LAS CUENTAS DEL PRISIONERO ¡Finanzas no aptas para menores!

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La ordenada y previsible vida de un hombre de empresa cambia radicalmente a partir de un inesperado suceso que sorprende a todos. Es declarado culpable de un delito de robo y condenado a casi 3 años de cárcel, después de que los acontecimientos se hayan precipitado de una forma asombrosa. La defensa que le realiza un prestigioso abogado penalista —al que le presentan y recomiendan en una cena que organiza la mejor amiga de su esposa en su lujosa casa— no consigue evitar que un, al menos aparentemente, profesional responsable y padre de familia convencional acabe en el módulo de presos más violentos de un centro penitenciario de alta seguridad. Es como si el destino lo hubiera extraído bruscamente de un entorno con el que está familiarizado y lo hubiera lanzado con violencia a un espacio inquietante en el que se siente absolutamente desubicado, inseguro y vulnerable. No tarda en darse cuenta de que, si quiere sobrevivir en ese inhóspito lugar, debe apresurarse en aprender nuevas reglas de juego, nuevos códigos de conducta no escritos y hasta inclusive nuevos términos para poder referirse a los conceptos más habituales o a las cosas más normales. Durante su proceso de aprendizaje del significado de las palabras del argot carcelario, se sorprende al observar que prácticamente la totalidad de los conceptos financieros básicos pueden asociarse a alguno de los términos que los internos utilizan cotidianamente en su particular jerga. Tras su inesperado descubrimiento, se propone demostrarles a los miembros de la banda de su peligroso compañero de celda —un FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento) que cumple una larga condena por varios delitos— que su negocio de distribución de droga dentro de la cárcel puede servir de base para explicar un modelo conceptual básico y nemotécnico. Es consciente de que existen pocas probabilidades de éxito, pero es incapaz de identificar cualquier otra alternativa posible de supervivencia. Jamás la vida le había puesto en una situación en la que demostrar su supuesta capacidad para explicar, de forma lógica y entretenida, las complejas y aburridas Finanzas a personas no especialistas en el tema se hubiera convertido ¡en un asunto de vida o muerte!

Dr. Ignacio Pradera

LAS CUENTAS DEL PRISIONERO ¡Finanzas no aptas para menores!

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Cómo le expliqué las Finanzas básicas, y su aplicabilidad práctica en la empresa y en la vida, a mi compañero de celda. ———————————————————————

© 2011 - Ignacio Pradera. Diseño e ilustración de portada: Rafel Montané. Primera edición: Mayo 2011. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del autor. ISBN: 978-84-614-9293-0 Depósito Legal: M-23893-2011 Título: LAS CUENTAS DEL PRISIONERO – ¡Finanzas no aptas para menores! Autor: Ignacio PRADERA RIVERO Idioma: Castellano Bubok Publishing Impreso en España. www.lascuentasdelprisionero.com

A todos los lectores de la “La Piscina de tus sueños”, con enorme gratitud…, ¡y admiración! Y, por supuesto, a todos los que se animen a leer esta nueva historia, que me ha convertido… ¡en un peligroso reincidente!

Índice

Acerca del autor ............................................................... 11 Introducción ..................................................................... 13 La celda ............................................................................ 17 La condena ....................................................................... 21 La jerga taleguera ............................................................. 27 El abogado........................................................................ 33 El recuento matutino ........................................................ 39 El comedor ....................................................................... 43 El patio ............................................................................. 53 La siesta............................................................................ 67 El polideportivo................................................................ 73 La ducha ........................................................................... 87 El teléfono ...................................................................... 101 La llamada ...................................................................... 107 El sociocultural............................................................... 117 La biblioteca................................................................... 127 El salón de actos............................................................. 143 La comunicación ............................................................ 159 Epílogo ........................................................................... 169

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Acerca del autor Ignacio Pradera es licenciado en Medicina y Cirugía, con obtención del Premio Extraordinario, especialista en Oftalmología y M.B.A. (Master in Business Administration) por ESADE business school. Tras ejercer unos años como oftalmólogo, pasó a trabajar en las diferentes áreas funcionales de la empresa familiar. Actualmente es su consejero delegado. Es socio fundador de la empresa de consultoría y coaching denominada M4D (Management For Doctors), la cual ofrece sistemas y servicios destinados a conseguir que los socios profesionales y/o los responsables de gestión de las organizaciones médicas tengan los conocimientos, las habilidades y las herramientas suficientes para poder tomar decisiones adecuadas y coherentes en todas las áreas funcionales de la empresa; y para que, posteriormente, sepan cuantificar y analizar el impacto de las mismas en las cuentas financieras de sus sociedades. Fue profesor de Oftalmología en la Universidad de Barcelona. Actualmente es colaborador académico del departamento de Executive Education de ESADE. Cuenta con experiencia en formación de profesionales y directivos que precisan adquirir competencias en áreas que no son de su especialidad. Imparte cursos sobre la importancia de la visión global e integradora para el éxito de la gestión y sobre las metodologías para el análisis de los indicadores cuantitativos de la evolución de un negocio o proyecto. Es autor del libro de narrativa empresarial “La Piscina de tus sueños – Finanzas no aptas para daltónicos”, donde describe, con estilo novelado, los fundamentos básicos del análisis financiero y su aplicabilidad práctica, es decir, la forma en la que nos pueden ayudar a ser más eficaces y equitativos. Gestionar mejor nuestros proyectos empresariales y personales, gracias a disponer de habilidades financieras básicas, nos permite conseguir más fácilmente nuestros objetivos en la vida y, por tanto, a sentirnos más satisfechos y felices. 11

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Introducción Avanzar por la vida te demuestra que todos somos prisioneros de nuestros prejuicios y de nuestras falsas creencias. Se trata de convicciones profundamente arraigadas, porque las integramos durante nuestra infancia. Debe ser algo parecido al “sistema operativo” de nuestro ordenador cerebral, algo que tiene razones evolutivas, porque va asociado a la supervivencia de nuestra especie. Al especializarme en Oftalmología descubrí con sorpresa que acercarse mucho a la televisión, o leer con poca luz, no produce daño ocular, tal como pensaba erróneamente, debido a que, durante la infancia, escuchaba frecuentemente aquello de “no fuerces tanto la vista, que es malo”. Pues bien, algo parecido me sucedió al pasar al mundo de la gestión empresarial: me sorprendí al constatar que las cuentas financieras —algo que consideraba complejo y prescindible— se convierten en amigables y útiles herramientas para analizar la situación y tomar decisiones, una vez que consigues comprender y recordar todas sus partes mediante razonamientos sencillos, lógicos y de “sentido común”. Como todos sabemos, la jerga o argot de los contables y financieros está plagada de términos técnicos que pueden confundirnos o llevarnos al error, especialmente si tratamos de deducir su significado intuitivamente, pensando en lo que entendemos cuando usamos esas mismas palabras en nuestro lenguaje cotidiano. A lo largo del libro se pretende ir explicando, de manera nemotécnica, un modelo conceptual sencillo y amigable en el que van apareciendo, paso a paso, los conceptos financieros básicos junto con los términos técnicos que los especialistas utilizan para referirse a ellos. Jugar con ese sencillo modelo que encaja y relaciona las partes de las cuentas financieras como si se tratara de piezas grandes de un puzzle infantil no sólo nos permite extirpar de nuestra mente la falsa creencia de que “¡es un tema que me sobrepasa!”, sino también apreciar la aplicabilidad práctica, en la empresa y en la vida, de los 13

conocimientos financieros más elementales. Tener una imagen mental clara y simple nos permite entender mejor la economía doméstica, la empresarial y hasta incluso la nacional o pública. El dinero debe ser considerado como un medio y no como un fin. El fin somos siempre las personas y nuestra felicidad. Ahora bien, si no sabemos gestionar el medio, ¡jamás conseguiremos el fin! Todo proyecto, tenga o no ánimo de lucro, debe tener viabilidad financiera para que pueda desarrollarse y cumplir sus objetivos. Sólo las empresas que consiguen beneficios a medio y largo plazo contribuyen a generar empleo estable y a pagar los impuestos que se traducen en ingresos públicos. Muchas compañías cierran, con todas las consecuencias negativas que ello conlleva, tras ser lideradas por personas con amplios conocimientos del producto y/o del mercado, pero con un desprecio total por las finanzas. No debemos desentendernos de las cuentas con el pretexto de que no es lo nuestro. Saber algo de números y contribuir al beneficio de las empresas en las que trabajamos, y del país en que vivimos, tiene mucho más que ver con la responsabilidad social que todos tenemos, que otras actuaciones aparentemente muy altruistas, pero que posteriormente demuestran tener una eficacia reducida o dudosa. Una divulgación de las nociones financieras básicas puede mejorar la cultura financiera general y ayudar a que todos, con independencia del rol que nos esté tocando jugar, entendamos un mismo lenguaje y podamos evaluar mejor el impacto de nuestras decisiones en el futuro económico de todos. El análisis correcto de los números es básico, pero sin olvidar que debemos añadir poesía a la prosa financiera. El artista no puede pintar cuadros sin dominar los aspectos técnicos, pero no debe olvidar que debe añadir arte a sus obras, si pretende emocionar con ellas. La técnica del análisis financiero debe complementarse con el arte de la gestión, con el de aplicar políticas adecuadas para conseguir que las cuentas privadas y públicas reflejen realidades empresariales y sociales cada vez mejores y justas. De hecho, esa búsqueda del difícil equilibrio entre eficiencia y equidad, entre razón y emoción, entre prosa y poesía, entre técnica y arte, entre economía y política, debe enmarcar —y también diferenciar y caracterizar— cualquier actividad humana. Si somos ignorantes financieros, ¡jamás lo conseguiremos! 14

Los muros de la cárcel encierran un mundo amenazador, inquietante y desconocido para la mayoría. Se trata de un lugar en el que sólo sobreviven los más fuertes, los que se saben adaptar, aquellos que aprenden rápidamente a interpretar los códigos internos no escritos, a conocer el significado de todo, a deshacerse de sus arraigados prejuicios y a actuar conforme a unas nuevas pautas de comportamiento, algo que nadie les había enseñado jamás.

Se advierte a los menores que el lenguaje utilizado en este libro, así como alguno de sus contenidos, no son aptos para ellos. No tienen autorización, por tanto, para pasar de esta página y continuar con la lectura, salvo que cuenten con la aprobación expresa de sus padres o tutores. En el caso de adultos, se recomienda encarecidamente que realicen su lectura acompañados y evitando penumbras. Sólo así evitarán pasar un mal rato innecesario, al quedar atenazados por un intenso miedo, o incluso sufrir desagradables pesadillas nocturnas posteriormente. El autor declina expresamente cualquier responsabilidad derivada del incumplimiento de estas advertencias.

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La celda Me quedo mirando fijamente, sin pestañear, cómo se va cerrando la puerta metálica corredera de la celda, mientras permanezco de pie en su interior, como inmovilizado, sin poder explicarme todavía cómo las cosas han podido llegar hasta este increíble extremo. La puerta de barrotes oxidados llega al final de su recorrido, activando así los cierres de seguridad, lo cual produce un intenso y característico ruido metálico que no olvidaré durante el resto de mi vida. Un tremendo escalofrío me recorre desde la cabeza hasta los pies, mientras me invade el miedo más intenso que jamás he experimentado. Me siento incapaz de darme la vuelta y de saludar al grandullón tatuado, y con la cabeza completamente rapada, que fugazmente vi tumbado en su camastro al mirar de reojo en el momento de entrar en la celda. No cabe ninguna duda de que me está repasando de arriba abajo y de que está disfrutando pensando en la mejor forma de intimidarme. Me siento como si me hubieran encerrado con un fiero león, al que no me atrevo ni a mirar. — ¡Veo que tendré que ir otra jodida vez a la pecera para repetirles a los chapas que estoy hasta los bemoles de que siempre me metan primerizos gallinas en mi chabolo! —grita en su jerga con una voz muy grave y potente, que consigue convertir mi miedo en auténtico pánico—. En el módulo de ingresos —continúa berreando con el mismo tono amenazador—, te habrán advertido sobre lo primero que hacemos aquí con los violetas, ¿verdad, novato? — ¿Con quiénes? —le pregunto desorientado, permaneciendo inmóvil en la misma postura, de espaldas a él, y agarrando con fuerza el petate que contiene las pocas pertenencias personales que los funcionarios de ingresos me autorizaron a introducir en la cárcel. — ¡Con los que chiban a una mujer a la fuerza, cobarde! —me aclara, con muy malos modos, el significado de esa palabra de argot carcelario—. No entiendo por qué no te han llevado a un módulo más seguro para tu hocico ¡y para tu culo…! En éste, podrás notar lo que 17

Las Cuentas del Prisionero siente una perita cuando se la follan así de mal, tal como seguro has hecho tú para que te enchironaran. — ¡Yo no he violado a ninguna mujer jamás! —le niego su acusación muy asustado, completamente atenazado por los nervios, mientras trato de evitar que las piernas me continúen temblando. Me vienen a la mente las explicaciones de mi abogado. Me informó de que a todos los que entran en la cárcel por primera vez, y también a los condenados por delitos de agresión sexual (muy mal vistos por el resto de los internos), los intentan enviar a módulos suaves. Los llaman así, porque los presos de esas galerías son tranquilos y, por tanto, no suelen molestarles. Se trata de internos que evitan meterse en líos, al estar próximos a conseguir la libertad o a que les concedan permisos u otro tipo de beneficios penitenciarios. Pero en mi caso, debido a la gran saturación del centro, el letrado que lleva mi caso me dijo que no pudo impedir que me asignaran un módulo duro. Me advirtió que, muy a su pesar, me encontraría con preventivos reincidentes y con condenados a largas penas, cuya desesperación les lleva a comportamientos muy violentos, peligrosos ¡e imprevisibles! — ¡Te veo muy, muy jiñado, tío! —exclama ahora, mientras se carcajea muy ruidosamente, interrumpiendo mis pensamientos—. Recuerda que, aquí en el talego, para cagar ¡hay que ir al tigre! Sé que llaman así a ese horrible váter sin taza que usan poniéndose en cuclillas con un pie a cada lado del agujero, debido a que el ruido del agua al tirar de la cadena recuerda al rugido de ese animal. Recuerdo haberlo visto en la película española que fuimos a ver el otro día con unos amigos, esa en la que un funcionario lo pasa muy mal tras quedar atrapado durante un motín carcelario. — Si no eres un violeta —continúa vociferando mi “amable y educado anfitrión”—…, ¡¿qué coño has hecho para entrar en el talego?! No tienes pinta de tener huevos para haber hecho algo gordo. — Pues ya ves…— le digo, encogiéndome de hombros. — ¿No serás un madero infiltrado que viene a enterarse de lo que la peña está tramando ahora, verdad…? Si descubro que es así — añade—…, ¡tienes mi palabra de que no sales de aquí con vida!

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La celda — ¡Te juro que tampoco estoy aquí para espiar a nadie! — exclamo con mayor tono de súplica del que quisiera, siendo perfectamente consciente de que, si este energúmeno percibe que está consiguiendo su propósito de amilanarme, ¡estoy perdido! — ¡¿Entonces?! —me vuelve a vociferar como un loco. — He sido juzgado y condenado por haber cometido un delito, ¡exactamente igual que tú! —afirmo decidido, en un intento desesperado por que me empiece a ver como un compañero más. — ¡Yo en tu lugar me daría la vuelta ahora mismo, tío! —me sigue gritando—: yo no he ido al colegio en toda mi jodida vida — continúa—, pero acostumbro a saludar a los colegas cuando llego. Me muevo ahora como impulsado por un resorte, mientras mi “estimado” compañero de celda se ríe de mí descaradamente, al observar mi inmediata e instintiva reacción a sus palabras. — Lamento haber sido tan grosero —me disculpo torpemente y con voz temblorosa, traicionado nuevamente por los nervios—, pero tardo en aprender a actuar correctamente en situaciones nuevas. — No te preocupes demasiado —continúa con su vozarrón, hablando de una forma que hace evidente que su intención no es precisamente el reconfortarme—..., porque yo me voy a encargar personalmente de enseñarte cómo actuamos aquí en el truyo… — ¿De veras…? —le pregunto tenso y receloso. — De momento, ¡empieza desnudándote! — ¡¿Cómo dices?! —exclamo aterrorizado. — Es para que te pueda ver la tranca —me explica mientras hace gestos groseros—. Si no vienes “bien equipado”, tendrás que buscarte otro compi de chabolo. Llevo algún tiempo sin darle una alegría “a mi calvo” —me dice, mientras se agarra la entrepierna. — Es que… —balbuceo, mientras deseo con todas mis fuerzas que la idea de que lo primero que hacen en la cárcel con los nuevos es sodomizarlos, ¡no sea más que una extendida falsa creencia! — ¡¿No me has oído?: fuera pantalones y gayumbos! —me vocifera de nuevo, al observar que permanezco como una estatua.

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Las Cuentas del Prisionero — Veo que me quieres demostrar quién manda aquí —le digo mirándole a los ojos, tras armarme de valor, después de recordar el primer consejo de los funcionarios del módulo de ingresos sobre la importancia de no mostrar miedo para conseguir que te respeten. — ¡Se me está acabando la paciencia, primerizo! — Supongo que no debemos tener secretos tú y yo —le digo, como auto-justificándome, mientras opto por empezar a actuar, al ver que este individuo no afloja un ápice en su maldita demanda. — ¡Así me gusta, novato! No pretendas guardar secretos aquí dentro, porque se termina sabiendo todo, ¿sabes…? —me dice sin quitarme el ojo de encima ni un segundo, mientras me muevo con rapidez tras decidir pasar este mal trago lo más rápido posible. — Supongo que así es… —le digo, rojo y taquicárdico. — ¡Joder! —exclama tras unos segundos, que se hacen eternos. — ¿Satisfecho? —le pregunto, sintiendo más ira e indignación que miedo ahora, mientras permanezco de pie frente a él. — Me parece que contigo me voy a partir el culo, tío —me dice muy serio, manteniendo el mismo tono de voz intimidatorio. — ¡¿Cómo dices?! —le pregunto tenso, mientras me temo que eso de la violación al nuevo… ¡no es tan sólo una leyenda urbana! — Ja, ja, ja —se carcajea muy sonoramente ahora—. No sé en qué estás pensando, lirio, pero lo que te acabo de decir significa mearse de risa —¡escucho con profundo alivio!—. No pensarás que esa mierda de cimbel me ha puesto cachondo, ¿verdad? —añade grosero—. ¡He estado a punto de coger la lupa para verte el cacho! — Tengo frío —le digo tiritando y cruzando los brazos. — Me parece que, si no aprendes rápidamente a hablar como nosotros, y dejas de estar en la parra, lo pasarás muy mal aquí, tío. — Tendré mil días para hacerlo —le digo. — ¡¿Mil días?! ¡Qué condena tan extraña…! — El primer sorprendido soy yo, ¡te lo aseguro! — ¿En que tejano te metiste, tolay? ¡Dímelo de una puta vez! — Tiene que ver con las Finanzas —le respondo veloz. 20

La condena — ¿Y dices que te han condenado por un marrón que tiene que ver con la pasta? —me pregunta con entonación de parodia, mientras se levanta de la cama y camina por la celda, contorneándose de manera exagerada—.Ya te veía yo pinta de haber cometido un delito fino y elegante, ¡sí, señor! —añade carcajeándose. — ¿Eso es lo que piensas? —le pregunto asustado y aturdido. — No eres el primer menda con muchos estudios que meten entre estas rejas, ¿sabes? Aquí dentro, he conocido “distinguidos” empresarios y financieros como tú. También han pasado algunos políticos corruptos, aunque no todos con títulos…. Todos, eso sí, personas famosas que, al parecer, se habían pasado de listillos con negocios turbios. Sabes muy bien de lo que te hablo, ¿verdad? — Por los medios de comunicación, todos sabemos que personajes conocidos han sido condenados por delitos relacionados con la obtención ilegal de dinero…. Y te puedo asegurar que me parece asombroso estar encerrado en la misma prisión en la que han estado alguno de ellos. Ésta en concreto, la había visto por fuera varias veces, ¡pero nunca pensé que llegara a hacerlo por dentro! — Muchos compis se quejaban —me explica—, al ver que eran los niños bonitos de los miembros de la Junta y que, por eso, conseguían todos los beneficios penitenciarios mucho antes. Todo el mundo sabía que eran los enchufados de los funcionarios, pero tenemos que reconocer ¡que nos venía bien a todos el que la prensa estuviera tan pendiente de ellos…! Además, gracias a sus clases, aprendimos mucho en los talleres de reinserción. Algunos de esos manes, como dicen los compis colombianos, ¡eran unos aviones! — ¿Unos aviones? —mi ignorancia sobre el significado de los términos de la jerga carcelaria me obliga a volver a preguntar. — Eran vivos, espabilados, ¡que no te coscas de nada, tío! —me dice sonriente, dirigiéndose a mí con una actitud claramente mucho 21

Las Cuentas del Prisionero menos hostil, quizás creyendo que mis conocimientos sobre gestión empresarial y financiera podrían serle de utilidad. — Te prometo que no me tendrás que repetir las cosas —afirmo, mientras intento ir aplicando uno de mis habituales trucos nemotécnicos para recordar el significado de las palabras nuevas. — Mientras la mayoría de los que estamos aquí entre rejas no conseguimos el tercer (3er) grado hasta cumplir las tres cuartas (3/4) partes de nuestras condenas —me sigue argumentando—, es decir, el 75% de ellas, los políticos y las personas influyentes siempre consiguen la semilibertad mucho antes de llegar a cumplir una cuarta parte (1/4) de las suyas, es decir, el 25%. — ¡Antes de cumplir el 25%! —exclamo con la esperanza de poder estar dentro de ese grupo de privilegiados, y mientras me choca la habilidad que demuestra para el cálculo de porcentajes. — ¡Lo que te estoy diciendo, tío! A todos los que demuestran tener contrato de trabajo, vinculación familiar y buena conducta, en poco tiempo les permiten venir al talego sólo a dormir —añade con un tono muy diferente al que utilizó para “darme la bienvenida”. — Pues yo no soy una persona famosa ni influyente, pero espero poder conseguir ese 3er grado del que hablas cuanto antes. — Eso es lo que pedimos todos —me replica—, !no te jode!: tener que venir al talego sólo por la noche y, al día siguiente, levantarse prontito para irse a trabajar fuera… ¡Qué fetén! — Te aseguro que yo no puedo dejar de estar pendiente de la marcha de mi negocio durante mucho tiempo. ¡Necesito salir cuanto antes! —exclamo desesperado, mientras reflexiono sobre el hecho de que este hombre pueda estar deseando empezar a trabajar. — ¡Vístete antes de que te vea algún bujarrón y se enamore de ti! —me ordena irónicamente, supongo que refiriéndose a los homosexuales, mientras se carcajea tras oír mi comentario—. ¿Hace un truja, tío? —me pregunta, a la vez que me ofrece un cigarrillo. — No fumo —le digo, mientras voy recogiendo mi ropa. — ¡Peor para ti! —exclama contrariado tras mi rechazo a su oferta—. Verás que, aquí dentro, uno no tiene el deseo de vivir 22

La condena muchos años, como pasa fuera. Plajeando, esto se hace algo más soportable, tío. Las pastis también nos ayudan a ir tirando, ¿sabes? — Pues, como médico, te recomendaría que abandonaras esos malos hábitos cuanto antes —le digo como de pasada, quedándome a la espera de su reacción, mientras me abrocho los pantalones. — ¡¿Como médico?! ¡¿Pero no me has dicho antes que te habían condenado por un trapicheo de jayeres?! —me pregunta poniendo una expresión de cara que refleja una mezcla de asombro y desconfianza, mientras deduzco que así deben llamar al dinero. — Sí, sí, has oído muy bien —le respondo satisfecho de haber conseguido intrigarle—, ¡pero no te mentí antes! Ejercí como médico durante unos años —le aclaro—, pero luego pasé al mundo de la gestión empresarial. Fue entonces cuando me di cuenta de que las cuentas financieras son algo parecido a los análisis de sangre: te aportan unos indicadores cuantitativos que te permiten medir, a lo largo del tiempo, la evolución del estado de salud de la compañía. — ¡No me digas más, primerizo! —exclama, mientras se acerca hacia mí y apoya su cabeza en mi hombro—: tú debes de ser un jodido lavador, y la pasma te ha enganchado blanqueando dinero con esas redes de sociedades fantasma que tanto os gusta montar a los ricos y avariciosos, ¿verdad? —me susurra en el oído. Siguen contrastando los cuchicheos actuales del energúmeno éste con sus berridos iniciales. Es como si el león enjaulado hubiera dejado de rugir a algo que consideraba una intrusión en su espacio o una presa fácil. La fiera parecía haberse amansado, sin duda alguna por egoísmo, por algún interés personal relacionado con mi perfil profesional, el cual supongo que no tardaré en descubrir. — ¡¿Pero cómo se te puede haber ocurrido eso, hombre?! —le desmiento categóricamente sus últimas conjeturas. — Mientras muchos no tienen ni pa come, como dice la Juani, vosotros os hincháis a ganar dinero negro que os lleváis a paraísos fiscales en los que no se pagan impuestos…; ¡y tenéis los santos cojones de llamar ingeniería financiera a esta vulgar chorizada!

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Las Cuentas del Prisionero — ¿Crees que estoy encarcelado por un delito de blanqueo de dinero? ¡En absoluto! —le reitero—. Lo que pasó simplemente es que se me ocurrió la idea de escribir un libro…. ¡Eso es todo! — ¡¿Un libro?! ¡¿Tú me has visto cara de tolay?! — Te juro que estoy aquí únicamente por esa razón. — ¡¿Qué mierda explicas para que te llegaran a enchironar, tío?! ¡¿No serás un terrorista?! —se le ocurre preguntarme ahora, mientras se separa de mí bruscamente—. Aunque eso es imposible —continúa hablando, como si estuviera pensando en alto, tras una breve pausa—: a los del norte, los chapan en chabolos individuales. — Eso escuché en ingresos, efectivamente. — Además —continúa son su particular lógica deductiva—, ¡tú no tienes mucha pinta de chicarrón del norte! — Te puedo asegurar que mi intención no fue hacer un manual de apología del mal. Desde luego que no… — ¡¿Me quieres explicar que has hecho de un puta vez?! —me pregunta como si se estuviera despertando la fiera de nuevo. — Escribí un relato novelado que explica las finanzas básicas a personas no especialistas, pero que desean ver la lógica y la aplicabilidad práctica de algo que consideran complicado, aburrido y prescindible —le explico, mientras intento ir seleccionando cuidadosamente mis palabras—. Intenté combinar la lógica del detective y la sensibilidad del artista, la razón y la emoción, los números y las letras, para conseguir un texto que resultara integrador, nemotécnico y divertido —añado, mirándole a los ojos—. Pero, tras ver la sentencia, ¡está claro que no lo conseguí! — ¡Joder qué pico tienes, tío! —exclama agitando la mano y moviendo la cabeza como si asintiera, mientras observo satisfecho como mi discurso parece que le va generando más respeto hacia mí. — Me lo tomaré como un cumplido —le digo. — Por el momento… —me dice, aunque con un ligero cambio de entonación—, y para que no te vengas demasiado arriba…, no te olvides de que me has demostrado tener más labia ¡que cojones! — ¿Por qué dices eso? —le pregunto expectante. 24

La condena — Vete mentalizándote, tío, de que, para sobrevivir en el truyo, ¡necesitarás usar mucho más la “C” de cojones que la “C” de cerebro! En esta selva en la que te has metido —añade con expresividad—, se aplica la ley del más fuerte…, ¡y no del que más sabe…! Estoy seguro de que te lo advirtieron en ingresos… — Algunas recomendaciones generales me dieron, sí… —le digo, mientras pienso que tampoco necesitaré la “C” de Corazón. — No sé si ahí fuera tenías el belfo de ir dando lecciones a la tropa, pero te aseguro que, estando entre rejas, la cosa será muy diferente para ti: ¡tendrás que aprender todo desde cero, igual que hace un chamorrillo de los barrios en los que vivimos nosotros! — ¿Cómo te comportabas tú el primer día, compañero? —le pregunto, tratando desesperadamente de mostrarme próximo. — ¡De eso hace tantos años, que ni me acuerdo, tronco! —me responde resignado—: de los cuarenta años que cumpliré en pocos días, veinte los he pasado en el talego. ¡La mitad de mi vida! — ¡Caramba! —exclamo impactado—. ¡¿Llevas veinte años metido en esta cárcel?! —le pregunto con cara de asombro. — ¡No, hombre, no! —exclama riendo—. La verdad es que no sé ¡de qué coño me quejo! —añade con expresión sarcástica—: he hecho cantidad de turismo gratis en el canguro de los picoletos. — ¿De qué forma dices? —pregunto extrañado. — En el lujoso autobús de la Benemérita —me responde con ironía—, me han ido conduciendo, “confortablemente” esposado y sin poder moverme dentro de una jaula pequeña, de una trena a otra. ¡Varias cundas me he comido ya! No me preguntes cuántos talegos llevo visitados, ¡porque ya he perdido la cuenta! Aunque no te lo creas, éste es una maravilla, si lo comparamos con otros. — Yo también intento bromear ante las adversidades de la vida, para “quitarles algo de hierro” —le digo, continuando con mi estrategia de buscar complicidad con este peligroso individuo. — Además —sigue explicándome su vida en cautividad—, tengo que reconocer que siempre he recibido un trato muy especial, ¡gracias a estar clasificado dentro de los FIES! 25

Las Cuentas del Prisionero Repaso mentalmente los principales acrónimos que conozco, pero, lamentablemente, el de FIES no está en ese grupo. Ahora entiendo la animadversión que muestra mucha gente, cuando están delante de informes financieros plagados de nombrecitos formados por las iniciales de palabras de significado engañoso. — Todo el mundo está muy pendiente de todo los compis que estamos incluidos en los Ficheros de Internos de Especial Seguimiento (FIES) —me informa, anticipándose a mi pregunta, al volver a ver la expresión de ignorante taleguero en mi cara. — ¡Veo que la F no es la inicial de Finanzas! —le digo, recurriendo al chiste fácil, esbozando una forzada sonrisa. — Como las propias palabras indican —añade, volviendo a poner la misma mueca sarcástica de antes— los FIES recibimos ¡un trato muy especial y exclusivo!: nos leen las cartas, nos graban las llamadas telefónicas y todas las comunicaciones, nos cachean a diario, nos cambian de talego, controlan todo lo que hacemos…. — ¿Y no has conseguido cambiar el hecho de estar clasificado como FIES en los veinte años que llevas cumpliendo condena? — He hecho muchos recursos y mi tinterillo lo ha pedido también, ¡pero al Juez de Vigilancia Penitenciaria (el JVP) no le ha salido de los nísperos concederlo! —explica indignado—. Ahora estoy en 2º grado, pero me tiré una buena temporada en 1er grado. — ¿En primer grado? —le pregunto relajado, olvidándome por un momento de dónde estaba y de que no estaba conversando, precisamente, con la persona más educada y cordial del mundo. — ¡¿Quieres dejar de preguntar, gualtrapa de mierda?! —me vuelve a hacer una exhibición de chorro de voz, con el propósito de recolocarme en mi sitio, tras percibir que le iba ganando terreno. — Te pido disculpas, compañero —le digo, asombrado de que me haya venido a la boca una palabra que no utilizo jamás. — ¡¿Compañero!? ¡¿Quién te ha dado permiso para llamarme así, primerizo?! Además, ¡te repito que el único que pregunta aquí soy yo…! ¡Ya basta de intentar subirte a las barbas! ¡¿Entendido?! Asiento con la cabeza. 26

La jerga taleguera — ¿De verdad quieres que me trague el cuento ese de que te han metido en el truyo sólo por escribir un libro que enseña a llevar las cuentas, tío? —me vuelve a transmitir su incredulidad y su desconfianza, después de que hubiera remitido claramente su último arranque de ira—. ¡¿Tú me has visto cara de imbécil?! — Te he dicho la verdad, ¡te lo juro! —me intento defender. — Por lo que me estás largando —me dice mucho más tranquilo ahora, tras percibir que retrocedía algo—, lo tuyo debe ser algo parecido al diccionario taleguero del Hidalga, pero para explicar los nombrecitos que se necesitan para llevar un bisnes. — No sabía que existiera un libro con ese título… — ¡Pues te habría ido muy bien leerlo antes de ingresar, tío, para no poner esa cara de alelado que pones cada vez que abro la boca! Jorge lo escribió para los primerizos como tú y, también, para los voluntarios. Le puso ese título, porque explica el significado de las palabras que usa la peña para hablar aquí dentro, en el talego. — ¿Los voluntarios dices? — Los conocerás pronto. Son gente muy legal que viene a distraernos y a echarnos una mano en su tiempo libre. ¡Esas personas sí que se preocupan realmente de los demás! —añade—, y no muchos otros, tanto de derechas como de izquierdas, que hablan mucho de servicio público, de solidaridad y de sensibilidad social, ¡pero que luego sólo actúan pensando en conseguir poder y dinero! — Por lo que me has explicado sobre ese diccionario, puede que tengas razón —retomo lo anterior, evitando darle mi opinión sobre su último comentario—: mi libro trata de explicar, usando razonamientos deductivos simples y de “sentido común”, el significado de la sólo aparentemente confusa y aburrida jerga que utilizan los contables y los financieros habitualmente. Trata de demostrar que las cosas son más sencillas de lo que parecen. 27

Las Cuentas del Prisionero — ¡Me parece que eres un menda que se cree demasiado listo! No sé por qué…, pero me da en la nariz que aquí dentro vas a tener bastantes curas de humildad… Lo sabes, ¿verdad? — No serían las primeras de mi vida, te lo aseguro… — Ser realista y tener las cosas claras te hará todo más fácil. — Tengo muy claro que el que pregunta aquí eres tú, pero me gustaría saber qué hiciste para tener una condena de tantos años —le digo jugándomela un poco, pero movido por la necesidad de cambiar de tema y, también, de ir sabiendo más cosas sobre este hombretón con el que tendré que convivir una larga temporada. — Como yo no sé escribir —me dice riendo para disimular su vergüenza, mientras me da un fuerte manotazo en el hombro—, en lugar de hacer cosas tan extrañas como tú…, ¡se me ocurrió la idea de robar un banco! ¡¿Qué te parece eso, tronco?! — Veo que haces mucho ejercicio aquí —afirmo dolorido. — Estoy cuadrao, porque mato el tiempo haciendo pesas en el polideportivo —me explica—. Yo era boxeador antes de entrar en el talego. Me dejé influenciar por mala gente…, ya sabes… — ¡Espero que nos llevemos bien! —le digo sonriendo, mientras sigo frotándome el hombro golpeado para aliviar el dolor. — Cuando salga de aquí, quisiera ganarme la vida de manera honrada, ¿sabes? —me dice poniendo cara de persona arrepentida. — Eso está muy bien… — Mi sueño es llegar a tener una gran tienda de deportes. Me gustaría tener mucho espacio para dedicar una sección al boxeo. — ¡Buena idea! Conocer el producto que vendes es algo muy importante para el éxito de una iniciativa empresarial. Ahora bien, no tienes que caer en la trampa de pensar que eso es suficiente: hay que estar familiarizado con las cuentas financieras del negocio, para que no te dé pereza analizarlas todos los meses. Si no mides periódicamente lo que pasa, no sólo no sabrás si lo estás haciendo bien, ¡sino que también te podrías llevar sorpresas desagradables! — Aquí dentro, nos rayan todo el puto día con el rollo ese de la reinserción y de crear tu propio currelo —me informa, mientras 28

La jerga taleguera confirmo el porqué este hombre cambió su actitud a partir del momento en el que vio en mí a alguien que le podía ser útil. — Inculcar el espíritu emprendedor es algo que se debería hacer en los colegios. Las pequeñas y medianas empresas son las grandes generadoras de empleo y de crecimiento económico. — Es muy difícil que una empresa contrate a alguien como nosotros, por eso nos animan a que montemos nuestro propio negocio al salir en libertad. Y la verdad es que prefiero recibir ayudas económicas para eso, ¡que cobrar por estar parado en casa! — Lo de montar tu propia empresa cuando consigas la libertad, me parece una excelente idea —le digo muy satisfecho—. También me alegra ver que piensas que el dinero público se debería emplear más en subvencionar o fomentar la contratación y la creación de empresas que en subsidiar excesivamente el paro. El crecimiento económico y el empleo mejoran espectacularmente las cuentas públicas y la capacidad de financiar el Estado del bienestar. — Aquí tenemos mucho tiempo para darle al tarro y para intercambiar opiniones. ¡Hay mucho debate político! No creas que somos unos primitivos que sólo hablamos de fútbol y de mujeres… — ¿Robaste mucho dinero? —le pregunto a continuación, en un nuevo intento de seguir recabando información, aprovechando unas circunstancias bastante más favorables que al principio. — No estuvo mal, ¡pero un cabrón chivato me traicionó! —me revela, poniendo una cara que asusta—. Que esos mendas del banco y el segurata acabaran mullados fue un puto accidente…—se lamenta pensativo, mientras dirige su mirada al techo de la celda. — Ya veo…—digo sin intención de interrumpirle. — Como no tenían todas las pruebas, nos encerraron en celdas de aislamiento individuales. Luego nos dijeron, a cada uno por separado, que si confesábamos haber cometido el robo y matado a esos mendas, reducirían a la mitad la condena del que cantara. — Ya veo: de las cuatro alternativas posibles, las dos mejores opciones para ambos eran aquellas en las que existiera cooperación y no traición entre vosotros dos. Es decir, o bien que hubierais confesado los dos, o bien que os hubierais callado los dos. 29

Las Cuentas del Prisionero — Yo tenía claro ¡que ninguno se tenía que ir del pico! — En esa situación, la peor alternativa era que uno confesara y que el otro se quedara callado, ¡sobre todo para éste último! Y, por lo que veo…, ¡eso es exactamente lo que acabó pasando! — Ese marica se cagó de miedo pensando en la posibilidad de que yo cantara y él no…. ¡¿Pero cómo coño podía pensar que yo iba a puchelar…?! ¡Yo me visto por los pies…! Fue un cobarde traidor al que se la tengo jurada, ¡te lo aseguro! — No deja de ser curioso… —le digo pensativo. — ¿El qué? —pregunta intrigado. — Esa situación por la que os hicieron pasar, se conoce como el Dilema del Prisionero, y se estudia en las escuelas de negocios. — ¿Ah, sí? — Forma parte de la llamada teoría de juegos, y se usa para reflexionar sobre las ventajas de la cooperación entre los miembros de un equipo y, también, sobre los riesgos de que alguno de los integrantes del grupo decida traicionar al resto, en el momento que opta por priorizar sus intereses particulares sobre los generales. — ¡Pues yo podría dar esa clase mejor que tú! —exclama con rabia—. De todas formas, tío —me dice instantes después—, te repito que, aquí, el que empieza berreando es siempre el novato. Yo estoy hablando demasiado. ¡O sea que sigue desembuchando tú, primerizo! —exclama, en un nuevo intento de recolocarme. — Durante el juicio —actúo obedeciendo—, el fiscal dijo que el dinero robado en un atraco se puede llegar a devolver, pero que aquello que yo había estafado a los lectores era imposible de retornar. Además, dado que el libro había sido ya distribuido por algunas librerías, ¡introdujeron el agravante de alarma social! — ¿Qué cosa tan valiosa te dijeron que les habías pispado? — me pregunta curioso, mientras voy viendo expresiones en su cara que me hacen pensar que, tras esa fachada de hombre excitable y violento, se refugia una persona noble y de buen corazón. — ¡Su tiempo! —le respondo. — ¡¿Cómo dices?! —pregunta asombrado. 30

La jerga taleguera — Estoy diciendo que me acusaron ¡de robar tiempo! — ¡Joder! —dice sorprendido—. ¡¿Tan chungo es el libro?! — Bueno, creo que más que malo, me quedó algo extenso. El hecho de escribir un relato novelado que integra la descripción razonada de los conceptos financieros básicos con lo que les ocurre a los personajes en otros ámbitos de sus vidas, me llevó a escribir demasiado texto quizás. No lo sé, la verdad…. — Te veo preocupado, tío… — De todas formas —añado tras una breve pausa—, mi pena se alivia, cuando pienso en los elogios que recibo de aquellos que han conseguido dedicar el tiempo suficiente para leerlo. Supongo que hay división de opiniones. No sé qué pensar, la verdad…. ¡Estoy hecho un lío…! Además —continúo—, los agravantes de premeditación y alevosía me terminaron de hundir. Se me acusó de intentar aprovecharme de la ignorancia financiera de la gente. — Más que ignorancia, ¡yo diría analfabetismo general! — opina—. Y por eso, la gente firma engañada cosas que no entiende. — Unos mucho más que otros, pero creo que todos tenemos parte de culpa de la crisis actual: ¡nadie es completamente inocente! De todas formas —añado—, todos sabemos más finanzas de lo que pensamos. Lo que sucede es que tenemos los conceptos revueltos y las ideas confusas. Cuando algo nos lía, solemos rechazarlo. — ¿Por qué no me lees un capítulo cada noche, para que te pueda dar mi opinión? —me pregunta algo totalmente inesperado. — ¡Veo que te gustan los retos! —le digo sonriendo. — ¡Pero no te pongas demasiado cachondo! —me advierte sonriente—: si confirmo que es un rollo, ¡pediré que te aumenten la condena! —añade carcajeándose, mientras me golpea de nuevo amistosamente, pero volviendo a hacerme daño sin pretenderlo. — Supongo que el tiempo no será un problema aquí… — Otra cosa no tendremos aquí dentro, pero tiempo… ¡tenemos por un tubo! —exclama convencido y resignado—. Además —añade inmediatamente—, aprender a llevar las cuentas me vendría muy bien para lo de mi tienda, si alguna vez consigo tener algo de suerte en esta arrastrada vida que me ha tocado vivir. 31

