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uby sueña escapar de la Congregación. Escapar del esclavista Darwin West y sus crueles Supervisores. Escapar del trabajo agotador de reunir Agua. Escapar de

vivir como si aún fuera 1812, el año en que esclavizaron a todos. Cuando Ruby conoce a Ford—un Supervisor nuevo, irresistible, amable y prohibido—anhela huir con él hacia el mundo moderno donde podría tener la vida normal de una adolescente. Escapar con Ford sería tan sencillo; pero si Ruby se va, su comunidad está condenada a una muerte segura. Sólo ella posee el ingrediente secreto que hace el Agua tan especial—su sangre—y la única cosa sin la que la Congregación no puede vivir. Drought es la inolvidable historia de la sed de vida de una comunidad, y la peligrosa lucha de la única chica que puede proporcionársela.

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Traducido por Azhreik

Desearía que lloviera. En días lluviosos no tenemos que trabajar en el bosque, reuniendo agua hasta que nos duele la espalda y los dedos nos tiemblan al sostener las cucharas. Aun así los Supervisores encuentran razones para espolearnos—tal vez la cocina necesita fregarse o el cobertizo requiere reparaciones. Pero no habría cuotas, ni bosque. Si lloviera, habría agua, goteando de cada hoja y tallo. Nuestras tazas estarían llenas hasta el borde e incluso el trabajo terminaría temprano. Darwin West estaría tan feliz, que nos daría de cenar. Pero no ha llovido en todo el verano, ni la mayor parte de la primavera. Durante los últimos 200 años, nadie ha visto una sequía como esta. Sufrimos cada día más, cada día peor que el anterior, todos vividos en el bosque seco. Estoy bastante harta del bosque. He estado recolectando agua de él durante exactamente 200 años—todos nosotros, esclavos de Darwin West y los Supervisores. —Tendremos suerte si hoy encontramos cinco gotas, Ruby. —refunfuña Madre. No hubo desayuno esta mañana, ni siquiera un bocado de avena. Darwin dijo que no habíamos trabajo lo suficiente el día anterior. Madre estará refunfuñando todo el día. —Otto proveerá. —Mi respuesta es automática, la misma respuesta que ella me da cuando estoy preocupada. Pero tiene razón, el clima está muy caliente, a pesar que apenas pasa del amanecer. El polvo del camino revolotea en nuestras faldas a cada paso. Me pregunto si hay siquiera cinco gotas de agua en todo el bosque.

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Nada ha sido fácil este verano. —La mitad de los fuertes se han ido, —dice Madre. —No se han ido, sólo están… cavando —le recuerdo—. Como Darwin les dijo que hicieran. —¿Para qué sirven todos esos hoyos? Ahora no todos cosechamos, —dice. No puedo responderle. Ninguno de nosotros sabe por qué algunos de los Congregantes han estado cavando por casi dos semanas. Los hoyos marcan los límites del bosque donde cosechamos y delinea el camino que conecta nuestras cabañas y las cisternas. No sirven más que para hacer que se te atore el pie y te tuerzas el tobillo. Nadie pregunta por qué—preguntar significa una paliza. Darwin les da palas a nuestros hombres cada mañana y les asigna los Supervisores más malos para que los vigilen. Cavan hasta que les dicen que paren. —Tal vez busca agua, —digo. —¿En un centenar de pozos superficiales? No, —responde. Pronto alcanzaremos el claro dónde están las cisternas: cinco tanques grandes, levantados sobre patas metálicas oxidadas, con grifos cerca de la base de cada una. Nuestras cosechas siempre empiezan y terminan aquí. Está al borde de kilómetros y kilómetros de bosque; todos le pertenecen a Darwin West, le pertenece cada roca, palo y persona de la montaña entera. Madre dice que hay ciudades más al sur en Nueva York. —Ahora ya deben ser enormes —me ha dicho—. Mi padre decía que iban más allá de la imaginación, incluso cuando era pequeña. Pero nunca he visto una ciudad. Mi vida entera han sido árboles y hojas y el diminuto lago que nuestras cabañas rodean. Es tan diminuto que ni siquiera tiene un nombre. Es sólo el lago.

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He

soñado

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con

ciudades—mundos

borrosos

medio

imaginarios

que

seguramente no representan ningún lugar real. Cuando era pequeña, los construía: calles y edificios hechos de ramitas y polvo, repleto de pequeñísima gente de escamas de pino. Me gustaba imaginar que siempre tenían suficiente que comer y nadie los golpeaba nunca. Nos unimos a la larga fila de Congregantes que esperan sus tazas y cucharas de peltre. —En días como este, sueño con cortármelo. —dice Madre. Se retuerce el grueso cabello por encima de la cabeza y lo asegura con facilidad con un solo broche. El nudo de su cabello luce lo suficientemente pesado para encorvar su figura pequeña y ligera. Pero Madre es demasiado fuerte para eso, está hecha de resistencia y vigor. —¿Me harías el mío? —le pregunto. Nuestro cabello es del mismo color, como hojas de cedro en Noviembre, pero el mío se riza en mil direcciones diferentes. Se libera cada vez que intento amarrarlo. —Doscientos años y aún no puedes atarte el cabello, —dice Madre, pero suena un tanto complacida. No tiene que estirarse para sujetarme el cabello; somos más o menos del mismo tamaño, aunque yo soy suave donde ella es dura. Siento unos suaves tirones, un ligero raspar contra mi cuero cabelludo y entonces el alivio de viento en la nuca. El sol ni siquiera la marcará; nuestra piel es más café que el pan quemado, por todos los días en el bosque. Las aves cantan desde los árboles y revolotean por sobre nuestras cabezas, se balancean de un árbol a otro. Su canción y graznidos nos siguen todo el día, los únicos testigos de nuestra existencia secreta. La fila se mueve, cada que le dan una taza y una cuchara a un Congregante, éstos se paran al lado, en espera de que Darwin decida la cuota del día. El agua sólo puede colectarse de hojas vivas—rascada de helechos o del fondo de pétalos de flor—y sólo puede tocar el peltre. ¿Y qué gente puede hacer ese trabajo? Sólo la bendecida por Otto.

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O al menos eso es lo que Darwin—y la mayoría de la Congregación—piensa. Madre y los Ancianos de la Congregación saben otra cosa. Protegen mi secreto. Todos saben que soy hija de Otto y que eso me hace sagrada. Pero sólo los Ancianos y Madre lo saben todo. Saben que brindo mi don a la Congregación, un don que debe permanecer oculto. Darwin está comiendo algo que huele dulce y lleno de grasa exquisita. Casi puedo saborearlo, a pesar que está parado veinte personas más allá. Los Congregantes pueden vivir un largo tiempo sin comida—una vez nos dejaron sin comer durante dos semanas—, pero creo que eso sólo me hace amarla más. Hace mucho tiempo, antes de Otto. Madre pretendía a Darwin y él a ella. ¿Qué se ganó su afecto? ¿Su altura y músculos? ¿O tal vez los ojos azul hielo que siempre están ensombrecidos por un desgastado sombrero de piel de ala ancha? Nada de eso me haría siquiera voltear la cabeza. Tal vez lo que sea que amara abandonó a este bruto hace tiempo. Aun así, su amor por ella; a pesar de lo retorcido; perdura. Otros cuatro Supervisores rodean el claro, con las armas largas listas, los ojos siempre atentos. Si alguno de nosotros intenta escapar, dispararán—y si esas balas fallan, más Supervisores esperan en el bosque. Un último Supervisor nos da las tazas. Es nuevo y más joven que el resto. Darwin ha contratado más Supervisores este verano, porque nos hace trabajar más duro y durante más tiempo y nos da más golpizas. Le echo un vistazo a las cortas cerdas cobrizas en la cabeza del nuevo, tan relajado y agradable. Tal vez Madre tiene razón, y deberíamos cortarnos el cabello—aunque sería difícil sin cuchillos ni tijeras; están prohibidos. El nuevo Supervisor me tiende la taza, pero tiembla y se cae al suelo. Me inclino rápidamente, para recogerla, pero él se agacha primero.

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—Lo siento. —dice y me mira directamente. Aparto la mirada rápidamente, pero no antes de ver que sus labios se tuercen en la más minúscula de las sonrisas. Los Supervisores no se disculpan, los Supervisores no sonríen. Tal vez aún no le han dicho eso. Nos enderezamos al mismo tiempo, nuestras cabezas casi se impactan. Sus dedos rozan los míos cuando tomo la taza. Un ardor danza por mis dedos, mi mano, mi brazo… como si los diseños curvados que tiene tatuados en la piel hubieran reptado por su piel para morderme. Pero no siento dolor. Sacudo la mano para quitarme la sensación. La sequía ha retorcido mi mente— todas nuestras mentes. Voy a reunirme con una de las Ancianos, Ellie. Está parada al borde del claro, en la sombra. Ellie está encorvada y su rostro no tiene color. Su cabello sólo está medio trenzado, el resto de los mechones blanco amarillento le cuelgan por la espalda. Incluso sus ojos azules parecen nublosos, desvaídos. Me paro junto a ella y aprieto su dedo meñique con el mío. Es nuestra vieja forma de decir hola. Ellie es lo más cercano a una familia que Madre y yo tenemos. —¿Cómo te sientes? —pregunto. —Hoy estoy mejor, —responde. Levanta los labios en una sonrisa temblorosa: es una mentira que esté bien. Su cuerpo me muestra algo diferente. Temo que se esté marchitando. El Agua no nos hace durar para siempre. Ya alrededor de una docena de Congregantes se han marchitado—sus cuerpos se han rendido, pedazo por pedazo, hasta que finalmente mueren. —Sólo faltan unos pocos meses antes que llegue el Visitante, —dice. —Las cisternas estarán llenas —digo—, encontraremos la forma.

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El Visitante viene una vez al año, cuando las hojas empiezan a cambiar. Se viste todo de blanco y conduce un gigantesco camión. Se lleva toda el Agua que hemos sufrido para cosechar. Y Darwin hará lo que sea para asegurarse que llenemos las cisternas a tiempo. —Boone golpeó en la última cisterna antes que llegaran ustedes —dice Ellie—. Dice que no está tan llena como debería. Boone es otro Anciano, alguna vez fue un herrero, aún es uno de nuestros hombres más fuertes. Tiene razón sobre la cisterna. Yo también la reviso, en la noche, cuando hago mis visitas secretas. —Su cuota de hoy… —Darwin anuncia en voz alta. Le da otro mordisco a su comida, y los ojos de cada Congregante trazan el camino de su emparedado a los labios. Esperamos mientras mastica. —Otto nos salve, —murmura otro Congregante junto a nosotras. La cuota de ayer fue media taza y apenas la reuní. Las plantas se están guardando su agua durante la sequía, la succionan hasta la profundidad de sus tallos y centro. Darwin finalmente termina de masticar. Sus labios brillan de grasa. —Hoy será una taza completa. Ellie deja escapar un suave jadeo. Mis ojos se desvían al nuevo Supervisor; está frunciendo el ceño hacia el piso. Me pregunto qué debe pensar de Darwin… y de nosotros al seguir sus caprichos. —Es demasiado. —Madre avanza al frente del grupo, hasta estar a treinta centímetros de Darwin. El Supervisor de al lado le apunta con el arma, pero ella no parece notarlo.

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Madre es nuestra Reverenda. Nos guía en las oraciones mientras esperamos el regreso de Otto. Otto, nuestro salvador, nos dio su sangre para que pudiéramos vivir más tiempo. También transmitió su sangre a mis venas, porque es mi padre. Pero casi nadie sabe sobre su sangre. —Podrían ser dos tazas, —Darwin cavila. —Hay una sequía, y el clima es abrasador. —Madre retuerce su falda larga. Los Congregantes visten ropa sencilla y modesta, como si aún fuera 1812, el año que Darwin West nos aprisionó. Ellie dice que las damas solían cambiar partes de sus atuendos todo el tiempo, y seguramente aún lo hacen. Me pregunto qué tan diferente lucimos ahora de las mujeres modernas. Aunque Madre dice que nuestras botas son tan modernas como cualquiera; gruesas, altas, amarillas, fabricadas para mantenernos en pie durante largas horas dentro del bosque. Los Supervisores nos las dan, un par cada otoño, antes de la primera nevada. —Haz que sea media taza, como ayer, —ordena Madre. Me maravillo ante su audacia, a pesar de que la he visto durante mucho tiempo. Nunca le teme a Darwin West. —Una taza, llena hasta el borde. Ahora ve —Darwin saca una pesada cadena de su bolsillo y la golpetea en su palma—. A menos que quieras latigazos en vez de tu ración. La ración seguramente será avena cubierta de moho, o tal vez algo de pan verde y queso. Pero trabajaremos todo el día con la esperanza de que nos lo den. Si Madre habla de nuevo, él podría decidir que no tendremos cena, sin importar cuánta agua encontremos. —Madre, —digo.

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Levanta la barbilla por un momento… y la deja caer. Entonces le da la espalda a Darwin. —Ya lo oyeron. —El Supervisor cerca de Ellie y yo, me pica la espalda con su arma. Enderezo los hombros y sigo a Ellie hacia los árboles, lo suficientemente cerca para atraparla si se tropieza. —¡Los cavadores, vengan por las palas! —grita Darwin. Madre viene detrás de nosotros, y durante un momento, creo que podremos entrar al bosque juntas. Pero Darwin la detiene. —Ve a algún otro lugar, Madre sapo. No le gusta que las familias trabajen juntas. Hago un pequeño signo con la mano, despidiéndola. Ve. Ellie estará bien, yo cuidaré de ella. Madre se detiene, aún mira fijamente a Ellie, luego finalmente da unos lentos pasos para alejarse pesadamente. Empuja ramas conforme avanza; se reacomodan tan pronto pasa, y de inmediato ya no puedo ver su vestido rojo desteñido. Darwin se queda cerca de nosotras. Espero para asegurarme que Ellie puede arrodillarse y entonces me acuclillo junto a un grupo de varas de oro 1 y saco mi cuchara. No hay agua en la planta, pero Darwin está observando, así que paso la cuchara por cada tallo, con la taza debajo. Nada gotea y me muevo a la siguiente planta: un arbusto de moras. Los animales han dejado unas cuantas diminutas rodeadas de las espinas más gruesas. Mi boca punza. Aparto rápidamente los ojos, no deseo que Darwin vea las moras. Tan pronto se haya ido, regresaré por ellas. La mitad serán para mí y la mitad serán para Ellie. Ellie está de rodillas, a diez pasos de mí. Su brazo tiembla conforme pasa la cuchara por algunos tallos. El agua se derrama de la punta de las hojas, pero parece que no toda cae en su taza.

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Solidago virgaurea. También conocida como varas de oro, solidago o vara de San José. Tiene flores amarillas.

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Darwin está observándola, sus dedos se abren y cierran alrededor de su cadena horrorosa. Ellie casi deja caer la taza y él se acerca un paso más. No. No dejaré que la lastime. Me pongo de pie y dejo caer el pie en el suelo, fuerte. Las ramas se rompen bajo mi bota. Funciona. Ahora me está observando. Finjo no sentir sus ojos sobre mí y tomo una mora y me la meto a la boca. La dulzura explota y no puedo evitar saborearla, aun cuando sé que el dolor se acerca. La cadena se azota contra mi estomago. El golpe me tira de rodillas, pero aprieto los labios y aplasto la mora contra mi paladar. Al menos me ganaré este sabor. —No robes comida, —ruge. Si fuera Madre, le respondería con palabras fuertes. Le diría que no es su comida—le pertenece al bosque. Pero sólo miro fijamente sus pies. La cadena cuelga sobre la punta de su bota, se columpia ligeramente como si fuera algo vivo. Darwin respira profundamente, como si estuviera intentando absorber todo el aire antes que también robe eso. —Vuelve a hacerlo y te golpearé hasta que sangres, —dice. Recojo la cuchara y la taza y empiezo a trabajar. El agua hace plin-plop en la taza. No estoy asustada, al menos por ahora. No me herirá mucho a mitad del día. Aún queda trabajo por hacer. Darwin reserva las golpizas reales para la puesta de sol, después que hemos puesto el agua en las cisternas. A veces nos lastima, y a veces no—la peor parte es nunca saber qué pasará. Darwin podría encogerse de hombros si no le damos lo que quiere, o podría levantar la cadena.

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Cuando sí nos lastima, tenemos toda la noche para curar. Es suficiente tiempo para tenernos listos para la cosecha del día siguiente, a menos que rompa huesos. Tardan dos o tres días en sellarse, si hemos tenido la Comunión cada semana. Hay suficiente agua en mi taza ahora y es más pesada. Puedo sentir los ojos de Darwin en mi cuello. Aspiro profundo mientras trabajo, en un intento de tranquilizar la sensación de su mirada fija. Darwin se inclina sobre mí y ve mi taza. —Debí hacer que colectaran dos tazas, sapos —dice. Me preparo para una bofetada, pero estira la mano hacia el arbusto y quita hasta la última mora. Se las echa todas en la boca—. Cosecha bien, sapo. Así es como nos llama: sapos. Supongo que es porque podemos sobrevivir a sus golpizas y la ausencia de comida, como los sapos que duermen aquí en el lodo todo el invierno. O tal vez porque le parecemos así de feos. Se aleja, colina abajo. Imagino que se sentará a la sombra con sus Supervisores favoritos, jugando cartas y comiendo el almuerzo que nunca nos dan. Tan pronto se ha ido, Ellie deja de trabajar. Se sienta sobre las hojas, la taza acunada con ambas manos. Reviso para asegurarme que estamos solas y entonces me apresuro hacia ella. El fondo de su taza está apenas húmedo. —Es difícil para una anciana mantener el paso. —dice. —No tienes que disculparte. —Levanto mi taza y derramo su contenido en la de ella. Todo lo que he colectado es suyo ahora. Ellie pone la mano para detenerme, pero tarda demasiado. No había demasiado que verter. —No dejaré que te golpeen, —susurra. —Aquí hay suficiente agua para ambas, —le digo, aunque no estoy segura. Sujeta mi mano, sus dedos tiemblan. Su piel se siente suave. —No des tu vida por nadie, chica. Apenas has empezado.

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Una risa suave se me escapa; ambas miramos colina abajo, pero no hay rastros de Supervisores. —Ya he vivido suficiente vida por cuatro chicas, cada día igual. — susurro. Y no hay cambio a la vista. El Agua ralentiza nuestro envejecimiento; o en mi caso, el crecimiento. Ha tomado todo este tiempo para que creciera de bebé a como estoy. —Ahora eres una mujer —dice Ellie—. Todos lo vemos. Suena tan orgullosa, ¿pero de qué? —¿Y qué nuevas maravillas me trae ser mujer? —pregunto. —Los Ancianos… queremos hablarte sobre eso justamente, —dice. La curiosidad parpadea en mi interior, como una hoja que tiembla al viento. — ¿Qué? —pregunto—. ¿Qué quieren los Ancianos? Ellie sacude un dedo con suavidad. —Espera la siguiente reunión del consejo. La irritación me abruma—y entonces me siento terrible, pequeña. ¿Qué se ha ganado Ellie de mí, aparte de amor y gratitud? —Siéntate y descansa un poco —le digo—. Hay suficiente agua para encontrar y compartir. La ayudo a recostarse contra el tronco de un árbol, pero entonces se escuchan ramas rompiéndose bajo una pisada; alguien viene. Ellie sujeta fuertemente su taza y corro lejos de ella, con el corazón golpeando. Me acerco a un grupo de flores silvestres y paso la cuchara bajo sus pétalos, rezo para que contengan algo de rocío. Una sombra se cierne sobre mí. —Tu taza está vacía. —dice Madre. —Se la di a Ellie. —Como haré yo. —Madre se acerca con ligereza a Ellie y vierte en la taza de Ellie todo lo que ha colectado.

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Saca una tela de su bolsillo y le limpia la frente a Ellie. Los ojos de la anciana están cerrados, le tiemblan las pestañas. —Deberías irte —le digo a Madre—. Yo cuidaré de Ellie. —Hoy todos estamos ayudando a Ellie, —dice, señalando con la cabeza hacia la taza. Está llena más de la mitad. Es imposible que Madre pudiera haber colectado tanto. No soy la única Congregante que se arriesgó a darle un regalo a Ellie hoy. —¿Quién? —pregunto. —Hope, Asa y otros, —dice Madre. Ahí es cuando veo a Darwin atisbándola por entre las hojas. Tuerzo los labios y hago la imitación del llamado de un petirrojo. Es nuestra señal, una que hemos usado por mucho tiempo. No mira; es una pérdida de tiempo. Nos ha visto hacer algo que no debíamos, y no lo pasará por alto. La única pregunta es cuál será el castigo. —Sin importar qué —Madre susurra, tan bajito que apenas puedo oírla—, protégete a ti misma. La rebelión quema en mis entrañas. No sabe que ya recibí un latigazo por Ellie esta mañana. Ya no tengo que sentarme y dejar que ella reciba todo el dolor. Yo también soy fuerte—creo que más fuerte que ella, ahora que he crecido. Pero asiento, porque hemos discutido sobre esto desde que le llegaba al hombro. Ella dice que es su trabajo protegerme, y mi trabajo es sustentar a la Congregación, pero yo digo que es mi turno de ayudarla. Y entonces Darwin se para junto a nosotras, sonriente, como si estuviera feliz de habernos atrapado haciendo algo malo. Cuando mira la taza, y entonces a Ellie, su cabeza asiente. —Sabía que no planeabas nada bueno. La ayudaste. —Me apunta con su dedo grueso.

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Se supone que nunca debemos ayudarnos unos a otros. Comienzo a asentir, pero Madre posa su pesada mano sobre mi coronilla: un recordatorio. —Yo lo hice. —Madre se levanta y le muestra una sonrisa retadora. Él muerde el anzuelo y le propina una fuerte bofetada. La cabeza de Madre se balancea a un lado, pero no deja escapar un grito. Me muerdo el interior del labio para evitar gritar. Su mano se cierne sobre la cabeza de ella, lista para golpear de nuevo. —No tienen porqué sufrir, sapos. —dice. —Entonces libéranos. —espeta Madre. La mano de Darwin vuelve a su costado. Se deja caer de rodillas y sujeta la mano de Madre. Ella intenta retirar la mano, como si su piel quemara la propia, pero su agarre es demasiado fuerte. —Aún te aceptaría, Sula Prosser, —dice Darwin. Un gruñido se me escapa, pero ninguno parece notarlo. Se lo ha pedido una y otra vez, y siento una enfermiza vergüenza por su desesperación. La odio más que su brutalidad. Una vez, antes que Otto siguiera a mi abuelo fuera del bosque, antes que fuéramos esclavos, Darwin le formuló la misma pregunta a mi madre. Esa vez ella dijo que sí. Pero Otto cambió todo. Darwin West no se ganó a mi madre después de todo— pero sí se ganó el Agua y nuestras vidas. La bilis me llega hasta la garganta cuando imagino la vida que tendríamos bajo su techo. La crueldad no cambia; sólo encontraría nuevas formas de herirnos.

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Pero al menos la Congregación sería libre. —Espero a Otto, —replica Madre. Es lo que siempre dice. Darwin baja la mano a sus pantalones y saca la cadena. —Aún hay trabajo por hacer —murmuro—. Falta mucho para el ocaso. Su mano baja lentamente, tal vez el peso de la cadena la baja. Darwin levanta la vista hacia el cielo. —Ese salvador tuyo nunca va a venir. —Ya verás, —dice Madre tranquilamente. Aprieto los labios y dirijo a Otto una plegaria secreta en mi mente. Por favor detenlo. Rezo. No dejes que la lastime. Otto debe estar escuchando, porque Darwin vuelve a meterse la cadena en el bolsillo. —Será mejor que pongas a trabajar a tus sapos perezosos. —Es imposible que llenen una taza hoy. —sisea Madre. —Entonces tal vez sentirán mi beso al ocaso… si tienen suerte. —Palmea la cadena en su bolsillo. Un estremecimiento me baja por la espalda y convierte el día en uno tan frio como enero. Los ojos de Darwin giran a mí. —Tú, sapito. Encuentra otro lugar, lejos de mamá sapo. No puedo evitar mirar a Ellie. Él me pone una gruesa mano en el brazo y me pone de pie de un jalón. —Ve ahora, o no habrá piedad para tu madre. Es inútil discutir. Encuentro un manchón de árboles sombreados con hojas de bordes cafés y paso el día haciendo lo mismo que siempre. Reuniendo agua… y rezando para que haya suficiente y Madre escape de una golpiza al ocaso.

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Cuando el sol se oculta bajo los árboles, regreso con Ellie. Está tan quieta que corro los últimos pasos hasta ella. Unas cuantas gotas me salpican la mano, pero no voy más lento. —¿Ellie? Ellie. ¡Ellie! —grito—. La cosecha ha terminado por hoy. Pero no se mueve. ¿Su pecho se mueve? No puedo distinguirlo. Bajo la taza, acurrucada junto a una rama para que no se voltee. Entonces pongo ambas manos en sus hombros y la sacudo, con suavidad. Sus trenzas se sacuden contra su blusón delgado. Esta tan flácida como la muñeca que me confeccionó hace mucho tiempo, hecha de retazos y botones. —¡Despierta! —le digo, lo suficientemente alto para hacer que las aves vuelen del árbol en el que está apoyada. Los parpados de Ellie revolotean. Un refrescante alivio acompasa mi respiración. Ahora está más oscuro. Necesitaré hacerla bajar la colina hacia las cisternas rápidamente. Necesitamos que cuenten nuestras tazas, si queremos la cena esta noche. La taza junto a ella está llena hasta el borde. ¿Cuántos la visitaron hoy? ¿Cuántos llevarán tazas medio vacías por lo que hicieron por ella? —Eres una buena chica, —dice Ellie. Lucha por ponerse en pie y alcanza la taza. —Yo llevaré ambas, —digo, le ofrezco el codo para que se sujete.

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Aunque el color ha desaparecido de sus labios y se encorva hacia un lado, el agarre de Ellie es fuerte. —Será mejor que nos apresuremos. —dice. Cuando llegamos a las cisternas, el claro está abarrotado de Congregantes exhaustos y Supervisores que inspeccionan la cosecha del día. Nos detenemos al final de la fila, detrás de la penúltima cisterna. Para esta época deberíamos tener cuatro cisternas llenas y la mitad de la quinta. Pero la sequía lo ha hecho imposible. Las cisternas están directamente sobre el camino que conduce a la Casa Común, donde nos reunimos por comida—cuando nos la dan—y los Servicios del domingo. Los árboles delimitan el claro alrededor de las cisternas, cada día parecen más inclinados, pareciera que desean el Agua. Nada sale de las cisternas a menos que Darwin quite el candado a los grifos del fondo. Lo que está abierto son las válvulas de encima. Sólo podemos añadir, nunca robar. Mi primer recuerdo es de venir aquí en la noche, con Madre. —Silencio —me advertía cada noche—. Nunca debe encontrarnos aquí. —Se refería a Darwin, por supuesto. Arrancaba puñados de la hierba lustrosa que crecía bajo las cisternas, incluso en invierno, mientras Madre trepaba a la cima de una cisterna y murmuraba una rápida plegaria a Otto. Contaba en voz alta: —Una, dos, tres gotas. —Entonces se apresuraba a bajar. Siempre cargaba ese vial con la sangre de Otto con tanto cuidado, incluso mientras regresábamos apresuradamente a nuestra cabaña. Ahora todos los viales están vacios, pero los guarda en una caja de madera debajo de su cama, cuidadosa de mantenerlos intactos. Ahora es mi sangre la que gotea sobre el agua dentro de las cisternas; pero debido a la sequía de este año—desde que Darwin encontró nuevos alcances para su

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crueldad—, he tenido que venir a las cisternas sola mientras Madre cura. Acepta las palizas de otras personas, tanto como Darwin lo permita. Ya casi estamos al frente de la fila. El Supervisor nuevo está parado junto a la cisterna, su arma larga recargada sobre su hombro, su agarre flojo. Su camisa sudada se pega a su cuerpo, da indicios de los músculos que hay debajo. Pasa su peso de un pie a otro, sus ojos revolotean de una persona a otra. Durante un segundo nos miramos fijamente. Él aparta primero la mirada. Aspiro profundamente y estiro el cuello para ver si los otros han llenado sus tazas. Boone está parado un metro delante de nosotras, con las manos vacías—pasó el día cavando. Está hablando con Hope, alguna vez mi compañera de juegos, ahora una mujer crecida y una de los Ancianos. Sostiene su taza con ambas manos, con mucho cuidado. Rezo porque eso signifique que reunió suficiente después de darle a Ellie. Pero Jonah Pelling, enfrente de nosotras, tiene una taza tan vacía que puedo ver los lados de peltre. La inclina a un costado, descuidadamente, y la gira con demasiada energía. La ira me abruma, caliente y despiadada. No me importa lo seco que está el bosque. Debió haber encontrado una forma, de alguna manera, como el resto de nosotros. Esos Pelling siempre encuentran una forma de descansar los pies y hacer pagar por ello al resto de nosotros. Golpeo a Ellie con la cadera y cabeceo hacia Jonah. Chasquea la lengua bajito, pero entonces descansa una mano sobre mi brazo. —Ha sido una temporada dura, — susurra. —No tan dura para algunos, —respondo. —Jonah es un chico listo, —dice Ellie. ¿Por qué lo defiende? —Listo y perezoso, —le digo.

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Jonah voltea a verme entonces, y siento una oleada de culpa. ¿Me escuchó? Pero entonces levanta las cejas y sonríe antes de regresar la cabeza al frente. Alguna vez hubo cuatro de nosotros lo suficientemente jóvenes para que se nos considerase niños. Jonah tenía ocho cuando vino aquí, y su hermano Zeke tenía doce. Hope era la mayor—quince—, que huía de un matrimonio a la fuerza, además de que venía siguiendo a Otto. Nadie ha engendrado un niño desde que la Congregación vino al bosque— excepto Madre. Algunos dicen que Otto no quiere que otro niño nazca en esclavitud. Otros piensan que el Agua es la causa. Sólo Otto sabe. Ser los únicos niños significaba que la Congregación nos consentía un poco. Nos ayudaban a robar tiempo para pasar en el bosque—yo, la bebé, me esforzaba por seguir a los otros tres a todas partes. Pero con el tiempo vinieron más deberes, y menos indulgencia. No he perseguido a Jonah por el bosque durante décadas. Ahora, holgazanea y deja que otros hagan su trabajo. Uno por uno, los Congregantes enfrente de nosotros le muestran sus tazas a un Supervisor. Las revisan y hacen una nota en sus portapapeles si alguien no ha alcanzado la cuota. Entonces cada persona va a la escalera. El Supervisor que revisa mi taza no se encuentra con mis ojos. Encuentra partes más debajo de mi cuerpo que examinar. Nunca nos tocan de esa forma—pero eso no evita que algunos miren. Me giro demasiado rápido y una gota se derrama de mi taza. —Haz eso de nuevo y sentirás la cadena, —me advierte en voz alta. Alguien aspira con fuerza. Miro atrás y veo que el nuevo Supervisor mira fijamente al hombre que me amenazó. Sostiene el arma con tanta fuerza que los nudillos están blancos. —Ve a patrullar el perímetro, novato. —dice el hombre. El Supervisor nuevo se gira sin mirarme.

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Ralentizo mi paso camino a la cisterna, en un intento de ocultar que mis piernas están temblando. —Firme. —dice la voz de Madre, detrás de mí. Presiona su mano contra mi espalda conforme subo la escalera. —¿Todos alcanzaron su cuota? —pregunto. —Tal vez los suficientes —responde—. Ahora vierte, y con cuidado. Levanto mi taza a la válvula abierta en la parte superior de la cisterna. Entonces veo al nuevo Supervisor, camina lentamente alrededor del claro. Levanta la vista hacia mí y deja de caminar. Mi mano tiembla y el agua se escapa por un lado de la cisterna, pero me corrijo rápidamente y pronto termino de verter. Espero que ningún Supervisor haya visto mi torpeza. Habría castigo, y recaería en los hombros de Madre. Cuando alcanzo el piso, Madre levanta un dedo húmedo. —Estás distraída, — dice. La vergüenza me quema, y no encuentro sus ojos. —Sólo se escurrió. Levanta las cejas y trepa la escalera con su taza. Nadie puede irse hasta que toda el agua se haya vertido en la cisterna. Entonces Darwin decide si tenemos cena—o su puño. Inmediatamente después que Madre ha bajado de la escalera, Darwin saca la cadena de su bolsillo. —Cinco de los sapos fallaron hoy, —grita. —Cinco personas, —aspira Madre. Ayer fueron tres. ¿Cómo podría soportarlo por cinco? —¡Vengan aquí, sapos! —grita Darwin.

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Los Supervisores con portapapeles dicen cinco nombres; cinco Congregantes que fallaron se adelantan. Todos, excepto uno, son Pelling, incluido Jonah, que ya no luce tan contento. Desvían sus ojos hacia Madre, con la esperanza de escaparse del castigo. La última es Meg Newman. Es una trabajadora dura, y fuerte, con un cuerpo lo suficientemente joven para mostrar canas, pero incluso los que trabajan duro a veces no tienen suerte. Se para firme y no mira en nuestra dirección. Los Supervisores forman un círculo apretado a nuestro alrededor; nos juntamos más. El nuevo está parado detrás de Darwin. Otro guardia le dice algo, su voz es demasiado baja para oírla. Cuando el nuevo asiente, sus labios se aprietan, los dos hombres se separan y giran sus armas para apuntarnos. Darwin cruza los brazos y mira a Madre. —Queremos la cena, —dice Madre. —Y yo quiero mi Agua —gruñe—. El camión va a venir pronto, y ¿qué pasará cuando las cisternas estén medio vacías? Madre mantiene los ojos fijos en él. —Trabajaremos más duro si tenemos comida. —¿Crees que soy un bruto? —Darwin sacude la cabeza—. Sabes qué pasa si no tenemos el Agua. No sé mucho sobre el hombre que viene con el camión cada año, a recoger nuestra Agua. Pero sé que es la única vez que veo temblar las manos de Darwin. Darwin cabecea hacia un Supervisor, el que tiene una cicatriz sobre el ojo. Se para detrás de Meg y la empuja de rodillas. Darwin levanta la cadena. —No, no esta noche. —dice Madre. —Es tu culpa. Si me amaras, ninguna de estas personas sufriría, —dice Darwin. —No soy yo la que los lastima, —espeta.

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Los gruesos músculos del brazo de Darwin se hinchan, y desliza la cadena sobre su hombro, listo para golpear. —Tomaré su lugar, —dice Madre, como hace cada noche cuando él tiene ganas de herir. —Madre, no, por favor. —Sujeto su mano e intento jalarla. Sé que es egoísta de mi parte. Tiene una manera secreta de curar esos golpes, una que nadie más tiene. Depende de mi sangre. —Intercambio aceptado. —Darwin sonríe y asiente. Los Pelling se funden en la multitud sin siquiera un gracias. Fijo una dura mirada en ellos, pero si sienten mi mirada no muestran ninguna señal. Aun así, Meg no se levanta. —No mi parte —dice con dientes apretados—. Yo puedo soportarlo. La mayor parte del tiempo, la gente se aparta a favor de Madre. Se arrodilla junto a Meg. —Déjame cargar este peso por mi Congregación. —¿Por qué? No es tu culpa que nos golpee. —Meg escupe al suelo, peligrosamente cerca de la bota de Darwin. Quiero dar un paso al frente, quiero recibir la paliza por una vez. Pero les he prometido a Madre y a los Ancianos que no me pondría en peligro. Soy la única que puede curar a Madre… curar a nuestra líder. Soy la única que puedo hacer el Agua lo que es. Al menos hasta que Otto regrese. —Entonces serán dos esta noche, —ruge Darwin. El esposo de Meg, John—tercer esposo, porque después de un tiempo incluso la gente buena se cansa entre ellos—se abre paso al frente.

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—No lo hagas —le dice—. Escucha a Sula. Ella sacude la cabeza. Entonces no hay más discusión o espera. Darwin azota la cadena en la espalda de Meg, y ella deja escapar un jadeo. Una pequeña sonrisa juega en los labios de Darwin. Vuelve a mirar a Madre. —No más —dice Madre—. Déjame recibirlos. Pero Darwin vuelve a golpear a Meg. —¡Meg! —grita John con voz estrangulada. Junto a mí, Ellie empieza la oración. Es un cántico, en realidad, la misma frase simple una y otra vez. La decimos suave y baja, pero juntos hacemos suficiente ruido para que llegue hasta la cima de los árboles. Otto vendrá. Otto vendrá. Nadie se va durante las golpizas. Somos una familia, así que incluso si no podemos detener los golpes de la cadena, podemos ser testigos… y rezar. Meg está llorando ahora. Madre estira la mano, como para palmearle la espalda, entonces se detiene. Desliza su mano sobre la de Meg y la aprieta. Otto vendrá. Otto vendrá. ¿Por qué sólo observamos? ¿Por qué no lo detenemos? ¿Soy la única cansada de esperar a Otto… y de protegerme? El odio quema en mi interior… odio por Darwin y odio por nosotros, ahí parados mientras lastima a otro Congregante.

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Levanto la vista y veo a Jonah con la vista fija, con los puños apretados y los ojos entrecerrados. Fue demasiado débil para ofrecerse a recibir la golpiza, pero al menos también desea que pudiéramos pelear. Mi ira se desvanece un poco. Un golpe más y Meg cae de frente. Darwin deja caer la cadena a un lado. El cántico se disuelve. El vestido de Meg no está rasgado, pero la sangre lo oscurece, una mancha de rápida dispersión que sombrea su espalda entera. John se acerca a ella, y Darwin no lo detiene. Está mirando a Madre. —¿Estás segura? —pregunta Darwin suavemente, tierno durante un momento, como a veces es con ella. Eso no lo detiene de utilizar cada uno de sus músculos cuando agita la cadena. —¿Estás segura? —Madre no inclina la cabeza. Empiezo el cántico de nuevo, e igual hacen los otros Congregantes. Es más alto esta vez, y los Supervisores empuñan sus armas. Busco al nuevo. La cadena se acelera hacia la espalda de Madre. Hay un horrible sonido cuando golpea, un sonido que me sobresalta, sin importar las veces que lo oiga. Pero ella no grita. —Ocho más, —dice Darwin. El arma del nuevo Supervisor está colgando en su mano. Su boca está abierta. Uno de los otros Supervisores lo pica con el cañón de su arma y sacude la cabeza. Entonces él vuelve a poner su arma en posición. Canto más fuerte. Otto vendrá. Y miro fijamente al nuevo Supervisor. Su rostro luce húmedo, ¿está llorando? Los Supervisores no muestran emoción a menos que se cuente la ira o lujuria.

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Darwin vuelve a golpear a Madre, y esta vez se le escapa un gruñido. Presiona las manos contra el suelo, ya sin mirarlo a él. Me adelanto y arrodillo junto a ella. —Permíteme, —digo. —Retrocede, ¡chica inútil! —ruge ella, y la cadena golpea de nuevo, a un centímetro de mí. De alguna forma encuentra la fuerza para patearme. Sólo me está protegiendo. Me quiere lejos de la cadena, y de Darwin. Sabe que no soy inútil. Me digo estas cosas como mi propio cántico, y la Congregación continua el suyo. Otto vendrá. El nuevo Supervisor entra en el círculo que han formado a nuestro alrededor. Ahora está a sólo unos pasos de Darwin. La cadena aterriza de nuevo. Madre se derrumba contra el piso forestal. Quiero sujetarla, quiero escudarla, pero sé lo que se supone que haga… y que no me perdonaría por recibir un golpe, así que espero hasta que pueda ayudarla. —Cuatro más, —dice Darwin. Pasa los dedos por la cadena y se limpia la sangre en los pantalones. —Tienes que parar. —El nuevo Supervisor está junto a Darwin. Sus ojos parpadean lejos de la cadena, hacia Madre, hacia Darwin… y entonces hacia mí. Darwin parpadea en su dirección, retiene el aliento y no dice nada. —¿No han sufrido ya suficiente? —pregunta el nuevo. El cántico de los Congregantes se debilita y entonces muere. ¿Todos están sintiendo la esperanza llamear en su interior, como yo la estoy sintiendo… y odiándose por ello? Tal vez este nuevo es blando, pero Darwin le exprimirá eso pronto.

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—Trabajas para mí. —Darwin lo dice bajo y calmado, pero su mano aprieta más la cadena—. Sin preguntas, sin quejas, ¿recuerdas? —Lo… lo sé, pero esto es… —El Supervisor traga—. Nadie debería soportar esto. El miedo me recorre como si él fuera uno de los nuestros. ¿No sabe que está pidiendo que lo lastimen? ¿No sabe que desafiar a Darwin siempre, siempre traerá dolor? —¿Cómo se está sintiendo tu madre? —Darwin pregunta con voz sedosa. Ahora el Supervisor audaz y tonto se mira los pies fijamente. Si responde, no puedo escucharlo. —Parece que la pasará duro sin los generosos gastos médicos que pago, — Darwin continúa. El Supervisor asiente. —Estoy agradecido. —¿Quién te preocupa? ¿Estos sapos o tu propia madre? —Darwin alza la cadena más, más, mucho más que cualquiera de los otros golpes, y aterriza justo sobre la columna de Madre. Es la peor golpiza que he visto que le dé en mucho tiempo. Su cuerpo cae por el impacto. Sé que eso significa que se ha desmayado, se ha ido a un lugar sin dolor… hasta que la reanime con Agua. Por favor, Otto, rezo. Permite que sea lo suficientemente fuerte para tres más de esos golpes. —¿Tienes algo más que decir? —pregunta Darwin. El Supervisor mira fijamente a Madre. Lentamente sacude la cabeza. Lo odio por eso. Tal vez no es justo, ¿qué más se supone que haga? Pero que notara lo erróneo en el comportamiento de Darwin me hizo tener la esperanza,

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durante un segundo, que las cosas cambiarían. Desearía que no hubiera dicho nada en absoluto. La Congregación empieza el cántico de nuevo, y los tres últimos golpes son duros y fuertes. —Listo, —canta Darwin. Retrae la cadena y la regresa a su bolsillo. Corro hacia Madre. El suelo alrededor de su cuerpo está húmedo de sangre y sus mangas se han partido donde ya las he remendado incontables veces. Pero su pecho se mueve; su cuerpo aún pelea contra él, aunque su mente se ha ido a otra parte. Acaricio su cabello. Darwin nunca toca su rostro, o cabeza. El nuevo Supervisor se atreve a hablar de nuevo. —Llamaré una ambulancia. La respuesta de Darwin es sujetar los hombros del nuevo y girarlo para que esté directamente frente a Madre. Entonces golpea la parte posterior de sus rodillas con la cadena, de tal forma que el nuevo cae al piso junto a Madre. Nuestros ojos se encuentran y veo que sus mejillas están realmente manchadas de lágrimas. Pero aparto rápidamente la vista. No es bueno ser susceptible a este chico. —Mira bien —sisea Darwin—. Y decide si estás conmigo o no. El chico gira la cabeza y vomita en las hojas. Da arcadas intensas hasta que todo lo que queda son los sollozos que lo desgarran. No hay nadie que lo consuele; Darwin se aleja, igual que los Supervisores. La mayoría de los Congregantes emprende la ardua marcha a casa. Pero no todos se van—como siempre, Boone se queda, y Hope, con su nuevo esposo, Gabe. Ellie también está aquí, por supuesto. —Se recuperará —dice Ellie—. Sólo necesitamos llevarla a casa.

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Boone levanta sus pies; Hope y Gabe levantan la parte superior, mientras yo cargo el medio. Cuando Ellie hace un movimiento para ayudar, sacudo la cabeza. Frunce el ceño, pero deja caer las manos. El Supervisor sigue en el piso, pero ahora nos está observando. —Ayudaría si pudiera, —susurra. Gabe resopla y escupe en las hojas que tiene junto. Es algo tonto, algo que no se atrevería a hacer con ningún otro Supervisor. —Su respiración se está volviendo rara, —dice Boone. —Deprisa, —respondo, y le doy la espalda al nuevo Supervisor.

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Traducido por Beneath Mist

Cuando llegamos a la Cabaña, en el exterior ha oscurecido totalmente. El único sonido es el de nuestros pies contra el camino—las ranas dejaron de croar hace unas pocas semanas, quizá demasiado sedientas para cantar. Algo revolotea cerca de mi cabeza. Los murciélagos han salido para desayunar. Estoy realmente hambrienta. Si pudiera cazar bichos, los convertiría en mi comida diaria. Debido a que Madre ha estado herida durante tantas noches seguidas, no ha sido capaz de escabullirse el tiempo suficiente para una cacería nocturna. Nadie obtiene comida a menos que los Supervisores nos la den. El cuerpo pesado de Madre se balancea entre nosotros. La caminata es lenta y cuidadosa. Nuestros pies conocen el camino, pero un solo resbalón podría desestabilizar el cuerpo, que cargamos con esfuerzo. —Yo llevaré el farol. —Ellie se adelanta y atraviesa la puerta. No está cerrada—no tenemos cerraduras. Madre me habló acerca de unas casas grandiosas con muchas cosas en su interior, que tenían cerraduras, quizá más de una. Sólo he visto cerraduras en la gran casa que los Supervisores comparten. La luz llamea en el hueco de la puerta abierta. Dejamos a Madre en el interior de la cabaña. Como todas las demás, nuestra cabaña consiste en una única habitación diminuta, construida deprisa para protegerse del viento invernal, durante el primer año que los Congregantes huyeron a este bosque—y que Darwin West los siguió. Tiene

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una hoguera pequeña, una única ventana rota con vistas al lago, y paredes desnudas construidas con troncos. Las grietas entre las paredes están llenas con años de barro seco. Dos camas son nuestro único mobiliario, con una sábana colgada entre ellas. Ese fue el regalo de navidad que Madre me dio este año. —Ya casi eres una mujer adulta —dijo—. Y te mereces tu pequeño espacio propio. Ellie alisa la muselina manchada de sangre de la cama de Madre antes que la tumbemos encima. —Pobre niña. —suspira, pone su mano liviana sobre la mejilla de Madre. Sólo he tenido madre durante toda mi vida, sin un padre; pero para Madre fue lo contrario: ella sólo tenía a su padre, un trampero que una vez desapareció durante cuatro meses seguidos. Y después tuvo a Ellie, que les alquilaba dos habitaciones en su casa. Las sombras ocultan las peores heridas de Madre. Intento fingir que ya ha estado así de mal antes, que esta es sólo una noche normal. —Despacio. —digo, más como una súplica que como una orden, mientras la tumbamos. —Iré por agua, —dice Gabe. Boone inspira con fuerza. —¿Qué le has dicho? —le pregunta a Hope. Gabe no es un Anciano, él no debería saber cómo Madre sana tan rápido y tan bien después de cada paliza. Las mejillas de Hope están rojas, pero se enfrenta a la mirada de Boone. —Ahora él es mi marido. —Ahora, pero puede que no para siempre. —dice Boone. No muchas de las parejas de la Congregación han resultado ser para siempre.

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Gabe se desliza cerca de Hope y pone sus brazos alrededor de los hombros de ella. —Para siempre. —dice simplemente, sin ningún atisbo de enfado. Entiendo por qué Hope lo eligió, incluso si significó rechazar a otro. Supongo que Jonah no lo entiende. Todos sabíamos que él había depositado su corazón en Hope, años antes de ser lo suficientemente mayor. Esperará durante mucho tiempo, creo que quizá para siempre. —Tú secreto está a salvo. —Gabe me mira a mí, no a ninguno de los Ancianos. Pero frunce el ceño. —Lo sé. —le digo. Y entonces le dedico a Hope una pequeña sonrisa. Sé por qué se lo ha dicho. Hope dejó de susurrarme sus secretos cuando Gabe posó sus ojos en ella. Añoro el tiempo que pasábamos juntas en las sombras, susurrando y riendo. —Estamos perdiendo el tiempo mientras Sula sufre. —dice Boone. Gabe sale por la puerta. Será afortunado si consigue una cubeta limpio. El lago también es víctima de la sequía, y ha quedado reducido a charcos y barro húmedo. No recuerdo haber visto nunca nada como esto. Cuando vamos a bañarnos, o a buscar agua potable, es casi imposible encontrar agua clara. Después que Gabe se haya ido, Hope habla: —El secreto de Ruby es difícil de aceptar para él. —No deberías habérselo dicho, y esa es una de las razones. —dice Boone. —Le resultará más fácil sobrellevarlo con el tiempo. —me dice Hope. Al menos entiendo por qué había estado tan extraño y hostil recientemente.

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Mientras esperamos, meto la mano bajo la cama de Madre y extraigo la piedra de bordes afilados que mantenemos oculta bajo su colchón. Está mellada, pero hace su trabajo lo suficientemente bien. Boone está mirando la imagen de Otto que cuelga de la pared. Madre ha llenado las paredes con las pocas cosas especiales que trajo del pueblo: un manguito de piel que su padre le hizo, un espejo de plata de la madre que nunca conoció, y el dibujo de Otto que Boone le hizo hace años. La gente tuvo tiempo de empaquetar sus posesiones más preciadas cuando huyeron de Hoosick Falls. Darwin nunca se molestó en despojarlos de ellos. Sólo nos quería a nosotros… y al Agua. —Debería haberlo dibujado la noche que se marchó —dice—. Mi recuerdo ya se está desvaneciendo. —Pensamos que regresaría cualquier día. —dice Hope. —¿Por qué deja que suframos durante tanto tiempo? —pregunto. Ellie pone su mano en mi mejilla, justo como lo hizo en la de Madre. —Sufrimos porque somos los hijos elegidos de Otto. —¿Nos eligió para sufrir? —pregunto, detesto lo pequeña y petulante que suena mi voz. —Volverá cuando sea tiempo. —dice Boone. Me doy cuenta, ahora, lo esquelética que luce su cara. —No te irás hasta que estés curado esta noche. —le digo. Sacude la cabeza. —No es necesario. —¿Y quién llenará la taza de Ellie, mañana? —pregunto—. Tú, con un pie herido, no. —No necesita coger el Agua —dice Ellie—. No necesita hacerlo por mí.

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—No todo el mundo tiene que ser tan terco como tú —le digo—. Déjame curarlo, ya que no me vas a dejar curarte a ti. —Esa es una larga y dolorosa discusión entre nosotras. Ella no acepta ni un poco de Agua extra. Sólo toma la que Darwin autoriza en la Comunión semanal. Madre dice que la mayoría de los Congregantes no son tan desinteresados. —Si todos lo supieran, te harían sangrar hasta dejarte seca. —me dice siempre. Descubrí que mi sangre era especial hace algún tiempo, cuando era apenas la mitad de alta que Madre… tiempo antes de que la sangre de Otto se acabara. Madre me había forzado a unirme a unas de sus excursiones de caza, y nos adentramos furtivamente en el bosque en una noche lluviosa y oscura para robar algo de comida para los Congregantes. Me gustaba la comida. Odiaba la caza. Teníamos que ser silenciosas en caso de que los Supervisores vigilaran el bosque. Darwin pensaba que controlaba cada bocado que iba a parar a nuestras bocas. Apenas había luna y las nubes ocultaban las estrellas. Pero Madre era silenciosa entre los árboles, como si pudiera ver claramente un sendero frente a ella. Mis pies parecían encontrar cada ramita y hoja ruidosa. —Punta y talón, punta y talón. —susurraba. Aun así, mis pies tropezaban. Con cada uno de mis sonidos, sus hombros se alzaban y sus puños se apretaban, pero después de un rato se rindió en intentar recordármelo. Después de cada viaje, esperaba que mi torpeza me salvara de comprobar las trampas con ella, pero aun así insistía en que la acompañara. —Aprenderás a trampear —decía—. De la misma manera que mi padre me enseñó a mí. De modo que la seguí esa noche mientras se dirigía a una trampa de ardillas. Estaba en lo más profundo del bosque, tan profundo que ni siquiera veníamos en esta dirección para reunir agua. Madre había colocado cebo en bucles de cuerda que colgaban de las ramas, y al menos una docena de ardillas habían caído en la trampa. Se estrangularon antes de poder comerse el cebo.

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Madre soltó una pequeña risa triunfante y aplaudió una vez con las manos. Entonces se dirigió hacia la ardilla más cercana. Sus oscuros cuerpecitos se balanceaban en las cuerdas, moviéndose ligeramente con el viento de la noche como si acabaran de ser capturadas. Me quedé atrás, sintiendo que me había entrometido en algo privado, algo a lo que no debería acercarme. Pero Madre ni siquiera se detuvo. Se acercó a la primera y cortó la cuerda para soltarla. Después la tiró hacia atrás para ponerla sobre su hombro. Mi trabajo era cogerlas—y llevarlas hasta casa. Esa noche me estaba sintiendo especialmente reacia. Dejé caer la primera entre las hojas, para después inclinarme a recogerla por el poco de cuerda que quedaba alrededor de su cuello. Olía como a almizcle y sangre. —Usa la cola. No podemos permitirnos que dejes caer ni una más. —susurró Madre. —Se acabará en uno o dos bocados, —le dije. Madre se acercó a mi lado tan rápido, que pareció como si volara. —Cada bocado importa —dijo, en voz baja pero intensa—. Nunca desprecies la comida. Mi estómago rugió como si estuviera de acuerdo con ella. —Agárrala con fuerza, —me ordenó Madre. Había vivido durante décadas. Sabía que debería ser capaz de cargar con unas cuantas ardillas muertas, especialmente si significaba alimentar a los Congregantes hambrientos. Así que tragué y sujeté la cola. Estaba fría e hirsuta, nada como pensé que estaría. Las ardillas nunca dejaban de mover sus colas; parecía mal que esta estuviera quieta. —Lo siento. —susurré.

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—Eres demasiado blanda. —dijo Madre, dando tres palmadas en mi mejilla con su mano áspera. No entendía que me estaba disculpando con la ardilla. No intenté explicárselo. Madre volvió al árbol. Mientras miraba la primera víctima, dos más aterrizaron a mis pies. Entonces la cola de mi ardilla se retorció—sólo un poco. —¡Madre! ¡Aún está viva! —anuncié. Se dio la vuelta rápidamente para mirarme. —¿Te mordió? —No. —Estaba demasiado débil para eso. —Rómpele el cuello. Sacudí la cabeza. —Es lo más gentil que podemos hacer. —Su voz era más suave. Cuando no me moví, comenzó a caminar hacia mí. —¿Debo hacerlo yo? — preguntó. —¡Yo lo haré! —grité. No podía quedarme quieta viendo cómo mataba a esta ardilla. —Mejor date prisa. Tenemos que comprobar todavía las trampas de los zorros. —ordenó. Entonces me dio la espalda. Puse las manos alrededor del diminuto cuello de la ardilla. Imaginé que podía sentir la sangre que pulsaba por sus venas. —¿Podrías huir? —susurré. Pero sabía que la ardilla estaba demasiado débil para eso. La lluvia arreciaba; sentía las gotas correr por mi cara. Imaginé que podría hacerlo si fuera Agua consagrada con la sangre de mi padre lo que caía del cielo. Podría inclinar hacia atrás la cabeza de la ardilla, dejar que le cayera agua en la boca, igual que nuestra Comunión.

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Tenía tantas ganas de salvar a la ardilla. Las patas de la ardilla colgaban inertes, pero sus garras parecían afiladas. Me pregunté… me pregunté si llevaba su salvación en mis venas. Era algo que había pensado antes: si la sangre de mi padre era sagrada, ¿también la mía sería sagrada? Pero la única vez que le había preguntado a mi madre, me abofeteó. —Nunca hables de eso. —ordenó. Cinco ardillas más se amontonaban en las hojas que había a mi lado. Madre terminaría pronto. Hice un trazo con la garra a lo largo de mi muñeca, pero solo dejó un arañazo blanco. Presioné con más fuerza, y la sangre brotó por la línea del rasguño. Giré a la ardilla de espaldas, acunándola en mi mano y sostuve mi muñeca sobre su boca. La lluvia se deslizaba por mi mano, mezclándose con la sangre. Al menos una, dos, tres gotas habían caído, estaba segura. —Alabado sea Otto. —susurré, ya que parecía que tenía que decir algo. La cola se movió otra vez, y otra vez, y entonces la ardilla volvió a la vida. Se dio la vuelta en mi mano y le dio a mi dedo un gran y fuerte mordisco. Grité y dejé caer la ardilla. Me dolía el dedo, pero estaba eufórica. Había salvado una vida. —¿Ruby? —Madre avanzó hacia mí. Sus ojos buscaron y rápidamente se detuvieron en la mano que sostenía contra el pecho. Agarró mi mano para inspeccionarla. —Me mordió y huyo, —dije. —Estás sangrando, —dijo. —Me mordió con fuerza.

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Pero sus dedos se deslizaron por mi muñeca y sus ojos se encontraron con los míos. En la oscuridad, no podía decir si estaba enfadada o confusa. Entonces dejó escapar un medio gemido, medio sollozo y presionó sus dedos contra el corte de mi muñeca. —No quería que muriera, —dije. Inclinó la cabeza hacia atrás y miró al cielo. Después se enjugó las lágrimas—o quizá sólo eran gotas de lluvia—con la mano libre. —Ahora lo sabemos. —dijo. Madre nunca me hizo ir a otra de sus excursiones de caza. Me hizo jurar que guardaría el secreto. Pasaron unos años hasta que les hablamos a los Ancianos acerca de mi sangre—sólo cuando tuvieron que saberlo. Gabe está de vuelta con la cubeta. Está apenas medio llena, con gran cantidad de barro. —Gracias —le digo—. Ahora, por favor, vete a casa, ambos. Descansen para la cosecha de mañana. —Sí, deberíamos. —Gabe no puede dejar de mirar mis brazos. Traga saliva. —Buenas noches, —dice Hope. Boone se mueve hacia la puerta también, pero le bloqueo el paso. —No hasta que curemos tu tobillo. —le digo. Sujeto mi brazo sobre la cubeta y preparo la roca, que se cierne sobre mi vena. Entonces con fuerza hago un corte rápido. Boone aspira aire por entre los dientes. Algunos Ancianos nunca han llevado bien el verme cortarme. —Sanará en unos minutos. —le recuerdo.

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Inclina la cabeza y mira fijamente la pared que está sobre la cabeza de Madre, lejos de la cubeta. Mi sangre gotea sobre el agua. Presiono el corte para que fluya más rápido. En realidad, esto debería de ser más que suficiente. El fango se ha transformado en Agua. Agarro la cubeta y la muevo en círculos para mezclar el contenido. Introduzco una taza de metal y derramo el Agua sobre las peores heridas de Madre. Mientras espero a que la absorba, puedo curar a Boone. —Bebé. —ordenó y le tiendo la taza. Boone toma un diminuto sorbo. Puedo percibir de reojo los labios fruncidos de Ellie. Él también percibe su desaprobación. —Es más de lo que el resto tendrá durante la Comunión de todo el mes — Boone sacude la cabeza y se gira hacia la puerta—. Dásela a Sula, lo único que necesito es descansar. —En ese caso, buenas noches, y muchas gracias. —digo. Alza la mano a modo de despedida, y en ese momento nos quedamos solo Madre y yo, y Ellie. Me tiende un trapo mojado con el Agua y lo presiono sobre una de las heridas de Madre. —¿Por qué no frunces el ceño cuando curo a Madre? —le pregunto. —Otto la necesitará aquí, cuando vuelva. —dice. —¿No necesitará a todos sus seguidores? —pregunto. Levanta las manos para rechazar la taza llena que le ofrezco. —Si Otto desea que viva, llegará a tiempo. Y si estoy destinada a morir, así será. —Pero sí aceptas la Comunión, —le recuerdo. —Como Otto nos enseñó, una gota cada semana. Más que eso, era su decisión.

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—Nunca se la negó a nadie. —digo, aunque nunca he conocido a mi padre. Todo lo que sé de él son las historias que Madre me cuenta. —Eres tan generosa como él —Levanta el trapo de la piel de Madre para inspeccionarla—. Está mejorando. Pero su cuerpo está todavía lleno de profundos cortes, algunos llegan hasta el hueso. Ignoro la repugnancia que me produce ver el Agua turbia filtrarse en su cuerpo. —Podríamos luchar. —espeto. Ellie suspira y pone otro pedacito de tela sobre los cortes que rodean la muñeca de Madre, como un brazalete. —No somos luchadores. —No hasta ahora. —Vierto algo de Agua sobre uno de los cortes en el torso de Madre. —Es suficiente. Una mujer adulta debe pensar con más sabiduría. —Ellie aparta mi mano, y un poco del Agua salpica la cama. Empapa el colchón; la sangre seca se vuelve de un rojo vibrante. Ellie quita la prenda que está sobre la piel de Madre. —Ponla otra vez, Madre todavía está sangrando. —digo. —Debe tener algunos golpes y hematomas. Darwin no debe sospechar nunca lo que hacemos por Sula. La voz de Ellie es ahora severa, y no vuelve a poner la tela. Creo que a él le gusta ver sus costras y cicatrices. Algunas mañanas, después de haberla golpeado muy fuerte, sonríe cuando la ve—sonríe como un hombre orgulloso de su trabajo. —Lo odio. —Todos lo odiamos. —Ellie presiona un trapo seco sobre los cortes cerrados de la piel de Madre.

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—Durante un tiempo, Madre no lo odió. —digo. —Cierto. Las cosas eran muy diferentes entonces. —Ellie se levanta y se aleja de la cama de Madre. El suelo cruje bajo sus botas manchadas de tierra, aunque sus pasos son ligeros. Pongo otro trapo húmedo sobre la piel de Madre cuando Ellie está de espaldas. —Cuéntame. —le digo, porque adoro cualquier historia de los días antes de que Darwin nos atrapara en el bosque, aunque las haya oído cientos de veces. Además, cuando Ellie cuenta cuentos, su mente viaja al pasado. No se dará cuenta si curo a Madre un poco más, si alejo un poco más el dolor. —Después que tu padre… —Ellie traga saliva—. Desapareciera… Esa es otra de las historias que recuerdo haber oído. Madre fue a su lugar de reunión secreto, pero Otto no estaba allí. Sólo una caja de madera la esperaba, con cuatro viales con su sangre dentro. Volvió a aquel lugar durante un mes, pero él nunca regresó. —Darwin esperaba tener otra oportunidad con Sula —Ellie se deja caer sobre mi cama, con los pies colgando en el borde, los pies no le llegan al suelo—. La cortejó. —¿Qué le dio? —Oh, cualquier cosa que pensaba que la complacería. Su padre tenía una tienda al final de Main Street. —Así es como conoció a Darwin, —añado. —Tu madre buscaba cualquier excusa para visitar esa tienda para ver todas las cosas hermosas que había allí. Anhelaba muchas cosas —Cruza los brazos y me dedica una sonrisa—. Igual que su hija. Quiero libertad, no baratijas. Pero no se lo discuto, no de momento. Mientras ella habla, he vertido un poquito más de Agua sobre los cortes de Madre. Su piel se

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está uniendo de nuevo, sólo quedan unas líneas difusas para recordarle la crueldad de Darwin. —Después que Otto se marchara, Darwin le trajo la mejor tela para coser y pequeñas esculturas de animales. Pero no consiguió su corazón. Madre deja escapar un pequeño gemido, y los ojos de Ellie se dirigen hacia ella. Se incorpora, para vislumbrar mejor. Las sombras esconden cuánto la he sanado. —Su respiración ha mejorado, —digo. El cuerpo de Ellie se relaja y continúa. —Cuando vio que Sula no le correspondía, Darwin recurrió a la iglesia de Hoosick Falls. Les dijo que adorábamos a un ídolo falso. —Otto. —Sí. El pastor le dijo a Madre que teníamos que dejar de reunirnos, que ya no debía darnos Comunión. Cuando Madre vio los viales de sangre, comprendió lo que Otto quería que hiciera. La mezclaba en secreto en una vasija de agua, cada semana, y les daba pequeños sorbos a sus seguidores, como él había hecho cuando necesitaba sanarlos o necesitaban consuelo. Decidieron llamarlo Comunión, igual que en la iglesia. En poco tiempo, ella daba la Comunión todas las semanas. En un principio, se opuso a la petición del pastor de dejar de dar la Comunión. Pronto, la multitud llamaba a la puerta de Ellie, gritando amenazas y palabras de odio. —Darwin nos propuso un trato —Ellie alisa su falda, con firmeza y rapidez, y en la penumbra imagino que sigue siendo la mujer joven y confiada que me ayudó a criarme aquí, en el bosque—. Le dijo a tu madre que conseguiría que el pastor la dejara

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en paz, que se aseguraría que estuviera a salvo, si dejaba Hoosick Falls antes del invierno. —No quería ver su cara nunca más. —Paso un dedo sobre la mejilla de Madre, un gesto más íntimo del que hubiera hecho si estuviera despierta. —Sula le dijo a Darwin que aceptaría su oferta, y el pastor dejó de molestar y las multitudes desaparecieron. Pero ella no tenía a donde ir. Y, por aquel entonces, cualquiera podía ver que tenía alguien más de quién preocuparse. —dice Ellie. Antes de que Otto se marchara, se había prometido con Madre, y ella con él. Madre dice que es igual a estar casados. —Le dijimos que no podía marcharse, no sin nosotros —continúa Ellie—. Después de todo, llevaba en su seno a la hija de Otto. Esa soy yo. Mi padre me dejó en el vientre de Madre. Dormía allí mientras Darwin la cortejaba, y cuando el pastor la amenazaba y los Congregantes trataban de protegerla. ¿Qué habría hecho de no tenerme? ¿Habría intentado seguir a Otto? ¿Estaría con él ahora? Siempre he tenido miedo de preguntárselo. —De modo que todos se fueron. —Así es, empaquetamos nuestras cosas en carros y nos dirigimos a la montaña. Asa conocía este lugar por sus partidas de caza. Asa es el Anciano de mayor edad, después de Ellie. Me alegro que su hija le sujetara por el codo para impedirle venir esta noche. Necesita descansar. —Pero Asa no sabía a quién pertenecían esas tierras. —digo. Ellie baja la vista hacia sus manos, tendidas sobre el regazo. Vierto un poco más de Agua por la garganta de Madre. Aunque duerme, la traga. Entonces le doy un poco más.

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—Los hombres levantaron unas cuantas cabañas, esta primero, para que tu madre pudiera estar cómoda. Su embarazo estaba muy avanzado por aquel entonces. —Ellie se levanta y camina hasta quedar detrás de mí. Coge mi pelo y comienza a trenzarlo. Cierro los ojos y disfruto de su suave toque. —¿Cuántos eran? —pregunto. No quiero que la historia acabe. —Casi seis docenas vinimos al bosque —dice Ellie—. Y tú. Y ahora diez de ellos se han marchitado, el resto de nosotros todavía aquí. —Ni uno solo se ha marchado, estamos todos esperando. —Ellie tira suavemente de mi pelo mientras me hace la trenza. Es agradable. Inclino un poco la cabeza y miro el techo. Finjo que Madre está durmiendo, no curándose. —¿Cómo era vivir en el bosque antes que Darwin los encontrara? —Estábamos todos muy ocupados. Sabíamos que teníamos que conseguir cobijo y comida antes que llegara el invierno —suspira—. El invierno era nuestra mayor preocupación. —Pero entonces vino Darwin. —Trajo con él algunos hombres muy crueles. Todos tenían garrotes y cadenas. Después de todo, no consiguieron escapar de él. La familia de Darwin poseía la tierra a la que habían huido. —Nos dijo que, o le dábamos un poco del Agua milagrosa de Otto… o mataría a tu madre. Te mataría a ti. —Las manos de Ellie dejan de trenzar. —Madre debería haberle contado de la sangre. Pero no lo hizo. Se inventó algo rápidamente, dijo que el Agua solo podía ser cosechada de las hojas del bosque por los seguidores consagrados de Otto. Le mintió a Darwin y le mintió a la Congregación.

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—Los estaba protegiendo a Otto, y a ti —Ellie posa sus manos sobre mis hombros durante un momento y aprieta—. Si Darwin hubiera sabido qué es lo que hace el Agua especial, se habría apoderado de toda la sangre… y entonces habría ido tras Otto. —Ahora estamos aquí atrapados con tazas y cucharas de peltre. —Madre estaba asustada, cuando Darwin le preguntó cómo cosechaban el Agua, fue lo único que se le ocurrió. —Pensamos que era un trato que podíamos soportar —Ellie empieza a trenzar de nuevo—. Creímos que Otto regresaría pronto. —Este verano ha sido terrible. —digo. —El peor de todos. La sequía… los está volviendo más mezquinos que nunca. —dice. No a todos. En mi mente aparece el recuerdo del nuevo Supervisor, sus ojos abiertos, horrorizados, cuando la cadena cayó. Mi piel arde. De repente, me parece mal que Ellie me toqué. Me alejo de ella, y termino mi propia trenza. —¿Qué querían pedirme los Ancianos? —pregunto. Ellie inspira para decir algo, pero se detiene. —En el bosque —presiono—. Dijiste que había algo que todos ustedes querían pedirme. Ellie frunce el ceño, pero después se encoge de hombros. —Olvido muchas cosas estos días. —Mmm. —respondo. Me gustaría que fuera mentira, que no fuera la verdad, no algo que signifique que se está marchitando más rápido de lo que me temía. Ellie deja escapar un suave gemido. —Sula, —dice, y se inclina más.

