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Moderación Mona & Carosole

Traducción Nelly Vanessa

Akanet.

Susanauribe

Pachi15

Ilovebooks

Niki26

Vivi

Agus.Torres

Maggiih

Corrección Pachi15

marta_rg24

Niki26

Francatemartu

bibliotecaria70

maggiih

Gabba

Dabria Rose

Revisión & Diseño

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Francatemartu

Sinopsis

Capítulo 15

Prólogo

Capítulo 16

Capítulo 1

Capítulo 17

Capítulo 2

Capítulo 18

Capítulo 3

Capítulo 19

Capítulo 4

Capítulo 20

Capítulo 5

Capítulo 21

Capítulo 6

Capítulo 22

Capítulo 7

Capítulo 23

Capítulo 8

Capítulo 24

Capítulo 9

Capítulo 25

Capítulo 10

Capítulo 26

Capítulo 11

Epilogo

Capítulo 12

Próximo Libro

Capítulo 13

Biografía del Autor

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Capítulo 14

“N

unca le he dado mi corazón a nadie, agápi mou. Eres la primera. Y serás mi última. Tú eres mi para siempre.”

―Christos Manos, en RECKLESS Ahora que Samantha Smith ha enfrentado a los demonios de su oscuro pasado en FEARLESS, está emocionada por saltar a la edad adulta con su recién descubierta confianza y sus amigos, Romeo, Madison y Kamiko. Samantha apasionadamente espera que sus sueños de convertirse en una artista sean más que una fantasía infantil. Todo lo que tiene que hacer para que eso se haga realidad es cambiar su especialización de Contabilidad a Arte. Cuando finalmente les revela su decisión a sus padres, ellos pierden los estribos y toman medidas drásticas. Christos Manos, el último novio chico malo, se ha comprometido a permanecer al lado de Samantha, apoyándola y ayudándola a descubrir su potencial; sin importar qué obstáculos se lancen en su camino. Cuando la vida de Samantha empieza a desmoronarse, Christos es la única persona a la que puede acudir por la ayuda de emergencia que necesita. Pero él está luchando contra sus propios demonios oscuros y secretos enredados que ha mantenido ocultos desde el principio. Circunstancias que rápidamente se salen de control, amenazando con fracturar su incipiente amor más allá de la reparación y llevarse permanentemente a Christos lejos de ella.

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Samantha se probará en el límite de su resistencia y debe descubrir cuán realmente temeraria puede ser en nombre del amor.

Christos Tres meses antes.

N

o podía soportar ver a Samantha. Con una angustia desnuda tensa en su cara. Por mi culpa.

Al final de mi primer día de vuelta en la SDU1, dos policías me retienen en la parte trasera de un auto patrulla justo en frente de ella. Me sentí como una pepita de ducha completa. Puedes idealizarme todo lo que quieras, pero apesta malditamente ser arrestado. Quién quiere ir a la cárcel, ¿en serio? Había estado encerrado suficientes veces como para saberlo. Samantha intentó captar mi atención mientras la patrulla me alejaba, pero evité su mirada. Me sentí mal, pero estaba demasiado avergonzado como para mirarla, sin importar la cantidad de puntos que marqué por limpiar el pozo negro de café de su auto antes de que los policías se presentaran. Sonreí para mis adentros. Esa mierda había sido nauseabunda, pero soportar el olor era un precio pequeño a pagar por más tiempo con Samantha. El auto de la policía salió a la autopista, tomando la cinco sur hacia el centro. El tráfico era pesado. Tendría tiempo de sobra para reflexionar sobre las cosas. No estaba seguro de que presentarían cargos contra mí, pero mi apuesta era al grueso cobarde de la cara roja, que había estado hostigando a Samantha en el camino a la escuela por la mañana. Él trató de saltar sobre mí, ¿y yo soy el arrastrado al centro? A la mierda esa mierda. Exhalé profundamente y aparté mi irritación. Para un tipo de mi talla, la parte trasera de un auto patrulla era el hacinamiento. Quería encorvarme hacia abajo y ponerme cómodo en el

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SDU: Universidad de San Diego.

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asiento, pero con los puños atrás, no era factible. En lugar de ello, incliné mi hombro contra la puerta y apoyé la cabeza contra el cristal. Mirar la familiar señal pasar deberia haber sido reconfortante. El mural con las olas y los surfistas en el edificio de almacenamiento en Pacific Beach era bastante agradable. Pero mi favorito siempre era el enorme mural de las ballenas jorobadas al lado del concesionario de Chevrolet. Esas ballenas nadaban pintadas en un vasto mar color esmeralda, símbolos elegantes de movilidad graciosa e independencia. Por desgracia, el entorno artístico de la carretera, el cielo azul de arriba, y el Océano Pacífico saltando a mi derecha estaba ahora a una distancia infinita de mi alcance. Se burlaban de mí con promesas de fugaz libertad, un marcado contraste con mi situación actual. A la mierda. No iba a dejar que esta trampa auto enjaulara mi espíritu. Mi mente era libre de vagar y buscar puerto seguro. Una sonrisa se deslizó por mi cara mientras me imaginaba a Samantha en el ojo de mi mente. No el momento del bajón cuando entró en pánico al ver a los policías esposarme, sino en todos los momentos mágicos anteriores a eso, desde esta mañana. Como cuando había tropezado con ella saliendo de la tienda de libros del Centro de Estudiantes y se rio cuando le dije que mi nombre era Adonis. Creo que la convirtió en la primera chica con la que me había burlado abiertamente sobre mi segundo nombre. La mayoría de las chicas se derretían cuando se lo decía, como si fuera una especie de celebridad estrella de cine. Claro, había risitas en abundancia y un sin número de risas de todo tipo de chicas de los bares en el pasado, pero no el desdén malcarado de Samantha. Como que me gustó. Era toda chispa y no basura. Ayudaba que ella fuera épicamente caliente. Lástima que no podía verlo por sí misma. Pero era claro como el día para mí. Debajo de su duda, era una súper-nova, incendiaria caliente. Mis labios se curvaron en mi sonrisa arrogante. Podría manejarlo. Me gustaba el fuego. Quemarse te hacía saber que estabas vivo.

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Lo más gracioso de Samantha era que, a pesar de que era un bombón total, era una completa pasmada. Sus emociones explotaban constantemente rompiendo su buena apariencia, volviendo su cara a una bolsa de perro feo la mitad del tiempo. Como cuando el gordo intentó subir a su VW en su camino a la escuela, la expresión de su cara había sido el equivalente a ver sus uñas moviéndose a través de una pizarra. Totalmente atroz. Pero solo era temporal.

Saqué el flujo honesto de emociones de Samantha. Era mucho mejor que el espíritu de juego artificial de Tiffany y sus chiflados amigos de la hermandad con su sinceridad de máscara de Halloween. La honestidad y las tumultuosas emociones desnudas de Samantha me hacían querer protegerla mucho más. Ella era una especie verdaderamente rara y única. Cuando ella estaba calmada, era sin duda la mujer más bella del planeta. No digo esa mierda a la ligera. He estado con más que suficientes para conocer a las bellezas. Pero con Samantha, iba mucho más allá de su apariencia. Totalmente me había volteado por ella en el momento en que había puesto los ojos en ella. Incluso con su vestido de moda y ese olor a café y sus nervios tintineando, algo sobre Samantha brillaba directo hacia mí como un faro. Llámalo su espíritu, su esencia, ni puta idea. Pero seguro como la mierda, que nunca había sentido nada igual saliendo de las otras chicas que había conocido. Samantha estaba en una clase propia. Tenía un efecto calmante sobre mí, como si todo en el mundo hubiera caído en su lugar al fin, y la raza humana pudiera relajarse y disfrutar de Mai Tais en la eternidad. Esa era una experiencia única para mí. Nunca desde que mi madre había dejado a mi papá, mi vida había sido un torbellino disperso de temeridad. La paz y la calma eran desconocidas para mí. Desastre diario y caos emocional eran mi estado de reposo. Había un recuerdo de calma perfecta que apreciaba, y me volvía a ella cada vez que mi cabeza estaba fuera de control. Recordaba a la tranquilidad de mi vida, si tan solo pudiera entender la manera de aferrarme a él durante más de un minuto o dos a la vez. Ocurrió hace dos o tres años, en un viaje de surf en Baja con Jake y algunos de nuestros compinches. Habíamos acampado durante la noche en la playa, y me gustaba golpear las olas a primera hora de la mañana, antes de que todo el mundo estuviera despierto. Estaban durmiendo afuera con las cajas de Coronas que todos habían bebido la noche anterior. Por alguna razón, me había ido fácil con las cervezas y estaba listo para un comienzo temprano.

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Después de que había remado por séptima vez, había estado sentado en mi tabla en silencio meditativo, solo, colgando en un mar cristalino, a la espera de las series, con los pies colgando en el agua tropical, mientras un perfecto amanecer empapaba el horizonte. El mundo entero se había sentido como si todo fuera como debería ser, de la manera en que la

naturaleza destinaba. Por primera vez desde que mi madre había dejado a mi padre, me sentí perfecto, en tranquilidad total. Por un momento fugaz. Luego desapareció. Samantha había traído esa sensación de paz de vuelta diez veces más. Lo sentía continuamente desde que la había conocido, y era enriquecido cada vez que estaba en su presencia. Lástima que los policías hubieran destrozado mi vibra en el segundo en que me llevaron. Malditos policías. Negué. Samantha... Necesitaba más de ella. Me enganché. Quiero decir, adictivamente enganchado. Ella me dio algo que no podía darme yo mismo, sin importar lo mucho que lo hubiera intentado. Samantha... Rebotando dentro de la cárcel con los dos policías sentados delante de mí de repente di un tirón dolorosamente fuera de mi ensueño privado. Bares, esposas, no había escapatoria. Luché para mantener mis sentimientos por Samantha protegidos de mi triste situación. No quería que mi situación actual empañara mis recuerdos de ella de ninguna manera. Después de tomar una respiración de calma profunda, fui de nuevo a la reconfortante reminiscencia. Recordé la sorpresa de Samantha cuando nos habíamos visto a los ojos primero encerrados en la clase de dibujo de vida. Verla luchar por no mirar fijamente mi paquete mientras me dibujaba desnudo fue probablemente una comedia. Lo más destacado de mi año. Ella había estado dispuesta a hervir de vergüenza. A pesar de su torpeza casi perpetua, me metí totalmente en ella, sin importar cuán caótico fuera su estado de ánimo. Acecharla en el museo de arte Eleanor M. Westbrook era probablemente lo más tranquila que la había visto. El museo desierto era un capullo tranquilo y relajante, por lo que era fácil bajar la guardia. Estoy seguro de que Samantha estaba tan ocupada maravillándose de las pinturas, que sus preocupaciones habían caído. Conocía esa experiencia. Sentía eso cada vez que iba a un gran museo de arte yo mismo y me deslizaba en los colores y las formas de las pinturas, escapando de mi propia confusión interior por breves momentos.

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Mientras Samantha había estado hipnotizada frente a la pintura de mi abuelo protegida Paradise, yo fui testigo de su belleza más verdadera saliendo de su escondite, por primera vez, como algún tímido ratón de

campo olfateando el aire de peligro. Esa belleza loca era una cosa tan frágil y fugaz, como un copo de nieve o una perfecta puesta de sol. Solo se podía apreciar si te dejabas a ti mismo y realmente lo tomabas antes de que se fuera, tal vez para siempre. Quería desesperadamente proteger a Samantha de lo que sea que la atormentaba porque sabía que su inseguridad era profunda, igual que la mía. La única diferencia entre ella y yo es que yo la escondía y ella no. No podía decidir si era la persona más valiente que he conocido, o la más loca. No importaba. Quería limpiar sus lágrimas y temores para que la increíble joven que sentía debajo de su ansiedad adolescente finalmente pudiera emerger. Ya sabía más allá de toda duda que haría cualquier cosa para ayudar a Samantha a encontrar su camino en la vida. El hecho de que estuviera atorado en la parte trasera de un auto patrulla a causa de ella, diez horas después de que nos conocimos, era una prueba viviente. Suspiré profundamente otra vez, mi corazón aceleró mientras mi pecho se apretaba alrededor de ella. Hombre, sabía que Samantha sería un problema para mí. Tal vez incluso más problemas cuando me dirigía a este blanco y negro. Sonreí para mis adentros. La buena noticia era que, esta mierda era temporal. Tenía ganas de averiguar la cantidad de problemas que Samantha podría ser al segundo que me levanté del humeante lío cuando me tropecé con los policías. Porque lo que sea que se estaba gestando entre yo y Samantha se sentía permanente.

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Eterno.

Samantha Presente.

T

odavía no podía creer lo caliente que era Christos. Sus brazos tatuados estaban doblados hipnóticamente y su cuerpo gira solo a unos centímetros del mío. —Oh, es tan húmedo —dijo Christos.

—¿Puedes conseguirlo todo el camino? —le pregunté nerviosamente. —Es tan apretado. No sé si va a encajar. —Empuja en todo el camino. Adéntrate. —¿Estás segura? —He esperado el tiempo suficiente. Solo tienes que hacerlo. —Está bien, pero voy a ir lento, por si acaso. —Él entra. Todo el camino. —Oooh, sí —ronroneo—: Creo que eso lo hará. Solo así. Suave y fácil. — Necesito esto totalmente. Había estado esperándolo durante lo que pareció toda mi vida. —Te gusta cuando hago esto, ¿no? —sonrió. —¿Por qué no habría de hacerlo? —Le devolví la sonrisa. —No sé, pensé que quizás tenías miedo de que arruinara las cosas. ¿Quieres que vaya más rápido? —Sí. Hazlo, Christos. Confío en ti. Tan rápido como puedas. Todo su cuerpo se dobló en una sinfonía con coreografía de movimiento poético. —¿Te gusta? —Oh sí, Christos. Justo así. Más duro. Las cosas estaban tan mojadas allá abajo, hizo un sonido de succión, mientras entraba y salía, dentro y fuera.

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—¡Aquí viene! —gruñó—. ¡Va a estallar!

—¡Más rápido! ¡Más duro! ¡Guárdalo a profundidad o brotará por todas partes! —¡Ahora! —Sí, ¡eso es! ¡Atrápalo! Apreté la palanca, mientras Christos le daba al émbolo de goma una estocada final a la taza del inodoro. El agua se arremolinó y gorjeó. —¡Lo hicimos! —chillé. Chocó las palmas mientras la taza de mi inodoro finalmente se drena. —¿Qué has estado lanzando a esa cosa? —preguntó él con escepticismo—. ¿Toallas de papel? No es un cubo de basura. —No sé, ¿cosas normales? —Las cosas normales no obstruyen las tuberías. Me sequé el sudor de mi frente. Esta conversación me estaba haciendo sentir culpable de algún tipo de forma atroz de mierda. Necesitaba dirigir el calor hacia un objetivo probable. —Tal vez ¿la mascota elefante de mi vecino se coló en mi cuarto de baño en medio de la noche y está obstruyendo mis cañerías con su vertedero de elefante? —Te creería totalmente eso si me pudieras convencer de cómo el elefante va más allá de la puerta de tu dormitorio sin que te des cuenta. —¿Se pasa de puntillas? Christos levantó una ceja dudosa. —Los elefantes son muy ligeros sobre sus pies. Probablemente lleva zapatillas de ballet, que son perfectas para ir a escondidas. La ceja de Christos subió otro nivel. —¿Alguna vez has usado zapatillas de ballet? —le exigí—. Son ninjas sigilosas. Otra ceja de Christos se unió a su hermana gemela. —¡Te lo juro! ¡No fui yo! ¡Bajaba bien antes de ir a D.C2! Christos sonrió ampliamente, finalmente dejándome fuera del anzuelo. —¡Imbécil! —Me pongo de puntillas y lo beso en la mejilla—. De todos modos, gracias por ayudarme. —Ha sido un placer. —Pasando un brazo alrededor de mi hombro, me besó cariñosamente en la mejilla.

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D.C: Estado de Washington DC.

