Agradecimentos Agradecemos su desinteresada colaboración a todas las traductoras, correctoras, moderadora, recopiladora y diseñadora que han participado y colaborado para que este proyecto pudiera salir adelante hasta poder llegar a todos aquellos lectores que van a poder leerlo después de la espera. Muchisimas gracias a todas aquellas personas que han hecho possible que esto sea possible.

Staff de Traducción Anelisse

elamela

ruthiee

Ashliin

Emii_gregori

Sheilita Belikov

bautiston

flochi

selune

clarissa darkness*

PaolaS

moonrose

cuketa_lluminosa

Pimienta

Virtxu

Dham-love

rihano

Staff de Corrección Andre27xl

Marina012

Caamille

nella07

Dessy.!

Obssesion

Recopilación Caamille

Diseño Anelisse

Índice Sinopsis

pag 8

Prólogo

pag 9

Capítulo 1

pag 11

Capítulo 2

pag 25

Capítulo 3

pag 33

Capítulo 4

pag 43

Capítulo 5

pag 55

Capítulo 6

pag 64

Capítulo 7

pag 68

Capítulo 8

pag 82

Capítulo 9

pag 86

Capítulo 10

pag 99

Capítulo 11

pag 104

Capítulo 12

pag 110

Capítulo 13

pag 115

Capítulo 14

pag 121

Capítulo 15

pag 136

Capítulo 16

pag 154

Capítulo 17

pag 164

Capítulo 18

pag 172

Capítulo 19

pag 181

Capítulo 20

pag 193

Capítulo 21

pag 204

Capítulo 22

pag 214

Capítulo 23

pag 223

Epilogo

pag 237

Sobre la autora

pag 243

Always a Witch

pag 244

Sinopsis

T

amsin Greene viene de una larga línea de brujas, y se suponía que debía ser una de las más talentosas entre ellas. Pero la magia de Tamsin nunca se presentó. Ahora, con diecisiete

años, Tamsin asiste a un internado en Manhattan, lejos de su familia. Pero cuando un hermoso joven profesor la confunde con su hermana, con mucho talento, Tamsin está de acuerdo en encontrar una reliquia de la familia perdida para él. La búsqueda y el extranjero, resultarán ser más siniestros de lo que aparentaban por primera vez, en última instancia el envío de Tamsin a la búsqueda de un tesoro a través del tiempo que abrirá el secreto de su verdadera identidad, descubrir los pecados de su familia, y desatar un poder tan vengativo que podría destruir a todos. Ésta es una muestra fascinante de narración alegre, cautivadora y encanto a fondo.

Prologo Traducido por Anny Cumes y Clarissa Darkness* Corregido por Caamille

N

ací en la noche de Samhain, cuando la barrera entre los mundos era delgada en un susurro y cuando la magia, la antigua magia, canta su canción embriagadora y dulce para todo aquel que quiera oírlo. Toda la noche mi madre luchó, y cuando por fin me lanzó a este mundo, mi abuela se cernía sobre mí, torciendo los dedos en forma misteriosa, murmurando en un idioma que sólo ella conocía. —¿Qué es? —Mi madre quedó sin aliento, volviendo la cara contra la almohada con olor a lavanda—. ¿Qué está mal? Finalmente, mi abuela le contestó, con voz plena y triunfante. —Tu hija va a ser una de las más poderosas que hemos visto en esta familia. Será un faro para todos nosotros. Siempre me pregunto cómo mi hermana mayor, Rowena, que había sido admitida en la sala, reaccionó a esta declaración. Nadie pensó en comprobar esa parte de la historia, pero realmente hubiera disfrutado el momento en que yo, y no Rowena, fuera el sol, la luna y las estrellas combinadas. Ellos dicen que nunca lloré al nacer, nunca hice un ruido, pero que abrí los ojos de inmediato y consideré a todos con una calma y tranquila mirada. —Como si ella hubiera visto ya tanto —susurró mi madre, tocando mis dedos y luego mi rostro. Bueno, si todavía no había visto nada, desde hace mucho tiempo que han olvidado lo que era, y en cuanto a lo que mi abuela había prometido, eso ha sido olvidado, también. O no ha sido olvidado, pero definitivamente desechado. Incluso ahora, diecisiete años después, todavía la comprensión de mi madre, su mirada persistente en mí y sólo sé que está pensando cómo se las arregló para perder a la niña que había sido prometida y tenerme a

mí en su lugar. También me pregunto si mi abuela siempre recuerda el eco de sus palabras: una de las más poderosas... un faro. Dudoso. La historia fue contada tantas veces en la ansiosa anticipación hasta mi octavo cumpleaños. Entonces, toda la familia reunida y cantando mientras mi madre encendía las ocho velas de oro para representar los cuatro elementos y las cuatro direcciones. Luego me miraron, algunos abiertamente, otros furtivamente. ¿Y qué podía hacer? Nada. En. Todo. Nada de lo que se suponía, de todos modos. Después de un rato, me cansé de que todos se me quedaran mirando fijamente y luego los unos a los otros, así que anduve alrededor soplando todas las velas, tomando consuelo de la debilidad mientras me comía dos grandes trozos de mi dulce torta de cumpleaños. Eventualmente, todo el mundo poco a poco se iba hacia a su casa. Yo vengo de una familia de brujas. Todos y cada uno de los miembros de mi familia, hasta mi primo más joven ha manifestado su Talento particular, sin falta, justo antes, y ciertamente no después de la edad de ocho años. Excepto por mí. Nueve años han pasado desde ese cumpleaños y no tengo nada que mostrar. Ni una gota, ni la mitad de una gota, ni siquiera un cuarto de la mitad de la mitad de una gota de magia corriendo a través de mis aparentemente vulgares venas. En cuanto a lo que mi abuela dijo sobre mí—una de las más poderosas... un faro, etc., etc., etc.—todo esto viene a demostrar que al contrario de la creencia popular, incluso la más antigua y más sabia bruja puede estar totalmente equivocada.

Capítulo 1 Traducido por Clarissa Darkness* Corregido por Caamille

-V

einte minutos más, Héctor —dije—. Y seré libre de este cráter- infernal. —Héctor, cuyos leonados ojos dormilones medio se abrían cuando yo hablaba, ahora sólo me mostraba sus dientes como agujas mientras bostezaba. Él parpadea una vez y luego se enrosca para seguir durmiendo, su cola cubriendo sus patas delanteras. Cráter-infernal no es la descripción más justa, admito mientras miro alrededor la librería de mi abuela, asegurándome que nada está fuera de lugar. Pero cráter-infernal se ha convertido en mi expresión favorita últimamente. Tengo que ir al cráter-infernal, me gustaba decirle a mi compañera de cuarto, Agatha, cuando supuestamente tenía que ir a casa por vacaciones o por el fin de semana. Agatha siempre ponía los ojos en blanco en respuesta. —Creo que debe haber sido tan impresionante haber crecido en una comuna. —Se atrevió una vez. No me molesté en explicar cómo que en realidad no es una comuna. Yo puedo ver cómo podría sonar, como una especie de editada descripción que le he dado. Una gran casa de piedra laberíntica en el estado de Nueva York, con una puerta giratoria, con primos, tíos y tías, un establo adyacente, con campos y jardines, lo que alimenta el negocio de la familia, suministros a base de plantas Greene's. Todas presididas por mi madre y mi abuela con sus largas y coloridas faldas con chales y cadenas de cuentas. —Quiero decir, yo crecí en Pine Park, Illinois, Tamsin. Ven conmigo a casa alguna vez y verás un cráter-infernal. Y, por cierto, eso no es ni siquiera una palabra. —Me encantaría —le contesté con entusiasmo en el momento. Y lo decía enserio. Me encantaría ver cómo es ser parte de una real y normal familia Americana. Donde tu madre y tu abuela no están

leyendo las hojas de té y las entrañas a cada segundo. O haciendo infusiones con fuertes olores de las hierbas del jardín para decenas de chicas y mujeres del pueblo. Vienen por la noche, golpeando tímidamente la puerta de atrás, pidiendo por algo para deslizar en algún café o alguna cerveza de los hombres cuando no están mirando. Los ojos de las mujeres se llenan de lágrimas de agradecimiento, los mismos ojos que pasan lejos rozando el agua cuando se reúnen con los tuyos si se cruzan en la ciudad durante el día. En una real y normal familia, donde las personas celebran Acción de Gracias, Navidad y Hanukkah. Halloween es para que los niños se disfracen. No es un día de fiesta donde toda tu familia se reúne en las profundidades del bosque detrás de tu casa y construyen una hoguera y queman hierbas aromáticas en el altar construido para los cuatro elementos. No es un día de fiesta donde toda tu familia baila hasta el rasguño del amanecer en las colinas y finalmente puedes tropezar a casa, con las desnudas piernas arañadas y magulladas, con las manos y los pies congelados, enfermos por el vino hecho en casa del tío Chester. —Cráter-infernal —digo otra vez ahora con sentimiento, como las gotas de lluvia salpican contra los grandes ventanales. Por lo menos queda sólo una semana más hasta que pueda tomar el tren de regreso a Grand Central. Bostezo, estiro los dedos hacia el techo de pulido estaño. La campana encima de la puerta hizo tres sonidos suaves y se me caen los brazos medio estirados, sorprendida. No soy la única. Héctor salta fuera del mostrador, aterrizando con un maullido descontento y desapareciendo entre dos montones de libros de poesía que acabo de recordar que se suponía que tenía que volver a etiquetar con los precios y ponerlos en la sección media. Pero en cambio, miro al hombre que acaba de entrar. Es alto, y dado que yo soy alta, es decir algo. Alto y delgado, envuelto en un abrigo oscuro que parece superponerse a su cuerpo. Cortésmente pliega su paraguas y lo coloca en la maceta de cobre que sirva como soporte de la puerta. Sus ojos se encontraron con los míos a través de la habitación. —Lo siento —dice, y su voz es un susurro nervioso casi arrastrado por el viento. La puerta se cierra, sellándonos.

—¿Por qué? —le preguntó ligeramente—. Ni siquiera me conoce todavía. —En mi mente, puedo oír gemir a Agatha. Ella se desespera de mí y de mis obvias frases. Él indica el área alrededor de sus pies. Charcos se extienden por el suelo de madera, goteando desde el borde húmedo de su impermeable y sus mangas—. Oh —digo. Y entonces, todo mi ingenio desaparece—. Yo... tengo un trapeador. — Termino brillantemente. Él asiente con la cabeza, mueve un poco la mano y luego mira avergonzado como más gotas de lluvia caen en el suelo. —¿Estás a punto de cerrar? —Su acento es débil pero familiar y yo trato de resolver el rompecabezas. —No. —Miento bravamente, porque después de todo es un cliente y he hecho en alguna parte alrededor de veinte y dos dólares en las ventas de hoy día. Me muevo detrás de la caja registradora y empiezo a enderezar el montón de libros de aquí, pretendiendo no ver como el hombre se desplaza más allá de la nueva sección de ciencia ficción. Cuando se mueve un poco más cerca de lo oculto y de la sección arcano, siento el pinchazo familiar de la resignación. Así que es uno de ellos. Uno fuera-del-pueblo, definitivamente, que piensa que la magia se puede encontrar en un libro. Suspiro. Créeme, quiero gritarle, si la magia se puede encontrar en un libro, yo la habría encontrado hace mucho tiempo. Jugué con la cinta de la caja registradora, entonces, miré de nuevo, esperando ver al hombre totalmente inmerso en Starling Raven, el último libro de la estantería, Hechizos Para Vivir Una Vida De Buena Fortuna, nuestro éxito de ventas en la actualidad. Pero él no estaba a la vista. Estiro mi cuello, equilibrándome sobre un pie. De repente, se materializa de entre los estantes de poesía y de esa forma se dirige hacia mí, mientras mantiene un libro delgado de color bronce, inexplicablemente me encuentro dando un paso hacia atrás. Mi codo roza la cafetera que me insistió mi abuela en comprar si me iba a trabajar en la tienda todo este verano. Ésta da un silbido, su contenido aceitoso chapotea un poco, como reflejo sacudo mi brazo hacia adelante. —Ouch. El hombre no parece darse cuenta.

De cerca, veo los destellos de rastrojos de oro en su barbilla y su grosor, la lluvia le mojó el cabello y pasó a rubio oscuro. Sus gafas elegantes de color negro de montura reflejan la luz hacia mí, pero no me permiten ver el color de sus ojos. Puse su edad en unos treinta años. No es convencionalmente buen parecido, pero hay algo en él, algo que me hace apartar la mirada, y luego mirar de regreso de nuevo. —¿Tienes alguno más como esto? —pregunta, y el origen del murmullo en su acento me llega a mí, otra vez. Las sílabas cortadas, la enunciación perfecta. Inglés, decido. Eso definitivamente aumenta el factor de atracción. Agatha, por ejemplo, se vuelve loca por los acentos. Le doy vuelta a la portada, miro a través de las páginas. —Es uno de los que no he leído —le digo, sorprendida porque Eve lee casi todo en la tienda. Por lo menos lee todo lo que vale la pena. El libro parece ser un montaje fotográfico de los orígenes de mi pueblo. Bocetos a lápiz y dibujos de tinta de las mansiones de principios, para dar paso a fotos brillantes del follaje de otoño, la plaza del pueblo, las cascadas y el cementerio. Debajo de cada foto hay un texto, un breve párrafo o dos que explica la historia. —Interesante —le digo con una sonrisa evasiva, se lo entrego de vuelta. Se ajusta las gafas en el puente de la nariz y dice. —Interesante es una de las palabras más banales en el idioma Inglés. ¿Qué es lo que significa realmente? —Mi sonrisa se congela en su lugar. —Significa que no tengo nada mejor que decir tan interesante que venga a ser útil. —Él sacude la cabeza una vez. —De alguna manera no creo que seas el tipo de persona que se encontraría en una situación en la que no tiene nada mejor que decir. La cafetera silbó de nuevo y casualmente me froto la mano por la parte de atrás de mi cuello para impedir que un escalofrío se extendiera. De la nada, Héctor salta en el mostrador otra vez, arquea la espalda y la cabeza, embistiendo ferozmente contra el libro que tiene el hombre en su poder. El hombre parece sorprendido por un

segundo, y de repente las líneas se curvan alrededor de su boca, creando unos no-completamente-hoyuelos. —Héctor ve a todos los libros como rivales para la atención de la gente. —Para él es un mal lugar para vivir, entonces. —El hombre comenta. —Él cobra su venganza de manera sutil. ¿Esto es todo? —le pregunto, señalando el libro. En un instante, Héctor pasa las garras por mi brazalete de plata que está en mi muñeca y sus garras quedan clavadas en mi piel. —¡Ay! —digo, moviendo mi mano hacia atrás. —Ve a lo que me refiero de la venganza —murmuro, mirando las tres gotas de sangre que brotaban de mi pálida piel. —Permítame —dice el hombre, y rápidamente, tan rápido que no tengo tiempo para reaccionar, saca un pañuelo azul del bolsillo de su impermeable. Su lengua parpadea en la esquina de su boca. Tiro de mi mano hacia atrás, una sonrisa tambaleo en mi cara. —¿Quién posee un pañuelo en estos días? —Mi voz hizo un sonido inestable como pellizcado, incluso. Examino la esquina de la tela, que está bordado con las letras AEK. Se encoge de hombros y mira avergonzado, y desaparece en el bolsillo del abrigo. —Sí, no es un hábito muy americano, lo estoy agregando. —Así que es Inglés —concluyo. Él mira brevemente dolido. —Escocés —dice. —Lo siento —me burlo en un susurro—. Grave error. Enemigos mortales y todo, ¿verdad? —Traigo mi muñeca a mi boca, presionando mis labios a los rasguños de mi piel dañada. Me mira y dejo caer la mano, avergonzada. —¿Está de vacaciones aquí? —le pregunto, llenando la brecha de silencio. —No. Estoy en la NYU.

—¿Es un estudiante de allí? —pregunto. Una mancha de color se esparce en sus mejillas. —Soy un profesor de allí. —¿Eres? —le digo, dándome cuenta tardíamente de lo grosero que suena—. Quiero decir... eres. —Asiento con la cabeza—. Claro que sí. Lo siento, es que se ve tan joven. —Ahora yo soy la que está ruborizada. Puedo sentirlo en mis mejillas y en mi frente. Hasta mi nariz se siente caliente. —Primer año —dice, y añade una sonrisa leve—. Creo que voy a crecer en ella. —¿Qué es lo que enseña? —le pregunto. —Historia del Arte. ¿Eres una estudiante universitaria? —Todavía no —le digo. —Voy a la Preparatoria New Hyde. —Me da una mirada en blanco. —Es un internado en la ciudad. En el Upper East Side. Estoy en casa para el verano. —Empujo una pila de marcadores de cartón más cerca de la registradora, alineando sus bordes perfectamente—. La NYU es una de mis primeras opciones. Así que si voy ahí, tal vez termine en su clase el año que viene. —Eso sería estupendo —dice. Luego mira hacia arriba y sonríe brevemente casi con maldad hacia mí—. Mientras que me prometas, que no usaras la palabra interesante en ninguno de los debates. —No me atrevería —le digo. Considero dejar que mis pestañas barran. He estado tan aburrida todo el verano y necesito de una práctica para ligar un poco. En la pequeña ciudad de Hedgerow, mientras que tiene un gran encanto rústico, no lleva mucho en el camino para la distracción del sexo masculino. Aunque fueras un miembro de la familia más famosa de la ciudad, las opciones son limitadas. Pero el momento pasa, así que tomo el libro una vez más y compruebo la solapa por el precio que mi abuela ha dibujado con sus curvados garabatos.

—Siete dólares —digo, tomando el billete de veinte de sus dedos extendidos. Acepta el cambio que le doy, ni siquiera comprobando antes de que lo guardara en su billetera. Y todo el tiempo lleva un aspecto débil de inquietud. Se quita las gafas, se masajea el puente de su nariz, y me mira, y yo me decido entre cara y cruz que sus ojos son entre azul y gris. —Hay algo más que estoy buscando. —Se precipita de repente—. No es un libro, sin embargo. —Echa un vistazo a la puerta, como si estuviera pensando en cambiar de opinión y escapar en la lluvia. Cambio la posición de mis pies, presionando los oídos de Héctor suavemente sobre su cabeza de la manera que le gusta. —¿Qué es, entonces? —De alguna manera no me sorprende que hubiéramos llegado a esto. La mayoría de los forasteros vienen a esta parte con el tiempo. —Una reliquia de la familia antigua. Un reloj. Ha estado en mi familia por generaciones y luego... se perdió. —Se acomoda las gafas de regreso en su cara. —¿Se perdió? —Agita la mano, la luz captura la banda de acero de su reloj. Héctor amplia los ojos, y le puse la mano en el cuello, hasta que se quedó dormido de nuevo. —En un juego de cartas o una apuesta o algo por el estilo a finales del siglo XVIII en Nueva York. Jugadores en la familia, me temo. —¿Y cómo le puedo ayudar? —le pregunto para esperar a que encuentre mis ojos, lo hace con lo que parece ser renuncia. Glaciar azul, decido finalmente. —Es sólo que... bueno... yo había oído que... que este lugar... —¿Este lugar? —repito. Cuando deslizo el libro en una bolsa, trazo con un dedo los logotipos de Greene’s. No puedo dejar de sentirme como un ratón atrapado entre las patas de Héctor. Se ruboriza de nuevo. —Había escuchado que este lugar se especializa en ese tipo de cosas. Encontrar cosas, eso es. Recuperar las cosas.

—Muy raras veces algo se pierde para siempre —le digo enigmáticamente porque es lo que mi abuela siempre le dice a los clientes potenciales. Entonces, me canso de este juego y un poco cansada de mí misma. El pobre hombre viajó desde Nueva York todo el camino en una noche lluviosa para encontrar algo, sin duda algo sin valor, excepto sentimental, y la última cosa que necesita es que juegue con él una chica de diecisiete años de edad con un chip en el hombro en relación a Talentos Especiales de su familia. Dado que Agatha tomó Introducción a la Psicología el año pasado, me ha empujado cada vez más a ser consciente de mi misma. —Bueno, mire... ha llegado al lugar correcto, profesor, pero… —Callum —interviene. —Alistair Callum. Y tú eres la Srta. Greene, por supuesto. —Sí. T… —Pero las palabras brotaban de él ahora. —Francamente, estaba un poco dudoso que un lugar como... como éste existiera. Quiero decir, tan fascinante. Quiero... sólo quiero decir... que cosa más brillante es lo que hace, Srta. Greene. —No soy la persona que quieres. Sé que tengo que decírselo. Pero es tan raro que alguien me mire de la manera en que Alistair me está mirando ahora. Con admiración y asombro. Me siento a la vez con un brillo y un oscurecimiento en mi cabeza como si alguien encendiera un interruptor de luz y luego con la misma rapidez me golpeara de nuevo. De pronto, quiero estar de vuelta en mi cama, en mi dormitorio, rozando pasajes de un libro abierto apoyado en el pecho antes de abandonar mi tarea y deambular hasta la sala de estudiantes a ver la televisión con cualquier persona que esté allí. La gente normal. Las personas que no tienen idea de los Talentos de mi familia. Las personas que no me miran de reojo con asombro o inquietud o miedo, o cualquier combinación de los tres. Y sin embargo, Alistair me está mirando con esperanza, apretando las manos sobre el mostrador mientras se inclina hacia mí. Me imagino diciendo lo correcto, lo que se supone que dicen si un cliente pide ayuda para encontrar más allá de donde el último misterio de Pat Griffith. Mi abuela es la que necesita hablar. Estará en la mañana.

Sólo estoy viendo la tienda y no esto. No soy la que necesita. En cambio, me oigo decir. —Yo puedo ayudarlo. —Y entonces, me detengo. Arréglalo, arréglalo ahora, un hilo de voz me grita:— Esta es la tienda de mi abuela. — Eso es, eso es, da marcha atrás. Puedo tomar un respiro, pisoteo la voz, oprimiéndola en silencio—. Pero hago este tipo de trabajo con ella todo el tiempo. —Mis palabras son sorprendentemente estables y seguras. Héctor deja de ronronear y abre los ojos, y me da una larga mirada amarilla. —Me enteré de su familia en una tienda de antigüedades… —Esto responde a mi siguiente pregunta. ¿Cuál fue… —Ve a ver a la Sra. Greene, me dijeron. O su nieta Rowena. Rowena Greene será la que tú quieres. —Y luego vuelve a sonreír, pero esta vez se trata de una media sonrisa extraña, y añade en voz baja—. Las palabras que yo había esperado tanto tiempo por escuchar. Rowena Greene. —Mi garganta se acaba de secar, una especie de vagabundeo como en el desierto de una semana sin agua, totalmente seca. Tenemos un montón de nombres extraños en nuestra familia. Aún así, odio el mío especialmente. Tamsin. Suena tan duro... y poco musical. A diferencia de Rowena, que ondea fuera de la lengua, Tamsin como en las caídas con un símbolo. Le pregunté a mi abuela varias veces cuando yo era pequeña, por qué me había dado tal nombre, pero sólo sonreía y me decía que era una historia que sería mejor guardar para otra ocasión. Ahora trago saliva y trato de decir. —Um, realmente mi… —Y cuando entré por esa puerta esta noche, sólo tenía este sentimiento de que era contigo con quién se suponía debía hablar. — Se mete la bolsa lejos en un bolsillo interior de su chaqueta—. Es probable que pienses que estoy loco. Tal vez estoy loco. —Él aprieta el puente de su nariz brevemente con dos dedos. —No creo que estés loco —le digo después de un momento, cuando parece que terminó de hablar. Parece ser mi nuevo trabajo para tranquilizarlo. He visto a mi abuela poner nervioso a clientes con facilidad en poco tiempo.

—Me siento halagada, de verdad —le digo la verdad y me detengo a mí misma de añadir, no tienes idea de cómo de halagada. Nadie nunca, nunca me había podido confundir con mi hermana mayor de gran talento antes. Se inclina sobre el mostrador, se apodera de mi mano y la sacude de arriba abajo, varias veces. Héctor profiere un maullido ofendido y bordea nuestro apretón lejos, nuestra agitación de manos, pero Alistair no parece darse cuenta. —Estoy tan contento de escuchar esto. Sólo tengo la sensación de que realmente puedes ayudarme. —Trago saliva, dejando señalar que está apretando mi lesionada muñeca. —Mire, Sr. Callum… —Alistair —insiste. —Alistair —repito después de él. —Necesito decirte... —¿Sí? —me pide, y cuando no respondí de inmediato, contrajo un poco los hombros y sus manos, de repente flojo, se aleja de mí. No puedo soportar su decepción. —Um... quería decir que no puedo prometer nada. —En realidad, le prometo que probablemente no seré capaz de hacer el trabajo. Tal vez debería haberlo dicho de la forma en que mi abuela hace cuando se enfrenta a un particular cliente agresivo o un caso excepcionalmente duro. Lo que quiere ser encontrado saldrá a la luz. No voy a descansar hasta que haya brillado esta luz en todos los rincones y ahuyentado todas las sombras. No es que ella dijera mucho de cualquier cosa últimamente. Este verano cuando llegué de la escuela, la encontré pasando la mayor parte de su tiempo sentada en el jardín o en su habitación, soñando con una neblina que se extiende sobre su cara y calmando sus manos. Nadie lo quiere admitir. Por lo menos no abiertamente. En cambio, mi madre me dijo que estaría trabajando en la librería la mayoría del verano, mientras Rowena se quedaría en casa y ayudaría con todo lo demás. Todo lo demás. Es el negocio de las brujas viviendo en un mundo que realmente no saben que existen.

—No, no. Por supuesto, por supuesto. —Alistair está diciendo, y me concentro en él—. Comprendo perfectamente. Cualquier cosa que pueda hacer. —Retrocede hacia la puerta y toma el paraguas, sin apartar los ojos de mí, como si tuviera miedo de que estuviera a punto de comenzar a cortar alas de murciélago y a murmurar encantamientos. —Espera. ¿No quieres contarme más sobre él? ¿Qué es lo que se supone tengo que buscar? —Se detiene y cierra los ojos un instante, y las comisuras de su boca tiran hacia arriba en una pequeña sonrisa. —Sí, por supuesto. Pero... —Mira su reloj. —Tengo un tren que debo tomar en sólo unos minutos. ¿Podemos hacer una cita para hablar en mi oficina cuando comience el semestre? —Claro —le digo, luchando por mantener el alivio en mi voz. Yo sé lo que pasa con estas personas. Una vez de vuelta en su oficina y en que la escuela se inicie, esta noche comenzará a parecer cada vez más irreal como las piezas de un vacío. Muy pronto se empezará a preguntar si incluso ha tenido esta conversación con una chica en una noche oscura llena de lluvia. Tal vez se convertirá en una historia que va a decirle a alguien algún día, de que una vez trató de contratar los servicios de una bruja para encontrar algo que estaba destinado a permanecer perdido de todos modos. —Nos vemos después. NYU, ¿verdad? —Se busca en el bolsillo del abrigo en un minuto, una expresión de alarma cruza du cara. —Tenía una tarjeta en alguna parte. Sólo debe estar por aquí. —Él rebusca en sus bolsillos cada vez con movimientos más violentos. —No se preocupe por eso —le dije, finalmente, con una amplia sonrisa. —Te encontraré. Quiero decir, si no puedo, es probable que realmente no quieras contratarme para el trabajo de todos modos, ¿no? —Se ve sorprendido y después se ríe, mostrando los casi pero no-tan-hoyuelos otra vez.

—Verdad. Y... acostumbrado?

bueno,

lo

que

quieras,

¿cuál

es

el

precio

—¿Acostumbrado? —¿Cómo sabe mi abuela manejar esta parte? Ella hace que todo sea tan fácil—. Um... hablaremos de ello cuando tengo una mejor idea del trabajo. —Lo digo en mi tono más oficial. Esto parece satisfacerlo, porque asiente con la cabeza y finalmente desaparece en la densa lluvia que cae. Doy la vuelta al letrero de cierre hacia el exterior, giro la llave de metal grande en la cerradura, y me derivo de nuevo a la caja registradora. Me siento como si hubiera algo que me he olvidado de hacer, así que miro alrededor de la tienda, los ojos saltando por encima de los montones de libros de poesía que aún no tienen precio. Desearía poder decirle Agatha esta historia, pero de alguna manera no creo que sobreviviría a la edición editada por la que tendría que pasar. El teléfono suena considerablemente. Le doy una mirada malévola, ya que chilla, chilla y chilla. No necesito ninguna de los Talentos de mi familia para saber quién es. Finalmente lo recojo. —Greene’s Perdido y Encontrado, libros nuevos y usados, ¿puedo ayudarle? —Yo murmullo en el receptor. —Tam —Rowena dice, y su voz es todo de negocios—. Necesitamos que recojas tres galones de helado de vainilla a McEwen. La caja de helado se rompió. —Ruedo mis ojos. —¿No puede el tío Chester arreglarlo? —Tío Chester puede arreglar cualquier cosa que se ha roto. Electrodomésticos, vidrio, porcelana, huesos. —Trató. Ahora parte de la empuñadura se adjunta a la cadera de la tía Minna. —Hay un breve suspiro de exasperación. —Está borracho —Rowena añade innecesariamente. —¿Ya? —Cierra temprano y recógelo, ¿esta bien? —Tal vez tengo clientes —digo con grandilocuencia. Barro mis brazos a la tienda vacía.

—Tú no tienes clientes. —Talentosa como es, mi hermana sólo puede ver lo que está delante de ella, así que miento con gran facilidad. —Yo, en realidad… —¿Quién? —exige—. Además, no puede ser alguien importante. Al menos nadie que puedas ayudar —añade. Me quedé en silencio. Toco la punta de la nariz de Héctor. Él abre los ojos y nos quedamos mirando el uno al otro. —Voy a traer el helado —le digo inexpresiva—. Tan pronto como cierre aquí. —Sí, claro. —Tam —dice mi hermana, y es posible que suene aún más molesto que antes—. Yo no quería decir… —Lo hiciste —digo con mi voz alegre otra vez—. ¿Algo más? —Recuerda que la tía Lydia y Gabriel estarán aquí esta noche. —Hago un movimiento circular en el aire con un dedo—. Genial. —Pero por dentro me sofoca una punzada. Gabriel. —¿Estás emocionada? —exige—. Quiero decir, no la hemos visto en años. —Tía Lydia ni siquiera es nuestra tía, pero es parte de la red flexible que se ha formado alrededor de mi familia durante los años, y desde que llamamos a todas las mujeres de más edad “tía” y todos los hombres mayores “tío” que acabas con residuos líquidos en una gran familia feliz. O algo parecido. Gabriel es su hijo. También solía ser mi mejor amigo cuando éramos niños. Luego, desarrolló su talento de ser capaz de encontrar cualquier cosa: las llaves, carteras, libros, joyas, y cualquier número de cosas que se ponen en un lugar y se pierden casi instantáneamente. A las personas, también. En ese momento, Rowena y nuestro primo Gwyneth decretaron que ya no podía jugar al ratón y al gato con nosotros. En protesta, dejé de jugar el juego, también. Se mudaron cuando tenía diez años y estaba a punto de cumplir ocho años. Tía Lydia había acordado desplazarse por el país, a California, probablemente para salvar su matrimonio con este hombre sin Talento, el tío Phil. Esto causó un poco de calor grave con mi madre y mi abuela, porque nada le habría gustado mejor a mi familia, incluso a “nuestra familia ampliada” que

permaneciera en un solo lugar. Al parecer, la medida no dio resultado. Y ahora, esta noche la tía Lydia y Gabriel están programados para hacer su aparición, donde presumiblemente serán bienvenidos. —Genial —repito. Froto la cabeza de Héctor y cierra los ojos, estira un poco el cuello en mi mano abierta. Desde el otro extremo de la línea oigo empezar a cantar a alguien. Suena como el tío Chester, su voz rica en varios tonos y vacilante en algunos lugares. —Me tengo que ir —Rowena dice con firmeza como si lo hubiera dicho dos veces—. No te olvides del helado. —¿El qué? —pregunto, pero ella ya ha hecho clic en el teléfono y así que mi pequeña broma pasada se pierde ahí.

Capítulo 2 Traducido por Aishliin Corregido por Marina012

G

ruesas gotas de lluvia golpean la piel de mis brazos y mis piernas durante todo el camino por la ciudad a mi casa en bicicleta. Mis pies hacen girar los pedales, la luz de calle capturada rebota en mis reflectores. Una o dos veces un coche toca la bocina por delante de mí, voces que resuenan sobre la música a todo volumen. ―Fenómeno ―grita alguien por la ventana, y la palabra me golpea en la cara. Yo trago saliva, pedaleo más rápido, hasta llegar al último tramo del camino rural que conduce a mi casa. Entonces, la cortina de lluvia se levanta a los lejos y el tintineo de las cigarras vuelve a la vida. Pongo los ojos en blanco. Me doy cuenta de que Rowena no podía tener un poco de lluvia que arruinara su fiesta de compromiso. Me doy cuenta que habrá cedido ante su dulce demanda formulada en tres segundos, y llamó a los cielos despejados y a la suave brisa que susurra en los bordes de nuestra propiedad. Golpeo, y doy una sacudida sobre el camino de entrada, haciendo lo posible para evitar los numerosos baches que parecen multiplicarse cada vez que voy a casa. Las luces de todas las ventanas de la casa brillan como el fuego, en comparación a la oscuridad que cubre el césped. El dulce y afilado aguijón de humo de la hoguera de se desplaza por el aire. Parece como si la fiesta ya hubiera comenzado. Me imagino a mi abuela instalada en su silla grande, como una reina en su trono. Díselo a ella, no se lo digas, díselo, no se lo digas. Dile a ella que mentiste. Incluso si Alistair Callum alguna vez, vuelve a la tienda, siempre podría decirle a mi familia que me olvidé de su petición. Porque eso sería muy creíble. La parte frontal de las ruedas de mi bicicleta chocó con una amplia parcela de césped, que podría jurar no que estaba allí esta mañana, y mis dientes posteriores suenan juntos. Viro salvajemente, trato de frenar, y entonces…

¡Golpe! Choco con algo muy sólido. Y humano. En el minuto siguiente me caigo, y luego estamos los dos tirados en el suelo, y justo a tiempo, quién quiera que sea arroja un brazo e impide que la bicicleta se derrumbe encima de nosotros. ―¡Oh! Yo... ―Empiezo, entonces, una voz masculina grave y molesta me interrumpe. ―¿Tal vez podrías ver por dónde vas? ―La injusticia de esto pica, y antes de que yo pueda pararme, digo. ―¿Tal vez tú podrías mirar dónde estás parado? ―Aunque tarde, me doy cuenta que aún estoy acostada en la parte superior de esta persona, y me pongo de pie. Está tan oscuro que no puedo ver todos los daños, pero puedo sentir la capa de barro de mi brazo derecho y un hormigueo doloroso en la rodilla izquierda. Tiro lejos un poco de piedritas que estaban incrustadas en mi piel. Genial. Me puedo imaginar las miradas que recibiré si entro en la fiesta de Rowena. Mi rueda delantera todavía está girando cuando busco mi bicicleta. ―Aquí ―dice el tipo―. Déjame… ―No, ya lo tengo. ―Nuestros hombros chocan entre sí como si lucháramos por la bicicleta, y le golpeo con el manillar en lo que parece la cadera. A mi lado, suelta una exhalación de aliento repentina. Por lo menos, espero que fuera la cadera. ―Está bien, supongo ―dice él intensamente, en una especie de grito entre dientes, y de pronto estoy contenta de que la oscuridad esconda mi cara. ―Voy a guardar unos metros entre nosotros. Tal vez seis. ―Lo siento ―murmuro mientras caminamos hacia la casa. Mi bicicleta está haciendo pequeños sonidos que no pueden ser saludables. Y justo en ese momento me acuerdo de que he olvidado recoger el helado. Trato de no suspirar demasiado fuerte. Mi único consuelo es que Rowena espere que se me haya olvidado. Lo que no es un verdadero consuelo en absoluto. Cuando llegamos al porche, apoyo mi bicicleta contra la barandilla, a la vez que él, y abro la boca para decir algo así como lo siento de nuevo, pero las palabras

se evaporan en mí garganta. El hombre parado a mi lado es de una innegable belleza. Él tiene el pelo oscuro, largo hasta los hombros, ojos oscuros, y un rostro delgado. Su larga, flexible y peculiar boca hace una risa y él dice. ―¿Quién hubiera sabido que ibas a llegar a ser tan torpe, Tamsin? ―Hago un golpe inútil en la formación de costras de lodo a lo largo de mi antebrazo, mientras que miro la luna azul tatuada en el lado derecho de su cuello. ¿Quién sabía que me iba a resultar tan caliente? Sólo trago saliva y digo. ―Hola, Gabriel. ―Tan pronto como entramos en la casa, la tía Beatriz se barre sobre nosotros. ―Lo he perdido ―ella gime y se aferra a la muñeca de Gabriel. Examina sus manos entrelazadas por un momento y luego mira encima de él. ―Te conozco ―susurra. ―Este es Gabriel, tía Beatriz ―digo en voz alta. Además de su memoria, que ha arriesgado por unos diez años ahora, la tía Beatriz también parece estar perdiendo su oído. Por otra parte, tiene 101 años, es el miembro más antiguo de la familia. Y realmente es de la familia, también, por ser la hermana de mi abuela. Yo nunca conocí a su marido, tío Roberto. Murió poco antes de que yo naciera, y según mi madre es el momento cuando la tía Beatriz realmente deslizó el ancla. ―Yo sé quién es ―responde ella, y su larga nariz se estremece como si en realidad me estuviera oliendo a mí antes de que agregue―. Y te conozco ―yo asiento. Ella ha estado proclamando que me conoce en los últimos tres años. No importa que yo la haya visto cada uno de los días de mi vida a excepción del año pasado, cuando estuve fuera de la escuela. ―Oh ―ella gime y suelta la mano de Gabriel―. Yo realmente lo he perdido. ―¿Perder qué? ―Gabriel pregunta pacientemente.

―¿No es lo que llevas en la muñeca, tía Beatriz? ―sugiero, y cuando ella me da una mirada distraída, yo señalo la muñeca huesuda y el brazalete de diamantes colgando de ella. A veces puede ser engañada pensando que realmente acaba de encontrar lo que sea que piensa que ha perdido. Entonces, es feliz por un rato, antes de que su rostro colapse de nuevo y empiece a retorcer sus manos. Se examina la pulsera con los ojos brillantes por un momento, y a continuación, mueve la cabeza tristemente. ―No, querida ―ella tiembla―. Lo he perdido ―Me sonríe, una sonrisa dulce que atrae a las millones de las arrugas en su rostro. Luego me da un distraído beso con olor a polvos de talco y jerez en la mejilla, y yo la abrazo con verdadero afecto. Siento cierta simpatía por tía Beatriz. Al parecer, solía ser una bruja de gran alcance que podría hacer que la gente dejara de moverse con sólo el toque de su dedo. Algo sucedió, sin embargo, mucho antes de que yo naciera, antes de que mi madre naciera, incluso, pero nadie hablaba de ello. Ahora ella pasa la mayor parte de su tiempo vagando a través de su propio mundo privado en busca de lo que se le ha perdido. ―Ya está ―dice Silda, mi prima, cuando llega junto a nosotros. Nos mira brevemente a nosotros antes de decir con una voz brillante―. Mira lo que te traje, tía Beatriz. Tu favorito. ―En la palma de su mano ella tiene una pequeña tarta de frutas. Tía Beatriz hace un pequeño resoplido. ―Me gusta el chocolate ―dice. Silda parpadea, cierra la mano, y la abre de nuevo para mostrar una galleta grande con saltonas chispas de chocolate. ―Tu preferido ―dice de nuevo, un ligero engatusamiento en su voz―. Y hay más de donde vino éste. ―Perdido ―tía Beatriz murmura débilmente, pero se deja llevar. Yo sacudo la cabeza. ―No puedes… ―empiezo a preguntar. ―Ella no ha perdido nada que pueda encontrar ―Gabriel responde, encogiéndose de hombros, levantando sus hombros un poco―. Lo

intenté antes. Era algo sobre un reloj de bolsillo. Pero cuando encontré un reloj de bolsillo en un cajón, no era lo que quería. Rasco mi brazo. Las escamas de fango se arremolinan en la manta raída. Por el rabillo ojo, veo a mi madre que está de pie en el otro extremo del cuarto. Su cabeza gira hacia mí, y de repente me doy cuenta de los agujeros en las rodillas de mis vaqueros y el descolorido de mi camiseta Mi Pequeño Pony, mi tienda favorita, y la más barata... ―Debería ir a cambiarme ―digo―. Y tú deberías mezclarte con la gente. Probablemente no es una buena idea gastar mucho tiempo dirigiéndote a la persona inadaptada de la familia ―añado ligeramente. Gabriel levanta sus cejas. ―¿Persona inadaptada de la familia? ―Me encojo de hombros. ―Ya sabes el trato ―digo, porque estoy seguro de todo el mundo lo sabe. ―No. Y ahora tengo curiosidad. ―Él da un paso más. El nivel de charla en la sala sigue siendo alto, pero de repente me siento como si estuviéramos expuestos. ―Vamos, Gabriel. ¿Tú has estado detrás de todo esto, cuarenta minutos? Tú debes haber obtenido la verdad sobre todo lo que ha pasado desde que te has ido. Se ve pensativo un momento y estoy esperando que diga algo de falsa consolación. Pero en lugar de eso, dice. ―Tal vez la tendría si me hubieras rellenado estos años. ―¿Qué? ―digo, arrugando la cara en líneas de confusión. Pero yo conozco el medio. Al parecer, Gabriel piensa también que yo lo hago, porque se hace eco. ―Sabes lo que quiero decir. ¿Qué fue eso de nunca escribirme? ¿Qué fue tu silencio en de un radio? ―Sus ojos se estrecha en los míos como desafiándome a mirar a otra parte. Y lo hago. Cuando tía Lydia anunció que se iba a California, Gabriel y yo intentamos todo lo posible para convencerla de que lo dejara detrás. Argumentos

racionales, ajustes de griterío, huelgas de hambre (duré cinco horas completas antes de que me derrumbara), y tratamientos de silencio. Nada funcionó. En el día que se iban, extraje una promesa de un Gabriel mudo y pálido, que íbamos a escribirnos el uno al otro cada semana. Luego ellos se marcharon, la cara de Gabriel girada lejos de la casa y de todos los que estábamos reunidos en el césped. En cambio, miró fijamente a la parte posterior de la cabeza de su madre en el asiento del acompañante con la esperanza de hacer un agujero a través de su cráneo. Lo bueno para ella es que ese no era su Talento. Dos meses más tarde, me envió un mapa dibujado a mano fría de su nueva ciudad, lleno de calaveras y tibias cruzadas en todos los lugares donde juró que había un tesoro enterrado, ya que estábamos locos por las historias de tesoros enterrados. Pero para entonces mi octavo cumpleaños infame había llegado y se ha ido y yo estaba en un estado de shock prolongado. Unas semanas después del mapa, él me envió una larga carta con todo acerca de su nueva escuela y cómo no se parecía en nada a nuestra antigua escuela. Luego me envió una nota diciendo solamente. ―¿¿¿Por qué no has escrito de nuevo??? ―Con los seis signos de interrogación en rojo. Después de eso, nada. Todavía tenía todas las cartas. Pero ahora me encojo de hombros. ―Oye, Gabriel, que éramos sólo niños. Vamos. Nos mezclamos. De verdad. ―Voy hacia atrás, tratando de hacer caso omiso de la mirada que me está dando, su vieja y conocida forma de mirar, no parece haber cambiado en absoluto. Yo me fundo en la multitud. ―Tamsin ―dice mi madre, materializándose delante de mí―. ¿No has felicitado a tu hermana y James todavía? ―Acabo de llegar aquí. ―Le recuerdo, aunque yo sé que lo sabe perfectamente bien. ―¿Cómo estaba la tienda? ¿Llena? ―De repente, la cara seria de Alistair viene nadando de nuevo a mí. Me había olvidado de él, con el atropello de Gabriel con mi bicicleta. Sacudo la cabeza un poco para deshacerme de la imagen. Él lo olvidará después de unas pocas semanas, me recuerdo.

―En realidad no. ―Ella toma una respiración, pone su mano sobre mi brazo. ―¿Vas a tratar de ser agradable con tu hermana esta noche? ―Yo siempre trato de ser amable con ella. ―Mi madre niega con la cabeza. Unos plateados hilos de primera quedan libres del nudo que se ha impuesto en el pelo normalmente salvaje. ―Inténtalo más ―dice ella, y el surco que persisten entre sus cejas se profundiza. ―Sí, mamá. ―Yo suspiro, consciente de que sueno como un caso de libro de la angustiosa adolescente. Si solamente... ―. ¿Algo más? Yo estaba a punto de cambiarme ―agrego. Mi madre se ve aliviada. ―Ah, bueno ―dice ella con esperanza, y me resisto a la tentación de reírme. Sonríe mientras yo me alejo, pero puedo sentir su mirada. A unos metros de distancia, el tío Morris parpadea dentro y fuera de la vista para la diversión de un niño, que grita y se ríe en los brazos de su madre. Ella sigue llegando a tirar un poco de un mechón gris de tío Morris de su barba de chivo, y él la deja llegar tan cerca antes de desaparecer de nuevo. No puedo evitar una sonrisa. Lo recuerdo jugando el mismo juego con Rowena y conmigo cuando éramos pequeñas. Camino trabajosamente en los montones de otras tías, tíos, primos, amigos de la familia. Todo el mundo sonríe o saluda, y sonrío o saludo a mi espalda, pero no me detengo. Sé las miradas que debo estar consiguiendo a mis espaldas… el levantado de las cejas, los encogimientos de hombros demasiado expresivo, los susurros de compasión. Pobre Camilla… su hija, tan pérdida, tan increíble. No ha pasado en la familia desde que puedo recordar. Y ella, se suponía que es, se suponía que es, se suponía que es... ―Muévete ―digo, echando a un niño pequeño fuera de mi camino como Ibegin para subir la masiva escalera de roble. Él se queda cerca de la pared, pero a mí me fulmina con sus ojos color avellana. No puedo recordar su nombre, pero sí recuerdo que él es el hijo de uno de mis primos, segundo o tercero y particularmente molesto, Gwyneth, que puede causar que crezca una escarcha de hielo en cualquier cosa con un movimiento de su dedo. Un oso de peluche

está flotando cerca de la vecindad de mi cadera, sus ojos vidriosos girando de nuevo en su cabeza como una niña pequeña llega desesperadamente por ello. La punta de los dedos sólo toca una pata antes de que el oso se quede perezosamente fuera de su alcance. Fulmino con la mirada al niño con un odio nuevo. ―Justo como tu madre, mocoso ―Yo gruño, arrebatándole el animal del aire y golpeándolo sobre la cabeza del muchacho. ―Ay ―se queja, llegando a frotar su frente. ―Eso no duele ―le respondo pegándole más. ―Estábamos jugando ―refunfuña. Esto solía ser una de las líneas favoritas de defensa de Gwyneth cuando los adultos se encontraban a cualquiera de nosotros recubiertos de hielo, los labios azules con escarcha. ―Tú jugabas ―digo secamente―. Ella no lo hacía. ―Le enseño el oso a la niña manchada de lágrimas, que me mira dubitativamente con sus grandes ojos negros. ―Estás celosa ―murmura―. Porque tú no puedes hacer nada. ―Antes de que pueda detenerme, yo agarro el juguete de nuevo, de los dedos vacilantes del niño pequeño, y lo machaco sobre la cabeza del niño unas pocas veces más. ―¡Ay! ―grita de nuevo. ―Yo sólo estaba jugando ―le digo deliberadamente antes de dar el oso a la niña otra vez. Esta vez me lo arrebata. ―De nada ―le digo, y subo el resto de la escalera. Una visión de la ciudad de Nueva York en verano―bolsas de basura apiladas en las aceras agrietadas, brillantes arroyos de tráfico, y las hordas de personas rodantes a lo largo del siglo XXI con la compra bolsas―se desliza a través de mi cabeza. Un oasis breve y encantador. Tengo que volver a la escuela.

Capítulo 3 Traducido por cuketa_lluminosa Corregido por Marina012

E

n el santuario temporal de mi habitación, me detengo un minuto ante el pequeño espejo con bordes dorados por encima de mi tocador, para sonreír a una instantánea de Agatha con una camisa con volantes de color rosa. Las palabras que TE EXTRAÑO ¡CHICAGO APESTA! están escritos con Sharpie negro en la parte inferior de la foto. Paso mis manos por mi pelo oscuro y rizado, hago una breve búsqueda de mi pincel, me doy por vencida, y pincho un par de pins brillantes en el lío en su lugar. Toco el borde de mi camiseta Mi Pequeño Pony, frunzo el ceño, y busco mi paquete de cigarrillos de emergencia, que oculto en el espacio entre mi mesa de noche y la pared. Tiro del marco de la ventana, hago anillos de humo a través de los agujeros de la destrozada pantalla. ―Oh, bruta, Tam. ―La voz fresca de mi hermana viene de detrás de mí. El último anillo de humo sale torcido, rasgándose en líneas irregulares antes de que dé la vuelta. ―¿No sabes lo perjudicial que es para tu salud? ―Yo amplio mis ojos. ―¿En serio? Me gustaría que imprimieran advertencias o algo en el paquete. Que irresponsable son. ―Mi hermana niega con la cabeza, de alguna manera manteniendo cada hebra de su cabello rubio brillante anclado en su elegante moño. Lleva un vestido negro largo hasta la rodilla sin mangas, tacones negros, un collar de perlas, y el maquillaje no más allá de una mancha de color rosa brillante en los labios. Me sorprende cómo Rowena, en medio de los escombros de las placas astilladas, azulejos rajados, pedazos de empapelado, y tablas el suelo desiguales, se las arregla para parecer tan fresca todos los días. Ella es toda superficie pulida y reflejos brillantes, alguien que no necesita maquillaje y probablemente nunca lo haga. Además de todos sus extraordinarios talentos, también es hermosa

de infarto. Me siento sucia de sólo mirarla. Ahora, sus grandes ojos verdes, bordeados con espesas pestañas, sólo un tono más oscuro que su pelo, se estrechan en mí. ―¿Es eso lo que vas a llevar? ―Miro hacia abajo, encogiéndome de hombros. ―Sí, me acabo de cambiar. ¿Te gusta? ―Yo inhalo y exhalo, haciendo caso omiso de la tos de mi hermana―. ¿No deberías estar abajo recibiendo felicitaciones y todo? ―Vine aquí para ver si estabas de vuelta. ―Había sólo una mínima elevación de su voz que casi no capturo. Pero he aprendido a seguir cada entonación de la voz de mi hermana. Rowena es extremadamente talentosa en el arte de la palabra. Su voz es como la pura miel mezclada con canela y vino. Te puede hipnotizar al hablar, su voz girando y profundizando a través de la cabeza de la gente hasta que ellos se lanzaran de los acantilados al mar si ella preguntaba. Como si eso fuese suficiente, también puede dar el poder de hablar a los objetos inanimados. Cuando éramos más jóvenes, solía deleitarme durante horas haciendo a las estatuas en el jardín hablar, su voz llena de piedra y polvo. Luego, cuando cumplí ocho años y todo no sucedió de la manera que tenía que suceder, las grietas fraternales entre nosotras llegaron a ser abismos del tamaño de un cañón. Cada vez que ella trató de usar su poder sobre mí después de eso, se sorprendía a sí misma, dándome una mirada inquisitiva que yo casi no podía soportar, y huía a toda prisa. ―¿Qué piensas de Gabriel? ―preguntó. Sé que si vacilo o me ruborizo o cualquier otra cosa además de responder de inmediato, Rowena se agrandará con ello, y por eso lo digo lo más normal posible. ―Está bien, supongo. Parece que es el mismo viejo Gabriel. ―¿En serio? ―Rowena me considera como si fuera alguna especie de insecto raro que nunca hubiese visto antes―. Creo que está totalmente cambiado. Tan guapo ahora. Me refiero a que… ―Ondeó una mano por el aire―. …si te gusta esa mirada. ―No puedo ayudarme a mí misma.