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Cuando miro más de cerca, comprendo por qué suena asustada. Madre está curada… no un poco, sino completamente. —No tiene ni una sola cicatriz. —dice Ellie con voz acusadora. —No sabía… —Lo sabías. Y aun así elegiste curarla. ¿No lo ves? —dice—. Ahora sólo la lastimará más. —Lo ocultaremos… Lo… Se cortará si tiene que hacerlo —digo—. Puede tener una o dos heridas frescas para que él las vea. Ellie deja caer la cabeza y permanece en silencio durante un rato. Finalmente inspira profundamente. —Es tiempo que vaya a casa. —Te acompaño. —Me levanto, pero me rechaza con un gesto. —Conozco el camino. Ha estado ahí durante mucho tiempo, ¿no es cierto? — Se gira para mirarme—. La espera es dura, pero es todo lo que podemos hacer, Ruby. Es todo lo que sabemos hacer. —Podemos luchar. —sale de mis labios como un susurro. —¿Con qué herramientas? ¿Con qué espíritu? —Sacude la cabeza—. Todo lo que podemos hacer es rezar y esperar. Esa es una vieja discusión entre nosotras, una que estoy demasiado cansada para tener esta noche. Así que la abrazo y le ofrezco nuestro farol para el camino. Lo rechaza, por supuesto. Pero la quiero tanto como a cualquier pariente consanguíneo, así que tengo que intentarlo. —Lo único que quiero es que las cosas sean mejores. —le digo antes de que se marche. —Entonces reza —dice—. Y encuentra la forma de esperar.

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Cuando me voy a dormir, la respiración de Madre ha vuelto a la normalidad. No me siento culpable por haberla curado. Estoy orgullosa de que haya sanado gracias a mi sangre. He ayudado, incluso si nadie quería que lo hiciera.

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Traducido por Salilakab

Nos levantamos incluso más temprano los domingos, es el día que nos reunimos y rezamos a Otto. Pero nuestros Servicios terminan antes del amanecer, Darwin se hará cargo de eso, la luz del día le pertenece a él. Nos reunimos en el único lugar lo suficientemente grande para contenernos a todos: la Casa Común, al otro lado de las cisternas, donde también comemos nuestras comidas. La Casa Común es un sencillo edificio bajo, hecho de madera cubierto por tablones grisáceos, las ventanas parecen demasiado pequeñas para las paredes, pero al menos, algunas dan al lago, lo que da un poco de luz al interior. Madre y yo caminamos a los Servicios en silencio. Estaba enojada cuando despertó y notó que sus cicatrices habían desaparecido. —Fuiste demasiado lejos. —me dijo. —Igual que tú, por una vez deja que cada quien se lama sus propias heridas. — Le respondí. Después de eso no tuvimos nada más que decirnos. Darwin está esperando en la puerta, con los labios apretados a la sombra de su sombrero, mientras nos ve acercarnos. Nada escapa de su mirada y sus ojos revolotean sobre el cuerpo de Madre, escucho la voz de Ellie haciendo eco en mi cabeza. Ahora sólo la lastimará más. —Te ves bien. —dice, ninguna parte de él se mueve, aparte de sus ojos y su boca, el resto continúa apoyado contra la puerta de la Casa Común.

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—Tan bien como cualquier otro día. —Madre trata de pasarle, pero él la agarra del brazo. —Demasiado bien. —dice. Los Congregantes pasan junto a nosotros, en silencio, casi de puntillas. No quieren que Madre resulte herida, lo sé, pero tampoco quieren que Darwin los noté. Ahora es el momento de deslizarse y encontrar el asiento más alejado de los Supervisores y de los ojos de Darwin. Sólo quieren la Comunión y tal vez algunas palabras de Madre. —Dormí bien —dice Madre—. Eso es todo. —Dormiste sola, eso no es dormir bien. —Ahora Darwin se mueve, inclina el cuerpo hacia ella, Madre no se aleja, incluso cuando está a pocos centímetros de ella. —El sol está casi arriba —dice—. Déjame entrar. Es más alto que ella, imponente, una pared de músculos contra su estrecha valentía, me imagino su puño rodeando su cintura, triturándola, robándole el aliento, ¿Y quién lo detendría? —¿Me estás robando? —le dice en un tono bajo, pero hay peligro en sus ojos. —Nunca. —Su respuesta no refleja miedo, ni es demasiado rápida, es una mezcla perfecta de vacilación y seguridad, mantiene sus ojos sobre él. —No sé cómo podrías —Pero no parece satisfecho, desliza su mirada hacia mí, mientras toma la mano de mi madre entre sus manos de hierro—. ¿Sapito, tu madre está mintiendo? —No, no, nunca. —Mi respuesta es muy rápida, demasiado ansiosa, no importa lo mucho que intento sonar como Madre. Los ojos de Darwin se estrechan y vuelven su mirada a Madre. —Su padre también era un mentiroso.

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—Suéltame. —dice ella. Da un paso atrás para dejarla pasar, pero sigue hablando mientras avanzamos. —Sólo hay una forma en la que esos cortes se desvanecieran tan rápido —dice. Estamos casi al frente cuando grita el resto—. Estás robando. Todos se vuelven a mirar, Supervisores y Congregantes, pero Madre apenas levanta la barbilla y camina hacia el frente. Me siento en la silla junto a Ellie, escucho los Servicios al igual que cualquier otro domingo, pero hoy mi corazón late y las palabras de Madre son un arroyo que corre sobre las piedras, demasiado rápido para entenderlo, sólo hay sonido, nada de sentido. Ellie me aprieta el dedo meñique, y luego cubre mi mano con la suya. Su piel se siente como papel al lado de la mía, el latido de su corazón palpita demasiado fuerte. ¿Cuánto tiempo le queda? —Debí haber sido más cuidadosa, —le susurro. —Lo hiciste por amor —responde ella—. Igual que Otto. Los Servicios nunca duran mucho. Madre empieza con una lectura de la pequeña Biblia en el bolsillo de su falda—el Antiguo Testamento como siempre, porque es lo que leía con Otto el bosque—, y después sigue con un salmo. Madre se pone delante de las ventanas que dan al lago, un pequeño altar—de hecho, una mesa traída de la casa de alguien en Hoosick Falls, cuando la Congregación huyó. Una sola botellita de agua está en la mesa. Eso es lo que todos están esperando, el Agua hecha con mi sangre. Incluso cuando miro fijamente a Madre, los Supervisores se ciernen en el borde de mi visión, Darwin es el más cercano con una mano en su bolsillo, sus ojos nunca dejan a Madre. Y siempre hay tres hombres más, todos muy cerca, y sostienen armas.

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Mi lengua farfulla el salmo mientras mis ojos vagan. ¿Dónde está el nuevo Supervisor? ¿Está aquí, o estará esperando en el bosque el inicio de la cosecha? ¿O es que Darwin ya lo despidió? No lo puedo encontrar. —Hace mucho calor para la palabra de hoy. —dice Madre, alcanza la botella de agua. Sé porque se está saltando su sermón hoy; no quiere excusas para que los Supervisores nieguen el turno de Ellie para la Comunión. —Diez minutos. —gruñe Darwin desde la esquina. —Acérquense. —les dice Madre a la Congregación, los Supervisores se acercan ahora, se aseguran que estemos haciendo la fila en el mismo orden que todas las semanas, de vez en cuando hacen pequeños ajustes, jalan a alguien delante de otro. Por lo general me quedo cerca de la parte delantera de la línea, los Congregantes más fuertes, los más valiosos se encuentran en la parte delantera, los más débiles se encuentran en la parte de atrás, por si acaso el agua se agota, a veces los Supervisores no le dan suficiente a Madre. Ellie camina a la parte de atrás, le sigo, lejos de mi lugar. Tomo su brazo, será la última, pero voy a asegurarme de que le den Agua. —No es tu lugar. —Me gruñe un Supervisor, con aliento amargo. —Vete. —susurra Ellie. Aprieto la mano sobre el brazo de Ellie y sacudo la cabeza. El Supervisor saca su arma y la sostiene en el aire y de alguna manera encuentro el coraje para no estremecerme. Entonces veo al nuevo Supervisor, está en la esquina trasera de la habitación, observando, con el rostro rígido. Tan pronto como le miro a la cara, él mira la mía. Levanta su mano, la que no sostiene el arma, para tocar la medalla dorada de su cuello, su rostro se suaviza un poco. Aparto la vista rápidamente, pero mi rostro arde como si él me hubiera tocado.

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Madre pone una sola gota de la valiosa Agua en la lengua de cada Congregante. Sus hombros envueltos en lino blanco, brillan en la oscuridad previa al amanecer. Darwin se coloca cerca de ella, hasta que está casi apretándose contra ella. Cada Congregante se enfrenta a Madre y Darwin al mismo tiempo. Su voz baja y rica dice lo mismo ante cada gota. —En el nombre de Otto. — Gota, tragar. Los Congregantes se alejan lo suficientemente rápido para satisfacer a Darwin. Otro miembro de la Congregación está listo. —En el nombre de Otto. Pero éste es demasiado lento y Darwin le suelta una dura bofetada. —Muévete más rápido —ladra—. Tendrás que cumplir con tu cuota para el medio día. Madre se congela y vuelve los ojos para ver a Darwin. —A cada sapo se le dará una pala cuando terminen de conseguir el Agua — anuncia Darwin—. Tenemos grandes planes. Un gemido pasa a través de la Congregación, como niebla sobre el lago. Me pregunto qué planes tendrá Darwin además de atormentarnos y robar nuestra Agua. —Nosotros nunca... —empieza Madre. —¿Quieres perder tu precioso tiempo de Comunión discutiendo? —le pregunta Darwin. Madre niega con la cabeza y levanta el gotero. La línea tiene prisa ahora. Gota, tragan, pasan. Pero entonces otro miembro de la Congregación es muy lento y Darwin le entierra el cañón de la pistola. —Mantendrás el ritmo o no hay cena —grita Darwin—. Vivirás. Ellie se apoya con fuerza en mi brazo; me esfuerzo para hacer que no parezca como si estuviera arrastrándola por el piso.

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—Debo sentarme. —susurra Ellie. —No antes de recibir la Comunión. —Aprieto mi brazo a su alrededor. —No me van a dar nada. —dice Ellie. La preocupación de todos los Supervisores es tener un cuerpo fuerte para cosechar el agua, si alguien está demasiado enfermo para trabajar no consiguen Agua. Dicen que un desperdicio. La callo y mis ojos observan a los Supervisores, tienen sus armas contra los hombros, como viejos amigos. Se aseguran que madre dé sólo una gota a cada persona. —Sólo mantente firme y trata de no temblar —le digo—. Yo te sostendré. Sólo hay tres personas delante de nosotros ahora, la tía de Boone, Mary, una de las mayores, pero sin parálisis. Le dan Agua, luego viene su hermano John, Darwin no le presta mucha atención a él o a Gen Duncan cuando es su turno. Está buscando a Ellie, con los ojos afilados como cuervos desde una rama baja. Entonces es nuestro turno, damos un paso hacia adelante. —Tú primero. —dice Ellie. Niego con la cabeza, no necesito el Agua, pero ella me empuja por la espalda con repentina fuerza, abro la boca y la gota de Agua cae en mi boca, no sabe especial, es como beber del lago. Luego viene Ellie, abre la boca temblando e inclina suavemente la cabeza hacia atrás. Madre sumerge el gotero en el vial. Darwin agarra el brazo de Madre. —Detente. Su cuerpo se pone rígido, ella se queda mirando la carnosa mano envuelta alrededor de su brazo.

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Entonces él me mira. —Aléjate de ella. El cuerpo de Ellie está temblando bajo mis manos, entonces la suelto lentamente, imagino que dejo mi fuerza para ayudarle. —Ayer estabas durmiendo en el bosque. —dice Darwin. —Fue sólo por un momento. —Su voz es fuerte, si cierro los ojos es fácil imaginar a Ellie como la he conocido toda mi vida: cuerpo fuerte, confiada, sin que necesite que nadie le ayude. —Y un día antes —pregunta—. También te vi acostada entre los árboles. Ahora Ellie está haciéndose a un lado, la empujo con el hombro para que mantenga su posición vertical, deja escapar un gemido, su voz fuerte se extingue. Darwin voltea hacia Madre. —¿Es difícil ver morir a tu madre? Por supuesto que Ellie no es su madre; su madre, mi abuela, falleció por la fiebre antes que mi madre pudiera caminar; pero Darwin sabe que amamos a Ellie como si lo fuera, y ella a nosotras. Madre no responde, en cambio levanta la mano para ponerla sobre el hombro de Ellie. Darwin la quita de ahí. —La vieja sapo debe pasar una prueba. —dice Darwin. —¿Una prueba? —Las cejas de Madre se contraen. —Dios pone a prueba a los hombres, ahora los hombres pondrán a prueba a los sapos. —La amplia sonrisa de Darwin me dice que está muy satisfecho consigo mismo. Nunca había hecho eso, o bien deja que la persona anciana tenga el agua o no, luego nos hace ir de prisa al bosque para cosechar. —Sin pruebas —Madre deja escapar un resoplido al aire—. Los Servicios son sagrados, déjame terminar la Comunión primero.

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—No me digas que no, Sula Prosser. —Darwin toma la culata de su rifle y la golpea en el piso, muy cerca de la bota de Madre. Su rostro se tensa, pero ella no se inmuta, mantiene los ojos fijos en él. Alguien en la Congregación deja escapar un grito ahogado, pero ninguno de nosotros se para o lo detiene, es mejor de esa forma, pero no es sencillo. Aprieto los dedos y miro hacia abajo, para evitar decir algo. Hemos estado viviendo de esta forma por mucho tiempo, debería ser más fácil aceptarlo, pero es más difícil cada día. —Por favor, déjame terminar la Comunión primero. —murmura mi madre. No suele rogar, pero sé porque: el Agua le ayudará a suavizar los temblores y ayudará a Ellie a mantenerse erguida, puede que sea suficiente para que pase cualquier prueba que el Supervisor tenga para ella, pero sin el Agua, no tiene muchas posibilidades. —No lo creo —Darwin voltea a la parte trasera de la habitación—. Trae una escoba, chico. El nuevo Supervisor deja su arma en la esquina y va al armario, mantiene los ojos bajos, mira la punta de sus botas, mientras camina al frente. Me apunta a mí. —Y tú ayudarás. Nos acomoda al nuevo Supervisor y a mí, cada uno en un extremo de la escoba, nuestros ojos se encuentran por un segundo, un destello de calor que me hace mirar hacia otro lado. Darwin levanta la escoba tan alto como mi hombro. —Ahora, sapo —Darwin deja escapar una carcajada—. Limbo. —¿Qué es limbo? —La cabeza de Ellie se ladea, pero la mantiene erguida.

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—Tienes que bailar debajo de esto, así. —Darwin agita ambos brazos a los costados, los mueve y se desliza bajo la escoba sin que su cara toque el mango. Darwin conoce cosas modernas como el limbo, tiene una casa moderna, con libros modernos y una caja brillante donde se pueden ver imágenes en movimiento, su camioneta lo lleva a cualquier parte que desea ir. Me atrevo a levantar los ojos hacia el Supervisor nuevo, sus labios se mueven, tratan de decirme algo sin sonido, pero no le entiendo. Lo intenta de nuevo, agita los ojos en dirección a Darwin. Entonces levanta la escoba, sólo ligeramente, mi mano que sostiene la escoba está resbaladiza y temblorosa. El chico hace una mueca por un segundo, no sé si de simpatía u odio hacia mí, entonces pone una segunda mano en el palo y vuelve a levantarlo ligeramente, sigo su ejemplo, incluso un poco más alto. El rostro de Madre se pone blanco. —Déjame darle el Agua. —Le doy comida y vestido a tu gente, les doy leña en el invierno ¿Crees que esas cosas son gratis? ¡Ustedes me cuestan! —Las últimas palabras de Darwin son algo gutural, luego toma una respiración profunda—. Especialmente cuando me roban, y alguien va a pagar. —Nadie está robando. —dice Madre, pero Darwin no parece escucharla. —Es inútil si no puede cosechar —Hace un gesto a Ellie—. Ahora ve, inclina la cabeza, hazlo como si te estuvieran dando tu preciosa Comunión. Quiero detener esto ¿Por qué debemos ser juguetes de este hombre? Somos docenas contra uno. Pero Madre dice que la Congregación no se defiende, así que me lo recuerdo: nos mantenemos firmes para esperar a nuestro salvador, Otto peleará nuestra batalla. Me lo recuerdo pero, en el fondo, no lo creo.

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Ellie avanza con paso vacilante, hacia la escoba; aguanto la respiración. La sala está en silencio, salvo por la respiración pesada de Darwin. Ella inclina la cabeza hacia atrás, sus trenzas de cabello blanco amarillento se deslizan hacia atrás. Tengo muchos deseos de extender la mano y sostenerla. Entonces Darwin empieza a cantar. —La la la la... A Ellie le sobresalta la canción, pero cierra los ojos y endereza los hombros, entonces sucede un milagro, camina bajo la escoba con la cabeza inclinada hacia atrás, con la barbilla agachada, sin tocar el palo, tiene centímetros de sobra. Ni siquiera vacila. Un murmullo excitado viaja a través de la Congregación. No puedo evitar sonreír. Cuando miro al Supervisor nuevo, veo que él también está sonriendo, sus labios se levantan sólo lo suficiente para saber que está feliz. Ninguno de los otros guardias está sonriendo. —Ha pasado, —dice Madre y levanta el gotero. Pongo la escoba en el suelo, lento, sin querer hacer ruido que atraiga la atención de Darwin. Su rostro está rojo brillante, está enojado. Me imagino que por perder en su juego cruel. —Está bien, pasó. —Darwin se acerca a mi madre, su falda toca sus botas. Doy un paso adelante para ayudar a Ellie, pero ella me rechaza. La gota cuelga sobre la boca abierta de Ellie, pero el brazo de Darwin se interpone. Golpea la mano de Madre y la gota de Agua sale volando. —¡No! —grita alguien de la Congregación. Nunca desperdiciar el Agua, cada gota debe ser tomada o entregada. Darwin está rompiendo su propia regla. Busco la marca ¿Donde aterrizó el Agua? Todo el mundo está estirando el cuello para ver, alguien apunta a un punto en el suelo. Darwin trató el Agua como si

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fuera un desperdicio, sólo útil para lavar el piso. Supongo que no le importa desperdiciar el Agua, no si puede gastarla cruelmente, tiene mucha más en las cisternas. —Calar. —dice Darwin. No sé lo que signifique calar, pero es seguro que Ellie no recibirá la Comunión hoy y probablemente nunca más. Deslizo un brazo alrededor de sus hombros y no me rechaza esta vez. —¿Otra gota para ella? —Madre pregunta con los labios apretados, a pesar que sabe la respuesta. —Creo que no, esa gota era suya. —Darwin se cruza de brazos y sacude la cabeza, una sonrisa se asoma por sus labios y mira a Ellie. Ellie deja escapar un suspiro tembloroso, entonces su tiempo casi ha pasado. Es cuestión de días para decir adiós. —Pero ella pasó. —estallo. —Ruby. —La sola palabra de Madre es una orden que conozco bien: Silencio, Ruby, deja las cosas como están. Una pequeña sonrisa parpadea en la boca de Darwin y me mira fijamente. — ¿Crees que soy injusto, ¿no, sapito? —Yo... no. —Niego con la cabeza y miro sus pies. Ahora tengo la boca seca por el miedo, demasiado seca para formar más palabras tontas. —Ya amaneció. —dice el Supervisor nuevo. Darwin estudia al Supervisor nuevo, como si nunca lo hubiera visto antes, luego hace un gesto a Madre sin mirarlo. —Termina ya, Gran Sacerdotisa sapo. Madre deja el gotero sobre el altar, con cuidado para asegurarse de que no se resbale y cierra la botella.

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Luego hace gestos con las manos y las palmas hacia el techo, —Por favor levántense para la oración final. Los bancos de roble viejo crujen cuando la Congregación se pone de pie. Repito nuestra oración especial con todos los demás, a pesar de que siento dudas. Si Otto nos amó tanto, si fuera realmente divino ¿No habría vuelto a salvarnos hace ya mucho tiempo? Otto, nuestro salvador Buscamos tu liberación Tómanos Aléjanos de nuestro dolor Y muéstranos el cielo, Donde el agua fluye libremente Y vivimos en tu presencia Amén. Darwin mira al frente mientras recitamos la oración. No se une a nosotros, ni tampoco ninguno de los Supervisores. Me pregunto si rezan a alguien, y si creen que su dios ama lo que hacen con nosotros.

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Traducido por Beneath Mist

Los días son cada vez más calurosos y los árboles producen cada vez menos agua. Las manos de Darwin son más fuertes. Los días en los que nos golpea son más frecuentes. Ahora soy más cuidadosa al sanar a Madre. Pero a pesar de eso, he tomado dos cubetas de agua turbia del lago para curar sus heridas esta noche. Ahora que ella respira mejor y todo el mundo se ha marchado, es la hora de mi excursión nocturna a las cisternas. Es una noche calurosa, apenas mejor que el día. Al menos el aire es más fresco que en la cabaña. Podría haber un Supervisor esperando, aunque nunca hemos visto uno en el bosque por la noche. Camino punta y talón, punta y talón, como Madre me enseñó. Mantengo los pies en el polvoriento camino, lejos de las ramas, hago apenas ruido al caminar. Las advertencias de Madre acerca de los Supervisores me aterrorizaban cuando era más pequeña. —Sé siempre cuidadosa —me recordaba cada noche—. Supón que siempre andan cerca. Para acallar el miedo, trato de no ser nada más que el murmullo de un ratón entre los árboles. Si un Supervisor estuviera rondando esta noche, todo lo que vería sería un ratoncito marrón arrastrándose hasta su nido. No soy una chica. No soy ni siquiera lo suficientemente grande para ser caza y comida. Rezo silenciosamente a Otto, y escucho, como un ciervo que pasa con sigilo junto a un lobo.

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Está muy oscuro esta noche, ni siquiera hay luna que permita ver un poco. Pero mis pies conocen bien el sendero y no tropiezan ni una vez. Cuando llego a la cisterna, doy palmaditas en mi falda para asegurarme que la piedra afilada aún sigue escondida ahí—sí, uno de los bordes amenaza con atravesar la tela raída. Entonces trepo por la escalera hasta lo de la cisterna que hemos estado llenando estas últimas semanas. Una brisa viene de algún lugar, quizá enviada por Otto. Mueve mis rizos hasta que se arremolinan alrededor de mi cara. Me detengo para ponérmelo detrás de las orejas. ¿Por qué no pensé en traerme un pedazo de cuerda o algunos broches? Madre diría que soy todavía una niña a la que necesita cuidar. Desenrosco la válvula y miro dentro, aunque sé que no voy a ver nada en la oscuridad—a menos que esté lleno hasta el borde. Sólo hay oscuridad. Retiro mi manga izquierda—el brazo que no he cortado ya para Madre esta noche–y sujeto el brazo sobre la abertura. Mi piel está inmaculada, pese a que he cortado en ese lugar cientos, quizá miles de veces. Mi cuerpo sana igual de rápido como el Agua cura al resto de la gente. Madre lloró la noche en la que la última gota de la sangre de mi padre cayó del último vial de cristal. Se derrumbó sobre la cisterna en una clase de abrazo desesperado, sin preocuparse por una vez de lo alto que hablaba o de quién podía escucharnos. El vial vacío resbaló de sus dedos y cayó sobre la hierba sin hacer ni un ruido. Lo recogí y lo escondí entre mis faldas. Ahora el vial descansa con los otros tres, los cuatro protegidos en la cajita bajo la cama de Madre. Una vez vacíos todos, las promesas de Otto se agotaron. Sostuve mi brazo en alto cuando ella bajó las escaleras esa noche. —Déjame hacerlo. —dije.

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Nunca habíamos hablado sobre qué pasaría cuando su sangre se acabara. Pero ella no discutió. En lugar de eso, tomó mi mano entre las suyas, la giró para poder ver la parte posterior del brazo, donde mis venas formaban un trazo de un débil color azul bajo la luz de la luna. —No hay ninguna otra manera de sobrevivir —dijo—. Y debemos vivir, si esperamos a Otto. He visitado las cisternas cada noche desde entonces. Un único corte de la piedra y mi sangre se libera. La dejo caer en la cisterna. Una, dos, tres… hasta diez gotas. Antes, cuando Madre añadía la sangre de Otto, contaba tres y paraba. Pero la mía no es tan fuerte como la suya, ya que la mitad proviene de Madre. Además, tenemos bastante más para añadir. Madre siempre susurra una oración, así que lo hago también. —Libéranos, Otto. ¿Me oirá? ¿Me verá verter la sangre que me otorgó en las cisternas de nuestros captores? —¿Por qué no vienes? —digo, demasiado alto, y el miedo hace que me estremezca. Por supuesto que no hay respuesta—nunca me responde, no en mi mente, no en el viento o en los pájaros que cantan en los árboles. Cuando le hablo a Otto, siento como si lanzara un guijarro a una gran montaña. He lanzado ya suficientes guijarros como para hacer la mía propia. Ya he añadido suficiente sangre a la cisterna. Presiono mi mano en el corte. Apenas me duele esta noche, probablemente porque estoy más cansada de lo habitual. Aparto la mano para examinarlo; todavía está húmedo, de modo que vuelvo a poner la mano en la herida.

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El viento empuja mi cabello de nuevo, y esta vez sacudo la cabeza para apartarlo. El movimiento me hace inclinarme hacia un lado, y me agarro rápidamente de la cisterna. Mis manos hacen eco contra la cisterna casi vacía, como el sonido de un trueno. Entonces, suena algo incluso más fuerte—el chasquido de unas ramitas, sólo unos pasos más allá, quizá en la siguiente cisterna. Un sonido que nunca antes he escuchado aquí. Estoy congelada, espero otro ruido, cualquier ruido, que me diga qué me espera en la parte inferior de la escalera. Debe ser un zorro, o un oso. Sí, es probablemente un animal obligado por la sequía a encontrar agua lejos de casa, más cerca de la gente. Cualquier animal será más gentil conmigo que un Supervisor. —¿Quién anda ahí? —dice la voz de un hombre en la oscuridad. Un terror frío me invade. Cierro los ojos de golpe, como un niño pequeño, rezo por que no pueda verme si yo no lo veo. Si me quedo quieta el tiempo suficiente, quizá ni siquiera mirará por encima de su cabeza. Quizá se marchará y seré capaz de regresar con sigilo hasta la cabaña. Ahora algo cruje debajo de mí, y otra ramita se rompe por una pisada. Este hombre, quienquiera que sea, sabe menos que yo sobre ser sigiloso en el bosque. —¿Hola? —pregunta. No suena cruel. Quizá un poquito asustado. Parece inseguro—no como un Supervisor, quizá es un desconocido. Quizá incluso es alguien que podría ayudar. ¿Podría alguien colarse en nuestro bosque por la noche, alguien que no pertenezca aquí? Podría conseguir ayuda. Por un segundo, la esperanza me invade. Mis pies podrían bajar la escalera, cinco pasos rápidos, y le suplicaría a este hombre que nos salvara, lo que Otto no ha hecho.

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Pero las advertencias de Madre me detienen. Otto nos salvará. Los desconocidos no nos ayudarán. No nos ayudaron cuando Darwin puso el pueblo en contra de Otto y de Madre, no ayudaron cuando los Congregantes tuvieron que huir, y no nos ayudarán ahora. Suena un fuerte graznido debajo de mí, hace que el miedo me recorra de nuevo. Conozco ese sonido. No me es desconocido. —¿Estás ahí fuera, chico? —Es la voz de Darwin, en una de las cajas parlantes que los Supervisores llevan en sus cinturones. Gracias a ella pueden hablar entre ellos sin siquiera estar a la vista. ¿Cuán cerca está ahora? El miedo hace que mis extremidades parezcan pesadas. ¿Podría siquiera permanecer aquí arriba? ¿O caería hacia atrás, como una piedra, y me quedaría tumbada en el suelo esperando a ser descubierta? El hombre que está cerca de mí, habla: —Estoy en las cisternas, tal como me ordenaste. —¿Alguna señal de esos ladronzuelos? —pregunta Darwin. Silencio, durante un momento. Me inclino sobre la cisterna y me atrevo a mirar hacia abajo. ¿Debería correr? ¿O rezar para que no me vea? Un par de ojos se cruzan con los míos, miran hacia arriba desde el otro lado. Es el Supervisor nuevo. Estoy congelada por el miedo. Pero una lenta e interrogante sonrisa se dibuja en su rostro. —Eres tú, —dice. —No se lo digas. —susurro, tanto como en una oración para Otto, como en una súplica a este hombre que puede herirme o salvarme. Acerca la caja parlante a su boca. —Todo en silencio —dice—. No hay señal de que haya nadie.

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El alivio me invade tan rápido, tan fuerte, que mi cuerpo tiembla. Apenas puedo seguir sosteniéndome a la escalera. Darwin responde rápido a la caja parlante. —Mantén los ojos abiertos. Averigua cómo esos sapos me están robando. —Hecho. —El hombre desaparece, pero lo escucho acercarse. Puedo sentirlo al pie de la escalera. Paso un dedo sobre mi brazo, curado, pero con algunas marcas de color marrón, y pongo la manga sobre el lugar donde me corté. La mano todavía me tiembla. Entonces desciendo, despacio, mientras mi mente elabora planes para escapar. A mitad de la bajada, él me sorprende al poner sus manos en mi cintura. Se sienten cálidas y grandes, pero suaves. Dejo que me ayude a bajar y me gire para encontrarme con su rostro. Cuando aleja sus manos de mi cintura, me da una sensación de frío. —Aquí estás. —dice. No puedo ver sus ojos, pero veo algunos de los dibujos de su brazo derecho, que serpentean desde el hombro hasta la muñeca. Veo el destello del ojo de un animal, y llamas en su antebrazo. Me imagino trazar cada uno de ellos con la punta del dedo, cuidadosamente, tratando de sentir dónde se mezcla el color. —No volveré a venir —digo—. Lo siento. Entonces lo empujo, e intento apartarme de él. —Espera… por favor. —dice. Esa palabra me detiene. Un Supervisor nunca dice “por favor”, especialmente a un Congregante. Esa es una palabra que utilizamos para rezarle a Otto, o para suplicarle a Darwin por piedad. Podría haberme agarrado, o azotado con la cadena. Pero el me lo pidió.

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—No te vayas aún. Yo sólo… Sólo quiero hablar un rato. —dice. —Mi madre… —empiezo a decir, pero no puedo encontrar más palabras para seguir la frase. Casi no me queda aliento. —Darwin la ha golpeado muy fuerte hoy. —Se cruza de brazos. A pesar de estar oscuro, puedo sentir su mirada, firme. Quiere que diga algo, lo sé. Pero no solemos quejarnos a un Supervisor, de modo que miro hacia el suelo. —Me pone enfermo, quiero pararlo pero… —Su voz se apaga poco a poco. Levantó la vista. Ahora, él también mira fijamente el suelo. Sacude la cabeza, sin levantar el mentón. —Lo siento. —Sólo Otto puede detenerlo. —susurro. Pero no sé si me oye, porque se da la vuelta y camina hacia la hierba bajo la cisterna más cercana a nosotros. Se sienta sobre la hierba más mullida y exuberante que hay bajo la cisterna y palmea el suelo. —¿Quizá… quizá podrías quedarte? Sólo un minuto. —No, no puedo. —Envuelvo mi cuerpo con los brazos. —No voy a tocarte —dice con suavidad—. Si eso es lo que te preocupa. Solo una estúpida no estaría preocupada por eso. Madre me ha advertido acerca de lo que los hombres quieren de las chicas. Y este hombre pertenece a Darwin West. Cada parte de mi cuerpo quiere correr—excepto una pequeña y peligrosa parte, una parte que quiere saber por qué le ha mentido a Darwin por mí. Es más Congregante que Supervisor. O quizá es algo que nunca antes he conocido.

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Las cosas han sido igual desde hace cientos de años. Él es algo diferente, quizá incluso algo seguro. Continúo mirándolo y me acerco un poco más a donde está sentado. Pero permanezco de pie. No me persuade para que me acerque, sólo observa. —Darwin me apostó aquí como guarda nocturno. No va a venir nadie más. Estén listas para correr, les recuerdo a mis piernas. Para que podamos marcharnos en cualquier momento. —Soy Ford —dice—. Y tú eres Ruby. Escuché a tu madre decirlo el otro día. Me ha llamado Ruby. Sabe mi nombre. No es “sapito” o “chica”. Para él soy una persona. Despacio, despacio, me sitúo sobre la hierba. Todavía estoy lo suficientemente lejos para correr, si es necesario. Pero estoy lo suficientemente cerca como para escuchar su respiración suave. Paseo los dedos sobre la hierba suave, más suave que la cama en la que debería estar durmiendo en este momento. Está fría, y un poco húmeda. —Ford. —repito. Me gusta cómo suena esa palabra, corta y fuerte. No es moderna; es algo que encaja en mi mundo simple y anticuado. —¿Qué edad tienes? —pregunta. No le respondo. Puede que sea un espécimen extraño para ser Supervisor; incluso gentil; pero no voy a compartir con él mis secretos. —Apuesto a que tienes diecisiete. Yo cumpliré diecinueve en septiembre —dice Ford—. ¿He acertado? ¿Diecisiete? —Más o menos. —Contengo la risa histérica que nace de mi interior.

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—He vivido en Hoosick Falls toda mi vida y nunca te he visto. ¿Vas a la escuela cerca de aquí? Toda mi educación ha sido la que Madre y los otros me han inculcado en las noches de invierno, o en pequeños momentos a la sombra. Sacudo la cabeza. —Te has educado en casa, entonces. —dice. El anhelo me invade. La escuela es una de los cientos de cosas que he soñado tener, pero que nunca he tenido. —Háblame de la escuela. —digo. —¿Mi escuela? No es muy grande. Quizá cincuenta niños en la clase. Te acabas hartando de ellos —Deja escapar una risa corta—. Pero nadie se marcha. Incluso después de graduarse. Incluido yo. Soy sólo como el resto de chicos de por aquí. — dice Ford. Su voz suena más fuerte. Sus problemas no son nada comparados con los míos. Pero ayudó a Ellie en los Servicios, y no le dijo a Darwin que yo estaba aquí. Creo que le debo algo. —Eres más gentil que los otros. —digo. —No soy nada especial —Su voz es alta y amarga—. Lo único que hago es observar. —Pero esta noche no le has dicho a Darwin que estaba aquí. —Sí. Sí, supongo. —dice. —Gracias. —le digo, examinándolo. Las sombras hacen sus facciones duras, delinean su mentón y su nariz. —No. No las merezco. —Su voz se quiebra. —Puede que tengas razón.

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Ahora me pegará, lo sé. Tenso los brazos para saltar, para correr, para esquivar. Pero él no se mueve… y yo tampoco. Permanecemos quietos durante un momento. La parte de atrás de mis piernas se han mojado de la humedad que se filtra por mi falda. Cruzo las piernas, a pesar de que eso va a dificultarme la huida. —¿Tienes algún hobby? —me pregunta. —¿Qué es un hobby? —Ya sabes. Algo que haces por diversión. —explica. —No hay demasiados sitios para divertirse por aquí. —contesto. —Tiene que haber algo. —Su voz es suave. Una parte de mí sabe que nunca estaré a salvo con él; pero otra quiere contarle cosas. —Me gusta cantar. —Pienso en nuestras canciones a Otto, que se elevan por encima de las copas de los árboles. —Pues no querrías oírme cantar a mí —ríe—. Soy más el tipo de chico que arregla cosas. —¿Qué arreglas? —Cualquier cosa con motor. Coches, camionetas… Le he cambiado el aceite al coche de mi madre desde que tenía doce años. —¿Arreglas cosas aquí? Deja escapar un sonido que es más como una tos que una risa. —Aquí soy sólo un chico con un arma. —Y una cadena. —digo con suavidad. —Lo odio. Odio todo esto. —Se gira para encontrar mi cara.

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Y yo me giro también, de modo que nos miramos directamente, aunque todavía de lejos. —Antes no había nada que no pudiera arreglar —dice Ford—. Pero ahora… —¿Pero ahora? —le presiono. —Mi madre está enferma, muy enferma. La clase de enfermedad que no se puede arreglar. Pienso en las cubetas de agua que he vertido sobre Madre esta noche. ¿Qué podría hacer para ayudarla si no tuviera eso? —Eso… eso tiene que ser duro. —Y este lugar… —Ford inhala sonoramente y se pone el brazo sobre la cara, muy rápido. —¿Estás llorando? —pregunto. —Últimamente lo he hecho mucho. —Se aclara la garganta y mira hacia el cielo. Su vida entera es muy sencilla comparada con la mía. Y él está aquí para que mi mundo siga igual de terrible. Pero aun así siento las lágrimas inundar mis ojos, como respuesta a su dolor, aunque debería odiarlo. Extiendo la mano. Me imagino ponerla sobre la suya, con mi piel fría sobre la suya caliente. La alejo muy rápido. —Lo que ocurre aquí… —murmura—. No puedo… no puedo dejar de pensar en ello. —Eso no va a ayudarte. —digo. —Pero eso no hace que esté bien. Darwin West me enferma. —Su voz es alta, áspera, como si viniera directamente del bosque. —¿Por qué estás aquí, entonces? Si no lo soportas, ¿por qué no te vas?

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—Mi madre necesita medicinas, y cuidados paliativos y… no puedo dejar que sufra. —dice. —Pero parece haber trabajos mejores que este. —murmuro. —Por aquí no hay mucho donde elegir. Pero ya lo sabes, también estás trabajando aquí. —dice. ¿Debería decirle la verdad? ¿Eso cambiaría algo? No. Ford no es Otto. Su trabajo no es salvarnos. Su trabajo es mantenernos prisioneros. —No tengo elección. —digo. Pero no le cuento más. —¿Es porque eres de una secta? —pregunta. —¿Una secta? —Repaso la palabra, rara, nueva—. ¿Qué es eso? —Sin ofender. Eso es lo que los otros guardias me han dicho. Ese es el motivo por el que traen esa ropa antigua y dicen todas esas cosas de Otto en su iglesia. —¿Es una secta una Congregación? —pregunto. —Algo así —Alarga las palabras—, pero no puedes dejarla. Estás unida a ella. —Entonces eso es más o menos lo que somos. —digo. —Quizá algún día ambos encontremos algo mejor. —dice Ford. —Algún día. —digo, enviando una pequeña oración a Otto. —¿Cómo le va a esa mujer, a la que estaba muy enferma? —pregunta Ford—. No la he visto hoy en el bosque, ni ayer. Han pasado seis días desde que a Ellie se le negó la Comunión. En los dos últimos, ha estado demasiado débil como para salir de la cama. Le llevé la última de nuestras ardillas esta mañana.

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—Estaba en el bosque —miento, intentando mantener mi voz firme—. Está mucho mejor. —Ya veo. Eso es… bueno. Pensaba que quizá sería algo serio. —Ellie es muy fuerte. No tienes que preocuparte por ella. —digo. Pero me gusta que haya preguntado. Se preocupa, al menos una parte de él lo hace. —Tú también eres fuerte. —dice. Su voz es muy familiar, muy cálida. Me pongo en pie. —Tengo que irme. —Espera —dice Ford. Hay suficiente mandato en su voz para hacer que me prepare para huir—. ¿Por qué has venido aquí esta noche? —Yo sólo… yo… —Me obligo a mí misma a no tocarme el brazo—. He venido a rezar, y a bendecir el Agua. Mi madre me enseñó cómo. Él se remueve un poco sobre la hierba y puedo sentir sus ojos mirándome. —Quizá vengas a bendecir el Agua mañana. —Mi madre… —Sacudo la cabeza y retrocedo, lentamente primero, y cada vez más rápido. —Estaré aquí. —dice. Es posible que haya tartamudeado unas cuantas palabras más, no estoy segura. Mi corazón late demasiado rápido para escuchar algo. Me doy la vuelta, corro, tan asustada que mis pies encuentran cada obstáculo y cada agujero en el camino. Pero eso no me detiene.

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Traducido por KarenS

Los Ancianos se reúnen esta noche, y quieren hablar conmigo—tal como dijo Ellie. Hope nos encontró en el claro, después que vaciamos nuestras tazas. —Nos reuniremos en casa de Ellie esta noche. —susurró. Sus ojos se movían alrededor, en busca de guardias, creo. Sólo los Congregantes sabíamos que los Ancianos existían. —Iré, si puedo. —dijo Madre. —Necesitamos que Ruby también venga —Hope le dirige a Madre una mirada fuerte, y después a mí—. ¿Tú vendrás? Me acordé de que Ellie dijo que esto pasaría. Ahora finalmente averiguaré lo que querían. —Por supuesto que iré. —le dije a Hope. Me dio un abrazo apretado y susurró algo. Sólo di que sí, creo que fue lo que dijo. Pero antes de que pudiera preguntar, Gabe estaba allí, y entonces Hope se había ido. Los Ancianos se han reunido con Madre en nuestra cabaña cada martes por la noche desde que puedo recordar. Algunas de las caras han cambiado: la esposa de Asa, Mabel, y Christian Banks se han marchitado y desaparecido; Hope y Asa tomaron sus lugares. Pero las reuniones en su mayoría son iguales. Arreglan los conflictos entre las familias, dan nuestras magras pertenencias extra a quienes más las necesitan, y siempre le rezan a Otto.

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A veces, también otros Congregantes asisten, abogan su caso o se quejan de un vecino. Todos confían en los Ancianos y Madre, para suavizar las cosas, para protegernos, tanto como es posible. Cuando Hope nos pidió que asistiéramos, me pregunté si Madre estaría demasiado herida, demasiado agotada. Y cuando no cumplimos nuestra cuota de hoy, tuve tanto miedo por ella. Pero Darwin sólo levanto una mano hasta la mejilla de Madre y sonrió. —Recuerda que te amo. —dijo. Luego nos dieron galletas duras y pescado troceado que sabía cómo las latas de metal en el que venía. Los Congregantes estaban alegres, como si fuera un día de fiesta. Supongo que lo era. Y todos sabíamos que podría ser muy diferente mañana. La caminata hasta casa de Ellie es corta; su cabaña es la más cercana a la nuestra. Recuerdo todas las veces que corrí hacia allí, con el corazón ardiendo por las palabras descuidadas o duras de Madre. Ellie conoce todos mis secretos… excepto este nuevo sobre el Supervisor, florece como una maleza de verano mientras ella se marchita. Hemos llegado a la puerta de Ellie. Alguien puso flores frescas en el nudo de la madera, casi al nivel de los ojos. Están flácidas, pero los diminutos pétalos amarillos son bonitos. Hay una explosión de risas desde el interior de la cabaña, el mismo tipo de alegría que todos sentimos en la cena. Pero Madre deja escapar un suspiro de irritación y empuja la puerta. —Tengan cuidado —advierte al entrar a la cabaña—. ¿Quieren que los Supervisores nos descubran? Hope está sentada en la cama de Ellie, sostiene una de sus manos. Una sonrisa se desliza de su cara, y aparta la vista de nosotras. Su espeso cabello negro se balancea para cubrir su cara como una cortina.

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—Lo siento, fui ruidosa —dice. —Estamos contando historias sobre los viejos tiempos —Boone atiende el pequeño fuego en la hoguera de Ellie, mete ramitas dentro de la llama creciente. Hace una pausa para ofrecernos una de sus raras sonrisas, y veo los hombros de Madre relajarse. Es más cálido que a mediodía, pero Ellie ha jalado las mantas hasta su barbilla. El ligero frio de la noche debe estar empapando sus huesos. Me jalo el corpiño para liberarlo de mi piel pegajosa. Su cama está llena con almohadas que nunca antes había visto en la cabaña. Están hechas con tela desteñida, llenas de agujas de pino o hierba seca. Es un lujo para cualquier Congregante tener más de una almohada—o siquiera una. —¿Quién trajo esto? —pregunto. Una tiene tenues rayas amarillas; otra muestra manchas brillantes de color azul donde los botones solían estar. —Joan los hizo, pero Mary le dio la tela. Va desear tener esas camisas en invierno. —Ellie frunce el ceño y toca las almohadas. Llegado el invierno, ¿Ellie siquiera necesitará almohadas? Trago fuerte y me volteo a la distancia, finjo estudiar las cuidadas pinceladas de barro seco que sellan las junturas de su cabaña. Cada otoño, ayudaba a Ellie a agregar más barro, para mantener fuera el viento. Ella iba detrás y suavizaba cada pedazo hasta que fuera perfecto. Nuestras paredes nunca se vieron tan bien. Madre no tenía la paciencia para hacerlas perfectas, y yo no tenía el pulso firme. Madre pone su taburete junto a la almohada de Ellie y toma asiento. Roza la frente de Ellie. —¿Y cómo estás esta noche? —pregunta. —Mejor ahora que los veo a todos ustedes —Ellie contesta con voz desgastada—. Dame un abrazo, Ruby.

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Rodeo los hombros de Ellie para un abrazo. —Déjame darte Agua. —le susurro. —No empieces con eso. —advierte. Me echo hacia atrás y me retiro a la esquina más alejada del fuego. —¿Recuerdas cómo solías mezclar los frijoles con el puré de papas que sobraba, Sula? ¿Y alimentabas al gato? —Ellie le pregunta a Madre. Las comisuras de sus labios se tuercen mientras mira el aire, como si ella viera algo que el resto de nosotros no puede. —Bola de nieve escupía todos y cada uno de los frijoles, no importaba lo mucho que los escondía entre el puré. Conozco esa historia—conozco todas y cada una de las que cuentan—, pero aun así me encanta escucharlas. ¿Qué se siente, vivir en un tiempo en el que había más comida de la que se podía comer, cuándo se podía prescindir de comida para alimentar a un gato quisquilloso? —Ese condenado gato no era quisquilloso al comerse las flores de Mabel. —El último Anciano, Asa, se inclina contra la pared más alejada de grupo. Su rostro está en las sombras, pero puedo imaginar la mirada amarga en su rostro, que rara vez desparece, ya que Mabel se marchitó unos años atrás. Fue entonces cuando Hope tomo su lugar como Anciano. —A Mabel no le importaba. —dice Hope. —Ella era así de suave. Siempre se enamoraba de los animales vagabundos, como tu madre aquí, Ruby —responde—. Otto salió del bosque. El mayor vagabundo de todos. ¿Ves los problemas en los que nos metió? Nadie más puede hablarle a Madre de esa manera, pero ella sólo se encoge de hombros. Todos estamos acostumbrados al vinagre de Asa, y también a la lealtad que se encuentra debajo.

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—¿Por qué tan gruñón, viejo? —Ellie pregunta voz clara—. ¿Nuestra cena no fue lo suficientemente espléndida para ti? Todos nos reímos de eso, incluso Madre. —En verdad… Darwin West fue misericordioso hoy—dice Hope—. Nos dieron galletas y pescado. Y nada de golpes. —Sula debe haberle dirigido una sonrisa. —dice Asa. —No. Nadie puede predecir a ese monstruo —Boone le da a Madre una rápida mirada—. Y Sula no controla a ese hombre. Madre respira profundo y cuadra los hombros. —¿Comenzamos? Los Ancianos se acomodan en un círculo irregular, Asa y Boone toman asiento en taburetes bajos que deben haber traído de sus cabañas. Hope se queda en la cama de Ellie. Hubo un tiempo en que las dos jugábamos juegos infantiles en la cabaña de Ellie, especialmente en los largos meses de invierno, justo en esa cama. —Podemos hablar de Ed y Posey primero. —dice Boone. —O tal vez de esos perezosos Pelling. —Asa gruñe. Pero entonces miran a Hope, que rebota un poco en la cama con el ceño fruncido, y todos los hombres ríen. —Sólo estamos bromeando, Hope —dice Asa—. Ruby será primero, por supuesto. —¿De qué se trata esto? —Madre pregunta, mira a cada Anciano por turnos. Pero ellos están mirándome a mí. —Ruby, naciste hace 200 años. —comienza Boone. —La cosa más pequeñita y bonita. —agrega Hope. Ellie asiente. —Ahora estás casi tan fea como el resto de nosotros. —Asa dice.

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—Ahora eres una mujer. —dice Ellie. Madre parece tan perdida como yo, mira de cara en cara y luego a mí. — ¿Ruby? —pregunta. Me encojo de hombros. —Hemos estado… observándote por un tiempo. —dice Hope. —Viendo si estás lista. —agrega Asa. —¿Para qué? —estallo. He tratado de ser paciente, pero no me puedo imaginar lo que quieren. —Queremos que seas nuestra líder. —dice Boone. —Hasta que tu padre… hasta que Otto venga. —agrega Hope rápidamente. Todos miran hacia el cielo, sólo por un momento. El calor me presiona como si alguien sostuviera una manta sobre mi rostro. Jadeo en busca de aire. La luz en la habitación oscura chisporrotea y se estremece. —Ustedes ya tienen a un líder —digo, con demasiado miedo de mirar a Madre y ver cómo luce su cara. —Tenemos una Reverenda, y eso no va a cambiar. —Boone está de pie ahora y pone las manos en los hombros de Madre. Me atrevo a dar un vistazo entonces. Ella no se ve enojada, sólo está sorprendida, creo. Nuestros ojos se encuentran, y sé que debe ver un reflejo de su expresión en mi cara. —Madre es toda la líder que necesitan. —digo. —Hay cuatro Ancianos, necesitamos un quinto. —dice Asa. —Pues busquen otro Anciano. —Debo sonar desagradecida, quejumbrosa, incluso. Pero yo nunca he esperado esto, nunca lo he deseado.

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Ellie responde, dice las palabras con delicado esfuerzo. —Tú llevas la sangre de Otto. Tú eres la que debe guiarnos. —¿Entonces qué significa para ella? ¿lo de guiar? —Madre pregunta. Permanece en su silla, con la mano de Boone en el hombro. —Vendrás a las reuniones de los Ancianos. Hablarás con cualquiera que tenga un problema, o disputa, y rezarás con ellos. —dice Hope. —Eso es lo que Madre hace. —digo. —No este verano. —Madre susurra, y Boone aprieta su hombro. —Tú vas a hacer lo que Otto hizo, la mayor parte. Una parte ya la haces, con tu sangre. —dice Asa. —No voy a dejar que la golpeen. —Madre advierte. —No —Boone coincide—. La protegeremos, como siempre hemos hecho. —Es una buena idea —Madre se pone de pie para acercarse a mí. Toma mi mano entre las suyas—. Puedes liderar. Darwin nunca tiene que saberlo. Puedes ser lo que la Congregación necesita… lo que no he sido durante este verano. —Debido a él. —Boone dice entre dientes. Madre asiente. —Muchas personas quieren que hagas esto—dice Hope—. Te quieren a ti. —¿En serio? —No puedo imaginarme quién. —Todos hemos visto cómo has crecido. —dice Ellie. —Y todos sabemos quién es tu padre. —añade Hope. —Yo no soy mi padre. —digo.

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Asa se remueve y apunta el dedo a Ellie, o tal vez a Hope. —Te dije que se opondría. Eso pone mis vellos de punta. —No me estoy oponiendo. Sólo estoy… —Conmocionada. —La sonrisa de Hope calienta el frío. Una sensación de miedo se apodera de mí. —Conmocionada. —coincido. —Ven aquí, Ruby. —dice Ellie. Hope se desliza de la cama de Ellie y yo subo, con suavidad. Ellie engancha su dedo meñique con el mío. Puedo sentir su pulso, rápido y ligero. —Nos sustentarás, como siempre —dice Ellie—. Eso es todo. —No, no. Si yo los lidero… Quisiera cambiar cosas. —digo entonces. Ellie retira su mano. —Sustentar. —dice, hace hincapié en la palabra. Madre camina hasta la cama. —Tienes que aceptar las cosas como son. No puedes tratar de salvar a esta Congregación. Las lágrimas pican mis parpados, tratan de salir. Inclino la cabeza y luego me alejo. —Quiero ayudar. —digo. —No otra vez. —Asa suspira. —Vas a ayudar —dice Ellie—, como lo necesitemos. —¿Puedes prometerlo? —pregunta Hope. —¿Y si no lo prometo? —La rebelión arde en mí—. ¿O si no lidero? Se mirar unos a otros. No esperaban esa pregunta. Madre finalmente responde. —Si no haces lo que los Ancianos te piden, entonces… Otto te condenará al infierno.

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Hope jadea. Pero nadie está en desacuerdo. —¿Al infierno? —Me levanto y lo mismo hace ella; nuestros ojos se encuentran, tan cerca que podría respirar el aire que sale de sus pulmones—. ¿De verdad crees que mi padre me enviaría al infierno por tratar de ayudar? —Sí. Sí, lo creo. —No parece parpadear o siquiera respirar, sólo se queda mirándome. —Por favor, sólo promételo, Ruby —dice Hope—. Sólo queremos que estés a salvo. —Promételo por mí. —dice Ellie. Debería hacerles tratar de ver lo que sé, que yo puedo salvarnos a todos. Pero tal vez Otto me condenaría. Tal vez estamos destinados sólo a esperar. Así que trago y lo digo. —Lo prometo, lideraré. De la forma… de la forma en la que desean que lo haga. —Buena chica. —dice Madre, y me jala para abrazarme. No le correspondo el abrazo. —Felicitaciones. —dice Boone. —Gracias. —dice Ellie, y los otros Ancianos también dan su agradecimiento. Pero escuchar sus voces sólo enciende la llama en mí. —Tengo que estar sola… por ahora. —digo, y nadie me detiene. Nadie siquiera me acompaña afuera.

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Traducido por areumyhero

Pronto, todos los Congregantes saben que soy líder. Empieza con una mirada extraña, con un rápido apretón de manos, personas que me dicen que lo saben, sin decirlo realmente. Pero entonces, comienzan las peticiones. Ayer estaba sola, cosechando, cuando Gen Baker me encontró. —Los Smith robaron lo último de nuestro heno seco, lo sé —dijo—. ¿Qué haremos para tener camas frescas este invierno? —¿Dis… culpa? —Estaba muy sorprendida para decir algo más. Además, los Baker y los Smith siempre han estado en conflicto. Gen puso la cuchara contra su taza. —Tú eres la líder. Arréglalo. Afortunadamente, se me ocurrió una respuesta. —Ven a la siguiente reunión de Ancianos. Me dejó sola después de eso, a pesar de no estar por completo satisfecha.

La cosecha se ha convertido en una nueva tortura, es un tiempo en que los Congregantes pueden encontrarme. Vienen cada vez más, quieren cosas pequeñas que son grandes en sus vidas. La siguiente reunión de Ancianos estará bastante llena. Al menos, la cosecha de hoy es un poco mejor. Nos quitaron las tazas y cucharas cuando el sol alcanzó el cenit en el cielo de mediodía. La mayoría de

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nosotros había reunido la cuota; el rocío de la mañana fue más amable de lo que había sido en mucho tiempo. Darwin no se tomó el tiempo de castigarnos por las faltas que cometimos. En lugar de eso, le dijo a los Supervisores que nos dieran palas. —Todos excaven —rugió Darwin—. Cuatro agujeros cada uno, y hagan más si aún no anochece. Odio raspar e inclinarme por agua, pero excavar es peor. El suelo está duro y se niega a renunciar a su control sobre las rocas y raíces de alrededor. Y los Supervisores nos miran todo el tiempo. No puedes descansar un momento bajo las sombras, o ver a un pájaro revolotear sobre tu cabeza. Al menos es en parejas, dos por cada agujero, uno puede excavar mientras el otro arroja la tierra. —Seré la pareja de Ruby, —les dice Madre a los Supervisores. Ellos sólo gruñen y nos dan nuestras palas, largos palos con cabezas estrechas. Estoy contenta de oírla reclamarme. Tal vez menos personas me pedirán cosas si estoy en su compañía. —Hay un lugar con sombra. —le susurro, señalando al área marcada con una X naranja. Hoy, la mayoría de las zonas para excavar están a lo largo del camino, donde sólo crecen las malezas más altas. Madre le da un fuerte golpe a la tierra con la pala. —Empezaré yo. Se sujeta el pelo más arriba y comienza la tarea. Unos verdugones rojos le resaltan en la nuca. Darwin la golpeó hace dos, tal vez tres noches. He sido cuidadosa en dejar esos hinchados para que piense que cada parte de su cuerpo está curándose tan lento como él quiere. —Podemos hacerlo las dos. —le digo. El suelo está muy duro para que sólo ella haga el trabajo. Será más fácil cuando alcancemos la capa desmenuzable.

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Pero aún así, será un trabajo difícil. Los agujeros deben ser estrechos y profundos, tan profundos que los Supervisores puedan estirar la mano y no sentir nada más que aire debajo de los dedos. —Has dormido como muerto estos últimos días. ¿Te has quedado hasta tarde en las cisternas? —pregunta Madre. No he vuelto a las cisternas desde que Ford y yo hablamos. Me temo que él estará ahí, y temo que yo quiera que esté ahí. Nunca me he perdido una noche, no cuando hemos agregado agua a las cisternas. Madre dice que debo agregar sólo un poco de sangre cada cierto tiempo, que si trato de agregar cada pocos días o cada semana, me debilitaré. Ella no sabe cuánta sangre vierto en las cubetas por la noche, en un intento de hacer Agua aun más fuerte para poder sanar sus heridas. Pronto compensaré la diferencia, al dar sangre extra a las cisternas…. Tan pronto como pueda encontrar una manera de ir, sin ver a Ford. —Estoy durmiendo lo suficiente. —le digo a Madre. —Tal vez aún estás creciendo —Para de excavar por un momento para estudiar mi rostro, y una leve sonrisa suaviza sus mejillas huecas—. De alguna manera aún eres una niña. —Supongo. —Agacho la cabeza para que no pueda ver la mentira en mis ojos. Me las arreglo para voltear un terrón de tierra de la superficie y luego otro, esta vez la pala llena de arena. —Desearía saber lo que está planeando. —Darwin West hará lo que quiera, lo sepamos o no —contesta—. No necesitas preocuparte. —Ayudaría saber lo que pasará, —argumento. He oído a otros Congregantes hablar sobre los hoyos. Algunos piensan que habrá una cerca, pero eso tiene poco sentido, los hoyos están en ángulos extraños y

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cruzan el bosque. Otros piensan que se utilizarán para algún tipo de castigo extraño. Ninguno puede imaginar lo que será, y ninguno quiere descubrirlo. Una cosa es segura: estos hoyos sólo pueden hacer nuestras vidas peores. ¿Cuándo ha hecho Darwin algo para hacernos la vida más fácil? —¡Caven! —un Supervisor grita hacia nosotras. Pero es muy flojo o tiene mucho calor como para acercarse más. Parece que el calor también lo ha dejado exhausto a él. Aún con la sombra, el calor parece salir del suelo como niebla. Unos gordos dedos de humedad se enroscan en mi falda, hacia mi cuello, e intentan jalarme al suelo. —Lo que sea que Darwin West haya planeado, yo te protegeré, Ruby. —la voz de Madre es suave. Se las arregla para agarrarme el codo un segundo antes de ponerse a trabajar de nuevo. Recuerdo como solía llenar mi taza, cuando era pequeña, me permitía descansar bajo la sombra o construir casas de hadas con ramitas. Incluso este verano, pienso que trabajaría para tener agua extra, si Ellie no la necesitara. Pero las cosas son diferentes ahora. —Soy la líder. Supuestamente yo soy la que debe protegerte. —le digo. —No, tú sustentas, Ruby. —Madre me lanza una aguda mirada antes de clavar la pala en la tierra. Adoptamos el mismo ritmo que hemos utilizado durante los últimos días que nos ha hecho salir a cavar. —Se supone que debemos estar agradecidas de no estar cavando con cucharas, —susurra Madre. Bota la tierra detrás de ella, sin darle un esfuerzo extra a la tarea. Pero a pesar de eso, se tambalea cuando la pala se aligera, y casi cae al suelo.

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—Cada vez que caves una, déjame cavar dos, —le insto en voz baja, asegurándome de no mirar a los Supervisores en la sombras. Madre sacude la cabeza y agarra la pala con ambas manos. —No, Ruby. Mi trabajo es sufrir, el tuyo sustentar. Así es como Otto lo querría. —¿Cómo era él? —le pregunto a mi madre, como las otras miles de veces que he hecho la misma pregunta. Pero siempre dice un nuevo trozo de la historia, o me recuerda algo que se ha vuelto borroso en mi mente. —Cuando conocí a tu padre, él era medio salvaje y tan delgado como una nutria de río —dice Madre—. Siguió a mi padre fuera del bosque. —Quería la comida de tu padre, —digo. Aún cuando Madre trabaja, una sonrisa suaviza su rostro. —Sí. Aunque Otto vivía de la tierra, era un cazador terrible. No sé si alguna vez se las arregló para cazar algo. —Otto era bueno en algunas cosas, —digo. —No al principio, no vi eso —ríe Madre—. No era nada al lado de mi prometido. Paramos por un momento y vemos hacia los Supervisores. Darwin no está cerca hoy, pero sé que lo veremos al atardecer. —No fue siempre así de cruel —Madre sacude la cabeza y mira hacia el agujero—. Aunque no lo elegí por su bondad. Era rico y me prometió una vida fácil. Ambas dejamos escapar una corta risa. —¡Caven! —nos grita el Supervisor más cercano a nosotras, esta vez camina unos pasos hacia donde estamos.

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El agujero es lo suficientemente profundo, ahora debo inclinarme para raspar toda la tierra desde el fondo hasta la parte superior. Trato de no jadear mientras lo hago. No quiero que Madre sepa lo duro que es este trabajo para mí. —Otto era amable, ¿no? —le digo a Madre. —Sí. Para él era tan… fácil ser amable. Dio todo lo que tenía como si no le hubiera costado nada. —dice Madre. —No tenía mucho, —digo. —Nada, excepto su sangre. —Los labios de Madre se aprietan, y sus ojos lanzan dardos a mis brazos. Unas ramas crujen y Jonah Pelling está ahí. Su playera está pegada contra su piel, ¿ha estado trabajado por una vez? —Los Supervisores están al acecho, —le advierto. Agita la mano. —Me enviaron para conseguirles agua. Madre cruza los brazos alrededor de la pala, y se apoya en ella. —¿Eres su recadero? —Lo que haga falta para eludir el látigo —Jonah me da un guiño, al parecer sin notar la mueca de dolor de Madre—. Eres líder ahora. Buenas noticias, pequeña Ruby. Reprimo las ganas decirle que ya no soy pequeña. Nadie me saca de quicio como Jonah. —Tus Supervisores parecen estar sedientos, —digo. —Proveo lo que se necesita. —me da una sonrisa que es muy audaz, muy familiar. Ya he tenido suficiente de los Pelling. Me alegro de verlo alejarse. —¿De dónde vino mi padre? —pregunto. —Ya te lo dije, Ruby —suspira Madre—. Del bosque.

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—¿Quién era su madre? —pregunto. —Mejor nos apuramos, Ruby —me advierte—. De otra forma no cavaremos más agujeros antes que el sol se ponga. Paleo con fuerza la arena y las rocas. —Cuéntame sobre la madre de Otto, ¿por favor? —Trato de usar el mismo tono dulce que me hizo ganar pequeños triunfos con ella cuando era pequeña. Suspira otra vez. —Sólo era un niño cuando se llevaron a sus padres. Luego, tuvo que sobrevivir por su cuenta. He escuchado la historia antes, pero siempre estoy segura de que está ocultando partes. Seguro ella sabe más acerca de esto. —¿Quién se los llevó? ¿A dónde? —la presiono. —Nunca dijo nada más que eso. —su voz es afilada. Y luego, pregunto la misma cosa de la que siempre he deseado una respuesta, esperando que tal vez diga algo diferente en esta ocasión. —¿Eran como Otto… y yo? —No lo sé —su respuesta es rápida—. Nunca lo sabremos. —Supongo que no. —murmuro. —Sólo treinta centímetros más —Madre dice—. ¿Por qué no eliges nuestro próximo lugar para cavar? Finjo mirar alrededor, pero sólo pienso en cómo dirigir nuestra charla hacia Ellie… a la cosa que ha estado quemándome como el centro de la llama más ardiente. —Tal vez tengamos cena esta noche, —digo. —Es muy improbable. —Podemos llevársela a Ellie. —Asiente.

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—Encontraremos algo para ella esta noche —Trato de calmar mi respiración y de pensar antes de decir lo siguiente, pero es tan difícil—. ¿Alguna vez Otto le negó a alguien? —Le dio Agua a todo el que pedía. Pero nadie sabía que era su sangre. Nadie excepto yo, y luego Ellie…. —Madre endereza los hombros y saca una buena cantidad de tierra del agujero. Nadie sabía el secreto de la sangre de Otto hasta que la siguieron al bosque. Ella le contó a las pocas personas en las que más confiaba, que se convirtieron en los Ancianos. —Quiero ayudar a todos, como Otto. —digo. Antes de siquiera mirar a la cara de Madre, le envío una pequeña oración: Ayúdame, Otto. Ayúdame, padre. Sus ojos se estrechan y me mira como si tratara de quemar con ellos. Creo que sabe en qué estoy pensando. —A veces debemos esperar por lo que queremos, —dice. Lo ha dicho durante 200 años. Estoy cansada de escucharlo. —¿No hemos esperado lo suficiente? Ellie está muriendo. —estallo. —Ruby, ¡silencio! —me advierte Madre. —¿Cómo lo hará él? —pregunto—. ¿Cómo nos liberará Otto? —No lo sé. —Madre dice. —Necesitará un plan, necesitará nuestra ayuda, —le digo. No contesta. Está viendo por encima de mí. Y luego empieza a cavar rápido. —Viene hacia aquí, —susurra.

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Esta vez, el Supervisor se acerca a nosotras, tan cerca que puedo oler el sudor en su ropa. —Ustedes dos, ¿ya terminaron este agujero? —gruñe. —Casi, —dice Madre. Él le dirige una mirada dudosa y se arrodilla para meter el brazo. Fantasías oscuras me llenan: cuán fácil sería levantar la pala y que caiga en su cabeza, o simplemente patearlo tan duro como para derribarlo. El Supervisor se levanta y saca la cadena de su bolsillo. La mira como si estuviera considerando algo. Me quedo quieta y Madre desliza su mano en la mía. —No más charla, sapos —escupe al suelo, cerca de mis pies—. Caven, tienen que cavar al menos treinta centímetros más. Luego vuelve a su lugar sombreado, que cada vez está más lejos de nosotras, conforme el sol se hunde en el cielo. No oirá si susurramos. —¿No nos amaría aún si tratamos de escapar? —susurro. Madre actúa como si no me hubiera oído. Pero estoy segura de que sí. —Si pudiéramos escapar, Ellie podría no morir. No tan pronto —digo—. Entonces tendría que beber Agua. —Déjame hacerlo, —le digo a Madre. —No, —usa el mismo tono de voz que escuchaba cuando era pequeña y quería comer tierra, para llenarme el estómago, o poner en mi taza flores y palos. Es su voz de advertencia. —Por favor —le digo—. Déjame encontrar una manera para liberarnos. —Dije no. No hablaremos del tema de nuevo. Su pala está clavada en el suelo, sus brazos están cruzados sobre la punta. Me doy cuenta de que estoy igual. Nos estamos mirando como enemigas, no como madre e hija.

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Traducido por Yann Mardy Bum

No puedo esperar más tiempo para ir a las cisternas. Los bosques están ruidosos esta noche, ventosos, y con crepitantes sonidos de animales. Sin embargo, no tengo miedo de los animales. El corazón me palpita porque sé que podría ver a Ford otra vez. Cuando llego a las cisternas, no hay ninguna sombra debajo, ningún hombre merodea en los límites. Bien. Él no debería venir, y yo debería sentirme aliviada. Estoy a salvo. Pero mayormente siento un nudo en la garganta. Parte de mí, tal vez todo de mí, quería verlo. Justo antes de posar el pie sobre el último peldaño de la escalera de la cisterna, veo una sombra en los árboles, del otro lado del claro. Alta y delgada, demasiado quieta y oscura para ser la sombra de un árbol. Me quedo helada y fuerzo la vista. La sombra se desplaza, ligeramente, y ahora sé con seguridad que es una persona. Una persona, que me observa desde el bosque. Ford vino, después de todo. Pero nunca antes se había escondido. ¿Por qué merodea entre los árboles? Ahora no voy a poder añadir mi sangre. Estoy casi sin aliento, y me hormiguean los dedos y los brazos. Podría caminar hasta él, podría enfrentarlo, o… podría correr. En cambio, doy un paso hacia la sombra. Y luego otro y otro, hasta que comienzo a ver su contorno: la persona lleva pantalones y mangas largas. —¿Por qué te escondes?— pregunto en voz baja.

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—¿Por qué estás aquí? —contesta una voz masculina, pero no es la de Ford. Es una voz más ligera, risueña. Finalmente me decido a correr. Mis pies corren hacia casa, rápido más rápido más rápido, y respiro con tanta fuerza que no logro escuchar si el hombre me persigue. Entonces siento una mano que me agarra el codo, y me hace girar bruscamente. —¿Tan malo soy? —pregunta. No es un Supervisor, después de todo. Es Jonah Pelling. Todo mi miedo desaparece y es sustituido por una profunda irritación. Típico de un Pelling merodear en el bosque y asustar a la gente. Típico de un Pelling no gritar una advertencia o decirme quién era, o cualquier cosa para que dejara de correr aterrada. —Me asustaste. —Tiro de mi brazo para soltarme. Me suelta, ríe por lo bajo y luego sonríe. Estamos de pie en el camino de tierra, nos miramos, yo jadeo por la carrera, él apenas sin aliento. Jonah mete las manos en los bolsillos y mira hacia el bosque. —¿Recuerdas cómo solíamos jugar al cazador? Siempre hacíamos que fueras el conejo, —dice. —Y nunca me atraparon, —replico. Lo recuerdo: Jonah, Zeke, incluso a veces Hope, me daban ventaja de un minuto y luego me perseguían con palos en las manos. A ellos les parecía divertido, pero a mí me aterrorizaba. —Esta noche te atrapé. —dice suavemente y extiende la mano para tocar la mía, pero vuelve a alejar el brazo. —No deberías estar aquí afuera, —le digo. —Tampoco tú. Pero… sabía que aquí estarías. Pienso en lo inmóvil que estaba su sombra en el bosque, lo fácil que hubiera sido pasarla por alto si hubiera estado distraída. ¿Me vio hablar con Ford? ¿Escuchó algo de lo que dijimos?

