Moderadora rihano

Staff de traducción bautiston littlegirl

carmen170796

KaThErIn LizC

Emii_Gregori

Mery St. Clair

~NightW~ Yre24

Akanet

Paaau

inthefreedomwings KaThErIn Abril

Dyanna Vannia

Susanauribe

Roo Andresen Ximeyrami

Staff de corrección Ángeles Rangel

Nanis

Kuami

Paaau

Masi

Niii

Marina012

Nikola Kuami

Recopilación y revisión Angeles Rangel

Diseño luchita_c

Traducido, corregido y diseñado en

Purple Rose

Demon

The Fallen

Kristina Douglas

Indice Indice Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12

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Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Tercer libro Algo de la Autora

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The Fallen

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Sinopsis Traducida por Rihano Corregido por Angeles Rangel

Una vez gobernante sin miedo de los Caídos, un afligido Azazel debe encontrar a la legendaria Sirena con la intención de que tome el lugar de su amante perdida… y matarla.

Él es un Demonio de Ángel. Azazel debería haber extinguido a la mortal Lilith cuando tuvo la oportunidad. Ahora, se encuentra frente a una profecía que le obligará a traicionar la memoria de su único y verdadero amor y casarse con la Reina Demonio, él no puede acabar con su vida hasta que lo lleve a Lucifer. Encontrar el Primero es la única esperanza de los caídos para proteger a la humanidad de la destrucción de Uriel, pero Azazel sabe que hacer caso omiso de su deseo hirviendo a fuego lento por Lilith será casi imposible.

Ella es un Ángel de Demonio. Rachel Fitzpatrick se pregunta cómo Azazel podría confundirla con una seductora malvada. ¡Nunca siquiera se ha interesado en el sexo! Por lo menos no antes de poner los ojos en su impresionante captor. Y ahora ella no puede pensar en otra cosa, además de escapar.

Ángeles y Demonios no se mezclan. Rachel remueve una necesidad carnal en Azazel que nunca pensó que iba a sentir otra vez. Caer por un demonio, incluso si ella no tiene idea de que es la Lilith, significa renunciar a su propia alma. Pero sí la deja ir, corre el riesgo de abandonar su corazón, su peligrosa amante, y posiblemente a toda la humanidad, a la ira mortal de Uriel.

Segundo Libro de la Saga Fallen

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Capítulo 1 Traducido por Bautiston Corregido por Angeles Rangel

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e estaba siguiendo de nuevo. Lo sabía por instinto, a pesar de que en realidad no lo había visto. Estaba más allá de mi visión, en los bordes exteriores de mi vista, escondiéndose en las sombras. Merodeando.

No acechando. Puede haber grandes lagunas en mi memoria, pero tengo un espejo y no me hago falsas ilusiones acerca de mis encantos totalmente irresistibles. Soy de altura media, peso medio, 5 kilos más o 5 kilos menos. Tengo el pelo corto, de color marrón barroso, que se obtiene al teñirlo con demasiada frecuencia, y mis ojos son de un color marrón claro. Mi piel es color oliva, mi estructura ósea sin complicaciones, y no había ninguna pista de quién o qué era yo. Esto es lo que conocía: Mi nombre es Rachel. Mi apellido actual es Fitzpatrick, pero antes era Brown, y la próxima vez podría ser Montgomery. Nombres promedio de la tradición anglosajona. No sé por qué, pero lo sabía. Había sido Rachel Fitzpatrick durante casi dos años, y se sentía como si hubiera sido más larga de lo habitual, esta vida cómoda que había construido. Estaba viviendo en una gran ciudad industrial en la región central, trabajaba para un periódico que, como la mayoría de su clase, estaba en las últimas. Tenía un gran apartamento en el piso superior de una antigua casa victoriana, tenía un coche poco interesante en el que podía confiar, tenía buenos amigos a quienes recurrir en caso de emergencia y divertirme con ellos cuando los tiempos eran buenos. Incluso era la madrina de la hija recién nacida de mi compañera de trabajo Julie. Esperaba que el otro zapato cayera. Era noviembre, y pensé que probablemente nunca me había gustado noviembre. Los árboles estaban desnudos, el viento azotaba, y la oscuridad se cerraba alrededor de la ciudad como una mortaja. Y alguien me estaba observando. No sabía cuánto había estado allí, me había tomado un tiempo darme cuenta de que estaba de regreso. Nunca había conseguido verlo se mantenía en las sombras, una alta y estrecha figura de amenaza innegable. No tenía ningún deseo de verlo mejor. Era muy cuidadosa. No salía sola de noche, me mantenía lejos de lugares aislados, y siempre estaba en guardia. Nunca se lo había mencionado a mis

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amigos, incluida Julie. Me dije que no quería que se preocuparan. Pero no fui a la policía tampoco, y su trabajo era preocuparse. Busqué un gran número de posibilidades en el gran blanco gris que era mi memoria. Tal vez era mi marido golpeador, mirándome, y había escapado, del trauma de su brutalidad limpiando mi mente. Tal vez había estado en el programa de protección de testigos y había pasado por algún tipo de horror, y la pandilla iba tras de mí. Pero no explicaba por qué no se acercaba. No importa lo cuidadosa que era, sí alguien quisiera hacerme daño, matarme, probablemente no había manera de detenerlo de... bueno, probablemente no había forma de detenerlo. Así que mi observador supuestamente no me quería muerta. Estaba trabajando hasta tarde en un frío y lluvioso jueves, tratando de conseguir el formato para los obituarios. Sí, hacer obituarios tarde en la noche no era mi cosa favorita, pero con el Mensajero1 en las últimas, todos hacíamos horas extras siempre que era necesario y trabajábamos en todo lo que se necesitaba, así que consideré la línea de deportes. Yo era la editora de casa y salud, editor es un término glorificado para el único reportero en el lugar, pero en general, disfrutaba de mi trabajo. Con los obituarios, no tanto. Eran los bebés los que me llegaban. No natos, muerte súbita, abortos involuntarios. Me hacían sentir ganas de llorar, aunque curiosamente nunca lloré. Si pudiera, lloraría por esos bebes, lloraría más bien por días, semanas y años. No me pregunté si había perdido un hijo. El instinto me decía que no tenía uno, y además, el duelo por los bebés perdidos era una reacción lógica, humana. ¿Quién no siente dolor por la pérdida de una vida nueva? El viento se había levantado, silbando por la ciudad y moviendo las ventanas selladas del nuevo edificio del Mensajero que imprudentemente había sido construido hacía menos de tres años, y apagué mi equipo, terminando por la noche. Miré el reloj, eran ya más de las diez, y la oficina estaba desierta. Mi coche estaba en el garaje, tenía que haber alguien allí. Sujetaba mis llaves fuera, haciendo un guiño para mi viejo y fiable Subaru, encerrándome de la amenaza que se alzaba en la oscuridad. Siempre podría a llamar Julie y ver si su marido podía venir a acompañarme a casa. Aunque no les había dicho acerca de mi observador, le expliqué que era muy nerviosa acerca de la seguridad personal, y Bob había llegado al rescate en varias ocasiones. Pero había un bebé nuevo, y no quería molestarlos. Estaría bien. Tomé mi abrigo y me dirigía hacia el ascensor cuando el teléfono de mi escritorio sonó. Dudé, y luego lo ignoré. Quienquiera que fuese, lo que quería, estaba 1 Mensajero: periódico local

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demasiado cansada para proporcionarlo. Todo lo que deseaba era llegar a casa en medio de este viento maldito y acurrucarme en mi agradable cama calentita. El ascensor estaba tardando su propio dulce tiempo, teniendo en cuenta que todo el edificio estaba prácticamente desierto. El teléfono de mi escritorio dejó de sonar y comenzó a sonar mi teléfono celular. Maldije, alcanzándolo en el bolsillo y abriéndolo al tiempo que el ascensor llegaba. Era Julia, sonando aterrorizada. —Rachel, te necesito —dijo con una voz llena de lágrimas. Algo malo había pasado. Mi estómago se hizo un nudo. —¿Qué pasa? —Y como una tonta, entré en el ascensor. —Es la bebé. Ella… Al cerrarse la puerta y el ascensor comenzar a descender, perdí la señal. —Mierda —dije, en voz muy alta. Mi oficina estaba en el piso 22, y había apretado el botón para el segundo nivel del estacionamiento, pero rápidamente toqué un piso de nivel inferior para detener el descenso. Las puertas se abrieron en el octavo piso que estaba oscuro y vacío, y salté. Marqué en mi teléfono el botón de devolución de llamada mientras las puertas se cerraban, abandonándome en la oscuridad, y un escalofrío me recorrió, uno que traté de ignorar. Tenía los nervios de acero, pero nunca fui temeraria, y no existía alguna razón para sentirme incómoda. Había estado en este edificio sola en numerosas ocasiones. Pero nunca me había sentido tan extraña antes. Julie contestó a la primera. —¿A dónde fuiste? —dijo con voz frenética y acusadora. —Perdí la señal —dijo brevemente—. ¿Qué pasa con la bebé? —Estoy en el hospital. No podía respirar, y llamé a una ambulancia. La tienen en la sala de emergencia y me echaron, y te necesito aquí para brindarme apoyo moral. ¡Estoy aterrorizada, Rachel! —su voz estaba llena de lágrimas. —¿Dónde está Bob? —dije, tratando de ser práctica. —Conmigo. Ya sabes cómo son los hombres de impotentes. Sólo va y viene y se ve triste, y necesito a alguien para darme ánimos. Necesito a mi mejor amiga. Te necesito. ¿Qué tan pronto puedes llegar? Era extraña la forma en que habíamos llegado a ser tan buenas amigas en tan poco tiempo. Se sentía como un vínculo duradero, no una amistad de oficina, casi como si la hubiera conocido en otra vida. Pero ella no tenía idea de nada acerca de mí pasado igual que yo. —¿Qué hospital? 8

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—San Uriel. Estamos en la sala de emergencia. ¡Vamos, Rachel! ¡Por favor! San Uriel pensé. Eso está mal, ¿no? ¿Uriel era un santo? Pero calmé lo que me hacía ruido de todos modos. —Voy a estar ahí —le dije. Y sabía que mentía. Cerré mi teléfono, repasando mentalmente el contenido de mi escritorio. No mucho, una copia de Bella casa, lo último de Laurell K. Hamilton, y la Biblia, que era ciertamente extraño. No entendía por qué la tenía, tal vez había sido parte de una secta fundamentalista antes de escaparme. Dios sabía. Yo sólo sabía que tenía que tener una Biblia conmigo. Tenía que encontrar otra, tan pronto como me registrara en un hotel. No había ninguna necesidad de volver. Viajaba liviana, y dejaba una pequeña impresión cada vez que podía. No iban a encontrar ninguna pista acerca de mí sí buscaban en mi escritorio. Sobre todo porque no tenía pistas sobre mí misma. Mi apartamento era sólo un poco menos seguro. No había cartas, no había signos de una vida personal en nada. Tenía una serie de impresiones de cuadros prerafaelistas en la pared, además de un gran cartel enmarcado de una brumosa sección de la costa noroeste que me sonaba. Me dio pena dejarlo atrás, pero tenía que moverme rápido. Tendría que olvidarme del coche en el próximo día o dos, y comprar otro. A Julie le tomaría demasiado tiempo darse cuenta de que había desaparecido. Estaría demasiado ocupada con la bebé Amanda, mirándola luchar con cada respiración con ojos ansiosos. Pero Amanda no iba a morir. Había empezado a mejorar, al igual que todos los demás niños que sabía estaban llenando los hospitales mientras permanecía aquí. Todo lo que tenía que hacer era irme lo suficientemente lejos y se recuperaban. Lo sabía por instinto, aunque no sabía por qué. Apreté el botón del ascensor, y luego di vueltas por el pasillo oscuro sin descanso. No pasó nada, y llamé de nuevo, entonces apreté la oreja contra la puerta, para escuchar alguna señal de que los coches se movían. Nada más que silencio. —Mierda —dije otra vez. No había nada que hacer; tenía que tomar las escaleras. No me detuve a pensar en ello. Había llegado el momento de irme, como siempre, y el pensamiento no servía de nada. No tenía ni idea de cómo sabía de estas cosas, por qué tenía que correr. Sólo sabía que tenía que hacerlo. No fue hasta que la puerta de las escaleras se cerró detrás de mí que me acordé de mi observador, y por un momento me asusté, agarrando la manija de la puerta. Estaba cerrada ya, por supuesto. No tenía otra opción. Si iba a salir de la ciudad a tiempo, tenía que seguir, así que empecé a bajar las escaleras. ¿A tiempo para qué? No tenía una idea clara. Pero la bebé Amanda no podría sobrevivir por mucho tiempo si no me movía. Me tropecé con el primer descanso y caí al suelo, golpeándome la espinilla contra la baranda. Luché para ponerme

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de pie, y me congelé. Había alguien en la escalera conmigo. Lo sentía, más cerca de lo que nunca había estado antes, y no había nada, nadie, entre él y yo. No había parachoques, no había seguridad. El tiempo se agotaba. No tenía un arma. Era una idiota, podía llevar armas ocultas en este Estado, y una pistola muy pequeña podía hacer un agujero muy grande en mi observador. O un cuchillo, algo afilado. Mierda, ¿no había oído que podía clavar mis llaves a los ojos de un atacante? No sabía si estaba por encima o por debajo de mí, pero las únicas puertas que se abrían desde el hueco de la escalera eran las del nivel de estacionamiento. Si subía, quedaría atrapada. Comencé a bajar el próximo tramo, moviéndome tan silenciosamente como podía, escuchando los pasos correspondientes. No había ninguno. Quienquiera que fuese, no hizo ningún sonido. Tal vez era un producto de mi imaginación paranoica. No tenía razones concretas para hacer las cosas que hacía, actuaba sólo por instinto. Podría estar loca como una cabra, imaginando todo este poder. ¿Por qué en el mundo esta pequeña, insignificante Rachel Fitzpatrick tendría nada que ver con el bienestar de un bebé? ¿De un número de bebés? ¿Por qué tenía que seguir cambiando de nombre, cambiar quién era yo? Si alguien me seguía, ¿por qué no me había alcanzado todavía? ¿Qué pasaría si simplemente me iba a casa y me quedaba allí? ¿Si me reunía con Julie en el hospital? Amanda iba a morir. No tenía otra opción. Tenía que correr.

**** Azazel bajó las escaleras después que la Demonio, en silencio, casi sin respirar. Podía sentir el pánico, y sabía que iba a correr de nuevo. Le había tomado más tiempo encontrarla esta vez, debía ser que era cada vez mejor consiguiendo nuevas identidades. Si la Demonio se desvanecía una vez más, no tenía idea de cuánto tiempo le llevaría encontrarla de nuevo. Cuanto más tiempo vagaba por la tierra, más destrucción podría causar. Era el momento de hacer su movimiento. No sabía por qué había dudado, por qué la había mirado sin hacer nada. Su odio a la criatura era tan poderoso que lo hubiera asustado, si fuera capaz de sentir miedo. Era incapaz de sentir nada, pero odiaba al monstruo. Por eso debía haber dejado quieta su mano. Una vez que la matara, no sentiría nada en absoluto. 10

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¿Qué tan difícil sería de matar la Demonio? Se veía como una mujer normal, pero sentía su poder de seducción, incluso desde la distancia. No necesitaba ninguna de las armas de mujer obvias para atraerlo. No llevaba maquillaje, no usaba ropas ostentosas ni reveladoras. Tendía a vestir con colores oscuros, con ropa holgada, camisetas y pantalones anchos. No había nada que hiciera a un hombre pensar en sexo, y sin embargo cada vez que la miraba, a eso, pensaba en la lujuria. Nunca debería subestimarla. “Eso”. Parte del poder del Demonio es hacerte olvidar que se trataba simplemente de una cosa, no la mujer vulnerable que parecía ser. Tan fácil de confundir, pensar en ella como una mujer. Una mujer a la que tendría que matar. Tal vez había sido una mujer, pero ya no. Ahora se trataba simplemente de un repositorio de toda la fuerza seductora de la mujer en la creación, canalizada en un Demonio que se parecía a una mujer suave, vulnerable. Podía agarrarla en el garaje, romper su cuello, y luego volar muy alto y arrojar su cuerpo al sol. Podía enterrarla en las profundidades de la tierra en el vientre de un volcán. Sintió que necesitaba fuego para erradicarla por completo, a ella y sus poderes malignos. Sólo cuando estuviera muerta la amenaza iba a terminar. La amenaza para los bebés recién nacidos. La amenaza para los hombres vulnerables que soñaban con sexo y despertaban sólo para encontrarse con un Demonio que los poseía. Y la amenaza para él. La mayor parte de todo por lo que la odiaba, era por la conexión que se predijo, con él de todas las personas. Y la única manera de asegurarse de que nunca sucediera era destruirla. Estaba parado en la esquina de la escalera en la planta baja, mirándola. Se había envuelto en sus alas, desapareciendo, y a pesar de eso ella registró su entorno, no vio nada, y siguió adelante. Una prueba más de su poder, el poder que ella estaba tratando tan difícilmente de disimular. Nadie más podía sentirlo cuando estaba envuelto. Pero lo hacía. Su conciencia era tan aguda como la suya. Y él la odiaba. Esta noche, se dijo. Esta noche la iba a matar. Si era tiempo de presentarle una prueba a Uriel estaba indeciso. Podría simplemente dejarlo sin saber. Finalmente, podría volver a Sheol, tomar las riendas de Raziel si podía. Y ver la compañera vinculada de Raziel en el lugar de Sara. No, no estaba preparado. Seguramente debía haber algo más que tuviera que hacer antes de regresar. Ella escapó hacia el garaje, y la siguió, cerrando la puerta en silencio detrás de él. El lugar estaba bien iluminado, pero sólo había un puñado de coches ahí. Ella estaba a medio camino del de color rojo oscuro que sabía le pertenecía.

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Sabía adónde la llevaría, tan lejos como fuera humanamente posible de este lugar. Al otro lado del mundo, uno de los pocos lugares donde la plaga conocida como los Nefilims aún prosperaba. ¿Qué mejor lugar para un Demonio? Agitó una mano y el estacionamiento se sumergió en la oscuridad, cada luz se extinguió. Pudo sentir su pánico repentino, lo que le sorprendió. No sabía de Demonios que le temieran a la oscuridad. Empezó a correr, pero su coche estaba aparcado a mitad de camino hacia abajo, y él extendió sus alas y se la llevó.

**** Grité, pero mi voz se perdió en los pliegues que me cubrían. No podía ver, no podía oír, apenas podía moverme, tan desorientada y mareada que me sentía mal. Sentí el suelo irse bajo mis pies, y estaba cayendo, cayendo. Algo apretado me sostenía, pero no podía sentir qué. Se sentía como bandas de hierro alrededor de mis brazos, sosteniéndome aún, y mi cara estaba aplastada contra algo duro, algo que parecía tela. Aspiré, y por extraño que pareciera podía oler la piel, caliente, la piel vibrante, indefinidamente masculina. Imposible. Olí el mar también, pero por lo menos a unos miles de kilómetros de distancia de cualquier agua salada. Me retorcí, y las bandas se ajustaron, no podía respirar. Tenía el pecho aplastado contra cuál fuera la cosa que había hecho esto, y estaba indefensa, liviana, arropada por el monstruo que me había agarrado. Intenté moverme una vez más, y el dolor fue cegador. Como si mi corazón estuviera siendo aplastado, pensé, mientras mi conciencia se desvanecía y caía en un agujero oscuro misericordioso. Podía oír cantar a alguien, lo que era absurdo. O estaba muerta o había sido capturada por una criatura de ciencia ficción que me había encerrado en un capullo o una colmena, y que probablemente me comería más tarde. Había visto películas de esas, podía recordar eso, a pesar de que no podía recordar a mis propios padres. Me dolía todo, pero sobre todo mi pecho. Se sentía como si alguien hubiera entrado dentro de mí y aplastado mi corazón con la mano. Otra película, pensé, sintiéndome mareada. Pero de una cosa me acordaba, y era que la vida no es como en las películas. No creía en fantasmas y demonios y cosas que salieran de golpe en la noche. Quien me había hecho esto tenía que ser un humano, y por lo tanto podía defenderme. 12

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Con cautela abrí los ojos. Estaba en medio de una cama abultada en lo que parecía una habitación de motel de mala muerte. Una radio sonaba de fondo, algo suave y deprimente. Otra cama estaba a mi lado, vacía, pero con una zona comprimida en la almohada donde alguien había estado, por lo que seguramente no estaba sola. Traté de moverme, sólo un poco, y aunque mi cuerpo grito en señal de protesta, ya no estaba atrapada. Estaba acostada boca abajo sobre el colchón, como si alguien me hubiera arrojado allí, y estaba relativamente segura de que no había sido violada, o alguna otra cosa. Alguien me había secuestrado y salió corriendo conmigo. El observador. Me di vuelta sobre mi espalda, con mucho cuidado, medio asustada de que estuviera esperando para saltar de nuevo. Lo imaginé como un murciélago, bajando sobre mí, las alas oscuras batiendo en mi cabeza. O me había golpeado la cabeza y sufría una conmoción cerebral, o alguien me había drogado. La habitación era incluso peor de lo que pensaba, más una pensión de mala muerte que un motel. No es que hubiera estado en un albergue para indigentes antes, por lo menos, no creo que lo hiciera, pero la pequeña mesa y las dos sillas, el plato caliente, y el triste lavabo de porcelana, todo se parecía a mi idea de uno. Me di la vuelta y casi grité. La otra cama ya no estaba vacía. Un hombre estaba allí, mirándome con sus ojos entrecerrados. Abrí la boca para hablar, pero la voz se ahogó en mi garganta. Debe de haber visto el miedo y la furia en mis ojos, pero no se movió. Había una ventana pequeña, sucia, y me di cuenta por el color del cielo que debía ser un poco más allá del amanecer. Y entonces me acordé de Amanda y los demás, y el verdadero pánico me asalto —Tengo que... salir de aquí —me las arreglé para decir. Él no se movió, no reaccionó, y me pregunté si había oído o me entendía. Tal vez no hablaba inglés. No podía permitirme el lujo de perder el tiempo. Empecé a tratar de sentarme, ignorando el dolor que atravesaba mi cuerpo. —Tienes que escucharme —logré decir, mi voz todavía apretada de dolor—. No puedo estar aquí. Tengo que irme muy lejos. La gente va a morir. Todavía no se movió. La habitación estaba oscura a la luz del amanecer, y no podía verlo con claridad. Todo lo que podía decir era que él era largo y delgado, y que definitivamente no era de por aquí. Tampoco había crecido en el Medio Oeste. Me senté, los pies en la alfombra sucia. —Me voy de aquí —le dije, tratando de levantarme de la cama. Me dolía como el infierno, pero no pude hacerlo. Tenía que hacerlo.

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—No. —Incluso si no lo había visto mover los labios, la palabra era fuerte y definida. —Te dije… —Dijiste que la gente iba a morir —dijo con voz aburrida—. La única que se va a morir eres tú. Sus heladas palabras deberían haberme paralizado, pero ya había descubierto que era una causa perdida. —Mira —le dije con paciencia—, puedes hacer lo que quieras. Apuñalarme, estrangularme, dispararme, no me importa. Sólo tienes que hacerlo a kilómetros de distancia de la ciudad. Supongo que debía haberlo mirado con más detenimiento para ver si podía encontrar un punto débil, pero estaba demasiado herida pensando en Amanda. No más, pensé. Por el amor de Dios, no más bebés. —Estamos en Australia —dijo. Dejé de tratar de levantarme, finalmente, mirándolo. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —No mucho. Bien, ahora que sabía que era un pastel de frutas certificado2. No es que hubiera tenido lugar a dudas, una persona sana no se tira sobre uno como un murciélago y lo secuestra. Intenté una vez más levantarme de la cama, y esta vez lo hice, como si todo lo que me hubiera retenido finalmente me dejara ir. —Ve a la ventana si no me crees. Fui. No vi koalas o canguros saltando por la ventana, se veía como cualquier puerto sucio. Aún así, se necesitaban más de un par de horas para llegar al mar desde el último lugar donde recordaba haber estado. Así que estaba claro que había estado fuera por más tiempo de lo que él había dicho, pero eso no importaba. Todo lo que importaba era que Amanda y todos los otros recién nacidos ahora estaban a salvo. —Bueno —dije, volviendo a mirarlo de frente. Estaba cansada de correr, cansada del temor y el pánico que había amenazado con estrangularme—. Adelante, alégrame el día3. Y extendí mis brazos, a la espera de que me matara. 2 Certifiable fruitcake: jerga inglesa que significa un loco certificado. 3 Es una frase escrita por Joseph C. Stinson, y dicha por el personaje de Harry el Sucio Callahan, Clint Eastwood, en la película Suden Impac” de 1983, cuando un maleante apunta a una camarera para tratar de escapar, y él lo desafía con esta frase, al tiempo que lo apunta con su arma, rindiéndose finalmente el delincuente 14

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Capítulo 2 Traducido por littlegirl Corregido por Angeles Rangel

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l hombre me miró, su rostro inexpresivo. —Tú has visto demasiadas películas.

Suspiré. —Mira, no sé qué o quién eres y no me importa. Estoy cansada de correr, cansada de preguntas sin respuestas. Si quieres matarme, entonces adelante y hazlo, de lo contrario, me darás algunas respuestas o déjame en paz. —No poseo un arma. —Todavía estaba decidiendo si sentirme aliviada o no cuando continuó—: Sabes tan bien como yo que yo no necesito una pistola para matarte. Me senté en la cama con grumos. —No sabes una mierda —le dije rotundamente—. Yo ni siquiera sé quién soy, y mucho menos quién eres tú. Estoy segura de que podrías vencerme si quieres, pero también voy a suponer que si quisieras matarme ya habrías hecho. —No deberías suponer nada. Se me ocurren media docena de razones por las qué aún no he de matarte. Tal vez necesito un mejor lugar para disponer de tu cuerpo. —¿Cómo Australia? Su rostro estaba impasible. —Tal vez quiero dibujarlo, dejándote sufrir. O tal vez he decidido a darte una oportunidad para hablarme de ello. O incluso darte una ventaja. Bueno, nada de eso parecía en lo más mínimo tranquilizador. Tomé un buen vistazo hacia él. De acuerdo con algunas normas incluso podría ser considerado atractivo. Infiernos, malditamente hermoso… si no fuera por la frialdad increíble en sus ojos azules. Tenía el pelo largo y lacio, muy negro, piel pálida, un rostro estrecho, con pómulos altos finamente cincelados, una boca fina, y una nariz fuerte. Parecía tan frío como la Antártida, y su dicción levemente formal le hacía parecer aún más impenetrable. —Sabes, por alguna razón ninguna de esas posibilidades parece muy probable. No me parece que seas una persona llena de la leche de la bondad humana. —Yo no soy un ser humano.

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Esto apenas me pareció extraño. Imposible que lo fuera, había empezado a adivinarlo, teniendo en cuenta que habíamos logrado al parecer viajar miles de kilómetros en cuestión de horas. —Entonces, ¿qué rayos eres tú? —Tú lo sabes. Yo estaba frente a la muerte, con lo que consideraba una buena cantidad de noble ecuanimidad, pero él estaba más allá de toda frustración, arruinando un poco todo el conjunto de Juana de Arco. —No lo sé. Ya te lo dije, no sé ni quién soy, y aunque descendieras sobre mí como un murciélago salido del infierno, estoy teniendo dificultades para procesar la idea de que eres otra cosa que un acosador loco que probablemente, va a desmembrar mi cuerpo y roer los huesos. —Nosotros no comemos carne. Eso serían los Nefilims. Esa palabra, ese nombre, golpeó un acorde extraño dentro de mí, una oleada de náuseas que tomó toda mi fuerza de voluntad para controlar. Sin embargo, la palabra no significaba nada. —¿Quiénes son los Nefilims? Él no respondió. Se levantó, y yo lo observé, buscando cualquier signo de debilidad. Es de suponer que no estaba mintiendo acerca de la pistola que llevaba… vestía una camiseta negra y jeans, y no pude ver ninguna señal de una sobre él. Por un momento tuve miedo de que fuera a acercarse a mí, y me armé de valor para luchar, pero sólo que se acercó a la ventana, abriendo la cortina para dejar entrar la luz de la mañana. El canto suave en la radio terminó, y el locutor estaba definitivamente en Australia. Sentí un escalofrío correr sobre mí, y traté de controlarlo. Por lo menos Amanda estaba a salvo. Y luego él desconectó la radio, dando vuelta para mirarme. —Es hora de irse. —¿A dónde? ¿Vas a explicarme nada en absoluto, o me dejaras morir de la curiosidad? Él no dio la respuesta obvia. Se quedó allí esperando, y poco a poco, dolorosamente me puse de pie. Me sentí como si alguien me hubiera usado como un saco de boxeo, presumiblemente este hombre. Me preguntaba sí me veía tan magullada como me sentía. A medida que marché después de él, miré mi reflejo en el espejo. Y grité. Incluso antes de que el sonido saliera él estaba sobre mí, con una mano tapó mi boca, y con la otra rodeó mi cintura, encarcelándome, mientras luchaba contra el aumento de la histeria. Yo no sabía que era la mujer en el espejo… una desconocida me miraba desde cálidos ojos castaños. De hecho, en esa mirada terrible en primer lugar, sólo los ojos resultaban familiares. Podría haber estado luchando contra una máquina. Su cuerpo era impermeable a mis esfuerzos, mis patadas frenéticas. Y tan pronto como el pánico había 16

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aparecido, se agotó, y me dejó mirándome en el espejo, con él detrás de mí, sosteniéndome. Mi pelo era de color rojo. Con todas las botellas de colorante que había utilizado en los últimos años, el color que yo nunca había utilizado era rojo. Había sido rubia, morena, y todos los demás, pero la sola idea de pelo rojo que me había hecho sentir enferma. Mi piel estaba pálida, casi transparente, y el pelo grueso y rizado, colgaba debajo de los hombros cuando me favorecía algo corto y manejable. Su mano estaba cubriendo la mitad de mi cara, pero yo ya había visto mi boca ancha y curvada, a diferencia de la boca pequeña que de vez en cuando había aumentado con el lápiz labial. Mis propios ojos miraban hacia fuera de la cara de una extraña, y yo quería vomitar. Él debió haber sentido la lucha abandonar mi cuerpo, porque poco a poco me dejó en libertad. No tenía ninguna duda de que sus manos de hierro podrían aprisionar mis brazos de nuevo en cualquier momento, y yo hice todo lo posible para que mi cuerpo quedara suave y flexible. —No me engañas —dijo en mi oído—. No voy a darte la espalda ni por un minuto. —Probablemente sea una buena idea —dije con la boca de la extraña del espejo—. Yo correría. —Tendrías más probabilidades de destriparme. Sorprendida, le miré. Una vez más, estaba totalmente imperturbable; me tomó la palabra durante una de mis vidas, pero no podía recordar dónde. Sus ojos eran fríos, su rostro blanco. Él había dicho que no era humano. Imposible de comprender, mirando a esos ojos sin alma lo hizo ligeramente más creíble. —No es probable, a menos que me pusieras a mano un cuchillo. —Estuve satisfecha con el tono cáustico que había conseguido. Hasta sus siguientes afectadas palabras. —Tú no necesitas un cuchillo. —Creo que voy a dejar de hablar —le dije, sintiendo malestar ante la imagen que sus palabras conjuraron. Era la segunda vez que él me enviaba a las náuseas. Probablemente era una combinación de jet lag y hambre. Mi cerebro aún estaba tratando de encontrarle sentido a todo. Mientras me decía que yo no había estado fuera mucho tiempo, aunque de alguna manera había llegado a Australia. Estaba claro que estaba mintiendo, y yo debía haber estado inconsciente varios días. No era de extrañar que mi estómago estuviera alborotado, me moría de hambre—. Pienso lo mismo —añadí—, y te prometo que no te molestaré. Se me quedó mirando, y pensé que podía sentir sus ojos en mi garganta. Todavía retenía una de mis muñecas, pero el dolor del agarre no era nada en comparación con el resto de mi cuerpo, así que apenas me di cuenta.

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Entonces él asintió con la cabeza. —Después de ti. —Y con un no muy suave aventón, me empujó hacia la puerta. Sí, era Australia, o él estaba llevando muy lejos la broma. Las placas eran diferentes y el coche de aspecto corriente al que me empujó tenía el volante en el lado equivocado. Cerró la puerta y se movió hacia el lado del conductor, sin molestarse siquiera en ver si trataba de huir. Él debía saber que yo había estado luchando en el pasado. Fuimos en coche en silencio, en los albores de lo que se suponía iba a ser el último día de mi vida. Me recosté en el asiento, mirando el paisaje por el genio de los ojos con curiosidad. Habíamos estado en una especie de puerto en la ciudad, pero por la luz del día ya estábamos allá de los suburbios y en el campo. Por extraño que parezca, él encendió la radio una vez que llegamos al coche y escuchar música tranquila llenó los espacios en blanco en mi mente. Parecía una anomalía, él era demasiado frío y vacío, una persona que ponía atención en la música. Me imaginé que era la menor de mis preocupaciones. Escuché voces quejumbrosas, algunas conocidas, otras no, y esperé a morir. Debí haberme dormido. Cuando me desperté, el sol brillaba intensamente desde arriba y nos habíamos parado afuera de un restaurante que parecía haber aparecido en medio de la nada. Miré a mi compañero sin nombre, preguntándome si se trataba de una de sus creaciones, pero parecía bastante real, y mientras lo seguía fuera del coche me di cuenta de un cartel anunciando que había Foster. En ese momento me sentí agradecida por los pequeños favores. —Bonito de tu parte que me alimentes —dije sin gracia cuando ya nos habíamos deslizado en una cabina y mi captor recitó el pedido a una camarera malhumorada—. Pero podrías haberme dejado pedir por mí misma. La mujer condenada debería elegir su última comida. —Aunque un sándwich caliente de cordero con salsa y patatas fritas no era mala elección, ahora que lo pensaba. —Haz lo que quieras. —Había pedido una hamburguesa vegetariana para él. Entonces él podía matar gente pero no animales. Grandioso. Me senté en la cabina, echando una mirada subrepticia a mí alrededor. Yo no había usado el baño desde que estaba con él, pero tarde o temprano había que hacerlo, ¿no? A menos que realmente no fuera un ser humano, despedí a la duda. Me preguntaba si podría hacerle el puente a un coche. Los nuevos podrían ser complicados, pero había suficientes coches viejos estacionados fuera del restaurante que tal vez podría tener algo de suerte, si pudiera distraer a mi secuestrador por un corto tiempo. No sabía su nombre. Ni quería saberlo. Por alguna razón, pensar en él como un abstracto hacía de la situación algo más fácil de manejar. Si tenía un nombre, como Joe o Tom o Harry, lo haría más real, y siempre y cuando pareciera un poco de otro mundo, yo podía manejar la situación. 18

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Cuando se fuera al cuarto de baño podría hacer una huida, pensé. Podría pedir la ayuda de algunos de los clientes de aspecto rudo, seguro que ayudarían a una dama en apuros. Había dos tipos fornidos en el mostrador, otro hacia la parte posterior... —Nadie te va a ayudar. No hacía falta ser un genio para saber lo que estaba pensando. —¿Por qué no? —Porque no puedes levantarte del asiento. Tú no puedes hablar. ¿Qué demonios quieres decir? Empecé, y luego me di cuenta de que mi boca no se había movido. No había palabras que salieran, ni siquiera un chillido de protesta muda. Traté de moverme, pero mi culo bien podría haber sido pegado con superglued4 a la cabina. Puse toda mi furia y pánico en mis ojos, pero él simplemente desvió la mirada aburrido, mientras la camarera traía un vaso de espumosa cerveza. Una. Para él. Extendí la mano, planeando agarrarla o descargarla en su regazo, pero mis manos no podían moverse más allá de la línea central de la mesa. Era como si hubiera una hoja de plexiglás entre nosotros, gruesa, dura e invisible. Un refresco de dieta había quedado en mi lado, y me di cuenta que podía llegar hasta él. No pude conseguir su cerveza, pero en realidad yo era más feliz con la Coca de Dieta. Esperé a que levantara su hechizo de vudú, pero él simplemente bebió de su cerveza, mirando el polvoriento paisaje, ignorándome. Pasé de la furia a las lágrimas y viceversa, y eso era una pérdida de tiempo. Cuando llegó mi comida podía alcanzarla, pero mi apetito se había esfumado y me la quedé mirando. —No me importa si comes o no —dijo, sin mirarme—. Tienes otros diez minutos y luego nos vamos. Le fulminé con la mirada, un esfuerzo inútil. Y luego comí, porque si había alguna posibilidad de que pudiera huir de él, iba a necesitar mi fuerza. Él debió haberme drogado. Eso, o me había hipnotizado. Se las había arreglado para meterse en mi mente, convenciéndome de que no podía moverme o hablar. Para ser una última comida, no estaba mal. Él ordenó un postre que estuvo bien, y cuándo la camarera se llevó los platos y me entregó una tarta de coco, mi estómago dio un vuelco. Amo la tarta de coco. ¿Cómo lo sabía? Yo no podía preguntárselo correctamente. Sonreí mi agradecimiento a la camarera, y luego me comí todas y cada una de las condenadas migajas. El desconocido se levantó. —Es hora de irnos. 4 Superglued: pegamento súper fuerte.

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Mis pies ya no estaban pegados al suelo, pero mi silencio forzoso aún estaba en vigor. Me tomó del brazo en un apretón bastante brutal y me llevó de nuevo al coche, y no fue hasta que me empujó dentro que pude hablar. —Tengo que hacer pis —le dije con una voz plana. Era una mentira, pero pensé que era mi única oportunidad de escapar. Me lanzó una mirada. —Entonces creo que estarás incómoda por las próximas horas. Me calmé, sin molestarme en intentar la puerta. Incluso la gente normal podría bloquear las puertas del vehículo a distancia. Él salió a la calle vacía, con la misma expresión. Vacío. Sombrío. Propósito. Realmente me iba a matar. —¿Cuál es tu nombre? — Yo no había querido saber, pero el silencio me estaba volviendo loca. —¿Qué importa? —Diablos, sí que tiene importancia. Quiero saber por qué me has estado siguiendo todos estos años. —Pensé que no recordabas más allá del último año o así. —Ni siquiera me acuerdo de mi propio nombre. Pero me acuerdo de ti. Me miró entonces, el vacío negro profundo de sus ojos escalofriante. Azazel.

**** Azazel se concentró en la estrecha y quemada calzada. Su despiste me estaba empezando a molestar, pero si ese era su principal línea de defensa era bastante fácil de manejar. Mientras que no cambiara a su forma real, su trabajo sería relativamente fácil. Lo que él no podía entender era por qué no estaba dando una mejor pelea. Ella tenía armas que no había comenzado a utilizar, no menos usara su habilidad para cambiar a Lilith, el Demonio de la tormenta, el monstruo pájaro que podía rasgar las entrañas de un hombre, en un momento de falta de atención. Sería inútil contra él, pero ella no lo sabía. Ella no recordaba. No era la primera vez que enfrentaban a la Lilith. Con la maldición de la eternidad en la cabeza, se había encontrado cara a cara con ella en muchas formas Demoníacas, y cada vez la había vencido. Pero nunca por completo.

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Había destruido otros Demonios y abominaciones en los miles y miles de años que había estado en la tierra. Los más obvios los Nefilims, así como otros a los que Uriel había permitido correr libres en un intento de vencer a los caídos. Pero el Demonio Lilith estaba incluso más allá de su control. Y yo había esperado lo suficiente. Odiaba pensar en ella como mujer, pero ahora que estaba a su alrededor no podía seguir poniéndola en el grupo no genérico al que pertenecía la mayoría de los Demonios. Su poder de destrucción era como el de ninguna mujer, y siempre había tratado de pensar en ella como él. Especialmente teniendo en cuenta la profecía inaceptable que estaba decidido a evitar. Ella era peligrosamente femenina, e incluso ahora que podía sentir su poder de seducción. Ella no había reaccionado a su nombre, pero debía saber exactamente quién era. Siempre era posible que estuviera diciendo la verdad, que ella no recordara nada. La había estado observando durante los últimos cinco años, y su comportamiento había sido extraño, apoyando lo que decía. En el momento en que finalmente la había capturado, ya había vivido bajo cuatro marcas diferentes en cuatro ciudades diferentes. Había asumido que era un esfuerzo por evitarlo, pero había la ligera posibilidad de que en realidad no se acordara. Podía sentir angustia muy real procedente de ella, y tenía que luchar contra ella. Los Demonios eran expertos en las expectativas de opacidad. Y la mayoría de las criaturas sentían angustia al ver la muerte de la mirada fija en ellos. Él no tenía lugar para la piedad o dudas. El paisaje había ido cambiando con el transcurso del día. Llegarían a su destino mucho antes de caer la noche, había tiempo más que suficiente para cuidar de las cosas. Se preguntó vagamente si iba a volver después, para ver si quedaba algo. La idea que le había llenado de satisfacción sombría. Por alguna razón, ya no era tan relajante. Ella/él estaba haciendo un trabajo demasiado bueno. —¿Azazel? —dijo ella, obviamente, tratando de parecer normal—. Ese es un nombre raro. ¿Es de Oriente Medio? —Bíblico —dijo brevemente. —Mi nombre es Rachel Fitzpatrick. —En su resoplido sin control, cambió de táctica—. Muy bien, así que Fitzpatrick no es mi verdadero apellido. Ya que pareces saber más sobre mí que yo, ¿por qué no me dices cuál es mi verdadero apellido? Él no dijo nada. Richard Thompson estaba en la radio, y se inclinó hacia adelante para subir el volumen, queriendo su voz triste y la guitarra punzante. En el momento en que él apartó la mano, ella se acercó y lo apagó.

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Él la miró fijamente. —Si quieres ser capaz de moverte y hablar —gruñó él, volviendo a encenderla—, mantén las manos fuera de la radio. Ella se echó hacia atrás, cruzando las manos sobre el regazo. Eran manos bastante normales, incluso. Ella no llevaba anillos, ninguna uña pintada, ninguno de los adornos que las mujeres habían usado desde el principio del tiempo. Sin embargo, casi podía imaginar las manos sobre su cuerpo. Se estremeció, luchando contra eso. Era tan fácil de olvidar, a verla como una mujer deseable, que había hecho todo lo posible para sumergir su naturaleza sexual. Echó un vistazo a su cara. Su pelo rizado de color rojo era el mismo de siempre, una maraña de pelo más abajo que los hombros, para hacer que quieran enterrar a sus rostros en las hebras de seda. Era inmune...en el momento en que sintió el más mínimo tirón, fue capaz de cerrar de golpe la tapa sobre el mismo. Ella no le llegaría como había hecho en tantos hombres. No podía dejarla. RT estaba cantando No puedes ganar, que parecía absurda clarividente. Cuando terminó apagó la radio de nuevo, mirando por encima de ella—. Ese no es tu nombre. —¿Entonces cuál es? —dijo ella, con voz quebrada por la frustración—. Por Dios, si me voy a morir, ¿no merezco algunas respuestas en primer lugar? ¿Por lo menos saber por qué he sido víctima de un asesino? He hecho mi mejor esfuerzo para ser una buena persona. Si hice algo mal en el pasado, algo que merezca la pena, por lo menos debo saber de qué se trataba. —Tus crímenes son demasiado numerosos y terribles para dar detalles. Ella arrugó la frente, y yo quise alisársela. Estaba trabajando sus encantos, y me obligué a bajar su reacción. —Eso está mal —dijo—. Ahora sé que tienes a la persona equivocada. Si hubiera cometido crímenes horribles, yo lo sabría. No podría cometer atrocidades y luego vivir una vida normal. Tienes a la persona equivocada. Me has confundido con otra persona. —No estoy confundido. —Entonces, ¿quién soy yo? ¿Qué debo hacer? —exclamó ella. Cansado de su lloriqueo, finalmente respondió: —Tú eres el mal, un Súcubo y una asesina de niños. Tú eres una pesadilla, un horror, un monstruo. —Él examinó su cara aturdida—. Tú eres el Lilith.

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Capítulo 3 Traducido por carmen170796 Corregido por masi

T

ú estás loco —dije. Mi voz temblaba, Aun cuando intenté mantenerme firme. Me sentía como si el universo estuviera de repente hecho de arena y todo fuera resbaladizo debajo de mí—. No es que eso sea algo nuevo. Ya me di cuenta de que tienes que estar chiflado para querer matarme. ¿Entonces quién te dijo que yo era Lilith? ¿El Perro de tu vecino? Él se me quedó mirando. —¿De qué estás hablando? —Hijo de Sam —dije brevemente—, Ya sabes, ¿el asesino en serie? Imaginé que tú habías estudiado su trabajo. Él sacudió la cabeza. —No soy un asesino en serie. Piensa en mí como un ejecutor de la justicia —Eso es sumamente reconfortante. —Apretaba mis manos, tan fuerte que estaban acalambradas. No estaba llegando a ningún lado con mi lloriqueo. Necesitaba trabajar en esto lógicamente—. Mira, asumiendo que por alguna descabellada casualidad yo en realidad fuera ésta Lilith, ¿Por qué querrías matarme? Ella fue la primera esposa de Adán, ¿verdad? Confía en mí. No me siento ni de lejos tan vieja. Respecto a eso no creo en Adán y Eva. Es una linda historia, pero eso es todo. Y aún si yo fuera Lilith, ¿es eso razón suficiente para matarme? —¿Necesitamos hablar de todo esto? —dijo, ignorando mis reclamos—. Tú fuiste la primera esposa de Adán y te rehusaste a tener un lugar por de debajo de él. Tú huiste, y cuando él te suplicó volver te rehusaste. Escogiste juntarte con Demonios y tomar las almas de bebés, algo tan sangriento y horrible como Kali la destructora o cualquiera de los Demonios sedientos de sangre que han vagado por el universo. Tú follas con bestias, seduces a hombres en sus sueños, y matas recién nacidos. Me le quedé mirando, anonada, y logré arrancar una última pizca de actitud de mi cansada alma, no exactamente lista para rendirme. —Cariño —arrastré las palabras—. No seduzco a nadie, ni en sueños ni fuera. Ni folló con animales o asesino niños.

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—Dije bestias. Otros Demonios, tampoco animales ni humanos. Y puedes discutir todo lo que quieras. Sé quién y qué eres, y has admitido que no lo haces. —En ese caso, ¿No crees que deberías pensarlo dos veces para matarme? —No. Había algo implacable en esa corta y fría palabra, y me di por vencida, mirando por entre el breñoso y desértico rastrojo. Nada de esto tenía sentido, él podría también estar hablando de un extraño. Excepto por la parte de los recién nacidos. ¿Por qué había sentido la desesperada necesidad de irme tan lejos como pudiera de mi ahijada recién nacida? No había sido nada más qué un instinto, lo suficientemente fuerte para hacerme echar todo por la borda y desaparecer. ¿Y qué había echado por la borda exactamente? Ninguna recuerdo, ninguna historia, ninguna familia. ¿Podía él posiblemente estar en lo correcto? Incliné la cabeza y cerré los ojos, ignorando todo, dudas, pensamiento descarriado y miedo. Cerré los ojos y esperé por lo que llegaría. Deben haber pasado horas cuando más tarde el coche hizo a una parada. Me incorporé, mirando mi alrededor con un reconocimiento atontado. El sol estaba cerca del horizonte, y nos habíamos detenido en un edificio desierto que podría una vez haber sido una especie de granja. Las ventanas, puertas y la mayor parte del techo se fueron hace mucho tiempo, y se veía como si nadie hubiera estado en algún lugar cerca durante décadas. Azazel me examinó. Él debió haber detectado que yo había desistido de pelear con él. Desabroché el cinturón de seguridad que había estado usando, el cinturón de seguridad que yo había sido lo bastante tonta para usar, considerando que estaba a punto de morir de todas formas, y me deslicé fuera del asiento delantero para ponerme de pie en el calor abrasador de la tarde, esperando a que saliera del coche. —Adentro —dijo él. Entré. Había tenido románticas visiones como Marie Antoinette en el patíbulo. Por imposible que esto pareciera, lo que él había dicho tenía una infernal cantidad de sentido. Sabía que tenía que haber alguna explicación razonable, pero no pude encontrarla, y estaba cansada de huir. Si hubiera algo de verdad en sus alegatos locos. Estaba empezando a creer que podría haberlo, después… después no iba a pelear. Si yo había estado involucrada de alguna manera en la muerte de los bebes, de los inocentes recién nacidos, preferiría morir qué arriesgarme a hacerlo nuevamente. El interior de la casa estaba vacío, nada más que una sola silla fijada con pernos al suelo en el centro de la habitación principal.

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Ahí había cadenas y sogas en una pila junto a ella, y el pánico atrasado me atravesó. —No —dije—. No vas a quemarme viva —No, no lo haré. Siéntate. —No era como si hubiera otra opción. Él podía moverse más rápido que yo, era más fuerte, y si yo era el Demonio que él decía que era, todas mis habilidades habían desaparecido junto con mis recuerdos. —¿Hay algo que pueda decir para hacerte cambiar de opinión? —Al menos no sonaba tan patética como me sentía. Aunque por qué morir con dignidad debería importar. Si yo gritaba y lloraba y suplicaba, nadie lo sabría excepto él. Nadie pronunciaría una sentencia. Me senté. Él se arrodilló a mis pies y empezó a atar mis tobillos juntos, bajé la mirada hacia él, hacia sus anchos hombros, el sedoso cabello negro que había caído hacia adelante, obscureciendo su fría cara mientras preparaba mi ejecución, y no tuve ni idea de por qué moví mi mano. Puse mis dedos debajo de su pelo y acaricié su severa cara como una amante, mis dedos acariciaron su piel y danzando de un lado a otro de su boca. Él se quedó quieto, levantó la mirada hacia mí. Sus profundos ojos azules haciendo arder los míos con tal calor que mi cuerpo entero fue arrasado con excitación, y me abalancé hacia él, deseando su boca. Él se movió hacia atrás lejos de mí, maldiciendo, y la fría realidad me golpeó una vez más. Dejé caer mi mano y volteé la cara, rehusándome a mirarlo. —Si haces eso de nuevo —dijo él con una voz ruda—, te estrangularé yo mismo. Aunque tú probablemente preferirías eso, ¿verdad? —Él se volvió acercar, agarró mis muñecas, y las ató con movimientos rápidos y bruscos. Ignoré el dolor. Ya no importaba. Estaba asqueada por lo que había hecho, por el torrente de emociones y ansia que había sentido por el que pronto sería mi asesino. Me ingenié una última frase. —¿Preferir estrangular a qué? Dijiste que no ibas a quemarme. ¿Sólo vas a dejarme aquí para que muera de hambre? Sacudió la cabeza, deslizando la pesada cadena alrededor de mis atadas muñecas y tobillos y sujetándolas al suelo. Verdaderamente no quería correr ningún riesgo. Se alejó, y esa expresión sacudida se había ido, dejándolo sombrío, frio y hermoso a la luz menguante. —Te estoy dejando para los Nefilims. —¿Y ellos son…? Su bufido incrédulo habría sido fastidioso bajo cualquier otra circunstancia.

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—Ellos son una abominación. Como lo eres tú. Tú no puedes ser exterminada por medios humanos, y prefiero no tocarte. Los Nefilims son un adecuado final para ti. —¿Y simplemente quienes son los Nefilims? —demandé nuevamente, sin estar segura si quería oír la respuesta —Ellos se alimentan de lo sobrenatural. Tú. Y mi especie —dijo—. Hemos matado a aquellos que vagan por el mundo, pero todavía hay algunos aquí en Australia. Te estoy dejando para ellos. —Él removía la tierra de su ropa oscura, casi como si estuviera removiéndose la culpa de matarme—. Dolerá —dijo—. Pero terminara rápidamente. Y tú no deberías tener que esperar demasiado. Había casi amabilidad en su voz. Un verdugo piadoso. Observé como se movía hacia la puerta, su figura delineada por el sol poniente, y mi voz lo detuvo, sólo por un momento. —No. —Mi voz se rompió esta vez—. Por favor. Pero él me dejó sin mirar atrás, y un momento más tarde escuché el coche arrancar, escuché los neumáticos en el terrero tosco. Escuché hasta que no pude oír nada más, y la oscuridad empezó a cerrarse a mí alrededor. Y esperé para morir.

* * * * Condujo rápido. Abrió todas las ventanas, ignorando el polvo que se estaba arremolinando en el pedazo de mierda del Ford, su pie con fuerza en el acelerador. Un accidente de coche no lo mataría. Lo que era verdad para el Lilith era verdad para él también. Se necesitaría una criatura de otro mundo para acabar con él, y tan atractivo como eso sonaba, no había nadie alrededor para hacer el trabajo. Pudo haber esperado. Atarse a esa silla al lado de ella y dejar a los Nefilims venir. Cuando había sentido su mano fría deslizarse en su piel caliente, él la había deseado. Nada pudo hacerlo querer soltarla, nada de nada, pero morir con ella podría haber tenido un cierto sentido de desesperada simetría. Pudo haber esperado para asegurarse de que ellos habían terminado con ella, pero sabía lo que él podría y no lo podía hacer. Y no había forma en que él pudiera mirar mientras ellos la hacían pedazos, alimentándose de su carne mientras su corazón aún bombeaba sangre. 26

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Él volvería a la luz de un nuevo día y encontraría huellas, sangre, huesos y piel. Los Nefilims dejarían destrucción a su paso, y quedaría suficiente allí para traerle una prueba a Uriel, sí escogía hacerlo así. Estaba conduciendo al este, y en el espejo retrovisor pudo ver el sol en el horizonte, descendiendo lentamente, astillosos y brillantes fragmentos de luz atravesando el exterior hacia él. Ellos vendrían por ella tan pronto como el sol desapareciera. Vendrían, y se agasajarían, y terminaría. No habría manera de que cualquiera de las profecías dementes se volviera realidad. La Lilith no tomaría más recién nacidos inocentes, no entraría a escondidas en los sueños de los hombres ni tomaría su aliento. Y ella nunca se casaría con el rey de los Ángeles Caídos ni gobernaría un infierno sobre la tierra. Esa profecía en particular había sido chamuscada en su cerebro desde el principio de los tiempos. No tenía idea de quién había existido más tiempo, la Lilith o el Caído, pero ellos dos provenían de antes de que el tiempo fuera medido. El duro juez que había expulsado la especie de Azazel y los había maldecido era el mismo que había maldecido a la primera hembra humana más cruelmente. Los Caídos fueron dejados solos, simplemente para servir como guías de almas entre la muerte y el más allá, maldecidos a subsistir de sangre. La Lilith fue adoptada por Demonios y forzada a acostarse con ellos, y ella había desaparecido. Él solía oír de ella, metiéndose en los sueños de los hombres y dejándolos exhaustos y cercanos a la muerte durante la edad media, dejando bebes sin vidas en sus cunas, pero luego ella caería en el olvido. Esta vez ella se habría ido para siempre, y los caídos continuarían con su interminable búsqueda para encontrar al Primero. Lucifer, el portador de la Luz enterrado en una oscuridad ferviente, esperando por ellos. Después de la muerte del amor de Azazel, Sarah, la fortaleza de los Caídos se había convertido no en un refugio sino una prisión, y él había dejado Sheol en busca del Demonio destinado por un último poder sádico a ser su novia. Destruirla sería destruir una fuente más de maldad en este mundo espurio, y asegurar que este singular maleficio nunca ocurriera. Él velocímetro estaba ascendiendo, pero la carretera estaba vacía, y si él perdía el control se alejaría andando. Nada podía matarlo, excepto el fuego y otros contactos de otro mundo, la Lilith, los Nefilims, el montón de Ángeles de Uriel, quienes eran más como nazis usando tácticas de policiales terroristas, que Serafines. Pero nadie lo sacaría de este dolor que se había deslizado de insoportable a meramente entumecedor. Escuchó el aullido sobrenatural, aullando mientras la última punta de luz solar se reducía bajo el horizonte. Estaba demasiado lejos, no había manera que pudiera verdaderamente escuchar a los Nefilims mientras atrapaban el olor de

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ella y entraban, pero el sonido gritaba en su mente, y pudo verla, los enrollados rizos rojos, la piel pálida y boca suave, los ojos atemorizados. Los ojos que lo llamaban. La boca suave que lo emocionaba más de lo que quería admitir. Dio un frenazo. El coche comenzó a dar vueltas en el remolino de polvo, deteniéndose sobre uno de sus lados en la orilla del camino. Salió, abriéndose paso a través del techo metálico como si fuera papel de aluminio, directo hacia el aire que se enfriaba rápidamente. Los Nefilims ya estaban acercándose a la casa desierta. Tiró de principio a fin el resto del techo, trozos de madera y restos cayeron con él mientras aterrizaba unos pocos metros detrás de ella. Plegó sus alas velozmente y se movió hacia ella. Estaba sentada absolutamente calmada, y sus ojos se centraron en él, en el cuchillo de su mano, mientras daba un paso enfrente de ella. —¿Decidiste hacerlo tú mismo? —dijo ella con una voz que no escondía su miedo. La Lilith no tenía miedo a nada, ni siquiera a la muerte. ¿Podía haberse equivocado con ella? Los gruñidos y quejidos de los Nefilims mientras se reunían en la casa eran espeluznantes, y su hedor los precedió, la asquerosidad de la carne podrida y sangre antigua y órganos con gusanos. Ella pudo escucharlos tan bien como él pudo, y ella estaba temblando. Deslizó el cuchillo por las sogas. Miró fuera por el hueco del marco de la ventana y pudo verlos acercándose. Él no sería una defensa en contra de tantos, y tenía simplemente que alejarse de allí, esperando que los monstruos no los atraparan a ambos. No había tiempo para encontrar la llave del cerrojo que sujetaba sus cadenas. Jaló con fuerza, haciendo trizas las cadenas, sacándola de la silla y se disparó hacia arriba al cielo nocturno. Los aullidos de los Nefilims los siguieron en la oscuridad. Aterrizó ágilmente en la carretera, su cuerpo sin fuerzas en los brazos de él. El coche estaba donde lo había dejado, el techo de metal despedazado como si un petardo hubiera explotado adentro. Él la dirigió al asiento trasero y rápidamente arrancó los grilletes que no había logrado abrir. Sus delgadas muñecas y tobillos estaban en carne viva y sangrando. Debió haber luchado después de que la dejara. No le había hecho ningún bien, él había usado cadenas de hierro a propósito.

