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Rising Star Chef

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Sinopsis

H

enry Beck pensó que ya se había enfrentado al desafío más difícil de cocina en su vida. Después de todo, ¿cuánto era lo máximo que podría llegar a sudar como un cocinero de la Marina en un submarino? Pero cuando se entera que su competición por el título de Rising Star Chef está la dulce chica hippie con la que se casó... y dejó... hace diez años, el calor está encendido. Ahora Beck y Skye Gladwell van cabeza a cabeza en la final... y encendiendo viejas llamas cada vez que se tocan. Pero Skye quiere más que una victoria sobre el hombre que la abandonó cuando más lo necesitaba, ¡ella quiere el divorcio! Entonces, su sexy casi ex le hace una propuesta deliciosamente peligrosa. Va a ceder a sus demandas, pero si su equipo gana la RSC, él tiene una demanda propia... saborear una última vez a la única mujer que ha amado.

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Contenido Sinopsis

Capítulo 9

Capítulo 17

Capítulo 25

Capítulo 1

Capítulo 10

Capítulo 18

Capítulo 26

Capítulo 2

Capítulo 11

Capítulo 19

Capítulo 27

3 Capítulo 3

Capítulo 12

Capítulo 20

Capítulo 28

Capítulo 4

Capítulo 13

Capítulo 21

Capítulo 29

Capítulo 5

Capítulo 14

Capítulo 22

Capítulo 30

Capítulo 6

Capítulo 15

Capítulo 23

Epílogo

Capítulo 7

Capítulo 16

Capítulo 24

Recetas HUP

Capítulo 8

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Capítulo 1 Traducido por gaby828 Corregido por kuami

—P

reparados. Listos ¡Ya!

Beck se quito la venda de los ojos y parpadeó furiosamente para acostumbrar sus ojos a las fuertes luces fluorescentes de la cocina. Centrándose únicamente en su área, exactamente de la misma manera que lo hacia en el combate, el mundo a su alrededor era granulado y lento como un programa de noticias desenfocado. Los cinco minutos en el cronómetro, contando hacia atrás sin descanso, mientras pasaba los preciados segundos evaluando la situación. Era una carrera de relevos. Cada miembro del equipo tenía cinco minutos para hacer de la materia prima un pulido y perfecto plato, con la ventaja añadida de no poder comunicarse o verse entre si mientras se turnaban en la cocina. ¿En juego? Una innombrable pero anhelada ventaja sobre los otros dos equipos en la ronda final de la competición de Rising Star Chef Tan pronto como la coordinadora de la RSC, Eva Jansen, hubo explicado el desafío, el resto del equipo de Beck se había acurrucado en un círculo para repartir sus funciones. —Win, eres el que más hábil con el cuchillo, empezaras con la preparación. Ponte en marcha. Max, Danny y yo nos repartiremos en el centro. ¿Tu? Serás el broche final. —Jules Cavanaugh había pronunciado, empujando a Beck en el pecho—. Vamos a organizar algo grande para ti, que nos lleve a casa. La espera se mezclaba con la compostura duramente ganada de Beck, obligándolo a permanecer frio para mantener la calma.

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Confiaban en el. Su equipo confiaba en el para cerrar con el plato y llevarlos al siguiente nivel. No los defraudaría. Cinco concursantes por equipo, cada chef con cinco minutos para cocinar. Veinticinco minutos en total para que los tres equipos, para crear algo lo suficiente delicioso para sorprender a los tres mundialmente famosos jueces esnobs de la comida. Beck había pasado los primeros veinte minutos del reto en posición de descanso, las piernas separadas para mantener el equilibrio, las manos cruzadas en la parte baja de la espalda, todos los sentidos en alerta máxima mientras trabajaba para filtrar los sonidos y olores de la competición en la cocina. Los otros dos equipos estaban alineados a su alrededor, una constante distracción de bajo nivel de charla, ruido, tensión, el aroma de un perfume dolorosamente familiar… Ignórala. Ignóralos a todos. Céntrate. Aprendiste a desconectar armas de fuego y explosivos, puedes bloquearla a ella, también. Lo único que importa es la comida. Beck capto el rítmico, staccato a alta velocidad de un cuchillo de cortar golpeando un bloque de madera con la misma precisión rápida de una ametralladora. Que tenía que ser Winslow Jones, el chef de preparación del equipo de la Costa Este. Beck reconocería esa firma rat-a-tat-tat en cualquier lugar. Algo ligero y verde en el aire, arbórea y fresca, con un toque de regaliz negra. Hierbas, Beck decidió. Estragón, lo mas probable. Su cerebro táctico de inmediato comenzó a trabajar a través de las salsas y proteínas que quedan mejor con el estragón, haciendo clic sobre las posibilidades, todo, desde pollo a langosta. Podría ser pollo, Winslow podía cortar un ave en ocho pedazos perfectos en menos de sesenta segundos. El tiempo era el factor aquí, porque cuanto más tomara cada chef preparando el plato, más tendría que trabajar Beck mientras refinaba y añadía florituras al final. El roce de una navaja contra una superficie dura hizo fruncir el ceño a Beck bajo la venda de sus ojos. ¿Win estaba pelando ostras? —¡Cambio!

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Los primeros cinco minutos habían desaparecidos. El estruendo de una sartén en la cocina a las seis1 de Beck. Se tensó y rastreó el movimiento detrás de él, pero no se dio vuelta. Con la ayuda de Dios esperaba que Jules, quien era la siguiente en la rotación de su equipo, no recibiera las otras salteadas ahora, estarían listas para ser disparadas con una pistola de goma antes que Beck se levantara para su turno. No puedes hacer nada. Espera tu turno. Prepárate. Obligándose a volver al presente, Beck mantuvo sus sentidos entrenados en la actividad a su alrededor. Los remolinos y las corrientes de cuerpos que se movían rápidamente a través del espacio, a veces rozándolo, a veces maldiciendo, el aire de tensión y esfuerzo tan palpable como si estuviera de pie inmóvil en medio de un tiroteo. Finalmente, era el turno de Beck. El parpadeó para evitar el resplandor de las luces y echó una mirada de un lado al otro, midiendo la cocina con una sola mirada. Un solo vistazo que se convirtió en una larga vacilación, consumiendo el tiempo, cuando la primera cosa que vio Beck fue una mujer, con su pelo rubio cobrizo haciendo un halo alrededor de su dulce cara con forma de corazón y una expresión de determinación reafirmando su suave boca rosada. Skye Gladwell. En términos de estrategia, si su equipo la había escogido para enfrentarse a Beck para hacerlo atragantarse, no podían haber elegido mejor. No solo se había demostrado a si misma ser una competidora formidable en la ultima competición… si no que Beck había probado que era casi incapaz de concentrarse cuando ella estaba cerca. Una avalancha de emociones se estrelló en su cabeza, haciendo desaparecer sus paredes cuidadosamente construidas y agujereando en su concentración como un golpe bajo directo al corazón. Clasificar como se sentía acerca de Skye Gladwell era como tratar de desenredar un plato de espaguetis cocidos, pero a medida que los segundos pasaban y la presión crecía la bobina de determinación al rojo vivo apretó su estomago y abrumó todo lo demás. A las seis: Hace referencia a una posición anatómica en términos de orientación con el reloj de cara. 1

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Skye ya había corrido hacia la mesa del equipo de la Costa Oeste y estaba muy ocupada tomando lo que fuera que su compañero de equipo le había dejado sobre la tabla de cortar. Como si sintiera los ojos de Beck sobre ella, levanto la vista. Sus ojos se encontraron en la cocina, y la visión de Beck se hizo un túnel por un momento breve, desorientador, donde todo lo que podía ver era a Skye. La única persona en todo el mundo que podría destruir su compostura sin siquiera intentarlo. Su intestino se tensó, su ritmo cardiaco se duplicó, y el pelo en su nuca se erizó. En ese momento, Beck era el filo de un cuchillo lejos de gruñirle a ella y a sus compañeros de equipo, en un giro increíble del destino que lo había traído cara a cara con la única mujer que daría cualquier cosa por olvidar. Un ruido metálico, el sonido de una olla derramándose por el tercer competidor, llevó a Beck de nuevo al momento. Sacudió su cabeza como si acabara de surgir de un salto.

No puedes hacer nada de eso ahora, imbécil. Así que concéntrate. Saca tu cabeza del culo y muévete. Vamos. ¡Vamos! Agitado y a toda marcha, Beck cerró la puerta posterior de su cerebro para que no controlara todos los movimientos que hacia Skye Gladwell. Y ¿por qué diablos esa voz interna tenía que suenan tanto como teniente Martino, su instructor, su instructor en el Navy Boot Camp? Sacudiendo su cabeza para aclararse como un perro que sale del agua, Beck bloqueó todo excepto los diversos elementos de su plato en etapas finales de cocción mientras Danny Lunden secaba su frente y se iba corriendo hacia el otro lado de la cocina, donde el resto de su equipo esperaba. Los otros competidores ya estaban corriendo, envolviendo, y zumbando de adelante hacia atrás entre las despensas, las cámaras frigoríficas y las estufas, pero Beck los alejó de su conciencia y se tomó su tiempo para saborear todo. Se había equivocado. Ese raspado que había interpretado como las limpieza se las ostras de Winslow en realidad había sido el chasquido de un montón de cangrejos Dungeness2 locales.

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Cangrejo Dungeness: Buey de mar o más conocido como cangrejo de Cáncer.

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Winslow Jones debe ser una especie de genio psíquico para haber elegido cangrejo como base del plato de su equipo. Si hay cualquier ingrediente en el mundo que Beck conocía bien mejor, él no podía pensar en otro. Había crecido comiendo cangrejos, fabricando sus propias trampas y controlándolas, hirviendo el agua sobre un fuego ilegal en una playa rocosa y cociendo al vapor los espinosos crustáceos marrones. Los había abierto con una navaja, cortando sus dedos con los bordes dentados de las conchas, con el único pensamiento en su mente de llegar a la salada, dulce increíblemente jugosa carne del cangrejo. Los cangrejos de su equipo estaban preparados y listos para ir, con el interior y las pinzas despojadas de la carne, apiladas en una pequeña montaña al lado de la superficie de trabajo de acero inoxidable al lado de unos recipientes llenos de guarniciones. Beck levantó los recipientes, inhalando profundamente e identificando el contenido por medio del olfato. Estragón fresco, jengibre picado, chalotas en rodajas finas. Al lado de los recipientes estaban apilados pepinillos pelados sin semillas en perfectos bastoncillos de tres centímetros, crujientes y de un tenue color verde. Girándose para revisar la cocina, encontró una salsa reduciéndose en el fogón posterior de la cocina, de color amarillo pálido y brillante. Con una rápida introducción de una cuchara limpia, saboreó las yemas de huevo y crema. Necesitaba algo más, otro sabor para unificar todo el conjunto… Además, estaba espesando, y tenía que aligerarla para el plato que tenia en mente. Podría utilizar el agua de cocción de los cangrejos, decidió mientras comprobaba la olla de hierro fundido esmaltado burbujeando alegremente junto a la salsa. La olla de agua abierta se mantenía hirviendo, descubrió por el de olor, que era un buen movimiento estratégico por parte de alguien. Si Beck quería pelar un vegetal como base para el cangrejo, o hacer un poco de pasta muy al dente, tenia todo listo para hacerlo. Una idea le iluminó, y sin cuestionar sus instintos, Beck pilló una vinagre de champagne, un bote de azúcar y un cazo limpio, Cuidadosamente, sirviendo una taza de agua hirviendo en el cazo, misma cantidad de vinagre y subió el fuego al máximo alto para poder azúcar en la mezcla lo más rápido posible.

botella de pequeño. añadió la disolver el

El agua ya caliente volvió a subir a la ebullición en cuestión de segundos, mientras que Beck puso un pepino en un tazón de fondo ancho, dudó un breve

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segundo, y después añadió el jengibre y las chalotas en rodajas a la mezcla, junto con unos pocos granos de pimienta roja para marcar. Luego vertió la salmuera caliente sobre las verduras e introdujo el humeante tazón de encurtidos rápidamente al congelador para enfriarlos. De camino de regreso a la cocina, agarró el estragón de la mesa de preparación. Añadiéndolo a la salsa, Beck probó y corrigió su sabor, aligerando con el caldo de pescado salado, removiéndola hasta que obtuvo una delicada salsa, sabrosa, enriquecida con las yemas de huevo emulsionadas y aromatizadas con estragón silvestre. Todavía faltaba algo, aunque, y con la salmuera en la parte superior de su cerebro, Beck tuvo un destello de inspiración. Lanzándose hacia la cámara frigorífica, buscó en las estanterías la botella que estaba seguro que había visto antes. ¡Aja! Ahí estaba, el vidrio verde perlado con la condensación. Beck lo agarró y se apresuró a la cocina de nuevo, donde sacó el corcho con una ráfaga de burbujas satisfactoria y festiva. El champan añadiría un sabor ligero a la salsa, sobre todo si nivelaba los sabores ácidos de las burbujas, reduciéndola rápidamente a un jarabe ligero. Vertiendo una pequeña cantidad del espumoso en otra cacerola, subió la intensidad del fuego y después dejó que la espuma subiera y bajara nuevamente antes de revolverla con su salsa. Otro sabor… Beck tomó una cuchara limpia y la sumergió, a continuación, tuvo que recordarse de no sumergirla otra vez. Sencillamente, estaba sabrosa. Limpia y brillante, pero con una untuosidad cremosa que contrastaría magníficamente con el simple cangrejo. Luego con rapidez, regresó al congelador para recuperar sus pepinillos, que secó con servilletas de papel antes de colocar las porciones en tres platos de aperitivo, cuidadosamente cruzando las rayitas de pepinillos fríos y crujientes en cuadrados salpicados del color purpura-rosado oscuro de las chalotas, que no habían pasado el suficiente tiempo en la salmuera como para perder su color, sólo la cantidad adecuada de tiempo para impregnarse del suficiente sabor agridulce para compensar su afilado aroma a cebolla picante. Esperaba.

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Cada plato tenía un montón de carne de cangrejo blanca como de nieve, en la parte superior el pepino encurtido y las chalotas, y Beck miró de reojo hacia el reloj en la pared. Retaban treinta segundos. Fue consciente de que los chefs concursantes que ya habían acabado su turno para cocinar estaban al margen de la cocina, cantando juntos el retroceso de los números en el reloj, contando los segundos animando con frenesí. La adrenalina bombeaba en la sangre de Beck, y sintió la misma reacción extraña de siempre. Su corazón se desaceleró, con cada latido, al compás con del tic del segundo su oreja. El aire caliente de la cocina se sentía frio contra sus sienes, mientras el sudor se enfriaba. Cuando levantó cuidadosamente las cucharillas de su salsa de champan y las agitó en ingeniosamente en semicírculos alrededor de los bordes de sus platos, su mano era firme como una roca. —Cinco… cuatro… tres… dos… ¡uno! Beck sacudió el estragón picado de sus dedos en el último plato de los jueces justo mientras Eva Jansen decía, con su voz oficial de presentadora—: ¡Tiempo! Aléjense de sus platos. El acto físico de dar un paso atrás pareció cortar el cordón que lo había unido a su trabajo, y Beck sintió el resto del mundo volver a la vida, el ruido de fondo y el conocimiento de los otros dos chefs que habían terminado los platos de sus equipos inundaron su cabeza de repente. Skye Gladwell estaba justo a su lado, su aroma embriagador a nuez moscada y crema golpeándolo como una bofetada con la mano abierta sobre la cara. Beck tuvo que cerrar sus ojos por un largo momento para agradecer su entrenamiento de combate que le daba concentración inequívoca y unidad. Porque este reto en particular estaba perfectamente calibrado para aprovechar los instintos primarios de Beck de pelear -o-fastidiar. ¿Skye? Había tenido diez años para superarla, pero aparentemente no fue suficiente para embotar los bordes de su deseo por ella. Él ya no la amaba, obviamente, pero maldición si no la quería con tanta ansia como lo hacía a la edad de veinte años. Había sido una sorpresa para él en Chicago, la oleada inesperada de necesidad física, pero había superado la sorpresa

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de eso ahora, y trabajaba en matar el deseo tanto como sus sentimientos más suaves. Hasta que lo manejara, sin embargo, tenía que reconocer que estaba bastante jodido de la cabeza en cuanto se refería a Skye Gladwell. El tercer contendiente en este desafío final, sin embargo… Los sentimientos de Beck por ese tipo eran mucho menos complicados. A la izquierda de Beck estaba de pie Ryan Larousse, el arrogante y adulador jefe del Equipo del Medio Oeste. Ya se habían peleado una o dos veces durante la competición, hasta el punto donde Beck había perdido humillante y completamente su calma y le pateó el culo a la flacucha comadreja. Retomar la calma fue como atarse un chaleco antibalas, y esto ayudó mientras Beck trabajaba en aligerar su respiración y regresar el ritmo de su corazón a la normalidad. Miró al frente, esperando que los jueces vinieran y pronunciaran un ganador. No sientas. Los sentimientos son para las personas que tienen el lujo de actuar de acuerdo a estos. Tienes que hacer lo mejor y aceptar el resto. Era un mantra decente, en cuanto a supervivencia se trataba pero Beck no pudo evitar sentir un hormigueo reflejo de emoción en los ojos de Skye mientras le lanzaba una mirada de reojo. —Esto es sorprendente. No puedo creer que ambos estemos aquí —suspiró, sus enormes ojos azules siguiendo el progreso de los jueces, que habían empezado al otro lado del final de la mesa con el plato del Equipo de Medio Oeste. Todo el trabajo que Beck había hecho aligerando su pulso y regulando la temperatura de su cuerpo se convirtió en humo. —No puedo creer que todavía mires a este mundo de esa manera —dijo él. —¿Qué se supone que significa eso? —La repentina tensión de su cuerpo dijo mucho más que sus palabras duras. Beck sacudió su cabeza. Él siempre había amado el placer inocente que ella tomaba de la vida, pero éste también lo volvía loco, la manera en que se rehusaba a ver el mundo como realmente era, en toda su realidad dura y fea. Especialmente considerando lo que ella había atravesado mientras su relación estaba implosionando. Vamos, se dijo, apretando los dientes. Está por encima de esto, ¿recuerdas?

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—Nada. Olvídalo. Felicidades por llegar a las finales. —Beck pensó que eso era seguro. Cortés, distante. —Para ti también —murmuró mientras los jueces exclamaban sobre los ñoquis hechos a mano con guisantes salteados y crema de setas shiitake de Larousse—. Y oye, felicidades porque finalmente encontraste tus bolas de nuevo. Beck tiró hacia atrás su cabeza como si ella sería escupir sobre él. —¿Qué? Skye se giró para obtener un mejor vistazo de su cara, sacudiendo sus suaves rizos rojo-dorados contra su brazo. Beck luchó por no retroceder, ni agarrarla y sacudirla, sin traicionar su agitación moviendo un solo músculo. —Tus bolas —dijo claramente, sus ojos centelleando más oscuros de lo que alguna vez los había visto, incluso esa última y terrible noche—. Debes haberlas encontrado, si finalmente tuviste las agallas para mostrar tu cara en esta ciudad otra vez. La amargura en su voz escocía como el jugo de limón en una herida abierta, y Beck tuvo que luchar con todo su ser para no reaccionar. —Una charla agradable —dijo él, incapaz de evitar el espesor ronco de su voz—. ¿Besas a tu madre con esa boca? Ella alejó la mirada, de vuelta a los jueces, que estaban terminando con Larousse. —No soy la chica dulce que dejaste hace diez años, Henry. No creas ni por un segundo que voy a hundirme con facilidad. Estoy aquí para ganar, no para hacer nuevos amigos o reavivar historia antigua. —No te preocupes —gruñó Beck en voz baja—. Una vez esto haya terminado y mi equipo haya ganado, me iré de San Francisco y volveré a la Costa Este. —Perfecto —dijo—. Excepto que mi equipo va a llevarse a casa el dinero del premio y el título de Rising Star Chef. Y antes de que regreses a Nueva York, hay algo pequeñísimo que voy a querer de ti. Los jueces estaban agradeciéndole a Larousse y paseándose lentamente por la mesa hacia Skye mientras Beck decía—: ¿Qué es eso? Él no sabía qué esperar, dinero, quizás, o una exigencia de que se fuera al infierno. En las más alejadas e indisciplinadas profundidades de su mente, incluso había una insinuación de un pensamiento de que quizás le pediría una última noche juntos, por los viejos tiempos.

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En cambio, lo que susurró por la comisura de su boca justo antes de sonreír brillantemente a los jueces acabó con el equilibrio de Beck y detuvo su corazón. —Quiero el divorcio.

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Capítulo 2 Traducido por clau12345 Corregido por Angeles Rangel

¿C

ómo demonios hemos llegado hasta aquí? Skye cerró los ojos; pero eso sólo lo empeoró, el calor de Beck a su lado, la salvaje esencia masculina de su piel, agujas de pino y brisa del mar y de repente, sin advertencia, vívidos recuerdos florecieron y la

envolvieron.

*** El letrero decía: USO DURANTE EL DIA SOLAMENTE. Skye entrecerró los ojos ante las nubes amarillo-naranja sobre Kirby Cove. Era prácticamente de día. Está bien, tal vez el sol técnicamente no estaba arriba, pero la luna y las estrellas habían desaparecido todavía. De pie ante la puerta de metal que bloqueaba el camino empinado hacia la cueva, Skye trató de imaginar qué diría Annika Valanova si el guardabosques del Parque Nacional Golden Gate la llamaba para que sacara a su hija de la prisión del parque. Prácticamente podía escuchar la voz ronca y dramática pronunciando todas las pretenciosas y poco importantes reglas en el rostro del Arte. Annika siempre decía así la palabra “Arte”, con cierto énfasis que te dejaba saber que ella lo pronunciaba con A mayúscula, tan serio como respirar. De seguro, sería más que esquivar una o dos pequeñas normas de un parque.

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Y allí estaba su padre. Peter Gladwell había hecho carrera rompiendo reglas y desafiando expectativas. Si pudiera ver a Skye en este momento, vacilando por allí y retorciéndose las manos en contra de un letrero publicado, probablemente la repudiaría. Prometiéndose a sí misma que obtendría las imágenes que necesitaba y saldría del parque antes de que oscureciera, Skye pasó por debajo de la barra de metal y se apresuró por el camino. Llegado el punto, prefería conseguir una palmada de un guardia en su muñeca que enfrentar la cara de desaprobación de sus padres cuando demostrara, por enésima vez, que no había heredado su dedicación al Arte y a la desobediencia civil. Una hora más tarde, estaba todavía parada en la roca plana que encontró al borde del agua, con su cuaderno de bosquejos abandonado a su lado mientras observaba la bahía. Las luces iluminaban todo el puente Golden Gate una brillante y clara línea recta hasta la ciudad de los sueños de Skye. San Francisco. Suspiró, fortaleciéndose sobre sus rodillas cuando una crujiente briza arropó la rocosa playa. La línea del horizonte más allá de ella, tan cerca y a la vez tan lejos, prometiendo libertad. Anonimato. Hombre, qué no daría por caminar por la calle y ser simplemente una del montón, en lugar de ser la hija adorada de una escandalosa artista y un famoso dramaturgo. Un agudo y chocante susurro se escuchó en los arbustos detrás de ella, sacando a Skye de su ensueño. La ciudad parecía estar a punto de tocarla, pero el parque seguía siendo hogar de una sorprendente variedad de vida salvaje. En las caminatas con su madre, Skye había visto mapaches y mofetas y había escuchado que los campistas hablaban de cosas más grandes como gatos salvajes, coyotes, leones de montaña… Con el corazón tamborileando en su pecho, Skye se apoyó sobre sus pies, con los ojos en la enredadera oscura de hierba alta y espesos arbustos en la parte superior de la colina. ¿Por qué se había alejado del camino? Los arbustos se estremecieron otra vez, el crujido de las ramas partiéndose y hojas secas resquebrajándose bajo pisadas le recordaron a Skye al escalador que le decía a todos en el pueblo que había visto un oso el verano pasado.

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Mientras Skye saltaba hacia atrás, la suela de una de sus sandalias planas se deslizó contra la roca y se tambaleó, agitando las manos en un desesperado intento por conseguir equilibrarse. Golpeó el suelo bajo la roca, quedándose sin aliento mientras estrellaba su espalda contra la dura arena. —¡Oye! ¿Estás bien? Skye parpadeó hacia la luna y se preguntó si tenía una alucinación auditiva. Los osos no hablan ¿verdad? —Maldición —dijo la voz—. ¿Hola? Aunque si lo hicieran, probablemente sonaran mucho más como esa voz, pensó Skye, levantando una mano pesada para comprobar el punto de dolor caliente que salía de la parte de atrás de su cráneo. La voz era profunda y un poco ronca, con una cadencia terrenal que hacía que Skye pensara en una piel gruesa, lujuriosa para frotarla contra la suya. Ya basta con lo del oso. —Estoy bien —dijo, sentándose y colocando una mano tentativamente sobre su cabeza adolorida—. Ouch. Apretó sus nublados ojos cerrándolos y deseó atreverse a sacudir la cabeza para alejar las extrañas telarañas de su cerebro, pero tuvo el presentimiento de que eso dolería. —“Ouch” no suena bien. Aquí, dame tu mano. Skye tocó su cabeza de nuevo y abrió los ojos mientras el mundo giraba a su alrededor en una vertiginosa carrera de estrellas, lunas y nubes, todo eso bloqueado por una silueta alta y de hombros anchos cerniéndose sobre ella desde la roca. Parpadeó, deslumbrada de nuevo, pero esta vez de una forma mucho menos cerebral, más-abajo-en-el-cuerpo. Skye aspiró, sintiendo que todo en su cuerpo se tensaba y aceleraba su pulso de excitación a través de su colapsado sistema. El hombre, porque definitivamente era un hombre y no un oso, estaba apoyado sobre una rodilla y tenía fuera una mano de largos dedos. Su silueta estaba en una sombra con la luz de la luna detrás de él, delineándolo en negro, pero Skye podía notar que era grande. Y oscuro. No toda la oscuridad era por la noche, su cabello oscuro hacía ondas salvajes alrededor de su rostro. Incluso sus ropas eran negras.

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Era como algo salido de una novela, Heathcliff en los Páramos, y ese pensamiento hizo que Skye se posara sobre sus pies sin tomar su mano, porque nunca había entendido realmente la atracción por un mal educado, malhumorado, violentamente agresivo matón; incluso si este estaba tan caliente que quemaba. ¿Y qué clase de chico deambulaba en los límites de un parque fuera de hora, vestido todo de negro? Ignorando convenientemente el hecho de que ella, por sí misma, estaba deambulando por el parque fuera de hora, Skye se sacudió el polvo de sus jeans, inusualmente agradecida por el relleno extra allí atrás. Empacar un montón de cosas en el maletero implicaba que ella no tenía nada peor que una espalda amoratada. Esa perra flaca de la escuela, Laura Hayden, probablemente se habría roto el talón con una caída como esa. Nadie más que Skye habría sido semejantemente torpe como para caerse de una roca perfectamente plana. —Supongo que estás bien, entonces —dijo el hombre enderezándose. Skye puso sus ojos en blanco, tratando de conseguir algunos detalles de su rostro. Se suponía que era una artista. Se suponía que era buena en esta clase de cosas. Que mal que ella nunca fuera buena en eso que "se suponía que era". —Te dije que lo estaba. —Eso sonó como ingrato. No quería discutir con el tipo, ¿no es así?—. Sin embargo, gracias por detenerte. Fue amable de tu parte que te aseguraras de que no hubiera muerto, o tuviera una contusión o algo así. Allí. Políticamente correcta, incluso ante un potencial atraco. —Oh, no lo sé —La voz terrosa sonó a un respiro de reírse de ella, y Skye se preguntó si estaba en lo correcto al pensar que era un hombre. Bueno, definitivamente era hombre, pero quizá no tan mayor como pensó al principio. Cruzando los brazos aplastando un poco aquellos demasiado grandes senos, Skye levantó su barbilla. —¿Qué es lo que no sabes? El hombre se bajó un poco en la roca y estiró sus piernas al frente, apoyándose sobre sus manos. —Quizás aún tengas la contusión. Mejor siéntate un rato, simplemente para asegurarnos Skye hizo un poco más de palabrería. Sonaba razonable, incluso agradable, pero él estaba vistiendo jeans negros y botas de cuero y cada vez que se movía, la luz de la luna se reflejaba en los cierres plateados y los prendedores que mantenían su

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chaqueta de cuero junta sobre la franela negra. Lucía rudo, en una manera en que nadie en la pequeña escuela de Skye en el artístico y apestoso Sausalito, había lucido. Pero mientras sus ojos se ajustaban a la tenue luz y comenzaba a notar sus rasgos, se dio cuenta que él también era joven. Probablemente no más mayor que ella. Quizás un año más. Podría tener dieciocho. Sintiéndose nerviosa y extraña, Skye se apoyó en dirección al camino. Él no estaba bloqueando su salida de ninguna manera. Y con él sentado de esa forma, ella podría hacer una pausa, sin problemas. Skye era más bajita y redonda que las animadoras como Laura, pero era rápida. —No voy a hacerte daño, si es eso lo que piensas. Skye se giró hacia la tranquila voz del hombre. Sonaba… triste. O algo. Decepcionado, tal vez y la culpabilidad tensó el pecho de Skye. Simplemente había sido agradable con ella y allí estaba, juzgándolo por cómo se vestía o lucía, como esas tontas en la escuela que siempre la juzgaban por sus blusas campesinas y sus pantalones de pana pintada. —No pienso eso —negó rotundamente—. Estoy segura de que eres una persona muy agradable. Es solo que se está haciendo tarde y probablemente debería llegar a casa. —Como quieras. —El chico se movió y se apoyó en sus palmas otra vez, mirando hacia un lado, lejos de Skye, exponiendo su afilado, cincelado perfil. Skye se sintió como si se estuviese cayendo otra vez de la roca, con el mundo cayendo a su alrededor durante un desorientado y breve momento, antes de perder su aliento. Él era guapísimo. Y grande, oscuro y tenebroso. Y divino. La luna estaba alta en el cielo arrojando su luz azul sobre todo. Skye finalmente pudo descifrar su expresión, la manera en que la resignación se torcía duramente en su sensual boca en una línea recta. Bajó su cabeza, sólo un poco, y las sombras se alargaron sobre su fuerte y no comprometida cara. Era el rostro de un hombre que Skye nunca quería ver en un callejón, o sola en los páramos, o en un parque público desierto; pero se quedó y lo miró darse cuenta de que no había huido todavía, observando la suavidad de sus labios y lo amplio de sus ojos oscuros cuando se giró para encontrarla todavía allí. Skye supo que este tipo le estaba diciendo la verdad. Él nunca le haría daño.

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El surgimiento de la confianza le hizo rodear la roca y trepar por la tierra suelta de la colina para volver a llegar a la cima. Se dejó caer junto a él, tirando de sus rodillas contra su pecho dándole una mirada ladeada. —Decidí mejor no correr el riesgo. La confusión nubló sus ojos y le hizo notar sus pequeñas y masculinas pestañas, negras como el hollín cuando parpadeó. —¿Riesgo de qué? —Conmoción cerebral —murmuró—. Sin mencionar cómo de peligroso es correr en la oscuridad en un mal terreno. Conociéndome, correría hacia el barranco y me doblaría el tobillo, o me caería por un acantilado hasta la bahía. —Un poco propensa a los accidentes, ¿no? —La suave diversión giraba en su voz, llenando a Skye de un cálido resplandor que hizo que aleteara de placer. El hombre más atractivo que jamás había visto en la vida real estaba sentado en un aislado y romántico escondite, rodeado de naturaleza y hablando con ella. ¡Incluso tal vez coqueteando con ella! —Más que un poco —dijo, consciente de cómo sin aliento ella sonaba, pero absolutamente incapaz de conseguir hacer una buena y profunda inspiración de aire en sus vertiginosos pulmones—. Mi madre ya ni siquiera me deja entrar en su estudio. He volcado sus caballetes demasiadas veces. —¿Tu madre es artista? Eso es bárbaro. —Lo dijo con simpleza, como si estuviera interesado, pero en realidad no le importaba mucho. Skye se esforzó por lograr su tono tranquilo. —Sí, ella pinta. Esculpe un poco, trabaja con metal. Lo que sea que sienta cuando la inspiración le llega. Su boca se torció de nuevo, generando un hoyuelo en una mejilla tan rápido que casi se lo perdió. —La inspiración. ¿Es eso lo que estabas buscando aquí? —¿Quién? ¿Yo? Qué te hace pensar… ¡Oye, dame eso! Skye quiso arrebatarle su libro de bosquejos, pero el tipo lo sostuvo en alto, manteniéndolo con sus largos brazos fácilmente fuera de su alcance. —¿También eres artista? —bromeó, agitando el cuaderno.

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Saltando sobre sus pies, Skye se abalanzó sobre el libro, su único pensamiento fue tenerlo en sus manos antes de que él lo abriera y la avergonzara de sus horribles dibujos de pollos. El tipo se dio por vencido fácilmente con un—: Oye, ¡está bien! Lo siento. Mierda, debería saberlo. Pero después de haberse preparado para una lucha, Skye se sobre compensó y perdió el equilibrio. Agarró el cuaderno apretándolo contra su pecho y cerró los ojos con fuerza, con las palabras: “no de nuevo” haciendo intermitencia a través de su cerebro mientras todo su cuerpo se preparaba para el impacto antes de darse cuenta de que no había golpeado el suelo duro y frio. De hecho, estaba tendida sobre algo duro, pero cálido. Una superficie firme que notó cuando apretó su mano contra el cuero frío de la chaqueta del chico... —¡Oh, Dios mío! —Lo siento mucho —chilló ella, mortificada, mientras trataba de levantarse de encima del pobre que acababa de aplastar—. Debo haberte aplastado. —No te disculpes. No me aplastaste para nada. —Sin embargo su voz sonaba tensa, ruda, y las mejillas de Skye abrasaban con una mezcla de excitación y humillación. Se sentía enorme y desgarbada, revolcándose en su regazo como una morsa, incapaz de conseguir equilibrarse y bajar de él; aunque parte de ella quería quedarse exactamente donde estaba, para el resto de su vida. —Además —continuó con la misma, tensa voz—, fue culpa mía. Estaba siendo un imbécil. La molestia se apresuró a regresar, abrumando su vergüenza por un momento. —Sí, lo fuiste. El libro de bocetos de un artista es sagrado, ¿de acuerdo? Nunca, jamás, te metas con eso. Jamás. No importaba que Skye no fuera una artista y nunca lo sería, independientemente de lo que sus padres quisieran.

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—Lo siento —dijo otra vez—. Tienes razón. Oye, tengo mierda en la que tampoco me gustaría tener a nadie hurgando. —Por favor. —Ella no pudo dejar de burlarse. Este chico irradiaba “guay”, como si se filtrara por sus poros—. ¿De qué podrías tener que avergonzarte? —Claro. —Miró lejos, por encima del agua—. Dado que un tipo como yo no puede tener ninguna cualidad. Ahora Skye se sintió mal de nuevo. El yo-yo de sus emociones estaba saliendo. —No, yo no quise decir… —Bueno, tengo cualidades ocultas —declaró, girando la cabeza de repente para darle una estrecha mirada —. Tú no eres la única con un cuaderno secreto, ¿vale? Skye sintió la emoción acelerarse. ¡Algo en común! —¿También eres artista? Finge que lo eres, nena. Y si eso te da más de qué hablar con el Alto, Oscuro, cualificado, aquí… Pero él negó con la cabeza. —No, ni siquiera puedo hacer un buen hombre araña. Pero... escribo cosas. A veces. Skye no podía creer cómo de nervioso parecía de repente. Pero desafiante también, como si esperara que ella se riera. Poniendo su voz muy seria deliberadamente, preguntó: —¿Qué, cómo historias? Se encogió de hombros, fijó la mirada con sus dedos hurgando en el deshilachado agujero en la tela del pantalón por encima de su rodilla izquierda. —En realidad no. Más bien como... poesía, supongo. Es cursi, lo sé. —¡No es cursi! —Skye se encaramó arrodillándose a su lado—. Es increíble. — Preparándose para saltar a volar, dijo—: ¿Podrías tal vez, leerme uno de tus poemas algún día? Había una sensación de escozor en su vientre, como si hubiera caído de la roca otra vez, pero se aquietó cuando la miró desde debajo de esas pestañas oscuras. Su pelo le caía sobre la frente, casi ocultando sus ojos, pero aún podía ver la forma en que se arrugaban cuando sonreía.

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—¿Sí? Tal vez. En otro momento. De todos modos, de nuevo, lamento haber tratado de robar tu cuaderno. Pero te ves malditamente linda cuando te enfadas. Como un gatito que frota su pelaje al revés. Skye resopló. Genial. Era un gatito. Los gatitos eran, bolitas de pelo, definitivamente nada sexy en absoluto. Mierda. Skye hizo un gesto contrariado. —Sí, gracias. Y gracias por mantenerme a salvo otra vez, pero me tengo que ir. —Espera, no te vayas. Te prometo que voy a ser bueno. ¿Cuál es tu nombre? Skye hizo una pausa, desgarrada. No quería irse y no era como si tuviera un toque de queda o unos padres esperándola en casa para una cena familiar o algo así. —Soy Skye —dijo, esforzándose por reconocer—. Skye Gladwell. —Fantástico —dijo el chico, sentándose. La veía con interés, pero no se encendió nada en su mirada ante la mención del apellido de su famoso padre. Skye tuvo un pequeño cosquilleo de emoción recorriéndole la espalda. El anonimato que siempre había querido, que se levantaba a través del horizonte del “San francisco soñado”, estaba sentado justo frente a ella. Envuelto en una manta en forma de un guapo chico de anchos hombros, musculoso, que le hacía temblar las rodillas. Skye pensó que tal vez había encontrado a su musa. —¿Vives cerca de aquí? —preguntó él. Sentándose de nuevo a su lado, Skye sintió el calor de su cuerpo alto, joven a todo lo largo de su lado derecho. —Bastante cerca. En Sausalito. Se inclinó, su cara justo al lado de la de ella, lo suficientemente cerca como para sentir el delicado rasguño de su mejilla sin afeitar contra su sien. Señalando sobre el agua con su largo brazo, dijo—: Yo vivo muy lejos. Un lugar tan diferente a este, que difícilmente podrías imaginarlo. —¿Dónde? —Casi no podía respirar, temblorosa, dolorosamente consciente de cada centímetro de él.

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—Oakland. —Nunca he estado allí —confesó Skye, un poco avergonzada. Parecía estúpido; no era como si Oakland estuviera en algún país lejano o algo así. —No te pierdes nada —le dijo él—. No te molestes. No, en serio, no lo hagas, una dulce pequeña como tú sería devorada en el barrio en el que vivo. Skye se puso rígida, dejándolo un poco atrás. —Puedo defenderme. Soy más fuerte de lo que parezco. Tenías que serlo, cuando todos los niños en la escuela querían burlarse de ti por las locuras de tus padres, por no estar casados y por moverse por ahí vistiendo ropas hippies —Eres un bollo de crema —dijo y ella sintió sus dedos acariciando su pelo—. ¿Qué haría una linda chica como tú allí afuera? ¿Buscar problemas? La tentadora, cuidadosa caricia distrajo a Skye de su extremadamente poco halagadora comparación con un pastel gordo y redondo y un delicioso escalofrío pasó rozando su piel, haciendo que los finos y pálidos vellos de sus brazos se levantaran y se le endurecieran los pezones en pequeños puntitos de sensación. Si ella giraba la cara una milésima parte hacia su derecha, estaría mirando directamente en esos profundos ojos oscuros. Sus bocas estarían suficientemente cerca como para rozarse. Su mano estaba en su pelo. El momento quedó suspendido y brillante, como una de las estrellas encima de sus cabezas, mientras que el corazón de Skye se aceleró hasta un nuevo y terrorífico ritmo. Quería besarlo. ¿Querría él besarla a ella? Reuniendo todo su valor, cerró los ojos y giró la cara, levantando la boca hacia la suya... y él le entregó una ramita con una hoja verde brillante adherida. —Estaba enredado en tu cabello —dijo. Skye murió, en ese mismo momento, de humillación. O por lo menos, deseaba poder. Pero no, la terca vida tenía que seguir marchando, pisoteando todas sus esperanzas y sueños y arrastrándola con ella. —Gracias. —Se manejó para soltar, a pesar de que su voz sonaba como si alguien tuviera un control asfixiante sobre sus cuerdas vocales. —No hay problema.

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Su cara estaba todavía muy cerca de ella. Podía sentir el calor de su aliento contra la punta de la nariz, él olía como briza salada y humo, como a fogata. A esta distancia, ahora que su visión se había ajustado, Skye notó que sus ojos eran marrón profundo, un color rico, puro, como el de la pintura que su mamá mezclaba con oro para hacer la sombra perfecta de los cedros que le encantaba pintar. —Tienes lindos ojos. Por un momento, fue como si él hubiera leído su mente. Pero le tomó un segundo darse cuenta de que él estaba hablando de sus propios aburridos ojos azules. Decepcionada, bajó la mirada y luchó por mantener el temblor fuera de sus labios. —Gracias —dijo de nuevo, más moderada en esta ocasión. Todo el mundo le hacía cumplidos sobre sus ojos. O su cabello rubio rojizo, o su piel cremosa, o su gran personalidad. Esas eran las cosas de las que la gente hablaba cuando eres más pesada que las otras chicas de tu clase. Simplemente podía escuchar la voz desconcertada de su madre con su mirada penetrante esbozada sobre el aspecto deslucido de Skye—: Podrías ser tan bonita si… —No, lo digo en serio —insistió el hombre, acercándose hasta que la esperanza de Skye cogió su ritmo de nuevo—. Nunca había visto unos ojos que cambiaran de color. Y tu boca… Su mirada cayó a sus labios, que se separaron en un jadeo sobresaltado. ¡Esto era nuevo! Nadie nunca había hablado de su boca. O la había mirado de esa manera. ¿Estaba a punto de conseguir su primer beso?

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Capítulo 3 Traducido por clau12345 Corregido por Angeles Rangel

U

na pila de ollas sucias abarrotaban el mostrador con una Skye en shock y discordante, sacándola de ese momento de infinita posibilidad y de vuelta al presente. El jodido, deprimente presente que sabía a nada más que a amargo fracaso.

Por fin había enfrentado a Henry Beck. Se suponía que este era un momento de empoderamiento. Skye siempre lo había imaginado de esa manera. Había esperado sentirse fuerte e independiente, incluso justa. En cambio, todo lo que sentía era un puñado de náuseas y el escozor de las lágrimas amargas detrás de sus ojos. La cara de Beck, por supuesto, no mostraba nada. No había reacción, más allá de una ligera ampliación de sus ilegibles ojos oscuros. Podía odiarlo solo por eso, si no estuviera en contra de su filosofía de no odiar a nadie, nunca. Incluso al marido que la había abandonado cuando más lo necesitaba. La parte más difícil terminó, se dijo a sí misma, deslizando una mano en el bolsillo de su traje de chef. Y hay mucho de tiempo. Arrugado entre sus dedos, estaba la impresión del correo electrónico ya maltratado y desgastado por su ansiosa inquietud y continua relectura. En este punto, Skye ya se lo había aprendido de memoria. Lo hago corto, porque el servicio de internet es irregular aquí, pero te extraño demasiado, Sol. Pienso en ti todo el tiempo. Voy a tratar de lograr ir a Estados Unidos para verte competir y cuando esté en casa, hay algo que quiero preguntarte… Todo mi amor,

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Jeremiah Reunir una sonrisa para los jueces era más fácil cuando pensaba en el correo electrónico de Jeremiah. Él siempre la hacía sentir bien y este mail en particular, con él soltándole que le haría una pregunta, hacía que su corazón golpeara fuerte contra su caja torácica. ¿Iba a pedirle que se casara con él? La pregunta rodó alrededor de su cabeza como una bola de masa de pan en un tazón para mezclar, pegajosa y espesa y potencial. Con el potencial para alegrarla seguro. Pero también con potencial para ser un problema. Partiendo del hecho de que Skye ya estaba casada. Y nunca tuvo la oportunidad de contarle a Jeremiah sobre su no-del-todo-ex. Eso extraía por completo la sonrisa de su rostro, así que Skye debió trabajar más duro para recuperarla y hacerla convincente; de alguna manera, ver las severas e impasibles características de Beck le recordaban que nunca había aprendido a fingir... bueno, nada. Pero sobre todo la emoción. Sintiéndose incómoda como una mentirosa, Skye se pegó en la cara una brillante sonrisa y esperó a que sus mejillas sobrecalentadas fueran atribuidas a la calidez de la cocina y la emoción del desafío cronometrado. —Hola, Chef Gladwell —dijo Claire Durand, en su refinada manera francesa—. Es hermoso volver a verte. ¿Qué nos tienes para hoy? Skye se tragó el fajo desordenado de adrenalina, amargura y dolor obstruyéndole la garganta. Incluso le tomó un momento recordar lo que acababa de cocinar, pero finalmente se las arregló para decir—: Mi equipo y yo hicimos un asado de codornices con un carpaccio de calabacines baby, fresas y aguacate. —Muy bonito —observó el distinguido hombre mayor que temporalmente se había unido al equipo de jueces justo antes de la final, cuando el célebre chef Devon Sparks tuvo que irse. Theo Jansen era una leyenda en los círculos culinarios, aunque más en Nueva York que en la Costa Oeste, dado que era la base de su imperio de restaurantes. Sin embargo, cada cocinero en el país lo reconocía como el fundador de la competición Rising Star Chef. El hecho de que no hubiese halagado nada en la comida le daba a Skye una emoción muy cercana a la desgarradora negatividad en su sistema, incluso cuando tal vez no fuera juez por mucho tiempo. Había un

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rumor dando vueltas de que Eva Jansen estaba buscando a alguien que reemplazara a su padre en el panel de jueces. ¿Hasta ese momento? Skye tomaría ese cumplido y lo disfrutaría. —Gracias —dijo—. Espero que disfruten de los sabores. El tercer juez, Kane Slater, había guardado silencio hasta ahora, pero fue el primero en agarrar un tenedor y clavarlo en el plato. —Buen color en las aves —dijo mientras cortaba a través de la crujiente piel marrón de la codorniz con un chasquido satisfactorio—. Guau. ¡La fresa! No me esperaba eso. Un hilo de sudor hizo cosquillas durante todo su camino hacia abajo por la columna vertebral de Skye. Ella lanzó una mirada nerviosa hacia el resto de sus compañeros de equipo. La fresa había sido su aditivo. —Pensé que el plato necesitaba un poco más de color y jugo —ofreció, retorciendo los dedos en un nudo detrás de su espalda—. Y las frutas son una tradición con las aves de caza. —Sí. Sin embargo, por lo general, la fruta se cocina. —Claire se inclinó a cortar un pequeño bocado. Skye notó cuán meticulosa era respecto a conseguir una pequeña parte de cada uno de los elementos del plato en el tenedor—. Hmmm. Theo Jansen también lo probó y le dio a Skye una sonrisa antes de agradecerle y moverse hacia la mesa de Beck. Antes de que pudiera asustarse demasiado por no saber qué pensaban La Sra. Durand y el Sr. Jansen sobre su plato, Kane Slater le dio un guiño rápido y un pulgar hacia arriba subrepticio. No era suficiente para derretir totalmente la tensión en sus hombros, pero ayudó. Skye le sonrió con gratitud, prometiéndole mentalmente salir a comprar todos y cada uno de sus álbumes, a pesar de que era más una chica de jazz. Ahora que los jueces se habían ido, los compañeros de equipo de Skye se acercaron, buscando cucharillas para probar pequeños bocados del plato que colectivamente habían creado. La mejor amiga de Skye, Fiona Whealey, lamió el borde de su cuchara y frunció el ceño. —Es bueno. No gracias a mí. Maldita sea, ¿qué estoy haciendo aquí? Fiona era la panadera residente en el Queenie Pie Café. Panadera, no chef de repostería y Dios te ayudara si la llamabas por el título equivocado. Fiona era

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orgullosamente autodidacta y no como alguien que hacía el pan como Fee, pero su talento se desperdiciaba en estos retos cronometrados. Antes de que Skye pudiera moverse hacia una charla reconfortante, su compañero de la parrilla se levantó. Abrazando a Fiona con un brazo cerrado sobre sus hombros estrechos, Rex Roswell, dijo—: Cállate, pequeña-Fee, sabes que no podríamos ir a ninguna parte sin nuestra chica súper harinosa. Era una vieja broma, pero una fiable. Fiona se rió y se alejó de Rex para alisar su perfectamente recto cabello liso. La rubia platino lucía como un bebé fino y suave, como siempre, observó Skye, contenta de que los largos años de práctica le ayudaran a negar su propia envidia. Ni siquiera quería pensar en qué haría su loco pelo rojizo mientras hablaba con Beck. —Sigo pensando en que habríamos ganado si hubiésemos ido por algo vegetariano. Su saludable residente hippie asomó su nuez morosamente ante su perfectamente encrespada piel crujientemente dorada y se extendió a través de la tentadora pechuga de codorniz. Nathan Yamaoka, el único rastafari asiático que Skye había visto en su vida, estaba en una perpetua, casi indiferente, campaña para convertir el Queenie Pie Café en un restaurante vegetariano. —Tenía todo listo para hacer un agradable plato vegetariano —continuó. —¿Quién añadió las codornices? —interrumpió Skye, mirando al alrededor a su equipo. Oscar Puentes levantó la mano, totalmente despreocupado por el ceño fruncido de su bajito y delgado compañero de equipo con rastas. —Ese sería yo. Skye esperó a que Nathan se hubiese alejado, murmurando algo acerca de los pajaritos muertos, antes de que ella le diera a Oscar un discreto pulgar arriba y una sonrisa. Nathan era un genio con las verduras y tenían un gran número de clientes vegetarianos que se mantenían muy satisfechos y cautivados por sus usos innovadores de la col rizada, pero su equipo estaba allí para ganar la RSC. Y mirando a su alrededor hacia los platos de la competición, Skye supo que no lo lograrían con una ensalada.

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Los jueces regresaron al frente de la cocina, sacando a Skye fuera de sus infelices pensamientos y provocándose a agarrar a Rex, que estaba profundamente envuelto en la segunda mitad de la rutina de la chica súper harinosa, la cual consistía en tratar de meter sus manos en el cabello de Fiona y frotarlos hasta que generara la suficiente estática como para energizar a una ciudad pequeña, mientras ella chillaba una protesta, pero lo amaba en secreto. —¡Chicos! ¡Tranquilícense! Los jueces están a punto de anunciar al ganador. Consigan un cuarto era lo que quería decir, pero se contuvo. Eva Jansen giró sus delgadas caderas hacia la parte delantera del grupo de jueces, su brillante cabellera morena estilo bob balanceándose con suavidad en la barbilla. ¿Por qué el destino de Skye era estar rodeada por hermosas mujeres de talla dos, con cabelleras perfectas, lisas y brillantes? Esto no era exactamente lo que había imaginado respecto al negocio de los restaurantes. —Gracias, chefs, por algunos encantadores platos. Equipo del Medio Oeste, a los jueces les encantó sus gnocchi, en realidad, escuché la frase “ligero como una pluma”, que no es algo que a menudo se asocie con pequeñas bolitas de puré de patata. Pero se sintieron un poco cansados de la espuma y sintieron que debería haber tenido más sabor a shiitake para realmente añadirle algo al plato. —Oooh, alguien está loco —murmuró Fiona por un lado de su boca, sus ojos azules pálidos ávidos mientras buscaba la reacción de Ryan Larousse a la crítica. Skye se mordió el interior de su labio. Sí, el equipo del Oeste había cometido algunos errores, pero ahora estaban entre los tres finalistas. Todo se desarrollaba en torno a los pequeños detalles y los platos perfectos eran raros. —Chef Beck —dijo Eva Jansen, siguiendo adelante—. Tu cangrejo local con salsa de estragón de Champaña parece haber sido el favorito de los jueces. Según mis notas, fueron los pepinillos encurtidos y las chalotas los que rebasaron el borde de un agradable, aunque poco inspirado, plato de origen francés en algo nuevo y único de ustedes. Buen trabajo. Echando un vistazo a Beck, Skye no se sorprendió de encontrarlo completamente inmóvil ante todo. Sin enloquecer. Se preguntó, como había hecho tantas veces en el breve y tumultuoso año de matrimonio, qué haría falta para mover realmente a Henry Beck. Sin duda, nunca había descifrado el código.

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Y si había una parte de ella que brillaba con orgullo silencioso por Beck al oír comentarios positivos como los de los jueces, Skye la aplastó justo a tiempo de que Eva Jansen se girara hacia ella con esa sonrisa felina curvando las comisuras de su boca demasiado roja. Skye se mordió el labio otra vez, nunca tan consciente de que su brillo labial de pigmentos naturales, cruelmente libre y completamente orgánico, no tenía tanta durabilidad como cualquiera de los lápices labiales industriales con que Eva pintaba sus labios de escarlata. —Y por último pero no menos importante, tenemos el equipo de la Costa Oeste. El equipo con la ventaja local aquí en San Francisco. Cuando Skye estiró por reflejo su boca en una sonrisa, tuvo que ocultar una mueca de dolor cuando la expresión tiró contra la llaga de preocupación dentro de su labio inferior. Por millonésima vez, se comprometió dejar de morder su labio a la primera señal de estrés. La tensión se arremolinó a través de sus costillas y se deslizó hacia abajo en su estómago, haciéndole más difícil recuperar el aliento. —¿Quieren saber qué pensaron los jueces de su asado de codornices? Lo disfrutaron mucho. Pero aún más que eso, disfrutaron el uso creativo de frutas frescas y verduras y la forma en que ayudaron a los simples ingredientes a armonizar en el plato. El alivio inundó a Skye, tanto como la mirada salvaje de triunfo en la cara de Nathan la hacía querer rugir. Él nunca la dejaría escuchar el final de esto. El resto de su equipo estaba sonriendo y abrazándose, acariciándose uno al otro en la espalda, y Skye tuvo que juntar sus molares para evitar que castañearan. Esto no ha terminado todavía, quería gritarles. ¡No han anunciado al ganador! O el premio, ahora que lo pensaba. —Todos ustedes presentaron maravillosos platos, pero el plato en que los tres jueces estuvieron e acuerdo en volver una y otra vez… —Quería lamer ese plato —dijo Kane Slater, con su contagioso entusiasmo habitual. —¿Eso es un eufemismo? —Disparó de nuevo Eva, con un travieso brillo en sus ojos—. De todos modos, como iba diciendo, los jueces calificaron a uno de los equipos con la puntuación más alta de los tres y ese equipo fue…

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Skye había estado aguantando la respiración tanto tiempo, que sus pulmones quemaron. —¡El equipo de la Costa Este, de la Taberna de Lunden! Los compañeros de equipo de Beck gritaron y silbaron, abalanzándose sobre él para hacerlo caer al suelo, mientras Skye continuaba allí sintiéndose como un globo de helio desinflado —Cálmense, chefs. Hay más. Los dos últimos equipos quedaron cabeza a cabeza y no pudimos tomar una decisión unánime. Pero la mayoría votó porque el Medio Oeste se quedara con el segundo lugar. Ahora Skye era un globo de helio que había sido perforado, desinflado, y atropellado por un tranvía. El último lugar. Su equipo estaba en último lugar. Las facciones puntiagudas de Eva se suavizaron un poco, mientras miraba a la banda del Quenie Pie. —Tuvieron un fuerte apoyo —dijo—. Pero al final, los jueces sintieron que el equipo del Medio Oeste tuvo más inventiva, presionaron un poco más y tomaron más riesgos. Eso no es cierto, quiso argumentar Skye. Tomamos el riesgo de no cocinar nuestro acompañamiento. Tomamos la oportunidad de que vieran que esa comida no tuviera que ser un proyecto de ciencia para ser deliciosa y excitante. ¿Qué demonios había de arriesgado en hacer una espuma, cuando prácticamente cada chef en la nación estaba experimentando con nitrógeno líquido y agar-agar? Pero apretó los dientes y sonrió a través de la frustración. Discutir no resolvería nada y sólo serviría para hacerla lucir como mala perdedora. Lo cual, estaba bien. Tal vez lo era un poco. Este día no estaba saliendo como esperaba. *** Habían pasado algunos años desde su entrenamiento básico, pero Beck todavía sabía cómo mantenerse erguido con un peso de ochenta kilos sobre su espalda. Y era bueno, dado que Winslow Jones estaba escalando su espalda al estilo mono y no mostraba señales de querer bajarse de allí

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—Eres el hombre —alardeó él directamente al oído de Beck. —Está bien, chicos… y chica —dijo Eva Jansen con un brillo divertido en sus ojos—. Cálmense. ¿No quieren saber qué han ganado? Todos los sentidos de Beck se pusieron en alerta. “Una ventaja valiosa para el próximo desafío”, había dicho ella la primera vez que explicó el relevo. Rodando sobre sus hombros y girando el torso rápidamente, Beck se las arregló para desalojar a Winsloy y colocarlo de nuevo sobres sus pies. Necesitaba centrarse en esto. —Gracias. —Eva estaba siendo más cuidadosa y cortés de lo que Beck nunca había visto, obviamente consciente del hecho de que se estaba dirigiendo a un grupo de chefs que sabían que estaba saliendo con uno de los hombres en sus filas. Beck le disparó una mirada rápida a su compañero de equipo Danny, evaluándolo. El tipo era un reflejo de la elegancia de Eva, resplandeciendo satisfecho. Las cosas se habían puesto patas arriba allá en Chicago, cuando Eva había llevado su búsqueda de que la televisión transmitiera la RSC demasiado lejos. Pero ahora que había sacado al Canal Cocina y enviado las cámaras a casa, Beck creía que todo debía funcionar bien para ella y Danny. Por un tiempo, al menos. No es que él pensara que Eva y Danny fueran disparejos, de hecho, la multimillonaria playgirl y el familiar chef pastelero, eran extrañamente perfectos el uno para el otro. Aunque Beck no tenía mucha fe en que fuera para siempre. —Como todos ustedes saben —comenzó Eva—, los próximos días serán fundamentales. El próximo reto será decidir qué equipo va casa y cuáles dos continuarán en la ronda final, escogiendo dos representantes que vayan en competencia directa por el título de Rising Star Chef. Un susurro de murmullos nerviosos y cuerpos cruzados sopló entre la multitud de chefs como el viento agitando la arena. Beck mantuvo la vista hacia el frente y al centro, toda su atención como un láser sobre Eva. —Hasta ahora, los desafíos han sido muy orientados al trabajo en equipo. Pero para la final, vamos a juzgar el trabajo individual. Así que para prepararse para eso, en el próximo reto les pediremos a cada equipo que básicamente nos de una biografía. Queremos un plato de firma de cada uno de los chefs del equipo, un plato que sume todos los estilos de cocina y nos diga quiénes son como chefs.

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Esta vez los murmullos entre la multitud eran muy emocionados y Beck sintió su propio ritmo cardíaco acelerarse unos cuantos latidos por minuto. Esta era una buena asignación, una que permitiría que cada Chef realmente se estirara y mostrara sus talentos. —Tendrán todo mañana para comprar y prepararse y la mañana del día siguiente para cocinar. Esperamos un pequeño pero asombroso plato de cada uno de ustedes para mañana por la tarde. Pero habrá un giro. Equipo de la Costa Este, ¿Están escuchando? Es aquí donde su victoria aparece. Además de Beck, Winslow asintió vigorosamente, rebotando sobre la punta de sus zapatillas de deporte blancas. Beck reprimió una sonrisa. Eva no se molestó, dejando que sus labios se contrajeran en una plácida, orgullosa sonrisa sólo por un momento justo antes de volver a su cara profesional. —Cada equipo estará haciendo sus compras en un lugar diferente alrededor de San Francisco. Hay tres opciones y el equipo de la Costa Este elegirá primero. Luego el equipo del Medio Oeste y después el de la Costa Oeste. Este era un gran problema. Un chef era tan bueno como sus ingredientes. Beck miró hacia donde Skye Gladwell estaba con su equipo. Tenía el rostro congelado en una pequeña sonrisa forzada, que no le llegaba hasta sus ojos azules y tuvo que girarse antes de que la ola de simpatía lo anegara. Sí, apestaba haber llegado de últimos y prefería haber visto a ese despreciable de Larousse ocupando el tercer lugar, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Eva hizo una pausa teatral, movió de un tirón su pelo castaño y corto fuera de su cara con un imperioso movimiento de su cabeza. —Los destinos para las compras son el Mercado de Granjeros del Ferry Building, el nuevo Almacén de Alimentos Frescos en la Misión, y el Barrio Chino. Pueden discutir. Beck se volvió hacia su grupo, ya acurrucado, pero había poco o nada qué discutir. Básicamente, todos se miraron y dijeron “Ferry Building”. Bueno, por supuesto. Un mercado de agricultores, especialmente uno tan integral y sorprendentemente abastecido como el del Ferry Building en San Francisco, era una obviedad. Los mejores productos, los más frescos, todos locales, de temporada y perfectos. Era difícil imaginar escoger cualquiera de las otras opciones. Sonriendo y aliviados, se soltaron y esperaron a que los otros equipos escogieran.

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Eva Jansen no estaba bromeando, se trataba de una importante ventaja. Observó Beck mientras Skye se quedaba en silencio con su equipo, los labios apretados en una línea fina. No tenía mucho sentido debatir, ¿verdad? Ellos se quedarían con lo que sea que el equipo del Medio Oeste no escogiera, por defecto. Se preguntó qué estaría ella esperando por la manera en que cuadró sus hombros y recogió los tirabuzones de su cabello rubio rojizo en un elaborado nudo en la parte superior de su cabeza. Hace diez años, Beck hubiera sabido la respuesta a esa pregunta sin ni siquiera pensar. Por último, Larousse y su equipo resurgieron, chocándose las manos entre ellos y mirando con aire satisfecho. —¿Listos, con sus elecciones? —preguntó Eva. Cuando todo el mundo asintió con la cabeza, miró a Jules Cavanaugh, líder del equipo de Beck. Con una voz clara y firme, Jules dijo—: Tomaremos el Mercado de Granjeros de Ferry Building. Beck, quien estaba mirándolo, vio la forma en que Ryan Larousse arrugó la nariz con disgusto, pero al parecer había estado preparado para esa respuesta, porque cuando le tocó el turno, ni siquiera dudó—: Iremos a los Alimentos Frescos en el distrito de la Mission. Interesante. Y no era lo que Beck hubiera elegido si hubiera tenido el mando sobre equipo del Medio Oeste. Ladeando la cabeza para captar la reacción de Skye, Beck pensó que era probablemente la única persona en la cocina que podría leer el tirón de agradable sorpresa en la esquina de su boca. —Supongo que eso nos deja con el Barrio Chino, entonces —dijo ella, neutra como el aceite de semilla de uva, pero Beck lo sabía. Estaba feliz. No hubo tiempo después de eso para analizar por qué salió de la cocina lleno de una cierta calidez. Trató de convencerse de que no era más que por el trabajo bien hecho, la satisfacción de la misión cumplida al haber ganado el día con su equipo. Ciertamente, hubo un montón de palmadas en la espalda y jubilo sucediendo a su

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alrededor mientras se movían hacia el hotel en el que el Grupo de Hostelería Jansen había reservado las habitaciones para los chefs de la competencia. Pero en el fondo, parte de él sabía que por lo menos un gramo de ese cálido placer, líquido chapoteando en su vientre era el conocimiento de que incluso después de tantos años, todavía podía leer a Skye Gladwell como una receta paso a paso. Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar la manera de utilizar ese conocimiento para ganar la competición Star Rising Chef.

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Capítulo 4 Traducido por Lizzie Corregido por amiarivega

C

laire Durand definitivamente no irrumpió en la competición de cocina, pero eso estuvo algo cerca.

Ella no era una mujer dada a arrebatos de una diva del teatro. Como editora en jefe de una renombrada revista internacional de alimentos, a cargo de un equipo rotatorio de temperamento artístico, periodistas y huidizos fotógrafos, cocineros de prueba de cocina y columnistas, Claire era conocida por mantener la cabeza fría. Cuando se trataba del secuestro de un fotógrafo en la selva por parte de militantes, Claire mantenía su sangre fría. A la vista de las cargas de trabajo aplastantes durante todos los principales días festivos, rígidos plazos y la caída en picado de los presupuestos, Claire era una torre de fuerza tranquila e inexpugnable. Pero aun así ella tenía sus límites. ¿Ser forzada a sentarse en un panel de jueces con dos hombres que habían entrado en una humillante batalla al estilo hombre de las cavernas por el derecho a reclamarla? La empujó directamente hacia el borde de esos límites. El toque echando un vistazo, de la punta roma de dedos en su hombro, le lanzó fuera del borde y en caída libre. Quitándose el caliente peso de la mano que reconocería en cualquier parte, Claire se volvió para hacer frente a Kane Slater. Una vez más, más teatral de lo que ella prefería. Había conseguido mantener la calma durante la mayor parte del desafío en sí, pero ahora que su audiencia de los contendientes a chef se había ido, el coordinador y los jueces estaban solos en la cocina, por lo que era más difícil mantener un estricto control sobre la compostura.

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Kane retrocedió un paso, con las manos levantadas como si le hubiera dirigido un arma cargada en su pecho. —Oye, ahora. Vamos con calma, preciosidad, y dime lo que te está molestando. Kane Slater, con su mata de pelo acariciado por el sol y sus profundos ojos azules, su cuerpo musculoso, forma compacta, el dinamismo juvenil, la energía vibrando de su presencia... sólo un vistazo de él hizo que cada nervio en su cuerpo palpitara en un rápido éxtasis, estalló de placer al recordar. Que lástima que el cuerpo de Claire no fuera tan sensible como el resto de ella. —Esto no es un error —le espetó ella, perdiendo su agarre en la expresión americana en un arrebato de vergonzosa rabia—. Es decir, estoy bien. —Sí, lo estás. —Su mirada se deslizó desde su cabeza a los pies, calentando su piel como un toque. Temblando, Claire deseaba que el coqueteo de Kane no tuviera el efecto de hacer que sus entrañas se fundieran como el chocolate. Debería haber sido una locura, por encima de todo, pero en su lugar, su agradecimiento ingenuo y honesto por todas las cosas a Claire le daba ganas de arrojarse en sus brazos como la joven chica ingenua y enamorada que no había sido durante tantos años. Sin embargo, existía el peligro de que lo pudiera interpretar como una acción en el sentido de que había perdonado y olvidado... y no lo había hecho. Además, no estaban completamente solos. Eva y su padre estaban teniendo una conversación en voz baja y seria junto a la puerta, y la mera visión de Theo Jansen fue suficiente para que la vergüenza y la traición subieran hasta inundar el remolino de la atracción que nublaba el aire. —Pensé que había dejado mi posición muy clara —susurró ella, volviéndose hacia Kane—. En lugar de elegir entre Theo y tú, elijo a ninguno. Elijo estar sola. Se encogió de hombros. —Esa es tu elección. Al igual que es mi decisión no renunciar a ti. Esta situación era insostenible. Pero Claire no tenía tiempo para el grito de frustración que se estaba construyendo en su pecho, porque en ese momento Eva y Theo concluyeron su discusión y se acercaron para comenzar la reunión de los jueces que habían programado para después del desafío preliminar.

