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Moderadora Julie

Traductoras yure8 valS <3 Alessandra Wilde BeaG Amélie. Beatrix Daniela Agrafojo

Zafiro Eli Hart anita0990 Mire Val_17 Mary Warner NicoleM CrisCras Jadasa

Sandry Julie Dannygonzal Anty Miry GPE Mel WentWorth Jeyly Carstairs Jasiel Odair

Vane Farrow florbarbero Vani Fany Keaton Monse C.

Correctoras Amélie. Elizabeth Duran itxi Key Laurita PI AriannysG Helena Blake *Andreina F* Sofía Belikov Beatrix Mae

Lizzy Avett' Daniela Agrafojo Nana Maddox Dafne M Kora Val_17 Alysse Volkov Cotesyta SammyD Josmary Victoria

Lectura Final Julie

Diseño Móninik

Sandry Eli Hart florbarbero Dannygonzal Vane hearts Gabbita Adriana Vane Farrow Mire Melii

Índice Sinopsis

Capítulo 19

Capítulo 1

Capítulo 20

Capítulo 2

Capítulo 21

Capítulo 3

Capítulo 22

Capítulo 4

Capítulo 23

Capítulo 5

Capítulo 24

Capítulo 6

Capítulo 25

Capítulo 7

Capítulo 26

Capítulo 8

Capítulo 27

Capítulo 9

Capítulo 28

Capítulo 10

Capítulo 29

Capítulo 11

Capítulo 30

Capítulo 12

Capítulo 31

Capítulo 13

Capítulo 32

Capítulo 14

Capítulo 33

Capítulo 15

Epílogo

Capítulo 16

Escena Eliminada

Capítulo 17

Beyond What is Given

Capítulo 18

Sobre la Autora

Sinopsis Desde la muerte de su hermana, Paisley Donovan de veinte años, ha sido tratada como un cristal frágil por sus padres. Ella puede compartir el problema cardíaco de su hermana, pero nada la detendrá de completar su lista de cosas pendientes, incluso si eso la mata. Y casi lo hace, hasta que Jagger Bateman la saca del mar y respira más que aire en sus pulmones; él enardece su alma. Jagger se matriculó en la escuela de vuelo más rigurosa del país. Es increíblemente ardiente, imprudente y perfecto para una mujer que busca vivir la vida al máximo. Salvo que Paisley es hija del general al mando y su novio es el mayor rival de Jagger. Ahora Paisley debe decidir cuánto vale arriesgarse por un chico que hace que su corazón lata demasiado fuerte. Ellos están volando por un territorio peligroso, y un movimiento en falso podría hacer que se estrellaran y quemasen... Flight & Glory, #2

Traducido por Yure8 & vals <3 Corregido por Amélie.

22. Pasar de responsabilidades e ir a la playa.

Paisley Respira y baja la toalla. Eso es lo que la gente hacía en la playa, ¿no? Usan trajes de baño y no se esconden detrás de enormes toallas de playa. Puedes hacer esto. Podría ser feroz. Solía serlo, solo tenía que recordar cómo. Aspiré el aire húmedo de Florida más allá de mis labios, saboreando la sal del mar. Mi corazón saltó, y agarré la toalla con más fuerza. —Ella tenía miedo de salir del armario. Tenía miedo de que alguien viera —cantó Morgan junto a mí, con su acento sureño aún más pronunciado que el mío. —Cállate —susurré. Ya me sentía lo suficientemente avergonzada sin que ella hiciera una escena. —Lo prometiste, Paisley. —Morgan tiró la toalla, pero se mantuvo firme. Tragué saliva, tratando de mantener la comida en mi estómago. —Lo sé, y lo haré. Solo necesito un minuto. Su exagerado suspiro no hizo nada para calmar mis nervios. —Solo es un traje de baño. —Es un bikini, Morgan, que definitivamente no es solo un traje de baño. — Cavé mis dedos de los pies en la arena blanca. —Tienes un cuerpo increíble. No sé por qué esto es tan importante. —Se ajustó sus gafas de sol y apartó su cabello negro, su toalla larga ya reemplazada por confianza inquebrantable. Puede que haya aceptado uno de dos piezas, pero mi coulotte y un tankini de estilo halter cubría la parte superior muchísimo más que la confección de triángulo de Morgan—. Mira, es nuestro único día lejos de todo antes de que empiecen las clases. Esto fue idea tuya.

—Cierto. —Sí, un día de desenfreno, libertad, donde no era solo una Donovan. Además, la playa era la casilla más fácil de la lista de deseos, y estaba a doscientos treinta y un días. —Paisley, a nadie le importa quién eres o qué estás llevando. No hay más expectativas que las tuyas, simplemente otra chica universitaria en la playa. Pretende que no eres… ya sabes… tú. —Agitó su mano hacia mí—. Ahora deja caer la toalla antes de que me enfade. Pretender. Sí, podría hacer eso. Respira profundo. Enderecé mi postura como si mamá estuviera mirando y solté la toalla como si no estuviera. Ahora, si tan solo pudiera haber arrojado mis inhibiciones con ella. Morgan asintió con aprobación, y nos dirigimos hacia un grupo de conocidos de la escuela. —¡Hola a todos! —gritó Morgan, trazando las toallas de playa en la orilla del grupo. Di una pequeña sonrisa y saludo, luego rechacé una cerveza, la cual Morgan reclamó. Por lo visto, todos habían estado bebiendo durante un tiempo. Me tumbé en mi toalla y debatí envolverme en ella. Nunca se me permitió estar expuesta en casa. ¿Qué pensaría la gente? La voz de mamá se enterró a través de la luz del sol. Pasé mi dedo por la línea de mi esternón. No, expondría este poco de piel mientras todavía fuera bonito, antes de que deje a los cirujanos poner sus manos en ello. Y en realidad, no importaba cómo luciera el exterior de mi cuerpo, no cuando fallaba desde el interior. —Vas a quemar esa piel blanca —sermoneó Morgan, y me entregó una botella de protector solar 90. Lo pensé dos veces, luego quité mi reloj morado, guardándolo lejos antes de untar la loción por todas las partes que pudiera llegar. No quería ponerme toda grasienta. Oh, eso fue una mentira. Simplemente no quería usar la maldita cosa. —Las rubias siempre parecen quemarse más rápido —dijo una voz profunda desde detrás de mí. Estiré mi cabeza y bajé mis gafas de sol. El tipo parecía como cualquier otro chico universitario que he visto, nada especial ni descriptivo. Tal vez el estar con Will me cegaba a otros chicos, pero la verdad es que no recibí la avalancha hormonal sobre la cual arrulló Morgan. Mierda. Esperaba una respuesta. No avergüences a Morgan. Di una sonrisa fácil. —El protector solar salva la situación. ¿El protector solar salva la situación? Mátame ahora. Él me dio la mirada de “Guau, eres una total idiota” que conocía bien, pero disimuló con una sonrisa. —Cierto. ¿Puedo... uh... poner en tu espalda por ti? —Preferiría que no —le contesté, más cortante de lo que pretendía.

—Oh, ¿vale? —dijo y se retiró rápidamente. El suspiro de Morgan me recordó lo mala que era en esta cosa de socializar. —El hecho de que estás bastante casada con Will no significa que un hombre no puede ponerte protector solar. —Estar juntos durante un año no es estar casada, pero no estoy dispuesta a dejar que un desconocido ponga sus manos sobre mí. Extendió la crema por mi espalda, con cuidado para cubrirme por completo. —Lo sé, querida. ¿Cómo está siendo estar en la misma ciudad con él? Me tomé un segundo para reflexionar. —Es agradable. Todavía me estoy acostumbrando a verlo más de un par de días cada pocos meses. —Bueno, ya pasaron ese obstáculo de la larga distancia. —Hizo un gesto a mi Kindle—. Eso sí, no te olvides del mundo real, ¿de acuerdo? —Se quedó boquiabierta más allá de mí ante una multitud de chicos jugando al disco volador cerca del surf—. ¡Al igual que esos pedazos de ojos dulces! Eché un vistazo a ver qué la tenía babeando como un perro. —Sabes, hay más en un hombre que la forma en que se ve. Tienes que saber que… Dulce Señor, ten piedad. Mi Kindle golpeó la arena con mi mandíbula. Nunca había visto a un hombre tan hermoso, tan crudo en energía, o tan... delicioso de aspecto. Se puso de pie con facilidad, más de un metro ochenta y no tenía ningún problema en saltar para el disco volador. Sus pantalones cortos azules colgaban en sus caderas, y su pecho estaba muy bien descubierto, coloreado con tatuajes que se extendían a través de su abdomen, la mitad de su pecho, y hacia abajo en un brazo. El sol de Florida acariciaba la línea de sus abdominales esculpidos, dándole una fina capa de sudor que hacía que su piel brillara. Su cabello rubio estaba cortado, pero lo suficiente largo para agitar, y le enmarcaba un rostro hermoso. Nariz firme, líneas angulares de sus pómulos, mentón sólido, y oh... hoyuelos en sus mejillas cuando sonreía. Pertenecía a una playa. Medio esperaba encontrar una etiqueta en él que dijera “Señor California”. Se veía relajado, incluso para los estándares de Florida. Mis latidos del corazón se aceleraron, mis labios se abrieron, y mis manos se morían de ganas por tocarlo. Demonios, me sorprendió que mis muslos no se hubieran abierto por su propia voluntad. ¿De qué color eran sus ojos? No sab ría decirlo desde esta distancia, y tal vez eso me salvó del escándalo absoluto de admitir que me sentía atraída por alguien que no es mi novio. No podía recordar la última vez que había visto a alguien y simplemente... deseaba, pero estoy segura que lo hacía ahora.

Los ojos del señor California se centraron en nosotras cuando Morgan silbó entre sus dedos. —¡Morgan! —siseé. —Oh, relájate, Lee. Silbé; No bajé sus pantalones. No es que me importaría eso. Calor corrió por mis mejillas, no porque su sugerencia me avergonzara sino porque en ese segundo me imagine deslizando esos pantalones cortos hacia abajo sobre sus caderas y… ¡No! ¿Qué demonios estaba mal conmigo? Will. Will. Will. Forcé su cara en mi mente, su muy corto cabello café, sus gentiles ojos color ámbar. Sí, Will. No el dios dorado de la playa ahí. —Puedes decir hola, Lee —sugirió Morgan—, coquetear nunca ha herido a nadie. —No, gracias. —Primero, no le haría eso a Will. Segundo, ¿qué le diría a alguien así? Hola, soy Paisley. Tengo veinte años, y mi corazón es una bomba de tiempo. ¿Quieres ser mi amigo? Creo que no. —¡Ahí está Luke! ¿Quieres subir a las motos acuáticas con nosotros? — preguntó Morgan, saludando al chico cerca del agua. —Preferiría que no. Hay bandera roja. —Por lo tanto era una bañera gigante de la muerte esperando a tragarme entera. —Es solo para la advertencia; la playa no está cerrada o algo. —Simplemente no soy fan del agua. —Está bien, entonces, ¡meteré tu pie en el agua en algún momento de hoy, aguafiestas! —Se fue con una sonrisa y una despedida. Robé una mirada del señor California, quien se encontraba rodeado por al menos cuatro diferentes chicas en bikinis. No era una sorpresa; chicos así atraían la atención. Demonios, era feliz con Will, pero señor California tenía mi atención. Suspiré. No habría lectura si verlo era una opción. Cambié mi Kindle por mi pareo fucsia y me levanté, envolviéndolo alrededor de mi cintura. El muelle sobresalía sobre la cristalina azul verdosa agua, y me acerqué manteniendo mis ojos enfrente de mí y no en los jugadores de Frisbee. Esa jamás sería yo, corriendo arriba y abajo por la playa por diversión. No podía correr así aunque mi vida dependiera de ello. En realidad, mi vida dependía de no correr. Una nueva ola de calor emanaba de los tableros de madera del muelle antes de que una ráfaga de viento se la llevara. Mi pareo ondeaba detrás de mí mientras yo exploraba, fascinada por el ritmo de las olas. Cuando alcancé el medio del desierto muelle, me apoyé en la barandilla, mi cabello golpeándome la cara y pegándose en mi bálsamo labial.

Alguien tocó mi hombro desnudo. Me volví, quitándome el cabello de la cara. Era uno de los chicos del grupo de Morgan. Era gigante, y me aterró cuando se balanceó, obviamente borracho, y casi se me tiró encima. —Eres Lee, ¿verdad? —dijo arrastrando las palabras, mientras sus ojos vagaban. —¿Sí? —Morgan me dijo que mojara tus pies. —Se inclinó y me levantó. Ugh. Olía a cervecería. Mis músculos se tensaron en señal de protesta, y me alejé de él. —Preferiría que no. Me estoy acomodando para ir a leer. ¿Podrías, por favor, bajarme? —Traté de ser amable, pero cuando empezó a ir hacia el otro lado del muelle, me inundó el pánico. —Ella dijo que dirías algo para saltarte lo del agua. —Se rió, su acento sonando más borracho que sureño. —¡Por favor, no! —grité, moviéndome lejos de él. —Oh, vamos, es solo un poco de agua. Puedes arreglarte el cabello una vez que estés fuera. —Asomó la cabeza por encima del muelle, y mis ojos se ampliaron ante la caída de seis metros—. Esto parece más rápido que caminar por la playa, ¿no es cierto? —¡No! —grité, luchando con todo lo que podía mi metro sesenta contra sus brazos de concreto—. ¡No! ¡No! ¡No! —Pateé, golpeando sus brazos, pero no me soltaba. Mi corazón se alteró y mi garganta se cerró. Él se rió, como si esto fuera alguna clase de broma. —¡Ah, chica, sabes que te encantará una vez que lo hagamos! Vas primero. Se subió a la barandilla, y tenía que decirlo; seguir ocultando este secreto vergonzoso me iba a matar. —¡Por favor! ¡No sé nadar! No dejaba de reírse mientras se balanceaba de forma impredecible, inclinándose hacia el agua. —No, en serio, ¡No sé! —Dejé de luchar y comencé a aferrarme. Él no me dejaría caer. No lo haría. Cosas como estas no sucedían en realidad. Sus manos agarraron mi cintura, alejándome de él. —¡Aquí vas! —Pareció hacerlo sin mucho esfuerzo, quitándome mi último vestigio de esperanza, y me lanzó al aire. Todo se calló. Mi corazón dejó de latir mientras estaba en el aire. La caída se demoró una eternidad y terminó antes de que pudiese parpadear. Grité todo el camino hacia abajo. Agua fría me engulló, y no me dejó ir. El impacto robó el aire de mis pulmones, y me aferré a lo que quedaba, luchando contra la urgencia de respirar.

Me hundí, con mi cabeza debajo de la superficie, pero tenía miedo de abrir mis ojos. Mi pie tocó el fondo con suave impacto, y me impulsé hacia arriba con cada onza de fuerza que poseía, arañando el agua. El impulso me llevó a la superficie, y al salir, tragué una bocanada de aire y grité por ayuda. La siguiente ola sofocó mi grito y me lanzó hacia abajo en un torcido agarre de muerte. Mi cuerpo se sacudió en la dirección opuesta a la que quería ir. Agua salada quemó mi nariz. Pataleé viciosamente, buscando la superficie. ¿Dónde se hallaba? Me volteé de nuevo. Y de nuevo. Sin superficie. Sin aire. ¿Dónde estaba? Mi corazón latía de una manera peligrosa, demasiado rápido. De una manera muy rápida. Si no me ahogaba, me iba a dar un ataque al corazón. ¡Pero aún tengo doscientos treinta y un días! Una ola me barrió hacia la superficie y lancé mi cabeza hacia atrás, desesperada por aire. Desperdicié preciosos segundos quitando el cabello de mi boca para conseguir dulce oxígeno y tomé una respiración jadeante. No pude arreglármelas para gritar antes de volver a caer, llenando mi boca con agua de mar. La urgencia de respirar sobrepasaba cualquier otro pensamiento, pero no podía hacerlo. Tiré mis manos hacia arriba, tratando de conseguir aire, pero la ola no me levantaba esta vez. No, llegó otra, golpeándome más abajo. Mi pecho se iba a quemar si no dejaba ir la presión. Sería tan sencillo dejarme llevar. Voy a morir aquí. Se suponía que sería tranquilo, ¿cierto? ¿Ahogarse? Esto no era tranquilo. Era aterrador, y dolía. No iba a rendirme tan fácilmente ni a ahogarme porque un borracho me tiró en el océano. Mamá no sobreviviría. Peyton habría peleado… si hubiese tenido la oportunidad. Su cara me trajo el coraje que necesitaba, esos ojos verdes que reflejaban los míos. Pataleé más fuerte, apuntando a la superficie brillante de arriba. Patea más fuerte, Paisley. No te rindas. Ahora no. Escuche su voz; la falta de oxígeno apagaba mi cerebro. No tardaría mucho antes de que mis reflejos tomaran el control y perdería la conciencia o tragaría un buen trago del Golfo de México. Otra ola me asaltó, robando el último poco de oxigeno de mis pulmones. No había nada… más. ¿Qué dirección era arriba? ¿Dónde… estaba? No respires… no… Escuché la voz de mi madre, pero eso era imposible, ¿cierto? “Paisley, deja esas tonterías. Peyton siempre será mayor. Eso nunca va a cambiar. Cuando tengas seis años, ella tendrá ocho. Cuando tengas dieciséis, ella tendrá dieciocho. Incluso cuando tengas ochenta y dos, será mayor.” “No, no lo será. Ella estará muerta”

La ola me tiró debajo del muelle, y sentí el impacto en mi hombro antes de que mi cabeza se golpeara contra la madera. Luego no sentí nada.

Traducido por florbarbero Corregido por Elizabeth Duran

Un día no voy a fallar, y jodidamente te sorprenderé.

Jagger Mierda. ¿Ese tipo acaba de lanzar a esa bonita y pequeña rubia del muelle? Solté a la pelirroja en mis brazos y salté los últimos dos escalones hasta la cubierta. Corriendo. Mis pasos consumieron la distancia hasta la barandilla desde donde ella cayó, mis brazos impulsándome con furia. Debía llegar. Más rápido. El idiota la arrojó al agua aunque le suplicó que no lo hiciera. ¿Qué carajo pensaba? Mi piel se estremeció mientras ella gritaba, el sonido rasgando a través de mí mucho después de que el agua la cubrió. Empujé de mi camino al estúpido, que se encontraba mirando embobado como si no la hubiera dejado caer seis metros hacia el océano. Hoy las olas eran feroces, oscureciendo el agua normalmente transparente. Subí la barandilla, equilibrándome en el borde, escaneando el agua. Vamos, Pajarito, ¿dónde estás? Allí está. Su cabello rubio flotó por encima de la superficie por un invaluable segundo antes que una ola la arrastrara abajo de nuevo, pero fue tiempo suficiente para que gritara. —¡Consigue ayuda! —le grité al idiota, cuya expresión con la boca abierta sugería que podría finalmente entender lo que hizo. Salté, haciendo círculos con mis brazos para frenar mi impacto. Tomé una respiración profunda, y me sumergí en el agua, con fuerza brutal.

Escaneé a mi alrededor sin éxito antes de tener que salir a la superficie y respirar. Un segundo después, una ola vino y me empujó hacia la playa, lejos de donde la vi. Al diablo con eso. No saldría sin ella. El agua salada quemaba mis ojos mientras me zambullía, nadando más profundo. ¡Ahí está! Flácida, con sus brazos semi-elevados, su cabello flotando en un halo mórbido, el rubio reflejando la luz del sol a través del agua. Mierda. No era demasiado tarde. Me negaba a fallar. No en esto. Nadé hacia ella, enrollé un brazo alrededor de su cintura, y pataleé con furia por la superficie, con mis pulmones ardiendo. Denme patines y hielo y diezmaré al mundo, pero en el agua era mediocre. La mediocridad no era algo que manejara bien. Salimos al aire. Rodé sobre mi espalda, coloqué su cara hacia arriba sobre mi pecho, y pataleé hacia la orilla. Una ola se apoderó de nosotros, enviando un torrente de agua por mi nariz, pero nos traje de vuelta a la superficie, manteniendo mi brazo apretado a su alrededor. No respiraba, pero aún no se encontraba demasiado azul. Mis piernas quedaron atrapadas bajo la tela de su falda, y desaté el nudo en la cintura, quitándosela. Unas pocas docenas de patadas sólidas después, llegamos a la zona donde las olas dejaban de luchar contra nosotros y en su lugar nos empujaban más cerca de la orilla. Solo un minuto más. Podía hacer esto un minuto más. Alivio me inundó cuando mis pies tocaron la arena. La levanté en mis brazos, tratando de mantener su cabeza equilibrada contra mi hombro. Maldición, aún no respiraba. Me abrí paso a través de la resistencia del agua. —¡Amigo! ¿Está bien? — preguntó el borracho desde la orilla. Tenía suerte de que mis manos se hallaran ocupadas en el momento. —Sal de mi camino. —Me sentía furioso, empujando más allá de él. Llegué a la playa y la dejé en el suelo, después comprobé si respiraba. Nada. Colocando la oreja a su pecho, sentí su latido débil. Hubiera dado gracias a Dios si creyera que existía. Incliné la cabeza hacia atrás, y por primera vez observé a la mujer sobre la que me encontraba a punto de poner mi boca. Tapando su nariz, abrí su mandíbula, entonces cerré mi boca sobre la suya, respirando por los dos. Conté las respiraciones y puse mi mano sobre su pecho, comprobando una vez más los preciosos latidos de su corazón. —Vamos, Pajarito.

Los segundos se redujeron a pequeños infinitos antes de que farfullara, arrojando agua por su boca. La giré de lado mientras se forzaba a sacar el resto del agua tosiendo con arcadas, mientras su delgado cuerpo convulsionaba. Toda la adrenalina me abandonó, dejando solo el agotamiento. No había muerto. Estaba viva. No fallé. Cuando terminó, la coloqué de espaldas, mirando el ascenso y la caída de su pecho como si se fuera a detener en cualquier momento. Me incliné sobre ella mientras daba un suspiro tembloroso. Maldita sea, su rostro era tan perfecto de cerca como pensé. Facciones pequeñas y delicadas, labios entreabiertos. La vi mientras corría por la playa, pero pensé que sería como un Monet, hermoso de lejos, pero un lío de cerca, como la mayoría de las chicas de hoy en día. Me equivoqué. Era hermosa, y no de una forma falsa, maquillada. —Oye, ¿estás bien? — pregunté. —Gracias —susurró con un dulce acento sureño cuando sus ojos se abrieron conmocionados. Las palabras me fallaron. Verdes. Mierda, sus ojos eran enormes y del color verde pálido más claro que vi alguna vez, con un anillo de color verde oscuro en los bordes. Mi corazón se detuvo y luego empezó a latir de nuevo. Mordí la barra de mi pircing con los dientes, sin palabras por primera vez desde... por primera vez en toda mi vida y me recordé que no creo en el amor a primera vista, o en la loca voz en mi cabeza que claramente decía “mía”. Sus ojos se abrieron—. ¿Señor California? ¿Qué? Una sonrisa estalló en mi cara. —No exactamente. Soy de Colorado. Por suerte también enseñan respiración boca a boca allí. Se quedó sin aliento, apoyándose en sus codos. —Boca a… ¡Tengo novio! Indignada. ¿Se ofendió? —Y... ¿él objetaría que salve tu vida? Parpadeó varias veces, abriendo sus labios. Mantén para ti tus pensamientos de sus labios. —N-n-no. Simplemente no vería con buenos ojos la boca de otra persona en la mía. —Exhaló mientras se sentaba, con sus ojos vidriosos. Tiré de la toalla de playa más cercana, sin importarme que pertenecía a Masters, quien no tenía idea de dónde demonios se encontraba, la envolví a su alrededor, y luego tomé su cara con una de mis manos, extrañamente tierno. No era el tipo de chico tierno. Diablos, no. Yo era de los que no se esforzaba, que buscaban lo fácil, los chicos que olvidaban a las chicas antes de que fuera mañana. —Bueno, la próxima vez me aseguraré de preguntarle primero, ¿de acuerdo? Asintió, llevando las rodillas contra su pecho. —Tú me salvaste. —Te ahogabas. Una sombra cayó sobre nosotros. El idiota estaba aquí. —Oye, hombre, fue tan genial como tú… —Me giré parándome, mi puño tomando impulso hacia su

mandíbula. Parpadeó mientras se tambaleaba hasta que su culo golpeó la arena—. ¡Ella está bien! —dijo a un pequeño grupo que se reunió alrededor. —Idiota —murmuró ella haciendo una mueca, y llevando una mano a la parte posterior de su cabeza. —¿Estás bien? Su nariz se arrugó. —Creo que me golpeé la cabeza en el muelle. Aparté su mano y el cabello para ver la hinchazón en su cabeza. —Debes ir a que te revisen eso. Deja que te traiga al doctor, ¿de acuerdo? Sacudió la cabeza, con la mano flotando por encima de su corazón. —No, sin médicos —murmuró algo que sonó como—: Mis padres me matarán. —Parecía demasiado mayor para preocuparse por lo que pensaban sus padres, pero con ese acento sureño dulce como la miel, apuesto a que fue criada de forma bastante anticuada. Lo contrario a mi crianza de “válete por ti mismo”. —¿Quieres llamar a tu novio? Hizo una mueca. —Will no lo entendería. Dios, fue tonto que viniera aquí. —¿Con quién estás aquí? —Mi amiga Morgan, pero está fuera en las motos de agua... Ambos examinamos la costa, pero no vimos a nadie. Se encogió sobre sí misma, viéndose aún más pequeña, si eso era posible. Era condenadamente pequeña, como una cabeza más baja que yo, pero tenía curvas en cada lugar que adoraba en una mujer. Ella era... bueno, maldita sea, su cuerpo era tan perfecto como su cara. Su tos arrastró mi mente caliente fuera de sus pantalones. ¿Qué demonios estaba mal conmigo? La chica casi se ahogó hace cinco minutos. —Necesitas un médico, solo para comprobarte. He oído muchas historias de personas que se ahogan horas después por los fluidos en sus pulmones. Apoyó la mano en su pecho, con la frente arrugada como si estuviera pensando, antes de asentir. —Está bien, voy a conseguir las llaves de Morgan e iré a urgencias. Mi boca cayó. —No conducirás. Yo te llevaré... —Quería realizar alguna mierda mental Jedi para que dijera su nombre. —Paisley —respondió. Premio mayor—. Y no me meto en autos con extraños. Sonreí. —Soy Jagger, y ya que he tenido mi boca en la tuya, apenas podemos llamarnos extraños. —Rubor cubrió su bonita cara. Era encantadora. ¿Encantadora? Simplemente comienza a escupir poesía y mierda mientras estás en ello.

—Supongo que si me fueras a matar, me habrías dejado ahogarme, no llevarme a la orilla. —Un destello diabólico despertó en sus ojos—. Pero me besaste sin consentimiento. —Maldición. Esa sonrisa. Asesina. —Lo prometo, Paisley. —La llamé por su nombre, así podía sentirlo ondular alrededor de mi lengua—. Si te beso, lo sabrás. —Su sonrisa vaciló, y algo intangible pasó entre nosotros. Aclaré mi garganta—. Vamos a llevarte al médico. —Bueno. Me puse de pie y la ayudé a hacer lo mismo. Tiró la toalla cerca. —Necesito cubrirme. —Pude que haya soltado tu falda mientras te tiraba a tierra. —Oh. Correcto. —Suspiró y me llevó a su lugar de playa, luego deslizó unos pantalones cortos y una camiseta sobre esas curvas. Una pena. Agarró su bolso. — Listo. Cruzamos la arena sin emitir palabras, lavamos nuestros pies en el pequeño rociador de ducha en la cubierta, y nos dirigimos al estacionamiento. Abrí la puerta del copiloto de mi Defender y la mantuve. Paisley tiró su bolso en el interior, clavó los dientes en su labio inferior, y luego me miró. —No puedo subir. ¿Qué? —Irás al médico, maldición. Empezó a reír, y de inmediato quise escucharlo de nuevo. —No, quiero decir, físicamente no puedo llegar hasta allí a menos que tengas una escalera. —No hay problema. —Puse mis manos en su cintura y la levanté. No pienses en sexo. No lo hagas. Demasiado tarde. Cerré su puerta, subí por mi lado, y busqué en mi GPS, encontrando la guardia de urgencias más cercana. —Vamos, Lucy. —¿Le pusiste un nombre a tu auto? Giré la llave, y ronroneó. —Absolutamente. Es la mujer más confiable en mi vida. —Lucy fue el último regalo de mi madre para mí y el kit de elevación fue un regalo que me hice; mi recompensa por llegar tan lejos. Cinco minutos y una luz roja después, nos encontrábamos allí. Fue a firmar el ingreso, y me senté en la incómoda silla de la sala de espera de plástico. Al menos recordé colocarme una camisa, pero mi traje de baño goteaba agua por mis piernas, formando charcos en el suelo de linóleo cuando tomó asiento junto a mí. —¿Por qué tus padres te matarían?

—Oh, estoy segura de que en realidad habrían estado bien. —Acarició la tela de su bolso. —Vamos a hacer un trato. No te conozco, y no me conoces. Pero nuestras vidas se superponen por un par de minutos, así que acordaremos no mentirnos. No te preocupes por lo que pienso, simplemente di la verdad. Un rubor se deslizó por su cuello, coloreando su piel rosada. —Son un poco sobreprotectores. No les gusta no saber lo que estoy haciendo. —¿No saben que estás en la playa? Colocó un mechón húmedo de pelo detrás de su oreja. Cayó debajo de su clavícula. —Ellos piensan que estoy desempacando en mi casa nueva. Tengo mi tarjeta de débito, por lo que si pago en efectivo y no intento recuperar el dinero de mi seguro, no sabrán que estuve aquí. Esto es lo que me pasa por mentir, ¿verdad? —Suspiró—. Comenzamos las clases la próxima semana, por lo que parecía un buen momento para alejarme. Todavía no hay tarea, y tengo la semana libre del trabajo, y... oh, estoy divagando. —Forzó una sonrisa falsa y se examinó las rodillas. —Me gusta cuando divagan. —Mierda. Me gustaba cuando era ella la que divagaba—. ¿En qué te especializas? —Te vas a reír. —Me dio una mirada de reojo, y esos ojos verdes me masticaron y escupieron. —No lo haré. —Adivina. Vamos. Supongo que es lo más aburrido que puedas imaginar. Por supuesto, a mí me parece fascinante. —Me miró parpadeando demasiado seria. —Pintar las uñas de los pies bajo el agua. Empezó a reír, y esa palabra atravesó mi maldita cabeza de nuevo. Encantadora. —No. Inténtalo de nuevo. —¿Tejido de canastas anti-gravitatorias? —Oh, estás a punto de perder toda esperanza. Puedo no tener esperanza, pero estás sonriendo. —Dime. Sus ojos se estrecharon, como si me estuviera juzgando, decidiendo si era digno de conocer su secreto. —Bueno. Ciencias de los Libros. —Una bibliotecaria. —No podía detener las imágenes reproduciéndose en mi cabeza: yo, presionando su pequeño cuerpo contra los libros en las estanterías. Mierda. —Ves, crees que es estúpido.

—“Estúpido” es la palabra más lejana en mi mente, créeme. Su sonrisa regresó, esta vez auténtica, y me costó encontrar algo más que decir que no me hiciera sonar como un idiota. Sacó su teléfono y envió un mensaje de texto. —Morgan va a preocuparse cuando vuelva y no me pueda encontrar. —También debes llamar a tu novio. Estoy seguro de que él querría saber lo que pasó. —La imagen de cómo la encontré quemaba en mi cerebro. Pálida, sin respirar, yaciendo en la parte inferior del fondo del océano. —Oh, no. A Will no le gustaría saberlo. Se pondría furioso. —¿Furioso de que hayas venido a la playa? Sus dedos se flexionaron sobre su esternón. —De que haya venido a la playa, de que me haya ido de la casa de mis padres, de que tenga un trabajo desde hace seis meses del que no sabe nada... va a ser una conversación interesante, déjame decir eso. —¿Cuánto tiempo han estado juntos? —¿Por qué diablos me importa? —Casi un año. —¿Estás enamorada de él? Su cabeza se giró hacia mí, con los ojos entrecerrados. —Eso no es asunto tuyo. Ah, había un poco de fuego debajo de ese exterior dulce. —Bueno, puede que seas una persona privada, o tal vez no lo seas, pero no mientes bien, y pensé que no estábamos mintiendo aquí... ¿no es así? Se cruzó de brazos frente a su pecho. Era bueno en eso, en buscar el disparador de las personas, a veces lo hacía por placer, pero no fue mi intención hacerlo aquí. Mierda. —Lo siento. No debería haber preguntado. Sus hombros se relajaron, y sus ojos se suavizaron. —No, es solo que estuvimos separados durante tanto tiempo mientras se encontraba en… —¿Paisley? —llamó la enfermera. —Esa soy yo. —Levantó la mano y se paró—. ¿Te importaría esperar aquí? —preguntó, algo parecido a miedo destellando en su cara. ¿Cómo si fuera a dejarla? —Sí, estoy bien. Esperaré por ti. —Agarré la revista junto a mí y fingí leer mientras la veía alejarse. Podría hacer eso todo el día.

Tardó una hora, pero para el momento en que salió, convencí a la señora de la caja de decirle a Paisley que era una clínica gratuita, y le entregué mi tarjeta para cubrir los gastos. Infiernos, no era mi dinero de todos modos. —¡Todo bien! —dijo con una sonrisa, pero se encontraba pálida de nuevo. Forcé una sonrisa y abrí la puerta, algo que siempre hacía por costumbre, aunque por Paisley, quería hacerlo. La humedad de Florida nos invadió cuando salimos de la clínica. —¿Morgan? —gritó Paisley cuando una chica llegó corriendo a través del estacionamiento, con largas piernas, abundante escote y gran cantidad de cabello moreno, mi tipo habitual. ¿Habitual? ¿Cuándo empecé a pensar en tener un tipo habitual? —Oh por Dios —dijo la última palabra con un acento más profundo—. ¡Nunca pensé que él haría eso! —Echó los brazos alrededor de Paisley y rompió a llorar—. ¡Lo siento mucho! Paisley le palmeó la espalda, pero no lloró. No ha derramado una lágrima en todo este tiempo. —Está bien, Morgan. Estoy bien. Su amiga se alejó y golpeó su hombro. —¡Tienes que aprender a nadar! —Está bien —la aplacó Paisley. Se volvió hacia mí con una sonrisa tímida—. Además, el señor California me sacó, así que algo bueno vino de ello, ¿verdad? —Eso es un insulto para alguien de Colorado. Lo sabes, ¿verdad? Y es Jagger. Morgan realizó un largo barrido de mí con sus ojos, algo a lo que me encontraba bastante acostumbrado, pero me molestó en lugar de generar mi respuesta habitual de coqueteo. —¿No eres un héroe? —Usó un tono susurrante que me encontraba seguro con frecuencia funcionaba para atraer la atención. Se tambaleó hacia mí, pasando sus dedos por mi pecho—. ¿Hay algo que pueda hacer para darte las gracias por salvar a mi mejor amiga? Por encima del hombro de Morgan, vi a Paisley ponerse rígida, y apartarse. —Sí, puedes darme las gracias enseñándole a nadar. Eso estuvo cerca. —Demasiado cerca. —¡Por supuesto! —Abrazó a Paisley de nuevo—. ¿Vamos a regresar a casa y desempacar? —Saltó por el pavimento hacia a un Sedán blanco. Paisley asintió y caminó hacia mí lentamente, con la mirada en el suelo como si no pudiera concentrarse o pensar qué decir. Me miró cuando nos encontrábamos a unos treinta centímetros de distancia. Nos miramos el uno al otro en un silencio cargado por un momento, y luego se arrojó sobre mí, saltando ligeramente.

Tomé su pequeño cuerpo con facilidad, y ella envolvió sus brazos alrededor de mi cuello, poniendo su cabeza sobre mi hombro mientras sus pies colgaban. — Gracias por salvarme. Por verme. La abracé con fuerza, saboreando la única vez que sentiría a esta chica contra mí. Olía a agua salada y sol de Florida. —Te vi antes de que estuvieras en el agua, Paisley. Diría de nada, pero estoy agradecido de haber llegado a ti. —Aflojó su agarre, y la dejé ponerse de pie. Fue horrible dejarla ir, así de simple. Se retiró hacia el auto, manteniendo los ojos fijos en los míos. Todo lo que pude hacer fue dejarla ir, sin exigir su número de teléfono, su dirección, o una manera de volver a verla. Después de todo, llegó a la playa para escapar, no para ser acechada por mí. Se detuvo con la mano en la puerta. —Amo a Will. Es mi mejor amigo, una parte de mi familia, y él... él sabe lo que necesito. Es bueno para mí. —Me dio una sonrisa que me envió sobre mis rodillas—. Estoy tan contenta de haberte conocido, Jagger. Abrió la puerta y empezó a entrar. —¡Paisley! —grité, incapaz de detenerme. Giró la cabeza con las cejas levantadas. —Él es un bastardo con suerte, y espero que lo sepa.

Traducido por Jasiel Odair Corregido por Itxi

8. Mantener un semblante de paz en mi vida.

Paisley Estacioné en casa de mis padres en Fort Rucker y miré detenidamente. ¿Eso era… ? Sí, lo era. Papá estará furioso cuando se entere, si no lo había visto ya. Tal vez debería saltarme el desayuno esta mañana. La estatua del oso polar de cuatro metros de altura que se encontraba frente al Museo ahora montaba guardia en el patio frontal de papá, envuelto en decenas de cinturones militares. Esa cosa pesaba casi setecientos kilos, y yo inclinaba mi sombrero ante el que lo movió. Por lo menos esto no sería aburrido. Cogí mi bolso y me dirigí a la casa. En contraste a las travesuras de clase de la escuela de vuelo, esto era bastante bueno. Esta nueva clase acababa de empezar, y ya se encontraban listos. Bien por ellos. Escuché a papá desde su oficina incluso antes de que cerrara la puerta. —¡No me importa lo que dice tu maldito horario! ¡Quita esa cosa de mi césped! ¡Y es mejor que hayas manejado esto responsablemente! —Su voz resonó en el vestíbulo, pero nuestros golden retrievers, Layla y Clapton, no se movieron de su posición boca abajo, solo menearon la cola cuando me vieron. —Son unos perros de guardia geniales. —Me incliné para acariciarlos. —Más vale que no esté para el almuerzo, Comandante. Maldito oso polar. —El teléfono golpeó en su soporte un momento antes de que las puertas francesas se abrieran—. ¡Lee-Lee! —Papá me abrazó suavemente. Extrañaba los abrazos

reales, los que eran tan apretados que pensaba que mis costillas se romperían—. ¿Estás lista para el desayuno? —Hambrienta e insaciable —bromeé, acariciando mi vientre. —Ustedes, las chicas, todas preocupadas por sus figuras. A un hombre le gustan las curvas, mi niña. —Puso su brazo alrededor de mis hombros, atravesando la sala a la cocina, donde mi madre se encontraba terminando la salsa. —Oh, Lee, en serio estás aquí. —Sonrió—. ¿Podrías sacar esas galletas? —Te dije que lo estaría, mamá. Quedamos que una vez a la semana. — Agarré los guantes de cocina más cercanos y tomé las galletas del horno, con cuidado de colocarlas en la bandeja de plata de la mesa—. Perfectas como siempre. —Me adulas. Ahora, toma un plato, tu papá solo tiene quince minutos antes de que se dé cuenta de que no es una hora más temprano y el fin del mundo. —Ja. —Papá la besó en la mejilla, su camiseta café clara casi combinaba con el camisón azul de mamá y el delantal de Esposa del Ejército. Se lo dimos para Navidad cuando tenía diez años, y aún lo llevaba religiosamente. —¿Vendrá Will? —preguntó mamá, arreglando cuatro lugares en la mesa. —Dijo que estaría aquí a las siete y cuarto. —Alcancé un vaso para servirme un zumo de naranja. —Maldita sea, pude haberlo extrañado —murmuró papá. —¡Richard! ¡Lenguaje! —Mi madre le golpeó el trasero cuando pensaba que yo no podía ver—. ¡Ciertamente no somos tus soldados! Él se rió y le guiñó un ojo. —Ah, mis pobres bellezas sureñas, ¿mis costumbres yanquis las ofenden? —La falta de modales. —Suspiró y le hizo un gesto con una sonrisa—. Toma tu plato. El timbre sonó haciendo que los perros ladraran. —Dile a ese chico que no tiene que tocar el timbre. Es de la familia —ordenó papá. Abrí la puerta, feliz de ver a Will de pie en la entrada. Lucía bien, pero aún no me acostumbraba a verlo en uniforme regular. —Buenos días, Lee-Lee. —Se inclinó y me besó en la mejilla—. ¿Cómo te sientes? Ignoré su pregunta y en vez de responder, apreté mi boca con la suya con cuidado. —Te extrañé ayer. Me dio un abrazo familiar. —Lo siento, cariño, la clase acabó tarde. —Por casualidad, no sabes acerca de ese oso polar en nuestro jardín, ¿verdad?

Con un apretón en mis hombros, rompió nuestro abrazo y se fue a desayunar. —Sí, puede ser que tenga que hablar con tu padre sobre eso antes de ir a clase. —¡Will! —exclamó mamá mientras ponía la comida en la mesa—. Es tan bueno verte. —A usted también, señora. —Sostuvo mi silla, y me senté, ubicada entre él y papá. —Oh, ya sabes que puedes llamarme mamá. —Amontonó comida en su plato. Mi estómago se redujo ligeramente. ¿Porque era mi novio? ¿O porque fue el mejor amigo de Peyton? —Sí, señora. —Will sonrió con ese brillo en sus ojos color ámbar. Tal vez no eran un azul cristalino como los de Jagger, ¡para! Picoteé la yema con el tenedor. Había pasado una semana y media desde que el señor California… Colorado… lo que sea me sacó del océano, pero su rostro no dejaba de estallar en mis pensamientos o invadir la paz de mis sueños. Salvó mi vida. Tiene perfecto sentido que pensara en él. ¿Correcto? Solo que tal vez no tanto. ¿Dónde se encontraba? ¿Se había ido a su casa de Colorado, como sugería su matrícula? ¿Se hallaba en la universidad? ¿Fuera? ¿Qué se sentiría ser besada por un hombre con un aro en la lengua? —¡Lee! —espetó mamá. Encontré una galleta triturada en la mano izquierda y oí un sonido procedente de la cocina. —¿Señora? —¿Tu alarma? —Señaló hacia el mostrador donde mi bolso descansaba. Asentí, tirando mi galleta desmenuzada mientras me dirigía hacia el mostrador. Sacando mi celular del bolso, cancelé la alarma. Dejé el teléfono en mi bolso; mamá no lo permitiría en la mesa y me senté de nuevo. —¿No olvidas algo? —Levantó una ceja. —La tomaré justo después de desayunar. Me dan nauseas con el estómago vacío. —Cogí otra galleta, rompiéndola por la mitad antes de colocarla en mi plato. —Creo que deberías… —Cariño, tal vez podrías simplemente cogerlas… —Magnolia. Will. Denle un descanso. La tomará después de que desayune. —La voz de papá los detuvo a medio decir, y le sonreí con agradecimiento. Él asintió, pero no se veía feliz cuando volvió a su desayuno. Mi boca se hizo agua cuando alcancé la salsa.

—Oh, Lee, te hice una ensalada de frutas. —Mamá me entregó el cuenco de cristal sobre la mesa. Recogí la fruta en mi plato, todavía mirando la salsa. —Gracias. —¿Te ha dicho el doctor Larondy nuestra decisión? —preguntó, mirando mi plato y contando cada caloría que no se me permitía consumir. Me detuve a medio bocado, y Will apretó mi rodilla debajo de la mesa, enviando apoyo silencioso. Nunca supe para quién. Tragando lentamente, pensé en mi respuesta. —Yo no he… —Lee, no puedes dejar esto de lado. —Su voz se elevó. —Porque todavía no he tomado mi decisión. Bueno, eso no la silenció. Su tenedor se sacudió en la vajilla del desayuno. — Decidimos que el procedimiento… —Decidieron, mamá —le reprendí, manteniendo mi voz tan baja y respetuosa como pude—. No he tenido síntomas desde que empezamos los betabloqueantes, y aunque respeto tu elección y tus deseos… —Pero no lo respetas, no realmente. —Oh, aquí vamos—. No es posible que nos respetes y ames, si estás dispuesta a arriesgar tu vida de esta manera. Todos los días tu espera es demasiado larga. Incluso pensar en hacernos pasar a tu padre y a mí por esto de nuevo es simplemente imperdonable, Lee. ¡Es tu vida de la que estamos hablando! —Magnolia, suficiente. —La voz de papá fue suave pero severa—. No tenemos estos desayunos para que la puedas intimidar. Me tragué mi respuesta, sabiendo que mamá habló a través del dolor y del miedo. Tal vez tenía razón, y era egoísta, queriendo tomar esta decisión yo sola, cuando afectaba a más gente que a mí. No solo me encontraba atrapada por mi condición, el engrosamiento de mi músculo cardíaco. La miocardiopatía hipertrófica podría limitarme, pero la jaula en que vivía fue fortificada por las expectativas de mis padres, encerrada por su dolor por Peyton, y cubierta por mi propia necesidad de disminuir su sufrimiento en cualquier grado posible. Lo correcto sería estar de acuerdo con ellos, aceptar la vida media a la que el marcapasos interno me sentenciaba, y hacer felices a todos. Hasta Will lo quería, aunque dijo que apoyaría cualquier decisión que tomara. Pero lo correcto se sentía insoportablemente mal. Mis instintos me gritaban cada vez que incluso consideraba el marcapasos. No me iba a salvar, y no podía explicar cómo lo sabía, pero era así. Me sentía harta de esto. No corras. No comas

alimentos ricos en grasas. No bebas. No olvides tus medicamentos. No molestes a tu madre, y por amor de Dios, no aumentes tu ritmo cardíaco. No… vivas, simplemente existe. La necesidad de huir se apoderó de mí, pero me quedé en mi sitio. Tenía mi propia casa ahora, con su bendición, y hasta tenía una clase en Troy. Una porción de culpabilidad para el desayuno a la semana era soportable. Apreté los dedos de Will, y captó la señal. —La salsa está fantástica esta mañana, señora. Mama forzó una sonrisa y aceptó el cumplido. Tomé un par de respiraciones profundas y me concentré en masticar. —¿Cómo van las clases, mi niña? —preguntó papá. —Bien. Me encanta este semestre, especialmente la clase en Troy. Creo que el próximo semestre estaré bien para el resto de las clases que necesito tomar allí. Frunció el ceño. —Me gusta más cuando puedes tomar las clases aquí. Modo calmante activo. —Lo sé, papá, pero no ofrecen todas las clases que necesito aquí. Son solo cuarenta y cinco minutos en coche. No me importa. —El viaje era un pequeño precio a pagar para fingir que mi vida era normal una vez por semana. Era una batalla que me encontraba dispuesta a aceptar. —Bueno, a mí me importa —murmuró, comiendo su comida tan rápido que juraría que estaba siendo cronometrado. Un incómodo silencio se apoderó de la mesa. No podía pensar en algo para decir que no terminara mal, así que me quedé callada. —Will, ¿cuéntanos cómo te fue en tu primera semana? —preguntó mamá. Will deslizó su mano de mi rodilla como si ella pudiera verlo debajo de la mesa. —Bueno, señora, no es West Point, pero es bueno tener un poco de libertad. —Dio esa sonrisa, la que me había enganchado, y una propia se dibujó en mi rostro cuando se giró hacia mí—. Además, la compañía es mucho mejor. Es agradable estar cerca de Lee. Mamá puso la mano en su pecho y suspiró. —Es hermoso verlos a los dos juntos en persona, en lugar del ordenador. Son tan parecidos. Will rozó con un beso mis nudillos. —No podría estar más de acuerdo. —¿Has considerado que avión vas a elegir? —preguntó papá. —Sí, señor. Me gustaría volar el AH-64. Los ojos de papá se iluminaron, y levantó las cejas. —Ah, el Apache. Buena elección. Vas a tener que clasificar en la cima de la LOM para seleccionar ese. —Lista por Orden de Mérito —explicó Will cuando papá se levantó.

—Vas a tener que terminar esta fase de la escuela de vuelo como la mejor de la clase si quieres volar ese helicóptero, Paisley. Solo hay unos pocos vacantes por clase. Le di un codazo a Will como si estuviéramos en la escuela secundaria. —No estoy preocupada. —¿Cómo son los otros tenientes en tu clase? ¿Hay muchos de ustedes? — Papá llevó su plato al fregadero. —Cinco tenientes y veinte oficiales técnicos. —El color se deslizó hasta su cuello, y flexionó la mandíbula. —Pero deben ser solo cuatro tenientes. —¿Qué pasa? —le pregunté. Se necesitaba de mucho para molestar a Will. —Nada de lo que tengas que preocuparte, Lee-Lee. —Guiñó un ojo, y me tragué las ganas de decirle otra vez lo mucho que odiaba cuando me llamaba así. Lee-Lee tenía doce años, era desgarbada y torpe. Tenía la esperanza de que ya no fuera el caso. —Está bien. —Me forcé a formar una media sonrisa. —¿Así que ese oso polar envuelto en cinturones militares? —preguntó papá, abrochándose la parte superior de su camisa militar. —Sí, señor. Creo que tengo que decirle sobre eso. ¿Sabía quién lo hizo? Las manos de papá se flexionaron sobre el mostrador. — ¿Qué sabes, Will? —Puede ser que una broma de clase haya ido demasiado lejos. —Oh, sí, sus mejillas enrojecidas… Lo diría. —¿Tu clase? —La voz de papá cayó suavemente, de forma peligrosa. Papá no gritaba cuando se ponía súper furioso. Oh, no, no era necesario. —Sí, señor. Mis ojos parpadearon entre Will y papá, y mi corazón alcanzó un ritmo más rápido. —Will, ¿pusiste esa cosa en el patio delantero? —No pude evitar que las palabras salieran a borbotones más de lo que pude calmar a la parte de mí que gritaba con la esperanza de que lo hubiese hecho, que incluso él pudiera romper una regla. Apartó los ojos de mi padre, encontrándose con los míos. —No. —Tomó mi cara con las manos—. No fui yo. —Miró a papá—. Pero sé quién lo hizo. Se me revolvió el estómago. Papá asintió. —Creo que será mejor que continuemos este debate lejos de las damas. Mi oficina parece más apropiada.

—Sí, señor. —Will limpió su plato y llevó el mío vacío al fregadero. Me fui rápido de la mesa, de pie tras de él mientras lo colocaba en el lavavajillas. —¿Sabes quién lo hizo? —Sí. —¿Y vas a delatar a tu compañero de clase? —Difícilmente parecía leal lo que iba a hacer. —Un cadete no mentirá, engañará, robará ni tolerará a aquellos que lo hacen. —Su mandíbula hizo la cosa de tensarse, lo que señalaba que su decisión estaba tomada. —No estás más en la academia, Will. ¿Seguro que quieres hacer esto? Estarás en la escuela de vuelo con estos chicos por el próximo par de años. ¿No se supone que se cubrirían la espalda unos a otros? —¿Crees que quiero a chicos como este conmigo? Estar en servicio activo no cambia lo que es incorrecto. Intenté detenerlos, pero Bateman no quiso oírme. Lo que ellos desfiguraron es una pieza de historia de Fort Rucker. Es un oso. —Nadie resultó herido, y nada está dañado. Era una broma inofensiva. ¿Sabes lo que hará papá? Podrías hacer que los echen por culpa de un tonto oso polar con demasiadas cinturones, por no hablar de que todos ellos sabrán que tú confesaste. —¿William? —exclamó papá. La columna de Will se enderezó como si papá hubiese sacado una cadena invisible. —No puedo esperar que entiendas, Lee-Lee. —Se inclinó, rozando mi mejilla con sus labios—. Mejor ve a clase. No sé cuánto tiempo va a tomar esto con tu papá. —Recuerda que tengo trabajo después. ¿Puedo verte esta noche? —Lo necesitaba para desterrar el recuerdo de un par de ojos azules que no se iban. También necesitaba volver a presentar la documentación para los trabajos de construcción menor que se realizarían en la biblioteca. Clase, trabajo, después Will. El mejor plan. Hizo una mueca. —Sé que me dijiste la semana pasada, pero todavía odio que trabajes. ¿Y si es demasiado? —En serio, es el trabajo para el corazón más feliz que podría pedir. Ahora, ¿esta noche? —Voy a hacer mi mejor esfuerzo. —Su sonrisa se llevó mi molestia de lo que él se encontraba a punto de hacer, y le devolví el beso, sabiendo que no iba a ir más lejos con mamá a tres metros de distancia. Me dejó de pie en la cocina.

—Ese es el tipo de hombre del que una mujer puede estar orgullosa, Lee. — Mama enjuagó su propio plato—. Tienes suerte de contar con él. No todo el mundo pone tanto valor en la moral. Recibí su mensaje: déjalo tranquilo. —Me voy a clase, mamá. Gracias por el desayuno. ¿Nos vemos la semana que viene? Su boca se frunció. —¿Toda una semana? —Estuvimos de acuerdo en que me quedaría aquí por la escuela y rentaría esa casa adosada, pero tienes que darme un poco de espacio. Tengo casi veintiún años. —Mantuve bajo mi tono de voz. Las emociones solo me ganarían una ceja levantada y un sermón de que no me hallaba dispuesta a ser una adulta. Su mirada parpadeó a la imagen de la familia enmarcada detrás de mí, como siempre hacía cuando pensaba en ella. —Será una semana. La abracé, dejándola ir después de su palmadita en la espalda. —Te quiero, mamá. Colocándome el bolso sobre mi brazo, me detuve para pasar los dedos sobre la imagen enmarcada en la entrada. Peyton se encontraba en el medio, con el rostro radiante de emoción como un duendecillo, vestido de forma idéntica a Will, a su izquierda, en sus uniformes grises de West Point, mientras yo lo abrazaba a su derecha. Sus brazos nos conectaban, con suerte aprobando en lo que nos habíamos involucrado. —¿Qué harías, Peyton? —le susurré—. Doscientos veinte días. ¿Qué habrías hecho? La extrañaba tanto. Un agujero negro floreció en mi corazón, aspirando cada aliento que había tomado desde que murió, como si estuviera viéndola yacer en el suelo. Ella habría sabido qué hacer, pero no tuvo que tomar una decisión. Era libre, salvaje, desinhibida, y pagó con su vida antes de que siquiera se diera cuenta que había un precio. Una miserable punzada de envidia se hundió en mí, llevada de regreso por la sensación de culpa. Se había ido. Yo estaba aquí. Tomé un par de respiraciones profundas, empujando el duelo adonde pertenecía, en el pasado. Casi me encontraba fuera, pero la voz de mamá me siguió por la puerta delantera. —¡Lee! ¡Toma tu medicación ya mismo! —Sí, mamá.

Traducido por Yure8 Corregido por Key

Me estás ahogando, sosteniéndome bajo la creciente marea de tus expectativas imposibles.

Jagger Cada palabrota que había oído alguna vez, vino a mi mente mientras los instructores saltaban de la nave. Literalmente. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos, y tuve un deseo instantáneo de irme con ellos. Al diablo con eso. Este era mi sueño, y lo había sido desde que vi hélices contra un cielo azul hace trece años. Podía hacer esto. El entrenamiento de Dunker era un montón de mierda. Los pistones se soltaron, y el helicóptero de simulacro se hundió. El agua empapó mis botas, pasó junto a mis rodillas, sobre mi regazo, y luego hasta mi pecho. Espera. Espera. Todavía no. El agua golpeó mi clavícula, y chupé todo el aire que mis pulmones podían sostener. Me aferré al asiento, mis dedos clavados mientras el agua se elevaba por encima de mi nariz y cabeza. Entonces inclinaron mi mundo sobre su eje y asentaron el helicóptero a la derecha, girándome al revés. El agua se abrió paso dentro de mi nariz. Esta mierda apestaba. Dejamos de movernos; era hora de irse. Luché contra el pánico amenazando con expulsar todo mi aire y me concentré en el arnés. Mis dedos se resbalaron. Doble mierda. Cálmate. Unos pocos movimientos concentrados y el arnés se soltó. Me encontraba fuera del asiento. Una mano detrás de la otra, me enderecé, me dirigí a la ventana, y estallé la unión. Mis pulmones gritaron, y solté una pequeña cantidad de aire, aliviando la presión. Me arrastré a través de la ventana, asegurándome de

quitarme el casco gigantesco. Empujé la parte exterior del helicóptero y salí a la superficie, llevando aire a mi nariz. Al menos esta vez solo estaba mi vida en juego y no la de ella. Irrumpí a través de la superficie del agua, dando la bienvenida al flujo de oxígeno en mis pulmones necesitados. Lo había hecho. —¡Bateman! Esa no era la técnica adecuada de las manos —gritó el instructor. Nadé hasta el borde de la piscina y me alcé, sentándome en el borde. — Bueno, señor —contesté mientras desabrochaba mi casco inundado—, ya que estamos sentados aquí teniendo esta conversación, no estoy muerto, así que tendría que decir que el resultado fue satisfactorio a pesar de no usar su aprobada técnica de mano.

Logré salir vivo, idiota. Josh se sentó más abajo en la repisa de la piscina, sacudiendo la cabeza hacia mí como si estuviéramos en la pista de hielo y aterricé en el área de castigo otra vez. ¿Qué? Contuve mi maldito mal genio. —Ese tipo de actitud puede hacer que te mates en un aterrizaje difícil de agua. Mi boca se abrió, lista para invadir mi cerebro. —Cierto, y… —¿Jagger Bateman? —Me llamó un capitán desde un lado de la piscina. —¿Señor? El brillo de acero en sus ojos dijo que esto era cualquier cosa menos una visita amistosa. —Al Comandante Davidson le gustaría verte en su oficina. Asentí. —Terminamos aquí en treinta. Negó con la cabeza. —Sécate, y ya terminaste. Te quiere ahora.

Esperé, cubierto en mi regazo, fuera de la oficina del Comandante Davidson. Solo había una razón por la que me llamaría, un alférez que había estado en clase menos de dos semanas. Él sabía. Tenía que hacerlo.

El imbécil tenía un largo alcance. Pasé los resultados posibles en mi cabeza. Lo que preguntarían. Con qué estaría de acuerdo. La llamada inevitable que podría mantener a raya el agujero de mierda de mi vida familiar. Solo quería volar. Eso es todo. No podía recordar querer otra cosa. ¿Cómo podría? Pero una llamada telefónica de mi padre, y acabaría todo, o aún peor, lo echaría a perder con su ayuda. Llegué aquí por mi propio mérito, bastante afortunado de hacerlo con mi mejor amigo, y no iba a dejar que me quitara esto. Una linda sargento me guiñó el ojo mientras pasaba, pero no pude reunir mucho interés. Uno, conocía la política de confraternización y no arriesgaba nada por un cuerpo sexy. Dos, juré renunciar a las mujeres en general. ¿Cuál era el sentido de trabajar para llegar aquí si me dejaba distraer? No va a suceder. Ninguna mujer valía la pena el poner en peligro mi sueño. Bueno, tal vez... No, ni siquiera esa. Ojos verdes saltaron a mi memoria. ¿Dónde se encontraba? Tenía que haber preguntado a donde iba a la escuela. Tenía que haber preguntado su apellido. Sí, como si fueras lo suficientemente bueno para una chica así. Deseché la voz de mi padre de mi cabeza. No importaba de todos modos. Paisley se había ido. —¿Teniente Bateman? Aquí vamos. —Comandante Davidson, señor. —Me puse de pie, listo para enfrentar mi destino. —En mi oficina, teniente. —Se dirigió a su oficina, dejándome para que lo siguiera. La habitación era escasa pero ordenada. Hojeó un archivo en su escritorio con una mano e hizo un gesto al asiento frente a su escritorio con la otra. Lo tomé. Mi uniforme chirrió contra la piel artificial de la silla militar mientras me removía. Respiró hondo, y yo contuve el aliento. —¿Algo que quieras decirme de anoche? ¿Anoche? —¿Señor? —Tienes una oportunidad para decir la verdad, Bateman. Después estarás fuera. El cuartel general no tolera los mentirosos más que los adornos de jardín inesperados. Un segundo, ¿todo esto era sobre el oso? Mi aliento exhaló en alivio. —¿Qué exactamente le gustaría saber, señor? Se recostó en su silla. —Me gustaría saber cómo un oso polar de cuatro metros de altura y seiscientos ochenta kilos, terminó en el césped del cuartel general.

—¿Seiscientos ochenta kilos? Eh. En realidad no se sintió tan pesado. —Esa cosa era un monstruo. La boca del Comandante se redujo ligeramente antes de contenerse a sí mismo. —¿Entonces admites haber robado el Sargento Oso Ted E.? Cada músculo de mi cuerpo se contrajo. No te rías. No lo hagas. —¿Ese es su nombre? —Mantuve una cara seria. Increíble. Su mandíbula se flexionó. —Ese oso polar es parte de la tradición Fort Rucker, teniente, algo por lo que muestras una grave falta de respeto. Mantuve mi boca cerrada. Seguro, me gustaba revolver las cosas, ver volar la mierda. ¿Pero cuando se hallaba mi carrera en juego? Sabía cuándo jugar al chico bueno. —¿Destrozaste el oso? —Técnicamente, vino sin daño. Está haciendo guardia. —Con cerca de veinte y tres cinturones militares envueltos alrededor de él. El Comandante Davidson tomó un gran aliento. —Última oportunidad. Mierda. No podía mentir. No había nadie más por ahí en el pasillo; ellos ya sabían que lo había hecho. ¿Cómo? Espera... yo era el único. No saben sobre Josh y Grayson. —Sí. Yo trasladé al Sargento Oso Ted E. de su puesto al césped del cuartel general. —Boom. Cayó sobre la granada. Solo esperaba que no echara a perder mi futuro en pedazos. —¿Cómo? —Los ojos del Comandante estaban amplios, ¿sorprendido de que le dije la verdad? Sí, eso también era un concepto novedoso para mí. —Con mi camión. —¿Esperas que crea que tu camión tiró una estatua de seiscientos ochenta kilos, cinco kilómetros y medio? —Cinco. —¿Perdona? —Se inclinó hacia adelante en su silla. —Es exactamente cinco kilómetros, no cinco y medio. —Ellos tardaron una eternidad en transportar una maldita estatua. —Cierto. ¿Y lo hiciste con tu camión? —Es un motor muy potente, señor. Le sorprendería lo que harían una súper manivela y un remolque. —¿Por qué? —Su tono se elevó en flagrante curiosidad. —Nunca podría echarme atrás de un reto, señor. Gran error y todo eso.

—¿Un reto? ¿Hiciste esto por un reto? Una sonrisa irónica se me escapó. —Eso parece. —¿Y los cinturones militares? —Arqueó una ceja sarcástica hacia mí. Mi pulgar rozó la etiqueta Bateman en la parte trasera de mi identidad. — Comentario social sobre la nueva política de uniformes. Sus labios se torcieron hacia arriba, pero lo suprimió antes de que pudiera llamarlo una sonrisa. —Por un reto. Bien. ¿Y quién te ayudó? Allí estaba. Mi mirada no dejó la suya. Mi mandíbula se apretó una vez. Dos veces. No había manera de que los delatara. No va a suceder, maldita sea. Pero tampoco podía mentir. —No necesité ninguna ayuda. Se echó a reír. —Hijo, no hay manera de que hicieras eso solo. Nombra los demás, y hay una ligera posibilidad de que puedas permanecer en la escuela de vuelo. Y por treinta monedas de plata...1 —Yo solo até el oso a la manivela. Yo solo remolqué esa cosa exactamente cinco kilómetros. Allanó sus manos sobre los papeles de mi archivo. —¿Y tú solo levantaste la estatua de seiscientos ochenta kilos en el césped? Cara de póquer. —Soy monstruosamente fuerte, señor. —Hijo, admiro tu lealtad a los demás, pero tienes que empezar a dar nombres, o esto se pondrá muy mal, muy rápidamente. —El mío es el único nombre que voy a estar declarando, y no he dicho una sola mentira. —No lo hice. Enganché el oso. Desenganché el oso. Conduje el Defender. Los otros no tenían nada que ver con esas partes. Mi archivo se cerró de golpe, rompiendo mis sueños en pedazos. —Tienes hasta el final del día de servicio para cambiar tu opinión.

Cuatro años en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva, una licencia privada de piloto, noches interminables estudiando para la prueba de 1

Treinta monedas de plata fue el precio por el cual Judas Iscariote traicionó a Jesús de Nazaret, según el Evangelio de Mateo en el Nuevo Testamento cristiano.

aptitud de vuelo, y me encontraba a punto de ser expulsado de la escuela de vuelo por un oso polar de mierda. Claro, había sido una estupidez, pero en serio. ¿Una estatua? El sol caía en mi uniforme mientras me sentaba afuera del cuartel general mis últimos cinco minutos antes de informar al Comandante Davidson. Joder, quería esas alas en mi pecho. Quería subir a una aeronave, volar en la batalla, defender algo más grande que yo. Ahora estaría empacando mis cosas antes del fin de semana. Por primera vez en mi vida, sentía que podía hacerlo, independizarme y hacer algo por mí. Como de costumbre, jodí todo. Era mi especialidad, después de todo. El tiempo había terminado. Saboreé el paseo a su oficina, aspirando el aroma de la posibilidad de lo que me temía que sería la última vez. Llamé a su puerta. —Adelante. Endurecí mi decisión y abrí la puerta. ¿Qué demonios? Los asientos en la oficina ya estaban ocupados. Mierda. No. —¿Walker? ¿Masters? Josh hizo una cara que era media sonrisa, mitad mueca. —¿Creías que te dejaríamos asumir la responsabilidad por esto? —No hay posibilidad. No vas a caer sobre la espada —añadió Masters. Sus nudillos estaban blancos donde se apoderaba de su identidad. —¿Cómo lo supiste? El Comandante Davidson respondió. —Tus amigos se presentaron hace una hora. —Nos dio la espalda y miró por la ventana—. ¿Qué voy a hacer contigo? Nos quedamos en silencio mientras deliberaba. —Claramente irrespetaste y destrozaste una pieza preciada de la tradición Fort Rucker, pero mostraste lealtad inquebrantable con los compañeros. Por otro lado, se presentaron por su propia voluntad, mostrando una notable integridad. ¿Qué debo hacer? Mil comentarios inteligentes corrieron a través de mí, pero los guardé todos para mí. No era el momento de ser un listillo. Inclinó la cabeza hacia un lado. —Muchachos, ¿tienen alguna experiencia trabajando con las manos? —Sí, señor. Crecí construyendo barcos —contestó Masters. —Sí, señor —repitió Josh. —Sí, señor —agregué. Si se contaba las horas que había puesto en el Defender, vendar mi palo de hockey, o montar mi dormitorio con muebles de Ikea, entonces seguro, tenía experiencia.

—Perfecto. Trabajarás para librarte de tu ofensa.

Traducido por Alessandra Wilde Corregido por Laurita PI

15. Lograr algo significativo sin la ayuda de papá.

Paisley —Que tenga un buen día —le susurré a la señorita en el mostrador cuando le entregué la contraseña de Wi-Fi en un trozo de papel. Agarré mi celular de mi bolso. Nada de Will todavía. No podía esperar a verlo esta noche, otra ventaja de tener mi propia casa. Dejé el teléfono en el mostrador y reuní una manejable pila de libros. —Voy a guardar estos —le dije a Alice. Agitó su mano con una pequeña sonrisa, arrugando su curtido rostro. Fácilmente tenía ochenta años, pero no renunciaría a la biblioteca. Era su casa, y lo entendía por completo. Era tranquilo aquí. Bastante calmado como para poder pensar. —Acabo de recibir una llamada; van a enviar unos cuantos hombres para arreglar tu almacén para que podamos llegar a esa puerta. Van a venir para chequearla y hacer un cálculo aproximado para nosotras. Mi boca se abrió. —¿En serio? Estuve pidiéndolo durante todo el verano. ¿Por qué ahora? —Bueno, alguien de alto rango debe haberte oído. —Acarició mi mano—. Será bueno tener esa sala de almacenamiento arreglada. Más alto rango. Papá. Mi estómago se hundió, pero forcé una sonrisa en mi cara. —Seguro. —Apilé los libros y me dirigí a la sección de ficción. A propósito seguí todas las directrices correctas, completado todo el papeleo requerido, y nunca se lo había mencionado. No quería lograr esto porque él agitó su varita mágica e hizo que sucediera. Incluso la etiqueta con mi nombre decía Paisley aquí, solo para distanciarme un poco más de su Lee.

Acomodé los libros, entonces salí de los estantes, pasando por las mesas donde estudiaban los alumnos de la escuela de vuelo. Fort Rucker, el hogar de la aviación del ejército, era un ambiente de alta presión. Aviadores que querían alas tenían que pasar la escuela de vuelo aquí. Una chica en la esquina parecía particularmente estresada, por lo que le regalé el paquete chocolates de tamaño grande que tenía en mi bolsillo. —El azúcar siempre ayuda —le susurré con un guiño. Sonrió agradecida, y me dirigí al mostrador, tomando las pequeñas escaleras en un par de zancadas. —¡Ah, ahí está! —La voz de Alice era anormalmente aguda y demasiado dulce. Al doblar la esquina, me di de bruces directo contra la razón de ello. Unas manos me estabilizaron, gracias a Dios, porque una vez que esos ojos azul eléctrico encontraron los míos, la gravedad dejó de existir. —¿Jagger? —Oh, no, ¿tenía que sonar sin aliento? Sus ojos se abrieron antes que una sonrisa iluminara su rostro. —¿Paisley? Abrí y cerré mi boca, parpadeando rápidamente mientras luchaba por hallar un pensamiento coherente. Debí parecer un pez fuera del agua. Mi respiración se aceleró, y mis labios se estremecieron. No el efecto que tuvo sobre mí en Florida; fue real. Esto no era bueno. —Oye, ¿la conoces? —preguntó un tipo detrás de él. Los ojos de Jagger me escanearon. —Se podría decir que sí. Tuve que tomar cierta distancia. Los vaqueros oscuros y la desgastada camiseta Harley-Davidson no eran una barrera suficientemente grande para mí cuando permanecía de pie tan cerca. Me moví de nuevo, pero por suerte sus manos aún se encontraban fijas en mis antebrazos, evitando que cayera por las escaleras. —Vaya. Prefiero evitar el médico en esta ocasión. Expulsé mi aliento en una risa ligera. Se giró lejos de la escalera, y me retiré. Con espacio entre nosotros, pude respirar de nuevo. —¿Vas a presentarnos, o simplemente mirarla? —preguntó el chico. —Cállate de una puta vez, Walker. —Jagger apartó su mirada de la mía—. Paisley, este es Josh Walker. Josh asintió. Tal vez era unos centímetros más alto, con una cara preciosa y una sonrisa asesina, pero nada como Jagger. Por otra parte, no estaba segura de que alguien pudiera compararse con Jagger. No. No. No. ¡No pienses así! —Y ese —Jagger señaló otro tipo detrás de ellos—, es Grayson Masters. — Grayson me hizo un gesto minúsculo sin ninguna sonrisa en sus ojos grises. Era

ligeramente más bajo que Jagger pero tan fornido que podría derribar a un toro, o tal vez levantar uno. —Están aquí para tu proyecto de la puerta trasera, querida —susurró Alice lo bastante fuerte como para que escuchara toda la biblioteca. Jagger, que Dios lo bendiga, no se rió, pero una simple mirada mostró el brillo de sus ojos y su labio mordido. Quería morder ese labio. En serio te irás al infierno si no acabas con esto, Paisley Lynn. —Se refiere a despejar el camino a la puerta de atrás. De la biblioteca. Correcto. —Me apresuré a hacer otra declaración antes de que todo pudiera ponerse más incómodo—. La habitación es un desastre. —Parpadeé hacia él, con nada mejor que decir. —No hay problema, estamos felices de ayudar —respondió Jagger. —¿Lo estamos? —preguntó Grayson. —Sí, lo estamos. —Por lo tanto, ¿vives aquí? —espeté, tratando de aferrarme a un pensamiento coherente. Su sonrisa hizo que mi estómago cayera. —Sí. Tragué saliva. —¿Y trabajas en construcción? —Eso explicaría sus músculos definidos. Metió los pulgares a través de sus presillas. —En este momento parece que es así, y no podría estar más feliz. Tiré de los bordes de mi chaqueta de punto negro a lo largo de mi cintura. Por lo general, se hallaba fresco en la biblioteca, a pesar del calor sofocante de Alabama, pero necesitaba más capas de la cachemira para protegerme de la energía que fluía de él. —Está bien. —¿Está bien? ¡Misericordia, piensa en algo, cualquier cosa mejor que decir! —¿Nos muestras el camino? Forcé una sonrisa con los labios cerrados y los conduje más allá de las mesas donde estudiaban los alumnos, a través de los silenciosos estantes, sobrepasando las pequeñas alcobas y las salas de reuniones, para llegar a la habitación con el letrero de “solo personal autorizado”. Empujé la puerta y encendí el interruptor de la luz. Los fuertes olores de polvo y papeles impregnaron el aire. —Guau. —Jagger se deslizó detrás de mí, haciendo espacio para los otros dos. —Exactamente. —Cajas apiladas hasta el alto techo abarrotaban la sala y no dejaban ningún camino directo a la puerta trasera oculta. La habitación era de un buen tamaño, fácil de ocho por seis metros, pero ni siquiera podía ver las paredes. —Esto no es una cosa de un día —murmuró Josh.

—Esto no es una cosa de una semana —concordó Grayson—. Con nuestro horario no. Ni siquiera podemos empezar hasta dentro de tres semanas. Jagger pasó la lengua por sus dientes. Esa cosa era tan increíblemente sexy. —¿Qué necesitas que hagamos, Paisley? ¡Déjate de eso! —¿Qué necesito que hagan? ¿O qué quiero que hagan? Se apoyó en una sección despejada de pared, cruzando los brazos sobre el pecho. Uno de sus tatuajes se asomó a lo largo de su bíceps. Tenía que salir de esta habitación y alejarme de él. —Ambas. Concéntrate. Examiné el caos absoluto. —Por lo menos, necesito un camino despejado hacia la puerta trasera. Nunca pasaríamos el código en este lugar, y sé que la inspección se acerca. ¿Pero qué quiero? —Señalé a las paredes—. Estantes construidos e instalados allí. Una estación de trabajo allí para recibir nuevas órdenes. Más estantes construidos e instalados allí y allí para manejar el desbordamiento, y un espacio central para su reparación. Jagger levantó una de las cajas. —Maldita sea, estas cosas son pesadas. —Bueno, por lo general los libros lo son. Se echó a reír y dejó caer la caja. —Vamos a tener que saber dónde van todas estas cosas una vez que los estantes estén arriba. —No me importa ayudar. —El control era atractivo, pero sabía que sería una batalla con Will. —Entonces supongo que nos veremos mucho. Mucho. ¿Cuánto tiempo podría pasar cerca de él sin hacer algo estúpido? — Solo... hagan una lista de lo que necesitan, y me encargaré de que les sea proporcionado. —Agarré un bloc de notas y un bolígrafo de la larga mesa desordenada y lo empujé hacia Josh—. Necesito... ordenar algunos libros. Jagger levantó las cejas ante mi apresurada retirada. —Hay tres semanas para hacer los preparativos, y luego nos pondremos a trabajar —prometió—. Te veré pronto. Logré asentir, entonces huí. —No levantaste ninguna de esas cajas, ¿verdad? —preguntó Alice, comprobando dos libros. —No, señora. Sé lo que hago. —Un hombre hermoso, el rubio. —Apiló un grupo de libros y me dio una mirada de reojo—. ¿Cómo lo conoces?

—Solo lo he visto una vez. No diría que lo conozco en sí —respondí, tomando la pila—. No es más que... un chico. —Mentirosa. —Bueno, si yo fuera lo suficientemente joven, diría que es más que solo un chico. —Creo que para alguna chica con suerte, lo es. —Bueno, seguro que le permitiría dejar sus botas debajo de mi cama. No dejaría que ese pensamiento se infiltrara en mi cerebro. Demasiado tarde. Puse los libros en mis brazos y me dirigí a ordenarlos, tratando desesperadamente de ignorar el hecho de que Jagger en realidad se encontraba aquí. ¿Con qué frecuencia había pensado en él desde Florida? No solo en sus ojos, tan bellos como eran, sino también en la forma en que me rescató del agua. Él era la única razón por la que seguía con vida. Me perdí en el proceso de ordenar libros; la tranquila monotonía. Disfrutaba este silencio, la forma en que mis pensamientos podrían centrarse o dispersarse, en función de lo que necesitaba. No existía lugar más perfecto en el mundo para mí que la biblioteca, rodeada de miles de historias esperando a ser descubiertas. Acomodé el último Philippa Gregory y miré mi reloj. Cinco para las siete. Hora de cerrar. Caminé, limpiando las salas de reuniones y recovecos ocultos, para que no quedara algo raro y desconocido dentro. —Todo despejado —le dije a Alice cuando tomé mi bolso de debajo del mostrador—. ¿Qué pasó con los chicos en la parte de atrás? —Acaban de irse, pero apuesto a que si sales ahora mismo, aún podrías alcanzarlo. —Sus cejas plateadas se menearon. —No hay necesidad. Simplemente no quería dejarlos encerrados aquí. —Ajá —respondió—. Adelántate. Yo cerraré. —Suena bien. Nos vemos mañana después de clases. Me despedí con la mano en la puerta mientras ella manipulaba la cerradura. Caminé bajo los árboles hacia donde mi coche se hallaba aparcado. Las luces traseras del coche de Jagger se encontraban en el otro lado del estacionamiento cuando me deslicé detrás del volante de mi coche y encendí el motor. Giré la manivela, pero no pasó nada. Esto no está sucediendo. Mi coche tenía solo dos años; no había manera de que no encendiera. Lo intenté de nuevo con el mismo resultado. No era un problema. A Will no le importaría tomar un descanso de su tiempo de estudio para recogerme. Abrí mi bolso para coger mi teléfono celular... que no se hallaba allí. Oh, no. Lo dejé sobre la mesa... en la biblioteca... que se encontraba cerrada con llave. ¿No era eso jodidantástico?

La bocina sonó cuando estampé mi frente en ella. Este era mi castigo por mirar a alguien que no era mi novio, ¿no? Abrí el capó y salí del coche. Lo levanté y le puse el soporte y luego miré el motor, levantando las cejas. —Bueno, ¿qué crees que está mal? No necesitaba mirar para saber que Jagger estaba de pie a mi lado. —No tengo ni la más remota idea. —¿Entonces por qué estás mirando el motor? —Porque eso es lo que hace la gente, ¿no? Si el coche no arranca, abres el capó y le echas un vistazo. —Pero no tienes idea de lo que estás buscando. Traté de suavizar mis rasgos faciales. —Bueno, no. Se echó a reír. Mantuve los ojos fijos en las mangueras de mi motor. —Ve a tratar de ponerlo en marcha. Me deslicé entre él y el coche, evitando con éxito cualquier contacto. Dejé la puerta del conductor abierta y traté de arrancarlo. Esta vez ni siquiera encendió. —¿Tienes cables de arranque? —preguntó. —No lo creo. —Descargué todo lo que tenía en el coche en mi cochera nueva, sintiéndome tan poderosa que ni siquiera tenía uno. Me asomé por la puerta para verlo. Había dado vuelta su gorra de Boston Bruins y se inclinaba sobre el motor—. ¿Tú tienes uno? —Irónicamente, no. Los envié con Ember cuando se fue a Nashville. ¿Ember? —Oh, bueno, eso me deja en un lío. Bajó el capó y lo cerró con un clic. —Te llevaré a casa. ¿A menos que haya alguien a quien desees llamar? —Mi teléfono está en la biblioteca. —Miré a mi reloj. Veinte minutos hasta que tuviera que estar en casa para otra dosis de mi medicación—. No creo que Will pueda llegar a tiempo —murmuré. —No creo que le importe si te llevo a casa. —Abrió la puerta un poco más y me tendió la mano antes de dejar que una sonrisa encantadora cruzara su rostro—. Después de todo, he tenido mi boca en la tuya, ¿verdad? ¿Qué daño podría hacer un paseo comparado con eso? Traté de luchar, pero no pude evitar la lenta difusión de una sonrisa en mi cara. Tomé mi bolso con una mano, la de Jagger con la otra, y dejé que me ayudara a salir del coche. Ese pequeño toque fue brutal. No me hubiera imaginado esa chispa eléctrica y altamente inapropiada entre nosotros.