Las Cuentas del Prisionero — El libro tiene diez capítulos, y cada uno de ellos se puede leer en unas dos horas —le explico, animado tras su inesperada propuesta—. Si dedicáramos un par de horas al día, en menos de dos semanas te sabrías de memoria el argot financiero más habitual. — ¡Eso no es tanto, joder! —exclama con espontaneidad. — Creo que lo conseguirías antes de lo que yo tardaría en “coscarme de la jerga del talego” —le digo, en un intento de imitar la forma con la que me ha estado hablando hasta ahora. — Tienes una pinta de pijo que te mueres, pero me haces gracia, ¡y no sé muy bien porqué! —me dice, a la vez que me da un nuevo manotazo, esta vez en el pecho—. Suelo clichar rápido a la basca, y me parece que tú eres un bacán sano. — Tú también me pareces un tío cojonudo —le correspondo, seguramente movido únicamente por mi instinto de supervivencia. — ¿Y tanto delito es dedicar 20 horas para leer un libro…? — Quizás no sepas leer…, ¡pero veo que calculas rápido! — Para comprar y vender el chocolate, las pastis, la farlopa y el jaco por el módulo hay que contar rápido y estar muy al loro —me dice, mientras no me cabe duda de que debe referirse a las drogas más habituales con las que trafican dentro de la prisión. — Pues esas habilidades que has desarrollado para el cálculo numérico básico te serán muy útiles para el análisis financiero. Con saber sumar, restar, multiplicar y dividir tienes más que de sobras. — ¿Estás seguro? — Si interpretar las cuentas financieras básicas de manera periódica fuera complicado, el primero que no sería capaz de hacerlo sería yo: ¡recuerda que soy un médico, y no un economista! — No sé, no sé… — Espero tener oportunidad de demostrártelo. — ¿Qué mierda de abogado está defendiéndote, tío? —me pregunta con curiosidad, mientras separa los brazos de su cuerpo. — ¡No me lo recuerdes! —exclamo indignado—. ¡No te puedes ni imaginar las veces que me he arrepentido de no haberlo descartado tras no haberme dejado guiar por la primera impresión! 32

El abogado — Por lo que me hablas del menda que está llevando tu caso. Veo que es peor todavía que mi tinterillo…, ¡que ya es decir! —exclama decepcionado de su letrado—. Con ese puto incompetente, al paso que vamos, me terminaré ¡comiendo toda la condena a pulso! — En lo que a mi abogado se refiere —le digo con la misma rabia e indignación que me invaden cada vez que me acuerdo de ese individuo—, me aseguraron que se trataba de un crack del derecho, pero conmigo no lo ha demostrado, ¡desde luego que no! — Por la pinta de rico que tienes, seguro que no era de oficio. — ¡Por supuesto que no! —le confirmo con vehemencia y rabia—. ¡Menudas minutas he tenido que pagar al cabrón ese! — Veo que demostró ser mucho más hábil sacándote los cuartos, ¡que los años de condena! —me dice riendo—. ¿De dónde lo sacaste? —me pregunta a continuación con curiosidad, mientras sugiere que nos sentemos mediante un ademán. — Se trata de la pareja actual de la mejor amiga de mi esposa — le informo—. Ella nació en París, aunque es de padres españoles y lleva muchos años viviendo en nuestro país —le detallo algo más—. La pobre se quedó viuda hace un año inesperadamente. Tras unos meses en los que se encontró muy sola y triste, empezó a salir con el abogado ese, que se había divorciado en varias ocasiones. Recientemente, y tras poco tiempo de relación, decidieron empezar a vivir juntos en una preciosa y lujosa casa propiedad de ella. — ¿De dónde saca tanta pasta esa tía? ¿Es una puta cara? — ¡No seas tan mal pensado, hombre! —se lo desmiento rotundamente—. Brigitte, una mujer guapa y elegante, se casó con un multimillonario cuya fortuna le permitió a ella dejar de desfilar por las pasarelas de moda, pero no pudo evitar que el corazón le fallara a él, el día menos pensado, de repente y sin previo aviso. Una nueva demostración de que el dinero no lo consigue todo, supongo. 33

Las Cuentas del Prisionero — ¿Qué estaba haciendo el tío ese cuando la palmó? ¡Seguro que la diñó empalmado, después de una sobredosis de Viagra! — ¡Qué bruto eres! Ese hombre era diabético y precisaba pincharse insulina varias veces al día. Brigitte lo encontró muerto en la cama, cuando fue a despertarlo de una de sus siestas. Al no tener hijos ni más familia, ella se quedó con todo su patrimonio. — ¡Hay que joderse! —exclama mi refinado contertuliano—: mientras los pobres pedimos dinero, ¡los ricos piden salud! — Necesitamos lo que no tenemos, supongo… — Y digo yo —continúa hablando tras una breve pausa—, ¿y no mullaría esa mujer al ricachón ese para quedarse con toda su pasta…? —conjetura—. ¡Ya sabes cómo son las mujeres….! Si era ella la que le pinchaba la insulina, ¡para mi es una sospechosa clara! — ¡¿Pero qué estás diciendo, tío?! —exclamo riendo, tras escuchar su nueva ocurrencia—. ¡¿Qué tipo de amigas crees que tiene mi mujer?! Te aseguro que no son ni prostitutas, ¡ni asesinas! — Nosotros, aquí dentro, si hay dinero de por medio, no nos fiamos ni de nuestra sombra, ¿sabes? —se apresura a justificar su última hipótesis—. La pasta es el objetivo de todos, y ni te imaginas lo que la peña puede llegar a ser capaz para conseguirla. — El dinero no debe ser nunca considerado como un fin, sino como un medio para crear actividad económica y progreso colectivo. No es más que un recurso que debemos poner siempre al servicio de la justicia y la cohesión social. Por eso, es importante que todos sepamos lo básico del análisis financiero: debemos conocer cómo circula el dinero y cómo tenerlo bajo control. Si no conseguimos que el dinero sea nuestro subordinado, ¡se convierte en nuestro jefe! Es entonces cuando tenemos la tentación de decir que los Mercados tienen más poder que la Democracia. — ¡Deja de decir gilipolleces, y explícame más sobre el tipo ese que te defiende! ¿Cuándo lo conociste? —me pregunta curioso. — Fuimos invitados a una cena que organizaron, por todo lo alto, en el exterior de esa espectacular casa. Lo hicieron para dar a conocer oficialmente su relación y sus planes de boda. Llenaron de mesas el enorme jardín y situaron la pista de baile junto a una 34

El abogado increíble piscina desbordante cuyo límite se confundía con el mar. Te puedo asegurar de que se trataba de algo realmente exclusivo. — Puede que ese menda no sea tan buen abogado como te dijeron, pero está claro ¡que de tonto no tiene ni un puto pelo! — Durante esa fiesta, me lo presentaron como el mejor penalista que podía encontrar para defender mi caso. Insistieron tanto que me decidí por él, a pesar de que me causó muy mala impresión. De hecho, en el camino de regreso a casa, le dije a mi mujer que creía que me parecía un “guaperas” interesado, falso y vanidoso. La verdad es que no me generaba ninguna confianza. — ¿Eso pensaste…? —me pregunta, para que continúe. — Al acabar la cena —continúo dándole detalles, para que se siga haciendo una idea del tipo de persona que es—, se levantó e inició un “emotivo” discurso que inició agradeciéndonos a todos los invitados nuestra presencia. Continuó resumiendo la historia de la relación amorosa y declarando, con lágrimas en los ojos, su profundísimo amor por la mujer más maravillosa que había conocido en su vida. Terminó su cuidadosamente preparada puesta en escena, que simuló improvisar, dándole un apasionado beso y regalándole un enorme anillo, situación que provocó el aplauso de todos los presentes puestos en pie, ¡incluidos los músicos de la orquesta! Recuerdo que pensé: “¡qué imbéciles somos todos!” — ¡Qué cabrón el tío ese!— exclama, creo que poniendo más cara de envidia, o de admiración, ¡que de rechazo! — Pues, aunque te parezca mentira —le digo—, ese perfecto actor de teatro tiene engañada a mucha gente. Como persona no me gusta en absoluto, y como profesional tampoco me ha demostrado nada con su defensa. Está claro que tenía que haberme dejado llevar por la primera impresión y haber buscado otro profesional mejor. — La verdad es que tener que comerse 1.000 días de condena por escribir un libro…, ¿qué quieres que te diga, tronco?: eso no dice mucho a su favor como tinterillo… — El cálculo para determinar la duración de mi pena —le sigo explicando, pero con la sensación de que estaba utilizando un estilo no muy adecuado para el lugar— fue el siguiente: como la editorial 35

Las Cuentas del Prisionero acreditó que se habían vendido alrededor de 1.000 ejemplares, se estimó que eso podía hacer perder en torno a 20.000 horas a sus lectores. Por ello, me condenaron a 1.000 días de cárcel, a pesar de que el Fiscal pedía una condena superior, alegando que un mismo ejemplar podía ser leído por varias personas. Como te puedes imaginar, la sentencia obligaba además, como medida preventiva, a retirar de las librerías todos los ejemplares publicados aún no vendidos y, también, a prohibir su traducción a otros idiomas o su publicación en cualquier otro país de habla hispana. Tal como puedes ver, ¡un auténtico e increíble despropósito! — Mira que he visto marrones diferentes en todos los putos años que llevo comiendo condena, pero tan extraño como éste, te puedo asegurar que ninguno. ¿Cuál es el título de ese jodido libro? — Qué más da eso ahora… — ¡Vamos! —me grita impaciente. — “La Piscina de tus sueños” —le digo en voz baja, como si hasta yo estuviera también convencido de que se trata de algo delictivo, de algo de lo que realmente tuviera que arrepentirme. — ¡Ahora lo entiendo, tío! —exclama divertido—: te han enchironado, además de por robo, ¡por engaño! ¡¿Cómo coño vas a pensar que ese libro va de Finanzas, con ese título en la portada?! — Quizás tengas razón —le digo acomplejado—. La verdad es que lamento mucho haberlo hecho. Además de perder la libertad, estoy en peligro de perder a mi esposa…, ¡si no me ha pasado ya! — ¿Por qué dices eso? — La relación con ella se ha deteriorado mucho desde que empecé a escribir. Al dedicar todo mi tiempo libre a esa maldita y adictiva actividad, he tenido totalmente desatendida a mi familia. Como ves, ¡un desastre completo! Es como si toda mi organizada vida se hubiera venido abajo de repente como un castillo de naipes. — ¡Anímate hombre! —me dice sonriendo—: ya verás que este lugar no es tan negativo como parece. Yo siempre aconsejo a los novatos que no piensen sólo en lo chungo, sino que intenten sacar lo bueno de este sitio. Aunque te parezca extraño, aquí dentro hay buena gente y cosas positivas. Además, seguro que tu mujer te empezará a 36

El abogado echar de menos ahora que no estás en casa. Ya verás como se pondrá más cariñosa que nunca, cuando venga a verte. — Yo no estaría tan seguro de eso… —le digo preocupado. — No debería explicártelo, pero mis dos mejores churumbeles han nacido después de culear en unos “vis a vis” íntimos con mi chorba. Ahora me han concedido uno al mes, ¿sabes? —me dice frotándose las manos y poniendo los ojos en blanco. — Ya veo…—comento descolocado. — Los de azul se han dado cuenta de que así estoy más tranquilito, y de que les doy menos trabajo. Esos funcionarios hacen lo que sea para no tener que mover el culo demasiado. Y ahora que les han bajado el sueldo, ¡imagínate lo mosqueados que andan! — Eso está muy bien —le digo, forzando una sonrisa. — Ella siempre me viene empetada, ¿sabes? — ¡¿Cómo dices que viene tu mujer?! — Empetada…, cargada…, ¡con droga metida en sus partes! — Estoy convencido de que tú y yo nos podemos ayudar mucho mutuamente —le digo, siguiendo con mi táctica de cambiar de tema cada vez que me siento desubicado, incómodo o acorralado. — ¿Por qué lo crees? —me pregunta con interés. — Mientras yo te puedo enseñar cosas que te sirvan para gestionar tu negocio cuando salgas —continúo hablando—, tú me puedes enseñar lo que necesito saber aquí dentro. Y creo que lo más prioritario será el que intercambiemos argot: el primer paso tiene que ser saber cuál es el término adecuada para cada concepto. — Con el pico que tienes, colega, no entiendo cómo no supiste defenderte mejor durante el juicio….; ¡aunque también es verdad que tiene bemoles el nombrecito que se te ocurrió ponerle al librito! — exclama riendo—. No sé como cojones te llamas, ni me importa, pero tengo claro que aquí dentro te llamarás “Piscinas”. — ¿Cómo quieres que te llame yo a ti? En ese preciso momento, se escucha una potente sirena, e inmediatamente después se apagan las luces de todas las celdas. Es 37

Las Cuentas del Prisionero curioso observar como, en segundos, se pasa de un ruidoso alboroto general a un sepulcral silencio que paraliza la respiración. — Pronto sabrás mi nombre, Piscinas. Verás también que, en este módulo, no se mueve una puta hoja sin que yo lo ordene. — Estaba seguro de ello. — Nos han hecho el chape, ya —me informa—. Es hora de meterse en el sobre. Súbete a tu catre y tápate con la piojosa, que hace mucho frío por la noche. Vete mentalizándote de que pasarás una buena temporada durmiendo en este chabolo. — Eso me temo, sí —le digo con un nudo en la garganta. — Las noches se hacen muy largas a veces, sobre todo si le das demasiadas vueltas al coco. Si notas que te vienes abajo —añade con tono amable—, espera siempre a que amanezca antes de cometer alguna locura. Por la noche, las cosas se ven mucho peor. — Te agradezco mucho tus consejos —le digo, mientras voy subiendo a la litera de arriba por una escalera que da asco tocarla. — ¡Hasta mañana, Piscinas! —me dice, mientras se tapa con la manta y se da la vuelta, provocando un espantoso ruido de muelles. Inmediatamente, empieza a roncar ruidosamente. No creo que pueda pegar ojo en toda la noche. Además, no sé cómo voy a poder pasar sin mi Blackberry y sin mi iPad. El no tener esos aparatos, sin los que vivía tan feliz hace unos años, me produce una sensación de privación de libertad mucho mayor que el hecho de estar entre rejas. Tumbado en la cama, y con las manos por detrás de la nuca, miro hacia la ventana. Hace una fría noche de luna llena. Observo como un rayo de luz blanca penetra entre los barrotes de la ventana, iluminando la celda. Decido ponerme de lado y acercarme al borde de la cama para observar todo desde arriba. Formando parte de “la cuidada decoración”, llama la atención un equipo de música con dos enormes altavoces, los cuales ocupan una parte importante del espacio. Siguiendo el recorrido del haz de luz de luna, observo como termina proyectándose sobre la nuca del grandullón. Eso me permite descubrir unas grandes letras tatuadas en la parte posterior de su cuello, con lo cual averiguo de qué forma llaman aquí dentro al peculiar compañero de celda que me ha tocado en suerte. 38

El recuento matutino — ¡Despierta, Malamata! —exclama el funcionario de prisiones al pasar por delante de nuestra celda, mientras verifica la presencia de todos los reclusos de la galería—. En diez minutos, ¡a desayunar y al patio! —nos ordena en voz alta—. ¡Vamos, vamos, moveros! — ¿Sabes si me han concedido el permiso de salida que pedí la semana pasada? —le pregunta mi compañero de celda al guarda, mientras permanece todavía tumbado en su camastro. — Todavía no —le contesta escuetamente. — Pues como no me lo concedan, ¡me voy a cagar en toda la familia de los miembros de la Junta! —exclama gritando como un energúmeno, a la vez que salta enérgicamente de la cama, como si estuviera impulsado por sus viejos y escandalosos muelles. — ¡Tranqui, tío! —le replica el funcionario con una actitud que suena a advertencia y a intento de demostración de autoridad. — Ya he cumplido más de la mitad de mi puta condena, ¡y tengo derecho, al menos, a unos días de permiso fuera del talego! — continúa quejándose el boxeador, aunque moderando algo su tono, mientras se agarra a los barrotes de la puerta e introduce su cara entre dos de ellos—. ¡No voy a quebrantar, cojones! —añade enfadado—. Tanto rollo con que tenemos que irnos preparando para readaptarnos a la vida en libertad —continúa quejándose—, y luego nos niegan la mayoría de los permisos que pedimos. Todo el jodido día rellenando esa mierda de instancias, ¡para luego nasti de plasti! — Os digo siempre que no perdáis la esperanza, pero sin haceros ilusiones —le vuelve a replicar el funcionario, al que se le notan la seguridad y la confianza que dan “las horas de vuelo”—. Recuerda que tienes un parte por sanción grave tras una agresión a otro interno, que sigues consumiendo drogas y, sobre todo, ¡que te niegas a asistir a los cursos de formación! Y, como bien sabes, todos ellos son requisitos básicos para la concesión de los permisos. 39

Las Cuentas del Prisionero — Si me hablas de estudios, tío, ahora tengo el mejor profesor del talego…, ¡y sin que tenga que salir de esta mierda de chabolo! — le dice al separarse de la puerta, y mientras se acerca hacia mí. — ¡¿No me digas?! —le pregunta el funcionario con sorna. — ¡Le presento a Piscinas, jefe! —le dice, mientras me agarra y me mira como si se sintiera muy orgulloso de tenerme como compañero de celda—. Este primerizo me enseñará todo lo que necesito saber para llevar bien las cuentas de mi propio negocio, cosa que pondré en marcha en cuanto consiga el régimen abierto. — ¡Venga, moveros! —exclama el hombre de azul, mientras sonríe, mueve su cabeza ostensiblemente y prosigue su marcha. — Vamos a asearnos un poco y, luego, ¡a papearnos el piri!, Piscinas —me dice el boxeador tras la marcha del vigilante—. En el comedor, empezarás a conocer a los compis que están encerrados en el módulo. Diremos que eres mi machaca, para que te respeten. — Me parece bien… —le digo con resignación. — Ese es nuestro trato, Piscinas: tú me enseñas a sobrevivir fuera, ¡y yo te enseño a sobrevivir dentro! En el talego, hay una cosa sagrada, además de la mujer de un compi: ¡la palabra dada! — Fuera de aquí, te aseguro que yo también doy el mismo valor a un acuerdo verbal que a uno escrito. — Pero no olvides nunca jamás, Piscinas, ¡que el que manda aquí dentro soy yo! —me recuerda forzando un grito, elevando sus cejas y señalándome con los índices de sus dos manos a la vez, como si me estuviera apuntando con sendas pistolas. — ¿Nos vestimos y nos vamos? —le sugiero. — Venga, empieza tú, porque no hay sitio para los dos a la vez —me ordena, a la vez que se vuelve a tumbar en su cama—. En estos chabolos nos meten a dos mendas como si fuéramos animales, a pesar de que fueron construidos para que malviviera un sólo tío. — Si te quejas de poco espacio, ¿no crees que estos altavoces ocupan demasiado? —le pregunto al sortearlos, con la esperanza de que no se lo tome como una crítica, sino como una recomendación. — ¡Mucho opinas para acabar de llegar, tío! 40

El recuento matutino Abro el petate, que había dejado en el suelo junto a la litera, y coloco mi neceser y mi ropa sobre los altavoces, después de que hubiera echado un vistazo a la zona y de que hubiera descartado el colocar mis cosas en el suelo o sobre la taza del inodoro sin tapa. Inmediatamente después, le miro y le pido su aprobación: — Espero que no tengas inconveniente en que coloque mis cosas aquí, sobre los altavoces, pero no veo un sitio mejor… — Hazlo, pero como se caigan al suelo ¡no lo cuentas! —me autoriza a la vez que me amenaza—. ¡Tienen mucho valor! — Tendré cuidado —le digo, mientras me muevo con cuidado por ese espacio tan reducido, sucio y desordenado. Mientras me voy arreglando, voy pensando en que, si mi familia me estuviera mirando por un agujerito, se estaría partiendo de risa. El hecho de que una persona amante del espacio, de la luz y de la decoración minimalista se encuentre atrapado en un lugar pequeño, oscuro y atestado de objetos viejos y sucios no dejaba de ser un chocante capricho del destino. Además, ¡¿cómo le voy a explicar a este grandullón de comportamiento tan primario que el Orden y las Proporciones son dos conceptos clave en Finanzas?! — ¡Joder, Piscinas: yo no he recibido la invitación para la boda de hoy! —oigo como se dirige a mí, con voz socarrona, al ver tumbado desde su cama cómo me voy acabando de vestir. — ¿Cómo dices? —le pregunto descolocado. — ¡¿A dónde coño te crees que vas vestido así, tronco?! —me pregunta riendo—. A mí me parece que el plan que tienes para hoy, tío —añade carcajeándose—, es únicamente ir al comedor, al patio y al socio…; ¡y no creo que, en “la invitación” que te enviaron a casa, pusiera que se necesita ir vestido de etiqueta! — Me he puesto este jersey, porque es el que me regaló mi mujer la semana pasada por mi cumpleaños —le digo cortado, como justificándome, pero sin haber sido consciente de que me estaba poniendo una pieza de ropa especial o inadecuada. — ¿También son nuevos esos bardeles tan guapos? —me pregunta mirándome a los pies, creo que refiriéndose a mis zapatos. — Sí, también son un regalo de ese día. 41

Las Cuentas del Prisionero — ¿Cuántos años cumpliste, julandrón? — Cuarenta y nueve —le contesto tras darme la vuelta y acercarme a la litera—. ¡Es increíble lo rápido que pasa el tiempo! — Pues si te quejas de que el tiempo te ha pasado muy rápido, estás de suerte, Piscinas: ¡verás que, aquí dentro, cuesta ir tachando días de condena en el calendario! —exclama, mientras me aparta bruscamente con su brazo, se sitúa delante del sucio lavabo y se mira en el espejo—. ¡Aquí te haces un experto en contar tiempo! — Pues ese gran entrenamiento que te ha dado la cárcel sobre los periodos de tiempo te será de gran utilidad para las finanzas. Verás que es muy sencillo: las cuentas financieras no hacen otra cosa que cuantificar la situación patrimonial de la empresa al inicio y al final de un periodo de tiempo y, también, los ingresos y los gastos que se han generado durante ese mismo periodo de tiempo. — Fíjate si tengo callo calculando los tiempos de condena de la peña—continúa hablando sin haberme prestado atención—, que te apuesto lo que quieras a que antes de tu próximo cumpleaños estarás en libertad. Y si no, ¡al tiempo! —concluye con suficiencia. — ¡Espero que tu pronóstico sea acertado! — Ya verás como, en pocos días, te harás amigo del baranda. — ¿De quién dices? — Del doble, del director del centro —me explica el significado de ese nuevo término de argot carcelario, mientras se va paseando la cuchilla de afeitar por su brillante cuero cabelludo. — Si termina pasando eso que pronosticas, y tú me ayudas a conseguirlo, Malamata, yo intentaré que te concedan a ti también beneficios penitenciarios. En la empresa, ¡el trabajo en equipo es la clave! —le digo sonriendo, justo en el momento en el que se abren automáticamente las puertas de todas las celdas de la galería. — ¡Qué jodido negociante estás hecho, Piscinas! —exclama riendo, inmediatamente después de haberse colocado un usadísimo jersey rojo de lana gruesa, seguramente tejido por su mujer, y mientras me empuja con fuerza hacia el exterior de la celda.

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El comedor Tras unos largos minutos bajando escaleras y recorriendo pasillos ruidosos y abarrotados, durante los cuales todos los reclusos con los que nos hemos ido cruzado me han repasado de arriba abajo descaradamente, llegamos al comedor de nuestro módulo. ¡Estoy aterrado! No puedo quitarme de la cabeza las palabras del funcionario de ingresos: “no pierdas la calma y estate siempre alerta, ¡porque nunca sabes lo que te deparará cada día!” Una desagradable combinación de emociones varias, entre las que identifico claramente la impotencia, el miedo y la vergüenza, me obligan a pararme justo en el momento que cruzamos el umbral de la puerta. Echo un vistazo general rápido a una enorme sala llena de largas mesas rectangulares con bancos a ambos lados. El espacio está atiborrado de internos que están o sentados o andando en busca de un hueco libre para hacerlo. El ruido es ensordecedor. — ¡¿A qué esperas, Piscinas?! —me pregunta Malamata en el momento que me tira del brazo con fuerza—. ¡Empieza a rular! — A nada, a nada… —le respondo como un autómata al reiniciar lentamente la marcha. — Por mucho que vayas con el Kie, no olvides nunca que, en el comedor, siempre tienes que buscarte un sitio de espaldas a la pared —me recomienda un preso que pasa por mi lado en ese mismo momento—. Si a algún menda se le va la olla, y se lía a bandejazos con el que primero pilla, ¡mejor que lo veas venir! — Como vuelvas a hablar a mi compi de chabolo sin mi permiso, jilorio, ¡te clavo este pincho hasta el alma! —le recrimina enérgicamente el boxeador, a la vez que le aprieta el cuello con la mano izquierda y le acerca a la cara un objeto punzante, de fabricación casera, que agarra con su mano derecha—. ¡Aire, aire! — ¿Quién es ese tipo? —le pregunto, después de que se hubiera ido refunfuñando, mientras me señala nuestros asientos. 43

Las Cuentas del Prisionero — Le entró el siroco y mulló a su jefe tras muchos meses sin cobrar la paga. Las empresas sólo despiden a los trabajadores, pero hay muchos empresarios chungos a los que deberían echar también. — Claro, claro… —le digo convencido de que tiene razón…, ¡si bien le hubiera dicho exactamente lo mismo en caso contrario! — Ese menda es una ruina con el bicho, ¡y que pasa de todo! — continúa dándome información sobre ese interno. — ¿Cómo? —le pregunto en el momento que nos sentamos en el largo banco de madera situado a lo largo de nuestra mesa. — Los compis que se están comiendo condenas muy largas y, además, tienen el virus del sida, no tienen mucho que perder aquí dentro, tío —me explica ahora el recluso que está sentado enfrente de mí, tras escuchar mi pregunta y ver mi cara de desconcierto. — Gracias por la aclaración —le digo, ya ocupando mi sitio. — Me llaman el Merca, ¿sabes? —se presenta a continuación, hablando con un inconfundible y cerrado acento gallego, mientras me extiende su larga y deformada mano, a la que le falta un dedo. — Mucho gusto —le digo en el momento que me veo en la obligación de estrecharle su mano tendida por encima de la mesa. — Y éste tan serio de aquí es el Jari —continúa hablándome, para presentarme al interno que tiene sentado a su lado. Se trata de un hombre moreno, peinado hacia atrás, con una perilla de barba muy negra, patillas largas y anchas, y que lleva puesta una espantosa sudadera de rayas verdes y blancas. — Hola —le digo escuetamente, tras percibir cierta hostilidad en su mirada, y al observar que no tiene ninguna intención de darme la mano, tal como acaba de hacer su compañero de mesa. — ¿Ti es daquí ou ves a festa? —me pregunta el hombre que se identificó con el nombre de Merca al ver la actitud distante del otro, algo que interpreto como una expresión típica gallega. — ¿Cómo dices? —le pregunto nervioso e inseguro. — El compi gallego quiere saber que “si eres de aquí ¡o vienes de fiesta!” —oigo traducir la frase a otro preso que, en ese justo

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El comedor momento, pasa por detrás de mí en dirección a su mesa—. ¡Manda cojones como te has vestido, pringao! —añade riendo. Es evidente que soy el centro de todas las miradas. Soy consciente de que todo el mundo aquí está pendiente de hasta el más mínimo movimiento de toda persona que aparece por primera vez. El sentirme tan observado me provoca esa desagradable sensación de que los nervios me impiden pensar con claridad y actuar con espontaneidad, lo cual me puede perjudicar enormemente. Sé que tengo que seguir haciendo un esfuerzo para comportarme con naturalidad y confianza, pero no sé si lo acabaré consiguiendo… — Nuestro nuevo compi se llama Piscinas —se apresura a explicarles Malamata de manera cordial, lo cual me hace pensar que esos dos tipos deben ser personas de su confianza—. El primerizo y yo hemos hecho un trato —les sigue informando el boxeador—, por lo que no quiero que le pase nada. ¡¿Entendido?! — ¿Podemoh zabé de qué va el rollo con ezte niño bonito? — pregunta, forzando un típico seseo andaluz, ese tipo malencarado, fornido y con cara de listo que está sentado al lado del gallego, y que tiene toda la pinta de ser la mano derecha del boxeador. — Os lo explicaré en el patio —le responde Malamata—. Hay mucho pipa chafardero con las antenas puestas que buscan información para chismorrear en los corrillos. ¡Empezad a jalar! — Si no nos quieres contar lo de vuestro trapi ahora —insiste el Jari en su demanda de explicaciones—, dinos, al menos, qué cohone ha hecho este menda pá que lo metieran aquí. — ¿Por qué te interesa tanto? —le pregunto yo. — ¡Porque tienes pinta de no haber roto un plato en toda tu puta vida! —me responde con agresividad y de muy malos modos, haciendo desaparecer el seseo en su hablar de repente. — ¡A este menda le han acusado de robar tiempo, troncos! —les informa su jefe carcajeándose—, ¡y por eso lo han metido en el talego…! ¿Cómo se os queda el cuerpo al escuchar esto…? — ¿Y tú te has tragado eso de verdad, Malamata? —le vuelve a preguntar, demostrando de nuevo que no le teme demasiado y, también, que es capaz de hablar sin el más mínimo acento andaluz. 45

Las Cuentas del Prisionero — ¡He dicho que hablaremos de eso en el patio, Jari! —le responde irritado al verse obligado a recordarle su nivel jerárquico. — ¿Puedo saber el significado de Kie? —intervengo yo ahora. — Es el puto mandamás del módulo, el que corta el bacalao, carallo —me responde el hombre alto, delgado y con pocos dientes, que se me presentó primero—. Un buen Kie siempre tiene machacas para lavarle la ropa, para el turno del teléfono o del economato y para algún que otro favorciño sexual, ya sabes… —me explica ese interno de aspecto tranquilo y actitud cordial, mientras sorbe la leche de su tazón haciendo un ruido enorme. — ¿El turno del economato dices? —les pregunto, tratando de olvidar la última tarea de los machacas que acaba de relacionar. — El Economato es nuestro supermercado taleguero, novato — interviene el Jari con un tono menos hostil ahora, masticando a dos carrillos y mostrando el contenido del interior de su boca. — Allí nos venden lo más básico que podemos necesitar aquí dentro —continúa el Merca con las explicaciones—: bebidas, comidas, tarjeta de teléfono, papelería o productos para limpiar tu chabolo. Todo lo que compras, te lo cargan en tu Peculio. — Eso último sí que me suena —les digo—. En el módulo de ingresos, mientras me cacheaban y me quitaban el teléfono móvil y todo el dinero efectivo que llevaba, me explicaron que, aquí dentro, siempre debía usar la tarjeta con cargo a mi cuenta de Peculio. — En el talego, el dinero de la calle está prohibido —me recuerda Malamata, a la vez que sumerge su bollo en la leche—. Por eso mismo —continúa—, tus familiares deben meter dinero en tu cuenta de Peculio. Además —añade—, tú tienes pinta de que te puedan ingresar mucha pasta cada semana. O sea, que además del Economato, ¡también podrás ir a comprar al Demandadero! — De eso no me hablaron en mi ingreso —les digo. — Si necesitas algo que no está en el Economato, y en tu Peculio hay suficiente jurdó, puedes rellenar una instancia para pedir que te lo traigan desde una tienda de fuera —me informa Malamata—. Aquí, en el talego, ¡te darás cuenta de que hay que usar las jodidas instancias para todo! 46

El comedor — ¿Qué puedes comprar en el Demandadero? —les pregunto. — Te daré un ejemplo práctico que entenderás a la primera, Piscinas —se apresura a responderme Malamata riendo—: ¡la tele que necesitamos para nuestro chabolo! — ¡Que sean dos cajas tontas! —exclaman al unísono los dos “distinguidos” compañeros de desayuno que tenemos enfrente. — ¿Os pensáis que soy millonario? —les pregunto sonriente, haciendo esfuerzos por mostrarme ¡como un compañero más! — Fíjate que fácil te lo ponemos, Piscinas, si quieres que no te pase nada aquí dentro, ¡y que nadie te sobe el hocico! — ¿Qué nadie me sobe el hocico? — En el patio —se ríe el Merca, mientras le da un codazo al tipo que tiene a su lado, como si quisiera forzar su carcajada—, verás que hay muchas fieras viejas en busca de gacelas inofensivas. — No cabe duda de que sois buenos negociando —les digo resignado tras el chantaje, mientras pienso que, en la primera comunicación que logre tener con mi mujer, tendré que decirle que ingrese suficiente dinero en mi cuenta corriente, en mi Peculio. — El talego enseña mucho, es una escuela fetén, ¿sabes? — interviene Malamata—: mientras cumples condena por algo que hiciste mal…, ¡aprendes a hacerlo mucho mejor para cuando lo vuelvas a intentar! —exclama sarcásticamente, mientras se ríe. — De todas formas —les digo inmediatamente después de verme obligado a reírle la ocurrencia—, no creáis que me queda mucho dinero ahorrado: he pagado una fortuna en minutas del abogado durante todo el proceso judicial. ¡Y lo que me queda…! — ¡No parece que te ha servido de mucho, carallo! —afirma el flaco con su inconfundible acento y de manera muy expresiva, lo que provoca las ruidosas carcajadas de los otros dos. — ¡Su tinterillo se folla a la mejor amiga de su mujer, que está muy buena y forrada, por cierto! —vuelve a meter baza Malamata, con la intención de “ponerle más salsa” a la conversación. — Mientras no pace a hacehlo con zu mujé, aprovechando que ahora su maridito estará ausente durante una buena temporada, 47

Las Cuentas del Prisionero ¡tranquiloh! —se le ocurre decir al Jari, exhibiendo todo su malaje, como si se tratara de un concurso que consistiera en ver quién dice la burrada más gorda para provocar la carcajada y la burla general. — ¡Eso no ha tenido gracia! —le digo ofendido. — ¡¿Quién cojones te crees tú para decir lo que tiene o no tiene gracia aquí dentro, guaznai?! —me recrimina el Jari gritando como un energúmeno, a la vez que se abalanza sobre mí, pasando por encima de la mesa y volcando los tazones de leche. — ¡Tranquilízate, tío, que nos van a meter un parte y se nos va a tomar por culo el informe de buen comportamiento para conseguir el tercer grado! —le dice su compañero, mientras le coge del brazo y tira de él hacia atrás para intentar que vuelva a sentarse. — No serías el primer pringao que está aquí dentro, mientras su abogado se chiba todos los días a su mujer y hace todo lo posible para que no le den permisos o le rebajen el tiempo de condena —me advierte con toda su mala sombra, mientras forcejea con el Merca. — Venga, tíos, ¡haya paz y buen rollo! —ordena nuestro Kie, mientras me quedo pensativo con la posibilidad de que pueda llegar a pasar lo que acaba de decir el animal ese, algo que no se me había pasado por la cabeza hasta ahora…, ¡desde luego que no! — Vamos a campanearnos un poco para relajarnos y rebajar la tensión —propone el Merca, mientras se sube la cremallera de su chándal de color azul eléctrico y de mangas blancas. — Campanear es dar vueltas por el patio —me explica el jefe de mis profes talegueros, al verme pensativo—. Pasarás un montón de horas allí dando garbeos o enredando con algún tejemaneje. Sólo está permitido estar dentro del chabolo por la noche o durante la siesta. El resto del tiempo, si no quieres chupar patio, puedes ir al gimnasio o a los talleres de reinserción. Así llenamos los días, los meses y los años: ¡nuestros periodos de tiempo! —concluye riendo. — En el patio, tienes que hacerte respetar desde el primer momento —me recuerda Merca—. No lo olvides, Piscinas: sal ahí fuera sin miedo. No vayas de chulo, pero tampoco te dejes pisar. Todos te estudiarán y, si ven que haces perla, ¡estás perdido! — Gracias por el consejo, Merca —le digo muy preocupado. 48

El comedor — ¡Pero no vuelvas a vestirte así, carallo! — Lo tengo claro, lo tengo claro… — ¡Y deja de darle vueltas a la jodida broma del Jari, carallo! —me sigue recomendando ese preso larguirucho, con tono cordial y con un sonrisa que pone al descubierto una dentadura en la que sobreviven escasos dientes ¡todos ellos del color del alquitrán! — Lo intentaré —le digo con cara de agradecimiento. — ¡Perro ladrador, poco mordedor! —me sigue hablando el gallego, refiriéndose al comportamiento impulsivo del andaluz. — Antes de entrar en el talego —me explica el boxeador, a la vez que nos vamos levantando los cuatro de la mesa—, el Jari se dedicaba a cobrar las cuentas de clientes morosos. Hacer eso todos los días termina pasando factura y jodiendo el carácter, ¡como puedes ver! Es un buen tío —añade a continuación—, ¡ya lo verás! — El descenso del Betis a 2ª división y el cachondeo que tiene que soportar de los sevillistas tampoco ayudan —mete baza de nuevo el hombre con el escudo del Depor cosido en su chándal, mientras bromea empujando a su compañero hacia donde yo estoy. — ¿Colegas? —me pregunta el Jari, poco convencido, después de ver la cara que le ponía Malamata, notándose que está haciendo un esfuerzo por tenderme la mano sin mirarme a los ojos. — ¡Claro! —le respondo, tras aceptar su propuesta, pero pensando que de buena gana le hubiera mandado a la mierda. — El tipo con el que estás haciendo las paces —me habla el Kie—, lleva aquí unos añitos por ponerse violento con su jefe. — ¿De veras…? —pregunto. — Nuestro compi “se olvidó” de entregar en su empresa el dinero que iba consiguiendo cobrar de los clientes morosos —me explica—. Las pastillas que toma aquí dentro ¡son para recuperar la memoria! —añade riendo, satisfecho tras su demostración de capacidad para la resolución del incidente entre sus subordinados. Tras el “agradable” desayuno, y el pacto de no agresión con ese hombre que espero sea mejor de lo que parece a primera vista, empezamos a caminar los cuatro juntos en dirección al patio. 49

Las Cuentas del Prisionero — Aunque quizás te sorprenda por lo poco que llevas visto, quiero que estos dos mendas sean mis socios en ese negocio que quiero montar fuera, cuando salga en libertad —me informa Malamata, mientras avanzamos—. Tengo pensado que cada uno se dedique a lo que sabe hacer mejor, a su especialidad aquí dentro. — ¿A su especialidad, dices? —le pregunto. — ¿Te gustaría saber la razón de sus nombres? — ¡Naturalmente! —le respondo ansioso. — En el talego, a las deudas por drogas les llamamos Jari —me informa el boxeador—. Por eso —añade señalando a uno de sus hombres—, éste se encarga de que se vayan cobrando…, o bien con dinero…, ¡o bien con sangre! Ahora que se está medicando con Metadona, todo funciona mejor —concluye con ironía. — Casi todas los caneos y broncas que veas aquí dentro, son por deudas —me explica el flaco—. Cuando vendes fiado, te arriesgas a que no te paguen en el momento que has pactado. — Y me imagino que el Merca se encarga de la mercancía — intervengo yo ahora, tras un deducción lógica elemental. — ¡Exacto! —me ratifica Malamata—. Al gallego le cayeron diez años por unos kilos de perica que le descubrieron en el aeropuerto de Madrid, tras un viajecito que hizo a Colombia con un colega suyo…, al que conocerás en el patio más tarde, por cierto. — Los funcionarios son los primeros interesados en que la droga circule por el patio: ¡la peña está mucho más tranquilita si consume! —me informa el gallego, tras darse por aludido. — Entiendo —le digo, permaneciendo muy atento a todo y notando todos mis músculos contraídos por la tensión nerviosa. — O sea, ¡que todos contentos! —añade el Merca—: mientras nosotros hacemos negocio trapicheando con nuestras historias, ¡los basaris se pueden tocar los barés a dos manos en la pecera! — Mientras el Merca se encarga de conseguir el chocolate, la dura y las pastis, y el Jari vigila las deudas de los compis, yo me encargo de que siempre haya dinero suficiente en el Peculio — continúa Malamata explicándome los detalles de su operativa. 50

