor, divirtiéndose, y el bar bien surtido es instalado bajo un cenador reluciente justo afuera en el patio. El fotógrafo está haciendo rondas. Todos y todo son presas fáciles para una foto espontánea, incluyendo la mesa del pastel y las ocho capas de algodón y pasta de azúcar que él está comiendo mientras trabaja. Escondo la cabeza y camino a través de la multitud de amigos de la escuela primaria perdidos hace mucho tiempo y chicos al azar a los que mi padre les vendió su primer barco o lo que sea. Mi cabeza está hacia abajo, y yo estoy tratando de no rozarme con nadie demasiado viejo ni demasiado amable para poder alejarme de la mesa principal, hacia la plaza azul cielo que me llama desde la pared del patio a través de las puertas abiertas. Estoy haciendo un intento sincero de abandonar a Shane, mi compañero de mesa. Mi progreso es lento porque parece que cada dos o tres pasos tengo que parar cuando alguien me da un golpecito en el hombro o alza la mano con una sonrisa y dice: "Va a ser tu turno pronto", o "Debes estar tan orgullosa de tu hermana" o, mi favorita, "Oh,Leah, lo siento, pensé que eras tu hermana. "

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Una vez fuera me detengo a descansar. Doy un suspiro de alivio, me apoyo contra el edificio, los ladrillos tiran de mi pelo rizado. He estado agarrando mi ramo de color rosa muy fuerte contra mi pecho, usándolo casi como un escudo, así que cuando bajo la guardia y lo libero lentamente, los pétalos de rosas triturados bañan mis pies. La fiesta zumba detrás de mí. —¿No te cansas de las constantes comparaciones? —pregunta una voz femenina mientras un par de pétalos rosas caen hasta los dedos de mis pies. Me obligo a sonreír antes de mirar hacia arriba, pero no es un pariente entrometido ni una amiga de mi madre que se entera de todos los chismes sobre nosotros en el salón de belleza local durante un lavado de champú semanal. Es Valerie. Me trago comentario de cortesía que tenía listo y le doy una sonrisa. Mi resentimiento es innecesario. Lleva un vestido color azul marino y blanco de punto, con mangas abullonadas, un gran lazo en el cuello y un sombrero enorme blanco, el tipo de sombrero que sólo las mujeres británicas pueden llevar en las bodas británicas. Ella ha confundido, obviamente, una boda de verano sencilla con un día en el hipódromo, pero parece gustarle. Da un paso hacia mí, tambaleándose un poco sobre sus zapatos elegantes. Sus ojos escudriñan a los juerguistas en el interior de la habitación. Se detiene, revierte el borde frontal de su sombrero con la mano para una mejor visión de mi cara, y dice con escepticismo: —Francamente, yo no lo veo. Conociendo a Valerie, estoy segura de ha hecho un cuadro, un gráfico o alguna otra investigación científica antes de hacer ese comentario, pero me pregunto si realmente puede ver algo más allá de ese sombrero. Es monstruoso. Sigo su mirada y recorro los rostros enrojecidos en la barra, los tres camareros con chalecos de color rosa pican hielo y mezclan bebidas tan rápido como les es posible. Paso por las mesascon invitados que están terminando la costilla con papas hasta mis hermanas que están acurrucadas junto a la mesa de honor, separadas del resto del mundo

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por una plataforma elevada envuelta en satén, con actitud de superioridad. Es extraño, pero cuando estaba en el interior de la fiesta, en la mesa con mis hermanas, mezclada, todas cálidas y apretujadas, ellas se veíantiernas, sonrientes y benévolas para mí. Ahora, desde aquí, se ven crispadas, brillantes y tensas. Y tal vez incluso un poco terroríficas. —A veces —digo, suspirando, mientras le doy la vuelta al ala de su sombrero hacia abajo—, yo tampoco. Valerie asiente con la cabeza y desaparece en la pista de baile. La miro por un instante y luego doy un pequeño paso hacia el suelo de parquet, perdiéndome en la nube de aire húmedo y alientos borrachos de personas de cuarenta años de edad. Todo el mundo parece estar moviéndose hacia la barra mientras empujo y me esfuerzo por llegar a la mesa principal en el extremo opuesto de la habitación. Me subo a la plataforma, levanto mi dobladillo para despejar mis pasos. Algunas grapas hábilmente irregulares que comenzaron el día escondidas y ocultas en la tela de color rosa, surgen sueltas, dejando el lado izquierdo flojo y torcido. Me dejo caer en mi asiento, me alegro de que mis hermanas se hayan movido y de que Shane y los otroschicos de la boda estén actualmente batiendo una botella de champán en una mesa en la esquina. Dejo caer mi ramo entre una tarjeta del local y una copa de vino vacía. Pétalos caen a la deriva cuando aparto los platos sucios y servilletas manchadas de mi camino para hacer espacio para mis codos. La banda está tocando desde que la cena ha terminado oficialmente. Un viejo de pelo gris, creo que es el abuelo de Roger si no recuerdo mal desde la línea de recepción, se inclina hacia sus compañeros, todos de cabellos grises también, y se lleva una mano al oído, en un intento de oír sobre la música. El personal de eventos contratado está esforzándose. Hay chalecos de color rosa por todas partes, los platos sucios desaparecen a contra reloj mientras los ayudantes de los camareros limpian las mesas cerca del centro de la sala y las llevan lejos, desapareciendo a través de una