Abrió la puerta del pasajero de su Defender y me impulsó en el asiento. — Lucy te ha extrañado. Pasé mi mano por el tablero. —Hola, Lucy. —¿Adónde? —Oh, vivo en Enterprise. —Era un pequeño pueblo a las afuera, pero era lo más lejano que mamá y papá me permitían estar. —Yo también. Está cerca del trabajo. —Me guiñó un ojo y arrancó el coche. Dropkick Murphys resonó a través de su sistema de sonido durante unos segundos antes de que pudiera bajar el volumen a un nivel no ensordecedor. —Lo siento. —Salió a la calle, serpenteando a través de la vivienda de Fort Rucker. Los recuerdos de las noches de verano, la risa de Peyton, y las escapadas a hurtadillas para conciertos se estrellaron contra mí. —No lo sientas. Los amo. —¿En serio? No parecen como tu tipo de banda. —En primer lugar, no me conoces lo suficientemente bien como para siquiera adivinar qué tipo de música me gusta. En segundo lugar, tal vez tengo algo por Matt —dije, nombrando a uno de los miembros de la banda. —¿En serio? —Giró su mirada en mi dirección antes de fijarse de nuevo en la carretera. Me reí. —No, en realidad no. Me gustan. “Rose Tattoo” es mi canción favorita. Sacudió la cabeza con una sonrisa, y nos establecimos en un amigable silencio. Le indiqué como llegar a mi casa, y estacionó en la entrada. —Vivo a tres cuadras de aquí —dijo. —¿En los apartamentos? —No, comparto una casa con Walker y Masters allí. —Señaló al otro lado de la calle principal. Me ayudó a bajar, y no me estremecí por sus manos en mi cintura. No, ni en lo más mínimo. Mentirosa—. Así que… hay algo que me ha estado molestando durante semanas, ¿por qué no puedes nadar? Mis mejillas se calentaron, y bajé la mirada a las uñas de mis pies de color rosa. —Debido a que solía asustarme, y ahora... es demasiado tarde, en realidad. —Nunca es demasiado tarde para aprender a nadar, Paisley. —Levantó mi barbilla. —¿Qué? Como si fuera a ponerme unos flotadores de brazos y dirigirme a la piscina con los niños del barrio para lecciones. Qué mortificante. Prefiero apagar una fogata con mi cara.

La sonrisa que se extendió por todo su rostro era más caliente que el pavimento bañado por el sol que amenazaba con quemar a través de mis sandalias. —No. Te voy a enseñar. —Tengo novio —murmuré. —Eso me sigues diciendo. —Lo digo en serio. —Entonces es bueno que no se necesite tener sexo para nadar. —Me guiñó un ojo. —A Will no le gustaría. —Me aferré a cualquier razón posible. —Estoy seguro de que Will tampoco quiere que te ahogues. —No es que no quiera... —Cada razón por la que debería fue contrarrestada con la razón principal por la que no debería. Pero tenía que aprender, y él no iba a burlarse de mí. —Mira, sé que es extraño, y que no me conoces. Pero te saqué del agua. Llené tus pulmones con mi propia respiración, y si eso no me hace responsable de ti, no estoy seguro de qué lo hace. —Curvó la parte delantera de su gorra. ¿Era un hábito nervioso?—. No puedo soportar la idea de que eso te ocurra otra vez, y que yo no esté ahí. —Solo puedo ofrecerte amistad, Jagger. —Su nombre sabía tan peligroso en mi boca mientras me miraba. —Bueno, porque eso es todo lo que estoy pidiendo, te lo juro. Te recojo a las nueve de la mañana. —Se alejó antes de que pudiera cambiar de opinión, y no pude evitar la sensación de que había empezado a subir por una pendiente resbaladiza.

Traducido por BeaG & Vani Corregido por AriannysG

La viste ahogarse. Observaste cómo pasó y no hiciste nada al respecto. Bueno, excepto pagar por su funeral.

Jagger Con café en mano, toqué la puerta de Paisley. No podía contar cuántas veces había recogido a una chica en su casa y nunca estuve así de nervioso, siendo amigos o no. La puerta se abrió y su compañera de cuarto me sonrió. —Ah, señor California. —Hola, Morgan. Sus ojos se iluminaron, como siempre pasaba cuando las chicas estaban sorprendidas de que recordara sus nombres. Tenía que amar tener una memoria fotográfica. Estiró los brazos sobre su cabeza, alzando su franela lo suficiente como para dejarme ver la piel bronceada de su estómago. Luego deslizó sus manos a los lados de su cintura y sonrió. Conocía la mirada en sus ojos. Era la misma que llevaba a muchas chicas a dejar caer sus bragas en mi dirección. Ahora, por lo general yo habría tomado esa invitación y perseguirla, pero ni siquiera me llamaba la atención, incluso si no hubiera renunciado a las mujeres. Joder. Quizá mi polla estaba dañada. —¡Morgan! ¿Es Jagger? —La voz de Paisley hizo eco detrás de ella. —Seguro que lo es. —Se movió a un lado, haciéndome seña para que pasara.

Empujé mis gafas de sol en la cima de mi cabeza con una mano, sosteniendo un vaso de café de Boldly Going marcado con un “Paisley” en la otra. —¡Hola! — Caminó por el pasillo, aturdida—. Solo necesito un minuto. La casa estaba impecable y vacía. Pasé la media pared que separaba la sala de la entrada y miré alrededor. Todo era beige y blanco, desde los muebles hasta la alfombra. No había fotos en las paredes, ningún efecto personal real además de un par de fotos enmarcadas en las mesas auxiliares. —¿Morgan, has visto… ? —En tu vestidor —respondió. —¡Oh, cierto! —dijo Paisley mientras caminaba desde la cocina hacia las escaleras, pasando sin darme una mirada. Mierda. Esas piernas… Ah, ahí estaba la familiar agitación desde abajo. Qué bueno verte, amigo. —Así que, ¿a nadar? —preguntó Morgan, saltando sobre la encimera de la cocina enfrente de donde yo esperaba. —Sí, quiero ayudarla a aprender. —¿Eso es todo con lo que quieres ayudarla? —Batió las pestañas sobre sus grandes ojos marrones. —Solo somos amigos, Morgan. Sé todo sobre Will. Sus cejas se alzaron. —En realidad, no sé por qué me sorprende. Paisley no haría esto a su espalda. —Su acento sureño sacó las palabras como goteo de melaza. —No estamos haciendo nada. Solo quiero asegurarme de que no se ahogue de nuevo. Se aclaró la garganta cuando Paisley bajó las escaleras. —¿Lista? —La tira del cuello de su traje de baño se asomaba por encima de su camiseta y tuve la momentánea fantasía de desatarlo. Claro, porque había ido directamente de vuelta al tercer año de secundaria, hormonas y todo. Morgan se bajó de la encimera, quitándome el vaso de café de mi mano y tomando un gran trago. —Delicioso, Macchiato de Caramelo es mi favorito. ¡Gracias! —Dejó un sonoro beso en la mejilla de Paisley y se dirigió hacia las escaleras, deteniéndose para lanzarme un beso. —Oye, eso era para… —comencé, bastante molesto de que se robara la única cosa linda que había hecho por alguien en… un tiempo. —De todas maneras no tomo café. No te preocupes por ello y realmente aprecio el gesto. —Paisley medio sonrió—. Supongo que estoy lista. Y confío en que no te burlaras de mí.

—Nunca lo haría. —Qué fácil dijo esa palabra. Confianza era algo que no iba a discutir, incluso si era de paso. Eso era algo ganado. Recogió su cabello en una coleta. —No me lleves a ningún lado en donde pueda avergonzarme. —Se inclinó para tomar un bolso de color morado y apreté mis manos para evitar tocar las hebras rubias que colgaban cerca de mis dedos. Sin distracciones. Sin mujeres. Solo amigos. —Tengo el lugar perfecto.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Paisley desde el asiento del copiloto. Pasamos por otro bache en el camino de tierra y su agarre en el asa se apretó. —Seguro. ¿Quieres ir a un lugar dónde no te verán, cierto? —Ridículo, pero si eso es lo que se necesitaba, entonces… está bien. —Cierto, pero no estoy segura de que sea buena idea. Le di un vistazo. Tenía los labios apretados y sus cejas estaban fruncidas; la preocupación acechaba sus ojos. Nuestros cuerpos fueron sacudidos mientras nos dirigíamos hacia otra ruta empapada en lodo y forcé mi atención a la carretera. — No te preocupes tanto. Se rió, pero era forzado. —Eso es más o menos todo lo que hago. Mi boca se abrió, pero su celular sonó antes de que pudiera decir alguna palabra. Buscó en su bolso y atendió antes de que “Shipping Up to Boston” llegara al coro. La chica de verdad era fan de Dropkick Murphys. Bueno, mierda, si eso no me atraía más. —Hola, dulzura —atendió, metiendo mi polla en agua fría con el recordatorio de que tenía novio—. Sí, lo sé. ¿Qué clase de chico llamaba la atención de Paisley? El tono cabreado de su voz llegó a través del celular, pero no podía descifrar las palabras. —No sabía que vendrías esta mañana. No, por supuesto que no necesitas invitación, simplemente habría deseado… verte antes de ir. —Se rió, y casi me mató—. No, por supuesto que no. Sé que estás molesto. —Habían más palabras cortando cualquier intento que ella hiciera para decir una sola—. Sí, sé

que está en el mostrador. Will, en serio, ¿crees que no puedo cuidarme? No tengo que llevarlo siempre puesto. Estaré bien, es solo una lección de nado. Le dijo. Un punto por honestidad. —Entiendo que estés molesto, pero necesitas darme un poco de espacio. — Dos más de sus respiraciones profundas y dimos la vuelta a la esquina de nuestro destino—. Will. ¡Will! Por favor confía en mí lo suficiente para saber de lo que soy capaz. Dos respiraciones y el pequeño lago apareció a la vista. —Lo sé. También te amo. Te llamaré una vez que esté en casa. —Estacioné a Lucy y alcancé la manija de la puerta mientras ella colgaba—. Lo siento por eso. Cerré mi puerta y caminé hacia la de ella. —No necesitas disculparte conmigo. —La ayudé a bajarse. —Él se preocupa. —Parece que ustedes tienen una buena comunicación. —De acuerdo, eso era oficialmente lo más patético que había dicho en mi vida, pero lo envidiaba. Llevó sus gafas de sol a la cima de su cabeza y me miró de soslayo. —La tenemos. Hemos sido amigos casi toda nuestras vidas. Hay mucha historia ahí. Antes de que se hiciera más pesado o más extrañó, me quité mis sandalias en la gruesa hierba. —¿Estás lista? Miró detrás de mí hacia el lago. —Espera, ¿quieres nadar aquí? Me encogí de hombros. —Uno de los chicos me dijo sobre él. Está aislado, limpio y lo tenemos para nosotros. Sacudió la cabeza y movió su dedo hacia mí. —Oh, no, ahí no. Esto no es una buena idea. Saqué mi camisa sobre mi cabeza y la arrojé en el capó de mi camioneta. — Esta es la idea, Paisley. Quítate la ropa y metete en el agua. —Sus ojos se abrieron, y no me perdí la forma en que paseó sus ojos sobre mi pecho. ¿Era el tipo de chica que le gustaban los tatuajes? ¿O su novio era el tipo de chico de corte limpio que ella podía llevar a casa de su madre?—. ¿Te molesta la tinta? Pestañeó varias veces, luego sacudió sus ojos hacia mi rostro con las mejillas enrojecidas. —No, para nada. Sabría lo que vendría después, el inevitable qué significa todo eso que toda chica preguntaba. No le había dicho a nadie la verdadera traducción de las palabras que se extendían por mi pecho, brazo, espalda y abdominales. Esas verdades eran mías y solo mías. —Vamos a nadar.

—No, no entiendes… Mi paciencia perdió otro tramo. No iba a salirse de esto. —Si te hace sentir mejor, me meteré primero, pero será mejor que me sigas, o lanzaré tu lindo trasero en él. —Corrí hacia el agua, saltando donde se veía lo suficientemente honda. El agua fría se deslizó por encima de mi cabeza. Me paré, el agua llegando a mi pecho—. Ven aquí. —De ninguna manera. —Sacudió la cabeza, sus ojos grandes con miedo—. He vivido aquí lo suficiente como para saber que no nadas aquí. No con George. —¿Quién? —Miré hacia la izquierda y la derecha. Nada que ver excepto la calmada y apenas ondulada superficie del agua, y los altos juncos depositados. El lodo se deslizó entre mis dedos cuando flexioné en ellos más profundo. —George. Él es... —Deja de excusarte y entra al agua. No te puedo enseñar a nadar si estás en la tierra... ¿Qué demonios es eso? —Dos ojos redondeados aparecieron a diez metros de distancia, persistentes por encima de la superficie del agua... viniendo hacia aquí. Rápido. —¡Fuera! —gritó ella. No necesitaba oírlo dos veces. Di una patada hacia adelante, nadando hacia la orilla tan rápido como pude, deseando no haber llegado tan lejos para empezar. Llegué hasta la orilla y no hice ni una pausa en mi vuelo apresurado al auto. Recogí a Paisley, la arrojé por encima de mi hombro y llegué hasta la puerta. Abrí la puerta y la empujé dentro. Pasó por encima del asiento cuando salté al mío, cerrando la puerta delantera. —¡En serio! ¿Qué demonios? Ambos giramos la cabeza hacia la orilla donde un cocodrilo muy grande y muy verde deambulaba fuera del agua, hacia la orilla. Abrió la boca, como si necesitara mostrar esos dientes enormes y locos, y cerró la mandíbula. —Ese es George —dijo Paisley, y tuvo la audacia de reírse—. George es el motivo por el qué no nadas aquí. —George. Alargó la mano en el espacio que nos separaba, acariciando mi pierna como si estuviera calmando a un cachorro. —Está bien, chico duro, no come gente. —¡Es un cocodrilo! Sonrió, la comisura de su boca levantándose lo bastante alto como para hacer que mi sangre fluyera a la zona de mi cuerpo que no lo necesitaba. —Los cocodrilos americanos no comen gente. Bueno, en última instancia, en realidad. —¡Gritaste para hacerme salir!

—Bueno, no quiero que seas el primero. —Sus ojos verdes brillaban de risa. —¿Y pensar que confiabas en mí para no burlarme de ti? —Tuvo el descaro de reírse por la ventana y maldita sea si no era contagiosa. Mis manos se flexionaron en el volante—. Eres un puñado de problemas, Paisley. —Eso me han dicho. —Su sonrisa me mató. Puse a Lucy en reversa y arranqué. Mi camisa salió volando. —Vas a perder... —Déjalo tenerla.

—Cariño, estoy en casa —dije en voz alta cuando dejé mis llaves y el teléfono celular en la mesa de entrada junto al de Grayson. —La más rápida lección de natación jamás vista —respondió, con cara seria, desde la cocina. —Sí, bueno, había un cocodrilo. —¿Un qué? —Giró, casi dejando caer la cuchara empapada de marinara al suelo. —No preguntes. Amigo, ¿cocinas? —No había olido nada tan bueno desde que me fui.... Sí, no voy allí. —Amigo —se burló—, ¿tú no lo haces? —Hizo un gesto a la isla—. Haz algo útil y empieza a ponerle capas a la lasaña. —Puedo hacer eso. —Bien. Tal vez aún puedo hacerte un hombre. Grayson era difícil de leer. Apareció en el primer día de clase preguntando si alguien sabía de un lugar barato para alquilar, después de haber pasado hasta el último segundo que pudo con su familia en Carolina del Norte antes de venir, así que era recogerlo o dejarlo valerse por sí mismo. Había aceptado a Josh como compañero de piso por la misma razón; puso a su familia primero y pensé que había funcionado, así que por qué no correr el riesgo.

Me lavé las manos y empecé con la capa de base, poniendo los fideos como mamá había hecho en los días que estuvo lo suficientemente bien como para cocinar. —¿Todo esto es para nosotros? —Bueno, no pude conseguir un vuelo a casa este fin de semana. —Flexionó su mandíbula—. Y me imagino que estaremos comiendo como PRISIONEROS de GUERRA en la escuela la próxima semana. Ah, sí, Sobrevivir, Escapar, Resistir, Evadir. Dónde aprenderíamos a comer bichos y eso si estrellamos nuestras aves. Un conjunto de tres semanas de diversión alucinante. —Buena idea. ¿Pan de ajo? Me lanzó una mirada que descaradamente me dijo que me fuera al infierno. —¿Qué aspecto tiene? —Embozó una media sonrisa, que era más de lo que jamás había salido de él e hizo un gesto con la cabeza hacia el pan italiano recién horneado en el mostrador. El tipo no perdía el ritmo. —Impresionante. —También hay filetes en la nevera para la cena. Mierda, vivía con Guy Fieri. —¿Cerveza? Levantó una ceja, pero no se molestó en contestar. Por supuesto que había cerveza. —Había un correo para ti. —Apuntó con la cabeza de nuevo hacia la mesa de café, manteniendo sus manos ocupadas con la lasaña. Una vez que terminamos, abrí la cuenta e hice una mueca. Al menos sabía dónde se encontraba ella, aunque me costó una fortuna mantenerla allí. Saber era precioso, porque no saber, preocupándome sobre qué demonios estaba haciendo, era agonizante. Había estado allí demasiadas veces. Sí, cinco minutos y un gran cheque era más que digno de ello. Cerré el sobre y lo sostuve en mi frente, lo más cerca que podía conseguir sin que ella me arrastrara hacia su infierno privado. —Anna. —Dejé al dolor de echarla de menos por el segundo más pequeño, de luto por su pérdida como si hubiera muerto. Pero tal vez un día... No. Ese pensamiento me rompía cada vez que trataba de creerlo. Cerré la puerta del buzón y caminé de regreso a la vida por la que habí a luchado tan condenadamente duro. —¿Puedo hacerte una pregunta personal? —preguntó Grayson, arrastrando el pan al horno. —¿Lo vas a hacer de todos modos? —Me tiré en el sofá, donde pretendía quedarme el resto del día. —Sí. —Cruzó los brazos frente a su pecho. —Bueno, entonces, no importa qué respondo. —¿Qué demonios estás haciendo con esa chica?

¿Qué diablos sabía él de Anna? —¿Qué quieres decir? —pregunté con cuidado. —Mira, te conozco a ti y a Josh, y probablemente él debería ser el que diga esto, pero no está aquí, así que lo haré yo. Tiene novio, Jagger. Un novio que es más que capaz de enseñarle a nadar. ¿Qué tienes con Paisley? Paisley. Solo escuchar su nombre se hacía cargo de todos mis pensamientos. Su sonrisa, su risa, todo eso me hizo querer todo lo que no tenía derecho a... —¿Y por qué no le dijiste que estás en la escuela de vuelo? Porque entonces voy a tener que decirle cuando meta la pata y falle. —No quería. —En serio, hombre. Esa mierda no es linda. ¿Y no dijiste que las mujeres durante la escuela de vuelo son demasiada distracción? Tomé una respiración profunda y froté el punto entre mis cejas. —¿No crees que lo sé? Lo mantengo platónico tanto como puedo, maldita sea. Sé que tiene novio, y no la estoy persiguiendo por sexo, por lo que no debería ser un problema. Quiero asegurarme de que puede nadar, y luego me alejaré. —Mentiroso. —Y arreglar su biblioteca. —También eso. —Me saqué mi sombreo y acaricié el logotipo de los Bruins con mi pulgar. Sus ojos se estrecharon. —Veo la forma en que la ves, y ella no parece la clase de chica que engaña a su novio. Te va a rasgar en pedazos, y lo peor de todo es que ella no tendrá idea de que lo ha hecho. Ten. Cuidado. —Agarró su bolso y las llaves—. Me voy al gimnasio unos minutos, así que escucha el temporizador. Quema el almuerzo y yo te quemo. Apoyé la cabeza y me quedé mirando el ventilador de techo. Qué demonios hacía con Paisley, ¿y por qué no podía parar? Dos veces en las últimas cuarenta y ocho horas, y vaya si no era adicto a la forma en que me hacía sentir cuando estaba cerca, todo esperanzado y protector. Necesitaba encontrar una chica fácil y sacarla de mi cabeza. Algo me dijo que la táctica habitual no iba a funcionar esta vez. Ella ya me distraía, haciéndome querer cosas que no entendía. Confío en ti, dijo, y lo peor era que yo quería ser digno de ella, fracaso perpetuo o no. Pero no conocía mi historia, no desde la universidad, no desde... antes, y esa era la única razón por la que había puesto su vida en mis manos. Grayson tenía razón. Me iba a destrozar. Y yo iba a dejarla.

Traducido por vals <3 Corregido por Helena Blake

31. Poner mi vida en las manos de un total desconocido.

Paisley Mis dedos temblaban mientras removía mi reloj. La piscina se hallaba silenciosa, como debería, ya que eran las nueve de la noche de un domingo y bastante después de que cerraron. El Comandante Davidson ni siquiera movió un ojo cuando le había pedido permiso para usar las instalaciones. Hasta prometió no decir nada. Ayudó que hubiera terminado su asignación como asistente de mi padre. Enrollé la toalla alrededor de mi cuerpo y salí de los vestidores de la piscina. Jagger salió del lado opuesto al mismo tiempo. ¿Cómo lucía así? Se estiró, exponiendo las líneas apetecibles de sus abdominales. Amigos. Amigos. Amigos. —¿Listo? Movió el arete en su lengua a través de sus dientes, el sonido reverberando las paredes a mi alrededor. —Vamos. —Retrocedió, enviándome una sonrisa maliciosa, y entonces corrió hacia la orilla de la piscina —a pesar de todas las señales que decían no correr— y se lanzó perfectamente—. Tu turno. Me quité la toalla, agradecida de que había escogido mi traje de una sola pieza que se ataba al cuello, y la doblé cuidadosamente en el banquillo. Luego entré en la parte menos profunda, tomando respiraciones mientras el agua se deslizaba por mi cuerpo. Por lo menos estaba caliente. Algo así. El agua llegaba a mi pecho para el momento en el que Jagger me alcanzó. Su sonrisa me gratificaba por haber entrado en la piscina. —Eso no estuvo tan mal, ¿cierto?

No, no si disfrutas cosas como miles de arañas arrastrándose por todo tu ser, o grandes cubos de agua esperando para tragarte entera. —Sigamos con esto. —¿Por qué te asusta tanto el agua? —¿Te dolió el arete en tu lengua? —Disparé la pregunta como una bala. Su cabeza se inclinó a un lado, y sus ojos se entrecerraron. —Sí, está bien. Podemos hacer eso. “Quid pro quo, Clarice” 2 . Sonreí a la referencia de Silence of the Lambs y me relajé un poco. —Puedo hacer eso. ¿Sin mentiras? Sus ojos adquirieron un brillo feroz. —Nunca te mentiría, Paisley. Tal vez no te diga lo que quieres escuchar, pero nunca te mentiría. ¿Tú? La pregunta se sentía significativa, como uno de esos momentos que vale la pena recordar. —Prometo que nunca te mentiré, Jagger. —No tenía que decirle todo, solo no mentirle. —Está bien. Entonces, ¿cómo conseguiste meternos aquí después de cerrado? No podía apartar la mirada de esos ojos ni aunque lo intentara. —Lo pedí amablemente. Me gusta este juego. ¿El arete en la lengua? —¿La barra? Cumpleaños número diecisiete, y dolió muchísimo, pero valió la pena para ver la mirada en la cara de mi padre. —Sonrió y lo pasó por sus dientes de nuevo. El cielo me ayude, todo mi cuerpo se tensó, y una punzada de deseo puro me recorrió, latiendo bajo y profundo en mi vientre. —¿Miedo al agua? Tragué, mi boca de repente seca a pesar de estar rodeada por agua. Golpeé mi palma en la superficie, disfrutando de la sensación de equilibrio entre dos medios. —Me caí a un lago cuando era más pequeña. Pareció una eternidad hasta que Pey… —trastabillé y tomé aire—, Peyton me vio y me sacó, pero nunca fui ahí de nuevo. Su tatuaje ondeó en su brazo mientras me ofrecía su mano. —Ven acá. — Había letras mezcladas con el trabajo tribal. ¿CaT? ¿Qué significaba? Mi corazón saltó, y coloqué mi mano encima por hábito. Di un paso para separarnos, manteniendo la cuenta de los latidos para asegurarme de estar en ritmo. Sin ataques de corazón esta noche. Él me volteó gentilmente. —¿Qué estamos haciendo?

2

Frase en latín que significa “una cosa por otra”.

—Flotando. ¿En serio desperdiciaste tu pregunta en eso? —Rió—. Recuéstate. Me tensé. —¿Qué? Su respiración envió escalofríos a través de mi cuello. —Confía en mí, Paisley. No dejaré que nada te pasé. Pon tu cabeza en mi hombro. —Bajó sus hombros dentro del agua—. Cierra tus ojos y relájate. Inhalé una temblorosa respiración y luego confié en él, descansando mi cabeza en sus hombros. —Bien. Ahora palmas al cielo. —Estamos dentro. —Sí, sabelotodo, lo estamos. Palmas arriba. Extendí mis brazos hacia afuera como había visto hacer tantas veces y volteé mis manos hacia el techo. Estaba más atenta de sus palpitaciones que de las mías, la manera en que su pecho me rozaba incluso con cada respiración. —Pies hacia arriba. Mis ojos se abrieron. —¿Podemos solo hacer esta parte por hoy? Sacudió la cabeza, rozando con su barbilla la parte de arriba de mi cabello. —Cierra los ojos. Hazme otra pregunta. —Sus manos se desplazaron por mi espalda hasta que descansaron en el centro de mi cintura, soportando el poco peso que tenía en el agua. Con sus manos en mí, era más sencillo cerrar los ojos y tratar de olvidar que estaba en una gigantesca bañera de la muerte. —Tus tatuajes. ¿Cuántos? Succionó un aliento. —Cinco piezas individuales. —¿Significan algo? Quiero decir, quedan hermosos, simplemente me estoy preguntando si son arte o… ¿algo más? —Me relajé, enfocándome en sus manos y manteniendo las mías hacia arriba. Era extrañamente confortante estar tan íntima con alguien que apenas conocía. —Todos simbolizan algo para mí. El agua salpicaba alrededor de mi cabeza mientras él nos bajaba un poco más, pero el pánico usual no se asentó. —¿Cuál es tu favorito? —¿No es mi turno? —Escuché su sonrisa. —Seguro. —¿Cuál es tu parte favorita de estar en una relación? —Esa es una pregunta rara. —Casi me sacudí, pero sus manos me mantuvieron estable.

—Es mi pregunta. Suspiré. —Cierto. Quid pro quo. Bueno, creo que me encanta la simplicidad. Sé cómo va a ser su reacción a la mayoría de las cosas, así que todo es solo… confortable. Fácil. Él conoce mis peores cualidades y no corre gritando, y sabe mi pasado porque estuvo ahí. —Él sabe que podría caer muerta en cualquier momento—. ¿Qué hay de ti? Se tensó. —No lo sé. Nunca he estado en una relación funcional. —¿Nunca? —Nunca. Lo he visto, sin embargo, con mis amigos. —Tomó una respiración profunda, alzando y bajando mi cabeza ligeramente—. Creo que admiro la conexión entre ellos. Tienen esta… atracción, una fuerza que los mantiene juntos, como si incluso una brisa separándolos fuera demasiado. Un dolor resonó desde mi corazón que no tenía nada que ver con mi condición. —Eso es lo que quieres. Cuatro latidos pasaron. —Sí, con el tiempo. He visto al amor quemar a alguien hasta los cimientos, y lo he visto darle sentido a lo ridículo. No me asentaré por menos que esa clase de fuego. Eso fue lo más irracional que he escuchado, y algo en mi alma pareció despertarse y tomar nota. —¿Lo estable no funciona para ti? ¿Prefieres arriesgarte a la destrucción? —Si tengo que escoger entre estar entumecido por el resto de mi vida o quemarme por incluso un momento, tomaré lo segundo. Las mejores cosas en la vida son dignas del ardor, del riesgo. Tragué el nudo en mi garganta como si él no hubiese alterado mi mundo. ¿Me estaba quemando? ¿En llamas con Will? —Abre los ojos, Paisley. Lo hice, sintiéndome sin peso. —¡Jagger! Se rió, todavía detrás de mí, con mi cabeza en su hombro, pero el resto de mi cuerpo se encontraba flotando. Moviéndome con miedo, me hundí de inmediato. Me atrajo hacia él, poniéndome de manera vertical antes de que pudiese hundirme más. Me volteé, de repente demasiado consciente de lo personal que había sido nuestra conversación. Lo inapropiado que era cuando pensé en cómo Will podría sentirse. Me moví de sus brazos y mostré una sonrisa débil. —Eso fue increíble. La necesidad de alejarme era casi tan poderosa como la que gritaba por acercarme. ¿Podía él sentir esta insana tensión, o me estaba volviendo loca?

—Sí, lo hiciste bien. Creo… —Sacudió su cabeza—. Creo que podemos dar por terminada aquí nuestra tarde exitosa. No necesitaba que me lo dijera dos veces. Corrí hasta la escalera y a la terraza de la piscina para envolverme en la toalla. —Entonces, ¿cuándo es nuestra próxima clase, entrenador? Se levantó, el agua deslizándose por las líneas de sus músculos. Respira. — Voy a trabajar fuera de la ciudad por algunas semanas, pero ¿te llamo cuando llegue a casa? Cierto. Olvidé que por ese motivo aún no podía empezar el proyecto en la biblioteca. —No hay problema. Él secó su cabello y envolvió el paño alrededor de sus hombros como uno de esos modelos de playa. Señor California, sin dudas. —¿Te veo afuera? Asentí, retirándome a los vestidores, y saqué mi celular para conectarme con mi vida real. El celular sonó mientras sacaba el traje de baño por mi cuerpo. —Hola, cariño, voy hacia tu casa. La voz de Will calmó el sentimiento de inquietud en mi corazón. —Suena increíble. Estoy terminando mi clase y entonces estaré en casa. —Te amo. Me detuve, preguntándome qué significaba eso por primera vez en mi vida. ¿Esto era amor, cierto? ¿La estabilidad, lo simple, los sentimientos sólidos en mi corazón? Todo eso de quemarse era algo ridículo. ¿Quién se apuntaría a esa clase de locura? No podía permitirme nada parecido al fuego en ningún lugar cerca de mi corazón. —¿Lee-Lee? Me encogí hacia ese nombre. —También te amo. Estaré en casa pronto. Me vestí y convencí de dejar de ser tonta. El amor era lo que tenían mis padres, lo que daba fundamentos para un hogar. Era fuerte y fiable, no salvaje o incontrolable; eso era ridículo. Toqué el interruptor de las luces y cerré la puerta detrás de mí, metiendo la llave en el bolsillo. El cielo se había oscurecido, y las estrellas brillaban tenuemente encima de mí. Mi cabello caía por mi espalda, y yo lo escurrí, tratando de exprimir hasta la última gota de agua. Jagger se encontraba apoyado en Lucy, y me forcé a poner a Will al frente de mi mente. —Gracias por esperarme.

Esa sonrisa casi me puso de rodillas. —Sí, bueno, sería vergonzoso pasar por todo este trabajo de mantenerte viva cerca del agua solo para que seas asesinada por un cocodrilo. —Es inofensivo, ya sabes. Arqueó una ceja. —Es una amenaza ambulante. —George solo vagaba por su pequeño estanque, miedoso. —Apreté el mando del coche para desbloquearlo, y Jagger acortó la distancia antes que yo, abriendo mi puerta—. Gracias, señor. —Me deslicé detrás del volante, lanzando mi bolso en el asiento de al lado. Se inclinó entre el marco y la puerta. —¿Una pregunta más? —Sí. —Me eché hacia atrás, demasiado consciente de su cercanía. —¿Quién es Peyton? —Sentí que la sangre abandonaba mi cara—. Tuviste problemas para decir ese nombre. Mis dedos arañaron el volante, marcando el cuero. Tres palpitaciones pasaron antes de que moviera mi mirada a la suya. Sin mentiras, lo prometimos. ¿Pero decírselo? ¿Para profundizar en una herida que apenas formaba costra? Si hubiese habido molestia ante mi negativa, o incluso aceptación, podría haber cerrado la puerta, tanto a él como a la respuesta. Pero él se quedó allí, mirándome con ojos que veían demasiado y no lo suficiente, esperando con paciencia. —Era mi hermana mayor. Mi única hermana. —Las palabras no hirieron al salir, en su lugar parecieron disolver el peso que había estado cargando. Me dio una sonrisa triste. —Gracias por decirme. Buenas noches. —Cerró mi puerta y estaba en su auto antes de que pudiese abrir mi ventana. —¿Jagger? Se volvió, con la puerta de Lucy abierta. —¿Sí? Caminábamos en una delgada línea entre el límite de lo adecuado y lo que no lo era. Crucé esa línea con el dedo gordo del pie, deleitándome con la honestidad que él provocaba en mí. —Te voy a extrañar. Me observó con una mirada tan intensa que olvidé respirar. —Sí, yo también. —Subió a Lucy y se inclinó para agarrar la puerta—. ¿Sabes cómo se siente, verdad, extrañar a alguien? —Seguro. —Había extrañado a Will cuando se había ido a West Point el año pasado. Era dulce anhelar el estar cerca de él, hablar con él y escuchar su voz. —Se siente como si te estuvieras quemando.

Traducido por Amélie. Corregido por Annie D

Nunca ha habido un día que no la anhelara de ti; tu aprobación. Pero ahora, me importa un carajo lo que pienses de mí.

Jagger —Hombre, ¿qué tanto estás planeando comer? —preguntó Josh mientras yo comía otro pedazo de pizza de Mellow Mushroom. Tragué. —Cállate. Estoy jodidamente muerto de hambre. Se rió. —Sé que fueron tres semanas largas, pero te morías de hambre en la última pizza. Esto es una exageración, y tenemos entrenamiento en la mañana. Gruñí. Todavía me sentía como mierda de perro recalentada, pero tres semanas de entrenamiento SERE haría eso. Me levanté la camisa, tensando mis abdominales. —Creo que puedo pasar un entrenamiento físico. —Guarda eso, me estás excitando —bromeó, enviando un mensaje de texto. —¿Ya te comunicaste con Ember? Levantó un dedo mientras bebía otra botella de Gatorade. Deshidratados no nos describía lo suficiente. Se limpió la boca con el dorso de la mano. —Sí. Iré allá esta tarde después de la formación. —Todo el fin de semana con Masters. Tal vez podamos sentarnos en silencio. —Él no es tan malo. —El chico se niega a hablar de sí mismo.

Josh esbozó una sonrisa. —Bueno, te gusta hablar sobre ti lo suficiente por los dos. —Se dirigió hacia su habitación, sacando otra botella de la nevera en el camino—. Oye, ¿te dije que encontré un juego callejero? —¿En serio? No hay hielo por aquí. —Prácticamente me cortaría un testículo para ponerme las almohadillas y jugar. Lo extrañaba. El ruido de la multitud. El silencio en mi cabeza. La sensación de la cuchilla contra el hielo. Dios, el olor en l a pista. Era una mierda tener que pasar de jugar todos los días en la universidad a nada. —Aquí no, en Montgomery. ¿Vale la pena conducir para ti? —Demonios, sí. Josh asintió. —Voy a dejar que ellos sepan que nos interesa. Tengo que empacar mi ropa. —¿Qué? —grité—. ¡Me imaginé que pasabas cada fin de semana desnudo! Me enseñó el dedo y siguió caminando. Su vida sexual nunca era objeto de debate. Respetaba eso, pero no quería decir que no podía molestarlo. Arrojé la caja de pizza vacía en la pila de reciclaje, tomé mis llaves, y salí. Tenía dos horas antes de la formación; podría ir a la biblioteca. SERE fue una tremenda mierda. Pero, ¿lo único que me alentaba durante las horas en esa jodida pequeña caja? Pensar en esos ojos verdes. Yo era todo lo que ella no necesitaba: autodestructivo, egoísta y temerario. Pero, maldita sea si ella no se sentía como lo que yo necesitaba. Incluso solo como amigos, me quedaría con cualquier pedazo de ella que pudiera conseguir. Calabazas alineaban el patio de la casa de nuestro vecino de al lado, y la viejita sacudió la cabeza hacia mí y señaló la enorme caja de USPS en el patio. Habían entregado el correo. Tomé la caja por los mangos y la coloqué justo dentro de la puerta principal. Bueno, excepto el sobre encima. Lo doblé y lo metí en el bolsillo de mis pantalones cortos. Me ocuparía de eso más tarde. Cerré la puerta, caminando por la pequeña acera plegada de malezas hasta la entrada. Tenía que hacer algo al respecto con todo mi tiempo libre. Hiervas. Hipoteca. Paisaje. A veces quería irme al apartamento que compartí con Josh los últimos dos años. Saludé amablemente a nuestra vecina. —Buenas tardes, señora King. —Ella dejó claro que no se sentía contenta de tener estudiantes de la escuela de vuelo comprando la casa de al lado, como si inmediatamente transportaríamos un barril de cerveza y lo dejaríamos en el patio trasero. ¿Qué parecíamos? ¿Un grupo de niños universitarios inmaduros? Ya instalamos el dispensador de cervezas en la cocina.

Ella frunció los labios bajo el sombrero gigante de jardinería. —Esas dalias nunca se vieron tan tristes cuando los Robertson vivían allí. Contuve mi risa. —Sí, señora. Voy a trabajar en eso. —Asegúrate de hacerlo. —Se quejó todo el camino a su casa. ¿Inscribirse para defender a tu país? Eres un chico inmaduro. Pero, ¿cuidar de tus dalias? Hombre, eso te hacía un ciudadano honrado. Recordatorio, buscar en google dalias. El viaje a la biblioteca se sintió más largo de lo que fue, incluso con la parada para comprar otro Gatorade, y casi di un frenazo cuando vi su coche en el estacionamiento. ¿Qué demonios pasaba conmigo? La puerta de la biblioteca se cerró suavemente detrás de mí, y respiré el olor de los libros en el aire acondicionado. Incluso en octubre estaba encendido. Alabama no tenía realmente otoño. Era más como: “por lo menos no es tan caliente como septiembre”. Colgué las gafas de sol en el primer botón de mi camisa, me subí las mangas hasta más allá de los codos, y me recordé a mí mismo no correr en la biblioteca. Doblé la esquina… —¿Puedo ayudarlo? Mierda. Era la odiosa. Al menos a la señora mayor, Alice, le agradaba, pero con ésta era imposible. Creo que su moño se hallaba demasiado apretado. — ¿Paisley se encuentra aquí? Resopló, mirando la botella cerrada de Gatorade en mi mano, y tiró una hebra imaginaria de cabello castaño detrás de la oreja. —Se encuentra en el cuarto de atrás. Vas a tener que esperar. Le esbocé una sonrisa y fui recompensado por un ablandamiento minúsculo de sus rasgos. —No hay problema, señora, puedo encontrarlo. No esperé su respuesta, me encaminé, pasando a los estudiantes que estudiaban, como yo debería estar haciendo. Mis palmas comenzaron a sudar… ¿por ver a mi amiga? ¿Qué demonios? Podía manejar la mitad de las chicas de la hermandad en la escuela, pero esta chica me tenía sobre mis malditas rodillas... en la zona de amigos. Patético como se sentía, me hallaba feliz de estar en el campo. Deslicé la puerta. Un rápido vistazo a la habitación me dijo que no se encontraba aquí. —¿Paisley? —llamé por si acaso. Una mano pálida se levantó detrás de una pequeña pila de cajas. —Aquí. Sonaba como una mierda. Me hice camino a través del laberinto de cajas. — Oye, quería ver si tenías esa lista de suministros para empe… ¡Mierda! ¿Paisley? — Caí de rodillas al lado de donde se hallaba sentada en el suelo, con los ojos

cerrados, apoyada en la pila de cajas, mientras tomaba respiraciones rápidas. Hice una comprobación rápida. Su frente se encontraba húmeda, pero tenía la energía para apartar mi mano. —¿Jagger? —Sus ojos se abrieron, el verde aún tan brillante como lo recordaba—. Estoy bien. —Me dio una sonrisa débil. —Esto no se ve bien. Me apretó la mano, respirando rápidamente. —No me siento bien. Dame un segundo para recuperar el aliento. Creo que tomará solo un minuto más. —¿Crees? Estás tirada en el suelo en el que nadie podría encontrarte si algo pasaba, y ¿crees? —Abrí la tapa en mi Gatorade y se lo pasé—. Bebe. Luego iremos al médico. No discutió y se bebió casi la mitad de la botella. —Gracias, pero no necesito un médico. Ya pasó, y él sabe todo sobre esto. —Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás—. Estoy realmente bien. —¿Asma? —supuse—. Lo he visto en algunos de mis amigos, y así es como lucen después de los ataques. —Bueno, es… —Suspiró y me miró—. No me gusta hablar de ello. Así que tenía razón. —No es nada para que te avergüences. ¿Puedo llevarte a casa? —No debería quedarse después de tener un ataque así—. ¿Necesitas tu inhalador? Sacudió la cabeza, rodándola a lo largo de la caja detrás de ella. —Ya tomé mis medicinas. Solo... ¿te sientas conmigo por un minuto mientras recupero el aliento? Todo en mí clamaba por arrastrar su culo al médico, pero no podía obligarla a ir. —Sí, por supuesto. —Caí a su lado, nos sentamos al lado del otro, y la inquietud que me atormentó las últimas tres semanas se desvaneció. —¿Preguntas? —Sonrió a medias sobre la botella. —¿Ya? He estado en la misma habitación contigo menos de cinco minutos, me tienes sentado en el suelo, has robado mi bebida, y ahora ¿quieres mis secretos más profundos? —Sí. —Sus ojos amenazaban con romper el centro de mi alma. No inventó excusas ni jugó a ser la tímida. Era su cualidad más adictiva, la honestidad brutal que nivelaba conmigo. —Bien. ¿Cuánto tiempo has estado sentada aquí? —Miró su reloj púrpura. —Veintisiete minutos. En realidad me hallaba a punto de ir por una bebida, por lo que llegaste perfectamente a tiempo. —Tomó otro largo trago. Maldita botella suertuda—. ¿Cuánto tiempo has estado en casa?

Bajé la mirada a mi reloj Breitling, el único pedazo de él que conservé. — Tres horas cuarenta y dos minutos. Se rió, el sonido más fuerte, y mi sonrisa fue una respuesta automática. — ¿Me extrañaste? Negué. Se encogió de hombros. —Una chica tiene que probar. —¿Tú me extrañaste? Su sonrisa cayó, cualquier rastro de broma desapareció de sus labios color rosa. —Sí —susurró como si estuviera admitiendo que cometió un delito. Descansé mis antebrazos en las rodillas levantadas, sobre todo para mantener mis manos lejos de ella. —Sí. Yo también. De hecho, es un poco ridículo. —El silencio se extendió entre nosotros, y busqué alguna pregunta, tratando de sacarnos de lo profundo—. Así que, si no eres una nadadora, ¿por qué te encontrabas en la playa ese día? —Bronceándome. —Sin mentir. Esto no es divertido si hay mentiras. —Estaba en la lista. —Tomó otro trago. Bueno, su color regresaba. —¿Lista? Agachó la cabeza, un magnifico rubor iluminó sus mejillas. —Tengo una lista de cosas que hacer antes de... ya sabes. Fruncí el ceño. —Antes de... ¿qué te gradúes de la universidad? Se mordió el labio. —Algo así. Así que, ¿cuando empezamos las lecciones de nuevo? —¿Cuándo las quieres? —Ahora. —Tengo clase esta tarde. —La expresión en su rostro cambió—. En realidad tengo que regresar ahora. ¿Me acompañas? Me puse de pie y luego la ayudé a levantarse suavemente. Se tambaleó, pero su color volvía. —¿Segura de que deberías ir? —No tienes ni idea de lo mucho que tuve que rogar para conseguir clases en el campus principal. Me agaché y cogí su bolso abierto del suelo. Una mirada de pánico cruzó su rostro, así que se lo entregué sin siquiera cerrarlo. Las chicas eran extrañas con lo que se encontraba en sus bolsos. No es como si fuera a enloquecer al ver un tampón. Ella lo tomó con ímpetu, deslizando la correa sobre su hombro. —¿Asistes a Troy? —Era la única universidad local.

Asintió. —Tomo una clase en el campus principal y el resto aquí. Hoy es en el campus principal, es por eso que no faltaré. No cuando es una batalla conseguir una allí. —¿Por las notas? Negó. —Padres autoritarios. —Ah, cierto. Ahora lo recuerdo. ¿No son grandes fanáticos de la universidad? —No son grandes fanáticos de que esté fuera de su vista. Es un trabajo en progreso. —Entonces, ¿por qué no les dices que eres una adulta ahora y vives tu vida? Puso los ojos en blanco. —Así no es exactamente cómo funciona en mi familia. Respeto a mis padres, y escojo mis batallas. —Su acento era casi tan embriagador como su sonrisa. —¿Aprobarían nuestras clases de natación? Su sonrisa se curvó más en un lado, pareciendo traviesa. —No les he dado exactamente la oportunidad de opinar. Se veía estable, pero todavía caminaba lentamente. Abrí la puerta y salió. —Así que, ¿eres de aquí? —pregunté. Cruzamos el patio por el pequeño sendero que conducía al estacionamiento. —Sip. Mamá nació y se crió aquí. Peyton y yo también nacimos aquí. Nos mudamos un montón al crecer, pero siempre regresábamos a Enterprise. Incluso cuando papá tuvo que trabajar en otro lugar, veníamos cada verano. Mamá se aseguró de que las dos nos graduáramos de la escuela secundaria aquí, como ella lo hizo. Dijo que no soportaría a chicas sureñas que se graduaran al norte de la línea Mason-Dixon. No podíamos perder nuestros acentos. —Se rió—. Lo odiaba al principio, estar lejos de papá tan a menudo, pero tengo a Morgan a causa de ello. —Ah, Morgan. Me preguntaba cómo encajaba en tu historia. —Es mi mejor amiga. No se inmutó cuando tuve que quedarme aquí por la universidad, dejó de ir a Alabama para poder estar conmigo. No sé qué haría sin ella. —Suspiró—. Así que, ¿cuál es tu historia con los chicos con los que trabajas? —Walker ha sido mi mejor amigo por un par de años. —Mi único verdadero amigo—. Hemos sido compañeros de cuarto desde la universidad de Colorado. Masters fue a vivir con nosotros justo antes de que te conociera. —Ah, y ¿qué te trajo todo el camino desde Colorado?

Tragué saliva. Podría contarle aquí mismo, pero ¿que si no lo lograba? ¿Qué si lo jodía como usualmente lo hacía y luego tenía que admitir mi fracaso? —Una oportunidad de la escuela que no podíamos dejar pasar. —¿Aún estás en la escuela? Incliné la cabeza hacia un lado. —Soy estudiante, sí. —Y de segundo trabajo eres encargado de mantenimiento. —Se rió—. Ah, eres el alcalde de Vago-villa. Entiendo. —Me encantó cómo su acento hizo dos sílabas de villa. Era sexy como el infierno. Me reí y le tendí la mano. —¿Teléfono? —Vaciló, pero lo entregó. Tuve la tentación de buscar en él una foto de este novio que idolatraba. En su lugar, abrí sus contactos y puse mi número de teléfono y nombre de pila ante s de devolvérselo—. Listo. Envíame un mensaje más tarde cuando quieras programar otra lección de “Evitar que Paisley se ahogue”. Se echó a reír. —Sí, lo haré. Mi teléfono sonó. Respondí rápidamente. —¿Walker, qué pasa? —Carter llamó. La formación llegó. Agarré tus cosas de la casa, así que trae tu culo hasta aquí. —Sonaba igual de molesto a como yo me sentía. —En camino. —Colgué y miré a Paisley—. ¿Segura que estás bien para llegar a clase? —Nada que no pueda manejar. ¿Te envío un mensaje más tarde? —Suena bien. Se alejó, y parte de mí deseaba que su coche todavía estuviera roto, así podría conseguir otro par de minutos con ella. Por alguna razón, podía respirar más fácil cuando se hallaba cerca. Tal vez había algo que decir acerca de esta cosa de ser amigos. Estacioné a Lucy en el lugar más cercano y corrí al edificio. Josh tiró un bolso en mi pecho. —Tienes diez minutos. —Gracias. —Me puse el uniforme y me encontraba casi en el aula antes de darme cuenta de que olvidé mi piercing en la lengua. Unos movimientos con mis dedos y ya lo tenía guardado. Era un dolor en el culo estar sacándolo, pero no estaba dispuesto a deshacerme de él permanentemente. Tomé el asiento junto a Josh, saqué mi cuaderno verde, dejé caer mi pluma, y luego busqué otra vez a tientas tratando de sacarlo de debajo de mi silla. — ¡Mierda! —¿Qué te tiene molesto? —Me envió la mirada, la que normalmente me daba para recordarme enfriar mi temperamento.

—Nada. —Ah, y ¿delicado también? ¿Tiene algo que ver con una pequeña bibliotecaria rubia? —Lo miré enviándole mi propia versión de la mirada—. Vi tu coche allí. Supongo que la mirada no fue suficiente —Déjalo así. Los ojos de Josh se estrecharon. —¿Estás encaprichado? Mi mandíbula se flexionó. —No hay nada de que estar encaprichado. Tiene novio. —Fue mandado a la zona de amigos. —Masters se deslizó detrás de nosotros, y aplasté el impulso de darle un puñetazo en la garganta. Sobre todo porque él tenía razón. —Elegí la zona de amigos. La boca de Josh se abrió. —¿Qué? —dije. Sacudió la cabeza y sacó sus cosas para tomar notas. —Nunca te he visto encaprichado por una chica, eso es todo. —Por el amor de Dios. ¿Qué tengo que decir? ¡Somos amigos! Se burló. —Mira, tú estuviste allí para mí, y estoy tratando de estar allí para ti. ¿No quieres admitir que hay un problema? De acuerdo. Bueno, si eso no me hizo sentir como una mierda. Carter entró, dándome una excusa para no responderle a Josh. Tenía razón. No perdía el tiempo en chicas que no me querían. Diablos, realmente no perdía el tiempo con chicas, y no podía recordar la última relación que tuve que no terminara conmigo entregándole su ropa y ofreciéndole llamar un taxi. Se reducía a esa pequeña palabra que era incapaz de tener: confianza. Y, maldita sea, ella me hacía querer… Ni se te ocurra pensarlo. —Me alegra ver que todos sobrevivieron al SERE —dijo Carter, sentándose en el borde de una mesa en la parte delantera de la sala—. Bueno, casi todos ustedes. Todo el mundo en la clase miró a su alrededor, en busca de quien faltaba. Conté veinticuatro... Rogers. Lo escuché gritar en la caja anoche. Supongo que el estar nervioso lo sacó. —Bateman, estoy sorprendido que no te golpearan más seguido por cantar esa estúpida canción una y otra vez.

—Oye, hombre, el secreto del zorro es un antiguo misterio. —Valió la pena la paliza que mis costillas recibieron para distraer a Josh. Nunca le fue muy bien en los espacios reducidos. Nuestros compañeros de clase se rieron, pero Carter no. Al arrogante de mierda de West Point nunca le hacía gracia nada. Sonreí solo para molestarlo. Golpeó su anillo sobre la mesa. —Bueno. El Comandante Davidson quiere la rendición de cuentas antes de cuatro días. Las pruebas académicas comienzan el martes, así que por favor no se aflojen este fin de semana. También hay una hoja de inscripción aquí. —Levantó un portapapeles del escritorio—. Recibimos el encargo de la cabina de agua para el Festival de Otoño del sábado, por lo que cada uno tiene que participar un intervalo de tiempo. —Joder —maldijo Josh entre dientes. —Yo te cubro. Serás un imbécil insufrible si no consigues verla. —Gracias, hombre. —Se relajó en su silla. —No hay problema. —¿Tienes algo que quieras compartir, Bateman? —espetó Carter. —Nah, no comparto mucho. Mis padres se quejaban de ello constantemente —respondí. Líder de la clase o no, él fue matriculado un día antes que yo. Eso no lo hacía Dios. Su mandíbula se flexionó. ¿Hasta dónde podía empujarlo antes de que perdiera el control en frente de la clase? Eso podría ser divertido de ver... —No lo hagas —susurró Josh, como si pudiera leer mi mente. Tenía razón, por supuesto. Esta no era la casa de fraternidad ni la pista. Esta era mi carrera. Me tragué el comentario ácido en mi lengua y en su lugar me concentré en grabar las próximas fechas y tiempos que Carter nos lanzaba. Mejoraba en esta mierda de ser civil. Apenas.

Traducido por Beatrix Corregido por Annie D

4. Defiende algo en lo que crees.

Paisley —Claro, sí, me encantaría tener un cuerpo de bikini listo para Halloween — dijo arrastrando las palabras Morgan y señalando la fecha de publicación—. Tenemos que conseguirle a este médico tuyo algún nuevo material de lectura. La risa sacudió mis hombros mientras bajaba los pies desde el extremo de la mesa de examen. —Gracias por venir conmigo. Se estiró desde su asiento y le dio a mi mano un apretón. —No hay otro lugar en el que preferiría estar. —Su sonrisa era brillante, y sus ojos igual, pero con lágrimas contenidas. —No tengas miedo, Morgan. No estoy asustada. —No lo estaba. Resignada, tal vez. Incluso, triste. Pero saber que tenía el tiempo limitado me hacía más motivada, más determinada a vivir que cualquier otra cosa. Que cumpliría toda esa lista. Se limpió una solitaria lágrima y aspiró a través de su sonrisa. —Pero no tienes que extrañarte si algo... Ahora era mi turno para apretar su mano. —Ciento noventa y dos días. Ahora detente. Entrecerró los ojos. —¿Por qué demonios pensarías eso? —Peyton y yo teníamos el mismo peso al nacer, teníamos el mismo cabello, una sonrisa idéntica, y ahora el mismo corazón. Murió ciento cuarenta y tres días después de cumplir los veintiún años. Sé cómo hacer cuentas —intervine, y saqué

el último sensor pegajoso del electrocardiograma de mi pecho. Nunca iba a ser la hermana mayor, y no importaba si nadie más lo entendía. Yo sí. —Paisley… —Mi vida, mis pensamientos. —Bueno, hablando de tus pensamientos... —Arqueó una ceja bien conservada—. ¿Qué es lo que estás haciendo con el señor California? —¿Jagger? —Decir su nombre elevó los latidos de mi corazón. —Aja. La última vez que comprobé estabas casi casada con Will. — Continuó, a pesar de mi mirada asesina—: No es que me oponga a Jagger. Dios mío, Paisley, seguro que sabes elegirlos. Él es absolutamente delicioso. —Somos amigos. ¡Solo amigos! —Correcto, ¿Jura y perjura, Lady MacBeth? —Examinó su manicura perfecta. —Deja de usar tu carrera contra mí, Morgan Elyse Bartley. —Suspiré, tratando de encontrar las palabras—. Él me hace sentir... libre. Eso es algo que no he tenido. No me trata como si estuviera a punto de romperme. —Eso es porque no sabe que eres frágil. Vi el café que te trajo. No le has hablado de tu corazón, de lo contrario no estaría trayéndote cafeína. Mis mejillas se calentaron, y empecé a separar los bordados de la bata del hospital Etsy que mamá me compró. —No quiero que lo sepa. —¿Y Will? Mi pecho se apretó desagradablemente. —Sabe que estoy tomando clases de natación con el chico que me salvó la vida. —Mmm-hmm. Seguro que fueron unas largas tres semanas en las que estuvo lejos. —¿Qué estas insinuando? —Entrecerré los ojos. —Cuando llegaste a clases ayer, te hallabas toda efusiva, y dijiste que Will no llega a casa hasta esta noche, así que tenía que ser porque Jagger pasó por la biblioteca. —Mi boca se cerró de golpe—. Estoy en lo correcto, ¿no? Ningún juicio, querida. Como tu mejor amiga, de todo corazón apruebo cualquier persona que te trae a la vida de esa manera. —En serio, es solo un amigo. —Y mi madre es solo una señora de cosméticos. —Levantó la ceja hacia mí, ya que su madre era la máxima representante de cosméticos Mary Kay en el sureste de Alabama—. ¿Y qué sabe Will?

—Él está bien con las lecciones. Está realmente feliz, ya que estudia mucho. —Bien, pero ¿sabe que te estás enamorando de Jagger? —¡Amo a Will! Definitivamente no estoy… —Un golpe en la puerta detuvo mi diatriba antes de llegar a un buen comienzo—. Adelante. —Miré a Morgan por si acaso. El doctor Larondy entró, con una enfermera transportando una mesa de ordenador detrás de él. —Buenos días, Paisley. —Se subió las gafas sobre la nariz. —Hola, doc. —Puse mi mejor sonrisa. —¿Ningún padre hoy? —Nop. Ellos ni siquiera saben que estoy aquí. —Pequeña rebelde. —No podría tener más de cuarenta años, pero la sonrisa le hacía parecer mucho más joven—. Vamos a echar un vistazo. —Sacó mi historial y suspiró, eso nunca era una buena señal. —Dígame. Morgan tomó mi mano. —Tus síntomas progresan, que, por supuesto, es algo que no queríamos. Tu electrocardiograma está mostrando arritmias, ritmos irregulares en los latidos del corazón. Con tu miocardiopatía hipertrófica, la presente obstrucción y tus antecedentes familiares de muerte súbita cardiaca, bueno, tenemos que empezar un régimen de tratamiento diferente. ¿Cómo te has estado sintiendo? —Me canso fácilmente ahora —admití mientras él escribía en mi historial—. Y a veces me es difícil recuperar el aliento, especialmente cuando mi corazón comienza a latir con fuerza, pero el desmayarme es nuevo. —¿Cuánto tiempo estuviste inconsciente? —¿Creo que diez minutos? —Me gustaría empezar contigo algún medicamento para ayudar a regular los latidos del corazón, además del que ya tomas. Vamos a tener que programar una nueva ronda de pruebas y, probablemente, una resonancia magnética del corazón para que podamos tener un buen vistazo a lo que está cambiando y donde te encuentras quirúrgicamente. Mi estómago se revolvió. —¿Marcapasos? —Eso es definitivamente una buena opción, si es lo que quieres. Controlaría los latidos del corazón, pero también existe el desfibrilador interno que impacta el corazón si falla. Entró en los detalles de cada uno, que ya conocía, pero mi mente se cerró, eligiendo, en lugar de concentrarse, ver al pájaro posado en el alféizar de la

ventana. Él podía volar cada vez que quería, ¿por qué estaría aquí? Me gustaría volar. Elevarme por encima de todo, elegir lo que realmente quería para mi futuro sin pensar en la capacidad de mi corazón para manejarlo. Pero esa no era mi vida. Era prisionera de mi propio cuerpo. —¿Paisley? —¿Sí? —Parpadeé dos veces. Sus labios fruncieron. —¿Necesitas un minuto? Sé que esto es mucho para asimilar. —No, estoy aquí. Lo siento. Asintió. —Sé que tus padres quieren el marcapasos, pero estoy interesado en lo que tú quieres. Mamá iba a llorar. Entonces me gritaría por ser infantil, pero sabía que era el miedo sacando lo mejor de ella. El marcapasos era la opción más razonable, pero no podía silenciar el instinto persistente e inexplicable que era la elección equivocada, que no iba a salvarme. —¿Lo has considerado desde tu última cita? —Mis padres piensan… —Quiero saber lo que tú quieres. Tienes casi veintiún años, y por mucho que les gustaría controlar cada aspecto de tu atención médica, no lo hacen. No pueden. Lamí mis labios secos por el aire del hospital, y, finalmente, di voz a lo que nunca fui capaz de decir en voz alta. —No quiero seguir viniendo. Quiero que esto termine. —De cualquier manera. El pájaro voló desde el alféizar de la ventana. —Vas a tener que volver. Esto es algo que va a controlar toda tu vida, Paisley, independientemente del tratamiento que elijamos aquí. Incluso al go tan drástico como un trasplante tendría que ser revisado. Suenas como un bebito petulante. —Por supuesto, lo siento. Lo entiendo. ¿Qué me da la mejor oportunidad de una vida normal? —La vida en la que podría quitarme el monitor del corazón, y tomar un café, y correr detrás de mis hijos. —Esa sería la cirugía que ya discutimos, miectomía septal, donde quitaría bastante del área engrosada del corazón para eliminar la obstrucción. Pero, teniendo en cuenta los ritmos anormales que estás experimentando, no hay garantía de que no te desarrolle un bloqueo de rama o necesites un desfibrilador de cardioversión implantable. No hay certezas aquí.

No quería un montón de cables fuera en mi cuerpo, atándome a una media vida. Oh, Peyton, ¿qué habrías elegido? —¿Cuánto tiempo tengo para tomar la decisión? Puso mi historial sobre la mesa rodante. —Estos episodios solo van a aumentar peor se vuelva la obstrucción, y la muerte repentina cardiaca es una posibilidad muy real. Primero intentaremos el medicamento, pero si eso no funciona, vamos a necesitar una decisión en los próximos meses. Seis a lo mucho. Ciento noventa y dos días. Todavía tenía muchas pequeñas casillas que eliminar de la lista. Necesitaba cada uno de esos días de vida, y realmente vivir, no solo existir. —Necesito más tiempo. —Y estoy tratando de dártelo. Medicación primero, pero la elección se acerca rápido. —Lo pensaré. Comprendo lo que está diciendo. Sé que tengo que tomar una decisión, y estoy pensando en ello, pero no estoy lista para decidir. Todavía no. —De acuerdo. Bueno, vamos a ver cómo va la medicación. Haz ejercicio moderado, controla tu ingesta de sodio, y se consciente de cómo te sientes. —¿La natación? Estoy tomando clases. —Perfecto. No des vueltas ni nada, mantenlo… —Moderado. Sonrió. —Ya lo tienes. Está bien, quiero volver a verte en un mes. —La enfermera sonrió mientras giraba el carro fuera de la habitación, pero antes de que él cerrara la puerta, asomó la cabeza de nuevo—. El marcapasos no es una decisión equivocada, Paisley. Si eso es lo que quieres, lo haremos. Solamente es una mala elección si no es la tuya. —Gracias, doc. —Algo se me ocurrió—. Eh, ¿una cosa más? —Levantó las cejas, y me ruboricé, pero tenía que preguntar—.Um... ¿sobre... el sexo? No se inmutó, Dios lo bendiga. —Siempre y cuando puedas subir un tramo de escaleras y no estés sin aliento, estás lista para ello.

Morgan entró en la cocina mientras yo examinaba la etiqueta de mis nuevos medicamentos. Menos energía, temblores, pérdida de apetito, náuseas y vómitos.

Hurra, no podía esperar para ver si alguno de estos efectos secundarios llamaban mi nombre. La primera dosis fue tomada. Calculé que lo descubriríamos pronto. —Elige el maldito marcapasos, Paisley. —No —le respondí con calma, bebiendo un sorbo de jugo de naranja agria. Cuanto más lo decía, más fácil se hacía. —¿Por qué no? —Levantó la voz—. Si eso significa que vives, entonces ¿por qué no? Tomé otro largo trago y le di toda mi atención. —No esperaría que lo entendieras. —No te atrevas a condescenderme. He estado contigo desde el primer día, me senté en cada búsqueda en Internet en la madrugada, y me uní a cada festival de llanto porque no era justo. —Cruzó los brazos sobre su pecho, pero eso no enjauló la tensión que emanaba de ella. —No quiero los cables ni los límites, no cuando hay otra opción. Simplemente se siente mal. —Enuncié cada palabra, pero mantuve mi voz suave. Ella se hallaba a punto de estallar, lo veía venir, pero no era necesario añadirle más, a pesar de la caliente y dolorosa ira que corría por mis venas, pidiendo ser liberada de la mano de mierda que me repartieron. —¡Bueno, es mucho mejor que abrir tu pecho para la cirugía de corazón! Por amor de Dios, ¿no escuchaste? ¡Podrías morir! —Su voz se elevó con cada palabra hasta que se encontraba gritando. Bajó las manos sobre la barra, agitando servilletero. —Despierta, Morgan, me estoy muriendo. ¡Mi corazón va a fallar al igual que lo hizo el de ella! —¡Entonces aguántate y haz la elección segura! ¡Ninguno de nosotros quiere perderte porque sientes que vivir con un marcapasos no es lo suficientemente bueno para ti! Eso dolió, pero aún no sofocó el furioso fuego a través de mí. Mamá, papá, Will, Morgan... ¿Por qué no podía hacerlos entender? —¡Dios, echo de menos ser normal! No puedo correr, ni ir a bailar como debería una chica de veinte años, ni hacer un millón de cosas que quiero hacer, que he soñado hacer. Tengo padres que me miran como si fuera a caer muerta en el suelo en cualquier momento, lo cual es una clara posibilidad, y un novio que apenas me hace el amor. Él no me dará un orgasmo porque está aterrorizado, ¡no importa cuántas veces le diga que está bien! Para ser honesta, tengo que rogarle que me toque, y si lo hace, que es tal vez una vez al mes, sus ojos no se traban en los míos, no, ¡están en este maldito reloj! —Levanté mi muñeca—. Tengo a todo el mundo diciéndome que me coloque un marcapasos a los veinte años, no silo para

aceptar todo esto como mi vida, sino para estar agradecida, porque mi hermana no lo consiguió. ¡Agradecida! Sus hombros desfallecieron cuando la lucha salió de ella, pero no podía detener las palabras volando de mi boca. —Todavía no sé lo que quiero, pero sé que hay una delgada línea entre ser una hija respetuosa y tratar de compensarlos por perder a Peyton. Tal vez quiero aprovechar la oportunidad de que pudiera tener una vida normal. Tal vez es mi oportunidad de seguir mis instintos cuando están gritando que un marcapasos no es lo que mi cuerpo necesita. Tal vez me merezco pensar en cada quizás antes de que me abran y me sentencien a una vida que no elegí porque era demasiado débil y respetuosa para decir que no. Y tal vez, ¡solo tal vez, te necesito de mi lado! —Mi voz se quebró, como si ni siquiera pudiera manejar el anhelo absoluto en mi interior. Me abrazó fuertemente, sus lágrimas empapando mi camisa. —Oh, Paisley. Tomé respiraciones profundas. —Permanece de mi lado, porque nadie más lo está.

Traducido por Beatrix Corregido por *Andreina F*

11. Tatuarte.

Paisley Era ahora o nunca. Will se encontraba preocupado con el estudio. No podía culparlo; quería ser el primero de la clase, y tenía a un gran competidor. Sacó su tarjeta educativa 5&9 para estudiar, y yo saqué las llaves del coche y se las dejé a él. Jagger lo entendería, ¿verdad? Tenía cinco de esas cosas. Él me ayudaría. Además, ayer había estado dentro y fuera, preparando la renovación, y no tuve ni un momento a solas con él. Echaba de menos a mi amigo. Oh, cómo te encanta validar tu razonamiento. Lucy era enorme, de color amarillo e imposible de pasarlo por alto. Aparqué frente a su buzón de correo y me dirigí por la hierba recién aireada. Vaya. Las flores también se hallaban recién desmalezadas. Los nervios ataron mi estómago en nudos. ¿Tal vez debí enviar un mensaje primero? Pero me encontraba aquí ahora, así que llamé y Masters abrió la puerta cinco segundos más tarde. —¿Está Jagger por aquí? —Hola, Paisley. Entra. —Era raro que me agradara alguien a quien nunca vi sonreír, pero era así. La puerta abría directamente a la sala de estar, que se veía inmaculadamente limpia para ser una casa de chicos. Bueno, a excepción de las bolsas gigantes a lo largo de la pared del comedor. Estaban tiradas verticalmente como equipaje, pero tenían una forma extraña, como una forma de trapecio. Con palos de hockey

apoyados en ellas, así que pensé que el resto de ese tipo de equipo tenía que estar merodeando adentro. —¿Paisley? —La voz de Jagger desencadenó mariposas. —¿Hockey? —Señalé hacia las bolsas sin mirarlo a los ojos. ¿Por qué había hecho esto? ¿Qué iba a pensar Will cuando le mostrara lo que hice? —Sí. Josh y yo solíamos jugar en la universidad. —Mis cejas se alzaron—. ¿Por qué tan sorprendida? —El hockey no es un deporte del que se oye mucho por aquí. ¿Eras bueno? —Sí. Quiero decir, Josh era mejor. Es mejor. Pero la mayoría de los chicos de la universidad no van a la NHL ni nada parecido. —¿Todavía juegas? Se movió frente a mí, así que tuve que mirarlo a él o mirar el logo en su camiseta. Levanté la mirada y de inmediato me arrepentí. Sus ojos me atrajeron, haciéndome olvidar las cosas que no tenía que olvidar. —Jugamos en Montgomery cuando tenemos la oportunidad. Paisley, no estás aquí para hablar de hockey. Me alegro de verte, pero ¿qué está pasando? Tragué saliva. —Si quisiera hacer algo que se considera un poco loco, ¿me ayudarías? Se cruzó de brazos; su tinta asomaba de las mangas de la camisa. —Define “loco”. —Quiero un tatuaje. Sus ojos se abrieron de par en par. —¿En serio? —Acaba de decirlo, ¿no? —Bien, los temblores en mi voz me delataron. No lograba sacar la valentía muy bien. —¿Eso está en tu lista? ¿Se reía de mí? —De hecho, sí, la cual no es de tu incumbencia. Mi única pregunta es si quieres venir conmigo. —Necesitas a alguien que te tome de la mano. —Su sonrisa casi me llevó al límite. Quería trazar mi lengua por la curva de sus labios. Oh, me iría al infierno de nuevo por pensar en eso. —Te quiero… a ti —susurré; la admisión se deslizó libremente antes de que el sentido común y la decencia pudieran detenerla—. Digo, te quiero allí. Me imagino que tienes experiencia y no me juzgarás. —¿Qué opina tu novio? —No lo sabe. —Levanté mi barbilla. Sé feroz.

—¿Y adónde planeas ir? Me encogí de hombros. —Pensé en ir a Dothan y ver si podía encontrar un lugar. —Jesucristo, Paisley. Es una aguja que va a pincharte varias veces la piel, para dejarte de forma permanente una obra de arte, ¿y piensas en ir a cualquier lugar? ¿Eso es todo lo que piensas que vales? ¿Una tienda cualquiera con su luz encendida? No vas a perforarte los oídos. Esto es para siempre. —No es como si buscara una rosa tópica salida de un portafolio. Sé lo que quiero, y voy a ir, vengas o no conmigo. —Por favor, no me hagas ir sola. Flexionó la mandíbula, y luego suspiró. —Te llevaré, solo tienes que esperar. —Tocó un par de veces en su teléfono y lo puso en su oreja—. Hola, Matt. ¿Estás por aquí? No, hombre, es bueno. Me encanta. De hecho, voy a llevar a alguien si es que tienes tiempo libre. ¿Bien? Sí. Estaremos allí pronto. —Otro toque y el teléfono se hallaba de vuelta en su bolsillo. —¿Tienes a un artista del tatuaje de guardia? Se encogió de hombros con una sonrisa. —Tú no. Es por eso que estás aquí, ¿no?

—¿Estás lista, Paisley? —preguntó Matt, deslizándose en su silla detrás de donde me recosté en mi lado, con mi camisa metida en mi sujetador. Asentí, incapaz de decir mucho. Esto no era lo que esperaba. Todo se veía impecablemente limpio. Era todo tan... sanitario. —¿No vas a tomar mi mano? —Miré hacia donde Jagger rondaba junto a mí. Sentí su mirada en mi estómago desnudo con tanta seguridad como si sus dedos estuvieran en mi piel. Su sonrisa era contagiosa. —¿Necesitas un poco de apoyo? Asentí, con mi labio inferior atrapado entre los dientes. Tomó mi mano entre las suyas y le dio un suave apretón. —De acuerdo, estoy lista —dije. Matt agarró un espejo a mi lado para que pudiera ver dónde había colocado mi futuro tatuaje. —¿Esto es lo que quieres? —A pesar de ser pequeña, es feroz. Sí, eso es perfecto.

Comenzó con la pistola, y yo salté. —No hagas eso, ¿sí? —dijo suavemente. Asentí y apreté la mano de Jagger tan fuerte que me sentía bastante segura de que reventé un par de huesos. Él lo tomó con calma. —Mírame, no a él. Volví la cabeza hacia otro lado cuando la pistola tocó mi piel. No era tan malo, solo un rasguño molesto. Podría soportar esto. —Gracias por venir conmigo. Apartó un mechón de cabello de mis ojos. —No hay problema. ¿Eres una fanática de Shakespeare? —preguntó, señalando a mi tatuaje con un movimiento de cabeza. Mi boca se abrió. —¿Sabes que esto es de Shakespeare? —Por Dios, tenme más fe. He leído “El sueño de una noche de verano”. —¿Y te acuerdas de esta oración? Un lado de su boca se levantó en una sonrisa, y mi vientre se tensó. ¿Tenía que verse así? —Claro que sí. Tercer acto, la segunda escena, Helena hablando con Hermia. ¿Quieres el contexto? —Vaya. Se rió, y el sonido fundió todos mis músculos. —No estés tan impresionada. Tengo memoria fotográfica. El pinchazo de la aguja comenzó a arder. —¿No estás lleno de sorpresas? Su expresión decayó. —No tienes ni idea. Traté de concentrarme en el azul de sus ojos en lugar del dolor que creció hasta parecer incontenible. —Así que esta memoria fotográfica, ¿te ayudó en la escuela? —Me licencié en física, así que no me hizo daño. —¿Tienes una licenciatura en física y estás remodelando mi depósito? — Tenía la esperanza de que no sonara tan condescendiente en voz alta como lo hizo en mi cabeza—. Quiero decir, no es que tu trabajo no sea significativo… —Me gusta el movimiento. Es fácil de entender, fácil de predecir una vez que conoces las reglas. —Se echó hacia atrás, manteniendo su mano en la mía. Quería alejarme del ardor persistente en mi lado, pero sabía que no debía hacerlo. —¿Cuánto queda? Jagger echó un buen vistazo a mi tatuaje. —Una cuarta parte, más o menos. Contuve el aliento. Podría hacer esto. No era tan malo, pero por supuesto, tampoco agradable. Sonrió suavemente. —¿Necesitas una distracción? Hundí mis dientes en el labio inferior. —¿Preguntas?

—¿Qué quieres saber? —¿Me dejas ir primero? ¿En serio? —Hombre, la pistola empezaba a hacer daño. —Bueno, no soy el que está siendo tatuado, así que voy a tener piedad de ti. —Corrió el metal en su lengua por los dientes, y lo miré, paralizada—. ¿Paisley? —Oh, pregunta. Claro. Sé que estás en una etapa anti-relación, pero, ¿no echas de menos tener novia? —¡Oh, Dios mío! Eso no debía salir de mi boca. Jugó con el metal de la lengua por un momento. Aprendí rápidamente que eso significaba que estaba pensando. —Nunca he sido un chico de relaciones. He aprendido que las personas que dejas acercarse tienen el poder de hacerte más daño, eso en realidad no me impulsa hacia las relaciones. Al instante odié a quien le hizo daño. —Esa es una forma muy cínica de ver el amor. —Ese es un lugar doloroso para hacerse un tatuaje. Elección muy audaz para un novato —cambió bruscamente de tema. Entendí alto y claro. —¿Cuánto queda? Matt roció algo fresco y calmante sobre mi piel y la limpió antes de llevar la pistola a mi piel de nuevo. —No, chicos, todavía no estamos allí —bromeó. —¿Soportaste cinco de estos? —le pregunté a Jagger. El dolor entrelazó mi voz con un casi gemido—. Soy tan debilucha. —Lo estás haciendo bien. —Me encantó la sensación de mi mano en la suya. No había colocación torpe de los dedos ni agarre sudoroso. Se sentía natural. —Ten piedad de mí y déjame hacerte otra pregunta. Jagger medio rió. —¿Qué quieres saber? —Háblame de uno de tus tatuajes. ¿El primero? Algo oscuro se dibujó en su rostro. —¿Qué hay de mi último? Asentí, dispuesta a tomar lo que me diera. Soltó mi mano y levantó su camiseta, revelando las espirales negras que atravesaban sus abdominales inferiores. Mi boca babeó ante la idea de trazarlo con mi lengua. ¡Mal! Bloqueé ese pensamiento de inmediato. —Dice: “Soy el amo de mi destino. Soy el capitán de mi alma.” Incapaz de detenerme y con cuidado de no mover el torso, toqué la tinta negra y su piel se sintió caliente bajo mis dedos. —“Invictus”. Contuvo el aliento. —Es mi turno de estar impresionado.

—Me estoy preparando para ser bibliotecaria, ¿recuerdas? —Me forcé a alejar mis dedos—. ¿Qué idioma es ese? —Tok pisin. Es de Papúa Nueva Guinea. —¿Qué? —Me reí, a pesar del dolor arruinando mis costillas. —Oye, no te muevas, o vas a tener unas palabras muy diferentes aquí — amenazó Matt. —Lo siento, Matt —le dije sobre mi hombro—. Por lo tanto, ¿es el inglés demasiado moderno para ti? —bromeé a Jagger. Miró por encima de mi hombro. —¿Qué, Matt, no vas a meterte en la conversación? —No, hombre. Mi trabajo es mantener los secretos, no exponerlos. Sus ojos se posaron en los míos. —Son mis verdades y de nadie más. Si quiero compartirlas, es mi elección. Bueno, a menos que viaje a Papúa Nueva Guinea sin camisa, supongo. Su sonrisa burlona no me engañó. —¿Cuánta gente sabe lo que significa? —Solo tú. —Tragó saliva. Mi respiración se regularizó, y se sentía como si hubiéramos existido en un momento solo nuestro. —Gracias por confiar en mí. Su cara era un caleidoscopio de emociones, cambiando demasiado rápido para identificar. —Somos amigos. Antes de que pudiera responder, Matt roció mi piel de nuevo y la limpió. — Ya estás lista, Paisley. Miré, con miedo a ver si iba a terminar como uno esos ejemplos de fallos épicos con un mal tatuaje, pero era perfecto. Feroz. —Es exactamente lo que quería. Gracias. —Mi voz casi se rompió, pero Matt lo tomó con calma, esbozando una sonrisa. Lo untó con pomada, luego lo vendó. Un conjunto de instrucciones y una factura pagada después, y Jagger y yo nos encontrábamos en nuestro camino de regreso al Enterprise. Me encantó mi tatuaje. Me encantó cada línea de negro, cada curva de tinta, cada sentimiento que se apoderó de mí cuando lo miraba. Nunca hice nada tan permanente, ni nada que pudiese meterme en problemas. Pero no tenía miedo. Peyton no habría tenido miedo. No, habría presumido en la casa con un sujetador deportivo y puesto los ojos en blanco cuando mamá dijera algo. Tal vez no era tan valiente como Peyton, pero ella tenía razón. Era feroz en mi propio derecho. Como si la tinta atravesara mi piel, parecía sangrar en mi alma.