El comedor — ¿Sabéis una cosa que quizás os sorprenda? —les pregunto a los tres, después de haber improvisado una ocurrencia que espero me sirva para ir ganándome el respeto de todos estos inquietantes individuos—: acabáis de relacionar las tres partes de lo que los financieros llaman el Activo Corriente o Activo Circulante. — ¡¿Cómo dices?! —me pregunta el grandullón rapado, frunciendo mucho el ceño y levantando sus musculosos brazos. — Las Existencias, los Deudores y la Tesorería son las tres grandes partes del Activo Corriente —les repito—. Vosotros utilizáis los términos de Merca, Jari y Peculio para referiros exactamente a los mismos conceptos. Como veis, sólo cambian las palabras, los términos, ¡pero no los conceptos a los que se refieren! — ¿A ti se te ha ido la olla, Piscinas? —me pregunta Merca, forzando una extraña mueca—. ¡¿Qué cojones estás diciendo?! — Por lo que voy viendo —intento explicarme para evitar un nuevo intento de agresión—, aquí, en el talego, pasa algo parecido a lo que ocurre con las Finanzas: se utiliza una jerga especial, sólo aparentemente complicada, para referirse a conceptos o a cosas de sentido común que conocemos todos. El truco consiste en ordenar los conceptos que tenemos confusamente amontonados en nuestra cabeza, y después asignarles el nombre técnico adecuado. — ¡Nos ha jodido el observador éste! —exclama el Jari. — Si partimos del término y queremos deducir su significado intuitivamente, podemos equivocarnos —persisto en el intento—. En cambio, si partimos del concepto, enseguida encontraremos el nombre que los especialistas utilizan para referirse a él. Esa es, precisamente, una de las primeras recomendaciones que me gusta dar, cuando hablo de finanzas básicas con personas que las odian. — Piscinas nos enseñará cómo llevar las cuentas, para cuando salgamos del trullo, tíos —les revela Malamata ahora el pequeño secreto que les tenía guardado durante el desayuno. — La mercancía entra en las existencias cuando se la compramos al proveedor y sale cuando se la vendemos al cliente — me decido a seguir hablando—. Si la venta la hacemos a crédito, aumenta el valor de la cuenta de clientes deudores, de las cuentas a 51

Las Cuentas del Prisionero cobrar. Cuando, posteriormente, cobramos las deudas a los clientes, entonces se incrementa la tesorería. Y ese dinero líquido que va entrando en tesorería lo necesitamos para ir atendiendo los compromisos de pago: las facturas de proveedores y acreedores, las nóminas, los alquileres, los intereses, los impuestos, etc. En eso consiste el circuito de la operativa cotidiana de la empresa. — Eso se entiende fácil —afirma mi compañero de celda. — Como las existencias, las cuentas de clientes y la tesorería están en constante movimiento durante el ciclo de operaciones habituales de la empresa —concluyo la argumentación—, los financieros les llaman Activos Corrientes o Circulantes. — ¡Joder, Piscinas! —exclama el Merca—: mira que se complican la vida sin necesidad esos extraños tipos, poniendo esos nombrecitos tan complicados a cosas tan sencillas. — ¡Lo mismo podrían decir ellos de vosotros! —exclamo sonriente—, si escucharan que llamáis Merca, Jari y Peculio a lo que ellos llaman Existencias, Deudores comerciales y Tesorería. — Puede que tengas razón, carallo —me admite el gallego, mientras me da un empujón amigable y me sonríe. En ese momento, observo de reojo como el Jari le tira del brazo a mi compañero de celda, para poder decirle algo de manera confidencial, aprovechando que el gallego me tiene distraído. — ¡Yo no me fío de él! —puedo leer perfectamente en los labios del Jari, gracias a la habilidad que he ido adquiriendo tras el curso de formación que hice el año pasado—. Este menda no me mola ni un tanto así, ¿sabes? —creo que añade, algo coherente con la expresión de su cara y el movimiento de sus manos—. Me da muy mala espina. Quisiera saber qué hace aquí. ¡Yo no me trago su historia! —observo como termina diciéndole en voz baja. — ¡Sé que nos miente! —le responde el grandullón—. El boquera de ingresos me lo explicó todo al pedirme permiso antes de chaparlo en mi chabolo —creo que añade—. Engañó a la gente aprovechándose de su buena fe y de su ignorancia financiera — observo como vocaliza muy claramente, mientras me vigila mirándome por encima del hombro del temperamental andaluz. 52

El patio Minutos más tarde, nos encontramos cruzando el umbral de una de las puertas que da acceso al patio de nuestro módulo. Repaso visualmente el lugar absolutamente aterrorizado y sin todavía poder creerme lo que me está pasando. Es ciertamente impactante sentirme obligado a permanecer varios años dentro de un espacio cerrado, rodeado de altas y sucias paredes de hormigón, plagadas de graffitis y que acaban en alambradas retorcidas y oxidadas. Este lugar, al que el destino me ha arrojado tan bruscamente, está abarrotado de reclusos. El grado de hacinamiento evidencia la sobresaturación del centro penitenciario. Algunos internos juegan a baloncesto en un campo con las rayas casi totalmente desdibujadas y con unas canastas que no han debido generar ningún gasto en reparación y conservación durante muchos periodos de tiempo. Otros presos matan el tiempo chutando un balón deformado con la intención de introducirlo dentro de unas porterías de balonmano que están claramente amortizadas. También hay, en los márgenes del patio, varios bancos de madera ocupados por reclusos que charlan y se carcajean. Me fijo en que el resto de mis obligados y nuevos compañeros, que pasean o trapichean en grupos poco numerosos. Afortunadamente, no observo peleas por ajustes de cuentas o por cualquier otra discrepancia grave, pero tampoco funcionarios a los que pedir protección, si la cosa se complica. Está claro que todos los internos han advertido ya mi presencia. Si, en este momento, me concedieran un deseo que no fuera el de recuperar esa libertad que no valoraba mientras la tenía, supongo que pediría ¡el don de la invisibilidad! Me siento realmente tenso y asustado. La escena que contemplo me recuerda el viaje que hicimos a Kenia hace unos años: un lugar en el que depredadores, herbívoros y carroñeros buscan su espacio y su supervivencia. No obstante, me tranquiliza algo el pensar que todos deben saber que estoy bajo la protección de Malamata, el Kie del módulo. 53

Las Cuentas del Prisionero — ¡¿Has visto cuanta basca hay aquí dentro?! —me pregunta el grandullón rapado en el momento que damos los primeros pasos por el patio—. ¡¿Te esperabas ver este ambientazo, Piscinas?! — Sabía que la prisión estaba muy llena, pero tanto… — Pues éste es el mayor espacio de libertad que tenemos los mendas que estamos clasificados en 2º grado —me sigue hablando. — Si lo comparas con la calle, te parecerá un ful chungo— interviene el Merca, que está caminando a mi derecha—, pero te aseguro que, cuando sales del chopano, ¡esto lo encuentras fetén! — Chopano es como llamamos a los chabolos de aislamiento — se apresura Malamata a explicarme, con la intención de evitar mi pregunta—. A los troncos que están clasificados en 1er grado, les encierran 22 horas al día, y sólo les dejan salir al patio durante 2 horas. ¡Imagínate lo que es eso! No les dejan relacionarse con el resto de la peña, porque, en esas dos putas horas, el resto estamos chapados en nuestros chabolos. Además, les vigilan todas las comunicaciones, tanto sin son por teléfono, por carta o por cristal. — Te recomiendo que no te metas en ningún berenjenal, para que no tengas que probarlo nunca, Piscinas —me advierte el Merca ahora, mientras observo como el iracundo del Jari permanece andando un paso por detrás de nosotros, escuchando nuestra conversación en silencio—. No lo olvides nunca: si jipias a algunos caneándose, tu vete a tu blondy y no te metas en movidas. — El Merca y yo —me habla Malamata— sabemos bien lo que es estar en régimen de aislamiento una buena temporada. Tener que dormir en un cangrejo, ¡no se lo deseo ni a mi peor enemigo! ¡Un auténtico infierno! ¡Es como la cárcel dentro de la cárcel! — ¡Caramba! —exclamo al imaginarme esa celda de castigo. — Estás tantas horas chapado y dándole vueltas al tarro, ¡que puedes terminar haciendo locuras! —me detalla el gallego—. Muchos de los compis se desesperan y se chinan para quitarse de en medio…, ¡pero nosotros conseguimos sobrevivir! — Yo también me corté las venas una vez que se me fue la olla —me confiesa el boxeador—, pero ya sabes lo que dice el refrán, Piscinas: “¡Mala mata nunca muere!”. 54

El patio — Por lo que me estáis contando —les digo—, observo que todos los presos estamos clasificados en cuatro grupos o grados: el primero o de aislamiento, el segundo u ordinario, el tercero o de régimen abierto y el cuarto o de libertad condicional. — ¡Nos ha jodido el menda éste con su gran talento y con su descomunal inteligencia! —se decide el Jari a intervenir ahora, de una forma desagradablemente sarcástica y vehemente. — ¿Por qué dices eso, Jari? —le pregunto molesto, girando la cabeza hacia atrás para ver la expresión de su cara. — ¡Mayormente porque me sale de los huevos! —me replica violentamente, con expresión retadora y acercándose a mí con furia. — ¿De qué va la vaina que está contando este nuevo man? — oigo una voz nueva, con acento sudamericano, que veo que procede de un hombre que se une al grupo ¡en un momento muy oportuno! — ¡Este primerizo no sé que coño se ha creído! —le contesta el Jari sin relajar su mirada fija y desafiante—: dice que nos quiere dar lecciones de no se qué hostias, cuando no es más que un pringao al que hay que explicarle lo que significa cada puta palabra. — ¡Este man siempre está rallado con alguna vaina! —me dice el hombre que acaba de aparecer en escena, refiriéndose al malhumorado del Jari—; pero usted no tema por ello —añade muy educadamente— porque, en el fondo, es un rolo con buen corazón. Ya verá como enseguida se le pasa la berraquera y ustedes acabarán siendo buenos compis —acaba su pronóstico riéndose, mientras me extiende su mano de manera muy cordial. — ¿Cómo estás, Medellín? —le pregunta Malamata ahora, revelándome así la ciudad de procedencia del recluso que acabo de conocer; si bien sus rasgos físicos de indígena latinoamericano me habían proporcionado ya buenas pistas sobre su nacionalidad. — Justo regreso de conversar con unos manes que necesitan más garlopa —le contesta el colombiano—. Ya sé que el Jari me va a decir que no podemos entregarles más vaina hasta que no maten sus culebras, pero si no se les vendemos más merca fiada nosotros, seguro que se buscarán la vida con otros proveedores.

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Las Cuentas del Prisionero — Supongo que Medellín, como buen comercial, piensa más en vender que en cobrar —me atrevo a afirmar, mientras asumo que culebra es otro modismo que utilizan para referirse a la deuda. — Intenta vender a otros mendas con más Peculio, Medellín —le sugiere Merca—: si no cobramos a los clientes lo que nos deben, no tendremos guita suficiente para pagar los gastos… ¡entre los que estás tú, por cierto! Ahora estamos bastante anajabaos. — ¡Sin guil, sin jurdeles, sin un puto duro, pringao! —me grita el Jari impaciente, tras leer en mi cara que tampoco había entendido el significado de ese último término de argot carcelario. — ¡Acabas de conocer a Piscinas! —le dice Malamata al hombre de tez oscura, pómulos prominentes y pelo lacio, que, al parecer, se encarga de conseguir las ventas en ese mercado que constituyen los internos que pasan gran parte de los días, de los meses y de los años de su condena deambulando por el patio. — ¡¿Piscinas…?! —pregunta curioso, con su inconfundible acento, sobre la razón de mi alias carcelario. — Es un poco largo de contar —le responde mi compañero de celda, posponiendo el darle explicaciones sobre el porqué decidió bautizarme así ayer por la noche, tras mi llegada a la celda 211. — Es un enterao que dice que a la Merca, al Jari y al Peculio les ponen otros nombres diferentes ahí fuera —interviene el andaluz, con ese tono de desprecio al que me voy acostumbrando. — ¡Basta ya, Jari! —le recrimina enérgicamente el boxeador, en un nuevo recordatorio de su posición en el organigrama—. Hemos hecho un trato: nosotros le enseñamos a trapichear por aquí y él nos enseña a llevar las cuentas, para que podamos hacer bien nuestro curro cuando estemos en libertad. ¡La palabra es sagrada! — Venga, Piscinas, explícale al indio eso de las tres partes “de la corriente” —me propone el Merca con una sonrisa. — ¿Te has atrevido a llamarme indio, ¡gallego cabrón!? — exclama el colombiano con un evidente tono de broma, mientras simula enfado agarrándole del cuello y mostrándole su puño. — Medellín y el Merca tiene muy buen rollo entre ellos —me informa Malamata—. El que les detuvieran juntos en la aduana 56

El patio internacional del aeropuerto de Barajas ¡les ha unido mucho! —añade riendo—. Al gallego, al sudaca y a la gringa, ¡les metieron en el mismo calabozo la primera noche, tras su detención! — Ja, ja, ja…—se carcajea el Jari—. ¡Supongo que para que se animaran a hacer un trío! —improvisa una gracia a continuación, seguro que movido por la necesidad de no quedarse callado después de que su jefe le hubiera llamado la atención delante de todos. — La gringa, dices… —intervengo solicitando información. —Estoy esposado con una mujer norteamericana de Boston, a la que conocí estudiando en Harvard —me explica el colombiano, lo que me confirma que estoy ante un hombre con una formación superior—. ¡Era una auténtica paloma! —añade algo que supongo debe significar que se trataba de una mujer ingenua o inocente. — El padre de Medellín quiso usar el dinero de la droga para que su hijo estudiara fuera y pudiera salirse así de ese jodido mundo —me explica el boxeador—. Pensaba que, si estudiaba y se casaba con una perita legal y educada, ésta podría tirar de él hacia una vida en la que pudiera ganar dinero sin necesidad de estar jugándosela. — ¡Pero pasó justo lo contrario! —mete baza el gallego ahora. — Bueno…, les decía tras el desayuno que…—me decido a intervenir indeciso e inseguro, dudando sobre si lo que esperan de mí ahora es que haga algún comentario sobre la historia que acabo de escuchar, o bien que retome mis explicaciones sobre los Activos. — ¡Sin miedo, hombre! —me anima el colombiano con tono cordial y con su característica entonación, al ver que titubeo. — Me pareció que podía interesarles saber que… —arranco de nuevo—, en el mundo de las Finanzas…, se habla de que las existencias, las cuentas de clientes y la tesorería son las tres grandes partes en las que se divide el Activo Corriente. Se agrupan o clasifican bajo ese término común —añado—, porque sus elementos están en constante movimiento de circulación, en constante proceso de rotación, durante el ciclo habitual y ordinario de compra venta de los productos que la empresa ofrece y suministra a sus clientes.

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Las Cuentas del Prisionero — Este man me parece un zorro, y la vaina que explica muy interesante —opina Medellín con una simpática sonrisa, que pone al descubierto varias piezas dentales doradas—. ¿Puede continuar? — Las existencias se transforman en tesorería, si vendemos la mercancía al contado —continúo—. Pero si la vendemos a crédito, fiada, como decís vosotros, entonces se transforma en cuentas a cobrar. Es este último caso, esa cuenta de clientes deudores se termina trasformando en tesorería en el momento que se cobra. — ¡Sigue, carallo!—exclama el Merca. — De la misma forma que a los presos nos clasifican en cuatro grados, desde el aislamiento total del 1er grado, hasta la libertad condicional del 4º —continúo, al ver que me escuchan todos con atención, colocados en un improvisado corro alrededor de mí—; los Activos Corrientes se ordenan según su grado o nivel de liquidez. — ¡¿Veis como estaba orientado con eso “de la corriente”?! — interviene el gallego, riéndose de su propia ocurrencia. — Yo viví muchos años en los que no había clasificación de presos —me explica mi compañero de celda—. Recuerdo los años que pasé en la Modelo de Barcelona, ¡y aquello era un caos total! Había peleas y motines continuos, debido a que todos estábamos mezclados. Aunque tenemos que seguir reivindicando mejoras internas, la clasificación de presos ha mejorado mucho las cosas. — Es evidente que la clasificación de las cosas en grupos homogéneos es positiva en cualquier ámbito —aprovecho la ocasión para destacar la importancia del orden y de las proporciones—. Se trata de algo imprescindible en el análisis financiero, desde luego. — ¡Continúa! —me anima el Merca. — Como os decía, el criterio de ordenación de los Activos es su grado o nivel de liquidez. La liquidez de un Activo, como la propia palabra indica, es su facilidad o rapidez en convertirse en dinero liquido, en billetes —prosigo, ahora con mayor confianza—. Por eso, la Tesorería es el Activo de mayor liquidez: ¡ya es dinero efectivo! Le siguen las cuentas de clientes y, en tercer lugar, las existencias. Sería algo parecido o equivalente al 4º, 3º y 2º grado de los internos: a mayor grado, más cerca de la libertad, ¡más liquidez! 58

El patio — ¿Eso quiere decir que hay Activos que están en chopano? — me pregunta el colombiano, muy atento a las explicaciones. — ¿Cómo? —pregunto, demostrando ahora pocos reflejos. — Ya sabes que chopano es el módulo donde están las celdas de aislamiento, donde encierran a los de 1er grado —me recuerda Malamata el significado de un término que ya había salido. — Pues, efectivamente, creo que podríamos decirlo así, sí —les digo asintiendo con la cabeza, y lamentando el despiste. — Me dijiste que no tendríamos que repetirte dos veces la misma cosa —no tarda Malamata en recriminarme algo que estaba esperando—, ¡pero veo que no estás cumpliendo tu palabra, tío! Como ya te dije —añade, poniendo una mueca que me preocupa—: me parece que te crees mejor de lo que eres, y que aquí dentro ¡tendrás todas las curas de humildad que veo que necesitas! — A los Activos que permanecen dentro de la empresa durante mucho tiempo, se les denomina Activos No Corrientes o, también, Inmovilizados, ¡con uve de inmóvil! —afirmo nervioso y precipitado, sin ser capaz de dar una justificación a mi despiste—. Para no complicaros la vida —continúo—, quedaros con la idea de que “Activo No Corriente” e “Inmovilizado” son dos términos que se refieren al mismo concepto. Algunas inversiones forman parte también del Activo No Corriente, pero olvidaros de eso por ahora. — ¿Quieres decir, Piscinas —vuelve a intervenir Malamata como si no hubiera pasado nada—, que el local dónde tendremos nuestra tienda de deportes será eso que acabas de decir? — ¡Sólo en el caso de que vuestra empresa lo compre! —le respondo—. Si alquiláis el local, en lugar de comprarlo, entonces los contables no lo considerarán un Activo. Sólo es Activo aquello que pertenece a la empresa, algo que tiene un valor de compra. — Ya veo... —me dice el boxeador pensativo, comportándose con una llamativa docilidad, como si le hubieran inyectado en este momento una enorme dosis de tranquilizantes por vía endovenosa. — Si la empresa que montéis fuera necesita comprar estanterías para almacenar y mostrar los artículos deportivos —les sigo hablando—, muebles para las oficinas, ordenadores para la gestión o 59

Las Cuentas del Prisionero cualquier otro elemento de las Instalaciones, entonces sí podréis decir que tenéis Inmovilizados o Activos No Corrientes. — ¡Ya veremos cómo nos lo montamos para conseguir los jurdeles necesarios para pagar todo eso, carallo! —exclama el gallego con su característica forma de hablar. — Te recuerdo, Piscinas —se decide a meter baza el Jari por fin, y por primera vez con actitud amigable, quizás tras haber recapacitado—, que Jurdeles, Jayeres, Guil y Jurdó son diferentes formas que utilizamos para llamar al dinero. — Pues, en Finanzas, es mucho más sencillo —le digo con una sonrisa que pretende corresponder, y agradecer, su cambio de talante—: a todo el dinero que una empresa tiene en un momento determinado en la caja y en el banco, se le llama Tesorería. — Si el Peculio “está alegre”, ¡nosotros también lo estamos! — interviene Malamata—. ¡Es nuestro mejor antidepresivo! — Y en cuanto a conseguir el dinero necesario para comprar los inmovilizados —les explico—, las empresas suelen recurrir a préstamos bancarios a largo plazo, a hipotecas o a leasings. Lo normal es endeudarse a largo plazo para poder comprar activos no corrientes, aquellos bienes de alto valor que se adquieren con la intención de que permanezcan en la empresa durante varios años. — Deberías explicar todo esto en el Socio, para que toda la peña pueda aprender —me dice Malamata, demostrando que hasta un hombre de sus características está convencido de que la formación de todas las personas del equipo es clave para la motivación, la productividad y para conseguir objetivos comunes. — ¿El Socio? —mi ignorancia sobre el significado de la terminología taleguera me fuerza a preguntar por enésima vez. — Esta tarde, después de la siesta, te llevaremos de paseo al Sociocultural —me explica el boxeador—: es el sitio dónde están la biblioteca y las aulas para las clases. También hay un salón de actos para ver cine o para que la peña cante o haga teatro. — ¡Que exista eso es fantástico! —opino—. Los psicólogos dicen que, para que las personas puedan desempeñar bien su trabajo y sentirse felices haciéndolo, se necesitan dos grandes requisitos. 60

El patio — ¿Cuáles, Piscinas? —me preguntan a coro. — ¡Motivación y formación! Para hacer bien una cosa, no es suficiente con querer hacerla, ¡también es necesario saber hacerla! — Nosotros estamos deseando la libertad, pero supongo que necesitamos aprender lo necesario ¡para no volver a perderla! — reflexiona el Merca, a propósito de mi comentario, reconociendo explícitamente la utilidad de los programas para la reinserción. — Y ya que ha salido el tema de las personas —aprovecho las circunstancias para darles otro concepto básico—, es importante que recordéis que tampoco los financieros consideran Activos a esos importantísimos y principales recursos empresariales. — ¡¿De verdad nos dices que, a la tropa de machacas, esos extraños tipos no la clasifican dentro de los Activos?! —pregunta asombrado mi compañero de celda—. ¿Pero no dicen todos que las personas son el activo principal de la mayoría de las empresas? — Supongo que se trata de otro ejemplo más en el que el concepto al que nos referimos cuando utilizamos algunos términos financieros no coincide exactamente con el significado que le damos en el lenguaje coloquial habitual —les explico—. Como os acabo de decir —continúo argumentando—, para que un recurso empresarial sea contabilizado como un Activo, debe reunir la doble condición de ser propiedad de la empresa y de poder ser valorado en unidades monetarias, aplicando criterios objetivos o razonables. — Recuerdo haber estudiado la vaina ésta de la que nos está hablando este man en la Universidad —interviene el colombiano. — Desde el punto de vista de los contables y financieros — continúo con las explicaciones—, las personas son Recursos empresariales valiosos cuya contratación implica la generación de unos gastos por sus nóminas o salarios, ¡pero no son Activos! Dicho de una forma más gráfica —les anuncio—, si nos paseáramos por una empresa con unas gafas especiales diseñadas para cuantificar el valor de todos los Activos, ¡las Personas desparecerían de la vista! — A la peña se la contrata, tíos…, ¡pero no se la compra! —se le ocurre aportar al gallego con efusividad, mostrando así su descuidada

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Las Cuentas del Prisionero dentadura al sonreír, y poniendo de manifiesto su intención de encontrar una nueva expresión con doble significado. — ¡Muy bien, Merca! —simulo haber captado únicamente la acepción financiera de su afirmación—. Los recursos humanos no tienen un valor de compra que pueda contabilizarse como un Activo, salvo los excepcionales casos de deportistas profesionales por los que se pagan cantidades enormes en concepto de traspaso —añado, anticipándome a la posible objeción de los futboleros. — Señores —interviene el colombiano tras un breve silencio general—, la conversación está de lo más interesante, pero tengo que dejarles. Tengo algunas vainas pendientes por ahí. Cuídese, Piscinas —me dice, a la vez que se prepara para irse—, porque en este lugar hay mucho lobo chabacano y ordinario. Hay que estar siempre muy pendiente, ¡para ver por dónde salta la liebre! — Me alegro de haberte conocido —le digo. — Tenemos existencias suficientes de pastis y de farlopa para suministrar, ¿no es cierto, Merca? —pregunta el comercial. — ¿Y luego? —le responde con una típica expresión gallega, que creo utilizan para no comprometerse en absoluto. — ¿Asciendes o desciendes, gallego? —le replica el sudamericano sonriente, parodiándolo con una nueva pregunta, mientras se da la vuelta e inicia su marcha. — ¡Cuidadito a quien vendes, indio! —le grita el Merca. El colombiano le muestra al gallego el dedo medio de su mano derecha, permaneciendo de espaldas y sin detener su marcha. — Pues ya sabéis —les digo, para atraer de nuevo la atención de los tres que quedan conmigo—: vuestro negocio de distribución de mercancía en la cárcel necesita contar, como todos los negocios en el mundo, con cuatro grandes grupos de Activos, que se ordenan de menor a mayor grado de liquidez: los Inmovilizados, las Existencias, las Cuentas a Cobrar y la Tesorería. Mientras a los Inmovilizados también se les llama Activos No Corrientes, a los otros tres activos se los engloba con el nombre común de Activos Corrientes, porque están en constante movimiento de rotación. 62

El patio — ¿Nosotros también tenemos Activos No Corrientes en nuestro bisnes, Piscinas? —me pregunta el Merca ahora. — Si el lugar donde guardáis la mercancía no es alquilado, sino de vuestra propiedad, ¡sí! —le contesto—. ¿Dónde lo hacéis? — ¡Mucho quieres saber en tu primer día en el talego, tío! — exclama Malamata veloz, casi sin dejarme acabar la frase. — ¡No seas tan desconfiado, hombre! Sólo me interesa saberlo para poder responder mejor a vuestras preguntas —me justifico. — Venga, sigamos con el garbeo —ordena el Kie ahora, en el momento que nos hace un ademán con la mano, y empieza a andar. — ¿Qué coño haces, Piscinas? —me pregunta el Jari, al ver que me dirijo con decisión hacia el muro de la cárcel. — Me gustaría dibujaros en un momentito lo que acabamos de hablar, para que tengáis una imagen mental que no olvidéis —les digo, tras coger una trozo de tiza que acabo de ver en el suelo. — Hazlo rápido, ¡que hace mucho frío para estar parados! — Malamata aprueba mi idea, pero de manera condicionada. — Imaginaros que estoy dibujando un edificio que tiene cuatro niveles o plantas —les hablo a la vez que realizo unos rápidos trazos aprovechando las juntas verticales de las placas de hormigón. — Eso está bien… —me dice el flaco para animarme a seguir. — Mi intención es que cada nivel del edificio represente a cada uno de los cuatro grupos en que están clasificados los Activos. Como veis, los ordeno según su grado o nivel de liquidez: los inmovilizados del Activo No Circulante los sitúo aquí, en la primera planta, ¡sometidos a un estricto régimen de aislamiento!, porque los hemos clasificado como los presos de primer grado. Los Activos de 1er grado, ¡a la 1ª planta! —recalco—. El 2º piso para las existencias, el 3º para las cuentas a cobrar y el 4º para la tesorería. — ¡Carallo, Piscinas, me voy a lucir este fin de semana en mi comunicación con la familia, cuando les explique todo esto! — exclama mi querido compi gallego con una gracia más propia de un andaluz, si nos atenemos a los tópicos—. Pero dime una cosa; tío — añade—: ¿por qué dibujas el 4º piso tan pequeño y el 3º tan alto? 63

Las Cuentas del Prisionero — Porque os he oído antes decir que, en este momento, estáis con poco dinero líquido y con muchos cobros pendientes a clientes. — ¡Has oído bien! —me confirma Malamata contrariado. — La tesorería es al Activo de liquidez más alta —prosigo—, ¡por eso le reservo la planta más alta del edificio! En términos carcelarios, tiene el grado más alto de libertad: por eso lo situamos en el 4º nivel. Las cuentas a cobrar a clientes y otros deudores comerciales constituyen el Activo que les sigue, si ordenamos a los Activos por ranking de grado de liquidez. Ahora bien —les advierto con énfasis—, tan importante como el orden, es la altura o el tamaño relativo de cada uno de los niveles del Activo. — Escucha, Piscinas —me sigue hablando el gallego, mientras vuelve a hacer su habitual tic de tocarse la visera de su gorra—: ¿con qué tamaño piensas dibujar ahora mi planta? — Si me dijeras, Merca —le respondo con mucho gusto—, que también tenéis mucho dinero invertido en existencias en este momento, tendríamos que dibujar el 2º piso con bastante altura. Eso no me lo habéis revelado todavía. Lo que sé hasta ahora es que Malamata se queja de poco Peculio, y que el Jari está de muy mal humor, porque hay muchos compis que no le están pagando. ¡Esos tipos no están respetando las fechas de vencimiento de sus facturas! — Pues ya puedes pintar la planta con los activos clasificados en 2º grado muy alta, Piscinas —me informa el Merca—, ¡porque tenemos el almacén a tope de mercancía en este momento! — Como veis —les hablo a la vez que señalo el dibujo—, el Orden y las Proporciones relativas de cada una de las partes son conceptos esenciales en el análisis de las cuentas financieras. Debemos saber no sólo el valor absoluto de cada nivel de Activo, sino también el porcentaje que representa cada parte sobre el todo. — Tenemos mucha práctica calculando porcentajes —escucho decir a Malamata—: dividiendo los años de talego entre la condena total, sabemos el porcentaje de condena cumplida. Los que no somos reclusos VIP sabemos que es difícil que consigamos el 3er grado antes de cumplir el 75% de la condena, es decir, las ¾ partes.

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El patio — ¿Y este edificio no tiene cimientos? —pregunta el Jari ahora, con un cambio de actitud que llama mucho la atención. — ¡Claro que los tiene! —le respondo satisfecho al ver que se iba relajando—. Es más, os diré que la profundidad total de los cimientos viene determinada por la altura del edificio. Como es lógico, cuanto más alto sea el edificio, más profundos deberán ser los cimientos que tienen que garantizar su estabilidad. — ¿Por qué no los pintas también? —me sugiere el Merca. — ¡Claro! —le digo, mientras lo hago—. Como veis, estoy tratando de dibujar, bajo la raya del suelo, un rectángulo de idéntico tamaño al del rectángulo que representa al edificio. Mientras la parte subterránea cuantifica la fuente del dinero, la parte visible nos informa del uso que le hemos dado. Mientras la estructura de los sótanos nos contesta a la pregunta “¿de dónde viene el dinero?”, la distribución de las alturas de los diferentes pisos del edificio nos responde a la pregunta “¿dónde está ese dinero invertido?”. — ¿Y cómo llaman los financieros a los sótanos? —me sigue interrogando el andaluz, asombrosamente motivado y dócil ahora. — Como ya sabéis —le contesto de inmediato, encantado—, a la parte visible del edificio la llamamos Activo. Pues bien, a la parte subterránea o no visible a simple vista, la vamos a llamar… — ¡Hemos quedado que lo explicarías a toda la peña en el Socio! —me interrumpe el Kie con contundencia—. ¡Sigamos! — ¿Me permites una pregunta…? —le solicito con prudencia. — ¿Cuál? —me pregunta con algo de rabieta infantil. — ¿No temes que todos los internos presentes se enteren de los números o de la información confidencial de vuestro negocio, si explicamos los detalles de vuestras cuentas financieras en el aula? — ¿No vas diciendo por ahí, Piscinas, que la transparencia es la base para crear confianza en el equipo y, por tanto, buen rollo y compromiso? —me contesta, preguntando, algo que no esperaba. — ¡¿Cómo lo sabes?! —le pregunto intrigado por la fuente. Malamata se ríe, mientras me empuja para que demos por cerrada la conversación y reanudemos el paseo por el patio. 65

Las Cuentas del Prisionero

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La siesta — ¡Joder, Piscinas, menuda siestorra te has pegado después del papeo! —escucho la voz de mi compañero de celda, mientras me zarandea en la cama—. ¡Has roncado como un cabrón mientras sobabas metido en el sobre! —añade—. ¿Con quién has soñado? — Estaba muy cansado: dormí muy mal esta noche pasada. — ¿Te gusta esta canción, tío? —me pregunta justo después de conectar su aparatoso equipo de música y seleccionarla. — Es la primera vez que la escucho —le respondo para evitar dar mi opinión sobre un estridente sonido que sale desde esos voluminosos altavoces que ocupan casi la mitad de la celda. — Es un disco de unos colegas del talego que han formado un grupo de rock. Dan conciertos para la peña en el salón de actos del Socio. Sus canciones protesta hablan sobre nuestra vida entre rejas y reclaman que no nos sigan tratando como animales peligrosos. — El título de esta canción no es difícil de descubrir —le digo, mientras escucho una y otra vez el estribillo: “¡quiero ser persona!, ¡quiero ser persona!, ¡quiero ser persona!” — Es cojonuda, ¿verdad, tío? —me pregunta, mientras baila moviéndose como si estuviera entrenando sobre un cuadrilátero. — Las Personas son lo más importante en la empresa. — ¡Y en los vis a vis íntimos mucho más, colega! —me dice carcajeándose—. Ahora tengo derecho a uno al mes…, ¡y mañana sábado me toca! ¡Menuda bola…! Por eso estoy tan contento hoy… — Me alegro por ti… — Por cierto, Piscinas, si no rellenas pronto la instancia para pedir el vis a vis íntimo mensual al que tienes derecho, perderás el del primer mes. Y eso es muy jodido…, ¡te lo aseguro! — Me parece que yo pediré la comunicación familiar y no la íntima, para así tener la oportunidad de ver a mis hijos. 67

Las Cuentas del Prisionero — Eso es lógico, tronco. ¡Yo también empecé haciendo esa tontería! De todas formas, cuando lleves una buena temporada aquí dentro, te aseguro ¡que no cambiarás una buena chibada por nada! Me quedo mudo y pensativo, sin saber qué replicarle. Tras una breve pausa, me sigue hablando: — Recuerda, Piscinas, que en el vis a vis familiar puedes llevar cosas para beber y para picar que consigues en el Economato. También puedes aprovechar para que te traigan ropa, libros o música. Supongo que ya lo sabes, pero te informo de que las comunicaciones con la familia pueden durar hasta hora y media. — ¿Cómo puedo contactar con mi familia para explicarles todo eso, si me quitaron el teléfono móvil en el módulo de ingresos? — Estoy seguro de que tu tinterillo se sabe todas esas reglas de memoria, y les informará. De todas formas, también puedes ponerte a hacer cola para usar ¡el único teléfono que hay en el módulo, colega! —me dice divertido, al ver que mi proceso de adaptación a este horrible lugar tenía mucho recorrido todavía. — Ya veo… —le digo pensativo. — Y, sobretodo, no te olvides de decirles que te metan mucho guil en el Peculio. Recuerda que en pocos días será mi cumpleaños, y estoy esperando que me regales una caja tonta para el chabolo. — Espero no olvidarme —le digo, mientras pienso que el Merca y el Jari tampoco olvidarán el reclamarme su televisión. — Si no quieres hacer cola en el teléfono hoy, mañana podrás ver a tu mujer a través del cristal. — ¿Cómo dices? — Los sábados y domingos te puedes meter en una cabina cerrada, ¡que huele a muerto!, y desde la que puedes ver, a través de un grueso cristal, a las personas que vengan a verte. Como se oye muy mal en ese puto sitio, todo el mundo grita. — ¡Caramba! —exclamo preocupado. — Las comunicaciones por cristal son de cuarenta minutos. — Es curioso ver que, aquí dentro, os sabéis de memoria todos los periodos de tiempo: la duración de cada tipo de comunicación, el 68

La siesta tiempo de condena cumplido para pedir permisos o para solicitar un cambio en la clasificación de grado, el periodo necesario para… — ¡Te aseguro, Piscinas, que tú también te aprenderás todo eso de memoria enseguida! —me interrumpe con una espontánea exclamación que le sale de dentro—. Yo te puedo decir hasta el tiempo que cada menda lleva aquí dentro, simplemente con olerlos. — ¡¿Por el olor sabes el tiempo de condena cumplida?! — Ya verás como el olor a talego se te va pegando poco a poco, y cada vez más profundamente. Primero te impregna la ropa y luego te penetra en el cuerpo. Cuanto más tiempo pases aquí dentro, más olerás a algo que no te podrás quitar jamás. Podrás recuperar la libertad, ¡pero nunca jamás podrás librarte de ese horrible jumele! Vete mentalizándote, Piscinas, porque este jodido olor a talego te acompañará ¡durante el resto de tu vida! Elevo mis cejas impactado, sin saber qué decir sobre ese inesperado estigma. Tras observar mi cara, Malamata continúa: — Verás como, aquí dentro, todo el mundo se convierte en un experto en contar tiempo y dinero. ¡Todos calculamos muy rápido! — ¡Pues eso es justo lo que hacen los financieros, Malamata! — exclamo satisfecho—: es como si todo lo miraran a través de unas gafas especialmente diseñadas para cuantificar el valor de las cosas y el periodo de tiempo que duran o que se tarda en conseguirlas. — ¡Te pones muy pesadito con eso de “lo que acabas de decir es como las Finanzas” justo después de cada puta cosa que decimos, Piscinas! —exclama, no sé bien si en serio o en broma. — ¡Simplemente intento cumplir mi parte del trato! — ¡Habla entonces! — Mientras la Cuenta de Resultados cuantifica los Ingresos y los Gastos que se producen durante un Período de tiempo, los Balances de Situación reflejan la situación patrimonial al principio y al final de ese Periodo. Mientras los Balances son como las fotos estáticas tomadas al principio y al final del periodo, la Cuenta de Resultados es como la película de lo sucedido durante el mismo. — Hablando de fotos…, ¿tienes alguna de tu mujer o de tus hijos? —me pregunta con una clara intención de cambiar de tema. 69

Las Cuentas del Prisionero — Nunca había dado importancia a llevar fotos de ellos, pero ahora las echo de menos… —le confieso con melancolía. — Pídeles una mañana, Piscinas. Tengo curiosidad por verlos. Estoy seguro de que ¡tu mujer está como un tren! — ¿Qué te hace pensar eso…? — ¿Sabes qué es algo que mide 16 centímetros y que excita mucho a las mujeres? —me responde preguntando. — No —le respondo, a la espera de una respuesta ordinaria. — ¡Un billete de 500 euros! —me dice carcajeándose. — Tiene gracia…—le digo para no contrariarle. — Si hay algo que las vuelve locas… ¡es la pasta, tío! — Hay estudios científicos que concluyen que los hombres con mayor poder adquisitivo atraen más a las mujeres —le digo—. De todas formas, mi mujer no se casó conmigo por dinero, te lo aseguro. Además, yo me gano bien la vida, pero no soy millonario. — ¡Vaya mierda de financiero! —exclama convencido—.¿A quién vas a dar tú lecciones sobre el dinero? —me dice gritando y carcajeándose ruidosamente, mostrando su lado más gamberro. — ¿Cómo se titula la canción que está sonando ahora? —le pregunto, mientras pongo una mueca de dolor inconscientemente. — “Me consumo en el talego” —me responde—. Hay un compi que es un crack escribiendo las letras de las canciones. Es un auténtico artista: ¡también le gusta pintar cuadros! — La visión de artista es muy útil para el análisis financiero —le digo, instantes antes de arrepentirme de haberlo hecho. — ¡¿Otra vez con la puta comparación, Piscinas?! —exclama con los brazos abiertos y forzando una expresión de desesperación. — ¡Lamento sonar como si sólo pensara en eso, Malamata! — me disculpo—. También mi mujer me lo recrimina constantemente, pero me gusta explicar esa aparente paradoja a todos aquellos que se lamentan al sentirse incapaces de aprender las finanzas básicas por el hecho de considerarse personas más de letras que de números. — Venga, Piscinas, para que veas que te he cogido más aprecio del que te mereces, ¡te dejo que te pegues el gustazo! 70

La siesta — Gracias. Seré muy breve. — ¡Dispara de una puta vez! — Los artistas que pintan cuadros están habituados a las proporciones. Cuidan mucho los tamaños relativos de todas las partes de su cuadro. Por eso mismo, les digo que sus habilidades artísticas les pueden ser de gran utilidad en el análisis de las cuentas financieras. Las proporciones, que no son más que los tamaños relativos de las cosas, son esenciales en finanzas también. Para saber si una cantidad de dinero es mucha o poca, siempre hay que compararla con otras. Los tamaños de las diferentes partes de una Cuenta de Resultados y de un Balance de Situación hay que compararlos entre sí. Haciendo eso, obtenemos porcentajes y ratios que nos permiten sacar conclusiones y emitir juicios de valor. — ¿Satisfecho, Piscinas? — No del todo… — ¿Qué más quieres decir, ¡ladilla!? — Pues que a la Técnica del análisis de las cuentas financieras hay que saber añadirle el Arte necesario para poder ponerlo al servicio de la gestión empresarial y de la felicidad de las personas. — ¿Qué quieres decir exactamente? — Pretendo argumentar que debemos tener los conocimientos Técnicos necesarios para interpretar los informes que cuantifican las cosas en dinero, pero también el Arte de saber ponerlos al servicio de las personas involucradas en todos los proyectos empresariales en los que estamos involucrados. Recuerda que el dinero es tan sólo un medio, ¡y no un fin en si mismo! — ¿Podrías acabar, tío? — Saber finanzas te permite cuantificar el impacto económico de tus decisiones y de las políticas que aplicas, tanto en el área de recursos humanos, como en el resto. Si eres un excelente analista financiero y, posteriormente, diriges mal a las personas o gestionas mal tus recursos, seguro que analizarás, ¡impecablemente, eso sí!, estados financieros muy mejorables.