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—Mientras estoy en ello, ¿tienes algún limpiador para inodoros? —¿Para qué? —le pregunté. —Puede también que le dé a la taza un rápido vistazo mientras estoy aquí. Tomé una botella de limpiador de inodoro desde debajo del fregadero. Él roció un anillo azul debajo del borde y se fue a trabajar. —Christos, ¿por qué es que me dejas toda excitada cuando te veo fregar cosas? —Todas las mujeres tienen una gruesa fijación sexual. —Ladeó su cabeza y mostró su ya legendaria sonrisa con hoyuelos—. Es un hecho probado. —Christos puso el cepillo de la taza lejos y se lavó las manos. Después de secarse con la toalla, se inclinó hacia mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura—. Ahora que te tengo toda lista... —dijo sugestivamente. —Christos. —Puse los ojos recatadamente—. Romeo y Kamiko van a llegar en cualquier momento. No podemos perder el tiempo. Todavía no he elegido un equipo. —Antes, Christos me había dicho que tenía un destino de fin de año sorpresa para todos. No podía esperar para saber cuál era. —Estarás preciosa, no importa lo que uses —dijo, de repente moviéndome como un bailarín de salón de baile. —¡Oh! —di un grito ahogado. Él sonrió. Miré sus ojos azules líquidos. Me bañan en la luz de su amor. Él se inclinó hacia mí, lamiéndose los labios. —Agápi mou3 —murmuró. ¡Uf! Su acento griego fluido me derrite cada vez. Mi boca se abrió mientras nuestros labios se encontraban, como amantes perdidos. Nos habíamos besado, oh, no sé, unos treinta minutos. Mi alma está reseca y necesitaba otra bebida de su fuente sensual. Christos se sirvió de nuestro beso, su lengua acariciando el punto sensible debajo de mi labio superior antes de deslizarse a través de mis dientes y luego más profundamente en mi boca. Mi cabeza empezó a dar vueltas. No me di cuenta que mi baño podría ser tan sexy. La siguiente cosa que supe, que Christos me había retirado con mi espalda de nuestra inmersión en el salón de baile. Sus manos se deslizaron por mi espalda y tomó mi trasero, enormes manos apretando hipnóticamente. Sacudidas de placer

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Agápi mou: amor mío, en griego.

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corrían hacia arriba en mi pelvis. Oh Dios. ¿Cómo este hombre me hace esto? Pongo mi pierna alrededor de su espalda, tirando de él hacia mí. —Mmmm —gimió—. Agresiva. comportamiento. ¿Te conozco?

No

me

acuerdo

de

este

Dejé caer mi pierna. —Detente, Christos —me reí—. No, no te detengas. Me gusta cuando haces eso. —¿En serio? —Sintiéndome tímida, estudié el tatuaje de púas tenso alrededor de uno de sus antebrazos, recorriéndolo ligeramente con mí uña. —Sí. Está bien tener confianza. No me importa en lo más mínimo. —Él sonrió y deslizó un pulgar por mi mejilla con cariño—. Vamos, agápi mou. Estás a salvo conmigo. Lo miré a los ojos. —Deja que tus manos vaguen libremente, Samantha. Explora mi cuerpo con tus dedos. Tu toque es eléctrico y le da poder a mi corazón. Hice una mueca, pero reí y moví mi frente contra su pecho. —No soy de San Diego Gas & Eléctrico, Christos. —¿Estás segura? —Él sonrió con confianza—. Totalmente iluminas mi vida, Samantha. —Oh, eso es terrible —me reí, golpeando con fuerza su hombro duro como una piedra. —Y te encanta. —Soltó su sonrisa de mil vatios con hoyuelos. Estaba en lo cierto. Me encantaba. Y lo amaba a él. Bajé mis pestañas, de repente tímida de nuevo. Junté mi mejilla a lo largo de la manga del suéter con cuello en V negro que cubría su pecho musculoso. Era tan completamente varonil, la fantasía de cualquier mujer, y se había dado a sí mismo a mí. Me gané la lotería más grande del planeta y tenía mi sueño, un hombre para mí sola. ¿Qué más puede pedir una chica? Aspiré su olor a recién lavado. No puedo saber si él llevaba una especie de exótica colonia, o si ese era su olor natural. Si no era colonia, alguien tenía que embotellarlo. Ganarían millones. —Te amo, Christos —susurré abrazándolo. Él acarició mi cuello con una mano mientras me abrazaba en su cálido abrazo con la otra.

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—Yo también te amo, Samantha.

Samantha Christos y yo no habíamos tenido ningún tipo de intensa actividad sexual desde antes de las vacaciones de invierno. Claro, había pensado en colarme a la habitación de invitados, mientras él dormía en casa de mis padres todas las noches. Pero de alguna manera, la idea del traqueteo de las paredes con mis gemidos de éxtasis mientras mamá y papá estaban en una habitación lejos había echado a perder mi estado de ánimo. Imagínate eso. Temblando. Desde su llegada a San Diego ayer, habíamos tenido un montón de primera y segunda base de hits en el dormitorio, pero sin jonrones. Todavía estaba un poco fuera de mi juego, sin juego de palabras, después de lidiar con todo el escenario Taylor Lamberth de vuelta en D.C. Ir a su abogado y darle mi declaración no fue exactamente sexy o excitante, pero era lo correcto de hacer. Christos totalmente lo comprendía. Siempre lo hacía. Además, simplemente estar en D.C había traído a mis viejos demonios arrastrándose de vuelta. Perra. Zorra. Puta... Afortunadamente, con la presencia amorosa de Christos en mi vida, mis viejas heridas emocionales habían comenzado a sanar de nuevo. Me imaginaba que con el tiempo, las cicatrices se desvanecerían de forma permanente, pero tendrían que pasar más de unas pocas semanas. Emo. Gótica. Bruja. Hechicera. Suicida... No podía esperar deshacerme de esos demonios. Ahora, envuelta protectoramente en sus brazos después de conquistar mi monstruo del baño, me sentí completamente en paz. Estaba totalmente enamorada de él. No había ninguna duda al respecto. Había sido una locura pensar que Christos era algo como Damian. Entonces, ¿por qué mi amor por Christos me preocupaba tanto? La única respuesta que se me ocurrió fue que me arriesgué a perderlo. Supuse que era el precio que había pagado por amar, la tolerancia de la terrible posibilidad de que pudiera ser arrancado de nosotros en un abrir y cerrar de ojos.

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No podía decidir lo que sería peor: no haber tenido nunca a Christos en mi vida en absoluto, o perderlo después de lo que habíamos pasado juntos.

La repentina sensación de hundimiento en la boca de mi estómago era evidencia de que perderlo sería mucho, mucho peor. Instantáneamente tuve náuseas, a pesar del protector abrazo de Christos. No me podía proteger de las inesperadas cosas que ocurrían. Traté de ignorar la insistente convicción de lo que podría hacer que perdiera a Christos para siempre. Ugh. No quiero pensar en ello. Tomé una profunda, liberadora respiración, con la intención de barrer mis gremlins mentales. —¿Hay algo que te moleste, agápi mou? —preguntó Christos, con preocupación en su voz. No quería arruinar nuestro estado de ánimo. Era la víspera de Año Nuevo y Christos tenía alguna sorpresa increíble esperándome. —Oh —dije con desdén—, no es nada. —Le sonreí—. Estoy bien, siempre y cuando te tenga a ti.

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Bajó su mirada hacia mí. La mirada de amor que vi brillando en sus ojos era abrumadora.

Christos Tres meses antes... El tráfico de la tarde era tan malo, que estaba tomando una eternidad llegar al centro de la cárcel. Los policías en el asiento delantero charlaban, en voz baja, su conversación se mezclaba con el graznando del radio Motorola de dos vías atornillado al tablero. Su irritante camaradería lentamente empujó mi buen humor. La resistente jaula de acero entre ellos y yo lo hacía parecer como si estuviera en el lado equivocado de una pantalla de cine de terror. Oficial Feliz y Suertudo que tienen que reírse y pasar un buen rato mientras yo era torturado por las circunstancias. No era que estuviera enojado con ellos. No los conozco en absoluto. Traté de concentrarme en pensamientos de Samantha de nuevo, pero el policía era tan jodidamente malo, que destrozó mi lugar feliz con su molino de carne verbal. Sonreía constantemente, pero era una sonrisa-sorbida como el que tienen los psicópatas. Me sentí mal por su pareja sentada junto a él, por su esposa, sus hijos, sus amigos, sus nietos no nacidos; quién diablos tuviera que aguantarlo. Suspiré profundamente de nuevo. —¿Vas a alcanzar el juego de los Chargers en la Q el lunes? —preguntó la mujer policía con gruñido-sonrisa. Su mano se posó casualmente en el volante, como si condujéramos a la playa en un domingo. Lástima que no lo hiciéramos. —Apuesta tu trasero —respondió sonrisa-sorbida con entusiasmo a través de su bigote—. Tengo la temporada para los Tex por cinco años. No han perdido un partido. Los Chargers van a matar a los Texanos. Tengo asientos adicionales, si quieres ir. —Sangras azul y oro, Ruiz —la mujer policía se rio entre dientes. —De sangrar, nada. Tengo rayos disparándose a través de mis venas. Soy como el Dios del Trueno y la mierda.

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Continuaron así durante un tiempo, con Ruiz cada vez más fuerte a medida que ensalzaba la temporada ganadora que los Chargers habían esperado este año. Escuchar su voz era como trabajar en una fábrica de martillos o estar sentado en medio de una pelea de granadas de mano. Su

carcajada-risa era como la de una hiena cuando relataba los momentos finales del juego de los Raiders en el final de la temporada del año pasado. Me imaginé a mí mismo doblando en las barras entre él y yo, mientras era el increíble maldito Hulk. Lo estrangularía hasta que sus ojos salieran de su cráneo. Basado en la sonrisa forzada de su compañero, creo que ella podría haberme dado las gracias. ¿Cómo podía aguantar a este individuo día a día? Quizás tapones para los oídos eran un problema estándar para los oficiales en servicio con compañeros pendejos. El auto patrulla salió a las reticulares calles del centro y entró en el garaje en la Cárcel Central de San Diego. Igual como recordaba. Se veía como un edificio de oficinas de lujo en el exterior. Fácilmente podrías confundirlo con un lugar donde la gente de traje y pantalones hacían dinero a manos llenas. Lo que era una mentira. En el interior, a partir de lo que recordaba, se estaba haciendo viejo. Demasiado oscuro, demasiado triste, demasiado sucio. Supongo que era apropiado. La pintura y la decoración de cemento pelado iban con las personas descompuestas del interior. Cuando Ruiz abrió la puerta, le di un gesto amable y una sonrisa plana, haciéndole saber que no estaba molesto con él. No valía la pena. Los dos sabíamos que él tenía la correa. Me puse de pie a mi altura completa. —Eres grande, ¿no es así? —señaló Ruiz. Bueno, él era uno de esos exaltados alfas-imbéciles. No había razón para sacarlo de quicio. Me quedé callado. La mujer oficial dio la vuelta al auto. —¿Vas a ser capaz de manejarlo, Ruiz? —Se rio. Ruiz se burló. —No empieces a picarme, Fowler. ¿A un marica chico como este? Lo mantendré en línea. Este tipo Ruiz era más bajo que yo, tal vez de un metro ochenta, pero tenía complejo de hombre pequeño de todos modos. A mi alrededor, de todos modos. Por lo general, lo tenían. Arqueé una ceja ante el comentario de Ruiz, pero la dejé caer antes de que pudiera ver mi desprecio casual y me abalanzara sobre él. Los tipos como él siempre estaban buscando una excusa. —Si se vuelve arrogante, azota algunos relámpagos en su trasero. —Ruiz me dio los locos-ojos de perro loco, jugando conmigo.

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—¿Quieres decir que vas a atacarlo con tu taser? —pinchó Fowler, cuestionando la hombría de Ruiz.

—¡Por supuesto que no! No necesito hacerlo. Puedo escupir rayos, chica. —Agarró la cadena de esposas en mi espalda y le dio un buen tirón para el efecto—. No me vas a hacer lastimarte, ¿verdad, hijo? No hice caso de Ruiz y miré a Fowler. Ella era más o menos linda, con su cabello atado arriba firmemente. Tenía que ser la sexy policía. Ella había escrito a lápiz sus cejas y llevaba maquillaje. Una mujer que se preocupaba por cómo se veía. Su uniforme parecía ajustado a sus curvas que fluían y su pecho se empujaba sustancialmente fuera de su chaleco kevlar. Le di una sonrisa pícara, haciendo parpadear algunos de mis hoyuelos. Era todo acerca del más dulce acercamiento. Si endulzaba a Fowler, tal vez correría su defensa entre mí e Impetuoso. Me di cuenta de que Ruiz siempre traía mierda a la fiesta, solo para poder pulular por todas partes. —Déjalo en paz, Ruiz —se rio Fowler, dándome una sonrisa, que yo correspondí. Funcionaba en todo momento. Me llevaron hasta las puertas blindadas y nos dejaron entrar. El exterior en relativa calma fue destrozado por aullidos, gritos de la humanidad dentro. Un tipo enorme gordo y sin camisa y sin zapatos se agitaba en el suelo de cemento pintado. Probablemente tropezando con las metanfetaminas. Cuatro oficiales de perro estaban apilados junto a él, atrapándolo con profesionalismo conteniendo su rabia. Con el tiempo, lo esposaron y ataron de los tobillos, levantándolo. Recogieron al asesino y lo llevaron a través de una puerta de acero. —¿Tendremos que hacerte eso, Junior? —me preguntó Ruiz. —No, señor. —Le sonreí a Fowler cuando lo dije. A ella le gustó. Su rostro se suavizó, como una quinceañera en una cita de ensueño con su ídolo favorito. Me tomé un momento agradecer en silencio a ambos de mis padres por sus buenos genes. Ruiz captó mi intercambio con Fowler. —Espero que no, hijo. —Puede que no haya sido capaz de articular lo que acababa de ocurrir, pero intuía que, como un lobo hambriento. Probablemente tenía una cosa en secreto por Fowler. Estoy seguro que la mayoría de la plantilla lo tenía, por el aspecto de ella. Fowler puso la mano suavemente en mis tríceps derechos. Su toque era casi una caricia. —No creo que tengas que preocuparte acerca de esto —dijo cálidamente, sonriéndome radiante.

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Le devolví la sonrisa. Los trucos mentales Jedi eran la forma más eficaz de combatir, había aprendido. No podía hacen que mis miradas se

resolvieran con insultos amenazantes o maltratos. Ruiz estaba fuera de este juego, en la banca por una falta técnica. Los ojos de Fowler buscaron los míos con entusiasmo. Yo los ordeñé. Ruiz hizo una mueca mientras nos escudriñaba a los dos. Los músculos de su mandíbula ondearon airadamente, por fin se quebró. Con un gruñido, giró sobre sus talones y salió hasta el sargento de guardia, derrotado. Me sentí mal por Fowler. Probablemente nunca volvería a verla y estaría pegada con Ruiz por compañero por quién sabía cuánto tiempo. Un tiempo después, me llevaron en una sala blanca de interrogatorios con dos detectives. Una mesa negra redonda con un teléfono en la parte superior estaba entre nosotros. Habían estado perforándome con preguntas durante horas. No había dicho una mierda. Un detective, quien se había identificado a sí mismo como Kurt Hewitt, tenía una camisa blanca de botones, demasiado apretada. El cuello de la camisa se clavaba en su suave cuello y la carne se derramaba sobre los lados. Parecía a punto de estallar. Me miró. —La víctima te identificó positivamente del libro, Christos —dijo con firmeza—. Tenemos testigos que te ponen en la escena de la autopista en la Costa del Pacífico esta mañana. Sabemos que fuiste tú quien molió a golpes al hombre y después huiste. ¿Moler a golpes? Golpeé al tipo una vez. En defensa propia. Incluso le había preguntado si necesitaba una ambulancia. —Deja de callarte y danos algo con lo que podamos trabajar —terminó Hewitt—, para que podamos ayudarte a ti. Ese fue un motín. Él no estaba allí para mimar mi trasero y ambos lo sabíamos. Todo lo que quería era que cometiera un desliz y derramara un poco de información incriminatoria, eso era todo. —Dinos qué pasó, con tus propias palabras. —El otro detective, llamado Andy Vaughn, dijo calmado—: Y tal vez dejemos que te vayas a casa esta noche. Sabía que era mentira. Vaughn empujó un bloc y un bolígrafo sobre la mesa. Me sonrió como si fuéramos los mejores amigos. Me recosté en mi silla y crucé los brazos sobre mi pecho. —Tengo que hablar con mi abogado.

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Hewitt intercambió una mirada con Vaughn. Vaughn asintió.

—Bien —se burló Hewitt y se levantó, metiendo las manos en sus bolsillos delanteros—. Llámalo. Vaughn deslizó el teléfono sobre la mesa y me pasó el teléfono. Marqué el número de mi abogado de memoria. Lo he usado tantas veces como para sabérmelo de memoria. Él contestó después de tres timbres. —Merriweather. —Hola, Russell. Habla Christos. —Había conocido a Russell desde que tenía dieciséis años, desde la primera de muchas veces que había salvado mi trasero. —¡Christos! Hijo de puta —dijo Russell alegremente—, ¿qué estás haciendo llamándome esta tarde? Será mejor que sea una buena noticia. Me reí entre dientes. —Sin duda. —El silencio persistió. Vaughn se puso de pie, aparentemente para darme un poco de espacio. Tanto él como Hewitt se quedaron en la habitación, apoyados contra la pared, mirándome como halcones, esperando que me incriminara para poder poner sus garras en mí después de la llamada. —Estás en la cárcel de nuevo, ¿no es así? —preguntó Russell con total naturalidad. —Así es. Oí un largo suspiro al otro lado del teléfono. —Christos Hijo de Puta Manos, ¿cuándo vas a aprender a comportarte como un adulto? —Estoy trabajando en ello. —Sacaré tu trasero, hijo. ¿Qué fue esta vez? ¿Sacaste tu Camaro a las carreras callejeras? ¿Tu Wheelies o el Garnet para impresionar a las chicas? —Los cargos son asalto. Y agresión. La agresión es un delito grave. —Mierda. —Sí. —Hijo, tu suerte te encerró, de lo contrario me metería en mi auto y conduciría allí y rompería tu frente yo mismo. ¿Cuándo vas a aprender? —Como dije, estoy trabajando en ello. —Russell no había tenido que salvar mi trasero en dos años. Pensé que estaba haciéndolo bastante bien. —¿Quieres que llame a tu abuelo?