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De repente soy consciente de lo expuestos que estamos, de pie en medio del camino. Cualquiera podría vernos, y si la camioneta de un Supervisor diera la vuelta por la esquina, sus luces nos atraparían en el acto. —Sígueme, —le digo a Jonah. —A cualquier lado, —él respira, y un horrible escalofrío me recorre la espalda. No me gusta la forma en que me habla. Me recuerda cómo solía perseguir a Hope, antes que Gabe la conquistara. No puede ser que yo sea su nuevo objetivo… ¿O sí? Lo conduzco al bosque, más allá de las cisternas. Tal vez Ford llegue pronto. Él me protegerá, si Jonah se comporta raro. Jonah se apoya contra un árbol y se alisa la cola de caballo, corta e irregular. Todos hacemos lo posible por mantener manejable nuestro cabello, con rocas afiladas. —¿Por qué creíste que me encontrarías en el bosque? —le pregunto. Mi corazón late mientras espero la respuesta. —¿Crees que eres la única que merodea por la noche? —Se encoge de hombros—. Te veo algunas veces. Nunca lo escuché, nunca lo vi. ¿Cuán cerca estaba? ¿Cuántas veces me contempló, sin que ninguna parte de mi cuerpo me lo advirtiera? Es como si un oso me hubiera estado siguiendo y nunca lo supe. —¿Por qué sales? —pregunto. —Hay buena caza y también frutos que recolectar. —Es por... es por eso que salgo. —digo. —Para comprobar las trampas de tu madre —Baja la barbilla y me mira directo a los ojos, sin un atisbo de sonrisa en su rostro—. ¿Eso es todo? —Eso es todo. —digo, trato de mantener firme la voz.

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Entonces me sonríe. —Guardaré tus secretos si tú guardas los míos. No sé qué responderle, y no quiero decirle nada que no sepa. Así que simplemente doy un paso atrás y me inclino para inspeccionar un arbusto, finjo que busco frutos. —No encontrarás nada en los arbustos de por aquí, pero hay algunos hongos que crecen a la sombra de estos árboles. —Jonah se da vuelta y saca algo del tronco donde estaba apoyado y me lo ofrece. —Madre dice que no son seguros. —Niego con la cabeza. —Supongo que a los cazadores les gusta más matar que cosechar. Está bien, más para mí. —Jonah mete el hongo en un pequeño bolso que cuelga alrededor de su cintura. Se me hace agua la boca mientras veo como desaparece. —Tal vez si le das un mordisco primero, —le digo. —¿Y así ves si caigo muerto? —Jonah inclina la cabeza y me mira con ojos entrecerrados—. ¿No te gusto demasiado, verdad Ruby? —No… quiero decir, no es eso. Sólo quería asegurarme que era seguro. — tartamudeo. De nuevo una sonrisa destella en su rostro. Los estados de ánimo de Jonah siempre fueron impredecibles; cuando jugábamos juntos, era como el sol por un momento y una tormenta al siguiente. Nunca supimos cómo predecir sus cambios. —Estoy bromeando —dice—. Toma. Mete la mano en su riñonera y extiende la palma ante mí, seis frutos perfectos y enormes brillan en la oscuridad. —Gracias. —Tomo tres.

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Jonah sacude la cabeza y estira más el brazo. —Tómalos todos. Los escogí para ti. Si no quiere la comida, no discutiré con él. Tomo el resto de los frutos y muerdo uno. El jugo me llena la boca y no puedo evitar cerrar los ojos durante un segundo de puro placer. Cuando los abro, Jonah está más cerca. Y de repente… se deja caer en una rodilla. —No soy muy bueno para conversar —dice—, pero soy un buen proveedor. Uno de los mejores. —¿Qué estás haciendo? —pregunto. Se me ocurre sólo una cosa que podría estar haciendo, arrodillado delante de mí, pero no lo puedo creer. Nunca nos hemos cortejado. Nunca nos hemos susurrado ni una palabra romántica el uno al otro. Jonah alza la vista y me mira intensamente. Doy un paso atrás. Él sigue con su discurso. —A los Pelling nunca les hace falta nada… al menos, nada que realmente necesiten. —Otto provee, —refunfuño. —Tú también podrías ser una Pelling, —dice Jonah. Casi grito “¡No!” pero me contengo antes que las palabras estallen en mis labios. No tiene caso lastimarlo, porque parece hablar muy, muy en serio. —No… no me voy a casar, —le digo. Da un paso adelante, aún sobre la rodilla y trata de alcanzar mi mano, pero deslizo ambas tras mi espalda. Él mantiene su mano en el aire, suspendida, como si esperara por mí. —¿Por qué no? —pregunta. Nunca había pensado seriamente en casarme con alguien de la Congregación. Toda mi vida los he visto casarse, abandonarse y casarse otra vez. Unos pocos enlaces duran para siempre, o hasta unos cien años. Tal vez por eso nunca pensé en el matrimonio: Sé que cualquier Congregante con quien pudiera casarme, terminaría

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cansado de mí o yo de él. Los conozco demasiado bien. ¿Qué misterios quedarían por descubrir? —No quiero, —contesto simplemente. —El matrimonio tiene sus alegrías, pregúntale a Hope. —Traga y mira hacia el suelo. Entonces extiendo ambas manos hacia él. —Por favor levántate, Jonah. Suspira y se levanta sin mi ayuda. —Ella nunca me quiso, —dice. —Sé que ella te gusta, y… veo por qué. Hope es agradable. —Y hermosa —Entonces sonríe otra vez, su mal humor se va tan rápido como vino. Su voz es ligera—. Pero tú también. Ahora eres una mujer, toda crecida. Soy consciente de mi vestido, demasiado apretado en el pecho; alguna vez fue de Madre y ahora es mío y ya no tiene espacio para aflojar las costuras. Incluso sin suficiente comida y bebida, soy más grande de lo que ella nunca será. —Deberías casarte conmigo, Ruby. Es lo que deberías hacer. Piénsalo: la líder de la Congregación y los Pelling, una familia. Seríamos la familia más encumbrada de la Congregación. —No hay... cumbres… en la Congregación, —digo. Agita la mano como espantando una mosca. —Sabes a lo que me refiero, Ruby. —Exacto, lo sé, —digo. No voy a crear una horrorosa realeza en nuestra Congregación: la hija de Otto casándose con el príncipe sinvergüenza. Además, no lo deseo. No me estremezco cuando se acerca. No deseo recorrer cada parte de su cuerpo con los ojos. —Piénsalo: tendrías almohadas… mucha leña… y comida. Puedo buscar en cualquier lado —dice Jonah—. Incluso he robado de la basura de los Supervisores.

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Suelto un grito ahogado. —Te dispararán si te ven. —No ha sucedido hasta ahora —Cruza los brazos—. Haré cualquier cosa que mi familia necesite. Y tú podrías ser de mi familia. —¿Por qué me quieres? —pregunto—, a mí, y no a Hope. —No soy tonto. Hope sólo tiene ojos para Gabe. Pero a ti… nadie te ha reclamado, nadie te ha tocado. No me molestaría posar los ojos sobre ti cada noche… cada mañana… —El filo de su voz eriza mi piel. —No deseo que me toquen, —le advierto. —No es sólo eso —Jonah sacude la cabeza—. Creo que quieres lo mismo que yo, te he visto cuando miras a Darwin y a los Supervisores. Sé lo mucho que te enoja. —Nunca digo nada. —Ni yo, pero los odio; exactamente igual que tú. Los odio en una forma en que el resto no lo hace. —Otto ama, no odia, —digo. —Sí, y la mayoría de Congregantes… bueno, tratan de ser así. ¿Yo? No desperdicio ningún amor en Darwin West, —dice. —Yo tampoco, —susurro. —Quiero luchar —dice Jonah—. ¿Tú no? —Sí —La respuesta vuela antes que pueda detenerla. Me tapo la boca y miro alrededor—. Quiero decir, no. Eso está mal. Se supone que tenemos que aguantarlo. —Aguantar y esperar. Estoy harto de eso. ¿Tú no? —Da un paso más cerca y me contempla, y esta vez no retrocedo. —Sí, —admito.

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—Podríamos planearlo… Podríamos planear toda una batalla, Ruby. —dice en voz alta y con emoción. Recuerdo cómo solía organizar las piedras en formación, soldados en marcha el uno hacia el otro, mientras hacía sonidos de explosión con la boca. —No es un juego, —digo. —Lo sé, pero Ruby, si nos casáramos, estaríamos juntos todo el tiempo. Podríamos planear, noche y día. Nos conseguiría nuestra propia cabaña. Nadie tendría que escuchar nada… no hasta que estén listos. —Sus palabras salen rápido, y con fervor. Me pregunto cuánto ha querido esto, cuánto lo ha planeado. Una diminuta parte de mí quiere decir que sí. Quiero que alguien me escuche, que alguien esté de acuerdo conmigo en que a Otto no le importaría si lucháramos; tal vez estaría hasta orgulloso. Pero entonces lo miro: Jonah Pelling, aquel cuya taza parece estar siempre medio vacía; Jonah Pelling, el que más rápido se aleja cuando Madre se presenta voluntaria para las palizas. Y luego, Ford. No puedo tenerlo, pero hace que quiera a Jonah aún menos. —Di que sí, —me pide. —No —contesto—. Y no me lo pidas otra vez. —Lo haré. Voy a pedírtelo, y volver a pedírtelo… y un día, Ruby, dirás que sí. Te cansarás de esperar. Te cansaras de ser una mujer y vivir con tu madre. —Tal vez me canse de esas cosas, pero no me casaré sólo para librarme de eso, —digo. —Te cansaras de estar sola. También sé lo que es eso, Ruby, —dice. —Siento mucho lo de Hope, —digo. —No lo sientas. Sólo, piénsalo. Piensa en lo que podría significar ser mi esposa —Jonah acaricia su bolsito—. Comida, comodidad. Y… podríamos luchar contra Darwin West.

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No vuelvo a decirle que no, y él no se queda para oírlo. En vez de eso simplemente se da vuelta y desaparece en el bosque, cuesta arriba, lejos de las cisternas y de mí. Espero la tentación de vacilar, espero que me embarguen las dudas. Pero nada de eso pasa. Decirle que no a Jonah es lo más fácil, sí, y también es lo correcto. Las cisternas tendrán que esperar hasta otra noche. Bajo hasta el borde del sendero y comienzo mi camino a casa. Voy punta y talón, punta y talón; no quiero que nadie— sea Supervisor o Pelling—me encuentre esta noche.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Ford encabeza la fila de madrugada para las tazas. Su mirada se queda demasiado tiempo sobre mí. Entonces sonríe, sólo un poco y tengo que luchar contra el impulso de devolverle la sonrisa. Cuando es el turno de Jonah, Ford le dirige una dura mirada. Parece como si quisiera darle a Jonah diez latigazos con su cadena. —¡Una taza completa! —ruge Darwin. Mira a Madre, esperando que discuta, pero ella se queda en silencio, igual que cuando despertamos esta mañana. Discutimos ayer, y no ha habido mucho que tengamos que decirnos. —¿Algún problema con eso? —dice Darwin con desprecio. Madre sacude la cabeza. Creo que tiene miedo de que nos haga excavar más agujeros. Ya ha puesto a la mitad de los hombres a eso. —¡Entonces a trabajar, sapos! —Señala hacia el bosque y todos obedecemos. Atajo camino por la colina. Empezar en la cima y descender a medida que pasa el día: creo que esa es la manera de conseguir más agua. Cada uno tiene sus propias teorías sobre cómo llenar sus tazas. Después de unos minutos de búsqueda, encuentro un sitio fresco, como si esa parte del bosque hubiera olvidado que es verano. El agua me espera bajo las malezas amontonadas y susurro una oración de agradecimiento a Otto mientras la recojo con la cuchara. Las gotas caen con unos plin-plin dentro de la taza.

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Por encima de mí, un pájaro trina una canción. Trabajo y trabajo, hasta que el agua alcanza la mitad de un dedo meñique. Debería alcanzar la cuota hoy, sobre todo sin tener que ayudar a llenar la taza de Ellie. Ellie. Pensar en ella me duele como cuando Darwin me dio una patada en el estómago. Parecía más pálida cuando la vi esta mañana, y apenas pudo sonreír. Mi cuerpo se siente pesado por la pena, la magia de la mañana se ha ido. Descansaré, sólo un momento. Coloco la taza con cuidado sobre la tierra, la giro y presiono hasta que la tierra la sostiene. Entonces me siento sobre las hojas, aprieto las rodillas con los brazos, y apoyo la mejilla en mis nudillos. —Ruby. —susurra una voz de hombre. Sacudo la cabeza y miro alrededor. Oigo pasos, suaves, cuidadosos como cuando Madre se acerca a una de sus trampas. Me estiro y recojo la taza. Ford sale del bosque, en silencio y con cuidado. Está mejorando mucho en eso de merodear. Cada pájaro del bosque parece quedarse quieto. Por primera vez en el día, noto el viento ligero que agita las hojas sobre nuestras cabezas. Lleva puesto lo mismo que todos los Supervisores: pantalón caqui con muchos bolsillos y una camisa sin mangas. La camisa se le adhiere al pecho en algunas secciones. Mi piel se estremece. Imagino mil chispas diminutas que destellan en el espacio que nos separa. —Hola, Ruby. —La voz del Ford es suave. Me pongo de pie. —Trabajo tan duro como todos. —¿Quién dijo que no trabajabas duro? —pregunta. —Estás aquí y me hablaste y… —Mi voz tiembla.

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—No estás en problemas. —Se limpia la cara con una mano y abre la boca por un momento. ¿Cómo se sentiría recorrer ligeramente con los dedos la barba que veo en su mentón? De repente, su mano se desliza en su bolsillo y cada parte de mi cuerpo quiere correr. Ford levanta ambas manos, vacías, y me sonríe con tristeza. —¿Hacen algo aparte de golpearte? —A veces sólo gritan. —No pretendía que sonara divertido, pero una sonrisa se asoma en su rostro. —Sólo quería hablar otra vez —dice—. Me gustó… la otra noche. —Tengo que trabajar. —Me alejo de él y me arrodillo delante de otra planta. No hay agua, pero igual raspo las hojas con la cuchara. Se arrodilla a mi lado. Me alejo poco a poco. Ford me sigue, agachado como yo. —Ese... chico… —dice—. Escuché lo que te pidió. Mantengo los ojos en la planta. Aunque no quiera a Jonah, sigue siendo de la Congregación. Y nos protegemos unos a otros. —Eres un millón de veces mejor que él, —dice Ford. —No lo quiero, —digo. No pretendía enfatizar el “lo”, pero creo que así fue. —Yo también puedo ayudarte, ¿sabes? —Ford saca una pequeña botella blanca del bolsillo y me la ofrece—. Para Ellie. —¿Qué es? —pregunto. Ford sacude la botella. —Es sólo un poco de Advil. Le dolerá un poco menos si lo toma. —Gracias. —Acepto la botella y la meto en mi bolsillo.

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—¿Sabe Darwin que me diste esto? Ford recoge una hoja caída y separa lo verde de las nervaduras del centro. — No. —Te lastimará. —Tal vez eso no sea lo peor que podría pasarme. —Ford levanta una mano y juguetea con la medalla de oro en forma de óvalo. —¿Qué harás si se entera? Hay un ruido cerca de nosotros, ramas que se quiebran, alguien que camina sin intentar pasar desapercibido. —Tienes que irte, —digo. Con más rapidez que el ala de un ave, levanta la mano. Creo que va a tomar la mía, pero la aleja. —Volveré, —susurra, y luego está de nuevo de pie, y va a zancadas en la dirección de donde viene el ruido. —¿Sapos, están cumpliendo la cuota? —ruge. Un escalofrío recorre mi espalda cuando lo escucho hablar así. Pero no puedo evitar acariciar mi mano en los lugares que su piel casi tocó. —¿Estás enferma? —Es Boone, que está de pie sobre mí, con el ceño fruncido. —No. Sólo descanso. —Cuidado. Hay un Supervisor por aquí —Mira por sobre el hombro—. Ese está más alerta que el resto. —No lo he visto, —digo. Me levanto y me alejo de él, con cuidado de seguir lenta y estable, mientras busco en las hojas cualquier signo de agua. No puedo permitir que sospeche lo nerviosa que estoy. Boone me conoce desde hace mucho tiempo. ¿Podrá ver la mentira en mi rostro?

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—No descanses por un rato —dice, es una orden, pero suave, como la que daría un padre—, ese Supervisor podría volver. Esa idea hace que una calidez refrescante recorra mi cuerpo. —Tendré cuidado, —digo. Veo unas gotas bajo los arbustos. Me arrodillo y la botella en el bolsillo de mi falda suena un poco. ¿Lo escuchó Boone? Lo miro para comprobarlo. Está frunciendo el ceño, pero creo que sólo mira su taza. —Es un día seco, —dice. ¿Por qué no se va? Quiero más de Ford, aunque sea sólo un momento más. Me levanto otra vez y vuelve a sonar el traqueteo, pero Boone no muestra ninguna señal de escucharlo. Cuando me acerco a él y miro dentro de su taza, veo que apenas cubre el fondo. Inclino lo que tengo en mi taza dentro de la suya, antes de que pueda decirme que pare. —Listo. Ahora está casi un tercio llena, —le digo. Me sonríe. —Gracias, Ruby. Pero ¿Tú qué harás? —Trabajaré más duro, —digo. —Cuando termine, volveré para ayudarte. —No —le digo rápidamente—. Ayuda a Madre. Asiente una vez y se aleja. Camino un poco cuesta abajo —El agua corre cuesta abajo, después de todo, y todo se vuelve más seco a medida que voy subiendo. Allí encuentro un poco más de agua, y el fondo de mi taza se vuelve a mojar. Aunque no es suficiente.

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Dejen que Darwin me golpee. Yo soy la líder. Es tiempo que dé un paso al frente. Mis heridas se curarán rápido; podría hasta olvidar el dolor. Dejo de cosechar para revisar—Boone se ha ido. Y cuando miro detenidamente a las hojas, veo una cara diferente. Ford ha vuelto. Está de pie y estira una mano hacia mí. —¿Conversamos un minuto más? —Sólo un rato. —Me levanto sin su ayuda. Lentamente dejo la taza casi vacía a mis espaldas. —Tengo un regalo para ti también —Saca un paquete de su bolsillo; el sol destella sobre su superficie y tengo que parpadear—. Toma, —dice, mientras me lo tiende. Para su tamaño, el paquete se siente más pesado de lo que debería. Es del largo de mi mano y de alrededor de dos dedos de ancho. La envoltura es brillante, plateada y amarilla. —¿Qué… Qué es esto? —¿Nunca habías visto una barra proteínica? —Rueda los ojos—. ¡Vamos! —¿No has visto lo que comemos aquí? —le pregunto. La vergüenza se instala en su rostro. —Lo siento. Es…. rica. Es el mejor sabor que hacen. —¿Cho-co-late… y... ba-na-na…? —leo. Huele como el paraíso, incluso a través de la envoltura. Mi estómago gruñe. Ford empuja la barra con el dedo. Está tan cerca que puedo sentir su olor, mitad limpio, mitad sudado. —¿Tienes hambre, verdad? —pregunta.

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—Gracias, pero… no. —Le tiendo la barra, mientras trato de controlar el temblor de mis dedos. Tengo ganas de arrancar esa envoltura brillante y comerme la barra entera. —¿Por qué? —No la acepta. —Los Supervisores no dan regalos. Y… no tengo nada que pueda darte en agradecimiento. —Mi rostro arde. —Aceptaste la medicina para Ellie. —Esto es diferente. —Dejo caer la comida en el suelo y retrocedo rápidamente. —Vamos, no seas así —Ford recoge la barra y me la ofrece—. Los Supervisores le dan alimento a la Congregación. Sacudo la cabeza. —Sabes que esto no es lo mismo. —Está bien —Se encoge de hombros y deja caer la barra al suelo—. Creo que volveré a trabajar. Su voz ya no es cálida. —Será mejor que yo también, —digo. No puedo evitar mirar hacia donde está la comida, ahí tirada. ¿Querría Madre que la tome, así ella podría decidir quién la necesita más? ¿O, en cambio debería llevársela a los Ancianos? ¿No es eso lo que qué una líder debería hacer? Pero habría demasiadas preguntas. —Llévatela —le digo, secamente—. No la dejes aquí. —Bien. —Ford mete la barra en su bolsillo. Pero luego mete la mano en su otro bolsillo. —¿Al menos puede que necesites esto? —Tiene una botella de agua. La envoltura de papel hace un crujido cuando sale de su bolsillo.

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—No tengo sed. —No quise decir que sea para beber. —Mira mi taza. —Tiene que venir de las hojas —susurro. Me contempla. —¿De verdad? —Debes irte —le digo—. Alguien vendrá. Ford levanta la botella de agua. —No está consagrada, —digo. —Sólo un sacerdote puede consagrar algo. —Otra vez manosea la medalla que le rodea el cuello. —Por favor, vete, —digo. Destapa la botella y la vierte lentamente sobre el arbusto que tiene a su lado. Se asegura de cubrir las hojas con el agua, hasta que las gotas caigan de cada superficie. —Por si acaso, —dice. —No la usaré, —digo, pero me sonríe de todos modos. —Ven a las cisternas, —susurra. Dirijo la mirada hacia el suelo, sin ver como se aleja, pero oigo sus pasos, más suaves, más suaves, hasta que desaparecen. Entonces me arrodillo sobre el arbusto y sostengo mi taza bajo las gotas de agua. Es un regalo que no puedo devolver, ni soporto la idea de perderlo.

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Traducido por Lauuz

Ansío llevarle el moderno regalo de Ford a Ellie. Ha retintineado en mi bolsillo todo el día, como recordatorio. Aunque no necesito que me recuerden la necesidad de Ellie. Madre me necesita primero. Darwin levanto la cadena contra ella esta noche. Apresure la curación al salpicar más agua de la que debería en su cuerpo. Hay pequeños charcos en el piso, cerca del borde de su cama. —Descansa. —le digo a Madre. —Y tú. —susurra de vuelta, antes que sus ojos se cierren. Ajusto las mantas que la cubren, como la recuerdo hacer cuando era pequeña. Antes de irme, vacio la cubeta con agua ensangrentada afuera de la puerta; un atajo que no debería tomar. Mañana plantas exuberantes florecerán en el suelo donde sólo debería haber tierra seca y agrietada. Si fuera sabia, me tomaría el tiempo para regresar el agua al lago, como siempre. Pero esto tomo mucho tiempo, así que dejo la cubeta junto a la puerta y corro hasta la cabaña de Ellie. Todo está muy oscuro afuera, no hay luna, y las estrellas están cubiertas por nubes. Siento que algo está mal antes de darme cuenta de lo que estoy viendo. Hay algo grande en el camino a la cabaña de Ellie. Mi corazón se acelera y mi primer pensamiento es que hay un oso ahí, observándome. Pero entonces me doy cuenta que es más grande que un oso: una camioneta de los Supervisores aparcada mitad dentro, mitad fuera del camino. La camioneta está oscura, no podría decir si hay alguien ahí o dentro de la cabaña.

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Me oculto en las sombras oscuras de los árboles más cercanos a la cabaña, pero no escucho nada: ninguna voz dentro de la cabaña, ni de la camioneta. Un ave nocturna comienza a cantar en el árbol junto a mí. Quisiera poder llamar a Ellie del mismo modo que este animal llama a su familia. ¿Por qué están aquí? Los Supervisores raramente vienen a nuestras cabañas… salvo por la terrible visita que nos hace Darwin cada año. Pero no quiero pensar en eso, no ahora. Los medicamentos en mi bolsillo repiquetean de nuevo. Hasta ahora, creía que mi único problema esta noche sería convencer a Ellie de tomar las píldoras. ¿Cómo explicaría de donde vinieron? Ni yo lo sabía exactamente. Ni siquiera sabía si eran seguras. Cuando Mabel, la esposa de Asa, estaba viva, sabía cómo hacer té para disminuir el dolor. Cuando alguien estaba sufriendo mucho, enviaba a Asa al bosque por la noche para encontrar raíces y hojas; pero ahora ella se ha ido, y sus secretos junto con ella. Tengo que confiar en que esta medicina es como su té. Se escucha un ruidoso crujido, y una luz se enciende dentro de la camioneta. Dos Supervisores salen de la camioneta y comienzan a bajar la pequeña colina hacia la cabaña de Ellie. Uno de ellos lleva una linterna. Sus botas rebotan de roca en roca y yo me encojo más profundo en el refugio de los árboles. Si tan sólo hubiera venido un poco más temprano, podría estar con ella, ayudarla. Pero ahora no sé qué hacer. ¿Debería enfrentarme a ellos? ¿Tratar de protegerla? ¿O es mejor que espere aquí en caso de que necesite correr por ayuda? Por ahora, voy a permanecer detrás de los árboles. Contengo la respiración cuando se acercan a la puerta, más cerca de mí.

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El que lleva la linterna levanta la vista cuando alcanzan la puerta. Mi respiración se detiene. Algo acerca de la expresión del hombre es familiar—algo que he estudiado. No puedo estar segura, pero creo que es Ford. ¿Consiguió mas medicina para Ellie? ¿Debería esperar? Sólo recuerdo una vez que los Supervisores vinieron a nuestra cabaña. Fue hace mucho, uno de los inviernos mas nevados. Era lo suficientemente joven para bailar fuera mientras nevaba y atrapar copos de nieve en la lengua. Se había acumulado tanta nieve al lado de la cabaña que no se podía ver por la ventana. La luz de la mañana estaba tintada de azul, como si hubiésemos despertado al final del día en lugar de al comienzo. Esa noche hubo otra tormenta. —Despiértame cada hora para revisar la puerta. Esta tormenta parece grave. — Madre me advirtió; cada hora había tenido que empujar la puerta para abrirla y quitar la nieve de nuestra única entrada…y salida. De otro modo nos hubiésemos encontrado encerradas por la mañana. Se supone que trabajemos aún en invierno, con palizas propinadas a todo aquel que llega tarde a la Casa Común. También hay que encontrar agua, para el mediodía. La nieve se derrite y cae de las ramas y atrapamos las gotas en nuestras tazas de peltre. También siempre hay cosas que hacer en la Casa Común; limpiar, arreglar hoyos en el techo, perseguir ratones más gordos que nosotros. Cuando no estamos trabajando en invierno, todos los Congregantes deben permanecer en sus cabañas. Una vez que la nieve está alta, nadie visita a nadie, ni siquiera los Ancianos. Cada noche de invierno sólo somos Madre y yo, y las historias que me cuenta reluctante frente al fuego. Pero esa noche tocaron la puerta. Tocaron la puerta, igual que ahora. El Supervisor con la linterna está tocando la puerta de Ellie. Uno, dos, tres educados golpes.

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—Deja de ser tan amable —el otro da un fuerte golpe en la puerta—. ¡Abre, anciana! No hay respuesta. Empujan la puerta para abrirla. Adentro está oscuro. Cuando los Supervisores vinieron a nuestra cabaña esa noche, ya habíamos apagado el fuego y subido a la cama de Madre, juntas en busca de calor. Estábamos conservando nuestra pequeña pila de leña, sin saber cuándo seriamos capaces de atravesar las capas de nieve para buscar más. Cuando Madre salió de debajo de las mantas para atender la puerta, me curve por el frío de estar sola en la cama. —¿Hay alguien vivo? —llamó la ruda voz de un hombre. Madre quito la traba de la puerta y me miró. Después cuadro los hombros y abrió la puerta con un crujido. —Apenas vivas. Está congelado. —dijo. —Sí, bueno, feliz navidad. —dijo la voz. Navidad había llegado la semana anterior. Habíamos rezado a Otto y trabajado. Madre ató una fragante rama de pino a los pies de mi cama. —¿Qué quieres? —pregunto Madre, su voz dudosa. —¿Quieres esta cosa o no? —respondió el hombre. Yo me estiré para verlo a través de la rendija en la puerta, pero estaba muy oscuro. Los Supervisores de esta noche en la cabaña de Ellie no trajeron nada salvo sus linternas—y lo que sea que tengan en los bolsillos. Cierran la puerta a su paso, así que no puedo ver el interior. Haces de luz se ven en la ventana, después se apagan, y vuelven a destellar. Deben estar inspeccionando toda la cabaña con el farol. —¡Oh, mierda! —grita un hombre desde adentro. Es la palabrota favorita de los Supervisores.

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¿Ella lo lastimó? ¿La lastimarán? Deslizo los pies sobre las hojas secas para acercarme más, más, a pesar que no hay dónde esconderme. Entonces escucho el crujido de una silla, y pies que traquetean sobre el piso. Pero no hay más voces—ni de los Supervisores, ni de Ellie. Un ligero brillo ilumina la ventana de Ellie. Alguien debe haber encendido el farol. Cuando Madre vio lo que los Supervisores nos llevaban esa noche hace tanto, dejo salir un jadeo. —¿Todo eso es para nosotras? —A menos que prefieran congelarse hasta morir. —¿Hay… hay suficiente para todos? —preguntó en voz baja. —Hemos estado haciendo entregas toda la noche. —respondió él. Madre se quedo paralizada en la puerta por un momento, y creo que la vi mover la cabeza como si estuviera sorprendida. Entonces me llamó. —Ruby, ven a ayudar. Fui hacia la puerta, el suelo frío como una capa de hielo; aunque traía puestos mis calcetines gruesos. Madre me atrajo y me frotó el brazo mientras mirábamos por la puerta abierta. Allí, alejándose de nuestra cabaña, pude distinguir dos figuras que vestían abrigos con manchas verde y café. Eran Supervisores, traían sus abrigos afelpados que les cubrían desde el cuello hasta las rodillas. —¿Que querían? —Nos trajeron esto —Madre apuntó a algo que no había notado—. Una gran pila de leña puesta sobre la entrada.

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—Podemos hacer la cabaña tan caliente como en verano. —dije. Recuerdo imaginar las flamas subir y salir por la chimenea, tan calientes que teníamos que alejarnos de ellas. Pero Madre no respondió. No tomo la leña siquiera. Estaba observando el lugar donde habían estado los Supervisores un momento antes—ahora había sólo pequeños copos de nieve. Dejo escapar un sollozo. —Gracias. —susurró. La puerta a la cabaña de Ellie se abre, y rápidamente doy un paso atrás, recuerdo muy tarde que salí de la seguridad de los árboles. Uno de los Supervisores sale por la puerta, se mueve lentamente, y entonces veo que trae algo: un bulto de sábanas, las sábanas de Ellie. En la oscuridad, parecen brillar. No entiendo lo que están haciendo. No pueden llevarse su ropa de cama. Por lo menos tenemos derecho a eso; y ella está enferma. ¿Dónde va a acostarse? Abro la boca para hablar, pero entonces sale el segundo Supervisor. La linterna ilumina su cara y un escalofrío recorre mi piel. Es Ford, comparte la carga de sábanas con el otro Supervisor. Ford levanta la vista y nuestros ojos se encuentran. Me ha descubierto. Parpadea, tan lento que sus ojos están cerrados por un momento. Las sábanas no deberían ser tan pesadas. Las sábanas no deberían ser largas y estrechas. Otto, sálvame. Otto, salva a Ellie. Esa no puede ser ella. Cargan el bulto y suben la colina. No hay nada así de pesado en la cabaña de Ellie… nada, salvo Ellie.

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—¡Alto! —les grito, y ya no me quedan seguridad, inteligencia o planes. Mis pies me llevan volando hasta los Supervisores. Madre y yo apilamos la leña al lado de la hoguera, debajo de la imagen de Otto. La apilamos prístina y ordenadamente, como si fuera nuestro tesoro más valioso. Y lo fue: nos proporcionó semanas de calor. Una vez que se terminó, esperé más leña. Aún estaba cubierto de nieve alrededor, a pesar de que habíamos comenzado a reunir el aguanieve que escurría de la base helada de los bancos de nieve. —No volverán con más —me advirtió Madre—. Necesitaremos conseguirla nosotras mismas. —Pero ¿Por qué no regresarán? Ya lo hicieron una vez. —discutí. —Darwin estaba asustado de que muriéramos todos —explicó—. Pero ahora está lo suficientemente templado para que sólo suframos. Y sufrimos. Los Supervisores nunca trajeron leña—o alguna otra cosa—nunca más. Tropiezo hasta los Supervisores que cargan el bulto de la cabaña de Ellie. Cuando los alcanzo, Ford arquea la cabeza. El otro hace una expresión enojada con la mano, casi suelta su extremo del bulto. —Fuera de aquí, sapo —dice. —Eso es… ¿Está…? —Trago duro. —Vete. —ordena el hombre. Trata de seguir caminando, pero Ford permanece donde está. —El juego empieza pronto. —El otro Supervisor le dirige a Ford una mirada enojada. Pero Ford sacude la cabeza. —Podemos esperar un segundo.

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—Gracias. —susurro, y me atrevo a mirarlo un momento. Pero él no está viéndome. Alargo una mano para alcanzar el bulto. No puedo moverme un centímetro más y realmente tocar lo que están cargando. La misma ave nocturna emite un canto, y un extraño ramalazo de ira me domina. Odio a esa ave más que a Darwin West y todos sus Supervisores. Las lágrimas salen de mis ojos y caen sobre el bulto, dejan puntos en la tela amarillenta. —¿Esa es Ellie? —susurro. —La, eh, señora que vivía ahí murió. —cuando Ford habla, mantiene toda la calidez fuera de su voz. Sus ojos están sin luz, muertos. El Supervisor ajusta su agarre y levanta la nariz. —Y se está poniendo rancia. ¿Hueles eso? Por esto debería sentir furia. ¿Valen nuestras vidas tan poco para ellos? Pero no siento nada, a pesar de que las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas, por las comisuras de mi boca. Encuentro la fuerza para tocar el bulto, para pasar los dedos sobre la extensión de lo que creo es su brazo. —Te quiero, Ellie. —digo. —Vamos. —El otro Supervisor comienza a caminar, y esta vez Ford no lo detiene. Suben la colina y los sigo, aun aferrándome al bulto. Estaba sola cuando murió. ¿Cuándo paso? ¿Fue después de que le trajera el desayuno y la encontrara dormida, pero respirando? La revise, sé que lo hice. ¿Vio la puesta de sol, o ya se había ido? ¿Cuándo renunció a esperarnos, y a Otto? —Lamento no haber venido más temprano. —le digo. Ford respira hondo y mira hacia las estrellas.

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—Como te dije, rancia. —El otro hombre deja salir una risa áspera. Están cerca de la camioneta. —Ponla en el suelo mientras abro la puerta de atrás. —ordena el otro. Ford me observa mientras su compañero abre la parte trasera de la camioneta. Me dirige una ligera sonrisa que se desvanece sólo un segundo después. Eso me da fuerza. —Esperen, nos gustaría enterrarla —doy un vistazo sobre mi hombro—. ¿Podrían llevarla a mi cabaña? —Podríamos hacer eso, —dice Ford, su voz baja y profunda. —Por favor, por favor, ella significa todo. —dije. —Olvídalo —El hombre arruga la nariz y señala a Ellie—. ¿Crees que el jefe quiere que los sapos pierdan tiempo, o energía, en un entierro? —Claro. —Ford mantiene la vista fija al frente. Se muestra más gentil que el otro Supervisor al poner a Ellie en la parte trasera de la camioneta. —¿Quieres este trabajo? Guárdate tus ideas. El hombre mueve la cabeza y le da al cuerpo de Ellie un último empujón antes de azotar la puerta trasera. —Claro. —dice Ford nuevamente. Ellie yace junto a todas las palas sucias que usamos para cavar los hoyos, junto a desperdicios de envolturas y vasos de los lugares de comida favoritos de los Supervisores. Es como si no fuera nada más que basura. Ahora avanzan al frente de la camioneta. ¿Qué dijo Madre cuando enterramos a los otros? ¿Qué dijo sobre sus tumbas? ¿Debería decir algo de eso ahora? Pero no puedo recordar.

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—Por favor, sólo díganme a dónde la llevan. —digo. Mi voz se quiebra con las palabras como un vidrio sobre rocas. No hay respuesta. Dos puertas se cierran. Ford no mira atrás. Voy a su lado de la camioneta y pongo las palmas contra la ventana. Se sobresalta y me mira. En la oscuridad no puedo ver sus ojos. —¿A dónde la llevan? —grito. La camioneta arranca con un rugido y una explosión de sonido desde el interior: música, música ruidosa que algunas veces escuchamos que los Supervisores reproducen en su cabaña en la parte alta del lago. Mis palmas vibran en la ventana. Aun así grito —¡Dime! ¡Por favor, dime! Justo a tiempo, doy un paso atrás antes que la camioneta acelere. Las palabras del funeral de Mabel vuelven a mí. —Camina con Otto. —digo, igual que hizo Madre cuando arrojó los primeros puñados de tierra sobre el cuerpo de Mabel. La camioneta escupe grava y lodo conforme se aleja, pero continúo mirando, incluso cuando un pedazo de grava golpea mi mejilla. —Otto te llevará a casa. —digo. Casi han alcanzado la curva del camino. Veo unas luces rojas y estiro la mano, como si pudiera detenerlos, enroscar los dedos en la camioneta y traer de vuelta el cuerpo de Ellie. —Otto nunca te abandonará. —digo. Y entonces la camioneta se ha ido. Incluso el sonido se lo ha tragado la noche. Recuerdo el bote con la medicina de Ford en el bolsillo. Lo saco y lo arrojo en el espacio que dejó atrás la camioneta. Hace un repiqueteo y luego cruje cuando golpea el camino. Y entonces ese sonido se ha apagado también. Todo lo que queda es el sonido de mis sollozos.

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Traducido por Eleonor Evans

A tropiezos llego a casa, con Madre. —¡Despierta! —sollozo—. Ellie está muerta. La sacudo, no muy gentilmente, y la llamo en voz alta. Pero ella no se mueve. Sólo respira, y respira, mientras sana. ¿Por qué Darwin tuvo que golpearla esta noche? La necesito más que nunca. No puedo quedarme aquí toda la noche, prácticamente sola, pensando en ese bulto blanco que una vez fue Ellie, mientras se la llevan. No puedo quedarme aquí preguntándome donde está, o lo que pude haber hecho para mantenerla con vida. No puedo ocultárselo al resto de la Congregación. También les pertenece; y todos eran sus hijos. No hay una sola falda o cobija en la Congregación que no tenga aunque sea un pequeño remiendo o parche de Ellie. Hasta ahora, era a Ellie a quien acudía por consuelo. Iba a su cabaña durante la noche, cuando necesitaba refugio de Madre, o quería compañía mientras ella sanaba. Ellie siempre sabía cuándo hablar, y cuándo callar. Algunas veces iba a su cabaña y me sentaba, en completo silencio. Me trenzaba el cabello, o tomaba mis botas y las limpiaba hasta quedar relucientes. Nos abrazábamos y yo regresaba a mi propia cama, lista para dormir. Pero ya no más. Ellie se ha ido. Ya no habrá más tiempo para visitas. ¿Entonces cómo podría no tener nada que decir? Hay un millón de cosas por decir—Pero Ellie ya no está para escucharlas.

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Hope también solía ir a la cabaña de Ellie, de vez en cuando. Vivía en su propia casa, pequeña, no muy lejos de la nuestra, pero decía que era solitaria. Sin embargo, cuando se casó con Gabe, no la vi volver a hacer una visita nocturna. Iré con Hope, será más fácil comenzar ahí, decir la horrible verdad: Ellie se ha ido. Seguir el camino es la forma más rápida de llegar, pero me da miedo que la camioneta regrese. Puede que Ford esté con ellos, pero esta noche no es más que otro Supervisor. Uno de los que se llevaron a Ellie. En vez de eso, me deslizo por la orilla del lago seco, encajo los pies con cuidado alrededor de las raíces y rocas que comúnmente sobresalen de la orilla. No este verano: ahora el agua brilla, oscura y macabra, a unos 10 pasos de donde estoy. Huele a pescado muerto y a tierra. Incluso el agua necesita más agua para prosperar. Hope dejó su pequeña cabaña cuando se casó con Gabe. Me detengo un momento y miro colina arriba a la casita—pequeña incluso para nosotros. Aún quedan rastros del alegre rojo con el que la pintó una vez, en el tiempo en el que Darwin se sentía indulgente. Ellie amaba esa pintura roja. Una vez trajo un ramo de flores de ese mismo rojo para que Hope pudiera disfrutarlo dentro y fuera de su casa. Hope se las arregló para mantenerlas vivas hasta el invierno. Luego las puso junto a la hoguera, pero aun así hacía mucho frío para que una flor salvaje sobreviviera. Tengo que decirle a alguien que Ellie se ha ido. El secreto se abulta en mi interior y me dificulta respirar, me dificulta tragar. La cabaña de Gabe esta sólo un poco más lejos que la de Ellie. Aunque supongo que ahora es la cabaña de Gabe y Hope. No hay ningún árbol alto en la parte trasera de la cabaña, del lado del lago, a lo largo de los años se ha empeñado en arrancar cualquier arbolito que intentara crecer.

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Todas las cabañas entre la que solía ser de Hope y esta están oscuras, igual que la de ellos. Por primera vez, me preocupa que vaya a despertarlos, o peor, que interrumpa algo íntimo. Peo incluso antes de que me acerque más a la cabaña, una voz me llama. —¡Ruby! ¿Vienes de visita? —La voz de Hope, ligera y alegre, viene de la parte trasera de la cabaña. En vez de contestar, camino colina arriba como si estuviera en un sueño, los pies demasiado ligeros, y la cabeza demasiado pesada. Miro al suelo, unas lágrimas calientes se derraman por mi nariz y caen al suelo. Hope esta parada detrás de la cabaña. El secreto más grande que Gabe le oculta a Darwin West se deja ver en el muro que se alza junto a ella: enredaderas, llenas de vegetales—o lo estarían en un buen año. Antes de venir aquí, Gabe era un granjero. No me mira mientras me acerco, en vez de eso está de espaldas a mí, sus manos viajan suavemente sobre las enredaderas. —Intentaba encontrar unos cuantos guisantes —dice—. Para convencer a Ellie de comer. Quiero decirle que Ellie está muerta, quiero decirle que no puedo dejar de soñar con un cierto Supervisor. Tengo miedo de lo que diré, así que me quedo en silencio. Me detengo a unos pasos de donde esta Hope y espero a que voltee. —Mira. ¡Seis! Seis vainas completas. ¿Te acuerdas cómo el verano pasado teníamos cubetas enteras…? —Su voz se apaga cuando ve mi rostro. Luego, sin siquiera saberlo, sin escuchar lo que le tengo que decir, rompe en llanto también. Es ella quien cierra el espacio entre nosotras; es ella quien me rodea con los brazos. —Ellie se ha ido, ¿verdad? —pregunta con el rostro apretado contra el mío. Asiento; debe sentir el movimiento y comprenderlo, porque su abrazo se hace incluso más fuerte.

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—Pero recogí guisantes. —solloza. Los guisantes caen de su mano y terminan en el piso. Incluso en la oscuridad, son de un verde tan vibrante que casi parecen brillar. Nadie cultiva cosas como Gabe. Todo lo que quiero es llorar y que me abracen. Pero sé que tengo que contarle todo, o al menos todo excepto lo de Ford. Suevamente, me aparto de ella. Mantiene sus brazos a mi alrededor, sin apretar; parecemos una pareja a la espera de que empiece el vals de su boda. —Fui a verla —digo—. Pero la camioneta de un Supervisor estaba allí. Listo. Comencé. Trago saliva y me recuero a mí misma: Ford no existe esta noche. No puedo decir nada sobre él. Despacio, y con cuidado, le cuento cómo subieron su cuerpo a la camioneta. No le digo cómo arrugaron la nariz ante su olor o como la metieron junto a un montón de basura. Tan sólo perderla duele bastante. El resto será una carga que llevaré yo sola. —¿Se

llevaron

sus

cosas

también?

—pregunta

Hope—.

Asquerosos

Supervisores. Ford no es asqueroso. Sé que él nunca se llevaría una de las pocas cosas que Ellie tenía, o en todo caso dejar que alguien más lo hiciera. —Claro que no. —digo. Es la respuesta incorrecta, lo sé de inmediato. —Son Supervisores ¿por qué no se las llevarían? —pregunta. —Llevaban prisa. —Respondo, y eso parece ser suficiente para ella. Me guía hasta un montón de tocones que están junto a la pared y ambas nos sentamos. Sus hombros se desploman y de paso parecen arrastrar el resto de su cuerpo. Extiendo la mano y tomo la suya, entrelazo nuestros dedos. —¿No… no podremos enterrarla? —pregunta. —No me dijeron a dónde la llevaban.

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—Ellie fue quien me dijo que debía huir con la Congregación. —dice Hope. Luego mira sobre su hombro, como asegurándose de que nadie más esté escuchando. —Te amaba. —le digo. —Protegía a todas las mujeres de Hoosick Falls; cocinaba para las enfermas cuyas familias no sabían usar una caldera o hoguera; refugiaba a aquellas cuyos esposos fueran muy…rudos —Hope estira la mano para secarse una lágrima—. Por eso me dijo que fuera con ella. La vida con John hubiera sido corta y muy dura. Y en vez de eso ahora tiene una vida larga e igual de dura. Le doy un apretón a la mano de Hope, que aún sostengo. —¿Te arrepientes? —pregunto. —¿Disculpa? —Hope vuelve a mirar sobre su hombro, pero esta vez su mirada se pierde en las enredaderas que trepan el muro tras nosotras; y esboza una pequeña sonrisa—. No. Me alegra haber venido aquí. —Lástima que Darwin West también vino. —digo. Hope me sorprende con una risa alta y sedosa. —Esa fue la mosca en la sopa ¿no?—Vuelve a fruncir el ceño. Desliza su mano fuera de la mía y la estira para recoger los guisantes. Los sostiene frente a mí. —Ellie hubiera querido que los tuvieras. —No tengo hambre. —digo, aun cuando las vainas lucen muy hermosas. —Siempre tenemos hambre —dice Hope—. Tan sólo nos olvidamos cómo se siente después de un tiempo. Cómetelas. Me hace recordar cómo Ellie siempre me obligaba a comer manzanas extra o a comerme el pequeño sobrante de su plato. No le gustaría que los rechazara, así que pongo una en mi boca y la mastico. Es pequeña y no muy jugosa, pero esta deliciosa. —Tú comete la mitad. —le digo.

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Hope mastica una también y sonríe de nuevo, con los ojos medio cerrados. —¿No se enojará Gabe? —pregunto. —Él dice que todo lo suyo es mío, no creo que le moleste. —contesta Hope, pero luce triste mientras lo dice. No creo que hubiera recogido esos guisantes más que para Ellie…o Gabe. Son familia, y se protegen los unos a los otros. Los celos se arremolinan en mi interior. Ella puede estar con alguien, alguien a quien ama. La única persona que ha despertado algo en mí es un Supervisor. ¿Cómo pude elegir tan mal? —Tienes suerte…y él tiene suerte —digo—. Tienen suerte de tenerse el uno al otro. Hope muerde otro guisante. —Gabe cuida de mí. Pienso en Ford ofreciéndome comida en el bosque, vertiendo su agua en las hojas… y pienso en la promesa de Jonah de proveerme. Pero ninguno de ellos es el correcto para mí. —¿Te sientes sola? —Hope mueve las piernas para que nuestras rodillas se encuentren y me mira directamente. —Tengo a Madre…y a ti, y a Asa y a Boone… —respondo. —Pero no tienes…esto. —Una tímida sonrisa curva un poco sus mejillas mientras apunta con la cabeza a la cabaña. —Y quizá nunca lo tenga. —digo. —Pero lo deseas. —Deja escapar un pequeño suspiro. Hay tantas cosas que quiero contarle a Hope sobre Ford: sobre como también se preocupaba por Ellie, y como, aunque fuera poco, en verdad intentaba ayudar. —Jonah me propuso matrimonio. —confieso.

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—Oh… ¿En serio? —Hope baja la cabeza. —¿Es tan difícil de creer? —pregunto. —No, tan sólo que no sabía que estaba interesado en ti —dice—, pero ya no hablo mucho con él de todas formas. —Le dije que no. —le cuento. Incluso en la oscuridad, puedo decir que Hope sigue sonriendo. —No habría esperado que dijeras que sí. —¿Qué es lo que te gusta de Gabe? —pregunto. —Que es paciente y ve lo bueno de la gente —responde Hope—, y es fuerte. Me pregunto qué es lo que él ama de Hope. Es fácil amarla… más fácil que a mí, supongo. Ella no carga con miedos ni dudas. —¿Qué es lo que buscas…en quién amar? —pregunta Hope. Oculto mi rostro para que no vea los secretos que esconde. —Alguien que sea valiente, pero gentil —digo—. Alguien por quien valga la pena arriesgarse. —Suena genial. —dice Hope. —Lo es. —digo. —¿Lo es? —Hope ríe, y sólo entonces me doy cuenta de lo que dije — ¿Quién es tu pretendiente secreto, Ruby Prosser? ¿Estás enamorando a dos hombres? —Nadie. ¡Nadie! —Me pongo de pie de inmediato y finjo enfocarme en las enredaderas de la pared—. Creo que veo más guisantes, podrías recogerlos para Gabe. —¿Tendré que adivinar? —se burla Hope. —No hay nadie. —digo con suficiente firmeza para que no pregunte más, pero estoy segura que no me cree.

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—Encontrarás el amor, te lo prometo. —afirma bajito. No soporto seguir hablando de amor, y no puedo permitir que el secreto se me escape otra vez. Así que regreso al tema de Ellie, aun cuando es mucho más doloroso. —Mañana en la mañana tendremos que decirles a todos sobre Ellie. —digo. —Ella no habría querido un escándalo. —dice Hope. Sé que a ella no le habrían molestado unas cuantas oraciones sobre su cadáver, sé que no le habría importado que todos nos reuniéramos a darle el último adiós, lo sé. Pero los Supervisores nos quitaron incluso eso. Llamaradas de odio surgen en mí, lo suficientemente fuertes para quemar cualquier pensamiento acerca de Ford—por ahora, al menos. —Cada quien le dirá a una persona y les pediremos que les digan a los demás. —digo. —Y que dediquen una oración a Otto. —añade Hope. Yo debí haber pensado en eso; un líder siempre piensa en esas cosas. —A ella le hubiera gustado. Y a Otto también. —digo. Luego me siento tonta por pretender saber qué le hubiera gustado a Otto. Hope se pone de pie y me abraza; su cuerpo se siente más cálido, y más suave y anguloso que el de Madre. Descanso mi cabeza en el hombro de Hope por un momento. —Puedes venir aquí a hablar conmigo cuando quieras. —me dice. Me suelto del abrazo. —Y tú con nosotras. —añado. Hope voltea a observar las enredaderas. —Tienes razón. Aún nos quedan unos guisantes. —Estira la mano y los arranca. —Guárdalos para Gabe. —digo. —Gabe tiene muchos —Me las tiende—. Llévatelos.

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—Gracias. —Los guardo en mi bolsillo, dispuesta a reservárselos a Madre, me aseguraré que se los coma antes que le cuente lo de esta noche. Le daré ese pequeño gusto antes que sepa que Ellie se ha ido.

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Traducido por niki26

Madre no lloró cuando le conté que Ellie estaba muerta. Sólo inclinó la cabeza y murmuró una oración para Otto. —Descansa en paz —dijo—. Descansa con Otto. Me senté llorando durante la mitad de la noche y dormí a medias la otra mitad. —Tus ojos están hinchados —dijo Madre—. Ellie no querría eso. Fue todo lo que dijo acerca de ella. Pero cuando llegamos al claro a la mañana siguiente, todo se siente diferente. Los Congregantes susurran el uno al otro, muchos de ellos con la cabeza gacha. Algunos se detienen y nos dan un asentimiento con la cabeza a Madre y a mí; otros nos dan un apretón en el hombro o la mano. Ese es todo el funeral que tendrá. Mi dolor me hace pesada, lenta. No me doy cuenta de que algo es diferente hasta que Madre toma mi mano y la aprieta—no por simpatía, sino para despertarme de mi estupor, me parece. —¿Dónde está Darwin? —dice Madre en voz baja. Darwin West nunca se pierde una mañana en el claro. Los Congregantes todavía están susurrando, pero no acerca de Ellie; también lo han notado. Parece el mismo número de Supervisores de siempre. Tienen sus armas y el abultamiento de las cadenas en sus bolsillos. Veo al hombre que se llevó a Ellie junto con Ford, pero Ford no está. La decepción me cubre.

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El sol ya casi está arriba. Algunos rezagados alcanzan el claro, con ojos grandes, con miedo, sin aliento por correr. Pero los Supervisores no levantan una mano contra ellos. —Otto, líbranos, —Madre le susurra a Asa, que está de pie cerca de nosotros. Él asiente con la cabeza y susurra a la persona siguiente, y a la siguiente, hasta que los susurros cambian de murmullos a oraciones. Así como el cielo por encima de los árboles se ilumina, uno de los Supervisores toma la cadena de su bolsillo y la blande hacia el grupo. Muerde la tierra como una serpiente enojada. —¿Son todos? —grita. Este hombre es uno de los más brutales; la semana pasada golpeó a Gen en la cabeza, con la culata del fusil, cuando tropezó por el calor del mediodía. Madre da un paso adelante e incluso las oraciones se silencian. —Así es. — responde. —Entonces lleven sus traseros de sapo a la Casa —dice y hace un gesto con el brazo. La cadena le sigue, deslizándose sobre el suelo. No es domingo. Y ya nunca es la hora del desayuno. ¿Por qué nos quieren en la Casa Común? Nadie discute o se pregunta por qué. No cambiaría nada. Madre lleva a los Congregantes a la entrada del demacrado edificio. Voltea a mirar al Supervisor por un momento, y luego abre la puerta. Un olor celestial se despliega en el aire pesado de la mañana. Hay comida en el interior. La multitud se apresura, y pronto estamos todos en la habitación. Los Supervisores se ubican en las cuatro esquinas de la habitación—uno de ellos es Ford, de pie en el punto más alejado de la salida, cerca del altar de Madre.

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Pero esta mañana, apenas noto a Ford, porque hay algo más en la habitación: el desayuno. El desayuno, caliente, con el olor y el aspecto de nuestras vidas antes de que llegara la sequía. Tres grandes ollas de avena humeante están dispuestas en la larga mesa de la cocina, con un montón de tazones y cucharas. Cestas de manzanas esperan en cada extremo de la mesa. Mi boca se hace agua tanto, que tengo que tragar. No puedo quitar los ojos de la comida. Percibo a los demás Congregantes a nuestro alrededor, se miran entre ellos y escucho sus susurros, pero sólo me imagino cómo se sentirá la avena en mi boca. Si Ellie tan solo hubiera resistido unos días más, podría haberse dado un festín. Me siento culpable por mi hambre. Pero no puedo evitarlo. —¿Es para nosotros? —pregunta Madre. Darwin sale de la cocina. Lleva un delantal manchado y una sonrisa que me pone nerviosa. Pero aún así, todo en lo que pienso es la comida. —Coman. —dice en voz alta. Eso es todo el estímulo que necesitamos. Los Congregantes se adelantan, forman una fila irregular; por supuesto los Pelling están enfrente. Jonah me llama la atención y hace señas, pero lo ignoro. Madre se hace a un lado y les indica a los otros que vayan primero. Me quedo a su lado. —Jonah tiene el ojo puesto en ti. —dice ella, en voz tan baja que sólo yo puedo oír. —Me... me pidió que me casara con él. Sus ojos se amplían. —¿Qué le dijiste? —pregunta. —No, por supuesto le dije que no.

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Por un momento estudia mi rostro. Entonces vuelve la cabeza para mirar a Jonah. —Te has convertido en una mujer sin que me diera cuenta. —dice, sin dejar de mirarme con los ojos entornados. —Sólo me quiere porque soy la líder. —digo. —Un hombre tendría muchas razones para quererte —Madre desliza un brazo alrededor de mí y aprieta firmemente—, pero Ruby, aquí no hay lugar para el romance… —Lo sé. —digo rápidamente. Me da otro apretón, y la culpa me inunda. Jonah acumula tanta avena en su cuenco que amenaza con desbordar los lados. ¿Quedará algo para el resto de nosotros? Madre está mirando a Darwin ahora. Ha salido de la cocina y se está dirigiendo hacia las puertas. Luego, les habla a los Supervisores que nos trajeron al interior de la Casa Común. Boone se forma al final de la fila y se para junto a Madre. Echo un vistazo a Ford. Su cara se ilumina con la sonrisa más breve, pero luego vuelve a caer bajo la sombría mirada de un Supervisor. —Es casi nuestro turno. —le digo a Madre y tiro de su manga. Ella se mueve a regañadientes, sin dejar de mirar a Darwin. Boone se desliza detrás de nosotros. Hay un retumbo en el exterior. —¿Has oído eso? —le pregunto a Madre. —Suena como un camión —responde, entrecierra los ojos cuando mira más allá de Darwin—. Un camión muy grande.

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Darwin sale y los Supervisores cierran las puertas de golpe. Después de un momento, uno tira de las puertas, como para ponerlas a prueba. Las puertas no se abren. —Nos han encerrado aquí. —dice Boone. Madre frunce el ceño. —A las cisternas les falta mucho para estar llenas... —La voz de Madre se detiene. Pero entonces, finalmente, es nuestro turno. Ni siquiera Madre puede ignorar la comida. Toma un tazón y sirve montones de avena. De cerca, huele aún mejor. Aunque las manzanas se ven peor de cerca. Están arrugadas, muchas de ellas con marcas de cicatrices. Aún así, tomo dos y por un momento, creo que le voy a dar una a Ellie. Entonces recuerdo. Meto la manzana extra en mi bolsillo. Puedo imaginar a Ellie diciendo que me asegure de comer hasta el último trozo. Es casi como si ahora estuviera viviendo en mi mente. —Toma otra —Boone pone una manzana en la parte superior de mi avena— . Antes de que los Pelling se coman lo de todo el huerto. Jonah y su familia se sientan al lado de la comida, ya casi han terminado con su desayuno. Están mirando la mesa y sé que en el momento en que nos hayamos ido, van a servirse una segunda porción. Seguimos a Madre hasta unos asientos vacíos y atacamos nuestros desayunos en silencio. Nadie habla: sólo miran fijamente la comida y se meten cucharadas en la boca lo más rápido que pueden. La avena quema mi lengua, y es tan pegajosa que amenaza con quedarse en el paladar en lugar de desaparecer en mi garganta. Pero no espero a que se enfríe. Como más y más, hasta que mi estómago se siente listo para estallar.

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Puedo ver la puerta cerrada desde mi asiento. Ambos Supervisores están de espaldas a ella, con los brazos cruzados, como si una cerradura no fuera suficiente para mantenernos dentro. Todo lo que tenían que hacer era darnos la avena para mantenernos aquí. Nadie parece darse cuenta—o tal vez no les importa—que estamos atrapados. Pero mi piel pica al saberlo; el aire se siente más denso, me aplasta, al saber que no puedo salir corriendo por la puerta. ¿Es así como se siente alguna de las presas de Madre cuando está atrapada en una de sus trampas? Madre da un mordisco salvaje a la manzana. Manchas marrones salpican la carne de color amarillo, pero se las come todas, excepto el tallo. Debería también comer una de mis manzanas; tal vez todas. Sin embargo, la avena ha estirado mi estómago hasta casi reventar. Cierro los ojos por un momento y le rezo a Otto para que me dé fuerza. Hay un sonido fuerte y constante afuera, y el rechinar de algo que creo que es un gran camión. Es el mismo ruido que el camión del Visitante hace cuando empieza el camino de regreso por la colina. —¿Qué están haciendo ahí fuera? —Boone pregunta. Madre da un mordisco a su manzana. Se limpia la boca con el dorso de la mano, y luego lame el jugo de su piel. Boone golpea el lado de mi plato con la cuchara. —Ve a buscar más, Ruby, antes de que desaparezca. Luego viene un gran estruendo, tan fuerte que nuestros asientos se sacuden por el sonido del mismo. Eso hace que algunos de los otros Congregantes, por fin, levanten la mirada y miren la puerta. —Eso no pueden ser las cisternas —digo. Nunca hacen un ruido así, ni siquiera cuando una cisterna llena choca con un camión.

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—¡Ya tuviste tu ración justa! —Alguien grita desde la mesa de la comida. Es Asa, y está de pie demasiado cerca de Jonah Pelling, casi pecho a pecho. Madre y Boone se ponen de pie. Los sigo a la mesa, pero no me doy prisa. La mayoría de los demás Congregantes permanecen en sus asientos. —¡Voy a tomar lo que mi familia necesite, viejo! —Jonah grita. Algunos de los Supervisores también se apresuran a la mesa. Uno de ellos es Ford. Me acerco un poco más. —Paren ya. —Un Supervisor pica a Asa en la espalda con la parte larga de su arma. Ni siquiera parece sentirlo. —Toma asiento, Pelling. —Asa gruñe. Su cara está roja y su pecho palpita con la respiración. —Hazte a un lado. —Jonah contesta. Los otros Pelling también están de pie ahora, siete contra la constitución osezna de Asa; y los Supervisores. El silencio se ha asentado; todo lo que escucho es la respiración de Asa. El mismo Supervisor habla, esta vez su voz más fuerte. —Dije, paren ya. Jonah niega con la cabeza, un movimiento pequeño, pero suficiente para que el Supervisor le dé una patada en la parte posterior de las rodillas. Se tambalea hacia adelante, pero me acerco para estabilizarlo. Se pone de pie, pero no me suelta la mano. Le doy un rápido vistazo a Ford. Me mira fijamente, con los labios apretados. A toda prisa, también tomo la mano de Asa. —No podemos luchar. Todos somos Congregantes —digo—. Otto no quiere esto. ¿Y tú?

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Jonah se da la vuelta por lo que nuestros rostros están a sólo centímetros de distancia. —Yo proveo para mi familia. Siempre, Ruby. Puedes confiar en eso. —Su voz es ronca. Aparto la mirada, avergonzada, sabiendo que me está preguntando de nuevo. —Todos tenemos hambre —dice Asa—. No hay nada especial acerca de tu gente. —Otros no han comido tanto. —le digo a Jonah. Frunce el ceño, mira hacia su familia, pero luego se encoge de hombros. Su mano se aparta de la mía. Suelto a Asa. —Ve a buscar tu comida. —digo. Entonces levanto la voz. —Si alguien quiere más, ¡vengan ahora! Casi la mitad de las personas se pone de pie. Me dirijo a Jonah. —Lleva a tu familia al final de la fila. Si queda algo, es suyo. Jonah asiente con la cabeza y se dirige hacia los demás Pelling. —Eres una buena líder, Ruby. —dice. Por primera vez, también me siento de esa manera. Pero Jonah tiene que echar a perder las cosas, como siempre lo hace. — También serías una buena esposa. —dice. Levanto la mirada y me encuentro con los ojos de Ford mientras le doy a Jonah mi respuesta. —No voy a casarme contigo. —digo. —Todavía no. —responde Jonah. Asa toma mi brazo y me guía enfrente de él.

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—Ella va primero. Lo necesita más. —Dejé mi cuenco… —empiezo. —Toma otro. —Ford está detrás de la mesa, sirve avena en los tazones. Los otros Supervisores no ayudan, dan un paso atrás y alzan las armas contra nosotros, como si fuera probable que transformemos el desayuno en armas en cualquier segundo. Ford me tiende un tazón lleno; los cuerpos se presionan detrás de mí, con ganas de más, más, y por eso lo tomo rápidamente. Un trozo de papel se arruga debajo de la taza. Luego veo otro destello de una sonrisa suya antes que se dé la vuelta de nuevo para llenar más cuencos. Estoy sorprendida, pero creo que lo escondo bien. Mientras me alejo de la fila, convierto el papel en una pequeña bola debajo de la taza, manteniéndolo protegido de cualquier mirada. Entonces lo deslizo en mi bolsillo justo antes de sentarme. Una chica inteligente tiraría el papel, sea lo que sea. Los Supervisores no deben darles notas secretas a los Congregantes. Nada bueno saldrá de ello. Pero la verdad es que este es un tesoro mejor que la avena. Engullo la comida y rezo para que las puertas se abran.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Sólo la mitad de los Congregantes está de vuelta en sus asientos con más comida cuando las puertas crujen y la luz del sol se derrama por la habitación. Estamos libres. Nadie se levanta para ir al frente—todos se meten más comida a la boca, pero sus ojos están en la puerta. Darwin West atraviesa la puerta, el sol brilla tanto detrás de él que no puedo ver su rostro. Pero conozco la silueta de su sombrero de piel y el revolotear de su abrigo. —Necesitaré a todos los hombres —anuncia—. Y el resto de ustedes vayan al bosque. Este extraño descanso ha terminado. Nuestras vidas normales comienzan otra vez; excepto por el pequeño trozo de papel en mi bolsillo. La habitación está llena de sonidos de cucharas que golpean las tazas, las mesas y el suelo. Los hombres se apresuran a salir y el resto de nosotros formamos una fila para conseguir nuestras tazas y cucharas. Soy tan consciente de la nota de Ford, que quema como una piedra caliente en mi bolsillo. Me aseguro de mantener los ojos lejos de él, con la mirada fija al frente. Tomo mi taza y mi cuchara y me muevo hacia el bosque. Entonces veo lo que hacían los camiones, aunque no lo entiendo. Hay montones de troncos largos a un lado del camino. Los hombres ya están trabajando, amontonándolos en pirámides. ¿Son para leña? ¿Por qué a mitad del verano? ¿Pero si no es eso, entonces qué?

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Uno de los hombres se tambalea lejos de los troncos, agarrándose el estómago. Zeke Pelling, el hermano mayor de Jonah. Cae de rodillas y vomita sobre la tierra. Me aprieto el estómago y miro rápido hacia otro lado. —Muévete despacio al principio —Madre está a mi lado, su cuchara golpetea ligeramente dentro de la taza—. Nuestros cuerpos no están acostumbrados a tanta comida. Un Supervisor pone a Zeke de pie de un jalón y hace gestos para que regrese a los troncos. —Qué desperdicio, —refunfuña Madre. Se va hacia el bosque y yo también me apresuro, pero no en su dirección. Voy a encontrar un punto tranquilo y sombreado para leer mi nota, lejos de los ojos de cualquiera. Me deslizo por el bosque más rápido que un zorro que caza a la luz de la luna, apenas rozo los arbustos y ramas conforme busco un escondite. Pero Hope me encuentra primero. —¡Ruby! —Agita la mano desde un grupo de varas de oro. Me siento a su lado. El papel se arruga y hace un poco de ruido, me concentro y trato de actuar como si nada fuera diferente. —¡Mis botones están a punto de reventar! —Hope se acaricia el estómago. —El desayuno estuvo bien. —Todo lo que quiero hacer es correr lejos y leer la nota de Ford. Su sonrisa se desvanece. —¿Estás bien? ¿Es por Ellie? —Yo… Sí. —Alejo mi mirada de la suya. —Puedo imaginarla diciendo que comamos tanto como en un desayuno de los Pelling. ¿Tú no? —Sonrío—. No hay forma de estar al nivel de los Pelling.

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—Cierto. —Hope levanta la cuchara para comenzar a trabajar, pero su sonrisa soñadora regresa. —¿Recuerdas cómo les decíamos a esos chicos que tuviéramos una carrera y luego nos escapábamos para jugar a disfrazarnos? —Nos hiciste coronas de helechos, —digo. Guardé la mía durante semanas, en la cabaña, hasta que se desmoronó. —Y también varitas mágicas —Hope sostiene su cuchara con mirada pesarosa—. ¿Crees que podemos hacer algo con estas? —Obtener agua, eso es todo. Suspira y asiente. —Yo… Probablemente no debería cosechar tan cerca de ti —digo—. A los Supervisores podría no gustarles. —Oh, supongo. —Parece dolida. Después que Hope comenzó a salir con Gabe, nunca podía encontrar tiempo para estar con ella. Ahora le miento, sólo para escaparme. —Te buscaré más tarde. Más lejos de los Supervisores, —prometo. —Encuentra mucha agua, Ruby. —Levanta su taza, brevemente. Choco su taza con la mía. —Tú también. Tan pronto como estoy fuera de su vista, me apresuro otra vez, trato de encontrar un lugar para leer la nota de Ford. Finalmente encuentro un árbol caído, rodeado por matorrales medio secos: un escondite. Me deslizo entre ellos y rezo para que nadie pueda ver los trozos coloreados de mi vestido a través de las hojas. Tendré que ser rápida. Aliso la nota sobre la curva de mi rodilla. La escritura es azul, y gruesa,

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los bordes borrosos como si el papel estuviera húmedo al escribirla. Hay sólo unas líneas de letra pequeña e inclinada que parece casi femenina. Ella está en el campo, cerca de la arboleda de abedules. Busca el grupo de hierbas más altas. Al principio no entiendo. ¿De quién está hablando? Pero entonces recuerdo: Ellie está muerta. Y sólo Ford, y ese otro Supervisor, saben dónde está. La arboleda de abedules está lejos de nosotros. Por lo general, no cosechamos allí; es un paseo largo, y no vale la pena perder tanta energía. Los abedules secan toda la maleza y sus hojas no ofrecen gotas de agua. La mayoría de los lugares en el bosque son mejores que la arboleda. Quiero ir hacia ella. Quiero ver yo misma su tumba, decirle adiós en su lugar de descanso final. Pero no es momento para visitar a Ellie. Una taza, llena, para la hora que se pone el sol. Es casi imposible. Madre podría sufrir esta noche si fallo, y no puedo añadir más latigazos a sus hombros. Aunque no puedo soportar la idea de que Ellie esté allí sola, sin plegarias en su honor. Me arrastro y me estiro para ponerme de pie. Parece no haber nadie cerca. Empiezo a trotar hacia la tumba de Ellie, lo más rápido que me lo permiten el agua en mi taza y las raíces que se estiran para entorpecer mis pasos. Atravieso matorrales espesos y robles altos, y luego un grupo más pequeño de arbustos de arándano y pino. Los pájaros han arrasado con los frutos, casi. Todo lo que queda son los frutos verdes y alguno que otro arrugado. Cualquier otro día me hubiera parado a comerlos, como Madre me enseñó. Pero la tumba de Ellie es más importante y sigo avanzando. Cuando veo una planta o un árbol que parece muy mojado, me detengo para juntar el agua. Raspo un poco de humedad de la corteza desigual de un ciprés y otro de la parte oculta de un hongo venenoso medio muerto. Pero más que nada, corro hacia Ellie.