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—Ya es oficial —comenzó Eva, con los ojos brillantes, como el cuarzo ahumado—. ¡Devon Sparks va a volver a la final! El alivio hizo a Claire sentirse un poco mareada. —Esa es una noticia maravillosa. —Ella atrapó la mirada de Theo Jansen en todo el grupo. Esto significaba que él no tendría ninguna razón para permanecer aquí, con lo que se disminuía el nivel de tensión en el panel de jueces a la mitad. —¿Su esposa lo está haciendo bien, entonces? —preguntó Kane. —Fue su esposa la que me llamó —dijo Eva, riendo. —Al parecer, Devon está haciendo de un muy agotador e intenso niñero. Ella está haciendo que vaya su tía, Bertie o algo así, de Virginia y pateando a su marido fuera del ático y de vuelta con nosotros. —Me alegro —dijo Kane, y Theo le lanzó una mirada. —Por supuesto que sí —gruñó—. ¡Con mi partida, no tienes más competencia por los afectos de Claire! —Caray, papá —dijo Eva, interponiéndose entre los dos hombres mientras Kane fruncía el ceño y se envaraba—, me alegro, porque Lilah Sparks es una mujer agradable y es bueno que ella se sienta lo suficientemente bien como para enviar a su esposo en mitad de un embarazo difícil. Tú total y completo idiota. Claire suponía que había mujeres ahí afuera que observarían a dos machos alfa gruñendo sobre ellas y, en lugar de sentirse como si fueran piezas de carne a punto de ser partidas en dos, se sentirían honradas. Importantes. Poderosas. Claire no era una de ellas. Kane meneó la cabeza con disgusto y se alejó, con sus anchos hombros tensos bajo su camisa de fino algodón. Claire lo vio alejarse, incapaz de detener el rizo no deseado de calor fundiéndose a través de la parte más baja de su cuerpo. Cuerpo estúpido, estúpido. —Basta. —Eva levantó su voz lo suficiente como para dejarle saber a todos que hablaba en serio. A pesar de su confusión interna, Claire sintió un destello de orgullo en su joven amiga, que abarcaba desde sus propias faltas y errores, y por

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encima de ellos para alcanzar el amor del hombre al que había agraviado, Eva había ganado tanto en aplomo como en confianza. Lo cual era un poco aterrador, y real, dado el nivel de confianza que Eva le había hecho sentir siempre. Pero, donde el civismo de la joven Eva se había confinado con valentía, a veces, ahora parecía más con los pies en la tierra, estable y segura de sí misma y en su lugar en el mundo. —Probablemente la mejor cosa de que Devon vuelva es que, bueno, reduciremos las distracciones de este tipo —sacó a relucir Eva—. Papá, sabes que te quiero y nunca te impediría asistir a la competición que fundaste. Pero es hora de que te vayas. Vaya, vaya. Claire miró a su amiga con renovado interés. Sí Eva estaba echando a su padre de la reunión de los jueces, verdaderamente había ganado en confianza. La antigua Eva habría estado desesperada por el amor de su padre y el respeto, hasta el punto de la toma de decisiones que más tarde volvían a perseguirla. Pero ahora... Theo farfulló un breve momento antes de llamarse a sí mismo a la seriedad. Levantó su leonina cabeza, estudió a su hija como buscando una debilidad. Evidentemente, al no encontrarla en la calma de Eva, la implacable expresión de Theo se volvió a Claire, un claro llamamiento a sus ojos. Pero Claire no tenía ninguna simpatía dejada de sobra para él. No después de haber instigado la conversación que había llevado a su descubrimiento de que el joven que había llegado... a llamar su atención podía traicionar su confianza arrastrando su aventura hacia fuera en un concurso de medición de testosterona entre el retumbar del pecho de los hombres. Oh, sí, estaba enfadada con Kane. Pero Theo era igual de culpable y a ella le complacía no estar involucrada con él. Alzando la barbilla, con una mueca a la estatura de la reina de hielo, dijo—: Estoy de acuerdo. Con que regrese Devon, no tenemos más necesidad de tu ayuda en el panel de jueces. Vete a casa, Theo. Frustrado, Theo apretó los labios con tanta fuerza que desaparecieron en su impecablemente y recortada barba de sal y pimienta. Pero él no había construido el mayor imperio de restaurantes de Estados Unidos por batallas perdidas.

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En cambio, se encogió de hombros, la dignidad por encima de sus hombros como una chaqueta perfectamente adaptada, e inclinó la cabeza. —Muy bien. Dado que todo el mundo parece estar de acuerdo, voy a dejar el cargo. Por el rabillo del ojo, Claire percibió un movimiento mientras Kane cambiaba su peso. —Voy a dejar el cargo —continuó Theo, la voz endureciéndose—, pero no voy a salir de San Francisco. Me voy a quedar para la final. —Por supuesto que sí —dijo Kane en voz baja, con una amarga diversión que era mayormente de disgusto. Theo se puso tenso, pero no respondió. Cuando besó a Eva en la mejilla y salió de la cocina, Claire sintió una gran parte de la tensión y perturbación emocional que había estado llevando durante varios días irse con él. —Ahora —dijo Eva con fuerza—, vamos al grano. Esto es lo que vamos a tener que tener en cuenta en el siguiente desafío. Mientras ella comenzaba a esbozar los detalles que había que enfrentar, Kane se reincorporó a la conversación, caminando de regreso de pie al lado de Claire. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emitía, la energía inagotable de su presencia alborotaba el aire entre ellos como una caricia sobre la piel. Theo podría haber desaparecido, y con él, una parte de su tensión. Pero la parte más grande, la parte que le había causado el trastorno emocional más intenso que había experimentado en los últimos veinte años, estaba aún, todavía, aquí. Y Kane aún tenía la intención de agitar en gran medida a Claire, si ella fuera a juzgar por la sonrisa rápida y malvada que redujo en su dirección. Eso iba a tomar todo lo que tenía, todos los trucos que había aprendido en las manos de las llamadas unidades organizativas, los hombres crueles y amantes infieles, para mantenerse fuerte en contra de esa sonrisa y lo que ofrecía. Claire sólo podía esperar que ella fuera lo suficientemente fuerte.

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Capítulo 5 Traducido por Andy Parth Corregido por amiarivega

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einticuatro horas después, escapando de su segundo avión en tantas semanas, todavía era todo lo que Beck podía hacer para no caer de rodillas y besar la acera granulosa de San Francisco cada vez que él caminaba fuera.

La fuerte misericordia, directamente-bajo-sus-pies-rodeado-de-una despejada- y espaciosa acera. Ese era un sentimiento que nunca pensó que tendría sobre volver a casa, pero Beck había aprendido a no intentar predecir una mierda como esa. Las personas reaccionaban de todo tipo de locas maneras cuando la adrenalina subía y sus defensas bajaban. Tómalo a él por ejemplo. Beck odiaba los aviones. No tanto como odiaba los submarinos, pero cerca. Ambos le dieron esa jodida, sofocante sensación de ser una anchoa empaquetada en una delgada lata de metal, apenas capaz de mover, respirar o pensar a través del creciente pánico. —¿Lo estás haciendo bien? —Winslow Jones, chef y extraordinaria mamá gallina, puso una mano preocupada en el hombro de Beck. Atrapado entre la vergüenza de que él se hubiera alterado últimamente lo suficiente que hasta las personas estaban empezando a notarlo y la gratitud por la silenciosa preocupación de su compañero de equipo, Beck ocultó su tono con la facilidad de la práctica. —Bien —dijo secamente, esperando que su expresión comunicara ambas, gracias y suéltalo. Aunque él no menospreciaría la mano de Win sacándola de su hombro.

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Incluso si Winslow Jones, con su intenso entusiasmo y comportamiento hiperactivo de un gatito con hierba gatera, a veces volvía loco a Beck, era agradable tener amigos de nuevo, sentirse parte de un equipo. Él había extrañado eso desde que dejó la Marina. Incluso aunque este equipo era sobretodo con las batallas culinarias en lugar de las reales, esa sensación de estar en ello juntos era la misma. A través de los altibajos de la competición de Rising Star Chef, ellos cubrían las espaldas de los otros. Eso nunca había sido más claro que durante la semana pasada, incluso desde que perdieron la última ronda en un disgusto humillante y sólo avanzaron al siguiente nivel del concurso por la piel de sus nueces. Beck en realidad, verdaderamente, no quería pensar en las razones detrás de ese fracaso épico en Chicago. No cuando estaba finalmente alcanzando el equilibrio después del turbulento vuelo y el shock de la demanda de divorcio de Skye. Vale, entonces su vida personal era un choque de tren. Bien. Todo lo que él quería hacer era disfrutar de la victoria de su equipo en el concurso retransmitido, respirar en la brisa dolorosamente familiar de la bahía de San Francisco y averiguar qué coño encontraría aquí en el Ferry Building Farmers’ Market para cocinar aquello que le dijera a los jueces que era como chef. Si tal vez pudiera conseguir que Winslow dejara de mirarlo con tanta maldita comprensión y compasión, eso sería un gran plus. Win asintió y curvó su mano en un puño, golpeando el hombro de Beck amigablemente. La delgada, fresca luz del sol de California Norte arrojaba escénicas sombras en sus pronunciados pómulos morenos. —Bien. Porque de ninguna manera puedo tirar tu titánico trasero fuera del pavimento si te desmayas, hijo. Beck sonrió. Él sabía qué hacer con esto. —Vamos Jones. Sé cómo funcionas. ¿Cuánto en tu banquillo, Ciento cincuenta? ¿Ciento ochenta? Win inhaló, lanzando su muy rapada cabeza como si apartara su inexistente largo cabello fuera de sus ojos verde claro. —Perra por favor. Trabajo para conseguir el Ideal Cuerpo Gay Inalcanzable, no para ser capaz de realmente levantar mierda pesada. Aunque… —Frunciendo sus labios, hizo un gran espectáculo de mirar a Beck arriba y abajo—. Tú no estás tan lejos de alcanzar ese ideal Sr. Universo. ¿Dónde conseguiste todos esos músculos de todas formas?

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—No vas a burlarte de mí en una discusión —Le dijo Beck a su parpadeante compañero de equipo—. Por lo que puedes dejar de lamer tus chuletas. Pretendió hacer un puchero, no obstante los ojos de Win sostuvieron ese afilado destello de inteligencia que tantas personas perdían cuando miraban al energético, entusiasta joven chef. —Eres un misterio Henry Beck. Beck frunció el ceño. Él no estaba tratando de ser misterioso. Simplemente no le gustaba hablar de sí mismo. Ni de nada, realmente. Le gustaba cocinar. Eso era todo. —No me llames Henry —dijo Beck, con la insinuación de un gruñido en su tono. Él no tenía la intención de ser tan brusco, pero ya estaba fuera, haciendo que los ojos de Win se ampliaran con sorpresa. ¿Ves? Esa es la razón por la que Beck no hablaba. Las palabras lo jodían todo. —Lo siento —dijo él, antes de que Win pudiera hacer todo peor por tartamudear la disculpa que ya estaba clara en sus ojos—. Yo sólo… no me han llamado así en mucho tiempo. No es realmente quien soy ya. Win consiguió esa expresión de veo-todo, sé-todo en su rostro otra vez. Beck alejó la mirada, centrándose en la multitud pululante a través de los puestos amontonados con frutas y vegetales frescos. Con su mente catalogando todo su entorno automáticamente, desde un grupo de turistas exclamando sobre las muestras gratis de frambuesas del final del verano a la joven mujer con ropa deportiva comprando medio kilo de salmón ahumado en cedro del proveedor de la esquina. Noviembre siempre era magnífico en San Francisco, el último coletazo de calor antes del invierno rodando sobre la ciudad. A pesar de todo, Beck estaba feliz de que los productores de la competición de Rising Star Chef hubieran fijado la ronda final del concurso aquí. Como un imbécil, Beck dejó que su mirada se expandiera a través de la bahía, agudizándola en el contorno gris deslucido de las torres de oficinas y edificios de apartamentos que formaban el horizonte de Oakland. Se veía mejor, más limpia, desde esta distancia, con la niebla sobre el agua suavizando sus bordes duros. —¿Qué hay por allí? —preguntó Win, enganchando un pie en zapatilla de deporte en el peldaño más bajo de la baranda corriendo alrededor de Ferry Plaza. Incapaz de mantenerse tranquilo, como de costumbre, procedió a escalar la valla de

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guardia como si se tratara de un conjunto de barras de mono, haciendo caso omiso completamente del goteo en las picadas, sucias aguas debajo de él. —Oakland. —Beck mantuvo tendida una subrepticia mano hacia el lugar de Win, lista para agarrarlo por la parte trasera de su pantalón si parecía como que estaba a punto de caer en el líquido—. Si caes, no voy a bucear detrás de ti. —Psss. No voy a caer. Tengo el equilibrio de un gato de la selva. Rowr. Pasando por detrás de Winslow. "¿Quién es la mamá gallina ahora?" Beck se preguntó con una torcedura de su boca. Él se preguntaba dónde demonios estaba el resto de su equipo. Esto era solo porque la mente se centraba en una sola cosa al día. Porque una vez comenzabas a dejar que otras cosas como el sexo, las relaciones y amor entraran en tu cabeza, te jodía hasta que ni siquiera podías recordar el momento de una simple reunión. Como caso puntual: Danny Lunden, el pastelero de su equipo, probablemente estaba fuera con la mujer que dirigía la RSC, Eva Jansen. Su inflamable relación definitivamente había contribuido al fracaso de la ronda de Chicago, pero lamentablemente Beck no podía poner todo el fiasco en sus pies. Danny no era la única persona que había estado fuera de su juego. El hermano de Danny, Max Lunden, y su mejor amiga de la infancia, Jules Cavanaugh -quienes estaban, por cierto, en todos los aspectos entre ellos y subiendo la telenovela resultante del equipo por alrededor de mil- eran otra flamante pareja. Añade a eso el hecho de que el padre de Max y Danny, Gus, estaba recuperándose de problemas del corazón lo bastante malo para ir a parar al hospital y tienes un equipo con más que unas pocas distracciones tirando su atención del premio final. Se supone que encontrarse era la primera cosa esta mañana para conseguir sus compras hechas rápido y dirigirse de vuelta a la cocina de la competición para preparar todo. Pero aquí estaba, pasando de las nueve en punto y ningún tortolito. Beck tensó su mandíbula y controló su impaciencia. No había nada que hacer sino esperar. Y se alegraba de mantenerse a sí mismo libre de enredos emocionales y la función sentimental de cerebro que causaban. —¿Así que estás preocupado sobre competir contra tu esposa?

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Beck le dirigió a Winslow una rápida mirada, pero la cabeza de Win estaba bajada contra su pecho mientras maniobraba su cuerpo flaco, enjuto y fuerte hasta sentarse en la baranda superior. —No. Eso irá bien. —Por favor Dios, impide que Winslow se disculpe nuevamente por ese desastre de la semana pasada. Hubo una pausa mientras Win contoneaba su camino erguido y enroscaba sus pies debajo de la baranda inferior para equilibrio. Su piel morena clara realmente no mostraba rubor, pero Beck estaba dispuesto a apostar que las mejillas del chico estaban llameando calientes bajo ese rocío de pecas oscuras. —De acuerdo, bien. El silencio se extendió entre ellos por un largo momento, roto únicamente por los roncos graznidos de las batientes gaviotas y el alegre repiqueteo de los productos de los proveedores y compradores detrás de ellos. Claramente Win todavía se sentía mal sobre el papel que él había jugado que hizo que todo el mundo descubriera sobre el pasado de Beck. Pero Beck no guardaba rencor. No era culpa de Win y Beck reconoció las señales de una inminente espiral de vergüenza. Él necesitaba una distracción antes de que Winslow los tuviera a ambos repitiendo eventos pasados que no podían ser cambiados. Cabeceando hacia el horizonte neblinoso de Oakland a través del agua, Beck dijo—: Ahí es donde crecí. Dando un respingo sobresaltado, Winslow casi se cayó de la baranda. Con los ojos abiertos y agitando los brazos, agarró el brazo de Beck. —¿Tú qué? ¿Eres de aquí? No puedo creer que no dijeras nada. —Lo estoy diciendo algo ahora. Los ojos de Win fueron de redondos como platos a rendijas de ojos de gato. —Sí, lo estás. ¿Ofreciendo cositas sobre tu infancia para tratar evitar que chismorree sobre ti y excave en tu misterioso pasado? Esta vez Beck se encogió de hombros ya libre de la mano de Winslow. —Jódete chico. No hay nada misterioso sobre mí. Tampoco nada interesante. Eso es lo que estoy tratando de decirte. Winslow alzó sus manos con exasperación y casi cayó de la baranda nuevamente.

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—¿Nada misterioso? Eres todo excepto misterioso. Has estado contratado en Lunden’s Tavern, qué, ¿hace seis meses? Y mierda, Henry, yo sólo descubrí tu primer nombre cuándo, ¡la semana pasada! Tú no hablas. Nadie sabe una mierda sobre ti. Eres todo alto, oscuro y aparentemente mezquino, pero no eres mezquino, así que, ¿qué demonios? Y cocinas pescado como si hubieras crecido… viviendo en el océano. —Win torció su torso para obtener un mejor vistazo a la franja de la costa de Oakland que sobresalía en la bahía—.Eh. —Estás decidido a convertir mi vida en un episodio de la Ley y el Orden. Odio arruinárselo detective, pero no aprendí a cocinar creciendo en Oakland. Beck sólo podía imaginar la mierda que habría tomado si mostraba algún interés en algo como eso en ese entonces. El interés encendió los ojos de Win mientras giraba de vuelta. —¿No? ¿Entonces dónde…? —Pero él cerró sus ojos, los apretó fuertemente y se detuvo a sí mismo—. Está bien. Olvida que siquiera comencé esta conversación. Me prometí a mí mismo después de todo lo que pasó en Chicago que renunciaría al espionaje. La curiosidad no va a sacar lo mejor de este gato otra vez, no señor. ¿Tienes secretos? Mantenlos. Beck dejó que una ceja arqueada hablara por él. —No, lo digo en serio hombre —dijo Winslow, saltando de la baranda, finalmente, y dándole un vistazo a Beck—. Debería haber sido agradable y simplemente dejarte contarnos tu historia con tu propio ritmo. El chico estaba tratando muy duro. Beck quería llegar a una solución intermedia. Luchando durante un momento, salió con—: Gracias. Eso sería agradable. —Y observó la luz morir en los ojos de Win mientras él se desinflaba un poco y se apartaba, como un cachorro que había sido abofeteado en la nariz con un rollo de periódico. Maldita sea. —Nunca me ha molestado que quieras saber más acerca de mi pasado —ofreció Beck—. Porque yo sabía, incluso si no lo dijera, que eso no haría ninguna diferencia realmente. Win frunció el ceño cuando él comenzó a volver hacia el grupo de puestos de comida. —¿Qué quieres decir?

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¿Qué demonios? También podría llegar hasta el final. —Eso no importa, no en serio. Tú sentías curiosidad, te inventaste historias sobre mí… sí, supe de esas. Y que coste en acta, nunca estuve en prisión, no estoy en el Programa de Protección a Testigos y no soy el hijo perdido de alguna familia real de los Balcanes. —Oh hombre —gimoteó Win, cubriendo su rostro con una mano teatralmente—. Necesito un café. —Separando sus dedos, echó un vistazo a Beck—. ¿Eso no te molestó demasiado? Beck se encogió de hombros. —Me tratabas igual, sin importar cuál historia loca creyeras esa semana. Todos ustedes, Gus y Nina, Danny y Jules incluso Max cuando volvía a casa… ustedes me aceptaron por quien soy ahora. El pasado está muerto y enterrado; está hecho. Es por eso que no hablo de ello. Y a pesar de las historias, sé que realmente no les importa una u otra manera. Simplemente soy Beck, cocinero de pescado para ustedes. Y me gusta eso. Antes de Lunden’s Tavern, realmente nunca tuve eso. Él destelló una imagen del restaurante ese primer día, cuando llegó a la entrevista con Nina Lunden. Max y Danny sonriendo, la mamá de ojos marcados fue la primera persona que Beck conoció que lo hizo sentirse a gusto desde el principio. Él imaginó que así era como la mayoría de las personas se sentían al llegar a casa. Dejando caer su mano, Winslow parpadeó arriba hacia él. —Guau. Creo que eso es mucho más de lo que siquiera te he escuchado decir al mismo tiempo. —Sí, bueno, no te acostumbres a eso. No voy a empezar a querer tener una charla festiva regularmente ni nada por el estilo. —Ah. Y aquí estoy yo esperando que nosotros pudiéramos tener una fiesta de pijamas y trenzarnos mutuamente el cabello. —Win rebotó en sus talones, enganchando sus manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros colgando bajo—. No hombre. Tú puedes ir y trabajar en esa mierda fuerte y silenciosa. Alguien en este equipo tiene que ser más bueno escuchando que hablando. Beck sonrió, porque allí estaba otra vez, esa casual, completa aceptación que el equipo de Lunden’s Tavern arrojaba alrededor como si no fuera nada. Pero para él, eso era todo y él haría lo que fuera que pudiera para pagar por ella. Winslow sonrió de vuelta y ofreció su puño para un golpe. —Estamos bien hombre. Y era en serio lo del café. ¿Quieres? Hay un lugar dentro del terminal que es mortal.

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—No, gracias —dijo Beck—. Pero sigue adelante. Voy a quedarme aquí y esperar por todos los demás. Si nosotros también nos diseminamos nunca nos encontraremos unos a otros otra vez y creo que deberíamos hacer una rápida táctica antes de empezar a comprar. Con una onda y una sacudida de cabeza, Winslow se fundió entre la multitud y Beck volvió su atención a inspeccionar el mercado, comprobando por un vislumbre de sus otros compañeros de equipo. Posicionando cabeza y hombros sobre la mayor parte del mar de personas pululando alrededor de él, Beck cruzó sus brazos y trató de no notar la elusión que los otros compradores le dieron. Cuando se atrapó a sí mismo frunciendo el ceño y agachando su cabeza para dejar que su cabello largo hasta la barbilla se balanceara y ocultara su rostro, él metió sus manos en sus bolsillos y se movió fuera del tráfico caminante. El mercado era un motín de color y vida, agricultores orgánicos, hippies barbudos desaliñados en camisetas de tiras rasgadas frotando los hombros con las madres jóvenes en pantalones de yoga empujando cochecitos. Un ferri llegando sujetado en el muelle alrededor de la esquina posterior del edificio, descargando a un grupo de prometedores profesionales urbanos en trajes de corte ajustado en su camino desde sus hogares en los suburbios a sus trabajos en la ciudad. La temporada de cultivo de California del Norte se extendió hasta bien entrado noviembre y las mesas de los vendedores estaban apiladas altas con golosinas de final-de-verano, montículos de nectarinas calentadas-por-el-sol y opulentos globos de berenjena italiana de un brillante morado oscuro en sus cestas. El aire olía fascinante, lleno de la madura esencia de frutas y vegetales frescos, la rica tierra todavía pegada a ellos. La mente de Beck estaba condicionada ahora a ver el potencial en ingredientes como estos. Él deambuló cerca del puesto de un proveedor, donde una pizarra en un caballete soportaba unos sorprendentemente y detallados dibujos de Chanterelles y Maitakes3. Calculando mentalmente la carnosidad de las setas salteadas contra el delicado escabeche de unas vieiras doradas rápidamente y a fuego muy vivo, Beck se desplazó a través de los acompañamientos posibles.

Chanterelles y Maitakes: Hongos comestibles, el primero que es de color amarillo y naranja, con forma de trompeta y el segundo más grande de color marrón grisáceo nativo de Japón. 3

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¿Una salsa de mantequilla de jengibre? O tal vez algo con más acidez, como una mantequilla dorada y vinagreta de limón. Puso un dedo pensativo en la cesta rebosante de hongos marrón grisáceo, saboreando la arenilla de la tierra bajo sus dedos. —¿Cuándo empezaron a gustarte las setas?

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Capítulo 6 Traducido por Akanet Corregido por clau12345

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eck se paralizó con una mano extendida, la punta de su dedo roma y ancha presionada en la suave y redondeada cabeza de seda de un oscuro portobello.

El brillo frío de la luz del sol de la tarde reflejándose en la bahía de San Francisco blanqueó su visión durante un buen rato, o tal vez fue el golpe rápido en la cabeza al oír la dulce y brillante voz de Skye Gladwell directamente detrás de él. Girando la cara para enfrentarla, Beck se armó de valor para una visión a la que estaba bastante seguro de que nunca se acostumbraría: Skye como mujer, no como niña. Su cabello era una nube de rizos rubios rojizos alrededor de su hermosa cara con forma de corazón, tan familiar y al mismo tiempo, tan cambiada. La cara que alguna vez había conocido mejor que la suya era ahora la cara de una extraña. Sin embargo, no necesitó de la familiaridad de años para leer la nota de burla en su tono informal. —Aprendí a disfrutar de un montón de cosas, durante los últimos diez años —le respondió Beck—. También aprendí a odiar un montón de cosas. No era difícil mantener su voz uniforme y calmada. Había tenido mucha práctica, en circunstancias mucho peores que permanecer de pie frente a la tienda de un vendedor de verduras, bajando la mirada hacia la primera persona que alguna vez había amado. Su esposa. Quién quería el divorcio. Menos mal que ya no la amaba, o eso probablemente dolería.

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La curiosidad se despertó en los ojos variables de azul a verde de Skye, los colores cambiando como las olas en el mar, pero no preguntó qué más había aprendido. Ella también había cambiado. Una rápida mirada fue suficiente para asimilarla de la cabeza a los dedos del pie. Claramente, Skye todavía prefería la comodidad sobre el estilo. Su falda gitana larga hasta el tobillo era del color de mezclilla, pero hecha de algo mucho más suave. Tenía una sudadera atada sin orden ni concierto alrededor de su cintura con curvas, arrugándose sobre el borde de su top suelto y fluido, exponiendo una tentadora pequeña porción de un vientre bronceado y liso. Se movió y la plata brilló en el sol, capturando sus ojos. Un anillo en el ombligo, su aturdida mente lo procesaba, incluso cuando su boca se secaba y su frecuencia cardíaca aumentaba hasta condiciones de combate. Un poco de disciplina mental, por favor. Obligando a su mente a apartarse de la imagen de sí mismo cayendo de rodillas y lamiendo esa nueva y burlona pequeña pieza de joyería y el cuerpo caliente, salado y dulce bajo ella, Beck estudió el resto de ella, asimilando los detalles que no había tenido tiempo de evaluar en el desafío de relevo del día anterior. Sus mejillas estaban rosadas, con más que la emoción -cualquiera que fuese- que la inundaba ante la vista del esposo que ya no quería, sus rizos dorado rojizo se escapaban del nudo en la parte superior de su cabeza en salvajes tirabuzones. El hecho era que tenía la sudadera por completo cuando había fácilmente unos veinticinco grados centígrados en el sol... —¿Acabas de llegar en el ferry? —preguntó casualmente y ni siquiera trató de impedirse disfrutar de la sorprendida dilatación de sus pupilas. —¿Cómo lo…? —Ella vaciló, mirando sobre su hombro a la gran nave de transporte todavía meciéndose suavemente en el agua. Balanceándose hacia su izquierda hizo que los brazaletes alrededor de sus muñecas sonaran como campanas—. Sí, me encontraré con mi equipo en el Barrio Chino. Espera un minuto. —Vuestro restaurante está en Berkeley. Ella levantó su barbilla—: Café Queenie Pie —dijo—. En la esquina de Shattuck y Bancroft. Beck dio un paso deliberado a su derecha, más para mostrarse que porque ella realmente impidiera su vista. Sí, había estado en lo correcto.

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Las letras de color naranja en el lado de la embarcación deletreaban "Golden Gate Ferry". —Ese barco no vino de Berkeley —dijo—. La línea Golden Gate hace el recorrido desde... Si su pequeña barbilla subiera más, ella estaría mirando directamente hacia las nubes. —Desde Sausalito —confirmó ella—. Eso es correcto. Estoy viviendo allí ahora. A pesar de la promesa personal de Beck de no tratar de predecir las reacciones emocionales, todavía estaba sorprendido por el repentino baño de decepción que lo empapó. Sausalito. La colonia pintoresca de artistas donde los radicales padres de espíritu libre de Skye vivían, pintaban, escribían diatribas políticas disfrazadas de obras de teatro y mantenían a su hija suavemente pero con firmeza asentada bajo sus zapatos vegetarianos. Skye había odiado Sausalito, había bailado en un salvaje y poco uniforme círculo alrededor de su primer, pequeño y apartamento de porquería, sobre una tienda de comestibles en el barrio chino, jurando que nunca volvería. Y ahora, aquí estaba ella, una residente de Sausalito, incluso cuando significaba una hora y media de viaje todas las mañanas y sus noches. Tal vez Skye no había cambiado tanto como él pensaba, si aún estaba viviendo su vida para complacer a sus padres. *** Diosa de las estrellas, ¿podría esto volverse peor? Sintiendo el cosquilleo de su estúpido cabello rojo encrespándose alrededor de su cara, Skye impacientemente pasó sus manos sobre su cabeza y metió lo que pudo de vuelta en la banda de goma asegurando su moño. Ella fue arrastrada por el viento, agotada por el viaje a casa desde Chicago, enojada por la derrota de ayer, estresada después de hacerle frente a sus padres con cerca de tres horas de sueño y ahora esto. Henry Beck, aquí de pie ante ella, en la enorme, guapa, y crítica forma en carne y hueso. Lucía... grande. ¿Siempre había sido tan alto? ¿Tan amplio de hombros? El gris de su camiseta de algodón estirada tensa sobre su pecho, sus bíceps tensionando las

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mangas. El holgado ajuste de sus pantalones no hacía nada para ocultar la delgadez de sus caderas o la fuerza de los muslos. Y ella podría no tener una buena vista de ello en este momento, pero Skye podía elaborar una imagen mental de su delicioso trasero apretado y musculoso con sólo cerrar sus ojos. Sin embargo, él era más fuerte que en sus recuerdos, en muchas maneras. Había arrugas en su rostro anguloso, arruguitas al lado de sus oscuros ojos que no habían estado allí hace diez años. Probablemente por entrecerrar sus ojos en el sol abrasador reflejándose en un océano en el otro lado del mundo. Los ojos de Henry, tan marrones oscuros que eran casi negros, siempre habían sido impenetrables. Imposibles de leer, a menos que él quisiera dejarte entrar en lo qué estaba pensando. Lo cuál era casi nunca, con la mayoría de la gente, pero Skye solía tener un pase de acceso completo al funcionamiento interno del cerebro de Henry Beck. Ya no era así. Ella tenía que recordar que ya no era su Henry, era Beck. La primera vez que lo había visto de nuevo, en esa cocina de la competición en el Gold Coast Arms Hotel de Chicago, casi había sido aspirada directamente en el agujero negro de esos profundos ojos oscuros. Había tartamudeado y balbuceado, tropezando con ella misma y actuado como una completa tonta. Como era habitual. Mientras que Henry, no, Beck, se había quedado de pie y observado, tan tranquilo e impasible como si nunca se hubieran conocido. Nunca se hubieran reído juntos. Nunca se hubieran besado. Nunca hubieran prometido estar allí el uno para el otro, sin importar qué. Como si él nunca la hubiera abandonado, dejándola sola en su apartamento estudio con nada más que un cheque que cubría el alquiler del siguiente mes, una tarjeta de seguro nueva y brillante y un bebé en camino. Tragándose la familiar y agobiante oleada de pena, Skye se recordó que ya no necesitaba de Henry Beck y su salario de marino y beneficios para arreglárselas. Y ella tenía la prueba viviente y respirante de que él no era el único hombre en el mundo que alguna vez se animaría a cuidar de ella. Trayendo una imagen de Jeremiah, con su cabello rubio oscuro y chispeantes ojos verdes a la parte delantera de su mente, se calmó considerablemente.

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Manteniendo su cabeza lo suficientemente alta como para poner un calambre en su cuello, Skye se dijo que no le importaba un comino lo que Beck pensara acerca de su situación de vivienda. Él había renunciado al derecho de comentar respecto a eso hacía una década. —Así, ¿cómo están tus padres, de todos modos? Fue increíble lo rápido que eso volvió a ella, ese viejo sentido de precaución cuando el tema de su familia surgía con Beck. —Están bien —dijo ella—. Peter tiene una nueva obra en el Royal y Annika está experimentando con plásticos. Ya sabes, lo de siempre. Él asintió con la cabeza y eso fue todo. Incómodo silencio cayó sobre ellos como una manta, amortiguando los sonidos del mercado. Por más o menos la primera vez en su vida, Skye deseaba llevar un reloj, para poder comprobarlo y tener una excusa para salir de esta horrible conversación. Si se quedaba aquí por mucho más tiempo, estaría en grave peligro de dejar a Beck ver todo lo que esperaba mantener oculto, es decir, que le había arrancado el corazón cuando se fue y nunca había conseguido recuperarlo. —Parece que nada ha cambiado. Su voz era plana y pesada con el peso de un centenar de argumentos, pero incluso a través de la impasibilidad, Skye podía escuchar su desprecio. —No es cierto —respondió ella, sacudiendo la cabeza en otro intento de sacar de su boca el cabello azotado por el viento—. Soy diez años más vieja, diez años más sabia, con diez años de experiencia en restaurantes a cuestas. Y no importa cuál sea nuestra historia, voy a limpiar el suelo contigo en esta competición. Los arcos negros de sus cejas se dispararon hacia el nacimiento de su cabello. —Has cambiado. No solías ser tan directa. O tan competitiva. Sí, bueno, no solía ser responsable del sustento de un equipo completo, por no mencionar a mis padres. Y no solía saber que había alguna manera de ser feliz sin ti. Pero todo lo que dijo fue—: Acostúmbrate a ello. Estamos casi en las finales, Beck —incapaz de evitar la ola de entusiasmo que se estrellaba sobre su cabeza cuando pensaba en ello, Skye sonrió—. Quiero decir, ¿puedes creerlo? Comenzamos compitiendo contra otros cuatro equipos y ahora sólo somos tu equipo, mi equipo...

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—Y ese imbécil, Ryan Larousse —gruñó Beck. La emoción de Skye se esfumó como la niebla en la bahía. —¿Puedes olvidar eso? La sorpresa borró la expresión neutra de la cara de Beck. —Él trató de hacerte caer cuando estabas cargando una olla llena de líquido hirviendo. Haciendo una mueca, Skye señaló—: ¡Sin embargo, se disculpó! Estoy segura de que simplemente no pensó bien en sus acciones. Él no quería hacerme daño en realidad, estaba tratando de sacarte de tus casillas. ¡Y tuvo éxito! La boca de Beck se endureció en una línea dura y recta. Era la mirada que le decía a Skye, sin palabras, que nada de lo que ella dijera iba a cambiar su opinión. —No voy a pedir disculpas por protegerte. Y Skye lo sintió de nuevo, esa extraña confusión, un conflicto de emociones que había pensado que habían quedado muy atrás de ella, el debilitamiento de la ternura condimentada con gratitud chocaba contra la tensa infelicidad enrollada en la causa de violencia en el mundo. No sólo generalizada, sino Violencia con V mayúscula, violencia hecha y arriesgada por este familiar extraño de pie frente a ella. Bueno, nada más. —No estoy pidiendo que te disculpes —dijo, arrastrando la calma en su pecho junto con una respiración de limpieza—. Porque sé que sería una pérdida de tiempo. Pero te estoy pidiendo que respetes mis deseos. Una vez que la ronda final de la competición del Rising Star Chef empiece, no importa lo que Ryan Larousse extorsione, te quedas fuera de ello. Soy una chica grande, Beck. Técnicamente podremos estar casados, pero eso es sólo papeleo. No eres mi esposo de ninguna manera que importe. Y ha pasado mucho tiempo desde que necesitaba un chico duro de la calle en mi esquina para pelear mis batallas por mí. Quise decir lo que dije ayer. Quiero ese divorcio, Beck. Su expresión de fría indiferencia nunca vaciló. —Sin argumentos de mi parte —dijo, sin ningún tipo de inflexión en absoluto y de repente la pequeña, vacilante, sin cerebro chispa de esperanza que Skye había albergado chocó con una rabia con la que pensaba que había llegado a un acuerdo hace mucho tiempo, encendiendo un fuego, escociendo y quemando en su pecho. —No, sin argumentos —sostuvo viciosamente—. Dios no quiera que debas mostrar suficientes emociones como para luchar por lo que quieres.

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—Pensé que odiabas la lucha —Beck arqueó una ceja—. Por lo menos, eso es lo que dijiste cuando me enlisté. —Lo que odiaba era estar sola en cada pelea. ¡Lo que odiaba era nunca saber cómo te sentías, acerca de nada! Odiaba... —Que me estuvieras dejando. Skye se contuvo antes de decirlo, respirando con dureza. Ahí estaba otra vez. Odio. No quería ser alguien que lanzara esa palabra a la ligera. Tratando de calmarse, dijo—: Esto no tiene sentido. Nunca lo entendiste, nunca siquiera lo intentaste, no vas a empezar a entenderlo ahora, después de diez años de diferencia. —¿Por qué quieres este divorcio? Quiero decir, ¿por qué ahora? —preguntó de repente—.Podrías haber traído esto a colación cuando estábamos en Chicago. Porque la semana pasada en Chicago, no había recibido ese críptico correo electrónico de Jeremiah, prometiéndole un nuevo futuro. El pánico zumbaba a través de ella. ¿Debería decirle la verdad a Beck? ¿Lo haría eso más dispuesto a darle lo que ella quería? De ninguna manera. Beck no obtendría nada más de ella de lo que ya había obtenido. —No entiendo por qué siquiera estamos teniendo esta discusión —evadió ella—. Estoy tratando de hacer más fácil para ti hacer lo que mejor sabes hacer. Alejarte. Sus palabras cayeron en la pausa entre ellos como el hielo en un vaso de agua. Cuando Beck volvió a hablar, su voz era peligrosamente suave y Skye se tensó por todas partes antes de que incluso hubiera registrado lo que estaba diciendo. —¿Sabes qué? No. Su boca se abrió. —¿No? ¿No, qué? ¿No al divorcio? ¡No vas a decir que no! —Y, sin embargo, aquí estoy, mi boca formando la palabra y... eh, sí, parece que mis cuerdas vocales están trabajando bien, porque no. Ah no. Olvídalo. La sorpresa le apretó la garganta hasta que fue ella la que luchaba por las palabras. —Pero tú... ¡tú me dejaste! Hace una década. —Un pensamiento se le ocurrió y lo golpeó con un dedo triunfal en su ancho y fuerte pecho—. ¡No necesito de tu consentimiento! Reclamaré abandono.

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Bajando la mirada hacia ella desde su gran estatura, Beck parecía avecinarse hasta que bloqueó el sol y el cielo y la multitud a su alrededor, hasta que fue casi como si estuvieran solos, las únicas dos personas en el planeta. —Un divorcio sin discusión sería mucho más rápido, mucho más simple. Apretando sus dientes hasta que su mandíbula dolió, dijo—: Pero si no me lo vas a dar... —Te diré qué —dijo Beck, con sus ojos oscuros ilegibles—. Vamos a jugar por ello. Skye jadeó de nuevo. —¿Cómo dices? —Estoy asumiendo que nuestros dos equipos llegarán hasta la ronda final, ese imbécil de Larousse es un poni de un solo truco que ya ha presentado toda su interpretación. Así que será vencido para un encuentro de Oriente contra Oeste, en la final. —Beck cruzó sus brazos por encima de su enorme pecho—. Si tu equipo gana, te daré tu divorcio sin culpas, sin condiciones, sin complicaciones. Los pensamientos de Skye se dispersaron como un cubo de palillos tirados al suelo. Buscando a tientas una respuesta racional, se las arregló para decir—: ¿Y qué consigues si ganas? Se encogió de hombros. —Todavía te daré el divorcio, pero quiero algo a cambio. Entrecerrando la mirada en su impasible rostro, dijo—: ¿Algo cómo qué? Una chispa encendió el fondo de sus ojos marrón oscuro, enviando un escalofrío demasiado familiar en línea recta por la columna vertebral de Skye. Beck se inclinó hacia adelante hasta que su frente casi se apoyó en la de ella, su presencia cálida y abrumadora. —Una última noche contigo.

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Capítulo 7 Traducido por Lizzie Corregido por clau12345

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kye le dio una mirada desorbitada. No podía hablar en serio —¡No puedes hablar en serio! Beck se enderezó en toda su impresionante altura.

—¿Por qué no? Si no recuerdo mal, el sexo nunca fue uno de nuestros problemas. ¿Por qué no disfrutar de una última noche, por los viejos tiempos, antes de sacarnos el uno al otro de nuestras vidas para siempre? Porque tengo novio, pensó Skye frenéticamente. Pero ahora, más que nunca, no podía decirle eso. Ella conocía a Beck. En este estado de ánimo, obstinadamente haría lo contrario de lo que fuera que Skye quisiera, sólo para demostrar que podía. Ella entendía de donde venía ese impulso, pero eso no lo hacía más fácil de tratar. —Porque nos estamos divorciando —trató, en lugar de la verdad—. Y prefiero tener un corte limpio. —Entonces mejo planea ganar la RSC. —No he aceptado esta estúpida apuesta —le recordó Skye. —Lo harás —dijo de esa manera sencilla y sin el ego del que siempre consigue lo que quiere. Él no estaba siendo realmente arrogante o dominante. Sólo estaba diciendo como lo veía. Y la peor parte era, que casi siempre tenía razón. —Estarás de acuerdo —continuó—, porque de cualquier manera, consigues lo que quieres. Es un buen trato y tú eres demasiado inteligente para no tomarlo... a menos que no creas que tu equipo nos pueda ganar.

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—Dios mío eres desesperante —dijo Skye, sacudiendo la cabeza. No era como si no pudiera ver lo que él estaba haciendo desafiándola, despertando sus instintos competitivos y trayéndolos a las negociaciones, pero aun así. Estaba funcionando. Tomó un último intento de sacarlos a los dos de eso. —¿Realmente vas a hacer una apuesta basada en las habilidades de otra persona? Él frunció el ceño. —No te sigo. —Por lo que he visto, si el equipo de la Costa Este logra llegar a la final, lo más probable es que Max o Jules entren en esa prueba final de cocina. No tú. Un rayo de esperanza brilló a través de ella. Definitivamente lo tenía, Jules Cavanaugh era la líder del equipo de la Costa del Este y entre todos los del equipo, Max tenía la mayor experiencia de la competición. Cualquiera de ellos era una opción más probable que Beck. —Por supuesto que no seré yo. —El impasible rechazo de Beck mató la última esperanza de Skye como una mano apretando un interruptor de luz. —Hace menos de un año que estoy contratado en la taberna de Lunden. Yo no soy el tipo. No importa, somos un equipo. Su victoria es mi victoria. —Así que... —Skye dudó un poco, teniendo dificultades para conciliar al jugador de equipo en frente de ella con el solitario y ferozmente independiente con el que se había casado—. ¿Confías el resultado de nuestra apuesta a la cocina de otra persona? Sus ojos se alejaron de ella, fijándose en algo en la distancia a lo largo de la bahía, o tal vez en algo más profundo, que sólo Beck podía ver. —Aprendí a funcionar como parte de un equipo hace mucho tiempo. Todo se reduce a la confianza. Mi equipo sabe que los respaldo. Y yo sé que ellos me respaldan a mí. Vamos a ganar. Él se concentró en su cara, esta vez con una intensidad que chamuscó los nervios de Skye como una sacudida de un cable de alta tensión. —Y cuando lo hagamos, serás mía otra vez por una última noche antes de dejarte ir.

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La garganta de Skye se cerró más fuerte que un puño, mientras todo en la parte baja de su cuerpo se puso tenso y líquido con una ráfaga repentina de deseo no bienvenida. ¿Podía realmente arriesgarse a esto? Sus instintos de auto conservación estaban gritando que lo dejara, pero era tan terriblemente fácil de racionalizar el aceptarlo. Después de todo, como él había dicho, de cualquier manera conseguiría su divorcio. Y realmente creía que su equipo podía vencer a cualquier otro grupo de chefs ahí afuera. Además, le susurró una vocecita interior, ¿no quieres averiguar si en realidad que Beck te toque hace honor a tus recuerdos? Las oportunidades estaban, los recuerdos eran salvajemente exagerados. ¿Quién sabía? Si perdía, podría descubrir que no respondía a Henry Beck más de lo que lo hacía a Jeremiah. Hablaban de una situación ganar/ganar. —Bueno, está bien. Acepto la apuesta. Con una condición. Él arqueó una ceja, como si no estuviera convencido de que estuviera en posición de hacer demandas, pero dijo—: Adelante. —Esto queda entre nosotros. Nada de charlas en el vestuario con el resto de tu equipo, ni de chismes. La última cosa que Skye necesitaba conseguir finalmente era un divorcio tranquilo, rapidito, sólo para tener a Jeremiah escuchando al respecto si se las arreglaba para presentarse a ver la final como le había prometido. Ya era bastante malo que todo el mundo en la competición supiera que ella y Beck aún estaban casados, después del humillante espectáculo de la ceremonia pública en Chicago. Ella sólo podía agradecer a sus estrellas la suerte que Eva Jansen hubiera pateado a los equipos de cámara de vuelta a Los Ángeles. Lo último que necesitaba Skye era tener los detalles de su estado civil emitiéndose a través de las ondas. —De acuerdo —dijo Beck, suavizando la satisfacción de su voz con un gruñido. Él le dio una de sus raras sonrisas y Skye quedó consternada por lo mucho que todavía iluminaba su interior el ver su austero y sombrío rostro en una expresión de felicidad. Aunque esta vez, su felicidad envió un rayo de miedo directamente a través de su pecho. ¿En qué se había metido?

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*** Beck confiaba en sus instintos. Había tenido que empezar a confiar en ellos cuando era apenas un niño y lo habían mantenido con vida todo este tiempo. Él no creía que esos instintos lo hubieran llevado alguna vez a hacer una locura como esta, pero mientras miraba hacia abajo a Skye Gladwel, sus suaves mejillas sonrosadas, su determinada barbilla y sus brillantes ojos azules, no podía arrepentirse. Pudo, sin embargo, ignorar la voz interior que le sugería que podía haber planteado la apuesta simplemente porque había más que un simple concurso gastronómico y una química sexual entre él y su ex esposa. Por suerte, no tuvo mucho tiempo para pensar acerca de qué otras razones podría tener para no querer simplemente darle el divorcio a Skye, porque escuchó una voz gritando su nombre por encima del estruendo de la multitud del mercado de agricultores. Beck se volvió y levantó una mano en señal de saludo, buscando en el mar de cuerpos en movimiento las familiares cabezas de sus compañeros de equipo, como manchas a la entrada de la explanada de la cubierta del Edificio Ferry. Beck miró hacia atrás para decir adiós a Skye, sólo para descubrir que ya había desaparecido. Él no podía dejar de escanear la multitud una vez más, esta vez por una pequeña mujer de cabello rubio-rojizo, pero ella se había derretido en la corriente del tránsito peatonal arremolinándose a la perfección como si hubiera recibido un entrenamiento en invisibilidad. Beck se dirigió hacia sus compañeros de equipo frunciéndole el ceño a la marea de gente que se apresuraba a salir de su camino como si pensara que podría armar un alboroto y comenzar a romper cráneos si no dejaban espacio para él. Había una extraña sensación de vacío en su pecho. No le gustaba. Frotando su esternón, Beck alcanzó a Jules, Max y Danny mientras Jules levantaba su teléfono y decía: —Oh, llego un mensaje de texto de Win mientras estaba al teléfono. Está dentro del stand del Café La Botella Azul. Vamos a recogerlo y luego tendremos una reunión acerca de lo que cada uno planea cocinar para el desafío.

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Mientras Beck seguía a todos los demás al fresco interior del Edificio Ferry, registró vagamente el tono preocupado de Max mientras interrogaba a Jules sobre la llamada telefónica de vuelta a casa en Nueva York. La mayor parte de la atención de Beck estaba en su entorno. El Edificio Ferry no se veía así cuando Beck vivía en Oakland. A pesar de su alto techo abovedado y claraboyas, se sentía oscuro después de que salieran del resplandor del agua. Ajustándose automáticamente a la disminución de visibilidad, Beck apenas escuchaba cómo el resto de su equipo conversaba animadamente sobre los productos que habían visto y los platos que querían hacer. Las palabras de su propio desafío seguían repitiéndose a sí mismas una y otra vez en la cabeza de Beck. Un plato que resume tu estilo de cocinar, lo que eres como chef... Entonces, ¿quién eres tú, Henry Beck? Esa era una pregunta que había evitado responder durante mucho tiempo. Él sabía lo que podía lograr. Tenía absoluta confianza en su propia habilidad para sobrevivir, para vencer, para tener éxito. La Marina le había dado eso y durante mucho tiempo, había sido suficiente. —Voy a hacer ramen4 —anunció Max—. Con un huevo Sous-Vide de pato5 y panceta de cerdo a la barbacoa. Es la mezcla perfecta de las antiguas tradiciones y técnicas vanguardistas e ingredientes. —Entonces, eso es perfecto para ti —dijo Jules, apretándole el brazo con una íntima sonrisa—. Estoy pensando en Filetes con patatas fritas, haciendo mis propias hojuelas de patatas fritas, una especie de crema fresca de rábano picante. Tal vez hacer carne cruda, como un tártar o un carpaccio. Aun no lo he decidido. —Hablando de perfección tú. —Se rió su mejor amiga, Danny. —Papá reventaría como un grano de maíz, estaría muy orgulloso. Danny y Max eran hermanos y su padre, Gus, el propietario de la Taberna de Lunden, donde todo el equipo de la Costa Este trabajaba. Jules era la chef Ramen: Es un plato japonés de fideos en caldo, a menudo adornado con pequeños trozos de carne y verduras. 4

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Huevo Sous-Vide de pato: Huevo de pato cocinado al vacío.

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ejecutiva de Lunden y había estado trabajando allí desde su adolescencia. A ella le gustaba decir que la familia Lunden le enseñó todo lo que sabía acerca de la vida, el amor, la familia y la carne roja. Beck se preguntaba cómo sería eso, ser tan aceptado en la familia de otro que honestamente pensaba en ti como uno de ellos. Habiendo transitado por el sistema de adopciones durante su crianza, Beck había visto un montón de familias interactuando con niños que realmente no les pertenecían y hasta que había conocido a Jules y el clan Lunden, habría jurado que esa clase de aceptación incondicional no era posible. Sin duda no lo había sido para él. Danny, el chef pastelero del equipo, estaba trabajando sobre alguna creación con fruta que quería probar, utilizando algunos de los productos frescos de granja que los vendedores estaban vendiendo fuera y Beck se obligó a sintonizar de nuevo en la sesión de estrategia justo cuando Winslow apareció a su lado, sosteniendo dos vasos de papel blanco, humeando un fragante vapor. —Aquí, hombre —dijo Winslow, ofreciéndole uno de los cafés—. Te traje algo. —Gracias. —Beck se sorprendió y lo cubrió buscando su cartera en su bolsillo trasero—. ¿Cuánto te debo? —Nada, nada, va por mi cuenta. —Winslow sonrió con su brillante sonrisa de ciento cincuenta voltios, pero realmente no alcanzó sus ojos de color verde claro. Beck contuvo un suspiro, sabiendo que Winslow aún se culpaba por el papel que había jugado en la instigación de la gran confrontación con Skye, allá en Chicago. Beck tendría que encontrar la manera de hacerle saber al chico que no era gran cosa, pero ahora no era el momento. Necesitaban centrarse en el próximo desafío. —Así que ¿qué estás pensando hacer? —preguntó Jules a Winslow, la curiosidad iluminando sus ojos de marrones a ámbar. —Oh, ya sabes —dijo Win vagamente—. Una ensalada, tal vez. Para completar la comida. Soy genial rellenando, con cualesquiera que sean las necesidades del menú. Un ligero ceño arrugó la frente de Jules. —No estoy segura de que sea el objetivo del desafío —le recordó suavemente—. Ellos quieren que lleguemos con un plato de firma. Básicamente, tu plato.

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—Por eso, soy la ensalada. —Winslow se encogió de hombros, evitando la mirada de todos mientras tomaba un sorbo de su café—. O una agradable sopa de verduras, algo ligero, brillante y lleno de sabor. Igual que yo. Sonrió de nuevo y esta vez se le iluminó toda la cara. —Bueno, supongo que voy hacer una sopa. ¿Qué es lo que Beckster tiene planeado? Los ojos de todos se volvieron a Beck, quien se paralizó por un instante antes de desbloquear sus músculos y levantar su café a la boca, entreteniéndose. —Voy hacer pescado —dijo cuando tragó el caliente, increíblemente profundo e intenso café. Inclinando el vaso hacía Win en silencio reconoció la grandeza de la bebida. Dios, extrañaba el café de la Costa Oeste. —Bueno, sabemos eso —dijo Jules con una sonrisa. Beck podía prácticamente escucharla poner los ojos en blanco por su voz—. Sin embargo, “pescado” cubre una amplio territorio. —¿Cuál es tu plato de estrella? —preguntó Max amablemente—. El que has cocinado para la mayoría de personas u obtenido la mayoría de las solicitudes. ¿El plato más solicitado de Beck? Eso tenía que ser el linguine6 con salsa de almejas que había limpiado después de abrir un frasco de almejas en conserva frente a la intendencia de otro barco cuando el submarino salió a la superficie cerca de Grecia. Los chicos se habían hartado de pasta, resbaladiza con la salsa salada de limón y las almejas satisfactoriamente masticables, hasta que habían podido devorar todas y cada una. Por lo menos un año después, siempre que Beck tomaba pedidos antes de salir a Libo por forraje para contrabando y raciones extra, conseguía que al menos un par de marineros recordaran la salsa de almejas y la pidieran de nuevo. Pero, esta era la competición Rising Star Chef, se recordó a sí mismo, sacudiendo el pasado. Él no iba a emplear una lata de almejas robada, abrirla y descargarla sobre algunos fideos.

Linguine: es un tipo de pasta aplastado similar al spaghetti originario de Campania, región de Italia. 6

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Los jueces no iban a ser tan fáciles de complacer como un grupo de marineros que habían estado encerrados en un submarino durante cinco meses sin interrupción. —No lo he decidido aún —dijo Beck con calma, consciente de que estaba proyectando fuera suficientes malas vibraciones para impulsar a todos a su alrededor un paso atrás. Sin embargo, sus compañeros de equipo, por amor de Dios, no se dejaban intimidar fácilmente. —Suena bien —dijo Danny, dándole una palmada en el hombro—. Camina un poco, ve lo que se ve bien y fresco. Ese también es mi plan. Todo el mundo asintió con la cabeza, al parecer estaban acostumbrados a que Beck no hablara o contribuyera mucho. Ajustando la mandíbula, Beck trató de no odiarse a sí mismo. Había salido con algo para cocinar y todo estaría bien. Pero mientras el resto de su equipo se alejaba, emparejándose naturalmente, mientras iban en busca de sus ingredientes, no podía dejar de sentirse solo. Lo cuál era estúpido, ¿verdad? Porque estar solo era exactamente lo que a él le gustaba. ¿Cierto? Mientras recorría la parte trasera de lo que parecía una tienda de comestibles de alta gama, encontró los mariscos escondidos en la parte posterior de la Plaza del Ferry. Se veía como un restaurante informal, pero por el mostrador había una vitrina de cristal llena de maravillosos mariscos y Beck se encontró mirando persistentemente al montón de almejas frescas, sin abrir, en forma de montículo sobre el hielo picado. Junto a los relucientes filetes de un profundo naranja, capturados en la salvaje naturaleza del salmón de Alaska, las almejas se veían pequeñas y sucias, pálidas y sin pretensiones y de ninguna manera impresionantes. Pero cuando la joven con el piercing en el tabique y el cabello rosa se acercó para tomar su orden, Beck no pudo evitar añadir unos pocos gramos de almejas al lado de los salmones. Abrir las puertas al pasado no era tan sencillo como parecía, se dio cuenta, mientras trataba de contener la marea de recuerdos.

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Bueno, está bien. Tal vez los recuerdos serían su fuente de inspiración. Él esperaba que sí, porque a partir de ahora, no tenía idea de lo que iba a preparar para los jueces mañana.

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Capítulo 8 Traducido por gaby 828 Corregido por katty3

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a tenue luz del amanecer se filtró en la cocina de la competición desde un conjunto de estrechas ventanas altas en la pared de azulejos blancos. Claire agarró el portapapeles y deseó fervientemente haber traído un subordinado para mandarlo por café.

Pero no. La revista se ajustaba en los plazos y el personal, la manera que se veían estos días los medios de comunicación impresos, y no había nadie de sobra para hacer un trabajo tan frívolo como seguir al editor en jefe por todos lados y asegurarse que no entrara en una crisis nerviosa. No es que Claire estuviera cerca de eso. Todo lo que tenía que hacer antes de que los chef concursantes llegaran a las nueve en punto consistía en inspeccionar la cocina, comprobar la lista de productos, proteínas y otros productos, y asegurarse de que el área asignada a cada equipo estuviera totalmente equipada con todas las herramientas necesarias para el reto. De cualquier manera, nada de eso era difícil, pero de alguna manera, sans7 café, se sentía como una tarea enorme. Tal vez porque apenas había dormido la noche anterior. Tomando un respiro fortificante de silencio y tranquilidad, la calma antes de que el caos de la cocina estallara en la sala en unas pocas cortas horas, Claire mentalmente se subió los delgados y ajustados pantalones de brezo gris y deseó la chaqueta a juego de mangas largas. Las mangas de pulsera 8 podrían estar a la

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Sans: Palabra francesa que significa sin

Mangas de pulsera: Es una manga larga que llega hasta debajo del codo y acaba justo encima de la muñeca. 8

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moda y por venir, pero en el frío del híper aire acondicionado de la cocina antes de cocinar, podía sentir sus dientes a punto de comenzar a castañear. El estallido de la apertura de una puerta resonó en su cabeza privada de cafeína; por un instante vaciló antes de registrar quien estaba en la puerta, parpadeando, desconcertado. Kane Slater. Inmediatamente, Claire sintió un sonrojo calentar todo su cuerpo. Si era la conciencia sexual, (probablemente) o la ira frustrada, (lo más probable) no podía decirlo. Lo único que sabía era que ella ya no estaba tiritando de frio. —No sabía que hubiera alguien aquí —dijo, introduciendo incómodamente sus manos en los bolsillos de sus ajustados jeans, de color azul oscuro. —No sabía que alguna vez te levantaras de tu cama antes del mediodía —replicó Claire sin pensar. Y luego, por supuesto, todo lo que podía pensar era en la visión de él en su cama, la magnífica, desgarbado, de alguna manera elegante expansión de él mientras tomaba cada centímetro de él en el colchón y enredando las sabanas alrededor de sus jóvenes miembros. —Si, bueno, desearía estar todavía en cama. Devolviéndose a si misma de nuevo en el presente, Claire frunció los labios y se alejó de la demasiado “tentadora” visión de él mientras permanecía de pie ante ella, con sus soñolientos y oscuros ojos. Lucía, como de costumbre, como si hubiera rodado de la cama y tirado de la ropa más cercana a su cuerpo esta mañana, pantalones vaqueros desgastados y una camiseta blanca con cuello en “V” muy suave y fina por el lavado que resultaba indecente, y sin embargo, él hacía parecer el conjunto atemporal. Clásico. Sexy, sin pretenderlo, de una manera muy natural. Sin embargo, la parte de ella que había sostenido a ese hombre en sus brazos y tranquilizado con una tierna mano por la espalda temblando después de una hora explosiva de amor, no podía dejar de notar que él parecía estar exhausto. Incluso la gruesa montura de las gafas negras de moda, que sólo usaba cuando estaba con resaca o tratando de ir de incógnito, no podían ocultar las profundas ojeras de color púrpura, como moretones en sus ojos azules. La mayor parte de Claire sintió una viciosa satisfacción al respecto. Si ella no podía dormir… ¿Por qué él debería ser capaz? pero la pequeña, tierna parte de ella, la parte que no le importaba que Kane hubiera traicionado su confianza y la

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redujera a una expresión externa de su ego masculino, de alguna manera tenía el control de su lengua. —¿Qué sucede? ¿No puedes dormir? Sus delgados pero fuertes hombros, siempre un poco desgarbados de esa manera casual Americana, se enderezaron como si alguien hubiera tirado una cuerda atada a la parte superior de su desaliñada cabeza, rubio oscuro. —No, no. Estoy bien. Sólo… trabajando en un concepto nuevo para el álbum. Cuando la inspiración golpea, tengo que ir con ella. Sabes como es. Claire lo sabía. Más de una vez, se había despertado sobre la suave marca de un lápiz y el aleteo de páginas descartadas de una composición sobre la cama. Armándose de valor en contra de la memoria, dijo: —Dile a la inspiración que se espere hasta que la RSC termine. Durante las próximas semanas, necesitarás descansar, y yo… nosotros, digo, necesitamos toda tu atención. Las mejillas le estaban ardiendo por lo que se deslizó de su lengua, Claire caminó rápidamente lejos de él, con el objetivo de ocultarse en la cámara frigorífica—. Así que también puedes volver a tu habitación —dijo sobre su hombro. —Anotado. Pero no hay manera de que pueda volver a dormir. Y desde ya que estoy despierto y todo, me gustaría ayudar con cualquier cosa que estés haciendo. Merde. Kane se mantenía a la par con ella, su casual caminar, deambulando de una manera que cubría tanto terreno como el staccato de marzo de Claire. Maldita sea su vanidad por exigir que use esos tacones Yves Saint Laurent ridículamente altos. —Estoy haciendo un balance de las provisiones para el reto —le dijo. Pero antes de que pudiera explicar que realmente era un trabajo de una sola persona y que no necesitaba ninguna ayuda, diciéndole merci beaucoup 9 Kane frunció el ceño y dijo: —¿No es ese el trabajo de Eva? Descarrilada, Claire se detuvo con la mano en el pomo del refrigerador comercial y lo miró. 9

Merci beaucoup: muchas gracias.

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—Sí, técnicamente. Eva o uno de sus secuaces por lo general se encargan de esto. Pero con todo el trabajo extra de poner a Devon Sparks de nuevo en su papel y lidiar con las consecuencias de cancelar el contrato televisivo, le dije que ayudaría. La suavidad de sus ojos hizo eco en su voz. —Eres una buena amiga para ella, Claire. Incómoda con el sentimiento, Claire frunció el ceño y volvió a intentar abrir la nevera. ¿Qué en el nombre del cielo estaba mal con esa puerta? —Eso no tiene nada que ver con nada. Soy una profesional, mi nombre de publicación está en esta competición, así que hay que ir. Es mi trabajo asegurarme que funciona sin problemas. —No me vengas con esa mierda. Tu trabajo significa mucho para ti, lo sé, pero eso no significa todo. —Parecía inexplicablemente feroz, pero había una nota de incertidumbre, una necesidad de confirmación, que la tenía lista para girarse y enfrentarse a él cuándo la calidez de Kane, sus agiles dedos cubrieron los de ella sobre el pomo de la puerta, sosteniéndola en su lugar. Reconocería esa mano en donde fuera, Claire se encontró a si misma pensando cosas sin sentido en la oscuridad, en sus sueños. Donde sea. Los dedos de Kane eran largos y afilados, curiosamente callosos por las horas de arrancar las cuerdas de la guitarra, tocando el teclado del piano y el manejo de las baquetas. La forma que los había sentido correr por la parte posterior de sus muslos, presionando suavemente la parte interior de las rodillas, haciendo cosquillas por la pendiente de su cuello… Claire se estremeció, el calor la empapaba. La acción de alguna manera logró sacudir la manilla de la cámara frigorífica en el lugar exacto y con un toque en el revestimiento de goma sin quitar el sello, la puerta se abrió, forzándola a dar un paso atrás. Directamente en el círculo de los curtidos y musculosos brazos de Kane. —Oops —dijo, dejando caer sus manos inmediatamente y estabilizándola por sus hombros. —¿Qué? —Claire sacudió la cabeza y rebuscó por su compostura, que estaba en algún lugar en el suelo, con su balance y su habilidad para enlazar palabras. —Nada. No quería asustarte. —Dio un paso a su alrededor para inspeccionar la puerta, que era suave por dentro, un modelo viejo sin mecanismo de liberación de

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emergencia—. Guau, supongo que será mejor hacer una nota para mantener esta puerta apuntalada durante el desafío o vamos a terminar con alguien atrapado aquí dentro. Por primera vez en la vida, Claire no quería hablar de negocios. Dejando caer su portapapeles en el suelo con un ruido, puso sus manos en sus caderas y se enfrentó al hombre más confuso con el que jamás se había acostado. —Tenemos que aclarar el aire. —¿Ah, si? Pensaba que pensabas que había sido perfectamente aclarado. —Sus cejas doradas y arqueadas hacia arriba en lo que parecía auténtica sorpresa. Había pasado una semana desde que ella se acercó a la cocina de la competición en un hotel en Chicago para escuchar a su actual amante y su ex amante peleando sobre ella, como dos perros que ladran por un hueso y desde ese momento, apenas dormía más de cuatro horas de un tirón. Hace una semana, decidió que si Kane y Theo iban a tratarla como una mercancía con la que se negocia, entonces no estaría con ninguno de los dos y había dejado su posición muy clara. Hace una semana, había cerrado la puerta a su relación con Kane Slater… pero su pie se había metido en la apertura y se negó obstinadamente a dejar que se cerrara completamente. Y durante siete largos días y noches, Claire había fingido que ninguna parte de ella estaba furtivamente e intensamente feliz por su persistencia. No es que alguna parte de su persistencia incluyera una disculpa. Lanzó sus manos al aire, vagamente consciente de que se comportaba como una verdulera Marsellesa pero incapaz de contenerse. —Bien. Tienes razón. No hay nada más que decir. —Espera. Yo si tengo algo que decirte. —La determinación latía a través de la voz musical, y rica de Kane, añadiendo una capa de grava en bruto, que se esparció por la espalda de Claire como un toque. Kane ladeó la cabeza a un lado mientras la miraba, con el intenso interés, que siempre hacía a Claire querer retorcerse lejos de él y comprobar que en su cabello no hubieran crecido nuevas hebras grises. Dejando que la puerta del congelador se cerrara, ellos obviamente no iban a tener el inventario pronto, Kane apoyó sus estrechas caderas contra el acero inoxidable y metió la parte trasera de sus manos en el bolsillo delanteros. Parecía un artista

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pop de los jóvenes americanos, el frio e inmortal James Dean, un Bruce Springsteen. Y, sin embargo, era tan enfáticamente el mismo, que ninguna comparación podía hacerle justicia. Dios, como lo deseaba. —Sé que quieres que diga que lo siento, Claire. Pero no lo hago. Ella se puso rígida, cada musculo se tensó. —No. Deduje que no te arrepentías de nada por la forma en que seguiste hostigando a Theo, comprometidos en alguna ridícula batalla machista y ególatra que… en este punto… nada tiene que ver conmigo. Él se rió suavemente, pero no había alegría en ello. —No te engañes, Claire. Tiene todo que ver contigo. Una vez, hace muchos años, Claire había permitido a una adolescente, Eva Jansen tomarle el pelo para que acompañara a la niña al parque de atracciones de Coney Island. No fue tan vil como Claire había previsto, de hecho, el recuerdo de su primer perrito caliente de Coney Island le había inspirado un galardonado de salchichas en el Délicieux, pero toda la experiencia había sido desfigurada por un paseo. El Tilt-a-Whirl10. Como su nombre lo sugiere, había consistido en lo contrario a sensato, gente racional atada a un artefacto de metal chirriante que se inclinaba en alarmantes ángulos y giraba a través del aire. El mundo se había convertido en un borrón de nausea, vértigo, e ira hacia todo el universo por haber inventado un pasatiempo tan ridículo. Claire podía cerrar los ojos e imaginar que en esos momentos sentía la barra de hierro conteniéndola por su parte media. Las emociones que la inundaban eran idénticas. —Te equivocas en otra cosa también. La desafiante inclinación de la barbilla de Kane la sacó de sus cavilaciones.