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—No se lo digas. Estará menos preocupado si no llego a casa, que si se entera que estoy encerrado.

—¿Estás seguro? —Sí. Voy a esperar hasta que esté en libertad bajo fianza o en ROR, y se lo diré cara a cara. —No soy mago, Christos. Puedes estar atrapado ahí hasta el juicio, dependiendo de la evidencia y de tu historial. —De ninguna manera. Es una mierda total. —Eres un perro engreído, ¿no es así? Mierda, le diría al juez yo mismo que te deje dentro, para meter algún sentido en esa gruesa cabeza tuya — dijo Russell con intención. Su voz se suavizó—. ¿Seguro que no quieres que llame a Spiridon? —No, gracias. Dormirá mejor esta noche no sabiéndolo. Si no estoy fuera en la mañana, lo podrás llamar entonces. —¿Quieres que llame a tu padre? Sentí una punzada aguda en mis entrañas cuando Russell mencionó a mi padre. —Él no necesita saberlo. Tiene bastantes problemas propios. —Está bien. ¿Me necesitas allí esta noche? —No. Puedo manejarlo. —Recuerda, Christos. No digas ni una palabra. Ni a los detectives, ni a los presos. A nadie. ¿Me oíste? —Lo tengo. —Voy a llamar al juzgado como mi primera cosa mañana y a averiguar cuando tengo que ir allí y sacar tu trasero del diminuto lugar. Por el momento, mantén tu culo apretado, y no seas la puta de nadie —se rió. Sabía que no estaba preocupado por mí. No por mi seguridad inmediata, de todos modos. Tal vez por mi juventud equivocada y el futuro no tan brillante. —Y no pelees. —Sus palabras pasaron de cálidas a de negocios recortándose al instante—. No necesito que apiles más cargos a la parte superior de los que ya tienes. ¿Queda claro? —Sí, señor. —Muy bien. Te veré mañana. Y no le digas una mierda acerca de una mierda a nadie. —Lo tengo. —Asentí al aire vacío. Puse el receptor suavemente en la base del teléfono.

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Les sonreí con sarcasmo a los detectives y levanté mis muñecas hacia ellos, listo para ser esposado.

—¿Vamos? —Léele el libro —gruñó Hewitt, y salió de la habitación. En todas las veces en el pasado que me había sentado en una habitación como ésta —mierda, estaba bastante seguro de que había estado en esta habitación, al menos una vez—, a punto de ser encerrado, nunca sentí como si realmente les importara una mierda. Si estaba tras las rejas o libre, siempre estaba encarcelado dentro de mi propia prisión de dolor. Así que no importaba si estaba caminando por las calles o atrapado en el interior de una celda de hormigón. Esta vez era diferente. Esta vez tenía algo que me perdería mucho más de lo que quería admitir ante mí mismo o a cualquier otra persona. Esta vez tenía a ese ángel chiflado de Samantha Smith preguntándose dónde estaba y si estaba bien o no. La culpa me golpeó en la cara. Era un idiota total por haberme metido en este lío. Suspiré pesadamente. ¿Estaba a punto de cambiar? No si estaba encerrado.

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Que me jodan.

Samantha En la actualidad.

A

lguien llamó a la puerta de mi apartamento. —Tienen que ser ellos —le dije a Christos, y salí del baño para ir a responder. Comprobé la mirilla y abrí la puerta con una sonrisa en mi cara. Christos se situó justo detrás de mí.

—¡Ey, chicos! —dijo Romeo alegremente, de pie en el pasillo del balcón exterior. Llevaba un nuevo abrigo estampado que no había visto antes. Hecho de lana negra a medida, el abrigo tenía un intrincado bordado negro y filas gemelas de botones verticales negras por la parte delantera y trasera. Como de costumbre, un monóculo colgaba de uno de los botones de su abrigo. Botas negras con hebillas cubrían sus pies—. ¿No me veo festivo? —se burló mientras mantenía su monóculo sobre su ojo. —¡Romeo! —me dijo, tendiéndome los brazos. Romeo me envolvió en un fuerte abrazo. —¡También me alegro de verte, Sam! —¿Qué pasa, hombre? —Christos sonrió. Romeo me soltó y sus ojos vagaron por todo Christos. —¡Caray Sam, olvidé lo atractivo que es tu novio! ¿Puedo lamerlo de pies a cabeza? —¡No! —Me reí. —¿Y tan sólo un pezón? —¡No, Romeo! —insistí. Christos se rió entre dientes, cayendo en el mal comportamiento de Romeo. Alguien tenía que ponerle fin a eso.

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—¡Abajo, Romeo! —ordené en tono de broma.

—Tranquila chica. —Romeo frunció el ceño—. Estaba comprando una ventana. —En serio, amigo, me siento halagado —Christos se movió, totalmente a gusto con la adulación de Romeo—, pero juego para el equipo contrario. —¡Oh! ¿Puedo ser tu chico del agua? —declaró Romeo—. ¿Para entregarte toallas limpias en el vestuario? ¿Doblarme y recoger el jabón en la ducha cuando se te caiga? Haré lo que quieras, Christos. ¡Haz tu camino hacia mí! —Dio un paso delante de mí, se puso de rodillas al lado de Christos, y envolvió sus brazos alrededor de las piernas de Christos. Romeo comenzó a llorar sin sinceridad—: ¡Por favor, Sam! ¡Sólo un sorbo de tu copa! ¡Quiero saborear tu dulce néctar! —se quejó. —¡No, Romeo! —Me reí. Era tan ridículo, y lo amaba por ello. —Lo siento, amigo —rió Christos—. Se lo juré a Samantha. Romeo se mofó y puso los ojos en blanco. Se levantó y se alisó el negro bordado estampado de su chaqueta. —Eres tan cobarde como el pus, Christos —dijo con desdén. —Ese soy yo —rio Christos. —Bueno, deberíamos irnos —dijo Romeo finalmente superándolo—, antes de que Kamiko se marchite en mi auto. —¡Todavía no estoy vestida! —solté—. ¡No puedo salir en Año Nuevo en camiseta y pantalones vaqueros! Romeo frunció el ceño. —¿Alguno incluso eligió un traje? —No —dije con aire de culpabilidad. Romeo puso los ojos en blanco. —En ese caso, lo mejor es que vaya por Kamiko o podría morir de hambre mientras lo haces. —Le hizo un guiño a Christos. Golpeé el suelo y me quejé. —¡No me hace falta tanto tiempo para elegir un traje! Christos y Romeo intercambiaron una mirada dudosa.

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—¡Apestan! —Salté a mi habitación mientras Christos y Romeo rompían a carcajadas.

Samantha Afortunadamente, había terminado mi cabello antes de que Christos se hubiera acercado antes. Mientras Christos, Romeo, y Kamiko conversaban en mi sala de estar, me puse un poco de delineador de ojos y brillo de labios, y me dediqué a ponerme un traje. Mi mente vagó mientras rebuscaba en mi armario. Todavía no les había dicho a mis padres sobre mi deseo de cambiar de especialidad a Arte. Quería evitar el arranque Smith de Guerra Mundial en casa de mis padres durante las vacaciones de invierno, así que no había sacado el tema. Tendría que decírselo tarde o temprano. Pero esta noche era la víspera de Año Nuevo, y planeaba celebrarlo con el hombre que amaba. Christos había sido increíblemente comprensible desde que nos conocimos. De cara al futuro, esperaba poder devolverle la devoción que me había mostrado. Finalmente me decidí por pantalones ajustados y zapatos de tacón a juego, una camisa estampada, y el nuevo abrigo, de piel artificial súper lindo que había comprado en eBay por veinte dólares. Agarré mi bolso favorito y salí de mi dormitorio. —¡Ta-da! —¡Vaya Sam, estás totalmente sexy! —dijo Kamiko. Se levantó del sofá y me dio un gran abrazo. —Gracias, Kamiko. —Sonreí—. ¿Cómo estuvieron tus vacaciones de invierno? —Bastante mandonas —dijo Kamiko. Estaba confundida. —¿Quieres decir que te gustó? —No —sonrió—, me refiero a mi familia mandándome todo el tiempo. No sólo mis padres. Mis hermanos y hermanas mayores, también. Ya que soy la más joven, es como tener seis padres. Me dan órdenes todo el tiempo porque saqué una B+ en O-chem. Así que me encerré en mi habitación todo el tiempo y vi episodios de Adventure Time y de Bravest Warriors mientras dibujaba personajes de ambos series en mi libro de bocetos. —¿Dibujaste a Catbug? —preguntó Romeo.

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—¡Guisantes de azúcar! —chilló Kamiko alzando sus brazos.

No estaba segura de quién o qué era un Catbug. Sospechaba que lo averiguaría en el transcurso del trimestre de invierno mientras estaba colgada en el dormitorio de Kamiko entre clases. —¿Todo el mundo listo? —preguntó Christos. —Creo que sí —le dije. Romeo y Kamiko asintieron hacia mí—. ¡Vamos por ello! Todos nos amontonamos en el Camaro 1968 de Christos en la planta baja. —¿A dónde vamos, Christos? —preguntó Romeo desde el asiento trasero—. Sam dijo que era una especie de sorpresa increíble. —Debería ser bastante impresionante —respondió Christos. —¿Vas a secuestrarnos, a amarrarnos en algún calabozo mórbido, y luego a seguir tu camino con nosotros? Romeo reflexionó. —Sólo Samantha —Christos bromeó frotando mi rodilla. —Siempre una dama de honor. —Romeo puso mala cara. Christos encendió el Camaro, su motor retumbó en previsión de la carretera mientras Christos sacaba el auto a la calle fuera de mi apartamento.

Samantha Poco tiempo más tarde, nos detuvimos en un estacionamiento justo al sur del aeropuerto, justo al lado de la Bahía de San Diego. El sol descansaba en el horizonte. El cielo era una mezcla de tono púrpura y magenta adornado con nubes doradas que llamaban hasta el último de los rayos del sol. Era hermoso. —Bienvenidos a la marina —dijo Christos mientras cambiaba el Camaro en el parque. —¿Qué estamos haciendo aquí? —le pregunté emocionada. —Iremos a un paseo en barco —respondió él. Romeo se inclinó, con las manos en el respaldo del asiento frente a él, asomando la cabeza entre yo y Christos. —¡Lo sabía! ¡Vas a llevarnos a una isla desierta y a hacernos esclavos de piratas! ¡Christos, por favor dime que vas a usar un parche en el ojo!

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Christos sonrió.

—Lo siento, hombre. Lo dejé en casa. Además, la isla más cercana es la de San Clemente. La Marina es dueña de esa, así que no está desierta. —¿San Clemente está llena de hombres de la Marina hambrientos de sexo? Si es así, puedes dejarme allí. No me quejaré. —Romeo sonrió. Me eché a reír. —¡Dios mío, Romeo! ¿Alguna vez lo dejas? —Mis disculpas, Sam, estoy tan emocionado de verlos a todos de nuevo después de las vacaciones. Ya sabes cómo me ponen las reuniones como una perra en celo. Sin dejar de reír, me bajé del auto y moví el asiento delantero hacia adelante para que Romeo y Kamiko pudieran salir. —No puedo esperar a ver ese barco —dijo Romeo con entusiasmo, saliendo fuera del auto. —Tal vez el capitán te haga su grumete —dijo Kamiko, después. —Espero que se vea como Gregory Peck en el capitán Ahab. —Romeo rió entre dientes—. Caminaría por su tablón cualquier día, si sabes lo que quiero decir. —¡Recuerdo esa película! —le dije—. Vimos Moby Dick en la secundaria durante el AP de Inglés. —Apuesto a que Romeo fantasea con Ahab el cazador de la ballena blanca de Romeo —Kamiko bromeó. —¡Ustedes! —le supliqué. Christos se rio entre dientes, totalmente divertido. —Bueno, es más una ballena de color oliva —Romeo rio como un loco—, pero sí, totalmente dejaría a Gregory Peck como el cazador Ahab todo lo que quiera, siempre y cuando me lance el arpón antes de que la noche haya terminado. —Romeo movió su trasero hacia nosotros. Llevé mis manos a mi frente. —Creo que la enfermedad de Romeo es contagiosa —suspiré hacia Christos. —Chicos, ¿podemos hablar de Santa Claus, o de algo no sexual, como durante cinco segundos? —Sabes —dijo Romeo con picardía—, siempre me encantaba cuando mis padres me ponían en el viejo y sucio regazo de Santa Claus cuando era niño...

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Fruncí el ceño.

—Está bien, sólo acabas de arruinar la Navidad para mí, Romeo. Como siempre. Romeo se rio con regocijo mientras caminábamos a lo largo del muelle hacia donde nuestro barco estaba amarrado. Pasamos docenas de diferentes tipos de embarcaciones de todo tipo y tamaño. ¿Llevaríamos un velero? ¿O una de esas lanchas tan increíbles que iban a ciento sesenta kilómetros por hora? A medida que caminaba cada vez más lejos, los barcos se hicieron más y más grandes. —¿Cuál es, Christos? —le pregunté. —El que está con toda la gente —dijo. —¿El del enorme uno al final? —Así es. —¡Dios mío, se ve como un maldito yate! —Es un yate —sonrió. —¿Es tuyo? —di un grito ahogado. —Casi —sonrió. Había un pequeño grupo de media docena de personas que seguían en el muelle y más a bordo. —¡Sam! —Madison salió de la multitud y la saludó con la mano. Corrió hacia mí, hermosa como siempre—. ¡Me alegro de verte, amiga! —¡Mads! —Nos abrazamos como mejores amigas perdidas hace mucho tiempo—. ¡No sabía que ibas a estar aquí! ¡Te ves totalmente Hollywood esta noche, chica! ¡Estás toda glamorosa! —Tengo que vestirme una vez al año —ella sonrió—. Sí, Jake mantuvo el secreto. Jake se acercó a ella por detrás. —Qué tal, chicos. —Golpeó puños con Christos antes de aplaudir a sus espaldas—. ¿Cómo estuvo D.C, hermano? —Frío como los pechos de las brujas —respondió Christos. —Oí decir eso, hermano —dijo Jake a sabiendas. —¿Por qué los chicos siempre dicen cosas como esa? —Madison frunció el ceño—. ¿Alguno de ustedes ha estado con una bruja? Christos y Jake miraron atrás y adelante entre mí y Madison, y luego al otro.

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Fruncí el ceño ante ellos.

—No respondas a eso. Ambos se echaron a reír. —Estos muchachos —dijo Madison, poniendo su brazo alrededor de Jake. —Sam, traje correas y bozales para los dos, por si acaso. —Entonces, Christo —pregunté—, ¿de quién es este barco? Puso su brazo amorosamente a mi alrededor. —¿No te lo dije? A pesar del ambiente festivo, salté como si alguien hubiera conducido un camión lleno de gatos negros y roto los espejos sobre mi tumba. Di un grito ahogado con temor: —Decirme, ¿qué? —Ehhh... —murmuró Christos, sorprendido por mi repentino cambio de tono. Ante el temor de un siniestro giro inesperado de acontecimientos, me asomé a los ojos Christos. Un destello rápido parpadeó a través de ellos, y luego se fue. ¿Por qué tuve la repentina convicción de que cada sorpresa increíble venía con un truco igualmente sorpresivo? ¿Qué era lo que no me estaba diciendo?

Christos Tres meses antes... Dos oficiales uniformados me sacaron de interrogatorios y me llevaron a la reserva. Cuando el hombre detrás de la cámara tomó mi ficha policial, me aseguré de sonreír. Pensé que si iba a estar en la portada de una de esas revistas de SE BUSCA que podías conseguir en 7-Eleven por un dólar, me permitiría enseñar mis perlados dientes. Conseguir que algunos locos enamorados me escribieran. Mierda, ¿con quién estaba bromeando? No podía esperar para ser procesado y largarme de allí. Samantha.