―¿Qué mirada? ―Ella sonríe. ―Ya sabes. La apariencia de músico desaliñado. ―¿Él es un músico? ―¿No lo sabías? Él va a Juilliard este semestre. Así que ahora los dos estarían en la ciudad. ―Se ajusta su collar, sus dedos deslizándose sobre las perlas pulidas. ―Tú sabes ―dice pensativa―. Tío Chester y tía Rennie van a estar fuera durante la mayor parte del desprendimiento. Podrías vivir en su casa en lugar de en tu dormitorio. ―La forma en que dice dormitorio hace que suene más como una colonia de leprosos. ―Tengo que vivir en los dormitorios. Es una regla. ―El momento más feliz de mi vida fue cuando recibí la carta de aceptación de la Preparatoria New Hyde. El segundo momento más feliz fue cuando leí en un manchado y brillante folleto de la escuela que todos los estudiantes tienen que vivir en los dormitorios―. Y me gustan los dormitorios. ―Un estremecimiento delicado cruza la cara de mi hermana. ―¿Por qué? ―dice, la palabra impregnada de desprecio―. ¿Por qué quieres vivir entre... ―Entre ¿qué? Entre ¿quién? ―Pido silenciosamente. El cigarrillo quema mi mano y lo dejo caer en un vaso de agua en mi mesita de noche, viendo como se extinguía inmediatamente. ―Entre personas que no saben lo que son. ―Mi hermana escoge sus palabras con cuidado, colocándolas como tantas piedras entre nosotros. La miro fijamente. ―Rowena. En la escuela, no soy un bicho raro. No me quedo fuera. Me mezclo. No te puedes imaginar lo maravilloso que es, mezclarse. ―No lo necesito ―mi hermana dice secamente, enderezándose. Miro la colilla flotando en el vaso de agua. ―Por supuesto que no. No lo necesitas ―le digo en voz baja. Una de las condiciones de hacerme ir a la escuela en la ciudad de Nueva York era que yo iba a vivir con tío Chester y tía Rennie en su casa de un

siglo de edad, en Washington Square Park. Pero cuando le informé a mi madre que yo no podría vivir allí debido a la regla de la escuela, se desató la peor discusión que alguna vez he tenido. Bueno, la segunda peor. La peor fue la que tuvimos acerca de mí yendo a la escuela en primer lugar. Las dos gritábamos hasta que el cielo se volvió del color de una ciruela podrida y una extraña combinación de lluvia y granizo comenzó a estrellarse contra el suelo. Unos minutos más tarde un fuerte viento se levantó y sacudió las ventanas y puertas como si se determinara a encontrar una manera de entrar. Finalmente, mi padre entró en la cocina y explicó con voz serena que el clima seguirá empeorando hasta que dejáramos de discutir. Incluso entonces, mi madre parecía dispuesta a seguir, hasta que mi abuela entró en la cocina y dijo simplemente: Suficiente. Déjala ir. Recuerdo que me sentí al mismo tiempo agradecida y triste. Agradecida de que mi madre tendría ahora que dejarme ir y triste porque a mi abuela, obviamente, no parecía importarle mucho sobre a donde fui. Por otra parte, teniéndome alrededor era probablemente un recordatorio constante de que se había equivocado una vez. ―Sólo porque no tienes ningún Talento no quiere decir que eres uno de ellos ―dice mi hermana, y de repente todo lo que estoy, es agotada. ―En serio, Ro, ¿puedes volver a tu fiesta ahora y dejarme contaminar mis pulmones en paz? ―Mi hermana se movió hacia la puerta. ―Sé que dijiste que te acababas de cambiar, pero me gustaría reconsiderarlo si fuera tú. Esa camiseta realmente no es tan halagadora. ―A pesar de que Rowena no tiene el don de nuestra madre de moverse a la velocidad del rayo, todavía puede moverse muy rápido. Sobre todo cuando le arrojó el contenido del vaso de agua, con colilla y todo, a ella. El agua salpica contra el marco de la puerta vacía, corriendo en arroyos sucios por las ranuras de la madera pintada. ―¡Mocosa! ―grito a mi hermana, un sonido claramente poco melodioso, viene de algún lugar más abajo en el pasillo. Golpeo la puerta cerrada en respuesta. No puedo evitar sonreír. Perdí tanto tiempo como pude, pero finalmente salí de mi habitación con mi

vestido de asistente de vuelo American Airlines 1960. Es un vestido blanco con cremallera cubierto con ribetes de color rojo y azul alrededor del borde, y hay algo optimista sobre el logotipo cosido en el bolsillo del pecho. Es necesario decir que me encanta, y estoy bastante segura de que va a ser a la única aquí que lo haga. Con la posible excepción de Gabriel. Parando en el rellano vacío, veo la perfectamente peinada cabeza rubia de Rowena girarse hacia mí. Está de pie junto a James, con una mano ligeramente apoyada en su brazo, no es que él necesite ese apoyo. James mira a mi hermana como un niño ve una luz de noche en una habitación oscura. Parece temer que en cualquier momento ella volara rápidamente lejos de él. Me vuelve loca, todo ese mirar embobado, pero Rowena parece aceptarlo con gracia, por supuesto, como todo lo que cae en el regazo. En este punto, incluso algo de vino casero del tío Chester está empezando a sonar bien. Pero antes de que lo pueda encontrar, veo a mi abuela en la esquina de la sala sentada en la silla de terciopelo azul. Aquí es donde ella prefiere sentarse en cualquiera de las reuniones familiares. Idas y venidas de familiares la pasaban, dando sus respetos. A los noventa y tres es la cabeza oficial de la familia. Hago mi camino hacia ella, esperando hasta que la tía Linnie haya besado su acartonada mejilla e ido lejos, chispas de luz danzando desde la punta de sus dedos como pasa cada vez que se emociona. ―Tamsin ―dice mi abuela. Su voz profunda y rica saliendo de su estrecho cuerpo nunca deja de sorprenderme. En un momento dado, ella tendría que subir sólo medio grado para llamar la atención de la sala. ―Abuela ―le digo, inclinándome para besarla. Ella huele como las tinturas y cataplasmas que está siempre haciendo, una mezcla de algo fuerte y dulce, como el primer aliento de la primavera. Esta noche se viste de blanco, clips de diamantes ensartan la mata de pelo plateado apilada encima de su cabeza. Pero a pesar del esfuerzo evidente, no puedo dejar de notar que su piel tiene el brillo amarillento de satén de la edad y sus ojos parecen haberse hundido más profundamente en los huecos de su cara. ―Siéntate a mi lado ―ofrece, y me hundo hasta las rodillas. Disimuladamente, toco el borde con flecos de mi vestido,

concentrándome sólo en la sensación de la gamuza entre mis dedos, vaciando mi mente de todo lo demás. Mi abuela puede caminar a través de las mentes de la gente como la más pequeña y ligera de las arañas en la piel. Ellos casi nunca sienten el impacto. La última vez que me lo hizo fue cuando tenía seis años. Mi primo Jerom había descubierto recientemente su talento de desacelerar o acelerar sus movimientos, así que lo convencí de que debemos tratar de volar (o en realidad caer muy lentamente) desde el tejado. Creo que mi peso añadido en la espalda de Jerom altero sus cálculos, porque una fractura de tobillo después, me encontré diciendo que esa no era mi idea a mi abuela y a mi madre, que habían venido corriendo con el sonido de los lamentos de Jerom. Mi madre se movía sobre Jerom, llamando por el tío Chester, yo la miraba a ella, cuando de repente hubo el más ligero roce en mi interior, como las primeras gotas de lluvia. Una ráfaga cayó sobre mí, y mi visión se oscureció y de repente volvió de nuevo. Mi abuela negó con la cabeza hacia mí, y me sentí como si me hubieran tragado bocados de tierra. De todos modos, no creo que ella me lo haya hecho desde entonces, pero por si acaso lo intenta, siempre estoy en guardia. Mis ojos saltaron por la habitación, deteniéndose en Gabriel, que estaba hablando con Rowena. Ella sonríe con esa sonrisa mitad fría que la hace parecer como si conociese un delicioso secreto, y su rostro se inclina hacia abajo, sólo la mitad se volvió hacia él. Ésta es una de las poses favoritas de Rowena, sin duda, ya que permite a la gente beber de la belleza de su impecable perfil. Me muerdo el labio. No puedo ver esto, así que miro hacia abajo a mis manos. ―Has encontrado a Gabriel de nuevo, veo ―dice mi abuela, y empiezo. ―Sí. Yo… pasé por encima de él. Con mi bicicleta. Mi abuela me mira, luego cierra brevemente su ojo derecho. Es inquietante la forma en que puede cerrar un ojo completamente, mientras que el otro permanece muy abierto, sin pestañear. ―¿Por qué alguna vez harías eso? ―No a propósito. ―Protesto antes de notar que se está riendo.

―¿Cómo te fue la librería? ¿Algún cliente? ―Unos pocos ―le respondo, considerando brevemente a Alistair Callum. ¡Dile, dile ahora! Entonces, dejo mi mente en blanco. ―No recibí la reevaluación de precios de los libros de poesía. ―Una ceja se alzó, enviando un efecto dominó de arrugas en su frente. ―Lo haré mañana ―agrego a toda prisa. La ceja se relaja lentamente. ―Trabajas duro ―dice por fin, su voz ronca. ―Sí. Yo… gracias. Un sonido destrozando me hace mirar hacia arriba. Tío Chester ha abierto la vitrina y está lanzando platos al piso y luego moliendo los fragmentos debajo de sus zapatos por si acaso. Lo veo hacer esto hasta que la vitrina está vacía. Luego pasa las manos por los fragmentos y forma los platos de nuevo para su atento público de niños. Desde sus gestos elaborados, sólo puedo suponer que él esta alentándolos para aplastar los platos por lo que la diversión puede comenzar de nuevo. De repente, mi madre está a la vista, arrebatando los platos fuera de las manos de los niños. Su cara tiene esta mirada apretada en ello y yo estoy a la espera de que empiece a romper los platos sobre la cabeza de tío Chester de un momento a otro. Pero justo en ese momento la puerta se abre. Mi padre ha llegado, directamente desde el invernadero por como se ve. Aún sosteniendo los platos, mi madre se desvanece del lado del tío de Chester para materializarse al lado de mi padre. Ella se inclina hacia él, sus labios se mueven rápidamente. No hay duda de que está furiosa de que él llegue tarde y cubierto de tierra. Más tarde todos vamos al patio trasero, donde reside el altar de piedra. No hay indicios de la lluvia que cayó por la tarde o la humedad que se ha prolongado durante todo el verano. En cambio, el cielo está despejado y las estrellas brillantes, y una suave brisa perfumada de jazmín que florece de noche sopla a través del patio, atrapándose ligeramente en las faldas, las camisas y en el pelo por igual. Pero soy incapaz de disfrutar los mejores esfuerzos de mi padre

para inducir un buen clima. Soy muy consciente de Gabriel, y de que él no me ha mirado más allá de una mirada rápida a medida que todos pasamos a través de las puertas traseras. Muy bien, así que sí, lo rechace antes, pero eso no significa que él tenga que mantenerse alejado. Estoy segura de que Agatha tendría una gran bola analizando esto. Antes incluso de poder pensar en sonreírle, Rowena y Gwyneth enlazan los brazos con él y lo llevan lejos. Así que en lugar de ello, camino junto a la tía Beatriz, que se va deteniendo a mirar la punta de sus zapatos de oro como si ella no pudiese entender cómo estos aparatos han encontrado su camino en sus pies. Y aún cuando formamos un gran círculo alrededor del altar de piedra, aún así, todavía guardo la esperanza de que Gabriel mire en mi dirección, guiñándome, algo. Para distraerme, estudio el bloque masivo del altar, las vetas azules-grises correr a través de la piedra oscura, densamente cubierto de pétalos de flores de verano, y las ocho velas apagadas hechas a partir de la cremosa cera de las abejas de mi padre. ―Saludos ―dice mi madre, y justo la brisa se desvanece, y su voz suena en el silencio clara y hermosa―. Buena reunión como todas las noches. ―Buena reunión. ―Todos corean de vuelta. Excepto yo. Yo no estoy de humor. ―Esta noche es especial ―mi madre sigue, apartándose ligeramente del bla, bla, bla, de apertura habitual de estas ceremonias durante las cuales siempre desconecto. ―Esta noche se celebra la unión de dos personas queridas, Rowena y James. ―Mi madre hace una pausa y mira en su dirección, al igual que todos los demás. Mis ojos saltan sobre las caras, en una mirada distraída y borrosa―. También doy gracias de que dos miembros de nuestra familia por fin volvieron a casa: Lydia y Gabriel. En honor a ellos esta noche, les pido encender las ocho velas. ―Un suave murmullo se rompe a través del aire. Parpadeo. Esto es un honor. Nunca he visto a nadie aparte de mi madre y la abuela encenderlas a menos que fuese un rito de iniciación. Fascinada, estudio a Rowena y el ligero aumento del sonrojo en sus mejillas. Luego hay un movimiento general mientras todo el mundo se da la mano. La mano

de la tía Beatriz encuentra su camino en la mía y la sostengo ligeramente, con miedo de que demasiada presión aplaste sus huesos de pequeña ave. Por mi parte, mi primo Jerom envuelve mi mano con su mucha más grande y, lamentablemente, sudorosa mano. ―Ay, no tan fuerte ―silbo, deseando poder tirar de mi mano libre y frotarla ligeramente en vestido. Por supuesto, tengo la mirada dominante de mi madre, que tiene la mano de mi abuela en un lado y la de mi padre en el otro. Mientras Gabriel y su madre están dentro del círculo y se acercan al altar de los cuatro elementos, mi abuela comienza la oración ritual, su voz rica y plena a pesar de su apariencia arrugada. ―Tierra a mi Cuerpo, Agua a mi Sangre ―me pregunto si soy la única que noto el impedimento en su respiración. Todo el mundo se hace eco de ella, la voz de Rowena aumenta clara y afinada sobre las respuestas de los demás. Elegantemente, Lydia toma el primer candelabro y enciende Oeste y Sur, y luego se da vuelta y da la llama a Gabriel. Estudio su cara de cerca, pero él parece tranquilo, relajado, como si esta fuese una ocasión de lo más natural, y con una sacudida repentina me doy cuenta de que para él lo es. Esta realmente en casa ahora, de una manera en la que yo nunca estaré. Yo descanso mis ojos en la solitaria cabeza de diente de león que ha sido aplastada al lado de mi pie izquierdo. Los destellos en los zapatos tía Beatriz borrosos cuando mis ojos se llenan. ―Fuego a mi Alma y Aire a mi Espíritu ―dice mi abuela mientras Gabriel enciende Oriente y Norte. Mis labios se mueven de forma automática formando las palabras, pero ningún sonido se puede forzar a pasar a través del nudo en mi garganta. ―Y ahora Rowena ―dice mi madre. Mi hermana se adelanta con Gabriel y Lydia se funde de nuevo en el círculo. Rowena va delante del altar, luego hace una pausa. El círculo a mí alrededor se llena con un escalofrío de nostalgia. Ella abre su boca en forma de arco y comienza a cantar palabras de agradecimiento a las estrellas y los cielos por encima de nosotros. Con aparentemente ningún esfuerzo, levanta su voz y lleva, rodeando y extendiendo por todo el patio, las notas puras y dulces, como un arpa hecha de nubes y la luz de la luna deben sonar. Todos los ojos de los demás están cerrados, pero

yo miro a la cara de mi hermana mientras ella canta y sigue y sigue. Y al mismo tiempo sus palabras anteriores se mantienen mordiendo en mi piel. Sólo porque no tienes ningún talento... sólo porque no tienes ningún talento... sólo porque no tienes ningún talento... Y entonces, como un revestimiento protegiendo sobre los bordes ásperos de las palabras, recuerdo la voz de Alistair, y la forma en que me miró esa noche. Sólo tengo la sensación de que realmente vas a ser capaz de ayudarme. Y en ese momento no me importa lo que sea necesario… prometo que voy a encontrar el reloj Alistair Callum.

Capítulo 4 Traducido por cuketa_lluminosa Corregido por andre27xl

-T

res, cuatro, cinco, seis —Agatha contaba rápidamente a medida que caminábamos por la calle Noventa y Tres.

—Ahí está. Ése es su futuro marido —miró al hombre bajito, moviéndose hacia nosotras. Su cartera moviéndose en el lado izquierdo de una manera que parecía destinado a darle a alguien en la espinilla, y su corbata azul aleteaba con la brisa como si tratara de huir. Llevaba una expresión de pánico mientras hurgaba en sus bolsillos. Si Gabriel estuviese aquí podría decirle a este hombre exactamente donde dejó su BlackBerry. Puedo adivinar qué es lo que está buscando. Entonces sacudo la cabeza un poco. No hay que pensar en Gabriel. No. No hay necesidad en absoluto de pensar en él. O en el hecho de que no hemos hablado desde la fiesta de compromiso de Rowena y James la semana pasada. Debe estar muy decidido a tomar mi consejo de dirección clara de la desajustada familia. —Bueno, mi turno —dice Agatha, tomando un sorbo de su batido de frambuesa. —Diecinueve —dice. Levanto una ceja hacia ella. —¿Disparas alto? —Entonces, empieza a contar tan pronto como puede. —Quince, dieciséis… ooh, demasiado malo para uno de diecisiete años —le digo mientras un tipo en skate viene derecho a nosotras, su brazo izquierdo, rozando mi bolsa de la compra. Giro, sigo su progreso, pasando por los apretados músculos de sus pantorrillas y brazos.

—Dieciocho, diecinueve. Hmm. —Éste está muy bien definido, con una mandíbula cuadrada y llevando un traje oscuro y gafas de sol. Normalmente no me gusta un hombre en un traje. Pero de alguna manera éste parece encajar. —Se parece a un banquero —se queja Agatha. Ella es más de pantalones de cadera alta y flacos que llevan gruesas gafas de montura y camisetas de los Ramones. —Nunca se sabe. Podrías tenerlo todo. La casa con la cerca blanca, la camioneta, y dos punto cuatro en niños rubios de ojos azules — Agatha hace una mueca hacia mí. —Eso suena perfectamente horrible. —Le sonrío. Desde su clase de literatura británica de último semestre, un montón de palabras como perfectamente y tal vez han impregnado su lenguaje. —De todos modos, ¿cuál es tú idea de la vida perfecta? —Ella zigzaguea alrededor de un cochecito doble de ancho y luego vuelve cerca de mí. Me tomo algo de mi batido de fresa-banana, crujiendo el hielo aplastándolo entre los dientes. —Ahora —le digo. —¿Ahora? ¿Qué quieres decir? —Agatha me está mirando aturdida. Yo ondeo mis manos alrededor para abarcar el aire brillante, los cafés, la charla y el ruido y el bullicio de todo. —Ahora. Esto. Esto es perfecto. —Entrecierra los ojos hacia mí, un poco como cuando un problema se le hace particularmente difícil en su libro de matemáticas. —Quiero decir, caminar, beber batidos, la compra de todos estos libros, pensando en mis clases este otoño, y yo no lo sé... sólo estar aquí, y esto es todo lo esperado, esto es todo lo que puedo ser. — Bueno, ahora estoy empezando a sonar como un eslogan del ejército. —Mi turno —agrego alegremente—. Tomo el número… —Digo un poco en voz alta, con la esperanza de que Agatha dejara de darme esa mirada—. Siete. —Siete es… —dice Agatha.

—Uno, dos, tres, cuatro —comienza y, a continuación—. Yum —dice cuando un hombre que llevaba un pañuelo y una camiseta azul oscuro pasó—. Lástima que sea sólo el número cinco —Ella pone su mano y me detiene de cruzar la calle. Agatha se toma las normas de tránsito muy en serio. Dos ciclistas se lanzan por delante de nosotros a la espera de la luz para cambiar. —Seis, siete. Mmm —dice y golpea ligeramente sus labios con apreciación. Con un movimiento de la mano no tan sutil, señala a mi futuro esposo. Estuve a punto de ahogarme con mi pajita. Alistair Callum está cruzando la calle hacia nosotras, llevando una bolsa de tintorería y un fajo de papeles bajo el brazo. Parpadeo y luego parpadeo de nuevo, pero no, es realmente él y no sólo un producto de mi imaginación hiperactiva. Un taxi pasa y parece que esta apunto de cogerlo cuando de pronto levanta la vista y nuestros ojos conectan. Yo levanto la mano y hago un movimiento de aleteo que espero que tome como saludo. —¡Oh Dios mío! —murmura Agatha—. Tu futuro esposo viene hacia nosotras. ¡Mírate linda! —Instruye, alisando mi pelo. —Um, escucho, sí, gracias —le digo, alejando su mano—.Yo le conozco. Y, por cierto, él piensa que mi nombre es Rowena. ¡No digas nada! —Lo que… —Y a continuación, por suerte, se traga el resto de sus palabras cuando Alistair llega. —Rowena —dice, cambiando sus papeles de un brazo al otro—. Qué agradable sorpresa. —Hola, Alistair —digo alegremente, sonriéndole. Un autobús pasa zumbando, todos damos un paso atrás en la acera. Su incipiente barba de oro se ha ido, revelando una barbilla firme dividida por una fisura leve. —Es curioso, verte en el Parte Alta Este. Estás muy lejos de la Universidad de Nueva York. —Sí, bueno, de vez en cuando hago escapadas a otras partes de la ciudad —dice, asintiendo con la cabeza educadamente hacia Agatha.

—¿Fue mi oficina muy difícil de encontrar, entonces? —Una sonrisa rápida proliferando en la cara y me doy cuenta de que está tratando de hacer una broma. —¿Qué? ¡Oh, no, no, para nada! —Genial. Ahora cree que no lo quiero ayudar, después de todo—. No, justo volví ayer y hoy fue nuestro primer día de clases y luego tuve que comprar todos estos libros —le digo, sopesando mi bolso en el aire como prueba—. Juro que iba a venir a verte esta semana, —agrego, muy consciente de la fascinación de Agatha en mi visión periférica. —Por cierto, esta es mi compañera de cuarto, Agatha. Agatha, este es Alistair Callum. —Encantada —Agatha dice, y yo trato de no poner mis ojos en blanco. Debe sentirse mareada de que él sea británico. Alistair le sonríe. —Es un placer, Agatha. —Luego se vuelve hacia mí. —¿Tú todavía...? —La nota de esperanza en su voz es muy difícil de controlar. —Por supuesto. Tengo períodos seguidos libres el miércoles. ¿Si tú…? —Perfecto. Tengo horas de oficina el miércoles de diez a doce. Estoy en el pabellón Lerner. Calle Waverly. ¿Sabes dónde está? —No. Quiero decir, sí, puedo encontrarlo —Pellizqué mi pajita entre dos dedos—. Miércoles —repito, porque él está viéndose de nuevo preocupado— la calle Waverly. Confía en mí, estaré allí. —Maravilloso —dice Alistair, otorgándome una sonrisa a mí y otra a Agatha. —De vuelta a la oficina para mí ahora. No hay descanso para los cansados y todo eso —dice, y volviéndose, se sumerge de nuevo en el remolino de gente. Estoy viendo como navega a su manera, su limpieza en seco sobre un hombro, las mangas de plástico que ya se encrespan en lo que parece ser una manera alegre.

—Sólo por curiosidad leve —comienza Agatha. De acuerdo, aquí viene—. ¿Por qué, le has dicho... —Más britanismos. ¿Nunca van a terminar?—. …a tu futuro esposo que te llamas Rowena? —Um... —Pongo mi pajita en mis labios y bebo la mitad del batido de un solo trago. A unos metros de distancia, se inclina un delgado anciano en un bote de basura en la esquina de la calle y empieza a hurgar en él. Él pesca una lata de refresco, lo agita ferozmente, entonces lo mete en el bolsillo de su andrajoso chándal negro. Cuando me dirijo de nuevo hacia Agatha, está a la espera de mi respuesta. Sus ojos verdes de gato se estrechan detrás de sus gafas de montura, posiblemente contra el sol, más probable en mi contra. —Él es profesor de la UNY y él... entró en la tienda de libros durante el verano y pensó que yo era Rowena. —Oh —arrulla Agatha con entusiasmo. —Un profesor de la UNY. Se ve tan joven para ser profesor. Pero yo sabia que él era uno de esos tipos intelectuales —Entonces me da una mirada penetrante. —Espera un minuto. Vuelve aquí. ¿Él creía que eras Rowena y no le dijiste lo contrario porque...? —Porque él piensa que soy una bruja que le puede ayudar a recuperar una reliquia que su familia perdió usando mi Talento y el Talento especial de mi familia. —Porque sí —digo miserablemente, agachando la cabeza un poco. Agatha engancha y frota mi cabeza cariñosamente con los nudillos. —Tienes problemas. Tú hermana no sabe nada de eso, ¿cierto? ¿Y qué es lo que quiere contigo de todos modos? —Me encojo de hombros. —Mencioné mi interés por el arte medieval y quiere prestarme algunos libros. —Las mentiras dejan un sabor aceitoso en mi lengua y me trago el resto de mi batido. Agatha asiente con la cabeza. —Apuesto a que eso no es todo lo que te quiere prestar —dice con un guiño exagerado. Yo balbuceo, sólo intentando evitar rociar mi batido

por todas partes. Agatha bate sus pestañas hacia mí antes de continuar en su voz normal. —Tal vez él podría escribirte una carta de recomendación. ¿No quieres ir a la Universidad de Nueva York? —Quiero ir a cualquier lugar, siempre y cuando no sea de vuelta a Hedgerow.

Dos días más tarde, salí del demasiado acondicionado vagón de metro y entré en el alboroto de la estación. Subo las incontables escaleras ennegrecidas con chicle y finalmente emergí en la esquina de Bleeker y Lafayette. Después de vagar a través de una maraña de calles, mientras miraba con esperanza en cualquier edificio que tuviese la púrpura bandera de NYU fuera de su puerta, finalmente hice mi camino en Lerner Hall. Mis ojos saltaban a través de la sala y un poco de emoción se disparó a través de mí. Podría ser un estudiante aquí el año que viene. Evalúo al tipo flaco que está apoyado contra la parte exterior de la puerta cerrada del aula. Lleva pantalones vaqueros cortados y chanclas. Varios tatuajes de dragón en espiral hacia arriba y abajo en los brazos, todo en distintos tonos de oro y verde. Rodando lo ojos, decido que podría ser mi novio el próximo año. Él me ve mirando, me devuelve la mirada, y entonces hace un movimiento para desenganchar los auriculares de su iPod. Le doy una sonrisa lamentable como para transmitir que estoy realmente presionada por el tiempo y al alejarme, mi corazón late demasiado rápido. Siempre soy buena en la parte inicial. No tan buena en el cierre. Pero como la mayoría de las cosas, me imagino que es sólo una cuestión de práctica. Deambulo por el pasillo, paso oficinas con las puertas abiertas en su mayoría. En el interior, los profesores se sientan viéndose como profesores, examinado trozos de papel con gran atención o tomando furiosas notas en los márgenes de un libro o hablando con énfasis en el teléfono. En una oficina, una muchacha está sentada de espaldas a mí, con postura erguida, su voz entrecortada cuando dice. —¡Pero si no tomo esta clase este semestre, toda la evaluación será quitada! ¡Tiene que entender eso!

Al final del pasillo, llego a una puerta entreabierta que lleva la placa de identificación de Callum Alistair. Levanto la mano para llamar, pero me paro, y estudio el nombre de nuevo. Algo acerca de las letras captura mi memoria, a continuación parpadea fuera antes de que pueda comprenderlo. Sacudo la cabeza y golpeo con firmeza antes de empujar la puerta. —En… oh, ¡hola! ¡Hola! Sí, bienvenida —dice, levantándose. —¿Cómo… cómo estás? —Corre una mano por su cara como si comprobara que se había afeitado esta mañana. A juzgar por el ruido leve que sigue, no lo hizo. La pequeña esquina de su oficina está ocupada principalmente por un enorme escritorio y un sillón de cuero verde, los brazos de los cuales están grabados con remaches de cobre amarillo manchado. Su escritorio está lleno de papeles y libros, algunos abiertos en pasajes marcados. Varias fotos enmarcadas y dibujos cubren las paredes de su oficina, y mientras me muevo más en la habitación, me paro en una alfombra antigua desgastada. Sonrío para mis adentros. Es como si alguien buscase el término oficina de profesor en el diccionario y decorara de acuerdo a la definición que se encuentra allí. —¿Té? —Niego con la cabeza. —Estoy bien. —Nos observamos un pequeño momento en un profundo silencio incómodo y, a continuación, como si se le solicitara, Alistair dice bruscamente—. Siéntate, siéntate. —Y me señala a la silla negra más pequeña antes de volver a su silla verde. —Estoy tan contento de que hayas venido —dice simplemente. Tengo que decirle, tengo que hacerlo, tengo. Cómo harina de otro costal. Él posa sus dedos en la clásica pose de profesor. Esto me hace preguntarme si enseñan ese gesto antes de que se les permita obtener un doctorado. —Tengo que... decirte algo. —¿No me puedes ayudar? —dice Alistair, la consternación en su voz tan vibrante que miro hacia abajo a mis manos, girando el anillo de plata grueso de mi dedo pulgar izquierdo una y otra vez. No puedo hacerlo. No puedo decirle. No todavía. Más tarde, me prometo a mí

misma. Cuando encuentre el reloj para él. Entonces no le importará que le mintiese. —Yo... sí. Sólo quería preguntarte si sabes algo acerca de cómo nosotros… ¿encontramos las cosas? —Se mueve en su silla, un dedo dando vueltas a un remache de cobre amarillo. —Yo no quería... parecer... indecoroso —dice al fin—. Es magia. Algo por el estilo. —Sonrío. —Algo como eso —concuerdo.

—Aunque no lo llaman magia en nuestra familia. Nosotros lo llamamos Talento. Todos tenemos ciertos talentos. —Trago. Ahora es mi turno para verme incómoda, y mi silla no tiene remaches de cobre amarillo para jugar. Me conformo con torcer mis manos en mi regazo. —Yo te puedo ayudar, pero puede tomar un tiempo. No estoy… —¿Está segura que no quieres té? Sé que me gustaría una taza. —Él se ve seriamente nervioso de nuevo. —Seguro. —Se pone en pie, hace estruendo en un cajón y saca dos tazas llenas de polvo. —Vuelvo en un segundo… hay agua caliente en la sala de profesores —explica y prácticamente sale fuera de la oficina. Me apoyo en mi silla, y desde esta posición puedo ver una pintura llena de hoyos y burbujas en la superficie, en la pared al lado del radiador. Esto es agotador. Por supuesto, el tema del talento hace que todas las personas normales se sientan extrañas si es que te creen y no te dan el aquí hay lazas para gente como tu que necesita ayuda. Aunque nunca he intentado explicar mi familia a alguien alguna vez desde el tercer grado, cuando Denise Winters dijo a toda la clase que mi casa era en realidad un manicomio y que me dejaban salir sólo para ir a la escuela. No es que yo la culpase. He tenido una impresión similar a lo largo de los años. —Aquí estamos —dice Alistair, regresando con dos tazas humeantes y un plato de rodajas de limón—. ¿El desayuno inglés es aceptable? —

pregunta, y asiento. De espaldas a mí, procede a poner té en las tazas y agitarlas. —¿Azúcar, limón? —Azúcar, por favor. —Se da vuelta, me da una taza, y agrega limón a la suya. —Tengo azúcar morena. Me temo que no soy fan de la azúcar blanca —dice de una manera confidencial, apartando los ojos en tono de disculpa hacia su escritorio, como si la presentación de esta pequeña pieza de información acerca de sí mismo fuese demasiado vergonzosa. De otro cajón del escritorio saca una caja abierta de azúcar y me la da a mí con una cucharilla de plástico. —Gracias. —Cojo algunos y los añado a mi taza, observando cómo el remolino de cristales se hunde lentamente en el té mientras remuevo. —Por lo tanto. —Vuelvo a empezar después de un momento—. Este reloj que deseas que encuentre. ¿Me puedes decir un poco más sobre él? Alistair deja su taza de té, empujándola un poco lejos de él. —Había estado en mi familia durante 300 años. Fue una pieza hermosa. Un reloj de pared, con incrustaciones de madre-perla y con rubíes en las horas. —Levanto mis cejas y asiento. —Suena bien. —Bien no es la palabra —dice, y su voz ha adquirido un tono profesoral. —No más que interesante, ¿supongo? —Sonríe brevemente, y luego continúa. —Al parecer, nos fue dada por algún rey o algún servicio. Quién sabe con estas viejas historias. En cualquier caso, se perdió hace más de un centenar de años en un juego de cartas entre algunos miembros de mi familia y... otra familia. Esto sucedió en Nueva York en 1887. Y como puedes imaginar, la pista se enfría después de eso.

—Así que ahí es donde yo entro —agrego, porque parece haber dejado de hablar. —Sí. —Está mirándome ahora. —Ahí es donde entras. —Él rompe la mirada primero, se agacha, y pone un pequeño estuche negro en su escritorio. El sonido de las cerraduras al romperse, de nuevo parece sobresaltarle un momento, y me doy cuenta de que sus dedos tiemblan un poco. Soplo mi té para que se enfríe, viendo que las hojas de té se unen en forma de un vago signo de interrogación antes de disiparse. ¿No sería agradable si fuera mi talento, leer el futuro para poder ver exactamente la forma de proceder en esta situación? —Aquí estamos —dice Alistair y pasa un trozo de papel sobre el escritorio hasta mí. Me inclino hacia delante para tomar y estudiar en silencio. Es una reproducción de una imagen -una vieja-, por la textura del papel usado y desgastado en las esquinas. Parece como si hubiese estado enmarcado en un momento, puedo ver el contorno amarillo pálido alrededor de los bordes de la página. Un reloj, sencillo y simple, se encuentra en el centro de la página. La cara está inscrita con números romanos coloreados con joyas y las agujas son de oro. Algunos diseños de volutas de lujo corren a lo largo de los bordes del reloj, paso un dedo por la parte inferior de la página. Algo es familiar en el reloj, pero no puedo decir exactamente qué. Al parecer, mi cara debe haberlo revelado, porque puedo sentir a Alistair inclinarse más hacia mí. —¿Qué es? —pregunta, y su acento es de repente más resonante e intenso. Miro hacia arriba y encuentro sus ojos, y por un inexplicable segundo me siento como si estuviese mirando a alguien más. O más bien, como si otra persona estuviese mirándome desde detrás de sus ojos, mirándome con impaciencia. Con avidez. Me muevo hacia los lados sin control, mi mano toca mi té y derramo el vaso en el suelo. Aterriza con un sonido agudo a grietas. —Lo siento mucho —lloro, de rodillas en un instante, cogiendo la taza. El mango se ha roto de forma limpia. —Rompí la taza, y creo que el té echó a perder la alfombra. Estoy…

—No es ningún problema, de verdad. Déjame ver, servilletas en alguna parte… ah, sí, aquí. —Y se une a mí en el suelo con un fajo de servilletas en cada mano. Tomo algunas y empezamos a secar el líquido que se filtra entre las tablas del suelo. —¡Oh! —dice una voz femenina desde algún lugar por encima de nuestras cabezas, y ambos miramos a la vez. De repente, mi cara está en llamas, y no ayuda el que Alistair esté tartamudeando. —Oh, s-si, Sra. Barnes, ¿qu-qué puedo hacer por usted? ¿Para usted? —Me ahogo y me ocupo en recuperar la taza de mango, que ha volado bajo el escritorio. —Sus copias —dice la Sra. Barnes, y su voz suena cubierta de hielo. —Sí, bien, gracias. Excelente. Excelente —dice Alistair unas cuantas veces más, y gracias a Dios cuando salgo de debajo de la mesa, la Sra. Barnes se ha ido con un chasquido de su falda almidonada. —Bueno —digo en mi voz más normal, aunque estoy segura de que mi cara todavía esta roja—. Esto ha sido azaroso. —¿Lo ha sido? —dice Alistair y se endereza, tendiéndome la mano. Torpemente la cojo. Su palma se siente caliente y seca, como si un fuego ardiese debajo de la piel. Para cubrir mi confusión, me pongo en pie y me cepillo los jeans de pelusas imaginarias. —¿Puedo tener esto? —Señalo a la foto. —Por supuesto, por supuesto. Es tuyo. —Asiento con la cabeza. —Veré lo que puedo hacer. Voy a estar en contacto —digo, porque eso suena bastante profesional, aunque yo no estoy exactamente segura de por qué estoy preocupándome por ser profesional en este punto, ya que he estado mintiendo desde el momento en que conocí a este hombre. Él asiente con la cabeza hacia mí, sus ojos de repente duros y brillantes como puntos de piedra pulida. —Lo espero. Asiento con la cabeza un poco más.

—Está bien —digo finalmente. Tengo que dejar de asentir ahora. Sonreímos brevemente el uno al otro y me giro para irme. En la puerta me paro y vuelvo atrás. —Sólo por curiosidad... —¿Sí? —dice Alistair, y veo cómo su cuerpo está tranquilo. Es algo acerca de la forma en que reposa los codos en los costados, como un halcón a punto de lanzarse. —Sé que has mencionado que has oído hablar de nosotros a través de una tienda de antigüedades. ¿Cuál fue, otra vez? —Oh —sonríe—. Pinkerton, creo, era su nombre. —Asiento con la cabeza, pensativa. Angus Pinkerton parpadea en mi cabeza. Se ve como una especie de conejo con los ojos enrojecidos y demacrados, e inquieta nariz. Recuerdo una visita a su tienda hace años con mi abuela. Mantuvo un ojo en mí todo el tiempo que estaba hablando con ella y parecía estar a punto de estallar en lágrimas cuando pasé un dedo sobre un globo de cristal azul con polvo. Aún así, mi abuela ha “encontrado” una serie de cosas para él en los últimos años, y a cambio él le envió un montón de negocios. —Dijo que si yo estaba buscando algo que no podía encontrar, bueno, podría intentar en la tienda de tu abuela. Al parecer, tu familia tiene una buena reputación. —Sonrío. —No tienes ni idea.

Capítulo 5 Traducido por Pimienta Corregido por andre27xl

-¡P

ara de moverte tanto! ―¡No me muevo en absoluto! ―Tu cara se está moviendo.

―¡Se llama respirar, Agatha! ―miré ferozmente a mi compañera de cuarto. Ella frunce el ceño hacia mí y después mira hacia abajo a su cuaderno de bocetos y da tres golpes decisivos a través de la página. Tengo la sensación de que acaba de cruzar mi cara. ―Esto no está funcionando. Tu cara no está funcionando. ―Gracias ―murmuré―. ¿Me puedo mover ahora? ―Sí ―ella suspira, agitando su lápiz cono un director. ―Tómate un descanso ―después apuntó con el lápiz hacia mí, la intención en sus ojos azules bajo las cejas oscuras. ―Pero estaremos intentando esto otra vez en diez minutos. Esto es para mañana y no voy a buscar otro tema ahora ―ella abre la nevera―. ¿Te has bebido mi Coca-Cola? ―Um… no ―Cerda ―dice Agatha brevemente antes de coger un montón de cuartos brillantes en mi escritorio que estaba ahorrando para lavar la ropa―. ¿Quieres uno? —pregunta tan generosamente, asiento viéndola girar fuera de la habitación. Salto desde la pelotita que hemos encajado en la esquina debajo de la ventana, en nuestra versión de un asiento en la ventana.

Es mi lugar favorito para leer, para escuchar el ruido del tráfico once pisos abajo. Deambulo alrededor de mi escritorio, me estiro y miro hacia abajo al cuadro del reloj que tengo escondido debajo de algunos libros de texto. Todavía estoy dándole vueltas a dónde lo he visto antes. ―¡Oh, Dios mío! ―exclama una voz femenina con enojo en algún lugar del pasillo. Preparatoria New Hyde es una escuela de niñas, y parece como si alguien estuviera gritando algo así a cada minuto. Espero, por si escucho más, pero cuando no pasa nada vuelvo a estudiar el cuadro. Agatha había pronunciado que era “bonito”, pero eso era completamente desconocido para mí. Por lo tanto, deduje con mis habilidades superiores de detective que no era nada que yo viera en mi clase de Historia del Arte de año pasado, desde que ella estaba en clase conmigo. Pasé dos horas en la biblioteca por la noche, peinando a través de una selección de libros de texto de historia del arte, tratando sin éxito de encontrar alguna coincidencia. Llegué a casa y me quedé mirando la pared durante un tiempo, tratando de recordar duramente dónde había visto ese reloj antes. Algo está dando vueltas en el fondo de mi mente, pero es demasiado… Un golpe rápido en la puerta me arranca de mi ensueño. Le doy la vuelta a algunas carpetas sobre la imagen, me vuelvo. La puerta, que estaba medio abierta para empezar, estaba ahora abierta. Miro hacia arriba para encontrar a Gabriel de pie fuera de la habitación. Sus dos manos, están sobre sus ojos. ―¿Es seguro? ―pregunta. Gabriel. Aquí. ¡En mi dormitorio! Sólo tengo tiempo suficiente para lamentar que estoy usando mis pantalones vaqueros que menos me gustan, chanclas sucias, y una simple camiseta azul que muestra absolutamente nada. ―¿Qué es lo que es seguro? ―le pregunto, Gabriel abre sus dedos, parpadeando a través de los huecos. ―¿Has oído eso que han gritado por el pasillo? ―Sí ―le digo, arrastrando la palabra―. ¿Me estas diciendo que tenías algo que ver con eso?

―Al parecer, llamé a la puerta equivocada y me dirigí a una chica que no estaba usado… mucho. Ella estaba saltando de arriba abajo en la cama, cantando “Respect”. Eran más bien aullidos, la verdad. ―Mary ―digo al instante―. Ella ha estado estallando durante toda la semana desde que rompió con su novio. ―Sí, no paró por la interrupción. Estaba buscando algo que tirarme. — No puedo evitarlo… me reí. ―¿Cómo has conseguido pasar a Hags, de todos modos? ―¿Hags? ―¿En la planta baja en la recepción? Una mujer grande ―extiendo mis manos a lo ancho―. ¿Con una verruga en la barbilla? Todos los visitantes se suponen que se anunciarán oportunamente. Especialmente un gentil caballero ―terminé con ligereza. ―Tal vez yo era un caballero al que dejó aquí de buena fe ―inhalo. ―¿A qué debo este honor? ¿Es esto parte del programa de divulgación de la familia? Gabriel sonríe amablemente hacia mí. ―En realidad, mocosa, vine a decirte acerca de la demostración que haré abajo en Silver Tree el fin de semana siguiente. Deberías venir ―saca un volante amarillo fluorescente de su mochila. ―Way, gracias ―dudo a continuación, vuelvo a mi escritorio. Oh, joder. Estoy perdida de todos modos. ―Me alegra que hayas venido… Me preguntaba si podrías… ayudarme con algo. ―¿Qué es? ―No es algo que no pueda manejar por mi misma, ya sabes. El hecho de que te lo esté pidiendo no significa nada ―digo apurada. ―¿Está bien? Sólo tengo que conseguir orden ―Gabriel me estudia.

―Esto, realmente, está empezando a sonar como algo divertido ―dice, con su voz totalmente suave. ―Lo siento ―murmuro. Antes de que pueda cambiar de opinión, arranco el cuadro de debajo de las carpetas y lo lanzo contra él―. ¿Esto te resulta familiar? ―él lo toma, le da una breve mirada y luego mira hacia mí, levantando ambas cejas a la vez. ―De alguna manera, esto no era lo que estaba esperando que me pidieras. ―¿Qué estabas esperando… oh, Dios, no importa. Dámelo de vuelta ―doy un golpe sobre el papel, pero él lo mantiene lejos de mi alcance, revoloteando por encima de mi cabeza. Puedo cambiar de táctica e intentar empujarlo en su lugar, pero con su brazo libre me mantiene a raya con bastante facilidad. ―¿Por qué siempre olvido lo molesto que eres? ―digo entre dientes. ―Oh, no lo sé. Tal vez porque se te olvidó escribirlo y por lo tanto recordártelo a ti misma ―dice con alegría, dando otra mirada a la pintura. ―¿Qué quieres saber acerca de esto? ―¿Puedes encontrarlo? ―¿Al igual que encontrar, encontrar? ―Sí ―él baja su brazo bruscamente. ―Primero dime porqué. ―Er… ¿Tareas de clase? ―Gabriel me da una mirada de dolor. ―Eso es débil Tam. Inténtalo de nuevo. ―Maldita sea. ―Yo… no puedo. ―Bueno, dime porque no puedes. ―No puedo decírtelo, porque no puedo ―suspiro. No sé lo que esperaba. Si el viejo Gabriel nunca me habría dejado escapar al estar

cerrando los labios, no debería esperar que el nuevo Gabriel lo hiciera. ―¿Por qué no confías en mi, Tam? ―Lo hago. ―No lo haces. Has estado extraña desde que regresaste. Bien, no querías seguir en contacto. Pero no somos niños, y lo que es con… ―Has visto como todos me miran. Todos en mi familia. ¿Sabes lo que me pasó? ―Yo sé lo que no te sucede, sí, pero… ―Yo no soy como tú. ―Es cierto. Soy un chico, eres una chica… ―Eres obtuso ―le infirmé y cogí el papel de su mano―. Y nunca pensaste acerca de que esto… ―pero él lo arrancó de vuelta. ―Oh, puedo asegurarte que ahora lo estoy haciendo para ti. Entonces vas a tener que decirme lo que está pasando ―me sonríe. ―No contengas la respiración ―le digo, pero no pudo evitar sonreír de nuevo―. Ya sabes, es gracioso, juro que Eve lo vio antes. ―No puedo decirlo, pero está ahí… algo relacionado ―él mete el papel en su mochila, a continuación, puntea con su pie la silla de Agatha para atarse los cordones de los zapatos, que se habían aflojado. Los músculos de sus brazos se extienden, se contraen brevemente, y tengo el loco deseo de correr un dedo a lo largo de su espalda. Abro la boca para decir algo, sin duda, algo estúpido, y soy salvada por Agatha, que regresa a la habitación con dos latas de refresco. Se detiene, mira de Gabriel hacia mí, a continuación, vuelve a Gabriel. ―Hooola ―dice―. Me encanta un hombre que se siente libre para poner sus pies sucios sobre todos mis muebles. ―Pero ella está usando su voz con leche, caliente y dulce, y familiar. Agatha no puede decir nada en ese tono y que alguien se ofenda. En comparación con Rowena, ella es una aficionada, pero de nuevo,

apenas es justo comparar a nadie con Rowena, y he visto el efecto de Agatha en acción. Gabriel no es la excepción. Desempolvó la silla con un movimiento de barrido, mientras decía: ―Vaya, lo siento, esto parece una reliquia familiar. ―Tal vez lo es ―dice Agatha, dándome mi Coca-Cola antes de abrir la suya. Entonces ella le da su sonrisa a velocidad de rayo y sostiene su tal vez. ―¿Quieres un poco? Voy a buscar una taza de te, ya que no quiero tus gérmenes por todo el lugar. Quiero decir, tal vez si supiera mejor… ―obtengo mi señal. ―Gabriel, esta es Agatha. Agatha, este es Gabriel ―se dan la mano, el movimiento de sus brazos largos y pegadizos. Aprieto el borde de la lata de soda [antes dice que tiene Coca-Cola, ahora soda…] en la palma de mi mano hasta que el metal me pellizca la piel. ―Entonces, ¿Cómo conoces a Tam? ―le pregunta Agatha. ―Tam y yo estamos volviendo. ―Sus ojos se encontraron brevemente con los míos. Mi cara se siente caliente y bebo un poco de Coca-Cola rápidamente. ―¿Ah, si? ―dice Agatha. ―Amigos de la familia ―digo―. Gabriel y su madre acaban de mudarse de vuelta aquí. ―Way ―dice Agatha. ―Entonces, ¿crees que he capturado su esencia? ―pregunta, y para mi horror, extiende su cuaderno de dibujo a Gabriel. ―Esa es mi misión, “Capture la esencia de su tema”. ―Um… no necesita ver eso ―digo avanzando para enganchar el bloc de dibujo de la mano de Agatha. Pero ella me deja a un lado y es demasiado tarde de todos modos, Gabriel ya está estudiando su dibujo con interés―. No es muy bueno, ¿verdad? ―le pide, él estudió

la pagina y algo más intensamente, tanto que quiero que me hundan en el suelo. ―No es tu culpa ―dice Gabriel de pasada―. Te lo digo yo, Tam es bastante difícil de precisar en el papel. ―Tienes razón ―dice Agatha, como si esa fuera la cosa más profunda que ha escuchado en todo el día. Justo a tiempo me recuerdo que es probable que no todos estén atractivos al bufar. Su mirada se engancha en el volante amarillo, ahora en mi escritorio. ―¿Qué es esto? ―Es mi programa. Deberías venir. ―Agatha asiente con entusiasmo. Como yo, ella ama mirar bandas los fines de semana. ―¿Dónde? ―Silver Tree. ―Impresionante. Con nuestras identificaciones falsas entraremos allí ―ella bebe mas de su Coca-Cola, deja la lata en su escritorio y revuelve todo en unos minutos―. ¿Dónde he puesto mi maldito carboncillo? ―Probablemente está en tu armario. En el estante superior ―dice Gabriel amablemente. Agatha le da una mirada dudosa, pero se acerca a su armario de todos modos, para llegar a la plataforma superior. Luego se gira, ajustando el carbón en su mano, los ojos muy abiertos, pregunta. ―¿Cómo lo sabes? ―Gabriel se encoge de hombros. ―Uh… es donde me gusta guardar todas mis cosas importantes. En el armario. ―Gracias por venir ―le digo brillante, fijando el volante en el corcho abarrotado sobre mi escritorio. ―Así que, ¿vienes el próximo fin de semana? ―asiento con la cabeza. Realmente deseo poder hacer algo gracioso con este momento, pero él no me da tiempo.

―Encantado de conocerte ―le dice a Agatha antes de guiñarle y salir por la puerta. ―¿Eso quiere decir que es gay? ―murmura Agatha después de escuchar cerrarse la puerta del pasillo. Me ahogo en mi refresco. ―El comentario del armario que hizo ―me avisó cuando miro hacia ella. ―No lo creo ―respiro, mi nariz hormiguea fuertemente. Agatha me golpea en la espalda. ―Bueno, porque está caliente. Caliente con las tres E ―me instalo de nuevo hacia abajo en una pelotita, organizando mis piernas en una posición más cómoda. ―¿Eso crees? ―digo neutral después de un minuto. La lata de soda encaja en la parte superior de la lata de Coca- Cola. El metal está caliente en mi mano. ―¿No es así? ―Está bien ―le digo. Agatha me lanza una mirada irónica sobre la tapa de su cuaderno de dibujo. ―Y él está totalmente enamorado de ti. ―¿Qué? ―Me siento en posición vertical. ―Estate quieta ―dice Agatha, levantando su lápiz. Ella está sonriendo―. Pero tú no lo sabes… ―ella pone los ojos en blanco, golpeando la pagina con el lápiz―. Es obvio, estúpida ―me inclino hacia atrás, tratando de digerir esa información, tratando de averiguar cómo me siento. Entonces sacudo mi cabeza. ―Es un amigo de la familia ―Agatha frunce el ceño hacia mi. ―¿Y qué? ―¿Cómo puedo explicarle a Agatha que para mí eso es algo que debía evitar a toda costa? Que la caída de Gabriel sería realmente eliminar toda esperanza de escapar de los brazos sofocantes de mi familia. Ruedo la lata de soda entre mis dedos. ―No es mi tipo.

―Hmm ―dice Agatha, estudiando mi cara un poco demasiado tiempo―. Trata de no moverte mucho en este momento ―suspiro por dentro, aliviada de que ella dejara el tema de Gabriel, pero añade: ―Deja de sonrojarte, también.

Capítulo 6 Traducido por Selune Corregido por Caamille

P

or el momento el espectáculo de Gabriel viene de visita una semana más tarde, me siento lista para un descanso de la escuela. Agatha y yo hemos estado interrogando la una a la otra sin descanso en las palabras del vocabulario del SAT todas las noches antes de acostarnos. En consecuencia, sueño con abrir un folleto de prueba llena de palabras que nunca he visto antes. Y cada día más y más catálogos universitarios llegan a la recepción de abajo para que podamos verlos. Agatha se mantiene mencionando Reed, Stanford y la Universidad de San Diego. No tengo corazón para decirle que mis padres no me dejan salir del estado, y mucho menos ir por todo el país. Nos pasamos la cantidad habitual de tiempo preparándonos. Yo: diez minutos. Agatha: pasando de una hora mientras se prueba y descarta todas las camisetas en su armario antes de mudarse al mío. ―Eso se ve muy bien ―le digo por cuarta vez, mi cabeza inclinada sobre mi ejemplar de La Tempestad. ―¿Estoy engordando? ―Agatha gimió, de pie ante el espejo de cuerpo entero pegado a la parte de atrás de la puerta. Quién sabe cómo lo estamos bajando en la final del año. ―No ―digo de forma automática, a continuación, cerré mi libro de golpe. Deambulo sobre parte de mi kit de maquillaje, recogiendo mi sombra brillante verde de los ojos, y decido aplicar otra capa a mis párpados. Estoy relativamente contenta con mi atuendo, un mini vestido de overol de mezclilla con el superior de tubo verde y oro debajo. ―Muy bien, ¿cómo está esto? ―Agatha ha emparejado mi camiseta Mi Pequeño Pony con una minifalda blanca.