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Antes de llegar a la arboleda de abedules, escucho el viento agitar las hojas, un sonido seco que se siente como un reproche. Mi taza ni siquiera está un cuarto llena, ya es mediodía, y aquí estoy de todos modos. —Debería volver, —me digo. Pero en cambio entro en la arboleda y busco el campo que hay del otro lado. Las raíces de abedul son gruesas y nudosas, atraviesan la tierra y llegan a los dedos de mis pies. Tengo que mirar el suelo y tener cuidado de no tropezar, mantengo siempre mi taza firme. Y luego mis pies aterrizan en la puntiaguda y amarillenta hierba del campo. No ha crecido muy alta este año. Pero aun así, las flores brillantes se asoman por encima, con franjas rosas y moradas en los bordes. Sobreviven a la sequía y crecen como si lloviera todos los días. Dejo de caminar. Reviso el campo y sus flores, preguntándome donde pusieron a Ellie. Y luego la veo, quizá quince pasos más adelante: una larga franja de tierra fresca. Algo destella en ella por un segundo, pero entonces la brisa agita las hojas de abedules otra vez y sólo es tierra, sin brillo. Ahora que está tan cerca, no puedo hacer que mis pies se muevan rápido. Respiro hondo y me obligo a dar un paso, luego otro. Me siento mal por venir sin nada para darle. La manzana todavía está en mi bolsillo, la puedo oler aunque esté escondida, e imagino dejarla como un regalo, un tributo para Ellie. Pero sé lo que diría. Quédatela, me diría. No la desperdicies en una muerta. Así que elijo un puñado de flores silvestres para ella. Procuro hacerlo con moderación, una aquí, una allí, para no dejar una zona desnuda. A Ellie no le gustaría que tomara algo bonito y lo convierta en algo horrible. Ahora me siento bien por venir, con mi pequeño ramo en la mano y mi taza en la otra. Las flores se derraman sobre mi mano, me hacen cosquillas con sus bordes como plumas. Las levanto para sentir su aroma, pero sólo siento el olor de la tierra. Doy un paso y otro, y llego a su tumba. El montón de tierra parece demasiado pequeño, como si fuera para un niño. Sobrepasa el ras del suelo. Hay otro montón de tierra al costado de la tumba; no se molestaron en poner toda la tierra de nuevo cuando la enterraron. Apoyo mi taza con cuidado a un lado, asegurándome de que no se incline. Me arrodillo para tocar el borde de la tierra.

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—Soy yo, Ellie, —le digo. Pongo las flores sobre la tierra, donde supongo que están sus manos. Allí esta ella, nuestra Ellie. Darwin renegó de ella. Otto no la salvó. Y yo también le fallé. Soy la líder, pero no pude cambiar nada. Dejé que Madre y los Ancianos me convencieran y no le llevé la medicina a tiempo. La ira me llena tan rápido que me es difícil respirar. —Lo siento —le digo—. Debería haber encontrado una manera… una manera de conseguirte ayuda. Me inclino y apoyo las manos en la tierra. Me pican los párpados y sé que las lágrimas vienen, hasta que vuelvo a ver un destello, escondido en la hierba cerca de su tumba. La sorpresa hace que me siente y olvide mis lágrimas. No es nada natural. Quizá es una trampa dejada por los Supervisores. ¿Ford me dio la nota sólo para atraparme? ¿Así podría hacerme daño, como todos los demás? Me acerco, examino la hierba para ver si hay cuerdas o lazos que podrían ser de una trampa. Madre me ha enseñado bastante sobre cómo tener cuidado; pero entonces veo que no es una trampa. El destello viene de una hoja brillante, delgada, envuelta alrededor de un ramo de flores enorme. Acerco el ramo; un olor intenso viene de él. Nunca he visto nada como esas cosas grandes con cabezas gruesas. Entierro mi nariz en las flores y respiro profundamente. Nunca he olido nada parecido. Nada que ver con Ellie; pero aun así, son hermosas. Esto no es algo que se pueda encontrar en el bosque. Alguien del mundo exterior vino aquí y las dejó. Sé quién fue, incluso antes de ver la tarjeta metida en medio de las flores. Un escalofrío recorre mis brazos mientras saco la tarjeta y la leo. Descansa con Dios. Y luego: Lo siento. No hay ninguna firma, pero la letra es igual a la de la nota que Ford me dio. —Él lo siente, —le digo a Ellie. El color de las flores me hace pensar en la sangre casi seca. Aprieto una y sus pétalos están tan fuertemente apretados que resisten mi toque.

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—No quiero que lo sienta. —Un sollozo se ahoga en mi voz. Lamento no haber sido valiente para contarle a Ellie sobre Ford; pero no estoy segura de qué debía decir. —Un Supervisor dejó flores para ti, Ellie —Vuelvo hacia su tumba y las pongo en la tierra—. ¿Puedes creerlo? Levanto la cara hacia el sol, a su punto más alto, que me castiga con su resplandor. Tengo que cerrar los ojos para no dejar pasar sus rayos. —Ellos te llevaron, Ellie. No nos dejaron sepultarte. Cuando abro los ojos, veo qué lamentables se ven mis flores silvestres al lado del enorme y brillante ramo. Ellie pertenece a la Congregación, no a un Supervisor, sin importar lo extraño y amable que sea. Así que recojo sus flores y camino hacia el bosque. Las arrojo con tanta fuerza que el plástico se rompe y las flores se dispersan por el aire sobre el suelo de la arboleda. Entonces vuelvo a Ellie, todavía con ira, enojada con Ford, con Darwin West, con Otto, hasta con Ellie… y conmigo misma. Me paro sobre su tumba, recojo la taza de peltre que dejé a un lado. Hay aún menos agua que antes, pienso. El sol del mediodía probablemente la hirvió directamente en la taza. Debería irme ahora y comenzar a recolectar, si es que todavía hay alguna esperanza de cumplir con la cuota. —¿Es esto lo qué Otto quiere? —le pregunto a Ellie— ¿Quiere que suframos? Quizá ella está con él ahora. Quizá sabe la respuesta a esa pregunta. Las flores silvestres en su tumba ya están flácidas. Pronto estarán secas, y luego el viento se las llevará. En otro año o dos, su tumba se cubrirá con hierba. Nadie siquiera sabrá que estuvo alguna vez aquí. —Otto no te salvó —digo—. Tú creías en él, y no vino. —Inclino la cabeza hacia atrás y saco en un grito toda la rabia y desesperación de mi cuerpo. ¿Me oirán los Supervisores? No me importa. Que vengan, que me azoten, y verán cómo me curo. Que derramen mi sangre en la tumba de Ellie.

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Es demasiado tarde para ella. Pero tal vez eso alimente las hierbas y raíces que son su nueva familia. Los pájaros se dispersan entre los árboles y se marchan a toda prisa. Los imagino encontrando a los Supervisores y diciéndoles dónde estoy y lo que hago, o no hago. Pienso cómo Ellie me cargaba cuando era pequeña e incluso cuando ya era grande, con mis piernas colgando de sus rodillas. Acariciaba mi pelo con la mano y susurraba cosas para dar alivio a mi vida. Susurraba historias, y cosas dulces y recordatorios para creer en Otto. —¡Nunca viniste! —le grito a los cielos. Me metió en su cama cuando me dolió el estómago o cuando me lastimé la rodilla. Tomó un trébol y me enseñó a romper sus flores con los dientes y extraer la miel. Me contó historias de mi madre antes de que se convirtiera en la dura pared entre los Supervisores y la Congregación. —¿Por qué no me dejaste ayudarte? ¿Por qué tuviste que morir? —grito. Nadie viene, y nadie contesta. Grito hasta que mi cuerpo ya no tiene fuerza y no queda ni un sonido en él. Me dejo caer en la hierba al lado de la tumba de Ellie y miro hacia el cielo. Vine para rezar sobre su tumba, pero ahora no hay plegarias que salgan de mí. Todo lo que tengo son preguntas y rabia. —Eres la última —susurro—. Nadie más va a morir como esclavo. Lo juro. — Un insecto brilla en mi frente, y lo quito; mi mano sale mojada. Lágrimas. No puedo desperdiciar ningún tipo de agua. Me siento y con cuidado limpio las lágrimas de mis mejillas en la taza. Es asqueroso, y necesario, y eso me hace llorar aún más. Suena un fuerte crujido en el bosque. El miedo seca mis lágrimas al instante, y miro alrededor. Todo lo que veo son los abedules, con poco lugar para que alguien pueda esconderse, y las hierbas amarillas. No hay nadie, excepto yo. De todos modos,

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es mejor que me vaya. Tengo que encontrar agua y regresar al claro antes del anochecer. Ellie no querría que me demore más. De hecho, me habría dicho que no viniera. —Adiós —digo—. Volveré alguna vez para verte. —Desearía poder decirle a todos dónde está. Pero harían demasiadas preguntas. Este no es un lugar con el que simplemente te tropiezas. Con una última mirada, retrocedo hacia la arboleda de abedules. Mis dedos pisan una de las flores de Ford. Un dulce aroma vuela hacia mi nariz. Mi rabia se suaviza, un poco. Él hizo algo decente, llevó flores a su tumba y me dijo dónde encontrarla. No cambia el hecho de que ha elegido un camino terrible, el de ser un Supervisor. Pero las flores son hermosas... un pétalo no podría hacer ningún daño. Tiro de él, lo saco de la flor y me lo llevo a la nariz, luego lo meto en la cintura de mi vestido. Es más suave que cualquier cosa que haya tocado mi piel alguna vez.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Esta noche la luna es solo una línea. Camino hacia las cisternas, despacio, mis pies algo inseguros después de tanto tiempo. Cada noche busco una excusa para no venir. Pero ninguna es suficiente, ya no… No desde que me dijo dónde estaba Ellie. Veo la sombra de Ford antes de escucharlo, una oscuridad que no pertenece a las cisternas. Camino hacia él, lentamente, hago a un lado la emoción que siento cada vez que lo veo. No me ha dado ninguna razón para temerle, me recuerdo. Ninguna razón, excepto ser un Supervisor. Ford está sentado. Me acerco, tanto que puedo ver que lleva una camisa blanca con mangas cortas y pantalones tan oscuros que no puedo ver sus piernas sobre la hierba. —Ha sido solitario, —dice. —Sabía que no debía verte de nuevo. —Ah —Acaricia la hierba, luego se desliza un poco, como haciendo espacio—. ¿Y si hablas sin mirarme? —¿Qué? —pregunto, confundida. —Dijiste que no puedes verme, pero no dijiste nada sobre hablarme. —No puedo evitar sonreír. Pero sé que no debo hablar, ver, escuchar, pensar, tocar… la última palabra me estremece. —No. Realmente debería… —Miro hacia las cisternas.

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—Sólo un poco. Después puedes ir a rezar. ¿Por favor? —pregunta, acaricia la hierba otra vez. Estoy cansada después de un día largo de recolectar y luego cavar. Otra vez no hubo cena. ¿No puedo sentarme, sólo durante unos minutos? ¿Y no le debo algo por llevarme hasta Ellie? ¿No es eso lo que me hizo volver a las cisternas, finalmente? Así que me siento, más cerca de lo que debería… mucho más cerca que la última vez que hablamos aquí. —Gracias por decirme dónde está Ellie, —digo. —Realmente siento mucho que haya muerto. —Lo sé. —Nos hicieron revisar la cabaña. Yo no quería, —me dice. —Fui a su tumba después que me diste la nota. —Acaricio las puntas de la exuberante hierba. Es húmeda, tan diferente del campo amarillento en que se encuentra Ellie. —Pensaba que tal vez querrían hacerle una ceremonia, —dice Ford. —No puedo decirle a nadie. Se preguntarían… cómo, cómo lo supe. — Avergonzada, contemplo la tierra. —Creo que eso es lo mejor para ambos, —dice Ford. —Sería mejor si terminamos con… esto. —Mi pecho se siente apretado, con apenas espacio para el aire. —Te puedes ir si quieres, —dice. Pero me acerco, sólo un poco más, a él. Y él se acerca más a mí. —Le llevaste flores a Ellie, —digo. —Eso es lo que se hace cuando la gente muere... la gente que te agrada.

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—Nunca había percibido un aroma como ese. —El pétalo no podía permanecer eternamente escondido en mi vestido. Así que lo deje bajo una roca, cerca de la puerta de nuestra cabaña. Pronto, tal vez lo esconda bajo mi colchón. —Ellie parecía el tipo de mujer a la que le gustarían las rosas, creo. —Ford carraspea. —¿Así es como las llaman? ¿Rosas? Ford ríe. —¿Estás bromeando, verdad? —No. —Ah. Lo siento. Me olvido… A veces me olvido de cómo son las cosas aquí. ¿Cómo puede olvidar? Yo no puedo hacerlo ni por un segundo, jamás. Miro hacia las cisternas. Aún no he subido hasta allí. Antes de irme, tengo que añadir mi sangre. Ha pasado demasiado tiempo. —¿Te quedas aquí toda la noche? —pregunto. —Generalmente. A veces me escapo y duermo un poco, si sé que Darwin se ha ido. —¿Se va? ¿Adónde va? —Darwin tiene otra casa fuera de la montaña, una realmente linda con un jardín enorme y una piscina —me dice—. ¿No lo sabías? Esa sería nuestra casa, supongo, si Madre alguna vez le hubiera jurado su amor. —¿Qué es una piscina? —pregunto. —Es… ¿De verdad? ¿De verdad, no lo sabes? —Ford se acerca más a mí, como si quisiera ver mejor mi rostro. Me doy vuelta hacia él, así que nos miramos fijamente.

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—Hay muchas cosas que no sé —le digo—. No conozco la mayor parte de las cosas del mundo moderno. —Es como el lago que tienen aquí. Sólo que mucho, mucho más pequeño. Y la gente las construye. No son naturales. —¿Hizo su propio lago? —Con una fuente y todo. Los chicos dicen que hace fiestas allí cada verano, un picnic para todas las familias. Trata realmente bien a sus familias. Tan pronto como lo dice, Ford agacha la cabeza y se contempla los pies. —Realmente bien, ¿eh? —Alzo la vista otra vez hacia las cisternas. Nuestra Agua paga esa casa, y esa piscina, y cuida de todas esas otras familias. —Es el mejor trabajo en la ciudad —dice Ford suavemente—. Ni siquiera los empleos en Albania pagan tanto. Sobre todo si no has ido a la universidad. —Eso no lo hace correcto. Levanta su cabeza para mirar las cisternas, luego a mí. —Lo sé. —Necesito… tengo que irme pronto. —No miro hacia las cisternas, pero él chasquea los dedos. —¿Tienes que… mm, rezar? —Sí. —Me levanto rápido y espero que no me siga. Por un momento, parece que se va a levantar. Pero entonces se recuesta con sus manos atrás y mira en otra dirección. —Estaré aquí si me necesitas. No lo voy a necesitar. No me puedo permitir necesitarlo jamás.

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Mis pies hacen un suave sonido metálico al caminar sobre el metal de la cisterna. Me remango y sostengo el cuchillo sobre mi brazo. ¿Qué pensaría si supiera realmente lo que hago aquí? —Alabado sea Otto —digo, bastante fuerte para que él me escuche—. Bendice esta agua. Me hago un tajo rápido y mi sangre fluye. Duele más que de costumbre esta noche, no sé por qué, y suelto un grito ahogado. —¿Estás bien? —pregunta Ford. Oigo un crujido. ¿Se está levantando? —Estoy bien. Sólo me di un golpe en el... dedo. Estoy bien, —digo rápidamente. No contesta. Cuento las gotas que caen en el tanque: veinte, para compensar el tiempo que no vine. Cerca de llegar al final, tengo que apretar mi brazo; la sangre no quiere dejar mi cuerpo esta noche. Tan pronto como puedo, envuelvo el corte con un pañuelo y bajo la escalera deprisa. Veo la sombra de Ford debajo de una de las cisternas. Quiero ir a sentarme a su lado y seguir conversando. Quiero ser atrevida… tocarlo, incluso. ¿Cómo se sentiría el roce de su piel contra la mía? Pero está mal y es peligroso. —Buenas noches, Ford, —digo suavemente. —¡Espera! —Se levanta demasiado rápido y se golpea duro la cabeza con la cisterna. —¿Estás… Estás bien? —pregunto. Se sujeta la cabeza y se aleja un paso. —Bien, —gruñe. —No pareces estar bien. —Me acerco, más y más, y luego me estiro hasta tocar donde se golpeó. Las puntas de su cabello son suaves, no son las cerdas duras que imaginé. Paso mis dedos una, dos veces sobre él, antes que se dé cuenta. Dejo caer rápido la mano.

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—No parece sangrar. —Soy demasiado cabeza dura para eso. —Sonríe, puedo asegurarlo, aunque está tan oscuro entre las sombras que no puedo ver mucho de su rostro. Estamos tan cerca que puedo olerlo: un olor limpio, jabonoso. Y hay algo más también; un regusto familiar, como leña quemada. —Quédate un rato —dice—, me gusta hablar contigo. —Eres un Supervisor. Y es tarde… y… —No te lo pide un Supervisor, te lo pido yo. —Y luego extiende la mano y toma la mía, suavemente, despacio. Primero sólo se rozan las puntas de nuestros dedos, y luego su piel se desliza contra la mía hasta que nuestras manos quedan entrelazadas. Madre solía tomar mi mano cuando era más pequeña, tironeaba de mí aquí y allá. A veces era un momento dulce al final de un día largo, o como cuando nos sentábamos delante del fuego. Pero nunca se sintió así. El calor viaja desde mis dedos a mi brazo, hasta que siento que mi cuerpo se hace brasas. —Me quedaré, —digo. —Bien. —Dobla las rodillas para sentarse. Lo sigo, aunque la preocupación y la vergüenza presionan mi corazón. Me alejo un poco para asegurarme que sólo nuestras manos se toquen. Todavía sostiene mi mano, todavía sostengo la suya, pero su otra mano se aleja hacia su cuello. Veo el destello del oro que cuelga de una cadenita. —¿Qué es eso? —pregunto. —¿Qué? —Ford me mira y luego sigue mi mirada hasta su mano. —Tocas mucho ese collar, —digo. —¿Oh… lo hago? —Suelta una risa avergonzada y deja caer sus manos en la hierba—. No lo sabía.

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—No usas otra joya, —digo. Algunos de los otros Supervisores sí, traen pulseras como pequeñas cadenas alrededor de las muñecas o anillos grandes que cortan cruelmente si golpean a algún Congregante. —Es una medalla, la verdad. No diría que es una joya. Mi madre… —Exhala un suspiro profundo y tembloroso. No lo presiono. Cierro los ojos y escucho el viento en los árboles. Estos días está un poco más fresco por la noche. Pronto oscurecerá más temprano. ¿Disminuirá Darwin nuestras tareas? Nuestros dedos se distancian. Siento frío sin el toque del Ford, pero no extiendo la mano hacia él. —Solía estar colgada del espejo retrovisor del coche de mi madre —Ford aleja sus manos de mí y las coloca sobre su cabeza, se inclina hacia atrás para mirar el cielo—. Es una imagen de San Judas. Ayuda a la gente desesperada. Me pregunto si San Judas conoce a Otto. ¿Le ha dicho lo qué nos ha pasado a nosotros? —¿Cómo lo hace? —pregunto. —Bueno… Le rezas. Se supone que le lleva tus plegarias a Dios y eso… —Ford agita una mano en el aire—. Convence a Dios de escucharlos. Eso es lo que los santos hacen. —Tal vez necesitamos un santo para dirigirnos a Otto, —digo. Lo digo en broma, pero entonces me pregunto: ¿es por eso que Otto no nos escucha? ¿Necesitamos a alguien para que nos recuerde y lo convenza de que vale la pena conceder nuestras plegarias? ¿Y si se supone que yo soy esa persona? Una idea comienza a hacer tictac en mi cabeza, algo demasiado pequeño para ponerle un nombre, aún. La mano de Ford va a su cuello, otra vez. —Otto no es Dios, Ruby. —¿Cómo lo sabes? —Fui a la escuela dominical durante ocho años. Nadie jamás habló de Otto.

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—Ellos no saben nada sobre él. Es real. —le digo. Ford da la vuelta y se coloca frente a mí. Incluso en la oscuridad siento su mirada firme. —¿Realmente crees que es Dios? —Es Otto... —Nunca fui a una escuela dominical, sólo sé lo que mi madre me ha dicho toda mi vida. Nos sentamos en silencio por un rato. Los dedos de Ford se entrelazan con los míos otra vez. Siento su pulso, lento, estable, donde las yemas de nuestros dedos se encuentran. —Es todo lo que tienes, aquí afuera —dice Ford—. Lo entiendo. —Él no está aquí. —No puedo esconder la amargura de mi voz. De repente los dedos de Ford se sienten demasiado pesados, demasiado gruesos, y alejo la mano. —Sin embargo, le rezas. —dice Ford. —Sí. —¿Eso no lo convierte en tu Dios? —Es el Dios de todos —digo—. Otto cura a todos. —Otto no es mi Dios —Ford cruza los brazos—. Tengo a la Santísima Trinidad. Sobre eso habla la Biblia. —Trinidad… así que tiene tres Dioses. ¿No puede tener uno más? —le pregunto. Deja escapar una bocanada de aire, como si le hubiera dado un golpe en el estómago. —La Trinidad es Dios. Sólo hay un Dios, Ruby. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Todos en un solo Dios. ¿Tu madre no te dijo nada de esto?

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Levanto una mano al aire. —No me digas en qué creer, Ford. —Sueno más como Madre de lo que realmente quiero; dura, tajante. —Lo siento —dice. Luego gira y ya no lo tengo enfrente. —Otto hace milagros. La Congregación lo ha visto —le digo—. ¿Tu Dios hace eso? —Claro. Hay todo tipo de milagros en la Biblia. —¿Los has visto? —pregunto. Ford acerca las piernas a su cuerpo y las abraza, y apoya el mentón en sus rodillas. —No. —¿Los has visto alguien? —No lo sé. No desde hace bastante tiempo, creo. O… al menos no hay nada reciente en la Biblia. Así que quizá es Ford quien encontró el Dios equivocado, pero no se lo digo. Sé lo que se siente cuando me presiona con su Dios. —Le rezo a Dios todos los días para que salve a mi mamá. Eso sería un milagro. —Como nosotros rezamos por Ellie. —le digo. —Sí. Y probablemente ella muera, como Ellie. Nos sentimos tan lejos uno del otro ahora. Me acerco más y más, hasta que nuestras caderas se tocan. Entonces apoyo mi cabeza en su hombro. —Ellos no parecen estar escuchando, ¿no?—pregunta. —¿Quiénes? —susurro.

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—Otto. Y Dios. —A veces me pregunto lo mismo. —confieso. Ford acaricia mi cabello suavemente, como una madre que consuela a un niño. Me estremezco, cada cabello siente su tacto. Alejo la cabeza de su hombro. —¿Qué es lo que tiene tu madre? —pregunto. —Cáncer —dice Ford—. Está tan avanzado, que ni siquiera pueden tratarla. —Suena horrible, —digo. —Y empeora día a día. —Inclina la cabeza hacia un costado, por lo que toca la mía por un segundo, y luego se incorpora. —Podrías darle el Agua, —digo. —No. Nunca. —dice rápidamente. Eso duele. Siento como si me estuviera rechazando a mí, a mi sangre. ¿Sentiría lo mismo si supiera que es mi sangre la que vuelve al Agua tan especial? —Me diste medicinas para Ellie. ¿Qué diferencia hay? —le pregunto. —¿Se las diste? —dice. —No tuve la oportunidad, ¿o sí? —Lo siento, —dice. —¿Pudo haberla salvado?—pregunto. —No. Sólo calmar un poco su dolor, —dice. —El Agua podría salvar a tu madre, —digo. Podría darle una pequeña cantidad, ¿o no? ¿Sólo lo suficiente para ayudarlo? Tal vez así creería en los milagros de Otto.

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—Si un Supervisor roba agua, está acabado. Aunque sea una gota, Darwin lo mataría, —dice Ford. —¿Cómo lo sabes? —pregunto. —¿Crees que nadie lo ha intentado? —Ford señala hacia las cisternas—. Escuché todas las historias. El último chico que lo intentó, termino colgado de… no importa. Digamos que no fue nada agradable. —Nunca lo supe. —Sería lo mismo con un Congregante. —La voz de Ford es suave. —No estoy robando. —le digo. —Lo sé. —Desearía poder ayudar a tu madre, —digo. —Desearía haber podido ayudar a Ellie. Las cigarras del bosque dejan escapar un grito fuerte, como de advertencia. De repente, no hay más viento: hace calor, falta el aire, y una gota de sudor cae por detrás de mí oreja. Se inclina más cerca de mí y yo de él, hasta que apenas hay espacio entre nuestros labios. Imagino el pétalo de rosa entre nosotros, suave, rozándonos. —No. ¡No! —Me alejo, y su cabeza se sacude por un segundo, en conmoción, supongo. Extiende la mano mientras me pongo de pie y de repente también está de pie. Pero no hace ningún movimiento para acercarse a mí. —Puedo salvarte —dice—. Puedo llevarte a un lugar seguro, lejos de Darwin West. Lo dice con total naturalidad, como si lo hubiera planeado. —Sólo Otto puede salvarme, —le digo.

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—Podríamos estar juntos si nos fuéramos de aquí. —Su voz se quiebra. —No podemos estar juntos. Nunca. —Doy un paso atrás, luego otro. Quiero decirle que me deje en paz, que nunca me vuelva a hablar. Pero no puedo hacerlo. Así que me alejo corriendo, y finjo que no lo escucho llamarme. No me sigue. No dejo de correr hasta que llego a la cabaña, y cuando estoy a salvo en la cama, escucho a Madre respirar hondo al otro lado de la habitación. Estoy de vuelta a donde pertenezco. No debo volver a alejarme jamás.

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Dijo que podía llevarme lejos. Dijo que podía llevarme a un lugar seguro, un lugar que Darwin West no pudiera encontrar. Pero corrí, como una niña. Ni siquiera escuché, todo por un beso que ni siquiera paso… un casi-beso en el que no dejo de pensar. Madre está en lo correcto. Aún soy una niña. —¡Espero que estén poniendo atención, sapos! —Darwin nos tiene reunidos alrededor de uno de los hoyos; los Supervisores traen un poste largo—. Este va a ser su trabajo, a partir de hoy. Ya nos habíamos reunido y cavado. Ahora teníamos que hacer algo más por él. —¿Habrá una recompensa esta vez? —pregunto a Madre en voz baja—. ¿O sólo van a explotarnos más? Me da una sonrisa triste y pasa los dedos por uno de los cortes que obtuvo en la paliza de anoche. —Otto es nuestra única recompensa. —Lo sé. —¿Pero está mal desear pan? ¿O sopa? ¿O mucho, mucho más? Ford no está hoy aquí. Tal vez se quedó en las cisternas toda la noche, esperando que regresara. Pero no lo hice; me quede en la cama, tratando de dormir. Cuando Madre me despertó por la mañana, no había dormido ni un poco. Aún está un poco oscuro; tengo que enfocar para ver exactamente lo que Darwin está haciendo. Se arrodilla junto a un poste y amarra tres cuerdas largas alrededor.

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—Estas sostendrán los postes en su lugar antes de que pongan el cemento. — dice. Hace una seña y uno de los Supervisores le da una estaca corta de metal con ganchos en la punta. Entierra una en el suelo, a poca distancia del poste; el Supervisor pone dos más en la tierra, a la misma distancia. —Que tal si nos dan una de esas estacas, chico. —escucho la voz baja de un hombre detrás de mí. Me vuelvo para ver; todos son Congregantes, ¿pero quién lo dijo? Tal vez Earl, el padre de Jonah, que está al fondo del grupo. Cuando no está dirigiéndole una mirada asesina a Darwin West, le lanza miradas furiosas a Madre. —Contaremos las estacas antes de que se vayan hoy —Darwin mira alrededor del grupo, sus ojos se detienen en cada uno de nosotros, como una fuerte advertencia—. Si un sapo trata de hacer algo, y quiero decir cualquier cosa, con una de estas… Da la vuelta y agita el rifle hacia el Congregante más cercano: Mary Evans, tenía casi cincuenta cuando llegó al bosque. Se encoge y pone las manos por encima de la cabeza. Pero Darwin detiene el rifle antes de golpearla. —No tienes por qué tenerme miedo —dice, su voz baja y dulce—. Siempre que obedezcas —Darwin sonríe—. Díganme que entienden, sapos, nada de jugar con las estacas. Los Congregantes murmuran. —Asegúrense de que los nudos están apretados. Sin errores, ¿entienden? —dice Darwin. Esta vez no tiene que decirnos qué hacer. Todos asentimos, inmediatamente. Observa mientras los Supervisores levantan el poste y amarran cuerdas a las estacas.

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—Ahí es cuando agregan el cemento. Tomen un recipiente y vacíenlo en el hoyo —Darwin señala con un dedo—. ¡Sin desperdiciar! el cemento no es barato. Un Supervisor gordo, cerca del doble de mi estatura, se mueve trabajosamente para llevar un recipiente pesado colina arriba, hacia el hoyo. Darwin deja salir un suspiro y el Supervisor levanta la vista; hay miedo en sus ojos. Bien. No siento ninguna compasión por este hombre. Ford me contó todas las cosas buenas que tienen los Supervisores a cambio de aterrorizarnos. Déjenlos sentir lo que ellos nos fuerzan a sentir cada día. Me pregunto dónde está Ford ahora. Durmiendo, seguramente. ¿Está soñando con el lugar donde me llevaría? ¿Está pensando en nosotros, ahí juntos? Esta noche podría ir a las cisternas, con él. Podría llevarme lejos. No más dolor, no más explotación, no más hoyos o raspar agua de las hojas. La alegría florece en mí, sólo de pensar cómo sería. No necesito mucho. Sólo necesito estar lejos de aquí. Pero entonces escucho a Madre murmurar oraciones para Otto entre dientes. ¿Cómo podría dejarla, cómo podría dejar la Congregación? Ellos morirían sin mí, antes de que Otto llegue finalmente. Y he jurado ser su líder. Así como malo sería dejar a los Congregantes morir, sería aun peor irme con un Supervisor. Aún con toda la bondad de Ford, él escogió este trabajo… y no lo ha dejado. ¿Quién puede saber cómo sería lejos de aquí? —Y así es como levantan y clavan un poste —termina Darwin—. Vayan a sus tareas ahora. Es casi de tarde, y mi estomago reclama con hambre. Sin desayuno hoy, la avena y manzanas parecen ahora tan lejanas como un sueño, o un remanente del Darwin gentil de hace mucho.

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—¿Ruby? Ruby —Madre está cerca de mí, nos miramos de frente—. Tenemos que ir a nuestro hoyo. —¿Nuestro hoyo? —pregunto. —El que nos asignaron hace unos momentos —Madre me mira— ¿Con que estás soñando, hija? —Na…nada. Nadie. —balbuceo. Madre me observa por un momento largo, después gesticula para que la siga más adentro del bosque. —¿Se te ha acercado Jonah Pelling? —No… no es él. —digo. Eso no parece calmar su mente, frunce el ceño. —Esta vida nos deja muy poco espacio para soñar, Ruby. Está en lo correcto, pero aun así, mientras la sigo y pasamos una larga línea de hoyos, todos cubiertos con sábanas limpias, pienso en Ford. Siempre que mis pies sigan yendo donde se supone que deben, ¿qué importa a dónde viaje mi mente? Pronto, tres de nuestros hombres llegan cargando un poste con tres cuerdas enredadas alrededor. Uno de los hombres es Boone. Ponen el poste en el piso, y dos de los Congregantes vuelven a bajar la colina. Boone se retrasa, mira primero el poste y después a Madre y a mí. —¿Cómo levantarán esto solas? —pregunta. Yo me pregunto lo mismo. ¿De verdad se supone que sólo dos de nosotras levantemos algo tan alto como un árbol? —Pediremos ayuda si la necesitamos —dice Madre—. Vuelve antes de que decidan que ya has tardado mucho.

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Él asiente y mira a los otros dos Congregantes que ya se alejan por la colina. Entonces los sigue. —Boone se nombro a sí mismo como nuestro protector —gruñe Madre—. Eso sólo empeora y empeora. —¿Que tiene de malo tener un protector? —Lo malo es que eventualmente se van… o se rinden. ¿Entonces con qué te quedas? —Madre se arrodilla y separa la primera cuerda del poste. Después me la pasa. —Boone te carga a casa, Madre, después que Darwin te lastima. Hace un pequeño nudo alrededor del poste y aprieta. Pienso en los ojos de Ford, fijos en mí, pidiendo algo. Y entonces pienso en la manera en que Boone mira a Madre. —Él… él te ama —digo—. ¿Verdad? Tan pronto como lo digo, me doy cuenta que no debí hacerlo. Madre se acerca y me toma de los dos hombros. Sus ojos están enojados. —Eso duele. —digo. Afloja su agarre un poco. —Las chicas de tu edad quieren romance, pero, Ruby… —Me da una pequeña sonrisa y niega con la cabeza—. Aquí no hay romance. Dejo caer la mirada; siento un rubor subiendo por mi nuca. No puedo dejar que sepa mis secretos. —¿Entiendes? —me pregunta. —No se ve que estén trabajando. —Un Supervisor está sobre nosotras, justo detrás de Madre, ni siquiera lo habíamos notado. Las dos nos apresuramos a ponernos de pie.

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—Sólo una cuerda más y estaremos listas para elevarlo. —dice Madre. —Hagan eso. Nada de sostenerse las manos, sapos. Estaré de vuelta en diez minutos para asegurarme que están haciendo su parte —El hombre mira el poste y después escupe al piso—. Ahí están sus estacas. Deja caer tres estacas al suelo, después se va para comprobar a Jonah y Earl Pelling, no muy lejos de nosotras. Sólo esa frase es la chispa que mi mente necesita para comenzar a funcionar rápidamente. Estará de vuelta, no se ha ido para siempre. Sólo se alejo por un momento. Eso es algo que yo también podría hacer. No tengo que huir para siempre. —Deprisa. —dice Madre. Pone una estaca en el suelo, yo acomodo dos, piso fuerte cada una para que se entierren profundo, en un ángulo como el que vi usar a los Supervisores. —¿Para qué son estos postes? —pregunto, aunque sé que Madre no quiere especular. —¿Son tortura suficiente, no? No necesitamos saber nada más. —responde. Terminamos de atar las cuerdas, nos ponemos de pie y cada una respira profundamente. Rodamos el tronco hasta que el extremo está encima del hoyo, entonces Madre se para junto al extremo y yo en medio. —Levántalo —dice, y lo hacemos, a pesar de que es demasiado pesado y mis músculos tiemblan con el esfuerzo. Veo los hombros y brazos de Madre temblar también. La peor parte es saber que tendremos que hacer esto una y otra vez por el resto del día. —Otto, ayúdanos. —gruñe Madre.

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Hago eco de su oración, pero el poste no es más ligero. Pienso en los santos de Ford. Necesitamos uno para hacer que Otto escuche. Pero incluso sin la ayuda de Otto, finalmente el poste está en el hoyo, de pie como un árbol despojado de sus ramas. —Tú sostienes y yo ato. —dice Madre. Equilibro el tronco mientras Madre amarra las cuerdas a las tres estacas. Nos hacemos hacia atrás para admirar el poste por un momento. —Es realmente feo. —dice Madre. —Casi tan feo como Darwin West. —respondo. Me mira, una sonrisa asoma en su rostro. Eso hace que mi propia sonrisa quiera surgir. Y entonces, ríe, una risa real, no una cansada o enojada. No la he escuchado reír durante todo el verano, creo. Eso me hace reír también. —¡Cuidado! —llama la voz de un hombre detrás de nosotras—. ¡Corran! Nos damos la vuelta a tiempo para ver un poste caer rápido y directamente hacia nosotras. Un árbol lo detiene, entonces lo deja ir; y después otro. Las cuerdas que se supone que lo sostendrían están volando junto con él. Nuestra risa muere en un instante. —¡Muévete! —Madre me agarra el codo y me jala a un lado. Nos tropezamos con un hoyo. Y entonces, bum. La tierra tiembla, y deja caer las hojas de los árboles. Apenas nos salvamos. El Supervisor que nos vigilaba viene corriendo de otra parte del bosque. Conforme corre, va sacando la cadena de su bolsillo. Nos acercamos más a los Pelling. Ruego por que el Supervisor no nos note.

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Jonah y Earl están al pie del poste caído. Ha arrancado algo de tierra del hoyo en el que tenía que estar. Padre e hijo están manchados con terrones de tierra. El Supervisor cruza los brazos. —¿Perdieron algo, sapos? Más Congregantes se deslizan a través del bosque, observan, pero sin acercarse demasiado. —Esas cuerdas no quieren permanecer atadas. —Jonah se encoge de hombros y mira a un lado. El Supervisor se inclina para recoger una de las cuerdas tiradas alrededor del poste. La acerca a su cara y entonces la deja caer. —Parece que simplemente eres demasiado estúpido para hacer nudos. —Sabemos cómo… —comienza Jonah, pero Earl presiona la mano contra su hijo. Jonah no dice nada más, sin embargo le dirige una mirada dura al Supervisor. —Volveré a levantar el poste rápidamente, lo prometo. —dice Earl, sin encontrar la mirada del Supervisor. —Será mejor que tengan estos postes levantados, como dice Darwin, de lo contrario —El Supervisor vuelve la cabeza para mirar a Madre—. Ella no parece querer otra paliza. —No será necesario que haya ninguna paliza. —dice Jonah. —¿Qué acabas de decir, sapo? —El Supervisor mueve la cadena detrás de la cabeza, el movimiento desprende las ramas del árbol detrás de él. —Dijo que mejor volvemos al trabajo. —Earl pone una mano en el hombro de Jonah. Jonah se detiene. Entonces me mira. Niego con la cabeza lentamente. —Síp —dice Jonah—, es lo que dije.

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—Bien —El Supervisor deja escapar un gran bostezo y mira hacia la sombra en la que estaba descansando—. Estaré observando. Tan pronto como está fuera del alcance del oído, Johan susurra. —O tomando una siesta. —Vigila tu lengua. —espeta Madre. —Si fueras una buena líder, pararías esto. —me gruñe Earl. —Yo…pero tenemos que. Ellos nos vencerían… —comienzo. —Alguien debería enfrentarse a él, decirle que no vamos a levantar postes. — dice Jonah. —Como una líder —dice Earl—. Chica inútil. —La única razón por la que estás molesto con Ruby es porque rechazó a Jonah. —dice Madre. —No podría conseguir nada mejor. —Earl me da una agria mirada apreciativa. —Es mejor para ella quedarse conmigo. —responde Madre. —Basta. —dice Jonah, no me mira. La lástima me llena. Pongo la mano en su brazo. —Puedo mostrarte cómo hacer los nudos. Se aparta de mí, pero después asiente. —Eso estaría bien. Me arrodillo al lado del tronco caído y Jonah se me une. Su olor hace que mi nariz inhalé por sí sola. —Iré por nuestro cemento. —Madre me da un rápido asentimiento y se apresura a la Casa Común. Earl se sienta contra un tronco con un gruñido y cierra los ojos. Johan me sorprende mirando. —Papá resiente el calor.

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—Todos lo hacemos. —Después levanto la cuerda y comienzo a atar. Jonah observa. Cuando estoy cerca de Ford, todo lo que quiero es acercarme más. Pero Jonah me hace querer alejarme rápido. —¿Ya estás cansada de esperar a Otto? —pregunta Jonah. A Madre no le gustaría esta conversación. Miro más allá de Jonah, pero no hay rastro de ella por el camino. —Mamá no deja que lo digas, ¿no? —se burla. —Tengo mente propia. —respondo. —Sé que quieres pelear, lo veo en ti —dice Jonah—. No quieres esperar. —Me pregunto algunas veces si va a venir. —admito. —¡Sí! Si va a venir, no cuando, si no si va a venir. —–Jonah me da una sonrisa que me hace sentir que he dicho algo incorrecto, o sencillamente demasiado. —Pero…pero claro que Otto va a venir —tartamudeo—. Nosotros rezamos por eso… —¿Y que hemos obtenido? No hay comida. Trabajo todo el día, todos los días. Sólo Dios sabe para qué son estos postes. —dice Jonah. —Maldades. —grita Earl desde su lugar de descanso. —Seguramente —asiente Jonah—. No puedo pensar en una cosa buena que puedan proporcionarnos. —Otto vendrá y entonces… —Pero me detengo. Estos hombres no lo creen, lo sé. Y si lo pienso, si pienso en lo que he estado diciendo, no estoy segura de creerlo tampoco.

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—Un mundo entero ahí afuera y estamos aquí, atrapados —Jonah niega con la cabeza—. ¿Cuál es el punto de vivir por siempre? —Porque Otto nos quiere… —comienzo, pero Jonah me corta con una mirada. Juré sobre la tumba de Ellie que no permitiría que otro de nosotros muriera como un esclavo. —¿Qué si encontráramos a mi padre? —pregunto—. ¿Qué pasa si podemos recordarle nuestras plegarias… que estamos esperando? Jonah recoge una piedra cercana y hace la mímica de mirar debajo de ella. — ¿Estás aquí abajo, Otto? ¿Estás escuchando mis plegarias? —No en el bosque… no en este bosque, de todos modos —le digo—. ¿Qué pasa si podemos encontrarlo donde sea que fue, después que nos dejo? —¿Y traerlo de vuelta? —Jonah resopla. Earl habla de nuevo. —Fuimos a buscarlo, hace tiempo. Nunca encontramos ni rastro de él. —Es un mundo diferente ahora. Tal vez será más fácil encontrarlo… o a alguien que pueda ayudarnos. —¿Quién querría ayudarnos? —Jonah se levanta y se sacude las manos en el pantalón—. Ningún Supervisor nos daría siquiera una mano. Me estremezco al recordar el tacto de Ford. —Creo que hay gente buena en el mundo exterior. —respondo suavemente. —¿En base a qué? —Jonah levanta las cejas. —Ahí está Otto, por lo menos. Creen eso ¿no? —pregunto. —Tú quieres escapar. ¿Es por eso que me rechazaste? —Jonah cruza los brazos y recorre mi cuerpo con la mirada. Me hace querer cubrirme, cada centímetro. Pero permanezco de pie y lo miro.

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—Quiero conseguir ayuda —digo—. Quiero encontrar a Otto. —Y yo que pensaba que eras más una luchadora —dice Jonah—. Como yo. —Es la mejor manera de ayudar a la Congregación —digo. Pero el pensamiento de Madre retuerce mi estomago. Sé cuan furiosa estaría si escuchara una conversación como esta. Pero ella no ha salvado a uno solo de nosotros, ¿o sí? Tal vez yo puedo hacer más. Oigo el ruido característico de una carretilla, Madre está volviendo. No tenemos mucho tiempo. —Si voy a buscar a Otto, ¿vendrías conmigo, Jonah? —pregunto. Jonah puede ser mala compañía, pero es mejor que nada. No sé nada acerca del mundo moderno o qué tipo de protección puedo necesitar ahí. —¿Te casarás conmigo? —pregunta Jonah. —No. —digo rápidamente, al parecer demasiado, porque un rubor aparece en sus mejillas. Los Congregantes con las carretillas aparecen ahora a la vista. Dos, con Madre al frente. —Cambiarás de opinión. —dice Jonah. Esta vez permanezco callada. —Tú dime cuándo y dónde —dice Jonah—. Y nos habremos ido. —¡Ruby! ¡Ven a ayudar con el cemento! —llama Madre. —No por mucho tiempo. —dice Jonah suavemente. —Hablaremos pronto. —prometo.

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Después voy y ayudo a llenar el hoyo con el cemento húmedo y pegajoso. Se secará eventualmente, dicen, entonces desataremos las cuerdas. Este poste permanecerá erguido por años y años… tal vez por siempre. Pero no estaremos aquí para verlo. Me aseguraré que la Congregación sea libre, y pronto.

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Al día siguiente Madre me despierta cuando la noche apenas está dando paso al sol. —Tenemos que ir a la cabaña de Ellie a limpiar. —susurra. —La cosecha… —comienzo, pero niega con la cabeza y le da a mi mano un pequeño tirón. —Seremos rápidas, no le quedaban muchas cosas. Tal vez menos, ahora. — Madre gira la cabeza y observa en dirección a la cabaña de Ellie. Esperar aunque sea un día pudo haber sido un error. Los Supervisores deben haber pasado por su cabaña, o Congregantes a los que no les importa a quién creen los Ancianos que pertenecen las cosas de Ellie. Aun así, tengo que arrastrar mi cuerpo fuera de la cama. No quiero ver su cabaña sin ella ahí. Y especialmente no quiero verla una vez que hayamos sacado sus cosas. —Apresúrate. —Madre toma un vestido de su gancho y lo arroja sobre la cama. Me lo pongo, junto con las botas. Después caminamos el corto camino a la cabaña de Ellie. La cabaña de Ellie está fría, húmeda y oscura. Mi madre busca el farol, pero no está en su plataforma al lado de la puerta. —Los Supervisores lo tomaron. —le digo.

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—De cualquier modo, es mejor si trabajamos sin él. —Madre atranca la puerta abierta con un palo que encontró en el camino; la luz apenas es suficiente para ver el perfil de la cama de Ellie, el baúl y el taburete. Las pocas veces que alguien se marchitó, nosotras vaciamos su cabaña. Una vez, Hope nos ayudó. En otra ocasión Boone estuvo ahí. Por supuesto, no hubo nada que hacer cuando la Mabel de Asa se marchitó. Tratamos de llevar flores y comida a su cabaña, pero él no abrió la puerta durante dos semanas. Esta vez se siente correcto que seamos sólo Madre y yo. Me acerco al baúl de Ellie. Incluso después de cientos de años, ricos remolinos de vides y flores pintadas de dorado cubren la parte superior y se derraman por los lados. Puedo verlas brillar en la oscuridad. Cuando era pequeña, solía sentarme al lado del baúl y trazar el camino de la pintura con el dedo, tratando de encontrar el principio y el final. —¿Deberíamos vaciarlo aquí? —pregunto—. ¿O llevarlo lleno? —Ayúdame a levantarlo. —responde Madre. Cada una toma un asa y jalamos, pero apenas lo levantamos del piso. Cuando Madre sacude la cabeza, dejo caer mi lado. El piso hace un fuerte rugido y por un momento creo que va a ceder. —Silencio, Ruby. —espeta Madre. —Lo siento. —¿Que es lo que hace que pese tanto? —pregunta ella. Me arrodillo a un lado y levanto la aldaba. —Creo que lo sé. En la parte superior hay una manta extra, con trozos de lavanda seca doblados dentro. Debajo de ésta, los pocos restos que quedaron del vestido de boda color vino de Ellie, los demasiado pequeños como para servir de algo. Y después hay más lavanda. Deslizo los dedos por debajo del crujiente susurro de las flores secas. Y ahí

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encuentro formas lisas, una tras otra. Me sorprenden las lágrimas que se acumulan rápido en mis ojos. Ha pasado mucho tiempo desde que le di esa última roca. No sabía que sería la última en ese entonces. Pensé que tal vez le traería una la próxima semana, o la siguiente. Pero de algún modo había otras cosas que hacer; ayudar más con la cosecha, supongo, o escapar para conseguir moras para la Congregación cuando los Supervisores no se daban cuenta. —Aquí están todas las rocas —le digo a Madre—. Las guardó. Madre niega con la cabeza, luce perpleja. —¿Por qué Ellie guardaría rocas? Mis dedos se cierran alrededor de una; tiro de ella suavemente a través de las capas de lavanda y el rojo de la tela hecha jirones. Aletean en mi muñeca mientras saco y muestro la roca a Madre. —Yo se las di a Ellie —le digo—. Durante un verano cuando Darwin fue especialmente… duro. Era otro tiempo de sequia, pero fue mucho más corto…y recuerdo que llovió un poco. Nunca fue suficiente para Darwin. —Todos nos turnamos para llenar tu cuota en ese entonces. —dice Madre. Sí. Cada uno había tomado mi taza y la llenaban sólo un poco… igual que hicimos por Ellie en sus últimos días. Recuerdo la gentil sonrisa de Ellie. —Corre y encuéntrame la bellota más bonita en el bosque. —me urgió y tomó la taza de peltre de mis dedos. Lo dejé pasar a regañadientes, deseaba ser un adulto como los otros, pero tampoco quería el trabajo agotador. Así que me arrastré por el bosque y encontré todos los cantos y rincones oscuros que me ayudaban a movilizarme lejos, aún ahora, sin que un Supervisor me viera. Encontré todo tipo de tesoros: bellotas, sí, y rocas con vetas de cristales brillantes en ellas.

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Madre sonríe y niega con la cabeza. —Había olvidado cómo Ellie te enviaba a todo tipo de búsquedas del tesoro. —Me quería lejos de ti y de Darwin… ¿no es así? —pregunto. Nunca lo había notado hasta ahora. —Siempre te hemos protegido de él, Ruby, todos. Algunas veces quisiera correr dentro del bosque y buscar tesoros, en lugar de verlos lastimarla. —No tenemos mucho tiempo —Madre señala el baúl—. Guarda lo que puedas dentro de la manta y llévatela. Me paro para extender la manta en el piso, pero Madre me detiene con una mano en alto. —Espera —dice—. Voy a barrer el piso primero, no puedo soportar… —Lo sé. —respondo. Ver la hermosa manta vieja de Ellie extendida en el piso sucio. Madre usa un cepillito de ramas para barrer. Desdoblo la manta, entonces, y comienzo a poner las rocas dentro. —Deja eso —dice Madre—. Nadie va a quererlas. Mis ojos pican con lágrimas, pero asiento y las coloco contra uno de los muros de la cabaña, todas menos una. Voy a conservar esta. Después tomo su vestido de repuesto del gancho en la pared y lo pongo en el centro de la manta, junto con sus botas. Fue enterrada sin ellas… sin un ápice de algo que Darwin le dio. Eso me hace sonreír. —Su reloj —dice Madre—. ¿No está ahí?

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Ese era su más grande tesoro. Paso las manos por el baúl, pero no queda nada más que retazos y lavanda. —No está en el baúl. —respondo. —Esos Supervisores lo tomaron. —dice Madre, con voz enojada. La ira se enciende en mí, y por un momento casi le digo que Ford no haría eso: Ford es gentil, honorable, no es un ladrón. Incluso si es un Supervisor. —Tal vez ella lo escondió. No lo hemos visto en un largo tiempo. —digo. Una vez más, Madre mira hacia la puerta, está más claro, sí, pero no he escuchado pasar ni una sola camioneta de los Supervisores. —Tenemos un poco de tiempo. —digo. —Termina ahí —ordena Madre, señala la manta. Amarro las esquinas en un paquete mientras ella pasa los dedos a lo largo de los bordes altos de las paredes toscas de madera, después por encima del marco de la puerta. Pero no encuentra nada. —Trata debajo de la cama. Madre desliza la mano bajo la cama y frunce el ceño. Una sonrisa ilumina su cara y saca el reloj. Sin mirar hacia afuera, se sienta en el suelo y lo acuna en las manos. Me siento al lado de ella, sintiéndome de nuevo como una niña pequeña. —¿Puedo tocarlo? —pregunto. —Por supuesto. —Pero no lo suelta. Madre lo sostiene en su palma, el reloj y la larga y delicada cadena que guarda dentro. Alguna vez la cadena de oro brilló, ahora parece apagada, como el cristal empañado. O tal vez es sólo porque la cabaña está oscura. De seguro brilla con la luz del sol. Rozo un dedo sobre las pequeñas enredaderas de oro trabajadas en la pieza.

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—Era de su esposo —dice Madre—. Y antes de eso, de la madre de él. —Jeremiah. —respondo. Murió antes que Madre y su padre se mudaran a Hoosick Falls: un accidente de granja. Ellie vendió su pequeña granja y en su lugar abrió la casa de huéspedes en la calle River. Me pregunto si le hubiera dado agua, si hubiese podido. ¿Hubiera tratado de salvar su vida como yo quería salvar la de ella? —Están juntos ahora. —La voz de Madre es suave. Sus dedos se cierran alrededor del reloj por un momento, después los abre de nuevo. Deberíamos levantarnos y terminar nuestro trabajo; el horizonte es lo bastante brillante para bañar la cabaña de luz. Pero no quiero romper el hechizo. Madre parece estar en un raro estado de ánimo, apto para las historias. —Dice 11:15. —le digo, distrayéndola. Y funciona. —Ellie detuvo el reloj el día que Darwin nos encontró aquí —Madre sostiene la cadena en alto, así el reloj danza en el aire. Entrecierra los ojos hacia la caratula—. Dijo que volvería a ponerlo en marcha cuando fuéramos libres. Toco el reloj con el dedo y se balancea un poco. Vamos a ser libres pronto, Ellie. Lo prometo. —¿Por qué no huyeron más lejos? —pregunto a Madre—. Se detuvieron muy cerca de Darwin y la ciudad. —Ellos sólo dijeron que teníamos que dejar la aldea, además, estaba embarazada. No podía ir más lejos o más rápido. —Una leve sonrisa cruza su cara, y por un momento se presiona el estomago con la mano libre. Entonces vuelve a poner el reloj en su palma. —Todo esto estaba destinado a pasar, Ruby. —dice.

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—Otto aun así podría haberlos encontrado, si hubieran huido más lejos — digo—. Pudiste haber tenido más bebés. —Te tengo a ti… y a Otto… él va a venir. —Su sonrisa es demasiado brillante, creo, y parpadea para alejar las lágrimas—. Aún tenemos tiempo. —¿Por qué no lucharon? —pregunto. —Ruby. —Lo dice como un suspiro, su voz está al borde de las lágrimas. —Las cosas podrían haber sido diferentes. —susurro. —Sí… sí luchamos, una vez —dice Madre suavemente—. No lo recuerdas. Yo lo olvido, algunas veces. —¿Qué? Nunca… —Volteo a ver a Madre. No me mira. Presiona el reloj contra su mejilla. —Había más de nosotros, ocho más, cuando vinimos al bosque. Incluso había otro niño, tenía cinco años. —Su voz se ahoga. La impresión me clava al suelo como el pesado baúl de Ellie. —Nadie habla de eso. —Louis. Era tan brillante y audaz. —Madre aprieta los ojos y respira profundo. —¿Qué pasó? —pregunto. Cuando Madre responde, habla con la barbilla inclinada hacia arriba, una lágrima se desliza por su mejilla. Sus ojos continúan cerrados. —Ellos corrieron. Louis lideraba el grupo, pero los Supervisores fueron más rápidos. —¿Corriste? —pregunto. —Tú eras un bebé diminuto —dice Madre—. Nunca podría haber escapado. Ella se desliza a través del bosque como zorro. ¿No podría haberlo intentado?

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—Los Supervisores los mataron a todos, Ruby. Los mataron y los encadenaron a un árbol en el claro. —¿Nadie escapó? —Nadie —Ahora me mira, sus ojos llenos de lágrimas—. Darwin dijo que tú serías la siguiente si alguien lo intentaba de nuevo. —¿Yo? —No debería estar sorprendida. Él siempre ha sabido que soy la debilidad de Madre. —Si alguien trataba de escapar, dijo que te colgaría. —Nadie habla de eso. —No, pero todos lo sabemos. Eso nos ayudó a aceptar que Otto no quería que escapáramos… y no es seguro para nadie, especialmente para ti. Entonces toda el Agua que he hecho para los Congregantes estos años ha sido un pago. Pago por salvar mi vida al sacrificar su libertad. Pienso en las noches que no he ido a las cisternas, o llegado tarde, todo por un chico. Ahora puede que el Agua no sea tan fuerte como siempre. ¿Así es como le pago a mi familia? Madre deja salir un suspiro. —Casi es hora de la cosecha. Se levanta rápidamente y desliza el reloj en el bolsillo de su falda. Agarro la manta del piso. Madre recoge el taburete de Ellie y las almohadas de su cama. La almohada nueva y recién rellena luce mal en este lugar oscuro y triste. —Espera. —Madre saca el reloj de su bolsillo. La luz creciente alcanza uno de los bordes y salpica marcas de oro alrededor de las paredes. —Los Supervisores… —comienzo, por primera vez soy la que nos apresura.

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—Ellie hubiera querido que tuvieras esto. —Madre presiona el reloj y la cadena en mi mano. Curvo mis dedos alrededor de ambos. Se siente demasiado frío para una mañana de verano. —Pero te encanta. —Me dejarás verlo, algunas veces… ¿o no? —pregunta. Lo llevaré conmigo cuando me vaya. Lo llevaré cada día hasta que regrese, con Otto o ayuda o algún tipo de salvación para la Congregación. —Claro que lo haré. —respondo. Me da una mirada aguda, luego entrecierra los ojos. —Con Ellie muerta, es una atadura menos para nosotras —dice Madre— ¿O no? Me mira intensamente. Sólo sacudo la cabeza. —La extraño, es todo. —Estamos aquí para aguantar, y estas aquí para sustentar. —me recuerda. —Lo sé. —Bien. Ahora… —Alisa la falda sobre su cadera—, como dijiste, los Supervisores aguardan. Cargamos de prisa las cosas de Ellie a nuestra cabaña, y luego es el momento de la cosecha. Madre lidera el camino fuera de la cabaña, pero la rebaso camino al claro… aunque me aseguro cada poco que me sigue de cerca.

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Le dije a Madre que iría a las cisternas esta noche, pero estaba mintiendo. —Podría ir yo —se ofreció, pero sus ojos estaban ya medios cerrados. Darwin no usó la cadena hoy, pero tampoco nos alimentó, y el bosque estaba terriblemente caliente hoy. —Descansa —le dije—. Sólo será un momento. Para cuando esté de vuelta, ella estará dormida. Nunca sabrá cuánto tiempo estuve fuera en realidad. Nunca sabrá que no fui a las cisternas en absoluto. Voy a ir a ver a Ellie. El camino de acceso a la arboleda de abedules es largo, y apenas un cuarto de la luna asoma en el cielo. Tendré que tener cuidado de no tropezar en la oscuridad... o que me descubra un Supervisor. Quiero volver a llevarle algo a Ellie. Podría recoger flores, pero entonces recuerdo lo triste que mi ramito se veía, tendido en su tumba. Las flores ansían el agua, como todos aquí. No durarán mucho tiempo lejos de la tierra. También está su reloj. Podría dárselo, pero sé que Madre tenía razón: Ellie habría querido que yo lo tuviese. Quizá debería haber traído una de las rocas que guardaba en el fondo de su baúl; pero he llegado demasiado lejos para dar marcha atrás ahora. Voy a necesitar un montón de tiempo para ir a la arboleda y regresar, antes que Madre despierte. No puedo pensar en otra cosa. Así que sigo mi camino para visitar a Ellie, con la esperanza de encontrar algo en el camino.

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El viento levanta el polvo del suelo y lo dispersa en mis ojos. Tengo que detenerme una vez y apretar los ojos contra un remolino de polvo… demasiado tarde. Las lágrimas se deslizan por mis párpados y ruedan por mis mejillas. Justo a tiempo, escucho unas risas antes de llegar a una sección de pinos dispersos. Ralentizo el paso hasta ir de puntillas, entonces espío desde detrás de un árbol. Supervisores, dos en el suelo, y otro en una escalera alta apoyada en uno de los nuevos postes. Uno del suelo sostiene una lata plateada junto a la boca, bebe de ella y dirige una luz brillante hacia la escalera. El hombre a su lado sostiene un gran disco redondo con cuerda negra enrollada alrededor. Se ríen de nuevo. —Tonto... —Una palabra llega a mí. —Sin entrenamiento... —Esta suena más seria, sin risa. —¡Pago extra! Otra vez, más risas. El hombre en la escalera toma el extremo de la cuerda negra y sube más alto, su compañero desenrolla la cuerda mientras tanto. Ata la cuerda alrededor del poste y saca algo de su cinturón. Luce como una versión gruesa y corta de las armas con las que nos apuntan. Me agacho detrás del árbol y espero el tiro. Pero no hay ninguno. Sólo un fuerte zumbido. Me atrevo a dar otro vistazo y lo veo bajar su extraña arma. La cuerda ahora está unida al poste. El hombre en la escalera parece tan relajado que su cuerpo amenaza con caerse de la escalera.

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—¡La corriente ni siquiera está activada, retrasado! —grita el hombre con la lata plateada. Los tres se ríen. Quiero saber lo que están haciendo; terribles usos para la cuerda negra larga inundan mi mente. Colgar, arrastrar, torturar... pero no sé cuál es el plan de Darwin. Y no habrá manera de enterarse esta noche. Rodeo de nuevo el bosque. Oigo la arboleda antes de verla, las hojas hacen ruidos por el viento. Cuando mis ojos se posan sobre los troncos altos y blancos de los abedules, los vellos de mis brazos se erizan. Son como fantasmas, de los que Asa me cuenta cuando Madre no escucha: fantasmas asesinos, que acechan, esperando que sus víctimas se acerquen. Puedo percibir sus espíritus enojados. Luego, lo veo, el regalo perfecto: un arbolillo de roble que me llega a las rodillas; de pie en medio de la arboleda. Es una maravilla que los abedules no lo hayan ahogado. Lo salvaré y lo llevaré a la tumba de Ellie. Tener una tarea aleja mis fantasías sobre fantasmas enojados. Encuentro un palo largo y lo suficientemente amplio para cavar con él, y con unos cuantos tirones libero el retoño de la tierra. —Vas a darle sombra a Ellie —digo—. Y vas a hacerle compañía. A Ellie le gustaría esto, lo sé. Sostengo el arbolillo cerca de mí y cruzo el resto del camino a través del bosque. Los bordes de las hojas bebé me hacen ligeras cosquillas en los antebrazos. Trato de contener toda la tierra alrededor de las raíces para que no estén desnudas y

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expuestas. Quiero que este árbol crezca alto y fuerte, para que esté con Ellie cuando yo no pueda. La tierra de su tumba ahora está más seca, y las flores que dejé están marchitas como pedazos de paja. Es difícil notarlo en la tierra, pero creo que veo unas diminutas huellas de ardilla que cruzaron sobre el lugar de descanso de Ellie. Este es un lugar sagrado, ¿no pueden sentirlo? Pero para ellas, la muerte es común. No es como ser un Congregante, alguien que elude la muerte por cientos de años. —Te he traído algo, —le digo en voz alta. El viento me empuja el pelo con más fuerza, y me imagino que es Ellie saludándome. Me acomodo el cabello detrás de las orejas y busco un lugar para poner su árbol. No demasiado cerca de su tumba, pero lo suficientemente cerca para darle sombra. Allí, tal vez a cinco pasos de distancia, cerca de donde imagino que estará su cabeza. Arranco de raíz las largas hierbas secas y empiezo a cavar un agujero con el palo.

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arbolillo. Pongo el árbol en la tierra, acomodo las raíces para que apunten hacia abajo. Últimamente hemos cavado y llenado tantos agujeros con árboles muertos. Es bueno poner un árbol vivo en este agujero. Paleo con las manos y empujo la tierra para tapar las raíces. —Voy a encontrarlo, Ellie —le digo. Miro hacia su lugar de descanso, con la esperanza que de alguna manera me responda—. Le voy a llevar nuestras plegarias a Otto. El árbol se ve flácido en su nuevo hogar. Empujo más tierra contra su diminuto tronco, pero sólo se amontona más. Creo que necesita agua, pero no tengo. Aunque puedo alimentarlo. ¿Los árboles florecen con mi sangre al igual que las personas y los animales?

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Sólo dolerá un poco intentarlo. Mi piedra habitual no está en mi bolsillo. La dejé en casa, debajo de la cama; para no estar tentada a hacer una parada en las cisternas, a cometer los mismos errores peligrosos con Ford. Barro los dedos sobre la tierra y las hierbas, pero sólo encuentro más tierra y hierbas. No hay muchas piedras en este campo. Quizá en algún momento perteneció a un granjero que trataba de convencer a la montaña de dar a su familia suficiente comida para sobrevivir. Se llevó todas las piedras, tal vez con la ayuda de sus hijos y su esposa, inclinados sobre el campo, como Madre me dijo que solía ver a los agricultores hacerlo en Hoosick Falls. No me sorprende que se haya ido hace tanto, con toda su familia. Este es un lugar difícil para vivir. Además, ahora todo pertenece a Darwin. Creo que el palo es lo suficientemente afilado. Raspo duro y rápido sobre mi brazo, y me hace un rasguño profundo; sin embargo, no lo suficientemente profundo para sangrar. Hago otra pasada y se me escapa un quejido bajo, como un animal atrapado en una trampa. Duele más que una piedra. Pero ahora hay suficiente sangre para darle a este árbol. Sostengo mi brazo cerca de la tierra y limpio la sangre con la otra mano, con cuidado de dejarla caer sobre la tierra que he puesto sobre las raíces. Tal vez el árbol brotará de la tierra más rápido que todos sus primos. Tal vez hará sombra a Ellie a finales de este verano, en lugar de años después. —Puedo cambiar las cosas —le digo a Ellie—. Aunque Madre piense que sólo debo sustentar. ¿Qué diría Ellie si todavía estuviera viva y le contara mi plan? Me pediría que me quedara, como todas las otras veces. Me haría jurarlo, incluso, por el bien de la Congregación. —Lo mejor que puedo hacer es irme —digo—. Pero voy a volver, pronto.

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Una larga sombra se cierne sobre el árbol; miro hacia arriba. No oí nada, seguramente, es sólo una nube que tapa la luna. Pero hay un hombre allí de pie. Fui una tonta por no haber regresado cuando vi a esos tres Supervisores. Me echo hacia atrás, y entonces me pongo de pie, me llevo los brazos a la espalda. Me estiro las mangas frenéticamente, siento que la tela se queda pegada en la parte húmeda de mi brazo. Da un paso adelante y se oye un tintinar de cadenas. Un Supervisor, por supuesto. —Yo sólo estaba... Voy a volver ahora. —Doy un paso atrás, otro más, dos veces más. Aun así, mantengo los brazos detrás de mí. —Espera, soy yo. —La voz de Ford es baja, no quiere que lo escuche nadie más que yo. El alivio me inunda—seguido rápidamente por la vergüenza de lo feliz que estoy de ver que es él. Es más que alivio, es un sentimiento que no me puedo permitir. —Vine a visitar a Ellie —digo—, pero ya me estaba yendo. —Por favor, espera. He estado esperando que vinieras a las cisternas después... pero... no. —Da un paso más y se gira un poco. Ahora puedo verle la cara. Se está mirando las manos, que estrujan el sombrero de ala ancha, que frecuentemente ensombrece sus ojos. —Tengo que ir pronto, pero sólo a rezar... nada más. —¿Por qué no has venido? —No puede haber nada entre nosotros, Ford. —No. Eso apesta. —Golpea el sombrero contra el muslo, y la otra mano la cierra en un puño.

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—Soy una Congregante, una prisionera. Y tú... —Te mantengo de esa forma, sí. Deja escapar un largo suspiro, y luego vuelve a mirar la tumba de Ellie. —Ni siquiera pude ayudarla. —Yo tampoco, —digo en voz baja. —¿Qué estabas haciendo con ese árbol? —pregunta. Un sabor agrio me llena la boca. ¿Qué vio? —Lo plantaba para Ellie, — contesto. —No… después. Te cortaste. —Estira la mano hacia mi brazo. Todo se ralentiza, y el mundo se queda en silencio. Corre, me digo. Corre, antes de que conozca tu secreto. O al menos uno de ellos. Pero me quedo ahí, congelada, o tal vez poco dispuesta irme y le dejo tomarme de la mano. La levanta con cuidado, me gira el brazo y sube la manga suavemente para ver en dónde me corté. Corre un dedo suavemente por encima del corte, sin tocarlo. El rastro de su piel contra la mía se siente caliente. —Supongo que es como fertilizante, añadir sangre a los recién plantados, — dice y vuelve a pasar su dedo sobre mi piel. Sólo puedo asentir. —¿Funciona? —me pregunta y mira el árbol. El alivio, dulce y caliente, libera mi boca. No ha descubierto mi secreto, el de mi sangre, en realidad no. —Funciona, —respondo. —No me gusta verte herida. —Se inclina ligeramente y deja un beso débil en el rasguño.