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Sólo el hierro podía encadenar a un Demonio, y ella habría estado indefensa. Pero supuestamente ella no sabía eso. Afirmó que no sabía nada acerca de quién y qué era, y la rasgada y sangrante carne por poco parecía prueba de eso. Él cerró las manos alrededor de sus tobillos, tan frágiles que fácilmente los rodeó. La soltó, y sus tobillos estaban suaves y libres de cicatrices una vez más. Se detuvo. Había habido momentos en la historia, cuando las mujeres vestían capas sobre capas de ropa, en que los tobillos habían sido considerados una de las partes más eróticas del cuerpo de la mujer. En estos días, si todo estaba exhibido, uno se olvidaba de los tobillos pero los de ella eran bien formados y sorprendentemente excitantes. Esta era la Lilith, se recordó, intentando alcanzar sus muñecas ensangrentadas. Ella era la Sirena original, atrayendo al hombre a su ruina. El olor cálido y carnal de su sangre lo golpeó entonces. Dio un paso hacia atrás, dejando sus muñecas curadas, y se sentó en cuclillas, mirando su flácido cuerpo, distraídamente lamiéndose los dedos. Y luego se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se alejó de un salto, escupiendo, respirando fuertemente, tratando de alejar el sabor, el olor y lo atractivo de la sangre de ella de su cuerpo. Se empujó hacia la zanja junto a la carretera y vomitó. Dolió. Su cuerpo oponiéndose a sí mismo. Deseando la loción calmante de ella, pero él siempre había estado en control de esa extraña carne humana sobre él, y se alejó de cada indicio de ella. Y luego se levantó, limpiando con un paño su boca, y regresó hacia ella. No tenía idea si el don del olvido funcionaría en un Demonio, pero puso la mano en su cara, sin tocarla, ni dejarla hundirse. Había sangre seca en sus dedos largos, la sangre de ella, y maldijo. La empujó hasta el fondo y cerró la puerta, luego se subió al asiento trasero. Agarró su botella de agua, y escupió nuevamente, luego derramó el resto de ésta sobre sus manos, quitando y frotando cada indicio de su sangre. No era su culpa que él pudiera seguir sintiendo la sangre allí. El coche echó a andar bastante fácilmente, ignorando su mal trato, y se deslizó en la carretera nuevamente. Pudo oír el ruido mudo de los Nefilims, gritando con rabia al haberles negado su presa. Ellos los seguirían, y no podía permitirse demorarse. Siempre pudo moverse más rápido de lo que ellos podían, pero teniéndola con él se retrasaría. Necesitaba luces brillantes, necesitaba personas.

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Pero sobre todo necesitaba tiempo y espacio para descifrar por qué diablos había acabado de cometer el error más estúpido en miles de años de su interminable vida.

** * * Escuché el grito, éste desgarraba desde mi garganta ya que estaba estrellándome contra la conciencia, el sonido era ensordecedor, y quería detenerme, lo quería, pero no pude. Sólo por un momento, para aspirar un profundo y áspero jadeo. Y luego grité de nuevo, el sonido cortando en el terror puro que había infundido en mis propios huesos. Y luego se detuvo, esta angustia involuntaria, pero su voz simplemente decía: —Detente. Por un momento no me moví. Estaba acostada, tendida en el asiento de un vehículo en movimiento. La lógica dedujo que era el coche que Azazel había usado para hacerme salir del monte, pero este tenía un techo corredizo, y las estrellas en lo alto eran extrañamente tranquilizadoras. Me pregunté sí él me había congelado como lo hizo en el restaurante, pero comprobé que podía mover, lentamente, cuidosamente, como sí mis huesos pudieran romperse. Logré ponerme en posición sentada. Había una oscuridad casi pura. Froté mis muñecas sensibles, pero estaban intactas, nada de marcas dejadas por esas malditas sogas, las cuales me lastimaron. Había luchado como una loca cuando él me dejó en la apagada oscuridad, y creí que había sentido la humedad de la sangre. Me agaché hasta mis tobillos, pero estos estaban suaves y sin daños también. No tenía idea si él me iba a dejar hablar o no, pero tenía que intentarlo. —¿Por qué volviste? —No quería que mi voz sonara acusadora. Él había cambiado de opinión acerca de matarme por amor a Dios ¿Por qué debería quejarme? No volvió la mirada atrás hacia mí. Aire fresco entraba del techo abierto, moviendo su cabello apartándolo de la elegante estructura ósea de su cara seria y sin emoción. —No tengo ni idea —dijo finalmente—. Si yo fuera tú, no lo preguntaría.

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Puedo recuperar mi cordura lo suficiente como para devolverte a aquel lugar y deshacerme de ti, así que te sugiero que sólo te sientes y te mantengas callada. Era lo sufrientemente inteligente para hacer sólo eso. Tenía mucho frío, después del día abrasadoramente caliente, y temblaba. Recordé los aullidos acercándose, el horrible olor que había invadido mis fosas nasales, y sentí mi cuerpo temblar casi imperceptiblemente. Decidí tentar a mi suerte. —¿Puedes cerrar el techo corredizo? Me estoy congelando. Debe empezar a hacer más frío una vez que el sol se ha puesto. Él dudo. —No hace tanto frío —dijo él finalmente. —Pero me estoy… —Aguántate. Está bien. Envolví los brazos a mi alrededor, tratando de calentarme. Él probablemente estaba en lo correcto, quizá sólo era un trauma y miedo como cualquier otra cosa. Quería preguntarle a dónde me estaba llevando pero él me había advertido no hacerle preguntas, y yo no quería que cambiara de opinión. Acomodé mis piernas debajo de mí y me acurruqué en una esquina del asiento tan lejos del techo corredizo como pude conseguir. Las estrellas eran muy brillantes en el cielo tintado de negro en lo alto, y me di cuenta que probablemente sería capaz de ver la Cruz del Sur por primera vez en mi vida. Siempre había tenido una secreta debilidad por la astronomía, por las estrellas y constelaciones y la manera en que parecían rotar en el cielo. Esta podría ser mi única oportunidad para verdaderamente ver la Cruz del Sur, y esperaba que el cielo se quedara despejado tanto como estuviera aquí. A menos que él planeara abandonarme en esta parte, lo que me convendría muy bien en realidad. Podía desparecer con un nuevo nombre y nueva identidad tan fácilmente como en el hemisferio norte. Había tenido un montón de práctica. Podía decir por el número de estrellas que estábamos acercándonos a lo que se veía como una pequeña ciudad. Las luces eléctricas estaban en guerra con la naturaleza, y la electricidad estaba ganando. “Contaminación lumínica”, así lo llaman. Pensé que había crecido acostumbrada a ella, pero ese periodo breve sin ella me había recordado simplemente cuánto amaba el cielo enorme e infinito. Podía oler el mar, lo que me sorprendió. Había asumido que habíamos invertido el día conduciendo directamente tierra adentro, así que la proximidad al océano era inquietante. Odiaba el océano. Me aterrorizaba, las olas, la oleada, el flujo y reflujo. Me obligué a tomar un respiro del olor rico en sal, lamiendo el sabor de mi boca. Luego me di cuenta que él me estaba mirando por el retrovisor, su mirada aferrada a mi boca, y sus profundos ojos azules estaban ardiendo.

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Me sumergí nuevamente en la oscuridad, nerviosa. Recordando que yo había extendido la mano para tocarle cuando había estado amarrándome hasta morir. Pude sentir esa mirada en la boca de mi estómago, entre mis piernas, como una áspera caricia, y mi cara de repente se puso roja. Me volteé hacia la ventana, alejándome, y concentrándome en la ciudad portuaria a través de la cual estábamos conduciendo. Una ciudad trabajadora, no un centro vacacional, pude ver inmediatamente. Sin estar segura de sí esa era una señal buena o mala. Cuando detuvo el coche y se estacionó, miré a los alrededores con sorpresa. Estábamos en un estrecho callejón, desierto, excepto por unos pocos coches estacionados, se deslizó del asiento delantero, cerrando la puerta con un golpe detrás de él antes de tirar de la mía. Consideré quedarme allí, pero sabía que subiría y me sacaría sin duda, y no sería amable. Me moví, aterrizando en mis piernas levemente inestables. —¿No vas a cerrar el techo? —Alcé la vista hacia él. Había olvidado que era tan alto. —Me voy a deshacer del coche. Y el techo no cierra. Ambos declaraciones me desconcertaron, hasta que miré más de cerca el carro. El metal sobre el asiento delantero había sido despegado, como si una lata de soda hubiera explotado por el calor. ¿Qué diablos había sido lo suficientemente fuerte como para hacer eso? —¿Tú puedes simplemente deshacerte de los coches? —dije—. Debes estar muy bien pagado. —No era mío en primer lugar. —Bueno, a quién quiera que se lo pidieses prestado no va a estar muy feliz con ese agujero en medio del techo. —Posiblemente no. —Se detuvo, mirándome, deseé poder empezar a adivinar qué era lo que estaba pasando por su mente. —Tú eres todo lo que es malo. Debería haberte dejado para los Nefilims. Estaba recostada sobre el carro, mis piernas seguían un poco inestables, un sentimiento extraño, se agitó dentro de mí, en mis pechos, entre mis piernas, sentimientos que eran totalmente exóticos para mí. Él estaba parado demasiado cerca, pero no le podía decir que se alejara. No quería. —¿Por qué no lo hiciste? —Mi voz era casi un susurro, como si supiera qué era lo que él estaba a punto de hacer y tenía miedo de asustarlo. Distraerlo. Detenerlo. Sabía qué quería, y que Dios me ayudara, yo lo quería también.

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Sus profundos ojos azules estaban oscurecidos, y yo creí poder ver una raya de sangre en su boca. ¿Sangre de quién? —Porque soy un tonto —susurró también, el aire de la noche alrededor de nosotros—. Porque sé quién y qué eres, y te deseo de todas formas. Y me besó. Su boca era ruda, empujando la mía abierta mientras su duro cuerpo me presionaba contra el coche, y sentí calor, deseo, pasar a través de mí, y si él me despojaba de mis ropas y me tomaba allí por el muelle, no protestaría. Puse los brazos alrededor de su cuello, besándolo de vuelta, mi lengua deslizándose contra la suya, y me levantó, hacia él. Envolví mis piernas alrededor de sus caderas, tratando de acercarme, expulsando mi conciencia y mis dudas, hundiéndome en la nube caliente y húmeda de necesidad que nos envolvía a ambos. Apartó su boca, y yo bajé las piernas al suelo, dejándolas deslizarse contra él, lentamente. Estiró los brazos para alcanzar y retirar mis brazos de su cuello, retrocediendo, ojos oscuros, su expresión tan fría e inquebrantable como si estos últimos momentos no hubieran existido. —Te estoy dejando ir —dijo con una voz solo levemente ronca por lo que habíamos estado haciendo—. Te sugeriría correr antes de que cambie de opinión. Lo miré con incredulidad. Era como si el beso nunca hubiera pasado. Tal vez lo soñé. Al final, no importaba. Lo que importaba era que me estaba dejando ir. —¿Así nada más? —dije. —Así nada más —dijo—. He decidido que matarte es más problema de lo que vales. Pude estar felizmente de acuerdo con eso. Pero no me pude mover. Todavía sentía esta atracción magnética y extraña, todavía quería poner mis manos en él, sentir su cuerpo presionado contra el mío, su piel deslizándose contra la mía. Me quedé inmóvil hasta que su voz estalló con ira. —Te dije que corrieras Y luego corrí. Entre las calles oscuras por la medianoche. Nada de bolsa, dinero, pasaporte. Ningún nombre, pasado, ni futuro. No me importó. Estaba viva, y era libre. Resolvería el resto más tarde.



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Capítulo 4

La ciudad oscura Traducido por KaThErIn Corregido por masi

A

zazel subió por el borde del acantilado, buscando sobre el océano enturbiado, dejando que la fría brisa del mar llevara su cabello demasiado largo lejos de su rostro. Cerró los ojos, absorbiendo la sensación de eso. En una existencia vacía, la sensación del viento, el olor del mar, estaban en medio de los pocos placeres que él podía experimentar. Abrió los ojos de nuevo, sintiendo la aproximación de Raziel. En el año y medio desde que Azazel se había reunido con los Caídos, Raziel había tratado repetidamente de pasarle el liderazgo de Sheol, y él lo había rechazado con firmeza. Raziel como el Alfa y su poco convencional esposa hacían una dominante pareja. Raziel tenía más compasión de la que Azazel era capaz de sentir, y su esposa, aunque ella había sacudido las cosas un poco, estaba demostrando ser la Fuente de calor y cuidado. Podía mirarla ahora sin querer matarla, incluso mantenía cortas conversaciones con ella. Porque a Sarah le hubiera gustado. Sospechaba que su esposa había sabido que su muerte se acercaba —Sarah tenía a menudo visiones inesperadas— y ella ya había fijado la etapa para que Allegra Watson tomara su lugar. Sí Sarah la había aprobado, él no podía despreciarla, estaba bien. Todo el mundo lo había dejado solo desde que había regresado de su exilio autoimpuesto, sabiendo que cuándo estuviera listo para reunirse completamente y ocupar las líneas de los Caídos, él se los diría. Mientras tanto, había pasado los días estudiando detenidamente los viejos textos, buscando algún indicio, alguna pista del paradero de Lucifer. El primero de ellos, el Portador de la Luz, el preferido y más querido de los Ángeles de Dios, había sido el primero en ser castigado, encarcelado en algún lugar muy por debajo de la tierra en un silencio interminable. Hasta que lo encontraran, estaban indefensos contra la tiranía del único Arcángel que nunca había sido tentado. Uriel, sangriento, implacable, y completamente sin misericordia, había sido dejado a cargo cuando el Ser Supremo había dado a la raza humana el libre albedrío y entonces se retiró, dejándolos por su propia cuenta. Uriel se había 34

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encargado de la vigilancia de las cosas, pero él había pasado a través del más horrendo de los castigos del El Ser Supremo. Las plagas que borraron la segunda o tercera parte de la población del mundo: la gripe española, viruela, cólera, eran los regalos consecutivos para los injustos. Los favoritos en particular de Uriel eran la sífilis y el Sida. El castigo por pecar era la muerte, y la fornicación era el peor de todos los pecados a los ojos de Uriel. Y nadie podía tocarlo, nadie podía detenerlo, mientras el castigo y la humanidad cayeran en guerras y hambre. Sólo los Caídos tenían alguna oportunidad de detener su inexorable marcha hacia la exterminación humana, y el tiempo se estaba haciendo más corto mientras el poder de Uriel crecía. Raziel se colocó al lado de Azazel, plegando sus alas alrededor mientras miraba al mar. —Tienes que ir detrás de ella, lo sabes. —No. —Uno no rechazaba al Alfa cuando él hacía una petición o una orden, pero Azazel no dudó. Él y Raziel habían sido los siguientes en caer después de Lucifer, junto con Tamlel y otros veinte, y habían sido condenados a la eternidad por el crimen de amar mujeres humanas. Ni humanos ni Ángeles, ellos eran simplemente Los Caídos, maldecidos a sobrevivir con una imparable necesidad de sangre. Los infelices Nefilims eran los comedores de carne, el lado más oscuro, las criaturas de inmundicia y decadencia. —Fuiste el único que encontró el enlace en los textos antiguos —dijo Raziel con voz tranquila y paciente—. No puedes negar que ella sostuvo sola la llave. Solamente somos afortunados de que no les permitieras a los Nefilims destruirla antes de que encontraras la conexión. —Ella no recuerda nada —dijo él obstinadamente—. No habría hecho la diferencia. —¿Le otorgaste la Gracia...? —Habría fallado. Podía hacer muy poco con ella. Podía leerla, sólo un poco, pero todo era confusión. Ella no sabía quién o qué era; no tenía memoria de su vida pasada. Sí no puede siquiera reconocer que ella es Lilith, ¿Cómo recordará alguna poca información que sólo nosotros hemos descubierto que podría llevarnos a Lucifer? —No tenemos ninguna otra opción. —Su voz se volvió más débil—. Uriel se está volviendo más fuerte, y no pasará mucho tiempo antes de que finalmente abandone su control y venga detrás de nosotros. Debemos encontrar a Lucifer, y asociarnos con las más sucias criaturas en la existencia, incluso los Nefilims restantes, sí eso nos ayudara.

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Sabía que Raziel tenía razón. Había sabido el momento en que él vendría a través de esa oscura referencia: El She-Demonio5 que devora hombres e infantes y yace con la Inmundicia que será enterrada cerca del Portador de Luz, y lleva adelante los medios de su deliberación. Por supuesto, eso era sólo una línea en un texto relativamente solitario, y su procedencia era cuestionable. Y no decía cómo ella podría ayudarlos a encontrar a Lucifer, sólo que ella les mostraría el camino para eso. Lo cual no les hacía bien cuando no podía recordar nada. Pensó de nuevo en el Demonio. El Demonio con la forma, olor y sensación de mujer, que sólo lo había mirado para removerle sentimientos que deberían haber estado muertos. Él la había besado. Ese beso se había enterrado en su cuerpo y su cerebro, atormentándolo. ¿Qué locura habría llegado a hacer por ella? Nadie más se había arriesgado a tocarlo en los casi siete años desde que Sarah había muerto, más allá de su constatación de lo peligrosa que Lilith era. Sí pudiera despertar su alma muerta, entonces ella tenía fuertes poderes verdaderamente. —No he guardado rastro de ella —dijo él, sólo la mitad de una mentira. Se había detenido a cuidarla hacía seis meses, una vez que ella había entrado a la cama con el joven doctor. Pero él tenía una pequeña duda de que todavía estuviera en Brisbane, todavía en ese extraño apartamento que miraba hacia afuera sobre el Río Brisbane. Eso le tomaría muy poco tiempo recogerla. Pero tendría que tocarla, sostenerla, llevarla. Respirar la seductiva esencia de su piel. Tendría que llevarla a la seguridad y protección de Sheol. El último lugar en el que la quería. Por esa línea de un texto solitario que sugería que ella mantenía la respuesta a Lucifer, había docenas de otras referencias a Lilith, reina de Demonios, y su matrimonio con el rey de los Caídos. No importaba que Raziel ahora rigiera a los Caídos como el Alfa. Azazel los había dejado en su desastrosa caída; Azazel fue decretado para unirse con Lilith y reinar sobre el infierno con ella de su lado. Por supuesto, aquellas mismas fuentes consideraban equivalente a los Caídos con el mítico Satanás, una fuerza del mal tan poderosa como Dios. En la experiencia sin fin de Azazel, la única criatura que se acercaba a esa descripción era Uriel, el único Arcángel restante. —Sabes dónde está ella —dijo Raziel, impasible. —Ella no puede pertenecer a Sheol. Es un Demonio. —¿Había un matiz de desesperación en su voz? No, simplemente sonaba terco. —Sé que no. Conozco las profecías. Si no la traes aquí, puedes llevarla a la Ciudad Oscura y encontrar a los Extractores de la Verdad6. Si no podemos encontrar respuestas, ellos son los únicos que pueden hacerlo. 5 El She-Demonio: Demonio de Sheol. 6 Extractores de la verdad: texto original Truth Breakers. 36

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Tembló. Apenas se las había arreglado para sobrevivir cuando estuvo con los Extractores de la Verdad un tiempo. Y él era mucho más fuerte que el cuerpo que Lilith que había tomado. —¿Por qué yo…? Michael podría… —Se detuvo. Michael tenía la fuerza bruta, el último guerrero. Él la destruiría, ya fuera por accidente o con intención. Lo que resolvería su problema, pero no les llevaría más cerca a Lucifer. Se quebraba la cabeza por alguien más entre los Caídos que pudiera asumir la tarea, eliminando al Demonio una vez que la información fuera recogida. No había ninguno. Los más fuertes la matarían; lo más caballerosos estarían en peligro una vez que ella recobrara su verdadero yo. Él era el único que sabía lo suficiente para encerrarla sin matarla. Por lo menos antes de que su utilidad fuera aprobada. Sí ella fuera llevada al santuario de Sheol, él no podría ser capaz de detener que las profecías se hicieran realidad. No importaba lo feroz de su determinación a no caer presa de la Súcubos, una vez que ella hubiera abierto una brecha en las paredes allí no sería detenida. Él no estaba convencido de que ella hubiera olvidado todo; pero incluso si lo hubiera hecho, más temprano o más tarde todo eso volvería a ella. Las profecías tenían un hábito vicioso de volverse realidad, particularmente las feas. A pesar de que, incluso ellas eran gobernadas en el tormento eterno del infierno, el lugar favorito de Uriel, entonces él podría abrazarlo. Abrazar el dolor como una alternativa a la fría empatía que lo llenaba. Mejor sentir tormento que nada en absoluto. Tal vez. —Llévala a la Ciudad Oscura —dijo Raziel, sabiendo ya que él la llevaría dentro—. Sí encuentras lo que necesitas, siempre puedes abandonarla ahí. Le tomará siglos escapar. Azazel no se movió. La marea había subido, y el viento se había levantado, enviando olas con cresta de espuma deslizándose al otro lado de la superficie. Una tormenta se aproximaba. Y él estaría surcando el viento.



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Capítulo 5 Traducido por LizC Corregido por kuami

S

ubí la cremallera de mi bolsa de lona y la dejé en el suelo, tratando de ignorar la nube que persistía en el fondo de mi mente. Miré por la ventana hacia el Río Brisbane. Era un día luminoso, la luz del sol se reflejaba en el agua, y había una fuerte brisa que soplaba a través de la ventana abierta. No era un día de presagios de desastre. Yo vivía en el tercer piso de una antigua mansión colonial que había sido rehabilitada en apartamentos peculiares. Los estridentes pájaros me habían despertado todas las mañanas del año y medio que había vivido allí, y no lo habría hecho de otra manera. Me encantaban los pájaros… los más ruidosos y remilgados. Había algo al mirarlos volando que me dejaba sin aliento y asombrada. No es que yo quisiera volar. Odiaba las alturas. Odiaba volar, creo, porque no tenía ningún interés en salir de Australia para conocer más acerca de mi pasado nublado. Me gustaba estar a salvo en mi apartamento del piso superior con su diminuto cuarto de baño atascado debajo de los aleros. Me gustaban mi trabajo, mis amigos y mi novio, Rolf. No quería los cambios que detectaba en el viento. Oí los pasos desde la distancia, llegando desde los tres tramos de escaleras, y una extraña sensación de aprehensión me llenó. Rolf había llegado temprano. No me había llamado o mandado un mensaje para avisar que estaba abajo en el amplio porche que rodeaba el edificio, aunque sabía que a él no le gustaba la vieja casa y la subida a mi nido. Y de repente no quería responder a los golpeteos en mi puerta, por miedo de quién estuviera en el otro lado. El golpe sonó de nuevo, más insistente, y miré a través de mi ventana abierta, preguntándome si podría escalar y salir... estás siendo ridícula, me regañé. ¿Quién creía que estaba al acecho detrás de mi puerta… la Parca? Crucé la habitación y abrí la puerta, tratando de ignorar mi alivio al ver a Rolf de pie allí, viéndose acalorado, desgreñado y malhumorado. —¿Por qué no contestas el teléfono? —exigió—. He estado llamándote durante horas —levanté mi teléfono celular, mirando la pantalla. No había llamadas perdidas… ninguna llamada en absoluto, de hecho, lo que de por sí era inusual. Aunque mis amigos sabían que iba a salir de la ciudad, así que había una explicación razonable para ello. Pero no había señales de las múltiples llamadas de Rolf.

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—¿Estás seguro de que era a mí a quien has estado llamando? Mi teléfono dice lo contrario. —Entonces tu teléfono está mal —dijo con voz descontenta—. No puedo ir. Debería estar decepcionada como mínimo. En cambio me sentía aliviada. Hice todo lo posible para verme acongojada. —¿Por qué no? —Una emergencia de último minuto. Necesito reemplazar a otro médico en la planta de ginecología y obstetricia. Todo el mundo está decidido a librar al mismo tiempo, y están faltos de personal. Realmente no tengo otra opción. —Por supuesto que no —le dije con tono práctico—. ¿Puedes recuperar el reembolso de nuestro viaje? —Ya me he encargado de ello —dijo—. Llamé al resort antes de intentar hablar contigo, así que mi teléfono funciona bien. Debe ser el tuyo. —De hecho, si algo estaba siempre mal en nuestra relación, por lo general era culpa mía. Y era típico de Rolf salvaguardar su dinero antes de tratar ponerse en contacto conmigo. Era un hombre muy cuidadoso. En serio, había momentos en los que no podía entender por qué estaba con él, pero entonces cuando salía me acordaba. Por alguna razón, los hombres de Australia parecían pensar que era irresistible. No había nada especial en mí… mi rizado cabello rojo era más una maldición que una tentación, llevaba la ropa holgada e iba sin maquillaje; pero por alguna razón los hombres seguían pegados a mí. Y tener a Rolf a mi lado los mantenía a raya. Lo cual significaba que mi corazón no se rompió cuando tuvo que cancelar nuestros planes. Plasmé una sonrisa comprensiva en mi cara. —¿Cuándo debes estar en el trabajo? Miró su reloj con impaciencia. —Debería estar allí ahora. —Entonces adelante. No pierdas tu tiempo hablando conmigo —dije, espantándolo de la puerta—. Voy a estar bien. —Por supuesto, él no me había preguntado sí me importaba. Tal vez era el momento de renunciar al buen doctor Rolf. Sin duda podía encontrar a alguien más para hacer de soporte, aunque no podía entender por qué necesitaba uno. Lo escuché precipitarse ruidosamente por las escaleras, seguro en la creencia de que todo iba bien en su mundo, y luego miré hacia mi maleta. Volví a la gran ventana abierta, para observar el jardín, y durante un momento me pareció ver una sombra cerca de los arbustos, algo oscura, estrecha y amenazante. Luego desapareció, mezclándose con la maleza alta. Estaba enloqueciendo.

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Bueno, si Rolf no quería ir a ninguna parte, eso no significaba que yo no pudiera. Mis maletas estaban hechas, tenía tiempo libre del trabajo, y sí me quedaba empezaría a ver sombras en mi propia habitación. Estaba totalmente libre durante los próximos cuatro días… tanto como quería a mi extraño y pequeño apartamento, las paredes comenzaban a sofocarme. Agarré mi bolsa de lona y la mochila y me fui, trotando por las escaleras que Rolf tanto odiaba y yo amaba. Siempre me sentí como una princesa subiendo a mi torre cuando me encabezaba por las estrechas escaleras. Dejé que mi mano cepillara el pasamano de caoba oscura con una extraña especie de caricia. Era casi como si estuviera diciendo adiós. Mi pequeño Holden se encontraba estacionado en la sombra, y me subí en él, lanzando ambos bolsos en el asiento trasero. Empecé a retroceder, luego me volví para mirar delante. Algo estaba allí de pie, algo oscuro y brillante como un cálido espejismo, y sin pensarlo pisé el acelerador, saliendo disparada hacia la calle y pasando muy de cerca del coche aparcado de mi casero. Metí el coche en la carretera y me fui, sin mirar hacia atrás. Temerosa. Mi corazón golpeaba en mi pecho, tenía sudor en la frente y en las palmas. No quería hacerlo, pero miré por el espejo retrovisor. La calle estaba vacía; no había ninguna sombra siguiéndome. Ninguna resbaladiza criatura de película de terror apareciéndose para llevarse mi alma. Poco a poco aflojé mi pie del acelerador mientras me dirigía colina abajo hacia el tráfico, deteniéndome con cuidado. Y entonces, como una completa idiota, de repente me olvidé que estaba en Australia, y di un giro al carril correcto directamente fuera del tráfico. Oí el chillido de los neumáticos, el golpe de metal contra metal, el chirrido de los coches estrujándose. Humo grasiento se elevaba en el aire. De alguna manera los paramédicos ya estaban allí, y vi cómo se apresuraban hacia mi pequeño coche, la puerta del lado del conductor estaba aplastada. —¡No hay nadie aquí! —gritó uno de los paramédicos—. Alguien tiene que haber olvidado poner el freno de mano. Extraño. No me acordaba haber salido del coche aplastado. Y nadie me prestaba la más mínima atención, cuando habría pensado que todo el mundo estaría gritándome por ser una grandísima estúpida americana. Estaban trabajando para conseguir sacar a una mujer fuera del coche que golpeé, pero ella estaba hablando y se veía relativamente indemne, por lo que parte de mi culpa se desvaneció. Me volví hacia el hombre que estaba detrás de mí. —Ella se ve bien. —Y entonces me congelé.

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Me volví hacia él de forma automática, sabiendo quién estaba allí, a gusto con ello. La fea realidad llegó rugiendo detrás mientras yo miraba para arriba a sus fríos ojos azules. —Azazel —dije. Él no dijo nada, simplemente miraba hacia mí. Me di vuelta y miré la escena del accidente mientras sacaban a la mujer del coche siniestrado. Tal vez podría escapar de ello una vez más. ¿Dónde demonios estaba Rolf cuando lo necesitaba? ¿Y cómo había salido del coche? Finalmente le di la espalda al accidente. —¿Estoy muerta? —pregunté, a decir verdad. —¿Por qué piensas eso? —Su profunda voz envió escalofríos por todo mi cuerpo. Me acordé de esa voz. La había oído en mis sueños. Los eróticos y vergonzosos sueños, que rechazaba a la luz del día. —Estás aquí de nuevo. —Te acuerdas. Eso me sorprende. —No parecía particularmente sorprendido. Por otra parte, él no pareció reaccionar ante nada la última vez que estuvimos juntos. Extraña manera de decirlo. Cuando me había secuestrado y tratado de matar, el muy hijo de puta. Miré hacia la policía, que estaba ahora dirigiendo el tráfico, preguntándome sí tendría tiempo para llegar hasta ellos, para gritar y pedir auxilio. Su mirada siguió la mía, pero no se movió. —No te haría ningún bien. Ellos no pueden verte ni oírte. Creo que lo sabía. Simplemente no quería creerlo. Volví la vista hacia él. —Te lo voy a preguntar de nuevo… ¿estoy muerta? —No es tan fácil matar a los Lilith. —No me llames así —le espeté mientras alguien caminó a través de mí como si yo no estuviera allí—. Soy Rachel. Sus ojos se estrecharon. —No es tan fácil matarte. —Lo recuerdo. —Yo estaba de pie muy cerca de él. Era extraño que pudiera sentir su presencia, prácticamente sentir el calor de su cuerpo, y sin embargo, la gente pasaba a través de nosotros para llegar hasta el accidente. Di un paso furtivo atrás—. ¿Has cambiado de idea otra vez? —No fue un alivio permanente. Pero estoy aquí por otra razón.



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Eché un vistazo más con anhelo hacia la policía que deambulaba por el accidente, después me volví hacia él. Dando un paso más lejos. —Entonces, explícate. —Te necesitamos. —Parecía como si estuviera comiendo un insecto desagradable mientras lo decía—. Te voy a sacar de aquí. Es en contra de mi buen juicio. —No voy a ninguna parte contigo. —No tienes nada que decir al respecto. —Se veía aburrido—. Ven. Me las arreglé para apartarme de él unos cinco metros en pocos pasos. —No te creo. —Probablemente me podría sacar de allí, pero no iba a ir con mis propios medios. —Ven. Ahora. —Su rica voz era suave y mortal. Me las arreglé para no moverme. Quería hacerlo, Dios, cómo quería. Quería cruzar ese cuidadoso espacio que me las había arreglado para dar y presionar mi cuerpo contra el suyo. Contra el hombre que quería matarme. Luché contra ello, luché contra la necesidad de avanzar, mirándolo. Era una lucha, una a la que estaba decidida a no perder. Él simplemente no peleaba… creía en su afirmación de que era algo más que un humano, a pesar de que era simple y llanamente una locura cuando dijo que yo era un Demonio. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no iba a permitir que me controlara. La ilógica y poderosa atracción que sentía era probablemente uno más de sus trucos. No sé cuánto tiempo nos quedamos allí. Él no volvió a preguntar. Me miró con esos ojos azules profundos, tan vivos en su rostro sereno, y luché contra el frío que me atravesó. Podría ceder en lo que no había esperanza, sin embargo no podía comenzar a definir qué estaba esperando. —Eres más inteligente que esto —dijo finalmente—. Sabes que soy tu enemigo, y que se necesitaría muy poco para matarte. En vez de enemistarte conmigo, deberías estar tratando de ablandarme. Blando no era la palabra que usaría para Azazel. Era delgado, fuerte, todo liso y muy anguloso. Creo que ni siquiera sería nunca blando en el momento equivocado. El rubor inundó mi rostro ante el pensamiento. ¿Por qué estaba pensando en sexo cuando veía a este hombre? Sí él no era humano, ni siquiera podría ser sexual. E incluso si lo era, no tenía nada que ver conmigo. No me iba a encender por alguien que quería verme muerta.

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Pero, por desgracia, tenía razón. No debía enemistarme con él. Debería ser dócil y sumisa y tal vez me dejaría ir de nuevo. Pero no me moví. No esta vez. Para mi sorpresa, el más mínimo atisbo de una sonrisa bailó en su boca y luego se fue tan pronto como apareció. —Es tu elección. Y todo se oscureció. Había sentido esto antes: ser aplastada en un asilo irrompible, el olor de un macho caliente y el océano rodeándome. No luché; recordé que podría doler más si luchaba. Me aferré aún en el abrazo oscuro y ciego, tratando de registrar todo. Era una locura, pero sentí como si estuviera volando. Elevándome a través de las nubes y en el espacio y el tiempo, y se sentía glorioso. Ridículo, porque odiaba la idea de volar. En este momento me envolví simplemente en algo, mi imaginación yendo salvaje. Pero respiré profundamente, el olor de su piel y el océano revoloteó en mis fosas nasales, y cedí ante el placer de ello, dejando que mi voluntad se disolviera.

* * * * Se remontó hacia arriba, con el Demonio envuelto apretado contra él. Ella no luchó en esta ocasión, lo que hizo las cosas más difíciles. Era mejor si luchaba contra ella. Podía sentir su cabeza metida en su hombro, sentir su aliento cálido y húmedo en su piel. Si ella luchaba podía dejarla caer, olvidarse de ella, ¿y quién sabe dónde y cuándo emergería? Sin embargo, emergería. Matar a un Demonio, no era tan fácil, incluso para él. No le tomaría mucho tiempo encontrarla, realmente; siempre había sido consciente de ella, preparado para el día en que pudiera terminar lo que había empezado. Dejarla vivir era inaceptable. Todavía no sabía por qué había cambiado de opinión, habiendo vuelto por ella un año y medio atrás. Tal vez era el simple hecho de que Sarah habría odiado lo que hubiera hecho. Incluso mucho tiempo después de su muerte, su suave influencia luchaba contra sus instintos más sanguinarios. Y sanguinario era el término. Lilith podía sangrar; se acordó de eso. Recordó la carne desgarrada de sus muñecas y tobillos, los cuales había curado después de sacarla de allí. Él podría hacerla sangrar de nuevo, y esta vez ninguna caridad

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equivocada le detendría. No había pensado que tuviera una pizca de caridad en su cuerpo. La llevaría a la Ciudad Oscura y, si llegara a eso, la entregaría a los Extractores de la Verdad para conocer todos sus secretos. No tendría más remedio que exponerse a la tentación, y se demostraría a sí mismo que podía resistirse a ella. Estaría de luto por Sarah para siempre. Ella era la esposa de su destierro eterno. Lilith era una prostituta asesina. Sin importar lo que ella creyera, él no podía permitirse olvidar esa verdad esencial.

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Capítulo 6 Traducido por Roo Andresen y Susanauribe Corregido por kuami

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brí los ojos, pestañeé, después los cerré fuertemente de nuevo. Algo andaba mal con mi visión.

Algo malo también con mi mente. Mi corazón latía con miedo, y tomé profundas y lentas respiraciones, tratando de calmarme de nuevo. Estaba tendida en la cama, y un déjá vu me recorrió. Todo esto había pasado antes. ¿Dónde estaba Azazel? Abrí los ojos de nuevo, lentamente, luego me senté y miré alrededor. Estaba en una habitación larga, lujosa, con un techo alto, pesados mobiliarios viejos, y lo que parecía como un suelo de mármol. No podía estar segura, porque la habitación estaba carente de color. Todo era de un extraño color sepia, como una fotografía antigua. Miré abajo, hacia mi cuerpo, y respiré con alivio. Estaba a color completo, mis vaqueros del mismo índigo desteñido de cuando me los había puesto, mis zapatillas blancas sucias, mis brazos con el suave color bronceado normal. Algún extraño recuerdo me hizo tocar mi pelo. Era el mismo, largo y grueso, y cogí una hebra para verlo. El mismo rojo al que me había acostumbrado. Retiré el cobertor de encima de mí. Era grueso y aterciopelado, a pesar de su apariencia marrón grisácea. Alguien debía tener un sentido de decoración muy extraño, para haber escogido todo en estos tonos sin color. Incluso el mármol. Me deslicé fuera de la gran cama, y suelo era duro debajo de mis pies. ¿Existía el mármol color café, o lo habían pintado? Pero sabía que pintado era demasiado fácil como respuesta. Sabía lo que encontraría cuando abriera la puerta, cuando empujara fuera las pesadas cortinas beige de las altas ventanas, cortinas beige que algo me decía debían ser blanco puro. Volteé la perilla, esperando por un poco de efecto de colores brillantes del Mago de Oz de Munchkiland7 detrás de la puerta. 7 El mago de Oz: (1939) es una película musical de fantasía producida por Metro-GoldwynMayer, En la actualidad es considerada una película de culto, a pesar de su proyecto inicial como fábula cinematográfica infantil.



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En cambio era otra habitación en tonos sepias. Ninguna señal de Azazel, solté un involuntario suspiro de alivio. Había las mismas ventanas altas con pesadas cortinas, y no quería ir a mirar. Pero yo estaba hecha de materia más fuerte que eso, y sí estaba aquí también debería saber a lo que me estaba enfrentando. Crucé la habitación y tiré las cortinas a un lado, luego me quede ahí de pie, congelada, mirando afuera hacia la ciudad. No tenía idea de dónde estaba, parecía como un cruce entre Nueva York en 1930 y Londres en 1890, combinando con un la noción de un futuro distópico de un cineasta alemán. Y era el mismo claroscuro monocromático. Una clase de marrón grisáceo, como una película antigua. Sostuve mi brazo afuera frente al paisaje urbano. Seguía normal, una explosión de color contra las oscuras y sombrías líneas del extraño lugar. Deje que la cortina cayera, volteando, y se me escapó un pequeño grito. Azazel estaba parado ahí, observándome. Al menos él estaba a color, o tanto color como él tenía. Estaba vestido de negro como siempre, vaqueros negros y camisa negra, su largo y negro cabello tan oscuro como la tinta, sus oscuros ojos azules y sus altos pómulos incómodamente familiares. Pero incluso su pálida piel tenía un color más sano que la habitación, y su boca tenía color. Lo miré insegura de si quería examinar mis propios pensamientos, y esa boca se retorció en una desagradable sonrisa. —¿A qué clase de infierno me has traído? —traté de sonar sólo casualmente interesada—. ¿Es el purgatorio? —El purgatorio es una construcción mítica. Esto es la Ciudad Oscura. —Podías haberme engañado —miré a mi alrededor—. ¿Así que por qué estamos aquí? Él no respondió, sus inquietantes ojos se movían por mí con lo que sabía que era un gran desprecio. Todavía no sabía qué había hecho para merecerme esto, por qué él estaba tan seguro de que yo era una clase de Demonio, pero no iba a preguntárselo. Ya sabía que no me iba a decir nada. —¿Tienes hambre? —dijo él en cambio, lo cual me sorprendió. Hasta ahora no había mostrado ningún interés en mi bienestar. Y me di cuenta de que estaba famélica. —Sí. Asintió, volviéndose hacia la puerta, y lo miré especulativamente. Él era alto, metro ochenta y tantos tal vez dos, y delgado, con una fuerza que era extrañamente elegante. No estaba ni un poco de lo demacrado que había estado la última vez que lo había visto, claramente había tenido una comida o dos en el intermedio, aunque todavía podía necesitar unos cuantos kilos. No podía deshacerme de la particular sensación de que había algo que faltaba cuando él se giró hacia mí. Tenía una fuerte espalda, anchos hombros, y brazos musculosos. Pero debía haber algo más. 46

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Él miró de nuevo. —¿Qué estás mirando? —sonaba precavido, irritado. La irritación no era algo nuevo, la precaución un pequeño triunfo para mí cuando me estaba sintiendo sin armas. —Nada —dije—. ¿Vamos a ir a algún lugar? —Dijiste que tenías hambre, y ciertamente no voy a cocinarte. Conozco un restaurante. —¿Vamos a cenar como personas normales? —me burlé—. No me digas, vamos a nuestra primera cita. —No somos personas, Demonio. Ninguno de nosotros. Sabes eso, desees o no enfrentarlo. —Tú no eres persona —le espeté—. Sí alguien es Demonio, eres tú. Desciendes y me llevas a lugares imposibles, lugares que no tienen sentido. Hasta ahora no he visto nada que pueda probar que no soy nada más que un humano normal que atrajo a un acosador sobrenatural. —¿Ni siquiera te has visto en el espejo? Había olvidado eso. El pelo rojo, los cálidos ojos marrones, el conjunto secreto de mi boca, mi determinada mandíbula. Todavía se sentía extraño, incluso después de casi un año, aunque extrañamente familiar. Pero no estaba dispuesta a rendirme sin luchar. —Me imagino que te nubla mi mente. —¿Me nublo con tu mente? —hizo eco él—. Sí tan sólo fuera así de simple. ¿Vas a venir? —Tenía la mano sosteniendo la puerta abierta, y todo lo que podía ver era un pasillo detrás de ella. Él sería más comunicativo cuando estuviera comiendo. Había estado mofándome por la cita, pero de hecho las personas tendían a relajarse cuando estaban comiendo. Con suerte, él empezaría a responder al menos unas pocas preguntas inofensivas. Aunque no lo había hecho en esa cafetería en la carretera, me acordé de repente. Simplemente se había asegurado de que no pudiera hablar y procediera a comer, sin darme otra opción que seguir su ejemplo. Estaba en el segundo piso. Lo seguí por el vestíbulo ceremonial de lo que parecía un plato de cine, por las escaleras, a través de la pesada puerta, a la calle. Coches grises y camiones conducían por esta; personas con rostros grises llenaban las calles, con sus ropas grises y almas grises. Azazel parecía como un completo arcoíris mientras caminaba entre ellos con su marcado color negro, pero ninguno de los habitantes parecía notar que ambos éramos diferentes.



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Podía pensar en una docena de películas diferentes de personas viviendo a blanco y negro en un universo tecnicolor, y trataba de recordar qué habían hecho para romper el hechizo. Dorothy había viajado en una casa y aterrizado con un mago en Oz. Sólo podía desear que una casa cayera y salpicara restos de tecnicolor de Azazel en el paisaje. ¿Pleasentville? ¿Las personas no se habían enamorado y roto el maleficio en blanco y negro? Desafortunadamente no había nadie de quién enamorarse, sólo mi enemigo mortal. Además, estaba muy segura de que no había estado enamorada en toda mi vida, incluso durante esos momentos en blanco que componen la mayor parte de ella. Desde luego, no había amado a Rolf. Él había llenado una necesidad, imperfecta y ya lo había dejado ir. No lo echaría de menos. Me apresuré para seguir con Azazel. Él apenas me estaba prestando atención. Debía saber que escaparse estaba fuera de cuestión. —¿Esas criaturas también viven aquí? —Eso consiguió obtener su atención. Él me miró. —¿Qué criaturas? —Sabes perfectamente qué criaturas, las que me estaban acechando la última vez que me secuestraste. En verdad nunca las vi, gracias Dios, pero… —Los Nefilims. Me encogí de hombros, mi memoria seguía imperfecta, mi instintivo horror muy real. —¿Los qué? —Me escuchaste. Se les llama Nefilims. Criaturas tan viejas como el tiempo, Ángeles que cayeron del cielo y se volvieron locos en el proceso. Nosotros hemos conseguido eliminar a la mayoría, pero algunos siguen en Australia, otros en Asia. —Yo no creo en los Ángeles. Siguió caminando delante de mí, pero de alguna manera me daba la impresión de que estaba sonriendo. Lo que era lisa y llanamente imposible, Azazel no sonreía. —Sin embargo —dijo él con un tono neutral—, eso es lo que fueron una vez. Ahora son simplemente abominaciones, alimentándose de carne humana. Un escalofrío me recorrió. —¿Y quiénes son “nosotros”? Él volvió la vista atrás para mirarme, levantando una ceja. —Tú dijiste —nosotros hemos conseguido eliminar la mayoría… —dije—. ¿Quiénes son “nosotros”?

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—El resto de los de mi tipo. —¿Y tu tipo es…? —No es asunto tuyo. —Se había detenido frente a un restaurante gris, las cortinas grises haciendo que pareciera como un café salido de la Europa del siglo pasado. Abrió la puerta, y su mano se veía extraña en la perilla de color sepia, y me hizo un gesto para que entrara. Esta extraña ciudad podría estar carente de color pero el olor del restaurante era sabroso y fuertemente condimentado. El maitre que nos llevó a una mesa era muy de la vieja escuela en tonos de gris, iba vestido con ropa formal, sus modales meticulosos mientras sostenía la silla para mí. Miró hacia Azazel. —¿Desea verlo esta noche, mi señor? Eso me sobresaltó. ¿Por qué rayos él estaba llamando a Azazel “mi señor”? un destello de irritación cruzó el rostro de Azazel. —Todavía tengo que decidir, Edgar. Te lo haré saber. —Muy bien, mi señor —dijo él, haciendo una reverencia al alejarse de nosotros. Miré con interés. Nunca había visto a nadie que en realidad tratara de moverse en esa posición, pero claramente Edgar tenía mucha experiencia. Me giré hacia Azazel. Había otros clientes en el restaurante, hablando con voz silenciosa, pero ninguno miraba en nuestra dirección. Asumí que para ellos parecíamos tan grises como ellos; de otro modo seguramente estarían mirándonos. De hecho, los comensales que en cualquier momento nos echaban un vistazo, rápidamente apartaban la mirada, como si hubieran mirado algo que no debían. Todos se veían abatidos y deprimidos. Bueno, si yo viviera en una vida monocromática, en un lugar llamado Ciudad Oscura estaría deprimida, también. Me preguntaba si ellos estaban aquí porque querían estarlo, o si, como yo, habían sido arrastrados aquí contra su voluntad. No es que Azazel me lo fuera a decir si le preguntara. No sería malo intentarlo. —¿Qué es éste lugar? —Un restaurante. Me di por vencida. Ya que era una pérdida de tiempo preguntar. Me senté, mordiéndome el labio enfadada, y de nuevo una expresión se dibujó en su rostro austero que en alguien más humano podría ser casi una sonrisa. —Eso está mucho mejor —murmuró—. Prefiero no tenerte preguntando. Tus preguntas serán contestadas en el momento adecuado.



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—Y me importa un bledo lo que tu prefieras —repliqué en mi tono más dulce. De nuevo él se veía casi divertido—. ¿Y qué es tan condenadamente divertido? —Tu expresión. —¿Quieres explicarte? —No. Contenté con un gruñido. Ni siquiera pregunté si él me iba a dejar ordenar por mí misma esta vez. Lo dudaba. “Reprimirme”, probablemente lo haría sentir superior, y estaba mortalmente cansada de eso. Podía ser tan taciturna como él, incluso si eso no venía en mi naturaleza. —No estoy convencido de que mortalmente sea la palabra correcta. Salté. —No me digas que lees la mente. —De vez en cuando —lo dijo como si fuera simplemente un aburrido accidente—. Eres ridículamente fácil de leer —después añadió—, sabes que no eres mortal. Lo miré con asombro, luego recordé que supuestamente era alguna clase de Demonio. —Deduzco que los llamados Demonios son inmortales. Entonces, ¿cómo podrías matarme? —Los inmortales sólo pueden ser asesinados por otros inmortales. No por humanos o casusas naturales. No puedes ahogarte a menos de que sea yo quien lo esté haciendo. —Sin duda, una tierna afición por tu parte —dije. Al menos no veía agua alrededor de ésta oscura y deprimente ciudad. Él no respondió ya que el camarero apareció, cargado con platos que hasta ahora podía decir que no habían sido ordenados. La comida era horrible, el aspecto gris de la carne con una salsa gris, pálida patatas y verduras de color gris oscuro. Incluso el vino parecía barro. Pero olía bien, y eso era lo que importaba. Tenía una opción. Podría dejar que me intimidara, negándome a comer, sentada en un silencio hosco. O podía comer. Comí. Tenía un sabor celestial, tan bueno que cerré los ojos y gemí de placer. Normalmente no era una gran fan de la pesada cocina alemana, pero esto era tan maravilloso que hubiera corrido el riesgo a que un millar de arterias quedaran obstruidas por eso. Eché un vistazo a su plato. No había mucho en él, y tenía la repentina y horripilante sospecha de que me habían dado el plato equivocado. Se parecía mucho más al plato de dieta con el que había estado subsistiendo toda mi vida. Cualquier vida que pudiera recordar. Bajé mi tenedor. —¿Ellos me dieron el plato equivocado? 50

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—No. Dijiste que estabas hambrienta. Nunca como mucho. Iba a preguntarle cómo sabían que traer, luego recogí mi tenedor y engullí más comida en mi boca a cambio. Los dos podíamos jugar este juego. Comí en silencio, lentamente, saboreando cada bocado, tratando de no observar mientras él tomaba su escasa comida. No estaba tan delgado como la primera vez que lo había visto. Había engordado un poco, y tenía más definidos los músculos de sus brazos. Fuertes brazos. Pero sabía que, él me había elevado sin esfuerzo, había volado conmigo… No, estaba equivocada. No tenía idea de dónde venía esa idea, pero era ridícula. Mientras terminaba mi copiosa comida, sin sentirme del todo saciada, un café y pastel de frambuesa llegaron frente a mí. Miré hacia él. —¿Sin chocolate para sobornar? Era una prueba. —Nunca te gustó el chocolate —dijo, dándome otro poco de información. Me sentí tentada a pedir una copa de helado con chocolate, pero él, como siempre, estaba en lo cierto. No me gustaba el chocolate. No tenía idea de cómo sabía esas cosas, pequeños detalles de una vida humana, pero lo hacía. No lo haría para no subestimarlo. El maitre apareció en nuestra mesa cuando terminamos, y esperé ver una cuenta apoyada discretamente en el codo de Azazel. Pero no había ninguna carpetilla en la mano de Edgard. —Sabe que está aquí —dijo el hombre en voz baja—. Quiere verla. Una expresión de molestia cruzó el rostro de mi acompañante. —Ella necesita tiempo. —No fue una sugerencia, mi Señor. Azazel arrojó su servilleta sobre la mesa. Otro hombre habría suspirado con frustración. Azazel se veía más frío, sí es que eso era posible. Se levantó, mirándome. —Ven. Estaba empezando a odiar esa palabra con su fría y autoritaria voz. —No terminé. —De hecho, estaba demasiado llena para seguir comiendo, pero estaba determinada a discutir con cada paso. —Sí, terminaste —dijo tratando de tomarme, pero me las arreglé para apartarme fuera de su alcance, levantándome y casi haciendo que se cayera la silla con mis prisas.

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Los otros clientes estaban mirándonos ahora, disimuladamente, y me preguntaba sí era las buenas costumbres o algo acerca de Azazel que los hacía mantenerse al margen. O quizás estaban tan abatidos que no les importaba. Eché un vistazo alrededor, preguntándome sí habría alguien a quien pudiera pedir ayuda. Pero en el momento en que trataba de hacer contacto visual con alguien, la persona daba la vuelta a la cara. Como si estuviera inmunda. Resoplé enfadada. Estaba sola en esto, pero no era ninguna novedad. Había sobrevivido milenios… décadas… No, eso no estaba bien. Había sobrevivido años sin la ayuda de nadie, y podría sobrevivir a esto. Después de todo, había logrado librarme de la última trampa que me había preparado. Por supuesto, había sido por su buena voluntad, aunque me gustaba llamarlo así. Su conciencia culpable. Esta nueva situación no era tan desesperante. No estaba amenazando con matarme, al menos no hasta ahora. Quizás las cosas estaban mejorando. Hicimos una extraña comitiva, con el maitre liderando el camino a través de una puerta en la parte posterior de la sala por un laberinto de pasillos oscuros y estrechos, y Azazel detrás de mí para evitar que me escapara. Era apenas necesario, ¿A dónde iría? Traté de ignorar mi creciente pánico a medida que avanzábamos cada vez más profundamente en las entrañas del edificio. Si estaba a punto de enfrentar a alguien que podía doblegar al intimidante Azazel a su voluntad, entonces esta criatura debía ser realmente aterradora. Finalmente nos detuvimos frente a una larga puerta poco atractiva. Nuestro guía golpeó, luego la abrió, y un empujón no muy suave de Azazel me impulsó hacia adelante. Me encontré en una acogedora habitación con muebles cómodos alrededor, la llama de la chimenea encendida, montones de libros en la mayoría las superficies. Una especie de lugar en el que uno quisiera pasar una tarde de lluvia, pensé, mirando alrededor para ver al residente. Yo no lo había visto en un primer momento, sentado en un sillón, en armonía con el ambiente acogedor. Era muy viejo, con cabello blanco cubriendo su cuero cabelludo. Estaba tan descolorido como todos en este lugar, y me pregunté si lo mismo nos pasaría a mí y mi captor, asumiendo que nos quedáramos lo suficiente. Vestía una especie de bata, y había un reconfortante aroma de humo de pipa en el aire. Extraño, como los cigarrillos y los cigarros olían desagradable pero el humo de pipa parecía digno y reconfortante. El hombre me miró con atención, con una expresión amable en su rostro arrugado. —Estás aquí, querida —dijo, y su acento era británico. No me sorprendía, encajaba perfectamente con el ambiente de libros viejos y el viejo brandy. Sus

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ojos se entornaron mientras miraba a Azazel detrás de mí, y evidentemente estaba disgustado. —Azazel. —Beloch —murmuró Azazel con una simple inclinación de cabeza—. Este no es un buen momento. —Es un buen momento para mí —dijo el hombre llamado Beloch en un tono agudo—. Vas a tener que adaptarte. —Él se volvió hacia mí, y su sonrisa era encantadora y paternal. Si Azazel y él eran enemigos, entonces era claramente mi nuevo mejor amigo—. Querida, ¿por qué no te sientas frente a mí? Ha pasado mucho tiempo desde que una adorable señorita visitó mi viejo domicilio de soltero. Es un placer. Azazel, sírvenos una copa de brandy. Y sírvete una para ti mientras lo haces. Había estado en lo cierto acerca del brandy. Consideré rechazarlo, la idea de beber algo más fuerte que vino no era atractiva, pero no quería que este distinguido caballero me mirara ni siquiera con apenas el desprecio con que miraba a Azazel. Un momento después Azazel puso una copa de brandy en mi mano, y reflexivamente cerré los dedos alrededor del tallo, rozando su piel. Él se apartó rápidamente, y el brandy se derramó un poco. Beloch hizo un sonido de desaprobación por tal torpeza. —Puedes dejarnos. —No —estaba contenta de ver que sus respuestas cortas y sin emoción no las reservaba sólo para mí. Los labios de Beloch se tensaron. —Entonces siéntate en un rincón y en silencio. —Debió haber notado mi mirada de preocupación hacia Azazel, por eso continuó en una voz más cálida—. No te preocupes por él, Rachel. Tiene un carácter muy dominante, y no le gusta ceder a la voluntad a los demás. Por desgracia, estoy por encima de él cuando está en este lugar, y ha jurado hacer lo que le ordene. Al fin, un campeón, o al menos un cohorte. Alguien con el poder para hacer frente a las despóticas formas de Azazel. Le di a Beloch una sonrisa brillante mientras me dejé caer en la otomana. —Así que dime, jovencita —dijo, echándose hacia atrás y mirándome con ojos adormecidos—. ¿Qué te trae a la Ciudad Oscura? Además de nuestro desagradable amigo aquí. —No tengo idea. —Tomé un sorbo de brandy. Nuevamente, el sabor compensaba la falta de color, y la riqueza de ello quemaba mi lengua. —No hay necesidad de juegos, Beloch —soltó Azazel—. Sabes tan bien como yo por qué la traje aquí. Necesitamos respuestas. —¿Y cómo planeas obtener esas respuestas si estás aterrorizándola?

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Azazel resopló expresando su desprecio por esa sugerencia. —¿Aterrorizándola? No lo creo. Aún con toda su fuerza nunca sería un rival para mí. Ella insiste en que no tiene conocimiento de sus poderes, pero incluso si lo hiciera estoy bien equipado para hacer frente a cualquiera de ellos. —¿Y por qué no te creo? —dijo Beloch en una voz suave. Me quedé muy quieta, moviendo el brandy que no tenía ganas de beber, observando. Mientras ellos ostensivamente hablaban de mí, parecía como si se hubieran olvidado de mi existencia, sacando a la superficie una vieja enemistad. Lo cual estaba bien por mí, tenía mis propios asuntos de los cuales preocuparme. Mientras estuvieran peleando, podría quedarme fuera de su radar y tratar de ver cómo escapar. —Tienes miedo de que la profecía se haga realidad —continuó Beloch—. Tanto miedo que la habrías destruido antes de saber lo que los Caídos están tan desesperados por descubrir. No sabrás qué secretos esconde ella hasta que enfrentes tus miedos. —No seas pesado, Beloch —dijo Azazel, impasible—. Soy más viejo que tú, nunca dejé que los miedos y debilidades humanas me afectaran. Esto fue suficiente como para sorprenderme. Sí el atractivo y hermoso Azazel era mucho mayor que el sabio Beloch, entonces las reglas se habían disparado por la ventana. Pero en fin, eso ya lo sabía. Sabía que había un recuerdo importante, latiendo debajo de mi consciencia, cosas que no quería recordar. Tenía miedo de recordar. Y en lo que a mí respectaba podían quedarse ahí enterradas. Beloch resopló divertido. —Serás mayor, Azazel, pero apenas más sabio. Te doy una opción. Llevarla de regreso y probar la profecía y tu resistencia. Una vez que sepas la respuesta a eso, tráela de vuelta y encontraré la respuesta que necesitas. Eso, o ella se queda aquí conmigo. La expresión de Azazel no cambió, pero su mirada se volvió hacia mí, y no pudo evitar darse cuenta de que estaba observando todo. No discutió, aún así, levantándose de su silla y tirando de nuevo el brandy con un gesto que provocó un resoplido de desaprobación de Beloch. Y luego volvió a mirarme. —Ven. Dios, odiaba esa palabra en su profunda y fría voz. Todo acerca de él era frío, y miré a Beloch con su expresión cálida, me pregunté si convendría lanzarme en su misericordia.