―¡Bien! ¿Listo? ―Ella me mira, horrorizada. ―¡Tengo que hacer mi maquillaje! ―Cuando llegamos a la barra, permanecimos de pie y el espectáculo ha comenzado. Gabriel está en el escenario, vestido con jeans y una camiseta negra con las mangas cortadas. Su guitarra acústica se acuna en sus brazos, su rostro iluminado por una estrecha sobrecarga de luz. Una muchacha que usa una combinación de color rosa y negro sobre increíbles pitillos está cantando en un susurro, de manera casi sin aliento en el micrófono, sus caderas girando y girando lentamente con la música. Los acordes de la guitarra envuelven por lo bajo algo con su voz plateada cuando ella canta algo sobre el mar y una sombra que no podrá olvidar jamás. Escucho las palabras y trato de ignorar el pensamiento de que es probablemente la novia de Gabriel. ―¿Cerveza? ―Agatha dice en mi oído, y yo asiento, mis ojos fijos en el escenario. Gabriel toca y la chica canta otra canción, a veces recogiendo una flauta que lo acompañara con la guitarra. El bar está lleno de gente, la gente oscilando dentro y fuera de la tenue luz, a veces empujándome a mí. Agatha regresa después de un tiempo y presiona un vidrio frío en mi mano, entonces rechaza mi oferta de dinero. ―Son muy buenos ―dice por último, y estoy agradecida de que no dice que es bastante bueno. Asiento con la cabeza y disfruto de mi cerveza, y en ese momento la chica anuncia con voz totalmente normal que se tomarán un descanso establecido. Luego bajó un poco su voz de nuevo y recordó a la multitud que los CDs. en la mesa del fondo son una ganga increíble a diez dólares cada uno. Le da a éste un indicio una sonrisa y un meneo de su cuerpo cuando dice esto, y a mi alrededor toda la gente aplaude y unos pocos silbidos de chicos lobo. Las luces iluminan un poco y una aglomeración de gente se mueve a la barra del otro lado de la habitación. ―Cuarto de baño ―Agatha anuncia. ―¿Mantienes esto? ―Tomo su cerveza y está en la multitud, dejando que se rompan a mi alrededor hasta que Gabriel aparece frente a mí.

―Lo hiciste ―dice simplemente, a continuación, levanta uno de los vasos de mi mano. ―Sigue bebiendo y le debes a Agatha una cerveza ―le digo después de que él toma un trago. Él sonríe, pero me pasa el vaso de nuevo a mí, y yo paso unos segundos estudiando el hueco abierto de su garganta y el modo en que su tatuaje parece brillar contra su piel ligeramente húmeda. ―Por lo tanto. ―Comienza. En el mismo momento me apuro con. ―Estás muy bien. Genial allí. Te ves bien. ―Cállate, cállate, me digo. ―Gracias. ―Me estudia por un momento y luego dice bruscamente. ―Ese reloj que quieres encontrar. ¿Estás segura de que es realmente lo que quieres encontrar? ―Yo le miro boquiabierta. ―¿Qué? Sí, estoy segura. ¿Por qué? ―Se encoge de hombros. ―No lo sé. Es como... no existe. ―Tiene que hacerlo ―digo tenazmente. ¿Por qué Alistair me pide encontrar algo que no existe? Una imagen de la cara de Alistair cuando no se parecía a Alistair parpadea en mi cabeza. ―¿Qué? ―dice Gabriel atentamente, mirándome. ―Nada. ―Vacío mi vaso y comienzo a beber la cerveza de Agatha distraídamente. ―De todos modos, he encontrado algo. ―Comienza. ―¿Qué? ―digo, ahogándome con la cerveza. ―¿Por qué no lo dijiste enseguida? ―Salto en la punta de mis pies hasta que riego la cerveza por encima de mi muñeca. ―Porque no he encontrado el reloj real ―dice Gabriel, y mis felices fantasías terminan abruptamente. ―Yo iba a decir que encontré algo que es posible que desees ver, pero es complicado. No es lo que me pediste que encontrara.

―Bueno, eso es útil ―murmuro, taponando inútilmente en mi muñeca. Él fijó mi mirada con la suya, y luego dice. ―Tal vez si me dijeras la verdad acerca de… ―La chica con la que estaba cantando apareció a su lado. ―Vamos, cariño. ―Ella arrulla al oído. Me da una sonrisa fugaz, un espasmo de labios, en realidad, antes de enrollar sus brazos largos y blancos alrededor del cuello de Gabriel, como preparándose para arrastrarlo de nuevo al escenario. ―¿Mañana? ―Asiento con la cabeza. ―¿Dónde? ―En la casa de Chester y Rennie. ―Yo fruncí el ceño. ―¿Por qué no? Eso es... oh, ¿te vas a quedar ahí? Pensé que te alojabas en los dormitorios en Juilliard. ―Pensé que era como yo. ―Lo hago. A veces práctico con la banda. De todos modos, mañana. ¿Ocho de la mañana? ―Claro ―grito cuando sigue a la chica de vuelta a los escenarios, las manos entrelazadas.

Capítulo 7 Traducido por flochi Corregido por Caamille

L

os ruidos de la Calle Faint penetran los gruesos muros de la casa de tío Chester y tía Rennie: el ocasional bocinazo de un claxon, el estallido de una canción de alguien pasando por las ventanas. Pero dentro, la casa está en silencio, esperando. Gabriel mira fijamente la pintura de la pared por tanto tiempo que creo que él ha entrado en trance. Es la escena de un salón, bastante similar al salón de arriba. Ricas cortinas amarillas con cordones de amarre de aspecto elaborado de color dorado enmarcan grandes ventanales y el cuarto está repleto de sofás y sillas. Un fuego está ardiendo en la chimenea, las llamas parecen como si estuvieran a punto de saltar más allá de la pantalla de fuego. Sin embargo, las tres personas de pie en la pintura no parecían estar prestando atención. Dos de ellos eran hombres, vestidos con largas levitas negras. Sus espaldas estaban vueltas al espectador mientras la tercera figura, una mujer, es atrapada de perfil. Mis ojos se deslizaron sobre sus esbeltos rasgos pintados y luego sobre su vestido, un brillante rojo, que era el complemento perfecto para los diminutos puntos de rojo, quizás rubíes, en la cara del reloj colgando directamente por encima de su cabeza. El reloj se veía exactamente al que Alistair quiere que encuentre. —No es el mismo reloj —dijo Gabriel finalmente. Había estado reteniendo el aliento sin darme cuenta, y ahora escapó todo de mí en una ráfaga que sonó como un cruce entre un qué y un huh. —¡Wow! Sonriendo por primera vez desde que entramos a la casa, dice.

—¿Wow? Bueno… —Pero no estoy de humor. —¡Mira! —Saqué la pintura de Alistair para él, el papel haciendo un ruido de crujido mientras lo ondeo frente al rostro de Gabriel. —Es exactamente la misma. Y eso explica por qué es tan familiar para mí —agregué, sacudiendo el papel de Alistair un poco más—. Obviamente, he visto la pintura de tío Chester y tía Rennie antes. Gabriel miró la impresión que estaba sosteniendo y la pintura de la pared. —Si, ya sé —dice con lo que siento es una paciencia exagerada. —Déjame explicar nuevamente. Ese objeto. —Y aquí él señala el reloj de la pintura—. …no es lo que me has dicho que quieres encontrar. —¿Qué significa eso? —pregunté, tratando de no sonar malhumorada. Gabriel se acercó a la enorme escalera y dobla su gran cuerpo sobre el segundo escalón. Hay una rasgadura en sus pantalones vaqueros y su rodilla derecha se asoma brevemente cuando se dispone a sus piernas a tumbarse. Lo sigo, me siento a su lado. Después de un minuto, mece su rodilla contra la mía y dice suavemente. —No me está llamando de la manera en que normalmente lo hace. No se siente real. Tal vez nunca existió realmente. —Pero es posible que sí —digo en voz baja—. ¿Verdad? Gabriel se encoge de hombros. —Posiblemente. —Bien, bien —digo, más para mí misma que para él, mientras los atisbos de una idea están tomando forma en mi cabeza —. El reloj en la pintura y el reloj en el papel son uno y el mismo. Estoy segura de eso. Pero no puedes encontrar este reloj. —Lo abanico con el borde del papel. —No es…

—¡Shhh! —Golpeo el dorso de mi mano contra su brazo—. Lo estoy procesando. —Otro término que aprendí de Agatha—. Esa es una pintura vieja —dije lentamente. —Comprobé la fecha. 1899. Y él dijo que el reloj se perdió en 1887. Así que, tal vez no lo puedas encontrar porque ya no existe más. Pero lo hace en la pintura. —Traté de mantener mi voz nivelada—. Gabriel, ¿crees que es eso? ¿Qué existió una vez pero que ya no lo hace en la actualidad? Gabriel inclina su cabeza ligeramente hacia mí. —¿Quién dijo que el reloj se perdió en 1887? —Abro mi boca, pero la cierro nuevamente. —Tam, dime que está pasando —dice. Cuando no respondo, miro sus dedos bajo mi barbilla y vuelve mi rostro hacia el de él—. Por favor — agrega simplemente. —Bien, bien —digo finalmente y me recuesto un poco porque sus dedos están demasiado calientes sobre piel. —Este tipo entró a la librería durante el verano, este profesor en el NYU, la noche que volviste a casa, en realidad. De todos modos, él había oído hablar de la librería, ya sabes, la parte de la agencia de buscadores y él preguntó si podía ayudarlo a encontrar algo, una reliquia familiar que se perdió hace mas de cien años. Y acordé hacerlo. —Hice una pausa, dándole una mirada esperanzadora. Gabriel me esperaba—. Um... no le dije que no tenía… ningún Talento. Oh, pero le dije que yo era Rowena —Pero salió mas como: “ohperoyoledijequeeraRowena”. —¿Qué? —Sí, bien, fue estúpido, lo sé. Pero pensó que era Rowena y yo más o menos... —¿Estuviste de acuerdo con eso? —Exactamente.

—Pero se lo dijiste después, ¿verdad? —No estoy segura si él se refería a la parte de Sin Talento o a la parte de no ser Rowena, pero decidí abordar a ambas. —No —susurré, mirando mis dedos en sus sandalias de neón verde—. Debería hacerlo, pero entonces él ya no me querría en el caso. Sólo volvería y pediría por Ro. Y yo… quería probarle a mi familia eso… oh, olvídalo, es estúpido. —¿Por qué fingirías ser Rowena? —pregunta Gabriel—. Eres más linda. Ahora es mi turno de mirarlo. —¿Qué? —Pero él siguió adelante. —Así que eso responde por qué no puedo encontrar esto —dice y golpea el papel con su pulgar—. Ya no existe. Aunque fuera el mismo reloj de la pintura, aún así no es el que tu profesor quiere. Al menos no actualmente. —Explícame cómo funciona. —¿Cómo qué…? ¿Quieres decir cómo encuentro cosas? —Y ahora por alguna razón se ve preocupado. —Quiero saber —digo simplemente. Y por una vez realmente lo hago. Gabriel no responde de inmediato. Pero finalmente dice. —Bien. Es como, cuando alguien quiere encontrar algo, puedo escuchar el objeto. —¿No lo ves? —Él hace una sacudida rápida a su cabeza. —No. Y escuchar es la palabra más cercana en la que puedo pensar, pero es más como sentir un eco. Siento este eco de lo que sea esta cosa o persona o lugar que está perdido, y entonces yo… lo sigo. —¿Incluso a través del tiempo? —susurro. El rostro de Gabriel se pone completamente en blanco. —¿Por qué preguntas eso? —No lo sé. Por ninguna razón, en realidad. Sólo pensé que era…

Me interrumpí, mirándolo, y aunque su rostro no había cambiado en absoluto, ni siquiera un tic, de alguna manera lo supe. —Puedes, ¿o no? —Una sirena pasó gimiendo por las ventanas delanteras, sonando su advertencia en la oscuridad. —Nunca le dije a nadie que podía hacer eso. No lo supe al principio. Me tomó un par de años darme cuenta que sí, podía seguir algo a través del tiempo. Pero… —¿Pero qué? —No se supone que así sea —dice él simplemente. Y de repente siento el abismo en el que estamos. —¿Por qué no? —¿Esto nunca se te ha explicado? —Lo miro—. Aparentemente, ellos hacen esto en los Ritos de iniciación —agrega. Cuando una persona llega a los doce en mi familia, él o ella han sido Talentosos por cuatro años. Cuatro años es el tiempo general que le toma al poder de una persona fortalecerse por completo. Así que en el Samhain, toda la familia se reúne y festeja los nuevos Iniciados. El año que cumplí doce, dos de mis primos lo hicieron también, así que por supuesto, se planeó un gran rito de celebración. La noche de Samhain, me encerré en mi cuarto. Por una vez, mi mamá no apareció de repente para confrontarme y Rowena no trató de convencerme con palabras endulzadas y mi abuela no me ordenó que bajara. Sola, en una repentina casa silenciosa, observe salir a todos en tropel a los bosques antes de abrir mi manual de ciencias y tratar de estudiar para la prueba que íbamos a tener esa semana sobre los ecosistemas. Más tarde, traté de no forzar la vista por unas escaleras de humo reveladoras que indicarían que la hoguera había empezado. En vez de eso, coloreé las fotos de áridos desiertos en mi libro de texto de un repugnante tono de verde, sin importarme que estuviera pintarrajeando un libro de la escuela, traté de bloquear los sonidos del canto de mis oídos, aún mientras mis labios se movían reflexivamente en las cuatro oraciones. En mi imaginación, todavía puedo ver la mancha de color extendiéndose de la punta de mi

marcador sobre la página porosa. Tengo que decir que califica como mi segundo peor cumpleaños, justo detrás del año que cumplí ocho. —Nunca pasé por uno de esos —señalé, aún cuando él lo sabía. —Yo tampoco —respondió Gabriel, y parpadeé sorprendida. —¿Tú no? ¿Por qué no? —Oh, si, a mi papá le hubiera encantado esa mierda. —Su voz se está burlando—. Esos fueron los años cuando mi mamá estaba fingiendo que éramos unas personas perfectamente normales. La típica familia americana. Hicimos cosas normales de Halloween. Mi mamá se disfrazaba cada año como una calabaza o alguna cosa igualmente estúpida. —Traté de no reírme. —¿No en una bruja? —Gabriel sacude su cabeza. —Demonios, no. Nunca eso. Eso se acercaría un poco a casa para mi papá. No, pedí dulces hasta, como, los trece años, y después salía con mis amigos y hacíamos las cosas habituales… —Escuché sobre eso —digo con nostalgia—. Casa con papel sanitario y crema de afeitar. —Robar caramelos de niños pequeños es más como eso. Eso y prender mierda de perro con fuego. —Oh. —Pensé en esto último por unos segundos—. Eso es malo. Y repugnante. —Gabriel se encoge de hombros. —¿Qué puedo decir? Tenía trece. —Así que tu mamá nunca te dijo sobre… —Ella era rara sobre ser Talentoso. —Hizo una pausa, frotando una mano sobre su nuca—. Tenía un mini altar que desmontaba cada día antes de que viniera papá a casa. Suciedad del patio, pétalos de flores. Un plato de agua. Ya sabes, lo de siempre —asentí—. De todas formas, ella aún creía en todo, pero era como si lo estuviera escondiendo cuando mi papá estaba allí. Salía esta persona completamente diferente. Y no nunca pude darme cuenta por qué. —¿Por qué que?

—¿Por qué quería estar con alguien si sólo podía ser un cuarto de la persona que realmente era en frente de él? Y nunca pude entender por qué mi papá aceptó eso… requirió eso… de ella. Es como estar con alguien y que sus brazos y sus piernas no estuvieran y tú ni siquiera lo notaras. Era loco. —Gabriel sacude su cabeza, luego me mira y sonríe—. Bueno, eso es probablemente más de lo que necesitabas escuchar. —No, yo… —Ajusté la correa de mi sandalia donde está presionando el arco de mi pie—. ...me gusta hablar contigo de esto. Es… agradable. —Termino poco convincente. —Nunca hablé con nadie de los… Talentos. —¿Por qué no? —Yo… —Mis dedos presionan en el lugar desgastado sobre mi piel hasta que el dolor escose a través de mis terminaciones nerviosas—. …duele demasiado —digo finalmente. No puedo mirarlo mientras continuo—. Siento que mi familia me tolera pero soy un constante fracaso para ellos. Y en vez de decir cosas como “No eres un fracaso” o “Eso no es verdad”, Gabriel no dice nada en absoluto pero descansa una mano sobre mi brazo. Calor vertiéndose sobre mi piel. —Las cosas… no se suponen que serían así —agregué. Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando los crujidos de la casa que nos rodea. —Siento que nos mudáramos —dice Gabriel. Y entonces, su mano se aprieta sobre mi brazo hasta que lo miro—. ¿Por qué no me volviste a escribir? —pregunta. —Me… sentía rara. —Como si ya no te gustaría más. —¿Incluso conmigo? —Me encojo de hombros. —Incluso contigo. —Nuestros rostros están tan cerca como para que observe que sus ojos no son tan oscuros como parecían al principio. En vez de eso, tiene diminutas manchas de verde que irradian de su

iris. Y entonces, el reloj del abuelo en el pasillo da la media hora y me sacudo de vuelta a lo que necesito ser devuelta. —Bueno, ¿y si quiero encontrar ese objeto? —digo y señalo hacia la pintura de la pared—. Olvida el trozo de papel. ¿Y si queremos encontrar el reloj de la pintura? —De alguna manera, supe que ibas a decir eso. —Gabriel suspira y se inclina lejos de mí. —¿Y si quiero ir contigo? —Y ahora estoy reteniendo mi respiración, demasiado asustada de lo que vaya a responder. —¡Whoa! ¿Quién dijo que iría, en primer lugar? —Por favor. —Apreté mis pies contra el fondo de la escalera—. Sé que se supone que no manipulemos el tiempo o como sea la regla, pero… —Gabriel arqueó sus cejas. —No es sólo eso —dice de una manera que me hace pensar que le preocupa un poco romper las reglas—. Es peligroso. He leído bastante para saber que no es buena idea meterse con eso en general. —¿Y si somos realmente, realmente cuidadosos? Y lo hacemos sólo una vez. Y nadie más tiene que saberlo, ¿verdad? —Interiormente, imagino las miradas en los rostros de mi madre, mi abuela y Rowena cuando lleve a casa con el pago que Alistair me dará después de hallar su reloj. Puedo tirar el dinero sobre la mesa. ¿Qué es esto? Oh, sólo algo que un cliente me dio después que yo… la escalera crujió un poco como si pesara y salté. Afortunadamente, Gabriel pareció no darse cuenta. Estaba demasiado ocupado mirando fijamente la pintura. —Sabes —dice Gabriel cuidadosamente—. …mi mamá nunca me explicó realmente esa regla, de todas formas. Fue una de esas conversaciones que tuvimos a escondidas, y mi papá vino a casa en la mitad y nunca volvimos a retomarla. —Y nadie nunca me lo explicó a mí, tampoco. Es decir, ¿por qué se molestarían? —digo, haciendo mi rostro tan inocente como es posible. Gabriel puso un dedo sobre su mejilla en una pose demasiado seria.

—¿Así que nadie nos ha prohibido realmente hacer esto o explicado por qué sería una idea especialmente mala? —No. —Sacudo mi cabeza lamentando—. Nadie. —Nos sonreímos el uno al otro, y súbitamente se levanta y tira de mí para ponerme de pie. Fuera de balance, me mecí cerca de él por un minuto. Lo bastante cerca para saber que él huele a ropa limpia. Sus manos se quedan en mis brazos un segundo y trato de dar un paso atrás, pero él aprieta su agarre. —¿Realmente quieres hacer esto? —Su voz es baja y todo rastro de su risa se ha ido. Asiento—. ¿Me prometes que si hacemos esto, no tocarás nada? ¿Qué seguirás mi ejemplo todo el tiempo? —Me gustaría saludarlo pero está sujetando mis brazos al costado, por lo que me conformo con asentir nuevamente. Pero Gabriel no parece convencido, así que finalmente digo. —Sí, lo prometo. —Bien. —Me libera y retrocede para estudiar la pintura otra vez. Escondida, froto mis brazos. No puedo evitar sino mirarlo. Parece tan intenso, tan determinado y místico, que tengo problemas para recordar que esta es la persona que solía jugar a las marionetas de hechas de media conmigo cuando él tenía seis y yo cuatro. Después vuelve, extendiendo su mano. Le di la mía, sintiendo el fuerte cierre de sus dedos. —¿Estás lista? —¡No! Quise decir súbitamente. Y por cierto, ¿dolerá? Quiero preguntar. Como si lo hubiera soltado en voz alta, Gabriel le da a mi mano una pequeña sacudida. —No tenemos que hacer esto, sabes. —Tengo que —respondo—. Yo realmente quiero —Él asiente, volviendo a la pintura. Cierra sus ojos, por lo que cierro los míos, también. De repente, tengo la sensación que conseguiría en una montaña rusa, como en el momento justo en que el auto tiene que avanzar hasta la cima más alta de la pista y está preparado, esperando caer y lanzarse abajo, abajo y abajo.

Entonces, todo cambia y los remolinos pasan más allá de mí y siento que estoy parada en el océano, la arena debajo de mis pies desaparece bajo mis talones, dejándome equilibrada en el aire. Mis ojos se abren. Concéntrate, pienso desesperadamente, aferrándome a Gabriel, los huesos de su mano, sólidos y reales. Me concentro en ver las sombras espumosas atravesar los pisos de madera dura reunidas en la esquina del vestíbulo. Una brisa procede de algún lugar. Debe haber una ventana abierta y ahora está haciendo parpadear las luces de las velas y balancear. ¿Velas? Giro mi cabeza. Extensiones de velas y más velas delinean las paredes revestidas, sus luces bailan y flotan. En algún lugar sobre nuestras cabezas la música está sonando, violines y quizás un piano. —¡Lo hiciste! —digo y Gabriel sonríe—. ¿Siempre es así? —Gabriel enarca una ceja. —¿La tierra se movió para ti, también? —Oh, ¡cállate! —espeto. Luego, doy una segunda mirada a mí alrededor. —Gabriel, esta es la casa de tía Rennie y tío Chester. —Contemplo el techo familiar cubierto de estaño pulido que llueve trazos de luz sobre todas las paredes blancas. Las ventanas son grandes y arqueados con persianas de madera cerrados sobre la mitad inferior, y los suelos, pulidos a un reluciente caoba, se ven interrumpidos aquí y allá por las mismas alfombras persas que parecen definitivamente más nuevas en este siglo que en el nuestro. Y el caballero de metal tamaño real que está usualmente en el segundo piso ahora se levanta como un centinela al pie de las escaleras. —Alistair dijo que su familia perdió el reloj en un juego de cartas con otra familia. Debe haber sido la nuestra y… —En serio, Miranda. —Una voz viene de algún lugar a nuestra izquierda. —Creo que estás siendo bastante ridícula. Es sólo el soltero más elegible de la ciudad. Es natural que baile con él.

—Si, pero bailaste tres veces con él y sabes que eso no está permitido por las reglas de baile de mamá y… —Rápido —dice Gabriel entre dientes en mi oído, y entramos como flecha en un armario. Justo a tiempo de presionarnos juntos en el pequeño espacio oscuro que huele abrumadoramente a naftalina. Dejando la puerta ligeramente abierta, trato de no respirar demasiado. Dos chicas pasaron por su vista y no pude evitarlo pero deseé que Agatha pudiera estar aquí para ver todos esos vestidos, ella se moriría. Sentí un fugaz pinchazo de tristeza que nunca seré capaz de contarle de esto. Ambas estaban usando largos vestidos blancos hechos de algún material sedoso. Una tenía su cabello oscuro esculpido en elaboradas espirales, y una gran pluma blanca se curvaba sobre un costado de su rostro. Es la más alta de las dos, definitivamente más hermosa, y por el aspecto de las cosas, la otra chica parecía saber esto. Su vestido es igual de elaborado, pero no parece encajar en su cuerpo, que era más corto y más regordete. En un tono adulador, la chica más baja dice. —Si, pero quería bailar el vals con él. Sabes que el vals me muestra perfectamente, y tú tomaste ese baile a propósito. —La primera chica suelta una risa ligera que se desprende abruptamente, como rompiendo un carámbano de hielo. —No hice nada por el estilo. ¿Le lancé mi tarjeta de baile? No, él se acercó y pidió por un baile. ¿Qué tenía que hacer? Decirle… —Y usó una dulce voz artificialmente alta—. …no, mi hermanita querría tener ese baile con usted, y debo condenarlo a esa experiencia de pasos perdidos, dedos amoratados, y una insípida conversación? —¡Oh! —La chica más joven ovilla sus manos en puños, y entonces rápida como un rayo estira la mano, arrebata la pluma del cabello de su hermana, y la destruye. —Pequeña infeliz. —La joven más grande exclama. Repentinamente, los pedazos de pluma en la mano de la chica más joven rompen en llamas y los tira con un pequeño grito. Ella se chupa los dedos, contemplando a su hermana a través de sus ojos entrecerrados. Pero antes de que pueda tomar represalias, una mujer adulta entra en el vestíbulo. La puedo ver evaluando la escena rápidamente antes que

la pluma desaparezca en una nube de humo. Avanza lentamente hacia las dos chicas, las faldas de su vestido de tafetán azul de desliza con cada paso. —Mama —gime la chica más joven—. Lavina lo hizo de nuevo. —Ella empezó —murmura la chica más grande. Pasa una gran mano sobre su cabello como para asegurarse que todavía está ahí. —Muchachas, ¿qué dije sobre usar Talentos contra la otra? —La voz de su madre es baja pero contundente, y tengo la sensación de dar un paso atrás en el armario. —Ha habido suficiente división y luchas entre todos nosotros, ¿y ustedes quieren ponerse en contra de la otra así? ¿Nuestra historia no ha enseñado nada? —Las dos chicas bajan la vista al piso de caoba, la imagen de culpabilidad, y finalmente el rostro de su madre se suaviza. —Ahora, están por servir la cena. Lavina, el Sr. Collins está esperando para escoltarte dentro. —Un resplandor de triunfo contrajo el rostro de la chica más grande antes de componer rápidamente sus rasgos en una máscara inexpresiva. Su hermana no es tan hábil, porque alza la vista, su boca abierta en un gemido mudo. —Vamos, Miranda —su madre dice apresuradamente—. Tu hermano te escoltará. —Miranda cierra su boca, pero se acerca y le da a la cintura de su hermana un pellizco cuando su madre se gira para llevarlas fuera del pasillo. Finalmente, se van y el pasillo está vacío una vez más. —Wow —susurro mientras doy un paso fuera del armario. —Y pensabas que Rowena era mala —murmura Gabriel. Frota su cadera—. Algo estaba pinchándome en ese armario. —Gabriel —digo—. ¿Qué quiso decir su madre con la Guerra “entre todos nosotros”? —Gabriel se encoge de hombros. —No lo sé. —Eran brujas, ¿no? —Frunzo el ceño, tratando de considerar todas las implicaciones en tanto pensaba en nuestra historia. Es decir, sé

que los puritanos no fueron los únicos que vinieron con el Mayflower. Tío Morris ha remontado nuestras raíces al 1600, pero los registros están incompletos. Pero Gabriel ya está en otra cosa más. —Bueno, parece que todos van a estar en el comedor, por lo que tenemos poco tiempo para revisar esto. —De repente, miro alrededor. —¿Por qué no aterrizamos en la sala de dibujo de la pintura? — Gabriel parece ligeramente avergonzado. —Um, a veces puedo acercarme, pero no es una ciencia exacta. Asiento, entonces, digo dulcemente y halagadora. —No te preocupes. Les sucede a muchos chicos. —Sonriendo, se acerca un paso a mí—. Cuando salgamos de aquí… —Pero yo ya me estoy moviendo delante de él. —Arriba. —Cruzamos el pasillo, pasa escabullendo de varias puertas abiertas, y se mueve sigilosamente arriba de las escaleras después que yo froto el casco del caballero para la buena suerte. —Aquí —susurro, y Gabriel, que está unos cuantos pasos delante de mí se gira y vuelve. Entramos en el cuarto que estoy señalando. Afortunadamente está vacía de personas. Navegamos entre los sillones de terciopelo y los sofás, todos pequeños tiradores sobre los muebles ornamentados. —Wow, podríamos hacer un gran negocio en el Mercado de antigüedades si pudiéramos llevarlo de vuelta. ¿Puedes… —No toques nada —advierte Gabriel. —Sólo el final de esta mesa. Podríamos venderlo en la Feria de Chelsea y… —Gabriel me da una mirada de advertencia—. …oh, bien. Ve por ahí. —Pero él no responde porque está mirando el reloj. —Tam —susurra. —Es ése. —Sé que es ése. Te dije…

—No —dice, dándole a mi brazo un apretón para callarme. —Es el reloj. Eso es lo que quiere. ¿Por qué, por qué? —dice él, girando la palabra como si buscara por una salida. —¿Por qué en este tiempo, pero no en el nuestro? —No tengo una respuesta mientras estudio el reloj. De cerca es incluso más hermoso que en cualquier pintura. Es pequeño, cerca de dos pies de largo y un pie y medio de ancho. La madera está pulida a un resplandor cereza oscuro y los chips de rubí que destellan sobre la superficie brillante. —¿Podemos tomarlo? —le susurro a Gabriel—. Es decir, vinimos por él —él parece dudoso, entonces, se adelanta, estirando un brazo para tocarlo. —¡Detente en este instante! —suena una voz detrás de nosotros.

Capítulo 8 Traducido por Virtxu Corregido por Caamille

A

mbos nos damos la vuelta para encontrar a un hombre alto vestido con una levita negra y una resplandeciente camisa blanca de pie en la puerta. A pesar de que su cabello y su bigote rizado son de un color gris hierro, la cara no tiene arrugas, lo cual le da la inquietante impresión de que podía tener cualquier edad. Él avanza hacia nosotros, parece que se toma nuestra aparición con una mezcla de shock y severa resolución. —¿Quiénes son y qué hacen aquí? —Exige, deteniéndose a unos metros de nosotros. Su mirada se posa sobre mis sandalias y él abre la boca como si fuera a hablar de nuevo, pero a continuación, se comprueba a sí mismo y luego nos mira fijamente a nosotros, sus ojos son del color del hielo en un río. —Nosotros... yo... sólo quería echar un vistazo más de cerca —grito— . Alguien que conozco te está buscando. —¿Quién? ¿Quién te envió? —Un profesor —digo estúpidamente, como si esa estimada profesión fuera a resolver todas las dudas de este hombre. Él niega con la cabeza, estudiándonos en silencio. Una débil risa se desplaza desde las escaleras por la habitación. —Son niños —dice por último, y la tristeza en su voz me inquieta. Gabriel y yo intercambiamos miradas. —Y tengo entendido. —Aquí su mirada se detiene en los pantalones vaqueros rasgados de Gabriel y en mis sandalias de nuevo—. Que deben haber recorrido un largo trecho. Sin embargo, lo que debe ser, debe ser —dice, y luego sus delgados labios se endurecen en una fina línea y levanta una mano. Las llamas en la chimenea saltan y

aumentan, como si estuvieran respondiendo y entonces mis ojos se fijan de nuevo en la mano del hombre, donde una chispa de repente cobra vida. —Tam —dice Gabriel en voz baja y envuelve su brazo alrededor de mi cintura, justo cuando el hombre dispara su mano como si lanzara una bola rápida. El fuego florece en el aire y golpea hacia nosotros como un pequeño cometa a la vez que una ola de mareos viene hacia mí. Balanceándome contra el costado de Gabriel, levanto un brazo instintivamente para protegerme la cara, esperando cualquier momento para sentir las llamas carbonizándome la piel. Y entonces, el fuego desaparece en el aire sin siquiera llegar a nosotros. El aire brilla, con una intensidad extraña. Es tan claro que retumba en mis oídos, y me empiezo a dar cuenta de que la misma clara intensidad está haciéndose eco dentro de mí. —Cómo... imposible —silba el hombre y levanta la otra mano. Está vez la bola de fuego vuela hacia nosotros con el doble de velocidad que la primera. Pero nada me toca. Otra vez el fuego se desvanece. El brazo de Gabriel se desliza de mi cintura y me mira. Sus ojos parecen enormes en su cara. —¿Qué demonios ha pasado? —me susurra ferozmente. —Él trató de… —¡No! Intenté llevarnos de regreso. Y... no pude. —Antes de que pueda digerir esto, el hombre levanta su mano de nuevo y el fuego surge de su palma. Sólo para evaporarse un segundo después. Parpadeo, a continuación, doy un paso más cerca del impresionante reloj, mis ojos se fijan en las volutas de la mitad inferior. Por el rabillo de mi ojo, veo al hombre sacudir los dedos como si se quemara con su propio fuego. Se balancea hacia atrás, con los labios en una perfecta forma de O, por la sorpresa. Aprovechando el momento, me muevo hacia el reloj, mis ojos se fijan en la aguja de las horas, la cual parece lo suficientemente fuerte como para cortar la carne. Está apuntando hacia el número romano XII. —Tam, no —murmura Gabriel, y le miro de reojo, sorprendida al ver el miedo en su rostro.

—¿Qué? —No creo que debas hacerlo. —¿Por qué? —Soy muy consciente de que el hombre a unos metros de distancia, nos está escuchando. Gabriel niega con la cabeza. —Algo acerca de esto... déjame. —Él me mira—. Por favor, Tam. No tienes... Trago, sin decir nada. Por supuesto. Realmente puedo llegar muy lejos. Frunciendo el ceño, Gabriel se acerca al reloj y levanta una mano para tocarlo. —No —dice el hombre, y miro hacia atrás para verlo de pie de nuevo, con la determinación grabada en líneas profundas en su frente. Justo antes de que los dedos de Gabriel alcancen el borde enrollado, el hombre levanta su mano de nuevo. Hay un sonido sibilante mientras la mano de Gabriel se desvanece a la derecha en la superficie caoba del reloj. Desde donde estoy de pie, parece como si el brazo terminara en su muñeca. Al mismo tiempo él grita, un solitario aliento corto de dolor. —Está atascado. Mi brazo. Me quema. ¡Sácalo! —Tira del hombro, pero parece que no puede sacar su brazo hacia atrás. —Tam. —Su piel se está drenando de todo color. Furiosa, me dirijo de nuevo al hombre. —Déjale ir, bastardo. ¡Déjale ir! —El hombre niega con la cabeza, con una expresión severa en su rostro. —Se los advertí. Nadie puede tocar ese reloj sin consecuencias. —Me vuelvo a Gabriel. Dos delgadas corrientes de sangre gotean de su nariz. —Huye —me susurra. En cambio, me apodero de su brazo y tiro con fuerza. De repente, nos tropezamos hacia atrás en un pequeño sofá. Gimiendo, Gabriel acuna su mano, pero me permite cogerla entre las mías. Examino los dedos. Parecen estar íntegros y sin doblar. —Está bien, está bien —le susurro mientras él tiembla a mi lado.

—Imposible. —Oigo el susurro del hombre de nuevo, y levanto mi cabeza, mirándole. Se ve aún más agitado que antes. —¿Decidió apiadarse de nosotros? —digo bruscamente. Un ceño fruncido recorre su cara. —No hice nada por el estilo. —Miro hacia él. Algo susurra en el fondo de mi mente y se instala en el lugar con un suave clic. Salto desde el sofá, lanzándome hacia adelante en dirección al reloj. —Tam, no —grita Gabriel. Hay un pequeño golpe, como si una silla se hubiera inclinado hacia atrás y siento una oleada de movimiento detrás de mí como si algo o alguien estuviera llegando hacia mí. Pero levanto las dos manos y quito el reloj de la pared, tan fácil como tirar de un pasador del pelo.

Capítulo 9 Traducido por bautiston Corregido por Caamille

-¿Y

ahora qué? —digo desafiante al hombre de la levita.

—Ahora, ¿qué tiene usted que decir? —Pero mis palabras sonaron extrañas, como si hubiera repentinamente un eco en la sala. Me tomó tres segundos averiguar lo que está mal. No hay sonido aparte de mi voz. El fuego ha dejado de crepitar detrás de mí. Incluso la respiración irregular y ronca de Gabriel hace tan sólo unos segundos, se corta. Es como si una puerta se hubiera cerrado y todo el sonido se hubiera desvanecido. Miro a Gabriel. Tiene los ojos vidriosos, la boca en una línea recta, sus largos dedos aún, de manera que nunca estuvieron en la vida. De repente, tengo más miedo que nunca. —¿Gabriel? —susurro, dando un paso hacia él. ¿Qué he hecho? Me giro para mirar al hombre de la levita larga. Me quedó mirando fijamente, esperando, esperando, hasta que finalmente parpadea. —¡Está despierto! —Lo acuso. —¿Qué pasó con Gabriel? —Si es posible, el hombre se ve aún más agitado de lo que yo me siento. —Supuse que sabías lo que estabas haciendo. —¿Se ve cómo que yo sé lo que estoy haciendo? —Cabeceo. Miro el reloj en mi mano, a continuación, entrecierro los ojos y muevo la cabeza. Débiles letras han comenzado a desplazarse en la parte inferior de la cara, pero cada vez que trato de centrarme en ellas, brillan y se reorganizan ellas mismas deletreando galimatías. Duda, luego dice lentamente. —No tienes... ni idea…

Se pasa la mano sobre su boca, me mira fijamente. Por último, logra decir una frase completa. —Realmente no sabes lo que has hecho, ¿verdad? —pregunta, y hay un tono más oscuro, una nota más desesperada en su voz ahora. Él mueve sus largos dedos, presionándolos sobre los labios y los ojos dubitativos, como si esperara algo. Yo tengo mi mirada en él. Por último, da un paso hacia atrás y suspira. —En minuto está arriba. El poder ha pasado. Supongo que el daño podría ser peor. —Pero suena como si ni siquiera él mismo lo creyera. —¿De qué está hablando? —Yo aprieto mis brazos con más fuerza sobre el reloj y él me da una media sonrisa, como si estuviera demasiado cansado para completar el esfuerzo. —¡Oh, no, señorita. Usted se equivoca. Ya no quiero ese reloj. —Usted lo quería hace tan sólo un minuto. ¡Parecía a punto de matarnos por él! —Sí. —El hombre está de acuerdo. —Pero eso fue hace un minuto. Eso es ahora... simplemente un reloj. —Él inclino la cabeza hacia un lado, y agregó. —Creo que el profesor se sentirá decepcionado. Y ahora. —Se enderezó, alisó la parte delantera de su abrigo—. Tengo que irme. — Y lo hizo. Y con eso se ha ido. Ninguna bocanada de humo, ni deslumbramientos de las luces. Sólo un súbito y completo guiño de la existencia. —¿Tam? —Una voz débil desde el sofá llama mi atención desde la esquina vacía de la habitación. Gabriel está pestañeando hacia mí. —¿Qué pasó? —Estás vivo —le digo, y para mi vergüenza mi voz vacila y se resquebraja. Dejo el reloj en una mesa de patas delgadas a mi lado y luego camino hasta el sofá, hundiéndome al lado de Gabriel. Su

cabeza está echada hacia atrás y sus ojos están cerrados. Por lo menos la nariz ha dejado de sangrar. —¿Estás bien? —le pregunto. Abre los ojos, y me mira. —Una vez que hice esto del paseo por bares en el Día de San Patricio. ¿Alguna vez has hecho eso? —Niego con la cabeza. —Así es. Bueno, estuve tomando cerveza durante horas. Horas. Cerveza verde. —Me estremezco—. En ese momento pensé que la única cosa peor que tomar cerveza era estar vomitándola en la parte trasera de un taxi. —Mira el reloj de nuevo—. Pero eso no era nada comparado con lo que sentí. —Se endereza y pone su mano buena en mi rodilla por un segundo. —Vamos a salir de aquí. Ya he tenido suficiente de 1899. —Asiento con la cabeza, y luego me levanto y tomo el reloj de nuevo. Un suave y rítmico tic tac viene de él. —¿Tomarás eso? —Gabriel me mira desde el sofá. —¿Por qué no? Es sólo un reloj ahora. Ya lo oíste. —Gabriel se acerca con cautela, pero finalmente me toma la mano y cierra los ojos. Esta vez he de mantener los ojos abiertos. Los colores y la luz borrosa pasan por delante de mí en un calidoscopio mareado. ¿Por qué no puedo, mamá? Oigo una voz petulante decir, pero nunca oigo la respuesta, porque un hombre se está riendo. Te quemarás como una bruja por toda la eternidad, alguien dice con voz fría, precisa, y luego se corta en cualquier otra cosa que esa voz podría haber dicho por el largo y solitario sonido de un silbato del tren. Todo el sonido se acelera y tengo que cerrar los ojos porque no puedo cerrar mis oídos, y de repente siento la madera fresca presionando contra mi piel y abro los ojos otra vez. Estoy tirada en el suelo, tirada en los brazos de Gabriel. Obviamente, todavía no se siente bien, porque aún no han llegado las insinuaciones. En cambio, sus ojos permanecen cerrados y su piel ha adquirido un tinte grisáceo. Desde este punto de vista, puedo ver que la tía Rennie y tío Chester no son demasiado adeptos a trapear el piso. ¡Tía Rennie y tío Chester! Me desenredo de Gabriel, salto desde el piso, y me apresuro a la ventana. La noche parece haber caído y con ella una lluvia ligera. Las farolas de Washington Square Park están prendidas, y los taxis amarillos,

algunos con sus luces fuera de servicio intermitente, pasan de largo. Aquí y allá la gente sacude sus abiertos paraguas negros, mientras que otros simplemente corren, los zapatos mojados contra el pavimento, libros o periódicos que cubren sus cabezas. Me doy vuelta y miro a Gabriel y descubro que está sentado, mirándome. Mirándome de manera diferente. Como si él tuviera miedo de mí. —¿Por qué sucedió eso? —pregunto por último, mi voz anormalmente alta en el silencio—. ¿Por qué fui capaz de tocar el reloj y tú no? —No sé, Tam —dice por fin, y su voz es fuerte. —Sí, lo sabes —insisto—. Hay algo que no me estás diciendo. Algo que estás ocultando. —Levanta ambas manos y extiende sus dedos temblorosos. —No sé, Tam. No sé por qué no sientes nada cuando lo tocas. Yo no sé ni lo qué es. —Sus ojos viajan hacia el reloj que aún acunaba en mis brazos. Sacudo la cabeza. —No es nada ahora. Escuchaste al hombre. El poder ha pasado, lo que eso signifique. —Espera, ¿qué? ¿De qué estás hablando? —Tú sabes. —Insisto y me detengo a continuación, con el ceño fruncido. —¿Te a... ¿de qué te acuerdas? —Mi mano. Quemada. Y entonces, toqué el reloj y no recuerdo nada después de eso. —Pienso en la quietud de la sala después de que saqué el reloj de la pared. —Tú te congelaste —digo con admiración. Así que trato de repetir la conversación, como pase por eso, lo mejor que puedo para Gabriel, terminando con—. Y entonces, él dijo que el poder ha pasado y desapareció. —A lo largo de mi monólogo, Gabriel mantiene sus ojos en el reloj. Cuando termino de hablar, él asiente con la cabeza lentamente, y luego dice. —Tal vez eso explica por qué una vez más les puedo decir que es sólo un reloj. No es lo que el profesor quiere. Nunca más.

—Nos miramos el uno al otro y luego los dos nos miramos hacia la pintura por encima de nuestras cabezas. Yo frunzo el ceño. Sólo dos personas se representan en la sala de ahora, un hombre y una mujer. Ellos todavía están en pie en los mismos lugares, pero la mujer lleva un vestido azul oscuro el tono exacto de un cielo crepuscular y su cara se aparta de la pared, que ahora está vacía. —Gabriel —jadeo. —Se ha ido. Hay un silencio pequeño y pesado, y entonces, vamos a la cocina sin decir una palabra. Después de algunas búsquedas, saco un sartén de cobre y examino el contenido de la nevera de aspecto antiguo. Dado que tía Rennie y tío Chester se fueron hace sólo cinco días, decido el recipiente esmaltado blanco de los huevos que encuentro en el refrigerador debe ser razonablemente seguro. El pedazo de queso en el estante superior tiene sólo un pocos brotes de moho gris-azul, que me las arreglo para quitar con un cuchillo antes de continuar. Mientras que Gabriel pone pan en la tostadora que parece como si no se hubiera limpiado en tres años, rayo el queso restante y bato los huevos en una espuma amarilla. Pronto pongo tostadas y omelettes en los platos de cáscara de huevo chinos de tía Rennie. —Entonces —le digo, untando mantequilla en el pan tostado. —¿Qué puedo hacer con este reloj? —Gabriel empuja algunos huevos en la boca y mastica durante mucho tiempo, el tiempo suficiente para que yo crea que está evitando mi pregunta. —¿Quién es este tipo? —Él pide por último. —Un profesor de la Universidad de Nueva York. Su nombre es Alistair Callum. Te dije esto ya. —Dime otra vez —dice Gabriel, inclinándose sobre la mesa hasta que me veo obligado a mirar sus ojos. Soplo el té que hice ya que no pude encontrar café. Está todavía muy caliente. —Está bien. —Levanto una mano, marcando hechos.

—Él entró en la tienda. Compró un libro sobre la historia local de la zona. Todo parecía estar bien. Entonces, me preguntó si podía encontrar algo para él ya que había escuchado que a menudo se encuentran las cosas para la gente y… —¿Cómo sabía eso? —Me encojo de hombros. —¿Recuerdas a Angus Pinkerton? Él tenía una tienda de antigüedades que, tú sabes, los chicos solían pensar que parecía un conejo húmedo. —¿Un tipo sudoroso? Que no quería tocar nada. ¿Culo Pinkerton? — Me había olvidado de ese apodo. —Siempre le gustó Rowena, sin embargo —reflexioné. —¿A quién no? —dice Gabriel, y le doy una mirada. Él mete su cara en el plato, pero no antes de que pueda verle sonreír. —Eres un chico normal. Cayendo por una cara bonita y… —Está bien, está bien —dice Gabriel ligeramente—. Sé que Rowena es una arpía. —Estoy moderadamente satisfecha hasta que añade—. Me has hablado de ello doscientas veces. Pero volvamos al punto. Este profesor suyo, ¿qué es exactamente lo que dijo respecto al reloj? —Dijo que era una reliquia de la familia, perdido en un juego de cartas en 1887. —Jugando con mi plato vacío en círculos sobre la mesa. —¿Pero por qué? Y aquí mi voz se apaga. No sé con qué empezar. Gabriel golpea el tenedor ligeramente contra el borde de su plato, luego más fuerte hasta que sin pensar me levanto y se lo saco. —Creo que necesitas hablar con tu abuela de todo esto —dice. Gimo, empujo el plato a un lado, y dejo descansar mi cabeza en la mesa de madera. ¿Por qué, por qué, por qué pensé alguna vez que ayudar a Alistair era una buena idea? —Hombre, me siento como si pudiera dormir por una semana —dice Gabriel que está de pie levantando nuestros platos de la mesa.

—Encontraste lo que pediste. No es tu culpa que no fuera lo que realmente el quería. —Él viene rodeando la mesa y me doy cuenta de que da un gran rodeo al reloj mientras se dirige a la cocina. Deteniéndose en la puerta, me mira y dice. —Así que. —Y su tono ha cambiado por completo, poniéndome en estado de alerta—. Tal vez deberías salir en algún momento. ¿Sabes? Como a cenar, una película. Algo del tipo normal. —Sabiendo positivamente que mis oídos están de color rosa brillante, estudio atentamente una marca de la madera. —Pensé que tenías novia. Ya sabes, esa chica del club. La que una… —¿Callie? Sólo somos amigos. Está bien y todo. No es mi tipo, sin embargo. —Considero esto, recordando todos los silbidos de lobo en la barra esa noche, la forma en que cantaba. Ella parecía sumamente perfecta para mí. —Por lo tanto —Gabriel continúa—. ¿Cenamos? —No lo sé. Quiero decir, sólo me llevo como cien años. La cena es probable que sea algo... decepcionante ahora. —Hay un pequeño silencio y finalmente me atrevo a mirarlo. Él levanta una ceja hacia arriba. —Si tú y yo tenemos una cita, lo último que será es ser decepcionante. —Mi estómago da un saltito que no tiene nada que ver con los huevos probablemente caducos que acabo de ingerir. Y entonces, espontáneamente, la imagen de Gabriel en el círculo, de pie en el lugar de honor al lado de mi abuela mientras encendía las velas, viene corriendo hacia mí. La forma en que caminaba con tanta facilidad en la casa de mi familia esa noche, tan seguro de la acogida que recibiría. —A mi familia le encantaría —digo al fin. Ahora sus dos cejas caen abajo. —Tam. ¿Podemos dejar a tu familia fuera de esto por un minuto? — Lo miro con desesperación. ¿Cómo? Quiero preguntar. Dime cómo. El silencio se extiende y tira entre nosotros como una banda de goma. Luego encaja.

—No es gran cosa —dice con un encogimiento de hombros en su voz, a pesar de sus hombros son rígidos. Él se aleja. Durante el raspado y tintineo de platos que se lavan, miro el reloj. Me imagino la cara de Alistair cuando se lo mostré y me pregunte si era otro Alistair parpadeando detrás de sus ojos. Con un dedo, toque el rubí del número doce. De alguna forma sé que ésta no es la última vez. El lunes por la noche, me encuentro leyendo la página 143 de mi libro de texto de Arte después de 1945 durante 15 sólidos minutos, luego tiro el libro lejos. Entonces, miro el lado de la habitación de Agatha. Su cama es una expansión mezclada de ropa, libros y cuadernos, y en medio de todo este lío ella está acurrucada dormida, la mano derecha cubriéndole la frente como en un grito de angustia. Abro mi libro, y lo cierro de golpe de nuevo. No hay suerte. Ella ni siquiera se mueve. Suspirando en voz alta, agarro mi teléfono celular, y después para una mayor protección, a pesar de que me siento como un idiota, me meto en nuestro armario. Después de patear a un lado unos zapatos, me acomodo y cierro la puerta, luego estoy cerca de saltar cuando algo me acaricia la piel del brazo. Pero es sólo el vestido de gasa que compré el año pasado y todavía no he estrenado. Agatha y yo estábamos navegando en el East Village, cuando nos encontramos con una pequeña tienda. La mayoría del material era basura, y yo no uso esa palabra a la ligera, pero en la parte trasera encontramos un bastidor móvil de vestidos de los años 1920 y 1930. De alguna manera me fui ese día con la certeza de que este vestido de color de rosa de 1935 era perfecto para mí, sin contar el hecho de que había una pequeña mancha en el borde y que olía totalmente a naftalina. Oh sí, y que costaba mucho más de lo que podía pagar. En la penumbra el teclado de mi teléfono celular brilla y marco el número. El teléfono suena una vez, dos veces. —¿Hola? —La voz de mi madre en el teléfono es vacilante, como si no estuviera realmente segura de que significa lo que está diciendo. —Hola, mamá —le digo. —Tamsin. —Ahora su voz está llena de sorpresa. Me saco de encima un par de polainas, que se han caído encima de mi cabeza. —Esto no es usual.

—¿Hola? —dice una voz al mismo tiempo, lenta y melódica. Aprieto los dientes. —En el teléfono, Rowena —digo alegremente. —Bien, bien. —La voz de Rowena es cansina. —¿Cuál es el motivo? ¿Estás en la cárcel? —Estoy segura de que puedes oír el chirrido que estoy haciendo con mis muelas de atrás. —Tamsin, ¿qué está pasando? —Mi madre interviene. Sin lugar a dudas, la palabra cárcel la ha puesto hecha un manojo de nervios. —Nada. Sólo quería… —Tam —Rowena dice sobre mí. —Me alegro de que llamaras, en realidad. Voy a ir a la ciudad en pocos días y… —¿Qué? ¿Aquí? —Sí. Para. La. Ciudad. De. Nueva. York. —Rowena enuncia cada palabra lentamente y con cuidado. —Donde tú vives, ¿no? Cierto. —Ella está de acuerdo consigo misma. Me pongo el teléfono lejos de mi oído y compruebo las barras de señal con esperanza. Maldita sea. Un sólido tres. No hay posibilidad de que la llamada se pierda. —De todos modos —Rowena continúa. —He hecho unas cuantas citas con algunos salones de bodas y me gustaría que vengas. —Salones de boda —repito. —Sí. —Rowena vuelve a usar su voz súper-lenta de nuevo—. ¿Te acuerdas? ¿James y yo? Nos vamos a casar tonta. Dum, dum da dum da, dum... —No me llames tonta —le digo débilmente. Es lo mejor que puedo hacer. Suspira, y al mismo tiempo, mi madre comienza con. —Ya basta, ahora, niñas...