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La mujer policía que me llevó a través del escaneo de huellas digitales, de la muestra de ADN, que ordenó mis efectos personales, me metió en una

prisión y me dio mi traje, era toda negocios. Traté de bromear con ella cuando me duché y me enjaboné con champú para piojos, pero la sargento Stonewall se mantuvo de espaldas a mí y no se asomó ni una vez. Probablemente había visto todo antes. Oh, bien. Sólo estaba tratando de aligerar la mierda mientras podía. Después de secarme y meterme en mi traje naranja, la sargento Stonewall me condujo a través de una serie de puertas automáticas. Mantuvo la barrera social entre nosotros todo el tiempo. Sabía por experiencia que debía endurecer mi cara antes de que entráramos por la última puerta a la espera de ir a los dormitorios. Habría una docena de criminales de lo más agresivos en el interior listos para medirme. Con mis tatuajes, mi estatura y mis impresionantes músculos, nadie jodía conmigo, y eso era una orden. La sargento Stonewall le hizo una seña al guardia al otro extremo del pasillo. La cerradura eléctrica zumbó abriéndose y Stonewall abrió la puerta para mí. Hora de jugar. Todos los ojos estaban puestos en mí cuando me paré en el marco de la puerta. Olían el pescado fresco. Miré hacia ellos. No hay dados, hijos de puta. Soy el toro en este ring. La intimidación psicológica vencía a la violencia física. Había suficiente fealdad en este lugar sin mí añadiéndose a ella la verdad. Los hombres volvieron a jugar a las cartas y a hacer flexiones de brazos y a perder distancia. Me dejé caer sobre un fondo de literas desocupadas, que prefería porque bloqueaba la sobrecarga de luces. Tenías que respirar por la boca, de lo contrario el olor de la desesperación humana era abrumador. Entrelacé mis dedos detrás de mi cabeza e hice lo mejor que pude para relajarme. La primera cosa que vi cuando cerré los ojos fue la cara sonriente de Samantha. ¡Dios, era hermosa! Estaba en algún punto entre los lirios de agua de Monet y una de las Ninfas de John William de los ríos del Waterhouse. Los recuerdos de Samantha inundaron mi mente, borrando la monotonía de mi horrible entorno.

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Imágenes de su inocencia angelical me llevaron lejos al paraíso. Algo sobre su cara abierta, la libertad con la que sus desenfrenadas emociones pasaban a través de ella, me llegó al corazón por enésima vez ese día.

Sostuve una risa feliz, manteniéndola a salvo de los daños que esperaba se abalanzaran sobre mi alegría si dejaba que alguno se soltara. Casi me sentí codicioso, como si compartir el buen rollo de Samantha trajera en realidad un poco de energía positiva a los hombres en la habitación a mi alrededor, pero no quería a ningún oportunistas pisando fuerte sobre mi buen humor. Normalmente, los tipos encerrados seguían y seguían sobre putas innumerables chicas calientes con su legendaria apariencia. Las historias eran tan creíbles como individuos en la narración de sus historias de "Atrapé un pez grande". Grandes cuentos sobre sus postes de la cama eran un ritual de unión que daba un poco de risa cuando los internos no estaban peleando para sobrevivir. Pero esas historias eran sobre todo una mierda borrascosa. Samantha, por el contrario, era la verdad y la bondad. En ese momento, necesitaba todo el bien que pudiera conseguir. Me acurruqué más en mi mente. Me imaginé estirando mi mano hacia la mejilla de Samantha con una caricia y a ella apoyándose en ella. No era que lo hubiera hecho hoy, ni siquiera cerca. Quiero decir, ella me dio un montón de luces verdes, sobre todo después de que limpié su auto, pero me había mantenido a distancia la mayor parte del día, midiéndome. Su incertidumbre me volvió loco. En el buen sentido. No estaba acostumbrado al tipo de comportamiento de las mujeres. La cosa era, que por lo general, cuando entraba, me pavoneaba como si mi pene pesara una tonelada y transportarlo alrededor tomara la fuerza de un gorila. Por alguna razón, Samantha me hacía querer dejar de actuar. Hubo un momento antes, cuando habíamos estado caminando a los dormitorios y buscando toallas de papel para su auto, cuando casi me había agrietado. Por un segundo, todo lo que había querido hacer era tomar su mano en la mía y pasear juntos como si estuviéramos en el jardín de infancia. Sólo ella y yo, en busca de toallas de papel. En una miniaventura. Yo y Samantha. De repente me imaginé escribiendo “Christos-Samantha” en mi carpeta y dibujando un corazón alrededor de ella, si tuviera una. Hombre, estaba loco. Pensé que se suponía que sólo las chicas hacían esa mierda. Sonreí e inhalé profundamente, sintiendo la energía del remolino de Samantha a través de mí.

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Me la imaginé inclinándose hacia mí, con sus labios listos para un tierno beso. Hombre, ¿Estaría en la pubertad otra vez? No había tenido

pensamientos como esos desde que estaba persiguiendo nenas en la secundaria. Pero era una sensación maravillosa. Como el primer día de vacaciones de verano. Eso era lo que Samantha era para mí, cuando te ponías en ello. Vacaciones de la mentira, de la imagen, de plantear, de actuar cualquier parte que sintiera que tenía que jugar en cualquier momento dado. Ella era la relajación perfecta. Debo haber estado muy metido en eso, porque podría jurar que oí suaves susurros a través de la arena caliente y sentí una brisa fresca besándome los dedos de los pies mientras el sol lamía mi piel. Samantha estaba junto a mí, podía sentir su presencia. Casi me asusté, pensando que algún recluso AC/DC estaba tratando de lamer mis dedos de los pies mientras tomaba una siesta. Abrí un ojo, sólo para asegurarme de que no estaba perdiéndome. Al ver que la costa estaba clara, caí de nuevo a través de algún portal astral que estaba tirando de mi corazón fuera de este lugar y a esa utopía lejana donde Samantha me esperaba. Un segundo más tarde, estaba fuera del mundo real por completo. Samantha y yo estábamos tumbados en hamacas en una isla perdida en algún lugar al otro lado del planeta, con los dedos de las manos entrelazados mientras tomábamos bebidas frescas en la arena diamante. No había ni un alma alrededor en centenares de millas. Habitábamos nuestro propio paraíso privado. No tenía un concepto claro de los tiempos, pero debió haber sido a la vuelta de la puesta de sol en el mundo real. Samantha probablemente estaba mirando la puesta de sol en ese momento exacto, compartiéndolo conmigo. No sé cómo o por qué estaba convencido de ese hecho, pero sabía que era verdad. ¿Estaba viendo a través de sus ojos? Que me jodan si lo estaba haciendo. Parecía real, de un modo maldito.

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Samantha se volvió hacia mí y me miró a los ojos. Su cara estaba serena y en calma. Pude ver su belleza total y completa por primera vez. Incluso trascendí ese momento como cuando había estado frente a la pintura de mi abuelo en el museo. Eso había sido impresionante, pero esto era aún mejor. Esta vez, ella estaba cien por ciento relajada, completa y totalmente en paz con ella misma, su vida, con el mundo entero. En ese momento, era completamente la mujer que quería ser. Mi corazón se derritió. Mierda, nunca había sentido nada igual. Desesperadamente quería que se convirtiera en la mujer que era capaz de ser, que se hallara a sí misma de alguna manera me completaría.

La idea me hizo estremecer de alegría y... de miedo. La cosa era, que vivía para correr riesgos. No importaba lo jodidamente aterradores que fueran. Samantha... Quería más. Joder, necesitaba más. Nos necesitaba. La imagen astral de Samantha miró en mi alma. Sus ojos se estrecharon ligeramente, como si estuviera luchando con algo monumental, y luego su rostro se relajó, y toda duda se desvaneció. —Te amo, Christos —me susurró al oído, a centímetros sobre su tumbona en la playa. Todavía estábamos en esa paradisíaca isla juntos. ¡¿Qué demonios?! Ella no sabía mi nombre verdadero, le dije que mi nombre era Adonis. ¡¿Cómo era que me llamaba Christos?! Empecé a temblar en mi traje de baño en mi tumbona, mientras algo de la armadura alrededor de mi corazón era arrancando. Entré en pánico. —No tengas miedo, agápi mou —susurró ella, apoyada en el reposabrazos de su tumbona, acariciando mi brazo con sus dedos mientras las olas susurraban contra la orilla—. Te amo. —Se acercó para besarme. Sus labios estaban tan cerca que podía sentir su calidez en los míos mientras su dulce aliento me acariciaba el alma. Mi corazón se aceleró. De repente, nubes de tormenta negras cubrieron el sol. Un trueno retumbó a través del cielo. Samantha se me escapaba. No podía respirar, no podía tomar aire. Estaba muerto de miedo. Me disparé fuera de ese paraíso tropical, todo el camino a través del universo, y caí en mi estrecha litera. Jadeando, parpadeé y sacudí la cabeza, asegurándome de que estaba despierto. Miré a mi alrededor. El dormitorio de la cárcel estaba totalmente silencioso. Nadie estaba despierto. El lugar era una tumba. Mantenían las luces encendidas 24/74, pero las apagaban a mitad de los bancos después de apagar las luces fluorescentes. Tenía que haber sido mucho más allá de la medianoche. Me di la vuelta e hice mi mejor esfuerzo para volver a dormir. Algún tiempo después, la oscuridad se apoderó de mí. Una oscuridad horrible.

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24/7: Veinticuatro horas los siete días de la semana.

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Algo estaba persiguiendo a Samantha. Alguien. Una terrible presencia estaba tratando de vencerla, tratando de arrancarle su inocencia. Ella tenía miedo. Yo quería ayudarla, pero no podía alcanzarla. Estaba sola. No había nada que pudiera hacer. Ella estaba herida, incapaz de escapar de su torturador. No podía protegerla y me estaba matando. Samantha...

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Agápi mou...

Samantha En la actualidad.

D

e pie en el muelle de la Marina, temblando de miedo, hice todo lo posible por ocultar mi tensión mientras esperaba que Christos me diera una pista de lo que me estaba escondiendo.

Antes de que pudiera, Tiffany Kingston –la-Puta-del-club, quiero decir de la Casa Blanca, salió desde el centro del pequeño grupo restante de gente charlando con ella en el muelle. La última luz del atardecer teñía la piel de Tiffany de ese dorado perfecto que solo se ve en las supermodelos o en las portadas de las revistas de trajes de baño. Estoy bastante segura que Tiffany contrató a un equipo de video de rock para elegir ese preciso momento para hacer estallar una ráfaga de viento en su brillante, sedoso cabello. Se veía espectacular, y la odié por ello. ¿Sería ella lo que Christos había estado escondiendo? —¡Hola, Christos! —chilló— ¡Viniste! —Echó sus brazos alrededor de él en un desprecio total de mi existencia, casi abriéndome el ojo con sus uñas. Besó cariñosamente la mejilla de Christos. Hola, ¿qué no me ve? Fulminé con la mirada a la Reina-de-las-Abejas. Christos se separó del abrazo de Tiffany, antes de que alguno desatara mi automática y total lluvia de celos. Me di cuenta de que Christos se sentía cómodo con la coqueta Tiffany, pero jugó bien y pasó el brazo por sus hombros casualmente, marcando un claro límite entre él y Tiffany. Después de todo, sonreí triunfante y me recordé a mí misma que este era Christos Manos. No un idiota como Damian Wolfram. No tenía necesidad de preocuparme por Christos teniendo un ojo desviado. Confiaba en él, incluso si una mujer como Tiffany me ponía nerviosa.

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Tomé una respiración profunda. No iba a dejar que Tiffany se interpusiera en el camino de mi felicidad. Era una mujer cambiada. Todos esos celos locos y dudas estaban detrás de mí.

Esperaba. —Christos, ¿quiénes son tus amigos? —bostezó Tiffany con aire ausente. Santa pérdida de la memoria, ¿ni siquiera te acuerdas? Suspiré. Probablemente no. Todo en lo que alguna vez pensaba, apostaría a que era en ella misma. Dos robots de piernas largas caminaron detrás de Tiffany y me dieron miradas sucias. Probablemente eran las Abejas obreras de la Delta Pi al servicio de Su Majestad, pero no estaba segura sin su abultada hermandad en suéteres. —Te acuerdas de Samantha —ofreció Christos. Tiffany entrecerró un ojo como un hurón nervioso antes de volver su nariz hacia arriba y a mí. —No la reconocí bien vestida. Sus abejas obreras se rieron. Como de costumbre, Tiffany proyectaba el aire de tener todo lo que deseaba tener, pero que no tenía. Y, sin embargo, por una vez, era al revés. Sabía lo mucho que Tiffany deseaba a Christos, pero él estaba conmigo, no con ella. Quería girar en círculos mientras hacía mi baile feliz, pero no era una perra como Tiffany. Así que hice la danza feliz en mi cabeza, y una nota mental de hacer la verdadera más adelante con Christos, en la intimidad de mi apartamento. Podríamos hacer juntos el baile feliz. Ignorando el hecho de que Tiffany era una Abeja Reina de tal manera que todavía no me reconocería como una humana amable, le ofrecí mi mano para que la estrechara. —Tiffany, me alegro de verte. —Sonreí. No me rebajaría igual que ella. Me estrechó la mano con aire ausente, ni siquiera me miró a los ojos. Su mano se deslizó libre de la mía después de apenas una sacudida. Lo que sea. Apoyando las manos en sus caderas, Tiffany inspeccionó el barco detrás de ella. —Bueno, lo he dicho para aquel que quiera. —Se volvió hacia Christos y sonrió—. Siempre necesitamos más ayuda en la cocina. Las secuaces robots de Tiffany se rieron.

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Realmente necesitaba llevar un bolso grande en este tipo de salidas. En mi pequeño bolso no podía caber una bazuca, y nunca se sabía cuándo lo necesitaría a corto plazo para hacer estallar la cabeza de una puta.

—Christos, bienvenido a bordo —dijo Tiffany—. Jake, me alegro de verte de nuevo. Siéntanse en casa. —Le sonrió a Christos y también a Jake, pero hizo caso omiso de Romeo, Kamiko, Madison, y de mí. ¿Cómo lograba Tiffany arruinar todo con la mayor facilidad? En este momento haría falta un acto de heroísmo para que disfrutara la víspera de Año Nuevo. Por un segundo, pensé en pedirle a Christos que nos llevara a otra parte. Los seis podríamos divertirnos a dondequiera que fuéramos. Eché un vistazo a Madison, insegura de qué hacer. Mads levantó una ceja compasiva y asintió hacia el estacionamiento con una mirada inquisitiva. Sabía por experiencia lo molesta que Tiffany podía ser. Por desgracia, me di cuenta de que si nos íbamos, sería ceder a la intimidación al margen de Tiffany. Había hecho suficiente ya de eso en mi vida. Emo. Gótica. Hechicera. Es tu turno de suicidarte... Me di cuenta de que Romeo y Kamiko estaban maravillados por el barco. —Guau, esto es enorme —Romeo se quedó boquiabierto—. No puedo esperar a ver el interior. —¡Parece una maldita nave espacial! —susurró Kamiko con envidia. Ninguno de ellos sabía cómo regularmente molesta podía ser Tiffany. Esta noche estaban listos para divertirse. No había necesidad de decepcionarlos. Podría hacer este trabajo, si ponía mi mente en él. Quizás Tiffany jugaría limpio todo el viaje y no tendría que preocuparme de nada. Perra. Mujerzuela. Puta... Tomé una respiración profunda. No iba a dejar que los demonios llegaran a mí. ¡Que se jodan! —Vamos, muchachos —dije con confianza a la pandilla. Después de todo era un viaje en yate en la víspera de Año Nuevo, y estaría mintiendo si dijera que no tenía curiosidad acerca de lo que nos esperaba. Los seis caminamos juntos por la rampa, Jake y Christos se arrastraron en la parte trasera. Cuando estábamos fuera del alcance del oído de Tiffany, Madison se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

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—¿Soy yo, o el perfume de Tiff de Quiff que lleva esta noche hace que huela como pedos de ratón?

Di una risa tan fuerte, que me hubiera caído de la rampa y al agua, si no fuera por el pasamano. Lo agarré como apoyo. Vi a Tiffany ir alrededor y darle a nuestro grupo una mirada sucia. Romeo, siempre perspicaz, había oído el comentario de Madison, se apoyó en mí, mientras que en silencio reía. —Pensé que Tiffany olía un poco a humedad. Intercambié una sonrisa con Romeo. Los ojos de Romeo brillaban con buen humor. —Ya sabes Tiffany tiene una madriguera en su coño. Yo estaba confundida. —¿Qué, es como una bolsa? —Sí —dijo él—. Es el lugar donde esconde a los ratones. Allá abajo. Apuesto que allí es un santuario regular de ratones. Rompí con una risa fresca. También Kamiko había escuchado, y sofocó sus propias risas. —Sam, ignora a Tiffany —animó Madison—. Tal vez podamos hacerla a un lado cuando estamos en aguas internacionales. Nunca nadie lo sabrá. Sonrió maliciosamente. Kamiko fingió fruncir el ceño. —¿No contaminaría el medio ambiente? —No lo diré, si tú no lo haces tampoco. —Romeo le hizo un guiño. —Gracias, chicos —dije—. Necesitaba eso. —Me enderecé y trepé el resto de la rampa, rodeada de los mejores amigos que una chica podía tener. Había estado en botes de remos y tal vez en unas pocas canoas. Pero nada como esto. Probablemente había otras treinta personas a bordo. La cabina en la cubierta principal, literalmente, tenía una sala de estar, comedor, y cocina con una nevera de tamaño completo de acero inoxidable. Un estrecho tramo de escalones llevaba a un segundo piso por encima, y una escalera de caracol llevaba a otro nivel por debajo. Nunca había estado en un barco de tres pisos antes. Tiffany no exageró. —Este lugar es más bonito que la casa de mis padres —se maravilló Madison.