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puerta convenientemente escondida en una de las paredes laterales para hacer más espacio para la pista de baile. Busco por la mesa abarrotada media copa de champán o, por lo menos, una con un poco de algo en ella. Freddie irá a Francia a finales de mes, y Yorke se irá esta noche, tan pronto como la recepción empiece a declinar y mi madre considere aceptable que ella y Roger desaparezcan. Un elegante auto negro, con cintas de color rosa y blanco en la parte de atrás y RECIÉN CASADOS pintado en la ventana trasera, está aparcado frente a la sala de recepción, listo y esperando su salida hacia su luna de miel. Quizás los extrañe. Tal vez he estado resentida durante todo el verano porque es más fácil que dejarlos ir. Tal vez Valerie tiene razón. Bebo el champán del fondo de la copa de alguien más, con la esperanza de ahogar todos mis pensamientos o al menos hundirlos profundamente en la parte posterior de mi cabeza. Me estremezco cuando el líquido caliente choca con mi lengua. Ugh, asqueroso. Espero que no sea de Roger. Pongo el vaso sobre la mesa con un estremecimiento y miro a mis hermanas socializando con la multitud. Apretones de manos y abrazos, felicitaciones y generosos ofrecimientos, parando en todas las mesas por las que pasan. El orgullo se precipita a través de mí, ruborizando mis mejillas más rápido que el champán, mientras Yorke se mueve por la habitación, descarada y desvergonzada. La larga serie de perlas de su vestido de novia estáolvidada por su emoción y deja un rastro barrido de destrucción a su paso. Encantada de ser el centro de atención, como siempre, esta noche Yorke es la novia finalmente, encantada de estar aquí, rodeada de su familia, amigos y admiradores, feliz de ser exactamente lo que es, incluso si eso resulta ser sólo una versión más fuerte y más exagerada de mi madre. A dos metros de distancia Freddie casi está volando bajo el radar, una un reflejo de Yorke, deslizándose entre la multitud con una sonrisa tímida, tranquilamente encontrando su camino sin interrupción o

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vergüenza, sin pretensiones y sin esfuerzo, como siempre, agradeciendo a todos los buenos deseos que vierten sobre ella por todos lados. ¿Y yo? Creo que estoy en un punto intermedio. No soy exactamente Freddie, pero absolutamente tampoco Yorke. No sé quién soy, pero sé que no soy. No soy la chica de rosa ni la tercera en la línea. Siempre he estado luchando contra el hecho de que somos muy parecidas, pero es cierto, Yorke, Freddie y yo, somos similares. Sólo que tienes que mirar muy de cerca para ver las diferencias. Ahora lo entiendo.

Fuera, el sol se ha puesto sin duda, tragado por un cielo negro salpicado de estrellas, y el patio está lleno de un montón de gente realmente borracha. Me deslizo a través de ellos, en busca de un lugar para descansar, para quitarme mis sandalias asesinas y recuperarme de un ataque muy intenso de baile en la pista negra de madera, de Shane y de su frente sudorosa y de su movimiento de caderas. Al pasar por las mesas que han sido arrastradas lo suficientemente lejos para evitar graves golpes, me deslizo fácilmente más allá de mis tías mayores, tíos y sus apretones de manos y abrazos y los recordatorios de que "Pronto será tu turno" con una sonrisa, porque sé que es no es cierto. Ellos pueden pensar lo que quieran. Acercándome a un jardín lleno de rosas, me inclino, y tiro de mis sandalias de una en una. Estiro los pies, alcanzando con los dedos de los pies el borde del patio del jardín que se inclina en todas direcciones, profundo y exuberante. Shane camina detrás de mí, brusca y desigualmente, con las mejillas calientes y de color rosa, unos cuantos botones superiores de su camisa de esmoquin desabrochados y las mangas blancas enrolladas dejando sus gruesos antebrazos en el aire. Envuelve su mano sobre la mía.