—A pesar de que tú y yo tenemos gustos muy diferentes en la ropa, creo que deberías venir. Además, ya que serás una dama de honor. —Espere, nadie me dijo eso —digo, asustada. —¿No se supone que le preguntarías? ¿Y son las brujas siquiera damas de honor? —Bueno, no. —Mi madre comienza de nuevo. —¡Sí, mamá! Lo hacen. —Interviene Rowena, y de repente me siento como si me escuchara. La verdad es que mi familia no tiene realmente bodas. Al menos no como las que ves en la televisión. Hay un ayuno ceremonial, pero que rápidamente se convierte en el mismo tipo de fiesta que tenemos para casi cualquier ocasión. Bailar, cantar, invocando los cuatro elementos, quemamos flores en una hoguera en el bosque. Bebemos la desagradable cerveza del tío Chester. —¿Tienes una boda? —Le pregunto, fascinada, a pesar de mí misma. ¿Quién sabría que a Rowena se le ocurriría romper con la tradición? —Sigue siendo objeto de debate. En cualquier caso, necesita un vestido hermoso y tú también. —Mi madre responde a toda prisa. Luego suspira. —Ya sabes, tía Linnie es muy buena con una máquina de coser y… —Te llamo en la mañana, Tam —Rowena dice rápidamente, y luego se ha ido. —Por lo tanto —mi madre comienza una vez más, y luego hace un intento de normalidad. —¿Cómo van tus clases? —Muy bien —le digo. —¿Y qué estás tomando este semestre? —Historia del Arte, Inglés, pre-cálculo, tú sabes. —¿Pre-cálculo? —Mi madre dice dubitativo, como si fuera algún tipo de enfermedad.

—Matemáticas. —Oh, bueno, bueno. Todo esto suena muy... interesante —dice al fin. Me aprieta el estómago esa palabra. —En realidad, me preguntaba si podía hablar con la abuela. ¿Está por ahí? —Bueno, ella no va a salir a jugar bingo —dice mi madre, y en un abrir y cerrar, comienza a reír. La imagen de mi abuela con pantis y zapatillas, agarrando un bolso contra su pecho y entrecerrando los ojos en una hoja de puntuación, pasa a través de mi cabeza. Se siente casi un sacrilegio y me quedo en silencio. —Pero… Mi madre vacila y trata de llenar el espacio en blanco. —Ella no necesariamente va a querer hablar contigo ahora mismo. — O está ocupada en la elaboración de la cerveza o con la despensa de un hechizo de amor para un número de mujeres idiotas en la ciudad—. Ella puede estar durmiendo. Ella no ha estado... bien últimamente. —De repente, estoy muy consciente de mi propio latido del corazón. —¿Qué quieres decir con que no está bien? ¿Cómo es… —Es vieja, Tam —dice mi madre, como si esto fuera de alguna manera información nueva. —Va a ser su tiempo pronto. Ella lo sabe. —Mamá, ¿se trata de una gran cantidad de bien Mumbo Jumbo? ¿Qué pasa con un médico? —Tu abuela es doctora. —¿En serio? Perdona, pero yo no recuerdo exactamente dónde obtuvo su doctorado. —Mi madre suspira, corto y resquebrajado, y cruje por los cables de teléfono en los huecos de mi oído. —Tú conoces a tu abuela, es experta en la curación. —Y antes de que pueda contestar, mi madre añade bruscamente—. Espera, déjame ver si está despierta. —Y cuelga el teléfono con un ruido metálico. Me

desplazo y alejo unos zapatos más antes de abrir la puerta y mirar a escondidas en la habitación. El suave ronquido que viene de la cama de Agatha me tranquiliza. Hay un murmullo suave en el otro extremo de la línea y el sonido de una respiración agitada. —¿Hola? —La profunda voz de mi abuela inunda mi oído. Al instante, me concentro en la ropa. Camisetas de tiendas de ahorro y medias de red, de preferencia morado, mi color favorito. —Hola —le digo a través del teléfono. —Perdona que te moleste. —Mi abuela está en silencio—. Pero tengo algo que necesito… —¿Confesar? No, no suena demasiado. —Tengo algo que decirte. —Más silencio. Tomo un respiro. El teléfono celular está creciendo caliente contra mi cabeza, pero he perdido mi auricular hace más de una semana. —En la tienda la noche de la fiesta de compromiso de Rowena, conocí a alguien. Un hombre llegó en busca de algo. —Ah —dice mi abuela. Es una de sus palabras favoritas. Dependiendo de la inflexión, puede decir un montón de cosas diferentes. Se podría decir que se preguntaba cuando me tendría alrededor para decirme esto. O continúa divirtiéndome con tus oh-tan-predecibles problemas. O veo la solución a tu problema, incluso si tú no puedes. Ahora mismo estoy esperando que signifique un poco de los tres. —De todos modos... —Hay un gran ruido sordo pasando por encima de mi cabeza y termino apurada. —Yo no le dije que no podía. Le dije que le ayudaría a encontrar lo que quería encontrar. —¿Y lo hiciste? —Sí —le digo, y arrastra el orgullo en mi voz. Y no necesité tu ayuda o la de Rowena. Bueno, si a Gabriel, pero voy a llegar a eso en un minuto. Pero antes de poder continuar, mi abuela dice. —Felicidades. Entonces, ¿cuál es el problema? —Um... ¿cómo responder a eso? Vamos a ver. Pretendo ser Rowena, miento acerca

de ser capaz de “encontrar” algo para un extraño, lo encuentro en 1899, y casi me mataron en el proceso. Por último, le susurro. —Creo que lo que he encontrado para él no es lo que quería. Y creo que no he encontrado nada de todos modos. —Ah —dice otra vez, y espero por lo que se siente como una hora hasta que vuelve a hablar—. Parece que acabas de tropezar con una de las mayores lecciones de la vida, entonces. Las cosas rara vez son lo que aparentan ser. —De alguna manera esta conversación no va por el camino pensé que iría. Pero antes de que pueda decir nada más, suspira y de repente tengo una visión de ella, presiona el teléfono a la oreja, la cara llena de un cansancio innegable. —Tamsin, independientemente de lo que deberías haber hecho, tú empezaste este camino. Ahora, creo que la única cosa que puedes hacer es ver a través de esto. Tienes que ver a través. Si no, no veo ninguna otra manera para ti. O para todos nosotros, para el caso. —Y de alguna manera su voz tiene una mezcla de tristeza y resignación. Suspira, y me dice a continuación, en lo que creo que es un tono bastante tranquilo. —¿De qué estás hablando? —¿Es posible que no entienda? —Yo... —Yo no soy una bruja, quiero gritar. Pero al parecer eso es todo lo que voy a conseguir porque, dice en un tono totalmente diferente. —Ahora, si me disculpas ¡Jeopardy! está a punto de comenzar. —Y con un chasquido suave mi abuela se ha ido.

Capítulo 10 Traducido por bautiston Corregido por nella07

-¡Y

éste? —Rowena me pregunta, haciendo piruetas delante mío. Su reflejo se ve en el espejo de tres caras, un giro vertiginoso de seda color marfil y encaje.

—Es fantástico —le digo—. Muy de novia. —Rowena deja de girar, la falda se detiene poco a poco. Me mira fijamente, los ojos entornados. —Has dicho eso del anterior y del otro y el de antes que ese. — Levanto mis manos en simulacro de defensa. —Te ves muy bien en todos ellos. —¿Qué puedo decir? Rowena, con sus rizos de cabello rubio, su piel pálida y sus ojos verdes, nació para bailar el vals con largas túnicas blancas. —¿Por qué no está mamá aquí? ¿No es esto algo que debería hacerla lagrimear? —Rowena resopla. —Ella odia la ciudad. Tú lo sabes. —Es cierto. El año pasado, Rowena me llevó a la Preparatoria New Hyde. No me hubiera importado tomar el tren, pero mi madre insistió en que conduzcamos. Se sentó en el asiento del pasajero, con la mano pegada a la ventana, los ojos fijos en los espacios de cielo que iban disminuyendo entre los edificios altos. Cuando mi asesor residente me entregó un mapa del metro, mi madre se quedó perpleja y temerosa, y me aconsejó no tomar el metro después de las nueve. Rowena y yo habíamos cambiado mucho, pero nuestros ojos eran cómplices del todo. Después de que mi hermana había preparado a nuestra madre en el coche, Rowena apretó la mejilla fría contra mi cara caliente y sudorosa por un instante. Luego se marchó. Ellas se habían quedado exactamente cuarenta y dos minutos.

—Y no hay nada alrededor de Hedgerow. A menos que quiera encontrar mi vestido en una tienda de consignación. —Le dio un delicado escalofrío, como si imaginara con horror ponerse un vestido polvoriento. —He encontrado algunas de mis mejores piezas en las tiendas de consignación. Al igual que este collar. Lo compré la semana pasada por veinte dólares —digo sosteniendo el medallón redondo que cuelga de una cadena de plata alrededor de mi cuello—. Y mira, se abre y es un reloj en el interior. —Estudio la cara del reloj pequeño en el interior del medallón. Las delgadas manecillas fijas de manera permanente en las doce—. No funciona, pero aún así es bello. Yo lo llamo mi meda-reloj. ¿Lo entiendes? ¿Un reloj cruza con medallón? — Mi hermana mira mis ojos en el espejo. —Encantador —dice brevemente y luego sus dedos acarician un volado color crema en el borde del escote de su vestido. —¿Qué te parece si tomo éste y… —Afortunadamente, no tengo que intervenir, porque en ese momento la dependienta se acerca apresurada por la espalda y gorjea y exclama que Rowena es brillante y puedo mirar atisbos en mi copia de Macbeth del que supone que tengo que escribir un ensayo de cinco páginas para este lunes. En mi opinión, las tres brujas están sobrevalorados. Tal vez eso va a ser mi tesis. Cuando salimos de la tienda, un viento persistente arremolina volantes al azar, servilletas arrugadas, y una taza de café manchando algunas baldosas a lo largo de la acera. Una ráfaga de incienso, que se quema con tanta fuerza que casi puedo saborearlo en la parte posterior de la garganta, permanece en el aire. Mirando alrededor, puedo identificar la fuente: una mesa del rincón, donde un hombre vestido con una túnica brillante multicolor agita estrechos paquetes de púrpura y amarillo llamando a cualquier persona que pasa por allí. —Dos dólares, dos dólares, dos dólares. —Miro hacia arriba al reloj en la torre de Jefferson de la Biblioteca Pública de Nueva York. Con su torre de ladrillo rojo siempre se ve como un castillo para mí, pero al parecer fue una vez una cárcel de mujeres antes de que se convirtiera en una sucursal de la biblioteca. El reloj marca las seis. El sol ya está bajando y yo estoy bordeando el camino de regreso al

dormitorio, donde prometí a Agatha que íbamos a ver una película esta noche en el campus. Pero a continuación, Rowena dice. —Vamos a tomar un capuchino. Nunca puedo conseguir uno bueno en casa. —Um... no puedo. Tengo que ir a un lugar. —¿Realmente tienes algo que hacer? —Rowena dice, y agrega casi con nostalgia—. No te volveré a ver más, Tam. —Parpadeo. —Estaré en casa, al igual que, cada fin de semana. —Sí, pero… Se libera un mechón de pelo rubio que está atrapado debajo de la correa de su bolso y me da una sonrisa irónica. —Sólo porque tienes cosas que hacer. —Considero mentir y decirle que tengo que firmar en el dormitorio a las seis. Y entonces me pregunto si Rowena ha estado alguna vez sola en Hedgerow cuando yo me fui. En el instante me estoy riendo de esto. Tiene a James, y también a Gwyneth (aunque ¿quién querría Gwyneth, realmente?). Es cierto que ella no tiene su propia versión de Agatha (Gwyneth no cuenta), pero tiene... casi todo lo demás. Pero ahora se ve tan ansiosa por sentarse a tomar un café conmigo que no tengo el corazón para mentirle. —Está bien. Le Petit Café está en la cuadra —digo, con la esperanza de que, esté a la altura de Rowena. —Genial —dice con una sonrisa que me atrapa, no importa lo mucho que intente no permitirlo. —Yo invito —añadió, moviéndose a mí alrededor y caminado en la dirección que he indicado. Le Petit Café esta previsiblemente lleno a esa hora. Puedo encontrar asientos en el último lugar de la ventana, las migajas de la superficie marcan cicatrices en la tabla, y espero que mi hermana regrese. Cuando lo hace, hace equilibrio con nuestras bebidas y un plato de galletas, de alguna manera con mucha gracia.

—El hombre en el mostrador me dio estas “galletitas” de forma gratuita. Dijo que sólo estaban al horno. —Mis ojos buscan la parte delantera de la sala. Imagínate. Es el chico rubio hermoso con el que pensé que había estado coqueteando con éxito durante todo el año pasado. No lo había visto aún este semestre y había llegado a la triste conclusión de que había sido despedido o había renunciado. Pero no, aquí está. Luciéndose frente a Rowena con los postres. Yo muerdo el biscotti que me tiende mi hermana, cortándome con un borde afilado la lengua. —Por lo tanto, Tam —Rowena comienza lentamente después de que ella se ha acomodado—. ¿Has pensado acerca de lo que vas a hacer después de graduarte de la secundaria? —Tomo un sorbo de mi moka helado, y rompo la esquina de un paquete de azúcar, y la vierto en el vaso. —Quiero decir, ¿quieres venir a vivir en casa o... —No —digo, con más vehemencia de lo que debería. Las delgadas cejas de Rowena se unen. —¿Por qué no? A Mamá le encantaría. —¿Y qué? Yo no soy como tú, Rowena. Yo no… encajo. Además, quiero ir a la universidad. No es ningún secreto que mi madre y mi abuela esperan que Rowena esté preparada para hacerse cargo de la familia algún día. Va a ser hacia quien todos vuelvan cuando una decisión tenga que ser tomada, ella conducirá los rituales y ritos de cada primavera y época de cosecha, y diagnosticará a los hombres de la ciudad y las mujeres cuando vengan por la noche, tropezando hasta la puerta de atrás en busca de ayuda. Es un buen futuro, seguro y autosuficiente. —Tam —dice suavemente ahora. —Es tu casa. Siempre tendrás un lugar. James y yo siempre… —Me envaro. Ya es, James y yo esto y que James y yo. James y yo queremos construir un sitio web para Greene’s Herbal en lugar de utilizar los catálogos de pedidos por correo tradicional.

—Rowena —la interrumpo—. ¿No deseas más de la vida que... —Yo hago círculos con mis manos en el aire—. Que nuestra familia y la casa y... —¿Y qué? —pregunta con voz perpleja. Todo, quiero decir, pero por supuesto no puedo. ¿Quién quiere ser tan talentoso como ella?, todo el mundo excepto yo. —Nada —murmuro. Echo un vistazo alrededor del café lleno de gente, desesperada con la esperanza de cambiar de tema, y ahí es cuando veo a Alistair Callum leyendo lo que parecen ser trabajos de estudiantes, con una taza blanca a su lado. Levanta la cabeza, gira lentamente, y me sonríe. ¡Oh, nooooo!

Capítulo 11 Traducido por Emii_Gregori Corregido por nella07

I

nmediatamente, me agaché detrás de mi alto moka helado, una parte de mí sabiendo que es inútil ocultarse, y no sólo porque un vaso alto y flaco no proporcionara mucha cubierta.

—Tam —dijo mi hermana, y me daba la sensación de que ella había estado diciendo eso por un rato. Alistair hizo retroceder su silla, recogiendo papeles y apilándolos muy bien en su maletín. —Yo... conozco a este profesor. —Me levanto tan repentinamente que golpeo mi silla en la mesa detrás de mí, donde una joven madre estaba haciendo un sonido arrullador en un punto rojo de un coche de bebé. Ella me fulminó con la mirada. —Lo siento —susurré, enderezando mi silla. Dando una vuelta, inclino mí cuerpo hacia el exterior con la idea medio formada de alcanzar a Alistair antes de que llegara a nuestra mesa. Pero estaba muy retrasada. —Rowena —dice Alistair hacia mí, y aunque él ya suficientemente alto, tenía la impresión repentina que podía techo si extendía los brazos. Por el rabillo de mi ojo, vi a girar su cabeza de Alistair a mí, luego, volviendo a Alistair, labios separados por la sorpresa.

era lo tocar el Rowena con sus

—Hemos… —ella dijo. —Profesor Callum —interrumpí, esforzándome por tratar de parecer lo más formal. —Siempre parezco entrar corriendo hacia usted. No me di cuenta de que venía a este lugar —agregué, dándome cuenta demasiado tarde como sonaba de estúpido.

—Sí, bueno, a veces estar en mi oficina se vuelve muy… reservado. —Realmente no puedo ver como esto es gracioso en absoluto, pero por supuesto mi hermana se ríe, su famosa risa—una mirada hacia mí y perderás tu corazón siempre—y directamente Alistair se fija en ella. —Y esta es mi hermana, Rowena —digo, enfocándome en el modelo del lazo de Alistair, diamantes rojos sobre un fondo negro, hasta que me creó un poco de náuseas. —Rowena, Profesor Callum. —Alistair cambia su maletín de una mano a la otra, me mira por el prisma de sus lentes, entonces se inclina con la cabeza hacia mi hermana. Todo el ruido y la charla del café parecían haber desaparecido en este momento, dejando un sonido hueco en mis oídos. —Qué hermoso conocerte, Rowena —dijo Alistair finalmente. Enredándose con su nombre, cayendo lentamente de su lengua, tres sílabas distinguiéndose tan bruscamente que levanté mis ojos para mirarlo. Rowena hizo un movimiento para levantarse y, por supuesto Alistair hizo un movimiento recíproco indicando que no, no te levantes, y ella no lo hizo. Ella le extendió su mano delgada. —Qué bueno finalmente conocer a uno de los profesores de Tam — dijo Rowena, como si deliberadamente hubiera estado reservando a todos mis profesores lejos de ella. —Él no es mí… —Pero Rowena ya está diciendo—. Por favor, siéntese —a Alistair. —Oh, no, Profesor Callum, que no queremos retenerlo interpuse, pero él ya había tirado de una silla.

—me

—Tan formal —me reprendió con suavidad. —Y yo estaba seguro de que había entre nosotros algo básico, señorita Greene. —Y él enseñó sus dientes en lo que se podría pasar por una sonrisa. Tragando, tiré de mi silla, con cuidado de no topar con alguien en este momento. Me senté, estudiando las manchas de canela en mi moka helado. —¿Usted también es un estudiante de…? —aquí Alistair se detiene y mira hacia mi confirmando—. …la Preparatoria New Hyde, ¿verdad?

Rowena se ríe alegremente y veo a dos chicos en una mesa vecina mirar por encima de ella. Remonto mi cuchara por las heces fangosas en el fondo de mi vaso. —Oh, no. Soy más vieja que Tamsin —dice, inclinándose un poco hacia delante como si revelara un secreto. —¿De veras? —dice Alistair educadamente—. No podía decir quién era mayor. —Gracias —le dije. Alistair parecía divertirse por mi tono. —Eres demasiado joven para estar preocupándote por lucir vieja, señorita Gr… oh, sí, Tamsin. Él y Rowena se sonreían el uno al otro y de repente quería darle patadas a su silla. —Yo sólo estaba en la ciudad y Tamsin me estaba ayudando a comprar mi vestido de novia —le informó como si fueran viejos confidentes. Le doy a los cubos de hielo en mi bebida un gran revuelo con mi pajilla, lo suficiente fuerte de modo que confundan audiblemente. —¿Ah, sí? ¿Cuándo es el gran acontecimiento? —Mientras Rowena hablaba sobre los detalles y Alistair hacía ruidos apropiados aquí y allá, yo lo estudiaba secretamente. Lucía cansado, y sus dedos estaban temblando ligeramente mientras se agarraban y se flexionaban alrededor de su taza de té, como los míos cuando tenían mucha cafeína. —Pero me temo que estamos aburridas Tam —la voz de Rowena cortó mis pensamientos. —Ella no encuentra vestidos de novia que le fascinen. O vestidos, en particular —me fijo en ella. Tanto por la camaradería fraternal que ha estado cargándome hace dos horas. Alistair sonrío amablemente y se volvió hacia mí. —Entonces —él dice—, ¿Has tenido algo de suerte con el... proyecto? —Mis dedos se apretaron en la pajilla. —Sí, pero por qué no paso por su oficina mañana y…

—Oh, pero si lo encontraste, entonces por qué no… —¿Qué es? —cortó Rowena, inclinándose sobre la mesa—. ¿Es esta una tarea? —ella pregunta y le da otra de sus risas delicadas. —Acabo de decirte que no es mi profesor —le digo. Por debajo de la mesa, trato de triturar mi pie en el de ella, pero termino pateando la pata de la mesa en su lugar. —¿No le has dicho a tu hermana? —dice Alistair ahora hacia mí, y abandono toda esperanza de salir con vida de esta situación. —Alistair me pidió encontrar algo —exclamé. —Para encontrar... ¡ah! —Rowena da un grito ahogado como si sólo se quemara—. Pero… Tam… Me fijo en ella, deseando que uno de sus dones fuera la telepatía para así poder gritarle en silencio que se callara. —Cómo puedes incluso manejar… Ella se calmó, y ahora sentí ganas de alcanzarla a través de la mesa y pegarle a la mirada de confusión en su rostro perfecto. —Lo encontré —le siseo. Su mandíbula no se cae exactamente, pero sus ojos se amplían, y trato de memorizar el momento, ya que es probablemente toda la satisfacción que alguna vez voy a conseguir. Alistair fija su mirada en mí. —¿Lo tienes? —él pregunta silenciosamente. Sus dedos temblaban de nuevo mientras aparta su taza. Asiento con la cabeza, de repente, poco dispuesta a hablar. —¿Qué es…? —pregunta Rowena y entonces, jugando con los paquetes de azúcar sobre la mesa, añade—. Desde luego, si prefieres no… —No, no, está bien. Después de todo, son hermanas —dice Alistair, y hay algo en la forma en que utilizaba la palabra hermanas, similar a la forma en que dijo nombre de Rowena, que me hizo de repente sentarme mas derecha.

—Significa, que este negocio es de la familia y todos lo demás, ¿es verdad? —Te lo traeré mañana. ¿Tienes horas en la oficina? —Observo como los rasgos en su cara cambian hasta acomodarse. —Sí, pero… —¿Por qué no ahora? —intervino Rowena. Esta vez le di con el borde embotado de mi zapatilla de deporte en su espinilla, pero ella apenas reaccionó. —Tu dormitorio esta cerca, ¿no? —No. Y no está en el dormitorio —le dije con los dientes apretados. —¿Dónde está, entonces? —pregunta Alistair, inclinándose un poco hacia delante. —Sí, ¿dónde está, Tam? —resonó Rowena. —Ah, en la casa del Tío Chester. —¿En la casa de tu tío? —Alistair pide, con la cantidad perfecta de confusión en su voz, y por supuesto Rowena le proporciona la respuesta. —Sí, nuestra tía y nuestro tío viven en la ciudad. En el Parque de Washington Square. En esa casa maravillosamente antigua que tiene más de cien años. Siempre pienso que debería ser un museo por derecho propio. —¿De verdad? —Alistair se inclina atrás en su silla, con sus ojos en el rostro de Rowena. —Quizás sabes que soy un profesor de historia del arte. Los objetos medievales son mi especialidad, pero me gusta el arte y los artefactos de la época victoriana, también. —Maravilloso —dijo Rowena—. ¡El arte medieval es tan fascinante! — Me fijo en ella. Sin poder detenerme digo:

—Ni siquiera sabes cómo deletrear la palabra medieval. —Se crea un poco de silencio y luego Rowena ríe gentilmente, se inclina hacia adelante, y pone su mano en el brazo de Alistair. —Perdona a mi hermana. Nuestros padres la criaron correctamente, pero a veces no lo demuestra. —Ella extiende una muñeca y observa su reloj de oro. —He perdido mi tren, desde luego —dice serenamente. —Y ahora tendré que esperar el siguiente, que está a más de una hora de distancia. Quizá podríamos mostrarle al Sr. Callum la casa y recuperarle su objeto. Estoy segura de que lo has hecho esperar el tiempo suficiente, Tam. —Mi hermana me da lo que me gusta pensar como su venenosa sonrisa de manzana. ¿Cómo llegamos aquí? Yo había planeado llevar el reloj a Alistair mañana a su oficina. Y hacerle unas cuantas preguntas. No sé lo que esperaba lograr, ni por qué Alistair sería capaz de arrojar cualquier luz sobre el misterio de por qué yo era capaz de tocar el reloj y no Gabriel. Pero con Rowena adelante para el paseo, no habría ninguna luz arrojada esta noche.

Capítulo 12 Traducido por Moonrose Corregido por Marina012

-Y

aquí está la colección de tinteros de Tía Rennie. Ella tiene una fascinación con ellos que nadie entiende. — Yo camino después de Rowena y Alistair mientras ella lo lleva a través de la casa, habitación por habitación, señalando cada tesoro. Está en su mejor momento, el más encantador. Su voz se ha doblado y extendido hasta la suavidad de la miel. Ella podría estar hablando de los ingredientes del corrector y cualquiera estaría absorbiendo cada palabra como si fuera una gota de oro. Y sin embargo Alistair no. Él está haciendo todos los movimientos correctos, asintiendo con la cabeza aquí, sonriendo allí, y no tengo ninguna duda de que Rowena está completamente convencida de que la encuentra irresistible. Pero hay un silencio engañoso en él, una quietud de hielo delgado que puede romperse en cualquier momento. A medida que caminamos de regreso al hall de entrada, deliberadamente mantengo mis ojos apartados de la pintura que una vez tuvo el reloj. —Estoy segura de que quieres ver lo que Tam ha encontrado para ti —Rowena dijo al fin. Como yo, casi puedo oírla añadir. —Bueno —dijo Alistair un poco aturdido, como si este pensamiento acabara de cruzar su mente—. Esto ha sido fascinante. ¡Qué maravillosa casa antigua!. ¡Qué suerte que tienen ustedes dos de tenerla! —Luego se vuelve hacia mí, expectante. —Está bien —digo, tratando de mantener la voz firme—. Es aquí. — Lidero el camino hacia la cocina. El reloj está sentado en la mesa donde lo dejé el pasado sábado. Hay una pausa repentina en el aliento de Alistair mientras se mueve hacia adelante y toma el reloj en sus manos temblorosas.

—Maravilloso —dice, y toca la punta de la aguja de las horas con un dedo—. Simplemente maravilloso. —Sus ojos saltan sobre el reloj y luego su voz adquiere una gran cordialidad, cuando dice de nuevo. — Sí, maravilloso. —¿Esto es todo? —Rowena pregunta, y sonrío a mí misma. Casi puedo oírla pensar, ¿Qué es tan especial acerca de esto? —¿De dónde... ¿cómo lo encontraste? —Alistair se vuelve hacia mí, los ojos ardiendo de forma extraña, y mis ganas de sonreír se desvanecen. —Oh, bueno, no puedo revelar mis fuentes —digo, tratando de hacer mi voz suave. Un pequeño espasmo breve en su rostro y de repente se ve totalmente diferente. Pero sucede tan rápidamente que casi dudo de mi misma. Y en seguida, Alistair parece Alistair de nuevo. Pero esta vez no me dejo engañar. ¿Quién es usted? ¿Y qué es lo que realmente quiere? Obviamente no es el reloj, no importa cuán satisfecho se pretende estar. No sé cuánto tiempo podíamos haber mantenido el concurso de miradas, pero Rowena irrumpe con una risa delicada. —Bueno, tengo que decir que es sin duda una hermosa pieza. Estoy tan contenta de que Tam fuera capaz de encontrarlo para usted. Y tan contenta de que haya podido encontrarnos. No todo el mundo sabe la forma correcta de preguntar. —Sí —dijo Alistair lentamente—. Me doy cuenta de lo afortunado que fui. —Se volvió hacia ella, sonriendo, y luego miró su reloj. —Creo que el tren los dejará a menos que se dé prisa. —Sí, por supuesto. Y mi prometido se preguntará dónde estoy. — Ruedo mis ojos. Rowena tiene una historia de amor con esa palabra. Incluso intenta un ligero acento francés cuando la pronuncia. —¿Vamos a compartir un taxi, entonces? Te diriges a Grand Central, ¿no? ¿A menos que estuvieras planeando tomar el tubo?

—¿El tubo? —Tres líneas curvas aparecen en la frente de Rowena y luego desaparecen como palabras escritas sobre el agua. —Ah, te refieres al metro ¡Oh, no! No estoy demasiado orgulloso de admitir que nunca he viajado en el metro antes. —Arrugó la nariz con picardía. —Las masas sin lavar —se burla, susurrando a Alistair. —Deberías probarlo alguna vez —digo en voz alta. —Nosotros no olemos tan mal. —Rowena apenas me repara un vistazo. —Por supuesto que podemos compartir un taxi —dice con gracia y, a continuación. —Tam, ¿podemos dejarte en alguna parte? —No, voy a caminar —le digo cortante. Nos movemos fuera de la casa junto con la lluvia que ha comenzado a caer. —Oh, querida —dice Alistair. —Estoy sin mi paraguas. —Sí que eres un inglés —Rowena se burla y busca en su bolso negro de gran tamaño. —Él no es Inglés —murmuro—. Es… —Aquí está —Rowena dice triunfalmente. Ha sacado un paraguas negro pequeño y ahora está tratando de aflojar la atadura mientras la lluvia comienza a golpetear con mayor rapidez—. Por supuesto, está atascado. No puedo… —Permítame —dice Alistair ansiosamente, como si él hubiera estado esperando toda su vida para estar a su servicio. Puso sus largos dedos sobre los de ella y ambos lucharon con el paraguas por un segundo antes de que de pronto saltara abierta. —¡Oh! —Rowena dio un pequeño grito de angustia, que repicó en mi oído como una campana. Es el primer sonido genuino que ha hecho desde que Alistair se sentó a nuestra mesa. Agitó la mano en un gesto extrañamente sin gracia, luego se detuvo a examinar. Desde

donde estoy de pie, puedo ver un rasguño fino con sangre saliendo en su piel. —Oh, lo siento —dijo Alistair, con su voz suave. Un escalofrío que no tiene nada que ver con la lluvia recorre mi piel. Un destello de color azul aparece en la mano de él y luego presiona su pañuelo contra la mano de Rowena, el mismo pañuelo que sostuvo contra mi muñeca en la librería. —Es culpa mía por completo. —Gracias —ella murmura mientras él le toca la mano, y luego guarda el pañuelo. —Está mejor ahora. —Rowena —le digo, mi voz cruda y llena de advertencia. Pero cuando se vuelve hacia mí, las palabras se estrangulan en mi garganta. El malestar en mi mente está creciendo, pero no puedo articular nada aquí y ahora. —Yo… nada. —Mira, hay un taxi ahí —dice Alistair. Arroja un brazo hacia arriba y el taxi corta a través de un charco en la acera y se desliza hasta detenerse junto a él. Gotas dispersas de agua chispean contra mis tobillos. —Tamsin, gracias por todo. —Abre la puerta y le indica a mi hermana que debe subir en primer lugar. Rowena me da un beso en cada mejilla, luego se retira y me da un vistazo. —Mamá te estará llamando —murmura. —Ella va a estar particularmente interesada en conocer todo acerca de este reloj y en cómo lo encontraste. Como yo lo estaré. —Me entrega el paraguas, se aleja de la acera, componiéndose de nuevo, y se mete en el taxi. Alistair pone un pie en el taxi y está a punto de deslizarse después de ella. —Pasaré a hablar de mi precio —lo digo con valentía a su hombro. Él se da vuelta, y sus dientes brillan en una sonrisa.

—Oh, esperaré eso. Creo que tenemos un par de cosas para discutir. —La puerta se cierra de golpe y el taxi se desliza lejos, y yo me quedo contemplando todos los charcos en la acera que contienen pequeñas, borrosas lunas de farolas.

Capítulo 13 Traducido por Pimienta Corregido por Marina012

-T

ú mamá está irritada ―dice Agatha cuando yo abro la puerta con los brazos llenos de libros. Está sentada en su escritorio, parece que trabaja duro, su portátil está abierta delante de ella y tiene un rotulador grueso amarillo en la mano. Exceptuando la sala, huele a esmalte de uñas y me doy cuenta de que las uñas de Agatha, que solían ser fluorescente, son ahora de un color azul brillante. ―Umph ―le digo tirando los libros a través de la cama aún sin hacer. La mayoría de ellos se quedan ahí, pero dos de ellos se deslizan hasta el suelo. ―¿Qué hay de nuevo? ―he estado evitando las llamadas de mamá durante una semana. ―¿Libros? ―pregunta Agatha. ―Tres ―le respondo, hundiéndome en la silla pelotita. Miro a nuestra nevera de medio tamaño y doy un pequeño salto. Mis ojos me están mirando. ―Agatha ―lloro y salto hasta arrebatar el boceto de mí en la puerta de la nevera. ―Oh, eso ―dice, moviendo el marcador hacia mí―. ¿Te gusta? Tengo el boceto en mi brazo extendido. ―Hiciste mi nariz torcida ―Agatha me mira, a continuación, examina el dibujo. ―Oh, sí. ¿Qué pasa con eso? ―pregunta, señalando hacia la puerta del armario, que está inusualmente cerrada. No me gusta pensar en toda la ropa, zapatos, cinturones y bolsos, que se congregaron en

contra de ella, esperando caer la próxima vez que lo abra. Estudio el segundo boceto de mí pegado en la puerta. ―Mis ojos están muy juntos ¡Que asco!, ¿es así cómo me ves? ―Bueno, que exigente. ¿Qué tal ese? ―¿Cuál? ―El que está en el espejo. Gabriel dice que es uno de los mejores. ―¿Qué? ¿Dónde? ¿Él vino aquí? ―me giro como si fuera a salir de atrás de la cómoda en cualquier momento. ―¿Por qué no se encontró conmigo? ―le digo a mi reflejo en el espejo. Entonces me doy cuenta. Agatha me está mirando. ―Creo que fue por eso por lo que vino. ―Oh, sí… quiero decir… ¿por qué no me llamó a mi teléfono móvil? ―Dijo que lo hizo. Estaba apagado ―busco a tientas mi teléfono móvil y miro su pantalla en blanco. ―Oh, sí. Lo apagué, cuando fui a la biblioteca. ―Lo encendí de nuevo y viendo la luz en la pantalla. Tres llamadas pérdidas. Gabriel. Cráterinfernal. Y otro de Cráter-infernal. ―Así que, he… ¿qué quería Gabriel? ―Probablemente es demasiado tarde para intentar sonar casual, pero lo intento. Hay un sonido cuando Agatha abre una bolsa de Twizzlers con los dientes. ―A ti ―responde ella con la boca llena de plástico. ―¿Qué? ―ella sonríe mientras se asoma a través de la bolsa de dulces. ―Estoy bromeando. Dijo que estaba en la zona. Ese tipo de cosas. Quería ver como estabas. ―Mastica pensativa y añade―. Es muy lindo. No vas a ir a por él, ¿verdad?

―¿Qué? ―Pensé que dirías eso. ¿Twizzler? ―pregunta, sosteniendo la bolsa abierta hacia mí. ―Gracias, pero no soy de plástico rojo ―agita la cuerda fina de color rojo hacia mí y dice. ―Puritana ―después, Agatha, se dirige a su grupo de estudio de precálculo. Enderezo todas las revistas individuales en la habitación, alineando los bordes perfectamente. Entonces, saco las toallitas Swiffer de Agatha, limpio el polvo de nuestros escritorios, de nuestras mesitas de noche, y el vestuario que compartimos. Desenredo todos los collares de mi caja de joyas, anillos y mi pila de pulseras y tobilleras, limpiándolas y dejándolas brillantes y luego comienzo a envolver mi pila de tarjetas de memoria flash SAT. Cuando las palabras empiezan a desdibujarse en mi cerebro, finalmente levanto el teléfono y marcó el número de casa, dando a cada dígito alrededor de un minuto. ―¡Hola! ―Bajo la mano y estoy a punto de dejar caer el teléfono. Después tomo una respiración, probablemente la última, y digo. ―Mamá, hey. Agatha dijo que llamaste. Sé que has estado llamando a mi móvil. He estado un poco ocupada con documentos, pruebas, cosas del SAT y, así, sólo se me olvidaba decirte que… ―Oh, Tamsin ―murmura. Enrollé el cable del teléfono alrededor de mi dedo más y más fuerte hasta que toda la sangre drenó de la punta. ―Puedo explicarlo ―le digo aturdida―. No estoy segura de lo que dijo Rowena, pero… ―¿Cómo fue la compra del vestido de novia? ―El cable libera mi mano. ―Um… estuvo bien. Ya sabes, Rowena se probó un montón de vestidos y miró como…

De repente, me pregunto si esto no tiene nada que ver con Alistair. Con la esperanza de que mi madre estuviese distraída con la boda, añado a toda prisa. ―Ya sabes, tal vez no se lleve el blanco de gala después de todo. Quiero decir, que no compró nada. ―Ella insiste en ir a la cuidad de nuevo esta semana. El viernes. ―Mi madre dice ciudad, pero en realidad, suena más como un antro de perdición. ―Oh, bueno… Sin hacer nada más, empecé a contar los libros en una pila sobre el escritorio. Cuento hasta el nueve cuando un horrible pensamiento se me ocurre. ―¿Tengo que ir de compras con ella? ¿Otra vez? ―Hay un silencio húmedo y pesado en el otro extremo. Miro el lado de Agatha de la habitación, a la pila de rompa limpia que acabo de doblar y dejar en su cama. ―¿Mamá? ¿Qué está pasando? ―Tu hermana parece… apagada últimamente. ―Bueno… la sabiduría popular dice que la gente está un poco loca antes de casarte. ―Sí, lo sé. Pero… estos últimos días, ha estado… diferente. ―¿Diferente cómo? ―mi madre aspira un poco y frunzo el ceño al teléfono ―Mamá, estás… ―Simplemente… sólo mantén un ojo en ella en la ciudad, ¿quieres? ―Claro, está bien, no hay problema. Colgamos, pero tengo la clara sensación de que mi madre no se ha tranquilizado. Y no soy yo. ¿Por qué no le dijo Rowena a mi madre lo que yo había hecho?

―Como se puede ver en está siguiente diapositiva, la forma es esencial de Pollock y la mantiene la estructura. Pero el tamaño de sus lienzos… está diapositiva en realidad no le hace justicia, pero el tamaño… ―Mi teléfono empieza a vibrar contra mi cadera y me sobresalto despierta. Aunque estoy bastante segura de que la vibración no se puede escuchar en la fila delantera, el Sr. McDobins hace una pausa por un momento para aclarar su garganta. Por lo general lo hace cada vez que los estudiantes entran tarde, susurran en voz demasiado alta, o el teléfono de alguien arruina el silencio mortal que él necesita para sus conferencias. Es más fácil aburrirnos a que no haga llorar a todos de esta manera. Miro hacia abajo, veo la luz de las palabras Cráter-infernal en la pantalla. Frunzo el ceño, hago clic en el teléfono y trato de prestar atención. ―La carrera de Pollock como artista realmente, no despegó hasta… Acabo de hablar con mi madre ayer. Si ella está llamando otra vez, eso quiere decir que algo grave ha sucedido. ¡Mi abuela! Empujo mi silla y, por supuesto, suena a través del linóleo. La luz del proyector de diapositivas, da en la cara del Sr. McDobbins creando un espeluznante resplandor. ―Hem ―dice finalmente después de una pausa agonizante mientras reúno mis libros y papeles. Una pluma traquetea en el suelo, tan fuerte como una bomba explotando en una tumba silenciosa. La veo desaparecer bajo la silla de una chica. Maldita sea. Era mi favorita, aunque sé que es estúpido tener plumas favoritas. De alguna manera, me las arreglo para llegar hasta la puerta y, por suerte, cuando mi mano está en el picaporte, McDobbins vuelve a hablar. La puerta cierra toda la información fascinante que otros iban a recibir de Pollock, sin duda tomado la de página 188 del libro de texto. “La información biográfica sobre Jackson Pollock.” Había estado rozando esa sección anoche mientras Agatha bebía un trago de vodka para tener valor y cortarse el pelo. Cuando la angustia entró en su lado de la habitación, fue demasiado, tuve que sacarle las tijeras de las manos, y di por vencida mi lectura.

Ahora medio agachada, terminé de meter los libros en mi bolso justo antes de salir del edificio. Una suave y contante lluvia golpeaba. Como de costumbre, no tengo paraguas. Me apoyo en la puerta, viendo a tres niñas precipitarse y llegar al cruce de peatones, que ahora está sumergido en un agua gris satinada. Sus chillidos viajan a través de la puerta de cristal fino y una niña, con expresión de angustia en su cara, levanta el pie, revelando unas sandalias rojas con lentejuelas. Un destello de movimiento llama mi atención. Cruzando la calle, un hombre y una mujer se detienen en la puerta de un edificio, refugiándose bajo la tosca piedra. Estoy viendo el pendiente de la muchacha brillando en su cabeza hacia arriba, hacia su compañero. Se inclina sobre ella y parece susurrar algo al oído. Durante tres segundos se congelan en este cuadro y no puedo dejar de estudiarlo: el pelo de oro de la chica, su rostro pálido, su cuerpo se convirtió en el suyo, mientras él, envuelto en una gabardina oscura, se alza como una barra de tinta venenosa contra el marco de mármol blanco. Luego gira la cabeza, el brillo de sus gafas guiña brevemente hacia mí cuando se mueve bajo la lluvia, caminando rápidamente lejos. La chica mira detrás de él, entonces de repente se desploma contra el marco de la puerta, llevándose una mano a la garganta. Ella parece apunto de desmayarse. Rompiendo a través de la puerta de mi edificio, grito. ―¡Rowena!

Capítulo 14 Traducido por PaolaS Corregido por andre27xl

C

harcos inundaban la acera, pero yo pasé directamente a través de ellos. La lluvia estaba acuchillándome ahora, y temporalmente perdí de vista a mi hermana cuando un autobús de la ciudad paso rugiendo, lanzándome un golpe de agua que fue absorbido al instante por mis jeans. En los pocos segundos frenéticos, mi mente estaba procesándolo. ¿Rowena y Alistair? ¿Rowena y Alistair? ¿Cómo? ¿Por qué? Al llegar al otro lado de la calle, milagrosamente todavía estaba allí. —Rowena —vuelvo a decir, y por fin vuelve la cabeza y ella me mira fijamente. —Oh —dice vagamente. —¿Oh? —Lleva el mismo vestido negro que llevaba la noche de su fiesta de compromiso y los tacones, los que no puedo imaginar como muy útiles para navegar en charcos. Está más pálida que de costumbre, pero sus ojos brillan, y he de admitir que en cualquier caso, mi hermana se ve hermosa. —¿Qué estás haciendo aquí? —Dejo escapar, superficialmente tratando de protegerme de las aguas con la puerta mientras que la lluvia cae al lado derecho de mi cara. —¿Qué está pasando? ¿Y por qué estás con Alistair? Ése era el profesor Callum. Te vi con él, ¿verdad? —Tomé una respiración profunda y tratando de reducir la velocidad, tratando de ignorar el hecho de que mi hermana me estaba mirando como si nunca me hubiera visto antes.

—Mamá dijo que ibas a venir aquí para ir de compras por un vestido nuevo. Pero dijo el viernes. Es sólo miércoles, Rowena. Miércoles — insisto, como si de alguna manera nombrar el día de la semana hará entrar en sí a mi hermana. —¿Miércoles? —repite con voz débil diferente de su tono miel caliente habitual. Mis manos y los pies hormiguean y de repente me volteo oh, pero la acera esta ahora vacía, salvo por los riachuelos de lluvia que se escurre en el concreto agrietado. Girando hacia atrás, me doy cuenta de que mi hermana también está estirando el cuello, como si buscara a alguien. Un escalofrío parece pasar por encima de ella y se acurruca en el umbral, desmoronándose y enrollada como una niña. —¿Cómo es él realmente, Tam? —dice, sus ojos implorantes, los dedos escarbando en la manga de mi abrigo. Estoy a punto de preguntarle si está hablando de Alistair cuando mis ojos se sienten atraídos por algo en su muñeca expuesta. Sin preguntar, agarro su brazo, empujo la manga del abrigo hacia atrás. Tres líneas oscuras, apenas formando costras, dañan la superficie de su piel limpia. Lo que es aún peor es que ella no se resiste, no parecen darse cuenta de que mis dedos se han endurecido en lo que debe ser un apretar doloroso alrededor de su mano. —¿Qué es esto? —digo más o menos, sacudiendo un poco la mano, mirando a las costras de sangre. Mi boca se siente seca, como si hubiera tragado arena, mientras añado—. Tú necesitas... tú... no deberías estar aquí. Sus dedos en breve dan breves espasmos contra los míos y, finalmente, logra liberarse. —Quiero estar aquí. Tengo que estar aquí. Con él. Tú no lo entenderías. —Caigo hacia atrás hasta que los bordes del dintel de piedra dan contra mis hombros. No pregunto a quién se refiere. Siento como si mi corazón ha dejado de latir brevemente. La lluvia se está deslizando por mi cuello y empapando el cuello de la chaqueta, pero no me importa. Llevo mi mano sobre mi teléfono celular, escucho el timbre en el otro extremo de la línea. Por favor, por favor, por…

—¿Hola? —Te necesito. —Me gusta —exclama Gabriel, toda su voz llenando mi cabeza. Pero no puedo siquiera sonreír. —Ya sabes, me preguntaba cuánto tiempo tardarías… —Tienes el coche en la ciudad, ¿verdad? —Un hombre pasando con fuerza en un impermeable oscuro pasó junto a mí y yo reprimí un grito, pero ni siquiera me miró. No Alistair, no Alistair, no Alistair. —Um... sí. ¿Necesitas que te lleve a IKEA o algo así? —Me gustaría. —Necesito que me lleves a casa. A mí y a Rowena. —Espera un segundo, ¿qué está… —No tengo tiempo para explicar —susurro en el teléfono, y luego mi voz se cae en pedazos—. Hay algo mal con ella. —Dime dónde estás. —Debido a la lluvia nos lleva más de una hora salir de la ciudad. Pero se sienten más como tres. —Tamsin —dice Rowena desde el asiento trasero. —¿A dónde vamos? —Esta es la tercera vez que pregunta. —Nos vamos a casa, Ro —le digo otra vez. —¿Te acuerdas? Casa grande, campos, jardines, cabras. —Gabriel mira hacia los lados, pero no hace ningún comentario. Me cambio al asiento del pasajero y una Coca-Cola vacía tirada rueda lejos de mi pie. —Yo no quiero ir a casa —dice esperanzada, y yo suspiro, clavando más las uñas en mis muslos. —Sí, lo sé. Es sólo por un rato. Entonces, vas a volver. De acuerdo, ¿Rowena? Yo volteé mi cuello, tratando de sonreír a mi hermana. Pero no devuelve mi sonrisa, ni siquiera me mira. En cambio su cara y sus manos presionan a la lluvia manchada en la ventana y tengo un

repentino destello absurdo de cómo debe lucir para los otros conductores y pasajeros en la carretera. Sus dedos inquietos se contraen en el cristal, y sus uñas tocan un mensaje de código Morse de socorro. —Él no quiere que vaya —susurra en voz tan baja que es como un hilo de sonido, prácticamente perdido más entre la prisa de las ruedas y la lluvia. —Él me necesita. —Por fin vuelve su rostro inquieto y me dice—. Tengo que volver. Yo lo sé. Lo sé aquí. —Y golpea su pecho con tanta fuerza que estuve a punto de sentir la vibración por mi propio cuerpo. Se recuesta en el asiento trasero, pero inmediatamente se tambalea de nuevo hacia delante, con la boca estirada en una estrecha línea. —Escucha, Rowena —le ruego, apenas clara sobre lo que estoy diciendo—. Sólo tenemos que ir a casa por un rato. Sólo un rato, un ratito. Y entonces, vamos a volver. Te lo prometo. —En el mismo momento murmuro a Gabriel. —¿No puedes ir más rápido? —Gabriel me mira de reojo otra vez y responde en el mismo tono de murmullo. —Estoy empujándolo a ochenta y cinco. Eso es todo lo que este pedazo de mierda puede hacer. —¡Él me quiere de vuelta! —Rowena grita de repente, golpeando las manos en la parte posterior de apoyo en la cabeza de Gabriel. —¡Mierda! —exclama, y rodea en torno a un coche en nuestro carril, dejándolo solo atrás. —Rowena —digo, llegando a tomar sus manos. Se retuerce a medida que el pálido punto de su lengua pasa por su labio superior. Sus ojos, que parecen solo pupilas ahora, se hacen más oscuros. —Vamos a volver. Pero es bueno así. En realidad —balbuceo. —Es bueno jugar a hacerse la difícil. Los chicos se intrigan más de esta manera. ¿Verdad, Gabriel? ¿Gabriel? —él ve por el espejo retrovisor, mirando a mi hermana como si fuera un rabioso animal.

—Um... oh, sí. A nosotros... nos encantan esas cosas. Nos pone muy calientes. Asiento con la cabeza maniáticamente mientras los ojos de mi hermana parpadean hacia a mí. Por un breve instante su rostro se queda en blanco y luego niega con la cabeza. —¿Qué sabes tú, Tam? ¿Qué sabes tú acerca del amor? —Trago duro, en silencio reconozco las palabras, al menos, son puras de Rowena, incluso en el tono, en blanco, sin emociones, está todo mal. —Sé que esto no es amor —le digo, con toda la pretensión de calma restante—. Esto es algo, pero estoy segura como la mierda que no es amor. —Abrigo mis manos alrededor de mis rodillas, de lo contrario me temo que valla a llegar y tratar de darle una bofetada a mí hermana de nuevo. —Tranquila, Tam —murmura Gabriel, alcanzando una de mis manos y tomándola, yo siento el estrechar de consuelo de sus dedos calientes. Pero las palabras siguientes de Rowena sacan todo de mi cabeza. —Él me dijo que ibas a decir eso. Que no lo entenderías. Ninguno de ustedes. —¿En serio? —le digo, mi voz goteando con desprecio—. ¿Y qué más dijo? —Tenemos que volver —Rowena dice de nuevo, y ahora su voz se ha suavizado, extendida en su dulzura familiar. —Él quiere que yo regrese. Con él. —La miro a ella, indefensa. —Gabriel —canturrea mi hermana, me ignora ahora. —Da vuelta al carro. En la siguiente salida vas a dar la vuelta y lo dirigirás de regreso a Nueva York. —Tam —dice Gabriel despacio, soñador—. Tal vez deberíamos volver. —¿Qué? ¡No! ¿Estás loco? ¡No la escuches! —Sí, escúchame —añade mi hermana, su suave voz suplicando. —Esto es lo que tienes que hacer. Gira el coche.

—Está bien, está bien —Gabriel está de acuerdo, su voz brillante como si estuviera muy feliz de ser obligado por mi hermana. Yo lo golpeo. Duro. —¡Ay! ¿Qué demonios? —Él niega con la cabeza brevemente, sus dedos apretando el volante, y luego me da una mirada. —Tam, yo también... me siento contra el asiento.

—Rowena se inclina hacia atrás

—Eso es todo, Gabriel —ronronea ella, su voz dulce y girando a través del coche como caramelo caliente—. Estás haciendo lo correcto —ella alienta mientras Gabriel da vuelta y toma el carril de la derecha. La bocina de un camión resuena hacia nosotros, sus faros rozan a través del coche. —No nos mates en el proceso —espeto. —No la escuches a ella —dice Rowena. —Ella no entiende. Nada. —Haciendo caso omiso de ella, llego a través de la vuelta de Gabriel y hago girar abajo la manilla de la ventana. Salpicaduras de lluvia pasan a través de ella, empapándonos a los dos. —Sacúdetela —le digo. —No puedo... necesita que haga esto —murmura. Sus dedos se aprietan aún más en la rueda, pero nos dirigimos hacia la salida demasiado rápido. Tic, tic, tic. El sonido de la luz intermitente parece extrañamente alto. —Cálmate, Tamsin —dice mi hermana. —Deja de tratar de decirle a Gabriel qué hacer. —Su voz es rica como mantequilla, a partir de ese momento reverbera con gusto dentro de mí, como ondas extendiéndose hacia el exterior a través de la superficie de un lago. No ha usado su Talento en mí en años, pero recuerdo que así es como se siente. Y luego tengo la sensación más extraña. Es como si la ampliación de ondas de la voz de Rowena golpea un muro de piedra dentro de mí y rompe el impacto. Sólo me

quedo en silencio. Sin detenerme a pensar, me inclino hacia adelante y toco a Gabriel en el hombro. —Deja de escucharla. Para. —Miro a mi hermana, que está mirándome. —Basta ya —le digo en voz baja. Gabriel parpadea y se retuerce, como si recibiera una descarga eléctrica. —¿Qué fue eso? —susurra. En el instante siguiente da vuelta, coloca la luz intermitente y se desliza más allá de la salida. —¡Noooooooo! —grita Rowena, golpeando el asiento junto a ella en furia. Creo que nunca he oído nada tan dulce. Una hora y media más tarde se detiene. —Hogar Dulce Hogar —digo, y por una vez lo digo en serio. Rowena parece estar dormida en el asiento trasero, aunque de vez en cuando un espasmo se cruza en su cara y gime como si le doliera. Gabriel desconecta el encendido, se inclina un poco hacia delante, y apoya la cabeza en el volante. Con una mano se frota el cuello, los dedos rodeando el tatuaje de la luna azul. —¿No te alegra que hayas vuelto? —pregunta después de unos segundos. Él me da una mirada, uno de los lados de su boca se alza en lo que espero sea una sonrisa, pero no contesta. Y no tengo tiempo para darle las gracias porque la puerta se rompe abierta y mi madre está volando por el camino de entrada, con el pelo libre de lo que sea con que se las arregló para amarrarlo. En el segundo siguiente, desaparece y luego parpadea a la vista en el asiento trasero del coche. —Hola, mamá —le digo, mi voz un poco apagada mientras me ha envuelto en la medida de un abrazo tanto como puede hacerse desde el asiento trasero. Mi cabeza se estrelló contra su hombro y mi cuello está empezando a desarrollar una torcedura grave. Su piel huele a lavanda y salvia, su perfume embriagador se pega a mí alrededor. —Um... mamá, podrías… —Oh, Tamsin —dice ella, sus brazos me liberan de repente. Yo trago en el aire.