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—Voy a sanar, —le digo. Suavemente, aparto el brazo. Me froto el lugar donde besó, todavía está zumbando. —Mira. Tengo una idea, —dice Ford. Puedo olerlo: el fuerte olor metálico del sudor, pero también ese olor a limpio, el que me da ganas de enterrar la cara en su camisa. —Esto no puede suceder, —digo. —Sólo dame cinco minutos. Dos minutos, aunque sea, —pide. — Sólo... sólo uno, —digo. Es tan difícil resistirme a él. —Huye conmigo, por favor. Te puedo llevar lejos de aquí, —dice Ford. Desliza su mano por mi brazo, gentil, y luego entrelaza sus dedos con los míos. Como si perteneciera a otra persona, mi mano libre se alza y cae sobre su pecho, sobre esa camisa suave y olor a limpio. Abro los dedos. Se siente como si unas rocas calientes yacen debajo de la tela. —Podría mantenerte a salvo, —susurra. Quizá podría, pero las preguntas me atraviesan. ¿En quién me convertiría, si un hombre me lleva de aquí? ¿Será mi dueño, sólo que de otra manera? Como la otra noche, nuestras caras se acercan entre sí. Pero esta vez no me echo hacia atrás, a pesar que sé que debería hacerlo. Una gran parte de mí quiere esto. —¿Estás segura? —pregunta. —Sí, —contesto. Entonces cierra el último espacio minúsculo entre nosotros y toca mis labios con los suyos. Sus labios se sienten secos y llenos. Un millar de diminutas emociones corren por mi cuerpo y dejan hormigueos punzantes de sensaciones. Mi cuerpo se siente como un cielo lleno de estrellas.

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Me acerco un poco más. Desliza su mano detrás de mi cabeza. Nos besamos de nuevo, y esta vez no hay dudas ni espacio entre nuestros labios. Finalmente tengo que echar la cabeza hacia atrás para tomar aliento. Tal vez no necesito respuestas, tal vez deba correr primero, y encontrarlas después. Pero Ford tiene sus propias preguntas. —Ese chico Jonah… — dice. —¿Por qué tenemos que hablar de él? —Suspiro. —¿Estás conmigo por mí... o porque no soy él? —pregunta. ¿Cómo le respondo? Sé que no quiero a Jonah, pero ¿quiero a Ford porque él es otro? ¿O porque es Ford? No estoy segura. Como respuesta, pongo las manos sobre su rostro, y le doy el más tierno de los besos. Pero luego se mueve, y oigo el tintineo de la cadena en el bolsillo. Es un sonido débil, uno que tal vez una persona normal no podría oír. Sin embargo, un Congregante debe saltar ante la cadena, lejos de la cadena. Mis labios se congelan en contra de Ford. Se aparta y mira a su alrededor. —¿Qué pasa? No puedo. No puedo estar con él mientras sea un Supervisor y yo una Congregante. No puedo confiar en que un Supervisor me ayude. —Me pareció escuchar algo —miento—. Probablemente fue sólo un zorro. Tengo que recordar: soy la líder ahora. He jurado liberarnos. Eso es lo que tengo que hacer ahora mismo. No hay lugar para el romance, como Madre dice. Tengo que engañarlo.

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Levanto la vista hacia él y sonrío, obligo a mis labios a no temblar. —¿Cómo nos iríamos? —Al principio, pensé que mi camioneta —Ford se aleja un poco, pero mantiene los ojos en mí—, pero entonces me acordé... Los Supervisores tienen que revisar las camionetas de los demás, cuando nos vamos. —¿En busca de Congregantes? —De Agua, creo. No puedes llevarte ningún líquido de aquí —Mira hacia otro lado, como avergonzado—, pero aun así podemos llevarnos mi camioneta. La estacionaré fuera de la propiedad y podemos caminar hasta ella. —Los límites del bosque están custodiados —digo—. Y hay vallas. — Es cierto, pero... —Ford mira a su alrededor y baja la voz, tanto que casi no lo oigo—, conozco un lugar donde podríamos escabullirnos. Desliza su mano arriba y abajo de mi espalda, la más simple de las caricias deja un rastro ardiente. Mi corazón late con fuerza, pero tengo que hacer lo correcto por la Congregación. Tengo que encontrar ese lugar. —¿Dónde está? —Respiro. —No está lejos de aquí. Si vas a kilómetro y medio por ese camino —Se frota la barbilla—. Hay un árbol junto a la valla. No he trepado árboles desde que era pequeña, cuando los Supervisores creyeron que era riesgo suficiente para mantenerme vigilada.

Pero era buena en ello, lo

recuerdo. —¿Puedes trepar? —me pregunta—, con falda y todo. Quiero decir... no es que te pida que... —Puedo hacerlo, —digo.

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—Entonces... lo... —Su cara está llena de esperanza. —No sé si puedo salir, —digo rápidamente. —Sólo piensa en ello, ¿lo prometes? —Baja sus labios a los míos, y en ese segundo, lo anhelo más que la comida, más que unas almohadas blandas, más que una mañana de descanso en lugar de arrastrarse sobre las hojas. Incluso lo anhelo más que mantener mis promesas. —Voy a pensarlo, —digo. —Te trataré bien —dice Ford—. Nunca te arrepentirás. —Sé que lo dices en serio, —digo. Deja escapar un suspiro de frustración. —Cuando estés lista, iré; pero... No sé cuánto tiempo puedo permanecer aquí. —¿Qué pasa con tu madre? —pregunto—. ¿No tienes que estar aquí para ella? —Y un día, probablemente pronto, ya no estará… Su voz se apaga, y se mete las manos en los bolsillos. —Lo siento. —Miro la tumba de Ellie. Pronto sentirá una pérdida igual de grande, incluso mayor. —Podrías conocerla, si nos vamos pronto, —dice. —Lo voy a pensar, —contesto. Y así, ya no puedo soportar estar cerca de él otro segundo. No soporto mentirle, y no puedo soportar ser el tipo de chica que comparte besos en el bosque con cualquier tipo de chico, y mucho menos un Supervisor. —Me tengo que ir, —le digo. —Siempre dices eso, —responde.

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Me jala para otro beso. No lo detengo. Es mi beso de despedida. El último, si soy valiente. Me alejo antes que él, y cuando deja escapar un pequeño suspiro, rápido me doy la vuelta. —Ten cuidado, —dice—. Hay Supervisores en el bosque esta noche. Y mira lo que pasa cuando encuentras uno.

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Darwin ha declarado que hoy debemos darle una taza llena. Este es el día más caluroso del verano, hasta ahora, y el trabajo de recolección en el bosque es brutal. Estoy trabajando cerca de las cisternas, al pie de una colina. Es imposible mantener mi atención en la tarea, el calor ya es suficiente para hacer que mi mente divague, pero hoy hay algo más. Ford está cerca, de pie en una sombra a sólo cinco o seis pasos de distancia. Estamos solos. A pesar de que me inclino y raspo nada, nada de la hoja, siento que me observa. —Me estás mirando, —digo. —Eres lo más bonito en el bosque. —susurra. Su sonrisa lenta y dulce me hace sonrojar. Miro de vuelta a mi taza, casi vacía. No hay tiempo para hablar. Tengo que encontrar agua. —¿Tienes suficiente? —me pregunta en voz baja. —No, apenas algo. —Maldita sea, Ruby. —No puedo evitarlo. —Ahora paro de trabajar y me vuelvo para mirarlo. ¿Cómo puede maldecirme por no encontrar agua? No es mejor que Darwin. Se acerca un par de pasos, consigo ver sus ojos muy abiertos. —No estoy diciendo que sea tu culpa.

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—Cuidado, —le advierto, miro a su alrededor. Otro Supervisor o un Congregante, podría llegar en cualquier momento. —No puedo soportar ver que te lastimen. —Entonces... Será mejor que trabaje. —Me vuelvo a la tarea. Pero mientras trabajo siento el recuerdo de sus labios sobre los míos. Se me escapa una mirada, o dos, veo los músculos sobre los que pasé los dedos. Brillan con el sudor, y su fina camisa se aferra a las protuberancias de su estómago. Él también me mira, cuando mis ojos no están sobre él. Lo sé. A pesar que me dije que iría a ese árbol con Jonah, no estoy segura. Todavía podría decirle que sí a Ford. Todavía podría ser suya, y él mío, lejos de aquí. —Darwin viene, —susurra. Estoy a punto de levantar la vista hacia él, pero la bajo en el último segundo. En lugar de ello me inclino más hacia la planta, mantengo los ojos lejos de él como haría con cualquier otro Supervisor. ¿Debo apresurarme? La atención de Darwin nunca es buena; pero tal vez se irá. Tal vez voy a tener unos minutos más para ser torturada por la cercanía de Ford. Inclino la cabeza, sólo un poco, para ver lo que está haciendo Darwin. Le entrega una botella grande de agua a Ford; gotas de agua se escurren del recipiente y caen sobre la tierra. Me imagino lanzarme hacia adelante y abrir la boca para capturarlas. —Pensé que podrías necesitar esto. Hace calor aquí, —Darwin dice a Ford. —Gracias. —Ford ni siquiera me mira; levanta la botella, se la lleva a los labios y bebe de ella.

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No puedo evitar mirarlo fijamente, lo sigo con los ojos. No es Ford quien tiene mi atención. No he bebido nada en todo el día; cada gota ha sido para la taza y la cuota imposible de Darwin. —¿Ese sapito está comportándose contigo? —Darwin le pregunta. —Está trabajando, —Ford responde. —Asegúrate de que no se ponga insolente. Tiene rasgos de su madre. — Darwin se acerca a mí, y vuelvo la mirada hacia el arbusto junto al que he estado acuclillada durante mucho tiempo. Ahora está mirando mi taza. Está tan cerca que puedo sentir su aliento. La nuca se me pone con piel de gallina. —Parece que todavía tienes un montón de trabajo por delante, sapo, —dice y su voz suena feliz, como si mi taza casi vacía sea lo mejor que ha visto en todo el día. Sé que va a ser cruel esta noche, si no cumplimos la cuota. Darwin se retira, pero no demasiado lejos. Está en la sombra de los pinos, quizá a diez pasos de distancia de Ford y yo. Ford también se aleja, y por un momento se siente casi normal. Es un sentimiento de soledad. No mucho después, Madre baja la colina hasta mí. Sostiene su taza con cuidado a cada paso, la mira fijamente mientras camina. ¿Sabrá que Darwin está por aquí? Bajo la cabeza y emito el canto de un petirrojo. El ritmo de los pies de Madre sobre las hojas disminuye. Pero luego cierra el espacio entre nosotras y se para junto a mí. —¿Has encontrado suficiente? —pregunta.

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—Sólo una docena de gotas. —Levanto la vista. Enmarcada por el sol, es sólo una figura oscura con un halo alrededor de la cabeza. —Yo también —Suspira y mira de reojo al cielo—. Es casi mediodía. El agua se está ocultando hoy, o quizá ya no esté, evaporada con el primer toque de sol y calor. Cuando nos despertamos esta mañana, ya estaba sudando, mi atuendo se me pegaba al cuerpo como si hubiera estado nadando en vez de soñando. —Hazme compañía, —le digo. Tener a Madre cerca me detendrá de querer mirar a Ford a cada momento. —¡Sí! —Darwin dice en voz alta—. ¡Quédate, querida! Madre mueve la mandíbula a los lados; sus dedos aprietan tanto la taza que los nudillos se le ponen blancos, pero se arrodilla a mi lado y levanta la cuchara. Me muevo para dejar espacio al lado del arbusto grande junto al que estoy agachada. El agua en mi taza baila, burlándose de mí. Me imagino que dice bébeme. No me entregues a Darwin. —Pensé que tal vez habría agua al pie de la montaña. —Señalo en el suelo los rastros de pequeños riachuelos donde corrió agua en algún momento. —¿Y encontraste algo? — No. Pensé que tal vez este arbusto tendría algo, en el interior de las ramas. — Pongo el brazo en la vegetación, hasta el hombro, para demostrarle. Madre asiente y se pone a trabajar. Me atrevo a mirar a Ford de nuevo; sus ojos dan un giro, rápido, a la distancia, y exploran las colinas por encima de mí como si estuviera buscando enemigos. Sus ojos se estrechan, su mano se cierra, de forma vaga, alrededor del bulto de la cadena en su bolsillo.

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Entonces entiendo lo que Ford hace: otra persona sale del bosque. Es Asa, se dirige directamente hacia Ford. Su rostro, generalmente ruborizado en un día tan caluroso como el hoy, es de color gris. Pero sus ojos todavía arden azules, mientras habla con Ford. —Hace calor. Necesito un trago, —Asa ladra. Ford tapa la botella y la desliza en el bolsillo. —Trabaja. —Madre me sisea, y vuelvo a inclinarme hacia la planta. No tiene ni una gota de agua, pero aun así paso la cuchara sobre cada hoja; y observo. —Dame un poco de agua — dice Asa. Su voz no es tan firme como lo era hace un momento. —¡No dejes que te dé órdenes! —Darwin grita desde la sombra. Ford junta más los labios y mira lejos, sobre la cabeza de Asa. Madre está trabajando también, pero su cuchara se mueve lentamente, y sus ojos van de Ford, a Asa, de vuelta a Ford. La Mano de Asa va rápidamente hacia Ford. ¿Lo pica? ¿Lo empuja? No estoy segura. Pero Ford no se mueve, ni siquiera un poco. —¿Quieres que me caiga muerto? —Asa pregunta. Ford lo ignora. Levanto la taza, un poco, para ofrecérsela, que beba lo poco que he reunido. —Baja eso, Ruby —Madre dice en voz baja. Pero Asa no parece darse cuenta, de todos modos. ¿Por qué no bebe de su taza? O tal vez ya lo hizo, y está vacía. Va a sufrir esta noche, no hay manera de alcanzar la cuota.

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La parte superior del cuerpo de Asa se balancea ahora, como un árbol en el viento. Aun así, su mano sujeta su taza, pero sus párpados revolotean. —Asa —Me muevo para ir con él, pero Madre extiende la mano para detenerme. Le lanza una mirada a Darwin, todavía nos observa desde la sombra. —Asa no te lo agradecerá si te hacen daño. —Su voz es dura, pero veo lágrimas en sus ojos. Trato de encontrar los ojos de Ford. Está a menos de un paso de Asa, y la botella de agua casi llena sobresale de su bolsillo. Podría ayudar, tiene que ayudar. Pero no se fija en mí. Sólo mira a Asa con un rostro duro, ilegible. —Agua, por favor. —Asa gime. Yo sé lo que ese por favor debió costarle a Asa, un hombre que nunca pide. Ford niega con la cabeza. —No hay agua. —¡Eso es! —Darwin dice desde las sombras—. ¡Deja que consigan la suya... cuando terminen de reunir la mía! El cuerpo de Asa se da por vencido. Se azota de costado contra el suelo, fuerte. Ford no hace nada por frenar su caída. —¡Levántate! —Ford le dice. Su voz es grave y áspera, no es la misma que escuché en las cisternas o en el bosque. ¿Cómo puede ser el mismo chico que besé? Allí están los mismos remolinos de tinta que recorren sus brazos, el mismo pelo rojo cortísimo. —Agua. —dice Asa. —Por favor, ayúdalo. —digo. No creo que Darwin pueda oírme, pero Ford seguro que sí.

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Ford vuelve la cabeza hacia atrás, un poco, como si fuera a mirar a Darwin. Pero sus ojos se mueven a mí, sólo por un segundo. —Es mejor que te acostumbres a las altas temperaturas, sapo. —dice. Sapo. Nunca antes me dolió, nunca antes significó nada, excepto que los Supervisores nos odiaban. Siempre hemos sabido eso. Pero yo pensaba que a Ford le agradábamos. O por lo menos que yo le agradaba. Sapo. Ford empuja a Asa con la punta de la bota. —El infierno también está muy caliente. El infierno, Madre me ha hablado de él. A Asa le gusta usarlo para maldecir. Pero es un lugar donde va la gente mala, gente como Darwin West y los Supervisores. Otto recompensará a cada Congregante por su sufrimiento. Nunca nos dejaría ir a un lugar como el infierno. —Tú serás el que se vaya al infierno, —dice Asa, en cada palabra hay un esfuerzo evidente. —Levántate, blasfemo. —Ford gruñe. —No puedo. —gime Asa. —Madre… por favor… déjame... —le susurro. Madre suspira, pero luego me da un pequeño empujón. Me levanto y voy a donde está Asa. Extiendo la mano. —Yo te ayudaré.

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Niega con la cabeza y mira a Ford. —Tú me darás mi agua. —dice. Incluso medio derrumbado en el suelo, Asa tiene más mal carácter que todos los otros Congregantes juntos. —¿Te acuerdas de quién es el que paga las facturas del hospital de tu mamá? — Darwin dice en voz alta. La mano de Ford se desliza en el otro bolsillo, el más pesado, más pesado que el que contiene la botella de agua. Hace un movimiento con la muñeca y la cadena sale. Doy un paso atrás justo a tiempo; un segundo más tarde y habría conseguido un buen golpe. —Adelante, golpéame. —dice Asa. Luego cierra los ojos y descansa la cabeza en el suelo. Ford respira profundo. No se fija en Darwin, ni en mí. Mantiene los ojos en Asa. —Levántate, o si no… —Ford advierte. Asa no se mueve. —Hazlo. —Darwin ordena. La cadena se arquea hacia arriba, luego hacia abajo, la plata brilla en el sol de la tarde. Aterriza en el pecho de Asa, con tanta fuerza que su cuerpo se sacude. Gruñe y su cuerpo se pone flácido. —¡No! —le grito. Madre de repente está allí. Me agarra por la cintura, me impide acercarme más. —También te golpeará a ti —dice en mi oído, me aprieta tanto y con tanta fuerza, que apenas puedo revolverme—. ¿Quieres eso? —¿Está...? ¿No está...? —le digo. El cuerpo de Asa está demasiado quieto. —No, sólo aturdido —responde Madre—. ¿Ves? Respira.

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Ford está mirando a Asa, la cadena ahora cuelga en su mano. Sus hombros suben y bajan, como si acabara de correr una carrera larga. Entonces Asa abre los ojos, no pide nada esta vez. —Él sólo quería agua. —digo. Ford no muestra señales de oírme. —Callada. —advierte Madre. Darwin finalmente se atreve a salir de la sombras y pararse junto a Ford. —¿Sabes? Me preocupaba que fueras demasiado blando, chico. —Estampa la mano pesada sobre el hombro de Ford, se ve pequeña, casi diminuta, junto a la constitución de Ford. —No soy blando. — Ford dice en voz baja y ahogada. —Te estás volviendo bueno en ser malvado —En la voz de Darwin hay orgullo y alegría—. Tal vez deje que des los azotes esta noche. —Es el trabajo. —dice Ford, sin dejar de mirar a Asa. No puedo evitar el gemido que se me escapa. Madre me da un último apretón. —Voy a levantar a Asa —susurra en mi oído—. No interfieras. Madre se arrodilla junto a Asa y le dice algo muy bajito. Levanta la vista hacia Darwin y Ford, como en desafío. —Vuelve a trabajar. —dice Ford. —Viste lo que el chico puede hacer con una cadena. —Darwin se regodea. Mi estómago da arcadas. No puedo soportar estar aquí, ni un segundo más. Tomo la taza y cuchara y me apresuro hacia el bosque; me deslizo detrás de un pino alto y ancho justo antes de vomitar. No hay nada en mi estómago, pero aun así mi cuerpo tiene arcada tras arcada, como si estuviera tratando de librarse de ese recuerdo: la cadena, subiendo y bajando,

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la mirada muerta en la cara de Ford. El orgullo en la mirada de Darwin. Madre tenía razón, no hay lugar para el amor en la Congregación.

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Traducido por danii

Nunca he estado en ninguna de las cabañas de los Pelling. Parece imposible, haber vivido aquí 200 años, y nunca haberlos visitado. Pero los Pelling siempre han sido irritables y quejumbrosos; Madre nunca los ha buscado, así que yo tampoco. Es momento de tomar mis propias decisiones sobre a quién le hablo. Incluso cuando Jonah, Zeke, Hope y yo jugábamos juntos, nunca venimos aquí. Por lo general, era en la cabaña de Ellie, donde nos escondíamos y jugábamos con tontas pilas de palos y piedras. Pero esta noche, necesito a Jonah. Es hora de hablar sobre marcharnos. Es tarde, pero en las tres cabañas de los Pelling todavía se cuela la luz por debajo de las puertas. Escucho una risa suave que viene de una de ellas. Me pregunto qué podría hacerlos sonar tan felices. Me pregunto qué me he perdido, al mantenerme alejada. Probablemente mis golpes en la puerta de Jonah son más fuertes de lo que deberían. Alguien entreabre la puerta y se asoma. —Soy Ruby. —susurro. La puerta se cierra por un segundo y luego se abre completamente. Jonah me lanza una sonrisa y pasa los dedos por su cabello largo y oscuro. Está suelto, cuelga sobre sus hombros. —¿Vienes a casarte conmigo? —pregunta.

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—Déjame entrar. —le digo. Jonah frunce los labios y levanta una ceja. Me estremezco y paso por su lado. Adentro hay dos camas, con tres mantas cada una—y almohadas, de las mullidas. Cuento cinco pares de pantalones, y también algunas camisas extra también, que cuelgan de la pared. Earl está sentado en una silla de madera fina cerca de la chimenea, con los pies descalzos sobre ella. Gruñe y me da un brusco asentimiento. —¿De dónde sacaron todo esto? —pregunto. —Todo es bastante honesto, algunos de intercambios, otros de apuestas. — contesta Jonah. —Cállate —advierte Earl—. Los líderes no tienen que saber lo que pasa después de la cosecha. Especialmente aquellos que piensan que son demasiado buenos para casarse. —Te proveeré, Ruby. Te lo dije. —dice Jonah. —¿Intercambios con quién? ¿Apuestas con quién? —pregunto. Nunca supe que pasara algo así en la Congregación. —La mayoría de los Congregantes no son tan engreídos como tus Ancianos. — dice Earl. —Papá, deja que Ruby se siente. —ordena Jonah. —No, no tiene que. —digo, pero Earl se levanta con un quejido dramático y señala el asiento. Jonah se sienta en el suelo, cerca de mí. Los tablones de madera son tan limpios como los nuestros, me doy cuenta. Y las paredes empastadas son lisas. Supongo que los Pelling pueden hacer un poco de esfuerzo por las cosas que les importan.

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—Te ofrecería algo de té, pero perdimos nuestra tetera contra los Baker la semana pasada, junto con mi silla. Noche de mala suerte. —Jonah se encoge de hombros. —Está bien. —miro fijamente el fuego. —¿Así que, estás lista para dejar este lugar? —pregunta Jonah. —Sí —la respuesta viene rápida y certera—. Tenemos que irnos pronto. Jonah se reclina sobre las palmas y estira las piernas hacia el fuego cálido. —¿Qué tan pronto? —Mañana por la noche. —Tengo algunas cosas que hacer primero. —Libertad. —Jonah sonríe, lento y con calma esta vez, y veo lo que podría haber sido antes de venir aquí: un Jonah sin amargura o enojo. Me pregunto qué tan diferente habría sido yo, si Madre hubiera podido criarme como una persona libre. —Lo primero que haré es encontrar algo de comida, frita en grasa fresca. — dice. La alarma hace un ruido sordo en mi corazón. —Vamos a encontrar a Otto. —le advierto. —Claro. Otto, por supuesto. —Su sonrisa no desaparece ni un poco. Puede haber mejores personas para ir conmigo, pero quiero irme ahora, y Jonah está listo y dispuesto. —Nos vemos detrás de nuestra cabaña —le digo—, cuando la luna esté en su punto más alto. —¿Por qué no esta noche? —Jonah mira alrededor—. ¿Sientes nostalgia por el bosque?

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—Yo sólo… —tengo que poner mi sangre en las cisternas, pero Jonah no sabe eso. Y tengo unas cuantas cosas en mi interior que debo decirle a Ford—. Mañana, es todo. —digo. —Muy bien, entonces. —Se encoge de hombros. —¿Qué suministros tienes? —pregunto. —¿Qué tienes tú? —replica Earl. Jonah se ríe. Trato de mantener la molestia fuera de mi voz. —Voy a traer los alimentos que tenemos y harapos, para vendar heridas. Earl busca bajo una de las camas. Levanta algo en el aire… ¿Una lanza? No, un palo, casi tan alto como él, con punta afilada. —No hará daño tener alguna defensa. — dice. Me imagino dirigir el palo directo al intestino de un Supervisor. —¿Tienes otro? —pregunto—. ¿Para mí? —¡No! —gruñe Earl. —Sí —dice Jonah, inclina la cabeza hacia atrás para mirar a su padre—. Y también tenemos algo de carne seca. —Será suficiente para empezar. —digo. —Será más que suficiente. —dice Jonah. Se ve tan alegre; no puedo evitar también sentirme así. De pronto, curiosamente, siento una oleada de afecto por Jonah. Vamos a hacer algo valiente y audaz, juntos. Al menos por este momento, lo amo. —¡Vamos a hacerlo! Vamos a encontrar a Otto, y voy a decirle todas nuestras plegarias. —digo.

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¿Jonah se detiene por un segundo antes de aceptar? Creo que quizá sí. —Ojalá me hubiera ido cuando era más joven. —dice Earl. —Debiste. —dice Jonah. —Aunque uno solo de nosotros se hubiera ido, Ruby aquí habría conseguido… —Earl se pasa el dedo de un lado a otro del cuello—. A Otto podría no gustarle eso. —Estoy agradecida. —digo en voz baja. —Eso no pone comida en el plato —responde Earl y se encoge de hombros—. Si quieres agradecernos, arregla las cosas. Trago saliva y asiento. —Cuando nos vayamos, tendremos que ser silenciosos. Los Supervisores están en el bosque a veces. —digo. Por un momento siento los brazos de Ford alrededor de mí, el calor de sus labios contra los míos, y estoy agradecida por la oscuridad que esconde el rubor que crece en mis mejillas. —Ya sabes lo bueno que soy escabulléndome por el bosque. —dice Jonah. —Y asustando a la gente. —replico. —No deberías estar tan nerviosa. —dice. Respiro profundamente para detener la sarta de cosas que me gustaría decirle. —¿Conoces el llamado de un pájaro? —Aprieto los labios y dejo salir el canto del petirrojo que Madre y yo usamos—. Podríamos utilizarlo como una señal, si nos separamos. Jonah me responde con el perfecto parloteo de un cardenal. —Entonces, supongo que me voy. —Me pongo de pie, Jonah no.

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Earl se acerca a mí. —Acuérdate de mantener a mi hijo seguro y cómodo. —Lo dice con una mueca torcida y conocida, que me revuelve el estómago. Cualquier alegría que me quedara se escapa rápidamente. —Otto nos mantendrá a todos a salvo. —digo. Sueno un poco demasiado perfecta, un poco demasiado como Madre, lo sé. —Permanece de una pieza, chico. —Earl da una palmada fuerte en la espalda de su hijo. Desearía poder decirle adiós a Madre. Desearía tener su bendición, como Earl se la está dando a su hijo. Una vez que esté de vuelta con Otto, no podrá seguir enojada. —Vamos a regresar pronto, y todo será diferente. —digo. —Así que nos vamos, mañana por la noche. —dice Jonah. Siento una punzada de culpabilidad, al hacer este plan, esto con el chico equivocado. Pero Ford es el equivocado. Tengo que recordar lo que hizo, y quién es él realmente. Voy a decírselo ahora. Tengo que hacerlo, antes de que no vuelva a verlo nunca. —Mañana —digo—. Después de medianoche. Cuando la puerta se cierra detrás de mí, las luces en las otras cabañas están apagadas. Ya es muy tarde. Pero no demasiado tarde para ir a decirle a Ford lo mucho que lo odio.

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Traducido por Shiiro

Esta noche será la última que vea a Ford. Mañana, estaré escabulléndome por el bosque con Jonah. Me subiré a ese árbol y empezaré a buscar a Otto. Y luego, cuando lo encontremos, seremos libres. La luna se ha escondido tras las nubes, y me tropiezo de camino a las cisternas. En una caída, fuerte, mi rodilla aterriza en una roca. —Demonios. —digo, saboreo las palabras que Asa adora pero que Madre odia. Son satisfactorias. Cuando llego a las cisternas, el viento ha cesado. Está todo tan silencioso, que oigo cada una de mis pisadas, y cómo la gravilla se desprende y me mancha los pies. Pero, incluso en medio de todo este silencio, sigo sin oír a Ford, sentado bajo las cisternas. Me pregunto si estará conteniendo la respiración. —Estás aquí. —dice. Su voz no suena alegre. —Sí. Estoy aquí. —Supongo que tienes que… Rezar. —Ya lo haré luego —inspiro profundamente e intento prepararme para lo que tengo que decir. Incluso después de lo que hizo, es muy duro—. Se acabó. Se acabó el volver a verte, Ford. Se acabó. Tendré que acabar... con siquiera pensar en ti. —Ruby, no... Por favor, no lo hagas. —Ford se levanta y se acerca a mí lo suficiente para que me llegue el limpio olor a jabón de su piel. Pero no está lo bastante cerca como para que le toque. Y, aun si lo estuviera, no querría hacerlo.

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—Azotaste a Asa. Sacaste esa cadena y le pegaste con ella. Y ni siquiera parecías sentirlo. —digo. Me tiembla la voz. Inspiro profundamente otra vez. —¿De verdad crees que quería hacerlo? —Sus manos están en puños—. ¿Crees que no me odio a mí mismo? —¿Cómo pudiste? —pregunto. Hablo demasiado alto, pero no puedo controlarme. Ford da otro paso hacia mí. —¡Calla! ¿Es que quieres que te descubran? —Lo azotaste. —Le doy un empujón con ambas manos en el pecho, y él retrocede un poco, sorprendido. —Sólo fue una vez. Y te juro que no fue tan duro… —Alzaste esa cadena —le doy otro empujón—, y la descargaste sobre su cuerpo. —Fui tan delicado como pude serlo con Darwin mirando. —Creí que eras diferente —le digo—, pero ahora veo que eres como todos ellos. —Una vez dijiste que yo era mejor. —Ford alza las manos, pero doy un paso atrás. —Me equivocaba. —contesto. — ¿Preferías que Darwin azotara a tu amigo, en vez de hacerlo yo? —Al menos ya sabía que él era malvado. Pero tú… Las lágrimas hacen que calle lo que iba a decir. Las odio. Quiero que el fuego de mi ira y mi enfado siga ardiendo. —No soy malvado —dice Ford con suavidad—. Sólo soy un chico que intenta conservar su trabajo.

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—¿Para qué? ¿Para poder convertirte en uno de ellos? —le pregunto. —Para poder mantener viva a mi madre. Si pierdo este trabajo… Ford se aleja de mí y se dirige a la siguiente cisterna. —¿Estaría orgullosa de ti tu madre? —pregunto, lo suficientemente alto para asegurarme de que me ha oído. No puedo asegurarlo, pero creo que Ford sacude la cabeza. Me ha dado la espalda, y está mirando las cisternas. No, no dejaré que me ignore. Me acerco a él. —¿Qué no harías? —le pregunto—. ¿Hay algo que no harías para mantener viva a tu madre? Puedo ver cómo se tensa. —Tu amigo estará bien. Hice lo que tenía que hacer. —Odio lo que hiciste, creo que hasta te odio a ti. —siseo. Pero esas palabras me queman en la lengua. Sí que odio lo que hizo; pero, en realidad, una parte de mí aún lo quiere. —¿Crees que eres la única que está enfadada? —Ford se gira para encararme. —¿Y por qué ibas a estar tú enfadado? —Vi lo que hiciste —estira el brazo y le da unos golpecitos a la cisterna—. Vi lo que pusiste aquí. La sorpresa hace que me calle. Miro las cisternas, y luego a Ford. Madre siempre me advirtió que los Supervisores podrían descubrirlo, y ahora ya lo han hecho. —¿Cuándo? —le pregunto.

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—Hubo una noche en que viniste y me escondí. Quería ver qué estabas haciendo en realidad. —Ford inclina la cabeza hacia un bosquecillo de pinos; está tan oscuro que apenas puedo ver sus troncos. —Me… ¿Me viste? Por un momento, parece estar casi arrepentido. Pero entonces su expresión se endurece. —Tenía que saberlo. —Rezo, eso es todo. —Te… Te cortas, Ruby. Y luego... —se atraganta—, luego pones aquí tu sangre. Así que lo sabe. Mi cuerpo arde de la vergüenza. Pero ¿por qué? Yo no era la que se escondía entre los árboles. —No lo entendía. No hasta que mojaste esa planta con tu sangre. E incluso entonces... —sacude la cabeza—. No quería entenderlo, supongo. —No deberías haberme espiado. —digo. —Así que es cierto, ni siquiera intentas negarlo. Ruby... —niega con la cabeza de nuevo, perplejo, horrorizado—. ¿Por qué lo haces? Madre me ha enseñado a mentir a los Supervisores, siempre. Pero ninguna mentira acude a mis labios. —Es un secreto. —digo. Mi voz suena débil. —¿Por qué? Bueno… Ya veo por qué. Es asqueroso. La ira se sobrepone a la vergüenza. ¿Por qué debería sentirme como si lo que hago estuviera mal? Me aclaro la garganta y lo intento otra vez, pero mis palabras siguen siendo muy quedas. —Es sagrado.

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—¿Sagrado? —Ford alza la voz, alta y clara, y se le ponen los ojos como platos. —Sí. —doy un paso hacia delante, pero él retrocede. Por una vez, yo soy la perseguidora, y él el perseguido. —¿Me odias? —le pregunto. —No. Yo sólo… —Ford alza las manos, haciéndome una señal clara: para. No te acerques a mí. —No puedo explicarte nada más. Se lo he prometido a Madre y a los Ancianos —digo—. Pero no es… Nada malo. Te lo prometo. —Sangre sagrada. Sí, no suena a nada malo. —dice, sarcástico. —No es malo. —contesto. Suena débil, y lo sé. —Te estás metiendo en algo malvado, Ruby. Algo muy malvado —inclina la cabeza y clava la mirada en el suelo—. Lo siento por ti. —No soy mala —digo—. Darwin es malvado. Darwin West y la gente que trabaja para él. —Te lo he dicho. Tenía que hacer algo o me habría despedido. —suena como si estuviera cansado. —Bueno… Yo tengo que hacer esto… Esta cosa en las cisternas. O la gente moriría. —Me he ido de la lengua, y lo sé. —Sólo hay una persona que tiene sangre sagrada. —me dice él. Hay dos, como mínimo. Otto y yo. Y quizá incluso más. —Te equivocas. —replico. —Tengo razón. Me criaron para saberlo. —¿Y quién es esa persona, entonces? —pregunto.

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—Vamos, Ruby, tienes que saber eso. —me está hablando con mucho desprecio. —Otto, entonces. —le contesto, desafiante. —¿El tipo al que rezas todas las semanas? No. De pronto, Ford recorre toda la distancia que hay entre nosotros y me coge ambas manos. —Sólo Jesús tiene sangre sagrada, Ruby. Porque es Dios. ¡No lo entiendes? —Otto también. —le digo. Y yo. —¿Lo que estás haciendo, Ruby? Es un pecado. —me dice. —Golpear a la gente es pecado. Echarse a un lado y dejar que otros resulten heridos tiene que ser un pecado. —replico. Ford me suelta las manos. —No. Está retrocediendo de nuevo, como si yo fuera algo peligroso. —Es un pecado mortal, Ruby. Lo sé, lo siento aquí. —se golpea el pecho con el puño, en el lugar donde está su corazón. —Te equivocas. —le contesto. —No debo… No puedo estar contigo. No mientras sigas haciendo... Eso. — Mira las cisternas otra vez y sacude la cabeza. —Entonces… Adiós. —decirlo duele, duele tanto como si me hubiera pegado a mí con la cadena. —Adiós. Se acerca cada vez más. Quiero enfrentarme a él, pero mi cuerpo hace exactamente lo contrario, se acerca a él. Y entonces Ford está incluso más cerca, y yo

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de él, y nuestros cuerpos se juntan, se unen el uno al otro hasta que no hay espacio siquiera para una brisa entre nosotros. Cuando me besa, le devuelvo el beso con más intensidad. Entrelazo las manos alrededor de su cuello, y después las bajo por su espalda, como si supiera exactamente cómo hacer esto. Él deja escapar un gemido, casi un gruñido, y baja las manos cada vez más, hasta que acaba empujando la parte más ardiente de mi cuerpo contra la más dura del suyo, y me aprieto aún más contra él. Esta vez, es Ford quien se aparta. —Ya no más. Se da la vuelta y echa a andar por el camino, veloz. Tan veloz que casi está trotando. Me pregunto si empezará a correr tan pronto me pierda de vista. No está pidiendo que huya con él. Ahora, es él quien huye de mí.

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Traducido por Beneath Mist

Es casi la hora de irse. Madre duerme en su cama, con el dolor del día aliviado por el Agua. Boone y los otros se han ido a casa. Sólo hay una última cosa que debo hacer antes de irme. Será sólo un poco más de tiempo antes de que venga Jonah—sólo un poco más antes de dejar el único hogar que he conocido en mi vida. Parecía como si la espera fuera a durar para siempre, y, sin embargo, todo está ocurriendo demasiado rápido. Quizá estoy equivocada al tomar esta decisión, y al incluir a Jonah en ella. Quizá debería seguir esperando a Otto, como Madre y los Ancianos me aconsejan. Pero entonces saco el reloj de bolsillo de Ellie de debajo de mi almohada. Recuerdo la promesa que le hice. —Nadie más morirá como esclavo. —digo suavemente, y deslizo el reloj en el bolsillo de mi falda. La única forma de poder mantener esa promesa es ir y encontrar a Otto. Hemos esperado ya durante demasiado tiempo. Hay una última cosa… pero no me atrevo a hacerla, aún no. De modo que agarro nuestra escoba improvisada—una rama larga de árbol con ramitas atadas a uno de los extremos—y barro la cabaña. El polvo desaparece en una nube cuando lo tiro afuera, ilumina la oscuridad con su blancura sólo durante un segundo.

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Después coloco bien nuestras pocas cosas especiales: la imagen de Otto, perfectamente colgado, y el chal rojo claro que Madre llevaba la primera vez que vio a Otto. Retiro el polvo que pueda haberse acumulado en él. —Haz lo que debes hacer. —susurro para mí misma. Pero parece todavía demasiado pronto, demasiado definitivo. Llevo fuera mis botas y las de Madre. Golpeo las suelas entre ellas y caen fragmentos de tierra seca. Limpio las puntas, los lados, y la parte de arriba, donde la tierra se abre paso hacia nuestra piel. ¿Qué nuevos lugares descubrirán mis botas esta noche? Regreso junto a Madre. Su respiración ya es más profunda, y sus mejillas tienen un poco de color. Darwin ha sido brutal hoy, pero creo que su cuerpo está mejorando en curarse cada noche. Ella me necesitará—o a mi sangre—cuando me haya ido. Los Congregantes me necesitarán también. Sin mi sangre, no habrá Agua. No habrá nada para sanar a Madre, para mantener al resto, hasta que regrese con Otto. Es hora de hacer una última cosa, una cosa que debo hacer. Madre guarda una caja pequeña bajo su cama, llena en su mayoría con naderías: una hoja que le di un día de otoño especialmente hermoso, o una ramita que encontró brotando por encima de un manantial oculto. Pero también hay cuatro cosas importantes en la caja. Me siento en el suelo, cruzo las piernas, y pongo con suavidad la caja sobre mi falda. Abro la caja, despacio, en silencio. Pero las bisagras chirrían. Ahí, descansando sobre un trapo suave y limpio, hay cuatro viales. Ahora están vacíos, limpios de cualquier pizca de sangre. Cuando Otto dejó los viales, no había ninguna nota ni ninguna explicación. Pero Madre sabía lo que quería decir: se había marchado, pero quería que ella continuara con su trabajo. ¿Por qué dejaría su sangre si no? Y rezaba para que regresara; mucho antes de que los viales se acabaran.

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Ahora los viales estarán llenos de nuevo. Podrá hacer que duren más de cien años, si tiene que hacerlo. Pero eso no será necesario. Encontraremos pronto a Otto, lo sé. Examino a Madre; está dormida, su pecho sube y baja a duras penas. Despliego el chal sobre el suelo, preparado una vez más para guardar los viales. Junto, coloco dos trapos, los que normalmente guardaría en mi bolsillo para ir a las cisternas. Pongo el primer vial entre mis pies descalzos, lo presiono con los talones para mantenerlo firme y derecho. El cristal parece muy frágil contra mi piel. Debo tener cuidado para no romperlo. Un corte largo sobre mi brazo; duele, pero mantengo la piedra sujeta y presiono con firmeza. El dolor durará unos pocos minutos, pero esta sangre abastecerá a la Congregación durante tanto tiempo como necesite para encontrar a Otto. Mantengo el brazo inclinado, con los dedos hacia el suelo. Mi sangre fluye dentro del vial, gota, gota, gota. Presiono sobre el corte para hacer que vaya más rápido. ¿Cómo llenó Otto los viales? ¿Tenía un cuchillo que cortaba sólo donde necesitaba, un corte delgado y fácil sin necesidad de bordes dentados? ¿Cómo sostenía el vial? Porque, de hecho, estaba solo, llenó los viales mientras Madre dormía y después se fue. —Ya voy. —le susurro. Un vial ya está lleno. Tapo la botella con el viejo corcho, la sangre todavía cae por mi brazo. Cae en el suelo, con gotas oscuras, y la limpio frenéticamente. El vial se inclina y algo de sangre se desliza por el borde del corcho. Estabilizo el vial y presiono el trapo contra mi brazo. ¿Cómo se ha salido la sangre del vial? El viejo corcho debe haber encogido. Espero a que mi brazo deje de sangrar. Le echo un vistazo a Madre para asegurarme de que no está viendo nada de esto. Pero duerme profundamente, y mi corazón despacio, despacio, vuelve a la normalidad.

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Cuando la sangre se detiene, arranco un pedazo de la orilla del trapo y envuelvo el corcho con él. Después, lo meto en el vial. Tendrá que servir. Lleno un segundo vial, y después trazo un nuevo corte en el otro brazo para el tercero. Ahora, mientras veo la sangre, mi mente se llena de pensamientos sobre Ford. Lo que estás haciendo es pecado, dijo. ¿Cómo lo sabe? Madre es nuestra Reverenda, no él. Ella conoce a Otto, conoce su santidad. ¿Cómo puede juzgarlo Ford? Pero, ¿y si tiene razón? ¿Y si nunca estuvimos destinados a vivir tanto tiempo? No sé qué estaba destinada a hacer, o siquiera si soy de la misma clase de humano que Madre. Todo lo que sé es que Otto tiene las respuestas… y la salvación para la Congregación. Otro vial lleno. Lo pongo cerca del primero y hago un tercer corte en mi otro brazo. La cabeza me zumba un poco mientras veo la sangre caer por un lado del cristal. He sangrado más para curar a Madre, estoy segura. Pero de alguna forma, esto me hace sentir más débil. Ojalá le hubiera preguntado a Ford más cosas sobre el mundo moderno; ojalá me hubiera enseñado de alguna manera todo lo que necesito para sobrevivir en él, para prosperar en él. Finalmente, puedo comenzar el cuarto vial, y el último corte. Ambos brazos me pican de los cortes, pero las heridas ya se están cerrando; para cuando me haya ido, mis brazos estarán inmaculados. En ese momento, algo golpea la pared a mi espalda. Jonah está aquí. No puede entrar—no sabe nada de mi sangre, y no puede saberlo nunca. Tapo con el corcho el vial medio lleno, lo dejo sobre el suelo, y me apresuro a salir fuera.

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Jonah está de pie en las sombras de la cabaña, mirando lo que queda del lago. —¿Estás lista? —pregunta, sin mirarme. —Espera unos minutos más. —le digo. —No te echarás atrás, ¿verdad? —Me mira, y veo que sus ojos están hinchados. —Estaré aquí en un momento. Lo prometo. —le digo. —Date prisa. —responde. Cuando vuelvo dentro, tengo que cortar mi brazo otra vez. Entonces el último vial está lleno. Los cuatro viales llenos están sobre el chal, apretados unos contra otros, aguardando. Los envuelvo y los pongo sobre mi almohada. La tela roja es como un charco de sangre. Ahora puedo marcharme; todo lo que debía hacer aquí, está hecho. Pero primero, me arrodillo junto a la cama de Madre, entrelazo los dedos, y miro hacia el cielo. —Otto —susurro—. Haz que esta sea la decisión correcta… y cuida de ella cuando me haya ido. Entonces me levanto y deposito un último beso en la cabeza de Madre. Cuando camino fuera, mi camino hasta Jonah está borroso por las lágrimas. Pero él me encuentra antes de que llegue a la parte de atrás de la cabaña. Me ofrece una de los palos largos y puntiagudos. —Este lugar no merece lágrimas. —Pero las personas sí. —digo. Jonah me da la espalda y toca la pared de madera de la cabaña. Sacude la cabeza y la baja por un segundo.

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—Algunas. Lucho para contener las lágrimas que quieren hundirme. Siento la mirada de Jonah sobre mí, agacho la cabeza y dejo las lágrimas caer sobre las hojas que hay a mis pies. —¿Estás lista? —pregunta. Cabeceo y me dirijo al camino en el interior del bosque. Mientras deslizo mis pies sobre las hojas y las raíces, apenas oigo los pasos de Jonah. Cuando llego hasta un grupo de árboles, me detengo durante un momento y miro hacia atrás para asegurarme de que todavía me sigue. Jonah está justo detrás de mí. Me dedica una sonrisa. —Bonita vista. —susurra. Me doy la vuelta antes de que pueda ver mi cara, o el sonrojo que se extiende por ella. No podría haber elegido un aliado peor—excepto por su fuerza y la disposición a hacer esto. —No hay señal de los Supervisores —susurro—, pero mantente callado de todas formas. Jonah asiente, tenso. Lo guío hasta adentrarnos en el bosque; mientras caminamos, nuestro sendero se cruza algunas veces con una línea de postes, con una cuerda negra que se arquea sobre nuestras cabezas. Todavía me pregunto para qué sirve. Cuando estamos cerca de la mitad del trayecto donde pienso que está el árbol, hago señales para indicarle que nos detengamos. Los bordes de todo lo que miro alrededor están borrosos y el aire parece vibrar. Quizá puse demasiada sangre en los viales.

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—Descansaremos aquí unos minutos. —le digo a Jonah y me siento sobre un tocón. Es viejo, suave, y se hunde un poco en la tierra con mi peso. Pero Jonah permanece en pie. —Debemos continuar mientras podamos. —Tenemos toda la noche. Si estamos cansados, seremos más ruidosos. —Piensas que eres la jefa, ¿no? ¿Una pequeña Darwin West? —pregunta. —Esta es mi idea, ¿no es así? —pregunto. —Podría haberme marchado cuando hubiera querido, de no ser por ti. —Jonah me lanza una mirada feroz, y después mira por encima de la colina otra vez. —Se lo debo a la Congregación, lo sé. —digo. —¿Has oído eso? —pregunta Jonah, con la voz un poco temblorosa. Escucho las hojas crujir unas contra otras por el viento. Escucho el canto de un pájaro nocturno en la lejanía. La respiración de Jonah se vuelve entrecortada, más asustada. —No oigo nada. —digo. Jonah hace un gesto de impaciencia con la mano “Espera.” Cierro los ojos para que no haya nada que distraiga mi mente. Intento apartar el sonido y la presencia de Jonah, en un intento de escuchar aquello que ha hecho que sus ojos se abran tanto. Y entonces escucho un tenue retumbe, proveniente de abajo, donde empezamos. —¿Una camioneta? —supongo. —Los Supervisores están fuera esta noche. —dice Jonah, sombrío.

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—Será mejor que nos demos prisa. —Me pongo en pie. —Lo que yo decía. —Jonah se pone en marcha colina arriba y me dedica una sonrisa grotesca. Ahora mis pies parecen toparse con cada rama, cada piedra, que envían rodando colina abajo. Jonah hace mucho ruido también. Pero nos movemos más rápido; y al final, si escapamos, ¿importará si nos han oído antes? Todo lo que podemos hacer, y ahora me doy cuenta, es mantener a los Supervisores detrás de nosotros.

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Traducido por Beneath Mist

Sólo unos pocos minutos más y estaremos en la arboleda de abedules. Ford dijo que el árbol estaba sólo un poco más lejos. ¿Cuántos latidos de corazón pasarán antes de que estemos en el árbol, en libertad? ¿Me sentiré diferente? Acelero el ritmo hasta correr. No quiero esperar ni un segundo más; y puede haber Supervisores tras nosotros. Veo la arboleda de abedules, a la derecha, columnas fantasmales que se alzan en lo alto de la colina. —Continúa. —susurra Jonah detrás de mí. Eso me empuja hacia adelante, pasada la tumba de Ellie y sobre la colina. Ahora la pendiente del terreno es hacia abajo, abajo; tropiezo una vez, y después otra. Pero entonces la veo: la valla, larga, alta, con bucles de alambre de espino en lo alto. Ha pasado mucho tiempo desde que la vi… mucho tiempo desde que alguno de nosotros se molestaba en recorrer el camino hasta la valla. Debe haber sido cuando jugaba con Jonah y los otros. Y ahí, un árbol. Es un árbol joven todavía, con un tronco delgado. Pero es alto, y sus ramas son incluso más altas que el cruel alambre que previene a cualquiera de escalar la barrera. Ford me dijo la verdad. La alegría me recorre. No sé si es porque he encontrado la forma de escapar… o porque hay una prueba, ahí en el árbol, de que Ford es realmente una buena persona.

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Pero antes de poder alcanzarlo, tropiezo otra vez. Esta vez no puedo agarrarme. Planeo en el aire durante un momento, y después aterrizo con fuerza. Mi cuerpo me está traicionando una y otra vez esta noche. No puedo respirar. Intento tomar aire, pero mi pecho está increíblemente apretado. Cierro los ojos y rezo. Otto sálvame. Otto protégeme. Entonces, unas manos me levantan. —Sabes que no puedes volar —dice Jonah—. Ni siquiera tú. Y el aliento vuelve otra vez, fuerte, como el viento tras una tormenta. Jonah tantea la valla con su palo, mira el alambre de espino que hay en lo alto. —Este árbol tuyo es una cosa escuchimizada. —Pero mira esa rama, ahí… —señalo—. Es más gruesa que las otras. Y pasa justo por encima de la valla. —Si nos movemos rápido… —Estudia el árbol. —Lo haremos. Y entonces estaremos fuera de aquí. —digo. Jonah deja escapar un grito de alegría y golpea el aire con el palo. Entonces su rostro se vuelve serio. —Somos unos perezosos. Deberíamos haber buscado cosas como esta antes. Me alegra que tú la encontraras. La culpabilidad, ahora familiar, me apuñala; pero no lo corrijo. Entonces pienso en todos los Congregantes que duermen en sus cabañas, en el largo camino entre ellos y yo. Nosotros nos marchamos. Ellos deberán cosechar de nuevo mañana.

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—¿Deberíamos volver y traerlos a todos? —pregunto. —No voy a volver a recorrer todo el camino, voy a subir —Jonah señala el árbol y hace un largo arco con el brazo—. Y a cruzar, y a marcharme. —Tienes razón, debemos irnos ya —digo—. Encontraremos a Otto y después todo el mundo se salvará. No sé si sería lo suficientemente fuerte como para marcharme de nuevo. ¿No he estado soñando con esto desde siempre? Y nunca encontré la fuerza, nunca encontré la manera, antes de Ford… y mi promesa a Ellie. —Y Darwin West… —Jonah hace un movimiento con el dedo a lo largo de su garganta. Capta mi mirada de repugnancia. —Como si nunca hubieras soñado con hacerlo tú misma —dice Jonah—. Como si no lo hubieras matado miles de veces en tu mente. —N… no lo he hecho. —tartamudeo. —Después de lo que nos ha hecho, será mejor que Otto lo mate. Mientras ese hombre siga con vida, nunca seremos libres. —Jonah escupe en el suelo; en la oscuridad, podría ser perfectamente su padre el que estuviera aquí. Pero no puedo discutir con él. Por primera vez, la duda se instala en mi corazón. ¿Puede Otto salvarnos? ¿Es esto por lo que nunca volvió… no pudo encontrar la manera de combatir a Darwin? —¿Todavía lo oyes? —le pregunto a Jonah en voz baja—. ¿Esos ruidos? —No, no desde hace un rato. Pero… —También mira detrás de él. —Lo sé —digo—. Tenemos que darnos prisa. —Escala, entonces. —dice.

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Cuando dudo, Jonah pasa detrás de mí y trepa por el tronco del árbol. El árbol se inclina bajo su peso, pero no tanto como había temido. Podrá sostenernos a los dos. Estoy casi segura. Lo sigo, rápida. Es más fácil de lo que había imaginado, las ramas están en el lugar adecuado. Jonah está sentado en lo alto, pero todavía no en la rama larga. —Vamos —insto—. Trepa por la rama y suéltate. Pero él sacude la cabeza, permanece en la rama sin moverse. —¿Qué pasa si no me sostiene? —dice. —Muévete rápido y será seguro. —le digo. —¿Cómo lo sabes? —No… no lo sé. Pero tiene que funcionar. Simplemente… tiene que. Los labios de Jonah se mueven, pero de ellos no sale ningún sonido. —Por favor, ve. —le digo. —¿Qué hay ahí fuera? Otto. Libertad. Comida. —No lo sé —le digo—, pero lo descubriremos juntos. Jonah sacude la cabeza de nuevo y aprieta las piernas alrededor de la rama sobre la que está sentado. —Rodéame. —Tú eres el que acaba de empujarme para ir enfrente. —Sólo rodéame.

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—No puedo, es demasiado estrecho. Las ramas de arriba… —Se romperán, lo sé. —Jonah mira hacia arriba, y después hacia abajo otra vez—. Me moveré lo más pronto que pueda. Aquí estamos, al borde de la libertad, ¿y ahora tiene demasiado miedo como para moverse? Entonces escucho un ruido extraño. Es un zumbido bajo y persistente, como si una nube de mosquitos merodeara cerca de nosotros. No cambia, no se acerca ni se aleja. Sólo zumba. Quiero preguntarle a Jonah si lo oye. Pero él todavía está congelado por el miedo. Y ahora el miedo me invade también, como el hielo cuando se forma en la superficie del lago; despacio, pero con certeza, congelándome. Estoy tan inmóvil como Jonah. —Vamos. —le digo. —No puedo. No puedo. No puedo. —Jonah se balancea, hacia atrás y hacia delante, con las piernas colgando. —¿No quieres ser libre? —pregunto. —Sí. —dice Jonah. —¿No quieres comida? ¿Buena comida? —pregunto—. ¿De esa sin moho, tanta como quieras? —Sí. —Su voz tiembla. Mira hacia abajo, pero no salta. —Date prisa. —digo. Mi voz tiembla. Sé que debemos irnos, que esta es nuestra oportunidad—nuestra única oportunidad—y que de alguna forma el zumbido significa que pronto nos atraparán. —Date prisa. —repito, más alto. Jonah sacude la cabeza otra vez; si pudiera moverme, acercarme un poco, creo que lo empujaría con la suela de mi bota.

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El pánico me hace olvidarme de mí misma. Grito tan alto como puedo. —¡VAMOS! Y entonces, el sol: el sol sobre nuestras cabezas, por todas partes, todo de una vez. No hay amanecer, no hay advertencia, no hay pájaros cantando. Sólo el sol, cegador. Jonah suelta una sarta de maldiciones, mejor que ninguna que haya oído de Asa. ¿Y yo? Cierro los ojos con fuerza, como una cobarde. Duele mucho más mantenerlos abiertos. —¿Qué has hecho? —gruñe Jonah. —Nada. Yo sólo… —Sólo he gritado, sólo he hecho algo para cambiar el mundo, de alguna forma. Yo lo traje aquí y ahora… ¿Cómo puede alzarse el sol, todo de una vez? Pero entonces escucho los ruidos—gritos, gritos de hombres, que provienen de debajo de nosotros, y muy cerca. —¡Hay algunos de ellos aquí! —grita alguien. La voz no me es familiar, al menos no desde lo alto del árbol, pero sé a quién pertenece: a un Supervisor. Abro los ojos de nuevo y veo que esta no es la clase de brillo que proviene del sol. Más bien los árboles están iluminados por piscinas de luz. Estamos sentados en mitad de una. ¿Cómo han hecho esto los Supervisores? Es como si brillaran cientos de faroles, todos a la vez. —Son los postes. —dice Jonah. Señala, y entrecierro los ojos para seguir la línea de su dedo.

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Tiene razón. Cada poste que los Congregantes clavamos en un agujero; cada poste que luchamos por poner derecho; ahora tiene un farol que brilla en la cima. Cada lugar oculto entre los árboles, cada sombra en la que nos escondimos, ha desaparecido. Todo lo que hay ahora es luz. Lejos, en los árboles, escucho el familiar sonido chirriante que provenía de la caja parlante de Ford cada vez que hablábamos. Alguien se acerca. Al parecer la luz en nuestras caras hace imposible que lo veamos. —Vienen —le digo a Jonah—. Tienes que avanzar o nos capturarán. —Bésame —dice—, bésame o no podré hacerlo. ¿Cómo podría negarme? Me inclino hacia él, nuestros labios se juntan. Esperaba que besara de la forma que los Pelling hacen todo: codicioso, rápido, en busca de más. Pero el tacto de sus labios es muy suave, casi no noto que estén tocando los míos. —Ahora te casarás conmigo. —dice. Entonces se acerca hasta la rama larga. El árbol cruje. Jonah se congela, pero sólo durante un segundo. Se desliza más sobre la rama. Ésta se dobla hacia abajo, cada vez más. No, no es seguro, no podrá sostenerlo. —Jonah —susurro—. Vuelve. Sacude la cabeza y avanza muy despacio. Ahí. Está lo suficientemente lejos para saltar sobre la valla. Entonces me mira y sonríe. —¡Libertad! Crac. La rama se rompe y Jonah cae.

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El árbol al completo se sacude y se balancea; casi resbalo y caigo, pero me sujeto a las ramas y veo una ráfaga verde y marrón, y a Jonah cayendo. Aterriza al otro lado de la valla, fuera de los dominios de Darwin West al fin. Pero no dice nada cuando golpea el suelo. Se escucha el sonido de las hojas agitándose, y el terrible golpe seco de su cuerpo. —¿Jonah? —susurro—. ¿Jonah? Está desplomado sobre la rama traicionera, sin moverse. Su cabeza está girada en un ángulo imposible. No puedo ver si está respirando o no. ¿Podría saltar sobre la valla sin la rama que me acerque? Tengo que hacerlo. Hay todavía una oportunidad. Quizá pueda ayudar a Jonah si voy ahora. Pero mi cuerpo está congelado. Hay un sonido; una rama se rompe, una exhalación; algo. Miro hacia atrás y veo una mano acercarse, intenta alcanzarme. Me agarro al tronco del árbol, pero los dedos encuentran y rodean mi tobillo. Y entonces tiran.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Los dedos de Ford aprietan mi tobillo. Tiene los ojos muy abiertos, sorprendidos, pero no por mucho tiempo. —Baja del árbol, ahora, —gruñe, y tironea fuertemente de mi pierna. ¿Qué hará Jonah si despierta y no estoy ahí? ¿Y si necesita que lo cure? Peor aún ¿Y si no? En mi corazón, sé la respuesta. —Apúrate, —me ordena. Su voz es dura. Nadie creería que nos hemos besado. Hago lo que me dice: bajo rápido del árbol, tiro de mi falda cada vez que se queda atrapada en la corteza o en una rama. La luz que brilla en el árbol hace que bajar sea más sencillo que subir. —¿Dónde está el chico? —pregunta. Señalo la valla, la rama y el cuerpo detrás de ella. —Genial —Ford deja escapar un gemido—. Túmbate bocabajo en el piso, Ruby, y cúbrete la cabeza. Hagas lo que hagas… —¿Por qué? —pregunto. —No te muevas hasta que te lo diga. —termina, como si yo no hubiera hablado. Luego rebusca en su bolsillo. ¿Realmente lo hará? ¿Realmente me pegará? No quiero saber. Caigo de rodillas y presiono el pecho contra el suelo frio. No me matarán, ¿o sí? ¿Por esto? Soy buena trabajadora, pero me van a golpear. Me van a lastimar.

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—No me lastimes —digo—, no tú. Pero Ford no responde, sólo pasea. Miro el recorrido que hacen sus botas, de un lado a otro. Hay otras voces, más cerca ahora, más hombres. Más Supervisores. Vienen hacia aquí, y nosotros estamos tirados como pájaros rotos en la luz brillante. —Podrías haberte lastimado —susurra—. Yo podría haber traído cuerdas. Podría haberme asegurado que estuvieras a salvo. —Pensamos que podríamos conseguirlo. —Es todo lo que puedo decir. Miro el cuerpo roto de Jonah otra vez. —¿Sólo son ustedes? —pregunta Ford—. ¿Sólo tú y… él? —Sólo nosotros —respondo—, pero, Ford… Jonah… no significa para mí lo que tú... significabas. Él solo… —¿Por qué debería creerte? —Su voz se quiebra. Luego se calla—. Quédate dónde estás, no te levantes cuando lleguen. Sólo… Sólo cállate. —Cuando levanto la vista, Ford mira directo hacia mí, sus labios tiemblan. Apoyo la mejilla en el suelo y murmuro una oración. —Sálvanos, Otto —digo—. Líbranos del dolor. Lo recito una vez, dos veces, tres veces. Y luego llegan más Supervisores. Observo sus botas que corren hacia el claro; cuatro, ocho, por los menos 10 pares de botas. Se empujan, excitados. Pienso en Jonah, tocando la pared de la cabaña antes de irnos. Se siente como si hubiera pasado una semana. ¿Cómo podíamos estar a salvo, o al menos igual que desde hace cientos de años, sólo hace unas horas? —¿Qué es esto? —La voz de Darwin viene de cerca, pero no me doy vuelta para mirar. La advertencia de Ford es suficiente para mantenerme quieta.

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—Es, mm, un experimento. —dice Ford. —¿Qué quieres decir? —responde—. ¿Un experimento? —Sí, bueno, tuve esta idea. —Ford suena demasiado nervioso. Demasiado débil. Conseguirá que Darwin quiera lastimarlo. —Una idea, —dice Darwin. —Las luces… Los, mm, sapos nunca habían visto nada parecido, ¿no? — pregunta Ford. —Obvio, —Darwin responde, y todos los demás se ríen. Estaban tan callados hasta ahora que podría haber olvidado que estaban allí, escuchando, observando, esperando lo que sea que Darwin les ordene hacernos. —Así que tome unos pocos y los traje aquí, —dice. —¿Tomaste a la bebita de la reina sapo? —La voz de Darwin está llena de duda. —Su madre está casi muerta. No es como que pudiera pelear conmigo. —Ford deja escapar una risa. Suena forzada, pero algunos de los otros ríen con él. —¿Dónde están los otros? —pregunta Darwin. —Sólo hay uno más. Trató de correr cuando las luces se encendieron. —Ford toma mi palo, tirado en el suelo, y golpea suavemente la valla. Darwin se aleja. Lo escucho gruñir. —Qué lástima, ese era fuerte. Y luego vuelve. Su bota da un empujón a mi trasero. —Date vuelta, sapo. Obedezco, pero también me incorporo, envuelvo mis rodillas con los brazos. Ahora veo a todos los Supervisores: 11, en círculo a mi alrededor. —¿Dice la verdad? —me pregunta Darwin. Asiento. —Vino a la cabaña y me sacó.

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Otro Supervisor habla. Suena decepcionado. —Pero nadie tiene permitido ir a las cabañas. —Exacto —Darwin hace una pausa, sin dejar de mirarme. Y luego mira a Ford—. Rompiste mis reglas, chico. —Quería ver que tanto se asustaban. Y se asustaron mucho —Ford suena tan orgulloso de sí mismo, casi me creo que hizo lo que dice—, mire como se quebró el cuello ese. —¿Qué te parece? —Darwin mira las luces—. Nunca pensé en eso. —Nunca vieron nada parecido, —dice un Supervisor. —Probablemente pensaron que la luna explotó, o algo así. —Más risas. Darwin se agacha a mi lado y agarra mi barbilla tan fuerte que me fuerza a mirarlo. —¿Te asustaron las luces, sapo?—dice con voz excesivamente amable. —Sí, —digo. Mayormente, tengo miedo de lo que significan. ¿Volveremos a tener alguna vez un bosque oscuro donde escondernos? —Será mejor que te acostumbres —dice Darwin—. Vas a ver un montón de estas lindas luces. Tienes la misma edad que tu madre cuando la conocí —Darwin me guiña el ojo—, o casi, ¿no? Me estremezco. —Soy más joven, —le digo. —Ella era la chica más linda de la ciudad. Y me quería —El destello de una sonrisa cambia su rostro por un segundo—. ¿Te lo puedes imaginar, sapo? Bajo la mirada y hago un leve encogimiento de hombros. —Una lástima que tu padre haya aparecido, ¿eh? Una lástima para todos. — Darwin desliza su mano en el bolsillo y no puedo evitar estremecerme. Pero luego se levanta y camina hacia Ford.

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Sus pasos son lentos y certeros. Sálvalo, rezo a Otto. Protégelo. —Estos sapos me pertenecen. —dice Darwin. Da un paso más y está tan cerca de Ford que sus barbillas casi se tocan. Ford es más alto que Darwin, por casi media cabeza. Darwin se saca el sombrero y se inclina para encontrar la mirada de Ford. —No los tocas a menos que yo te lo diga. —Darwin mueve la mano y le da una bofetada a Ford en un costado de la cabeza. La cabeza de Ford se sacude, pero no grita. —No los miras a menos que yo te lo diga. —Otra bofetada. —Mis sapos, mis órdenes. ¿Lo entiendes? —pregunta. —Entiendo. —¿Te gusta este trabajo? ¿Quieres este trabajo? —pregunta Darwin. Ford aprieta los ojos por un segundo. —Sí, señor. Quiero este trabajo, necesito este trabajo. —Ya veremos. —Darwin da un paso atrás y vuelve a ponerse el sombrero. Me mira. —Podrías servir, ya que estas aquí. —dice. Darwin señala a uno de los Supervisores. —¿Trajiste alguna taza? —Hay algunas en la camioneta, —responde el hombre, sorprendido. —Trae una, y una cuchara, —ordena. Luego sonríe y extiende los brazos, mirando hacia las luces. —Ahora puedes cosechar de noche también. El bosque está mucho más húmedo. Me pregunto cuánto tiempo pueden estar sin dormir, sapos.

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Trato de endurecer mi rostro y contener las lágrimas, pero es inútil. Se derraman por mis mejillas y mojan el cuello de mi vestido. Darwin chasquea la lengua. —Yo también lloraría, sapito. El Supervisor vuelve de la camioneta. Dos hombres me ponen de pie y me dan una taza y una cuchara. —Media taza, y luego puedes volver a la cama —Darwin mira su grueso reloj de oro—. Trabaja rápido y puede que veas tu almohada. Espero instrucciones, pero Darwin gira hacia Ford primero. —Ahora nosotros la vamos a pasar bien juntos. —dice. Luego hace un gesto a un hombre detrás de él—. Llévalo al cobertizo de herramientas y átalo muy bien. Ford deja caer la cabeza y mira el suelo. El otro Supervisor demora demasiado. —¿Quieres ir con él, también? — pregunta Darwin. Entonces dos dan un paso al frente, uno a cada lado de Ford, y lo toman de los brazos. Lo tratan tan mal como si fuera un Congregante. Darwin los mira mientras se llevan a Ford, pero no los sigue, no todavía. Primero se da vuelta hacia mí con la sonrisa que usualmente le dedica a mi madre. —Media taza para el amanecer —dice—. Y si no la reúnes… —Tira de la cadena que sale de su bolsillo. Darwin no me dice dónde empezar la cosecha. Sólo se da vuelta y se va, señala un par de Supervisores para que me vigilen de cerca. —Recuerden: mi propiedad. —advierte. Todo lo que queda es hacer lo que mejor hago: obedecer. Me arrodillo frente a la valla, raspo las hojas y pongo las gotas de agua en la taza. Y le susurro a Jonah.

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—Jonah —digo—, despierta, Jonah. Pero no se mueve. Ni siquiera cuando mi taza ya está medio llena. —Me casaré contigo —le digo—. Me casaré contigo, Jonah Pelling. —Y quizá lo haría, si despertara. Si llegara a no estar muerto por culpa de mi infantil intento de escape. Aun así no responde, y el cielo se tiñe de gris en el horizonte. Viene la mañana. —Adiós, —le digo. Y dejo a Jonah solo, del otro lado de la valla. Libre… y muerto.

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Traducido por Javier_Vieyr

Hago algo terrible: No voy a la cabaña de Earl. Me escabullo a casa y escondo los viales con mi sangre en las sombras más profundas debajo de mi cama. Después me deslizo bajo las mantas con la intención de dormir para ocultar mis pecados. —Lo siento —le susurro a Ford, a Jonah, a Otto, a quien sea que pueda oírme—. Nunca quise lastimar a nadie. Sólo quería ayudar. Quizá Otto escucha porque me concede dormir. Cuando despierto, mi almohada esta húmeda y Madre esta sacudiéndome. —Te sentarás ahora, Ruby Prosser. —grita. Aprieto los ojos con fuerza y deseo que el día desaparezca. Déjame deslizarme de vuelta a la noche anterior, déjame cambiar todo. Por favor Otto. Pero entonces alguien tose—un hombre, aquí en la cabaña. Eso me hace sentarme rápido. Ahí, en la puerta, están todos los Ancianos y Earl. Se ven fantasmales en la penumbra de la cabaña, apenas iluminada por la luz que se filtra alrededor de la puerta y por entre las grietas de la pared de barro. —Encontré a mi chico —dice Earl—. Zeke y yo tuvimos un mal presentimiento. Su mirada está clavada en mí. Trato de decir algo, pero estoy paralizada por el odio en sus ojos. Entonces Asa se acerca más, inclina la cabeza y me mira, me estudia. —Earl dice que trataron de irse.