Renuncié a tanto con la excusa de estar a salvo, y no solo en lo que se refiere a mi corazón. ¿Cuánto tenía que ceder antes de que dejara de ser yo? —¿Misión cumplida? —Absolutamente. El mejor guía de tatuaje, sin duda. —Apreté suavemente su mano, luego la solté—. Dime, ¿por qué tienes “Invictus” atravesando tu estómago? Miró en silencio la calle tanto tiempo que no pensé que fuera a contestar, con solo el canto de los grillos como nuestra banda sonora. —¿Qué pasa con Shakespeare? Sonreí. Quid pro quo. Nunca daría algo de lo suyo sin poder saber algo igualmente profundo. —Lo leí en mi segundo año, y me afectó. Peyton siempre era más grande que la vida misma, y el crecer con eso... bueno, te hace sentir más pequeña de alguna manera, y no solo en altura. Ella no tenía miedo. La última vez que estuvimos juntas, dijo: “Puedo ser salvaje, Lee, pero tú eres feroz. Tu corazón es mucho más fuerte que el mío”. —Tragué saliva y cerré los ojos por el momento más pequeño, casi sintiendo sus brazos a mi alrededor como la última vez. —Luego puso esto... —Saqué el papel de donde venía mi tatuaje—… en el bolsillo de atrás. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Puedo ser pequeña, pero soy feroz, y voy a vivir cada día recordando eso. Ella no querría nada más, y estoy tan harta de aceptar cualquier cosa. El silencio se extendió entre nosotros mientras él deliberaba. Mantuve mi enfoque en su perfil, haciéndole saber que esperaba su confianza a cambio de la mía. —Dejé mi casa, a mi padre, tan pronto como tuve la posibilidad legal de emanciparme. Abandoné todos los planes que hizo para mí, toda expectativa que me anclaba a su mundo. Me convertí en el capitán de mi barco. —El amo de tu alma —terminé. ¿Qué pudo haber ocurrido para que se alejara de su familia? Mis padres me volvían loca, pero no podía imaginar el no tenerlos. —Sí. No sientas pena por mí, Paisley. Puedo sentir tu lástima. Ni una vez he lamentado mi decisión. Traté de poner en blanco la expresión. —¿Qué edad tenías? —Diecisiete años y un día. Sabía que no se sentía dispuesto a decirme por qué... todavía. —Gracias por decirme.

Nos detuvimos en el camino de entrada, y Jagger vino a mi lado, bajándome sin rozarme el tatuaje. Mis pies tocaron el suelo, y sonreí, demasiado consciente del temblor que me recorrió al ponerme en contacto con él. Se aclaró la garganta. —¿Cómo la perdiste? ¿A Peyton? —Sentí la sangre en mi cara abandonándola como si alguien hubiera tirado un tapón de drenaje, y él se estremeció—. Lo entenderé si no quieres decirme. —Sus manos se quedaron en mi cintura antes de que diera un paso hacia atrás. Quería que supiera, para que atara todos los cabos tanto como necesitaba que permaneciera lejos de mi pesadilla personal. —Ella tenía una afección cardíaca que nadie conocía. Se le paró el corazón una mañana cuando se hallaba en el colegio, y se murió. Muerte súbita cardíaca. Así como así. Sin despedidas. Metió los pulgares en los bolsillos de sus pantalones cortos. —Siento mucho tu pérdida. Esto era todo, mi oportunidad de decirle de forma natural. Justo. Ahora. Escalofríos me recorrieron, pero de todos modos abrí la boca. —Jagger, debes saber algo. —¿Sí? —Entonces lo vi, los aleteos de la confianza en sus ojos azules, la más mínima apertura en la puerta que mantenía tan fuertemente cerrada para mí misma, y yo solo... solo... —Me gusta mucho ser tu amiga. Me acobardé.

Traducido por Daniela Agrafojo Corregido por Sofía Belikov

El momento más difícil fue cuando te vi por lo que realmente eras… un mentiroso.

Jagger Bajé los pies del pequeño asiento en el que se encontraba posado mi trasero. —¡Vamos, hombrecito! ¡Tú puedes hacerlo! —El chico lucía por encima de los siete, levantando una pierna del suelo mientras se inclinaba para el lanzamiento. La bola se liberó, atravesando el aire, pero no alcanzó la meta. Parecía devastado. —¡Oye, papá! —exclamé. El tipo me arqueó las cejas, e incliné la cabeza hacia un lado, señalando la palanca que me mojaría. Sonrió con gratitud, y llevó al chico hasta el objetivo con una espiral blanca y roja. —Adelante, Brody. Los ojos del chico se iluminaron cuando me miró por debajo de su máscara de Iron Man. —¿Estás seguro? —¡Enséñame lo que tienes! —Tomé una respiración profunda mientras su manito salía volando, presionando la palanca. El asiento cayó debajo de mí y me desplomé un poco más de un metro dentro del tanque de agua tibia. Salí a la superficie y le di al chico un pulgar arriba mientras subía la escalera. Masters abrió la puerta de la jaula. —Tu turno ha acabado. —Gracias, hombre. —Salí del estanque de un salto, exprimiendo el exceso de agua de mi cabello con la toalla que me tendió—. Tengo un par de horas libres. —¿Por qué diablos te apuntarías para dos turnos de esto?

—Los niños son lindos. —¿Y eso tiene algo que ver con que Walker se escapara? —Nos lo encargaron. Es por caridad. El hombre nunca consigue ver a su chica, y no me importa mojarme por un par de horas. Él lo ha pasado mucho peor por mi causa. Masters asintió. El tipo era más duro de roer que un código nuclear. —Bien podrías querer ponerte la camisa. El Comandante anda deambulando por aquí, y ya sabes lo que opina de los tatuajes. —Comenzó a gesticular hacia su brazo y pectorales, luego se rindió e hizo un gesto a su torso en general—. Estás un poco… colorido. —¿Qué crees que opinaría de esto? —Extendí la lengua agujerada por entre mis dientes. —Jesús, Bateman. Es como si estuvieras pidiendo ser echado. Reajustó la palanca y se subió al tanque. Montgomery, un suboficial de nuestra clase, tomó el dinero, y comenzó el siguiente turno. Mierda, me dolían los dedos de mis pies. La feria se encontraba en pleno apogeo detrás de la casa del Comandante General. Suponía que no le importaba prestarles su helipuerto por el día. Las personas deambulaban por los puestos, los juegos inflables tenían a los niños chillando, y el olor de la comida frita hacía gruñir mi estómago. Me puse los pantalones cortos en los vestidores, y luego caminé por detrás del puesto donde había dejado mi camisa y zapatos. —Bateman. —Mierda. —Comandante Davidson, señor. —No llevaba su uniforme, pero se hallaba parado entre mi camisa y yo, comiendo una bolsa de cacahuates. Maldición, lucían locos por los cacahuates por aquí. —¿Te has metido en problemas? —No he reubicado ningún oso recientemente, si es lo que quiere decir. Sonrió. —Sí, era lo que pensaba. —Estaba considerando uno de los helicópteros estacionarios, pero ya me hizo ver mi error. —De alguna manera, lo dudo, pero aceptaré lo que sea que venga de ti. — Hizo sonar otro cacahuate y señaló mi camisa—. Por favor. Lo rodeé, maldiciendo cuando el agua me salpicó con la caída de Masters. —Bueno, Bateman, esto lleva lo casual a un nuevo nivel.

Maldito Carter. Mis puños se flexionaron automáticamente, y me tragué la necesidad de forzar su anillo de West Point por su garganta. Si lo golpeaba contra el escritorio una vez más… —Solo vengo a buscar mi camisa, Carter. No hay nada de qué preocuparse. ¿Cuándo vas a trabajar? Comprobó su reloj. —Voy después de Masters, en una hora. Vine para ver cómo iba. Tenía casi decidido esconder su ropa mientras se hallaba en el tanque. ¿Maduro? Nah. ¿Divertido? Síp. —Diviértete con eso. —Lo bordeé y cogí mi camisa. —Sí. Se supone que iba a encontrarme con Lee aquí. No la has visto, ¿o sí? Negué con la cabeza, pasando los brazos a través de mi camisa. —Nunca la he conocido, así que no había oportunidad de que la reconociera. —Claro. Pasé el primer botón a través del ojal y empecé con el segundo. —Nos vestimos para los festivales por aquí. El General Donovan. Al diablo. —Sí, señor. Acabo de salir del tanque de inmersión. —General, señor, este es Jagger Bateman. Otro teniente de mi clase —nos presentó Carter, luciendo todo amistoso con el Comandante General. Los ojos del General parecían a punto de salirse de su cabeza. —¿Bateman? ¿Por qué todos se sabían mi apellido hoy? —Sí, señor. Su mandíbula se flexionó, y cruzó los brazos sobre su pecho. Esa no era la respuesta que quería. —¿Qué está haciendo aquí exactamente? —Trabajando en el tanque de inmersión, señor —repetí, señalando sobre mi hombro como si no hubiera un enorme tanque a la vista—. Nuestra clase está encargada de eso. Miró a Carter. —¿Todavía está en tu clase? Carter asintió, y un brillo cruzó su rostro. Imbécil. Tenía que concedérselo al General Donovan. Aparte de sus brazos y el tic de su mandíbula —allí iba de nuevo— era difícil distinguir que estuviera enojado, pero había crecido con un hombre experto en esconder sus emociones. Sí, el General se encontraba más que furioso. —¿Comandante Davidson? El Comandante dio un paso adelante. —¿Sí, General?

—¿Puede explicarme por qué Bateman todavía está presente en mi puesto? Le pedí que solucionara esto. Bueno, mierda. Mi estómago cayó catorce pisos y aterrizó en el reino de las náuseas. El Comandante Davidson dejó de masticar sus cacahuates. —Me dijo que lo solucionara, señor. En consecuencia, me encargué de los tenientes. Bateman estaba dispuesto a tomar la caída por los tres, y los otros dos se presentaron por su propia voluntad. Me sentí obligado a darles otra oportunidad. —Quiero que se vaya. Ahora. —No dejó espacio para discutir. Carter tuvo las agallas de parecer un poco sorprendido, y luego condenadamente extasiado. Imbécil. —¿Papá? —Esa voz me alivió como nada más podía. Paisley, vestida con el vestido blanco de verano más sexy que hubiera visto, caminó alrededor de Carter hasta el General Donovan—. ¿Qué sucede? Un segundo. —¿Papá? —Mis ojos se estrecharon, y los de ella se ampliaron cuando me vio. Sus ojos se demoraron donde la piel de mi pecho se encontraba expuesta antes de arrastrarse hacia mi cara. —¿Jagger? Carter y el General Donovan la miraron, y le preguntaron a la vez. —¿Cómo lo conoces? —¿Ustedes se conocen? Apreté los dientes, más molesto por su traición que porque el General Donovan amenazara con echarme de la escuela de aviación. —¿Eres la hija del General Donovan? —¿Estás en la escuela de aviación? —Su boca colgaba abierta—. ¿Por qué no me lo dijiste? —Te dije que iba a la escuela aquí. Tú asumiste que era la universidad. ¿Y tú? —Nunca me preguntaste por mi árbol genealógico. —Lee, ¿cómo conoces a Bateman? —preguntó Carter de nuevo, y esta vez lo comprendí. William Carter. Carter era el Will de Paisley. La sangre se drenó de mi cabeza, dejándome una sensación de embriaguez, aunque no una buena. Oh, no. Era como haber tomado doce tragos de tequila antes de un partido. Preferiría haber sido golpeado hasta la muerte en vez de esto. Paisley le dio una sonrisa forzada a Carter, esa en la que no mostraba los dientes. —Está enseñándome a nadar.

—¿Él qué? —gruñó su padre. —¿Bateman? —La boca de Carter se abrió como si hubiera probado algo asqueroso. Conocía bien el sentimiento. Abotoné el resto de mi camisa. Si iba a ser echado de la escuela de aviación, por lo menos tendría la ropa puesta. —¿Encuentras difícil que pueda nadar, Carter? —Espera, ¿también lo conoces a él? —Ahora fue el turno de Paisley de parecer incrédula. —¡Está en mi clase, Lee! ¡Es Bateman! Ah, así que había estado hablando de mí. Era bueno saberlo. Su mirada se dirigió a la mía. —¿Eres contra el que está compitiendo? —Sí. —Y yo ganaré… si me quedo. —Sáquelo de mi puesto, Comandante Davidson. No aprobaré su estancia aquí. —La mandíbula del General lucía tensa, justo como su opinión sobre mí. —Señor, con todo respeto, pero me dijo que lidiara con él, y lo hice. Completó su trabajo extra y algo más. Solo cometió un error. —¡Puso ese maldito oso polar en mi jardín! Inhalé y cerré los ojos antes de poder ver la reacción de Paisley. Podía soportar la desaprobación de todo el mundo, pero no la suya. El silencio se volvió demasiado incluso para mí, y me las arreglé para abrir los ojos. Paisley no se veía molesta. No. Tenía una sonrisa engreída en su cara. El General bien podría haber dejado de existir; no podría haber apartado la mirada de la sonrisa de mil megavatios de Paisley aunque me hubiera dicho que me hallaba en llamas. Luego su expresión decayó, y miró a Carter. ¿De qué demonios iba todo eso? —Haz su papeleo. No hay posibilidad de que se quede —sentenció el General Donovan y se dio la vuelta, dando un par de pasos antes de que Paisley lo detuviera. —¡Papá, no! ¡No puedes echarlo! ¡Me salvó la vida! —Lee-Lee, ¿de qué rayos estás hablando? ¿De sus lecciones de natación? — Negó con la cabeza—. Te amo, pero no tienes derecho a opinar en esto. Ella me miró. —Fui a Florida. ¿Cuándo te dije que tenía esa cita con mi asesor académico? La verdad es que fui a Florida con Morgan.

Hombre, si pensaba que había estado molesto antes, el tono rojo moteado del que se volvió era mucho peor. Paisley se aclaró la garganta. —Tenía que ir. Es difícil de explicar, pero me caí al agua. Me habría ahogado si Jagger no hubiera saltado para salvarme. Es la única razón por la que sigo aquí. Él me sacó del agua e incluso me llevó al médico aunque le dije que no era necesario. Gracias a Dios que lo hizo, porque debía… — Se sonrojó, y el color era… encantador. Mierda, allí iba esa palabra de nuevo—. Debía ser revisada. Me salvó la vida dos veces en el mismo día. Ella no me había dicho nada. ¿Había tenido un ataque de asma cuando la llevaron para examinarla? El músculo en su mandíbula se tensó una vez. Dos veces. —¿Eso es cierto? —Su pregunta sonó más como un reto. Deseé mentir por la pura satisfacción de dejarlo creer que yo era el idiota que él pensaba. Pero no haría de Paisley una mentirosa. —Sí, señor. Un par de idiotas que no se imaginaron que ella no sabía nadar la metieron al agua. —Ese lenguaje —gruñó Carter. Lo ignoré. —Solo estuve en el lugar y momento correcto, señor. Pero es lo mejor que he hecho en toda mi vida. —El aliento contenido de Paisley fue todo lo que oí. Una salpicadura rompió mi concentración y sacudió al General Donovan. Miró detrás de mí, a donde el Comandante Davidson se hallaba de pie. —Se queda bajo una condición. —¿Señor? —El Comandante Davidson sonaba tan confundido como yo me sentía. —¿Todos ustedes están juntos, teniente? ¿Usted y tus compañeros delincuentes? —Sí, señor. —Mi estómago cayó y mi boca se humedeció, como en ese segundo antes de vomitar. Realmente no quería ver el desayuno de nuevo. —¿Qué tal esto? Sus posiciones en la Lista por Orden de Mérito para la selección de las aeronaves pueden quedarse juntas también. En donde sea que usted se sitúe después de la fase primaria de la escuela de vuelo, es donde estarán ellos. Falle, y los arrastrará con usted. Disfrute de la fase primaria. —Se alejó, desentendiéndose de nosotros sin una palabra. El Comandante Davidson me palmeó en la espalda y lo siguió. Disfrute de la fase primaria. No me había echado, pero había atado a Josh y a Grayson a mi épico y jodido destino.

—Will Carter, es mejor que vengas. Nos las arreglaremos para intercambiar unas cuantas palabras que no deberían de ser dichas en compañía educada. — Paisley le lanzó una mirada y se alejó, dejándolo arrastrarse detrás de ella como un cachorro herido. En serio teníamos que hablar, y caminé en su dirección hasta que recordé que Carter era el que tenía derecho a su tiempo. No yo. Solo éramos amigos. Mis hombros se irguieron, y mi torso y mandíbula se tensaron. Carter. El maldito Will Carter. Él la tocaba. La besaba. Maldita sea, incluso conocía su sabor. Y no se merecía nada de eso. Giré y golpeé mi puño contra el plexiglás del costado del remolque. Mis nudillos se abrieron, la sangre haciendo una línea llamativa a lo largo del material blanco. El dolor irradió por mi brazo, pero nunca alcanzó mi pecho, donde lo necesitaba desesperadamente para sofocar el fuego como solía hacerlo. —Bateman, no hagas eso. Arruinará tu carrera —gritó Masters desde el tanque de inmersión. Paisley Donovan. Si mi carrera era lo único que ella hundía, sería un hombre con suerte.

Traducido por Zafiro Corregido por Beatrix

3. Salva la vida de alguien

Paisley —¡Le dijiste! —No le presté atención a que estábamos en la sala de estar de mamá y ni me molesté en mantener mi voz baja—. ¡Casi terminaste su carrera por una estatua! ¿Valía la pena para ti? —No es solo una estatua, y eso no importaba antes de que supieras quién era. —Oh, eso no es verdad. —Mi yo interior de cinco años, levantó la cabeza—. Jagger es un buen tipo, y podrías haberlo arruinado. Lo habrías arruinado si no hubiera intervenido. —Cumplí con mi deber. —¡Vendiste deliberadamente a los miembros de tu clase! —Salió de mi boca demasiado rápido para detenerlo. Una mirada afligida pasó sobre su cara. Dios, ¿por qué lo dije? ¿Él tenía razón? ¿Solo me sentía molesta ahora porque era Jagger? ¿Qué significaba eso? — Will, yo… —¡Lo que hizo estuvo mal, y él no pertenece aquí, Peyton! Contuve el aire por reflejo, y lo expulsé con la misma rapidez. Él hizo estallar mi corazón como un globo, y su nombre fue el dardo. —Paisley —susurré. —¿Qué? —espetó. —Paisley. Soy Paisley, no Peyton. Nunca seré Peyton. —El dolor entró y se sentó en mi pecho. Demonios, en realidad nunca se fue por completo. Oh, no, el

dolor y la falta de ella, se cernían fuera de las puertas de mi corazón, esperando aplastarme con el primer recuerdo a emerger, incluso dos años después. —Oh, Cristo. —Se estiró hacia mí, pero esquivé sus manos—. Lo siento mucho, Lee. Estaba pensando en ella, cómo lo habría... entendido. Retrocedí hasta que mis omóplatos tocaron la repisa de la chimenea. —Oh, no. No utilizarás así a Peyton. Nunca. —Sus ojos oscilaron a mi izquierda, donde su imagen se posaba enmarcada. —Peyton habría entendido esto. Habría estado justo a mi lado, hablando con tu padre. Un calor poco favorecedor brotó en mi estómago, empujando hasta mi garganta, caliente y letal. Se equivocaba. La naturaleza impetuosa de Peyton se habría mantenido con Jagger. De maneras que yo nunca puedo. —¡No, Peyton hubiera estado allí con Jagger, encontrando la manera de poner al oso de pie en el césped! Pudo haber sido tu mejor amiga, pero era mi hermana. No te atrevas a actuar como si la conocieras mejor que yo. —Sacudí la cabeza y lancé mis manos en alto—. No reconocería en quien te has convertido. ¿Dónde está el chico que fue a West Point con ella? ¿El del marcado acento sureño que desapareció mientras se encontraba en Nueva York? Él habría estado ahí, también, atando el último cinturón. Habría sido amigo de Jagger. Sus hombros cayeron, y su voz se suavizó. —Puede que haya perdido mi acento, Lee, pero no perdí mi honor, del cual Bateman no tiene nada. —Su honor lo hizo zambullirse de un muelle para salvar mi vida, Will. Dale al hombre una oportunidad. No todo el mundo va a West Point. —O cambia como tú hiciste. —Lo que hizo estuvo mal. —Su voz era baja, dura como el cemento. —El mundo no siempre es tan blanco y negro como lo ves. Jagger hizo una broma. La broma de la clase, si no me equivoco, de la que eres parte, ¿verdad? Elegiste no participar, lo entiendo, ¿pero hundir a tus compañeros? —La misma clase. Pero si se encontraban en la misma clase, entonces ¿por qué...? Hielo corrió por mis venas. —Alguien tiene que dar el ejemplo. —Jagger estuvo contigo en el SERE estas últimas tres semanas. Su frente se arrugó. —¿Sí? —Pero tú... dijiste que no habías vuelto hasta ayer. Jagger se pasó por la biblioteca el jueves. Palideció. —Estuve... estuve en casa la noche del miércoles.

Esperé a que el dolor se disparara a través de mí, pero todo lo que sentí fue molestia. —¿Disculpa? —Me encontraba en casa, pero tenía un montón de trabajo por hacer, por lo que te dije viernes así podría hacerlo y pasar todo mi tiempo contigo este fin de semana. Sabes lo importante que es para mí la escuela de vuelo, Lee. —Entonces mentiste. ¿Honor y todo? Su rostro se arrugó. —Dios, Lee. Lo siento mucho. No lo pensé así, te lo juro. Simplemente no quiero que vengas a verme con mi cara en una guía de estudio. Te mereces el cien por ciento de mi atención, y por eso no te lo dije hasta que pude dártela. Te prometo que eso fue todo. Mis ojos se posaron en sus dedos, que siempre se frotaban juntos cuando mentía. Aún era así. —Bueno, eso duele. Sé que no tenemos esta apasionada y loca relación ni nada, pero podrías al menos querer verme. —No quemaba. —Quería, lo juro. Pero no quería mi tiempo contigo a medias. No cometeré el mismo error otra vez. Cerré mi brazo derecho a mi costado, protegiendo mi sensible piel mientras me jaló en el lugar habitual contra su pecho. Con Will, siempre llegaría a esto ; nuestra amistad significaba perdón. —Bueno. Solo recuerda este momento cuando estés apresurándote a juzgar a alguien más. —Bateman. —Salvó mi vida, y es... —Tragué saliva—. Es mi amigo. ¿No puedes, por favor, ser un poco más tolerable con él? Acunó mi cara entre sus manos y posó un suave besó en mis labios antes de sacudir la cabeza. —Te amo, Lee, pero eres demasiado confiada. Te enseñaré a nadar si quieres, pero por favor mantente alejada de Bateman. Hay dos en esta relación, no tres. Esto no es un ultimátum, pero te estoy pidiendo que no l e permitas interponerse entre nosotros. Quería negarme, dibujar mi línea en la arena solo para hacerme más grande ante sus ojos, pero eso no era una relación. Había pedido algo que era capaz de dar, lo que significaba que tenía que ser lo suficientemente madura como p ara dárselo. —No voy a nadar con él nunca más. —Bien. No mentí, pero tampoco dije exactamente la verdad. Miré la foto de la sonrisa traviesa de Peyton en la repisa de la chimenea. —Gracias, Lee. Lee. Cerré los ojos e inhalé el aroma de cientos de días de verano, y Will... y el hogar. Cuando abrí los ojos, ella seguía allí, perpetuamente sonriendo.

Él siguió mi línea de visión. —Dios, yo también la extraño. Realmente era la mejor de nosotros. Normalmente esa declaración me hacía sentir más cerca de él, reconociendo nuestro dolor compartido. Pero hoy marchitó un pequeño pedazo de mi corazón. Will se equivocaba. Ya había más de dos en esta relación, y yo era la tercera rueda.

¡Bum! Uno de los jugadores se estrelló contra las paredes de cristal que rodeaban la pista hielo, y salté. ¿Jagger hacía esto por diversión? Él no respondió a mis mensajes de textos, y cuando fui a la casa, Masters me dijo que se encontraba aquí en Montgomery, jugando al hockey. Reclamé un asiento en las gradas casi vacías y grité. El banco casi congeló mis partecitas de niña. Tal vez una falda no fue la mejor solución, pero no me cambié después de los servicios dominicales, simplemente salté dentro del coche. Mi impetuosidad se encontraba a punto de ganarme la congelación. Necesitaba arreglar lo que pasó ayer, pero también quería verlo, lo cual era un gran error ahora que sabía quién era y lo mucho que Will lo despreciaba. ¿Y si él no quería verme? ¿Qué pasa si nuestra amistad, tan reciente como era, fue aplastada por el simple conocimiento de cómo se entrelazaban nuestras vidas? ¿Cuál era Jagger, de todos modos? Se veían iguales bajo todo ese equipo. —Tengo una sudadera con capucha extra, si la quieres. —Una chica de mi edad se sentó a mi lado, con una sudadera negra con cremallera en la mano. Su cabello castaño se encontraba apilado en un moño retorcido, y la sonrisa que me ofreció se reflejaba en sus ojos azules. Era hermosa sin estar excesivamente maquillada, lo que me hizo al instante inclinarme a que me gustara. —Por lo general no causaría molestias a un extraño, pero me estoy congelando —le respondí, tomando la sudadera con capucha—. Muchas gracias. —Deslicé mis brazos por las mangas y subí la cremallera, todavía tratando de averiguar cuál de los gigantes era Jagger. Todos se movían tan rápido, como si sus patines fueran extensiones de sus pies.

—No hay problema. Estoy acostumbrada al frío. —Tomó un sorbo de su Starbucks y volvió su atención a la pista—. ¿A quién viniste a ver? —No estoy segura de cuál es —admití en tanto se desató una pelea—. Oh, dulce mise… Uno de los jugadores empujó a otro contra la pared tan fuerte que sus patines salieron de debajo de él y se derrumbó, sacudiendo la cabeza. Había algo en la forma en que el agresor inclinó la cabeza... —¡Bateman! ¡Dos minutos por la rudeza innecesaria! —gritó el árbitro. No pude evitar sonreír mientras Jagger levantó sus manos en el aire en obvia pregunta por el grito. —Puedo ver que su temperamento ha mejorado —dijo la chica, haciendo notar el sarcasmo en su acento del norte. —Él es algo increíble —dije arrastrando las palabras, preguntándome de inmediato cómo conocía a Jagger. Mis ojos se clavaron en el marco de su uniforme, notando la B en la parte trasera de su casco mientras tomaba agua en el camino a la banca de castigo, y luego se quitó el casco mientras se sentaba. —¡Espera! —exclamó la joven—. ¿Estás aquí por Jagger? Como si hubiera oído pronunciar su nombre, levantó la vista, abriendo su boca cuando su mirada se encontró con la mía. Sonreí a través de mi nerviosismo y le di un pequeño saludo con la mano. —Sí, supongo que sí —contesté, sin apartar los ojos de él. ¿Se hallaba feliz de verme? Seguro que no podía notarlo. —Oh, mierda —exclamó la chica, agarrando mi mano—. Cabello rubio, ojos verdes, y un dulce acento sureño. Eres Paisley. Está bien, eso me llamó la atención. —¿Cómo tú… Su sonrisa era contagiosa. —Soy Ember, la novia de Josh. Mi frente se arrugó, tratando de recordar cuál era Josh. —¿Walker? ¿El que vive con Jagger? —Ese es él. —Señaló al chico que meneaba la cabeza a Jagger mientras patinaba más allá de la banca de castigo—. Él es mi mundo. —Sus ojos me recorrieron en una especia de evaluación obvia—. Eres exactamente como Jagger te describe. —¿Habla de mí? —Oh, misericordia, regresé a la escuela secundaria—. Solo somos amigos —añadí rápidamente, así no tendría la impresión equivocada. No es que conducir todo el camino hasta aquí le daría la correcta. —Claro —respondió ella—. Bueno, él necesita más amigos, por lo que lo apruebo de inmediato.

El temporizador llegó a cero, y Jagger voló desde el área de castigo, dirigiéndose directamente hacia el jugador más cercano a la meta más rápido que cualquier cosa que jamás vi. Bailó alrededor de su oponente, robó el disco desde su palo, y cargó contra la otra portería, rodeando velozmente a los jugadores que se le acercaban. Como si leyeran la mente del otro, disparó el disco a Walker, quien anotó fácilmente. —Vaya. —Sí, es siempre así cuando están por ahí juntos. —Ember sonrió y levantó su vaso en dirección a Walker—. ¡Buen trabajo, bebé! Jagger no me echó ni un vistazo; se hallaba demasiado concentrado en el juego. Para el final del mismo, no miró en mi dirección de nuevo, y mi nerviosismo llegó al nivel tres en la condición de alerta. —Vamos, vamos a esperarlos. —Ember me llevó a la zona de concesión y estiramiento—. Lo bueno es que no tengo clase mañana. De hecho, puedo pasar algún tiempo con Josh. —¿Vas a Troy? —Estoy en Vanderbilt. Josh y yo hacemos un esfuerzo con el tiempo que tenemos. Nunca es suficiente, pero nos adaptamos. —Lo hice con mi novio por un tiempo —admití—. Él se encontraba terminando la universidad los primeros nueve meses de nuestra relación. Es bueno estar finalmente cerca del otro. —Mi voz se apagó. ¿Lo era? —¿Es difícil reajustarse? —preguntó. Forcé una sonrisa de labios cerrados. —Nunca estuvimos realmente juntos. Quiero decir, éramos amigos, pero nuestra relación comenzó a larga distancia, por lo que estamos adaptándonos ahora. —Me quedé mirando la puerta que conducía a los vestuarios—. A veces pienso que era más fácil cuando estábamos separados, como si la idea de mí era más fácil de amar que la real... —Espera. ¿En serio le decía esto a una extraña?—. Oh... lo siento mucho. Lo amo. No sé por qué diría eso. Debo lucir como una loca. —Cerré mis ojos en la más absoluta mortificación. —Tiene más sentido de lo que crees. —Tomó un sorbo de su café de nuevo; sus ojos amables y sin juzgar—. ¿Cómo lo conociste? Me gustó que no se preocupara por mi arrebato. —Era el mejor amigo de mi hermana. —¿Era? —Esperó unos instantes—. No tienes que decirme si no quieres. Te prometo que no estoy indagando ni nada. El primero de los jugadores salió de los vestidores, pero ninguno de los que buscábamos. —Tengo un poco de equipaje. —Yo también. Papá muerto. ¿Tú? —Su tono era directo.

—Hermana muerta y un corazón roto —le respondí, tan inexpresiva. Asintió. Me gustó que no nos ofreciéramos condolencias una a la otra, las palabras que ambas probablemente escuchamos tanto que ya ni siquiera parecen palabras. Vi a Jagger a través del cristal y me paré mientras él abría la puerta. Mis latidos se aceleraron, y Ember se inclinó para apretar mi mano con suavidad. —Él es muy bueno en el desembalaje, Paisley. Solo tienes que darle una oportunidad. —Fue un placer conocerte, Ember. —Apreté, también, y la solté. Tres latidos más tarde, él se paró frente a mí, con el pelo todavía mojado de la ducha. —Hola. —Su voz envió una onda a través de mí. —Hola. —Bueno, tan torpe como se ve toda esta situación, creo que me gustaría llegar a casa. —Josh lanzó a Ember sobre su hombro. Su grito de protesta y deleite resonó en las paredes de ladrillo—. ¿Estás bien, hombre? Jagger le despidió con la mano. —Me tomaré mi tiempo. Josh sonrió. —¡Lo agradezco! —¡Joshua Walker! —La voz de Ember se desvaneció mientras se iban. Nos quedamos allí, mirando el uno al otro en un juego no verbal de la gallina. Sus ojos atascaron mi aliento en mi pecho hasta que me di por vencida. — No puedo seguir con nuestras clases. Una de sus cejas se levantó. —¿Y condujiste hasta Montgomery para decirme eso? —No has devuelto mis mensajes ni las llamadas telefónicas. Se me quedó mirando, pelando mi alma capa por capa hasta que tuve que romper el contacto visual. —¿Estás enojado conmigo? —le pregunté. Se quedó en silencio, y tardó una eternidad por lo que pasé mis ojos sobre su pecho, fijándolos en su camiseta de Led Zeppelin y los músculos a los que se aferraba. —¿Estás tú enojada conmigo? —replicó. —Pregunté primero. —Levanté la vista hacia él. —¿Estamos en el jardín de infantes? —Su sonrisa rompió la tensión. —No mentí, lo prometo. O al menos, no quise hacerlo. Simplemente no me gusta hablar de mi padre. —Entiendo. —El repentino y solemne endurecimiento de su boca dijo que tal vez realmente lo entendía—. Debería haberte dicho que estoy en la escuela de vuelo.

—¿Por qué no me lo dijiste? No es algo de que avergonzarse. Miró hacia otro lado. —Hay muy pocas cosas que me asustan. ¿Pero la más grande? Esa es fracasar. —Pero no estás fracasando, ¿verdad? Will dice que estás cuello a cuello con él por el primer lugar de la Lista por Orden de Mérito. Un dolor en su trasero, pero inteligente. —En realidad, Will tenía una buena dosis de celos por Jagger, pero contar ese secreto sería la última traición. Tomó aire a través de sus dientes. —Sé que esto apesta, pero ¿podemos acordar no hablar de Will? Me estremecí pero entendí. A Ambos nos gustaba la pequeña burbuja que teníamos aquí. —Creo que podemos hacer eso. Pero no estás fracasando. —Aún no. —Cabeceó hacia la puerta—. Te acompañaré afuera. —Rodó su equipo detrás de él y sostuvo la puerta abierta para mí. Traté de no tocarlo, pero él casi llenaba la puerta. Mi piel se estremeció en cada centímetro que hicimos contacto. —¿Qué significa eso? —Mi mirada se estrechó bloqueada en su perfil mientras caminábamos hacia el estacionamiento. ¿Por qué era tan difícil sacarle respuestas?—. ¿Por qué dices que aún no has fallado? —Casi me expulsaron por ese maldito oso. Luego, cuando tu padre se dio cuenta de que no había sido expulsado. Arruino las cosas, Paisley. Decepciono a la gente. Me alejo. No te lo dije porque entonces sabrías cuando fallé. Es lo que hago. Mi mano cubrió la suya sobre la manija de la puerta. —No vas a fallar. No creo que puedas fallar. Se inclinó hacia abajo, donde nuestras narices casi se encontraron. Mi corazón tronó, y mis labios se abrieron sin pensar. —Odio tener que decirte esto, pero decepcionar a la gente es mi especialidad. No retrocedí, ni me agaché, como me estaba retando a hacer. —Tú nunca me has decepcionado. Apretó la mandíbula. —Sinceridad, ¿verdad? ¿Ese es nuestro acuerdo? Asentí, a pesar de mis dudas. —Sinceridad. —Que yo te decepcione es inevitable. Es solo cuestión de ver hasta donde caigo por el jodido sendero, y si me das otra oportunidad o no. Mira donde nos encontramos. Ni siquiera puedes nadar conmigo porque tu novio me odia, y eso es solo el comienzo. Jodo las cosas. Mi pulgar acarició su mano distraídamente, como si no fuera mi decisión. Elegí cuidadosamente mis palabras. —Anticipadamente, te perdono por lo que creas que me fallarás. Eso es lo que hacen los amigos, Jagger. Se perdonan

mutuamente cuando cometen errores. —El intenso calor en sus ojos calmó la respiración en mi pecho, y en ese momento cada futuro que podía imaginar parecía abierto, posible, aunque sabía que no era así—. De hecho, te he traído algo. Abrí la puerta y saqué la cajita de la puerta del conductor y se la entregué. Su ceño se frunció, y misericordia, era lindo, juvenil. —Tu primer vuelo es esta semana, ¿verdad? —Sí, nuestro primer vuelo con nuestros pilotos instructores. —Él la abrió y sacó el brillante níquel que coloqué allí la noche anterior—. Paisley… —Dicen que ese tu vuelo de níquel —expliqué, cortando todo lo que iba a decir, sobre todo porque no me sentía segura de cómo manejarlo, cómo manejarlo a él—. Se supone que debes darle a tu piloto instructor un níquel por tu primer viaje, y te da suerte extra si es de tu año de nacimiento. La examinó de cerca, y sus ojos se iluminaron cuando vio que adiviné correctamente su año de nacimiento. —¿Cómo supiste? —No lo sabía, solo una suposición. Tengo otras dos monedas de níquel en el coche en caso de que estuviera equivocada. Envolvió sus brazos alrededor de mí, nuestros cuerpos al ras, y besó la parte superior de mi frente lentamente. Los escalofríos transformaron en llamas mientras corrían por mi espalda, y pecaminosamente imaginaba como esos labios podrían sentirse en los míos. —Gracias —susurró contra mi piel. Mis brazos rodearon su espalda, e ignoré las caídas y curvas de sus músculos lo mejor que pude. Lo cual no era posible; ellas consumían cada pensamiento. Me dejé atrapar por la sensación de tenerlo por un momento. Esta atracción por Jagger, el anhelo, las ansias de estar cerca de él, estaban mal, y Will se merecía algo mejor. —Yo... me tengo que ir. —Me eché hacia atrás. —Paisley, no. Busqué a tientas la manija de la puerta. —¿Por qué siempre tenemos estas conversaciones junto a mi coche? —murmuré—. Me tengo que ir, Jagger. —Siempre tenemos estas conversaciones junto a tu coche, porque siempre estás tratando de irte. Podrías tratar de terminar una conversación, ya sabes. Un resoplido impropio de una dama se me escapó. —Eso no es ni un poco cierto. Estas… conversaciones ocurren porque ya me he quedado demasiado tiempo. Siento lo de las clases de natación. —Él... —Jagger respiró hondo—. Carter no puede ser un imbécil tan grande. Es un idiota, pero no quiere que te ahogues. —Me va a enseñar él mismo. No es cómo que crees. Es un buen hombre, un buen amigo.

—¿Amigo? ¿Es eso lo que piensas de él? —¡Es mi amigo! —grité, y luego jadeé, deslizando los ojos alrededor del estacionamiento vacío para asegurarme de que no causé una escena—. Esa es la base de cualquier relación verdadera, lo que hace que sea más fuerte, así que no te burles de ello. Y él no está en discusión, ¿recuerdas? ¿No era esa tu solicitud? El músculo de su mandíbula se contrajo, pero se retiró lentamente, con las manos hacia el cielo antes de que estrecharan la parte posterior de la cabeza. — Bueno, yo también soy tu amigo. Y un amigo dice algo cuando el otro está saliendo con un imbécil. No traté de detenerlo de alejarse. Sobre todo porque no podía darle una razón lo bastante buena para quedarse.

Traducido por Eli Hart & Daniela Agrafojo Corregido por Mae

Tal vez un día estarás orgulloso de arriesgarte, de ponerlo todo en juego. Pero probablemente solo estarás más enojado de que no haya sido tu maldito juego.

Jagger Tres malditas semanas, y solo había visto la cima de la cabeza de Paisley en la librería. Cuando fuera que trabajara yo ahí, me evitaba como la plaga. La única manera de que supiera que siquiera veía la habitación trasera eran los suministros organizados en los nuevos estantes. Nos encontrábamos a uno o dos días de terminar, y luego no tenía excusa para verla más. —Oye, ¿dónde estás? Porque seguro que aquí no —preguntó Josh. Parpadeé dos veces y me desperté. —Aquí. —Golpeé el escritorio con mi bolígrafo, estirando los brazos delante de mí, preguntándome cuánto de la clase me perdí. Nuestro instructor, el señor Givens, miró al reloj, y le seguí. Los lunes siempre parecían los más largos, pero hoy era condenadamente lento. —¿Quién crees que será? —preguntó Josh en un susurro. Carter se giró en su asiento hacia nosotros y le disparó una mirada a Josh, como si fuera el sonido de la policía. Se la regresé, y se volvió helada de su parte. ¿Por qué rayos debería estar tan enojado? Logró conservar a Paisley, mientras yo perdí a mi amiga. Giré mis dedos en un círculo, tomó la indirecta y se giró, pero no antes de negar con la cabeza. Desaprobaba mi elección de dedo, aparentemente.

—Está cerca —dijo Masters. —Apuesto por Jagger. Eso le ganó un bufido a Josh por parte de Carter. Golpeó el escritorio con su anillo por si acaso, como si necesitara recordarnos que se graduó de West Point. —Buena apuesta —respondió Mastes. Los ignoré a ambos y me concentré en el Power Point frente a nosotros. No que no supiera ya ésta mierda. Estuvo metido en mi memoria desde que levanté un libro de principios de vuelo cuando tenía trece. Sin embargo, me aseguré de mirar cada diapositiva mientras las presentaba. —Estoy seguro de que se preguntan qué va a pasar esta tarde en la agenda de vuelos —dijo el señor Givens. Mi agarre se apretó en mi bolígrafo tanto que me sorprendí de no romperlo. El primer viaje solo iba al primer puesto en la Lista por Orden de Mérito, lo que era muy cercano a un secreto guardado. No es que no intentáramos mantener vigilancia en los puntajes de las pruebas para resolverlo nosotros mismos, pero esta sería la única verdadera manera de calcular antes de que la lista oficial fuera publicada—. Vuelan solos porque están listos, no porque sea su turno. —Pegó el horario en el pizarrón—. Esos mismos van a estar en la lista del vuelo de hoy, junto con quién será su compañero hasta el final. —Sonrió como si no hubiera alterado completamente nuestras vidas, anunciando que seríamos asignados también a nuestros compañeros—. Disfruten el almuerzo. Nos vemos a las mil trescientas. Salió, y las sillas chirriaron mientras la clase se acercaba rápidamente hacia el pizarrón. Me quedé atrás, moviendo el níquel de Paisley entre mis dedos. Sabía todo de la tradición del primer vuelo y le di a mi piloto instructor una diferente. La moneda brillante en mi mano era el primer regalo que me daban en seis años; no le dejaría a nadie tenerlo. Josh se acercó sonriendo, palmeando a Masters en los hombros. —Bueno, ¿lo lograste en el equipo de fútbol universitario? —pregunté. —Diablos, sí, y anoté a Grayson como mi compañero. Pero tú… —Maldita sea, ¿está bromeando? —La exclamación de Carter cortó a Josh. —¿Qué pasa, West Point? ¿No lo lograste? —grité. Josh me dio un codazo en las costillas, pero eso no detuvo mi sonrisa de satisfacción de cruzar por mi rostro mientras Carter me miraba. —Jódete, Bateman. Parece que estaremos viéndonos mucho. Voy a almorzar con Lee.

Escuchar su nombre salir de la boca de él, apretó mi pecho como un tornillo. Mi puño se apretó, y no pude lograr una respiración completa hasta que salió de mi vista. —Es un idiota. Josh levantó sus cejas hacia mí. —¿Buenas o malas noticias? —Ambas —respondí. —Parece que eres el primero en solitario. Mi cabeza se giró rápido hacia la suya, buscando cualquier indicación de que jugara conmigo. —¿Es en serio? —Como un ataque al corazón. —Sonrió, golpeando mi hombro—. Buen trabajo, hombre. Primero. Iba primero. La cima de la Lista por Orden de Méritos. Tenía una oportunidad con un Apache, sin joder a mis amigos. —Eso es… —No podía hallar las palabras—. ¿Qué hay de malo en eso? Josh se rió. —Te veré en el auto. Casi todos se habían ido, ya sea eufóricos por volar solos en la tarde, o abatidos. No tuve problemas para ver el horario y encontrar mi nombre en el primer puesto. Diablos, sí. Esto era todo lo que… ¿qué rayos? —Esto debe ser interesante —dijo Grayson a mi lado. Obtuve a Will Carter como mi maldito compañero. A la mierda mi vida.

Hice malabares con nuestras bebidas —dos cervezas y un té dulce—, como un profesional chico de fraternidad y me dirigí a nuestra mesa. Masters aceptó su té con un asentimiento, porque hablar más de la cantidad necesaria de palabras mataría al chico, y Josh me mostró una media sonrisa. —Gracias, hombre. Nos relajamos y bebimos mientras nuestros compañeros deambulaban, agarrando sillas para unírsenos. Una vez que unas doce personas nos hallábamos ahí, algunos con novias o esposa ocasional, tuvimos que juntar mesas. El bar se llenó rápido para una noche de viernes, con los estudiantes de ambas escuelas de vuelo y las chicas locales. Algunas de ellas me follaban con la mirada desde sus bancos en el bar.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Josh—. Estoy molesto. Han pasado dos semanas desde que vi a mi novia, pero ¿cuál es tu excusa? Sacudí la cabeza y sequé la condensación de mi vaso. Bebidas, gente… todo suda aquí abajo. —Nada, hombre. —Hice girar la moneda en la mesa. —Mentiras —resopló. —Déjalo pasar. —Te he conocido por tres malditos años, Jagger. Todo de lo que hablas es hockey y helicópteros, así que vas a tener que explicar por qué no estás saltando sobre tu trasero de felicidad. Estás primero en solitario, hombre, ¡primero! Entiendo el pequeño voto de castidad que te auto-impusiste, pero tienes a dos chicas sexys por allá muriendo por hacer de tu regazo su asiento, y pareces como si acabara de morir tu perro. —No tengo perro. —No podía explicar lo que ni yo mismo entendía. —Sabes a lo que me refiero. Sé que es horrible tener a Carter como tu compañero, pero al menos se exigirán uno al otro. Exigirnos para aventarnos por un acantilado. Se acercó y bajó la voz. —Sabes que puedes hablar conmigo. —Dijo que lo dejaras —respondió por lo bajo Masters—. A veces decir algo le da poder sobre ti. Va a reconocer su propia tormenta de mierda antes de dejar que alguien la vea. Levanté la cerveza y vacié el envase. —¿Amigo, hablas? —preguntó a Masters uno de los compañeros pareciendo perplejo. Masters lo miró en respuesta. —Masters no habla. Solamente gruñe —respondió Montgomery. El niño de diecinueve años tuvo el descaro de hacerle gestos de mono a Masters. ¿Por qué rayos dejaban que los bebés entren a la escuela de vuelo? —¿Cómo estuvo ese viaje en bici, Montgomery? —contraataqué. —Vete a la mierda, Bateman. —El niño se puso rojo brillante. Calificó último en la LOM, el único último, por tanto tenía que pedalear la infame bici de una sola rueda por el aeródromo. Presley se aclaró la garganta. —Bien. De todas formas —Levantó la voz y su vaso—, brindo por nosotros, ¡para que todos completen sus vuelos en solitario sin arder! El brindis sonó por encima de la música. —¡Y por Bateman, por ser el único primero! —Josh palmeó mi espalda y levantó su vaso para otro brindis.

—Por Bateman —dijo la voz burlona de Carter mientras se sentaba en el asiento vacío directamente frente a mí. Giré la moneda y mantuve mis ojos fijos en ella. —Felicitaciones, Jagger. Detuve la moneda a medio giro, viendo a Paisley pararse a su lado. Vino. Nunca venía a estas cosas. Usaba una blusa combinada del color de sus ojos, tal vez no mostraba ese sorprendente par de tetas que tenía, pero era más sexy que lo que sea que usaban las hermanas lycra de la barra. Sonrió, y mi maldito corazón dejó de latir momentáneamente, luego golpeteó. Cálmate. Apreté la moneda en mi puño y le respondí la sonrisa con una propia. — Gracias, Paisley. ¿Quieres que te traiga una silla? —Aventé la ramita de oliva. —No necesita una silla. —Carter envolvió su brazo alrededor de la cintura de ella y la jaló a su regazo— ¿O sí, Lee-Lee? Arqueé una ceja ante el apodo. Sonaba ridículo, como una niña de cinco años en lugar de la hermosa mujer frente a mí. —Estoy bien —dijo suavemente, como si respondiera mis pensamientos y no su pregunta. Se sonrojó y fijó su suave cabello rubio detrás de sus orejas, luego pasó el brazo alrededor de los hombros de él, como si estuviera feliz de estar ahí. Por supuesto que está feliz de estar ahí. Es su maldito novio. Dropkick Myrphys vino de la rocola. Paisley sonrió mientras “Rose Tatoo”, su canción favorita, comenzaba a sonar. Arqueó una ceja hacia mí, y le mostré un pequeño asentimiento. Sí, es para ti. Carter fijó la vista con la mía, giró su cabeza y la besó, sin apartar la mirada. —Sí, ella parece bastante bien para mí. —Bueno, me alegra que uno de los dos lo esté —respondí sin pensar. Mierda. Mi boca iba a meterme en problemas. Esa presión familiar aplastaba mi pecho, y sabía que esto no terminaría bien. Que mal que no me importara lo suficiente como para detenerlo. —¿Qué significa eso? —contraatacó Paisley, con los ojos entrecerrados. Le di mi mejor sonrisa burlona. —Bueno, Carter tiene una chica linda en su regazo. Seguro que siento la necesidad del mismo tipo de trato. —Le guiñé a la más bonita de las chicas en la barra, la de las tetas expuestas, y se rió. Más o menos. Me giré hacia Paisley—. ¿Es un problema para ti? Su mandíbula se flexionó dos veces. —Nop. ¿Por qué lo sería? —Oh, esto no tiene precio —murmuró Masters por lo bajo y terminó su bebida—. ¿Otra?

—Eso estaría bien. Se levantó mientras la morena tetona se balanceaba hacia nosotros, sus caderas llegando antes que el resto de ella. —Hola —dijo con un jadeante acento sureño y una suave sonrisa seductora. —Hola —respondí con la sonrisa que sabía podría derretir sus bragas antes de llegar al estacionamiento. —¿Te importa si me siento? Comenzaba a sentirme sola por allá. —Batió sus pestañas, y Paisley hizo in sonido mitad bufido, mitad gruñido. —Para nada. Soy Jagger, y ¿tú eres… ? Sonrió, haciendo que su maquillaje se quiebre en las esquinas de sus labios. —Soy Marjorie. —Se movió para sentarse en el lugar de Masters. —Lo siento, Marje, pero ese es el lugar de Masters. Parece que hoy hay casa llena. —El habla lento y dulce de Paisley tenía un toque distinto y mordaz. ¿Cuánto podría presionarla antes de que reaccionara? —Oh, Paisley Donovan. Apenas te veo acurrucada con… Will Carter, ¿eres tú? —La sonrisa de Marjorie no alcanzó sus ojos, lo que encajaba con la de Paisley. Carter levantó su cerveza a modo de saludo. —Marje. Hice mi silla hacia atrás mientras Masters me entregaba una cerveza fresca. —Los pueblos pequeños son fascinantes. Marje captó la indirecta y se sentó en mi regazo, haciendo que su falda se amontone sobre sus muslos, donde mis vaqueros eran la única barrera entre nosotros. —No te importa, ¿o sí? Esas sillas están un poco frías. —Me dio una mirada de cachorro. —No me pondría demasiado cómoda. Jagger ha renunciado a las mujeres — dijo lento Paisley. Marjorie me dio una sonrisa astuta. —A Jagger no parece importarle. ¿O sí, cariño? —En lo más mínimo. —No si forzaba a Paisley a algún tipo de diálogo. Cualquier cosa era mejor que el silencio radial. —Tal vez solo abandona a las pálidas aburridas. ¿Cómo va la vida en esa pequeña… librería tuya? La sonrisa de Paisley pudo haber endulzado el té de Grayson. —Sigue llena de libros. Tenemos algunos que podrían gustarte, con fotos y todo. Josh silbó, y tomé un gran trago de mi cerveza, con mis ojos clavados en los de Pailsey. —Creo que es sureño para “sacaron las garras” —susurró Josh. Giré mi gorra hacia atrás. —Tengo que concordar.

Carter se alejó de Paisley. —Compórtate, Lee. Jodido Carter. —¿Entonces eres piloto? —preguntó Marjorie, girándose para mirarme. —Estoy en la escuela de vuelo —respondí inclinando mi vaso hacia Carter— . De hecho, soy el compañero de Carter. Carter palideció, y Paisley movió rápido su cabeza, susurrando algo que no pude escuchar. Por la mirada en el rostro de Carter, no era lindo. —Iba a decirte — respondió. —¡Will Carter piloto! Todas esas veces que nos escapamos para… mirar esos helicópteros despegar en la noche, y ahora vas a volar uno. ¡Imagínate! —La voz de Marjorie derramaba azúcar—. Y por supuesto que eres el primero en la clase, ¿no? —Se giró hacia mí—. Siempre lo fue. Incliné mi cabeza a un lado y arqué la ceja a Carter, cuya mirada podía haber hundido el Titanic. —Hay un idiota en mi camino —respondió y luego gruñó de dolor. El codo de Paisley reapareció en la mesa. Marjorie se rió, un sonido alto y picante que se parecía más a un burro chupando helio. —¿Qué diablos te hizo perder tu acento, Will Carter? Paisley contuvo una risa, atrapando su labio inferior entre los dientes. Diablos, quería chuparlo para liberarlo. Mi mano se apretó, atrapando el muslo de Marjorie en el proceso. —Oh, puedes hacerlo de nuevo. —Marjorie sonrió sobre su hombro y giró las caderas sobre mi entrepierna. La sonrisa de Paisley se desvaneció. —Pasé algunos años en Nueva York. Creo que dejé el acento allá — respondió Will. —Tal vez deberías traerlo —murmuró Paisley. Marjorie levantó mi cerveza y tragó el restante. Me encontraba demasiado ocupado mirando los cambios en el rostro de Paisley para que me importe una mierda. —Imagínate. ¡Ustedes dos juntos! —Suspiró—. ¿No es perfecto? ¿Quién lo hubiera pensado? —Los ojos de Paisley se entrecerraron—. Digo, seguro, todos sabíamos que Will terminaría con una Donovan… —Paisley contuvo el aliento—. Solo que lo categoricé con la bonita. Qué pena lo de tu hermana, Dios bendiga su alma. Paisley hizo un movimiento de levantarse, pero Carter aseguró el brazo alrededor de su cintura, manteniéndola firme en su regazo. —Relájate, Lee-Lee. —Bueno, me quedé sin nada —dije, levantándome rápidamente. Marjorie se deslizó de mi regazo, apenas agarrándose de la orilla de la mesa—. Paisley, ¿puedo traerte una bebida?

—No bebe —respondió Will. —Pero habla —espeté. Paisley tragó, con sus ojos fijos en Marjorie. —Me gustaría agua de limón, Jagger. Gracias. —Por supuesto, Lee-Lee Donovan no puede ser vista bebiendo —bromeó Marjorie—. ¿Qué diría su papá? Ahora, su mamá… —¡Marjorie Jenkins! —La voz cantarina de Morgan era más que bienvenida a mis oídos mientras venía a la mesa, poniendo su bolso enfrente de Paisley—. Mi Dios. ¿Olvidaste la otra mitad de esa falda en casa? Digo, sé que Auburn te dijo que no regresaras, pero esa no es razón para creer que el otoño no vendría. Esa falda luce un poco fría para noviembre, y un poco vulgar con ese aumento de peso. Aunque apoyamos completamente que comas por el estrés. Marjorie bufó. —Morgan, que gusto encontrarte aquí, respaldando a Lee y Will. Supongo que nada cambia ahí. —Morgan… —Carter falló en mantener la paz. Personalmente, me hallaba listo para encontrar las palomitas de maíz hasta que vi el rostro de Paisley. Su cara decía que prefería estar haciendo cualquier otra cosa, pero se aguantó. La sonrisa de Morgan era brillante… y aterradora. —E imagina encontrarte en Oscar’s tratando de levantar pilotos para que saquen tu trasero del trabajo. Supongo que somos criaturas de costumbres. el bar.

—Esta mierda es mejor que Jerry Springer —murmuró Josh, uniéndoseme en

Ordené nuestras bebidas y me incliné contra el mostrador. —Está molestando a Paisley. —Pensé que era tu meta. —Enojarla y herirla son cosas diferentes. —Y Carter no hacía una maldita cosa para detenerlo. —Estás caminando en una línea frágil, Jagger. —Josh agradeció al barman por su cerveza y tomó un trago. —Es lo que mejor hago. Morgan debe haber terminado con Marjorie, porque esta bufó y balanceó sus caderas en mi dirección. —Creo que me voy a casa. —Pestañeó varias veces hacia mí y trazó sus dedos por mi pecho. Nada se movió abajo—. ¿Tal vez me cargarías? —¿Cargarte? —Josh casi escupió su cerveza.

—Es sureño para “llevar” —expliqué, y levanté mi cerveza—. Lo siento, Marjorie, pero he tenido demasiadas de estas para ir detrás del volante. Pero puedo llamarte un taxi. Hizo un puchero. —Bueno, si no puedo convencerte esta noche… —Se estiró detrás de mí y sacó mi celular de mi bolsillo. Algunos clics, y su número estuvo almacenado—. Llámame alguna vez. Soy mucho más divertida que cualquiera de las chicas —envió una mirada señalando a nuestra mesa—, que encontrarás por estos lugares. De puntillas, rozó sus labios por mi mejilla. Casi valió la pena ver a Paisley tornarse de una moteada sombra roja. Dios, era linda cuando se enojaba. —Buenas noches, Jagger. —Buenas noches, Marjorie. Salió del bar, y llevé nuestras bebidas a la mesa, deslizando el agua de Paisley hacia ella. —Agua de limón, como ordenaste. —Tal vez deberías quedártela —dijo arrastrando las palabras—. Parece que necesitas algo para enfriarte. O ¿planeabas usar el número que te dio? —Lee —espetó Will. Al menos ella puso atención. —No soy quién está pegado al regazo de mi novio —contraataqué—, así que, si quiero llamar a una encantadora dama sureña, creo que es mi derecho, ¿no? —¡Es cierto, maldita sea! —respondió Montgomery, recordándonos que no estábamos tan solos en la mesa como nos sentíamos. —No eches más leña al fuego, Jagger —dijo por lo bajo Grayson. —Dama es el último término que usaría para describir a Marjorie Jenkins — dijo Pailey—, y eso es ser amable. —Lee, no te va hablar mal de las personas —añadió Carter. —No defiendas a ese pedazo de basura porque perteneciste al club “Me enrollé con Marjorie” en la secundaria, Will —intervino Morgan, jalando una silla para sentarse al lado de Paisley—. No era muy selectivo. —¿En serio, Morgan? —Carter se sonrojó. Morgan levantó las cejas. —No te hagas el sorprendido. No me importa decir las verdades, y estoy feliz de herir tus sensibilidades. Carter se removió. Santa mierda. Lo alteró. No de la manera cabreada que veía normalmente, sino de una manera más inestable. —Por favor, ¿podemos dejar de discutir de Marjorie Jenkins? —preguntó Paisley.

—Seguro, tan pronto como me digas por qué tenías que desprestigiarla — respondió Carter—. Eres mejor que eso, Lee. Mi aliento siseó a través de mis dientes. —¿Sabes qué? —Ella se giró en su regazo—. Si me disculpas, necesito un poco de aire. —Se puso de pie, tomando su bolso de la mesa. —Lee… —Carter se levantó. —No te atrevas, William Carter. —Lo apuntó con su dedo y marchó fuera del bar; la imagen de la hermosa indignación. —¿Saliste con su hermana primero? —preguntó Josh, levantando sus cejas. Carter sacudió la cabeza, y Morgan respondió por él. —Nunca salieron, pero eran mejores amigos. Lee y él se juntaron un año después de que muriera Peyton. El mejor amigo de su hermana. Las piezas empezaban a juntarse en mi cabeza, y no era una imagen bonita. —¿Podrías no darles los detalles de mi relación? —espetó Carter. —¿Podrías dejar de tratarla como si tuviera cinco años? Por Dios, veinte minutos contigo y necesito un trago. —La silla de Morgan chilló cuando se alejó de la mesa y se dirigió al bar. Tomé otro sorbo de mi cerveza por fortaleza y miré a Carter mientras me levantaba. —Eres un idiota. Su mirada fue ártica. —Adelante, persíguela. No terminará bien. Necesita espacio porque no le gustan las confrontaciones. ¿Cómo lo sé? Porque, a diferencia de ti, he estado en su vida más de cinco malditos minutos. —¿En serio crees que me tomaría cinco minutos entender a Paisley? Me tomó menos tiempo salvar su vida. Supe qué clase de mujer era al momento en que sus ojos se abrieron. Es una luchadora. —Me incliné sobre la mesa hacia él—. Y es curioso, ¿ese primer aliento que liberó? Era mío. —No desperdicié otro segundo, solo atravesé la multitud hasta que salí. Finalmente, Alabama había alcanzado una temperatura moderada. Levanté las mangas enrolladas de mi camisa azul de botones. No me tomó mucho tiempo encontrarla, inclinada contra el camión de Will, a solo un puesto vacío de donde había dejado a Lucy. Su cabello colgaba en ondas suaves sobre sus hombros, el dorado atrapando la luz de la farola. Solo Paisley podía hacer un estacionamiento del Boulevard Rucker hermoso. —No me preguntes si estoy bien. Me incliné contra la fría cerca de metal a su lado, metiendo las manos en mis bolsillos, mayormente para evitar tocarla a ella. —Está bien.

Su cabeza giró en mi dirección. No importaba cuantas veces mirara sus ojos; estaba perdido, girando fuera de control. —¿En serio no vas a preguntar? Presioné mis labios para no sonreír. —Eres un poco divertida cuando estás molesta. —En general no soy… así. —Puedes decirlo, ya sabes. Ella cruzó sus brazos frente a su cuerpo. —Soy más que consciente de lo que puedo hacer. No es acerca de la habilidad. —¿Acerca de qué es? —Restricción, y saber cuándo usarla. —La restricción nunca ha sido mi fuerte. —Mi mirada parpadeó a sus labios, pálidos pero brillantes por su brillo labial. Detente. Amigos, solo amigos. Mierda, incluso en mi cabeza sonaba débil. —Sí, me di cuenta con Marjorie posada en tu regazo como un ave bebé esperando a ser alimentado. —Su barbilla se elevó, y maldición, eso era sexy. —Tú eres mi único pajarito —le prometí. —¿Por qué me llamas así? —escupió entre los dientes apretados. —Bueno, tú como que volaste a nuestro primer encuentro. ¿Por qué no le dices que odias cuando te llama Lee? Ella apretó los ojos y se frotó la sien. —No lo odio. —Sí, lo odias. No puedo imaginar por qué no le dices. Es un idiota si no lo ha descubierto ya. Diablos, es un idiota, punto. —Mierda. No tenía intención de soltarlo así. —No sabes nada sobre él. —Se alejó del auto, y yo, rápidamente, tomé su muñeca. —No te vayas. —Joder, ¿era desesperación lo que se filtraba en mi voz?—. Te he extrañado. Ella se sacudió mi agarre. —No puedo estar aquí contigo. No puedo hacer esto. —Gesticuló entre los dos, como si hubiera una cuerda invisible uniéndonos—. Sea lo que sea esto. —¿No puedes tener una amistad por tu relación? ¿Es así de débil? ¿Vale la pena alejarse de un amigo? ¡Actúas como si no lo conociera, pero estoy con él todos los días! No es el adecuado para ti.

Porque yo era correcto para ella. La quería, quería estar con ella. Admitirlo era tan emocionante como aterrador, y no tenía idea de qué hacer con eso. Pero estaba seguro de que no iba a dejarla creer que Carter era su única opción. Dio otro paso atrás. —Willl me conoce de maneras en que tú no me conoces, que no puedes. Conoce cada espantosa y dañada parte de mí, y aun así me ama. Es esa clase de hombre. —Maldita sea, Paisley, escúchate. ¡Actúas como si fueras alguna clase de acto de caridad! ¿Crees que no puedo manejar todas esas partes de ti? —Me moví hacia adelante para cerrar la distancia entre nosotros, y sus ojos se ampliaron, como si hubiera sentido el cambio en nuestra relación—. Te conozco desde tu alma hasta tu piel. Solo ser tu amigo… —Sacudí la barra en mi lengua contra mis dientes, tratando de encontrar las palabras correctas—. Nunca he sido así de íntimo con otra mujer, y eso incluye a cada chica con la que he tenido sexo. Ella se retiró hasta que chocó contra Lucy. —Esta conversación se terminó. No me detuve hasta que los dedos de mis pies encontraron los de ella, y mi pecho casi rozaba sus pechos. —¿Por qué, porque de repente no se adapta a tu caja de amistad limpia y ordenada? —Somos amigos, y tú no puedes juzgar mi relación. —Su cabeza chocó contra el vidrio de la ventana mientras estiraba el cuello para mirarme. Me incliné, luego probé mi teoría. —Él te trata como su hermanita. —Cállate. —Apretó los ojos. Maldición. Tenía razón. Levanté su barbilla, pero aun así no abrió los ojos. —Sin duda no te defendía de Marjorie. Tragó pero no habló. La necesidad de tocarla me rasgó, de hacerla ver lo que yo veía, que valía mucho más que cualquier cosa que Carter o incluso yo podíamos ofrecerle. Alejé mi mirada del delicado arco de sus labios. En lugar de apartarme, la presioné, apoyando mis antebrazos contra el vidrio a cada lado de su perfecta cara. —Dime, cuando te toca, te besa, ¿tu piel canta para él? —Apenas podía soltar las palabras. Solo de pensar en Carter abrazándola, tocándola, hacía que se revolviera mi estómago—. ¿Tu sangre corre, tus labios se separan solo de pensar en su beso? ¿Tu cuerpo vibra cuando él está cerca, recordando cada orgasmo que puede darte? —Crucé la línea de la amistad, deslizando mis dedos a lo largo de su clavícula para descansar dentro de su camisa, sobre su corazón galopante. Sus ojos se abrieron y sus labios se separaron. No me encontraba cerca de sus pechos, pero aun así, estaba demasiado cerca—. Tu corazón no late así por él, ¿o sí? —Eso… eso no es tu problema. —Nos encontrábamos tan cerca que su aliento golpeaba mis labios en pequeñas ráfagas.

—¿Él te trata como una hermanita en la cama? ¿Es realmente lo que quieres? ¿Una vida sexual platónica con un chico que te usa como reemplazo de tu hermana mayor? Inhaló profundamente y se apartó de mí, escapando de mis brazos. Sus ojos se entrecerraron. —Vete al infierno, Jagger. —Se alejó, dejando el estacionamiento en silencio excepto por los autos yendo y viniendo. Golpeé mi cabeza ligeramente contra la ventana de Lucy. —Ya estoy ahí, Paisley.

Traducido por anita0990 Corregido por Lizzy Avett’

7. Cambiar completamente de rumbo.

Paisley Deslicé la novela de Steinbeck en su lugar y me aseguré de que la fila estuviera alineada. Estábamos apenas por debajo de… espera, miré mi reloj. No, tiempo de cerrar. Había evitado a Jagger toda la semana, y su proyecto estaba listo: nuestro cuarto de almacenamiento un modelo de organización y acceso. Maldición, ni siquiera lo había visto irse. Si pudiera decidir si estaba, o no, complacida con esa decisión. Corrí mis dedos por el lomo de los libros mientras doblaba las esquinas de las estanterías. —¿Él te trata como una hermanita en la cama? ¿Es realmente lo que quieres? ¿Una vida sexual platónica con un chico que te usa como reemplazo de tu hermana mayor? Las palabras de Jagger me destrozaron, de nuevo, triturando el bonito papel en el que se hallaba envuelta mi relación con Will y revelando la jodida realidad debajo de él. Ugh, lo odiaba por ver nuestra debilidad con observarnos durante veinte minutos. Eché a un par de chicos que estudiaban cerca de las puertas. —Lo siento, señores, pero estamos cerrando. —Les dediqué una amable sonrisa y los dirigí a las puertas una vez que empacaron sus cosas. No había terminado la rutina de Alice, pero no era una admiradora de dejar las puertas abiertas durante el cierre, así que volteé la llave y me encerré en el interior. Bip, bip, bip. La alarma sonó en mi móvil mientras me quitaba mis zapatillas de ballet. Una vez que tragué mis medicinas, cerré también la puerta principal. Falta una más.

Giré el pomo de la puerta de almacenamiento y la abrí. —¡Mierda! ¡Jagger, me asustaste mucho! —Llevé la mano a mi pecho en reflejo. Se colgó su mochila de mensajero a través de su cuerpo y me dio una sonrisa helada. —Lo siento. Estaba empacando. —Sus vaqueros colgaban bajo en sus caderas, y cuando metió los pulgares en sus bolsillos y enderezó sus hombros, su usada camiseta de concierto se elevó por encima de la cintura, dándome un vistazo de lo que se había grabado en mi memoria desde Florida. —Hemos cerrado. —Un día no diría las cosas más ridículas cerca de este hombre. Hoy, aparentemente, no era ese día. —Bueno, me alegro de que no me encerraras. Eso probablemente jodería mi fin de semana. —¿Grandes planes? —Por favor, di que no. —Sí, pensé en tener una fiesta o dos. Hay una linda morena dos casas más abajo, y Josh y Masters estarán fuera por el fin de semana. Nada como tener la casa para mí. —Furia salía de él en oleadas y era toda dirigida a mí. Bueno, me aseguraría completamente de dar tanto como reciba. Él no era el único enojado aquí. —Entonces es una lástima que no hayas terminado de trabajar aquí. —¿De qué demonios estás hablando? —Miró a su alrededor, tratando de encontrar la falla que no existía—. Terminamos. Hicimos todo lo que nos dijo tu papi, y ahora tenemos que volver a nuestras vidas auténticas. —Fuego brilló en sus ojos azules, y cortó mi respiración. Lucía primitivo, crudo, y no estaba segura de ser capaz de manejarlo. —Esos estantes son un desastre. —Apoyé mis palmas en la madera de la gran mesa de trabajo del centro—. Nada está organizado, y estoy bastante segura de que esa mesa de allá —señalé la esquina—, está a punto de caer en cualquier momento. —Mire por encima de mi hombro—. ¿Es esto lo mejor que puedes hacer? Sus ojos se estrecharon peligrosamente mientras cruzaba los tres pasos que nos separaban. Los conté con mis latidos. —Primero, tú fuiste la que se encargó de la organización, y segundo, esta habitación está perfecta. Terminamos. Josh, Grayson. Tú y yo. Todo se acabó. Auch. —¿Cómo esperas convertirte en un piloto con esta falta de atención a los detalles? —Necesitaba hacerlo sangrar—. Estás ciego. —¿Sí? Bueno, al menos puedo ver lo que está frente a mí, maldita sea. —Me dio la vuelta, y jadeé cuando sus labios aterrizaron en los míos.

Aprovechó la apertura, deslizándose en mi boca mientras sus manos hacían lo mismo con mi pelo. Me abrazó a él, acariciando el paladar de mi boca, y alejándose solo para sumergirse de nuevo. Mi sorpresa duró un segundo. Tal vez dos. Entonces froté mi lengua contra la suya y me acerqué más. Su gemido vibró a través de su pecho, y fui arrastrada por todo... Jagger. Me apretó contra la mesa, trayendo nuestros cuerpos al ras. Él era enorme, rodeándome mientras me dejaba sin aliento con labios suaves y besos intensos que sabían a menta. La necesidad me invadió como una onda expansiva, y oí un gemido. Oh, Dios. Era yo. Sí, esas eran mis manos en su espalda, empuñadas en su camiseta, acercándolo más. Ese era mi cuerpo el que se arqueaba contra el suyo, y la fricción se sentía tan bien. Él me consumía, me poseía, y me encantó porque en ese segundo, yo también lo poseía. Tomé su cabello en mis manos mientras sus dedos fueron hacia mi cintura. De puntillas, traté de tener un mejor ángulo, para sentir más de él. Besar a Jagger era tan necesario como respirar. Me levantó por mi trasero, sentándome sobre la mesa. Sí. Eso era exactamente lo que anhelaba, un mejor ángulo. Metí su labio inferior en mi boca y lo succioné, luego pasé las manos por su pecho y debajo de su camisa para finalmente acariciar las líneas de músculos allí. Perfecto. Cada línea de él fue tallada, tensa, y temblaba bajo mis caricias. Él gruñó, empujándome sobre la mesa mientras se deslizaba sobre mí, arrastrando su pecho a través de mis pechos. Más. Puse uno de mis tobillos detrás de sus muslos mientras se acomodaba sobre mí, presionando sus caderas contra las mías. Lo sentí duro contra mí, y me mecí contra él, dolorosamente. Sus besos me drogaron, tomando mi boca una y otra vez, y me perdí en cada caricia, cada sensación mientras mi corazón latía tan salvajemente como me sentía. Mantuvo sus manos en mi cara, apoyando su peso sobre sus codos, pero su boca nunca abandonó la mía, y el aro de su lengua no me defraudó. Hambre corrió por mis venas, todo derivado de la magia que creó con su beso. Mis gemidos se mezclaron con un gemido, o dos, de él. —Paisley —susurró contra mis labios—, eres tan condenadamente dulce. Sus palabras enviaron calor corriendo a través de mí, llegando a mi centro, provocando deseo en cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Me arqueé contra él, besándolo con la misma urgencia que me estaba desmoronando. BIP. BIP. BIP. ¡Estúpido reloj! Quité las manos de su espalda el tiempo suficiente para oprimir el botón de silencio, soltarlo y echarlo a un lado. Se deslizó a lo largo de la mesa antes de caer al suelo. ¿Quién demonios se preocupaba por mi ritmo cardíaco cuando Jagger me estaba besando? El mundo podría arder antes de que formara

un pensamiento lógico. Solo existía Jagger encima de mí, a mi alrededor, anclándome. Mi corazón se aceleró, golpeando con deleite, y deleitándome con el total abandono de besarlo. Will nunca dejaría que me quitara el reloj, ni me besaría así. Él se encontraba demasiado centrado en mis latidos. Will. Oh. Diablos. Aparté mi boca del cielo de la de Jagger. —¡Para! —jadeé. Él apartó la cabeza, con los ojos muy abiertos. —¿Paisley? —Jagger, no podemos. Se echó hacia atrás, enjaulándome en sus brazos. —¿Por qué no? —Oh, Dios mío. —Me tapé la cara con las manos—. ¿Qué he hecho? —Me senté lentamente, metiendo mi cabello detrás de las orejas con manos temblorosas. En menos de cinco minutos, me había convertido en algo que detestaba, que aborrecía. Me había convertido en infiel. Se puso de pie en el borde de la mesa, respiró, y me jaló suavemente, llevándome al borde de la mesa. —No lo hagas. No te atrevas a decir su nombre. Ahora no, cuando todavía puedo saborearte. —Su voz era mordaz, pero había algo debajo de ella que no podía soportar oír: dolor. Mis dedos se detuvieron en mis labios hinchados por sus besos. Will. Will, a quien amaba. Will, que no merecía lo que acababa de hacer con Jagger. Sollocé, incapaz de sostener el dolor de mi propia traición. Las lágrimas pinchaban mis ojos, brotando y cayendo en rápida sucesión. Jagger limpió las lágrimas con sus pulgares. —Dios, Pajarito. No llores. Por favor, no llores. Yo ni siquiera merecía las manos de Jagger en mí. Me enderecé, y se retiró lo suficiente para que me bajara. Tan pronto como mis pies tocaron el suelo, corrí por primera vez en dos años. Si causaba que mi corazón se detuviera, entonces era lo que me merecía.

Deslicé mi llave en la puerta, en piloto automático, y di vuelta a la manija. Seguía cerrada. La volteé de nuevo, y se abrió. Ah, había sido desbloqueada. Will se encontraba aquí. Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios. Dejé caer las llaves en mi bolso, donde repicaron contra el conjunto no utilizado de la biblioteca. Ugh. Alice me dejó a cargo por una noche, y ni siquiera pude cerrar la biblioteca correctamente. No, yo solo lo dejé... a él... allí de pie. Me apoyé en la pared, chocando la parte trasera de mi cabeza y cerré los ojos, tratando de parpadear para borrar las lágrimas. —¿Lee-Lee? —exclamó Will. Tomé una respiración entrecortada. —Hola, estoy aquí. —Me incorporé lo mejor que pude, me quité los zapatos y caminé por el corto pasillo. Una vuelta rápida a la sala de estar, y estaba en frente del juez, jurado y verdugo. Will se hallaba sentado en el sofá con manuales extendidos a su alrededor. Me tomé un momento y lo memoricé, la suave caída de su cabello castaño, la forma en que mordió el final de la tapa de su pluma mientras miraba por encima de sus tarjetas 5&9s para el entrenamiento de helicóptero. Él era un buen tipo. Merecía a alguien mucho mejor que yo. Mucho mejor que alguien que no podía contener su lujuria por otra persona, no, alguien que no tenía lujuria por nadie más. Yo le había fallado en muchos niveles. No alzó la mirada, apenas volteó la página, completamente perdido en sus estudios. —Hola, Lee-Lee. ¿Qué tal tu día? Pedí de Mellow Mushroom, por lo que debe estar aquí en unos veinte minutos. No estaba seguro de si te apetece cocinar. ¿Cómo parecía todo tan normal? ¿Qué tan fácil sería simplemente dejar que se quede así, ocultar lo que había hecho? —Besé a Jagger. Eso sin duda tuvo su atención. Su cabeza se levantó, y la pluma cayó de su boca. —¿Disculpa? —Besé a Jagger —pronuncié cada palabra, dejando que me rasgara y me abriera para que pudiera sentir la cantidad de dolor que nos había causado. Sacudió la cabeza, como si pudiera sacudir mis palabras de sus orejas. —Tú besaste a Jagger. Bateman. Jagger Bateman. ¿Mi compañero imbécil? ¿Ese Jagger Bateman? —Sí. —Froté la piel de mi muñeca, donde mi reloj residía habitualmente. Al parecer, lo había dejado atrás, junto con mi moral.

—Espera. ¿Él te dio un beso? ¿O fuiste tú? —¿Importa? —Mi voz cansina fue mejor pronunciada a medida que saqué las palabras. —Sí. —Su tono de voz no era severo. Oh, no, era suave. Tranquilo. —Él me besó… —¡Ese hijo de puta! —Se puso de pie, dirigiéndose a la puerta. —… pero, yo le devolví el beso. Soy igual de culpable. Will miró de mí a la pared, con expresión floja y la boca ligeramente abierta. —¿Le devolviste el beso? Mis uñas se enterraron en la piel de mi muñeca. —Sí. —Te gustó. Mis mejillas ardieron. —Sí. —Me encantó cada segundo. —¿Qué demonios se supone que debo hacer con esto? ¿Qué significa esto? —No lo sé, pero tenía que decirte. Cerró sus manos detrás de su cuello. —¿Te sientes mejor ahora que lo sacaste de tu pecho? La vergüenza quemó, llegando como ácido a mi garganta. —Dios. No, Will. Esto no es algo que planeé. —Bueno, ¿qué es, Lee-Lee? —Él... yo... Es complicado. Dejó caer las manos y retrocedió hasta que llegó al extremo del sofá. —No puedes estar considerando en serio la posibilidad de iniciar algo con él. Un instinto de protección fluyó a través de mí y se hizo cargo de mi boca. — ¿Y qué si lo estoy? —¡Estás bromeando! —No lo estoy —dije en voz baja—. No está en mi naturaleza ir por ahí besando a personas que no significan nada para mí, Will. Tú deberías saberlo. —¿Estás tratando de romper conmigo? —Cruzó sus brazos frente a él. ¿Era así? —Yo... yo no lo sé. No he pensado en eso. Simplemente pasó. — ¿Podría quedarme con Will? ¿Era incluso una posibilidad ahora que sabía cómo se sentía el deseo flagrante? —No. No vamos a romper, Lee. No te voy a perder por la falta de juicio de una sola vez. No cuando hemos llegado hasta aquí y pasado por muchas cosas juntos. ¿Qué crees que Pey…

—¡Oh, no, Will! —grité; la ira corriendo a través de mí al instante—. No te atrevas a traerla a esto. Ella está en cada parte de mi vida. La llevo en mi corazón todos los días, y no vas a usarla en esto. Peyton me diría que sea feliz y me empujaría a aprovechar una oportunidad. ¿Y sabes qué? A ella también le gustaría que seas feliz. —¡Yo soy feliz! —Seguro que lo parece. —¿Tú no eres feliz? —Sus ojos parpadearon en los míos, como si estuviera buscando algo. —Te quiero, Will. Pero tú y yo sabemos que hay algo que falta aquí. Me tratas como si estuviera hecha de cristal. ¡Incluso hacer el amor es una preocupación constante para ti! Dime la última vez que te has permitido disfrutar el sexo, porque no fue conmigo. No con los controles constantes a mi monitor cardíaco, y conteniéndote. —¿Así que es mi culpa? ¿Besaste a alguien más porque no soy lo bastante bueno en la cama para ti? ¿Mi compañero? ¡Vuelo con él todos los días, Lee-Lee! —¡Deja de llamarme así! —Cerré los ojos y me concentré en calmar mi acelerado corazón. Todo esto a causa de un beso. Un beso hizo que mi mundo se derrumbara alrededor de mí. Un beso me transformó en algo que odiaba y rompió en pedazos al hombre que amaba. Un beso que todavía podía probar y no me atreví a lamentar. Oh, yo estaba segura que me dirigía directo al infierno por gente como Jagger Bateman—. Te amo, Will. Siempre te he amado. Has sido la persona en la que podía confiar. Nunca quise que esto sucediera. —Quiero saber exactamente lo que pasó. Imágenes se dispararon a través de mi cerebro. Jagger encima de mí, sus ojos devorándome, la sensación de su lengua acariciando mi boca, la forma en que disparó la lujuria dentro de mí como si la hubieran inyectado con una aguja. —No, no quieres. —¡Dejaste que te tocara! —Su angustia me destrozó—. ¡Tú lo besaste! —Sí. —Me merecía esto. Me merecía lo que quería lanzarme, todo mientras no hablara de Peyton nuevamente. —¿Te arrepientes? —Will… —Mentir era algo que no podía hacer y no haría. —¿Te. Arrepientes? —Su voz me sacudió hasta la médula. Me mordí el labio inferior, todavía sensible del beso de Jagger, y vergonzosamente, yo quería más. —No —le susurré.