—Tú la encontraste. Gracias a la tierra y las estrellas. —Su cara es tan duramente cortante así como tan roja por llorar que siento un dolor terrible por no pensar en llamarla desde mi celular antes. Por otra parte yo estaba tratando con una loca. —Sobre eso, mamá —le digo, tirando un poco hacia atrás. —He hecho un par de descubrimientos interesantes. —Pero la mirada de mi madre está cubriendo a Rowena ya que mi hermana se mueve y abre los ojos. Mira hacia todos nosotros, parpadea varias veces como si fuéramos apariciones de un sueño equivocado. —¿Dónde está él? —murmura. Sus manos peinando su pelo como si buscara respuestas allí, y tengo que darle la espalda. Un movimiento parpadea en el borde de mi visión y miro por la ventana para ver a mi padre y a tío Morris bajando por el camino de entrada. —¿Dónde está James, te refieres? Él ya viene. Estará aquí de inmediato —Mi madre habla en voz alta, extra-cuidadosa, amable, que la gente parece reservar para hablantes no nativos y niños. —Eh, mamá —empiezo. —Ella no… —Él me quiere de vuelta —Rowena trastabilla. —Ciertamente. —Mi madre está de acuerdo con demasiada rapidez. —Todos lo hacemos, cariño. No has estado haciendo falta estos últimos días. Tú… Las afiebradas palabras de mi madre caen en su fin. Ella ha encontrado la marca en la muñeca de Rowena, y ahora la suaviza con sus dedos una y otra vez, su boca se nota con el peso de lo que no puede o no quiere decir. Rowena tropieza para salir del coche y mi madre casi cae en su prisa por seguirla. Gabriel y yo nos miramos el uno al otro. —¿Qué se siente? —le pregunto por último. El envuelve sus dedos alrededor de las llaves todavía colgando en el contacto y las saca, pero no dice nada.

—Atrás en la carretera, cuando… —Yo sé cuándo —dice bruscamente—. Se sentía como que tenía que hacer esto. Al igual que tenía que girar el coche alrededor o iba... yo iba a morir o algo. —Él resopla, pero me doy cuenta de que está apretando las llaves. —Yo sabía que tenía que hacer esto. Eso era lo correcto. Y entonces... —¿Y luego qué? —susurro. —Entonces, se detuvo. Cuando me has tocado. Cuando le dijiste que se detuviera. —¿Y luego qué? —¿Qué es exactamente lo que hiciste? —No sé. —¿No sabes? —Trago bajo la mirada incrédula. —Te juro que no lo sé. Yo sentí algo, también, y entonces... se detuvo. Yo quería que se detuviera y así lo hizo. —Miré por la ventana. Rowena estaba asombrosa por el camino de entrada, con los brazos extendidos como si alcanzara a alguien, mientras que mi madre se mantenía a su lado. Mientras sigo viendo, mi madre llega a agarrar el hombro de mi hermana, pero le sacude con un movimiento impaciente. Mi padre, sostenía unas desarraigadas plantas en alto, él las arrastraba detrás de ellas. Y el tío Morris simplemente se encontraba en el camino de entrada moviendo la cabeza. —¿Por qué no hacen algo? —susurro. —No lo sé. No creo que puedan. —Entonces, su voz se agudizo por la excitación. —Pero tal vez tú puedes, Tam. —Sacudo la cabeza y digo de forma automática. —No puedo detener a Rowena. —En la quietud del coche mis palabras giran como una moneda al aire y poco a poco vienen a descansar.

Miro fijamente a Gabriel. —Ella es... yo la detuve. De que te persuadiera. ¿En realidad, no hiciste nada? —No podía —dijo simplemente. Luego pinchó las llaves en mi rodilla, como para obtener mi atención. —Tam, ¿no lo entiendes? Detuviste a Rowena. Quería que yo diera vuelta al coche y yo lo habría hecho… —Ella puede hacer eso —murmuré en un sueño—. Puede hacer que cualquier persona haga cualquier cosa que les dice que… —Aparentemente no… —interrumpió Gabriel, golpeando mi rodilla de nuevo. —Y lo que es más, no dejaste que el hombre nos matara a en 1899. —¿Lo hice? —¡Sí, idiota! ¿No ves? Él nos iba a matar. Con el reloj… —Recuerdo —le digo—. Y deja de gritar. Yo estoy aquí. —Pero algo se estaba desplegando muy dentro de mí y me sentí como si yo también podría comenzar a gritar en cualquier momento. Algo así como: Toma eso, todo el que dijo que era realmente una vergüenza. En mi mente pude ver la azotea proverbial y yo subiendo hasta allí para hacer el anuncio sorprendiendo a todas las caras de abajo. —Y tú tocaste el reloj. Y no te pasó nada. Dos veces es demasiado, más que una coincidencia, Tam —dice Gabriel, y yo lo miré aturdida. —Tienes un Talento. —¿Pero por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no supe nada de esto antes? ¿Por qué no mi madre o mi abuela o alguien saben de esto? — Me callé buscando a Gabriel, que de repente no me miraba. En su lugar, se inclinó adelante, recogió un CD suelto, y lo deslizó de nuevo en un porta CD púrpura agrietado. —¿Qué? ¿Qué es? —Pero antes de que pudiera responder, un Saab azul marino rugió en la entrada sin cuidado de los baches. Parándose

en una mojada grava llena de barro que roció el lado del Volvo de Gabriel. Un segundo más tarde James cae fuera del coche. —Esto se va a poner feo —me quejo y salgo del coche, consciente de que Gabriel ha hecho lo mismo. La lluvia se ha suavizado a una llovizna y estoy junto a James. Siempre pensé en el prometido de mi hermana como el prometido de mi hermana. Todo el mundo sabía que se juntarían algún día. Personalmente, creo que es porque ambos son arrogantes y obstinados. Incluso cuando éramos niños, no parecía como tal. Creo que es por su Talento, es capaz de absorber palabras y guardarlas como un cactus reserva agua. Puede leer un libro una vez y años después recitarlo página por página. Creo que todas las palabras en la línea de las paredes de su cerebro sofocan cualquier deseo de hablar con nosotros los simples mortales. O tal vez se había sofocado desde hace mucho tiempo cuando nos negamos a escuchar sus vastas reservas de conocimiento durante más de dos segundos antes de salir corriendo o meterlo de cabeza en uno de los barriles para recoger agua de lluvia fuera el granero. En mi defensa nunca lo hice. Sólo servía como vigilante cada vez que alguien más lo hacía. ¿Quién sabe lo que habla con Rowena o si alguna vez tenía la oportunidad de hablar cuando estaba con ella? Pero él tenía este tipo de fuego frío, una intensidad que parecía servir como una lámina elocuente por la belleza de mi hermana y su brillo. Ahora, sin embargo, su rostro tenía una apretada expresión en blanco, como un hombre que está parado en una tormenta de nieve. —Hola, Tam —dice debidamente, mirando por el camino de entrada. Mi madre está agarrando a Rowena por los hombros, y mi padre ha llegado a estar al lado de ellas como si bloqueara el escape de Rowena. Mi hermana se retuerce en las manos de mi madre como un paño de cocina siendo estrujado. Me pregunto de repente cuándo durmió Rowena por última vez. O comió. —¿Cuánto tiempo ha estado así? —le pregunto. —Una semana —responde James con voz hueca.

—Tenía la esperanza de que cuando tu madre llamara... cuando me dijo que la habías traído de vuelta... Ro estaría... mejor —él rompe la última palabra y bajo los ojos, mirando a un matorral de malezas que florece en un bache particularmente profundo. Gabriel silba entre sus dientes. —¿Qué piensan? —Que está bajo alguna especie de… —Una mirada de dolor cruza la cara de James—. Hechizo. Un hechizo de amor. —Él se vuelve hacia mí tan de repente que doy un paso atrás. —¿Quién es este hombre? —yo trago. No sé si ahora es el momento de decirle a James que yo le presenté a Alistair, sin querer, en la vida de Rowena. En todas nuestras vidas. No obstante, en ese momento Rowena se libera de mi madre y corre hacia nosotros, con los brazos abiertos, su pelo al viento. James da unos pasos hacia adelante como para atraparla, pero ella misma recorta distancia, pareciendo apenas registrar su presencia, excepto para decir. —Necesito las llaves. —Ro —dice en voz baja. —Espera un minuto. Por lo menos… —Las llaves —repite, haciendo un movimiento de impaciencia con la mano izquierda hacia el Saab. Sus ojos son como dos agujeros quemados en la cara. —No —dice James con astillas en su voz, y me pregunto si ésta es la primera vez que pronunciaba esa palabra para ella. —James —dice Rowena, y su voz se convierte en crema suave y dulce. —Dame las llaves ahora. Les necesito y quieres ayudarme —ella se balanceó hacia adelante, y puso una mano sobre su brazo. —Rowena —Él dijo su nombre en una carrera larga de sonido, lleno de amor y desesperación extrema todo mezclado en ella. Y al mismo tiempo alcanzó su bolsillo y oí el tintineo débil del metal. Ni siquiera necesité escuchar a Gabriel susurrar con fiereza.

—Tam. —En mi oído antes de que yo me moviera hacia adelante. —Deja de escucharla —le dije a James, y porque todavía no tenia una idea de esto, tiré del brazo de Rowena y dije brutalmente. —Deja de decirle que te dé las llaves. —A mi lado, sentí a James dar una sacudida y luego retirar la mano de su bolsillo como si quemara. Cuando vio que su mano está vacía, mi hermana aulló. Luego se volvió y me abofeteó. Duro. —¡Whoa! —Gabriel gritó, y entonces se está moviendo más allá de mí, fijando los brazos de Rowena a sus lados. Ella grita, hebras de su cabello rubio caen sobre su rostro y se aferran a la boca muy abierta. Por el rabillo del ojo veo a mis padres comenzar a ir hacia nosotros. En medio del camino mi madre hace una mueca y entonces está de pie junto a mí, respirando con dificultad, como si realmente acabara de trotar por el camino. —¿Qué pasó? —jadea. Lanza la pregunta a todos nosotros, mirando a mi hermana, que todavía está luchando en la comprensión de Gabriel. Toco mi mejilla caliente, cepillo los dedos a través de lo que se siente como un rasguño del anillo de mi hermana. —Tamsin la interrogante.

detuvo.

De

persuadirme

—dice

James

en

voz

—En un momento sabía que tenía que darle las llaves y, a continuación... en los próximos segundos sabía que no tenía que hacerlo. El sentimiento se había ido. —Lo hizo para mí, también. En el coche de camino hasta aquí — añadió Gabriel. —De lo contrario, no estaríamos aquí ahora. —En ese momento la cabeza de mi hermana da tirones y cierra de golpe el mentón de Gabriel—. Ay, carajo. —Hay sangre en su labio mientras añade en voz baja—. Y eso podría ser bueno. —Pero creo que soy la única que lo oye. James da un paso adelante y pone las manos sobre mi hermana, que tiene la respiración difícil ahora. —Traidor —le escupe, volviendo la cabeza. Se queda muy quieta y tal vez Gabriel se relaja, porque de repente se sacude hacia adelante y

se libera a sí misma en un fuerte movimiento. Tropieza un poco lejos de nosotros, casi chocando contra mi padre, y nos mira, siniestramente. Luego se lanza en el Saab, con los dedos escarbando en la puerta. No sé si mi hermana planea encender el coche con los cables de alguna manera, dudo que sepa, tampoco, pero mi madre lloriquea un poco con desesperación, entonces, se da vuelta y hace un movimiento de señas hacia la casa, donde un pequeño grupo de personas se han reunido en el porche. La madre de Gabriel, Lydia, se separa del grupo y se adelanta lentamente, casi a regañadientes. Hay círculos bajo los ojos mientras pone una mano sobre el hombro de mi madre, apretándolo brevemente. Asiente con la cabeza a mi padre, que se ve claramente en problemas, y luego se mueve hacia mi hermana. —Oh, de ninguna manera —murmura Gabriel, y disparo un vistazo a él. Pero está considerando su madre con temor. —Te necesito para distraerla —sopla Lydia a James, y él da un paso hacia la mujer salvaje que es mi hermana, encorvando los hombros y bajando la cabeza. De alguna manera, me recuerda a nada más que un toro cansado renunciando ante el matador una vez más. —Rowena —dice en voz baja—. Te llevaré de vuelta a la ciudad — ofrece, y ella se vuelve, mirándolo fijamente como si tratara de recordar su nombre—.Te llevaré de vuelta a... él. —Su voz se ahoga un poco, pero sigue su curso. —Vamos a salir ahora, ¿de acuerdo? —Ella da un paso vacilante hacia él. —¿Tu me llevarás? —repite en una voz entrecortada, y él asiente. Ella se mueve más cerca de él. —Gracias —susurra. Más rápido que el pensamiento, las manos de Lydia se deslizan a través del aire, como pájaros blancos borrosos, y se sujetan firmemente a ambos lados de las sienes de mi hermana. La cara de Rowena se contorsiona por una barrera de un segundo y entonces se balancea en los brazos en espera de James. Lydia se encoge de hombros, se frota una mano por la cara. —Va a dormir un rato, Camilla —le dice a mi madre.

—Llámame cuando me necesites de nuevo —añade y toma el camino de regreso al porche, con las manos envueltas alrededor de sus codos. James carga a Rowena más fuertemente en sus brazos y toca la cara suya por un instante, como un hombre tragando aire. Luego se endereza y comienza a llevar a mi hermana a la casa. Las espigas de sus tacones altos están desgastados con el barro de la calzada y el brazo derecho se balancea en el aire con cada paso. No creo haber visto a mi hermana sin tanta gracia. Miro a mi madre, que se inclina en contra del hombro de mi padre, con lágrimas brillando en su rostro.

Capítulo 15 Traducido por Anelisse Corregido por andre27xl

E

staba sentada en el último escalón de la escalera, con los brazos en bucle a través de la barandilla de madera, cuando Gabriel me encontró. Subió las escaleras, manteniendo en equilibrio un plato y una taza, y cuando levantó la mirada hacia mí, un flash de diapositivas plateadas de la bandeja por el aire y cayendo ruidosamente en los escalones por debajo de mí. —Mierda… lo siento —susurró Gabriel con una mirada hacia la puerta cerrada de la biblioteca en la parte inferior de la escalera. —No es gran cosa —le digo yo. —Ellos saben que estoy aquí. —Mis padres han sido secuestrados en la biblioteca desde hace ya más de una hora. —¿Quién está ahí? —pregunta Gabriel, señalando con la barbilla ya que todavía no han cogido su bandeja. Yo sigo el movimiento, mirando en sentido contrario por el pasillo hasta la puerta también bien cerrada que lleva a la sala de Rowena. —Tu madre. —Gabriel asiente con la cabeza, se sienta a mi lado, y sujeta la bandeja. El olor de las ráfagas de pan ligeramente quemado se eleva. Me ha hecho un sándwich de queso a la plancha, el relleno resuma en un lío blanco y pegajoso. En algún lugar también se encuentran un puñado de zanahorias que han sido cortadas en gruesas piezas en forma de moneda. Estoy tratando de averiguar por qué él pensó que podría necesitar un tenedor y un cuchillo, pero decidí que sería desagradecida si se lo que pidiera. —No es el sushi o tacos de pescado o pizza, pero hice lo mejor que pude —ofreció, y cogí la bandeja con mis manos, buscando su calor reconfortante. Lo miré de reojo.

—¿Cómo sabes que me gustan los tacos de pescado, el sushi y la pizza? —Mis fuentes son excelentes. —Agatha. —Pensé en mi compañera de cuarto por un minuto. Ni siquiera le había dicho que salía de la ciudad. No era cualquier momento, pero aún así, sé que por ahora iba a estar preocupada. —Debería llamarla —le dije, pero por alguna razón no pude encontrar la energía para levantarme y hacerlo. —Deberías comer primero —dijo Gabriel, y golpeó la bandeja hacia mí. Recogí un triángulo de sándwich de queso viendo como más del relleno goteaba, y lo dejé otra vez. —Así que tu madre ha sido muy útil en estos últimos días —le dije, persiguiendo una zanahoria alrededor del plato antes de llevarla a la boca. —Al parecer —murmuró Gabriel—. Solía hacerme eso cuando yo no iba a la cama. —¿Cuándo dejó de hacerlo? —Cuando yo tenía diecisiete años —dijo, arrancando una moneda de zanahoria de la bandeja y desvaneciéndola entre los dedos. —Es broma —agrega y sacó la zanahoria detrás de mi oreja. Golpee la mano lejos. —Ya basta —le dije. —¿O se trata de más de tu talento? —Él negó con la cabeza. —No. Sólo cosas que aprendí. Tarjetas de trucos, trucos con monedas, cosas por el estilo. Pidiendo dinero en la calle es mucho más fácil si primero puedes entretener a la gente. —Mordisqueo un rincón de mi sándwich. —¿Pediste dinero? —él se encogió de hombros.

—Mi papá me echó de una patada durante un tiempo —dijo a la ligera, fácilmente, pero aún sentía un temblor en las palabras. Puedo masticar, tragar, esperar. Cuando no espero nada, pregunto. —¿Por qué? —Gabriel estudió sus manos, girando las cuerdas de cuero en su muñeca una y otra vez. —Porque yo seguía encontrando cosas de él. Que no quería que yo encontrara. O que mi madre encontrara. —Oh —dije a través de otro bocado. Creo que es mejor preguntar, a continuación, haciéndolo de todos modos. —¿Qué cosas? —Una sonrisa recorrió su rostro. —Oh, números de teléfono, condones, las joyas que no eran para mi madre. Eso último realmente causó una escena. —¿Qué pasó? —le pregunté a través de una lluvia de migas. De alguna manera la primera mitad de mi bocadillo había desaparecido y había comenzado con el segundo, tratando de comer con más gracia. Gabriel se rascó la nuca, pensativo. —Bueno, él tomó un giro hacia mí. Que yo podría haber manejado. De hecho, fue un alivio después de todo lo demás. Quiero decir, ya me había echado, pero volví a ver a mi madre por un tiempo y regresé a su casa, y de todos modos, mi madre se puso en camino. —Mis ojos se abren y bajé mi sándwich. —¿Acaso aquí? —Gabriel negó con la cabeza. —No, lo puso en el camino cuando lo puso a dormir. Por un tiempo. Eso fue todo, supongo. Empacamos mientras estaba inconsciente en el suelo. Creo que sabía que era en ese momento. Pero no creo que se haya perdonado a sí misma. —Él tomó un respiro, recogiendo mi emparedado, y mordiéndolo. —O yo —dijo él, o al menos creí que dijo eso, pero en ese momento, como si fuera el momento justo, la puerta de la habitación de Rowena se abrió y Lydia salió. Miró a Gabriel y a mí en la escalera y se movió hacia nosotros, con la vaporosa falda meciéndose suavemente con el movimiento.

—Necesito… —Un respiro —le dije a toda prisa y saltando hacia arriba. Las monedas de zanahoria cayeron por las escaleras y vi como Gabriel arrebataba una del aire. Esperando que no hubiera oído nada. —Me sentaré con ella —dije, asintiendo con la cabeza hacia la puerta de mi hermana. Lydia vaciló, miró a Gabriel, luego a mí, y luego a la puerta de la biblioteca cerrada al pie de la escalera. Asintió brevemente con la cabeza. La empecé a dejar atrás, pero capturó mi muñeca. —Congélala si parece que está despertando. No sé cuánto tiempo va a durar. Esto cada vez parece ser menos... eficaz. —Negó con la cabeza a algo invisible y me liberó. —¿Puedes hacerlo otra vez? —Le pedí con nerviosismo. —¿Cómo, sólo para estar segura? —Lydia me miró y luego me di cuenta de que parecía estar mirando a algo más allá de mí. Estuve a punto de mirar detrás. No me sorprendería que el Tío Morris estuviera escuchando en el pasillo en su forma invisible. —Es peligroso. Si lo hago demasiado. —Oh —digo en voz baja, y la imagen de un hombre que yacía inmóvil crítico en el suelo pasa a través de mi cabeza. Lydia siguió por el pasillo hacia la parte superior de la escalera, y vi como ella y Gabriel danzaban torpemente alrededor del otro. Tardé unos segundos en considerar la ironía de que toda mi vida me he sentido como un paria en mi familia por no ser talentosa, mientras que toda su vida Gabriel debía haberse sentido todo lo contrario. Me pregunté cuánto debía haber amado Lydia al tío Phil. Entonces me pregunto por qué. Cuadré mis hombros, y pasé a la habitación de Rowena. Una lámpara de noche pequeña lanzaba un débil resplandor a través de la piel de mi hermana, pero incluso con la luz extra podía ver lo pálida que realmente estaba ahora. Su respiración era poco profunda y rápida, a diferencia de las respiraciones de coma profundo que estaba tomando hacía un par de horas antes, y me detuve en el interior de la puerta, queriendo llamar a Lydia de vuelta. Pero a continuación, Rowena parece asentarse más profundamente y una sonrisa cruzó su cara.

Tenía el pelo hacia fuera a través de la almohada, con reflejos de oro brillando aquí y allí. Tres púas estaban atrapadas en el peine en su mesa de noche y las toqué ligeramente, tratando de imaginar a la tía Lydia peinar el cabello de mi hermana. Doy vueltas con el peine en la mesa. Debió de haber sido James. Después de establecer a Rowena en su cuarto, mi madre lo había llevado por los hombros, lo giró en dirección a un dormitorio de repuesto, y le mandó a dormir. Parece que no había dormido durante dos días. Tuve que llamar la atención de mi madre, pero había sacudido la cabeza y me deslicé fuera de la biblioteca con un “más adelante” murmurado. Mi hermana se agitó y se despertó de nuevo, tragando saliva. Si tenía que hacerlo, podía detenerla. Entonces creí en esto por un minuto. Y podía ser capaz de que dejara de usar su talento en mí, pero no puedo detenerla físicamente si corría hacia mí a la puerta. Cuando volviera Alistair. Tenía que hablar con mi madre. Tenía que hablar… eché un vistazo al teléfono sobre la mesa y lo recogí en voz baja, con un ojo en mi hermana, que se había instalado de nuevo. Puedo marcar el número que sabía de corazón. —¿Hola? —La voz de Agatha era amable y me di cuenta de que no reconoce el número de mi casa—. Soy yo. —¡Tam! ¿Dónde estás? ¿Dónde has estado? Llamé a tu móvil, como, cinco veces ya y sigue yendo al correo de voz. ¿Qué te pasó? Yo que pensaba. Se suponía que… —Lo siento —le dije rápidamente—. Yo… había una emergencia en casa. —¿Está todo bien? —La voz de Agatha estaba expectante, podía sentir su espera de ser tranquilizada y me mordí el labio inferior. —Sí, está bien ahora. —¿Qué está pasando… Ella se apaga, esperando que yo la interrumpa, y cuando no lo hago, puedo sentir la confusión viniendo en oleadas sobre la línea. —Ni siquiera puedes venir. Las brujas van a estar molestas.

—Lo sé —froté mi frente. Podemos salir con mucha preparación en New Hyde, pero incluso las Brujas tienen sus límites. —¿Qué le digo? —Mira, es todo… complicado. Quiero decir, todo el mundo está bien —digo, mirando a Rowena, que se tuerce repentinamente y gime. —Mayormente —agrego. —Tam… estás actuando… rara. ¿Estás segura de…? —Sí. Sí. Te lo juro. De todos modos, yo sólo quería hacerte saber que no estaré en casa esta noche. Ni para el resto de la semana. Y el fin de semana, tampoco. —¿Qué hay de la fiesta de Cynthia el viernes? Yo que pensaba… —Lo siento —le susurro—. Voy a intentarlo. Pero yo… —Está bien —dice Agatha, pero puedo decir que no todo está bien. —Um... entonces, ¿cómo te fue hoy? —Bueno —dice ella, pero ahora es demasiado amable, de la misma forma en que respondió al teléfono y apreté los ojos cerrados hasta ver las agujas de la luz quemándose y se disolviéndose. Rowena se mueve otra vez, con las manos rascando sobre la almohada. El sonido de sus las uñas en las sábanas de algodón me recuerda a los ratones en las paredes. —Me tengo que ir —le susurro—. Lo siento, Agatha. —¿Lo sientes por qué? —Pero yo muevo la cabeza, porque ¿qué puedo decirle? —Lo siento por no llamar antes. —Colgamos y me imaginé sentada en nuestro dormitorio, mirando por la ventana, más que un poco confuso. Me senté en el borde de la cama de Rowena y miré hacia abajo. ¡Despierta! Despierta y dime lo que está pasando. Y como si me escuchase, abre los ojos. —Tú —afirma rotundamente.

—Hola Rowena —le digo. Sus ojos están más oscuros y vidriosos de lo que los he visto nunca. Ahora que está despierta, casi deseo que no lo esté. Nerviosa, miro hacia la puerta. ¿Cuánto tiempo de descanso necesita Lydia? —Um... ¿quieres volver a dormir? —No —susurra, a continuación, cierra los ojos como si quisiera mentirse a sí misma. Estamos en silencio por unos momentos, la respiración irregular en concierto con los demás. Entonces, su cara se pliega de angustia. Aún con los ojos cerrados, ella suspira. —Tú me detuviste. Todos estos años me pregunté cuando te darías cuenta de… —De repente abre completamente los ojos y de repente toda la luz y el aire de la habitación parece ser succionado. —¿Qué quieres decir? —susurro. Pero no dice nada. Sus párpados se cierran y revolotean pareciendo a la deriva de nuevo en el sueño. —Rowena —le digo claramente—. ¿De qué estás hablando? —Yo le jalo el hombro. Mantiene los ojos cerrados, y dice con una voz de cardo delgada. —Todo este tiempo que nos dijiste que no… alguna vez… —Alguna vez ¿qué? alguna vez, ¿qué? —Pellizqué la piel de su brazo superior, lo suficientemente duro para dejar enojadas huellas digitales de color rosa a la primavera de la vida. Pero ni siquiera se movió. —Déjala dormir. —Una voz baja vino de detrás de mí, y me giré para hacer frente a Lydia, que está de pie justo en la puerta. Me miraba a mí y un parpadeo simpático en su mirada. Simpatía o alguna otra cosa, no estoy segura. Yo tragué. —¿Qué quiso decir? —Yo ni siquiera pregunté si Lydia escuchó la conversación o no. Lydia caminó hacia mí, con sus pasos silenciosos, puso sus manos sobre mis hombros, y me giró hacia la puerta. —Ve a hablar con tu madre.

—¿Quién le dijo… —Es la que te puede responder, Tamsin. —Luego apretó los dedos instantáneamente. —Trataré de no juzgarla con demasiada severidad. —Pero cuando salgo de sala de Rowena, no me voy encontrar a mi madre de inmediato. Quiero decirlo. Tengo toda la intención de caminar a través de la puerta de la biblioteca y hacer frente a ella y mi padre y cualquiera además que esté ahí. Incluso cuando me encuentro paseando por el pasillo ahora vacío y luego subo una espiral por debajo de las escaleras a la de la casa de mi abuela, todavía estoy planeando en mi cabeza qué decir a mis padres. La sala de estar de mi abuela es fría, y mirando por las ventanas, veo que alguien las ha dejado abiertas. Las cortinas están ajustadas y ondulantes, como las velas llenas en un barco, y mientras cruzo la habitación y alcanzo la hoja de la ventana, el viento traza su camino en mis brazos como un sudario. Yo me escapé y golpeé la ventana más duramente de lo que debería. Un chip de la pintura se cayó de las piezas fundidas, aterrizando en el hombro. Lo cepillo como si fuera poco, me giré y miré fijamente el cierre de la puerta del dormitorio. Nunca he ido a la habitación de mi abuela sin ser invitada. Entonces, me recuerdo a mí misma que nunca he hecho un montón de cosas antes de hoy. Con ese pensamiento en frente de mí, paso a través de la puerta. No sé lo que esperaba. Para encontrar a mi abuela, murmurando un hechizo o conjuro a la luna nueva vislumbrada a través de su ventana o consulta tal vez algunos tomos antiguos. Lo que veo me molesta aún más que cualquiera de esas cosas que hace. Ella está durmiendo. Profundamente dormida. En la cama con las sábanas metidas hasta la cintura, sus manos cuidadosamente juntas sobre el pecho, y sus largos cabellos blancos en una sola trenza arrastrándose sobre la almohada. Por un instante el parecido entre ella y Rowena es tan fuerte que me encuentro entornando los ojos con fuerza en la media luz de la habitación. Pero no, es mi abuela. En la tabla junto a su cama tiene la costumbre de dispersar pétalos de

flores frescas y una botella de color marrón con una pequeña araña pálida de algún tipo de corte en el vaso. Parece una de las botellas que mi madre y la abuela entregan a las mujeres que llegan a la puerta de atrás por la noche. Tratando de darle sentido a todo esto, me causa un eco de un latido sordo de dolor en mis sienes. Mi mano está buscando a tientas el pomo de la puerta cuando mi madre aparece a la vista cerca de mi hombro. Un poco demasiado cerca, en realidad. —Lo siento, Tam —murmura. —Está bien —murmuro. —Yo no estaba realmente con ese pie de todos modos. —Eso debería haberme ganado una mirada de desesperación… mi madre está muy feliz de repartirme cada vez que hablo… en cambio se da vuelta y camina hacia mi abuela, hundiendo las rodillas junto a la cama. Sus manos viajan a través de las cubiertas hasta que se enlazan con las manos de mi abuela y entonces tengo que mirar hacia otro lado. No quiero ver a mi madre llorando. —¿Cuánto tiempo ha estado así? —Desde Rowena… Rowena la puso bajo algún tipo de hechizo. —Mis ojos se movieron de nuevo a la pequeña botella marrón sobre la mesa de noche. —¿Ella bebió eso? Espera, ¿cómo sabes que Rowena lo hizo? —Mi madre levanta lentamente la cabeza para mirarme con los ojos hinchados. —Porque me lo dijo. Tu hermana se sentó y me dijo con una sonrisa en su rostro y una luz en sus ojos que… —Mi madre hace una pausa, alisando la colcha sobre la forma del cuerpo de mi abuela—. Me dijo que él la quería. —Pero… —Me acerqué a la cama y miré hacia abajo a mi abuela con la cara del color de la cera. —¿No puedes despertarla?

—Lo he intentado. Todo lo que pude. Todo lo que sé. Nada. Nada. No se puede romper un hechizo hecho por tu abuela. —Los dedos de mi madre apretaron la colcha antes de que regresara a su obsesivo alisado. —¿Este es su hechizo? —Sí —dice mi madre, y aunque hay un océano de amargura en su voz, coge el brazo de mi abuela con mucha ternura. —¿Ves? Debe haber elaborado su propia sangre aquí. —No quiero mirar, pero lo hago. En la yema del dedo pulgar de mi abuela hay un brillante pinchazo de color rojo. —Y entonces, se mezcla con la raíz de valeriana y debía saber que no tenía que haberlo bebido. Todo porque Rowena se sentó allí y la obligó. —Mi madre apretó su rostro en la colcha por un momento y luego se secó los ojos con el borde del cordón. Yo fruncí el ceño, mirando hacia abajo en la cama, a continuación, revisé mi impresión anterior. Mi abuela parece rígida, casi como si estuviera congelada. Ella no parecía dormida de la misma manera que Rowena lo estaba ahora. —Es por eso que Lydia ha estado usando el poder de Ro —digo, apartando mis ojos lejos del punto de sangre. —Yo no sé qué más pruebas —admite mi madre. —Si yo la mantenía aquí, trataría de salir, y ahora esto. Si la dejaba salir, entonces, estaba con ese… hombre —escupe mi madre. —Alistair Callum —digo, sacando el nombre de mi garganta. —Sí —aceptó mi madre con cansancio—. Me dijo su nombre. —Una instantánea de su pañuelo azul parpadea en mí la cabeza y las iniciales destacaban claramente, ardientes letras blancas de hilo en contra de la tela de fondo azul. AEK. Y entonces recuerdo la placa de identificación en la puerta de su oficina. —No creo que ese sea su verdadero nombre —digo lentamente.

—¿Cómo sabes eso? —Demanda mi madre, suavizando con las manos la colcha hasta que pasa mucho tiempo de cualquier indicio de que quede una arruga. —¿Lo conoces? —Me acuesto a su lado. La sala está en silencio excepto por el ocasional grito de asombro de mi madre, que está llorando otra vez. Fuera de la ventana la media luna brilla en toda su gloria en forma de hoz. —Él entró en la librería una noche durante el verano. Pidió ayuda para encontrar un viejo reloj. Una herencia de la familia. Se había perdido, dijo. En el año 1887. —Ahora no había ningún sonido en absoluto en la sala. Es como si mi madre estuviera conteniendo la respiración. —¿Por qué? —dice por último, con la ira enroscándose a través de su voz—. ¿Por qué no nos dijiste? —De repente, siento una llamarada respuesta de ira. —¿Por qué no me dijiste que tenía un Talento? ¡Debías haberlo sabido! —Dos manchas oscuras de color se deslizaron a través de los pómulos de mi madre. En un momento rápidamente se puso de pie. —Tu padre debe saber esto —murmura, no exactamente mirándome a los ojos. —Espera un minuto. —Y de repente sé que está a punto de salir de la habitación. Sin pensarlo, me ondeó hacia ella en mi mente y en silencio gritó, Para. Yo tropiezo con mis pies y nos miramos la una a la otra. Y una vez más las palabras de hacía mucho tiempo de mi abuela corren por mi cabeza. Tu hija será una de las más poderosas que jamás hayamos visto en esta familia. —Tamsin —dice mi madre, por fin, y una mano va a su garganta. Lo siento, yo quiero decir, y también, ¿te dolió? Pero en lugar de eso mis siguientes palabras salen como perfectas piedras saltando a través de un lago: uniformes y duras. —¿Por qué me mentiste todos estos años? —Cuando mi madre y yo caminamos hacia la biblioteca, un pequeño fuego sombrío estaba en

el hogar humeante, custodiado a ambos lados por los morillos Chinos. Yo trago. Rowena lo utiliza para hacer cantar a los morillos en aullidos y ladridos oxidados y yo solía reír hasta llorar. Mi padre está de pie junto a la pared con las ventanas que dan a los campos de su vivero. Al entrar en la habitación, gira, cruza detrás del masivo escritorio de nogal que está lleno de papeles, libros, plumas y botellas de tinta que a mi madre todavía le encanta usar, y mira hacia el otro lado del cuarto. Ella inclina la cabeza hacia atrás y se va hacia él. —Tamsin justo… me detuvo de usar mi talento. —Mi padre tiene esa expresión en su rostro que significa que probablemente desea tener algo del regalo de mi madre y poderse transportar de vuelta a sus jardines al instante. —Ella necesita saberlo —retumba por fin, hablándole directamente a mi madre. —Althea, lo que estaba haciendo, no sintió la necesidad de iluminarnos, y ahora digo que debemos decirlo. —La mención del nombre de mi abuela me detiene. Mi madre presiona sus manos en la sien, y amasa durante un minuto, luego vaga por un pequeño sillón de color rosa frente al fuego y se hunde en él. Por último, y sin tenerme en cuenta me dice. —Tamsin, tienes un Talento. Más de uno, por lo que parece. —Me apoyo en la pared porque siento como si mis piernas acaban de convertirse en agua. —Nadie puede usar tu talento en su contra. Simplemente no funcionará. También puedes detener a alguien utilizando su propio poder, incluso si no están tratando de utilizarlo en contra. —Al igual que dejé a Rowena hoy. Desde que convencí a Gabriel. —Sí. Y obligar a James, también. —Así que… lo que le pasa a Rowena, puedo pararlo. —Y no puedo seguir sin que el triunfo se propague a través de mi voz. Pero mi madre está sacudiendo la cabeza. —Eso es diferente. Puedes detener algo mientras está sucediéndote o a otra persona. Y como he dicho, el poder no siempre funcionará en

su contra. Incluye hechizos. Pero cuando se trata de otra persona… — Y aquí mi madre niega de nuevo con la cabeza—. …no se puede deshacer lo que ya se ha hecho. —¿Cómo? —respiro—. ¿Cómo sabes eso de mí? ¡Cuando yo ni siquiera sabía estas cosas acerca de mí misma! —Cuando tenías cuatro o quizás cinco —empezó mi madre—. Te encontré en la despensa. De alguna manera te habías subido a los estantes y encontraste una cesta entera de hojas de fresa que se estaba secando, y luego encontraste tu camino al jugo de fresa que estaba gestando. —Sin embargo, no tengo recuerdos de ello. —No era sólo el jugo de fresa, sin embargo. Era un hechizo de sueño muy poderoso. Diseñado para golpear a un hombre crecido durante días. Por lo que Cathy Monroe pagó. —¿Quién es Cathy Monroe? —Mi madre ondeó la mano. —Solía vivir en Hancock Street, con su marido. Con su marido extremadamente violento. Quería una ventaja de tres días, cuando ella lo dejara. —¿Lo qué hiciste para ella? —Mi madre asintió con la cabeza. —Lo que tú bebiste. —¿Y? —Y nada. Te quedaste despierta. Hice otro lote y Monroe Cathy tuvo su ventaja de tres días. —¿Me viste beberlo? —Mi madre se permite a sí misma una pequeña sonrisa. —No. ¿No era el primer lote? El segundo y el tercero y el cuarto, sí. Tu padre bebió el segundo lote contigo y durmió durante la tercera y la cuarta. —Miro a mi padre, que ahora ajustaba los troncos en la chimenea con un atizador. —Está bien, pero ¿cómo sabías que yo también podía…? —Tu abuela nunca ha sido capaz de leer tu mente.

—¿Nunca? —Pensé en todas las veces que he preparado pensamientos con la cabeza en blanco en caso de que ella estuviera tramando algo. —¿Qué pasa con el momento en que Jerom se rompió el tobillo? — Sentí que lo hacía a continuación. —Sentiste su intento —me corrige mi madre. —¿También te sientes mareada después de eso? —Pienso en el día en que volé sobre la espalda de mi primo y recuerdo la punzada de adrenalina que se apoderó de mí después de que me caí. Yo siempre había supuesto que era un reflejo tardío de la conmoción de la caída a través del aire o del muy duro aterrizaje. Asiento con la cabeza. —La primera vez que comenzamos a usar nuestros talentos, muchas veces nos toma por sorpresa. Algunos de nosotros nos mareamos y otros tienen dolores de cabeza tremendos. —Me alegro de que de pronto soy parte del “nosotros” y ahora del club del “nosotros” —digo. —Cuanto más utilices tu talento, más disminuye el efecto y, finalmente, desaparece —dice mi madre, haciendo caso omiso de mi comentario. Ella aprieta los dedos en la frente con tanta fuerza que parece como si estuviera tratando de frotar los agujeros en su piel—. No hay más —añade mi madre, como si se preguntara cuánto revelar—. Tu abuela piensa que puedes imitar talentos de otras personas. —¿Qué? —Si alguien usa su talento en tu contra, como en hacerte daño, no va a funcionar. Pero si siguen haciéndolo, puedes adquirirlo. —¿Cómo sabes eso? —Mi madre niega con la cabeza. —Eso no lo sé. Ella dijo que lo vio, vio que lo haces. —Miro a mi madre. —¿Cuándo? No puedo hacerlo… nunca lo había hecho. —Toco mi collar de medallón, torciendo la cadena en mis dedos.

—¿Por qué…? ¿Por qué mantenerlo en secreto de mí todos estos años? ¿Por qué me dejaron creer que era… esta decepción grande y gorda para todos ustedes? ¿Y por qué Rowena consiguió saberlo y yo no? —Rowena sucederá a tu abuela algún día y tiene que saber ciertas cosas —responde mi madre a mis preguntas. Pero estoy apenas escuchando, porque esa misma ola de hormigueo pasa por encima de mí, como un escalofrío en mi cuello, y me giro y miro en el último rincón de la sala, donde incluso las sombras encendidas por el fuego… no llegan. Sin pensar, sin llegar a mi mente y bam, tío Morris aparece a la vista. Sus ojos se alejan de mí y él se encoge de hombros un poco. —Morris —llora mi madre. —Olvidé mis lentes —dice con desenfado cuándo pasea por la habitación, haciendo una muestra de la búsqueda en una pequeña mesa auxiliar. —No, supongo que no están aquí. —Sus bordes comienzan a brillar, pero sigue siendo él completamente en su lugar. Sus cejas saltan hacia arriba, pero no ceden. —Tamsin —dice mi padre, pero ignoro la tranquilidad en el rumor de advertencia en su voz. —Si quieres irte, entonces, sal de la manera correcta —digo, a pesar de una parte de mí se estremece, junto con el tío Morris. No es su culpa. Él da un pequeño tirón a la perilla y, a continuación, se mueve más rápido de lo que he visto pasar en mucho tiempo, se apresura hacia la puerta. Una pausa, me mira, abre la boca como para decir algo, entonces parece pensarlo mejor. Al abrir la puerta, él sale, y yo me quedo con la mirada en sus ojos. Herido y desorientado. —¿Es por eso que no me lo dijiste? Pensaste que yo estaría impidiendo todo el tiempo a la gente todo el tiempo de ser… ellos mismos.

—No —dice mi madre en voz baja—. No, no te lo dije porque tu abuela nos lo pidió. Porque dijo que aunque ella no sabía exactamente por qué, un día te lo tendría que poder dar. —¿Y qué es eso? —Ella… nunca podría decirlo. Lo único que sabía era que un día tendría que hacer una elección y que para aumentar la forma en que se le ayudara cuando fuera el momento. —¿Quién más? —exijo—. ¿Quién más sabe de mí? —Nadie. Sólo tu abuela, tu padre, y yo. —Mi madre mete un pedazo de pelo detrás de la oreja—. Y, por supuesto, Rowena. —Rowena —hago eco. Por supuesto. Perfecto, Rowena, quien se hará cargo de la familia algún día. A pesar de que siempre he sabido esto, todavía no puedo detener este derrame amargo de pensamientos. En un pequeño rincón de mi mente, todo el día había sido la acogida de esta locura, tonta de que ahora yo tenía realmente un poder, tal vez sería un maldito faro que mi abuela había predicho… o lo que eso significara. Que por una vez Rowena no tenía la llave de ser tan talentosa, tan especial. Que tal vez sería yo la que guiara a mi familia… sacudo la cabeza alejando a esos pensamientos. —No puedo creer que estuvieran de acuerdo con esto. —Acuso a mi madre ahora. Un gruñido bajo como un trueno suena pasando por los cristales, y la expresión de mi padre, por lo general tan suave y benigna, como una lluvia de primavera cálida, ha cambiado a algo más nítido. —Si estás haciendo esto, detenlo —le increpo a él. —O lo voy a detener por ti. —Mis padres me miran como si yo fuera una niña arrogante, pero me trae sin cuidado. Mi padre abre la boca, pero me apresuro pulgadas. —¿Quién es esta persona? ¿Alistair Callum? —Mi madre suspira. —Hace mucho tiempo —comienza, ignorando lo que mi padre iba a decir—. Hace mucho hubo una guerra. —De alguna manera tengo la sensación de que no estoy a punto de escuchar una conferencia

acerca de la Revolución Americana—. Una lucha, en realidad, entre la familia y otra familia mucho más poderosa. Esta familia creía en cosas en las que… nuestra familia no creía. —Hace una pausa, como si contemplara las cosas, y luego continúa a toda prisa—. Se capturó su poder y se logró aislarlo en un objeto… no está exactamente claro cómo —dice ella, obviamente anticipando mi siguiente pregunta—. Nuestra historia nos dice que cuatro miembros de nuestra familia se unieron para trabajar en un poderoso hechizo, y que hicieron un gran sacrificio para hacerlo. —Ella se detiene, junta las manos, y recita—. Uno estaba en el Norte, y uno de pie en el sur, uno quedó para el Este, y un sinónimo de Occidente. El Norte convocó Aire y el del Sur llevó el agua; el Este llamó al Fuego, y el Occidente dio la Tierra. Y todos estaban unidos. —La miro. —Um… no me dice nada —digo al fin y soy recompensada con un fruncimiento de reprobación del ceño de mi madre antes de que continúe. —De todos modos, eso es lo que llamamos el Domani… en todo esto de los restos de energía de la familia… cualquier persona que sea y esté vinculado a esta familia a través de sus líneas de sangre ha estado y está afectada por este hechizo. Y, por supuesto, escondió el Domani con mucho cuidado. —¿Por qué no simplemente lo destruyen? —Mi padre se aclara la garganta. —¿No vas a la escuela? —Esto parece como una pregunta particularmente extraña para hacerla precisamente ahora. Pero, continúa. —¿La clase de ciencias? —Ahora bien, esto está empezando a tener más sentido. Mi padre ama la ciencia. Einstein, Newton, Mendel… son todos sus héroes. Siempre que sea posible, mete a la ciencia en la conversación. No importa si nadie está de humor para ello. —¿Recuerdas la regla de que la materia ni se crea ni se destruye? Bueno, se aplica aquí. —Sólo ha cambiado —mi madre añade en voz baja. —¿Puede volver a cambiar? —Mi madre toma un respiro.

—¿Quieres decir que se puede recuperar y volver a despertarla? — Asiento con la cabeza y el fuego aparece y silba al igual que ella contesta. —Sí. —Por lo que la palabra se pierde en los recovecos oscuros de la habitación. —Nosotros pensamos que ya ha despertado. De alguna manera. — Ese de alguna manera va sonando a través de mí como una campana que retiñe frío. Y entonces, escucho de nuevo las palabras del hombre de la levita. Realmente no sabes lo que has hecho, ¿verdad?

Capítulo 16 Traducido por Dham-Love Corregido por Obsession

E

l reloj. El reloj que él quería que yo encontrara. Ese era el Domani, ¿No es así? Mi mamá puso su mano en el brazo de mi papá mientras él me miraba y trababa de explicarlo urgentemente. —Tamsin lo ha conocido antes. Vino a la tienda durante el verán hoy le pidió que lo ayudara. Él es un profesor. O al menos eso afirma — terminó. —¿En tu escuela? —dijo mi papá, sorprendido. —No. En la escuela de Rowena —dije sarcásticamente. Luego me mordí el labio—. Lo lamento. En NYU en realidad. —Pero yo no... ¿por qué pidió tu ayuda? —preguntó mi papá. —Gracias —dije —Tamsin —dijo mi papá agudamente. —Eso no es para nada lo que quise decir. Lo que quería decir es, ¿por qué vendría a la librería si no sabe nada sobre esta familia y espera que tú lo ayudes? —Lo que tú no sabes es que hay un hechizo de protección sobre esta familia. No se extiende muy lejos —agregó mi mamá débilmente. —No más allá de los límites de esta ciudad. —Pensé en esto por un segundo. Eso explicaba el profundo desagrado de mi mamá por cualquier lugar que no fuese Hedgerow. —Y por supuesto, el hechizo no funcionaría en ti de cualquier manera. Por lo que él pudo acercarse a ti en la librería. —Hice crujir con mis dedos.

—Pretendí ser Rowena. —¿Tú qué? —dijeron mi papá y mi mamá al mismo tiempo, ambos mirándome. —Él pensó que yo era Rowena y yo... le seguí el juego. Luego se dio cuenta que no lo era. —Decidí no mencionar que tan después fue que se dio cuenta. —¿Cómo lo encontraste? —preguntó mi mamá. —¿El reloj? ¿Cómo? —Lo vi. En una pintura. En la casa del Tío Chester y la Tía Rennie. Y luego yo... fui allá y lo conseguí. —¿Puedes Viajar? —mi mamá jadeó. El fuego mordió un tronco con un sonido particularmente fuerte. —¿Qué es eso? —pregunté sin comprender. —Nadie ha sido capaz de Viajar en esta familia por generaciones. Sin mencionar que no está permitido —dijo mi madre, incluso cuando eso no respondía para nada mi pregunta. Levanté los hombros. No estoy por rendirme, Gabriel. —¿Cómo podría haber sabido eso? No es como si todos me dijeran las cosas por aquí —gruñó de nuevo y miré a mi papá antes de agregar— . Quiero decir, tal vez si me explicaran lo que es Viajar... —Viajar —empezó mi papá en un a voz pesada—. Es un viejo Talento que parece haberse perdido con los años. Nadie ha sido Dotado con eso por generaciones. —Luego giró su peluda cabeza y me miró—. Nadie que sepamos. —Traté de no revolverme. —¿Y eso es malo? —suspiró mi mamá. —Sólo digamos que no es bueno. El tiempo es “Delicado” —mi padre dijo, y ella asintió. —Sí. Por decirlo suavemente. El tiempo es frágil en realidad. Si tocas incluso una sola cosa, perturbarías el pasado, luego eso podría tener consecuencias en el futuro que son... —Desoladoras Desastrosas.

—Mi

papá

parecía

reconsiderarlo

y

agregó—.

—Oh —dije en una pequeña voz. —¿Cuándo paso esto? —mi mamá finalmente preguntó—. ¿Antes de que Rowena... se enfermara? —Asentí y este pequeño movimiento parecía confirmar el peor de los miedos de mamá, porque sus manos volaron hacia su rostro. —¿Qué está pasando? —Pensamos que un poco del poder del Domani escapó cuando viajaste de nuevo. ¿Tú... tocaste algo? —Mi papá empezó a ir y venir por las escaleras, sus brazos balanceándose ligeramente, sus manos contrayéndose un poco, como si no quisiera más sino arrancar está situación desde sus raíces. —Por supuesto que lo tocó. Ella es la única que podría. ¿Había alguien cuidándolo? ¿Un hombre o una mujer? —Un hombre —decidí omitir la parte en la que él me lanzaba bolas de fuego—. ¿Quién era él? —El Guardián. —El Domani cambia de vez en cuando, y también el Guardián. Él dijo que el poder había pasado —dije emocionadamente. Mi papá estaba asintiendo como si estuviera confirmando su más grande hipótesis. —Debe haberlo hecho. Afortunadamente, lo que sea que le hayas dado a este... profesor no era el Domani ya. —¿Entonces está bien? —pregunté con esperanzas, incluso aunque yo sabía que no era posible. No con los mirándome como lo estaban haciendo. —Sólo el hecho de que lo tocaste significa que un poco del poder escapó. Lo suficiente para... —Lo suficiente para darle a Alistair lo que necesitaba para conseguir a Rowena —terminé aturdida. De alguna manera, menos mal había una silla lo suficientemente cerca para dejarme caer en ella, porque no sabía si mis piernas podrían soportar mucho más. Rowena, pensé, y mi mente se devolvió a la noche cuando Alistair había entrado al taxi después de ella y se habían ido. Esa fue la última vez que mi

hermana fue... mi hermana. Mi mamá se levantó lentamente, camino hacia el escritorio, y abrió un pesado libro de cuero café que estaba sobre el estante verde. —¿Has visto este libro antes? —Sentí como si me estuviera moviendo por agua densa mientras me levantaba y caminaba para pararme a su lado. Con un dedo trace el rollo de cuero trabajado y hojas que cubrían el lomo. Mi mamá parecía estar conteniendo el aliento. Sacudí mi cabeza. —Este libro es muy valioso. Contiene la historia de nuestra familia y también un vistazo del futuro como debe suceder. —El calor de la chimenea empezó a subir por mis tobillos y pies como algún tipo de advertencia: Retrocede, retrocede. Dudé. Por tanto tiempo me había dicho que no quería tener nada que ver con los Talentos de mi familia y todas sus complicaciones que ya parecía que me habían convencido. Líneas y líneas de una escritura densa y oscura cubrían lo que parecía una vitela muy vieja. Pero cada vez que trataba de leer algo, las palabras se distanciaban de mí. Sin pensarlo bajé mis dedos a la página como para sujetar las palabras en su lugar. Pero todas se deslizaron hasta el lomo del libro como agua filtrándose por una grieta. Mi mamá le dio un golpecito a las páginas hasta que se convirtió en una blanca. En una voz temblorosa preguntó. —¿Puedes ver algo? ¿Algo en absoluto? —La página permanecía como un pedazo de un espacio vacío. —No hay nada que ver —dije. Mi papá suspiró. —Vale un intento, Camilla —Los ojos de mi mamá lucían sospechosamente húmedos y un segundo después se los frotó suavemente contra su manga. —Pensé que habías dicho que... yo era inmune a los hechizos. —No hay un hecho en esto. Bueno, sí —mi mamá se corrigió a sí misma. —Hay un hechizo simple de seguridad en el libro para mantener a los ojos curiosos fuera. Es algo de un rito de pasaje para todos los que tratan de mirar este libro y... —Su voz titubeó mientras encontraba mi dura mirada.