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Las Cuentas del Prisionero — ¡Te habrás quedado descansado, tío! —me dice riendo—. Menos mal que he puesto música: me ha ayudado a soportar la paliza que me acabas de dar. ¡Ni cuando peleaba sufría tanto! — Pues la música es otro ejemplo de que se puede crear arte a través de sonidos separados por tiempos matemáticos. Los números, querámoslo o no, forman parte de nuestras vidas. Están presentes en todo lo que hacemos o en todo lo que tenemos. Si nos hacemos amigos de ellos, lo cual es más sencillo de lo que parece, pueden ayudarnos a mejorar nuestras habilidades artísticas también y, por tanto, pueden echarnos una mano en nuestro intento ¡de ser felices! — ¡Quieres achantar la boca de una vez, y dejarme escuchar la canción! —exclama con un altísimo tono de voz, realmente serio esta vez, razón por la que decido dejar el tema ahí. — Está bien: ¡cierro el pico! — Además, tenemos que irnos. ¡Levántate! — Me parece que uno de los dos altavoces no suena —le digo tras saltar de la cama y acercarme hacia él. — ¡¡Quieto!! —me grita a la vez que se sienta en el borde del colchón con intención de ponerse de pie y de detenerme. — ¿Qué pasa? —le pregunto desconcertado. — ¡No quiero que los toques! ¡¿Me has entendido bien?! — Está bien…, está bien… Como tú quieras…, pero no entiendo por qué tanto misterio con estos aparatosos altavoces. En ese momento, escucho el sonido metálico que hacen las puertas de las celdas cuando los funcionarios aprietan el botón para su apertura automática, algo que me va siendo muy familiar y que se va integrando en la banda sonora de esta película de terror. — Venga, Piscinas, vamos a hacer un poco de ejercicio al Poli, y luego nos vamos al Socio para que conozcas a más peña. — ¿Todo bien por aquí? —nos pregunta el funcionario. — ¡Me tenéis que cambiar el compi del chabolo! —grita Malamata—. ¡Este tío es un plomo inaguantable!

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El polideportivo — Me parese que te farta un poco de entrenamiento, Piscinas — reconozco la voz del sevillano, forzando nuevamente el acento característico de su tierra, justo en el momento que me esfuerzo por levantar, con los brazos en cruz, unas pesadas mancuernas. — ¡Hola, Jari! ¿Cómo te va? ¿Tú también vienes por aquí? — Con esta jodida crisis que habéis provocado todos los manguis capitalistas, la peña no tiene un puto duro para matar las culebras de las duras y de las pastis que consumen. — ¿Me quieres decir que necesitas estar fuerte para poder cobrar antes las cuentas pendientes de los clientes? —le pregunto, mientras pienso que tiene razón en que la combinación de una codicia excesiva y una insuficiente regulación ha tenido mucho que ver con la profunda crisis financiera mundial que estamos viviendo. — ¡La basca entiende mucho mejor el palo que las palabras! — interviene ahora Malamata, hablando en pleno esfuerzo y con la cara roja como un tomate, al estar en plena serie de levantamientos de una barra metálica con unas enormes pesas en cada extremo. — ¡Bonita camiseta, Jari! —le digo. — ¡Yo, del Betis hasta la muerte! —me dice orgulloso. — “Manque pierda, ¿verdad?” —le digo sonriendo. — Hay veces que eso nos pasa con los merengues… —me dice, mientras señala la camiseta blanca con el escudo del Real Madrid que lleva puesta Malamata—, pero siempre es por culpa de los árbitros…, ¡que siempre favorecen a los equipos grandes! — No veo ninguna camiseta del Barça por aquí —les digo, mientras pienso en la gran influencia que tienen los tópicos en nuestras opiniones—. ¿No hay nadie en este módulo que sea culé? — Conocerás a uno más tarde, en el Socio —me responde Malamata, sentado ahora sobre el banco, justo después de haber colocado la barra de pesas sobre el soporte metálico—. Es el menda 73

Las Cuentas del Prisionero que se encarga de llevar las cuentas de nuestro “bisnes taleguero”. Ese cabrón sí que está todo el puto día contando. Ya lo verás… — ¡Si esos arañas cuentan hasta cuando bailan, joder! — exclama el andaluz, utilizando esa manida alusión a las sardanas. — Venga, Jari, ponte las pilas, ¡y empieza de una vez! —le ordena Malamata de manera enérgica, instantes antes de apretarse el cinturón lumbar, de volverse a tumbar sobre el banco y de agarrar de nuevo la barra de pesas con sus dos enormes manos. — Con la tele que Piscinas nos comprará en el Demandadero, podremos ver los partidos de fútbol en el chabolo —afirma el Jari, personaje que parece que “no da puntada sin hilo”. — Tienes buena memoria… —le digo. — ¿Verdad, Piscinas, que tienes pensado invertir en ese Inmovilizado? —me pregunta ahora, empleando un término que no me esperaba que saliera de su boca, mientras flexiona su brazo derecho para mostrarme el gran volumen de sus bíceps. — ¡Está claro que aprendes muy rápido! —le digo sonriendo. — Nuestra tele sería un Activo No Corriente, ¿cierto? — ¡Así es, Jari! —exclamo divertido y sorprendido, a pesar de que ese hombre ya me había dado muestras de inteligencia—. Si supusiéramos que la celda son vuestras Instalaciones —añado—, todo el valor de los muebles y de los equipos que tuvierais de propiedad dentro de ella, podríamos contabilizarlos como Activos No Corrientes, como Inmovilizados. Mientras las instalaciones que pertenecen a la prisión no se podrían contabilizar como tales, sí lo deberíamos hacer con las que fueran vuestras, con las compradas. — Y supongo que el valor de toda la Merca que tenemos almacenada en los altavoces del chabolo, la contabilizaríamos como Existencias, es decir, como uno de los Activos Corrientes. — ¡Caramba, Jari, tengo que reconocer que me has dejado alucinado! —le digo realmente asombrado, mientras descubro por qué mi compañero de celda me prohibió que tocara uno de ellos. — ¡Jari, cojones, ya te has ido del pico! —le recrimina el Kie enérgicamente—. ¡Eres un bocas! ¡Piensa más antes de hablar! 74

El polideportivo — Lo siento, Malamata —se excusa—: ¡pensaba que se lo habías contado todo al menda éste! Estaba convencido de que ya chanelaba el sitio donde tenemos abuchandrada la merca. — ¡Cierra la boca y empieza de una puta vez con las pesas! —le grita su jefe—. ¡Eres un puto voceras sin solución! — Está bien, Kie, ya me piro. Mientras me quedo observando cómo el sevillano se dispone a iniciar su ejercicio de musculación, repaso nuevamente el lugar. No estoy, precisamente, en uno de esos gimnasios de lujo que viven de las altas cuotas que cobran a ejecutivos y empresarios, individuos que suelen pisar poco sus instalaciones. Estoy dentro de un espacio reducido, bastante oscuro y muy poco ventilado, en el que se respira un aire cargado y con un intenso olor a sudor concentrado. — ¡Vamos, Piscinas, menos pensar y más hacer! —me grita el Jari, ya en plena acción, interrumpiendo mis pensamientos. — Sí claro… —le digo, justo antes de retomar las pesas. — ¿En qué coño estabas pensando, tío? —me pregunta el kie, movido por su obsesión de controlar hasta el más mínimo detalle. — En lo que ha dicho el Jari —inicio mi respuesta, mientras me acerco a su banco de entrenamiento—: me ha hecho pensar que podríamos considerar a la celda como vuestro local de negocios. — ¡¿El chabolo nuestro local de negocios…?! ¡¿Pero qué chorrada estás diciendo ahora…?! —exclama tan sorprendido, que decide incorporarse y mantener esa postura, expectante. — Si fuera de propiedad, sería uno de vuestros Activos No Corrientes (un Inmovilizado), pero como creo que no lo es… — Después de que estallara la burbuja inmobiliaria, hicimos una oferta para comprar el chabolo —me habla el boxeador con ironía, tratando de imitar las formas de un hombre de negocios—, pero los de Instituciones Penitenciarias (IIPP) no quisieron vendérnoslo al precio que consideramos razonable ofrecerles. Por eso no lo compramos, sino que lo tenemos alquilado …, ¡no te jode! — ¡La verdad es que no sé de que os quejáis! —le digo riendo, tras su original e ingeniosa salida—: ¡estáis haciendo negocio utilizando un local por el que no pagáis ni un solo euro de alquiler! 75

Las Cuentas del Prisionero — Ja, ja, ja —se carcajea ahora—. ¡Eso sí que sería la hostia, Piscinas!: pagar un alquiler por usar el puto chabolo en el que nos chapan durante la siesta y todas las jodidas noches. — Pues piensa que, cuando montes tu negocio fuera, tendrás que comprar o alquilar el local que necesitarás para almacenar las existencias de los productos que vendas, para colocar todos tus inmovilizados y para que el personal tenga sitio para trabajar. — Necesitaremos un local grande, si queremos vender esas máquinas de musculación modernas que hay ahora —afirma ilusionado al pensar en el proyecto empresarial que tiene en mente. — Fíjate en una cosa curiosa relacionada con lo que acabas de decir, Malamata —le digo para atraer su atención—: mientras el contable de este talego considera que todos los equipos de musculación que hay en este gimnasio son Inmovilizados (Activos No Corrientes); tú los contabilizarás como Existencias (Activos Corrientes) en el momento que tu empresa se dedique a venderlos. — ¿Me lo repites, Piscinas? —me pregunta concentrado, mientras permanece sentado “a caballo” en el banco de ejercicios. — Mientras tú estarás deseando vender tus productos cuanto antes —atiendo su solicitud—, para que estén el mínimo tiempo posible en el stock; aquí están desando que los equipos que han comprado les duren el mayor tiempo posible, para no tener que reponerlos por unos nuevos. Mientras en el Activo Corriente hay Movilidad, en el Activo No Corriente hay una cierta Inmovilidad. — Ahora mejor… — Mientras los Activos No Corrientes los tenemos en “régimen de aislamiento” —le repito con otras palabras—, los Corrientes están en “régimen abierto”: tenemos que sacarlos afuera con la máxima velocidad posible. Los Activos Corrientes tienen que hacer honor a su nombre: debemos conseguir que corran, que circulen, que roten lo más rápido que seamos capaces. — Está claro que la Merca hay que venderla, y luego cobrarla, cuanto antes, porque tenemos que pagarla a nuestros proveedores. — El mejor gestor de Activos Corrientes es el que consigue cifras de Ventas elevadas con Existencias (de Stock de productos) 76

El polideportivo reducidas. Cuando los financieros comparan importes de Ventas con valores de Activo, tienen la manía de llamarlo “Rotación”. — Eso está claro: si a la Merca que tenemos en los altavoces le damos aire rápidamente, ¡es mucho mejor para todos! — ¡Exacto! Cuanto más grandes sean las Ventas y más pequeño el altavoz que necesites para almacenar la mercancía, mejores ratios de rotación de existencias tendrá vuestro negocio y, por tanto, más Rendimiento sacareis a vuestro Activo. — ¡Ahí te he vuelto a perder, Piscinas! — No te preocupes demasiado… Dime una cosa, Malamata, ¿vendéis la Merca a un precio superior al que la compráis? — ¡El que no te haya pillado lo último no quiere decir que sea un guaznai, Piscinas! —me dice tan ofendido, que decide ponerse de pie junto a mí y continuar la conversación en esa posición, lo cual me obliga a apartarme ligeramente para evitar que me caigan las abundantes gotas de sudor que van resbalando por su calva. — No era mi intención hacer una pregunta ofensiva, sino recordarte que, a la diferencia entre el precio de venta y el de coste del producto vendido, los financieros le llaman Margen Bruto. — ¡Joder, como yo! —exclama divertido. — Le llaman Margen Bruto porque, para llegar al Beneficio Neto final, hay que restarle todos los gastos en los que la empresa incurre, durante el periodo analizado, con independencia de si se acaban consiguiendo vender muchas o pocas mercancías. — ¿Y cuáles con esos gastos, Piscinas? — No creas que ahí fuera, cuando salgas, ¡seguirás con el chollo de tener un chabolo (un local) sin gasto de alquiler asociado! — ¡Eres un cachondo, Piscinas! — Con todos los elementos que formarán tus Instalaciones tendrás dos opciones: o alquilarlos o comprarlos. Mientras con la primera opción se te generarán gastos de alquiler —continúo rápido— , con la segunda se te producirán gastos de amortización. — ¡¿Gastos de qué?! —me pregunta poniendo cara de dolor.

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Las Cuentas del Prisionero — ¿Cuánto te costaron en el Demandadero los altavoces en los que guardas el stock de la Merca? —le contesto “a la gallega”. — No me acuerdo exactamente, ¡pero sé que fue una pasta! — Si imputáramos la totalidad del alto coste de compra de un Inmovilizado al Periodo en el que lo adquirimos, cometeríamos una injusticia distributiva de gastos en ese mes o en ese año en concreto. Estaríamos penalizando erróneamente el resultado de ese Periodo, porque un Activo No Circulante dura varios años. Los financieros dirían que no estaríamos periodificando correctamente el gasto, es decir, asignando el importe correcto a cada periodo. El gasto se produce cuando se consume un recurso, ¡y no cuando se compra! — ¿Quieres decir que debemos dividir el coste entre los años que nos va a durar, entre los años en que va a tardar en consumirse? — ¡Exacto! —le confirmo feliz—. Si dividimos el importe de compra de un Activo No Corriente entre sus años de vida útil, obtenemos la cantidad que debemos contabilizar cada Periodo de tiempo en concepto de Gasto de Amortización de ese Inmovilizado. — No estoy muy seguro…, ¡pero creo que lo he pillado! — Si alquilamos Instalaciones, el importe del gasto y del pago suelen coincidir en el mismo mes; pero si las compramos, pagamos la totalidad del bien al principio y luego contabilizamos cada mes el importe de la amortización mensual en concepto de gasto. Vemos, una vez más, que Gasto y Pago no son sinónimos, ¿verdad? — Está claro que no me libraré de que me caigan todos los meses los gastos producidos por el uso de mis Instalaciones — reflexiona en alto—: o bien son gastos por alquiler o bien son gastos por amortización, ¡pero no me libro! Además —añade mi peculiar alumno—, tengo claro que la parte de las Instalaciones que consiga comprar, las tendré que contabilizar en el grupo de los Activos No Circulantes (de los Inmovilizados) de la empresa. — ¡Muy bien resumido, Malamata! —exclamo contento con su actitud y con su progreso—. Si decides comprar todas o parte de tus Instalaciones, probablemente precisarás incurrir en una deuda a largo plazo para pagarlas: una hipoteca, un préstamo, un leasing… — Claro, claro… 78

El polideportivo — Pero, además de en esos gastos producidos por el uso de las Instalaciones —continúo con la enumeración razonada de este tipo de gastos que se generan periódicamente con independencia de la cifra de ventas—, también incurrirás en gastos de Personal. Ya verás como todos los meses te aparecerán unos gastos por las nóminas que tendrán un importe no vinculado a los ingresos, sino a las jornadas laborales y a las categorías de tus empleados. — Admito que no estoy pagando alquiler por el chabolo —me dice risueño—, pero te aseguro que, si no pagara todos los meses a mis machacas las cantidades pactadas, dejarían de trabajar para mi negocio en el talego…, ¡y se buscarían otro Kie! — Yo te recomendaría que, ahí fuera, no consideraras a tus empleados como machacas, sino como personal o como recursos humanos, pero bueno, ya hablaremos de eso en otro momento… — ¡Qué gran corazón tienes, Piscinas! ¡Creo que vas a conseguir que me salten las lágrimas! —exclama con ironía—. Te aseguro que como te vean aquí dentro así de blando e ingenuo, ¡la peña se te subirá a las barbas, y te darán por culo cantidad! — Las reglas internas me las explicarás tú, pero te aseguro que el “ordeno y mando” ya no funciona fuera. Para que los recursos humanos de tu empresa estén satisfechos y, como consecuencia de ello, se impliquen y motiven, deberás tratarlos correctamente. — Yo llevo veinte años aquí dentro, ¡y te aseguro que sé muy bien lo que funciona y lo que no para mandar a la peña! —afirma convencido—. Por eso, no tengo intención alguna de cambiar nada cuando salga. En el boxeo, si bajas la guardia, ¡te expones a recibir! — Es evidente que, en lo que respecta a la gestión de los recursos humanos, tenemos ahora puntos de vista diferentes. Pero quizás nos acabemos poniendo de acuerdo al final, ya verás… — ¿Y hay más gastos de esos que dices que se producen aunque no consigas vender mucha mercancía durante un periodo de tiempo, Piscinas? —me pregunta ahora, demostrando que no le apetece seguir hablando sobre los estilos de liderazgo de personas, y sobre el enorme impacto que tienen en las Cuentas Financieras.

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Las Cuentas del Prisionero — ¡Sí, sí, desde luego que sí! —le contesto categóricamente, mientras asiento con la cabeza de manera ostensible. — ¡No me jodas! —exclama con cara de preocupación—. No sé si lo que estás haciendo ahora es enseñarme a llevar las cuentas de mi negocio…, ¡o desanimándome a que lo arranque, tío! — ¡No te asustes tanto con los gastos, Malamata! Piensa en ellos con mentalidad positiva: considera que son la retribución que reciben los recursos de estructura que necesitas para la operativa habitual de la empresa, para la explotación de tu negocio. — No sé, no sé…—me dice, demostrando escepticismo. — Estoy seguro de que, actualmente, tú también tienes que estar pagando a tus contactos de fuera de la cárcel. — ¡¡¡Quieres no gritar tanto, Piscinas!!! —me recrimina enérgicamente, acompañando sus palabras con un elocuente gesto. — Y no me estoy refiriendo ahora a tus proveedores de la mercancía que vendes —continúo en voz baja—, sino a todos los que te prestan servicios desde fuera. Todas las empresas necesitan contratar esos servicios externos, porque es imposible que sus empleados, que sus recursos internos, sean capaces de hacerlo todo. — ¿Estás pensando en los tinterillos…? — Toda empresa necesita, como bien dices, recurrir a servicios profesionales externos para el asesoramiento legal, fiscal, laboral o mercantil; pero también precisa contratar los servicios de empresas de reparación y de mantenimiento o limpieza de las instalaciones. Las compañías de electricidad, de agua y de telefonía también envían facturas por los consumos realizados. Las empresas también necesitan ir al Economato para comprar cosas necesarias para la operativa habitual, como material de oficina, bebidas, etc. — ¡Claro, claro…! —admite reflexivo. — Tampoco olvides que las pólizas de seguros serán otra fuente de gasto periódico para tu empresa, así como lo serán también las comisiones por los servicios bancarios y similares. — Yo también pienso hacer publicidad de mi tienda de deportes, por mi barrio ¡y por toda la ciudad! 80

El polideportivo — ¡Exacto, Malamata! —le digo, muy satisfecho con su aportación—. Las empresas de publicidad también enviarán a tu empresa facturas por los trabajos que realicen para darla a conocer. Y tendréis que contabilizar esas facturas como gastos por servicios externos, es decir, por trabajos que tendréis que contratar a empresas externas como consecuencia que no disponer de personal o de recursos internos suficientes para realizarlos. A todo lo relacionado con la contratación externa de servicios necesarios para la operativa es a lo que los anglosajones llaman “Outsourcing”. — ¡Muchos gastos me están pareciendo, tronco! Y, además, creo que nos hemos olvidado uno muy importante. — ¿Cuál? —le pregunto expectante. — ¡Los Intereses de la Deuda que necesitamos para financiar a los Activos que tenemos! —afirma algo que me deja asombrado. — ¿Por qué crees que los gastos financieros deberían estar dentro de este grupo de gastos que estamos relacionando ahora? — Porque su importe no depende de las ventas, sino que está en función de la cantidad de dinero que tengamos prestada. — ¡Me has dejado alucinado! ¡Sí, señor! De todas formas —le digo—…, y a pesar de que es cierto lo que dices, vamos a excluir los intereses de este grupo de gastos de operativa o de explotación. — ¿Por qué? — Prefiero dejarte, por ahora, con la intriga sobre la razón... — Pues vale… —me dice con una docilidad que no le pega. — Todos estos gastos que acabamos de relacionar, y de los que excluimos los financieros, son como vosotros los FIES. — ¡Tú has perdido la pinza! —exclama, mientras observo que vuelvo a conseguir mantenerlo atento al introducir algo de suspense. — Fichero de Internos de Especial Seguimiento, ¿cierto? El boxeador asiente con la cabeza, con cara de intrigado, mientas permanecemos los dos de pie junto a la máquina de pesas. — Como es fácil de entender, todos los gastos que se producen con independencia de si la empresa vende mucho o poco ¡deben ser también considerados como de especial seguimiento! 81

Las Cuentas del Prisionero — ¡Explícate mejor, Piscinas! —me exige. — Si contratas a más Personal del que necesitas para tu nivel de actividad, si utilizas unas Instalaciones sobredimensionadas y/o si recurres a servicios Externos excesivos, tus gastos no asociados a las ventas serán demasiado elevados para tu nivel de ingresos y, por tanto, los beneficios operativos de tu empresa serán muy reducidos, ¡o inexistentes, si terminas incurriendo en pérdidas! — ¡Joder, Piscinas! —exclama desinhibido, a la vez que se desabrocha la hebilla del cinturón que usa para no herniarse—: ¿tú crees que se necesita tener estudios para decir eso tan de bulto? — Pues si te parece todo tan obvio, Malamata, ¿me sabrías decir cómo llaman los financieros a este gran grupo de gastos que se producen durante un Periodo de tiempo y que no están generados por las ventas, sino por la cantidad de recursos de estructura que la empresa utiliza o consume durante ese mismo Periodo de tiempo? — El Polaco siempre me da la bara con los gastos fijos… — ¿Quién es el Polaco? — Un menda enclenque, al que no verás nunca haciendo gimnasia aquí en el Poli ¡porque no sale del Socio! Siempre está leyendo en la biblioteca o haciendo cosas extrañas en algún ordenador del aula de ofimática. Te lo presentaré luego… — Me parece muy bien: tengo ganas de conocerlo. — Al Polaco es al único compi del módulo que se le dan bien los números y, por eso mismo, se encarga de llevarnos las cuentas del negocio que tenemos aquí dentro. Ya sabes de lo que te hablo… —me dice en voz baja, mientras me guiña un ojo. — ¿Y por qué ese individuo “tan extraño”, al que le gustan tanto los números, te pega tanto la paliza con esos gastos? — Nos toca los barés cada mes —me explica—, diciendo que hay que pagar la cantidad fija pactada a todos los mendas que tenemos “contratados”, ya sabes, a todos los que están pringados en la vaina ésta del negocio, como dicen los sudacas. También nos dice que, si no pagamos la cantidad mensual acordada a todos los que nos echan una mano desde fuera, dejarán de hacerlo. ¡Tiene bemoles todo lo que llegan a exigir los putos machacas ahora! 82

El polideportivo — ¿Y eso te representa un problema, Malamata? — ¡Los meses que vendemos poca Merca, sí!; ¡que pareces tonto, joder, con todas tus preguntitas para chaborrillos! —exclama ofendido—. Me toca los huevos que me hables como si fuera uno de tus churumbeles, porque yo ya tengo los barés negros como el carbón de tanto que me los han tocado en esta vida —sigue con sus excesos verbales, lo cual me recuerda que no debo confiarme. — ¡No te molestes, Malamata! —le ruego—. Disculpa si te he ofendido. No era mi intención, desde luego. Simplemente quería que llegaras a la conclusión tú sólo, para poder demostrarte que las Finanzas básicas son algo lógico y de sentido común. Me gusta ir exponiendo y encajando los conceptos de manera ordenada y con simples razonamientos de lógica deductiva —añado—, tal como hace Sherlock Holmes al resolver sus misteriosos casos, ya sabes… — ¡Perdonado! —me dice sonriendo, demostrando una vez más que tras la impulsiva fiera exterior se esconde un personaje noble, arrepentido de sus errores y con enormes ganas de mejorar. — Explícame lo que os ocurre, por favor —le pido. — Los meses que no podemos vender mucho —enlaza con lo anterior—, bien porque no conseguimos meter mercancía desde fuera, o bien porque los compis están anajabaos, las pasamos putas para pagar “los Salarios”—me dice sonriendo. — ¡Pues fíjate si, además, tuvierais que pagar todos los meses el alquiler por el uso del local! —afirmo con ironía. — ¡¿Cómo?! — Te recuerdo que fuera no tendréis el chollo que tenéis aquí dentro de disponer del local de negocio gratis —le digo riendo—. Pensándolo bien, y puesto que se niegan a vendéroslo, yo sugeriría que os cobraran un alquiler mensual por el uso del chabolo. Sería como una simulación más realista de lo que os pasará cuando recuperéis la libertad y, por tanto, como una ayuda formativa más. — A ti, Piscinas, más que en un centro penitenciario, ¡te deberían haber encerrado en un manicomio! —me dice sonriendo. — Este loco todavía no ha oído de la boca del cuerdo —le digo irónicamente— el nombre que le dan los financieros a estos gastos 83

Las Cuentas del Prisionero que generan las Instalaciones, los servicios Exteriores y los Salarios. Sabes que me refiero a los gastos FIES, a los que debemos prestar especial seguimiento, para que siempre estén justificados. — ¡Sí que lo has oído, Piscinas!: te he dicho que eran gastos fijos, porque nos caen todos los putos meses, tanto si acabamos vendiendo mucha mercancía, como si acabamos vendiendo poca. — Estoy de acuerdo en que los alquileres, las amortizaciones o las nóminas acostumbran a tener importes iguales, o muy parecidos, todos los meses. Pero los importes de los gastos por servicios externos pueden variar de un periodo a otro, salvo que tengamos servicios contratados con cuotas fijas mensuales. — Creo que no te pillo….; o mejor dicho… ¡que no te explicas bien! —me dice, poniendo de manifiesto su amor propio. — No todos los meses se produce un gasto por reparación o conservación de algo, ni contratamos los servicios de un abogado, ni consumimos la misma energía, ni hacemos publicidad. En diciembre, por poner otro ejemplo, podemos tener gastos que están asociados a las atenciones navideñas…, ¡pero no a las ventas! — ¿No debo llamarlos gastos fijos, entonces…? — Mi consejo es que no te compliques la vida utilizando términos como costes fijos y variables, o directos e indirectos…, y que reserves su uso para los especialistas en contabilidad analítica. — Pues más fácil me lo pones… — Esos especialistas en contabilidad de costes hacen cálculos complicados, que a mí también me cuesta entender, para estimar el valor de coste de los productos que fabrican sus empresas. — ¡Deben ser unos aviones! —exclama agitando la mano. — Las compañías industriales dividen sus costes en variables y fijos, dependiendo de si están asociados o no a la actividad de fabricación...; ¡pero fabricar productos no es lo mismo que conseguir venderlos, ¿cierto?! —enfatizo con la intención de retener su atención—. Mientras en un coste variable se incurre cuando se fabrica un producto, en un gasto de la venta ¡se incurre sólo cuando se vende! La diferencia entre fabricar y vender es notoria, ¿verdad? — ¡¿Cómo coño pretendes que me haya pispado de todo eso?! 84

El polideportivo — Te reconozco que me he enrollado demasiado —le digo—. Mi intención era argumentar un poco mi recomendación de que a esos tres grandes grupos de gastos, que se producen durante un periodo de tiempo con independencia de la cifra de ventas que se acabe consiguiendo en ese mismo Periodo de tiempo, no les llames Gastos o Costes Fijos…, ¡sino Gastos del Periodo! — No sé por qué, pero te haré caso ¡para que te calles! — Mientras en Costes Fijos se incurre tanto si se fabrica como si no, en Gastos del Periodo se incurre tanto si se vende como si no. Como no vas a fabricar artículos deportivos, sino sólo vas a distribuirlos, no te compliques la vida y piensa sólo en los Gastos del Periodo que generará tu estructura cada mes y cada año. ¿Vale? — Creo que hay algo de lógica dentro de tu locura, Piscinas — me dice, demostrando tener una fina ironía que me agrada. — Si me permites revelarte un pequeño truco personal, Malamata, te diré que, a los Gastos del Periodo o de Estructura (a los FIES), yo también les llamo Gastos Fríos o Gastos Azules. — ¡¿Gastos Azules, tío?! — Verás, les llamo así porque… — ¡Agua, agua! —escucho sobresaltado, justo en el momento en que me disponía a explicarme, el grito de un recluso que está ejercitando sus tríceps en una máquina situada junto a la puerta. — ¡Parece que ese hombre tiene sed! —digo. — ¡Volvamos a las pesas, Piscinas! ¡Rápido! — ¿Por qué? ¿Qué ocurre? —le pregunto alarmado, al ver que todo el mundo empieza a moverse con rapidez. — “Dar el agua” es avisar de que se acerca un chapa o de que hay algún peligro— me informa—. Si hay algo que te tienes que aprender de memoria, ¡es justamente eso! —añade al empujarme. — Ya veo —digo, mientras me muevo nervioso. — No saber Finanzas puede que te haga perder media vida —me cuchichea mientras avanzamos deprisa —, pero si alguna vez no das el agua a tiempo, ¡puede que pierdas la vida entera!

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Las Cuentas del Prisionero — ¡Veo que hoy tampoco os habéis puesto colonia! —oímos la voz nasalizada del funcionario, mientras nos habla desde la puerta, segundos después de que nos hayamos resituado—. ¿Todo bien? — nos pregunta, después de haber dejado de pinzarse la nariz. — Preferiríamos estar poniendo duro otro músculo con tu novia, pero ¡¿qué le vamos a hacer?! —le contesta el Kie algo que me deja estupefacto, provocando la carcajada general. — ¡Si te meto un parte, tu mujer no podrá ponértela dura este sábado, Malamata! —le replica, mientras se da la vuelta y se va. — Ese chapa es el más enrollao de todos, Piscinas —me informa Malamata—. Se pispa de todo, pero hace la vista gorda. — ¿Por qué lo hace? —le pregunto ingenuamente. — Mayormente…, ¡porque también está en nómina! —me dice, acercando el borde de su mano a la comisura de la boca. — Otro gasto azul más, por lo que veo… — ¿Por qué les llamas azules a los gastos del Periodo? — Te lo explicaré en la ducha. — ¡Coño, Piscinas! —exclama impaciente—: ¡mira que te gusta hacerte el interesante, jodido! ¡Eres como un kie de pastel! — ¿Quieres seguir con el entrenamiento? —le pregunto. — Con toda esta cháchara, me he quedado frío. ¡Vayámonos! — ¿Te vienes, Jari? —le pregunto al pasar junto a él. — Prefiero seguir un rato —nos contesta en pleno esfuerzo. — Pues vale —le dice el kie—. ¡Nosotros dos nos abrimos! — Os veo en el Socio más tarde —nos dice el sevillano sin soltar las pesas y con las venas de sus brazos a punto de reventar.

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La ducha Quince minutos más tarde, y tras haber acabado nuestra especial sesión de entrenamiento en el gimnasio más cutre que he estado en mi vida, me encuentro desnudo bajo un chorro de agua helada que sale de un tubo metálico incrustado en una pared alicatada en la que quedan muy pocas baldosas íntegras. Miro de reojo y observo cómo se me acerca, a toda velocidad, el enorme cuerpo del boxeador. — ¡Venga, tío, déjame pasar ya, que esto no es un gimnasio de lujo para yupis! —exclama, a la vez que me empuja con fuerza. — ¿No hay agua caliente? —le pregunto tiritando. — Si la hubiera —inicia su respuesta a la vez que se restriega con fuerza una pastilla de jabón Lagarto por sus músculos—, ¿qué excusa pondrías para explicar el tamaño de tu cimbel? — Ja…, ja…, ja… ¡muy gracioso! —le digo muy serio, mientras repaso veloz su cuerpo con la mirada, y me doy cuenta de que no debo seguir con el tema de la comparación de los tamaños, ¡por mucho que se trate de algo imprescindible en Finanzas! — Me prometiste antes que, en la ducha, me explicarías por qué, a los Gastos del Periodo, también te gusta llamarlos Gastos Azules — me recuerda, mientras se aclara el jabón hábilmente con el fino chorrito de agua fría que va saliendo del caño oxidado. — Esos dos grifos que hay en la pared ya no funcionan, pero uno tiene una marca de color azul y el otro de color rojo —le digo, con el propósito de iniciar mi explicación razonada. — ¡Agua caliente y agua fría, Piscinas! —vocifera, separando sus brazos—. ¡No me cambies de conversación diciendo tonterías! — ¡No estoy tratando de hacerlo, hombre! —me defiendo—. Simplemente, estoy intentando explicarte, utilizando un truco nemotécnico, la razón por la que me gusta llamar Gastos Azules a los Gastos del Periodo: los denomino así, ¡porque son fríos! — ¡No te pillo, mediometro! ¿Qué coño quieres decir? 87

Las Cuentas del Prisionero — Los gastos azules se generan de manera “fríamente programada” durante los diferentes periodos de tiempo, y con independencia de si las ventas acaban siendo altas o bajas. Su importe no depende de los ingresos por ventas, sino de la cantidad de recursos azules utilizados o contratados durante dicho periodo. — ¿Qué más? —pregunta ansioso ahora. — Se trata de gastos que se generan de forma “premeditada, fría e insensible” cada mes o cada año, sin que los recursos que los generan pregunten previamente sobre el importe de los ingresos alcanzados durante ese tiempo, ¡y sin que se apiaden de la empresa en los periodos en los que las ventas han acabado siendo reducidas! — caricaturizo el tema intencionadamente con fines nemotécnicos. — Si te vieras la cara de sabelotodo que pones cuando hablas, tendrías más cuidado al hacerlo… —exclama divertido algo que parece haberlo arrancado ¡de la boca de mi mujer! — “Acordamos este importe a cambio del alquiler del local, a cambio de mi trabajo o a cambio de mis servicios externos pactados; y no me venga usted ahora con la excusa de que la empresa ha vendido poco…” —simulo palabras textuales—, te pueden decir esos “fríos, calculadores y desalmados” recursos azules, si les cuentas tus penas en los meses de ingresos reducidos. — Y supongo que con algo de razón, ¿no…? — “En los meses en que los que se vendieron muchos productos, a la empresa no se le ocurrió pagarnos más cantidad de la pactada, ¿verdad?”, seguro que añadirían inmediatamente. — ¡Ahora me pispo! —me dice saliendo de la ducha—: por eso dices que son gastos FIES, de especial seguimiento. — Y ahora que lo pienso —le digo preparado para improvisar una nueva ocurrencia—, esas siglas también nos pueden servir para recordar los tres grandes grupos de Gastos del Periodo (Azules o Fríos): la I de Instalaciones, la E de Externos y la S de Salarios. — ¡Ahora sí que le has dao de lleno, Piscinas! —exclama riendo, mientras se restriega la espalda con la toalla, agarrándola fuertemente con las dos manos—. Eso sí que es un buen truco para 88

La ducha recordar fácilmente los gastos que mi tienda de deportes tendrá todos los meses, tanto si consigo vender muchos o pocos productos. — Como los gastos azules suelen ser de importe previsible y estable en los diferentes meses, ¡razón por la cual todos tenemos la tendencia a llamarlos fijos!, te recomiendo pensar en una piscina de agua fría cuya altura está determinada por la cantidad total de esos gastos en los que la empresa incurre cada periodo de tiempo, con independencia de la cifra de ventas que acabe alcanzando. — ¿En una piscina, dices? —me pregunta mientras se viste. — Cierra los ojos, Malamata, y piensa en una piscina que empieza completamente vacía el primer día de cada mes, y que tienes que conseguir llenar completamente para poder cubrir todos los gastos azules con los que la empresa cuenta cada mes. Cuantos más recursos azules tengas contratados o utilices (cuanta más estructura tengas), más grande será tu piscina y, por tanto, más agua necesitarás volcar en ella todos los meses para llenarla del todo. — ¿No me digas que tu libro se titula así por eso…? — Podría ser…, podría ser… — ¡Vaya movida con tu piscina de los cojones! —exclama carcajeándose, mientras continúa colocándose piezas de ropa. — Podemos tener una imagen mental de la piscina dispuesta en posición horizontal o, también, en posición vertical, como si “la pusiéramos de pie” mentalmente —le digo al dejar de peinarme, y colocando el peine en ambas posiciones—. ¿No te parece un buen truco pensar en una piscina como algo que puede representar los “fríos” Gastos azules de una Cuenta de Resultados? —le pregunto a continuación, anhelando una respuesta positiva de este hombre. — Creo que no está mal del todo para no olvidarte de ¡que tienes que pagar lo mínimo posible a la tropa! —me dice, mientras observo que se sube la cremallera de su chaqueta de punto. — ¡¿He dicho yo eso?! —exclamo decepcionado. — ¡Claro que sí! —me contesta convencido. — ¡Pues yo te digo que no! —le desmiento categóricamente.