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—Está muerto. —dice Earl. —¿Es verdad? —pregunta Hope, su voz se quiebra un poco. —Jonah está muerto. —susurro. —Sí, lo sabemos pero… —Hope estira una mano hacia Earl, pero él se aleja de ella, sin apartar los ojos de mí. Sus puños están apretados. —¿Trataron de irse? —pregunta Asa—. Eso es lo que necesitamos saber. —Estaba muerto en el camino, como un animal. —gruñe Earl. —Sí —La palabra apenas sale y me aclaro la garganta—, tratamos de marcharnos. La rama se rompió. —Debí haberlo sabido. —dice Madre. Después me vuelve la espalda. —Madre, por favor… —Pero no sé cómo pedir lo que necesito y no sé si lo merezco. Se aleja de mí y abre un poco la puerta de la cabaña. —No tenemos mucho tiempo. —le dice al grupo, como si yo no estuviera ahí. —Lo máximo que pudimos hacer fue tocarlo a través de la valla. —La voz de Earl se ahoga, mira a un lado y se frota el brazo sobre los ojos. Sólo Boone no ha hablado. Está parado detrás de los demás, con los brazos cruzados y los labios apretados. —Me quede con él tanto como pude —le digo a Earl—, pero creo que ya había muerto. Se cayó con mucha fuerza. —Debiste estar realmente afectada, fuiste capaz de dormir y todo. —dice —No eres nada más que una niña, Ruby. —dice Madre. Ahora encuentro la fuerza para levantarme. —Teníamos un plan. Íbamos a encontrar a Otto.

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—Pero Otto vendrá a nosotros. —exclama Hope —No ha venido aún. —dice Earl —Pensé que quizá necesitaba un recordatorio, alguien que pudiera llevarle nuestras plegarias. —digo —Estás mintiendo —Madre da un salto hacia mí y me sujeta de ambos brazos. Me da una buena sacudida—. Sólo querías irte lejos de aquí. —¡No, Madre! Íbamos a volver tan pronto como encontráramos a Otto. Entonces Madre deja caer las manos y deja salir una risa baja, combinada con lágrimas. —Si tan solo fuera así de fácil, Ruby. Finalmente Boone habla: —¿Ibas a hacerlo con Jonah? Earl gira para mirar a Boone. —La chica necesitaba protección. —¿Sabías acerca de esto? —exclama Madre. Primero Earl trata de mirarla a los ojos, pero después baja la cabeza. —Lo sabía. —dice. —Debiste decirnos antes de que se fueran. —dice Asa. —Parecía un buen plan, pelear, darles armas. —dice Earl —No íbamos a pelear —digo rápidamente, a pesar de que sé que eso era lo que Jonah realmente deseaba—. Sólo íbamos a encontrar a Otto. —Entonces tenían armas. ¿Y cuántos Supervisores derrotaron, Ruby? —Ninguno —susurro pensando en Ford, que me salvo con sus mentiras—. Pero los Supervisores me encontraron ahí con… Jonah, después de que se cayera. —¿Estás herida? —pregunta Hope— ¿Te castigaron?

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—No me golpearon, me hicieron trabajar —digo—. Estuve despierta la mayor parte de la noche, cosechando. Madre bufa. —¿Qué tan buenas son una taza y una cuchara en la oscuridad? —Tal vez es por eso que la pusieron a hacerlo. —dice Boone suavemente. —No —digo—. Esos postes ahora tienen faroles en la parte superior, los faroles más brillantes que hayan visto. Anoche los prendieron, justo antes de… —miro a Earl. Él cruza los brazos y deja salir una maldición en voz baja. —Darwin dijo que ahora cosecharemos todo el tiempo. —digo. Hope respira entrecortadamente y le brotan lágrimas de los ojos. —Es el demonio. —Earl escupe en el suelo e ignora la mirada mordaz de Madre. —¿Alguien más fue contigo? —pregunta Hope—. ¿Alguien más está desaparecido? —No —le digo rápidamente—. Sólo éramos Jonah y yo. —Jonah, de entre todas las personas. —Sacude la cabeza. —Algo de esto recae en ti —le espeta Earl a Hope—. Él nunca habría tratado de irse si tú lo hubieras aceptado. —Oh… creo que él hubiera intentado encontrar una forma de salir, con mi ayuda o sin ella —Hope me dirige una pequeña sonrisa—. Esta fue su idea ¿no? Sería tan fácil decir “sí”, pero todo fue mi culpa y sólo mía. —Fue mi idea. —digo. Madre toma mí vestido de la clavija en la pared y me lo lanza. —Vístete. Casi es hora de cosechar.

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—Ella va a pagar, mi chico está muerto. —dice Earl. —Algo tiene que cambiar. —Boone echa un vistazo a la imagen de Otto colgada en la pared, sigo su mirada. Incluso en la iluminación tenue, también siento la mirada de mi padre sobre mí. —Pagaré por ello —digo—, de alguna forma. Lo siento, lo siento tanto. —Doy un paso hacia Earl, y luego otro. En un lugar tan pequeño me toma sólo un paso más estar apenas a unos centímetros del padre de Jonah—. Sé que no puedo enmendarlo. —digo. Levanta la cara hasta encontrarse con mis ojos, entonces su semblante se desmorona. —Jonah quería libertad —dice—. Así es como puedes pagar, niña inútil. Después me empuja en su camino hacia la puerta, tira de ella para abrirla y el repentino brillo de la luz del amanecer nos hace a todos voltear la cabeza un poco. —Iré a hablar con el tonto —Asa sacude la cabeza hacia la puerta—. Y mi voto es que ella está fuera. Cuando se va, Asa azota la puerta de la cabaña detrás de él. Está oscuro de nuevo. —¿A qué se refería… fuera? —pregunto. —Te pusiste por sobre nosotros, Ruby —dice Madre—. Te pusiste a ti misma sobre todos los demás. —No. ¡No! No es así. —Aguantamos, sustentamos, esperamos. —Me recuerda Hope. —Si supieran… —empiezo, pero me trago las palabras—. Sólo quería hacer lo correcto para la Congregación… como líder. Madre deja salir una risa corta y estrepitosa.

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—Líder, eso es lo menos que fuiste anoche, Ruby. —Egoísta, infantil, cobarde. —dice Boone. —Desobediente. —agrega Madre. —Creo que fue valiente. —dice Hope suavemente. —¡Suficiente! —espeta Madre. Hope no dice nada más. En verdad, Madre gobierna a los Ancianos. —¿Van a hacer que me vaya? —pregunto. —¿Irte? ¿No es eso lo que intentaste hacer? —Madre pregunta. —Asa dijo que votaba para que estuviera fuera. Hope da unos pasos cortos y entonces mi mano está en la suya. Aprieta suavemente. —Se refería a que no quiere que seas líder. No estaba segura de querer ser líder cuando me lo pidieron, pero ahora siento pánico, vergüenza. Me había acostumbrado a serlo, estar orgullosa de ello, incluso. —¿Y tú? —le pregunto. —Quiero un líder que no nos abandone. —dice Hope. —Sólo estaba tratando de salvarnos —digo. Madre suelta otro bufido—, pero no… no me iré de nuevo. —La miro, pero no me regresa la mirada. —Entonces mi voto es que sigas siendo líder. —dice Hope —Depende de Boone ahora —dice Madre—. Porque Ruby no puede votar. —Dijiste que quieres pagar por lo que hiciste. —dice Boone. Sigue sin haberse movido, permanece cerca de la puerta, tan sólido como una pared de piedra.

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—Haré cualquier cosa. —digo. —Es simple —Boone toma una respiración profunda y la deja salir antes de continuar—: no más secretos, Ruby. Ninguno. —No más secretos. —repito. Pero hay un secreto que permanecerá enterrado: Ford. —Y si alguna vez te atrapamos mintiendo… —la voz de Boone va apagándose y mira a Madre. —Entonces estás acabada. —termina Madre. —Como líder. —agrega Hope. —Acabada. —dice Boone. Un escalofrío me recorre la espalda, pero me paro derecha y levanto la barbilla. —No más secretos, lo prometo. Los mantendré a salvo hasta que mi padre venga a salvarnos.

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Traducido por Shiiro

Los Supervisores vienen en medio de la noche, con el estruendo de las bocinas, y con luces cegadoras que brillan desde lo alto de sus camionetas. Una voz potente y distorsionada retumba desde uno de las camionetas: es Darwin, que habla tan alto como si tuviera diez pares de pulmones. —¡Se acabó la hora de dormir! —grita—. ¡Salgan y empiecen a trabajar! Ya han pasado tres noches desde que murió Jonah. Tres noches desde que los Supervisores se llevaron a Ford al cobertizo de herramientas de Darwin. —Levántate, Madre —la sacudo suavemente, pero la única reacción que obtengo es un leve temblor de sus párpados—, es hora de trabajar. Queda un poco de Agua en la cubeta que hay bajo su cama. Me mojo los dedos, y luego dejo que el líquido gotee sobre su cara. Ni siquiera se mueve. —Darwin está esperando. Podría hacernos daño. —La sacudo un poco más fuerte, su cuerpo está pesado y flácido. —Ven cuando puedas. —le digo finalmente. Jalo la sábana hasta su mentón y me pongo el vestido sobre las enaguas. No puedo hacer nada: no se levantará, ni caminará. Por primera vez, tendremos que cosechar sin ella. Toda la oscuridad y las sombras se han ido por la noche. Pequeños charcos de luz salpican el bosque, y entre cada punto brillante hay una luz más suave; como el brillo de la luz del sol. El camino aún tiene algunas zonas oscuras. Mientras observo el

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bosque, me tropiezo con algunos árboles. Incluso mis pies están conmocionados debido al cambio que conllevan las luces. Más adelante, veo a Hope y Gabe, ella bajita y él alto, caminan por el camino, cogidos de la mano. Aprieto el paso hasta llegar con ellos. —Buenos días. —saludo. Ambos están mirando el bosque. Gabe asiente, sin apartar la vista de las extrañas luces. Hope me sonríe. —Me alegro que nos contaras lo de las luces. —Nunca había visto nada igual. —susurra Gabe. Hope apoya la cabeza en el hombro de él, por un momento. —Son como velas, cientos de velas, eso es todo. —contesta. —Algunos dirán que son obra del Diablo. —replica Gabe. El Diablo. Pienso en Ford, quien cree en la posibilidad de que yo sea un demonio, pero que, aun así, me ayudó. —¿No es acaso obra del diablo? —pregunto—. ¿Es que hay alguien más diabólico que Darwin West? —Calla —me advierte Hope—. Ruby… ¿Dónde está tu madre? —No podía despertarla —respondo—. Respira… Pero nada más. Eso es todo. —Otto la salvará. —afirma. Cuando llegamos al claro, los Congregantes están de pie, con el cuerpo encorvado, como si intentaran conseguir algunos minutos de sueño. Algunos entornan los ojos debido a las luces, mientras otros las miran fijamente.

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Los Supervisores forman un círculo a nuestro alrededor, pero aún vienen algunos por el camino, montados en sus camionetas. Y hay menos de lo normal. Supongo que Darwin tiene que dejarles descansar un poco. No veo a Ford entre ellos. Nos quedamos juntos y esperamos a que Darwin hable. Su mirada se detiene en mí, y busca a mí alrededor: a Madre, estoy segura. Pero no pregunta por ella, sino que sonríe más ampliamente. —¡Esta noche es una noche diferente! —declara—. ¡Ahora podemos trabajar sin sol! Hace una pausa, como si esperara algo. ¿Quizá que le vitoreemos? ¿O un gruñido general? Al ver que nadie habla, sonríe y levanta dos dedos. —¡Dos tazas hoy! —grita. —¿Dos tazas? Nos golpearán a todos. —le dice Gabe a Hope. Pero todos nos ponemos en la fila para conseguir nuestras tazas y cucharas. Discutir no llenará ninguna taza. —Hay mucha más agua por la noche, escondida en las hojas. —digo. —Supongo que sabes qué hay aquí fuera por la noche. —Gabe gira la cabeza para mirarme unos instantes. —¿Dónde están las tazas? —pregunta Darwin. Los Supervisores se miran los unos a los otros. Finalmente, uno de ellos contesta. —Nadie se ha encargado de ellas. —¡Tráiganlas! —ruge Darwin. El hombre al que acaba de gritar se lleva su caja parlante a la boca y masculla algo entre dientes. Todos esperamos. Los Supervisores juegan con sus armas y nos observan con los ojos llenos de legañas. La suave brisa de la noche me hace cosquillas en el cuello, y me pone la carne de gallina.

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Hasta que salga el sol, todo estará húmedo y frío. Me pregunto si las luces nos calentarán aunque sea un poquito. Si es el caso, también se evaporará el agua. El mejor sitio para estar esta noche—¿o ya es de madrugada?—serán las pocas sombras que quedan entre las luces. Unos minutos después que el Supervisor susurre algo a la caja, aparece otra camioneta rojo. El hombre que se baja de la cabina del conductor es exactamente igual que el resto: alto, fornido. Abre la parte trasera de la camioneta para sacar la caja que contiene las tazas. Entonces, la otra puerta de la camioneta se abre y cierra; no puedo ver de quién se trata hasta que rodea la camioneta. Es Ford, que presenta contusiones muy marcadas en los brazos, y un profundo corte en la cara, rojo y supurante. Trago saliva. —¿Ruby? ¿Estás bien? —La mirada curiosa de Hope me recuerda que tengo que apartar los ojos de Ford. Me fijo en las tazas. —Parecen más grandes de lo normal —comento—. Llenarlas va a ser duro. —Como dije —responde Gabe. —He… he cambiado de opinión. Tenías razón. —le digo. Deja escapar un gruñido de satisfacción y vuelve a su sitio. Dejo que Hope se ponga a su lado, y me coloco detrás de ella. Ahora puedo mirar a Ford con más detenimiento. Por un momento, se queda quieto, sin sostener ningún arma ni ofrecerle a nadie una taza. Parece perdido; pero entonces se le acerca Darwin y le susurra algo, tan bajito que no puedo oírlo. Ford agacha la cabeza y clava la mirada en el suelo. Mírame, le imploro.

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Pero no lo hace. Cuando levanta la mirada, clava los ojos en Darwin. Asiente. Darwin le da una palmadita en la espalda, lo que provoca que Ford haga una mueca de dolor, y luego señala las tazas. Ford da un paso hacia delante, y luego dos, en dirección al hombre que tiene las tazas. Cojea, apoya todo su peso en la pierna derecha. Su pie se mueve de forma extraña. Nuestra fila se mueve ahora el doble de rápido, al haber dos Supervisores repartiendo tazas. Me pregunto si me tocará coger mi taza de sus manos cuando sea mi turno. ¿Me mirará a los ojos, por lo menos? Cuanto más me acerco, más herido parece. Hay un chichón en su frente, y los labios agrietados le sangran. Solamente nos separan cuatro personas. Una va con el hombre de enfrente, otro con Ford. Luego, Gabe y Hope cogen sus tazas, y es mi turno de ir con Ford. Me da mi taza. Nuestros dedos no se encuentran; ninguna parte de nuestros cuerpos se toca, excepto el aire que hay entre los dos. No me mira. Ahora me toca moverme. —Lo siento —digo—. Siento que me conocieras. Ni siquiera parece haberme oído. Mira por encima de mi hombro y grita: —¡El siguiente!

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Traducido por Yann Mardy Bum

Van siete noches que llego a las cisternas, sin esconderme de Ford. Pero nunca está aquí. Reviso la sombra entre cada cisterna y miro en la oscuridad del bosque. Las luces no están encendidas todavía; seguramente, en un par de horas las luces van a quemar y vamos a estar cosechando. Puede que incluso sólo tenga una hora. Ford no está en ninguna parte. —Ven pronto, —digo en voz alta, y luego más fuerte. Pero por supuesto, no hay respuesta. Finalmente sé lo que debería hacer, lo que debería decir. Pero sé que es mejor encontrarlo en la cosecha para decírselo. Puede que no quiera escuchar. Y puede que me tome un poco de tiempo expresarlo. La noche es más fresca, con una pizca del otoño que está por llegar. Cuando el clima se enfría, pasa muy rápido, sólo requiere un par de días que las hojas cambien. Madre dice que era más apacible fuera de la montaña, que la primavera y el otoño aparecían lentamente. Pero aquí el tiempo parece ansioso por ser extremo, sin puntos medios. Todavía no aparece Ford. No tengo más tiempo para esperar. Subo a la cisterna por la escalera—casi llena, supongo, de toda la cosecha nocturna—y me hago un corte rápido en el brazo. Apenas duele. Murmuro mi plegaria y cuento. Uno. Dos. Tres. Listo.

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Fue difícil encontrar un momento para ir a las cisternas. Darwin nos da un par de horas para descansar después del atardecer, pero eso es todo. Mucho antes de que salga el sol, cuando en el cielo aún están solo la luna y las estrellas, las camionetas rodean el lago, y lanzan sus alarmas para despertarnos. La segunda noche, Madre estaba lo suficientemente fuerte para venir con nosotros. Cuando Darwin anunció la cuota—tres tazas, ya que vio que llenamos dos con mucha facilidad—apretó los labios tan fuerte que se pusieron blancos, pero no dijo nada. Y cumplimos la cuota, todas las noches. El trabajo es aplastante, pero no hay golpes y a veces nos dan comida. Pronto se desvanecen todas las cicatrices y cortes que tenía Madre. Cuando bajo por la escalera, noto algo diferente. El aire es más cálido, de alguna forma. No estoy sola. Debería tener miedo, pero en vez de eso mi corazón salta de alegría. No puedo olvidar lo que vine a decirle a Ford. —Estoy aquí, —dice suavemente desde atrás. Ford está de pie junto a la otra punta de la cisterna. Cuando me acerco, le da un golpe. Suena sólido. —Está llena, —dice. —El resto también. El Visitante vendrá pronto a hacer la recolección. —le digo. —Quizá las cosas sean más fáciles para ti, entonces. —Se toca un corte en el rostro, a la ligera, como si fuera un hábito. —Lo siento —le digo—. Es mi culpa que te hayan herido. Levanta la barbilla por un segundo y eleva la vista al cielo. Luego me mira a los ojos. —Fue mi decisión. —Quería detenerlo… Pero no pude, —digo. —Sí. Se lo que se siente. —Apenas me sonríe.

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—¿Dónde estuviste? —pregunto. —Mi madre, ella está… más enferma. —Traga saliva y mira sus botas. —Lo siento. Ford exhala un siseo y se aprieta la mejilla. —Demonios, eso duele. —¿Qué?—pregunto. Me siento tan impotente. —Él… Mi diente… No importa… Se curará. —¿Qué hizo Darwin? —susurro. —Olvida que dije eso. Me duele mi propio diente y mi propia mejilla, sólo de imaginarlo. Ford deja escapar una risa baja y amarga. —Simplemente me mantiene cerca para poder vigilarme. —Yo… Tengo algo que decirte. Esperé todas estas noches para decirlo. Vine aquí cada noche pero… tú no estabas. Ford enfoca su mirada en algo, o nada, lejano detrás de mí. —También estuviste lejos durante mucho tiempo, en ese entonces no tenías nada que decir. —Quería estar aquí, —digo. Se adelanta uno, dos, tres pasos. Estamos sólo a unos centímetros de distancia. El aire entre nosotros se siente como una tierna gota de agua; un movimiento más y estallará. —¿Todavía me tienes miedo? —pregunto. Responde con los brazos, y con los labios. Mis manos hambrientas viajan por su espalda, tiran de su ropa como si fuera comida. Él también me toca, toques más gentiles, pero lo suficientemente atrevidos como para dejarme sin aliento.

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Pero entonces toco algo sensible—un moretón o un corte—y se aleja de un tirón con un grito ahogado de dolor. Es sólo por un segundo—me sujeta de nuevo—pero es como un latigazo en mi espalda. Me alejo. —¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste, Ruby? ¿Porque querías a ese chico y no a mí? —Sus dos puños cerrados cuelgan a los costados de su cadera. —Nunca quise a Jonah. —Trataste de escaparte con él, —dice Ford. —Fue por la Congregación, no por Jonah. —Todo lo que tenías que hacer era pedirme ayuda —dice—. Te hubiera sacado de aquí. A los dos, si eso era lo que realmente querías. —Fue mi error irme sin… —empiezo a decir. —¿Sin mí?—pregunta, sin mirarme a los ojos. —Sin…—Trago saliva. La verdad lo va a lastimar. —¿Quién?—pregunta entre dientes. —Sin los demás. —Miro por encima de mi hombro. —¿No quieres ser feliz? —pregunta Ford—. ¿Los necesitas a todos para serlo? —Ya no tiene los puños cerrados. Levanta una mano para acariciar mi brazo, con suavidad. —Quiero hacer lo correcto, —le digo. Sacude la cabeza y mira a lo lejos. —Eres mejor persona que yo. —No, estás equivocado. —No me amaría, si fuera tú. Soy un Supervisor, y tú eres… una prisionera, — dice.

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Eso me da la oportunidad de decirle lo que estaba tratando de decir desde que llegó. —Nosotros nunca debimos… —me detengo. —No me arrepiento, —dice Ford. —Yo tampoco —admito, y su suave sonrisa me da un vuelvo al corazón—, pero nunca podremos estar juntos, Ford. —No aquí, pero afuera… —No hace ningún bien soñar con afuera —le digo—, saber que hay algo más allí, sólo hace las cosas más difíciles. —Entonces ven conmigo y lo conocerás. —No. Me quedaré aquí hasta que Otto venga. Mi familia me necesita. —Yo te necesito, —dice. Toma mis manos entre las suyas. No las alejo, pero tampoco le regreso el apretón suave que le da a mis dedos. —Ellos me necesitan más, —digo. Ford me suelta las manos. —Así que los eliges a ellos, —dice. —Estoy destinada a esto… —Dios quiere que seas feliz. Pero Otto no, ¿eh? —Se aleja de mí y golpea la cisterna con la mano abierta. —Es Darwin el que no quiere que seamos felices, —le digo. —Entonces pelea, —dice Ford. —¿Pelear? —pregunto—. No puedo. Y tú… tú podrías salir herido. —No me importa. Pelea, no te preocupes por mí. —Ford cae de rodillas y tira de mí para que haga lo mismo. Pone su suave mano en mi mejilla y yo pongo la mía en la suya.

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—Un último beso, —susurro. Nuestros labios se tocan suavemente. Nos acercamos más y más, nuestros besos están llenos de necesidad. Ford desliza sus dedos por mi cabello y saca los broches que mantienen mis rizos en su lugar. Todo mi cuerpo se ruboriza. El peso de mi cabello sobre mi espalda me hace sentir casi desnuda frente a él. —Hermoso, —susurra. Envuelve con gentileza un mechón en su dedo y le da un tirón. Deslizo las manos por detrás de su cuello, amo la suavidad de sus cabellos entre mis dedos. Ford se estremece ante el contacto. Y entonces el sol explota frente a mis parpados en un segundo. —Las luces, —dice Ford, con la boca todavía pegada a la mía. Me pongo de pie. Ford también. —Volveré mañana, —dice. —No, no, no puedes volver jamás, —le digo. —Voy a volver todas las noches. —Y yo te ignoraré todas las noches, —digo. Un chillido suena desde el borde del lago, de la cabaña de los Supervisores. —El megáfono —dice Ford—, estarán aquí en cualquier momento. Desliza sus brazos a mí alrededor y me da un último abrazo fuerte. Me amoldo a su cuerpo, trato de memorizar cómo se siente tenerlo pegado a mí. —Adiós, Ford, —le digo pegada a su hombro. —Por ahora, —dice con voz ronca. Los primeros gritos vienen del camino, no muy lejos de nosotros. — ¡Despierten, despierten!

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—Cambiarás de opinión, —dice Ford. No lo haré. Pero no tiene sentido discutir con él. Escucho ruidos de ruedas sobre la grava. Ford también debe oírlo; mira sobre el hombro nuevamente. —¡Corre, Ruby! —dice. Y entonces corro, sin sombras donde esconderme, espero que mis pies puedan superar la lentitud de las camionetas.

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Traducido por Kathfan

Es domingo… día de Comunión. Han pasado cinco días desde que le dije a Ford que dejara de venir a las cisternas. Me hizo caso. Eso duele más que nada. Madre está tranquila mientras caminamos a la Casa Común. Aún está oscuro afuera, pero el amanecer llegará pronto… el cielo ya es de un azul más claro en el horizonte. Ambas nos deslizamos en nuestras camas tal vez hace tres horas. El sueño es aún más delicioso cuando Darwin nos lo niega. Anhelo dormir ahora, del modo que solía anhelar la comida. Esta mañana nuestro aliento se percibe en el aire. El frio sale de la tierra para recordarnos que el verano llegara a su fin y pronto. Pero el sol seguirá siendo feroz al mediodía. —Cuando eras pequeña, tratabas de seguir tu aliento. —dice Madre, rompiendo el silencio. Sonríe y señala la nube blanca que sale de mi boca. —No me acuerdo. —digo. —Yo sí. Recuerdo todo sobre ti, desde el día en que naciste. —Cuando me mira, su cara se contrae un poco. —¿Estás llorando? —le pregunto.

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—No, ciertamente no. —Aspira una vez más, profundamente y a continuación, se aclara la garganta. Algo le está molestando, pero no estoy segura de qué. Tomo su mano, como lo hacía cuando era más pequeña y ella aprieta mis dedos. Caminamos el resto del camino a la Casa Común de esa manera. Se siente bien, estar ligada a Madre, sin discusiones, sin tratar de persuadirla. Llegamos a la Casa Común, y Madre se aleja primero. Mi mano se siente fría donde sus dedos estaban encima de mi piel. Se adelanta sin mirar atrás. Tomo asiento en la parte de atrás, donde solía sentarme con Ellie. Por derecho debería estar cerca del frente, en mi lugar asignado en la fila de Comunión cuando el momento llegue. Pero no quiero tantos pares de ojos de los Congregantes clavados en mi espalda. No han estado muy amigables, pero lo acepto. Con el tiempo se olvidarán, o al menos perdonarán nuestro intento de marcharnos. Verán que soy firme y leal. Van a aceptarme como su líder. —¡Buenos días! —Hope se desliza en la silla junto a mí y jala mi mano—. ¿Has dormido bien? —Durante horas y horas, en sábanas de seda y almohadas mullidas. —le digo y sonríe. —¿Recuerdas aquel juego que jugábamos? Ha pasado una eternidad. —dice Hope. —Siempre me encantó. —digo y me aprieta la mano. Fingíamos ser mujeres de ocio y riqueza, rodeadas de lujo… como en las historias de princesas que Ellie nos contaba. Cada árbol era nuestro sirviente, cada roca, una piedra preciosa para recoger y atesorar. —¿Por qué nos detuvimos? —le pregunto a Hope.

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Mira a Gabe, que está sentado a su lado y luego se encoge de hombros. —Supongo que ambas crecimos, Ruby. Sí… y ella con su amor y yo sin el mío. Pero Ford no es mío, nunca estuvo destinado a ser mío. Aún así, no puedo evitar echar un vistazo mientras está de pie en la parte delantera de la sala. —Hoy hay tiempo para un sermón. —dice Hope. —¿Estamos todos? —pregunto, miro alrededor. Casi todas las sillas están ocupadas, pero algo se siente diferente. —Earl pasó toda la noche en el bosque. —dice Hope. —¿Por qué? —pregunto. —Llenó la taza de Asa —dice Hope—. De verdad, Ruby. No lo podía creer. No puedo creerlo… pero debería. Los Pelling también tienen bondad en su interior. Madre llama desde el frente de la sala. —¡Congregación, de pie! Cuando nos levantamos, Hope entrelaza su brazo con el mío. Una corta lectura de la biblia, otra plegaria y entonces Madre habla, pero brevemente, antes de que sea tiempo de hacer fila para la Comunión. —Estos han sido días…y noches agotadoras —dice—, pero somos fuertes y vamos a permanecer fuertes. El miedo hace que mis dedos hormigueen. ¿Por qué tenemos que provocar a Darwin? Pero él sólo sonríe, luego asiente a los Supervisores como si todos hubiesen hecho algo maravilloso.

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—Otto nos mantiene fuertes. Alabado sea Otto. —dice Madre. —Alabado sea Otto. —responde la Congregación en tono sombrío. —Tomaremos nuestra Comunión, y seguiremos trabajando, seguiremos rezando para que el día que Otto venga sea pronto. —Madre extiende los brazos y mira hacia arriba al cielo. Por un momento me imagino que Otto está a punto de entrar por el techo de la Casa Común y aterrizar al lado de Madre. Entonces nos guía en la plegaria; la sigo a trompicones, sorprendida de oírla tan pronto. —Ruby. —La voz de Madre es afilada, porque puede ver las ensoñaciones que vagan en mis ojos, pienso. Mi mente vagaba lejos, pensaba en mi padre. —Por favor, ven al frente —dice, haciendo gestos para que me dé prisa. Mientras camino al frente, dice en voz alta—. Hagan la fila para la Comunión, por favor. —Detrás de mí oigo que arrastran sillas y pies para formarse. —Ella no puede ir de primera. —dice Darwin cuando llego a la parte delantera. —Hoy, Ruby dará la Comunión. —dice Madre a Darwin, pero me mira a mí. Al principio no entiendo lo que está diciendo… porque es demasiado imposible. ¿Cómo podría yo dar la Comunión? Esto es lo que Madre hace y esto siempre ha sido de Madre. —¿Yo? ¿Por qué? —Miro hacia atrás, a la fila de Congregantes que esperan su Agua. Nunca he dado la Comunión. No creo siquiera nunca haber tocado la botella o el gotero. Se siente absolutamente mal. Madre sostiene el gotero y la botella de vidrio con una sonrisa cálida y firme. —Es tu turno, hija. —Nunca he dado la Comunión. —Has crecido, Ruby. —dice.

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—Siempre lo has hecho tú. —digo en voz baja, no quiero que nadie me escuche dudar, no ahora, no sobre esto. Madre suspira. —No hay tiempo para dudar. —dice. Acepto la botella y el gotero. Son tan livianos. —Aprieta suavemente —dice Madre—, para que haya suficiente para todos. Sólo una gota. —Lo sé —le digo. Entonces me muevo hacia ella—. ¿Madre? Abre la boca. Niega con la cabeza. —Todos los demás primero, Ruby. Siempre. Supongo que tiene razón. Yo le puedo dar toda el Agua que necesita, cada vez que lo necesite. Pero se siente mal dejarla aquí de pie, esperando, mientras todo el mundo tiene un turno. —Date prisa. —dice Madre. Zeke Pelling es el primero en la línea… el más fuerte, según el criterio de los Supervisores. Sus ojos se encuentran con los míos, y me preparo para su ira; pero en lugar de eso baja la cabeza, ligeramente, como reconociéndome. Luego sube el mentón y abre la boca. Me hace sentir poderosa. Levanto el gotero y lo sostengo sobre su lengua. Soy tan lenta y cuidadosa que me mira de reojo por un momento, mientras yo suave, muy suavemente agito la gota en su lengua. —En el nombre de Otto. —le digo. —Amén. —responde, rápidamente da un paso a un lado.

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El siguiente es Thomas, en lugar de Jonah, que siempre solía ir segundo. Me dirige una pequeña sonrisa antes de abrir la boca —Apúrate. —advierte Darwin. Golpea su arma en el suelo. Thomas engulle, gira y se apresura a regresar a su asiento. —No des a escondidas un extra para tus favoritos. —dice Darwin. La gota que aterrizó en la lengua de Thomas debió haber sido demasiado grande. —No lo haré, lo juro. —No me gusta que mi voz tiemble. —Mírame. —ordena Darwin. Dejo caer el Agua sobre la siguiente lengua, luego giro mis ojos hacia él. —¿También vas a recibir golpizas como tu madre? ¿Cuánto has crecido? —La intensidad de su mirada me hace mirar hacia otro lado rápidamente. Hay un fuerte ruido detrás de mí, miro y veo que Ford ha dejado caer su arma. Mientras se agacha para recogerla, sus ojos hacen un agujero enojado en la espalda de Darwin. —Deja a Ruby en paz. —dice Madre, me había olvidado que estaba allí, de pie un poco detrás de mí, viendo cada uno de mis movimientos… y de Darwin. —Tienes cinco minutos —dice Darwin—. O menos. —Apúrate. —me dice Madre. Las caras vienen más rápido ahora… todos son rostros familiares que me han sonreído, fruncido el ceño y mirado fijamente por cientos de años. Está Meg Newman, una de las pocas lo suficientemente valientes para soportar los latigazos. Asiente con la cabeza, una vez, antes de abrir la boca. Y Joan, la dulce Joan que hizo las almohadas de Ellie. Está sonriente todo el tiempo de pie en la fila. Ojalá pudiera darle una gota extra.

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Podría darles más a todos. Cada Congregante dice Amén a mi pequeña oración; nadie niega el Agua o siquiera me dirige una mirada sospechosa. Nadie me da la espalda, ni siquiera las personas que me han dado las miradas más amargas desde que intentamos marcharnos. Me pregunto realmente por qué Madre hizo esto. ¿Quería que la Congregación recordara lo que soy… que pararan de castigarme por lo que había hecho? ¿O quería que yo recordara quién soy? Me aceptan, cada uno, y eso me hace sentir aún más avergonzada por haber pensado en dejarlos atrás… aunque fuera por un corto tiempo. —Un minuto más, sapito. —dice Darwin y hay alegría en su voz. Cuento seis más en la línea, la tía de Boone, Mary y su hermano John entre ellos. Mary desliza la mano bajo el codo de John para sujetarlo mientras él abre la boca. A continuación, el último es Earl. Ha venido directamente del bosque, pienso. Su respiración es pesada, como si hubiese corrido un largo camino y el sudor tiñe su cara. Justo después que dejo caer el Agua en su lengua, me sonríe, sin rastro de la ira que he visto en su rostro desde que Jonah murió. —Eres una buena Reverenda. —dice. —Guárdalo

y

sal.

—grita

Darwin,

pero

no

viene,

sólo

recoge

su arma. Sus manos están demasiado ocupadas como para detenerme. Sólo queda una o dos gotas en el gotero, nada en la botella. Dejo que la gota flote sobre la lengua de Madre y luego la dejo ir. Le digo lo que ella siempre me dijo, todos y cada uno de los domingos. Se siente sagrado. Decirle esas palabras se siente más grande que nosotros, más grande que este edificio. —En el nombre de Otto. —digo. —Amén. —responde ella.

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Traducido por Alexia_love

Esta noche la fila a las cisternas se mueve lentamente. Estoy cerca de la parte posterior, Hope y Gabe frente a mí. Hope levanta la mano y acaricia la mejilla de Gabe. Él sonríe. Ford está aquí esta noche, de pie en el círculo de guardias alrededor del borde del bosque. No lo puedo ver desde mi posición, pero estoy muy consciente de dónde está, como si fuera una roca que brilla intensamente fuera de mi vista. Siento su calor, veo los bordes de su resplandor. Madre se desliza detrás de mí y pone ligeramente la mano en mi hombro por un momento. —¿Reuniste la taza? —pregunta —Sí, apenas —le digo—. ¿Y tú? Susurra su respuesta y mira a un lado, donde los Supervisores están parados. —Tengo suficiente para mí… y ayudé a Asa. Hoy sólo me he ayudado a mí misma, pero no le digo eso. Doy un paso al costado, así ella puede venir junto a mí. Mis piernas y brazos están temblando de agotamiento. Cada Congregante debe estar tan cansado como yo. El hecho de que podamos vivir con pocas horas de sueño y poca comida, no significa que estemos bien. —Las luces no están prendidas, eso es algo. —dice Madre

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Se torna oscuro cada vez más temprano, pero los Supervisores no encienden las luces cuando el sol da paso a la oscuridad. Tal vez entienden que el bosque está seco— que necesitan la noche para se junte más agua. O tal vez les parece más divertido levantarnos de nuestras camas, encender las luces, vernos parpadear contra su resplandor como ratones sacados de sus acogedores agujeros. —Las encenderán más tarde esta noche. —le digo Hope toma su turno para subir la escalera. Gabe la estabiliza a medida que avanza. Cuando termina, se baja de la escalera y suelta el aliento con un silbido. Luego se coloca al lado de la escalera, en espera de Gabe. Sube. No le presto atención mientras vierte su agua, a pesar de que Madre es la siguiente. Busco a Ford. Finalmente lo encuentro no muy lejos de las cisternas. Me permito mirarlo durante mucho tiempo. Entonces escucho a Madre jadear. —Otto, sálvalo. —dice. Gabe se encuentra todavía en la parte superior de la escalera. El agua gotea por los lados de la cisterna. —Ha derramado el agua —digo. Miro a Madre, deseo que alguien me diga que esta cosa horrible es verdad—. ¿No es cierto? —Sí, la derramó. —Asiente y toma mi mano entre las suyas. Lo van a castigar gravemente por un derrame de esta magnitud. Hope corre a toda velocidad hacia el lado de la cisterna, trata de atrapar las gotas de agua en su taza. —Ve. —dice Madre, pero ya estoy en movimiento. Me pongo al borde de la cisterna con mi taza lista también para atrapar las gotas. Los Congregantes se empujan

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detrás de mí, a mi lado. Todos tenemos nuestras tazas debajo de la barriga de la cisterna, hasta que hay una línea de tazas. Nuestros codos se presionan entre sí, pero nadie se aleja. No habrá espacio para que el agua se deslice hasta el suelo. También la plegaria se desborda de mi interior, y se desliza por mis labios con facilidad. Otto, sálvalo. Otto, sálvalo. Darwin, que estaba observando desde el borde de la multitud, se abre paso entre nosotros para llegar a las cisternas. La multitud se empuja y mi taza se tambalea por un momento. Creo que veo una gota caer sobre la tierra. —Eso es lo único que conseguiremos. —dice alguien. ¿Boone tal vez? Y todo el mundo se endereza. Mi taza se ve un poco más llena, creo. Tal vez salvé una o dos gotas del derrame de Gabe. Ruego que lo haya hecho. Darwin está en la parte inferior de la escalera ahora. Estira la mano hasta Gabe, todavía congelado en la parte superior de la escalera, y le da un fuerte tirón al tobillo. Recuerdo cómo Ford se estiró, esa noche, cuando estaba en el árbol; tiró de mí de la misma forma —Bájate, sapo. —gruñe Darwin — No. Por favor, por favor, no le hagas daño. Hope extiende la mano hacia Darwin. Ella lo toca, no, no sólo lo toca. Agarra una de las mangas y tira de él, pone todo su peso en el esfuerzo. —Hope, para. —advierte Madre, pero ella aun así se aferra. Darwin la mira por un momento, luego agita el brazo. Ella tropieza hacia un lado, pero sigue aferrada. —Ocúpense de esto. —grita Darwin. En un instante, uno de los Supervisores está ahí. Agarra a Hope por la cintura, y esta vez no puede seguir sujeta. Él tira de ella, que grita y patea, pero ahora no hay nada que pueda hacer para ayudar a Gabe.

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Las piernas de Gabe tiemblan. Ahora sus ojos desesperados siguen a Hope, bizqueando en la penumbra del atardecer. —Baja. —dice Darwin de nuevo. Esta vez Gabe no se resiste. Baja rasguñando la escalera y se mueve hacia el grupo de árboles donde retienen a Hope. Pero Darwin levanta un brazo para bloquear su camino. ¿Cómo puede Darwin moverse tan lentamente, con tanta seguridad, y aún así ser más rápido que el resto de nosotros? Parece como si apenas hubiera movido un músculo, y sin embargo, Gabe se ve obligado a quedarse donde está. —Dame tu taza. —ordena Darwin. Gabe traga y se la entrega. Un poco de agua salpica en la parte superior. Ni siquiera había terminado de verter el agua. —Tuve cuidado. —dice. Darwin apenas mira la taza; en cambio, la sostiene en alto y un Supervisor la toma. El guardia maneja la taza con cuidado, no será tan tonto para derramarlo como Gabe. Entonces Darwin levanta el puño en alto. Los Congregantes toman aire, como uno solo. Golpea la cisterna con los nudillos. No es un sonido hueco; es sólido, con apenas un eco. Darwin se quita el sombrero y lo presiona contra su corazón. Por un momento, cierra los ojos. Cuando los abre, dirige a Gabe una sonrisa. —Tu Otto puede haberte salvado el día de hoy. —dice Darwin camina alrededor de Gabe, que ha abierto los ojos y observa con cuidado. Entonces Darwin sube la escalera, de forma rápida, tan ágil como siempre.

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—Tráeme el palo para medir. —le ordena a un Supervisor. No, no cualquier Supervisor, Ford sale de los bordes de la Congregación. —¿Qué es eso? —pregunta. Su tono es muerto y pesado. Suena tan viejo. Darwin deja escapar un suspiro impetuoso. —Palo largo fino, muesca en la parte superior, pintado de rojo. Ford asiente una vez y se apresura. Doy vuelta para verlo, pero cuando veo que nadie más está siguiéndolo con la mirada, aparto la vista y miro de nuevo a Darwin. Todos los demás miran, casi sin respirar, esperan lo que podría ser la mejor noticia que hemos tenido durante todo el año. Sólo hay una razón para usar la vara de medir; Darwin debe pensar que la cisterna está llena. ¡Llena! Entonces el agua de Gabe no habría cabido. Entonces no se habrá ganado una paliza. Y nuestro trabajo está hecho, por lo menos hasta que el Visitante llegue a llevarse nuestras cisternas llenas y nos dé unas vacías. Tendremos algunos días. —Que esté llena. —susurro, y quizá Otto oiga esta plegaria. Tal vez va a concederla y nos dé todo un día de misericordia. Mientras espera, Darwin golpea la parte superior de la cisterna con los nudillos, suavemente. Con cada golpe, la sonrisa en su cara crece más y más. —¡Apresúrate! —grita. Ford está de vuelta un minuto más tarde con el palo largo de medición. Se lo entrega a Darwin y a continuación da un par de pasos hacia atrás, pero no muchos. Parece tan curioso como cualquier Congregante acerca de si las cisternas están llenas.

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Darwin dobla el palo en arco y desliza la punta en la parte superior de la cisterna. Baja, baja, hasta que todo lo que queda es la punta entre los dedos. Trato de imaginar el palo cubierto por Agua. Hace una pausa y mira a su alrededor, a la multitud; y luego a Gabe. —Más te vale que esto salga mojado —dice—, completamente mojado hasta la punta. Gabe asiente. Por favor, Otto, rezo. Salva a Gabe. Sálvanos a todos. Entonces Darwin saca el palo, lento, lento. Se inclina más para mirar la muesca roja. Yo también me inclino, pero es imposible saber si el palo brilla con humedad en la parte superior. —¡Está llena! —grita Darwin. Da un golpe en el aire con el palo y pequeñas gotitas de agua se rocían en todos los que están a su alrededor. Gabe se limpia la mejilla con el dedo, captura una gota, y se la mete a la boca. El Agua nunca se desperdicia. Al principio todos estamos en silencio. Es como si nos hubiéramos olvidado de cómo celebrar. Entonces hay un grito: Hope, liberada de los Supervisores, corre hacia Gabe. —¡Está llena! —grita, y de nuevo— ¡Está llena! Está llena. Esta noche no vamos a tener que despertar y arrastrarnos por el bosque a medianoche. Mañana por la mañana, incluso, no vamos a tener que despertar al amanecer, pero todos lo harán. Darwin siempre hace una cosa, cuando las cisternas están llenas. Nos alimenta.

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—¡Está llena! —grita Gabe, justo cuando Hope lo alcanza y se arroja a sus brazos. —¡Alabado sea Otto! —llora Madre. Se abre camino por entre la multitud y se acerca a mí. Entonces toda la Congregación le contesta con el mismo grito. —¡Alabado sea Otto! ¡Alabado sea Otto! ¡Alabado sea Otto! Grito también, la alegría brota de mí hasta que lo único que puedo sentir es el grito y los abrazos y los pies danzantes de la Congregación a mi alrededor. Alguien entrelaza el brazo conmigo y me da vueltas en círculo ¿Madre? ¿Gabe? ¿Hope, incluso? No estoy segura, porque pronto me suelta y da vueltas por ahí con alguien más. El sombrero marrón de piel de Darwin rodea la multitud, y luego lo veo de reojo parado cerca de la camioneta. Cuando me volteo de nuevo veo un destello de él riendo, da una palmada en la espalda de un Supervisor, con la cara tan feliz como la de un Congregante. Toma casualmente un sorbo de la taza medio llena de Gabe, y por un momento el odio me llena. Pero entonces recuerdo que es hora de celebrar. Me vuelvo de nuevo al baile. Ruedo entre los Congregantes, hasta que estoy en el borde de la multitud, a la derecha de Ford. Tal vez es un accidente, o tal vez mis pies saben exactamente dónde me gustaría poder estar. Los Supervisores han retrocedido un poco al bosque. Sus armas aun están listas, pero unos pocos tienen sonrisas. La cara de Ford sigue siendo grave—hasta que me tropiezo en él. Agarra mi codo para estabilizarme, y cuando nuestros ojos se encuentran, sonríe, sólo por un momento. La alegría vertiginosa en mí se eleva aún más, tanto que siento como que va a salir en una inundación.

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—Está llena. —dice, la sonrisa aún permanece un poco en sus labios. Pero su tacto dura sólo unos segundos. Donde lo tocó, mi codo se siente helado. Mi alegría decae, un poco. —No trabajaremos esta noche. —le digo —Ni mañana, tal vez. —dice. Habrá trabajo que hacer mañana, después del desayuno, y Supervisores que nos vigilen; pero me permito fingir, por un momento, que Ford tiene razón. —Nos sentaremos en el sol y miraremos los árboles. —le digo. —Desearía... —dice, su voz se va apagando mientras sus ojos se disparan de izquierda a derecha, luego a la izquierda otra vez. Cualquiera podría escucharnos. —No —sacudo la cabeza ligeramente—. No desees. Me sumerjo en la multitud y encuentro a Hope. —¡Está llena! —grito. —Alabado sea Otto. —responde. Unimos las manos en un círculo; Hope, Gabe, Madre, Boone, Asa y yo. Todos tenemos sonrisas inmensas, nuestras mejillas son como manzanas rojo brillante. Todos se ven tan jóvenes, como los recuerdo cuando era niña. Luego levantamos los pies y bailamos en círculo. Nuestro círculo choca con otros alrededor de nosotros y luego de nuevo, pero a nadie parece importarle. Todo lo que hacemos es celebrar. Y sólo por ahora, sólo por este momento, voy a fingir que la vida siempre va a ser así. La mañana del siguiente día llega pronto.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Anoche las cisternas se llenaron. Esta noche, celebramos. Una noche al año, Darwin nos permite celebrar. Una noche, olvidamos que somos prisioneros, o al menos hacemos nuestro mejor esfuerzo. Comienza con la recolección de leña por la mañana. Cada Congregante peina el bosque en busca de leña y troncos; algunos se unen para cortar los troncos más grandes que alimentarán el fuego al anochecer. Luego los apilamos. Ya casi terminamos. Los Congregantes hacen un círculo alrededor de la leña y me miran. Siempre pongo la última rama en el fuego. Sostengo una ramita delgada de pino. Su áspera corteza raspa mi piel algo endurecida. Entonces Madre arroja la mecha por encima, siempre. Me tomo mi tiempo, respiro el aire de la noche y el aroma de la comida. Sí, comida, traída por Darwin West. Primero encenderemos el fuego. Y pronto, muy pronto, comeremos. —¡Apresúrate! —grita alguien, creo que Earl, es difícil saberlo en la oscuridad; pero no me siento irritada. Nada puede molestarme esta noche. —¡Por Ellie y Jonah! —grito mientras sostengo la rama en alto. Recuerdo todas esas otras noches, todos esos otros años, los años que era demasiado pequeña para hacer esto yo sola. Mi madre sujetaba mi muñeca y levantaba mi brazo, reía mientras yo gritaba dando gracias a Otto. Y luego, finalmente, llegó el primer año en el que fui lo suficientemente alta para hacerlo sola.

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Este año no quiero agradecer a Otto. Quiero recordar a los amigos que se han ido. —¡Por Ellie y Jonah! —repiten los Congregantes. Me estiro para poner la rama en lo más alto de la pila, justo en medio. Pero antes de dejarla caer, miro entre la multitud. No debería importarme si Ford está aquí. No es nada mío, ni yo nada suyo. Pero me siento vacía sin él, incluso esta noche. —¡Déjala caer! —grita la misma voz. Sí, definitivamente Earl Pelling. —¡Cierra la boca, Pelling! —le grito en respuesta, y los miembros de la Congregación vitorean. Allí, allí está Ford, ríe en el círculo de Supervisores que rodean nuestro ruedo. Mueve la cabeza un poco mientras me mira, pero no baja la mirada. Es más audaz con la protección de la oscuridad. Mi piel se estremece, y sin siquiera decidirlo, dejo caer la rama. Madre me empuja hacia atrás gentilmente, y sostiene el único cerillo que Darwin le ha dado. No hay otro. Piedra y pedernal son lo único que tenemos para encender nuestras fogatas. —Esta noche lo harás tú, —me dice. Ni siquiera lo discuto. Golpeo el cerillo sobre una roca y la dejo caer sobre la leña. Las llamas son diminutas al principio. Madre tararea una canción, suave, una que recuerdo de noches de invierno frente al fuego. Una canción sobre la primavera. Detrás de mí, Gen Baker comienza a cantar con ella. Madre se da vuelta sonriente y comienza a cantar más alto. Cuando toma mi mano, me uno en su canción.

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Las llamas crecen, altas, y hace más calor que el mediodía más brillante que tuvimos este verano. El calor hace que retrocedamos, pero el canto no se detiene. Suena cada vez más fuerte, y las canciones se mezclan una con otra. —¡Coman! —La voz de Darwin gruñe entre la multitud, desde el altavoz de una de las camionetas de los Supervisores. Todos se precipitan en una fila ruidosa y desprolija, yendo de un lugar a otro mientras hablan. Madre se corre a un lado para dejar pasar a la fila antes de unirnos al final, como siempre. Mientras pasan, nos saludan. Ya no soy invisible para ellos. Ya no están enojados. Se siente bien volver a ser aceptada. Recuerdo cuando Darwin nos dio las humeantes ollas de avena, y luego nos encerró en la Casa Común. No había charlas, ni risas. Nadie confiaba en que hubiera suficiente. Pero esta es la única noche en la que Darwin nos da lo suficiente. Hace mucho tiempo le pregunté a Madre por qué. —Darwin nunca nos da suficiente comida —le dije—. ¿Por qué hay tanta esta noche? Ella se veía tan hermosa a la luz del fuego, recuerdo que las sombras de las llamas ocultaban sus cicatrices y sus ojeras. Casi parecía brillar. Madre se inclinó para responderme. —No debemos parecer muertos de hambre cuando viene —suspiró—. O al menos no debemos parecer hambrientos. —¿Quién?—pregunté. —El Visitante, por supuesto —me respondió—. ¿Quién más viene aquí?

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Me llevó muchos años entender por qué importaba lo que el Visitante creyera— que nunca movió un solo dedo para rescatarnos y era probablemente porque nunca parecíamos estar sufriendo. El fulgor de la fiesta nocturna también aparece en nuestros ojos cuando él llega, y la comida extra rellena lo peor de nuestros rasgos angulosos. ¿Realmente lo engaña? Creo que odio más al Visitante de lo que odio a Darwin. La comida huele tan bien. —Me pregunto cómo será esta noche, —le digo a Madre. Se encoge de hombros. —Cualquier comida es deliciosa cuando tu estómago está vacío. Nunca tuve más que el estómago vacío, excepto las veces que Madre traía un animal grande de sus trampas. Incluso entonces, comer tanto me ponía enferma, como si mi cuerpo no supiera qué hacer con tanta comida. —Recuerdo cuando no comía pan, o manzanas verdes —Madre se ríe, una extraña risa que casi había olvidado—. Comería 20 manzanas verdes si pudiera. Finalmente llegamos al inicio de la fila, y entramos. Madre se asegura que yo vaya por delante de ella. La mesa está llena de comida: salchichas largas y bollos blancos y suaves, y fuentes llenas de pequeñas habas rojas que nadan en salsa aromática. Hay también una bandeja llena de mazorcas dulces y amarillas, y al final hay un montón de galletas blancas salpicadas con chocolate. Incluso luego de que hayan pasado todos los Congregantes, sigue habiendo mucha comida. Por supuesto, todos volveremos por segunda vez, incluso una tercera. Dejaremos las sobras para el desayuno y será igual de rico, incluso si la mitad de nosotros nos enfermamos por tanta comida. Madre me da un codazo; agarro uno de los platos de cartón y lo lleno de comida. Boone nos hace señas para unirnos a un grupo que está sentado junto al fuego.

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Nadie come todavía, ni un solo Congregante. En vez de eso, nos miran a Madre y a mí, con los ojos muy abiertos, como suplicando. Rápido, por favor. —¿Quieres decir la oración? —me pregunta. —No —le digo—. Tú eres nuestra Reverenda. Deja el plato en el piso y levanta las manos. —Alabado sea Otto, en agradecimiento por esta noche, —grita. —¡Alabado sea Otto! —repiten, incluso más fuerte que cuando puse la rama en el fuego. Entonces dice eso que me hace temer cada año, eso que hará que mañana por la noche, o quizá la siguiente, sea la peor del año. Darwin vendrá a nuestra cabaña. Y eso nunca termina bien. —¡El próximo año seremos libres! —grita. —¡Libres! —gritamos todos. Y luego comemos sin que Madre dé ninguna señal, todos los años hacemos lo mismo. Empiezo por el bollo blanco, tomo pequeños trozos, aunque mi cuerpo me pide que lo devore. Madre come despacio, también, pero no todos muestran esa moderación. Boone ya casi ha terminado uno de las mazorcas. —Vas a vomitar, —le advierte. Asiente con la cabeza y se limpia la boca con la mano. —Y entonces comeré más. Vacío mi plato y tiro las mazorcas mordidas al fuego. Luego vuelvo por más comida.

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Earl está parado frente a la mesa. Siento que me observa hasta que le devuelvo la mirada. Luego se acerca, tan cerca que puedo oler el chocolate en su aliento. —Todas las noches podrían ser como esta —dice—, si fuéramos libres. —Si Otto así lo quiere, —respondo rápido. —No deshonres a mi chico. —Curva una ceja, y se va. Vuelve a unirse con el resto de los Pelling, del otro lado de la hoguera. —No lo haré, —susurro detrás de él, pero no creo que me haya oído. Ignoro la mirada curiosa de Madre cuando me siento a su lado. Boone la distrae al correr hacia el bosque agarrándose el estómago. —Se lo advertí, —dice, pero sonríe. Luego da otra delicada mordida al pan blanco. Todavía come el primer plato. Pero luego incluso ella va por más comida. Cuando terminamos de comer, vuelven a comenzar las canciones. No canciones religiosas, si no viejas canciones de Hoosick Falls, de los días antes de Darwin West y las tazas y cucharas. Las conozco todas, pero esta noche no tengo ganas de cantar. Quiero estar cerca de Ford, incluso aunque no deba. No le hablaré, sólo quiero oír su respiración, saber que su cuerpo está cerca del mío. Cuando me paro a sacudir mi falda, Madre frunce el ceño. —¿Vas a servirte por tercera vez? —No. Quiero… Quiero estar sola un rato. —Quédate aquí —me advierte, mira a los Supervisores que rodean el círculo—. Quién sabe lo que podrían tratar de hacer, han estado bebiendo.

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Ciertamente, muchos de los Supervisores sostienen flojamente una botella entre las manos, sin armas a la vista. Aunque el bulto de sus cadenas es visible en sus bolsillos. —Estaré al lado del fuego, —le prometo. Ford está parado de espaldas a la parte más oscura del bosque. No tiene una botella, sólo un arma. Me pregunto si Darwin no lo ha dejado beber. Me acerco a él, tal vez a unos tres pasos, luego me doy vuelta y me siento en el suelo, envuelvo mis piernas con los brazos. Apoyo la barbilla en mis rodillas y observo el fuego. Cuando era pequeña solía imaginar que había un mundo totalmente distinto en esas llamas. Todavía puedo ver las figuras saltarinas que existen por un momento y luego se convierten en otra cosa. Fantasmas de fuego, solía llamarlos. —Te extraño, —dice Ford, tan bajito que apenas puedo oírlo sobre el ruido del fuego. Asiento con la cabeza una vez, pero no respondo. —Dame otra oportunidad, —dice. Esta vez, no respondo en absoluto. —Háblame, —dice, un poco más fuerte. Hay algo en su voz que me recuerda a la forma desesperada en que habla Darwin con Madre… especialmente en cómo le hablará mañana por la noche. No, no voy a dejar que nada arruine esta noche. —No es seguro, —le digo al fuego. —Nadie está mirando. Acércate, —me pide. Me paro y camino un par de pasos hacia atrás, como si el calor del fuego fuera demasiado. Pero no miro a Ford.

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—Déjame llevarte a pasear. Sólo una cita, —dice. —¿Qué es una cita? —Me atrevo y miro hacia atrás. Las sombras del fuego caen en la curva de sus labios. Se ve más corpulento, más peligroso. No me responde, no de inmediato. Su mano se levanta, como si fuera a tocarme. Pero la deja caer antes de atreverse a hacerlo, y yo miro hacia otro lado. —Una cita es cuando te llevo a otro lugar y hacemos algo divertido, —dice. —No puedo irme. —Sólo por unas horas, por favor. Escucho un ruido detrás, y sé que está muy cerca, tan cerca que puedo olerlo, sentir su aliento en mi cuello. Hace que mi cuerpo entero se estremezca. —¿A dónde iríamos? —pregunto. —Debes estar harta del bosque, —dice. —Un poco. —Sonrío, más de lo que quiero, y me es imposible dejar de sonreír. —Te llevaré a un lugar completamente diferente. Sentirás que estás a millones de kilómetros de aquí. Comeremos, un montón, comida mucho mejor que esta. — Inclina la cabeza hacia donde está la mesa. Comida… Y Ford. Mañana estaré vacía de ambos, pero tal vez podría tener otra probada. —¿Cómo? —pregunto—. No se me permite… —Y Darwin me vigila, —dice. Un círculo de Supervisores está de pie del otro lado de la hoguera, como troncos en la oscuridad, vigilan sin moverse. Darwin está lejos de aquí, habla con uno de los Supervisores y sostiene una botella.

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—No puedo dejar que te lastimen otra vez. —De repente hace frío y me acerco un paso al fuego. Se siente menos calor ahora. ¿Pondrán más leña en el fuego? Todavía no puede ser el momento de dejar que se apague. —Me iré pronto. —dice Ford bajito, pero no tanto, lo escucho perfectamente. Giro para enfrentarlo. —Te irás esta noche, solamente. Volverás al día siguiente. —Quiero decir que me iré para siempre —dice—. Sólo un par de días más y se acabó. —Te irás, —susurro. La comida se vuelve una dura piedra en mi estómago. Estar hambrienta se siente mejor que esto. —La cosecha terminó. Darwin dice que no necesita tantos hombres. —Tal vez se quede contigo. Tal vez… —Silencio —dice Ford, su voz cambia—. Muévete. El miedo hace que sienta un pinchazo en el cuello. Me doy vuelta, lentamente, miro el cielo como si contara las estrellas. Luego me acerco al fuego y alejo mi cuerpo completamente de él. —¿Se están portando bien por aquí? —la voz de Darwin, unos pasos detrás de mí. Ningún fuego alcanza para curar el escalofrío que me baja por la espalda. —Sí, —responde Ford. Su voz es profunda, muerta, cuando habla con Darwin. —¿Tú te estás portando bien? —Darwin se ríe. Me alejo, hasta que no puedo escuchar nada de lo que dice Darwin o responde Ford. ¿Qué quiere decir? ¿Sabe acerca de nosotros? ¿O sospecha, al menos? Cantan menos ahora; hay grupos de Congregantes parados y sentados alrededor del fuego. Hablan en voz baja, la mayoría, pero algunas veces una explosión de risas sale de uno de los grupos. Y, por una vez, no se quedan callados.

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Ford se irá, para siempre. Él lo dijo, pero no puedo creerlo. Trato de imaginarlo, cómo solía ser antes todo, cómo era antes de que él llegara. La vida nunca fue fácil antes de que Ford viniera, pero ahora, parece imposible. Veo a alguien que agita la mano. Cuando me acerco, veo a Hope y Asa sentados cerca del fuego, Asa es el que está más cerca. Hope me sonríe y levanta la mano. —Ven, siéntate con nosotras. Estamos contando historias de tu madre. Su tono me hace recordar moras robadas y pasteles de barro, antes de que fuera lo suficientemente grande para mi propia taza de peltre. Extiende su mano aún más y agarra mis dedos reacios. —Vamos, —insiste. No quiero contar historias, quiero más tiempo con Ford. Quiero sentarme aquí con él, frente al fuego, y hablar de nada. Quiero sentir sus dedos en mi cabello, en mi espalda, sus brazos a mí alrededor. Nada me dará calor, nunca más, una vez que se haya ido. —¿Ruby? —Hope me da un codazo—. Esta noche estás como en otro mundo. —Lo estoy. —Le sonrío como disculpa. —Tu madre estaba igual, cuando andaba detrás de Otto, —dice Hope. Se detiene mi respiración. ¿Ha adivinado lo de Ford? Me sonríe con simpatía. —¿Te pasaba lo mismo con Jonah? —No, no exactamente. —tartamudeo. —He visto ovejas con más cerebro, comparadas con tu madre detrás de Otto. — Asa sonríe. —No era estúpida, sólo… —Hope se encoge de hombros.

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—Sí, era torpe, —dice Asa. —¡Es cierto! —Hope aplaude y asiente—. Se chocaba con los muebles, se tropezaba, dejaba caer la vajilla. —No puedo imaginarlo, —les digo. Madre, tan segura en el bosque, sin dejar caer la taza después de 10 horas de estar en el sol. —La gente cambia cuando está enamorada. —Hope mira detrás de mí e incluso sin verla sé que está buscando a Gabe. Entonces, tan simple, tan certero, lo sé: amo a Ford. Es más que besos robados y la emoción del mundo moderno. Lo amo, y no puedo dejarlo ir, al menos no sin una noche más juntos. Me levanto. —¿Ya te vas? —Hope pone mala cara. —Sólo por un rato. —le digo. Darwin volvió a las camionetas; aun así, sé que no debería estar cerca de Ford mucho tiempo. Es obvio que lo está vigilando. Así que camino alrededor del fuego, despacio, con los brazos hacia afuera como una niña que juega. Lenta y pacientemente, ignoro a la gente a mí alrededor y camino hacia Ford. Cuando llego, ni siquiera camino más lento. —Iré a la cita, —digo. —¿Lo harás? Bien. —Suena tan feliz. —¿Cuándo? —Estoy casi más allá del punto donde puedo escucharlo. —Encuéntrame en las cisternas, mañana por la noche, apenas se haya puesto el sol.

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—Sí. —respondo, y sigo caminando. Cuando llego donde están Asa y Hope, recuerdo: mañana por la noche será una noche terrible. Y ahora accedí a abandonarla. Debería volver y decirle que no, debería decirle que tendría que ser otra noche. Pero no lo hago. Me siento al lado de Hope otra vez y sonrío, me río y cuento mis propias historias sobre mi testaruda y fuerte madre. Y sueño con lo que será mi noche robada con Ford.

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Traducido por Yann Mardy Bum

Darwin viene a nuestra cabaña la noche siguiente, justo como sabía que haría. Es en el único momento en que viene aquí, una vez al año, cuando las cisternas están llenas, antes de que venga el Visitante. —No eres bienvenido aquí. —Madre está de pie en la puerta, con la barbilla en alto, bloquea la entrada con su cuerpo. Recuerdo los días en que me aferraba a su falda y lo miraba. No podía distinguir su rostro entre las sombras de su sombrero. Pero siempre supe quién era. Darwin West, viene a rogarle a Madre. —Esta es mi propiedad, mi tierra, mis árboles, mi cabaña. Todo. —Sus ojos pasean por su cuerpo y ella levanta aún más la barbilla. —Vete, Darwin, —dice, su voz baja y dura. —Querrás escuchar lo que tengo que decir. —Se saca el sombrero y lo coloca debajo del brazo. Su grueso cabello rubio brilla a la luz del atardecer. Luce tan joven como Ford. Ford, a quien le prometí reunirnos esta noche. Ford, quien quiere llevarme afuera, sólo una noche. Que esta vez sea diferente a las demás. Por favor, Otto. Ayuda a Madre. Ella nunca mira hacia atrás para mirarme, ni dice nada que indique que yo estoy en la cabaña. Estoy junto a la chimenea y erijo una pequeña hoguera. A pesar que el otoño apenas empieza, las noches son frías. Pronto compartiremos la cama y nuestras dos mantas.

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Ella me advirtió más temprano, como siempre. —Darwin vendrá más tarde. — dijo. —¿Por qué lo sigue intentando? —le pregunté. —¿Por qué hace cualquier cosa? —Su pequeña sonrisa denotaba cansancio—. Quédate atrás cuando venga, Ruby. No interfieras. Si recuerda que estas aquí, será peor. —Puedo ayudar. —protesté. Durante años, he pensado de qué formas podría ayudarla cuando las cosas empezaran a ir mal; podría decirle que se detuviera, podría pelear con él. —Prométeme que te quedarás callada. Prométeme que no harás nada. —Me pidió. Me mantuvo a salvo todos estos años. Sobrevivió noches como esta, todos los años. ¿Cómo podría negarle lo que me pide? —Lo prometo, —le digo. Pero aun así, salí por la noche para buscar un palo grueso. Le afilé la punta, como el que me había dado Jonah, y lo coloqué debajo de mi cama. Estaría dispuesta a usarlo, lo juro, si tuviera que hacerlo. —No tiene que ser así —le dice Darwin a Madre—. Déjame entrar. —Dime que somos libres —dice ella—. O vete. Como desearía ser tan audaz como Madre. —Puedes ser libre, —dice Darwin. —Entonces manda a los Supervisores a casa. —le dice Madre. —¿Y yo? ¿Qué quieres que haga? —Su voz es ronca, da un paso adelante. El cuerpo de Madre se inclina hacia atrás, puedo asegurar que no quiere estar cerca de él, pero se queda en su lugar. —Déjanos, Darwin —dice—. Olvida que estamos aquí.

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—Dijiste eso hace 200 años, y no pude hacerlo. Lo intenté. Oh, lo intenté. — Apoya el sombrero en su corazón y cierra los ojos por un momento, como si sintiera el dolor que me gustaría hacerle sentir. Madre resopla. Sus ojos se abren. —Otto nunca vino, —dice Darwin. —Lo hará, —responde ella. —No. No lo hará. —Su voz es suave ahora, como la de un amante, y se acerca dos pasos más hacia ella. Con cada paso se escucha un suave tintineo. Trajo la cadena, como sabía que haría. —Vete, —dice Madre, nuevamente; pero su voz tiembla un poco. La hoguera ya está hecha; golpeo el pedernal. —Vine a pedírtelo de nuevo, —dice Darwin. Luego, lentamente, se deja caer sobre una rodilla. Saca algo pequeño de su bolsillo, algo envuelto en un pañuelo suave. Luego lo aprieta contra su rostro y aspira profundo. —Todavía huele a tu perfume. —Imposible. —Madre intenta darse vuelta, pero él estira el brazo y la toma de la muñeca. —Me vas a escuchar, —dice. Ya no trata de moverse, pero tampoco se da vuelta para mirarlo. —Aún ahora te quiero, todavía quiero ser tu esposo. —Pone el paquete en su rodilla y lo abre con una mano, sin soltar a Madre. Un dedal plateado, labrado y de brillo suave, se encuentra en medio de la tela. Su brillo es tan extraño, tan malo, comparándolo con la madera basta y mohosa que nos rodea.

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—Aceptaste esto, una vez, como un amuleto. Fue una promesa —dice Darwin—. ¿Recuerdas tu promesa? Los ojos de Madre recorren el dedal y luego se alejan. Niega con la cabeza. —Si te casas conmigo, los dejaré libres. Les daré toda la ayuda que necesitan para encontrar un nuevo lugar. Haría cualquier cosa, si te tuviera. —dice. Escucharlo tan desesperado me hace odiarlo aún más. —Esperaré a Otto, siempre. Es a él a quien me prometí. La mano de Darwin se cierra alrededor de la tela y envuelve el dedal. Madre se da vuelta y me mira. —Vete, Ruby. —dice, y rompe su propia regla de que me quede escondida. Darwin me mira de verdad por primera vez en la noche. Se tambalea sobre su rodilla como si fuera a caerse. Me acerco a ella, la envuelvo entre mis brazos y aprieto mis labios en su oído. —No voy a dejar que te lastime, —susurro. —No puede. No de la forma que quiere. —responde y me abraza. —¿Sula? —pregunta Darwin, y su voz suena enojada—. ¿Qué dices? Los brazos de Madre me sueltan, y me alejo un paso. Aun así, mi falda roza la cara de Darwin. Sus mejillas se vuelven rojas. —Ve a la cabaña de Boone, —me ordena Madre. Me envía al lugar más seguro que se le ocurre, al menos el lugar más seguro que puede nombrar delante de Darwin. Siempre solía ir con Ellie, pero ya no. Doy un paso para rodear a Darwin y la puerta de la cabaña se cierra detrás de mí. Escucho su voz, y ninguna respuesta de ella. Me pregunto cuándo terminará de suplicar y comenzará a lastimarla.