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—¿Qué pasó esta noche, Leah? —pregunta, con su voz gruesa y alcoholizada. Me mira a los ojos, un poco triste y arrepentido y me doy cuenta que he estado huyendo de él toda la noche, durante todo el verano en realidad, no tiene sentido, y estoy cansada.Él sólo va a seguir. Y eso no es culpa suya. No he hecho una elección. Jamás. Siempre he esperado a que alguien lo hiciera por mí: Shane, Yorke, Freddie, mi madre, incluso Duffy. Por fin es mi turno, esté lista o no. Aprieto con mis dedos su mano y me preparo para el adiós porque estoy asustada de renunciar a todas las cosas que tendré que renunciar si renuncio a Shane.Mi último año completo, toda mi vida, todo será diferente, y me preocupa no ser lo suficientemente valiente. Y no hay nada malo con Shane. Él es bueno. Está en forma. Es agradable. Huele bien. De vez en cuando es divertido. Lo que tengo es bueno. Lo entiendo. Pero toda mi vida he estado avanzando, viviendo con lo que se me ha dado, es un poco difícil de quejarse, porque me han dado mucho, pero eso no significa que tenga que conducir a su alrededor el resto de mi vida con el peso de su mano sobre mi pierna, ¿verdad? —Esa fui yo rompiendo contigo —le digo, bajo y sólido. —Pero —dice Shane, un poco aturdido y muy borracho—, pero, ¿qué pasa. . . —Se tambalea. Me alejo, preparándome para lo que sé que él va a decir, lo que todos esperamos que diga por el orden lógico de los acontecimientos. Semestres llenos de noches de viernesperdidos en su asiento trasero, la corte real del baile de bienvenida, seguido por el baile de graduación, fiestas y la graduación en sí. Agarro mis zapatos y me separo de él, tratando de mantener la calma. A mi madre no le gustan las escenas, y Shane nunca ha hecho nada malo, excepto encajar en su molde. —Lo siento, Shane —digo, con mi voz firme y seca, ya que estoy segura—, lo siento, pero tú estás por tu cuenta. —Se tambalea, a un

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paso de mí, y libera mi mano. Dejo caer mis zapatos en el patio y me alejo. Pasoa los niños pequeños con corbatas a rayas de prendedores y camisas de vestir manga corta bailando con niñas con flores en el pelo, a Yorke luciendo pesada, acarreando el único secreto que ha sido capaz de mantener, el que sella su destino. A Freddie, bailando mejilla a mejilla con Evan, juntos y felices en el centro de la pista de baile, ella no queriendo renunciar a él. A mi madre, con los brazos alrededor de mi padre, envuelta, segura y protegida en su pequeño mundo de familia y amigos. No me siento excluida o dejada atrás. Me siento libre. Paso el gran sombrero blanco de disco y a la amigaen la que Valerie se ha convertido con una sonrisa. No hay duda de que se repondrá de lo que ha presenciado esta noche.Muy pronto Duffy sabrá todo. Llamo su atención y la saludo antes de desaparecer por un tramo de escalones de piedra hacia la noche. Camino por el césped. Mis huellas brillan detrás de mí bajo la luz de la luna en la hierba espesa y húmeda. Estoy descubriendo mi propio camino.

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Capítulo 17 Traducido por dark&rose Corregido por kathesweet

E

l primer día de escuela está pegando fuerte y caluroso afuera de la ventana de mi clase, y todavía se siente como el verano para mí.