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Pero no era tan ingenua. Beloch podría parecer como un profesor viejo y bondadoso, pero había una dureza en sus ojos que puede que reservara simplemente para un viejo enemigo como Azazel, o podría ser un indicio de su verdadera naturaleza. De cualquier manera, sabía lo suficiente como para saltar de una trampa a otra. Me levanté, apoyando mi copa de brandy y sonriendo a Beloch. —Fue un placer conocerlo. Por alguna razón, mis palabras lo sorprendieron. —Espero continuar nuestra asociación. No dejes que Azazel te intimide. Tienes más poder del que piensas, si tan sólo te decidieras a reconocerlo. Espero que sea interesante descubrir lo susceptible que es nuestro amigo. No es exactamente mi amigo, pero no dije nada mientras Azazel murmuraba algo no muy agradable, tomaba mi brazo, y me sacaba de la habitación. Unos minutos después estábamos afuera en las calles oscuras de una extraña ciudad, emergiendo a un nivel más bajo del restaurante cerca de la corriente rápida de un negro río. Anteriormente, en lo que había sido el día, la ciudad había estado envuelta en sombras. Ahora estaba totalmente oscuro, y repentinamente estaba lista para caer. ¿Había sido esta mañana cuando había empacado para un viaje al Great Barrier Reef y un interminable sol brillante? Y ahora estaba en un extraño, descolorido universo, una vez más prisionera, y las ganas de luchar se iban mientras el cansancio me abrumaba. Todo lo que quería era encontrar un lugar tranquilo para pensar qué demonios iba a hacer ahora. —No estamos tan lejos —dijo Azazel, y sí hubiera sido otra persona, hubiera pensado que había visto mi cansancio y estaba ofreciendo un respiro. Ambas cosas eran imposibles, a él no le importaba lo que sentía, y nunca me ofrecería consuelo. Era mi enemigo, y no podía olvidarlo. No dije nada, dejando que me condujera por la calle, pasando los habitantes grises con sus voces suaves y ojos desinteresados. No tenía idea de lo que Beloch quería que hiciera, y no me importaba. Mientras pudiera derrumbarme en una cama durante veinticuatro horas, estaría bien. Miré a mi compañero de mirada dura. Me dejaría en paz, ¿no? En el pasado no había querido nada más que mantener su distancia de mí, como si estuviera impura. Pero no liberó mi brazo, y no traté de zafarme mientras me guiaba por la calle, de vuelta a la casa de la que habíamos salido unos horas antes. Había una extraña y perversa comodidad en su tacto. Él era mi enemigo. Pero era lo único familiar en este extraño mundo. Y por esa razón, no estaba dispuesta a dejarlo ir.



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Capítulo 7 Traducido por Emii_Gregori Corregido por kuami

A

zazel mantuvo su paso moderado, decidido a no ceder ante la furia que se había extendido sobre su cuerpo. Aborrecía a Beloch y siempre lo haría, y el sentimiento era mutuo. No era simplemente porque Beloch fuera uno de los habitantes extraños y cuasi-mortales del mundo desconocido de la Ciudad Oscura. Azazel rutinariamente sentía aversión por todos los habitantes, ellos eran como los Nefilims pero sin apetito. Criaturas vacías e ilegibles, ni humanos, ni caídos, ni santificados, y Beloch, como gobernante y alto Alcalde de la Ciudad Oscura, era el peor de ellos. Pero su poder era innegable para todo lo que era incomprensible. Él era con quien debías tratar si necesitabas usar a cualquiera de los activos desagradables de la Ciudad Oscura. Como los Extractores de la Verdad. Los Extractores de la Verdad eran los únicos seres existentes que podían extraer la verdad de cualquier persona, aunque sus métodos iban desde lo doloroso hasta lo devastador. El más rebelde no sobrevivió, y Azazel había visto más de un cuerpo estallar en incontables pedazos mientras el proceso llegaba a su conclusión, y el recuerdo aún lo perseguía. Él había sobrevivido a su propio encuentro con ellos incontables años atrás, y Lilith también. Ella era un Demonio demasiado épico y poderoso para ser destruido por ellos, sin importar lo brutal que fueran los Extractores de la Verdad. Podrían extraerle la verdad a ella, y él podría dejarla aquí en este desolado y vacío mundo, donde no podría hacer ningún daño y nunca tendría que volver a verla. La Ciudad Oscura había existido desde tanto tiempo como Azazel podía recordar, un lugar misterioso y flotante un supuesto santuario de paz, aunque en realidad él no tenía conocimiento de quiénes o qué venían aquí. Sólo sabía que aquellos que habían sido traídos, usualmente eran destruidos al final. Pero esperaba que la mayor parte de ellos hubieran sido humanos, incapaces de soportar los rigores que ofrecía el lugar. Él había sido llevado allí hacía siglos, tanto para ser castigado como para ser interrogado, cuando había rechazado las demandas de Uriel demasiadas veces. Había sobrevivido. Como ella. Beloch supervisaba a los Extractores de la Verdad, así como a todo en la Ciudad Oscura, y siempre tomaba un placer especial con los métodos más brutales empleados a sus subordinados. Se sentaba en su cuarto luciendo como un mago

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bondadoso mientras tramaba las atrocidades que enfermaban a Azazel, quien había visto lo peor que las criaturas podían ofrecer. Estaba convencido de que Beloch había querido tomar a Lilith inmediatamente, y él había sentido un extraño remordimiento. Tarde o temprano, Azazel la habría obligado a admitir la verdad, sin convertir sus huesos en gelatina y su piel en escamas de molde. Sólo podía esperar que esto no fuera tan lejos. Físicamente era sólo una niña. Evidentemente ella ya no podía cambiar a las formas antiguas que una vez había utilizado, de Lamia, la mujer serpiente que devoraba a los niños, o el Demonio del viento con garras de rapaz. Sin importar lo mucho que la había empujado la primera vez que la llevó a Australia, ella se había quedado en esta forma, incluso frente a la muerte. Claramente ya no tenía el don de la transformación. Porque estaba físicamente tan frágil como la mayoría de los humanos, ella renunciaría a sus secretos rápidamente. Él podría habérselos sacado, pero al llevarla a la Ciudad Oscura no tendría más remedio que hacer lo que mandara Beloch. Ahora casi deseaba que Beloch se la hubiera llevado, consiguiéndolo de una vez. La alternativa sádica del viejo le puso furioso. Despreciaba a Lilith por la criatura feroz y asesina que era, por su poder y su maldad, su crueldad durante milenios. Pero Beloch tenía razón en una cosa. Él la despreciaba más por la profecía que los unía a ambos, y hasta que pudiera desprenderse de esa rabia, una rabia que se negaba a llamar miedo, ella todavía tendría poder sobre él. Ella había dejado sus preguntas infernales, al menos por ahora. Se quedó en silencio mientras él la forzaba a ir por la calle, sin más, ni dónde ni por qué. La llevaría de vuelta a la casa, la empujaría en una habitación, y procedería a emborracharse. Beloch había lanzado un desafío, pero él no tenía ninguna prisa en tomarlo. Y no tenía ganas de ponerse a prueba. Odiaba la Ciudad Oscura. Era deprimente. No es que le sorprendiera, no muchas cosas de la creación le deprimían hoy en día. El dolor crudo y estridente de la muerte de Sarah se había atenuado a un dolor constante, y cuando pensaba en ella, lo cual hacía muchas veces, hacía todo lo posible para dejarla ir. Ella odiaría su luto. La conocía tan bien… sí hubiera vivido su vida con normalidad, ella habría tenido tiempo para prepararlo para su pérdida. En cambio, había sido arrancada por los Nefilims, y la esposa de Raziel había tomado su lugar. Al pensar en la esposa de Raziel, una fría cólera se agitó en su interior. No había nada que pudiera hacer al respecto, y sabía que lo que había sucedido no era culpa suya. Incluso había ido tan lejos como para aceptar su sangre, aunque él se había negado a usar su muñeca, insistiendo que uno de los curanderos extrajera la sangre de su cuerpo en primer lugar. Había estado muriendo de hambre, cerca de morir, cuando por fin había regresado a Sheol. Él habría acogido con satisfacción la oscuridad eterna, pero ese no era su destino. Una



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vez que muriera, seguiría con el tormento eterno, el juicio por el pecado de caer de la Gracia, por amar a una mujer humana. Durante unos miles de años, a menudo lamentó que ese primer impulso alcanzara lo que quería. Pero no desde que Sarah había aparecido en su vida. Sarah había hecho que todo valiera la pena. Y esta… esta cosa caminaba a su lado. Se predijo que ella tomaría el lugar de Sarah a su lado, en su cama, siendo su consorte y esposa y gobernando la oscuridad con él. Pero la profecía estaba equivocada. Ella estaba tratando de atraparlo, lo sabía. Podía sentir el poder de su sexualidad, la sexualidad que se había infiltrado dentro de los sueños de los hombres buenos y los había seducidos, la sexualidad que había llenado las camas y las paletas de mil Demonios. Ella era Lilith, irresistible para la mayoría, y no era de extrañar que la mirara y pensara en sexo. No era de extrañar que hubiera cedido a la tentación y la hubiera besado cuando la había dejado en Brisbane. No sucedería de nuevo. Beloch lo subestimó. Azazel había sido el Alfa desde la Caída hasta que Raziel asumió el mando hacía siete años, y como tal, él había escogido la Fuente, la mujer cuya sangre sostenida a aquellos que no tenían esposas. Nunca había pensado en encontrar la pareja perfecta. Cuando llegó el momento, la mujer ideal siempre había estado allí. Los había reconocido, aceptado, apareado con ellos y gobernado con ellos. Y cuando murió, simplemente había elegido a otra, amándola lo mejor que pudo. Pero Sarah había sido diferente desde el principio. Él no iba a pensar en ella, se recordó. Sólo tenía que recordar que se había acostado con un sinnúmero de mujeres, heladas, tímidas, apasionadas sexuales. Se había desempeñado como lo había necesitado, como quería, con ternura, con pasión, con amor; pero ninguna de ellas había tenido poder sobre él. No hasta que llegó Sarah. Lilith no tenía ningún poder tampoco. Le demostraría a Beloch y a sí mismo que su cuerpo era simplemente una herramienta que podía usar y desechar, que él nunca volvería a ser presa en su señuelo de Sirena. Lo tuvo por un breve momento. Nunca más. La casa estaba justo como la había dejado. No se había molestado en cerrar el lugar, la mayoría de los habitantes de la Ciudad Oscura se mantenían alejados de él. Los asustaba, lo sabía. Por lo visto, lo miraban y veían un color llamativo y una condenación eterna, y ninguno de ellos lo quería. Los habitantes de la Ciudad Oscura adoraban la verdad y la moderación, la atracción más que el deseo, el apetito más que el hambre. Él y los de su clase eran anatema8 para las necesidades contenidas de la Ciudad Oscura. 8 Anatema: maldición, imprecación. 58

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Nunca había dejado de preguntarse quién y qué pobló este lugar monótono y triste. Era el reino de Beloch, un lugar fuera del tiempo y las sombras que se movían aquí parecían más almas en pena que humanos o Demonios. No le importaba. No eran una amenaza para él o su especie, ni siquiera los Extractores de la Verdad ni la fuerza policial de Beloch, los Nocturnos. Ellos no podían dejar este lugar; simplemente existían. Pero incluso aquí no podían tocarlo. Sólo podían tocarla, porque él la había traído hasta aquí por sus crueles servicios. Él podía olerla. Había reconocido su aroma en el momento que había salido por la puerta de su edificio esta mañana, la sutil fragancia de su piel. Se preguntó si ella emitía un olor de apareamiento, sí era así como había condenado a tantos. Sí era así, él era en su mayor parte inmune. La miraba y la quería. Lo sabía. Beloch debía pensar que él era un idiota por no haber aceptado ese simple hecho. Todos deberían desear a Lilith, incluso la cáscara seca de un hombre como Beloch. Pero aunque él la quería, no había tenido la tentación de tocarla o tomarla, y podría haberlo hecho, muchas veces. Sería ir más allá del deseo, no un hecho. La quería y él lo ignoraba, como ignoraba a muchos de sus apetitos. Beloch era un tonto por pensar que no sería competencia para ella o para sus propias necesidades. Pulsó el botón de la pared antigua en el pasillo de en frente, encendiendo las tenues luces que sólo hacían que las sombras fueran más profundas. Miró a su alrededor nerviosa, como si se preocupara por lo que podría estar escondido en las sombras. Era una tonta. La única cosa por la cual tenía que temer estaba de pie a su lado. Al menos, hasta que él la entregara. —Ve a la cama —le dijo ásperamente mientras la soltaba. Sus dedos se sentían caliente, casi punzantes. Esperó a que ella escapara, y de hecho, se movió hacia atrás, fuera de su alcance. Pero entonces se detuvo, y él gimió para sus adentros. —¿Qué quiso decir Beloch? ¿Por qué deberías tener miedo de mí? —¿Crees que tengo miedo de ti? —Desde luego que no —dijo, sonando molesta—. Soy deprimentemente inofensiva. De todos modos, él lo hizo sonar como si hubiera alguna historia entre nosotros. —No la hay —dijo él, medio mintiendo—. Hasta el año pasado nunca nos habíamos hablado, nunca nos habíamos encontrado. La mayor parte de la gente piensa que eres algo de los mitos. —Como los Demonios y los Nefilims. La miró airadamente. Ella era muy diferente de lo que él había esperado. Su colorido protector no le había engañado la primera vez que la había tomado, pero

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incluso en su forma real, estaba muy lejos de ser una diosa sexual. Sus pechos eran un poco pequeños, las curvas de sus caderas eran sutiles; su barbilla era muy porfiada, su boca estaba apretada y sus ojos estaban llenos de ira o miedo. Él conocía a las Sirenas, Demonios y seres humanos, criaturas que trataban de atraer a cualquier hombre en sus garras e incluso se había entregado en un momento o dos, por el simple placer de hacerlo. Pero Lilith no era como las Sirenas o Demonios que él conocía. Sus ropas eran sencillas y anchas, con su rostro libre de pintura; no llevaba adornos de ningún tipo. Era casi como si el sexo simplemente no fuera una parte de su vida. Pero él sabía lo contrario. Sabía que debajo de su monótono exterior, existía el corazón de un rapaz, un depredador que estaba listo para arañar a un hombre en pedazos una vez que se hubiera acoplado con él. Lamia, el maldito búho chillón, Lilith, el Demonio del viento, el monstruo de las tormentas. Y se sintió atraído por ella de todos modos. —Tu dormitorio está al final del pasillo —le recordó. Necesitaba que se fuera. Su esencia era enloquecedora, evasiva, fascinante. —Ya no estoy cansada. —Ella se movió a la sala formal, tomando asiento y mirándolo con aquellos cálidos ojos castaños—. Quiero saber lo que quiso decir Beloch. ¿Qué tipo de prueba espera que tú lleves a cabo? Dejó que sus ojos se arrastraran sobre ella, suavemente. Él sabía lo que Beloch estaba ordenando, retándolo a hacer. Quería que Azazel la tocara, la probara, se acostara con ella. Azazel había supuesto tirársela y luego demostrar que podía alejarse de ella, entregándola a la tendencia destructiva de los Extractores de la Verdad y después celebrar la destrucción de otro Demonio. Ya no podía engañarse. Ellos la destruirían. Podría tener sangre de Demonio, pero ya no poseía la habilidad de cambiar de forma. Ahora, tenía el frágil cuerpo humano de una mujer, uno que se rompería en manos de los Extractores de la Verdad. Y no tendría más remedio que entregársela a ellos. La miró y su cuerpo se agitó, la despreciaba y se despreciaba a sí mismo. Cada reacción era una traición de quien era. Podía decirse que eran simplemente sus encantos, sus poderes, que estaban haciéndole esto a él. Pero no estaba adormecido, ni estaba drogado. Y no iba a hacerlo. No esta noche, cuando la necesidad vibraba por su cuerpo y quería empujarla contra la pared y tomarla. Mañana volvería a tener el control. Para entonces ya podía llevarla a su cama y luego alejarse, intacto, inalterado. Él podría exponer al Demonio de la única manera posible, a través del sexo. Y ella ya no podría fingir que no sabía lo que era. Lo que era. —Ve a la cama —dijo bruscamente—. O lo lamentarás. 60

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Ella simplemente levantó una ceja, la criatura tonta. Era imprudente sobreestimarlo. Él podría exprimir su vida en momento, romper su cuello, terminarla como había estado tan cerca de hacerlo, más veces de las que podía recordar. Podría terminar esta farsa. Ella debía haber leído algo de violencia en sus ojos. Se levantó, apartándose el cabello de su cara, y suspirando melodramáticamente. Se acercó a él, haciendo una pausa en el umbral. —No te tengo miedo. —Deberías —dijo. Sólo una pizca, sólo una advertencia, se dijo a través de una bruma de deseo. Entonces ella sabría lo que venía. Y antes de que supiera lo que estaba sucediendo, la empujó contra la puerta y cerró de golpe su boca sobre la de ella.

* * * * Me quedé inmóvil, en shock, por necesidad. Sus manos estaban en mis brazos, encarcelándome. Su cuerpo me apretó contra la jamba de la puerta, y su boca era fuerte, furiosa, castigadora Tendría que darle un rodillazo en los testículos, pero él estaba demasiado cerca, atrapándome entre su cuerpo duro y la pared. Mantuve la boca cerrada, preguntándome si podría morderlo lo suficiente para extraerle sangre, preguntándome por qué mi aliento venía tan rápido y mi corazón estaba acelerado. No era miedo. Le había dicho la verdad, ya no tenía miedo de él. Recordé su beso en el muelle, la fiebre del deseo que había impregnado mi cuerpo. Como lo hacía ahora. Mi pulso se aceleró, mi piel se calentó; yo estaba mojada y lista. Pensé, tíratelo, y abrí la boca para él, teniendo la dulce invasión de su lengua con una descarga de placer, y supe que había estado esperando por esto, anhelándolo sin saberlo. Deseando a mí enemigo. Sus manos se deslizaron por mis brazos hasta el borde de mi camiseta suelta y luego por debajo, ahuecando mis senos sobre el sostén delgado que llevaba. Pude sentir que mis pezones se endurecían con su tacto áspero, y lo odiaba, odiaba quererlo, necesitarlo tanto que mis piernas se sacudían y mis manos temblaban, y él me estaba haciendo daño... Y entonces, justo cuando estaba a punto de luchar, se suavizó, y el beso se convirtió en un dulce cortejo, una deliciosa tentación, y sus largos dedos se deslizaron por debajo del débil sujetador, empujándolo hacia arriba y fuera del camino, y quise jadear con el fuerte placer de aquellos dedos contra mi carne empedrada.

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Él llevó sus manos acunando mi cabeza, mientras imposiblemente el beso se hizo más profundo, y quise quitarme mi ropa, ahora. Quería desnudarlo por completo y sentirlo dentro de mí, pulsando y empujando. Podía sentirlo, anticiparlo, sentir su grueso impulso, y grité en contra de su boca mientras un pequeño clímax me sobresaltaba. Y entonces me apartó de un empujón, toscamente, y casi me caigo. Mis piernas se sentían débiles, como gomas, y yo quería más, quería extender mi mano y rogarle, quería todo lo malo, lo imposible y lo glorioso. Por primera vez en mi memoria, en cualquiera de mis retorcidos recuerdos, quería sexo, oscuridad y lujuria. Su empuje había golpeado mi cabeza contra el marco de la puerta, pero lo oculté. Lo miré a los ojos y vi desprecio y odio allí, y el deseo y la necesitad se desvaneció. Quería marchitarme y morir. —Qué encantador —dijo con un tono ácido—. Tienes reservada la cosa de la virginidad acariciada. Si quisiéramos patear una muesca, podrías tratar de convocar a los Nocturnos y yo podría desaparecer, pero no creo que vengan. No tienes otra opción. Lo miré fijamente. Él hacía un maldito gran trabajo en controlar su respiración, pero yo lo había sentido contra mi estómago, con fuerza. No iba a mirar su entrepierna, no iba a mirar a ninguna parte excepto a su rostro duro y furioso, y su frialdad me alcanzó de tal forma que quise agitarme y temblar. Me apreté contra la jamba de la puerta de madera para mantener mi cuerpo quieto, levanté la barbilla, y encontré una estupenda sonrisa con la cual responderle. —¿No hay opción? —resoné, tomando la frase más destacada de su ataque mordaz—. ¿No hay opción en qué? —Tú eres una puta —dijo—. Existes para corromper a la humanidad. Ni me inmuté. Era otra de sus mentiras. Mi memoria podía estar dañada, pero mi cuerpo sólo había conocido al de Rolf… conocido la frustración, el vacío. El sexo era una necesidad para los hombres y una prueba para las mujeres. — Pero dijiste que no eras un hombre —espeté, intimidada—. Por lo tanto, eres incorruptible. —Eso es lo que Beloch quería que probara. —¿Probar que eres resistente a mis supuestas artimañas? —Me reí, un poco inestable—. Ya has demostrado eso. —Ignoré el recuerdo de su erección contra mí—. Es apenas un gran logro. No soy muy hermosa ni seductora. Debe ser bastante fácil resistírseme. No hizo ningún esfuerzo por acercarse, y los latidos de mi corazón comenzaron a disminuir. Mi boca quemó por la suya, y quería alejarme de él. —Sabes que eres imposibles de resistir. Negarlo es una pérdida de tiempo. 62

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No pude evitarlo, me reí de nuevo. La idea era absurda. —¿Oh, sí? ¿Por qué? —Lo sabes tan bien como yo. No eres simplemente un Demonio normal. Eres Lilith, la primera esposa, la consorte de los monstruos, el Súcubo que entra en el sueño de los hombres, la que ahoga a los bebés recién nacidos por placer. Eres un monstruo. Sus palabras me dejaron helada. Su hielo finalmente me cubrió, atrapándome, y no pude hablar, ni podía moverme, ni podía gritar qué estaba mintiendo cuando me di cuenta que debajo de todo había algo de verdad allí, en algún lugar en medio de toda una gran mentira. Él no esperaba ninguna respuesta. Podía ver el impacto en mis ojos, sabía que había logrado alcanzarme. —Ve a la cama —dijo—. O te llevaré allí. La amenaza no debería haberme sorprendido, no después de ese beso. Pero lo hizo, sacudió mi alma. Porque yo lo despreciaba. Y me hubiera ido con él, por voluntad propia. Sin decir una palabra, lo dejé que me mirara por la espalda. Me fui y me escondí. De él. Y de la criatura que temía fuera.



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Capítulo 8 Traducido por Mery St. Clair Corregido por Niii

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o le creí. Claro que no lo hice. Él podría haber dicho hasta que yo era Jack el Destripador. Podría tener mis recuerdos dañados, pero sabría si era un epítome de la maldad femenina.

Porque aunque parezca extraño, recordaba todas las historias. Las fuentes del mito de Lilith, y lo que el mito era. Lilitu, el Demonio de la tormenta de Mesopotamia. Lamia, la lechuza que devoraba niños y distraía a los hombres, la reina de la infertilidad y predadora de la sexualidad, la reina de la noche y el viento. Lamia, la raptora. Así como la primera esposa de Adam, quien fue maldecida y desterrada para yacer con Demonios y matar niños. Estaba temblando ahora, y no tenía cómo ocultarlo. Me las arreglé para conseguir regresar a mi habitación, cerrando de golpe la puerta detrás de mí. Me apoyé contra ella, mirando mí alrededor gris con horror. Esto no era verdad. No podía ser verdad. Pero… tenía que correr lejos de los bebés, ciertamente ellos podrían morir si me quedaba cerca de ellos. Eso no tenía sentido, pero en los diferente fragmentos de mi vida podía recordar qué precipitaba mi vuelo. Un bebé enfermo. O el regreso de las sombras. De Azazel, observándome, esperando para tomarme. ¿Cuánto tiempo había estado acechándome? ¿Cuánto tiempo había estado esperando para tomarme? Me deslicé hacia abajo hasta el suelo, deseando poder llorar. Nunca había sido de las que lloran… ¿Pueden los Demonios llorar? ¡Pero soy humana! Quería gritar. Yo sangraba, yo sentía, yo odiaba. Odiaba a Azazel con una fiera pasión que podía quemar el hielo que lo rodeaba. Pero seguramente los Demonios podían odiar. Había un poco más en mí. No tenía familia, ni historia. Me mantenía lejos de los hombres en general, a pesar de que ellos me prestaban demasiada atención. Sí fuera una eterna seductora, seguramente debería tener una mejor vida sexual para demostrarlo, no la insatisfacción que Rolf me proporcionaba en nuestros acoplamientos. Pero, eso era otra clave, ¿no? ¿Por qué no recuerdo más de la mitología de la primera esposa? ¿Por qué había sido desterrada ella? No comió la manzana. Ese fue el crimen de la segunda esposa, la usurpadora, la… Cristo, ¿qué está mal 64

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conmigo? Aunque como un ícono feminista Eva había dejado mucho qué desear, mi frío desprecio se sentía… personal. No había manera de que esta absurda historia pudiera ser cierta. Sí recordaba con claridad, esas historias terminaban contradiciéndose. Algunas fuentes ven a Lilith como una diosa, madura, amante y poderosa, mientras otras la ven como un Demonio devorador. Esas fuentes se dividieron a los largo del tiempo, a los historiadores nunca le gustaron las historias de mujeres fuertes. Pero, ¿Por qué sabia tanto sobre esto? Los primeros mitos no eran del conocimiento común. ¿Qué me llevo a estudiar esas cosas? Sí, de hecho, lo estudié y no era parte de un recuerdo antiguo. No, él estaba equivocado. Sabía esto. No era de extrañar que me odiara, y me tratara con desprecio. No era de extrañar que él pensara que yo mereciera ser ejecutada y nada más. Pero estaba equivocado. Me confundía con alguien más. Cuanto más peleaba con ello, más empujaba la verdad hacia atrás. Su beso había despertado algo, algo oculto en mi memoria que seguía negándome a examinar. Lo había sentido, junto con la fiebre del deseo. La verdad había llegado con ello, una fastidiosa, odiosa sensación que todavía estaba evitando. La cama de la habitación parecía demasiado grande, demasiado lejos, demasiado alta para subirla. Hice un esfuerzo para ponerme de pie, pero era demasiado. Todo era demasiado. Me acurruqué en la alfombra, mi mano debajo de mi rostro. Mis ojos estaban secos, cuando seguramente era tiempo para las lágrimas. Pero no podía recordarme llorando, jamás. Apreté lo ojos con fuerza, dispuesta a llorar, pero mis ojos permanecieron secos. Y luego simplemente los cerré. Si no podía forzarlos a llorar, podía al menos forzarlos a dormir, y lo hice, cediendo a la oscuridad.

* * * * Azazel bajó la mirada hacia el Demonio, acurrucada en el suelo duro. Ella no parecía un monstruo legendario. Parecía una mujer, una humana con todas las debilidades y sorprendentes fortalezas de su especie. El amor por una humana causó que él cayera, provocando una horrible maldición. La pérdida de una mujer humana lo haría arrodillarse. Las mujeres eran tan peligrosas para él como los Demonios, quizás más. Una mujer triste y perdida podría adentrarse por debajo de su armadura, tocarlo cuando él quería ser intocable. Él podía luchar poder con poder. La vulnerabilidad era un peligro mayor. Se inclinó y la tomó sin esfuerzo, otorgándole la Gracia de dormir cuando se movió. No tenía idea de cómo iba a funcionar su poder con ella. Por lo que sabía, la Gracia podría ser un botón para despertarla. Pero se hundió contra él,



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profundamente dormida mientras la Gracia se movía sobre ella, y la llevaba a la cama, dejándola abajo cuidadosamente. Nada que pudiera hacer la despertaría ahora, no al menos en ocho horas. Trabajó eficientemente quitándole su ropa, mirando todo-el-cuerpo-humano buscando signos de Lilith. Sus pechos eran pequeños pero perfectamente formados, y embonaban debajo de sus manos como él sabía que lo harían. Los suaves rizos entre sus piernas eran del mismo rojo dorado de su cabello, y sus piernas eran largas, sus caderas ligeramente redondeadas. Tenía el cuerpo de una mujer joven, no una seductora, y él se preguntó sí se habría equivocado. Le puso uno de sus camisones de noche, abrochando los pequeños botones hasta su barbilla. Su cabello rojo brillaba contra el suave gris de la habitación, un golpe de color, y él apartó un mechón de cabello de su cara. No. Sabía que en el momento en que la probara ella sería su némesis, su maldición, su destino, su redención. Si superaba su poder sobre él, entonces podría demostrar que había esperanza. Que las profecías podían mentir, o cambiar. Él podría hacer lo que Beloch le dijo, porque no tenía otra opción. Podría ir a la cama con el Demonio, y podría darle la espalda a sin remordimientos. Y sería libre.

* * * * Soñé. Floté dentro del sueño, envuelta en seguridad, y abrazando algo rico y suave, queriendo enterrarme en esa comodidad sin palabras. Mientras estuviera allí, nadie podría herirme. Los enemigos daban un paso atrás, los corazones duros se ablandaban. El hielo se derretía. Podía sentir sus manos en mí. Sus manos, y sabía que esas manos nunca me habían tocado antes. Eran duras y frías en mi piel, y quería extender mi mano hacia él, para abrir mis brazos y mis piernas y envolverlo, aferrándome a él tan fuerte como pudiera, para mantener la oscuridad lejos. Y entonces me apartaba, hacia lo más profundo del abismo, y podía sentir a los niños, los bebés, en mis brazos. Los dulces recién nacidos, durmiendo, niños indefensos envueltos en mis amables y protectores brazos y sonriendo hacia mí. Yo los cuidaba, les había hecho cosquillas con mi barbilla, los besaba suavemente en sus frentes y pequeñas narices, y respiraba el dulce olor a bebés de ellos. Y yo los cargaba, oh, tan cuidadosamente, hacia el mismo lugar en la cima de la montaña, y los entregaba a los brazos de la diosa madre quien tenía muchos nombres, y en mi sueño lloraba por ellos, las lágrimas que me negó la vida. 66

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Yo no los había matado, no los sofoqué, no robé su aliento. La crueldad de la naturaleza y un dios inalcanzable habían hecho eso. Yo había estado allí sólo para confortarlos, para cantarles, para llevarlos a casa de la diosa madre hasta que estuvieran listos para renacer otra vez, esta vez para vivir una vida completa. El alivio me recorrió, incluso en las profundidades del sueño. Era inocente del peor de los crímenes de los que se me había acusado. La única quien tenía el anillo de la verdad. Yo no era tentadora, seductora, dueña de una gran sexualidad y placer. La verdad estaba retorcida. Yo era la esencia del deseo que nunca pudo ser cumplido. Estaba siempre buscando, buscando, lo que debería ser mío. El tiempo no tenía sentido. Hora tras hora, siglo tras siglo, daba vueltas, buscando lo que me evadía. Una criatura con alas quien se uniría a mí, en cuerpo y alma. Porque tenía un alma. Sin importar lo que mis enemigos dijeran, mi alma era fuerte y buena, incluso si había pagado una penitencia durante años, a pesar de mis crímenes que aún estaban perdidos en las brumas de mi memoria. Me había mantenido fuerte contra las maldiciones que me presionaban. Pude continuar de pie para darles la cara a mis enemigos. Me removí, moviéndome en mi sueño, y una vez más pude sentir manos sobre mí. No eran manos cualesquiera, eran las mismas manos frías y duras e impersonales mientras tocaban mi cuerpo. Entonces, mi cuerpo respondió al calor de las puntas de sus dedos en mi piel, y se deslizaron por la curva de mi costado, casi ausente, mientras hacían círculos en mi cintura, sus palmas contra mí, acunando mis caderas. Y su boca siguió, su rostro presionaba contra mi vientre, aprisionándome, y yo arqueé mi espalda, aceptándolo, mis brazos rodearon su cuello, mis dedos se adentraron en su largo cabello negro. Lo acerqué a mí y lo besé con todo mi corazón, y él se movió contra mis piernas, y estaba húmeda y caliente y lista, esperándolo, necesitándolo. Y luego él me giró para así estar sobre él, cabalgándolo, y tomándolo, hundiéndome en su duro placer, haciendo suaves sonidos de placer silenciosos mientras él me llenaba. Esto era lo que había pasado la eternidad buscando. Esto era lo que me completaba. Este hombre. Y el clímax me sacudió, me sacó de las más profundas capas de sueño, y supe que estaba sola y siempre sería así. Traté de moverme contra las suaves y lisas sábanas, pero estaba atrapada debajo de un pesado sueño. No pude alargar mi brazo hasta él… no estaba allí. Todo lo que podía hacer era estar aquí y sentir las lágrimas arder y evaporarse de mi ojos secos. —Lilith —susurró contra mi oído, pero lo ignoré, a pesar de que quería girarme y tirar de él hacia mí—. Lilith.

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Y con el sonido de mi nombre en mi oído, dormí profundamente sin sueños.

* * * * Cuando desperté, una tenue luz entraba a través de las cortinas grises, y pude escuchar el ruido de los autos afuera. Había demasiados para incluso llamarlo tráfico, los apagados sonidos de los motores eran inconfundibles. Estaba aún en Ciudad Oscura. Todavía era Rachel. Mis sueños locos eran lo que esperaba. Él me besó. Podía todavía sentir el calor y la presión de su boca, su sabor. Se sentía como sí de alguna manera hubiera tomado una parte de él dentro de mí y no hubiera manera de deshacerme de él. La noche, sus palabras, eran un revoltijo en mi cabeza. ¿Una prueba, dijo él? Su duro beso no tenía sentido con sus palabras. Él me odiaba, me quería muerta. ¿Por qué en el nombre de Dios me besó? Y entonces recordé la sensación de su erección, dura contra mi estómago. Sabía que tenía que haber algún otro significado. Quizás él simplemente necesitaba sexo y estaba respondiendo a la única mujer en la casa. Quizás él se las arregló para convencerse a sí mismo que yo era algún tipo de diosa del sexo, a pesar de que distaba mucho de la imaginación. Podía recordar sus largos dedos en mi pecho, apretando mis pezones excitados. Una diosa del sexo no usa 34B. Había soñado con ella. Soñé con la diosa Demonio que inspiraba miedo y odio entre los hombres. La había conocido en mis sueños, una mujer perdida de ira, una madre y una amante y una diosa y un… ¿Era ella una zorra? ¿O era eso una simple parte de mentiras que los hombres decían? Las mentiras que Azazel creía. Pero entonces, él era un hombre, ¿no? Así que él también dijo que no era un humano. Él era un cabrón, uno de los peores. Era un hombre, con todas las debilidades de los hombres y sus mentiras. El sueño estaba desvaneciéndose ahora, como la niebla con el brillante sol, alejándose, y no puede retenerlo. Parecía que era un efecto de la tarde aquí, y la habitación se llenó de sombras. Me senté y encendí la lámpara de noche del buró, pero las sombras y la oscuridad se mantuvieron a pesar del resplandor de la luz. Miré mi cuerpo, solo para asegurarme de que mi color era aún vivaz, y me congelé. Estaba usando un camisón Victoriano blanco, holgado, con botones remilgados hasta el cuello. Esas manos no habían sido un sueño, y me deslicé de la cama, envolviendo los brazos a mi alrededor protectoramente, como si pudieran ayudarme a mantener sus manos apartadas.

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Azazel había entrado en esta habitación y me quitó la ropa, vistiéndome con esta cosa absurda, y me puso en la cama. No podía imaginar por un momento que alguien más hubiera entrado para realizar este servicio. A él no le podría importarle desnudarme, pero sería humillante. Entonces, otra vez, ¿por qué debería a él importarle que yo durmiera en el suelo o en la cama? Sería más feliz lanzándome a un calabozo. Él cree que yo soy Lilith. Y dijo que Beloch nos había enviado de regreso, para que así Azazel probara que podría resistirse a mí, y entonces dijo que yo era irresistible. Está claro que no es verdad. Él me besó, me besó más profundamente de lo que nunca antes me habían besado, y luego se apartó, incluso con la prueba de excitación presionando contra mi cuerpo. Pudo haberme tenido, fácilmente. Todo lo que yo pensaba del sexo era que no había placer para la mujer, qué tenía que mantenerme desnuda y permanecer debajo de él sin decir una palabra de protesta. Pero él no había querido eso. A pesar de su miembro contra mi vientre, a pesar del hambre de su boca, no me quería. Distaba mucho de ser una irresistible Sirena. Y luego él me desnudó, mientras estoy durmiendo, pero casi podía ver sus manos eficientes y firmes mientras quitaban mi ropa. Su fría, evaluadora mirada en mi cuerpo desnudo. Y entonces cubriéndome, desde mi barbilla hasta mis pies, con este camisón de noche. Yo no era una amenaza para él. ¿No había probado eso ya? ¿Qué podía besarme y apartarse, que podía desnudarme y cubrirme otra vez sin mayores preocupaciones que las de una niñera? Nosotros deberíamos hacerlo por ahora. Sí él creía o no que soy Lilith, sabía que no se vería afectado por mi supuesto poder de seducción. Me miraba y veía a Rachel, la ordinaria chica con cabello rojo-fuego. Me miraba y se alejaba. Me bajé de la cama y fui a buscar mi ropa. No estaban allí, sólo había una pila de pantalones gris-café y camisas, lo usual. No quería vestirme como el fantasma de la Ciudad Oscura. No quería usarlas. Pero no podía pasear en un camisón Victoriano, y la desnudez no era una opción. Tomé la ropa del enorme armario, la ropa interior era de mi talla, los pantalones se ajustaban perfectamente. Y vi, para mi alivio, que una vez que estaban en mi cuerpo el color lentamente regresó. Absorbí el color como una toalla de papel reteniendo pintura, los pantalones eran de arena-lavada, la camisa de un profundo rosa que extrañamente no combinaba con mi cabello. Tiré del escote para bajar la mirada hacia el sostén en mi cuerpo. Lavanda pálida, con delicado encaje. De acuerdo.



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Me dirigí a la puerta. No era como si tuviera otra opción. Me moría de hambre, y quedándome encerrada en esta habitación no conseguiría nada. Dejé la habitación, y la seguridad, detrás de mí. Él estaba en la sala esperándome, como si hubiera sabido que estaba a punto de salir. Sentí el calor extenderse por mi cara, el recuerdo del ardiente beso entre nosotros. Pero entonces, él me apartó, pero con el examen que pasé fui capaz de encontrar su mirada sin vergüenza. Enderecé los hombros, esperando que dijera algo. Me miró con esos ojos vacíos, y no pude leer su reacción. Y entonces habló: —Ven. Rechiné los dientes. —¿A dónde? —Has dormido mucho tiempo. Debes de estar hambrienta. Estaba planeando alimentarte. —¿Me llevaras otra vez con Beloch? —traté de mantener la esperanza en mi voz. Mi placer era lo última cosa en mi agenda. Él negó con su cabeza. —El momento aún no ha llegado. Hay comida en el comedor. —¿Y dónde está eso? Oh, ya sé, “Ven” —me burlé—. Me pondré en contacto contigo para las comidas. —No tienes otra opción en este asunto, Demonio. —¡No me llames así! —espeté. —¿Cómo esperas que te llame? ¿Un nombre inventado para un ser humano? No me molesté en discutir. —Sí. Mi nombre es Rachel. —Lo empujé al pasar, cualquier cosa para conseguir que no dijera otra palabra para volverme loca. —Segunda puerta a la izquierda. Me detuve, sin atreverme a emocionarme. —¿No vienes conmigo? —Esperaba que pudieras arreglártelas para alimentarte sin mi ayuda. —¿Y luego iremos con Beloch? Dudó, y tuve la extraña idea de que había algo que no me quería decir. Pero luego recordé, él era mi enemigo. Casi todo lo que me decía era horroroso. 70

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—Nada ha sido aprobado todavía. —¡Oh, vamos! Creo que está más que claro que me encuentras eminentemente resistible, como la mayoría de los hombres. Y para tu información, puedo estar sin ellos, y sin sexo, y ser absolutamente feliz. Así que tienes a la chica equivocada para tu Demonio del sexo. Él no hizo alguna protesta halagadora, claro. Simplemente se giró, y lo observé irse, consciente de la extraña sensación de desolación. Era ilógico y no tenía nada que hacer para arreglar la situación. Quería que él se fuera. La comida en el aparador era abundante, café, y de aspecto horrible, pero me las arreglé para usar mi sentido del olfato y elegir lo que quería. Me pregunté si realmente había una cocina en esta casa, o si algún cocinero había traído toda la comida. Pero además, ¿estábamos solos en la casa? No había escuchado pasos, ni voces. Sí únicamente Azazel y yo estábamos en la residencia, habría una gran cantidad de comida para echarse a perder. Eso no era mi problema. Comí despacio, sabiendo que una vez que hubiera terminado tendría que hacerle frente a Azazel de nuevo. Cuando finalmente no pude comer más, me aparté de la mesa y fui a buscarlo. Él no parecía estar en algún lugar. Me tomó bastante tiempo recorrer el lugar; era grande y laberíntico, con salones, salas y biblioteca, comedores y habitaciones para desayunos, y las largas escaleras hacia los dormitorios, incluyendo el mío. Por lo que podría decir, Azazel no había puesto un pie en ninguno de ellos. Bien, pensé, dirigiéndome a la puerta principal. Ya era tarde y estaba jodido si creía que iba a sentarme a esperarlo. La puerta principal estaba cerrada con llave. La sacudí, se estremeció, pero nada ayudó. Enfurecida, me dirigí a una de las altas ventanas, pero estaban cerradas con llave. Por un momento consideré lanzar una silla a través del vidrio y escapar lejos, pero no dejaba de tener nervios. Podría sentarme y esperar, y cuando regresara me iría contra él. Sí volvía. Quizás estaba planeando pasar un tiempo solo. Había demasiada comida en la cocina… quizá se suponía debía durar varios días. Quizás él no iba a regresar en absoluto, y poco a poco moriría de hambre. No, podría lanzar una silla a través de la ventana antes de que eso ocurriera. Suponiendo que el vidrio no fuera a prueba de balas y que resistiera hasta los golpes de una mujer enojada. Me dirigí de regreso a la biblioteca. Las paredes estaban llenas estanterías con libros, llenas de textos de todas formas y tamaño. Me acerqué, y comencé a leer los títulos. Quizá podría encontrar algo de misterio para mantenerme ocupada. A pesar de que parecía que no había nada de este siglo y muy poco del pasado.

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Estaba a la vista: Ángeles y Demonios. Lo agarré, esperando leer Dan Brown. En cambio, era un tomo pesado, antiguo y grueso, con una cubierta grabada. Casi lo regreso, y entonces lo pensé mejor. Quizá podía hacer una pequeña investigación de Lilith. Lo abrí en la página derecha. Alguien más había estado leyendo esto, pero las páginas estaban demasiado usadas por Azazel. Quizá había estado llevando a mujeres desventuradas desde hacía décadas, convencido de que cada una era Lilith. Sí era así, ¿qué hicieron cuando descubrieron que las mujeres eran simples humanas? ¿Qué planearon para la verdadera Lilith? Me acurruqué en uno de los sofás, acomodando las rodillas debajo de mí mientras abría el enorme volumen en mi regazo. Comencé a leer, el placer de descubrir mis recuerdos de los sueños había sido correcto. La Lilith del mito era originaria de Sumeria, y se había encontrado de una u otra forma en casi todas las religiones, incluyendo el cristianismo. Para algunas fuentes, había sido una diosa madre benevolente, para otros una devoradora de Demonios. Y todo lo demás. Sin embargo, nada sonaba correcto. Ninguna de las citaciones tenía el anillo de la verdad, aunque un poco aquí y allá sonaba razonable. De cualquier modo, la historia y la mitología estaba escrita por hombres. No era de extrañar que ellos estuvieran equivocados. Lilith estaba destinada a casarse con el Demonio Asmodeo, y juntos llevarían a los niños a un lugar secreto delante de muchos Demonios. Grandioso. Si ellos pensaban que me casaría con un Demonio, habría otras cosas por venir. A pesar de que probablemente no estuvieran buscando un vivieron-felices-para-siempre, esto era para un monstruo que no me imaginaba ser. Pero, ¿por qué diablos ellos estaba emparejándola con ese personaje Asmodeo? Si el futuro de Lilith era tener pequeños Demonios, ¿por qué no se hacía cargo su padre del problema de la profecía? Hombres, pensé con disgusto. Típico, ellos se van después de obtener a la mujer. Estaba a punto de girar la página, para leer sobre el Demonio Asmodeo, cuando escuché la puerta abrirse, y supe que él había regresado. Atravesó la puerta de la biblioteca abierta, subió las escaleras sin decirme una palabra. Salí rápidamente de la habitación, alcanzándolo a mitad de camino en las escaleras. —No me gusta estar encerrada.

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Se detuvo, y luego se giró para bajar la mirada hacia mí. Error, pensé. Si lo acosaba en las escaleras, de alguna manera debía subir un escalón más. Él ya tenía la tendencia a cernirse sobre mí, darle una ventaja más lo hacía peor. —No es seguro para ti afuera —dijo. —¿Y estás preocupado por mi seguridad? ¿Desde cuándo? Lo consideró. —Buen punto. No volveré a encerrarte. Ve a donde quieras. Levanté la mirada hacia su pálida cara. —Bien —dije. Un momento después me fui, hacia la noche, hacia Ciudad Oscura, sin mirar detrás de mí.



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Capítulo 9 Traducido por ~NightW~ Corregido por Niii

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zazel escuchó el golpe de la puerta y maldijo, lenta y salvajemente. Necesitaba dejarla ir. Sí iba a tener problemas con los Extractores de la Verdad o los Nocturnos, entonces que así fuera. Él no quería estar cuidándola. Ya era bastante malo que aún estuviera viva, aunque no había nadie a quién culpar salvo a sí mismo por eso. No iba a salir en la noche, a perseguirla, protegerla de todos los horrores de la noche de Ciudad Oscura. Y había muchos. Las reglas eran estrictas en ese lugar de sombras, y las Demoalmas que “vivian” aquí no podía alejarse sin obtener un castigo. No podía decidir si ella de verdad era inocente como un cordero recién nacido o simplemente estúpida. Ella no tenía idea de cuán letal era Beloch, o que mantendría su distancia. No tenía idea de que el hombre que ella pensaba era su peor enemigo, era de hecho, su única esperanza de posponer lo inevitable. Sí fuera por él, vería que ella no sufriera, aunque no estaba seguro de por qué. Ella había hecho que un sin número de almas sufrieran durante los últimos años que alcanzó a vivir. Se merecía algo de justicia dura. Él simplemente no quería estar alrededor para ser testigo de eso, y se estaba empezando a dar cuenta de que no habría escape de Ciudad Oscura. No para ella. Le hubiera creído la noche anterior, con eso de que estaba muy lejos de ser un icono sexual, si no le hubiera devuelto el beso. Si la sensación de ella no se hubiera hundido hasta sus huesos, sacudiéndolo hasta la medula. La deseaba y se despreciaba a sí mismo por eso. Beloch estaba en lo correcto. Podía ser un sádico, supervisando a Ciudad Oscura con la misma implacabilidad con la cual el Arcángel Uriel supervisaba toda la creación, pero era indiscutiblemente sabio. Mientras Azazel hiciera caso omiso de sus cantos de Sirena, nunca estaría seguro de si la profecía era una mentira, que era invulnerable a sus encantos míticos. Resistirse a la seducción de un simple beso no era suficiente prueba. Tal vez los Nocturnos cuidarían de ella. Esas criaturas salvajes, quienes recorrían las calles de Ciudad Oscura y las limpiaban con la sangre de aquellos quienes no estaban de acuerdo con ellos, quienes no mostraban misericordia. Incluso las órdenes de Beloch no tendrían ninguna influencia.

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O los Extractores de la Verdad podrían encontrarla y traerla ante Beloch. Odiaba pensar en su reacción cuando descubriera que el viejo académico era un torturador por excelencia. Él no tenía intenciones de estar cerca cuando eso sucediera. No tenía idea de qué tan lejos irían ellos con el fin de saber la verdad. A pesar de todo su espíritu feroz y oscuro, su cuerpo se quebraría muy fácilmente, apenas y tendrían que herirla para obtener lo que necesitan. Pero se dio cuenta de que no era probable que la dejaran ir una vez que hubieran acabado con ella. Se detuvo en la parte superior de las escaleras. Tenía que volver a bajar y cerrar la puerta con seguro. Había cosas arrastrándose por las callejuelas de Ciudad Oscura que él no quería que entraran en la casa, pero el simple seguro era suficiente para mantenerlos afuera. Miró hacia abajo, caminando a la deriva a través de un olor débil, su piel, su cabello, y volvió a maldecir. Se movió más rápido corriendo por las escaleras y un momento después estaba afuera en la noche, saliendo a buscarla. ¿Podría ver ella la enfermedad y la decadencia bajo el gris-marrón de todo? O ¿Tomaría las cosas por su valor nominal? ¿No se preguntaba por qué tenía aún un color saludable? Los Nocturnos acechaban por el río negro que corría por el centro de la ciudad. Podía sentirlos, oírlos y sabía que no podría haber llegado tan lejos. Oyó un grito débil de agonía, pero vino de la garganta de un hombre y lo pasó por alto. Al menos estaba segura de ellos; por su olor, podía decir que se había dirigido en dirección opuesta. Era lo suficientemente inteligente como para evitar el peligro. El problema era que ese peligro venía a ti desde cada ángulo en Ciudad Oscura. Le dio la espalda a los gritos y sollozos del moribundo y la siguió. Tenía que encontrarla. Y cuando lo hiciera, la arrastraría de vuelta a la casa y la esposaría a la pata de la cama hasta que Beloch estuviera listo para enviar por ella.

* * * * Debería haber sido una noche agradable para un paseo. El aire era cálido, con sólo el toque de una frescura débil que presagiaba el otoño y una suave brisa que rozaba mi piel. Sí tan sólo las sombras no mintieran tan fuertemente con respecto a todo, removiendo el color de los edificios que dejaba atrás, la sobrecarga de árboles, los coches y sobre todo, las personas. Había fantasmas sepia de otro tiempo y nadie me miraba a los ojos o respondía a mis tentativos saludos. Era casi como si me tuvieran miedo, pero eso era imposible. Yo era inofensiva. ¿O no?

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Porque si yo poseyera algún tipo de poder latente, si era el Demonio monstruoso que Azazel declaró que era y los libros de mitología describían, entonces seguramente hubiera reclamado venganza sobre todo y todos en mi camino, incluyendo a Azazel. Lo hubiera destrozado si hubiera tenido la habilidad. Pero las personas que pasaban eran como fantasmas grises, con la cabeza baja, hasta que finalmente atrapé a una mujer por el brazo, obligándola a mirarme. —Discúlpeme, pero ¿sabe dónde hay un parque público? —Tuve la repentina urgencia de quitarme los zapatos y sentir la hierba bajo mis pies, incluso si el pasto era gris. La mujer se congeló ante mi toque, sus ojos se abrieron con miedo y me pregunté si se habría quedado muda. Sí no la hubiera estado sosteniendo con tanto cuidado, creo que hubiera corrido. —No tenemos parques —dijo finalmente, su voz baja y totalmente sin inflexiones. Casi como la voz generada por un computador. —¿Hay un lugar en las afueras donde me pueda sentar durante un rato? — persistí. —No sería una buena idea. —Pude sentir un rastro de vida en su voz, algo que sonaba como a preocupación—. Nosotros no… usted no debería… —Se detuvo, claramente frustrada—. Debería ir a casa. Debería irse de aquí. Usted no pertenece a este lugar. La curiosidad siempre ha sido mi pecado… después de todo, había sido una reportera en Brisbane y, sospechaba, que también en otros lugares. —¿Quién pertenece a este lugar? ¿Quién es usted? Ella puso cara de sorpresa e incluso más cautela. —Ganamos nuestros lugares aquí. Es nuestra recompensa. —No se ve para nada como una recompensa —dije con mi habitual falta de tacto. —Debería irse. No debo ser vista hablando con usted. —¿Por qué no? —Porque usted es una extraña. Las únicas razones por las que los extraños vienen aquí son malas. —Ella tiró de su brazo y la liberé. —Pero… —No puedo ayudarla —dijo ella—. Ni siquiera debería advertirle. —¿Advertirme? 76

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—Váyase de Ciudad Oscura sí puede. Sí no puede, quédese en su casa y no deambule por la calles de noche. Lo que sea que haga, aléjese de los Nocturnos. —¿Quiénes son los Nocturnos? —Intentaba aferrarme a ella con preguntas pero ella ya estaba alejándose. —La policía. Aléjese del río. —¿Qué…? Pero ya se había ido. Miré detrás de ella, una persona gris más arrastraba los pies por las calles de la ciudad. Parecía joven, pero sus ojos estaban vacíos, su ropa sin forma y monótona. En lugar de encontrar respuestas, me quedé con más preguntas. “Aléjese del río” dijo. Podía hacer eso. De hecho, si tuviera algo de sentido, hubiera dado la vuelta y me hubiera dirigido de regreso hacia la gran casa vieja y mi desagradable compañero. El problema era, que él no era desagradable. A pesar todas sus reservas frías y cínicas, un vínculo fuerte de calor y deseo fluía entre nosotros, encendido por su boca sobre la mía, su cuerpo apretado contra el mío. Se sentía tan bien como me sentía yo y eso no tenía sentido. Nos odiábamos el uno al otro. Pero aun así, estaba horriblemente asustada de regresar a ese lugar, si regresaba a él, haríamos más que besarnos. Me acostaría con él, lo tomaría en mi interior, me gustaría que… No. Yo había escrito sobre mujeres que se habían enamorado de sus agresores. No iba a dejar que las hormonas se interpusieran en el camino de la razón. No le iba a permitir que me volviera a tocar. Y entre más lejos permaneciera de él, más fuerte seria mi decisión. “Aléjese del río” dijo la mujer. No estaba tan lejos, podía oler el agua en el aire de la noche. Volví la cabeza hacia la dirección opuesta cuando escuché gritos. El sonido era aterrador, escalofriante hasta los huesos, un sonido crudo y aterrorizado de un hombre con un dolor tan terrible que me provocaba taparme los oídos. La poca gente que aún quedaba en las calles parecía totalmente despreocupada, inconsciente del hecho de que alguien estuviera siendo asesinado, lo que me daba ganas agarrarlos y sacudirlos. Sujeté el brazo de un anciano con un agarre castigador, sorprendida ante mi propia fuerza. —¿Tiene un teléfono celular? ¡Necesitamos llamar al 911! Alguien está siendo asesinado. El hombre me miraba con horror.



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—¡Déjeme en paz! —gritó—. ¡Aléjese! —Y se las arregló para liberarse, dirigiéndose calle abajo. —Hijo de puta —murmuré para mis adentros. Por lo tanto dependía de mí. Empecé a correr en dirección a los gritos, los cuales ahora se habían convertido en suplicas de piedad, mientras yo corría pasando a la gente gris que estaba fuera para un paseo nocturno, totalmente ajena al horror que tenía lugar. Estaba furiosa y así, empujé a más de uno fuera de mi camino en mi desesperación por alcanzar al pobre hombre a tiempo. El sonido se acercaba y podía sentir otro por debajo de los gritos, la percepción de metal afilado; podía oler la sangre, tan espesa y evocadora como los olores de los alimentos que habían estado en este lugar monótono. Podía ver la cinta oscura del río más adelante y corrí las dos últimas cuadras, esquivando por poco un taxi color marrón que parecía ser de la década de 1930; el ruido se detuvo bruscamente, dejando el aire lleno de silencio. Llegué a una parada en el borde del río. Las farolas iluminaban un pasaje desértico. Ni siquiera los pasantes sin corazón de la ciudad se habían aventurado tan lejos y el único sonido era la pesada carrera del río, negro ante la luz de la luna. Había terminado en el último lugar en el que quería estar. Miré a mí alrededor, pero la víctima se había ido y sabía sin lugar a dudas que era demasiado tarde. Me quedé congelada, mirando, mientras un hombre aparecía furtivamente por una puerta cercana, con una manguera en una mano y procedía a rociar la piscina de líquido oscuro y húmedo en la calzada de adoquines antes de apresurarse a entrar. El olor de agua salada no podía acabar con el olor a sangre y la gran cena que había comido amenazaba con hacer una reaparición, especialmente después de mi carrera desesperada. Tragué saliva, intentando calmarme. Había bancos a lo largo de la orilla del agua, aunque nadie los estaba aprovechando, me dejé caer en el más cercano, con mis piernas temblando. Si hubiera tenido alguna duda con respecto al lugar que me había traído Azazel, ahora la había asentado en una certeza infeliz. Este lugar estaba mal. Sólo podía pensar en un lugar en donde me sentiría segura. Donde Beloch. Intenté recordar el nombre del restaurante, pero no había puesto atención cuando seguí a Azazel. Y las calles habían parecido todas iguales cuando corría a través de ellas. Nunca había tenido un fuerte sentido de dirección y estaría en apuros para encontrar el camino de vuelta a Azazel. No es que quisiera, por supuesto. Excepto que, sentada ahí en el banco, no tenía idea de a dónde iría. Primeros los olí.