Un grito salió arrancado de su garganta. —¡Te amo! ¡Tengo cuidado contigo! ¡Sé cómo cuidar de ti! ¿Por qué, Lee? ¿Por qué? Porque hay algo en mí que no puede mantenerse alejada de él, que está atraída hacia él como un imán. —No lo sé. Pero si te amara de la forma que te mereces ser amado, no le hubiese regresado el beso. —Caminé hacia él—. No merezco tu perdón ni tu comprensión. Lo que hice fue terrible, y no espero que entiendas ni me absuelvas. Me acarició la mejilla. —¿Y si quiero? ¿Si quiero decir: “Te perdono”, y que volvamos a la vida como de costumbre? Me aparté. —Solo... no puedo. No debería haber ocurrido, pero no puedo volver. —No ahora que sé cómo se debe sentir un beso. —No te voy a dejar ir tan fácilmente. La gente comete errores. ¡Ding! ¡Ding! —La pizza está aquí —le susurré. Tal actividad normal, sucediendo durante la segunda mayor agitación en mi vida. —Voy yo. —Will se deslizó por delante de mí, sacando su billetera, y abrió la puerta—. ¿Cuánto te deb… ¿Qué diablos crees que haces aquí? —Ella te lo contó. —¡Jagger! Corrí por el pasillo, pero Will mantenía bloqueada la puerta. Jagger era unos buenos diez centímetros más alto, y me vio fácilmente sobre la cabeza de Will—. Tu reloj. Sé que te gusta usarlo. —Lo sostuvo en alto. Will se lo arrebató de la mano de Jagger y me miró con ojos entrecerrados. —¿Te quitaste tu reloj? ¿En qué diablos pensabas? Mi barbilla se levantó. —Que tal vez quería experimentar algo sin que se me esté diciendo que no debería. Me agarró de la muñeca y fijó el reloj con rápidas y ásperas manos. —Qué imprudente. —Se volvió hacia Jagger y lo empujó con ambas manos—. ¡Tú haces que sea imprudente! ¡No tienes ni idea de lo que ella necesita, bastardo egoísta! — Siguió a Jagger fuera, hacia el pórtico. —¡Will! —Corrí para salir de detrás de él—. ¡No! Demasiado tarde. Jagger fijó sus ojos con los míos cuando Will giró y le dio en la cara con el puño; fue un golpe seco que no se pareció en nada a los efectos de una película. La cabeza de Jagger se movió, pero él pareció recibirlo como si nada. Limpió la gota de sangre de su labio y rotó su mandíbula. —Me lo merezco, por besarla cuando está contigo, pero no vas a volver a golpearme. Will acunó su mano. —Voy a acabar contigo. —Will, por favor...

—¿En serio lo estás defendiendo? —Me soltó sobre su hombro. Jagger me miró una vez, luego tensó su mandíbula y sacudió su cabeza hacia Will. —Ella es inocente, Carter. Fue mi culpa. —Eso no fue lo que dijo ella. Los ojos de Jagger se ampliaron mientras se encontraba con los míos. Sus hombros se tensaron, sus brazos colgando con los puños cerrados. —Me hago responsable por ella. —¡Ja! ¡Si supieras lo que significa ser responsable por ella! ¡Eres el bastardo más arrogante y egoísta que he conocido! —Sí. Pero eso no significa que no sea capaz de estar con alguien. —Me miró—. De estar contigo, Paisley. Mi corazón se volcó, hizo piruetas y aterrizó en mi estómago. Quería más de mí que ese beso. Will se giró de nuevo, pero Jagger lo eludió haciendo que cayera junto a él. —No voy a hacerte daño, Carter, pero no me vas a golpearme de nuevo. —¡Argh! —gritó Will, alcanzándolo y golpeándolo en el estómago con su hombro, causando que los dos cayeran en la casa, empujando la mesa del vestíbulo de entrada, que se deslizó por el pasillo en piezas, al tiempo que Jagger ancló a Will a la pared. —¡Maldición, para! —gritó Jagger. Mi corazón se aceleró, y puse mi mano sobre mi pecho, deseando que haya algo que pudiera hacer para que se detengan antes de que alguien se lastime. —¿Se van a detener ustedes dos? —Mi cabeza daba vueltas, y de repente, no podía recuperar el aliento. —¡No! —gritó Will—. No vas a ganar esto. ¡No la vas a conseguir también a ella! —Lanzó el brazo de nuevo, y Jagger simplemente se movió, preparado. El puño de Will hizo un agujero en la pared—. ¡Maldita sea! —Apartó su mano de la pared, se volteó y volvió a la carga. Bip. Bip. Bip. Will patinó hasta detenerse a unos metros de Jagger, sus ojos encontrando los míos en pánico. —Respiraciones profundas, Lee. Hice callar la alarma, cerré los ojos y reduje mi respiración, tomando tirones profundos de oxígeno que calmaron mi ritmo cardíaco. —Estoy... bien. —Tres respiraciones más y el golpeteo se alivió, desvaneciendo el vértigo—. De verdad, estoy bien. —“Bien” es la última palabra que usaría para describir esto. No estás bien, yo no estoy bien, y él —señaló con el dedo a Jagger, que se había trasladado para

pararse a mi lado—, es la persona más jodida que nunca podrías elegir para tener a tu lado. —Caminó en la sala de estar, recogiendo sus cosas, teniendo en cuenta el sonido. No podía darme la oportunidad de mirar a Jagger. No quería ver esos ojos ni contemplar todo lo que había sucedido. Quería vivir en la negación, ignorar que arranqué la gravedad de mi mundo. Ni siquiera me hallaba en caída libre. Oh, no, flotaba en un lugar donde la física no era aplicable. Yo estaba perdida. Jagger se acercó y me apretó la mano, centrándome. Will nos pasó sin una segunda mirada, con su mochila al hombro. —No voy a rendirme tan fácil, Lee. Voy a estar cerca cuando él meta la pata y te deje rota. Salió sin cerrar la puerta, tomando el último año de mi vida con él. —¿Paisley? —cuestionó en voz baja Jagger, pero me negué a mirarlo a los ojos—. Lo dije en serio. Olvida todo lo que dije sobre las distracciones. Quiero estar contigo. —Solo necesito que te vayas, Jagger. ¿Por favor? —Me retraje y dejé caer su mano. —No quiero dejarte sola. Me quedé mirando los restos destrozados de mi mesa. —Necesito que me des algo de tiempo. Miré en el espejo y vi su reflejo. Nos miramos a los ojos, y la electricidad pasó entre nosotros como siempre; aquella silenciosa conexión que teníamos me acababa de costar lo que, había creído, era mi futuro. —Te doy un día. Eso es todo lo que puedo sobrevivir. Voy a estar aquí en veinticuatro horas. Se marchó.

Traducido por Mire Corregido por Daniela Agrafojo

A veces hay cosas más grandes, más importantes que tú mismo, y lamento que todavía no las hayas encontrado. Pero yo las tengo.

Jagger Tres minutos hasta que hubieran pasado exactamente veinticuatro horas. Gracias a Dios que era sábado, y no tenía que lidiar con Carter. Iba a ser un placer épico cuando voláramos juntos el lunes. Dos horas de sueño fueron todo lo que logré. Cada vez que cerraba los ojos, la veía debajo de mí, arqueándose hacia mi boca. Sentía sus manos en mi pelo, la probaba en mis labios. Un maldito beso, y era adicto. También fui un idiota y destrocé su relación de un año. Él era el equivocado para ella, pero no le di una salida exactamente suave. ¿Qué si ella no salía? Detuve ese pensamiento antes de que pudiera consumir más mi cabeza. No podía volver con él, no después de la forma en que había reaccionado a mí, a nosotros. ¿Qué si eres el único que lo sintió? —Cállate de una puta vez —murmuré para mí mismo. Genial, ahora me estaba volviendo loco. El número en el reloj del salpicadero cambió, y me dirigí hacia la puerta principal, con una única peonía en mano. Mi estómago se revolvió, y mis palmas se humedecieron mientras tocaba el timbre.

—¡Espera un segundo! —La voz de Morgan era amortiguada por la puerta. No vomites. Le tomó una eternidad llegar a la puerta. Su cabello castaño se hallaba en un moño desordenado arriba de su cabeza, y sus ojos tenían un borde rojo. —Te ves como el infierno. —Las palabras salieron de mi boca antes de pensar. Mierda—. Lo siento. Digo, ¿te ves como si necesitaras un buen descanso por la noche? —Bueno, no eres el ejemplo de la caballerosidad —dijo arrastrando las palabras con las cejas arqueadas—. Lee no está aquí. Miré de nuevo para asegurarme de que no alucinaba. —¿No es ese su coche en el camino de entrada? Morgan miró más allá de mí. —Sí, pero está en Birmingham por el fin de semana. —¿Qué está haciendo en Birmingham? —Tratando un corazón roto. Mi estómago se apretó. —¿Está sola? Morgan negó, y una parte de mi alma amenazó con marchitarse. —No, pero tampoco está con Will. Su mamá está ahí con ella. —Oh, gracias a Dios. ¿Estás tratando de matarme? Se arrancó las gafas de sol, y sus ojos se estrecharon. —¿Matarte? ¿Matarte? Debes ser el imbécil más grande que camina en el planeta en este momento. Lo entiendo, eres sexy, y ella estuvo enganchada desde el momento en que caminaste por esa playa. Y, por supuesto, tienes toda esa cosa de salvador a tu favor, pero destrozaste su mundo entero en formas de las que no sabes nada. Así que sí, a lo mejor siento, como su mejor amiga, que tengo que decírtelo. Maldita sea. No tiraba golpes. —No lo planeé. Quiero decir, sí, he pensado bastante en eso desde que la saqué del agua, pero respeté que se encontrara en una relación. Sin embargo, luego me di cuenta que era Carter, y no podía no luchar por ella. No cuando cada maldita célula de mi cuerpo grita que me pertenece. —Solo... —Suspiró—. Ugh. Jagger, dame eso. Voy a entregárselo. —Tomó la flor y luego acarreó su bolso fuera de la puerta. La cerró y se volvió hacia mí—. Mira, ambos sabemos que no eran buenos juntos, pero eso no quiere decir que ellos lo supieran. Ayer por la mañana, ella se habría casado con él si se lo hubiera pedido, y tú destripaste todo ese futuro. —Por besarla. —Por existir. Lee no es la típica…

—No tienes que decirme eso. Es extraordinaria. —Cállate y escucha. —Señaló con su dedo hacia mí—. Ella no deja entrar a la gente fácilmente, y hasta ahora, no tenía que hacerlo. Me tenía mí, que la conozco básicamente de toda su vida, y a Will, quien la vio crecer. Will, quien puede que la trate como a una niña, pero es un gran tipo y seguro estará allí para recogerla cuando lo necesite. Tú le quitaste eso. Como si no me sintiera como una mierda ya. Bueno, la parte de mí que no se encontraba lista para lanzarse de la emoción de solo tener una oportunidad con ella. Pero sí, ¿la otra parte de mí? Jodida. —Entonces, será mejor que estés listo para entrar, porque no necesita un pequeño aviador. Ella necesita un hombre lo suficientemente fuerte como para soportar sus propios problemas y llevarla. ¿Qué me perdía aquí? Era algo que no iba a decirme, tendría que escucharlo de Paisley. En ese momento, la determinación se desplegó dentro de mí, extendiéndose desde mi pecho a través de mis apéndices, hasta que llegó a mis manos y pies. Me sentí... fuerte, capaz y decidido. —Déjame preocuparme por Paisley. Puedo aguantar más de lo que imaginas. Pasó junto a mí, dirigiéndose a su coche. —Esa es la respuesta fácil, Jagger. Piénsalo, y si no estás listo para levantarte, no aparezcas. Ella estaría mejor sin ti. No se molestó en decir adiós, solo tiró la bolsa en su maletero y se fue. Un hilo de esperanza se tejió a mi alrededor. Si había una cosa que odiaba, era ser subestimando. Podía hacer esto. Podía estar con Paisley, abordar cualquier cosa por ella. La escuela de aviación era dura, pero mis calificaciones se mantenían arriba en la Lista por Orden de Mérito. Ella no iba a ser una distracción; en todo caso, era mi incentivo para probarme a mí mismo. Dropkick Murphys sonó, y saqué mi teléfono, conteniendo la respiración. El número de Seattle succionó toda esperanza de que fuera Paisley. —Es Jagger. —¿Señor Bateman? —La mujer al otro extremo tenía ese tono, el que anunciaba malas noticias. —Ese soy yo. —Estoy llamando por Anna… —¿Sí? —Mi estómago cayó, y apoyé mi mano a un lado del Defender. —Lo siento mucho, señor, pero tengo que decirle que ella salió esta mañana. Se ha ido.

No. Otra vez.

—Ya han pasado dos semanas, ¿qué quieres decir con que no puedes encontrarla? —Mi celular tomó el impacto de mi ira. Un par de cabezas en el pasillo de la biblioteca se volvieron en mi dirección, y bajé la voz—. Para esto es que te pago. —No parece querer que la encuentren esta vez. —Me importa un carajo lo que quiera Anna. Revisa sus tarjetas de crédito, su cuenta bancaria, y llama a todos los ex que tiene. —La idea de que estuviera quedándose con cualquiera de esos idiotas repugnantes me revolvió el estómago. ¿Por qué no me llamaba? Ella siempre me llamaba. —Ya lo hice —espetó Paul—. Este es mi sexto año haciendo esto, Jag. Corta tu mierda y confía en mí. A menos que prefieras contratar a otro investigador privado. —Sabes que eres la única persona en quien confío. Solo encuéntrala, maldita sea. —Marqué el botón de finalizar e ignoré los reflejos boquiabiertos de los chicos detrás de mí mientras abría la puerta. Saqué mi cubierta y encerré mi ira en una caja como si le perteneciera a otra persona, porque lo hacía—. Hola, Alice. La envejecida bibliotecaria sonrió. —Hola, teniente Bateman. Hemos estado extrañándote por aquí. —En realidad extrañé estar aquí. Fui a reunir algunos muebles esta semana y me di cuenta de que dejé mi bolsa de herramientas aquí. —La noche que besé a Paisley. —Bueno, solo ve ahí atrás y agárralo. —Gracias, Alice. —Tomé las escaleras de dos en dos y me dirigí a la sala de almacenamiento. Las alcobas de estudio estaban casi vacías, y la puerta de la sala de almacenamiento se hallaba abierta. Mi bolsa seguía en la mesa de trabajo. La levanté y eché un vistazo alrededor de la habitación con una buena dosis de orgullo. Nosotros habíamos hecho esto, tomamos un gran lío y lo transformamos en algo útil, necesario. El exceso de libros había sido perfectamente organizado, sin duda, obra de Paisley.

—No lo hagas, no te olvides de mí —cantó ella, bailando en la sala de almacenamiento, y cada músculo de mi cuerpo se congeló. Con los brazos llenos de libros, pateó la puerta para cerrarla y siguió cantando. Tenía puestos los auriculares y pasó rápidamente, con su espalda hacia mí. Trató de tener cuidado, pero los libros cayeron de sus manos sobre la mesa de centro. Sacudía su cadera con la música. Sus vaqueros destacaron cada curva, abrazando su culo como un sueño húmedo, y su suéter entallado era un tono más oscuro que sus ojos. Finalmente. Después de dos semanas, sentí que podía respirar. La ráfaga de dulce oxígeno me llenó, y la observé durante unos segundos más, fingiendo que me quería allí... fingiendo que me quería. Su silencio desde el beso lo decía todo. —Podrías… ¡Oh, Dios mío! —gritó cuando me atrapó observándola. Un tirón de la cuerda, y los auriculares cayeron—. ¡Jagger! ¿Cuánto tiempo has estado allí? Sonreí, tan malditamente feliz de estar cerca de ella. —Lo suficiente para adivinar que has estado viendo The Breakfast Club. Sus mejillas se sonrojaron. —Pude haber tenido una maratón de John Hughes esta última semana. —Se nota. Metió su cabello detrás de sus orejas, y mis manos picaron por pasar las hebras a través de mis dedos. —Entonces... —murmuró, apoyándose en la mesa. La mesa en la que la besé. —Entonces... —Traté de pensar en algo más que el sonido de sus gemidos cuando acaricié su paladar con mi lengua. Bueno, mierda, ahora eso era en todo lo que podía pensar. —Gracias por las flores —dijo en voz baja. Pasé mi lengua por los dientes, pero mi perforación no estaba, ya que me hallaba en uniforme, y no tenía el mismo efecto calmante. —¿Te refieres a las que dejé en tu puerta todos los días? Sostuvo mi mirada. —Sí, esas. Son hermosas. —Igual que tú. —Jagger… —No lo hagas, Paisley. Recibí el mensaje alto y claro. No creo que pueda soportar más rechazo. ¿No estar allí el día después? Sí, puedo entender eso, pero joder, he logrado tener una conversación civilizada con Carter, ¿pero no verme? No es que eso hubiera sido agradable, pero habíamos llegado a un acuerdo decente para dejar los problemas personales fuera de la aeronave. Ninguno de los dos

podía permitirse bajar nuestras calificaciones porque no podíamos manejar el ser profesionales. —Estuve fuera la mayor parte de eso. —¿En Birmingham? —Sus cejas se alzaron—. Sí, Morgan me lo dijo. —¿Lo hizo? —Frotó sus dedos por el centro de su pecho, haciendo notar sus nervios. —Sí, dijo que tú y tu madre se encontraban fuera remendando tu corazón roto o algo así. —Retorcí mí cubierta en mi mano—. No quería arruinar tu relación, ni a ti. Solo... sucedió. Juro que no fue premeditado. No es que no lo hubiera pensado, porque besarte parece ser todo lo que pienso cuando estoy cerca de ti, pero esa noche... —No —rogó, con sus ojos cerrados—. Esa noche... Nunca me sentí... —Sus hombros se desplomaron—. Lo que hice, besarte, estuvo mal. Mierda. Gira el cuchillo un poco más. —No porque no lo quisiera. Creo que ambos sabemos que hay algo aquí. Pero nunca traicioné a alguien. Odio lo que le hice a Will, cuando él no ha hecho más que tratar de cuidar de mí. —Entiendo. —Puse la bolsa de herramientas sobre la mesa. —Pero no puedes. En realidad no. Tal vez algún día entenderás lo que ha hecho por mí. —Se cubrió la cara con las manos. Las alejé suavemente. —No te culpes por esto. Yo soy el que te besó. Nuestros ojos se encontraron, y ahí se encontraba otra vez, esa corriente eléctrica que se disparaba desde mi corazón, a través de mi polla, hasta anclarse en mi alma. —También te quería. Supe todo el tiempo que ser amigos era peligroso, que me sentía atraída por ti. Mi estómago saltó. —¿Sentías? —No seas estúpido, Jagger. Por supuesto que todavía me siento atraída por ti. Te ves —pasó sus ojos sobre mi cuerpo— así. Toda mujer con pulso va a sentirse atraída por ti. Una comisura de mi boca se curvó. —Solo hay un pulso que me concierne, y ella no parece quererme. Nos quedamos estancados por más respiraciones de las que pude contar, midiendo las reacciones del otro, ambos inseguros de qué decir a continuación. —No puedo estar contigo.

Joder, eso duele. Me habría doblado si no hubiera estado sosteniendo sus manos. Pasé mis pulgares sobre su piel suave. —Tendrás que darme una razón. Ella apartó sus manos, como si justo ahora hubiera notado que las sostenía. —No tienes ni idea en lo que te estás metiendo conmigo. Yo no... —Jugó con su reloj, deslizándolo a lo largo de su muñeca—. Jagger, no soy una buena idea para ti. —Yo tampoco soy un paseo en el parque. —Forcé una sonrisa—. Debajo de este guapo y aun así misteriosamente tatuado exterior está alguien que no confía en nada ni nadie. Tampoco sabes todo sobre mí. Diría que tú y yo estamos bastante parejos. —Como amigos. —Eso es todo lo que quieres. —Dime que estoy equivocado. Por favor. Se agarró del borde del mostrador. —Eso es todo lo que te puedo dar. Mierda. Apreté mi mandíbula y asentí, no porque estuviera de acuerdo con eso, sino porque era el único movimiento que era capaz de hacer. No había nada que pudiera decir que no saliera como un ruego, y me negaba a rogarle a una mujer que ya estaba decidida. Había aprendido esa lección hace mucho tiempo. Tomé mi bolsa de herramientas y salí de allí lo más rápido posible, ignorando cuando llamó mi nombre en un suave y hosco suspiro. Qué demonios. Le hice frente a mi padre, labré una vida para mí, y aun así me encontraba literalmente huyendo de una pequeña rubia que no tenía un hueso de maldad en su cuerpo. Tiré la bolsa de herramientas sin contemplaciones en el camión y marqué el número de Josh. —¿Qué pasa? —preguntó. —Gimnasio. El otro lado estuvo callado por un par de respiraciones. —Recogeré a Masters y te encuentro allí. —Está bien. —Jagger, no golpees nada hasta que yo llegue. —Sí. —Colgué, colocando cuidadosamente mi celular en el portavasos, así no lo arrojaba por la ventana. El camino fue corto, y el rock pesado saliendo a través de mis altavoces no hizo nada para calmar la furia absoluta hirviendo dentro de mí. Dejé a Lucy en el estacionamiento, agarré mi bolsa de gimnasio y me dirigí al interior.

Josh entró al vestuario, Masters sobre sus talones, mientras me amarraba los zapatos, listo para ir. Ambos se encontraban ya vestidos para el entrenamiento. —¿Listo? —preguntó Josh. No tenía que decir nada. Caminamos hacia el saco de boxeo, y Masters quitó las pesas. El tipo era enorme por una razón. Josh sostuvo el saco, y después de que mis manos estuvieron envueltas, estampé mis puños en este. Golpe por golpe, las vibraciones corrieron por mis brazos, liberando la ira, el dolor, la frustración. Después de unos minutos, mi corazón latía con fuerza, la opresión en mi pecho se alivió, y mis golpes se desaceleraron. —¿Esto tiene algo que ver con las peonías en tu coche? Golpeé la bolsa de nuevo. —Quiere que seamos amigos. Solo amigos. — Golpeé entre cada palabra—. Los amigos no se besan así. —Auch. —Esperó un par más de golpes—. ¿Qué vas a hacer al respecto? Me detuve, mi pecho agitado. —¿Qué demonios puedo hacer al respecto? ¿Rogar? —Sí. Me burlé de él. —Claro. Puedo humillarme mientras ella me rechaza de nuevo. De ninguna jodida manera. —Entonces no la mereces. Me lancé al golpe, arrojando todo mi peso detrás de él. El impulso se llevó a Josh, golpeándolo contra la lona. Mierda. Antes de que pudiera disculparme, se levantó y se apoderó de la bolsa, ignorando que lo había lanzado sobre su culo. —¿Rogarías? ¿En serio te abrirías así y rogarías? —¿No viste la mierda por la que me arrastré por Ember? —Me miró como si fuera un idiota. Tenía un punto. —Jag, las buenas valen el ruego, las suplicas y, básicamente, mutilar tu corazón. Mi risa bordeó la autocrítica. —No sé por qué diablos estoy tan cabreado. Honestamente, es lo mejor. Esto es lo que quería, ¿no? No tengo una mierda para ofrecerle. —Me sequé el sudor de la frente—. No tengo nada más que un corazón para mutilar. —Tonterías. ¿Ese dolor que estás sintiendo? ¿Ese miedo a que ella hable en serio, a que no puedas convencerla de lo contrario? A eso debes aferrarte. La ira no te llevará a ninguna parte. —Sonrió—. Además, recuerdo a alguien comprándome

un par de rodilleras y diciéndome que aguantara y aceptara tanto como Ember pudiera darme durante todo el tiempo que necesitara para recomponerse. Golpeé la bolsa nuevamente, centrándome en la técnica y no en la ira ciega. —Sí, bueno, todos excepto tú veían la forma en la que te miraba, la forma en la que los dos básicamente orbitaban alrededor del otro. Pero no todo el mundo son Ember y tú. Josh empujó la bolsa fuera de mi alcance, deteniendo efectivamente mis golpes, y esperó a que lo mirara. —Maldición, no seas estúpido. Me tomó medio segundo notar el ambiente que tenían en la biblioteca. Por no hablar de la pista de hielo, el bar, nómbralo tú. Así que toma tu propia medicina. Aguanta y traga tanto como Paisley pueda darte por el tiempo que necesita para recomponerse. No le ruegues, convéncela. Ella no es Anna, Jag. No va a abandonarte. Bien podría haberme golpeado. Pestañeé. No había pensado en comparar las dos mujeres, pero con la mierda que pasaba con Anna... sí, eso interfería con Paisley. —¿Ya terminaron, niñas? —preguntó Grayson, acercándose—. Necesito un lugar. —Adelante. Tengo que encontrar unas rodilleras. —Me alejé de la estera sintiendo como si hubiera dejado caer veinte kilos sobre ella. Ahora solo necesitaba convencer a Morgan para que me ayudara.

Traducido por Val_17 Corregido por Nana Maddox

9. Celebrar mi vigésimo primer cumpleaños.

Paisley El desayuno de esta semana había sido cambiado por una cena el sábado por la noche, ya que papá estuvo de servicio temporal en Washington la mayor parte de la semana. ¿Lo malo sobre la cena? No había una hora de finalización específica. El desayuno era sencillo, un poco Oye, tengo que ir a clases, y podía escapar. ¿La cena? No tanto. Enjuagué el último plato y lo deslicé en el lavavajillas. —Eso debería terminar los platos. —Él juró que estaría en casa a las seis, hoy, de todos los días —murmuró mamá para sí misma. —Oh, no hay problema. Ambas sabemos que estaría aquí si pudiera. No estoy enojada. —No era el primer cumpleaños que se perdía, y no sería el último. Por suerte tenía la edad suficiente para entender que el bien de muchos superaba la necesidad de unos pocos. —Bueno, ¿puedo llevarte a ver una película o algo así? Reprimí una sonrisa. No había nada que mamá odiara más que ir a una sala de cine. Corrió por las colinas la primera vez que sus zapatos entraron en contacto con un refresco derramado. —No, señora. Esto fue perfecto. Me dio una suave sonrisa. —Es muy agradable tenerte cerca. Mi teléfono me alertó de un mensaje, y me sequé las manos en un paño. Un golpecito rápido de mi dedo, y el nombre de Jagger apareció en mi pantalla. Jagger: Un ratoncito podría haberme dicho que es tu cumpleaños.

Mordí mi labio inferior para evitar dejar escapar un chillido de alegría. Amigos. Éramos amigos de nuevo. Ese era el trato que le ofrecí, y supongo que lo aceptaba. No importaba que quisiera más. Solo lo lastimaría —y distraería— y no podía dejar que eso pasara. Yo: Es cierto. Jagger: ¿Quieres tener un verdadero cumpleaños número 21? Yo: ¿Qué te hace pensar que no voy a tener una enorme y alucinante fiesta? Jagger: Porque no me invitaste, así que posiblemente no podría ser una buena fiesta. —¿Quién te está haciendo sonreír de ese modo? —Mamá colgó su delantal y volvió su mirada inquisidora hacia mí. Maldición. —Un amigo, mamá. —Mmm-hmm. Ignoré el tono de su voz. Ella sabía que algo andaba mal entre Will y yo, pero no le dije que rompimos. Dado que habíamos pasado más de una semana en Birmingham entre las pruebas programadas y reprogramadas, ella lo dejó pasar. Bueno, al menos hasta que llegaran los resultados. Hasta entonces tenía ciento cuarenta y tres días… e iba a usar cada uno de ellos. Por suerte, había visto las clases por Skype, o mi promedio probablemente estaría dando vueltas por el desagüe. Yo: Tal vez estoy en medio de una fiesta salvaje. Jagger: Sí, escuché que tu mamá realmente sabe cómo hacer una fiesta. Yo: ¿Cómo lo supiste? Los perros ladraron un instante antes de que el timbre de la puerta sonara. —Tienes que estar bromeando. Mamá levantó las cejas hacia mí mientras se dirigía a la puerta. —¿Esperas a alguien? Ya era hora de que Will se pasara por aquí. —No, mamá… Llegué al pasillo de entrada cuando ella abrió la puerta. —Oh. Morgan. Es un placer verte. Un segundo. ¿Qué? —¿Morgan? —Esperaba que mi voz no sonara tan decepcionada como me sentía. —¡Ahí estás! ¡Vamos, cumpleañera! —Tiró de mí hacia la puerta. Apenas pude agarrar mi bolso de la mesita de entrada—. ¡Fue bueno verla, señora Donovan!

—Igualmente, querida. Lee… —¡Sí, tomaré mis medicinas! —contesté, riendo mientras trataba de no tropezarme con mis propios pies a medida que Morgan tiraba de mí por las escaleras—. Morgan, ¿qué demonios estamos haciendo? —Patinamos alrededor del pórtico delantero, y jadeé cuando la calzada quedó a la vista. Lucy. Jagger. Se apoyaba contra la pintura amarilla, con la gorra de béisbol al revés, usando vaqueros que quería quitarle y una ajustada camiseta de Dropkick Murphys. Solo amigos. No, no podía lamer espontáneamente sus abdominales para ver si sabían tan bien como se veían. Entonces sonrió, y recordé la urgente presión de sus labios en los míos, la forma en que susurró mi nombre. Tragué saliva y reproduje mi mantra de “solo amigos” en mi cabeza. —¿Jagger? —Entra, Pajarito cumpleañera. Morgan saltó delante de mí y abrió la puerta trasera, dado que vi que Masters ya ocupaba el lado del acompañante. —¿A dónde vamos? —¿Tu lista dice algo sobre viajes inesperados? —No soy un hobbit. Se apartó de Lucy y caminó hacia mí. Un pequeño espacio separó su mano de mi mejilla antes de que lo pensara mejor y la bajara. —Bueno, ¿qué tal si prometo que puedes marcar una casilla de tu lista si entras al auto? Si lo que tengo planeado no está en ella, entonces escoges algo, y lo tacharemos. —¿Amigos? —Necesitaba esa línea claramente delineada. —Jodidas rodilleras —murmuró, cerrando los ojos brevemente. —¿Qué? —Sí, incluso traje a Masters y Morgan como chaperones. —Realmente no estoy vestida para nada… —Miré mi simple camiseta con cuello V, una bufanda infinita, y sandalias. —Te ves increíble. Ahora entra al auto. Lo hice.

Casi dos horas más tarde, el portero me sonrió y dijo—: Feliz cumpleaños — mientras marcaba mi muñeca con una cinta verde. Sonreí y le mostré mi premio a Morgan, quien rodó los ojos. —No te hagas alguna idea, Paisley Lynn. —Todavía no puedo creer que nos consiguieras entradas. —La banda de apertura se encontraba sobre el escenario mientras Jagger nos guiaba por la pequeña área en Panama City. Dropkick Murphys. Increíble. —Cuando vi que venían, no pude dejarlo pasar. —Compramos bebidas en un puesto de ventas, luego nos dirigimos por las escaleras hacia la zona—. ¿Estás seguro de que solo es agua? —Sí, solo agua. —El alcohol era un no-no gigante, lo cual casi me desanimó esta noche. ¿Cuál era la gracia de cumplir veintiún años si no podía tomar un solo trago en mi cumpleaños? —Sobria en tu vigésimo primer cumpleaños. Es un crimen. —Me gusta romper los estereotipos —respondí mientras nos acercábamos al escenario—. ¿Dónde están nuestros asientos? ¿Los pasamos? —Me guió hacia delante hasta que lo único que quedaba era la primera fila—. No puede ser. ¡No puede ser! —Salté un poco y lancé mis brazos alrededor de su cuello—. ¡Gracias! Sus brazos rodearon mi espalda. —Solo lo mejor para la cumpleañera. —Sus labios rozaron mi oreja antes de que me apartara. Encontramos nuestros asientos cuando la banda subió al escenario, pero estuve fuera de él al momento en que comenzaron a tocar. Me perdí sin nada entre la música y yo, y Jagger a mi lado. Canté todas las canciones hasta que mi voz estaba ronca, la energía en cada verso elevándome más y más hasta que me sentí invencible. Fue perfecto, y luego se acabó. Jagger tomó mi mano y me llevó a través de la multitud hacia la salida. Una vez que pasamos la congestión de la entrada, me soltó la mano, y fruncí el ceño ante mi propia decepción. —¿Y bien? —Abrió la puerta de Lucy para mí. —¡Eso fue increíble! —Mi rostro dolía por tanto sonreír—. ¡El cumpleaños perfecto, gracias! —¿Lista para volver a casa? La energía zumbaba a través de mí. —¿Hay algún lugar al que podríamos ir a bailar por aquí?

—¿Lee? —cuestionó Morgan—. ¿Bailar? ¿En serio? —El club La Vela está aquí —ofreció Jagger—. Es bastante legendario. —Como el club más legendario en la nación —comentó Masters. —Es mi cumpleaños —le rogué a Morgan—. ¿Alguna vez has oído que quiera salir? Negó con la cabeza y me llevó a un lado. —No, ¿pero crees que sea una buena idea? —Sí. Morgan suspiró. —Solo mantenlo dentro de lo razonable. —Oh, vamos. Estamos hablando de mí.

Traducido por Mary Warner Corregido por Dafne

Siempre has visto mi pérdida de control, mi imprudencia como mi mayor debilidad. Tal vez, solo tal vez, es mi mayor fuerza.

Jagger La semana de acción de gracias llenó el club con una multitud, y la música estaba muy alta, resonando al ritmo de mis latidos. Paisley se inclinó a través del bar, realzando su culo, y fulminé con la mirada a uno de los pendejos ansiosos que se encontraba lejos. Sus perfectos labios se cerraron alrededor de la paja de su tercera copa, y ese guiño que acaba de darme decía que definitivamente se había dado cuenta. Morgan se deslizó detrás de ella, habiendo estado bailando todo este tiempo. —¡Suficiente! —gritó ella, tratando de ser oída sobre los retumbantes bajos. —Tengo veintiuno, Morgan. ¡Dame una noche! —Tiró su brazo sobre el hombro de Morgan y saltó del taburete de la barra, vacilando un segundo antes de estabilizarse. Morgan miró los vasos vacíos frente a ella. —¿Tres? ¡No seas imprudente! —Morgan, dale un respiro. La mayoría de los chicos de veintiún años están críticos y vomitando a estas alturas. Tenemos suerte de que siga consiente. — Master rodó sus ojos sobre su té dulce. —Bueno, ella no te dijo que beber interfiere con su medicamento, ¿o sí? — preguntó Morgan.

—¿Sus medicamentos para el asma? No tenía idea. —Mierda. Fui yo quien le ofreció el primer trago. —¿Asma? ¡Ay! —Morgan agarró su pie izquierdo, frotándose la planta. —¿Estás bien? —preguntó Paisley. Hizo una mueca a través de una sonrisa. —Sí, solo… me golpeé el dedo. Malditos tacones. —Miró a Paisley. —Creo que estaré bien por una noche, Morgan. Comprobé las cajas y todo. —Tuvieron alguna clase de intercambio en silencio donde hablaron a través de gestos manuales y cejas. Necesitaba un intérprete u otra cerveza. —¡Quiero bailar! —declaró Paisley, meneado su trasero. Había abandonado la camiseta de manga larga en el coche, optando por la camiseta de corte bajo que le había comprado en el concierto, y ahora deseaba que se hubiese dejado puesta la otra. Las curvas de sus pechos estaban demasiado visibles, demasiado cerca, y era simplemente demasiado—. ¿Jagger? —Giró esos ojos verdes hacia mí y no apartó la mirada mientras ataba su cabello en alguna clase de moño sobre su cabeza. Pequeños mechones sexys se escaparon, enmarcando su rostro. —¿Bailar? —grazné. Esa sonrisa casi me destruyó. —Los amigos bailan. Se deslizó junto a mí, y agarrando mi mano me llevó a la pista ya saturada, y fui tras ella. Mantuve una distancia respetable, lo cual en un club significaba cerca de un centímetro o dos. Las parejas que nos rodeaban se retorcían con la música, más de una recorriendo distintas bases. Ella alzó los brazos por encima de su cabeza y cerró sus ojos en abandono, moviendo su cuerpo con el palpitar de la música. Era exquisita y erótica en el mismo aliento, y estaba hipnotizado. Sus ojos se abrieron al mismo momento que bajó sus brazos y apoyó sus manos en mi pecho. Su mirada se alzó en abierto desafío, que descaradamente ignoré hasta que agarró mis manos y las puso sobre sus caderas. Bien. Podía hacer esto. Peleé con el impulso de agarrar sus curvas y atraerla hacia mí, y lo logré… hasta que ella puso su cuerpo contra mí. —Mierda —silbé mientras ella deslizaba una de sus piernas entre las mías, montando mi muslo. —Eso está mejor —ronroneó. Me rendí y me moví con ella, cuidadoso de no dejar que mis manos se deslizaran a esa deleitable curva de su culo por la que había estado babeando toda la noche. Como si hubiese leído mi mente y decidido probar mi resolución, se dio la vuelta abruptamente, dándome la espalda, y presionándose hacia mí. Sus manos

recorrieron arriba y abajo mis muslos, y luego fueron detrás de ella para acariciar los costados de mis abdominales. Ella acaba de… Sip. Levantó la camisa y pasó sus manos sobre mi piel desnuda. Su caricia me excitó, esparciendo calor por mi cuerpo y concentrándose en la única área que no podía esconder mientras ella se presionaba contra mí. Maldita sea, en menos tiempo del que tomó cambiar la canción, yo estaba duro como las vigas que sostenían el bar. Paisley finalmente lo descubrió, jadeando y aquietando sus movimientos. Mis dedos se flexionaron en sus caderas, esperando su reacción. Una respiración. Dos. Giró su cabeza hacia mí y encontró mis ojos. Sus pupilas estaban dilatadas cubriendo la mayor parte del verde en sus ojos. Sabía que era el alcohol, pero ella desdibujaba mi juicio, sobre todo cuando sus labios se separaron y descendió unos centímetros, para luego levantarse, frotándose contra mi polla. Gemí, y ella cogió ritmo. El sudor estalló en nosotros mientras la canción cambiaba. Las pequeñas gotas a lo largo de su piel reflejaban los colores de las luces. Elevó sus brazos, flexionando los codos para acariciar la piel resbaladiza de mi nuca y elevando sus pechos. Aparté la mirada, sabiendo que había una línea, y aunque ella podía bailar alrededor de ésta, yo no. No mientras estuviera borracha. Su reloj sonó, cerca de mi oído. Ella no pareció oírlo, así que ll evé su muñeca frente a su cara, frotando su palma con mi pulgar. Se quedó quieta el tiempo suficiente para apagar el sonido y luego se volvió en mis brazos y la apreté contra mí. —Me estás matando, Paisley —gruñí en su oreja. Se rió, arrastrándome más profundamente hacia el borde. —Dime algo. ¿Los amigos se besan? —Entonces tomó el lóbulo de mi oreja en su boca y apretó los dientes suavemente sobre la piel. Mierda. —Depende de qué clase de beso. —Traté de mantener mi cerebro en mi cabeza y no en mis pantalones. Se apartó un par de centímetros y su mirada cayó a mis labios, deslizando fuera su lengua para lamer los suyos. —¿Qué hay de esto? —Se balanceó sobre la punta de sus pies y me besó. La presión de sus labios era dulce contra los míos, a pesar del movimiento a nuestro alrededor. Tiró de mi labio inferior en una suave mordida mientras se retiraba lentamente. —¿No voy a tener un beso de cumpleaños? —preguntó arrastrando las palabras. Sus ojos entrecerrados estaban fijos en los míos, y sí, la alarma sonó en mi cabeza, recordándome que actuaba así por el alcohol, pero yo simplemente estaba

intoxicado por ella. La encontré a mitad de camino, agarrando su cadera en una mano y acunando su cara en la otra. Mi boca se inclinó sobre la suya, y se abrió para mí mientras mi lengua se deslizaba más allá de la barrera de sus dientes para acariciar la de ella. Sabía a piña por sus tragos, y sin poder evitarlo, profundicé el beso durante más tiempo. Se presionó contra mí, y apenas reprimí un gemido. No me había imaginado en la biblioteca, que besar a Paisley sería mejor que el sexo con alguna otra chica con la que alguna vez había estado. Su agarre se apretó en mi cuello, y mi mano se desplazó a su trasero; para sostenerla, me justifiqué. Ella era toda suave y dócil, lista para lo que fuese que yo quisiera. Ese momento de absoluta entrega —el momento en el que por lo general declaro la victoria y me dirijo al coche para echar un polvo— me sacudió más que cualquier bofetada que me hubiesen dado. Esta era Paisley, la misma chica que había sacado del agua. La misma chica que sabía no daba besos a la ligera, y mucho menos los iniciaba en una pista de baile. Esto era debido al alcohol, y mientras podía actuar como un imbécil y argumentar que yo también había estado bebiendo, simplemente no era lo bastante bueno para mí, y era mucho menos de lo que se merecía. No había suficientes maldiciones para describir cuán difícil fue, pero logré apartarme. —Eso definitivamente no fue un beso amistoso. —Pero fue divertido. —Su sonrisa se deslizó más allá de ebria al reino de los borrachos. Besé su frente, inhalando el aroma de su pelo y el dejo de sal en su piel. — Vamos a llevarte a casa, Pajarito. Alguien detrás de mí quitó el brazo de Paisley de mi cuello, y casi lo golpeé antes de darme cuenta que era Morgan. Ella puso el reloj de Paisley en su rostro. — Dos veces, Lee. Sé que es tu cumpleaños, pero no exageres. Mi frente se frunció mientras Paisley miraba a su mejor amiga. —¿Eres mi madre? Morgan suspiró. —Eres tan divertida cuando estás borracha. Paisley soltó una risita. —No estoy —resopló—, borracha. —No es muy resistente —me reí. —Aparte de la cerveza que Will le dio el verano que teníamos quince años, esta es la primera vez que ha tomado alcohol —la provocó, pero su labio curvado

se convirtió en una sonrisa completa—. Ah, mi Lee. —Acunó su rostro—. No es frecuente que yo sea la responsable, pero estás más borracha que Cooter Brown3 . —¿Qué? Paisley arrojó sus manos a mi alrededor otra vez, riendo. —Eso es sureño para “lleva a la chica a casa”. —Con mucho gusto. —Enrosqué mi brazo alrededor de su cintura y salimos, recogiendo a Masters en nuestro camino. Él desbloqueó las puertas, y levanté a Paisley. —¿Te sientas conmigo? —preguntó, y porque era estúpido, o masoquista, lo que sea, estuve de acuerdo. A decir verdad, estaba hambriento por ella, y tomaría casi cualquier cosa que pudiera conseguir. La senté atrás mientras Morgan y Masters tomaban los asientos delanteros. Las luces a lo largo de la carretera iluminaban su rostro mientras nos íbamos de Panamá City Beach. Dejándose el cinturón puesto, ella se inclinó, poniendo su cabeza en mi regazo, y me miró. La música proveniente de los asientos delanteros nos hacía sentir aislados. —¿Por qué quieres tanto volar? De todas las preguntas que podría haber formulado, al menos de esta sabía la respuesta. —Mi padre me llevó a un espectáculo aéreo cuando tenía diez años, y había un Apache allí. El piloto me puso en la cabina y solo me sentí como en… casa. Como si ahí fuera donde debería estar. Recuerdo mirar a través de los vidrios y ver los rotores contra el cielo azul y pensar que era como quería pasar mi vida. Entonces al año siguiente, en mi cumpleaños, mi madre tenía un paseo privado preparado para mí. No en un Apache, por supuesto, pero desde ese momento, eso fue todo lo que quise hacer: volar. —Una vez hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la Tierra, con la vista mirando al Cielo, porque ya has estado allí, y allí desearás volver. —Ella me sonrió cálidamente—. Da Vinci. Mi pulgar se deslizó a través de sus mejillas. —Sí, exactamente eso. —Tu madre, ¿está orgullosa? Mi sonrisa vaciló. —Mi turno. —Por supuesto. —¿Por qué estás tan empeñada en ser solo amigos? ¿Es debido a Will? —Si ella iba a por mis más profundos secretos, yo iría a por los de ella. Cooter Brown, también llamado Cootie Brown, es un nombre usado en metáfora y como sinónimo de borracho, mayoritariamente en la zona sureña de EEUU. 3

Dejó salir un gran suspiro. —Ah, Will. No es tanto sobre él. Quiero decir, sí en parte. Saltar de él a ti pondría mi moral en tela de juicio, ¿no? Pero más que eso, no quiero distraerte… ni herirte. No sabiendo cuanto quieres volar. No es que no te quiera, Jagger. Solo me da miedo el terminar destruyéndote. —Ella frotó el costado de su cara contra mi mano mientras yo intentaba recuperarme—. ¿Tu mamá? Por supuesto. Mi instinto fue desviarla, besarla para hacerle olvidar lo que había preguntado, o negarme de plano. Pero la quería. Cada parte de ella. Lo cual significaba que iba a tener que mostrarle cada parte de mí, incluso los lados feos, y solo rezar para que no huyera. —Ella murió cuando tenía dieciséis. Se cayó del balcón de su cuarto y se rompió el cuello en el impacto. Fue la manera más estúpida de morir para una mujer como ella. Era hermosa, e inteligente, y tan… viva, siempre buscando la próxima emoción, sin darse por satisfecha con, bueno, la alegría. Oh, y hacía los mejores brownies. —Omití la parte donde vi su camisón blanco empapado en su sangre cuando miré sobre la barandilla. —Oh, Dios mío, Jagger. Lo siento tanto. Continué, sin dejar entrar a la emoción, pero quería, necesitaba que ella supiera. —Mi padre… él no estaba muy presente, incluso cuando era pequeño. Aparecía cuando nos necesitaba, y dejó que nos valiéramos por nuestros propios medios la gran parte del tiempo. Nada cambió después de que ella murió. —¿Es por eso que te fuiste? Mi mandíbula se endureció, e ignoré la pregunta. No íbamos a acercarnos a eso… a Anna. —Para mi decimosexto cumpleaños, mi mamá me consiguió lecciones de vuelo. Tuve mi último examen de vuelo el día que cumplí diecisiete y me convertí legalmente en un piloto comercial. —Te fuiste al día siguiente. —Por eso esto es fácil para mí. Nunca ha sido solo sobre volar, sino sobre Apaches. —Apreté mis labios para evitar decir algo más. —Gracias por esta noche, por decirme. Acaricié su cuello con mis dedos, y dejé que mis pulgares rozaran sus labios. —Feliz cumpleaños, Paisley. —Una pregunta más. —Me estás matando. —Malditos esos ojos y su habilidad para sacar mierda de mí. —Lo sé, pero si pudieras elegir tú, con respecto a mí… ¿Qué escogerías? El alcohol la hacía audaz. —¿A qué te refieres? —evadí. —¿Amigos? ¿Una relación? ¿Una aventura caliente? ¿Qué?

Tragué, deseando que estuviera sobria para esta conversación. —Dijiste solo amigos, y estoy tratando de respetar eso. Sé que acabas de salir de una relación. —¿Qué quieres tú? —preguntó de nuevo, con un poco de súplica en su tono. Bajé la mirada hacia ella y vi claramente dos posibilidades. Podía dejar mis defensas intactas, jugar la carta de amigos y continuar. O podría arriesgarme a ser destruido, quemarme hasta los cimientos. ¿A quién diablos engañaba? Ya estaba en llamas por ella. Mi corazón la había reclamado como mía al momento en que la saqué del agua, y no la había dejado desde entonces. —¿Jagger? —Su voz era más suave. A la mierda. —Quiero todo, Paisley. Quiero tus sonrisas, tus risas, tus besos. Sí, quiero ser tu mejor amigo y más. Quiero sentir tus brazos a mi alrededor en las noches, probar tus labios para el desayuno y quiero escuchar mi nombre en tus labios cuando te haga correrte. Quiero estudiar en el sofá mientras tú haces la tarea. Quiero pelearme y reconciliarme contigo. Quiero asumir las cargas que llevas, incluso sobre las que aún no me dices, y quiero… quiero todo. Ella me miró, pequeñas respiraciones saliendo de sus labios entreabiertos. —¿Y si no puedo darte eso? ¿Si todo lo que puedo es ser amigos? Me incliné hacia abajo, en un ángulo extraño y la besé, trazando ligeramente los contornos de su labios con mi lengua antes de alzar mi cabeza. —Esa es la cuestión. Me conformo con cualquier parte que quieras darme. Eso es lo mucho que quiero cada parte de ti. —No quiero estar rota —murmuró; sus ojos finalmente perdiendo la batalla y cerrándose. —No lo estás —le aseguré, retirando el cabello de su cara, sabiendo que se había dormido. No fue claro, pero escuché su murmullo. —Ciento cuarenta y tres días, Jagger… ciento cuarenta y tres días.

Traducido por NicoleM Corregido por Kora

26. Hacer un viaje por carretera.

Paisley Víspera de Navidad; ciento dieciocho días. Terminé el lazo del regalo de papá después del almuerzo y llevé el paquete al árbol. Me detuve y lo admiré, observando la forma en que las luces quedaban atrapadas en los adornos de colores. Me encantaba la Navidad, y este año todo lo relacionado con la temporada pareció disolverse entre el estudio, los finales y el pasar tiempo con Jagger. No es que hubiéramos cruzado esa línea de amigos de nuevo. Oh, no. Había aparecido la mañana siguiente a mi cumpleaños con una botella gigante de agua y Tylenol. Luego se quedó sentado estudiando a mi lado mientras yo veía todas las películas de Crepúsculo, solo levantando la mirada para hacer comentarios sarcásticos sobre brillantes machos beta. Habíamos pasado nuestro tiempo estudiando junto al otro, hablando, nadando y pasando cada momento disponible juntos hasta darnos las buenas noches. El mes pasado había sido el mejor y el más molesto de mi vida. El mejor porque él estaba cerca de mí en cada oportunidad disponible. El más molesto porque cuanto más lo quería, más sabía que no debía hacerlo. Mi móvil vibró en mi bolsillo trasero. Desbloqueé la pantalla y sonreí. Jagger: Feliz víspera de Navidad. Parece que nevará aquí esta noche. ¿Celosa? Yo: Demasiado. ¿Divirtiéndote en Nashville? Jagger: Un poco. Echo de menos a mi amiga. Yo: Yo también te echo de menos. Saluda a Ember de mi parte.

Jagger: Lo haré, Pajarito. Yo: ¿Qué esperas recibir para Navidad? Jagger: A ti envuelta con un gran lazo rojo. Yo: Eres incorregible. Jagger: Prefiero tenaz, motivado, determinado. Yo: LOL. Ve a celebrar la víspera de Navidad. Suspiré, el sonido fue horriblemente melodramático, y me pregunté por millonésima vez si era una idiota por no estar con él. Mi móvil sonó de nuevo, esta vez con la alarma de mis medicinas, y mientras me tragaba tres pastillas me sentí más firme acerca de mi decisión. Me quedaban ciento dieciocho días, y ¿perder a un amigo? Eso era recuperable. ¿Pero perder a un ser querido? Eso destruiría a Jagger. Me habían dado los resultados de las pruebas hacía dos semanas. La obstrucción estaba empeorando, pero los medicamentos desaceleraban los latidos de mi corazón, manteniéndome relativamente libre de síntomas. Quizás eso era una maldición, el sentirme feliz ignorando cómo mi cuerpo se venía abajo cuando todavía estaba en él. Si me estaba muriendo, ¿no debería sentirlo? Los perros ladraron cuando la puerta principal se abrió. —Ah, ¡Will! —anunció mama. ¿Qué demonios?—. Estoy tan contenta de que estés aquí. ¡Lee! —gritó mientras giraba la esquina en el pasillo principal—. Mira quién está aquí para verte. —Susurró en mi oído al pasar—: Arregla esto, Lee. No es justo. Él es de la familia. Hice una mueca, pero no le respondí. —Hola. Sonrió, pero fue reservado. Esperó hasta que mamá se fue y luego hizo un gesto hacia la escalera. Tomamos asiento. —Tu madre me dijo que tenía que venir y hablar contigo. —Por supuesto que lo hizo. Nunca podría dejar de entrometerse. —¿Todo bien? —preguntó—. ¿Los finales van bien? —Sí, no ha cambiado mucho. Todavía saco excelentes. ¿Y tú? —Estoy bien. Creo que he superado a Bateman en la LOM, así que tengo eso a mi favor. Ignoré su golpe. —Tienes más que eso a tu favor. Apretó mi mano. —Dios, sí que te he echado de menos. Estar separados durante un mes ha sido horrible, pero también muy bueno para mí. Me dio tiempo para pensar.

—También te he echado de menos —respondí honestamente. Se aclaró la garganta. —Está bien, esto es muy incómodo, pero ¿por qué no estás saliendo con él? —¿Es eso realmente asunto tuyo? Se rió. —Novia o no, siempre has sido asunto mío, Lee. Además, Peyton me hizo prometerle que cuidaría de ti, y siempre lo haré. Mi mirada se movió a la suya. —¿Qué? Apretó mi mano. —Tenías razón, por mucho que no quisiera admitirlo. Te quiero, pero no es el tipo de amor que cualquiera de nosotros necesita, o merece. —Nunca voy a ser Peyton. Sus ojos ámbar brillaban con un destello de dolor. —No eres Peyton. Eres única. Tú. Estando contigo... pensé que podría aferrarme a ella, aferrarme a todo lo que se había desarrollado entre nosotros. —¿La amabas? —pregunté, finalmente necesitando saberlo. Tragó saliva. —Sí, lo hice. Pero nunca fue correspondido. Nunca salimos, ni nos dimos más que un beso. Cuando me pidió que cuidara de ti, amarte solo vino naturalmente. Siempre te amaré, Lee. Simplemente fuiste mucho más rápida en darte cuenta de que no estábamos bien. Apoyé mi cabeza en su hombro familiar. —Lamento mucho cómo sucedió. —También yo, pero si no hubiera sucedido así todavía estaríamos juntos, y eso no es lo mejor para ninguno de los dos. —Su hombro se posó en mí—. Ahora deja de evadir la pregunta. ¿Cómo te sientes sobre Bateman? Esa era la pregunta del millón, últimamente. —Estoy... él es... puf. —Así de clara al respecto, ¿eh? —Lo quiero más que a cualquier otra cosa, pero él no puede amarme. —Es fácil amarte. Por mucho que no soporte a ese hijo de puta arrogante, está loco por ti. Lo sé todo sobre las flores, los almuerzos y el hecho de que dedica casi cada minuto del día para ti. —Le lancé una mirada inquisitiva y sonrió—. Compañeros de vuelo, ¿recuerdas? Entonces, ¿cuál es el gran problema? Pensé que eso era lo que querían todas las chicas. —¿Y si se enamora de mí? Ciento dieciocho días, Will. ¿Qué clase de monstruo sin corazón sería si cogiera su amor para ser feliz y luego dejarlo así? —No sigas diciendo eso. No eres Peyton. No estás en su línea de tiempo.

—No sabes eso. —Yo sí lo sabía. Lo sentía en mis huesos, de la misma manera en que sabía que un marcapasos no iba a salvarme. Nunca iba a ser mayor que mi hermana. —Ni tú. ¿Él lo sabe ya? —No. Suspiró. —Debes decírselo. No malgastes una oportunidad de ser feliz, realmente feliz, solo porque estés asustada. Confía en mí, lo lamentarás más que cualquier otra cosa. —Besó mi frente—. Te mereces algo mejor que él, Lee, pero no dejes que yo te lo impida. Todos merecemos tomar nuestras propias decisiones, cometer nuestros propios errores. —¿Crees que él es un error? —Lo que yo crea ya no importa. Lo dije en serio. Voy a estar cerca cuando él meta la pata. Te recogeré y te desempolvaré. Pero, cuando eso pase, la pregunta es: ¿te sentirás estúpida por dejar que eso pase? La voz de Jagger hizo eco en mis oídos. —No. Estaré agradecida por haber aprovechado la oportunidad. La sonrisa de Will era triste mientras se levantaba. —Entonces esa es tu respuesta, Lee. Feliz Navidad. —Feliz Navidad, Will. Nos miramos a los ojos mientras abría la puerta. —Ella... Peyton te diría que fueras a por ello. Diría algo completamente terrible sobre cuán guapo es y te diría que fueras a por él. Me reí. —Sí que lo haría. Asintió una vez y luego cerró la puerta detrás de él. Sus pasos ni siquiera habían desaparecido de la puerta antes de que mamá estuviera en el pasillo de entrada. —Bueno, ¿están los dos bien? ¿Vendrá a cenar esta noche? Me puse de pie. —No, mamá. Terminamos. —¿Qué? ¿Cómo es posible? ¡Estamos hablando de Will! —Puso las manos en sus caderas y me acomodé para recibir un agradable y largo sermón. —Entonces sal tú con él —dije mientras papá salía de su oficina. —Bueno, ¡nunca haré eso! ¡Will Carter es lo mejor para ti, Lee! Ya es un miembro de esta familia. La culpa no funcionó esta vez porque Will ya había cortado las amarras. Era libre. —No puedes conservar a Peyton manteniéndonos juntos a Will y a mí. Él no va a traerla de vuelta.

Su cabeza se sacudió como si la hubiera golpeado. —Eso no viene al caso, jovencita. —¿No? —pregunté suavemente. —Lee —advirtió papa. —Mamá, hay alguien más, alguien a quien quiero más que respirar. Alguien que me hace sentir viva, que puede que no conozca cada detalle sobre mí pero que sí conoce quién soy realmente y no desea que sea Peyton. Por favor, solo déjame ser feliz. Sacudió su cabeza. —Will era la única persona a quien confiábamos tu salud. —Necesitas confiar en mí. —Bueno, dadas las decisiones completamente ridículas que estás tomando a pesar de tu condición, parece que eso no va a suceder. Vas a tener que mudarte a Nueva York con nosotros. —¡Magnolia! —gruñó papa—. ¿Has perdido la cabeza? —¿Nueva York? —pregunté, mi mirada corriendo a toda velocidad entre los dos. Papá puso su brazo a mi alrededor. —He estado aquí durante más de dos años, Lee. Seré transferido a West Point en verano. —Habíamos considerado dejar que te quedaras aquí, pero sin Will velando por ti simplemente tendrás que venir con nosotros. Balbuceé. Otro cambio de base. Otra mudanza. —Mi vida está aquí. Estoy en la universidad, y tengo una casa, amigos. No tengo que ir con ustedes. —Es tu elección —concordó papá con un apretón de manos. —¡No, no lo es! —gritó mamá—. Si estás empeñada en permanecer aquí, nos distanciaremos de ti. No habrá ayuda para la matricula, para el alquiler, para libros o para tu vida. Tu seguro caducará, y estarás por tu cuenta. Mi boca cayó abierta. —¿Estás tan desesperada por tenerme atada con una correa? —¡Necesitas una! Ya ha pasado otro mes y no le has dado al doctor Larondy el visto bueno para que te ponga el marcapasos. Estás siendo infantil, así que te trataremos como a una niña. ¡La vida es demasiado corta para ponerla en peligro! —¡Es mi corazón, mamá! ¡Mi vida, mi decisión! —La vida era demasiado corta para ser imparcial, y sus comentarios me empujaron en la dirección opuesta a la que ella había estado esperando.

—¡Entonces toma la decisión correcta! —gritó, con la voz áspera y rota—. Trátame como la mala, pero no me importa lo que quieras. No cuando estás siendo ridícula. ¡Ya he perdido a Peyton! —Su respiración se volvió un jadeo, sacudiendo sus hombros. Uno de los perros gimoteó, rompiendo el silencio. Papá sacudió su cabeza a mamá. —Bueno, me acabas de perder a mí también —dije a pesar del nudo en mi garganta. Abracé a papá—. Feliz Navidad, papá. —Ella no ha querido decir eso, Paisley. Simplemente está asustada. Nunca te haríamos eso —susurró—. Feliz Navidad. Le di un apretón y caminé hacia la puerta. Tardé una hora para empacar, ignorando todos los mensajes texto y las seis llamadas perdidas de mamá en mi móvil. En cambio, dejé las mías propias, y esperaba que tuviera una habitación para uno más en Navidad. Le dejé a Morgan una nota, ya que estaba con sus padres, y me puse en marcha, pero no antes de parar en la tienda por la última cosa que necesitaba. El viaje fue largo y tranquilo. No escuché música, solamente dejé que mis pensamientos se ordenaran solos. Marcapasos, cirugía, muerte. Estas eran las palabras que me iban asaltando como si tuviera que elegir entre helado de fresa y de vainilla. Pero todo aquel que dijo que era una decisión fácil no era el que tenía que hacerla. El doctor Larondy había dicho que tenía algo de tiempo antes de que tuviera que elegir, e iba a utilizar cada segundo de él. Solo quería vivir, no la media existencia llena de límites y de visitas al médico, sino verdaderamente vivir, como reclamaban esos puntos en la lista. Si pudiera vivir estos próximos ciento dieciocho días y terminar la lista, entonces consideraría una de sus soluciones, pero no iba a sentirme incompleta cuando me abrieran e intentaran curarme. Seguí cada indicación que marcó el GPS hasta que cinco horas y media más tarde, estacioné frente a un bonito complejo de apartamentos. Subí la cremallera de mi abrigo mientras los primeros copos de nieve caían y se pegaban a mi bolsa en el maletero. Lo más estúpido que has hecho. Una locura, y no podía estar más feliz al respecto. Mi corazón se sintió bien al subir las escaleras, pero tenía un nudo en el estómago mientras abría la puerta de entrada. Comparé el número con la dirección en el mensaje de texto, tragué saliva y llamé.

—Qué, ¿has olvidado tu llave? —dijo él a través de la puerta, y contuve la respiración. —Suerte que han llamado a la puerta —dijo una voz femenina—. Quiero decir, ¡imagínate si hubiéramos estado ocupados! —Se rió, y se me revolvió el estómago. ¿Quién era? ¿Qué si se había cansado de ser solo amigos? ¿Qué si le había hecho esperar demasiado tiempo y ya no estaba interesado? Las cerraduras se abrieron, y luego la puerta. La joven mujer que había respondido era hermosa y exótica de una manera en que yo nunca sería. Su piel morena era impecable y contrastaba con sus ojos de color verde claro. —¿Puedo ayudarte? —preguntó con una sonrisa sincera. —Estaba... Buscaba a alguien —tartamudeé, temerosa de que la oportunidad que había aprovechado estuviera a punto de pasarse al bando de las cosas más estúpidas que había hecho. —¿Paisley? —La incrédula voz provenía de detrás de la chica. Forcé una sonrisa temblorosa mientras Jagger apartaba suavemente a la chica de su camino. —Hola. Su boca se quedó abierta por un segundo, y me empapé de él con avidez. Había estado desaparecido durante cuatro días y, dado el contacto diario que normalmente teníamos, se sintió como toda una vida. Su camisa de manga larga moldeaba sus músculos y sus pantalones seguían su ejemplo. —Solo... solo quería... —Sacudí la cabeza y forcé una sonrisa—. No sabía que estarías... ya sabes —hice un gesto hacia donde la chica nos miraba con confusión—, ocupado. —¿Con Sam? —Sus cejas se fruncieron y luego se arquearon—. Oh, Paisley, no. Sam es la mejor amiga de Ember. Solíamos vivir el uno al lado del otro en Colorado. Solo es una amiga. Adelante. Sacudí mi cabeza, insegura por primera vez desde que me detuve en esa tienda en Daleville. —¿Amigo como nosotros? Jagger salió al pasillo, cerrando la puerta detrás de él. Su mirada recorrió mi cuerpo, caliente como siempre, y maldije las partes de mí que saltaron a la vida. Sobre todo si había estado teniendo relaciones amistosas con esa hermosa chica. —Dios, te he extrañado. —¿Amigos como nosotros? —repetí, necesitando saberlo. De pie frente a él, sabiendo lo que quería ahora, era la más dulce tortura. —Nadie es amigo como nosotros. —Cruzó sus brazos sobre el pecho—. Estoy emocionado de verte, pero ¿por qué no estás con tu familia? Me lancé de cabeza. —Quería estar contigo.

Su respiración se detuvo y sus ojos se estrecharon un poco con confusión. Debía explicarme. —Quiero estar contigo, Jagger —articulé cada palabra con lentitud y luego desabroché el cinturón de mi abrigo negro, revelando la parte superior de mi blusa blanca y mis pantalones, donde había atado en mi pecho una cinta roja gigante—. Feliz Navidad. Un latido pasó, luego dos, tres y cuatro antes de que una sonrisa se extendiera lentamente por su rostro. Era increíble, tanto por dentro como por fuera, y quizá mío. —Pero tengo que decirte algo primero. —Más tarde. Extendió su mano como un relámpago, acunando mi cuello y tirando de mí hacia él, aplastando su boca contra la mía. Me incliné hacia él, pasando mis brazos alrededor de su cuello y besándolo como había fantaseado durante el último mes. Chupé su lengua en mi boca y fui recompensada con un gemido. Nos dio la vuelta y me presionó contra la puerta. Enganché una de mis piernas alrededor de su cadera y pasó su mano por la parte de atrás de mi muslo, levantándome, así me hallaba a la altura de su rostro. —Dime que lo dices en serio —gruñó contra mi cuello, alternando entre lamidas y mordiscos que me hacían arquearme para darle mejor acceso. —Lo digo en serio —jadeé. Este era el mejor viaje por carretera de todos con diferencia, y todavía no había pasado más allá de la puerta principal. Mis manos se enroscaron en su pelo. —¿Eres mía? Me habría reído si él no pareciera tan aprehensivo. —Sí. —Dilo. Una inyección de lujuria pura se disparó a través de mí ante la demanda en sus ojos. —Soy tuya, Jagger. —Gracias a Dios —susurró contra mis labios antes de hundirse en mí. Sabía a uno de esos caramelos de menta excitantes de los que ahora sabía que era adicto, y su lengua envió deliciosos escalofríos a través de mi columna a la piscina dentro de mi vientre. Inclinó mi cabeza, besándome más profundamente, y gemí, desesperada por estar más cerca de él. Se encontraba en todas partes, abrumando cada sentido, dentro de mi boca, sosteniéndome por mi trasero y aun así acunando mi cabeza como si fuera algo precioso. Sacudí mis caderas contra él y aspiró una bocanada de aire entre sus dientes apretados. Me dio un lento embestida, acariciando mi entrepierna hasta mi hueso pélvico, y casi grité. Si podía causar ese tipo de reacción con la ropa puesta, ¿cómo sería una vez que estuviéramos sin ella? Espera, ¿me encontraba incluso lista para eso? Solo me había acostado con Will.

Se apartó, acariciando con su pulgar mi pómulo, y sonrió. Cargados segundos pasaron mientras nos mirábamos el uno al otro, sonriendo como tontos. —Dilo —ordené, necesitando una declaración más grande que su lengua en mi boca. —He sido tuyo desde el segundo en que abriste tus ojos en la playa. Mi mirada cayó hasta sus labios. Quería su boca de nuevo, así que la tomé. Rápidamente se hundió en mí, acariciando con su lengua el lugar sensible justo detrás de mis dientes, y caí en su ritmo. Arrugué la tela de su camisa en mis manos y tiré de ella hacia arriba. Necesitaba el calor de su piel desnuda acariciando la mía. Se hallaba atrapada entre nosotros, pero liberó a su pecho de ella con unos pocos movimientos. Sí. —Guau. Supongo que no están interesados en la comida china, ¿no? —Una voz masculina irrumpió a través de la neblina. —Diría que no. Pero ¿cómo hacemos para pasar por su lado y entrar en la casa? —respondió una mujer. Josh y Ember. Jagger caminó hacia atrás, flexionando sus bíceps mientras cargaba mi peso fácilmente hasta que estuvo al otro lado del pasillo, haciendo que mis rodillas se presionaran con la pared del vecino. Entonces me besó de nuevo, sin importarle que acabáramos de ser pillados como un par de hormonales adolescentes de secundaria. Oí el débil sonido de la puerta abriéndose y cerrándose. pecho.

—Jagger... —murmuré contra su boca, pero me ignoró hasta que empujé su

—¿Qué? —preguntó, besando mi cuello hasta ese mágico lugar que era más o menos un botón para abrir mis muslos. Espera, ya estaban abiertos. Incluso mejor. —Estamos en el pasillo. —¿Y? Levanté mi cabeza y arqueé una ceja. —El pasillo, Jagger. Apoyó su frente contra la mía. —He esperado una eternidad para besarte, y ¿ahora dictas dónde puedo hacerlo? Me bajó hasta que mis pies tocaron el suelo. Nunca antes fui tan consciente de nuestra diferencia de altura. —¿Qué tal en cualquier parte menos en el pasillo? Sonrió, atrapando la punta de su lengua entre los dientes. Y que Dios me ayude, era sexy. Pecaminosamente sexy. —Trato hecho. —Me besó una vez más, suavemente—. Eso no cuenta. Intenté calmarme, pero estaba sonrojada, mi cabello revuelto y ahora tenía que enfrentarme a las personas que nos habían pillado besándonos.

—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida —murmuró contra mi cuello, moviendo mi cabello a un lado mientras nos encontrábamos parados ante la puerta de Ember. Pasó su lengua a lo largo de mi piel, y escalofríos estallaron en mis brazos. —Pasillo, Jagger. Se rió. —Sí, sí. Entramos al apartamento entre aplausos de Sam, Ember y Josh. —Le daría un nueve coma dos. Tengo que descontar puntos porque la ropa sigue puesta — gritó Josh. Mis mejillas se calentaron hasta el punto en que pensé que llamas podrían estallar en cualquier segundo. Jagger cogió mi mano, besó mis nudillos e hizo una reverencia. Me guiñó un ojo mientras se ponía de pie en toda su altura, y me derretí. Era increíblemente sexy, magnético, imprudente, con un toque de retorcido y todo mío. Feliz Navidad para mí.

Traducido por CrisCras Corregido por Val_17

Ella tenía sus días, ¿sabes? En los que todo era genial. Muy buenos. Quería pasar la eternidad en esos días. Pero luego caería en espiral y nos arrastraría al resto con ella.

Jagger La cena terminó, todos nos quedamos en la sala de estar acomodados al azar en el sofá de secciones de Ember. Tenía a Paisley acurrucada a mi alrededor, con su cabeza metida contra mi pecho. Presioné un beso en su pelo simplemente porque podía. Era mía. Condujo desde Fort Rucker y ató un maldito lazo rojo a su alrededor. La. Mejor. Navidad. De. Todos. Los. Tiempos. —¿Tuviste noticias de tu madre, Sam? —preguntó Ember. Ella asintió con la boca llena de palomitas. —¿Cuánto tiempo más? —pregunté. —Seis meses. Honestamente, debí haberme quedado en Colorado. Pero no iba a pagar por ello, así que era venir con ella a Campbell o valerme por mí misma. Los ojos de Paisley se abrieron mucho, pero no dijo nada. Sus modales nunca le permitirían curiosear. Pero Sam lo vio y le dedicó una media sonrisa. — Me salí de la escuela, así que mi madre retiró su soporte económico a menos que viniera con ella. Fue desplegada, y ahora me encuentro atascada aquí. —Hazme saber si hay algo que pueda hacer por ti —ofreció Paisley, y lo loco es que sabía que lo decía en serio. Desplegado. Esa palabra significaba algo diferente con Paisley en mis brazos. Todavía me quedaban dieciocho meses duros en la escuela de vuelo, pero

vendría de forma inevitable, y me marcharía… y rezaría por volver a casa con ella. No pienses en ello. —Sam, siempre eres bienvenida en Alabama. Tengo una habitación extra y todo, solo dime —ofrecí. Levantó su cerveza en un saludo militar y asintió a modo de gracias. Paisley soltó un bostezo que provocó el mío. —¿Estás lista para ir a dormir? —pregunté. Asintió. —Bien, también yo. —Le sonreí. Me sonrió, pero había algo fuera de lugar en ello—. ¿Estás bien? —¡Perfecta! —Su voz vaciló. —Ustedes tomen la habitación de invitados. Hay una cama enorme allí — ofreció Sam. Paisley se tensó y me dedicó la sonrisa pública de labios cerrados —. Acamparé en el sofá. —No querría que hicieras eso. Podemos encontrar un hotel —protesté. Paisley iba a romperse por la mitad si se ponía más rígida. —Es Navidad —discutió Ember—. Toma la maldita habitación. —¿Qué, no vas a ofrecer ir todas las chicas en una habitación, los chicos en otra? —bromeé con Josh. Sacudió la cabeza, frotando círculos en la espalda de Ember. —Eres sexy y todo, Jag. Pero creo que me quedaré con Ember. Es más suave. Ella lo golpeó con un cojín. —Última puerta a la derecha, Paisley. Si necesitas cualquier cosa, solo pídelo. —Muchas gracias por recibirme —dijo, sus modales en efecto. Agarré mi bolso de la esquina y lancé el suyo sobre mi hombro, caminando a la habitación de invitados mientras me seguía. Entró en la habitación y miró fijamente la cama, cruzando los brazos y sosteniendo sus codos. Ah. Lo entendía. Cerré la puerta, dejé ambos bolsos cerca de la cómoda, y tiré de mi camiseta por encima de mi cabeza. Su respiración se quedó atascada, pero la neblina llena de lujuria que por lo general se apoderaba de sus ojos no estaba allí. Oh, no, esa apreciación habitual había sido reemplazada por aprensión. —¿No vas a desvestirte? —¿Cuán lejos tendría que presionar? —¿Q-qué? —tartamudeó.

—Bueno, no vas a dormir con tu ropa, ¿verdad? —Desabroché mi cinturón, y sus ojos se abrieron imposiblemente amplios, como un ciervo atrapado en los faros de un auto. Burlarse de ella era malditamente divertido. —¿Ropa? Fui a matar y dejé caer mis vaqueros, pateándolos de forma que me quedé parado solo con mis boxers. —Bueno, el sexo es algo imposible con tu ropa. Tomó tres rápidas respiraciones jadeantes. —Oh, yo… tal vez… um… Se giró hacia la puerta, lista para irse, y la alcancé justo a tiempo para mantener la puerta cerrada, presionando mi brazo contra el suyo pero nada más. —Relájate, Pajarito, y dime que hay en tu mente. Se giró en mis brazos, aún en modo fugitiva. —Jagger, me encanta estar contigo, pero no creo que esté lista para… estar contigo, si me entiendes. Fingí una mirada de asombro. —¿Quieres decir que no condujiste hasta Nashville para que te desnude y adore tu cuerpo hasta que ambos estemos agotados por los orgasmos? Una chispa se encendió en sus ojos, y bajó su mirada a mis abdominales antes de retroceder, solo para verse bloqueada por la puerta. —Bueno, quiero decir… —¿La gente no tiene sexo el primer día que deciden estar en una relación? —Lo intenté, pero no pude contenerme y me reí—. Paisley, vamos. Se puso tan roja como el lazo que había estado usando, el cual ahora se encontraba a salvo en mi bolso. —Estás bromeando. —Respiró hondo—. Dulces cielos, ¡estás burlándote de mí! Envolví mis brazos a su alrededor. —Te tomó un largo tiempo darte cuenta. —Me siento como una idiota. Descalza, no alcanzaba mi clavícula, pero podía oler su champú de manzana desde aquí. —Solo quería ver cuándo retrocederías. Estrechó los ojos. —Te burlabas de mí. —Síp. —Moví mi mano a su cara, acariciando su puñado de pecas antes de pasar el pulgar por su pómulo de porcelana—. Sin importar qué, no nos mentiremos, ¿verdad? Ese siempre fue nuestro trato. Cubrió mi mano con la suya, inclinándose. —Cierto. Nada de mentiras. —Nunca te presionaré a hacer nada que no quieras, menos en el sexo. Pero tienes que ser abierta conmigo, o esto va a ser imposible. Sonrió. —Jagger, me gustaría no tener sexo contigo esta noche.

—Bien, allí se fueron mis planes para la noche. Supongo que mejor me voy a ver la televisión. —Ja. Ja. ¡Qué divertido eres! —Sacó su pijama y luego tomamos turnos en el baño, preparándonos para la cama. Nunca había estado en una escena tan doméstica con una chica. Incluso tomó prestada mi pasta de dientes. Con las luces apagadas, nos subimos a la cama, y la atraje a mis brazos. Era tan pequeña, y aun así encajaba perfectamente a mi lado. —Sabes que dormí con Will… —Sí —solté, negándome a pensar en las manos de Carter sobre su piel, su cuerpo sobre el de ella. Nop, eso haría que le reventara la cara cuando volviésemos a clases, lo cual no era exactamente justo. —Solo él, Jagger, y no fue exactamente… emocionante. No emocionante. Infiernos, sí. Yo era bueno en dos cosas: follar y volar. Alejaría el recuerdo de ese idiota con un orgasmo a la vez, o dos. El sexo era fácil. Lo hacía desde que tenía quince años. ¿Pero con Paisley? Esa era un terreno completamente diferente, una dimensión diferente. Mierda, iba a provocarme ansiedad de rendimiento, solo por pensar en ello. —Así que, soy mucho menos… experimentada que tú. No es algo que trate a la ligera. Sé que piensas un poco diferente, y no quiero decepcionarte. Su admisión hizo pedazos mi bravuconería, y por primera vez, deseé no haber dormido con tantas chicas, venir a ella un poco menos experimentado. Mucho menos experimentado. —Nunca he estado en una relación de verdad. —Extendí mi mano por la curva de su cintura, asegurándome que me encontraba en una ahora—. Sexo, claro, pero no sé qué es confiar realmente en una mujer, o hacerle el amor a una. Hay algunas cosas en las que eres mucho más experimentada que yo. —Lo descubriremos. —Llevó mi mano a sus labios para darle un beso. —Solo dame pistas de lo que estás pensando, Paisley. Prometo que no te decepcionaré. Se tensó bajo mi mano. —Hay cosas sobre mí que no sabes. —Hay toneladas de cosas sobre mí que tú no sabes —repliqué—. ¿Estás lista para decirme las tuyas? —Quería contárselo tanto como la quería a un millón de kilómetros de ello. —Todavía no, y sé que no es justo.

—Entonces no lo hagas. Vamos a hacer las cosas al revés, empezar con… — tragué—, confianza. Sin falta de comunicación, solo confianza, y luego llenaremos los espacios en blanco y ambos estaremos listos. —Mierda santa, lo dije. Ella se relajó, su cuerpo amoldándose al mío. —¿Jagger? —¿Mmm-hmm? —Nunca pasé tanto tiempo en una cama con una mujer con la ropa puesta, mucho menos con una con la que quería hablar, pero escucharía a Paisley leer una guía telefónica si ella quisiera. —¿Nada de sexo significa nada de besarse? No necesitaba que me lo preguntara dos veces y la deslicé debajo de mí. Me cerní sobre ella durante unas pocas respiraciones, bebiendo de lo exquisita que era. Su pelo extendido por toda la almohada, y sus labios llenos separados. Los tirantes de su camiseta acariciaban su clavícula, y la piel de su pecho era inmaculada, alzándose con cada respiración que tomaba. Me negué a bajar más la vista, a donde descansaban sus pechos. No había ninguna posibilidad de que jodiera esto la primera noche que la tenía. —¿Quieres saber la razón más importante por la que estoy bien con esperar para hacerte el amor? —Sí —susurró. —La anticipación es la mejor parte. Preguntarte a dónde te llevará cada beso. Enredó sus piernas con las mías. —Oh, ¿sí? —Definitivamente. —Le robé una mirada al reloj: 12:04 a.m. Lentamente, bajé mis labios a los suyos, acariciándolos ligeramente—. Feliz Navidad, Paisley. Sonrió contra mis labios. —Feliz Navidad, Jagger. Entonces me besó, la caricia más suave y cálida que jamás tuve. La envolví en mis brazos y permanecí despierto más que ella, pensando en muchas cosas. Nunca sentí nada tan correcto como tenerla en mis brazos, sus labios moviéndose con los míos. Era una sensación de hogar que no había sentido desde… bueno, un largo tiempo. Fui a la deriva, despertándome de golpe solo para asegurarme de que no soñaba y que Paisley se encontraba realmente aquí. Acaricié la línea de su cadera, mi mano deslizándose fácilmente sobre los pantalones de satén de su pijama, y al final me rendí, respirando el aroma de las manzanas.