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Las Cuentas del Prisionero — Has dicho que son gastos FIES, de especial seguimiento, porque se producen “fríamente” a final de mes, sin importarles ni un cojón la cifra de ventas que se acabe consiguiendo. — ¡Y me ratifico en ello!, pero eso no quiere decir que… — No te has cortado ni un pelo al decir —me interrumpe— que los recursos azules son unos insensibles, unos desconsiderados y no sé cuantas cosas negativas más… — Cierto, pero… — ¡¿Te parece poca la caña que les has dado a esos jodidos recursos azules?! Con todo lo que has dicho, ¿tú crees que son para que le caigan bien al empresario que tiene que negociar con ellos? — Es verdad que te acabo de decir todo eso, influenciado en las formas por los fines didácticos y nemotécnicos que persigo —me apresuro a replicarle—, pero eso no significa que… — ¡Venga, vamos! —me interrumpe de nuevo, a la vez que me empuja en dirección a la puerta, sin mostrar el más mínimo interés por escuchar la imprescindible aclaración que me urge darle. — ¡Espera un segundo, Malamata: necesito explicarte algo muy importante! —le digo, mientras le agarro del brazo para evitar que abandone la conversación justo en este momento tan clave. — ¡Rapidito, Piscinas! —accede a concederme un tiempo. — Los gastos azules son la retribución de los recursos azules que la empresa utiliza, consume o contrata durante un periodo de tiempo, ¡y esos recursos deben retribuirse de manera adecuada! Y no sólo por generosidad, por sensibilidad social o por altruismo… — ¡¿Por qué, entonces?! — ¡Para no perjudicar la viabilidad económica de la empresa y comprometer así su futuro a medio y largo plazo! — ¿Qué quieres decir? —me pregunta, ligeramente intrigado. — Trataré de explicarme: el hecho de que los gastos azules se generen durante el periodo de tiempo, y con un importe que no depende de la cifra de ventas, no quiere decir que los recursos que los generan no sean decisivos e imprescindibles para que la empresa mantenga su operativa y que, por tanto, consiga ingresos por ventas. 90

La ducha — ¡¿Tú te has propuesto volverme loco?! — Las ventas no generan o causan los gastos azules, pero, ¡atención!, los recursos azules son indispensables para conseguir vender productos a los clientes. Sin Personas competentes, sin Instalaciones adecuadas y sin servicios Externos apropiados es imposible que la empresa pueda funcionar y conseguir ingresos. — ¡Me estás mareando, Piscinas! —exclama, mientras me vuelve a demostrar su impaciencia por interrumpir la conversación que estamos manteniendo de pie junto a la puerta del vestuario. — La necesidad de analizar el importe de los gastos azules para racionalizarlos al máximo, no quiere decir que no haya que retribuir adecuadamente a los recursos azules que utiliza la empresa para su operativa habitual, para la explotación del negocio. — O sea, que te gusta pagar mucho… ¡Vamos, no me jodas! — Si no retribuyes adecuadamente a las personas que trabajan bien, puede que se desmotiven y no rindan, o que decidan irse a otra empresa. Si realizas tu actividad en un local demasiado pequeño, con el propósito de reducir el gasto de alquiler, puede que pierdas pedidos de clientes y, por tanto, ventas. Y si contratas a la agencia de publicidad barata pero mala, pensando que con eso ahorrarás en gastos, seguro que conseguirás menos ventas que utilizando los servicios de la buena, y sólo aparentemente cara. — ¿Quieres decir que lo barato puede acabar saliendo caro? — Lo que quiero decir es que no debes contratar recursos azules excesivos o que no contribuyen a que la empresa vaya bien y consiga ventas, porque podrías meter a la empresa en pérdidas. Ahora bien, sí debes utilizar recursos azules valiosos y retribuirlos según su valía y su contribución a las ventas y a la buena marcha general de la explotación del negocio. Si eres tacaño con los recursos azules valiosos, puede que consigas reducir los gastos a corto plazo de la empresa, pero seguro que, además de ser injusto y desagradecido, ¡amenazarás los beneficios a medio y largo plazo! — ¡Se nos está haciendo muy tarde! —afirma impaciente. — Ya estamos acabando, Malamata. Un segundo más de atención ¡y lo tenemos! Verás qué fácil es… 91

Las Cuentas del Prisionero — Creo que ya tengo bastante de tu puto rollo—. ¿Quieres, ¡o no!, que llamemos a tu familia por teléfono antes de ir al Socio? — Ahora que nombras a la familia —le digo obsesionado por acabar con mi exposición sobre los gastos del periodo—, me viene a la mente que no debemos pensar en los gastos empresariales como lo hace una clásica “ama de casa” con los gastos domésticos. — Recuerdo que, cuando era niño, mi vieja llevaba las cuentas de casa —me explica con una expresión melancólica, mientras me alegro de haber conseguido unos instantes adicionales de atención gracias a haberle tocado la fibra sensible—. Como a mis viejos les costaba mucho llegar a fin de mes —añade—, mi pobre madre estaba obsesionada con reducir los gastos. — ¡Por eso mismo eran pobres, Malamata! —exclamo con la intención de decirle algo impactante para seguir manteniendo su atención, a pesar de su aparente reducido interés por el tema. — ¡¿Pero qué coño dices?! — Digo que tus padres eran pobres, ¡porque se centraban en los gastos! —insisto, feliz de que mi táctica haya dado resultado. — ¡¿Desvariando de nuevo, Piscinas?! — Los pobres son pobres —afirmo muy serio y muy atento a la expresión de su cara para ver cómo reacciona a mi planteamiento intencionadamente provocador—, porque se obsesionan tanto con reducir los Gastos, que llegan a olvidarse de aumentar los Ingresos. — ¡¿No me jodas?! — Los ricos son ricos, porque se centran en los Ingresos, sin obsesionarse con los Gastos, a los que sólo miran de reojo. — ¡¿Jipiar de reojo a los gastos, recomiendas?! — Los ricos van acumulando beneficios, porque no pierden de vista el objetivo de aumentar sus ingresos en mayor proporción que los gastos necesarios para conseguirlos. Ellos no perciben los gastos como algo de naturaleza intrínsicamente maligna o perversa, sino como algo indispensable para tener ingresos. Los beneficios de sus empresas no son más que la diferencia entre ambos. Además, los gastos son ingresos para sus empleados y los otros recursos. 92

La ducha — ¡Hostia, Piscinas! —exclama pensativo—.Viéndolo así, aunque me joda reconocerlo, quizás tengas algo de razón… — Por eso mismo —añado, perseverando en mi intención de mantenerlo reflexivo y pacífico mediante este tipo de afirmaciones polémicas y provocadoras—, hay quien dice que únicamente crea riqueza colectiva ¡el que tiene la ambición por ser rico! — Puede ser…, ¡pero la avaricia rompe el saco, macho! — ¡Estoy totalmente de acuerdo con eso último, Malamata! —le reconozco—. De ahí la necesidad de que las leyes y de que los organismos reguladores desempeñen bien su función de seguimiento y control, para evitar que los excesos de codicia produzcan demasiados efectos secundarios. Es muy difícil hacerlo y fallan muchas veces, lo admito, pero reprimir el espíritu emprendedor de los que demuestran iniciativa tiene consecuencias mucho peores para el desarrollo económico. Además, no debemos ser ilusos pensando que lo podemos regular todo. La sociedad debe tener mecanismos para premiar y reconocer al que crea riqueza individual y colectiva gracias a su preparación y a su esfuerzo. Piensa en lo que ocurre en el deporte, y seguro que me darás la razón. — ¡Todos los de derechas sois iguales! —afirma. — Las políticas económicas deben estar influidas por criterios políticos o ideológicos, ¡pero sin llegar al extremo de infringir los principios básicos de ortodoxia financiera! La politización excesiva de la economía, que puede conducir a un secuestro de la misma caracterizado por la exclusión de los criterios técnicos elementales, lleva a situaciones socio-económicas desastrosas. De todas formas — añado inmediatamente—, nos hemos desviado del tema. Mi intención no era enfrascarme en ese tipo de debate sobre la necesidad de politizar menos y tecnificar más la vida pública, sino ilustrar el consejo de que los gastos no debemos considerarlos como algo necesariamente perverso, como algo a reducir a toda costa. — ¡Pues eso es lo que pensamos todos! — Porque nos inculcan el tópico desde niños y, por tanto, se convierte en algo muy arraigado, en algo de naturaleza cultural. — Ya veo, ya veo… 93

Las Cuentas del Prisionero — Las “amas de casa” clásicas de antaño —me doy prisa para avanzar, viendo que he conseguido encajarle un crochet virtual que lo ha dejado momentáneamente grogui—, como lo era tu madre, se centraban sólo en los gastos, porque sus ingresos estaban determinados por el salario que sus maridos llevaban a casa cada mes. Al considerar los ingresos estables, y con ninguna capacidad de actuar sobre ellos, la única forma que veían de incidir sobre el resultado económico del mes… ¡era reduciendo los gastos! — Eso pasaba en mi casa, sí… —me reconoce, todavía dócil. — ¡Pero en la empresa pasa justo lo contrario, Malamata!: los ingresos varían cada mes, dependiendo de las ventas que se acaben consiguiendo. Si la empresa consigue incorporar nuevos recursos valiosos, seguro que conseguirá aumentar sus ingresos en mayor proporción que los gastos que esos mismos recursos generan y, de está forma, conseguirá hacer compatible el beneficio empresarial (a corto, medio y largo plazo) con la creación estable de empleo, con la retribución satisfactoria de todos los recursos que utiliza y con el pago de los impuestos que necesitan las administraciones públicas. La austeridad excesiva no crea riqueza, crecimiento y bienestar. — Eso sí… — Ahora bien —matizo—, estoy de acuerdo contigo en que, si la empresa contrata o utiliza recursos azules que producen un importe de gasto más alto que el de los ingresos que contribuyen a generar, el conjunto saldrá perdiendo. Pero una cosa es el hecho de que algunos gastos no estén justificados y que, en consecuencia, haya que eliminarlos o reducirlos, y otra muy diferente es convivir prisionero de la falsa creencia de que todos los gastos son malos. — Se nos hace tarde, Piscinas. — Dicho en términos de nuestro particular modelo conceptual —persevero, aún a riesgo de llevarme un uppercut, ¡en este caso real!—: el buen empresario no debe centrarse en reducir la altura de su piscina de manera prioritaria, sino en conseguir que su empresa genere agua suficiente para desbordar una piscina que va ganando en altura a medida que su empresa va creciendo y, por tanto, reclutando nuevos recursos que pueden encontrar satisfechas sus necesidades económicas y profesionales. 94

La ducha — ¿Y qué me dices de eso en épocas de crisis, Piscinas? —me pregunta—. Me admitirás que esta extraña teoría tuya no funciona. — Admito que eliminar personal, prescindir de servicios externos o reducir las instalaciones es algo que no hay más remedio que hacer en situaciones difíciles. Ahora bien, esas medidas para la reducción de la estructura siempre deben adoptarse como segunda opción, cuando no se ve otra posibilidad para evitar las perdidas. — ¡Explícate mejor! —exclama impaciente. — Antes de deshacerse de sus recursos valiosos, una empresa debe esforzarse en intentar diversificar, en buscar nuevos clientes y/o nuevos productos, en internacionalizarse, etc. Ya sabes que, en el ámbito empresarial, no debes actuar como en el doméstico: tienes que priorizar el conseguir ventas con margen bruto positivo, sobre el reducir todos los gastos de manera indiscriminada y masiva. — ¡Lo he entendido, plomo! — De hecho —añado, demostrando que mi entusiasmo es más fuerte que mi prudencia—, es en éste punto, precisamente, dónde se diferencian los mejores gestores de organizaciones. — ¿Por qué? —me pregunta con algo más de curiosidad. — Podemos improvisar recortes o eliminaciones drásticas de los Gastos…, ¡pero difícilmente aumentos de los Ingresos! — Ya… — Los buenos gestores no actúan de forma reactiva, sino que analizan periódicamente los datos, planifican, prevén y actúan a tiempo. Los malos directivos se mueven cuando aparecen las urgencias, ¡cuando hay fuego!, como los bomberos; y mientras están ocupadísimos tratando de resolver precipitadamente lo urgente…, ¡se olvidan de lo importante! — No sé, no sé… —me dice para transmitirme que no termina de estar totalmente de acuerdo con mis argumentaciones. — En el ámbito público —continúo intentándolo, tras oír su comentario—, los políticos hablan de medidas de ajuste, cuando se ven obligados a recortar el gasto público; y hablan de medidas de estímulo, cuando buscan desesperadamente aumentar los ingresos públicos. Ahora bien, son conscientes de que el efecto de éstas últimas 95

Las Cuentas del Prisionero tarda mucho en aparecer. Si los gobiernos no “hacen los deberes” a tiempo en relación con las reformas imprescindibles para aumentar la productividad, el país lo acaba pagando muy caro. — Supongo que salen del paso como pueden —opina—. Tratan de sobrevivir, ¡igual que hacemos nosotros aquí dentro! Aunque no lo tienen tan difícil —añade sonriendo—: si tienen que hacer algo impopular, ¡le echan la culpa al gobierno anterior! — Bueno, la verdad es que mi propósito tampoco era que nos pusiéramos a criticar a aquellos que gestionan las cuentas públicas — le digo—, sino reflexionar sobre el hecho de que actuar sobre los gastos es mucho más fácil e inmediato que trabajar para consolidar los ingresos, pero también mucho más traumático y perjudicial para la situación económica de todos. Y eso es aplicable tanto en el ámbito de las finanzas públicas como en el de las privadas. — Pero, si animas a los gobiernos a que se concentren en los ingresos —reflexiona—, ¿eres partidario de impuestos altos? — ¡¿Crees que puede serlo alguien de derechas…?! — Pues ya me explicarás… — Los ingresos elevados y mantenidos de las empresas no se generan vendiendo mucho a pocos, ¡sino poco a muchos! Lo difícil es consolidar las ventas incrementando el número de productos y de clientes. La diversificación de los ingresos entre muchos clientes es algo clave, pero requiere esfuerzo. Por eso mismo, decía antes que unos ingresos estables no son una situación que se improvisa, sino algo que es fruto de una buena gestión, de haber hecho los deberes a tiempo. Con los ingresos públicos pasa lo mismo: debe crearse un marco favorable que fomente el que haya muchos contribuyentes (muchos clientes) generando ingresos públicos altos, pero sin que la presión fiscal individual sea excesiva. Se recauda más cobrando poco a muchos que mucho a pocos. Tributar un alto porcentaje de nuestra renta, nos desincentiva para aumentar nuestra actividad. — Me has medio convencido… — Lo que sí es verdad, y volviendo al ámbito de lo privado — matizo mi argumentación anterior sobre la priorización de los ingresos sobre los gastos—, es que, en épocas de “vacas gordas”, las empresas 96

La ducha tienden a relajarse y a hacer excesos. Es frecuente que, en los ciclos de elevados ingresos, aumenten sus recursos de estructura (azules) mucho más de lo necesario. De todas formas, esa situación no suele dar síntomas en ese momento: los gastos exagerados causados por estructuras sobredimensionadas pueden ser cubiertos por los ingresos abundantes y fáciles de conseguir. — Ahora te veo decir cosas de sentido común, Piscinas. — Sería algo parecido —continúo con la intención de utilizar una analogía— a cuando una persona engorda: acumula grasa innecesaria para su actividad. Ahora bien, cuando cambia el ciclo económico, con la consecuente dificultad para conseguir ingresos, muchas empresas se ven obligadas a deshacerse de todos aquellos recursos azules excesivos, de toda la grasa innecesaria e improductiva que habían acumulado durante la fase de euforia. — ¡Esa comparación me gusta mucho! —me elogia, seguro que pensando en la argumentación publicitaria para su tienda. — En los ciclos en los que los Ingresos de agua en la piscina son muy grandes —vuelvo a recurrir al modelo conceptual para la interpretación simple de las cuentas financieras—, no se suele estar pendiente de si la altura de la piscina está aumentando por la incorporación de recursos azules innecesarios o ineficaces, ¡sino de alardear de los resultados y de demostrar lo brillantes que somos! — ¡Está claro! — Cuando las ventas y los márgenes se mantienen elevados durante largos periodos de tiempo ¡todo cabe!: los ingresos son capaces de cubrir tanto los gastos generados por los recursos imprescindibles (el músculo) como por los prescindibles (la grasa). Ahora bien —continúo, pero cambiando radicalmente el tono de mi voz—, cuando el ciclo cambia y los ingresos de agua son mucho más difíciles de conseguir, las empresas evidencian que, durante el ciclo expansivo, se había cargado de una grasa perjudicial, cuya demora en eliminar les puede conducir rápidamente a las pérdidas. — Sé que las cosas pueden empeorar muy deprisa. — Estoy de acuerdo. Y, precisamente, en el momento en que nos vemos obligados a tomar medidas drásticas para eliminar el exceso de 97

Las Cuentas del Prisionero grasa —vuelvo a la advertencia de antes—, ¡hay que tener mucho cuidado en no eliminar el músculo también! — ¡Eso es humano, Piscinas, como decías tú antes! — ¿Eso crees? — ¡No vamos a estar toda la puta vida concentrados y preocupados! —exclama, como si se acabara de leer un manual de psicología de bolsillo—. ¡De vez en cuando hay que dejarse ir! — ¡Supongo que así es…! —le respondo reflexivo, mientras pienso en los consejos similares a ese que acostumbro a recibir. — ¡¿Nos abrimos de un jodida vez?! — ¿Sabes cuál es la primera causa de fracaso? — ¡Dímelo! — ¡El éxito previo! —le respondo algo que tengo muy grabado—. Los humanos nos creemos seres muy racionales, porque tenemos neuronas que nos permiten hacer cálculos numéricos complejos y abstracciones mentales, pero deberíamos ser más modestos a la hora de valorar nuestras capacidades mentales. — ¡Unos más que otros, Piscinas! —me dice con ironía. — Tenemos mucha tendencia a ir dando bandazos de un extremo a otro, separándonos de la esquiva posición de equilibrio. — ¡¿Quieres llamar a tu familia, o no?! —grita impaciente. — ¡¿Tienes un teléfono móvil para poder hacerlo?! — ¿Qué te dijeron los de ingresos? ¡Aquí están prohibidos! — ¿Entonces? ¿Cómo quieres que llame? — ¡Sígueme! —me ordena, a la vez que balancea su bolsa con la ropa sudada hasta acabar apoyándola sobre su hombro. — ¿Tendremos que hacer cola en el teléfono público? —le pregunto al abrir la puerta y cederle el paso con la mirada. — No lo creo, a esta hora. De todas formas, si está ocupado, podremos aprovechar para que me cuentes el final de la historia. — ¿De verdad estás interesado…? — ¡No! —exclama, mientras me empuja para que avance. 98

La ducha

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El teléfono — Dime, Malamata, te lo ruego, ¡que lo que estoy viendo no es una cola que tenemos que hacer para llegar hasta el maldito teléfono! — exclamo asombrado en el momento que observo que nos detenemos en el extremo de una interminable y heterogénea fila, formada por reclusos de todo tipo de colores de piel y de indumentarias. — ¿Qué esperabas ver, Piscinas, si sólo tenemos un puto teléfono para los más de doscientos compis que estamos encerrados en este módulo? Hay casi más movidas y tracas causadas por el jodido teléfono, ¡que por jaris pendientes de cobro! La última jarama que se armó fue tan fuerte, que hubo hasta un mullao! — ¡¿Y me decías que quizás lo encontráramos ocupado…?! — Para que veas que no eres el único vacilón aquí dentro… ¡y que yo también sé dar sorpresitas idiotas! — ¿Y no hay nadie aquí con un teléfono móvil? —pregunto. — El Merca metió uno de estrangis. Nos venía de buten para nuestros proveedores de mercancía y para otros contactos externos. — ¿Qué ocurrió? — Se lo detectaron en un rastreo por ondas que hicieron los chapas tras un chivatazo de un cabrón moroso, al que plantamos unas buenas hostias en su jeta unos días antes. Le enviamos directamente a la enfermería ¡con la tocha petada! — Sin teléfono y sin Internet, ¡esto es insoportable! — Venga, Piscinas, ¡no te comas tanto el coco! —me dice tras calmarse en el acto—. ¿Pero qué prisa tienes? — ¡También es verdad! —le admito—. Supongo que esta experiencia me servirá para eliminar esa maldita obsesión por rentabilizar el tiempo al máximo…, ¡y saborear así la vida más! — Mientras esperamos, me puedes seguir contando ese rollo tan chungo de la piscina —me propone—. Creo que nos quedamos en 101

Las Cuentas del Prisionero aquello de que cada mes lo empezamos con la piscina azul completamente vacía, y que tenemos que conseguir llenarla. — ¡Veo que tienes la memoria tan fuerte como tus músculos! — ¿Y de dónde coño sacamos el agua para cubrir los gastos? — me pregunta, sin querer hacer ningún cometario sobre mi elogio. — Las Ventas a los clientes son la principal fuente de los Ingresos —le respondo—. Cada vez que vendemos un producto, es como si se llenara un cubo con el agua que ingresa en la empresa. — Ya veo —me dice, mientras avanzamos un poco en la cola del teléfono—. Supongo que el paso siguiente sería echar el agua de los cubos dentro de la piscina para llenarla, ¡y listo! — ¡No tan rápido, amigo! — ¡¿Qué problema puede haber para volcar cubos de agua en una piscina?! —me pregunta extrañado—. ¡Lo veo chupado! — La dificultad está en que la superficie superior de la piscina no está al nivel del suelo —le explico—. Recuerda que tiene una cierta altura, que está en función de la cantidad total de gastos azules que tenemos la obligación de cubrir todos los Periodos. — ¿Entonces…? — Vuelve a cerrar los ojos, e imagínate que colocamos una rampa roja en uno de los extremos de la piscina. La necesitamos para poder llegar hasta el borde de la misma con el agua que hemos conseguido ingresar al vender. Es importante que sepas, además, que debes visualizar una rampa muy resbaladiza ¡y muy caliente! — De acuerdo —me dice muy disciplinado, mientras observo como cierra los ojos y se concentra en lo que le acabo de decir. — Te aseguro que, subiendo con cubos de agua por una rampa caliente y resbaladiza, una parte muy importante del agua que Ingresamos gracias a las ventas se pierde (se Gasta). — ¡A la cola, moreno, si no quieres hablar con la puta de tu novia con un pincho clavado en el culo! —le grita enérgicamente el boxeador a un interno de raza negra que intentaba colarse, al vernos distraídos con la conversación—. Perdona, Piscinas, pero ese maldito córner nos ha interrumpido —me dice a continuación. 102

El teléfono — Te estaba diciendo que, en el recorrido de subida por la rampa roja con los cubos de agua, perdemos gran parte del líquido. Y, ahora, quisiera recalcar el hecho evidente de que esa pérdida de agua sólo se produce cuando subes por la rampa con cubos de agua, es decir, después de haber obtenido previamente un ingreso por ventas. Como ves, se trata de una pérdida o Gasto de agua asociado o ligado íntimamente a la venta. La venta es la causa exclusiva de ese tipo de gasto y, por eso, éste nunca aparece sin un ingreso previo. Se trata de una relación de causa-efecto clara y evidente. — Ya veo, tío —me dice con cara reflexiva—. Me estás diciendo que sólo cuando vendemos una mercancía a un cliente — continúa hablando como si estuviera pensando en alto— tenemos unos gastos de esos…., que me imagino deben ser… — Seguro que estás pensando ahora en el precio de coste de la mercancía que estáis vendiendo —le doy un pequeño empujoncito a su proceso mental de deducción lógica—, es decir, el precio al que os la venden vuestros proveedores de merca. — No sólo estoy pensando en eso —me confirma—: también me estoy acordando de las comisiones que se llevan Medellín y su mujer por cada venta que hacen. ¡Ellos sólo cobran, si venden! — ¡Exacto, Malamata! —exclamo demasiado efusivamente, lo que provoca que varios internos de la fila se giren hacia nosotros. — ¡Vosotros a vuestro blondy, si no queréis que os lleve a patadas hasta el final de la cola! —grita el Kie de nuevo, volviendo a mandar un recordatorio general sobre quién manda en el módulo. — Mientras clasificábamos a los Gastos Azules en tres grandes grupos: derivados de las Instalaciones, de los servicios Exteriores y de los Salarios —continúo argumentando—, agrupamos a los Gastos Rojos en dos: el coste de los Productos que vendemos y el de los Servicios asociados a esa venta. — Despacio, Piscinas —vuelve Malamata a utilizar el imperativo, que tanto le gusta, para que le deje ir asimilando todo. — Las comisiones a los vendedores —sigo hablando tras esa breve interrupción—, el coste de transporte para el envío de la mercancía vendida, los cánones por el uso de marca, o cualquier otro 103

Las Cuentas del Prisionero gasto que se produzca única y exclusivamente en función de las ventas, y que se genere “en caliente”, justo en el momento en el que la empresa contabiliza un ingreso, se consideran Gastos Rojos o Calientes. La venta es condición a la vez necesaria y suficiente para que se produzca un gasto de esta naturaleza. — ¿Y cómo le llaman los financieros a los calientes gastos rojos, Piscinas? —me pregunta Malamata, a la vez que damos unos cuantos pasos más en dirección al ansiado teléfono comunitario. — Pues muy fácil de deducir —le respondo—: mientras a nuestros gastos azules les llaman Gastos del Periodo —añado—, a nuestros gastos rojos les llaman Gastos o Costes de la Venta. Gasto y Coste no son exactamente sinónimos, pero no nos vamos a complicar la vida con eso ahora. El importe de los Gastos Rojos lo determina el valor de coste de los productos vendidos y de los servicios asociados o complementarios, por eso es habitual referirse a ellos como Costes de la Venta de los productos vendidos. — Termina, Piscinas, que ya nos falta menos para llegar, y quiero demostrarle al catalán que eso de las cuentas no es tan difícil como él dice, seguro que para hacerse el imprescindible. Cuando, más tarde en el Socio, nos pongamos a jugar nuestra habitual partida de parchís, le hablaré de todo lo que me acabas de explicar. — Pues si hablamos de los colores de las fichas del parchís — aprovecho para enlazar con lo que me acaba de decir—, te diré que yo suelo pintar los ingresos por ventas de color verde. Nunca me olvido de que los ingresos verdes tienen siempre asociados, pegados “como lapas”, unos gastos rojos. La diferencia entre esos dos importes se llama Margen Bruto, y es lo que está simbolizado por la cantidad de agua que conseguimos hacer llegar hasta el borde de la piscina tras haber perdido (gastado) un porcentaje por la rampa roja. — ¿Y para qué usas el color amarillo en tu piscina? — ¿Tienes prisa? —le pregunto con ironía. — ¡La verdad es que no tenía pensado salir hoy! —me responde con simpatía, mientras me da un manotazo amistoso. — Como me dan envidia tus tatuajes —le digo sonriendo—, me voy a dibujar uno en el antebrazo para explicártelo… 104

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Las Cuentas del Prisionero

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La llamada — Como ves —le digo, repasando el significado de los chapuceros trazos de mi antebrazo—: el Margen Bruto es la diferencia entre el agua de los ingresos por ventas y la que se pierde al subir por la rampa roja. El Margen Bruto es el Margen de las Ventas, es decir, la diferencia entre el importe de los Ingresos de las Ventas y el del Coste de esas Ventas. Sabes que se usan para llenar la piscina, es decir, para cubrir los Gastos del Periodo, los “fríos” gastos azules que se generan periódicamente de manera no asociada a las ventas. — Y también veo que si la piscina se desborda en los periodos en los que el importe del Margen Bruto supera al de los Gastos del Periodo, se utiliza esa rampa colocada en el otro extremo de la piscina —resume lo que le acabo de explicar, mientras recorre con su dedo las partes del esquema que he ido improvisando en mi piel. — Como has visto, los financieros lo tienen todo pensado — afirmo satisfecho—: en caso de desbordamiento de la piscina, ¡el agua sobrante sale por esa segunda rampa de color amarillo! ¡Ese es, justamente, el cuarto color del parchís que nos faltaba antes! — La verdad es que es chulo el tema este…—me reconoce sin perder de vista mi aproximación a tatuaje casero—. ¿Y dices que los financieros llaman B A I T a la rampa amarilla? —me pregunta deletreando con auténtica dificultad, pero demostrando esfuerzo. — Efectivamente —le confirmo—, para referirse a esa cantidad de agua que se desborda al final de los periodos en los que el importe del Margen Bruto supera a los Gastos del Periodo, los especialistas en contabilidad y finanzas utilizan ese acrónimo. — ¡¿Me repites lo que significa?! — Son las siglas de Beneficio Antes de Intereses y Tributos. Como te anticipaba antes, para calcular el Beneficio operativo o de explotación de un negocio (el BAIT), no debemos tener en cuenta ni 107

Las Cuentas del Prisionero los gastos financieros que genera la Deuda que la empresa tiene, ni tampoco debemos restar los impuestos sobre el beneficio. — No me lo explicaste bien. Preferiste dejarme intrigado… — Imagínate que te encargan gestionar la explotación de una empresa muy endeudada. Dado que una deuda alta genera unos gastos financieros elevados, seguro que exigirías que tu gestión no fuera juzgada por una cifra de beneficios que estuviera muy penalizada por unos intereses excesivos. — ¡Nos ha jodido! —exclama, aunque dudo si lo ha captado. — Estoy seguro de que pondrías como condición que tu gestión fuera evaluada utilizando sólo la parte superior de la Cuenta de Resultados —continúo—, aquella que llega hasta el nivel del BAIT, ya sabes: hasta el Beneficio operativo o de explotación. — Si los socios propietarios endeudaran demasiado a la empresa en contra de mi voluntad, ¡desde luego que lo haría! — Veo que lo has entendido bien, Malamata. ¡Te felicito! El BAIT nos cuantifica el resultado operativo (o de explotación) de una empresa, importe que no está afectado por la cuantía de los intereses de la deuda. Dicho de otra forma: el BAIT es la diferencia entre los Ingresos y los Gastos generados por la utilización de todos los recursos que precisa la compañía para realizar su actividad, pero con la excepción de unos…: ¡los recursos financieros! — ¿Y dónde se guardan esos recursos financieros, Piscinas? No nos hablaste de ellos al dibujar los cuatro pisos del edificio en la pared del patio; y tampoco al repasar todos los recursos azules que no están valorados en el Activo: las Instalaciones alquiladas, el Personal en nómina y los recursos Externos contratados. — ¿No lo hice…? —simulo despiste. — ¡No! —afirma rotundamente, consciente de que le vacilo, mientras suelta mi antebrazo rotulado y lo lanza con rabia. — Supongo que no lo hice por pudor, por vergüenza. — ¿Por qué te da corte, dices? — ¡Procuro mantener a los recursos financieros algo ocultos! Supongo que se trata de algo parecido a esas partes íntimas que sólo 108

La llamada muestras cuando te desnudas… —le digo, teniendo muy fresco el mal trago por el que me hizo pasar ayer tras mi llegada a la celda. — ¡Me estás excitando, Piscinas! —exclama riendo. — Para que no estén muy a la vista —le hablo susurrando en el oído, como fingiendo que le revelo un secreto—, los recursos financieros se almacenan ocultos ¡en depósitos subterráneos! — ¡¿En los sótanos del edificio, quieres decir?! —exclama. — ¡Exacto, pero te ruego que no hables tan alto en un lugar con tanta gente con las antenas puestas…! —continúo en voz baja. — ¡¿Quieres dejar de hacer el payaso?! — Antes, en el patio, no me dejaste acabar la explicación, pero iba a decir que los cimientos albergan unos depósitos que acumulan los recursos que sirven para dar soporte financiero a los Activos. Por eso, el rectángulo que los representa tiene la misma profundidad que la altura de la parte visible del edificio. Mientras mirando bajo tierra conocemos la fuente del dinero, analizando las diferentes alturas de los pisos, descubrimos el uso que se le ha dado. — ¿Y cuál es el término para ese concepto, Piscinas? — Como a la parte visible del edificio le llaman Activo —le respondo con un gesto de felicitación—, no es de extrañar que a la parte enterrada le llamen Pasivo, ¿no te parece? ¡Todo muy lógico! — ¿Y cuántos depósitos hay bajo tierra, Piscinas? Espero que no sean muchos…, porque ya me estoy cansando… — Para simplificar, te diré que hay dos grandes grupos de recursos financieros: los propios y los prestados. Por eso, en tu dibujo mental del edificio que empezamos a trazar en el patio, debes añadir, a los cuatro pisos de la zona visible, un depósito subterráneo propio y otro de deuda. Cuanto más grande sea éste último, ¡más gastos financieros habrá todos los meses! — Entonces —comenta muy concentrado y volviendo a cogerme el brazo con fuerza para recuperar la vista del dibujo—, en el cálculo del importe del BAIT sólo se tienen en cuenta los gastos producidos por los recursos que están por encima del nivel del suelo, tanto si son considerados Activos contablemente como si no. 109

Las Cuentas del Prisionero — ¡Impecable! —le confirmo—. Por eso, podemos decir que hay una parte de la cuenta de resultados que está por encima de la raya que representa al suelo en nuestro modelo. El BAIT está justo por encima de ese nivel. Nos permite juzgar la gestión operativa del equipo directivo o, también, comparar los resultados de diferentes empresas sin que se vean afectados por el mayor o menor importe de las deudas que puedan tener los Pasivos de sus Balances. — Y, lógicamente, el B D I T debe ser el Beneficio Después de restar los Intereses y los Tributos sobre beneficios —interviene ahora, de forma totalmente inesperada, el funcionario que ha estado vigilando la fila para evitar peleas entre presos que se intentan colar o que pretenden extorsionar a los novatos—; y que ese importe lo encontramos en la parte subterránea de la cuenta de resultados. — ¡Sí, señor! —exclamo efusivamente, mientras me giro hacia él—. Si los recursos financieros están en la parte subterránea del Balance, lo lógico es que los gastos financieros generados por ellos los dibujemos en la parte subterránea de la Cuenta de Resultados. Sería como nuestra zona íntima, ¡la que nos da vergüenza enseñar! — Gracias —responde agradecido el inesperado tertuliano. — Aunque os parezca mentira —continúo sonriente—, hemos repasado ya ¡todas las partes de las dos cuentas financieras básicas! — ¿Te importaría recordarlas? —pregunta el funcionario. — El Balance se compone de cuatro pisos visibles y de dos depósitos subterráneos —atiendo su solicitud—. La Cuenta de Resultados está formada por una parte superior, que llega hasta la línea del BAIT, y otra inferior que llega hasta la línea final (el bottom line de los anglosajones), hasta el BDIT o Beneficio final. Como la Cuenta de Resultados siempre se refiere a un Periodo de tiempo, debemos siempre dibujarla flanqueada por dos Balances de Situación: el del inicio y el del final de ese mismo Periodo. Vuelvo a sentirme el centro de las miradas, lo cual me recuerda que debo moderar el tono de mi discurso, ya que no estoy hablando precisamente en la mejor escuela de negocios del mundo. — Supongo que les dirás a los miembros de la Junta —le habla Malamata al funcionario, mientras observo que se trata del mismo que 110

La llamada se encarga del recuento matutino— que ya no podrán seguir alegando que no estoy en un programa de formación. — Por lo que estoy viendo, creo que estás haciendo méritos suficientes para que te terminen concediendo el permiso que tanto tiempo llevas solicitando —admite el funcionario. — ¡Eso espero! —le replica con claro tono reivindicativo—. ¿Hemos visto todo ya, Piscinas? —me pregunta inmediatamente, mostrándose inquieto al ver que avanzamos en la cola. — Casi todo —le respondo veloz—. Hablamos de Beneficio, cuando el importe de los Ingresos supera al de los Gastos durante un Periodo; ¡pero hablamos de Pérdida, cuando sucede lo contrario! La Cuenta de Resultados se llama así, porque nos cuantifica el Resultado económico conseguido por la empresa durante un Periodo de tiempo; y éste puede ser de Beneficio o de Pérdida. Es como la película de lo sucedido durante el intervalo de tiempo que acotan las fotografías de los Balances inicial y final. — Escucha, Piscinas —interviene de nuevo el funcionario—: ¿qué tiene que ver todo esto con el Déficit y la Deuda que aparece todos los días en la prensa y en la televisión ahora? — En el caso de las Cuentas Publicas —le respondo—, si los Ingresos superan a los Gastos, se habla de Superávit (en lugar de Beneficios); y si los Ingresos no llegan a cubrir los Gastos, se habla de Déficit (en lugar de Pérdidas). El Déficit de un país no debe superar un porcentaje dado del PIB, algo que seguro os suena, pero algunos se lo saltan “a la torera”…, ¡y así les luce el pelo luego! — Yo quiero que me concedan el puto permiso —interviene el boxeador, dirigiéndose al funcionario—, ¡pero veo que tú estás detrás de un jodido ascenso! ¡Siempre has sido un auténtico trepa! — Con esto de la crisis, ahora todo el mundo habla de dinero y de finanzas, y usamos un argot que no habíamos utilizado en la vida —argumenta el empleado de prisiones la razón de su pregunta. — Es verdad que hoy en día —justifico la intervención del funcionario—, todo el mundo habla de Deuda y de Déficit, pero no estoy muy seguro de que la mayoría tenga muy clara la diferencia. — ¡Desde luego que no! —exclama el hombre uniformado. 111

Las Cuentas del Prisionero — Mientras el Déficit es la pérdida que se produce en la piscina en aquellos Periodos en los que los Gastos superan a los Ingresos — les repito el concepto con otras palabras—, la Deuda es ese depósito subterráneo que acumula los importes monetarios que se deben a terceros externos en un momento determinado. — Escúchame, Piscinas —toma la palabra mi compañero de celda con cara de intriga y estirándome con fuerza del jersey, como si tuviera celos por el hecho de que estoy prestando más atención al funcionario que a él—: ¿seguimos con el recorrido del agua? — ¡Buena idea, Malamata! —le digo—. Como ya sabéis, no podemos contar con toda la cantidad de agua que desborda por la rampa amarilla en los periodos de beneficios de explotación, porque parte de ella se pierde en el trayecto subterráneo debido a los Intereses (Gastos Financieros) de la Deuda y, también, debido a los Tributos (Impuestos sobre el beneficio); pero el resto sí que la vamos almacenado. ¿Os imagináis dónde lo vamos guardando? — Pues lógicamente, ¡en el depósito propio! —se apresura a responder Malamata, mientras le envía al funcionario una mirada infantil, advirtiéndole de que no trate de competir por mi atención. — ¡Muy bien! No olvidéis este modelo simplificado de la estructura del Pasivo, formado por dos grandes depósitos localizados en los cimientos del edificio —les digo—: uno que va acumulando el agua que procede del exterior, aquella que la empresa pide prestada, asumiendo con ello una deuda que tiene que devolver y por la que paga intereses; y otro que va acumulando el agua que se va generando con los beneficios de la actividad. — Eso es fácil de recordar —opina el boxeador. — ¡Pues os aseguro que se trata de algo que mucha gente olvida! —enfatizo—. El beneficio del periodo lo tenemos que buscar en el depósito de los fondos propios del balance del final de ese periodo, ¡pero no en la planta de la tesorería! —les recalco—. El agua de los ingresos que consigue llegar intacta hasta el final, después de haber pasado por todo el recorrido de los gastos y de los impuestos, se acumula en el sótano -2, ¡y no en la planta 4ª!

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La llamada — ¡Procuraré acordarme de esa mierda de dibujo que te acabas de pintorrajear en el brazo! —me dice el boxeador, mientras me muestra un enorme corazón tatuado en su antebrazo, para que pueda ver la evidente diferencia con un tatuaje verdadero. — Lo veo todo claro —afirma el funcionario agradecido. — Os puedo adelantar también que, en el depósito propio —les detallo—, los socios de la empresa pueden añadir agua, si consideran que falta, o también retirarla, si consideran que sobra. Mientras a las aportaciones de los socios se les llama ampliaciones de Capital, a las extracciones se les llama reparto de Dividendos. Mientras las perdidas en la piscina conllevan reducciones de la altura del sótano -2 que pueden obligar a aumentos de capital para evitar endeudamientos excesivos, los beneficios en la cuenta de resultados generan aumentos de las Reservas de los fondos propios que permiten a los socios disfrutar de dividendos. — Pues no entiendo por qué les puede interesar a los dueños sacar agua de su depósito, si luego tienen que pedir prestada otra cantidad para el otro depósito, por la que les van a pedir intereses… —reflexiona en alto el forzudo, guiado por su particular lógica. — ¿Te preocupan los gastos financieros? —le pregunto—. Veo que no te quitas de encima eso de que los gastos son malos… — Prefiero no tenerlos, la verdad —me responde veloz mi compañero de celda—. Como hemos visto antes, los intereses no afectan al BAIT, pero si reducen el Beneficio final (el BDIT) —añade con una soltura impropia, y que me deja asombrado. — Y fíjate cómo estamos ahora de mal —vuelve a intervenir el guarda de prisiones, que todavía permanece a nuestro lado—, después de que nos hayamos endeudado todos tanto… — El problema no está en el endeudamiento —les explico—, ¡sino en su exceso!, como todo en la vida. La euforia embriaga más que el alcohol y nos lleva a excesos que terminan pasando factura. Un medicamento puede matar, si administramos una sobredosis. — ¡Como le pasó al marido de la amiga de tu mujer con la inyección que le asesinó! —exclama Malamata, con cara de malo. — ¡¿Cómo dices?! —le pregunto perplejo y descolocado. 113

Las Cuentas del Prisionero — Nada, nada… —me contesta—. ¡Imaginaciones mías...! Puedes seguir con eso del endeudamiento saludable… — Le existencia de un depósito deuda de tamaño adecuado es muy conveniente y recomendable —les explico, mientras no puedo evitar darle vueltas a la nueva animalada que acaba de soltar mi compañero de celda—, porque reduce la cantidad de recursos financieros propios que los socios propietarios se ven obligados a tener retenidos o invertidos en el negocio. — ¿Y prefieren eso a reducir su beneficios debido al impacto de los gastos financieros? —pregunta el funcionario. — Cuando invertimos nuestro dinero —trato de aclararles—, buscamos la máxima Rentabilidad. Es decir, intentamos que el porcentaje que representa el Beneficio sobre el dinero invertido sea lo mayor posible. Al endeudarnos, aumentamos el tamaño del depósito deuda, ¡pero reducimos el tamaño del depósito propio!, es decir, el denominador del ratio de rentabilidad. — ¡No me he coscado de nada!; y si no cumples tu parte del trato, ¡yo tampoco cumpliré con la mía! —me advierte mi compi. — ¡Nos toca, Malamata! —le digo, mientras me abalanzo sobre el teléfono con un deseo tal de hablar con mi familia, que explica el que no me dé asco llevarme al oído un auricular con todos sus agujeros tapados por una capa de suciedad incrustada. — Rapidito, Piscinas, que nos esperan en el Socio —me dice el grandullón, mientras el funcionario sigue su camino tras hacer un ademán de despedida y de agradecimiento. — ¡Qué extraño! —me lamento, frunciendo el ceño. — ¿Qué pasa, tío? — Han puesto un mensaje en el contestador… — Puede que hayan salido todos…—conjetura—. Yo no veo tan raro el que no haya nadie en tu casa a estas horas. — Eso no es extraño, pero que el mensaje diga que estarán ausentes durante un mes, ¡sí! ¿No te parece? —le digo preocupado. — ¡Un periodo de tiempo contable, Piscinas! — ¡Muy gracioso! —le digo, más angustiado que ofendido. 114

La llamada

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El sociocultural — ¡¿Qué hace un grupo de mujeres en esta cárcel, Malamata?! —le pregunto asombrado, en el momento que entramos en el aula. — Ya te advertí, Piscinas, ¡que el talego tenía cosas buenas también! —me contesta riendo, mientras me empuja suavemente. — Somos uno de los pocos países en los que hay cárceles mixtas —me explica el Jari, con el que hemos vuelto a coincidir en la entrada del Socio—. ¡Algo teníamos que tener mejor! — La verdad es que no esperaba ver mujeres… —les digo. — Nos permiten estar juntos, ¡pero no revueltos! —me informa Malamata—. Los tíos no podemos entrar en los módulos de las tías, y ellas están vigiladas por mujeres funcionarias. Tenemos comedores y patios diferentes. El único corral dónde nos juntan a gallos y gallinas es en el Socio. Pero, como ves, los gichos no nos quitan ojo, ¡para que nadie se pase ni un pelo! — De todas formas —me detalla el Jari un poco más la información, a la vez que pone cara de obseso—, si vemos que los chapas están distraídos, o sabemos que son de los que hacen la vista gorda, ¡podemos tocar algún meño o algún chiriviqui rápidamente! — La rubia que ves en esa mesa de mujeres que están partiéndose la caja jugando al parchís —me susurra el boxeador en el oído, mientras echo un tímido vistazo—, es la yankee. Ella es nuestro contacto para la venta de la merca en el módulo de las mujeres. ¡Se saca una buena pasta, la tía, todos los meses! — Ya veo que tenéis un comercial para cada sexo —les digo en voz baja, poniendo cara risueña—. ¡Aunque no todo el mundo confiaría en exclusiva las ventas de la empresa a un matrimonio! — opino al recordar que se trata de la esposa del colombiano. — No somos los únicos que nos dedicamos al asunto éste en el talego, ¿sabes? —me justifica Malamata—. No es fácil captar y 117