Tilt-a-Whirl: juego que consiste en encerrar al participante en una canasta, organizada en forma de ruleta con otras, girando a gran velocidad. 10

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—¿Qué? —Hay algo que lamento. Claire inhaló, volvió al punto de esa conversación con una sacudida desagradable. —Por supuesto. Al hecho de que escuchara tu conversación por casualidad. —Nop. Lamento que sólo hayas escuchado la mitad. —Escuché lo suficiente —le dijo Claire, pero incluso ella podía escuchar la confusión en su voz. Reafirmando el tono, dijo—: Fue suficiente el momento en que escuché a Theo y a ti discutir mi afecto, como si fuera un premio a ganar. Pero Kane negó con la cabeza. —Sí, pero perdiste toda la conversación. Te lo prometo, no pasó de cero a modo “macho” en segundos. ¿Quieres saber que dije cuando Theo lo mencionó primero, cuando me dijo que debería renunciar a ti, por tu propio bien? —Espera, ¿así es como comenzó la conversación? —Sip. Y le dije que se fuera a volar, porque ninguno de nosotros podría hacer mejor elección para ti que la que puedes hacer tú misma. Claire sintió sus rodillas tambalearse precariamente. Como si leyera el shock en su cara, Kane extendió sus manos y se encogió de hombros en un gesto autocrítico. —Hey —dijo Kane, sonriendo un poco—. No es accidental que tenga más fans mujeres que hombres. Y no es sólo porque soy apestosamente guapo. Tengo hermanas en casa, se cómo piensan las mujeres y sé qué las va a molestar más allá de lo creíble. Claire sacudió la cabeza para intentar aclararla. —Espera. Así que sabías que estaba mal y era irrespetuoso… ¿pero permitiste que Theo te hostigara, de todos modos? Porque de la manera que recuerdo al final de la conversación, no sonabas tan iluminado. —Me he hecho la misma pregunta los últimos días. Tragó saliva. —¿Y cómo te has contestado? Kane dejó escapar un suspiro frustrado. —Cuando Theo me retó por ti, cuando intentó convencerme que estarías mejor sin mí y que, si me importabas, daría un paso al costado… me volvió loco, Claire. No porque él estuviera diciendo nada

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nuevo, Dios sabe, he tenido esos mismos pensamientos, preguntándome si era justo pedirle a alguien como tú, con tu reputación profesional, entrar en la loca, flagrante pecera que es mi vida. Hizo una pausa, una mirada lejana en sus ojos, y Claire tuvo que cerrar sus dedos en un apretado puño para evitar alcanzarlo. Necesitaba, con cada fibra de su ser, escuchar lo que diría a continuación. —No —resopló Kane otra risita sin diversión—. Me molestó la insinuación de que no me preocupo por ti, pero creo que Theo lo tenía todo mal no, ni siquiera entonces. Y probablemente no lo hubiera dejado incitarme a una pelea, salvo que, de repente, había alguien delante de mí con quien podía luchar. Y se sintió bien. Claire estaba completamente perdida. Esa conversación no iba como lo había previsto. —¿A qué te refieres? La miró directamente a los ojos. —Me refiero a que, cuando le dije a Theo que pelearía por ti, en realidad estaba hablando contigo. Ella nunca lo había visto tan decidido, su determinación de acero desnuda y expuesta, con toda su máscara habitual de diversión perezosa y despreocupada alegría de vivir arrancada. Claire quería alejarse del sentimiento de propósito en su mirada directa, pero no había a donde ir. —No sabías que estaba allí —balbuceó. —Pero estabas en mi cabeza. —Clavándola con una mirada, dijo—: Durante días me has estado alejando… infiernos, semanas, desde antes de reunirnos. Me dejabas tener tu cuerpo, pero nunca me dejaste acercarme más profundo de la piel, y por un largo tiempo te dejé salirte con la tuya. Jugué a tu manera, incluso aunque apestaba y no hacía feliz, a ninguno de los dos, pero no ayudó. Aún me tenías a un brazo de distancia. Claire quería protestar, negarlo, pero eso significaría admitir que se le había metido debajo de la piel desde el principio. El miedo crudo se detuvo en su garganta como un corcho en una botella, y lo único que podía hacer era mirarlo. Claramente tomando su silencio como un acuerdo, Kane sonrió tristemente y fue. —Así que, cuando Theo me empujó, lo golpeé. Le dije lo que debí decirte a ti, que estoy listo para luchar por ti.

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Con el corazón golpeando en sus costillas, Claire apenas podía oír el torrente de sangre en sus oídos. Kane se quedó en silencio, su mirada clavada en la de ella. Todo lo que Claire quería decir chocó en su garganta, obstruyendo sus cuerdas vocales por la emoción. El silencio se extendió entre ellos, espeso con expectativas y promesas no dichas. Había tantas cosas que quería decirle, pero la simple idea de exponerse de esa manera hacía que su alma se redujera a una uva dejada al sol. Ella lo miró, muda con miseria, deseando que hubiera una manera de comunicar sus sentimientos telepáticamente, directamente a su cerebro, por lo que no tendría que abrirse. Y mientras estaba allí, luchando por superar décadas de limpia, sencilla, y balanceada vida sin emociones, la luz murió en los ojos de Kane, y se dio la vuelta. —Pero no es bueno si tú no vas a luchar por nosotros, también —dijo en voz baja, introduciendo sus manos en los bolsillos de sus jeans. Los músculos de sus delgados antebrazos, destacaban, duros y tensos—. Así que supongo que eso es todo. Theo se va, y voy a retroceder… ahora estás a salvo. Con esto, dio media vuelta y se marchó. Y Claire lo dejo ir. Su corazón volvió a liderar, pesado y fuerte en su pecho. Tuvo que trabajar para respirar a su alrededor, casi tan duro como ella estaba tratando de convencerse de que así tenía que ser. Eso era mejor que invertir más tiempo en emociones y en una relación que no podía, sólo, no podía durar. Estaba de pie en la cocina vacía y miró su portapapeles en el suelo, cada latido de su pesado corazón susurrando que había vivido uno de los estereotipos de sus feos compatriotas. En lugar salir y pelear por lo que quería… se había entregado a su propio miedo.

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Capítulo 9 Traducido por Akanet Corregido por katty3

—¿Q

ué quieres decir, con que quiere que juegues por ello?

Skye echó un rápido vistazo sobre el hombro para asegurarse de que nadie estaba lo suficientemente cerca, para oír antes de darle un codazo a Fiona y sisear. —¡Sh! ¿Podrías decirlo más bajo? Preferiría que el resto de los concursantes no estuvieran enterados de más detalles de mi vida privada, muchas gracias. Fiona agitó una delgada y pálida mano en un círculo airado antes de volver a desgranar las habas en un bol de acero inoxidable. —¿Estás paranoica? Todos están demasiado ocupados preparándose como para prestarnos atención. ¡Por lo tanto cálmate nena y canta los detalles de tu delicioso esposo! —No lo llames así. —Skye apuntó su batidor hacia su mejor amiga mirando con los ojos entrecerrados—. Él no es mi esposo. Por lo menos, no en la forma en que estás sugiriendo. Fiona le dio un “mmm” neutral que zumbó a través de la piel de Skye como un molesto mosquito. —Lo digo en serio —insistió, con la frustración conduciendo a su brazo derecho a batir las claras de huevo, en su tazón de cerámica, con tanto vigor que tendría merengue en la mitad del tiempo habitual—. Beck es el pasado. Jeremiah es mi futuro. El perfecto Jeremiah, con su perfecto cabello rubio oscuro y sus pómulos perfectos, perfectamente bronceado por todo el tiempo que pasaba al aire libre, trabajando para construir escuelas y clínicas en los países en desarrollo.

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Hacer caso omiso de la punzada de incompetencia fue fácil, Skye había estado empujando hacia abajo ese sentimiento desde que era una niña pequeña. Le resultaba familiar. Seguro. —Espera, no me digas, el esposo delicioso no sabe del Sr. Perfecto. —Fiona rasgó la vaina verde en sus manos tan violentamente que las habas crudas explotaron al lado del bol estrepitosamente. Resistiendo el impulso de llamar más la atención hacia esta conversación, al hacer callar a Fiona una vez más, Skye dirigió sus ojos a la izquierda, donde Beck y su equipo se habían ubicado. Sin importar qué tipo de caos estaba sucediendo en la cocina de la competición, y con sólo unas pocas horas para cocinar hoy, el factor de caos era enorme, Skye parecía siempre saber, por instinto, donde estaba Beck. Era como si tuviera una especie de radar interno establecido para ex alto, taciturno y de decisiones locas. Mejor que pensar en él como la respuesta de una presa peluda e indefensa en la presencia de un depredador temible, mostrando los dientes. —No hay ninguna razón para hablarle a Beck acerca de Jeremiah —dijo, consciente de lo remilgada que sonaba, pero incapaz de hacer nada al respecto—. No es de su incumbencia. —¡No es de su incumbencia! —Fiona amplió sus ojos azules pálidos cómicamente. Con su ultra limpia piel y menudo cabello platino, no se veía como si hubiera visto un fantasma, parecía como si ella fuera el fantasma—. Bueno, lo declaro. Él es tu esposo ya que están legalmente casados. —Cualquiera que sea la relación que existía entre Beck y yo terminó hace años. Todo lo que queda es un estúpido pedazo de papel y muy pronto, incluso eso pasará a la historia. —Skye se asomó en el tazón de su amiga, su propio merengue olvidado por el momento—. Aquí, no peles éstas, son lo suficientemente pequeñas y tiernas para cocinarlas y comerlas enteras. Eso será un bonito contraste con las habas peladas en la ensalada. —Ah, sí. Y ahora llegamos a ello. —Fiona sonrió, una astuta miró llegando a su rostro élfico—. El esposo hermoso estuvo de acuerdo con el rápido y tranquilo divorcio, a cambio de... ¿qué? —Es más como una apuesta que una transacción directa. —Skye optó por ser altiva y despreocupada, y casi lo logró—. Pero es ganar o ganar para mí, porque obtengo el divorcio de cualquier manera.

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—Sí —Fiona arrastró las palabras—. Y ahora también obtienes motivación incorporada para perder la competición de RSC, porque si pierdes, tendrás una increíble excusa para un último intento con tu ex antes de pasar al Sr. Perfecto. Quien probablemente sólo conoce la posición del misionero. —Ya está bien. —Skye no pudo evitarlo, sin embargo. Se echó a reír—. No te preocupes, no voy a tratar de perder, sólo para llegar a experimentar a Beck por última vez. Eso no es siquiera un problema. —¡Oh, vamos! Vas a renunciar a ese… —Ambas giraron y miraron a Beck, de pie junto a su puesto con una mirada oscura, imponente en su duro y afilado rostro. Skye tuvo que esforzarse para contener el temblor que le apretaba el pecho. La respuesta de la presa, se dijo. Eso es todo. —Maldita sea. —Fiona respiró antes de atravesar a Skye con una mirada escéptica—. En serio. ¿Estás renunciando al “Sr. Sexualmente atractivo” por un tipo que no cree en permanecer exclusiva cuando está fuera del país? —Jeremiah no cree que sea práctico esperar fidelidad el uno del otro cuando estamos separados tanto tiempo —dijo Skye, el remilgo regresó a su voz—. Y estoy de acuerdo con él. —Práctico. Jesús, vive en mi corazón. ¿Acaso al menos te dio un poco de sexo sin condiciones antes de despegar para Malasia o a donde sea que el Cuerpo de Paz le envió esta vez? La pua se hundió en casa, pero Skye cubrió su gesto de dolor con una exagerada mueca. —Está en Burkina Faso. Y nunca volveré a beber contigo. Sabes demasiado, me temo que voy a tener que matarte. —Bueno, está bien. Pero si puedo obtener una última solicitud en mi lecho de muerte, es que me digas la verdad, mientras que Jeremiah está fuera haciendo quien sabe que con toda bonita que hace el bien que pueda encontrar… ¿Alguna vez has hecho uso de su cláusula de “Lo que pasa cuando estamos en continentes separados se queda en continentes separados”? No. Por supuesto que no. Porque, como Jeremiah dijo con cariño, ella tenía la conducta sexual más baja en el planeta. —Mira, el sexo simplemente no es tan importante para mí —intentó explicar, pero por supuesto, Fiona no se estaba creyendo nada eso.

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Dándole una ceja levantada lo suficientemente afilada como para dejar una cicatriz, Fiona dijo—: Cariño. El sexo es importante para todos. Sólo que no significa lo mismo para todos nosotros. Esto estaba empezando a sonar como uno de los debates en las fiestas de los padres de Skye, la clase de dilema conversacional que sólo puede resolverse a través de la discreta aplicación de sustancias que alteran la mente. —Está bien, ya basta —dijo con firmeza—. Tenemos que concentrarnos en nuestro menú, no en mi vida sexual. —O la falta de ella. —O la falta de ella —estuvo de acuerdo Skye con los dientes apretados—. ¡Volvamos al trabajo! Fiona la saludó con elegancia e hizo clic en los talones juntos, sus zuecos de madera de cocinera haciendo un fuerte sonido de chasquido. —¡Si, Chef! Skye capturó el codo de su amiga mientras Fiona se dirigía a reclamar un horno para asar, las más pequeñas, de todas las vainas. —En serio, Fee. Mantén esta cosa de la apuesta con Beck sólo entre nosotras, ¿de acuerdo? No quiero que el resto del equipo se preocupe al respecto. El brillo permanente en los ojos de Fiona se suavizó por un momento. —Lo sabes, nena. Tus secretos siempre están seguros conmigo. —Lo sé. —Skye le dio una sonrisa de agradecimiento y volvió a sus claras de huevo. Fiona era la única que sabía la historia completa, todo lo que había ido mal con Beck. Y había tenido un asiento de primera fila para los años de salir con el limbo; cuando Skye sentía el desgarro, entre la ira y la lealtad, de su esposo ausente y que permitió a la patentemente ridícula esperanza de que él pudiera volver algún día para mantenerla en casa todos los viernes por la noche. O, como Fiona lo había puesto cuando representó su pequeña intervención, los años en que Skye se había escondido detrás del fantasma de Henry Beck para no tener que ponerse como disponible otra vez. Enfrentada con la voluntad indomable de Fiona y su propia creciente soledad, Skye había empezado provisionalmente a salir. Y luego, después de varias citas a ciegas, tan terribles que todavía tenía pesadillas acerca de ellas, había conocido a Jeremiah Raleigh en una las fiestas mortalmente aburridas de sus padres llenas de intelectuales fumando marihuana y hablando sobre la situación en África.

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Jeremiah había sido invitado como alguien que en realidad había estado en África y su verdadera pasión cuando hablaba de lo que había visto allí cautivó a Skye. Tan diferente de Beck, había pensado, impotente ante la comparación, y cuando Jeremiah volvió su radiante sonrisa hacia ella, el calor de saber exactamente cuan interesado estaba alimentó algo en su interior que había pasado hambre por años. Al darse cuenta de que tenía una sonrisa suave y pegajosa en su cara, Skye apretó sus labios y volvió a batir las claras de huevo. Podría haber usado una batidora, seguro, pero una batidora eléctrica significaba que perdía la conexión entre la fuerza de su brazo y la presión de su mano alrededor del batidor, era demasiado fácil pasarse del punto cuando la tecnología moderna las hacía tan simples y sin esfuerzo. Recordó la primera vez que había cocinado para Jeremiah, había dicho algo así para explicar el por qué no poseía un horno microondas, y él le había dado esa mirada. Esa brillante, y expectante mirada, la que lo iluminaba desde el interior. Esa fue la primera vez que la había invitado a ir con él en uno de sus viajes al extranjero. Pero no fue la última. Sacudiendo su cabeza para librarse de cualquier pensamiento que no estuviera relacionado con la cocina, Skye bajó su cuenco de cerámica en la tabla de cortar en su estación y suavemente hundió su batidor en las claras de huevo para comprobarlas. Conteniendo su respiración y rezando para no haberse pasado de punto con las claras de huevo, mientras que su mente estaba volando en la tangente de Jeremiah, levantó el batidor. La cosa se aferró al final de la misma, cayendo de la punta del globo de alambre como el pico brillante y blanco de un loro. Perfecto, punto de nieve medio. Ya había mezclado el crémor tártaro y la pequeña cantidad de azúcar que necesitaba para mantener alguna esperanza de que los merengues mantuviera su forma en el horno. Normalmente con los merengues, el azúcar en la mezcla haría todo el trabajo de ayudar a mantener a las galletitas dulces hinchadas y crujientes en el exterior antes de que se desmoronaran y derritieran en la boca.

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Pero Skye había tomado los comentarios de los jueces sobre la innovación en el desafío de relevos de corazón, y estaba intentando algo un poco loco, un merengue salado. Lo que significaba menos azúcar, menos integridad estructural, menos de una idea de cómo diablos iba a resultar esto... y aproximadamente seis mil veces la cantidad de estrés. Cómo está esto en cuanto a tomar un riesgo, pensó mientras ubicaba su mandíbula y cogía el nudoso trozo de queso parmesano reggiano. Su mano se cerró sobre el aire vacío, y frunció el ceño hacia abajo a su mise en place11 con confusión. El resto de su disposición estaba perfecta, todos sus ingredientes ubicados cerca de la mano y fácilmente accesibles: cebollines verdes frescos, pimienta de cayena, sal. Pero no el queso. Oh, vamos. ¿Había estado realmente tan loca y preocupada por hacer experimentos en esta receta que se había olvidado de tomar el ingrediente saborizante principal de la cámara frigorífica? Dirigiendo una rápida mirada al reloj con la cuenta regresiva de los minutos para el final de su tiempo de preparación de hoy, Skye se tragó una maldición. Había perdido toda una hora de tiempo de preparación en esa conversación con Fiona y al estar soñando despierta después. Sólo quedaban tres horas en el reloj, y ella aún tenía que rallar el queso, terminar de mezclar los merengues, organizarlos en las bandejas, y secarlos en el horno durante al menos dos horas. Tal vez más. Sintiendo cada movimiento del segundero, como un gong sonando en sus oídos, Skye se empujó a través de la cocina a la esquina con la alacena y la despensa de productos secos, esquivando a los chefs con ollas calientes chisporroteando grasa de tocino y cuchillos afilados destellando mientras partían en cubitos y picaban lo más rápido que podían. Con la mente finalmente llena de nada más que la siguiente tarea, el siguiente ingrediente, el siguiente paso en su lista mental para esta receta de merengues de parmesano y cebollines, Skye plantó ambas palmas de las manos planas contra la puerta de metal frío hacia la cámara frigorífica y la abrió de un empujón.

Mise en place: es una expresión francesa definida por el Instituto Culinario de América como "todo en su lugar" se emplea en gastronomía para definir el conjunto de implementos organizados, bien sea en la cocina o el comedor, justo antes de la elaboración de un plato o alimento. 11

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Inmediatamente explorando de los estantes en la débil iluminación de la bombilla fluorescente sobre su cabeza, y oyó un silencioso clic detrás de ella. Hubo una extraña precipitación, el ruido de la transitada cocina fue cortado bruscamente, y el aire en el enfriador se quedó quieto mientras que incluso el único foco de luz se apagaba.

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Capítulo 10 Traducido por rihano Corregido por La BoHeMiK

O

h, no. Dejé que la puerta se cerrara.

Las palabras de precaución de Claire Durand volvieron a Skye, en un momento resplandeciente de pura auto-burla -¿cómo podría haber sido tan descuidada? ¿Tan estúpida? ¿Tan olvidadiza?- mientras buscaba a tientas la puerta, sus dedos encontraron la costura lisa y escarbaron frenéticamente, sin sentido, por un mango que no existía. —Esto no está sucediendo. El gruñido incorporado venía desde la esquina trasera del refrigerador, y Skye se volvió para hacer frente a la voz, el corazón golpeando lo suficientemente fuerte para sacudir su cuerpo contra la puerta. Sin embargo, no lo suficientemente fuerte para mover la puerta y abrirla. —Lo siento —espetó Skye—. Me siento como una idiota, después de que Claire nos advirtió y todo, pero yo no estaba pensando. Hubo un jadeo, casi un bufido, y Skye entrecerró sus ojos como si fijando la mirada de alguna manera le daría visión nocturna. —¿Quién anda ahí? —No reconoces mi voz. Creo que estoy herido. La pronunciación inexpresiva combinada con el choque de reconocimiento que se deslizó por su espalda, tenía jadeando a Skye con incredulidad. Era Beck.

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Cuando ella pensó que podía hablar sin permitirse mostrar nada, dijo—: El universo tiene ciertamente un extraño sentido del humor hoy. De todas las personas… —De todas las cámaras frigoríficas en todos los países del mundo, tenías que llegar caminando a la mía. Y encerrarnos. Estaba pasando algo con la voz de Beck, una cierta tensión y rigidez que era parte de por qué ella no lo había identificado inmediatamente como su compañero de prisión. Skye puso una mano tentativamente en frente de ella y dio un paso inestable lejos de la seguridad de la puerta a su espalda. —Oye. ¿Estás bien? Ella sintió un movimiento a unos pocos pasos, el cambio del aire contra su piel y el susurro de tela. —Bien. —Fue la respuesta concisa de Beck, pero Skye no estaba comprando lo que él estaba vendiendo. —No, no lo estás —dijo ella, más segura que nunca cuando no saltó inmediatamente a contradecirla—. ¿Dónde estás? T…tal vez deberíamos permanecer juntos. Hubo ese resoplido de nuevo, esta vez más cerca mientras ella se adentraba en la oscuridad de la nevera. —¿Por qué? Alguien vendrá de un momento a otro, necesitando crema o huevos o algo así. En cualquier momento, vamos a estar fuera de aquí… —Suenas como si estuvieras tratando de convencerte a ti mismo de algo que realmente no crees —Observó en voz baja Skye—. Pero es verdad. Estoy segura de que no estaremos aquí durante más de unos pocos minutos. Aun así, mejor mantener el calor y la calma; a que se congelen nuestros traseros. —No me puedes engañar —dijo Beck, las palabras sonando forzadas y extrañas—. Solo quieres acercarte a este cuerpo caliente. Una ola de diversión, oprimió brevemente la creciente preocupación en su pecho. —Me atrapaste —dijo ella, demostrando que no era el único que podía ser impasible—. Oh nene, oh nene. Vamos a lanzar nuestra ropa y ponernos hacia abajo. ¿Por qué, podría ser más sexy, que fingir que ambos hemos sido sepultados vivos en un acogedor ataúd para dos personas sin pasaje?

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Hubo una larga pausa, lo suficientemente larga para tener a su corazón bombeando más rápido con una combinación de nervios y preocupación, antes de que Beck dijera ahogado—: Bueno, nada sobre la cosa del ataúd. Mierda. Pasando una cuidadosa mano a través de la oscuridad, Skye frunció el ceño cuando ella todavía no lo encontró. Beck era un tipo enorme, y esta no era una nevera muy grande. ¿Dónde demonios estaba? —Realmente tienes un problema con el estar aquí —dijo ella, manteniendo su mano izquierda en la estantería de alambre que recubría la pared del refrigerador, mientras avanzaba en su camino hacia la parte posterior. No podía moverse demasiado rápido, ya que recordó que el suelo del frigorífico estaba repleto de cajas de producto, mariscos, filetes y cabezas de repollo, colocados ahí a la espera que ella tropezara. No podía permitirse una fractura de tobillo en estos momentos. Debía atravesarlo, ella no podía permitirse estar atrapada en ese refrigerador. Bien, pero lo que sea que estaba comiendo a Beck parecía más grave que la frustración totalmente comprensible de que su tiempo de preparación estuviera andando. —No es un problema —dijo Beck, pero su voz sonaba como si hubiera estado haciendo gárgaras con grava—. Al menos, no lo será una vez que alguien de mierda advierta que estamos perdidos y venga a encontrarnos. —Alguien vendrá —dijo Skye, sintiendo como si estuviera tratando de calmar a una bestia salvaje. ¿Debería cantar? No, eso no serviría de nada—. Mientras tanto, ¿dónde estás? —Estoy bien —dijo él una vez más, demostrando más allá de una sombra de duda que no lo estaba, y todo dentro de Skye continuó en alerta roja. —Está bien, pero tal vez yo no lo estoy —dijo ella, permitiendo un temblor en su voz—. Me estoy poniendo muy fría, y un poco asustada; sería de ayuda si supiera dónde estas, así yo no siento que me estoy volviendo loca y hablando conmigo misma. Eso consiguió otro resoplido de él, pero esta vez sonaba como una risa sencilla, y Skye se permitió sonreír. —Vamos —lo engatusó—. Prometo no morderte.

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—Ese no es un gran incentivo —comentó él, pero un instante después, sintió que su mano grande y de huesos fuertes se deslizaba alrededor de sus dedos en un agarre sólido. A pesar de sí misma, una tensión que no se había dado cuenta que estaba llevando se disolvió de sus hombros, como si hubiera sosteniendo la posición de saludo al sol12 por mucho tiempo, los momentos de respiración profunda y finalmente, se había relajado ante su toque. Su palma estaba sudorosa y fría, lo que la sorprendió, incluso teniendo en cuenta lo raro que él estaba actuando. Ella había visto a Henry Beck enfrentarse a un trío de chicos de la calle, felices con una navaja y sus intenciones; un propietario extorsionista, su propia madre, y nunca se había estremecido. Pero de alguna manera, estar encerrado en este congelador con su pronta-a-ser-ex-esposa estaba realmente desequilibrándolo. Tratando de no tomarlo como algo personal, Skye, dijo—: Así que. No solías ser claustrofóbico. Él se puso rígido y como era previsible, trató de tirar de su mano. Pero Skye había, de hecho, previsto esa reacción, y ella mantuvo su agarre sobre sus dedos cómodo, seguro y siguió hablando. —Lo sé, porque si hubieras sido claustrofóbico cuando teníamos ese apartamento en Stockton, hubieras tenido que estar bajo medicamento sólo para caminar a través de la puerta principal. Beck se relajó un poco, algo de la rigidez saliendo de su antebrazo, y Skye corrió el riesgo de pararse un poco más cerca del calor radiando de su gran cuerpo. —Ese lugar era pequeño —dijo él en una voz áspera y añorante—. Y la única ventana estaba en el baño, muy arriba sobre la ducha. —No parecías darte cuenta de las precarias condiciones en ese entonces. —Tal vez estaba demasiado ocupado pensando en otras cosas. Skye tragó con dificultad. Ahora ella estaba recordando, también, y se le ocurrió, mientras la voz de Beck se deslizaba hacia ese profundo y acariciante tono, que no siempre se había sentido tan tómalo-o-déjalo y despreocupada cuando se trataba de sexo.

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El saludo al sol: o sūria namaskār es una de las secuencias de posturas del yoga.

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De hecho, en esos dos años que ella y Beck estuvieron juntos, recordó estar vitalmente interesada en el sexo; a todas horas del día y la noche, en cada posición que a sus febriles cerebros y juvenilmente flexibles cuerpos se les pudiera ocurrir. Tratando de permanecer en el tema, ella replicó—: No creo eso. Esto es nuevo. Entonces, ¿qué pasa? —No quiero hablar de eso. Era hora de una táctica diferente. —Bien, entonces. ¿Qué estás haciendo para tu plato firma? Eso le consiguió un gruñido frustrado, del tipo que vibraba a través de su caja torácica, como si alguien lo hubiera golpeado con un tenedor. —No quiero hablar de eso, tampoco, ¿eh? Él se movió, su cuerpo demasiado grande para moverse sin cambiar las corrientes de aire. —Yo solo… No sé lo que ellos están buscando. Puedo cocinar cualquier tipo de pescado, de cualquier manera que deseen. Pero no tengo una firma. No soy ningún cocinero famoso con un eslogan y una línea de condimentos para la venta. Soy un cocinero de línea glorificado, y malditamente orgulloso de ello. Tanteando su camino, Skye dijo cuidadosamente—: No creo que "el plato firma" tenga que significar algo que la gente asocie contigo, como una marca. Creo que significa... un plato que ejemplifica lo que te gusta de cocinar. Tu estilo, tu capacidad para utilizar los ingredientes y mostrárselos... es más acerca de lo que estás tratando de decir con el plato que el plato en si. Él estuvo callado durante un buen rato, mientras Skye sintió un rubor embarazoso calentar las puntas de sus orejas. Por lo menos, estaban cálidas. —Eso en realidad… eso ayuda —dijo Beck, sonando encantadoramente torpe. Skye luchó contra el impulso de darle un apretón—. Gracias. —No hay problema. Ahora, ¿de qué más deberíamos hablar? Ya sé… ¿qué hay de tu repentina claustrofobia? Beck se sacudió, sus botas de cuero chirriando contra el suelo de la nevera con su movimiento repentino.

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—No voy hablar sobre eso. —Bueno, creo que deberías hablar de ello. ¿Cómo si no vas a conseguir superarlo? Ella sintió un tirón en la mano, que la sacó fuera de balance, la oscuridad del espacio alrededor de ellos robándole su centro de gravedad e inclinando el mundo hacia un vértigo instantáneo. Pero sólo por un segundo, porque Beck estaba allí para atraparla contra su pecho, sus pies torpes enredándose con los de él mientras su larga falda se enrolla alrededor de sus piernas como un gato cariñoso. —¿Sabes que funciona mejor que hablar? —ronroneó Beck, el estruendo de su voz vibrando contra sus pechos y a través de todo su cuerpo—. Una distracción. Y antes de que pudiera reunir su ingenio, dispersándose para protestar o discutir, él había llevado su boca a través de la suya y la necesidad de discutir fue arrastrada por una avalancha de sensaciones puras y crudas. Tan caliente, tan hambrienta, su lengua acarició entre sus dientes y encendió un fuego que había sido colocado profundo dentro de ella durante años. En un instante de fricción húmeda, con los dedos agarrados, y un gemido sin aliento desde lo más profundo del pecho de alguien, Skye recordó el único lugar en el que ella y Beck siempre habían sido capaces de comunicarse… en la cama. O, en este caso, en un refrigerador. Justo aquí y ahora, no importaba que Beck hubiera estado fuera de su vida durante años. No importaba que cada momento que estaban juntos fuera ensombrecido por la incertidumbre y la inseguridad acerca de donde se encontraba con él. Justo aquí y ahora, ella sabía cómo él se sentía, sin ser dicho en palabras, porque mientras su agarre de hierro se curvaba alrededor de su cintura y tiraba de ella más cerca, sus cuerpos hablaban un idioma más antiguo que el tiempo. Él la quería. Y por encima de la diosa, pero ella lo quería de vuelta, con una inmensa pasión surgiendo, que se apoderó de ella como una resaca y la hizo girar vertiginosamente en la oscuridad. Ella envolvió sus brazos alrededor del sólido grosor de sus hombros musculosos y se abrió a él.

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*** Beck estaba en llamas. El calor latía a través de él, donde momentos antes había sido enfriado hasta los huesos, luchando contra los temblores con cada onza de sus fuerzas. El deseo por ella ardió a través de él, chamuscando cada pensamiento, miedo y sensación que no estuviera conectada a la suavidad de su pelo agarrado en sus puños o el satinado deslizamiento de su lengua mientras ella le daba la bienvenida. El beso de Skye Gladwell. No había nada como eso, en cualquier lugar del mundo. Sin siquiera proponérselo, Beck había utilizado el recuerdo de este beso, el sabor dulce de fresa en ella, ese gemido apretado en el fondo de su garganta, la presión ansiosa de sus labios, como la base sobre la cual todos los otros besos eran medidos. Cada beso que había tenido en los años desde que él dejó a Skye habían sido demasiado húmedos, demasiado secos, demasiado reservados, demasiado descuidados; simplemente... este no. Y mientras su cuerpo se moldeaba contra el suyo como si fueran dos cucharas de medir escondidas en un cajón, Beck sentía algo muy dentro de sí mismo encajando en su lugar. Poco dispuesto a examinar lo que eso profundo en la masa rizada de su cabello, delicada cabeza en sus grandes y ásperas estaban ambos jadeando para recuperar el

significaba, enterró sus manos más los dedos buscando hasta que tomó su manos, y profundizó el beso hasta que aliento.

Beck fue quien se separó, sorbiendo el aire tan frío que se sentía como un cuchillo en sus pulmones, después de la pasión caliente de los últimos minutos. Una oleada de alegría feroz pasó por él cuando la sintió levantarse de puntillas, la boca hinchada exhalando respiraciones calientes contra el lado sensible de su cuello. Con todo lo que tenía, Beck deseaba poder ver su cara claramente, pero incluso su asesina visión nocturna no podía perforar la completa oscuridad de un refrigerador de calidad comercial. Pero él podía imaginar cómo se veía. Infierno, lo había imaginado con tanta frecuencia a través de los años, que probablemente podría esbozar su expresión de memoria, el amplio aturdimiento de sus ojos azul verano, el rubor agitado de color rosa en sus mejillas cremosas; la suavidad resbaladiza y regordeta de su madura y acabada de besar boca.

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Oh sí, él sabía exactamente lo que parecía Skye después de ser besada en ese instante de su vida. Y en ese momento, se juró a si mismo que lo vería otra vez con sus propios ojos. A él le gusto completamente como ellos lo habían hecho, debido a que nadie lo besó así. —Henry —susurró ella, un temblor agradable estremeciendo su cuerpo, y Beck tuvo que luchar contra un temblor propio, maldición. Ese nombre que él había odiado escuchar por una década de repente no sonaba nada mal, cuando Skye gimió en esa suave y anhelante forma. Pero el sonido de su propia voz pareció sacar a Skye de cualquiera que fuera la bruma que su beso había puesto en ella, y forcejeaba un poco en sus brazos. —Oh diosa —se quejó ella, la razón regresando con un borde afilado en su voz, y Beck se lamentó. Especialmente cuando trató de alejarse de él. —Deja de hacer eso —le ordenó, acercándola más y metiéndola más firmemente contra él, porque sus temblores se estaban volviendo peor—. Tenemos que conservar el calor corporal. Hacía frío aquí, lo sabía, pero era una especie de conocimiento clínico experimentado en la distancia, la manera en que Beck había aprendido a procesar el dolor de una herida y seguir adelante, seguir moviéndose, continuar trabajando. El frío lo mantuvo alerta, y cuando ella cedió, cayendo, sus brazos se envolvieron alrededor de su cintura y metiendo su fría nariz contra su pecho, la cabeza de Beck finalmente se despejó completamente. La prioridad número uno era conseguir sacarlos de aquí. ¿La prioridad número dos? Llevar a su equipo a posición para ganar esta maldita competición, porque tenía que tenerla una última vez.

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Capítulo 11 Traducido por Elenp Corregido por La BoHeMiK

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urante sus años en el mundo de la publicación de revistas, dominado por los hombres, Claire había aprendido a leer una habitación.

Era una habilidad muy útil, que le había servido bien en el frente de los consejos editoriales, anunciantes furiosos, y salones de banquetes llenos de los chefs cuyos restaurantes ella había revisado, no siempre favorablemente. Esto la había ayudado a asegurar que, mientras su lugar de trabajo dinámico cambiaba gradualmente para dar cabida a la afluencia de alto nivel de mujeres inteligentes, determinadas y con alta educación, Claire se mantenía a la cabeza de la manada. Echando un vistazo alrededor de la frenética cocina de San Francisco mientras el reloj del desafío se iba a cero, Claire vio un número de cosas interesantes. Devon Sparks había llegado en un vuelo temprano por la mañana, y Eva lo había llevado de gira alrededor de la cocina, poniéndolo al tanto rápidamente de como estaban las cosas en la competición. Ahora estaba de pie junto a la pared del fondo, con lo que parecía ser una conversación muy seria, era la primera vez que Claire había visto a su joven amigo, sin una sonrisa en su rostro desde que salieron de Chicago. Claire frunció el ceño; o Devon estaba compartiendo los molestos detalles de la reciente enfermedad de su esposa embarazada, o Eva estaba muerta de miedo por alguna otra razón. Inclinando su mirada hacia la derecha, ella comprobó a Danny Lunden para ver si se veía igualmente frustrado, eso significaría que había problemas en el paraíso, y Claire podía esperar pasar una buena parte de su tarde distribuyendo chocolate y martinis, "pobre de mi".

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Sin embargo, a pesar de que Danny de vez en cuando lanzaba miradas de preocupación en dirección a su gran amor, él no parecía estar sufriendo de algo peor que la olla de biscochos tristemente apelmazados, haciendo un ruido de disgusto, echó los cilindros de bizcocho a la basura y comenzó a hacer otros, mientras Claire regresó a su lectura de la habitación. Todos los equipos andaban con prisas alrededor, derramando las salsas y maldiciendo las pegajosas tapas de las ollas a presión y orando para que el equipo de congelación rápida pudiera endurecer sus helados con sabor extraño, a partir de cero. Los chefs del medio oeste, en particular, parecían estar debilitándose, hubo un poco de gritos procedentes de su jefe de equipo, Ryan Larousse. Los compañeros de Danny del equipo de la Costa Este parecían estar haciéndolo bien, aunque uno de ellos parecía un poco por detrás después de haber quedado atrapado en exactamente la situación de la que Claire les había advertido. Una de las cosas más interesantes que había observado toda la mañana había sido el estado de Beck y Gladwell Skye cuando habían salido del refrigerador con la ropa torcida, y el pelo revuelto, después de que el chef con las rastas había tratado de entrar en el refrigerador a por un cartón de suero de leche y encontró la puerta atascada. El chico de las rastas la había abierto con la ayuda de sus compañeros de equipo de la Costa Oeste, y allí estaban, el intimidante cocinero grande, de pelo negro, envuelto alrededor de la pequeña hippie, con los rizos rojos desordenados como algo salido de las portadas de las novelas de romance. Claire lo mantendría en secreto como indulgencia. Se habían despegado al instante, alegando que el abrazo, había sido sobretodo para mantener el calor corporal, pero Claire no era ninguna tonta. Ella sabía cómo podría ser cuando las circunstancias la arrojaban al contacto con una antigua llama. Así que en realidad, ella no tenía nada de que sentirse culpable con respecto a Beck y Skye, sólo porque había dos cocineros que se vieron atrapados en el refrigerador comercial durante el desafío, ¡incluso después de que ella les hubiera advertido! Seguramente se habían divertido. ¿Y qué si podía haber tenido la oportunidad de conseguir el seguro de la puerta fija, si no hubiera estado tan ocupada teniendo un momento con Kane Slater? La culpa era una arrepentimiento.

emoción

completamente

improductiva.

Igual

que

el

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El miedo, sin embargo... La mirada de Claire cayó sobre Kane mientras él se quedó mirando a los chefs, saltando sobre las puntas de sus pies como un niño demasiado excitado para estar quieto. Ella sintió un tirón visceral hacia él, como si la hubiera enganchado detrás del ombligo y la empujara hacia él. Claire se afincó en sus talones y se resistió a la fuerza, sintiendo la necesidad de mantener cierta distancia, tanto profesional como física. Cuando estaba con Kane... todo era demasiado. Sentía demasiado, esperaba demasiado, se preocupaba demasiado, y ella era lo suficientemente inteligente como para saber que una onza de miedo por el futuro la salvaría de una infinidad de pesar cuando este asunto, inevitablemente, terminara. Así que ella se volvió decididamente lejos de su joven examante, y ciertamente se dio cuenta de la flexibilidad y el juego de músculos en sus brazos bronceados, desnudos hasta el codo por las mangas enrolladas, y de sus pantalones de cuadros a la cadera. Un fuerte zumbido llamó la atención de Claire de vuelta al reloj de pared, que ahora marcaba 00:00 en los rojos dígitos destellando. —Se acabó el tiempo —dijo Eva, pasando por el frente y al centro—. Aléjense de las encimeras. —Miró a Claire, quien asintió levemente. Tomando un respiro fortificante, Claire asumió su mejor expresión en blanco y dio un paso adelante, taconeando con fuerza contra el suelo de la cocina de azulejos. Empieza el espectáculo.

*** Había momentos en que Skye pensaba que si pudiera elegir haber heredado algo de sus padres, no sería la brillantez artística de su madre o el genio de su padre para la sátira política. La única cualidad que ambos compartían sería: la confianza total y absoluta de que todo lo que hacían era correcto y bueno. Inclusive después de probar su merengue con cebollino y parmesano, incluso después de obligar a cada persona en su equipo a probarlo, el vientre de Skye se apretó todavía en el terror de las reacciones de los jueces.

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Fiona, que la conocía demasiado bien, se inclinó lo suficientemente cerca como para susurrar—: Va a estar bien. ¡Deja de verte tan nerviosa! Ellos van a pensar que estornudaste en sus platos o algo así. Skye se echó a reír porque sabía lo que pretendía, y las bandas de tensión alrededor de la cintura disminuyeron un poco. Ella se quedó mirando la larga mesa de acero inoxidable en el que cada equipo estaba presentando sus platillos terminados a los jueces. ¿Por qué el equipo de la Costa Oeste siempre tiene que ir último? —No puedo dejar de estar nerviosa —le susurró a Fiona, quién le lanzó una mirada de simpatía que de alguna manera también le transmitió una muy fuerte vibración de ánimo—. ¡Todo está montado en esto! —¡No todo! Sólo toda tu vida. —Fiona sonrió y se enfrentó de nuevo hacia delante, empujando su plato cuadrado de una temblorosa gelatina, con poca profundidad, moviéndolo acorde con el resto de los platos de su equipo, mientras Skye regresaba a preocuparse. Si ellos terminaban últimos, como lo habían hecho en la práctica del desafío, estarían fuera de la competición y ella regresaría a la cafetería Pie Queenie en desgracia. En el salón de al lado tendría que decirles a sus padres que había perdido. Ya podía escuchar la voz simpática, pero exasperada de su madre diciendo: "Bueno, ¿qué esperabas? Estás desperdiciando tu talento, entreteniéndote en torno a una cocina como una ama de casa de los años cincuenta”. Y su padre levantaría sus oscuras y elegantes cejas, tomaría una bocanada lánguida de su porro y agregaría: "Tal vez ahora dejaras ir esta ridícula fantasía retro y hacer algo significativo con tu vida." Podía imaginarlo todo con tanta claridad. Probablemente porque lo había vivido una o dos veces ya. Los jueces se movían en la fila, arrastrando a Skye más y más a la hora de la verdad, y ella resueltamente bloqueaba todo lo que estaban diciendo a los otros equipos. No quería saberlo. No se trataba de hacerlo mejor o peor que cualquier otra persona, se dijo. Lo único que podía hacer era todo lo posible, y esperaba que fuera lo suficientemente bueno. Y además... si se daba cuenta de los otros equipos y cómo les iba con los jueces, tendría que recordar que no sólo ella necesitaba ganar este desafío para evitar

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tratar la perenne decepción con sus padres, sino que necesitaba permanecer en la competición; porque Jeremías fue a casa, todo el camino desde Burkina Faso, sólo para verla cocinar. Skye tragó un nudo repentino en la garganta. No había manera de que pudiera hacer frente a su heroísmo, salvar-el-mundo-un-pueblo-y-a-un-novio de muchos años, si ella fallaba en un estúpido concurso de cocina. El rugido profundo de una voz masculina desbastó la piel de Skye, capturándola y recordándole que tenía lo suficiente para estar avergonzada. Basta, ella se reprendió a sí misma. No pienses en cómo vas a decirle a Jeremías acerca de Beck. No pienses ¡oh Dios! en el beso de Beck, o la forma en que su cuerpo revivió en el momento en que él te tocó. No pienses en otra cosa que no sea lo que vas a conseguir a través de los siguientes cinco minutos. Fue un buen consejo, pero cuando Beck echó la cabeza hacia atrás y se rio, ¡realmente sonreía! sobre algo que Kane Slater dijo sobre su plato, Skye sabía que no sería capaz de seguir su propio consejo. Por mucho que toda su vida y una cantidad ridícula de su auto-estima estaban atados en ganar este reto... no había distracción lo suficientemente grande como para mantener su mente e ir vagando a Henry Beck. Especialmente cuando él volvió la cabeza repentinamente y la atrapó mirándolo fijamente. El calor quemó la parte posterior del cuello de Skye, inundando sus mejillas con el calor, y de inmediato bajó la mirada a la mesa frente a ella. Pero no había forma de bloquear sus oídos, y escuchaba cada palabra cuando Beck explicó cómo había logrado su plato. —En realidad, había planeado hacer el salmón —dijo a los jueces—. Pero ustedes ya han visto eso de mí antes. Y entonces tuve la oportunidad de tomar unos minutos a solas con uno de los chefs de otro equipo... Skye mantuvo los ojos obstinadamente concentrados en su propio plato, haciendo caso omiso del infierno en su sangre. —Y ella hablaba haciéndome entrar en razón sobre lo que un plato realmente es. Así que decidí hacerlo con este punto de vista sobre el linguini con salsa de almejas. Porque para mí, cocinar es todo acerca de tomar lo que tienes, y convertirlo en algo mejor.

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—Harina, huevos, almejas, vino blanco, jugo de limón —Devon Sparks enumeraba mientras hacía girar otro bocado de pasta en torno a su tenedor—. Ingredientes muy básicos, pero los hizo cantar. Bien hecho, chef Beck. Eso no era un resplandor de orgullo lo que sentía, y definitivamente no fue la satisfacción de que ella había ayudado a Beck a cristalizar su plato, Skye se dijo. No. De ninguna manera. Finalmente, fue el turno del equipo de la Costa Oeste para ser juzgados. Skye se puso de pie más recta, tirando de los hombros hacia atrás, pero no tan atrás para que ella estuviera en peligro de meterle su pecho extra grande en los ojos a alguien. Era una línea muy fina a caminar, pero lo consiguió. Los jueces se paseaban por la mesa, se veían bien frescos y relajados, y en general emitiendo el aire de las personas que no habían estado peleándose su camino a través de la competición en una cocina atestada durante las últimas cinco horas. Skye sopló un errante rizo de la frente pegajosa, sudorosa y trató de no extrañar el frío, oscuro interior de la cámara frigorífica. —Chef Gladwell —dijo Claire Durand en su voz fresca y precisa—. ¿Qué tiene para nosotros hoy? Su equipo se abasteció todos los ingredientes de estos platos firma de... —Chinatown —confirmó Skye—. Lo cual, sinceramente, si yo hubiera elegido ¿en primer lugar? Aun así habría elegido el Barrio Chino. Es mi barrio favorito de la ciudad. —¿Ah, sí? —Claire no estaba realmente mirándola. Toda su atención se centraba en los platos delante de ella, pero Skye asintió con la cabeza de todos modos. —Yo solía vivir allí —balbuceó nerviosa—. Por encima de una tienda de comestibles chinos, en realidad, así que estoy súper familiarizada con las tiendas locales y lo que ofrecen. —Así que, aunque sacó la paja más corta, tuvo mucha suerte —Observó a Kane Slater, darle una sonrisa amistosa que de alguna manera no relajó ni un poco la tensión que mantenía los hombros de Skye en una línea rígida. —Sí. Y espero que les guste lo que hemos preparado para ustedes. —Con un movimiento practicado de la muñeca, Skye giró el plato y se lo presentó a los

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jueces—. Sé que usted dijo “plato firma”, lo que podría significar algo que nos caracteriza. Pero yo quería estirarlo un poco, y honestamente, para mí, creo que la firma como un cocinero es la voluntad de tratar los ingredientes sencillos y perfectos con respeto y amor. Este plato definitivamente funciona para eso. Es un merengue salado, con cebollino y parmesano reggiano para darle algo de picante, con un relleno de confit13 de cebolla dulce y hojas enteras de albahaca. Cada juez tenía una cuchara, y se turnaron para probar. Skye estudió sus reacciones con ansiedad, conteniendo el aliento. ¿Estaba esto demasiado fuera de lugar? ¿No era lo suficiente? Pensarían que había torturado el concepto de un merengue, tirándolo demasiado fuera de curso y tomando demasiadas libertades, ¿o se quedarían impresionados de que ella habían logrado resolver el problema del azúcar? Pero cuando… —Fascinante… —fue lo primero que salió de la boca de Claire, Skye sabía que ellos lo tenían. Sus hombros se bajaron por lo menos dos centímetros, enviando alivio a su espina dorsal y bajando todo el camino por su espalda inferior. Claire Durand la miró a los ojos y dijo simplemente—: Estoy impresionada. Usted ha logrado algo que yo no creía que fuera posible. El alivio inundó el sistema de Skye. ¡Estamos por así decirlo dentro! Los jueces tuvieron más comentarios, pero Skye apenas los procesó, todo su cuerpo iluminado por la esperanza y la alegría. Ella definitivamente no tenía aún un cosquilleo de los efectos secundarios del beso de Beck. De ninguna manera. El resto de su equipo lo hizo bien, como ella había sabido que lo harían; la forma de Fiona de preparar los cubos de fue un gran éxito. Devon Sparks no podía dejar de admirar los pequeños cuadros brillantes como joyas de gelatina, sazonada con el coctel favorito de Fiona, el French 75 14. Fi pasó un montón de tiempo explicando cómo el French 75 consiguió su nombre cuando fue inventado durante la Primera Guerra Mundial -para tener un tiro como un cañón de artillería de 75 mm- pero Skye tenía la sensación de que Devon no estaba escuchando.

Confit: es una técnica de conservación que resulta de cocinar durante mucho tiempo a fuego muy lento unos alimentos en grasa o azúcar (almíbar). 13

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French 75: es un combinado elaborado con champán y ginebra.

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La mirada calculadora en su hermoso rostro de estrella de cine, hizo pensar a Skye que los cubos de gelatina podría hacer una aparición en su restaurante de Nueva York en un futuro próximo. La tarta de verduras de verano de Nathan fue siempre un favorito en el menú de Pie Queenie, y los jueces parecían estar de acuerdo que era impresionante. Oscar se mantenía obstinadamente en silencio, con las carnitas 15 hechas, como lo hacía cada domingo en el café; por encima de las vigorosas objeciones vegetarianas de Nathan. Los jueces quedaron impresionados con la corteza perfectamente caramelizada de los pequeños trozos de carne de cerdo jugosa. Incluso les gustó el inequívoco pescado y patatas fritas, en especial la forma en que trataba las patatas antes de freírlas, haciéndolas extra crujientes. Considerando todas las cosas, Skye pensaba que tenían una buena oportunidad. Pero entonces, ella había pensado eso antes y terminó muy decepcionada. Así que cuando los jueces se dirigieron a la parte frontal de la habitación para hacer el anuncio sobre quién se quedaría en la competición y quién volvería a su casa, Skye no podía dejar de contener la respiración.

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Carnitas: se le llama carnitas a las diferentes porciones del cerdo incluyendo carne que son fritas en manteca de cerdo. 15

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Capítulo 12 Traducido por Andy Parth Corregido por Susanauribe

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a tensión llenaba la cocina como el humo de la parrilla, así que Beck se preguntaba por qué no disparaba las alarmas de incendio. Por un lado, él podía ver por qué todos estaban agitados.

La mierda estaba a punto de caer. Era tentador dejar que su ritmo cardíaco incrementara, tener su adrenalina pulsando en caso de que la acción lo llamara… pero no lo estaba. Todos ellos simplemente tenían que permanecer allí de pie y lo tomar, lo que fuera que los jueces dijeran. Beck cruzó los brazos sobre su pecho y encajó su mandíbula. No había nada que él pudiera hacer al respecto ahora. Lo que fuera que iba a pasar, pasaría, independientemente de lo que él quería. Le recordaba mucho estando en la Marina, de hecho. Las decisiones eran tomadas. Órdenes dictadas. Y eran hasta para gruñones como Beck que debía ejecutar. Querer no se involucraba en eso. Pero si él pudiera querer algo… La pequeña voz rebelde en la parte posterior de su cerebro, la que le había metido en tantos problemas cuando era un estúpido niño, la que casi había conseguido que lo despidieran del entrenamiento de recluta, saltó con un único deseo. Como si fuera el Beck interno de ocho años de edad soplando las velas de su último pastel de cumpleaños que nadie había hecho para él. Si logramos pasar a las finales… deseo poder ser el que nos lleve hasta el final.

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Estúpido, se dijo a sí mismo. Era tan jodidamente estúpido querer lo que no podía tener. Ni siquiera tenía sentido. Si lo lograran ir tan lejos como a la final en la confrontación directa de la batalla culinaria, sería Jules quien fuera en ello, no Beck. O quizás Max, si Jules tuviera que hacerse a un lado por alguna razón. Aunque, de la forma en que esos dos pelearon cuando Max se presentó primero para asesorar al equipo, Beck estaba bastante seguro que tomaría algo en el nivel de una mano cortada que Jules se hiciera a un lado. Todo lo que hizo mucho más improbable que Beck obtendría su estúpido, estúpido deseo. Así que él lo ignoró, de la manera que había aprendido a ignorar la necesidad profunda-hasta-los-huesos de dormir, el dolor de los músculos sobrecargados, la raspadura hueca del hambre. Y se centró en lo que los jueces estaban diciendo. —Ha sido un largo camino llegar aquí. —Claire Durand los contempló gravemente, sus hombros tan tensos y quietos que casi parecía debería estar en uniforme—. Y todos ustedes lo han hecho remarcablemente bien. Nosotros, los jueces, nos gustaría agradecerles a cada uno de ustedes por los maravillosos sabores y técnicas como los que hemos degustado en las últimas semanas. Ella miró a sus compañeros de jurado quienes ambos asintieron. —Es bueno estar de vuelta —dijo Devon Sparks—. Estoy deseando mucha comida deliciosa y algo de cocina impresionante, ahora que estamos acercándonos a la final. Beck notó nuevas líneas talladas por la preocupación y el desvelo en el rostro de Devon, pero había un brillante resplandor en sus ojos azul eléctrico mientras miraba al grupo de cocineros reunido. —Quiero agradecer a todos ustedes por la preocupación y los buenos deseos acerca de mi esposa, y estoy muy feliz de ser capaz de informarles que desde esta mañana cuando hablé con Lilah, ella estaba haciéndolo genial, sintiéndose mejor, recibiendo muchas horas de descanso… Él hizo una pausa, su todo su cuerpo se tensó tan apretadamente con emoción, él parecía listo para volar. Beck se tensó instintivamente, preparándose para el impacto, incluso mientras su mirada buscaba el pálido rostro de Skye. —Y de hecho, acabamos de descubrir… —La garganta de Devon trabajó durante un segundo antes de que se las arreglara para continuar—. ¡Vamos a tener una niña! Todo el mundo aplaudió, un par de personas incluso aclamaron.

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Devon era un cocinero célebre con una reputación por arrojar su peso alrededor, pero en las semanas de la RSC había demostrado ser duro pero justo como juez… y totalmente, completamente, irrevocablemente enamorado de su esposa. El conjunto lo hizo gustar bastante por los cocineros concursantes y había habido mucha preocupación cuando tuvo que irse. Beck entendió que todo el mundo estuviera contento de tenerlo de vuelta y encantados de escuchar que su esposa estaba bien. Beck estaba alegre también, por supuesto que lo estaba. Pero mientras él observaba a la mirada trémula, de complicado alivio en el rostro en forma de corazón de Skye, lo que Beck no entendía era por qué la vista de eso y el sonido de las felices noticias de Sparks, lo hacía querer aplastar toda la cocina en pedazos. Contrólate Beck. —Muy bien —añadió Kane Slater, golpeando sus manos contra sus muslos con una gran sonrisa cegadora—. Así se hace Devon. Y sí, como Claire dijo. ¡Todos ustedes son unas estrellas de rock! Esto consiguió más aplausos. Junto a Beck, Winslow estaba rebotando como si saltara en un trampolín. Claire levantó una mano para silenciar. —Todo cierto. Lo que sólo hace esto más difícil, decir adiós a uno de los últimos tres equipos. Pero ahora es el momento. Beck tenía que dárselo. Ahora que el momento había llegado, ella no lo alargó. No miró a sus compañeros de jurado por una validación de último minuto, no habló sin decir nada. Todo lo que hizo fue tomar una respiración profunda y dejarla salir lentamente antes de girar su mirada a la derecha de Beck. Donde se encontraba el equipo de la Costa Oeste. Su boca repentinamente seca, Beck experimentó un momento de pánico que se sintió como caída libre. Mierda, ¿ella estaba a punto de eliminar a Skye de la competición? No. No estoy listo. —Chef Gladwell, en respuesta al desafío de hoy, usted y su equipo ejemplificaron todo lo que significa el concurso de Rising Star Chef. Presentaron sus platillos con autoridad, nunca cedieron de los sabores audaces, idiosincrásicos que mostraron y nos dijeron exactamente quienes son. Muy, muy bien hecho.

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La cabeza de Beck flotó hacia abajo fuera del éter y de vuelta en sus hombros. Eso sonó bastante bien. Después de todo eso acerca de mostrar quienes eran como chefs y con la manera en que Claire estaba asintiéndoles en obvia aprobación, no había forma de que ella estuviera enviando a Skye a empacar. Pero no fue hasta que Claire dijo definitivamente: —Equipo de la Costa Oeste, estarán compitiendo en la ronda final de la competición de Rising Star Chef. Por favor, elija su competidor líder y un sub-chef. —Que Beck finalmente se las arregló para sacar un frágil aliento. Por supuesto, ese fue el instante en el que se dio cuenta del hecho de que el equipo de la Costa Oeste estaba dentro, lo que significaba que él y su propio equipo estaban ahora en una oportunidad de un cincuenta por ciento de ser eliminados. Bueno, joder. Claire dejó a los de la Costa Oeste para su exuberante celebración y emitió una mirada comprensiva a los equipos restantes, de pie allí temblando en sus zuecos de cuero para cocinar, esperando escuchar su destino. —Equipos de la Costa Este y del Medio Oeste. —Ella extendió sus brazos, mirando adelante y atrás entre ellos—. Ambos lo hicieron bien hoy. El equipo del Medio Oeste nos mostró algunos de los más consistentes, vanguardistas e innovadores platillos a lo largo de esta competición y hoy no fue la excepción. Chef Larousse, aunque nos encantó su consomé de cangrejo y la delicadeza de la espuma de aguacate, algunos jueces consideraron que dependía demasiado en técnicas llamativas y no lo suficiente en la comida en sí. —Y equipo de la Costa Este… su habilidad para traer preparados clásicos en el nuevo milenio ha sido emocionante de ver… e incluso más excitante probar. Chef Lunden… —Ella asintió hacia Max, quién se enderezó como un niño que no había esperado que la maestra lo llamara. —Su ramen de vientre de cerdo a la barbacoa fue un triunfo, como lo fue el linguini de almeja del Chef Beck. Santa cielo. Beck parpadeó. Ella lo nombró específicamente. Bueno, eso fue simplemente… genial. Manteniendo su cabeza arriba, se dijo a si mismo que disfrutara de este momento, dejarlo hacer que el resultado de los próximos minutos insignificantes… pero él todavía estaba todo tenso cuando ella tomó otra profunda respiración.

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Lo acentuó más de lo habitual, Claire levantó su barbilla y anunció: —Equipo de la Costa Este… ustedes estarán competiendo en la ronda final de la competición de Rising Star Chef… El resto de sus instrucciones acerca de elegir un competidor líder y un sub-chef quedó perdido en el ensordecedor grito que dio Win, bombeando su puño en el aire y arrojando sus brazos alrededor del chef más cercano a él. Quién pasó a ser Beck. Beck apenas lo notó. Se sintió como fuegos artificiales estaban detonando en su pecho, chispeando en su vientre y llamándolo desde el interior mientras su equipo cayó espontáneamente en un abrazo grupal y aullaron con alegría. —Estamos dentro —alardeó Max, con Jules riéndose alegremente en su hombro. —Si pudiera tener la atención de todos por un momento. El redondo, elegante tono de Claire cortó a través del zumbido en los oídos de Beck y el parloteo de sus compañeros. Él consiguió erguirse a sí mismo otra vez, tirando a Winslow a sus pies mientras fue y lanzó un rápido vistazo al equipo del Medio Oeste. Ellos ya estaban saliendo en fila de la cocina, viéndose enojados, cansados y golpeados. Su líder de equipo, Ryan Larousse, proyectó un vistazo final sobre su hombro y se enredó con la mirada de Beck. Un hombre no estaba definido solo por cuán bien lo llevaba bajo una perdida. Él era también definido por cómo se comportaba en la victoria… y Beck odiaba a un mal ganador. Regodearse no sólo era inútil y mezquino. En algunas partes del mundo, en ciertas situaciones, podría ser mortal. Así que Beck le asintió a Larousse, hombre a hombre y esperó para ver lo que la pequeña mierda haría. Después de todo, esto fue el pedazo de mierda que activamente había intentado herir a Skye, este fue el chico por el que Beck había perdido completamente su tranquilidad y lo golpeó, llevándolo hasta los tapetes de la cocina con sus puños en una muestra de salvaje temperamento e incontrolada ira que había asustado a todo el mundo presente… a Beck sobre todo. Alguna intensa emoción contrajo espasmódicamente a través del rostro de Ryan Larousse y Beck pudo ver el musculo en su barbilla tensionándose mientras el chico apretó sus dientes posteriores juntos.

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Pero al final, todo lo que hizo fue asentir de vuelta y seguir a su equipo fuera de la cocina. Beck deseaba no respetar al tipo por eso, pero como que él lo hacía. Después de todo, él sabía exactamente cuán profundamente quería ganar Larousse. Y en su lugar, estaba en su camino de vuelta a Chicago con su cola bien metida entre sus piernas. Eso tenía que apestar. Mientras tanto, Claire parecía haber pedido a los dos equipos finalistas declarar sus opciones para chef líder y sub-chef, porque Skye estaba caminando hacia adelante, determinación reafirmando su suave barbilla pequeña. —Estaré compitiendo por el equipo de la Costa Oeste —dijo ella, su voz completamente inquebrantable. Pero Beck podía leer los nervios en el tranquilo tintineo de los brazaletes de aro alrededor de sus muñecas, antes de que ella apretara sus manos en frente de ella para silenciar el sonido. —¿Y su sub? —preguntó Claire. Echando un vistazo hacia atrás, a la mujer rubia platino de baja estatura detrás de ella, Skye dijo—: voy a llevar a Fiona Whealey a las finales conmigo. —Ah —dijo Claire, con el interés chispeando en su voz—. ¿Un equipo de chef completamente femenino en las finales? Theo, corrígeme si estoy equivocada, pero creo que esto puede ser la primera vez para RSC. —No, tienes razón. —Theo Jansen quién había paseado tranquilamente dentro de la cocina después de la degustación, parecía tan orgulloso y presumido como si él personalmente hubiera entrenado a Fiona y Skye—. La mejor de las suertes, señoras. —¿Quién necesita suerte cuando tienes tanta habilidad? —Fiona flexionó sus brazos nervudos con un guiño, haciendo que la intricada cuchara tatuada en su bíceps se torciera como algo fuera de esa película de Matrix. El deseo de Beck de palmear a Skye en la espalda era rivalizado solo por la urgencia de abofetear la mirada de aprobación paternal en el presumido rostro de Theo Jensen. Beck había visto despreciables como ese en el servicio… tipos que decían las cosas correctas acerca de lo que las mujeres querían para tener éxito, ser ascendidas, lo que sea, pero todo con este aire de “¿No son lindas por querer sujetar un arma y defender a su país?”

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Lo que era muy gracioso, considerando que el oficial submarino más robusto que Beck jamás conoció era una pequeña suboficial de marina de metro sesenta, de tercera clase, llamada Marianne Wells. Beck se tomó un momento para alegrarse de que Theo ya no fuera un juez. Claire Durand parecía como si ella estubiera reprimiendo la urgencia de reírse de la postura de Fiona Whealey mientras se volvía hacia el equipo de la Costa Este. —¿Y ustedes? ¿Quién se enfrentará con la Chef Gladwell? Su líder de equipo, Jules, arqueó una ceja en la dirección de Theo. —Si crees que un equipo femenino será emocionante, te va a encantar esto. Estaré compitiendo por el equipo de la Costa Este, con Winslow Jones como mi sub. Beck no reconoció el leve hundimiento en su intestino. La fuerte decepción fue fugaz y sin sentido. —Bueno, ¡eso no es cualquier cosa! —Theo aplaudió sus manos juntas, muy satisfecho—. ¡Este es el año de la mujer! —Umm ¿Hola? —Win levantó su mano y se apuntó a sí mismo—. Me gustan las mujeres, bueno, como amigos y esas cosas, pero… no realmente una mujer por aquí. Todo hombre, con partes de hombre. Sólo quiero ser claro en eso. —¡Oh! —Theo parecía sorprendido, luego avergonzado—. No, por supuesto que no, Chef Jones. No pretendo implicar… nada. A veces era difícil no creer en el karma. ¿Actúas como un tonto? Pareces idiota. Fin. —Todo bien. Eva Jansen rápidamente tomó el control de la conversación y rescató a su confuso padre. —Felicitaciones a ambos equipos finalistas… cientos de chefs matarían por estar en sus zuecos justo ahora. Y ahora que han escogido a sus competidores, vamos a dejarlos ir así podemos empezar a arreglar las cosas para el desafío final, que será anunciado aquí en la cocina de la competición mañana en la mañana. Todo el mundo, tómense la noche libre. Se lo han ganado. Eso consiguió quizás la más grande ovación de todo el día, mientras los diez chefs quienes habían pasado horas de pie corriendo alrededor, revolviendo, picando,

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plegando y luchando se dieron cuenta de que ellos no tenían que poner los pies en una cocina hasta el día siguiente. —¡No festejen demasiado fuerte esta noche! —gritó Kane Slater sobre el estruendo—. Todos están en la espera para ayudar a los planes de sus competidores y comenzar una vez que revelemos el desafío final. —Sí que se joda eso —susurró Max fuera del lado de su boca mientras la multitud de concursantes celebrando tropezaban en masa hacia las puertas de la cocina—. Vamos a salir esta noche amigos míos. ¿Dónde está el bar amigable de chef más cercano? Esa era una de las cosas favoritas de Beck acerca de cocinar en fila en la cocina de un restaurant en lugar de en la cocina de un submarino. Cuando el turno había terminado, en lugar de salir y atrapar algunas horas de sueño en un espacio no mayor del promedio de una bañera, los chefs de restaurantes tendían a tomar toda la adrenalina producida con la lucha y las prisas de la cena y se dirigían por la noche para un segundo turno de beber, juergas y en general mal comportamiento. Un afilado codo en su lado hizo que Beck expulsara su aliento con un soplido. —Obsérvalo —dijo él, mirando hacia abajo a Winslow. Win miró arriba hacia él sin arrepentimiento. —Eres un chico grande, puedes tomarlo. Sus ojos verde claro estaban abiertos y expectantes mientras inclinaba su cabeza rapada en un ángulo exagerado. Él estaba obviamente tratando de comunicar algo, pero Beck no tenía idea de qué. Su reticencia solo parecía estimular a Winslow haciendo gestos con la cabeza, más grandes y con sus ojos más amplios, hasta que Beck dijo finalmente: —Amigo, no entiendo nada. En serio ¿Qué? Haciendo un ruido de succión con sus dientes delanteros, Winslow dio a Beck una mirada disgustada. —Hombre, no entiendes de insinuaciones. Déjame preguntarte esto. ¿Quién, aquí…? —Win extendió sus brazos amplios para abarcar más ampliamente al grupo de chefs—. ¿Podría saber dónde está el lugar de reunión para pasar una buena noche en este vecindario? Umm. Como si Winslow hubiera puesto una mano en la barbilla de Beck y empujado, Beck se giró para mirar a Skye hablando con el gran chico latino de su equipo en

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la franja exterior de la multitud. Tensando su mandíbula, Beck le dio a Winslow la más impasible mirada que él podía sacar. —Ah, vamos amigo. Ve a hablar con tu chica. Una pequeña pregunta no matará a ninguno de ustedes. En otras palabras, simplemente hazlo. Él abofeteó el lado de la cabeza de Winslow sobre principios generales antes de abandonar el tropel para quedarse atrás y esperar a Skye.

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Capítulo 13 Traducido por Naty (SOS) Zeth (SOS) y Akanet Corregido por Susanauribe

—V

amos, Oscar, sabes que Fi es la opción correcta. Ella trabaja rápido y limpio… —Y es la mejor evitándote prolongar y pensar demasiada mierda. Lo sé.

El grandullón todavía no parecía del todo feliz. Skye mordió su labio. Ella aborrecía este tipo de drama, el ir y venir, el ella-dijo-él-dijo y la competición por tener una posición en la cocina era la cosa menos favorita de montar su propio negocio. Porque cada disputa, cada discusión, cada ridícula apuesta tenía que ser resuelta por una sola persona: el jefe. En este caso, Skye. Quien no había entendido cuando abrió Queenie Pie que se estaba metiendo en una larga y distinguida carrera como una mediadora/terapeuta. Excepto ahora, Oscar no parecía en realidad estar discutiendo con su decisión de hacer de Fiona la ayudante de chef para la final. —Entonces ¿estás de acuerdo que ella debería competir conmigo? Oscar se encogió de hombros, su pecho grande apenas flexionándose con el movimiento. —Supongo. Sólo... no lo sé. Skye resistió la urgencia de gritar. —Lo sabes.