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No puedo dejarla. Así que busco un arbusto donde esconderme, a una distancia segura de la cabaña. Escucho. Y luego me doy cuenta, dejé mi palo y todo mi plan de protegerla debajo de la cama. Ella grita, y el miedo me envuelve. Otto, haz que se detenga, ruego. Haz que se vaya. Ella no grita más. Quizá Otto escuchó mi plegaria. O quizá este año sea diferente. Me permito un deseo terrible por un momento. Imagino a Madre decir que sí, y tomar el dedal. Tal vez girarlo en el dedo; entonces Darwin se pondría de pie. Quizá hasta la besaría. El pensamiento me da escalofríos. La cruel boca de Darwin no fue hecha para besar a nadie. Pero si ella aceptara, nos liberaría. No solo vería a Ford esta noche, podría verlo cualquier noche. Podría dejar este lugar y ser una chica moderna. Ninguno de nosotros tendría que raspar el agua del bosque. Nunca tendría que curar a Madre. O tal vez necesitaría más curaciones. Estar casada con Darwin sería un trabajo duro. La vergüenza cae sobre mí, caliente, como el agua de un charco que estuvo al sol todo el día. ¿Cómo podría desear tal cosa, siquiera por un momento? ¿Te hace el amor tan egoísta que sacrificarías a tu propia madre? —¡No! —grita Madre—. ¡Nunca! Entonces grita de nuevo, un grito largo y afilado, y doy un salto cuando lo escucho. Quiero ayudarla, pero ella me hizo prometer. —La voy a curar —me digo a mi misma—. Ella se curará.

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Pero se escucha otro grito, y otro, y luego ni puedo llevar la cuenta de cuántos son. Curarla no es suficiente. Tengo que detenerlo, aunque haya dicho que no. Bajo la colina a la carrera y empujo la puerta, pero se abre justo antes de que mis dedos agarren la manija. Darwin sale de la cabaña. Me tropiezo al retroceder. —Hola, sapito —Me sonríe perezoso—. Tu madre me rechazó de nuevo. No respondo. No estoy segura de poder hablar, aunque quisiera. Luego levanta su brazo y da un paso rápido hacia mí. Me echo atrás, asustada. Sostiene su tembloroso puño por encima de mi cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, podría aplastarme contra el suelo. —Estoy harto de esto, —dice. —Yo también, —susurro. Baja su brazo, despacio. —Querrás una escoba, —dice. Luego camina hacia su camioneta. Le doy un tirón a la puerta de la cabaña. —¿Madre? ¡Madre! —Me resbalo con algo, algo húmedo que me hace patinar. Me pongo de rodillas y gateo, encuentro la humedad de nuevo, un charco más grande que yo. Llevo una mano a mis ojos y veo que el líquido es oscuro. Un olor metálico se mete en mi nariz: sangre, por todo el piso. —Madre. Madre. Madre. —No pretendo cantarlo, pero sale solo, una y otra vez, mientras me acerco a ella. Veo el bulto junto a la cama. Cuando pongo mis brazos a su alrededor, su cuerpo se mueve de formas equivocadas, gira donde no debería, se afloja cuando debería resistirse. Esto es peor que cualquier otro año. Lo sé, aunque no lo vea.

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No prenderé la luz. No lo necesito. Voy a curarla completamente, sin dejar rastros de cicatrices ni huesos rotos. Agarro un balde y vierto en él toda el agua que puedo. Luego me corto, sin molestarme en contar las gotas de sangre. Vuelco todo el balde sobre ella. Otra vez al lago. Otra vez, sangre y volcar. El agua corre por su cuerpo y por todo el suelo. Me resbalo más con cada viaje. Una de las veces, me caigo con fuerza, y me golpeo la barbilla contra la madera. —Lo odio, —digo en voz alta. Y aunque siempre odié a Darwin, es un sentimiento diferente ahora, más profundo. Ahora sé lo que es el amor, y sé cuánto lo ha retorcido. El agua está empezando a funcionar. Su pecho sube y baja, aunque lentamente. Y los terribles ángulos en sus piernas disminuyen; las pongo rectas y paso mis manos por encima, las pongo en la dirección correcta. ¿Haremos esto de nuevo el año próximo? ¿Y el próximo? ¿Y el próximo? ¿Otto alguna vez le pondrá fin a esto? Trabajo y trabajo, y finalmente creo que hice todo lo que pude. Está demasiado pesada y flácida para que pueda subirla a la cama, así que en vez de eso la cubro con mi manta. Tendrá que descansar en el lugar donde cayó. Mi cama se siente muy grande sin la manta. Quiero acurrucarme junto a Madre, colocar su brazo a mí alrededor y dormir como en el invierno. Pero no quiero retrasar su curación, o causarle más dolor. Justo cuando mis ojos comienzan a cerrarse, golpean la puerta. No respondo en voz alta. En vez de eso, salgo de mi cama en silencio y tanteo bajo la cama. No hay nada más que tierra. Otro golpe en la puerta. Finalmente logro apoderarme de mi palo afilado y lo agarro con fuerza.

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Un tercer golpe en la puerta. Me arrastro hasta la puerta y sostengo el palo en alto. —¿Quién está ahí? —pregunto, más fuerte que un suspiro, pero no tanto como para despertar a Madre, aunque creo que nada puede despertarla en este momento. La única respuesta que obtengo es otro golpe en la puerta. ¿Si fuera Darwin no ya habría abierto la puerta de una patada? Abro la puerta y sostengo el palo bien alto. Es Ford.

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Traducido por niki26

Las frías olas de la conmoción barren sobre mí, como agua helada desde lo alto de las colinas. Mis dedos tiemblan tanto que el palo se me cae de las manos. —¿Se te olvidó ? —Ford pregunta. —No, nunca. —le respondo. Ford hace un gesto al camino. Su camioneta está ahí, las luces apagadas, pero oigo el motor en marcha. —Madre. —Miro detrás de mí. Ella está respirando suavemente. No se ha movido. —Ven. Sólo por esta noche. —insta. La pequeña sonrisa en sus labios hace que los míos se curven en respuesta. Mi cuerpo se estremece, sólo por estar cerca de él. —Si nos atrapan… —No lo harán. Estaremos de regreso antes del amanecer. ¿Por favor? —Ahora toma mi mano. Ni siquiera pareció darse cuenta de mi ropa con sangre, o mi cabello que cae desarreglado fuera de su lazo. Me sonríe como si fuera hermosa. —Si Madre se despierta... —Contengo el aliento cuando pasa la yema de su pulgar sobre la parte interna de mi muñeca. —El día después de mañana es mi último día. El tipo del camión llega y entonces… adiós2 —Se encoge de hombros y me muestra una sonrisa triste—. Así que de veras esta es nuestra última oportunidad, Ruby.

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En español en el original.

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—De veras. —Repito las palabras modernas y extrañas. —Te llevaré al cine, nadie siquiera nos verá. Tengo un plan. —¿Qué es el cine? —pregunto. —Magia. Vamos, ya lo verás. —Salta de puntillas, un poco, como un niño. Es sólo una noche. Madre no estará despierta, en serio. Con su camioneta, voy a estar de vuelta sana y salva. Esta noche me podría nutrir durante años y años, hasta que Otto venga. —Déjame cambiarme. Espera aquí, —le digo. Me pongo mi vestido de repuesto, y uso una cinta verde claro de Ellie para atarme el cabello hacia atrás. Se lo ponía cuando estaba cortejando, me dijo una vez. Entonces deslizo su reloj en mi bolsillo, para la suerte. Hace frío afuera, pero la camioneta de Ford es cálida. Abre la puerta para mí y espera hasta que entro. —Ten cuidado con la puerta. —advierte, y luego la cierra de golpe. Ford pasa una correa a mi alrededor. —Es un cinturón de seguridad, para estar seguros. —dice, y luego también pasa uno a su alrededor. La camioneta se mueve más rápido de lo que cualquier persona podría correr, y luego más rápido todavía, los árboles se mueven como una gran mancha en la oscuridad. Traqueteamos por el camino, y escuchamos la grava que se dispersa por nuestros neumáticos . Por una vez estoy dentro de la máquina que hace todo ese ruido. —Te llevaré cerca de la salida —dice—. Luego tienes que esconderte en el bosque, sólo hasta que hayan registrado la camioneta en busca de Agua. Pronto la camioneta se detiene. Ford se inclina sobre mí para abrir la puerta.

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—Mira —dice—. Una vez que hayan revisado la camioneta, haré que se alejen. Ahí es cuando te metes de vuelta. Me arrastro hacia el bosque y sigo el camino mientras Darwin llega con dos hombres, los dos sostienen armas. Los Supervisores miran en la parte delantera de la camioneta de Ford. Luego levantan la cubierta en la parte frontal y se asoman en el interior con linternas. Finalmente, comprueban la parte posterior abierta. Creo que veo la cabeza de Ford girarse hacia mi escondite. Entonces oigo voces bajas, los hombres hablan con Ford. Uno se ríe. Y entonces… ambos le dan la espalda a la camioneta y caminan por la carretera. No dudo. Jalo la falda lejos de las ramas y corro a la camioneta. La puerta ya está abierta, un poco. Subo. —No la cierres de golpe. —me advierte Ford. Cierro la puerta con cuidado, pero rápido. La camioneta empieza a moverse. Me agacho, oculta, con miedo a que los hombres me vean. —Ya casi los hemos pasado. —dice Ford. La camioneta acelera, y luego estamos volando, casi. —¿Puedo subir? —pregunto desde mi escondite. —Estamos a salvo. —Ford responde. Baja la mirada por un momento para darme una gran sonrisa. Ford detiene la camioneta mientras me acomodo en mi asiento. —¿Lista para dejar el complejo? —pregunta.

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¿Estoy lista? ¿Verdaderamente lista? No, mi corazón late. Una parte de mí quiere abrir de un empujón esta puerta, cortar este cinturón, y volver corriendo a mi cabaña. —Vamos. Vamos, rápido. —Agarro la manija que está junto a mi muñeca, y Ford hace que la camioneta vaya muy, muy rápido. —Al principio quería llevarte a un restaurante. Darte algo de comida decente por una vez, ¿sabes? —Ford me mira mientras habla, pero apenas lo noto. Estoy demasiado ocupada mirando a todas las partes del mundo que nunca he visto, se siente importante memorizar cada tronco de árbol, cada campo, recordar el amplio mundo del resto del mundo. Aunque, hasta el momento, no parece diferente de mi mundo. —Me gusta la comida. —le digo. —Oh, habrá comida. También me ocuparé de eso. Palomitas de maíz, para empezar, pero más que eso. Creo que dice más después de eso, no estoy segura. Los árboles comienzan a escasear, y entre ellos se encuentran las casas. Casas más grandes que cualquier cabaña, más grandes que incluso el lugar grande y hermoso donde los Supervisores y Darwin West viven. Se encuentran muy lejos de la carretera, con ventanas brillantes que guiñan entre los árboles. A pesar de que pasamos volando, hay tiempo suficiente para ver que son grandes. Cuento seis, ocho ventanas brillantes al frente de muchas. Hay dos niveles en una gran cantidad de ellas. Me gustaría poder ver cómo una familia llena tanto espacio. Y ¿cuántas personas viven en una casa? Ya hemos pasado más que toda la Congregación junta, creo. —Todos ellos tienen sus propios dormitorios, lo sé. —digo. Ford hace un sonido de sorpresa, y luego deja escapar una breve carcajada.

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—Y una cocina y un cuarto de baño y un lavabo y una ducha... para empezar. —dice en un tono burlón. Espero que él no vea mi rostro en la oscuridad, asombrado, sorprendido... y me pregunto qué es un cuarto de baño. ¿Verdaderamente hay una habitación, sólo para un baño? —Sólo unos minutos más y estaremos allí. —Ford descansa su mano en mi rodilla, ligeramente, por un momento. Se siente increíblemente caliente. Estiro la mano, pero su mano ya se ha ido y está de vuelta en la rueda que ha estado agarrando. La camioneta está bajando por una cuesta muy empinada ahora; siento el tirón del fondo, que nos dice que vayamos aún más rápido. Hay una luz que parpadea por delante, suspendida por encima del camino. —¿Qué es eso? —pregunto. Ford se ríe de nuevo, pero se detiene rápidamente cuando percibe, creo, que no estoy bromeando. —Es un semáforo —dice—. Nos dice que debemos reducir la velocidad o parar, para así no chocar contra otro coche. —Ojalá Darwin West tuviera uno. —digo. — Si. No es broma. Sólo para él, siempre debería estar en rojo. —Ford hace algo para reducir la velocidad del coche, y luego se detiene. Hemos llegado a la luz, se detiene en el borde de un camino aún más grande. Éste tiene muchas líneas amarillas pintadas encima. Coches, coches y coches más grandes pasan en corriente, sin detenerse nunca. Hay un edificio también, del otro lado de la corriente de coches. Es pequeño y bajo, igual que nuestra cabaña, con luces festivas que queman como si tuvieran todo el combustible que pudieran desear, ¿por qué más lo desperdiciarían cuando todavía hay sol? El letrero en el frente dice AUTOSERVICIO FRANK.

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—¿Es esa la casa de alguien ? —le pregunto. No puedo apartar los ojos de sus luces. Es diferente de los otros lugares que hemos pasado, este quiere que lo noten. Ford no se ríe en esta ocasión, a pesar de que me dirige una mirada de sorpresa. —Es una gasolinera, donde recargo el combustible de la camioneta. También hay muy buenos burritos de desayuno. —¿Qué es eso ? —pregunto. —Huevos, tocino, queso, todo envuelto en una tortilla. Tienes que comer uno. —¿Ahora? —En la... mañana... —La voz de Ford se desvanece. —Por la mañana voy a estar de vuelta en el bosque, —le digo. Nos sentamos en silencio, ambos mirando al semáforo. Está tan callado en la camioneta que puedo oírlo: pestañeo… pestañeo... pestañeo... Entonces Ford tuerce la rueda y estamos en el camino, vamos aún más rápido.

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Traducido por May_dreamer

Ahora no hay ni una casa. En vez de eso pasamos edificios grandes, la mayoría a oscuras. Pero aún están allí sus señales luminosas.

SALÓN DE UÑAS, dice uno. PRÉSTAMOS RÁPIDOS DE EFECTIVO, dice otro. Estas palabras no significan nada para mí. Una ola de vergüenza me golpea, y me esfuerzo para apartarla. El hecho de que este no sea mi mundo, no significa que sea menos que las personas que viven en él. Es difícil recordar eso. Pronto las señales luminosas dan paso a los campos. Pasamos por un conjunto de filas y filas de varas altas. Ford frena la camioneta y hace otro giro. —Así que... las películas —dice Ford—. Supongo que debería prepararte. Un poco de miedo despierta en mí, pero lo dejo atrás y miro por la ventana, como si no tuviera miedo. Quiero que Ford piense que soy tan valiente como las chicas modernas que conoce. —Son como imágenes, sólo que en movimiento. Así es como solían llamarlas, imágenes móviles —dice Ford—. Y son grandes, más altas que tu cabaña. Mi valentía casi se ha desvanecido. Trago y me quedo quieta, trato de borrar mi miedo creciente. Él no me llevaría a algo que me dañe, o me asuste. —No te preocupes —Pone su mano sobre la mía, durante un momento—. Es divertido, lo prometo.

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—Confío en ti. —le digo. —Las películas te pueden llevar a millones de kilómetros de distancia; tan lejos, que incluso Darwin West no te puede tocar. —dice. —¿A dónde vamos a ir? —pregunto. —Oh, a ningún lado —Deja escapar una breve carcajada—, quiero decir en sentido figurado. Nos sentaremos en la camioneta todo el tiempo. Pronto hay una silueta borrosa arriba, tan brillantemente iluminada que me protejo los ojos. —Autocine Hudson —leo en voz alta—. Películas, comida y diversión. —No es exactamente un cine. Tendríamos que ir en coche a Albany o Bennington para eso. —Ford dice, en disculpa. —Es agradable. —le digo, porque lo es, mucho mejor que cualquier cosa que haya visto en mi vida. —Y es sólo para nosotros —Conduce la camioneta hasta un pequeño cobertizo y presiona un botón que hace que su ventana baje—. Pensé que tal vez… tal vez mucha gente podría ser demasiado, al menos esta noche. —dice. Miro más allá del cobertizo y sólo veo filas de palos. Hay un pequeño edificio con un letrero encima. Una imagen muestra a una niña con la boca abierta para tomar un poco de un alimento blanco rizado. Dentro de la caseta, hay un chico con una camisa de onduladas rayas rojas y blancas. Tiene algo pequeño y brillante en un oído, y el pelo lo suficientemente largo para cubrirle la mitad de los ojos. Necesita una liga para atárselo… pero tal vez los chicos modernos no hacen eso. —¿Quién es ese? —le pregunto. —Ese es Chuck —dice Ford—. Solíamos... es mi amigo, supongo.

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—Ford, ¿eres realmente tú? —La voz del chico se ahoga tras el cristal. —Gracias por preparar esto. —le dice Ford. —Saqué el carrete para El verano que se fue. Hay besos y esas cosas. —El chico abre la puerta de cristal y se asoma. Creo que está tratando de echarme un vistazo. Sus ojos fijos son demasiado. Me acomodo en el asiento y miro en otra dirección. —Me alegra ver que sigues vivo —el chico le dice a Ford—. Ahora a pagar. Ford saca algo de su bolsillo. Miro y veo una bola de papel verde. Lo saca por la ventana, hacia Chuck, pero lo retira un poco cuando Chuck lo va a tomar. —¿Dónde está mi comida? —pregunta. —¿Oh, eso? ¿Todavía lo quieres? —Chuck mira hacia abajo, a sus pies, y mueve la cabeza—. Probablemente ya es como piedra fría, hombre. Ford quita unos pocos papeles de su mano y ladea la cabeza hacia Chuck. — Lo pedí caliente, ¿no? Hay un hilo de amenaza en su voz, algo que me hace pensar en Darwin. Me estremezco y miro alrededor. De pronto, el gran y solitario espacio en frente de nosotros parece peligroso. Me pregunto cómo está Madre, si duerme tranquila. ¿Qué hará si se despierta antes que yo vuelva? No. Sé que eso no va a suceder. Y esto es sólo una noche, una cosa para recordar cuando esté inclinada con la cuchara y taza. Eso es todo. Él no me hará daño y Madre no se enterará. —¿Ruby? Ruby. —Ford está tratando de pasarme algo. Me doy cuenta de que el olor celestial sale de una gran bolsa de papel blanco. La tomo y sostengo, respiro profundamente. Ford me está mirando.

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—Nunca he olido algo así. —le digo. En primer lugar sonríe, pero no dura mucho tiempo. Algo así como ira parpadea en su rostro. —Te pierdes de mucho allá arriba en la montaña, Ruby. Mi única respuesta es abrir la bolsa y oler más profundamente. Mi estómago suelta un tremendo rugido. Ford le da todo el dinero a Chuck. —Esto será suficiente —dice el chico—. Disfruten del espectáculo, etcétera, etcétera. —Hace ademán para que la camioneta siga adelante. Ford conduce por delante de filas y filas de los palos cortos, ni siquiera la mitad de altos de los postes que instalamos para Darwin. —¿Qué es eso? —preguntó. —Altavoces, para que puedas escuchar la película. —dice. Ford se acerca a una gran pantalla blanca. Sé que las imágenes se mostrarán allí. Pero, ¿cómo llegan allí? ¿Quién lo hace? ¿Cómo comienzan y se detienen? La ventana a mi lado baja. Ford presionó un botón en alguna parte, creo. Entonces la camioneta retumba y se apaga, y hay silencio. Silencio a excepción de los grillos que nos rodean, y los sapos también. Aunque no son tan ruidosos como se podría esperar. Tal vez ha sido igual de seco aquí abajo. Nos sentamos en silencio por un segundo. Aspiro, cierro los ojos. Es casi como si estuviera de vuelta en la montaña, lejos de la constante presión del mundo moderno. —El verano pasado, solíamos venir aquí casi todas las noches, después de la función de medianoche. —dice Ford. Abro los ojos para mirarlo. Tiene una pequeña sonrisa en el rostro, mira al frente como si pudiera ver algo, pero sigue siendo sólo la pantalla en blanco. —¿Por qué venir después de que la función termina? —pregunto.

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—Chuck nos daba palomitas gratis. Era mejor que ir al Autoservicio. —Ford se encoge de hombros. —¿Qué son las palomitas? —La cena primero. —dice, como si fuera su hija. Me molesta un poco. Él no es mi dueño, no es mejor que yo. Pero luego desenrolla la bolsa con la comida dentro, y en lo único que puedo pensar es en comer. Me entrega un tenedor blanco, del mismo tipo que Darwin nos da. Luego, un gran recipiente blanco, que chirría un poco cuando mueve los dedos por encima. Lo aprieto, demasiado duro; los costados chirrían. —–Cuidado, se supone que tienes que comer lo que hay dentro. —se burla Ford. En el interior hay unas hebras blancas, largas, delgadas y retorcidas en una salsa roja. Hay algo fundido de color amarillo en la parte superior. Ford tiene uno igual. Mete su tenedor en el centro de las hebras y lo convierte en un círculo. —No se puede superar el espagueti de Leo. —dice. Espagueti. Me pregunto si esa es la parte blanca, la parte roja, o la parte amarilla… o todo. Pero estoy demasiado hambrienta para hacer más preguntas. Lo hago como él, giro el tenedor y me llevo la comida a la boca. Pero se cae del tenedor antes de que toque mis labios. Ford se ríe, pero con suavidad. —Requiere práctica. Usa una servilleta de papel para agarrar el montón de comida de mi regazo y lo echa de nuevo en la bolsa. Un desperdicio. Podría ponerlo en mi bolsillo, guardarlo y comerlo mañana por la noche, cuando Ford se haya ido.

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Pero quiero ser como una chica moderna, así que lleno mi tenedor con espagueti y vuelvo a intentarlo. El sabor explota en mi boca. Cierro los ojos y le prestó atención sólo a la comida, el sabor, el hecho de que hay un montón más que espera que me lo coma. —¿Te gusta? —pregunta Ford. Trago y asiento con la cabeza mientras pongo más en mi tenedor. —Pero no es comida, Ford. —le digo. —Te prometo que es... —No, tiene que tener otro nombre. La comida no es tan buena. —Pongo otro bocado en mi boca, y otro, y cuando me lleno la barriga me doy cuenta de que ahora las imágenes parpadean en la pantalla delante de nosotros. —Comienza la película. —dice Ford. Extiende la mano fuera de la ventana y le hace algo al palo al lado de la camioneta. El sonido entra en el coche, tan fuerte que se me cae el tenedor y el poco de la comida que queda cae fuera de mi recipiente. —¿Es un poco ruidoso? Debería haberte advertido. —Ford desliza sus manos sobre mis oídos y sonríe. Pongo mis manos sobre las de él, por un momento, y le devuelvo la sonrisa. La música está amortiguada, no es como la gente moderna la oye, estoy segura. Quiero ser una chica moderna en el cine, así que separo sus manos, a pesar de que el sonido parece lo suficientemente fuerte para hacer que los dientes me castañeen. —Voy a bajarlo. —dice Ford. Ahora apenas puedo escuchar la música y el diálogo, pero me gusta así. La sola observación es más que suficiente. La gente es tan grande en la pantalla, y casi transparente, de alguna manera. Nunca los imaginé planos tampoco. Es hermoso, tan hermoso, en colores tan brillantes como en la vida real.

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La chica en la pantalla lleva un ajustado vestido verde con una falda tan apretada y corta, no sé cómo se sienta. Avanza con confianza en zapatos hechos de sólo unas pocas tiras de piel. Quiero ser ella, tan alegre y despreocupada. —He visto esta película, como cuatro veces —dice Ford—. Te va a gustar. Puedes ver todas las cosas de lujo que te has estado perdiendo. La gente en ella es muy, muy rica. —Igual que Darwin West. —le digo. Ford se ríe. —Si Darwin tiene dinero como esta gente, no se lo está gastando como ellos. Pienso en su cabaña con luces cegadoras y el agua que corre dentro de ella, y como sus zapatos son siempre finos y nuevos. Pienso en el grueso reloj de oro sobre su muñeca que destella cuando tira de la cadena por sobre su cabeza. ¿Podría haber gente más rica? —Ya lo verás. —Se mueve en su asiento y de repente, de alguna manera, está mucho más cerca de mí. Siento el calor que proviene de su cuerpo, y la película ahora se siente menos interesante. La chica en la pantalla conduce una cosa pequeña y elegante, que no es nada como las camionetas voluminosas que los Supervisores conducen. —Eso es un coche deportivo —dice Ford—. Apuesto a que va de cero a ochenta, como, en dos segundos. —Coche deportivo. —digo, probándolo en mi boca. Si yo viviera en el mundo moderno, ¿podría conducir uno? ¿Me gustaría? Se pierde tantas cosas que parpadean a su lado mientras se apresura a la siguiente cosa vacía. La chica come, coquetea con chicos, y rompe sus corazones. Pero no hace nada que importe, no es amable. Y no ayuda a una sola persona.

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¿Esta es la vida moderna? No sé si me gusta, pero me gusta verla. Trato de recordar cada cosa. Las recordaré una, y otra vez, cuando Ford se haya ido. Miro la película, pero siento los ojos de Ford en mí, no en la pantalla. También me muevo un poco más hacia él, pero uso la parte blanda de mi tenedor para picarle el costado. —No tienes que comprar boletos para mirarme. —bromeo. —Sólo me gusta verte —dice Ford—. Me recuerda cómo ser feliz. Desliza un brazo alrededor de mis hombros, y sé qué hacer. Dejo mi tenedor en el recipiente vacío y descanso mi cabeza sobre su hombro. Es duro, pero no huesudo, más bien tan sólido que apenas sentirá mi peso encima. —Sólo ve la película. —le digo. El chico del cobertizo de boletos asoma la cabeza por la ventana de Ford y nos sonríe. —Ah, romance. Me siento con la espalda recta; mis mejillas arden. —Mesa para dos, Chuck. —gruñe Ford. —Entrega de palomitas, señor quisquilloso. —El muchacho pone un enorme cubo de papel blanco en el regazo de Ford; derrama pedacitos blancos y esponjosos en el suelo. —Gracias. —le digo. —Buena chica la que tienes ahí. —dice Chuck. —Chuck. —dice Ford, no muy bajo. Pero Chuck no parece darse cuenta o preocuparse de que Ford esté molesto. Desliza su brazo por la ventana y agarra un puñado gigante de palomitas. —Ese tipo es un perdedor —dice a la pantalla—. La persigue cuando es obvio que ella nunca va a dejar al chico lindo.

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—¿No tienes que limpiar o algo así? —Ford le pregunta. —Quizá —El chico inclina la cabeza hacia un lado y me ve a mí—. A menos que quieran compañía. Sé que Ford quiere estar solo; sospecho que quiere hacer algo más que ver la película. Lo siento en su respiración rápida, en la forma en que está presionando el costado de su cuerpo contra el mío. Tal vez eso sea demasiado para mí, pero no me importaría averiguarlo por mí cuenta. —Estamos bien. —le digo a Chuck. Mi voz tiembla un poco, pero ninguno de los dos parece darse cuenta. —Tal vez la próxima vez. —dice Ford. —Sí, claro. Esta chica es demasiado inteligente para que haya una próxima vez. —Chuck me da un guiño. Luego le lanza una de los trozos de palomitas a Ford y se aleja. No lo veo por mucho tiempo. La película nos lleva dentro de una casa preciosa y alta, con pilares blancos, como árboles. Jadeo por la belleza, y Ford le da un apretón a mi mano. La gente en la película parece más real que nosotros, su vida es más importante, los colores del mundo son más brillantes que los que veo todos los días. —Prueba algo de palomitas. —dice Ford. Pongo un trozo en mi lengua y cierro mi boca sobre él; la sal y la grasa se derriten lentamente. Es celestial. Nunca he tenido más sabor, a excepción del espagueti. —Te dije que estaban buenas. —Ford pone el cubo en mi regazo y de nuevo me estrecha con el brazo. Deslizo las caderas hasta estar a su lado. Vuelvo a descansar mi cabeza en su hombro, sigo introduciendo palomitas en mi boca, trozo a trozo.

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Su mano me aprieta suavemente el hombro, sus dedos recorren mi brazo. Me pregunto qué se siente llevar ropa diminuta, como la chica en la pantalla. Ahora mismo sentiría la piel de Ford en todo el cuerpo. Puede que sea demasiado difícil de soportar. Mi estómago se siente demasiado lleno. Pongo el cubo de palomitas en el piso de la camioneta y me recuesto contra Ford. Pone su mano en mi mejilla, presiona, no fuerte, pero tampoco es fácil de ignorar. Vuelvo la cabeza, como quiere que haga. Entonces lo beso, como quiero. Se siente diferente a cuando estamos bajo la cisterna. Aquí no hay límites, en este espacio amplio, lejos de los ojos de Darwin West. Las manos de Ford viajan sobre mis hombros, a través de mi corpiño, encuentran los lazos y botones que nunca antes se atrevió a tocar. Anhelo demasiado… tiro de su camisa, arriba, arriba, hasta que se da cuenta de lo que quiero y se la quita. Me tenso por sus besos por un momento, miro los diseños entintados que cruzan su pecho, definen los músculos y la firmeza. Paso los dedos sobre ellos, y Ford tira de mí, me aprieta para otro beso. Ahora más piel se toca. Y, sin embargo todo lo que quiero es más, más, más. Pero sus manos se deslizan allí—y por allá—y de repente es demasiado. No hay suficiente aire para respirar. Me echo hacia atrás, jadeando. Ford también se retira. —Nunca he... —digo—. No sé... Ford sonríe, con el rostro medio ensombrecido, medio brillante a la luz de la película. —Está bien. Vuelve a ponerse la playera, entonces descansa el brazo en el respaldo de su asiento. Me enderezo y me acomodo la ropa; luego descanso la cabeza en su hombro. Miramos a la gente en la pantalla, con sus ropas brillantes como joyas, que hacen cosas

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de las que sólo entiendo la mitad. Los dedos de Ford trazan suavemente un círculo en mi hombro. —No tienes que volver. —dice. Todo el calor que todavía se revuelve en mi cuerpo se congela. —No —le digo—, tengo que volver. La mano de Ford en mi hombro se detiene. Siento que su brazo se tensa. Traga saliva y mira por la ventana. —Ellos me necesitan. —digo. —Darwin puede vivir con un par de manos menos. —dice, sin dejar de mirar a la distancia. Extiendo el brazo para tocar su mejilla; pero aún así, se siente mal, estar cerca de cualquier parte de él. En cambio me inclino hacia delante y cruzo los brazos. — Ellos necesitan el Agua. —Te refieres a tu sangre. —Su voz es plana. —Sí. —Es herejía, Ruby. Y es... una locura. Tu sangre no es mágica. —Su voz es baja, pero dura. —No tienes que creerme. —Me alejo de él hasta estar lo más lejos posible, pegada a la ventana de mi lado. —Mira, Ruby... —Su voz es suave ahora, y alarga la mano para tomar la mía. Dejo que la sostenga, pero la mantengo flácida. Pienso en la chica fuerte de la película. Ella habría arrebatado su mano y se marcharía con otro chico. Pero no hay otro chico en mi corazón. Sólo quiero estar aquí.

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Sin embargo, no puedo. —Llévame a casa. —le digo. —Me ocuparía de ti. Haría cualquier cosa por ti. —declara Ford. Miro hacia abajo, a la caja vacía de espagueti, las filas vacías hechas para los coches de la gente moderna… todo parece mal. He probado algo que no estoy destinada a tener. —Llévame a casa —le susurro—, por favor. —Increíble. —Ford coge el cubo de palomitas de maíz y lo arroja por la ventana. El blanco se dispersa por todas partes como la nieve. ¿Pensó en algún momento que volvería? ¿Había planeado meterme en su camioneta y nunca volver a ver la Congregación? —Tú crees que me puedes controlar —le digo—, igual que Darwin West. —No vuelvas a compararme con ese hombre. —dice. —Quieres decirme qué hacer, quieres que obedezca. —digo. Ford tuerce la llave y el motor de la camioneta ruge a la vida. —Un día más, Ruby. Un día más y me voy. No hay más oportunidades. —Lo sé. —le digo. Las lágrimas empañan mis ojos ¿Cree que no me doy cuenta de que todo esto está llegando a su fin? ¿Que el resto de mi vida está ante mí, igual que todos los demás años antes de conocerlo? —Pensé que me querías. —dice. —Así es. —le digo. Pero la Congregación me necesita. Ahí es donde mis promesas yacen. —No parece que me quieras mucho. —murmura Ford.

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No saludamos a Chuck cuando dejamos la película atrás, a pesar de que se asoma a la ventana y agita la mano violentamente, con una gran sonrisa en el rostro. No hablamos en todo el camino a casa.

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Traducido por May_dreamer

Ford detiene la camioneta cuando llegamos a los límites de la propiedad de Darwin West. —Una última oportunidad. —dice. Entonces toma mi mano, suavemente, y traza un círculo en mi piel. No me mira, sólo se fija en nuestras manos unidas. No puedo hablar. Apoyo la cabeza en el asiento y cierro los ojos. Escucho el estruendo de la camioneta, aspiro el olor persistente a espagueti. Nada de esto es mi mundo. Nada de eso se siente bien. —Ellos morirían sin mí. —digo. Ford deja escapar un largo suspiro. Su mano cae, y la camioneta vuelve a avanzar. El camino se siente tan lleno de baches después de estar en los más rápidos, y lisos. —No tienes que ir hasta la cabaña. —digo. —Fue una cita. Esa es la forma de hacerlo. —dice. No quiero recordarlo enojado. —Lo siento. —digo. —Lo sé. Ahora que estamos cerca de la cabaña, apaga las luces. La camioneta ralentiza y luego estamos allí. La cabaña se ve mucho más pequeña ahora. Me doy cuenta que en la azotea la mitad de las tejas están de lado o faltantes, y la puerta torcida tiene moho en las partes que nunca ven el Sol.

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—¿Cuando te irás? —pregunto. —Dos días —dice él—. A lo sumo. —Así que... adiós. —digo. Se vuelve hacia mí, y yo hacia él, a pesar de que cada parte de mí grita: sal de allí, date prisa, asegúrate de que nadie te ve. Cuando nos besamos, mis lágrimas se deslizan entre nuestros labios. Ford las borra cuando nos separamos. —Yo podría haberte salvado. —dice. —Otto salva. —le digo. —Así es. —Su mano se va a su collar, por un momento, y luego, se gira para abrir la puerta. Tan pronto como me paro afuera, tengo una sensación: hay alguien aquí, alguien además de nosotros. No sé si vi una sombra que se movía, u oí una respiración, pero estoy segura. —Cuidado. —susurro. — ¿Qué? —dice Ford, demasiado alto, mira a su alrededor. Me quedo quieta, tan quieta como un animal acorralado; pero no veo nada, no escucho nada. Sin embargo, me siento observada. —Vete. —le digo a Ford. —No hasta que estés dentro. —responde. Sí. Sí, en el interior estaré segura, más segura que aquí. Quiero besarlo de nuevo, quiero decir adiós. Pero sólo levanto la mano, y luego medio corro y medio trastabillo por la colina hasta la cabaña.

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Está oscuro en el interior; el sol no ha comenzado a salir, sin embargo, apago el farol antes de salir para estar con Ford. Me quedo quieta para dejar que mis ojos se acostumbren; en silencio oigo que el motor de la camioneta aumenta el estruendo, y luego escupe grava bajo los neumáticos. Ford se ha ido. Un sollozo se libera de mi interior. Doy pasos cuidadosos a la cama de Madre, apenas visible en la negrura que nos rodea. —Hice esto por ti, lo hice por la Congregación —digo. Más lágrimas se derraman sobre mis mejillas. Cuando me arrodillo sobre el suelo para tocarla, la mano pasa por donde su cuerpo debería estar. Sólo siento mantas húmedas. ¿Se ha movido? Me levanto y compruebo su cama… pero no. Alguien se la llevó. La dejé por primera y última vez en mi vida, y alguien se la llevó. Darwin West, garantizo, rompió las pocas reglas que siempre sigue. Salgo disparada por la puerta de la cabaña. Iré con Boone, reuniré 10 hombres. Vamos a ir a la casa de Darwin y la salvaremos; lo haremos, no me importa si se supone que no debemos luchar. Entonces, una voz. —Estoy aquí, Ruby. —¿La voz de Madre? Imposible. Me alejo a trompicones del sonido, que viene de la esquina de la cabaña. Estoy a mitad de la colina cuando la persona habla de nuevo. —Deja de correr, Ruby. Es Madre. Me doy la vuelta y la busco. Todo está oscuro, y ella no dice nada más. Pero entonces veo un aleteo blanco cerca del camino. Está en los arbustos, a sólo unos metros de distancia de donde estaba estacionada la camioneta.

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Una parte de mí quiere correr. Tengo miedo de lo que vio, lo que escuchó. Pero, ¿adónde iría? Hice mi elección cuando dejé la camioneta de Ford. —¿Madre? —pregunto. Mi voz tiembla—. Por favor, ven. —Ven aquí. —dice ella. El aleteo blanco aumenta, y ahora noto que está agitando el brazo hacia mí. ¿Qué vio, tan cerca de la camioneta? ¿Qué escuchó? Poco a poco, me acerco a ella. Tiene un brazo envuelto alrededor del tronco de un pino delgado, con el rostro tan pálido como el vestido manchado de sangre que lleva. Pero se pone de pie, y respira. —¿Todavía duele? —le pregunto. —No lo suficiente. Me curaste bien —dice Madre—, demasiado bien. —No veo que estés mejor —No puedo pensar en nada más que decir. Así que le ofrezco la mano—. Deja que te lleve a la cama. —Tu sangre se hace más fuerte cada día, Ruby. Eso es lo que pienso. ¿Cómo pude sanar tan rápido esta noche? —Suspira y apoya la cabeza contra el tronco, el marrón de su cabello se mezcla con él hasta que todo lo que puedo ver es el blanco antinatural de su cara. —Hice un montón de Agua. —le digo. —Aún así, no pensaste que iba a despertar tan pronto, ¿verdad? No. Pensé que podía ir y volver. Estaba más preocupada porque Darwin West nos atrapara. Madre niega con la cabeza. —No hay lugar para el romance aquí, Ruby. Entonces vio algo… sabe lo suficiente. Mi estómago se siente como una roca. Mi brazo cae poco a poco, lentamente, como si pasara a través del barro.

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—Y con un Supervisor. —Su cuerpo se encorva un poco, y se agarra al tronco con el otro brazo. —¡Madre! —Le envuelvo el pecho con los brazos y la enderezo. Ella se retuerce en mi contra, creo que no quiere que la toque. —Vas a soltarme ahora. —dice. Obedezco, pero no retrocedo. —Deja que te lleve adentro. Todavía te estás recuperando. —Nos golpean, nos matan de hambre. Y tú... ¿besas a uno? —Sí. —susurro, la vergüenza familiar me llena. Me está diciendo lo mismo que me he dicho yo misma. —Nunca se me hubiera ocurrido, Ruby. Nunca se me ocurrió que traicionarías a tu familia. —No nos traicioné. Yo sólo... sólo quería... amor. —Y pensar que me preocupó lo qué hiciste con Jonah Pelling. —dice. —Ford es una buena persona. —digo. —No. No, no lo es. —Madre fija una mirada sombría sobre mí—. ¿Qué le dijiste, Ruby? ¿Qué es lo que sabe? Le dije que ansiaba escapar, le dije que me encantaban las cortas cerdas de su cabello, le dije que sabía lo que se sentía el perder a alguien que amas, centímetro a centímetro. —No le dije nada. —digo. —¿Tu sangre? ¿Nuestra edad? ¿Sabe esas cosas? —Sólo sobre mi sangre —susurro—. Pero ni siquiera cree que sea sagrada. —¡Ruby! Tu mayor secreto, ya no existe. —dice.

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—Se va a ir —digo—. Se irá para siempre, nada de esto importa. —¿Y tú? —pregunta, su voz áspera, más seca que la corteza que se despega de un abedul. Al principio no entiendo. —¿Y yo? ¿Qué quieres decir? —No te burles de mí. —Madre agarra el árbol y se da la vuelta para apoyar la espalda, con las manos hacia atrás para rodear el tronco. Luego se incorpora centímetro a centímetro, hasta que está muy erguida. Ahora estamos exactamente a la misma altura. La fuerza de su mirada me hace retroceder un paso, luego otro. —Vas a ir con él, ¿verdad? —dice Madre. —No. ¡No! —Miro abajo, al camino, imagino las luces traseras que ni siquiera vi; porque yo ya estaba en la cabaña buscando a Madre, preocupada por ella—. Soy una Congregante. —Y una jovencita buena, muy buena, enamorada —La risa de Madre es terrible: baja, amarga. No piensa que sea buena, cree que estoy mancillada. —No… —Pero no. No puedo decirle que no lo amo, a pesar de que es la única cosa que puedo decir que podría ser útil. Así que me lo trago y ofrezco la mejor verdad posible. —No importa si lo amo. —¿Te da cosas bonitas? ¿Baratijas, o comida? Pienso en el espagueti, las palomitas de maíz, y sus besos. Me dio algo mucho mejor que baratijas. —Es bueno conmigo. —le digo.

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—Es mucho más que eso, ¿verdad, Ruby? —Se mueve como si fuera a cruzar los brazos, su postura de gran poder cuando me cuestiona; pero cuando suelta su apoyo, sus rodillas la traicionan y se hunde en el suelo. Me tiro en el suelo del bosque junto a ella. —No estás lo suficientemente bien como para estar afuera. —insto. —No, pero me desperté y mi hija no estaba —Madre inclina la cabeza por un momento, y cuando me mira de nuevo, sus ojos están llenos de lágrimas—. Pensé que Darwin te llevó. Me... me dirigía a su cabaña. —Yo pensé que te llevo a ti. —le digo. —Podría haberlo hecho, ¿no? —Se limpia los ojos bruscamente y se aleja de mí. Mientras Madre está despierta, no creo que jamás la haya visto tan vulnerable. Mata todo el rastro de lucha en mí. —Lo siento. Nunca debí haberte dejado, ni siquiera por unas horas, ni por un momento —Agarro sus manos y las pongo sobre mi corazón—. Por favor, perdóname. Me permite sujetarla por un momento, y luego encuentra la fuerza suficiente para retirar las manos de un tirón. —No puedo perdonar una traición. —Fue una noche. Fue un adiós. —Te vendiste por baratijas. —dice Madre. Una ira se enciende en mí. —Yo nunca… —Vi su beso, vi cómo te miraba cuando bajabas la colina. Ese chico te desea, Ruby. Y tú has hecho que eso suceda. Si está tratando de hacerme sentir peor, no funciona. Unas llamitas de orgullo crecen en mí. Después de pelearnos, después de que lo rechacé, todavía me desea. Eso me ayudará a atravesar un día largo y duro.

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—Se ha ido. —digo simplemente. —¿Y con qué te dejó? —Baja la vista hacia mi cintura, y luego de vuelta a mi rostro. Esta vez no me pierdo el significado. —No hicimos eso. No como… —me detengo antes de decirlo, pero ella termina la frase por mí. —¿No como yo? ¿No como Otto y yo? Asiento. Su bofetada me golpea tan duro, que mi cabeza se mueve bruscamente hacia un lado. En lo alto, algo se aleja con un revoloteo. Un pájaro, supongo. No me había golpeado desde que era muy pequeña y me aleje de ella, para mí fue un juego; pero ella pensó que me había caído en el lago. —No vuelvas a irte sin decírmelo. —dijo entonces. He vuelto a pecar de la misma manera. —Escabullirte con un Supervisor no es nada parecido a lo que tenía con tu padre. —dice Madre. —Él no es como los demás. —digo. —Lo he visto levantar la cadena, lo he visto apuntarnos con un arma. — responde. —Odió cada instante, y ahora se irá, y nunca más lo volveré a ver —No puedo detener las lágrimas que empiezan a correr por mi cara, a pesar que ocasionan que Madre bufe con disgusto—. No le va a decir a nadie acerca de mí, Madre, lo sé. —Ojalá fuera verdad, Ruby. Ojalá fuera cierto. —Madre pone ambas manos detrás de ella y trata de levantarse, pero sus piernas no la sostienen. —Déjame ayudarte. —digo.

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—Parece que pronto voy a tener que salir adelante por mi cuenta. —dice. —Nunca. ¡Nunca! —grito. Madre deja escapar un suspiro y detiene sus intentos de ponerse de pie. Echa la cabeza hacia atrás y levanta la vista hacia los árboles. —No me gusta el bosque. Lo he odiado desde el día que entré en él, y lo voy a odiar hasta el día que salga de aquí. —Todos odiamos estar aquí. —digo. —He soñado con irme, he soñado con luchar; pero yo sé lo que estamos destinadas a hacer, Ruby —dice— y tú también lo sabes. —Sí. —susurro. —Se supone que debemos esperar y rezar, y aguantar. Eso es todo. —dice. No hay manera de hacerla entender. Todo lo que puedo hacer es mostrárselo. Todo lo que puedo hacer es permanecer a su lado y recordar mis promesas. Así que no discuto más. Le ofrezco mi mano. —Deja que te lleve dentro. Por favor, Madre. Lo considera por un momento, luego asiente una vez. Cuando tiro de ella hacia arriba, gime. Mi mano se desliza contra algo húmedo a lo largo de su espalda. —Estás sangrando de nuevo —digo—. Ven. —Espera. —Madre se sacude mi mano. Apenas está de pie, inclinada hacia un lado, el vestido se sacude por el temblor de su cuerpo. —Prométeme algo primero. —dice Madre. Inclino la cabeza. —Prométeme que nunca te irás. —dice. La ira despierta en mí. ¿No se lo he dicho ya? ¿No se lo he demostrado ya? Hice mi elección.

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Pero lo digo. —Lo prometo. Ahora... por favor. —Miro hacia arriba y le ofrezco la mano. —Prométeme que no lo volverás a ver de nuevo. —dice. Él está en mi memoria para siempre y se habrá ido en dos días. Puedo levantar los ojos, encontrar los de ella y no apartar la mirada. —Lo prometo. —Prométeme que te olvidarás por completo de él, Ruby. Aparto la mirada. —Si no puedes hacer eso... ¿cómo puedo confiar en ti otra vez? —pregunta. —Puedes confiar en mí. —digo. —¿Cómo puedo amarte? —susurra. Mi respiración se detiene. —Promételo. —dice Madre. Quiero decirlo. Abro la boca para decirlo, pero el viento cambia, y el olor de Ford me envuelve por un momento, atrapado en mi cabello y mi ropa. Nunca voy a olvidarlo. —No puedo. —le digo. Su cuerpo se hunde, pero no se cae. —Ven adentro. —digo. Niega con la cabeza. Quiero dejarla aquí, ir a la cama, cerrar los ojos y olvidar cada trozo de las últimas horas. Pero es imposible que pueda dejarla aquí, a pesar de lo que me ha dicho. —Entonces nos vamos a quedar aquí. —digo.

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Me arrodillo a sus pies y quito los palos y piñas que la rodean. Entonces me paro y presiono sus hombros, con suavidad. Toda su fuerza ha desaparecido, así que se hunde de rodillas, y luego se desploma en el suelo. Madre se hace un ovillo, y yo la rodeo con mi cuerpo. Su respiración es irregular al principio, y luego pasa a ser jadeos, y luego sollozos. Su cuerpo tiembla con ellos. —Prométeme que estarás aquí en la mañana. —susurra. —Lo prometo. —digo. Su cuerpo se torna flácido. Envuelvo mis brazos alrededor de su apretada figura y miro hacia el bosque, en espera del amanecer.

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Traducido por Jeiis_22

Me despierto con agujas de pino en la boca. Madre se ha ido; una húmeda mancha rojiza permanece donde yacía. El sol ya está sobre el horizonte, pero aún no ha calentado el frío de la noche anterior. El otoño ya está aquí. Ella lloró anoche hasta que el sueño la venció, entonces yo cerré los ojos. Soñé con Ford, besos y palomitas de maíz. Mañana es su último día aquí. Hoy es su penúltimo día. ¿Lo veré? ¿Quiero verlo? Limpio el sabor salado de mis labios. Ahora me he despertado en una vida diferente, la que estoy destinada a vivir. Debería estar agradecida si no veo a Ford de nuevo. Cuando me acerco a la cabaña, escucho un extraño sonido que viene de ahí, un ligero sonido, no lo he oído por la mañana en bastante tiempo. Es Madre cantando. Abro la puerta de la cabaña y la encuentro barriendo. —Buenos Días, —digo. Es difícil decirle algo después de la noche anterior. Me estremezco, espero la ira o peor, el miedo. Tal vez ya ha dejado de amarme. Pero ella me sonríe sin ira, sin amenaza. —Buenos Días, Ruby, pensé que terminaría de limpiar, antes de que fuésemos a las cisternas. Tiene puesto su vestido y sus botas, su cuerpo está recto y lo suficientemente fuerte como para barrer, incluso su cabello se ve brillante.

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Mi ropa está manchada por abrazar su cuerpo sangrante durante la noche; mi ojos se sienten casi cerrados por la hinchazón de derramar tantas lágrimas. Junto a ella, parece como si fuera yo la que se está recuperando de los golpes de Darwin. —Estás mejor, —digo. Se encoge de hombros, pero no para de limpiar. —Me siento completamente curada. No me da las gracias, nunca lo hace. Lo que doy es lo que se espera de mí, para eso nací. Intento apartar la irritación, nunca me molestó antes. ¿Por qué debería molestarme ahora? —¿Crees que el Visitante vendrá mañana? Paso a su lado para retirar las sábanas sucias de su cama. Las pondré en el lago, debajo de una piedra, así se remojarán sin irse flotando. Saldrán con fango, pero la mayor parte de la sangre se habrá ido. —Hoy estaremos alistando las cisternas —dice Madre—. Y huelo el desayuno. No había notado el olor antes, pero ahora que aspiro, hay olor de grasa en el aire, una promesa de alimento. —Entonces el Visitante vendrá muy pronto, —digo. Darwin se esfuerza en engordar nuestros rasgos angulosos, para ocultar la evidencia de su abuso durante el resto del año. —Sí, tal vez incluso hoy, —Madre se detiene a inspeccionar su trabajo, con las manos en las caderas, pero se pone en marcha rápidamente. Si viene hoy, Ford no volverá mañana. —¿Por qué estas limpiando? El Visitante no vendrá aquí. —sale más como una queja, a pesar de que quería decirlo como una broma. No molesta a Madre, creo que nada podría molestarle hoy.

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—Hoy es un nuevo comienzo, Ruby. Quiero todo tan limpio como sea posible. Ahora me doy cuenta de sus botas; creo que ha cepillado y fregado cada mancha. No lo entiendo ¿Acaso piensa que la limpieza de la casa hará que ella olvide… hará que yo olvide? Cuando Madre me ve mirando sus pies, agita la mano hacía los míos. —Voy a limpiar tus botas. Pero entonces la campana suena… la campana de la comida, algo que rara vez escuchamos. Madre aplaude, botas olvidadas. —El desayuno, Ruby. —Lo sé. —¿Acaso piensa que todavía soy una niña? Madre parlotea acerca de algo mientras caminamos rumbo al desayuno; sobre rellenar con barro las grietas de la cabaña, tal vez, en preparación para el invierno, o tal vez me está hablando acerca de la última disputa con los Pelling. No sé. Nada de eso importa. Es lo mismo que hemos hablado desde hace 200 años. Nos sentamos con Beulah Pelling, con el rostro amargado y arrugado como las manzanas previstas para el desayuno. No tiene una sonrisa que compartir. Madre generalmente no la busca. Una vez la oí decirle a Hope que la mujer es más difícil de soportar, que estar sentado sobre una tachuela, pero hoy sonríe y le da a Beulah un apretón en los hombros. —¿Está mejor tu artritis? —Madre pregunta. —Por ahora, confío en que se pondrá peor cuando la nieve vuelva. Beulah da un solo movimiento de cabeza, y luego le da un violento mordisco a su manzana. Al menos todos los Congregantes han mantenido todos los dientes. Nuestra pequeña cantidad de Agua ha sido suficiente para eso. —Voy a cogerte algo de comida —Madre me dice—. Siéntate y relájate. —Yo puedo…

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—Yo lo haré. —Su tono no deja lugar a discusión. La veo ir a la mesa y apilar dos platos con huevos y galletas, además de un montón de manzanas y salchichas que sobraron de nuestra celebración. A medida que avanza, se queda mirando a cada Supervisor y observa las esquinas de la sala. Ford no está aquí, lo sabía incluso mientras entraba. Cuando Ford está alrededor, todo se siente más tranquilo, más estable, pero hoy la Sala Común se sentía revuelta y mal. —Pronto vamos a cosechar los copos de nieve, —Beulah suspira. —Y se nos congelarán la mitad de los dedos, —digo. Me dirige una mirada sorprendida; normalmente no hago caso de sus quejas o le doy una respuesta optimista; pero hoy no tengo fuerza para luchar contra su pesimismo, además mi pesimismo es mucho más oscuro que el de ella. Madre coloca el plato delante de mí. Los huevos casi se resbalan del plato, dejan un rastro húmedo, las galletas tienen los bordes negros, quemados. Pruebo un bocado de los huevos, están helados, y de algún modo ahora sé que no deberían estarlo y me atraganto. —Deliciosos, —Madre dice. —La mejor comida que he probado en semanas, —Beulah suspira. Alrededor de la habitación, los Congregantes están sonrientes y se atiborran la boca de comida. No se detienen a mirar la comida o preguntarse si sabría mejor calentada en el fuego. Hace una semana, habría sido como ellos, pero he probado cosas mejores, sé exactamente cuán horrible es la comida, recuerdo el espagueti, recuerdo las palomitas de maíz.

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Empujo el plato y Madre me da una mirada feroz, me ha estado vigilando desde que llegamos a la Casa Común. —¿Qué pasa? —pregunta. —Me duele el estómago, —digo. Es bastante cierto. —Después no habrá más para ti. Come, —me ordena. —No tengo hambre, —le digo. Frunce el ceño, pero sólo por un segundo y después sonríe ampliamente. — Entonces toma algunas manzanas para después, —dice. Rueda los ojos un poco hacia Beulah, que niña más tonta tiene. —¿Vas a comerte eso? —Beulah pregunta. Su brazo se desliza directo hacia mi plato. —Cógelo, —le digo. Madre entrecierra los ojos. —No tengo hambre, —digo de nuevo. —Debes mantenerte fuerte, —dice en voz baja. ¿Está preocupada por mí o preocupada por la chica con la sangre de Otto? Intento alejar ese pensamiento. ¿Por qué estoy pensando esas cosas tan horribles? Estaré aquí con ella por mucho tiempo, hasta que Otto venga. La puerta de la Casa Común se abre; me giro para ver quién es, con la esperanza de que sea Ford. Pero es Darwin, su mirada plana, sin vida; la vista más aterradora de todas es él. —Vamos, sapos —dice—. Hora de trabajar.

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Todos se ponen de pie, casi ansiosos, pero yo me quedo sentada. ¡Lo que haríamos por un poco de amabilidad, un poco de comida! ¿Qué pasaría si usamos nuestra energía para algo diferente? Miro al otro lado del salón y veo a otro que no está de pie: Earl Pelling. Atrapa mi mirada y luego mira a Darwin, y después a mí. Asiente una vez, luego se embulle una galleta entera en la boca. Aparto la mirada, no puedo darle lo que quiere. Los Congregantes agarran una última galleta, una última manzana y los grandes y abollados cuencos de metal están vacíos antes de que la multitud se marche hacia el exterior, no alcanzo nada extra. Madre ya me ha dado a la fuerza dos manzanas. Las guardaré, al menos por ahora. Al final el hambre puede hacer que sepan deliciosas. Darwin nos conduce a través del camino de tierra hacia las cisternas, le lanza una mirada a Madre, de pie junto a mí, y sus ojos se abren mucho, echa un vistazo a la cisterna más cercana y le da un buen golpe. El sonido que produce al estar lleno parece satisfacerlo y mira hacia el portapapeles que uno de los Supervisores le ha entregado. —Necesito cinco sapos para arreglar las cabañas junto al camino, cinco para cortar la hierba aquí y tres para renovar el exterior de la cabaña de Supervisores. — Darwin levanta la vista, con expectación en el rostro, y los Congregantes dan un paso al frente rápidamente, ofreciéndose como voluntarios. Es mejor ofrecerse cuando sabes cuál es el trabajo. Es lo que hacemos todos los años para prepararnos para la llegada del Visitante. Hacemos que esto luzca como un lugar diferente; un lugar donde la gente tiene tiempo de hacer más cosas, además de sólo cosechar agua… como un hogar, no una prisión. El año pasado pinté los tablones de las cabañas que están junto al camino, pero sólo hasta donde están las cisternas. El Visitante nunca pasa por aquí. El año anterior, fregué puntos marrones de sangre seca de las cisternas.

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Otra camioneta con Supervisores se detiene; tienen baldes y cepillos largos en la parte trasera de la camioneta. La puerta del pasajero se abre, el mismo lugar en el que me senté la noche anterior. Y sale Ford. ¿Dejo escapar un suspiro? ¿O simplemente hace eco en mi interior? Madre me agarra el codo, mira la camioneta, luego mira hacia Darwin. —¿Necesitas otro pintor? —grita. Darwin niega con la cabeza. —¡Limpiadores! —grita— ¡A mi casa! Ford y los otros Supervisores que vienen con él, se adelantan. Sostienen cubetas y cepillos largos, los ojos de Ford me rozan, y me quedo sin aliento. —Ni lo sueñes, —dice Madre, y su agarre se vuelve doloroso, intento liberarme, pero ella sólo aprieta más. Ford reparte los cepillos a cinco Congregantes. Madre me mantiene a su lado. —¡Maleza! —Darwin dice en voz alta, y Madre me da un empujón así que me tropiezo. —Nosotras con la maleza, —Madre dice en voz alta. Me dan una gran cubeta manchada de pintura y una pala pequeña con el pico desafilado para cavar. Madre también toma una. Camino hacia el borde del claro y me arrodillo. Por lo menos es fácil encontrar la maleza, a diferencia de las gotas de agua. Madre extrae una maleza y la arroja en su cubeta, otra y otra. El desayuno le ha dado energía o tal vez es su ira hacia mí. —Los Ancianos vendrán a nuestra casa esta noche, —dice en voz baja. —¿Esta noche? Pero no es nuestra noche de reunión, —contesto. —Les dirás lo que hiciste y ellos decidirán qué hacer, —contesta.

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No había pensado que nadie más lo supiese. De alguna manera pensé que sólo Madre sabría mi secreto sobre Ford, pero por supuesto ella se los había contado. Ama a la Congregación más que a mí; anoche dijo cuánto. —Él se marchara —le digo a Madre—. Para siempre. —No cambia lo que hiciste. —Echa un vistazo sobre el hombro, y yo también lo hago. Los Congregantes que se ofrecieron voluntarios para trabajar con Ford, se acomodan en la parte trasera de la camioneta. Él está adentro, mirando hacia delante. La camioneta avanza, y es cuando mira, sólo por un segundo hacía mí. Veo la angustia, y el amor, y todos los sentimientos que también están en mi corazón. —Date la vuelta, —ordena Madre, y le da a mi oreja un fuerte tirón. Todavía puedo oír la grava que salta debajo de los neumáticos, y el motor retumbante mientras la camioneta se aleja. Ford se aleja de nuevo. Y esta vez, Madre está a mi lado para asegurarse que tome la decisión correcta.

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Traducido por areumyhero

Aún no está oscuro cuando los Ancianos vienen. Hoy no nos tenemos que esconder, hicimos el trabajo de Darwin. Y luego nos dio una especie de cena: pedazos de carne blanca, babosos, fríos y delgados, con tiras pegajosas de queso amarillo y galletas con moho en los bordes. Esta vez me obligué a comer cada trozo. Soy una Congregante, nada más. Cada pizca de comida es un milagro. Hope viene a la puerta primero. Cuando la abro, una ráfaga de aire fresco entra, combinada con humo de leña. —Ruby, —dice Hope. Eso es todo. Sin abrazo, sin cortesía, sin una pequeña broma acerca del día de trabajo. En su rostro no aparece ni un rastro de sonrisa. —Entra. —Sonrío ampliamente mientras doy un paso atrás para dejarla entrar en la cabaña. Ella mira a otro lado. Boone y Asa vienen juntos. Boone está un paso atrás del hombre mayor, sus manos están alzadas un poco, como para atrapar a Asa si se cae; pero Asa está firme esta noche. Un poco de Agua y comida le regresaron la fuerza. —Hiciste un buen lío, chica, —declara Asa irritado. —Yo sólo… —comienzo, pero me detiene. —Tus razones no importan. —dice. Boone sólo agita la cabeza, me lanza una mirada y luego entra.

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Madre y Hope han estado hablando en voz baja, tan baja que no puedo oír mucho. He escuchado retazos: amor, tonterías, peligro. Tal vez no quiero oír nada más. Cada Anciano deja en el suelo la silla que trajeron. No hay ninguna para mí. —¿Empezamos? —Madre toma asiento y mira a los otros tres. Ellos la siguen, colocan sus sillas en círculo. ¿A dónde voy? Incierta, me echo en el suelo, detrás de Asa y me preparo para lo que dirán. —Vete. —dice Boone. Es la primera palabra que me ha dirigido en toda la noche. Nadie muestra desacuerdo. Asa se inclina hacia atrás en su pequeña silla, cruza los brazos. La madera cruje bajo su peso. Me pongo de pie y miro a cada uno. —¿Me voy? —pregunto. —Sí, así es. Tendrás que encontrar otro lugar para pasar la noche —Madre me mira con una sonrisa extraña y muy feliz en el rostro. Hope no me mira. Y Boone; Boone, que ha curado a Madre conmigo incontables veces; me agarra del brazo. Y no es gentil. —Soy su líder —digo—. No pueden obligarme a que me vaya. —Harás lo que digamos —gruñe Asa—. Te hicimos líder y también podemos quitarte el puesto. De nuevo me siento como una niña pequeña. —Vete, Ruby —dice Boone—. Puedes regresar al amanecer. —Puede que no tarde demasiado… —comienza Hope, mirando a Boone. —Es mejor de esta manera. —responde Boone. Hope respira profundo, luego asiente y baja los ojos al suelo.

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—Quería explicarles. —digo. Había estado dispuesta a responder sus preguntas, había estado pensando en ello todo el día mientras trabajaba. Iba a decirles de la bondad de Ford, su horror al ver cómo vivimos, cómo nos tratan. No estaba lista para esto. —No hay nada que necesites decirnos —Madre dice—. Les he contado todo. Les dijo todo lo que ella quiere que sepan, pero, ¿qué hay de mi lado? Palabras se acumulan en mis labios. Sueno frenética, pero no me importa. Tienen que escuchar. —Quiero explicarles, quiero decirles por qué no me fui. Quiero decirles acerca de Ford… —No digas su nombre. —me interrumpe Hope, su voz áspera. Sigue sin mirarme. —Eso no importa, ¿o sí? —Asa le dice. Luego voltea en su silla—. Vete de aquí, niña. No vuelvas hasta la mañana. Me están sacando de mi propia cabaña. No les importa lo que tenga que decir. Me odian, está claro. No es sólo Madre la que puede dejar de amarme, son todos. Los elegí, y ni siquiera me aman. —Toma algo de carne seca. —Madre dice y apunta al baúl. Esa pequeña muestra de bondad, de alguna manera, duele más que el resto. —No tengo hambre. —me ahogo, luego volteo y me apresuro a salir antes de que vean más lágrimas en mi rostro. Lentamente, me siento en el suelo al lado de la puerta, mi espalda contra la cabaña. Volteo la cabeza y presiono el oído en la pared. Nunca antes tuve que espiar a los Ancianos. Siempre me han dejado quedarme en la habitación. Los he oído hablar de muchas cosas.

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No es fácil escucharlos. Hemos enlodado bien las paredes, y son gruesas. Escucho el rumor de la voz de Asa y la risa de Madre—extraña y aguda. Pero mayormente está silencioso. El frío del otoño se instala sobre las partes desnudas de mi piel como una telaraña mojada. Tiemblo y me froto los brazos en busca de calor. Sin fuego, será una larga noche. Me pregunto si puedo seguir el olor a humo para encontrar refugio, incluso algo de amistad. Pero permanezco en donde estoy. Puede que entienda algo de lo que están diciendo. La cabaña—y las personas que están dentro de ella—son mi hogar. Son las personas con las que debo estar. Me quedaré aquí, si es necesario. La puerta se abre. Hope se asoma y me ubica casi de inmediato. Sus ojos se amplían y se pone un dedo en la boca. Una señal: silencio. —Será sólo un minuto. —dice hacia adentro y luego cierra la puerta. —¿Qué están diciendo? —Me pongo de pie y doy un paso impaciente hacia Hope. Levanta las manos, en advertencia. —¿Por qué preguntas si estabas escuchando? —Finalmente nuestros ojos se encuentran, pero su mirada no es para nada cálida. ¿Qué pasó con la chica-mujer con la que jugaba en los bosques? ¿Qué pasó con la persona a la que le susurraba mis secretos? —No… Yo… —Me miro los pies. Es inútil mentir. Estaba a sólo unos pasos de la puerta—. Sí, estaba escuchando. Nunca antes me echaron de una reunión de Ancianos. —Nunca antes hiciste… esto —Hope mira sobre el hombro—. Le tendré que decir a los otros que te encontré. —No, espera. Me iré. —Las cosas no mejorarán para mí si les dice que estaba aquí.

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—Ve a la cabaña de Ellie, te buscaré cuando termine. —Hope señala con la cabeza en dirección al camino, su boca es una delgada línea sombría. —¿Al amanecer? —le pregunto. —Antes, espero. Pero… no lo sé. —Hope respira profundo, se estremece, y por un momento creo que va a llorar. —Me iré. Lo siento Hope, —quiero tocarla, abrazarla, pero sé que no debo, no ahora. —Prométeme que esperarás ahí. —me dice. Una lágrima baja por su mejilla Si está molesta es por mi culpa. —Lo siento muchísimo, —digo de nuevo. —Sólo vete, —responde Hope. Y lo hago. Me apresuro por el camino; cuando miro hacia atrás todavía me está observando. Luego mira hacia la cabaña, como si alguien la hubiera llamado. No espero más tiempo para ver que hará, o si Boone me echará más lejos. Todavía hay rayos de sol sobre el lago cuando llego a la cabaña de Ellie, pero la penumbra del anochecer ya ha caído. Nunca lució tan triste cuando Ellie estaba viva, ni siquiera cuando enfermó. Las bisagras crujen cuando empujo la puerta. Se percibe un olor a humedad. Abro más la puerta, y ventilo el aire con las manos. Es incorrecto que la cabaña de Ellie huela de este modo. En todas sus flores secas está creciendo moho y su colchón también está lleno. Es como si las paredes estuvieran llorando desde que murió. No queda nada de Ellie. Sí, tomamos sus cosas. Pero ahora no puedo cerrar los ojos y respirar. El bosque y el moho han reclamado su cabaña. Se oye un crujido que envía escalofríos por mis brazos. Siento que he invadido un lugar en donde no me quieren—o peor, un lugar al que no pertenezco. No puedo quedarme más.

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Ellie. Iré con ella, sólo un momento. Estaré de regreso antes que Hope venga a buscarme. ¿Y si viene y no estoy? Bueno, tal vez se lo merezcan por las cosas que dijeron. Hay que dejar que se preocupen y piensen que me perdieron. Aunque el cielo está azul con el atardecer, el bosque está prácticamente oscuro como a media noche. Por supuesto, las luces no están encendidas hoy; no estamos cosechando. Me pregunto si Darwin nos hará trabajar día y noche después que el Visitante traiga otras cisternas vacías. ¿O esperará al siguiente verano para hacerlo? Mañana el Visitante vendrá. Pondrá a los Supervisores a cargar las cisternas llenas en su gran camión, después de dejar las vacías. Todo empezará de nuevo. ¿Las dejará sin vigilancia? No ha confiado en nosotros en todo el verano. ¿Por qué ahora sí? ¿Y enviará a Ford para vigilarlas? Siento el tirón de la presencia de Ford. Puede que esté en el bosque ahora. Si giro a la izquierda en lugar de la derecha; si paso por ese árbol en vez de rodear aquéllos arbustos; podría estar con él, pero no. Tome mi decisión. Tengo que vivir con ello. Mientras camino a la tumba de Ellie, nada se siente bien en el bosque. Escucho sonidos que impulsan mis pies, aceleran mi corazón—sonidos que cualquier otra noche puede que no haya notado: roces, hojas que crujen. Son sólo animales, y pequeños, lo sé; pero ninguno se siente amigable. Los Ancianos están en mi contra, Madre está en mi contra y eso hace que sienta como que el mundo ha decidido que merezco que me castiguen. Pero Ellie no, Ellie nunca haría eso. Ignoro los sonidos y camino más rápido, incluso cuando una rama de árbol se azota directamente en mi cara. Después de que una rama me sorprende, todas se sienten fuera de lugar. Tres más me azotan antes de que disminuya el paso.