Los días han sido húmedos y largos. La vida se ha movido en cámara lenta. La única cosa que parece estar moviéndose del todo es mi corazón. Corre, apurado en mi pecho. Estoy contando hacia atrás para no sé el qué. La infelicidad de mi madre conmigo es evidente. La marca de coral en sus labios está agrietada y estirada al máximo. Ella no entiende cómo pude dejar marchar a Shane, ni por qué. Le preocupa lo que todos pensarán. No entiende que yo no tengo que vivir su vida, ni la de Yorke o Freddie, para conseguir todo lo que quiero. Ella quiere mantenerme atada firmemente, porque mis hermanas se han ido y porque no tiene a nadie más. Nuestra casa está muy limpia. La campana final todavía está sonando, y yo salgo, cruzando la calle en mi camino hacia el aparcamiento, llenando mis pulmones de aire puro y buscando mis llaves, que siempre parecen hundirse sin remedio en el fondo de mi bolso. Levanto la mirada, y mis ojos se quedan pegados tropiezan sobre sí mismos en el pavimento caliente y raída camiseta se extiende a través de su pecho. La mueven hacia arriba hasta alcanzar los suyos. KEWAUNEE.

en él. Mis pies agrietado. Una leo, mis ojos se CAMPAMENTO

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―¿Así que, es ahí donde has estado? ―pregunto. Su boca forma una sonrisa, y sé que, en ese mismo momento, mi corazón ha estado latiendo alocado por una razón. Mis pasos finales hacia él son más largos y rectos, la evolución con la práctica, antes de que me precipite justo a sólo una respiración de distancia. Las puntas de sus botas de trabajo desgastadas apuntan hacia el cielo mientras él se apoya contra el auto. Desliza sus manos por sus largas piernas. A continuación levanta la mirada hacia mí. ―Oí algo ―dice. ―¿Qué oíste? ―pregunto, colocándome junto a él, el auto caliente al instante calienta la parte trasera de mis piernas. ―Sólo una historia. ―Se encoge de hombros. ―¿Sí? ―Una historia de una chica ―dice con una risita satisfecha y una sonrisa―. Ella es rubia, tiene estas hermanas... ―Bueno ―lo interrumpo―, yo no soy esa chica. Esta no es esa historia. ―Lo sé ―dice, asintiendo con la cabeza hacia el aparcamiento. Valerie está ahí, observándonos a escondidas, haciendo un baile alocado de alegría entre los autos aparcados en la parte de atrás, preparándose para añadir Cupido a las actividades extracurriculares en sus solicitudes de de universidad. ―¿Cómo terminará todo esto? ―pregunto, examinándolo. Él se mueve, sus vaqueros deslizándose un poco en su cuerpo delgado, los músculos de su espalda flexionándose mientras se vuelve hacia el auto y abre la puerta del acompañante. Él se desliza dentro de un Camaro del 69 hermosamente restaurado de color gris bronce, con un interior de cuero blanco cremoso. El cromo brilla, la pintura pulida refleja el cielo abierto flotando sobre nuestras cabezas, y las placas rojas y blancas dicen PORTER. Es perfecto.

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―Sube ―dice―, vayamos a averiguarlo. Lo miro a él, y al auto, con desconfianza. Él me observa, esperando silenciosamente, sus ojos verdes danzando. ―Sí ―admite finalmente, pasando sus manos a través de su maraña de pelo grueso y oscuro―, es mío. Su boca se abre en una gran sonrisa, y me derrito ahí mismo como un charco de soldadura, resplandeciendo en la calle. Me subo, dejándome caer primero, deslizo mi mano en la suya, y pongo mi pie en el suelo. Ten cuidado con las chispas.

Fin

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Sobre la Autora

Christina Meredith siempre se ha preguntado: "¿Qué hay de divertido en conducir si siempre sabes exactamente a dónde vas a parar?" Ella vive en Sausalito, California. Este es su primer libro.

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Créditos Staff de Traducción: Moderadoras: Dark&rose Pimienta

Traductoras: *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* Emii_Gregori Clau12345 Jo Kathesweet Gry Vettina Eve2707 Dark&rose Konyxita Little Rose

Ro0. alexiia☮♪ Lalaemk Carol93 Loveliilara Dangereuse_ Selene Cami.Pineda ZAMI Carol93 Susanauribe

Elena Vladescu Paaau Vannia LizC sooi.luuli gaby828 Aaris flochi CyeLy DiviNNa Pimienta

Staff de Corrección: Susanauribe Lola_20 Maia8 Micca.F

Haushiinka Angeles Rangel ZAMI Kathesweet

Revisión y Recopilación: Kathesweet Angeles Rangel

Diseño: Vannia

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