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—Se siente como un juego —espetó, las cejas negras sobresaliendo sobre sus tristes ojos marrones—. Lo que el chico Jansen dijo… Oh, Skye recordaba. Dejando a un lado la irritación que siempre sentía, cada vez que un reportero la singularizaba como una de las mejores chefs femeninas en la ciudad, o parte de un nuevo grupo de talentosas mujeres chef estaban abriendo sus propios restaurantes. Skye dijo—: Ignóralo. Ganaremos esta cosa porque somos excelentes, sacudimos la cocina, y cocinamos buena comida. No porque tenemos ovarios y senos. La oscura y aterciopelada voz detrás de ella envió escalofríos hasta apretar el pelo sudoroso a la nuca de Skye. —Hay tantos lugares a los que podría ir con eso. Se dijo que era ridículo sonrojarse ante el hecho que su próximo-ex-marido la hubiera escuchado decir la palabra senos cuando no sólo los había visto sino también tocado. Varias veces. No es que el recuerdo de esas ocasiones la ayudaran a enfriarse en absoluto. —¿Este tipo va a ser un problema, jefa? Nadie, Skye meditó, acercaba como Oscar. Incluso lo logró cuando el hombre sobre el que se estaba cerniendo era su igual en tamaño y fuerza. Como sea, Beck no lucía exactamente intimidado. Su calma y cuestionadora mirada se giró hacia Skye. —¿Soy un problema para ti, Skye? —Por supuesto que no —espetó, con el juego derecho a sus manos, pero ¿qué más podría decir? Aparte de—: Estamos bien, Oscar, ve a ponerte al día con todos los demás. Te encontraré después. Lanzando una mirada profundamente sospechosa en dirección a Beck, Oscar hizo como ella le pidió. Mientras la puerta de la cocina se cerraba detrás de él, Skye arqueó una ceja hacia Beck, decidida a ser lo más distante e indiferente sobre todo esto como lo era él. —Conseguiste lo que buscabas. Estamos solos. Así, ¿qué sucede a continuación? Una risa silenciosa brillaba en los profundos ojos oscuros de Beck, sin embargo su boca ni siquiera se estremeció. Dios, cómo solía vivir para esos breves momentos de secreta diversión.

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—Estaba esperando por una palabra rápida, sólo para hacer una pregunta. Pero si tienes algo más en mente, soy todo oídos. El pulso de Skye se aceleró incómodamente, pero se las arregló para dar un bostezo increíble. —¿Sabes qué? Tengo demasiado calor y estoy sudorosa para jugar juegos de palabras contigo toda la noche. Sólo dime qué quieres. Beck sacudió su cabeza como si no pudiera creer la forma en que ella se mantuvo tendiéndole una trampa, pero en vez de ir por la ruta obvia y burlarse de ella sobre cómo de caliente y sudoroso le gustaría ponerse con ella, todo lo que dijo fue—: Mi equipo está buscando desahogarse. ¿Tienes una recomendación para un buen lugar abierto por la noche después del horario laboral, lo suficiente como para relajarse si las cosas se ponen ruidosas? De alguna manera, ésa no era en absoluto la pregunta que había esperado. Parpadeando rápidamente, dijo—: Sí, claro. De hecho, si sólo siguen a Fiona y al resto de mi equipo, se estarán dirigiendo en la dirección correcta. Estoy bastante segura que van de camino hacia el Grape Ape. Su expresión no cambió, pero de alguna manera trasmitió la sensación que estaba poniendo sus ojos en blanco por dentro. —Sí, el Grape Ape —confirmó ella con irritación—. Es un club de jazz con una pipa oriental a un lado de la barra, y una lista de pequeños lotes de licores indios de un kilómetro. En realidad, ahora que pensaba en ello… sonrió maliciosamente. —Vas a odiarlo. A Beck nunca le había gustado de sus gustos musicales; solía quejarse de cómo el saxofón del Jazz sonaba como si alguien estuviese soplando el extremo incorrecto de un gato. ¿Y toda la escena con pipa oriental? Casi quiso irse con cualquiera al bar, sólo para ver la expresión en su rostro. Aunque, conociendo a Beck, quien de alguna manera se había vuelto más caradura durante los diez años que estuvieron separados, no habría mucho que ver. —Suena genial —dijo, seco como harina de maíz—. Estoy impaciente.

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Hubo una corta pausa mientras Skye trató de no pensar en el hecho de que sus ropas estaban pegadas a ella en algunos desafortunados lugares, manchados con quien sabe qué. Finalmente Beck dijo—: Entonces, ¿Te veré en este lugar Grape Ape? —Más tarde posiblemente —dijo vagamente, tirando de la camiseta verde sin mangas que se había puesto bajo su chaqueta de Chef—. Tengo algunas cosas de las cuales ocuparme primero. Quizás se estaba volviendo un vejestorio, Fiona ciertamente lo pensaba, y se lo dijo a Skye, en un fundamento básico, pero Skye ya no estaba acostumbrada a estar hasta tan tarde en la noche, después del servicio, a la escena del bar como solía estarlo. De acuerdo, nunca estuvo tan acostumbrada. Pero eso era lo que hacías cuando tenías un restaurante, cuando eres una laboriosa, chef repartidora de platos, que pone los horarios y quieres encajar con los chicos en el lugar, por lo que había pasado tiempo con sus alborotadores. Esta noche, sin embargo, todo lo que quería era un poco de paz y soledad, y la oportunidad de finalmente calmarse. ¿Estando en cualquier lugar cerca de Beck? No conseguiría lo que quería. *** El Grape Ape era exactamente como Skye lo había descrito, directo al hecho de que Beck odió el lugar, desde el momento en que se abrió paso a través de las largas hebras que llegaban hasta el suelo, hasta que llegó a la entrada del bar mismo. Una base de humo de olor extraño colgaba en el aire, frutal y más dulce que el tabaco, pero sin la pastosidad herbal de la marihuana. Se dio cuenta que el olor venía de las pipas, puestas en lo bajo, rodeando las mesas en el bar. En adición a cocteles hechos a base de alcohol artesanal, el menú incluía tabaco condimentado con combinaciones poco probables, tales como menta y uva, el gran especial del Grape Ape, y frutas tropicales como guayaba y mango. Olía a hippies ahí. Y la música… Beck tomó otro sorbo de su wiski Balcones True Blue y esperó que el satisfactorio calor se esparciera en su interior y cubriera el discordante sonido de sus oídos.

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Se estremeció, lo suficientemente notable como para que Winslow se volviera hacia él con una sonrisa y un gesto de su vaso casi lleno de Beck líquido de color ámbar. —¿Más fuerte de a lo que estás acostumbrado, eh chico rudo? —No es la bebida —le dijo Beck, haciendo una mueca de dolor mientras la delgada saxofonista de cabello rojo en el escenario tocaba una nota lo suficientemente alta como para destruir diamantes. —Ah. ¿No eres un fan de la más música creativa y de improvisación jamás creada? —Tú también, no —gruñó Beck. —¿Yo también? ¿Quién más…? oh ya veo. —Winslow puso esa sabia extraña expresión en su rostro de niño—. No se me había ocurrido antes, pero ahora lo entiendo. Queenie Pie Café, eso es lindo. Me gusta. Beck no pudo soportarlo. Se tensó por completo, envolviendo sus dedos en el vaso hasta que las yemas de éstos se entumecieron por el frio. —¿A qué te refieres? —Queenie Pie, ése es el gran musical inacabado de Duke Ellington. Tu chica debe ser una gran fan, para nombrar a su restaurante de esa manera. —Ellington. Sí, eso me suena. ¡Cristo! —Agitó su cabeza y frunció el ceño hacia los músicos en el escenario—. ¿Por qué siempre tiene que haber un saxofonista? —Duke Ellington era un pianista. Dios, amo esa palabra. Dila tres veces conmigo, rápido. Pianista, pianista, pianista. Aquél no era la clase de lugar donde la gente se giraba y te fulminaba con la mirada, lo cual era algo bueno, porque Winslow casi cae mientras cacareaba. —¿Cuántos años tienes? —preguntó Beck, honestamente curioso. No pudo recordar nunca sentirse más joven. —Soy lo suficientemente viejo como para saberlo mejor —replicó Win—, pero no tan viejo para que haya perdido completamente mi sentido del humor y la diversión. Dios. De todos modos, yo estaba diciendo. ¿Qué estaba diciendo? Empujando el tercer vaso de coctel Win inidentificado con azúcar, y vívidamente verde de Win lejos del borde de la mesa, Beck se encogió de hombros.

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—¡Oh! Cierto. Duke Ellington. Uno de los grandes. Bastante cotizable, también. ¿Sabes lo que dijo sobre el jazz? —¿Siempre tiene que haber un alto, chillón y molesto solo de saxofón? —adivinó Beck. —¡No! —Winslow luchó para sentarse con la espalda recta antes de finalmente darse por vencido ante la gravedad y colapsar de nuevo contra el montículo de cojines amontonados en su mesa en la esquina—. Dijo que el jazz era como el tipo de hombre que no quieres que se asocie con tu hija. Eso cogió por sorpresa a Beck, y soltó un bufido antes de poder contenerse. Winslow, por supuesto, saltó ante ello. —¿Qué? —Nada —Beck hizo girar el líquido de color ámbar en su copa, haciendo tintinear los menguantes cubos de hielo con suavidad—. Es sólo que... de repente tiene sentido para mí por qué a Skye le gusta tanto. —Oh, ya veo. —La mirada sensata, aprendida con sabiduría de Winslow estaba de regreso—. ¿Papi y Mami no estaban de acuerdo de acuerdo en que su querida niña saliera con un chico del lado equivocado del camino? Beck apretó su mandíbula, juntando sus labios con fuerza. ¿Por qué diablos estaba incluso hablando de esto? —Cristo, eso fue hace mucho tiempo —finalmente exhaló en un aliento explosivo. —En cuanto a tiempo, tal vez, pero no puedes actuar como si todavía no te afectara, así que ni siquiera lo intentes —Winslow habló con el lenta y deliberada lógica de una persona muy borracha, pero tenía razón. Tal vez era hora de dejar un poco de esta basura irse. O por lo menos descubrir una manera para pasar alrededor de ella y así poder seguir adelante. Además, Win estaba borracho. Eso lo hacía un poco más fácil, de alguna manera. Rindiéndose ante lo inevitable, Beck puso su vaso sobre la mesa. —Estás fuera de lugar. Quiero decir, yo estaba en el lado equivocado del camino, supongo. O el lado equivocado de la bahía, de todos modos. Sin embargo, sus padres me querían. Yo era la causa ideal, un joven con problemas para llevar alrededor a todas sus reuniones intelectuales y mostrarlo, para demostrar lo liberales e integrales que eran. Sintiendo la comisura de sus labios retorcerse en una sonrisa sin humor, Beck contempló a Winslow sobre el borde de su vaso.

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—Ellos habrían estado encima de ti. Win espetó una risa, con los ojos verdes brillantes. —Mierda, lo apostaría. ¡Negro y homosexual! Quiero decir, ¿a quién no le encanta un trato de dos por uno? —Su sonrisa se desvaneció rápidamente, sin embargo, y su mirada se volvió pensativa—. ¿Así que cuando dejaron de quererte? Beck se quedó mirando su cerveza, un músculo latiendo en su mandíbula. —Más o menos en el momento en que le propuse matrimonio... y ella aceptó. —Uf. Eso me parece un poco bajo e incómodo, para mí. Encogiéndose de hombros, Beck miró hacia el bar oscuro, y lleno de humo. —Tienes que conocer a los padres de Skye, supongo. Artistas, del tipo hippie, hasta el extremo. No estaban casados, no creía en ello. No creo que tuvieran la intención de tener un hijo, tampoco, siempre parecían mucho más envuelto en sus causas y sus pretenciosas exhibiciones de arte y sus amigos consumidores de marihuana e interesados que en el cuidado de Skye. Pero era seguro como el infierno que tenían mucho que decir cuando ella no estaba actuando de la forma en que pensaba que debería hacerlo. Win apoyó su barbilla en una temblorosa mano y sacudió la otra en el aire. —Continua —dijo arrastrando las palabras—. Esto es muy interesante. Por supuesto, eso hizo que Beck quisiera tomar medidas drásticas. —No, es historia antigua, hombre. Nos casamos de todos modos, ellos la desheredaron, lo que sea. El tirón de dolor en su estómago era tan familiar como un viejo amigo cuando él levantó su copa para tomar otro trago y dijo—: No es como si se equivocaran totalmente, de todos modos. Skye y yo, no duramos mucho. Tenían razón en eso. —¿En que estaban equivocados? —La cerveza quemó por la garganta de Beck mientras parpadeaba hacia Win a través de la bruma. —¿Qué? —Parpadeando como lechuza, Win dijo—: Dijiste que sus padres no se equivocaron totalmente. Así que en algo estaban mal. ¿En qué parte? Beck le lanzó una mirada sospechosa al cóctel verde neón con, ¿qué era eso? Rodajas de pepino flotando a su alrededor.

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—Esa bebida es sin alcohol. Tiene que serlo. De ninguna manera eres tan perceptivo después de una serie de cócteles de verdad. Los ojos de Win se movieron de manera culpable, entonces suspiró y se dio por vencido. —Bueno, sí. Es sólo un agua de pepino y agua de menta. ¡Pero hay un montón de azúcar en ello! Lo suficiente como para hacerme descabellado, lo juro. Además, sabía que ibas a estar más dispuesto a abrirte si pensabas que había una posibilidad de que ni siquiera recordaría esta conversación mañana. —Pequeña mierda —dijo Beck, pero no pudo evitar la irónica sonrisa que tiró de su boca. —Estaba medio en lo correcto, sin embargo, ¿verdad? —Sintiendo que estaba perdonado, Win rodó hasta quedar en sus rodillas y puso sus manos arriba frente a su pecho, rogando como un cachorro—. ¡Así que vamos, termina la historia! Los padres de Skye estaban en lo cierto en que ustedes chicos locos no se quedarían juntos, lo siento por eso, ¿pero no lo estaban en…? Bueno, eso era más o menos lo suficiente en cuanto a compartir por una noche. Beck lo desvió tomándose el resto de su bebida y abofeteando a Winslow en la espalda. —Ellos dijeron que nos íbamos a divorciar, obviamente, pero nunca llegamos a hacerlo. Aunque, si Skye se salía con la suya... el estado de humor de Beck se oscureció. Visiblemente, si la manera en que los ojos de Win se entrecerraron eran de alguna pista. —Sí. Me pregunto por qué. Parece que la mayoría de las personas que pasan diez años apartados finalmente logran separarse completamente. Golpeando su vaso vacío con fuerza suficiente para hacer que las astillas restantes de hielo saltaran, Beck gruñó—: Bueno, no lo hicimos. Pero eso no importa ahora. Se terminó, aún si tenemos los documentos oficiales que lo digan o no. —Claro que lo hizo —La mirada que Beck le disparó debió haber sido feroz, debido a que Winslow comenzó a dar marcha atrás rápidamente—. Quiero decir, ¡Oye! ¡No es culpa mía que Skye y tú seáis amantes desgraciados 16 está escrito por todas partes! Y puedes fruncirme el ceño todo lo que quieras, Sr. tipo duro, pero sabes que tengo razón. Todavía hay algo entre ustedes.

Amantes desgraciados: A pesar del destino los amantes se cruzan, pero no hay ninguna posibilidad de que puedan estar juntos como una pareja (casada). 16

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Beck obligó a sus hombros a relajarse, a sus dedos a desenroscarse de los puños que no se recordaba haber apretado. —Sí. Sexo. Amantes desgraciados. gilipulleces. Tal vez esto sacudiría parte del polvo de hadas de los ojos de Winslow. Inclinándose hacia adelante, Beck enarcó una ceja mientras Winslow se inclinaba hacia atrás, pareciendo nervioso. —¿Quieres saber un secreto? Hicimos una apuesta, Skye y yo. De cualquier manera que esto vaya, obtendrá el divorcio. Pero ¿si nuestro equipo gana la final? La tengo a ella. Para una última noche. Ves, Beck quería insistir. Se acabó. No queda nada entre nosotros excepto por la forma en que nuestros cuerpos reaccionan entre sí. Pero en vez de obtener una idea, Win consiguió la sonrisa más triunfal en la historia del mundo difundiendo a través de su cara.

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—¡Oh! ¡Eso es tan romántico! Herido, Beck se echó hacia atrás. —No, no lo es —dijo con firmeza. —Bueno, está bien. Pero es un comienzo. Beck aplastó un sonido inarticulado de frustración. —Es un final. —Oh, Beck. —Win sacudió heterosexuales son los peores.

su

cabeza

con

tristeza—.

Dios,

los

chicos

—Creo que acabamos aquí —dijo Beck, sacando un billete de diez dólares y arrojándolo sobre la baja mesa de mimbre—. Nos vemos de vuelta en el hotel. —¡No seas así! —Win se derribó de nuevo en su cojín y levantó sus manos implorantes hacia Beck—. Ven, siéntate. No quería hacerte enojar. Beck se puso de pie en una carrera controlada, sintiendo que sus músculos se desenrollaban en agradecimiento después de una hora de estar apretados en el suelo. —No, estamos bien. Sólo estoy cansado. Y medio odio este lugar. —Sí, lo sé. Gracias por permanecer aquí durante tanto tiempo, y entretenerme con tu triste historia.

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—No es una historia triste. —Beck metió sus manos en sus bolsillos traseros y bajó su mirada hacia uno de los mejores amigos que había tenido alguna vez—. Es sólo mi vida, hombre. Y esa parte de mi vida se ha terminado. Viéndose perfectamente como en casa descansando sobre una almohada con borlas de terciopelo azul como una especie de pachá, Winslow enlazó sus dedos detrás de su cabeza y miró a Beck seriamente. —¿Qué parte? ¿El amor? Espero que no, Beckster, por tu bien. —Amor. —Beck se echó a reír, pero el sonido desgarró su garganta con bordes dentados—. Jesucristo. Esto no es una comedia romántica, Win. Esperaba que Winslow discutiera con él, exaltara las virtudes de enamorarse, llevándolo a la tarea de actuar como si no supiera lo que significaba esa palabra. Pero Win sólo parpadeó lentamente y sonrió. —Sabes, sólo vamos a estar aquí por unos días más. Tal vez deberías tomarte algún tiempo para revisar las partes de tu vida que dejaste atrás. Echando un vistazo alrededor del bar lleno de gente, lleno de charlas y risas y el tintineo de vasos, tomando un gran respiración pesada por el humo y el olor de cuerpos sudorosos realmente juntos, Beck de repente sintió un intenso impulso de buscar aire fresco. Y eso le hizo pensar en... —¿Por qué estás sonriendo? —Win quería saberlo. —Nada. Mira a tu alrededor. —Beck se subió sus pantalones vaqueros y se dirigió hacia la salida, sin dejar de sonreír, con una extraña ligereza llenándolo ante el pensamiento de ver un rincón especial de su pasado, por última vez.

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Capítulo 14 Traducido por Otravaga y rihano Corregido por Angeles Rangel

B

eck usaba botas de cuero que lo hicieron deslizarse sobre la grava suelta en el desvanecido sendero, y sacó una mano disparada justo a tiempo para equilibrarse contra el rugoso tronco de un alto árbol de eucalipto.

Toda la zona alrededor de Kirby Cove estaba cubierta con eucaliptos, cipreses y pinos, y el fresco olor verde de ellos en la fría noche llenaba los pulmones de Beck con un bienvenido alivio. Eligiendo más cuidadosamente su camino, y contento por centésima vez de llevar puestas sus cómodas botas viejas en la cocina en vez de los más comunes zuecos de goma o cuero, Beck miró atentamente hacia arriba a través de las envolventes ramas y deseó que hubiese luna llena. Tan lejos del sendero oficial, necesitaría toda la luz que pudiera conseguir. Finalmente, emergió de los bosques en el claro en la parte superior del acantilado con vista a la bahía. Beck parpadeó para alejar el repentino resplandor de las luces de San Francisco en la distancia y el brillo del Puente Golden Gate extendiéndose lejos de él y sobre el agua oscura. Algo en su pecho se serenó mientras captaba la vista. Podía negarlo, podía odiarlo, podía luchar contra eso y jurar que nunca volvería aquí... pero no importaba lo que Beck dijera, este siempre sería su hogar. Una brisa salada proveniente de la bahía lo hizo moverse de nuevo, tirando de la camiseta por encima de su cabeza a medida que descendía por el terraplén rocoso. Ahora que estaba aquí, se encontró apresurándose por llegar a la ensenada protegida, oculta de la zona de acampada, donde él y Skye solían nadar. Sin advertencia, los recuerdos lo inundaron. De esa primera noche, la noche en que se conocieron, cuando él había ido a dar una caminata a través del bosque

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después de comprobar sus altamente ilegales trampas para cangrejos y encontrar a una hermosa joven encaramada en una roca, como una sirena, algo salido de un libro ilustrado de mitos que sus padres le habían dado para su sexto cumpleaños. El que tenía las tapas desprendiéndose, y el borde de las páginas todo desgastado, suave y redondeado por la manipulación constante y el golpeteo contra el resto de las porquerías que cargaba por ahí en la mochila en la que llevaba todas sus pertenencias. Sacudiéndose la visión de Skye como había sido hace doce años atrás, pálida como la luna que brillaba sobre él ahora, su cabello rojo una cascada de rizos sobre sus hombros, las suaves curvas lisas de su cuerpo; Beck se agachó bajo una rama de ciprés que colgaba bajo. Se colgó la camiseta alrededor del cuello, con sus botas finalmente haciendo crujir la áspera grava de la playa mientras trotaba alrededor del último grupo de rocas y conseguía su primera vista real de la ensenada. Su propio pozo privado para nadar, como lo habían llamado, y en todas las veces que ellos habían venido aquí, nunca habían visto a otro campista o excursionista lo suficientemente aventurero como para abrirse camino por el bosque para bajar hasta esta pequeña ensenada y probar el agua. No era sorprendente; era peligroso nadar en la Bahía de San Francisco con el mejor de los tiempos… bañarse desnudo en la noche era una locura. Sólo un lunático, o una pareja de chicos convencidos de que eran invencibles, se atreverían. Beck se congeló, mirando las oscuras aguas con incredulidad. Aparentemente él no era el único lunático en Kirby Cove esta noche. A unos treinta metros de distancia de la orilla rocosa, una figura blanca se movía limpiamente a través de las agitadas olas. La comprometida visibilidad hacía que la distancia fuese muy lejana para que Beck pudiera ver un rostro, pero con un estremecimiento de premonición, Beck supo en sus entrañas quién era el nadador. Un rápido reconocimiento a la playa probó que tenía razón. Justo ahí, apilada a los pies de la roca favorita de Skye para tomar el sol, estaba una pila ordenada de ropa doblada, coronada por una bata de chef blanca manchada.

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Girando para enfrentar el agua, Beck se quedó mirando ávidamente la bahía, deseando que sus ojos se agudizaran. Tenía que verla. Tenía que asegurarse. El nadador se detuvo a media brazada y se quedó suspendido en el lugar, pataleando el agua bajo la superficie mientras levantaba el rostro al cielo nocturno. El sonido de sus respiraciones jadeantes se difundían a través de las aguas abiertas, tan claramente como si Beck estuviese pataleando agua a su lado. El viento arreció alrededor de él, azotando los árboles y deslizando las nubes que habían cubierto la luna en la distancia, brillando con una luz tenue y lechosa sobre las facciones de una mujer. Era Skye. Beck arrojó la camiseta al suelo al lado de la ropa de ella, después siguió con sus pantalones vaqueros. *** Esto era estúpido. Skye sabía que era estúpido. Si cualquiera de sus amigos fuese a nadar solo en la noche, incluso en una agradable y segura piscina, ella los golpearía en la cabeza y les advertiría del peligro. El cual era exponencialmente mayor cuando nadabas en aguas abiertas. Notoriamente traicioneras aguas abiertas, por cierto. Pero ella siempre se había sentido a salvo en Kirby Cove… y además, necesitaba esto como necesitaba el aire. Y el chocolate. Este baño había sido fundamental. Una mera hora de soledad, y podía escucharse pensando de nuevo. Todo parecía más claro aquí afuera, lejos del ruido, el bullicio y las exigencias de su cocina y su equipo. Los quería con locura, pero… a veces locura era la palabra clave. Unos calambres la atravesaron, señales de su cuerpo de que esta agua realmente estaba demasiado fría, especialmente cuando ella no estaba haciendo mucho más que pasar el rato y tal vez era tiempo de pensar en salir, muchas gracias. Un ruido, como guijarros moviéndose y rodando, envió un escalofrío a través de Skye que no tenía nada que ver con la temperatura del agua. Claro. Porque morir ahogado era la única cosa a la que se arriesgaba un nadador solitario.

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Con el corazón en la garganta, cada músculo anudado con tensión, Skye pateó las piernas furiosamente para colocarse en posición de modo que pudiera ver la orilla. La playa estaba vacía. Examinando la ribera de grava por una pista de lo que podría haber hecho el ruido que había oído, Skye sintió que su pulso acelerado comenzaba a nivelarse. No era nada. Probablemente un conejo o algún otro pequeño animal inofensivo. Sin embargo, la paz y la serenidad del momento se habían roto, y suponía que probablemente ya era hora de secarse e ir a casa, de todas formas. Renuentemente se empujó hacia la orilla, Skye sólo comenzaba a sentir el buen temblor satisfactorio en sus hombros y brazos por la sesión de ejercicios que les había dado hoy cuando algo tocó su pierna. Aún nerviosa, dio un vergonzoso grito y se agitó un poco, incluso cuando su cerebro trataba de convencerla de que no era nada, algunas cañas o un pez inofensivo. Pero entonces el toque llegó de nuevo, y esta vez se deslizó desde su rodilla hasta su muslo, aterradoramente cálido contra su piel enfriada por el agua, y la mente de Skye quedó en blanco por el terror. Lanzando todas sus fuerzas en su brazada, nadó tan fuerte como pudo hacia la playa. Una risa familiar tras ella sobresaltó a Skye tan mal que casi se ahogó, con el agua salada escociendo mientras bajaba por su garganta y hacia arriba por su nariz. Tosiendo y resollando, Skye dio media vuelta para ver agua vertiéndose en riachuelos hacia abajo por el apuesto y sonriente rostro de Henry Beck y sobre sus anchos hombros. —¡Gilipollas! —Skye apenas podía verlo, la impresión y la adrenalina aguando sus ojos. —Lo siento —dijo él, deslizándose a través del agua hacia ella—. Pero ha pasado tanto tiempo desde que te sorprendí de esa manera. —Podría matarte justo ahora —gruñó ella, limpiándose el rostro y pataleando sus piernas para mantenerse fuera del alcance de sus largos brazos, brillando desnudos a la luz de la luna. —¡Ay, vamos! Esa no es la forma de hablar de una pacifista.

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—Siempre has sido una mala influencia —le dijo a él, finalmente consiguiendo poner su respiración bajo control. Tuvo que luchar contra el impulso de tratar de aplacar su cabello imposible. No funcionaría, y sólo le haría creer que le importaba cómo lucía frente a él. Lo que no era cierto. En absoluto. Por un instante, ella definitivamente no estaba pensando en el hecho de que estaba nadando con nada más que su actualmente muy translúcido sujetador rosado y sus bragas. O que ella no había perdido nada de peso desde la última vez que él la había visto en ropa interior… de hecho, ella había hecho lo contrario. No era sencillo mantenerse a flote mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho, y se sentía tonta, así que se dio por vencida con eso y se concentró en mantener la cabeza fuera del agua. La oscura mirada de Beck cayó a la línea del agua, enfocándose en los regordetes abultamientos superiores de sus pechos asomando por la parte de arriba de las copas de su sujetador pegándose a su piel. —Pensé que estabas a punto de salir —dijo él casualmente—. De todas formas, ¿cuánto tiempo has estado nadando? Pataleando lentamente hacia la orilla, Skye frunció el ceño. —Cerca de una hora, supongo. No lo sé, vine aquí directamente después de que saliéramos de la competición de cocina. Beck la siguió a un deliberado ritmo lento. Ella no parecía poder dejar de echar vistazos a los rápidos y seguros movimientos de sus brazos a través del agua, del grupo y juego de músculos en sus grandes hombros. Más cerca ahora de la playa, Skye sintió el lodoso suelo bajo sus pies y comenzó a ponerse de pie. Un repentino destello en los ojos de Beck tuvo a Skye aspirando un aliento y agachándose de nuevo bajo el agua. —¡Tú completo bastardo! ¡Sólo quieres que salga para poder verme con la ropa interior mojada! —Nunca dije que no lo haría. —Sin parecer demasiado cabreado o estar frustrado, Beck se volcó sobre su espalda y flotó perezosamente. Una cosa buena sobre ser escaldado con un furioso rubor... este tomó parte de la frialdad de la superficie de la piel de Skye.

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—¿Qué te pasa? —susurró ella—. Me dejaste hace diez años, ¿recuerdas? Y después de esa última llamada... —Su voz se sacudió. El recuerdo de esa conversación, estáticamente detenida, estaría con ella hasta que muriera. Skye afirmó su barbilla y lo clavó con una mirada. —Después de eso, ni una palabra. Ni una simple llamada o postal, o un maldito telegrama cantado, Henry. ¡Podrías haber estado muerto para todo lo que sabía! —Siento decepcionarte. Ese fue un golpe firmr, justo hasta el intestino. Sin aliento y sorprendida, una tormenta de dolor se levantó y sacó las palabras de su garganta apretada. —Oh, vete a la mierda, Henry. En serio, sólo... Sin importarle más lo que él viera o no, Skye se puso de pie con las piernas temblorosas y comenzó a vadear hacia la playa. Todo lo que sabía era que tenía que alejarse de él, y del recuerdo de aquellos largos meses a solas con su dolor. Una maldición suave y una salpicada detrás de ella fue toda la advertencia que obtuvo antes de que una mano dura saliera disparada y se apoderara de su muñeca. —Skye, espera... —¡No! —Tirando frenéticamente, Skye se retorció para liberarse de su implacable agarre. —No debería haber dicho eso. Lo siento. Su voz profunda y solemne agotó las ganas de luchar de ella. El problema era que, al parecer acabó todo lo demás, también, cada gota de energía y espíritu de la hora tranquila de soledad que se había dado. Luchando contra el impulso de marchitarse completamente, Skye tragó saliva. —Está bien. Puedes dejarme ir ahora. Beck hizo ese ruido inarticulado que ella conocía tan bien, lo que significaba que estaba frustrado, acosado por alguna emoción que no podía o no quería expresar. —Todavía no.

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Flexionando su muñeca en contra de sus dedos, Skye jugó su baza. —Me estás lastimando —dijo ella en voz baja. La soltó como si su piel lo hubiera quemado, y ella empezó a recorrer el camino de vuelta a la playa sin otra palabra o mirada. Esto era demasiado duro. Todo con Beck... ya era demasiado, y por un breve, espantoso momento, Skye vio la oscura, boca abierta del pasado surgiendo para tragársela entera. —Skye. —Su voz era cruda, desigual en los bordes. —Por favor. Ella no quiso responder a esa voz, pero llamaba a algo muy profundo dentro de ella. Skye se detuvo, hundida hasta los tobillos en el agua fría, salobre. Los escalofríos recorrían a través de su cuerpo, levantando la piel de gallina en sus brazos y piernas, pero sin tratar de cubrirse cuando se volvió para encararlo. Él lo había visto todo antes, de todos modos. Había sido regordeta entonces, era gordita ahora. Cinco meses de embarazo le hacían eso a una persona. Tal vez nueve años y medio deberían haber sido tiempo suficiente para sacarse algo de ese peso, pero... ¿Qué diferencia habría, posiblemente, haber en este momento? Ella estaba demasiado cansada, agotada por la montaña rusa emocional de los últimos días, para cuidarse más. —¿Qué? —Skye odiaba su tono de derrota, pero no sabía cómo ocultarlo—. No entiendo qué quieres de mí. Su tensa expresión, mostrando sus dramáticos pómulos en rígido relieve. Con el largo de su cabello a la altura de la barbilla colocado detrás de su cara, las gotas de agua salada trazando arroyos sobre la musculatura lisa, desnuda, de su enorme pecho, parecía exactamente lo que era... un guerrero. Marcado y endurecido por la lucha, cambiado por lo que había visto y hecho, él no era el mismo muchacho que había firmado la licencia de matrimonio con ella delante del Juez de Paz. Pero cuando él le tendió la mano a ella, esa muda súplica en sus ojos insondables y sombríos, Skye no pudo resistir más al hombre frente a ella de lo que había sido capaz de negar al chico todo lo que pidiera.

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Sin pensamiento consciente, sin tener que tomar una decisión racional de uno forma o de la otra, Skye levantó el brazo y colocó los dedos tiesos y fríos en su palma en espera. Algo brillante y feroz iluminó su rostro enigmático, demasiado rápido para que Skye lo leyera, pero ella sabía exactamente lo que quería decir cuando su mano se cerró sobre la suya y tiró para acercarla. —Te estás congelando. Ven aquí C'mere —dijo, envolviendo su brazo libre alrededor de sus temblorosos hombros y protegiéndola del viento con su cuerpo grande, alto y delgado. Y Skye lo dejó, demasiado fría, demasiado cansada, demasiado confundida como para luchar más. Metiendo su nariz en el pecho, Skye dejo a sus ojos ir a la deriva cerrados mientras el latido profundo y constante de su corazón tamborileó debajo de su oreja. —Me dejaste —murmuró otra vez, pero esta vez se trató de sonar menos como una acusación y más como una súplica. ¿Por qué, ella no sabía… las respuestas, tal vez?—. ¿Por qué no regresaste? —Después de todo lo que pasó, no creí que me quisieras —fue todo lo que Beck dijo. ¿Cómo podía pensar eso? Ah, cierto. Porque después de que ella había sollozado la fea y trágica noticia, que su bebé, el bebé por el que él se había unido a la Armada para mantener, el bebé que habíamos hecho juntos, nunca nacería, ella se había detenido sólo el tiempo suficiente para arrastrar aire a sus torturados pulmones y en voz baja susurró que no quería volver a verlo. —¡Yo estaba angustiada! Dieciocho años de edad, completamente sola en el hospital, lidiando con un aborto espontáneo. —Lo sé. Pero tenías razón. Debí haber estado allí. Diez años de ir una y otra y otra vez sobre esto en su cabeza, y Skye todavía no conseguía averiguar dónde todo se había echado a perder. —No. Me equivoqué al decirte que te mantuvieras alejado. Comprendí, incluso entonces, por qué sentías que tenías que alistarte. Habían estado menos que sin dinero y sin el apoyo de los padres de ella, quienes no podían creer que su adorada hijita hubiera escapado y escogido el horrible estado burgués del matrimonio.

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Cuando había quedado embarazada, ella y Beck no habían tenido ningún seguro, ni forma de pagar por todas las vitaminas prenatales, ecografías y estancias en el hospital... Skye había insistido en que tenían que salir del paso y que deberían seguir juntos. Sin embargo, Beck tenía planes más ambiciosos… planes que habían significado que estaba sola cuando esa enfermera regresó con la primera foto de la ecografía de su bebé y una nerviosa y tensa sonrisa. Estaba sola mientras esperaba a que el médico viniera y le explicara exactamente lo que estaba pasando, lo que ellos habían visto en esa borrosa fotografía en blanco y negro. Había estado sola cuando le dijeron que nunca iba a llegar a sostener a su bebé. El recuerdo la inundó, una oleada de tristeza y anhelo corrían por encima de su cabeza y la arrastraba hacia abajo, atrapándola en la familiar marea de dolor. Skye no se dio cuenta que estaba sacudiendo la cabeza hasta que los dedos de Beck tomaron su barbilla, parando la negación y levantando su cara hasta que ella no tuvo más remedio que encontrar su mirada. Por una vez, ella pudo leer la emoción en sus ojos oscuros, el tormento allí afilado como vidrio. —Te odio —le dijo ella, pero su voz se quebró patéticamente mientras lo decía. Por el gesto de la dura boca de Beck, podía decir que él creía esto tanto como ella lo hacía. —No, no lo haces —dijo él, no sin amabilidad—. Deseas poder odiarme, sería un infierno mucho más fácil, pero no lo haces, Skye. Que Dios la ayudara. No era nada más que la verdad. Ella no lo odiaba en absoluto. Y mientras lo miraba, desconcertada bajo la intensidad de su expresión, el conjunto de su mandíbula, el ascenso y descenso de su fuerte pecho contra el de ella, sabía el resto de la verdad. A pesar de todo, ella todavía lo amaba.

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Capítulo 15 Traducido por Lizzie Corregido por Angeles Rangel

S

kye estaba allí, temblando bajo la luz de la luna, la palidez cremosa de sus curvas desnudas brillando como un faro contra la oscuridad. Los empapados restos de su ropa interior ocultando nada, adhiriéndose a ella encantadoramente. Y su expresión...

Ella se rompió de par en par, como un huevo cayendo al suelo. Pero no pudo negar nada. Una feroz necesidad se deslizó a través de él, la necesidad de tocarla, para borrar los recuerdos de sus ojos, la tristeza de su temblorosa boca, para tomarla y reafirmar su derecho sobre ella. Incluso si esta era la última vez. Beck no quería pensar en eso. No quería pensar en nada. Enmarcando las suaves mejillas de Skye entre sus palmas, Beck llevó su boca a la suya. Fue como tomar una profunda bocanada de aire fresco después de horas de trabajo en la cocina, la cocina de un submarino, sin ventilación y sin ventanas y sin salida. Se limitó a inhalar, tomar la frescura y dulzura de ella en sí mismo y saborear el sabor del azúcar y limón de su boca. Skye se abrió para él en un grito ahogado, sus pequeñas manos subiendo vacilantes para agarrarse a la cintura, y Beck inmediatamente aprovechó la ventaja táctica empujando su lengua entre sus rosados labios. Ella moldeó su cuerpo al suyo, la suave madurez de su carne un perfecto contraste con sus duros y tensos músculos. Beck barrió las manos por los lados

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de su cuello y los hombros, enroscándose en torno a su espalda la presionó aún más cerca. La frialdad de su piel fue reemplazada por un cálido rubor. Él pensó que podría realmente sentir la sangre caliente bombeando a través de sus venas, empujado a través de ella por el rápido latido del corazón. Comió su boca con avidez, y ella encontró su ataque con una propia y feroz necesidad. Sus manos, ya no dudando, lo agarraron y presionaron firmemente. Ella parecía estar tratando de tocar tanto de él como fuera posible sin romper el beso. Beck se lo demostró, y giró su torso como un gato, tratando de darle más de su piel para jugar. Skye hizo un ruido que Beck ingirió al instante, un conocido tipo, de gruñido coqueto que le echó hacia atrás en el tiempo e hizo que su polla se estremeciera y aferrara a sus mojados pantalones cortos. Tenía que acercarse a ella. Todavía estaban de pie con el agua hasta las rodillas, los pies absorbidos por el pantanoso suelo de la bahía, haciendo difícil maniobrar. No es que Beck estuviera dispuesto a permitir que eso lo detuviera. Agachándose, puso un brazo detrás de las rodillas de Skye y salió del lodo. Una primitiva satisfacción lo llenó mientras la acercaba contra su pecho. En algún momento de los últimos diez años, sin embargo, Skye había olvidado todo lo que él le había enseñado acerca de ser seducida. Ella dio un pequeño grito mientras el mundo se inclinaba a su alrededor, y se sacudió con tanta fuerza que casi la dejó caer antes de conseguir un agarre más firme en sus piernas mojadas. —¡Bájame! Vas a quebrar tu espalda, Henry, soy demasiado pesada para esto. —Relájate —le dijo—. El problema es que ya estás toda resbaladiza en este momento. ¿Aparte de eso? —Él la subió con facilidad, hasta que su boca estuvo besándola nuevamente. Robando uno rápido fuera de sus labios entreabiertos, le sonrió. —Aparte de eso, eres perfecta. Ella se derritió más rápido que la mantequilla en una sartén caliente. Él pudo sentir el momento exacto en que ella se olvidó de tener miedo de una caída o estar preocupada por su peso, toda la tensión abandonó su cuerpo.

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Nunca había entendido por qué ella estaba tan preocupada, al menos. Ninguna mujer se había sentido mejor en sus brazos. Beck consideró sus opciones. La playa era la opción obvia, pero no tenían una manta, y no es como que estuviera cubierta de fina arena blanca, lo que significaba que corrían el riesgo de tener grava en lugares incómodos. Con la decisión tomada, Beck se metió más en el agua. Cuando estaba a la altura de su cintura, cambió a Skye en sus brazos, dejando caer sus piernas. Excepto que ella no las dejo caer, dio una patada hacia arriba y cerró sus muslos alrededor de sus caderas, frotando su pelvis contra el duro borde de su erección y haciendo a Beck querer aullar. Trabajando por instinto y de memoria, llevó las manos debajo de su trasero para mantenerla en su nueva posición, convulsivamente presionando con los dedos la abundante y sedosa carne de su trasero. Los rasguños de sus uñas contra la parte posterior de su cuello, el aleteo de sus pálidas pestañas mientras ella ladeaba la cabeza para otro de esos voraces y succionadores besos... Beck tuvo que sujetar con fuerza su control para evitar dispararse en los calzoncillos. Estar con Skye de nuevo, después de una década de separación... era como si los años se desvanecieran y la áspera capa, con cicatrices exterior de sí mismo se pelara volviendo a dejarlo nuevo otra vez, descubriendo la alegría de su cuerpo y el de Skye, por primera vez. No es que hubiera sido exactamente inocente o puro, o sin cicatrices, cuando se habían conocido. Pero ella siempre lo hacía sentir como si eso no importara. Cuando estaba con ella, podría ser la persona que tan desesperadamente quería ser. La persona de la que sus padres se habrían sentido orgullosos, en lugar del niño que nadie quería. Y todavía tenía ese toque mágico, se dio cuenta de que su corazón se aceleró y su sangre tomó un ritmo frenético, fuerte. Nadie tenía el poder de hacerlo sentir como Skye lo hacía. Lo cual la hacía peligrosa, una amenaza real para la vida que Beck había construido con tanto esfuerzo por sí mismo, pero también la hacía irresistible.

***

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De alguna manera, el agua no se sentía tan fría ahora que Skye estaba se envuelta alrededor del enorme Beck, una forma sólida como una enredadera de madreselva trepando una valla. Jadeando ligeramente, Skye inclinó la cabeza hacia un lado mientras la boca de Beck iba por su cuello. Las luces del Puente Golden Gate brillaban en los bordes de su visión. Ella sabía que estaban lo suficientemente cerca como para oír el ruido del tráfico, el camino llevaba los sonidos sobre el agua, pero lo único que podía oír era la prisa de su propia sangre y la dureza de la respiración de Beck. Y cuando sus dientes se cerraron con firmeza sobre el punto sensible en el cuello inclinado en su hombro, Skye escucho un gemir. Le tomó un segundo darse cuenta que esos sonidos particulares venían de ella. Había algo intensamente liberador de estar aquí, siendo uno con el agua y el viento fresco de la noche. Se sentía como si estuviese participando en un ritual antiguo, pagano, del sexo y la fertilidad, una diosa de la madre tierra que se adora. Se le estremeció todo el cuerpo, espinas persiguiéndose unas a otras por sus brazos y piernas y hasta el estómago para apretar sus pezones contra el amplio pecho plano de Beck. Se sentía viva. Extra viva, como si acabara de despertar de un letargo, una paciente en coma de repente sentándose recta en la cama y luchando por ese primer aliento de conciencia. Todo el mundo era nuevo, cargado de sensaciones y sentimientos, y Skye restituida o no por completo, dejó que la envolvieran y enviaran a su vuelo. Era tan increíble estar desnudos y sin vergüenza, para saber lo que quería con certeza absoluta, por primera vez en... demasiado tiempo. Aunque no estaba totalmente desnuda, de lo que se acordó cuando los dedos de Beck cambiaron detrás de ella, capturando los bordes de las finas bragas de encaje. El húmedo material no parecía impedir de cualquier forma que Skye notara los largos y ágiles dedos que hacían a un lado su ropa interior más rápido de lo que ella pudiera parpadear, dándole un acceso completo a la humedad, a los dolores secretos de su cuerpo.

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—Dios —gimió él contra su cuello, las vibraciones haciéndola estremecer—. Te sientes increíble. —Lo hago —dijo ella con entusiasmo—. Realmente me siento increíble. Más de eso, por favor. Pero Beck no era del tipo de dejarse llevar, no si eso significa dejar caer el trasero de Skye. En su lugar, se acercó un poco más a la bahía, hasta que ella flotaba sin peso en contra de él, sólo los tobillos cerrados manteniéndola cerca. Sus tobillos cerrados, las manos detrás de su cuello... y el indescriptiblemente delicioso deslizamiento de los dedos bajo el elástico de su ropa interior. Su toque dejó una estela de fuego que parecía como si debiera hacer que el agua a su alrededor se evaporara como una olla a fuego alto. Pero por encima de la superficie del agua en su entrada protegida, nada se agitó. Mientras que por debajo... Skye se mantenía inmóvil en el abrazo de Beck, la cabeza colgando hacia atrás y los ojos cerrados, todos sus sentidos paralizados por los movimientos lentos y seguros de sus fuertes dedos. Él la acarició suavemente, explorando la caliente y húmeda unión en su núcleo, antes de arponear primero uno, luego dos dedos entre sus labios. Ella se estremeció, palabras sin sentido atrapadas en su garganta, vibrando contra la delicada presión de los dientes donde había mordido de nuevo y estaba chupando un círculo de calor que le picaba y ardía deliciosamente. Más, más, más era lo único que podía pensar, y Beck se lo dio, su encallecido pulgar acuchillando encontrando el nudo de nervios en la parte superior de su hendidura y dando golpecitos torturándola. Él encontró un ritmo, una combinación de echar un vistazo, pellizcos y una suave y profunda invasión, y ella lo siguió ciegamente, su cuerpo partiendo con mucho gusto en todo el espesor de la intrusión de sus largos dedos. Cuando por fin levantó la cabeza, sabía por el brillo posesivo en su sonrisa que había dejado una marca lívida en la base de su cuello. Podía sentir su latido, toda la sangre llamando a la superficie de allí, un eco del thob17 más abajo. Thob: en inglés T= Taint, H: Hair, O: On, B: Bitch. Es el vello que crece entre la abertura vaginal y anal. 17

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Retorciéndose inquieta, Skye gimió, porque incluso esto no era suficiente. —Más —exigió, y los ojos de Beck relampaguearon. —Sostente en mí —ordenó, y Skye empujó a los adoloridos músculos a obedecer la orden. Sin quitar la mano de su adolorido centro, Beck dejó ir a su rabadilla y movió su otra mano entre ellos. Durante un largo y líquido momento, Skye estuvo suspendida entre el agua y el cielo, sostenida por nada más que el enloquecedor tacto de Beck en su interior. Entonces, sin previo aviso, ese toque desapareció, dejándola vacía y fría. Inconsciente con el deseo, ella se retorció contra él hasta que se dio cuenta de que él mismo se había liberado de sus calzoncillos. Ella no podía ver el grueso e intimidante tallo de su erección, pero podía sentirlo, contundente y sin concesiones, aumentando en altura y fuerza en su estómago plano. El movimiento del agua entrecortada la empujó contra él, y de repente el centro de su abierto núcleo se frotaba contra la lisa parte inferior de su polla. Tan caliente como sus dedos lo habían sido, no la había preparado para el calor abrasador de su erección. —Sí —jadeó—. Dentro de mí, vamos. Pero las manos de Beck se deslizaron alrededor de sus caderas, sosteniéndola en su lugar, su pene atascado en contra de ella, pero sin hacer nada, sin entrar, justo quemando dentro de ella con su suavidad. Ella podría haber gemido. No podía estar segura, todo era un poco confuso. —No, así —él susurró, cambiando su peso, y ese ligero movimiento, esa pista de fricción, fue suficiente para enviar un pulso de sensibilidad hacia arriba a la columna vertebral. —Está bien —se quejó—. Creo que podemos estar satisfechos con… ¡oh! Las caderas Beck estaban en acción ahora, empujando su dureza hacía arriba y entonces arrastrando de nuevo hacia abajo, la cresta de la cabeza de su polla atrapada con agonizante regularidad en el hinchado núcleo de su clítoris.

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Cada impulso la llevó más alto, hacia ese brillante, difícil de alcanzar, fuera de su alcance... ¡Maldita sea, ella necesitaba más! Skye se retorció para arrastrar sus tensos pezones a través de su pecho. Apretó los dedos en las ondas de su cabello, amando la forma en que podía obtener un buen agarre sobre él, y echó la cabeza hacia abajo para atacar su boca con la suya. Sus labios se separaron, invitándolo, y cuando frotó su lengua aterciopelada sobre el delicado techo de su boca y comenzó una danza de rápida entrada y salida, era el último pedacito de sensación que necesitaba. Skye empujó sus caderas contra Beck tan fuerte como pudo y se quedó inmóvil, temblando mientras ella explotaba en sus brazos. Unos escalofríos sacudieron su cuerpo, las réplicas disparando a través de ella, y Beck dejó escapar un grito ronco. Un momento más tarde, el calor se expandía entre sus apretados y presionados vientres. Exhausta y escurrida, Skye escondió su rostro en el cuello de Beck, sintiendo el rápido latido de su pulso a medida que comenzaban a regresar a la tierra. —Skye. —Su voz estaba destrozada, gutural y profunda—. Cristo, te extrañé. Se puso rígida, toda la realidad, descendiendo con un estallido, dispersando el resplandor crepuscular como un plato de guisantes frescos derramados en el suelo. Tres pequeñas palabras, tan cerca de las palabras que ella hubiera dado cualquier cosa por escuchar en un mensaje de voz, en una postal... diablos, incluso en un mensaje de texto. Pero, escucharlas ahora, después de todo esto, le recordó con exactitud cuánto tiempo había estado fuera. Y lo que había sucedido desde que se fue. Jeremiah Raleigh. Ella había conocido a otra persona. Un buen hombre, alguien a quien supuestamente amaba. Y sin embargo, había hecho esto. No importa que ella y Jeremiah tuvieran una “relación abierta”. No importaba que sus padres les aplaudieran por ser tan sensatos y prácticos, maduros y de mentalidad liberal sobre el sentimentalismo anticuado de la fidelidad. Skye nunca había creído en eso. En su corazón de corazones, siempre había sabido que lo que quería era una segura, amorosa y monógama relación por lo que

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a pesar de que había accedido a la relación abierta porque era lo que quería Jeremiah, nunca había sido infiel. Hasta esta noche. —Ahora puedes bajarme —dijo en voz baja, arrastrándose en su pecho haciendo difícil respirar.

la

vergüenza

y

auto-odio

Beck no respondió, simplemente se metió un poco más cerca de la orilla antes de ponerla sobre sus pies. Temblorosa, Skye lo miró y trató de sonreír. No era culpa de Beck que ella sólo hubiera traicionado todo en lo que creía. Tentador como era echarle la culpa a sus pies, ella no podía hacer eso. No, la simple verdad es que Skye se había visto obligada a echar un vistazo dentro de sí misma. Y lo que había encontrado era que no era la persona que había pensado. —¿Estás bien? Las palabras eran cautelosas y tranquilas. El abierto y hermoso rostro que Beck tuvo durante el sexo se había ido. A pesar de que Skye deseaba traerlo de vuelta de nuevo, no podía echarle la culpa. Ella estaba actuando como un pastel de frutas. —Lo siento, sip. —Ella trató de sonreír de nuevo, y esta vez no se tembló tanto—. Sólo estoy cansada. Ha sido un largo día, ¿sabes? —Un largo día, lleno de sorpresas —coincidió Beck, mientras hacían su camino de regreso a la playa a la ropa apilada al pie de la roca grande y plana. Incluso el recordatorio de que ella y su equipo habían sido llamados por primera vez como finalistas en el concurso Rising Star Chef no podía levantar a Skye del pozo de culpa en que había caído. No todas las sorpresas del día habían sido geniales, después de todo. ¡Sorpresa! ¡Eres una fulana infiel! Se vistieron en silencio. No era una sorpresa, Beck nunca había tenido mucho que decir por sí mismo, incluso cuando habían estado juntos. Lo qué había sido una gran parte del problema.

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El silencio pesaba en Skye. Haciéndola ansiosa, haciéndola balbucear sólo para llenarlo. Sólo que en este momento, no podía pensar en algo qué decir. Pero resultó que Beck tenía una sorpresa más para ella. Sacudiendo la cabeza como un perro mojado, Beck se lanzó en posición vertical y peinó hacia atrás las oscuras olas con ambas manos. Girándose para observarla rodar su arrugada camiseta hacia abajo sobre sus pechos desnudos, se había quitado el sujetador mojado y lo había metido en el bolsillo. Beck se quedó inmóvil. Luego dijo—: Esto no cambia nada. Skye tiró de la camiseta lo suficientemente enojada como para casi romperla. Estaba aterrorizada de que esta noche hubiera cambiado todo, todo su futuro... y por Beck, que era, ¿qué? ¿Un viaje al pasado? Antes de que pudiera gruñirle, él entrecerró los ojos y la señaló. —La apuesta sigue en pie, Skye. La conciencia se estrelló sobre ella. ¿La apuesta? ¿Estaba preocupado por la maldita apuesta, cuando toda su vida se caía a pedazos? —Escúchame, Henry Beck… —empezó, furiosa. Él la interrumpió con—: No. Escucha tú. ¿Quieres tu divorcio? Bien. Pero no he terminado contigo todavía. Tenía la boca seca mientras caminaba hacia ella, merodeando como un gran depredador hambriento. Ella no se movió, como un ratón atrapado en una trampa, y él se acercó más. —Eso fue sólo el aperitivo —murmuró, acariciando la línea de la mandíbula e iniciando ese dulce golpe de deseo pulsando a través de ella de nuevo—. La próxima vez, te quiero desnuda todo el camino. Te quiero debajo de mí. Y quiero más que una probada de ti. ¡Sorpresa! El cerebro de Skye canturreó alegremente. ¡Eres una arrepentida e infiel fulana! Porque mientras Beck se apartaba y la tomaba de la mano para guiarla por el sendero y de regreso a la civilización, todo lo que Skye quería era tirarlo hacía abajo al suelo del bosque con ella y hacer que “la próxima vez” ocurriera de inmediato. Ella era un desastre.

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Capítulo 16 Traducido por carmen170796 Corregido por amiarivega

E

l ruido que golpeaba la habitación del hotel despertó a Beck. Instantáneamente alerta, balanceó sus piernas fuera de la cama y caminó, desnudo, para revisar la mirilla de la habitación.

Era Winslow, llevaba puesta una camisa azul con un sencillo dibujo de una simple negra de una litera, con las palabras escritas: ¿Arriba o Abajo? Y una expresión preocupada. —Espera —gritó Beck—. Dame un segundo para encontrar mis pantalones —Está bien. Beck se detuvo. Win no dijo nada más y Beck se dio cuenta de que había estado esperando por una respuesta rápida y vagamente sexual que no había llegado. Mierda, algo debe estar muy mal. Pero cuando le abrió la puerta a Winslow, una mano todavía subía la cremallera de sus jeans, y las primeras palabras que salieron de la boca de Win fueron—: ¿Sabes cuál es el problema? —Tú eres quien me despertó. —Le recordó, mirando sobre su hombro hacia el reloj en la mesita de noche—. A las…. Cristo, ¿qué hora es, las seis? Win entró temblando al cuarto, casi derramando las dos tazas tapadas para llevar en sus manos. —No te pongas gruñón. Te traje café. Estoy perdiendo los estribos, amigo. Algo pasa… Jules convocó una reunión de equipo dentro de una hora. No podía esperar tanto tiempo yo solo sentado sin hacer nada en mi habitación, sin saber nada. Aquí.

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Beck agarró la ofrenda de paz con cafeína y bebió un sorbo con aprecio, dejando que el oscuro y suave café tostado lo terminara de despertar. Win era un genio cuando se refería a descubrir el mejor café, sin importar dónde estuvieran. —Puedes pasar el tiempo conmigo —dijo Beck, agachándose para agarrar su camiseta de su bolsa de lona llena—. Pero no sé más que tú. Probablemente menos. ¿Qué dijo Jules cuando convocó la reunión? Win se tumbó en la cama sin usar, arrugando el cobertor. —Sólo que nos reunamos en el cuarto de ella y Max a las siete. Pero definitivamente estaba nerviosa, de una manera severa, típico de ella. Poniéndose una camisa azul marino, Beck se alegró de haberse enjuagado el agua salada la noche anterior. Se puso de pie y fue a cepillarse los dientes, hizo una mueca por el loco desorden de su pelo en el reflejo del espejo del baño. Peinándolo en una cola de caballo con una goma elástica, caminó de vuelta dentro de su cuarto justo cuando su celular sonaba contra la mesita de noche, donde estaba enchufado. Su mente se disparó directamente a Skye… ¿Lo estaba llamando? ¿Quería hablar de anoche? ¿Quería planear cuándo lo podían hacer de nuevo? Porque el viaje hacia arriba de la colina hasta su automóvil, estacionado en el campamente Kirby Cove, había sido mayormente silencioso. No estaba acostumbrado a ser incapaz de saber en qué estaba pensando ella y no le no lo hizo mucho caso. Pero Winslow dijo—: Apuesto a que es Jules llamándote para ponerte al tanto de la reunión, aunque le dije que te lo diría. Nadie me confía nada. Forzándose a relajarse, Beck se estiró para alcanzar el teléfono, seguro de que Win tenía razón. Excepto que el número en la pantalla no era el de Jules, o siquiera el de Max. —¿Quién es? —preguntó nerviosamente Winslow, probablemente reaccionando al ceño fruncido que Beck podía sentir tensando su frente. —Es del restaurante —dijo lentamente, haciendo clic en el botón para contestar y sosteniendo el teléfono en su oreja—. Beck —Oh, gracias a Dios contestaste. La dulce voz maternal de Nina Lunden se filtró dentro de la conciencia de Beck como un sorbo de té de menta… vigorizante, reconfortante y dulce.

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—Nina. ¿Qué puedo hacer por ti? —Eso es lo que amo de ti, cielo. ¡Siempre directo al grano! Ella se rió un poco y Beck sintió sus labios moverse en respuesta. Nina era… algo más. Cuando lo había contratado para trabajar en Lunden’s Tavern siete meses atrás, ella apenas había mirado su currículum, repleto con su experiencia laboral y servicio militar. Había lanzado los papeles a la mesa entre ellos y se había inclinado hacia adelante sobre sus codos, con sus ojos azules apagados fijos en su cara. —¿Bueno, Henry Beck? ¿Estás listo para ser un chef? —Sólo Beck —le había dicho él—. Y estoy listo. No lamentará haberme contratado; nunca la decepcionaré, soy muy trabajador, señora Lunden. —Oh, sé que lo eres. —Ella había ladeado su cabeza, sus ojos amables se volvieron vivos y penetrantes—. La pregunta es, ¿estás listo para lo que significa ser un chef, con el montón de patanes que tenemos trabajando aquí? Digo eso con amor, ya que mi esposo e hijo son parte del personal de la cocina. —Estoy listo —Había repetido él, tan firmemente como pudo. Ella soltó una risita, sorprendentemente juvenil y sonora. —Me pregunto. Pareces una persona muy serena, Beck. No estoy segura de cuánto tiempo te dejaremos seguir así, o de cómo te gustará dejar de ser así. Pero no hay manera de saber a menos que lo intentes. Ella lo había guiado de vuelta a la cocina y su esposo, Gus, le había hecho pasar por unas pruebas prácticas para probar sus habilidades culinarias, y eso fue todo. Él estaba contratado. Pero nunca olvidaría la manera en que Nina Lunden parecía ser capaz de mirar dentro de él, o la manera en que lo había aceptado casi inmediatamente, sin dudarlo. Ese tipo de aceptación no era algo que él había tenido en su vida y apreciaba cuando se encontraba con ello. Nina tuvo un lugar especial en el corazón de Beck desde ese día en adelante y, aún si no lo demostraba mucho, él tenía la sensación de que Nina lo sabía. Recordar todo eso hizo que Beck suavizara su voz.

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—Nina, dime qué está pasando. Si puedo ayudar, lo haré. Ella contuvo la respiración de forma audible y algo en el pecho de Beck se tensó como un puño. —Oh —dijo ella con voz entrecortada—. Es bueno oírlo. Porque estamos teniendo un problema aquí en el restaurante. Repentinamente, incapaz de estar sentado, Beck se puso de pie y empezó a caminar, la alfombra del hotel era gruesa y suave bajo sus pies desnudos. —¿Qué tipo de problema? —Es Gus —dijo ella bajito, confirmando los miedos de Beck—. Él está teniendo mareos y problemas para respirar. Y ayer dijo que sentía una opresión en el pecho. Beck, estoy preocupada por su corazón. Nina tenía una buena razón para preocuparse. Apenas un mes atrás, Gus había terminado en el hospital después de derrumbarse en la cocina del restaurante por una severa angina de pecho. Lo había mantenido fuera del equipo Rising Star Chef y él se había quedado en casa en Manhattan para dirigir Luden’s Tavern con un equipo reducido mientras que el resto de ellos competían. —Se supone que tomaría las cosas con calma —dijo Beck—. Se supone que dejaría al equipo encargarse de los objetos pesados y de la parte más difícil del trabajo. —Lo sé. —Se preocupó Nina—. ¡Pero él es un maldito terco! Y no puedo vigilarlo cada segundo… Tengo que estar entre los comensales, manejando los utensilios para comer y el bar, la línea para las reservas ha estado sonando continuamente. ¡No creerías cuánto está creciendo el negocio, sólo porque nuestro equipo ha llegado tan lejos en el RSC! Estamos llenos todas las noches, eso es lo que queríamos. Pero está dañando a Gus, por lo que estoy preocupada. —Eso es todo lo que tienes que decir. —Beck la detuvo antes de que el temblor de su voz pudiera empeorar—. Tomaré el primer vuelo a Nueva York y volveré a la cocina para ayudar y vigilar a Gus. Y si Beck estaba sorprendido por la necesidad de recibir una dolorosa puñalada en su estómago ante la idea de abandonar a Skye después de lo anoche, bueno, a la mierda. Los Lunden eran lo más cercano a una familia que Beck había encontrado en años, y Skye había dejado muy claro que lo quería fuera de su vida para bien. Ignorando la voz en su cabeza que le susurraba que Skye no había parecido todo eso con él afuera en el agua anoche, Beck sostuvo el teléfono contra su oído y

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empezó a empacar algunas cosas que había removido de su bolso de lona con movimientos mínimos y rápidos. Antes de que siquiera pudiera sacar su cepillo del lavabo, Nina dijo—: No, no, eso no es lo que estoy diciendo. Se detuvo, Winslow atrapó su atención, hecho un ovillo sobre la cama, encorvado como si estuviera tratando de desaparecer. —¿Qué estás diciendo, Nina? Su profunda y constante respiración resonaba a través de la red del celular y dentro del oído de Beck. —No necesito que vengas a casa. Te llamé para pedirte algo más, porque sé que puedo contar contigo. Inseguro de qué decir, o cómo decirlo sin revelar el nudo en su garganta, Beck apartó la mirada de Win para mirar la pintura opaca del puente Golden Gate que colgaba en la pared al lado del armario. —Prometí que nunca te decepcionaría. —Se las arregló para decir, avergonzado del tono áspero de su voz. —Y no lo has hecho —dijo Nina—. Ni una sola vez. Por eso necesito que hagas algo por mí. No será fácil, pero es para bien. Beck se preparó mientras una calma familiar se asentaba sobre su mente. Él se sentía así en la Marina, algunas veces, esperando órdenes. Y al igual que en ese entonces, sabía que sin importar qué le pidiera Nina, él haría lo que sea para entregarlo.

*** —Te ves como mierda en una galleta. Apretando sus ojos cerrados, Skye mantuvo su concentración en abrochar su chaqueta blanca de chef. Los estúpidos botones seguían saltando fuera de sus dedos temblorosos. —Muchísimas gracias, Fiona. Eso es exactamente lo que esperaba oír la mañana en la que soy oficialmente responsable por todo el equipo, llevando todas nuestras esperanzas y sueños por el RSC en las finales.

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La mañana después de que brinqué desnuda al área de la bahía de San Francisco con el esposo del cual estoy a punto de divorciarme. —Ponte un poco de maquillaje, estarás bien —dijo Rex, pasando una mano desdeñosa por su perfectamente ondulado pelo rubio. —Es fácil para ti hablar —replicó Fiona—. Siempre luces como si estuvieras modelando esos pantalones a cuadros y chaqueta blanca para la revista Chef’s Illustrated. Agarrando el codo de Skye, Fiona la llevó lejos del resto de sus compañeros, tirando de ella a la parte trasera de la cocina de la competición, con un brillo de preocupación en sus ojos pálidos. —Estoy bien —dijo, esperando adelantar el interrogatorio que ella podía ver cerniéndose en la lengua de su amiga. Fiona hizo un sonido que parecía completamente raro viniendo de su pequeña boca de elfo. —Correcto. Miénteme otra vez. Normalmente Skye no habría tenido problema en alargar esto. Normalmente habría hecho que Fiona se cruzase de brazos, lanzaría resoplidos y la convencería con halagos y haría todas esas cosas que habían hecho durante el transcurso de su amistad para indicar que estaban a punto de tener una de corazón a corazón. Pero la urgencia de confesar había estado sobre ella toda la mañana, y hoy no era un día normal —Está bien, mira. Anoche, después de que se fueran al Ape… Así de rápido, ella se paralizó, con la confesión muriendo en su boca. Pero Fiona nunca perdía una oportunidad, continuó. —A Ape, donde no te uniste a nosotros… —Su mirada penetrante se fijó en la cara de Skye mientras continuaba—. Donde Beck estuvo por una hora más o menos, y después se fue antes de que el resto de su equipo siquiera hubiese ordenado la tercera ronda. ¿Me estoy acercando? —¡Sí! —La palabra explotó fuera del pecho de Skye con una sensación similar al alivio, pero mucho más punzante—. Él… me encontró. Y después nosotros… Fiona movió sus cejas con satisfacción. —¿Sí? ¡Esa es mi chica! Te lo dije, sólo necesitabas sacarlo de tu sistema.

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Skye flaqueó, tratando de volver a respirar. —Cierto. Y ahora que hemos… hecho eso. Nuestros sistemas deberían estar limpios. Ella sonrió. —Que mal que no pueda decir lo mismo de mi conciencia —¿Qué? —Fiona se la quedó mirando, aterrada—. Vamos, nena. ¿Esto es por Jeremiah? —¡Por supuesto que es por Jeremiah! Si Fiona rodaba sus ojos más fuerte, ella iba a estar mirando la parte de atrás de su propio cráneo. —Skye, querida. Hemos hablado de esto una y otra vez. Como te dijo el viejo Jerry por primera vez, no es engañar cuando estás en una relación abierta. No lo has traicionado, si a eso va a tu cerebrito dramático con esto. Skye mordió su labio. —Sé que no lo he traicionado. Tenemos un acuerdo. La expresión de exasperación de Fiona se suavizó. —Saberlo y sentirlo son dos cosas diferentes sin embargo, ¿ah? —Tal vez no traicioné a Jeremiah, pero me traicioné a mí misma. —Oh nena. Debe ser duro tener conciencia. Eso le sacó una risa cansada a Skye. Fiona la golpeó suavemente en el hombro, claramente sintiendo que su trabajo ahí estaba terminado. —Ahora, vamos, jefa. Tenemos un desafío final que escuchar. Moviendo su barbilla de lado a lado, Skye hizo sonar las vértebras de la base de su cuello y luego movió en círculos sus hombros. —Está bien. Estoy lista. Nada de obsesionarse… fue una cosa de una sola vez y ahora realmente terminó. —Correcto. Siempre y cuando ganes. Skye le disparó a su amiga una mirada de qué-me-estás-haciendo y Fiona levantó sus manos en rendición. Pero Fiona tenía razón, Skye meditaba con un escalofrío mientras reagrupaban a su equipo y esperaban que Eva Jansen cayera sobre ellos con los detalles del desafío final.

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Habría terminado y acabado con… Siempre y cuando Skye ganara la competición. Y siempre y cuando ella ignorase la más terrible revelación de anoche… que ella aún estaba enamorada de su marido.

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Capítulo 17 Traducido por Otravaga Corregido por amiarivega

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eck prefería estar enfrentando a Marines furiosos exigiendo una segunda porción de huevos deshidratados. Prefería estar limpiando la sentina 18 en el primer barco en el que sirvió, aquel con el anticuado sistema de eliminación de residuos. Prefería… bueno, está bien.