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¿De qué estarán hablando en la cabaña? ¿Estarán pensando en un castigo para mí? ¿O tal vez estarán decidiendo que no valgo la pena como líder, como Asa dijo? Una raíz se atora en mi pie; me tropiezo, mi tobillo se tuerce y apenas consigo no caerme. Pero luego, otro paso, otra raíz, y me azoto en el suelo del bosque. Mi pecho aterriza en la punta dura de la raíz. Me saca todo el aire de golpe. Jadeo, desesperada por aire, y al principio no sirve de nada. El aire parece brillar a mi alrededor. Imagino que veo a alguien parado adelante… Ellie. Finalmente puedo respirar. Jalo aire a mis pulmones, tumbada en el suelo, y la figura que imaginé se ha ido tan rápido como la vi. Cada parte del bosque ha peleado conmigo esta noche. ¿Por qué sigo devolviendo la pelea? Ellie se ha ido, sé que no puedo hablar realmente con ella en su tumba… y si me escucha, entonces escucha en todos lados, no sólo en el pedazo de suelo donde ellos la pusieron. Debería regresar a su cabaña, debería esperar. Si Hope llega ahí antes que yo, tal vez pensará que huí. O al menos sabrá que no la obedecí. Pero no es el camino que mis pies eligen. Y ahora el bosque es familiar de nuevo—las ramas están en donde deberían estar, es fácil eludirlas o quebrarlas. Las piedras y raíces son apoyos para los dedos de mis pies en vez de obstáculos. Estaré en las cisternas en cualquier momento. Tal vez Ford esté ahí, tal vez no. No estoy segura de qué haré si lo veo. Pero sé que no hay otro lugar en el que quiera estar ahora mismo. Y antes de volver a la misma triste vida de Congregante, quiero una última oportunidad para algo más, sólo por una noche.

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Traducido por Kathfan

Estoy cerca de las cisternas cuando escucho el grito. Rebota entre los abedules, tan alto, que imagino que sacude las hojas. ¿Es un gato montés? ¿Un oso? Lo que sea, debe estar herido o luchando... o ambas cosas. Cuando casi puedo ver la parte superior de las cisternas, otro grito hace eco a mi alrededor. Me meto en los arbustos y miro por entre las ramas. Allí delante, está la masa oscura de las cisternas. Me arrastro más y más cerca, hasta que estoy en la cima de la colina que se yergue sobre ellas. Hay sombras en las cisternas, unas que no pertenecen al lugar. Me sumerjo más profundo entre las hojas antes de arriesgarme a dar otro vistazo. Hay personas, seis o siete, están de pie a la sombra de las cisternas. Se encuentran en un amplio círculo, no puedo ver sus caras o lo que llevan puesto; pero veo el destello de algo plateado en una mano. Me obligo a calmar mi respiración. Ahora escucho otros ruidos: el sonido nauseabundo de la cadena de un Supervisor. Y a continuación, un golpe duro. Una línea de plata se arquea por encima de las cabezas de las personas y da un latigazo en medio del círculo. Cuando la cadena termina su arco, hay otro grito. Envía escalofríos por mi columna, me hace apretar los dedos de los pies dentro de las botas. La cadena pasa de una figura oscura a la siguiente. Cada una se arquea y golpea duro; pero la persona a quien están dando la paliza no siempre grita. Tal vez es debido a que la víctima es valiente… o tal vez es porque él o ella está perdiendo fuerza. Sé que no puedo detenerlos, sé que sólo volverían su cadena contra mí. Así que esperaré hasta que hayan terminado. Voy a salir del bosque y buscar ayuda para el Congregante que se encuentra en la hierba bajo las cisternas.

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Otro grito, otro latigazo. Me hundo en el suelo y aprieto las manos contra mis oídos. Esta paliza dura más que cualquier otra que haya visto. Los Congregantes son fuertes, me recuerdo a mí misma. Nuestros cuerpos pueden soportarlo, este dolor es temporal y este Congregante sanará. Voy a hacer Agua para curarlo, si la necesita. No me importa lo que piensen los Ancianos. Los gritos se han detenido. La cadena cae una, dos, tres veces más. Entonces oigo una voz—una voz familiar, sedosa, e imposible—que viene de uno de ellos. —¿Se acabo? Es Hope, lo sé. Se me escapa un jadeo y retrocedo dentro del bosque. —Está bien acabado. —dice otra voz, ¿Earl? Me atrevo a mirar de nuevo. En un instante, también reconozco otras figuras: el pequeño y listo Asa, los anchos hombros de Boone, la erguida actitud orgullosa de Madre. Ahí está Earl, junto a ella, sostiene la cadena. Hay una figura más además de ellos: Zeke Pelling, tal vez o tal vez es otro Congregante. Seis, en total. —Pero ¿está muerto? —pregunta Boone. Madre se arrodilla, mira a la persona o cosa en medio de ellos. —Tiene que estar muerto, no es uno de los nuestros. Hope deja escapar un fuerte gemido. —¿Qué hemos hecho? —llora. —Lo correcto. —responde Boone. —Ve por Ruby, Hope —dice Madre—, llévala a casa. Luego se hace a un lado, y veo en medio del círculo. Un cuerpo, estropeado. Trozos blancos de una camisa oscurecida y hecha jirones. Hay remolinos oscuros de diseños en la piel desgarrada y ensangrentada.

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—¡No! ¡No! —Salgo intempestiva de los arbustos y corro por la colina hacia ellos. Como uno solo, el grupo se vuelve y me mira. Earl deja caer la cadena. Hace un ruido sordo pesado y terrible en el suelo del bosque. Me abro camino entre Madre y Boone. Ahí está Ford, en medio, aunque apenas puedo reconocerlo. Se encuentra en un charco de sangre. Sus miembros están torcidos en direcciones equivocadas; un río oscuro corre desde la coronilla, por su mejilla, y se acumula en su garganta. —¡Lo mataron! —Llego a él, pero Boone me agarra ásperamente por el codo para detenerme. —Tuvimos que hacerlo. —dice Hope. —No tenían que hacer esto. —le aseguro a Hope con una mirada feroz. Mira hacia otro lado. Lucho contra el agarre de Boone, hace una mueca en su intento por retenerme. —Déjame, déjame tocarlo. —No ruego, le gruño, salvaje. —Puede hacerlo. —dice Madre. Boone me suelta de repente, tropiezo hacia atrás y aterrizo con fuerza contra Madre. Pero me alejo bruscamente de ella, lo más rápido que puedo y me arrodillo junto a Ford. Su cuerpo está completa, inquietantemente inmóvil. Tomo una de sus manos en la mía, paso mis dedos sobre su palma. Un estremecimiento sacude mi cuerpo. —Está muerto —les digo—. ¡Muerto! —grito lo suficientemente alto como para que haga eco en las colinas. —Bien. —dice Madre. Boone me mira, su cara en blanco. —Ahora te quedarás. —dice.

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—Y él no le dirá a nadie sobre ti. —Los ojos de Madre chasquean hacia Earl y Zeke. Son lo suficientemente buenos para ayudar a dar una paliza, pero no lo suficiente para enterarse de todos mis secretos. —Él quería robarte —dice Hope—, quería alejarte de nosotros. —Sólo quería amarme. —susurro. —Ambos fueron muy egoístas —dice Madre—. No nos dejaron otra opción. —¿Alguna vez Otto dijo que el asesinato fuera una opción? —pregunto—. Siempre dijo que la violencia no era el camino. —Otto te necesita aquí, todos estamos de acuerdo. —Madre mira a los otros, uno por uno. Lentamente, cada uno asiente. —Le dije adiós. Te dije que se había terminado. —Miro hacia Madre. —¿Y qué si cambiabas de parecer, Ruby? —pregunto. —El amor te hace hacer cosas peligrosas. —Hope atraviesa el círculo para acercarse a mí. Primero se mueve, creo que para arrodillarse junto a Ford, pero entonces da un paso atrás y mira hacia arriba, de forma rápida. —Míralo, Hope —insto—. Mira lo que han hecho. Se pone una mano en la boca y se lanza hacia el bosque. Trato de alisar los retazos de tela encima del pecho roto de Ford, aunque eso parece aún más indecente, con su sangre y vísceras expuestas. Un sollozo se me escapa, mis lágrimas gotean sobre él, dentro él, pero sólo lloro con más fuerza. Asa habla, por fin. —No fuimos nosotros los que ocasionamos que esto pasara. —Fuiste tú —añade Earl—. Podrías haber aceptado a mi chico. Nada de esto tenía que suceder.

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—En lugar de meterte con basura. —Zeke escupe sobre la mejilla golpeada de Ford. Lo limpio con ternura. —Están equivocados —le susurro a Ford—, no fui yo quien hizo esto. Me tumbo en el suelo junto a él, mi cuerpo en la sangre, mi pelo anidado en las hojas. Pero no me importa, sólo quiero estar cerca de él. —Nos vamos, Ruby. —dice Madre. Entonces extiende la mano. —Bien —le digo—. Vete. Se echa hacia atrás como si hubiera tocado algo caliente. —Me lo agradecerás un día, Ruby. Ya lo verás. —Nunca. —le digo. Madre da vueltas sobre sus talones y se va hacia el camino. Los otros la siguen… todos menos Boone, que permanece ahí durante un momento. —El Visitante viene en la mañana —dice—, habría limpiado para entonces. —Nunca los perdonaré —le digo a Boone—, a ninguno. —Puede que no —da una respiración profunda y mira hacia el cielo—, pero te quedarás. Boone se aleja, sus pies crujen sobre las hojas secas como huesos. Tomo en mi mano todos los dedos de Ford, que están en ángulos equivocados… Y paso el dedo sobre su piel, en la forma en que una vez me tocó. —Despierta —le digo. Y entonces lo digo de nuevo, más fuerte—. Despierta. Entonces lo siento. Es el más débil de los pulsos, en la piel entre el pulgar y el dedo índice.

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Está vivo, pero apenas.

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Traducido por Kathfan

Está vivo. Me siento y vuelvo a mirar por encima el cuerpo de Ford, esta vez para ver qué tengo que arreglar primero. Hay heridas en todas partes, su cuerpo hundido en los lugares equivocados. Huesos perforan la piel en sus costillas y muslos. Pero hay esperanza. Y si alguien lo puede salvar, soy yo. —Estás vivo. —Canto suavemente, una y otra vez cuando lo presiono y examino con cuidado. Las palabras salen más rápido hasta que es una sola. Vivo. Vivo. Vivo. Necesita Agua, pero ¿de dónde? No hay forma de traer agua hasta aquí. Del lago. No tengo ninguna cubeta. Las hojas. Puedo obtener de las hojas, me pongo de pie y agarro una zarza cercana. Seca. Helechos… estarán mojados. Una sola gota de agua se desliza sobre mi dedo por un momento tentador... y luego cae al suelo. Paso el dedo sobre las protuberancias blandas de las venas de mi brazo. Podría buscar una roca y cortarme el brazo. Podría gotear mi sangre en sus heridas. ¿Funcionaría? No sé, es posible. O podría matarlo. Nadie nunca ha bebido mi sangre a menos que esté diluida en agua. No puedo experimentar, no ahora.

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Sólo queda un lugar donde hay Agua: las cisternas. Hay cinco cisternas llenas detrás de nosotros. Seguramente hay suficiente para salvar la vida de alguien. El Agua pertenece a Darwin West. Nadie nunca ha roto esa regla. Quizá se debe a que los Supervisores están dispuestos a castigar cualquier robo o tal vez les parece mal meterse con el Agua consagrada. Levanto la vista hacia la cisterna que se yergue sobre nosotros como una nube en el cielo. El gran candado puesto sobre el grifo está oxidado y viejo. Se mueve ligeramente en la brisa que barre sobre nosotros. —Voy a ayudarte —le digo a Ford—. Sólo... sólo sigue respirando. Entonces me pongo de pie. Mi ropa está pegada a mi cuerpo en lugares extraños, cubierta con sangre y terrones de tierra. Cuando doy un paso, me doy cuenta por primera vez que las piernas y manos me están temblando. Encuentro la roca más grande que puedo y la sostengo por encima del candado. El Visitante viene mañana, no habrá forma de ocultar el robo… a menos que utilice sólo un poco. Golpeo el candado, la roca deja brillantes rasguños en el metal oxidado, pero la cerradura no se rompe. Vuelvo a levantar la roca. El candado se balancea violentamente en la cadena, se burla de mí, aún intacto. La cadena de Supervisor todavía se encuentra a los pies de Ford en un montón sangriento. Es lo más fuerte en el claro. Levanto la cadena y la balanceo lentamente al principio y luego más rápido. Entonces la azoto contra el candado. El candado oscila, pero no se rompe. Es sólo un candado pequeño. Un candado pequeño y oxidado se interpone entre la muerte y la vida de Ford. Tengo que encontrar una manera de romperlo.

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Toco los eslabones y recuerdo las manos que sostuvieron esta cadena antes que yo. Madre, Boone, Hope, Asa, Earl, Zeke... todos cargaron esta cadena con odio. Todos querrían que fallara, si supieran lo que estoy haciendo. No voy a fallar. No puedo. El candado ha dejado de balancearse. Respiro profundo y lo estudio. Hay una gran brecha entre la parte inferior del candado y el gancho… lo suficientemente grande para meterle algo. Me vendría bien un palo como palanca o tal vez... Tal vez podría utilizar la cadena. Deslizo el extremo de la cadena por la abertura, luego agarro cada extremo en una mano. Entonces tiro de la cadena con todas mis fuerzas. Por una vez, dejo que estas terribles cadenas hagan algo bueno. Pero el candado se queda cerrado. Por favor, Otto, ruego. Por favor, rompe el candado. Me envuelvo la cadena alrededor de los brazos y las muñecas, entonces jalo con toda mi fuerza. Tiro. Nada. Salto atrás y aplasto el candado. Mis pies resbalan y caigo al suelo, pero escucho el candado gemir. Está funcionando. Me paro. Salto. Desciendo. Caigo. Me levanto y lo hago de nuevo. Mi espalda grita. Siento la tela de mi vestido romperse más con cada salto. —Otto —gimo—. ¡Ayúdame! Y finalmente caigo sobre la hierba. El candado está roto. La cadena aterriza sobre el cuerpo de Ford. La empujo lejos, temblorosa. A continuación, paso las manos bajo sus brazos y tiro. Su cuerpo se rehúsa a seguirme, se desliza repugnantemente sobre las rocas que están bajo él. Ahora lo tengo posicionado bajo el grifo. Lo abro. Al principio, no sale agua. Pero entonces hay un goteo, un chorrito hermoso y aterrador. Por un momento, estoy congelada, miro el Agua que sale de la cisterna,

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trabajamos todo el año para recoger esta Agua. Mañana el Visitante vendrá por ella. Pero entonces miro hacia abajo y veo a Ford, roto, esperando que lo sane. Respiro hondo y ahueco las manos alrededor del grifo para asegurarme que cada gota cae sobre él. El agua gotea en su cuello y baja por su pecho, desaparece en los agujeros hechos por sus costillas rotas. Por favor, funciona, ruego. Sálvalo, Otto. Ford dijo que el Agua, mi sangre, era una blasfemia, dijo que era obra del diablo. Pero no me importa. Sólo quiero que él viva. No se ve mejor y los bordes del cielo tienen un tinte azul. No hay tiempo suficiente. Doy al grifo un giro salvaje y el Agua se desparrama sobre el cuerpo de Ford. Pero no aterriza sobre su cara rota. Rasgo su camisa suave, ahora destrozada y mantengo el tejido debajo del Agua corriente. La sangre se limpia de su cara fácilmente. Mantengo la tela mojada, la sigo corriendo sobre los planos malformados de su rostro, con la esperanza que se restauren al Ford que conozco. La respiración de Ford ha cambiado. Es más profunda, más larga. Aún así, un traqueteo húmedo viene de su pecho. Y todas sus extremidades permanecen dobladas en ángulos equivocados. Empujo sus brazos, trato de enderezarlos en la forma correcta, como lo hago con Madre después de una paliza. Lo siento un poco menos flácido. El Agua está funcionando, aunque lentamente. Me paro, estiro mis extremidades. Cuando doy un paso, mi pie se resbala en el barro. No me di cuenta cuánta Agua se había acumulado a nuestro alrededor. La tierra tiene pequeños lagos de lodo y el flujo constante ahora llega hasta el camino.

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Cuando me arrodillo junto a Ford de nuevo y paso la tela en su rostro, se siente diferente. Me inclino cerca, mi aliento mezclado con el suyo. Ahora su nariz se ve derecha, y sus labios ya no están surcados por grietas sangrientas. Dejo caer un tierno beso en sus labios. —No vas a morir. Esta noche no, no. —le digo. Reviso el cielo. Está oscuro, todavía, pero las estrellas no son tan brillantes. ¿Cuánto tiempo tengo? —Despierta, ahora —digo—. Iremos a conseguir más palomitas. Ford no me escucha o si lo hace, no puede responder. Pero imagino que sus labios se mueven en una pequeña sonrisa. —También vamos a dar un paseo en tu camioneta —digo—. Vamos a conducir rápido y lejos. Estoy empapada hasta la cintura por arrodillarme para limpiar la cara de Ford. Pero sigo mojando mi tela y limpiando… Y ahora dirijo mi atención a sus manos rotas. Conforme corro la tela sobre sus huesos, se enderezan y a medida que avanzo parecen estar más planos y unidos entre sí. También su piel se ha uniformizado. No hay más sangre, salvo las manchas en sus ropas destrozadas. Sacudo sus hombros y me atrevo a hablar en voz alta. —Despierta, Ford. Pero no se despierta, y el Agua parece salir más despacio. Cojo un poco de Agua en la mano y la riego en la boca de Ford. Al principio se sale y corre por su mejilla. Lo intento de nuevo. Y luego la traga. —Bien —le digo—. ¡Bien!

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Un gorgoteo proviene de su garganta. —¿Ford? —preguntó. No responde. Pero mueve la cabeza de lado a lado, y sus parpados aletean. Con todas mis fuerzas, lo arrastro hasta sentarlo, apoyado contra mí. Tose violentamente y golpeo su espalda, una vez, dos veces, tres veces. Entonces se inclina hacia adelante y vomita Agua sobre la hierba. Alcanzo su frente y le pongo las manos sobre los hombros, para evitar que se caiga hacia atrás. —Ford, soy yo… Ruby. Vas a sanar, vas a vivir. Ahora la luz del cielo atraviesa las ramas de los árboles. En cualquier momento podría oír el estruendo del camión. —Ruby —se queja. Luego sube una mano y le da a mi brazo un fuerte apretón. —Lo siento. Nunca imaginé que llegarían a esto, los habría detenido. De alguna manera. Yo nunca... Hay tantas cosas que quiero decirle. Pero no hay tiempo. —¿El Agua, se ha acabado? —Ford mira hacia arriba, luego gime y baja la barbilla. Sostiene su cabeza con ambas manos. Me doy cuenta que el flujo de Agua se ha detenido. Tardamos dos meses—tal vez tres—para llenarlo. Y lo vacié en una noche, por una persona. —Estás vivo. No me importa. —Pero mi voz tiembla. —Tú me curaste. —dice. —Sí, lo hice. Quiero decir… el Agua lo hizo. Pero ven —Me levanto y extiendo ambas manos—, no te puedes quedar aquí. Su mano busca a tientas su medalla, pero pronto cae inerte a su regazo.

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—No puedo moverme. —Ford vuelve a caer al suelo y rueda sobre su costado, escupe más Agua. —Te ayudaré a llegar a los árboles —le digo—. Pero tienes que caminar, al menos una parte. Es pesado, pero sus piernas están medio funcionales. Escalamos hasta un espeso grupo de pinos. Lo hago rodar en una cama suave de agujas de pino; las ramas bajas lo esconden. Sus ojos revolotean cerrados. Va a necesitar dormir, mucho. —Ocúltate hasta la puesta del sol —digo—. Entonces estarás lo suficientemente fuerte para irte. Tal vez, con suerte, los Congregantes pasarán a su lado sin verlo. Ford traga y aprieta su estómago… pero no sale nada. —¿A dónde vas a ir? —A las cisternas y a cosechar después. —Tal vez si finjo que todo es normal los demás también lo hagan. No sé qué más hacer. —Ruby, ten cuidado. —Ford trata de alcanzarme, pero sus brazos están demasiado pesados, apenas puede levantarlos. —Te amo. —le susurro. Ford sonríe, y luego cierra los ojos. —Lo sabía. Luego se duerme, rápidamente. Ruego que no ronque. Pienso en correr o también esconderme en algún lugar. Podría ir a algún lugar y pensar, tratar de entender todo lo que pasó esta noche. Pero entonces oigo el retumbar de ruedas de un camión detrás de nosotros… no pasa de largo, desacelera. Me sumerjo bajo los árboles, justo a tiempo. Un camión cisterna blanco se detiene al lado de las cisternas. Luce anónimo, como si pudiera transportar cualquier cosa, para cualquiera. Pero sé que es especial. Está aquí para recoger el Agua que robé.

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Traducido por Kathfan

La puerta de la camioneta se abre, y sale un hombre delgado como cuchillo y vestido todo de blanco. Su ropa le queda como si hubieran estado juntos durante un tiempo muy largo. El Visitante ha venido por el Agua desde que tengo memoria. Que nunca haya cambiado me dice que también bebe el Agua. Nunca he estado tan cerca de él antes… algo en él siempre hace que me quede detrás de la multitud. Quizá sea la forma en que lame sus labios, como si saboreara el Agua, su lengua se asoma como la de una serpiente. O tal vez tengo miedo de él, porque es la única persona que he visto en mi vida a la que Darwin West le teme. El Visitante levanta la cabeza y olfatea el aire y luego mira a su alrededor, con una sonrisa que le crece en el rostro. No es posible que sepa que estamos aquí… ¿verdad? Murmura algo, pero no puedo escucharlo. Ford deja escapar un pequeño gemido en sueños. Presiono la mano sobre su boca. —Huelo algo delicioso. —entona el visitante. Un nuevo tipo de temor me abruma, me congela cada músculo. Observo mientras pasea por el claro, su nariz olfatea en el aire. Estoy agradecida porque mi cabello oscuro y piel bronceada se mezclen en el bosque a mí alrededor. Dirijo la mirada hacia abajo para que no vea el blanco brillante de mis ojos. El Visitante no puede saber mi secreto… ¿Cierto? Pero si no, ¿por qué está buscándome?

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—Te trataría mejor —dice en voz alta—, tendrías una nueva vida. Dejo salir el aliento tan silenciosamente como puedo, cuidadosa de no mover un solo músculo. No estoy segura de qué está hablando, pero mi instinto me dice que no debo contestar… que este hombre es peligroso. Hay una nube de polvo en el camino. La gente viene. El alivio me calienta. Pronto no estaré a solas con el Visitante. Camina a su camioneta y abre la puerta, no donde se sienta, sino la otra, en el mismo lugar donde me senté cuando Ford me llevó al cine. Luego mira alrededor del claro. Creo que sus ojos se detienen donde estoy. Aprieto los ojos, como un niño que está jugando al escondite. —¡Sal, te llevaré lejos de aquí! —llama. Lenta, muy lentamente, abro los ojos para ver si él está acercándose. Pero todavía está junto al camión. Agita la mano ampliamente hacia la puerta abierta. Cuando no contesto, se encoge de hombros y cierra la puerta. No la golpea como Darwin o los Supervisores. La empuja con suficiente fuerza. Se cierra con apenas un sonido. Entonces el Visitante va a la cisterna más cercana—la que vacié para Ford —y la acaricia con la mano. Entonces la expresión de su cara se descompone y mira hacia sus pies. Está de pie en un charco de barro. ¿Sospecha lo que significa? No lo puedo decir. Ahora da un paso atrás para secarse en la hierba. Saca un pañuelo blanco de su bolsillo y seca sus zapatos. Los primeros Congregantes han llegado. Nunca he estado más feliz de ver Congregantes, sobre todo porque ninguno de los atacantes de Ford ha llegado todavía. El Visitante levanta la vista hacia ellos y resopla al aire. Gira la cara, sólo un poco, como si hubiese olido algo malo, y luego vuelve a la limpieza de sus zapatos. Ford estaría más seguro si no estuviera a su lado. Si hago ruido o alguien alcanza a ver mi vestido, entonces nos encontrarían a ambos.

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Me inclino para situar un último beso en sus labios. —Duerme bien. —susurro. Deslizo el dedo por su mejilla. De nuevo es hermoso. Está respirando. Yo hice eso. Ahora han llegado más Congregantes. Se unen en pequeños grupos y parlotean. Darwin nos podría dar más comida cuando termine el día. Siempre está de buen humor después de que el Visitante se ha ido. No será así hoy. Los estudio, las personas que han sido mi familia durante tanto tiempo. Miro las arrugas en todas sus caras, el pelo blanco que poco a poco, lentamente, se ha deslizado sobre sus cabezas. Ellos me han protegido durante cientos de años. Algunos me traicionaron anoche, pero no todos levantaron la cadena. Herí a cada uno de ellos con mi robo. Si Darwin exige un precio, ¿No debería ser yo quien lo pague? Elegí usar el Agua; nadie más. ¿Por qué deberían sufrir ellos? Pero el miedo mantiene mis pies quietos. No quiero sentir el latigazo de la cadena de Darwin… o peor. Quizá guarda alguna tortura especial, un nuevo tipo de dolor, para la persona que roba el Agua. Entonces veo que Madre viene por el camino, camina con Asa, con la cabeza inclinada. Asiente en acuerdo con algo que él está diciendo. La ira me llega en oleadas. ¿Cómo puede ella actuar como si se tratara de cualquier otro día? ¿Cómo funciona su cuerpo sin mostrar remordimiento por lo que ha hecho? Ni siquiera parece extrañarme. Ni una sola vez levanta la vista o mira a su alrededor, como para preguntarse dónde estoy ¿Está tan segura de que no voy a huir ahora?

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No voy a estar al acecho en el bosque, no voy a esconderme. Quiero que sepa que no sólo mató a Ford… casi. También mató las cosas entre nosotras. Doy un paso lejos del árbol, permanezco cerca de los arbustos altos a la orilla del camino, hasta que llego en medio de los Congregantes. La multitud está concentrada alrededor del camión. No me acerco a Madre, todavía no. El camión es largo, con una cabina de color rojo brillante en la delantera. La parte trasera es plana y abierta, y carga cinco cisternas vacías. Son para intercambiarse por unas llenas. —Buenos días, Ruby. —Madre está a mi lado, con Asa no muy lejos. Una leve sonrisa asoma en su rostro. Me recuerda a la misma mirada que Darwin le dirige, por las mañanas, cuando cojea por una de sus palizas. Asa tampoco luce avergonzado. Tiene la misma cara impasible y vigilante. Y ahora mismo, esta mirándome. —Es la peor mañana que he vivido. —les digo. Madre se mueve para estar junto a mí, por lo que nuestros hombros se presionan uno contra el otro. Nuestros ojos no se encuentran y nuestras voces se mantienen bajas. —Nunca te perdonaré —le digo—. Y tampoco lo hará Otto. —Hicimos lo que teníamos que hacer. —Envuelve un brazo alrededor de mi hombro y aprieta. —Estás empapada —dice—. ¿Por qué estás mojada? —Lo sostuve —le digo—. Es su sangre lo que sientes. Su brazo cae.

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En las cisternas, Darwin West saluda al Visitante, sacude su mano con una amplia sonrisa… pero hay un temblor en sus labios. La sonrisa del Visitante se hace más grande y más grande hasta que es más amplia que la de Darwin. Estoy segura que está saboreando la incomodidad de Darwin. Quizá eso debería hacer que me guste el hombre extraño, pero aumenta el miedo en mi interior. Darwin emite órdenes a los Supervisores. —Lee, Mathis, Schuyler —ladra—. Vamos a trabajar, el resto de ustedes mantenga un ojo en los sapos. Schuyler. Ese es Ford. Así que Darwin no sabe que falta, no aún. Lo sabrá en un momento. El Visitante se aparta de Darwin y del camión… y va hacia los Congregantes. Sus ojos vagan sobre nosotros. Me encojo más detrás de Asa. Darwin se cruza de brazos y vigila cómo los otros dos Supervisores caminan hacia el camión. —¿Dónde está Schuyler? —pregunta. —Schuyler no está aquí. —grita un Supervisor que sostiene un portapapeles. —¡Pueblerino inútil! —ruge Darwin y los otros Supervisores ríen. Darwin ordena a alguien tomar el lugar de Ford, y comienza el trabajo. Se bajan las cisternas vacías del camión y luego enganchan una cadena hasta la cisterna más alejada de nosotros, una que no toqué anoche. —¿Dónde está? —Madre pregunta, su susurro bajo y duro. —Lo... lo enterré —digo, hago un gesto hacia mi vestido, oscuro… manchado de sangre y barro—, tomó horas. —Eso fue... sabio... —dice con cautela. Asa se aclara la garganta y mira por encima del hombro antes de hablar en voz baja.

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—Era horriblemente grande ¿Cómo lo moviste tú sola? —No fue fácil. —le digo. —¿Con qué pala? —pregunta Asa. —Usé un palo. Y mis manos. —Me sostiene las manos, igualmente manchadas de la lucha contra el candado de la cisterna. También hay cicatrices de los cortes que la cadena me dejo. —Nos protegiste. Bien. —Madre se mueve como si fuera a darme palmaditas en la espalda, pero mi mirada la hace pensárselo dos veces. Su mano vuelve a posarse a su lado. Asa me lanza una mirada escrutadora. Luego da un paso delante de Madre y yo, escudándonos. Darwin está mirando a sus hombres trabajar, con los brazos cruzados y las piernas abiertas. Una sonrisa satisfecha juega en sus labios, aunque echa miradas nerviosas ocasionales al Visitante. El Visitante no presta atención al transporte del Agua. En su lugar, bordea la multitud de Congregantes. Doy otro pasito, para cubrirme a la sombra de Asa. Ya han movido dos de las cisternas, maniobran la manivela que jala la cadena para arrastrarlas a través de la hierba y luego por la rampa del camión. Dejan largas filas de hierba aplastada. Madre deja escapar un grito ahogado. —Barro. Barro, allá arriba, junto a las cisternas. No ha habido lluvia. El miedo me congela. Miro fijamente al frente. —Esto es más que sangre —Madre agarra mi manga, la aprieta, sale un hilo de agua y aterriza en el suelo—. Esta es Agua. —Hiciste lo que tenías que hacer —le digo—. Y yo también. Madre deja escapar un gemido.

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Ahora los Supervisores han alcanzado la cisterna vacía. Afianzan el enorme gancho en la parte superior, yo cierro los ojos y envió una oración silenciosa a Otto. Ten piedad, le ruego. Sálvanos. Sálvame. —¿Dónde la conseguiste, Ruby? —Madre pregunta. No respondo. El Supervisor que opera la manivela presiona un botón. La cisterna avanza… y entonces vuela en el aire. Sin el peso del agua, el tirón del camión es demasiado fuerte. La cadena se afloja primero y la cisterna vuela hacia la multitud. Darwin se arroja al suelo, pero el Visitante casi a mitad de la multitud, sólo se vuelve y mira mientras los Congregantes nos dispersamos. La cisterna llega al final de su recorrido, a pocos centímetros de Madre. Ella gira la cabeza para mirarme. —¿Está vivo? —pregunta. —No —me encuentro con sus ojos—. Tú lo mataste. Darwin da zancadas hasta la cisterna; el Visitante lo sigue, ahora sólo está a 30 centímetros de distancia de mí. El vello de mis brazos se levanta como agujas. —Lo arreglaré, lo arreglaré todo. —murmura Madre. El Visitante golpea la cisterna con los nudillos. Suena hueca, no es el ruido satisfactorio de una cisterna lista para ser cargada y entregada. —Está vacía. —anuncia. Entonces me mira y sonríe… su lengua se desliza sobre sus labios de nuevo. Una turbulenta náusea me abruma. La Congregación estalla en ruido: chisporroteos calientes de preocupación y especulación, ojos suspicaces parpadean en los rostros de todos.

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—¿Quién hizo esto? —ruge Darwin.

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Traducido por areumyhero

—No fuimos nosotros —Madre está casi frente a mí, me cubre de Darwin—. Nosotros no tomamos nada de Agua. Los ojos de Darwin viajan de Congregante a Congregante, sin detener la mirada en ninguno más de un segundo. Su mirada apenas cae en mí. Aún si me vio, tal vez no notó que mi vestido está mojado. Está empapado, pero simplemente se ve más oscuro. Doy otro paso detrás de Madre. —Esas cisternas estaban llenas —Darwin da dos pasos y luego está a unos centímetros de Madre—. Tus codiciosos hijos siempre quieren más ¿no? Detrás de él, el Visitante levanta una mano, casi lo toca, pero la deja caer. Saca un reloj de su bolsillo, la cadena brilla en el sol. —Debería haberme ido ya. —Un minuto. Sólo…. Dame un minuto —dice Darwin. Su voz parece un lloriqueo. —El Agua… —empiezo. Los ojos del Visitante dejan el reloj y aterrizan en mí. —Ruby. —Madre espeta la orden sin voltear a verme. —¿Qué sabe ella? —le pregunta Darwin a Madre. —¿Esa chica? Lo único que sabe es dormir. Tuve que despertarla esta mañana. Holgazana. —Madre gira y me abofetea tan duro que suena como si una rama se

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desprendiera de un árbol. Me presiono la mano contra la mejilla, segura de que debe estar sangrando. El Visitante respira pesadamente, sisea como una serpiente. —Deja de hacernos perder el tiempo. —me ordena Madre. Creo que no quiere que confiese. Madre quiere controlar todo en este mundo. —¿Sabes en dónde está mi Agua? —Darwin me pregunta. —Mi Agua, en realidad —lo corrige el Visitante. Me da una sonrisa, pero no se la devuelvo. —¿En dónde está? —ruge Darwin. Mi boca está pesada y no se mueve, como si estuviera llena de grava. —Ninguno de nosotros tomó el Agua. —dice Asa. —Nadie más lo haría. —dice Darwin. —¿No dijiste que uno de tus hombres faltaba? —pregunta Madre. Darwin mira hacia los Supervisores, luego asiente lentamente. —Schuyler no apareció hoy. —Falta Agua, falta un hombre… —Madre agita una mano en el aire lentamente—. ¿No tiene eso sentido? —No fue él. —barboto. La cabeza de Madre cae pesadamente, la barbilla contra el pecho. —La chica sabe algo. —dice Darwin. —Ruby no sabe nada. —dice Madre. —Déjalas en paz. —el Visitante posa la mano suavemente sobre el hombro de Darwin.

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Darwin se estremece. —Son ladronas. —No, no son ladronas —el Visitante dice—. Tú sí. —No fui yo, lo juro. Nunca tomaría algo tuyo. —Darwin se quita el sombrero y lo sostiene contra su pecho. Su cabeza se ve mal, muy vulnerable, su cabello rubio aplastado en donde estaba el sombrero. El Visitante cruza los brazos, un movimiento simple sin gasto de energía. El resto de su cuerpo muy quieto. —Tenemos un contrato, Darwin West. Me debes esta Agua, en esta fecha. No un día después. —Lo sé, y la tenía. ¡La tenía! —Darwin se pone cara a cara con Madre, luego me mira—. Ella sabe dónde está. El Visitante mira por encima de Darwin, directo hacia mí. —Dime algo, chica. Alejo la idea de darme la vuelta y salir corriendo. —¿Sí? Sus ojos viajan sobre mí. Ordeno a mis ojos que se queden quietos, sin dirigirse en ningún momento al lugar en donde se esconde Ford. —Una promesa es una promesa, ¿cierto? —me pregunta. —Tendrás tu Agua. —dice Darwin. —¿Cierto? —insiste. —Sí. —respondo, mi voz se rompe en esa única palabra. —¿Ahora cómo se cumplirá esa promesa? —pregunta el Visitante. —Cosecharemos. —digo, mi voz es tan suave, tan pequeña, sueno como una niña. El Visitante sonríe cada vez más amplio y olfatea el aire con delicadeza. Miro hacia abajo, al suelo, dejo de ver sus ojos. Se acerca a mí y permanece ahí, muy cerca.

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—Arándano —susurra—, y menta. Retrocedo deprisa. Madre se tensa, pero no dice nada. —La chica está en lo correcto. Trabajaremos el doble, trabajaremos toda la noche. ¿No es así? —Darwin le dirige a Madre una mirada amenazante. Ella no responde. El Visitante levanta un poco la voz, pero incluso ese poco suena más peligroso que cuando Darwin grita. —La quiero hoy. —No están todas vacíos. —Darwin apunta a las dos cisternas que quedan. —¿Cómo lo sabes? —el Visitante levanta una ceja hacia Darwin. —Te mostraré. —dice Darwin. El Visitante me rodea primero. —Eso fue un poco excesivo —susurra—. Unos pocos galones sanan hasta las peores heridas ¿cierto? Camina a mí alrededor, me ve a la cara. Nuestros ojos se encuentran y un escalofrío recorre mi espalda. —Te mostraré. —dice Darwin en voz alta. Miro mientras ellos muy, muy lentamente caminan hacia las otras cisternas. Darwin quiere apurarlo, pero el Visitante no quiere apurarse. Para cerca de cada Congregante y respira profundamente. Su rostro parece decepcionado, y siempre mira hacia atrás, hacia mí. El caminar del Visitante es tan liviano, como si no tocara el suelo. Y sin embargo, está claro que es la persona más temible aquí. Sólo se necesita ver el rostro de Darwin para saberlo. —¿Qué te dijo? —me pregunta Madre.

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Pero Hope viene apresuradamente antes que me saque una respuesta, Boone la sigue. Sólo tiene ojos para Madre. —Ustedes lo mataron. —digo. Hope cierra los ojos fuerte y asiente. —Tuvimos que hacerlo. —dice. —No tienes que dar explicaciones. —le dice Boone. El Visitante golpea con los nudillos la primera cisterna y hace una expresión satisfecha. Luego se mueve lentamente a la siguiente, pero no sin antes voltear a verme. —El Visitante está mirando a Ruby —dice Madre—, como si no fuera nuestra. Boone le da un ligero apretón a la cintura de mi vestido. —Estás empapada. —Sabemos lo que hiciste. —susurra Hope. —No hay manera de que me den un castigo peor. —digo. Sus ojos van hacia Madre. Pero Madre aleja la mirada, hacia las cisternas. —Entonces… ¿el Agua no funcionó? —pregunta Hope. —Nada funcionó. —respondo. El Visitante dice a Darwin algo que no podemos escuchar. Darwin levanta las manos, como para defenderse. Y luego, Darwin comienza a llorar. —¿Quién tomó el Agua? —grita Darwin a la multitud, lágrimas bajan por su rostro. Estira la mano para sacar la cadena de su bolsillo. Pero el Visitante la agarra primero. Arrebata la cadena del bolsillo de Darwin y la tira al suelo detrás de él. —No. —dice.

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—¡Díganme! —ruge Darwin hacia todos nosotros. Los Ancianos se mueven como grupo al frente, y yo los sigo. Los Congregantes comienzan a susurrar, se miran entre todos mientras atravesamos la multitud. Ahora algunos ojos examinan mi vestido. Pero nadie me delata. Ni siquiera Asa, que ahora está detrás de nosotros y murmura algo. —Debes pagar. —le dice el Visitante a Darwin. —La tendremos para ti, el doble de rápido que antes. —dice. El Visitante sacude la cabeza. —Eso no es suficiente. Darwin asiente a los Supervisores alrededor de nosotros. Algunos se llevan las armas a los hombros, apuntan al Visitante. —Si no estoy en casa en una hora, la policía vendrá. —dice. Algunos bajan sus armas. Otros dudan, pero se mantienen firmes. La policía… Darwin nos contó acerca de ellos. Se supone que deben proteger a la gente, incluso salvarlos. Nunca han venido aquí antes. ¿Por qué alguien creería que vendrán ahora? Pero los Congregantes están emocionados. Una corriente de susurros crece, otra vez, aún cuando todos esperamos lo que el Visitante dirá después. Apunta a dos de los Supervisores que están más cerca. Son de los más bajitos, pero robustos, con feos tatuajes azules en el cuello. No son nada parecidos a Ford. —Bobby Saunders. Gary Markham. ¿Creen que quieran volver a la cárcel? Se miran el uno al otro, sobresaltados. —Sabes nuestros nombres. —dice uno lentamente.

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—Sé el de todos, cada uno de ustedes y si me hieren hoy aquí, lo peor que hayan imaginado se hará realidad. Para todos y cada uno de ustedes. —El Visitante mira de Supervisor a Supervisor. Y uno por uno bajan sus armas. La respiración de Darwin se convierte en rápida y superficial, como un animal jadeando, como si hubiera corrido un largo camino para llegar aquí. —¿Alguien ayudará? —el Visitante pregunta. Me mira directamente a mí, pero no a mi rostro. Su mirada viaja por mis mangas, hacia mis muñecas, y se queda ahí. Podría responderle. Podría ofrecerle mi sangre y rellenar las cisternas. Creo que de alguna manera, él lo sabe. No sé de donde viene, o qué clase de persona o bestia es. Pero él sabe mi secreto, aún si Darwin West no lo sabe. Los Supervisores se ven unos a otros, murmuran, agitan la cabeza. Los Congregantes permanecen quietos, en silencio. Una vez le pregunté a Madre por qué todos nos quedábamos quietos antes de que Darwin West sacara la cadena. Cómo parece que todos sabemos, antes de que nos diga, que el dolor vendrá. —Los Congregantes conocen el olor de la violencia —me dijo ella—. La olemos antes de verla. Ahora todos están quietos. Algo terrible está por venir; algo que ya flota sobre nosotros. El Visitante se dobla por la cintura, parece un movimiento fluido y elegante. Darwin da tres pasos frenéticos, se tropieza, se aleja de él. Pero alejarse del Visitante significa ir con los Congregantes. Asa lo detiene, agarra sus brazos y lo voltea para que enfrente al Visitante.

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El Visitante sujeta un cuchillo brillante en el aire. —Guarda eso —ordena Madre—. No queremos que nadie salga herido. Dejo salir una áspera carcajada, una que no sabía que estaba aguantando hasta que salió de mí. —Soy un buen proveedor. Te doy todo lo que quieres, año tras año, aún cuando hay sequía —dice Darwin—. No puedes herirme. El Visitante sonríe lentamente. —Oh, pero puedo hacer casi cualquier cosa que quiera. Balancea su grueso brazo. Los Supervisores más cercanos retroceden. El cuchillo hace un arco descendente y cruza el estómago de Darwin. Él hace un sonido animal antes que el arco del cuchillo haya finalizado. Después de eso, todo pasa muy rápido. Primero está de pie y luego está colapsado, ambas manos presionadas en su vientre. El Visitante lo mira, su rostro en blanco. Darwin se hunde más. La sangre se acumula a su alrededor. —¡Denme mi Agua y lo curaremos! —nos dice el Visitante. Podría ser tan fácil. Llenaríamos las cisternas con agua del lago, o con cualquier otra agua. Entonces podría darle a la cisterna suficiente sangre en un día o dos. Pero si hiciera eso, todos sabrían mi secreto. Y Darwin viviría. Aún sería nuestro dueño, o peor, el Visitante lo sería. Finalmente puedo ser la líder que la Congregación necesita. Puedo pagar la deuda que hice cuando tomé el agua. Puedo hacer lo que Jonah dijo que podría hacer: puedo liberarnos. Me quedaré callada, dejaré a Darwin West yacer y sufrir. Acabaré con él sin hacer nada.

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Boone suelta a Madre. Ella se arrodilla al lado de Darwin y le pone la cabeza en su regazo. Una oleada de conmoción me golpea como bofetada. ¿Cómo puede tratarlo con ternura? Cuando Madre levanta su mirada hacia mí, hay lágrimas en sus ojos. —¿Qué haré ahora? —pregunta—. Ayúdalo, Ruby. El Visitante la escucha; olfatea el aire de nuevo, y me sonríe. He dejado a Madre y a los Ancianos manipular mi sangre por tantos años. Pero mi cuerpo me pertenece. Mi sangre es un regalo que yo he decidido dar. Es un regalo que puedo retener. La sangre ha empapado la camisa de Darwin. Sus ojos ya están cerrados. No puedo decirle lo que he soñado decir, no me escuchará. No aguantaré más. —Darwin West no se merece tu consuelo —le digo a Madre—. Ni siquiera merece vivir. Ella inclina la cabeza. Me pregunto si hablará. ¿Dirá mi secreto para salvarlo? Pero se queda callada. —Entonces él muere, —dice el Visitante.

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Traducido por Marta2

Madre empieza el canto. Es un himno, uno que cantamos en el bosque algunas veces: Déjanos morir en suave gracia. Déjanos morir en su abrazo. Podríamos haberlo cantado para Ellie o Jonah, si los hubiéramos enterrado. Pero, en cambio, la cantan aquí. Él no se lo merece, ni una solo nota. Al principio, algunos permanecen callados. Boone continúa con los labios sellados, a pesar de que se agacha junto a Madre. Veo a Earl, de brazos cruzados, en silencio. Pero cuando Madre gesticula y el sonido viaja, cada Congregante rápidamente se une a la melodía, excepto yo. Permanezco callada. Madre permanece sentada con la cabeza de Darwin en el regazo. Se inclina y pone la oreja junto a la boca de él. Cuando aparta la cabeza, su rostro está surcado por las lágrimas. Entonces levanta la cabeza y se vuelve unir a la canción. Nunca he visto a una persona morir tan rápido. Un Congregante tarda semanas en marchitarse; a veces meses; para que se desintegre el cuerpo, un poco cada día. Esa es toda la muerte que he visto. Pero Darwin estaba vivo unos minutos antes, gritándonos, seguro de que controlaba su futuro. Ahora yace en su propia sangre, pálido e inmóvil.

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El sol ya está alto, sin nubes en el cielo. El sudor gotea por mi espalda, donde brillan la mayoría de los rayos. Mi vestido ya no se siente mojado. Madre deja la cabeza de Darwin en el suelo, con gentileza. Mientras se pone de pie, sigue cantando. Pero cuando me mira, deja de cantar. Sus labios se estremecen. — Que Otto salve tu alma, Ruby. Ella golpeó a muerte a un hombre inocente, yo dejé morir a un demonio. —Otto estaría orgulloso de lo que hice. —le digo. —No hiciste nada. —Mira a Darwin. No hice nada, hice todo. El Visitante se desliza hacia nosotras y se lleva un dedo hacia los labios. — ¿Ahora qué debería hacer con ustedes? —Está muerto. —Madre sube la barbilla y muestra la misma pose desafiante que usó para intentar salvar a Darwin. —Sí, pagó su deuda, —El Visitante mira a su alrededor—, pero ahora tengo este desastre. —Sólo coge tu Agua y vete. —replico. —Ruby —dice Madre con voz de alarma—, déjanos hablar. —Odio este sitio. —El Visitante mira a su alrededor. La canción se está desvaneciendo, menos personas cantan, y creo que incluso ellas bajan la voz. Los Supervisores sacan sus armas, uno a uno. Pero en vez de mirar a Darwin, miran al Visitante. Pronto tendremos un nuevo jefe y todo volverá a ser lo mismo.

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Esta vez no dejaré que me ignore. Cojo la manga de Madre y me acerco a su oreja para susurrar. —Somos libres, no lo dejes tenernos. Sacude la cabeza, se gira y se aparta. —Sería más fácil matarlos a todos… bueno, a casi todos. —dice el Visitante, pronuncia las palabras como saboreándolas. Los Supervisores se miran los unos a los otros. Uno baja su arma, pero casi todos la suben más. —Perdona nuestras vidas y podremos darte más Agua. —dice Madre. —Es una propuesta interesante —El Visitante gira la cabeza y me mira—. ¿Cuánta Agua podrían darme? —Dos cisternas. —responde Madre. —Darwin West me daba cinco. —Mueve la mano hacia las cisternas. —Nos hizo trabajar casi hasta la muerte —dice—. Sobre todo este verano. —No es difícil —dice el Visitante—. Nunca he entendido por qué sólo conseguía cinco. A no ser… que sea la única. Me señala. Madre me mira, y luego le vuelve a mirar, confundida. —Ruby es sólo una de muchos. —Es especial. —dice él. —Ella es una niña floja y desobediente. Es prácticamente inútil —Madre niega firmemente con la cabeza—. Tengo alrededor de otros sesenta que trabajan más. Cosecharemos cada día. —¿Cosechar? Qué palabra más desagradable para algo tan hermoso. —El Visitante me echa una mirada cariñosa que hace que me congele.

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—Raspamos el Agua de las hojas —dice Boone en voz alta—. Con tazas y cucharas de peltre. Las cejas del Visitante se elevan. —Que extrañamente innecesario. —Es lo que Otto nos enseñó. Estamos bendecidos. —dice Madre rápidamente. —Ah, Otto —El Visitante se pasa la mano por la boca. No podría decirlo con seguridad, pero creo que trata de esconder una sonrisa—. Este Otto. ¿Va a venir pronto? —Tendrás tu Agua. —dice Madre en tono acerado. —Todavía necesitan guardias. —El Visitante me mira—. Además de alguien que les dé comida. —Tres comidas al día. —replica Madre rápidamente, y se mueve un poco a la izquierda para tapar su línea de visión hacia mí. —Por supuesto. —murmura el Visitante. Eso habría sido un milagro para mí unos meses atrás. Pero ahora he saboreado lo que significa la libertad. Y le hice una promesa a Ellie en su tumba. Me giro para mirar a la multitud. —¿De verdad quieren que las cosas sean iguales que antes? —grito. Se miran los unos a los otros y me devuelven la mirada. —¡Quiero desayuno! —grita alguien desde la parte posterior de la multitud. Y casi toda la Congregación asiente. —Y también el almuerzo. —dice alguien cerca de mí. —Hemos sido esclavos 200 años, ¿y comida es lo único que piden? —les pregunto. —¡Ruby, silencio! —ordena Madre.

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—¿Qué hay de la libertad? —pregunto—. ¿Qué hay de poder ir a dónde queramos, cuando queramos? —¿Qué hay de seguir vivos? —pregunta Meg Newman. —Podemos hacerlo sin... él. Y sin ellos. —Señalo detrás de mí al Visitante y a los Supervisores. —Otto habría venido por nosotros, si fuera nuestro momento. —dice Zeke Pelling mirando al suelo. —Tu hermano creía en algo mejor. —le digo con la voz temblorosa. Se encoge de hombros. —Podríamos enseñarle a Otto que podemos salvarnos nosotros mismos. —les digo a todos. —No, Ruby. Otto salva. Nosotros sólo esperamos y aguantamos. —Madre intenta coger mi mano, pero la retiro y me enfrento a ella. —Has dicho eso durante 200 años. Y él nunca ha venido. ¿Cuánto más se supone que vamos a esperar? —le pregunto. Madre sube ambos brazos, con las palmas hacia fuera, como si me ahuyentara. —Esperaremos hasta que Otto quiera. —No va a venir. —le digo. Nunca lo admití, pero lo he sabido desde hace mucho tiempo. Si Otto quisiera salvarnos, ya lo habría hecho. —No permitan que él haga esto, no permitan que ella haga esto. —imploro a la Congregación. Pero nadie me mira. Sólo se miran entre ellos y susurran, y después miran a Madre.

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No sirve de nada. Estoy sola. —Es tiempo de que me vaya. —dice el Visitante. Los Supervisores se miran los unos a los otros, inquietos. Cambian su peso de una pierna a la otra, miran sus armas y después a nosotros. —Dos cisternas al año —dice Madre—. Esa es nuestra oferta. —¿Y si no? —Una sonrisa juguetea en los labios del Visitante, pero desaparece rápidamente. Madre no responde. Cruza los brazos, sube la barbilla y lo mira fijamente. — Entonces, Otto te juzgará. —Otto —El Visitante cierra los ojos un momento. Respira profundamente y después me mira—. ¿Ella se queda? —Todos nos quedamos —dice Madre—, hasta que Otto venga. El Visitante no luce impresionado, o como si el trato ni siquiera le importase. — Dos cisternas, entonces. La Congregación vitorea. Pero yo soy diferente, quiero ser libre. No puedo vivir otro día así, cuando hay alguna posibilidad de algo mejor. —¿Entonces tenemos un acuerdo? —El Visitante me tiende la mano. Creo que es una invitación. Niego con la cabeza y la deja caer. —Muy pronto. —dice. No respondo. —El próximo Septiembre, entonces. —le dice a Madre. Una sonrisa se extiende por la cara de Madre. —El próximo Septiembre.

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El hombre se gira al Supervisor más cercano. —Tengo diez minutos. Vamos a discutir los arreglos. Pasean un poco entre la multitud. A nuestro alrededor, se escuchan vítores y plegarias a Otto. Si la Congregación fuese libre, no serían más felices. Boone coge a Madre y la gira en círculos. —¡Bájame! —dice ella, riendo. —Nos has salvado. —le dice Boone a Madre. —Lo hice, ¿verdad? —dice ella— ¡Comida tres veces al día, Ruby! Y pediré ropa nueva, con sábanas y a lo mejor almohadas. Sus mejillas están sonrojadas, sus ojos brillan. —¿Y qué hay de mí? —pregunto. Frunce el ceño, un poco. —¿Qué hay de ti? —Le prometiste mi sangre. —Silencio. —nos avisa Boone. —Le prometí Agua. —dice Madre, mira alrededor para comprobar si alguien me ha oído. La nuca me pica. Me giro para ver al Visitante mirarme fijamente. Creo que el Supervisor le está hablando con seriedad, mueve las manos y niega con la cabeza; pero no creo que el Visitante esté escuchando una sola palabra. Sólo me está prestando atención a mí. —Me quiere a mí, no al Agua. —les digo. —No te tendrá —responde Madre—. Tú nos perteneces.

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Sé que lo ha dicho antes, pero nunca me impactó así. He sido una esclava de Darwin West durante cientos de años, pero también soy una esclava de mi propia Congregación. —No pertenezco a nadie, ya no más. —le digo a Madre. Mira al Visitante, después a mí. —Ahora él está a cargo. —No de mí, no. —Me muevo un paso hacia atrás y choco con alguien que está cantando una alabanza a Otto. Ahora tengo que irme lejos del Visitante. Ha prometido salvar nuestras vidas a cambio de Agua. Pero me quiere tener, lo presiento. No esperará otro año para volver. Probablemente, no se irá hoy sin llevarme con él. No le dejaré tenerme. —Me voy. —le digo a Madre. Asiente. —La comida será en unas pocas horas, te veremos allí. Por un momento, quiero decirle que no es eso a lo que me refiero; pero no se merece un adiós, y yo no quiero uno. Así que levanto la mano, brevemente, y atravieso la Congregación, lejos del Visitante. Cuando los pase, me meteré en el bosque. —Te vas a escapar, ¿verdad? —Es Hope, que susurra. Camina a mi lado tan cerca, que nuestros hombros se tocan. —No quiero ser una esclava nunca más. —le digo. —Pero, ¿cómo vivirás? Estarás sola. —responde. —Otto me guiará, y si no lo hace, encontraré la manera —digo—. ¿Vas a intentar detenerme?

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—No. A lo mejor... me voy yo también. Estamos al final de la multitud. El Visitante es apenas visible; pero podría llegar hasta mí en un parpadeo. —Tengo que irme —le digo a Hope—, ese hombre me sigue buscando. —Lo sé. Te quiere, para qué, no estoy segura. Nada sagrado. —responde Hope. Luego, toma mis manos entre las suyas. Miro hacia abajo. Sus manos están limpias, las mías están todavía sucias por la sangre seca de Ford. Manos limpias asesinas, unidas con manos sucias de curación. —Intentaste matarlo. —digo. —Intenté. ¡Intenté! Ruby… ¿está vivo? —Su voz suena esperanzada. —¿Quieres que lo esté? —le pregunto. —Sí —responde en voz baja—, yo sólo quería que te quedaras. Le pegué, una vez. Y después... después casi me desmayo. Mi corazón se abre, un poco. Me pregunto qué tipo de miedo le hizo levantar la cadena. —Hay sangre —le digo—, llené los cuatro viales. Están debajo de mi cama. —Gracias. —Respira aliviada. —Es más de lo que cualquiera de ustedes merece. —respondo. —Rezaré todas las noches por tu perdón —dice—, y por tu seguridad. —Reza para que encuentre a Otto. —replico. —Otto nos encontrará aquí —dice—, no allí fuera. —O a lo mejor le encuentro yo —replico—. Adiós.

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Hope libera mis manos y da un paso hacia atrás. —Me aseguraré que no se dé cuenta que te has ido, durante el tiempo que pueda, al menos. Sonríe, y me acuerdo de las mañanas que pasamos persiguiéndonos en el bosque, las noches que pintamos las rocas con bayas machacadas, susurrando secretos mientras cosechábamos. —Gracias. —digo. Después, me deslizo hasta el bosque que me ha protegido toda la vida. Ruego para que me cobije una última vez, el suficiente tiempo para que Ford se cure. Volveré por él, tan pronto la multitud se haya ido. Luego empezaremos la larga caminata para bajar la montaña. Y al caer la noche, seré libre.

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Traducido por jaque-black

Tan pronto como Hope me da la espalda, me deslizo al lugar del bosque donde se encuentra Ford. Duerme, pero su respiración parece más profunda, más estable. Dejo un beso en su mejilla; es suave, más suave de lo que nunca lo he sentido. —Te esperaré. —le digo. La Congregación es apenas visible a través de la espesa pantalla de hojas que lo rodean; lo escondí bien. Pero puedo escucharlos. —Alabado sea Otto —cantan. Ríen, y algunos bailan. Es un funeral muy extraño para Darwin. No puedo ver su cuerpo, desde donde estoy agachada. Lo imagino en un charco de sangre, un testigo silencioso e inmóvil de la alegría de una Congregación sin él. ¿Celebran porque se ha ido? O ¿celebran porque sólo tendrán que llenar dos cisternas este año? —Nunca los perdonaré. —susurro. Recorro sus extremidades con las manos; se sienten bien y verdaderas. Su piel está fría y húmeda, quizá por estar sobre el suelo del bosque. Pero vive. Entonces me doy cuenta de los diseños arremolinados en su piel. Están decolorados, algunos desaparecidos casi totalmente. Es como si el Agua los hubiera borrado. Se tomó lo equivalente a una vida de Comunión en una noche. ¿Cómo lo cambió? ¿En qué se ha convertido? ¿Ahora podemos pasar juntos mucho tiempo más que sólo la duración de su vida normal? La medalla de oro todavía se encuentra en su cuello. La levanto suavemente con el dedo y estudio al hombrecito grabado en el óvalo.

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—No tuve opción. —le digo. Del otro lado de las hojas, el ruido está disminuyendo. Echo un vistazo hacia fuera. El Visitante está hablando con Madre, pero sus ojos están aparte, buscan. Y otra vez está olfateando el aire. Mi piel pica. Me está cazando, lo sé. ¿Qué hará si me encuentra? El hombre señala a tres de los Supervisores y dice algo. Asienten y levantan las armas. Por un momento creo que los envió detrás de mí, pero en su lugar, se mueven a donde aún se encuentra el cuerpo de Darwin. Lo rodean, uno mira hacia abajo, y entonces se echa hacia atrás rápidamente. Está demasiado lejos para que distinga su rostro, pero creo que lo veo moverse como si fuera a vomitar. Nunca mostraron tal remordimiento cuando uno de nosotros sangraba en el pasto. El asco me envuelve. ¿Cómo pudo Madre no querer luchar contra estos hombres? ¿Cómo pudo aceptar un nuevo yugo de un nuevo amo? Ahora el Visitante regresa a su camión. Incluso cuando está casi oscurecido por la Congregación, abriéndose paso entre ellos, reconozco el resplandor blanco de su traje. Se aleja más y más de mí. Cada paso afloja la soga de miedo alrededor de mi pecho. Pero el nuevo miedo me inunda: una vez que se vaya, ellos van a entrar en el bosque. No puedo dejar que nos encuentren. Sé que los Ancianos matarán a Ford si lo descubren—y en cuanto a mí, no quiero pelear con ellos, o decir adiós o siquiera mirarlos. Sólo quiero irme. Ford no puede ir a ningún lado hasta que despierte. Miro la multitud, justo a tiempo para ver cerrarse la puerta del camión. Tengo que apresurarme.

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Agarro ramas, hojas, cualquier cosa ligera que encuentre a mí alrededor. Entonces las apilo sobre sus pies, luego las piernas, luego el pecho. Las ramas se me resbalan de las manos; el miedo ha hecho que mis dedos se llenen de sudor; pero sigo trabajando hasta que sólo se ve el rostro de Ford. Incluso pongo hojas en su cabello. —Permanece a salvo. —le susurro. El lugar más seguro para mí será muy dentro del bosque; puedo volver por Ford después. Pero no logro obligar a mis pies que se vayan. No puedo dejarlo aquí, sin saber si lo encuentran, o si despierta de su sueño. Y ¿qué pasa si lo hace? ¿Qué pasa si se va, sin saber que he decidido seguirlo a su mundo? Un árbol alto y firme extiende sus brazos por encima de nosotros. Con una última mirada a la multitud—despiden alegremente el camión como si su propia familia les regresara el saludo—, camino al costado que no pueden ver y trepo. Entonces me hago un ovillo en una rama sombreada con muchas hojas. Mientras nadie mire hacia arriba, no me verán. Desde aquí, puedo ver la parte superior del camión que se aleja lentamente. El sol hace centellear la superficie impecable; aprieto los ojos, por un momento. Cuando los abro, todo lo que veo es la esquina del camión. Entonces desaparece. Pienso en otro árbol y en Jonah cruzándolo. —Voy a ser libre. —susurro con la esperanza que, de alguna manera, él me escuchará. Rezo porque sea libre, donde su alma haya ido. Los Congregantes están en grupos poco compactos, un rato; los Supervisores no les ordenan ni agitan las armas. Uno va a su camioneta y saca el cajón que contiene las tazas de peltre. Así que será una jornada de trabajo, como cualquier otro día. Poco a poco, cada Congregante camina lentamente hacia el Supervisor. Aceptan su taza y cuchara. No hay ninguna señal de lucha o discusión. Se mueven hacia el bosque como si fuera cualquier otro día.

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Busco a Madre; se queda atrás, habla con todos, antes de ir por su taza. Pero veo a Asa coger su taza; se yergue casi como si se sintiera orgulloso, y luego se mueve directamente hacia mí. Por favor, Otto, escóndeme, rezo. Me agacho más en la cubierta de las hojas. Asa se arrodilla a un metro del árbol y raspa las hojas con la cuchara. Sin embargo, no hay agua. Suelta una maldición familiar y pasa a nuestro lado. No descubre a Ford, ni siquiera se acerca. Dejo salir la respiración que he estado aguantando. Estaremos a salvo, sólo necesitamos esperar. Tengo que creerlo. Tres Congregantes más pasan junto a nosotros. Y luego, todos tienen sus tazas y todos se adentran en el bosque, lejos de nosotros. Todos excepto Madre. Ahora tiene tiene su taza, y viene siguiendo el mismo camino que Asa, aunque se mueve más lento. Sus ojos parecen percibir y sortear cada rama. Madre sabe dónde se oculta toda el agua. No fue por mí a la cabaña, para que ayudara a cosechar. Creo que es su forma de decir que lo siente. Es lo máximo que hará o dirá para demostrarlo. Su pelo sigue siendo tan castaño y brillante, con nada del gris que ha aparecido en las cabezas de otros Congregantes. Cuelgo sobre ella, la observo, mantengo mi respiración tan silenciosa como puedo. Oigo la suya, lenta, estable, mientras se toma su tiempo para sortear las raíces y rocas. Sus pies se deslizan con facilidad sobre cada obstáculo. No volveré a ver a mi madre. No volveré a ver a la mujer que me llevó en su seno, me trajo al mundo y me protegió de Darwin West durante 200 años. Ella me conoce mejor que cualquiera, creo, aunque ahora también veo cuánta distancia hay entre nosotras. Rezo para que use la sangre que he dejado para mantener a la Congregación hasta que Otto venga... si viene.

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Una lágrima se desliza por mi nariz y cae en las hojas de abajo. Los ojos de Madre aterrizan en ella. No mira arriba para ver por qué hay agua. Simplemente levanta la cuchara y con cuidado, con mucho cuidado, raspa mi lágrima hasta su taza. Ford está a su espalda. Cuando ella se incorpora, camina lejos de él y de mi árbol. Giro la cabeza para observar su avance hasta que desaparece. Entonces sólo somos Ford y yo en esta parte del bosque—el mismo bosque donde empezamos, pero no terminaremos aquí. Veo el sol subir alto en el cielo, desde mi percha, y luego hundirse con lentitud agonizante. Muchas veces casi dejo mi refugio, para revisar a Ford y sólo para estar cerca de él. Pero sé que debo ser cuidadosa, así que intento estar satisfecha con verlo. Su pecho se levanta y baja, y ahora sus párpados aletean, como si estuviera soñando. Pronto se despertará. El sol se hunde entre los árboles; pronto los Congregantes regresarán con su agua. Pero Ford aún no despierta. He oído cantos detrás de mí, no muy lejos; alguien ha terminado de cosechar, y va de regreso. Me sujeto con más fuerza al tronco y observo la fila de Congregantes regresar al claro. Nunca antes han tardado tanto tiempo en depositar el agua. Pero nadie golpea a Madre. Y nadie dice algo siquiera sobre una cuota. Entonces empiezan a enfilar a casa. Observo a Madre, sola, que se aleja de las cisternas. Está demasiado oscuro para ver su rostro, pero noto que no va deprisa. ¿Sabe que me he ido? ¿O no quiere verme más de lo que yo quiero verla a ella?

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Luego, oscuridad. Una brisa fresca envuelve el árbol, mueve sus hojas y me provoca piel de gallina. En unas semanas más, esa brisa arrancará hojas doradas del árbol. Tuvimos suerte, mucha suerte, de que sucediera ahora. O tal vez incluso fuimos bendecidos. —Gracias. —murmuro, ya sea para Otto o para el dios de Ford, no importa. Tengo la sensación que debo decir algo. Es seguro, o tan seguro como puede ser. Ahora es el momento de irnos. Cuando comienzo a bajar del árbol, casi me caigo; mis piernas y brazos tienen calambres por estar quietos durante tanto tiempo. Ni siquiera puedo sentirlos ahora. Los párpados de Ford ya no se agitan. Su piel está rosada e incluso más suave. Paso la punta del pulgar por su mejilla. Sus ojos se abren. —¡Estás despierto! —exclamo, pero bajito. No contesta, sólo parpadea rápido, tres veces, luego me mira fijamente. Entonces sus ojos se mueven de un lado a otro, lentamente. —¿Dónde? ¿Cómo? —Te lastimaron, yo te ayudé... Has estado descansando un rato. —le susurro. Él lucha por sentarse. Quiero detenerlo, quiero decirle que descanse, pero sé que tenemos que avanzar pronto. Madre pronto encontrará la cabaña vacía. Podría regresar, podría enviar a 50 Congregantes a revisar el bosque. —Tu... madre... —dice—, vino a las cisternas. Dijo que estabas herida… que estabas preguntando por mí. La noticia sobre su mentira me aturde tanto como verla con la cadena encima del cuerpo de Ford. —No estaba herida. No... no pregunté por ti. —Entonces todos salieron —Ford mira a su alrededor salvajemente, después a mí—. ¿Dónde están?

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—En la cena, si hay alguna. —le digo. Pone la mano detrás de mi cabeza y me acerca a él. Nuestros labios se tocan, suave al principio, y después con fuerza. Quiero probarlo, creer que está vivo. Pero ahora no es el momento. Me aparto. —Tenemos que irnos. ¿Puedes pararte? Ford se pone de pie; se tambalea, pero sigue erguido. —Estoy bien —contesta—. Nos llevaremos la camioneta. —Sí —comienzo, pero luego me doy cuenta que no es lo que necesito. He bajado la montaña montada en esa camioneta. El mundo pasa demasiado rápido: casas, árboles, otros carros pasan como relámpagos, no hay tiempo para entender o ver nada realmente. Extiendo la mano. —Si puedes, caminemos —digo—. Tengo que tomarlo con

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calma. Voy a tomarme cada instante con calma, pero por ahora, todo lo que tenemos que hacer es irnos. Después de eso, decidiré qué es lo que sigue. —Son kilómetros para bajar la montaña, —dice Ford—. ¿Puedes caminar tanto? Creo que él será el primero que se debilite, pero sólo sonrío. —He cosechado agua día tras día en estos bosques. He pasado la mayor parte de mis días caminando y encorvándome. —Eres fuerte. —dice Ford. —Sí —cojo su mano—. Esta parte será fácil. Recorremos el camino de tierra, manteniéndonos en las sombras, y en mi mente le digo adiós a cada árbol, rama y arbusto. No volveré a verte, les digo. Tendrán que sobrevivir sin mí.

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Ellos también son fuertes, contestan. No necesitas preocuparte por ellos. Esta noche no hay ningún guardia. Toda la Congregación podría escaparse, pero sólo seremos yo y Ford. Al llegar al final del camino de tierra—el inicio del camino duro y negro con una línea amarilla y coches que pasan zumbando—me detengo. Alzo un pie sobre el camino. —¿Estás lista? —pregunta Ford. Me aprieta la mano. Aún me queda mucho que aprender… y mucho que decirle. Cierro los ojos. Otto, dame la fuerza. Estoy harta de esperar a alguien, aunque sea mi padre, para que me salve. Hoy seré yo la que salve. Ya he salvado a Ford.

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Ahora me salvo a mí. Abro los ojos. —No estoy lista —le digo a Ford—, pero aprenderé a estarlo. Entonces pongo la bota sobre ese camino duro, negro y hermosamente aterrador.

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PAM BACHORZ

DARK GUARDIANS

Moderadora y Correctora o

Azhreik

Traductores o o o o o o o o o o o o o o o o o o o

Alexia_Love Areumyhero Azhreik Beneath Mist Danii Eleonor Evans Jaque-black Javier_vyeir Jeiss_22 KarenS Kathfan Lauuz Lucesita Marta2 May_dreamer Niki26 Salilakab Shiiro Yann Mardy Bum

Diseño o

Pamee

387

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