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Un pensamiento horrible, pero la sensación había sido mayor a medida que mi sentido de la vista decaía y pude oler la sangre y sudor humano, seguido por el sonido de pasos, el silencio sordo de voces cada vez más cerca y supe sin lugar a duda que estaba en problemas aún peores de los que había estado antes. Alguien había sido asesinado a pocos metros de mí y yo había decidido sentarme y pensar en el lugar del cual se me había advertido. “Algunas personas son demasiado estúpidas como para vivir” me había dicho Azazel y por una vez estuve de acuerdo. Eché un vistazo a la corriente rápida del rio pero ahí no había escape, el agua escondía más terror que cualquiera que se estuviera acercando. Di un salto, tensa a huir, pero ya era demasiado tarde. Me habían visto. Automáticamente me preparé a mí misma para algo así como los Nefilims, pero el grupo de hombres parecían bastante normales. Llevaban uniformes oscuros con cuellos altos y caminaban en formación militar, directamente hacia mí. Llevaban espadas y cuchillos, ningún arma a la vista y me pregunté si podría huir de ellos. Probablemente no. Además, ¿por qué querrían herirme? No era más que una chica indefensa sentada en el rio, disfrutando del aire de la noche. Por supuesto, mi color era diferente al de ellos, drásticamente diferente, lo cual podría ser una razón suficiente. Me quedé muy quieta, con la espalda rígida, lista para ofrecer una explicación amigable, cuando el hombre grande quien era claramente el líder del grupo, habló. —Destrípenla. Esas espadas se desvanecieron en un instante y antes de que pudiera moverme me rodearon, bloqueando todas las vías de escape. Yo sólo los miraba estúpidamente, dándome cuenta de lo brillante que eran las hojas a la luz de la luna. Deben haberlas limpiado después de haber matado a ese pobre hombre, pensé, y entonces lo dejé salir. —¿Cómo se atreven? —Las palabras salieron de mi parte por su propia voluntad, en un tono gélido y real que los sorprendió casi tanto como me sorprendió a mí. Los hombres se quedaron inmóviles, mirando a su líder en busca de apoyo. Pero la sorpresa duró solo un momento y entonces se abalanzaron sobre mí, eran esas hojas o el río. Preferí las hojas. —Soy invitada de Azazel —dije con una voz más normal, pero eso no hizo más lento su enfoque determinado. Una espada se deslizó por delante de mi rostro, justo pasándome—. ¡A Beloch no le gustaría si me hirieran! —Lo último salió con un pequeño grito. —Beloch. —El líder dijo el nombre, no como una pregunta, sino como una palabra. Y esta vez las palabras funcionaron—. Te llevaremos con Beloch —dijo

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finalmente. Era un hombre gigante, de hombros anchos, manos brutales y ojos vacíos—. Y sí has mentido, no tendremos piedad contigo. Por lo que pude ver, no habían estado listos para mostrar ningún tipo de piedad en primer lugar, pero simplemente asentí, sin hacer ninguna mueca de dolor cuando dos de ellos me agarraron de los brazos con fuerza, haciéndome marchar por el río. Sentí algo resbalándose por mi rostro hasta mi camiseta y me di cuenta que el sable había estado más cerca de lo que había imaginado. Hice el intento de estirarme y limpiar la sangre, pero su agarre en mis brazos hacía que el movimiento fuera imposible. Todo lo que podía hacer era dejarlos guiarme a través de las ahora desiertas calles de Ciudad Oscura. Nos acercamos al restaurante, que ahora estaba cerrado por supuesto. Me llevaron adentro a través del nivel más bajo y pude respirar en señal de alivio a medida que reconocía el terreno familiar. Me arrojaron dentro del edificio de manera brusca, luego me metieron en un armario oscuro y pequeño, encerrándome. De acuerdo. Sólo era un poco claustrofóbica y todo debido a la resonancia magnética de las cuevas. No es que pudiera recordar alguna resonancia magnética o alguna cueva, pero debí haberme encontrado en alguna en algún momento. Me incliné contra la pared, levanté una mano para revisar mi rostro. Aún estaba sangrando, pero el corte no era profundo y no dejaría una gran cicatriz. Pensando que estaba segura por el momento, me quite la camiseta por encima de mi cabeza y cuidadosamente limpié la herida, usando la parte de atrás de la camiseta para absorber la sangre de manera que no se viera demasiado sangrienta. Dejó de sangrar después de un tiempo y cuidadosamente me volví a colocar la camiseta por encima de mi cabeza. El agotamiento repentino me invadió igual que el último día y por poco me alcanzó. Los humanos no estaban hechos para vivir a este tono alto de estrés, y yo era humana. Estaba cansada, cansada de tener miedo, cansada de ser valiente, cansada de preguntarme qué iba a pasarme. Me recosté contra la pared, y entonces me deslicé hasta el suelo, colocando la cabeza en mis rodillas, temblando. Sin lágrimas. ¿Por qué no lloraría? Seguramente tenía más que suficientes razones para llorar. Extendí la mano y me toqué los ojos. Secos. Tal vez había nacido sin conductos lagrimales. Era tan bueno, las lágrimas eran un signo de debilidad y no podía permitirme el lujo de mostrar ninguna. Incliné la cabeza hacia atrás contra la pared, dispuesta a relajarme. La estancia en este alto nivel de ansiedad no me hacía ningún bien. Tomé una respiración profunda, centrándome y pude sentir que mi cuerpo se relajaba. —No me digas que te has dormido. —Una voz divertida rompió a través de sueño auto-impuesto y abrí los ojos para buscar el amable rostro de Beloch en la puerta.

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Le devolví la sonrisa, el alivio inundándome. Bostecé y me levanté, estirándome. Todo iba a estar bien. —No había mucho para mantenerme ocupada —dije con voz serena. —Debo disculparme por los Nocturnos. Nuestro problema de crimen es pequeño pero virulento y tú estabas río abajo donde los criminales tienden a esconderse. Fue una suerte que pensaras en mencionar mi nombre. Me estremece pensar en lo que hubiera pasado de no ser así. —Miró por encima de su hombro y hubo una nota ligeramente quejumbrosa en su voz—. ¿Y dónde está Azazel? ¿Por qué no te acompañó? Se habría asegurado de que no te extraviaras donde no deberías y nadie se te habría acercado. —Salí sin decirle. —No me detuve a preguntarme porqué lo estaba protegiendo. Ya existía enemistad entre los dos hombres y todo lo que hiciera para alentarla me ayudaría. Beloch tendió una de sus manos delgadas y la tomé, impulsándome hacia arriba. Era viejo y me di cuenta de que podía caerse si de verdad lo usaba para levantarme. Había un brillo de diversión en sus ojos lagañosos, como si supiera que había estado reteniéndome, pero no dijo nada. —Tengo té y pastel esperándonos en mi estudio, mi niña —dijo. Sus dedos habían atrapado los míos en un agarre sorprendentemente fuerte y quise alejarme, pero no había una forma educada de hacerlo. Me guió por los pasillos utilitarios, pasillos que sentí que debían estar pintados con el verde industrial universal, hacia la gran puerta de madera de su estudio. La sostuvo abierta y un calor se derramó sobre mí, físico y emocional. Beloch se desvivía por mí como un abuelo, asentándome en una cómoda silla, cubriendo mis piernas con una manta, entregándome una taza de Earl Grey. Yo odiaba el Earl Grey. El aroma a bergamota me recordaba a las mujeres de edad y su desaprobación, pero lo bebí de todas formas, alegre por su calidez. —¿Qué hora es? —pregunté, solo vagamente interesada. —No llevamos el paso del tiempo de la misma manera en que lo hacen las personas del mundo exterior —dijo Beloch, acomodándose en la silla frente a mí. Para mi sorpresa, un gato saltó hacia su regazo, se acomodó y él lo acarició distraídamente con sus dedos fuertes y nudosos. El gato se volvió hacia mi durante un momento, luego se acomodó en el regazo de su amo. Extraño. Amaba a los gatos. Y sin embargo había mirado a este gato color sepia y había sentido un rechazo instantáneo. —Estas admirando a mi encantador Lucifer, ¿no es así? —dijo él—. Es muy hermoso, ¿cierto? Como un abrigo elegante, encantador.

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Su mano acaricio el pelo brillante. —Es hermoso —dije cortésmente, sólo la verdad. —Lo alimento con una dieta de carne cruda. Me parece que no sólo mejora su salud, sino que le aporta más a todo a su carácter atávico. Por supuesto, lo hace bastante salvaje con otras personas. Te sugiero no acariciarlo, podrías perder un dedo. Me eché a reír educadamente, asumiendo que estaba bromeando. Pero mire hacia el rostro del gato y lo reconsideré. —Pensé que podía hacerlos acomodar una habitación para ustedes aquí — continuó—. Había esperado que Azazel… bueno, él ciertamente tiene cosas que solucionar, pero dado que parece incapaz de tratar con ellas, puedes quedarte aquí. Eso era justo lo que yo quería. Entonces ¿por qué en el mundo estaba intentando buscar objeciones? Quería estar ahí. Al menos, debería. Aclaré mi garganta. —No creo que Azazel tenga algo en particular qué solucionar. Aparentemente necesita probar que no se siente atraído hacia mí. Ha hecho eso antes. Ya no creo que me quiera muerta. Simplemente creo que no le importa. En cuanto a encontrarme atractiva, eso es simplemente ridículo. Una débil sonrisa se curvó en la boca de Beloch. —Creo que subestimas tus encantos, querida. Le devolví la sonrisa, todavía sintiéndome vagamente incomoda. —Eres muy amable, pero en lo que se refiere a Azazel, yo podría ser una… una Nefilim. —Usé la palabra deliberadamente, preguntándome si Beloch la conocía. Parecía hacerlo. —¿Y también lo odias? —Por supuesto. Me ha secuestrado dos veces, tal vez más, si pudiera recordarlo. Intentó asesinarme, me mantiene prisionera y nunca responde mis preguntas. No me habla en lo absoluto. —El último argumento sonaba bastante pobre en comparación con los otros, pero honestamente me volvían más loca que las otras ofensas. Beloch no dijo nada durante un momento, acariciando a su gato satisfecho y alimentado. —Para ser justo con él, ha tenido una vida triste. Sus esposas siguen falleciendo.

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Creo que aún lamenta a la última con un grado excesivo. De repente tuve mucho frio. —¿Qué le sucedió? —¿A Sarah? Creo que fue asesinada. Oh, mierda. ¿Azazel era algún tipo de Barba Azul? No se veía como un asesino en serie, pero entonces, ¿cómo iba yo a saber lo que era un asesino en serie? Podrían ser muy guapos y encantadores, ¿no es así? Azazel encajaba con lo primero, cuando se miraba sin apasionamientos era absolutamente magnifico. Pero encantador no era. —Em… ¿cuántas esposas ha tenido? —Será mejor que se lo preguntes a él. Creo que puede haber perdido la cuenta. Ya no me molestaba en esconder mi alarma. ¿Cómo pude haber sido tan estúpida? Estúpida porque había sentido su boca sobre la mía y había respondido, estúpida porque durante un breve momento lo había deseado, realmente deseado. —Tal vez me salte eso. Beloch se rió entre dientes. —Pero ¿por qué desperdiciar nuestro tiempo hablando de Azazel? Preferiría haber de ti, querida. Sobre tus vidas y amores, tus recuerdos, tus sueños. ¿Mis vidas? Entonces ¿cuánto sabía sobre mí y mi pasado? Tuve la repentina y espontanea sospecha de que sabía más que yo. Sin embargo, eso era imposible. Entonces una vez más, nadie podía saber menos de mi pasado. —Me sorprende que Azazel no te lo dijera. No sé casi nada de mi vida. Tengo alguna extraña forma de amnesia. —No tendía a usar esa palabra para eso, pero parecía como una explicación agradable y razonable para algo que se sentía mucho más siniestro. —Amnesia —repitió Beloch—. Mi pobre niña. Pero sabes, estamos bastante avanzados aquí en Ciudad Oscura. Tenemos formas muy efectivas de ayudarte a recordar casi cualquier cosa. Debo haberme visto dudosa ya que se echó a reír. —No te preocupes, querida. Es una forma simple de bio-retroalimentación. Por alguna razón, un temblor me recorrió la espina dorsal, pero me las arreglé con una sonrisa animada.

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—Creo que pasaré. Sí mi pasado es algo cercano a lo que Azazel cree que es, estoy mejor sin conocerlo. —No seas ridícula. Conoces el viejo dicho: “La verdad te liberará”. Parpadeé. —Ese es un concepto interesante. Nunca antes lo había escuchado. ¿Quién lo dijo? —Alguien después de tu tiempo, niña —dijo con una risa suave—. Déjame pedir más té. El tuyo ya debe estar frío. Miré hacia abajo a las hojas de té flotando en el fondo del lodo con olor a bergamota. Se veían como ramas de árboles ahogadas después de un huracán. Miré hacia arriba y conseguí esbozar una sonrisa. —Ya he tomado suficiente, gracias. Demasiado té hace que mis manos tiemblen. —Veía la delicada taza de té cuidadosamente ubicada en la mesa junto a mí. Beloch simplemente asintió. —Entonces quizá te presentaré a… La puerta se abrió sin ningún golpe de advertencia y el rostro amable de Beloch se oscureció con desagrado al contemplar a Azazel en la puerta. —¿Finalmente decidiste venir por la que está a tu cargo? —dijo con tono glacial—. Es demasiado tarde. Pero Azazel me miraba a mí y había una intensidad ardiente en sus ojos. Ojos azules profundos y vividos, tan diferentes de aquellos grises y negros de barro oxidado y marrones de este mundo color sepia. —Te he estado buscando por todas partes —espetó—. ¿Dónde diablos has estado? —También te amo —dije con dulzura, pero las palabras de burla cayeron extrañamente planas, haciéndome sentir incomoda—. Salí a dar un paseo por el río y algunas personas me encontraron y me trajeron aquí. —¿Personas? —repitió. —Los Nocturnos —respondió Beloch—. Tienes suerte de que aún esté con vida. Si no les hubiera dado mi nombre, hubiera desaparecido y hubiera pasado un mal rato explicándote. Aparentemente tu nombre no tiene efecto en ellos. —Este es tu ambiente, no el mío —dijo Azazel. —Muy cierto. Y mi palabra es la ley. 84

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Azazel se movió entre nosotros, bloqueando mi vista hacia Beloch. —Lo es. Lo que significa que deberías pensar cuidadosamente antes de hacer un pronunciamiento. ¿Qué es más importante? ¿Vencerme a mí, o a ella? Silencio… y deseé poder ver el rostro de Beloch. —Tienes un excelente punto —dijo finalmente—. Y debo decir, no es una decisión fácil. El líder de los Caídos o la primera mujer… cuando, si espero unos pocos días, puedo tenerlos a ambos. —Difícilmente pensaría que te conformarías con menos. —La voz de Azazel era de seda, persuasiva. —Lo que encuentro interesante es por qué repentinamente estas decidido a mantenerla, cuando antes no querías más que botarla. ¿Ya has empezado a perder? —No seas ridículo. —No había desprecio en su voz y me preguntaba cómo respondería Beloch. Por desgracia, todo lo que pude ver era el ala trasera de Azazel apretada en sus vaqueros negros. La cual no era una mala vista—. No quise estar a su lado durante la primera noche, aunque lo hubiera consentido si hubieras insistido. —¿De verdad? —Tú dominas Ciudad Oscura. Como lo has dicho, tu palabra es la ley. Pero tengo mi propia curiosidad con respecto a ella y la profecía. Sí la tomas ahora, nunca sabré la verdad. —Quizá disfrute la idea de que pases la eternidad preguntándotelo —sugirió Beloch en una voz lejos de ser la del caballero cortesano que me había servido el té. —Quizá conocer mis debilidades sería un castigo más grande. Silencio. —Una vez más, me pregunto por qué buscas perder con tal determinación. De verdad parece como la opción más sabia negar lo que se quiere desesperadamente. —Apenas una desesperación —dijo Azazel con voz carente de emoción—. Es tu elección, por supuesto. Sólo lo ofrezco como un ejercicio intelectual. Sí la llevas ahora, simplemente regresaré a Sheol y la olvidaré. Quizá esa pueda ser la mejor respuesta después de todo. —No intentes jugar conmigo. Perderás. —Hubo otro silencio—. Tómala. Y estoy usando las palabras deliberadamente. Sí yo fuera tú, no la dejaría salir sin tu

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supervisión. Sí vuelve a encontrarse con los Nocturnos, espero que todo el mundo esté preocupado, particularmente tus amigos en casa. —No volverá a escapar. —Se dio la vuelta y ahora pude ver el rostro de Beloch, con aspecto de un niño malhumorado que era privado de su juguete. Y luego atrapó mi mirada y sonrió. —No te preocupes, mi niña. Azazel no te hará daño. No se atrevería. Tiene algo que probarse a sí mismo en lo que nos concierne y sé que tienes un espíritu generoso, lo suficiente como para permitirle encontrar las respuestas que lo han estado preocupando. No estaba segura de tal cosas, pero no discutí, poniéndome de pie con gracia. Azazel no se había alejado y estaba demasiado cerca, de una forma tóxica. Dios, si alguien era un Demonio sexy, era Azazel. Sólo tenía que mirarlo y sentía que mi interior se derretía. Tomó mi brazo en un agarre fuerte y me pregunté si terminaría con moretones. Sí tuviera cualquier sentido me arrojaría ante la piedad de Beloch, la comodidad y seguridad de la biblioteca contra la presencia peligrosa de Azazel. Pero sabía que no lo haría. Sabía que seguiría a Azazel a donde me guiara y no sabía por qué. Estábamos en la puerta cuando Beloch volvió a hablar y sus palabras enviaron hielo directo a mis venas. —No estés tan preocupada, mi querida Rachel. Azazel no te hará daño. De hecho, deberías considerarte alguien con suerte. No todas las mujeres consiguen acostarse con un Ángel caído.

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Capítulo 10 Traducido por Yre24 Corregido por Marina012

¿

De qué estaba hablando él? —exigí mientras me sacaba del edificio. —Mantente callada. Discutiremos eso cuando lleguemos a casa.

—Nosotros no tenemos una casa9 —contesté bruscamente—. Y no voy a ir a ningún lado contigo hasta que me expliques esto. —Sí, lo harás. —Él tenía razón. Su agarre en mi brazo era irrompible, y ya había tenido experiencia con su agarre de hierro. Me noquearía, echaría algún hechizo extraño sobre mí, haría algo con su poder para hacerme obedecer, y su poder era impresionante. Me condujo por delante de unos hombres uniformados, que estaban agrupados cerca del río como si estuvieran esperando, y yo podía sentirlos mirándonos. Hicimos una abrupta parada cuando su enorme líder se movió delante de nosotros. Esto debería haber sido ridículo… comparado con la complexión robusta y delgada de Azazel, él era enorme, abrumador. Él debió haberme asustado más de lo que Azazel alguna vez lo hizo. Pero había diferentes clases de miedo. —¿Adónde la está llevando, mi señor? —El honorífico sonó sarcástico a mis oídos. Y los dedos de Azazel apretaron incluso más alrededor de la carne suave encima de mi codo. —A la casa en la Calle Cedar, Beloch la ha puesto bajo mi custodia, lamento tener que decepcionarte. —Sarcasmo salió de sus palabras, y las cejas del hombre se juntaron. —¿Por qué haría eso? Ella nos fue prometida a nosotros. —Mejor tendrías que preguntarle a él, ¿no? —dijo Azazel, pero pude ver la alarma en sus ojos azules—. Además, ¿ella no tendría que ir a los Extractores de la Verdad primero? —La tendremos cuando hayan terminado con ella. 9 Se refiere a que no tienen un hogar. Semánticamente un hogar es más que sólo un lugar donde pasar la noche.

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—Sabes tan bien como yo que usualmente no queda mucho después que los Extractores de la Verdad terminan. —Él parecía no tener ni idea del efecto que aquellas palabras estaban teniendo en mí. —Un excelente punto. De ahí mi preocupación de dejarla ir con usted. Ella debería quedarse aquí. —De nuevo, habla de ello con Beloch. —Sabe que no haré eso. —Entonces mantente apartado. Por un momento el enorme hombre pareció vibrar por la rabia, inminente ante nosotros. Y luego asintió parcamente y se apartó. —Pondré una guardia afuera de la casa —dijo él—. Así no corre el riesgo de perderla de nuevo. —Muy amable —murmuró Azazel—. Pero innecesario, ella no irá a ninguna parte sin mí. —Hasta que la entregue a los Extractores de la Verdad. Yo podía sentir su vacilación, aunque dudaba que el capitán la notara. —Hasta que la entregue a los Extractores de la Verdad —agregó él suavemente. Y con un tirón, no demasiado apacible, me echó a la noche infinita de la Ciudad Oscura mientras las sombras se cerraban alrededor de nosotros. Hasta que me entregara a los Extractores de la Verdad, quienes no dejarán mucho cuando terminen contigo. ¿Me había rescatado de los Nefilims para devolverme de igual manera a la Ciudad Oscura? Mientras me conducía a través de las calles desiertas, eché un vistazo alrededor por alguna posible vía de escape. Sí conseguía alejarme de él, no estaba muy segura de adónde iría. Ya sabía que las personas que vivían aquí, no me ayudarían, y comenzaba a tener la fuerte, aunque tardía, sospechaba que Beloch no era el acogedor profesor distraído que parecía ser. —Ni siquiera te molestes —dijo Azazel entre dientes—. No llegarías ni a tres metros. Hay Nocturnos colocados en todos los alrededores, observándonos, y supongo que estarán allí de ahora en adelante. Temblé, asustada tanto por el pensamiento de ellos observando, como por el conocimiento de que Azazel, de nuevo, había leído mi mente. Aunque suponía que era bastante fácil adivinar lo que estaba pensando mientras mi cabeza giraba hacia adelante y hacia atrás. Me mantuve en mi sitio cuando 88

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alcanzamos la vieja casa de piedra rojiza, pero eso no me sirvió, él simplemente me arrastró por las escaleras, empujándome adentro y cerrando de un golpe la puerta detrás de nosotros. —No es que eso vaya a servir —murmuró él—. Enoch puede entrar en cualquier momento si quiere. —¿Enoch? —Tu nuevo admirador. El capitán de los Nocturnos. No es el mejor enemigo para hacer. —Él te odia. —Sí. Y ahora te odia a ti también. Suspiré. —Bueno, no es que las cosas estén yendo de las mil maravillas. Así que dime, ¿qué demonios quiso decir Beloch? —Mejor hablamos arriba. —Su mano no sujetaba más mi brazo, y me pregunté si seguiría forzándome si me contenía. No tenía intención de hacerlo. Quería respuestas y, en este momento, él iba a dármelas, aunque pensara que tenía tanto de Ángel como yo lo tenía de una prehistórica diosa del sexo. Empezó a subir las escaleras y lo seguí. Siempre podría golpearle la cabeza y escapar, sin importar cuántos Nocturnos estuvieran merodeando alrededor de la casa. Una de las puertas estaba abierta. Y una cama alta, similar a la mía, estaba muy desordenada. Ésta tenía que ser su habitación. Y me esforcé mucho en no mostrar ninguna renuencia de entrar. Después de todo, ambos éramos adultos… nosotros podíamos sostener una charla tanto en una habitación como en una biblioteca. Había un sofá Victoriano que se veía incómodo a un lado de la enorme habitación, fui y me senté, totalmente lista para interrogarlo. Él elevó una ceja y casi pensé ver un gesto de diversión en su boca, antes severa. Tuve la repentina sensación de que él no me odiaba tanto como antes, aunque no tenía ni idea de qué lo había hecho cambiar. Se sentó en un sillón que estaba en ángulo recto al sofá. —¿Por qué te llamó Ángel? —le pregunté directamente, esperando que no tomara el control de la conversación—. Tú no eres mi idea de un dulce querubín que vela por la gente.



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—No lo soy —dijo él rotundamente—. Soy un Caído. Por un momento no me moví. Esto podría ser casi creíble, mirando la belleza sobrenatural de su pálida cara, la fría ira en su fuerte y tenso cuerpo. —¿Cuándo? —Antes que el tiempo fuera calculado. Sacudí mi cerebro por los trocitos que había leído. —¿Eres Lucifer? Había logrado atemorizarlo. —¿Qué sabes de Lucifer? —No mucho. Fue el primer Ángel caído, ¿no? El Ángel favorito de Dios, quien se volvió muy arrogante y cayó del cielo para convertirse en Satanás. Prácticamente podía ver las ruedas girando detrás de sus ojos fríos mientras decidía cuánto decirme. —Sí y no —dijo él finalmente—. Él era el favorito de Dios, y su nombre quiere decir Portador de Luz. En cuanto a ser arrogante, esa arrogancia simplemente cuestionaba la opción de Dios de destruir a hombres, mujeres y niños por los pecados de un hombre, como Dios había hecho tan a menudo. Lucifer hizo preguntas, y por eso fue desterrado al tormento eterno. En cuanto a Satanás, es simplemente una construcción artificial usado por los hombres para explicar las acciones de Dios y del Arcángel Uriel. —¿Me estás diciendo que Dios es Satanás? Él me miró, claramente molesto. —Te estoy diciendo que Satanás no existe. Es inventado. —También lo son los Ángeles caídos —le dije de vuelta. —Soy demasiado real —dijo él—. Tócame. Traté de no alejarme del pensamiento. Ya lo había tocado y sentir su suave piel bajo mis manos era inquietante. —No importa. Te creo. —¿No me vas a preguntar acerca de la otra parte de lo que dijo Beloch?

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—No recuerdo. —Una completa mentira, recordaba con exactitud lo que él había dicho, y sus palabras habían enviado un temblor por mi cuerpo, aunque, tenía que admitir, no fue un temblor de repulsión. —Dijo que no todo el mundo consigue acostarse con un Ángel. Aquel mismo temblor acalorado se deslizó a través de mí. Escogí mis palabras con cuidado. —Supuse que estaba siendo jocoso. —Y aún piensas que él estaba siendo jocoso sobre la parte del Ángel. Me incliné hacia atrás, convocando cada gramo de control para parecer relajada y apenas curiosa, cuando mi cuerpo entero estaba cosquilleando. Esto no era una discusión intelectual. Esto iba a algún sitio, y no estaba segura si quería continuar. Entonces, de nuevo, no tenía opción. —¿Por qué no me lo explicas? Todo. Así como por qué estás planeando entregarme a personas que no van a dejar nada cuando terminen conmigo. Él aún no parpadeaba. —Desearía no tener que estar forzado a entregarte a los Extractores de la Verdad. Preferiría averiguar lo que necesito sin tener que llevarte a ellos. —¿Qué necesitas saber? —Es realmente bastante simple. Tengo que saber lo que sabes acerca de Lucifer. —Ya te lo he dicho… Él sacudió la cabeza y su sedoso cabello negro se balanceó contra su pálido rostro. —No estoy hablando de la aburrida mitología que me acabas de narrar. La Lilith sabe adónde fue desterrado Lucifer. Tú fuiste encarcelada cerca como un castigo por cuestionar la palabra de Dios. —Supongo que hay mucho de eso dando vueltas por ahí. ¿Es por eso que caíste? Ni siquiera parpadeó. —No. Yo fui el segundo en caer, con veinte de mis amigos. Fuimos enviados a la tierra para enseñar a los humanos acerca de metales y agricultura, y cometimos el terrible error de enamorarnos de mujeres humanas. El Dios de ese tiempo era una entidad furiosa y vengativa, y terminamos con una condenación eterna. Lo miré fijamente, estupefacta.

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—Ésa era la última cosa que esperaba —dije finalmente—. Podría haber supuesto que ni siquiera sabías el significado de amor. Él me miró, y por un momento no pude moverme, caí en el profundo, ardiente deseo de su mirada azul intensa. Anhelando, el dolor, el oscuro calor de puro sexo ardiendo en su largo y lento mirar, y me sentí temblando por dentro, mis suposiciones se fueron al diablo. Su expresión me calentó y, por un momento, pude sentir que mi cuerpo rápidamente respondía. Y luego la sensatez regresó, mientras sus párpados se entrecerraban y su expresión se volvía fría y distante. Rápidamente intenté cambiar de tema. —¿A qué te refieres con “el Dios de ese tiempo” estás intentando convencerme de que hay más de uno? —Hay tantos dioses como la gente pueda imaginar, pero al final todos ellos son lo mismo, el Ser Supremo quien finalmente concede el libre albedrío al género humano y luego se distancia para dejarlo actuar por sí solos. —Eso no es tan malo, ¿verdad? —No, no comparado con el tirano que creó el mundo. Pero él dejó al Arcángel Uriel responsable de hacer cumplir su palabra, y los resultados han sido… menos que óptimos. No hay ninguna posibilidad de perdón o redención, simplemente la condenación eterna. —¿Entonces estás condenado? —Así como tú. Raziel lidera a los Caídos ahora, y él me mandó a traerte aquí, a la Ciudad Oscura, para averiguar lo que sabes. No tengo ningún poder en este lugar. Tarde o temprano, seré forzado a entregarte a los Extractores de la Verdad, y no hay nada que pueda hacer al respecto. Ellos son despiadados e imparables. Lo miré sorprendida. —¿Por qué querrías hacer algo al respecto? Pensé que me querías muerta. Me miró incómodo. —Tengo mis razones. Pero en realidad, mientras vivieras lejos y tu vida no se pusiera en contacto con la mía, estaba dispuesto a esperar unos pocos cientos de años. —Yo no voy a vivir unos pocos cientos de años, soy humana. Él hizo un sonido de repugnancia. —No hay ninguna esperanza para ti mientras continúes con este juego. Tú no eres humana, no lo has sido por milenios, no desde que desafiaste a Dios y fuiste 92

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maldita. Para el final de la semana, los Extractores de la Verdad te tomarán y serás destruida, y no puedo cambiar eso. —¿Entonces, por qué siquiera estamos teniendo esta discusión? Se recostó contra la silla y cerró los ojos, y miré los elegantes rasgos de su cara, los pómulos elevados, la nariz estrecha, la enfadada y tentadora boca. —Puede haber una salida. —Habló tan suavemente que casi no lo escuché. —¿Cuál es? —Sí me dices lo que sabes, podría ser capaz de encontrar una manera de sacarte de aquí, y podrás volver a Australia o a cualquier lugar que quieras, siempre que te mantengas fuera de mi vida. —Ser parte de tu vida nunca fue una prioridad para mí —dije, mi voz helada—. Tú eres el que me estaba acosando a mí, ¿recuerdas? —Me erguí, pasando una mano a través de mi cabello enredado—. Y no sé nada. Sigues insistiendo en que soy un Demonio antiguo del sexo, y no me crees cuando te digo que estás equivocado. No tengo ni idea de dónde encerraron a Satanás… —Lucifer —corrigió bruscamente. —No tengo ni idea de donde lo encerraron. No puedo ayudarte. —Entonces yo no puedo ayudarte a ti. No sentamos en silencio, ninguno de nosotros dispuesto a romperlo. Finalmente no pude soportarlo más. —¿Por qué Beloch piensa nosotros vamos a tener sexo? —Beloch no es el viejo caballero amable que tú pareces pensar que es. —He comenzado a entender eso. ¿Por qué dijo él… lo que dijo? —Todo esto es parte de su pequeño juego. Él quiere que yo sea víctima de tus poderes. De ese modo, puede derrotarme tanto a mí como a ti. —¿Por qué querría derrotar a cualquiera de nosotros? —Eres una Lilith, la encarnación de poder femenino y la rebelión. Desde luego que quiere destruirte. Y a mí me odia porque yo fui una vez amado por Dios y él nunca lo fue. —¿Beloch no es un Ángel Caído? Él vaciló.

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—No está claro exactamente qué es. Supongo que es un Demonio. —¡Maldición! —dije bruscamente—. ¿Por qué rayos estás tan determinado a liquidarme cuando tienes a un Demonio allí mismo, listo para ser castigado? O derrotado, o lo que sea. —No todos los Demonios son malos. —Pero yo lo soy. —Ni siquiera me molesté en expresarlo como una pregunta, y él no se molestó en contestar. —Así que no voy a dormir contigo —dije finalmente—. Puedes decirle a Beloch que se vaya olvidando de eso. —Entonces te entregará a los Extractores de la Verdad sin más tardanza. —¿Y si durmiera contigo? No es que lo fuese a hacer, pero tengo curiosidad. ¿Eso significa que no me entregarán a sus subalternos? ¿Te convertirías en mi esclavo voluntario? —Ése era un pensamiento atractivo. Me gustaba la idea de él estando sobre sus rodillas a mi alrededor. —Claro que no. Beloch apuesta a que tú me conquistarías. Sé que eso es imposible. Ir a la cama contigo no significaría nada para mí. —Lo mismo digo —contesté bruscamente—. La respuesta a nuestros problemas es simple. Solamente les diremos que lo hicimos. Que nosotros lo estamos haciendo. Haciendo la cosa salvaje toda la noche, y tú no estás lo bastante seguro si vas a sucumbir o no pero necesitarás tiempo para averiguarlo. Lo cual nos dará suficiente tiempo para hacer un plan de escape. —Hay dos defectos fatales en ese plan —dijo él—. Uno, tú aún tienes que darme una razón para rescatarte. Necesito esa información, y los Extractores de la Verdad lo conseguirán para mí. Quería gritarle que yo no tenía ninguna información, pero mordí mi labio. No iba perder las esperanzas de convencerlo para que me salvara. Ya me había salvado una vez, cuando había sido él quien arreglara mi muerte. Bajo su frío exterior latía un corazón real. Sí los Ángeles tuvieran corazón. Sí él realmente fuera un Ángel. —Dijiste que había dos defectos fatales. ¿Cuál es el otro? —Él sabría si mentimos. —¿Cómo? ¿Tiene cámaras? ¿Micrófonos? —Deja de pensar que estás lidiando con mortales, Rachel. Créeme, lo sabría.

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El sonido de mi nombre en sus labios fue extraño, casi dulce, aunque no parecía darse cuenta de que lo había usado. —¿Cómo lo sabría? Respondió con un suspiro de irritación. —Lo olería. —¡Ew! ¿Acaso no piensa que tomaríamos una ducha? —No estoy hablando acerca de semen, sudor o secreciones vaginales —dijo con demasiada franqueza, y sentí calor en mi piel—. Olería los cambios en tu cuerpo, en tu piel, en tus venas. Él lo sabría. —He tenido sexo antes, y créeme, no ha habido ningún cambio que no haya podido quitar. —Esto es parte de tu maldición. Volver a los hombres locos de deseo y no sentir ningún placer. —Genial —murmuré—. Y todo este tiempo pensé que yo era frígida. Él me miró rápidamente, pero no pude leer la expresión en sus ojos. Ojos azules en un universo blanco y negro. Estaba comenzando a atesorar aquel pequeño pedazo de color cuando sabía que no debería. No debería atesorar nada de él. Pero el hecho ridículo era, que lo hacía. Lo hice, a partir del momento en el que me había despertado en aquel cuarto de un hotel sórdido en Australia, y miré dentro de sus ojos fríos y sombríos, y me di cuenta de algo. No sabía si esto era un déjà vu o un shock o el más rápido caso de síndrome de Estocolmo que se haya registrado. Todo lo que sabía era que había mirado sus ojos y vi lo que quería decir un “alma gemela”, eso era absurdo. Pero yo había visto un vínculo, una conexión, que existía sin importar lo que él intentaba hacerme. Y parte de aquel vínculo era un deseo totalmente inesperado. —¿Así que, qué sugieres que hagamos? —Si a él no le gustaban mis ideas, podía dar una propia. —Nos dará una semana si piensa que estamos siguiendo sus órdenes. Sí cree que me estás destruyendo. Sí sabe que nos hemos rehusado te llevará inmediatamente, y ganará. —Y tú también lo harás, por rehusarte a jugar su juego. —Pero tú no lo harás. Estarás muerta. Eso no debería haberme sorprendido. Siempre supe que eso era lo que me esperaba al final.

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—¿Y por qué te importaría? —pregunté. Qué estúpida y quejumbrosa pregunta, pensé, deseando poder retractarme. Él había intentado matarme, me había dicho un millón de veces que era un monstruo que debía ser aniquilado. Yo era completamente prescindible. Por supuesto que él no dijo nada. No pensaba que Azazel fuera capaz de una cortés y tranquilizadora mentira. —Es tu decisión —dijo. Me animé a contemplar mi propia muerte. —¿A qué te refieres? Me recosté, examinando su hermosa cara. ¿Muerte segura y dolorosa o ser forzada a tener sexo con un hombre que me atraía más de lo que cualquiera otro lo había hecho? Oh, tuerzan mi brazo. —Elegiré el sexo. Él no parecía particularmente feliz acerca de mi noble sacrificio. De hecho, parecía consternado y consideré retractarme. —¿No te gusta la idea? Siempre puedes recostarte y pensar en Inglaterra. —¿Por qué demonios haría eso? —Su voz fue incluso, impasible. Me encogí de hombros, irritada. —Eso es un refrán, las madres de la Inglaterra Victoriana le decían a sus hijas que el sexo era horrible, pero que ése era su deber y que ellas debían acostarse y pensar en Inglaterra. —Ése no es mi deber. —No seas tan endemoniadamente literal. Silencio. Esperé a que se acercara a mí, pero no se movió de la silla. Simplemente me miró con aquellos brillantes ojos azules. En la distancia oí un reloj sonar una vez, y mi estómago se apretó. Yo en realidad iba a tener sexo con este hombre, supuestamente no humano, que me miraba sin una emoción en absoluto. O, podría morir. Esperé tanto como pude, pero la paciencia no era una de mis virtudes. —Entonces… ¿qué es lo siguiente que haremos? No respondió. No tenía que hacerlo. Me levanté, nerviosa. 96

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—Creo que voy a tomar una ducha antes de que nosotros… er… hagamos eso. ¿Dónde quieres que nos encontremos? Él simplemente elevó la mirada hacia mí. —Yo te encontraré. Oh. Mi. Dios. ¿Qué demonios estaba haciendo? La única cosa que puedes hacer, me recordé a mí misma. Quizá yo era la única que iba a cerrar los ojos y pensar en Inglaterra. Él parecía totalmente desinteresado por nuestro próximo sexo. Sólo esperaba que él pudiera actuar en automático, porque yo no era del tipo seductor. —Está bien entonces —dije incapaz de ocultar mi nerviosismo—. Te veré luego. —Sí. Mierda. Prácticamente huí de la habitación, huí de él. ¿Qué demonios estuve de acuerdo en hacer?

* * * * Ella huyó de él, y él no estaba seguro de por qué. Probablemente porque sabía que su verdadero yo podría ser revelado una vez que las ropas estuvieran fuera. No es que hubiese algún rastro de Demonio en su suave y encantadora piel. La había examinado cuidadosamente, y tenía el cuerpo de una mujer humana. Ninguna señal de su origen Demoníaco. Al menos por ahora. Él no tenía ni idea de qué podría pasar en medio del coito. Ella podría convertirse en una serpiente o en un dragón y devorarlo. La idea parecía casi cómica. Debería haber sabido que diría que sí eventualmente. Ésta era su única oportunidad. Se preguntaba por qué estaba tan nerviosa. De hecho, ella estaba tan nerviosa como una virgen. Posiblemente porque sabía que una vez que estuviera desnuda y encima de él, no sería ya capaz de ocultar su verdadera naturaleza. Y estaría encima. Había sido desterrada por una razón tan estúpida como por la que él había sido condenado. Ella rechazaba someterse. Rechazaba ser físicamente dominada. Se rehusó a yacer debajo de su marido. Y no había lugar para una mujer rebelde en el mundo en el cual había sido creada. Él podía sentir su sangre bombeando a través de él. Había estado contando con su rechazo, y habría lidiado con eso.

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Había sido un tonto por no darse cuenta que la estaba llevando a una muerte segura. No es que hubiera tenido otra opción. Él había sobrevivido a los Extractores de la Verdad, pero ella era más débil. Sería destruida. Y Beloch no tendría mucha piedad. Y sí hubiese dicho que no, habría ideado un plan para sacarla de allí, aunque no tenía idea cómo, o si podría. Tenía que recordar que la verdad era más importante que cualquier pequeña mujer. Así que él tomaría su cuerpo. Su acuerdo era renuente, lo cual ayudaba. Ella lo odiaba y le temía… había hecho todo lo posible para promover eso. No tenía dudas de la naturaleza seductora de ella podría emerger, y él simplemente tenía que hacer su mejor esfuerzo por resistirse a su señuelo de Sirena. Ningún hombre podía resistírsele, pero él no era un hombre. Podía tomarla, follarla, sin atadura ni vínculos. Su cuerpo podía hacer lo que tenía que hacer, y podría tomar su liberación como un acto físico, nada más. La Lilith querría una entrega total, pero él nunca podría darle eso. No estaba en su naturaleza. Se rehusaba a aceptar la profecía. La mataría a ella y a sí mismo antes de dejar que pasara. Pero no lo haría. Él se levantó y entró a su baño, y tomó una ducha fría, las gotas heladas golpeaban su piel. No había nada que enfriara el deseo que se enrollaba en el fondo de su estómago. El verdadero triunfo sería no quererla. No endurecerse con el pensamiento de estar dentro de ella. Pero aquel triunfo estaba fuera de su alcance. No podía controlar sus reacciones físicas así como no podía traer a Sarah de vuelta. Pero podía controlar todo lo demás. No iba a vestirse, pero si iba desnudo hacia ella vería su excitación, y eso le daría demasiada ventaja. Se puso sus vaqueros, con cuidado, y fue a buscarla. Había tiempo.

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Capítulo 11 Traducido por Akanet Corregido por Marina012

M

e quedé en la ducha hasta que la piel de mis dedos se arrugó y el agua caliente empezó a enfriarse, e incluso entonces consideré aguantarla durante otra media hora en lugar de enfrentar lo que me esperaba. No podía recordar el sexo, a excepción de las relativamente insatisfactorias veces con Rolf. Seguramente debía haberlo disfrutado en algún momento de mi vida, pero si lo había hecho, esos recuerdos se perdieron. Ni siquiera podía recordar mucho sobre Rolf, excepto que siempre estaba en la parte superior. Y eso no ayudó. Pero era como andar en bicicleta, eso esperaba. Una vez que lo aprendiste, era bastante fácil seguir los movimientos. Además, la mayoría de ellos le corresponderían a Azazel. Pero yo estaba bastante nerviosa, y el agua fría me estaba dejando lista para saltar de mi piel, de mala gana cerré la llave del agua y salí de la ducha, que era sorprendentemente moderna para una casa más adecuada para el siglo XIX. Había toallas grandes y envolventes, y me envolví bien y traté de hacer algo con mi absurdo cabello enredado. Era un dolor en el culo tratar de lavarlo, especialmente cuando el corte del sable en mi rostro había comenzado a sangrar de nuevo bajo el agua caliente, filtrándose a través de mi cuero cabelludo cuando incliné la cabeza hacia atrás. En Brisbane había utilizado media taza de acondicionador en un intento de forzarlo a la sumisión, pero la fabulosa ducha de aquí no venía con nada más que champú de lavanda. Genial. Iba a quitarle los pantalones del susto. Conseguí una risita nerviosa. Ése era el punto, ¿no? Y no debería estar sorprendido si lucía como una mujer loca… él estaba esperando meter en la cama a un Demonio. Por lo menos podía cumplir con lo que se ve afuera. A menos que hiciera esto en total oscuridad. Eso haría que todo fuera más fácil. Después de todo, había tenido relaciones sexuales con Rolf y no había habido un gran grito. Y la respuesta cada vez más floja de Rolf fue una señal más de que yo estaba muy lejos de la Sirena irresistible que Azazel me creía. De hecho, él iba a estar muy decepcionado si esperaba fuegos artificiales y acrobacias. Yo



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no conocía ninguna. Tenía toda la intención de simplemente hacerlo y acabarlo tan pronto como fuera posible. Entré en mi habitación, pensando en encontrar la voluminosa camisa de dormir que me había puesto la noche anterior. Tal vez ni siquiera tendría que quitármela... podría simplemente levantarla tímidamente y apartar la mirada. Me detuve en seco. Él estaba tumbado en mi cama, con un par de pantalones vaqueros y nada más. Debería haber sabido que sería magnífico sin una camisa. Su piel era luminosa entre blanca y dorada contra las sábanas sin color, y su cabello negro estaba húmedo, apartado de su crudamente hermoso rostro. Me miraba fijamente, y mi pánico floreció. Pero no había lugar para correr. Podía hacer esto. Había hecho esto en innumerables ocasiones antes, ¿no? Lo miré. —¿Podemos apagar las luces? —No. Me mordí el labio. —¿Sabes dónde está mi camisa de dormir? —No la necesitas. Ven. —Hizo un gesto hacia la cama, junto a él. Ese maldito dominio de nuevo. Me moví un par de pasos más cerca. —¿No puedes hacer algo? —dije nerviosamente—. ¿Decirme algo agradable? ¿Extender tu mano? —¿De modo que puedas pretender que esto no es lo que es? Lo dudo. Quítate la toalla y entra en la cama, y deja de pretender que no has estado haciendo esto por decenas de miles de años. Puedes usar tus habilidades… no tendrán ningún efecto en mí. —No tengo habilidades —dije, frustrada—. Y si no harán ninguna diferencia, ¿por qué debería tratar? —No está más allá del reino de la posibilidad que puedan acelerar las cosas, lo cual ambos apreciaríamos. Quítate la toalla y súbete a la cama. Me subí a la cama, manteniendo la toalla sujeta a mi alrededor. Él se recostó contra las almohadas, su color era un fuerte contraste frente a la uniformidad de este mundo. Estaba esperando que hiciera algo, que me hiciera cargo. Bueno, sin duda comprendía lo básico. Ficha A dentro de la ranura B y todo eso. Recogí las piernas por debajo de mí y lo miré.

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—¿Qué pasa si no soy tu mítico Demonio come bebés? —dije de repente—. ¿Qué pasa si te equivocas, si recogiste a la persona equivocada? —No hay ningún error. —¿Cómo lo sabes? —A causa de mi reacción hacia ti. Eso me dio en qué pensar. Y entonces me recuperé. —Oh, apuesto a que odias a mucha más gente aparte de mí, y no vas por ahí pensando que son Lilith. —Ya te dije que no te odio. Y esa no es la reacción de la que estoy hablando. —Entonces, ¿de qué estás hablando? —exigí, frustrada. En cualquier otro, ese brillo podría indicar diversión. Por supuesto, no en Azazel. Pero no respondió a mi pregunta. En cambio, dijo: —Puedes dejar de intentar posponer esto con preguntas sin sentido. —Correcto —dije, incapaz de mantener la ira fuera de mi voz—. Cuanto antes lo hagamos, más pronto se acabará. —Exactamente. Prosigue. ¿Prosigue? Mierda, ¿y hacer qué? ¿Y por qué me estaba disgustando tanto? Yo quería terminar con esto tanto como él lo quería. Aferrándome al nudo que mantenía unida la toalla, me acerqué a él, cuidando de mantener cubierta mi mitad inferior, lo cual fue toda una hazaña, teniendo en cuenta que la toalla parecía decidida a separarse y mostrarle. Extendí la mano y la puse tentativamente en su pecho, y casi la quito de nuevo. Su piel estaba caliente. Por alguna razón esperaba que se sintiera frío bajo mi mano. Dejé que mis dedos se deslizarán hacia arriba con indecisión hacia su hombro. —¿No deberían los Ángeles tener alas? —susurré. —Las tengo cuando las necesito. —¿Magia? —Milagro —dijo, sin moverse bajo de las suaves exploraciones. Sus pezones eran círculos oscuros en su piel pálida, y yo quería poner mi boca sobre ellos. La idea fue tan aleatoria e inesperada que la ignoré, moviendo mis dedos a través de su clavícula hacia el otro hombro.

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—Sabes —dijo en un tono conversacional—, sería mejor que movieras tu mano más abajo. Todas las partes interesantes están por debajo de la cintura. Retiré mi mano, repentinamente avergonzada. Estaba haciendo esto mal. ¿Por qué demonios no había aprendido alguna vez a tratar de seducir a un hombre? La respuesta era simple. Nunca lo había querido. El sexo había sido el precio que pagué por compañía, algo que los hombres querían, no yo. Se trataba de provocar placer a un hombre, no acerca de mi placer. Pero esta vez era diferente. Quería a este hombre, a pesar del miedo y la coerción. Quería sentir su piel caliente contra mi pecho, sentirlo dentro de mí. Quería su boca sobre mí, besándome, probándome. Buena suerte con eso, pensé, descontenta. —¿Qué quieres? —dije, enojada de repente por su falta de interés. —¿Qué quieres decir? —Es evidente que estás esperando a ser atendido, y a pesar de tu insistencia en que soy una puta, no tengo ni idea de cómo ocuparme de ello. ¿Hay algo especial que requieras? Sus ojos se estrecharon mientras me observaba. —¿Qué estás ofreciendo? —¿Quieres que te haga sexo oral? —No tropecé con las palabras. Lo había intentado una vez con Rolf, en un esfuerzo por estimularlo, pero a ninguno de nosotros le había gustado mucho—. Tengo entendido que puede ser eficaz para conseguir excitar a alguien. —Estoy excitado. Parpadeé. —Entonces, ¿qué quieres? —Depende de ti. Mierda. Si fuera por mí, me gustaría dirigir mi lengua hasta su pecho y, no, no podía hacer eso. En lugar de eso me incliné y presioné mis labios contra los suyos, brevemente, y luego me eché hacia atrás. No hubo reacción. Sólo esos ojos azul intenso, mirándome. Bueno. Iba a tener que hacer un mejor trabajo. Me levanté en mis rodillas, puse mis manos sobre la piel lisa y fuerte de sus hombros, y lo besé otra vez, suavizando mis labios contra los suyos, firmes e inquebrantables, luego retrocedí. ¿Cuál era el problema? Me había besado ayer, me besó más a fondo de lo que nunca había sido besada antes.

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Sus ojos se estrecharon y, de repente, me tocó la cara, alejando mi cabello del estrecho corte. —¿Cómo sucedió eso? —Tu amigo Enoch —dije, tratando de sonar informal. —No es mi amigo. —Hubo una expresión de su rostro, una que podría haber pensado que era peligrosa—. ¿Te duele? Me encogí de hombros, aferrándome a la toalla. —Está bien. Sangró un poco, pero creo que se ha detenido. Fue sólo suerte que lo esquivara. —Por suerte para Enoc —dijo con voz sombría. Su mano se sentía casi tierna en mi cara, como el susurro de una caricia. Y luego la dejó caer—. Quítate la toalla. Bueno, podía hacer eso. Tendría que hacerlo tarde o temprano. Busqué el nudo entre mis pechos y vacilé. Él agarró mi mano, la apartó, y tiró de la toalla antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Yo estaba de rodillas completamente desnuda en la cama, sintiéndome horriblemente expuesta. No estaba acostumbrada a esto. Luché contra la tentación de tratar de taparme, pero sentí mi piel calentándose por la vergüenza. Él no estaba mirando mi cuerpo, estaba mirando mi cara. —¿Te estás sonrojando? —No —murmuré. Hundí la cabeza, porque no quería encontrarme con su mirada. Habría apartado el pelo de mi cara, pero eso habría requerido movimiento, y pensé que si me quedaba muy quieta… La sensación de su mano en mi cara una vez más fue impactante. Fue sorprendentemente suave, deslizándola contra mi mejilla y mi pelo, su pulgar rozando de un lado al otro mis labios y lancé una mirada tentativa hacia él. Lentamente, muy lentamente, me atrajo hacia él, trayendo mi boca contra la suya, besándome con gran dulzura, tanta dulzura que tenía ganas de llorar. Si tan sólo pudiera… Me jaló más cerca de modo que mis pechos se presionaran contra su firme y musculoso pecho, y sentí que mis pezones se endurecían, de repente apretados y sensibles. Sus manos se deslizaron por mi espalda desnuda, atrayéndome aún más cerca mientras sus labios se movían hacia abajo por mi mandíbula, un lado de mi cuello, y respiraba profundamente, como si estuviera inhalando el aroma



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de mi piel. Su boca se abrió contra la palpitante vena en la base de mi cuello, su lengua saboreándome, y oí un gemido lejano que debe haber venido de mí. Sentí sus dientes y luego, un pequeño mordisco contra mi piel, casi doloroso, y mi amortiguada excitación estuvo de repente con toda su fuerza, barriendo mi cuerpo. Puse mis manos sobre él, en su cabello húmedo y sedoso, presionándolo contra mí. La habitación no estaba a oscuras como yo quería, pero no me importaba. Estaba bien para quererlo, bien para sentir el deseo abrumador. No hubo testigos, y a él no le importaba lo que yo estaba sintiendo. Estábamos haciendo esto, estaba fuera de mi control, y su boca era maravillosa contra mí. Tuve una repentina y extraña fantasía: quería que sus dientes rompieran mi piel, para que lamiera mi sangre como un vampiro de la vieja escuela. Sin embargo, movió su boca hacia abajo, sus manos rodeando mi cintura, y aparentemente sin esfuerzo me acercó hasta él, levantándome, y su lengua tocó mi pecho. —Oh, Dios —susurré mientras me lamía suavemente, cuidadosamente, provocándome hasta que quería gritarle. Y luego su boca se fijó en mí con un hambre tan profunda y provocativa, que sentí un espasmo caliente entre mis piernas y, montándome a horcajadas en él, presioné mi cuerpo desnudo contra el suyo. No había mentido. Estaba sin duda excitado, y me sacudí contra él instintivamente, sintiéndolo contra mi sensible carne. Me sentí abrumada por la sensación. Al principio todo parecía centrado en la lenta y deliberada succión de su boca en mi pecho mientras sus largos dedos ahuecaban el otro, incitando el pezón mientras chupaba. Sin embargo, la dureza entre las piernas mientras lo montaba era igualmente sorprendente, y quería más. Quería la posesión completa, y me sentía impotente, sin saber qué hacer al respecto. Deslicé mis manos hasta el cierre de sus pantalones, con ganas de arrancárselo, pero él dejó escapar un pequeño silbido de dolor como si sin darme cuenta lo hubiera lastimado. Alejé mis manos bruscamente. Él las agarró y las puso allí de nuevo, y no podía creer lo realmente duro que estaba. Yo estaba mojada entre mis piernas y consciente de mí misma de nuevo, queriendo apartarme, pero entonces él puso su mano allí, y dejé de pensar. Necesitaba que me tocara, me acariciara, se deslizara contra la humedad, y yo luchaba por acercarme a él. Cuando empujó sus dedos dentro de mí y gruñí con frustrada necesidad, tratando de obtener más. De repente desesperada, extendí la mano hacia abajo para encontrar el pasador de su cremallera, cuando se sacudió y maldijo de nuevo como si lo hubiera lastimado una vez más. —Lo siento, lo siento mucho —susurré con voz entrecortada—. No sé lo que estoy haciendo. Lo siento. —Él deslizó una mano detrás de mi cabeza, en mi pelo, y tiró mi boca hacia la suya, silenciándome. Se liberó a sí mismo con la otra mano, la carne dura y caliente brotando libre, pero no me atrevía a tocarlo, 104

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por miedo de mi torpeza. Yo temblaba, indefensa, insegura, tan inundada con un loco deseo que apenas podía hablar. Él no necesitaba palabras. Atrapó mis caderas en sus manos, levantándome, manteniéndome suspendida sobre su tensa erección. Sólo había bajado sus pantalones vaqueros un poco —todavía podía sentir la tela contra mis piernas desnudas—, pero no me importó. Lo sentí contra mí, la cabeza de su hombría descansando contra el vacío que me atormentaba y, sin embargo, aún tenía miedo de terminarlo, de unirnos, miedo de lastimarlo de nuevo. Oí su suspiro de frustrada exasperación, y tomó mi mano y cuidadosamente la envolvió alrededor de su erección. Y con su otra mano en la parte baja de mi espalda, empezó a empujarme hacia abajo sobre él. Era tan grande. Una gran y dura invasión, con la que incluso mi lisa carne luchó, pero él simplemente me movió, provocando a nuestros cuerpos hasta que el deseo fluía hábil y dulce entre nosotros, moví mi mano y finalmente me dejé caer en su total longitud, mi cuerpo temblando en respuesta. Miré hacia abajo entre nosotros, en la unión. Pude ver mis pezones, apretados y duros. Verlo enterrado dentro de mí mientras sentía que mi cuerpo se acostumbraba a él. No se había movido y, poco a poco, levanté los ojos hacia él. Por un momento simplemente nos miramos el uno al otro, congelados en el tiempo, sus ojos y los míos, intimando más poderosamente que la unión entre nuestras piernas. —Muévete —dijo, con voz ronca. Me moví, subiendo en mis rodillas, sólo un poco, luego hundiéndome en él otra vez, sintiendo que me llenaba. Sólo me tomó un momento encontrar el ritmo, y cerré mis ojos, lanzando la cabeza hacia atrás mientras remontaba, dentro y fuera, vacío y lleno, un viaje como ningún otro, como montar un dragón a través de un cielo de luna brillante. Tenía las manos sobre sus hombros, agarrándolos para equilibrarme, y él estaba resbaladizo por el sudor, y tenía las manos en mis caderas, sin forzarme, sólo tocándome, y yo podría haber seguido para siempre, navegando en una ola de placer brillante como el cristal, cuando algo oscuro brotó, algo pesado y aterrador. Podía sentir mi cuerpo alejándose de mí, y eso me aterrorizó. Me quedé inmóvil, haciendo un sonido ahogado con mi garganta. Sus manos se cerraron sobre mis caderas entonces, moviéndome, siguiendo con el ritmo que había perdido, mientras yo misma estaba perdida, y él empujaba hacia arriba en mí, duro, una y otra vez. Clavé mis dedos en sus hombros, con ganas de huir, pero él no me dejaría.



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—No luches contra él —susurró—. Acéptalo. —Deslizó su mano por mi estómago, tocando donde nos uníamos, y una sacudida en reacción se extendió por mí. Oí mi grito ahogado, y él avanzó hacia arriba dentro de mí una y otra vez, y me tocó una vez más, duro, y su voz era un rugido. —Vente —dijo. Y lo hice. Me rompí en mil pedazos, la oscuridad se astilló en todo a mi alrededor, mientras lo sentía culminando dentro de mí. Yo me había ido, ya no quedaba nada de mí, mientras iba a ese lugar oscuro, bebiendo de él, mi cuerpo congelado. Y entonces me derrumbé contra él, con ganas de llorar, y sus brazos llegaron alrededor de mí con una ternura desgarradora, sosteniéndome, mientras poco a poco volvía a mi cuerpo, a la cama, al hombre que estaba montando. Quería quedarme así para siempre. Quería que me besara, que me dijera que me amaba, quería todos los cuentos de hadas que las personas tejían. Pero en lugar de eso sus brazos se deslizaron hacia atrás, sus manos agarraron mi cuerpo y me levantaron fuera de él, colocándome en la cama junto a él. Le di la espalda, acurrucándome como una bola, abrazándome. No quería ver su expresión sin emoción, sus ojos azules invernales. Estaba volviendo lentamente… si veía las cosas con calma, podía admitir que había sido amable. Me había sostenido, acariciado, guiado cuando perdí mi rumbo. Y yo lo odiaba por ello. Era mi enemigo, había dejado eso en claro, y lo que acabábamos de hacer era simple biología para él. Lo que había hecho añicos mi alma era simplemente el instinto por su parte, y odiaba que eso no importara. Lo odiaba. Era muy consciente de él a mi lado, aún apoyado contra las almohadas, sus pantalones puestos debajo de sus caderas, sin moverse. Sin hacer nada. Sin llegar a tocarme, sostenerme. Sin decir una palabra. Hubiera querido llorar. Si hubiera sido capaz de romper a llorar, tal vez algunos de los conflictos habrían disminuido, el dolor y el poder de la última media hora se reducirían a niveles manejables. Pero mis ojos estaban secos, y me quedé mirando dentro de la habitación, sin vida, vacía. Y entonces cerré los ojos y me dormí.