Lo que realmente quería estar haciendo en estos momentos lo involucraba a él, a Skye y kilómetros de piel desnuda, pero eso no era negociable. Su misión era clara. Levantando su puño, golpeó fuertemente la puerta de la habitación de Jules y Max, y se quedó de pie en posición de descanso, esperando que lo dejaran entrar. A su lado, Winslow estaba extrañamente quieto y en silencio. Él tenía que saber, tan bien como lo hacía Beck, cuán gigante era la bomba que estaba a punto de dejar caer al resto de su equipo. —Entren muchachos. En vez de Max o Jules, fue Danny quien respondió a la puerta, con líneas de tensión rodeando su boca y los músculos pellizcando las esquinas de sus ojos. Así que todos estaban aquí, y todo el mundo estaba al corriente. Bien. Eso eliminaba un paso.

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Sentina: es el espacio en la parte más baja de la sala de máquinas de un barco, justo por encima de los doble fondos. Tiene por objeto recolectar todos los líquidos aceitosos procedentes de pequeñas pérdidas en tuberías, juntas, bombas que pudieran derramarse en ese espacio como consecuencia de la normal operación de la planta propulsora.

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Beck entró a zancadas a la habitación con un propósito, asimilando la escena de un vistazo. Max y Jules estaban sentados juntos al pie de la cama tamaño extra grande, mientras que Danny regresó a su posición elevada en el borde del pequeño escritorio en la esquina. —Siéntense —dijo Jules, suspirando mientras apartaba su abundante cabello rubio de su rostro—. Tenemos algunas malas noticias. Pero Beck no se sentó. Para lo que tenía que hacer, prefería permanecer de pie. Y no se le pasó por alto que Win también se quedó donde estaba, permaneciendo fuerte y en apoyo al lado izquierdo de Beck, su presencia extrañamente fortalecedora. —Está bien —le dijo a ella—. Nos enteramos. La confusión le hizo ensanchar sus ojos, pero desde la esquina llegó la agotada voz de Danny. —Por supuesto. Mamá te llamó, ¿verdad? A Beck no le sorprendió que Danny fuese el que lo supusiera. Danny siempre era el que se cruzaba de brazos, observaba, y se hacía cargo de los demás… lo cual significaba que por lo general tenía un buen manejo de los trasfondos potencialmente peligrosos en cualquier conversación. Beck le dio un ligero asentimiento. —Nina me hizo saber la situación con Gus. —Bueno, bueno. —Max se puso de pie y comenzó a ir de un lado a otro, tanto como podía en el confinado espacio de la pequeña habitación de hotel. Lo cual era aproximadamente tres pasos en cada dirección, pero eso parecía ayudarlo a pensar—. Entonces saben que tenemos un problema. Beck lo hacía, en efecto. —Alguien tiene que regresar a Nueva York tan pronto como sea posible para tomar el relevo en el restaurante y quitarle la tensión a Gus. Lo cual Beck había estado completamente preparado para hacer… hasta la tranquila y determinada petición de Nina. Ella quería a sus hijos en casa. Gus quería a Jules. Y ambos querían que él fuese el que llevara al equipo a la final. El problema era que Beck estaba bastante seguro de que aquí a nadie más le iba a gustar esa solución.

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—Claro. —Los ojos de Jules estaban sobre su novio, la preocupación oscureciendo su mirada fija mientras lo seguía en su frustrado ir y venir—. Entonces tenemos unas cuantas opciones aquí. Beck se preparó. —En realidad, tenemos una sola opción. Todos ustedes irán. Win y yo nos quedamos. Jules salió disparada de la cama como un torpedo. —¡¿Qué?! —Es la única cosa que tiene sentido. Gus y Nina necesitan a su familia con ellos en este momento. Win y yo somos las opciones lógicas para quedarse atrás. Max pasó por encima de la cama que los separaba para envolver un brazo alrededor de los hombros de Jules. —Jodida lógica. Jules es nuestra líder de equipo. Si alguien compite, será ella. —Miró fijamente a Beck, con la ira chasqueando en sus ojos… pero por debajo de la vibra de cabreado, Beck pudo ver miedo y preocupación. No permitió que la vista suavizara su propia voz. Beck permaneció firme y tranquilo. —Entiendo la cadena de mando, Max, pero en este caso, necesitamos a alguien compitiendo que no vaya a estar distraído por problemas emocionales, con la mitad de la mente siempre en algo aparte de la comida frente a ella. Jules contuvo el aliento, pero Beck vio resignación en la forma en que apretó los labios. Danny se puso de pie, poniendo las manos en sus caderas. —Beck tiene razón. —¿Qué? Danny, hombre, vamos —protestó Max, pero no lo hizo con convicción. Su hermano sacudió la cabeza y Beck se apartó un poco para dejar que la familia lo discutiera a fondo. Su parte estaba hecha. —No dijiste nada sobre Nina —murmuró Win, ladeando la cabeza. Nina fue la que le pidió a Beck quedarse y competir. Inclinó su cuerpo para mantener privado su intercambio.

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—Eso habría introducido todo un nivel de emoción que habría ensombrecido el problema como el chorro de tinta de un pulpo. Winslow rió en voz baja, quedando serio de un tirón cuando el resto de su equipo se volvió hacia ellos. Max estaba enrollado más apretado que el resorte de un colchón, pero Beck supuso que ni siquiera Max sabía si era debido a la preocupación por Gus o a la rabia por lo de Jules. Quien no parecía particularmente molesta, en sí misma, a pesar del hecho de que Beck sabía, todos ellos sabían, exactamente lo mucho que significaba para Jules ser la que llevara a casa la victoria para el equipo de la Taberna Lunden. Pero parecía que Danny había hecho su habitual trabajo maestro de hacer a todos entrar en razón. Él ya estaba dirigiéndose hacia el teléfono en la mesita de noche, probablemente para verificar los vuelos de regreso a la ciudad de Nueva York… pero no… cuando la primera palabra que dijo en el auricular fue “¿Eva?”, Beck miró a otro lado para darle algo de privacidad mientras él daba la noticia de la inminente partida de su amiga. Max y Jules estaban teniendo una de esas silenciosas conversaciones de fusión mental que la mayoría de las parejas parecían capaces de tener, y cuando terminaron, parte de la tensión en la postura de Max disminuyó. Él tendió la mano y agarró la de Beck, sacudiéndola en un firme agarre. —Sé que nada de esto es culpa tuya y que no estás tratando de suplantar a Jules ni nada. Disculpa que me puse un poco… ya sabes, hace rato. —Estás preocupado por tu padre —dijo Beck en voz baja. Max sacudió la cabeza. —Esa no es excusa para desquitarme contigo. Tienes razón y aprecio que tomes esta responsabilidad así, Beck. Antes de que Beck pudiera desestimar eso, Jules estaba justo ahí, su serio rostro lo miraba con una compleja mezcla de pesar y alivio brillando en sus ojos. —Te has probado con creces en las últimas semanas y meses, chef. Sé que dejamos el equipo en buenas manos. Había finalmente esperado hacer su punto y dejar las cosas en términos decentes con sus compañeros de equipo, pero esto era una reunión un poco más cariñosa de lo que Beck había esperado. Algo de impresión debió haberse mostrado en su rostro, porque Max se echó hacia atrás con una sonrisa satisfecha. —¿Qué? ¿Pensabas que no éramos lo

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suficientemente maduros como para descubrir que finalmente nos estás haciendo un gran favor? Tiempo de retomar el control de esta conversación. —No es un favor —dijo Beck decisivamente—. Es mi trabajo. Jules se agachó para recoger la maleta vacía de debajo de la cama y la arrojó sobre el colchón. —Creo que llevar al equipo a la final de la competición culinaria más grande de la nación cae un poco fuera de la definición del trabajo normal de un sub-chef. Winslow se las había arreglado para permanecer quieto durante demasiado tiempo, pero esto aparentemente era demasiado para él. Rebotando en la cama al lado de la maleta, le sonrió alegremente a todo el mundo alrededor del cuarto con su más decidida y más brillante sonrisa. —¡Vamos a ser lo máximo en esto! Todos ustedes no tienen nada de qué preocuparse. Sólo diríjanse a casa, denle a Gus y a Nina grandes besos de nuestra parte, y mantengan sus teléfonos celulares a mano de modo que podamos llamarlos y darles actualizaciones. —Y tener actualizaciones de la situación de Gus —dijo Beck, tratando de no hacerlo parecer una orden y fallando miserablemente. Los hombros de Max se tensaron de nuevo, pero no se detuvo en su maníaca forma de empacar, lanzando ropa al azar sobre la cama donde Jules pacientemente la doblaba y la colocaba en la maleta. Ella le lanzó una mirada preocupada, y sus ojos todavía eran dulces cuando levantó la mirada hacia Beck. —Te mantendré informado —le prometió en voz baja —El asistente de Eva nos consiguió un vuelo —interrumpió Danny, bajando el teléfono—. Pero tenemos que apresurarnos. Ella hará el anuncio al otro equipo en pocos minutos. Jules chilló—: ¡Oh Dios mío, miren la hora! Tienes que llegar a tiempo. —Saltando fuera de la cama, ella condujo a Win y a Beck hacia la puerta de la habitación de hotel con frenéticos apretones de manos llenos de pánico—. Ojalá estuviera bajando allí con ustedes, me muero por saber de qué se trata el desafío… Beck no dudó eso ni por un instante, pero Jules era una más de la familia, su presencia definitivamente era requerida de regreso en casa en una emergencia. Y tan asustada como estaba, Beck vio una firmeza debajo de su pánico que no

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estaba seguro de haber visto antes en ella… la clase de seguridad que viene de finalmente estar segura de su lugar con los Lunden como alguien más que la amiga de Danny, la empleada de Gus y Nina, y la novia de Max. Era una de ellos ahora y ella lo sabía. El filo de la navaja de la envidia cortó a través de Beck tan limpia y rápidamente, que casi no lo notó hasta que comenzó a doler cuando sus compañeros de equipo salientes le palmearon la espalda a él y a Win, y los enviaron a bajar a la cocina del hotel para enfrentar la lucha de sus vidas. Era estúpido. Beck felizmente habría canjeado esta oportunidad de competir por una garantía de que Gus estuviera bien. En vez de eso, estaría representando a toda la Costa Este en la ronda final de RSC; sus manos, sus habilidades, su comida podría inclinar la balanza y decidir si su equipo ganaba… y si Beck ganaba su apuesta con Skye. Cuando Winslow suspiró y le dio una sonrisa de medio lado que no llegó a sus ojos, Beck supuso que sabía exactamente cómo estaba sintiéndose el chico: fuera de lugar. Separado. Indeseado. Fue una respuesta puramente emocional, nada racional al respecto. Racionalmente, ambos sabían que no estaban relacionados con la familia Lunden, por la sangre o cualquier otro vínculo, pero sin embargo, apestaba ser la persona que está de sobra. ¿Entonces qué? Esta difícilmente era la primera vez que había estado en el exterior mirando hacia adentro y, como sabía por experiencia, la vida continuaba. Podías continuar con ella o derrumbarte bajo el peso de tu propia autocompasión. Enderezándose, Beck se irguió con porte orgulloso. Puso una mano en el hombro de su sub-chef e ignoró el súbito descenso en su estómago mientras el ascensor los llevaba a su destino. A su lado, Win enderezó su columna y levantó la barbilla, la luz de batalla iluminando sus ojos verdes. Beck reguló su respiración y su mente, obligando sus pensamientos a alejarse de los Lunden, del corazón de Gus, de la apuesta con Skye, de la piel de Skye a la luz de la luna… ahora no había nada, excepto la contienda. El desafío. La lucha. Y ellos iban a ganar, o a morir en el intento.

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*** Skye estaba comenzando a preguntarse si el equipo de la Costa Este planificaba simplemente ceder la lucha. Primero Eva Jansen había llegado a la cocina de la competición con el teléfono presionado en su oreja y una mirada muy preocupada en su adorable rostro de huesos finos. Luego había tenido esa frenética conversación en susurros con su asistente, el delgado chico emo con los lentes de marco negro estilo hippie y el cabello desordenado, y el asistente había comenzado a hablar a mil por hora en su teléfono mientras Eva iba de un lado a otro en la parte frontal de la cocina. —¿Qué crees que está pasando? —Skye le dio un codazo a Fiona, quien estaba afanosamente comprometida en otro festival de riñas con Rex. Honestamente, la tensión sexual era tan espesa que estaba empezando a obstruir los poros de Skye. Fiona, de mala gana, se las arregló para dejar de tratar de capturar a un Rex mucho más alto en una llave de cabeza sólo el tiempo suficiente como para encogerse de hombros. —¿Quién sabe? Llegamos aquí abajo temprano, pero ya debería ser hora de que las cosas empezaran. Skye odiaba esperar. Hacía todo peor y ya estaba lo suficientemente nerviosa, con su estómago agitado por la culpa y los nervios, y su mente atestada con imágenes de la noche anterior. Y su cuerpo… reprimió un escalofrío. Sólo pensar en la noche anterior enviaba una sacudida de dulzura no deseada a través de sus venas. Como si sus recuerdos lo hubiesen conjurado, las puertas de la cocina se balancearon abriéndose y Henry Beck entró con paso majestuoso en la sala, con el sub-chef del equipo de la Costa Este pisándole los talones. Las puertas dobles oscilaron sobre sus bisagras detrás de él, cerrándose con un golpe sordo. ¿Dónde estaba el resto de su equipo? La mirada de Skye se lanzó hacia Eva Jansen, quien no lucía sorprendida o desconcertada en lo más mínimo mientras ladeaba la cabeza para enviar a Beck y a Winslow a sus lugares. Si Eva parecía algo en absoluto, era comprensiva… y el vientre de Skye dio un vuelco enfermizo. Lo sabía. A algún nivel, de alguna forma, sabía lo que Eva iba a decir antes de que abriera sus brillantes labios.

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—Ha habido un cambio en la lista para el desafío final —anunció tranquilamente Eva—. Debido a una emergencia familiar, Max y Danny Lunden han tenido que regresar a Nueva York, y Jules Cavanaugh se ha ido con ellos. En su lugar, el chef Henry Beck tomará el liderato del equipo de la Costa Este. Winslow Jones lo asistirá. Gracias. Y con eso, Eva caminó tranquilamente para consultar con los jueces, tan serena como si no acabara de sacudir los cimientos de la ya inestable confianza de Skye al enfrentarla con el único hombre que Skye no podía resistir. Bloqueó el pensamiento frenéticamente, cerrando sus ojos y haciendo su mejor esfuerzo por evocar una visión de la tosca buena apariencia de Jeremiah Raleigh, su cabello con reflejos amarillos, su rostro arrugado y bronceado. La punzada de un afilado codo en su costado la despojó de su concentración y casi de su equilibrio. Abriendo los ojos, espetó: —¿Qué? —Antes de darse cuenta de que Fiona había estado tratando de advertirla. Beck no había ido derecho hacia su sitio al otro lado de la cocina. En su lugar, había estado de pie directamente frente a ella, mirándola con una expresión conocedora en sus ojos marrones. Él le tendió la mano. Skye parpadeó ante eso por un largo momento antes de estrecharla con la suya. Los dedos de Beck eran cálidos y ásperos, su mano lo suficientemente ancha y fuerte como para envolver la suya con facilidad. —Será un honor competir contra ti —dijo él, su ronca voz retumbando a través de ella como un trueno. Le tomó dos intentos, pero se las arregló para tragar con suficiente fuerza para decir: —Igualmente. Espero que todo esté bien con tus compañeros de equipo. Su mirada vaciló. —Estarán bien —Estoy segura de que lo estarán —dijo Skye, con la necesidad de consolarlo empujándola a seguir hablando—. Y estoy segura de que ayuda el que ellos sepan que estás aquí para llevar al equipo. Algo se movió tras sus ojos, la incertidumbre rápidamente tragada por la determinación. Un músculo se sacudió en su mandíbula. —Una advertencia justa, Skye. No tengo la intención de defraudarlos.

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El inquebrantable voto en sus palabras traspasó el corazón de Skye. Antes de que pudiera pensarlo, su boca estaba abriéndose y escupiendo—: No, por supuesto que no. Tú nunca defraudarías a nadie, ¿no es así? Una vez me dijiste que nunca me defraudarías. ¿Recuerdas? Eso colgó ahí entre ellos, su acusación y el silencio de él, enfriando el aire hasta que ella medio esperó que su siguiente aliento formara una visible nube de vapor. Beck dejó caer su mano como si fuese un pedazo de hielo que lo hubiese entumecido y Skye sintió el hormigueo de un rubor calentando su cuello y orejas. Había olvidado que todavía estaban tomados de la mano. No sabía qué era lo que esperaba que él dijera. Tal vez que trataría de no decepcionar a nadie; tal vez una disculpa; tal vez una petición de que dejara ir el pasado y lo superara de una vez. Cualquiera de esas respuestas habría sido mejor que lo que él hizo. Porque después de una cargada y prolongada pausa llena con los afilados bordes de las cosas no dichas, todo lo que él hizo fue irse caminando.

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Capítulo 18 Traducido por Elenp Corregido por Clau12345

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eck regresó a la mesa de acero inoxidable donde Win estaba desempacando sus rollos de cuchillos. Su cabeza estaba llena con el esquivo olor terruso de Skye, el pulso palpitando en sus oídos. Su pecho golpeaba ante el reconocimiento de que la había tenido la noche anterior y que tendría más de ella pronto... pero que nada de eso hacía la diferencia cuando se trataba de cómo se sentía ella. Él había matado eso y nada en la tierra podría traerlo de vuelta. No había orden ni concierto en la forma en que ese pensamiento recorría sus entrañas como un chorro de arena y hacer hincapié en eso no lo iba a ayudar a ganar la RSC. Gracias a Dios a la Marina de los EE.UU. se dijo mientras tomaba su lugar al lado de Winslow. Sin ella, nunca tendría la formación o la disciplina para obligar a su mente a tomar una nueva dirección, lejos de la maraña de emociones que tenía todo que ver con Skye. —¿Estás bien? —Le preguntó Win por un lado de la boca. Beck le dio una corta inclinación de cabeza y centró toda su atención en Eva Jansen, quien enfrentó a los competidores con el entusiasmo enrojeciendo sus mejillas. —Buenos días chefs. Sé que están tan ansiosos por empezar como yo. Así que vamos a hacerlo. La expectación tensaba los nervios de Beck y conscientemente ralentizó su respiración. Esto era. —Hemos llegado a los últimos dos equipos y resulta tentador pensar en esta batalla en términos de Este contra Oeste. Sin embargo, por muy épica que sea la

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rivalidad entre la prometedora escena de restaurantes de San Francisco y la más estable cultura gastronómica de Nueva York, quiero profundizar. Eva juntó las manos delante de ella y echó un vistazo entre Skye y Beck. —La RSC no está aquí para decidir el debate entre San Francisco y Nueva York. Estamos aquí para determinar quién es el Rising Star Chef de la nación este año. Y con este fin, tenemos que llegar a conocer a cada uno de ustedes un poco mejor. Los nervios patinaron por la columna de Beck y le levantaron los pelos en la parte posterior del cuello. ¿Qué diablos significaba eso? Por un breve y terrible momento, Beck imaginó una ridícula versión del certamen de Miss América, consigo mismo y con Skye ataviados en ropa formal respondiendo preguntas acerca de sus esperanzas y sueños. Gracias a Dios, la sedosa voz de Eva lo sacó de eso. —Es por eso que este año, se eliminó la batalla final por equipos y se convirtió en un desafío individual. Dos cocineros, yendo cabeza a cabeza, cocinando con todo el corazón y contándonos la historia de sus vidas en cinco cursos. Cada curso representa una etapa de su viaje para convertirse en los chef que son hoy en día. Las palabras se estrellaron en la cabeza de Beck como una ola. Eva pasó a explicar con más detalle, pero Beck apenas la podía entender. ¿La historia de mi vida? Mierda. Preferiría ponerme un bikini e intentar conseguir la paz mundial. Junto a él, Winslow se mostró nervioso y Beck le lanzó una mirada. Parecía como si tal vez su ayudante de chef estuviese tan asustado como Beck, lo que debería haber sido una mala noticia. Pero en cambio, le dio a Beck un torrente de gratitud por el hecho de que no estaba pasando por esto solo. Con un esfuerzo monumental, Beck sintonizó de nuevo con el discurso de Eva justo cuando ella llegó a la parte donde les decía que tenían el resto de ese día para planificar. Frunciendo el ceño, ella miró entre las dos mesas colocadas en el centro de la cocina. Beck y Win de pie hombro con hombro detrás de ella, mientras que los cinco miembros originales del equipo de la costa oeste se agrupaban en torno a la segunda.

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—El plan era permitir que el equipo completo consultara el menú —dijo ella lentamente—. Pero claramente no será posible para el equipo de la Costa Este. Antes de que Beck pudiera abrir la boca para decirle que eso no importaba, que estaría bien por su propia cuenta, Skye tuvo una delgada mano en el aire y esa mirada obstinada en la cara. —Sra. Jansen, con el fin de mantener todo completamente justo en todos los ámbitos, estoy dispuesta a renunciar a consultar con mi equipo hoy. Beck se puso rígido mientras los compañeros de equipo de Skye, en especial el chico con trenzas, le disparaba a Skye miradas de incredulidad, pero Eva pareció aliviada. —Gracias, Chef Gladwell. Eso es extremadamente generoso de su parte y creo que es la elección correcta. Lo que me lleva a la otra elección que usted necesita hacer. Beck se tensó todo, listo para un nuevo giro. Eva no lo defraudó. —Hemos decidido que de acuerdo al espíritu de una verdadera competición, queremos que cada uno de ustedes sepa exactamente lo que está en su contra. Por lo tanto, ustedes cocinarán y presentarán sus platos de forma consecutiva, ambos tienen el día de mañana para prepararse y al día siguiente, uno de ustedes va a cocinar y presentar al mediodía y el otro irá a las seis. Nos gustaría que cada uno de ustedes se una a los jueces para la degustación de su oponente. Beck se permitió relajarse un poco. Eso no era tan malo. Volviéndose hacia Skye, Eva dijo—: Debido a que usted ganó el último desafío, le dejaré elegir. ¿Preferiría presentar en la mañana o la tarde? Skye se lamió los labios, un viejo gesto nervioso que Beck había encontrado siempre ridículamente atractivo y dijo—: Iré de segunda. —Lo que significa —Eva llevó sus ojos hacia Beck—, usted será el primero. Él reconoció sus órdenes de marcha con un gesto breve de asentimiento. —¡Está bien! —Ella dio una palmada con las manos y luego saludó con la mano a los jueces—. Hagan la planificación. Los coches estarán al frente para llevarlos de compras mañana a primera hora. Y eso fue todo. Ella y los jueces se despidieron y salieron en tropel de la cocina, seguidos más lentamente por los gruñones compañeros masculinos de Skye. En el

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camino hacia la puerta, el chico con rastas fijó a Skye con una mirada puntiaguda y algo en su boca que se parecía mucho a "La carne es asesinato". Ella puso sus ojos en blanco, entonces deliberadamente se volvió hacia su ayudante de chef, Fiona, cuando se dio cuenta de la atención de Beck. —Bueno, eso fue muy de ella, —comentó Win—. Tienes que amar a una mujer que le gusta un campo de juego. Beck gruñó y se agachó para recuperar un pequeño bloc de notas del bolsillo exterior del estuche de cuchillos de cuero. Lo llevaba a todas partes, lo utilizaba para anotar ideas, tal vez las notas contenidas allí desencadenarían algo. Dios lo sabía, él no tenía otra pista por dónde empezar. —Entonces —Win trató otra vez, los nervios haciendo que su voz sonara más alta de lo usual—, ¿la historia de tu vida, eh? Eso debería ser divertido. Estaremos bien, es lo que Beck quería decir, pero de alguna manera, lo que se entendió fue—: Hijo de puta. —Escuché eso. —Win asintió con la cabeza en entendimiento y se encogió de hombros—. Pero, oye, pudo haber sido peor. Beck fue a través de las páginas de su cuaderno, frunciendo el ceño hacia sus propios garabatos hechos con el lápiz. Había listas de ingredientes que había visto en el Mercado de Agricultores del Ferry Building, bocetos de platos terminados que había soñado, una o dos nuevas técnicas que había tenido la intención de probar. Todo eso era él, el chef Beck. Pero de alguna manera se sentía como si estuviera fracasando incluso antes de empezar. —¿Hay algo bueno ahí? —Preguntó Win. Beck se encogió de hombros y le pasó el cuaderno a él. —Tal vez un par de ideas. Mierda, no sé. Mirándolo después de la atenta lectura de una receta particularmente compleja que implicaba alas de raya fritas, Winslow ladeó la cabeza. —Esto es realmente un problema para ti, ¿no? —Beck se preguntó si se trataba de la tensión en sus hombros o el TIC en la mandíbula lo que le había dado esa idea.

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—Todo va a estar bien. —Allí se las arregló en ese momento—. La historia de vida del más secreto, misterioso, enigmático tipo que he conocido, en cinco platos. — Reflexionó Win. Parecía querer sonreír, pero lo estaba aguantando y Beck sintió enturbiar la emoción que se había estado filtrando desde que Eva lanzó el reto por primera vez. —Esto es como un sueño hecho realidad para ti. —Gruño Beck, la irritación pasando por su piel como hormigas de fuego—. La excusa perfecta para satisfacer tu curiosidad acerca de cualquier misterio que creas que hay en mi pasado. Lamentó el gruñido áspero de su tono de voz tan pronto como las palabras salieron de su boca. Él sabía lo intimidante que podía sonar sin quererlo y con toda la presión acumulada en su cabeza, no quería explotar sobre Winslow, quien podía ser un entrometido, pero también era un buen chico y Beck se dio cuenta que no lucia ni lo más mínimo intimidado. —Perra, por favor. —Win hizo un gesto con la mano—. Supera tu lado malo. No eres tan fascinante. El brillo en sus ojos verdes invitó a Beck a bromear. Se rió entre dientes, luego se rió en voz alta cuando la sonrisa encantada de Win se extendió de oreja a oreja. Y, de repente, Beck sintió la tensión en su interior romperse estallando en sus oídos como cuando el barco se sumerge a una nueva profundidad. La presión estaba todavía allí, pero podía manejar la situación. Manteniendo su puño apretado, Beck dijo—: Vamos a averiguarlo, hombre. —Seguro, Tan pronto como sueltes todo. Beck cambió su peso. —Esto no es ningún consultorio de terapeuta. Adoptando un ridículo acento alemán, Winslow acarició su barbilla suave como el pompis de un bebé y dijo—: Und ¿cómo ze ziente acerca de ezo? Resoplando, Beck le palmeó el dorso del cuello. Los músculos bajo sus dedos estaban tensos y no importa cuán bien Win aligerara esta situación de mierda, Beck todavía odiaba la idea misma de lo que estaban a punto de hacer. Y luego, una idea se le ocurrió, como si un rayo de sol golpeara a través de la superficie del océano, rompiendo las olas e iluminando la oscuridad. —Escucha, —dijo él, bajando su voz—. ¿Qué tal si no nos metemos en toda esa mierda de los sentimientos e historia de vida? ¿Qué tal si hacemos los mejores platos que podamos y una vez que tengamos un gran menú, nos preocupamos sobre cuál historia contar con cada plato?

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Winslow se puso las manos en sus caderas delgadas, mirando dudoso. —Eso no es exactamente de lo que el reto trata… Sin embargo, Beck no iba a ser disuadido de este curso de acción. Había descubierto un camino en el laberinto y se sentía malditamente bien tomándolo. —Este concurso se trata de comida —dijo con firmeza. Win asintió de mala gana. —Sí, supongo. —Y eso es lo que vamos a hacer. —Beck tomó de nuevo su cuaderno de notas, hojeando las páginas de ideas con más propósito—. Estamos poniendo la comida primero. Esto iba a funcionar, estaba seguro de ello. E iría mejor que si se iba por la historia de su vida, porque, mierda, ¿cómo luciría ese menú? ¿Un primer curso de tragedia familiar, seguido con una adolescencia problemática y a un lado el absoluto fracaso romántico, completado por un curso del servicio militar? Apetitoso. No, esta es la mejor manera, se dijo mientras escogía algunas recetas y conceptos para hablar al respecto con Winslow. A medida que se puso manos a la obra en la seria tarea de planificación del menú, Beck no pudo resistir chequear al otro equipo. A través de la cocina, Skye y su ayudante de chef se encontraban en una profunda conversación, la clase de conversación que hacía que los luminosos ojos azules de Skye se llenaran con el brillo de las lágrimas no derramadas. La vista rasgó a través de su pecho y agachó la cabeza a toda prisa, mirando ciegamente hacia abajo al metal pulido de la mesa frente a él. Sabía sin preguntar que Skye no estaba comenzando con la comida, ella estaba empezando con su vida. Había basado esto en sus propias emociones, sin miedo, usándolas como fuente de inspiración para lo que creaba en la cocina, de la misma manera que su madre bohemia pintaba o esculpía. Beck no estaba muy seguro de si podría manejar el escuchar la historia de la vida de Skye, sus miedos y tristezas expuestos ante los jueces. Sería difícil de soportar, pero él lo manejaría. Lo que no podía manejar en absoluto era la idea de derramar su propio pasado en el piso de la cocina. No por los jueces, sino por Skye. Y si eso lo convertía en un cobarde, entonces que así fuera. Sería un cobarde que guardaba sus secretos.

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Capítulo 19 Traducido por Andy Parth & Caami Corregido por: clau12345

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ara el momento en que Eva les dijo a los jueces de qué trataría este reto, los pensamientos del pasado consumieron a Claire.

El pasado reciente, sí… a pesar de sus mejores esfuerzos, Kane Slater nunca estaba lejos de sus pensamientos. Pero el pasado distante también, los hechos que la habían convertido en la mujer que era hoy… aquellos feos recuerdos que también la cazaban. Tanto así que una vez que los concursantes estuvieron fuera y corriendo, trabajando en sus comidas de historia de vida, todo lo que Claire pudo contemplar fue encontrar una esquina silenciosa y un cóctel. Kane había estado riendo con Eva acerca de necesitar una bebida hace solo unos momentos. Y cuando salió de la cocina justo delante de Claire, ella se encontró siguiéndolo sin voluntad consciente. Una vez fuera en el pasillo, ella disminuyó sus pasos para evitar adelantársele. Era visceralmente consciente de cuán tonto era esto, cortejando un encuentro con él después de que había luchado tan duro por un corte limpio entre ellos… pero sus últimas palabras para ella, acerca de estar segura, se mantenían girando a través de su cerebro junto con los recuerdos que la atormentaban, hasta que todo lo que pudo hacer fue esperar a que Kane estuviera en su camino hacia el bar del vestíbulo. Ellos alcanzaron un tramo de escaleras alfombradas que llevaban a un atrio de pisos de mármol lleno con macetas de arreglos de flores arquitectónicas y follaje sobre mesas de madera con incrustaciones. Claire se centró en la decoración, esperando distraerse de la exquisita vista de Kane tomando las escaleras de a dos a la vez, el ancho tramo de piernas tensando sus vaqueros azul oscuro apretándose a través de su musculoso trasero. No funcionó.

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Una vez arriba de las escaleras y en el vestíbulo, Claire espió el letrero de Boulevard Lounge & Bar colgando al lado de un discreto arco y aceleró sus pasos. Si se apresuraba, podría estar ahogando sus recuerdos en un digestivo dentro de unos minutos. O… podría correr directamente contra la espalda de Kane. —¡Ooof! —Guau, ahí, ¿estás bien-Claire? Kane dejó caer las manos que reflexivamente había envuelto alrededor de sus brazos y Claire se perdió la calidez de ellas instantáneamente. No es que necesitara estar algo más caliente, se dio cuenta, mientras un rubor barría sobre su cuello y sus calientes mejillas. —Estoy bien. Gracias. Mis disculpas, me temo que estaba un poco demasiado ansiosa por llegar al bar. Él dejó salir una carcajada que no sonó tan vibrante y llena de humor como ella estaba acostumbrada. —Sí, sé lo que quieres decir. Hubo una breve pausa intensamente incómoda mientras Claire intentó recoger su compostura del suelo. Kane la rompió encogiéndose de hombros y diciendo—: Bueno, supongo que te dejaré llegar entonces. ¿Crees que el servicio de habitación enviará una botella de whiskey si se lo pido amablemente? Le dio una sonrisa que no alcanzó sus ojos y, de repente, Claire no pudo soportarlo. Una distancia de no más de diez centímetros los separaba, pero se sentía como de diez kilómetros mientras levantó una mano temblorosa para descansar justo encima de su codo. Ese simple roce fue suficiente para detener a Kane en el acto de girar y alejarse. Se detuvo paralizado bajo sus dedos, el duro músculo de su bíceps tensionándose en la suave manga de su camisa a cuadros blancos y negros. A Claire le tomó una ridícula cantidad de coraje decir—: A esta hora del día, el personal del servicio a la habitación pensará que eres un alcohólico. ¿Quieres esa historia rondando en las revistas de chismes? Creo que no. En vez de eso, ven conmigo al bar del hotel, hay seguridad en los números.

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En algún lugar en el camino, perdió la habilidad de leer las expresiones de Kane. O quizás había perdido la hermosa franqueza que era gran parte de lo que la atrajo en primer lugar. El pensamiento de que ella era la culpable de la mirada cautelosa, cerrada en sus ojos azules rompió a través de ella como una lanza, incluso cuando asintió y dio un paso atrás para permitirle que lo precediera dentro del bar. El salón había sido abierto recientemente, la incongruente luz alegre emitida por las pantallas de seda durazno caía sobre las mesas limpias, los sillones desocupados y las sillas tapizadas. Él bar, merci à Dieu, no estaba desierto. Un duendecillo joven ágil de barman dio una sonrisa maliciosa mientras Claire iba directamente hacia dos taburetes vacíos al final de la barandilla de la barra de latón pulido, como si únicamente la formación impecable de la cadena de hoteles Pegasus le impidiera guiñarles. Ignorando el menú encuadernado en cuero colocado delante de ellos, Kane apoyó sus codos sobre la barra y torció su cabeza para considerarla seriamente. La suave luz centelleaba dorada en su cabello y sombreaba su apuesto rostro juvenil en una manera que lo hacía ver mayor, hastiado, cínico… todas las cosas que Claire sentía en sí misma pero que nunca asoció con Kane. —Ahora que me tienes aquí, ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Este odioso rubor nunca moriría? Claire se sentía como si hubiera estado caminando la playa de Niza por horas sin un sombrero. —Voy a comprarte una bebida. Claire enterró su rostro en el menú, buscando cócteles antes de recordar donde estaban. En San Francisco, los cocteles no eran el rey… el vino lo era. Mientras el pequeño camarero coqueto sin duda sería capaz de sacudir un buen Martini, los años de Claire como escritora de comida le habían enseñado que la mejor estrategia era generalmente adaptar su orden a la especialidad de la casa. Cualquiera que fuera el motivo por el que el establecimiento era conocido, era a menudo lo que mejor hacían y sería lo más agradable a probar. En este caso, sin embargo, una simple copa de vino no iba a ser suficiente. Superada por una repentina hinchazón de nostalgia por París, Claire dijo—: Un coñac por favor.

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Ahí. El coñac era un vino destilado. Eso tendría que estar lo suficientemente cerca. —Lo mismo. —Kane empujó el menú de vuelta a través de la barra sin quitar sus ojos de Claire. Tirando sus hombros hacia atrás, Claire levantó su barbilla y se centró en los rápidos, económicos movimientos del camarero mientras desenroscaba la parte superior de una rechoncha botella redonda con una mano mientras se estiraba en la punta de sus pies para enganchar dos copas de tallo corto para coñac con la otra. —No estaba pescando antes una invitación. Te dije que estaba retrocediendo y lo hago. La amargura en su melódica voz crujió por la columna vertebral de Claire como rayos peligrosos, chocantes y equivocados. —Sí lo haces —dijo ella tranquilamente—. Hiciste exactamente lo que pedí. Él hizo un ruido frustrado que parecía venir profundo en su pecho. Girando en el taburete de la barra, Kane la enfrentó más completamente. El giro de su torso halaba la suave camisa escocesa que usaba, exponiendo su pecho duro y abriendo un hueco en el cuello para revelar ese cálido, atractivo hueco donde su cuello se encontraba con su hombro. —Así que, ¿por qué todavía te ves tan miserable como me siento? Por un momento, ella luchó para centrarse en lo que él estaba diciendo… hasta que sus palabras penetraron la densa niebla de lujuria que la había superado brevemente. Claire se salvó de tener que responder por el camarero, cuya propina se estaba aumentando por momentos. Él deslizó dos copas pequeñas a través de la barra lisa de caoba reflejante, los suavemente redondeados globos llenos con un líquido de color ámbar oscuro. La nariz rigurosamente educada de Claire detectó el tenue aroma de clavo de olor y nuez moscada flotando desde el licor. Ella levantó la copa al nivel de su barbilla, tomando un par de respiraciones poco profundas y dejando fluir las notas de caramelo sobre la parte posterior de su lengua. El primer sorbo quemó a través de su boca, pero mientras el choque del alcohol disminuía, probó la especia floral que había olido antes.

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Era un coñac muy bueno, mayor de quince años o así y probablemente de Borderies. Ella asintió su aprobación al camarero, quien guiñó, finalmente, la cosa impertinente, antes de moverse discretamente para limpiar el otro extremo de la barra. Claire volvió su atención a Kane a tiempo para verlo inclinar hacia atrás su cabeza y bajar el tercio de su copa en un trago. —Dios, esto es bueno. —Jadeó, con la lengua saliendo para atrapar una gota en la esquina de sus labios y todo en el cuerpo de Claire se apretó y calentó con excitación. Estaba tan vivo. Tan vibrante y voraz, hambriento por todos los placeres y emociones que el mundo tenía para ofrecer. Y eso siempre había sido el problema. Todo con Kane era demasiado. Ella sentía demasiado, quería demasiado, se preocupaba demasiado… por lo que lo alejó. Ella había arruinado todo lo que había entre ellos, probablemente para siempre. Pero él merecía saber por qué lo había hecho. Ella le debía la oportunidad de entender, incluso si no podía perdonarla. Pero antes de que ella pudiera reunir suficiente coraje para hablar, él colocó su copa de vuelta abajo en la barra. —Sé que dije que me retiraría y lo dejaría estar, pero no puedo continuar hasta que te diga una última cosa. Resistiendo el impulso de impedirle hablar si eso demoraría este terrible asunto de seguir adelante, Claire tragó otro sorbo de coñac y se abrazó a sí misma. —Adelante. El rostro de Kane estaba lleno de líneas de miseria. —Odio haberte hecho pensar, incluso un segundo, que tú "esto" era un juego para mí. Porque nunca podría hacer eso. Incluso si no estuviera… —Hizo una pausa, su mirada parpadeando hacia un lado y Claire tomó un aliento. —Incluso con alguien que apenas conocía —continuó, con voz tenue—. No trataría a ninguna mujer de esa manera. Por un lado, es grosero e irrespetuoso y todo lo contrario a todo lo que intento ser, con mi música y mi vida. La culpa por haber dudado de él –lo que le había hecho dudar de si mismo– atragantó a Claire. Puso una mano en su antebrazo y lo encontró rígido, encordado con miseria. —Lo sé—: dijo de vuelta, sintiendo impotencia y odio.

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—¿Lo sabes? Porque parece que he hecho un trabajo de mierda en mostrarte quién soy. —Eso no es cierto. —Sostuvo Claire—. Y tan lejos como llegue tu música, bueno… tan pronto como Eva me dijo que serias unos de los jueces de RSC… —Hizo una pausa, reacia a revelar esto por alguna razón. —¿Qué? —Podría haber ordenado tus últimos tres álbumes. Como reconocimiento, entiendes. Un indicio de la habitual chispa iluminó sus ojos azules. —Claro, por supuesto. El silencio se extendió entre ellos durante varios segundos antes de que Kane espetara—: Entonces, ¿Qué te parecen? En el momento en que la pregunta salió de sus labios, se dio una palmada enrojeciendo su cara e hizo un ruido frustrado en la parte posterior de su garganta. —¡Bah! Soy un bobo. No puedo creer que te haya preguntado, como un niño que hace una audición para un papel que sabe que no va a conseguir. Claire rió, aunque la referencia a sí mismo como un niño se aferró en su interior. —Basta con decir que si fuera por mí, conseguirías tu papel. Mirando a través de una grieta entre sus dedos, Kane dijo—: ¿En serio? —Sí. Estuve… sorprendida por lo que oí. Una mirada de complicidad volvió su apuesto rostro adulto y travieso. —Ah, ya veo. Eres una de esos que asumieron que, dado que Dios me bendijo con esta increíblemente hermosa cara y abdominales asesinos, no necesitaría nada más para hacerme rico y famoso. No tenía posibilidad de tener o necesitar ninguna habilidad musical. —Te aseguro que cuando compré tu CD, no tenía idea de tus… abdominales. Me sorprendió la amplia gama de influencias musicales… una canción muy exuberante y lírica seguida por algo que recordaba a Edith Piaf, soul y perezoso, pero con un toque lúdico. Ella sacudió la cabeza en el desconcierto recordado y Kane hizo una mueca. —Sé de qué grabación estamos hablando ahora. No tienes mucho de que agarrarte de mí desde allí, ¿verdad?

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—No. —Claire ladeó la cabeza, considerando a un Kane pensativo. El destello de las burlas familiares estaba de vuelta, volviendo sus ojos azules más brillantes que el cielo y tirando de las comisuras de sus labios sensuales. Había todavía una certeza cerniéndose sobre él como una nube, sin embargo, un persistente pesar o tristeza y ella encontró que no le importaba eso en absoluto. —Pero desde ese día, he aprendido mucho sobre qué clase de hombre eres. Y recientemente me di cuenta que no te había dado la misma oportunidad, cuando se trataba de mi misma. Claire nunca había disfrutado abriéndose a los demás. La frase misma –la imagen gráfica haciendo a su cuerpo vulnerable rebanarse como un tomate demasiado maduro de manera que todas sus vísceras salieran en tropel por la abertura- la llevaba a un abismo. Sin embargo, por Kane, lo haría. Más vale tarde que nunca. Retroceder lo suficientemente como para poder mirarlo a los ojos sería más fácil que hacer contacto visual, pero Claire no era débil. Encontró su mirada y mantuvo sus ojos abiertos, permitiéndole a Kane el acceso sin restricciones a lo que fuera que quisiera escudriñar con intención de descubrir. —Me preguntaste por qué nos he estado haciendo a ambos tan miserables –y no sé si tengo una buena respuesta para eso. Todo lo que tengo es mi pasado, la historia que me ha marcado. Y ahora te la ofrezco de buena fe… porque confío en ti con esto. El hambre y el interés se extendieron en su mirada, pero su voz fue suave mientras decía—: No tienes que hacer esto. —Sí, tengo que hacerlo. —Tomando un último sorbo de su bebida, dejó al alcohol quemar un agujero a través del nudo en su garganta y las palabras salieron a borbotones. —Cuando era muy joven, justo después de mudarme a Nueva York desde Paris, comencé a trabajar como correctora independiente en una revista de estilo de vida. Quería entrar, leer otras historias de la gente y luego hacer el trabajo que habían descuidado en términos de verificación de fuentes y hacer una doble comprobación de la información. Era un trabajo tedioso, pero yo era ambiciosa. —¿Tú? No lo creo. —Su voz era bromista, pero su mirada era penetrante y Claire sabía que estaba pendiente de cada silaba de esta historia sin precedentes.

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—Oui, muy ambiciosa. Y, quizás, no tan sutil como aprendí a ser años después. Había un hombre en la revista, un editor. No mi superior directo, pero sin duda por encima de mí en la jerarquía. Kane le enseñó los dientes en una mueca repentina, la expresión le cortó el aire por un segundo antes de que la suavizara. —Lo siento, lo siento. Sólo… creo que sé adónde te diriges. Con una mueca, Claire reconoció el punto. —Sí, la mía no es una historia particularmente única y original. Nos vimos involucrados, hizo y rompió promesas tanto personal como profesionalmente y al final, descubrí que había habido una apuesta entre los editores –todos ellos hombres para ese momento– para ver cuál de ellos podía meterme en la cama primero. —Mierda. La maldición dura en la melódica voz de Kane llevó a Claire al desconcierto. Su sobresalto le hizo darse cuenta de que él difícilmente juraba. Recuperándose, asintió. —En efecto. Yo reaccione… mal y me encontré sola en un país extraño, sin un puesto de trabajo. —¿Te despidieron?— la indignación en el rostro de Kane era un bálsamo a la alborotada alma de Claire. Odiaba recordar ese momento de su vida. Aunque esta parte no era tan mala. —Bueno, cuando irrumpí en la oficina del editor en jefe y derramé toda la sórdida historia, el editor en jefe –también un hombre– se rió y dijo algo de la línea de “Los chicos siempre serán chicos”. —Bruto. —Estoy de acuerdo. En un chispazo de curiosidad, Kane levantó sus cejas. —¿Qué hiciste? A Claire le gustaría mantener el estereotipo étnico de los franceses como pragmáticos sangre fría, más prácticos que apasionados, pero su comportamiento ese día no podía ser tomado como prueba del concepto. Con la boca torcida en una sonrisa triste, dijo—: Me apoderé al objeto más frágil al alcance de mi mano, un portapapeles de cristal en la esquina de la mesa del editor en jefe y lo lancé contra la pared. Kane parpadeó, impresionado. —Guau.

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—Una pared de yeso abollada y un insustituible Premio a la Excelencia destrozado, luego salí por la puerta. —Odio esta historia —dijo Kane. —No te preocupes, tiene un final feliz. Esa revista cayó menos de un año después de eso –no voy a decir que es porque se vieron envueltos en varios escándalos, uno tras otro, debido a la información de mala calidad y hechos incorrectos en sus artículos, pero…—Se encogió de hombros y mantuvo la luz en su voz—. Y después conseguí un trabajo como escritora en Délicieux y el resto, como dicen, es historia. —Ja —cantó Kane, su deleite manteniendo a flote los espíritus de Claire ante la angustia recordada—. Chúpala, idiota. —Mis sentimientos son más o menos los mismos. —He cambiado de opinión. Amo esta historia. Una sonrisa torció la comisura de sus labios y ella sintió su espíritu tratando de levantarse. —Pensé que merecías oírla, porque sentí que era justo darte el contexto por mi reacción a lo que oí entre tú y Theo. La felicidad se retiró de su rostro. —Cristo. No es de extrañar que hayas enloquecido. —No debí haberlo hecho —insistió Claire—. Lo sé ahora. Ustedes no son nada como los hombres que hicieron burla de mis sentimientos, que usaron mi cuerpo como un campo de batalla para su rivalidad. Lo que pensé y sentí cuando te escuché hablando con Theo, no debí haberte apartado. Frotando un dedo en el delicado anillo alrededor del borde de su vaso, Kane le deslizó una mirada de soslayo. —Tú has estado apartándome desde que nos conocimos. Incluso cuando estaba dentro de ti –todavía había una distancia entre nosotros. La verdad de eso la sacudió hasta los huesos. —Lo sé. Y no estoy segura de cómo parar. Kane cerró los ojos un instante, de repente, dejó caer sus botas al suelo con un golpe, empujando su taburete con un chirrido de las patas de la silla de madera en el suelo de mármol. —Entonces supongo que estabas en lo cierto. No tenemos nada que decirnos el uno al otro.

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El pánico se apoderó de ella por su cuello, casi estrangulando sus palabras cuando gritó—: ¡Kane, no! Él se detuvo en el acto de dejar un billete sobre la barra, su figura, musculosa rígida por la tensión. Claire se lamió los labios y luchó una batalla final consigo misma antes de decir—: No sé cómo dejar alejar todo lo que roza demasiado cerca de mi corazón, pero estoy dispuesta a aprender. Quiero intentarlo. Por ti. Los músculos de Kane se aflojaron lo suficiente como para permitirle hacerle frente una vez más y esta vez ella pudo ver los trazos del joven, vibrante, alegre hombre que había conocido en Nueva York al acecho del extraño con mandíbula dura antes que ella. —Bueno —dijo, con la voz baja resonando a través de su cuerpo—. Eso es un buen comienzo.

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Capítulo 20 Traducción SOS por Lizzie y Dai Corregido por katty3

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orciendo las caderas para realinear su columna vertebral, Skye presionó sus manos en su espalda e inhaló, imaginando un flujo de oxígeno a los músculos anudados.

Pensó con nostalgia en la clase de yoga Bikram a la que había tenido que renunciar cuando se mudó a Sausalito, relajó su aliento y la posición en un largo suspiro. —¿Un día duro en la oficina? Se volvió para hacer frente a Beck y su larga falda voló alrededor de sus tobillos, batiendo el nacimiento. Perdiendo el equilibrio, tropezó contra la barandilla, pero Beck la atrapó antes de que pudiera hacer algo más que mirar sorprendido, a la agitada agua de la bahía. Sus manos eran grandes y fuertes en sus antebrazos, duras con los callos e increíblemente calientes contra la piel enfriada por la brisa azotando el agua. Era ese viento frío el que la estaba haciendo temblar, se dijo Skye, alejándose con una sonrisa forzada. —Hemos hecho un buen comienzo, creo. —Viendo que era estúpidamente difícil encontrarse con su oscuros y conocedores ojos, Skye entrecerró los ojos a lo largo de la Bahía de San Francisco, buscando el horizonte por el ferri moviéndose rápidamente que la llevaría de vuelta a casa de sus padres—. ¿Y tú? Yo hubiera pensado que estarías de vuelta en el hotel, descansando para mañana. No es como si el mercado de granjeros esté abierto esta tarde. Sintió, más que ver, a Beck encogiéndose de hombros. —No, pero estoy pensando en utilizar embutidos en uno de mis platos, pensé en venir a echar un vistazo a lo que Boccalone tiene para ofrecer. De alguna manera

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me lo perdí cuando compramos aquí para el último desafío, pero Win no podía dejar de hablar de ello. Eso la sorprendió con la mirada directamente hacia él. Estaban tan juntos, que tuvo que estirar su cuello hacia atrás para atrapar su mirada. —¿Has olvidado que soy el enemigo? No puedo creer que me dieras alguna pista acerca de lo que vas a cocinar. Esta vez fue Beck, quien apartó la mirada, como si él no pudiera mirarla a los ojos. —No creo que importe en este momento. Nuestros estilos son tan diferentes, podemos utilizar todos los mismos ingredientes y todavía venir con platos totalmente distintos. Además, sé que no te gustan los embutidos y ese chico rastafari en tu equipo reventará una tuerca si pones carne curada en tu menú. Ella se rió, recordando a Nathan refunfuñando acerca de cómo ella había renunciado a consultar a todo el equipo sólo para evitar escucharlo sugerir platos vegetarianos. Su despedida al dejar el equipo había sido un recordatorio de que los animales eran sus amigos, y los amigos no se comen sus amigos. —Sip, embutidos en realidad no son lo nuestro en el Queenie Pie —admitió—. ¿Y tú? ¿Ya sudando más por tener que abrir tu pasado? —No es que Skye tuviera ganas de escuchar lo que a Beck se le ocurrió para explicar la historia de su vida, ni nada. Encogió sus enormes hombros sacudiéndolos hacia arriba y hacia abajo en una parodia de su gracia habitual sin problemas. —No, sólo estoy haciendo la comida que quiero hacer. Voy a subir con algo que decir para hacer que suene bien. La decepción la atravesó. Skye negó con la cabeza. —Por supuesto que sí. Dios no lo quiera en realidad debes seguir el desafío y no decir nada a nadie acerca de ti. A lo lejos, sonó un largo claxon, indicando que el ferri estaba en su camino hacia el muelle. —¿De vuelta a casa? —La voz de Beck era monótona, totalmente impasible, pero Skye se mantuvo reforzada para evitar la crítica implícita. —Es una situación temporal —dijo abruptamente, luego golpeó sus mandíbulas cerrándolas en el resto de la explicación. No tenía necesidad de explicarle nada a él.

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Beck parecía estar de acuerdo, ya que no tenía más preguntas. No por un largo momento lleno de nada más que el chillido de las gaviotas y el sonido de las olas agitándose contra el lado del ferri en el muelle. Cuando por fin habló, su pregunta la tomó completamente por sorpresa. —¿Eres feliz, Skye? Algo en la forma en que lo dijo, la tranquila calma que podía oír en su voz, le hizo un nudo en la garganta. Aclarándose la garganta, se echó el cabello de la cara y miró hacia el sol poniente. —A veces. ¿Y tú? —Cuando estoy cocinando. La simplicidad de su respuesta la destripó. Mantuvo la cara hacia otro lado, absorbiendo el calor muriendo de la puesta del sol sobre su piel y tratando de respirar alrededor de la constricción en su pecho. —Yo también. Extraño mi restaurante. —¿Qué pasó con él? El ceño fruncido de Beck fe tan audible como su preocupación por ella, y Skye se obligó a darle una sonrisa. —¡Nada malo! Es sólo que... es un lugar pequeño, y no tengo un equipo grande de cocineros de confianza. Tuve que cerrar durante el mes, mientras compito en la RSC. —¿Puedes permitirte eso? Reduciendo los ojos hacia él, dijo—: Normalmente, aquí es donde te diría que te metas en los asuntos de tu propia incumbencia. Sin embargo, debido a que parte del dinero inicial para el café provenía de lo que ahorré del dinero que enviaste a casa después de que te alistaste, supongo que de cierta manera es tu negocio. Él levantó una mano. —Oye, no. No tienes que decir… —Podemos permitírnoslo —le interrumpió ella—. Apenas. Pero es algo muy bueno lo hecho hasta aquí, y la publicidad de llegar a la final nos ayudará a recuperar el tiempo perdido. Sus finos labios cincelados estaban casi blancos, presionados con tanta fuerza. —Bueno. Me alegro de que todo vaya bien para ti.

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Skye contuvo un suspiro de frustración. Ya podía sentir a Beck cerrándose una vez más, la pequeña ventana en sus emociones cerrándose de golpe. Le recordaba... bueno, a casi todas las conversaciones que había tenido durante sus meses de convivencia. Y, al igual que en aquel entonces, ella se encontró en busca de cualquier manera posible para apuntalar esa ventana abierta por tan sólo un poco más de tiempo. —Hola. ¿Estarías interesado en ver Queenie Pie? Teniendo en cuenta que eres un inversionista importante y todo... Eso le consiguió un sardónico levantamiento de cejas. —Pensé que tenías un ferri que tomar. ¿El ferri que la llevaría a la tranquila y pintoresca colonia de artistas de Sausalito, donde sus padres estarían tan ocupados discutiendo sobre la política y las disputas sobre la articulación del pasado que apenas notarían que estaba allí? —Habrá otro más tarde. Vamos, podemos tomar un taxi. Él sopló una carcajada. —¿Desde cuándo? El destello de humor en sus ojos oscuros llamó a sonrisa por respuesta de Skye, tan instintiva como la respiración, y la reflexividad de la respuesta la molestó lo suficiente como para hacer su voz aguda. —Puede no ser la Gran Manzana, pero San Francisco cuenta con una flota de taxis perfectamente adecuados, y el transporte público es genial. —De acuerdo. Siempre te encantaron los teleféricos. Lanzándole una mirada al salir del Edificio del Ferry, pasando por un grupo de las vías de los teleféricos, Skye hizo un gesto hacia las líneas corriendo arriba y abajo del Embarcadero. —Dime que no te gustaría subir a un encantador un viejo los teleférico al aire libre, acercándote a la ciudad con el viento en tu cara, en lugar de caminar penosamente hacia abajo en las entrañas de la tierra y embalarte a ti mismo en una lata que viaja a través de túneles subterráneos sin aire fresco. —Tal vez era su imaginación, pero pensó que él estaba un poco pálido bajo su piel aceitunada—. No hay argumentos aquí. Los subterráneos no son lo mío. La culpa por jugar con su claustrofobia retorció el estómago de Skye. —Bueno, en cualquier caso, no es un problema porque vamos a tomar un taxi. Nada podría ser más fácil o más rápido.

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Por favor, le rezó a cualquier Dios que controlé los patrones de tráfico y a los a veces lánguidos taxistas de San Francisco. Por favor, no hagas una mentirosa de mí. Por una vez, los dioses parecían estar escuchando. Beck y Skye habían estado esperando en el semi incómodo silencio en la esquina del embarcadero y el mercado durante cerca de cinco minutos, cuando un taxi abierto se detuvo. El incómodo silencio se mantuvo mientras el taxi los llevaba al puente de la bahía y hasta las colinas de Berkeley, Skye miró por la ventana preguntándose qué demonios estaba haciendo. ¿Qué estúpido impulso la había llevado a iniciar esta pequeña aventura? Se suponía que debía estar evitando a Beck, evitando la tentación que representaba y el catastrófico huracán emocional en que la sumía, no invitándolo a tomar el té. El cansancio, el estrés, la preocupación y la culpa hicieron un cóctel para matar su estado de ánimo, y mientras el taxi aceleraba más allá de las familiares casas, panaderías, librerías independientes y murales pintados en las paredes del centro de Berkeley, Skye sintió que su estado de ánimo se volvía negro. Pero entonces el taxi se detuvo en la bulliciosa calle que fue el hogar del Café Queenie Pie, y por primera vez en lo que se sentía como siempre, el calor bañó su pecho y levantó su corazón. La visión de su restaurante nunca dejaba de hacer feliz a Skye, y hoy no fue la excepción. Incluso viendo todo cerrado cuando debería estar brillante y ocupado con clientes satisfechos no podía empañar su alegría. —Esto… —dijo el taxista, tocando el plástico grueso que separa el asiento delantero de la parte posterior—. Pueden bajarse en cualquier lugar a lo largo de aquí. Pagaron y se fueron, Skye casi tropezando con sus propios pies por la prisa de entrar a la cafetería y revisar todo. Había venido cuando regresó por primera vez de San Francisco después de lo de la pierna en la competición de Chicago, pero eso fue hace casi una semana. Buscando las llaves, dejó caer el gran anillo antes de lograr encajar la llave correcta en la cerradura de la puerta de vidrio. Empujando la puerta para que se abriera con un gesto dramático, Skye se dio vuelta para ondear la mano a Beck para que entrara, claramente consciente de que su cabello era un desastre alrededor de su cara enrojecida pero incapaz de preocuparse.

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—¡Entra! Ella se adentró en el oscuro restaurante y accionó en el interruptor de la pared para inundar el lugar de luz mientras que Beck se cernía, con su silueta llenando toda la entrada. Parecía más indeciso de lo que estaba acostumbrado a verlo y algo en la manera en que se mantenía le recordó la primera vez que lo llevó a conocer a sus padres. Tenía esa misma extraña mezcla de desafío y súplica, sus manos ligeramente curvadas a sus lados y su cara huesuda y severa se extendía en líneas inflexibles. Skye no podía evitarlo, su instinto era el mismo ahora como en ese entonces, para tratar a Beck como algo domado, casi salvaje, para ser atraído y amenazado. —Vinimos todo el camino hasta aquí —dijo ella suavemente, su corazón palpitando de forma desigual en su pecho—. ¿No quieres ver el lugar que me ayudaste a construir? Algo en su expresión apagada se abrió como si hubiera deslizado su llave en la cerradura correcta. —Esto es lo que siempre quisiste. —Su voz era ronca, como arena sobre vidrio—. Un lugar al cual llamar tuyo. Ella asintió, extendiendo sus brazos y haciendo un gran y lento círculo. —Queenie Pie es mío: cada mesa, cada silla, cada taza, cada cuchara. Y amo todo sobre él, desde el ventilador roto sobre el tango de portaviones hasta las patas temblorosas en la mesa trece. El orgullo cegador iluminó los ojos de Beck a ardientes carbones oscuros. Esa mirada, justo ahí, es por eso que lo había traído hasta aquí. —Te di esto. No lo dijo como una pregunta, pero Skye dejó de girar y miró directamente a su cara. —El dinero que enviaste y el hecho de que estabas en la Armada, me dio la garantía para obtener un préstamo del banco, sí. Un préstamo que casi termino de pagar. ¿Y no sería sorprendente ser libre, salir de debajo del peso de esa deuda? Apenas podía esperar.

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Apoyando esas manos grandes en sus delgadas y robustas caderas, Beck estudió la distribución del lugar. Su mirada de rayo laser tomó todo, desde la pizarra con el borde de madera montada en la pared posterior, todavía la publicidad: coq au vin blanc19 y el risotto de vegetales de verano, las especiales de la noche de hace un mes, hasta la lámpara vintage que había encontrado en una tienda de segunda mano alrededor de la ciudad y no hacía juego. El rojo suave de las paredes combinaba con la luz amarilla y cremosa para emitir un cálido resplandor en su cara, su cabello castaño, su piel bronceada y su camiseta negra destacándose contra el alegre color. Skye encontró su propia ansiosa mirada a la deriva por las pequeñas imperfecciones que ella sabía estaban ahí: la muesca en la encimera recorriendo a lo largo de la pared izquierda y sirviendo como bar donde la gente podía tomar un cóctel o una copa de vino mientras esperaban una mesa; la bombilla que siempre alumbraba más débilmente que las otras en el metal italiano de los sesenta en la esquina trasera de la cafetería, no importaba cuántas veces la cambiara, las marcas de desgaste en las puertas giratorias que llevaban a la cocina. Tragando un enjambre de mariposas, puso su voz tan casual como pudo. —Entonces. ¿Qué piensas? ¿Hiciste una buena inversión? Se detuvo lo suficiente como para que las mariposas de Skye amenazaran con volver hacia arriba, pero finalmente inclinó su barbilla hacia abajo y se encontró con su mirada. —Si algo de lo que hice te ayudó a lograr esto, me siento orgulloso y contento. Creo que mi partida era lo correcto. La reacción instintiva de ella por su última declaración casi la estranguló. Y mientras trataba de volver a aprender cómo respirar, la verdad surgió y golpeó a Skye en la parte posterior de su cabeza. Por mucho que le gustara la cafetería, ella habría renunciado a todo si eso significaba mantener a Henry a su lado. Temblando, Skye dejó caer su bolso tejido en la mesa cuatro y se dirigió a la cocina, su único pensamiento para pasar unos pocos segundos a solas para procesar lo que sentía.

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Coq au vin blanc: es un guiso de pollo con vino blanco.

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Pero antes de que pudiera empujar la puerta y abrirla, Beck estaba ahí, su largo brazo sosteniéndola abierta para ella. Ignorando la forma en que sus bíceps estiraron la manga de su camisa y la tensión de la cuerda en su antebrazo ligeramente cubierto con pelo, Skye alcanzó el interruptor de luz. En contraste con la tenue suavidad que ilumina la parte delantera de la casa, la brillante iluminación de la cocina se encendió en una avalancha cegadora de fluorescencia, iluminando cada rincón de la pequeña madriguera de conejos en la parte de arriba de la cocina, independientes de las tablas, y de las estanterías de metal. —Guau —dijo Beck, su voz resonaba suavemente por encima de la cabeza de ella, lo suficiente cerca como para hacerla saltar cuando sintió la respiración de él agitando los rizos de su coronilla—. No hay mucho espacio para maniobrar aquí atrás. —Es un viejo edificio —se atragantó ella, alejándose de él tan rápido y suavemente como pudo, aun cuando se sentía como si todo debajo de su piel saltara. —He visto más espacio en la galería de un submarino. Su corazón dio un vuelvo, dejándola sin aliento. Él nunca había hablado cómo era para él en el barco, en ninguna de las conversaciones forzadas que tuvieron después de que él se fuera. No es que haya habido mucho tiempo... él sólo se fue tres meses cuando pasó, y tuvieron esa última y horrible llamada telefónica cuando ella tuvo que decirle las noticias. Y después de eso... nada. Hasta ahora. Sus dedos inquietos se deslizaron sobre las familiares líneas de trabajo, arrastrándose a través de las tablas de madera para cortar y la mesada brillante de acero inoxidable. Los estantes abiertos de alambre todavía estaban apilados con los ingredientes que ellos usaban más frecuentes, tubos blancos de plástico de lo básico como harina, sal y azúcar junto con cajas de condimentos como Sriracha20, mostaza Dijon y tarros de conservas vegetales de Queenie Pie. —Entonces... sé por qué me dejaste. Él se agitó como si le hubiera disparado, pero Skye se atragantó, balbuceando cerrando su boca como con suciedad que tenía que escupir.

Sriracha: Una salsa picante de Tailandia. Se trata de una suave pasta hecha de chiles madurados por el sol, el vinagre, el azúcar, la sal y el ajo. 20

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—Quiero decir, sé lo que dijiste en su momento y creo que incluso sabía por qué no regresaste... pero lo que quiero saber ahora es por qué dejaste el servicio. ¿Fue por el... —¿Qué? —gruñó, cruzando los brazos sobre su gran pecho mientras sus músculos se abultaban. —Ya sabes. —Skye agitó su mano alrededor inútilmente—. Eso del espacio. La claustrofobia. Sorprendentemente, se relajó ante eso, la tensión se evaporó de sus hombros mientras dejó caer sus manos para apoyar la espalda contra la esquina de la mesa que usaba Nathan. —Eso fue parte. Después de la última temporada en el barco, nunca quise ver otro submarino, mucho menos salir en uno. Hambrienta por cualquier trozo de información, Skye no podía ocultar la ansiedad en su voz. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —Ella esperaba que Beck se cerrara de la forma en que él solía hacerlo cuando preguntaba cosas, cuando trataba de hacerlo hablar sobre cualquier cosa en el pasado, pero él sólo se encogió de hombros, un ligero fruncido de ceño tocando su boca. —Nada fuera de lo normal, excepto que nos mantuvieron allá en el océano cerca de siete meses. Lo cual no era tan fuera de lo normal, ahora que lo pienso. Siete meses, no podía imaginarlo. —Pensé... cuando te uniste por primera vez, ellos dijeron que el submarino operaba un programa de tres meses afuera y tres en tierra. Él se encogió de hombros. —Ese programa no está escrito en piedra. No puede ser. La mierda ocurre, cosas que los Comandos no se pueden prever. Estábamos acostumbrados a ello. — Deteniéndose, Beck se encogió de nuevo, esta vez con más fuerza—. Eso no significa que nos gusta y lo aceptamos con cero quejas, pero lo conseguimos. Fuimos donde nos necesitaban. Cuando lo decía así, Skye se sentía como una puta egoísta por el pensamiento que seguía corriendo por su cabeza. Pero te necesitaba aquí, también.

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Asustada de decir algo que pudiera romper este estado de ánimo de confidencia en el que parecía estar Beck, Skye murmuró—: Eso debió de haber sido difícil. De alguna manera, eso era exactamente lo que no debía decir. Beck se apartó de la esquina en la que había estado apoyado, enderezando su columna mientras su cara se volvía a sus líneas habituales de piedra esculpida. —Era un trabajo —murmuró— y valió la pena hacerlo. Picada por la implicación, Skye puso sus manos en sus caderas. —¡Nunca dije que no lo fuera! Él bufó. —Vamos. Este soy yo. Te conozco, Skye. Sé cuanto odias la guerra y la violencia. —¡Por supuesto que odio la violencia! Eso no significa que odie a los soldados o que no esté agradecida por su sacrificio y su protección. Beck entrecerró los ojos como si no le creyera. —La forma en que actuaste cuando te dije que me había enlistado... —Skye no podía creer que él no entendiera. —Estaba preocupada por ti —exclamó—. No quería que te pasara nada. —No, era más que eso. —Él tenía esa mirada terca de nuevo, y Skye presionó sus ojos cerrándolos, tratando de controlar su nervioso estómago y sus pulmones tumultuosos. —Sí, lo era. No quería que te fueras porque no quería estar sin ti.

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Capítulo 21 Traducción SOS por Lizzie y Otravaga Corregido por katty3

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odo dentro de la cabeza de Beck se reorganizó, como si una mano gigante hubiera arrastrado a través de su mente, dispersando los bloques de construcción de sus recuerdos, todas las decisiones y reacciones que lo convirtieron en quién era él.