Las Cuentas del Prisionero mantener clientes, pero todavía menos conseguir mendas que hagan bien su trabajo. Llevo veinte años arrastrándome por talegos, y siempre he visto que los mejores kies están en los módulos con los mejores machacas. Si un jefe no consigue convencer a los buenos para que se apunten a trabajar con él —observo que me explica lo mismo, pero con otras palabras—, ¡el equipo será una puta mierda! — Claro, claro… —le digo, mientras reflexiono sobre las lecciones de management que estoy recibiendo en este lugar, teóricamente plagado de delincuentes peligrosos e ignorantes. — No veo al Merca y a Medellín por aquí —interviene el Jari ahora—. Supongo que no tardarán. ¿Vamos a nuestra mesa? Tras la aprobación del boxeador, nos ponemos a avanzar los tres por un lugar al que no me hubiera gustado entrar solo. Me siento más seguro escoltado por Malamata, a mi izquierda, y el Jari, a mi derecha. El lugar, con la mitad de los fluorescentes fundidos, está amueblado con mesas de formica verde sobre las que se apoyan aparatosas pantallas de ordenador antiguas, de esas de tubo interior que ya ni recordaba que siguieran existiendo. — ¡Vaya ropa más guapa que lleva el payo! —exclama una de las mujeres, de raza gitana, en el momento que pasamos andando junto a la mesa en la que están sentadas las cuatro, y mientras agita ruidosamente el cubilete con el dado en su interior—. ¡Cómo mola este menda! —continúa con sus desinhibidas opiniones. — ¡Tranqui, Juani, que mi compi de chabolo está casado! —le replica Malamata, al cual, afortunadamente, continúo viendo orgulloso de poder alardear de tenerme como su nuevo machaca. — ¡No habéis chapado la burda y entra mucho bris! —nos recrimina otro interno, mientras se levanta a cerrar la puerta. El hecho de no saber qué decir en aquella situación tan incómoda hace que me decida por permanecer callado, elevar mis cejas y continuar avanzando entre mis dos “ilustres colegas”. Mientras caminamos, vuelvo a mirar fugazmente de reojo a la mesa de las mujeres y observo, junto a la gitana morena y a la americana rubia, una chica de rasgos orientales. Con respecto a la cuarta integrante del heterogéneo grupito femenino, me da la impresión de que se trata de 118

El sociocultural alguien que no te esperas encontrar en un lugar como éste. Aunque no va vestida de boda, me ha parecido ver a una elegante mujer de clase alta, pero resisto la tentación de fijarme mejor. En un fugaz cruce de miradas, he tenido esa curiosa sensación del déjà vu, que hacía mucho tiempo que no experimentaba. A pesar de que noto una intensa curiosidad, prefiero no arriesgarme a que se me note que me ha llamado mucho la atención y que me apetece mirarla con más detenimiento. — ¡Y ézte eh er Polaco, pissinas! —exclama el Jari, exagerando ese seseo andaluz que sabe ocultar cuando le place, justo en el momento en el que llegamos a la mesa junto a la que está sentado un hombre que abulta muy poco y que apoya unas gafas de concha sobre la punta de una prominente nariz aguileña. — ¡Échale una visual a lo que está haciendo este menda! —me propone Malamata—, a ver qué te parece. ¡Es, mayormente, para que no te creas el único que sabe de números aquí dentro! — ¡Está trabajando con números en una hoja de cálculo! — exclamo agradablemente sorprendido, tras observar la pantalla del ordenador con la que está trabajando ese hombre con aspecto de contable antiguo, al que sólo le faltan los manguitos y la visera. — ¡Efectivament! —me contesta en catalán, mirándome por encima del borde superior de sus gafas de vista cansada—. Molt de gust —añade, mientras me tiende su mano derecha. — ¿Com estàs? —le pregunto al darle la mano. — ¡¿No me jodas que tú también eres polaco, Piscinas?! — exclama el andaluz, exagerando mucho sus movimientos y simulando haber descubierto un problema realmente alarmante—. ¡Ya te dije, Malamata, que había algo en él que no me gustaba nada! —añade de forma muy expresiva…, espero que bromeando. — Yo no soy catalán —les aclaro—, pero he vivido muchos años en Barcelona. Además, mi mujer y mis hijos sí lo son. — También muchos familiares míos viven en Cornellá —se le ocurre opinar al sevillano—, pero hablan en español, ¡porque estamos en España! —afirma con vehemencia, demostrando un profundo sentimiento patriótico—. Y en este talego, ¡también se habla español! 119

Las Cuentas del Prisionero —se apresura a añadir, apasionado y convencido, mientras pienso que el lugar en el que me encuentro no es precisamente la sede de la Real Academia de la Lengua Española. — Si tus parientes que viven aquí se niegan a hablar nuestra lengua —le replica el catalán con parsimonia—, y los que están fuera se niegan a devolvernos nuestros impuestos, ¡estem fotuts! Los contables estamos acostumbrados a llamar a cada cosa por su nombre —añade contundentemente—, y sabemos bien que cuando la solidaridad va más allá de unos límites, ¡pasa a ser un robo! — Si hay alguien que se debería achantar cuando se habla de robar, ¡ese eres tú, polaco! —le replica el Jari con crispación y agresividad, acercándose a él hasta conseguir que las narices de ambos lleguen a contactar, en una nueva demostración de su tendencia a reaccionar de manera muy visceral e impulsiva. — ¡Vete a la mierda, chivo! —le responde sin amilanarse, haciendo referencia a la pronunciada perilla del andaluz. — ¡Haya paz, haya paz! —ordena el Kie, interponiéndose entre ambos y empujando enérgicamente al sevillano hacia atrás, que no había dudado en poner su amenazador puño derecho en alto. Miro a mi alrededor y observo que nadie se ha inmutado con el incidente. Todos siguen a lo suyo, como si nada, incluidas las cuatro mujeres del grupito de la entrada, que siguen concentradas en su partida de parchís. Lo interpreto como que están habituados a este tipo de enfrentamientos dialécticos….; aunque pensándolo bien…, tampoco lo que acabo de vivir difiere en exceso de lo que ocurre en otros lugares del exterior, ¡teóricamente más civilizados! En este tipo de discusiones territoriales se mezclan siempre elementos más racionales, que tienen mucho que ver con los números, el dinero y las finanzas, con otros emocionales, que están más relacionados con las letras, con el idioma, con la identidad y con el sentimiento de pertenencia a una nación o a una comunidad. Cerebro y corazón, lógica y emoción, razones y sentimientos… Creo que se trata de una nueva demostración de que, en cualquier ámbito de esta vida, debemos intentar llegar a un complicado equilibrio entre lo que nos dice el cerebro y lo que nos dice el corazón; entre los números y las letras, entre la lógica y la 120

El sociocultural emoción, entre la técnica y el arte. El hecho de que, en la mayoría de los debates o discusiones, se mezclen argumentos relacionados con el dinero con otros relacionados con los sentimientos, pone de manifiesto que el área financiera no puede ser considerada como una zona estanca apartada del resto, sino que, querámoslo o no, se integra con el resto de las áreas, formando un todo único. El que todos, con independencia de nuestra actividad o especialidad, tengamos unos conocimientos financieros básicos, puede ayudarnos a saber utilizar un mismo lenguaje y, de esta forma, a entendernos mejor y a construir juntos algo mejor para todos. — ¡Despierta, Piscinas! —me grita Malamata—. ¡¿En qué coño estás pensando tanto rato?! Te has quedado atontado. — ¡Veo que el debate político también está presente en el talego! —se me ocurre decir para salir del paso. — Para que puedas juzgar, es importante que sepas, Piscinas, que tu compatriota catalán —interviene el Jari, ya mucho menos crispado— se está comiendo una condena por caimanear. — Ya veo —le digo, sin poder disimular la cara de bobo. — Era la persona de más confianza de unos empresarios de Badalona, ¡hasta que dejó de serlo! —añade carcajeándose—. Por eso, debería quedarse calladito cuando se habla de robar… — Este hombreciño les estafaba ¡pasando como gastos de la empresa unas facturas inventadas que le enviaba un compinche! —me detalla la noticia el gallego, que aparece en escena en este preciso momento, añadiéndose a nuestro curioso “grupo de trabajo”. — ¡Hola, Merca! —le saludo, muy contento de verlo. — Sacaba el dinero del banco, diciendo que era para pagar esas facturas, ¡pero se lo quedaba él! —me continúa explicando—. ¡Menudos tejemanejes hacía el cabrón, carallo! —exclama riendo. — No es que quiera justificarlo —me atrevo a dar mi opinión, mientras el contable permanece callado—, pero a esos empresarios no les habría pasado eso, si hubieran analizado las cuentas financieras de su empresa con periodicidad. Si hubieran sido metódicos, habrían detectado el problema a tiempo. Usando un paralelismo médico, un diagnóstico precoz es la mejor forma de mejorar el pronóstico de las 121

Las Cuentas del Prisionero enfermedades. Debemos recordar que la mayoría de las patologías no dan síntomas hasta que se encuentran en fases avanzadas de su evolución, ¡y eso pasa también en la empresa! Además, las cosas pueden empeorar gravemente en poco tiempo, si no se gestiona bien o se toman medidas erróneas. ¡Hay que estar muy encima de los indicadores cuantitativos! — ¡Piscinas es médico, colegas! —dice Malamata en alto, para informar a todos aquellos que no lo supieran todavía. — Las cuentas financieras son como los análisis de sangre — continúo argumentando, al ver que ese hombre me da pie—: nos permiten disponer de los indicadores cuantitativos básicos sobre el estado de salud económica de cualquier organización, incluso de aquellas que no tienen ánimo de lucro. Nos dan la posibilidad, por tanto, de detectar los problemas antes de que aparezcan síntomas alarmantes —añado, utilizando intencionadamente un lenguaje que no es el más adecuado para mis interlocutores, con la finalidad de generarles respeto—. Si no analizamos los números de manera periódica —continúo muy serio y mirándoles a los ojos—, y sólo actuamos de manera reactiva cuando saltan todas las alarmas, las medidas suelen ser precipitadas, traumáticas y, muchas veces, ineficaces, o hasta incluso contraproducentes. — Eso es lo que hacen los analfabetos financieros, ¿verdad, Piscinas? —me pregunta Malamata, con una inquietante expresión de cara—. Las estafas piramidales se producen cuando algunos desalmados se aprovechan de la poca formación financiera de la gente, ¿no es cierto? —añade con la intención de demostrarme que conoce más cosas sobre mi condena de las que le he revelado. Me quedo callado tras esa inesperada afirmación, con el temor de nuevas e inoportunas revelaciones en público sobre mí. — Empecé desviando poco dinero, pensando solamente en complementar algo mi escaso salario —veo, con alivio, como el contable se decide a tomar la palabra, animado por mi intervención anterior, mientras me mira con cara de agradecimiento—, pero poco a poco, al observar que no se percataba nadie, fui aumentando las cantidades. Supongo que me pasó como les ocurre a los drogadictos: 122

El sociocultural al principio estaba convencido de que podría controlar la situación, pero el tema se me fue de las manos posteriormente. — Justifícate todo lo que quieras, Polaco, ¡pero sin criticar a nuestros clientes! —exclama el Merca riendo. — Ahora estoy pagando por un error que jamás debí cometer —añade lamentándose, sin que el comentario jocoso del gallego haya conseguido arrancarle una sonrisa—. Además, se trata de una equivocación que no cometí por un puro interés en el jodido dinero, ¡sino por amor! —me explica con cara de pena, mientras pienso que me gustaría que me detallara un poco más lo que acaba de decir. — ¡Nos vas a hacer llorar, catalino! —se burla el Jari. — Espero que sea verdad el que está muy arrepentido, y no lo repita jamás —mete baza Malamata ahora—, porque este menda nos lleva las cuentas aquí dentro. Y no sólo eso: también quiero que se encargue de llevar la contabilidad en la tienda de deportes que montaremos cuando seamos libres —me continúa informando. — Ahora entiendo por qué este hombre estaba trabajando con una hoja de cálculo en el momento que llegamos —intervengo. — Les intento enseñar a interpretar las cuentas, ¡pero son muy burros! —me dice con su pronunciado acento catalán. — Polaco…, polaco… ¡que te la estás ganando….! —le amenaza el sevillano con un indudable tono de broma ahora. — Además —continúa el contable—, quiero que entiendan la razón por la que andamos justos de tesorería ahora, a pesar de tener beneficios. Como no lo entienden, ¡desconfían de mí! Me están preguntando todo el santo día que dónde está el dinero que les digo que se está ganando, que dónde están los beneficios. ¡Qué paciencia he de tener! —se lamenta—. Nunca discutas con ignorantes, porque te llevarán a su terreno ¡y te ganarán por experiencia! — Se creen que te lo estás quedando tú, ¿eh? —le digo. — ¿Qué pensarías tú, ¡con esos antecedentes que tiene el gachó!? —me pregunta el Jari, totalmente convencido de que las sospechas de todos tienen motivos fundados. — Están obsesionados con que el beneficio del periodo tiene que estar o en la cuenta corriente del banco…, ¡o en el cajón del 123

Las Cuentas del Prisionero contable! —afirma el catalán—. Como la mayoría de la gente, están convencidos de la falsa creencia de que el Beneficio del periodo tiene que coincidir con la Tesorería al final del mismo… — ¡Eso es lo lógico, carallo! —exclama el gallego con unas formas diferentes a las del moreno de la perilla, como es habitual. — ¿Me permites un momento? —le pido permiso al contable, mientras me siento junto a él y me acerco el ratón. — ¡Claro! —me responde con amabilidad—. Pero no intentes conectarte a Internet —me advierte—, porque aquí dentro está prohibido. Aquí no podemos tener un perfil de Facebook, ni ver videos del YouTube, ni Twittear para contar lo que nos pasa. Tampoco nos podemos conectar al blog de la web de infoprision. — No era mi intención conectarme a la nube —le digo, mientras pienso que esa restricción va a ser más difícil de superar para mí que el hecho de no poder salir del interior de estos muros. — ¿Qué es lo que pretendes hacer, entonces? —pregunta. — Si ponemos un poco de color en las filas de esta hoja de cálculo, la convertiremos en algo más amigable, en algo menos hostil —le contesto a la vez que actúo, mientras observo cómo se va formando un numeroso corro de reclusos a mi alrededor—. Un poquito de arte en este enrejado de antipáticos números colocados en celdas seguro que facilitará la comprensión de todo. — Graba el fichero con otro nombre, para que no pierda datos —me dice el catalán, mostrando una evidente desconfianza. — ¡No te preocupes, hombre! —le digo—: no voy a hacer nada más que colorear el fondo de las celdas de tu hoja de cálculo, porque observo que las filas las tienes ya ordenadas correctamente. — ¡Eso suena chévere! —escucho por detrás una voz que me hace saber que el colombiano se había unido al grupo ya. Me giro para saludarlo, y observo como, al pasar por la mesa de las féminas, le da un rápido beso a su mujer, la cual, según me explicaron antes, se ocupa de las ventas de droga en su módulo. — Viendo que ya estamos todos —les digo, mientras me vuelvo a dar la vuelta—, fijaros como estoy utilizando el color verde para colorear el fondo de las filas superiores, las reservadas para los 124

El sociocultural Ingresos por Ventas —sigo hablando a medida que voy haciendo—; el color rojo para las filas siguientes, las de los Gastos de la Venta; y el color azul para las filas que les siguen por abajo, en las que están cuantificados los gastos del Periodo. — Ya veo —dice el contable. — Por último —continúo, al ver que están todos muy atentos— , fijaros como aplico el color amarillo en el fondo de la fila que indica el resultado antes de intereses e impuestos, la cual refleja, efectivamente, ¡un generoso beneficio de explotación! — Pues que quieres que te diga…—opina el Jari de una forma muy crítica, mientras mira la pantalla con cara de asco y realiza extraños movimientos con su cabeza y sus manos. — Si observáis con atención la hoja de cálculo que acabamos de colorear —les digo a todos, a la vez que me giro hacia ellos—, ¡¿no veis claramente una piscina, colocada en posición vertical, con una rampa en cada extremo?! —les pregunto, esperando con todas mis fuerzas una respuesta positiva. — ¿Qué vaina ha consumido este man para tener estas alucinaciones? —pregunta riendo el colombiano, consciente de que su nivel de conocimientos sobre el tema era muy superior a la del resto, y asociando su intervención con un guiño de complicidad. — ¡Está muy claro, troncos! —Malamata “entra al trapo” de esa pequeña provocación de Medellín, al no poder reprimirse de alardear sobre una información que le he adelantado antes; iniciativa que, dicho sea de pasada, ¡recibo con enorme alegría!—: el agua entra por el césped verde —explica—, sube por la rampa roja, llena la piscina azul y se desborda por la rampa amarilla. — Esa cantidad que se desborda es la pasta que deberíamos tener en el Peculio —vuelve a intervenir el Jari—, ¡y no es así! — ¡Atención! —les advierto—: el agua que se desborda (el Beneficio) no se dirige a la plata 4ª del edificio que dibujamos en el patio esta mañana..; ya sabéis: esa planta que dijimos que albergaba la Tesorería…, el Peculio…, ¿verdad que lo recordáis? — ¿Y a dónde va entonces? —pregunta el sevillano. 125

Las Cuentas del Prisionero — ¡Pues, directamente de cabeza, al depósito de los fondos propios! —le contesto—. Es muy sencillo de entender, verás… — ¡Estoy alucinando sin haber consumido ni un gramo! —me interrumpe el Jari cuando me disponía a explicárselo. — ¡Yo también estoy flipando, carallo! —opina el Merca, apuntándose así al grupo de los que no terminan de verlo claro. — ¡Creo que la peña sigue sin coscarse, Piscinas! —interviene Malamata con esa agresividad que tan frecuentemente va asociada a la frustración—. ¡La paciencia se nos está acabando! Me quedo pensando en la mejor forma de seguir, pero los nervios me vuelven a invadir y me impiden ver alternativas claras para explicarles la diferencia entre Beneficio y Tesorería. No consigo ver la forma de hacerles ver que, mientras el Beneficio es la diferencia entre Ingresos y Gastos de un periodo, la Tesorería es la diferencia entre los Cobros y los Pagos de este periodo. No entiendo porqué no ven claro algo tan sencillo: mientras la Tesorería es el dinero que hay en la última planta del Activo, el Beneficio es la cantidad de agua que se desborda por la Piscina y que se almacena en el Sótano -2, el reservado para los Fondos Propios. Cuando las miradas de todo el grupo se dirigen hacia mí de manera amenazadora e intimidatoria, observo aliviado como la mujer guapa y elegante que vi antes se levanta de su mesa, se acerca hacia nosotros y empieza a hablar. — En la biblioteca encontraremos algo que os ayudará a ordenar vuestras confusas ideas —les dice con un casi imperceptible acento francés —. ¡Es mucho más fácil de lo que parece! — La Juani y yo plefelimos il a plepalal todo pala la leplesentacion teatlal —interviene la china ahora. ¡¿Cómo es posible que sea ella?! —me pregunto estupefacto al identificar claramente a esa mujer que me resultó tan familiar al mirarla antes—. Ahora me doy cuenta de la razón por la que he estado con la sensación de que ya la había visto antes en alguna ocasión. ¡Increíble, pero cierto! ¡¿Pero qué demonios hace aquí dentro esta mujer?! No doy crédito a lo que estoy viviendo.

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La biblioteca Me resulta absolutamente asombroso e incomprensible, pero esa mujer que se ha levantado hace unos minutos para “echarme un cable”, y que destaca claramente del resto de las internas, no es otra que Brigitte, ¡la mejor amiga de mi esposa! ¡¿Cómo es posible que ella esté también encerrada aquí como una interna más?! — ¡¿Pero qué demonios haces aquí, Brigitte?! —le pregunto alucinado, mientras caminamos por el pasillo en dirección a la biblioteca, tal como había propuesto ella en el aula, y mientras me percato que el matrimonio americano aprovecha para avanzar por delante de todos, con la intención de disfrutar de un ratito a solas. — Ya ves… —me responde ella, más resignada que indignada—: ¡el cabrón ese ha conseguido que me encerraran! — ¡¿Cómo dices?! —exclamo sin dar crédito a lo que estoy escuchando—. ¿Hablas del brillantísimo y detallista abogado que conocí en la fiesta de tu casa, con que convivías y con el que te ibas a casar profundamente enamorada? —le pregunto atónito. — ¡El mismo, el mismo! —me confirma elevando la voz, para que la pueda escuchar a pesar del enorme ruido que van haciendo nuestros alborotadores “alumnos” avanzando por el pasillo—. Ahora tú también, al llevar tu caso, has podido conocerlo a fondo. — ¡Desde luego que lo he hecho! — Un fiscal amigo suyo me incriminó, utilizando pistas falsas que le proporcionó ¡ese hijo de la gran puta! — ¡¿Cómo dices?! —le pregunto estupefacto. — ¡¿Pero tú que te has creído, Piscinas?! —oigo sobresaltado como me recrimina Malamata ahora, interrumpiendo bruscamente nuestra conversación—. Aquí dentro, los primerizos se ponen a la cola —me dice, mientras me empuja con fuerza hacia la pared del pasillo, y se acerca a Brigitte con una manifiesta actitud obscena. 127

Las Cuentas del Prisionero — ¡No me toques y vete a la mierda, grandullón! —le dice ella, demostrando una valentía que también me sorprende. — Vamos, perita —continúa el boxeador, agarrándola con fuerza y acercando los labios a los suyos con intención de besarla a la fuerza—: ¡¿dónde vas a encontrar un hombre mejor que yo…?! Cuando me decido a actuar, después de haber aceptado el hecho de pasar unos días en la enfermería, escucho la providencial y oportuna voz de un hombre repeinado que aparece en ese momento: — ¡Si no cumplís las normas, eliminarán los encuentros en las zonas mixtas! —nos grita, consiguiendo que todos los reclusos se callen en seco—. Si ven conductas de agresión sexual —continúa su discurso disciplinario—, se acabarán los cursos de formación y los talleres de teatro, ¡y todos a chupar patio todo el puto día! — No pasaba nada serio —le dice Brigitte a ese tipo que no va uniformado, pero que aparenta tener cierto grado de autoridad—. Malamata estaba bromeando —añade, con un gran auto-control. — Como se te ocurra chusquelear algo que has pipeado, ¡te arrancamos la húmeda!, chota de mierda —amenaza el Jari al individuo, mientras éste se larga, huyendo del enfrentamiento. — Ojala estos kies de pastel tuvieran tu nobleza…, ¡y tus cojones! —le dice mi compañero de celda a la amiga de mi mujer. — ¡Venga: sigamos! —ordena ella, mientras debe lamentar el machismo que todavía invade la mayoría de ámbitos. — Estos presos preferidos y chivatos de los funcionarios me recuerdan a algunos de los mandos intermedios que me tocó sufrir en mi empresa —dice el catalán—: unos sumisos “chupaculos” con sus superiores y unos cabrones déspotas con sus subordinados. Poco después, entramos en una sala en la que identificamos las siluetas del colombiano y la americana besándose en un rincón. Se había apresurado para disfrutar de algo de intimidad en penumbra. — ¡Hola, hola! —nos dice avergonzada la mujer rubia, mientras se separa con rapidez de su pareja y se recoloca la ropa. Al encender las luces, observo unas paredes revestidas por estanterías metálicas parcialmente ocupadas por unos cuantos libros mal colocados. En el centro de la estancia, hay una única mesa 128

La biblioteca redonda rodeada por ocho sillas, las cuales aprovechamos para sentarnos los seis hombres: Malamata, el Jari, el Merca, Medellín, el Polaco y yo; dejando dos libres para que las ocupen la americana y la francesa. Observo como ésta última, Briggitte, prefiere no ocupar la suya inmediatamente, sino que decide acercase a la librería para coger uno de los libros que hay en el primer estante. — Os he propuesto venir a la biblioteca para enseñaros el libro en el que podéis encontrar la respuesta a vuestras dudas más elementales —inicia su intervención esa elegante mujer, con un impecable castellano, aderezado con un ligerísimo acento francés, una vez nos hemos sentado todos—. Es éste de aquí —añade al señalarlo, mientras no consigo salir de mi asombro al ver su portada. — Yo me lo he leído…, y no está mal —opina el contable. — Yo también, ¡pero me pareció un poco largo! —revela Malamata, guiñándome un ojo, sabedor de que me iba a sorprender. — En estas páginas se explica gráficamente algo que ya habéis oído en el aula: mientras el Beneficio de la cuenta de resultados se va acumulando en el depósito de los fondos propios, la Tesorería se localiza en la 4ª planta —añade, mientras la miro embelesado, todavía dándole vueltas a la confesión de Malamata. — Me encantaría que lo explicaras —le digo muy satisfecho. — Mientras el Beneficio es la diferencia entre Ingresos y Gastos, la Tesorería es la diferencia entre Cobros y Pagos —accede a mi solicitud, hablando con seguridad y consiguiendo que todos la escuchen con atención—. Mientras al Beneficio de la Cuenta de Resultados se dirige al depósito más profundo del Pasivo, la Tesorería reside en la planta más alta del Activo: ¡están en los dos extremos del Balance!, aunque, paradójicamente, muchos los confunden. Curioso, ¿verdad? Hablamos de problemas de tesorería, si el piso 4º tiene poca altura; y de problemas de solvencia, si el sótano -2 es demasiado pequeño en relación con el total del Pasivo. — ¡Très bien! —exclamo de manera inconsciente, como movido por un acto reflejo provocado por mi perplejidad. — Ingreso no es lo mismo que Cobro y Gasto no es lo mismo que Pago, como muy bien sabe el Jari cuando vende la merca fiada — 129

Las Cuentas del Prisionero continúa la francesa hablando, a la vez que me lanza una fugaz mirada de complicidad—. Mientras el Ingreso se produce en el momento de la venta, el Cobro se produce más tarde, ¡o no se termina produciendo! —exclama con una mueca que transmite ironía, seguro que pensando en los frecuentes ajustes de cuentas. — ¡Está claro que no es lo mismo! —exclama el Jari. — Y como muy bien sabe el Merca, una cosa es el Gasto de la Venta, que se produce en el momento de entregar al cliente la mercancía vendida; y otra diferente es el Pago al proveedor, algo que os exigen hacer por adelantado muchas veces, es decir, con carácter previo al suministro de la mercancía. El Merca asiente, mientras le lanza un beso por el aire. — Además —continúa ella—, pueden haber movimientos en Tesorería no ligados al ciclo de operaciones habitual de la empresa, es decir, no asociados a los Ingresos o los Gastos. Las salidas de caja por la devolución de préstamos o por reparto de dividendos son unos ejemplos. Las entradas en caja por préstamos, ventas de inmovilizado o ampliaciones de capital son otros ejemplos. — ¿Se entiende? —intervengo, con pánico a que se líen. — Vuestro negocio tiene beneficios altos y tesorerías bajas — sigue ella hablando con conocimiento de causa—, porque el aumento del sótano -2 os permite soportar los excesivos aumentos en las alturas de las plantas 2 (existencias) y 3 (deudores), pero no es lo suficiente como para que la última planta (la tesorería), tenga la altura necesaria para no poner en riesgo la liquidez de la empresa. La mujer interrumpe sus explicaciones y, al ver las caras de los tres futuros socios de la tienda de deportes, se dirige hacia mí: — ¿Qué tal si les propones lo de dibujar las dos cuentas financieras básicas en una sola hoja para que tengan una sencilla y nemotécnica visión global e integrada, tal como haces en tu libro? — ¡Con mucho gusto, madame! —afirmo agradecido—. Coged todos una de esas hojas que hay en el centro de la mesa…, ¡porque vais a dibujar en ella una piscina y dos edificios! Observo que todos me obedecen disciplinadamente. 130

La biblioteca — Como le dije a Malamata antes —les hablo mientras se preparan—, tener habilidades artísticas es de gran utilidad en el análisis financiero: nos permite ver rápidamente si las diferentes partes de las cuentas financieras tienen un tamaño proporcionado. Todos sabemos que las comparaciones son odiosas, ¡pero son absolutamente imprescindibles en finanzas! — Estamos listos —me dice Malamata segundos después—, pero recuerda ¡que es tu última oportunidad para que lo entiendan todos! —me amenaza, creo que queriendo enviar el mensaje que el tema no tiene secretos para él y, también, que se preocupa más por el bien del grupo que por sus intereses personales. — Trazad una raya justo en la mitad de la hoja —les digo, gratamente sorprendido al ver que siguen motivados por seguir mis instrucciones, tras un primer intento sin un éxito evidente—. ¿Lo tenéis hecho? —les pregunto a continuación. — ¡Sí! —me responden todos a coro. — Esa línea que acabáis de poner será el nivel del suelo. Dibujaremos una piscina, que nos será muy útil para representar la Cuenta de Resultados del Periodo, escoltada entre dos edificios, que utilizaremos para simbolizar los Balances de Situación al inicio y al final de dicho Periodo. Ya veréis como todo lo que necesitáis para saber interpretar las cuentas financieras ¡os cabrá en una sola hoja! — ¡Venga, Piscinas, no te enrolles y sigue! —dice el Jari. — ¿Os acordáis de los pisos de la parte visible del edificio que pintamos esta mañana en la pared del patio? —les pregunto. — Me pareció ver, desde lejos, a este man dibujando una vaina en el muro del patio después de haberme largado —interviene el colombiano, perseverando en echarme una mano a su manera. — Recuerdo que, al edificio, le tenemos que poner unos sótanos de profundidad igual a su altura —dice el Jari, en una nueva demostración de amor propio—. Por eso —añade—, he dibujado rectángulos dos iguales: uno por encima y otro por debajo del suelo. — ¡Perfecto, Jari! Haced eso mismo todos —les sugiero a los “selectos” alumnos que asisten a la improvisada clase—. Os recuerdo lo que representa cada nivel: el 1ero, el Inmovilizado; el 2º, las 131

Las Cuentas del Prisionero existencias (la Merca); el 3º, las cuentas a cobrar (el Jari) y el 4º, el dinero en efectivo que tenéis en caja y bancos (el Peculio). — Si pensáis en los cuatro grados en los que nos tienen clasificados a todos los compis en todos los talegos —interviene Malamata, recordando el pequeño truco nemotécnico que se me ocurrió en el patio—; ¡será algo que no se os olvidará en la vida! — ¡Excelente aportación! —le agradezco, mientras observo cómo dibujan —. Os recuerdo también que, a los Activos que tienen el nivel más bajo de liquidez (razón por la que los situamos en la planta más baja), los llamamos Activos No Corrientes o también, si queremos simplificar las cosas, Inmovilizados. — ¡Son inmovilizados, porque son como los mendas clasificados en 1er grado, los que están en régimen de aislamiento en el chopano! —me sigue ayudando el boxeador, utilizando esas analogías penitenciarias, mientras pone cara de sabelotodo. — Y recordad todos también —continúo tras la oportuna interrupción— que las otras plantas forman el Activo Corriente. — Todos esos activos corren lo más rápido que pueden hacia el 4º grado, hacia la libertad condicional, ¡igual que hacemos nosotros! —me sigue ayudando mucho mi peculiar asistente. — ¡Exacto! —confirmo la importancia del concepto—. El mejor gestor del Activo Corriente es el que consigue Rotaciones elevadas de sus elementos, es decir, el que hace posible que las existencias se conviertan en dinero líquido en poco tiempo. — Veo que, en el Activo Corriente, hay que moverse como en las fugas —mete baza el Jari—: ¡hay que actuar en un plis plas! — Como sabéis —continúo sonriente tras la ocurrencia—, el importe monetario al que están valorados los elementos que contiene cada planta nos determina la altura de la misma. El porcentaje de la altura de cada planta sobre el total es algo muy importante. Debemos conseguir que las alturas sean proporcionadas y, también, que tengan el tamaño mínimo posible. — ¡Hecho, Piscinas! —exclama Malamata, adoptando una actitud disciplinada y colaboradora que choca, por absolutamente 132

La biblioteca impropia—. Tengo los edificios acabados con sus cuatro pisos. ¿Cómo debemos dibujar los cimientos? —me pregunta curioso. — Como nos ha recordado el Jari —les digo, encantado de ver como ese grupo de reclusos están construyendo, cada uno en su hoja, el modelo conceptual nemotécnico que les propongo para recordar fácilmente las partes básicas de las cuentas financieras—, dibujaremos los sótanos con unos rectángulos cuya profundidad debe coincidir exactamente con la altura del edificio. — ¿Cómo llaman ese carallo de financieros a los sótanos? — escucho la pregunta con acento gallego. — ¡Piensa un poco, coño! —le recrimina el kie muy serio—. ¡La cabeza no sirve sólo para llevar pelo, cojones! —añade con tono autoritario, frotándose su brillante calva—. Si la parte visible del edificio es el Activo, ¡lo lógico es que la subterránea se llame Pasivo! —le dice, aprovechándose de algo que le anticipé antes. — Meteros bien en la mollera que Activo y Pasivo tienen siempre idéntico valor —aprovecho para recordarles—. Cada vez que se produce un movimiento contable en una parte del Activo o del Pasivo, existe siempre otro movimiento compensatorio en otra parte que consigue mantener el necesario equilibrio (¡el Balance!). — ¿Nos repites la razón? —pregunta el Merca tímidamente. — Si los Activos son todos los bienes o derechos que la empresa posee en un momento determinado susceptibles de ser valorados mediante criterios de valoración objetivos o razonables — inicio mi respuesta—, los Pasivos son los fondos que esa empresa está utilizando para financiarlos. Por eso, cuanto más alto sea el edificio (cuanto más valor monetario contengan sus pisos), más profundos deberán ser los sótanos para soportarlo (más recursos financieros necesitaremos tener cautivos en “las mazmorras”). Es fácil de comprender, por tanto, que el objetivo debe ser siempre conseguir Piscinas que desborden mucha cantidad de agua, pero utilizando edificios lo más bajos posible, edificios que no obliguen a tener presos o “enterrados” a demasiados recursos financieros. — Eso se entiende bien, Piscinas —afirma Malamata. — En ese caso, podemos dar un pequeño pasito más —digo. 133

Las Cuentas del Prisionero — ¡No temas! —exclama ahora la mujer de Medellín, a la que dirijo una rápida y tímida mirada de agradecimiento. — Para plantearlo fácil, como bien sabe nuestro kie, quedaros con la idea de que los fondos del Pasivo pueden ser de dos tipos: propios o prestados. Por tanto, todo lo que tenéis que hacer es una rayita que divida el rectángulo del Pasivo en dos grandes partes. — ¡Qué fácil! —dice alguien que no puedo identificar. — Podríamos complicarlo un pelín más, diciendo que la parte de la Deuda la podemos dividir en Deuda a corto plazo y en Deuda a largo plazo —me aventuro a añadir—, dependiendo de si tenemos que devolver el dinero prestado antes o después de un año. — Mejor si no nos complicamos la vida, Piscinas —opina Malamata, actuando como un autonombrado portavoz del grupo. — De acuerdo —accedo a volver a lo básico—: depósito de fondos propios y depósito de fondos prestados. ¡Eso es todo! — Mejor así, Piscinas —afirma el boxeador muy serio, actuando como si nos estuviera perdonando la vida a todos, quizás en un intento inconsciente de esconder su inseguridad. — Imaginaros que cada una de las dos partes en que vais a dividir los cimientos del edificio —les digo, mientras observo que no me quitan ojo— es un gran depósito de agua. Los hemos llamado “fondos”, porque son como depósitos subterráneos. — ¿Dibujamos una raya justo por la mitad del Pasivo? —me pregunta el Merca, mientras saca la lengua inconscientemente. — Si lo hacéis así —le contesto complacido—, estaréis dibujando un Balance con un ratio de endeudamiento del 50%. ¡Mucho ojo! porque, cuanto más baja coloquéis la raya que divide al Pasivo en sus dos partes, ¡más estaréis endeudando a la empresa! Sabéis que a mayor endeudamiento, más gastos financieros ¡y menor ratio de solvencia! Seguro que sabéis que el grado de endeudamiento es uno de los indicadores financieros más vigilados en particulares, en empresas, en bancos…, ¡y en el país entero! — O sea —razona el gallego tras mi respuesta— que el depósito superior representa a los fondos prestados, a la deuda. 134

La biblioteca — ¡Exacto, Merca! —le confirmo—. Mientras el criterio de ordenación de los Activos es su grado de liquidez, el de los Pasivos es su grado de exigibilidad. Dicho en otras palabras: cuanto antes tengamos que devolver el dinero que nos han prestado, más cerca del nivel del suelo debemos posicionar la deuda correspondiente. — Veo que, igual que pasaba en el Activo, en el Pasivo — interviene el hincha del Betis ahora, que no se está perdiendo detalle— , el Orden y las Proporciones son muy importantes. — ¡Así es, Jari! —le digo asombrado—. Es esencial que aprendamos a situar cada una de las partes de las cuentas financieras en el orden adecuado y, después, valorar el tamaño relativo de cada una de ellas, comparándolas con las demás. Precisamente, a esas comparaciones, los financieros les llaman Ratios. No hay que aprendérselos de memoria, porque seguro que se nos olvidarían, sino razonarlos con lógica y sentido común. — Tal como acabamos de hacer con el de endeudamiento, supongo… —reflexiona en alto el andaluz, tocándose la perilla. — ¡Exacto, Jarí! —le confirmo—. Para garantizar la solvencia de las empresas ante eventuales situaciones adversas, necesitan tener unos cimientos sólidos en los que el porcentaje de deuda sobre el valor total del pasivo no sea peligrosamente elevado. — ¡Avanza! —me ordena Malamata, mostrándose inquieto. — Como decíamos hace un momento —continúo hablando para no contrariarle—, los fondos prestados constituyen la deuda de la empresa en un momento determinado. Se puede deber dinero a entidades financieras, a otras empresas, a proveedores y acreedores, a las administraciones públicas, al personal, etc. Cuanto mayor sea la cantidad que se deba, más grande será el depósito del sótano -1. — ¿Y qué nos dices del sótano más profundo? —vuelve a dar síntomas de una repentina impaciencia mi compañero de celda. — En lo que a los fondos propios se refiere —contesto, notando que ha conseguido ponerme algo nervioso—, recordad que están formados por el capital que aportan los socios y por los beneficios acumulados no repartidos como dividendos. A todos esos

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Las Cuentas del Prisionero beneficios históricos conseguidos en las cuentas de resultados, y que los socios han decidido no retirar, se les llama Reservas. — ¡Los beneficios son el agua que se desborda de la piscina menos la que se pierde luego debido a los intereses de la deuda y a los impuestos, compis! —dice mi compañero de celda, haciéndose el interesante, aprovechándose de lo que le expliqué en la cola. — Gracias por tu nueva enorme ayuda, Malamata —le digo para complacerle—. Pues ya que sacas el tema de la piscina — añado—, y una vez hemos acabado con los dos edificios, vamos a dibujarla entre ambos. Os recuerdo que la necesitamos para representar gráficamente a la Cuenta de resultados del periodo de tiempo delimitado por los balances inicial y final. ¿Estáis listos? — ¡Siiiiii! —exclaman a coro, mientras me mira Brigitte. — En la mitad superior de la hoja, por encima del nivel del suelo, dibujad una piscina rectangular de color azul en posición vertical —les hablo deprisa, asumiendo que recuerdan bien la explicación anterior—. A continuación, poned una rampa roja en un extremo y una amarilla en el otro. Estoy seguro de que unos artistas como vosotros no tendrán ninguna dificultad en hacerlo… ¿Listo? — ¡Un momento, carallo! —grita el gallego, muy motivado, mientras se esfuerza en seguir el ritmo. — ¡Fijaros qué sencillo!: como vimos en el Excel, la primera parte de la cuenta de resultados son los Ingresos (zona verde), luego viene el importe de los Gastos asociados a la venta (rampa roja), a continuación los gastos del periodo (piscina azul) y, por último, el resultado antes de intereses y tributos (rampa amarilla). — ¡El dibujiño me quedó niquelao! —exclama el Merca muy satisfecho, mientras levanta su hoja para mostrársela a todos. — Ya veis que, como siempre —les hablo a todos mientras aplaudo—, primero ordenamos las partes en el orden correcto y, luego, analizamos sus tamaños absoluto y relativo. Recordad que, para ser un buen financiero, no es suficiente con saber interpretar los números con la cabeza: hay que tener visión de artista para apreciar las proporciones y, también, ¡para analizarlos con corazón! — ¡Siéntate joder! —le vociferan al flaco desdentado. 136

La biblioteca — Como os anticipaba nuestro kie —les explico, mientras le lanzo una rápida mirada—, el agua desbordante de la piscina sale por la rampa amarilla y, después de perderse parte de ella por los gastos financieros y por los impuestos, se guarda en el depósito más profundo de los sótanos: en el de los fondos propios. Es lógico: se trata de agua que la empresa ha generado con su actividad y, por tanto, pasa a formar parte de las reservas propias acumuladas. Como veis, en el depósito propio del balance del final del periodo, vemos reflejado el beneficio de la cuenta de resultados de ese periodo. Se trata de la fotografía del final del periodo. Como podéis observar, hemos acabado relacionando las dos cuentas financieras básicas. — Y con esos beneficios acumulados en el depósito propio vamos haciendo una reserva de agua para cuando vienen mal dadas, supongo —conjetura el Jari, seguro que sensibilizado por su experiencia laboral previa en la que trataba con empresas morosas. — ¡Muy bien! —exclamo feliz—. Si el margen bruto generado por los ingresos por las ventas no consigue desbordar la piscina, o si el agua desbordante de la rampa amarilla es inferior a los gastos financieros, entonces hablamos de pérdidas. En ese caso, la altura del depósito propio que forma parte del balance del final del periodo no aumenta, ¡¡¡sino todo lo contrario!!! — ¿Y entonces? —pregunta el andaluz preocupado, mientras se pasa la mano varias veces por encima de su perilla. — Pues entonces —le respondo veloz—, si el Activo no ha reducido su altura y/o los socios no han ampliado capital (para aumentar el sótano -2), la única forma de conseguir que el tamaño del Pasivo iguale a la del Activo consiste en aumentar el depósito deuda (sótano -1) para así compensar la disminución de tamaño del depósito propio (sótano -2) derivado de las pérdidas en la piscina. — En la tele hablan mucho de la vaina esa del Déficit y de la Deuda públicas —escucho una voz femenina con un ligero acento americano, percatándome así de que la pareja de Medellín se había decidido a intervenir de una manera tímida y prudente, actitud que no es propia de un vendedor, ¡si nos atenemos al estereotipo! — Si pensáis en vuestro dibujo mental cada vez que oigáis una noticia relacionada con las finanzas públicas —le explico sonriente, en 137

Las Cuentas del Prisionero agradecimiento por su intervención—, entenderéis fácilmente que un Déficit público elevado y mantenido durante mucho tiempo obliga a generar un aumento de la Deuda pública que puede llegar a ser muy peligroso. Cuando escuchéis la palabra Déficit —añado—, acordaros de la piscina; y cuando escuchéis la palabra Deuda, acordaros del tamaño del sótano -1 del edificio. Déficit y Deuda son términos que se refieren a conceptos relacionados, pero muy diferentes. La Piscina es algo que se vacía en el inicio de cada Periodo, ¡y que tenemos que conseguir rebosar una y otra vez! El edificio, en cambio, va acumulando todo lo que va sucediendo en todos los sucesivos periodos de tiempo. — ¡Ahora podré entender de una puñetera vez ese misterio de las cuentas de los clubes de fútbol! —exclama el Jari—: una cosa es lo que ganan o pierden en cada temporada (que se ve en sus cuentas de resultados) y otra muy diferente es la deuda que van acumulando (que se sabe mirando el pasivo de sus balances). Los malos presidentes pueden ocasionar al club pérdidas cada temporada, pero “aguantan el tipo” endeudándolo cada vez más. — ¡Exacto Merca! Como veis —continúo, aprovechando que están muy atentos todos—, las Pérdidas pueden no dar síntomas en fases iniciales. Eso ocurre si la consecuente reducción del depósito de los fondos propios se compensa con un incremento paralelo del depósito deuda. La deuda puede actuar como la cocaína —continúo con algo que espero se les quede grabado—: ¡te permite no notar el cansancio real cuando gastas más de lo que ingresas, cuando la cuenta de resultados refleja pérdidas, cuando muestra un déficit! — ¡Eso es un buen ejemplo, creo! —oigo como dice la mujer de Boston, seguro que muy sensibilizada con su particular historia personal relacionada con su caída en el mundo de las drogas. — Una empresa puede tener suficiente tesorería en la planta 4ª de su balance para atender sus pagos, aún teniendo pérdidas en la piscina, si consigue obtener fondos prestados suficientes para su sótano -1. Se trata de un nuevo ejemplo de la importancia de analizar las cuentas financieras de manera periódica y sistemática para poder hacer un diagnóstico precoz, detectar los problemas a tiempo y actuar con antelación suficiente. Se pueden ir teniendo pérdidas mantenidas 138

La biblioteca en la piscina y no darle importancia, mientras la tesorería se aguante gracias al endeudamiento creciente (mientras crece la adicción, y cada vez se requieren mayores dosis de cocaína). Pero todo eso se acaba un buen día, aquél en el que el endeudamiento no puede crecer más. Es entonces cuando se produce el incendio, ¡y actúa el gestor con vocación de bombero! — ¡Qué cierto es eso de que cuando realmente duele es en el momento en el que te quedas anajabao, sin Peculio!—se anima a aportar el colombiano, mientras veo que su pareja le da un codazo. — ¡Cosa que también puede pasar en las empresas cuyas Cuentas de resultados reflejan beneficios! —les digo algo aparentemente paradójico, con la intención de impactarles, y de seguir manteniendo su atención—. Una empresa puede tener beneficios y poca tesorería a la vez. ¡La vuestra es un ejemplo! — ¡Eso explica el hecho de que veamos beneficios en la Cuenta de Resultados y de que tengamos poco dinero en el Peculio! —se apresura a intervenir el catalán ahora, mostrándose encantado de haber encontrado a alguien que le ayude a contestar esa pregunta que, por lo que veo, le reiteran Malamata y compañía. — Nunca olvidéis esto —les anuncio con solemnidad—: en el único sitio dónde encontraréis dinero efectivo, contante y sonante, es en la 4ª planta. Tanto en el resto de las plantas como en la piscina, encontraréis bienes o derechos que están valorados en unidades monetarias, ¡pero que no son dinero líquido! — ¡A vé zi con er dibujo eze nos lo explica pa’que nos enteremos de una vé, mi arma! —le grita el Jari, volviendo a exagerar el acento propio de su tierra de origen. — ¡Ya lo habéis oído! —continúa hablando el contable confiado y vehemente, disfrutando de contar con mi ayuda—. Lo que nos está pasando ahora os lo he explicado cada mes—añade—: tenemos poca tesorería, porque tenemos mucho dinero invertido en stock de merca y en cuenta de clientes. Dicho con otras palabras, nuestro edificio tiene las plantas 2ª y 3ª demasiado altas.