* * * * Él no se movió, no podía moverse. Había hecho lo que tenía que hacer, y había sobrevivido bastante bien, gracias. No se iba a convertir en un Demonio, 106

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simplemente porque se había acostado con una. No iba a perder su alma, olvidar a Sarah, enamorarse. Fue sexo. Lo que lo sorprendió fue cuán honestamente mala era ella en eso. No, eso no era del todo cierto. Lo que acababan de compartir… no, no quería pensar en ello de esa manera. No habían compartido nada. Lo que acababan de hacer había tenido un poder erótico inquietante, a pesar de su nerviosismo. Incluso Lilith no podía simular su profundo sonrojo cuando la había despojado de la maldita toalla, incluso Lilith no podría haber hecho que su deseable y lisa carne se resistiera a su entrada de esa manera. Ella realmente no sabía lo que estaba haciendo. Lo que significaba que su pérdida de memoria era real, y su trato hacia ella había sido más que cruel. Giró la cabeza para mirarla, acurrucada en una bola. Sus ojos estaban cerrados y no había ni rastro de lágrimas, pero eso no era una sorpresa. Los Demonios no podían llorar. Debía decirle algo, algo amable. Por lo que sabía, ése podría haber sido el primer orgasmo que había experimentado, y sabía que era devastador para una mujer. Pero él no podía tocarla. Sería demasiado peligroso si la tomaba en sus brazos. Demasiado peligroso murmurar palabras tranquilizadoras contra su pelo enredado, besar su piel cremosa, sus pechos, el ritmo caliente de su vena contra su boca. Él la había querido, lo quería todo de ella, el calor y el sexo y la sangre en su boca, y ella no era la elegida. Nunca sería la elegida. Incluso si ella no recordaba su poder, no quería decir que aún no lo ejerciera. Por otra parte, él había sido célibe durante siete años. No era de extrañar que se sintiera igual de... sacudido. Esperó hasta estar seguro de que ella estaba dormida, y luego se deslizó de la cama, empujando para quitarse los vaqueros mientras se dirigía hacia el baño. Se limpió, molesto por endurecerse de nuevo al recordar cómo se había sentido su cuerpo, y cuando regresó a la habitación, ella no se había movido. El sol comenzaba a elevarse sobre la Ciudad Oscura, y apagó la luz mientras se deslizaba de nuevo en la cama junto a ella. Ella hizo un sonido suave en su sueño, casi como un sollozo ahogado, y eso se sintió como un golpe. Él levantó las mantas a su alrededor, colocándolas sobre ella suavemente, para no molestarla. Se deslizó hacia abajo sobre el colchón y cerró los ojos. Podía oler el aroma de su piel, el sabor del sexo, el olor a mar que siempre se aferraba a él. Olores familiares y confortables. ¿Por qué el olor de su piel le sería familiar? No importaba. Se durmió.



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Capítulo 12 Traducido por Paaau Corregido por Nanis

C

uando Azazel se despertó, estaba tendido de costado, su cuerpo encorvado protectoramente alrededor del de ella pero sin tocarla. Ella aún dormía. Si hubiese sabido que él estaba tan cerca, con la cara casi enterrada en su cabello, se hubiera movido. Beloch los estaba observando. Él lo sabía. Azazel se apartó, despacio para no despertarla, despacio para que Beloch no pudiera sentir su rabia. Se giró y se sentó, las sabanas en su cintura, protegiéndola deliberadamente de la mirada hostil de Beloch. Él estaba cerniéndose junto a la puerta. No en cuerpo, por supuesto. Beloch nunca hubiera dejado las fronteras de la fortaleza de su Ciudad Oscura, pero podía proyectarse casi en cualquier parte. Azazel sabía el momento en el que Beloch había llegado al cuarto, incluso aunque había estado durmiendo. Era un pequeño consuelo que no hubiera ojos mirándolos en las oscuras horas de la mañana. Se encontró con los ojos de Beloch. —Está hecho —dijo en voz baja, deseando no despertarla—, y aún no siento nada. —Entonces es —murmuró Beloch, en la voz ligeramente vacía que llegaba cuando proyectaba su presencia—. ¿Debería tomarla entonces? Esto tenía que jugarse muy cuidadosamente. Sí se mostraba reacio, Beloch podría precipitarse, y Azazel no tenía aún una alternativa para su aniquilación segura. —Sí quieres —dijo calmadamente. Beloch se había movido a la izquierda. Para obtener una mejor vista de Rachel mientras dormía, y él cambio de posición, protegiéndola una vez más—. Sí crees que esta ha sido una prueba exhaustiva, entonces por supuesto acepto. Estoy aliviado de que no hayas pedido más de mí. Te aseguro que no soy vulnerable a sus señuelos, y acostarme con ella no cambió eso. Me complace que te hayas convencido tan rápido. Beloch simplemente lo miró.

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—No puedo decidir si estás haciendo o no el intento poco inteligente de manipularme, o eres realmente insensible a ella. A pesar de que parece estar muy lejos de Lilith, ella aún debería retener su poder erótico. ¿Insistes en que no sentiste nada? ¿En que sus poderes no te mueven? —Acabé dentro de ella. ¿Es esa respuesta suficiente? —Entonces lo hiciste —murmuró Beloch—. Las cámaras fueron bastante explícitas. Azazel se congeló. No se había molestado en registrar el cuarto, sabiendo que Beloch podía simplemente transportarse si quería mirar. Debería haberse dado cuenta de que Beloch sabría que él se opondría. —Estuviste viendo. —Estuve viendo —murmuró Beloch—. Lo que no entiendo, es por qué tuviste que hacer todo el trabajo pesado, por decir. Habría pensado que te empujaría hacia abajo y se montaría encima de ti. Es su forma, después de todo. Se las arregló para mantener su rabia bajo control. —La subestimaste. Ella sabría que yo no respondería bien a eso, que encontraría la timidez y la incertidumbre atractivas. —¿Y lo hiciste? ¿La encontraste atractiva? Ella estaba despierta. Él sintió la tensión repentina en su cuerpo, y se preguntó cuánto tiempo había estado escuchando. Había estado demasiado enojado con Beloch como para notarlo. No había nada que él pudiera hacer al respecto. —Es una mujer hermosa —dijo con voz apretada—, y he estado en celibato por mucho tiempo. Por supuesto que respondo a ella. No significa nada. —Han sido 7 años desde que tu amada Sarah murió, ¿verdad? —La voz de Beloch era ligeramente burlona, y Azazel quiso meter las palabras en su garganta por atreverse a decir el nombre de Sarah—. Y ahora estás condenado a seguirla con la más grande Demonio femenina que el mundo haya conocido. Eso de verdad debe apestar. Estoy seguro que estarías contento si la alejo antes de que te unas a ella. Él tenía que ir con cuidado, tragarse su rabia. —Lo apreciaría —dijo, y aguanto la respiración. Beloch se rió entre dientes.



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—Lo siento, pero tengo que estar de acuerdo con tu primera valoración. No fue como una prueba. Si vas a probar que no eres sensible, tendrás que soportar más que un paseo rápido a la luz de la luna. Él no mostro su alivio. Ni siquiera estaba seguro de por qué se sentía aliviado. Entre más pronto la destruyeran, más rápido dejaría de ser una amenaza para su futuro. —Como desees —dijo él—, pero apaga las cámaras. —No. Como que disfruto viéndote. Ambos son hermosos animales, y verlos copular es entretenido. Habrías hecho hermosos bebés. —Ya que los Caídos no se pueden reproducir, y que Lilith asfixia a los recién nacidos, esperaría que ese fuera una punto discutible. Beloch miró hacia la figura inmóvil de Rachel, pero Azazel se movió, una vez más bloqueando su vista. —Entonces, los dejaré follar como conejos —dijo torciendo desagradablemente la boca—. Desgástense el uno al otro si quieres. Y sí todavía puedes entregármela, entonces estaré satisfecho, y tú estarás libre de la profecía. Todos estaremos felices. Excepto Lilith, claro. Pero para entonces no sentirá nada. Se había ido. Azazel no se movió, y tampoco lo hizo Rachel. Ella no tendría su conocimiento, no sabría que Beloch los había dejado. Los había dejado con las cámaras como observadores silenciosos. Sí hubiera podido salirse con la suya, se habría deslizado junto a ella, envolviendo su cuerpo a su alrededor, y la hubiera tomado de esa manera. A pesar de la intromisión de Beloch, él aún estaba duro por ella, una reacción natural después de tantos años de celibato. Despertar junto a un cálido cuerpo femenino, era una garantía para la excitación, no importa quién o qué fuera esa hembra. Pero sabía que no debía atreverse a tocarla. No tenía idea de cuánto exactamente había oído ella, pero podría haber sido suficiente. —Se fue —dijo en la voz baja y fría que usaba con ella, dejando el torbellino de emociones escondido detrás. Ella se movió tan rápido que él se sobresaltó. Saltó de la cama, llevándose la sábana y envolviéndola alrededor de su cuerpo. Se dio cuenta muy tarde de que lo dejó desnudo en la cama y despierto, y apartó la cara, una vez más tornándose en ese precioso tono rosa. —¿Tienes alguna idea de lo mucho que te odio?

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No debería haberlo sorprendido. Él la repudiaba a ella y a lo que habían hecho, lo que quería hacer de nuevo. —Espero que lo hagas. No te molestes en explicar… debes tener una docena de razones. —Vete de mi cuarto. Él se deslizó de la cama. En su lado de la cama, y no había mucho espacio entre la cama y la pared, y los dos estaban atrapados. Puso las manos en los hombros de ella, y no podía defenderse de él sin dejar que la sábana cayera, y ella no iba a hacer eso. Él podía lamentar eso, pero tenía que librarse de las cámaras primero. Estaba rígida, enojada, dolida. ¿Quién hubiera pensado que Lilith pudiera sentirse dolida? Pero anoche se dio cuenta de que ella no era más Lilith. El Demonio que habitaba en ella se había ido, o habría emergido durante el coito. Lo había estado esperando preparado; pero cuando se vino, fue simplemente una mujer perdida en la magia de su primer clímax. Ella era Rachel, hermosa, enojada, herida, mirándolo con tanta traición en sus ojos café, que quiso sostenerla contra su cuerpo y abrazarla. Ella pelearía con él si trataba. Así que se contuvo a sí mismo dándole una pequeña sacudida. —Deja de ser infantil. Esto difícilmente es un asunto de sentimientos heridos… esto es vida, muerte, y eternidad. Deja de ser tan emocional. Los Demonios no tenían emociones. Sí aún quedaba algo del Demonio, aquí estaba la oportunidad para que las últimas capas del olvido y la humanidad fueran despojadas, mostrándola como el monstruo que era. ¿O se quedaría de esta manera, confusa y furiosa, vulnerable y luchadora? Y dulce. Nada de esto estaba teniendo el efecto deseado en su polla. La liberó. —Me ocuparé de las cámaras —dijo con voz apretada—. Ve a tomar una ducha. —¿Hay cámaras en el baño? —Lo más probable. Nos ha estado observando desde que llegamos, no tienes privacidad. —Dejó que sus manos cayeran, porque quería alcanzarla de nuevo—. Ve —le dijo. Se fue.

* * * *

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No significaba nada. Sus palabras todavía picaban, cuando no deberían. Sabía que era el enemigo. Sabía que él pensaba que yo era un monstruo… de hecho, era increíble que hubiera sido capaz de levantarse, considerando lo que pensaba de mí. Pero lo había hecho, muy impresionantemente, y había estado duro esta mañana también. Aún podía sentir el calor en mi cara cuando, estúpidamente, alejé las sábanas de él. Necesitaría recordarlo en el futuro. No que fuera a haber ningún futuro. No me importaba lo que Beloch dijo: habíamos hecho lo que él había ordenado, y no había razón para hacerlo de nuevo. Ninguna razón aparte del extraño deseo que bañaba mi cuerpo. Lo quería de nuevo. Lo que era loco: yo no quería sexo, no me gustaba, incluso cuando estaba enamorada. Entonces, ¿por qué temblaban mis manos cuando pensaba en tocarlo? Pensé en la forma en que nuestros cuerpos se unieron, la sensación de él dentro de mí, su grueso deslizar, y quise sentirlo de nuevo. Traté de ponerle seguro a la puerta del baño, pero por supuesto había sido removido, y golpeé mi puño contra la madera, y luego dejé mi cabeza descansar en ella. Quise gritar de ira y frustración, pero no haría ningún bien. Dejé caer la sábana, sin que me importara ya que un puto maldito pervertido anciano estuviera viéndome, y me metí en la ducha. Mis muslos estaban pegajosos, mis músculos dolían, mi boca estaba suave y tierna por él. Me incliné sobre la pared de mármol, y dejé que el agua caliente bajara sobre mí, llevándoselo lejos. Me sequé, luego tomé la sábana de nuevo antes de abrir la puerta. Mi cuarto estaba desierto, la cama hecha con sábanas frescas, y había nueva rapa doblada sobre la cama. Me pregunté a quién debía agradecerle. No podía imaginarme a Azazel haciendo la cama, pero no sabía de nadie más en la casa. Y luego recordé las cámaras que definitivamente estaban en este cuarto. Me vestí rápidamente, resistiendo el impulso infantil de levantar el dedo del medio hacia ellas. Resistiéndome porque no sabía dónde estaban. No había señales de él mientras bajaba la escalera. Tenía la esperanza de que hubiera quedado comestible del enorme buffet de la noche anterior, pero para mi sorpresa había comida fresca, caliente, incluyendo café caliente. Todo lo que había podido querer. Podría haber deseado que mi apetito desapareciera con los eventos de las últimas 12 horas, pero en cambio tenía un hambre voraz. Volví por algunos segundos y me senté ahí, mis piernas apoyadas en una silla cercana, disfrutando de una segunda taza de café y un croissant de almendra, cuando Azazel entró.

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Lo miré, tratando de no imaginarlo desnudo, la mirada en su cara mientras me agarraba de sus hombros y lo cabalgaba… —Hay comida —dije innecesariamente. —Ya comí. Por supuesto que lo había hecho, pensé, excesivamente molesta. A este punto, probablemente no había nada que él pudiera hacer que no me molestara. Era tarde, y el cielo fuera estaba oscureciendo. Parecía como si una tormenta se acercara. —¿Qué profecía? —No quería preguntarle, no quería decir nada que requiriera una respuesta de él. Podía hacer lo que siempre hacía, ignorar mis preguntas, darme respuestas de una sílaba—. Olvídalo —dije precipitadamente—. No sé por qué me molesto. Se acercó, tomó la silla en la que estaban apoyados mis pies, y la sacó de debajo de mí, sentándose a mi lado. —La profecía es de uno de los antiguos rollos encontrados en Quamran. Más conocidos como Los Rollos del Mar Muerto. Estaba más sorprendida de que me hubiera dado una respuesta que de la respuesta en sí. —Esos son cuentos de hadas y mitología, nada más. Escrito por locos, ancianos ilusos. —Te sorprenderías —dijo él—. La mitad de ellos no tienen sentido. El resto está demasiado cerca de la verdad. —Así que hay un 50% de posibilidades de que esta profecía sea verdad. ¿Qué es? —No importa. Resulta que es del 50% que no es verdad. —Entonces, ¿por qué te importa tanto? Sus labios se apretaron. Recordé la sensación de sus labios contra mí, y quise cerrar los ojos y cruzar la pequeña distancia que nos separaba. Permanecí donde estaba. —La profecía dice que Lilith se casará eventualmente con Asmodeus, Rey de los Demonios, y reinarán en el infierno. Okay, pensé, alcanzando mi café. Ya estaba frío, pero necesitaba ganar tiempo. Tragué, luego lo miré.



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—Absurdo —estuve de acuerdo—, considerando que no soy el mítico Demonio que crees que soy, no tiene nada que ver conmigo. Pero incluso sí es verdad, ¿por qué es un problema para ti? Crees que pertenezco al infierno, de todas formas. Bien podría descartarlo. —El infierno no existe, ya te lo dije. —¿Crees que tomo tu palabra como verdad? —De hecho, nunca miento. Soy incapaz de hacerlo. —¿Eso es parte del denominado Ángel? —Sí. —Y tú eres un Ángel. —Aún encontraba eso tan absurdo como el pensamiento de que yo era un Demonio—. Entonces, ¿por qué te preocupas de la profecía? ¿Por qué te importa con quién me case? —Era un ridículo, pensamiento optimista, pero no podía imaginarme que más podría ser preocupante acerca de la profecía. —Po supuesto que no me importa con quién te cases. Mientras no sea conmigo. Tengo muchos nombres en los rollos y en las escrituras. Azazel, Astaroth, Azael… y Asmodeus. Por un momento no pude moverme. Y luego no pude evitarlo. Me reí. —No seas ridículo. No me casaré contigo. —No. Intento asegurarme de eso. ¿Por qué se sentía tan doloroso? Definitivamente no quería casarme con él. No tenía idea qué podía implicar casarse con un Ángel, pero imaginé que no era agradable. Y no había forma en el infierno que fuera a darle tanto poder sobre mí. Él ya tenía mucho. Aún quería responder algo, hacerle sentir el dolor que estaba sintiendo, el ilógico, irracional dolor, y tenía un arma. —¿Quién es Sarah? Quizás imaginé que se estremeció, el movimiento fue tan rápido. Pero no evadió mi mirada. —Mi esposa —dijo él—. Murió 7 años atrás. Y no la reemplazaré contigo. — Mirándome. Siempre mirándome sobre esos fieros ojos azules, en el entorno monótono y vacío. Quería odiarla. Quería que la rabia me llenara ante el pensamiento de la mujer que él amaba, que la amaba lo suficiente para pasar 7 años sin sexo, que la 114

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amaba tanto que me ofreció a los monstruos en vez de arriesgarse a casarse conmigo y contaminar su memoria. Pero no podía encontrar rabia. La verdad, casi podía sentirla entre nosotros, una gentil presencia en el cuarto. Oh, definitivamente entre nosotros, y siempre lo haría. Pero él podría irse, y yo podría morir, y ¿por qué debería importarme? Aún así lo hacía. —¿Qué pasa si te prometo que no me casaré contigo? Creo que soy capaz de sobrevivir con un golpe demoledor en mi corazón. —Estaba tratando de sonar cínica, pero había un rastro de vulnerabilidad en mi voz, y deseé cerrar mi maldita boca. Cambié mi boca en una sonrisa—. Vamos a ser amigos con beneficios. —No somos amigos y nunca lo seremos. Demonios, estábamos de vuelta al diálogo escueto. —Entonces, ¿qué somos? No digo que enemigos mortales… hemos pasado eso y sería bueno que lo admitieras. ¿Qué somos? —Aliados reticentes. He decido que no quiero que los Extractores de la Verdad tengas sus manos sobre ti. —Entonces, ¿por qué me trajiste aquí en primer lugar? —Era una pregunta razonable, y esperaba una respuesta. —Para encontrar la verdad a cualquier costo. He cambiado de parecer. —¿Qué? ¿Por qué follamos? —Use la cruda palabra deliberadamente. Sexo sin amor es follar—. ¿Repentinamente te preocupas por mí? —No. Porque repentinamente desprecio a Beloch. Quería respuestas… no era su culpa si yo no le gustaba. Por otra parte, no estaba segura si le creía. Había habido una fuerte corriente de enemistad entre ellos dos la primera vez que me llevó al engañadoramente acogedor apartamento de Beloch. Eso no era nada nuevo. —Entonces, ¿qué haremos al respecto? —pregunté en mi voz más práctica. —Aún no lo decido. —Se levantó bruscamente, mirando alrededor del cuarto, y recordé de pronto las cámaras. ¿Estaban por toda la casa? —Voy a ir a caminar —dijo él en ese tono de no tomo prisioneros. No me sentía como un prisionero.



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—¿Puedo ir contigo? —No —dijo categóricamente—. Ya viste lo que puede pasar cuando paseas sola. —Pero te tengo a ti para protegerme —argumenté. Me miró larga y duramente. —Si yo fuera tú, no contaría con eso.

* * * * EL frío aire de la tarde estaba cargado de una tormenta que se avecinaba mientras Azazel se dirigía al antiguo restaurante, y caminaba hacia el laberinto de habitaciones bajo él. Beloch había sido su enemigo durante tanto tiempo como podía recordar. Era mucho más poderoso de lo que debería haber sido. Mientras que Azazel sabía que la Ciudad Oscura había existido el mismo tiempo que lo habían hecho los Caídos, posiblemente más tiempo, los detalles no eran claros. El recuerdo de su propio encarcelamiento aquí era increíblemente vago: podía recordar el dolor, la desesperación y su determinación por sobrevivir, y no mucho más. Se rehusó a pedirles favores a sus enemigos, particularmente cuando eran como Beloch, deleitándose en el poder y la tortura. Sin embargo, él estaba en la guarida de Beloch, suplicaría. Sí quería traerla aquí a salvo, necesitaría el consentimiento de Beloch. —Por favor —dijo él, y la palabra le costó. Beloch lo miró y se rió. —¿Te has enamorado, Azazel? —le susurró desde su silla junto al fuego, sus nudosos dedos acariciando al enojado gato—. ¡Qué encantador! Creí que estabas determinado a no caer presa de Lilith. De hecho, más temprano, insististe en que habías logrado ir a la cama con ella sin emociones. Claramente estabas mintiendo, ya sea a mí o a ti mismo. Azazel le devolvió la mirada, manteniendo su cara fría y sin emociones. —Enamorarse es para los humanos débiles de mente —dijo él—. Además, Lilith no recuerda sus poderes seductores, es tan extraña como una chica de escuela. —Supongo que las escolares pueden ser muy encantadoras —murmuró Beloch—. Aunque me temo que no lo sé. La atracción por la carne me da asco. Pero aquí está la pregunta que realmente me interesa. ¿Bebiste de ella, Devorador de sangre? 116

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—No. Conoces la maldición tan bien como yo. Ella no es mi pareja, y nosotros sólo bebemos de nuestras parejas. No tengo deseos por su sangre para nada. —Se preguntó si eso era verdad. Podía oler su sangre pulsando bajo su piel, y sus colmillos habían comenzado a alargarse reflexivamente. Había luchado. Era bastante profético que la hubiese follado. Beber su sangre en un sacramento que estaba reservado para “almas gemelas” sería la más grande farsa. La única razón por la que había estado tentado, era porque había permanecido lejos de Sheol demasiado tiempo. Lejos del regalo nutritivo de la Fuente. Era natural que debiera comenzar a reaccionar ante ella a un nivel puramente visceral. Era natural que lo combatiera. —Me pregunto si te creo —dijo Beloch meditativamente. —No me importa si me crees o no. Quiero que la dejes ir. Podemos encontrar otras formas de obtener la información que necesitamos de ella. —No seas tonto —dijo Beloch—. En el momento en que entras a la Ciudad Oscura, te pones a ti mismo en mis manos. No renuncio a lo que es mío. La trajiste aquí para que los Extractores de la Verdad descubrieran los secretos que ella tiene escondidos dentro, y así lo harán. —La matarán. Beloch sonrió. —Sí, lo harán. Muy pocos sobreviven a los Extractores de la Verdad. Tú eres uno de los pocos. Ciertamente les encantaría otra oportunidad contigo. Él no se movió. El cuarto estaba sofocante, y el fuego crepitaba como la risa de una bruja. Podía ofrecerle a Beloch un trato. Él no tenía razones para vivir, ningún deseo por continuar. Si Beloch la enviara —a Rachel— de vuelta a Sheol, Azazel tenía una fe absoluta en que los Caídos descubrirían lo que ellos necesitaban saber, tarde o temprano. Simplemente tomaría más tiempo, pero al final la verdad saldría a la luz. Ella viviría, y él podía morir. Parecía un trato justo. —¿Qué quieren de mí los Extractores de la Verdad? —dijo él. —Lo que te negaste a darles la última vez, por supuesto. ¿No lo recuerdas? No, por supuesto que no. Vi eso. Los secretos no quieren nada más que los secretos de Sheol. Cómo sobreviviste y prosperaste en la desaprobación del rostro de Dios. ¿Qué son las paredes que mantienen a todos fuera? ¿Cuántas son? ¿Quién tiene más probabilidades de arrepentirse y volver al rebaño? —¿Cómo Sammael el traidor? —Sabía que su voz era fría e intransigente.



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—Como Sammael el mártir —respondió Beloch—. Tu pequeña niña puede irse si tú estás dispuesto a abrirte a los Extractores de la Verdad. Había algo tan familiar en esa suave y tentadora voz. Sería tan fácil darle lo que quería. —No —dijo él—. Esos no son mis secretos para revelar. —En cambio, ¿verías a tu amada despedazada por los Extractores de la Verdad? Su cara se sentía fría y dura como el piso de mármol bajo él. —Ella no es mi amada. Y su destino es de ella. —Y tiene la ventaja añadida de romper la profecía que tanto te aterra —señaló Beloch—. Tráemela esta noche. —Dijiste que podía quedarse… —Cambie de parecer. Ella debilita tu determinación. Lo más amable que puedo hacer es remover la tentación. No necesitas tener sexo con ella de nuevo, Azazel. ¿No es eso generoso de mi parte? Estás liberado de ese particular castigo. Azazel no se movió por un momento. —¿Cuándo la quieres? —dijo finalmente, y la sonrisa de Beloch se amplió. —Tráela al río a las 7. Los Nocturnos vendrán y te liberarán de esa particular carga. Él miró a Beloch, a su sonrisa, satisfecho de sí mismo. Él era inmortal, no haría ningún bien romper su cuello, golpearlo en el suelo. Azazel estaba atrapado, y no debería importarle. Pero lo hacía. —La traeré —dijo. Y se alejó.

* * * * Estaba casi anocheciendo cuando Azazel regresó. Lo había estado esperando en la biblioteca, impaciente, nerviosa. Traté de leer, pero mis ojos se nublaron, recordaría sus manos sobre mí, y terminaría mirando a la nada, reviviendo esos momentos. No era de extrañar que estuviera inquieta cuando él entró. —¿Estás lista? —dijo a modo de saludo que dejaba mucho que desear, y me pregunté si estaba hablando de ir escaleras arriba de nuevo.

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—¿Lista para qué? —pregunté cuidadosamente. —Quiero que me enseñes el paseo del río. Donde te encontraron los Nocturnos. —¿Por qué? —Porque sí. Me tragué un gruñido, y me levanté. No quería tener sexo con él de nuevo, y si él lo sugería me negaría de plano. No había razón para sentirse malhumorado y decepcionado. —¿Cómo llegamos ahí? —Caminando. Entre más gente nos vea juntos, mejor. —No sé por qué. Además, apenas nos prestan atención. Traté de hablar con una joven mujer y ella prácticamente se alejó gritando. —La gente de la Ciudad Oscura nos está viendo de cerca. Todos son espías. Entre más tiempo estemos en las calles caminando, se supone que estaremos teniendo menos sexo. Supongo que cumpliría con tu aprobación. Mi estómago salto ante sus palabras. De nuevo podía sentirlo, y de nuevo me obligué a borrar el recuerdo. —Absolutamente —dije con voz firme. Cometí el error de mirarlo, a su pálida cara y a sus ardientes ojos azules, y supe que no me creía. Él sabía que yo lo quería de nuevo. Justo como él me quería a mí. El crepúsculo ofrecía la promesa de lluvia en el aire. Miré hacia el cielo, buscando cualquier señal familiar. No tenía idea de dónde estábamos, si estábamos en un extraño, mundo alternativo que existía en otro universo. Nunca vi ningún sol, sólo el gris omnipresente que se había extendido en todas partes. Azazel y yo aún estábamos en color, nuestra carne viva, nuestras bocas rojas, nuestros cuerpos color crema. ¿Qué era este mundo, dónde toda mancha de color se había ido? Estábamos a medio camino del río cuando oí el estruendo de un lejano trueno, y sentí un momento de nerviosismo. Algo estaba mal. No que eso fuera algo nuevo. Sólo se sentía más mal que antes, y mi piel se sentía como el hielo. —Habrá una tormenta —dije innecesariamente—. Quizás deberíamos volver. —Es poco probable que nos derritamos.

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—¿Y si somos alcanzados por un rayo? —No nos matará. Okay, creía eso. Así que seguí caminando, Azazel a mi lado con las manos en los bolsillos, ocasionalmente rozándose contra mí. Cada vez que pasaba, mi cuerpo entero reaccionaba, impregnándose de calidez, y quería apoyarme en su costado, cerrar mis ojos y hundirme en él, en sus huesos, perderme en su hermosa carne de oro blanco. Seguí caminando. El río estaba a la vista cuando la primera lluvia suave comenzó a caer. El abrigo que encontré en mi armario tenía un capuchón, pero no me molesté con él, levanté la cara para que atrapara las gotas de lluvia. Él tomó mi brazo entonces, haciéndome cruzar la calle hasta el terraplén a lo largo del río gris turbulento, llevándome hasta una de las bancas vacías que tenía enfrente. Me soltó y se sentó en uno de los extremos, y entendí perfectamente que no me quería acurrucándome junto a él. Me senté en el medio de la banca, para no ser muy obvia, y lo miré. —¿Dónde estaban los Nocturnos? —Su voz era tranquila y desapasionada como siempre. —Vinieron por debajo del puente. —Hice un gesto hacia el estrecho pasadizo que llevaba a la oscuridad. Había una puerta ahora, desvanecida y probablemente oxidada. El área estaba desierta, la sombría noche era demasiado tormentosa, incluso para los severos habitantes de la Ciudad Oscura. Se giró para mirar el pasadizo, luego se volvió—. No están en ninguna parte — dijo. —¿Cómo sabes eso? —Lo sé. No estoy dudando de tu palabra. Pero si los Nocturnos estuvieron aquí anoche, están ahora en alguna otra parte de la ciudad. —Se inclinó hacia atrás en la banca de cemento, ahora marcada y salpicada por la lluvia—. Nadie va a vernos. —¿Vernos haciendo qué? En ese momento un rayo partió el cielo, tan brillante que por primera vez la Ciudad Oscura estaba bañada en una luz blanca como en una antigua película de Frankenstein, y luego se fue, como el chasquido del trueno que siguió. 120

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Me levanté. —Deberíamos irnos de aquí. Me miró. —No pude encontrar las cámaras. Quizás ni siquiera existen, no hubiera sido raro que Beloch nos mintiera para atormentarnos. Pero si están ahí, no puedo encontrarlas y desactivarlas. No tenía idea de por qué me estaba diciendo esto, diciéndomelo ahora. Otro rayo, esta vez tan cerca que pude oír el crepitar mientras chocaba. Se levantó y tomó mi mano en un apretón fuerte e irrompible, arrastrándome por el empedrado camino como los Nocturnos habían hecho la noche anterior. Pero Azazel no iba a matarme. Llegamos a la puerta protegida y me liberó, alcanzando la manija. Estaba cerrada. Tiró de ella, fuerte, pero era más fuerte de lo que parecía, y no se movía. Juró entre dientes algo sucio, y miró alrededor con un poco de desesperación. No había otro tipo de refugio. —Creo que estamos condenados a mojarnos —dije, haciendo lo posible por sonar alegre. —Sí —dijo él. Y me empujó contra la puerta.



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Capítulo 13 Traducido por Inthefreedomwings Corregido por Nanis

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a áspera madera de la puerta estaba dura contra mi espalda. Alcé la vista hacia Azazel con asombro. —¿Qué estás haciendo?

Su cuerpo cubrió el mío en la oscuridad, mientras sus manos se deslizaban por mi cuello, los pulgares acariciando mi garganta, y reconocí en un breve vistazo, el miedo. Me besó y, si el miedo no salió completamente, se transformó en una excitación instantánea. Había querido sus manos en mí, su boca, su cuerpo presionado contra el mío, desde que me había despertado. No, lo había deseado desde que él me había levantado para quitarme de encima y se había girado para marcharse. Esto era la locura, destructiva necesidad que se estaba ahogando con el sentido común, la sabiduría y el instinto de conservación. Gemí contra su boca dura, puse mis brazos alrededor de su cuello y tiré de él aun más cerca, dejándole besarme con una desesperación furiosa que yo conocía. Esto era malo, lo sabía. Sólo terminaría en desastre. Pero ya no podía para, ya no quería parar. No importaba el precio que acabara pagando, valía la pena. Valía la pena por sentir sus manos deslizarse entre nosotros, penetrando dentro de mi abrigo, bajo mi camiseta floja, ahuecando mis pechos a través del encaje del sujetador. Tenía cierre frontal, pero de todos modos lo abrió rompiéndolo y sus dedos en la piel desnuda de mis pechos me hicieron gritar, increíblemente excitada. Podía sentir el grosor de su erección contra mi estómago, y yo estaba húmeda, así de rápido, lista para él, necesitándolo, sin importarme si me empujaba hacia abajo contra los adoquines y me tomaba allí. Quería su piel y tiré de su camisa, apartándola, para poder sentir sus hombros, y lo deseaba tanto que podría haber llorado. Nunca podría tener suficiente de este hombre, ni en un millar de vidas. Era mío, era mi cuerpo, mi alma y mi corazón, y me agarré a él con tanta fuerza que dejaría de existir si alguien intentaba romper la conexión. Le devolví el beso, mi lengua contra la suya, y cerré los ojos dejando que las deliciosas reacciones me barrieran, el endurecimiento de mis pechos, la agitación 122

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entre mis piernas. Él estaba presionado contra mí, sus caderas contra las mías, y podía sentir sus largas piernas contra la falda que llevaba puesta, y por un momento la maldije, deseando llevar pantalones para así poder estar más cerca de él, rodearlo con mis piernas. Se balanceó contra mí y sentí un escalofrío de excitación, y luego otro, mientras se balanceaba contra mí una vez más, deliberadamente, presionando, y recordé mi miedo la última noche de profunda oscuridad. Había sobrevivido y atravesado, herida y aún entera, pero no estaba dispuesta a ir allí otra vez. Era demasiado, pero él había tirado de mi camiseta, exponiendo mi carne al frío y húmedo aire. Sus dedos me acariciaban los pechos, tironeando, pellizcando suavemente los pezones y un escalofrío me recorrió, un grito de asfixia me recorrió como una pequeña explosión. Interrumpió el beso, moviendo su boca a mi cuello, y traté de hablar. —Vamos a casa —jadeé— no me importan las condenadas cámaras. —No —dijo, con voz ronca. Sus manos dejaron mis pechos y temí que se fuera a alejar. —Espera —grité, mis dedos se clavaron en sus hombros desnudos—. No pares. Todavía no. Nunca lo había oído reír antes. No sabía si esto era una risa, sólo un sonido corto y burlón. —No —dijo otra vez, sus manos deslizándose por mi cintura, hacia mis piernas. Levantó mi falda, exponiendo mis piernas a la tarde tormentosa, para que sintiera la lluvia torrencial contra ellas, y sabía que debería preocuparme que alguien estuviera mirando. No me preocupaba, no lo suficiente. Ni siquiera cuando él llegó a mis bragas y las arrancó de un tirón. Puso una mano bajo mi trasero, levantándome, presionándome contra la puerta y escuché el sonido de su cremallera, su maldición murmurada mientras se liberaba y luego empujó dentro de mí, sin esperar a ver si estaba lista para él. Lo estaba. Más que lista. Su fuerza íntima me hizo jadear, temiendo que pudiera hacerme daño, pero no hubo ningún dolor, sólo una leve molestia, que se convirtió rápidamente en placer, de tal forma que sentí un pequeño orgasmo, un orgasmo de placer que me sacudió y apreté las piernas alrededor de sus caderas, agarrándome con fuerza. Otro rayo chispeó, seguido inmediatamente de un trueno. Vi algo de luz pero cerré los ojos, lo mejor que pude para absorber los profundos empujes que me estaban sacudiendo. Apartó la boca, sin aliento, y apoyé la cabeza en su hombro mientras un sollozo seco me rasgaba la garganta. El mundo estalló.

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Otro relámpago más y el cielo se abrió en un diluvio. Empujó de nuevo en mí y fui hasta el borde mientras sentía una sacudida y una pulsación dentro. No tengo idea de por qué lo hice, sólo sabía que lo necesitaba; abrí la boca y hundí mis dientes en su garganta, rompiendo la piel, probando la rica dulzura de su sangre. Oí un gemido profundo, lo sentí hincharse dentro de mí y luego, nada más que pura sensación se apoderó de mí. Me sacudí, convulsionando, perdida en un lugar que me aterrorizaba, con sólo sus brazos y su cuerpo para sujetarme mientras me elevaba. Podrían haber sido momentos, podrían haber sido horas, antes de que abriera los ojos, los temblores todavía ondeaban a través de mí. Levanté la cabeza. Había sangre en su cuello, una mancha tenue, y se la lamí, sintiéndole otra vez sacudirse en reacción a ello. ¿Por qué había hecho tal cosa? ¿Por qué se había sentido tan correcto? A medida que las sacudidas comenzaron a disminuir, puse mis brazos alrededor de su cuello, apoyé la frente en su hombro y dije las malditas palabras. —Te amo. —Mi voz era ronca, quebrada, como si hubiera estado gritando, cuando sabía que no había hecho el menor ruido.

* * * * La lluvia golpeaba a nuestro alrededor, corriendo por mis ojos y los suyos mientras levantaba la cabeza para encontrarme con su indescriptible mirada. —¡Qué gran parte de la profecía debe ser cierta! Y entonces los oí llegar. Tiró de ella, dejándola de pie en el suelo, aún sosteniéndola contra la puerta. Podía sentir la levedad de la reacción que seguía ondeando a través de ella, y no estaba seguro de lo que sería capaz de soportar aún. Cuando creyó que estaba lo suficiente estable, la dejó ir y reorganizó su ropa, subiéndose la cremallera, entonces levantó la vista para ver el pánico en sus ojos. —Necesitamos salir de aquí —dijo ella con voz temblorosa—. Ya vienen. Ya los había sentido. Sabía que estaban reuniéndose en ese lugar. Sabía que sentirían su presencia. 124

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Debería lamentarlo, pero era demasiado tarde para eso. Había sabido que iba a terminar así cuando se había dejado ir dentro de ella. Cuando había sido desgarrado por el deseo durante todo el día. Cuando había sentido sus dientes cortando su carne, sólo lo justo para extraer su sangre. Cuando había escuchado sus palabras. —Te amo —había dicho ella. Y bastante acertado, sabía que era verdad. El Demonio lo amaba. Sin motivo alguno. Ella tenía razón, la profecía era cierta. Y no tenía otra opción. Ella tiraba de él. —Tenemos que correr. La miró a los ojos, moviendo lentamente la cabeza. Y entonces ella se dio cuenta de la extensión de su traición y sus ojos se ensombrecieron por la sorpresa y el dolor. Trató de escapar, pero era demasiado fuerte. La abrazó, sus manos sujetando sus muñecas como esposas y sabía que le estaba haciendo daño, sabía que en poco tiempo, el dolor que le infligía inadvertidamente se parecería a una caricia. Luchó como una loca, pero no recordaba ninguno de los poderes que una vez tuvo, excepto el poder que tenía sobre él, y no había nada que pudiera hacer. Los Nocturnos daban la vuelta a la esquina a la carrera, espada en mano, y él se preguntó si lo iban a terminar así. Era lo único que podía esperar. Pero esta extraña existencia nunca ofrece una salida fácil a las traiciones, crueldades y necesidades que traía la vida. Dio un paso atrás cuando le pusieron las manos encima a Rachel y vio los ojos de Enoch brillando de placer. No, no Rachel, se recordó a sí mismo. Lilith. Un Demonio, ni hombre ni mujer, y él había roto las leyes de la creación y copulado con ella, por orden de Beloch. Era la única forma de que Beloch hiciera su parte ayudándolo a encontrar las verdades que ella tenía ocultas dentro de sus recuerdos alterados, y si Azazel pagaba por ello con el alma que ya había perdido, que así fuera. No hubo ninguna solicitud, ni reproche, ni furia en los grandes ojos de ella. Tras la sorpresa inicial algo se había cerrado sobre ella y apartó la cabeza, no queriendo mirar en su dirección. Tenía un rastro de sangre en la boca. Su sangre. Alzó la mano y se tocó el cuello. Apenas había roto su piel, y la hemorragia había sido mínima. No tenía ni idea de por qué lo había hecho. Pero si él tenía alguna duda sobre lo que estaba haciendo, esta era una señal.



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Le estaban haciendo daño. La habían esposado, usando hierro para mantener bajo control sus dones perdidos. Los Demonios estaban indefensos contra el hierro, él mismo lo había usado cuando la salvó de morir. Hubiese sido más misericordioso haberla dejado allí. Se hubiera quedado atrás, en el pasado, y se habría olvidado de ella. Pero nunca hubieran recogido la información que ella había encerrado en su cerebro, como los Extractores de la Verdad juraban hacer. Y podría haber dudado de su decisión, sin pruebas de que ella era un peligro para él. Tenía esa prueba ahora. Estaba vinculado a ella, era parte de ella, su sangre y su semen, y ella era parte de él. En el intercambio de fluidos, ella había tomado su independencia. Estaban unidos, en carne y sentimiento. Hasta que ellos la mataran. —Llévala a los Extractores de la Verdad —dijo con voz ronca. —La llevaremos a donde nos dé la gana —dijo Enoch, y Azazel no estaba seguro de qué era peor: la violencia indiscriminada de los Nocturnos, o el sadismo cuidadoso de la tortura de los Extractores de la Verdad. —Beloch se enfadará sí la matas —dijo con frialdad, jugando la última carta que tenía. No le estaba haciendo ningún favor manteniéndola a salvo para los Extractores de la Verdad. Pero los Caídos necesitaban la información que se ocultaba en lo profundo de su memoria de Demonio. La cara de Enoch se ensombreció. —Nunca desobedeceríamos sus órdenes. Pero a él no le importará si la lastimamos un poco. Para que se haga una idea de lo que le espera. No todos los días se tiene la oportunidad de tener sexo con Lilith. Su sangre rugió en protesta, pero se las arregló para mantener la voz firme. —Te arrepentirás de eso —dijo—. Ella es una plaga. Hará que tu parte de hombre se marchite y se caiga. Yo soy inmune a la profecía. Ninguno de ustedes será tan afortunado. La mentira salió fácil, impactándole. No debería haber sido capaz de mentir. Enoch miró apropiadamente horrorizado y los hombres que sujetaban a Rachel se agitaron, inquietos, aterrados, incluso de tocarla. Bien. La había salvado de esto, al menos. —Mantengan las distancias, hombres —ordenó Enoch—. No sé si el chico alado está mintiendo o no, pero no vale la pena correr el riesgo. —Miró de nuevo a 126

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Azazel—. No creí que tuvieras agallas para hacer esto. Debes ser más como nosotros de lo que pensaba. Ni se inmutó. La lluvia caía, empapando, y se sentía como si se estuviera ahogando. No había más que hacer. Se la llevaron a rastras. Habían unido una cadena de hierro a sus esposas y la arrastraron, negándose a tocarla. Ella nunca miró en su dirección, nunca protestó, ni cuando cayó sobre los adoquines cunado tiraron de ella con más fuerza. Simplemente se puso de pie antes de que pudieran tirar de la cadena otra vez. Y ella se había ido.

* * * * Me sacaron de las calles mientras caía la lluvia sobre nosotros. Apenas podía caminar con los grilletes de los tobillos y podía sentir la humedad entre los muslos. De él, de lo que habíamos hecho. Justo antes de que me hubiera entregado a los asesinos. Traición. No podía pensar, no podía sentir, simplemente avanzaba, cayendo de vez en cuando, con fuerza y levantándome de nuevo. No volvería a verlo. O bien se enteraban de lo que necesitaban saber, todo lo que se ocultaba en los recovecos de mi mente, o no. De cualquier forma, estaba muerta. Debía tener cuidado. Debía tratar de escapar. Pero las cadenas eran de hierro. Incluso si hubieran sido de estaño, dudé de que fuera capaz de romperlas. Si hubieran sido de papel. No importaba. Nada importaba. Estaba preparada. Me empujaron, me enviaron al suelo, riéndose de mí. Para el momento en que llegamos al edificio, estaba herida y sangrando, apenas podía caminar mientras era empujada hacia delante. No estaba dentro de la calidez y comodidad del refugio de Beloch, sino en una habitación completamente blanca que se parecía más a un quirófano de hospital que a cualquier otra cosa. Había varias piezas de equipo médico y otras cosas que no pude identificar. Los miré fijamente, tratando de sacar de mi mente el dolor de mi cuerpo y la sorpresa de la horrible cosa que él había hecho. Me subieron a la mesa, usando nuevas restricciones, mientras mantenían las cadenas de hierro en su lugar. Apenas habían terminado cuando seis criaturas entraron deslizándose. Estaban vestidos con trajes de monje con las capuchas tapando sus cabezas, sus rostros en tinieblas. No dijeron nada, simplemente se acomodaron a mi alrededor, y supe que debían ser los Extractores de la Verdad.

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Mi fachada estoica empezó a resquebrajarse y miré desesperadamente hacia todos lados para ver a Beloch de pie detrás de ellos con su amable sonrisa y sus ojos gentiles. —Ayúdame —dije con voz entrecortada—. No dejes que hagan esto. Él se movió hacia la cabecera de la mesa. —Querida niña —murmuró acariciando mi pelo húmedo—, yo soy quien les ha dicho que lo hagan. Me gustaría decirte que lo lamento pero es simplemente el precio del pecado. Se inclinó y me besó suavemente la frente. Y luego se fue. Dejé de sentir entonces. Dejé de tener esperanza. Me harían daño, me matarían y no había nada que pudiera hacer sobre eso. Me limité a aguantar, hasta que terminaran conmigo. No tenía otra opción. No pediría, ni suplicaría y Dios sabía que no lloraría. Soportaría en digno y reprochador silencio. Uno de los Extractores de la Verdad levantó el brazo y vi lo que llevaba. Y empecé a gritar.

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Capítulo 14 Traducido por carmen170796 Corregido por Nikola

A

zazel no regresó a la casa. En lugar de eso caminó a través de la ciudad en la lluvia. Estada mojado hasta los huesos pero no le importaba. Simplemente mantuvo la mente en blanco mientras caminaba y caminaba. Todavía no se podía ir. No hasta que tuviera la información que había venido a recuperar. Maldito Beloch por hacerlo pasar esta tortura. ¿Por qué simplemente el viejo no la había tomado esa primera noche y acabado de una vez con eso? La respuesta era simple. Él había visto que Azazel no estaba listo para dejarla ir. Y Beloch sabía que había encontrado un terreno fértil para los juegos crueles que amaba. Debería haber sabido que terminaría aquí en la base de Beloch debajo del viejo restaurante inofensivo. Otra prueba de su insidioso poder, intentó decirse a sí mismo mientras entraba a través de la puerta inferior pero las palabras no estaban teniendo ningún sentido. Su mente estaba deliberadamente en blanco, porque sus pensamientos eran demasiado depravados, demasiados dañinos. Su culpa, pensó nuevamente, y supo que estaba creando excusas. Había hecho lo que tenía que hacer. No tenía arrepentimiento ¿Entonces por qué estaba aquí? Primero vio a Enoch, jugando dados con algunos de sus hombres en el vestíbulo. Contempló el acercamiento de Azazel, y sonrió. Había sangre en su uniforme, Azazel tomó un respiro profundo. Pudo olerlo. La sangre de Rachel. —Supe que te mostrarías más pronto o más tarde. —Enoch arrastró las palabras—. Da la impresión que nadaste. ¿No notaste que estaba lloviendo? Azazel no se molesto en responderle, dirigiéndose hacia el corredor. Enoch se movió rápidamente para bloquear su camino. —¿Y qué piensas que estás haciendo? —Salte de mi camino.



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—No puedes cambiar de opinión, lo sabes. No es tu decisión, es de Beloch. Siempre ha sido de Beloch, y tú lo sabes —Sál-de-mi-camino —escupió las palabras. —Es demasiado tarde. Los Extractores de la Verdad la han tenido un largo tiempo. Ella paró de gritar horas atrás. Enoch permaneció de pie incluso más alto que el metro noventa de Azazely, lo excedía en peso por 18 kilos de musculo. Azazel ni siquiera dudó. Fue por él, la rabia llenando su cuerpo con tal fuerza que Enoch cayó de espaldas con sorpresa. Trató de levantarse, pero Azazel lo golpeó nuevamente, tan fuerte que Enoch patinó a través del cuarto, aterrizando en un deformado montón contra una pared, y se quedó abajo, aturdido. Azazel siguió su camino dentro del edificio. No había ruido, aparte del sonido usual de los comensales en la parte de arriba, cortésmente llenándose a sí mismos. Mientras él hacía su camino hacia abajo del corredor decididamente, Edgar apareció, sereno como siempre. —¿Estaba deseando cenar con nosotros en el piso de arriba, mi lord? Temo que nosotros no podemos tener sitio para usted vestido como está. —Murmuró, untuoso como siempre—. Pero estoy seguro que puedo encontrarle algunas ropas secas para hacerle más presentable y luego podremos seguramente… —¿Dónde está Beloch? Edgar no parpadeó. —Presumo que en sus cuartos. Él dejo claro que no desea más visitas esta noche. Ha estado ocupado con a…, er, un proyecto y no desea ser perturbado. —Sé cuál es su proyecto. ¿Cómo llego a su cuarto? —Los cuartos y corredores en esta madriguera de lugar cambiaban a diario, y nunca había manera de decir dónde residía Beloch. Era parte de su elaborado sistema de defensa. —De hecho, mi lord, él no está en sus cuartos. —Edgar dudó, luego se inclinó hacia adelante y dijo en un susurro—. Ha pasado las últimas horas observando el cuarto de extracción. Un caso particularmente difícil, supongo. Él sabía del cuarto de extracción. Era donde los Extractores de la Verdad trabajaban. Muy pocas personas han sobrevivido al cuarto de extracción. Él era uno de ellos. —¿Todavía está en el piso inferior? —Por supuesto, mi lord. —Edgar dijo con un resuello desaprobador—. No puedo permitir que las comidas de mis huéspedes sean interrumpidas por una gritería, ¿verdad? 130

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Sin decir otra palabra Azazel dio media vuelta, ignorando las protestas farfulladas por Edgar. Tomó las escaleras de dos en dos mientras entraba a las entrañas del edificio, luego llegó un alto. Él pudo olerlo. Un millar de cosas. La sangre de ella. Su miedo. Pudo oler el hedor de muerte y mierda, pero esos eran olores más antiguos, ninguno de hoy. Había superado la sensación de alivio. Ni siquiera sabía por qué estaba ahí. —Hola, querido amigo. —La voz de Beloch vino de detrás de él. Estaba sentando en una silla de respaldo alto, una joya incrustada en la copa de su mano—. Estaba esperando que te aparecieras mucho antes —agitó su mano hacia una silla menos adornada detrás de él—. Siéntate y díme por qué has venido. Como si él pudiera. Azazel tomó asiento, tratando de ganar tiempo. —¿Has descubierto sus secretos? Una sonrisa apareció en la boca de Beloch. —Por supuesto que lo hemos hecho. No todo, claro. Ella está descansando mientras yo decido su destino. El frío nudo que llenaba su pecho pareció expandirse dentro de su vientre también. —¿Y descubriste qué es lo que ella sabe acerca de Lucifer? —Lo hicimos ciertamente. Debo decir, Uriel está muy agradecido contigo ahora mismo. Casi te has redimido. Azazel se congeló. —¿Qué tiene que ver Uriel con esto? Beloch sacudió su cabeza. —Querido amigo, ¿cuándo entenderás que Uriel es parte todo? Tus acciones han sido muy beneficiosas, y él está dispuesto a recompensarte por ellas. —¿Beneficiosas cómo? —Él ha estado mirando por Lilith durante cientos y miles de años, pero todo lo que tuvo que hacer era esperar por ti para que hicieras algo al respecto de la profecía. Él sabía que tú la guiarías hacia mí, y que luego él podría librar al mundo de su asquerosidad. Si continuas sirviendo al Arcángel bien, imagino que podría haber redención para ti. —No hay redención para mí. —Él miró directamente a los ojos lechosos de Beloch. Había algo ahí, algo familiar, algo malo en su mirada calmada, pero Azazel no tenía el estomago para tratar de situarlo—. El Ser Supremo nos maldijo. Difícilmente puede ser decisión de su acólito revertir esa maldición. Beloch se lo quedó mirando. —Uriel no es su acólito —contestó bruscamente.



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Azazel había superado burlarse de él. —¿Qué te dijo ella? —Lo que ya sabes. Que ella estaba recluida cerca de Lucifer cuando se rehusó a obedecer al Ser Supremo y tener su lugar debajo de Adam. —Pero él la libero. —Para llover terror sobre la humanidad. Para seducir hombres y tomar la esencia de sus vidas de tal modo que su semen sea estéril, para asfixiar bebes recién nacidos y robarlos de los brazos de sus madres. —¿Y por qué Dios haría eso? —¿Quién eres tú para cuestionar la palabra del Todo Poderoso? —vociferó Beloch, y nuevamente Azazel tuvo esa escalofriante sensación de reconocimiento. Trató de recordar dónde había empezado su enemistad, pero lo que sea que la hubiera causado estaba perdido en la niebla. Parecía como si eso siempre hubiera estado ahí. —Yo nunca he tenido miedo de cuestionar la palabra de Dios. Fue por esa transgresión que fui expulsado del cielo, si lo recuerdas. Por caer en el amor y por cuestionarlo. —sonó notablemente sereno. —Si tú alguna vez quieres volver, tendrás que aprender a aceptar. Eso es lo que es la fe. Obediencia sin lugar a dudas. —dijo Beloch con una voz mezquina. —¿Y por qué debería querer volver? Benoch lo miró asombrado. —Claro que quieres. Todo el mundo lo hace. Es perfección, la síntesis de todo lo que es bueno, la cumbre… —Es el cielo. —Dijo Azazel rotundamente—. Prefiero a la humanidad, con todos sus desperfectos. Una sonrisa lenta y misteriosa torció los labios secos de Beloch. Azazel sabía perfectamente que Beloch podía tomar cualquier forma que quisiera, y él se preguntaba por qué había escogido al viejo esta vez. Probablemente disfrutaba engañar a los ingenuos al pensar que él era amigable y compasivo. Había logrado engañar a Rachel al principio. Azazel necesitaba escapar del infierno de allí antes de tener que escucharla gritando. —¿Qué te dijo exactamente? Nosotros sabíamos que ella estaba presa con él primero. Nosotros pasamos a través de todo esto para descubrir qué más sabía. Ella mantiene el secreto de la prisión de Lucifer. ¿Qué te ha dicho? —Tendrás que aplicar a la santidad del Arcángel Uriel, para descubrir esas respuestas. Mientras tanto, hay una limpieza total para acabar. Nos aseguraremos que no haya nada más encerrado en los escondrijos de su memoria, y luego los 132

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Extractores de la Verdad terminaran con ella. Él iba a vomitar. Debería haber sabido que Uriel encontraría una manera de engañarlos. Miró perdidamente hacia la cara de Beloch extrañamente familiar, y sabía que sus demandas o suplicas serian inútiles. —Ellos serán compasivos, ¿supongo? —No ayudaría la manera en que su estomago estaba torciéndose dentro, pero costaría menos esfuerzo para ella. —No seas ridículo. Las palabras de los moribundos son muchas veces las más interesantes. Los Extractores de la Verdad continuarán en unas pocas horas. Todo lo que rodaba dentro de él se detuvo. —¿Por qué están esperando? ¿Hay algún otro resultado posible? —Claro que no. Esto pasa muy a menudo. Cuando a los Extractores de la Verdad les dan ordenes para ser brutales, como Uriel ha decretado, luego el iniciado se cubre tanto de sangre que es difícil obtener la otra información que ella podría llevar dentro. Y está el asunto de su voz. —Beloch le lanzó esa sonrisa presumida. —¿Su voz? —Sus gritos la han dejado sin voz. Debería regresar dentro de poco. Al menos lo suficiente para que nosotros recabemos cualquier información final. —Beloch se rió entre dientes— ¿Querías decirle hasta luego? No estoy seguro que ella será capaz de responderte muy bien, y desde que tú fuiste el que nos la trajo dudo que ella te aceptaría teniendo tu cara como la última cosa que vea, pero depende de ti. El ritmo de su voz era extrañamente familiar también. La imposible sospecha vio la luz, y aún cuando él se dijo a sí mismo que eso era demente, se hizo más fuerte y más fuerte. —La veré. —Él dijo. Beloch lo miró sorprendido. —No pienso… —La veré. Sabía que era un berrinche desaprobador, el estrechamiento de sus ojos familiares. Y de repente entendió. Su furia era tan poderosa que estaba paralizado mientras el hombre llamándose a sí mismo Beloch continuó: —Enoch se ocupará de ti. El Nocturno estaba caminando como cojeando cuando él apareció, y su furia era palpable. Azazel lo conocía también, con una certeza que lo sobresaltó. ¿Cómo había sido tan ciego antes? Él le lanzo una última mirada a Beloch. En el disfraz de viejo, la crueldad y el odio que se escondía dentro. El último de los Arcángeles, escondido por la

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envejecida carne. Él era Uriel, y siempre lo había sido. De igual modo que Enoch era su más confiable soldado. Fue detrás de la coja figura y rígidos hombros del Nocturno, abajo, dentro de los niveles más bajos y oscuros de la vieja casa, dentro de los pasadizos vacios, y sabía que Enoch intentaría conseguirlo nuevamente. Enoch se detuvo fuera de una puerta pesada y volteó para afrontarlo. La larga daga en su mano no era sorpresa. Ni lo era el hecho de que esta brillaba con un poder celestial. —Has cometido tu último error, Azazel —dijo, sus ojos centellaban—. Él me ha ordenado acabarte. Sí eso fuera decisión mía, te dejaría ver lo que queda de la chica, soy uno de los que sigue órdenes. —Claro que lo eres, Metraton. El rey de los Ángeles, gobernador por debajo de Uriel, lo miró sorprendido. —¿Lo sabes? —¿Qué esta es la idea de Uriel del cielo? ¿Qué el encantador viejo es el Arcángel mismo, jugando juegos de dolor y placer? Esas pobres y descoloridas personas que vagan por estas calles deben ser los pocos que él considera que vale la pena salvar. —Tú y la chica son los únicos sin color, tú tonto. Esto hace más fácil matar cuando la sangre no es roja. —No me importa qué color es tu sangre. Sólo que se derrama. La boca de Metraton se arqueó en una sonrisa fea. —Mis sentimientos también. Pero tengo el cuchillo y tú no tienes nada. Azazel le devolvió la sonrisa con una calma propia. —Haz peleado conmigo en años pasados, Metraton. Deberías saber que no necesito armas. —Ni yo —gruñó, dejando caer la brillante cuchilla y acercándose de modo amenazador a Azazel con una fría certeza de superioridad física. Esto terminó rápidamente. Una patada en la ingle lo derribó, rápido y en shock, un duro golpe en la parte de atrás de la cabeza y cayó al piso, inconsciente. Suerte y sorpresa lo habían ayudado, pensó Azazel. La arrogancia en el rol de Metraton lo había traído a su caída. Él no cometería este error la próxima vez. Y habría una próxima vez, Azazel lo supo muy bien. Pasó por encima del cuerpo de Metraton y trató de alcanzar la puerta. Ella no estaba muerta, él lo sabía. Él lo sabría, lo sentiría, si ella cesaba de existir. Uriel nunca les iba a decir los secretos que ella había mantenido inconscientemente. 134

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La había hecho pasar a través de esa tortura por nada. El cuarto estaba oscuro, pero pudo oler la sangre de ella, y por un momento se detuvo. Esto era inevitable, instintivo, poderoso. Él quería esa sangre fluyendo abajo de su garganta, recubriendo su lengua. Casi tanto como quería la fuente de esa sangre. Le tomó un momento poner su voraz necesidad bajo control. Encendió la luz, y miró hacia la criatura descansando sobre la camilla. La reconoció por el pelo rojo, aunque este estaba oscuro con sangre. Su cara estaba tan golpeada e hinchada que ella pudo ser cualquiera. Su torso y piernas estaban hechos una lástima, sus tobillos y muñecas sangrando de los grilletes. Ella debía haber luchado contra ellos. A ellos les habría gustado. No podía ayudarla. Ella estaba mucho más allá de sus dones de salvación escasos. Estaba cerca de la muerte, en verdad, pero cuando se inclino sobre ella y zafó sus grilletes, ella abrió los ojos a través del hinchado hematoma y se fijó en él. Su boca se movió, y él acerco su oreja, pero el ruido raspante era demasiado tosco para entender. No quería ver el odio en los ojos de ella, así que se concentró en los grilletes en los tobillos, luego zafó las otras restricciones. No había razón para mantenerla atada así como así. Ella estaba demasiado débil para pelear. Debía haber sido para su placer de ellos el dolor de ella. Dslizó los brazos bajo su frágil cuerpo, y ella se sacudió con fuerza en silenciosa agonía. No tenía opción, tenía que sacarla de allí. La alzó cuidadosamente, meciéndola contra su pecho, las manos de él estaban mojadas con su sangre. Pateó la puerta, pasando encima del cuerpo de Metraton, y se dirigió hacia la calle. Pudo sentirlo, una puerta hacia el exterior que pocos usaban. Podía subir las escaleras cargándola, echar a Uriel-Beloch y los otros Ángeles, pero no podía matarlos a todos sin ponerla en el suelo, y eso no lo haría. No podía matar al Arcángel. En una batalla podía herirlo, pero sólo temporalmente. Apaciguar su furia vengativa y su culpa abrumadora no era importante. Lo que importaba era sacar a Rachel de allí. A algún lugar donde ellos pudieran encontrar ayuda. A Sheol. Los pasadizos eran más como túneles oscuros, pero su sentido de dirección era infalible, siguió el serpenteante camino hacia la salida, casi estaban allí cuando una sombra se atravesó en su camino. Más de una. Extractores de la Verdad. — Piensas que puedes ignorar las órdenes de Uriel. —Uno de ellos dijo con su voz vacía—. Eres un tonto. Bájala.