El teléfono me despertó de golpe, y rodé a un lado, momentáneamente confuso respecto a dónde estaba mi brazo izquierdo. Ah, bajo la cabeza de Paisley. Parpadeé para recuperar la conciencia, alcanzando el teléfono. El identificador de llamadas era desconocido. Conecté el teléfono, liberando mi brazo con delicadeza. —¿Hola? —¿Jag? Santa mierda. Me senté en el borde de la cama, despierto al instante. Me incliné, descansando los codos en mis rodillas desnudas, intentando d ecidir si estaba a punto de llorar de alivio o de vomitar la cena. —¿Anna? —El susurro fue todo lo que pude manejar. —Oh, Jag —sollozó. ¿Estaba borracha? ¿Drogada? Mi estómago se estremeció. —Anna, ¿dónde estás? Dímelo. Puedo estar allí en doce horas. —Alcancé mis pantalones, poniéndomelos en un movimiento suave. —Estoy bien. No tienes que preocuparte por mí. —El ruido de una fiesta se filtró desde atrás. —¿No tengo que preocuparme? Anna, me preocupo por ti cada jodido día. —Mantuve la voz baja para no despertar a Paisley, y tiré de la camiseta por encima de mi cabeza—. Por favor, dime dónde estás. —Te echo de menos. Extraño ver tu sonrisa. ¿Eres feliz? —Sus palabras empezaron a sonar mal articuladas. —Anna, nunca seré feliz a menos que sepa dónde estás, que estás a salvo. —¿Vendrías a verme si te lo dijera? ¿Te quedarías conmigo? Mis ojos se cerraron por voluntad propia. —Por supuesto que iría. Estaré en el primer avión. —Pero no me quedaría. Sabía que sería arrastrado antes de que pudiera sacarla. Olvidaba todo sentido de tiempo y prioridades cuando me hallaba con ella—. Solo dime dónde te encuentras. Abrí mi bolso y excavé en busca de calcetines, calculando mi distancia al aeropuerto. —Oh, Jag. Te amo, pero no soy buena para ti. —Su charla se volvió pesada. —Anna, eres una parte de mí tanto como mi piel. No hay bueno ni malo, solo nosotros. Por favor, por el amor de Dios, dime dónde estás. Estoy tan condenadamente preocupado. —Tenía que decírmelo. Tenía que saber si se encontraba herida, o rota—. Al menos déjame enviarte dinero.

—Estás mejor sin mí. —No. Nunca estoy mejor sin ti. Te necesito. ¡Siempre te necesitaré! Dime a dónde ir, y estaré allí. —Esa sensación de aprensión se arrastró por mi piel. Esto iba a terminar como de costumbre. —¿Todavía me amas? Hice una pausa, mirando hacia dónde dormía Paisley, la primera oportunidad real de felicidad que había tenido. Pero ella se encontraba a salvo. Anna no, y esta no era una elección entre ellas. —Siempre te amaré, no importa dónde estés o qué hagas. ¿Puedes entender eso? Nunca te vas demasiado lejos. —No puedes salvarme. —Puedo, si me dejas. —Sus pesadas respiraciones eran ahogadas por los graves golpes del fondo. —Feliz Navidad, Jag. Te amo mucho. —Su voz se rompió en un sollozo, y el distintivo pitido me dijo que la llamada había terminado. —Feliz Navidad —le susurré, incluso aunque no podía oírme. Levanté mi teléfono, necesitando lanzarlo, destruir algo, cualquier cosa, pero si llamaba otra vez, lo necesitaría. ¿A quién demonios engañaba? Ella no iba a llamar. Me deslicé por la pared y me derrumbé, con la cabeza en las rodillas. Me senté allí durante otros cuarenta y dos minutos, observando cada minuto por la luz de mi teléfono, rezando para que sonara otra vez, para que llamara desde un número desbloqueado, y pudiera rastrearla. Una llamada y me encontraba en una inmersión, la única pregunta siendo qué tipo de fondo rocoso golpearía. Se supone que la protegiera, que la mantuviera a salvo. Se lo prometí. Había fallado, lo arruiné como siempre. Las sábanas crujieron. —¿Jagger? —Paisley se sentó y giró la cabeza hasta que me vio—. ¿Está todo bien? —Su cabello era salvaje, cayendo a su alrededor y atrapando los pequeños rayos de la farola como un halo. Ni siquiera había sido mía durante veinticuatro horas, y ya casi la había dejado para perseguir un fantasma. Sacudí la cabeza. Sus pies no hicieron ruido mientras se acercaba a mí. —¿Quieres hablar de ello? Sacudí la cabeza otra vez. Sus labios se separaron y sus ojos prácticamente goteaban simpatía mientras extendía su mano. —Entonces ven a la cama.

La tomé, luego me desnudé hasta mis boxers y me subí a la cama a su lado. Se acurrucó contra mí y levantó mi mano hasta su cadera, como si supiera que tocarla me traería alivio. Lo hizo. Entrelazó sus dedos con los míos y se movió a través de los escasos centímetros que nos separaban, presionando su cuerpo contra mí desde el hombro hasta los dedos de los pies. Sus respiraciones se igualaron al cabo de un rato hasta dormirse, y pasé mis dedos por su hombro desnudo, saboreando la suave piel. Jodí casi todo en mi vida, pero no a ella. No podía permitir que nada de mi tormenta de mierda la tocara, la afectara de ninguna manera. Anna era el círculo que no podía arreglármelas para romper; no lo rompería. ¿Pero qué pasa si me costaba a Paisley? ¿Y si no lo entendía? Me tragué el miedo, negándome a dejar que me robara la noche, el cielo de sostenerla, cuando estuve esperando durante tanto tiempo. Se deslizó de todas formas, haciendo que me aferrara a ella un poco más fuerte. Debería estar extasiado observándola dormir en mis brazos, pero solo podía concentrarme en un hecho. Ahora tenía algo que perder.

Traducido por Daniela Agrafojo Corregido por Alysse Volkov

13. Conducir temerariamente.

Paisley —¡Ah, viniste preparada! —Se sentó Ember junto a mí en la pista. —Voy a agarrarle el truco a esto. —Cerré mi chaqueta. Me ofreció una humeante taza de café de Starbucks. —No tomo café, pero te agradezco amablemente por la idea. —Jagger me lo dijo cuando viniste para Navidad. Es sidra de manzana caliente. La tomé agradecidamente. —Creo que te amo. —Ahora, ese —dijo Sam, robando la tercera taza de la bandeja—, es mi late. No estoy segura de si me he perdido esas frías citas con Josh observando, Ember. —Se deslizó por delante de mí en vaqueros y botas, tomando el otro asiento a mi lado. —Te gusta y lo sabes —se mofó Ember. —Bueno, ahora que babear sobre Jagger no es posible… Mi mirada se deslizó hacia ella, con una ceja levantada. Tenía un punto, y comenzó a reírse. —Oh, dulce pequeña Paisley. ¡Estoy tan contenta de que tengas un poco de coraje ahí debajo! —Tocó mi brazo con toda seriedad—. No estoy interesada en Jagger, lo prometo. Solo quería asegurarme de que en verdad estuvieras ahí.

—Porque conducir a Nashville era solo una pequeña excursión y eso —dije dulcemente—. La Navidad solo parecía el momento adecuado para alejar a mis padres por enrollarme en el heno. Ella escupió su café. —Buen Dios, ustedes las chicas del sur no pueden decir “vete al diablo” con una sonrisa en su rostro, ¿eh? —No te preocupes, no estás siendo insultada hasta que alguien bendiga tu corazón o te llame dulzura. Ella apoyó sus pies en la silla del frente. —Bueno, ahora eso está aclarado. —¿Tus padres todavía no te hablan? —preguntó Ember, sus ojos pegados a Josh mientras él patinaba hacia la portería. Era su tercer juego esta semana, y su último por un tiempo, ya que el permiso se terminaría pronto. —Apenas. En realidad, como que es agradable. —Sorbí la sidra, saboreando su calidez—. Lanzarán su fiesta anual mañana por la noche, así que vamos a ver cómo se toman las noticias de Jagger. —¿No saben que estás saliendo con Jagger? —preguntó Ember, sus ojos encontrando los míos. —Me imagino que mañana en la noche será el mejor momento para decirles. Demasiados testigos para que mamá lo despida o que papá lo eche del lugar. —¿No son fans de Jagger? —preguntó Sam—. Quiero decir, ese piercing en la lengua y esos tatuajes… supongo que en realidad no es el chico que llevas a casa con mamá. De nuevo, no pude evitar preguntarme cuál era la historia entre los dos, y lo vio en mi cara. —Vecinos, ¿recuerdas? Además, las chicas en el campus hablaban. Josh pudo haber sido un pequeño prostituto en sus días, pero Jagger… nunca lo he visto con la misma chica dos veces. Ember se aclaró la garganta. —Sam quiere decir que nunca lo ha visto en una relación comprometida, y es bueno verlo madurar. No dejes que te asuste. — Extendió un brazo y le dio un empujón a la silla de Sam—. No seas infeliz, Samantha. —Pero soy buena en eso. Me reí. —Me recuerdas a Morgan, mi mejor amiga. Ustedes, sin duda, se llevarían bien. —¿También la echaron de la escuela? Sacudí la cabeza. —No, pero es un espíritu afín. Ven a Alabama, y te la presentaré.

—¿Me quieres tan cerca de Jagger? —Meneó las cejas hacia mí. Tomé un largo sorbo de mi sidra. —No tientes tu suerte. Pero Josh y Jagger se han hecho amigos, sabes… —Oh, diablos, no. Me quedaré lejos de cualquier cosa en uniforme. Jagger robó el disco y voló sobre el hielo. Clavó su disparo, anotando. Salté de mi asiento, chillando como una mujer loca. Él chocó el puño con Josh y me saludó antes de otra jugada. Yo era la única de pie, y mis mejillas se calentaron, a pesar de la fría temperatura. Alisé mi abrigo y me senté, manteniendo la mirada en el hielo. Ambas, Sam y Ember, comenzaron a reírse. —Oh, estás loca por él —dijo Sam entre bocanadas de aire. Dejé escapar una sonrisa, pero no discutí. Tenían razón.

Jagger vino a través de las puertas de la pista, y sin dudar, salté sobre él. Me atrapó fácilmente. Ni siquiera lo reprendí por manosear mi trasero en público; mi boca estaba demasiado ocupada besándolo. —Entonces, ¿vienen a casa o están planeando dormir en la pista? —bromeó Josh. Me separé. —¿Quieres hacer algo conmigo? —le pregunté a Jagger. —Lo que quieras. —Esa es una oferta peligrosa, Jagger Bateman. Podría querer pintarte las uñas de los pies de color rosado. —Amaba estar al nivel de sus ojos, tan cerca que podía perderme en ese azul eléctrico. —Entonces, tendría que mantener los calcetines puestos todo el tiempo. —Oye, Jagger, creo que tienes tus malditas manos llenas con esa. —Se rió Ember, rodeando la cintura de Josh con su brazo. —Sí, Sí. —Se despidió de ella, y ellos se dirigieron a la puerta con Sam. —¿Qué tienes en mente? —Jagger nos llevó hacia la puerta, a pesar de mis pies colgando.

—Oh, solo marcar algunas casillas. —Un día tengo que ver esa infame lista. Estoy empezando a pensar que solo agregas cosas a medida que quieres hacerlas. —Espera a ver la número catorce. —Sonreí, luego me deslicé de su cuerpo y me dirigí hacia el auto. Algo me decía que él no tendría problema en producir un orgasmo alucinante.

—¿En serio? —preguntó, sus rodillas casi presionadas contra su pecho dentro del pequeño go-kart—. ¿Esto está en tu lista? Cerré mi cinturón y le hice un guiño. —Este es un ambiente adecuado para conducir temerariamente. —Nunca me acostumbraré a ti, ¿verdad? —Espero que no. —Bajé mis lentes de sol cuando se encendió la luz verde. Pisando a fondo, aceleré por delante de los otros corredores, quienes eran al menos diez años menores. Jagger me alcanzó rápido en la primera vuelta, acelerando a través de ella cuando yo frenaba. Esa era la manera en que hacía todo, acelerando cuando el sentido común te decía que bajaras la velocidad. Uno de los niños rozó mi lado izquierdo, y aceleré, mientras la fuerza me hundía hacia atrás en mi asiento. Mantuve el pedal a fondo, suavizándolo en las curvas, y acelerando al salir de ellas, malditamente cerca de mantener el ritmo de Jagger. La velocidad azotaba los mechones sueltos de mi cabello, y el viento robó la humedad de mis labios. Me acerqué al niño a mi lado, moviéndome hacia el centro de la pista para que no pudiera pasarme de nuevo. Tomamos el paso elevado a toda velocidad, y me deslicé sobre Jagger, casi en su parachoques. Registré la inclinación de la última curva y saqué mi pie del acelerador. Jagger mantuvo su velocidad, manteniendo el control cuando su auto patinó hacia un lado, y aceleró al salir de la curva. Incluso con el freno, sentí la fuerza lanzarme hacia la izquierda, y sentí un asomo de temor. No llevaba casco. Miré mi reloj, y mi ritmo cardíaco todavía se encontraba en buenos parámetros. Curioso; tenía una bomba de tiempo en mi pecho, pero estaba preocupada por un casco en una pista de go-kart.

Jagger llegó primero, deteniéndose entre las barreras de concreto que marcaban los carriles de partida. Aparqué detrás de él, desabroché mi cinturón, y me levanté. Me ayudó a salir, y atrapé las miradas consternadas de algunos de los chicos que acababa de vencer. Al parecer, también lo hice. —Lo siento, chicos —se disculpó, girando su gorra de béisbol de nuevo hacia adelante. El blanco de la tapa contrastaba con su piel bronceada y hacía verse el azul de sus ojos aún más brillante—. ¿Qué? —Me atrapó mirándolo. —Señor California —mascullé con una sonrisa. Besó mi mejilla mientras nos alejábamos de la pista y pasábamos al encargado. Se detuvo y le pasó un billete de cincuenta dólares al chico. —Oye, hombre, deja que los chicos corran de nuevo. No fue exactamente una competencia justa. Bueno, si eso no acababa de derretirme. El encargado asintió, un audífono aún puesto, y detuvo a los niños mientras nos seguían a la salida. Pasé mi brazo alrededor de la cintura de Jagger cuando los niños nos dieron las gracias. —Sigues entusiasmada —dijo con una sonrisa. —Deberías verme en un todo terreno. Sigo más que entusiasmada. —Al menos solía hacerlo. —Lo mantendré en mente. ¿Skee ball 4 ? —preguntó, llevándome a otra parte del parque. —Oh, odiaría lastimar tu ego —dije con tristeza fingida. —Mi ego tiene defensas muy buenas. —Movió su lengua a través de sus dientes delanteros y sonrió. Tenía que dejar de hacer eso antes de que saltara sobre él… de nuevo. Tenía cuidado de respetar los límites que yo había esbozado vagamente la semana pasada en Nashville, pero con cada beso, me preguntaba cómo sería con él. Seguro, me gustaba el sexo, pero no había mentido. Nunca había visto la gran cosa, o las razones por las que las personas tenían romances y eran gobernadas por la lujuria sin sentido. Nunca había tenido problema en mantener mi cabeza clara en la cama, pero Jagger me hacía perder todo el sentido de la razón con un único beso. Mis únicos pensamientos eran siempre más o más cerca.

Skee Ball: Es uno de los juegos de canje más comunes. Es similar a los bolos, pero se juega en un carril inclinado con bolas del tamaño de un puño y el objetivo es conseguir que la bola caiga en un agujero en lugar de derribar los pinos. 4

Como en este momento. —… puedo soportarlo. ¿Paisley? —Me sacó de mi creciente obsesión con su boca. Ups. —¿Umm? —pregunté, como si no me hubiera atrapado comiéndomelo con los ojos abiertamente. Su pulgar rozó mi labio inferior. Mi lengua tocó la punta de su dedo sin pensarlo, atrapando una pizca de sal. Sus ojos se oscurecieron cuando su mirada la siguió. Tomó mi mano y me llevó a la casi desierta zona de juegos, metiendo centavos en el juego de carreras cerrado. Su mano apartó la cortina y me metió en el espacio oscuro detrás de él. En lugar de tomar asiento a un lado del banco, se sentó directamente en el centro. Con una mano en mi espalda baja, me guió, y me encontraba demasiado feliz de poner una rodilla a cada lado de él. Encajé mi cadera con la suya y lo besé, incapaz de mantener mis manos para mí otro minuto. Su gorra cayó en el banco cuando mis manos se enredaron en su cabello. ¿Cómo seguía haciéndose mejor? No podía obtener suficiente de la presión de sus caderas, del golpe de su lengua, de la manera en que hacía desaparecer el mundo a nuestro alrededor. Mis pechos se tensaron donde se presionaban contra su pecho, y ajusté desvergonzadamente mi postura para conseguir el mayor contacto corporal posible. Mi corazón mantuvo el ritmo de mi respiración, ambos pareciendo detenerse y comenzar alrededor de cada beso. Sus manos se flexionaron en mi cintura y corrieron la longitud desde mis costillas a mis caderas. Me arqueé, inclinando la cabeza hacia atrás, así que tomó esa oportunidad, acariciando mi cuello con su boca. Una sacudida de placer bajó por mi cuerpo, y lo quería. Lo quería como nunca había pensado que fuera capaz. Rodé mis caderas sobre las suyas y fui recompensada con el retumbar de un gemido contra mi garganta. Mis dedos se deslizaron por su cuello para clavarse en los tensos músculos de sus hombros. Una de sus manos se enroscó en mi cabello, mientras la otra se deslizaba bajo la parte de atrás de mi camisa, acariciando mi piel desnuda. Sus dedos se demoraron en el hueco de mi columna, trazando ligeros patrones. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo crepitó a la vida. No podía detener mis caderas sobre las de él, y los besos se volvieron más largos, más intensos. Éramos un desastre de manos, dientes y lenguas. El juego detrás de nosotros alcanzó su límite, alertándonos de que necesitaba más centavos incluso aunque el auto virtual no hubiera dejado la línea de partida. Me reí dentro de nuestro beso, pensando que seguramente nosotros lo hicimos.

Sacudió la cabeza hacia mí; la sonrisa hizo aparecer sus hoyuelos. Apuesto que esos le consiguieron más que su justa cantidad de problemas, y probablemente le consiguieron más que cantidad de chicas. La sonrisa se desvaneció de mi rostro. Mis pensamientos corrían furiosamente y se negaban a escuchar a la razón. Incluso peor, mi boca se abrió. —¿Con cuántas chicas te has acostado? —Maldije mi lengua. Su cara se transformó a una máscara impenetrable. —¿Por qué? —Creo que es una pregunta razonable, especialmente si vamos a estar en una relación. —Moví mis pulgares en círculos a lo largo de sus bíceps, tratando de tomar la picadura de mi asalto planificado a su pasado. Su mandíbula se tensó. —Estamos en una relación, Paisley. —Sus ojos se cerraron, y suspiró como si hubiera sido derrotado, su cabeza cayendo a la cubierta de fibra de vidrio del juego. —¿Entonces, no tengo derecho a saber? —Tenía que saber. Dulce señor, no quería saberlo. —¿Qué va a darte la respuesta? —Sus ojos continuaban cerrados. Mi corazón latía a un ritmo aceptable, pero no podía saber si era por nuestra sesión de besuqueo improvisada, o por la anticipación de la respuesta de Jagger. — Conocimiento. —¿La respuesta va a cambiar cómo te sientes por mí? —Sus ojos se abrieron bajo su ceño fruncido. Pasé mis dedos a lo largo de las líneas de su frente. —No —susurré—. No tiene que ser ahora, si no estás listo. —Ese parecía ser nuestro mantra cuando se refería a nuestros pasados—. Pero necesito saberlo tarde o temprano. —Una comisura de mi labio se elevó—. Puedo darte toda mi lista ahora, si te haría sentir mejor. He besado a cinco chicos en toda mi vida, y dormido con uno. —¿Solo cinco chicos te han besado? —Mi primero fue Billy Gerrison durante un escandaloso juego de girar la botella cuando tenía catorce años. Will asustaba a la mayoría de los chicos en la secundaria a cuenta de ser el mejor amigo de Payton, y luego hubo un par de chicos en mi último año. Luego… —Carter. —Y esa es toda la sórdida historia de Paisley Donovan —bromeé—. Ves, no es tan difícil. —Su renuencia era suficiente para hacerme querer respirar en una bolsa de papel. ¿Cuántas podrían ser? Él tenía veintitrés años. ¿Una docena? Dios mío, ¿dos docenas? —¿Esto es tan importante para ti? —Tenía puesta su cara seria.

—Necesito saber. —¿Y si te digo que no lo sé? ¿Qué nunca he hecho marcas en mi cama? — Sostenía mis caderas como si estuviera asustado de que corriera. Me alejé de él un poco. —¿Ni siquiera puedes adivinar? —Oh, eso salió más duro de lo que quería. —Podría intentarlo. —Miró más allá de mi cabeza y movió sus ojos de izquierda a derecha, como si estuviera recordando—. Estuvo la secundaria — murmuró—. Y luego la universidad… simplemente no sigo la pista. No se trataba de los números, sino solo de gratificación física, sin emociones involucradas. No soy de apegarme a las personas. —No eras —corregí. —¿Qué? —Espero que estés apegado a mí, de otra forma no sé qué estamos haciendo aquí. —Traté de mantener el nivel de mi voz—. No me importa qué hiciste o dónde estuviste, Jagger, mientras ese no sea quien eres ahora. No te estoy juzgando. Solo quiero saber con cuántos recuerdos estoy compitiendo, o estoy siendo comparada. Si eres… ¿seguro? Sus ojos me atraviesan hasta el corazón de cada inseguridad. —Estoy muy apegado a ti, Paisley. No me había sentido tan conectado a otro ser humano desde… —Sus ojos se desenfocaron, pareciendo nublados por un momento antes de regresar—. Desde que dejé a mi familia. —Acunó mi mejilla—. No sé cuántas fueron. Un montón, y ojalá tuviera los mismos números que tú, pero no los tengo. Desearía haber interpretado el sexo como tú, pero no lo hice. Puedo decirte que estuve seguro todas las veces. Nunca he tenido sexo sin un condón. Dejé salir una respiración que no me daba cuenta que estaba conteniendo. —Está bien... —No he terminado —interrumpió; ambas manos ahora sostenían mi cara—. En cuanto a tu última preocupación, ¿con quién estás compitiendo? Paisley, no hay competición, no hay fantasmas acechando las esquinas de mi corazón, no hay ningún estándar al que pudiera aferrarte, porque volaste cada uno de los recuerdos del agua como si no hubieran existido. Besar a otras chicas solo era un paso en un bailecito bien ensayado. Maldición, besarte a ti me consume. No hay espacio para nadie más. —¿Cuándo fue la última vez? —Mi estómago se contrajo, y mi corazón palpitaba en mi garganta. —No desde Florida. Arqueé una ceja hacia él, preguntando sin palabras.

Sacudió la cabeza con una sonrisa torcida. —No fue cuando te conocí, aunque esa sería la línea asombrosa que querías oír. —Metió una hebra de mi cabello detrás de mi oreja—. Fue cuando te salvé. Ver cuán rápidamente la vida podía estar… acabada. No he querido nada más en mi vida que volar Apaches, y ahí estaba en la playa, coqueteando con otra chica en bikini. Mis prioridades no eran correctas. Entonces fuiste arrojada, y cuando te vi, mi primer pensamiento fue que era demasiado tarde. Ya te habías ido; esa chica vivaz que había estado leyendo unos minutos antes… —Te diste cuenta —murmuré. —¿Quieres saber el color de tu traje de baño ese día? Porque también puedo decirte eso. —Tienes memoria fotográfica, tramposo. Una sonrisa parpadeó en su cara. —Logré entrar a la escuela de aviación, pero estaba desperdiciando mi tiempo, mi energía en chicas que no significaban nada. Así que me detuve. Sin mujeres. Sin distracciones. Decidí concentrarme en lo que realmente importaba. —¿Y yo? —Tú importas. —Soy una distracción. Su mirada cayó a mis labios. —Solo de la mejor clase. Y me gusta pensar en ti más como una razón para tener éxito. Besé los surcos en su frente. —Gracias, por decirme de las otras. —¿Ha cambiado algo? —Sus ojos eran cautelosos. —No, lo prometo. ¿Lo apruebo? Por supuesto que no. ¿Me asusta un poco? Absolutamente. —Se giró, y suavemente traje su cara a la mía—. No voy a echarte en cara tu pasado, mientras tú no me eches en cara el mío. —Trato. —Presionó sus labios contra los míos—. No sé cómo hacer esto, cómo estar en una relación. No sé si te llamo demasiado, o muy poco. No sé si se supone que me sienta de esta manera, todo obsesionado por los límites, o si soy un total chiflado. Creo que la mayoría de los hombres descubren eso en la secundaria. —Apoyó su frente contra la mía, y traté de ir a la par de sus lentas respiraciones. Me miró, indefenso, y una dulce presión se instaló en mi pecho, una que me asustaba demasiado nombrar. No tan pronto. Esto se encontraba fuera de mi conocimiento, y aun así, nunca estuve más cómoda en mi piel, con mis pensamientos. —Has sido perfecto. No pienses en lo que deberías hacer. Te quiero a ti, no a una versión falsa de lo que crees que quiero.

—¿Y mi historial de arruinar las cosas? —Sonrió, pero sus ojos no tenían ni rastro del humor que tenía su boca. —Nunca me has decepcionado, Jagger. —Tal vez… tal vez podrías ser mi excepción. —Su voz era baja, atada con débil esperanza. Con las reglas que había roto, los sentimientos que tenía en este momento, me sentía como… yo, y no solo la versión aguada que me había vuelto después del diagnóstico. Jagger me hacía querer cosas a las que hace tiempo había renunciado para mi futuro. No había alarma en mi muñeca, nadie diciéndome exactamente que tenía que estar haciendo por mi propio bien. Él estaba viviendo, respirando libertad. —Tal vez tú también seas la mía.

Traducido por Jadasa & Beatrix Corregido por Cotesyta

Sé lo que estás pensando. Con el tiempo meteré la pata. Siempre lo hago.

Jagger —No tienes que hacer esto —Paisley apretó mi mano—, si te sientes incómodo... —Estaré bien. —Ahora, eso era gracioso. ¿Incómodo en una fiesta formal? Si solo supiera. Pero no lo sabe, porque todavía no he tenido l as bolas para contárselo. Ajusté el nudo de mi corbata, deseando que fuera simplemente un poco más floja, o mejor aún... sacármela. Nos encontrábamos de pie frente a la casa de sus padres, observando cómo parejas estacionaban sus coches y se dirigían a la puerta principal. Paisley usaba un sencillo vestido color negro, sin tirantes que terminaba justo por encima de su rodilla. Su cabello estaba recogido en algún estilo que dejaba al descubierto su cuello y lo hacía demasiado accesible. Afortunadamente, no era lo suficientemente aficionado a dejar chupones, porque la piel suave en la base de su cuello se convertía fácilmente en mi lugar favorito para adorar. —¿Estás segura de que esta es la mejor forma para contarles sobre nosotros? —pregunté. Arrugó su nariz, lo cual era increíblemente lindo. —Pues no. Pero al menos en público no vas a recibir un disparo o algo así. —He visto a tu padre enojado. ¿Están las armas bajo llave? Se rió. —¿Quieres que vaya primera y me asegure?

Arrastré mi pulgar sobre sus nudillos y la dejé guiarme hacia la boca del lobo. —Nop. Hacemos esto juntos. —¿Quieres esperar a Josh y Ember? Todos los oficiales habían sido invitados, y básicamente le chantajeé a Josh para que viniera. —Están llegando un poco tarde debido a que la ducha se quedó sin agua caliente. Parece que todavía tenían jabón en sus cabellos. Arqueó sus cejas. —¿Ambos estaban en la ducha? Una sonrisa maliciosa apareció en mi cara. —Sí. —Eso no me parece... práctico. Cerré mis ojos con ella, todo mi deseo cuidadosamente oculto inundándose en una mirada mientras nos llevé hacia las sombras, fuera de la vista. —¿Práctico? ¿Desde cuándo el sexo tiene que ser práctico? Solo piénsalo, Paisley. Tu cuerpo húmedo y desnudo presionado entre la baldosa y yo, lo cual te gusta, porque hace frío y tu cuerpo está en llamas. Tomo tu peso en mis brazos así puedo sostenerte desde el ángulo correcto donde puedo lamer el agua que cae de tus… Cubrió mi boca con su mano. —Ya entiendo. —Sus mejillas se ruborizaron, y sus ojos se oscurecieron mientras movía sus dedos apartándolos de mis labios—. Jagger, haces que la espera sea muy dura. —Si piensas que eso es duro... —¡En serio! —chilló. —Bueno, es mi trabajo. —Sonreí, intentando calmar mi cuerpo de la fantasía muy vivida que acababa de pintar—. Se supone que tienes que actuar como la gentil dama sureña y detener mis avances. Se estiró de puntillas y puso sus labios en mi cuello, justo por encima del cuello de mi camisa. —Creo que me gusta más tu trabajo. —Gemí, y ella se rió—. Vamos a entrar. Nos mezclamos con la multitud y cruzamos el umbral. El Comandante Davidson nos recibió en el salón de entrada. —¿Bateman? —Sus ojos fueron rápido hacia Paisley y se abrieron mucho cuando vio nuestras manos unidas—. ¿Paisley? Bueno, esta va a ser una noche interesante. —Se rió—. Disfruten. Eso no me hizo sentir mejor. —¡Lee! ¡Viniste! —Una mujer con el cabello rubio blanquecino, cerca del tamaño de Paisley, tiró de su mano, llevándola hacia el costado de la habitación. Una mirada a su rostro en forma de corazón, y supe que era la madre de Paisley. —Sí, mamá. Prometí que vendría.

—Bueno, después de esa artimaña que hiciste en Navidad, no estaba segura de si podríamos contar contigo. —En dos segundos, los ojos de la mujer habían pasado de amable a mordaz. —Fui a donde quería —respondió Paisley, pero su voz aún sonaba tímida. Se acercó a mí, y a la señora Donovan no se le escapó. Sus ojos entrecerrados captaron cada detalle de mi traje, y envié una rápida oración de agradecimiento a mi madre, quien me enseñó la diferencia entre una chaqueta de tres y cuatro botones. No había ni una sola puntada fuera de lugar que ella pudiera señalar. Finalmente encontró mis ojos con una gélida mirada. —¿Y tú serías? —¿Señora Donovan? —dijo en voz alta un comandante uniformado a su lado. El ayudante del General, si tuviera que adivinar. Su rostro se transformó al instante, las líneas se suavizaron en una sonrisa. —Comandante Beard, ¿está él listo para nosotros? La manera en que se movió tan rápidamente entre su expresión de privada a una pública envió escalofríos por mi columna vertebral. La sonrisa de Paisley era con sus labios cerrados, y sus ojos fueron rápidamente a los míos, pidiendo en silencio comprensión. ¿Cómo no iba a comprenderlo? Había crecido rodeado de esto. Solo que en una casa más grande con tiburones más grandes. Sonreí. —No te preocupes. —Sí, señora, está listo —respondió el Comandante Beard—. ¿Me acompaña? —Hizo un gesto con su mano hacia la escalera de caracol. —Lee-Lee, esta noche te ves hermosa. —La voz de Carter destrozó mis nervios ya tensos. Se inclinó hacia delante, rozando con los labios su mejilla, y cerré mis manos en un puño. Cálmate de una puta vez, le advertí a mi Hulk interior. En este momento, no necesitaba explotar en un monstruo gigante de rabia. —Gracias, Will. Es bueno verte —respondió, aún sosteniendo mi mano. —Lee —ordenó la señora Donovan, su dulce voz en desacuerdo con la mirada que lanzó en nuestra dirección—. Lo siento, pero esto es solo para la familia —me dijo. —No, señora, lo comprendo. —Llevé los nudillos de Paisley a mis labios y los besé suavemente—. Estaré aquí. —¿Will? —La señora Donovan le hizo un gesto hacia la escalera. Bueno, si eso no tornaba esta noche de incómoda a hostil. —Mamá… —advirtió Paisley.

Carter negó con su cabeza. —Este año no, señora. La señora Donovan le sonrió sinceramente y dijo—: Bueno, el próximo año —con una mirada mordaz en mi dirección. Muy amable. Paisley se levantó y rozó mis labios con un beso. No fue apasionado, ni sexy, pero la afirmación simbólica de que quería que esté. Lo dejó claro, si el suspiro melodramático de su madre era una indicación. Acaricié su pómulo con mi pulgar. —Ve. Respiró profundamente y luego siguió a donde se dirigía su madre, sus tacones dándole unos centímetros más. —No pensaba verte aquí. —Carter se paró a mi lado—. Este no es tu escenario. Contuve la réplica de imbécil que me vino a la mente. —Paisley lo pidió. — Caminaba la línea muy delgada que dibujamos entre nosotros. El General Donovan esperó en la parte superior de las escaleras mientras las mujeres se acercaban. El vestíbulo de entrada ahora se encontraba lleno de gente, los que no pudieron entrar, observaban desde la sala de estar. La señora Donovan envolvió el brazo alrededor de su marido, y él extendió su mano hacia Paisley, besando ligeramente su frente. Ella lo abrazó, con una mirada de alivio en su rostro. Oh. Pensé que él era un imbécil furioso, pero parecía el más cercano a Paisley. —Ella puede quererte, pero sigo pensando que estás muy lejos de ser lo suficientemente bueno para ella —dijo Carter. —Eso nos hace dos. —¡Bienvenidos! —El General Donovan silenció a la multitud—. Soy del viejo ejército, criado por un padre que era aún más del viejo ejército. El día de Año Nuevo, la tradición afirma que cada oficial visite la casa del general para desearle un Feliz Año Nuevo. Durante todo el día, sonaba ese maldito timbre, y al ser el hijo mayor, bueno, tenía que responder en todo momento. —La multitud murmuró con una risita—. Hemos perdido una gran cantidad de tradiciones cuando nuestro ejército se ha modernizado, si se quiere, pero aceptar las llamadas el día de Año Nuevo siempre ha sido una tradición que mi esposa y yo mantuvimos con vida. En lugar de pedirles a todos ustedes que hagan sonar nuestro timbre durante todo el día de mañana, nos dimos cuenta de que simplemente lo solucionaríamos siendo anfitriones esta noche. »Nos sentimos honrados de que vinieran en este nuevo año a nuestra casa. Esta noche decimos adiós a lo viejo y le damos la bienvenida a las posibilidades de lo nuevo.

Miré a Paisley, y mi corazón saltó. Ya me estaba sonriendo. Se encontraba tranquila, pero su sonrisa era sincera, a diferencia de la de su madre, y esa sonrisa era toda mía. Tenía fe en mí. Me quería, y no solo p or una parte de mi cuerpo, ni el dinero sobre el cual sabían las chicas de la escuela secundaria. Conocía mi alma y no intentaba arreglar mis defectos ni ocultarlos. Ella simplemente entendía, perdonaba y seguía adelante. La necesitaba. En algún momento en las últimas semanas, se había vuelto como la gravedad, sujetándome. Encontré su níquel en mi bolsillo y froté con mi pulgar el metal brillante. No solo me había dado un regalo, ella era mi regalo, por el tiempo que pudiera mantenerla. Y seguiría con ella. Sería digno de ella, no porque me lo pidiera, nunca me pediría que cambie, sino porque se merecía que el mejor hombre la abrace, la comprenda, la ame. Dejé de respirar con mi pecho en llamas, ardiendo, queriendo captar este momento y sostenerla, solo en caso de que arruinara todo esto. Necesitaba recordar este segundo exacto con claridad por los próximos cincuenta años de mi vida; el momento en que vi a la chica, que, literalmente, era mucho mejor que yo, y vi el resto de mi vida. El momento en que me di cuenta de que me enamoré de Paisley Donovan. El público comenzó a aplaudir, y el General Donovan besó la mejilla de Paisley antes de darse la vuelta hacia su esposa. Aparentemente me perdí el resto de su discurso. Me dolía el pecho, recordándome que necesitaba respirar. No inhalé aire en mis pulmones, sino que me comprometí silenciosamente y prometí que haría lo que sea por estar aquí, estar en su mundo. Los ojos de su padre recorrieron la multitud, sonriendo, especialmente a Will. Por un momento, su expresión se ensombreció cuando me vio, y le susurró al oído de Paisley. Sus ojos se clavaron en los míos, y su sonrisa se desvaneció mientras asentía. —Mierda, deseo poder presenciar lo que está a punto de ocurrir. —Carter se rió—. Buena suerte. Espero verte en la trayectoria de vuelo. Si no es así, ha sido todo una experiencia volar contigo. —Golpeó mi hombro y desapareció entre la multitud mientras los Donovan bajaban. Había sido educado rodeado de personas mucho más poderosas, por lo que el sudor en mis manos cerradas era totalmente injustificado, ¿no? Se dirigieron directamente hacia mí, sin detenerse para estrechar manos ni relacionarse. Mi cerebro comenzó una cuenta regresiva, como una de esas películas apocalípticas donde el arma nuclear tiene alguna aburrida voz femenina contando regresivamente para la destrucción. Diez. Nueve. Ocho.

—Ahora, Lee —fue todo lo que escuché mientras el General Donovan pasaba junto a mí, abriendo las puertas francesas de lo que parecía ser una oficina. Siete. —Respira profundo —dijo Paisley, agarrando mi mano y llevándome. Seis. —Que nadie nos moleste —le ordenó el General Donovan al Comandante Beard mientras él y su esposa adquirían una posición cerca de su escritorio. Cinco. —Sí, señor. —Cerró la puerta detrás de nosotros con un clic de mal agüero. Cuatro. La pared de un costado se encontraba llena de estanterías, todas ordenadas en forma alfabética. El hombre era muy serio cuando se trataba de la organización. Premios y banderines colgados sobre las otras superficies, recordándome que no estaba en mi sitio. Él era un general de dos estrellas, y yo era un teniente. Tres. Dos. Uno. —Lee, por qué no nos presentas a tu nuevo amigo. —La señora Donovan cruzó los brazos delante de su vestido de cóctel. Paisley se puso frente a mí, como si su cuerpo pequeño pudiera protegerme. Extendí mi mano alrededor de su cintura y la atraje hacia mi costado. No había ninguna posibilidad de que me ocultara detrás de ella como si hubiéramos hecho algo malo. —No necesita presentarlo. Ya sé quién es, y esta no es la primera vez que ha estado en nuestra casa, simplemente la primera vez que está en el interior. —Boom. Explosión. —Mamá, papá, este es Jagger Bateman. —Su voz era dulce y clara, muy en desacuerdo con los pequeños temblores que sacudían sus manos. La señora Donovan ignoró la presentación. —¿A qué te refieres con que ha estado aquí antes? —Jagger es el joven que salvó mi vida en Florida. —Es quien decidió que nuestro césped delantero necesitaba una visita del oso polar. —El General Donovan mantuvo el nivel de su tono. —¿Qué? —gritó su madre. Paisley seguía hablando. —También está aquí por la escuela de vuelo… —¡Lee! ¡Sabes que tenemos reglas sobre salir con los estudiantes! —espetó su madre; sus mejillas tornándose tan rojas como su vestido. —No te importaba cuando era Will —respondió. Durante unos segundos, todos nos quedamos mirándonos los unos a los otros, el único sonido provenía de afuera de las puertas.

—Lamento que nos hayamos conocido así —dije, aprovechando el único minuto tranquilo que pude conseguir—. Pero sí, soy Jagger. Conocí a Paisley en Florida, un poco extraño. No tenía idea de quién era. —Bajé mi mirada a sus ojos y suspiré—. Sinceramente, no creo que saberlo me hubiera detenido. —¡Esto es ridículo! —Su madre estaba furiosa. —Nos reencontramos en la biblioteca y nos hicimos amigos —explicó Paisley, con sus ojos aún fijos en los míos—. Luego, mucho más. —Teniente Bateman —gruñó el General Donovan. Lo enfrenté plenamente consciente. —Señor, lamento molestarlo, pero no me arrepiento de estar con Paisley. Estoy loco por ella. Ella contuvo el aliento, y me pregunté si alguna vez le había dicho eso, o simplemente lo pensé. Bajé mi mirada hacia ella. —Lo estoy, lo sabes. Sus ojos brillaban. —Yo también lo estoy. —Oh, dejen de actuar como un par de tontos perdidamente enamorados. — Parecía que no iba a ganarme a su madre a corto plazo—. Lee, esto es totalmente inaceptable. —¿Qué? —preguntó ella—. ¿Que sea feliz? ¿Que siga adelante sin Will? —Will Carter es perfecto para ti —argumentó su padre—. Respetamos tu decisión de darte un descanso de esa relación. Pero ¿este muchacho? —Pellizcó el puente de su nariz, y vi el anillo—. Will es un joven fantástico que has conocido por años. Es fuerte, responsable, y una parte confiable de esta familia. Genial. Era comparado con Carter todo el día en la trayectoria de vuelo y ahora con los padres de Paisley. No podía escapar de los títulos. —No olvidemos que es un graduado de West Point —agregué, y luego me mordí la lengua. El General Donovan intentó darme una mirada cortante. No me achiqué, infiernos, no. Enderecé mis hombros. —¿Y a qué escuela fue usted, teniente? —La Universidad de Colorado —contesté sin avergonzarme. Había entrado a esa escuela por mi propia cuenta con un maldito buen ensayo y un examen de desarrollo de educación general. Después de todo, me alejé de todo mi pasado, así no era etiquetado en los lugares a los que iba. Arqueó una ceja. —Bueno, no todos los hombres pueden entrar en West Point. —Señor, no todos los hombres eligen ir allí. —Sus ojos se estrecharon. Joder. Seis años, y nunca había cometido un desliz como este—. Teóricamente hablando. —Correcto. Buena cubierta. No.

Mantuvo sus ojos fijos sobre mí como si estuviera imaginando un pequeño punto de láser rojo en mi frente. —No apruebo esto. Paisley levantó su mentón. —No te lo estoy pidiendo. —¿Harías esto sin nuestra aprobación? —Su madre no trató de ocultar su conmoción—. Jovencita, no te eduqué para que seas tan irrespetuosa. Paisley tragó. En Florida, ella se preocupó más por la desaprobación de ellos que por su propia salud. Le di un apretón en su cintura, intentando transmitir todo lo que no podía decir en voz alta. Te apoyo, sin importar qué. Si esto es demasiado para ti, dímelo. Cubrió mi mano con la suya. —Mamá, en este momento, no pareces aprobar mucho en mi vida. Te amo, pero voy a tener que pedirte respetuosamente qu e aceptes mi elección. —¡Estás tomando decisiones absolutamente estúpidas! Si solo tu hermana supiera lo que estabas haciendo. Se supone que debes ser más razonable que esto. Se supone que tomas las decisiones que son buenas para ti, y no simplemente las que puedan hacerte sentir bien ese segundo. Lee, deja de ser una niña. Tomé una respiración profunda. Calma, Hulk, calma. —Por favor, no le hable de esa manera. —Paisley —dijo ella en voz baja. —¿Disculpa? —dijo rápidamente su madre. —Dilo. Paisley. —De repente, esta lucha no era más por mí. Paisley había abierto la puerta de algo que no sabía nada. —Lee, ¿de qué diablos estás hablando? —Paisley, este no es el momento —dijo su papá. Su mirada fue cortante hacia su esposa, y su boca se cerró fuertemente. La preocupación grabada en su rostro lo hacía parecer más como un padre preocupado y no tanto como el Comandante General. —Papá, necesito que lo diga. Incluso si es solo por esta vez. —La boca de su mamá se abrió y se cerró un par de veces, y los hombros de Paisley cayeron—. No puedes hacerlo, ¿verdad? Es por eso que Will también me llama Lee. —Pa… —Su madre tragó algo que sonó como un sollozo, y su papá colocó un brazo alrededor de ella. —No lo dices, porque estás asustada de que en vez de eso, dirás el nombre de Peyton, y te recordará que se ha ido y estás pegada a mí. Soy quien no jugaba deportes, quien no sobresalía en nada más que la lectura. Soy la que no brillaba, que no te traía reconocimiento, que no que te hacía sentir orgulloso. Si no la amara tanto, la odiaría por lo que me hizo.

—Lee… —Su madre negó con la cabeza—. Este no es el momento. Por el amor de Dios, hija, tenemos invitados. —Mamá, perdiste a tu hija, y lo siento mucho. Pero yo perdí a mi hermana, mi mejor amiga, mi ídola. Entonces perdí mi nombre. —Miró fijamente a algún lugar en el suelo—. Luego me perdí yo. —Paisley, para —suplicó su padre. No podía apartar mi mirada de ella, de la fuerte tristeza que venía de un lugar de tanto dolor que no tenía otra opción que reconstruir usando las cenizas que se habían quemado. Quería detener el flujo de dolor que salía de su boca, pero nunca había estado más orgulloso de ella por dejarlo libre. —Lee, debes calmarte. Esto no es bueno para ti —espetó su madre. —Oh, por favor, mamá. Como si fuera a caerme muerta de un ataque al corazón por ser honesta. He estado parada en su lugar. He estado con el hombre que la amaba a ella. He ido a todos los desayunos familiares, trabajé en la base, y solo he tomado clases en el campus principal una vez a la semana, solo para mantenerte satisfecha. Ignoro todo lo que quiero, porque es lo que tú necesitas. Pero, por favor, mamá. —Su voz se quebró, pero más que nunca se mantuvo firme—. Por favor, comprende. Jagger es la única persona en mi vida que me conoce tan solo como Paisley, y no como Lee. Lo escogí. Lo escogí por encima de vivir a la sombra de Peyton. Lo escogí sobre Will porque finalmente entiendo lo que es querer a alguien tanto que estás dispuesta a arriesgarte a pasar por lo que estamos viviendo en este minuto. Lo escogí porque me hace sentir viva, e increíble, y yo misma. Me hace recordar quién soy. Y lo escogí por ti porque puede decir mi nombre sin recordarme que preferiría que haya muerto yo en lugar de Peyton. Se ahogó con la última palabra en medio de lágrimas, empujándome lejos de ella y salió corriendo de la habitación como si estuviera en llamas. Mierda. Sus palabras quedaron flotando en el aire como una descarga de minas, desafiando la primera persona a cruzar el campo. En un aliento, había soplado vida en mi corazón y destruyó a sus padres. —Ella es... —Su madre tragó, recomponiendo su cara pública—. Es propensa al melodrama. —Increíble —fue la única palabra que podía escupir antes de perseguirla, serpenteando entre la multitud de la entrada. La música era lo suficientemente fuerte como para asegurarse de que por casualidad no nos habían escuchado. Paisley subió corriendo las escaleras. Había cruzado el vestíbulo y di el primer paso antes de que su mano atrape mi codo. —¿Qué diablos hiciste? —dijo bruscamente Carter. —¿Yo? No se trata de mí. Es más sobre ti, y el usarla como un sustituto de su hermana durante el último año. Joder, Carter. Ella es increíble, y no podías ver

más allá de su hermana muerta lo suficiente para amarla por lo que es. —Aflojé sus dedos de mi brazo con movimientos deliberados, cuidando de no hacerlo de golpe en una casa llena de oficiales. Peleas de bar eran una cosa. Destrozar a otro teniente en la casa del Comandante General era el fin de una carrera. Él palideció. —No sabes nada al respecto, Bateman. Nada. No actúes como si salir con ella durante una semana te diera la mitad de lo que debes saber. —¡Sé que merece algo mejor de lo que ella tenía! —grité por encima de mi hombro mientras tomaba las escaleras de dos en dos. Su falda desapareció en la segunda habitación de la izquierda, pero cerró la puerta antes de que pudiera llegar a ella—. ¿Paisley? —Traté con la manija de la puerta, pero estaba cerrada—. Déjame entrar. —Solo necesito un minuto. Un minuto. Podría darle eso. Acababa de descargar dos años acumulados de ira en una conversación. Yo le podría dar un minuto. —Lee, abre la puerta ahora —gritó su madre, apareciendo junto a mí—. ¡No huyas de mí como si esta conversación hubiera terminado! Tomé otra respiración profunda, con la esperanza de eliminar la ira, para encontrar mi lugar feliz antes de que hiciera algún daño verbal a su madre. Paisley era mi futuro, lo que significaba que no podía quemar el puente frente a mí, aunque se encontraba cubierto actualmente con estrafalarios saltamontes. —No —respondió Paisley. —¡Deja de actuar como una niña petulante y abre esta puerta! —Su voz se intensificó, y miré por encima de la barandilla para ver si la habían escuchado. No me importaba, pero a Paisley sí. Will se hallaba parado en la parte inferior de las escaleras, mirándome. —Esto es todo culpa tuya —me gritó la señora Donovan —Me encanta como todo el mundo asume que es sobre mí. Mire cómo la está tratando. —Mantuve mi voz suave. Ella sacudió la cabeza y entrecerró sus ojos en mí. —Desde la primera vez que escuché tu nombre de la boca de Will, supe que te querría muy lejos de nuestra familia. —¿Will? —Me reí, imaginando a Carter lloriqueando a su madre con que yo había hecho un movimiento con Paisley. Diablos, sí, hice un movimiento—. Carter puede ser un dios ante sus ojos, pero no la amaba como ella necesita. —¡Will Carter es un hombre de honor que tuvo el valor de presentarse cuando pusiste esa monstruosidad de oso en mi jardín delantero!

Todo en mí se quedó inmóvil. Mortífero. Cada onza de ira que sentí hoy en nombre de Paisley, a su padre por odiarme inmediatamente, su madre por tratarla como a una mierda, se centró en un solo pensamiento. —Él lo dijo. —Nunca he estado más orgullosa de él. —Levantó la barbilla. Me estaba moviendo antes de que otro pensamiento racional entrara en mi cerebro. —¡Jagger! ¡No! —La voz de Paisley surgió como un eco bajo el agua. Todo en mi cerebro se empañó excepto a la persona al final de las escaleras. Will-JodidoCarter. Me lancé hacia él desde unos pocos escalones, aprovechando alguna mierda de la lucha libre aérea. Aterrizamos en el hall de entrada, haciendo que la gente se disperse cuando nos deslizamos por el suelo de baldosas. Mi puño se estrelló contra su rostro, y su cabeza rebotó en el suelo. Me puse de pie lentamente al tiempo que se limpiaba la sangre de su labio. —¿Crees que quiero a un idiota traidor como tú como mi compañero de vuelo? —¿Traidor? —preguntó, adelantándose—. ¡Me robaste a mi novia! —Nos convertiste en la broma de la clase. ¡La clase que llevas tú! ¿Quién diablos quiere un líder en el que no se puede confiar? ¡Seguro que yo no! —¡Basta! —gritó Paisley , bajando las escaleras, con su madre pisándole los talones—. ¡Jagger, no le hagas daño! Sonreí como un maníaco homicida. —Ves, hasta ella sabe que voy a patearte el culo. Carter gritó y se abalanzó hacia mí. Lo dejé, por querer tener otra excusa para demolerlo. Nos llevó a la mesa de cocina en el centro del vestíbulo. Las bandejas se esparcieron en el suelo, pero el ruido no se comparó con el rugido en mi cabeza. Consiguió darme un puñetazo en la mejilla, pero lo golpeé fuerte con mi derecha, dándole en la sien con tanta fuerza que se cayó sobre mí. —¡No! —gritó Paisley, pero me encontraba demasiado lejos para poder notarlo. No esperé a que reaccionara, y le di otro puñetazo al otro lado de la cara. La simetría era algo hermoso. Carter agarró una bandeja, moviéndose tan rápido que no lo reconocí hasta que sentí el dolor gemía en el lado de mi cabeza. Recibí dos golpes más; la sangre goteaba de mi cara hacia la suya. —¡Basta! —Brazos me levantaron y bloquearon los míos propios detrás de mí. Luché contra ellos, dispuesto a terminar lo que él empezó—. Cálmate. Estás a punto de despedirte de tu helicóptero y tu chica, Jag. —La voz de Josh atravesó la neblina, lo suficientemente bajo que solo lo escuché yo.

Carter chilló un grito de guerra y cargó, lanzando su hombro en mi estómago. Josh y yo caímos sobre nuestros culos, aterrizando junto a la puerta principal, con mis brazos atrapados en mi espalda. Carter golpeó una vez, dos veces, y el dolor estalló en mi cara. —¡Jesucristo! —Oí al Comandante Davidson antes de que lo viera quitar a Carter—. ¡Ya es suficiente! —Llevó a Carter al hall de entrada, y luego lo empujó sin miramientos en una silla. Josh y yo nos las arreglamos para estar de pie, con mis brazos aún cautivos. Me conocía demasiado bien. Mi pecho exhaló. Poco a poco la niebla se aclaró, y revisé los daños. Carter sostenía su cabeza, pero me miró como si estuviera listo para otra ronda. La comida se encontraba esparcida por todas partes, las bandejas yaciendo a lo largo de una línea de zapatos de vestir. Cerré los ojos por un momento, tomando el oxígeno suficiente para alimentar mi cerebro y no mis puños. —¿Estás bien? — preguntó Josh en voz baja. Asentí, y él soltó los brazos. Entonces me di la vuelta para mirar a Paisley. Boquiabierta, con los ojos grandes y asustados. Luego lentamente cerró la boca, negó con la cabeza y pasó junto a mí hacia Will. Supongo que el chico que inicia la lucha no consigue a la chica. Podría haber pateado su culo, pero él había ganado esta ronda.

Traducido por Sandry Corregido por Mary Warner

Oh, Olvídalo. No todo tiene una maldita casilla.

Paisley Will era un desastre, su rostro ya se encontraba hinchado y la sangre goteaba de un feo corte por encima de su ojo. Jagger le había pegado una paliza. —Tiene razón, sabes —susurró Will entrecortadamente, por lo que yo sola pude oírlo—. No debería haberlo contado. También debería haber estado allí. —Lo sé —susurré, mi mano yendo a mi cabeza, la cual parecía no estar unida a mi cuerpo. Náuseas me golpearon fuertemente. No debería haber tomado esos medicamentos con el estómago vacío. Error de novata. —¡Tenientes! —gritó papá con esa voz, la que atraía la atención sobre el área de desfile. La que nunca había utilizado en esta casa—. A la oficina. ¡Ahora! La sala se despejó. Will se levantó lentamente, y yo no me atreví a mirar a Jagger mientras caminaba junto a él. ¿Quién es? ¿Realmente lo conozco? Nunca había visto a alguien con tanta rabia en su cuerpo. Él había hecho daño a alguien que me importaba, no es que Will no se lo mereciera. Pero nadie lo merecía ¿cierto? Mi corazón latía con fuerza, con contundente ritmo, y mi estómago se revolvió. —¿Estás bien? —susurró Ember. Me senté en las escaleras sin gracia, pero feliz de no haberme derrumbado en suelo. Puse mi cabeza sobre las rodillas. —Estoy bien. —Mierda. Incluso sonaba sin aliento. —No lo pareces —dijo Ember.

Levanté la mirada ya que el personal entró en el vestíbulo, limpiando el desorden que cubría el suelo. Mamá me miró, pero con todo lo que había sucedido esa noche, ella sabía que no debía volver a empezar. Ambas habíamos cavado firmemente nuestras trincheras, mientras ella lo confirmaba sacudiendo su cabeza hacia mí como si no pudiera creer que yo hubiera dejado que esto suceda en su casa. Mi boca se llenó de saliva. Oh, no. Apenas llegué al tocador a tiempo. Gracias a Dios no había fila. Lancé lo que quedaba de mi almuerzo en el inodoro. Cuando mi estómago quedó vacío, me sequé y levanté hasta que el sudor estalló en mi frente. —¿Paisley? —llamó Ember a través de la puerta. —Solo un minuto —contesté, animándome como fuera posible después de estar arrodillada en el suelo de un baño. Me puse de pie lentamente, mis rodillas vacilantes, y me limpié rápidamente. —Siéntate —ordenó, tomando mi codo mientras caminaba a la entrada. —Estoy muy cansada. —Me sentía lenta, como si mi corazón ni siquiera estuviera tratando de seguirme el ritmo. Los nuevos medicamentos. Estaba siendo golpeada con los efectos secundarios. —¿Podemos llevarte a casa? —preguntó Josh, sentado a mi otro lado. —Ella está en casa... o algo así —respondió Ember—. ¿Quieres que vaya por tu madre? —Oh, ella es lo último que necesito. Sí, por favor, llévame a casa. Estoy muy cansada. Las puertas de cristal de la oficina de papá se abrieron. Will y Jagger salieron a trompicones, ambos sosteniendo bolsas de hielo en varias partes de sus cuerpos. No quería ver a ninguno de los dos. —Lee —comenzó Will, con un tono de disculpa, el que utilizaba justo antes de empezar un discurso de es por tu propio bien. —No. No quiero oírlo. —Alcé la mirada, centrada en Jagger. Su rostro parecía una pintura de Picasso, hinchado en lugares que no deberían estarlo y colores cambiantes. Ambos rostros lo parecían—. No quiero oír nada de ustedes. La cabeza de Jagger se movió como si lo hubiera abofeteado. —Solo vete a casa —dije—. No puedo ni siquiera empezar a pensar en qué decirte después de eso. Se acercó lentamente y cogió mi mano, girando la palma hacia arriba. Puso algo fresco y circular en mi palma, luego cerró los dedos sobre ella y se alejó. La puerta se cerró.

Abrí mi mano para mirarlo, pero ya sabía que me había devuelto el níquel, y sabía lo que él estaba pidiendo. Necesitaba que yo mantuviera mi palabra de no abandonarlo como todos los demás de los que se había alejado. Apreté el níquel en mi mano mientras la cuenta atrás se anunciaba desde la sala de estar. Diez. Nueve. Ocho. Me puse de pie, tambaleante pero capaz. Algo. Siete. Mis pies se sentían increíblemente pesados, pero corrí hacia la puerta y la abrí. —¡Jagger! —grité, incapaz de correr más lejos. Seis. Cinco. Cuatro. Se dio la vuelta y corrió hacia mí. Tres. Dos. Él me cogió en sus brazos mientras las voces terminaban la cuenta atrás en el interior. Uno. —Feliz Año Nuevo —susurré y lo besé. Él me levantó fácilmente, sosteniéndome cerca con una mano debajo de mis caderas y la otra firmemente en mi espalda. —Feliz Año Nuevo —respondió, y me besó, dejándome sin aliento. Gracias a Dios que me abrazó fuertemente. Porque no tenía la fuerza necesaria para sostenerme yo sola.

Algo caliente se presionaba contra mí y se envolvía alrededor de mi estómago. Mi corazón latía normalmente, y envié una pequeña oración de agradecimiento. Me llevó un par de intentos, pero levanté las cortinas de acero de mis párpados solo para encontrarme con más oscuridad. Un reloj en una mesita de noche desconocida marcaba las 3:43 am, y la pared frente a mí se encontraba vacía excepto por la ventana. Se hallaba cubierta por gruesas cortinas que se abrían lo suficiente como para que entrara una pizquita de luz. No tenía ni idea de dónde estaba, pero el olor que me envolvió era familiar. —¿Jagger? Se movió para flotar justo por encima de mí. —Te quedaste dormida en el camino a casa, así que te traje aquí. Paisley, siento lo de esta noche. Estaba tan enfadado y cuando tu madre me dijo que Carter fue el que nos delató, yo s olo perdí los papeles. Fue inexcusable. Me disculpé con tu padre tan pronto como

llegamos a su oficina. No te voy a fallar así de nuevo —prometió—. Lo que le hice a Carter... —Le has destruido el rostro —le acusé suavemente—. No es que tú te veas mucho mejor. —Le rocé la mancha oscura en su mejilla con mis dedos, y él se estremeció. —Siempre he tenido... genio, pero nunca he atacado a nadie así, te lo juro. Ha sido la primera vez, y la última. —Me miró a los ojos como si estuviera sopesando la verdad. No sabía cómo responder a eso. Había sido salvaje, y la violencia física no era nada que yo soportara bien. —No está bien, y no puedo fingir que lo está. Tú... no puedes nunca volver hacer algo así. —No lo haré. Lo prometo. ¿Esto me va a costarte? —La luz era tenue en la habitación, pero suficiente brillante para distinguir el miedo disparándose a través de sus grandes ojos. Una docena de latidos pasaron antes de que pudiera responder. En todo caso, esta noche me mostró el poco tiempo que tuve para hacer mi elección. ¿Pero cuánto tiempo tenía? Iba a dárselo a él. —No. No voy a alejarme de ti por esto. No cuando te prometí el perdón. —El níquel. En realidad él lo había guardado. Suspiró, todo su cuerpo relajándose a mi lado. —No te arrepentirás. Lo juro, no te arrepentirás de esto. De nada de esto. Mis párpados parecían muy pesados. —Nunca podría arrepentirme de ti. — Apoyé mis manos por encima de sus latidos. Su frente cayó para tocar la mía, su dulce aliento en mi cara como si ni siquiera hubiera estado dormido. Se sentía tan bien estar en su cama, en sus brazos, segura y querida, sin agobios. —Lo arreglaré con tus padres. Sé que son importantes para ti, pero puede que necesite tu ayuda. La familia no es algo que de lo que yo sepa mucho, ya que la mía es bastante inexistente. —Besó mi mejilla suavemente, acercándome a su lado y cubriendo mi cadera con su brazo—. Duerme, Pajarito. Te tengo. Entrelacé mis dedos entre los suyos, dejando mi mano en la parte superior mientras mis ojos se cerraban. —Yo también te tengo y seré tu familia. Durante los siguientes ciento diez días.

Tocino. El olor me despertó. Estiré mi mano sobre la liza almohada vacía de Jagger, y abrí los ojos. Envié un mensaje rápido a Morgan, salí de la cama, utilicé el baño de Jagger, y comprobé mi cara. No tenía maquillaje, pero las bolsas debajo de mis ojos hoy no eran tan malas. Acostada en la cama todo el día de ayer, envuelta en los brazos de Jagger durante un maratón de películas, sin duda me había sentado bien. Ahora, si todas las películas no hubieran sido las del Ejército de las Tinieblas, podría haber sido perfecto. Habría sido exquisito si él no se hubiera mantenido bajo el control completo y no me hubiera dado solo besos suaves y rápidos. Me puse un sujetador debajo de mi camiseta. De ninguna forma iba a dejar a las chicas libres en el desayuno. Las voces me llevaron a la cocina, y di la vuelta al pasillo para ver a Grayson en la cocina, dando vueltas al tocino mientras Jagger batía los huevos. Ember estaba sentada en el regazo de Josh, tomando café. —Buenos días —dije, colocándome detrás de Jagger y deslizando mis manos alrededor de su cintura. Se puso tenso, y mis dedos sentían cada arista de sus duros abdominales mientas me abrazaba contra él. Una punzada de deseo zumbó a través de mí, no del todo desagradable. Se inclinó hacia mí y tarareó un gemido cuando me apretó con más fuerza. —Buenos días, Pajarito. Le di un beso suave en la espalda y luego lo dejé con los huevos, robando el asiento frente a Josh y Ember. —¿Regresas hoy? Una pequeña y triste sonrisa cruzó su rostro. —Sí, un poco más tarde. No tengo clase hasta pasado mañana, así que me voy a quedar aquí todo el tiempo que pueda. Josh flexionó sus brazos alrededor de ella, poniendo su nariz en su cuello como si necesitara recordar cómo olía. —Yo también —acordé en silencio, echando a escondidas un vistazo a Jagger mientras bromeaba con Grayson. El timbre sonó, y Jagger llegó antes que yo, abriendo la puerta para Morgan. —¡Buenos días, gente! —Ella le entregó a Jagger una cesta llena de roscas. —Uhm. ¿No deberías haberte molestado? —Cariño, soy del sur. No venimos con las manos vacías. —Ella le lanzó una sonrisa y me apretó la mano, llevándome por el pasillo—. Toma —Me entregó tres botellas—. Yo no quiero seguir viniendo al azar, por lo que las traje todas. La abracé. —Gracias.

—¿Él todavía cree que es asma? —Levantó las cejas y ladeó la cabeza hacia un lado, haciéndome saber lo que pensaba acerca de eso. —Se lo diré — prometí. —¿Cuándo? —Pronto. —La llevé a la habitación, tomé mis medicamentos, y guardé las botellas en la bolsa llena de ropa que me había traído ayer. —Santo cielo. Así que el señor California duerme en una cama extra grande, ¿verdad? —Ella pasó su mano a lo largo del edredón. Mis mejillas se calentaron. —Sí. —¿Y lo es? —Ella me miró debajo de sus pestañas. —¿Es qué? —pregunté. —¿De tamaño descomunal? —Extendió sus manos a una distancia absurda entre sí. Golpeé su hombro con la palma de mi mano. —¡Morgan! —Bueno, las mentes inquisitivas quieren saber. —Movió las cejas. —No puedo decir lo que no sé. —Ella me golpeó contra la puerta, dejando su cuerpo a través del pomo de la puerta como un sacrificio. —Lee. Por el amor de todo lo que es justo y santo, por favor, dime que no estás reteniendo la mercancía. —Juntó mis manos—. Tú debes tener sexo sudoroso y caliente con ese hombre, así yo puedo vivir indirectamente, porque ¡Oh Dios mío! —Me aseguraré de decirle que tu voto es sí. —Ahogué la sonrisa lo mejor que pude, pero se me escapó. —¿Y tu voto es no? —Su boca cayó—. Porque él puede dejar sus botas bajo mi cama en cualquier momento. Me reí. —No es que sea de tu incumbencia, pero lo estoy considerando. —¿Y qué pasó con lo de vivir cada día bla bla bla? —Se burló de mí. —Es una especie de lucha interna con un ángel que dice que no me acueste con cualquiera en este momento. —Bueno, dile a esa zorra mojigata que se calle. Seguramente mereces un pedazo de eso. Sobre todo porque el doctor lo aclaró. —¿Chicas, quieren desayunar? ¿O hay una pelea de almohadas en curso de la que yo no sé? —La voz de Jagger entró por la puerta—. Quiero decir, eso me parece bien, pero estaría genial una invitación.

Morgan se hizo a un lado, y abrió la puerta para levantar una ceja. Entonces los hoyuelos hicieron acto de presencia, y yo negué con la cabeza con un suspiro. —¿Me das de comer? —Por supuesto. Presenté a Ember y Morgan, y abarrotamos la pequeña mesa, devorando el desayuno. Comí rápidamente, asegurándome de que no tenía náuseas por tomar las medicinas con el estómago vacío. —Así que, Masters, ¿cómo fue tu viaje a casa? —preguntó Jagger entre bocado y bocado. —Fue ir a casa —respondió él, sin levantar la vista. —No, no, demasiados detalles, hombre. —Jagger agitó la mano—. Algo más y en realidad podría llegar a conocer un poco acerca de ti. Grayson gruñó y se limpió liquidó de su zumo de naranja. —¿Hiciste las reservas? —preguntó Josh. —Sí. Tenemos tres cuatrimoto al mediodía —respondió Jagger, y luego se encogió, inclinándose hacia mí a través de un ojo casi cerrado—. Lo siento, Paisley. Estabas dormida, y Josh preguntó si queríamos ir en cuatrimoto así que, le contesté por nosotros. Mi mente saltó a la lista. Número veintinueve: volver a la naturaleza. —En realidad, eso suena perfecto. —Morgan enarcó una ceja—. No es esfuerzo físico — le murmuré. —Ajá. Solo ten cuidado. —Morgan, ¿te gustaría venir con nosotros? Estoy seguro de que podrías viajar con Grayson —ofreció Jagger. Grayson miró impasible a Morgan. No lo había visto con una chica con otra cosa que no fuera falta de pasión desde que lo había conocido. Morgan no fue una excepción. —Me encantaría llevarte. —Incluso podía oír hablar a los modales. —Oh, no, gracias. Soy más una chica de interior. —Ella miró su teléfono y gritó—: ¡Ooh! Hablando de eso, es el momento de pedicura. Lee, ¿seguro que prefieres conducir en el bosque a que te mimen? Uhmm. ¿Pasar el rato pintándome los pies, o presionar mi cuerpo contra Jagger? —Sí, creo que me quedo con Jagger. —Tú te lo pierdes. —Ella me lanzó un guiño—. Gracias por el desayuno, chicos —dijo en voz alta, despidiéndose. —¿Estás lista para montar? —preguntó Jagger. Oh, lo estaba.

—¿Sabes cómo conducir una de estas? —me preguntó Josh mientras nos encontrábamos sentados a las afueras del parque de salto, esperando a que Jagger y Ember volvieran del baño. Habíamos montado un par de horas ya, y la sensación estaba finalmente regresando a mi trasero. —Pasé todos los veranos de mi vida en el sur de Alabama —contesté. —¿Así que eso es un sí? —Miró a los saltos. —Bueno, desde luego no tengo mi propio traje de montar y casco solo porque luzco guapa de rosa —respondí con una sonrisa. —Auch. —Se puso una mano sobre su corazón—. Sabes, ese acento sureño tuyo puede ser muy engañoso. Tus palabras pueden sonar toda lindas, pero seguro que duelen. —Oh, simplemente pasa una tarde con mi madre. Él negó con la cabeza. —No voy a ser voluntario para eso. Me reí. —Yo tampoco. —¿Grayson? —preguntó. —Sigan, voy a esperar aquí —contestó, cruzando los brazos sobre su cuerpo masivo. Josh hizo un gesto con la cabeza hacia la pista toda sucia que llenaba el área del tamaño de un campo de fútbol delante de nosotros, y asentí, cerrando mi visera. Despegamos, corriendo alrededor de la pista. Josh era el más rápido, pero yo le seguí sin ser una idiota. El control de la cuatrimoto me dio una sensación embriagadora de poder. Podría ser físicamente débil, pero esta máquina no lo era. Podría funcionar donde yo no podía, así que lo dejé. Pisé el acelerador, a la par con Josh, apretando el asiento con mis muslos para asegurarme de que me quedaba cuando hacía un giro un poco rápido. No tenía tanto peso para anclarme. El viento azotaba más allá de mí, un ruido desconocido fuera de mi casco. El zumbido del motor y mi respiración palpitante dentro de mi casco eran todo lo que percibía. Josh señaló hacia los saltos, y una pizca de aprensión me invadió,

cosquilleando mi piel. Nunca había saltado. Esta era una idea estúpida, ni siquiera por el número treinta: Dar un salto de fe. Sin duda eso no estaba en la lista del doctor, pero me sentía muy bien, y ¿no conocía yo mejor mi cuerpo? Haciendo caso omiso del agujero en el estómago, levanté un pulgar hacia arriba de todos modos. Josh tomó el primer salto, uno pequeño, solo un latido del corazón o dos en el aire. Tragué el nudo en la garganta y lo seguí , apretando mis rodillas alrededor de la cuatrimoto. Logré el salto, lanzándome en el aire, y me concentré en mantener mi trasero en el asiento. Un segundo más tarde, mi cuerpo se sacudió y volvió a la tierra. ¡Lo hice! — ¡Eeeee! —Josh me dio un pulgar hacia arriba y fue hacia otro salto. Hicimos ese también y el nudo en la garganta se disipó, dejando solo el orgullo por haberlo hecho todo sola. Si hubiera habido cerca un país para gobernar, un reino por conquistar, estaba bastante segura de que podría haberlo hecho. Me sentía completamente invencible. Miré mi reloj; mi ritmo cardíaco se hallaba dentro de las directrices. Josh se dirigió hacia el salto más grande, una cosa gigantesca que no merecía la pena intentarlo. Pero yo era invencible, ¿verdad? Vivir solo para este momento. Así que ¿por qué no? Él aceleró, tomando el salto a una velocidad vertiginosa. Seguí tan rápido detrás de él que no me molesté en dar importancia a su aterrizaje. Yo ya estaba en el aire. Mi corazón martilleaba peligrosamente en mi pecho, mi única compañía era el absoluto silencio. Josh aterrizó, casi perdiendo el control sobre la cuatrimoto. Oh, no. Mis ruedas golpearon el suelo sin piedad. Resistí el impacto, pero la física tuvo otro efecto. La cuatrimoto rebotó, retrocediendo, y mi cuerpo con él, tirando con una fuerza que no podía combatir. Ese segundo duró una eternidad. Mis dedos perdieron su agarre en el volante cuando el resto de mi cuerpo ya había abandonado la lucha. Esto iba a doler.

Traducido por Fany Keaton Corregido por SammyD

14. Sí, por favor.

Paisley Vi la moto volar por delante de mí con una extraña curiosidad, la física impulsándola hacia adelante. El suelo llegó de repente, y recordé la regla básica de caer y rodar. No luché contra el impulso a medida que mi cuerpo se estrellaba contra la tierra, en cambio trabajé con él, aterrizando en diagonal y rodando sin fuerzas, tratando de no tensarme. El impacto aplastó mi teoría sobre la invencibilidad. El dolor estalló en cada célula de mi cuerpo. El mundo se giró por completo, un caleidoscopio extraño de color rojo arcilla de Alabama y el cielo azul. Cerré los ojos y me rendí, simplemente esperando que se acabara. Demasiados giros más tarde, me detuve. Rocas se clavaron en mi espalda, y no podía respirar. Ningún intento por meter el aire en mis pulmones ayudó. Mi pecho se movía, desesperado por oxígeno. —¡Paisley! —El grito ronco de Jagger atravesó mi pánico. Se inclinó sobre mí y levantó mi visor. Con sus ojos salvajes lucía tan enloquecido como me sentía. Mi boca se abrió y se cerró, mis pulmones todavía gritaban, y mi corazón, cualquier cosa menos divertido, disminuía sus latidos drásticamente rápido. —¡Maldita sea! —gritó, desabrochando mi casco—. ¿Te duele el cuello? ¿Tu cabeza? — preguntó rápidamente.

Negué. Si me dolía no podía sentirlo. Solo quería respirar. Asintió, apretando la mandíbula y tomando mi casco, manteniendo mi cuerpo tan quieto como era posible. El aire frío golpeó mi rostro, pero aún nada. Sus manos fueron firmes mientras abría la cremallera en mi chaqueta. Sus manos recorrieron mi caja torácica, buscando algo fuera de lugar con suaves manos. —Creo que... —Me miró a los ojos, acunando mi mejilla—. Creo que solo te quedaste sin aire. Trata de relajarte. ¿Relajarme? Me forcé a dejarme llevar por el tono suave de su voz. Primero una pequeña corriente de aire se abrió paso en mis pulmones, luego respiraciones cada vez más largas, hasta que mis costillas se expandieron a plena capacidad. Dejó caer su frente en la mía y se desinfló a mi lado. Tomé aliento después de respirar, sonriéndole al cielo, y luego me eché a reír. No solo pequeñas risitas, oh no, grandes, montones de risas. Jagger se echó hacia atrás, con la boca abierta. Entonces me reí y me reí más fuerte hasta resoplar. —¿Qué demonios es tan gracioso? Moví cada una de mis piernas y luego mis brazos. —Estoy bien —dije entre arrebatos—. Acabo de caer de la cuatrimoto, ¡pero sigo firme como un roble!—No pude evitar encontrar la ironía hilarante. Podría sobrevivir a un accidente así sin un rasguño, pero mi corazón fallaría en el futuro. Dios tenía sentido del humor. —Oh, Dios mío, Paisley, ¿te encuentras bien? —preguntó Josh, inclinándose. Asentí, pero no podía dejar mis risitas histéricas. —¿En qué demonios pensabas? —le gritó Jagger a su amigo, poniéndose de pie—. Quieres hacer trucos locos como ese, lo haces con tu novia, ¡pero no con la mía! Mi risa murió. —Hombre, yo... —Josh me miró; las líneas de su rostro tensas y sus cejas se fruncieron mientras soltaba un suspiro tembloroso—. Lo siento mucho. —¿Qué te pasa? —gritó Ember. Josh cerró los ojos y respiró hondo antes de girarse hacia su novia. —Parecía divertido, y ya había hecho los otros saltos. Sujeté el antebrazo de Jagger como apoyo cuando la sangre se me subió a la cabeza por levantarme demasiado rápido. —Lo seguí, no es su culpa. —Mi corazón latía con fuerza, disfrutando el regreso de oxígeno, pero no me faltaba de aliento. Hoy ni siquiera me sentía cansada—. Estoy bien. Sigo completa.

—Bueno, ¡yo no! —me gritó Jagger. Mi mirada fue a la suya y mi boca se abrió. —Jagger... —No quiero oírlo. —Señaló a donde mi moto aterrizó, milagrosamente aún sobre sus ruedas—. Te voy a llevar a casa. Ahora. Pensé dos veces gruñirle, pero en su lugar, suspiré y me dirigí hacia la moto. No era su autoritarismo lo que me hizo hacerlo, sino el miedo en sus ojos cuando quitó mi casco. Nos encontrábamos de camino antes de que pudiera decirle adiós a alguien. Abrazó las curvas, pero mantuvo nuestra velocidad moderada, segura. Sus músculos se hallaban tensos bajo mis manos, y su cabeza se movía de un lado a otro cada minuto o algo así, como si discutiera consigo mismo. Hizo un giro brusco a la derecha, tomando un sendero desgastado hacia lo que parecía un callejón sin salida. Luego aceleró más lejos en el bosque, parando solo cuando no había un sonido además de nosotros. Nos sentamos en silencio por un momento, su pecho agitado bajo mis manos. Desabroché mi casco y lo puse en el soporte detrás de mí mientras me deslizaba fuera del asiento. Las hojas bajo mis pies no crujieron. La humedad del sur en realidad no permitía que nada crujiera, pero al menos existía algún tipo de ruido. —Adelante. Se desabrochó su casco y se lo quitó violentamente. —¿Por qué? —Porque explotarás de todos modos. —Crucé los brazos sobre mi pecho. Su mirada se mantuvo adelante, sus manos presionando los lados de su casco como si pudiera estallar en su regazo. —Eso. Fue. Estúpido —gruñó cada palabra como si hubiese sido arrancada de su garganta. —Lo sé. —Me preparé para el sermón. Giró la cabeza, mirándome finalmente. —¿Lo sabes? —preguntó en un susurro—. ¿Sabes lo fácil que podría haber sido...? —Palideció—. ¡Dios, Paisley! Mis pies se movieron antes de que pudiera detenerme, y me acerqué, acunando su rostro con las manos. —Estoy bien —susurré—. Como un roble. —Mi sonrisa fue forzada. —Maldita suerte, eso es lo que pasó. —Negó—. No lo entiendes. Ese momento en que te vi caer, ¿cuándo golpeaste el suelo? Todo en mí se detuvo, como si mi corazón no pudiera latir si el tuyo no lo latía. Aspiré una bocanada de aire, las lágrimas ardían en mis ojos. —No digas eso. —Paisley, estuve solo desde hace seis años. Alejé a todas las personas que me importaban, básicamente acabé con mi propio corazón, y aun así nada de eso

me preparó para el instante en que pensé que te perdí. Nada en mi vida me preparó para lo mucho que te amaría. Las palabras quedaron flotando entre nosotros, endulzando el sabor del aire en mi lengua, calmando el latido de mi corazón y encendiendo un fuego más profundo de lo que creía posible. —¿Me amas? —No puedes volver a hacer algo así… —Me amas. —Una infinidad de emociones me recorrió con la sutileza de un tornado. Euforia. Miedo. Esperanza. Devastación. Todo lo que quería y todo lo que me aterrorizaba perder se encontraba frente a mí. —… porque no puedo soportarlo, y si eso me hace u… Detuve sus palabras con mi boca, besando cada sentimiento en él. Sus labios se hallaban cálidos, suaves y abiertos. Aproveché, pasando mi lengua por sus dientes, deslizándome a lo largo de la perforación en su lengua. Su aturdimiento se convirtió en un gemido. Sus manos fueron a mi trasero y fácilmente me levantó para que estuviera a horcajadas sobre su regazo, frente a él en la cuatrimoto. Me arqueé, mis pechos presionados contra su pecho, y mis dedos enroscados en su cabello. Inclinó la cabeza a un lado y tomó el control, devorándome con un beso, una mordida a la vez, volviéndome loca lentamente. Me daba lo suficiente para mantener un zumbido constante de energía dentro de mí, y el hormigueo en mis labios se convirtió en un latido constante entre mis muslos. Exigí más, y se alejó, enloqueciéndome. Por último, tomó mi labio inferior con una suave mordida. Solté un ruido que sonó sospechosamente como un quejido. Sus ojos se oscurecieron, y toda la alegría se evaporó mientras tomaba mi boca de nuevo, esta vez sin ocultar nada. Sus labios se inclinaron sobre los míos, besándome profundamente, metiendo su lengua en un ritmo hipnotizante, y me perdí en las sensaciones que solo sentía a su lado. Sus manos se movieron a mis costados, haciendo una pausa interrogante sobre mis pechos. Los impulsé a sus manos, y ambos gemimos. —Piel. Necesito que me toques —murmuré contra sus labios. Su boca nunca dejó la mía cuando la cremallera se deslizó hacia abajo, revelando mi blusa con cuello en V debajo. La primera presión de sus manos no fue suficiente para ninguno. El aire frío golpeó mi estómago mientras levantaba mi camisa sobre mis pechos, dejando mi chaqueta puesta por el frío. Gracias a Dios por los cierres delanteros, y un tirón al cierre y finalmente tocó mi piel desnuda. Entre la temperatura y sus manos, mis pezones se endurecieron. Sus dedos los rozaron, inflamando las pequeñas terminaciones nerviosas, y jadeé. —Perfecto. —Rodó mis pezones entre el pulgar y el índice.