Durante años, había pensado que Skye lo odiaba por la decisión que había tomado al ir a la guerra. Que su dulce y suave chica hippie nunca podría perdonarlo por ir en contra de todo lo que ella creía. Y ahora, estaba diciendo... ¿Qué? —¿Estás diciendo que no te importa que me uniera a la Marina? Apretó los labios como si quisiera detener su temblor, pero eso no fue bueno, llevaba sus emociones al igual que algunas mujeres usaban maquillaje. —No. Me importa. Me gustaría que no hubiera ninguna necesidad en este mundo por algo parecido a la marina o el ejército, o por la que cualquier persona tuviera que ir a la guerra. Pero ese no es el mundo en que vivimos, y agradezco a Dios que haya hombres y mujeres como tú que son fuertes, valientes y dispuestos a renunciar a años de su vida en servicio a su país. Y sé que me convierte en una hipócrita por ser lo suficientemente egoísta como para desear que no te hubieras ido del todo, pero no puedo evitar eso, porque te amaba más que a mi propia vida, Henry, y te necesitaba a mi lado cuando me enteré de nuestro... Ella ahogó su palabra, pero se hizo eco en el cerebro de Beck como si lo hubiera gritado. Bebé. Su bebé, el bebé que habían hecho juntos, pero nunca tuvo la oportunidad de sostener o tocar o ver. El bebé que Skye había abortado a los cinco meses, tres

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meses después de que ella le hubiera suplicado Beck que no la dejara sola y la había dejado de todos modos. Su bebé, el bebé en quien Beck evitaba pensar en medida de lo posible, porque parte de él estaba aterrorizado de lo que pasaría si realmente se dejaba sentir la pérdida. Él trató de empujar hacia abajo la emoción, encajonarlo y empujarla lejos, pero ya era demasiado tarde. La oscuridad llenaba el pecho de Beck, un peso aplastante de pena y culpa que le daba exactamente la misma sensación de estar atrapado en un submarino, respirando aire reciclado y anhelando la luz del sol. —Debería haber estado aquí —dijo, las palabras arrancadas tirando de él como un cuchillo de una herida de arma blanca—. Debería haber estado con ustedes. Si me hubiera quedado, tal vez… Alarma, amplió sus bonitos ojos azules, y las lágrimas que habían amenazado con derramarse por sus mejillas corrieron suaves y redondas. —¡No! No pienses así. Henry, oh Dios mío, pensé que lo expliqué en el teléfono... no había nada que pudiera hacer. No fue culpa mía, no fue culpa tuya. Todo lo que podía hacer era mover la cabeza. Su recuerdo de esa última llamada telefónica era vago, borroso por el tiempo, la distancia y el sonido de la sangre corriendo en sus oídos desde el primer momento en que Skye había tomado el teléfono y dijo entre sollozos—: ¿Hola? Había estado en libertad, a medio camino alrededor del mundo en un puerto de Italia, donde el barco había atracado a una nueva disposición, y había logrado encontrar un teléfono y engancharse a sí mismo a una tarjeta de llamada en medio de su misión personal para encontrar algunas hierbas y frutas frescas para llevar a la cocina de la galera para el viaje de siete semanas de regreso a los Estados Unidos. Trató de llamar a Skye cada vez que tenía la libertad, pero no siempre funcionaba y el correo electrónico no era fiable, tampoco. A todo el mundo en el barco sólo se le permitía enviar un solo mensaje de doscientas palabras por semana, por lo que comprobaba de esa manera todo lo que podía, pero él no consiguió sus respuestas inmediatamente. Levantaba los correos electrónicos diarios de Skye, los leía, y luego imprimía para leerlos, por lo general una vez por semana.

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Sin embargo, durante el último mes, la comunicación, incluso gran parte había sido suspendida, mientras el barco se había zambullido demasiado profundo como para transmitir nada. Con el corazón en la boca, Beck había marcado la complicada serie de números para hacer funcionar la tarjeta de teléfono internacional, y luego esperó a que Skye respondiera, con la esperanza como el infierno de que estuviera en el apartamento y que ella estuviera feliz de saber de él. Dada la forma en que había dejado las cosas, no siempre estaba seguro de si siquiera debería molestarse llamando, a sabiendas de cómo se sentía acerca de dónde estaba y qué estaba haciendo, pero tenía que asegurarse de que estaba bien. Al final resultó que, ella estaba en el apartamento... pero estaba jodidamente lejos de estar bien. Él sabía que ella había explicado todo ese día acerca de lo que estaba pasando con el embarazo, y se acordó de las palabras "anomalía cromosómica", pero la mayoría de eso era una pesadilla borrosa de terror y la impotencia se parecía a nada de Beck hubiera experimentado desde que tenía ocho años. Al pasar la mano por la boca seca, Beck trató de concentrarse en el presente. —Dijiste que... me dijiste… Mierda. Ni siquiera podía decirlo, no en voz alta. No a ella. Pero no importaba. La cara de Skye se había arrugado de todos modos, como una rosa apretada en un puño demasiado apretado, y ella corrió hacia él, las manos extendidas. —¡Te lo dije! No fue porque yo estuviera triste, o estresada, ni nada de eso. Nada de lo que podría haber hecho habría hecho una diferencia si hubieras estado allí. Nada de lo que podría haber hecho lo habría cambiado, tampoco y confía en mí; parte de mí aún quiere creer que podría haber cambiado lo que pasó si hubiera sido más inteligente, más sana, más cuidadosa, algo. Pero no había nada, Henry, nada. Desde el momento de la concepción, nuestra bebé tenía síndrome de Turner21. La posibilidad de que ella fuera a sobrevivir al nacer era minúscula desde el principio. Síndrome de Turner: es una enfermedad genética que solamente padecen las mujeres. Sucede que sus células no tienen los habituales dos cromosomas XX, sino que les falta una X o parte de ella. 21

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Skye tenía sus dos manos entre las suyas, la firme comprensión de sus finos dedos la única ancla en un mundo que se inclinaba y lo hacía girar al igual que el barco que una inmersión repentina en aguas profundas y negras. Ella negó con sus manos unidas, con el rostro feroz y encantador mientras ella lo miraba a los ojos, el dolor y la determinación en su rostro no lo dejaba mirar hacia otro lado. —¿Entiendes?

Pero todo lo que Beck comprendió realmente era la única cosa que no había oído antes. —Ella... tú dijiste “ella”. ¿Nuestro bebé era una niña? Los labios de Skye se separaron por un largo rato, sin sonido, y unas nuevas lágrimas brotaron. Su voz, sin embargo, era suave y uniforme. Estable. —Sí. Casi todos los bebés con síndrome de Turner son niñas. Una niña. El conocimiento le abrió la caja de las emociones reprimidas de Beck y se robó la fortaleza de sus huesos para que sus piernas le temblaran. Sin la mesa detrás de él y Skye colgando de sus manos, se hubiera estrellado hasta las rodillas. De alguna manera, saber eso de una manera hizo real al bebé, de una forma en que nunca lo había sido antes. Al menos, no para Beck. Oh, que feliz había estado cuando Skye descubrió que estaba embarazada. Feliz, orgulloso, preocupado en su mente acerca de cómo demonios iban a pagar las facturas del médico y los pañales y todo lo demás cuando apenas podía distinguir su renta, pero el bebé había sido... más de un concepto. Una idea. Una cierta sonrisa en el rostro amoroso de Skye, una redondez nueva a sus caderas y la sensibilidad de sus pechos. Eso era lo que significaba el embarazo para Beck. Pero el bebé había sido real para Skye desde el principio, él lo sabía. Lo que significaba… que todo lo que estaba sintiendo ahora, ella lo había sentido hace casi diez años. Y había tenido que pasar por eso sola. —Habría hecho una diferencia… —Hacer salir las palabras se sentía como escupir cristales rotos, y sonaba peor, pero él tenía que decir esto—. Si yo hubiese estado en casa, eso habría sido diferente.

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Ella sacudió la cabeza, soltando un tembloroso suspiro para negarlo, pero Beck se inclinó hacia abajo y presionó la frente contra la suya, cerrando los ojos apretadamente. —Sí, aun así la habríamos perdido… pero habríamos estado juntos. Pude haberte abrazado. —Henry —jadeó ella, aferrándose a sus manos unidas y llevándolas hacia arriba para presionarlas entre el pecho de ambos—. Podrías abrazarme ahora. Su aliento se rompió en su pecho, un herido sonido mutilado produciéndose con mucho esfuerzo a través de su dolorida garganta, y rompió el agarre de sus dedos para envolver sus brazos alrededor de ella. Ella se apretó en su asimiento, metiéndose hasta que su rostro estuvo apretado contra su cuello, con su dificultoso aliento húmedo contra su clavícula. Era cálida, real y estaba viva. Podía sentir su corazón golpeteando firmemente en su caja torácica, como si estuviera dentro de él, y las irregulares partes rotas de Beck comenzaron a unirse a sí mismas de nuevo. Skye lloró un poco más, y él la abrazó mientras tanto, por una vez su gran figura se usaba para amparar y proteger, en vez de amenazar e intimidar. Curvado alrededor de su esposa que lloraba, con el salvaje ardor de las lágrimas punzando en sus propios ojos, Beck nunca se había sentido más hombre.

*** Hubo días durante los últimos años en los que Skye había estado segura que había llorado a lágrima viva, que ya no le quedaban más lágrimas que derramar por el bebé que había perdido. El bebé que ellos habían perdido. Y tal vez así fue… tal vez ahora no estaba llorando por su pequeña niñita, y la vida que nunca iba a llegar a tener, y el agujero en su propio corazón que nunca se cerraría completamente. Quizá esta vez las lágrimas eran por el padre de esa pequeña niñita, y el hecho de que él había estado atormentándose a sí mismo, culpándose, durante diez largos años.

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Dios. Si él creía que era el culpable, que su ausencia de algún modo había provocado el aborto involuntario de Skye, no era de extrañar que se hubiese mantenido alejado. Eso creaba una especie de sensación cruel. Después de todo, ella conocía a Beck… siempre estaba listo para que la gente creyera lo peor de él. Sintiendo la necesidad de asegurarse de que él entendiera, de una vez por todas, echó la cabeza hacia atrás hasta que su barbilla estuvo apoyada en el plano liso y duro de su pecho. Eso era lo más lejos que podía soportar ir. —No te culpo —dijo ella, tan claramente como pudo a través de las últimas lágrimas que nublaban su cabeza—. Nunca lo hice. Sus brazos alrededor de ella se apretaron, incluso a pesar de que hace un momento habría jurado que él no podría abrazarla más cerca de lo que ya estaba, y la expresión en su rostro… Skye cerró los ojos y giró la cabeza hacia abajo, presionando su boca contra su pecho de modo que su expresión no la provocara de nuevo. Él era tan firme, tan fuerte, con un par de años más y una experiencia de vida infinitamente mayor… siempre había sido una roca en la que ella se apoyaba. ¿Pero con estas cosas? Lánzale cualquier cosa emocional, y Beck era el inexperto. La mayoría de las veces, mantenía la fuerza de sus reacciones tan profundamente enterrada, que ella olvidaba cómo era para él. Había comenzado a dudar, a decirse a sí misma que él era tan estoico e impasible todo el tiempo porque no le importaba. Pero cuando sucedía algo para lo que él no podía prepararse, algo que no podía combatir y apartar, ella vislumbraba una parte de él que nunca fallaba en agarrarla por el corazón. Él mantenía sus emociones importaba… demasiado.

bloqueadas

tan

herméticamente

porque

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Y algo que le habían enseñado a él desde el principio era que mostrar sus sentimientos era una debilidad, una grieta en su armadura que podría dejarlo instantáneamente en la afilada punta de un cuchillo. Tal vez fueron sus años yendo de un lado para otro desde las casas en las instalaciones del estado hasta hogares grupales en el sistema de acogida… o lo que sea que le haya pasado cuando tenía ocho años que lo haya puesto en un hogar de acogida. Ella no sabía lo que le había pasado a sus padres; Beck nunca hablaba de eso.

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La vieja herida trató de emerger, una voz interna, una que sonaba horriblemente parecida a la de su madre, susurrándole que Beck nunca había compartido su pasado con ella porque no la amaba, no confiaba en ella, no quería una vida juntos… era una letanía terriblemente familiar que le había servido como banda sonora durante toda su relación con Beck, pero esta noche se las arregló para aplastarla. Esta noche no se trataba de sus sentimientos heridos. Esta noche era sobre curación, reconexión, y asegurarse malditamente, de una vez por todas, de que Beck entendiera que no era su culpa. No importa qué más había sucedido entre ellos, no podía soportar la idea de él caminando por ahí con la pesada carga de la culpa sobre sus anchos hombros. En algún momento durante su indulgente período de llanto, él había comenzado a mecerlos, sólo un ligero balanceo de un lado a otro, a la extraña manera casta de niños que bailaban lentamente en su primera fiesta de chico-chica, y la imagen hizo sonreír a Skye en el pecho de Beck. Nadie le había pedido bailar, de regreso a cuando tenía trece años y estaba descubriendo el placer de los aparatos ortopédicos, el acné y la hinchazón hormonal, todo al mismo tiempo. Sin mencionar el hecho de que ella siempre había sido “Esa Chica Rara”, incluso en una escuela llena de hijos de artistas bohemios. Sí, Skye no había tenido exactamente un montón de chicos interesados ese año… o cualquiera de los años que siguieron. Hasta que Henry Beck apareció y la besó bajo la luz de la luna en una aislada playa. Él había sido tan apuesto incluso entonces, ya irradiando el aura de fuerza interior que nunca lo había abandonado. En ese entonces había sido más enjuto pero fuerte, con esa desmadejada apariencia estirada que algunos chicos tenían antes de que sus cuerpos crecieran, manos y pies demasiado grandes para el resto de él, el nuevo ancho de sus hombros haciéndolo andar de forma diferente. El cuerpo que ahora la amparaba se sentía… completamente formado. La esencia de masculinidad, todo músculos duros y acordonados en gruesas capas sobre su figura de nadador. Incapaz de resistirse, deslizó las manos hacia arriba por el inclinado plano de su espalda, sintiendo la depresión de su columna vertebral y la suave tensión de sus omóplatos.

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Los músculos se tensaron, luego se relajaron cuando ella los tocó, como si su caricia sobre el cálido algodón de su camiseta le diera escalofríos a él. Respirando profundamente, Skye inhaló su aroma de arena calentada por el sol y aire salado dentro de ella, llenando sus pulmones y su cabeza con éste, hasta que se sintió mareada. —Skye —dijo él, su voz retumbando profundamente en su pecho, empujando la vibración dentro de su boca donde ella la tenía presionada contra su clavícula. Había una súplica en esa voz, y un dolor que ella sabía que podía aliviar… que quería borrar, con cada fibra de su ser. Se calmó, con los dedos medio sobando la línea de sus hombros. ¿En realidad ella iba a hacer esto? Después de todas sus dudas y autohumillación de esta mañana, parecía una locura. Pero como Fiona había adorado señalar, a Jeremiah no le importaría. Y Beck lo tomaría por lo que era y seguiría adelante… él había dejado sus intenciones claras en ese aspecto. Entonces ¿a quién estaría lastimando si le daba a Beck el consuelo de su cuerpo esta noche? A nadie excepto a ella. Y cuando Beck lanzó una mano dentro del desarreglado desorden de sus rizos rojos y acunó la forma de su cabeza, ella levantó la mirada a la suya y supo… que valdría la pena cualquier cantidad de futuros dolores de cabeza para reemplazar el aturdido dolor en sus ojos marrones con el brillo del deseo.

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Capítulo 22 Traducido por Kathesweet Corregido por La BoHeMiK

B

eck sentía… rayos, no sabía lo que sentía. Demasiadas emociones para nombrar pululaban en su interior en una masa caótica. Como tiburones en un frenesí, todos con dientes afilados, colas batientes y sangre en el agua.

La suavidad cálida de Skye en sus brazos era un refugio de calma, real, tangible y justo allí, conectándolo con el presente. Cuando ella estaba viva, él también. Maldición. Él nunca se había sentido tan vivo. No en un entrenamiento de combate, no durante el calor de los restos de la Rising Star Chef… nunca. Pero en este momento, justo allí, donde podía sentir el corazón de Skye latiendo en su propio pecho y el calor de ella filtrándose hacia su interior, era algo que recordaría el resto de su vida. Cuando ella abrió la boca contra su pecho, sintió como una marca, incluso a través del algodón delgado de su camiseta. Su nombre salió de él en un corto gemido, pero no sabía lo que quería pedirle… todo lo que sabía era que la necesitaba, no podía dejarla ir y quería que ella lo supiera. Beck acunó su cabeza en su mano y tiró ligeramente de su cabello, de repente desesperado por ver su cara. Parpadeando lentamente hacia él, Skye nunca había parecido más hermosa. Incluso con los ojos bordeados de rojo, éstos eran de un azul brillante como un cielo lavado por la lluvia, y el sonrojo por la gran emoción tiñó sus mejillas.

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Su boca exuberante tembló hasta sonreír, los labios separados y tan, tan tentadores. Él buscó su mirada por dudas, por negación, pero todo lo que vio fue aceptación. Reconocimiento. Y una llama creciente de deseo que encendió un fuego de respuesta en él. Tan rápidamente como el brandi es vertido en una cacerola, su lujuria se disparó en llamaradas de calor abrasador, suficientemente altas como para ennegrecer el techo de la cocina. Mierda. Todavía estaban en la cocina del Queenie Pie. Usando lo último de función cerebral antes de que toda la sangre disponible en su cuerpo se escurriera hacia el sur, Beck gimió—: ¿Quieres hacer esto aquí? Skye estaba jadeando ligeramente, sus dedos apretando fuerte en su espalda con sus ojos a medio abrir y vidriosos. —¿Qué? Él pasó sus dedos entre sus rizos, amando el desplazamiento y deslizamiento de su sedosidad en sus manos. —Arriesgar la salud. No quisiera meterte en problemas. —No. Cierto —Ella parpadeó, sacudiendo la cabeza y empujando más firmemente en su caricia mientras señalaba sobre su hombro a una puerta en la pared lateral—. Oficina. Infierno y maldición, pero él adoraba como reducía las frases de una sola palabra. Ignorando su chillido de sorpresa, Beck la levantó en sus brazos y se dirigió hacia la puerta. Mirando abajo al pomo frustrante, Beck luchó con la urgencia de echar su pierna atrás y simplemente golpear la puerta. —Mierda, ¿quién diseñó esta cosa? ¿Y por qué simplemente no es una puerta giratoria, como todas las buenas puertas deberían ser? —Lo siento. Skye sonrió disimuladamente contra su hombro, luego giró su torso para tratar de alcanzar el pomo.

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Buscaron a tientas en una rápida comedia de errores hasta que Beck finalmente se alejó y dejó que Skye lo manejara antes de que ella escapara de su alcance por la risa. Beck los sacó de la cocina y pateó la puerta para cerrarla detrás de ellos, haciendo malabares con Skye hasta que pudo arrancarle esa risa feliz justo fuera de su boca sonriente. Su risa se convirtió en un gemido jadeante y bajo cuando él hundió su lengua entre sus dientes, haciéndole danzar sobre el techo de su boca, besándola y robando cada pedacito de su sabor adictivo para él. Durante un rato largo y frenético, todo su mundo se redujo a la mujer en sus brazos, el peso de ella retorciéndose deliciosamente, atrapada contra su pecho, la dulzura profunda y adictiva de su boca bajo la suya. Cuando la necesidad de aire finalmente lo obligó a levantar su cabeza, inhaló bocanadas de las respiraciones perfumadas de Skye y enterró su cara en la nube roja-dorada de su cabello. En la oscuridad de la habitación, un poco más grande que un armario con un sofá, una mesa plegable sosteniendo una portátil y una impresora que bloqueaban parcialmente la ventana de la pared trasera. El cabello de Skye parecía castaño, el color de jerez viejo. Su piel brillaba como si se iluminara desde dentro, pálida, luminosa y salpicada con pecas como puntos de canela en un tazón de leche. Sus ojos también brillaban, cuando él se alejó para captar un vistazo de su cara sonrojada. Lamiéndose sus labios hinchados por los besos, ella dijo—: Allí hay un futón22. ¿Quieres bajarme? Beck le echó un vistazo al futón, luego lo miró de nuevo. —¿Ese es…? —¡Oh! —Ella se retorció un poco, como si estuviera avergonzada—. En realidad, sí. Lo trasladé aquí cuando abrimos. Por alguna razón, no pude soportar deshacerme de él.

Futón: es la palabra japonesa referente al estilo de cama tradicional, consistente en un colchón y una funda unidas, suficientemente plegables como para poder ser almacenado durante el día y permitir otros usos en la habitación. 22

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Era el futón de su primer apartamento sobre la tienda de la esquina en el barrio chino. Lo habían rescatado de la acera, arrastrando su marco de madera y colchones individuales difíciles de manejar por once cuadras, cuesta arriba a su apartamento en el tercer piso sin elevador, y durante un largo tiempo, fue el único mueble que habían poseído. Durmieron en él durante meses antes de que lograran ahprrar el dinero suficiente para una verdadera cama. —Un montón de recuerdos en esa cosa vieja —observó Beck, mirando el futón y recordando cómo el hueco en el centro del colchón había significado que ellos pasaban cada noche uno al lado del otro, un enredo de brazos, piernas y cabello rojo rizado. Él tampoco habría sido capaz de tirarlo. Skye arqueó sus cejas pálidas hacia él. —Todavía es bastante cómodo. ¿Quieres comprobarlo? No habían encendido ninguna luz, y había algo terriblemente íntimo en el momento. Su cara estaba tan cerca a la de él, las puntas de sus narices rozándose cuando respiraba. Era estimulante, como si los dos estuvieran solos en el universo, y el mundo de afuera hubiera dejado de existir. No había nada más que esto, nada más que ella y la ola de anhelo hinchando su interior. Skye se lamió sus labios otra vez, y la ola rompió contra su cabeza arrastrándolo hacia la corriente. En dos pasos largos, él estaba en el borde del futón azul marino, bajando a regañadientes su mujer abrazada sobre el colchón. Ella se reclinó contra la parte posterior, los brazos blancos doblándose detrás de su cabeza en una pose inconscientemente sexy mientras levantaba su mirada hacia él con esos enormes ojos azules. El futón todavía estaba en modo sofá, la parte posterior apoyada en un ángulo en lugar de yacer plana como una cama, pero Beck estaba demasiado impaciente para luchar con el mecanismo para desplegarlo, el cual apostaría no se había vuelto menos temperamental y pegadizo con el paso de los años. En todo lo que podía centrarse ahora era en Skye, tumbada en frente de él, exuberante, con curvas… y llevando demasiada ropa puesta.

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Quería besarla un poco más. Quería apretarla cerca, tan cerca como pudiera tenerla, y nunca dejarla ir. Quería tocar su piel desnuda, besar cada centímetro de ella de la cabeza a los pies. Quería estar en su interior. Quería… demasiado. Recuerda tu entrenamiento. Prioridad, se ordenó, poniendo una rodilla sobre el futón al lado de la cadera de Skye e inclinándose sobre ella. La primera orden del día obviamente era lidiar con el problema de la ropa. Una vez estuviera desnuda, todo lo demás vendría después. El problema era lo mucho que Skye estaba siendo una maldita distracción. La manera en que arqueaba su espalda mientras sus manos iban al dobladillo de su top ajustado, el raso temblando en su vientre contra la parte posterior de sus nudillos mientras él levantaba el material elástico sobre su cabeza. El hecho fue que una vez que había luchado por quitar el top, ella no estaba llevando nada debajo. Beck apretó su camisa en su puño y bajó la mirada a lo que había revelado, respirando pesadamente. Los pechos de Skye siempre habían sido gloriosos, grandes, redondos y suaves como la seda, coronados con pezones rosados y altos que rogaban por su lengua. Ahora, diez años después, la realidad abundante de ellos puso en vergüenza sus recuerdos. Un color rojo impregnaba la piel de porcelana de sus mejillas, inundando su cuello y hasta su pecho. Beck captó el modo en que sus manos se retorcían, como si lucharan contra el impulso de cubrirse, y no pudo evitar un gruñido instintivo. —Eres hermosa —le dijo, escuchando el tinte áspero de su propia voz pero incapaz de suavizarla—. Incluso más de lo que solías ser. Podía mirarte durante horas. Ella se quedó sin aliento, él pudo verlo en la manera en que su pecho se detuvo, el repentino cambio de su respiración haciendo cosas increíbles en los orbes suaves de sus pechos. Con el sonrojo aun calentando su carne, ella bajó sus ojos, mirándolo a través de sus pestañas largas y doradas. ―¿Es todo lo que planeas hacer? ¿Mirarme?

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Beck resistió a cualquier marinero fuerte e inflexible que lo había entrenado en el campamento de entrenamiento de reclutas para adherirse al plan de misión con una distracción como Skye Gladwell mirándolos.

*** Hasta que Beck había empezado a levantar el dobladillo de su top, Skye había olvidado completamente que ella había ido por la comodidad hoy y había vestido una de sus camisas con sujetador incorporado en lugar de uno verdadero. Así que cuando él le quitó el top y ella estaba completamente desnuda debajo, eso la afectó un poco. Después de todo, su sujetador rosado húmedo no había proporcionado mucho en la forma de cubrirse la noche anterior en la bahía, pero al menos había sido algo. Podía sentirse enrojeciendo, un subidón de sangre incómodo haciendo hormiguear su piel. La urgencia de esconder sus pechos como alguna virgen tímida fue inmediata, abrumadora y también ridícula, considerando que Beck era el hombre que le había quitado su virginidad hace más de una década. Además, Beck obviamente no quería que se cubriera nada. Y cuando le dijo que era hermosa, todo lo que tomó fue una mirada abrasadora al intenso calor en sus ojos para convencerla de que a él le gustaba lo que estaba viendo. Una sobrecarga de confianza poco familiar pero altamente bienvenida inundó su sistema. —¿Es todo lo que planeas hacer? ¿Mirarme? —El salto instantáneo de llamas en sus ojos secó su boca, y ella tuvo que lamerse los labios antes de que pudiera continuar, su voz velada y ronca—. Porque si ese es el juego que estamos jugando, creo que también deberías desnudarte. Sólo para mantener las cosas justas. Eso le mereció una sonrisa torcida, lo suficientemente malvada para apretar toda la parte baja de su cuerpo. Skye se movió sobre el colchón, sus muslos frotándose uno contra el otro húmedamente, haciéndola súper consciente de la humedad sensible y palpitante entre sus piernas. Con una sonrisita burlona y lenta, Beck se alejó del futón y se puso de pie, una enorme mano levantándose sobre su cabeza para agarrar la parte posterior del cuello de su camiseta negra. Se la quitó en un movimiento fluido, sus hombros encorvándose hacia adelante y revelaron repentinamente abdominales

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apretándose en una contracción rápida mientras el algodón se levantaba y era alejado. Skye miró fijamente. Al menos su boca ya no estaba seca, pensó sin sentido, ante el vistazo de bloques e inclinaciones de músculo grueso y surcado cubriendo el torso de Beck que provocó un deseo de probar el sabor salado y ahumado de su suave piel aceitunada. Beck siempre había sido fuerte, y ella lo sabía desde la noche anterior que él había mejorado durante los últimos diez años, creciendo a ese cuerpo grande y áspero. Pero no había tenido la oportunidad de saborear realmente los cambios en su cuerpo. Desde sus hombros poderosos a sus abdominales duros y definidos, Beck era todo un hombre. Se veía como algún antiguo rey guerrero, salvaje y brutal, las cicatrices que vislumbraba contando la historia de sus conquistas. Notó que había un pequeño corte sobre su hombro izquierdo y lo que parecía una marca de quemadura cruzando su bíceps derecho, que se flexionó cuando sus manos se estiraron para desabotonar sus jeans. Skye inhaló por aire, sus ojos clavándose en los dedos largos y romos jugando con esos botones. Pero nada sucedió. —Es tu turno, Skye. Su mirada se elevó para encontrar el calor en la mirada expectante de Beck, Skye alcanzó su nueva confianza y la aferró con toda su fuerza. Enganchó sus pulgares en la pretina elástica de su falda larga con volantes, enganchando su ropa interior al mismo tiempo, porque si iba a hacer esto, entonces por Dios que iba a hacerlo bien. Por un momento, la incomodidad de levantar sus caderas del colchón así poder bajar su falta y bragas por sus piernas casi la paralizó. Pero entonces vio la manera en que los ojos de Beck seguían cada movimiento que hacía, como un halcón siguiendo un conejo a través de la maleza, y ella lo superó. Con el último tintineo de las campanas de bronce sobre la tobillera, Skye levantó sus rodillas, se quitó la ropa, y estaba desnuda.

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La tela cubriendo el colchón del futón era rasposa y fría contra su piel cálida, y cada movimiento de sus músculos la hacía sorprendentemente consciente de lo expuesta que estaba, lo mucho de su cuerpo que él podía ver. Para distraerse de la preocupación de los cambios que debía de ver en ella, volvió a catalogar las marcas que la vida había dejado en él. Ella necesitaba ver más; tenía que verlo todo. —Ahora tú —incitó, apenas reconociendo el tono de su propia voz. Él no dudó, bajando los jeans y revelando el vello corporal oscuro natural y delicioso que ella había estaba llegando a un acuerdo con su

bóxer por sus largas piernas musculosas, y crespo espolvoreado sobre el bronceado envidiado como loca antes cuando todavía propia palidez pastosa.

Beck se veía como si pasara una hora al día haciendo flexiones y abdominales desnudo a la vista del sol. Y cuando giró la cintura para dejar caer los pantalones detrás de él, Skye atrapó un vistazo de algo que había ignorado la noche anterior, un tatuaje, con remolinos negros y líneas, cubría su hombro izquierdo e iba hasta su espalda. Parecía como escritura, como palabras, y un rayo de calor se disparó a través de ella mientras consideraba las posibilidades. Seguramente no… seguramente no había manera de que hubiera tenido ese poema particular inscrito en su cuerpo… Ella no tuvo oportunidad de ver exactamente cuál era el diseño, porque Beck se volvió a girar para encararla, y la pregunta completa fue alejada de su mente. Todo lo que podía ver era kilómetros de carne dura y lisa, hendiduras mordisqueables cortando sobre sus caderas… el asta pesada y enrojecida de su polla; oscura con sangre y lo suficientemente dura que la ciruela hinchada de la cabeza golpeó contra su estómago rígido cuando se movió. Su boca se hizo agua, el recuerdo de su sabor cosquilleando en la parte posterior de su garganta. Renunciando a toda pretensión de ser juguetona y alegre acerca de esto, Skye levantó sus brazos en súplica muda, rogando por el peso caliente y abrumador de su cuerpo contra el suyo. Beck no la decepcionó. Con un sonido bajo que pareció provenir de la profundidad de su pecho, se abalanzó sobre ella como un halcón hambriento que había obtenido un vistazo claro del conejo condenado.

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Skye nunca había estado tan feliz de ser asaltada. Él se sentía como el cielo, cálido, grande, y allí, la realidad de él innegable. Esto no era un sueño, como las otras miles de veces que se había despertado sola en su cama, jadeando, sudando y extendiéndose por algo que estaba segura nunca sentiría de nuevo. Esto estaba sucediendo. Y su cuerpo respondió a Beck como si lo reconociera a un nivel celular. Diez largos años estaban alejándose en el espacio de un latido fuerte y ruidoso. Sus piernas se abrieron naturalmente, dándole la bienvenida a este hombre hacia la cuna de sus caderas, que empujaron contra la presión deliciosa de su erección pesada arrastrándose contra sus pliegues lisos. Los brazos de Beck se envolvieron a su alrededor, levantándola y acercándola hasta que no hubo nada entre ellos, ni siquiera un susurro de aire, sólo el pulso húmedo y palpitante de la pasión. Skye dejó caer su cabeza contra el futón. Se sentía demasiado pesada sobre su cuello, fuera de control, mientras toda su consciencia se movía a lo que estaba ocurriendo en la parte baja. Hasta que Beck llamó su atención de nuevo, hacia la parte superior, hacia su garganta mientras la besaba, lamía y mordiscaba su camino a través de la piel delicada y temblorosa de su cuello. Alguien gimió, un sonido alto, afinado; y Beck cerró su boca sobre el pulso palpitante en su cuello, amortiguando la vibración antes de que Skye pudiera hacer más que registrar el sonido que había salido de ella. Chupó su piel, preocupándose del lugar gentilmente, y Sky gimió aún más fuerte cuando sintió la sangre precipitándose justo bajo la superficie marcando el lugar. Marcándola. La posesividad del movimiento debería haberla asustado, o enojado, pero no lo hizo. En su lugar, era vagamente consciente de un subidón hormigueante de calor entre sus piernas que la hizo querer moverse, empujar, retorcer sus caderas hasta que él la tocara allí. Era como si el deseo de Skye, su necesidad, pasara directamente de su cuerpo al cerebro de Beck. Él le dio lo que quería antes de que pudiera reunir las palabras para rogarle por ello.

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Dejando escapar un gruñido profundo, Beck deslizó una palma grande por su espina dorsal, bajando por sus caderas y levantándola como si no pesara. Un momento desorientador después, él tenía su espalda contra el futón y a Skye sentada sobre él, sus rodillas en cada lado de su cuerpo. Genial. Lista para disfrutar la sensación de estar en control, Skye recorrió con sus manos el pecho de Beck. Probó los músculos gruesos con sus dedos, tomando nota de la manera en que Beck estrechaba sus ojos y apretaba su mandíbula cuando pasó rozando un pezón. El circulo pequeño y marrón de carne se puso tirante, necesitado bajo su toque; Skye no pudo resistir la tentación. Inclinándose, sustituyó los dedos con su boca y el sabor complicado, salado de él explotó en su lengua. Sus manos vagaron arriba y abajo por la espalda de ella, enviando escalofríos sobre todo su cuerpo mientras ella se dedicaba a reaprender la textura de la piel de Beck. Todo era demasiado seductoramente fácil para perderse en la sensación, cada uno de sus sentidos entrenados en el hombre bajo ella. Pero Beck no parecía estar satisfecho con una exploración relajada, y cuando sus dedos rozaron los globos de su trasero, sus dedos se curvaron hasta trazar donde éste se dividía como un melocotón maduro, el hambre por más azotó a Skye como si él la hubiera tomado con un látigo. Saltó un poco, perpleja ante la respuesta líquida de su cuerpo, y Beck jadeó con una risa ronca mientras su movimiento repentino sacudió sus dedos hasta llevarlos más lejos en su hendidura. El toque prohibido y travieso electrificó a Skye, cada cabello de su cuerpo se erizó, y ella se enderezó tan rápidamente, que perdió el equilibrio y casi cayó al suelo. —Está bien, te tengo —la calmó Beck, su agarre en ella nunca vacilando, sosteniéndola con firmeza. Lo que fue bueno, porque el estar retorciéndose sobre su regazo y el asunto de casi volcarse había llevado a Skye a agarrar sus caderas con sus rodillas como una jinete tratando de permanecer sobre un potro salvaje, y la presión resultante de la longitud de acero de su polla contra su clítoris hizo que las luces parpadearan detrás de sus ojos.

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Ruidos blancos se precipitaron hacia sus oídos, y cuando abrió los ojos, miró directo a Beck, jadeando, con la boca abierta, cada parte de ella temblando y ansiando más. Sus manos todavía estaba acunando su trasero, bajando casi en la parte superior de sus muslos, las puntas de sus dedos tan, tan cerca a donde ella las quería. Quizás lo de la telepatía mental funcionaría de nuevo. Dando un empuje tentativo de sus caderas para precipitar las cosas, Skye se estremeció de nuevo ante el pedazo grueso de él obligando a sus pliegues a separarse. La manera en que la piel suave de su pene de frotó en ella la puso loca de deseo, sobrepasando todo lo demás hasta que todo lo que pudo escuchar fue su propia voz ronca balbuceando locuras, cosas como—: Ahora, por favor, vamos, dentro de mí, Henry, te extrañé… La presión de su agarre sobre su trasero la hizo soltar un chillido que agradecidamente interrumpió la corriente de palabras suplicantes. Dios, sus manos eran tan calientes, las palmas anchas, los dedos largos. Los quería en su interior. Lo quería todo de él en su interior, donde pudiera mantenerlo y nunca permitirle que la dejara de nuevo, pero eso era una locura, por supuesto que lo era, y ella se conformaría con los dedos. O incluso algo mejor…

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Capítulo 23 Traducido por Mona Corregido por La BoHeMiK

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i la misión de Beck era conseguir desnudar a Skye y lamerla desde los pies a la cabeza; la misión de ella parecía ser frustrarlo, al ser la cosa más sexy del planeta. ¿Cómo había vivido él sin esto durante tanto tiempo?

Ninguna mujer, de todos modos, estuvo cerca de encenderlo de la manera apasionada en que Skye su "próximamente-ex-esposa" lo hacía. Incluso el molesto chorro de agua fría que vino con el recuerdo de su demanda de divorcio, no podía enfriar las llamas que ella había encendido con su sensibilidad, cuerpo sedoso y sus generosas curvas. De hecho, generosa era la palabra perfecta para describir a Skye. Una magnífica, desnuda Lady Bountiful23, retorciéndose sobre su polla como una mujer que sabía lo que quería de la vida, y lo que ella quería era a Beck. Después de todo este tiempo. Ella todavía lo quería. Y Dios del cielo, pero él la quería. Había pensado que una vez más con Skye sería suficiente… pero ahora se preguntaba. ¿Nada sería suficiente? Y si resulta que ellos querían más el uno del otro que una última follada, antes de que sus caminos se separen para siempre… ¿Cuán seriamente quería ella ese divorcio, de todos modos? Tal vez… solamente tal vez, él podría hacerla cambiar de opinión. Lady Bountiful: Generosa. Una mujer que disfruta demostrando a las personas cuán bueno y generoso es darle cosas a los pobres. 23

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La idea envió un rayo de energía surgiendo a través de sus venas. Él podía sentir los latidos de su corazón en el espeso calor de su erección palpitante, doblando y redoblando como un tren tomando velocidad hasta que fue bajando a toda prisa por la pista lo suficientemente rápido para romper su cuello. Contorsionar la parte superior de su cuerpo para alcanzar sus pantalones en el suelo era una maniobra aventurada a la luz de los problemas de equilibrio de Skye, pero la recompensa valdría la pena, la manera que ella rechinó e inmediatamente se inclinó hacía un lado, si él solo pudiera poner sus dedos sobre… ah. La envoltura de aluminio del condón arrugada de modo satisfactorio cuando él lo agarró del bolsillo de sus vaqueros botados y lo sostuvo en alto, triunfante. Skye afanosamente intentaba enderezarse, luchando con la gravedad y su propio centro de equilibrio, hacía cosas increíblemente impresionantes a favor de sus pechos sin restricciones, y Beck de repente tenía que tenerla. Es más, él tenía que estar bajo control. Su mente hizo clic por las posibilidades con una precisión táctica. Podría girarla y ponerla longitudinalmente sobre el futón, pero el ángulo de la espalda significaría mucho freno y deslizamiento, no la libertad de movimiento que él quería. Podía ubicarla a un lado y luchar contra el futón hasta su posición plana, parecida a una cama, pero la palanca probablemente no se había puesto menos temperamental a lo largo de los años. Esa opción implicaba el riesgo inaceptable de un retraso que podría provocar en Skye a pensar mejor lo que hacía, recordando que ella no lo quería más, no realmente. Y mientras él estuviera sentado aquí, debatiendo estrategias, era más probable que ese desenlace llegara. Tomando una decisión inmediata de dominio, Beck consiguió un firme apretón sobre el delicioso trasero de Skye, encontró su equilibrio y se levantó en una prisa controlada. Skye, desde luego se agitó y se aferró a él; lo que era la mitad de ventaja en este curso particular de acción, en cuanto a Beck se refería. La otra mitad vino después de que cruzó de un trancazo los dos pasos necesarios para colocar a Skye atrás contra la pared de su oficina y fijarla allí como una hermosa mariposa, con los ojos muy abiertos.

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—Oh Dios mío, no puedo creer que hicieras esto. ¡Vas a tener una hernia si no eres cuidadoso! Enterró la cara en su hombro para ocultar su risa, Beck cambió su peso para descansar sobre su antebrazo izquierdo; no era tan difícil hacerlo, ya que ella estaba cuidando mucho el trabajo de sostenerse ella misma, sujetando sus muslos alrededor de su cintura y envolviendo los brazos alrededor de sus hombros. —Me gusta la manera en que tú te sientes cuando te levanto —le dijo, encontrando sus ojos incrédulos—. Tú eres sólida. Real. Tiñó de rojo sus mejillas y Beck se tragó una maldición. Mierda, eso no sonó bien. ¿Qué mujer quiere ser sólida? ¿Cómo podría explicar lo que esto significaba para él, saber que en cada tendón y con cada doblar de músculo, ella estaba allí con él? —Me gustas —él repetía tercamente—. Te sientes bien en mis brazos, suave y sexy. No como alguna bolsa de palos huecos empujando hacia mí. Sus mejillas estaban todavía rojas, pero ahora ella le daba una risa tímida y el pecho de Beck se abrió con alivio. Aturdido con ello, maniobró con torpeza el preservativo hasta su boca y rasgó la envoltura metálica abriéndola con sus dientes, haciendo sus ojos ir aún más grandes. Un instante de destreza con una sola mano y después sus ojos fueron suaves y brumosos, sus labios rosados separándose con un suspiro que Beck sintió a través de todo su cuerpo, casi tan intensamente como sintió el calor mojado de su sexo cerrándose alrededor de la punta cubierta por látex de su pene. Tuvo que concentrarse para impedir que sus dedos se clavaran en los tensos y temblorosos montículos de su culo, dejando moretones sobre su piel cremosa. En cambio, con tanta delicadeza como su palpitante erección se lo permitía, Beck relajó sus brazos y dejó a la gravedad deslizarla hacia abajo, abajo, abajo hasta que cada centímetro de él estuviera hundido en las suaves profundidades ardientes de ella. Cuando Skye llegó a descansar contra él, su sexo sellando su pelvis y sus muslos temblando con el choque de su penetración, ella gimió y se aferró a sus hombros. Beck la devoró con sus ojos, cada reacción, cada estremecimiento y temblor de su cuerpo sensible tan precioso para él mientras el placer sobrecargaba su sistema. No sabía cuánto tiempo había sido para ella. Se recordó que tenía que ir lento. Ser amable. Recordar cuánto más grande era él y cuánto la podría lastimar en su apuro por satisfacción, e ir fácil. Permitiéndole establecer el ritmo.

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Pero Skye inclinó su cabeza atrás y dijo entrecortadamente—: Muévete, por favor… oh Dios. Y todas las buenas intenciones de Beck, se fueron. Sus caderas saltaron adelante, como un caballo de carreras suelto en la puerta de partida, metió su polla más fuerte y más profundamente en ella. Empujó una y otra vez, delirante con el sedoso y apretado agarre de ella alrededor de él, ebrio por el modo en que sus músculos internos se estremecían y palpitaban, tirando de él como si trataran de extraer el orgasmo de su cuerpo. Colocando su boca en la mancha sobre su cuello que ya se estaba convirtiendo en amoratada con el hematoma que él había succionado allí anteriormente, Beck lamió la piel sensible haciéndola jadear, luego puso sus dientes contra la mancha y un poco más abajo. Todo lo que él conocía era la necesidad de reclamarla, dentro y afuera. El impulso de hacerla suya, irrevocable y completamente, para que el mundo entero lo supiera, lo empujó hacia el último llameante y compulsivo empuje que los unió hasta que ella se tensó y gritó un alto gemido de placer. Su propio clímax seguido de un latido del corazón más tarde, como un rayo disparado a su columna y abajo en sus piernas donde ellos estabilizaron su peso compartido contra el piso de la oficina. Él jadeó por ello, sorprendido y silencioso, con el sabor de la piel de Skye llenando su boca y el olor de ella a su alrededor. Durante un largo momento, ellos se apoyaron contra la pared, agotados y abrumados. Finalmente, no obstante, Skye se removió inquietamente, mientras dejaba caer las piernas alrededor de caderas de él y la bajó al suelo. El movimiento hizo que su pene se deslizara fuera de ella, lo cual apestaba, pero tuvo que lidiar con el condón de todos modos. Asegurándose de que Skye estuviera bastante estable para apoyarse sola contra la pared, Beck se despojó del condón y lo arrojó en el bote de basura en el escritorio antes de dar la vuelta a la vista más magnífica que alguna vez había visto. Skye Gladwell, gloriosa, deliciosa, desnuda, lánguida, recostada y con los ojos brillantes. Su piel cremosa todavía mostraba el agitado rubor de la excitación, había una suave y satisfecha sonrisa curvando su rosada boca. Su cabello rubio fresa cayendo sobre los hombros en una masa sedosa que imploraba por sus manos, los extremos rizándose hacia abajo, casi hasta la cima de sus magníficos, e inclinados senos.

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Él estaba de pie allí, apreciándola, y el momento se extendió hasta que ella no pudo menos que notar su mirada. Por una vez, sin embargo ella no hizo ningún movimiento para cubrirse. Apartar la mirada, ruborizarse o agachar su cabeza. En cambio, su sonrisa se amplió y abrió su postura, invitándolo. Ella levantó sus brazos a los lados y Beck se movió sin pensarlo, sus pies llevándolo a la exquisita bienvenida de su abrazo. Él estaba en casa.

*** Había una protuberancia en el colchón del viejo futón donde, con el tiempo, el relleno había sido empujado y pinchaba sobresaliendo. Antes de que Skye siquiera abriera sus ojos con un parpadeo, sintió la incomodidad de la línea diagonal presionando fuertemente a su lado. Todavía no totalmente despierta, ella lanzó un gruñido de molestia y se movió lejos de ello y más cerca de Beck, quien, como siempre, ocupaba aproximadamente el ochenta y cinco por ciento del colchón disponible. Espera. Los ojos de Skye se abrieron de golpe y se levantó sobre un codo, tratando de entender dónde estaba ella y qué estaba pasando. Sí, estaba Beck, acaparando el colchón, su espalda desnuda subiendo como una montaña desde la escasa cobertura de la desgastada cobija tejida que él había tirado sobre ellos anoche. Después de haber tenido sexo. Asombroso, emocionante, sexo en la pared que satisface el alma. Y luego ellos habían dormido sobre el arruinado futón —su cama de matrimonio— como en los viejos tiempos. Skye incluso se había recostado hacia su viejo lado de la cama, incómoda protuberancia y todo. En los momentos entre el sueño y la vigilia, había sido fácil confundir esta mañana con cualquier otra mañana durante su breve matrimonio… pero aquellos días habían terminado. O al menos, ellos lo suponían.

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Dejándose caer sobre su espalda, Skye se quedó mirando al techo. Tenía que haber algo mal con ella, algún terrible defecto moral, porque aun cuando supiera que debería, no podía sentirse arrepentida por lo que había pasado anoche. Beck se había abierto a ella, más que nunca antes lo hizo. Skye había tenido un breve y mordaz destello de su vida interior, la tormenta que se desató detrás de sus ojos oscuros y su fachada estoica; ella había sido aspirada como Dorothy subiendo en el tornado. Había querido darle consuelo a Beck, mostrarle con su cuerpo, ya que las palabras no lo habían logrado, que ella realmente le perdonó. Pero no había sido unilateral. Beck le había dado algo también. Ella nunca, en toda su vida, se sintió tan deseada. Tan necesaria. Tan hermosa. Esto era un regalo, y Skye lo abrazó contra su pecho. Esta mañana podía tener pliegues de almohada en sus mejillas, una maraña salvaje en la cabecera, convirtiendo a su cabello en un área de desastre natural, pero anoche se había visto a sí misma a través de los ojos de Beck… y había sido hermosa. Al lado de ella, Beck se removió tirando de la sábana y tensándola entre ellos, haciéndola rodar más cerca al calor decadente, intenso de su cuerpo. Sintiéndose atrevida, Skye puso su mano sobre el plano liso, y duro de su espalda baja, justo encima de la pendiente en la parte superior de su sexy trasero. Su piel era de grano fino debajo de sus dedos, como madera pulida, pero con vida, respirando al ritmo de los latidos de su corazón palpitando a través de él. En los libros, la gente siempre parecía verse diferente cuando dormía, más inocente o más joven. Pero Beck le pareció igual a ella: una estatua silenciosa, inamovible. Un misterio Incluso su tatuaje… bizqueando a la tenue luz de la mañana filtrada desde la alta ventana por encima de su escritorio, Skye ladeó su cabeza para tratar de distinguirlo. Estaba en el hombro sobre el que Beck dormía, tenía su brazo derecho para descansar su cabeza, lo que torcía parte del tatuaje y presionaba parte de él contra el colchón. Lanzando una rápida mirada sobre el rostro dormido de Beck, Skye con cuidado se sentó sus rodillas y puso una mano sobre el hombro superior de Beck.

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Ejerciendo una suave presión, ella trató de conseguir girarlo sobre su estómago, entonces ella podría tener una mejor mirada al modelo que se arremolinaba de líneas azules oscuras a partir de su omóplato derecho. Ellas casi parecían palabras… Mientras miraba la estatua inamovible de repente se movió. Sin advertencia, entre parpadeos, Skye estaba de espalda mirando al rostro totalmente despierto de Beck, ambas muñecas aprisionadas entre sus grandes puños y presionados al colchón a ambos lados de su cabeza. Por un, aterrador segundo, ella miró a los ojos negros que no tenían ninguna luz de reconocimiento. Pero luego su corazón golpeó a otro ritmo, pateando dolorosamente en su pecho, Beck parpadeó. Su rostro cambió completamente a una lenta sonrisa, arrugando la piel en las esquinas de sus ojos que ahora brillaban con deseo, regocijo y afecto. —¿Puedo ayudarte con algo? Su ronca voz de la mañana reverberó por su caja torácica donde ellos estaban presionados tan estrechamente juntos. Su peso, que había sido abrumador en aquel primer instante, era todavía pesado, pero ahora se sentía segura, protegida, arropada. Por alguna razón, las palabras quiero ver tu tatuaje no saldrían. Sintiendo el rubor de una vergüenza extendiéndose sobre su piel, Skye dobló sus muñecas de su agarre y dijo—: Solo preguntarte si querías café o algo antes de que regresemos a la competición de cocina. El sostenerla en sus brazos se había convertido en una caricia, más que nada. Sus pulgares cepillando hacia adelante y hacia atrás sobre un tramo de su pulso en un ritmo hipnótico. —Quiero algo, antes de que nos vayamos… pero no es el café. Placer vertiginoso borboteando en el pecho de Skye. Que salió como una risa sin aliento, ella se retorció debajo de él, amando el roce de su vello corporal contra su piel, el poder de su fuerte pecho pesado atrapándola entre el antiguo futón y las pasadas sensaciones vividas. Las manos de Beck se arrastraban por sus brazos y sobre sus pechos mientras se movía por la línea central de su cuerpo, sus dedos siguiendo la forma de ella, su

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boca buscando sus lugares sensibles como si hubiera pasado sólo un día, en lugar de diez años, desde la última vez que habían despertado juntos. Cuando él besó el camino sobre su estómago, Skye luchó con el impulso de aspirar. Para distraerse, ella se concentró en la sensación, del contraste de sus suaves labios con la áspera barba raspando su piel. Él siguió bajando y bajando, sus manos moviéndose para separar sus muslos mientras él se colocaba entre ellos y Skye casi lo perdió. Sabía lo que él estaba a punto de hacer, nunca se había sentido cómoda con ello. Incluso antes cuando ellos estaban juntos y llegaban a ese punto ella se reía, o lo apartaba y lo desviaba con sus besos hasta que él se olvidaba de colocar su boca… allí abajo. Había algo tan vulnerable acerca de ello. Tan expuesto. Pero cuando él presionó un beso apacible sobre la cima de los pálidos rizos en lo alto de su pubis, el dio un rápido movimiento hasta sus ojos como diciendo ¿Está bien? No lo estaba. Al menos, no todavía. Pero Skye quería que sucediera. No quería ser del tipo de mujer que huyera de los placeres de la vida nunca más. Ella le dio un breve asentimiento. Entonces cerró sus ojos, porque sería más fácil dejarse ir y sentir si no estaba mirando su cabeza oscura moviéndose entre sus muslos. Pero ante el primer deslizamiento lento, y con calma de su lengua, Skye abrió los ojos de repente. Tal como recordaba, la sensación era intensa, un tintinear agudo de nervios que ella no podía realmente distinguir entre el placer y el dolor. Skye se tensó, pero Beck no se detuvo. Él la lamió otra vez. No demasiado rápido, no demasiado fuerte y sus nervios se instalaron. Bastó un golpe de luz más contra los lubricados pliegues de su sexo para que sus nervios estuvieran completamente seguros… esto era placer. Ondas expansivas de placer rodando a través de ella en grandes estallidos, como truenos sacudiendo su mente en piezas hasta que se perdió a sí misma, sus preocupaciones, sus miedos, todo excepto este momento y el hombre que acunaba su clímax entre sus manos. Ella gritó arrebatadamente, una y otra vez, hasta que el sonido ronco de su propia voz fue todo lo que podía escuchar. El tiempo se detuvo. Su corazón se detuvo. Todo se detuvo excepto la espiral implacable de sensaciones en la base de su columna, el nudo de sensación entre

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sus piernas, tirando fuertemente, más y más fuerte hasta que estalló en una lluvia de chispas. Respiración, visión, pulso… todo volvió a ella despacio mientras Beck giró su rostro hacia la suave piel de su muslo interior y succionó dejando otra marca roja para emparejar la que ella todavía podía sentir palpitando en su garganta. Skye no podía hablar aún, no tenía el poder cerebral para formar palabras, pero en cuanto pudo levantar sus brazos, puso una mano en el espeso cabello castaño de Beck y tiró ligeramente, impulsándolo a su lado. Él le dio una sonrisa, como el amanecer sobre la bahía, y dijo—: Dios, extrañé tu sabor. Y… aparentemente su capacidad de sentir emociones complejas como la vergüenza estaba de nuevo activada. Vergüenza mezclada con deleite, en realidad, que estaba más allá de lo complejo. Era francamente confuso. —Te eché de menos —dijo ella honestamente, forzándose a sostener su mirada penetrante. Algo llameó en las profundidades de sus ojos, Beck lamió sus labios, casi como si estuviera nervioso. —Skye —Él vaciló y su corazón se aceleró—. Tú crees, que cuando esta competición concluya, tal vez nosotros… Se interrumpió bruscamente, su cuerpo entero se quedó quieto. Con el corazón en su boca, Skye lo empujó en el hombro. —¿Qué? ¿Qué pasa con nosotros? Pero en lugar de terminar su pregunta, Beck salió disparado del futón y aterrizó sobre sus pies en una carrera única y poderosa de fuerza controlada. Los pies estabilizados y separados, manos ahuecadas holgadamente, brazos listos… él parecía esperar un ejército que vendría marchando a través de la puerta de su oficina en cualquier momento. Antes de que ella pudiera tratar de devolver su atención a lo que podría pasar después del RSC, se oyó un golpe sordo en la cocina. Apresando la manta encima de sus pechos, Skye se sentó.

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Otro golpe, esta vez más cerca a la puerta de la oficina y la sangre de Skye se convertía en agua helada cuando el sonido fue acompañado por una voz masculina familiar. —¡Ay! Maldición. ¿Hay alguien aquí? No podía ser, ella se dijo desesperadamente mientras revolvía la cama y enrollaba la manta alrededor de su cuerpo como una toga. Él estaba en África. Burkina Faso. Él no podía estar aquí, en la cocina Queenie Pie, del otro lado de aquella puerta. Él no podía estar. Pero él estaba. La puerta se abrió y Jeremiah Raleigh irrumpió.

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Capítulo 24 Traducido por Otravaga Corregido por Susanauribe

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a mente de Beck automáticamente examinó y catalogó la amenaza: hombre blanco, al principio de sus treinta años, aproximadamente un metro ochenta y ocho de estatura, ochenta y seis kilos. En buena condición física, se movía como si supiera cómo manejarse a sí mismo.

Cuando el intruso se detuvo inmóvil junto a la puerta y parpadeó en la oscuridad de la oficina, Beck notó su piel oscuramente bronceada y su brillante cabello, aclarado en las puntas como si se lo hubiese decolorado de alguna manera. Pero a juzgar por sus pantalones cortos tipo cargo, sus desgastadas botas de cuero marrón, y su maltratada chaqueta de tela, Beck tuvo el presentimiento de que este tipo había pasado más tiempo bajo un ardiente sol que en la silla de un estilista. —¿Nena? ¿Estás aquí adentro? ¿Quién demonios era este tipo? ¿Conocía a Skye? La última pregunta fue respondida cuando Skye dio un paso alrededor de Beck, usando nada más que una manta del futón y una expresión de consternación. —¡Jeremiah! ¿Qué estás haciendo aquí? —Vine a buscarte —respondió el tipo (Jeremiah), echando un vistazo de ida y vuelta entre Skye y Beck. Quien abruptamente se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. Él en realidad no quería retroceder lo suficiente para buscar sus pantalones, pero cuando Skye le lanzó una mirada de súplica, con la vergüenza enrojeciendo sus mejillas lo convenció. Sin apartar la mirada del sujeto nuevo por más de un segundo, Beck se agachó hacia el futón y tanteó en busca de sus pantalones vaqueros.

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—Fui primero a la casa de tus padres —continuó Jeremiah distraídamente—, pero dijeron que no llegaste a casa anoche, así que pensé que podías haber pasado la noche en tu oficina. Y veo que estaba en lo cierto. Skye, ¿qué está pasando aquí? Beck resopló mientras arrastraba los pantalones vaqueros hacia arriba por sus caderas y cerraba la cremallera. El Nuevo Sujeto debía de haber perdido unas cuantas células cerebrales debido a un golpe de calor si no podía unir las piezas de este rompecabezas. —Jeremiah —fue todo lo que Skye dijo, sonando indefensa. Ella sacudió la cabeza como si hubiese estado aturdida por un golpe—. No puedo creer que ya estés de regreso. Beck frunció el ceño. Ella en realidad parecía estar teniendo problemas con esto. ¿Era Jeremiah uno de sus cocineros, un empleado que ella había enviado en una etapa a la cocina de otro chef en algún otro lugar, y se suponía que no debía de estar en casa todavía? Excepto que él había ido a la casa de sus padres, así que debía haber una conexión personal aparte de la profesional. Extendiendo la mano, Beck estrechó la mirada en el tipo nuevo. —Beck —dijo brevemente—. ¿Y tú eres? —Jeremiah Raleigh —contestó el tipo, sacudiendo la mano de Beck. Su agarre era seco y simple, firme pero no aplastante. Era un apretón de manos respetable, agradable inclusive, pero por alguna razón Beck no quería que le agradara este tipo. Cuando Jeremiah terminó de presentarse, Beck supo por qué. —Soy el novio de Skye. Encantado —y, vaya, un poco incómodo— de conocerte. —Oh Dios mío —gimió Skye, y llevó una mano a su rostro. Beck apenas si la escuchó; fue todo lo que pudo hacer para permanecer de pie. Tropezando un paso hacia atrás, sus pantorrillas golpearon el borde del futón y casi pierde el equilibrio. Todo quería hacerlo caer… el mismísimo aire a su alrededor se sentía insustancial y demasiado delgado para respirar, como si estuviese cayendo a través de un oscuro espacio vacío. —Novio —repitió él. En algún nivel, el visceral tono áspero de su voz lo sorprendió, pero a este punto a Beck eso lo tenía sin cuidado.

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—Sí, pero ya sabes —Jeremiah hizo un gesto de descarte con una bronceada mano—. Estoy fuera mucho tiempo. Con el Cuerpo de Paz, ¿sabes? Tenemos una relación abierta, ¿no es así, nena? Así que está todo bien. Estamos bien. Él sonaba como que estaba tratando de convencerse a sí mismo más que a cualquier otro. Personalmente, Beck estaba más lejos de estar bien de lo que nunca había estado en su vida. Bien no podía comenzar a describir el abismo que se había abierto en su pecho… se sentía tan frío por dentro, que casi quemaba. —Beck, por favor… La voz de Skye irrumpió en el zumbido en sus oídos, suave y suplicante, con un filo de miedo que hizo a Beck darse cuenta de que estaba sobre la punta de sus pies descalzos. Mirando hacia abajo, vio sus propias manos curvadas en puños, con los nudillos blancos por la tensión, los acordonados músculos de sus antebrazos prácticamente vibrando con la necesidad de empujar sus puños en el rostro de Jeremiah Raleigh. Entonces Skye puso una mano en la espalda de Beck, suave y casi fría contra su sobrecalentada piel. A pesar de la furia hirviendo en su interior, su toque tenía el mismo efecto ahora que siempre había tenido… se sintió serenarse, la fiebre de batalla enfriándose hasta un nivel manejable que permitió que su cabeza se despejara. Y todo lo que pudo pensar fue: Gracias a Dios que esto sucedió antes de que me pusiera completamente en ridículo, pidiéndole a Skye que le diera a nuestro matrimonio otra oportunidad.

*** Cada pesadilla que Skye había tenido alguna vez repentinamente había palidecido en comparación con este momento. A pesar de que habían unas horribles similitudes con sus ansiosos sueños normales… por ejemplo, la incapacidad para encontrar su ropa. Estaba un poco temerosa de dejar de tocar a Beck; se sentía como que su mano en su espalda desnuda era la única cosa que le impedía arremeter contra Jeremiah. Quien parecía conmocionado, como si no pudiera creer que ella en realidad había aceptado el arreglo que él había propuesto cuando comenzaron a salir. Lo cual era comprensible, ya que ella nunca antes lo había hecho en dos años de romance a larga distancia. Nunca antes había estado tentada.

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Pero eso fue antes de que Beck regresara a casa. Él no está en casa para quedarse, se recordó a sí misma. No puedes contar con él para que se quede. Sin embargo había habido ese momento, justo antes de que Jeremiah apareciera… había parecido como que Beck estaba a punto de preguntarle algo importante. Maldiciendo silenciosamente al destino y a los dioses por robarle ese momento antes de que tuviese la oportunidad de descubrir lo que Beck habría dicho, la mente de Skye corría mientras trataba de averiguar qué hacer. Primero lo primero. Apelando a todos sus recuerdos de las aventuras de sus padres y su actitud despreocupada a la mañana siguiente, Skye dijo—: Jeremiah, ¿podrías darnos un minuto para vestirnos? Él vaciló, con su rostro quemado por el sol más arrugado de lo que lo recordaba, pero al final, asintió. —Claro. Estaré afuera. El sonido de la puerta de la oficina cerrándose suavemente tras Jeremiah hizo eco como un disparo a través de la oficina. Skye tragó y se ocupó en rastrear las piezas de su conjunto de la noche anterior. Camiseta sin mangas por allá, ropa interior… allá, y, mierda, ¿ella estuvo usando su falda como almohada anoche? Desamontonó el algodón orgánico y lo sacudió, demorándose en la tarea para darle tiempo a sus manos de dejar de temblar. Cuando Beck habló, la sobresaltó tanto que casi deja caer la falda. —Nunca mencionaste a un novio. Dejó escapar un suspiro y se metió en la tela arrugada, halándola hacia sus caderas. —Lo sé. Lo siento. Es sólo que nunca parecía el momento apropiado… y, honestamente, asumí que te habrías ido mucho antes de que Jeremiah regresara a casa. Beck se quedó ahí parado, viéndola trajinar frenéticamente por ahí buscando su sujetador antes de que se diera cuenta de que no había llevado puesto uno. Deseaba que él dijera algo, o al menos dejara de mirarla fijamente.

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—Y a él en realidad no le importa que nosotros hayamos dormido juntos. No era una pregunta, la forma en que Beck lo dijo, pero a Skye le alegraba que el proceso de pasar el ajustado sujetador incorporado en su camiseta sin mangas por su cabeza le diera un segundo para formular una respuesta. —No debería. La relación abierta fue idea suya. Por supuesto que nunca antes se había hecho realidad, al menos no por su lado. Parte de ella se preguntaba si Jeremiah sería tan liberal ahora que Skye teniendo un amante se había vuelto una realidad concreta en vez de una idea abstracta. Muy concreta, pensó, robando un vistazo a la forma toscamente labrada de Beck mientras ella trataba de peinar su cabello con los dedos. Beck lucía como si hubiese sido revestido en cemento, rígido e inflexible. —A mí me importaría. —Su voz era casi subsónica, un gruñido tan bajo que ella lo sintió más que escucharlo, y la vibración envió un estremecimiento a través de su sistema. Había un profundo desprecio en esa voz, y una confusión que rayaba en la ira. No, Beck no entendería a un hombre como Jeremiah, que se preocupaba tan profundamente por el mundo en general que a veces se olvidaba de las personas más cercanas a él. Beck siempre había sido tan resuelto. Tan centrado. Aunque Beck la había dejado para unirse a la Marina, así que quizá tenía más en común con Jeremiah de lo que ella pensaba. Tenía que hablar con Jeremiah. Dios, que enredo. Estaba tan humillada, que apenas podía mirar a Beck. —Yo lucharía por lo que es mío —dijo él, moviéndose en una acometida casi demasiado rápida para verla, interponiéndose en su camino y bloqueando la puerta como una gran pared de piedra. No quería que ella se fuera, podía ver eso. Y eso conmovió algo dentro de ella… no podía esconderse de sí misma. Pero sus palabras… Sacudiendo la cabeza, Skye dijo—: No quiero que luches por nada. Nunca quise eso. Lo que quería era que hablaras conmigo. Beck hizo un gesto con la barbilla en dirección a la cocina. —¿Es eso lo que quieres? Ese sujeto allá afuera, quien te encuentra en la cama con otro hombre y luego te deja con él para que te vistas.

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El desprecio en su rostro encendió la mecha del temperamento de Skye. —Crees que Jeremiah es débil. Pero te lo digo ahora, él no salió de aquí porque era demasiado débil para pelear contigo, o porque yo no le importe lo suficiente para molestarse. Jeremiah Raleigh es un héroe. Construye casas, escuelas y clínicas en pueblos que no tienen agua corriente. Él es lo más alejado que hay de la debilidad… y no tiene que probarme nada con los puños. Beck se balanceó sobre sus talones como si ella le hubiese lanzado un gancho al mentón. —¿Es eso lo que piensas? ¿Que estoy tratando de probarte algo? Skye respiró bruscamente. —Siempre has tenido algo que probar, incluso desde que te conocí. Y no importa cuántas veces o de cuántas formas traté de decirte que no lo hicieras, tú nunca escuchaste. Y nunca lo haría, se dio cuenta ella. Beck había sido moldeado por los acontecimientos en su infancia, un pasado del que ella no conocía casi nada, mucho antes de que él siquiera la conociera. Y no importaba lo que ella dijera o hiciera, nunca parecía ser la llave para desbloquear la jaula de sus emociones. La revelación la golpeó con una cruel bofetada, casi sacándole de golpe el aire de los pulmones. Alzó los ojos para encontrar su feroz mirada impenetrable. —Eres quien eres, Henry. —Ella se ahogó—. Lo entiendo, y no estoy tratando de cambiarte. Pero necesito más que un hombre que permite que su cuerpo hable por él. Necesito a alguien que me deje conocerlo, total y completamente… alguien que me quiera conocer de la misma forma. Y ese no eres tú, ¿o sí? Él apretó los labios cerrados. Skye conocía esa mirada. La conversación había terminado. Beck no dijo tantas palabras, ¿cuándo lo hizo alguna vez? pero se hizo a un lado, con los brazos cruzados sobre el pecho, para dejarla pasar. Ella se quedó inmóvil por mucho tiempo, dejando que su familiar silencio la invadiera mientras memorizaba la vista de él. Luego salió, dejando la mitad de su corazón detrás.

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Capítulo 25 Traducido por Elenp Corregido por Susanauribe

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eck estaba en la sección de productos de alimentos frescos de la tienda, mirando ciegamente a la lista en su mano. La colección de vegetales, frutas y otros ingredientes que había enumerado tenían sentido individualmente, pero cuando trató de sumarlos todos en un menú completo, no eran nada más que caos. Lo cual, pensándolo, hacía una alegoría bastante buena para la historia de su vida. Un chasqueo de dedos delante de sus ojos lo sacó de sus pensamientos y lo regresó al desafío. —Despierta allí, ¿grandulón? —Winslow estaba atrás, su carrito de compras ahora lleno de artículos como trozos de panceta y botellas de vinagre de arroz. Beck se quedó mirando en el carro. No se parecía a nada. Por lo general, en este punto en un menú, él comenzaría a ser capaz de ver los componentes individuales como elementos de un plato terminado. Podía visualizar como cada plato se vería, cómo había que colocar los artículos o lo que salpicaría sobre la parte superior para ese último estallido de sabor y color, pero ¿en este momento? Todo era cartón y plástico y papel. Nada real, nada sustancial. Nada de sí mismo. —¿Estamos haciendo lo correcto aquí? —Se oyó preguntar. Los ojos de Winslow se agrandaron. —Oye. ¿Estás bien? —Presionando su boca cerrada en contra de las palabras que amenazaban con salir, Beck apretó los dedos en el marco de alambre del carro, sintiendo el empuje de metal en sus manos. El dolor lo conectó a tierra y le hizo posible murmurar. —En realidad no.