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No apretó su agarre en ella. Había esperado evitarlos. Beloch debe haber estado esperando. —No soy responsable ante Uriel más ya —dijo uniformemente—. Me rehusó a someterme a sus tiranías. Sál de mi camino si deseas vivir. —Estás equivocado —dijo el Extractor de la Verdad—, tú eres el que va a morir. Colócala sobre el suelo, o ella morirá contigo ahora mismo. Los Extractores de la Verdad eran dotados portadores de dolor y muerte. Pero eran neutrales, sin sentimientos. Ellos no tenían su furia. —Con mucho gusto —dijo él, colocándola en el suelo cuidadosamente. No tenía opción. Ella debía haber perdido el conocimiento, una pequeña bendición para su propio bien. A pesar de su furia, algo lo había refrenado de matar a Metraton. Él no sentía nada por los oscuros verdugos que lo rodeaban, y terminó mucho más rápido para su gusto. Era rápido, brutal, y eficiente; la sorpresa de ellos ante su fuerza fue su ruina. Se rehusó a pensar acerca de lo que estaba haciendo, el desgarramiento de la carne y huesos, la masacre causada por él solo. Tal vez esto lo rondaría a altas horas de la noche, a lo mejor no lo haría. En unos momentos los seis yacían ante sus pies, no importa qué extraña forma de vida habían poseído, ya no existía. Retrocedió hacia el cuerpo de Rachel y se congeló. Sus ojos estaban abiertos, y ella había visto todo, el horrible salvajismo del que era capaz. Después cerró los ojos nuevamente, como si incluso verlo era como mirar a un monstruo abominable. La sostuvo cuidosamente. Su fuerza vital era débil, había perdido una gran cantidad de sangre, y si él no conseguía ayuda pronto, ella moriría. Demasiado tarde se dio cuenta que no lo soportaría si llegaba a suceder. Pateó para abrir la puerta a la luz sin luna. La lluvia se había detenido pero la penumbra permanecía. Cuán oportuno era que esto fuera la idea de Uriel del perfecto más allá. Cielo, Paraíso, Valhalla10. La ciudad oscura: ningún sol, ninguna dicha, ninguna luz. Bajó la mirada hacia Rachel. Sí, ella era Rachel, no el Demonio, no la Lilith, no importa qué oscuridad se escondiera dentro de ella. Ella era Rachel, y él la había traicionado. Sólo había una persona que podía salvarla. Tendría que llevarla a la mujer que odiaba, la mujer que había tomado el lugar de Sarah. Tendría que llevar a Rachel a Sheol, a la esposa de Raziel, la nueva Fuente, y rezar al Dios que los había abandonado que Allie pudiera salvarla. Extendió sus alas y emergió hacia arriba, dentro de la oscuridad, del amenazador cielo que rodeaba dicho lugar maldito. Arriba hacia el sol brillante, dejando la Ciudad Oscura y al Arcángel Uriel mucho más allá. 10 Versión vikinga del cielo 136

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Capítulo 15 Sheol

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l aire de la mañana era tranquilo y silencioso en sus habitaciones con vista al mar. Allie levantó la cabeza, empujando hacia atrás su espeso cabello castaño. Con los años sus sentidos habían crecido más en sintonía con los ritmos de Sheol, su fortaleza oculta en la niebla, y los Caídos que vivían allí. Ella sabía de sus idas y venidas, sus angustias y sus alegrías, sus necesidades. Dios, conocía sus necesidades. En este momento alguien la necesitaba muy desesperadamente, alguien que no había llegado aún, por lo que comenzó a rodar, pero Raziel la agarró del brazo y tiró de ella encima de él. —¿A dónde crees que vas? —murmuró perezosamente—. Sólo acabamos de empezar. Allie se echó a reír, enterrándose contra su inclinado, fuerte, y deliciosamente desnudo cuerpo. —¿Puedo señalarte que lo hicimos en la playa bajo la luna anoche? ¿Y después lo hicimos cuando me llevaste a la cama? —Es un nuevo día —dijo con un brillo perverso, poniéndola debajo de él. Estaba completamente despierto por lo que ella dejó escapar un pequeño ronroneo de alegría. —Así es —susurró ella, llegando hasta arriba y tirando de su cabeza bajo la suya. Su beso fue pleno y dulce, y ella estaba caliente y lista, inclinando sus caderas a lo alto de su grueso, magnífico deslizar, cerrando los ojos y perdiéndose a sí misma en la dulce magia oscura del deseo. El flujo y reflujo, el empuje y la retirada, levantándose y levantándose, casi hasta el punto del dolor, y luego la liberación gloriosa, cayendo en torrentes abajo. Más tarde, cuando yacía agotada y sin aliento en la enorme cama, lo vio levantarse y estirar, un hombre, un Ángel, un Devorador de sangre bien satisfecho de sí mismo y de su vida. Le lanzó una sonrisa salaz antes de ir al baño, y logró devolverle una débil sonrisa. Ella sólo deseaba tener su energía. Después de siete años su unión había crecido únicamente más fuerte, tan fuerte que nada podía romperla. Ni siquiera las leyes de la naturaleza, pensó con un

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poco de determinación. No le importaba cuáles eran las reglas. Ella nunca iba a morir, nunca iba a dejar a su esposo inmortal. Se negaba de plano. Era la manera de las cosas, le dijeron. Los Caídos no cometen errores. Una vez que han elegido a una compañera, esa conexión se convertía en irrompible. A medida que la mujer se hacía más y más vieja. Y el marido se quedaba joven para siempre. Sin embargo, era afortunada. Ella era la Fuente, el líder espiritual de los Caídos, la madre, la cuidadora. Y la fuente de sangre para sostener a aquellos que no tienen pareja, incluso al mal humorado y absurdo Azazel, el marido de Sarah. Como la Fuente, iba a vivir mucho más tiempo que el lapso corto de los humanos. Pero después de un par de cientos de años iba a morir, y Raziel continuaría. Y ella no lo podía soportar. Se sentó. Se consideraba una mujer práctica, y limitaba sus cavilaciones a unos minutos al día como máximo. En este momento no había tiempo para ello. Tenía un marido desnudo en la enorme cabina de ducha, y ella ansiaba bañarse también. Y él era tan bueno en enjabonarla hasta arriba. Tenía que comer, y alistarse. Algo iba a pasar que requeriría todo de ella. Algo iba a pasar que cambiaría todo. Tenía que estar lista.

** * * Era interminable, volando a través de las tormentas y las dimensiones, más allá del rugido furioso de un semidiós, con su cuerpo roto envuelto en sus brazos. Ella no se despertó, lo que fue una bendición. Ella tenía miedo de volar, por lo que tuvo que noquearla la última vez que la había cargado, o su lucha podría haberlos enviados a toda velocidad hacia el suelo. Él habría estado bien, pero un accidente podría haberla matado, y no quería correr el riesgo. En este momento estaba apenas respirando. Tenía un tono azul alrededor de sus labios mientras luchaba por respirar, y él se preguntó si habían dañado su corazón. No, él era el que había hecho eso. Estúpido y empalagoso como la idea era, había visto la mirada en su cara cuando el Nocturno arribó y había sabido qué fue exactamente lo que había hecho. Él había roto su corazón.

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Pero, ¿qué opción tenía, una vez que le había traído a la Ciudad Oscura? Él había sobrevivido a su encarcelamiento no hacía mucho tiempo, y se había mentido a sí mismo, se dijo que ella iba a sobrevivir también. Había sido un idiota para no darse cuenta de los extremos a los que el Arcángel Uriel estaba dispuesto a llegar. Un idiota por no reconocer la Ciudad Oscura por lo que era: el más allá pervertido de Uriel, un paraíso hecho para aquellos que ya habían perdido sus almas. Y él había entregado la de ella directamente en las malditas manos de Uriel. Estaba medio asustado de que Uriel hiciera algo para tratar de detenerlo; pero si un Ángel, caído o no, optaba por abandonar la Ciudad Oscura, nadie podía impedírselo. Las leyes del libre albedrío todavía se mantenían, sin importa cuánto las despreciaba Uriel. Él encontraría una manera de eludirlas tarde o temprano; pero hasta ahora sólo había sido capaz de enviar a los Nefilims en un ataque fallido a Sheol. Azazel no iba a pensar en ello, en el día insoportable hace siete años, cuando Sarah había muerto. Tenía que concentrarse en conseguir llevar a Rachel a la seguridad, conseguirle la ayuda que necesitaba. Tuvo que dejar de lado el luto y concentrarse en la vida, al menos por ahora. Aterrizó en la playa ligeramente. La niebla de la mañana se levantaba del océano, y la arena estaba desierta. Levantó la mirada hacia el enorme y voladizo edificio, que albergaba a los Caídos y a sus esposas, sus ventanas blancas reflejaban el azul profundo del mar. Tendría que despertarlos. Ella no se había movido, no había hecho un ruido durante la última hora, pero respiraba todavía. Se aferró a eso, y se dirigió hacia la amplia entrada, acunándola cuidadosamente. Ella salió al césped. Lo miró de frente, claramente esperándolo, y sintió su ira habitual surgir. Pero no era rival para su necesidad. Echó un vistazo a Rachel y de inmediato se convirtió en eficiente. —La enfermería está preparada para ella, y tengo a la esposa de Gabriel, Gretchen, a la espera. ¿Qué pasó? Él la siguió hasta la sala, respondiendo a su tono serio. —Fue torturada. —¿Los Extractores de la Verdad? Se sorprendió de que ella siquiera supiera de su existencia, pero entonces se le había olvidado el vínculo que crecía entre los Caídos y sus compañeras. Raziel debía haberle contado todo. —Sí. —Pobre niña —murmuró.



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—Ella no es una niña —dijo con tono cortante—. Ella fue una vez la Lilith, la primera mujer, y un Demonio asesino. Incluso si se ha olvidado de su pasado, todavía podría ser peligrosa. —¿Entonces por qué la sostienes con tanto cuidado? —replicó la mujer—. No me importa cuál es su historia, en este momento ella es una niña herida y necesita ayuda. —Sí. —No tuvo que preguntar por ella, ni siquiera tuvo que llamarla por su nombre. Ella haría lo que él necesitaba, por ser quien era. La Fuente, como su Sarah había sido. La sanadora, la cuidadora. La única persona en quién podía confiar qué podía ayudarla. Puso a Rachel cuidadosamente sobre la cama de hospital, pero no se despertó. Había una dificultad en su respiración superficial; podía sentir su pulso, la sangre en sus venas, y estos eran lentos, desvaneciéndose. Se estaba muriendo. Se volvió hacia la mujer que odiaba, la mujer que se negaba a llamar por su nombre. —Por favor —dijo—. Por favor, Allie. Sálvala. Ella lo miró durante un largo rato. —Lo haré.

* * * * Sentí como si me estuviera ahogando en algo espeso y viscoso. No podía encontrar la forma de salir de ello… mientras más trataba de empujar hacia el aire fresco y la luz del sol, más luchaba contra mí. Me estaba muriendo y lo sabía. No podía respirar, y el sol estaba demasiado lejos. Luché. No estaba dispuesta a morir, pero apenas podía formar un pensamiento consciente. No sabía quién era, dónde estaba, sólo sabía que el dolor era insoportable, y gritaba hasta que vinieron y pusieron algo en un tubo, y entonces pude descansar de nuevo. Había personas a mí alrededor, formas oscuras tendidas hacia mí, tendidas hacia el cuerpo que escondía en el interior, y no había nada que pudiera hacer para detenerlos. Quería meterme en una cueva y sanarme yo misma, pero sentía que ya no era posible. Necesitaba ayuda, y no tenía más remedio que aceptarla mientras aprendía a manejar el dolor; este iba y venía, aplastándome en un puño de hierro y luego liberándome. Tuve que luchar muy duro para vivir a través de la tormenta. Había pasado por cosas peores, lo sabía por instinto, aunque no podía recordar dónde ni cuándo. Había sobrevivido a horrores indescriptibles, pero esos recuerdos estaban encerrados en un lugar que nunca tuvo que visitar de nuevo. Si tan sólo pudiera salir de esto, pensé, luchando por respirar. Un minuto más, una hora más, un día más, y entonces todo estaría bien. 140

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Incluso en mi estado semi-consciente, sabía que era una mentira. Sabía que una vez que me abriera camino a través de cualquier tormento sería objeto de otra visita en mí, el respiro sería breve; y luego la vida una vez más tiraría de la alfombra de debajo de mí. Nunca iba a estar bien. Sería dolor y desesperación y desastre, y sería mucho más fácil simplemente dejarme ir. Lo intenté también. Sentí el suave, hundimiento del colchón envolviéndome, y era tan cálido, tan reconfortante, que quería liberar la retención desesperada que tenía en todo y acabar en ello, perdida para siempre. Me dejé flotar, sólo para escuchar una voz áspera llamándome de vuelta, me regañaba, enojado y exigente. Conocía esa voz, conocía ese tono. No debería estar estimulándome a vivir, pero lo hacía. Me empujé fuera de la suave oscuridad y me dirigí hacia él, sabiendo instintivamente que ahí estaba la luz. Que había una razón por la que quería vivir. Y empecé a luchar de nuevo.

* * * * Azazel se paseó por la arena, mirando a la casa. Allie le había echado de la enfermería, y no podía culparla. Gritarle a Rachel qué no se muriera no iba a ayudar. Él había sentido que se escapaba y entró en pánico. Había sido todo lo que podía hacer para no agarrarla por los hombros y sacudirla. En su lugar, le había dicho que le era, maldita sea, mejor no morirse. Él la había sermoneado, amenazándola con todo tipo de ridiculeces, un retorno a la Ciudad Oscura siendo uno de ellos. Si ella moría, podría no quedar nada. Los Demonios no tenían alma, y si Raquel había tenido una, debía haberse ido hacía tiempo para esta hora. ¿Qué pasaba cuando un Demonio moría? ¿Simplemente desaparecían? Se pasó una mano acosadora por el cabello, mirando fijamente al mar. Se sentía como el océano, sacudido por la tormenta y enojado. Su sanadora belleza parecía fuera del alcance. No sentía ganas de desnudarse y sumergirse bajo las frescas, y bendecidas aguas. Su cuerpo estaba sano. Era su mente, su espíritu, su alma, las que estaban en tormento. ¿Los Caídos tienen alma, o no eran mejores que los Demonios? Habían discutido eso desde hacía milenios, sobre las fogatas y luz de las velas y la luz de gas y electricidad, y no hubo una respuesta clara. Dios les había despojado de todo, incluyendo la posibilidad de la redención. No había perdón para los Ángeles caídos, sólo la condenación eterna de acuerdo con el Dios enojado de los antiguos y su administrador celoso, Uriel.



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Pero ese Dios había cambiado. Había concedido el libre albedrío para todos, incluidos los Caídos. ¿Les había otorgado las almas, al mismo tiempo? Empezó a caminar de nuevo, de ida y vuelta a lo largo del borde del agua. La marea estaba bajando ahora. Había estado caminando desde que entró, chapoteando en el agua con la marea alta. Ahora se retiraba de vuelta, y todavía no había palabra alguna de la enfermería. —Harás un surco en la arena —dijo Raziel, sentándose con cuidado, con sus alas azules iridiscentes cerrándose a su alrededor—. ¿Ni una palabra? Azazel apenas lo miró. —Ni una palabra. Ve y habla con tu esposa. Me echó de la enfermería. Raziel arqueó una ceja. —¿Y te fuiste? Me asombras. No habría pensado que Allie podía conseguir que hicieras algo. —No lo hice por ella, lo hice por Rachel. Raziel lo miró. —¿Rachel? ¿Te refieres a la Lilith? ¿O hemos cometido un error?  Azazel detuvo su ritmo. —Ella no recuerda quién es. No tiene poderes, aparte del seductor que atrae en su red a cualquier hombre que ve. —Eso debe haber sido un inconveniente cuando te encontrabas en la Ciudad Oscura. ¿Todos los hombres comenzaron a seguirla alrededor en manadas? Azazel lo miró. —No seas ridículo. —Porque eso es lo que habría sucedido sí se tratará del Demonio Lilith. Nadie hubiera sido capaz de resistirse a ella. Probablemente habrían intentado matarte, pero pareces que estás ileso. ¿Cómo es eso posible? —No tengo ni idea. Tomé toda la fuerza que tenía para resistirme a ella. —Y simplemente, ¿cuánto te resistes a ella, viejo amigo? Pareces especialmente preocupado por su estado.  —Debido a que es culpa nuestra. Es mi culpa. ¡La entregué a ellos, sabiendo lo que podían hacer con ella! —dijo con furia. —Eso es lo que acordamos hacer. Es por eso que la llevaste a la Ciudad Oscura en primer lugar, llevarla a Beloch. Por supuesto, no teníamos ni idea que Beloch era Uriel. Me pregunto sí siempre lo fue, o sí simplemente Uriel se hizo cargo de la Ciudad Oscura y del Demonio que la controla. —Fallé al darle importancia a esa rata —gruñó Azazel. La suave risa de Raziel, no mejoró su temperamento.

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—Así que hiciste lo que acordamos, y entonces de repente entraste y te la llevaste de regreso, enfureciendo a Uriel en el proceso. ¿Por qué? —Él sonaba más curioso que crítico; pero entonces, cuándo se invirtieron los papeles, era difícil para el ex-alumno reprimir al maestro. En particular, cuando Raziel había contravenido la ley en la mayor parte de la misma manera no hacía tantos años. —Porque... —¿Porque ella no sabía nada? No tenía la certeza de eso. ¿Porque era otra persona? Él sabía que no era cierto; detrás de esos ojos brillantes y curiosos de color marrón, y de esa mata de cabello rojo estaba la primera esposa de Adán, la única que se acostó con Demonios y ahogó a niños. Él lo sabía, cuando quería no hacerlo—. Porque yo quería —terminó sin convicción, tratando de ocultar su truculencia—, y confíe en mi instinto. —¿Y no consideraste que tus instintos podrían verse empañados por la poderosa esclava sexual de Lilith? Porque odio decírtelo, es bastante evidente que fuiste aspirado en ello, si esa es la palabra clave, por ella. —¡Yo no fui… maldito seas! —Se volvió contra él—. Se está muriendo, ¿y te atreves a hacer chistes lascivos? Raziel negó con la cabeza. Llevaba su cabello más largo, gracias a su esposa, ya pasaba sus hombros, y lo llevaba suelto, por lo que se arremolinaba en la suave brisa. —Allie la salvará. Ella no va a morir, lo siento. Tú también puedes, si no estuvieras tan atrapado en tus emociones. —No tengo emociones. Raziel dejó escapar una carcajada. —¿Entonces por qué te acostaste con ella? —Beloch… Uriel me obligó. —Y entonces se dio cuenta de lo absolutamente ridículo que sonaba. Uriel no lo había obligado a hacer algo de lo que no quería, una excusa para hacerlo. Miró a Raziel, una vez más—. Dormí con ella porque quería hacerlo. ¿Es esa la respuesta que deseas? Me dije que era para ver si podía resistirme a ella, pero ambos sabemos que no es más que una mentira. Ya sea que quiera admitirlo o no, yo la quería, y lo quería desde… no estoy seguro desde cuándo. Desde mucho antes de que se la ofreciera a los Nefilims. —La honestidad es siempre buena para el alma —dijo Raziel a la ligera—. Confía en Allie. Confiaste en ella lo suficiente como para traer aquí a Rachel, lo suficiente como para ponerla en sus manos. Creo que preocuparse de si Rachel vive o muere es una pérdida de tiempo. Ella va a vivir. Tienes algo mucho más grande de qué preocuparte. Azazel se echó hacia atrás para mirarlo. —¿Y qué puede ser eso? —Qué Demonios vas a hacer con ella cuando ella lo haga.



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Capítulo 16 Traducido por Inthefreedomwings Corregido por Paaau

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ra una sensación muy extraña. Era como si estuviera naciendo por primera vez, por incontables veces. Sin embargo, sabía que esta era la última vez, era una de las pocas certezas que tenía.

No más nombres, no más vidas. Sólo esta. La neblina de dolor fue desapareciendo poco a poco. El mundo volvía a enfocarse y pude ver que estaba en una cama de hospital, con todos los tubos necesarios entrando y saliendo de mi cuerpo. Los observé con interés distante. Era como si estuvieran conectados a otra persona. Este cuerpo roto me había traicionado al darme tanto dolor y prefería mantenerme al margen. Podía oler el mar. Siempre había temido al océano, la fuerza de las aguas revueltas, las olas que podían estrellarse contra ti y empujarte dentro del agua asfixiante. Extraño, porque había sido acusada de asfixiar niños. De hecho, los viejos recuerdos se sentían más reales que mi estado actual, mitad dentro mitad fuera de una pesadilla de dolor infundido. Conocía mi maldición ahora. No matar niños inocentes. Sino que ponerlos al día, acunarlos y ponerlos a salvo cuando algo acababa con sus vidas. Los que no habían sido tocados fueron los más difíciles. Era llamado de muchas formas, brujería, la muerte de cuna, SIDS11. Los llevaba en mis brazos y los lavaba con mis lágrimas, cada pérdida tan desgarradora como si fuera mi propio hijo. Era un castigo cruel y monstruoso, pero no había más que eso. Consolé a las mujeres que eran estériles. Las sostenía en mis brazos cuando dormían y les cantaba. Iba junto a sus maridos y les susurraba que se levantaran y tomaran a sus mujeres y a veces, sólo a veces, los vientres de las mujeres se llenaban con los niños que ansiaban. Pero muy a menudo, ellas lloraban y los maridos se iban y sólo podía llorar con ellas. Me acosté con monstruos. Tenía un cuerpo que era usado hasta que se marchitaba y luego me daban otro, y luego otro, ya que la suciedad de sus cuerpos profanaba mi cuerpo humano. Sus miembros eran deformes, espinosos, con garras y 11 SIDS: muerte súbita del lactante. 144

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horribles, y cada noche mi cuerpo se desgarraba de dolor por el castigo. Pero eso se acabó. Quedó atrás y este cuerpo era nuevo. Sólo me acordaba de los actos, no de lo que había sentido. Me salvé de tanto que poco a poco cobré vida de nuevo. Me acosté con hombres humanos, siempre sobre ellos. Mi pecado fue hacer preguntas y mi castigo fue grande. Me acostaba con hombres humanos y los usaba porque me querían y yo no sentía nada. Y me acosté con un Ángel caído y sentí demasiado. Mantuve los ojos medio cerrados, mirando a la mujer mientras se movía alrededor de mi cama. Era hermosa, con un vestido de colores brillantes que se arremolinaba alrededor de sus tobillos, y se veía feliz. ¿Había encontrado por fin un lugar donde la gente podía ser feliz? Había color por todas partes, el azul del cielo en el exterior, el rico marrón del pelo de la mujer, el vestido arco iris que ella vestía. No me había dado cuenta de cómo me había perdido el color durante mi estancia en la Ciudad Oscura. El día se convertía en noche y luego en día de nuevo. A veces soñaba que mi enemigo, mi traidor, estaba allí mirándome y quería gritar. Pero abría los ojos y se había ido. Sólo era una pesadilla. Lo recordé todo. Me acordé de él. Recordé como lo odio. —Estás despierta, ¿verdad? —dijo la mujer con su voz grave y musical. Consideré ignorarla, pero me atendía con tanto cuidado que sabía debía responder. Traté de hablar, pero ningún sonido salía de mi garganta. Por un momento me pregunté si mi voz se había ido para siempre, arrancada por mis gritos, pero luego salió un sonido oxidado. —Sí —dije, sorprendida por la gravedad de mi voz. —Eso es bueno —dijo la mujer alegremente—. No trates de hablar más. Lastimaste tus cuerdas vocales y lo mejor que puedes hacer es descansar la voz. Soy Allie y este es el Sheol. El hogar de los Caídos. ¿Los Caídos qué? Pero sabía la respuesta. Uno de los Ángeles caídos me había salvado, eludiendo la orden de ejecución de Azazel. —Has estado enferma mucho tiempo —continuó, tomando mi mano entre las suyas, la mano que no tenía vía intravenosa—. Pero estoy feliz de decir que lo peor ha pasado y estás en el camino a una recuperación completa. Tomará tiempo, pero estás más fuerte cada día. Es bueno saberlo, pensé vagamente, deslizándome en la cama. Aún sostenía mi mano y por alguna razón no me aparté. Nunca me había gustado que me

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tocaran, pero esta mujer me calmaba, me tranquilizaba. Me sanó. Del modo en que yo había calmado, tranquilizado y sanado a las mujeres estériles del mundo. —Aquí hay cerca de cuarenta de nosotros, hombres y mujeres. Mi marido es Raziel, el líder, y yo soy una especie de jefa de cocina y lavadora de botellas. Soy sanadora, el hombro en el cual llorar, la voz de la razón de vez en cuando, aunque mi esposo no estaría de acuerdo con eso. Aquí estás a salvo, te lo prometo. No hay forma de que Uriel, o Beloch, o cualquiera que sea su nombre, pueda entrar aquí. Esto es suelo sagrado y no le está permitido entrar. Y ninguno de sus pequeños y desagradables matones puede entrar tampoco. Nadie puede llegar a nosotros a menos que los invitemos a entrar. —Como los Vampiros —susurré. De repente, Allie tenía una expresión extraña. —Supongo que podría decirse así. Pero el caso es que nadie te puede molestar aquí. Pensé en Azazel. ¿Estaba aún en la Ciudad Oscura, disfrutando de los frutos de su traición? ¿O le habían matado mis salvadores durante el intento de liberarme? Ahora que lo pienso, ¿cómo sabían que iba a necesitar que me liberaran? Infiernos, eran Ángeles, aunque fueran Ángeles Caídos; probablemente podían saber cualquier maldita cosa que quisieran. Me estaba cansando y liberé mi mano, descansándola en mi estómago. Gran error. Gemí de dolor apartándola. Mi estómago entero se sentía como si alguien hubiera grabado sus iniciales en él. Tuve un flash de lo que los Extractores de la Verdad me habían hecho exactamente, con sus cuchillas, sus manos y sus uñas, y mi estómago se retorció de horror. —Necesito dormir —grazné. Allie asintió. —Entiendo. No necesitas visitantes ahora mismo. ¿Visitantes? ¿Quién me visitaría? No conocía a nadie aquí. Cerré los ojos, dejándola fuera, la voz tranquila, el toque suave, la presencia sanadora. No quería nada ni a nadie. Sólo dormir.

* * * *

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Azazel había perdido la noción del tiempo. Se sentó junto al agua en la oscuridad, en silencio, sabiendo que no podía ayudarla. Simplemente debía esperar, y esperar era una tortura. Tortura, se burló de sí mismo. Recordó la tortura, y su vez en las manos de los Extractores de la Verdad, hacía siglos. Había sobrevivido por poco, y él tenía una fuerza y una resistencia mayor que la de los simples mortales. Y no importa lo que Rachel fuera, el cuerpo que habitaba era humano, y por lo tanto, vulnerable. Lo que él había pasado mucho tiempo atrás habría matado tres veces a un humano. No sabía cómo había logrado sobrevivir Rachel, pero había faltado poco. Cinco minutos más y se habría ido. Y no sabía cómo podría haberlo soportado. La sintió acercarse. La Fuente, Allie, la mujer que había tomado el lugar de Sarah. La mujer que había sido amiga de Sarah, incluso por un corto periodo de tiempo, y contaba con la bendición de Sarah. Sarah no había tenido ni un solo hueso enojado o resentido en su cuerpo. Se avergonzaría de él. Comenzó a levantarse, por primera vez mostrando su cortesía, pero Allie hizo un gesto para que se sentara y tomó asiento a su lado, mirando hacia el mar. Él contuvo el aliento. Había venido a decirle que había hecho todo lo posible, pero que Rachel había muerto. Murió de dolor, odiándolo. —Ella va a estar bien —dijo en voz baja—. Está durmiendo pero estuvo despierta un rato, e incluso pudo hablar un poco. Azazel comenzó a levantarse, pero ella puso la mano sobre su brazo, su suave toque sosteniéndolo. —No está preparada para visitas —dijo—. Y antes de que la veas, necesitamos hablar. Su viejo rencor reapareció. —¿Sobre qué? —Necesitas saber lo que ella recuerda y lo que no. La piel de ella se sentía como el hielo, y él se volvió a mirar el agua oscura y agitada. —Dime. —Lo recuerda todo. En fragmentos, pero no estoy segura de qué tan claro está para ella. —¿Todo?



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—Sabe que es Lilith. Recuerda su maldición, y lo que tuvo que hacer para trabajar en su penitencia. A diferencia de los Caídos, no parece que la maldición sea eterna, y alguien finalmente la ha liberado. Al menos, eso parece. —No podría ser Uriel. Él todavía quería destruirla. —Uriel quiere destruir a cualquiera que haya pecado, lo que incluye a la mayor parte de la creación. Después de que acabe con los seres humanos, probablemente encontrará una manera de descubrir el pecado en los animales. Nada puede detenerlo. —Nada aparte de nosotros —dijo en voz baja—. ¿Qué más recuerda? —Recuerda su maldición en fragmentos, y suena como si fuera exactamente lo que los manuscritos nos han llevado a creer. Lo que no es una sorpresa, los rollos fueron escritos por un grupo de hombres misóginos de edad que utilizaban cualquier excusa para denigrar a las mujeres. —Hizo un gesto despectivo—. Y no empecemos a soltar mierda sobre el problema de traer a los humanos a Sheol, y que soy un grano en el culo en cuanto a los derechos de las mujeres. La tradición judeo-cristiana es bastante mala con respecto a las mujeres, y cualquier persona con cerebro sabe eso. —¿Me estás acusando de no tener cerebro? —dijo con voz suave—. Lo sé. —Oh —dijo Allie, desinflándose. Y en la oscuridad, Azazel descubrió que podía sentir la diversión—. Me imagino que va a decirte lo que recuerda, y la verdad acerca de su maldición. Con el tiempo. —¿Con el tiempo? —Su memoria de los últimos años es tan irregular como la memoria de su historia antigua. Pero ella te recuerda. Recuerda que la salvaste de los Nefilims, pero por alguna razón cambiaste de opinión. Recuerda que tuvo sexo contigo, e inmediatamente después la entregaste a las criaturas que estuvieron a punto de matarla. Pero no se acuerda que una vez más, fuiste tú el que la salvó. ¿Por qué? —No tengo ni idea de por qué no lo recuerda. Es de poca importancia. —No trates de esquivarme. Tú se la diste a aquellos carniceros. ¿Por qué la salvaste? —En el pasado, Allie le habría dado un gran rodeo, pero en los últimos años se había fortalecido su poder interior y no tenía miedo de él. No tenía miedo de enfrentarlo, de hacerle preguntas difíciles, para encargarse de él si era necesario. Las cosas habían cambiado definitivamente. —He cambiado de opinión. —Su tono dejó claro que no iba a discutir más a fondo y se encogió de hombros.

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—Tendrás que darle una razón mejor que esa. Cuando esté lista para hablar contigo, claro. ¿Debería decirle que la has salvado? —Teniendo en cuenta nuestra historia reciente, no creo que se quedara muy impresionada. Se lo diré yo mismo si decido que necesita saberlo. Allie asintió y entonces cayó en un silencio meditativo. Extrañamente se sentía cómodo sentado en la oscuridad con la esposa de Raziel, viendo ondear la marea. Podía sentir su resentimiento escapando. Sarah se había ido, y la mejor manera en que podía honrarla a ella y lo que habían pasado juntos era dejarla ir, seguir adelante. Cerró los ojos, y por un momento casi podía sentir sus manos sobre sus hombros, sus labios rozándole la parte superior de la cabeza con un beso, su larga trenza de plata contra él. Mantuvo los ojos cerrados, disfrutando de la bendición, y luego se había ido. Abrió los ojos, para descubrir que estaban húmedos y escocían. Bendijo a la oscuridad, pero sabía que Allie podía ver de todas formas. Se aclaró la garganta. —¿No debería alguien comprobar que ella está bien? —Gretchen está allí. No la habría dejado si no se hubiera estabilizado. Lo sabes, Azazel. —Su voz era sólo ligeramente acusadora. Se lo merecía. —Sí —dijo. Tenía que decirlo, y por alguna razón no le repugnaba hacerlo. Tal vez fuera la bendición de Sarah—. Gracias, Allie. Muchas gracias por salvarla. Casi esperaba que ella resplandeciera, pero simplemente dijo: —No hay de que. —Raziel se pregunta qué va a pasar con ella. —Ella pertenece a este lugar. Es como un recién nacido, esta es su nueva vida, sus recuerdos, viejos y nuevos. Vamos a encontrar algo en lo que pueda trabajar en la comunidad. Ella no le preguntó si a él le importaba. Ya no era su decisión. Él le había cedido el liderazgo a Raziel y se había ido en su búsqueda, su búsqueda para destruir a Lilith. Ahora él sólo era uno de los Caídos. Y ella estaría allí. Odiándolo. —Así sea —dijo, utilizando las viejas palabras. —Así sea —murmuró Allie formalmente. Miró por encima de su hombro. Raziel había venido a unirse a ellos, de pie detrás de ellos, y los dos compartieron una sonrisa, el tipo de comunicación secreta que una vez había tenido con Sarah, y esperó a que pasaran la ira, los celos y la rabia por todo lo que había perdido.

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Se habían ido. Lavados y purificados. Sorprendente, cuando habían gobernado su vida durante tanto tiempo. Allie miró a Raziel, y él asintió, poniendo sus manos sobre sus hombros, como Sarah le había tocado una vez, inclinándose y poniendo un beso en su cabeza. El paralelismo le habría molestado. En su lugar, empezó a calentarse un lugar muy frío de su interior. —Estás débil, Azazel —dijo Allie después de un momento—. Puedo sentirlo. Tus nervios se han estado tensando por mucho tiempo y lo sabes. Lo negó. —No estoy listo para ir a la casa o para hacer el ritual. —No hay necesidad —dijo. Y le tendió su delgada muñeca. Miró a Raziel con sorpresa, pero él simplemente asintió. —Lo necesitas —dijo. Iba en contra de las leyes del Sheol tomar de la Fuente sin el ritual completo, pero ahora era Raziel quien hacía las leyes. Las cosas ya estaban cambiando, y Rachel, con él. Quería luchar contra la necesidad de tomar, rechazando a esta mujer, pero no podía. Su necesidad era demasiado fuerte. La tomó de la muñeca con ambas manos, vacilando un momento. Y luego mordió delicadamente mientras sus colmillos se extendían, la sangre era espesa, dulce y curativa. Se detuvo antes de estar satisfecho, cuidando de no forzar las cosas, y le soltó el brazo con las tradicionales palabras de agradecimiento. —¿Estás seguro de que has tomado suficiente? —preguntó, como sanadora y Fuente. Él asintió, sintiendo la fuerza a través de él, llenándolo de energía de acero—. Entonces voy a ir a ver a mi paciente. Mientras ella se marchaba, se dio cuenta de que había alcanzado la gracia perfecta que iba con ser la Fuente. Podía verlo y admirarlo ahora. Raziel tomó el asiento abandonado. —Supongo que no la odias más. Eso es algo bueno, hermano. —Siguió la mirada de Azazel al mar—. Y presumo que ahora tienes toda tu fuerza. Tengo una pregunta para ti. Allie ha decretado que Rachel se quedará aquí. ¿Significa eso que te vas? Pensó en ello. Ella lo odiaba, y su presencia le traía un dolor profundo, inexplicable. Un dolor del que no iba a huir. Ya había huido demasiado.

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—No. Me quedaré. Raziel asintió. —Bien. Sospecho que te vamos a necesitar. ¿Supongo que los Extractores de la Verdad fueron incapaces de descubrir sus recuerdos de Lucifer? —De acuerdo con Uriel, tuvieron éxito, con todo lo bueno que eso es para nosotros. Estábamos locos por pensar que pasaría de largo la información. Y esa habría sido la primera parte de su cerebro que ellos hubieran borrado. —Por supuesto. No importa. Se queda. Azazel asintió. —Estaré pronto. El cielo estaba oscuro como la tinta, la luna apenas era una astilla. Él se elevó más allá de las nubes y la niebla que envolvía siempre Sheol, en la noche fresca y clara. Las estrellas eran puntos de luz, se ladeó y volvió, sintiendo la brisa del viento pasándolo, como si fueran dedos por su cabello, besando su rostro, y pensó en Rachel. Tuvo que dejarla ir, tal como se había liberado de lo de Sarah. Se elevó, más y más, y el aire se hizo más frío. Podía contemplar su vista favorita de abajo, al borde del precipicio, pero se había sentado y meditado demasiado tiempo. Latía con la energía de la sangre que Allie le había dado, y quería deslizarse y volar por el aire de la noche, bailando con el viento. Se movió más lejos sobre el océano, donde las olas rodaban por la superficie del agua con pequeños volantes de espuma, y se volvió, giró, y se precipitó hacia abajo golpeando el agua helada en una picada suave y limpia que apenas perturbó la superficie. Se internó en la revitalizante sal del mar, y sintió la velocidad de su poder curativo a través de él, haciéndolo todo una vez más. Respiró en el agua, dejando que su cuerpo se llenara, sus pulmones, y luego subió para respirar en el aire otra vez. Se lanzó una vez más, y los delfines estaban allí, los conocía. Lo acogieron como uno de los suyos mientras nadaban a través de las corrientes, girando en el agua con placer, nadando con su amigo de aletas dispares. Perdió la noción del tiempo que estuvo en el agua. El sol estaba saliendo para cuando se cansó, y subió otra vez, lo suficiente alto en el aire para que el calor le secara la ropa hasta que estuvo rígida y con incrustaciones de sal, y cuando aterrizó suavemente en la playa, Michael lo estaba esperando. Michael, el luchador, que nunca habría permitido que los Extractores de la Verdad se llevaran a Rachel.



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—Bienvenido de nuevo —dijo—. Raziel dice que estás aquí para quedarte esta vez. —Lo estoy. Michael asintió. —Te necesitamos. Los pocos Nefilims que quedan se están reuniendo. Resulta que los hijos de puta finalmente se dieron cuenta que podían volar. —Maravilloso —dijo Azazel sombrío. Por un momento se acordó de Rachel encadenada en esa casa abandonada en la selva australiana, y se sintió enfermo. Al final, la había salvado, se recordó. La había salvado dos veces. Porque había tratado de matarla dos veces. Había estado tan aterrorizado de una profecía, que había estado preparado para su sacrificio sin saber quién y qué era realmente. —¿Estarás listo para pelear? —le preguntó Michael. Pensó en Rachel, acostada en una cama de hospital, tan cerca de la muerte. Pensó en la culpa que lo asfixiaba. Exactamente lo que Uriel quería. Necesitaba una distracción, y la necesitaba ahora. —Estoy listo para pelear.

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Capítulo 17 Traducido por KaThErIn Corregido por Paaau

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os días pasaron. Cada día que él preguntaba a Allie si Rachel estaba lista para verlo, cada día ella le decía que debía esperar, hasta que él pensó que se volvería loco con eso. Una vez que se enfrentara a Rachel podía dejarla ir. La profecía era claramente falsa, arruinada. Él había sido capaz de entregarla a los Extractores de la Verdad sin titubear, incluso si no hubiera sido capaz de evitar que volvieran por ella. No había pretendido hacer eso. Había tenido la vana esperanza de que fueran misericordiosos, pero una mirada y algo se había quebrado. Él se sentiría de esa manera hacia cualquiera. La tortura era una abominación, y era poco preguntar que se sentía culpable por entregarla. Y no tenía excusa por empujarla más contra una pared y tener sexo con ella antes que ellos se la llevaran. No había sido capaz de detenerse, y se había dicho a sí mismo que si podía ir a su interior y luego darla a los Extractores de la verdad, entonces, la profecía debía ser una mentira. Y así que lo había hecho. Había probado lo que necesitaba probar, y cualquier conocimiento que ella había mantenido en su cabeza sobre dónde estaba atrapado Lucifer había sido sacado y robado. Uriel lo tenía ahora, aunque probablemente ya lo había sabido en primer lugar. Cuando el Ser Supremo había pasado las riendas al último Arcángel, le había ordenado que cuidara el universo que él había creado. No había que decir cuáles eran los detalles. Uriel había aprovechado su rol con una venganza, ejerciendo el antiguo poder para golpear el mal donde quiera que pudiera, enviando plagas e inundaciones y devastación donde sea que considerara necesario. Algunos humanos lo veían como la maldición de Dios, los más informados declaraban aquellas tragedias como la ley de la naturaleza, que hay que soportar con la ayuda de Dios. No tenían idea de que el siervo de Dios había mandado un castigo de desastre sobre ellos. Del mismo modo que había alimentado con el propio temor de Azazel, que estaba condenado a pasar su eternidad como el compañero de un terrible Demonio. Y Azazel había sido lo bastante tonto para dejarlo. Estaba cansado de esperar. Estaba haciendo lo mejor para llevarse bien con Allie, pero ella todavía era una mujer de espíritu independiente que estaba suavemente

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cambiando las leyes de Sheol al revés, mientras Raziel miraba con cuidado, muy pocas veces frenándola. Ella gobernaba la enfermería; gobernaba la casa y a las mujeres. Era la Fuente para los Caídos que no tenían pareja, ella era la Omega para el Alfa de Raziel. Pero él se estaba cansando de su mierda. Estaba posado en el saliente, a gran altura sobre el océano y el vasto edificio que guardaba a los Caídos. La luna brillaba, reflejada en el negro mar, y de pronto subió a lo alto en el cielo oscuro, luego se colocó suavemente en la arena húmeda. La hora había llegado. No había reconocido a la joven mujer sentada en el escritorio en la antesala de la enfermería. Claramente se había quedado de guardia, y puso la Gracia de dormir ligeramente sobre ella, así que ella despertaría en unas pocas horas. Él no quería poner en riesgo a Rachel por golpear a su cuidadora tan profundamente, pero si ella necesitaba ayuda Allie lo sabría y dejaría su cama. Rachel no estaría en peligro. Empujó la puerta silenciosamente y se deslizó hacia el interior. Ella estaba adormecida, como había estado aquellos primeros días después de que la había traído y él no quería alejarse de su cabecera. Podía reconocerla ahora. Su rostro maltratado ya no estaba hinchado, los moretones apagados a un feo amarillo. Estaba sanando, lento pero seguro. Ya no tenía tubos conectados a su cuerpo, aunque se veía muy pequeña y frágil en la gran cama blanca. Eso no estaba bien. Él pensaba en ella como fuerte, poderosa, pero no una humana vulnerable. Todavía tenía vendajes alrededor de sus brazos y piernas, y su torso se veía hinchado bajo la sábana, ya sea de vendajes o de sus lesiones. No quería despertarla. Se hundió en la silla de la que Allie lo había desterrado y la miró, contemplando sus lesiones. Las dotes de Allie como una curadora eran extraordinarias; siempre sucedía con la Fuente, y Rachel estaría bien muy rápidamente, mucho más rápido que con la medicina humana normal. Raziel y Allie habían decretado que ella se quedaría. No la habían tomado en cuenta. Si había aprendido una cosa, era que Rachel tenía una mente propia. El problema era, que no estaría segura en cualquier otro lugar. Uriel no había terminado con ella, y solo las paredes de Sheol podían mantenerlo fuera. Por lo menos por ahora. Uriel había gastado milenios tratando de descifrar cómo infringirlas, y sólo había tenido éxito con los Nefilims hacía unos pocos años. Tarde o temprano iba a salir con una respuesta, sin embargo, sería poco lo que podrían hacer. Ella se agitó en su sueño, murmurando algo, y él levantó la cabeza, conteniendo la respiración. Ella se deslizó de vuelta a su sueño y él se relajó, mirando hacia

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los monitores que mantenían un seguimiento de su pulso y de su presión sanguínea, sólo para ver que estaban clavados. Sus ojos fueron de vuelta a ella, que lo estaba mirando con tal terror que lo sorprendió. —No grites —dijo él, su voz suave para no alertar a nadie. Ella estaba temblando, y él quería poner sus brazos alrededor de ella y tirarla contra él, calmándola. Excepto que él era el único de quién ella estaba asustada. —No puedo. —Fue apenas más que un halito de sonido en una voz ronca, maltrecha, y él recordó que Uriel había dicho que su voz se había roto. —No voy a lastimarte —dijo, empezando a levantarse, pero ella se echó hacia atrás y él se sentó rápidamente para no asustarla—. Quería ver cómo estabas. No había perdido el parpadeo de incredulidad despectiva en su rostro. —¿Por qué te debería importar? —susurró ella. Esa era una pregunta que él no podía contestar. —Allie es una curadora muy talentosa. —Por ahora se había acostumbrado a elogiar a Allie, a pesar de que seguía atascado en su pecho un poco—. Ella te trajo de vuelta del borde de la muerte. —No gracias a ti —susurró ella. Había olvidado que no recordaba que él la había salvado. Era suficientemente dura la penitencia por permitirles ponerla en medio de aquel infierno en primer lugar. —No gracia a mí ―estuvo de acuerdo él—. Pero te prometo que no tienes nada que temer de mí. Nunca más. —Y tú mientes tan bien. —Su voz se estaba volviendo más débil, y él sabía que estaba poniendo presión en eso. —Nunca te mentí. Soy incapaz de mentir. —Era la verdad. No le había explicado nada, pero no había mentido. —Vete de aquí. —Las palabras apenas eran audibles, pero no habían perdido el odio en ellas. No era más de lo que había esperado. No el miedo, que había sido una sorpresa. Pero el odio y la ira eran normales. Él la había traicionado en todas los sentidos que un hombre puede traicionar a una mujer, enviándola con los torturadores con su semen dentro de ella. En realidad, él era el monstruo.



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No, él no iba a decirle que había cambiado de opinión he ido tras ella. Un poco, demasiado tarde. Se levantó, y extendió una mano para tocarla, queriendo que la sensación de que ella fuera absolutamente cierta, pero ella se echó hacia atrás con tanto terror y repugnancia que él se inclinó hacia atrás, chocando contra la silla mientras partía. —No vuelvas —susurró ella. Cerró la puerta silenciosamente detrás de él.

* * * * Todavía no podía llorar. Dios, si alguna vez hubo un momento cuando necesitaba llorar, este era uno. Él era el monstruo, no yo. ¿Cómo podía alguien hacer el amor con otra persona y luego entregarla a sus ejecutores? No es que hubieran hecho el amor. De hecho, fue sexo, caliente, brutal y primitivo, y lo había querido tanto como él lo hacía. No podía recordar mucho, tal vez lo había instigado. Supe que había estado esperando, anhelando que él me tocara de nuevo, que me besara de nuevo.

Pero no podía recordar dónde habíamos estado. Había agua, y una puerta detrás de mi espalda. Era de noche, pero parecía como si siempre fuera de noche en la Ciudad Oscura. ¿Así era como la habían llamado? Beloch no había estado en ninguna parte para poder verlo. Mi memoria estaba llena de agujeros: él siendo amable, ¿lo había sido? Casi paternal, en su estudio lleno de libros con el cómodo olor de tabaco de pipa. Él podía haber sabido que eran… No podía pensar en eso. En las cosas que me habían hecho. Había descubierto que podía negarme a permitir ciertas cosas en mi memoria. Había demasiadas vidas, demasiados horrores que resistir, pero podía escoger ahuyentar aquellos que no podía soportar. Necesitaba ahuyentar a los Extractores de la Verdad, los cuchillos, y el sonido de arrullo que hacían. Habían desaparecido. Era así de fácil. Tal como había desterrado los cientos y cientos de años de acostarme con monstruos. No era mi cuerpo, y se acabó. También habían desaparecido.

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Podía deshacerme de Azazel con la misma facilidad. Borrar mi recuerdo de sus fuertes manos tocándome, su boca contra la mía, la manera en que me levantó y me puse sobre él y empujó hacia mi interior. Podía deshacerme de ese recuerdo en la lluvia torrencial, cuando envolví mis piernas a su alrededor y peleé por recibir más de él. El recuerdo del clímax que me había destrozado, vibraba a través de mi cuerpo en olas mientras él suavemente me había liberado. Y los Nocturnos habían llegado. Sería lo más sabio de hacer. Podía recordar otro sexo, sexo insatisfactorio con humanos, y tal vez era parte de mi maldición. Aunque, ¿no se suponía que era Lilith la que excitaba a los hombres? Y lo había hecho, pero no por mí misma. Los había despertado para sus esposas, para los bebés que todavía no llegaban. Mientras que yo había sido violada por los monstruos. Había desaparecido. Eso se había ido. Y aun así, en la Ciudad Oscura sólo había seguido mi curso natural. Había tenido sexo con un monstruo, a pesar de que este era hermoso, y él había sido blando, fuerte y duro. Había aprendido el placer gracias a sus manos, tal vez eso era lo que valía la pena recordar.

Allie y Raziel me protegerían de él. No había preguntado quién me había salvado, alguien debe haber sabido que había un problema. No me hacía ilusiones sobre eso: Azazel era importante aquí. Probablemente ellos debían de haber estado observándolo, y habían venido para salvar a Azazel tanto como también para salvar a Lilith. Las razones no importaban. Estaba a salvo y continuaría estando a salvo. Azazel nunca me haría daño de nuevo. Nunca me tocaría de nuevo. Allie me lo había prometido, y su palabra era ley. Entonces, ¿por qué quería llorar?



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Capítulo 18 Traducido por Abril Corregido por Angeles Rangel

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zazel me tomó la palabra. Nunca lo vi, ni cuando caminé por la playa, disfrutando del sol, que de alguna forma se las arreglaba para brillar a través de la niebla que rodeaba Sheol. Ni en las comidas comunales; ni en los largos y espaciosos pasillos del peculiar edificio, que parecía como una antigua Villa junto al mar de los días de Hollywood, en parte bungalow, en parte misión de estilo. No podía recordar cómo sabía tanto. Había demasiadas vidas como para que las recordara, y aprendí a tomar mis misteriosos pedacitos de conocimiento con ecuanimidad. Sabía lo suficiente de lo que era importante. Que mí maldición, finalmente, estaba suprimida. Y que no me atrevía a mirar a Azazel. Me pregunté si había sido enviada lejos. Había sido bienvenida por todos, los Ángeles Caídos cuyos nombres eran parte de la leyenda: Gabriel y Michael, Gadrael y Tamlel, y los menos conocidos, con nombres como Cassiel y Nisroc. Y sus esposas, mujeres dulces y tranquilas que Allie estaba tratando de atraer al siglo XXI Por primera vez en mi vida sin fin, me sentía a salvo y feliz, cuidada y tranquila, y no podía evitar preguntarme sí el hecho de que no hubiera bebés en Sheol tenía algo que ver con eso. No tendría que ver a un bebé morir nunca más. Aunque, no lo podía evitar. Las mujeres me aseguraron que habían intercambiado voluntariamente la esperanza de hijos por el rico amor que compartían con sus maridos, y nunca se arrepintieron de la pérdida. Me dijeron esto mientras lloraban en mis brazos, y mi corazón se apenaba por ellas. Por lo menos, sabía que no les había traído la maldición de la infertilidad a ellas, esto había sido un regalo de un Dios furioso, junto con otras maldiciones de las que no querían hablar. Trabajé en la enfermería junto a Allie, atendiendo pequeñas heridas y enfermedades menores. Hasta hacía poco no había habido más que un resfriado entre los Caídos, pero eso había cambiado. Había empezado hace siete años, con la perdida de tantos en la batalla con los Nefilims, y los habitantes de Sheol fueron, poco a poco, haciéndose más vulnerables. —No estoy segura de si eso es algo bueno o malo —me confesó Allie una tarde mientras nos sentamos bajo el sol. Por primera vez, no estábamos haciendo nada. Allie poseía una energía casi febril y todavía la tenía, pero por ahora,

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simplemente nos sentamos, con nuestras manos inactivas—. Solía llamarlas las esposas perfectas, todos eran perfectos; nadie engordaba o se resfriaba, ni siquiera se clavaban una astilla. Era escalofriante. Pero cuando los Nefilims lograron entrar, todo cambio. Las esposas dejaron de ser tan complacientes, los hombres se convirtieron en menos autócratas. Algunas de las mujeres hasta me dijeron que el sexo era mejor, aunque, eso me costó creerlo. El sexo con los Caídos era milagroso, sin importar las consecuencias. Sentí mi rostro calentarse, y me giré para mirar hacia las montañas, esperando que ella no se diera cuenta. —¿Tienen pollas mágicas o algo así? —dije con mi voz ronca, tratando de sonar cínica y despreocupada. Todo sobre mí se había recuperado del trauma que los Extractores de la Verdad habían causado, tanto por dentro como por fuera. Todo menos la herida por la traición de Azazel, y mi voz, ahora estaba permanentemente tosca y rota. Allie me aseguró que era muy sensual. No podía ver ninguna ventaja particular en eso. Sentí sus ojos sobre mí—. ¿No lo sabes? Así que, aquí estaba la pregunta. ¿Debería mentirle, a la mujer que me salvó la vida, y proteger mi frágil paz mental? O ¿Admitía una verdad que ella probablemente ya sabía? Pero Allie era una mejor amiga que eso. Ella sólo continuó, dejándome evitar una respuesta directa. —Creo que es más un caso de los Caídos solo tomando a sus Verdaderas Compañeras. Cuando están entre las esposas, a veces se entregan al sexo casual, pero tengo entendido que esos acoplamientos son solo agradables, no alteran la vida. Así es como supe que yo iba a ser la pareja de Raziel. Le tomó mucho tiempo admitirlo, por supuesto; pero los hombres, incluso la variedad de Ángeles Caídos, son un dolor en el culo. ¿Alteran la vida? Los momentos con Azazel, muy dentro de mí, fueron más que agradables, pero me negué a creer que eso significaba algo. Además, él se había ido, desvanecido, y yo no tenía… —Raziel requiere su presencia. Dejé salir un pequeño grito. No lo había oído al acercarse, no tenía idea de que estaba cerca. Y de repente, él estaba parado frente a nosotras, la criatura oscura que me siguió, me secuestró, me amó, y me traicionó. No, él no me había amado. Él sólo me folló, siguiendo órdenes. Ordenes de Uriel. Los preocupados ojos de Allie se posaron en mí—. ¿Qué quiere? Dile que puede esperar.