—Jagger —le rogué descaradamente. —¿Qué deseas? El hambre que vi en sus ojos envió un delicioso escalofrío por mi piel. Desperté algo en él que todavía no había visto, y lo quería. —Paisley, ¿qué quieres? —Su mirada cayó sobre mis pechos con sus manos, y no me perdí su respiración contenida, o su erección creciente donde mis muslos descansaban justo sobre los suyos. —Tu boca —contesté, negándome a avergonzarme. El sonrojo en mi rostro me dijo que podría no haber tenido éxito. Gimió, como si mis palabras lo hubieran acariciado. Un segundo más tarde, acunó mi trasero, levantándome para tener acceso. Al primer toque de sus labios en mi piel, me estremecí. Dejó besos sobre mis pechos, los lados, y por debajo, sin dejar ningún centímetro de piel intacta. Deslicé mis manos por debajo de su chaqueta, dándome gusto con sus músculos bajo la camisa mientras me sujetaba a sus hombros. —Jagger —su nombre fue una súplica susurrada. Finalmente, succionó uno de mis pezones con su boca, su gemido envió vibraciones a través de mí como un rayo. Alternó entre tirones profundos y toques suaves de la lengua, saboreando un pecho, luego el otro. Grité cuando usó suavemente sus dientes, y su agarre se apretó, sosteniéndome cuando mis brazos se doblaron por el inesperado placer. Me bajó lentamente, mi piel extra sensible arrastrándose a lo largo de su camisa, y me besó hasta que estuve sentada de nuevo. No pude detener el movimiento de mis caderas rozándolo, desesperada por la fricción entre mis muslos. —Debemos regresar —susurró, con tono débil. —Deberíamos quedarnos un poco más —sugerí, mis dedos se sumergieron debajo de su camisa para explorar las líneas de abdominales por las que babeé desde el primer día. ¿Tenía algún gramo de grasa? Cálida piel de terciopelo cubierta de músculos me dieron una nueva comprensión de “tabla de lavar”. Sus ojos se cerraron cuando tracé las pequeñas líneas, levantando su camisa de la misma manera que hizo con la mía. Mi boca se secó, y mi lengua se moría por saborear cada centímetro, seguir cada tatuaje. —Nunca voy a cansarme de verte así, llegar a tocarte realmente —susurré más para mí misma que para él. Apretó una de mis manos sobre su corazón. —Todo lo que soy es tuyo. Por favor, toca, porque no hay manera de que mantenga mis manos alejadas de ti. Le di un beso, entrelazando nuestras manos entre nosotros. Mis caderas rodaron, frotándose sobre las suyas, y siseó. Su brazo rodeó mi espalda, tirando de mí. Piel sobre piel encendió el fuego recorriendo mis venas, quemando un camino a través de mí que se dirigió directamente a mi núcleo. Cuanto más me deslizaba en la bruma del deseo, menos inhibida me volvía. Lo empujé sobre sus codos, pero

no se quejó mientras me colocaba sobre él, probando la piel de su pecho y rozando con mi lengua sus pezones. Su gemido retumbó en su pecho y envió la ola más ardiente de poder a través de mí. Sus dedos deshicieron hábilmente las trenzas en mi cabello y luego se enredaron en él, apretando mientras yo trazaba el tatuaje que recorría la parte baja de su estómago, justo por encima de la línea de sus vaqueros. —Paisley. —Su voz era ronca. ¿Hasta dónde podría presionarlo hasta que estallara? ¿Quería saber? Sí. Pasé mis dedos a lo largo de la cintura de su pantalón, el negro de sus boxers se asomaba justo encima. Me quedé sin respiración, pero por emoción, no aprensión, lo que me hizo morderme mi labio inferior. Abrí el botón de sus pantalones y tiré de su cremallera. Se sacudió, pero no levantó la vista. Estaba duro, caliente y esforzándose por liberarse. Mi vientre se contrajo, sin desear nada más que tenerlo dentro de mí, tan profundo hasta marcarlo. Mío. Mi mano lo apretó suavemente a través del material, y fui recompensada con un muy gutural—: Joder. —Expulsó el resto de su respiración—. Tal vez ahora no sea… Apreté de nuevo, pasando mi pulgar a lo largo de su eje hasta que la cabeza de su erección se liberó de sus boxers. Mis dedos se arremolinaron alrededor de su punta una vez, dos veces, y luego los reemplacé con mi lengua. —¡Mierda! —Su agarre se apretó en mi cabello, y me encontré con su sorprendida e increíblemente excitada mirada mientras succionaba solo la cabeza en mi boca, saboreando una pizca de sal mientras exploraba la cresta con la lengua y los labios. Con un gruñido, me levantó y sentó con un movimiento suave. Sus ojos eran salvajes ahora con lujuria apenas controlada, la misma que existía en mí. —¿No? —pregunté con un movimiento evasivo de mi cabeza. —No —gritó. Sus ojos se cerraron—. Quiero decir, sí, Dios, sí, pero no esta vez. —Mi decepción fue corta cuando sus dedos sujetaron mi cadera y la base de mi cuello y me acercó en un beso abrasador—. No puedo esperar a probarlo todo contigo —susurró en mi oído. Lamió y succionó a lo largo de mi cuello—. Pero en este momento quiero besar tu piel, memorizar la forma en que hueles, la forma en que te sientes bajo mis manos. —Sí, por favor. Abrió el botón superior de mis pantalones. Mis ojos se abrieron, hallando los suyos. Movió su mano lentamente, buscando en mí una señal de resistencia, el primer indicio de “no”. Ni siquiera lo pensé. Gracias a Dios, llevaba un par respetable de bragas de encaje negro, porque su mano se encontraba en ellas. Mis pensamientos cesaron cuando su dedo medio acarició mi clítoris. Grité su nombre, y mis caderas se resistieron en respuesta. Se deslizó, donde me abrí para él y solté un suspiro irregular. —Joder, estás mojada.

Gemí y me sacudí, esperando que continuara. Nunca sentí esta urgencia, esta necesidad de ardor. —¿Te has tocado a ti misma antes, Paisley? Esperé unos segundos y asentí, haciendo que mi mejilla raspara la barba en su mandíbula. Acordamos no mentir. Sin embargo, eso no significaba que quería hablar de eso. En recompensa, sus dedos me acariciaron, ejerciendo una presión firme sobre ese pequeño manojo dulce de nervios, y grité, el sonido se desvaneció en el bosque. —¿Es la única manera en la que alguna vez te has corrido? Dudé, y luego asentí. —Lo que quiero —susurró contra mis labios—, es sentirte correrte alrededor de mis dedos. Quiero saber cuan apretada te pones cuando llegas allí, así puedo fantasear sobre cómo se sentirá cuando finalmente esté dentro de ti. Sus palabras eran la cosa más sucia que alguna vez escuché, y misericordia, me gustaron. —Por favor —susurré. Tomó el control de mi boca mientras acariciaba mis pliegues, manteniendo un ritmo en ambos que me hacía lamentarme. Empujé mis caderas contra su mano, sin pudor, buscando más contacto. Una de sus manos me levantó por el trasero, tirando de mis muslos sobre los suyos. Luego se adentró más profundo, el ángulo le permitió insertar un dedo dentro de mí. Di un grito ahogado, y se tragó el sonido. Arrastró el dedo a lo largo de mis paredes internas, escuchando mi reacción, esperando a que me expandiera. Cuando lo hice, lo retiró, solo para meter dos en mi interior. —¡Jagger! Tomó cada uno de mis gritos y luego presionó el talón de su mano contra mi clítoris mientras me excitaba con sus dedos, curvándolos para golpear un punto que me tuvo gimiendo con cada embestida, incapaz de guardar silencio. Toda sensación en mi cuerpo se concentró donde sus dedos se encontraban, cerrando mis músculos, construyéndose e intensificándose hasta que quise gritar por la dulce tensión. Su lengua, sus labios, sus dedos... tantas sensaciones unidas en un sentimiento general de pura felicidad. —Paisley, déjame hacer que te corras —pidió, y estuve impotente contra él. Empujó sus dedos dentro de mí una vez más, encontrándome mientras mecía mis caderas, y cuando frotó la palma de su mano contra mí con la presión perfecta y susurró—: Te amo —me rompí, apretándome alrededor de sus dedos. Grité su nombre, mis caderas retorciéndome descaradamente mientras mi mundo se reducía a Jagger. Me quitó el aliento a besos, como si pudiera inhalar mi orgasmo, y acarició las réplicas de mi cuerpo con dedos hábiles. Me apreté a su alrededor cuando otra ola me golpeó, y gimió.

—Increíble —dijo, recorriéndome con los ojos. Retiró los dedos y abotonó mis pantalones, temblando ligeramente—. Eres tan hermosa. Me sonrojé ante su alabanza y rodé mi pulgar sobre su erección exp uesta. Gimió y se apoderó de mi muñeca, alejándome. —¿Seguro? —pregunté—. No quiero dejarte adolorido. Su sonrisa fue suficiente para hacerme pensar en desabrocharme los pantalones. —Dios, Paisley. No puedes... no voy a ser capaz de controlarme. Voy a enterrarme tan profundamente dentro de ti antes de que puedas parpadear, y sé que no te encuentras preparada para eso. Además, egoístamente, me gustaría no estar en un vehículo todo terreno nuestra primera vez. Casi me sacudí con sus palabras, por primera vez pensando en revisar mi monitor cardíaco. Mi pulso se elevó, lejos de los parámetros deseados, pero me sentía muy bien. ¿Cómo sería cuando tuviera sexo con Jagger? Ya lo sentía más elevado que nunca en estos pocos momentos. Arreglamos nuestra ropa, y me besó como un hombre hambriento justo antes de que me pusiera mi casco. —Vamos a casa —le dije, sonriéndole. —Sí, vamos —estuvo de acuerdo. Subí detrás, tratando de no saltar cuando las vibraciones del vehículo de cuatro ruedas frotaron mi carne demasiado sensibilizada. Jagger nos dio la vuelta, y nos dirigimos hacia el camino. Sabía que solo tenía que tachar cada sección de la lista de una vez, pero misericordia, la número catorce merecía una mayor exploración.

Traducido por Julie Corregido por Josmary

Incluso ahora, apuesto a que tratas de pensar en una forma de castigarme, pero la verdad es que he vivido en el infierno durante tanto tiempo que no podrías hacer nada peor.

Jagger Al día siguiente, el tictac de los segundos en el reloj de pared era el ú nico sonido en la oficina del Comandante Davidson cuando Carter y yo nos hallábamos de pie, frente a su escritorio vacío. Los días de vacaciones habían terminado; ya era hora de que cayera el martillo. —Bateman —comenzó Carter con un tono lleno de remordimientos. —No lo hagas —le espeté. La puerta se abrió, y entró el Comandante Davidson, dejando abajo su café. —Tenientes. —Señor —respondimos a la vez. Me quedé mirando la placa justo por encima de la cabeza hasta que dijo—: Pónganse a gusto. —Ambos nos relajamos visiblemente—. Bueno, señores, no creo que necesitemos repasar los acontecimientos de la víspera de Año Nuevo, ya que vi todo lo sucedido. Aquí viene la expulsión. —¿Tienes algo que decir, Bateman? —No hay excusa, señor.

La cabeza de Carter giró en mi dirección, pero seguí ignorándolo. Aceptaría lo que me tocara. Me lo merecía. —¿Carter? —preguntó Davidson, con voz tensa. —No hay excusa, señor. Davidson se pellizcó el puente de la nariz y murmuró algo que sonó como: “Es demasiado temprano para esta mierda”. Tomó una respiración profunda, con la mirada vacilante entre nosotros. —Bueno, ¿en qué demonios pensaban? —Nos miramos el uno al otro, y luego de nuevo a Davidson—. Que alguien me responda. —Así que, ¿vamos a discutir otra vez lo de fin de año? —le pregunté, aclarando. —Por el amor de Dios, solo expliquen por qué fueron tan idiotas como para decidir que golpearse durante una reunión formal en la casa del General Donovan sería aceptable. —Empezó él —se quejó Cater. Maldición, ¿hablas en serio? —Es verdad. —Los dos me miraron como si me hubiera vuelto loco—. Bueno, es así. No fui yo quien dio el último golpe bajo, pero sí lo empecé. Carter miró al suelo momentáneamente antes de levantar la cabeza. —¿Esto se trata del oso polar, o la señorita Donovan? —Ambos —respondimos al mismo tiempo. —La única razón por la que siguen aquí es porque el General Donovan siente algún tipo de responsabilidad, ya que es su hija. Una sensación de alivio me invadió rápidamente. No iba a ser expulsado. Por otra parte, Carter tampoco. —Teniendo en cuenta lo que ha pasado, creo que debemos reasignarlos como compañeros de vuelo. —Empezó a hojear un archivo en su escritorio. —¿Señor? —dijo Carter, emocionado. El Comandante Davison levantó las cejas, y Carter se apresuró a agregar—: Me gustaría seguir con Bateman. Es el segundo mejor de la clase y me motiva, señor. —Segundo mejor, mi culo —le espeté sin pensar. —Ustedes dos me van a dar úlceras —murmuró Davidson. No podía negar la lógica de Carter. Tenerlo como compañero me llevaba a volar perfectamente y responder a cada pregunta de forma correcta, porque si me equivocaba, sabía que estaría detrás de mí con la respuesta adecuada, listo para dejarme en ridículo en la primera oportunidad. —Tiene razón —dije lentamente.

Los ojos de Davidson se estrecharon. —No van a tener una segunda oportunidad. Si no pueden hacer este trabajo, he terminado con los dos. ¿Están seguros? —Estoy seguro —le contesté. —Sin duda, señor —intervino Carter. Él negó con la cabeza, murmuró que nosotros éramos más complicados que los niños, y nos liberó. Los dos nos pusimos nuestros abrigos cuando salimos a la trayectoria de vuelo, a pesar de que el sol de Alabama alejaba el frío de enero. —¿Qué pasó? —preguntó Josh, acercándose junto a Grayson. —Todavía estamos dentro —respondió Carter. —No te pregunté a ti —espetó Josh. Carter resopló. —Jesús. ¿Qué diablos pasa con ustedes? Sigo siendo el líder de tu clase, uno de los únicos tenientes de nuestra clase, y aun así no puedes… —¿No puedo qué? —interrumpió Josh—. ¿Respetar a alguien que no tiene sentido de la lealtad? Tú no durarías ni un día en un pelotón real. —¿Y qué diablos sabrías al respecto? —respondió Carter—. He pasado los últimos cuatro años de mi vida dedicándome a los militares. Josh negó con la cabeza. —Increíble, maldición. —Pasó a Carter y se dirigió a su helicóptero asignado. —¿Qué? —preguntó Carter. —Él ya tuvo una misión en Afganistán y un Corazón Púrpura 5 , imbécil — contestó Grayson. No estaba seguro de qué me sorprendió más, que Carter no tuviera ni idea de Josh, o que Grayson lo insultara. Carter se puso tenso. —Cuida tu lenguaje. —Al parecer, para Carter, fue el insulto. —¿O qué? —añadió, cruzando sus enormes brazos sobre el pecho. Grayson no era alguien con el que quisieras meterte, no solo por su tamaño, sino porque era imposible saber cómo reaccionaría—. ¿Vas a golpear tu anillito sobre la mesa y comportarte como si eso te diera el derecho a manejarnos? —¡Me lo da! Grayson se rió, haciendo que mi medidor de “mierda” superara todos los limites. —Supéralo, Carter. Tienes una educación en West Point, bien por ti. Pero Es una condecoración de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, otorgada en nombre del Presidente a aquellos que han resultado heridos o muertos en servicio después del 5 de abril de 1917. 5

nuestro rango es exactamente el mismo, y solo porque mi anillo es de Citadel no te hace más jodidamente especial. Carter quedó boquiabierto y me encontré en el mismo estado. —Hombre, ¿fuiste a Citadel? —le pregunté. Mierda, de verdad no sabía casi nada de él. Grayson se encogió de hombros con un toque de humor en sus ojos, y luego se volvió para seguir a Josh. —¿Quieres saber lo que va a matarte, Carter? —Probablemente vas a decírmelo —escupió Carter. —Preguntarte a cuál de nosotros ellos le pidieron que fuera líder de la clase primero —dijo por encima del hombro. Carter se desinfló como si Grayson lo hubiera pinchado con un alfiler, y silbé por lo bajo. —Maldita sea. —Ve al avión, Bateman. Vamos a comenzar esta carrera —dijo Carter. Quité la cubierta del motor y sacudí la cabeza por las banderas de vuelo que lo marcaban. Obviamente. Carter se encontraba callado, mientras indicábamos los procedimientos y se ofreció a dejarme volar primero, algo que no hizo nunca. Cuando salí del campo de aviación, con Carter en el asiento trasero, nuestro instructor realizó unas preguntas fáciles sobre las limitaciones de combustible. — ¿Carter? —dijo cuando él no ofreció una respuesta. Por primera vez desde que lo conocí, Carter tenía la respuesta incorrecta.

Mierda. Iba a llegar tarde a la cena con Paisley. Estacioné, presionando los frenos tan fuerte que mi bolsa salió del asiento del pasajero y golpeó el suelo. Apagué el coche, agarré la bolsa y atravesé la puerta del frente en un tiempo récord, arreglándomelas incluso para saludar a la señora King cuando hizo un comentario con respecto al paisaje. Una vez más. Señora, es febrero. Dígamelo en abril, por el amor de Dios. —¿Dónde es el incendio? —preguntó Grayson desde la cocina cuando cerré la puerta de una patada. —Llego tardísimo —le grité de camino a mi habitación. Dejé mi bolsa junto a mi tocador y me quité el uniforme antes de abrir rápidamente las puertas del

armario. Agarré la primera camisa que vi pero me detuve cuando divisé la sudadera de Paisley colgando a un lado. Una amplia sonrisa se extendió por mi cara, y acaricié la manga. Me gustaba ver sus cosas junto a las mías. La chica estaba permanentemente fría, y parecía más fácil mantener algunas cosas aquí. Al igual que un par de mudas de ropa, un cepillo de dientes, un cepillo para el pelo... ese tipo de cosas. Josh me recomendó que le diera un cajón o algo, pero eso parecía oficial, y una relación de un poco más de un mes no se encontraba exactamente en un territorio “oficial”. Por otra parte, ¿qué diablos sabía yo? Nunca antes estuve en una relación, pero me gustó. Me sentía más feliz que nunca. Permanecía en la escuela de vuelo, continuaba en la carrera por la cima de la Lista por Orden de Mérito, y estaba tan enamorado de Paisley que mi corazón amenazaba con abandonar el barco cuando pensaba en ella. La vida era condenadamente perfecta. Me vestí rápidamente y metí la billetera en el bolsillo mientras me dirigía por el pasillo. —¿Sales? —preguntó Grayson desde el comedor, sus libros esparcidos por la mesa. —Sí. ¿Estás bien? Asintió. —Los exámenes me están matando, pero voy a hacerlo bien. —Gracias a Dios. —Me incliné sobre la mesa y vi sus notas. Él me dio una mirada de “¿qué diablos?”, y me reí—. Hombre, te he visto volar. Si tuvieras mi memoria fotográfica, estarías pateando traseros. Gruñó. —Sí, bueno, no la tengo, así que me toca estudiar. —Me despachó, sumergiéndose en los libros. —¿Tu familia viene el próximo lunes para el Día de la Familia? No alzó la vista. —¿Solo para verme volar el helicóptero de entrenamiento? No. No pueden permitirse el lujo de hacer el viaje dos veces. Vendrán cuando me gradúe. ¿La tuya? —Joder, no —le respondí al instante. Levantó las cejas, mirando hacia arriba. —¿Quieres... hablar de ello? — preguntó lentamente. Me reí. Parecía que sintiera un dolor físico. —No, y te prometo que la respuesta siempre será no. —Genial. —Regresó su atención al trabajo—. Diviértete con Paisley. Tuviste suerte allí.

Noté el anhelo que se filtró en su tono. —¿Tienes a alguien en casa? —le pregunté—. Te vas allí cada vez que puedes, pero no dices nada. Flexionó la mandíbula, y el control sobre su bolígrafo se tensó. —¿Quieres hablar de tu familia? —No —repetí. Levantó la mirada, sin decir nada, y entendí el mensaje. Su vida amorosa era como casi todo lo demás de este tipo… una zona prohibida. —Linda charla. —Lo saludé, sacudiendo la cabeza cuando sonó mi celular. Paisley. Sonreí mientras respondía—: Hola, Pajarito, ya voy a buscarte. —Hola. Siento llamarte tan tarde, pero no estoy allí. —¿Estás bien? —El pánico me apretó el corazón—. ¿Estás teniendo un ataque? —Estoy en Birmingham, pero me encuentro bien. Algunas pruebas de rutina atrasadas, y el doctor quiere que pase la noche aquí. —Voy para allá —le contesté, dirigiéndome a mi habitación. —¡No te atrevas! Son tres horas de viaje, y mañana tienes clase. Bajé mi bolso de lona y empecé a meter ropa suficiente para un par de días, lanzando su sudadera por si acaso. La querría si tenía que quedarse allí. —Voy, Paisley. —En serio, Jagger. Sin contar el tráfico, no llegarías hasta las nueve y media. Mañana me van a dejar salir. —¿No me quieres allí? —Mierda. Iba a enfermarme. —Por supuesto que sí. —Su voz era suave—. Es solo que no quiero que conduzcas tan tarde cuando, de todos modos, no podrás verme. Las horas de visita son hasta las diez, y Morgan ya insistió. —Morgan estaba con ella, no yo. —No me gusta que estés en el hospital y yo no pueda verte. —Tragué saliva; la idea sabía a arena en mi boca. —A mí tampoco, lo prometo. Te diré algo. Si me dejan otro día, ¿vendrás? —preguntó. Suspiré, cerrando los ojos. —Por supuesto. Iré tan pronto como me lo digas. —Gracias —susurró—. Lamento mucho lo de la cena. Debí haberte llamado antes. No me di cuenta de lo tarde que se hizo. —Pajarito, una cita es la menor de mis preocupaciones. ¿De verdad te sientes bien? —Sí. De hecho, me siento muy bien, y creo que es por eso que a él le gusta molestarme. Ahora mejor vete a estudiar.

—No necesito estudiar —me reí. —Ve a leer tus libros, Jagger. No voy a ser la razón por la que no consigas un Apache. —Ooh, eres sexy cuando te pones autoritaria. —Y sexy cuando ella se reía, leía un libro, y hasta dormida, maldita sea. —No empieces. —Se escucharon unas cuantas voces desde el fondo—. Jagger, la enfermera está aquí. Luego te llamo. —De acuerdo. Te amo. Hazme saber si necesitas algo. —Hice una pausa, dejando la puerta abierta, una vez más. —Lo haré. Gracias, cariño. —Colgó sin pasar a través de ella. Una vez más. Pasó un mes desde que le dije que estaba enamorado de ella, y no me respondió lo mismo. Traté de no dejar que me fastidiara, pero había una vocecita molesta en mi cabeza que golpeaba mi confianza cada vez que ella ignoraba mi declaración. También me impedía acostarme con ella. Había estado dejando señales de que se encontraba más que lista, pero al parecer, yo era la chica en esta relación. Quería las palabras antes que el acto. Probablemente porque nunca las tuve. Mi teléfono sonó de nuevo, y sonreí, respondiendo sin mirar. —Oye — contesté—. ¿Cambiaste de opinión? —¿Jagger? Comprobé el identificador de llamadas. Era Paul. —Hola, hombre, ¿qué ocurre? —La he encontrado. A Anna. Mi vida perfecta se arruinó en diez minutos.

Traducido por Dannygonzal Corregido por Victoria

Dios, ella valía todo el tiempo, y lo vale ahora. Déjame aclararme: la escojo sobre ti, y siempre lo haré.

Jagger El cielo sobre Chicago era negro tan literal como la medianoche. Me salté la recogida del equipaje y en cambio encontré a Paul de pie al lado de la salida. Una cabeza más alto que todos a su alrededor y macizo como un jugador de fútbol americano, era fácil de localizar. Sacudió mi mano y me dio un abrigo North Face, con las etiquetas puestas. Esta no era nuestra primera vez. —¿Estás listo? —preguntó, tomando mi bolso de lona y levantándolo sobre uno de sus enormes hombros. Paul solo tenía diez años más que yo, y lo había conocido justo ese tiempo. —Tan listo como siempre. —Dirigió el camino hacia su Range Rover, y subí al asiento del pasajero, colocando mi mochila a mis pies. Lanzó mi bolso de lona a la parte de atrás y se montó al asiento del conductor, saliendo del aeropuerto tan pronto como me puse el cinturón de seguridad. —¿Lo trajiste? Le di una patada al bolso entre mis pies. —Un pago de cinco de los grandes para los drogadictos, en efectivo. Silbó. —¿Es rastreable? —Nop. Lo gané todo. —Bien. Comprar la casa era riesgoso. —Me miró de reojo. —No pasaré mi vida asustado —contraataqué.

Sonrió. —Bien. Pasé mis manos sobre mi cara, tratando de despertar. Me pasó un Red Bull de su hielera, y lo acepté con gratitud. —¿Entonces te ausentaste sin permiso, o algo? Sacudí mi cabeza, tragando la bebida energizante. —Salida de emergencia. —El Comandante Davidson se puso cualquier cosa menos feliz cuando lo llamé el jueves en la noche, pero se encontró conmigo. Una mirada a mi cara y firmó el documento de salida. Tenía una semana. El tiempo suficiente para lograr ocuparme de ella. El tiempo suficiente para regresar a clase. Verme afectado en cada designación, prácticamente me sacaría del primer lugar. Aparté la escuela de vuelo de mi cabeza. Me encontraba a kilómetros y un mundo; una vida lejos de aquí. Yo ni siquiera era eso en este momento. No, en este momento no era nada que no tuviera que ver con Anna. Por favor, que esta sea ella. Entramos en el barrio que solamente quería ver desde el aire. —Demonios — murmuré, observando las luces rotas de las calles y los carros oxidados con ventanas quebradas. —Oh, sí. Es un lujo —respondió Paul—. Algunas veces trabajar para ti me hace desear haberme quedado siendo tu guardaespaldas. Al menos no terminábamos en lugares como este. —Bueno, si pudiéramos alejarla de ellos. —Esa es mi plegaria —respondió. Apreté los dientes contra mi respuesta usual; para que una plegaria funcione, alguien tendría que estar escuchando. Estacionó la camioneta afuera de una casa deteriorada que no se hallaba ubicada en la parte alta del valor del mercado en los alrededores. —¿Listo? Paul me quitó la bolsita de cuero, deslizándola dentro de su chaqueta mientras subía la cremallera de la mía. El aire de Chicago congeló los mocos de mi nariz mientras caminábamos hacia la puerta principal. Odiaba esta parte, y no decepcionaba. Mi estómago se revolvió cuando Paul tocó la puerta metálica desgarrada. La puerta de madera se abrió. —¿Puedo ayudarte? —dijo una voz incoherente desde el interior. Lo esquivé para dar un vistazo, y me encogí. El chico era delgado hasta los huesos y pálido, usando pantalones sucios y una camiseta de cuello abotonado, pero fue su cara lo que me hizo temblar. Sus pómulos sobresalían, y había

dolorosas aberturas a lo largo de sus labios partidos y a un lado de su cara. —¿Eres Steve? —pregunté. —¿Eres el chico que busca a Anna? —Parpadeó lentamente sus ojos caídos. —Sí. —Mi pulso latía rápidamente. —¿Tienes el dinero? Asentí, pero Paul respondió—: Lo tendrás cuando la tengamos. Se balanceó sobre sus pies un par de veces, sus ojos pasando entre nosotros. —Juren que no son policías. —¡No somos malditos policías! —lancé. Cada segundo me quitaba un poco más de mi lejana educación, pero asustar a este chico era perjudicial para el objetivo—. Te trajimos un buen regalo por encontrar a Anna, eso es todo. Miró entre nosotros de nuevo y luego abrió la puerta metalizada, alejándose mientras entrábamos. La sala estaba vacía excepto por un sofá andrajoso, las tres personas desmayadas en él, y una mesa de café abarrotada con contenido que tampoco quería examinar de cerca. Paul tomó posición detrás de mí al tiempo que yo seguía a Steve a través del pequeño pasillo hacia una habitación. Él la abrió y golpeó el interruptor de la luz, prendiéndolo y apagándolo un par de veces antes de murmurar—: Maldita luz. — En cambio tiró de la cuerda del interior del armario, iluminando la habitación lo suficiente para ver la masa apiñada en la esquina y el cabello color whisky que conocía tan bien. —Anna. La alfombra se sintió esponjosa bajo mis pies mientras tropezaba hacia el colchón y me arrodillaba a su lado. Su cabello estaba desliñado, una masa flácida mientras lo quitaba de su cara; había sido un año desde la última vez que hicimos esto, y aunque se mostró, todavía era Anna. Sus ojos cafés se encontraban abiertos, desenfocados, pero su respiración era constante. —Estoy aquí, Anna, estoy aquí. —¿Tengo el dinero? —preguntó Steve, balanceándose inseguro en mi visión periférica. Asentí, manteniendo mis ojos clavados en Anna. Una colilla de marihuana se deslizó de la manta áspera debajo de la que se encontraba, y contuve el vómito. —Mierda. —Le arranqué la manta y la lancé al otro lado de la habitación. Su figura demacrada estaba cubierta por una, a duras penas, camiseta rosa y un par de pantalones de chándal negros, y su brazo, maldición, su brazo tenía un torniquete atado justo sobre su codo. Lo quité y moví mi pulgar sobre las marcas de los cortes que estropeaban su brazo. ¿Cómo diablos le quedaban algunas venas para usar?—. Toma mi maleta —le ordené a Paul; qué facilidad con la que mi voz se volvió de ese tono.

—¿Vas a llevártela? —preguntó Steve, tomando el dinero del paquete. —Sí. —No podía quitar mis manos de su cara, acariciar su cabello, sentir el golpeteo constante de su pulso bajo mis dedos. —Bolsa —dijo Paul, colocando la lona a mi lado en el piso. Saqué un par de mis medias y las puse en sus pies descalzos, maldiciendo que no pensé en traerle nada. Ahora debería ser mejor en esto. Rebusqué en la bolsa por una camiseta y agarré un puñado de la sudadera roja con capucha y cremallera de Paisley. La levanté hasta mi nariz, cerré mis ojos, y olí su esencia, enredándome en el conocimiento de que tenía a alguien, algo que no había sido contaminado por esto. Paisley. ¿Cómo alguien tan bueno, tan dulce como ella, se acercaría lo suficiente para entender esto? Metí los brazos de Anna por las mangas como una niña y le subí la cremallera, cubriéndola. Después le puse mi propia chaqueta, y luego la levanté en mis brazos. Ella estaba asquerosamente liviana. —Vamos a sacarte de aquí. —¿Jag? —murmuró; sus ojos vidriosos enfocándose en los míos solo por ese segundo. Cada músculo en mi cara se tensó para mantener las lágrimas a raya. No iba a quebrarme, no cuando tenía algo que hacer. —Estoy aquí. Te dije que vendría. Una sonrisa dejó un rastro en sus labios. —¿Cómo es que te vuelves más guapo? Eso no es justo. Presioné mis labios en su frente. —Mi Jagger. —Su cabeza rodó sobre mi hombro, y sus ojos se cerraron. Apreté mi agarre y salí de la casa destartalada. —Solo tú y yo. ¿Lo prometes? —Su voz se desvaneció. —Siempre, Anna. Tú y yo. —Le aseguré en el asiento trasero del Range Rover. Al menos nadie lo desmanteló cuando nos encontrábamos adentro. Cerré la puerta de Anna y me apoyé en el auto; el frío del metal ardió por mi camiseta más rápido que el aire congelado. Le di la bienvenida, el ligero ardor que se me metía en este momento, me recordaba que realmente me hallaba aquí. Que la había encontrado. Esta vez. Un sonido primitivo se propagó por mi garganta y mi puño se sacudió, doliendo por destruir algo. Metí las manos en los bolsillos de mis pantalones para contenerlos, y mis dedos removieron la moneda de Paisley. Le prometí que controlaría mi temperamento, y se lo debía. Mi cabeza se golpeó contra el auto, y me quedé ahí un minuto o dos, tratando de procesarlo. Mi éxito al encontrar a

Anna. Mi fracaso por dejarla llegar tan lejos como lo hizo. El alivio. La resignación de que esto nunca iba a terminar hasta que ella lo eligiera para sí misma. La máquina rugió a la vida, sacudiéndome de mi fiesta de lástima. Tomé una fría respiración y dejé que me entumeciera de adentro hacia afuera. Luego entré al auto, listo para llevar a la otra mitad de mi alma a rehabilitación. De nuevo.

—Te ves muy mal —dijo Paul, entregándome una taza de café. Era la única droga que permitían en este lugar. —Gracias. —Pasé mi mano libre por mi cara y tomé un trago, recibiendo la cafeína, y dejando caer las tarjetas de estudio en mi maleta. El tiempo de estudiar terminó. —¿Todavía nada? —Miró a Anna dormida en la cama de hospital. Esta era la única pista de que su habitación no era una casa inmaculadamente decorada. —No desde que pasó lo peor del rescate. —¿Peor que la última vez? —Se estiró en el sillón paralelo al mío y colocó sus pies en la mesita del café. —Cinco días. —Mantuve mi voz plana, pero Paul lo sabía. Había estado conmigo desde que esto comenzó, en realidad, desde antes. Él vio su lento descenso al infierno justo como yo lo hice, ambos incapaces de evitar que se envenenara a sí misma. —¿Frase favorita? —preguntó, tratando de traer nuestra ligereza usual y morbosa a la situación. —Esta vez, umm… —Pensé bien—. Definitivamente los te odio, pero esos no son nada nuevo. Pero fue agradable que le ella diga a la enfermera que iba a usar el estetoscopio para lanzar su trasero de regreso a la comunidad hippie en la que aparentemente nació. —Ah, ¿no ha investigado el acercamiento holístico? —Eso es algo negativo. Por otra parte, tampoco estoy seguro de estar deprimido por la falta de… todo. He sido distanciado de la civilización por los últimos seis días. —Confiscaron cada celular en la entrada, y no habían teléfonos

fijos en el edificio excepto por los de emergencia. Sin internet, sin televisión, sin sistemas de juego. Pero sí existía una maldita tonelada de yoga, si eso es algo para ti. —¿Por qué no sales de la línea de la propiedad y haces una llamada? Sacudí mi cabeza, concentrado en el sube y baja del pecho de Anna. —Le prometí que no la dejaría. Si no estoy aquí cuando se despierte, no tendremos oportunidad de mantenerla aquí. Tal como está, tengo un día más antes de tener que regresar a casa a Rucker. —A casa a Paisley. Ella iba a matarme, lo merecía. No le hablaba desde el viernes en la noche, y fue un mensaje apurado en su correo de voz acerca de que tenía una emergencia fuera del pueblo y la llamaría cuando pudiera. Hablar con ella era más crucial que el aire, pero en este punto lo había arruinado tan magníficamente que tenía que hacerlo en persona. Estuve consumido por un pensamiento: conseguir a Anna, y todo lo demás se desvaneció hasta que la tuve aquí, admití. Anna era mi talón de Aquiles, e iba a tener que rogarle a Paisley que entendiera una vez que pudiera explicárselo. Ahora solo quedaba descubrir cómo demonios hacer eso. Repasé cada posible escenario, cada forma de decírselo, romper la ventana de mi pasado y ayudarla a absorber que algunas veces sangra y se desangra, en mi presente. —Solo llama. Te tomará unos minutos, y puedo quedarme con ella. —Me vio dudar—. Jagger, tu vida real está en Alabama. Ya no eres esto, y no podría estar más orgulloso de lo que has hecho en cada aspecto de tu vida. Ahora consigue un maldito teléfono y llama a tu chica. La necesidad de escuchar la voz de Paisley era un dolor físico que afectaba cada extremidad, cada dedo, incluso mi lengua. Golpeé el metal con mis dientes y volví a pensar en toda mi posición “personal”. Quizá solo tenía que hablarle, para recordar mi otra vida, y a ella esperándome. Mierda. Quería mi celular, una habitación tranquila, y un pequeño y dulce acento sureño en mi oído. Me puse de pie y llegué al pomo de la puerta antes de que Anna se moviera. —¿Jag? Me desinflé como un globo reventado y plasmé una sonrisa en mi cara antes de voltearme. —Hola. Paul se disculpó mientras Anna se sentaba, parpadeando el sueño de sus ojos. Aún se veía demacrada, incluso peor después de pasar por el rescate, pero estaba limpia. Su cabello se encontraba en un desordenado nudo sobre su cabeza, y su camiseta le quedaba demasiado grande sobre su figura, haciéndola parecer más joven de lo que era. —¿Te ibas? —El pánico que irradiaba de sus ojos me detuvo. —No —respondí, sentándome a su lado en la cama. Acuné su mejilla en mi mano, pasando mi pulgar a lo largo de su piel marcada. No importaba lo que se

hizo a sí misma; ella para mí tenía dieciséis permanentemente, desde que era más enérgica que cualquier niña o mujer que conocía o que había conocido. Elegí creer que ella se encontraba allí, bajo la piel hundida y las llagas abiertas, aún mi Anna, solo un poco desgastada en los bordes—. Mañana tengo que ir a casa —dije suavemente. —Yo soy tu hogar —protestó en un tenue quejido—. Siempre dices que soy tu hogar. —Lo sé, y lo eres. Pero estoy en la escuela de vuelo. Si me quedo más tiempo, me retrasarán una clase, o peor, reprobaré. —Levanté su mano y apreté ligeramente sus dedos huesudos—. No tengo elección. Su boca se frunció. —Siempre tienes elección. Te podrías quedar. Podríamos conseguir un apartamento. Sé que podría permanecer limpia si te quedaras conmigo. —Sus ojos se aguaron; un truco que había aprendido desde temprano que me afectaba. Cerré mis ojos y tomé una respiración regular. —Hemos intentado eso, Anna. Solo termino drogándome contigo, y acabé con eso. Tienes que limpiarte aquí, no hay límite de tiempo, estás paga por todo lo que necesites quedarte, pero no podemos seguir haciendo esto. —¿Es por ella? —preguntó con suavidad. Mi estómago se tensó. —¿Ella? —La chica de la sudadera. ¿La que me pusiste? Es la sudadera con capucha de una chica, y huele dulce. ¿Tú… encontraste a alguien? Nuestros ojos se entrelazaron, y no pude mentir. —Sí, pero ella no es la razón por la que no puedo quedarme. Estoy en la escuela de vuelo. Sabes lo mucho que significa para mí, lo que he abandonado para hacer esto. —Nunca has escogido a otra chica sobre mí. —Su voz bajó a un susurro, sus ojos perdieron su foco. Levanté su barbilla. —Todavía no. Esto no es una competencia, Anna. —¿Ella sabe sobre mí? Sacudí la cabeza. —Aún no. Dejó salir una risa lastimera. —Yo tampoco querría decirle. Soy una drogadicta, ¿verdad? Una vergüenza que desertó de la secundaria y con la que malgastas el tiempo, y el amor y que simplemente no desaparecerá. —Eso no es verdad. Te amo, Anna. Nada va a cambiar eso. —¡Pero ella lo hizo! —gritó, llevando las piernas hacia su pecho—. Dijiste que nunca amarías a otra chica, que era la otra mitad de tu alma. ¡Lo prometiste! — Sus manos atacaron su cabello, y yo las aparté cuidadosamente.

—Seamos justos, creo que teníamos nueve cuando prometí eso. Hizo un puchero, la mirada más cercana a mi Anna cuando teníamos casi siete años. —Todavía se mantiene. Una sonrisa se expandió por mi cara. —Te vez como una diablilla cuando haces eso. Deja de ser un dolor en el trasero. Te amo. Siempre te amaré. No hay una fuerza en la tierra, ninguna otra mujer en el universo que te reemplazará. Nunca. Pero no puedo quedarme aquí contigo. No soy lo que necesitas en este momento. —Te odio —susurró. Lastimó pero no me paralizó, no como lo hacía usualmente. —Sí, bueno, también me odio. Lo siento mucho. Siento no haber visto lo que hacías hasta que ya estabas muy lejos. Lamento las fiestas nocturnas, y las chicas, y hacerte sentir como si no tuvieras ningún otro remedio. —Mi garganta amenazó con cerrarse, pero la obligué, necesitando decirlo—. Lamento que te sintieras abandonada, pero puedo prometerte que nunca lo estuviste, nunca lo estarás. Si pudiera regresar… Ella apretó los ojos. —¿Tú qué? ¿Me detendrías antes de comenzarlo? ¿Me llevarías a rehabilitación exitosamente esa primera vez? ¿O quizá justo antes de prostituirme cuando se acabó el dinero? Las náuseas golpearon fuerte, cerca de doblarme del dolor. Bloqueé las imágenes que puso en mi cabeza, así podía respirar. —Lo habría detenido todo. Yo habría sido lo que sea que necesitaras. Lamento que era joven, y estúpido, y no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. Y también por el dinero, sabes que te daré lo que sea que necesites. Por favor… —Mi voz se quebró—. Anna, no hagas esto. Te mereces mucho más que eso, y es peligroso. Déjame cuidarte. —No con su dinero. Preferiría quitarme la ropa que tomarlo. —Sus ojos se encendieron con vida, y aunque quería tranquilizarla, me sentía feliz de verla apasionarse por algo. Incluso si era odio. Hubo un golpe en la puerta. —Siga —dije mientras entraba la enfermera fornida. —¿Anna Bateman? —preguntó. Los ojos de Anna se ensancharon antes de asentir. La enfermera verificó el nombre en su brazalete con el historial médico y luego cambió su bolsa de suero—. En un rato estaré aquí para revisar tus signos vitales. —Gracias —dije, ya que los modales de Anna no lo hicieron. La enfermera asintió y se retiró. —¿Les dijiste que mi apellido era Bateman? —Sonrió. —Sí, era menos riesgoso que decirles el verdadero.

—Me gusta ser una Bateman. Tendré que pensar en eso. Te diré algo. Lo mantendré si accedes a quedarte. —¡No puedo quedarme! Tengo una vida en Alabama, y tú debes limpiarte y estar así por una vez. —¡Tal vez no quiero hacerlo! ¿Alguna vez se te ocurrió que estoy bien? ¿Que soy feliz tal como estoy sin que estés tratando de arreglarme? —Las lágrimas llenaron sus ojos y bajaron por sus mejillas. Cerré los míos contra el ataque. Nada me afectaba como lo hacían sus lágrimas—. Nunca estaré bien. ¡Soy una causa perdida, así que no entiendo por qué tu no me dejas también! Me puse de pie, concentrándome en mantener mis rodillas estables. —¡No estás perdida! Siempre te buscaré. Siempre te haré retroceder. ¡Siempre te hallaré! —Mi piel se sentía tensa y seca mientras restregaba mi cara en mis manos—. ¡Maldición, Anna! Tienes que ayudar. Tienes que dar un jodido paso por ti misma, porque no puedo seguir caminando por los dos. No puedo mantenerte limpia. Tienes que hacer eso por ti misma, quererlo por ti misma. —Quédate. ¿Por favor? —rogó—. No me dejes. Por un segundo, teníamos de nuevo dieciséis años, envueltos el uno al otro, aferrados a la única cosa segura que siempre tuvimos mientras nuestro mundo se destruía frente a nosotros. Que un chico de dieciséis años se debió haber quedado, debió haber sido lo que ella necesitaba. Pero no lo hizo, y el hombre de veintitrés años que estaba de pie en su lugar no podía. No cuando sabía que quedarse con ella significaría renunciar a todo por lo que había trabajado, mi independencia, mi carrera, mi cordura en general. —No puedo. —Mi mano se apoyó en el pomo de la puerta—. El próximo mes tengo una burbuja de entrenamiento después de la selección. —Si no me echan por fallar después de perderme seis malditos días—. Vendré entonces, lo prometo, pero no puedo quedarme. Ahora no. —No puedo hacer esto sin ti —susurró. Apoyé mi frente en el marco de la puerta y aguanté la culpa que me tentaba a quedarme aquí. Luego me imaginé a Paisley. Su sonrisa, su beso, la forma en la que me rodea con aceptación y que hincha cada uno de mis sentidos mientras que al mismo tiempo me relaja. —Puedes hacer esto sin mí, Anna. No puedo ser tu soporte, ya no más. Te tendré aquí. Te daré todas las herramientas que necesites, además hemos hecho esto por siete años, y es hora de que te pongas de pie. —Me estás dejando… por ella. ¡CaT, Jagger! ¡Lo juraste! Levanté la manga corta de mi camisa para exponer el tatuaje tribal en mi brazo derecho y señalé el letrero del centro. —CaT. ¡Estoy aquí! Lo quiero. Pero no puedo hacer esto por ti. Tienes que hacerlo sola. No puedo limpiarte por ti. —¡La estás escogiendo sobre mí! —gritó.

Abrí la puerta hacia el pasillo y no me di la vuelta. —No, te escogí cuando vine en vez de quedarme en donde ella pudo haberme necesitado. —Un error que no volveré a cometer—. Te he cuidado, Anna, como juré que lo haría. Pero ahora necesito que tú también te escojas. Ya no puedo quedarme y verte suicidándote. La puerta se cerró detrás de mí, colocando suficiente espacio entre Anna y yo para respirar.

Traducido por Anty & Mary Warner Corregido por Sandry

1. Enamorarse de forma desesperada y apasionada.

Paisley El olor a palomitas de maíz llenó la casa, y saqué un paquete de M&M de la reserva de dulces que oculté detrás de la harina. Después de todo, leí en alguna parte que cantidades masivas de chocolate daban a tu cerebro las mismas sustancias químicas que un orgasmo. Tal vez necesitaba comer toda la maldita fábrica para conseguir incluso la mitad de lo que me dio Jagger. Subí los estantes en la despensa, tirando de mis pantalones de franela con cordón de vuelta hasta la cintura y ajustando las correas de mi camiseta. —Ooh, ¿es noche de cine? —preguntó Morgan, saltando dentro de la cocina, vestida con pantalones vaqueros halagadores y una blusa escotada. El reloj marcaba las ocho y cuarto, y le puse los ojos en blanco. —No, para ti no lo es. Vamos, vete, Morgan. Se inclinó sobre la isla de la cocina. —Prefiero quedarme aquí y hacerte compañía. —No. No vas a perder la oportunidad de nada por mi culpa. Arqueó una ceja hacia mí. —¿Vas a llamar a tu novio? ¿O todavía lo evitas? El problema con evitar contarle a Jagger lo de las pruebas fue que eso significaba que no lo había visto, ni tocado, ni besado. Llamaba y cortaba casi como una broma de instituto. El microondas sonó, y quité la bolsa, con cuidado de solo aferrar los bordes. Una vez que el tazón delante de mí estaba lleno, puse un par de cucharadas de mantequilla en el microondas para derretir. Quiero decir, si mi corazón se iba a dar por vencido de todos modos, yo también podría.

—Paisley. Tienes que decírselo. Asentí, vertiendo de la bolsa de M&M en la parte superior de las palomitas de maíz caliente. Otro ding, y la mantequilla estaba lista para derramarla. —¡Paisley! —Morgan cerró sus manos sobre el mostrador en frente de mí. Mi cabeza se levantó. —¡Lo sé! Es simplemente que... —Mis ojos miraron al calendario marcado con la siguiente cita—. Él no me trata como si estuviera rota. —No estás rota. —Oh, por favor. Todo el mundo me ve como un pequeño jarrón roto. Solo siguen paseándome de un lado a otro, con cuidado de no presionar los puntos débiles, manteniéndome en lo alto del estante en donde no puedo respirar. Jagger... él es como una inyección de oxígeno puro. No quiero perder eso. —No vas a dejar de amarlo solo porque se le digas. No va a alejarse, no con la forma en que te mira. Ese chico está locamente enamorado, y merece saberlo. —Nunca dije que estaba enamorada de él. —Me concentré en el tazón de palomitas de maíz, distribuyendo metódicamente el chocolate y la mantequilla. —Oh, cariño, no tenías que hacerlo. —Morgan me agarró la mano—. Pones tu corazón en esos bonitos ojos verdes tuyos. No me puedes engañar. Las lágrimas pinchaban en mis ojos. —¡Pero no quiero amarlo! Es estúpido, ¿no es así? Que sea ridículamente feliz, ¿pero no quiero admitirlo? —Sí, estúpido, especialmente para alguien que cuenta sus días como un mórbido calendario de Adviento. —Agarró un puñado de palomitas de maíz—. ¿Cuándo te diste cuenta de eso? ¿Cuándo me di cuenta? Pensé y simplemente... lo sabía. —Cuando me dijo que prefería quemarse durante un momento y realmente experimentar el amor que vivir una vida segura sin él —suspiré—. Fue como... si él fuera para mí, ¿sabes? Porque ese momento podría ser todo lo que tengo para darle. —No tiene que ser así. —Él no debería amarme. Necesita a alguien que pueda saltar de aviones con él y caminar por las montañas en Nepal. No tiene que cargar con una chica inválida que no puede hacer nada más que centrarse en el latido de su corazón. — Arranqué mi reloj y lo estampé en el mostrador—. No debería estar conmigo. —¿Nepal? El amor no es exactamente racional, y tampoco lo eres tú en este momento. —Cogió el reloj y comprobó que no lo había roto—. No te dejará, Paisley. Si eso es lo que te asusta, no lo dejes. Jagger es un luchador, y va a estar a tu lado. Tragué saliva, imaginando las cirugías del marcapasos, o las pequeñas descargas eléctricas que podrían darle si elegía el desfibrilador interno. Vi viría en

salas de espera y consultorios médicos. Me miraría como una enfermedad del corazón y no... a mí. Tragué saliva, maldiciendo a la situación en que nos había metido a ambos. —Morgan, no estoy asustada porque no se quede a mi lado. Estoy aterrorizada porque lo hará. —Para… Pero no podía evitar vomitar las palabras. —Sobre todo ahora. Me siento muy bien con estos nuevos medicamentos, como si pudiera conquistar el mundo, y sin embargo, soy una entre malditos millones cuyo amplio corazón no deja de crecer cuando el resto de mi cuerpo sí lo hace. ¡Él no se merece esto! Ella inclinó la cabeza y levantó una ceja. —Merece ser feliz, lo mismo que tú, y merece saber la verdad. Ahora, deja tu maldito lloriqueo antes que los violines empiezan a tocar canciones tristes en nuestra cocina. —Ugh. He hecho un desastre. Sonrió como el gato Cheshire. —Pero un bello desastre en el que estar. Jagger Bateman está enamorado de ti. Y estás enamorada de él. ¿Sabes lo raro que es eso? ¿Qué la persona que amas también lo sienta? Confía en mí, esto no sucede tan a menudo como piensas. Nos hallábamos tan cerca de la perfección, y a un latido de distancia de la tragedia. Sesenta y seis días. ¿Cómo iba a pasarlos? —Yo lo amo estúpidamente tanto. a eso!

Morgan saltó como si tuviéramos catorce años de nuevo. —¡Ah! ¡Ahora salta

Mis mejillas se acaloraron y mi pulso se aceleró, ya sea por la vergüenza o por pensar en poner mis manos sobre Jagger. Probablemente ambas. —¿De verdad crees que es la mejor idea? —¿Qué dijo el doctor Larondy? —Que mientras pueda subir un tramo de escaleras sin perder el aliento, estoy bien para el sexo. —¿Y no subiste las escaleras para cambiarte hace solo unos minutos? Entrecerré los ojos hacia ella. —Morgan, ve a buscar a alguien y sube tus propias escaleras. Se rió, dio un manotazo a mi trasero, y agarró su bolso del mostrador. —¡No me esperes despierta, querida! —La puerta se abrió, y alcancé las palomitas de maíz—. ¡Ooh, imagínate eso! —¿Qué? —respondí, haciendo estallar cuatro salados, mantecosos y cálidos M&M en mi boca. Cerré los ojos y gemí mientras las cascaras se rompían y el chocolate derretido se escapaba. Tan bueno.

—Mierda, eso es sexy. ¿Quieres que los deje a ti y a tus palomitas a solas? Mis ojos se abrieron de golpe al oír la voz de Jagger, y tragué, luego pasé mi lengua por los dientes para asegurarme de que no iba a hablar con una sonrisa recubierta de chocolate. —Hola —dije en voz baja, sin saber qué más decir, ya que mi aliento me abandonó al verlo. Vestía el uniforme completo, con las botas pesadas, mientras caminaba por el suelo de baldosas hacia mí con un jarrón lleno de peonías rosas. —¿Feliz Día de San Valentín? Ni siquiera me di cuenta qué día era hasta que me encontraba en medio de la prueba compensatoria. —Puso el jarrón y su tapa en el mostrador, luego se pasó las manos por la cima de su cabello. Era largo, casi demasiado largo, y me encantaba. Dejó un metro más o menos entre nosotros, una chispa vacilante en sus ojos que me hizo sentir como si estuviéramos parados en el borde de algo grande, y no estaba segura si quería saber lo que era—. Siento mucho haberme ido de esa manera, no haber llamado. —Su voz era baja, arrepentida y sincera. —¿No había teléfonos en Chicago? Una sonrisa tiró de las comisuras de su hermosa boca. —En realidad, no. Como que me lo confiscaron y no lo recuperé hasta tarde anoche. Para entonces solo quería verte y explicártelo en persona, pero tenía clase todo el día, y una prueba para compensar. Tomé una respiración profunda. —Creo que los dos tenemos cosas que necesitamos explicar. —Me acerqué a él hasta que nuestros dedos se tocaban y tuve que estirar el cuello para verlo. Con mis pies descalzos y sus botas de combate, nuestra diferencia de altura era aún más exagerada. Tragó saliva y asintió. —Hay muchas cosas que no sabes sobre mí. Cosas que no le he contado a nadie, cosas sobre las que no tengo control. Y quiero decírtelas, pero... —Movió la lengua por los dientes, absolutamente distinguida. Lástima que esa lengua semental no se hallaba dentro. —¿Pero no estás listo para que yo lo sepa? —Lo entendí todo muy bien. —No quiero que me mires de forma diferente y de repente veas a alguien más... alguien que no puedes desear. —Podría decir exactamente lo mismo—. Hay partes feas de mí, Paisley. Pecados por los que todavía estoy pagando. —¿Es ahí donde estabas esta semana? ¿Pagando por esos pecados? Dos latidos pasaron mientras su mandíbula se apretó. —Sí, en cierto modo. —¿Me has engañado? —pregunté en voz baja, con la entonación para asegurarme de que supiera que no creía que fuera posible—. ¿Te has acostado con alguien más? ¿Has tocado a otra persona?

—Joder, no. ¿Cómo puedes...? —Negó con la cabeza—. Eso no es una posibilidad. Eres la única mujer que quiero. —Mi sonrisa debió haberle avisado, porque puso los ojos en blanco—. Me estás matando, Paisley. —Estuvimos de acuerdo en los valores predeterminados a la confianza, así que eso es lo que hago. —Tienes todo el derecho de saber lo que pasa… —No vamos a hablar de ello esta noche —ofrecí. Su frente se arrugó. —¿Las chicas no quieren hablar siempre? Negué con la cabeza, el pelo haciendo cosquillas en mi piel desnuda. —Te he echado de menos de forma feroz, Jagger. Solo quiero estar donde te encuentres esta noche. Podemos resolver todo lo demás después. —Tampoco quiero contar mi secreto. No, quería esta noche, y la iba a tomar. Sus ojos se suavizaron con evidente alivio mientras me alojaba en mi propia ejecución. Me puse de puntillas y tomé su cara entre las manos, pasando mis pulgares por su barba afilada que creció desde su afeitado matutino. —No tienes que preocuparte. Sea lo que sea, no va a detenerme de quererte... de amarte. Sus labios se separaron, y sus ojos se volvieron hambrientos. —Dilo otra vez. —No tienes que preocuparte. —Sonreí. —Esa parte no. —Vislumbré la vulnerabilidad que escondía tan bien. Era tan firme en contra de unirse a cualquiera, a cualquier tipo de relación, que no solo no amaba a nadie, sino que también evitaba que alguien lo amara. Estaba hambriento por ello. La culpa se estrelló contra mí. Sabía que lo amaba desde hace meses y no podía decirlo, incluso cuando él lo hizo. No podía hacer esa promesa de que estaría aquí para que me amara. Retuve de forma accidental lo único que necesitaba desesperadamente. —¿Paisley? Rocé mis pulgares en sus labios y busqué sus ojos. —Te amo, Jagger Bateman. —Mis labios se encontraron con los suyos en el beso más suave que jamás habíamos compartido. Nos aferramos allí durante un momento, y me deleité en el amor desplegando a través de mi pecho, irradiando a través de mí. Lentamente llevó las manos a mi cintura, pero no profundizó el beso. —Dilo de nuevo —suplicó. —Te amo —le susurré y lo besé de nuevo—. Te amo. —Llevé mis labios a sus mejillas, su barbilla, la piel de su garganta, puntuando cada beso con un “te amo” hasta que sus manos se apretaron en mí y su agarre se volvió posesivo.

Llevó su boca a la mía, esta vez acariciando su lengua dentro con una ternura que nunca había mostrado antes, sacando un gemido de mi garganta. —Te necesito. —Su voz quebró cualquier atadura en mi mente. —Sí —respondí mientras el hambre despertaba en mi vientre. Dos palabras, y estaba dispuesta a desnudarme en mi cocina. Sus manos rozaron de mi espalda a mi trasero, y me levantó fácilmente. Envolví mis piernas alrededor de su cintura, mis brazos alrededor de su cuello, y lo besé con cada gramo de amor que podía verter en él. Nos llevó por las escaleras, deteniéndose justo afuera de mi habitación para apoyarme en la pared. No se abalanzó como llegué a esperar; en cambio, pasó los dedos por mi mejilla, me miró a los ojos como si estuviera haciéndole el amor a mi alma, y me derretí. —Te amo, Paisley. Te amo tanto que no entiendo cómo pude haber dado un solo aliento antes de encontrarte. Llegué a la vida cuando lo hiciste en esa playa. No quiero vivir otro día en que no te pueda decir eso. Me arqueé hacia arriba, llevando mi boca a la suya. —Me puedes decir eso por tanto tiempo como viva —prometí, a continuación enrosqué mis manos en su pelo y lo besé como si esta fuera la única oportunidad que tenía. La pared era un gran apalancamiento mientras me mecía en él, acercándome lo más que pude, pero no era suficiente. Necesitaba su piel. Mis dedos hicieron brevemente el trabajo de desabrochar la parte superior de su uniforme, tirando de este de entre nuestros cuerpos. Me equilibró contra la pared para liberar sus brazos desde la parte superior. Mis uñas rozaron su piel mientras levantaba su camiseta bronceada, revelando las líneas de músculos y la piel deliciosamente tatuada que me moría por probar. Mi boca se abrió en su propio acuerdo y se fijó a la piel por encima de su corazón, chupando un pequeño moretón en la superficie, como si necesitara mi propia marca para competir con los demás remolinos de tinta. Siseó y se inclinó hacia mí, forzando mi cabeza hacia arriba, y se quitó la camisa por la cabeza. Oh. Dios. Mío. Sus placas de identificación descansaban contra su piel, desnudo desde el cuello hasta la cintura. Un uniforme nunca me había excitado, ¿pero la mitad del uniforme de Jagger? Iba a quemarme por combustión espontánea. Probé la resistencia de su cadena y lo tambaleé por otro beso, saboreando la forma en que su agarre se apretó en mis caderas. —Cama — susurré mientras me distanciaba. Gimió y buscó la manija de la puerta durante un segundo antes de abrirla. Encendió la luz, y luego me llevó a la cama. Me bajó hasta que descansé en el suave edredón blanco en el centro de la cama con dosel. El dosel blanco colgaba a través de la parte superior en contraste con la piel bronceada de Jagger mientras miraba hacia él, tratando de tragar mi corazón, que saltó en mi garganta. —Eres hermoso. Su sonrisa hizo eco de la mía, llevando a cabo su hoyuelo. —Eres imparcial.

Mis manos cayeron a lo largo de los planos y ángulos de su espalda, memorizando cada línea. Se sentó en la cama junto a mí e hizo un trabajo rápido eliminando las botas, luego deslizó su peso sobre mí y estableció sus labios en mi cuello. Mi cuerpo volvió a la vida, arqueándose hacia él mientras yo gemía. —Me gusta este lugar —susurró, y procedió a lamer y chupar cada centímetro de mi cuello. Una ola de calor me recorrió el cuerpo, dejando piel de gallina a su paso. Mis caderas se movieron con las suyas, y me besó lentamente, enrollando los dedos por mi pelo y sosteniéndolo como si fuera algo precioso. Luego besó el camino hasta mi pecho, rozando los dientes suavemente sobre mis pechos. Los duros puntos de mis pezones sobresalían a través de mi camiseta, y los besó cada uno a su vez. —Piel —supliqué. Sus manos seguían las líneas de mi cuerpo hasta que llegó a mi cintura. Me miró a los ojos y esperó a que asintiera, y luego levantó la tela sobre mi cabeza cuando alcé los brazos con entusiasmo. Sus placas de identificación hicieron cosquillas en el hueco de mi garganta mientras bajaba sobre mí, finalmente, piel con piel. El fuego me lamió donde estábamos conectados, solo enfureciéndose aún más caliente cuando se levantó y se quitó el collar. —Mi turno —dije, y lo empujé sobre su espalda. Agarró mis caderas mientras lo cubría, y me dio un beso tan a fondo que mi cuerpo vibraba. No importaba si estaba por encima o por debajo de él, aún podía controlar cada estremecimiento de mi piel. Tracé un camino por su cuello con mis dedos, flotando sobre las llamas tatuadas que lamían desde su espalda hasta su hombro y se transformaban en palabras. —¿Este? —Necesitaba otro pedazo suyo. —Lo que más importa es lo bien que caminas por el fuego —Se detuvo por el más vacío de los momentos—. Lo conseguí cuando me sentí... asentado, como si me hubiera sobrepuesto al abandono… No insistí. En vez de eso, esbocé las palabras con mi lengua. —¿Bukowski? —pregunté sobre su piel. Aspiró cuando besé el punto sensible donde la clavícula se reunía con su cuello. —Es tan sexy cuando hablas en bibliotecario para mí. Me reí, pero todos los pensamientos de risa huyeron mientras acariciaba mis manos por su torso, saboreando cada línea tallada de su estómago. Sostuve su mirada y bajé la cabeza, besando el camino delicioso que llevaba a sus pantalones. Disfruté cada respiración contenida, la tensión de sus músculos debajo de la lengua. —Paisley. —Mi nombre sonaba tan bien cuando lo decía así. Abrí los botones de sus pantalones, y gruñó, moviéndome de un tirón a mi espalda—. Me estás matando.

—Esa es la idea. —Levanté mi pecho para que estos se frotaran contra su piel, y consumió mi boca hasta que no pude pensar, solo sentir el deslizamiento de su lengua, la dulce presión de sus muslos entre las míos. —Trato de ir despacio. Coopera. —Volvió su atención a mis pechos, usando su lengua y los labios hasta que jadeé sin aliento su nombre. Cada tirón envió golpes de lava a través de mis venas, palpitando y juntándose entre mis muslos, y todo lo que quería era aliviar el dolor. Sus manos se deslizaron por mis costados hasta que sus pulgares se engancharon en mis pantalones de pijama. Besó mi estómago, pasó la lengua por mi ombligo, y luego besó el camino a la cinturilla. Levanté la cabeza para ver porque se detuvo, para ver la pregunta en sus ojos. —Sí —susurré. Mis codos soportaban mi peso, y levanté las caderas, permitiéndole deslizar mis pantalones el resto del camino por recorrer. No apartó la mirada de mí, pero mantuvo los ojos mientras arrastraba mis bragas por mis muslos. No había nada más que amor, casi reverencia en sus ojos. Levanté mis piernas una a la vez, colocándolas a ambos lados suyos. Su mirada pasó sobre mí, cambiando desde lo dulce a lo hambriento. — Condenadamente perfecta, cada centímetro de ti. —Su alabanza me calentó hasta la punta de los dedos de los pies. Arrastré mis pies a lo largo de sus pantalones y los llevé hacia abajo. — Quítatelos. —Mandona —Sonrió y los quitó, dejando que sus boxers fuera todo lo que nos separaba. Luego se deslizó entre mis muslos abiertos y acarició la piel desnuda de mi torso con el suyo. Gemí ante el contacto y enrollé mi tobillo sobre su cadera mientras me besaba, una nueva urgencia alimentando la velocidad y la presión. Perdía algo de ese control, pero yo quería que lo perdiera todo. Había sido suave y lento desde el cuatrimoto, y quería a ese Jagger de nuevo. Pasé mis uñas por su piel hasta que agarré su trasero a través de sus calzoncillos. —Paisley —susurró, y me arqueé, frotando su erección contra mí. Se alivió parte del dolor, solo para dejarme palpitante cuando se apartó. Su dominio de sí mismo era increíble, pero yo había terminado con él. Cuando se sentó sobre sus rodillas, lo seguí, besando la piel tensa de su estómago—. Trato de ir despacio, y lo estás haciendo imposible. —Bien—murmuré en la cintura de sus boxers. Su respiración se aceleró mientras mis manos se movían a sus muslos y se apoderaron de las bandas de músculo allí—. Se siente increíble. —Sus dedos se enredaron en mi pelo y apretaron cuando rocé mi pulgar sobre el contorno de su erección. Me empujó sobre la cama, presionándose contra mí en un largo y delicioso deslizamiento. —Deja de hacer eso, o me voy a quebrar, Pajarito.

Me estiré entre nosotros y apreté su longitud. —Quiébrate ya, porque estoy ardiendo por ti. Gruñó en mi cuello, y sus besos cambiaron de lánguidos al abandono. Sí. Esto era lo que quería. Lo necesitaba imprudente, salvaje y desinhibido conmigo. No más precaución o restricción. Se echó hacia atrás en sus manos y me miró con necesidad cruda. Gemí y levanté mis caderas; el dolor entre mis muslos se volvió insoportable. —Traté de ir despacio, para hacer esto bien —advirtió. Luego atacó, deslizando sus dedos en mis pliegues y sosteniéndome abierta cuando su lengua lamió sobre mi clítoris. Un grito se liberó de mi garganta mientras me acariciaba de nuevo, moviendo y acariciando, luego chupándome. Oh, Dios. Me iba a morir de los estragos que esa lengua estaba causando. Esto era... era... no había palabras. Desesperada por contacto, enrollé una mano en su pelo y la otra en la sábana por encima de mi cabeza, como si me pudiera sostener a tierra mientras me enviaba fuera de control. Sopló sobre mí, y mis caderas se resistieron. —¡Jagger! —¿Qué? —Pasó la lengua por mí lentamente—. ¿Más? —¡Sí! —Sabes increíble —dijo contra mi clítoris, y las vibraciones enviaron otra oleada de placer a través de mí. Mis caderas montaron su boca mientras me acariciaba, incapaz de controlar mis propios movimientos. Mi respiración salía entrecortada—. ¿Qué deseas? —Más —gemí. —¿Cómo? —Se alzó por encima de mí y giró mi rostro al suyo, mirándome a los ojos. Tuve la sensación de que siempre iba a desafiarme aquí, y me hallaba más que lista para ello. —Quiero tus manos sobre mí. Deslizó un dedo dentro de mí y acarició. —¿Así? —Sí. ¡Más! —Parecía casi salvaje mientras se deslizaba por mi cuerpo, cerrando los ojos mientras deslizaba otro dedo y empujaba. Grité y luego me quedé sin palabras cuando se tomó su tiempo con la lengua contra esos nervios. La presión se construyó abajo y dentro de mí, tan fuerte que tenía miedo de quebrarme. Dije su nombre una y otra vez, incapaz de pensar en alguna otra palabra. Luego presionó hacia arriba con sus dedos, chupó mi clítoris en su boca al mismo tiempo, y exploté alrededor de él. Luces brillaron detrás de mis ojos mientras me apretaba en torno a él una y otra vez, hasta que caí floja.

Besó mi garganta y luego mis labios, cada musculo rígido. —Observarte es lo más sexy que he visto. Eres extraordinaria, Paisley. —Su respiración salía de forma entrecortada, sus manos permanecían firmes, pero sentí un ligero temblor precipitarse a través de él mientras acariciaba mis curvas, impulsando el comienzo de otro fuego en mí. Miré sus ojos, así no podría haber malentendidos. —Te quiero, ahora. —¿Estás segura? —Sudor goteaba de su frente, y su respiración golpeó mis labios en jadeos. —Ahora. Me sostuvo un condón, y se lo coloqué, apretando mientras él siseaba de placer. Tomó mis manos en las suyas y las alzó sobre mi cabeza mientras deslizaba su erección entre mis sensitivos pliegues. —Estás tan malditamente húmeda — gimió. Llevé mis rodillas hacia arriba para acunar su cuerpo y esperé para que se presionara en mi interior. En vez de eso, me besó, frotando su lengua con la mía en el mismo ritmo en que se deslizó contra mí por debajo. Gemí en su boca y me moví hacia él. —Eso se siente increíble —le dije mientras lo hizo de nuevo—. Pero tú… —¿Confianza, Paisley, recuerdas? —Pasó sus manos por mis brazos hasta que palmeó mis pechos, luego pellizcó mis pezones, rodándolos expertamente mientras yo gemía. El dolor entre mis muslos empezó a latir de nuevo, luego a palpitar mientras rozaba sus dedos sobre mí. Encontró un ritmo contra mi clítoris, acariciando, frotando, y presionado, hasta que estaba enroscada más fuerte que un resorte. —¡Jagger! —grité, perdiendo cada apariencia de control. —Paisley. —Su voz tembló. Se mantuvo tan cerca de mí como era posible, descansando su frente en la mía y tragando mis jadeos mientras finalmente empujó la cabeza de su erección en mi interior. —Te amo —susurró. —Te amo —prometí. Se deslizó un centímetro más en mi interior, y me apreté sobre él, quemando ligeramente donde él ya me estiró. Con un gemido ahogado, se deslizó en mí hasta la empuñadura. Jadeé de placer exquisito al tenerlo en mi interior, sintiendo cada parte de mí y exigiendo por más. —¡Dios! Estás tan apretada. Encajas como si hubieses sido hecha para mí —dijo contra mi boca, su respiración errática mientras me daba un minuto más que necesario para ajustarme. —Lo fui. —Mis labios temblaron debajo de los suyos, necesitando el placer para aliviar. Rodé mis caderas y gemí ante la fricción.

—No. Solo déjame retener esto… —Sus ojos estaba cerrados fuertemente, luchando para mantenerse quieto, determinado a ir despacio conmigo. Lo besé, deslizando mi lengua en su boca abierta y acariciando el techo de su boca al mismo tiempo que alzaba mis caderas. —Jagger —supliqué, enterrando mis uñas en su piel. Salió, casi hasta la punta, y luego se estrelló de golpe. El placer rasgó a través de mí, tan dulce que lo probé. —¿Te gustó eso? —¡Sí! Lo hizo de nuevo, y de nuevo, estableciendo un duro y profundo ritmo que me llevó más alto y alto en la espiral. No podía permanecer quieta, por lo que enterré mis talones en la cama, arqueándome hacia él, encontrándolo en cada embestida. No incrementó el ritmo, incluso cuando se lo rogué, solo embistió más duro, más profundo. Nuestras respiraciones se igualaron ante la intensa presión, y nos dimos por vencidos en tratar de besarnos, simplemente probábamos la pasión que se derramaba de nuestras bocas abiertas. Nunca apartó la mirada; el azul de sus ojos se hizo más oscuro mientras limpiaba mi alma con cada empuje, cada jadeo y gemido. Mis lloriqueos se volvieron desesperados, y él aceleró el ritmo, chocando sus caderas con las mías con perfecto placer. —Yo… Yo… —Traté de hablar pero no pude formar una frase. Otra aparte de “sí”, y “más”; los cuales grité frecuentemente. Frotó con su pulgar mi clítoris mientras se enterraba en mi interior. El ritmo nos castigaba mientras nos llevaba hacia la liberación y sudor goteaba de nosotros. No podía imaginar que pudiera hacerlo dos veces, pero cuando se frotó contra mí con una dura embestida, me corrí en sus brazos, gritando en su boca. Tragó el sonido con un devastador beso, y embistió más rápido, sin control. Otro profundo empuje, y luego se sacudió, diciendo en voz alta mi nombre mientras terminaba. Luego colapsó sobre mí y nos rodó a un lado para que así no fuese a aplastarme. —Eso fue… —Luchó para recuperar la respiración—. Eso fue increíble. —Más que increíble. —Sonreí, dándome cuenta que acababa de tener dos orgasmos y mi corazón se encontraba bien. Acelerado, pero bien. —Sorprendente y perfecto. —Justo como tú. —Besó la cima de mi nariz. El agotamiento me invadió mientras él salía de la cama para limpiarse. Mi cuerpo empezó a cerrarse, exigiendo descansar, y cedió completamente cuando me atrajo hacia él, apoyando su brazo sobre mi cintura y metiendo mi cabeza bajo su barbilla. —Ahora estás pegada a mí, Paisley Donovan. Nunca voy a dejarte ir — susurró en mi oreja.

Mis ojos se abrieron de golpe, porque sabía que él podría no tener elección.

Traducido por Monse C. & Miry GPE Corregido por Eli Hart

Un día seré feliz, y no tendrá nada que ver contigo

Jagger —¿Estás segura de esto? —le pregunté mientras nos aseguraban con el arnés, a más de treinta metros sobre el nivel del mar. ¿Era segura esta grúa? No se sentía estable. ¿No hice esto hace un par de meses? ¿Por qué esta vez se siente tan diferente? —Bueno, es un poco tarde para arrepentirse —se rió contra mi pecho. —Sí, quise arrepentirme hace una semana cuando sugeriste eso. Pero me emboscaste en un coma sexual, donde soy indefenso. No mentiste sobre tu peso, ¿verdad? Sé que las chicas hacen eso, lo que es jodidamente estúpido, pero aquí tienes que ser sincera. ¿Lo fuiste? —Alcé su rostro hacia el mío para verla riendo—. Esto no es gracioso. —Es muy gracioso —respondió, estirándose para rozar sus labios sobre los míos—. Sí, fui sincera. —¿Y tu asma? —susurré en su oído. —Acabo de ir al doctor. El asma no afecta remotamente, te lo prometo. Mi mandíbula se tensó. —Esta es una lista estúpida, Paisley. ¿Qué diablos te hizo querer saltar del bungee? Arqueó una ceja hacia mí. —¿No dijiste que estuviste aquí en agosto? ¿Y en Colorado? ¿Cuántas veces has saltado? Me atrapó con eso. —Seis veces, pero se trata de mí. Tú nunca me has parecido el tipo de mujer a la que le guste arrojarse de torres gigantes y luego regresar con una banda elástica.

—No es algo que siempre haya querido hacer, pero es algo que parecía… — Sus ojos se abrieron, como si finalmente hubiese entendido que estábamos parados en el borde de una muy peligrosa cajita para marcar en su lista. Su garganta se movió al tragar—. Es estúpido, ¿no? Tan estúpido. Su respiración se aceleró, y la besé suavemente. —Sí, lo es. Totalmente y terriblemente estúpido. —¿Pero divertido? —Una chispa de emoción atravesó esos ojos verdes, y no pude evitar sonreír. —Sí. Es excitante. Pero si quieres cambiar de opinión, estoy totalmente de acuerdo —le prometí, pasando mis manos a lo largo de su espalda. —Sí, señorita, porque en dos minutos será muy tarde. —El guía aseguró los mosquetones en nuestros arneses. Ella tomó un par de rápidas respiraciones, miró hacia el cielo y luego a la orilla del puente, pero no hacia abajo. Luego sus ojos se centraron en los míos, irradiando pánico. —No, quiero hacerlo. —No parece. —Me giré para decirle al guía que nos desenganchara, que no había forma de arrojar al amor de mi vida por un puente, pero ella me acarició la mejilla con sus dedos. —No. Tal vez yo no quiera hacer esto, pero tengo que hacerlo. Lo necesito. Por mí. —Se mordió el labio inferior, con sus ojos fijos con esa determinación que adoro totalmente—. Además, tú me mantendrás a salvo. Envolví mis brazos a su alrededor, acercándola hacia mi pecho y besando la cima de su cabeza. —No dejaré que te pase nada —prometí, pero mi estómago se tensó. Hacer cosas estúpidas solo por la adrenalina siempre fue divertido, pero involucrar a Paisley, arriesgarla, no es algo que esté bien para mí. Especialmente cuando ella parecía querer estar en cualquier otro lugar menos ahí. ¿Por qué carajo hizo una lista llena de mierda que no quería hacer? El guía nos dio las últimas instrucciones, explicándonos qué es lo que iba a pasar. Con cada oración, Paisley me apretaba más y más, hasta que estuve retenido por un tornillo de un metro cincuenta y ocho. —Esto no es seguro si tienen epilepsia, algún mal cardiaco, o si estás embarazada. —El guía levantó sus cejas hacia nosotros. ¿Paisley embarazada? Hemos sido cuidadosos estas últimas dos semanas, y no había ninguna posibilidad, pero esa idea no me hizo querer vomitar. No, esa noticia solo me daría una excusa para poner una sortija en su dedo. Mierda, eso escaló rápidamente. —No, no estoy embarazada. —Sentí su mandíbula tensarse contra mi pecho.