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Winslow se acercó y miró las manos de Beck. —Deja eso, le vas a hacer daño a algo. —Ya dañé algo —dijo Beck, y mierda, ahora todo estaba saliendo—. Alguien — rectificó, alejándose de Win y meciendo el carrito sobre sus ruedas con un sonido metálico. Y él le había hecho daño a ella. Sabía que lo había hecho. La mirada en el rostro de Skye cuando por fin lo entendió, finalmente descubrió que ella podía hacerlo mucho mejor que con un idiota violento, dañado, callado maldito de mierda. —¡Eh! —La alarma en la voz de Win penetraba en la niebla negra que colgaba sobre la cabeza de Beck. Él parpadeó ante su ayudante de chef y encontró que el chico le devolvía la mirada con más de un toque de rabia en su expresión. —Beck, vamos. No me hagas esto ahora. Te necesito para sacar la cabeza fuera de tu culo y ¡concentrarte! Beck parpadeó, con su mandíbula cerrada como si alguien hubiera derramado cemento en las juntas. —Lo siento —gruñó él—. Dios, ¿nunca había necesitado pedir disculpas? —No lo sientas, hombre. —Win suspiró, volviendo a poner sus dedos sobre las manos de beck para arrancar las manos tiesas curvadas alrededor de la cesta de alambre. —Dime qué está pasando. Tal vez pueda ayudar. Beck resopló. Eso era una especie de todo el asunto en pocas palabras, ¿no? —Nunca le digo a nadie lo que está pasando —dijo Win cerró los ojos. —Bueno, no me digas. Ya lo he notado. Y la mayor parte del tiempo, a quién le importa, pero ahora no es la mayor parte del tiempo, Beckster. Ahora es el gran momento, y ahora tienes que ¡dejar de retener y dejarme entrar! —Todo el mundo quiere entrar —se rió, pero la risa raspaba su garganta al salir—. Jodidamente divertido, ya que la mayoría de las veces quiero salir. No hay nada que ver aquí, hombre. —Beck bajó la cabeza, su pelo se balanceó hacia adelante para ocultar su rostro. Se sentía muy bien ocultándolo. Familiar y reconfortante. Seguro.

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Se puso rígido. Santo Cristo, era Skye ¿verdad? ¿Había estado tomando la salida cobarde toda su vida? El recuerdo de Skye con Jeremías Raleigh se levantó en su mente, tan ineludible como un enjambre de avispas. Beck había dejado Queenie Pie por su cuenta, tan pronto como encontró sus botas. Lo último que vio antes de pasar a través de la cocina y salir de la casa, fue a Skye envuelta en un cálido, amoroso y tierno abrazo. Perfecto, bien parecido, jodido heroico Jeremías Raleigh. Jeremías no había gritado, tirado golpes o pisoteado todo. Había le abierto sus brazos e invitado. Ella había ido. Había encontrado su mirada sin pestañear por encima del hombro de Jeremiah. Para él era difícil leer las emociones a veces, pero había habido algo en la piscina azul profundo de sus ojos... dolor, los recuerdos y la liberación que habían encontrado juntos purgando algunas viejas heridas la noche anterior. Pero algo más, también. ¿Tal vez una súplica? —Nunca sé lo que la gente quiere de mí —dijo Beck. Win se acercó con el ceño fruncido, como si apenas había captado las palabras. Se aclaró la garganta, Beck se armó de valor y levantó la cabeza. —No, eso no es todo. Supongo que sé lo que quiere la gente, y que yo no quiero dárselo a ellos. —Suena como un arreglo muy insatisfactorio —dijo Win—. Para todos los interesados. Beck sopló un aliento que podría haber pasado por una risa. —Sí. Seguro que no era satisfactorio para mi esposa. —Win se puso en alerta total, Beck podría decir por la forma en que se irguió como si alguien le hubiera golpeado. —¿Algo pasa con Skye? Aparte de toda la cosa del divorcio, y la apuesta de pasar una última noche juntos. Beck estaba al noventa y cinco por ciento seguro de que ya había tenido su última noche juntos, con apuesta o sin apuesta. —Estoy muy jodido —admitió, las palabras arrancado de su pecho, cuando la desesperación consiguió apretar su puño alrededor de su corazón—. No sé qué hacer al respecto. Dime qué hacer.

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Win aspiró aire. —Mierda. ¿Hablas en serio? ¡Nadie me pregunta qué hacer! Eso hizo que Beck mirara a su joven amigo a los ojos. —Deberíamos —le dijo—. Das consejos condenadamente buenos. —Es cierto. Soy un hijo de puta emocionalmente saludable. —Winslow se pavoneó por un momento antes de conseguir ponerse serio—. En pocas palabras, hombre, es, que tienes que decidir lo que quieres y lo que estás dispuesto a hacer para conseguirlo. Nadie te puede dar consejos sobre eso, y nadie puede hacerlo por ti; tienes que echar un vistazo de cerca a la verdad en tu corazón, y entonces trata de escuchar lo que te dice. —Cristo —dijo Beck, faltándole el aliento—. Debes tener tu propio programa de entrevistas. Golpeándolo en el hombro, Win sonrió. —Sí, tal vez en uno de esos canales en los que no les importa si maldices mucho. O ¡Bravo! Bravo ama a los gays. —No tiene nada que ver con que seas gay —dijo Beck, con el ceño fruncido. Mierda, esto era difícil, pero tenía que decirlo. No te acobardes, se recordó a sí mismo, y el aumento de la diversión le dio el coraje de poner su mano sobre el hombro de Winslow—. Es porque eres un buen amigo, te preocupas por la gente. Ves cosas que otros pasan por alto. Esta vez fue Win, quien agachó la brillante cabeza rapada, pero sólo por un segundo. —Gracias, hombre. Pero acabo de darle un vistazo a mi reloj, y santo cielo, pero tenemos que empezar a movernos aquí. Sé que dije que tuvieras una larga charla corazón a corazón contigo mismo, pero no tenemos tiempo ahora. No había tiempo; cada segundo en cuenta regresiva acercándolos hacia el momento de la verdad, cuando ellos tenían que comprobar con qué productos se las arreglarían para adquirir, y esos serían con los que cocinarían. Sin embargo Beck se quedó allí parado en el departamento de productos entre torres de limones y un banco de verduras que estaban siendo rociadas con una fina capa de agua, alcanzó a ver la competición en su carrera hacia la mesa llena de hierbas frescas en todo el ancho pasillo. La barbilla de Skye estaba firme con determinación, sus movimientos rápidos y con un propósito, con una economía de movimiento que Beck encontró tan bella como cualquier bailarín. Había pasado por mucho, estado tan sola a través de la mayor parte de ello, pero ella todavía estaba aquí.

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Aun así, con esperanza, arriesgándose y procurando ser feliz. Era magnífica. Se dio cuenta de que no necesitaba mucho tiempo. Su corazón le había estado diciendo lo que quería desde hace años, simplemente no había estado escuchándolo. Y después de esta mañana, sabía que sólo tenía una oportunidad de hacerlo. Su misión estaba clara. —Vuelca estas cosas, necesitamos un carro nuevo. Él lanzó la orden, con los pies ya en marcha. Win entró en acción con un grito y una maldición, dispuesto a seguir su ejemplo, y Beck tuvo el extra de cinco segundos para apoderarse de su ayudante de chef alrededor de los hombros y darle un abrazo rápido, muy varonil. —¿Cuál es el plan, jefe? —Win dijo cuando Beck lo puso de nuevo en sus pies. Beck rompió su lista de ingredientes directamente por la mitad y se fue en una carrera de por el mostrador de la pescadería. —Estamos cocinando desde el corazón.

*** Skye nunca había estado tan distraída en su vida. Ella tendría suerte si lograba pasar a través de este desafío con todos sus dedos intactos. Por lo general, la cocina era el lugar donde ella se perdía, sepultando sus miedos y preocupaciones en los montículos de jugoso tomate cortado en cubitos y ahogándolos en litros de caldo de pollo hecho en casa. Pero hoy lo único que podía pensar era en la mirada de Jeremías, cuando la dejó de abrazar y le dijo—: Rayito de sol, tenemos que hablar. Ella parpadeó, y de repente la imagen se transformó en Beck saliendo de la cocina de Queenie pie, con la cabeza gacha, a pasos lentos pero constantes, como un león herido. No podía dejarlo así. A través de la cocina, Beck y su ayudante de chef estaban terminando de acomodar sus compras en el walk-in, apilándolas en un par de estantes de velocidad para un acceso rápido y fácil una vez que en realidad el desafío comenzara. Eva Jansen había llegado hacía unos momentos con su asistente, Drew y ambos estaban revisando a través de la cocina, asegurándose de que todo estaba listo para empezar. Si Skye iba a hacer esto, ella no tenía mucho tiempo.

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Al hacer una aspiración profunda de serenidad y calma, Skye cerró los ojos e imaginó la paz llenándola, como el agua que se vierte en una taza. Abrió los ojos y vio a Beck, dirigiéndose a grandes zancadas a su encimera, su mandíbula con barba oscura y sus ojos feroces, y se rompió la taza de la serenidad de Skye. Mierda. Eso funcionaba mucho mejor en la clase de yoga. Ahora o nunca, Skye. Mentalmente sumando fuerzas, Skye fue a la encimera de Beck. Su ayudante, Winslow, la vio venir y agrandó los ojos antes de desaparecer discretamente para hablar con Drew. Skye estaba agradecida por el gesto para con ellos dándoles la privacidad, pero ella era muy consciente de que ella y Beck no estaban solos en esta cocina. Razón por la cual se detuvo unos cuantos metros de distancia de él. La distancia era crucial para su salud mental. Él vio cómo ella se aproximaba, sus ojos negros profundos e insondables, ensombrecidos por el movimiento de su cabello. Estaba suelto, se dio cuenta, pero ella sabía que él lo pondría atrás y fuera de su cara cuando en realidad empezara a cocinar. Ella sabía cosas pequeñas como esa, las cosas como el sonido que hacía con su venida o el hecho de que odiaba las películas de terror y prefería la poesía a la ficción. Pero, ¿realmente lo conocía? —Hoy estamos de preparación —él dijo en voz baja, sacándola de sus pensamientos—. Y mañana, nos enteramos de quién es el próximo Rising Star Chef. Luchando para no ruborizarse, Skye levantó la barbilla e hizo un gesto con la mano. —Pase lo que pase, quiero que sepas... estoy orgullosa de competir contra ti. Que el mejor cocinero gane. Su mirada se encendió con una chispa brillante de pasión cuando sus dedos se encontraron, con las palmas deslizándose juntas, pero Skye no estaba segura si era deseo por ella, o el deseo de ganar. En este punto, poco importaba. —Estoy listo —le dijo—. Y tengo muchas ganas de degustar tus platos. Sé que será fantástico. Dios, tan amable y rebuscado. Como si fueran extraños. Skye se alejó y trató de encontrar una sonrisa para él.

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—Bueno, bueno, estoy segura de que vamos a iniciar el temporizador pronto, así que… —¿Jeremiah viene a formar parte del jurado? —preguntó Beck, sorprendiéndola. —Oh —balbuceó ella—. No sé, yo no creo que a alguien se le permitía que no sean los jueces… —Ellos deberían hacer una excepción con él —dijo Beck—. Él vino todo el camino desde África para verte a cocinar. Joder, ¿podría ser más incómodo? Skye tuvo que tragar tres veces para deshacerse del bulto doloroso en la garganta, y antes de que pudiera controlarlo, Eva se acercó. —¿Quién vino de África? —preguntó Eva, ojos grises brillantes y ávidos de curiosidad. —Mi… — Skye se interrumpió. Dios, ¿Cómo se suponía que tenía que llamar a Jeremiah ahora, después de la conversación que habían tenido una vez que Beck partió esta mañana? —Amigo —concluyó sin convicción, sintiendo el rubor que había estado reprimiendo, finalmente estallando como un reguero de pólvora y extendiéndose hasta el pecho y todo el camino hasta la punta de las orejas. —Está en el Cuerpo de Paz —añadió Beck, con voz ilegible. —Guau. —Eva tenía una mirada calculadora que hizo a Skye ponerse nerviosa. —Bueno, creo que deberíamos invitarlo a unirse a nosotros para mañana por la tarde a la degustación de Skye. Beck, ¿hay alguien que te gustaría invitar a tu juicio en la mañana? Incluso en medio de su consternación por este giro de los acontecimientos, Skye estaba ávida de conocer la respuesta a esa pregunta. Vio a Beck por debajo de sus pestañas, observando cada cambio y matiz de su expresión. Que apenas cambió en absoluto cuando él dijo, —No. No hay nadie. El corazón de Skye, que ya había sido exprimido hoy, se destrozó un poco más. Evidentemente sorprendida por la respuesta inflexible, Eva alzó las cejas.

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—¡Oh! Bueno, si estás seguro... entonces creo que es hora de conseguir que este reto se inicie. Sé que ustedes tienen un montón de trabajo de preparación que hacer, así que por favor tomen sus posiciones, voy a iniciar el reloj. Sintiendo que apenas había sobrevivido a una emboscada, Skye de alguna manera regresó de nuevo a su encimera, en la que Fiona estaba afilando los cuchillos en un afilador de acero. —¿Qué fue todo eso? —Fee preguntó con preocupación raspando en su voz. Ella había estado preocupada por Skye desde el viaje de compras por la mañana, pero no había habido un momento para hablar durante los acontecimientos increíbles de las últimas veinticuatro horas. O tal vez simplemente Skye no sabía qué decir sobre todo esto. Tal como ahora. —Nada —dijo Skye, enderezando su postura y mirando el reloj, por el momento para empezar—. Vamos a cocinar. Todo lo demás tendría que esperar.

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Capítulo 26 Traducido por Caami Corregido por Ángeles Rangel

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eck se despertó antes del mediodía, lo más alerta y preparado para moverse como si fuese el mediodía. Parpadeó en la oscuridad de la habitación del hotel que él y Win compartían y trató de sentirse aliviado por la respiración rítmica que venia de la otra cama matrimonial.

Sabiendo lo que se había reservado para él ese día, aunque… se necesitarían más que luminosos ronquidos y resoplos para calmar a Beck. Además, la preparación mental era importante. Al menos tan importante como para la comida que habían hecho el día anterior, y los toques finales que pondrían en sus platos esta mañana, antes de servirlos a los jueces a las once treinta. Los jueces, y Skye. En algún lugar del camino, esta competición se redujo a ella. Él todavía quería ganar, por supuesto que lo haría, por ninguna otra razón que por todo lo que los Lunden habían hecho por él, pero todo lo que podía pensar mientras miraba hacia el techo de la habitación de hotel era en Skye. Su menú completo era una carta a la única mujer en todo el mundo que podía ser capaz de leerlo y saber qué pensaba. Beck exhaló y se maravilló de lo tranquilo que se sentía. Habría pensado que el conocimiento de lo que estaba apunto de hacer, cuánto de sí mismo tendría que exponer, lo llenaría con el tipo de terror y anulación que por lo general tenia reservados para el completo combate y la limpieza de la sentina. Sí, su estómago estaba revuelto por los nervios y sus palmas se sentían húmedas contra la sabana… pero no era nada que no pudiera atravesar. Nada que le impidiera lo que tenia que hacer.

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Hoy era el día en que iba a hacer su última parada. Y si caía, al menos lo haría luchando.

*** Skye se miraba en el espejo mientras se abrochaba su chaqueta blanca de chef. Mismo rizos, sólo un poco más de luz para hacer de ella una pelirroja real. Pero tenía la tez pálida de una pelirroja, lo que parecía injusto, especialmente teniendo en cuenta su tendencia a tener pecas. Mismos ojos azules. Mismas redondas mejillas y cara y, oh infiernos, todo. Buscó a la mujer que Beck había visto esa noche en Queenie Pie, pero no pudo encontrarla en la mujer pálida, de aspecto cansado en el espejo. —Hoy va a ser un buen día —anunció Fiona desde la puerta del cuarto de baño. Ya que comenzaban temprano esta mañana, habían pasado la noche en el hotel donde se estaba llevando a cabo la competición en vez de ir a casa. Al menos, esa fue la razón que Skye les había dado a sus padres cuando finalmente llamó para hablar con ellos. Esa conversación había dejado en claro que ellos sólo se dieron cuenta que ella se había ido cuando Jeremiah había ido en su busca a su casa, así que era difícil sentirse culpable por abandonarlos por segunda vez. —¿Cuándo termina el tonto concurso? —La voz de Annika era vagamente petulante, y Skye había escuchado claramente algo cortante en el fondo. —Pronto —prometió, pero su corazón no fue por la ronda habitual de garantías y luchó por esos restos de preocuparse por su madre que podrían sacudir su camino, así que todo lo que dijo fue—: Dile a Jeremiah que le doy mis buenas noches, ¿si? Te has asegurado de que la habitación se hizo para él, y que tiene toallas y esas cosas. ¿Verdad? —Sí, sí. Él está bien. Pero debes estar aquí con él, no jugando en alguna cocina. No por primera vez, Skye se alegró de que nunca hubiera mencionado la identidad del chef que era su más grande competidor en el RSC. Ella no tenía necesidad de tratar sus sentimientos por Henry Beck con su madre, así como con ella misma.

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Dijo adiós y colgó, todo el tiempo consciente del hecho de reconocer la inutilidad de amar a Beck, en efecto, no había hecho mucho para borrar la existencia de ese amor. Todavía estaba allí, horas más tarde, palpitando en su pecho con cada latido de su corazón, mientras se preparaba para enfrentarse a él por lo que podría ser la última vez. Quienquiera que ganara, no había razón para volver a verse a partir de hoy. Ese conocimiento era una interminable extensión de carretera que se abría delante de ella, un largo, solitario camino que la conducía a ninguna parte. Un delgado brazo deslizándose sobre sus hombros le hizo recordar que no estaba sola. Apoyando su cabeza rizada contra el gorro liso sobre el pelo blanco rubio de Fiona, Skye cerró los ojos y se dejó sentir el calor y la aceptación del abrazo. Sus amigos, los otros cocineros de Queenie Pie… Eran su verdadera familia. ¿Qué importaba si sus padres no entendían por qué ella había entrado en el RSC, o incluso por qué se había convertido en un chef en primer lugar? Tenía a la familia que había improvisado con la gente que amaba y con la que trabajaba, la gente que cuidaba su espalda y la mantenía sana a través de las frustraciones y alegrías diarias de poseer su pequeño negocio. La cual ella aún poseía, incluso si hoy perdía. Todavía tenía a Queenie Pie, y su familia de inadaptados y marginados. La idea fue como abrir una válvula en su cerebro. La presión que la había llenado hasta los topes soplaba cerca de ella en un suspiro, y Skye se sintió mareada por el alivio. No importaba lo que pasara hoy, todavía tendría la vida que había elegido con la gente que le importaba. Y una vez que acepto el hecho de que ganar no haría que, repentinamente, sus padres la apoyaran en la vida, la serenidad y la calma que había estado buscando para envolverse en una nube caliente de confianza. —Estás lista —observó Fiona, sus ojos claros penetrantes en el espejo. Skye asintió. —Vamos a por ellos.

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*** La cocina de la competición se sentía extrañamente vacía. Sin el caos de chefs frenéticos, sin jueces… sólo Beck y Winslow, moviéndose a través de su lista y los platos de ejecución con exacta eficacia. Eva y su asistente entraban y salían, vigilando los tiempos, en busca de alguna violación a las reglas, y en lo general, sólo para estar a mano en caso de que algo cayera al suelo. Pero en su mayor parte, Beck apenas notaba nada más allá de la comida delante de él. Estaba preparando su vida, su futuro, y lo sabía. El reloj seguía sonando cada vez más cerca de las once treinta, cuando la primera serie tendría que ser recubierta y lista para servirse a Eva, Claire, Devon… y Skye. Mantente centrado, se dijo, parpadeando el sudor fuera de sus ojos y frotando la manga de su chaqueta debajo de su delantal por la frente. Todo importaba. Cinco segundos antes de que sonara la alarma, él y Win estaban tratando de conseguir su primer plato recubierto y listo, alcanzando el uno sobre el otro con cucharadas llenas de salsa y rociando la guarnición. Pero cuando Eva pidió tiempo, dieron un paso atrás de la mesa, las manos en el aire, y se miraron. —Lo hicimos —respiró Win. Beck asintió, aunque para él, la parte más difícil aún estaba por venir. —Un plato abajo. Vamos a mantener la intensidad plateando el siguiente. Cada uno recogió una bandeja y siguieron a Eva fuera de la cocina y cruzaron el pasillo a la sala de los jueces. Beck estaba observando sus pasos y haciendo todo lo posible para mantener la bandeja nivelada mientras entraba a la habitación, donde estaba instalada una larga mesa al estilo banquete, cubierta con un mantel blanco. Las sillas de los jueces estaban dispuestas a lo largo de la parte de atrás de la mesa, todos en una fila, y Beck cerró los ojos un segundo para enfrentarse con exactamente cuánto de esto iba a ser igual a una presentación hacia una audiencia.

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Win empezó a repartir los platos mientras Beck abría los ojos. La primera persona que vio fue a Skye, sentada en el extremo. Ella le dio una inclinación de cabeza, pero antes de que pudiera devolverle el saludo, o una sonrisa, o averiguar qué era lo que iba a hacer, Skye inclinó la cabeza para indicar a la persona que estaba a su lado. Beck echó un vistazo, y luego hizo una caricatura ridícula doble, porque la persona en la silla junto a Skye era Nina Lunden. La mujer que le había dado una oportunidad cuando no tenía dónde ir. Nina le dio una de sus sonrisas suaves, pero la mirada en sus ojos era de feroz orgullo. —¿Sorpresa? —La vacilante voz de Win a su lado casi hizo sorprender a Beck haciéndole temblar la bandeja. —¿Ese fuiste tú? —preguntó Beck, alejando su bandeja de Winslow, que ya había pasado los platos por sí mismo. Win puso los ojos en blanco, pero Beck podía decir que aun estaba nervioso. —¿Por qué piensas que estoy súper entusiasmado acerca de enchapar una porción extra? Beck, quien había pensado que Win estaba ejerciendo una prudencia recomendable con su plan de contingencia, palmeó su espalda antes de que pudiera salir corriendo a servir el resto a los jueces. —Gracias, hombre —dijo Beck, mirando directamente a los ojos de Win. Quería que Win supiera que lo quería decir, desde lo profundo de su corazón. Win se relajó lo suficiente como para mandar una sonrisa arrogante a Beck sobre su hombro mientas caminaba de vuelta a la mesa de los jueces. —Vamos. Como te íbamos a dejar pasar por todo esto sin ningún tipo de familia. La respiración de Beck se atrapó en su garganta. Familia. Nina seguía sonriéndole cuando miró de nuevo a ella, y ella le dio un guiño y discretos pulgares hacia arriba mientras Eva Jansen se aclaraba la garganta.

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—Gracias, chefs. Y bienvenidos al último fallo de la competición del Rising Star Chef de este año. Todos aplaudieron, lo que hizo que Beck se sintiera aún más en el escenario en que no estaba. Reprimió el impulso de inquietarse por el esfuerzo sus piernas abiertas en una posición de facilidad y apretando su mano izquierda con la derecha detrás de su espalda. —Y una bienvenida muy especial —continuó Eva con una sonrisa nerviosa—, a Nina Lunden, copropietaria de la Taberna Lunden, que está aquí para apoyar a los cocineros Beck y Jones. —Gracias —dijo Nina, asintiendo confortablemente a Eva mientras que la joven se sentaba a su lado—. Lo hiciste muy bien, querida. ¡Y te ves tan bonita! No es de extrañar que Danny tenga esa mirada es su cara cada vez que está al teléfono contigo. Eva se sonrojó, probablemente con una combinación de placer y vergüenza, y Beck notó una sonrisa de satisfacción en Nina mientras se sentaba en su asiento. Nina lo llamó con la mirada y le envió un guiño lento, y que, más que cualquier otra cosa, dio el coraje a Beck para seguir adelante. Se aclaró la garganta y levantó la barbilla. —Antes de empezar, quiero dar las gracias al RSC por darme la oportunidad de contar la historia de mi vida a través de la comida. Algunos de los eventos que me dieron forma, que me hicieron ser el chef que soy hoy, son cosas que no había hablado mucho. Lanzó una breve mirada a Skye, cuyas cejas se encontraban en algún lugar de su cuero cabelludo. Beck modificó su declaración. —Está bien, todo ello. No me gusta hablar de mi pasado. Pero ese es el por qué tengo que darte las gracias, porque hay algunas cosas que quiero decir, y el desafío me dio una forma de decir, un idioma que sé hablar. El leguaje de la comida. Un silencio desconcertante había descendido sobre el gran ambiente, y Beck abruptamente deseó que no fuera tan grande. Sentía que realmente tenía que hablar, empujar su voz en las esquinas de la convertida sala de conferencias. Se aclaró la garganta otra vez, sus cuerdas vocales quedaron tirantes. Pero podía hacer esto. Había sobrevivido a cosas peores. Todo lo que tenía que hacer era mantener el objetivo en mente, para mostrarle a Skye que él podía abrirse. Que él quería que lo conociera, todo sobre él, incluyendo las partes feas de su pasado.

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Tal vez entonces ella comprendiera lo mucho que la amaba. —El primer plato que tenemos para ustedes hoy es un juego que mi madre me hacía cuando era pequeño. Como la mayoría de los niños, supongo, me encantaba la mantequilla de maní y la jalea de sándwiches, pero mi madre los hacia a la parrilla con queso, con pan untado en una sartén. La mantequilla de maní recibiría todo lo pegajoso. —Tragó saliva, perdido en el recuerdo por un momento—. De todos modos, eran geniales. Y esta es mi opinión; los hemos hecho desde cero, incluyendo la mantequilla de maní. La jalea es una conserva de vino rojo de reserva y vino de frambuesa. Disfrútenlo. Con eso, se giró sobre sus talones y salió del ambiente antes de que nadie pudiera tomar un bocado. —Es hora de hacer el próximo plato —le murmuró a Winslow, pero era sólo una parte de la razón. A medida que volvía sobre sus pasos a la cocina bajó la cabeza, las manos moviéndose rápida y seguramente a través de los platos ya instalados en la mesa de trabajo de acero inoxidable, Beck tomó la oportunidad para respirar profundamente por primera vez en diez minutos. Lo había hecho a través del primer tramo de su historia. Sin embargo, sólo se iba a poner más difícil de aquí en adelante.

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Capítulo 27 Traducido por Carmen170796 Corregido por amiarivega

A

l otro extremo de la mesa para banquetes, los jueces y Eva probaban y comentaban enérgicamente, tomando notas y hablando sobre el estilo de Beck.

Skye pasó un dedo por el rastro de conserva de frambuesa roja y deseó desesperadamente un momento a solas para procesar lo que había escuchado. Beck tenía una familia. Una buena familia, por como él la había descrito, lo cual era mucho más de lo que ella había conocido antes. Y ciertamente no parecía como si hubiera estado inventado algo para apaciguar a los jueces, de la manera que lo había planeado. Ella nunca había oído algo tan profundamente personal de Beck y la manera en la que él se había preparado para contar la historia, el lento fragmento de sus palabras mientras salían de él… no. Beck no estaba fingiendo para abrirse camino por este desafío. Él estaba abriéndose y soltando su pasado sobre la mesa para que todo el mundo lo viera. ¿Pero por qué? ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? ¿Y qué era lo que iba a decir a continuación? Su cerebro no tuvo tiempo de detenerse a pensar más porque la mujer a su lado se giró y dijo—: Así. Tú eres Skye Gladwell. Instantáneamente precavida, Skye le dio a Nina Lunden su mejor sonrisa. —Esa soy yo. Nina asintió, la cálida iluminación en el cuarto de jueces hacía brillar los cabellos plateados en su melena canosa.

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Tenía una mirada maternal como la de ella, pensó Skye… bueno, está bien. No se parecía en nada a la madre de Skye, quien era muy delgada y huesuda, la piel áspera y arrugada de años de sol, humo y de trabajar con herramientas de soldadura para hacer sus enormes e innovadoras esculturas de hierro. Nina Lunden parecía ser constituida por líneas maternales más tradicionales, más suaves y redondas, con brazos que parecían listos para abrazar y una boca hecha para sonreír. Las únicas líneas de expresión en su cara aparentemente juvenil eran las arrugas alrededor de sus ojos y a lado de su boca… las líneas que venían de reír. Pero cuando Skye se encontró con la mirada de Nina, toda esa dulzura propia de una madre se desvaneció en la penetrante agudeza de la mirada de Nina. —Me alegro de tener la oportunidad de conocerte —dijo Nina, con su voz amigable pero sus ojos estudiaban a Skye con ese incómodo e intenso filo—. He oído hablar mucho sobre ti a mis hijos. Skye tragó, la sal de la mantequilla de maní de Beck se pegó repentinamente en su garganta y secó su boca. Ella no sabía qué decir, esto era incómodo en muchos sentidos. ¿Qué le habrían dicho los hombres Lunden a su madre sobre ella? ¿Qué es lo que siquiera sabían ellos? Beck era muy reservado, era posible que todo lo que ellos habían tenido para compartir con Nina eran sus impresiones de una rival, y el hecho que ella y Beck tenían una historia juntos. El hecho de que ambos eran competidores en la final del RSC… nada más eso era suficiente para hacer de esto una conversación difícil, en el mejor de los casos. —También es un placer conocerla —dijo Skye, evitando dar una respuesta clara, tratando de no sonar tan nerviosa como se sentía. —Cuando Winslow me llamó y me preguntó si había alguna forma de que pudiera tomar unos días y venir aquí para apoyar a Beck, estaba muy feliz de poder hacerlo. Con Jules, Max y Danny en casa y vigilando el restaurante… y a mi necio marido, quien acaba de tener una cirugía de corazón y realmente no debe sobrecargarse… tenía la impresión de que debía aprovechar la oportunidad. Casi nunca tengo vacaciones. Bueno, tú sabes cómo es… tienes tu propio local también, ¿verdad? —Queenie Pie Café —le respondió Skye, con la familiar oleada de orgullo llenándola.

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—Entonces sabes todo acerca de cómo es —Nina se sentó de vuelta en su silla. Ella llevaba puesto unos pantalones negros y un simple suéter, con una camisa blanca asomándose por el escote, la hacía lucir chic y muy de Nueva York. Skye fue repentina y dolorosamente consciente de su propio conjunto… una chaqueta de chef blanca sobre un par de pantalones anchos de seda y de cintura baja con un estampado de cachemira morado. Un poco extravagante, incluso para ella, pero no había tomado en cuenta la moda cuando los había agarrado. —Sí, lo sé —concordó ella, empezando a relajarse un poco como la corriente de una charla intrascendente que llevaba consigo. —Dios, hasta la primera parte de la competición en Chicago, no creo haber dejado San Francisco en cinco años. Tal vez más. —Debería ser más fácil para mí —Suspiró Nina. —Dado que tengo una pareja, tanto en el trabajo como en la vida, para ayudar a compartir la carga. Skye se puso tensa, sintiendo la trampa cerrarse de golpe alrededor de ella. —Bueno, soy lo suficientemente afortunada de tener unos estupendos empleados y de confianza —dijo ella con sus labios entumecidos—. Nos ayudamos los unos a los otros. —Sin embargo —dijo Nina inocentemente—. No hay nada como manejar un restaurante con alguien que tiene el mismo interés en el. Skye se encogió de hombros y bajó la mirada hacia su plato. ¿Qué estaba insinuando la mujer? ¿Estaba tratando de hacer que Skye se sintiese mal o que se diera cuenta de cuan sola estaba? No parecía el tipo de cosa mezquina que Nina haría, pero claro, Skye acababa de conocer a la mujer. No había razón para ser herida o atacada. La puerta del cuarto del jurado se abrió y Beck apareció, sosteniendo otra bandeja. Su larga y fuerte figura bloqueaba la entrada y la iluminación en lo alto proyectaba sombras dramáticas en su feroz expresión. Parecía como si debería estar cargando una espada y un escudo, como si estuviera saliendo en su caballo a asesinar al dragón, no que estuviera entrando a un salón para servir a seis personas un plato de comida. Beck dio un paso al frente, seguido de Winslow, quien se apresuró hacia adelante para colocar los platos frente a los jueces.

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Mientras Win servía, dándole a Nina un guiño clandestino y una sonrisa mientras depositaba su plato, Beck empezó a hablar. —El siguiente plato es una ensalada de verduras amargas 24 con un asado de morillas25 y una vinagreta de bacon y sidra caliente. Quería hacer algo un poco duro y ácido para simbolizar mi niñez después de que perdiera a mis padres. Se detuvo un momento y Skye se congeló con el tenedor a medio camino hacia su boca abierta, sus ojos se clavaron en la cara de Beck. Él mantuvo la mirada fija al frente, con la barbilla levantada y los hombros hacia atrás, como si estuviera dando un informe a su comandante. Pero había fisuras en su imperturbable máscara, que ella vio, y un dolor compasivo estremeció todo su cuerpo del mismo modo que puso atención a sus siguientes palabras. —Mis padres fueron Hal y Lisa Beck. Mi padre conducía un camión para la ciudad; mi madre era enfermera. Volviendo al pasado, supongo nunca tuvimos mucho cuando era pequeño, pero no lo noté porque nos teníamos los unos a los otros. Todo cambió cuando tenía ocho años. La mirada de Beck encontró a Skye, y sintió una sacudida cuando sus miradas se enlazaron. —Ese fue en que el terremoto azotó en Loma Prieta26, Oakland. Mis padres estaban en el puente cuando se derrumbó. Un tenedor hizo un ruido estrepitoso contra un plato y alguien hizo un compasivo ruido de choque, pero todo lo que Skye podía ver era la imagen de Beck como un niñito, repentinamente solo en el mundo. —No tenía otra familia, así que entré en el sistema de adopciones. No sé si era la Regla de Seis o tal vez el hecho de que estaba enojado con todo el mundo, pero me reacomodaron un montón de veces hasta que finalmente tuve la edad para salir del sistema.

Verduras amargas: Son hojas verdes mezcladas de una variedad de verduras para ensalada con un sabor amargo, como la col rizada, mostaza, col, escarola, achicoria, o espinaca. 24

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Morillas: Hongos o setas Morel.

Loma Prieta: El gran terremoto que azotó la Bahía de San Francisco (California) el 17 de octubre de 1989, también llamado terremoto de Loma Prieta. 26

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Él había tenido dieciocho años cuando Skye lo conoció… recién estaba por su propia cuenta y viviendo en una casa a medio camino que él nunca le había dejado ver. Dios, Henry… Aclarándose la garganta, él apartó la mirada como si no pudiera aguantar la compasión en sus ojos… o tal vez tenía miedo de que ella estuviera a punto a estallar en lágrimas. Skye contuvo las lágrimas. Si él podía ser lo suficientemente fuerte para pararse ahí y contar la historia de su vida, ella sin duda alguna podía conseguir escucharlo sin lloriquear. —Hay ortigas silvestres y hojas verdes de diente de león en la ensalada porque empecé a rebuscar comida cuando estaba en cuidado adoptivo. Me gustaba estar solo y a veces los lugares donde me estaba quedando no eran lugares en que los deseaba pasar mucho tiempo. Así que salía, daba largos paseos, y cuando tenía hambre, encontraba algo que comer. Espero que les guste. Y sin otra mirada a Skye se fue, rompiendo el hechizo paralizante que su historia había tejido alrededor de ella. Recogiendo de nuevo su tenedor, Skye pinchó unas hojas de dientes de león, ahora marchitas por el aderezo. Ella se aseguró de coger un pedazo de bacon crujiente y tuvo que cerrar sus ojos para probar el complicado sabor agridulce del vinagre de sidra explotando en su lengua. Las hojas eran más ligeras, un contrapunto herbáceo con sabor a tierra para el ácido del aderezo y el sabor a humo y sal del bacon. Ella estaba al extremo opuesto de la mesa de los jueces por una razón, no podía oír ninguno de sus comentarios, no tenía idea de cómo estaban reaccionando a ese plato. Pero si no lo probaban y sentían la conexión entre los complicados sabores y el pasado de Beck, ella perdería todo el respeto por ellos. Se comió hasta el último bocado y deseó tener una masa de pan crujiente para saborear el resto del aderezo del bacon. —Cuando Winslow me dijo por teléfono cuál era el desafío —dijo Nina en voz baja, empujando su plato—. Admito que me puse un poco nerviosa. Pero ahora… Skye se rió bajo. —¡Ahora soy yo la que está nerviosa! Quiero decir, sabía que su comida sería estupenda, pero parte del desafío es acerca de la historia… y nunca pensé que Beck iría así de profundo.

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Nina ladeó su cabeza como una gaviota curiosa. —Win mencionó que el plan original era muy diferente a lo que terminaron ejecutando. Me pregunto qué hizo que Beck tomase esta ruta. Un temblor pasó rápidamente por su columna. Había una sola razón en la que ella podía pensar… pero no, no había tenido que ver nada con ella. ¿No? Beck y Winslow aparecieron con el siguiente plato, salvándola de tener que responder a la no-tan-sutil pregunta de Nina. Esta vez, sin embargo, le dio una mirada al plato que Win colocó frente a ella y supo que estaba a punto de perder su batalla con las lágrimas que habían estado amenazando con brotar desde el primer plato.

** * Beck no pudo evitar esperar por la reacción de Skye ante el tercer plato. Él ni siquiera sabía si ella recordaría… pero entonces sus ojos se abrieron de par en par y se quedó mirando fijamente el plato de tajadas de pato asado sobre una capa de cebolletas, y la vio apretar su tenedor con más fuerza hasta que la plata tenía que estar cortando su palma. Ella recordaba. El saber eso hizo más fácil hablar. —Esta es una versión actualizada de algo que solíamos hacer todo el tiempo cuando tuve mi primer apartamento, un pequeño lugar sobre una tienda de comestibles en Chinatown. En aquel entonces, compraba el pato asado al carnicero de la esquina, pero Winslow y yo lo asábamos y lo dejábamos sazonarse antes de guisarlo. También lo cubríamos con un glaseado de salsa de jengibre hoisin. Para mí, el plato representa el hogar, comodidad, calidez, es de una época de mi vida cuando era feliz. Skye levantó la mirada y él logró una buena visión de su cara. Sus mejillas estaban húmedas, y sus ojos azules encharcados dejando pasar las lágrimas, pero estaba sonriendo mientras tomaba un pedazo. Ahora viene la parte difícil. —Hay una dulce y ácida salsa con pimiento rojo y cáscaras de naranja endulzadas y es un contrapunto picante y desafiante para los sabores simples y hogareños del pato. Porque no todo en mi vida fue perfecto durante esos años. Skye dejó de comer y la vio agarrar firmemente su servilleta como si fuera un salvavidas, pero él necesitaba que esto se llevara a cabo.

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—Nos casamos jóvenes y ninguno de nosotros tenía mucho cuando empezamos. Y cuando mi esposa quedó embarazada, sabía que tenía que hacer algo para hacerme cargo de mi familia. Tenía un trabajo como cocinero en una cafetería abierta las veinticuatro horas al día, pero el salario era pésimo y necesitábamos seguro médico. La única forma en la que pude pensar para ayudar a mi familia involucraba dejarlos, dejar a mi esposa sola, por un largo tiempo… ella no quería que me fuese. Pero me fui de todas formas y así terminamos. —Se detuvo, obligándose a mirar a Skye a los ojos—. Al menos, terminó esa fase de nuestra relación. Ella estaba totalmente inmóvil y él dejó que sus ojos se deslizaran lejos de la intensidad láser de su mirada. A lado de ella, Nina le dio un ligero asentimiento con la cabeza. Sus ojos también estaban un poco húmedos, notó él. Los jueces parecían mantener la calma mejor. Devon Sparks tenía una cara seria y contemplativa mientras mojaba una de sus tajadas de pato en la salsa. Kane y Claire tenían sus cabezas inclinadas, murmurando sus observaciones acerca de los sabores, supuso él. Win lo codeó. —Creo que les cae bien. A todo el mundo le gusta ese pato. —Sólo quedan dos platos más —dijo Beck, sus ojos volvieron a Skye. Dos platos más para resumir las peores emociones de una vida. Él sólo podía esperar que su mensaje fuese comprendido por Skye.

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Capítulo 28 Traducción SOS por Susanauribe, Naty y LizC Corregido por Clau12345

E

l siguiente plato era el principal, una preparación más sustancial, compleja y estructurada hecha para simbolizar los años de Beck en la marina.

A Skye le tomó un momento sacar su mente de la profunda piscina de recuerdos en los que él la había lanzado con ese último plato, pero no quería perderse un instante de las revelaciones de Beck. —Durante mis cinco años de servicio, vi un montón de lugares sorprendentes, conocí hombres y mujeres increíblemente dedicados y me acostumbré a dormir en una cama que era de la mitad de mi tamaño. La Marina me enseñó sobre disciplina, trabajo duro y depender de un equipo. ¿Cocinar en un submarino? Me enseñó que no soy un gran fan de los espacios pequeños y encerrados. Pero, más importante, me enseñó que quería ser chef. Mirando su plato, Skye se dio cuenta que se había saltado la descripción del plato. Era pescado, lo cual tenía sentido, un firme pescado blanco que tenía una dulzura sutil y salobre cuando lo probó. El pez (¿tal vez un lubina?) había sido envuelto en finísimas rodajas de patatas, fritas en aceite, dándole a la patata un hermoso color dorado crujiente que contrastaba hermosamente con el suculento pez. Se asentaba sobre una cama de espárragos asados rociados con infusión de albahaca al aceite de oliva, lo cual le daba a todo el plato un trasfondo afrutado y redondo. Los sabores eran fuertes, incluso masculinos, pero con una precisión en la ejecución que impresionaba irremediablemente a Skye. —Esto es sorprendente —no pudo evitar murmurar mientras Beck y Win dejaban el plato para moverse hacia el siguiente.

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Nina asintió pensativamente y comió con su tenedor el último trozo, persiguiendo un chorro de aceite de albahaca. —Beck es un chef excepcional, pero nunca lo he visto cocinar así. Debe estar sintiéndose bastante inspirado. Lo que Skye estaba sintiendo era abrumador. Por primera vez, se cuestionó su decisión de cocinar y ser juzgada de segunda. Después del siguiente plato de Beck, tendría que levantarse de esta mesa, donde había aprendido más en una hora sobre el hombre con el que se casó, que en los dos años que habían vivido juntos y se dirigiría a la cocina por su oportunidad de ganar la competición del RSC. Tenía que volver a poner su cabeza en el juego. —Él quiere ganar esto —le dijo a Nina. También quería recordárselo a sí misma—. Por ti y tu familia. Beck es muy leal. —Lo es —Nina estuvo de acuerdo—. Pero no creo que eso sea lo que enciende el fuego bajo él hoy. Detente, Skye quería gritar. Todo el menú de Beck no es por mí. No puede serlo. Pero después de la manera en cómo ella había terminado las cosas esta mañana, no pudo evitar preguntárselo. Y el no saber, no estar segura, queriendo creer pero no siendo capaz, era una tortura. —Henry Beck es un bueno chico —dijo Nina, girándose para fijar a Skye con una mirada estrecha—. Ha hecho mucho por mi familia y por supuesto estamos agradecidos. Pero más que eso, se ha vuelto uno de nosotros. Amo a ese chico, Skye, como si fuera mi hijo. Lo cual significa que me gustaría tenerlo conmigo para siempre, pero que lo que más quiero para él es que encuentre su lugar en el mundo. El lugar donde pueda ser feliz. Y después de hoy, creo que ese lugar puede ser contigo. Su esposa. Oh Dios. Todas las emociones que Skye se las había arreglado para tapar después del plato del pollo Peking, volvieron corriendo, haciendo que sus manos temblaran y su pecho se sintiera demasiado apretado para tomar una simple respiración. —No he sido su esposa en una manera que importe desde hace tiempo. —Su voz estaba rota, cortada y Nina alzó una ceja de manera escéptica. —Sí. Parece que lo has superado completamente.

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—Eso no es lo que dije —espetó, luego se maldijo mientras la otra ceja de Nina se emparejó con la primera. Dejando caer su cabeza en sus manos, Skye gimió. —Dios. Esto es un desastre. —Puedes verlo como un desastre o como un problema que necesita ser resuelto — señaló Nina razonablemente—, o puedes verlo como la increíble segunda oportunidad que es. Depende de ti, supongo. —Nada depende de mí —siseó Skye—. No es como si Beck se hubiera declarado, o me hubiera pedido seguir casada con él o algo parecido. ¿No había estado a punto de hacerlo? Skye hizo una pausa, su aliento se quedó atrapado en el recuerdo del rostro de Beck encendido con lo que se parecía mucho a la esperanza y una pregunta en sus labios, en el instante antes de que Jeremiah regresara a su vida. Skye se desinfló como si alguien la hubiera pinchado con un tenedor. —No. —Negó con su cabeza, sus hombros caídos—. Él no me quiere de vuelta. Lo arruiné al no decirle la verdad sobre… algo. —Evadió, en verdad sin querer decirle toda la sórdida historia de su relación abierta a la mujer que Beck veía como su figura maternal—. De todos modos, le dije a Beck que se acabó lo de nosotros. No tiene razón para dudar eso. —Sin razón para dudarlo, tal vez. —Nina alzó la mirada hacia el frente de la habitación mientras la puerta se abría por última vez—. Pero tal vez tiene una razón para intentarlo y hacerte cambiar de opinión. El pulso de Skye se aceleró y concentró toda su atención en lo que Beck diría a continuación, esperando respuestas, pistas, alguna idea de lo que él quería de ella. Y por primera vez desde que conoció a Beck, él lo soltó, palabra por palabra… y todo el mundo de Skye se volvió patas arriba.

*** Último plato. La última vez que estaría allí y se evisceraría frente a seis personas, cuatro de ellas básicamente extrañas.

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La última oportunidad de decirle a la mujer que no era exactamente una extraña lo que significaba para él. Beck tragó una oleada de nervios de once horas y le entregó su bandeja a Winslow para servir. —Quería darles algo para redondear la comida, pero no soy un chef pastelero. Winslow, aquí, tiene un poco de experiencia así que me ayudó con esto. Y eso es parte de lo que se trata este plato, es una guarnición de queso con uno de mis quesos franceses favoritos, Epoisses y una tarta de higo caramelizada. Definitivamente necesité la ayuda de Winslow para terminar esto y es un buen ejemplo del tipo de apoyo con el que cuento en la Taberna de Lunden. Las personas con las que trabajo allí… Beck hizo una pausa, sorprendido por la forma en que su garganta seguía apretándose. Frunció el ceño y tosió, luego lo empujó, sin querer hacer mucho contacto visual con Win cuando dijo esta parte. —Mis amigos. Mi familia, supongo. Eso es lo que he encontrado en Lunden y es por eso que quiero tanto ganar esta competición. Por ellos. Para demostrarles cuán agradecido estoy porque me aceptaran y me tomaran, para decirles que pueden contar conmigo tanto como puedo contar con ellos. Él miró hacia arriba y atrapó a Nina poniendo una servilleta en la esquina de su ojo y se sintió como una mierda. No quería hacerla llorar. Pero cuando Win se movió a su lado de nuevo, con todo su metro sesenta y cinco de él vibrando con emoción, Beck se distrajo tratando de evitar que el chico lo ahogara con un abrazo. La refriega hizo que los jueces rieran, así que eso estuvo bien incluso, supuso Beck, aunque hizo que sus mejillas ardieran con vergüenza. —Yo también te quiero, hombre —murmuró Win, moviéndose hacia atrás y gimoteando—. Ahora trae este bebé a casa. Beck asintió, esperando que todos tomaran un mordisco. Él sabía lo que estaban experimentando, la esencia fuerte y caustica del queso casi caliente y derretido y la manera cómo se volvía salado y con sabor a nueces tan pronto como caía en la boca junto con la tarta de higos. —Este plato es acerca de cómo los polos opuestos se atraen —dijo Beck—. Una buena pareja, para mí, no es poner juntas las cosas obvias. Es encontrar dos sabores que saquen lo mejor del otro, tal vez resaltar elementos en cada uno que no existían cuando estaban solos. El hojaldre y la fruta oscura del relleno se

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ponen más brillantes con el queso; mientras que el queso, el cual puede ser arrollador por sí solo, se derrite tan pronto como lo tocas con el higo. Claire Durand estaba asintiendo, Beck la vio por la esquina de su ojo, lo cual fue un alivio, pero la mayor parte de su atención estaba puesta en la reacción de Skye. Se le estremeció todo el cuerpo, visible incluso desde unos cuantos metros de distancia, e inclinó su cabeza sobre su plato. Él no sabía qué significaba eso, pero tenía que terminar esto. Visto a través de todo el camino hasta el final, incluso si no funcionaba. Con la voz tan áspera y ronca como si hubiera gritado cada palabra al vacío, Beck dijo obstinadamente—: Ellos están hechos el uno para el otro. Ellos están enteros y completos cuando están juntos. Y así es como me siento sobre ti, Skye. Sobre nosotros. Ante la mención de su nombre, la cabeza de Skye se levantó de golpe, con sus ojos desorbitados y azules como el océano. Su cara estaba desprovista de todo color; incluso sus temblorosos labios estaban pálidos y Beck tuvo que obligarse a continuar. Vamos, hombre. Ésta es la última hora de la Batalla de las Estaciones, sólo tienes que empujar a través de la última inundación y los ejercicios de control y estarás al otro lado de esto. Presiona. Presiona. Ignorando la forma en que las cabezas de los jueces estaban todas girando para mirar debajo de la mesa, ignorando sus miradas de confusión, curiosidad, interés, lo que fuera en sus caras, Beck estrechó su concentración sólo hacia Skye. La miró a los ojos y le habló como si fueran las únicas personas en la sala. —Sé que no soy lo que tus padres tenían en mente. Y sé que te he decepcionado, herido y que te dejé sola para tratar con la peor cosa que le pudo haber pasado a cualquiera de nosotros. Continuaste después de que te dejé, y… —se debatió un poco, aquí. Arriba hombre, Beck. —Y estoy bien con eso. Quiero decir, lo entiendo. Habíamos terminado y estoy contento de que encontraras alguien que te hiciera feliz. Él es probablemente perfecto para ti en todos los aspectos —inteligente, culto, amante de la paz y de las buenas acciones y todas esas cosas hippies que tú amas— y si decides quedarte con él, lo entenderé.

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Sus labios se separaron, pero nada salió. Beck enderezó sus hombros, negándose a romperse. —Pero pienso que deberías escogerme. Porque no somos perfectos el uno para el otro en papel; puedo ver eso. No hay razón lógica por la cual debamos funcionar… pero lo hacemos. Tú sabes que lo hacemos. Y te lo estoy diciendo ahora, Skye, te amo. Y no estoy listo para dejarte ir. Sus ojos se cerraron y ambas manos subieron para palmear su boca. Cuando sus hombros empezaron a temblar, Beck no sabía qué hacer. Le envió a Nina una agónica mirada y ella inmediatamente puso su brazo alrededor de los encorvados hombros de Skye. Skye giró su cara en el cuello de Nina y se aferró, del modo en que Beck había querido hacer un par de veces. La forma en la que él medio quería que pudiera ser cierto ahora mismo, con todo su futuro en las delgadas y pecosas manos de una mujer que parecía estar sollozando su corazón. Tenía que salir de aquí. Sin otra palabra hacia los jueces o una mirada atrás, Beck salió. Winslow lo alcanzó mientras empujaba a través de las puertas de la cocina. —Bueno, eso estuvo bien —dijo Win brillantemente. Beck le lanzó una mirada mientras se movía en piloto automático para empezar a guardar sus cuchillos. —No, de verdad. —Win enganchó sus delgadas caderas sobre el mostrador y balanceó sus piernas—. Ella te escuchó, hombre. Eso es lo que cuenta. Beck se inclinó sobre la mesa, respirando profundamente, la cabeza entre sus hombros. Win estaba en lo cierto. Él había dicho su parte y Skye lo había oído todo. Lo que ella decidiera hacer con eso ahora dependía de ella.

*** Tomó tanto la ayuda de Nina como la de Eva Jansen conseguir que Skye saliera de la sala de jueces, pero necesitaba un minuto para recobrarse y los jueces necesitaban terminar sus notas y discutir los platos de Beck.

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Así que Skye puso su respiración bajo control y trató de no morir de la vergüenza ya que acababa de llorar abiertamente en frente de las personas que pronto decidirían su destino en la competición. No era que la RSC y quién ganara o perdiera pareciera importar terriblemente mucho, después de todo lo que Beck había dicho. —Vamos, tráela aquí —dijo Eva, haciéndoles señas por el pasillo hasta una sala de conferencias vacía. Nina, quien todavía tenía un suave y maternal brazo a su alrededor, ayudó a Skye a acomodarse en una silla mientras Eva fue a buscarle un vaso de agua. —Lamento ser así —resolló, todavía faltándole el aire y sintiendo su diafragma saltar como si hubiera estado haciendo una de esas posturas de yoga donde todo el peso de su cuerpo era soportado por sus abdominales. —¿Así cómo? ¿Como un humano con emociones? Cariño, no lo sientas. Estás bien. Me habría sentido mal si no llorabas, después de todo eso. Señor Todopoderoso. —Nina sacó otra silla de la parte superior de una pila apoyada contra la pared y se sentó en frente de Skye, lo suficientemente cerca para acariciar su rodilla. —Sí, emociones —hipó Skye—. Las tengo. Y este último par de semanas, han estado por todo el lugar. Dios. Eva reapareció en el umbral, seguida por una muy bienvenida Fiona, con cara preocupada. Estúpidamente, Skye se sintió derrumbarse de nuevo cuando le tendió los brazos a su mejor amiga. —Santa madre de Dios, ¿qué pasó? —preguntó Fiona, corriendo a abrazar a Skye. Skye se hundió en el familiar olor de pimienta, aceite de lavanda y sollozó patéticamente. —Nada. Excepto que Henry Beck es el más asombroso, maravilloso hombre en el mundo y sucede que me ama. Y estoy bastante segura que sólo le di la impresión de que no estaba feliz por eso. Las lágrimas amenazaron de nuevo ante el pensamiento, pero Fiona no era tan maternal como Nina. Fiona le dio a Skye una firme sacudida y una estrecha mirada.

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—Oye, deja eso. Respira. Dime qué está sucediendo, así puedo ayudarte a solucionarlo. —Lo que está sucediendo es que Skye tiene una elección que hacer —dijo Nina calmadamente. —Y, no quiero ser una perra sobre eso —interrumpió Eva, sonando apologética—, pero sería mejor si lo haces rápidamente. La competición de cocina está lista para ti y voy a necesitar empezar tu cronómetro pronto si quieres tener las cinco horas de cocción completas antes de la decisión del jurado a las seis. Skye se incorporó y aceptó el pañuelo que Fiona sacó de uno de los muchos bolsillos que recubrían sus pantalones verde oliva. —En otras palabras —dijo Skye, sonando su nariz—, necesito conseguir un asidero. —Ésa es mi chica —dijo Fiona, golpeándola en la espalda. Levándose, Skye recogió su salvaje cabello apartándolo de su cara y lo aseguró en un desordenado moño. Estremeciéndose de miedo, amor, asombro y gozo que aún corrían a través de ella, pero estaba aprendiendo a respirar alrededor de ellas. —Vamos a cocinar. —Fiona se dirigió a la puerta, pero Skye tomó un momento para apretar a Nina Lunden hacia ella una última vez. —Gracias —susurró en el oído de la vieja mujer—. Estoy increíblemente contenta de que Beck te encontrara a ti y a tu familia. —Nosotros también —dijo Nina, retrocediendo para darle a Skye una mirada significativa—. Y siempre estaremos ahí para él, de la manera en que una familia debería estar. Pero no somos todo lo que Beck necesita. Con la garganta inquietamente cerrada, Skye apretó sus labios y asintió. El futuro se extendía frente a ella, un futuro que nunca había pensado que pudiera tener. Era más difícil de lo que nunca hubiera imaginado y más aterrador, extender sus manos y tomarlo. —Vamos —dijo Fiona, la impaciencia haciendo su voz firme—. Tenemos una competición que terminar. Nina le dio a Skye una sonrisa alentadora y Skye asintió de nuevo.

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Beck se había abierto y la había invitado a entrar en su cálido y vivo corazón. Le había dado una opción... ahora le correspondía a Skye luchar finalmente por lo que quería.

*** Él nunca había pensado que fuera posible, considerando cómo terminó, y con la incertidumbre, que Beck sintió después de la decisión del jurado, pero tan pronto como él y Win limpiaron la cocina y volvieron a sus habitaciones, Beck se desmayó. Las noches de insomnio y las madrugadas finalmente lo alcanzaron y durmió sus emociones durante toda la tarde. Su alarma interna lo despertó a tiempo para ducharse y cambiarse antes de que tuviera que ir de nuevo a la cámara de juicio para el desafío final de Skye. Ya temiendo entrar en esa sala de nuevo y encontrarse cara a cara con los jueces, Beck estaba todavía en la ducha cuando oyó la puerta de la habitación abrirse. —Beckster, ¿estás listo? —Preguntó Winslow—. Te he traído un café del Blue Bottle. Beck cerró la ducha y se secó rápidamente antes de ponerse un par de pantalones vaqueros. —Gracias, hombre —dijo, saliendo del cuarto de baño—. Necesito esto. —Esto, también, ¿no? —Win le lanzó la camiseta negra limpia que había estado extendida en la cama a la cabeza y Beck la atrapó con una sola mano. Se la colocó, casi escaldándose con el café caliente en el proceso y se sentó en el extremo de la cama para ponerse las botas. —¿Cómo te sientes? —preguntó Win, casualmente, como si la respuesta no importara mucho. Beck escondió una sonrisa. A él le gustaba que Win no fuera el hombre más sutil y astuto alrededor. Lo hacía más fácil de llevar, más fácil de confiar. Se inclinó para atarse los cordones y le dijo—: Antes de la Marina, solía odiar dormir durante el día. Siempre me despertaba aturdido, el reloj de mi cuerpo todo confundido. Sin embargo, la Marina me enseñó a conciliar el sueño cuando y donde pudiera.

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Miró a Win, quien parpadeaba. —Guau. Cuando decides comenzar a compartir, realmente vas en serio, ¿no? Beck se encogió de hombros. Era algo así como apretar un interruptor, pensó. No es que pensara ir por ahí soltando cualesquiera que fueran sus intimidades las veinticuatro horas, los siete días, pero ¿ahora que había roto el sello? No era tan difícil abrir la boca y soltar algo personal. —Así que... —Win clavaba la punta de su zapatilla deportiva blanca en la muy tupida alfombra—. No me gusta empujar mi suerte, pero... —No, no lo haces. —Beck se puso de pie y pateó el suelo para conseguir que las botas se ajustaran correctamente—. Vives para empujar tu suerte. —Está bien, tienes razón. Lo hago. Así que ya que soy el Sr. Prepotente, ¿cómo te sientes, de verdad? No acerca de la siesta, de volver allí. Beck agarró su chaqueta de chef, sin estar seguro de si se suponía que debía usarla para el juicio o no. —Como que si no salimos, vamos a llegar tarde. —Win se desinfló un poco y Beck puso los ojos en blanco y se hundió—. Y también un poco nervioso de estar cara a cara con los jueces de nuevo. Animándose de nuevo, Win asintió y bebió un sorbo de café, los ojos brillantes por encima del borde de la taza de papel. —Correcto, porque han visto tu centro blando y pegajoso. —Bien, ahora estás realmente empujándola. Win se rió y salió corriendo de la habitación antes de que Beck pudiera hacer algo más que mirarlo ferozmente. Pero estaba serio de nuevo para el momento en que Beck cerró la puerta detrás de él. —Me gustaría poder ir allí contigo. De ese modo, podría evitar que ataques a ese tipo que va a estar allí por Skye. Jeremiah lo-que-sea. Beck llegó a un punto muerto en el centro de la sala, su mente limpiando cualquier pensamiento más allá de: Oh, mierda. —Cristo. Voy a tener que sentarme a través de los cinco platos de Skye junto a Jeremiah Raleigh. El hombre que Skye iba, muy probablemente, a elegir por encima de Beck.

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Win hizo un sonido de simpatía. —Lo sé. Lo vi hace unos minutos en el vestíbulo y no me gusta decirlo, pero el muchacho está muy bien. Eso hizo que Beck se moviera de nuevo y Win se apresuró para alcanzarlo. —¡Aunque, no es tan ardiente como tú! Obviamente. Además, estoy bastante seguro de que podrías patearle el trasero, si se reduce a una pelea. —No lo hará. —Beck maldijo cuando abrió la puerta de la escalera y mentalmente agradeció a Eva Jansen una vez más por ponerlo a él y Win en el piso de habitaciones más bajo posible del hotel. Cuanto más corto fuera el paseo en ascensor, mejor. Él definitivamente no le lanzaría un puñetazo a Jeremiah Raleigh. Beck estaba más allá de tratar de empujar al mundo a seguir el camino que él quería. Ya fuera que Skye hubiese oído lo que Beck le dijo y quisiera lo mismo que él, o... no. Indispuesto a enfrentar el enorme abismo que se abrió en su interior cuando pensó cómo luciría su vida sin Skye en ella, Beck apretó el paso y consiguió llegar hasta el nivel de la sala de conferencias del hotel en un silencio casi total y con diez minutos de sobra antes del momento en que se suponía que el juzgado oficialmente comenzaría. Y allí, en el pasillo fuera de la sala de los jueces, se encontraba Nina Lunden. Win rebotó hacia ella y le echó los brazos alrededor, dándole un sonoro beso en la mejilla. Nina le devolvió el abrazo, pero sus ojos fueron sólo para Beck. —Oye, voy a ir a buscar al conserje para llamar a un taxi para ti, Nina —dijo Win, retrocediendo el camino por el que acababa de llegar—. Sé que tienes que tomar un vuelo. Y luego Win se había ido y estaba solamente Beck, solo en el salón con la mujer que lo había hecho parte de su familia. Sentía la garganta reprimir las palabras que quería derramar: gratitud por su vuelo hasta aquí, sólo para estar ahí para él, por la forma en que siempre había hablado con él y lo aceptaba, por ayudar a Skye antes, cuando se vino abajo. Pero cuando Nina se adelantó y agarró sus manos, todo lo que Beck pudo decir fue su nombre. —Nina.

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Dándole a sus dedos un apretón, ella dijo—: Me gustaría poder quedarme y ver cómo resulta todo esto, pero tengo la sensación de que ya lo sé. Y tengo que volver a casa; sin mencionar a qué habrá convencido a los chicos ese obstinado marido mío para salirse con la suya. Tal vez había pulsado de nuevo el interruptor, pensó Beck, porque fue más difícil de lo que esperaba agacharse para darle un abrazo y decir—: Significa mucho para mí que hayas venido. Él sintió la sonrisa de ella sobre su hombro. —Bueno, tenía que conocer a esta Skye Gladwell, ¿no? Tenía que asegurarme de que ella fuera lo suficientemente buena para ti. —¿Y? Nina dio un paso atrás y le dio una sonrisa acuosa. —Es una chica dulce, Beck. Un poco confundida y la vida le ha dado algunos buenos golpes que la desestabilizaron; pero si es tan inteligente como creo que es, ella va a hacer que las cosas marchen de nuevo rápidamente. Suprimiendo una punzada de decepción de que Nina no pareciera tener ninguna información sobre lo que había decidido Skye, Beck le dio a las manos de Nina un último apretón y miró a la puerta de la cocina cerrada al otro lado de la sala de la cámara de juzgar. Skye estaba allí, mirando al reloj marcar a distancia los pocos momentos finales de su último desafío en la competencia del Rising Star Chef, probablemente corriendo para tener sus platos limpios, bonitos y listos para presentarlos a los jueces. Podría ir allí en ese momento, pedirle que eligiera de una vez por todas, pero ya lo había jodido con ella lo suficiente por un día. Por primera vez, Beck se preguntó si había sido excesivamente injusto de su parte descargar todas esas cosas en ella justo en el medio de la prueba final. Mierda. Esperaba que no la hubiera presionado demasiado. Él no quería ganar por haber socavado su competencia con confesiones de amor y devoción eterna. Él quería ganar, porque finalmente había encontrado la manera de cocinar con el corazón.

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Pero entonces, eso era algo que Skye siempre había sabido instintivamente cómo hacer. Ella se había dejado llevar por su corazón desde el momento en que la conoció. ¿Qué era lo que su corazón le decía ahora? En pocos minutos, lo sabría.

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Capítulo 29 Traducido por carmen170796 Corregido por katty3

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or supuesto. Por supuesto maldita sea, que a la primera persona que Beck vio cuando le dijo adiós a Nina y entró a la sala de los jueces fue a Jeremiah, jodido Raleigh. El héroe.

Ya sentado en la segunda silla al extremo, donde Nina había estado, Raleigh tenía sus codos sobre la mesa y su cabeza, color rubio oscuro, inclinada sobre sus manos. Beck observaba al chico, se veía incómodo. Fuera de lugar con su chaqueta de lona y camiseta desteñida, sentado en esa mesa hermosamente preparada, con sus copas de cristal y platería pulida y fina vajilla. Beck sintió una punzada de empatía completamente inoportuna. Retrasando lo inevitable, avanzó hacia el extremo de la mesa de los jueces dando grandes zancadas y estiró su mano. —Cual sea el resultado de hoy día… —dijo, sacudiendo la delgada mano de Claire Durand—. Gracias. Ha sido un honor cocinar para ustedes. —He disfrutado mucho los platos de este año —dijo ella—. De hecho, no estoy segura de que alguna vez hayamos tenido un mejor par de finalistas. Sinceramente, nosotros deberíamos agradecerte. Beck sonrió y también estrecho la mano de Devon Spark, pero cuando llegó a Kane Slater, el tipo lo miró directo a los ojos y dijo—: Tu comida fue estupenda, pero siempre recordaré lo que dijiste, también… sobre cómo algunas cosas que no parecen que vayan bien juntas se unen y hacen algo asombroso y nuevo. — Lanzándole una mirada de reojo a Claire Durand, quien tenía sus mejillas ligeramente sonrojadas, Kane terminó diciendo: —Me inspiraste, amigo. ¿Te enojaría si usaría lo que dijiste en una canción?

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Se sorprendió al encontrarse riendo. —No, amigo. No me enojaré; estaría encantado. Soy un gran fan de tus canciones. Kane abrió los ojos de par en par de placer por la sorpresa. —¿Nada de mierda? Bueno, eso es genial. —Oh, consíganse un cuarto, ustedes dos. —Eva Jansen se acercó a la mesa de los jueces—. No es en serio, es tiempo de empezar. ¿Chef? ¿Le gustaría tomar asiento? La boca de Beck se secó. A él no le gustaría sentarse, muchas gracias, pero no tenía otra opción. Se sentó. Jeremiah Raleigh le dio una sonrisa tensa y se removió incómodo en su silla como si hubiese estado sentado ahí el suficiente tiempo como para que su trasero se le adormeciera. Era probablemente inmaduro e insignificante alegrarse por eso, decidió Beck, pero que así sea. Él nunca había afirmado ser heroico, a diferencia de chicos que él podía nombrar. Y Luego se sintió una mierda, así que estiró su mano una vez más y dijo—: Me alegra que pudieras lograrlo. Lo cual era verdad, por más que Beck pudiese desear eliminar al chico, dado que su existencia era obviamente importante para Skye, le agradaba a Beck que Jeremiah estuviese ahí para apoyarla. Jeremiah parpadeó como si le sorprendiera recibir el último apretón de manos en lugar de un ojo negro. —Gracias. Quería estar aquí para ella ésta vez; supongo que desperdicié un montón de oportunidades para demostrarle que me importa. De nuevo era reacio a sentir empatía por él. Beck lamentó un poco que al conseguir lo que él quería le estaría arrebatando a este tipo de apariencia triste, la más maravillosa mujer en el mundo. Por supuesto, no había garantía de que sucedería de esa forma. Y si lo que decidía Skye era que Jeremiah Raleigh la haría feliz, entonces Beck quería eso para ella. Aun cuando eso apestaría para él. Beck limpió su mano en sus jeans y trató de pensar en algo más que decir. Era un poco como masticar vidrio, pero se las arregló.