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—No puede esperar —dijo Azazel, con sus ojos azules taladrándome. Incluso en este mundo de color seguían siendo vividos, fuerte, imposibles de descifrar—. Hay noticias. Allie dudó, mirándome otra vez—. Entonces ven conmigo... —No —dijo Azazel. Su mirada era física, como un toque sobre mi cuerpo recién curado, como una caricia, quería cerrar los ojos y disfrutarla. Los ignoré mientras me levantaba, preparada para seguir a Allie. Él tomó mi brazo. Así como si nada, puso su mano sobre mi brazo, y fui incapaz de liberarme mientras una oleada de sentimientos me invadía—. Rachel y yo tenemos negocios sin terminar. Seguiremos en un momento. Allie me lanzó una mirada de disculpa—. Él tiene razón. Lo he mantenido a distancia, pero tendrás que lidiar con eso tarde o temprano. —¿Lidiar con qué? —dije con frialdad. El retroceso de Azazel fue tan breve que pude haberlo imaginado, pero sabía qué lo había causado. Mi voz arruinada. Así que, él era capaz de sentirse culpable. ¿Y qué? —Al elefante en el cuarto —dijo Allie incomprensiblemente. Un momento después, ella se había ido, dejándome allí en la playa, con Azazel todavía tocándome. —¿Qué quieres? —jadeé. En verdad, era una voz sexy de dormitorio. Por lo poco bueno que me hizo—. Sí vas a decirme que lo sientes, no quiero escucharte. —No lo siento. Ahora, ¿por qué eso no me sorprendía? —Entonces ¿por qué estamos hablando? —Hice lo que tenía que hacer. No tenía otra opción, y si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría. —Su voz era fría. —¿Incluyendo follarme contra esa puerta bajo la lluvia torrencial? ¿Eso era lo que tenías que hacer? ¿Qué volverías a hacer? —Encuéntrame una puerta. Tragué. Así que, no era inmune a él. Eso no debería sorprenderme. Follar con Azazel fue el primer placer sexual que había conocido, me dije a mí misma, deliberadamente cruda. Esa era una influencia poderosa, sin importar qué tan épica haya sido su traición. —¿Qué quieres de mí?

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Él no dijo nada, y yo cometí el error de mirar sus ojos. No estaban helados para nada, observé con un sobresalto repentino. Estaban llenos de calor, un deseo terrenal que me sorprendió mientras lo miraba, y me pregunté, qué podía ver él en los míos. Y luego lo supe, mientras se inclinaba y cubría con su boca la mía, y en vez de empujarlo me acerqué más, con mi cuerpo moviéndose contra el suyo mientras su brazo se envolvía alrededor de mi cintura. Él me sostuvo allí, con su mano en mi cadera, y podía sentir su erección. Mi reacción fue inmediata: estaba húmeda, anhelándolo, mis pezones se endurecían con anticipación, mi piel secreta temblando antes su toque. Su lengua entró en mi boca, cuando quería que su polla entrara en mí, y lo quería tan desesperadamente que todo desapareció, su traición, el dolor, el horror. Lo necesitaba dentro de mí; quería tirarlo en la arena y montarlo. Me estremecí, tratando de luchar, pero lo estaba besando de vuelta, y ese conocimiento fue una vergüenza tan grande que me congelé. Él debió sentir mis escalofríos repentinos. Me separó de él, aparentemente sin resistencia, y sus ojos estaban escondidos detrás de sus parpados. No tenía que mirar hacia abajo para saber que seguía duro, para saber que me quería. Aunque, me pregunte por qué. Él había tenido otras, mejores. Mujeres que había amado, presumiblemente, aunque la idea de Azazel y amor parecía inconcebible—. ¿Es esto parte de algún entretenimiento estadístico para ti? —dije con mi voz ronca—. ¿Una nueva manera de infligir dolor? No reaccionó. —Has tenido bastante tiempo para lidiar con tu calvario en la Ciudad Oscura. —Estaba fresco y apacible—. Necesitas regresar a donde perteneces. Me quedé sin aliento antes su descaro—. ¿Y dónde es eso? —En mi cama. La furia y el desconcierto me invadieron, y solamente lo miré sin entender. Tomó mi brazo, y tiré, tropezando. —Necesitamos unirnos al Consejo —dijo pacientemente—. No estoy a punto de violarte en la arena. Yo lo quería en la arena. Recordé, de pronto, un antiguo libro de niños. En una silla, en el aire, en un bote, en un abrigo. En la arena, con su mano. De cualquier manera que pudiera tomarlo. Me estiré completamente mi altura, esperando mostrar dignidad pero sabiendo que quizá solo parecía malhumorada.

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—En tus sueños —dije. —Y en los tuyos. ¿Había visto mis sueños? ¿Los recuerdos perversamente eróticos que me hicieron despertar con mini clímax? No, de ninguna manera podría ver mi mente. —Puedo leer tus pensamientos —dijo con una franqueza horrorizarte—. No todos, pero los suficientes, sí trato, aunque eres más difícil que la mayoría. No puedo ver muchos de tus sueños, pero puedo imaginar. Tengo los mismos sueños. No podía soportar otros segundo más hablando con él. Empecé a caminar, dirigiéndome hacia la casa, y si me hubiera tocado, hubiera corrido. Pero no lo hizo. Sólo se puso a caminar junto a mí, y no fue hasta que cruzamos la puerta del salón de encuentros que susurró—, ¿Mini clímax? —con una voz suave, y pude sentir el calor aumentando y tiñendo mi rostro. Todos estaban reunidos. Los Caídos estaban sentados alrededor de la mesa, con una silla vacía para Azazel. La única mujer en la mesa era Allie —las otras esposas estaban sentadas al fondo, y me dirigí hacia ellas cuando Azazel tomó mi mano—. Ella pertenece a la mesa. Desesperadamente, quería tirar de mi mano, pero había mucha gente mirando, y de repente, me sentía tímida—. Él tiene razón —dijo Allie—. Qué alguien le traiga una silla. —No necesito... —empecé, pero Azazel me cortó. —Esto, también es de tu interés. Alguien puso una silla en la gran mesa, junto a la silla de Azazel, y no tuve otra opción. Me senté, tratando de mantenerme alejada de él en el espacio reducido, pero cuando se deslizo a mi lado, su muslo rozo el mío, y no había forma de que yo pudiera retirarme, casi subiéndome al regazo de Michael, e incluso me detuve antes de subirme al regazo del Arcángel Michael, fuera un Ángel Caído o no. —Nos han llegado palabras —dijo Raziel—. Uriel ha encontrado la tumba de Lucifer. Esto no significaba nada para mí. Allie me había dicho que los Caídos estaban buscando el lugar donde el Ser Supremo había encarcelado al Primer Caído, pero no tenía nada que ver conmigo. Pero todos los ojos estaban sobre mí, una situación inquietante, y sentí la mano de Azazel sobre mi muslo, calmándome, conteniéndome, atrapando un sentimiento, no sabía cuál. Quería escapar de allí, pero Michael estaba demasiado cerca, y con su cabeza rapada y cuerpo tatuado, parecía casi letal. Me quedé donde estaba.

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Finalmente, Allie dijo: —Dejen de mirarla. ¿No se dan cuenta de que no tiene idea de lo que está pasando? Fue Raziel quien habló. —Le has dicho a Uriel dónde está Lucifer —dijo, con su voz pausada sin expresar censura. —Eso es lo que los Extractores de la Verdad estaban tratando de recuperar de ti. —Debería señalar que mi visita con los Extractores de la Verdad no era mi idea, sino la de Azazel —dije con una sorprendente calma—. Y si no hubieran mandado a nadie para salvarme, hubiera muerto. —De hecho, fue la decisión del Consejo mandarte a los Extractores de la Verdad. No sabíamos que la Ciudad Oscura era parte del reino de Uriel. —Bueno, entonces, está bien —dije, con sarcasmo—. ¿No pensaron que podría haber una manera mucho más fácil de sacarme información? —No. Dios, él podía ser tan monosilábico como Azazel. —La conclusión es, sí Azazel no me hubiera entregado a los torturadores, ellos no sabrían dónde está Lucifer. Y no me pregunten, no recuerdo nada además del dolor. —Mi voz arruinada se rompió un poco en esa parte, a pesar del mejor esfuerzo, y miré a Raziel. Quería mirar al hombre junto a mí, pero eso significaría que tendría que mirarlo, y no podía confiar en mí misma como para hacer eso. —Ellos tomaron ese recuerdo de ti —dijo Azazel desde al lado mío. —¿Es por eso que enviaste a alguien a salvarme a último momento? —le pregunté a Raziel, ignorándolo—. ¿Porque te diste cuenta de que eran los chicos malos? O ¿porque supusiste que ya habían despojado mis recuerdos o cualquier cosa útil? Pude ver a Azazel hacer alguna clase de gesto por la esquina de mi ojo, pero Raziel lo ignoró. —No envíe a nadie a salvarte. Eras un Demonio. Tu bienestar no era de nuestro interés —eras sustituible. —Entonces ¿Quién...? —Nada de eso importa —interrumpió Azazel—. La pregunta es, ¿qué vamos a hacer ahora? Las cejas de Raziel chocaron juntas con disgusto. —Creo que deberías responder la pregunta de Rachel.



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Tuve la repentina idea de que no me iba a gustar la respuesta. Nadie más ofreció la información —nadie decía nada— así que giré mi cabeza para mirar a Azazel. Me golpeó de nuevo, mi anhelo por él, por el monstruo que me entregó a los torturadores. Estaba mal y era una locura, y yo hubiera muerto antes de que él lo supiera. —Así que, dime —dije calmadamente. Los brillantes ojos azules, me miraban sin emoción. La boca magníficamente formada que me había besado. Las manos que me habían entregado a los Extractores de la Verdad sin dudarlo por un momento. —Yo te traje. Me congelé, pasando por una letanía mental de maldiciones. Yo sólo me iba a callar, antes de enterarme de alguna otra cosa que no quisiera saber. ¿Qué se suponía que debía hacer, agradecerle al hijo de puta? No podía alejarme de la insistente presión de su muslo contra el mío, y sabía que si trataba de dejar la mesa, él sólo me haría sentarme otra vez. Pero podía mover su mano contenedora. La moví de mi muslo y la deje en el suyo. Él no la movió. —Hemos decidido seguir la profecía, desde que pelear sólo ha empeorado las cosas —estaba diciendo Raziel, aunque no estaba segura de si a mí o a los otros—. El Demonio Lilith se casará con Asmodeus, rey de los Demonios, y juntos, gobernaran el infierno. Elevarán a Lucifer desde la oscuridad, y engendrarán una nueva generación de Caídos. —Pero sabemos que eso es imposible —dijo Allie—. Por una cosa, Rachel ya no es Lilith. Su servidumbre se ha roto. —¿Cómo lo sabes? —dijo su esposo. Allie lo ignoró. —En cuanto a Azazel, a él solo se lo conoce como Asmodeus en algunos textos oscuros. Algunos piensas que es un Demonio completamente diferente. —Quizá deba señalar que no soy un Demonio. —La voz de Azazel junto a mí casi sostenía humor, pero sabía que eso era imposible. Además, si algo de esto le parecía gracioso, lo odiaría todavía más de lo que a lo odiaba. —Por encima de todo, no podemos reproducirnos, así que cómo puedo engendrar una nueva generación de Caídos está más allá de mí. La profecía es sólo una de las historias retorcidas que Uriel inventó para atormentar a las esposas de los Caídos y sembrar discordia entre nosotros. Ya es suficientemente malvado que hayamos ofrecido a Rachel a ellos en nuestra desesperación por encontrar a Lucifer. Si recuerdan, estaba en contra de eso, en primer lugar. Y no sólo, no nos ayudó, sino que también le dio a Uriel la ventaja, y, mientras tanto, perdimos nuestra humanidad. 164

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—Cariño —dijo Raziel gentilmente—, no somos humanos. —Bueno, yo lo soy —replicó Allie. —De hecho, no lo eres. Ella lo miró a través de la mesa, y un hombre inferior se hubiera visto a sí mismo. —¿Estás sugiriendo que ofrecimos a Rachel como un sacrificio virgen una vez más, aunque ella no tiene nada de lo que necesitemos? —Eso está por verse. Asmodeus y Lilith gobernaran... —Suficiente. Ella ya no es Lilith, y no sabemos si Azazel alguna vez fue Asmodeus. ¿Alguien tiene una razón mejor? —Qué tal esta —dijo Azazel junto a mí—. Uriel cree en la profecía, sea verdad o no. Lo inquieta, lo asusta, y no hay mucho que pueda asustar a un Arcángel. Y criaturas asustadas cometen errores. Si cree que tiene algo para tenernos miedo, él irá directamente a donde está enterrado Lucifer, y nos llevara allí. —Así que ¿qué sugieres que hagamos? —demandó Michael—. ¿Sentarnos y esperar? ¿Esperar que él descubra a Lucifer y lo destruimos? —Él no puede hacer eso. No puede anular los edictos del Ser Supremo, razón por la cual, no nos ha destruido. Vivimos en la maldición puesta sobre nosotros por un Dios iracundo y vengativo. Uriel no es divino. —La voz de Raziel era pausada. —Aunque, él cree que lo es —dijo Allie. Hubo un murmullo de risas alrededor de la mesa, lo cual me sorprendió. No hubiera pensado que estas criaturas sombrías eran capaces de reír. —Así que ¿qué hacemos? —repitió Michael. —La respuesta es obvia. —Azazel estaba calmado, su voz profunda parecía vibrar dentro de mí, estaba demasiado cerca—. Tratará de acabar con la primera amenaza. Ya ha tratado y ha fallado, lo que lo debe mortificar. Si cree que Lilith y Asmodeus, realmente, se han apareado, entrará en pánico. La amenaza de la unión es, por lo menos, doble: no sólo encontraremos a Lucifer, sino que también, vamos a tener hijos y la maldición se romperá. Sí los Caídos pueden tener hijos, entonces nuestros números aumentaran, y nos haremos más fuertes. Me quedé sin palabras con indignación, y para cuando encontré mi voz, Michael ya me había invalidado. —Y reinarás el infierno. Uriel se ha unido al cielo y al infierno, así que, si él cree en la profecía, temerá que reines sobre su propio reino. —¿La Ciudad Oscura? —dijo Azazel. —Él no puede tenerla.

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—Y si lo garantizas, encontrarás a Lucifer y lo educarás, y nuestro ejército tendrá un líder —añadió Michael, con su voz tensa—. Suena como un buen plan. Michael, el Ángel guerrero, por supuesto que él hubiera pensado que cualquier cosa que involucrara una batalla era un buen plan. Una vez más, abrí la boca para protestar, pero ninguna palabra salió. Era mi maldita voz. Todavía no había mucho de ella, y cualquier estrés o respiración pesada la acallaba completamente. —No está exento de riesgos —dijo Raziel—. Pero tanto como puedo ver, es nuestra mejor opción. ¿Estamos todos de acuerdo? ¿Azazel y Rachel harán una pareja? Me alejé, tumbando la silla mientras me iba. Azazel pudo haberme detenido, pero me dejó ir, y terminé con mi espalda contra la pared, literal y figurativamente. Finalmente, encontré mi voz. —Claro que no.

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Capítulo 19 Traducido por Dyanna Corregido por masi

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odos simplemente me miraban como si me hubiese crecido una segunda cabeza. —Ya me oíste —dije ferozmente—. Maldición, no.

Los ojos de Azazel estaban fijos en mí, ilegibles como siempre. —¿Por qué de repente te has vuelto tan remilgada? Nosotros ya hemos hecho la mayor parte de ello. Maldición, todos los ojos se movían entre Azazel y yo, como si este fuera el mejor partido de tenis del mundo. Eso, o una telenovela. —No estoy de acuerdo. Me pareció muy instructivo —dijo él con su voz fría, y sin emociones—. Demostramos que somos físicamente compatibles. —Ya no más —gruñí. Allie intervino, gracias a dios. —Azazel, no has pensado esto detenidamente. No puedes arriesgarte a acoplarte con ella. Es demasiado peligroso. —Él ya se ha “acoplado” conmigo, ¿no lo oíste? ¿Y por qué debería ser peligroso? No soy una mantis religiosa… y no arranco las cabezas de mis compañeros una vez que hemos terminado. Incluso si ellos se lo merecen —añadí. Allie sacudió la cabeza. —Tú no lo entiendes. Y en verdad, no necesitas hacerlo. Esto es simplemente demasiado peligroso para Azazel, el intentarlo. Él sabe que puede aparearse sólo con su Compañera Elegida. Si se acopla con una pareja ocasional, puede morir. No tenía ni idea de qué demonios estaba hablando, pero todos lo demás en la habitación parecían entender. Estaba parada allí, deseando que no hubiera intervenido. Ahora me sentía tonta y vulnerable, la única en esta habitación, parada. Era demasiado emocional, este había sido siempre uno de mis defectos. —Ella tiene razón —dijo Raziel finalmente—. No puedes arriesgarte.

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—Este no es un riesgo —dijo Azazel—. Yo la elegí. Hubo un silencio sepulcral en la sala, sorpresa mezclada con dudas. Abrí la boca para anunciar que estaba segura como el demonio que yo no lo había elegido a “él”, entonces la cerré súbitamente de nuevo. Con soltar esto no conseguiría llegar a ningún lado. —Azazel, su sangre te envenenará —dijo Allie con suavidad. —Si estoy equivocado, quizás, pero no lo estoy. Considera la profecía. —Si tú creyeras en todas las profecías, el mundo debería haber terminado una docena de veces ya —dijo ella obstinadamente—. Tú, en verdad, no crees que tú y Rachel reinaran el infierno. Solo Uriel lo hace. —Sí, y Uriel lo sabrá cuando nos acoplemos. Cuando tome de su sangre. Sólo entonces nosotros… —Espera un minuto. —Me aparté de la pared—. ¿Qué es todo eso de la sangre? —Siéntate —dijo Raziel, era una orden, no una sugerencia. Yo no quería, pero Azazel tomó de la muñeca y tiró de mí, con urgencia, y estuve apretada a su lado nuevamente. Esta vez su mano sostenía mis muñecas bajo la mesa, y allí no había escapatoria. —Puedo explicarle a ella esto cuando estemos solos —dijo Azazel, pero Raziel hizo un gesto desdeñoso. —Explícaselo ahora —dijo. Azazel estaba observándome, con expresión impasible. —Muy bien. Cuando caímos, fuimos sentenciados a la condenación eterna, sin la esperanza de redención. Fuimos maldecidos a ver a nuestros seres queridos envejecer y morir; no habría ningún niño, y tendríamos que trasladar a los muertos de este mundo hasta el siguiente. Pero cuando la segunda ola de Ángeles nos siguió, ellos se convirtieron en Nefilims, abominaciones. —Lo recuerdo —murmuré, tratando de alejar mis manos. Sus largos dedos sobre mis muñecas bien podrían haber sido esposas. —El Ser Supremo añadió un nuevo castigo. Los Nefilims, las abominaciones, sólo podrían salir en la oscuridad, y sobrevivirían de la carne. —Dudó por un momento y continuó—: y los Caídos son Devoradores de sangre. Nosotros debemos sobrevivir de la sangre de nuestros Compañeros Elegidos, o si uno de nosotros ha perdido recientemente a su compañera, la Fuente le proporcionará lo suficiente para mantenerlo sano hasta que encuentre una Compañera nueva.

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—¿Quién es la Fuente? —Dios sabe por qué hice esa estúpida pregunta, cuando toda la absurdidad se levantaba sobre mí. —Soy yo —dijo Allie tranquilamente—. Estoy casada con el Alfa, y yo proveo de sangre para aquellos como Azazel y Michael, hasta que cada uno de ellos encuentre a su Compañera de Unión. Es un complicado proceso, y un error puede ser fatal. Sólo mi sangre y la de su elegida son suficientes para salvar al Caído. Si él trata de beber de alguien más, se enferma y a menudo muere. —Dios —murmuré—, como si esto no fuera suficiente locura, tenemos Vampiros también. —Devoradores de sangre —dijo Allie suavemente—. De la Biblia. —¿En serio? —Por un momento estuve realmente distraída, preguntándome en qué lugar del Viejo Testamento los Vampiros se ocultaban. ¿Dónde estaba el libro del Crepúsculo, entre Proverbios y Salmos? Y luego las cosas se hicieron más claras—. ¿Mi sangre? ¿Ustedes creen que él va a beber de mi sangre? ¿Han perdido la cabeza? —Estoy de acuerdo —dijo Allie—. Te estás agarrando a un clavo ardiendo, Azazel. Si ella fuera tu Compañera de Unión, todos nosotros lo habríamos sabido. Si sigues adelante con esto, mataras a ambos. —Uh, explícame eso —interrumpí, mi voz sonaba incluso más tosca—. Tú dijiste que mi sangre “le” envenenaría. Allie no dijo nada, y Azazel continuó: —Si tú no eres mi Compañera Elegida, existe la posibilidad de que pudiera drenarte antes de morir. En algunas circunstancias la necesidad se vuelve cada vez más fuerte, muy incontrolable. Ocurrió hace algunos años con Ephrael. —Nosotros no podemos arriesgarnos Azazel —concluyó Raziel. No me mencionaron, pensé sombríamente. —No. Al mismo tiempo, Azazel dijo: —Sí. —Tú no puedes hacerme eso. —Esto salió como un insulto de juegos infantiles, pero me dio lo mismo. —Yo podría —dijo Azazel suavemente. Antes de que pudiera protestar, Raziel interrumpió: —No, no podemos hacerlo, no hay duda de que el cuerpo y la sangre deben ser dados libremente. Si dices que no, la discusión ha llegado a su final.

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El silencio absoluto reinó nuevamente, haciéndome sentir culpable y nerviosa. —No es como si el destino del mundo dependiera de esto —protesté. La expresión del rostro de Allie me dio la respuesta. —Azazel —dijo Raziel—, debes encontrar a otra pareja. Es evidente que te equivocaste al pensar que Rachel es tu Elegida. Debes buscar en otro lugar. —¡No! —Miré a mi alrededor, no podía creer que la protesta hubiera surgido a través de mi garganta dañada. No tenía nada que ver con el pensamiento racional. La idea de Azazel reclamando a otra envió una rabia al rojo vivo a través de mi cuerpo. Lo que fue otra sorpresa. —¿Disculpa? —dijo Raziel. No podía mirar a Azazel. Sabía que su expresión reflejaría su triunfo, y no podía soportarlo. —Dije no —repetí—. No hay tiempo para que encuentre algún tipo de hipotética Compañera elegida. Es como buscar el amor verdadero, que nunca aparece cuando se busca. —Rachel, un Compañero Elegido “es” el verdadero amor de un Caído —explicó Allie. Me revolví. Nada como enterrarse en un agujero más profundo. —Si va a buscarla, lo más probable es que encuentre a la incorrecta, y él podría morir. —Y maldición si mi voz no se rompió ante la palabra “morir”. —Entonces, ¿qué sugieres? —La voz de Raziel expresaba sarcasmo—. ¿Qué esperemos el fin del mundo? Mierda. ¿Entonces todos ellos estaban en mi contra? Me sentía como si me estuviera asfixiando todos esos milenios aplastándome, y yo no podía respirar. —Tengo que salir de aquí —dije con una voz de pánico, que por supuesto apenas pudo ser oída—. Por favor, necesito pensar. Las manos alrededor de mi muñeca se liberaron, y me moví antes de que él pudiera cambiar de opinión, alejándome de la mesa. Nadie trató de detenerme, y salí corriendo de la habitación, casi cayéndome en mi prisa por huir. El Sol brillaba a través de la niebla eterna que cubría Sheol. Todo el mundo estaba en la sala del consejo; los únicos seres vivos afuera eran las gaviotas que volaban y gritaban arriba. Caminé hacia la orilla del mar, mirando cómo las olas rompían y se deslizaban hacia mí.

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Ahora sabía por qué le temía al océano: había sido ahogada por un hombre que creía que me amaba, cientos y cientos de años atrás. Me obligué a sentarme sobre la arena, mirando como la marea turbulenta venía, cada vez más cerca. ¿Entonces por qué el destino del mundo caía sobre mí? Me habría reído si no fuera tan detestable. ¿Por qué tenía que haber llegado a esto? No había ahogado a bebés. Ni había atraído a los hombres a su perdición. Pero yo había hecho otras cosas reprochables como Lilith. Era un Demonio de tormenta en la antigua Mesopotamia, levantando el viento hasta que había sepultado a pueblos y a todos sus habitantes bajo la arena. Yo había provocado huracanes, tifones y tornados; había hecho llover hasta que había destruido a todos aquellos que me habían herido en los últimos años. Una vez que me había escapado de mi esclavitud sexual a los Demonios, mi rabia había sido monumental, y había visitado a todo el mundo. Tenía penitencias que completar. Por un lado, todo el mundo sería destruido y un viejo mal triunfaría. Por otro lado, podría pagar todos mis pecados y salvar al mundo, simplemente con tener relaciones sexuales con una criatura que hacía que mis huesos se derritieran, no importaba cuanto lo odiara. Yo lo quería tanto como lo quería muerto, y mi sentido común no parecía hacerme cambiar de opinión. En verdad, yo podría no ser su elegida. Pero me gustara o no, él era mío. La respuesta era clara. Podría matarlo, lo que estaba bien para mí. Podría matarnos a ambos, lo que era, curiosamente, igual de aceptable. Pero yo sabía que no sería así. Sabía la verdad aunque me negara a afrontarla. Lo único que no me gustaba era la parte de la sangre. Me levanté. La marea había subido lo suficiente como para tocar los dedos de mis pies descalzos, y sentía como hormigueaban, flexionándose, casi atrayéndome hacia dentro. Me empujé hacia atrás, sin embargo. Tenía miedo del océano, me recordé a mí misma. Miedo de ahogarme. Regresé a la casa, pateando la arena de mis pies mientras entraba. Podía oír sus voces alzándose con argumentos, demasiadas personas hablando a la vez. Empujé la puerta y todo el mundo se quedó mudo. Mis ojos se fueron hacia Azazel. Su rostro era impasible. Pálido y bello. Él ya sabía la respuesta. Miré hacia otro lado. —Lo Haré.

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Azazel observó la confusión ante él con una calma que no había sentido en años. No iba a pensar en cuándo, o cómo, o por qué. Él desconfiaba de las profecías. Pero sabía que esto tenía que ser así. La sala de la asamblea se había vaciado rápidamente después del contundente anuncio de Rachel, con Allie y las mujeres desapareciendo misteriosamente y el otro Caído alejándose. Solo Michael y Raziel se quedaron. Michael, el guerrero, el solitario, que rara vez se acoplaba y que subsistía con el mínimo de sangre de la Fuente. El que tenía esa pobre mirada hambrienta, con el pelo afeitado, sus brazos musculosos y tatuados apretados de rabia. Raziel parecía igualmente perturbado, listo para otra clase de batalla. Azazel sabía lo que venía. —No tienes que molestarte intentando que cambie de opinión —dijo él—, la decisión ha sido tomada. —Puedes cambiar de opinión —dijo Raziel—. Apenas nos las hemos arreglado sin ti durante la mayor parte de los pasados siete años. No sé lo que haríamos si tú mueres. —Tienes deseos de morir —dijo Michael con voz ronca, antes de que Azazel pudiera argumentar—. Todos lo hemos visto. Negarlo sería inútil, incluso si pudiera. Y estos dos hombres eran en quien más confiaba en el mundo. —“Tenía” deseos de morir —lo corrigió Azazel—. Y tú no eres quién para hablar de deseos de morir, Michael. Tú asaltas cualquier batalla que puedas encontrar; es una maravilla que hayas sobrevivido tanto tiempo. —No cambies de tema —dijo él—. Combatir está en mi naturaleza; es mi propósito en la vida. El tuyo es gobernar. —No por más tiempo. Raziel gobierna y gobierna con prudencia. Yo tengo otro papel que jugar, y ya no lucho contra ello. En cuanto a mi deseo de morir sería inútil negarlo. La muerte de Sarah fue… demasiado. No tuve ninguna advertencia, ni preparación, y estaba cansado de todo. Pero he cambiado de opinión. —¿Porque te has enamorado de un Demonio? —Raziel arqueó una ceja—. Perdóname si lo encuentro difícil de creer. —Ella no es más un Demonio de lo que yo lo soy. Lo cual supongo que es una posibilidad si lees ciertos pergaminos —añadió con humor característico. Había comenzado a encontrar algunas cosas extrañamente divertidas recientemente. Lo que todavía podían conseguir asombrarlo. —Eso aún plantea la pregunta. ¿Estás diciéndonos que estás enamorado de la mujer cuya muerte has estado buscando durante los últimos siete años? 172

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—No. Por supuesto que no. Pero sigue existiendo una conexión, para bien o para mal, y es nuestra única esperanza. —¿Y si mueres? —dijo Michael. Azazel se encogió de hombros. —Entonces moriré, he vivido una vida interminable; he estado en la tierra desde hace milenios. No le tengo miedo a la muerte, incluso si no lo aceptan. —¿Qué pasa si la muerte es alguna clase de condenación eterna que no hemos tomado en cuenta? —exigió Raziel. —Incluso entonces. Pero dudo que ese sea el caso. Creo que para aquellos de nosotros que estamos malditos, nuestro destino será la nada eterna. Con bastante conciencia para reconocerlo. —Esto suena como un infierno para mí —murmuró Michael. —Esto suena a paz —dijo Azazel—. Pero este no es mi momento. Y tampoco lo será. Nosotros nos acoplaremos y nos uniremos, y Uriel lo sabrá, y se volverá loco de preocupación. —¿Y estás dispuesto a aguantar que ella sea tu Compañera de Unión? Incluso aunque tus sentimientos sean, digamos, tibios, sabes tan bien como yo lo que la Vinculación hace a una mujer. Ella va estar atada a ti, y no habrá ninguna forma de escapar. —Lo sé. —Ella tomará el lugar de Sarah —dijo Michael con una franqueza devastadora, yendo directamente al corazón, el guerrero cuya flecha era verdadera. —Lo sé —dijo Azazel de nuevo—. Pero ella no servirá como Fuente. Tanto como puedo decir, no tiene poderes de ella, es completamente humana. Y si averiguamos que no somos compatibles. Hay una infinidad de trabajos para los que soy necesario lejos de Sheol. No espero que ella suponga un problema. —Todo bien —dijo Raziel finalmente—. Solo asegúrate de no drenarla. Esto resolvería mi problema, pero Uriel podría pensar que están de camino a un matrimonio feliz. —El cadáver de la novia —dijo Michael con una sonrisa oscura—. ¿Por qué no? Azazel no dijo nada.

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El problema con escuchar a escondidas es que nunca escuchas cosas buenas, como a alguien hablando acerca de tu inteligencia y belleza, o maldición, incluso algo tan aburrido como el clima. Lo que es más probable es que escucharás algo que era mejor no oír. De lo contrario, te lo habrían dicho a la cara. Por supuesto, estaba siendo ridícula. ¿Por qué debería pensar que él se había enamorado de mí, simplemente por el hecho de haber anunciado que yo era su Elegida? Me imaginaba que un Compañero Elegido en esta sociedad, claramente, patriarcal era simplemente quienquiera que uno se imaginara que lo soportara el tiempo suficiente. Todo el asunto de la sangre envenenada era fingido. De hecho, todo este asunto sobre la sangre era una mierda. Esto no tenía nada que ver con nosotros. Excepto que recordé, en la oscuridad, bajo la lluvia, le había mordido, rasgando su piel, lamiendo su sangre. ¿Por qué? Yo no era una Devoradora de sangre. Al parecer era una maldición solamente para los Caídos, sin embargo, lo había hecho. Tal vez yo simplemente era tan perversa cuando estaba excitada que no podía pensar. Cualquier cosa era posible, teniendo en cuenta que nunca había estado excitada en mi vida. Serviría bien si yo lo mordiera nuevamente, pero dudaba que él se preocupara. De hecho, pensé, la aburrida paciencia era la forma de tratar las cosas, ya que era probablemente la manera en la que él lo manejaría. ¿Entonces qué pasaba si yo había experimentado un increíble placer con su delgado y bello cuerpo? Yo podría controlar mis propias reacciones. Él podría hacer lo que quisiera, y yo simplemente pensaría en algo más. Esto lo volvería loco. —¿Por qué estás sonriendo? —exigió saber Allie, pasando a mi lado—. Luces pensativamente perversa. —Todos tenemos pensamientos malvados —dije serenamente, alejándome de mi puesto de escucha. De verdad, esto no había sido mi culpa. Simplemente había ido en busca de algo de silencio, encontrando las sillas de baja altura sobre en uno de los pisos. No me había dado cuenta de que esto llevaba a la sala de la asamblea. —Ven a ver tus habitaciones. —La cama de la enfermería está bien… —No, estoy hablando de las habitaciones de Azazel. Y de la tuya. —Yo no —repito, no— voy a compartir la habitación con Azazel. Me voy a acostar con él, a hacer la cosa esa de vinculación de sangre, pero eso es todo. Después podemos ir por caminos separados. 174

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Allie negó con la cabeza. —No, no se puede. Es permanente. Es un enlace que no puede ser roto, excepto por la muerte. —La muerte no parece haber roto el enlace entre Azazel y Sarah. —Odiaba la idea de su existencia, a pesar de que ella había sido sólo una más en la línea infinita de esposas humanas a las que había sobrevivido. —Eso fue más por las circunstancias de su muerte que el lazo entre ellos — dijo Allie suavemente—. Sarah lo habría dejado ir, quería dejarlo ir. Pero Azazel puede ser muy terco, y se llenó de ira y no tenía forma de expresarlo. —Salvo para ir detrás de un Demonio. ¿Por qué? ¿Por qué él de repente decidió que tenía que matarme? —A causa de la profecía, por supuesto. Se suponía que tú ocuparías el lugar de Sarah. Él quiso asegurarse de que sería imposible. —Ella trataba de hacerlo parecer razonable, pero yo no lo veía. —Al eliminar al Demonio —dije. —Sí. Pero necesitas saber que él no sabía que ya no eras un Demonio, —dijo ella justamente—. Él creía que eras un monstro que asesinaba a bebés. —Él no debería creer en la mala publicidad. —No estaba pensando con claridad. — ¿Y yo tengo que perdonarlo? ¿Porque él no sabía? —No creo que él quiera tu perdón —dijo Allie—. No creo que todavía esté allí. Él está demasiado atrapado en su culpabilidad. —Qué pena —espeté, sintiéndome brutal—. No voy a compartir la habitación, la cama que él compartió con su amada Sarah. —Estaba horrorizada al darme cuenta de que sonaba celosa. ¿Qué estaba mal conmigo? —No lo será. Se tratan de nuevas habitaciones. Parecía lo más sensato… Azazel está mejor sin los cuartos del Alfa. —Pero yo pensé que Raziel era el Alfa. —Yo estaba tratando de no pensar en la Santa Sarah y su forma de dormir. Intentando no pensar en por qué sentía tal resentimiento. Pero estaba siendo devorada por los celos. —Raziel solo ha sido el Alfa desde la muerte de Sarah. El único Alfa que han tenido los Caídos además de Azazel. Así que no tienes por qué preocuparte de que los viejos recuerdos se interpongan en el camino de tu relación.



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—No tenemos una relación —dije. Allie solo sonrió. Unos minutos más tarde ella empujó para abrir la pesada puerta de madera de la suite y me hizo un gesto hacia el interior. Me detuve por un momento, admirándolo. El salón era hermoso. Casi japonés en su simplicidad, con asientos bajos y mesas bajas, se sentía tranquilo y pacífico. Casi como si estuvieran esperando a alguien. —La habitación está un poco más allá —dijo Allie amablemente, y no pude evitarlo. Era hermosa, con una enorme cama como pieza central. Una cama que compartiría con Azazel, pensé, haciendo una mueca. Era una habitación hermosa, y el cuarto de baño era un sueño de sibarita. Podría ser feliz en estas habitaciones. Si no tuviera que compartirlas. —¿De quién eran estas habitaciones? —pregunté, pasando la mano por la colcha de seda gruesa sobre la cama. Era de un profundo rojo, el color del vino. El color de la sangre, pensé distraídamente. Quizás ellos querían ocultar las manchas. —La última esposa de Tam fue quien la decoró, y quería hacer una suite de luna de miel. Nadie la ha utilizado. No encontraras ningún recuerdo aquí. Eché un último vistazo a mí alrededor, y luego asentí y me dirigí hacia la sala. —Bien —dije—. Me gusta esta. ¿La pregunta es, dónde duermo hasta que hagamos esta cosa del acoplamiento? La expresión de Allie era un motivo de grave preocupación. —¿No te das cuenta, Rachel? Será esta noche. Mierda, pensé, dando otro vistazo a mi alrededor. —¿Qué pasa si no estoy lista? —¿Has cambiado de opinión? Eso está permitido. —No, no he cambiado de opinión. No pensé que fuera a ser tan pronto. —También podríamos acabar de una vez y hacerlo ahora. —La voz de Azazel venía desde la puerta.

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Capítulo 20 Traducido por Vannia Corregido por Niii

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lla se veía como si estuviera esperando que cortara su garganta para beber su sangre, pensó Azazel, sombríamente. Todavía no estaba seguro de por qué infiernos ella había estado de acuerdo con esto. Había esperado tener que pasar días, semanas, quebrantando su resistencia. Nadie había estado más impactado cuando ella regresó a la cámara del consejo y anunció que lo haría. Tenía un rastro de quemadura por el sol en su nariz. No era de extrañar, con su flameante cabello tenía una piel muy pálida, y se había dirigido directamente afuera, hacia el sol del mediodía. Mantuvo un ojo sobre ella a través de las ventanas de la habitación del consejo, observándola mientras ella se quedaba viendo fijamente el agua. Supo el momento en que tomó la decisión, debido a la cuadratura de sus hombros. Simplemente no había sabido qué decisión sería. Y ahora ella estaba aquí, en la habitación del Alfa, viéndolo como si fuera su peor pesadilla. Ella tenía razón. Si él la hubiera dejado sola hace dos años, podría haber tenido una vida tranquila. El Demonio dentro de ella probablemente ya la había dejado, aunque él no fuera lo suficientemente intuitivo para reconocer su desaparición. Únicamente podría confiar en la palabra de Allie. Pero era demasiado tarde para los “qué tal si”. Ella llevaba puesta alguna cosa blanca sin forma, y él lo odiaba. Quería arrancárselo, con los dientes si era necesario. Quería que Allie se largara de aquí y los dejara solos. Podía oler la sangre de Rachel a través de su piel. Sonrió educadamente. Había pasado demasiado tiempo odiando a las dos mujeres frente a él, queriéndolas muertas, y todo estaba conectado a Sara. En extrañarla como una parte de sí mismo hubiera sido extirpada. Él no iba a dejar que eso pasara de nuevo. Era demasiado doloroso, y se extendía sobre los inocentes. No iba a sentir ese obsesivo amor otra vez. Se aparearía con Rachel, vinculándose con ella, y eso sería todo. Uriel estaría furioso, y ellos podrían concentrarse en pelear contra él, sin preocuparse por las esposas, las compañeras, el sexo y la sangre. Sexo y sangre. Vio a Rachel y sus fosas nasales flamearon.



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—¿Por qué no nos dejas, Allie? —dijo con voz nivelada. Había trabajado eones para perfeccionar la fría indiferencia que normalmente mostraba, y no estaba dispuesto a soltarla ahora. —¿Por qué? —dijo Rachel nerviosamente. Pero Allie solamente le dio una sonrisa alentadora y se deslizó fuera de la puerta, cerrándola tras ella. Por un momento se preguntó si ella saldría corriendo. —Siempre puedes cambiar de opinión —dijo él en voz baja. —¿Y tener el destino del mundo cargando sobre mis hombros? No lo creo. Si todo lo que tengo que hacer es acostarme y dejar que me lo hagas, entonces creo que puedo manejarlo. —¿Qué te lo “haga”? —hizo eco él, sorprendido y divertido. —He decidido que no me gusta la palabra “follar” —dijo ella remilgadamente—. Así que, ¿exactamente cómo vamos a hacer  para lograr esto? En ese momento él sonrió. No pudo evitarlo. Ella no estaba feliz con la situación, y él no podía culparla. —Creo que lo logramos lo suficientemente bien antes. —Me refiero a que, ¿me morderás antes o después? Ella estaba nerviosa, lo cual lo sorprendió, teniendo en cuenta las relaciones sexuales que habían tenido en su habitación en la Ciudad Oscura y afuera bajo la torrencial lluvia con los Nocturnos presionándolos. Había sido intenso, visceral, animal, lo suficientemente fuerte para sacudirle los huesos. No habría pensado que ella conservara alguna timidez después de eso. —Pensé que recordabas todo lo de antes —dijo él—. Estás actuando como una virgen asustada, no como una Súcubo. —¡No era una Súcubo! —Te acostaste con monstruos. —Y lo estoy haciendo de nuevo —gritó ella en respuesta—. Lo bueno es, que no lo recuerdo. Con suerte, voy a olvidar todo de ti. —No, no lo harás —dijo él—. Nunca. —Y avanzó hacia ella.

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Mantuve mi postura. Probablemente quería forzarme, asustarme, pero sabía que no había nada por lo que estar asustada. No me lastimaría, no deliberadamente. Yo estaba de acuerdo con esto, y mis motivos no eran completamente nobles. Quería ver si tener sexo con él era una experiencia tan devastadora como lo había sido anteriormente, antes de que me traicionara. Quería ver si esta vez podría resistirlo. Quería ver si yo era la criatura débil e inútil que temía que era. Quería… lo quería a él. Él no me lanzó a sus brazos, como había esperado. Estaba preparada para mantenerme ahí, rígida e inflexible, pero él no intento tocarme. Simplemente se quedó ahí, demasiado alto, cerniéndose sobre mí en su ropa oscura, mientras yo llevaba puesto el pijama suelto blanco que Allie me había traído. Parecía simbólico. Estiró la mano y desabrochó el primer botón del frente de mi blanca chaqueta holgada, su contacto fue tan ligero que no lo sentí, sólo sentí el botón desabrocharse. Se movió hacia el segundo, nuevamente su hábil contacto, y el frío aire danzaron sobre mi piel. Tragué saliva. Mi corazón estaba martilleando, y traté de recordar los trucos que había aprendido, las formas de disminuir los latidos de mi corazón y   mi respiración, la forma de calmar mi cuerpo. Traté de imaginar una fría y cristalina piscina. Otro botón se fue. Imaginé estar acostada en un campo de césped, viendo hacia el azul, azul cielo, observando a las nubes persiguiéndose entre sí mientras los pájaros cantaban ruidosamente. Otro botón, y no creí que quedaran muchos. No iba a mirar hacia abajo, eso empeoraría las cosas. Cerré los ojos, tarareando en mi mente, alguna canción sin sentido para tratar de alejar la sensación del aire frío contra mi piel repentinamente caliente. Alcanzó el último botón, e hice todo lo que pude por no saltar alejándome de él. No podía pensar en nada que me distrajera mientras él me quitaba la chaqueta por los hombros, dejándola deslizarse por mis brazos hasta caer al piso, así que estaba de pie ahí con una camisa de tirantes holgada, los pantalones de cordón, y nada más. Los Caídos no parecían ser partidarios de la ropa interior, y había tenido que insistir en llevar la camisa de tirantes debajo de la ropa, a pesar de los argumentos de Allie. Él me examinó por un largo rato, inclinando levente la cabeza mientras su  mirada de parpados pesados me recorría. —Intenta contar hasta cien en latín —sugirió amablemente, estirando su mano hacia el dobladillo de la camisa de tirantes—. Eso podría funcionar. Lo fulminé con la mirada. Había olvidado que ocasionalmente él podía leer mis pensamientos. —¿Sabes cuán molesto es eso? —dije, tratando de hacer trabajar una cabeza echando vapor.

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—No me importa. —Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, él me había despojado de la camisa de tirantes y la había arrojado al suelo, dejándome semidesnuda. De acuerdo, él ya me había visto de esta forma. Mis pezones se tensaron instintivamente en la cálida habitación, recordando su contacto sobre ellos, su boca sobre ellos, succionando, y yo… No iba a excitarme. Agua fría, pensé, dejando mentalmente que bañara mi piel caliente. Él no tocó mis pechos, cuando esperaba que lo hiciera, tenía que armarme de valor en contra de ello, y de alguna forma eso era incluso más excitante. La anticipación estaba haciendo que la sangre se juntara en todas las partes que era necesario. Sangre, me recordé a mí misma, tratando de enfriar el calor en mí. Por alguna razón eso únicamente me puso más caliente. Él iba a desatar el siguiente cordón, y los pantalones iban a deslizarse al piso y estaría desnuda, y no había una maldita cosa que pudiera hacer al respecto. No sin retirar mi palabra. Esperé, impaciente. Pero él no lo hizo. En vez de eso me levantó, y al sentir su toque me paralicé, recordando sus brazos apoyándome contra la puerta de madera, recordando su fuerza, recordando su traición. Quise llorar, aunque a pesar de mi falta de Demoneidad todavía no había sido capaz de invocar las lágrimas, sólo podía evocar secos y atormentados sollozos cuando nadie estaba alrededor. No habría lágrimas frente a Azazel. Él me llevó al dormitorio, aunque estaba tiesa como una tabla, y me puso en la enorme cama. Un segundo después él me siguió, arrodillándose sobre mí. —Uh, ¿no crees que deberíamos quitar las mantas? —dije nerviosamente. —¿Por qué? ¿Crees que las vamos a estropear? Imbécil, pensé, viéndolo ferozmente. —Campos verdes y cielo azul, Rachel —dijo él—. Relajarte y pensar en Inglaterra, ¿recuerdas? Me acosté, más para conseguir que mis pechos se alejaran de su camino que por otra razón. Todavía estaba esperando que me quitara los pantalones holgados, pero no hizo nada, y me pregunté si iba a morderme primero. —No respondiste mi pregunta —dije, mi voz quebrándose nerviosamente. —¿Y qué pregunta era? —¿Vas a morderme antes a después del sexo?

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Sus brillantes ojos azules se encontraron con los míos. —Durante —dijo, y puso su mano entre mis piernas. Me arqueé levantándome de la cama, sorprendida, excitada por su contacto a través de la tela. Intenté cerrar las piernas por reflejo, pero él se movió de rodillas entre ellas, manteniéndolas separadas, mientras su largos dedos se movían entre mis piernas, tocándome a través del delgado algodón. —¿Por qué estás mojada, Demonio? —susurró él—. Se supone que esto no te está gustando. —Yo no… Yo ya no soy un Demonio —dije con voz tensa, tratando de luchar contra los insidiosos sentimientos que estaban recorriéndome. Su toque era leve, pero incluso podía sentir la humedad mientras él deslizaba la tela contra mí. —No —dijo él, inclinándose hacia adelante, con una mano apoyada sobre la cama, la otra todavía entre mis piernas—. Sólo para mí. Sentí la tristeza y la decepción comenzando a sobrepasarme, pero él rozó mis labios con los suyos, tan suavemente que lo sentí como una bendición. —Te has convertido en mi Demonio personal. Me persigues, me tientas, me vuelves loco por desearte, y ya no puedo culpar a las profecías, los poderes o al destino. Sólo eres tú. Te he elegido, porque no puedo imaginarme siquiera queriendo a alguien más, nunca más. Me posees, me obsesionas; estás en todas partes dentro de mí y no puedo deshacerme de ti. Y lo peor de todo, es que no quiero hacerlo. Me quedé sin aliento, viéndolo fijamente. —Para una declaración de amor, eso deja mucho que desear. —No te amo. No voy a amarte —dijo él, y sus dedos moviéndose suavemente encontraron el centro de mi placer, y me sacudí, deslizándome sobre la cama—. Pero para el momento en que haya terminado contigo, no notarás la diferencia. Puso su mano detrás de mí cuello, llevando mi boca a la suya mientras se deslizaba a mi lado, y su lengua silenció todas mis inútiles palabras de protesta. Él estaba equivocado. Después recordaría la diferencia. Pero justo ahora las crecientes sensaciones eran tan poderosas que no podía luchar contra ellas. El orgullo se había ido por la ventana. Estaba hambrienta, hambrienta de él. Tomaría lo que pudiera conseguir. La tela húmeda que separaba sus hábiles dedos de mí era desesperante. Lo sentí presionar dentro de mí, pero la tela le impedía hacer más que sólo una ligera penetración, y me hizo emitir un leve gemido de frustración contra su



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boca, arqueando mis caderas en una súplica muda. Levantó su boca, y sus ojos estaban brillando azules en una habitación que ahora parecía llena de sombras. —Pídemelo —susurró. Mantuve la boca cerrada, decidida a no decir las palabras, y él dejo su boca jugar a lo largo de la unión de mis labios cerrados, probando, saboreando, hasta que no quise otra cosa que abrirme a él. La terquedad y la frustración estaban en guerra la una contra la otra hasta que quise gritar. Me deslicé más abajo sobre la cama, arqueando mis caderas contra su mano. —Pídemelo —dijo él otra vez, un dedo rozó contra mí, enviando chispas de deseo disparándose a través de mi cuerpo. Estaba jadeando ahora, y la fricción de la tela mojada contra la parte más sensible de mi cuerpo era exquisita, casi hasta el punto del dolor. Necesitaba mucho más, necesitaba liberarme, lo necesitaba ahora. Cerré los ojos mientras él se inclinaba sobre mí, sus labios burlándose de los míos; pero cuando la excitación creció a un punto insoportable, los abrí viendo fijamente los suyos, sin molestarme en ocultar la rabia y el dolor que estaba filtrándose a través del calor. Sus ojos habían estado somnolientos, medio cerrados, pero se abrieron y se encontraron con los míos, y en una criatura diferente tal vez podría haber visto remordimiento. Su mano se movió de entre mis piernas, y él se inclinó hacia adelante, ahuecando mi rostro, sus pulgares rozando mis labios antes de que se inclinara y los besara. —De acuerdo —susurró—. Lo siento. Nunca había pensado escuchar esas palabras de parte de él. Pensé en mi estropeada voz, en las cicatrices de mi cuerpo, y luego las dejé ir. El odiarlo y amarlo me estaba destrozando. No podía dejar de amarlo más de lo que podía dejar de respirar. Así que tenía que dejar de odiarlo. Su boca se movió a lo largo de la línea de mi mandíbula, besando, mordisqueando ligeramente, deslizándose por mi garganta hasta que probó mi pulso, y supe que la pregunta del momento era si él tomaría mi sangre ahora, pero él se movió, hacia abajo, y mis pechos estaban hormigueando, esperando su contacto, esperando su boca. Sus manos se deslizaron hacia abajo, cubriéndolos, y exclamé por la sensación, un áspero y crudo sonido, y luego no hice ningún sonido en lo absoluto cuando su boca se cerró sobre un tirante pezón, recorriéndolo con fuerza, su lengua danzando en la parte superior mientras succionaba, y me pregunté si podría correrme simplemente con su boca en mi pecho. Y entonces recordé su ronca orden de una única palabra, “Córrete”, y mi cuerpo se puso rígido mientras un pequeño orgasmo me atrapaba.

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Caí nuevamente contra las almohadas, jadeando, sorprendida por la intensidad de mi respuesta, pero él ya se había movido hacia mi otro pecho, el clímax esta vez fue casi inmediato. Traté de recuperar el aliento mientras él deslizaba los pantalones holgados por mis piernas, y luego sus manos se deslizaron por ellas, por el interior de mis pantorrillas, de mis muslos, sus manos fuertes. Él iba a tomarme ahora, pensé, una parte de mí rebelándose. No lo quería encima, controlándome; no quería ser dominada. Sus manos me tocaron, y supe que estaba húmeda y lista para él, y me dije a mí misma que podía hacer esto, todavía podía estar acostada por él. Esperé el sonido de su cierre, el áspero susurro de sus vaqueros al ser empujados hacia abajo, pero él se inclinó hacia abajo y puso su boca contra mí. Sabía que las personas hacían esto, por supuesto que sí. Había inspirado a hombres para hacer esto a sus esposas, en mi vida de Demonio. Pero nadie, absolutamente nadie, me había hecho esto, puso su boca entre mis piernas y me lamió, me saboreó, me succionó, hasta que un sollozo ahogado salió de mi garganta y mis manos alcanzaron su cabeza, queriendo alejarla. Era demasiado, no podía soportarlo; pero su largo cabello ondeaba sobre mis caderas y en vez de eso entrelacé mis dedos a través de los mechones de seda. El toque de su lengua era más sutil que el de sus fuertes dedos, atrayéndome a un oscuro y extraño lugar donde existía ese deleite en el que me cernía, asustada, mientras su lengua hacia círculos y daba golpecitos. Deslizó un dedo dentro de mí, y me arqueé levantándome de la cama, pero antes de que pudiera descender de nuevo él lo había retirado y empujado dos al interior, y pude sentir los dedos de mis pies comenzar a curvarse. Y luego tres dedos, y estuvo hecho, un silencioso grito vino desde lo más profundo de mí mientras todo mi cuerpo se convulsionaba entrando en la oscuridad. Él estaba dentro de mí antes de que siquiera hubiera comenzando a bajar, empujando, su pene profundamente en mi interior, y sentí pánico, sacudiéndome, luchando contra él, tratando de alejarlo de mí. Él capturó mis muñecas fácilmente, lanzándolas abajo sobre la cama, sus caderas inmovilizándome. Mi lucha era inútil, sin embargo no podía parar, aterrorizada. Se acostó sobre mí, manteniéndome abajo. —Basta —jadeó en mi oído—. Para de luchar. Lo siento, pero tiene que ser de esta forma. No hay otra opción. Sus palabras apenas tenían sentido. Todo lo que sabía era que tenía que detenerlo, tenía que rodarlo, yo tenía que estar encima, no debajo de él; pero era demasiado fuerte, y no pude despojarlo. Él estaba tratando de continuar, simplemente sosteniéndome ahí como alguien que trataba de quebrar a una yegua asustadiza, pensé con repentina y casi histérica diversión.

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—No —supliqué, mi orgullo desaparecido—. Por favor, no. Puso su cara junto a la mía, frotando suavemente, un gesto casi animal de tranquilidad. —Tenemos qué, Rachel —susurró—. Sólo esta vez, tengo que tomarte de esta forma, para así poder tomar tu sangre. Pateé, tratando de alejarlo, pero era muy fuerte, su posesión demasiado profunda, profunda dentro mí, llenándome. —Puedes alcanzar mi cuello si estoy encima —conseguí jadear. —No. —De pie. —No podía creer que estuviera sugiriendo tal cosa, después de la última y devastadora vez que se había convertido en una traición tan grande. —No —dijo con los dientes apretados, y su cuerpo, su cuerpo desnudo, estaba resbaladizo por el sudor, y por un momento me distraje de mi terror sin sentido, preguntándome cuándo se había quitado la ropa, preguntándome qué sentía él así desnudo contra mí. Traté de poner mis codos entre nosotros, pero su fuerza era increíble. Era como golpear en una pared de ladrillo —nada podría romper su agarre, su dominio— y lentamente, poco a poco, dejé de luchar. Permanecí quieta, jadeando, mi cuerpo cubierto con sudor, cubierto por Azazel.  Alcé los ojos para encontrarme con los suyos, y pude ver verdadero pesar en ellos. Las sombras habían filtrado todo color de la habitación, la única excepción era el profundo azul de sus ojos, y estaba recordando la trampa de Ciudad Oscura una vez más, la trampa de su traición. Él lo lamentaba, pensé, triste. Lamentaba esto. No quería esto. Estaba siendo forzado… —Calla —dijo, liberando mis brazos para tomar mi rostro. Me obligué a mí misma de luchar contra él, y no podía hacer más que yacer debajo de él. Besó mi boca, mis parpados, mi nariz—. Siento que deba forzarte a estar debajo de mí. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Mi necesidad por ti es tan poderosa que aceptaría cualquier cosa que quieras. Pero tiene que ser de esta forma. ¿Comprendes? Para subrayar sus palabras, se retiró parcialmente, la gruesa penetración liberándome, y luego empujó de nuevo, duro, demasiado duro presionando mi espalda en el colchón, y me estremecí, tratando de calmar el pánico que me inundó. Podía sentir su piel contra la mía, cálida, húmeda, sus musculosos brazos rodeándome, su boca presionando a un lado de mi cara. Sus largas piernas 184

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contra las mías, la penetración poco profunda, su polla dentro de mí de esa forma no era suficiente. Lentamente, despacio, levanté las piernas para envolverlas alrededor de sus estrechas caderas. Despacio, poco a poco, puse los brazos alrededor de su cuello, jalándolo más cerca mientras me dejaba ir, dejaba ir la antigua necesidad nacida de la terquedad, transformada en un viciosa maldición, dejé ir el recuerdo de los mil Demonios que me habían tomado de esta forma, noche tras noche, desgarrándome, lastimándome, destruyéndome. Se fue, todo se había ido, y únicamente estaba Azazel, el olor de su piel, el fresco aroma a océano de él, la carne caliente, su sabor en mi boca mientras lamía su hombro, el empuje constante de él, tocando algún lugar dentro de mí que me hizo salvaje. Y era la única que lo besaba, arqueándome a su encuentro, uniéndome en su loco baile de lujuria y amor; y no era acerca de él controlándome, conquistándome, no era acerca de quién estaba arriba y quién debajo, éramos simplemente nosotros, la unión, espesa, caliente y maravillosa; y mi orgasmo, más poderoso que nunca, estaba acercándose, y aunque quería mantenerlo para prolongarlo, las sensaciones eran demasiado demoledoras, y dejé de lado la necesidad de controlar, la dejé ir y simplemente existí en un mar de placer. Podía sentir su propia necesidad aumentando, su polla hinchándose dentro de mí cuando hubiera pensando que era imposible, la velocidad del impacto de sus embestidas me estremeció, sacudió la cama, y grité por más, por lo que quería, necesitaba; y mientras flotaba en la cima, mientras lo sentía comenzar a chorrear dentro de mí, sus dientes se cerraron sobre mi cuello, sus dientes perforaron mi piel, y estallé. El tirón de su boca en mi cuello, succionando, bebiendo, perdiéndose en mi sabor, el dulce calor precipitándose mientras él me llenaba era demasiado. Estaba muriendo, y no me importaba. Moriríamos juntos, destruidos por un deseo que era elementalmente equivocado; nos habían advertido, y a ninguno de los dos nos había preocupado. Estaba muriendo, y estaba en sus brazos, y eso era todo lo que importaba. Había plumas, plumas cerrándose a mí alrededor, suaves y benditas, dibujándose en la oscuridad, y cuando caí de nuevo a la tierra me dejé descansar en su gentileza, en paz.