—No lo hubiera sabido —dije secamente. —Este es un Talento. El leer el futuro. —Como la manera en que leer el futuro en todas las tazas de té de las mujeres y todos esos... —No su futuro. Nada de eso. Nuestro futuro. El futuro de nuestra familia. Pensé que tal vez ya que tenías otros Talentos como Viajar... —Me dio una mirada dura y dubitativa, pero me rehusé a dejar cambiar mi rostro una partícula, hasta que mirara de nuevo al libro—. Creo que podrías tener éste. —¿Entonces quien puede leer esto? —Pero yo conocía la respuesta. —Tu abuela —confirmó mi mamá. —Requiere una tremenda cantidad de Talento ser capaz de descifrar el futuro. Y entonces, es a veces frustrante, como el futuro puede cambiar así nada más... —Mi mamá hizo crujir sus dedos, haciéndome saltar un poco. —Aunque, quién pueda leer este libro es el que guiara a nuestra familia. Siempre ha sido de esta manera. —Entonces, ¿quién sea que la Abuela lea aquí influenciará en sus decisiones? —Cuando mi mamá asintió, no puede evitar añadir—. ¿Entonces ella leyó algo que la hizo querer mentirme todos estos años? —Miré el libro de nuevo hasta que la página brilló con un resplandor blanco. —Tu Abuela no miente —dijo mamá severamente. —Perdóname, mamá —susurré—. Todos mintieron. No importa si no fue exactamente en palabras. —Había un pequeño e inmundo silencio entre nosotros y luego un trueno tan fuerte que hizo a mi mamá y a mí saltar. Mi papá se dirigió hacia mí. —Tú. Mentiste. También —Él exclamó también, con su dedo apuntando directo a mí—. Si nos hubieras dicho lo que hiciste por este hombre pronto, tal vez tu hermana no estaría...

—¡Lo hice! —grité. Las llamas en la chimenea se encendieron silenciosamente en respuesta y yo los miré, distrayéndome un momento por la sensación pulsante en mis palmas. Luego me forcé a mí misma a continuar—. Le dije a la Abuela que él había venido a la tienda una noche y me había pedido encontrar algo y que yo lo había hecho. Lo había encontrado. —Mis padres me miraron, pero fue mi mamá quien se recuperó primero. —¿Le dijiste? —susurró mi mamá—. ¿Cuándo? —Luego su rostro parecía hacerse más pálida en las sombras de la habitación—. Cuando llamaste a casa —asentí. —No le dije todo. Pero le dije que había encontrado algo que creía no debí haber encontrado. —Me detuve, pensando de nuevo en las palabras de la abuela—. Cuando ella me dijo eso yo empecé esto, tenía que verlo. Que no veía otra salida para mí. O para alguno de nosotros —Sacudí mi cabeza—. No sabía lo que quería decir. Pensé que era... —Levanté los hombros y deje mis palabras salir. —Pero si ella sabía lo que era, ¿por qué le dijo a Tamsin que viera “A través”? —preguntó mi mamá. Su pregunta no parecía estar apuntada hacia mí, así que mire a mi papá, pero él parecía igualmente perdido. Finalmente, él dijo. —Porque Althea debió haber previsto algo peor si Tamsin no lo ayudaba. —¿Quién es él? —susurré. —Es uno de los Knight. Ese era el nombre de su familia. Los Knight — decía pesadamente porque mi mamá parecía incapaz de responder. Estaba mirando algún libro, entrecerrando los ojos ocasionalmente como si algo permaneciera constante fuera de los límites de su visión. —Ellos nunca estuvieron contentos con lo que teníamos. —¿Teníamos? —Oh, sí. En un punto no había división entre nosotros. Entre ninguno de nosotros. Éramos todos Talentosos. Vinimos a este nuevo país buscando un lugar para empezar de nuevo. Habíamos sido perseguidos en otros países. ¿Aprendiste sobre cacerías de brujas en

la escuela? —mi papá continuó, sus manos puesta en su espalda. En realidad, debería haber sido un profesor en alguna universidad. Asentí. —¿Esos éramos nosotros? —Bueno, algunos de nosotros. La historia no siempre está bien. Pero sí, fuimos perseguidos hasta que llegamos aquí. —Pero aquí también había cacería de estudiamos lo de las brujas de Salem y...

brujas.

Recuerdo

que

Y luego Leah Connelly y Melanie Nightingale me arrinconaron en el baño de chicas durante el receso, abriendo las tapas y tratando de forzar mi cabeza en el inodoro para ver si no me ahogaría como una verdadera bruja. Estaban planeando hacer la prueba del pinchazo también, hasta que le cuarteé el labio a Melanie. —Sí —mi mamá estuvo de acuerdo, levantando su cabeza finalmente y frotando sus ojos—. Pero para ese entonces habíamos aprendido como mezclarnos, como desaparecer en sociedad. —¿En serio? —pregunto—. Umm... ¿Olvidamos hacer eso ahora? Porque no somos tan buenos en mezclarnos y desaparecer —Mi papá hizo otro sonido estruendoso, pero esta vez sonó más como una risa. Mi mamá se encogió de hombros. —Oh, eso. La época es diferente ahora. De todas maneras, algunos de nosotros escogimos usar nuestro Talento para curar y otros escogieron usar nuestros Talentos para cultivar. Elecciones pacíficas. Excepto por los Knight. Con el tiempo empezaron lo que habían estado haciendo en los viejos países. Siempre habían tratado de explorar los reinos más profundos y oscuros de sus Talentos, llevándolos más allá de sus límites hasta que sus Talentos se deformaron —La voz de mamá se desvaneció en la última palabra mientras presionaba sus manos en sus ojos de nuevo por un instante—. Algunas de sus... exploraciones envolvían a otros humanos. Encontraron maneras de extender su vida natural al extraer la fuerza de los humanos. —¿Cómo? —susurré, pero mi mamá sacudió su cabeza.

—Nunca hemos sabido. Ellos usaban hechizos, cuyos orígenes nunca pudimos entender. Hechizos que involucraban la sangre de sus víctimas —De repente la sombrilla negra de Rowena llegó a mi mente y vi de nuevo la larga línea roja en su mano. Y Alistair secando su sangre con un pañuelo. Mi papá se aclaró la garganta y dijo. —Al principio estaban contentos con usar personas sin Talento. Pero una vez que hubieron manejado eso, empezaron a utilizar personas con Talento. Ahora en lugar de sólo extender su vida, también extendían sus poderes —empezó de nuevo a ir y venir, se detuvo—. ¿Has estudiado a los parásitos en la escuela? —Una pequeña lección de ballenas y sus diversos invitados llego nadando hacia mí. —Um... ¿Sí? —Bien —dijo mi papá, saltando de nuevo a modo sermón. —Piensa en un parásito y en cómo extrae todo de su huésped. Algunas veces sin que el huésped lo sepa. —O lo sepa cuando es demasiado tarde —intercedió mamá. —Rowena —susurré—. Su muñeca —dejé escapar—. ¿Él se... está tomando su sangre? —Sí. Siendo parte de la familia de los Knight, este hombre sabría el hechizo. Él no habría sido capaz de usarlo en todos estos años, pero él habría estado listo y esperando por el momento adecuado, cuando suficiente poder del Domani se hubiera escapado. —Mamá giró las páginas del libro de nuevo con las manos temblorosas, como esperando que las respuestas fueran a aparecer de repente—. Está en su sangre ahora, como una fiebre. O como una adicción. Una que es muy, muy difícil de romper. —¿No puedes sólo... matarlo? —Papá me miró con gravedad. —Hemos pensado en eso. Tomaría la vida de una persona felizmente en este caso... —Mamá puso su mano en su brazo. —Incluso aunque la vida es sagrada, como bien sabes —ella dijo—. Pero hay otro aspecto en este hechizo. Hay un efecto espejo. Lo que

sea que le hagas al generador del hechizo se reflejará en quien ha sido hechizado —susurró mamá como citando un texto de memoria. —Tres veces más. —¿Qué hay entonces si yo... Viajara? —susurré—. De nuevo cuando... cuando... —No —dijo mamá agudamente. Vino hacia el escritorio y se apoderó de mis brazos—. No puedes Viajar de nuevo. ¿Lo entiendes? —No —dije, tratando de zafarme de su agarre, pero sus dedos estaban cogidos en mí profundamente. —Ya ha habido consecuencias horribles por tu Viaje. ¿No lo ves? — silbó mamá. —¿Pero por qué no puedo simplemente regresar y arreglarlo? —Mi mamá me dio una pequeña sacudida. Lo suficiente para hacer golpear mis dientes traseros. —Au, mamá... —No puedes sólo “arreglarlo” como tan alegremente llaman, porque el Tiempo, como te hemos estado diciendo, es extremadamente delicado. Una vez que tiras de un hilo deformas algo más en el patrón. —De acuerdo, pero... —Promete que no lo harás. Promételo. —Los ojos de mamá eran dos puntos de luz entrecerrados en mi cráneo. —De acuerdo, de acuerdo. —Finalmente, me soltó y retrocedió un poco, y la sangre empezó a regresar hacia mis brazos. —Dile —dijo mi papá suavemente detrás de ella, y el color pareció irse completamente de su rostro—. Dile por qué. —Porque Rowena puede... leer el futuro, también. —Por supuesto que puede —murmuré. Y en realidad no estaba sorprendida. Rowena es la más poderosa de nuestra familia, después

de mi abuela. Siempre lo había sabido, y lo había aceptado. Hasta hoy. Pero abruptamente me giré hacia mi mamá, quien agregó. —Y ella... ella ha leído algo de esto. Antes de que la atrapara. Antes de la detuviera —me sentí crecer bastante quieta. —¿Y te dijo lo que había leído? —susurré. —Ella leyó... ella leyó donde tu Viajabas y no regresabas. No podías, por alguna razón. —Presioné mis labios como si eso ayudara a calmar el temblor. No funcionaba. —Por favor, Tamsin —dijo mamá, y luego su voz se quebró. —No necesito perderlas a las dos.

Capítulo 17 Traducido por PaolaS Corregido por Obsession

Y

o encuentro a Gabriel en el salón de abajo, jugando a las cartas con mis primos Jerom, Silda y la tía Beatriz, de todas las personas. Me quedo en silencio y encogiéndome de hombros a Gabriel en respuesta a sus cejas levantadas. Sus manos volteando tarjetas alrededor de la mesa de nogal, y ellas siendo o cambiadas por los jugadores o plegándose en lo que parece ser una pila de descartes. De vez en cuando, Gabriel asigna unas pocas más de la pila que se apoya en el centro de la mesa junto a tres botellas de cerveza y un pequeño vaso de cristal que parece jerez. No hay duda de a quién pertenece ése. En un rápido movimiento de la tía Beatriz se toma de nuevo el contenido, a continuación, golpea el vaso al estilo staccato sobre la mesa, poniendo los ojos, Silda se levanta para recuperar una jarra del aparador. —Aquí, tía Beatriz —dice ella, y conduce un poco más del líquido color ámbar en el vaso—. Pero eso es todo, ahora. No más. —De alguna manera, creo que dijo esto antes. Al parecer, Tía Beatriz no parece demasiado afectada, tampoco, porque saluda a Silda con un guiño, ríe, y golpea sus cartas boca arriba sobre la mesa. Todo el mundo gime y tía Beatrice levanta sus manos y lanza un par de aretes, un par de gemelos, y varios billetes arrugados. —No hay fichas de póquer —explica Gabriel mientras camino por estar detrás de él. Recojo lo que espero sea su cerveza y tomo un trago saludable. —¿Todo bien? —Me encojo de hombros.

—En realidad no. Pero sigue jugando. —Insto en un susurro mientras Jerom juega con sus cartas esta vez, con los dedos en un imposible borrón. Gabriel se hunde en su asiento. —¿Quieres jugar, Tam? —Silda pregunta, ya moviendo su silla un poco para hacer espacio. Yo sacudo la cabeza y permanezco de pie. —No, gracias. —Luego, con una sonrisa añado—. Pero probablemente debes saber que Jerom acaba de hacer un par de tarjetas desaparecer. Mi conjetura es que son ases. —¿Qué? —dice mi primo, con las manos congeladas sobre la mesa en el acto de cambiar una tarjeta con la tía Beatriz—. Eso es una mentira —insiste, sus ojos azules aumentando drásticamente. Silda lo mira, frunciendo la boca en forma de un pequeño botón. —¿Hiciste trampa de nuevo, Jerom? —Nunca he hecho trampas. —Su hermano persiste, poniendo los ojos hacia el techo como si buscara la verificación allí. —¿Ah, sí? Bueno, ¿qué es esto? —dice Gabriel, llega hasta alrededor de los pies Jerom y tira de un rectángulo delgado, una carta. La reina de espadas parece hacernos un guiño a todos. —¡Jerom! —Silda grita. —¡Oh, querida! —dice la tía Beatriz. Ella mira la tarjeta de cerca—. ¿Esa no es la que...? No, eso no es lo que he perdido. —Ella suspira, sorbe la mayoría de su jerez, a continuación, comienza a agitar su vasito en un arco por encima de la cabeza de todos. Las gotas del líquido caen por encima de la mesa y las tarjetas, y todo el mundo comienza a hablar a la vez. —¡Tía Beatriz! —Alguien para cambiar. ¡Alguien además de Jerom! —Bueno, ¿no es increíblemente conveniente como Gabriel ha estado encontrando todas sus cartas justo en el último momento? —¡Hey! Sólo he tenido suerte. —Llego por encima del hombro de Gabriel, apoderándome del grupo, y mirando a través de él.

—¿Quién ha cambiado todos estos a ases? —les pregunto mientras doy la vuelta a cuatro ases y luego cinco más puestos a lo largo de la mesa. —No soy una campeona de póquer, pero estoy bastante segura de que hay sólo cuatro ases en cada servicio de barajas. —Silda —Jerom dice, su voz cargada de desaprobación—. ¿Tú? No puedo creerlo —termina, sacudiendo la cabeza. —¡Oh, cállate, Jerom! Como que no has estado haciendo trampas todo el tiempo. —Yo podría utilizar una gota o dos más —dice la tía Beatriz, tosiendo con delicadeza—. Y entonces, quizás Tamsin podría jugar. Puede detener todo esto todos modos. ¿No saben lo que puede hacer? —Un pequeño momento helado se instala sobre la mesa. —¿Es cierto, Tam? —Silda pide, por último, su voz es difícil de leer. Desliza una mirada hacia mí mientras que hace girar una tapa de cerveza entre sus dedos. Por un instante destella en un diamante, a continuación, un zafiro, luego, un rubí, antes de que bruscamente la tire de nuevo en la mesa como un disco delgado de aluminio, una vez más. —¿Es cierto que nos puedes impedir... utilizar nuestros talentos? — Abro mi boca. Silda y yo siempre nos hemos llevado bien en general. Tal vez porque ella es la hermana Gwyneth, por lo que, naturalmente, nos unimos por el hecho de que las dos estábamos maldecidas con unas perfectas hermanas mayores que aparentemente no podían equivocarse. Algunos de mis mejores recuerdos son de robar las cosas de Gwyneth y Rowena —un par de Pendientes de cristal o tacones altos— y luego ver a Silda rápidamente cambiarlos a canicas o zapatillas de deporte sucias, mientras que nuestros hermanos aullaban la casa abajo llamándonos ladronas. Pero luego, cuando mi propio talento no apareció, Silda y yo nos desviamos mucho, lo suficientemente separadas como para que yo la evitara como a todo el mundo en las reuniones familiares. Ahora tomo un respiro y espero hasta que me mire de nuevo, a continuación, inclino de cabeza.

—Al parecer. —Echo un vistazo alrededor de la mesa en silencio. Tía Beatriz encuentra mi mirada, y estoy sorprendida por la caída repentina de su boca, las lágrimas ruedan por encima de sus ojos oscuros. Yo trago y digo rápidamente. —Así que... sin trampas, todo el mundo. Porque yo lo sabré. Eso va para ti también, Gabriel. —Golpeo la pila de cartas ligeramente en la parte posterior de su cabeza y él me sonríe antes de sacar la pila de mis manos. Pero es el único que lo hace. Yo me doy cuenta que Jerom y Silda de repente colocan sus sillas más cerca. —Bien —dice Jerom—. ¿Qué hay de gin, entonces? ¿Trece cartas? Estoy harto del póquer. —Sus palabras son luminosas y alegres, pero no puedo dejar de sentir esta horrible sensación de hundimiento temeroso a través de mí. ¿Qué esperaba, de todos modos? La mano de Gabriel se cierra alrededor de mi muñeca en una compresión tibia, pero me escapo lo más discretamente posible. —Oh, me encanta la ginebra —la tía Beatrice ríe, su estado de ánimo alegre, aparentemente restaurado por la asociación de palabras con alcohol fresco. —Y vino de Jerez —dice enfáticamente a Silda, que la ignora. Agradecida por la distracción, yo tiro del vaso de los dedos sin resistencia de la tía Beatrice y cruzo hasta el aparador, deposito una pequeña cantidad de vino de Jerez. Las lágrimas son pinchazos a lo largo de los bordes de mis párpados y yo tomo una respiración profunda. Mientras le doy el vaso a la tía Beatrice, mira hacia arriba, con los ojos brillantes y saltones hacia a mí. —Yo te conozco, querida —dice ella, con la mano congelada en la mitad del movimiento—. Tú puedes detener a la gente ¿no? Tú me detuviste —susurra. Toma el vaso de mí, baja el contenido de un solo trago, y presiona la lengua a la esquina de su boca—. Y luego lo perdí. He perdido todo. —Su voz se agudiza en su habitual tono—. Yo lo perdí y ya no seré capaz de encontrarlo de nuevo. Nunca. —Tía Beatrice —Silda, dice, haciendo una moción para que le quitara el vaso a la vieja mujer—. Realmente creo que has tenido suficiente.

—¡No! —yo digo claramente—. Toma un poco más. —Llego al tablero sobre el aparador, arrebato la botella, y chapoteo una cantidad correspondiente en el vaso de la tía Beatrice. —¡Tamsin! —Silda dice, su voz llena de shock. —En serio, Tam. No es bonito cuando se emborracha —Jerom murmura. Pero la tía Beatriz traga sin placer evidente, con los ojos tristes de nuevo. —¿Cuándo fue eso, tía Beatrice? —le pido, inclinándome hacia abajo de modo que tenga que verme. Su boca tiembla, parece aflojarse durante unos segundos, y luego se sienta con la espalda recta, y la cabeza cerca de chocar contra mi cara en el proceso. —En el año 1939. ¡Oh, las fiestas que solíamos tener! —Aplaude con las manos juntas una vez, luego otra vez, como si estuviera encantada con el tintineo de sus brazaletes de cristal. —¿Aquí? —Puedo intercambiar una mirada con Gabriel, que ha echado las cartas y está escuchando atentamente. —No. Aquí no, por supuesto. No he venido aquí sino más adelante. Mucho más tarde. Después que mi Roberto murió. —Su boca se suaviza. —Donde el tío Chester y la Tía Rennie —digo lentamente. —Mi casa —dice la tía Beatriz grandiosamente—. Fue mi casa entonces. Aún lo es —añade con un temblor en su voz, y tengo miedo de que la melancolía se apodere. Pero entonces da una sonrisa radiante hacia nosotros y dice. —La ciudad de Nueva York. Era hermosa. Y yo era muy joven entonces. Tan fuerte —ella susurra. Levanta sus manos, finas garras de ave y la mira—. Un movimiento y podía congelar. Pero no es así, querida. No puedo, tú sí —dice, moviendo la cabeza hacia Gabriel. Las cejas de Gabriel se inclinan y él apunta un dedo hacia el pecho como si quisiera preguntar, ¿Yo? —Bueno, eso es una tontería, tía Beatrice —Silda espeta, entonces me dice—. Está equivocada. Ella piensa que eres otra persona.

—Yo la conozco —insiste la tía Beatrice—. Yo sé quién es. ¿Por qué lo hiciste, Tamsin? —me pregunta en voz baja, y su voz se llena de tanta tristeza que trago, muevo la cabeza. —Lo siento —susurro, y Silda saca hacia atrás su silla y nos encuentra. —Eso es suficiente, ahora —dice ella con fuerza, pero sus manos son suaves mientras tira de la silla a la tía Beatrice. —Vamos a ir a la cama. ¿Jerom? ¿Un poco de ayuda aquí? —Jerom tira la mano, y da a Gabriel un vistazo. —La próxima vez no vas a tener tanta “suerte” —dice antes de moverse al otro lado de la tía Beatrice. —Lo que sea —Gabriel responde alegremente como él comienza a colocar las cartas de nuevo en una pila ordenada. —Estoy bien —dice la tía Beatrice, manoteando a Jerom, pero la esquiva, la levanta de su silla, y se mueve hacia la puerta con Silda detrás de ellos. Por un instante, Silda me mira. —Tam, no tomes nada de lo que dice en serio, ¿de acuerdo? Ella está... bueno, ya sabes cómo está. —Y con un encogimiento de hombros cierra la puerta detrás de ellos. Es sólo entonces que me he dado cuenta de lo fría que la sala está. La lluvia de antes parece haberse filtrado en las paredes y dejado un aire húmedo, a moho detrás. Temblando, me muevo hacia la chimenea, apilo madera de la canasta en la casa, y espolvoreo una mágica cantidad de leña en ella antes de encender un fósforo largo. La llama se enciende y silba antes de que lama la madera y comience a crecer. Me siento de vuelta en mis talones en una silla detrás de mí y luego Gabriel se acuclilla a mi lado. Él todavía está sosteniendo la pila de cartas, boca arriba esta vez, y las voltea automáticamente una y otra vez. El sonido de las cartas es interrumpido por el sonido de las llamas, ya que se establecen más profundamente en el fuego. Sacando luz a media a través de las manos de Gabriel, suavizando las características planas de la jota de picas, el rey de corazones, la reina de diamantes, mientras giran en un revoltijo sin fin ante mis ojos. —¿Sabías? —le susurro al fin—. ¿Que yo tenía un Talento?

—¿Cómo iba a saber? —dice Gabriel—. Ni siquiera lo sabías tú hasta hoy. —Mis padres sabían —le digo oscuramente—. Y mi abuela. ¡Y Rowena! Todo este tiempo. Pero de alguna manera ¡Oh, y me dijeron que podía recoger los Talentos de otras personas. Si los intentan utilizar contra mí lo suficiente. —¿Cuántas veces? —No sé. —Tam —dice Gabriel lentamente—. Aquel hombre en 1899. ¿No te trató de lanzar fuego unas tres veces? ¿Crees que...? Nos miramos el uno al otro. Tomo una respiración irregular, examino mis palmas. Todavía lucen ordinarias para mí. Lentamente levanté una mano y apunto a la chimenea. Una ráfaga de rojas llamaradas brillantes salen de debajo de mi piel y luego una esfera de fuego brota de la palma de mi mano, con la explosión de un suave zumbido en la chimenea. El fuego real que he construido hace unos minutos arde en respuesta antes de morir de vuelta a su luz débil. Temblando, miro mi palma. La piel está intacta y fría al tacto, pero mi mano se mueve como una campana que ha sido golpeada. —Es por eso que nos dijeron... —Gabriel dice en voz baja, su voz se arrastra lejos. Lanzo mi cabeza hacia él. —¿Te dijeron? ¿Te dijeron que qué? —Me encontré con sus ojos directamente y él me consoló. Sin embargo, sus siguientes palabras a su vez me enfriaron. —Justo antes de irme, me acuerdo que tu madre reunió a un grupo de nosotros, niños, sobre todo, y nos dijo que no ibas... probablemente no ibas a tener un Talento en lo absoluto. Así que debíamos tener mucho cuidado al usar el nuestro talento frente a ti. Y que nunca debíamos, alguna vez usar un Talento en tu contra. No creo que nadie prestara atención a eso. Pero entonces, tu abuela entró y nos dio a todos la mirada. ¿Tú sabes qué mirada? Y era como si Rowena lo tomó como su misión personal para asegurarse de que todos siguiéramos esta ley.

—Apuesto eso. —Fuego brota de mi mano de nuevo, golpea en la chimenea. Unas leñas resuenan en el ataque repentino de calor y una lluvia de chispas sale por la chimenea. Quiero quemar otra cosa, pero me contengo—. Pero ¿por qué harían eso? —Gabriel hojea el mazo de cartas. —Tal vez tenían miedo de que llegaras a ser... demasiado poderosa. —Parpadeo, abro y cierro de nuevo, pero no lo suficientemente rápido para detener la fuga de lágrimas de mis ojos. —Oye —Gabriel dice en voz baja. Él mete los dedos largos debajo de mi barbilla y me vuelve la cara hasta que estamos a meras pulgadas. —¿Por qué no me dijiste esto antes? —Enjuago mis mejillas con mis dedos—. Quiero decir, ¿no habrías querido saber? ¿Si fueras tú? —Sí. —Mira hacia abajo al mazo de cartas, entonces, las deja de lado—. Probablemente lo hubiera dicho. Si me hubiera quedado. O si nos hubiéramos quedado como amigos antes. Lo siento, Tam — susurra. Se acerca y roza un dedo sobre mi pómulo, cepilla mis lágrimas. Su mano se desliza hacia abajo para trazar el contorno de mi boca y se inclina hacia adelante. Cierro los ojos. —¿Qué demonios? —Gabriel exclama. Al abrir los ojos, lo veo saltar. Me dirijo hacia él. Un revoloteo de moscas blancas pasa delante de la ventana, a continuación, unos golpes suaves contra el cristal. Me tropiezo con mis pies, tiro de la hoja, y me asomo. El viento es como una ráfaga feroz ahora y algo largo y anudado me abofetea en la cara. Me fijo de nuevo, a continuación, miro hacia arriba. Una cuerda trenzada de sabanas cuelga de la ventana del piso superior. —Mierda —digo, y los codos de Gabriel me sacan fuera del camino, coge la cuerda. Nosotros a su vez nos miramos el uno al otro—. Rowena —lloro. —Mi mamá —dice al mismo tiempo. Pasamos y miramos por la ventana. La luna creciente arroja luz suficiente para nosotros ver que el camino es largo y vacío, salvo por los baches y las sombras de grava sombrías. Ella se ha ido.

Capítulo 18 Traducido por Ruthiee Corregido por Caamille

-N

o —mi madre decía por tercera vez, su cara muy pálida por debajo de la luminosidad de la cocina.

—No te volverás a acercar a ese hombre. Nunca más. —Pero él quiere… —No me importa que quiere, Tamsin. Es extremadamente peligroso —mi madre repitió, como si se asegurara de que en verdad la escuchara. Hizo un nudo con el paño de la cocino hasta que alegres imágenes de rosas y tulipanes se estropearon debajo de sus manos, luego lo escurrió, y lo colgó en una clavija de madera por la estufa. —Tu padre y yo negociaremos con él. —¿Que es lo que van a hacer? —dije. —Nosotros hablaremos con él —resople. —Sí, eso va a funcionar. —Lo siento, Camilla —La tía Lydia dice por tercera vez desde su silla en la mesa de la cocina. Una taza de té está en frente de ella, pero no creo que haya tomado ni un solo sorbo. Sus ojos estaban enrojecidos e hinchados. —No es tu culpa —Mi madre replico automáticamente, también por tercera vez, sus ojos saltando sin descanso sobre las paredes de la cocina—. No se podía evitar. —Aparentemente, Rowena se despertó hace una hora, fingió dormir hasta que la cabeza de Lydia se volteo, y luego comenzó a apremiarla. Persuadió a Lydia de mantenerse callada y quieta, excepto para cuando se le requiriera su ayuda al unir las sabanas.

—Ni siquiera podía hacer nada más que mirar mientras ataba las sabanas juntas. Y todo el tiempo sólo pensé que era la cosa más natural en el mundo lo que me dijo. Lo que sea que dijo. Podría haber saltado fuera de la ventana por mí misma desde la silla si me lo hubiera pedido —Lydia sostuvo sus manos enfrente de ella como si silenciosamente les preguntara como la podían haber traicionado. —No sabía que podía ser tan… poderosa —Su voz se quebró un poco, y Gabriel, quien estaba sentado junto a su madre, empujo la taza de té cerca de ella. —Lo es —mi madre dijo sombríamente. —¡Qué es el porque necesitas mi ayuda! —yo insistí, echando hacia atrás mi cabello. Sus piernas se sacudieron a través del baldoso piso, y mi madre cerro sus ojos brevemente. —No. —En serio, Tía Camilla —Gabriel dijo—. Tasmin pueda realmente detener… —¡No la quiero cerca de ese hombre! —¿Qué pasa? —finalmente pregunte—. ¿De qué tienes miedo? ¿Qué fue lo que Ro te dijo que leyó? —Mi madre sacudió su cabeza. —No está suficientemente claro. Pero todo lo que se relaciona de alguna manera con esa… criatura… tú… —Y luego hace este tipo de sonido estrangulado. Después de un minuto me di cuenta de que mi madre estaba tratando de no llorar. —¿Yo muero? —dije sin comprender, y Gabriel levantó su cabeza, mirando al principio a mi madre y después a mí. Hace un movimiento rígido con su cabeza que pudo ser un asentimiento. —Bueno —dije, porque no estoy segura de qué es lo que se supone que haga justo cuando he dicho tan buenas noticias. —Pero tú dijiste que nada esta escrito en piedra, ¿verdad? —Sí —mi madre dijo exhalando—. Sí, eso es correcto. El futuro está escrito en el agua —dijo firmemente, como si se estuviera recordando

una importante verdad—. Que es el porque tú te vas a quedar lejos, lejos, muy lejos de ese hombre. ¿Está claro? El tío Morris se materializo en la cocina y todos nosotros saltamos, excepto por mi madre, quien parecía haber recuperado su compostura. Se pone de pie rápidamente y pone su cabello detrás de sus orejas, un movimiento inútil ya que sólo brota de nuevo en toda su curveada y rizada gloria. —Espera aquí por mí —ella dijo. —Lo que sea que pase… si no regresamos…quiero que quemes el libro. —¿Qué? —Si no regresamos… —¡Vas a volver! —Pero si no lo hacemos. Prefiero que se queme a que caiga en las manos equivocadas. —¿Rowena lo ha leído? —No desde… no desde esa vez en la que la detuve. Entonces, no sé qué tanto sabe. Hay algunas cosas que ella no sabe. Hay eso por lo menos —mi madre añadió, casi hablándose a sí misma. —Pero le habría dicho a él sobre ti. Sabe… que es lo que puedes hacer. —Luego presionó sus labios a mi frente y se borró fuera de la existencia. Corriendo hacia la ventana, estoy justo a tiempo de verla materializarse en la calle junto a nuestra carretilla de estación de madera que raramente sale de la granja. Mi padre ya esta listo y levanta una mano a través de la ventana del conductor, saludando en la dirección general de la casa como si supiera que todos lo estábamos viendo desde varios puntos de vista. Presioné mi mano en contra de la ventana, mis huellas digitales viniendo a descansar en el fino cristal que había estado allí por años. Trague la urgencia por gritar detrás de ellos, sabiendo que no me escucharían de todas maneras. Mi padre aligera el coche en una vuelta en U de una calle estrecha, los neumáticos se sumergían aquí y allá, y luego la estación

de la carreta traqueteo a la distancia, sus luces traseras parpadeando rojo en la oscuridad. —¿Ahora qué? —Gabriel dijo, tendido en mi cama, mirándome fumar otro cigarrillo hasta el filtro. Di un golpecito en la colilla del cigarro a través de un hoyo en la pantalla, imaginando demasiado tarde el rostro horrorizado de mi padre si pudiera verlo aterrizar abajo en sus preciosas flores. Luego me pregunte si lo volvería a ver otra vez, horrorizado o no. Este es el tipo de pensamiento que me ha dejado fumando un cigarrillo tras otro durante la última media hora. —No lo sé —dije, empezando a ir y venir. Ir y venir y fumar un cigarro tras otro, juntos me estaban haciéndome sentir mareada entonces estoy tratando de hacer uno por turno. —¿Cuánto hace desde que se habían ido? —¿Desde la ultima vez que me preguntaste? Dos horas y ahora con seis minutos. —Toma un trago del vaso de agua que está sosteniendo y las cuerdas de su garganta vacilaron brevemente. —Entonces déjame entender esto derecho —Gabriel había estado diciendo esto muchas veces por toda la noche desde que le dije todo lo que aprendí en la librería con mis padres. —Supuestamente, nosotros arruinamos todo por viajar atrás en 1899 para obtener el reloj. —Tal vez no todo, pero lo suficiente. Supongo que el suficiente poder se filtro para permitirle a Alistair usar lo que sea que necesitaba en Rowena. —Un pequeño hilillo de flama giro alrededor de mis dedos. El borde de las sabanas de mi cama empezó a quemarse. —Mierda —Gabriel dice y vierte el resto de su agua en la flama. Con un siseo el agua extingue el fuego, pero el olor a tela quemada se filtro en el aire. —Piro, ¿puedes dejar de hacer eso? ¿Por favor? —Lo siento. Pero no es como si hubiera tenido nueve años para aprender como controlar esto. —Gabriel no comentó eso. En vez de ello, el puso el vaso vacío de vuelta en mi cómoda, luego pregunta.

—Entonces, ¿por qué no podemos volver en el tiempo justo antes de eso y no ir por el reloj? —Yo sacudí mi cabeza pero seguí yendo y viniendo. —Porque desde lo muy poco que me explicaron sobre Viajar, cada vez que lo hagamos, nosotros desenredamos algún tipo de hilo en el todo… extraño patrón. Lo que sea que signifique. Y además no podemos regresar a un tiempo en el cual nos podemos encontrar a nosotros mismos otra vez. Parece que no es posible regresar a un tiempo en el que ya existimos, la teoría comienza que la materia no es creada ni destruida sólo cambiada. Entonces, no podemos añadirnos teniendo un doble de nosotros. Aparentemente, eso podría ser muy, muy malo. —No lo sé —Gabriel dice reflexivamente—. ¿Dos tú? Eso seria como extrañamente bueno. —¿Eso es todo en lo que puedes pensar en un momento como éste? —Gabriel se alza en un codo y sonríe hacia mí. —Soy un chico. Es lo que pienso todo el tiempo. Pero um… ¿algunos pensamientos me los debería guardar para mí, verdad? —¡Sí! —Reanude mi ida y venida de un lado a otro y Gabriel continúo estando en silencio, pensando lo que sea que estaba pensando hasta que dice. —¿Pero que hay acerca de Tía Beatrice? Me refiero a que, claramente tú Viajaste en ese entonces. Nosotros lo hicimos, desde que ella aparentemente me conoce, también. ¿Por qué hicimos eso? —He estado pensando sobre ello —dije lentamente. —Por que ella era una Guardiana. Debió de haber sido, Gabriel. — Abruptamente, me siento abajo en la cama. —¿Y nosotros tratamos de quitarle el reloj? —No creo que sea un reloj, ya no más —medité—. Cambia cada vez que cambia de Guardián. Eso fue lo que mis padres me dijeron. Y nadie llega a saber la identidad del Guardián. Eso es lo que lo hace

seguro. Así que nosotros debimos haber tratado de quitárselo. — Gabriel flexiona su mano tristemente. —¿Tratamos de hacerlo otra vez? ¿Por qué fuimos tan estúpidos? —Debimos de haber pensado que era una buena idea en ese tiempo. No sé que fue lo que nos hizo pensar eso. —O qué es lo que nos hará pensar en eso —Gabriel dice suavemente después de un momento. —Quién sabe. Tal vez no lo hagamos ahora. De acuerdo con mi madre, el futuro está escrito en agua. —Lo dudo —Gabriel interpone—. No acerca del futuro siendo escrito en agua. Todos saben eso. —Yo no. —Tasmin… no eres tan ignorante. Quise decir, debiste de haber asistido a algunos rituales alrededor de aquí. Suficiente para saber los elementos correspondientes. —Moví mi mano como si matara sus palabras. —Bien, pero… —De cualquier modo, Me refería a que dudo no vayamos a seguir haciéndolo. Porque ya lo recuerda. —¡Ahh! Esto está haciendo a mi cabeza dar vueltas —dije, dejándome caer contra la cabecera. Tracé el corte de la pata de la cama que hice cuando tenía diez años. Rowena apesta. Salieron en finas, desafiantes letras. De repente, pensé que tal vez iba a comenzar a llorar. —Vamos —Gabriel dice, poniéndose de pie y sosteniendo mi mano—. Vamos a una caminata. Por lo menos puedes fumarte otro cigarro en el aire fresco. —Le permití tirar de mí a mis pies. Y luego mi celular zumba en mi mesa de noche como una abeja demasiado grande. Lo tomé y suspiré. —Es solamente Agatha. —Presione el botón de hablar, luego sostuve el teléfono lejos de mi cabeza. Ruido derramándose, fuertes voces

estridentes y un pesado bajo de guitarra. Gabriel flexionó su mano otra vez, comenzó moviendo sus dedos en lo que sólo pude asumir acordes aéreos. Los chicos son tan raros algunas veces. —¿Hola? ¿Agatha? Apenas puedo escucharte —grité de vuelta al pequeño zumbido en mi oreja. —¿Tam? ¿Así está mejor? —Sí, un poco. —Rodé mis ojos hacia Gabriel, quien pegó sus manos en sus bolsillos y comenzó examinando los artículos dispersos en mi cómoda. —Tam, Estoy en la Taberna Cabeza del León. Tú sabes, ¿La que está en la Calle Mercer? ¿A la que nunca entramos? —Ajá. Déjame adivinar. ¿Conociste a un chico? —Bueno, por lo menos la noche de alguien iba bien. Y si me llamó para contarme, luego entonces probablemente no está experimentando ninguna rareza residual de nuestra conversación de antes. —No. Fue tan gracioso. —La voz de Agatha estaba serpenteando afuera y dentro. —¿Estás borracha? —Se ríe un poco, su risa de Agatha, dos jadeos agudos y un gorgojo. Tuve que sonreír de sólo escucharlo. —Un poco. ¿Se nota? —Luego se apresura a decir sin ni siquiera esperar mi respuesta. —De cualquier modo, no iba a salir esta noche para nada y luego fue tan gracioso. Tu hermana llamó a nuestra habitación y yo respondí y me dijo que estaba en la ciudad y preguntó que si quería reunirme con ella por una bebida. —Repentinamente se siente como si no hubiera suficiente aire en la habitación. —¡No! —grite, y Gabriel se volteo, dándome una mirada de qué pasa. —Es tan amable, Tam. Sé que ustedes no siempre se llevan bien, pero es realmente, realmente dulce. Digo, al principio se sintió raro y yo estaba como “Tengo todo esto que estudiar” pero luego fue, como, tan tierna y sólo, creo que ella solamente…

—¿Te convenció? —sugerí sombríamente. —¡Si! De cualquier modo, acababa de decidir ir solamente por un rato y luego nosotras estábamos hablando y… —¿Qué bebiste? ¿Qué fue lo que bebiste, Agatha? —Agatha se rio de nuevo. —Cerveza. Y tu hermana pagó todas las rondas. Bebí, como, tres cervezas y no me dejaba pagar nada. Fue y las consiguió todas las veces, también. Fue tan dulce de ella. —Oh, Agatha. —Mi voz se rompió. Gabriel cruzó la habitación, dijo en una voz baja. —¿Qué está pasando? —Agité mi cabeza, muy entumecida. Hubo una explosión de estática en la línea y luego la voz de Agatha volvió. —Realmente dulce y… —¿Está Rowena ahí ahora? —Interrumpí. Hubo una pausa en la cual escuché a alguien gritar algo ininteligible y luego la música pareció crecer aún más alto. —Um… no. Fue al baño, creo. No lo sé. Eso fue hace un rato. —Una leve confusión entró en su voz—. Me corté mi brazo —dice en un rumbo totalmente diferente. —¿Es malo? ¿Tal vez deberías ir a un hospital? —No, está bien, está bien —dice. —Necesito cortarme el brazo, ahora recuerdo. Tu hermana… —La voz de Agatha cortaba por fuera y dentro de mi cerebro mientras balbuceaba una y otra vez acerca de cómo mi hermana la ayudó a cortarse el brazo en el baño y cómo la sangre se había deslizado a través del fino corte en su piel en ese pequeño vial que Rowena justamente acababa de obtener. Cerré mis ojos, tratando en vano para alejar la imagen de seriedad de Agatha, cara roja y probablemente seguía riéndose, inclinándose contra mi hermana o contra alguna pared verdosa de un baño mientras Rowena extraía su sangre gota por gota como desplumando las alas de un pollo.

—Agatha —me oculté—. Deberías de ir a casa ahora mismo. Y asegura la puerta, ¿está bien? —Pero parecía no escuchar mis últimas palabras. —Espera… mierda, estoy realmente un poco borracha. Dijo que te dijera que él te está esperando. ¿Quién es él? ¿Tu novio? —pregunta y se ríe de nuevo. —Vete a casa, Ag, en serio. ¿Estaré lo más pronto posible, de acuerdo? —Este bien, Tam. Eres la mejor. Y oye, tal vez todos podamos almorzar juntos mañana. Tú, yo y Rowena. —Sí —dije alegremente. —Eso será estupendo. —Afortunadamente, Agatha está muy lejos de registrar el sarcasmo. Dice algo más y luego la línea se corta. —Déjame adivinar —Gabriel dice—. ¿Más malas noticias?

Capítulo 19 Traducido por bautiston Corregido por Caamille

U

na luz brillaba Hall mientras acomodándose de prohibido estacionar y

desde una pequeña ventana en el Lerner Gabriel detiene el auto en la cuneta, entre un camión estacionado en una zona un contenedor de basura.

—¿Cómo estamos pensando en entrar, exactamente? —Gabriel pregunta mientras una mujer vestida en trapos y bolsas de basura de plástico empuja un carrito de compras sobrecargado más allá del lado del pasajero. Una bolsa de plástico gira lejos por la calle y la mujer se detiene, mirándola tristemente como si estuviera viendo a uno de sus amados hijos partir para siempre. Luego, se mueve lentamente, moviendo la cabeza a ritmo con el chirrido, chirrido, chirrido de una rueda de carro roto. —No estamos. —¿Una operación de vigilancia? —Gabriel dice, moviendo sus dedos inquietos en el volante. —No. —Me tomo un respiro, girándome un poco en mi asiento para enfrentarme a él. —Yo voy a entrar. Tú tienes que esperar aquí. —No. De ninguna manera —dice, y su voz es tan uniforme y enfática que pestañeo. Me había preparado para gritar—. Por favor, Gabriel, es la única… —No, Tam. —Se retuerce en el asiento, su rodilla se adentra en la mía. —Ya has oído a tu madre. No deberías siquiera haber venido aquí esta noche, pero... no... no le harás frente sola. ¿Qué pasa si

mueres? —Las palabras son duras y claras y que tienen este tipo de efecto de infarto, que me esfuerzo para no hacer caso. —Yo no voy a morir. —¿En serio? La última vez que te vi, a pesar de todos tus otros talentos, no podías leer el futuro. ¿O estoy desinformado? —Cállate. No, no puedo. Pero piensa en ello. —No, escúchame —le digo, presionando mis dedos sobre su boca abierta. Después de un segundo se inclina lejos de mi mano, pero permanece en silencio—. Quiere que yo viva. Me quiere para encontrar esa... cosa para él. El reloj que no es más el reloj. El Domani. Necesita eso, por alguna razón. —Así puede conseguir el poder de su familia devuelta —Gabriel dice en una voz monótona, como si pensara que estoy siendo estúpida—. ¿Por qué vas a ayudarlo, no estoy exactamente seguro? —Yo no voy a ayudarlo —digo, frustrada ahora porque no entiendo por qué no captó inmediatamente mi presuroso plan mental que tiene más agujeros que un trozo de queso suizo. Miro a través del parabrisas. Una sombra pequeña, casi imperceptible en los adoquines oscuros, se escabulle en la calle y desaparece en la cloaca. —Muy bien, así que ¿cuál es tu plan, entonces? —Voy a ir allí y hablare con él. —¿Vas a hablar con él? ¿Eso es todo? ¿Ese es el gran plan? —Mi mano va a mi relicario y presiono sobre el pequeño cierre. Se abre con un chasquido suave. Lo cierro, lo abro, lo cierro de nuevo. Estoy un poco demasiado consciente de que me hizo más o menos la misma pregunta que mi madre a principios de esta noche, justo antes de irse. Y que no ha regresado aún por lo que yo sé. El sonido seco del motor del coche en marcha rompe en pedazos mi ensueño. —¿Qué estás intermitente.

haciendo?

—Gabriel

mueve

de

un

tirón

—Detente —le digo, apretando mi mano sobre su muñeca.

la

luz

—Puedes detenerme para usar mi talento. Estoy bastante seguro de que no puedes detenerme para llevar tu trasero de vuelta a casa. —¡Gabriel! Sólo espera un minuto, ¿quieres? —Deja la luz intermitente prendido pero deja el coche en punto muerto en la cuneta. Una marcada calma que también recuerda el sonido de un reloj, llena el interior del coche. —Él es... peligroso. —Con mayor razón no vas a ir allí sola y… —Está eligiendo a todas las personas importantes de mi vida. Primero fue Rowena, ahora Agatha. No puedo dejar que seas la tercera víctima. —Gabriel resopla. —Estoy bastante seguro de que puedo manejarlo. —Le golpeo el hombro, probablemente más duro de lo que debería. —¿Podrías no comportarte como un chico en esto? Tú no puedes manejarlo, porque no es normal... la verdad. Él es el mal. No debería tener que explicarte esto a ti, de todas las personas. —Tomo un respiro—. Por favor. No quiero que sepa que tú eres… importante para mí. Él no puede saber eso. —El motor murmura y suena debajo de nosotros y yo miro a la luz intermitente verde en el salpicadero. Y a continuación, sin previo aviso Gabriel se vuelve hacia mí, agarra la parte de atrás de mi cuello con una mano, y me tira hacia él. Me besa duro, brevemente, en la boca. —Diez minutos —dice, y su voz es ronca—. Tienes diez minutos y luego voy por ti. Y entraré contigo hasta el hall de entrada por lo menos. —Llegado a un punto muerto ante las enormes puertas oscuras, me asomo a través del cristal manchado. Un guardia de seguridad está desplomado sobre la recepción, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados. —Ella está ahí, ¿verdad? —pregunto por quinta vez, y le doy crédito a Gabriel por no señalarlo. —No lo ha dejado —dice en voz baja. Como si sus palabras la invocaran, Rowena salta a la vista. Está sola. Golpeo en el cristal y sonríe, haciendo señas como si estuviéramos jugando a un juego.

Cruza el piso y se inclina sobre el guardia de seguridad, los labios curvados cerca de su oído. Vuelve la cabeza en su sueño, y aunque sus ojos no están abiertos, busca a tientas en su cinturón, y toma un anillo brillante con llaves, selecciona una, y se la entrega. Mi hermana vuelve a sonreír y le dice otra cosa, momento en el que él entierra su cabeza en sus brazos y parece dormir de nuevo. Ella aparece brillante ante nosotros, abre las pesadas puertas, y las empuja para abrirlas. —Tú lo hiciste —dice ella, como si fuera la dueña de algún partido espectacular—. Alistair estará muy contento de verte. No a ti, sin embargo —Rowena añade con un gesto que sigue siendo de alguna manera encantador—. Dijo que sólo ella —dice sonriente a Gabriel, sus dedos tocando sus mejillas. —Ya basta —le digo brevemente—. Él no viene conmigo, así que no pierdas el tiempo. —¡Bien! —Rowena suena con una voz completamente diferente. Me inclino más cerca y examino a mi hermana. A pesar de su estado de ánimo relativamente bueno, se ve aún más pálida que antes y la parte blanca de sus ojos adquirió un tinte amarillento. Todavía está usando el vestido negro, sólo que ahora muestra una larga mancha de barro por el lado derecho y un trozo irregular falta del otro lado. —Te ves como la mierda, Ro —digo de manera casual—. Y eso es mucho decir. —Estoy enamorada —responde con altivez, los dedos vuelan a sus mejillas. —¿Qué pasa con James? —Si tiene suerte, él todavía estará en estado de coma en esta pesadilla, escondido en algún lugar de una de las muchas habitaciones de la casa. Miro a mí alrededor el vestíbulo de Lerner Hall. Una luz fluorescente zumba sobre la cabeza del guardia de seguridad dormido. Aparte de que el edificio está a oscuras y en silencio. Rowena duda, los labios entreabiertos. Entonces, algo dentro la hace poner rígida y hace una pirueta, alejándose de allí casi flotando como un globo que se escapo.

—Él está esperando —es todo lo que dice. Pongo mi mano en el brazo de Gabriel, que se ve claramente infeliz. —Diez minutos —me recuerda puntualizando, y asiento. —Diez minutos —repito, y por un segundo me pregunto si me va a besar de nuevo. O si debo darle un beso. Pero no lo hace y no lo hago. En cambio, yo sigo a mi hermana, la parte de atrás de mi cuello picándome. Parece que hace años que caminé por este pasillo durante la primera semana de escuela, así que decido mostrar a mi familia que no fue inútil después de todo, así que espero poder encontrar lo que quiere Alistair. O lo que dijo que él quería. Muy pronto nos acercamos a su oficina. Mi hermana levanta un blanco puño y le da a la puerta más una caricia que un golpe. Ruedo los ojos, sólo para mi propio beneficio, lo sé, pero ser sarcástica que me da algo así como coraje. Que lo necesito ahora más que nunca. Rowena abre la puerta y entramos en la habitación. Alistair está sentado detrás de su escritorio. A diferencia de mi hermana, su piel esta iluminada saludablemente y sus lentes brillan como si los hubiera pulido. Una bandeja de latón simple mantiene dos copas de cristal y una jarra de cristal cortado con un líquido turbio de color marrón-rojizo cerca de un traje negro. Mis ojos saltan sobre la bandeja con rapidez, escaneo las paredes, a continuación, regreso a su cara, que tiene una paciente expresión cortés. —Tamsin —dice en voz baja, y yo trato de que no me vea estremecerme ante la tranquila alegría de su voz. Pienso en la última vez que estuve aquí y lo bien que hacía el papel del profesor ansioso. —Sr. Callum —contesto, mi voz tranquila. —¿O debería decir Sr. Knight? —Él enseña los dientes en una risa silenciosa. Luego se dirige a mi hermana, quien flota amorosamente a su lado, y dice. —Espera afuera —su voz baja y sin expresión. Su rostro se afloja como si todos sus rasgos se deslizaran fuera de su piel. Pero no protesta, sólo pasa su mano por el brazo de Alistair, tocándole los dedos ligeramente con la suya antes de pasar hacia la puerta. Alistair no reconoce ni su gesto de despedida, ni su partida.

—Siéntate —me dice. —No, gracias —le digo tan despreocupadamente como me es posible. —Y no me ofrezca té o lo que esta bebiendo tampoco —digo, señalo la jarra. —No estoy de humor para su hospitalidad. —No estoy muy metida en los deportes, pero me imagino que un buen ataque es la mejor defensa. —¿Esto? —Alistair dice con una risita, apuntando hacia la jarra—. Dudo mucho que quieras beber esto. Eres demasiado... ética. Pero, de nuevo, siempre ha sido el problema con tu familia. Él junta sus manos sobre la mesa y me mira. —En serio, ¿sabes que estúpida que es tu familia… y como lo ha sido a lo largo de los años? ¿Sabes cuán pequeñas que han hecho sus vidas y sus talentos? Qué desperdicio. Un gran desperdicio. —¿Dónde están mis padres? —le pregunto a través de los labios entumecidos. No es como que espero que realmente me diga la verdad, pero por lo menos tal vez pueda saber si está mintiendo. Pero ondea la mano con desdén y dice. —Yo no estaba interesado en lo que tenían que ofrecer. No puedo imaginar que pueda haber sido, pero no voy a darle la satisfacción de preguntar. Se inclina sobre la mesa, mirándome con sus ojos de hielo, y me recuerda a una gran grúa negra. —Estoy interesado en lo que puedes hacer por mí. —¿Y qué es eso? —Alistair sonríe. —Me puedes traer lo que quiero. —Creo que ya lo hice. Te he traído el reloj —le digo, —Y ahora mi obligación es otra cosa. —Él toca el borde de un vaso de cristal a la ligera. Un sonido hueco de llamada llena el espacio entre nosotros.