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Las Cuentas del Prisionero — ¿Seguro que no te estás quedando tú con nuestra pasta, Polaco? —sigue preguntando el chivo, aunque con mucha menor vehemencia que antes, lo cual refleja que vamos avanzando. — Si miráis las plantas del segundo edificio, el que habéis dibujado al final del periodo —les digo a todos, con la intención de “echarle un cable” al hombre— entenderéis la explicación que os está dando. El beneficio del periodo no hay que buscarlo en el cajón del contable, ¡sino en los fondos propios del balance final! Al tener muchos más ingresos que gastos, tenéis beneficios elevados, pero… — Si las plantas de existencias y de cuentas a cobrar no hubieran crecido tanto —me interrumpe Brigitte para ayudarme—, el dinero estaría en el ático: ¡en tesorería!, y no os estaríais quejando de falta de liquidez. Además, vosotros no podéis contar tampoco con aumentos importantes del sótano -1, porque no es fácil que os presten dinero mientras estéis aquí dentro: incluso los proveedores os piden que les paguéis la mercancía al contado, ¡o por adelantado! — Vamos mejor ahora —opina Malamata. — Recordad lo siguiente —continúa ella—: mientras el Pasivo nos informa sobre la Fuente de los fondos, el Activo nos revela qué uso se les ha dado, en qué se han empleado. Mientras el Pasivo nos contesta a la pregunta “¿de dónde viene el dinero?”, el Activo nos da la respuesta a “¿dónde está el dinero invertido?”. — ¡Ahora si que se entiende bien, ¿verdad?! —afirmo elogiándola—. Lo que os ha pasado es algo frecuente en las empresas que ganan dinero y se relajan en la gestión de sus activos —me animo a añadir—. Como ven beneficios en sus cuentas de resultados, no están muy pendientes del cobro a sus clientes, ni de la acumulación excesiva de productos en stock. Como consecuencia de ello, las rotaciones de sus activos circulantes se deterioran mucho, con el consiguiente aumento de las alturas de los pisos que los albergan. En las empresas con beneficios también se puede cometer, como consecuencia de la euforia asociada, el error de invertir en activos no corrientes innecesarios para su actividad (en activos inmovilizados improductivos o no funcionales). — Si las alturas de las plantas 1, 2 y 3 no aumentan, todo el incremento del depósito de los fondos propios derivado del agua 140

La biblioteca procedente de los beneficios de la piscina desbordante se traduce en un aumento de la altura de la planta 4, del ático, ¡de la tesorería! — interviene el catalán, muy interesado en que sus compañeros de módulo acaben entendiendo el tema—; pero si pasa lo contrario…, una gran parte de la tesorería puede estar absorbida por los aumentos en las otras plantas del edificio del activo. Si vendemos mucho, pero no lo cobramos, veremos ingresos y beneficios altos en la cuenta de resultados; pero la tesorería será baja, ¡porque el dinero estará retenido (invertido) en las cuentas a cobrar (planta 3)! — La profundidad total de los dos depósitos subterráneos es igual a la altura total del edificio —no puedo resistir la tentación de volver a meter baza—; y esa altura total se debe repartir entre las cuatro plantas. ¡Eso es todo! Es algo así como la energía: ni se crea, ni se destruye, tan sólo se transforma. Con los fondos del Pasivo se puede soportar unos valores totales de Activo; y la distribución entre cada planta depende mucho de la gestión que se realice. Por eso insisto en la importancia del “arte” de cuidar las proporciones. — A otras empresas, muchas de ellas públicas, les suele pasar justo lo contrario —retoma su discurso la francesa, demostrando tener el don de la oportunidad—: pueden tener pérdidas en sus cuentas de resultados (déficits), pero tesorerías suficientes en los activos de sus Balances para hacer frente a sus compromisos de pago. ¿Os imagináis cómo lo consiguen? —les pregunta—. ¡La respuesta está en vuestra hoja, como todas las que os podáis hacer relacionadas con las finanzas de cualquier empresa! — ¡No tienen más cojones que aumentar la profundidad del sótano -1! —exclama Malamata señalando el dibujo de su hoja, satisfecho de haber sido capaz de realizar esa elemental deducción. — ¡Impeccable! —exclama Brigitte, utilizando su elegante lengua materna—. Si las pérdidas en la piscina obligan a extraer agua de las reservas almacenadas en el depósito de los fondos propios (el sótano -2), necesitamos aumentar la profundidad del depósito deuda para que la profundidad total de los niveles subterráneos iguale a las alturas de los niveles visibles del edificio. — Estar demasiado enculebrado es peligroso —interviene ahora el colombiano, refiriéndose a endeudarse en exceso. 141

Las Cuentas del Prisionero — Eso ocurre en situaciones de pérdidas mantenidas —dice ella—, salvo que los socios decidan realizar aumentos de capital, situación que sería equivalente a añadir agua en el depósito del sótano 2, o bien vender parte de sus activos para reducir la altura del edificio y, con ello, la profundidad de los fondos subterráneos. Esto es lo que hacen algunos Estados, al vender sus empresas públicas. — ¡Muchas gracias por su intervención, madame! —le digo agradecido, ¡y admirado por su valentía! — ¡És máis juapa c' un arado con pegatinas! —exclama el gallego en voz alta, con su característica espontaneidad. — No sé que has dicho, pero, por el tono que has empleado, ¡no me ha gustado nada! —exclama contrariada, con un porte elegante y sofisticado, que contrasta enormemente con el entorno. — Si las pijas urbanas no entendéis lo que decimos los que somos de pueblo y nos hemos criado entre vacas —no duda el Merca en replicarla—, te lo diré de otra forma más elegantiña: ¡Estás más buena que Dios! —emite un nuevo exceso verbal. Tras la desinhibida intervención del gallego, que provoca la carcajada general, los tres más gamberros del improvisado grupo se levantan alborotados y tiran los papeles por los aires, demostrando que están ya cansados de reflexionar sobre las cuentas. El Polaco y Medellín se muestran, como de costumbre, mucho más comedidos. — Si os portáis bien —se dirige ella al grupo ahora, viendo imposible seguir reteniéndolos por más tiempo—, las mujeres os podemos ofrecer un espectáculo teatral que hemos preparado. — ¡Excelente idea! —exclamo, sintiéndome intrigado. — La Juani y Fin Chu deben estar ya acabando con los preparativos de la actuación teatral. Estoy segura de que os lo pasaréis muy bien y, a la vez, os ayudará a repasar y memorizar todo. Algún concepto nuevo saldrá, pero veréis que casi todo lo habéis oído ya….: ¡repetir y construir estructuradamente a partir de lo que ya se sabe es la clave del aprendizaje sólido! — ¡Vamos, vamos de una puta vez con las peritas! —gritan entusiasmados, refiriéndose al grupo de las mujeres. 142

El salón de actos Tras la aprobación general de la propuesta, todos nos dirigimos desde la biblioteca hacia el salón de actos, lugar en el que nos encontraremos con las otras dos mujeres del grupo de teatro, las cuales, según parece, serán las actrices principales del inesperado espectáculo. Al observar que los reclusos varones se ponen a hablar entre ellos y que continúan con sus gamberradas, veo la oportunidad de acercarme a la amiga de mi mujer y, de esta forma, continuar averiguando más cosas sobre lo sucedido. — ¿A qué tipo de pruebas incriminatorias falsas te referías antes, Brigitte? —le pregunto movido por una gran curiosidad. — ¿Recuerdas que me quedé viuda hace un año, después de que mi marido, que era diabético insulinodependiente, falleciera en la cama a causa de un infarto masivo de miocardio? — Sí, sí, claro… — Pues el individuo ese, ¡que no sé cómo calificarlo!, consiguió que el juez dictara auto de prisión preventiva, a la espera de exhumar el cadáver de mi marido para practicarle una autopsia. — ¡¿Por qué?! — ¡Me acusan de haberlo asesinado! — ¡¿Cómo dices?! —le digo, abriendo los ojos como platos. — Ha conseguido reunir pruebas falsas, ¡la mayoría de las cuales ha obtenido mientras disfrutaba de mi casa! Con ellas pretende que quede probado el hecho de que le administré una sobredosis de insulina y de barbitúricos que provocaron su muerte. Además, gracias a su gran inteligencia malévola y a todos sus contactos en el mundo de la justicia, ha conseguido hacer creer que él no es la fuente de las pruebas, ni la persona que ha iniciado las investigaciones. — Y tú no lo hiciste realmente, ¿verdad? —le pregunto inadecuadamente, mientras me vienen a la mente las palabras de 143

Las Cuentas del Prisionero Malamata, cuando especulaba con la posibilidad de que la muerte del multimillonario no hubiera sido natural. — ¡Naturalmente que no lo hice! —exclama profundamente ofendida—. ¡El único malvado con mente criminal que hay en este caso es el abogado ese, que me engañó como a una china con su palabrería y su actuación de actor profesional! Ese individuo podría ser, perfectamente, ¡el profesor de nuestro taller de teatro! ¡Maldita la hora en la que lo conocí…! Me comen los diablos cada vez que pienso que ¡el muy cabrón! está disfrutando de mi casa y de mis bienes, tras haber conseguido que me encarcelaran injustamente. — ¡Increíble! — ¡¿Cómo pude ser tan idiota al no darme cuenta de que lo único que quería ese mal nacido era mi dinero?! —se lamenta. — Parece que hemos llegado —le digo asombrado y confuso, mientras observo como todos los presos varones se van sentando en las butacas y como las reclusas van subiendo a un escenario en el que observo una piscina azul de plástico y la maqueta de dos edificios de cuatro plantas, uno a cada lado. — Ese enfermo mental con el que conviví unos meses es tan vanidoso, soberbio y egocéntrico —me sigue informando ella—, que no soportaba que elogiara a alguien que no fuera él. Por ponerte un ejemplo —añade—, cuando le dije que me había encantado el libro que nos regalaste durante la fiesta que dimos en casa, se enfureció y lo quemó lanzándolo con rabia al fuego de la chimenea. — ¿De veras que te leíste mi libro y que te gustó? —le pregunto feliz y olvidándome, por unos segundos, de dónde estaba. — ¿Cómo crees que aprendí lo que les he explicado a estos salidos hace unos minutos…?, ¿y por qué crees que recomendé a los de la Junta la conveniencia de que estuviera disponible en la biblioteca del centro para la lectura de los internos…? — Cuando vi que lo cogías de una de esas estanterías, ¡me quedé boquiabierto! Si en algún lugar del mundo no sospechaba que lo pudiera encontrar, ¡era en ese…! ¡Te lo aseguro!

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El salón de actos — ¿A qué esperamos? —oigo como grita Malamata ahora, con la intención de interrumpir nuestra conversación, desde su asiento situado en la primera fila del patio de butacas. — ¿Empezamos con el espectáculo ya, chicas? —se dirige Brigitte hacia sus compañeras de módulo, mientras avanza deprisa por el pasillo en dirección al escenario. — ¡Poh claro! —exclama la gitana—. ¡Vamoh a enseñarleh a estoh payoh toíto lo que hemoh aprendío! — ¡Ya podéis quitar esa piscina de ahí echando leches! —grita el Jari con una carcajada forzada, mientras se levanta de su butaca—: ¡que luego dicen ahí fuera que nos están construyendo talegos de lujo, para que los presos vivamos mejor que ellos! Al escuchar ese comentario, mientras avanzo por el pasillo del patio de butacas, recuerdo lo traumático que está siendo el recorte brusco del gasto público derivado de las exigencias del control del déficit público. Recuerdo haber leído que el gasto anual por cada preso en nuestro país superaba lo que factura una habitación de hotel de cinco estrellas, y que ese hecho, junto con el gran aumento de la población reclusa, estaba disparando esa partida de gasto público. — Silencio, señores y señoras, que la función está a punto de comenzar —dice Brigitte, subida ya en el escenario. Me doy prisa para encontrar mi sitio. Mientras me siento en una butaca libre que acabo de ver en el extremo de la segunda fila, saludo con un movimiento de cejas a la mujer que está a mi lado. — Los talleres que se realizan dentro del programa de tratamiento de los reclusos son muy importantes no sólo para ocupar su tiempo, y evitar que deambulen por el patio desocupados o drogados —me dice ella en voz baja, inmediatamente después de que me hubiera sentado—, sino también para que aprendan nuevos hábitos y abandonen los que les podrían convertir en reincidentes. — Claro, claro... —le digo. — Me llamo Carina —añade a continuación, mientras me tiende su mano—, soy psicóloga especializada en PNL y terapia conductual, y formo parte de una organización de voluntariado que presta ayuda en todo el proceso de reinserción y rehabilitación de los 145

Las Cuentas del Prisionero internos. Ya sabes que la mejor forma de enseñar es entreteniendo… Si nos lo pasamos bien y aprendemos a la vez —añade sonriendo tras una breve pausa—, ¡matamos dos pájaros de un tiro! — Eso está muy bien —le susurro, tratando de evitar interferir con el inicio del espectáculo, y que alguno de mis impacientes compañeros me llame la atención con su personal estilo—. Yo les suelo decir a mis hijos que, si convertimos los buenos hábitos en rutinas cotidianas —continúo en voz baja—, todo es mucho más fácil. Adquirir los conocimientos básicos en Finanzas es sencillo, y utilizarlos habitualmente nos permite controlar mejor la forma en la que el dinero circula por todos nuestros proyectos empresariales y personales. Si dominamos cómo se mueve el dinero, en lugar de dejar que el dinero nos mueva a nosotros, todo irá mejor. — Tengo el placer de contar con la presencia en el escenario — oigo ahora a Brigitte declamar desde la tarima— de Juani, de Débora y de Fin Chú. Cada una de ellas se encargará de una parte. — ¡Tú sí que tienes dos partes preciosas, buenorra! —deja ir semejante improperio uno de los internos, personaje que no consigo identificar debido a que acaban de reducir la intensidad de la luz. — ¡Cierra el pico, bocazas! —grita otro recluso. — La piscina no la hemos puesto para que nos critiquen fuera, diciendo que estamos presos en centros con lujos que no merecemos —sigue hablando la presentadora, tras decidir no repeler la última agresión verbal—, sino para recordar que cuantos más recursos azules utilice la empresa al mes, más gastos azules tendrá que cubrir y, por tanto, más alta será la piscina que comienza vacía al inicio de cada periodo de tiempo. Sabéis bien que las tres grandes fuentes de gastos azules son las Instalaciones (alquileres y amortizaciones), los servicios Externos y los Salarios del Personal. — ¡No te fíes de los FIES! —oigo como exclama Malamata riendo, cuyo vozarrón reconozco bien, muy orgulloso de sus conocimientos y, por tanto, deseoso de exhibirlos. — Así es —la actriz principal del sorprendente espectáculo reconoce el valor nemotécnico de la intervención del espontáneo—: los gastos del Periodo deben ser objeto de un seguimiento muy 146

El salón de actos especial para conseguir el doble objetivo de que la empresa tenga beneficios a corto, medio y largo plazo y, también, de que los recursos azules que contribuyen a generar las ventas estén correctamente retribuidos. Ya sabéis que los gastos rojos se producen cuando se consumen los recursos rojos, y eso sólo pasa cuando se vende. Pero, como todos sabéis, no habría ingresos por ventas, si no tuviéramos los recursos azules necesarios. — Mu fazi, mi arma —toma la palabra la gitana ahora—: loh recurzoh azuleh están pá vendé loh productoh que tenemo en estó. Ar zacarloh de ahí, ce produse un gazto colorao iguá a zu való de cozte. Tambié pué havé má gastoh “calentitoh” que ce produzen zolamente ar vendé, como lah comizioneh o loh gastoh de trasporte. La diferensia que ay entre loh ingrezoh y los gastoh colorao no me recuerdo aora mismito como ze llama, pero zé que debe cubrí toítoh loh fríoh gastoh asuleh. Lo que zobra ce llama benefisio de explotasió, y lo llevamoh po la rampa amarilla pa guardá en el zótano -2. Pero, caminito der zótano, ze pierde argo debío a loh interezeh y a los impuestoh ¡Ahí queda ezo! Mientras se produce una cerrada ovación por parte de todos los asistentes, yo me quedo sorprendido después de haber oído resumir, de esa original forma, las partes básicas de una Cuenta de Resultados y el hecho de que el Beneficio después de intereses y tributos (el BDIT) pasa a formar parte de las Reservas, de los Fondos Propios del Balance. Se le ha quedado en el tintero el decir que, en el caso de pérdidas, el depósito propio disminuye, en lugar de aumentar, pero bueno… ¡ha sido increíble de todas formas! — El andalú eh la lengua de la ghente con arte —añade la gitana mientras arranca por bulerías—, la ghente con grazia, ole ahí. La gente que habla andalú eh güena, pero güena de verdá. El andalú eh el españó de Andalucía y lo pué habla to'r mundo — termina, provocando una nueva ovación. — Recordad que, para aumentar el beneficio —vuelve a intervenir Brigitte en el momento en el que los espectadores se van calmando—, es mejor orientarse hacia el aumento de los Ingresos de agua que hacia la reducción de la altura de la piscina. Priorizar el aumento de los Ingresos sobre la reducción de los Gastos permite 147

Las Cuentas del Prisionero crear empleo y actividad económica y, como consecuencia, riqueza y crecimiento. Como sabéis bien, todos tenemos la tendencia a pensar que los gastos son malos por naturaleza, al estar influidos desde niños por la lógica doméstica. Pero, en el ámbito empresarial —añade—, los Gastos deberían ser vistos en positivo: tendrían que ser la retribución justa que merecen y reciben los recursos que contribuyen a los ingresos. Sólo hay que reducir aquellos que se generan por recursos excesivos o improductivos, cosa que suele ocurrir cuando las empresas “acumulan grasa” durante las fases de expansión y de grandes beneficios, cuando la euforia aparece. — ¡Nena, non teño pelos na lingua porque ti non queres! — oigo un horrorosamente soez exceso verbal del gallego, que provoca la carcajada general y, también, la lógica y esperable expresión de rechazo en la cara de la elegante y sofisticada Brigitte. — ¿La americana y la china no dicen nada? —pregunta alguien; creo que se trata de la voz del Jari. — Un emplesalio que quiela tenel benecios altos a costa de oflecel salalios demasiado bajos —interviene la mujer de rasgos orientales, no sé bien si por la alusión o porque se lo dicta el guión—, o de contlatal selvicios Extelnos balatos pelo malos, o de usal Instalaciones inadecuadas pala gastal poco dinelo, ¡segulo que se equivoca! ¡Lo balato telmina saliendo calo! De nuevo aplausos y vítores. La mujer, muy seria, hace un elocuente signo con la mano para indicar que todavía no ha acabado con el texto que ha memorizado, y prosigue: — Pelo también, ¡atención!, todos los leculsos azules deben sabel deben contlubuil a genelal un malgen bluto supeliol al gasto que ellos mismos ploducen cada mes. En caso contlalio, no estalían contlibuyendo al beneficio emplesalial, ¡sino a la példida! Todo leculso se debelía pleguntal cada día si folma palte de los músculos — añade, mientras contrae sus bíceps—, ¡o de la glasa! —exclama con gracia, a la vez que se intenta pinzar un inexistente michelín—. Si los salalios son mayoles que la ploductividad, las emplesas telminan despidiendo leculsos, polque no les sale a cuenta. —Muchas gracias, Fin Chú —interviene inmediatamente la actriz principal con la intención de evitar que una nueva ruidosa 148

El salón de actos interrupción rompa el ritmo—. Ya habéis oído —añade—: una empresa está formada por un grupo de recursos azules que deben tener como Meta principal el convertir las existencias en ventas con el mayor margen bruto posible; y ese margen bruto debe ser inferior al importe de gastos azules (o del Periodo) que generan dichos recursos, para que exista un Beneficio de explotación (BAIT). — ¡Vaya pico! —exclama alguien. — Los beneficios empresariales y la retribución adecuada de los recursos que utiliza —continúa Brigitte muy concentrada, para no perder el hilo— no deben ser vistos como objetivos antagónicos, ¡sino compatibles! Sólo con la mentalidad de que empresarios y empleados (los recursos azules más importantes) deben alinear sus intereses con esa meta como objetivo común, crearemos riqueza y prosperidad para todos. Debemos dejar de ser prisioneros de las falsas creencias de que el propietario de la piscina sólo piensa en el agua que desborda la piscina, olvidándose del resto; y también de que el empleado sólo piensa en su salario, olvidándose de la viabilidad de la empresa en la que trabaja a medio y largo plazo. Es esencial que todos nos orientemos a aumentar la productividad. Sigo muy atento a lo que va ocurriendo sobre el escenario, absolutamente perplejo y sin perderme detalle. Tras oír el nombre de la china, pienso que quizás su nombre sea la explicación del título del espectáculo: “Finanzas Chupadas”. — ¡La gringa no ha abierto la boca! —exclama Medellín, ansioso por ver a su mujer actuar—. ¡Ella no es de las que comen pavo! —añade algo cuyo significado tendré que averiguar. — Enseguida lo hará, ¡tranquilos, tranquilos! —la amiga de mi mujer sigue controlando el ritmo y la secuencia de las intervenciones—. Antes de eso, me gustaría recordaros que las finanzas nos recuerdan la importancia del orden y de las proporciones. Al igual que, en el Balance, es esencial saber el porcentaje que representa el valor de cada parte sobre el total —continúa explicando—, en la Cuenta de Resultados, es básico conocer el porcentaje que representan los gastos rojos, los gastos azules, el beneficio operativo, los gastos financieros y el beneficio final sobre los ingresos. Recordad que el importe absoluto de los gastos no 149

Las Cuentas del Prisionero asociados a la venta se mantiene más o menos estable en los diferentes meses, pero el relativo o porcentual cambia en función de la cifra de ingresos que se acabe consiguiendo en cada periodo. Con los gastos rojos pasa justo lo contrario. — ¡Y eso es muy impoltante! —interviene la oriental. — Si sabemos el importe de gastos del periodo en los que la empresa incurre cada mes —explica la francesa, después de esa breve interrupción— y el porcentaje de margen bruto medio con el que se realizan las ventas, es sencillo saber el importe de ventas necesario cada mes para cubrir la piscina. A esa situación en la que ni se obtienen Beneficios ni Pérdidas en la operativa de la empresa, se llama Punto Muerto o Punto de Equilibrio. — ¡Los que nos estamos comiendo condenas por asesinato, preferimos lo de Equilibrio a lo de Muerto! —grita Malamata, evidenciando que también necesita sentirse gracioso. — El error más común —continúa la actriz protagonista—, porque nos lo inculcan desde pequeños, es enjuiciar a los gastos azules en función de su importe absoluto. No debemos precipitarnos en la evaluación de este tipo de gastos, que se producen cada mes o cada año, diciendo que su valor nos parecen mucho o poco en términos absolutos. Todos tenemos la tendencia a decir que un gasto empresarial determinado es muy alto o muy bajo al compararlo inconscientemente con nuestro salario, con el alquiler que pagamos por nuestra casa o con algún otro gasto domestico de referencia; ¡y eso puede conducirnos a conclusiones erróneas, si estamos tomando decisiones en el ámbito empresarial! — ¡Olé! —utiliza la interjección taurina el sevillano. — Siempre debemos opinar sobre ese tipo de gastos después de haber contestado a dos preguntas básicas —añade de manera asombrosamente convincente, y con un derroche de vergüenza torera—: la primera es qué porcentaje representa ese gasto sobre la cifra de ingresos; y la segunda es en qué medida contribuye el recurso azul que produce ese gasto a los ingresos de la empresa. Si un recurso azul ayuda a generar más ingresos que los gastos que genera, causará dos consecuencias positivas: por un lado, una contribución al 150

El salón de actos beneficio, y por otro, una reducción progresiva del porcentaje que su gasto representa sobre los ingresos. — ¿Por qué los edificios son tan pequeñines? —pregunta Merca ahora, señalando a los objetos de cartón piedra que están situados sobre el escenario, a ambos lados de la piscina. — Porque cuánto más bajos sean —contesta Brigitte—, menos profundidad de sótanos necesitaremos. Y eso significa menor cantidad de recursos financieros, bien en el depósito de los fondos propios (sótano -2) o en el de la deuda (sótano -1). Si los socios ponen dinero, van a pedir dividendos a cambio; y si los bancos prestan dinero, van a pedir intereses a cambio. Lo ideal es conseguir Piscinas que desborden mucha agua (Beneficios elevados) con edificios lo más bajos posible (mínimo valor de Activos y, en consecuencia, de Pasivos que se precisan para financiarlos). Por eso, es esencial conseguir rotaciones altas de los Activos Corrientes (plantas 2ª, 3ª y 4ª) y no tener Activos No Corrientes (planta 1ª) que no colaboren a generar Ingresos (Activos no funcionales). — ¡Acabáramos! —agradece el Merca las explicaciones tras su pregunta sobre la reducida altura del edificio, con esa expresión tan típica de su tierra que utilizan para transmitir que algo complicado se ha logrado entender finalmente—. Cuanto menor sea el Activo, menor cantidad de fondos necesitará la empresa “tener presos” en la sus sótanos para financiarlo —resume a su manera. — ¡Mu bien, Merca! —retoma la palabra gitana ahora—. Ci ze geztiona malamente el activo, pué crecé demaziao. Y ezo pué llevá a aumentá mucho er depózito de la deuda. Como podei vé, ze pué llegá a tene una deuda demaziaó grande (zótano -1) por doh cauzah: la primera, el aumento esageraó del activo; la zegunda, lah perdidah en la cuenta de rezultadoh, lah cualeh hasen má pequeño er tamaño del zótano -2 (er de loh fondoh propioh). — ¡Asombroso! —le digo en voz baja, y completamente perplejo, a la terapeuta que ocupa la butaca junto a la mía. — Cuanto más grande sea el depósito deuda, más gastos financieros habrá —interviene Malamata ahora desde su butaca, con una evidente intención de seguir añadiendo, a su indiscutible poder 151

Las Cuentas del Prisionero (potestas) sobre sus machacas, la auctoritas que genera el que sus subordinados le reconozcan su capacidad de liderazgo. — ¡Exacto! —ratifica Brigitte, mientras la voluntaria responsable del taller, que permanece sentada a mi lado, se ríe abiertamente al observar mi cara de absoluto asombro—. Los gastos financieros que genera la deuda —añade— no se generan en el momento de la venta, sino que lo hacen durante el periodo, dependiendo de las cantidades de recursos financieros externos (de deuda, de dinero prestado) utilizados durante el mismo. De todas formas, recordad que es muy importante diferenciar los gastos financieros del resto de los gastos del periodo. ¿Sabéis por qué? — ¡Que nos lo explique Débora! —insiste el colombiano, deseando, orgulloso, que comenzara la actuación de su esposa. — ¡ROA means Return On Assets! —afirma muy seria y prudente la única mujer rubia que hay bajo los focos, con su impecable inglés nativo, provocando un nuevo alboroto general. — ¡Si os calláis, os lo explicará! —grita con firmeza la mujer que tengo a mi lado, después de ponerse en pie. — Asset es el término que los anglosajones utilizamos para referirnos al Activo —reanuda la explicación esa mujer americana en cuya piel se observan numerosas manchas de color café con leche—, y ROA se traduce por Rendimiento del Activo. Se trata de un ratio muy útil para comparar empresas diferentes o para evaluar la actuación de sus gestores —añade, mientras disfruto observando como pronuncia las múltiples “erres” que plagan su guión. — ¡Shhhh! —vuelve mi vecina de butaca a ordenar silencio “a la peña”, poniendo su índice derecho sobre sus labios. — Para saber el rendimiento del Activo (el ROA) —prosigue Débora—, hay que dividir el Beneficio entre el Activo. Es decir, el agua que desborda por la piscina entre la altura del edificio —explica, señalando hacia los dos elementos básicos del escenario—. Pero, ¡atención!, debemos usar el beneficio antes de restarle los gastos financieros, porque los intereses que se generan no dependen de los recursos que hay sobre el nivel del suelo, ¡sino del tamaño del depósito deuda subterráneo! Por tanto, el ROA se obtiene al dividir el 152

El salón de actos Beneficio Antes de Intereses y Tributos (BAIT) entre el Activo total. Por si os interesa saberlo —añade con una preciosa sonrisa que ilumina su cara—, el acrónimo inglés para el BAIT es EBIT: Earnings Before Interests and Taxes. — ¡No sé que carallo has dicho, pero estás muy rica! — exclama el gallego del módulo, provocando una nueva risotada general, sin aparentemente importarle la presencia de Medellín. — Si un día en el futuro, orgullosos de todo lo que ha llegado a conseguir vuestra empresa, organizáis una fiesta para enseñar a los amigos todos vuestros Activos —interviene de nuevo la actriz protagonista, esbozando una sonrisa que proporciona una pista sobre sus intenciones—, estoy segura de que, en el camino de vuelta a casa, sus parejas les preguntarán algo parecido a “¿de dónde habrá sacado el chulo de tu amigo el dinero necesario para conseguir tener todo eso que nos ha enseñado orgulloso el muy fantasma?” — ¡Hay qué ver cómo sois las mujeres! —exclama ahora el contable, inesperadamente, tras haber permanecido completamente mudo hasta ahora—. ¡La respuesta a esa pregunta tan típicamente femenina la encontramos en la estructura del Pasivo! —añade sorprendentemente desinhibido, poniéndose en pie y mostrando una actitud crítica hacia las mujeres que llama la atención…, y que debe tener alguna explicación—. El Activo está a la vista, pero el Pasivo está oculto bajo tierra. Un mismo Activo puede estar financiado por porcentajes (por proporciones) diferentes de las dos grandes partes del Pasivo: el depósito “Deuda” y el depósito “Fondos Propios”. Hay hombres que alardean mucho de los activos que tienen, ¡pero que luego ocultan todas las deudas que han necesitado generar! — A ese recluso que acaba de hablar, le abandonó su mujer por un hombre que aparentaba ser rico —me cuchichea al oído la psicóloga, al ver mi expresión de perplejidad—. Su amante la llevaba a los mejores restaurantes, le organizaba actividades caras y la obsequiaba con joyas —me detalla—. En un intento desesperado por competir en poder adquisitivo con ese hombre que tenía obnubilada a la mujer que tanto amaba —me sigue explicando—, y con el objetivo de retenerla a su lado, empezó a desviar fondos de la empresa en la que trabajaba de contable, ¡y de hombre de confianza! 153

Las Cuentas del Prisionero — A mayor porcentaje de Deuda sobre el total del Pasivo — vuelve a tomar la palabra la rubia americana—, menos sólidos serán considerados los “cimientos” del edificio para mantener al edificio en pie ante posibles “inclemencias” futuras y, por tanto, menor será su ratio de solvencia. Además —continúa con seguridad—, cuanto mayor sea el sótano deuda, más elevados serán los gastos financieros. Por eso, y enlazando con lo que decía antes, sería injusto evaluar el Rendimiento del Activo con un Resultado que estuviera afectado por el impacto de los gastos financieros; es decir, por algo que se genera por un elemento o recurso que está situado en el Pasivo, en el nivel subterráneo, ¡bajo tierra! — Tranquilos, que vamos acabando —interviene Brigitte, al ver que el público empieza a impacientarse—. ¿Te apetece hablar de otra palabrita que también empieza por “R”, Débora? —le pregunta imitando, de manera muy simpática, la forma con la que pronuncia esa letra, seguro que siendo consciente de que su lengua materna tampoco es el español. — ¡ROE means Return On Equity! —la norteamericana vuelve a dejar mudo “al respetable”—. Equity significa Fondos Propios; ya sabéis: el sótano -2 —se apresura a continuar, aprovechando el momentáneo silencio—. Si dividimos el Beneficio después de descontar los Intereses y los Impuestos entre los Fondos propios, obtenemos la Rentabilidad del capital invertido por los socios en la empresa. Esa rentabilidad es la que compararan, para evaluar si han hecho bien o no, con otras inversiones alternativas de riesgo similar en las que podrían haber colocado su dinero. Medellín aplaude orgulloso. — Cuanto más beneficio obtengan a cambio del dinero que tienen invertido —prosigue su mujer—, más contentos estarán. Por eso, un aumento moderado y medido de la deuda es muy interesante para mejorar el ratio de rentabilidad de los fondos propios. Si la rentabilidad del activo supera al coste de la deuda, aumentar el endeudamiento en el pasivo (sótano -1) implica aumentar la rentabilidad del “Equity” (sótano -1). Y a eso precisamente es a lo que le llaman Apalancamiento. Hay que hacerlo, como todo en la vida, ¡con equilibrio y moderación! 154

El salón de actos — ¡Tiro la toalla! —exclama el boxeador, seguro que sintiéndose completamente grogui, ¡muy cerca del KO técnico! — El espectáculo acaba con los dos loedores: el LOA y el LOE —interviene la mujer china ahora, provocando la risa y el aplauso general—. Mientlas el LOA es el Lendimiento del Activo y el LOE la Lentabilidad de los Fondos Plopios —continúa hablando como si nada, haciendo una demostración de su control oriental—. Siemple hay que analizal conjuntamente la Cuenta de Lesultados y el Balance. Debemos sabel el valol absoluto de cada una de su paltes y, también, compalal esos valoles entle sí para evalual las plopolciones y conocel el valol de los latios más impoltantes. Mientlas el Balance es como la fotoglafía del patlimonio emplesalial en un momento detelminado, pol ejemplo al inicio y al final del peliodo contable, la Cuenta de Lesultados es como la película de lo oculido dulante ese Peliodo. — ¡Nunca os aprendáis ni los ratios, ni cualquier otro concepto financiero de memoria! —observo como Brigitte termina con ese consejo general de gran valor—. Pensad siempre en la imagen mental de la Piscina y del Edificio, y razonad a continuación con lógica y sentido común —añade—. Todo está en el dibujo que hicisteis en la hoja de la biblioteca. No dejéis que nadie trate de confundiros con planteamientos complejos ¡que ni ellos mismos entienden! — ¡Descuida preciosa! —vocifera otro gracioso. — Si os hablan de Rotaciones del stock o de la cuenta de clientes —sigue ella, demostrando no sólo una gran inteligencia racional, sino también emocional—, pensad en una pareja en la que uno de los miembros es uno de esos Activos Corrientes y el otro es la Venta. En vuestro dibujo, tendrías que trazar una flecha que relacionara la zona verde de la piscina con las plantas 2 o 3 del edificio. Si os hablan de Rendimiento de Activo, trazad una línea que relacione la altura del edificio con el beneficio antes de restar los gastos financieros. Y si os hablan de Rentabilidad de los Fondos Propios, dibujan una raya que relacione el sótano -2 con el beneficio subterráneo, es decir, el que se obtiene tras restar los intereses y el impuesto sobre beneficios. Os daréis cuenta de que, si usáis estos simples trucos, ¡pareceréis unos magos de las finanzas! 155

Las Cuentas del Prisionero — ¡Pues te echaremos unos polvos mágicos! —vociferan un enésimo exceso verbal, reflejando que ya están deseando acabar. — Existe otra extendida falsa creencia —interviene la rubia americana—, que consiste en pensar que el valor de una empresa lo determina únicamente su Balance; pero, como habéis visto, tiene mucho más que ver con su capacidad para generar beneficios futuros, algo de lo que nos informa mucho mejor la evolución de sus Cuentas de Resultados. Otra cosa a tener en mente: a la hora de interpretar el Balance de situación, no debemos olvidar que sus Activos están casi siempre valorados a su precio de adquisición o de coste (y no a su precio de mercado) y que, además, no refleja o cuantifica el valor de los recursos más importantes que tiene la empresa: ¡los humanos! — ¡La peña es lo más importante! —grita el kie. En este momento, escucho que empieza a sonar la banda sonora de Cabaret y observo cómo las cuatro mujeres corren para colocarse una ropa que recuerda a la que llevan las bailarinas del local nocturno de esa película. Instantes después, contemplo atónito cómo empiezan a bailar la coreografía y a cantar la canción: — “Money makes the world go around ...the world go around ...the world go around…” No puedo evitar ponerme en pie y aplaudir entusiasmado. No me puedo creer que haya presenciado esas escenas en el salón de actos de un centro penitenciario. No recuerdo haber visto jamás un espectáculo tan delirante y con una puesta en escena tan surrealista. Estoy de acuerdo en que, para enseñar, hay que tratar de entretener, pero esto ha sido claramente excesivo… Es curioso todo lo que he podido experimentar en menos de 24 horas. Me he instalado en la celda, sede central del negocio de compra-venta de droga que Malamata y compañía tienen montado, he explorado el patio, dónde está su mercado, he identificado a todos los recursos —tanto rojos como azules— que utilizan para realizar su actividad…, y hasta he tenido la ocasión de visitar su particular escuela de negocios: ¡el Sociocultural!