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—Lo sé, ¿no? —dijo Romeo—. Creo que es más grande que la casa de mis padres.

Samantha Cuando todo el mundo estuvo a bordo, dos tripulantes vestidos con pantalones negros y chalecos de fantasía sobre sus blancas camisas manga larga con botones arrojaron unas cuerdas al muelle. Sentí los motores rugiendo bajo mis pies mientras el yate se alejaba del muelle, y aceleraba el motor dejando la marina. Christos y Jake conocían a bastantes de los amigos de Tiffany, parecían totalmente en su elemento. Fueron absorbidos por el centro de la multitud en la cabina principal. En cuestión de segundos, cada mujer de la sala se dio vuelta para centrarse en Christos. Su innegable belleza llamaba la atención como un imán. No podían apartar la mirada de su fascinante presencia. Christos parecía ajeno mientras charlaba con Jake y los otros chicos. Probablemente había crecido insensible a ese tipo de atención después de años con ella. A lo lejos, miré desarrollarse ese proceso durante varios minutos. Todas las mujeres se arreglaban y limpiaban inconscientemente, esponjándose el pelo, ajustando sus vestidos con el máximo efecto, cambiando el idioma de su cuerpo para apuntar sus pelvis a Christos, empujando sus pechos. Cuando Christos rio de una broma al azar, mostrando sus dientes perfectos y enseñando la sonrisa que-dejaba-caer-las-bragas, los ojos de varias mujeres se desorbitaron y sus mandíbulas se aflojaron. Cuando se pasó la mano por el cabello perfectamente despeinado, otras mujeres, literalmente, se aferraron sus pechos, listas para desmayarse. ¿Siquiera sabían qué estaban haciendo? De alguna manera lo dudaba. ¿Quién quería admitir que un mero macho humano, sin importar que espécimen tan perfecto fuera, podía convertir a las mujeres jóvenes en babeantes idiotas en celo? Me debatí entre la vergüenza por todas las mujeres, y la simpatía. Rayos, incluso los hombres eran aduladores. Todo el mundo era susceptible. Con excepción de Jake, que era casi tan guapo como Christos, los otros hombres se encontraban afectados, todos triturando a Christos, en la agonía de flagrante la hermandad.

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Para ser justos, no era más capaz de resistir la seducción física de Christos que nadie. Me enganché. Era adicta a él. Los celos nadaron hasta mi garganta y amenazaron con ahogarme.

De repente, Christos me miró y ladeó su cabeza, lanzando su sonrisa con hoyuelos directamente a mí. Me lanzó un beso al aire. —Eso fue para mí —bromeó Romeo. Le sonreí a Romeo. —Mantén tus labios fuera de mi hombre, perra caliente —bromeé, luego lancé de regreso un beso a Christos. Él hizo el gesto de inclinarse hasta atraparlo antes de regresar a la conversación con Jake y algunas otras perras, quiero decir, señoritas. Me recordé que Christos estaba conmigo. No con ellas. En cuanto a él, a mi hombre, de repente me sentí codiciosa, desesperada, caliente y orgullosa, todo al mismo tiempo. Cada mujer en la sala quería lo que yo tenía, pero Christos era mío, todo mío. Creo que estaba a punto de desmayarme. Negué y respiré profundamente, tratando de despejar mi cabeza. —Vamos chicos —dijo Madison con entusiasmo—. ¡Vamos a ver desde la proa! —Me agarró la mano mientras Romeo y Kamiko me seguían. —Chequeen esto —señaló Madison—, esa es la base naval de la isla Coronado. —¿Alguien puede decirle al capitán que me deje allí? —preguntó Romeo. —Tengo sed de la gente de mar. —Gag —dije. —Nunca te amordaces —dijo Romeo con confianza. Con Madison y Kamiko intercambiamos un gesto. Unos minutos más tarde, el yate de Tiffany había dejado la bahía de San Diego y entrado en aguas abiertas. Seguro era rápido para un barco tan grande. El viento azotaba nuestro cabello mientras nos quedábamos en la parte delantera del barco. Romeo y Kamiko tenían enormes sonrisas en sus rostros. Romeo levantó los brazos y movió los puños. —¡Soy la reina del mundo! ¡Yuupi! —Romeo, es el rey —rió Kamiko—. Rey del mundo. —No arruines mi momento. —Sonrió Romeo mientras tomaba sol con la brisa del mar, con los brazos amplios.

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Las luces de la ciudad de San Diego se redujeron en la distancia hasta que estuvieron como pinchazos titilantes contra el cielo de terciopelo

púrpura. Hacia el oeste, la última luz del sol se desvaneció al rosa en el horizonte. Di una sonrisa hacia Madison. Con el tiempo, el yate se ralentizó hasta detenerse en aguas tranquilas. —¡La cena se está sirviendo! —gritó Tiffany desde el comedor, mientras alguien hacía sonar una campana de mano. La mesa del comedor del yate solo tenía lugar para ocho, así que la cena se serviría en forma de buffet. Calentadores de alimentos cubrían la superficie de la mesa. Uno de los tripulantes en blanco y negro, ahora con un delantal blanco hasta los tobillos, estaba retirando las tapas. Todos nos acomodamos en línea y agarramos nuestros platos. Mientras esperábamos en la parte posterior de la multitud, el otro tripulante, también en delantal, se nos acercó con una bandeja llena de bocadillos gourmet de un solo bocado. —¿Qué es? —pregunté al tripulante. —Vieiras chamuscadas en salsa de mantequilla de estragón —dijo amablemente. Tomamos una mientras esperábamos por el buffet. Todos coincidieron que las vieiras eran totalmente deliciosas. Finalmente, Christos y Jake se unieron a nosotros en la fila. Los seis cargamos nuestros platos y nos subimos a la cubierta superior en conjunto para sentarnos y comer. —Guau, esto es una gran comida —dijo Jake. —Totalmente —dijo Madison. Incluso si Tiffany era una perra Olímpica, sabía cómo elegir un buen menú. Dudaba que hubiera cocinado alguno ella misma, pero al menos tenía buen gusto, y la comida era gratis. ¿Era posible que pudiera disfrutar de esta noche sin Tiffany arruinándola? Creía que sí. Crucé los dedos. Mientras masticaba un bocado de pastel de cangrejo, Kamiko se inclinó hacia mí y me susurró: —No mires ahora, pero aquí viene el encantador de serpientes. Miré hacia arriba, directamente a los ojos de Brandon Charboneau. Subía la escalera a la cubierta superior, sosteniendo un plato de comida y una copa de vino.

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—Saludos a todos —dijo Brandon suavemente, levantando su copa de vino para brindar con nosotros.

—Brandon, ¿qué pasa? —dijo Christos con una sonrisa, levantando su copa—. No me di cuenta que estabas a bordo. —Estaba en la sala de calderas paleando carbón en los hornos — bromeó Brandon. Romeo sonrió esperanzado. —¿Te quitaste la camisa y estás sudoroso por el esfuerzo? Todo el mundo se echó a reír. —No, me temo que no —dijo suavemente Brandon. El padre de Brandon era dueño de la galería que había vendido las últimas pinturas de Christos. Brandon era moreno, alto, elegante, y muy guapo, pero había algo en él que siempre me molestaba. Brandon se sentó en el extremo de la cabina junto a mí y puso su plato de comida en la mesa. Su rodilla rozó la mía y brinqué. —Samantha, buenas noches —dijo con mucho encanto. Me sentía atrapada. Pero Christos estaba sentado a mi derecha, en caso de emergencia. Lo miré, preocupada de que estuviera irritado por la proximidad de Brandon, pero él se limitó a masticar un bocado de langosta y le sonrió a Brandon. Me encantaba eso de Christos. Parecía que nunca tenía celos, a diferencia del inútil de Damian, que siempre los tuvo. Christos era una inspiración. Me incliné hacia él con afecto y extendió su mano para acariciar mi antebrazo. Después de sonreírme, limpió sus labios con la servilleta, y me dio un beso cariñoso. Siempre me divertía como usaba Christos lo de ser chico malo y caballero en igual medida. Brandon alisó su servilleta en su regazo y los miró a todos. —Si no recuerdo mal, ¿eres Kamiko Nishimura, y tú Romeo Fabiano? ¿Estoy en lo correcto? —Les dedicó una cálida sonrisa a ellos. —¡Vaya, te acordaste! —Sonrió Kamiko. —Dirigir la galería requiere que recuerde un montón de nombres. — Sonrió Brandon y se inclinó sobre la mesa para estrechar su mano, luego la de Romeo. Creo que Romeo se desmayó. —No creo que nos hayan presentado —dijo Brandon a Jake y a Madison. —Jake Stratton. —Él y Brandon estrecharon firmemente sus manos. —Madison Lockhart.

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Brandon le estrechó la mano con suavidad.

—Encantado. —Sonrió. Suave como siempre. —Sr. Charboneau, ¿cómo está la galería? —preguntó cortésmente Kamiko. Creo que Kamiko todavía quería hacer una buena impresión en Brandon, en caso de que alguna vez quisiera vender su propio increíble arte a través de su galería. Y debido a que Brandon era atractivo, aunque fuera una serpiente con un traje caro. Además, estoy bastante segura de que Kamiko estaba enamorada de él. —Fabulosa —respondió Brandon—. Desde la exposición con entradas agotadas de Christos el año pasado, los nuevos clientes se han vertido a través de las puertas diariamente. —¡Eso es increíble! —dijo Kamiko. —¿Christos me dice que eres artista? —le preguntó Brandon a Kamiko. Ella se sonrojó. —Más o menos. —Kamiko es increíble —dije—. No dejes que su timidez te engañe. Brandon, tal vez podrías vender su trabajo en tu galería. Es lo suficientemente buena. —¡Sam! —protestó Kamiko—. ¡Ni siquiera pinto al óleo! —Ella se sonrojó, casi esperaba… que los signos de exclamación estallaran sobre su cabeza mientras su rostro se volvía caricaturesco como en uno de sus shows japoneses de anime. —Sam tiene razón —dijo Romeo en un tono de voz normal, tal vez por primera vez en la noche—. Kamiko realmente es híper-talentosa. —Aww, gracias, Romeo —dijo Kamiko. —Kamiko, tal vez deberías pasar por la galería —sugirió Brandon—. Trae tu portafolio. Me encantaría ver tu trabajo. —¿En serio? —Sonrió Kamiko—. Pero todo lo que tengo son acuarelas. —Tenemos una muestra anual de artistas contemporáneos que cuenta con todo tipo de medios artísticos. Kamiko se ruborizó con esperanza. —¿En serio? —Por supuesto. En cualquier momento, llama y programa una cita. —¡Guau! ¡Lo haré! —Sonrió Kamiko.

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Estaba emocionada por ella. Su arte era increíble, todavía pensaba que sería una vergüenza si nunca hacía algo con él. Sospechaba que no le encantaba la idea de convertirse en médica con la misma pasión que sus padres.

Estaba en una situación similar. Ellos querían que fuera Sam Smith, CPA. Pero lo último que soñé cuando era niña fue ser contadora. Al menos Kamiko ayudaría a la gente y salvaría vidas. Yo acabaría por terminar apuntando números alrededor. —Samantha, ¿por qué no le envías una pieza para la muestra? —animó Christos. —¿Qué? —Me sonrojé—. ¡No podría! ¡No tengo ninguna pintura! —Cualquier tipo de medio es aceptable —dijo Brandon—. Cuando estés lista, trae algo a la galería para que lo mire. La muestra está todavía a un par de meses de distancia. Miré a Christos, incierta. Me sentí como si estuviera subiéndose a mi cabeza. —Samantha, no te preocupes. Puedes improvisar algo totalmente a tiempo. —Christos para empezar me dirigió una sonrisa como si ambos fuéramos unos completos ganadores. Estaba tan confiado en mí, que era casi imposible que dudara. Mi amor por él crecía todos los días. A veces, parecía ser más grande a cada hora. —Está bien. ¡Lo haré! —Sonreí. —Esa es mi chica —dijo mientras me frotaba el hombro—. Sé que totalmente lo lograrás. Quizás mi propósito de Año Nuevo necesitaba ser que en un par de días vaya a la Oficina de Registros para cambiar mi especialidad a Arte, sin importarme lo que dicen mis padres, a la mierda la Guerra Mundial Smith. Todos terminaron de comer sus cenas durante la conversación. La comida realmente era increíble. —¿Alguien quiere mirar el resto del barco? —sugerí. —Totalmente. —Madison estuvo de acuerdo. —No puedo esperar a espiar a través de los botiquines de Tiffany —dijo Romeo con picardía—. Probablemente consiguió un montón de drogas. —Tengo que despejar mi cabeza —dijo Jake poniéndose de pie. —Asegúrate de no rompértela —bromeó Madison—. El inodoro de Tiffany probablemente cuesta más de lo que ganas en todo el año. Jake sonrió. —Si en marzo gano Mavericks, entonces tendré un montón de dinero extra.

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—Amigo —Christos se quedó boquiabierto—, ¿finalmente lo invitaste a surfear en Mavericks? ¿Por qué no me dijiste a mí? —Arrojó sus brazos alrededor de Jake, dándole una palmada en la espalda.

—Hermano, geniales tus jets —se rió Jake—. Soy el número siete en la lista de suplentes. ¿Quieres ir a romper algunas rótulas, asegurándote que me sumo a la lista? —bromeó—. Solo tenemos que dejar fuera de juego a siete tipos, y estaré totalmente dentro. —Dame la lista de nombres —sonrió Christos—, y haré que suceda. Todo el mundo se echó a reír mientras gravitaban hacia la escalera que conducía a la cubierta principal, salvo Brandon. —¿Christos? —preguntó Brandon—. ¿Te importa si hablo contigo un momento? —Claro —le dijo Brandon. A mí me dijo—: Te alcanzaré en un segundo. —Está bien —dije—. Muchachos, vamos. Seguí a Madison, Jake, Romeo y Kamiko por la escalera a la cubierta principal, dejando a Christos a solas con Brandon.

Chistos Samantha me saludó cuando ella y todos los demás dejaron la cubierta superior. Quede solo con Brandon. Caminamos casualmente a la barandilla en la parte posterior de la cubierta superior que daba a aguas abiertas. Mientras conocía al tipo, nunca era lo que llamaría un verdadero amigo. Mi familia conocía a su familia y habíamos hecho negocios juntos. No me gustaba el tipo. Pero ¿realmente le gustaba yo? Cambiaba a cada minuto, dependiendo de su agenda. Podía ser un buen aliado un segundo, o al siguiente el cardo espinoso en calcetines cuando estabas tratando de correr un maratón. —Christos —sonrió cálidamente Brandon, levantando su copa de vino —. Tengo que felicitarte, las ventas de tu primera exposición individual no fueron nada menos que asombrosas. —Hizo tintinear su copa de vino conmigo. —Gracias, viejo —le dije bebiendo mi vino, preguntándome a dónde iba con eso. Brandon siempre tenía un ángulo.

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—Ahora estoy recibiendo llamadas de nuevos compradores casi a diario. Clientes de las celebridades, coleccionistas famosos, muchos de ellos internacionales. Christos, ahora mismo estás de moda. Los compradores

influyentes que dictan el mercado de arte quieren tus pinturas, y las quieren ahora. ¿En cuánto tiempo crees que puedas tener lista una nueva exposición? Estoy seguro de que podemos duplicar los precios de la última vez y vender todo. Los ojos de Brandon parpadearon con signos de dólar. Allí estaba el ángulo. Me había roto el trasero para producir en serie nuevo trabajo. No tenía duda de que Brandon estaba enamorado de la idea. Pasé mi mano por mi barba y suspiré pesadamente. Verificación de la realidad. Esta era exactamente la misma mierda que convirtió a mi padre de artista en alcohólico. Consiguió quedar atrapado en atender a un montón de imbéciles ricos que no daban una mierda sobre él. Solo querían decir que tenían un original Nikolos Manos colgando en sus mansiones. Casi como que querían un pedazo de él, como una mano o un pie, clavado a la pared por encima de sus chimeneas, como un sacrificio humano. Mire, todo el mundo, todos querían poder decirles a sus presumidos amigos, aquí cuelga el cuerpo de Nikolos Manos, y yo lo poseo. Mierda. Podría cortarme mi propia cabeza, acomodarla en un plato de madera, y hacer que Brandon la vendiera por un millón de dólares. Sería el artista más famoso en la historia con un truco como ese. Todo lo que Van Gogh tuvo que hacer fue perder una oreja. Imagínate lo que sería tener toda mi cabeza. Suspiré pesadamente. —Christos, quiero saber lo que necesitas —dijo Brandon con gusto, como si hiciera cualquier cosa por mí, como si no fuera por el dinero, como si todo lo que le importara era un poco del viejo yo. —¿Suministros? —continuó—. Me aseguraré de que tengas todo lo que necesitas directamente de la Casa de Spiridon. ¿Modelos de arte? Puedo llamar a algunas agencias de modelaje en Los Ángeles y conseguir algunas caras frescas. Las caras nuevas siempre venden pinturas. Lo que necesitaba era un descanso de su argumento de venta. Estaba haciendo girar mi cabeza. —Pero hay una cara que creo que tienes que pintar más que cualquier otra —dijo maliciosamente. Sabía dónde esto iba. —Sí, ¿la de quién? —Sonreí.