—Tal vez puedas ser persuadida para intentarlo de nuevo. —¿Y si no? —Las líneas finas se marcan en su frente. —¿No? —repite en voz baja. Entonces, levanta su voz sólo un poco y dice. —Rowena, ven aquí por favor. La puerta se abre y entonces mi hermana se desliza de nuevo en la habitación. Me pregunto si estuvo con el oído pegado a la madera todo el tiempo. Y entonces, me pregunto si logra entender lo que ha escuchado. Me roza pasando más allá de mí y se va a su lado, y no puedo dejar de notar la expresión alegre de su rostro. —Necesito tu ayuda —dice Alistair con una ternura tremenda, y luego tira para abrir el cajón de su escritorio y revuelve todo durante unos segundos antes de ofrecer a mi hermana un cuchillo de mango de hueso. —¡No! —yo digo, pero ninguno de ellos siquiera me mira. En cambio, Rowena extiende el brazo, la parte inferior blanca parpadea hacia el techo, y sin ni siquiera una pizca de duda apoya la curva hoja en su piel, y la desliza cortando su carne. —¡Alto! —grito y salto, arrancando la hoja de los dedos de mi hermana. Mi mano se aprieta sobre el mango y me paralizo por un segundo mirando fijamente a los ojos de Alistair y me imagino a mí misma hundiendo el cuchillo directamente en su corazón. —Hazlo y no te gustará lo que le pasa a tu hermana —me susurra. De repente, me acuerdo de la advertencia de mi madre sobre el efecto espejo del hechizo de Rowena y lanzo el cuchillo en la esquina de la habitación, donde pasa rozando por el suelo y luego se detiene. Volviendo a Rowena, estoy a punto de vomitar cuando veo que se está apretando el brazo tranquilamente, mirando la espesa la sangre manar de las marcas frescas de su piel en una taza de porcelana blanca que Alistair con tanto cuidado le proveyó. —Ro —susurro, y con el algodón de mi remera trato de detener la hemorragia.

—No, Tamsin —dice suavemente, mucho más suave de lo que la real Rowena podría ser si alguien se pone en su camino. —Tengo que darle esto —explica con seriedad. —Es para que pueda vivir. —Gracias, querida. Eso será suficiente por ahora —dice Alistair y alcanza la taza. Mi mano golpea hacia abajo y le arrebato la copa, lanzándola hacia la pared detrás de mí. La copa se estrella directamente en una estampa enmarcada de una escena de caza medieval y se destruye. Su contenido cae suavemente por la imagen como una mancha roja pegajosa. Estoy encantada de ver que también he logrado romper el vidrio del marco. Me dirijo de nuevo a Alistair, sonriendo alegremente. —¡Uy. Siempre parecen estar desapareciendo tazas en su oficina. — Los labios finos de Alistair se hallan en una línea plana, pero es mi hermana que habla primero. —Tamsin —Rowena grita—. ¿Por qué hiciste eso? —Se agacha en la esquina de la habitación y comienza a recoger los pedacitos rotos de porcelana, los dedos manchados de inmediato de carmesí. —Deja eso —dice Alistair, y su voz es casi tan fuerte como el cuchillo y parece cortar tan profundamente, porque mi hermana mira hacia arriba, la expresión de espanto en su rostro casi insoportable. —Puedes irte —dice, aún en ese tono frío, y mi hermana inclina la cabeza, se levanta sobre sus pies, y, aún sosteniendo las piezas de la taza con ternura, sale. —Tú y yo somos más parecidos de lo que crees —dice Alistair por fin, su voz reflexiva, con los ojos fijos en los míos en silencio. Yo resoplo. No puedo evitarlo. —No veo en qué —le digo, pateando a un lado un fragmento de porcelana, que rebota en el piso. —Además del hecho de que ambos mentimos sobre nuestros nombres —agrego. Pero él hace caso omiso de eso.

—Ambos haríamos cualquier cosa por nuestras familias. —Levanto mi mirada, hacia la de él, a continuación, abro la boca. No hay palabras. No tengo palabras para negar esto. —Y ambos hemos sido privados de lo que es naturalmente nuestro. Por la acción de tu familia. —Eso no es cierto —le digo al instante. Tuerce una ceja. —¿No es así? ¿No ha escondido tu familia la verdad acerca de tus Talentos? —Se inclina sobre la mesa, sus ojos se fijan en la pared—. ¿Todos estos años? Me obligo a decir. —Ellos tenían sus razones. —Increíble. Que defiendas a la misma gente que te ha negado tu derecho de nacimiento. —Niega con la cabeza como si yo fuera un espécimen particularmente difícil de clasificar. —No tengo tales reparos. —¿Qué es esto? Me las arreglo finalmente. —¿La explicación de un loco antes de que me mate? —¿Un loco? —Y ahora parece divertido—. Oh, no, Tamsin. No estoy loco. Puedo objetar a eso. Yo no soy nada si no soy metódico. Tenía que serlo. Cuando todo lo que tienes es un solo nombre para mantenerte todos estos años, aprendes a ser... preciso. —Hay un zumbido en mis oídos. —¿Un nombre? —digo estúpidamente, y luego me doy cuenta—. El nombre de Rowena. Es por eso que entró en la librería aquella noche. Estabas buscando a Rowena. ¿Por qué? —Alistair sonríe. —Sí, Rowena Greene. Es el nombre que prometía nuestra salvación. Cuando tu familia asesino a la mía, nuestra única esperanza era una visión del futuro, un vistazo al libro de tu abuela, toda su familia, como si fuera una tienda.

—¿Y viste el nombre de Rowena? —respiro. Alistair se encoge de hombros. —Por supuesto que no. Esto fue hace más de cien años. Mi pariente lo hizo y ese es el nombre al que nos hemos aferrado desde hace siglos. Sabíamos que ella iba a ser la clave. —¿Qué significa que mi familia asesino a la tuya? ¡Nosotros no matamos a nadie! —¿Estás muy segura de eso? —Tú eres el único que asesina personas. Es por eso que te detuvimos. Eso es lo que mi… —Me trago el resto de mis palabras. Eso es lo que mi madre me dijo suena muy pueril aquí. —¿Es eso lo que piensas? ¿Que estábamos asesinando gente y por lo tanto la familia Greene voló y salvó el día? Mentiras —dice con firmeza—. A tu familia no le importaba nada, nadie a quien tomáramos, siempre y cuando no fuera uno de los suyos. Pero sea como sea —dice, alzando la voz. —No nos equivoquemos sobre la palabra asesinato. —Lo miro, la forma en que su boca se divide y se tuerce en un gruñido—. ¿Sabes lo que es crecer sabiendo que estabas destinado a ser algo más, algo muy diferente de toda la basura ordinaria que ves en las calles a tu alrededor, algo más allá de esta vida de mortal ordinario? ¿Para pasear y saber que deberías tener un talento, lo sabes con todo tu corazón, y sin embargo no lo tienes por algo que ocurrió hace más de cien años? —Él me mira, sus manos se encrespan y se desenrollan en el papel secante del escritorio. Luego se toma un respiro y dice en voz baja. —Al privar a alguien de su talento, de su derecho a tener un talento, matas una parte de esa persona. Por lo que tu hermana me ha dicho, creo que podrías ser capaz de entender eso. Piensa, Tamsin… piensa en lo diferente que tu vida podría haber sido. —Cierro mis ojos, mi cerebro corriendo y saltando con escenas como un río crecido por la lluvia: Rowena y Gwyneth riendo, la boca ancha y roja, Gabriel y sus cartas sin respuesta, Silda tirando poco a poco de mí, y los primeros años de la escuela, cuando la gente me miraba como si yo fuera rara

cuando yo realmente no era diferente de ellos. ¿Qué hubiera pasado si todos eso que nunca hubiera sucedido? ¿Qué pasa si yo hubiera sabido de mi octavo cumpleaños exactamente lo que podía hacer? No hay parte de mi vida que hubiera sido igual. Entonces abro los ojos. Alistair me está mirando, la satisfacción corre por su larga cara. Nos miramos el uno al otro durante un latido del corazón antes de mirar hacia la puerta, me pregunto si mi hermana sigue sangrando. —¿Qué recibo a cambio? ¿Si te puedo ayudar? —La vida de tu hermana —dice él, recostándose en su silla y tocando con el dedo el borde de la copa de nuevo. —Y de Agatha —digo, tratando de mantenerme fría, temblando enferma por la voz que brota en mi interior. Sus ojos se fijan en la jarra de nuevo, y ahora hay un hambre tan posesiva en su cara que casi miro hacia otro lado. —Tal vez. —¿Tal vez? —hago eco—. ¿Qué significa eso? —Tal vez depende de ti. Si puedes encontrar lo que quiero y me lo traes muy pronto, tal vez no sea demasiado tarde para la bella, y viva Agatha. —Mi boca se siente como si estuviera llena de algodón, pero fuerzo las palabras. —¿Qué quieres con Agatha? Ella no tiene Talento, ella es... normal... —Agatha es útil para mí... para sostenerme a mí mismo. —¿Al igual que Rowena? —le pregunto. Él inclina la cabeza, pensativo en una parodia espantosa de un profesor que considera una pregunta de un estudiante. —En una manera diferente. —¿Y qué pasará con ellas? ¿Si te traigo lo que quieres? ¿Las liberaras? —Lo que no se deja libre —añade en voz baja, y esta vez no puedo parar el estremecimiento que recorre mi cara—. El tiempo se acaba para ellas, Tamsin. Y cuando se acabe el tiempo para ellas, estoy

seguro que habrá otros en la lista. —El suena sus manos, los ojos en el reloj, y me sonríe. —Creo que tu joven allí fuera está tal vez un poco ansioso. —¿Cuánto tiempo tengo para traerte lo que quieres? ¿Y por qué no puedes llegar por ti mismo si eres tan poderoso? —El borde de un ceño fruncido cruza su rostro y creo que a pesar de que no he logrado mucho durante esta entrevista, tengo por lo menos esto. —Parece que alguien de tu talento especial es necesario. —Y en el silencio que sigue, estuve a punto de reírme de la triste realidad de que una vez deseaba tanto tener un talento y ahora cambiaría todo para no tenerlo. Pero toda risa, histérica o de otro tipo, se anula con el sonido de un reloj que da las campanadas de la hora. Me giro y puedo localizar la fuente del sonido: el reloj que una vez fue el Domani, en la esquina de la oficina. —Un recuerdo —Alistair murmulla—. Y es útil —añade, y yo idiotamente giro mi cabeza hacia él justo a tiempo para verlo destapar la jarra y verter un poco de líquido turbio en un vaso. Él sostiene el vaso en alto, dejando que capture la luz para que brille intensamente. —Para tu... éxito —dice con una cortesía horrible y toma el contenido de un largo trago. Puedo ver los músculos de la garganta contraerse y luego me sonríe, los labios brillantes por la humedad. ¡Agatha! Me doy vuelta y huyo de la habitación, golpeando al pasar a mi hermana, que se acurrucó en la puerta, los ojos cerrados. La risa de Alistair me sigue todo el camino por el pasillo.

Capítulo 20 Traducido por Clarissa Darkness* y ANDRE_G Corregido por nella07

-¿S

egura que quieres hacer esto? —Gabriel me pregunta de nuevo a través de la parcialmente puerta abierta que conecta con la habitación de la tía Rennie y el tío Chester.

—¿Qué alternativa tengo? —murmuro miserablemente, poniéndome el vestido en mi dormitorio. Gabriel y yo fuimos allí después. Yo había logrado explicar en su mayoría entre jadeos incoherente lo que dijo Alistair. Agatha estaba dormida, y tal vez fue mi imaginación, pero parecía que a diferencia de su habitual estado de coma profundo, mientras me movía por la habitación, recogiendo todo lo que pensé que necesitaba, ella se había vuelto y había murmurado. Una vez que había gritado. —¡No, por favor! —debatí para despertarla y luego decidió no hacerlo. En cambio, me quedé sobre ella por un minuto mientras Gabriel esperaba afuera, y yo apreté la mano contra su frente. Pero se retorció lejos de mí y se volvió hacia la pared, y fue entonces cuando vi los cortes en el brazo que eran poco más que costras. Tuve que huir a continuación, antes de empezar a hiperventilar de nuevo. Ahora trato de estar cómoda con la seda del vestido, pero incluso eso me recuerda mucho a Agatha y su entusiasmo, gritando cuando yo había salido de esa tienda de segunda mano en East Village. Ella me convenció para comprar el vestido, incluso aunque yo no me lo podía permitir, y aunque no tenía un solo lugar para usar un vestido de cuerpo entero de noche color rosa de la década de mil novecientos treinta. El mes pasado, en mi pensamiento estúpido, lo hubiera llevado a la boda de Rowena. —A lo mejor todavía… —me susurro a mí misma ahora que dejé el vestido en su lugar.

—¿Cómo va todo allí? —Bien —susurro—. Realmente no puedo respirar, pero aparte de eso, está bien. —La respiración es sobrevalorada —Gabriel me aconseja—. Lo estoy descubriendo en este momento con esta maldita corbata. Voy a través de la sala de pie frente al espejo enorme de mi tía Rennie. El vestido parece de mil novecientos treinta, pero mi pelo no. Busco a través de mi pila de horquillas. ¿Me pongo de la cadena de la tienda de Claire? ¿Cuánta gente va a estar mirando mis horquillas para el cabello? ¿Por cuánto tiempo voy a estar atrapada en mil novecientos treinta y nueve de todos modos? El tiempo suficiente para arruinar al parecer la vida de mi tía Beatriz y salir. Y antes de que pueda hacer frente a este incómodo pensamiento, Gabriel entra por la puerta contigua. Veo su reflejo en el espejo eh intento torcer mis rizos oscuros en algo parecido a un peinado de la época. —Te ves muy bien —exclamo mientras la mitad de mi cabello se cae del nudo que estoy intentando hacer, suspiro—. Me doy por vencida. —Gabriel, vestido con uno de los trajes de carbón del tío Chester, avanza hacia mí. —¿Renuncias? ¿Renuncias a tu resistencia por mi tonto encanto innegable? Sabía que caerías finalmente. Siempre lo hacen. —Saco mi lengua en su reflejo de espejo. Sosteniendo mi colección de horquillas para el cabello. —Me doy por vencido con pelo, idiota. —Él me tiende la mano. —Dámelas —dice y se pone a trabajar. —Ay —le digo cuando golpea mi cabeza con un alfiler. Pero no me dolía realmente. Acabo de decirlo porque está tan cerca. —Lo siento —murmura, su susurro pasa a través de mi cuello desnudo. —Está bien —le digo con los dientes apretados, esperando que mi piel de gallina no sea visible.

—Listo. ¿Qué opinas? —Él dio medio paso hacia atrás y me miró en el espejo de nuevo. De alguna manera, ha logrado que no ruede mi pelo y está abrochado bajo, en el cuello. El rizo que se escapaba lo ha colocado detrás mi oído. —Nada mal —dije. —Ya sabes, si no funciona, siempre puedes a… —Detrás de mí Gabriel hace un movimiento de apuñalar a su corazón y le sonrío por el espejo. —Labial —le digo en un apuro. —No, no lo necesitas. ¿Por qué las chicas llevan esa mierda de todos modos? —Es mil novecientos treinta y nueve. No puedo dejar de pintarme los labios —le digo y busco a través de lo que he traído antes de establecer el tubo de Agatha de Rev Me Up rojo de L'Oreal. Pero mis manos están temblando, y como resultado termino poniéndome lápiz labial de mis dientes delanteros. —Está bien —dije a lo último—. Está bien. Creo. Gabriel saca una foto desde el interior de su chaqueta voluminosa y la estudia. —En el ático me encontré con un viejo álbum de fotos cubierto con una capa de suciedad a humedad. Gracias a los elementos que la tía Rennie no parece arrojar nada de distancia. —¿Siempre necesitas algo así? —Le pregunto ahora. —Al igual que la pintura o la fotografía de aquí? Ya sabes, para ayudarte a... ¿viajar? —Gabriel estudia la foto un minuto más. —Creo que eso ayuda. Nunca he sido capaz de hacerlo sin algún tipo de... guía como ésta o la pintura. ¿Estás concentrada? —Asiento con la cabeza, mirando la foto de la niña en con sombrero. Su rostro está inclinado hacia arriba y sonríe ampliamente. En una mano está sosteniendo un cigarrillo envuelto en una larga boquilla, y en la otra mano está sosteniendo lo que parece una copa de champaña pasado de moda. Ella está mirando algo fuera de las fronteras de la imagen. Beatriz de mil novecientos treinta y nueve está escrito en letras

arañadas en la parte inferior de la foto. Los dedos de Gabriel apretaron alrededor de la foto y de pronto estamos dando vueltas por el espacio y siento como el vestido se desliza y balancea. Tengo tiempo para pensar distraídamente en mi pelo y entonces la música esta a todo volumen en mi oído y de pronto siento una pierna suya acunarse en mi hombro. —¡Ay! —le digo, me pego lejos en una pared de ladrillos. En un abrir y cerrar tengo la mano de Gabriel en mi hombro. —Lo siento —dice tímidamente—. Te dije que esta no es una ciencia extraña. —¿Dónde estamos? —Mis ojos se acostumbraron a la penumbra hasta que puedo distinguir filas en hileras de botellas y tarros que parecían contener hierbas secas o aceites. Olfateo el aire de forma experimental, me encuentro con un olor a tierra familiar. —La despensa —digo, dando un paso hacia adelante, y como si fuera mi recompensa por mi conjetura, algo fresco pasa por mi rostro. Llego a tomar una distancia de ramo de lavanda, las flores de seda van contra mis dedos. Una grieta de luz brilla a lo largo del extremo de la habitación y pienso en las configuraciones de la casa de la tía Rennie. La despensa se abre al jardín, y a juzgar por la música del otro lado de la puerta, es donde está la fiesta. —Yo creo… —Silencio —dice Gabriel—. Alguien viene. —Me giro hacia donde sé que está la segunda puerta, la que conduce a la cocina y, por supuesto, a la derecha oigo pesados pasos arrastrándose. Avanzamos al último rincón del cuarto cuando la puerta se abrió de golpe. Acabo de ver a una mujer grande, con el pelo recogido en un moño en el cimiento de su cabeza, en la parte posterior de su cabeza. Ella cascabelea a lo largo de los estantes, murmurando. —Más jarabe de miel, Bertha. Más hisopos en los puños, Bertha. Los invitados tienen sed. No pierdas el tiempo, ¡Bertha, Bertha, Bertha! Y al mismo tiempo que mis huesos duelen. —Ella pisó fuerte hasta centro de la habitación y el sonido llega hasta el techo. Pasa un segundo antes de que sus ojos se ajusten la luz, y me doy cuenta de

su intención. Vuelo hacia Gabriel, agarro su cara hacia abajo, mis manos ingeniosamente extendidas a través de sus mejillas para ocultar tanto como puedo. Al igual que sus accidentados labios dan en la míos, brillantes lentejuelas salen de la explosión de luz que da en mis parpados. —¡Oh¡ —Oigo que dice Bertha—. Lo siento —balbucea. Oigo las botas, un golpe en la puerta, y ella se ha ido. —Lo siento —dije saliendo de los brazos de Gabriel—. Eso fue una especie de descuido. No es lo mejor. —No me importa —dice, y su voz es inestable. Luego se endereza la corbata y se alisa la parte frontal de la chaqueta del traje—. Te has sonrojado. —Si… pues, tu ahora estas usando lápiz labial —levanto la mano para limpiárselo lo mejor que puedo, tratando que mis dedos no persistan en la curva de su labio inferior. —Gracias. ¿Lista? —No —digo, pero él aprieta mi mano y de todas formas abre la puerta hacia el jardín. Salimos a una multitud de personas. Todos ellos parecen estar bebiendo y fumando; las mujeres están sosteniendo boquillas de cigarrillos de oro y de color marfil mientras los hombres dan caladas a cigarrillos gruesos color caramelo o a pipas. Una espiral de color capta mi atención. Una mujer llevando un tocado de plumas color bronce es el centro de la atención, sus grandes ojos pintados con sombra morada, su boca una raja de color escarlata. Las antorchas estacadas en el suelo proveen una suave luz parpadeante, y el animado barrido de un cuarteto de jazz, rompe ocasionalmente a través de la multitud y de las olas de conversaciones. Se ha levantado una enorme carpa blanca en el medio del jardín para bailar, y varias parejas se mueven dentro y fuera del crepúsculo. —¿La ves? —Gabriel me dice en una voz baja justo cuando un mesero hace una parada enfrente de nosotros, sosteniendo una bandeja. Los ojos del hombre están fijos en un punto encima de mi hombro y del de Gabriel, y después de que tomamos dos copas de champaña en

forma de campana él se va sin siquiera mirarnos una sola vez. Yo empiezo a respirar un poco. —Aún no —digo, bebiendo mi champaña. —Suave con eso —Gabriel advierte, sus ojos van más allá de mí. Me giró para encontrar a un trío de chicas, cada una de ellas vestida en rosado, mirándonos a nosotros—o más bien, a Gabriel—con lo que parece ser admiración. Justo a tiempo, atrapo una sonrisa revoloteando por su rostro cuando él les regresa la mirada. —Suave con eso —yo digo, y después de enlazar los brazos, nos movemos dentro de la multitud lo más casualmente posible. Tomo mi momento de entrada de un camarero y no hago contacto con nadie en particular. Pero en cualquier caso, somos descubiertos. —Querida —la voz de una mujer ronronea en mi oreja, y yo casi derramo mi copa de champaña. —He estado buscándote por todas partes. ¿Cuándo llegaste? —Em… hace unos pocos minutos. —Le asiento y trato de seguir moviéndome, pero su mano está envuelta alrededor de mi brazo. Ella es pequeña y de rasgos marcados, y su cabello rojo rompe en lustrosas ondas alrededor de su cabeza. —Claro que lo hiciste. ¡Eso es tan particular de ti! —ella exclama, como elogiándome por haber hecho algo muy inteligente. Su boa de plumas negras envuelta sobre sus hombros parece ser una criatura viva y coleando. Yo la miro fijamente, fascinada, cuando ella se inclina hacia mí y dice en un bulloso susurro fingido: —¿Y quién es este precioso hombre que está contigo? —Sin esperar a mi respuesta, ella hace un giño a Gabriel y se mete a codazos entre nosotros. Su boa hace un arco por el aire y se amarra fuertemente alrededor de las caderas de él. Yo abro mi boca, pero justo en ese momento una sonora voz retumba a mi derecha. —Melora. Cada vez que me volteo, tú has desaparecido. ¿Y esto realmente qué significa? —Un hombre ampliamente fornido se tambalea entrando a la vista y tira una carnosa mano en el hombro de la mujer en lo que se suponía fuera una caricia pero lucia más

como un agarre mortal. La boa de Melora parece marchitarse bajo su arremetida. —¡Oh! ¡Charles! —dice Melora, y aunque ella está sonriendo, puedo decir que está tratando de no gritar. —Sólo tenía que venir a dar la bienvenida a la prima… —y entonces ella me da una mirada. —Agatha —digo alegremente. El hombre me mira detenidamente por un segundo, luego pestañea, y sacude su cabeza. —Tantos primos —él ruge jovialmente. —Prima Agatha —el dice y me besa en cada mejilla. Ignorando a Gabriel por completo, se gira de vuelta a Malora y dice—, ahora, realmente debes venir conmigo. Hay algo que quiero discutir contigo. —Repugnancia cruza por los rasgos de Melora, pero ella permite al hombre empezar a guiar su camino, su mano sigue sujetando el hombro de ella. Pero al siguiente segundo la boa vuelve a flotar como si se hubiera agitado por una errante brisa y se enrolla por poco tiempo alrededor del brazo del hombre. Con un sorprendente aullido en un alto tono, él arranca su mano de vuelta y retuerce la cosa una vez, dos veces. —¡Esa maldita cosa me mordió! —él exclama. —No, corderito —Melora arrulla, acunando la mano de él. —Definitivamente no lo hizo —entonces me mira de reojo y me guiña antes de que ambos desaparezcan en la oscuridad. —¿Acaba de llamarlo corderito? —Gabriel pregunta, y nosotros nos movemos dentro de la multitud. —Por aquí —él agrega, y nosotros viramos a la izquierda y nos sumergimos bajo la carpa blanca, bordeando la pista de baile de cuadrados de madera pulida que parecen haber sido instalados solo para esta velada. —¿Estás relacionada con ellos?

—No me sorprendería si esa resultara ser la abuela de Gwyneth. Ella tiene ese desagradable aspecto de víbora. —Recortes y fragmentos de conversaciones se arremolinaban en mi dirección mientras nosotros zigzagueábamos nuestro camino alrededor de los grupos de personas. —Te lo digo, al fin hicieron bien empezando a retraer a Roosevelt. Desde que el New Deal … —Querido, lo prometiste. Sabes que el primo Lindel es un hombre de Roosevelt. ¿Por qué tienes que provocarlo siempre? —Pero yo… —Gabriel me hala a un lado. Una figura con un rostro pintado de blanco ondula pasándonos a nosotros, convirtiendo pañuelos de seda en pájaros y luego de vuelta otra vez. Yo pestañeo, tratando de descubrir si él es talentoso o si solamente es entretenimiento contratado para la velada, cuando Gabriel dice suavemente: —Allí —Nos detenemos al lado del muro del jardín a las sombras de un gran árbol de magnolias. Una joven mujer en un vestido negro con corte de sirena y una estola de piel plateada está inclinando hacia atrás su oscura cabeza, riéndose con grandes dientes blancos. En sus muñecas diamantes brillan y destellan como estrellas caídas. —Ésa es ella —Gabriel dice, pero yo encuentro que estoy mirando fijamente a una chica que parece de mi edad, vestida toda de blanco. Ella está parada cerca de Tía Beatrice, y al principio parecen estar en medio de una profunda conversación, pero entonces sus ojos cambian hacia la multitud, sondeando como dos reflectores en el agua oscura. De repente, ella balancea su cabeza en mi dirección y encuentra mi mirada por un segundo—como en reconocimiento— antes de girarse otra vez hacia la Tía Beatrice. Siento un golpe profundamente en mi pecho como si mi corazón se hubiera detenido y justo hubiera vuelto a arrancar con un estrépito, y entonces al momento se ha ido. Una ligera briza se mueve por el jardín, ondeando estolas y vestidos. Una cortina rosada de pétalos de magnolias cubre mi visión. Cuando vuelvo a mirar, un alto y robusto hombre está encendiendo el cigarrillo de la Tía Beatrice. —¿Puedes… sentir el Domani? —preguntó esperanzada.

Gabriel sacude su cabeza, sin decir nada de inmediato. Sus cejas se unen, sus dedos se retuercen, y entonces él baja la mirada hacia mi antes de decir con algo de frustración. —No sé qué es lo que estoy buscando ¿Una aguja? ¿Un Pajar? El reloj no, obviamente. ¿Qué? ¿Qué es? —él dice suavemente, mas a si mismo que a mí. Ausentemente, él estira la mano, arranca una flor de mi cabello, y la sostiene enfrente de su nariz. —Tiempo —él dice después de un minuto—. Hay un tic-tac en mi cabeza. —Debo lucir alarmada, porque él sonríe—. No es como una bomba. —Esto es peor que una aguja en tres pajares —digo tristemente después de un minuto cuando nada parece estar pasando—. ¿Por qué pensé que podíamos hacer esto? —Porque nosotros sí lo podemos hacer. Sólo que aún no sabemos cómo —Gabriel responde, y yo le sonrío, apretando su mano. En ese momento la banda empieza a tocar una lenta y majestuosa melodía. —Vamos a bailar. Bailar siempre me hace pensar mejor. —Le doy una mirada de sospecha. —¿Lo hace? ¿Y eso realmente es una buena idea? —Aguafiestas —Gabriel explica pacientemente—. Estoy usando un traje. Tú estás usando el vestido más bonito que ha existido. Es mil novecientos treinta y nueve, y quien sabe que va a pasar después. Vamos, Tamsin. Es la mejor idea que se me puede ocurrir en este momento. —Y con eso, él me guía fuera de la sombra del árbol hacia la pista de baile iluminada por las antorchas, donde nos unimos a la multitud de otras parejas entrelazadas. —No puedo bailar —digo entre dientes. —Esto es un vals —Gabriel dice de la misma forma en que tu dirías, esto es una naranja. —Aun así, no puedo bailar. —Yo puedo —Gabriel dice y me acerca a él. Con un brazo envuelto en mi cintura, él empieza a girarme por la pista tan rápido que yo no

tengo tiempo de pensar que no tengo idea de qué hacer después. Rostros parpadean dentro y fuera de las sombras por encima del hombro de Gabriel mientras nosotros volamos por el aire de esencia floral. La música sube suavemente hasta que se vuelve parte de mis pies y repentinamente, nos estamos moviendo uno con el otro en perfecta sincronía. Justo cuando siento que esto podría y debería seguir para siempre, la música se detiene y mi vestido se arremolina contra mis piernas. Estoy jadeando ligeramente y mi peinado se está deshaciendo. —Ah, el amor joven —un cantor canta suavemente a mi izquierda, y yo veo el alto, robusto hombre que encendió el cigarrillo de la Tía Beatrice parado al lado de nosotros. Él nos sonríe, y se gira hacia su pareja, quien me doy cuenta es la Tía Beatrice y susurra algo en su oído. Ella inclina su cabeza hacia la de él, una enjoyada mano se estira para acariciar el rostro de él, su boca brotando en una pequeña sonrisa. Tío Roberto, pienso repentinamente. Me arqueo sobre los dedos de mis pies. —El esposo de Beatrice —le modulo a Gabriel. Mientras miramos, Tío Roberto busca en el bolsillo de su chaleco gris y saca un reloj de bolsillo de oro. La cadena colgando del reloj brilla ligeramente. La mano de Gabriel se tensa sobre la mía. De repente, pienso en esa primera noche en que Gabriel vino a casa cuando estuvimos parados en la sala de estar con la Tía Beatrice. Ella no ha perdido nada que yo pueda encontrar. Lo intenté antes. Era algo sobre un reloj de bolsillo. —Muy bien, cariño mío —el hombre dice—, pero entonces, tendré que decirles a los cocineros que resistan por otros quince minutos. Ellos indudablemente, no van a estar muy contentos conmigo. —Él besa su mano—. Por supuesto que yo tomaría mil entrecejos suyos por una sonrisa tuya. —Cuando él se mueve por la pista, Tía Beatrice lleva tres dedos a sus labios y sopla un beso a la figura del hombre que se retira antes de que ella se balancee a través de la gente en dirección opuesta. —¿Crees que ese es…?

—Hay una forma de averiguarlo —Gabriel dice, y nosotros seguimos al Tío Roberto.

Capítulo 21 Traducido por Ruthiee Corregido por Marina012

-D

iscúlpeme, señor. —Gabriel llamó al tío Roberto mientras lo alcanzaba por el camino desierto de grava que conducía a la cocina. El tío Roberto se volteó y sonrió beatíficamente hacia nosotros. —Ah, gente joven. ¿Están disfrutando de ustedes mismo esta tarde? —Oh, sí. —Asentí febrilmente. —Tú y la tía Beatrice siempre dan las mejores fiestas. —Esto podría complicarlo todo, pero a medida que nos acercábamos al tío Roberto, me di cuenta con alivio que él estaba más que un poco borracho. Su rostro tiene una cubierta total de brillante humedad y sus ojos están benevolentemente vidriosos. —Así que eres un familiar de Beatrice, entonces. Yo ciertamente podría recordar si estuvieras relacionada conmigo. —Él añade con una sonrisa entre dientes y un guiño hacia Gabriel, eso obviamente tenía la intención de transmitir algo en el lenguaje de hombres. Golpeé a Gabriel por el costado y el canto en forma de grito una risa tardada. —Señor, nos estábamos preguntando si podíamos ver… —Empecé cuando de repente Gabriel me corta—. Nos estábamos preguntando si le gustaría ver un truco de cartas que usted no creerá. —Desde la aparente nada, un mazo de cartas ha aparecido en la mano de Gabriel. Me le quedé mirando fijamente. Esto no era lo que habíamos planeado. Aunque, no habíamos planeado mucho que digamos. Sólo íbamos a preguntarle al tío Roberto acerca de su reloj y esperar a que algo vagamente afortunado ocurriera. Aparentemente, Gabriel no había pensado mucho en este plan.

—Oh, ahora. —El tío Roberto nos da otra gentil risita acompañada de un sacudimiento de su cabeza. —Me temo que los invitados van a estarse preguntando cuando llegará su cena y yo debo hablar con los cocineros. Pero mi esposa es una aficionada de los trucos de cartas. Quizás deberían… —Ya lo intentamos en varios de sus invitados. Y la tía Beatrice —dice Gabriel suavemente. Luego una nota de orgullo entra en su voz—. Ninguno de ellos, incluyendo a su esposa, pudo conseguirlo. Pero ella dijo que tal vez usted podría. Dijo que nadie puede conseguir pasar un truco de cartas más que usted. —Interiormente gemí. Esto es definitivamente complicarlo todo. El Tío Roberto nos está observando con lo que estoy segura que es sospecha. —¿Me podrían decir de nuevo como están relacionados con mi esposa? —preguntó suavemente. Mi boca se secó, pero Gabriel dice con una descuidada risa: —Oh, usted sabe como funciona esta familia. Gente saliendo de la madera todo el tiempo. Especialmente en las fiestas. Mi padre, que descanse en paz, era como usted. —Y aquí el da le da un sutil peso a la palabra usted. —Él era un gran amigo del tío Charles, también. —Tantos primos— era el título de sus bromas entre ellos. —Gabriel barajea el mazo con un casual aire de confianza. Con sus ojos en la cascada de cartas, el añade: —Es una incógnita como ustedes chicos realmente manejaron el levantar a esta familia. El tío Roberto da un bramido de risa que casi me sacude fuera de mi piel. —Eso es malditamente cierto. Tu padre, él era… —Era un hombre que triunfo por su propio esfuerzo —completó Gabriel. —Que Dios lo tenga en su gloria. —Eh, ahora. —El tío Roberto dio unos pasos más cerca. —No sabía que ustedes parientes creyeran en Dios. Me refiero a que,

Beatrice me lo explicó todo. Como practicaban magia blanca, por decirlo así. —Me tragué mi sonrisa para escucharlo desglosarse en esos términos. Mi abuela y mi madre hubieran estallado en risas. —Bueno, mi padre tenía unas cosas que decir acerca de eso cuando llego el momento de mi primera comunión —decía Gabriel, ahora como un monaguillo serio. Traté de no quedármele viendo. La devoción religiosa no encaja en lo poco que recuerdo acerca del padre de Gabriel, el tío Phil. A menos que el fuera un miembro de la Iglesia de los deportes aburridos. En ese caso, si recuerdo a un montón de malditos y gracias a ellos, los Jesusitos eran gritados en los juegos de fútbol y béisbol que parpadeaban dentro y fuera de la deteriorada televisión fijada en la recepción de mi madre donde la había puesto en un pequeño lado de la habitación. Ahí era donde siempre podías encontrar al tío Phil instalado… claro si tú querías hacer tal cosa. La mayoría de nosotros no. —Buen hombre —gruñó el tío Roberto. —Tal vez tenga que decir unas cuantas cosas acerca de eso, también, si Beatrice y yo… bueno… esa no es una conversación para una fiesta, ¿No es así? —Luego él se sacude lo que sea que estaba pensando, camina hacia delante, y pone una mano en el hombro de Gabriel. —Veamos este truco. Pero este es un verdadero truco, ¿Cierto? Ninguno de tus… —Él traga y yo de repente siento una punzada de simpatía por el tío Roberto. Aparentemente, hay una cierta verdad en lo que Gabriel dijo acerca de no saber como tolera a la familia. —Nada de eso, para nada. No es mi talento, de todos modos —dice Gabriel, honesto por lo menos, y las cartas chaquean en sus manos y de repente el movimiento de sus dedos es tan rápido que es difícil seguirlo. Después de unos segundos de complicado barajeo y reordenamiento, él abanica las cartas y las sostiene hacia el tío Roberto. —Primero escoge una carta, cualquier carta. —El tío Roberto lo hace y la sostiene en sus manos expectante—. Y puede verla, pero por favor no me la enseñe a mí o a mi asistente. —El tío Roberto asiente, su rostro yéndose cuidadosamente en blanco mientras él le hecha un vistazo a la carta.

—Ahora póngala en su bolsillo izquierdo —instruye Gabriel—. Bien, excelente. Ahora escoja otra, cualquiera que le haya gustado. Y mírela, por favor, pero de nuevo no se la muestre a nadie… perfecto. Ahora entréguesela a mi asistente boca abajo para que así no pueda verla. Perfecto. Ella va colocarla en su bolsillo derecho. —Yo caminé hacia delante, mi corazón de repente aporreando mi caja torácica. Esperando que el tío Roberto no se diera cuenta que mis dedos temblaban, y mientras me acercaba más al tío Roberto, podía oler el dulce perfume del alcohol y el afeitado desprendiendo de él. —Lo siento, señor —murmuré mientras mis dedos se deslizaban contra su pecho. —¿También hiciste este truco en mujeres? —El tío Roberto dice esto con otro bramido de risa. —Eso es porque tengo a mi encantadora asistente. Para que nadie pueda quejarse —dice Gabriel, su voz desinteresada y ligera, ignorando cualquier indicio de los nervios que se que debía estar sintiendo. —Está bien, Ta-er, Agatha. Coloca la carta en el bolsillo derecho de enfrente ahora. Ahora. —Gabriel me engatusaba, y de repente, justo mientras me daba cuenta de que no iba a ningún lado con su truco, el tío Roberto tomó la carta de mi mano y la colocó en su propio bolsillo, sonriendo amablemente. —Creo que tu asistente necesita un poco de práctica —dice él gentilmente y luego se voltea con una mirada expectante en su rostro. —¿Ahora qué?, mi joven hombre… —Y ahora… Gabriel dice y se detiene para lo que debió parecer como un dramático movimiento, pero realmente yo sé que es su manera de ganar tiempo. —Y ahora, por favor tome la primera carta fuera de su bolsillo y mírela de nuevo. —Mientras el tío Roberto busca a tientas por su primera carta Gabriel me manda una mirada que claramente que se

leía como qué demonios esta mal contigo y yo le mandé una mirada de regreso que esperaba que le transmitiera ¡Lo siento!. —¿Ahora qué? —dice el tío Roberto, sosteniendo la carta en alto, mirándonos a cada uno de nosotros por turnos. Se balancea un poco sobre sus talones, sonriendo felizmente. —¿Sigue siendo la misma carta? —pregunta Gabriel. —Es la misma. —¿Está seguro? —Gabriel dice, acercándose. —Lo estoy. —El tío Roberto responde con el primer indicio de impaciencia. —Mira… —¿Pero que hay acerca de tu segunda carta? Por favor, permítame —dice Gabriel, y antes de que el tío Roberto pudiera reaccionar, Gabriel interviene tranquilamente, inserta su mano en el bolsillo del tío Roberto, y libera la carta con un golpecito chasqueado. Ésta cae en el suelo, aterrizando boca arriba. La reina de corazones me guiña. —¿Esa no es tu primera carta? —Gabriel dice con un contoneo. —No, ciertamente no lo es. —El tío Roberto lo dice con una mueca. Él piensa que ha vencido el truco. —Creo que no es sólo tu asistente quien necesita un poco de práctica. —Tal vez sea así. —Admite Gabriel con una encantadora sonrisa y luego añade: —Pero no estoy seguro. Déjeme ver que otras cartas hay ahí. —¡Oh, no! —El tío Roberto dice, claramente deseando darnos un segundo más. —Gabriel, no —dije con nudo en mi garganta mientras se inclinaba hacia delante y sacaba el reloj del bolsillo del tío Roberto. Él lo sostenía por una cadena, con sus dedos no del todo en contacto con la cara del reloj. Por un segundo, un minuto, una eternidad, nada

pasa, y luego el tío Roberto se hecha para atrás, con un ceño arrugando su rostro. —Ves aquí, ¿de qué se trata esto? —No es eso, pienso con un corazón ahogante, y luego Gabriel da un pequeño, giro brusco y el reloj de bolsillo sale libre de la cadena y gira sobre el aire, su cara brillante y reluciente. Con un destello Gabriel pone su mano derecha y lo atrapa justo antes de que el tío Roberto lo haga. —Tamsin —jadea Gabriel. —Esto es… —Idiota —me quejo. Cintas plateados serpentean hacia arriba desde el reloj, entrelazándose a sí mismas con sinuosa fluidez alrededor de la mano de Gabriel antes de dispararse hasta su antebrazo. —Frío —murmura—. Tan frío. —Que está… Yo… porque tú… —Haz algo. —El tío Roberto brama, y con un sobresalto me doy cuenta de que no me está hablando a mí. Me volteo y tía Beatrice se desliza fuera de las sombras, ladeando su cabeza a un lado y examinando a Gabriel desapasionadamente. —Haz algo —dice de nuevo tío Roberto a su esposa, y ella le sonríe, una sonrisa gentil, una que una maestra le podría dar a un pupilo que tal vez no era el mejor ni el más brillante pero que sostenía su corazón justamente igual. —Estoy haciendo algo, querido. Lo que se supone que debería estar haciendo. Pero esto no es algo que se supone que tengas que ver. —Y con un ligero frotamiento de sus dedos ella toca la frente de su esposo tiernamente. De repente el tío Roberto para de moverse. Sus ojos se permanecían abiertos pero sin pestañear. Me tambaleo hacia Gabriel, pero de alguna manera tía Beatrice bloquea mi camino, me sujeta hacia ella agarrándome ambas muñecas en una mano. Ella me está sosteniendo tan apretadamente que mis palmas y mis dedos cosquillean desagradablemente. —¡Gabriel! —grito.

—Déjalo caer. Déjalo caer ahora. —Con lo que parece ser un gran esfuerzo, Gabriel gira su mano sobre, pero el reloj de bolsillo se ha adherido a sus dedos. —Que bueno que no fue su mano izquierda —dice tía Beatrice pensativa mientras vuelve su atención de vuelta a Gabriel—. De otra manera, él ya hubiera estado muerto. Pero de nuevo sólo tomaría un minuto o dos para alcanzar su corazón de esta manera. —¿Qué? —lloré, alejando mis ojos de el rostro petrificado y colorado de Gabriel. —¡Detén esto! —dije ferozmente a la tía Beatrice, tratando de abrir sus dedos de mi muñeca. —Ahora o te arrepentirás. —Ella me sonríe, una sonrisa muy diferente de la que le acababa de dar a su marido, y se me pone la piel de gallina tratando de comparar a esta mujer afilada como una espada con mi chiflada tía abuela. Con su mano libre, ella alcanza lo alto de mi frente y da un golpecito con sus dedos con lo que parecía considerablemente más fuerza de la que ella utilizó cuando tocó al tío Roberto. Sus ojos destellan con una fría y justificada furia. Interiormente, sentí la ola de mareo sobre mí y luego se fue. Tuerzo las muñecas en su agarre, finalmente manejo el ángulo de mis palmas alejadas la una de la otra. Flamas estallan de mi mano derecha y chisporrotean en la hierba junto a sus pies. —¡Oh! —Ella chilla, combatiéndolas frenéticamente en su vestido. Tomando ventaja de su distracción, me tuerzo fuertemente liberándome de ella, camino hacia delante, y arrebato el reloj de la mano de Gabriel. Instantáneamente, las cintas plateadas grabadas en su piel comienzan a brillar y a desaparecer, pero él se mantiene inmóvil. De repente recuerdo como Gabriel, el fuego e incluso el mismo tiempo parecían haberse detenido cuando toque el reloj en 1899. —¿Qué has hecho?— La tía Beatrice susurró, mirándome ahora. Sus labios temblaban y sus ojos se precipitaban desde mí hacia Gabriel, luego nuevamente hacia mí. Me quedé mirando al reloj en mi mano, luego con un ligero golpe lo abrí. Una tenue escritura ha aparecido en el lente, sin embargo intento leerla aunque no lo logro. Justo cuando

parezco atrapar una palabra aquí y allá, se garabatea lejos de mí. Con un respingo me doy cuenta de que esas letras se están comportando de la misma manera que las del reloj en 1899. Y en el libro de mi familia. Diez segundos han pasado. —¿Qué es lo que dice esta escritura? —susurro roncamente. —No lo sé. —La tía Beatrice responde inmediatamente. Aunque a pesar de que sé de alguna manera que no esta mintiendo, digo de todos modos. —¿A que te refieres con qué no sabes? Eres la guardiana, ¿no? —Ella se estremece, y asiente una vez. —Pero aun así no puedo leerlo. No tengo ese talento. —¿Hace cuánto has sido la guardiana? —Veinticinco segundos han pasado. —Tres años. —Ella cierra sus ojos brevemente—. Y ahora lo voy a perder. —¿Por qué? —Una vez que el poder es infringido, se pasa a alguien más. —¿Quién? —No lo sé. Los guardianes nunca saben quien va a ser el siguiente guardián. El Domani los escoge. —Treinta, treinta y cinco segundos han pasado. —¿Por qué el tío Roberto fue capaz de tocar el reloj sin… sin que esas serpentinas cosas lo atacaran? —Por que mi esposo no tiene ningún talento. Es un hombre ordinario —La manera en que dice ordinario suena como grandioso. Yo trago. —Ya que él no tienen ningún talento, el Domani no lo reconoce. —¿Entonces esta escritura nunca habría aparecido si… cuando…. él la tocara? —Tía Beatrice sacude su cabeza.

—Pero si leo esta escritura, ¿qué podría pasar? —Tía Beatrice palidece, sacude su cabeza de nuevo—. ¿Qué podría pasar? ¿Si leo esto en voz alta? ¿Sería capaz de destruirlo? ¿Sería capaz de destruir el Domani? —No. —Tía Beatrice susurra. —Serías capaz de regresar al tiempo cuando no existía. —Al tiempo en el que no… ¿A la guerra entre las familias? ¿Es eso a lo que te refieres? —Tía Beatrice asiente rígidamente, me mira con miedo. La segunda mano del reloj alcanza el numero romano XII. Un largo estremecimiento rasga a través de ella, sus parpados aleteando salvajemente. Luego ella abre sus ojos y me mira a través del líquido oscuro. —¿Quién eres? —susurra—. ¿Te conozco? —Yo sacudo mi cabeza, le tiendo el reloj de bolsillo en silencio. Ella lo abre con un chasquido, y lo cierra de golpe otra vez. —Lo he perdido —dice, y ahí en tal carencia de contraste y firmeza en su voz que no puedo hablar incluso si hubiera sabido que decir. Por un latido de corazón estamos en silencio como una brisa lanzada a través de los árboles por encima de nosotras, y luego ella dice más intensamente. —¿Cómo fuiste capaz de tocar al Domani? ¿Sin maldad? Nadie excepto el guardián puede tocarlo sin maldad. —Su voz se cae de repente y ella levanta una mano sacudiéndola, y diciendo: —Eres la siguiente… —No lo creo —digo—. ¿No lo sabría? —Oh, claro —dice ella reverentemente—. Tú lo sabrías —Ella parece estar mirando algo más allá de mí—. Con cada pizca de tu alma sentirías el vínculo. Es el mayor honor. —Su mano cae de vuelta a su lado y ella camina más cerca de mí—. ¿Y por qué mi talento no funcionó en ti? ¿Por qué no te congelaste? —Y rápida como una serpiente ella me alcanza, golpea ligeramente mi frente de nuevo, y se me queda mirando expectante. Yo pestañeo, y retrocedo. Esta vez sólo sentí el más simple impulso dentro de mí.

—Inténtalo de nuevo —dije con asombro, y a pesar de que no estoy exactamente segura porque, tía Beatrice me obedece y toca mi frente de nuevo, esta vez mirándome fijamente en mis ojos. Nada. Ni si quiera un murmullo. Experimentalmente la alcance y toque su frente. Incluso a pesar de que sé que es lo que va a pasar, estoy todavía conmocionada cuando en realidad sucede. Es como si ella se volviera en una columna de piedra viviente, sus ojos atrapados en un amplia mirada fija, su boca entre abierta en una expresión de sorpresa o miedo. —Tía Beatrice —susurré. —Detenlo. Es suficiente. —En algún lugar una puerta cruje al abrirse y yo me arrojo hasta la casa. Varias figuras blancas encapuchadas se avanzaron y retrocedieron en el interior de la gran ventana, cargando bandejas de plata y platos. Tarde o temprano alguien va a venir bajo este camino y sabrá que algo esta terriblemente mal. Desesperadamente, miro hacia Gabriel, el tío Roberto, y a la tía Beatrice, todos inmóviles como si estuvieran jugando un juego de etiquetas de congelación. —Está bien, um… —digo, en mi voz se levanta un pequeño pánico. —Suficiente, ahora. —Pisadas crujen ligeramente a través del camino de grava y yo doy vueltas sólo para encontrar las sombras juntándose más allá de los pequeños círculos de la antorcha de fuego. Justo cuando me estoy preguntando si imaginé el sonido, una niña da un paso a la vista. Es la niña de blanco que estaba de pie junto a la tía Beatrice en el jardín más temprano. —No sé que hacer —le dije miserablemente, un zapato de tacón alto se clava en la tierra húmeda del jardín—. No sé lo que esta sucediendo. —La niña mira alrededor del jardín, sus ojos persistiendo en el tío Roberto, luego Gabriel, y finalmente en tía Beatrice. —La congelaste. —Ella declara, y sólo hay la más mínima insinuación de admiración en su voz. Ella me estudia por un minuto, luego cierra su ojo derecho completamente mientras el otro se mantiene ampliamente abierto, fijándome en mi lugar. —Ah —añadió suavemente.

Capítulo 22 Traducido por Pimienta y masi Corregido por andre27xl

M

iro a mi abuela, aturdida. Por supuesto, por supuesto, mi cerebro canta. Ella es la hermana de la tía Beatrice, ¿por qué no iba a estar aquí? Mis ojos saltaron por encima de su apariencia, tratando de encontrar a mi abuela por el rostro claro de esta chica de piel suave y grandes ojos. ―Abuela ―le digo en voz baja y luego doy marcha atrás―. Bueno, técnicamente supongo que no eres mi abuela, ¿verdad? Soy yo… soy Tamsin. Sé que no tiene mucho sentido en este momento, pero… La luna rompe las barreras de las nubes, y abriga con su suave luz de plata los árboles que nos rodean. Mi abuela camina hacia mí con la falda de su vaporoso vestido rozando la hierba en la sombra. Hace una parada delante de mí, llegando con su mano a las hullas de la curva de mi mejilla. ―Tamsin ―murmura―. He estado buscándote ―su voz es profunda y clara, exactamente la misma que recordaba, y sólo escucharla desbloqueó algo en mi. Quiero hundirme en mis rodillas, enterrar mi cara en su vestido, y llorar. Pero hay algo que necesita saber primero. ―¿Por que lo hiciste…? ¿Por qué me dejaste vivir tantos años pensando que no tenía nada? Nada en absoluto. ¿Por qué lo hiciste? ―mi abuela sostiene mi mano y me quedo en silencio. Cuando habla, su voz, es la más suave que jamás he oído. ―Créeme, lo hice… Hace una pausa, sacude la cabeza. ―Lo que hice no fue algo a la ligera. Si has llegado hasta aquí, se confirma lo que siempre he sospechado.