—Bien, entonces, den un paso a un lado y disfrútenlo. Recuerden mantener sus manos y pies dentro todo el tiempo, y no olviden los seguros del rebote a menos que les guste estar colgados de cabeza. Nos movimos hacia el borde. Me miró, forzó una temblorosa sonrisa, luego recargó su cabeza sobre mi corazón. —Te amo —murmuró. —Bueno, bien. Yo no salto del bungee por cualquiera —respondí dándole un beso a su cabello. La apreté con más fuerza mientras el guía hacía la cuenta regresiva. Luego saltamos, dejamos que la gravedad tomara el control. El viento pasaba apresurado mientras caíamos en picada hacia el océano debajo, el único sonido era el agudo grito de Paisley. La adrenalina me invadió, encendiendo cada nervio, cada sentido: el olor del océano elevándose para encontrarnos, el viento pasando por nuestros cuerpos, y la sensación de la mujer en mis brazos. Llegamos al final de la cuerda y rebotamos como una banda elástica, pero mi estómago permaneció en caída libre. Paisley gritó de nuevo, pero su tono cambió hasta que estuvo riendo. Fue el más maravilloso sonido que jamás he escuchado. Bueno, después de cuando grita mi nombre mientras se viene. Creo que ese siempre será mi favorito. La abracé más fuerte, asegurando su cabeza mientras caíamos al agua, recordando lo mucho que el segundo tirón me lastimó el cuello la primera vez que hice esto. —¡Esto es maravilloso! —gritó mientras rebotamos nuevamente. Mi corazón retumbó en mis oídos, y una risa desató la tensión en mis músculos. Ella me soltó y extendió los brazos a lo ancho sobre su cabeza en abandono mientras gritaba por pura alegría, liberación, euforia. —¡Soy invencible! Invencible y contagiosa. Me permití disfrutar la adrenalina. Que aumentó por la perfección de ella. La amaba, y no solo de la forma en la que se ama a una novia. Diablos, ni siquiera como a una esposa. No. La amaba tal como la marea amaba a la luna, vital para mantener la vida en ella. Cerré mis ojos, por la revelación de este sentimiento y por lo terrorífico que era, porque no podía imaginar regresar a lo que era antes. En algún momento, se convirtió en mi gravedad, manteniéndome en la Tierra por su sola existencia. Amar a Paisley tuvo el mismo efecto que mi primer viaje en helicóptero, simplemente supe donde debía estar, en quién me debía convertir, y me hallaba destinado a ser suyo. Pasó sus dedos por las magas de mi camisa mientras nos detuvimos en posición vertical. Entrelacé mis dedos con los suyos e incliné mi cabeza, besándola mientras permanecimos colgados. Encontró mi lengua con la suya, con sabor a las fresas que estuvo comiendo cuando llegamos para el salto. ¿Alguna vez me cansaré de esto?

Jadeó en mi boca, luego frotó sus manos sobre sus ojos. —Jagger… mi cabeza. Jalé el seguro del que nos hablaron, y las cuerdas se movieron, poniéndonos derechos mientras el cabestrante nos arrastraba hacia la plataforma. —Es la presión sanguínea —murmuré contra su cabello—. ¿Mejor? —Asintió y recargó su cabeza en mi pecho—. ¿Cómo te sientes? —¡Estupenda! —Su sonrisa detonó la mía. Nos tambalearon al subir, y nos sentamos, disfrutando el agua color aqua de la Costa Esmeralda de Florida. —Oye, mira. —Señalé hacia un punto en la orilla donde una pequeña línea sobresalía del agua—. Ahí nos conocimos. Besó mi cuello. —Ahí me salvaste. —Casi estás lista para ir de allí de nuevo y nadar. Tal vez unas cuantas veces más en la piscina y apuesto que podrías nadar en el océano. —Solo me quieres mojada y desnuda. —¿Quién dijo que desnuda? —Mi agarré sobre ella se tensó mientras nos subían los últimos metros hacia la plataforma. —Yo. —Volteó su rostro hacia el mío y me besó hasta que olvidé que había dos hombres esperando para desengancharnos. Afortunadamente, se aclararon sus gargantas, o hubiésemos estado colgados por un rato.

La dejé dormir tanto como pude, rodeándola porque aún no podía creer que sea mía. Quizás algún día me acostumbraré a decirlo, saber que me amaba. Hasta entonces, solo la abracé mientras tomaba una siesta. Una vez que mi teléfono señaló las cuatro y media, me aparté de ella, cerrando la puerta de mi cuarto detrás de mí. —¿Cómo se siente? Se veía cansada —dijo Grayson, levantando la mirada desde su lugar de estudio en la mesa del comedor. Nuestras últimas pruebas de aviación fueron esta semana, y no fallé ni un 5&9. Después de mi semana en Chicago, Carter me superaba, pero lo derribaría.

—Sí, estaba agotada. Se supone que veremos a sus padres en dos horas, así que puedo darle otra media hora más o menos. —Saqué una botella de agua del refrigerador y me la tomé. —Ah, el General Donovan. Tú sí que sabes escoger a tus mujeres, hombre. Me encogí. —No mujeres. Solo mujer. Es la única a la que he escogido, y vale la pena. Ya sabes, mientras pueda sobrevivir a nuestra primera cena familiar. —Rezaré por ti. ¿Saben de su expedición en el bungee de hoy? Sacudí la cabeza. —Nunca he estado tan asustado. —¿Porque es algo estúpido? ¿Amarrarse uno mismo a una banda elástica y rebotar? —Sí, bueno, casi no la dejo hacerlo. Te lo digo, me estoy volviendo paranoico. Su lápiz chocó contra la mesa cuando lo soltó. —¿Peor qué cuándo la salvaste de ahogarse? —No la amaba entonces. Asintió. —Sí. Esa cosa del amor intensifica todo. Es como una anfetamina. Tiré la botella vacía en el bote de la basura y no pregunté cómo sabía de eso. —No puedo evitar sentir que hay algo que no me está diciendo. Lo que es justo. Ambos tenemos cosas de las que no nos gusta hablar, ¿sabes? Ella no sabe toda mi mierda, y difícilmente puedo esperar saber la de ella. —Pero quisieras. —No me deja entrar. Cambia el tema cada vez que abrimos una puerta a algo de eso. Sus ojos grises me estudiaron con una percepción de la que no pude escapar. —Entonces hazla escuchar las tuyas. Los dos están concentrados en parecer perfectos el uno para el otro, sin darle una razón a nadie de escapar porque todo es brillante y perfecto. Nada permanece brillante y perfecto después de un tiempo si es usado. A menos que quieras esta relación en una bonita vitrina de cristal, tienes que mostrarle tus fallas, tus defectos. Muéstrale que no importa cuáles sean las suyas, te quedarás. Muéstrale que no hay nada de que asustarse, y te dejará entrar. —Jesús, ¿te especializaste en psicología? —pregunté, tomando otra botella de agua. Negó con la cabeza. —Ingeniería Marina. —¿Y eso te enseño de mujeres? —Nop. Cuatro hermanas se encargaron de ello.

—¿Qué? —Comencé a reír—. Eres como este gigante rompecabezas rojo, así que no hay forma de saber dónde van las piezas. —No soy muy sociable. —Oh, ¿eso crees? —Le eché una mirada al reloj—. Tengo que despertarla para que se aliste. —Comencé a caminar por el pasillo. —¿Jagger? Me giré, mis ojos un poco abiertos. Nunca me ha llamado por mi nombre. — ¿Sí? —¿Ese miedo que sentiste? No lo pierdas. Te recordará lo que ella significa para ti, porque en el segundo que te vuelvas complaciente… —Desvió la mirada y tomó una honda respiración—. La vida es corta, hombre. Solamente eso. —Alguien te jodió. —Otra pieza cayó en su lugar. Levantó su lápiz y agachó su cabeza para estudiar. —No. Yo me lo hice solo. Sabía que cerró el tema. Carajo, estaba impresionado de haber podido sacar tanto de él. Paisley me dio un somnoliento beso al levantarse, sonriéndome. — ¿Ya es hora? —Se estiró para revelar una tentadora línea de piel lisa de su estómago. Me incliné pasando la lengua sobre su ombligo—. Nada de eso —murmuró, sus dedos tocando mi cabello—. No dejaré esta cama. —Suena como un plan para mí. —Mis manos pasaron debajo de su camisa hacia sus costillas. —Claro, hasta que mi padre venga a buscarnos. Bueno, ahí se fue la erección. —Sí, vamos levántate. Se rió y pasó los pies a un lado. Sus dedos agarrando su sien. —¿Estás bien? —Levanté su rostro y le pasé la botella de agua que le traje. —Sí, solo me senté demasiado rápido. ¿Seguro que no te importa que use tu ducha? —Su boca abierta en el borde de la botella tenía mi completa atención. Gruñí con la solo idea de ella desnuda en mi ducha. —Oh, no, siéntete libre. Yo solo me quedaré aquí afuera pensando en lamer el agua de tu piel. Sus labios se separaron. —Eso suena tan perfecto. —Se puso de pie, tan cerca de mí que sus senos rozaron mi pecho—. ¿Tal vez te me quieras unir? Diablos, sí. —Solo si quieres cancelar nuestras reservaciones. —Por favor, cancela. Suspiró y pasó de largo. —¡Ya quisiera! Parte de ser una Donovan es que no cancelamos cenas familiares. Dame unos minutos y estaré lista.

Fui a buscar algo, cualquier cosa, que hacer para poder mantener mis manos lejos de su cuerpo. Nunca había dormido con la misma chica dos veces, y nunca quise, pero Paisley era una adicción para la cual necesitaría terapia. La monogamia era extrañamente maravillosa. Aprendí lo que la excitaba, dónde se hallaban sus límites, cuáles podía presionar, y cuáles de los míos le permitía presionar. Me sentía como si hubiese intercambiado un montón de festivales ambulantes para vivir en el mundo de Disney. Era definitivamente el lugar más feliz sobre la tierra. Maté el tiempo cuestionando a Grayson para nuestra prueba. Obtuvo la mayor cantidad de respuestas correctas, pero arqueó una ceja cuando no me di cuenta de una respuesta que falló a propósito. Bien, me hallaba distraído. Una vez que fue hora, me vestí; pantalón gris, una camisa azul claro, y mí corbata Hermés en naranja quemado, solo por diversión. Pasé mis dedos sobre mi cabello e hice una inspección rápida, cerciorándome que nada estuviese fuera de lugar. Esta era mi oportunidad de demostrarles a los padres de Paisley que era capaz de no actuar como un Neandertal. Pensé en quitarme el arete de la lengua, pero no lo hice. Después de todo, no era nada comparado con haberme visto derribar a su hijo consentido en la entrada del salón. La puerta del baño se abrió, y pude echar un vistazo a Paisley en el espejo. Mierda. Mi boca se secó. Llevaba puesto un vestido rojo que se envolvía alrededor de sus pechos, dejando el escote lo bastante bajo para que comenzara a babear. Se ajustaba a su cintura con un cinturón y fluía por sus caderas, terminando a la altura de sus rodillas. No era el vestido más revelador que había visto en una mujer, pero ciertamente era el más sexy. Su cabello se hallaba suelto y suavemente rizado y no quería otra cosa que enredar mis manos en él. —Nunca llegaremos ahí a tiempo. —Dejé que el deseo que sentía por ella se reflejara en mis ojos. Pasó a mi lado, riendo mientras yo la acorralaba de vuelta al baño, pero la tomé por detrás, envolviendo mis brazos a su alrededor y besando su cuello—. Y hueles delicioso también. Inclinó su cabeza, dándome un mejor ángulo en su cuello, y lo aproveché por completo, recorriendo mis labios en línea hasta llegar a su clavícula. —Aunque me encantaría continuar con esto, tenemos que llegar allá. —Si sus uñas no se hubieran enterrado en mi antebrazo, podría haber pensado que no se encontraba afectada. Su respiración se aceleró mientras succionaba despacio en el hueco de su cuello—. Jagger… Se volteó en mis brazos y me besó, presionando su cuerpo contra el mío. Su lengua acarició mis labios, y yo la succioné dentro, gimiendo por su sabor, la sensación de su cuerpo bajo mis manos. La recargué contra la pared a un lado de la barra de toallas. Luego tomé su rostro en mis manos y la besé, usando cada gramo de habilidad que tenía para hacerla olvidar su propio nombre.

En el proceso, olvidé el mío. Se arqueó hacia mí, sus dedos enredándose en mi cabello, acercándome más con un agarre que llegaba a ser doloroso, y lo amé. Mis manos siguieron el escote del vestido, se deslizaron dentro del sostén al mismo tiempo que gentilmente acariciaba su seno. Esto no era suficiente. Quería tener mi boca en ella, mis dedos dentro de ella, llevándola al orgasmo. ¿Por qué una caricia nunca era suficiente? Gimió, acercándose a mí. Delicadamente pellizqué su pezón, y jadeó en mi boca. —Vamos a llegar tarde si sigues haciendo esos sonidos —prometí, acariciándola con mi pulgar. Me miró. Sus ojos medio abiertos y nublados por el deseo. —¿Qué tan rápido puedes ser? Arqué la comisura de mi boca. —Creo que es la primera vez que una mujer me ha pedido que sea rápido. Se inclinó hacia mi mano. —¿Sí o no? Porque estoy ardiendo. —¿Ardiendo? —Presioné mis caderas a las de ella y contuve el aliento por la presión que ejerció sobre las mías. Mordió mi labio inferior con sus dientes, luego pasó su lengua sobre mi labio. —Ardiendo, Jagger. ¿Ayuda a una chica? Me dijiste que preferías el ardor, ¿cierto? Mi mente retrocedió a esa noche cuando la deseaba tanto y ella le pertenecía a alguien más. No más. Era mía. Gruñí. La levanté por el culo, y cerré la puerta de un azoté con mi pie mientras la colocaba sobre el tocador. El beso fue abierto, carnal, lleno de labios, dientes y lengua, y estuve inmediatamente tan duro como el granito sobre el que se encontraba su culo. No es que no hubiese estado medio duro desde que entró al baño. Era una especie de condición permanente cuando nos encontrábamos en la misma habitación. Sin dejar de besarnos, pasé mis manos por encima de sus muslos. Dios bendiga al sur, usaba un maldito liguero. Manoseé el encaje de sus medias y tuve que contar hasta diez para mantenerme en control. Me redujo a un chico de quince años sin siquiera tratar. —¿Rápido? —le pregunté mientras mis dedos se dirigían a su centro. —Y duro. —Se deslizó hacia mí, atrayendo mis manos a sus bragas. Gimió mientras recorría con mi pulgar alrededor del borde—. ¿Jagger? —¿Ajá? —mascullé, con la boca llena de la suave piel de su hombro. —No arrugues el vestido, ¿de acuerdo? No tenemos tiempo de ir a casa por otro.

La absoluta excitación de sacarla en un vestido que personalmente habría arrugado luchó contra mi necesidad de no enojar a su padre. Ganó la segunda. De algún modo. La volteé en mis brazos, levantándole el vestido para que quede liso sobre su espalda. Me estremecí, inclinándome sobre el tocador en el perfecto ángulo. Tenía puesto un par de boxers de encaje rojos con la frase “remuévase, antes de volar” sobre su delicioso culo. Se convirtieron instantáneamente en mi par favorito. —Mierda, Paisley. Pensé que las bellezas sureñas usaban ropa interior de niñas buenas. —Los perfectos globos empujaron hacia mí, y no pude resistir el acariciarlos con mis manos. —Fui de compras, y esos son los de niña buena. —Sonrío, se inclinó y me besó fuerte—. Ahora, Jagger. Mantuve un brazo alrededor de su cintura y la levanté contra mí. Deslicé una amontonada toalla frente a sus caderas para no lastimarla con el granito. — Bueno, tengo que asegurarme que estés lista para mí —bromeé, mientras recorría mi mano detrás de su muslo sintiendo su escalofrío. Se meneó, moviendo mi mano hacia el pequeño trozo de encaje que la cubría. Muy húmedo encaje. —Mierda —susurré, mis dientes acariciando su cuello. Introduje mis dedos debajo para acariciarla, despacio rozando su clítoris hasta que se estremeció en mis manos. Se encontraba resbaladiza e hinchada, y yo era el bastardo con más suerte del planeta. Me deshice rápido de mi cinturón y mis pantalones, liberándome de mis boxers. —Mierda, condón —murmuré, estirando el brazo al cajón detrás de Paisley. Destrocé el empaque con mis dientes, y con mi mano casi temblando cubrí mi erección. —Por favor —gimió, recargando su cabeza sobre mi hombro, confiando en que la mantendría sujetada. Empujé sus bragas a un lado e introduje uno, luego dos dedos en ella. Paisley se estremeció alrededor de mis dedos, haciendo esos ruidos desde su garganta que me hicieron llegar más cerca del borde. —Mírame —ordené. Su atención se centró en el espejo, mirando nuestro reflejo. Sus mejillas ruborizadas, sus ojos verdes brillantes, y su boca hinchada por mis besos. Esa boca formó la más sexy “O” mientras me acomodaba en su entrada y empujaba lentamente. Su respiración salía en pequeños jadeos, sus ojos entrecerrándose mientras centímetro a centímetro me introducía en ella. Apreté mis dientes, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuese lo apretada que era. —Abre esos hermosos ojos, Paisley. Quiero que me veas jodiéndote. Abrió sus ojos, y llegué por completo a casa con un gemido. —¡Sí! —gritó; el sonido reverberó en las baldosas. Encendí el ventilador para ayudar a amortiguar sus gritos, sabiendo que se sentiría mortificada si se daba cuenta que Grayson

podía escuchar qué tan vocal era. Sus gritos eran mi cosa favorita al hacer el amor con ella. Perdía toda inhibición. Me retiré de nuevo lentamente, observando las diferentes expresiones cruzar su rostro, luego me introduje de nuevo sin prisas, saboreando cada matiz de su respuesta. Movió sus caderas, y sonreí ante la desesperación en sus ojos. Dios, podría hacer esto lentamente durante todo el día si eso la hacía lucir de esta manera. Podría morir, pero lo haría. —¡Jagger! —me espetó, su mirada escupiendo fuego. —Dilo. —Pasé mi lengua por su cuello—. Di lo que quieres. —Apreté con fuerza mi mandíbula, sosteniendo mi control por mi pura fuerza de voluntad. Sus pechos se presionaron contra el escote de su vestido, y casi me vengo solo mirándola, completamente vestida, meciéndose contra mí. Fijó su mirada con la mía en el espejo, jadeando a través de sus labios rojos. —Por favor. —Por favor, ¿qué? Se impulsó hacia atrás, y retrocedí, robándole su ventaja. —Ugh —se quejó—. Harás que lo diga. —Sí. —Tenía que decirlo pronto, o me rompería, especialmente si no dejaba de menearse. —¿Por qué? —Porque nunca te he escuchado decirlo. —Vamos, Pajarito, dilo. Tómame. Eso es todo lo que necesito escuchar. Se quedó absolutamente inmóvil y su mirada fija a la mía en el espejo, luego pasó su lengua por sus labios y elevó una ceja. —Solo una vez —dijo arrastrando las palabras. ¿Quién tenía el control aquí?—. Fóllame. Ahora. Lo tenía ella. Condenadamente. Caliente. Mi control se rompió, y me empujé dentro de ella, luego me retiré en un ritmo enérgico. Nuestras miradas nunca perdieron contacto mientras me estrellaba contra ella; cada embestida mejor y más profunda que la anterior. Este era mi cielo. Sus respiraciones se volvieron entrecortadas, su agudo lamento corto y alto mientras se arqueaba. —¡Más! Pasé mi mano entre sus caderas y el mostrador, atrayéndola aún más fuerte contra mí, después acaricié su clítoris, alternando entre frotarlo y pequeños giros. Sus piernas comenzaron a temblar, y presioné con dos dedos. Se corrió en mis manos, gritando mi nombre y desencadenando mi orgasmo mientras se apretaba a mi alrededor. Mis rodillas casi cedieron, pero nos mantuve en posición vertical, respirando fuertemente contra la piel de su cuello. Encontré su boca y la besé con suavidad. —Te amo —le dije mientras me deslizaba fuera y bajaba sus pies al

suelo. Esa era la mayor diferencia. No importaba si era suave, lento, fuerte, rápido o incluso un poco sucio, yo aún le hacía el amor. Le dejaba un pedazo de mi alma cada vez. Se giró en mis brazos y me devolvió el beso. —Yo te amo más. Me quedé ahí, sonriendo como un tonto mientras limpiaba y metía todo de nuevo a donde se suponía correspondía. Pasó un cepillo por su cabello y se aseguró de que su vestido no anunciara lo que acabábamos de hacer. No necesitaba que el vestido me lo dijera. Era el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos, sus labios hinchados. Íbamos veinte minutos tarde cuando entramos al estacionamiento del club de campo. Arrojé las llaves al aparcacoches y la ayudé a bajar de Lucy. —¿Se nota? —susurró mientras caminábamos rápidamente a través del vestíbulo de mármol hacia el comedor. Se tambaleó, por lo que la atraje hacia mí y susurré en su oído—: ¿Qué? ¿Que acabo de inclinarte sobre la encimera de mi baño y te follé hasta perder el sentido? Se sonrojó y me golpeó juguetonamente en el pecho con el dorso de su mano. —Jagger Bateman, cuida esa boca tuya. Estamos en público. Sonreí, considerando lo que acababa de decirme en privado. —Te gusta esta boca mía. Sobre ti. Incluso en público. —Se tambaleó de nuevo, y la tomé de la cintura fuertemente—. ¿Segura de que estás bien? Asintió, pero su respiración era superficial. —Estoy muy bien, lo prometo. Solo necesito sentarme. —Dime si quieres irte a casa a descansar, ¿de acuerdo? —Asintió y me incorporé a una distancia respetuosa ya que entramos en el comedor, sosteniendo su mano con la mía. Vio a sus padres y los saludó. La mesa estaba puesta para seis. Tres de ellos ya se encontraban ahí. Por supuesto él se hallaba aquí. —Hola, a todos —los saludó—. Sentimos llegar tarde. Saqué su silla para ella, y luego estreché la mano de su padre. —General Donovan. —Le sonreí a su mamá—. Señora Donovan. —Y le di un asentimiento a Carter—. Carter. Hice todo lo posible por ignorar la sutil indirecta, sobre todo porque estuve en el interior de Paisley hace veintidós minutos. Yo gano. Incluso me senté al lado de él. —Will, es bueno verte —dijo Paisley con una sonrisa tensa. —Tenemos un invitado importante por llegar que quería presentarle a ambos —respondió su papá—. ¡Ah, ahí está!

Su padre abandonó la mesa para saludar a su invitado, el cual entró detrás de mí, pero me encontraba demasiado centrado en la boca abierta de Carter como para girarme y ver. —¿Viste un fantasma, Carter? —bromeé. Dios.

—Mierda, es el senador Mansfield —dijo, como si estuviera en presencia de

—¡Ah, es bueno verte, Donovan! —La voz atravesó todas las defensas que construí en siete años. Era imposible. No aquí. No con Paisley. No cuando ella no lo sabía. —Jagger, ¿estás bien? —susurró. La miré y presioné mis labios contra los suyos por última vez como Jagger Bateman. —Paisley, lo siento mucho. —¿Qué? ¿Por qué? —preguntó en voz baja, acariciando mi mandíbula con su mano. Me incliné hacia su toque por un momento y luego me incliné hacia atrás, luchando por mantener arriba los muros que me podrían salvar. Él se paró frente a mí, la mirada en sus ojos familiares y calculadores al tiempo que me evaluaba. Su traje era impecable como siempre, su cabello rubio moteado con suficientes cabellos plateados para darle una mezcla cuidadosamente cultivada de juventud y experiencia. —Me gustaría presentarles a ambos al senador Johnathon Mansfield, el miembro clasificado del Comité de Servicios Armados del Senado —lo presentó el General Donovan. —Clasificado por ahora. —Se rió él—. Recuerda, es un año de elecciones, y quién sabe, podría estar fuera del trabajo el próximo noviembre. Es por eso que se encontraba aquí: localizando el punto más débil de su armadura. Yo. —He visto las urnas. No hay nada de qué preocuparse por ahí, senador. Permíteme presentarte a dos jóvenes prometedores. —Hizo un gesto hacia Carter primero. Carter se puso de pie y le estrechó la mano como si estuviera conociendo a una celebridad. —Soy el teniente Carter, señor. Lo vi dar una plática en la academia. Es un placer conocerlo. Los ojos de Paisley se posaron en mí, sin duda, preguntándose por qué no me puse de pie, o por lo menos reconocerlo. El General Donovan se aclaró la garganta, levantando las cejas hacia mí. Cuando no me moví, él habló—: Senador, este es otro nuevo teniente, el novio de mi hija…

—No necesitamos presentación, General. ¿No es así, Prescott? —El nombre me cortó profundamente, borrando los últimos siete años como si nunca hubieran existido y dejando mis nervios al descubierto y en carne viva—. Es bueno verte. —¿Jagger? —preguntó Paisley suavemente, su mano llegó a mi rodilla en pregunta y apoyo. Aspiré aire y volví a la vida con su toque—. ¿Quién es Prescott? —Yo lo soy, o lo era. —Tragué saliva y cambié mi atención, mirándolo directamente a los ojos como no me hubiera atrevido hace siete años—. Paisley, conoce a mi padre.

Traducido por Mel Wentworth Corregido por florbarbero

35. Descubre de lo que estás verdaderamente hecho.

Paisley La mesa se silenció, las miradas vagaban del senador a Jagger. El parecido era llamativo. El muslo de Jagger se encontraba bajo mi mano. ¿Este era el hombre del que se había emancipado? ¿El que dejó que se las arreglara solo después de la muerte de su madre? Las piezas se juntaron en mi cabeza, alineándose como libros ordenados. Su padre trabajó para alejarse de ellos. Los visitó cuando era apropiado o cuando necesitaba que “mostraran la cara”. Jagger tenía que probarse a sí mismo, tener éxito sin la ayuda de su papá; todo tenía perfecto sentido. Solo sabía dos cosas sobre el hombre frente a mí: que había ido hasta extremos extraordinarios para emboscar a Jagger, y que había hecho algo para que el hombre al que amaba se escondiera. Cada músculo en el cuerpo de Jagger se tensó excepto su mandíbula, la cual latía con cada respiración. Tenía que sacarlo de aquí. —No me siento muy bien, Jagger. ¿Te importaría llevarme a casa? Su mirada saltó de su padre hacia mí, salvaje pero preocupada. —¿Paisley? —Ah, está bien. Ahora te haces llamar Jagger —dijo su padre como si se hubiera olvidado. —Llévame a casa —dije en voz baja. Mi latido se aceleró y mis mareos regresaron con tanta fuerza que no mentía. No me sentía bien. Estúpidamente, hice demasiado hoy. Asintió una vez y se puso de pie, ayudándome con la silla. —General y señora Donovan, Carter. —Se giró hacia su padre—. Senador. Me temo que tendrán que disculparnos.

—Bueno, eso es una lástima, siendo que vine hasta aquí para sorprenderte. —Su sonrisa no me engañaba. La mano de Jagger se tensó en la mía, pero forcé una sonrisa para su padre. —Estoy terriblemente arrepentida, senador, pero algo en la mesa no coincidió conmigo, y Jagger es el tipo de caballero que me cuida cuando no me siento bien. Su madre lo ha criado bien. Dejamos al senador con la boca abierta y salimos del comedor, las personas sin habla en la mesa detrás nuestro. —Sé que tienes preguntas —dijo Jagger en voz baja—. Solo déjame explicarte. Lo detuve en el vestíbulo vacío, debajo del candelabro. —Confianza por defecto, ¿recuerdas? Tenías tus razones para no decirme. Apoyó la frente en la mía, sus hombros hundidos. —No te merezco — susurró, las palabras saliendo estranguladas. Apreté sus manos. —No me importa cómo creciste. Te amo a ti, Jagger Bateman. —Hay más que tú no sabes. Miré detrás de él para asegurarme de que estuviéramos solos. —¿Preferirías hacer esto en el auto? —Ahora. Ya no voy a postergar esto. Él solo está aquí porque pronto hay elecciones, y soy su mayor carga. Yo… lo chantajeé por mi libertad. La única razón por la que no luchó la emancipación fue porque firmé un acuerdo de que nunca haría público lo que ocurrió en verdad. —Hizo una pausa de tres latidos—. Mi mamá no se cayó del balcón simplemente. Saltó. Jadeé. —Oh, Jagger… Sacudió la cabeza pero no se detuvo. —Fue un accidente, eso no es mentira, pero ella fue hacia la barandilla por elección. —Miró hacia el candelabro y tomó una respiración profunda—. No puedo creer que esté a punto de decirte esto en un club de campo con nuestros padres en la otra habitación. —Somos buenos para los momentos incómodos. —Tomé su rostro entre las manos, llevando su mirada a la mía—. Estoy aquí. Sin importar qué. —Mi corazón no se calmaba, y luché para mantener la respiración estable y la voz pareja. —Ella estaba drogada, pero no se le hizo una autopsia. Mamá consumía todo en lo que podía poner las manos. Mi padre no podía permitir que eso se supiera, así que se hizo cargo de ello, como con todo lo demás, y enterramos la verdad con su cuerpo. Su mayor carga se volvió su trampolín, y usó el dolor como una manera de llegar a la siguiente elección. —¿Hubo algún testigo?

—Sí. —Esperé—. Yo. Yo estaba allí. No pude llegar a ella a tiempo. —Jagger. —Susurré su nombre mientras una lágrima caía por mi rostro por lo que había pasado. Por lo que iba a hacerlo pasar—. Tengo que decirte… —Solo déjame sacar esto, y luego soy todo oídos, Pajarito. No lo dejé por mamá o su abandono. Infiernos, me estuve haciendo cargo de las cosas por años mientras mamá desmejoraba. Lo dejé por lo que le hizo a Anna. —En verdad no puedes alejarte de mí así —gritó su padre, dando zancadas en el vestíbulo. La cabeza de Jagger se levantó de golpe y se escapó de mis manos. —Puedo, y lo haré. —Se giró para enfrentarlo—. ¿Te perdiste ese memo cuando me fui? No eres bienvenido en mi vida. —Jagger, vámonos —susurré. ¿Quién era Anna? ¿Qué significó ella para él? Mi cabeza daba vueltas tan rápido que me sentía mareada. El senador sonrió como si Jagger hubiera dicho que le encantaría cenar con él. —¿Por qué rayos sigues haciéndote llamar Jagger? Pensé que esa fase se habría agotado. Nunca debería haber cedido con eso, pero ella estaba determinada con tu segundo nombre, y yo la amaba. Jagger se tensó. —Amabas su dinero. No voy a comprar tu basura de primera plana. —Amaba a tu madre, pero era una adicta. Eso no fue su culpa. —Sí, y ¿quién le dio la primera dosis? Ese fuiste tú. Todo rastro de diversión desapareció del rostro del senador. —Seis años, y ¿eso es lo que quieres traer a colación? —Siete el mes que viene, y no quiero traer nada a colación. Quiero que me dejes en paz. —Deja de actuar como un niño. Jagger se rió, un sonido vacío. —Como si alguna vez hubiera sido un niño. El músculo en la mandíbula del senador palpitó, igual que la de Jagger. Se veían tan parecidos; el mismo cabello rubio, la piel brillante, fuertes mandíbulas. Excepto que los ojos del senador eran marrones. —¿Qué rayos quieres de mí? —preguntó Jagger. —¿Necesito una razón para verte? Al menos podrías apreciar la distancia que recorrí para que esto ocurra. No es que fueras tan difícil de rastrear. —He sido cuidadoso.

Su papá se rió. —Hijo, te cambiaste el apellido por el de soltera de tu madre, y ni siquiera te molestaste con tu número del Seguro Social. ¿Cuán cuidados o has podido ser? Te graduaste en mayo, tomaste una parada rápida en Florida, y te reportaste en el Fort Rucker después de comprar una casa en Enterprise. ¿Me olvido de algo? —¿Por qué estás aquí? —preguntó de nuevo. —Vamos, Prescott. No puedes estar tan sorprendido. Te crié para que fueras más inteligente que eso. ¿Cómo podrías pensar que no te seguí el rastro? Supe cuando entraste en la Universidad de Colorado, cuando aplicaste para la escuela de vuelo… —Sonrió, y mi estómago dio una vuelta, llenándome de nauseas. —¡No tenías nada que ver con eso! —gritó Jagger—. Llegué aquí por mi cuenta. —¿Estás seguro de eso? ¿Cuáles son las probabilidades de que dos tenientes sean elegidos para aviación de la misma clase del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales y vayan a la escuela de vuelo al mismo tiempo? Te diré cuales son: un senador haciendo una llamada. —No —dijo Jagger, su certeza disminuyendo. Mi corazón golpeteaba en mis oídos, pero lo ignoré, tensando el agarre en su mano. —Aquí es donde dices “Gracias, papá”. —El senador se ajustó el pañuelo en el bolsillo. —Lárgate de mi vida —gruñó Jagger. Su padre chistó. —¿En público? Prescott, te criamos mejor que eso. —Tú no me criaste. Mamá lo hizo, o lo intentó cuando no estaba borracha o en otro mundo por la medicación. La mirada de su padre se endureció. —Sin embargo, parece que estás muy bien. Follar a la hija de un general fue un buen movimiento para tu carrera, pero es valiente que dividieras la concentración mientras estás en la escuela de vuelo, ¿no lo crees? Tomé aliento, y Jagger dio un paso a la derecha, bloqueándome. — Terminamos aquí. Mi cabeza comenzó a zumbar como si hubiera bebido demasiado, y mi reloj parpadeaba. Apagué la alarma y me incliné hacia Jagger, intentando calmar mi corazón. Necesitaba acostarme. —¡No terminamos! —siseó su padre—. Te dejé solo por casi siete años después de que me dejaste esa ridícula carta diciendo cuán desgraciado era. Te di tiempo para que superaras tu rabieta, para que salieras del ojo público. Te dejé usar ese ridículo nombre.

—¿Dejaste? —La voz de Jagger se elevó, y mis ojos se dispararon a las puertas, preguntándome cuánto tiempo tendríamos antes de empezar a causar una escena—. Tú no me dejaste hacer nada. Yo controlo mi nombre, mi fideicomiso y mi futuro. ¿Recuerdas? No eres nada más para mí que contribución genética. Me concentré en mi respiración, intentando desacelerarlas, pero el zumbido solo empeoró. —Por supuesto que recuerdo. Firmé los malditos papeles, ¿no? Te dejé tener tu escuela preparatoria, cancelar tu cita en West Point, y asistir a una escuela de tercer nivel en medio de la nada todo en aras de rastrearla. ¿Valió la pena? ¿Rastrearla? Miré a Jagger, quien rápido se volvía borroso en mi visión. Anna. —Sí —rugió—. Ella siempre ha valido la pena, hijo de puta. Es hermosa e inteligente, ¡y se merece mucho más que la mierda que le lanzaste! Me tambaleé sobre mis pies y me aferré a la gran mesa que teníamos al lado para equilibrarme. Un sentimiento de ansiedad se asentó en mi corazón. Me dijo que nunca estuvo en una relación funcional. ¿Anna era disfuncional? —Es una drogadicta perdida que no hizo nada más que arrastrarte con ella, ahogándote. Hice lo que hice para salvarte. —¿Salvarme? —gritó Jagger, su voz resonando en el vestíbulo—. ¡Perderla me destruyó! Primero muere mamá, luego tú alejas a Anna. ¡Ella era la que me hacía mantener la compostura! —¡Te estaba despedazando! ¡Aún lo hace! —Su padre tomó una respiración profunda y se suavizó las líneas de la solapa—. Pensé que podía confiar en ti para tomar mejores decisiones, Prescott, pero cuando me enteré que huiste para estar con ella el mes pasado… Me tensé. ¿Estuvo con ella el mes pasado? Mi mano se deslizó de la suya, y me giré hacia la mesa, usando ambas manos para sostener mi peso. Se volvía cada vez más difícil permanecer de pie debido a la nubosidad en mi cabeza. Pasó esa semana con otra chica. Lastimaba mi corazón físicamente. —¿Esa es la verdadera razón por la que estás aquí? ¿Por qué Anna no firmó tu confidencialidad? ¿Quieres saber dónde la encontré? En un colchón sucio en una casa infestada de cucarachas donde se prostituía para vivir. ¿Eso es lo que quieres de ella? ¿Las expectativas que tenías para mí en verdad valían lo que le hiciste a ella? Llegué al punto donde no podía mirar a ninguno de los dos discutir, y las flores en la mesa se habían salido de foco, multiplicándose en mi visión. Mi respiración salía en pequeños jadeos.

—¡No le hice nada! Es exactamente lo que eligió ser, y que me maldigan si te arrastra con ella de nuevo. ¡No me importa que la sigas amando! ¿Amarla? Me incliné pesadamente sobre mis brazos y miré la espalda de Jagger. El dolor aplastaba mi pecho. —¿Seguir amándola? Al diablo, papá. Nunca dejé de hacerlo. No soy como tú. Anna es mi otra mitad, y si no pudiste amarla por quien era, entonces deberías amarla porque yo lo hice, ¡la amo! Mamá también la amaba. —Bueno, eres un juez de carácter —bromeó. Mi otra mitad. No. No. No. Amaba a alguien más. Mintió. Me dijo que era la primera chica a la que amaba. Dios, ¿a cuántas chicas les dijo eso? ¿Así fue como me conquistó? ¿Otra muesca en su cabecero? ¿Otra conquista? No era nada para él, no cuando su otra mitad era otra chica. La amaba como yo lo amo a él. Todo dio vueltas en mi visión, y mis brazos dolían por sostener mi peso. Me resbalé, tirando el florero al suelo. El sonido del cristal rompiéndose detuvo su pelea. —¿Paisley? —preguntó Jagger, girándose. Me alejé tambaleándome como borracha, y mis pies de algún modo hallaron el camino a la puerta. La abrí y caí en el frío aire de la noche. Me tropecé en el empedrado pero me apoyé en uno de los pilares. Él amaba a alguien más. Mi Jagger, pero su Prescott. —¡Paisley! —gritó, corriendo hacia mí. —¡No! —grité, extendiendo el brazo para mantenerlo alejado—. ¡Aléjate! — Retiré el brazo para aferrarlo a mi pecho. ¿Por qué era tan fuerte el dolor físico de un corazón roto? —¡Detente y deja que te explique! —Se veía borroso, pero pensé que lucía afectado, asustado. Dolor irradió de mi pecho, a lo largo de mis hombros y hacia mis brazos. No podía respirar, no podía pensar, ni que decir de enfocarme en su rostro—. No vamos a hacer esto, ¿recuerdas? ¡Sin malentendidos! —Se estiró por mí, y caí sobre él, no porque quisiera, sino por debilidad. —Amas a alguien más. Ese no es un malentendido —susurré. No podía respirar. ¿Por qué era tan difícil? —Sí, Pajarito, pero te amo más a ti. Deja de llorar, por favor, y escucha. — Limpió las lágrimas que no me había dado cuenta derramé—. Anna es mi hermana. Mi hermana gemela. Pero es una adicta como mamá, y no quería exponerte a eso. No quería que vieras que yo consumía las mismas drogas que ella, solo que nunca me hice adicto. Tuve suerte, pero ella no. —¿Tu hermana? —susurré, y mis rodillas cedieron.

Él me sostuvo, acunándome cuidadosamente. —Sí. Tú eres la única mujer que amo, Paisley, lo juro. Tú eres mi maldito mundo. Alivio, dulce y puro repicó a través de mí, pero el dolor aún se encontraba allí, aplastándome las costillas, moviéndose hacia la mandíbula. ¿No debería sentirse mejor? No debería… Oh, Dios. Ahora no. ¡Se supone que tengo cincuenta días más! —Jagger, tengo que decirte —susurré, mi peso colapsando completamente contra él. —¿Paisley? —Desaparecía de mi visión—. ¿Qué está mal? —Mi corazón. Debería. Habértelo. Dicho. —Forcé cada palabra a que saliera, pero entonces el dolor me destrozó de nuevo, y no estaba segura de que fuera a sobrevivirlo. —¿Qué? Paisley… no, ¿qué hago? —Sus palabras vinieron desordenadas, y quería concentrarme en él, pero no podía pensar en nada más que la presión pulverizando mi pecho. —Mi corazón —me las arreglé para susurrar, desapareciendo. Esto era todo. Había tenido razón; nunca iba a ser mayor que Peyton. —¿Qué? —Miró alrededor y comenzó a gritar con una voz que apenas reconocí—. ¡Alguien llame al 911! ¡Ayúdennos! —Su mano abandonó mi rostro, buscando algo—. ¡Necesito ayuda! Estamos en el club de campo Enterprise, y creo que mi novia está teniendo un ataque al corazón. —Te. Amo. Jagger. Más de lo que alguna vez… Otro estallido de dolor presionó mi pecho, aplastándome como una grapa. No había aire, ni latido, ningún pensamiento, solo dolor. Luego no sentí nada.

Traducido por Jeyly Carstairs Corregido por Dannygonzal

Hay algunas cosas a las que vale la pena aferrarse, papá, luchar. Solo lamento que nunca las encontraras. Esa es tu pérdida. Nunca la mía.

Jagger Uno. Dos. Tres. Cuatro. Conté las compresiones en mi cabeza, recordando enlazar mis dedos mientras trabajaba sobre Paisley. No pensaba en nada más que en presionar su pecho rítmicamente. —¿Puede decirme su condición? —La voz venía de mi teléfono, desde donde lo había dejado caer estrepitosamente en el pavimento al otro lado de Paisley. Lo hice treinta veces, luego incliné su cabeza para abrir su vía respiratoria, respirando por ella. No tenía tiempo para el operador. Mi padre cogió el teléfono. —Le está dando reanimación cardiopulmonar. La chica parece estar en sus veinte. Continué las compresiones, colocando mis manos sobre la marca que ya había formado en su piel. Era del mismo tono que su vestido. Unos dedos rozaron la yugular de Paisley, acompañados de una inhalación brusca. Atrapé el brillo de un anillo de West Point en su mano justo antes de tomar el teléfono de mi padre. —Tiene un paro cardiaco. Sufre de miocardiopatía hipertrófica, pero hasta ahora ha mostrado síntomas mínimos. Tiene antecedentes familiares de segunda categoría. Sus registros están archivados electrónicamente. Paisley Lynn Donovan.

—Veintiocho, veintinueve —conté en voz alta. Su padre se hizo cargo de la respiración así no tenía que parar las compresiones. —Vamos, Paisley. No te atrevas a hacer esto —suplicó Carter en una voz ahogada que apenas reconocí—. Eres feroz, ¿recuerdas? Lucha. Me concentré en cada presión de mi mano, escuchando el pequeño sonido de succión que hacía mientras el aire entraba a sus pulmones cuando empujaba lo justo. Su pecho se quebró bajo mis manos, un sonido repugnante —¡Mierda! — Mis manos se alejaron de ella—. ¡Rompí algo! —Tal vez una costilla. ¡Sigue adelante! —ordenó el General Donovan. La bilis subió por mi garganta, pero seguí presionando y regresé a las compresiones, tratando de ignorar que acababa de romper el diminuto cuerpo de Paisley. —Vamos, Pajarito. Sabemos cómo hacer esto, ¿cierto? La RCP no es nada nuevo para nosotros. Somos viejos profesionales. —No perforares su pulmón. No perforares su pulmón. Lamentos venían detrás de nosotros. ¿Su madre? No lo comprobé, solo seguí presionando su pecho, forzando a la sangre a circular a través de su cuerpo. ¿Dónde mierda se encontraban? ¿Cuánto tiempo podría tomar lograr que una ambulancia llegara aquí? —Dos minutos —respondió el General Donovan, con mi teléfono en su oreja. Debí haber hablado en voz alta. Seguimos adelante con unas pocas respiraciones más antes de escuchar las sirenas. —¡Ya están aquí! —exclamó su madre. La ambulancia se detuvo, los paramédicos se apresuraron. Su padre los puso al corriente mientras tomaban sus signos vitales, pero no detuve las compresiones. No pude. Deslizaron una tabla debajo de ella. —Señor —dijo uno de los paramédicos, apoyado en una rodilla junto a mí—, señor, nos ocupamos desde aquí. Cubrió mis manos con las suyas, y alejé las mías. La llevaron a la ambulancia; el paramédico continuó con las compresiones. —Nosotros vamos con ella —anunció el General Donovan, ayudando a su esposa a entrar en la parte trasera mientras que él tomaba el asiento delantero—. Bateman, nos dirigimos al Sureste. Asentí, porque hablar no iba a funcionar. Ni siquiera tenía fuerzas para levantar mis rodillas. ¿Qué demonios pasó? Ella había estado bien, ¿verdad? Hoy saltamos en bungee. Hace una hora tuvimos sexo alucinante y ¿ahora estaba atada a una camilla?

Mierda. ¿Causé esto? Mi corazón dio un salto cuando las puertas de la ambulancia se cerraron. No podía seguirlos, pero podría llegar al hospital poco después. Alcé mi teléfono celular y agarré el bolso abandonado de Paisley, cuando una sombra cayó sobre mí. —¿Prescott? —Mi padre se cernía sobre mí, bloqueando lo último de la puesta del sol. Me puse de pie, buscando mis llaves en mi bolsillo. —Vete. —Vine aquí por ti, hijo. Teniendo en cuenta lo que acaba de suceder, en este momento creo que probablemente podrías necesitarme. Sus ojos se suavizaron, pero me hallaba demasiado instruido en su mierda para ceder. —En el esquema de lo que acaba de suceder, no eres absolutamente nada para mí. Anna y yo no vamos a hacerlo público, y no es porque no merezcas perder sino porque no vales la pena el esfuerzo o la prensa en nuestras vidas. Vuelve a Washington y olvida que existo, o que existe Anna. Eres muy bueno en eso. Tengo que ir al hospital. —Me giré y fui hacia mi camión. Él me siguió. Carter tocó su bocina al lado de donde se encontraba estacionada Lucy y asomó la cabeza por la ventana. —¡Vámonos! —No me iré hasta que hablemos, Prescott. Maldita sea, en realidad me estaba siguiendo. Deslicé la llave en la puerta y me giré. —Quizá Prescott se habría inclinado ante ti, y dado cualquier cosa por cinco malditos minutos de tu tiempo, pero ese ya no es quién soy. Cambié algo más que mi nombre, papá. Ahora sal de mi camino antes de que te atropelle. —Firma esto, y me iré. —¿Qué? —Abrí con fuerza la puerta de Lucy. —Tu confidencialidad. Fírmalo con tu nuevo nombre y me iré. Pero te advierto. No regresaré. Si quieres verme, serás el que haga el esfuerzo. No ruego, Prescott. Soy el último de tu familia. —Paisley y Anna son mi familia. —Arranqué el papel de su mano, tomé una pluma de mi guantera, y firmé con mi nombre—. Fuera de mi vida. —Empujé el papel contra su pecho. Dio un paso a un lado, y arranqué, excediendo el límite de velocidad antes de salir del estacionamiento.

—Toma. —El General Donovan me tendió una taza de café, y la tomé pero no bebí. Tres horas y cincuenta y un, no, cincuenta y dos minutos pasaron en esta sala de espera sin ninguna palabra desde que se la llevaron. Hice el mismo camino de un extremo de la habitación al otro y pasé por cada escenario posible, ninguno de ellos agradable, en mi cabeza antes de que se sentara junto a mí por primera vez—. ¿No lo sabías? Sacudí la cabeza, golpeando mis pies en un ritmo que solo entendía mi pulso acelerado. Sí, no necesitaba cafeína. —Deberías beber eso —sugirió y tomó su propio consejo La idea de tragar algo me hizo querer lanzarlo, pero el olor enmascaraba la esencia esterilizada de aprensión a mi alrededor. Odiaba los hospitales. Tres horas, cincuenta y tres minutos. Ni una palabra. Para este momento, deberíamos haber oído algo. Cualquier cosa además de—: Aún estamos tratando de estabilizarla. —Salvaste su vida. Al comenzar las compresiones tan rápido. Si… Cuando se estabilice, solo será porque estabas con ella. —No me lo dijo —murmuré, dejando caer mi cabeza—. Por favor, ¿podría explicármelo antes de que enloquezca? —Ella tiene miocardiopatía hipertrófica. Su corazón se ha engrosado hasta el punto en que tiene una obstrucción y problemas para bombear la sangre. Tuvimos suerte con Paisley, y hemos sido capaces de controlarlo, pero solo lo descubrimos porque perdimos a Peyton. Una mañana después de una clase de gimnasia su corazón falló sin ninguna advertencia. Muerte súbita cardiaca. El diagnostico desencadenó un recuerdo. —Sergei Zholtok. —¿Interrumpo? —preguntó Carter, tomando asiento frente a mí y estirando las piernas. —Un jugador de hockey murió de miocardiopatía hipertrófica durante un juego. Le causó la muerte súbita cardiaca en el vestuario. —Mierda. Todo lo que estuvimos haciendo en los últimos meses pasaron por mi mente; el salto en bungee, los vehículos todo terreno, el sexo. Cada pico de adrenalina, cada vez que su ritmo cardiaco se debió haber disparado, causando más daño del que podía permitirse. Mi estómago dio otro giro amargo. Podría haberla matado. Tal vez lo hice—. Dios. Hice esto. Hoy quería ir a saltar en bungee, así que la llevé. Nunca habría hecho la mitad de las cosas… —Mi garganta se cerró.

—Lo sé. —El General Donovan puso su mano sobre mi hombro, pero no se sintió tan incómodo como podría hacerlo—. Esto no es tu culpa. Saltar en bungee fue probablemente la cosa más estúpida que podrían haber hecho… —En realidad trata hacer la cosa más estúpida —gruñó Carter, finalmente aflojando su corbata. La mía no logró salir del auto. —... pero no tenías ninguna razón para sospechar lo que pasaba con ella. — Miró a Carter y se levantó lentamente, con sus ojos siguiendo a su esposa mientras caminaba, pero ella le hizo un ademán con la mano. —¿Por qué no me lo diría? —El nudo que tenía permanentemente en mi garganta se apretó de nuevo. —No quería que lo supieras —respondió Carter—. Quería sentirse normal, y le das eso… le diste eso. Ignoré su conjetura. —¿Pero tú lo sabías? —Por supuesto. —¿Y no creíste que yo debía saberlo? —Me incliné sobre mis rodillas, abrazando la oleada de calor que se movía lento a través de mí, reemplazando el entumecimiento. —Le dije que te dijera; que debías saberlo. No había manera de que pudieras cuidar de ella sin saberlo. Todavía no estoy seguro de que seas capaz. El General Donovan se aclaró la garganta, cambiando su peso de un lado a otro. —Muchachos, Paisley hizo una elección, y no es como si discutir ese punto vaya a llevarnos a alguna parte en este momento. Bateman, las únicas respuestas que vas a obtener tendrán que venir de ella. Todos hemos estado tratando de entrar en su cabeza por meses, y no nos dejará entrar. —No es como si realmente me hubiera dejado entrar, ¿verdad? —Mira quién habla, porque ella se veía muy pero muy sorprendida al conocer a tu padre. —Flexioné mi mandíbula—. Esto es solo una cosa —añadió Carter—. Sabes todo lo demás pero esto es una pequeña parte de ella. Todo el mundo lo sabía. Sus padres. Carter. Morgan. Morgan. Mierda. Alguien tenía que llamarla; me estiré hacia la silla a mi lado y tomé el bolso de Paisley. Una búsqueda rápida, y tenía su teléfono celular en la mano. —Ya llamé a Morgan, si eso es lo que estás pensando. Tenía que esperar a su madre, pero ya está en camino —dijo Carter. —Por supuesto que ya lo hiciste —le contesté. Deslicé el teléfono en su bolso y lo dejé caer en el asiento, esparciendo el contenido sobre el desgastado suelo de linóleo. No llevaba mucho, solo su teléfono, un tubo de brillo labial, una pequeña

cartera y un trozo de papel doblado que aterrizó entre mis pies. Lo guardé todo de nuevo y recogí el último papel, desdoblando con cuidado los bordes desgastados. Una escritura a mano, pequeña y concisa se alineaba en la página, junto con pequeñas casillas al lado izquierdo. Algunas estaban marcadas en verde, y otras en naranja. Algunas seguían abiertas y en blanco. Esta era la lista de Paisley. Pasé mis dedos sobre algunas de las inscripciones, recordado cómo hicimos juntos algunas de ellas, y preguntándome cuándo había encontrado tiempo para hacer las demás. —¿Qué es eso? —preguntó Carter. —Es su pequeña lista de deseos —le contesté—. Todo lo que quería hacer antes de graduarse de la universidad. —Carter levantó las cejas en una mirada que había visto muchas veces desde que empezamos la escuela de vuelo; la mirada de entendimiento—. Oh, mierda. Es por su corazón. Asintió mientras un médico nos pasaba. Mi pecho se apretó y el papel se arrugó bajo mi agarre. —Es una estupidez. Todo en esta lista puede matarla. —Por eso le dije que no cada vez que me pedía hacer algo. —Mis ojos se estrecharon sobre él—. Por eso ella te eligió. Ni siquiera me dejaba ver la maldita lista. Pasé el pulgar sobre algunas de las casillas de color naranja, esas eran las que hice con ella, y dejé que esas palabras me absorbieran. Paisley me eligió por una razón, y escogió no decirme por las mismas razones por las que opté no hablarle sobre mi padre. Habíamos sido muy felices en nuestra burbuja, como ella la llamaba. Las puertas se abrieron y se me cortó la respiración, pero solo eran Morgan y su mamá, seguidas de cerca por Masters. Metí la lista en mi bolsillo antes de leer el resto de las casillas. El General Donovan se encontró con las mujeres y las llevó hacia su esposa. Grayson cruzó la habitación, dejando caer una mochila negra a mis pies, y ocupando el asiento a mi izquierda, tomó el café y me entregó una botella de ginger ale sin siquiera mirar a Will. —Ayudará con las náuseas. —Cómo lo… —Solo bébelo. Desenrosqué la tapa y tomé un trago, las burbujas lavando la sequedad de mi boca. —¿Cómo sabías que me encontraba aquí? —Sí, historia curiosa. Hace un par de horas, alguien idéntico a Robert Redford apareció golpeando en nuestra puerta con un guardaespaldas gigante. Resulta que él es el miembro de mayor rango del Comité de Servicios Armados del Senado, y está buscando a su hijo… Prescott. No me mires así… veo la CSPAN. De todos modos, pensaba que estaba fuera de sus cabales hasta que dijo el nombre

Donovan. Entonces pensé que tal vez no está tan loco y que quizá no soy el único en la casa al que no le gusta desenterrar su pasado. Dado que no contestaste ninguno de mis mensajes, encontré el número de Morgan y aquí estoy. Saqué el teléfono de mi bolsillo y maldije la batería muerta. —Mierda. Lo siento… por todo. Hizo un gesto hacia la mochila. —No te preocupes por el teléfono, te traje un cargador adicional. En cuanto al resto, no me debes una explicación. —Carter resopló y Grayson lo miró—. Y ciertamente no le debes una segunda elección a Carter. Carter murmuró algo que sonó como—: Vete a la mierda —y se acercó a donde todo el mundo se amontonaba cerca de la puerta. —¿Cómo está? Giré la tapa, abriéndola y cerrándola. —No lo sé. Están tratando de estabilizarla. No nos han dado ninguna actualización por cerca de una hora más o menos. —Qué mierda de día. Dejé caer la cabeza en mis manos. La condensación goteaba del extremo de la botella de soda fría, dejando manchas húmedas en mis pantalones. —¿Qué voy a hacer si ella no… si no pueden… —No. —Grayson apretó mi hombro y le dio una palmada torpe—. Abres esa puerta y eso es todo en lo pensarás. Enfócate en otra cosa. Cualquier cosa menos eso. —No puedo. —Traté de tomar respiraciones profundas, luchando contra el impulso de lanzar algo mientras mi visión se nublaba. Una existencia sin Paisley era una imposibilidad física, como imaginar un mundo sin oxígeno. Se ubicó frente a mí, abriendo el pequeño bolsillo de la mochila, y empujado unas tarjetas de estudio en mi cara. —Entonces pregúntame. —¿Qué? —Me reacomodé en la silla. —Tenemos una prueba mañana, ¿recuerdas? Pregúntame. —Sacudió la guía de estudio, y momentáneamente me debatí en golpearlo con ella, pero la tomé en su lugar. ¿Dónde estaba ese enfoque que siempre me jalaba a través de la peor mierda? Volaría ese maldito helicóptero porque eso es lo que me había llevado tan lejos. Bloquea todo lo demás. Eres bueno en eso. Pero su nombre fue todo lo que vino a mi mente mientras le pregunté a Grayson por las siguientes dos horas. Memoria fotográfica o no, simplemente mi cerebro no estaba sintonizado.

En algún momento, Morgan y Will tomaron los asientos frente a nosotros. Morgan rápidamente cayó dormida sobre el hombro de Will, y su madre mantuvo a los Donovan abastecidos de café. Seis horas y siete minutos después de que la llevaran dentro, la puerta se abrió, y tartamudeé en la última pregunta que le hacía a Grayson mientras el médico se dirigía a los Donovan a través de la habitación. Los nudillos de la señora Donovan se volvieron blancos contra la tela oscura de la chaqueta de su marido. Ambos asintieron, pero no hubo lágrimas. Eso tenía que ser una buena señal. Encontré mis piernas y me levanté, solo para recibir el símbolo universal de espera del General Donovan. Desaparecieron por el pasillo, y cada una de mis terminaciones nerviosas se disparó, desesperadas por salirse de mi propia piel para llegar a ella. La mamá de Morgan la despertó. —Vamos, cariño. Por el momento está estabilizada en la UCI, pero esta noche no van a permitir a nadie más que a la familia. Vamos a llevarte a casa. Estabilizada. El nudo en mi garganta se aflojó un poco. Morgan parpadeó y asintió. —¿Estás bien? —le preguntó a Carter. —Sí. Si está estable, me iré a casa. —Me miró—. ¿Bateman? —Me voy a quedar. —No te dejarán entrar esta noche. —No voy a dejar este hospital hasta que me dejen verla. —Me hundí un poco más en la dura silla de plástico. —Tenemos que estar en la trayectoria de vuelo a las siete y media de la mañana, y hay una gran prueba en la tarde. ¿Cómo planeas atravesar eso sin descanso? —Estaré allí, y seguiré siendo capaz de superarte. —Sí, porque este es el descanso adecuado para tripular. Masters, hazlo entrar en razón. —Siguió a Morgan y a su mamá afuera. Grayson señaló la mochila. —Pensé que no te irías, así que hay un cambio de ropa limpia, un traje de vuelo, kit de afeitar, y un montón de mierda con cafeína. La vas a necesitar. —Casi llegaba a la puerta antes de darse la vuelta—. Ah, y dejé las botas debajo de tu camión ya que la puerta estaba cerrada con llave. Solo reza para que nadie se las robe. Fue otra media hora antes de que salieran los Donovan. Los ojos de la señora Donovan lucían inyectados en sangre, pero tenía una leve sonrisa en su rostro. —Está preguntando por ti —dijo en voz baja pero clara a través de la vacía sala de espera.

—Habitación 728 —dijo el General Donovan detrás de mí mientras corría por las puertas de vaivén. Reduje el andar cuando recibí una mirada de muerte de una enfermera cuyo apellido probablemente era Ratched6 . Casi me tropecé cuando la vi. Su piel competía con las sábanas en el departamento de la palidez, y su cabello estaba amontonado sin fuerza en la cima de su cabeza. Un tubo de oxígeno yacía bajo su nariz, y cables se arrastraban por fuera de su escote. Un monitor sonaba al ritmo de su corazón y una vía intravenosa goteaba constantemente. Tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. La silla no hizo ningún ruido mientras la colocaba al lado de su cama, sentándome lo suficientemente cerca de sus fantasmagóricos dedos sobre la palma de su mano. Sus ojos se abrieron; el normalmente verde cristalino lucía de un color musgo nebuloso, y tomé la primera respiración completa desde que ella había dejado de hacerlo. Todo lo que quería decirle y preguntarle, pasó por mi cerebro. Cada demanda de información sobre su estado. Cada condena por no decírmelo. Cada susurro de agradecimiento por lo que trajo a mi vida. Cada esperanza y miedo que me consumía, porque ya sabía que ella era mi único futuro posible. En su lugar, bajé la barandilla lateral de la cama y coloqué mi cabeza junto a su cadera para poder verla mientras luchaba por abrir los ojos. —Te amo. Eres mi mundo entero. Una débil sonrisa atravesó su cara mientras colocaba su mano en mi cabello. —Gracias a Dios, porque eres mi universo. —Sus palabras salieron mal articuladas, y sus párpados se cerraron—. Te amo, Jagger. No me dejes. ¿Te quedas conmigo? —Su voz se apagó mientras perdía la batalla con el sueño y su respiración se estabilizaba. —Siempre. —Miré el reloj, sabiendo que me tenía que ir, esta semana iba a estar llenas de pruebas y vuelos de chequeo final, pero era consciente de que no lo haría. No podía tomar una licencia en este momento, no sin dejar de ser el primero, por lo que tendría que soportar la falta de sueño. Eran las seis y cuarenta y cinco de la mañana cuando me obligué a alejarme de ella. Había pasado la noche dentro y fuera de su habitación, dejándola a intervalos, forzado por la enfermera Ratched. Grayson dio en el clavo con el kit de hospital, así que me alisté en su cuarto de baño y salí, luego de besar su frente. Por suerte, nadie se robó mis botas, así que llegué a la trayectoria de vuelo a tiempo, pero estaba fuera de forma, incluso con una inyección de energía. No lo suficiente como para estrellarnos, pero sí para que mi piloto instructor sacudiera la cabeza. Carter trató de cubrirlo por mí cuando me equivoqué en más de la mitad de las respuestas. Pero logré superar la mañana, incluso con Paisley consumiendo casi todo pensamiento. 6 Personaje ficticio y la antagonista en una novela de Ken Kesey. Era una fría y despiadada tirana.

Por la tarde, mi mente se encontraba confusa, y había consumido suficiente cafeína como para poner en marcha un caballo de carreras. Golpeé mi lápiz sobre la mesa, contando mentalmente los minutos hasta que pudiera regresar al hospital. Entonces saqué la lista de Paisley y leí algunas de las casillas que todavía no habíamos hecho, tratando de pensar en maneras de hacer que sucedieran. Algunas eran tan impropias de ella que tuve que preguntarme lo bien que pensaba que la conocía. Ir a surf, ¿cuándo apenas podía nadar? —¿Cómo lo estás llevando? —preguntó Carter. Hoy quería golpearlo un poco menos. O estaba llegando a gustarme, o me sentía demasiado agotado para odiarlo. —Gracias. Sobreviviendo. —Es mucho para asimilar. —Sus ojos se posaron en el papel—. ¿Su lista? —Sí. Algunos de ellos solo… No lo sé. Todas son cosas increíbles y salvajes, pero es como si hubiera tratado de escoger las más locas, las más peligrosas y sinceramente, no creo que disfrute haciendo la mitad de esta mierda. Y conseguir un aro en el ombligo está tachado como hecho, pero sé que no tiene uno. —¿Un aro en el ombligo? —Se estiró para alcanzar la lista, pero se detuvo, mirándome por permiso. Asentí y se la entregué. —¿Lograr reconocimiento en West Point? ¿Qué diablos significa eso? Sé que está empeñada en lograr cumplirlos todos, pero eso ni siquiera parece propio de ella. El rostro de Carter palideció mientras examinaba el papel. —¿Por qué no lo vi? ¿Por qué no me lo dijo? Dios, Paisley. Ella nunca quiso esto. Escalofríos estallaron en mis brazos. —Muy bien, chicos y chicas, es hora de la prueba —dijo nuestro instructor, cerrando la puerta detrás de él y pasando montones de pruebas por los pasillos. —¿Qué quieres decir? —le pregunté a Carter. —No es su lista, no es su letra, y ¿esas marcas verdes? Tienes razón, ella no las hizo. El aro en el ombligo, nadar desnuda, el toro mecánico… estuve allí para todo eso este verano, pero… no con ella. Ni siquiera sabía que había hecho algo así. —Dejó caer el papel en mi escritorio como si lo hubiera quemado—. Paisley está terminando la lista de Peyton, la que logró matarla. La prueba golpeó mi escritorio mientras mi estómago golpeaba el suelo.

Traducido por Jasiel Odair & Vane Farrow Corregido por Vane hearts

19. Piensa primero en las necesidades de alguien más.

Paisley Mamá volteó la página de su revista Southern Living y suspiró por vigésima vez en la última hora. Cuando no respondí, intentó otra táctica. —¿Qué estás leyendo? —No mucho. —Todo. Cuando había buscado en Google “Jagger Bateman”, nada había salido, salvo las puntuaciones de hockey y los aspectos más destacados. ¿Pero cuando entré en “Prescott Mansfield”? Todo un mundo abierto. Necesitaba dejar de pensar en la llamada telefónica de Will. Él me dijo que fuera amable con Jagger porque hoy había reprobado su vuelo y recibió un cero en la prueba de esta tarde. Había fallado. Por mi culpa. Me había convertido en lo único que había tratado de evitar, el peor tipo de distracción. Él sería capaz de recuperarse, estaba segura de ello. Pero no cuando era yo quien lo arrastraba hacia abajo. —Bueno, debe ser interesante. Has estado concentrada en esa cosa todo el día, y eso es decir algo, viendo cómo está pasando la hora de la cena. —Pasó otra página. —¿Por qué no vas a casa? No hay nada que hacer aquí, mamá. —Terminé otra historia, esta especulación en donde Prescott y Anna Mansfield cuestionaban directamente la petición del senador Mansfield de la privacidad para que sus hijos pudieran vivir libres de la mirada pública. Me escudriñó con una mirada que intimidaría a mujeres más jóvenes. —Oh, no. Estoy sentada aquí. No hay posibilidad de que me vaya a casa a ese mar de pirañas.

Me di por vencida, apagando la tableta. Mi pulgar izquierdo se cernió sobre el botoncito, y me habría gustado que hiciera que mi madre desapareciera tan fácilmente como el dolor en las costillas de la fractura. —Estoy segura de que está perfectamente bien. Nadie va a comerte. —Ah, ¿no? Sabes muy bien lo que Sue Ellen Watts ha dicho a todo el mundo, y allí habrá decenas de mensajes para que vuelva. Ella nunca podría resistirse a un buen chisme. —Pasó otra página—. Además, no voy a dejar que estés aquí sola. Dios, ojalá lo hiciera. Crucé mis piernas, rozando la tela suave. Necesitaba una buena ducha y una navaja. Cambié la táctica mientras ajustaba mi tubo de oxígeno. —Mamá, ve a casa. Duerme un poco. No voy a estar sola. Jagger debería llegar en cualquier momento. —Me lo había estado diciendo a mí misma cada minuto desde que el reloj marcó las cinco. Iba sobre las seis y media. —Hmm. Sí, ese chico. —Miró por encima de las páginas de su revista. —Jagger es donde trazo la línea. Ni una sola palabra. —¿No querrás decir Prescott? —La revista aterrizó en su regazo, directo con mi paciencia—. Quiero decir, en serio, Paisley. ¿Qué clase de hombre joven oculta el hecho de que es el hijo de un senador? Tal vez si hubiéramos sabido eso desde el principio, no habríamos estado tan en contra de que salieran, ya que él es un Mansfield. —Mamá, él ha elegido ser mucho más que de donde viene. En realidad, yo prefiero que no aprueben a Jagger en base a su padre, y no estoy bromeando. Él no está en discusión. —Nunca quería oír ese nombre otra vez. Él era Jagger Bateman, y eso era todo. —Bueno, si eso es lo que sientes. Yo no haría nada para molestar tu corazón... como salto de bungee o cualquier cosa, antes de que te coloques ese marcapasos. —Mantuvo su voz dulce y plana. —Esas son cuestiones de las que no sabes nada. —Ataques al corazón o no, no habría marcapasos. Se puso de pie, suavizando las líneas de sus pantalones. —Cama de hospital o no, no te atrevas a hablarme con insolencia, Lee. ¿Qué tal si te consigo un poco de hielo? Me tragué las emociones revueltas que sabía ella no querría que expresara. —Eso estaría bien, gracias. —¿Y si la acompaño a la máquina, señora Donovan? —le preguntó papá desde la puerta. Me guiñó un ojo—. Hola, cariño. Me robaré a tu mamá y te daré un segundo con este señor que me encontré vagando por los pasillos. Jagger rodeó a mi padre, vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta lo suficientemente apretada para hacerme querer quitársela, si alguna vez

me fuera permitido tener relaciones sexuales. —Hola. —Le sonreí, con mi corazón ya rompiéndose. Su sonrisa no alcanzó sus ojos cuando se inclinó y me besó suavemente. — ¿Cómo te sientes? —La tensión irradiaba de cada línea de su cuerpo. —Ahora mejor. —Tiré del tubo de oxígeno debajo de mi nariz. —Oye, necesitas eso. —Jagger lo ubico tras mis orejas y acercó más la silla de mamá para poder sostener mi mano—. ¿Y ahora qué? —Vaya, directo, ¿eh? —bromeé—. Ningún, ¿cómo fue tu día, cariño? —¿Dónde están mis modales? —Una esquina de su boca se curvó hacia arriba, pero su sonrisa habitual no apareció—. ¿Cómo estuvo tu día, cariño? —Oh, ya sabes, la mayoría la pasé siendo perezosa y consiguiendo atención en mis manos y pies. —Parece un sueño. —Ahí se encontraba la sonrisa—. ¿Más de lo mismo mañana? Mi sonrisa desapareció. —Seré transferida a Birmingham mañana, lo que debe incluir un paseo glamoroso de tres horas. —Mi intento de humor se desplomó—. Mi cardiólogo está ahí. Tengo que... hacer una elección ahora. —Te pondrán un marcapasos, ¿verdad? Retrocedí sorprendida. —¿Qué? —Pasé un tiempo en Google. —Sus ojos se dispararon hacia donde mi tableta yacía al lado de mi mano—. Adivinaré que también lo hiciste. De todos modos, he hecho un poco de investigación. —Pensé que tenías una prueba. —Sip. Hice la prueba, y he investigado nuevas tecnologías de marcapasos. Mi estómago se revolvió, pero no podía estar enojada ya que también había pasado mi día investigándolo. Pero, ¿cuánto había aprendido? —Elegiré miectomía septal. Fin de la discusión. Él palideció. —¿Quieres que recorten tu corazón? Al parecer mucho. —No es tan malo como parece. Él contuvo el aliento con los dientes apretados. —Necesito que me expliques tu manera de pensar. La lógica no podía evitar los pelos de punta elevados, y además, ¿no era esto lo que quería? —Sé que mereces una explicación, pero vas a tener que cuidar tu tono. Nada me enoja más a que alguien me ordene qué hacer cuando se trata de mi corazón.

La silla crujió cuando cambió su postura. —¿Me amas? —Sí —le espeté. —¿Quieres un futuro conmigo? —Sus ojos se iluminaron con el mismo fuego que me había atraído a él al principio. —Sí. —Pero no puedo tenerlo. —Entonces deja de actuar como si estuvieras sola en esto, y explícame tu elección. No digo que estoy de acuerdo contigo, y no tengo que hacerlo, pero al menos debemos discutirlo. Él no era Will, ni mis padres. No me intimidará en contra de lo que sabía que era correcto. —Solo tengo un presentimiento... y no quiero estar aquí otra vez. Quiero la miectomía septal, porque entonces está hecho. Aparte de los chequeos, no estoy condenada a una vida de... esto. —Hice un gesto a los monitores—. No es solo un curita, es una solución. —Tiene una tasa de mortalidad del cinco por ciento en seis años, es solo el ochenta y cinco por ciento de efectividad, y tiene una enorme tasa de bloqueos de rama después. El marcapasos ha demostrado que regula tu corazón y parece el primer paso más lógico antes de pedirles que te resquebrajen el pecho, sobre todo porque tienes antecedentes familiares de segunda categoría. Miectomía septal no garantiza que te mantendrá viva, el marcapasos sí. Ugh, estúpida memoria fotográfica. —No quiero un marcapasos —enuncié cada palabra. —Bueno, esa es una razón de mierda. —Espera... tú... ¿en serio quieres que tenga el marcapasos? —El calor inundó mis mejillas y luego mis oídos—. ¡Fallan! Empujó la silla mientras se levantaba. —Sí, fallan en un dos por ciento de los casos, en cuyo caso se obtiene un reemplazo, no es gran cosa. Esas probabilidades son mucho mejor que las otras. —¿Y crees que sabes más? —farfullé—. He estado tratando con esto durante años, ¿y en veinticuatro horas eres un experto? —¿Por qué no podía dejar que las cosas erróneas volaran de mi boca? Él levantó las manos. —No. Creo que sé cómo volar helicópteros, eso es todo. Ayer a esta hora estuve en el restaurante con mi novia, preguntándome cómo evitar que mi familia me estalle en la cara, y hoy ella está tomando decisiones acerca de una maldita operación cardíaca. Pasé un rato en Internet, para no parecer un idiota, y lo que he leído me asusta más que cuando colapsaste sobre mí ayer. Me desinflé y mis hombros cayeron. —Debería haberte dicho. Siento mucho que te hayas enterado de esta manera.

—Deberíamos habernos dicho un montón de cosas. —Se sentó, apoyando su cabeza en las manos—. Yo debería haberte dicho acerca de mi familia, o que pasé esa semana consiguiéndole a Anna otro centro de rehabilitación. Pero las cosas que oculté no cambian lo que soy en este momento, y tú... —Levantó la vista; la derrota en sus ojos casi me rompió—. No te dije lo que me pasó, o qué efecto tuvo en otras personas, pero tú escondiste algo que te está matando por dentro. —La mayoría de los pacientes con miocardiopatía hipertrófica no tienen síntoma. Nunca tienen un problema. —Listo, mis defensas se hallaban derribadas. —Pero tú sí. La mayoría de los pacientes con MCH no tienen antecedentes familiares de segundo orden. Podrías haber muerto ayer. —El tono tranquilo de su voz no coincidía con la intensidad de sus ojos. —Entonces tengo suerte de que mi socorrista estuvo allí nuevamente. —Mi sonrisa tembló. —Esto no es gracioso, Paisley. Nada de esto. ¿Ni siquiera considerarás el marcapasos? —Quiero arreglar mi corazón y vivir de verdad, no controlar la miocardiopatía. —¿Al tomar la ruta más imprudente posible? ¿Cuánto tiempo has estado mostrando síntomas? —Desde ese día que me encontraste en la biblioteca. Su boca se redujo ligeramente y sus ojos se estrecharon. Nunca había visto esa mirada nivelada sobre mí y sería muy feliz de no volver a verla. —¿Has tenido meses y no hiciste nada? —¡No ha sido precisamente una decisión fácil! —Mis manos agarraron mis sábanas, desesperada por permanecer conectada a tierra cuando la discusión se salió de control. —¿Vivir es una decisión difícil? —¿Qué clase de vida sería esa, Jagger? ¿Una en la que mis latidos no son realmente míos? ¿Una que me mantiene alejada de todo lo que me hace sentir viva? ¿El tipo de vida que te negarías a llevar? —¿De qué estás hablando? —No puedo ser el tipo de mujer que deseas, el tipo que te mereces, con un marcapasos. Será así hasta llegar a un desfibrilador interno, y luego, ¿estarías distraído cuando hiciéramos el amor? No voy a quedarme en casa mientras tú sales a... ¿nadar con tiburones?

—¿Nadar con tiburones? ¿Crees, en serio, que soy tan superficial que algo de eso me importa? No tengo nada que demostrar ni una lista para tachar; solo te quiero a ti. —¡Yo no te gustaría así! Te retendría. —No me dejes. —No fui el que iba saltando en cuatrimotos o mendigando para practicar salto de bungee. Todo era por ti, sin consideración por tu propia vida, mientras tachabas esa estúpida lista. —Él levantó sus caderas, tirando de la lista doblada de su bolsillo, y la arrojó sobre la cama. Me habría sentido menos expuesta si hubiera leído mi diario. Cogí el papel y pasé los dedos por los pliegues desgastados. —Es una lista de deseos. La gente pone cosas locas. ¿No es esa la idea? ¿Estirar los límites? —Claro, si fueran cosas que querrían realmente. La piel de gallina corrió a lo largo de mi brazo. —¿Qué significa eso? —Que has estado tan ocupada tratando de vivir por tu hermana que casi mueres por ella. —Sus cejas se levantaron en un desafío que no podía cumplir, no cuando él sabía lo que yo me había esforzado tanto por controlar. —¿Cómo lo sabes? No importa. No espero que entiendas por qué tengo que terminarlo para ella. Saltó de su silla de nuevo, caminando a los pies de mi cama. —Oh, no. No vas a usar esa carta, como si no supiera lo que es sacrificarse por una hermana. Me alejé de mi vida entera por Anna, y no me arrepiento. ¿Cuando mi padre la apartó y, la dejó pudriéndose en una casa de drogas en Boston? Fue entonces cuando me emancipé. No era solo para alejarme de él, era para que yo pudiera tener el control de mi fondo fiduciario y pagar su rehabilitación aún cuando él no volvería, cuando ella se volvió inútil para él. —Tu hermana sigue viva. Es diferente. Todavía puedes hablar con ella, hacerle preguntas, abrazarla. Terminar esa lista es todo lo que puedo hacer por Peyton. —Él no entendía. Nadie lo entendía. —Tal vez Anna continúa aquí, pero está enterrada bajo tantas capas de su adicción, que no estoy seguro si alguna vez recuperaré a mi Anna. Ha estado en rehabilitación trece veces, Paisley. Trece veces he seguido con ella y le admitieron. Trece veces me rogó que me quedara, y un par de veces lo hice y casi me perdí en su mundo. Me perdí plazos de ensayos y juegos de hockey porque me encontraba volando a Seattle, o a Texas, o dondequiera que ella había seguido al último novio. Juré cuando empecé la escuela de vuelo que no iba a distraerme con nada... ni nadie, que priorizaría mis metas por primera vez. —Apoyó las manos en el estribo de la cama; los músculos de sus brazos se flexionaron cuando agarró el plástico—. ¿Y qué pasó cuando ella apareció en Chicago? Falté una semana al entrenamiento de vuelo y fui a buscarla de nuevo.