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—La de Samantha.

Arqueé una ceja. Lo odiaba cuando la llamaba Samantha. Sabía que era el único que la llamaba así. —Ya te lo dije antes —continuó—, necesitas a tu Mona Lisa, a tu Joven de la Perla. Samantha es esa chica. De repente, ¿por qué tuve una mala sensación? —No creo que vaya a querer posar para una pintura —dije. Brandon me escrutó con astucia. Vi los signos dólar en efectivo registrarse detrás de sus ojos. —No importa —dijo con calma—. Llamaré a L.A. Encontraremos los rostros para que los pintes. Lo más importante es que mantengamos tu impulso. Me reí entre dientes. —Tengo que mantener a los animales alimentados. masticaría mis dedos.

—Antes me

¿Por qué sentía como que las cadenas de oro de mi carrera artística se convirtieron en un lazo dorado alrededor de mi cuello? Ah, sí, porque mi padre era un artista famoso, acabó con mi familia y casi lo mata la bebida. La pregunta era, ¿sería el siguiente? Enmienda eso. A este ritmo, con Brandon respirando en mi espalda, la única pregunta era: ¿Cuándo? Hombre, pensé que tenía problemas cuando mi trasero había sido arrastrado a la cárcel hace tres meses. Resultó, que la mierda apenas estaba comenzando. Tiré de nuevo de mi copa de vino y la vacié de un solo trago.

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Necesitaba otra maldita bebida.

Samantha

P

or las siguientes horas, todo el mundo tuvo un buen momento en el barco. El buffet en la mesa del comedor fue sustituido por una elaborada colección de deliciosos postres. Madison, Kamiko y yo teníamos ojos más grandes que nuestros estómagos y queríamos probar cada uno. Afortunadamente, Christos y Jake estuvieron felices de engullir lo que no terminamos. Romeo evitó los postres a pesar de su deseo, citando el mantenimiento de su figura de chica. Circulamos entre las personas a bordo y resultó que no todos las amigas de Tiffany eran perras presumidas como ella. Fue mucho más divertido de lo que había esperado. Cuando se acercaba la hora de la media noche, todos se reunieron en la sala de estar en la cubierta principal. Globos oro y plata ahora adornaban la habitación. Recortes de papel de aluminio que decían “FELIZ AÑO NUEVO”, colgaban del techo en varios lugares. La gente pasaba alrededor con bolsas de matracas que contenían silbatos y artículos clásicos, cornetas de fiesta cubiertos de brillo, matracas de plástico y bolsas de confeti en forma de botellas de champán. Tomé uno de los tubos de confeti. Siempre eran mis favoritos. Romeo agarró dos cornetas dorados de fiesta y se los puso en la nariz. —¡No estornudes sobre ellos! —bromeé. Me guiñó un ojo. —Qué quieres decir, ¡pensé que así es como funcionaban! —Les dio un rápido resoplido y jadeó débilmente—. Eso fue patético. Creo que necesito soplar con más fuerza. —Aspiró un gran aliento, a punto de estallar. —¡No, no! —declaró Kamiko. —Es broma. —Sonrió Romeo. Madison y Jake tenían un brazo alrededor del otro y estaban ocupados en un duelo con unos trozos de plástico, riendo histéricamente. Estaban retándose entre sí. Christos deslizó sus brazos alrededor de mí.

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—¿Me agarraste un objeto que hace ruido? Quiero totalmente una de esas latas bocinas de aire.

—Eres un chico. —Le sonreí—. Siempre tienes que tener el más grande, lo más fuerte en la habitación, ¿no es así? —Por eso te elegí —bromeó. —¿Estás diciendo que soy grande y fuerte? —Sonreí. —Ruidosa tal vez, pero la única cosa importante de ti es tu corazón, agápi mou. Lo miré a los ojos. Tan azules, tan preciosos. Su exquisita sonrisa se ensanchó sobre sus dientes parejos. Mi cuerpo se llenó de calor cuando él se mordió el labio inferior. Quise totalmente mordisquear su labio yo misma. Él se inclinó para darme un beso rápido. Los dos tipos vestidos de blanco y negro circularon por la cubierta principal con bandejas cargadas con copas de champán. Tiffany tintineó un vaso con un tenedor para captar la atención de todos. Era tan apropiada para una fiesta. —¡Tomen un poco de champán, todo el mundo! —Empezó a aplaudir—. ¡Es casi medianoche! —Estoy bastante segura de que había sido capitana del equipo de porristas de la secundaria, con base en su tono de voz y entrega. Probablemente llevaba pompones en los bolsillos, en todo momento, en caso de una emergencia de alegría. Christos tenía su brazo alrededor de mi cintura mientras los camareros se acercaban y ambos agarramos un vaso. —¿Esperamos hasta la medianoche para beber? —le pregunté. —Haz lo que quieras, agápi mou. No hay manera correcta de celebrar. Eché un vistazo alrededor de la habitación y vi algunas personas bebiendo su champán mientras otros esperaban pacientemente. Decidí esperar, como Christos. De alguna manera, parecía más especial si bebíamos juntos al filo de la medianoche. —¿Descubriste cuál será tu deseo de Año Nuevo, Sam? —preguntó Romeo. —Oh, no sé, no había pensado en ello. —Yo sé cuál es el mío —ronroneó Christos. —¡Dilo! —dijo Romeo—. ¡Soy todo oído! Asintió hacia mí. —Ella está aquí. Fruncí el ceño.

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—No lo entiendo.

—Yo lo entiendo totalmente —dijo Romeo con confianza—. Te lo hará por el Año Nuevo, ¿Verdad, Christos? —¡Romeo! —espeté. Cuando se rio entre dientes, le di un manotazo en su brazo. —¡Alto! Él sólo se rio. —¡Lo dijo Romeo! Christos y yo todavía no habíamos tenido sexo, pero vaya, ¿Romeo tiene que hacer un titular nacional de eso? SAMANTHA SMITH, LA ÚLTIMA VIRGEN DEL COLEGIO EN AMÉRICA. Me imaginé esas fotos en revistas de chismes de la tienda de comestibles y a él corriendo vergonzosamente junto a las cámaras de los paparazzi. —No seas tímida, Sam —dijo Madison—. No es la gran cosa. Puse los ojos en blanco. —Es fácil para ti decirlo, Mads. Tú y Jake probablemente… —me detuve en corto. —¿Qué? —rio. —Sabes —moví mi cabeza y arqueé las cejas—, lo haces... —dije tímidamente. ¿Por qué me sentía tan tímida a la hora del sexo, de repente? Tal vez porque sentía que en un futuro no muy lejano, lo tendría por primera vez yo misma, con el hombre que amaba. Me estremecí placenteramente con el pensamiento. —¿No es linda? —dijo Romeo en voz de bebé—. ¡La pequeña Samantha se va a convertir en la entrega de la tarjeta V para Año Nuevo! Una risita del grupo de Madison, Jake, Romeo y Kamiko se produjo a costa mía. ¿Por qué la frase “entregar tu tarjeta V” siempre me hace imaginar a un árbitro de la NFL en rayas blanco y negro, soplando un silbato? ¡TWEEEEET! Ambos brazos subieran por encima de su cabeza. ¡La patada fue buena! ¡Samantha Smith ya no es virgen! ¿Y por qué fue una patada? ¿Cómo si estuviera acostada en el campo de fútbol, sobre mi espalda, a la espera de que el pateador termine antes de dar su patada entre mis piernas?

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Me estremecí. ¿No había un término mejor para eso? Como: ¿Recibimiento de Celebración de la debutante? Quiero decir, “Entregar la tarjeta V” era tan romántico como “Ganar la Mega follada V en las apuestas del Sorteo”.

Negué, tratando de aclarar el desagradable pensamiento. Lo siguiente que supe es que estaba imaginando a Christos y a mí desnudos en la cama juntos de una manera más tradicional y romántica. Mi corazón se aceleró y todo mi cuerpo se ruborizó con calor eléctrico. Quería abanicarme a mí misma, pero opté por el parpadear lejos de mi fantasía y estimulación. No había necesidad de llamar más la atención. ¿Entonces por qué la pandilla sonreía y me miraba? ¿Estaban leyendo mi mente, o qué? Normalmente, me daba el gusto de tener fantasías privadas en mi dormitorio con Christos. No con mis mejores amigos escrutándome con sonrisas expectantes. Podían también haber rodeado mi cama mientras él y yo finalmente hacíamos la escritura. De repente me imaginé a Romeo sosteniendo un cuadro de mando como un juez de patinaje artístico cuando compartiéramos nuestro primer orgasmo mutuo. Él diría: —¿Fue bueno para ustedes dos? ¡Porque sé que fue bueno para mí! Hice una mueca. —¿Qué? —preguntó inocentemente. Me atraganté una carcajada. —Oh, no quieres saber. —Oh, nosotros sí —reprendió Romeo. Él lo haría. Todos los ojos estaban todavía en mí. Necesitaba desesperadamente una distracción. Ahora habría sido el momento oportuno para que nuestro yate golpeara un iceberg. Desafortunadamente las aguas frente a la costa de San Diego en general, estaban libres de iceberg, por lo que entendía. —¡Es casi medianoche, chicos! —vitoreó Tiffany—. ¡Prepárense para la cuenta atrás! Por primera vez desde que la conocí, podía decirme honestamente a mí misma, gracias a Dios por ella. —Diez, nueve, ocho... —empezó. La multitud se unió a ella. —Siete, seis... —dijeron todos a coro. Miré hacia Christos. La calidez de sus ojos me envolvió mientras me sentaba en su pecho duro como una roca. —Cinco, cuatro... Christos se inclinó, sus labios sueltos y llenos, a punto de besarme.

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—Tres, dos, uno...

El universo desapareció mientras nuestros labios se encontraban y nos sumíamos en el otro. Aumentado por el momento, fue posiblemente el beso más intenso que jamás había experimentado. —¡Feliz Año Nuevo! —todo el mundo gritó. Los cuernos y silbidos volaron, las matracas resonaban, y las botellas de champán estallaron y el confeti se disparó alrededor de la sala, a la vez que globos se rompían y el cuarto entero le aplaudió al 2014. Estaba a punto de perder los sonidos a mi alrededor mientras él profundizaba el beso, sumergiéndome en un océano de amor. Me consumía, tomando mi alma a la suya. Dejé que me devorara por completo con sus labios. Di todo de mí misma en ese beso y él lo sintió. Su hambre por mí era palpable. Su lengua se burló con la punta de la mía. Mi corazón se aceleró y mi pulso latió con fuerza desde mi cabeza a los dedos de mis pies. Pasé la mano por el fino material de suéter cubriendo las ondulantes abdominales de Christos. Tomé su cinturón y tiré de él hacia mí. Lo deseaba. Ahora mismo. Su lengua se deslizó más profundamente en mi boca. ¡Oh Dios mío! ¡Oh mi Christos...! El hecho de que sintiera un bulto en sus pantalones vaqueros presionados en mi estómago tenso puede haber tenido algo que ver con mi intenso deseo. Sin hacer caso de la caótica multitud a mí alrededor, me persuadí por la repentina lujuria de llevar mis manos a su cinturón y deslizar los dedos por sus abdominales como una tabla de lavar y por su pantalón mientras continuábamos nuestro beso. Aunque nuestro apasionado beso casi atrajo mi atención, algo tiró de mi conciencia. Mis dedos estaban ahora sumergidos oficialmente en aguas desconocidas. Mis manos nunca habían estado tan cerca de Christos. Las señales de hormigueo en mis dedos eran como mensajes de sonar que enviaban imágenes mentales nebulosas a mi cerebro. Mi mano se sumergió más profundamente y pasé los dedos a lo largo de un sumergible de terciopelo rígido. Oh. No estaba en absoluto preparada para ello. Al parecer, tampoco lo estaba Christos. Él sufrió un espasmo y contuvo la respiración sibilante, pero nuestros labios se mantuvieron juntos. Una impresión visual diferente penetró en mi cerebro, encendiendo mi centro de deseo.

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En una palabra. ENORME.

No es que tuviera mucha experiencia en ese departamento. Más allá de mis caricias recientes, pero breves, con destino a la hombría de Christos mi único marco de referencia en el departamento de tocar había sido recoger bananas de mamut o pepinos maduros en el supermercado, o tal vez como ardillas hasta troncos de árboles cuando niña, porque eso era lo grande que parecía para mí. Reí para mis adentros, comprendiendo que emparedado había en medio de la palabra de pepino estaba la palabra combinado. ¡Vayaa! ¡Me estaba convirtiendo en una mujer Romeo! Retiré mi mano de los pantalones con exquisita lentitud, deslizándola hacia atrás hasta la parte inferior de su cincelado paquete de ocho. Su plumoso pelo ahí abajo me hizo cosquillas en los dedos. Esa sensación causó que todo mi cuerpo temblara en brazos de Christos. Después de que mi agradable estremecimiento pasó, miré sus ojos voraces. Estaba tan lista para que me devorara... Pero nos encontrábamos en el yate de Tiffany, rodeados de jolgorio y de mis amigos más cercanos. Mi tarjeta V tendrá que esperar. De mala gana interrumpí el beso y acurruqué mi mejilla en su pecho. Deslicé mis manos alrededor de su cintura y acaricié su espalda. —Te amo —le susurré. Estaba segura de que mis palabras se perdieron en el estruendo de gritos de todo el mundo y en todos los objetos que hacían ruido estridente. Besó la parte superior de mi cabeza. —Yo también te amo —susurró Christos—. Feliz Año Nuevo, ágape mou. Miré fijamente sus amorosos ojos. —¿Pediste un deseo de Año Nuevo? —preguntó. —Sí —dije bajo. —¿Te importaría compartirlo? Hice un gesto con la cara tímidamente. —No en este momento. —Aww, vamos. ¿Sólo una probadita? Me muero por saberlo. —Digamos que... —Sonreí—. Que tiene algo que ver con el anfitrión de un concurso. La sonrisa de Christos se ensanchó y sus hoyuelos aparecieron. Me puse de puntillas y lamí un hoyuelo, luego el otro, antes de que él picoteara suavemente mis labios. Estaba perdidamente enamorada de este hombre.

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Suspiré contenta. Esta era la mejor noche de Año Nuevo que jamás había tenido. Nada podría arruinarla.

Mi 2014 sería una roca, estaba segura de ello. Me encontraba tan arrastrada por el momento, que casi completamente perdí las dobles dagas que Tiffany me estaba dando con su mirada. Las celebraciones del año nuevo estaban en su apogeo. Resultó que había altavoces ocultos por todo el yate de Tiffany, así que cuando alguien movía las melodías mezcladas de la fiesta, todas las superficies planas del barco se volvían una pista de baile improvisada. Christos y yo estábamos en la cubierta de madera en la planta superior del barco, bailando como locos, riendo y girando bajo la luna y las estrellas. Romeo y Kamiko subieron las escaleras, bebidas en mano, y bailaron junto a nosotros. —Son tan lindos juntos —les dije sarcásticamente. —Es una pena que se sienta como bailar con mi hermana —bromeó Kamiko. Romeo plantó un beso descuidado grande y gordo en su mejilla. —Soy la hermana mayor que te gustaría tener, querida. —¡Qué asco! Besas como un pez —exclamó Kamiko—. ¿No hay caballeros disponibles en este barco? —Aquí viene uno ahora —murmuró Romeo mientras Brandon subía las escaleras—. ¿Dónde está tu cita, Brandon? —preguntó sugestivamente. El otro se rio entre dientes. —Vine solo. Romeo se inclinó hacia mí y susurró: —Me encantaría ser su bolsa de despedida de soltero. Es la época de celo, ¿no es así? Me reí en la palma de mi mano. —Aquí —dijo Romeo—. Dejaré de bailar con mi pareja. —Agarró a Brandon de la mano y prácticamente tiró de Kamiko a sus brazos. —¡Romeo! —espetó ella, tropezando con sus tacones. Su vestido cedió mientras Brandon la agarraba y la giraba con suavidad, estilo swing. —¿Te importaría si tengo este baile? —preguntó sin perder el ritmo. —Ehhh... —Kamiko tenía los ojos abiertos de emoción y vergüenza. Brandon se fue mientras ella se ponía a caminar con él. En realidad se veían muy bien juntos, aunque él se alzaba sobre ella. Kamiko lanzó una mirada de incredulidad cruda hacia mí y Romeo. Silenciosamente pronunció las palabras.