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El salón de actos

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Las Cuentas del Prisionero

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La comunicación — ¡Sábado, sabadete, Piscinas!... —escucho lo que me grita mi compañero de celda para despertarme por la mañana. — Buenos días, compi —le digo, desperezándome. — Este juego es jodido, ¡pero divertido! —me dice, sacando la lengua y moviendo, con no demasiada destreza, la PSP que le regalaron sus hijos la semana pasada por su cuarenta cumpleaños. Echo un vistazo desde lo alto de mi litera y observo que está sentado sobre su cama, disfrutando con un juego de carreras de coches en su videoconsola portátil. El hombre está ya vestido y perfectamente acicalado, tal como he visto que hace cada sábado. — Me temo que tú no aprovecharás el día de hoy para echar eso que rima con “sabadete” —me dice con cara de guasa, y sin apartar la mirada de la pantalla ni un instante—, pero seguro que sí podrás tener una comunicación de cuarenta minutos a través del cristal con el familiar que venga a verte. Supongo que será tu mujer —añade, guiñándome un ojo—, que debe estar deseando verte. — Yo no estaría tan seguro de eso —le replico—. En los cuatro sábados que llevo aquí, ¡no ha aparecido nadie todavía! — Joder, tío, ¡acababas de entrar! —exclama riendo—. ¡Sólo llevas un mes en el truyo! Deben estar disfrutando de su nuevo grado de libertad…, ¡y habrán organizado un viaje para celebrarlo! — ¡Tu sentido del humor me toca los huevos! —le digo muy contrariado, percibiendo que se me estaba pegando, no tan sólo el olor a talego, ¡sino también la forma de hablar! — ¡Mierda! —grita frustrado ahora—: ¡me he salido de la carretera otra vez, y me han pasado varios coches! — Mantenerse avanzando por el centro de la carretera es un difícil equilibrio —le digo—, ¡sobre todo si vienen curvas! — ¡Joder, Piscinas!: no me irás a decir otra vez aquello de “como en las Finanzas y en la vida misma”. 159

Las Cuentas del Prisionero — Pues la verdad es que tenía intención de hacerlo, sí… — ¡No me extraña que no vengan a verte, tío! —exclama riendo—: ¡eres un plomo! ¡Te repites más que el ajo! — Mientras en una de las cunetas se sientan los espectadores partidarios del racionalismo radical, en la otra lo hacen los del romanticismo extremo. Mientras los primeros llevan calculadoras, porque están obsesionados con los números y con la medición cuantitativa de todo lo que están viendo; los segundos llevan plumas estilográficas, porque se centran únicamente en escribir sobre las experiencias y sobre las emociones que genera el espectáculo. Mientras en el lado de los fanáticos del análisis cualitativo se habla sólo de tiempos, de velocidades, de rankings y del dinero que gana cada piloto; en la de los forofos de las emociones humanas se hace sólo sobre lo que piensan, sobre lo que sienten. — ¡Lo sabía, lo sabía! —exclama, manteniendo la atención en su juego— ¡No te veo posibilidad alguna de rehabilitación! — Lo difícil es mantener una equidistancia entre los dos extremos para no salirse de la carretera y, de esa forma, seguir avanzando —añado, impermeable a sus críticas—. Los que deciden sólo con el corazón se equivocan, pero los que lo hacen únicamente con la cabeza ¡también! El análisis financiero es algo que podemos hacer gracias a disponer de sofisticadas y evolucionadas neuronas en nuestra corteza cerebral; pero, para poder poner ese análisis al servicio de la gestión de organizaciones formadas por personas, necesitamos que participen también las más primitivas neuronas de nuestro cerebro emocional. En otras palabras: el dominio de las técnicas de la interpretación correcta de las cuentas financieras debe saber combinarse con el arte de la gestión empresarial. Las finanzas hay que interpretarlas con la cabeza, ¡pero también con el corazón! — ¡Prefiero el chopano, que compartir el chabolo contigo! — exclama con tono irónico—. Creo que, como esto siga así, ¡voy a pedir ser clasificado en aislamiento y dormir en un cangrejo! — ¡Muy gracioso! —le digo justo antes de afirmar algo que no quiero que me quede en el tintero—: sin medir los resultados de lo que hacemos, es imposible saber si lo estamos haciendo bien; pero sería 160

La comunicación demasiado ingenuo pensar que la cuantificación y la aplicación de la lógica racional es la única solución para todo. — Cierra la húmeda de una vez, ponte ese jersey tan guapo que te enfundaste el primer día, péinate bien, un poco de pachuli…, ¡y al módulo de comunicaciones de cabeza, Piscinas! Estoy seguro de que tu mujer entrará en la cabina con un escote de escándalo. — Puedes estar seguro de que eso no pasará…. De todas formas…, con que tan sólo apareciera, ya me conformaría…—le digo muy escéptico—. ¡Necesito saber qué está pasando fuera! — Y por cierto, tío: no te olvides de decirle que te meta pasta suficiente en el Peculio para que puedas comprar nuestro encargo en el Demandadero. La próxima semana televisan el partido de Copa del Rey entre el Depor y el Betis, ¡y seguro que el Jari y el Merca no se lo querrán perder! — Veo que no sólo estás pensando en mis sentimientos, cuando me animas a que vaya al locutorio, ¡compi! Me llama la atención ver algo de interés personal en una persona tan altruista, tan humana y con tanta sensibilidad como tú —añado con ironía. — ¿Pero no hemos quedado que esta vida debe ser una mezcla equilibrada de prosa y poesía? —me dice riendo. — ¡No dejas de sorprenderme! —le digo sonriente—. Observo que los cuarenta tacos te han dado una lucidez especial. — ¡Venga, date prisa, que tenemos que ir a papearnos el desayuno antes de la comunicación! —me dice haciéndose el duro, pero reflejando agradecimiento en la expresión de su cara. — ¡Estaré listo enseguida! —le digo, una vez he saltado desde mi litera al suelo, he sorteado los altavoces y el amarillento inodoro, y me he situado delante del espejo y del lavabo. — ¡Tengo mucho que agradecerte, Piscinas! —me dice ahora de manera muy sincera y solemne, justo en el momento que apaga la consola y la lanza sobre su colchón. — ¿Por qué? —le pregunto, mientras me lavo la cara. — Porque, gracias a ti, he conseguido el permiso que tanto tiempo llevaba pidiendo. Por fin podré estar unos días fuera del 161

Las Cuentas del Prisionero talego, ¡después de veinte años encerrado como un perro! No podría tener mejor regalo de cumpleaños, te lo aseguro. ¡Menuda bola! — Supongo que lo has conseguido gracias a tu esfuerzo: has logrado reunir todos los requisitos que te faltaban —le digo, mientras me doy cuenta, al mirarme en el roto y oxidado espejo, de que me acabo de peinar con la raya demasiado a la derecha. — Lo que más me ha costado es dejar de consumir y evitar meterme en broncas… —me reconoce frunciendo el ceño y dando cabezazos—. Pero lo de apuntarme al curso de formación y al taller de tratamiento en el Socio —añade, cambiando a un tono de voz muy alegre— ha sido de las cosas más divertidas y mejores que recuerdo. ¡¿Quién diría que iba a aprender tan rápidamente cómo interpretar las cuentas financieras de un negocio?! — Ahora estarás de acuerdo conmigo en que debería ser una obligación del sistema educativo el aumentar el nivel de cultura financiera de las personas; y en que es una irresponsabilidad el desentenderse de la economía con la excusa de que no es lo nuestro. Una formación financiera básica general no evitaría las crisis, pero las haría menos devastadoras. Los particulares, las empresas y los países no incurrirían en endeudamientos temerarios ni invertirían en activos improductivos o con gran probabilidad de perder valor. — Pero si no hubiera muchos ignorantes financieros, no habrías encontrado víctimas ingenuas para tu estafa piramidal… — Todos somos prisioneros de nuestras falsas creencias y de nuestros prejuicios… —le digo sonriendo y poniendo mi dedo índice sobre mi boca, mientras voy echando un vistazo por la celda en busca de la ropa que quiero ponerme hoy. — ¿Qué quieres decir, Mister Madoff? —me pregunta riendo. — Mientras tú creías que las Finanzas eran complejas y aburridas —le contesto con una sonrisa cómplice, mientras me vuelve a impactar su capacidad retentiva para los nombres—, yo estaba convencido de que aquí se concentraba lo peor de lo peor. — ¿Y no lo crees ahora, Piscinas? — Te puedo asegurar, Malamata, que aquí dentro he conocido mejores personas de las que me encuentro fuera…, ¡incluyéndome a 162

La comunicación mí! Entré muy asustado, pensando que tenía pocas posibilidades de sobrevivir en este mundo tan nuevo y tan amenazador, pero me he dado cuenta de que se trata de una jungla parecida a la que hay fuera. En ambas, ¡no hay más remedio que adaptarse! Es decir, ¡lo mismo que lleva haciendo el ser humano, desde hace millones de años, con el entorno que le ha tocado vivir en cada momento! — ¡Estoy de acuerdo en que nos comportamos como los hombres primitivos muchas veces! —opina riendo. — Nos creemos seres muy sofisticados y evolucionados, pero los psicólogos afirman que gran parte de nuestros comportamientos tiene un fundamento evolutivo, y que responden a instintos básicos que hemos heredado intactos de nuestros antepasados más lejanos, aquellos que vivían en las cavernas. — ¡Al menos no tenían rejas en ellas! —exclama. — Vivir entre rejas tiene dos grandes ventajas, Malamata! — ¿No serán financieras, supongo? —ironiza. — Las finanzas no son algo que puedas separar del resto de tu vida: se integran en todos sus ámbitos, formando un todo único. — ¿Cuáles son esa ventajas que ves? —pregunta impaciente. — Aquí dentro se vive con la ilusión de recuperar la libertad. Se trata de un objetivo alcanzable y factible que nos mantiene vivos y esperanzados. Recuerda todo lo que haces tú, gracias a los planes de montar tu propio negocio tan pronto como consigas la libertad. — ¿Y fuera…? — A veces se vive con la esperanza de conseguir un mundo idílico y paradisíaco, algo que la historia ha demostrado que parece muy improbable de alcanzar; pero que siempre ha generado un terreno abonado para discursos demagógicos y poco realistas. — ¿Qué quieres decir, Piscinas? — Debemos esforzarnos por conseguir un mundo cada vez más justo y mejor para todos, pero sin ponernos metas utópicas o irreales, ésas que pueden llevarnos a tomar medidas con efectos negativos para el conjunto de la sociedad, pero especialmente para los más desfavorecidos. No debemos olvidar que, para todo lo que queramos 163

Las Cuentas del Prisionero alcanzar, ¡tenemos que encontrar su financiación viable y sostenible! Si quebrantamos los principios de ortodoxia financiera, con el bienintencionado objetivo de garantizar la protección/justicia social, podemos conseguir resultados opuestos a los buscados. — ¿Y la segunda…? — La segunda ventaja es que, en el interior de la cárcel, la naturaleza humana se muestra desprovista de excesivos maquillajes y de falsas hipocresías. Tanto las virtudes como los defectos se expresan en su estado más puro, ¡y eso facilita mucho las cosas! Las luchas por el control del poder y del dinero no se ocultan, pero también son frecuentes las situaciones en las que se ayuda y se coopera con un compañero que lo necesita. Los comportamientos interesados y egoístas son compatibles con demostraciones de agradecimiento y lealtad. Las reglas de juego y los códigos de conducta internos funcionan sin necesidad de que estén escritos, porque se adaptan mucho a la naturaleza humana. — ¡Joder, Piscinas: ¿no dirás que somos un modelo a seguir?! — Supongo que no —le respondo, mientras reflexiono sobre un discurso improvisado que noto que se me va algo de las manos, seguramente muy condicionado por mis emociones actuales—. Lo que estoy tratando de decir es que llamar “al pan, pan; y al vino, vino”, hace que el entendimiento sea más fácil y rápido. — Estoy seguro de que opinas así después de haber aprendido nuestro argot y nuestra lógica de pensar… Te lo digo, Piscinas, porque es algo parecido a lo que me ha pasado a mí, después de lo que me has enseñado. He aprendido a basar mis opiniones sobre un modelo conceptual y no sobre falsas creencias sin fundamento. — Muchas personas se desaniman tras varios intentos de entender las cuentas financieras y la forma en la que el dinero circula por la empresa. Unas veces por exceso de terminología, otras por miedo a los números y otras por carecer de un modelo conceptual simplificado —le digo, mientras me pongo la última pieza de ropa—. Suelen acabar tirando la toalla, con la creencia de que pueden desentenderse del tema, ¡pero están equivocados!: necesitan el conocimiento para adaptarse mejor a su medio. Nuestro cerebro es un órgano diseñado para adaptarnos al entorno. Por eso, cuanto mejor 164

La comunicación amueblada tengamos la cabeza con conocimientos ordenados y estructurados, ¡mejor lo haremos! — ¡¿Otra vez con el rollo del orden, Piscinas?! — La mayor trampa consiste en intentar deducir el significado de los términos financieros de manera intuitiva a partir de los significados habituales o coloquiales —continúo, sin hacerle ni caso— : eso suele conducir al error y a la confusión. Otra trampa es pensar que todos aquellos que muestran interés por los números y la economía se despreocupan de las personas y de la justicia social — concluyo justo en el momento en el que se abren las puertas. — Podemos salir del chabolo, ¡palizas! —exclama convencido— ¡Qué chungo tener que convivir contigo! — Como te digo —continúo entusiasmado, desestimando sus comentarios—, lo único que hemos hecho ha sido ordenar y encajar los conceptos que tenías amontonados en tu cabeza, creando un dibujo o imagen mental que siempre podrás recordar y utilizar. Hemos hecho algo parecido a lo que necesita este chabolo, por cierto: ¡orden y limpieza! ¡Aquí no hay quien encuentre nada! — Venga, Piscinas, cierra el pico de una vez ¡y vamos! —me dice riendo, mientras me empuja con su increíble fuerza. — Vamos, vamos…—le digo al avanzar hacia el pasillo, que ya está abarrotado de internos caminando en dirección al comedor. Dos horas más tarde, tras observar en el comedor que todos los presos se habían afeitado y perfumado como ningún día, y estaban de mejor humor, entro en comunicaciones. El funcionario me indica la cabina que me corresponde, y me introduzco en ella. Tal como me habían advertido, el olor es inaguantable y el ruido de gente gritando, para poder ser oídos a través de los cristales, es infernal. Me siento en la silla y espero. Noto como una enorme descarga de adrenalina me recorre de arriba a abajo, provocándome palpitaciones, sudoración de manos y boca seca. Unos minutos más tarde, que se me hacen eternos, la puerta del otro lado se abre. Veo como entra, únicamente, el engreído de mi abogado. Ni rastro de mi mujer o de alguno de mis hijos. Va vestido 165

Las Cuentas del Prisionero con un entallado traje de la mejor tela, por el que asoma una camisa de cuello muy alto y adornado con un enorme nudo de corbata. Unos horribles gemelos dorados, a juego con un ostentoso reloj, llaman también la atención en su aparatosa indumentaria. — ¿Cómo estás? —me pregunta, mientras cierra la puerta. — ¿Dónde están mi mujer y mis hijos? —le pregunto, una vez se ha sentado en la silla del otro lado del cristal. — Tu mujer ha preferido no venir —me contesta. — ¡¿Por qué?! —le vuelvo a preguntar inmediatamente. — Dice que prefiere que te lo explique yo. — ¡¿Qué me tienes que explicar?! —exclamo nervioso. — En la cena que tuvimos en mi casa la noche que nos conocimos, pasó algo muy especial, ¿sabes? —me dice como si yo no tuviera nada que ver con ella—. Con tan solo cruzar unas miradas, ¡nos dimos cuenta de que encajamos a la perfección! — ¡¿En tu casa o en la de Brigitte?! —le pregunto indignado. — ¿Qué más da eso ahora? — ¡Eres un sinvergüenza! —le grito furioso. — ¡Tranquilízate, por favor! —me recomienda con una parsimonia que todavía me irrita más—. Hablemos como seres racionales, afrontando la realidad tal como es —añade con un cinismo increíble—. Los humanos somos superiores a los animales, gracias a nuestras capacidades para dialogar con lógica. — ¡¿Superiores a los animales por nuestro comportamiento racional, dices?! —le replico indignado—. Pues a mí me pareces un bicho de lo más dañino, ¡una víbora asquerosa que se comporta movido únicamente por los instintos más primitivos y ruines! — Antes de que intentaras desviar la conversación dejándote llevar por tus emociones —continúa como si nada—, te estaba hablando de lo que sucedió entre tu mujer y yo esa noche… — Ya vi que no le quitabas el ojo de encima, ¡cabrón de mierda! —le grito, a la vez que me levanto de la silla y golpeo el cristal con los puños—. ¡¿Pero no organizaste una fiesta para anunciarnos que te ibas a casar con su amiga Brigitte?! 166

La comunicación — Conocer a tu mujer lo cambió todo radicalmente de una manera asombrosamente imprevista, ¡casi mágica! —me responde. — Pues en tu emotivo discurso de fin de cena, el cual, según explicaste, te lo había dictado el corazón y no la cabeza, nos comunicaste que tu prometida era la más maravillosa del mundo. Ahora veo que estaba lleno de contradicciones y de mentiras, como os ocurre a todos los que vais por la vida improvisando y actuando en función de vuestros intereses más inmediatos y egoístas. — No mentí durante la fiesta —me replica impasible—: es lo que pensaba entonces, te lo aseguro, ¡aunque no te lo creas! — ¡Eres más falso que las caretas, hijo de puta! —le sigo gritando sin control, absolutamente desencajado. — Te aseguro que no sabía lo que era estar realmente embelesado por una persona tan increíblemente perfecta, hasta que estuve hablando con tu ex-mujer durante la fiesta, tras la cena. — ¡¿Con mi ex-mujer, dices?! Puedes estar seguro de que seré un reincidente —le sigo gritando enfurecido—: cuando salga de aquí, te meteré dos tiros en esa cara de capullo que tienes. — Lamento decirte que eso de salir en libertad tardará mucho — me dice con una desfachatez y una desvergüenza tales, que me parece que no estoy viviendo algo real—. ¡Eres un estafador! — Está claro que si dependo de tu defensa, ¡de aquí no saldré en la vida! —exclamo rabioso—. Ahora me explico todo lo ocurrido durante el proceso judicial. ¡¿Cómo es posible que yo esté aquí y que una rata de cloaca como tú permanezca ahí fuera?! — Quizás yo no sea tan malo como dices, ni tú tan bueno como te crees… —me dice al levantarse de la silla—. El que te muestres arrepentido del error, no lo elimina de tu expediente. Las piezas de un jarrón roto se pueden pegar, ¡pero es difícil ocultar las juntas! Las cerillas sólo se pueden encender una vez, ya sabes… — ¡¿Te crees legitimado para darme lecciones de integridad personal, hijo de puta?! —le pregunto desencajado. — Lo siento, pero me tengo que ir. Tengo otro juicio en el que necesito lucirme…, tal como habitualmente hago. 167

Las Cuentas del Prisionero — ¿Por qué has hecho eso con la amiga de mi mujer, malvado de mierda? —le pregunto crispado, cuando le veo agarrar el pomo de la puerta de salida con intención de abandonar el lugar. — Porque prefiero vivir con una mujer que ha dejado de quererte, ¡que con una asesina! —me responde con la expresión de un jugador de pocker, al girarse hacia mí en el momento en el que empieza a tirar de la puerta—. Además, estoy seguro de que tanto ella como tus hijos vivirán mucho mejor en esa lujosa casa, y conviviendo con un hombre que sí les dedica el tiempo necesario. — Te puedo asegurar, ¡hijo de puta!, que aquí dentro no hay nadie que tenga la décima parte de la malicia que tienes tú —le sigo vociferando—. Eres un carroñero sin escrúpulos ni sentimientos. Sabes perfectamente que Brigitte no asesinó a su marido, y que lo que más te atraía de ella era el patrimonio que había heredado. — Deberías ser menos apasionado y reservar tus energías para juzgar comportamientos basándote en los hechos probados, y no en tus percepciones subjetivas de la realidad. ¡Parece mentira que tengas la osadía de dar lecciones de análisis financiero!, algo que siempre debe hacerse respetando los principios de objetividad. — ¡Quiero ver a mi mujer y a mis hijos! —le grito afónico. — Creo que será mejor que tampoco veas a tus hijos, para que no les influencies negativamente en esta fase tan clave y vulnerable de la formación de su personalidad… Creo que les diré que has renunciado a los vis a vis familiares a cambio de unos encuentros íntimos con prostitutas —añade, sin soltar el pomo de la puerta. — ¡Estás muy enfermo! —exclamo justo antes de apretar las palmas de las manos y la nariz contra el cristal que nos separa. — No dispongo de más tiempo, lo siento —me dice, en el momento que cruza el umbral de la puerta y la cierra tras de sí. — ¡Te mataré…, te mataré…! —grito desesperado, agotado e impotente, mientras mis manos y mi cara se van deslizando lentamente hacia abajo por la superficie del sucio cristal, dejando un amargo reguero de sudor y de lágrimas sobre ella. ***** 168

Epílogo — No debiste cenar y beber tanto en la cena de anoche —oigo como me recrimina mi mujer, mientras me zarandea en la cama. — ¡¿Por qué me has despertado?! —le pregunto, notando mi corazón taquicárdico después de haber tenido esa horrible experiencia nocturna, que he vivido como si fuera totalmente real—. Hoy es sábado, y ayer nos acostamos tardísimo. ¡Estoy agotado! — ¡Lo he hecho porque estabas gritando tanto, que ibas a despertar a los niños! —se justifica—. No me extraña que te notes muy cansado —añade—: te has pasado la noche hablando y moviéndote bruscamente. Además, ¡estás sudando como un pollo! Sabes de sobras que sueñas cada vez que te pasas cenando. — ¡Menuda forma de empezar el fin de semana! —le digo con cara de broma, mientras me acerco a ella en un intento de arrancarle una sonrisa, sintiéndome aliviado al ver que todo lo de esta noche no ha sido más que una horrible pesadilla, pero sin intención alguna de reconocer que me acaba de liberar de ella. — ¡Apártate! —me dice con contundencia, empujándome con sus brazos—: ¡tu aliento huele todavía a alcohol! — Caramba, ¡qué cariñosa te has despertado esta mañana! — exclamo, pronunciando con dificultad al tener la boca seca como una alpargata, y notando un intenso dolor de cabeza. — ¿No repites tú que una de las grandes lecciones que nos dan las Finanzas es que se obtiene de la vida en función de lo que se invierte en ella…? —me pregunta convencida—. Pues con las personas pasa lo mismo…, ¡y lo sabes! Me parece que te puedes aplicar aquello de “consejos vendo, pero para mí no tengo” — continúa atacándome, demostrando que está realmente harta de que haya estado dedicando tanto tiempo a escribir últimamente.

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Las Cuentas del Prisionero — Te prometo que este fin de semana es el último: estoy seguro de que, entre hoy y mañana, lo acabaré ¡de una santa vez! — ¿Dónde he podido oír esa inexacta predicción antes? —me pregunta con una ironía, y con un escepticismo más que fundado. — Tienes razón —le reconozco—. Además, pensándolo mejor, he decidido que este fin de semana lo dedicaré a la familia. — ¡Me parece que lo has decidido demasiado tarde…! —me replica muy seria—. No deberías improvisar tanto, sino aprender de los consejos que dan las “sagradas” finanzas sobre la importancia de la periodicidad y de la toma de decisiones a tiempo… — ¡Touché! — Nosotros tenemos planeado ir a esquiar, y no hemos contado contigo…, ¡porque siempre nos dices que no te gusta! — No sabía que tenías esos planes; ¿me los habías contado? — Lo intenté hacer en dos ocasiones, pero me dijiste que no te interrumpiera con tonterías, porque perdías el hilo de la narración. — ¿Eso te dije? —le pregunto reflexivo. — Quizás tú no te percibas así —continúa ella—, pero te aseguro que te llevas comportando de una forma insoportable, desde que se te ocurrió la “genial” idea de escribir ¡ese rollo de libro! — Créeme que lo siento mucho, pero jamás hubiera dicho que eso de escribir se pudiera convertir en algo tan adictivo…, en una cosa que te puede llegar a atrapar más que consumir drogas —trato de justificarme, mientras permanezco tumbado en la cama, pensando en alto y mirando al techo con las manos tras la nuca. — ¿Qué opina la editorial? —me pregunta ella ahora. — Todavía nada —le respondo escuetamente. — ¡Dime qué te han dicho! —insiste, recordándome con ello que no tiene la más mínima dificultad para leer mi mente. — Pues que dudan de si puede llegar a tener ingresos por ventas un libro de finanzas escrito en formato de relato novelado… — me veo obligado a confesarle algo que prefería tener reservado. — ¿Ah, sí…? ¿Eso te han dicho…? ¡¿Cómo es posible…?! 170

Epílogo — Parece que están deliberando internamente, porque hay algunos que piensan que el lector que vaya buscando un manual de finanzas básicas puede no querer emplear su tiempo leyendo el relato de lo que les va sucediendo a los personajes; y el que vaya buscando una novela puede que le aburran las explicaciones técnicas razonadas sobre los conceptos financieros básicos. — Supongo que les habrás replicado, haciendo gala de tus grandes capacidades dialécticas y persuasivas, ¿verdad, cariño? —me dice muy seria, pero con un evidente rintintín. — ¡Bueno, claro! —le digo, intentando aparentar una autoconfianza inexistente—. Les dije que mi intención era hacer algo alternativo a los libros de texto convencionales de planteamiento tradicional o académico y que, precisamente por eso, opté por el relato novelado. Argumenté eso de que a las personas nos gusta aprender mientras nos entretenemos, y aquello de que suele preferir la novela histórica al libro de historia. Ya sabes… — ¿Eso es todo? —persevera, disfrutando con la situación. — También me pareció adecuado añadir que —me esfuerzo por no decepcionarla—, además, la novela me permitía integrar el aprendizaje de los aspectos técnicos en el cotidianeidad de los personajes, tal como ocurre en la vida real. Como bien sabes…, el protagonista descubre que una metodología análoga a la que se utiliza en el análisis financiero le sirve para descubrir cosas sorprendentes en otros ámbitos de su vida, como lo de la enfermedad de su hermana o lo del comportamiento de su madre. — ¿Sabes lo qué creo que te ha pasado? —me pregunta con tono de convencimiento, a la vez que se incorpora un poco y se coloca de lado, apoyando su antebrazo izquierdo sobre la cama. — Tú dirás… — Has utilizado las Finanzas básicas, las cuales te reconozco que conoces bien —afirma algo que me halaga mucho—, para hablar sobre tu visión de la vida en general, y de la gestión empresarial en particular. Por eso, no te has limitado a escribir sobre las partes de una Cuenta de Resultados o de un Balance de Situación: también hablas sobre de la importancia de las Personas en la empresa y de la 171

Las Cuentas del Prisionero necesidad de analizar los números con la cabeza, pero también con el corazón. Es evidente que la moraleja o el mensaje que utilizas como hilo conductor de toda la historia está relacionado con la importancia de buscar un equilibrio —tanto en la empresa como en la vida— entre números y letras, entre prosa y poesía, entre razón y emoción, entre eficiencia y equidad… — ¡Me acabas de dejar asombrado, cariño! ¡No sabía que te habías leído el manuscrito con tanto interés y concentración! — exclamo agradecido—. ¿Por qué no vienes conmigo a la editorial para argumentar, de manera tan convincente, todo eso que piensas? — Porque la lectura de ese planteamiento tan integrador puede gustar mucho a algunos lectores, ¡pero a otros no…! Recuerda la opinión que te dan muchos de nuestros amigos y familiares: hay muchas personas con poco tiempo y que lo que buscan es aprender lo esencial con algo entretenido y práctico que puedan leerse en lo que dura un viaje de AVE o de puente aéreo. — ¡Sí, sí, lo sé, lo sé! —admito—. Realmente, eso me tiene obsesionado hasta un punto tal que no te puedes ni imaginar —le digo convencido, teniendo muy reciente el haber pasado ¡por la pesadilla de una condena de cárcel!—. No paro de darle vueltas al asunto…; ¡y hasta incluso llego a soñar debido a esa preocupación! — Y si lo sabes… — He intentado recortar texto, pero, cuando me pongo a hacerlo, todo me parece relevante. Quiero dejar claro que la cuantificación económica de lo que hacemos y de lo que tenemos es, querámoslo o no, una parte indivisible de nuestras vidas y que, por tanto, estar familiarizado con las cuentas financieras básicas es algo necesario para sentirnos bien. Si no conseguimos que el dinero sea nuestro subordinado, ¡se convertirá en nuestro jefe! Además, he querido introducir algo de intriga y de misterio en la trama para mantener la atención del lector y para conseguir que los personajes expresen sus emociones. Hacer todo eso con menos páginas me ha resultado imposible, la verdad. No soy un gran especialista en finanzas avanzadas…, ¡pero mucho menos en narrativa! — ¡En eso último sí que estamos de acuerdo! —afirma seria. 172

Epílogo — Estar familiarizado con el análisis financiero básico es imprescindible para todos —le sigo hablando, mientras le pongo esa mueca que usamos para expresar aquello de “¡muy graciosa!”—, pero sin olvidar que es lo más importante que hay en la vida. — También en eso estoy de acuerdo… — La valoración periódica de las cuentas financieras debe ser complementada por la interpretación de otras pruebas de diagnóstico empresarial de naturaleza no financiera, que deben formar parte de un buen sistema de información. Además, por muy preciso y adecuado que sea el sistema de información de una organización, jamás podrá sustituir al contacto habitual y directo con la realidad que se quiere analizar y sobre la que se toman decisiones. Aislarse en un despacho, desconectado de lo que sucede en el exterior, pensando que el análisis de números y de informes es suficiente, suele conducir a errores “de bulto”… ,¡que no cometería ni el recluso con menores estudios de una prisión! — ¿Por qué te acuerdas ahora de los presos? — Pues no lo sé, la verdad… —le respondo, sin ninguna intención de explicarle los detalles de mi pesadilla. — Te lo pregunto, porque algo te he oído gritar esta noche que me ha hecho pensar que estabas preso dentro de una cárcel… — En mi libro también opino —continúo como si no hubiera oído nada— que hay que aspirar a añadir poesía a la fría prosa financiera. El artista no puede pintar buenos cuadros sin dominar las técnicas básicas del dibujo, pero nunca conseguirá que sus obras lleguen a emocionar, ¡si no consigue añadir arte a la técnica! — Es curioso… —dice con parsimonia, mientras vuelve a su posición inicial, apoyando de nuevo su cabeza sobre la almohada. — ¿El qué? —le pregunto intrigado, mientras soy yo ahora el que se incorpora veloz, apoyando mi codo sobre el colchón. — El que tengas la osadía de dar lecciones sobre cómo las finanzas pueden ayudarnos a ser más felices…, ¡cuando nosotros no lo estamos siendo últimamente!; y precisamente debido a que te has puesto a escribir sobre ellas. No deja de ser una curiosa paradoja… — ¡¿…?! 173

Las Cuentas del Prisionero — En tu libro —continúa sin pausa, al darse cuenta de que me he quedado sin palabras—, dices que las Finanzas nos ayudan a gestionar y a optimizar nuestro tiempo, gracias a que nos enseñan la importancia de la planificación. Pero tú, paradójicamente, hace tiempo que no haces cosas básicas para la familia y que, por tanto, deberías hacer con mucha mayor periodicidad. — Supongo que así es…—reconozco arrepentido. — Nuestros hijos y yo preferiríamos verte menos como origen de dinero y más como fuente de atención y de cariño. Menos prosa…, ¡y más poesía!, como tú repites como un disco rayado. — ¡Creo que es suficiente! —le digo al sentirme vencido por goleada—. No me sigas machacando, ¡porque mi cabeza me va a estallar! —exclamo con los dedos en las sienes—. ¡Me gustaría saber qué marca de ginebra nos sirvió el gilipollas del abogado ese! — Debería ser la mejor del mercado…¡¿no viste qué ritmo de vida llevan?! ¡En menuda casa viven! Creo que Brigitte ha tenido mucha suerte al conocer a ese hombre tan educado… ¡y tan guapo! — Pues a mí me pareció un imbécil perdido, más falso que las caretas, y que va con tu amiga sólo por su dinero. Se pasó toda la noche fingiendo que estaba enamoradísimo de ella y, también, eso sí, ¡hablando de sí mismo! No se cansaba de comentar todas sus brillantes intervenciones en los tribunales, con las que siempre conseguía reducir las condenas de sus defendidos. ¡Menudo alarde lo del caso de la estafa piramidal, por cierto…! No le oí nombrar ni un solo fracaso en toda la noche: ¡únicamente hablaba de éxitos! — Me perece que no estás aplicando criterios de valoración objetivos o razonables con ese hombre —me replica con ironía, seleccionando una terminología muy propia del análisis financiero. — Tampoco me gustaron los chistes que hizo sobre catalanes, andaluces, gallegos y vascos —opino—. Todos ellos eran ofensivos y se basaban ¡en tópicos y estereotipos totalmente falsos! — En lo que a mí respecta —me dice con coquetería—, lo encontré un perfecto caballero, impecablemente vestido y siempre pendiente de esos detalles que tanto nos gustan a las mujeres…

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Epílogo — Opinas así, ¡porque no te quitó el ojo de encima! —replico indignado—. Estuvo más pendiente de ti, ¡que de tu amiga! — Es lógico: ¡yo soy muchísimo más guapa y elegante que ella! —me dice muy seria y forzando una actitud frívola, aunque, conociéndola como la conozco, seguro que riéndose por dentro. — ¡Veo que te has despertado con muchos reflejos hoy! — Y tú lo has hecho anormalmente molesto con un hombre que dio toda una lección de cómo se debe comportar un anfitrión. — ¡¿Coqueteando con la amiga casada de la mujer con la que anunciaba oficialmente sus planes de boda?! —replico ofendido—. ¡¿De verdad que esa es la idea que tienes del perfecto anfitrión…?! — ¿Estás celoso, cariño? — ¡No!, ¡naturalmente que no! —me apresuro a exclamar—. Simplemente —añado—, estoy describiendo un comportamiento de lo más inapropiado en un hombre que invita a los amigos de su pareja para comunicar formalmente su relación y su idea de casarse. — No sé, pero me pareció por un momento verte reaccionar como un hombre con celos… —insiste, disfrutando con la escena. — Pues te vuelves a equivocar, querida…, ¡como te pasa cuando criticas mi libro! —afirmo, negando de nuevo la evidencia. — Estarás de acuerdo conmigo en que ese hombre demostró una gran capacidad para mantener la atención de todos los invitados con una amena conversación plagada de experiencias personales y profesionales. Y, por cierto, tú eras el primero que te quedaste boquiabierto con todas sus historias sobre la vida en las cárceles. — Eso fue porque tenía muy reciente esa película que fuimos a ver el día anterior. Recuerdo que me dijiste que te había impactado a ti también el personaje Malamata, ese preso rapado y violento, pero de comportamiento noble y generoso con sus compañeros. — El protagonista de la “Celda 211”, se llamaba Malamadre, ¡querido don perfecto! —corrige mi imprecisión. — Nunca se me olvidará la escena en la que el funcionario se ve obligado a desnudarse delante de todos los presos del módulo…

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Las Cuentas del Prisionero — Pues recuerda también —me sigue hablando sin el más mínimo esbozo de sonrisa y con una clara intención de dejar de comentar las escenas de la película— que anoche, después de varias copas, te pusiste francamente pesado repitiendo constantemente aquello del talego, o lo del chabolo…, y no sé cuántas otras palabras más que utilizan los presos en su particular jerga carcelaria. — Reconozco, efectivamente, que me hizo mucha gracia el que ese abogado nos regalara unos ejemplares del Diccionario taleguero y, también, el que nos hablara de la historia de su autor: un empresario que cometió un error en un momento de su vida. — Recuerda también, cariño —continúa con su ataque sin tregua—, que no desaprovechaste la oportunidad para hablar a los invitados de tu libro y, también, para regalar un ejemplar a mi amiga y a su pareja…, ¡ese letrado que tanto dices que te desagrada! — Pues ahora que sacas el tema —le digo con la intención de defenderme un poco—, y puestos a reprocharnos mutuamente…, te diré que no me hace ninguna gracia que pongas esa sonrisa malévola cada vez que intento explicar lo que he escrito a alguien. — ¡Es que últimamente no piensas en otra cosa! — Pero en el caso de anoche, creo que te pasaste del límite, cuando le preguntaste al chulo del penalista ese si haberlo publicado podía constituir ¡un delito por robo de tiempo a sus lectores! — Veo que, cuando tú bromeas sobre lo que hacen o dicen los demás, te hace más gracias que cuando es al revés… —dice riendo. — Por todo lo que estás contando —le sigo hablando serio—, deduzco que estuviste muy pendiente de nuestra conversación… — Efectivamente, observé como, mientras tú hablabas, él permanecía callado y prestando atención a todo lo que decías. O sea ¡que no podemos afirmar tan rotundamente que lo de anoche se tratara únicamente de un monólogo exclusivo del anfitrión! — Bueno, bueno…, la verdad es que hay que reconocer… — Y también me pareció ver anoche, por cierto —me interrumpe, poniendo una cara que me es muy familiar y que, por tanto interpreto perfectamente—, que la desinhibición que produce la ginebra te permitía coquetear con mi amiga de forma descarada. 176

Epílogo — Admito que una misma realidad puede tener percepciones subjetivas diferentes… —le digo sonriente, mientras me viene a la mente el espectacular vestido ceñido que lucía su amiga anoche. — ¡Qué cara le echáis los hombres! —me dice, mientras se esfuerza en disimular una sonrisa que se le escapa… ¡por fin! — ¿Tu crees que sería una buena idea el que contrate los servicios de ese crack de abogado, para que me pueda defender de tus acusaciones mucho mejor de lo que lo estoy haciendo yo? — No te hará falta ningún tipo de abogado en absoluto —me dice sonriente, demostrando que su corazón es todavía mayor que su gran cerebro—, ¡si demuestras un cambio evidente y rápido! — ¡Cuenta con ello! —le digo, instantes antes de darle un beso—. Te puedo asegurar que no le deseo ni a mi peor enemigo la situación por la que he tenido que pasar esta noche. — ¡¿No habrás soñado que me fugaba con ese abogado?! — ¡En absoluto! —le respondo con precipitación—. Si estás tan interesada en conocer el contenido de mi pesadilla, te diré que he soñado con que te condenaban a una pena de cárcel de varios años ¡por negarte a leer ese increíble libro que ha escrito tu marido! — ¿Ah, sí...? ¡¿Eso has soñado de verdad...?! ¡No me digas…! — Y también recuerdo que el abogado ese, ¡a pesar de su gran aureola y reputación!, no conseguía tu libertad condicional, ni ningún tipo de reducción de la pena. Su defensa fue un desastre total…, y sentirme impotente al verte ahí encerrada en el módulo de mujeres de una cárcel mixta ¡me ha tenido angustiado toda la noche! — ¡Ahora me explico el que gritaras tanto, con esa pesadilla tan horrible! —exclama con ironía, convencida de que no es cierto. — Pero no todo ha sido malo durante el sueño, ¿sabes…? — ¿Ah, no…? —pregunta, arqueando las cejas. — Cuando me has despertado —le explico—, tu amiga me estaba diciendo que era yo el hombre más maravilloso que había conocido. Por eso, ¡me ha sentado muy mal que nos interrumpieras! — Claro, claro… ¡No me extraña! —me sigue la corriente.

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Las Cuentas del Prisionero — Recuerdo que ella me estaba confesando, muy apenada, su descubrimiento de que la persona con la que estaba conviviendo ¡era un perfecto actor! Ya sabes que, en esta vida, una cosa es lo que parece, y otra muy distinta lo que realmente es… Esto pasa mucho con el “maquillaje” de las cuentas financieras, ya sabes… — ¡Quieres dejar de decir sandeces! ¿Tú realmente crees que hay más mujeres idiotas como yo, ¡dispuestas a aguantarte!? — ¡Eso ha sido muy ofensivo! —le digo simulando enfado, mientras observo que gira su cabeza hacia la puerta de la habitación. — Oigo ruidos, y creo que los niños se han levantado ya —me dice—. Estoy pensando que podría ser una buena idea hacer unos goffres con chocolote para desayunar, con una sola condición… — Me la imagino… — Debes prometernos que no abrirás la tapa de tu ordenador portátil en todo el fin de semana. En caso contrario, corres el peligro de que la cerremos bruscamente…, ¡y te pillemos los dedos! — ¡O que me claves un pincho! — ¡¿Cómo dices?! — Argot carcelario, ¡ya sabes…! —le contesto sonriendo—. ¡Al kie le mola papearse el piri con todos los machacas del módulo! — Te repites tanto, que dejas de hacer gracia. Sabemos de memoria que podemos referirnos al mismo concepto con diferentes términos, como nos dices una y otra vez de manera cansina. — Está bien, está bien…, ¡me rindo, me rindo! —le digo, sentándome en la cama y poniendo las manos en alto. — No sé exactamente por qué, pero te he cogido cariño. Supongo que me dejo llevar más por el corazón que por la razón… — Debe ser eso… —le digo acercándome—, ¡pero espero que sigas perseverando en ese evidente error irracional de por vida! — ¡Eso ha sido lo mejor que has dicho en mucho tiempo, ¿sabes?! —me dice con una expresión que echaba mucho de menos. — Supongo que la idea de que una cadena perpetua es algo tan malo no es más que un tópico, ¡una arraigada falsa creencia! — Definitivamente, ¡no tienes solución! 178

“Si conseguimos hacer simple todo lo básico, sólo tendremos que hacer bien todo lo simple.”

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