—¿No es eso lo mismo que estoy haciendo yo, dándole prioridad a la vida de mi hermana? —No, porque cuando me di cuenta de lo que me estaba haciendo, que había puesto en peligro mi clasificación para seleccionar el helicóptero por el que había trabajado la mitad de mi vida, que había seguido a Anna y te dejé esperando… ahí es cuando me dije que siempre va a contar conmigo, pero no puedo alejarme de mis responsabilidades cada vez que ella lo haga. Mi vida es tan valiosa como la de ella, y la tuya también lo es. —¡Peyton no tuvo la oportunidad de terminar... nada! —Deja de hacer eso por ella. Eres la que está en la cama de hospital. Se trata de tu vida ahora. Levanté la barbilla; las palabras fluyeron de mi boca como una erupción de lava ácida. —Mi vida. Mi corazón. Mi elección. Elijo tener la miectomía septal, y luego voy a terminar la lista. —¿Así que esta discusión ha terminado? —Él se alejó, con las manos en el aire como si estuviera bajo arresto—. ¿Mi opinión no cuenta? —¡No tienes voz ni voto en lo que hago con mi corazón! —Los monitores pitaron, marcando el aumento en el ritmo de mis respiraciones. —Eso es correcto. Tu corazón en tu cuerpo… —¡Sí! ¡El mío! No lo posees ni lo controlas. ¡Yo lo hago! —¡Maldición, Paisley! ¡Tú posees el mío! ¿No lo entiendes? Estoy enamorado de ti, tan condenadamente envuelto en todo lo que eres, que estamos juntos, que no estoy seguro de que pueda existir más si tú no existes. Cada riesgo que estás tomando con tu corazón, me recuerda que estoy en el viaje, atado a ello, porque mi corazón está enredado con el tuyo. ¿Por qué no puedes ver lo que ya tienes? ¿Estás tan empeñada en abrirte el pecho para un procedimiento riesgoso porque piensas que un marcapasos te sentencia a una vida a medias? ¿Estoy entendiéndolo bien? —Sí. —Odié la forma en que me hizo sonar, como tuve que mirar a través de sus ojos, porque él no entendía. —Yo soy esa vida a medias. Yo. Un marcapasos te garantiza a mí, y si nuestro futuro no es una razón suficiente para ti, entonces ya no tengo más argumentos. —Sus ojos me suplicaban que lo eligiera a él, y lo elegía. Él simplemente no entendía cómo. —¿Quieres una visión de nuestro futuro si hago lo que estás pidiendo? Mira a tu alrededor, Jagger. Este es nuestro futuro. Salas de hospital, pelo desastroso, narices ensangrentadas con los conductos nasales resecos y tubos de oxígeno. Un marcapasos no está garantizado a resolver el problema. Podríamos estar de vuelta aquí en un año o dos, por lo que mi decisión para la cirugía es debido a que el

marcapasos no va a solucionar la obstrucción. Al final, necesitaré un desfibrilador interno. Voy a terminar en la fase terminal, donde voy a necesitar un trasplante. ¡Ese es nuestro futuro si no hago esto! —Estás saltando dos pasos por delante en lugar de comprarte tiempo. —¡Me estoy dando una probabilidad del ochenta y cinco por ciento a una vida normal contigo! —Mis ojos se llenaron de lágrimas, calientes y volátiles. —Me estás dando una probabilidad del quince por ciento de perderte en lugar de una oportunidad del noventa y ocho por ciento de un felices para siempre. El espacio que nos separaba era mucho más que unos pocos metros. —Ya no voy a permitir que la gente en mi vida que me diga que saben qué es lo mejor para mí. No puedo controlar mi corazón, pero puedo controlar esta elección, y lo haré. Peyton no tuvo elección, y yo no voy a dejar que me arrebaten la mía porque crees que sabes lo que es mejor para mí. No soy una niña. —Podía ser feroz. Él entrelazó los dedos en su nuca y miró al techo. —No voy a pretender que conocía a Peyton, pero no puedo imaginar que alguien que te ama quiera esto para ti. —Bueno, yo la conocía —dijo Will, dando un paso en el marco de la puerta—, y te puedo decir que ella no quería esto para ti, Lee. Oh, Dios. Por favor, que esta cama me trague entera. —¿Cuánto escuchaste? Se apoyó en la pared, junto a Jagger más que físicamente, pero también bloqueándolo de salir. —Oh, han entretenido a algunos de nosotros por ahí. Tu papá detuvo a todas las enfermeras que querían poner fin a esta discusión con demasiado ruido porque todos esperábamos que finalmente lo escucharas. Me senté más erguida, pero mi intento de independencia se arruinó al tener que desenredar mi tubo de oxígeno para hacerlo. Nunca me había sentido tan sola, o atacada en mi vida. Se suponía que iban a amarme, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no podían entender que había algo en mi alma gritando contra un marcapasos? En contra de una pieza artificial de maquinaria bajo mi piel, controlando mi corazón, ¿controlándome a mí? —No puedo hacer que me entiendan. Ninguno de ustedes está en esta cama conmigo; todos tienen la oportunidad de salir de este hospital. Yo no. Soy yo la que toma los riesgos mientras ustedes dos se van y vuelan sus helicópteros durante todo el día. Yo solo... quiero a Peyton. Quiero preguntarle qué haría, porque sé que tendría la respuesta. Siempre la tenía. —Ella no tenía la respuesta —interrumpió Will—. Yo estaba allí, Paisley. —Bueno, me diría que no me dejara convencer de algo que yo no quiero. Ella habría sabido qué hacer si hubiera estado en mis zapatos, si hubiera sabido

que su corazón era una bomba de tiempo. Peyton nunca hubiera cedido a lo que querían otras personas. —¡Y eso es probablemente lo que la mató, Paisley! —Jagger pasó las manos por su rostro, y luego las dejó caer, con los hombros caídos. Mi cabeza cayó como si me hubieran golpeado. —¿Por qué dices eso? —¡Porque ella sabía! No quieres verlo, pero ella sabía sobre su corazón. —¡No sabía! ¡Me lo habría dicho o a mis padres! —Mi columna se enderezó hasta que casi dolía. —Lee… —Will trató de interrumpir. —¡William Carter, fuera de aquí! ¡Esta no es una conversación a la que estés invitado! —En serio… —¡Ahora! —grité, pero él no se movió. —Usa ese hermoso cerebro tuyo, Pajarito. —La voz de Jagger se suavizó, pero parecía más lejos que nunca—. ¿Por qué haría una lista de deseos? ¿Por qué más habría hecho todas esas cosas el verano anterior, o dejarte esa nota la última vez que la viste? Ella sabía, así que deja de esconderte detrás de ella y esa lista, maldita sea, o lo que crees erróneamente que necesito, y haz tu propia elección, porque seguro que ella lo hizo. Mi cerebro se sobrecargó, atrapado entre intentar procesar lo que quiso decir y saber que si quería darle lo que necesitaba, esta era mi oportunidad. La tomé. —¿Quieres que haga mi elección? Bien. Esto —señalé entre él y yo—, se terminó. —Las palabras me destrozaron, y medio esperaba que el monitor del corazón lo mostrara, pero se quedó tan estable como mi voz—. Mi hermana nunca me habría ocultado esto, no si hubiese sabido que era genético. —Tal vez si ella hubiera sabido, me lo habría ocultado, necesitando evitármelo de la misma forma que intenté evitárselo a Jagger. Pero ya era demasiado tarde para cualquiera de nosotros. Me negaba a ser la distracción que lo hundiera. Me sentía a la deriva en un mar gigante de incertidumbre, y lo estaba jalando abajo conmigo... así que lo liberé—. Ve a buscar a otra chica. Por lo que recuerdo de tu pasado, eso no debería ser difícil. Hemos terminado. —No hemos terminado, estamos luchando. Podría no estar orgulloso de mi pasado, pero eres la única mujer que quiero. Eres insustituible, por eso me asustas demasiado con las elecciones que estás haciendo. Eres mi familia, y no hemos terminado. Él era perfecto, y lo amaba tanto que vi la línea y fui directo para cruzarla; mi pecho dolía con cada paso que daría para alejarlo más. —¿El hijo de una adicta a las drogas? Debí haber sabido que no tenía que estar con alguien que no sabe

nada sobre el compromiso y familia real. ¿En serio intentas usar a mi hermana, mi más profundo dolor para manipularme? Realmente eres hijo de tu padre. Vete. Se tambaleó hacia atrás y todos los rasgos de su rostro se aflojaron con sorpresa. Dolor atravesó sus ojos, y observé su corazón romperse tan ciertamente como sentí el mío rasgarse en pedazos. ¿Qué acabo de hacer? —Tal vez tengas razón. Alguien sin familia real no puede comprender una. Pero tienes razón, soy el hijo de una adicta a las drogas, por lo que sí sé algo acerca de intentar cambiar a una mujer que es demasiado terca para alejarse de su propia autodestrucción. Te amo, Paisley, más de lo que creía posible. Eres dueña de todo lo que soy, hasta el más mínimo aliento en mis pulmones, y lamento que no sea suficiente. No es suficiente para que me trates como una pareja en lugar del enemigo, y no es suficiente para que me quede aquí y vea a otra mujer que amo matarse por algo sobre lo que tiene el control completo. Él era más que suficiente. Era todo, pero no podía obligarme a sacar las palabras más allá del lío en mi garganta. —Jagger. —Me ahogué mientras se abría camino hacia la puerta. —¡Basta, Paisley! —gritó Will—. ¡Maldita sea, él tiene razón! ¡Peyton sabía! Jagger se detuvo en el marco de la puerta. La gravedad cambió, llevando consigo todo lo que estuvo manteniéndome compuesta. Era una cosa que Jagger especulara, ¿pero que sea verdad? Ella no podía saber. En realidad no. —No. —Sí. —No rompió el contacto visual conmigo, y vi la verdad y su vergüenza por ocultarlo—. Ella lo supo desde hace meses, desde nuestras clases de buceo temprano ese verano. Sabía que no podía quedarse en West Point si alguien se enteraba. Dolor rebotó a través de mí, raspando cada cruda terminación nerviosa. Cerré los ojos ante todo lo que pensé que sabía y los abrí con lágrimas recorriendo mi cara, lavando mi ira, mi orgullo y mi certeza. Mi alma empezó a gritar en silencio, pero me encontraba tan hueca en el interior que estaba segura de que todos podían oír el eco. Él había tenido razón, y yo no había escuchado. —¿Jagger? Negó con la cabeza, sus ojos duros mientras se giraba. —Es lo curioso acerca de las familias, Paisley. No siempre son biológicas, ninguna de ellas es p erfecta, e incluso si tienen todas las respuestas, a veces fallan la primera prueba a la que se enfrentan. —Bateman —dijo Will en voz baja. —No lo hagas —espetó Jagger.

Seré tu familia. Mis propias palabras cortaron a través de lo que quedaba de mi corazón, burlándose de la forma en la que le fallé. Cruzó la habitación hacia mí, sacó algo de su bolsillo delantero, y lo puso en la palma de mi mano. No podía bajar la vista, no cuando sus ojos me tenían cautiva en mi propia estupidez y obstinación. —Ya no necesitaré esto. —Rozó un ligero beso en mi frente, y mis ojos se cerraron de golpe, mientras nuevas lágrimas caían por mi cara. Respiró hondo en mi cabello y se apartó. Levanté la vista hacia él, pero el dolor desapareció de su rostro, sustituido por la sonrisa despreocupada que vi en la playa antes de conocernos. Solo que esta vez no parecía hermosa, ni sexy, sino solitaria. —Jagger —le supliqué. —Me gusta pensar que me mantuvo seguro, y espero que haga lo mismo para ti en tu vuelo, Pajarito. Nos vemos por ahí. —Sonrió de nuevo, firmemente arraigado a la cáscara impenetrable en la que todos los demás lo conocían tan bien—. Carter, te veré mañana. Mis ojos siguieron su figura por la puerta, pero era incapaz de hablar o pensar. No había nada que pudiera decir para borrar lo que dije, o lo estúpida que había sido. Pero él era libre. Se recuperaría. Cumpliría su sueño, pero me pregunté si alguna vez se daría cuenta de que él había sido el mío. —¿Lee? —Will se sentó en el borde de mi cama—. Debería haberte dicho, pero le prometí que te dejaría hacer tu propia elección. —No quiero oír hablar de Peyton. Ahora no. —Perder a Jagger dolía demasiado. Liberé mis dedos del puño que hice, y la luz se reflejó inmediatamente en el níquel de Jagger—. Por lo menos él conseguirá todo por lo que ha trabajado tan duro, ¿no? ¿Sin que yo lo distraiga? —Es por eso que hiciste… le dijiste esa mierda. Lo alejaste. —Él se merece algo mejor que esto. Sé lo duro que ha trabajado, cuánto significa volar el helicóptero para él. Estaba agotado esta mañana y no tenía ningún vuelo comercial, y solo empeorará si se queda conmigo. Por lo menos ahora tiene una oportunidad. Puede conseguir su sueño. —La boca de Will se tensó—. ¿Qué? No te atrevas a ocultarme nada más, William Carter. —No tiene oportunidad en la cima de la Lista por Orden de Mérito. Tendrá suerte de entrar en los diez primeros, aunque lo dejen volver a tomar la prueba. Palidecí. Me aferré a una última esperanza, sabiendo que el número de aeronaves variaban de una clase a otra. —¿Cuántos pilotos? —Veintitrés. —¿Cuántos Apaches están allí para la selección?

—Seis. Lo destrozaste por ninguna razón. No va a conseguir uno de todos modos. Hice esto, le quité lo único que su familia no había podido. Tomé mi celular y marqué el número de memoria. Sonó cuatro veces y luego se fue al buzón de voz. Esperé, y luego hablé, mi voz más fuerte que mi determinación. —Hola, doctor Larondy. Es Paisley Donovan, y solo quería hacerle saber que he tomado una decisión, para que pueda programar la cirugía. Estaré lista.

Traducido por Julie Corregido por Gabbita

Pero cuando tienes eso por lo que vale la pena luchar, arañas, pataleas, ruegas. Eso me enseñó mamá. Pero no pude salvarla. Y tú ni siquiera te molestaste en intentarlo. Yo no voy a cometer el mi smo error dos veces.

Jagger Levanté la cerveza a los labios y tragué. Unas chicas bailaban en la esquina del bar de Oscar, Marjorie era una de ellas, pero no me importaba lo suficiente como para mirar lo que llevaba puesto. Sin embargo, era muy ruidosa cuando estaba borracha. Seis putos días pasaron desde que Paisley me pateó a la acera, y no estaba seguro de cómo seguía respirando, ya que la mayor parte de mi suministro de sangre se componía de alcohol. Oh, me presenté sobrio para volar e incluso me fue muy bien en el examen, pero solo sirvió para que continuara en la escuela. La puntuación original se sumaba en la Lista por Orden de Mérito. La selección se realizaba pasado mañana, y había solo seis vacantes para el Apache... Bueno, en una semana perdí las dos cosas que más amaba. El helicóptero no era lo que más dolía. No, eso era una herida enorme y supurante en mi alma, pero al menos era algo. Pero Paisley... no podía sentir nada; ni dolor, ni tristeza. Nada. Me mantenía ocupado o borracho, porque ¿si dejaba de hacerlo, aunque sea por una milésima de segundo, y me daba cuenta de lo que pasó? No estaba seguro de si volvería a respirar, o tendría una razón para hacerlo. Tomé otro sorbo y miré a la pantalla plana. ¿Quién lo hubiera imaginado? Allí estaba mi padre en la CNN, en su primer mitin oficial de la campaña de

reelección. Lo ignoré hasta que pusieron nuestra última foto familiar, incluida mamá, y nunca era una buena señal. —¿Puedes subir el volumen? El camarero rodó sus ojos, pero lo hizo. padre.

Con el sonido de la música, tomó toda mi concentración escuchar a mi

—... y lo diré de nuevo: respeto los deseos de mis hijos de vivir una vida privada lejos del punto de mira de la prensa. —Simplemente aparezco de vez en cuando y los destruyo. —¿No vamos a verlos durante la campaña? —No, no voy a sacarlos a que sonrían para las cámaras. Yo elegí esta vida. Ellos no. Puedo decir que estoy sinceramente orgulloso de los adultos fuertes e independientes en que se convirtieron. Por supuesto, todo el crédito va para mi difunta esposa. Ahora, ¿qué tal si hablamos de este proyecto de ley de gastos? Típico. Político ejemplar y un padre de mierda. Lo ignoré durante el resto del segmento y ordené dos cervezas más en los próximos treinta minutos. Mis llaves desaparecieron de la barra, y no necesitaba mirar para saber que era Josh. —Grayson está esperando en casa con la cena. ¿Por qué no comes algo? —Maldición, qué doméstico. —Me reí y me terminé la botella—. Creo que me quedaré un poco más. —Mañana tenemos nuestra prueba final de vuelo. El último lugar en el que debemos estar es en un bar. —Entonces vete. —Hice señas para otra cerveza, y el barman cumplió. Josh tomó el taburete de la barra junto a mí y comenzó a quitar la etiqueta de mi botella desechada. —Jagger, no estaría aquí si no fuera por ti. No hay posibilidad de que me vaya. —Sí, bueno, todo lo que hice fue sugerirte la aviación. Mi padre movió los hilos para que ingresemos, ¿verdad? Ni siquiera pertenezco aquí, maldita sea. No fui lo suficientemente bueno para entrar en el mérito, y estoy muy seguro que tampoco lo fui para... —Mierda, sentí como si me hubieran abierto el corazón para que sangrara internamente. Ni siquiera podía decir su maldito nombre en voz alta. Sí, entumecido estaba mejor. Me miró durante unos momentos antes de romper el hielo de seis días. — Sabes que ella te ama. —Lo sé. —Tú la amas.

—Sí. —Incluso después de la mierda sin salida en la que me tiró, no podía dejar de hacerlo. Porque algo acerca de la forma en que me habló no estaba bien, no era ella. Por otra parte, diecisiete mensajes de texto sin respuesta, seis mensajes de voz, y una negativa rotunda para atender el teléfono cuando llamé a su habitación en el hospital no enviaba exactamente ningún otro mensaje. —Entonces va a estar bien. Ahora es una mierda, pero hallarás la manera de resolverlo. Golpeé la botella en la mesa, lo cual era mejor que golpear a algo, como yo quería. —Josh ¿ahora en qué clase de mundo vives? ¿En los cuentos de hadas y jodidos unicornios? No podría estar más feliz de que Ember y tú sean perfectos, de que hagan que funcione, pero ¿adivina qué? No funciona para todo el mundo. Puede que ella me ame, pero no me quiere. —Entonces ve a rogarle. —¡Lo he intentado! —Esfuérzate más. —Esto no es lo mismo que Ember y tú. Tuviste meses para resolver tu mierda. Yo tengo días. ¡No es lo mismo, y no soy como tú! —No, eres mejor, y mucho más fuerte que yo. ¿Qué? ¿No crees que sé acerca de los gastos médicos de mi mamá? Mierda. —¿Cuánto hace que… ? —Un año. Ahora cállate y déjame hablar. No se trata del dinero, sino del tiempo que te llevó realizar un seguimiento de todo y luego cubrir las pistas para que no lo supiera. Tú eres la única razón por la que pude darme el lujo de quedarme en la universidad, y por lo tanto, la única razón por la que tengo a Ember. Nunca he conocido a nadie tan condenadamente terco como tú, y ahora viendo cómo creciste, lo entiendo. Así que utilízalo a tu favor. —No puedo sentarme y ver cómo se mata. —Me aclaré la garganta después de que mi voz se quebró, y pasé distraídamente mi pulgar sobre las letras entintadas en mi brazo. Josh vio el movimiento. —CaT. De la cuna a la tumba. Lo sé todo sobre la promesa que le hiciste a Anna, y sé que piensas que esto es igual a lo de ella, o tu mamá, pero no lo es. Paisley no puede controlar esta condición ni detenerla. Esto no es algo que puedas abandonar, y no hay decisión correcta. Tú no tienes razón. Ella tampoco. Pero tienes que preguntarte, si no la apoyas ahora, ¿podrás vivir contigo más adelante? La cerveza se volvió amarga en mi boca cuando asimilé sus conclusiones. ¿Y si algo le pasaba a Paisley y yo no estaba allí? —¿Cómo se arruinaron tanto las cosas? Hace una semana tenía todo lo que quería.

—Hombre, ella sigue siendo Paisley. Tú sigues siendo tú. Esta mierda no ha ido demasiado lejos. Ve el martes después de la selección. Acabaremos a la una, y puedes estar en Birmingham a las cuatro. —Creo que es una gran idea —interrumpió el General Donovan, deslizándose en el taburete vacío junto a mí. Le hizo señas al camarero—. ¿Puedo tener un whisky con Seven Up? —Señor. —Me tensé cuando el barman saltó para cumplir con su orden. —Relájate —ordenó—. ¿Qué? ¿Nunca has visto a un general en un bar? —El fantasma de una sonrisa apareció en sus labios mientras bebía un sorbo de la bebida. —En este no, señor —respondí. —Bueno, no siempre fui un general. Solía ser un teniente detrás de una dulce cosita sureña que prefirió el asiento del final. —Tomó otro trago, y casi me caigo del taburete cuando Josh me dio un codazo en las costillas. Estúpido—. ¿Vas a preguntarme por ella o no? Diablos, sí. —¿Cómo está? Se inclinó en su taburete para mirarme. —Con el corazón roto, tanto en sentido literal como figurado, pero está estable. Morgan se queda con ella esta noche. Con el corazón roto. Fue, en parte, mi culpa. —Lo siento mucho. —Jagger, me encontraba fuera de la habitación y escuché cada palabra. Te dijo de todo y consiguió lo que quería. —¿Qué cosa exactamente, señor? —Alejarte. Ella sabe que es alguien con muchas complicaciones. Mi cerveza golpeó la barra demasiado fuerte. —Sus complicaciones no son un problema para mí. Voy a aceptarla, con todo el corazón o el pecho abierto. ¿Acaso ella no confía en que me quede? —Diablos, sí, hijo. Ella sabía que te quedarías. Eres su mayor bendición y su peor pesadilla. No quiere ser la razón por la que no recibas tu helicóptero o el titulo. —Me destruyó —susurré, bajando la mirada a mi botella como si tuviera las respuestas. —Cree que te salvó, y luego se cegó por los secretos de Peyton... bueno, ustedes dos tienen bastante tiempo. Normalmente no me inmiscuyo, no soy su madre, pero no creo que pueda hacer esto sin ti, ni sin la lucha que le inspiras. — Una sonrisa irónica levantó la comisura de sus labios—. Tú le das vida.

Mantuve mi cara seria, tan profesional como pude. No podía perder los estribos con él. —¿No estás de acuerdo? —preguntó. —Señor, estoy sentado en un bar, hablando de mi vida amorosa con el comandante general. No vamos a pretender que esto no es incómodo. —Josh casi escupió su agua helada junto a mí, pero no le hice caso. —Solo veo a un padre hablando con el chico del que su hija está enamorada —respondió—. Mira, ustedes son como imanes, que sin importar lo que pasa entre ustedes, siguen atraídos el uno al otro. Lo vi desde la primera vez que dijo tu nombre. Entonces lo odiaba, pero ahora estoy agradecido por ello. —Hizo girar el hielo en su vaso casi lleno—. Ahora, ¿estás listo para esa prueba final de vuelo de mañana? —¿Está pendiente de todos los estudiantes de la escuela de vuelo, señor? — preguntó Josh con una sonrisa. Puso su mano sobre mi hombro. —Solo de los que están en mi familia. Tienes que saber que le abriste los ojos. Se decidió por el marcapasos; solo estamos a la espera de una fecha. —¿Qué? ¿Lo hizo? Gracias a Dios. —El alivio casi me dejó de rodillas, pero un nudo creció en mi estómago. Paisley había sido más que inflexible —. ¿Qué cambió? ¿Cómo se siente ella acerca de la decisión? —Está callada —respondió el General Donovan—. El silencio es mejor que la muerte, ¿verdad? Asentí, pero no podía decir lo mismo. ¿Qué me pasaba? La empujé a esto, así que ¿por qué se sentía como si hubiera perdido algo? —Walker, llévalo a casa. Ah, y no ligué tu rango en clase al suyo. Esa amenaza fue solo para asustarlos. —Bueno, funcionó. —Gracias… Sí. Podría haber jodido mi propio rango, pero no arruinaría a mis amigos. Se echó a reír, lo que me asustó más que la amenaza original. —Cierto. Bueno, dos cosas. La primera es que está en la habitación 824 en Birmingham. Aparté la vista. Primero me dijo que me quedara lo más lejos posible de su hija, y ahora, básicamente, me ordenaba que estuviera a su lado cuando ella claramente no me quería ahí. —¿La segunda? Se inclinó, poniéndose claramente en modo general. —He conocido a tu padre durante años. De hecho, resulta que creo que él es un imbécil. Un imbécil influyente, pero es lo mismo. —Señor…

—Todo eso te demuestra, teniente Bateman, que no eres el resultado de las personas de las que vienes o el modo en que has crecido, sino de lo que has elegido ser. —Bajó la voz—. Conociendo al senador Mansfield, sé que tú te bastas solo. — Me estremecí—. Los padres quieren lo mejor para sus hijos. Puedo decir que solo me tomó una llamada telefónica para que Peyton y Will tuvieran una cita para West Point, pero también sé que tu padre no hizo lo mismo para que ingresaras en la escuela de vuelo. Jagger, lo comprobé. Llegaste por tu cuenta, como un Bateman, no un Mansfield, y si sirve de algo, habría echado a un Mansfield por lo del oso polar, sin importar que tan ligeramente divertido lo encontrara.

—Come. —Grayson empujó el plato de huevos hacia mí. —Sí, eso no va a suceder. —Los empujé al otro lado de la mesa y terminé de preparar mi café, aunque tampoco estuviera seguro de que iba a poder retenerlo. Joder, me duelen las costillas. El nuevo tatuaje era del tamaño de mis dedos extendidos y era tan cómodo como frotarte continuamente con un papel de lija, pero valía la pena. Sin embargo, el dolor no ayudaba a las náuseas. —En la prueba de vuelo de ayer te fue muy bien, y todo lo demás está fuera de tus manos. No hay razón para estar nervioso. Es así. —¿Ni siquiera estás un poco nervioso? Él ya se comió la mitad del contenido de su plato, lo que podría equivaler a un gallinero lleno de huevos. —Nop. Mi nombre ya está en algún lugar de esa lista, y no puedo controlar lo que van a elegir los que estén delante de mí. Si para el momento en que me nombren no hay Apaches, entonces lidiaré con ello. Mi estómago dio un vuelco de nuevo. —No estoy seguro de que yo pueda. Me dio una mirada que decía “idiota”. —Tienes que hacer las paces con tus demonios y decidir qué es lo más importante para ti. ¿Volar Apaches? ¿O ser un piloto en general? Sonó mi teléfono. Tal vez sea... nop. —Josh acaba de llegar allí. Ingiere el resto de eso como la pequeña aspiradora que eres y vámonos. —Pasé mi pulgar sobre la foto de Paisley en mi lista de contactos, abrí un nuevo mensaje de texto, y lo cerré antes de escribir nada. Estaría allí en siete horas, cara a cara, donde ella no podía ignorarme.

Me mostró el dedo medio pero comió todo mientras yo robé la cuenta y pagué. Él estaría enojado, pero lo superaría. Se quedó en silencio mientras nos dirigíamos hacia el campo de aviación. Se sentía como si estuviera caminando a mi ejecución. No podía comprenderlo ni separar los dos. Me enamoré del Apache cuando era un niño. Ese era todo el motivo por el que quería volar. Quería el poder, la precisión, la potencia de fuego. Cuando pensaba en volar, eso era todo lo que veía. No es que los Blackhawks y Chinooks no fueran útiles, pero simplemente no eran... lo mío. ¿En dónde me dejaba esto? Estacioné a Lucy, y Josh nos recibió en la puerta. —Pensé que estarías aquí antes del amanecer. —Ja, ja. Muy divertido. —En realidad estábamos muy cerca de los últimos. Había dos pizarras gigantes en la parte delantera de la sala. Una mostraba la composición de la aeronave disponible para la selección: seis Apaches, tres Chinooks, y quince Blackhawks. La otra, completamente en blanco para la Lista por Orden de Mérito—. ¿Por qué diablos no pueden simplemente decirnos? Josh se echó a reír. —La primera lección del ejército es que puede joderte solo por el gusto de hacerlo. Grayson se deslizó en su silla y se estiró como si nada le molestara. — Relájate. ¿Qué decía eso? ¿Dónde estaba yo? Veintitrés pilotos y seis Apaches, no es que todo el mundo quisiera uno. Pero yo sí. Pero ¿y si no lo conseguía? Me invadieron las náuseas. Gracias a Dios que no había comido. ¿Me encontraba aquí para ser un piloto o para ser un piloto de Apache? La respuesta era fácil para mí: un piloto de Apache, y tenía un 99.9 por ciento de certeza de que no iba a conseguirlo. Entonces, ¿qué significaba eso? Si llegaban a mi nombre y todos los Apaches ya fueron elegidos, ¿diría Blackhawk? No. Este sueño inició con un Apache, por la forma en que los rotores se veían en el cielo desde la cabina. Cualquier cosa menos era un fracaso, un sueño a medias; una vida a medias. Mierda. Estás tan empeñada en abrirte el pecho para un procedimiento riesgoso porque piensas que un marcapasos te sentencia a una vida a medias... El idiota aquí fui yo. Había estado tan concentrado en lo que quería, en mis propios miedos, que no me paré a escuchar lo que en realidad ella me decía. No importaba lo ilógico que fuera para mí, porque tenía mucho sentido para ella.

No la apoyé. No, la forcé a elegir su vida a medias. Yo. Fui. El. Idiota. Siete horas. Estaría allí en siete horas, y entonces escucharía todos sus razonamientos. Iría sin ideas preconcebidas, ni decisiones propias. Si confiaba en su juicio con todo lo demás, incluido yo, debía empujar mis miedos a un lado y confiar en ella con su propio futuro. La puerta se abrió, y Carter entró, luciendo tan pálido como me sentía. Al menos no era el único que estaba nervioso. Se sorprendió cuando me vio. —¿Qué haces aquí? —preguntó, deslizándose en su asiento frente a mí. —Espera, ¿esta no es la mañana de yoga? Mierda. Supongo que después de todo, tendré que escoger un helicóptero. —Eso no es lo que quiero decir… —Todo el mundo tome asiento —dijo el Comandante Davidson, entrando por la puerta lateral—. Vamos a posponer la selección por unas horas. —Un gemido colectivo se escuchó en la clase—. No pudimos contar los resultados de la prueba de vuelo de ayer, por lo que necesitamos aplazarlo. Estaremos l istos a las mil quinientas horas. Miré el reloj: ocho de la mañana. ¿Querían que esperemos otras siete horas? Mierda. No iba a llegar con Paisley hasta la tarde. —En serio, ¿qué diablos haces aquí? —preguntó Carter, mirándome. —¿Dónde más podría estar? —¿Qué le pasaba? —Paisley va al quirófano en unas pocas horas, así que me imaginé que estarías allí con ella. —¿Qué? No. Me lo habría dicho. —¿Lo haría? —Ella sabía que teníamos la selección, pero me dijo que iba a decirte. El Comandante Davidson seguía hablando, pero no me importaba una mierda. —No me dijo. Carter me miró como si nunca antes me hubiese visto. —Ella te ama. Tú la amas. No es solo una aventura. Es real lo de ustedes. —¿Una aventura? Ella es todo mi jodido mundo. Es mi oxígeno, mi agua y mi tierra firme. Nada me importa sin ella. Me moriría. —Miré a la pizarra donde se enumeraban los helicópteros y noté cómo se me aceleraba el corazón—. Nada de esto me importa sin ella. —Salté de la silla, haciéndola volar al suelo detrás de mí, y toda la sala se giró para echar un vistazo—. Tengo que irme —anuncié a todas las cejas levantadas. —Claro, todos nos iremos en un minuto, teniente Bateman. Déjame terminar estos anuncios y te dejaré marcharte —dijo el Comandante Davidson, poco entretenido.

—No, debo irme ahora. —Levanté mi mochila sobre mi hombro y me moví hacia la salida. Él me encontró en la puerta. —¿Qué haces? —Ella va a la cirugía. —Traté de pasarlo por un costado, pero me bloqueó. Dos veces—. ¿Quiere bailar? —Es la selección. —Es Paisley. Aparecieron las líneas en su frente cuando se pellizcó el puente de la nariz. —Vas a ser mi maldita muerte, Bateman. Si te vas, el líder de la clase tendrá que escoger para ti, o te quedarás con lo que sobre. ¿Puedes vivir con eso? No necesitaba pensarlo. —Puedo vivir con cualquier cosa, pero no puedo vivir sin ella. —Me di la vuelta y fijé los ojos en él—. Oye, Carter. ¿Quieres mostrarme un poco de esa integridad de West Point de la que siempre hablas? Levantó una ceja como respuesta. —Escoge por mí.

Traducido por Vane Farrow Corregido por Adriana

Jódanse tú y tu lista, Pe yton.

Paisley —Todo se ve bien como para comenzar. El doctor Larondy estará aquí en breve. —La enfermera me sonrió, enganchando mi expediente médico al final de la cama, y dejándome sola con mi madre. —Estás tomando la decisión correcta, Lee. —Parecía perfectamente compuesta con excepción de la uña del pulgar que masticaba. Entonces, ¿por qué se siente como la equivocada? —Estaré bien, mamá. No hay nada de qué preocuparse. —¡Hola! Traje el cargador de tu teléfono de la casa —gritó Morgan a la vez que entraba de un salto. Se veía lo opuesto de cómo yo me sentía. —No necesito cargarlo. —Vamos, Paisley. ¿No extrañas el mundo exterior? No, solo extraño a Jagger. —A todos los que necesito están aquí. —Forcé una sonrisa, pero vio a través de ella. —Llámalo. —Se sentó en el borde de mi cama. Ajusté mi tubo de oxígeno y negué con la cabeza. —No. Es el día de la selección. No quiero ser una distracción. —Ya sabes, por lo general eres la persona más sensata que conozco. Pero esta vez has perdido tu jodida mente. —¡Morgan! —la reprendió mamá—. ¡Está a punto de someterse a una operación!

—Está a punto de perder por lo que yo absolutamente mataría. Por lo que cualquier mujer mataría. Celos candentes dejaron mi boca seca. —¿Jagger? Mofó. —No, puedes quedarte con el señor California. Amor, Paisley. Amor. Daría mi ojo izquierdo para que Will… Quiero decir, bueno, para que alguien me mire de la forma en que te mira Jagger. La estudié, junté las piezas en mi cabeza que no habían calzado antes. — ¿Oh, Morgan, fui tan mala amiga? Color floreció en sus mejillas, y quitó una pelusa de mi sábana de hospital. —¿Por qué diablos dices eso? Eres mi mejor amiga. —Pídele salir en una cita. Prométeme ahora mismo que le pedirás a Will salir en una cita. Sus ojos se dispararon a los míos, pero rápidamente enmascaró su sorpresa con una sonrisa cuidadosa. —Oh, seamos serias. Creo que ese barco zarpó. —¿Por mi culpa? Sacudió la cabeza y ahuecó mi almohada. —Oh, no. Diría que al volver de primer año cuando le pedí ir donde Sadie Hawkins y él llevó a Peyton en su lugar. Como amigos, por supuesto. —Por supuesto. —No aparté mis ojos de ella mientras alisaba mi sábana—. Morgan, te quiero, y quiero que seas feliz casi más que cualquier cosa. Pídele a Will salir en una cita. Vete a la universidad y emborráchate en una fiesta de fraternidad. Sal de nuestra pequeña ciudad, ya que siempre ha sido tu sueño. Deje de quedarte por mí. —No digas tonterías. Es solo un marcapasos. Entras y sales, ¿cierto? Ahora era yo la que forzaba una sonrisa. —Cierto. —Una buena dosis de miedo se atascó en mi garganta, y todo lo que necesitaba era la única persona que alejé tanto de mí que probablemente ahora se encontraba en Siberia—. Escucha, por si acaso… bueno, necesito que le digas a Jagger que yo… —Dímelo tú misma —respondió desde la puerta, vestido en su traje de aviación. Mis dedos se clavaron en mi sábana para evitar volar de la cama a sus brazos. Ya no tenía ese derecho. —¿Qué estás haciendo aquí? Es el día de la selección. —Sabes, eres la segunda persona que me pregunta eso hoy. Parece que todo el mundo tiene una idea diferente de donde se supone que debo estar. —Se acercó a mi cama y tomó el espacio que Morgan dejó vacante rápidamente—. Estoy

exactamente donde tengo que estar, si me lo permites. —Su mano acarició mi rostro, y me apoyé en ella, respirando el aroma de su piel, menta y hogar. —Dije cosas horribles —chillé; las lágrimas pincharon mis ojos—. Lo siento mucho. ¡Solo quería que consiguieras tu sueño, pero ahora estás aquí perdiéndote la selección, así que hasta eso está arruinado! —Llevé la sábana a mi cara, limpiándome las estúpidas lágrimas. —¿Por qué no les damos un minuto? —Mamá me entregó una caja de pañuelos, le dio a Jagger una pequeña sonrisa, y sacó a Morgan de la habitación. Mi corazón latía con fuerza mientras nos miramos en silencio, cada uno observando al otro. Sus ojos lucían enrojecidos, haciéndolos parecer más azules, y la piel debajo colgaba en bolsas de color púrpura. —Te ves horrible —dije, llorando. Oh, genial, ahora goteaba mocos en mi tubo de oxígeno. Me liberé de él y me soné la nariz. Se echó a reír. —Oye, al menos no estoy en una cama de hospital. Y además, esto es lo mejor que me he sentido en mucho tiempo. —Siento mucho lo que dije. Se inclinó hacia delante y me besó en la frente, deteniéndose el tiempo suficiente para tomar una respiración profunda. —No hay nada que lamentar. No te escuchaba. —¿Qué? —Colgué el tubo debajo de mi nariz de nuevo. Tomó mi mano sin vía intravenosa y apretó mis dedos fríos. —Explícame por qué deseas la miectomía. Mis hombros cayeron. —No vamos a pasar por esto otra vez. Acepté el marcapasos. —Por favor, explícamelo. —Jagger, no. —No podía hacer esto de nuevo. Mi mano se deslizó de la suya. —Yo… —Sus ojos casi brillaban con su intensidad—. Te lo ruego. Deja de alejarme, porque no voy a ir a ninguna parte. Te amo, y no es el tipo de amor que duda. Es el tipo alarmante que no desaparece. Te miro y veo no solo todo lo que quiero para mi vida, sino todo lo que soy, porque tomaste los pozos más vacíos y oscuros de mi alma y los llenaste contigo. Eres tan parte de mí como mi propio corazón, y no late sin ti. Bombeas a través de mis venas y llenas mis pulmones. Pude haberte salvado, pero eres la que respira por mí todos los días. ¿Entiendes eso? Deje de alejarme, porque me haces imaginar cosas, querer cosas que nunca pensé que podría. Palabras como “para siempre”, “votos de amor” y… “familia.” Sé que no soy bueno con lo último…

—Detente —susurré en lo último de mi aliento. No había sido capaz de respirar desde la primera palabra que dijo—. Lo que haces por tu hermana, la lealtad que le muestras a Josh, a Grayson. Jagger, eso es la familia. Lo que dije fue imperdonable y falso. Una vez, dije que sería tu familia, pero incluso eso estaba mal, porque ya tienes una a la que solo podía soñar pertenecer. Te amo. Amo todo sobre ti. No hay nadie más para mí, ni lo habrá nunca. —No digas eso. —El miedo saltó a sus ojos. Llevé sus dedos a mis labios y los besé. —No por la cirugía, tonto. No habrá nadie jamás porque eres el dueño de mi corazón. Puede que no esté en la mejor forma, pero es tuyo. Nada nunca cambiará eso. Dices “para siempre”, y no puedo respirar por quererlo tanto, despertar a tu lado por el resto de mi vida, pero Jagger, no puedo prometerte un para siempre. No puedo prometerte el mañana. Muy posiblemente eres el hombre más temerario que he conocido, pero no estoy segura de que siquiera tú debas tomar ese riesgo. Apoyó una mano en la parte externa de mi cadera y enrolló sus dedos en el moño desordenado de mi cabello con la otra, y luego me atrajo hacia él para que nuestras bocas estuvieran solo a un soplo de distancia. —¿No te acuerdas? Te dije que las mejores cosas son dignas de quemarse, del riesgo y no hay nada mejor que tú, Paisley Donovan. —Entonces me besó como si fuera la primera o la última vez. Mi boca se abrió bajo la suya, y gemí cuando su lengua acarició la mía. Extrañé su sabor, y lo compensó de más. Sentí su beso en el fondo de mi alma. Mi pulso se aceleró, y él se alejó con una sonrisa cuando sonaron los monitores—. No quiero reventar tu corazón justo antes de que haya sido arreglado. —Temporalmente. —Dime por qué quieres la miectomía septal. —Jagger, ya hemos establecido que mis razones no son lógicas. —¿Y qué? —Se encogió de hombros—. Dime. Pasé mis dedos por su cabello, incapaz de dejar de tocarlo ahora que se encontraba aquí. —¿Por qué eres tan buen piloto? Sus cejas bajaron por la confusión. —La memoria fotográfica ayuda para las teorías. —¿Pero el vuelo real? —Instinto —respondió—. Tengo muy buena coordinación entre mano y ojo, y un gran instinto. Pasé los dedos por la parte posterior de su cabeza y los entrelacé detrás de su cuello. —Tengo la sensación… de que necesito la miectomía septal. Llámalo una corazonada, una estupidez, pero está ahí. Conseguir el marcapasos se siente mal con cada célula de mi cuerpo. Sé que es una razón débil, pero es mía.

Su aliento tembló a medida que exhalaba, y el músculo en su mandíbula se flexionó. —Entonces hazlo. —¿Estás loco? —Pasé mis manos sobre sus hombros—. Odias esa idea. —Sí, bueno, confío en ti y en tus instintos. —Sus pulgares acariciaron mi cintura mientras me abrazaba—. Tal vez deberíamos… —siseó cuando pasé la mano sobre su corazón. —¿Qué? —No es nada. Tengo un nuevo tatuaje y continúa fresco. Para Jagger, los tatuajes marcaban eventos monumentales y tenía que saber en este momento. La cremallera en su traje de piloto fue fácil, y se echó a reír cuando le quité su camiseta. —Si hubiera sabido que ibas a desnudarme al verme, habría venido antes. —Silencio —lo reprendí, haciendo mi mejor esfuerzo para ignorar las líneas lamibles en su estómago. Por ignorar, me refería a pasar los dedos sobre ellas brevemente a la vez que sacaba la camiseta del camino. Levantó los brazos y me miró mientras lo estudiaba. Entonces me quedé sin aliento. —Jagger, es hermoso. —Era un pájaro, con las alas levantadas en vuelo. Los colores eran brillantes, diferente a todo lo que había visto en él, las alas y plumas inmaculadamente detalladas en pequeños… Oh, Dios. Pequeños paisleys. El contorno del ave no era solo una línea, se hallaba compuesto de palabras. —Una vez hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la Tierra, con la vista mirando al Cielo, porque ya has estado allí, y allí desearás volver —recitó mientras yo trazaba suavemente la cita. —¿Por terminar la primera etapa? —Por amarte. Porque la primera vez que te levanté en mis brazos, supe que pertenecías a ese lugar. La primera vez que te besé y probé lo que podría ser estar contigo, me volví adicto. Me di cuenta de que te amaba, que yo era capaz de amar de verdad, y la primera vez que te hice el amor, supe que finalmente me hallaba en casa. Tú eres eso para mí, y no importaba si estábamos juntos o no. Siempre lo has sido. Me alejaste, y todavía me aparecí aquí buscándote porque eres todo lo que quiero. Antes de que pudiera besarlo, diablos, arrancar la ropa de su cuerpo, alguien tocó la puerta. —Toc, toc —canturreó el doctor Larondy a la vez que abría lentamente la puerta—. ¿Lista para mí, Paisley? —Sí. —No. Jagger se subió la cremallera antes de que el doctor entrara completamente en la habitación.

El doctor Larondy nos sonrió mientras examinaba mi expediente. Jagger se desenredó de mis brazos y se levantó, pero me tomó la mano. —¿Cómo te sientes hoy? —Oh, genial, llegamos a tiempo. —Mamá entró, comprobando no tan sutilmente la posición de nuestras manos—. Hmm —destacó con una ligera sonrisa. Papá entró justo detrás de ella, me guiñó un ojo, y se paró al lado de mamá en el lado opuesto de la cama. —Bueno, ahora que todo el mundo está aquí —bromeó el doctor Larondy—. ¿Paisley? ¿Estás lista para el día de hoy? Abrí la boca, pero no salió ningún sonido. Él me miró con expectación, pero aun así, nada. Jagger me apretó la mano cuando lo miré en busca de ayuda. Sacudió la cabeza con una leve sonrisa. —Esto es tu decisión, Pajarito. Busqué a mi madre, sus ojos ansiosos y una sonrisa temblorosa. —Lo siento, mamá, pero necesito que confíes en mí. Papá se acercó a mí y puso la mano en mi hombro para darme apoyo con una sonrisa de satisfacción. —Vamos a escucharte, Paisley Lynn. Agarré la mano de Jagger y encontré los ojos del doctor Larondy. —Lo siento por todos los problemas, doctor Larondy, pero he cambiado de opinión. Me gustaría llevar a cabo la miectomía septal. Ignoré el jadeo de mamá y disfruté las manos de apoyo de los hombres en mi vida. El doctor Larondy sonrió. —Déjame ver si puedo hacer malabares en el calendario. —Salió y cerró la puerta tras de sí. —¡De ninguna manera! —¡Magnolia! —gritó papá, sobresaltándome—. La niña, como dices, ya decidió, y punto. Apóyala o vete. —Es solo que no quiero perderte a ti también. —Su voz se quebró, y quedó fascinada con las luces del techo. —Mamá, Peyton murió porque ignoró esto. Estoy enfrentándolo sin rodeos, pero yo elijo la forma. Su labio tembló a la vez que su mirada se precipitó entre nosotros. —Está bien, Lee. Paisley. Confiaremos en tu juicio. Una hora más tarde, mamá y papá me abrazaron, luego Morgan fingió no llorar mientras me llevaban a las puertas de la sala de operaciones, Jagger fue mi única compañía durante el trayecto. —Hasta aquí llegas —le dijo la enfermera.

Se inclinó hacia mí, sonriendo por la gorra fea que tenía mi cabello amarrado y entrelazó sus dedos con los míos. —Crees que esto es lo más malo que hemos enfrentado, ¿verdad? ¿En nuestra vida? ¿Este momento? —Pues estoy respirando, lo que supera algunos de nuestros otros momentos por solo ese hecho, pero nunca he estado tan asustada —admití. —Yo tampoco. —Cada línea de su cuerpo se encontraba tenso, y sabía que permanecería así hasta que me viera en recuperación—. Bueno, si esto es lo más malo que hemos enfrentado, ¿cómo crees que lo estamos manejando? —Como profesionales. —Estaba tan cerca que su rostro consumió toda mi visión, bloqueando el hospital a mi alrededor, y con ello una parte de mi miedo. —Correcto. Te amo. Tú eres lo mejor que me ha pasado. Mi vida comenzó en el momento que te di respiración boca a boca, y no puedo pensar en un mejor uso para mi aliento ahora que usarlo para decir: “Te amo”, por el resto de nuestras vidas. Voy a casarme contigo, y vamos a tener hermosos bebés de ojos verdes que nos sacarán canas con su imprudencia. Mi corazón se detuvo, y luego latió con fuerza. —¿Eso es una propuesta? — le susurré, aterrorizada de las dos respuestas. Negó con la cabeza, provocando que su hoyuelo hiciera acto de presencia. —No, una advertencia. Créeme, cuando te lo proponga, lo sabrás. Me incliné y lo besé, pensando en cuando me dijo lo mismo acerca de sus besos. —Créeme, cuando diga que sí, lo sabrás —le susurré contra su boca—. Te amo. —Lo siento, pero tenemos que seguir adelante —dijo la enfermera tras un pequeño sorbido. Nos despedimos. Jagger tomó mi mano hasta que no pudo llegar más allá de la línea roja pintada en el pasillo, y entonces yo estaba sola. Cuando me dijeron que contara de forma regresiva desde cien, mentalmente conté las razones por las que lo amaba, pero no llegué más allá de noventa y cuatro.

Traducido por Miry GPE Corregido por Vane Farrow

Estaré ahí, pero no me verás, porque nunca lo hiciste. Pero hallaré a alguien que lo hará, y empezaré mi propia familia, no como un Mansfield. Prescott puede quedarse contigo y ahogarse con tus expectativas. Jagger volará muy por encima de ellas. Muy por encima de ti.

Jagger —¿Quieres saber? —preguntó el General Donovan al entrar en la sala de espera—. Acabo de hablar con Will. Sacudí mi cabeza. —No importa. —Nada importaba excepto la rubia que actualmente tenía mi corazón en la mesa de operaciones. Estuvo en cirugía por tres horas y media para un procedimiento que debería tomar máximo tres. Cada movimiento del segundero tomaba un minuto. Conté veintitrés sillas en la sala de espera y ciento cincuenta tejas del techo. —Me vuelves loca —susurró Morgan. —Ella debería estar fuera. —No tener novedades es buena noticia —respondió, cambiando la página en la Kindle de Paisley. —Nos encontramos en un hospital. No tener noticias usualmente es muerte. —Maldije mi desliz. —Y me llaman dramática.

La puerta se abrió y un médico en uniforme se dirigió a los Donovan, pero no fue Larondy. Me hallaba a medio camino de cruzar la sala antes de pensar en levantarme. —Encontramos algo —explicó. Una extraña sensación de calma se apoderó de mí, entumeciendo el pánico—. Hay que reemplazar su válvula mitral. No pudimos saber la extensión de la obstrucción hasta que estuvimos ahí, y la válvula no es rescatable. La señora Donovan se apoyó contra su marido. —¿En este momento? — preguntó. —Lo mejor es hacerlo mientras estamos ahí, sí. —No quise esto nunca. Oh, Lee. —Señora, esto no es una complicación de la cirugía, sino de su corazón. Es algo bueno que hiciéramos la miectomía septal. Ya eliminamos nueve gramos, y el marcapasos no ayudaría con la obstrucción. Ella tendría que volver en poco tiempo. —Levantó el portapapeles—. ¿Quién quiere firmar? Sus instintos se encontraban en lo correcto. Ella misma se salvó. —Hágalo. Ella no quiere otra cirugía. Que se haga ahora —pedí. Su padre me estudió cuidadosamente, y luego asintió. —Él tiene razón. Ella querría que la hicieran ahora. —Tomó el portapapeles y firmó, luego lo regresó. Esperamos otra hora antes de que no pudiera soportarlo más. Me paseé por el hospital como un tigre enjaulado, sin ningún objetivo o destino en mente. Te nían su corazón abierto. Justo ahora. Los médicos tocaban la cosa más preci ada en mi mundo, y yo no tenía ningún control. La gente se movía alrededor de mí, ajena al hecho de que mi mundo colgaba en una preciosa balanza. Probablemente porque el suyo también lo hacía, pero el ruido... el ruido era demasiado, maldita sea. Me detuve en la capilla y abrí las puertas. Dichoso silencio se apoderó de mí, y mis oídos zumbaron ligeramente por el abuso del que fueron objeto durante todo el día. A pesar que me encontraba solo, tomé un banco al final y me senté en una iglesia por primera vez desde el funeral de mi madre. Bajé la cabeza y comencé a orar. Hice todos los tratos con Dios en los que podía pensar, con la esperanza de que existiera y escuchara. Haría cualquier cosa, daría lo que fuera, siempre y cuando ella viviera. Cualquier cosa. No supe cuánto tiempo pasó, pero mis manos se entumecieron donde sostenían mi cabeza, y ya no me encontraba solo. —Ya salió y está en recuperación —dijo el General Donovan, su voz llena de una reverencia que no tenía nada que ver con el lugar en dónde estábamos.

Mi cabeza cayó hacia atrás, mis ojos se dirigieron hacia el cielo, donde el pequeño tragaluz de vidriera esparcía sus colores. —Gracias. —Dejó caer un pedazo de papel doblado en mi mano. —Paisley quería que tuvieras eso. Pero puedo asegurarte que no entregaría una carta póstuma antes de que ella viviera. Doblé la nota y la metí en mi bolsillo. Los pasillos del hospital lucían completamente diferentes cuando mis ojos no se hallaban empañados por el miedo. —No te tomaría por un feligrés —dijo mientras tomamos el ascensor hacia recuperación. —Usualmente no lo soy. —Nunca. —Bueno, no hay ateos en una trinchera, ¿verdad? —El ascensor se detuvo. —Algo así, señor. —Mamá solía decir que “Cualquier razón es una buena razón”. —La mía también, aunque por circunstancias completamente diferentes — terminé embarazosamente. Cambió su peso incómodamente. —Jagger, sé que ella parece bastante… íntegra, pero si alguna vez necesitas hablar con alguien acerca de tu familia, tu madre o tu hermana, bueno, Magnolia podría saber una o dos cosas sobre crecer de esa manera. ¿Qué? —Um. Gracias, señor. —Bueno, ahora eres de la familia. —Señor, no me abrazará, ¿verdad? —Infiernos, no. —Bien. Eso podría volverse incómodo rápidamente. —Me lanzó una mirada de reojo y se alejó. Pasaron otras dos horas antes de que Paisley estuviera lo suficientemente despierta como para que nosotros la viéramos. Le quitaron todos sus tubos, salvo la vía intravenosa y el oxígeno. Se veía pálida y pequeña, pero nunca se vio más hermosa para mí. Besé su frente y caminé detrás de su cama mientras la llevaban a su habitación. —Hola —susurré mientras me sentaba a su lado y tomé su mano al tiempo que aseguraban las ruedas—. Te amo —dije, solo porque podía. Una leve sonrisa se formó en sus labios. —Te amo —susurró; sus ojos verdes apenas visibles ya que sus párpados caían adormilados.

—Me alegro que estemos de acuerdo. Puedes dormir, Pajarito. Estaré aquí. —Para siempre. Se deslizó en el sueño, y la vi respirar, sintiéndome totalmente contento por primera vez en mi vida.

—Oye. —Josh me sacudió suavemente—. Todo el mundo está despierto menos tú, chico caliente —bromeó, y parpadeé para despertarme. —Ya —murmuré, sentado con la espalda recta en la silla. Mis ojos se clavaron en Paisley, quien me sonrió adormilada. Morgan se sentó en el borde de la cama de Paisley. Will se apoyó en la pared detrás de ella, con Grayson en la pared opuesta. Josh tomó la otra silla y la puso al lado de la mía. —¿Tendremos una fiesta? —pregunté. —Un tipo de celebración. —Sonrió él. Envolví mis dedos alrededor de los de Paisley; la necesidad de tocarla era más abrumadora que cualquier otra cosa que jamás sentí. —Tenemos mucho que agradecer —dijo ella. —Bueno, suficiente, ¿se lo dirías por favor? —le preguntó Morgan a Will. La selección. Correcto. —Escuchemos. —Me deslicé más cerca de Paisley. —Grayson fue el primero de la Lista por Orden de Mérito —anunció Will. —¡No, mierda! Todos los ojos se movieron hacia él, pero se encogió de hombros. —Ustedes dos estaban demasiado ocupados jodiéndose el uno al otro. Yo solo estudié. —¿Qué obtuviste? —pregunté. —Un Apache. —¡Felicidades! —Sabía que él lo quería y no podía estar más feliz por él. Luego había cinco. —Fui segundo —admitió Will, sin malicia en sus rasgos. Y luego había cuatro—. Luego se seleccionaron dos Apaches más. —Dos—. Luego uno de los Chinooks, luego otro Apache.

Uno. No importaba, tenía a Paisley. Pero demonios, mi corazón se aceleró de todos modos. —Mierda, ¿qué tan abajo terminé? —Esa prueba estúpida. Ni siquiera marqué una respuesta, solo la regresé en blanco, como mi mente en ese momento. —Noveno —respondió Will, y mi estómago cayó. —Bueno, los Blackhawks no son tan malos. —¿Me dejarás terminar? —preguntó Will. —Por favor, continúa. El sonido de tu voz es tan suave. —Paisley me lanzó una mirada, pero pasó su pulgar por encima de mi mano para calmar la ansiedad. —Josh fue el siguiente. —Y luego no había ninguno. Sonreí hacia mi mejor amigo, quien tenía una sonrisa comemierda en su rostro. —Felicitaciones, hombre. —Gracias, creo que me gustará volar Blackhawks. Mi boca se abrió. —¿Qué? —Bueno, no puedo realizar vuelos de evacuación médica con un Apache, ¿cierto? Debo un poco, así que tengo que retribuirlo. Además, no es como si no pueda transferirme fácilmente a operaciones especiales o algo. Negué con la cabeza. —No tenía idea de que pensabas... —Me tomó por sorpresa, pero es donde quiero estar. —¿Y el número ocho? —La sala se quedó en silencio, y lo supe—. Apache, ¿eh? —Todos asintieron. Y entonces no había ninguno. —¿Lee-Lee? Voy a... uh... dejarte hacer los honores. —Will guió a Morgan fuera de la habitación, y el resto siguió el ejemplo, finalmente dejándome solo con Paisley. —¿Cómo te sientes? —pregunté, encaramándome suavemente en su cama. —Como si acabara de tener mi pecho abierto —bromeó—. Sin embargo, los medicamentos para el dolor son adorables. ¿Quieres escuchar el resto de la historia? —¿Sobre la selección? —Ella asintió—. Sé cómo termina. —No me importará volar un Blackhawk. Podré estar con Josh, y oye, aún volaré. —Coloqué un mechón rubio claro detrás de su oreja, acariciando la seda entre mis dedos—. Y puedo volver a casa contigo, así que, ¿qué importa lo que vuele? —Tienes el Apache. Mi mano se congeló en su mejilla. —¿Qué?

Su sonrisa podría iluminar el mundo. —Ya me escuchaste. Negué con la cabeza. —¿Cómo? Conté. Eso es imposible. —No contaste, asumiste. Repasé las cifras en mi cabeza nuevamente. —Los seis apaches fueron seleccionados antes de llegar a mí. Negó con la cabeza. —Will aplazó su selección por cada turno hasta que estuvo cerca de ti. Tomó un Blackhawk. Seleccionó el Apache para ti. —¿Por qué haría eso? —Porque dijo que lo haría. Confiaste en él para que seleccionara por ti. —¿Me dio su aeronave? Ella asintió, y me fallaron las palabras antes de salir corriendo por la puerta hacia el pasillo. Josh y Grayson se hallaban sentados en el suelo, apoyados contra la pared. —Él ya se fue —respondió Josh a mi pregunta no formulada. Una enfermera se metió en la habitación de Paisley detrás de mí. —¿Por qué haría eso? Él lo quería demasiado. —No podía entenderlo. —Él murmuró algo sobre el honor y aguantar las consecuencias —respondió Grayson—. Josh, ¿listo para ir a Nashville? Mi vuelo es en cinco horas. Ambos se levantaron. —Sí, vamos a llevarte ahí. —Josh se giró hacia mí—. ¿Estarás bien aquí? Asentí lentamente. —Sí, creo que lo estoy. —Bien —respondió Grayson, presionando el botón del ascensor—. Te empaqué una bolsa. Se encuentra en el armario de Paisley, con un nuevo conjunto de tarjetas de estudio de Apache. Comienza a estudiar, y es posible que tengas la oportunidad de vencerme en el primer lugar de la LOM en el curso del Apache. — Entró en el ascensor sin decir nada más. —Idiota arrogante. —Me reí. —Quién lo diría, cierto. —Josh se unió y después siguió a Grayson en el ascensor—. ¿Cómo te sientes? Sonreí. —Viviendo en la tierra de los cuentos de hadas y unicornios, hombre. —Infiernos, sí. —Ustedes dos están trastornados —murmuró Grayson mientras las puertas se cerraban, dejándome solo con Paisley. —Hay una silla reclinable si desea descansar cerca de ella —ofreció la enfermera con una sonrisa mientras salía de la habitación de Paisley.

La única luz provenía del baño cuando entré. Paisley murmuró algo, me senté en la silla a su lado, notando que la bolsa de su vía fue cambiada. — ¿Necesitas algo, Pajarito? —Solo a ti —dijo, entrelazando sus dedos con los míos. —Siempre me tendrás. Eso nunca cambiará. —¿Sigues queriendo casarte conmigo? ¿O fue una de esas pláticas inducidas por la droga? —Su voz se escuchaba adormilada. —Tú estás drogada, yo no, y quise decir cada palabra. —Me incliné y rocé mis labios sobre los suyos en un beso suave—. Pasaré el resto de mi vida amándote. —Bien. —Ella sonrió contra mi boca—. Porque te amo. Y quiero un montón de niños. Y una biblioteca muy grande. —Su voz vaciló mientras se quedaba dormida. —Supongo que es algo bueno que tenga experiencia construyéndolas — susurré mientras metí las mantas a su alrededor. Entonces saqué su carta de mi bolsillo y la abrí, leyéndola con la luz tenue. Hacer el amor en la playa. Ver la Estatua de la Libertad. Visitar el Partenón. No era una carta. Oh, no. Esto decía: “Lista de Deseos de Jagger y Paisley”. Y me aseguraría de que completara hasta el último... al menos una vez... o más. Lo de la playa seguro parecía prometedor.

Traducido por Val_17 Corregido por Mire

Paisley —Soy mayor que tú ahora. ¿Sabes cuán mal se siente eso? Sigo pensando en cuando tenía cinco años, y tú tenías siete, y me encontraba tan enfadada de que pudieras subirte a esa montaña rusa, y mamá seguía diciéndome que yo siempre sería más joven, y le dije que no era cierto. Algún día estarías muerta. Supongo que no era una niña fácil. »Te odié por un minuto allí —admití mientras tiraba la hierba entre mis dedos—. Pero solo porque te amaba tanto. Si lo hubiera sabido, habría pasado más tiempo contigo ese verano. Te habría hecho entrar en razón y hacer algo por tu corazón… por nuestros corazones. —Otra hoja carmesí voló cuando la brisa de septiembre se levantó. Aterrizó entre mis rodillas y la piedra blanca que señalaba dónde descansaba mi hermana. Mientras la tomaba, la luz del sol capturó mi reloj. Por mucho que siempre lo detesté, me asustaba dejarme creer la verdad: ya no lo necesitaba. —No te odio porque no estás aquí. No te odio porque la elección que hiciste no solo te costó la vida a ti, sino que también al resto de nosotros, Peyton. Pero sobre todo, no te odio porque al final, fue tu decisión, sin importar lo i ncorrecta que pudo ser, eso me dio la fuerza para tomar la mía. Me salvaste. Tú fuiste estúpida. —Me reí entre la lágrima que se escapó y la limpié—. Increíblemente estúpida, pero moriste persiguiendo lo que amabas, lo que querías. Moriste por vivir de verdad, y no te puedo odiar por eso. —Un movimiento me llamó la atención desde la izquierda cuando Jagger caminó lentamente por el sendero del cementerio de West Point. Esa dulce quemadura llenó mi pecho, como lo hacía cada vez que lo veía, y sonreí—. Porque finalmente entiendo lo que es tener algo por lo que no solo vale la pena morir, sino vivir. Saqué el pedazo de papel doblado y desgastado de mi bolsillo y lo abrí. Pasé mi pulgar sobre el número dieciséis, y la marca verde que añadí al lado. Lograr

reconocimiento en West Point. —Me gustaría que hubieses encontrado otra manera de lograr esto, eras tan terca. No terminé el resto, y lo siento, pero hice mi propia lista, Peyton, y amarlo está en la cima de ella. Soy fuerte ahora, justo como querías que fuera, así que no tienes que preocuparte. No es tu estigma de feroz, o salvaje, pero soy exactamente quien quiero ser. Bueno, estoy en ello. Un hormigueo recorrió mis pies cuando me levanté; la sangre corrió de vuelta a ellos. —Te extraño todos los días, y siempre te amaré, Peyton. Desabroché mi reloj y lo utilicé para sostener la lista de cosas por hacer antes de morir en la cima de la piedra. Entonces presioné un beso en mis dedos y tracé el contorno de su nombre con ellos, anhelando la vista de su sonrisa, el so nido de su risa, cualquier cosa menos la piedra fría que dejó en su lugar. —Voy a vivir por mí ahora. La grava en el camino crujía mientras caminaba hacia Jagger. Abrió sus brazos sin decir ni una palabra, y me deslicé en ellos, con mi cabeza encontrando su lugar en el pecho. Su corazón latía bajo mi oreja, fuerte y constante. El mío por fin coincidía con el suyo, al igual que nuestras vidas.

Pasamos lo que quedaba de su licencia en Destin, Florida, terminando el único descanso que Jagger iba a conseguir durante el curso de Apache. Se veía igual que hacía un año, pero yo cambié irrevocablemente. Excepto en el departamento de la modestia. Aferré el pareo hasta mi pecho y respiré el aire salado. —¡Vamos, Pajarito! —Jagger se hallaba en el agua y las olas se balanceaban al nivel de sus rodillas mientras el sol comenzaba a descender. Saltó, expulsando la energía nerviosa que se había filtrado lentamente a través de los golpecitos de sus dedos en el volante durante todo el viaje. Nunca lo había visto tan nervioso por comenzar una nueva sesión de clases. Otra ola se estrelló, empapándolo hasta la cintura antes de retroceder. El agua goteaba por su estómago hasta su traje de baño, y mi boca se secó. Conocía el sabor de cada centímetro de esa piel, y nunca tenía suficiente, pero era el corazón bajo esas increíbles miradas lo que me cautivaba. Avancé, los dedos de mis pies tocaron el agua fría, y vi una ola enterrar mis pies. —Aún no estás lo bastante cerca. —Ladeó la cabeza y sonrió, pero me mantuve firme hasta que ese hoyuelo hizo su aparición. Era mi criptonita.

Me olvidé de la profundidad del agua y lo que ocurrió la última vez que estuvimos aquí y me enfoqué en el hombre de pie delante de mí. Entonces aflojé las manos y lo dejé ir, la brisa del mar volando mi pareo. Extendió sus brazos, y me dirigí directamente hacia él, jadeando cuando el agua golpeó la pequeña franja de piel expuesta por mi tankini. —¿Impaciente? —No podía fingir ser severa cuando su sonrisa ocupaba la mitad de su rostro. —Siempre estoy impaciente por tener mis manos sobre ti. —Agarró mi trasero y me levantó en su contra. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y mis piernas alrededor de su cintura, deleitándome con la calidez de su piel sobre el agua fría. —La gente va a mirar —murmuré, apoyando mi frente en la suya. —Pregúntame si me importa. —Marcó la última palabra con un beso que consumió cada protesta que tenía. Cuando se apartó, me hallaba más allá de preocuparme de que estuviéramos besándonos en la playa. Sus bíceps se flexionaron mientras me levantaba aún más y dejaba un rastro de besos a lo largo de la cicatriz entre mis pechos, bajándome mientras hacía un camino hasta mi boca—. Sabes a la luz del sol. Deslicé mi lengua por sus labios, y su agarre se apretó. —Será mejor que no te muevas, o realmente le vamos a dar a todos un espectáculo —susurró. —Será mejor que te enfríes, hay niños en esta playa. Miró por encima de mi hombro. —Hay otro grupo aquí, y difícilmente llamaría niños a esos adolescentes. Ahora, ¿estás lista? —¿Lista para qué? Me lanzó una sonrisa maliciosa mientras me giraba de espaldas hacia el océano. Entonces me arrojó a las olas. Caí con un chillido y me sumergí en el agua cristalina. Los dedos de mis pies tocaron la arena, y me empujé hacia fuera, subiendo la distancia hasta la superficie. Tomé una enorme respiración y localicé a Jagger a unos metros de distancia. Entonces lo salpiqué. —¿En serio? Se rió, el sonido llevándose toda mi ira. —Es mejor simplemente saltar, ¿no te parece? —Ese fue un movimiento atrevido, señor California. —Me deslicé por el agua, subiendo y bajando con las olas mientras aumentaban suavemente la superficie que nos rodeaba. —¿Quieres ver algo atrevido? —desafió—. Sígueme. Nadé detrás de él mientras cruzaba la pequeña distancia hacia el muelle. Mi corazón latía con un ritmo constante cuando nos dirigió hacia la orilla donde podía

estar de pie, pero yo no. Mi cuerpo vibraba con energía, eufórica por lo que acababa de hacer. —¡Me encanta esto! Me levantó contra él, haciendo que el agua se arremoline alrededor de sus hombros. —Estoy muy orgulloso de ti. —Miedo destelló en sus ojos, aplanando su boca, pero lo reemplazó con una sonrisa antes de que pudiera preguntarle qué cruzó por su cabeza—. Te amo, Paisley. —También te amo —dije en voz baja. —Quiero pasar cada día de mi vida diciéndotelo. —Tragó y respiró hondo. —También yo. Jagger. ¿Estás bien? —Apoyé la mano sobre el tatuaje del pájaro—. Tu corazón late con fuerza. Nos dirigió lentamente hacia la playa, hasta que el agua lamía mi cintura, luego se giró así se hallaba de espalda contra los colores de la puesta del sol. —Sí, bueno, estoy nervioso. Mira, sé que somos jóvenes, pero si hay algo que me enseñó el año pasado, es que la vida es corta, y no voy a quedarme parado esperando por lo que quiero. —Su mirada cayó a mi cicatriz, luego subió hasta mis ojos—. Te quiero, de todas las formas posibles. Quiero dormir a tu lado y despertar junto a ti. Quiero pelear contigo, y besarte, y darte todo lo que podrías querer, porque soy adicto a tu sonrisa, a tu risa. No puedo pensar en nada mejor que construirte una biblioteca para que puedas leerle a nuestros hijos, o tener el mismo apellido. No soy precisamente conocido por mis decisiones racionales, pero tú sí, así que voy a confiar en ti. Mi corazón tronó, y mis labios se separaron mientras trataba de respirar, de pensar. —¿Jagger? Qué estás… —Levanta la vista. Volví mis ojos hacia el cielo por encima de su hombro y jadeé, flexionando los dedos en su piel. Donde el muelle había estado vacío un momento antes, una pancarta gigante colgaba del mismo lugar que fui arrojada el año pasado. Lo leí tres veces antes de que pudiera llevar el aire hasta mis pulmones, o notar que nuestros amigos y familiares, incluso Anna, se encontraban sonriendo por detrás. Lágrimas brotaron de mis ojos cuando miré los suyos. —Paisley Lynn Donovan, no puedo imaginar mi vida sin ti. Eres mi sol, mi oxígeno y la capitana de mi alma. ¿Quieres casarte conmigo? Mi palpitante corazón saltó por mi garganta, y capté todo sobre el momento, queriendo guardarlo en mi memoria así nunca lo olvidaría. —Podría ponerme en una rodilla, pero no creo que pudieras oírme bajo el agua —agregó y la incertidumbre surgió en sus ojos. —Oh, no —contesté.

—¿No? —susurró, cada músculo de su cuerpo tensándose. —¿Qué? No, no vayas bajo el agua. —Sonreí—. Sí, me casaré contigo, Jagger. —Oh, gracias a Dios. —Echó la cabeza hacia atrás y gritó—: ¡Ella dijo que sí! El muelle estalló en aplausos y el cielo se volvió momentáneamente blanco sobre nuestras cabezas mientras él me besaba hasta dejarme sin aliento. El movimiento de las alas llamó mi atención. —¿Esas son… ? —Palomas. —Observó mi reacción como un niño en Navidad esperando que le hubieran comprado los regalos correctos. —Pajaritos. —Me reí, necesitando liberar un poco de mi alegría antes de que explotara—. ¡Estás loco! —Nunca me sentí más fuerte, más feliz, más amada en toda mi vida. Me bajó suavemente hasta que sentí la arena bajo mis pies. —Bueno, pensé que solo voy a hacer esto una vez. —Entonces levantó mi mano izquierda y besó mi dedo antes de deslizar un clásico y perfecto anillo de compromiso en él. Parpadeé para sacar las lágrimas de mis ojos y lo besé, saboreando la sal en sus labios. —Es perfecto. Espera. ¿Dónde escondiste el anillo? Sonrió. —No quieres saber. Fue complicado. Negué, pero no podía dejar de sonreír. —Te amaré toda mi vida. —Eso espero. —Me llevó a la playa, hacia los aplausos de nuestra pequeña multitud… nuestra familia, tanto biológica como elegida. Levanté la vista hacia él, mi pecho ardiendo con lo mucho que lo amaba, y lo poco que esa palabra parecía abarcar ese ardor. —Aquí es donde me salvaste. —No. Aquí es donde tú me salvaste. Me besó, y mi corazón alzó el vuelo otra vez.

Escena eliminada Traducido por Julie Corregido por Melii

Jagger Subí la cremallera de mi chaqueta para protegerme del frío de enero, mientras caminaba por la acera hacia la biblioteca. Claro, hacía frío, pero nada comparado con un invierno de la Costa Este. Diablos, en Boston, yo habría estado en pantalones cortos con este tiempo. Quizás Alabama me estaba haciendo suave. Hablando de suave, mis ojos se posaron en Paisley al instante en que la puerta se cerró detrás de mí. El pelo le caía sobre su hombro cuando ella se inclinó sobre el escritorio de consulta, explicándole algo a un chico que la escuchaba de verdad, en vez de mirarle el culo como yo. Bueno, yo era su novio, y por lo tanto tenía derecho a admirarla, y ella usaba una falda lápiz. Una falda lápiz extremadamente sexy. No tenía defensas contra ella cuando se vestía así. Novio. Sí, me gustaba cómo se oía eso. —Hola, Pajarito —dije cuando me acerqué por detrás de ella en silencio después de que el chico se alejó. Ella se volvió con una sonrisa brillante, que iluminaba toda su cara. —¿Qué haces aquí? —dijo arrastrando las palabras. —Tengo un par de minutos hasta el almuerzo, así que pensé en pasar por aquí. —Bueno, me alegra que lo hayas hecho. —Yo también me alegro de haberlo hecho. Nos quedamos allí, sonriéndonos como idiotas.

—Oh, por amor de Dios, ustedes dos —murmuró Alice. Recogió una pila de libros demasiado pesada para ella y los metió en mis brazos con una sonrisa rápida. Como si alguna vez tuviera un mechón fuera de lugar, ella se acomodó su cabello plateado—. Paisley, ve a archivar esos. —Sí, señora —se rió, sacando el libro de la parte superior y luego dirigió el camino hacia las estanterías. La biblioteca estaba muerta hoy. —¿Dónde está todo el mundo? Se encogió de hombros, dirigiéndose hacia un área en el que nunca había estado. —Se animará en unas horas. —¿A dónde me llevas? —No es que me importara. Seguiría a Paisley a cualquier lugar, siempre y cuando ella caminara delante de mí. Lanzó una sonrisa coqueta sobre su hombro mientras me llevaba a una pequeña habitación llena de estanterías y cerró la puerta detrás de nosotros. —A archivar, por supuesto. Una sonrisa coqueta apareció en mi cara. —¿No me has traído a la habitación más apartada en la biblioteca para hacerle cosas prohibidas y calientes a mi cuerpo? Se dejó caer de la fila inferior y puso el libro, y luego me miró con sorpresa fingida. —¡Jagger Bateman, estamos en público! Examiné la habitación y puse la pila de libros sobre la mesa vacía al final de la fila. —Yo no diría que esto es público. —Estoy en el trabajo. —Se puso de pie y dio un paso mientras yo avanzaba hacia ella, pero maldita sea si no se pasó esa lengua rosada por sus labios. —La única manera de librarse de una tentación es ceder ante ella —recité, siguiéndola los pocos pasos del pasillo hasta que su espalda chocó contra los estantes. Abrió los labios y sus ojos parpadearon con interés. —¿Acabas de intentar utilizar a Dorian Gray para hacer un movimiento? Apoyé mi brazo izquierdo en el estante al nivel de sus ojos, donde la mantuve cautiva en tanto mis dedos rozaban la piel suave de su brazo hasta que agarré su mano pequeña. —¿Funcionó? Ella levantó una ceja. —Buen peregrino, sois harto injusto con vuestra mano, que en lo hecho muestra respetuosa devoción; pues las santas tienen manos que tocan las del piadoso viajero y esta unión de palma con palma constituye un palmario y sacrosanto beso. —Levantó la cara hacia la mía, susurrando lo último contra mi mandíbula.

Mi sangre se precipitó al sur. —Shakespeare. Maldición, eres tan sexy cuando hablas bibliotecario. —Levanté la mano por encima de su cabeza y me presioné totalmente en contra de ella, dando la bienvenida a la tortura celestial de sostenerla. —Jagger —suspiró, moviendo los ojos nerviosamente hacia la ventana de cristal en la puerta. Todo mi cuerpo zumbaba, borracho por la mera posibilidad de degustarla. La había besado docenas de veces y seguía sin tener suficiente. —El olor de su pelo. —Le besé la frente, inhalando el aroma a manzana de su cabello—. El sabor de su boca. —Hablé en contra de sus labios, pasando la lengua por su unión cuando ella gimió. El sonido casi me deshizo. Pasé la mano izquierda por la curva de su cintura, donde estaba escondida su sexy camisa abotonada, y luego sobre sus caderas. La falda de seda era suave en mi mano cuando apreté el material y tiré, levantándola solo lo suficiente para pasar mis dedos sobre la piel desnuda y más suave de su muslo. Sabía dónde se encontraba la línea de Paisley, y no había ninguna posibilidad de que la cruzara sin una invitación sincera—. El tacto de su piel parecía habérsele metido dentro o estar en el aire que lo rodeaba. —Sacudí mis caderas contra las de ella y jadeó—. Se había convertido en una necesidad física. —Eh —resopló ligeramente contra mis labios, con los ojos ya cerrados mientras su cuerpo se derretía contra el mío. —Orwell —susurré—. Gano. Hice una pausa, esperando a que ella lo quiera, asimilando la palpitación del pulso de su muñeca debajo de mi mano y la exquisita presión de sus pechos contra mí mientras su respiración se aceleró. Sus ojos se abrieron de golpe. —Tú ganas. Diablos, sí. Tomé el control de su boca al igual que ella tenía el control de todos mis jodidos pensamientos. Sus labios se abrieron, y me deslicé dentro, acariciando su lengua con la mía, masajeando con la fricción exacta que sabía que iba a hacerla gemir. Ese simple sonido me dio una furiosa erección, pero cuando ella se arqueó contra mí, enganchando su pierna alrededor de mi cintura, casi pierdo el control del que me enorgullecía. Su pequeño talón se clavó en la tela de mi uniforme, y llené mi mano con su culo, levantándola totalmente en contra de mí. Sus dedos se cerraron alrededor de los míos, y su otra mano agarró la parte posterior de mi cabeza, sosteniendo mi boca a la suya mientras le mostraba lo mucho que la quería con cada mordisco de los dientes, cada caricia de mi lengua. Su falda se deslizó más arriba, y apoyé su peso ligero en contra de los estantes, metiendo mi mano debajo para mantener el contacto piel a piel. Cinco centímetros más y estaría en su centro, donde sabía que iba a estar mojada,

esperándome, pero no iba a follarla por primera vez en contra de los estantes de la biblioteca. O antes de que ella me dijera que me amaba. Necesitaba las malditas palabras más de lo que necesitaba estar dentro de ella, que sentía como una situación de vida o muerte por el momento. Pero debía saber que ella elegía esto. Que me elegía a mí. Porque yo ya la había elegido, y no iba a retractarme. Ella me poseía, maldición. Paisley chupó mi labio inferior, lamiéndolo con su lengua y luego lo mordió suavemente mientras echaba la cabeza hacia atrás. Sus ojos se veían vidriosos y los labios hinchados por mis besos, y si no fuera por esa maldita ventana, tendría mis dedos dentro de ella, llevándola a un orgasmo solo para poder verla explotar en mis brazos. Pero no iba a dejar que ella se convirtiera en el alimento de los chismes; la hija del general al mando fue atrapada follando en las estanterías con un estudiante de la escuela de vuelo. Besé sus labios suavemente una vez. Dos veces, entonces desenrollé su pierna de mi cintura y la bajé al suelo, gimiendo cuando ella se movió contra mi polla. —Me matas, Pajarito. Me robó otro beso, y dejé que su mano se liberara de donde la mantuve prisionera. —Tienes que volver a clase. Maldita sea. ¿Tenía que sonar tan jadeante? —Tienes que volver al trabajo. Asintió lentamente, como si su cerebro no estuviera funcionando. Bien. El mío tampoco. Di un paso atrás, solo para inclinarme hacia delante y besarla una vez más mientras bajaba la falda para cubrir su piel lamible. Adictiva. Tan adictiva. Sacudí la cabeza para despejarme, acomodando mi polla en los pantalones para ocultar mi erección, y suspiré. —Eres un problema. Dejó caer la cabeza hacia atrás contra los estantes. —Has citado a Orwell. Quedé indefensa. Otro beso rápido y abrí la puerta. —¿Te veré más tarde esta noche? —Por supuesto. Oh, ¿Jagger? —Oh, ¿Paisley? —Me volví para ver la sonrisa más sexy en sus labios. —Te dejé ganar. Mi sonrisa fue instantánea. —Lo sé. —Memoria fotográfica o no, mi chica siempre iba a ser más inteligente que yo. Eso era caliente como el infierno.

Le guiñé un ojo y me alejé, asustado de que si no lo hacía, mis resoluciones sobre “Esperar como una mujer” a que ella dijera la palabra con A iban a volar por la ventana. Sentía un nuevo respeto por la biblioteca.

Beyond What is Given El teniente Grayson Masters está centrado en graduarse como piloto del helicóptero Apache, y lo último que necesita es que su preciosa nueva compañera de cuarto, Samantha Fitzgerald, lo distraiga. Aunque su boca sarcástica y espíritu libre son irresistiblemente irritantes, él no puede negar la química fuera de lo normal que tienen, sin importar lo mucho que lo intente. Tras haber sido expulsada de la universidad, Sam no tiene por qué indagar en los secretos de Grayson mientras que ella está ocultando los suyos propios, pero eso no le impide tratar de derribar sus muros. Sin embargo, por cada barrera que derriba, también cae una suya, y ella no está preparada para la verdad: otra mujer había reclamado el corazón de Grayson hace mucho tiempo. Enamorarse es algo que ni Grayson ni Sam pueden permitirse y cuando esa línea se cruza y los secretos quedan expuestos, ellos van a aprender que a veces, las plegarias respondidas son las que te hacen pasar por un infierno.

Sobre la Autora Rebecca Yarros es una romántica sin remedio y amante de todas las cosas con chocolate, café y Paleo. Además de ser mamá, esposa de un militar, y bloggera, nunca puede elegir entre Young Adult y New Adult, así que escribe ambas. Se graduó en la Universidad de Troy, donde estudió historia europea e inglés, pero aún mantiene la esperanza de recibir una carta de aceptación a Hogwarts. Cuando no escribe, está atando los patines de hockey para sus hijos, o escabulléndose en algún momento con su guitarra. Está locamente enamorada de su marido aviador del ejército desde hace once años, y actualmente están destinados al norte de Nueva York, con su pandilla de niños inquietos y el Bulldog inglés que ronca, pero ella siempre prefiere estar en casa en Colorado.

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