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—¡No puedo creer que estoy bailando con Brandon!

—Agradécemelo más tarde, querida —sonrió Romeo. En cuanto a mí y Christos, dijo—: ¿Puedo tener este baile? —¿Eh? —dije—. ¿Quieres bailar conmigo? —No, ¡bribona loca! ¡Quiero bailar con tu novio! —Por qué no. —Rio él. Antes de que pudiera protestar, Christos agarró a Romeo por la cintura y lo condujo a un círculo como un bailarín de salón. —¡Seeeeee! —gritó Romeo mientras sus ojos se disparaban con deleite. Christos rió y lo soltó después de un par de giros de buen carácter. Romeo literalmente se hundió, sentándose y se hizo bolita en la cubierta. —Creo que he muerto he ido al cielo, Sam. Todo el mundo se echó a reír, incluso Brandon. —Creo que necesito otra bebida o seis —dijo después, poniéndose en pie—. Ayúdame Sam, es lo menos que puedes hacer después de robar al hombre más caliente del planeta de mi codicioso alcance. —Ya regresamos —le dije a Christos. —No te preocupes —dijo él—. Cortaré a Brandon en una segunda bebida. Está teniendo un poco demasiado de diversión con Kamiko. —Están peleando por ti, Kamiko —dijo Romeo—. Disfrútalo mientras dure. Lo seguí por las escaleras a la cubierta principal. Caminamos hasta la cocina, donde vasos eran llenados con bebidas. Tuve una recarga en mi champán, pero Romeo quería una bebida mezclada. Creo que era una excusa para que coqueteara con el hombre atendiendo el bar en blanco y negro. Me acerqué a la terraza de atrás del piso principal para disfrutar de la vista. No sabía hasta qué punto estábamos de la costa, pero no veía ninguna luz en absoluto, ni siquiera el resplandor de las luces de la ciudad más de San Diego. Sólo las estrellas del cielo brillaban en el vasto océano que nos rodeaba. Después de un tiempo, decidí encontrar a todos dentro. Me di la vuelta y casi tropecé con Tiffany mientras caminaba fuera de la cabina principal. —Tú —se burló—. ¿Por qué no puedo deshacerme de ti jamás? Mi estómago se retorció ominosamente. —Hola, Tiffany —dije tratando de sonar amable, con la esperanza de meterme en su gusto. Ella me miró en respuesta.

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Está bien. No estaba segura de qué decir.

—Umm, esta es una gran fiesta, Tiffany. Y realmente tienes un hermoso barco. —Es un yate —me corrigió. —Bueno, es realmente agradable. Y la cena fue muy agradable también. Todo estuvo totalmente delicioso. —Recordé con una sonrisa nerviosa. —¿Qué pasa contigo? —dijo entre dientes. —¿Eh? —Estaba confundida. ¿Cómo se las arreglaba para siempre hacerme sentir como una idiota insignificante, sin importar lo que pasara? Creo que era su súper poder. —¿Por qué tuviste que venir y arruinarlo todo? —gruñó. —¿Qué? Yo no… —Primero Christos, después Brandon. —No estoy con Brandon —dije a la defensiva. —Veo la forma en que te mira. —Me lanzó una mirada lasciva. —No estoy interesada en Brandon. Estoy con Christos. —¿Te crees todo eso, perra estúpida? —espetó interrumpiéndome. Perra. Ella continuó su diatriba. —¿Viniendo a mi mundo a coquetear con Christos? ¿Crees que es tan fácil? Estás jodidamente mal, sucia mujerzuela. —Tiffany tenía colmillos ahora—. Estoy segura de que cediste ante él aquel día en que se reunieron, igual que cualquier otra puta ha hecho. Zorra. —Eso no es cierto. Me interrumpió con desdén. —Eso es todo lo que quiere de ti, o de cualquiera de ellas —dijo entre dientes—. Porque eso es todo lo que tienes para dar. Sólo tu sucia y prostituta vagina. Sostuve mi jadeo. Estaba borracha. No seguiría su torrente de insultos.

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—Soy la única lo suficientemente buena para Christos. —Arrastró las palabras—. No mantendrá el interés en ti por mucho tiempo. —Sostuvo su copa de champán en la mano y extendió un dedo acusador hacia mí. Con cada frase movía la mano hacia adelante, causando que el champán chapoteara en el interior de la copa—.Tan pronto como haya tenido su diversión contigo, y te puedo decir que no eres nada más que una

perra viscosa que no necesitará mucho tiempo, pasará a la siguiente, y a la siguiente. Hasta que, finalmente, se lo imagine. ¿Se lo imagine? Me pregunté. —Tarde o temprano —se burló—, el juego cansará a Christos y terminará conmigo, donde pertenece. No. Contigo. —Señaló con el vaso sus últimas palabras y el champán se derramó sobre el borde. La máscara triste de desesperación en su rostro era horrible. Nunca la había visto tan fea. Su sudorosa embriaguez y maquillaje corrido la hacían parecer aún peor. Frunció el ceño, pero detectaba más que ira desbordante bajo sus contorsionados rasgos. Era obvio que el deseo frustrado estaba torturando a Tiffany en su alma, pero no creía que la angustia del amor insatisfecho la devorara. Era su codicia, su lujuria por la única cosa que no podía tener. No tener a Christos la estaba matando. Se balanceó perezosamente y un regate final de champán salpicó sus zapatos. —Me arruinaste mis zapatos, puta grosera. Puta. No iba a dejar que me afectara. No iba a llevarme de vuelta a mi pasado. Perra. zorra. Puta. Era más fuerte que ella. Apretó los labios y dijo—: Estos Louboutins cuestan más que tu auto, tú idiota. Fuera de mi barco. —¿Qué? ¡Estamos en el medio del océano! —Ya me oíste, ¡sal de mi barco! —Se abalanzó sobre mí. Yo la esquivé y tropezó con el pasa manos. —¡Uf! —Se dobló sobre la barra de metal y casi se acercó al borde. Agarré la parte posterior de su vestido. —¡Tiffany! ¡Cuidado! —Si no la hubiera atrapado, habría caído de cara a la cubierta de popa en la parte posterior de la embarcación, ocho metros más abajo. —¡Suéltame, hija de puta! —Se dio la vuelta y me dio una bofetada en la cara. ¡CRACK!

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Sonó como un disparo de pistola. Me tambaleé hacia atrás, mi cara me picaba. Me imaginaba la impresión de su mano en color rojo que se formaría inevitablemente en mi mejilla. Estaba mortificada. ¿Acaso este yate tenía algún botes salvavidas? Necesitaba abandonar el barco. Sosteniendo

mi mejilla, retrocedí un paso y tropecé con Madison. Romeo estaba de pie junto a ella. Me dio una mirada de simpatía. —Lo siento, Sam. No te merecías eso —me consoló. —Gracias, Mads —susurré, Romeo murmuró por lo bajo.

todavía

en

estado

de

shock.

—Esa vagina rabiosa no tiene clase, no importa lo extravagante que sea su yate, o cuánto dinero tenga. Tiffany se apoyó en la barandilla. Luchando por mantenerse a sí misma en sus borrachos pies. Romeo dio unas palmaditas en mi hombro. —Olvídate de esa tarada. Tiffany miró, luego dobló sus uñas hacia mí. Parecía a punto de lanzarse de nuevo. Madison se puso delante de mí. —Relájate, Tiffany. Tuviste demasiado de beber. Ella la ignoró. Su vista estaba todavía totalmente centrada en mí. Se balanceó inestablemente en sus pies, sopesando sus probabilidades, o demasiado borracha para golpear. Madison apretó sus menudos puños y gruñó: —Retrocede, Tiffany. Te lo advierto. —Ahora tenía su atención. —Tú no eres mejor que ella, puta estúpida —silbó hacia Madison. —¿Todo está bien? —dijo Christos mientras pedaleaba por las escaleras desde el piso superior. Kamiko siguió. —¿Qué pasó, chicos? —Eh... —Me quedé sin palabras. Tiffany se detuvo en seco. La expresión de angustia que cruzó por su rostro mientras contemplaba a Christos, casi me rompió el corazón. Pobrecilla. Pero todo estaba terminado con ser compasiva con ella. Cuando alguien intenta sacarte los ojos, es el momento de renunciar a la buena voluntad y dejar las cosas con educada lástima. Todo el mundo la rodeó. Me sentí como si estuviera presenciando una especie de ceremonia de rehuir del viejo mundo donde todo el mundo oficialmente despreciaba a la musaraña del pueblo por haber llevado las cosas un paso demasiado lejos.

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Christos se acercó a mí y yo envolví mis brazos alrededor de su cintura, sosteniéndolo. Él pasó un brazo protector sobre mis hombros.

—¿Qué pasó, Samantha? —preguntó Christos, viendo la situación. Me pareció oír un forcejeo aquí abajo. Apoyé la mejilla contra su pecho punzante, ocultando la evidencia roja de su ira. —No es nada —le susurré. Los ojos de Tiffany se llenaron de lágrimas. Una máscara pesada de pánico extremo y profundo de miseria pasó por ella. Tenía la cabeza hundida entre los hombros. Irrumpió allá de la multitud que se había formado en la parte posterior de la cubierta para mirar boquiabiertos la escena. Se estrelló pasando la sala de estar y luego hizo su camino por la estrecha escalera al lado de la cocina. Podías haber oído caer un alfiler, la multitud estaba tan silenciosa. El sonido de un portazo en la planta baja rompió el silencio por un momento, pero volvió mientras todo el mundo se quedaba boquiabierto sin palabras uno al otro. Tenía la esperanza de que se quedara encerrada en la habitación en la que sea que se había retirado por el resto del viaje. ¿Por qué tenía la sensación de hundimiento de que todo lo que Tiffany hizo, esta noche o en los días por venir, era para asegurarse de que el viaje de todos terminara en el fondo del mar? Sólo recé porque no fuera el mío.

Samantha Cuando la conmoción se calmó y Christos me tranquilizó hasta que estuve bien, todos nos reunimos con la multitud dentro. Debido a que el alcohol había estado fluyendo por un tiempo, no pasó mucho tiempo para que cada uno reavivara el ambiente de fiesta. La conversación siguió, y pronto la sala principal estaba llena de la risa de la celebración y de alegría. La oscura bruma que había sentido después de la explosión de Tiffany se desvaneció de mi memoria. Un par de copas más ayudaron a alejar las malas vibraciones. Estaba de un humor descarado. —¿Estás lista para husmear por el resto del barco? —preguntó Romeo con picardía—. ¿Mientras la malvada bruja está dormida? —Me reí. —¿Por qué no? Tal vez encontremos su espejo mágico o su caldero burbujeante.

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—O tritones atrapados en la bodega de carga. —Kamiko arrastró las palabras, y luego hipó—. Los tritones son calientes. Requiero los servicios de mi propio tritón personal en este momento —dijo vigorosamente.

—¿Estuviste bebiendo, Kamiko? —Romeo se quedó sin aliento. Sus párpados estaban a media asta y sus mejillas brillaban rojas. Con el ceño fruncido, dijo: —¿Jodidamente qué? Es la víspera de Año Nuevo, y no soy la que está conduciendo el barco. Madison y yo nos echamos a reír. —¡Dios santo! —dijo él en fingida ofensa—. ¿Quién sabía que Kamiko fuera tal borracha? Hicimos nuestro camino por la estrecha escalera de caracol al lado de la cocina. Una serie de puertas cerradas rodeaban el pasillo de la planta baja. —¿Cuántas habitaciones tiene este maldito yate? —susurré. Saber que Tiffany estaba abajo en algún lugar me tenía vagamente preocupada. De repente me sentí como si estuviera en una de esas películas de monstruos atrapados en el mar y algunos reptiles de aguas profundas como ella pudiera estallar a través de una de las puertas de la cabina en cualquier momento, rugiendo y embravecido como una “tiburona” desdeñada. Todos estaríamos atrapados bajo cubierta mientras ella se arrastraba y arrancaba las cabezas de todos. —Está muy tranquilo aquí —murmuró Kamiko—. ¿Crees que Tiffany esté muerta? —Podemos esperar eso —dijo Romeo. Una puerta al final del pasillo se quedó entreabierta. Miré en el interior, esperando verla tendida en la cama, ya sea muerta o durmiendo borracha. No, la habitación estaba vacía. Los cuatro nos arrastramos dentro. Cerré la puerta y a tientas subí el interruptor de la luz. La habitación era hermosa. Debía ser la suite principal. —Esto es mejor que la mayoría de los hoteles en los que he estado — dijo Madison. Romeo encendió las luces del cuarto de baño. —Dios mío —dijo Kamiko—. Tienen un bidé en su barco. —Ese bidé es más grande que mi bañera —dijo Madison. —Mi dormitorio no tiene ni siquiera bañera —mencionó la otra amiga con nostalgia. —Tiffany es aterradoramente rica —dijo Madison—. Uno pensaría que sería menos de puta con tanto dinero, pero supongo que no funciona de esa manera.

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Metí la cabeza en el baño.

—Tenemos que irnos, chicos. No hay nadie más aquí abajo. —Romeo se volvió y salió primero del baño. —Miren eso —avisó Romeo, observando el gran cuadro sobre la cama de matrimonio—. Esa es la pintura de Tiff del Quiff. —¡La que Christos vendió en la galería de Brandon! —espetó Kamiko. Me había olvidado totalmente de ella. No bromeaba cuando nos había dicho que la pondría en su yate. La pintura la representaba en bikini, descansando junto a la piscina de borde infinito detrás de la mansión de su padre. La noche de la muestra de Christos, Tiffany se había jactado de que su padre había pagado veinticinco mil dólares por él. Romeo se acercó a la cama, haciendo caso omiso del hecho de que todavía llevaba sus zapatos. —¿Qué estás haciendo, Romeo? La colcha se juntó alrededor de sus pies.

—di

un

grito

ahogado.

—¡Vaya! —dijo, dando una vuelta de tuerca a las cubiertas arrugadas con sus zapatos. —Sabes, Tiff debería hacer que los sirvientes fijen la cama —dijo Kamiko secamente. Romeo lo consideró. —Tal vez se enojen lo suficiente que decidan envenenarla en su sueño. —Corrió en su lugar varios pasos, desgarrando las sábanas. —Bájate de la cama, Romeo —dijo Madison. Él no le hizo caso. —Siempre pensé que esta pintura necesitaba un toque final. Un broche de oro, si quieres. —Sacó un rotulador negro de su bolsillo. —¿De dónde sacaste eso? —pregunté preocupada. —¿Qué, el rotulador? Un artista siempre está preparado. —Destapó el marcador negro y se inclinó hacia la pintura, con un brazo apoyado en la parte superior del marco de la imagen. —Romeo —le advertí—. Debes parar ahora. Kamiko y Madison tenían los ojos muy abiertos, pero nadie parecía estar saltando para salvar la pintura de Tiffany. No podía culparlos. —¡No, Romeo! —supliqué a medias. Bueno, eso hizo saltar mi corazón. —No te preocupes, querida Sam —dijo él—. Es soluble en agua. —Pero, ¿y si no se quita? —pregunté.

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Kamiko de repente se volvió viciosa.