―¿Y qué es eso? ―Que la familia Knight está aumentando de nuevo. Su confirmación sobre los miedos de mis padres espiró en mí y me estremecí, dejando que mis ojos vaguen por el jardín, casi esperando que Alistair salga de las sombras. ―Pensé que ya lo derrotamos. Cuando tú… quienquiera que fuese… formó a Domani. ¿No es eso suficiente? —inclinando su cabeza hacia atrás, mi abuela estudió el cielo por un momento como si leyera en las estrellas antes de recitar: ―Uno estaba al Norte, y otro en el Sur, otro en el Este y otro Occidente. Y otro en Centro. El Norte convocó al aire y del Sur se llevó el agua; El Este llamó al fuego, y Occidente a la Tierra. Y el Centro ofreció la sangre. Todos están unidos. ―Espera un minuto ―me interpuse―. Mamá musitó la misma perorata, pero no mencionó nada acerca de un Centro. Y ciertamente no menciona nada acerca de la sangre. Aire, agua, fuego y tierra, sí, pero nada de sangre ―trago con inquietud. Tal vez eso es lo que quería decir con sacrificio. El rostro de mi abuela parece encogerse sobre sí mismo, como si de repente se cansara, por un momento parece la abuela que yo conozco, no la joven delante de mí. ―Ella no lo sabe ―susurra al fin―. Muy pocos de nosotros sabemos lo que nuestra familia hizo. Llevamos una vida. Una solución terrible para resolver un problema terrible ―hace una pausa y luego añade—: Pero no se resuelve. De hecho, creo que fue parte de su perdición ―me siento hundiéndome, por las palabras arruinadas. Miro la tierra, remuevo las piedras con el borde de los zapatos relucientes. ―Yo empecé todo esto, ya sabes. Haciéndome pasar por Rowena. Él pensó que yo era Rowena y he pensado en ello. Fue… una especie de accidente. ―Nada es un accidente, Tamsin. Incluso si parece que lo es ―suspira y se acerca―. ¿Vas a dejar que te enseñe lo que he visto? ¿Me lo

permites? ―asiento con la cabeza, tragando saliva mientras levanta sus manos y presiona sus sienes. ―Cierra los ojos ―dice ella, y lo hago. De repente me encuentro en un gran campo verde, y me toma un segundo darme cuenta de que es el campo de detrás de nuestra casa. Mi mano derecha se fusiona con la de Rowena, mi izquierda con la de Gabriel. Gwyneth y Jerom y Silda están de pie delate de mí y todos estamos oscilando en un círculo suelto. Los bordes del campo están distorsionados, parpadeo y la luz parece bailar ante nosotros, brillando en nuestros rostros, cálida y dorada. Agárrame, dice mi hermana con su tono de voz puro y dulce en el suave aire, y luego todos estamos corriendo y corriendo por la hierba alta. Margaritas silvestres y arbustos aster púrpuras, con los dedos extendidos, estiro mis brazos hacia mi hermana, que siempre está volando a sólo un paso por delante de mí. Llegamos al linde del bosque, y de repente Rowena se ha ido, la luz se desvanece, desapareciendo, cayendo en la oscuridad. Rowena, lloro, flotando en el borde del bosque. Troncos retorcidos, volaron masivamente en un cielo sin color, y me moría de frío en el acto de dar un paso, incapaz de moverme. Los demás han desaparecido. Estoy sola. Rowena, la llamo de nuevo y soy recompensada con un destello de sus cabellos de oro moviéndose entre los árboles delante de mí mientras las sombras tragaban su esbelta figura. De repente, estoy caminando delante de nuevo, a continuación, corriendo a un ritmo entrecortado que comienza a vibrar más y más rápido a través de mi cerebro. Delante de mí, Rowena se detiene a medianoche, con las manos caídas en sus costados. Poco más allá, una figura alta y oscura está esperando en silencio. ¡Rowena!, grito, y con una lentitud agonizante por la velocidad del sueño, ella se vuelve. El color se filtra lentamente fuera de su pelo, y luego sus cadenas empiezan a caer como cintas de ceniza flotando en la brisa y desapareciendo. Su rostro se pone más y más pálido, nítida como una fina hoja de cuchillo, mientras sus ojos, fijos en mi, se oscurecen. Ella estira una delgada mano, con los dedos de la mano confusos hacia la nada. Tamsin. Su boca forma mi nombre cuando la

presencia de sus rasgos se afloja y pierden toda forma definitiva. Su cuerpo se desvanece como una ráfaga de humo y se ha ido. Entonces, estoy de pie en el patio mirando la casa de mi familia, o lo que queda de ella. Un silencio desolado parece agarrar sus vigas de madera y un viento frío silba por las bocas abiertas de las ventanas. A mis pies lilas marchitas y tallos envejecidos se dispersan por toda la negra tierra. El altar se encuentra en dos piezas irregulares como fulminado por un rayo. Todo el mundo se ha ido. La fría presión de las manos de mi abuela, desaparece de repente y abro la boca, jadeando como si acabara de salir a la superficie de un oscuro lago. El sonido de mi respiración entrecortada llena el jardín. ―¿Qué tengo que hacer? ―No sé ―dice mi abuela, y por primera vez en mi vida, tal vez suena con miedo. Me quedo con ella un segundo. ―¿Qué? ―la palabra explota en mí antes de que pueda verla―. ¿Cómo que no sabes? Se supone que lo sabes todo. ―Incluso si pudiera leer el futuro completa y exactamente, algo que nadie en nuestra familia nunca ha sido capaz de hacer, yo no podría decidir qué hacer. Esto cambia con mucha facilidad, con mucha rapidez, en función de lo que hacemos ahora. Cada segundo que te quedas aquí, algo cambia en el futuro. Algo pequeño, sin importancia, tal vez… o tal vez no tan intrascendente. Debes saberlo por ahora. Mi abuela se aleja, empieza a pasear por el jardín, se deslizan por su camino entre las formas de las estatuas del Tío Roberto, Gabriel y la tía Beatriz. Hace una pausa por mi tía y toca el reloj del bolsillo que cuelga de sus dedos curvados. ―Lo único que sé es que tienes una terrible elección por delante. Eso es lo que pude ver ―a lo lejos, el cuarteto comienza otro vals, la música aumenta lenta y dulcemente. ¿Una elección terrible? ―Tiene a Agatha también ―le digo al fin. Mi abuela frunce el ceño. ―¿Quién es Agatha? ¿Es alguien de nuestra familia?

―No ―gracias a Dios―, ella es una amiga de la escuela. Mi compañera de cuarto. Ella es… ―¿Una sin talento? ―Sí, pero… ―pero ella habla sobre mí. ―Al regresar, encontraras a Domani de nuevo. ―Pero, ¿Cómo… quiero decir, la tía Beatriz es… fue… ―miro a mi tía violentamente, como si ella confirmara esta información. Pero sus ojos siguen sin pestañear, con la boca todavía bajo la influencia de esa burbuja de sorpresa―. Suponiendo que esté todavía viva ―dice mi abuela lentamente―, yo soy el guardián. ―¿Tu? ―jadeé. Ella asiente con la cabeza una vez. ―A partir de este momento, me he convertido en el guardián. ―Entonces… ¿Dónde está Domani ahora? ―En la estación Grand Central ―cierro los ojos y recuerdo a prisa, el zumbido de ese centro ocupado. Tantas veces me he apresurado a través de él, llegando siempre tarde para coger el tren al norte del estado con el reloj marcando los últimos segundos que me quedan. Tarde. Mis ojos se abren. ―¿El reloj? —¿Cómo lo sabes? ―pregunta mi abuela. —Es siempre algo que tiene que ver con el tiempo, ¿no? —pensé—. Era un reloj de pared de 1899 y es… quiero decir, fue… un reloj de bolsillo aquí en 1939. Por lo tanto, tiene que ser un reloj de mi tiempo. Pero ahora era algo más significativo para mí. —¿Qué quieres decir, suponiendo que todavía estés viva? —pregunto. Ella sonríe. —Tamsin. Por duro que pueda ser para mí imaginarlo ahora mismo, voy a envejecer —se mira sus manos con curiosidad, como si tratara de imaginar los bultos que sobresaldrán de las venas y las manchas

por la edad que brotarán en su momento, sin problemas, con la piel tirante. —¿Cuándo? —pregunté miserablemente. —Cuando tú… —ella se ríe, su cara se ilumina de repente, y estoy de pronto impresionada con la real belleza de la abuela—. ¿Me estás pidiendo predecir el momento exacto de mi propia muerte? —No… lo siento —le susurro, pero ella sigue sonriéndome. Sus dedos se acercan y tocan mi pómulo por un instante. —Hay que salvar a tu hermana. Si no, si él se la lleva, de vuelta a donde todo comenzó, entonces él será imparable. Todo terminará si se la lleva. —Por lo tanto —comienzo, pero el nudo en mi garganta parece más como una roca. Lo intento de nuevo. —Por lo tanto, lo que has dicho sobre mí siendo una de los más poderosos, ¿todo eso es cierto? Pero aún así, junto a Rowena no lo soy... Nunca seré como ella... Nunca seré… Mi voz fue decayendo, dándome cuenta de que por una vez, realmente, me gustaría que mi abuela pudiera leer mi mente. Nos contemplamos la una a la otra en la oscuridad que iba cayendo suavemente, y en algún lugar por encima de nosotras un pájaro nocturno canta el sonido de tres notas. Pestañeo, después pestañeo dos veces, tratando de evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. —Tienes tu propio papel a desempeñar. Eres una guía para todos nosotros —dice mi abuela al final, con una voz inesperadamente suave. Pongo mis ojos en blanco. —A propósito, mencionas eso, el asunto guía, desde que nací. Tal vez no deberías, porque pone un montón de presión sobre mí. — Interiormente, me maravillo de poder hablar con mi abuela así, de una manera que nunca podría hacer de vuelta a mi vida real. Tal vez sea por eso por lo que todo ha sucedido. Tal vez sea porque ella no se parece tanto a mi abuela en este momento. Una puerta se cierra de golpe en algún lugar de las cercanías de la casa y mi abuela da un paso atrás.

—El tiempo se mueve en tu mundo, también. Tienes que irte ahora. —Asiento con la cabeza, y de pronto me giró para ver a tres figuras inmóviles detrás de nosotras. —Pero ¿qué pasa con la tía Beatriz? ¿Qué puedo hacer con ella? Gabriel... ¿Estará... estará bien? ¿Cómo puedo... —Sabes cómo hacerlo —dice mi abuela con calma, y en este momento empiezo a perderme un poco. —En realidad, no sé qué hacer. Quiero decir, es agradable que de repente tengas tanta fe en mí y todo eso, especialmente después de todos estos años... um... antes de todos estos años que están por venir. —Sacudo la cabeza con irritación, y luego continúo. —Pero no sé lo que le hice a la tía Beatriz. Quiero decir, le golpeé en la cabeza, justo así, ¿ves? —Doy dos pasos hacia la tía Beatriz, tocando su frente de nuevo. —¡Oh! —dice tía Beatriz, parpadeando hacia mí y dando unos pasos hacia atrás con rigidez, como si despertara de un largo sueño. —¡Tú! —Levanta una mano, ya sea para golpearme de nuevo o protegerse de mí, no estoy seguro de que, cuando mi abuela dice—. No, Beatrice. Ella no es uno de ellos. —La Tía Beatriz mira a su hermana, y me mira a mí de nuevo. —Pero ella intentó... —Lo sé —está de acuerdo mi abuela. Ella coge sus manos y cierra un ojo brevemente. —¡Nada de eso, Althea! —La boca de Beatriz se tuerce en una mueca apretada de enojo, y luego estalla—. Quiero saber lo que… —Divido una mirada entre mi furiosa tía y mi serena abuela, antes de dirigirme a Gabriel. Yo le toqué ligeramente la cabeza y esperé a que parpadeara. —Tengo mucho que decirte —le susurro. Pero su rostro permanece congelado. —No está funcionando —lloro—. ¿Por qué?

—Parece que no se puede deshacer lo que otro ha hecho —dice mi abuela al final, mirando pensativa. —Lo que significa que sólo Beatriz puede liberarlo. —Bien, no voy a liberarlo —dice la tía Beatriz, con un destello de reivindicación en su voz—. No hasta que alguien me diga, exactamente, lo que está pasando. En este momento. —Ella se cruza de brazos sobre el pecho y nos mira a ambas— .¡O se quedará así para siempre! —En realidad —dice mi abuela, con una voz seca—, desaparece después de una semana o dos. Como he tenido la suerte de descubrir. —No puedes estar todavía enojada por eso —insiste la tía Beatriz. —Ella no tiene mucho tiempo —añade mi abuela. —Bueno, yo sí —dice la tía Beatriz. Se balancea el reloj de bolsillo entre sus dedos como un péndulo. Yo miro fijamente a mi tía. —Solía gustarte —murmuro. —¿Qué fue eso? —¡Nada! —Entonces, apreté nuevamente mis dientes posteriores, mientras avanzaba hacia mi tía. —Si no le liberas, tía Beatriz, ¡te juro que pasaré la próxima semana de tu vida como una estatua en tu estúpido jardín privado! —Mi tía se irguió, lo que sería impresionante si no fuera bastante más baja de lo que soy yo. —¡Bien! —gruñó, antes de ir pisoteando hacia Gabriel y golpeándole su cabeza. Con un largo escalofrío, Gabriel vuelve a la vida, mirando a su alrededor salvajemente antes de verme. Corro por la hierba, tropezando sobre mis talones, y me lanzo directamente hacia él. —¡Umph! —dice en mi pelo—. Avísame antes de volver a hacer eso otra vez, ¿de acuerdo? —Pero sus brazos me rodean y respiro sobre su cálida piel. —Me alegro de que estés bien —susurro.

—Yo también. Um... ¿qué acaba de suceder? —Te lo explicaré más adelante —le respondo en un susurro. —¿Y por qué tocaste esa cosa estúpida de nuevo? ¿No aprendiste algo del siglo pasado? —Bueno, no estabas exactamente haciendo nada, Tam. Estábamos allí de pie, como idiotas y ese tipo estaba a punto de… —¡Oh, cállate! —digo, poniendo los dedos en su boca. Se calla, pero tengo la impresión de que él me está sonriendo. —Podemos pelear sobre esto más tarde. Ahora tenemos que salir de aquí. —De mala gana, me desprende de sus brazos y me muevo. Por encima de mi cabeza, Gabriel mira a la tía Beatriz, quien se está comunicando, como si fuera el silbido de un monólogo en el oído de mi abuela. Yo hecho un vistazo a mi pobres tío Roberto, todavía inmóvil, atrapado con una mano sobre su corazón, como para detener el reloj de bolsillo de viajar y llevarlo fuera de su alcance. —Espera un segundo —le digo a Gabriel, y entonces camino de nuevo hacia las dos mujeres. —Gracias —digo en voz baja a mi abuela, quien sonríe. La Tía Beatrice me mira boquiabierta, pero la ignoro y me doy la vuelta. Entonces, un último pensamiento se arrastra hacia mí, así que vuelvo hacia atrás. —Entonces, ¿por qué me llamaste Tamsin? —preguntó—. Siempre me prometes que me lo dirás después. Aunque, técnicamente, es anterior. —La sonrisa de mi abuela oscila y se profundiza. —Es cómo te presentaste a mí esta noche. Simplemente asumí que es como querías ser llamada.

Capítulo 23 Traducido por rihano Corregido por Obsession

L

a luz pálida se tamizaba a través de las cortinas, filtrándose a través de la alfombra de oro puro. Mi vestido rosa se enredaba en los brazos de la chaqueta del traje de Gabriel, y por un segundo me imaginé que nuestras ropas se levantaban y bailaban el vals juntos como lo hicimos anoche. Ayer por la noche, lo que ocurrió hace setenta y algo de años. Nos topamos de nuevo con el presente justo antes de la medianoche, encontrándonos en una habitación de invitados donde las sábanas parecían estar relativamente frescas, y caímos sobre la cama. Después de que le había contado lo que había ocurrido mientras estaba congelado, los dos nos quedamos mirando el techo durante un tiempo. Por último, Gabriel sacó las mantas blancas por encima de nuestras rodillas, lanzando una nube de polvo en el proceso. Después de haber terminado de estornudar y secarme, me volví, acurrucada en sus brazos, y dormimos. Bueno, él lo hizo. Yo me quedé despierta la mayor parte de la noche, mirando en una oscuridad que era ocasionalmente perforada por la luz de los coches que pasaban. —Tamsin —me dijo Gabriel mientras estamos sentados a la mesa de la tía Rennie, comiendo la pizza que él trajo. O al menos él está comiendo. Estoy demasiado ocupada triturando la corteza de mi pizza en pedazos y luego pulverizando los fragmentos en migajas—. No vas a hacer nada estúpido, ¿verdad? —¿Quieres decir intencionalmente? —Con mis dedos empiezo a barrer las migajas en un montón en el centro de mi plato. Pero él ni siquiera sonríe, sólo llega a través de la mesa, su mano obligando a levantar mi barbilla hasta que lo miró a los ojos—. No sé —le susurro. Toda la noche pasada lo había visto dormir, mis dedos entrelazados para no caer en la tentación de tocar su rostro y, posiblemente despertarlo.

—Voy a tratar de no hacerlo —digo, tratando de aligerar mi tono. Suena mi teléfono celular, la palabra Cráter-infernal parpadeando en la pantalla en marcadas letras negras. Trago en contra de la súbita puñalada de dolor en la garganta. Esta mañana, cuando le había pedido a Gabriel que localizara a mis padres, había cerrado sus ojos por apenas un segundo y luego dijo. —Ellos están en casa. —El alivio había barrido a través de mí. Pero ahora mismo no tengo la energía para mentirle a mi madre acerca del por qué estoy de vuelta en la ciudad. Cuando por fin el teléfono se silencia, Gabriel dice. —Lo que sea que estás pensando, tú... —El teléfono de la casa interrumpe el resto de lo que iba a decir. Salto, mi codo sacudiendo mi plato sobre la mesa. Echo un vistazo al imperiosamente estridente teléfono amarillo en la pared de la cocina. Parece que mi madre no se rehúsa. Sobre las piernas tiesas entro en la cocina. —¿Hola? —Tamsin —Claro como el agua helada, su voz se vierte en mi cabeza. —Sr. Knight —le digo. Hay una risa baja. —¿Supongo que tienes algo para mí? —Tal vez —contesto con evasiva mientras Gabriel empuja hacia atrás la silla con lo que siento que es un arrastre innecesariamente alto. Se hizo una pausa, a continuación, Alistair dijo. —No juegues, Tamsin. No te gustarán los resultados. —Trago. —¿Cómo está mi hermana? —Él hace caso omiso de esto. —¿Cuándo? —Esta noche —digo lentamente, con los ojos fijos en el fondo de la cocina ridículamente alegre. Cerezas rojas y alrededor fresas de color rosa bailan en columnas sueltas—. Once cuarenta y cinco. —¿Dónde? —Vamos a encontrarnos en la Gran Estación Central. Por el quiosco de información. —Estiro una mano para tocar una cereza. Se

difumina y corre a través de mis dedos. Un pequeño y cortante silencio, se interpone en la conexión entre nosotros y entonces escucho a Alistair soltar un soplo. —Muy bien —dice él, rebosando satisfacción en su voz. —Pon a mi hermana —le digo en voz baja. —¿Te haría bien? —pregunta casi con suavidad, y luego el tono de llamada está zumbando en mi oído. Cierro de golpe el receptor y luego lo golpeo unas cuantas veces más. Empiezo a golpearlo contra las cerezas y las fresas, vagamente consciente de que Gabriel está tratando de arrancarlo de mis dedos. Por último, me aprieta la muñeca hasta que mi mano se abre y dejo caer el receptor por las buenas, dejándolo que se golpee contra el suelo de baldosas. —Estoy bien —digo en el hombro de Gabriel, mis palabras amortiguadas en su camisa. Su mano acuna la parte de atrás de mi cabeza. —Sí —dice, sonando totalmente poco convencido. A un cuarto para la media noche, la Gran Central es un lugar muy diferente que en el día. Sólo unas pocas personas fluían por el gran vestíbulo de mármol, en dirección a las plataformas de tren o siguiendo las indicaciones marcadas para el metro. Todas las taquillas estaban cerradas a excepción de una, detrás de la cual una mujer soñolienta nos miró brevemente antes de volver a su revista. Mis ojos vagaron hacia arriba y los dejé reposar por un instante en la belleza de las constelaciones trabajadas en oro colgando en el techo abovedado de color azul. Entonces miré hacia abajo al reloj de bronce de cuatro lados que preside la explanada principal, sus caras señoriales como ojos sin pestañear que vigilan en cada dirección. Como era de esperar, el quiosco de información estaba cerrado por la noche. Sin embargo, una chica todavía espera allí, usando un vestido negro desgarrado y roto, con el cabello cayendo sobre sus hombros como un susurro. Mientras me acercaba a ella, no puedo dejar de estremecerme.

—Ro —digo en voz baja, mis manos tratando de alcanzarla. Sombras púrpura-amarillo se agrupaban debajo de sus ojos y sus labios están secos y agrietados, mientras se estiraban en una sonrisa. —Tamsin —suspira, y en ese momento Alistair sale de detrás del otro lado del quiosco. A diferencia de mi hermana, su piel está enrojecida y regordeta con la salud, su impermeable oscuro se amoldaba directamente a través de sus hombros. En una mano sostiene un pequeño maletín negro de viaje. Sus ojos saltan fríamente sobre Gabriel antes de colocarse en mí. —¿Y bien? —dice, y mi hermana se voltea, estirando una insegura mano hacia él. La empuja apartándola, como si ella no fuera más que un insecto que se ha posado en su manga. —¿Cómo sé que la liberarás? Él sonríe. —Una vez que tenga el Domani, no la necesitare más. —Miro a mi hermana, esperando que reconozca esto, pero ella sólo canturrea un poco, juega con un hilo suelto en su manga. Es entonces cuando me doy cuenta de que sus pies están descalzos, manchados de tierra. Me trago una oleada de ira. —¿O a Agatha? Una sonrisa desliza a través de su rostro. —¿Tu deliciosa amiguita? Considero vomitar allí mismo, pero Gabriel presiona mis dedos con los suyos. —Fácil —murmura. —Ella fue útil —dice Alistair, haciendo un movimiento de sus dedos—. Pero ella vivirá —Entonces su mirada se agudiza en mí—. Si me das lo que quiero. Ahora. —Muy bien —le digo, tomando una respiración para calmar mi voz—. Pero deberías saber una cosa. Tú y yo no somos en nada iguales. Talento o no talento. No estás haciendo esto por tu familia, lo que

podrías pensar. Estás haciendo esto por ti mismo. Y esa es la diferencia entre tú y yo. —Alistair me mira por un segundo, su rostro blanco, ilegible. —Muy conmovedor —dice al fin, escupiendo las palabras fuera—. Ahora, ¿vamos a proceder? —Asiento con la cabeza. Yo no tengo mucho poder de negociación. —Detrás de ti —le digo. Poco a poco, Alistair se voltea, y estudia el reloj por encima de nuestras cabezas. —Por supuesto —dice en voz baja—. Tantas veces pasé por esto. Y estuvo aquí todo el tiempo. —Luego se gira de forma clara y en voz asquerosamente alegre dice—. ¿Estás lista, querida?— Rowena mira el hilo en la manga, dándole una sonrisa vacía—. Ábrelo —me dice mientras envuelve una mano alrededor del brazo de mi hermana, los nudillos repentinamente abultándose en duros nudos blancos. Mi hermana lo mira, luego suelta una risita aguda. —¿Estamos jugando regresando al reloj.

un

juego?

—pregunta

ella.

Trago

duro,

—Ayúdame —le susurro a Gabriel. —¿Estás segura que esto es...? —Sí —digo, aunque mis dientes están castañeteando. Él ahueca sus palmas, y antes de que pueda cambiar de opinión, yo me apoyo en ellas y me elevo sobre el mostrador. El reloj se cierne directamente encima de mi mano. —Retrocede —le digo a Gabriel, sin tener idea de lo que podría suceder de lo contrario—. No quieres congelarte de nuevo. —¡Epa! —grita sorprendida la vendedora de entradas—. Baja de ahí. —Rápido —sisea Alistair. No hay tiempo para repensar esto. Me arqueo hacia arriba, rozando el reloj con la punta de mis dedos. Un eje de explosiones de luz sale del centro de su cúpula. Fijando firmemente en mi cabeza la imagen de mi abuela joven y saludable en 1939, deje que su poder barriera sobre mí. Las imágenes se desplazan a través de la parte posterior de mis párpados, casi

demasiado rápido para mí para seguirlas. Cuatro personas de pie en una plaza, sus brazos en alto. Una masa turbulenta de oscuridad se cierne sobre sus cabezas inclinadas y un luego un puño de fuego apuñala a una quinta persona atada con cadenas. Y entonces las imágenes se mueven a toda velocidad y se confunden en el blanco, el blanco de las páginas del libro de mi familia que están más vacías que un campo de nieve recién caída. “Tamsin”, la voz de mi abuela resuena a través de mi cabeza. “No dejes que se la lleve. Si él se lleva a tu hermana, será indetenible.” “¿Sin embargo, cómo?” Le grito silenciosamente a ella. “Tiempo. Sólo el tiempo y una gran distancia pueden romper este hechizo.” Abro los ojos. Un rápido vistazo detrás de mí muestra que Gabriel está vivo. Se encuentra con mis ojos y musita. —¿Estás bien? —Afirmo con la cabeza, volteándome hacia mi hermana. —¿Ro? —le digo, y ella levanta la cabeza lentamente, con los ojos aún llenos de esa mirada escalofriante, fuera de foco. —Bien hecho —dice Alistair, y su voz es puro cristal. Su boca está ligeramente abierta como si estuviera jadeando. —Ahora, Rowena. Ahora. —Y con horror veo cómo mi hermana voltea su todavía perfecto perfil para mí y mira el reloj, el cual destella con una luz fría, muy fría. En la deslizante escritura, las letras aparecen alrededor de la curva de la esfera del reloj. Altas y doradas letras que e escabullen y desaparecen cada vez que las miro, por lo que es imposible leerlas. Pero Rowena no tiene tanta dificultad. Su voz suena como si estuviera de pie junto al altar de nuestra familia, cantando, gracias a las estrellas y los elementos. —Fuego en el Este y agua para el Sur; aire para el norte y Tierra en el Oeste. A todos estos ahora la sangre une. Sin embargo, sólo tiempo puede mantener lo que la sangre ha forjado. —Por un segundo soñado nada sucede. Y luego, con un suave ruido de las manecillas del reloj comienzan a dar vuelta hacia atrás, cada vez más rápido hasta que viajan a toda velocidad. El rayo rompe a través de la cúpula azul del techo, desciende, y golpea en el reloj. Crack. Otro

rayo flamea a través de las constelaciones doradas y luego los trozos de yeso y piedra empiezan a caer en picado hacia abajo. La lluvia comienza un segundo más tarde, inmediatamente fijando mi ropa a mi piel. Ante mis ojos, el reloj está creciendo en proporciones monstruosas, envuelto en fuego blanco, un fuego que parece ser insaciable a pesar de la lluvia. —Tamsin —Gabriel sisea en mi oído, y luego acelera hacia adelante. El suelo bajo mis pies se desplaza y se levanta y enormes grietas comienzan a aparecer a través de las baldosas de mármol, revelando una boca agitándose por debajo de la piedra. Fuego, agua, tierra, recito para mí misma. ¿Aire? Como si en el momento en que el viento comienza, ráfagas y rachas de este, gritan a través de la explanada principal, al igual que miles de voces fusionadas en una sola canción sobrenatural. La oscuridad se cuela por el pasillo, una oscuridad aliviada sólo por el destello ocasional de un rayo y por el reloj que sigue brillando con ese fuego blanco y frío. Cayendo de rodillas, cierro los ojos, y con todas mis fuerzas deseo que esto pare. No pasa nada. Esto no es algo que pueda detener. Este no es el talento de nadie, me doy cuenta de repente. Al contrario, este es el poder de los cuatro elementos, la fuente de todos nuestros talentos, algo más allá del control de una persona determinada. Abro los ojos y miro el reloj. Se está abriendo. Una de las caras se ha convertido en una puerta que está oscilando abierta. Y todo el tiempo las manos se siguen girando, girando, desentrañando los momentos y los años. A diez pies de la puerta, tres figuras parecen encerradas en una extraña clase de danza, los brazos y las piernas distorsionadas por el brillante resplandor del reloj. Alistair está tirando de mi hermana hacia la puerta mientras que Gabriel se ha aferrado a su otro brazo. Rowena gira entre ellos como una muñeca de trapo. La boca de Alistair está trabajando y parece estar diciéndole algo a mi hermana, justo mientras el agarre de Gabriel sobre ella se desliza ligeramente. —¡No! —grito, luchando para levantarme mientras el suelo retumba de nuevo. Saltando a través de las grietas cada vez mayores en el mármol, extiendo mis brazos hacia mi hermana.

Otro trozo de techo se derrumba, cayendo tres pulgadas a mi izquierda, el rocío de las virutas cortando mi pierna. —Déjame ir —está gritando Rowena, y yo creo que ella está hablando con Gabriel, pero por suerte su voz se pierde en la prisa del viento. Alistair tira de ella de nuevo hacia la puerta del reloj y la oscuridad completa que espera más allá. —¡Rowena! —grito de nuevo. Los ojos de Alistair, astillas de hielo, responden a los míos, y luego tira duro del brazo de mi hermana, tan fuerte que creo que lo va a sacar de su posición. Agarro mi mano, imaginando el cometa de fuego que rompería en su cara. La sangre empieza a calentarse bajo mi piel. Pero las palabras de mi madre vienen enlazándose conmigo. Lo que sea que le hagas al lanzador de hechizos se refleja de regreso hacia el encantador. Tres veces más. El piso me desplaza de nuevo hacia delante. Ruedo hacia los lados, levanté mi mano, y apunto tan cuidadosamente como puedo. No quiero hacer esto, yo no quiero, yo no quiero. —Lo siento, Ro —susurro. Una oleada de fuego se extiende a lo largo del brazo de Rowena, a la que Alistair sostiene en un agarre mortal. Los ojos de mi hermana se abren de dolor. Gritando, ella retuerce su cuerpo hacia atrás, lejos de Alistair, y su dominio sobre ella se rompe. Gabriel alcanza su mano brevemente sólo para envolver sus brazos alrededor de su cintura y tirarla hacia atrás. A medida que caen al suelo, parpadea un rayo a través del techo nuevo. Una parte considerable de la piedra azul da vueltas por el aire, golpeando en la cabeza de Gabriel. Él intenta levantarse, pero incluso desde aquí se puede ver la filtración de la sangre oscura. Alistair me dirige una mirada brillante, la boca apretada con furia mientras la lluvia corre en arroyos por su rostro. —¡Rowena! —le ruge a mi hermana, y ella mira hacia arriba, las lágrimas manchando sus mejillas, su brazo quemado acunado tiernamente en su regazo—. Rowena, a través de la puerta. ¡Ahora! —Como una marioneta mi hermana se levanta, dando un paso por encima del cuerpo de Gabriel. Él medio doblado, hace un débil movimiento hacia la mano de Rowena, pero ella lo evade. Sus ojos

están en blanco y sin vida, su cara de cera blanca. Trago, recordando las visiones de mi abuela del cuerpo de Rowena diluido en la nada. Paso hacia adelante con los dedos extendidos, con la intención de congelar a mi hermana. Si ella está congelada entonces sería un peso muerto y espero que Alistair no sea capaz de llevarla a través de la puerta. Pero mi brazo se halla en el aire. Alistair me empuja hacia atrás mientras mi hermana pasa por mi lado. —No vas a conseguirla fácilmente —me susurra al oído, sus palabras oyéndose sobre el viento y la lluvia. Me giro desesperadamente, viendo como mi hermana llega a la puerta. Con sus manos estiradas frente a ella, da un paso, luego otro. —Tampoco tú —susurro. Entonces levanté mi mano libre, con la palma hacia afuera, y disparé una ráfaga de fuego a la tierra directamente delante de sus pies. Ella grita y cae hacia atrás mientras el fuego corre a lo largo del borde del reloj. Su brillo de color naranja brillante flamea brevemente antes de que sea sometido por la fría luz blanca que bordea los extremos de la puerta. El suelo cambia de nuevo y nuevas fisuras comienzan a extenderse a través del mármol como enloquecida telaraña. Mi hermana se desliza, agitando los brazos, y luego cae a través de una grieta particularmente amplia. Y en el mismo momento las manecillas del reloj dejan de girar hacia atrás. Poco a poco la puerta comienza a oscilar cerrándose. “Una decisión terrible”, la voz de mi abuela se arremolina en mi mente como una brisa errante. “Tienes una elección terrible.” Con un gruñido, Alistair me tira al suelo. Lanzándose hacia adelante, se detiene en el borde del precipicio, se inclina hacia abajo, y extiende una mano. Ruedo sobre mis rodillas mientras mi hermana levanta la mano derecha, tratando de atrapar los dedos de Alistair. Lanzo otra ráfaga de fuego contra ellos. Justo a tiempo ella retira la mano hacia atrás. La cabeza de mi hermana se sacude hacia abajo mientras se desliza lejos. —¡Rowena! —grito, impulsándome para pararme. Amplias grietas debajo de mis pies y salté justo a tiempo. Me tropiezo hacia adelante, fijando la mirada en la mano izquierda de Rowena, en su voluntad de aferrarse un poco más. La puerta del reloj cerrándose proyecta una sombra en el rostro de Alistair. Torciéndose, mira sobre su hombro.

La puerta está entreabierta a menos de la mitad ahora. Luego mira a mi hermana. Parece que no soy la única que se enfrenta a una terrible elección. Con un rugido, Alistair se levanta sobre sus pies, y sin mirar atrás se tira por la estrecha abertura de la puerta. Moviéndome hacia adelante, me agacho al borde del precipicio. Los dedos de mi hermana se sujetan al borde del piso, su boca una línea blanca de dolor y terror. Sus pies están atrapados a ambos lados de la grieta, pero la brecha se está ampliando. Su pie derecho falla el apoyo y patea a través del aire vacío, y sus dedos se deslizan un poco más lejos. Echo un vistazo por encima del hombro. Otros dos pies y la puerta se cerrará. Y ahora la enormidad de mi propia elección se viene abajo sobre mí. Tal vez podría detener todo esto antes de que incluso sucediera. Salvar a Rowena o seguir a Alistair al tiempo antes de la guerra entre nuestras familias. Rowena sollozó una vez, un sonido ásperamente roto, y me dirijo de nuevo a ella. —Aguanta, Ro —lloro, pero no creo que me pueda escuchar. Sus ojos se van hacia atrás de su cabeza y me doy cuenta de que mi hermana está a punto de desmayarse. Acostada sobre mi vientre, llego abajo, abrazo mis manos por debajo de sus codos, y tiro. Sin embargo, su peso me tira hacia adelante y con horror me doy cuenta de que me estoy deslizando lenta pero inexorablemente a través del piso de mármol pulido. Entonces Gabriel está en cuclillas a mi lado, con el rostro todavía chorreando sangre. Él fija sus manos alrededor de los brazos de mi hermana y con un fuerte tirón la empuja hacia arriba y sobre el borde y, a continuación la levanta del abismo por completo. Con el golpe de un trueno la puerta del reloj se cierra violentamente. Cierro los ojos en el silencio, mis oídos sonando con la repentina ausencia de todo sonido. Justo cuando pienso que esto podría seguir y seguir para siempre, oigo y siento un constante tic-tac justo sobre mi corazón. Curiosa abro los ojos, miro a la ininterrumpida cúpula azul del techo por encima de mí, todas las constelaciones y brillando resplandecientes. Me volteo hacia arriba, miro alrededor. El piso es liso y sin daño, el mármol brillando. Por último vuelvo la cabeza y miro el reloj. Se ha reducido de nuevo a su tamaño normal. Junto a mí Gabriel gime, impulsándose para sentarse. La sangre se ha secado en su cara y un ojo está hinchado, pero alcanza mi mano y le da un

apretón tranquilizador. Trago, volteándome hacia mi hermana, y le toco la cara suavemente. Sus párpados aletean una vez, y luego ella me está mirando. —Tamsin —susurra. Su brazo está muy quemado y el pelo despeinado está enredado con el polvo, el yeso y la lluvia. Su rostro todavía pálido y rayas largas marcando uno de los lados de su cuello y el hombro, pero sus ojos están de repente enfocados y claros. No creo que alguna vez se viera más hermosa. —¿Ro? ¿Eres tú... eres tú, tú? —Una ceja pálida se flexiona alzándose elegante y sin esfuerzo en una mirada, una mirada que yo solía practicar durante horas delante de un espejo cuando era más joven. Todavía no puedo hacerlo de la manera en que ella puede. —¿Quién más podría ser? —pregunta ella. Luego trata de sentarse, hace muecas, y parece pensarlo mejor—. ¿Qué pasó? —pregunta. Un familiar rastro de impaciencia está entrando en su tono, y conociéndola pasarán casi tres segundos para convertirse en ¿qué has hecho? Buena pregunta. Y como en respuesta, el tic-tac sobre mi corazón crece aún más fuerte hasta que se hace eco en tiempo perfecto con los latidos de mi corazón. Hurgando en el cuello de mi camisa, tiro de la cadena del medallón y pulso el pequeño seguro. Dos cosas aparentes se manifiestan con un poco de fría claridad. Mi sumario está trabajando ahora. Y me he convertido en el Guardián. —Hola, mamá —digo a medida que avanzamos a través de la puerta de la cocina. Mi madre deja caer la tetera que presumiblemente acababa de llenar y grita. El hervidor de agua se rompe en el suelo, la tapa girando. Chorros y arcos de agua a nuestros pies. Desearía haberla preparado. —Rowena —jadea—. Tamsin. Oh, chicas, están en casa. —Y a continuación, Rowena y yo estamos apretadas juntas mientras mi madre trata de envolver sus brazos alrededor de las dos, a la vez que sigue gritando nuestros nombres. Medio cegada por el pelo de mi madre, vuelvo la cabeza para ver a mi padre, Lydia, y a James lanzándose a través de la puerta. Mi padre se mueve hacia mí, Rowena consigue liberarse sólo para arrojarse a los brazos de James,

y Lydia se aproxima a Gabriel con una sonrisa que empieza a aclarar todas las sombras de cansancio debajo de sus ojos. —¿Cómo lo hiciste? —Mi madre sigue llorando, y oigo a Rowena murmurarle a James—. Sí, realmente soy yo. Realmente, realmente soy yo. —Todo el mundo sigue hablando uno sobre el otro. Lydia está presionando la cabeza de Gabriel con un paño húmedo, con los dedos tiernamente peina su cabello. Mi madre sigue agarrando primero a mí y luego a Rowena, y mi padre agarra con fuerza mi hombro mientras frota su manga en contra de sus ojos. Y entonces, Silda y Jerom y Gwyneth se amontonan a través de la puerta de la cocina y el tumulto sólo crece más alto. Por último, me las arreglo para liberarme del abrazo de mi madre el tiempo suficiente para preguntar. —¿Está la abuela...? —Mi madre me da un movimiento firme de la cabeza, lo que aleja el pelo de su cara. —Aún... durmiendo. —Ella mira a Rowena—. No puedo... —¿Qué? —Rowena pregunta bruscamente. Ella mira a James como si buscara una respuesta, y luego, cuando él se muerde el labio, ella pregunta—. ¿Qué pasa con la abuela? —Una mano va a su garganta. Pero antes de que nadie pueda hablar, la puerta de la cocina oscila abriéndose por tercera vez y la tía Beatrice se tambalea inciertamente en el centro de la habitación, seguida por mi abuela. —Mira quién está despierta —tía Beatrice grazna y entonces patina en el agua derramada de la tetera, se tambalea, y se endereza. Mi madre finalmente me suelta y, dando un paso adelante, dice. —¿Madre? ¿Qué pasó? ¿Cómo...? —Ella se queda mirando con asombro a la tía Beatrice, a continuación, tiende las manos a mi abuela como si quisiera comprobar que está realmente allí. —¡Yo la descongelé! —dice Tía Beatrice alegremente, mirando de una cara asombrada a otra. —Al parecer —mi abuela empieza, su voz profunda y suave a pesar de que ha estado durmiendo durante una semana—. Beatriz me

congeló. —Ella da a la tía Beatrice una mirada medio irritada de diversión. —Pero todos pensamos que no eras capaz de utilizar tu poder ya más —mi madre grita, mirando a la tía Beatrice. —¡Yo nunca dije eso! ¿O lo hice? —medita Tía Beatrice, rascándose la barbilla—. Creo que lo perdí —murmura, mirando fijamente a la ventana, con los ojos desenfocados—. No lo he... usado durante tanto tiempo. —¿Por qué tú...? —Silda comienza y luego da un grito mientras el tío Morris aparece a la vista, sosteniendo en alto una copa de vino tinto. Con su mano libre, da fuertes palmaditas en el hombro de Silda—. Lo siento, querida. No siempre puedo ver a dónde me dirijo. Bueno, eso no va a salir —dice entre dientes, mirando fijamente la mancha carmesí esparciéndose en su manga. —¿Por qué la congelaste? —pregunta Rowena. —Bueno —dice Beatrice indignada, volviendo la cabeza con un movimiento como de látigo—. Ésa es una buena pregunta para que la hagas, Srta. Rowena. Si la hubieras hecho beber más de esa poción, la habrías matado. Yo no podía detenerte, pero podía detenerla — Beatrice da unos pasos hacia adelante, sus pulseras chasqueando alegremente. —¡Oh, estabas tan enojada conmigo! —Ella da un grito alegre aun cuando Rowena baja la cabeza sobre el hombro de James. —Pero antes de que pudiera decir nada, o me hicieran hacer algo, huí y me escondí. ¡Me escondí durante toda la tarde en mi armario! — Antes de que nadie pueda reaccionar a sus palabras, la tía Beatrice ladea su blanca cabeza. —Hmm... si yo podría haberte congelado mientras estaba dentro, ¿por qué no intenté eso? —Una pequeña mueca empuja las esquinas de su boca. —Supongo que lo perdí otra vez —murmura, sus pasos desacelerando hasta arrastrar los pies.

—¡Oh, bueno! —Agrega, toda la alegría regresando mientras espía el vaso de vino en la mano del tío Morris. Y ella da una palmada, ejecutando un pequeño giro. El dobladillo de su falda larga arrastrándose a través del agua que se sigue esparciendo por el suelo desde la tetera volcada. Puse una mano firme sobre su brazo y ella me miró con atención. —¡Oh! Te conozco. ¡Me acuerdo de lo que puedes hacer! —Dice. —Lo siento por eso —digo en voz baja. —¿Qué está pasando aquí?— exige mi madre, y a través de la sala Gabriel me mira con su ojo bueno y me hace guiños. Me volteo hacia mi abuela y doy un paso hacia adelante. Me toca la cara con sus dedos nudosos. Entonces ella sonríe, y por un segundo puedo ver a la chica adolescente que era en 1939. —Les dije a todos que serías un faro —susurra.

Epilogo Traducido por Sheilita Belikov Corregido por Caamille

L

a luna blanca fantasmal atraviesa el cielo claro y miles de estrellas titilan y resplandecen sobre el círculo ancho que formamos. El altar está colmado de manzanas, con su cáscara del color del vino, y la última áster violeta y blanco. La luz del fuego titila en la cara de todos mientras el humo de la fogata se arremolina en el aire frío de otoño. —Bienvenidos —mi abuela dice, con su voz resonando—. Es bueno reunirnos esta noche como todas las noches. —Es bueno reunirnos —coreo de vuelta junto al resto de mi familia. —Esta noche es Samhain, la noche más mágica del año —ella continúa—. Esta noche guiamos a dos miembros de nuestra familia a través de los Ritos de Iniciación. —Se detiene, toma aliento, y sonríe—. Tamsin y Gabriel, esta noche les pedimos que enciendan las cuatro velas. A mi lado Rowena retira su mano de la mía y me da un pequeño empujón, cuando mis piernas parecen haber dejado de funcionar. Doy un paso a través del césped, y luego otro, mientras Gabriel avanza desde el lado opuesto del círculo hacia mí. Nos reunimos en el altar y mi madre camina hacia delante, dándome el cirio que encendió de la fogata. Pero mi mano tiembla tanto que me parece que no puedo unir el cirio con la primera de las ocho velas de cera que representan los cuatro puntos cardinales y los cuatro elementos. Y entonces Gabriel envuelve sus dedos alrededor de los míos y levanto la mirada hacia su cara, a la nueva cicatriz en forma de media luna medio oculta por su cabello. —Hola —susurra.

—Hola. Y juntos rozamos el cirio en cada una de las mechas. Miro las llamas pequeñas que han florecido en las velas, consciente de que Gabriel aún está sosteniendo mi mano. —Lo hicimos —le digo. —Lo sé. —Él da un paso más cerca—. Así que, ¿esto significa que por fin vas a salir a cenar conmigo? ¿O te sigue preocupando que la cita vaya a ser decepcionante? Le sonrío cuando el cirio encendido parpadea salvajemente entre nosotros. —No. Levanta una ceja y espera un segundo. —¿Estás planeando decirme cuál pregunta acabas de responder? De repente, estoy intensamente consciente de mi familia cerrada en un círculo alrededor de nosotros. —¿Podemos hablar de esto más tarde? —susurro. —Oh, definitivamente —dice con una sonrisa. Le doy mi mirada con batimiento de pestañas antes de volver a mi lugar junto a Rowena. Después de la ceremonia me detengo por un momento en el borde del jardín, viendo a todos entrando y saliendo de la luz del fuego. Tío Chester está tocando una canción lenta con su violín mientras la tía Rennie lo acompaña con una delgada flauta de plata. La música se despliega a través del jardín como una brisa. Mi madre está sonriéndole a mi padre y echándole un vistazo de vez en cuando a Rowena, que está bailando con James. Mi hermana levanta las manos a los hombros de James. Por un instante muestra la parte inferior pálida de sus brazos, pero sus cicatrices son prácticamente invisibles bajo la luz suave.

Veo al tío Morris apareciendo y saliendo de la vista mientras Silda trata de golpearlo en los espacios vacíos que él acaba de ocupar. Un pequeño grupo de niños se ha reunido alrededor de la tía Beatrice, y uno a uno se inclinan y la dejan tocar sus frentes. Se congelan en estatuas hasta que toca su frente de nuevo y, riendo, son liberados. Cerca Gwyneth y Lydia están viendo este juego como decidiendo cuándo es el mejor momento para terminarlo. Por último, mis ojos se posan en Gabriel. Él está de pie al otro lado del jardín, junto a Jerom, asintiendo ante lo que sea que Jerom está diciendo. Lanzando una baraja de cartas de una mano a la otra. En ese momento levanta la mirada y me ve mirándolo. Empuja las cartas a la mano de Jerom, y camina hacia mí. Tomo una respiración profunda, resistiéndome a pasarme la mano por el pelo. Sé que es un bulto salvaje y rizado de todos modos. —Aquí estás —dice, llegando a pararse delante de mí—. Feliz cumpleaños. —Gracias. Ya sabes que normalmente odio mi cumpleaños, pero éste no está tan mal. Nuestra respiración se anubla ante nosotros cuando nos observamos el uno al otro en silencio. Estudio la luna azul tatuada al lado de su cuello y experimento la imperiosa necesidad de trazarla con mi dedo. En ese momento el tío Chester comienza a tocar una melodía extravagante, pasando su arco por las cuerdas. La flauta de la tía Rennie toca en respuesta y la música suena hacia el exterior, envolviéndonos. Gabriel me agarra la mano. —Ven a bailar conmigo. Antes de que pueda responder me hala hacia adelante cuando a nuestro alrededor la gente empieza a formar parejas. —Esto no es un vals —murmuro. Él me empuja hacia la luz del fuego y me mira con su sonrisa rápida. —¿En serio? ¿Eso significa que no me pisaras los pies, entonces?

Me río, tomo su otra mano, y lo dejo darme vueltas en el baile. La música se vuelve más rápida y Gabriel me da vueltas en círculo hasta que estoy sin aliento, hasta que nuestras manos unidas se sienten como lo único tangible que me mantiene en tierra. Más tarde, cuando la fiesta ha alcanzado su punto culminante, me escabullo de vuelta a la casa. Mi cabeza está zumbando a pesar de que esta vez no he tomado ni una gota del vino hecho en casa del tío Chester, resonando con todas las felicitaciones hasta que pensé que mi sonrisa podría agrietar mi cara. El único consuelo era el intercambio de miradas con Gabriel a través del jardín de vez en cuando. Masajeo mis sienes y pienso en llamar a Agatha sólo para oírla contarme sobre la fiesta de Halloween que me estoy perdiendo en la escuela. Aprieto mis ojos cerrados, parpadeo, luego parpadeo otra vez. Hay una luz en la biblioteca. Con cautela, camino hacia adelante, presiono mi oído en la puerta de roble macizo, después la toco una vez. —Entre —dice mi abuela, y al abrir la puerta la encuentro sentada detrás del enorme escritorio, luciendo más pequeña y más cansada que nunca. —¿Por qué no estás afuera disfrutando? —Podría preguntarte lo mismo —dice secamente. Nos miramos entre sí por un momento y luego aparto la mirada. —Creo que no estoy acostumbrada a todo esto —contesto finalmente. —Ah —dice en voz baja y mira hacia abajo al escritorio. Con un escalofrío, me doy cuenta que está leyendo el libro que mi madre me mostro. Muerdo mi labio superior entre mis dientes durante un minuto, luego pregunto. —¿Qué ves? Al principio creo que no va a responderme y siento un repentino destello de ira porque aún no me permiten saber las cosas. Pero

entonces ella levanta la mirada y se frota el puente de la nariz con sus dedos extendidos y temblorosos. —Nada —dice en voz baja. —Vaya, eso es bueno, ¿verdad? Nada esta pasando, todo tranquilo en el frente occidental y todo lo que… Me sobresalto un poco cuando Héctor aparece en la ventana abierta y se detiene en el borde del alféizar, con su cola crispándose en un signo de interrogación. Un pequeño ratón marrón está sujeto entre sus mandíbulas. Retomando su camino a través de una estantería, Héctor camina sobre el escritorio y pone el ratón cerca de la mano de mi abuela. Luego se recuesta y la mira con sus rasgados ojos dorados. Mi abuela levanta al ratón con una mano y lo pone en libertad al otro lado del escritorio, parece no advertir que Héctor salta al suelo para acechar a su presa de nuevo. En cambio, mira directamente hacia mí y dice. —No veo nada para nuestro futuro. Nada, tal como si nosotros ya no existiéramos. Siento como si repentinamente.

mis

pulmones

hubieran

dejado

de

funcionar

—Las páginas están vacías de una manera en la que nunca lo han estado antes. Así que, —mi abuela sigue—, retrocedí. A nuestra historia pasada, justo antes de que el Domani fuera creado. —Sus dedos se deslizan sobre la página y yo me acerco. Como de costumbre, las palabras se están reorganizando en una lengua incomprensible y desapareciendo de la página, pero entonces mi abuela dice una palabra de mando y finalmente las letras se alinean completamente. En 1887, en los últimos días de Octubre, justo antes de Samhain, un extraño llegó a Nueva York alegando saber más de lo que posiblemente debería. Se le vio visitando a La Spider, la matriarca de la familia Knight.

—Alistair —susurro. Toco el relicario alrededor de mi cuello, experimentando comodidad en su constante tic-tac—. Él no lo ha logrado todavía —digo con insistencia. —No, no lo ha hecho —mi abuela confirma—. Y es posible que nunca tenga éxito. Seguramente estropeaste sus posibilidades cuando le impediste llevarse a tu hermana. Ella habría sido un arma muy poderosa. —Entonces suspira, cerrando el libro con un tum silencioso—. El poder del Domani ha sido violado. Gravemente. La familia Knight ya no es lo que fueron, es cierto. Pero los acontecimientos del mes pasado en Grand Central han emitido un llamamiento, una reverberación, que intentaremos responder. En la esquina de la habitación, una pelea repentina y un pequeño chillido confirman la recaptura del ratón. Mi abuela y yo trabamos nuestras miradas. —¿Cuánto tiempo tengo? —susurro. Ella sonríe, empuja hacia atrás la silla, y se pone de pie. Extendiendo su mano, estrecha la mía y me lleva a la ventana. —Tienes poco tiempo. Tiempo suficiente para... disfrutar de esto. — Juntas miramos la fogata ardiendo brillantemente, a todos bailando a su alrededor. Justo en ese momento un leño estalla y cientos de chispas se levantan en lo alto, luego brillan como estrellas fugaces en el cielo nocturno.

Fin

Sobre la autora Carolyn MacCullough es un autora que publica libros de adultos/jóvenes. Algunos de los títulos publicados de Carolyn MacCullough incluyen Dibujo del Mar, Henry Robar, cayendo a través de la oscuridad.

Always aWitch Desde el fascinante final de Once a

Witch.

Tamsin Greene ha estado teniendo pesadillas. A pesar de que debería estar disfrutando de su nuevo novio, Gabriel,

o

descubrir más

sobre sus talentos mágicos acaba de descubrir, demasiado ocupada con su hermana, las demandas de la boda de Rowena y la preocupación por el resurgimiento de su enemigo, Alistair Caballero. Pero sobre todo, Tamsin está obsesionada por la profecía de su abuela que pronto se verá obligada a tmar una decisión crucial. Una elección tan terrible, que podría destruir a su familia para siempre. Cuando Tamsin descubre que Alistair volvió exitosamente al tiempo victoriano de York, Nueva Era, con el fin de destruir a la familia Greene, se ve obligada a seguirle al pasado. Transición a la

competencia solo en el siglo 19, Tamsin pronto se encuentra disfrazada de una doncella en la aterradora mansión del mal de la familia Caballero, trajinando como una sirviente, evitando la atenta mirada de la matrona vicioso, La Araña, y defenderse de los lascivos avances Liam Caballero. El tiempo corre, la conducta temeraria de Tamsin y el lugar de su ingenio sarcástico en el centro de la contienda ya que ambas familias se enfrentarán en una exhibición emocionante de acción y magia. Y por su horror, Tamsin finalmente entiende la naturaleza de su decisión fatal.

Traducido, Corregido y Diseñado en:

Purple Rose

http://purplerose1.activoforo.com/

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