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Capítulo 21 Traducido por LizC y Ximeyrami Corregido por Marina012

A

brí los ojos lentamente, no del todo segura de lo que esperaba ver. ¿Las llamas del infierno? ¿El rostro triunfante de Beloch… digo, de Uriel? ¿La oscuridad de la nada en absoluto? ¿Qué ve uno en la otra vida? Tenía miedo de mirar. Él estaba tumbado a mi lado en las sábanas blancas, su cabello negro oscureciendo su rostro, aunque no tenía ninguna duda acerca de quién era. Dormía como un muerto, tumbado boca abajo, pero podía ver el ascenso y la caída de su respiración, y sabía que había sobrevivido. Me toqué el cuello con cuidado. No había nada allí, ninguna marca o dolor, sin embargo un escalofrío como reacción a los recuerdos se apoderó de mí mientras dejé que mis dedos recorrieran mi piel. Parecía que había desarrollado una zona erógena totalmente nueva e inesperada en la base de mi cuello, y mientras recordaba la fuerza de su boca, dejé escapar un silencioso gemido de placer. Me senté, con mucho cuidado para no despertarlo. La habitación estaba llena con la extraña penumbra que sabía era el amanecer, por lo que miré por las puertas francesas en el jardín privado con asombro. Había sido por la tarde cuando entré en esta habitación. Por la tarde cuando Azazel y yo habíamos hecho el amor, si se pudiera llamar así. Dudaba que fuera la palabra clave por su parte, pero no iba a buscar otras. Sin embargo, ahora era de mañana, y no recordaba nada después de la oscuridad que se había cerrado en torno a mí. Excepto que, ¿no habían habido plumas? Él me estaba observando. Debería haber sabido que dormiría como un gato, instantáneamente alerta. Se dio la vuelta sobre su espalda, antes de que pudiera recordar que quería buscar signos de las alas que sabía debía tener. Su mirada era somnolienta, y lo miré en busca de señales de sangre en la boca, preguntándome si eso me disgustaría. ¿Él sabría a sangre? —Estamos vivos —dije, innecesariamente. —¿Tenías alguna duda? —Por supuesto que sí. La sorpresa brilló en sus ojos. 186

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—¿Y estuviste de acuerdo de todos modos? —Sí. —Podría ser monosilábica también. No me iba a explicar. Explicar que quererlo era una fiebre en mi sangre, impulsándose a través de mí, y que me habría enfrentado a los Extractores de la Verdad una vez más sólo por tener la oportunidad de compartir la cama con él. Se puso en una posición sentada a mi lado, precisamente como un marido a punto de leer el periódico en domingo, y se estiró, un movimiento lento y sinuoso que hizo que mi boca se secara. Tenía la parte superior de la sábana empujada en lo alto para cubrir decorosamente mis pechos, aunque por lo que podía recordar habíamos empezado en la parte superior de la colcha de seda que ahora estaba en el suelo. La sábana cubría holgadamente alrededor de sus caderas también, precisamente como una comedia romántica PG12. Me preguntaba qué pasaría si le saltaba encima. —Nos dormimos —dije. Otro brillante pedacito de conversación. —Es de esperarse. La primera unión es una experiencia poderosa para ambos copartícipes. Lo siento si te asusté. Ahí estaba de nuevo, otra disculpa. Pero nunca por la cosa correcta, por la verdadera traición. —No me asustaste. Me dirigió una mirada de incredulidad, pero entonces, él había sentido mi pánico cuando se había empujado dentro de mí, cara a cara. Yo podría negar todo lo que quisiera, pero mi temor había sido real. Se había ido ahora, otra parte de mi maldición rota. Una parte que ni siquiera sabía que aún permanecía. Pero él sabía, y había estado preparado para mi reacción. Sabía demasiado sobre mí. Seguía observándome y, de repente, estaba dispuesta a reunirme con su mirada. Me deslicé en la cama una vez más, dándole la espalda. No estaba dispuesta a levantarme e ir en busca de ropa, pero su mirada fija me hacía sentir desesperadamente incómoda. —Voy a dormir un poco más —murmuré. Esperaba que él tomara la pista y saliera de la cama, dejándome; por un minuto no se movió. Y luego lo hizo, deslizándose hacia abajo de las sábanas, girando y curvando su cuerpo alrededor del mío, en un gesto que podría haber pensado que era protector si no fuera por el duro costado de piel a mi espalda. 12 Parental Guidance: Vendría siendo algo así como “bajo supervisión de los padres”.

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Sus brazos estaban alrededor de mí, empujándome contra él, deslizando sus manos para cubrir mis pechos. Lancé un siseo, sólo retorciéndome por un instante, y luego acomodándome contra su protectora calidez. No sé por qué sentí necesidad de protección… él había demostrado ser mi mayor peligro. Pero por alguna razón se sentía como mi mayor seguridad, por lo que cerré los ojos y me dormí.

* * * * Estar acostado en la cama con Rachel envuelta en sus brazos era un verdadero infierno, y era sólo el comienzo de su penitencia. Si él podía traerle por lo menos una pequeña porción de paz, entonces lo haría, sin importar el precio. Una furiosa erección era un tormento menor, ¿verdad? ¿Cómo había llegado a tal lugar en su existencia sin límites? Se había enorgullecido de ser frío y controlado con todos excepto con Sarah, y su pérdida había revocado la última gota de dulzura de su ser. Había tardado demasiado en darse cuenta de que se había convertido en un monstruo, lo que más despreciaba. Él podía no haber sido la perra de Uriel, pero había llegado lo suficientemente cerca, y la cercana muerte de Rachel era lo que había necesitado para darse cuenta. Aún podía saborearla —la dulzura de su deseo, la riqueza de su sangre— y quería gruñir. No se atrevía a quedarse dormido; probablemente acabaría con un sueño húmedo, aterrándola completamente. No podía dejar de pensar en ello: cómo finalmente lo había aceptado, envolviendo sus piernas alrededor de él y llevándolo más cerca; los suaves sonidos de necesidad que salieron de su garganta cuando él empujó; la forma en que ella había arrojado la cabeza hacia atrás y arqueado su cuello hacia la fuerza de su boca mientras él succionaba su nutritiva y fortalecida sangre. ¿Demonios, a quién engañaba? La toma de sangre era un ritual, deliberadamente, premeditado, uno de sanidad y fortaleza. También era la cosa más erótica que los Caídos eran capaces de hacer, y eso lo había sellado a ella. Dios, pensó, agitado. Y, sin embargo, lo sabía. Sabía que llegaría a esto, que estaban unidos entre sí se odiaran o no. Ella también lo sabía, aunque se negara a admitirlo. Esperaba que ella siguiera luchando contra ello. Y se lo permitiría, hasta cierto punto. Él le habría dado más tiempo si hubiera tenido la opción, pero Uriel se estaba acercando demasiado. Azazel no había tenido más remedio que lanzar sus propias dudas y vacilaciones al viento. Le

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permitiría mantener las suyas durante tanto tiempo como fuera posible. Una cosa más que le debía. Su rostro estaba entre su cabello, y debería tener cosquillas. En su lugar, se sentía como seda sobre su piel. Se acordó lo que era sentirse de esta manera sobre una mujer, la conexión física que nunca se iba. Y sabía que la culpa de ello le recorrería fuertemente. Culpa que no tenía nada que ver con Sarah y tenía todo que ver con él y con su propia rabia. Sarah le había dejado ir, hacía mucho tiempo. Ahora era el momento de que él terminara de liberarla. Rachel se hundió más profundamente en el sueño, claramente agotada. No había tomado lo suficiente de su sangre para hacer una diferencia… de hecho, él deliberadamente se la había negado a sí mismo tanto como lo deseaba, todo eso había sido aceptable, en su urgencia de protegerla. Pero el poder de la primera Unión Verdadera era agotadora, y puede que durmiera todo el día. No importaba. Tenían una guerra que planear. Ella podía dormir, y él volvería a ella. Ella podía dormir.

* * * * Parecía ser el atardecer cuando finalmente desperté, sola en la gran cama. Estaba impregnada de los más extraños sentimientos: alegría y miedo, un cansancio de lujo y la certeza de que tenía que apresurarse, la intensa satisfacción física y el profundo deseo sexual. Lo quería de nuevo. Lo quería entre mis piernas, inclinándose sobre mí, sudando, empujando. Quería su boca en mi cuello, bebiendo lo que sólo yo podía darle. Me obligué a salir de la cama y dirigirme hacia el baño. Estaba abrumada por lo que apenas podía apreciar su elegancia; pero después de unos minutos bajo una ducha, que se sintió como una lluvia suave, me sentí mucho más viva. Encontré la ropa que había tirado, cuidadosamente doblada en una silla, y me pregunté quién lo había hecho. La idea de Azazel tendiéndolas por mí era demasiado extraño para considerarla, sin embargo pensé que sabría si alguien más había entrado en la habitación. Tenía que haber sido él. Me vestí rápidamente, tratando de no pensar en cómo esa ropa había sido desprendida de mí. Lo único que no pude encontrar fue la camisola, pero me acordé de su desaprobación y encontré una breve sonrisa curvando mi boca.



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Pasé por la sala, sin siquiera molestándome en buscar algo tan civilizado como una nota, y abrí la puerta hacia el pasillo. Podía oír las discusiones de allí. Las voces de los hombres, furiosos y exigentes, detrás de la puerta de la sala del consejo. Inmediatamente me di la vuelta y me fui adentro, cerrando la puerta detrás de mí. No estaba interesada en sus ojos curiosos. Ellos debían de saber exactamente lo que Azazel y yo habíamos hecho, y cómo lo habíamos hecho, y en ese momento se sentía terriblemente personal. No quería que nadie más se entrometiera. Así que me estaba muriendo de hambre. Gran cosa… sobreviviría. El sol ya estaba empezando a ponerse. Abrí las puertas francesas y salí hacia el solitario patio, dejando que la suave brisa bailara a mi alrededor. El olor del océano en el aire era suave, lo cual era extraño, teniendo en cuenta que la vista de él me aterrorizaba. Y gracias a los dioses y diosas, había una bandeja sobre la mesita, con fruta fresca y panes y té helado, el hielo aún estaba fresco. Eché un vistazo alrededor por otra entrada al patio, pero no pude ver nada. El que había traído la comida era un mago, y no me importaba. Me hundí en una de las sillas de mimbre y comencé a comer. Todavía podía oír las furiosas voces, pero a distancia, por lo que cerré los ojos, dejándome llevar a la deriva de vuelta en la memoria de la última noche. Estaba inmediatamente húmeda, y disgustada conmigo misma. No iba a preocuparme por ello. Era así como me sentía; y cuando él finalmente regresara a las habitaciones, podría sentir mi excitación y… ¿Qué tal si no regresaba a las habitaciones? ¿Qué tal si el vínculo inicial era todo lo que se necesitaba? Había dejado en claro que no quería tener sentimientos por mí. No dudaba que lo hiciera; no era esa clase de persona insegura, pero sabía que estaba más que dispuesto a pelear contra ellos. Sólo por lo que era. A excepción de que no era así. Lo necesitaba, lo necesitaba ahora. Me recosté sobre mi espalda y cerré los ojos, dejando que mis dedos viajaran hasta mi boca, abajo hacia mis pechos, y luego arriba a la marca invisible en mi cuello, y me pregunté si pudiera desear que viniera aquí conmigo. Si lo llamase, ¿me oiría? Una sombra pasó entre el sol y yo, abrí los ojos en un instantáneo e inoportuno deleite. Y luego me congelé, observando la cubierta cara de un extraño. —¿Quién eres? —dije. Hasta ahora conocía a cada habitante del Sheol, por su rostro si no sabía su nombre, y éste no era un hombre que hubiese visto antes. Miré directo a sus ojos y estaban vacíos, como si no hubiera nadie allí, y había visto ojos como esos antes. Cuando había estado atada a una mesa en una habitación oscura y en una ciudad oscura, fuera de mí por el dolor.

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Traté de gritar, pero no salió ningún sonido. Ya habían tomado mi voz, y esta vez ellos terminarían conmigo. Me puse de pie, tirando la silla debido a mi prisa, pero la criatura no se movió, simplemente me siguió con esos ojos vacíos. Intenté de nuevo que mi voz saliera, y encontré un ronco vestigio de ella. —Aléjate. No perteneces aquí. No tengo más información para ti. Te he dicho todo… no necesitas lastimarme nunca más. Habló, en una misteriosa y apagada voz que sonaba mecánica. —No estamos aquí para lastimarte. ¿Nosotros? Miré alrededor y vi que había uno más a mi izquierda, mirándome con la misma mirada sin alma. Podía tener una oportunidad peleando con uno de ellos. Dos… imposible. Aún intenté retroceder, hacia las puertas francesas que había cerrado estúpidamente. Si entraba por allí, podía trancar la puerta, deteniéndolos un momento mientras corría por ayuda. —Entonces, ¿por qué están aquí? —pregunté. —Para matarte —dijo la criatura, su voz sin expresión. —¿Por qué? —Me estaba acercando más y más a la puerta, y ninguno de ellos se había movido. Sólo había una mínima oportunidad de que pudiera lograrlo. —Así ha sido decretado y así debe ser —dijo, moviéndose hacia mí y entonces vi sus manos, manos que era más como garras, y por un momento crucial me congelé al recordar el terror. Mi pánico se rompió, y me giré justo antes de que me tocara, cruzando la puerta; pero me atrapó, garras hundiéndose a través de mi camiseta blanca de algodón hasta mis hombros, y sentí el chorro de sangre mientras gritaba una vez más, en un silencio de muerte, sabiendo que iban a matarme, rezando que la muerte fuera rápida y misericordiosa. No quería morir. No ahora. Quería yacer en una cama con Azazel y explorar todos los placeres de la carne. Quería caminar a la brillante luz del sol al lado del agua que me atemorizaba. Quería hablar con Allie y reír con los otros, y quería hacer lo que hice mejor. Quería curar desamparados, asegurarme de que hubiese bebés para que esas mujeres los sostuvieran en sus brazos. Sentí un extraño escalofrío recorrer mi cuerpo, como si estuviera cambiando de forma; y en vez de correr, arremetí contra el Extractor de la Verdad más cercano

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a mí, mirando en estado de shock como las garras de un ave nocturna rasgaban su cara, y él gritaba de dolor. Un segundo después, las puertas francesas explotaron en un montón de piezas de vidrio, y Azazel se paró allí, ira en su pálido rostro, sus alas, sus hermosas alas, desplegadas. Eran de un profundo azul oscuro, parecían llenar el espacio con una virtuosa furia, y luego era una nubosidad de movimientos, alejando al Extractor de la Verdad de mí y golpeándolo contra la pared. Pude escuchar el sonido que hicieron sus huesos al romperse y el agudo chillido de dolor de la criatura mientras yo caía al suelo, agarrando mis maltratados hombros. Debí haber imaginado ese cambio temporal, el ataque con las garras de un ave de rapiña. Alguien había seguido a Azazel y estaba haciendo un rápido y eficiente trabajo con el segundo, rompiendo su cuello y tirándolo al suelo, pero Azazel fue terriblemente despiadado. Arrancó las manos-garras de la primera criatura mientras gritaba y balbuceaba, y luego con un rápido giro, rompió su cuello y separó la cabeza de su cuerpo. Debí sentirme enferma, horrorizada. En vez de eso, si tuviera mi voz, lo habría alentado. Estaba sobre mis rodillas en el patio de piedra, sangre corriendo por mis brazos, mis manos sin resultado alguno tratando de pararla. Sintiéndome mareada, me tambaleaba, pensando que podía tan sólo acostarme por un momento; entonces él estaba a mi lado, levantándome en sus brazos, con una expresión indescifrable en su rostro mientras me apretaba contra él. Y luego se elevó, arriba, hacia el cielo crepuscular, mi sangre manchando su ropa y también la mía; me sentí liviana, aunque no estaba segura de sí era por la sangre perdida o por estar volando en los brazos de un ángel. Y luego, vi hacia donde se dirigía. Comencé a retorcerme, desesperada por escapar de su agarre. Allie me había explicado una tarde como el mar había curado los poderes de las personas del Sheol, y sabía que me estaba llevando allí, dentro de sus negras y asesinas profundidades, y sabía que me ahogaría de nuevo en los brazos de un hombre al que amaba. —Detente —dijo, apretándome contra él—. Nos harás caer. No me importaba. Prefería morir en una maraña de ramas rotas que en sus brazos. Traté de decirle, pero nada más que aire venía de mi garganta, y simplemente ignoró mis desesperados actos mientras ascendía verticalmente sobre el bravo mar y luego bajaba en picada. Esperaba mucho frío, pero el mar era más bien fresco y salado. Cerré los ojos para mantener el agua fuera de ellos, cerré mi boca en un grito silencioso y

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contuve mi respiración, peleando con él mientras me empujaba, más y más abajo; mis pulmones ardían y mi cuerpo se hundía mientras él me apretaba contra sí mismo y cubría mi boca con la suya. Estaba muy conmocionada como para resistir, y abrió mis labios a la fuerza, respirando dentro de mí, dulce y puro aire para mis pulmones desechos, y mis ojos se abrieron. Pude verlo claramente en la luminosa agua azul, oler el aroma de su piel, y cuando alejó su boca me di cuenta de que estaba respirando. Me sacó la camisa desgarrada y ensangrentada y la dejó a la deriva en el océano; mientras el agua salada lavaba mis heridas, calmándolas. Sentí como mi cuerpo liberaba el pánico helado, al menos la mayoría, y me relajé, el agua envolviéndome, acunándome y acariciándome. Al siguiente momento, nos elevamos, sus brazos firmes a mi alrededor, de tal forma que estábamos flotando en el agua. —No debí dejarte sola —susurró contra mi oído—. Pero ninguno de nosotros se pudo haber imaginado que los Extractores de la Verdad se atreverían a venir aquí. Corrí tan pronto como escuché tu llamado, pero lamento no haberlo hecho a tiempo. ¿Cómo pudo haber escuchado mi llamado, cuando no tenía voz? No tenía sentido… pero luego, tampoco lo había tenido ese cambio momentáneo por el cual mi cuerpo había pasado. “Había” llegado a tiempo, y eso era todo lo que importaba. Dejé que mi cabeza se hundiera en su hombro, mis piernas envolvieron su cintura mientras lentamente me llevó a través del mar. La orilla estaba llena de gente, y yo estaba sin camisa. Me sostuvo contra él, cubriéndome mientras Allie se adelantó hacia nosotros. No alejé mi rostro de la cálida presencia de su piel, pero reconocí su voz, sus preocupadas preguntas. —Ella está bien —dijo Azazel—. Yo la atenderé. Debí haberlo imaginado, pero pensé sentir a la multitud retroceder con respeto. Me llevó sin esfuerzo a la fría sala principal, y de regreso a la habitación que había sido mi refugio. Me puso en la ducha, abrió el agua caliente y me quitó mis destrozados pantalones con manos gentiles, impersonales, mientras lavaba la sal de mi cuerpo. Calentándome. Las heridas de mis hombros habían ya comenzado a sanar. Me sentí floja, flexible, mientras él se ocupaba de mí y me envolvía en una blanca y gruesa toalla cuando hubo terminado, y me llevaba de regreso a la habitación. Alguien había removido las puertas rotas y limpiado los vidrios rotos, una suave brisa se colaba por la ventana abierta. Sólo pude esperar que esa misma persona hubiera sacado los pedazos de cuerpos. La cama había sido rehecha, pero Azazel retiró las sábanas hacia atrás y me colocó allí, con toalla y todo, en la acogedora

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suavidad. No quería que me dejara, pero no sabía cómo pedírselo. No tenía que. Se deslizó dentro de la cama a mi lado, con su húmedo y desnudo cuerpo contra el mío, me atrajo hacia él, envolviéndome. Finalmente, finalmente, dejé salir mi reprimida respiración. Estaba bien. Estaba a salvo. Era amada. No, eso era ridículo. Tan ridículo como el pensamiento de que haya cambiado de forma y herido a una de esas criaturas que casi me matan. Pero no había otra palabra para eso más que “amor”. —Sí —murmuró contra mi sien. Conocía mis pensamientos, recordé sin alarmarme. ¿A qué le estaba diciendo que sí? No importaba. Podía creer lo que quisiera, lo que necesitara. Al menos por ahora. Todo estaba quieto y en silencio. La noche había caído, y la luz de la luna se filtraba por la ventana. Quería quedarme así para siempre. ¿O no? Podía sentirlo crecer más duro y grueso a pesar de que estábamos perfectamente quietos. ¿Estaba dormido? Sabía que los hombres se despertaban así de los sueños. Como Demonio había sido mi trabajo susurrar en sus oídos, excitarlos lo suficiente como para tomar a sus esposas y sembrar la resistente semilla. ¿Podía susurrarle en el oído que me tomara? Sus manos se deslizaron hasta mis pechos, sus dedos acariciaron mis pezones y el fuego se encendió entre nosotros. Presioné mis caderas contra él, frotando y su repentino gruñido fue de pura necesidad animal. Algo que vibraba en mí también. Me giré en sus brazos y me besó, con su boca aún sabiendo a agua salada, y quise bebérmelo. Quería chupar de él como él había chupado de mí, y sabía lo que iba a hacer. —Oh Dios —murmuró débilmente, y recordé que podía leer mis pensamientos. Mi cuerpo se calentó en una oleada de vergüenza, pero sólo se rió, bajo en su garganta, y quitó las sábanas de mí.

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Capítulo 22 Traducido por Vannia Corregido por Nanis

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zazel yacía en la cama en perfecta agonía por la anticipación, sin embargo Rachel se había puesto nerviosa repentinamente. Él había olvidado que, a pesar de sus calientes pensamientos, en términos de placer ella era prácticamente una novata. Podría saber lo que quería, pero no tenía idea de cómo llevarlo a cabo. Podía leer su confusión, su vergüenza, y él quería sostenerla en sus brazos, protegiéndola de todo, incluyendo de sus propias incertidumbres. Pero también podía leer su deseo, y él ya había demostrado que estaba muy lejos de ser un santo. Tomó la mano de ella que estaba aferrada a su hombro y la bajó hacía su pecho, lentamente. Estaba cerrada en un nervioso puño, y usó sus dedos para abrirla, colocándola abierta sobre su estómago. Él se estremeció en anticipación, incluso su contacto sería suficiente para enviarlo al límite. Relajarse y pensar en Inglaterra, se recordó a sí mismo con un poco de diversión. Y llevó su mano abierta a su tirante erección. Ella trató de alejar su mano, pero él no se lo permitiría, la sostuvo contra su carne dura, y después de un momento ella se calmó, dejando que sus dedos lo tocaran, conociéndolo, rodeándolo. Envolvió su mano alrededor de la de ella, mostrándole el movimiento, aunque era algo peligroso en su estado de rápida excitación. Ella empujó y jaló de él con perfecta precisión, y justo cuando él estaba a punto de detenerla, ella lo liberó. Él soltó un suspiro de alivio, únicamente para sentir sus dedos encima de él nuevamente, tocando la sensible cabeza, flotando a lo largo de los surcos y las venas, y él apenas pudo reprimir su débil gemido. Ella retrocedió la mano rápidamente. —¿Te hice daño? La ligera risa de él fue tensa. —No —dijo él—. Se sintió muy bien. —Oh. —Ella pareció pensarlo un momento, e incluso sin ver su rostro sabía que estaba sonriendo en la oscuridad. Él estaba creciendo en sintonía con cada uno de sus estados de ánimo, antojo, y reacción—. En ese caso —murmuró ella, y se apartó de él, levantándose sobres sus rodillas sobre él. Él sintió el ligero contacto de su boca contra su garganta como el de una pluma, y recordó su mordida bajo la lluvia torrencial, su imitación inconsciente del

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ritual de Unión Sagrado. Ella bajó sus besos hacia su pechó, hasta que sintió su pequeña lengua húmeda contra su pezón, y él levantó sus manos para sostenerla ahí, para guiarla, luego las dejó caer de nuevo, luchando contra su propia necesidad de controlar. Ella se movió hacia abajo y luego se detuvo, y él inconscientemente cerró sus manos en puños sobre la sábana debajo de él. Luego la mano de ella lo encontró de nuevo, y su boca cerrada rozó su sensible cabeza. Él gimió, pero esta vez ella se dio cuenta que era por placer, y movió sus labios sobre él, ligeros toques que eran una agonía de placer. Su boca lo dejó, y él soltó su aliento estrangulado, sólo para sentirla abierta alrededor de él, tomándolo en su boca, succionándolo profundamente, con su lengua moviéndose contra él, y era todo lo que podía hacer para no llegar al clímax inmediatamente. Podía hacer esto, se recordó a sí mismo. Había peores cosas que ser torturado por el placer. O tal vez no. Ella estaba de rodillas sobre él, y era muy fácil jalarla hacia él. Quería su boca sobre la de ella, probándola mientras ella lo absorbía; pero ella se resistía, claramente no queriendo la distracción, así que tuvo que contenerse deslizando sus dedos entre las piernas de ella, encontrando la enmarañada humedad, presionando dentro mientras ella apretaba alrededor de él. Ella deslizó su boca hacia abajo, tratando de tomarlo del todo, y él encontró su clítoris, usando su dedo pulgar mientras empujaba los dedos dentro de ella. Ella respondió, su boca moviéndose arriba y abajo sobre él con tal urgencia hambrienta que él sabía que en un momento estaría perdido. Con un estrangulado rugido él se estiró y jaló de ella hacia arriba, sobre él, listo para dejar que lo montara a horcajadas. Él puso su polla contra ella, y ella se hundió ansiosamente, un perfecto amoldamiento de sus dos necesidades, y ella rió bajo mientras lo tomaba. Y entonces, para asombro de él, ella rodó sobre su espalda, jalándolo con ella para que su conexión no se rompiera, y él estaba cubriéndola, las rodillas de ella rodeándolo en alto. Él bajó la vista hacia ella, ahuecando su rostro, y besándola con toda la fuerza y poder que había estado conteniendo; y ella fue a su encuentro completamente, un beso de desenfrenado deseo y demanda. Él se movió entonces, saliendo y luego empujando de nuevo, el eterno ritmo que de alguna forma siempre se sentía nuevo, y podía sentir las brillantes convulsiones apretando alrededor de él. No duraría mucho tiempo, no podría durar mucho, y hundió la cabeza junto a la de ella, concentrándose únicamente en su unión, cuando la voz suave de ella repentinamente penetró en su neblina de lujuria, y se quedó paralizado en agonía por la necesidad. —Quiero… —murmuró ella con una extraviada y quebrada voz que lo llenó con vergüenza y dolor… —quiero cambiar posiciones.

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Él consiguió esbozar una sonrisa torcida. —Por supuesto —dijo, comenzando a girar y a jalarla a la parte superior; pero ella se resistió, empujándolo. —No —dijo ella—. Hay otra forma. Se mantuvo muy quieto. —Hay muchas otras formas —dijo finalmente, su propia voz sonando tan agitada como la de ella. —Yo… yo… —La vergüenza coloreó su voz, y él supo que ella no podía encontrar las palabras. —¿Quieres que adivine? —dijo él con diversión estrangulada—. Podríamos simplemente intentarlo de diferentes maneras hasta que demos con la que tienes en mente. —Y entonces capturó la imagen desde la mente de ella—. Ah, esa. Una de mis favoritas absolutamente. Si estás segura. —Sí —dijo ella, con voz apagada. Él salió, retrocediendo, y ella se dio la vuelta, acostándose sobre su estómago. Él deslizó su brazo bajo la cintura de ella, levantándola. —No, amor —dijo él—. No va a funcionar de esa forma. —Llegó entre las piernas de ella, encontrándola, y comenzó a empujar lentamente, el ángulo desacostumbrado ligeramente más apretado. No confundió el gemido de ella por uno de desagrado, y el primer resplandor de su clímax casi lo hace retroceder de nuevo, pero se mantuvo quieto; cuando la convulsión disminuyó él empujó más adentro, una lenta y sencilla invasión que iba a matarlo, estaba seguro de ello. Cuando finalmente se topó con ella, se mantuvo inmóvil, dejándola que consiguiera acostumbrarse a la sensación de él, más profundo que nunca, y ella agachó la cabeza sobre la sábana. Estaba demasiado cerca y lo sabía, pero la quería con él. Empujó, duro, sus caderas flexionándose, y ella se preparó, dándole la bienvenida, y se lo dio, bombeando dentro de ella, ya incapaz de controlarse a sí mismo. Sintió que ella comenzaba a llegar al clímax y puso su mano entre sus piernas para tocarla, conduciéndola mientras él se derramaba dentro de ella; y sus alas se desplegaron, envolviéndolos a ambos, encerrándolos en un capullo de seguridad y deseo. Se sentía interminable, delicioso, más cercano al cielo que cualquier otra cosa que él hubiese conocido desde el inicio del tiempo. La sintió estremecerse y debilitarse debajo de él, y la abrazó, acunándola, mientras los últimos temblores se desvanecían, y sus alas se plegaron de nuevo, liberándolos. Rodó sobre su espalda, llevándola con él, dejándola colapsar sobre él, el agotado, complacido y pequeño cuerpo de una chica. No necesitó preguntar la razón de que lo hubiera querido de esa forma. Aceptar su peso encima de ella ayer había

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sido un acto de fe, de dejar ir a la testaruda necesidad de controlar que había traído el desastre, justo como su propio cuestionamiento había hecho con él. Eligiendo deliberadamente una posición altamente erótica pero simbólicamente subordinada hoy, ella había expulsado el último de sus temores. Ella podía tomarlo de cualquier forma que quisiera, siempre y cuando le diera placer. Los labios de ella estaban en su garganta, y lo acarició allí. —¿Por qué no me mordiste? —susurró. Titubeó antes de darle una respuesta sincera. —No tiene que ser cada momento. Si tú no lo quieres, no tenemos que… Ella era más fuerte de lo que esperaba. Rodó y él estaba una vez más encima de ella, acunando sus muslos. Ella se estiró y ahueco su rostro entre sus manos, rozando un beso en su boca, leyendo su hambre, y él sabía que coincidía con la de ella. Ella arqueó su cuello, presionando su rostro hacia abajo, y sus colmillos ya estaban extendidos para morderla cuando tocó su piel, con el sabor de su sangre increíblemente dulce en su lengua. Tenía que ser cuidadoso. Ella había perdido mucha sangre hoy, y mientras había tomado lo mínimo necesario anoche, ella todavía estaba operando con menos de lo habitual. Se apartó, lamiendo las dos heridas, cerrándolas, y hundiéndose a un lado de ella, sosteniéndola en sus brazos, totalmente agotado. Si Uriel ganaba, si todos sus esfuerzos no llegaban a nada, al menos desaparecería de la existencia sabiendo que el final de su vida había sido la mejor parte de ella. Y sosteniéndola cerca de él, se durmió.

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Capítulo 23 Traducido por Bautiston Corregido por Nikola

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os días después, Azazel dio una última mirada, reacia, a la mujer que yacía acurrucada en la cama. Había llegado el momento. Si hubiera podido, habría puesto la Gracia de dormir en ella, así no tendría que experimentar las siguientes veinticuatro horas. Fuera que sobrevivieran o no, la habría salvado si hubiese podido. Pero una vez emparejados, no tenía poder sobre ella, ni habilidad para controlarla, ni Gracia que darle. Los preparativos ya se estaban haciendo. Estaban preparándose para la batalla. Michael, siempre el guerrero, era eficazmente implacable mientras calculaba sus fuerzas. Los Caídos y sus esposas estaban armados, la casa cerrada. No había ningún indicio de cómo el asalto iba a suceder, pero sucedería. Hoy. Mientras que Sheol no tenía sabios u oráculos, bastantes de los habitantes tenían una sensación de presentimiento. Incluso él tenía la suficiente sensación presintiendo la llegada de sus enemigos, levantando en sus brazos a Rachel para prepararse para la batalla. —¿Sabemos cómo va a comenzar? —preguntó Michael al verlo ponerse su armadura de cuero. Azazel era uno de los más fuertes luchadores entre ellos, feroz sin pestañear, con un poder que iba mucho más allá de los límites normales. Pero sabía que era el segundo mejor, porque hacía con velocidad y astucia lo que le faltaba en la fuerza finamente pulida de Michael. Raziel poseía una extraordinaria habilidad con la espada, Tamlel con la lanza. La esposa de Gabriel era una arquera de considerable habilidad, y Azazel había asegurado que Allie era letal con una daga. Todos y cada uno estaba dotado en defensa propia. Lucharían hasta la muerte, y en lugar de dejar a Uriel su tormento, Azazel tomaría a Rachel en sus brazos y la mataría antes de tomar la carrera de la muerte. Tomaría ese dolor para sí mismo para estar sin ella. Si se llegara a eso. —No te pongas tan triste —criticó Michael, en su buen humor habitual cuando anticipaba una pelea—. Vamos a prevalecer. Tenemos el derecho a nuestro lado. —¿Y cuánto tiempo has estado en esta tierra, que crees que lo correcto no tiene nada que ver con la victoria? —dijo amargamente Azazel, echando mano a su propia armadura de cuero. Una espada afilada podría cortar a través del espesor



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de los cueros curados, pero los habían usado desde el principio del tiempo. Los usarían hasta el final del tiempo, en caso de llegar a eso. Pero no lo haría. No iba a dejar ganar a Uriel. Michael debe de haber leído sus pensamientos. —Eso está mejor. ¿Dónde está Rachel? —Estoy tratando de dejarla dormir. —¿En medio de una batalla épica? No es probable. Se enojará porque trataste de protegerla. —Tiene muchas más razones para estar enojada conmigo, puede agregar esto a la cuenta —dijo Azazel, ajustando las correas alrededor de su torso, a continuación, hasta las cubiertas de la pierna. —¿No te ha perdonado? Te eligió, lo que sin duda significa que ha elegido absolverte también. —Algunas cosas son demasiado grandes para ser perdonadas —dijo, echando mano a su espada. Raziel apareció en la puerta de la armería. —Ya vienen —dijo—. Tenemos que reunirnos en la playa. Michael puso una mano sobre el hombro de Azazel. —Vamos a prevalecer, hermano. Ten fe. —Se dirigió después de Raziel, y Azazel deslizó su segunda espada, corta en su vaina, preparándose para seguirlos. Sólo se retrasó mientras que Rachel apareció en la puerta, bloqueándola. Había trenzado su cabello rojo en trenzas salvaje de guerrero, cubriéndole la cabeza. Había conseguido encontrar un uniforme de guerrero en el corto período de tiempo que había estado desaparecido, y la expresión de su rostro era feroz. —¿Sólo me ibas a dejar durmiendo en medio de esto? —exigió. —Con suerte, nunca habrías sabido lo que estaba pasando —dijo, manteniendo su rostro plano, su voz neutral. —Porque no pertenezco aquí, ¿es así? Todo el mundo se está preparando para la batalla, dispuesto a defender sus hogares y sus vidas. ¿Y se supone que sólo debo ovillarme en la cama y esperar el resultado? —Su voz áspera vibró con furia. —Sí. Ella le dirigió una mirada de acero. —Dame un arma.

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—¿Estás pensando en destriparme? —preguntó, curioso. Curiosidad por saber si la dejaría, como penitencia final. —No. Para ayudar a defender Sheol. —Vuelve a nuestras habitaciones —dijo, tratando de mantener la desesperación fuera de su voz—. Sólo harás daño a nuestras posibilidades de ganar. —Vete a la mierda —dijo con su voz ronca. El enemigo estaba casi aquí. Podía sentir su enfoque. Habían llegado a las puertas del Sheol, y en momentos las derribarían, rompiendo el pacto, las leyes ordenadas por el Ser Supremo. El destierro de los Caídos y la condenación eterna fueron escritos en piedra, como también su vida. La vida eterna, la condenación eterna, y el santuario infranqueable del Sheol. Y ahora, Uriel estaba a punto de romper la ley. —Vuelve a nuestras habitaciones. —¿Por qué? Tomó una respiración profunda. —Porque me haces vulnerable. Si estás allí, estaré pensando en ti, tratando de protegerte, en lugar de luchar la batalla que necesito luchar. Rachel, no puedo luchar contra Uriel y contigo también. Vuelve, por el amor de Dios. —Por el amor de Dios. —Se hizo eco de ella—. Dios es el que nos maldijo a todos nosotros. ¿Hay alguna razón en particular para que lo ame? Oyó la puerta venirse abajo antes de la marcha constante de su enemigo. —No puedo discutir acerca de la fe en este momento —dijo en voz baja—. Ya están aquí. —Entonces cuidaré tu espalda —dijo. Los agresivos asaltantes marchaban hacia la playa, y el ejército de Sheol, la pequeña y mal equipada fuerza de los Condenados, les estaba esperando. Miró a Rachel con sus trenzas feroces y la expresión aún más feroz, y una leve sonrisa cruzó su rostro. La tomó en sus brazos, sólo esquivando la daga que había agarrado, y la besó, no con desesperación, sino con pura alegría. Pasara lo que pasara, era suya, y eso era suficiente. —Tenemos que ir —dijo cuándo la soltó. Tomándola de la mano, se dirigieron a la playa. Raziel y Michael estaban al frente de los demás, una fuerza poderosa, y Rachel le soltó la mano, yendo a quedarse con Allie. No tenía opción, perdió sólo un



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momento para aceptar que tal vez nunca la tocaría otra vez. Y luego fue a reunirse con los otros dos líderes. Era un ejército sin fin, por lo que el ojo podía ver. No tenían armadura de cuero: su brillante metal brillaba por la luz del sol que se filtraba. Buscó a Uriel en cualquier forma que hubiera elegido, pero el Arcángel no estaba comandando su ejército de Ángeles el día de hoy. Como cabeza estaba Metatrón, rey de los Ángeles, feroz, enorme y sin parpadear. Con un definido rencor para dar. Se puso al frente y al centro, por encima de sus soldados a pie, pero la espada no estaba enarbolada. No podía llamar a sus tropas a la batalla hasta que la levantara, y no hacía ningún esfuerzo para hacerlo. —Así que quiere hablar —murmuró Michael con decepción—. Cobarde. Raziel le miró con reprobación. —No tienes esposa, Michael. No tienes nada que perder. —Yo no pierdo —dijo Michael simplemente. —Tampoco Metatrón —dijo Azazel. El rey de los Ángeles se adelantó, sus ojos negros se encontraron con los de Azazel durante un incómodo momento. No había ninguna señal de Enoch, esa forma había desaparecido por completo. Sólo había un gigante entre los hombres, sedientos de matanza. —Me gustaría hablar —anunció, deteniéndose a unos seis metros de ellos tres. —Podría matarlo ahora —murmuró Michael, con sus brazos tatuados flexionados—. Su ejército se dispersaría sin un líder. —Contrólalo —espetó Raziel, y Azazel puso la mano en el hombro de Michael mientras su líder daba un paso adelante. Debió ser difícil para Azazel ver a Raziel en el lugar que él mismo había ocupado durante milenios, pero no sintió nada, sólo alivio. Miró a Rachel. Su cara estaba seria, pero sintió su mirada, y se volvió, reconociéndolo. Luego le sonrió. Eso casi lo hizo caer de rodillas. Ella nunca le había sonreído, no así, llena de amor y promesas y, sí, el perdón que había sido demasiado cobarde para pedir. Quería cruzar la arena y tirarla en sus brazos, pero no podía moverse. En cambio, le devolvió la sonrisa. —¿Qué diablos te pasa? —gruñó Michael—. No recuerdo haberte visto esbozar una sonrisa en tu vida, ¿y decides que ahora es el momento de hacerlo? 202

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Se volvió a Michael, y su sonrisa cambió a una mueca más irónica. —Estoy enamorado —dijo. Volvió a mirar a Rachel. Te amo, pensó, preguntándose si podría recoger las palabras. Sus ojos se abrieron, y supo que lo había oído. Podría no creer la verdad de ello, no hasta que lo dijera en voz alta, pero si nunca tenía la oportunidad por lo menos iba a morir sabiéndolo. Raziel había llegado a Metatrón, y se detuvo, su mano en la espada, mientras Metatrón comenzaba a hablar. —Yo, Metatrón, primer Guardián del reino de lo efímero, encargado de hacer cumplir la ley, protector de la Ciudad Oscura, rey de los Ángeles guerreros, exijo la entrega de los llamados Caídos de Sheol y sus putas a la regla más adecuada y el derecho del Arcángel Uriel, el amo del universo. Escuchó una carcajada de Allie, que debería haberlo enfurecido. Rápidamente se tranquilizó, y susurró algo a Rachel, quien sofocó una sonrisa. Raziel sabía la forma prescrita. —Soy Raziel, el líder de los Caídos y los habitantes de Sheol, un lugar declarado inviolable por el Ser Supremo. Negamos su derecho a tener dominio sobre nosotros, y le demandamos que se vaya. Los ojos de acero Metatrón se estrecharon. —No nos iremos hasta que la arena corra roja con tu sangre y la de tu pareja y la sangre de todos los que viven aquí. Raziel no se movió. —Entonces, ¿qué sostiene tu mano? ¿Tiene dudas sobre la rectitud de tus órdenes? —No tengo ninguna duda. ¿Se rendirán? —Nunca. Azazel espero, su mano en equilibrio sobre su espada, pero Metatrón no hizo ningún movimiento. —No mostrare ninguna compasión. —¿Por qué debemos esperar misericordia del ciervo de Uriel? —dijo Raziel con altanería. Metatrón apretó los dientes. —Uriel me ha dado la oportunidad de hacer un trato contigo. Su mejor guerrero contra el mío. Si ustedes ganan, nos retiramos. Si ganamos, ustedes se entregan a mis hombres. Te prometo que tu muerte será rápida. Es más de lo que se merecen. Azazel avanzó, uniéndose a Raziel. —¿Cómo puedes ofrecer una cosa así? Uriel nunca lo apoyaría.



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La sonrisa de Metatrón era amarga. —No soy el ciervo que me has llamado. Llevo a los ejércitos, y es mi derecho elegir. El Arcángel Uriel, en ocasiones, difiere conmigo. Raziel echó una rápida mirada a Azazel, quien asintió con la cabeza y luego se volvió hacia el soldado fuertemente armado. —Estamos de acuerdo, a pesar de que tenemos poca fe en que Uriel se adhiera a los términos. —Nunca llegaremos a eso. Soy el campeón de mi pueblo, y mataré a tu guerrero y moleré sus huesos en la arena, y luego pondré a su esposa en el fuego, para que sus gritos llenen el aire mientras mis hombres destruyen al resto de ustedes. Si te resistes, vas a morir por el fuego también. Si lo aceptas, entonces la espada será rápida y misericordiosa. —Nuestro campeón es el Arcángel Michael —dijo Raziel—. No tiene esposa. —No es un Arcángel. Ha caído —dijo en tono despectivo Metatrón—. Y no he dejado los términos claros. Yo soy el único que elegirá a su campeón. Y elijo a Azazel. Oyó el rugido de frustración de Michael, pero no se dio vuelta, y alguien debía haberlo contenido. Estaba más distraído por Rachel llorando silenciosamente de horror. Y sabía que, a su pesar, su angustia era por él, no por miedo de la inmolación, la forma más dolorosa de morir. Sabía que esto llegaría. Miró a Raziel. —¿Con tu permiso? —dijo formalmente. Después de un momento Raziel asintió y se alejó, uniéndose a su ejército que esperaba, patéticamente pequeño, la mal equipada familia de los Caídos. Azazel había conocido a la mayoría de ellos durante miles de años. Michael y Gabriel habían caído después, así como Nisroc y Jehoel, pero la mayoría era casi un segundo yo. Pero era por Rachel que sentía más miedo. Metatrón era un guerrero que vivía para pelear, al igual que Michael lo hacía. Azazel había logrado derrotarlo de nuevo en la Ciudad Oscura a causa de la pura rabia que le había impregnado. Aquí, en un campo de batalla, Metatrón era más fuerte. Ambos harían una batalla enorme, y era difícil adivinar quién saldría vencedor. Aunque era casi tan alto como Metatrón, Azazel carecía de la mayor parte de los músculos, la fuerza física pura. Tendría que usar sus otros dones, la astucia y velocidad, para mantener la lucha hasta que el hombre estuviera cansado, y pudiera dar el golpe de gracia. —Voy a luchar —dijo Azazel, y pensó que podía oír el grito ahogado de Rachel—. Y te voy a matar —agregó gratamente. 204

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La sonrisa de Metatrón era salvaje. —Puedes probar. —Giró en torno, en su elemento, listo para pelear—. Voy a luchar con su campeón —gritó a sus hombres—, y el resultado de ese partido determinará el resultado de nuestro asalto. Todos van a seguir mi acuerdo. Nadie debe ser tocado hasta que yo dé la orden. Si soy vencido, deben ser dejados solos. Y luego se volvió hacia atrás, con la espada en mano, su sonrisa llena de sangrienta anticipación. —Esperé un largo tiempo que llegara este momento, traidor. Azazel sacó su propia espada. Era orfebre, y la había creado él mismo, hacía miles de años. Su equilibrio era perfecto, su hoja aguda, su acción suave y rápida. Le devolvió la sonrisa a Metatrón. —Has vivido demasiado tiempo, ciervo —ronroneó—. Estoy esperando. Metatrón se lanzó, su fuerza detrás del movimiento, tan rápido que otro hombre no habría podido reaccionar a tiempo. Pero Azazel le conocía en la antigüedad, y se había movido antes que Metatrón incluso levantara su espada, cortando en su movimiento el musculoso muslo de su enemigo. No pudo llegar a la arteria femoral, pero pudo causar dolor, volverlo más lento, y batir su espada a través de la otra pierna mientras Metatrón daba la vuelta, bramando un rugido de furia. —¡Cobarde! —gritó, dirigiendo la espada hacia abajo sobre el cuello de Azazel, pero encontrando aire. Se dio la vuelta rápidamente, la espada a la cintura, y golpeo en el pecho de Azazel, dividiendo el cuero y cortando su piel. Metatrón sonrió. Un momento después, la hoja de Azazel le cortó el rostro. Era inútil contra la armadura de acero, pero el corte fue justo por encima de los ojos de Metatrón, y la sangre vertida hacia abajo, lo cegó, mientras Azazel se movía. Incluso ciego, Metatrón lo sintió, y giro golpeándolo, y Azazel sintió la mordedura de la hoja profunda en su espalda. Cayó, entonces se alejó mientras Metatrón golpeaba hacia él, la pesada espada apenas errándole en la arena empapada de sangre. Azazel se levantó antes de que pudiera liberar la espada de las garras de la arena, y su espada cortó profundo en el brazo derecho de Metatrón. Metatrón se limitó a reír, sacudiendo la espada con la otra mano. Respiraba profundamente mientras miraba a Azazel. —¿Piensas que no te puedo matar con una sola mano, traidor? Puedo matarte de mil maneras, y podría haberlo hecho ya tantas veces. —Entonces, ¿por qué te estás tomando tanto tiempo, ciervo? —Azazel se burló de él. —Porque quiero prolongar tu sufrimiento. Sabiendo que eres incapaz de salvar a la Demonio Lilith de la muerte de fuego que se merece, vas a sufrir, resbalar, caer y morir.

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—Estás perdiendo el aliento —dijo Azazel con voz aburrida—. No soy un niño que tiene miedo cuando hablas. Usa tu espada en su lugar, y deja la postura. Ninguna de nuestras mujeres está impresionada. —¡Sus mujeres están todas muertas! —gritó Metatrón mientras cargaba. No es diferente de las corridas de toros, pensó Azazel, después de haber visto la bárbara práctica hacía mucho tiempo. El más que enloquecido Metatrón, rey de los Ángeles cometió más errores, hasta que se agotó, roto, sangrando. Era un baile con una pareja salvaje, y la misma alegría que lo llenaba, la necesidad de matar, para destruir la fuerza que corría en él, lo engañó, lo llevó a traicionar no sólo a Rachel sino a sí mismo, con cada tajo, cada corte sangrante, estaba lavando su culpa, su culpabilidad. Se había entrenado en la arena, la utilizó para la sensación y el cambio de la misma bajo sus pies mientras paraba y empujaba, pero la sangre se endureció en sus pies, y lo redujo sólo una cantidad infinitesimal, lo suficiente, mientras la hoja de Metatrón golpeaba hacia abajo, y escuchaba el crudo grito roto de Rachel.

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Demon

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Capítulo 24 Traducción SOS por Ximeyram Corregido por Paaau

E

l sonido salió como un rugido de mi boca, el retazo de un grito, cuando vi cómo la hoja de la espada bajaba hacia Azazel mientras él se deslizaba por la arena mojada; y el hombre que una vez fue Enoch se sacudió, inexplicablemente sorprendido, lo suficiente como para que la espada cortara su hombro, no su cuello, mitigando la fuerza, y Azazel fue capaz de alejarse, poniéndose de pie con tanta gracia como un bailarín. Pero él se estaba debilitando. Podía verlo, y Metatron era demasiado grande y fuerte a pesar de las heridas y cortes que le había propinado. La rapidez y agilidad de Azazel lo había mantenido a salvo, pero estaba comenzando a volverse más lento, y si no hacía algo, lo vería morir frente a mis ojos. Lo vería morir, y ni siquiera sería capaz de llorar. Podría correr, interponerme entre ellos, distraerlos lo suficiente para que Azazel pudiera lanzar un golpe mortal. Pero ya había dicho que yo lo volvía vulnerable. Si interfería, podría causar que lo matara. Miré alrededor desesperadamente, pero nadie estaba haciendo algo por ayudar. Parecían estar respetando un estúpido código de honor que iba a terminar matándonos a todos, y una repentina y antigua rabia me inundó. Hombres y su honor. Hombres y su necesidad de poder, de control, de hacer cosas estúpidas por un estúpido premio y una creencia demente sobre una ridícula noción de lo que era correcto. Nos iban a matar a todos junto con su premio, y no los dejaría. Ella se había ido. Pero aún permanecía dentro de mí. Lilith, el tormentoso Demonio. Lilith, la diosa del viento, la furia atroz que envió huracanes, tornados y ciclones. Moví mi mano, apenas un pequeño movimiento, y un banco de arena giró formando un embudo para volver luego a caer a la tierra. Azazel acuchilló a Matatron, cortándole por encima del otro ojo, y la sangre comenzó a caer, cegándolo. Metatron se pasó la mano sobre la herida, desparramando la sangre sobre toda su cara, y devolvió el golpe con la espada cortando el chaleco



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que Azazel llevaba puesto. Pude ver la sangre chorreando de la herida, profunda y roja, y supe que si no me movía él moriría. Respiré profundamente y fui allí, encontrándome con el Demonio que vivía dentro de mí. Giré mi mano y los vientos respondieron levantando la arena. Azazel tropezó y cayó, y Metatron se cernió sobre él con la espada en alto para el golpe final… Cuando mi viento lo atrapó. La arena cegándolo, la ráfaga empujándolo mientras Azazel, una vez más, se las arreglaba para ponerse de pie. Mandé el viento más allá de él, impulsándolo mientras recuperaba la última parte de su fuerza, avanzando hacia Metatron, que estaba peleando contra el remolino de arena que lo había rodeado. Moví la mano y el viento se detuvo, la arena cayó al suelo, y Metatron vio a Azazel. Sonrió alzando su espada, y Azazel hizo un corte debajo del brazo, donde la armadura no lo cubría. Metatron cayó a sus rodillas con la cara blanca por el shock. Azazel bajó su espada hacia el cuello de su enemigo, atravesando su cuerpo. El guerrero cayó de cara a la arena y reinó el silencio. Sólo se oía la rasposa y dificultosa respiración de Azazel, los suaves remanentes de mi furioso viento, y el callar del mar que me aterrorizaba. Me precipité hacia adelante, capturando a Azazel antes de que cayera. Era pesado pero yo era fuerte, y lo llevé hasta el mar. Un momento después Allie se reunió con nosotros, agarrándolo del otro lado. La observé con una mueca en el rostro. Y luego sonrió. Una gloriosa sonrisa que parecía haber aparecido de la nada. El agua golpeaba nuestros pies. —Necesito regresar —dijo Allie—. Puedes llevarlo desde aquí. —Sí —dije. Y lo llevé dentro de las curativas y terroríficas aguas, más y más profundo, hasta que se cerró sobre nuestras cabezas y respiré. Le saqué su ensangrentada ropa debajo del agua salada, y observé como sus salvajes heridas comenzaban a sanar. Besé su boca, respirando dentro de él, y me dejó envolver mis piernas a su alrededor, sosteniéndolas firmemente. Se precipitó hacia el aire y sus negras alas se desplegaron, llevándonos cada vez más alto sobre la arena. Me aferré a él, sin temerle a nada. Ni al profundo océano, ni a volar a través del brumoso cielo, ni a amar a un hombre rudo. Ni al Demonio que aún vivía dentro de mí, pudo ayudó a salvar al hombre que amaba. Ella sería un secreto. Pensé que se había ido, la odié; pero era una parte de mí, una parte del ser que amaba a Azazel, así que le daba la bienvenida.

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Aterrizamos en la arena cerca de la casa, y me liberó, pero lo sostuve cerca de mí, protegiéndolo mientras él mismo me protegía. Miramos hacia arriba mientras Raziel se paraba frente a la armada de Ángeles, con un frío destello en los ojos. —Su campeón ha sido derrotado —gritó—. Y Uriel ha roto las leyes del Ser Supremo. No tienen lugar aquí. Váyanse y nunca regresen. No tenía argumento. Comenzaron a retroceder, cuando uno de ellos se detuvo. —¿Podemos llevarnos el cuerpo? Allie se las había arreglado para dar vuelta el cuerpo de Metatron, y ahora yacía boca arriba en la arena y con los ojos cerrados. Pero luego vi que aún estaba respirando, y me uní a ella, arrodillándome en la arena y quitándole la pesada armadura de metal. —Es decisión de Azazel, como campeón —dijo Raziel. Azazel estaba mirando a su oponente vencido. —Está vivo —dijo cortantemente—. Pregúntenle. Para mi sorpresa, los ojos de Metatron se abrieron a pesar de la mezcla de sangre y arena que los cubrían, y se enfocó en mí por un momento, luego pasó de mí a Azazel. —Lo intenté —dijo en un suspiro—. Estoy muriendo. —Sí —dijo Azazel, mirándome por un momento incómodo antes de regresar a él—. ¿Deseas volver con tu ejército? Metatron encontró su mirada, y lentamente negó con la cabeza. —Entiérrenme aquí. No tengo ningún deseo de regresar a la Oscuridad. No había nada más que decir. Empezaron a retroceder, la Legión de soldados Angelicales había venido a acabar con nosotros y unos pocos minutos después se estaban yendo. Allie hizo un gesto. —Necesitamos a cuatro hombres fuertes para llevarlo dentro del agua. Cuidadosamente, ahora Azazel se apartó de mí, avanzando con los otros tres. Levantaron el cuerpo de Metatron cuidadosamente y lo llevaron hasta el agua. Los seguí porque no quería que Azazel estuviera muy lejos de mí. Casi lo pierdo, y ahora mismo me negaba a dejar que saliera de mi vista.



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—¿Ahogan a sus enemigos? —escuché decir a Metatron ya con voz de delirio—. Un método tan bueno como cualquier otro. Es el lugar apropiado para el descanso de un soldado. Un momento después estaba bajo el agua, y los cuatro hombres estaban cantando algo bajo su aliento, algo extraño y musical mientras esperábamos. Y esperamos. Yo estaba arrodillada en la orilla, mirándolos y Allie se me acercó. —Que afortunado viento fue ese —murmuró, lanzándome una mirada. —Sí, lo fue —dije, concentrándome en el agua donde Metatron había desaparecido—. ¿Va a vivir? —No lo sé. Algunas veces las heridas son demasiado graves. —Me sonrió, una sonrisa que ya conocía—. Es genial tener armas secretas contra enemigos de mayor tamaño. La miré con toda la inocencia que pude demostrar. —No sé de lo que estás hablando. Mis habilidades para engañar estaban oxidadas, pero incluso si fuera una experta, ella no me hubiera creído. —Yo tampoco —dijo con alegría, volviendo su mirada al agua. Un minuto después Metatron salió. —¡Sangriento y maldito infierno! —gritó. Luego miró alrededor, a los Caídos que lo rodeaban, a las personas que esperaban en la orilla, a mí, y luego a Azazel. Flexionó los hombros, mostrando la línea de la cicatriz que casi lo había cortado a la mitad y sonrió. —Me gustan sus entierros en el mar —dijo.

* * * * Yacía sobre Azazel, sudorosa, feliz y llena, mientras sus manos no dejaban de acariciar mi espalda. Mis ojos estaban cerrados mientras tomaba su sabor y su olor, el anhelo de tenerlo. No había nada más que necesitara. —Sí —dijo.

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—¿Alguna vez te dije que tus oraciones de una sola palabra me molestan? —dije soñolienta, besando su cuello. —Sí —dijo de nuevo. Lo muerdo suavemente. —Sí, ¿qué? —Sí, Rachel Reí. —Sabes lo que quiero decir. Dices que sí. ¿Qué quieres decir? —Sabes a lo que me refiero —dijo con voz de mal humor—. Necesitas dejarme dormir, mujer. He derrotado al mejor guerrero que haya vivido con sólo una pequeña e injusta ayuda, y te he complacido al menos tanto como tú me has complacido. Necesito descansar. Me congelé. —¿Qué ayuda injusta tuviste? —dije con inquietud. Probablemente debí ignorarlo. —El viento —dijo calmadamente—. Fue muy amable de la Providencia el proporcionarlo en ese preciso momento, o estaría muerto. —Providencia —dije felizmente. —Sólo dejémoslo así por el momento —dijo—. Mi adorable y deliciosamente cruel Demonio. —Ese no es realmente un término afectivo. Odias a los Demonios —apunté. —Pero no eres un verdadero Demonio. Sólo una pequeña parte chiquitita — murmuró. Besé su boca. —No soy un Demonio. —Sí tú lo dices —murmuró soñoliento. —Aún no me has dicho a qué te referías cuando dijiste “Sí” —dije, decidiendo evadir el terreno Demoniaco por el momento. —Sí —dice de nuevo. Me deslicé de encima suyo, descansando mi cabeza sobre su hombro.



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—Me estás molestando de nuevo. Sí, ¿qué? —Sí, necesitas una cosa más. Sí, ya la tienes. Lo mordí, más fuerte esta vez. —¿No puedes decirlo? —Sí. Te amo —dijo. Y por primera vez en mi existencia sin fin, me puse a llorar

Fin

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Tercer libro de la Saga The Fallen The Fallen: Warrior SINOPSIS: Para prevenir una antigua maldición, él debe destruir a la única mujer que puede salvarlo.

Publicacion prevista: 24 De Abril 2012



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Algo de la Autora Kristina Douglas es el seudónimo de una autora (Anne Stuart) de bestsellers del New York Times y USA Today, con más de sesenta novelas publicadas. Ella vive con su esposo en los bosques oscuros del norte de Vermont.

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Traducido, corregido y diseñado en

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