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—Mira. Estoy seguro de que Skye comprende por qué pasas tanto tiempo lejos de ella. Ella te llamó “heroico” cuando habló sobre lo que haces ahí afuera con el Cuerpo de Paz. No es como si estuvieras en las Vegas apostando en carreras de caballos o algo así. No es como si la dejaste cuando estaba sola y embarazada para marcharte y hacer algo que ella odia, como pelear. Pero Jeremiah lo estaba mirando extrañado. —Gracias, amigo. —Después sacudió su cabeza y soltó una risotada—. Ahora tiene más sentido. No lo entendía antes. Antes de que Beck pudiese preguntar que tenía sentido, la puerta de la sala de los jueces se abrió y se olvidó de todo excepto el hecho de que estaba a punto de ver a Skye nuevamente por primera vez desde que había soltado que la amaba, en frente de Dios, los jueces, su madre; en cierto modo adoptiva, y todos. Y ahí estaba ella en la entrada, sosteniendo una bandeja pareciendo nerviosa, su color de piel estaba mucho mejor que la última vez que la vio y sus ojos tenían un color azul brillante. Se movió al centro del cuarto con paso rápido, sin dudar y les sonrió a los jueces. Pero aun así, él podía ver que estaba nerviosa. Tal vez era el hecho que su mirada se lanzó al extremo de la mesa, al extremo donde estaban Beck y Jeremiah, sólo una vez. Después de eso, se concentró exclusivamente en los jueces, hablando clara y concisamente sobre su plato y lo que representaba para ella. La pícara mujer de cabello blanco del equipo de Skye colocó un bol de sopa frente a Beck, y él inhalo el calor que emanaba de su superficie pálida. —Este es un caldo de asiago27 con una sorpresa en el medio, un ravioli de calabaza con nuez y mantequilla cocida. Es un sabor ligero, y el ravioli es… bueno, supongo que soy yo, durante mi niñez y adolescencia. Sentía que tenía que esconder quien era, porque mis padres y su círculo de amigos tenían… sólo digamos que tenían ideas muy específicas acerca de qué hacía que una persona valiese la pena, y yo realmente no encajaba. Se encogió de hombros de manera irónica y de auto-rechazo, pero Beck todavía en cierto modo quería esconder algo.

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Asiago: es un tipo de queso italiano.

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Ella se fue sin mirar al extremo de la mesa donde estaba Beck nuevamente, y él trato de no preocuparse por lo que eso significaba. Probablemente significaba que estaba tratando de mantenerse concentrada en el desafío y no meterse en asuntos personales como había hecho Beck. Pero él no la podía culpar por eso. Y una vez que él probó el caldo y la pasta perfectamente estirada con su estallido de sabores otoñales, él no podía culparla por nada en absoluto. —Esto está muy bueno —dijo Jeremiah, bajando la mirada a su plato con lo que parecía ser la verdadera sorpresa. —Sí, ha hecho algo especial. —Beck probó hasta la última cucharada de caldo salado y con sabor a queso—. ¿Nunca ha cocinado para ti antes? —No realmente. —Jeremiah sacudió su cabeza, pareciendo enojado consigo mismo—. Nos conocimos en una fiesta en la casa de sus padres, así que parecía que cada vez que estaba en la ciudad, teníamos que pasar tiempo con sus padres. No lo sé, así es como se desarrolló, no estoy lo suficiente en el país como para molestarme en tener un lugar aquí, así que me alojo generalmente en casa de sus padres. Es muy agradable de su parte, pero cuando Skye está con ellos… ella no es el tipo de mujer que pudiera hacer este plato. Beck sabía a lo que se refería. —Cuando Skye está alrededor de sus padres siempre se reprime. Jeremiah asintió, aun mirando su bol. —Es en parte el por qué le pedí que regresara conmigo a África, quería sacarla de esa casa, lejos de su familia. Eso atravesó a Beck como un arpón, clavándose en su corazón. Él ni siquiera podía discutir con esa opinión; él también había querido romper las cadenas que unían a Skye con sus padres. Pero si ella se fuera a África con este tipo… Beck realmente la perdería. Él sacudió su cabeza para aclarar sus ideas. Maldita sea. Skye no necesitaba ir a África para que Beck la perdiera. La puerta se abrió, y Skye estaba de vuelta, esta vez con una pequeña ensalada de remolachas asadas, pesto de rúcula y brillante gajos de naranja como una joya. —El juego de dulce y picante aquí simboliza la noche en la que di mi primer beso, y todos los besos que siguieron con el hombre que me casé. Beck se la quedó mirando. Él sabía que ella podía sentirlo, porque sus mejillas se volvieron casi tan rojas como las remolachas en su plato, pero seguía sin mirarlo.

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—Quería que este plato fuese audaz, emocionante, un toque de atención para los sentidos, porque así es como me sentí en ese momento de mi vida, como si estuviese despertando por primera vez. El recuerdo de Skye de cómo había estado esa primera noche dio vueltas en la mente de Beck y mientras lo estaba saboreando, la verdadera Skye salió rápidamente de la sala. Lo dejó sin nada más que hacer que probar su plato, Beck dejó que el bocado cítrico de naranja tensara sus papilas gustativas y jugara con la profunda dulzura a tierra de las remolachas asadas. El relleno del pesto tenía un poco de ello, Beck amaba el sabor picante de la rúcula. Ella realmente estaba brillando hoy, cocinando con estilo y vitalidad. Él tragó y se dio cuenta de la verdad. Había una verdadera posibilidad de que él pudiera irse este día sin nada en lo absoluto. Ella fácilmente podría ganar la competición RSC, y después irse a África con Jeremiah Raleigh y dejar a Beck… sin nada. Nada más sabiendo que había resistido y arriesgado todo por la oportunidad de estar con la mujer que amaba. Pinchando el último gajo de naranja, Beck sabía que lo volvería a hacer, si tuviese la oportunidad.

*** Skye regresó a la cocina e inclinó las manos sobre sus rodillas cubiertas por un estampado húngaro, para su ahora, tradicional hiperventilación después de servir. Dios. Ella no había pensado en cuán difícil sería estar de pie a diez metros del hombre que amaba y no ir y saltar sobre la mesa para besarlo hasta morir. —No te voy a decir que respires de nuevo —dijo Fiona, ya amontonando la siguiente ronda de platos sobre la bandeja—. Nunca escuchas de todas formas. ¿Hay algo que pueda hacer que realmente sea útil? —Ya lo estás haciendo —jadeó Skye, irguiéndose para apurarse a revisar los platos antes de que saliesen. La bandeja tenía seis pequeños moldes de hierro fundido, cada uno lleno con gratén de vegetales caliente y cremoso, el queso suizo de encima de un color marrón dorado y burbujeando—. Esto luce grandioso, gracias. —Por supuesto. —Fiona la estudió por un largo momento, y Skye vio la preocupación en los pálidos ojos azules de su amiga—. ¿Vas a estar bien? Skye bajó la mirada al plato, pellizcando una hoja de hinojo de adorno. —Eso creo. El siguiente es el más difícil, pero es importante.

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Su convicción interna le decía que si Henry podía liberarse de una vida de silencio reservado y callado, ella podía compartir un poco de dolor y perdida. —Estaré detrás de ti —le dijo a Fiona—. Sólo dame un segundo. Fee asintió y levantó una de las bandejas, dejando a Skye sola en la cocina. Inclinando su cabeza, Skye se concentró y respiró. Imaginó que respirar le traería calma y serenidad, que la llenaría, pero al mismo tiempo, era consciente de ese agujero negro de dolor en lo más profundo de su ser, una parte de ella que no podía ser tocada o llenada o cambiada. Siempre estaría ahí, sabía ella. Oh, era más pequeño de lo que había sido justo después de que perdió al bebé. Ella podía pasar días sin pensar en ello o notarlo. Pero nunca se iba por completo… y la verdad era que no quería eso. La idea de que algún día pudiera olvidarse la llenaba de horror y miedo que la hacía pararse ahí, respirando profunda e inútilmente, por otro momento. No podía respirar lo suficiente para hacerlo más fácil. —Correcto —dijo en voz alta, alentándose—. Puedes hacer esto. Sosteniendo en alto su cabeza, Skye levantó la bandeja y marchó por el corredor. Fiona ya había colocado los platos en la mesa del jurado, y ella se acercó rápidamente para agarrar la bandeja de Skye. Inmediatamente perdiendo el peso y el fin de la bandeja en sus manos, Skye se encontró retorciendo el cordón que sostenía sus pantalones. Tuvo que obligarse a sujetar sus manos con calma frente a ella. —Lo que tenemos aquí es un gratén de hinojo fresco asado, zanahorias, chirivías, nabos y patatas, con una salsa Mornay y queso Gruyère encima. Por favor sean cuidadosos; los moldes están muy calientes. Esperó hasta que todos mirasen sus gratinados, con sus cucharadas llenas de humeantes de vegetales cubiertos por una salsa de crema, antes de hablar. —Este plato representa la pérdida. Es una comida casera pura, una versión exclusiva de la cacerola que llevas a una familia triste, yo me preparaba muy a menudo, este plato después de que… —Ella tragó, dejando entrar al aire—. Después de que perdiera a mi bebé. Todos los que estaban comiendo se detuvieron, y ella vio a Devon Sparks estremecerse. Odiaba que esta historia le pudiera causar dolor, considerando lo que él y su esposa habían pasado con su embarazo, pero aun así, la mayor parte

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de su atención estaba al otro extremo de la mesa… En Jeremiah, quien nunca había escuchado nada de esto, y en Beck. Más en Beck. Ella lo miró fijamente, y la fuerza de su presencia la ayudó a continuar. —En mi primera ecografía, con cinco meses de embarazo, descubrí que nuestro bebé tenía el Síndrome de Turner, una anomalía en los cromosomas que puede afectar el desarrollo del corazón. No siempre es letal, hay niños con Síndrome de Turner que nacen sanos y crecen felices con vidas normales. Pero en la mayoría de los casos, termina en un aborto. Nuestro bebé no fue uno de los sanos. El silencio en el cuarto era tal que, Skye podía escuchar el recorrido de su sangre y cada latido de su corazón roto. La fiera expresión de Beck nunca flaqueó, pero mientras ella se perdía en sus ojos, vio una sola lágrima brotar y bajar por su mejilla. Él le sonrió, nada más que el más mínimo movimiento en las comisuras de sus labios firmes, pero fue suficiente. Skye levantó su barbilla y miró el resto del cuarto. —Eso fue diez años atrás, y raramente hablo de ello. Algunas veces siento que la sociedad preferiría que lo superara y continuara, como si la pérdida de un niño antes de que nazca no fuese real. Como si no fuese devastador. Pero lo fue. Lo es, y no lo es sólo para mí… Después del aborto, cada vez que me abría acerca de lo que había pasado, conocía a alguien que había pasado por algo similar. Pasa mucho más a menudo de lo que ustedes piensan, en estos días con la medicina moderna y aun mucho más de lo que cualquiera dice. Pero quería dedicar un plato en la comida de la historia de mi vida a mi hija, porque lo que le sucedió a mi hija y a mí fue real. Su pérdida me cambio como mujer, como persona y como chef. Y es hora de que honre eso. Gracias. Ella hizo contacto visual con cada persona detrás de la mesa de la mesa, ella vio simpatía y dolor en la cara de Claire y Kanie, y algo como terror en los ojos de Devon mientras su mano buscaba a tientas su celular que estaba al lado de su plato. Bien, ella esperaba que llamase a su esposa. Eva Jansen parecía impactada, pero no tan impactada como Jeremiah, cuyas ojos marrones estaban abiertos de sorpresa y pena. Y luego estaba Beck, quien tenía lágrimas bajando silenciosamente por ambas mejillas ahora, pero parecía, más que nada… orgulloso. Fiona envolvió su brazo alrededor de los hombros de Skye y le dio un abrazo reconfortante, pero Skye se dio cuenta mientras se giraban para irse… que ella realmente estaba bien.

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Mejor que bien. Se sentía más ligera, de alguna manera. Más pura. —Vamos —le dijo a Fiona—. Casi terminamos.

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Capítulo 30 Traducido por Caami Corregido por kuami

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eck no supo que estaba llorando hasta que se dio cuenta de cuán fría y mojada estaba su cara. Pero después de ver a Skye ponerse de pie recta y derecha bajo el peso de su dolor, no podía estar avergonzado. Sólo limpió sus mejillas con una servilleta y dio otro mordisco a la versión de comida confortable de Skye.

Este era otro de sus platos vegetarianos donde no extrañaba la carne. ¿Qué agregaría el pollo en cubitos a esto, excepto en grandes cantidades? Los pedazos cremosos de patata y almidón de chirivía eran una abundancia sustancial, mientras que otras verduras prestaban un dulzor satisfactorio al rico, y delicioso plato. —Es un poco increíble ¿verdad? —Jeremiah sonaba melancólico, casi como si nunca hubiera apreciado a Skye antes. —Si —dijo Beck brevemente. Qué más había por decir, ¿no? —Desearía… —el otro chico se interrumpió, sacudiendo la cabeza. Beck nunca llegó a saber qué deseaba Jeremiah, debido a que Skye y sub-chef, regresaron con su siguiente plato, y en vez de seis platos individuales, éste salió en una sola olla grande, redonda de cobre, con un montículo de arroz dorado y adornado con conchas de almejas negras. El duendecillo sub-chef de platino dejó la bandeja vaporosa en la mesa mientras Skye pasaba pequeños cuencos cerámicos a los jueces y catadores. —Esta es mi opinión sobre la paella, un plato común español que realmente encarna el espíritu de la amistad, la convivencia y a muchos tipos diferentes de personas que se unen para crear un todo nuevo y maravilloso. En los últimos

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años, mis amigos han sido todo para mí, me ayudaron a encontrarme a mi misma otra vez, y a alcanzar el nuevo sueño que poseo y dirigir mi propio restaurante. Tomó una respiración profunda y visiblemente envió una sonrisa vacilante al extremo de su mesa. Beck observó a Jeremiah devolverle la sonrisa y sintió un escalofrió apoderarse de su cintura. —Este plato está destinado a compartirse entre amigos —continuó Skye en voz baja—. Es informal y comunitario, divertido y delicioso, no debe ser tomado en serio, ni tampoco por sentado. Espero que lo disfruten. Tratando sorprendentemente de dejar ir las cosas que no podía cambiar, y no empujar a Jeremiah de su silla y aplastarle la cabeza, Beck se inclinó y recogió una porción de arroz sazonado y mariscos en su cuenco. Se aseguró de excavar hasta el fondo de la paella, buscando la mejor parte: la tostada, la corteza crujiente que se formaba a lo largo de la parte inferior de la bandeja donde estaba lo más caliente. La paella era tan buena como cualquier cosa que Beck había probado en la costa de España cuando su barco se atracó allí. El sabor del azafrán impregnado sutilmente en el plato, más un aroma que un gusto, y cada bocado de camarón, cada dulce, salobre almeja, estaba perfectamente cocinada y jugosa. La suave voz de Skye interrumpió en su disfrute del particularmente sensible tentáculo de calamar. —Esto es para Jeremiah, gracias por venir hoy, y por recordarme que estaba viva y merecía ser feliz. Beck sintió que su estomago caía en sus zapatos, y tuvo que tragar saliva para no vomitar. Eso era todo, entonces. Jeremiah era el único. Beck se quedó en el espacio frente a él, la paella olvidada, y pasó largos minutos tratando de procesar la decepción revolviendo sus entrañas. Había hecho su jugada, y había perdido todo. Incluyendo la competición, probablemente, porque hasta ahora la comida de Skye había sido perfecta. Pero cuando la puerta de la sala de los jueces se abrió, Skye se encontró sola… y con las manos vacías. —¿Hay algún problema? perfectamente arqueadas.

—preguntó Eva Jansen, levantando unas cejas

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Skye sonrió, y un instante antes de hablar, Beck tuvo tiempo de darse cuenta que incluso con el pelo suelto del nudo en la parte superior de su cabeza y una mancha de lo que parecía pasta de tomate en su pómulo, ella parecía más a gusto, más segura de si misma, de lo que jamás había visto. —No, ningún problema. Pero no hay quinto recorrido, tampoco. Una onda de choque viajó a través de la mesa y zigzagueó hacia arriba de la columna vertebral de Beck. Sin querer, se medio levantó de su silla, pero antes de que pudiera averiguar lo que pensó qué iba a hacer, Skye lo inmovilizó con una mirada. —Está bien, Herny. Ésta es mi elección. Y elijo presentar la etapa final de la historia de mi vida en la comida como una cuestión de composición abierta. No sé cómo van a ser las cosas, o lo que le depara a mi futuro, entonces ¿Cómo podría ilustrarlo en un plato? —Mi querida niña —murmuró Claire Durand—, es posible que hayas tomado los parámetros de este desafío un poco demasiado literalmente. ¿Estás segura de que no hay nada que te gustaría presentar? Skye tragó, pero mantuvo su cabeza erguida y reconoció las miradas incrédulas de los jueces con una sonrisa tranquila. —Estoy segura. Y después de la impresionante honestidad y el coraje de mi competidor, Henry Beck, ¿Qué podía hacer nada más que tratar de coincidir con él? Mi futuro es un gigante signo de interrogación, pero por primera vez, eso no me asusta. Miró a Beck, que no había logrado enderezarse lo suficiente como para sentarse. Por primera vez desde que entró en la habitación, parecía inseguro. —No estoy asustada de mi futuro, porque sé qué quiero a mi lado. Le tendió una mano. Beck podía ver el fino temblor en su mano. —¿Henry? Él parpadeó. Ella no podía estar hablando… Como un tonto, se volvió hacia la cabeza rubia de Jeremiah Raleigh. —Pero ¿Qué pasa con él?

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Jeremiah inclinó la silla hasta que quedó sobre dos patas y miró a Beck, con una mirada burlona. —¿Y yo qué? Skye y yo hemos terminado. Beck miró boquiabierto al hombre, tambaleándose, mientras Eva Jensen se levantaba y juntaba sus manos en una palmeada. —¡Bueno! Este ha sido un día muy emocionante para todos nosotros. Los jueces tiene una deliberación que hacer, y suena a que tres de ustedes tienen algunas cosas de las que hablar también. ¿Por qué no se dirigen de nuevo a la cocina y yo los voy a buscar cuando los jueces lleguen a una decisión? Sintiéndose un poco desconcertado, Beck se movió en piloto automático para seguir a Skye fuera de la sala de los jueces, con Jeremiah a sus talones. Una vez que los tres estuvieron en la relativa privacidad de la cocina, atrapando a un par de sub-chef, que saltaron con aire de culpabilidad cuando se abrió la puerta, claramente en medio de un festival de chismes, Beck se volvió hacia Raleigh. Su desesperación por respuestas debía de haberse mezclado con una feroz agresión, porque Raleigh dio un paso atrás. —¡Oye! Tranquilo. Si alguien aquí se merece un buen trabajo, creo que debería ser yo. Después de todo, fui yo el que fue menospreciado. Beck estaba tratando de procesar esas palabras, y marcar su expresión a algo civilizado, cuando Skye golpeó a su novio –ex novio– en el brazo. —¡Oh, vamos! Considerando que me tuviste todo el camino tropezando a través del discurso de ruptura antes de decirme que habías conocido a alguien más, obtienes cero simpatías de mi, hombre. Jeremiah ladeó la cabeza, mirando con cariño a Skye. —Bueno, ahí está. Sorprendentemente, Alicia tal vez no es tan buena cocinera como tú. Aunque voy a negar que dije eso con mi último aliento, así que no te hagas ilusiones. Dejando caer la sonrisa burlona, Jeremiah tomó la mano de Skye. —En serio, sin embargo. Ya veo por qué no querías dar todo esto por venir a cocinar en una cocina de campo o sobre un fuego abierto. Luchaste duro para llegar a dónde estás, no dejes que nadie te diga que estarías mejor gastando tu tiempo haciendo otra cosa. —Gracias, Jeremiah, eso significa mucho para mi. —Skye lo atrajo en un abrazo, y eso era todo lo que podía hacer Beck para no gruñir y separarlos.

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Había sido empujado demasiado en diferentes direcciones hoy, abriendo viejas heridas y drenando su veneno en el suelo. Ahora estaba aquí. De pie aquí, con los puños cerrados y pecho agitado, mirando lo que parecía ser un momento de intimidad entre dos personas que, obviamente, se preocupaban por el otro, incluso si ya no estaban juntos. Skye y Jeremiah no estaban juntos. Tambaleándose un poco, Beck parpadeó, y cuando sus ojos se abrieron de nuevo, estaba sentado en el suelo con una muy preocupada Skye arrodillada a su lado. Y nadie más estaba en la cocina con ellos. —¡Henry! ¿Estás bien? Creo que estás deshidratado. ¿Cuándo fue la última vez que bebiste un poco de agua? Tu sub-chef fue a buscar una botella de agua a la maquina expendedora en la sala. Beck paró el flujo del nervioso y preocupado discurso de Skye, arrojándola en su regazo. —Winslow nos dará un minuto —dijo Beck, presionando los labios en su templa. Los rizos picantes y dulces de Skye cosquillearon su nariz y le hicieron sonreír. Skye, que se había puesto rígida cuando él la agarró, poco a poco se relajó contra él mientras sus brazos se enrollaban alrededor de sus hombros. —¿Seguro que estás bien? —¿Seguro que rompiste con ese tipo? —respondió Beck, con sus dedos tomando automáticamente la forma de la suave curva de su espalda. Ella asintió. Su voz se ahogó en su pecho, pero Beck sintió cada palabra. —Le dije que no podía estar con él, porque me di cuenta de que aún estaba enamorada de mi marido. Todo el día de intensidad y las emociones estallaron de repente. Rodeando la parte posterior de la cabeza de Skye con una de sus manos, se inclinó hasta que pudo ver el magnifico verano azul de sus ojos. Y entonces la besó.

*** Cuando la boca de Henry cubrió la suya, Skye no pudo detener el inarticulado gemido de gozo que rompió en su garganta.

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Cuando su lengua la acarició, no pudo parar el apretón de sus dedos en su pelo donde este se rizaba. Y cuando el los cambió de modo que Skye estaba en su espalda en el suelo de la cocina con Beck cubriéndola como una manta sexy, ella ni siquiera trató de parar de arquearse en su contra. Sin embargo… arrancó su boca del beso el tiempo suficiente para jadear en una respiración y decir, —Winslow y Fiona… volverán pronto. —Win tiene más juego que eso —le aseguró Beck, acariciando su mejilla. Sus dedos se flexionaron en contra de su cuero cabelludo, enviando espinas por sus brazos y piernas. Skye tuvo que trabajar duro para mantener cualquier tipo de pensamiento racional. —Pero los jueces… no creo que les tome tiempo decidir. Eso le hizo a Beck parar. Apoyándose en los codos, se quedó mirando su cara a centímetros de distancia. —¿Por qué lo hiciste? —su voz ronca se sacudió a través de su pecho donde se apretaba contra ella. Skye no fingió no entender. —Quería hacer un punto de adónde vamos desde aquí. —Pero. —Él claramente luchaba contra esto. —Vas a perder el RSC, y todo porque no presentaste un quinto plato. —Lo sé. Pero finalmente me di cuenta que ganando no me iba a ganar el respeto de mis padres, no podía hacer nada sobre eso, a menos que me haga un trasplante total de personalidad y me convierta en alguna otra persona. No estoy dispuesta a seguir intentándolo. —¿Es por eso realmente qué entraste en RSC para empezar? —Ha sido en gran parte. —Skye respiró profundamente, sólo para mirar sus ojos cruzarse cuando su pecho empujó contra su caja torácica. Ella podía acostumbrarse a tener un montón de tiempo, en el fondo, discusiones significativas con Henry Beck tendido encima de ella—. El resto se trataba de ganar el reconocimiento de Queenie Pie, y justo hasta aquí se ha hecho. Beck entrecerró los ojos. —Así qué. ¿Ninguna parte de ti quería ganar, por el simple hecho de ganar?

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Skye sintió una pequeña punzada en el pecho, pero se encogió de hombros los mejor que pudo con sus hombros fijados a la estera anti-deslizante de goma que cubría el suelo de la cocina. —No voy a mentir. Hubiera sido genial ganar. Para ser nombrada la próxima Chef Rising Star… pero no lo necesito. —Tirando ligeramente sus manos cruzadas detrás de la cabeza de Beck bajó su boca donde podía besarle—. Tengo lo que realmente quería —susurró en sus labios. —Mmm… —retumbó él, empujando sus caderas en la V de sus muslos entreabiertos—. Puedes obtener un aumento de este Chef estrella en cualquier momento. —Oh Dios mío, no acabas de decir eso. —Oye, tú eras la que me pedía que hablara. No me culpes si no todo es poesía. Las palabras desencadenaron un recuerdo, y en su excitación Skye se sentó en media posición vertical, empujando a Beck más a su lado. Sus dedos volaron a la línea de cuello de su camisa y se arrastraron por ella, lo que hizo reír a Beck. —Oye, espera. ¿No eras tu la que estaba preocupaba por si los jueces venían a buscarnos? Estoy seguro que les encantaría verte tratando de desnudarme. Skye desistió del cuello de camisa y tiró de un lado del dobladillo de su camiseta hasta que pudo acariciar con sus dedos a través del tatuaje que había vislumbrado aquella noche en el Queenie Pie. La piel marcada por encima de su hombro derecho se sentía suave y cálida, no diferente de la tersa piel sobre el resto de la espalda de Beck. Manteniendo el punto de sus dedos siguiendo las líneas de la escritura recordó el remolino como un sol en espiral, Skye sintió un estremecimiento de calor trabajando su camino a través de ella. Sin tratar de ocultar su respuesta a tocarlo de esa manera, Skye se encontró con los calientes, atentos ojos de Beck. —Hablando de poesía. ¿Me dirás que dice? Sintió la tensión y la flexión de los músculos en contra de sus dedos, pero su mirada nunca vaciló. Skye temblaba, pero estaba casi segura de qué era lo que iba a decir.

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—No es poesía realmente —gruñó, y era como volver en el tiempo y ellos estuvieran acurrucados en su sillón en el estudio de Chinatown con Skye intentando obtener un vistazo a la composición del libro que Henry mantenía en su lado del colchón. En lugar de discutir con él sobre esto, ella metió su cara en el hueco de su cuello y resopló tranquilamente en el cálido olor a sudor limpio y a hombre. Esta parte siempre solía ser más fácil para él si ella no lo miraba. —Dime. Cuando él empezó a hablar, ella sonrió, satisfecha en un nivel profundo y visceral que aún no conocía muy bien. Pero cuando sus palabras se registraron en su cerebro, la sonrisa se desvaneció de sus labios. Lo que sentía era demasiado grande para contenerlo en una mera sonrisa. —Pero aun así cada mañana la chica y el chico estaban completamente integrados el uno con el otro, hasta que parecía que habían nacido uno frente al otro. Su boca se movía, siguiendo silenciosamente con la última frase, su cabeza llena del resto del poema, línea tras línea de la devoción con la que Henry había garabateado y leído para ella en el día de su boda, en una oficina en el Ayuntamiento. Esas fueron las palabras que había convertido en arte en su cuerpo. Esa era la experiencia de vida que él había querido grabar en su carne y en su sangre, un recordatorio permanente de Skye y de su vida juntos, grabada con tinta sobre su piel. La última astilla helada de duda, el asustado susurro en la parte posterior de su cabeza le decía que era una tonta por pensar que había una posibilidad de futuro con un hombre que había cambiado tanto en los últimos diez años, se desvaneció en la carrera caliente de amor y reconocimiento. —Eres tú —dijo ella, las palabras soltándose de su boca en jadeos sin aliento—. ¡Eres realmente tú, Henry! Henry Beck. El muchacho que le había dado su primer beso a Skye, que había despertado su cuerpo y la hacia sentir especial. Hermoso. No importa lo mucho que pudo haber cambiado, madurado, crecido, el seguía siendo el mismo hombre en su interior.

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Y tenían toda una vida juntos para aprender y crecer el amor a través de las diferencias superficiales. —Soy yo —prometió, con su boca apretada contra su temple, su respiración agitando su pelo—. Pero esta vez, me comprometo a decirte cómo me siento. Quiero que lo sepas. No quiero que pienses… Su garganta hizo clic al tragar, y Skye pudo sentir la sacudida de su espalda bajo su mano. —Lo dije allí, frente a los jueces y todo el mundo, pero lo necesito para asegurarme de que lo escuchaste. Beck la tiró hacia atrás y agarró sus hombros, mirando hacia abajo a la cara de Skye. El corazón le latía en su caja torácica como alas de un pájaro atrapado. Ella todavía estaba a horcajadas sobre sus muslos, las rodillas dolorosas contra la áspera alfombra de goma, pero todo eso desapareció cuando su visión recorrió como un túnel hasta la profundidad de Henry, ojos marrones aterciopelados. —Sé que nunca lo dije mucho antes, cuando estábamos juntos. Pero lo sentía cada día, y tendría que haberme asegurado de que lo supieras. Skye Gladwell, Te amo. La felicidad empujó con tanta fuerza en sus entrañas, que sentía como si se hubiera tragado el sol. —Te amo, también. A pesar de que lo intenté, nunca pude encontrar la manera de no hacerlo. Beck llevó las manos de sus hombros a enmarcar su rostro. Los círculos lentos y perezosos que frotaba con sus pulgares contra sus pómulos la hicieron estremecer. La besó de nuevo ligeramente, casi con reverencia, y le recordó a la forma en que la había besado ese día en el Ayuntamiento. Ella rió suavemente contra sus labios, y él elevó las cejas en una pregunta. —Nada, solo me siento como si estuviéramos reafirmando nuestros votos matrimoniales, o algo así. Una mirada reflexiva barrió en su hermoso rostro. —Esa no es una mala idea. Ya no estaríamos nosotros dos solos en el Ayuntamiento, ya que ambos tenemos personas que se estarían allí con nosotros. La alegría burbujeó y se desató a través de ella como si un helado se dejara caer en un flotador de cerveza de raíz, dulce y espesa y embriagadora.

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Sonriendo lo más grande que pudo, una sonrisa desenfrenada para él, Skye bromeó—: No sé, ¿Qué pasa con nuestra apuesta? —¿Apuesta? —Su voz estaba distraída, parecía más absorto en sus dedos que trazaban su cuello. —Los jueces volverán a aparecer por aquí—le recordó con un estremecimiento de excitación—. Y dirán que has ganado. Lo que me da derecho a un rápido divorcio, después de una noche de pasión contigo. Su mirada fija recuperó la suya. —Olvídate de la apuesta —gruñó, moviéndola en una carrera controlada debajo de él, sujetándola una vez más, bajo el peso sólido y de acero de su cuerpo musculoso—. No vas a conseguir deshacerte de mí tan fácilmente. —¿Creías que esto era fácil? —se rió Skye, disfrutando del caliente peso de él presionando el aliento de sus pulmones. —Nada apuesta —le dijo—. No hay divorcio. Nos vamos a quedar casados. Sabia, por supuesto que ella lo sabia, que era lo que él quería, pero al decirlo en voz alta, en pocas palabras… Skye se derritió. —No hay más apuesta—acordó ella. Henry Beck se quedó mirándola, y Skye tomó el momento para memorizar cada detalle de su rostro amado. El ángulo de su inflexible mandíbula, la firmeza de su boca, las incongruentemente largas y oscuras pestañas. Su cabello se balanceó hacia delante, se estaba desprendiendo de su banda, y Skye se deleitó en el hecho de que podía levantar un brazo y empujárselo detrás de la oreja. Sostuvo fuertemente su cara, la mandíbula áspera sin afeitar, y llevó esos calientes, labios entreabiertos hacia ella. Beck tomó su boca en un beso caliente, húmedo, devorándola con años de hambre detrás de todas las diapositivas de sus labios, con cada empuje de su lengua. Skye se entregó a ello, una correspondencia de hambre arañando su vientre y arqueándose contra él. Se separaron, jadeando, y Beck le dio una lenta y lobuna sonrisa. Inclinándose a husmear por la suavidad de la línea de su mandíbula, le susurró al oído—: No hay divorcio, pero me voy a tomar la otra mitad de mis ganancias. Tú, en mis brazos, esta noche… y todas las noches. Y como él inclinó la cabeza para reclamar su boca de nuevo, Skye cerró los ojos y se lanzó a la tormenta de pasión y amor, de confianza y amistad, y lo supo.

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Nunca en su vida había sido tan feliz de perder una apuesta.

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Epílogo Traducido por Kathesweet Corregido por kuami

U

n año después…

Nina Lunden miró alrededor de la multitud reunida en la sala de espera sintiendo como si hubiera tomado demasiado del famoso chocolate caliente de su esposo. Su garganta ardía un poco, pero era bueno, y la calidez que se extendía desde su estómago la hizo suspirar felizmente. Tener toda su familia junta en un lugar, no había palabras para eso. Incluso si tenían que estar juntos en un hospital. Haciendo a un lado sus preocupaciones, Nina se centró en lo positivo. Cualquier momento que pasaran juntos era precioso, especialmente ahora que estaban tan dispersos alrededor del país, con Danny y Eva haciendo viajes todo el tiempo, y Beck reubicado permanentemente en San Francisco y trabajando en Queenie Pie Café con su esposa. —Jules y yo vamos a la cafetería, mamá. —Su dulce Max se inclinó sobre el brazo de plástico que dividía sus sillas y le dio un ligero codazo en el hombro. Él, al menos, estaba en casa para siempre, donde ella podía echarle un ojo, y Nina se prometió que nunca daría eso por sentado. —¿Podemos traerte algo? —preguntó él—. ¿Quizás un café? —Chocolate caliente estaría bien —dijo Nina, sonriéndoles a su hijo mayor y su esposa. Jules le devolvió la sonrisa, ella, Gus y Nina habían pasado un montón de noches tomando chocolate caliente después de un largo servicio de cena en la Taberna Lunden’s.

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—No será tan bueno como el de Gus —advirtió Jules—. ¿Alguien más quiere… — Se detuvo, echando un vistazo alrededor de la habitación pequeña y estéril—. Oye, ¿dónde está Win? —¿Dónde crees? —Danny se acercó después de cubrir a su prometida dormida con su largo abrigo de piel. Piel falsa, Eva le había asegurado a Nina, que había tenido que esforzarse por reprimir una sonrisa. Eva era un completo amor, una vez que Nina había dejado de preocuparse porque la autoproclamada chica fiestera sólo estuviera jugando con Danny. Pero todo lo que tomó fue una cena en la casa que ella y Danny estaban alquilando juntos para que Nina viera exactamente cómo de enamorada estaba Eva, y que la joven quería desesperadamente encajar en la familia de Danny. Todas las jóvenes que sus chicos habían llevado a casa tenían eso en común, reflexionó Nina. Era algo bueno para una suegra, en realidad… Ella no había tenido problema entablando una relación con Eva, que necesitaba una madre más que cualquiera que Nina alguna vez hubiera conocido. Jules, por supuesto, ya era la hija que Nina y Gus siempre quisieron. Y luego estaba Skye. Nina siempre estaría agradecida de haber tenido la oportunidad de sentarse a través del hermoso poema culinario de Beck a la mujer que amaba, justo al lado de la misma Skye. Ese día había formado un vínculo instantáneo entre Nina y Skye, y era una relación que Nina apreciaba. —Desde que Win consiguió ese teléfono nuevo, ha estado con éste todo el maldito tiempo —se quejó Danny—. Siento que tenemos que organizar una intervención o algo así. —Oye, quizás mientras estemos aquí podemos buscar opciones quirúrgicas —dijo Max, levantándose y estirándose tan fuerte que Nina escuchó su columna vertebral tronar—. Tiene que haber un doctor en algún lugar que pueda separar a Win de ese teléfono. —Déjalo en paz —ordenó Jules—. Probablemente fue afuera a llamar a Drew. Ya saben que Win se pone nervioso en los hospitales. —Oye, puedo entenderlo. —Max extendió sus manos en rendición—. Todo esto de esperar también está poniéndome ansioso. —Vamos, molestia —dijo Jules, enganchando su brazo con el de su esposo y tirando de él hacia la puerta—. Una pequeña caminata te hará bien.

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Nina sonrió para sí, recordando una vez cuando Jules no había sido lo suficientemente segura para bromear con Max y su tendencia a deambular. Por supuesto, eso había sido antes de que él descubriera que lo que había estado buscando por todo el mundo estaba esperando por él en casa. Había pasado un tiempo desde que Nina había visto esa mirada lejana en los ojos azules de su hijo mayor. Estos días, estaba más centrado en su trabajo en Lunden’s, saliendo con nuevas recetas para que Jules y Gus las probaran en la cocina. Pensar en su marido hizo que automáticamente la preocupación apretara su estómago, un reflejo que no había sido capaz de evitar desde la primera vez que él se derrumbó en la cocina de Lunden’s. Antes de que pudiera recuperar el aliento, Eva se removió y se sentó, frotándose los ojos mientras Jules y Max se apresuraban a volver por el pasillo hacia la sala de espera. —No llegaron muy lejos. —Empezó a decir Nina, pero luego vio a la doctora acercarse detrás de ellos, y antes de que se diera cuenta estaba de pie, su corazón latiendo a un ritmo inestable contra su caja torácica. —¿Alguna noticia? —Pensó que sonaba bastante tranquila, considerando todas las cosas, pero sus dos maravillosos chicos no se dejaron engañar. Se movieron para flanquearla, con los brazos fuertes alrededor de su espalda y sobre sus hombros, el peso de su amor anclándola al suelo de caucho industrial del hospital. La doctora les dio a todos una sonrisa cansada, y el corazón de Nina empezó a palpitar de alegría y alivio antes de que la mujer siquiera empezara a hablar. Una palma cálida y familiar se cerró sobre la parte trasera del cuello de Nina. Ella habría reconocido esas manos fuertes y callosas en cualquier parte. —Gus, ¡llegaste justo a tiempo! —Jules se acercó más mientras Nina se reclinaba contra el pecho ancho de su esposo. —Tuve que llamar al restaurante. Tienen mucho trabajo pero van bien. Luego encontré a este chico en mi camino de regreso. No podía dejar que se perdiera este gran anuncio —ladró. El latido de corazón estable y fuerte de Gus se presionó contra la espalda de Nina mientras Winslow Jones saltaba hacia el grupo, con su energía nerviosa elevada tan alta como Nina jamás había visto. Rodeada por la familia que ella y su esposo habían creado del restaurante que era su trabajo de vida y su legado, Nina tomó una respiración profunda y enfrentó a la doctora una vez más.

***

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—Él es perfecto. Beck bajó la mirada a la cara arrugada y roja del pequeño bebé acurrucado contra el pecho agitándose suavemente de su esposa. Skye estuvo de acuerdo, somnolienta, sus parpados revoloteando como si tratara de mantenerse despierta. —Duérmete —dijo él—. Te lo ganaste, nena. Estaré aquí mismo. No se había movido de su lado durante los últimos nueve meses. No iba a empezar ahora. —No quiero hacerlo —protestó ella, esos hermosos labios como capullos de rosas dibujando un puchero que casi lo mató—. Quiero recordar cada segundo de esto. —Lo haremos —le dijo Beck, poniendo una palma ligeramente, protectoramente sobre la pequeña espalda envuelta en una manta del bebé—. No podría olvidarlo, incluso si lo intentara. Cada instante estaba tatuado en el cerebro de Beck, desde la primera confirmación aterrorizada y llena de lágrimas de que Skye estaba embarazada hasta la decisión de dejar Queenie Pie en las manos de su segundo chef así ellos podían venir a Nueva York y hacer que la Dra. Rosen se encargara de Skye durante su último trimestre. El embarazo había sido monitoreado desde el principio hasta el final, la terrible mañana que comenzaron los dolores del parto, pero nunca habría sido capaz de decirlo por lo asustados que él y Skye hubieran estado. Era como caminar por ahí en un estado constante de pánico y miedo, y no había sido bueno para Skye. Pero una vez Beck salió con la idea de preguntarle a Devon y Lilah Sparks por el nombre de la obstetra que los había ayudado a llevar su difícil embarazo y a traer al mundo sin peligro a su saludable bebé, todo fue mejor. Sí, era estresante dejar el restaurante atrás, sólo cuando él estaba empezando a encontrar su lugar allí y construir una buena relación con Fiona, Nathan, y los otros… pero si la compensación era que Skye fuera capaz de dormir toda la noche sin despertarse sollozando por las pesadillas, lo valía. El hecho de que en Nueva York estuvieran rodeados por el amor y apoyo del extenso clan de la Taberna Lunden’s tampoco había sido malo.

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Beck flexionó sus dedos cautelosamente, observando el ascenso y descenso de la espalda del bebé. Aun con las capas de relleno, la forma adormecida de su hijo se sentía imposiblemente frágil bajo la mano grande y torpe de Beck. Su hijo. Dios lo ayudara. Como si ella pudiera sentirlo enloquecer, los ojos de Skye se abrieron. —Hola, papá. ¿Qué está pasando? Papá. Oh, hombre. Beck sacudió su cabeza y trató de sonreír sobre el bulto gigante y doloroso de emoción contenido en su garganta. —Nada. Descansa, no voy a ninguna parte. Uh, oh, allí estaba la barbilla de Skye. Había llegado al punto donde podía traducir esa inclinación determinada con bastante exactitud. —Ni yo. No hasta que me digas qué está pasando por tu cabeza. Incluso después de todos esos meses, del año largo y sorprendente de saber exactamente lo mucho que Skye lo amaba y quería estar con él, todavía le era difícil simplemente abrir su maldita boca y decir—: Estoy un poco asustado. Pero estoy lidiando con eso. Cada vez, era una lucha. Y cuando la cara de Skye se suavizó y él sintió la calidez de su mirada preocupada y amorosa, se sintió estúpido de nuevo por ahogarse en un vaso de agua. —¿De qué estás asustado? Ella parecía tan honestamente perpleja, que él tuvo que reír. —Me encanta que puedas estar ahí acostada después de doce horas de un parto natural y preguntarme eso con una cara seria. —Sí. —Skye hizo una mueca—. Podría haber llevado todo el asunto hippie, natural y orgánico demasiado lejos con eso. Aunque la próxima vez, estoy pensando que podría ser más fácil si hacemos un parto en el agua en casa, quizás tener una partera en lugar de un doctor. Beck casi se cayó de la cama del hospital. —¿La próxima vez?

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—Claro. —Sus hermosos ojos estaban brillando mientras ponía un dedo en el puño suelto de su hijo—. Ya sé que Hank, aquí, va a necesitar a alguien con quien jugar. No habían querido descubrir el sexo del bebé antes de tiempo, así que habían tenido un momento difícil decidiendo un nombre. Escucharla decir este nombre en particular en voz alta… Beck había tenido que parpadear un par de veces. Difícil. —Hank, ¿eh? Skye encontró sus ojos con una sonrisa trémula. —Creí… que también podría ser un Henry. Como tú, pero también honrar a tu padre. Pero en lugar de Hal, podríamos llamarlo… —Hank. —Cada vez que Beck repetía el nombre, sentía algo asentarse en su interior. Le sonrió a los dos. Su familia, las personas que más amaba en el mundo, estaban justo allí, muy cerca para tocarlos, observarlos, protegerlos y valorar con su vida. Skye asintió, con sus ojos brillando. —Te amo. Inclinándose sobre ellos, Beck susurró su respuesta contra sus labios. —Yo también te amo. Ella sonrió en el beso, el cual se profundizó y amenazó con volverse completamente inapropiado hasta que un golpe en la puerta los alejó sobresaltados. La voz tranquila de Nina Lunden tenía a Beck estirándose por una almohada para sostenerla sobre su regazo. —¿Hola? ¿Todos están decentes? —Estamos bien. Entra y conoce a Hank —respondió Skye—. Mientras está todo lindo y dormido. —¿Seguro? —Nina metió su cabeza por el quicio—. Hay algunas personas aquí afuera que quieren saludar a la nueva adición a la familia. Winslow empezó a hablar desde algún lugar afuera en el pasillo. —¡Incluyendo a su padrino!

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—No te preocupes —dijo Skye, poniéndose más cómoda contra las almohadas—. Él acaba de recibir su primer baño seguido por su primera toma. Estoy bastante segura que una alarma de incendios no podría despertarlo. Eso fue todo lo que llevó para tener a toda la multitud apilada en la pequeña habitación. Beck sólo podía estar agradecido que Devon Sparks hubiera usado su influencia con el hospital y la Dra. Rosen para conseguirles una habitación privada. Esta multitud sería demasiado para alguna pobre mamá nueva que tuviera la mala suerte de quedar como compañera de habitación de Skye. Beck retirada táctica para el otro lado de la cama. Todavía lo suficientemente cerca para mantener un ojo vigilante sobre el proceso, pero no tan cerca para arriesgarse a ser herido de muerte por meterse entre el bebé Hank y la horda proveniente de los casi-parientes. Mientras todos los demás estaban distraídos por lo increíblemente adorable que estaba Hank con su pequeño gorro de lana azul con sus ojos de pestañas oscuras cerrados por el sueño, Nina Lunden hizo su camino alrededor de la cama para detenerse al lado de Beck. —Él es sorprendente —dijo—. Estoy verdaderamente orgullosa de ti, cariño. Beck sacudió la cabeza en negación instintiva. —No hice nada. Nina le dio su mirada patentada de "con quién crees que estás tratando". —No mucho, excepto cambiar toda tu vida, enfrentar tu pasado, y confrontar tus miedos sobre Skye estando embarazada otra vez. El grupo se reunió alrededor de la cama, riendo ante algo que Win dijo, y el ruido despertó a Hank lo suficiente para que él se agitara impacientemente, pateando la manta que envolvía sus piernas. Como si hubiera estado practicando durante años, Skye lo levantó en sus brazos y lo acunó, de gorma tan natural como respirar. El corazón de Beck dio un latido doloroso, luego golpeó pesadamente mientras decía—: Skye es la valiente. ¿Él? Aun cuando Skye y el bebé habían salido victoriosos del embarazo, Beck todavía estaba aterrorizado. ¿Qué demonios pasaba con eso? —¿Ella lo sabe? —La pregunta suave de Nina atravesó la tensión creciente de Beck. No se molestó en fingir que no entendía.

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—Sí. Se lo dije. —Bien. Ya sabes, muchos hombres encuentran todo eso del parto traumático… después de que se desmayara cuando Max nació, ni siquiera dejé que Gus entrara en la habitación conmigo para el nacimiento de Danny. Es normal que encuentres perturbador ver a tu esposa sufrir. Y para un hombre como tú, imagino que la incapacidad de no hacer algo para que el dolor se detenga es casi inaguantable. Pero estoy segura, Beck, que tu presencia a su lado la ayudó a pasar esto… un poco. La mirada de Nina se agudizó sobre su rostro. Preguntándose qué demonios había revelado, Beck plantó sus pies como una estatua para evitar mover su peso incómodamente. No funcionó. —A menos que eso no sea lo que te esté molestando. —Nina mantuvo la voz baja y amable, pero éstas todavía enviaron una punta de dolor a través de la cabeza de Beck. Lanzando una mirada rápida hacia Skye, él se relajó un minuto. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás, los ligeros rizos rubio-cobrizos caían sobre sus hombros mientras hablaba con Gus Lunden. —No te preocupes, no me escuchó. —Nina puso una mano ligera sobre su espalda, el toque extendiendo comodidad inmediata como si hubiera cubierto su espalda con una manta mullida—. Pero debería escucharlo de ti, cariño. Él sacudió la cabeza, sin querer dejar que la basura de su interior arruinara este milagro maravilloso y especial de un día para Skye, pero Nina lo detuvo con otra mirada. Esta fue más amable, sus ojos claros llenos de simpatía pero completamente inflexibles. —Lo digo en serio, Henry Beck. Has obtenido un nuevo comienzo, aquí y ahora. No lo jodas repitiendo los errores del pasado. —Su voz tembló mientras terminaba diciendo—: Y sabes que si tu madre estuviera aquí, te habría dado exactamente el mismo consejo. Sacudido por el uso de la palabra "joder" por parte de Nina, Beck fue sacudido hasta el interior por la verdad de su advertencia y la referencia a su madre. Todo lo que pudo hacer fue estirarse y envolver un brazo alrededor de sus hombros estrechos y delgados para acercar a Nina.

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Inclinándose para poner su frente contra su sien, Beck sacó las palabras por su garganta dolorida. —A mi madre le habrías caído bien. Luego la soltó y puso una sonrisa decidida para así poder reunirse a la fiesta. Treinta minutos después, Hank había sido sujeto de muchas fotos con la cámara del celular, la estrella de una pequeña película (también grabada con un celular), y una serenata con el "Feliz Cumpleaños" hecha por un artista multiplatino, por el celular de Eva, que había usado para llamar a Claire Durand, que estaba en París acompañando a Kane Slater en la etapa europea de su nueva gira. Fue una media hora larga. Una media hora feliz, llena de risas y la clase de felicidad del alma que salía de compartir un momento tan especial con la familia y los amigos, pero Beck tenía que admitir que cuando cerró la puerta detrás de Winslow, que naturalmente había sido el último en irse, dio un suspiro de alivio. Hank, que se había levantado a tiempo para convertir la canción de cumpleaños de Kane en un dueto con tintes de gritos de death metal, había sido alimentado y puesto en su moisés donde durmió el sueño de un bebé que sabía que todo estaba bien en su pequeño mundo. Beck estaba celoso. Él mismo necesitaba dormir desesperadamente, incluso la marina estadounidense no lo había preparado para el agotamiento de la nueva paternidad, pero con la advertencia de Nina sonando en sus oídos, sabía que no sería capaz de cerrar sus ojos hasta que abriera la boca. Skye giró su cabeza hacia él, tratando de ponerse cómoda sobre la almohada plana. Su cabello se estiró en espirales de rojo y dorado contra el algodón blanco. Parecía cansada y feliz, y tan hermosa que la respiración de Beck se enganchó en su garganta. —¿Cómo estás? —preguntó ella, y en lugar de simplemente asentir y sonreír o decir bien como generalmente hacía, Beck aprovechó su coraje. —Estoy… teniendo un problema. Es tonto. Ella tenía esa mirada feroz en sus enormes ojos azules. —¡No es tonto! Nada de lo que pienses o sientas es tonto. Vamos, dime. Sé que el embarazo fue difícil para ti, para ambos, ¡pero lo hemos superado! Hank y yo estamos aquí, y estamos saludables y felices, ¡y contigo!

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—Lo sé —dijo Beck, dando un paso más cerca a la cama—. Y eso debería ser suficiente para cualquiera. Estoy seguro que hay algo malo conmigo. —Su mirada trazó la tela de algodón de la colcha de la cama del hospital mientras la advertencia de Nina hacía eco una y otra vez en su cabeza. Tenía que decirle a Skye la verdad y confiar que ella no lo usaría en su contra o le daría la espalda… y cuando pensó en ello de esa manera, se hizo más fácil. Porque sabía, con una fe profunda e inquebrantable, que Skye nunca haría esas cosas. —Estoy muy seguro —dijo lentamente, obligándose a encontrar su mirada clara— que hay algo roto en mí. —Esto es sobre… —Skye se detuvo, aclaró su garganta—. ¿Esto es sobre nuestra hija? ¿El bebé que perdimos? Porque yo también estoy pensando en ella hoy, Henry. Y creo que dondequiera que esté, sabe que la amamos y que no importa cuántos niños más tengamos, nunca la olvidaremos. Beck sacudió su cabeza contra la picazón detrás de sus ojos. —No, no es sobre eso… no exactamente. Pero también me sentí de esta manera cuando estabas embarazada la primera vez. Antes de que la perdiéramos. Antes de que me fuera, incluso. Creo que tiene que ver con cómo crecí. Skye estiró una mano, y Beck la tomó con agradecimiento. El toque cálido lo centró, le dio algo en qué centrarse mientras trataba de descubrir cómo explicar la confusión de perder a sus padres al mismo tiempo, el horror gradual de darse cuenta que ellos nunca volverían, que lo habían abandonado en esta nueva vida donde nadie parecía quererlo, donde ser ignorado y olvidado era lo mejor que podía esperar. —Estoy asustado de no recordar lo suficiente sobre los buenos tiempos —dijo dolorosamente—. Mientras mis padres todavía estaban vivos. Los años que vinieron después de eso… se sintieron como una sentencia de cadena perpetua, aun cuando salí de eso tan pronto como pude. Simplemente… no quiero que ninguna parte de eso te toque a ti o a Hank. Skye lo estudió por un momento, lo suficientemente largo para que Beck se diera cuenta que había esperado que ella negara inmediatamente la posibilidad de que la fealdad del interior de Beck tocara alguna vez a Hank En cambio, retiró sus dedos de su agarre y señaló el moisés —Tómalo, Henry. Él dio un paso atrás.

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—Está durmiendo. ¿No deberíamos dejarlo dormir tanto como pueda? —Es un bebé. Dormirá mucho durante los próximos meses. Toma a tu hijo, Henry. Fue implacable. Los pies de Beck se arrastraron hacia el moisés. Bajó su mirada, observó a Hank respirar. —Vamos. Es menos frágil de lo que crees. Beck no veía cómo eso era posible. Sabía que había algo sobre que la cabeza era demasiado pesada para su cuello y cómo él tenía que sostenerla. Sus palmas estaban húmedas, pegajosas por el miedo. ¿Y si dejaba caer a Hank? No estaba listo para esto. Debería haber practicado o algo así. ¿Cómo es que no había un curso de entrenamiento para esto? Un campamento para los nuevos padres, eso es lo que él necesitaba. —Henry. —La voz de Skye era suave, ronca con la emoción—. Sostén a tu hijo. Beck podía hacer esto. Había ganado toda la competición Rising Star Chef, por el amor de Dios. Podía levantar a un bebé. Conteniendo la respiración, puso sus manos demasiado grandes bajo el pequeño cuerpo y lo levantó tan cuidadosamente como si Hank fuera una bomba con cuenta regresiva. Uh. No era tan frágil como Beck había temido. La manta estaba envuelta a su alrededor tan apretadamente, que Hank se sentía como un pequeño paquete bien asegurado. También más pesado de lo que parecía. Beck acercó a su hijo contra su pecho, acunando al infante. Los ojos azules nublados de Hank parpadearon hasta abrirse por un instante, y cuando Beck miró la cara de su hijo, sintió que todos sus miedos y preocupaciones dejaban sus hombros. ¿Por qué alguna vez había estado asustado de esto? De pie allí en la habitación del hospital con su hijo babeando un camino húmedo en su camiseta, Beck sabía que podría haber problemas por delante y un montón de errores… pero también sabía que tenía lo necesario para ser un buen papá. —Te amo —le susurró a Hank, que ya se había vuelto a dormir. Cuando Beck miró a Skye, había lágrimas plateadas bajando por sus mejillas, pero estaba emitiendo la sonrisa más grande que alguna vez había visto.

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—Me gusta sostenerlo —le dijo Beck. —¿Ves? Es innato. Y él va a necesitarte. A los dos. También estoy asustada, ya sabes. No es como si mis padres fueran el mejor ejemplo de cómo criar a un niño feliz y seguro. Beck llevó a Hank hasta la cama y se sentó, necesitando estar a una corta distancia de su esposa. Se sentó abrumado con gratitud, de que Skye lo conociera tan bien, que pudiera leer el miedo en sus ojos y obligarlo a superarlo. —Lo descubriremos juntos. Y, oye —dijo él, pensando en los visitantes de esa tarde—. No es como si estuviéramos solos. Hemos conseguido una familia para ayudar. Ella parpadeó. —Es cierto. No es sólo sobre nuestros padres o nuestras infancias… ambos hemos logrado juntar familias bastante impresionantes que no tienen nada que ver con compartir ADN. —Vamos a estar bien. Mejor que bien. Vamos a estar de maravilla. Skye le sonrió a él, a su hijo, y dijo: —Este. Este es el momento que recordaré durante el resto de nuestras vidas.

Fin

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Recetas Hot Under Pressure Traducido por Lizzie Corregido por kuami

Sándwich de la Sra. Beck a la parrilla Ingredientes:

2 rebanadas de pan Mantequilla ablandada Mantequilla de maní (de tu tipo favorito gruesa, lisa, como sea) Jalea (tu favorita, fresa, frambuesa, uva, etc.)

¡Este sándwich es más delicioso de lo que te pudieras imaginar por la simplicidad de los ingredientes! Pon una sartén a fuego medio. Mientras que la sartén se calienta, extiende una fina capa de mantequilla ablandada en un lado de cada rebanada de pan. Cubre la parte limpia de una rebanada con mantequilla de maní, y cubre la parte limpia de la otra con la jalea de tu elección. Presiona los lados de la mantequilla de maní y la jalea juntos, a continuación, pon el sándwich con mantequilla hacia abajo, en la sartén caliente. Dora el sándwich durante un minuto o dos, hasta que alcance el nivel deseado de tostado dorado-marrón del punto de cocción por un lado, con cuidado, dale la vuelta. El calor habrá fundido un poco el relleno, por lo que el pan puede deslizarse. Sólo vuelve a alinear las rebanadas de pan una vez que el sándwich esté girado.

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Tuesta el sándwich por el otro lado; tomará un poco menos de tiempo en este lado, porque el molde estará aún más caliente ahora. Sólo mantén un ojo sobre él, y retira el sándwich de la sartén cuando esté tostado de la manera que te gusta. Coloca el sándwich en un plato y corta por la mitad en diagonal. ¡Sirve con un vaso de leche fría para el perfecto almuerzo nostálgico!

Gratinado de verduras de raíces de Skye

Ingredientes para el relleno:

2 nabos medianos, pelados y picados en dados de 1 centímetro 2 zanahorias medianas, peladas y cortadas en dados de 1 centímetro 1 bulbo de hinojo grande y fresco, sin semillas y cortado en dados de 1 centímetro 1 patata Yukon Gold grande28, pelada y cortada en dados de 1 centímetro 1 batata grande29, pelada y cortada en dados de 1 centímetro ¼ de taza de aceite de oliva ¼ de taza de agua 2 cucharadas de mantequilla, además de un poco más 2 cucharadas de chalotes picados o cebollines 1 taza de champiñones, en rodajas gruesas 1 cucharada de vino blanco seco

Yukon Gold: es una variedad de patata que se caracteriza por su piel lisa y libre de ojos y de la carne teñida de amarillo. 28

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Batata: Patata dulce, boniato, camote.

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Sal y pimienta

Podrías añadir y/o sustituir nabos medianos, pelados en cubitos por raíz de apio, ñame, papas muevas, o cualquier otra legumbre de raíz que te guste. En esencia, lo que necesitas son unos ocho vasos de tubérculos cortados. Precalienta el horno a 450 grados. En un tazón grande, mezcla las verduras picadas con el aceite y el agua, y espolvorea generosamente con sal y pimienta. Distribuye las verduras en una sola capa sobre una bandeja para hornear con borde, cúbrela con papel aluminio, y deslízala en el horno caliente. Hornea durante veinte minutos. Retira el papel aluminio y remueve las verduras alrededor de la hoja. Asa, sin tapar, durante otros veinte minutos, revolviendo ocasionalmente. Las verduras estarán hechas cuando estén tiernas y los bordes están comenzando a caramelizarse. Mientras que los tubérculos están asándose, calienta una sartén mediana a fuego medio-alto. Derrite dos cucharadas de mantequilla y añade las chalotes o cebollines. Sofríe durante un minuto o dos hasta que esté suave y translúcida, a continuación, agrega los champiñones. Los champiñones, van a absorber toda la mantequilla de inmediato así que mantén un ojo sobre ellos, y si se empiezan a quemarse, baja el calor. Pero sigue salteándolos hasta que comience a dar vuelta a la humedad que absorbe, y crezcan tiernos y marrones en los bordes. Vierte el vino blanco seco en la sartén caliente y cocina hasta que haya sido absorbido por los champiñones y chalotes, de otros cinco a diez minutos. Quita los champiñones del fuego y déjalos a un lado hasta que los tubérculos se hayan asado. Engrasa una fuente para gratinar o una cazuela de tamaño medio con una fina capa de mantequilla, luego extiende las verduras asadas y los champiñones en el plato. Sal y pimienta al gusto. Baja el horno hasta 350 grados.

Ingredientes para la salsa Mornay: 3 cucharadas de mantequilla, además de un poco más

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3 cucharadas de harina para todo uso 2 tazas de leche entera 115 gramos de queso suizo, como un Gruyere rallado

En una olla pequeña, calienta la leche a fuego medio hasta que esté casi hirviendo, con cuidado de no quemarla o dejar que se desborde. Mientras que la leche se calienta, derrite la mantequilla en una cacerola mediana a fuego medio-alto. Cuando la mantequilla haya dejado de formar espuma, añade la harina y remueve todo con una cuchara de madera durante al menos dos minutos. No debe estar de color marrón en absoluto, sino que debe dejar de oler como harina cruda. Esto es lo que se denomina un roux blanco. Vierte la leche caliente sobre el roux en una corriente lenta y constante, batiendo como loco todo el tiempo. Mantente batiendo, raspando los pedacitos de Roux por los lados de la cacerola, hasta que empiece a hervir. A continuación, bate un poco más, mientras que la salsa hierve durante un par de minutos. Cuando se engruese y se ponga suave, retira del fuego y bate con sal y pimienta al gusto, en este punto, tienes una salsa bechamel. Ahora agrega media taza de queso rallado suizo un poco a la vez para ayudar a que se derrita en la salsa de manera uniforme, y cuando esté todo mezclado, ¡prueba para sazonar de nuevo! Ahora tienes la salsa Mornay. Vierte la salsa Mornay sobre las verduras en la fuente para gratinar, a continuación, espolvorea la parte superior del gratinado con el resto del queso rallado. Puntea con la mantequilla extra, sólo un par de piezas pequeñas aquí y allá sobre la parte superior del gratinado. Cuece en el horno a 350 grados durante unos treinta minutos, o hasta que la parte superior del gratinado comience a burbujear y esté de color marrón. Sirve de seis a ocho en un lado del plato, o cuatro como plato principal vestido con una ligera ensalada.

Paella de Beck (6-8 Porciones) La paella es un plato generoso, informal, ¡que es perfecto para fiestas y grandes reuniones familiares! Es muy tolerante cuando se trata de proporciones e

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ingredientes, básicamente todo se hace de la manera en que te guste. Hay unos pocos pasos por los cuales pasar, pero prometo que valdrá la pena cuando sorprendas a tus invitados con el plato acabado.

Ingredientes y preparación del caldo:

½ taza de vino blanco seco 1 cucharada de jugo de limón ½ cucharadita de azafrán 5 ½ tazas de caldo (de pescado o pollo) ¼ cucharadita de cilantro molido 1 hoja de laurel Mezcla el vino blanco, el jugo de limón y el azafrán machacado en un tazón pequeño y deja reposar para permitir que el azafrán florezca. Lleva el caldo a fuego lento en tres cuartos de la cacerola. Añade la mezcla de azafrán, cilantro, y la hoja de laurel al caldo caliente. Mantén a fuego lento mientras se preparan las verduras y mariscos. Precalienta el horno a 400 grados .

Ingredientes y preparación de la Carne

450 gramos de salchicha picante, como lingûiça30 o chorizo español 115 a 225 gramos de jamón o tocino cortado en cubitos 2 cucharadas de aceite de oliva

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Lingüiça : Es una salchicha de cerdo portuguesa muy condimentada con sabor a ajo y cebolla

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8 muslos de pollo deshuesados y sin piel, cortados en trozos Quita la envoltura de las salchichas y saltea el chorizo en aceite de oliva en una sartén hasta que se dore. Rompe en pedazos del tamaño de un bocado durante la cocción. Retira la salchicha dorada en un plato. Saltea el jamón o tocino y trasládalo a un plato con la salchicha. Añade los trozos de pollo a la sartén, hasta que esté de color dotado en ambos lados por la grasa de cerdo y trasládalo a un plato. Reserva la grasa de cerdo.

Ingredientes y preparación de los mariscos

2 a 4 colas de langosta pequeña (½ cola por persona) 450 gramos de camarones grandes 2 cucharadas de aceite de oliva, dividido 1 cucharada de jugo de limón Sal y pimienta ½ cucharadita de tomillo seco ½ cucharadita de orégano seco 450 gramos de calamares (tentáculos) 225 gramos de mejillones 450 gramos de almejas

Corta las colas de langosta por la mitad longitudinalmente, puedes utilizar unas tijeras de cocina para cortar a través de la concha. Pela y desvena los camarones. Mezcla los camarones y las colas de langosta en un cuenco con 1 cucharada de aceite de oliva, el jugo de limón y los condimentos.

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Limpia y lava los calamares. Corta los tubos de calamares en anillos de 1 centímetro y añade al recipiente con los camarones y las colas de langosta. Coloca la paellera grande o una sartén a prueba de horno sobre la hornilla a fuego medio-alto. Añade la cucharada restante de aceite de oliva y 2 cucharadas de grasa de cerdo reservada. Una vez que el aceite y la grasa se calientan pero no humean, añade las colas de langosta y saltea por dos minutos. Retira en el plato. Agrega los camarones y calamares y saltea durante dos minutos. Retira en el plato, luego descarta la grasa de la paellera y limpia con una toalla limpia. Limpia y lava los mejillones y las almejas.

Ingredientes y preparación de la guarnición de verduras 8 dientes de ajo 1 cucharadita de sal marina 3 tomates medianos (de temporada) o unos (400 gramos) de tomates cortados en cubitos, escurridos 1 cucharadita de pimentón español ahumado, picante o dulce 2 cucharadas de aceite de oliva 1 cebolla cortada en julianas de 1 centímetro 1 pimiento rojo en rodajas 3 tazas de arroz de grano redondo español, u otro arroz de medio grano 1 taza de guisantes verdes, descongelados 1 taza de perejil italiano picado con una cucharadilla de limón

Pica el ajo y hazlo puré con 1 cucharadita de sal marina en un tazón pequeño. Pela los tomates y quita las semillas. Pártelos en dados y colócalos en un tazón. Añade el pimentón ahumado.

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Caliente el aceite en la paellera a fuego alto, a continuación, agrega las cebollas y los pimientos. Sofríe las verduras durante dos minutos, hasta que empiecen a ablandarse. Agrega el ajo y la pasta de sal en la paellera y saltea durante un minuto, hasta que la mezcla se convierte en aroma. Agrega los tomates y el pimentón a la paellera y sofríe durante un minuto. Agrega el arroz sin cocinar a la paellera y revuelve con tomates, cebollas y pimientos para recubrir.

Preparación final

Mide el caldo caliente y añade caldo o agua según sea necesario para hacer 5 ½ tazas. Agrega caldo caliente en el arroz, tomate, cebolla y la mezcla de pimienta y lleva a una rápida ebullición en la cocina. Revuelve suavemente y cocina unos seis minutos hasta que el líquido se espese y el arroz aparezca en la superficie. Sabes que se está engrosando cuando tu cuchara comienza a tener pistas de la exposición de la parte inferior de la cacerola. Apaga el fuego y agrega las carnes salteadas desde el plato, luego añada los camarones, los calamares y los guisantes. Añade las colas de langosta y presiónalas en parte, dentro del arroz. Presiona los mejillones y las almejas hasta la mitad en el arroz, mueve hasta el final, a continuación, rocía los jugos acumulados en el plato en la parte superior. Hornea de diez a quince minutos sin cubrir en la rejilla central del horno hasta que el líquido se absorba y se forme una costra. El arroz debe estar un poco demasiado al dente. Retira la paellera del horno, cubre con papel aluminio o servilletas de cocina y deja reposar durante diez minutos. El arroz continuará cocinándose y firme hacia arriba. Espolvorea con perejil y decora la paella con rodajas de limón. ¡Sirve con una simple ensalada verde y un buen pan crujiente para absorber los jugos!

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Creditos Moderadoras Lizzie

Kathesweet

Traductores Lizzie

LizC

Kathesweet

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Zeth

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Akanet

Naty

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otravaga

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Caami

Correctoras Angeles Rangel

Clau12345

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Amiarivega La BoHeMiK

Recopilación y Revisión kuami

Diseño Lizzie

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Louisa Edwards Louisa Edwards Virginia.

creció

en

A los once años volvió locos a sus abuelos al comenzar a leer las publicaciones de Harlequin. Se graduó en el Bryn Mawr College como Cum Laude con una maestría en Lenguas Romances, lo cual no es tan romántico como suena, en su mayoría es estudiar Literatura Italiana, español y algo de Francés. Tiene preferencia por leer y escribir libros sobre cocina con un toque de erotismo.

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