—Tiffany ha sido una perra total contigo toda la noche, Sam. Estaba tratando de sacarte los ojos y tirarte al océano. Se lo merece totalmente — argumentó—. Hazlo Romeo —lo incitó—. A menos que las albóndigas entre tus piernas se hayan convertido en bolas de algodón. Romeo nunca se quedaría atrás en un enfrentamiento cómico. —Muy divertido, Kamiko. Estoy seguro de que tus bolas gigantescas de dama oscilan entre tus piernas como las nueces mojadas de un gorila. De todos modos, no veo la pluma en tu mano, Zorro. —Eres el Gay Blade por aquí, no yo. Hubo una pausa embarazosa antes de que Madison, Kamiko y Romeo se rieran a carcajadas. Vaya, todos estaban borrachos. Esta situación estaba ahora oficialmente fuera de control. Estaba rodeada de idiotas ebrios. Romeo estaba a punto de reanudar su práctica de caligrafía cuando lo agarré por el brazo. Él me esquivó, casi cayéndose de la cama, pero se contuvo. —Ten cuidado, Sam, el artista está trabajando. —Inclinó la cabeza de lado a lado, examinando la pintura en preparación—. Esa Tiffany es un ejemplo de puta total. Estuve totalmente de acuerdo. —Es como una de esas villanas del melodrama —continuó—, pero la pintura de Christos realmente no captó eso. —Se inclinó hacia delante e hizo una pequeña línea de color negro, con curvas. —No lo sé, tal vez es demasiado —le dije con nerviosismo, segura de que seríamos atrapados. Alcancé su brazo de nuevo, pero me ignoró. —Espera —se quejó—. Tengo que conseguir la vuelta justa. —Apretó su monóculo en la cuenca de su ojo. Su lengua sobresalía de la comisura de su boca mientras garabateaba la otra mitad del bigote en la pintura de la cara de Tiffany—. Ya está. Perfecto. —Se quedó atrás para admirar su trabajo y dejar que su monóculo oscilara libre de su botón de cuerdas. —Oh, Dios mío, Romeo —le dije. No podía decidir si estaba horrorizada o mortificada, tal vez sólo un poco satisfecha. Ella fue una perra conmigo en todos sentidos desde el primer día. Sin importar lo que hiciera, me había martillado con evidente placer. Un poco de desfiguración temporal soluble en agua de su preciada pintura podría hacerle algo bueno. Recordarle que no se le permitiría caminar por la vida lastimando a la gente, libre de consecuencias. Tal vez había estado demasiado suelta todo el tiempo, y necesitaba una llamada de atención.

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—Capta su espíritu interior, ¿no te parece? —preguntó con alegría.

Tuve que estar de acuerdo. El bigote rizado en Tiffany era sin duda una mejora. —Pero necesita una cosa más —le dije. Me acerqué a la cama, tomé el marcador de Romeo, y dibujé las gafas de Waldo en Tiffany. Vaya, eso se sentía muy, muy bien. Le sonreí a mi obra. —¡Eso está mejor! —vitoreó Romeo. Madison y Kamiko rieron. Le entregué el marcador y lo tapó antes de empujarlo en su bolsillo. Sacó su teléfono inteligente de su otro bolsillo y tomó una foto. —Para la posteridad. —Me sonrió—. Y para mi blog. Se acercó con cuidado a la cama y me ayudó a bajar. —Todavía no puedo creer lo que es este yate de lujo —dijo—. Es una especie de barco de James Bond. Sigo esperando a Tiffany puntal en bikini, llevando un arpón cargado como esa chica Octopussy. —¿Quién es Otopussy? —Madison rió. —¿No has visto la película de James Bond? —preguntó Romeo —No —respondió. —¿Quieres decir Octiffany? —sugirió kamiko—. Tiene ocho brazos que utiliza totalmente para atrapar a su desprevenida presa y se la come viva con sus fauces con dientes. Creo que ver Adventure Time todo el tiempo se le había ido finalmente al cerebro de Kamiko de malas maneras. Madison se echó a reír. —¿Cuáles fauces? —Ewwww. —Romeo hizo una mueca—. Ustedes chicas son asquerosas. Pero, lo que quiero saber es —rió en previsión de su propia broma—, ¿lanzará tinta negra con su cuerpo o será una aguafiestas? —En un movimiento, abrió la puerta de la cabina y se volvió hacia nosotras. La boca de Kamiko se abrió con un ruido metálico, totalmente desquiciado.

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Madison pareció tirar de repente de su boca, pero se sostuvo porque tenía demasiado buenas maneras de vomitar en el barco de alguien más. Yo me ahogué, temiendo una ejecución inminente. Creo que Madison, Kamiko y yo estábamos en exceso de shock de hablar. Tiffany se encontraba de pie en el pasillo, a unos cuantos pasos detrás de Romeo, sosteniendo una copa en la mano. ¿Cuánto tiempo llevaba fuera de la puerta?

Él tropezó felizmente hacia delante, sin darse cuenta de la nueva presencia. Se acarició la barbilla, pensativo, después de haberse perdido nuestro horror colectivo. —Me iría por el tatuaje sin problemas, porque saben que esa chica tiene un cerebro ahuecado. Un montón de espacio para tinta extra. Y para los ratones. Su olorosa trinchera ha visto tanta acción, que debe haber como un túnel de viento en esa cosa. ¿Cómo llaman a ese túnel del metro de Inglaterra a Francia? —El Euro túnel —dijo Tiffany rígidamente detrás de Romeo. —Así es, el Euro túnel. —Rió entre dientes, completamente perdido en su propia alegría—. El túnel divertido de Tiff podría acomodar un tren de alta velocidad. ¡Qué diablos! La bebida de ella dribló sobre la cabeza de él. —¡Estás arruinando mi peinado! —chilló chasqueando los dedos a través de su peinado—. ¿Qué te pasa? —¿Qué está mal contigo, tú hombrecillo desagradable? —Hervía victoriosamente—. Está todo mojado ahora, Sr. Gracioso. Romeo entrecerró los ojos hacia Tiffany. —Nunca golpees a una dama —dijo amenazadoramente—. Por suerte, ¡no eres una dama! —Tiffany se estremeció cuando él levantó la mano abierta en un movimiento desigual y rápido, pero simplemente se alisó el pelo mojado contra su cuero cabelludo. Reprimí un suspiro de decepción. Esperaba que tarde o temprano alguien le diera una buena bofetada a la perra. Tendría que esperar. Con confianza, Romeo chupó los restos de la bebida de sus dedos. —¿Es un mojito? —preguntó, pensativo—. Podría usar más menta. Eso simplemente no es suficiente. —Cuidadosamente quitó el vaso alto de los dedos de Tiffan—. Déjame que te haga otro. Ella estaba demasiado aturdida para objetar. Romeo arqueó la ceja suavemente. —Hablaré con el camarero y haré una mezcla adecuada para ti. Agitado, no revuelto. —Hizo un gesto hacia Kamiko—. Señorita Dinero, ayúdame a encontrar a P. Él sabrá la proporción correcta de agua gasificada con ron, creo. —Le dio una cordial sonrisa a Tiffany de concurso de belleza y se apretó más allá de ella, en dirección a las escaleras. Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirándonos a mí y a Madison. —Tu amigo es un trasero.

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Agarré a mi amiga de la mano y nos deslizamos alrededor.

—Y es por eso que lo queremos —le dije con una sonrisa antes de ir arriba. En la planta principal, Romeo sacudió la cabeza como un perro mojado. Gotas de Mojito rociaron por todas partes. Desde la planta baja, su voz sacudió la nave. —¿Qué le hicieron a mi pintura idiotas? —Toma eso, perra —murmuró Romeo triunfalmente—. ¡Vamos, señoritas! ¡Nuestro trabajo termina aquí! —dijo nerviosamente. Pero no había ningún lugar para ir más allá de eso, excepto el frío océano. Tiffany dio un vuelco a la escalera en sus tacones.

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—Yo no sé ustedes señoritas —se quejó—. ¡Pero nadaré hacia la orilla antes de que Tiffany le dé tijeretazos a mis pelotas!

Christos

T

iffany rugía como un alma en pena en la cabina principal. Me sorprendí por su comportamiento, pero la conocía mejor. Las rabietas iban a la par con ella por supuesto.

Aun cuando sabía que no era nada, sino teatro, una muchacha chillando crispaba los nervios. Brandon pasó a estar de pie junto a mí en el momento en el que el temperamento de Tiffany se había vuelto termonuclear. —¿Qué es esta vez? —se burló. —Probablemente se enteró de que el camarero está haciendo ron y coca-cola con cola genérica en lugar de esas cosas de marca —bromeé. —Sí —Brandon rio. —¡Dónde está esa perra! —chilló Tiffany—. ¡Arruinó mi pintura! Brandon pegó su dedo meñique en su oreja, haciendo una mueca. —¿Trajiste tapones para los oídos? Me eché a reír. —Lo siento, hermano. —Tal vez deberíamos averiguar qué sucede, y tratar de calmar a la bestia salvaje. —Adelante —le dije. Si había aprendido algo en los últimos años, era que Tiffany no valía la pena la molestia. —Ey, estoy pensando en los demás —dijo Brandon, dándome una palmada en el hombro—. Esto no es lo que llamaría un ambiente alegre. ¿Te importaría darme una mano? —Si insistes —seguí a Brandon hacia donde Tiffany estaba rodeada por el séquito de su hermandad. —¡No puedo creer lo que hizo! —Tiffany se quejó.

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Sus amigas de la hermandad revoloteaban a su alrededor de manera protectora y asentían mecánicamente.

Brandon me dio una mirada vacilante. Los dos sabíamos que siempre había sido mejor hablando con Tiffany en la cornisa. —¿Qué sucedió en esta ocasión, Tiffany? —le pregunté con una mezcla de amable compasión y diversión paternal. Quería enviarle una señal de que su comportamiento infantil estaba fuera de escala. —¡Tu novia me arruinó la pintura! —¿De qué estás hablando? —Eso no sonó ni siquiera de cerca posible. —No me crees —acusó—. Está bien, te lo mostraré. —Dio un paso hacia delante y se tambaleó más sobre una de sus amigas—. ¡Rápido! —Tiffany gruñó, pateando más allá de ella. La joven se escabulló, con los ojos desorbitados por el terror. Tiffany marchó escaleras abajo, sorprendentemente firme sobre sus pies a pesar de lo mucho que sabía que había bebido desde antes de la cuenta regresiva del Año Nuevo. La seguí, Brandon estaba detrás de mí. Terminamos en la habitación principal de su yate. Era la cabina de su papá. Había colgado mi retrato de ella en esta misma sala yo mismo, hace unas semanas, cuando me había dicho sobre el Yate de Año Nuevo de esta noche. Había tomado la oportunidad para invitarme yo mismo y a algunos “amigos” sin decirle a Tiffany que planeaba traerlos. Estoy seguro de que la irritaría como la mierda al máximo extremo que iba a traer a Samantha. Bien. Creía que Tiffany maduraría como persona si se veía obligada a hacerle frente a más obstáculos en su vida que hasta ahora. Especialmente recientemente. Se había convertido en alguien peligrosamente titulada en el último par de años. —¡Míralo! —Tiffany chilló hacia la pintura—. ¡Está arruinada! —¿Qué? —No estaba captándolo. —¡Mi pintura! Siempre me encogía cuando la llamaba su pintura, como si hubiera hecho el trabajo ella misma. —¿Me estoy perdiendo de algo? Brandon se rio entre dientes, pero cubrió la llamativa sonrisa tapando su boca con su mano. —¡Cállate, Brandon! —Tiffany rugió.

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Entonces la vi.

Tuve que aguantar la respiración y cerrar mi mandíbula. Si trataba de respirar, iba a reventar mi estómago riendo. Estoy bastante seguro de que me había vuelto rojo. —No es gracioso, Christos —Tiffany puso mala cara. Me reí. —Es lo que es. Una risita jadeante escapó de Brandon. Tiffany lo miró. —Lo siento —dijo riendo—, lo siento. —Él se dio la vuelta con educación, tratando de obtener un control sobre sí mismo. Yo estaba sonriendo de oreja a oreja. —La técnica es impecable. Ni siquiera me di cuenta al principio. Se integra perfectamente con mis aceites —¿Samantha había hecho esto? Hombre, estoy seguro de que se esperaba. Alguien tenía que hacerle a Tiff una muesca. Tiffany me dio una mala cara, con una mirada suplicante. El impulso se había vuelto contra ella. Sabía que había entorpecido su Enojada Espada siendo excesiva, por lo que cambió las armas. Esa chica podía reunir lágrimas más rápido que un bebé. Era increíble verla en acción, pero lo sabía mejor. —Está arruinada —sollozó—. ¡Mi pintura está arruinada! Di un giro de ojos de dame-un-descanso que había usado con ella mil veces durante años. No sirvió de nada. Nada lo haría, hasta que Tiffany se saliera de alguna manera con la suya. —Hola —dijo Samantha desde la puerta. Romeo, Kamiko, Madison, y casi todo el mundo a bordo estaba detrás de ellos. Genial, ahora Tiffany tenía audiencia. No pude evitar la sensación de que había orquestado toda esta escena. Tal vez había desfigurado la pintura ella misma, sólo para llamar mi atención. Le di un vistazo a Samantha y silenciosamente pronuncié las palabras— : ¿Tú hiciste esto?

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Una mirada culpable salió de la cara tensa de Samantha. Le di una gran sonrisa y asentí con aprobación detrás de la espalda de Tiffany.

Entonces me di cuenta de que Romeo estaba mordiéndose el labio inferior. Se veía culpable como la mierda, también. Me gustaba el chico más y más. —Lo siento —se disculpó Romeo—. Fue mi culpa. Tiffany le gruñó, pero detecté un dejo de decepción en sus ojos. Como si quisiera que fuera Samantha. Romeo sacó un marcador de su bolsillo y la sostuvo en alto. Sí, la decepción de Tiffany fue evidente. Era la reina del drama. —Yo también lo hice —dijo Samantha. Los ojos de Tiffany se volvieron anchos. —¿Qué? —Se abalanzó sobre Samantha, pero la agarré, sosteniendo su espalda. —¡Es tinta a base de agua! —gritó Romeo a la defensiva—. ¡Debe quitarse sin problemas! Tiffany se abalanzó de nuevo, pero yo tenía un buen agarre de ella. —Tranquila, Tiff. No te adelantes. —Para Romeo, dije—: Déjame ver ese plumón. Él me lo entregó. Leí la etiqueta. Había utilizado esos plumones antes. Se quitaban totalmente. Tiffany estaba temblando de furia. Todavía tenía una mano sujetada alrededor de su brazo. —Cálmate, Tiffany —la animé—. La pintura está sellada con barniz. Estará bien —Para Brandon—, sostenla por mí, ¿ok? —dije refiriéndome a Tiffany. Él puso una mano en su hombro, pero eso fue todo. Con un poco de suerte, ella no se abalanzaría sobre Samantha como un gato de la jungla al momento en que volviera la espalda. Me quité mis botas y fui con cuidado sobre la cama. Moví el pulgar y froté su bigote. La tinta soluble en agua al instante me manchó. —¿Ves? Se desprende totalmente. Que alguien traiga un trapo y un vaso de agua. Lo limpiaré en este momento. —Yo lo haré —dijo Romeo, con la culpa tiñendo su voz. Apretó a las últimas personas en la cabina de baño y regresó un minuto después con un vaso de agua y papel higiénico.

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—Gracias, viejo —le dije.

Por alguna razón, tal vez porque todos los ojos no estaban en ella, Tiffany comenzó a llorar de nuevo. Una de sus secuaces de piernas largas corrió hacia ella. —Está bien, Tiffany. —Envolvió sus brazos alrededor de Tiffany. Tiffany cayó en su abrazo y lloró como un cocodrilo. Sabía que estaba todavía totalmente enojada con Samantha, pero también intuía que tenía otros planes que estaba cocinando tras su falsa berrera. Tiffany siempre tenía otros planes. Romeo esbozó una sonrisa nerviosa y se alejó mientras yo comencé a trabajar. Me sumergí, limpié, y limpié con la toallita húmeda. En un minuto, la pintura estaba impecable. —Mira, ¿Tiffany? Está bien. Ella frunció los labios mientras se quitaba sus tacones. Se subió a la cama y resopló. Con las manos en las caderas, se inclinó hacia la pintura, con su nariz a pulgadas de la lona. —Todavía puedo ver la tinta negra. —¿Dónde? —le pregunté con escepticismo. No había perdido ninguna. —¡Aquí! —clavó el dedo hacia la pintura. Me incliné hacia delante, y la limpié, por si acaso. —¡Todavía no! —exclamó, señalando de manera espectacular, como si fuera la identificación de un presunto asesino en la sala de audiencias. —¿Qué? —Miré de cerca—. Eso no es nada, Tiffany. Es sólo una sombra de la pincelada, bajo el barniz. —No, ¡no lo es! —No tenía ni idea de lo que estaba hablando. —Sí. Lo es. Recuerdo haberla pintado. —Salí tranquilamente de la cama y me quedé con las manos apoyadas casualmente en mis caderas. Tiffany los miró a todos. Nadie parecía muy simpático, por lo que pude decir. Tiffany sabía que estaba perdiendo la audiencia. —¡No está bien! —Pisoteó una vez, en lo alto de la cama como si fuera su propio púlpito personal, luego cruzó los brazos sobre su pecho, desafiante—. ¡Y quiero mi dinero de vuelta! Brandon me lanzó una mirada de preocupación.

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—¡Esto simplemente no puede ser! —Tiffany resopló—. ¡Será lo primero que le diga a papá en la mañana! ¿Cómo crees que va a reaccionar, Brandon, cuando se entere de que hay graffitis en toda mi pintura?

¿Hmmm? ¡Está arruinada! —Descalza, pisó fuera de la cama y fuera de la cabina. Me senté en el colchón y me puse mis botas, una a la vez. Era tiempo de una pelea. Lástima que no fuera del tipo fácil, con nudillos y rodillas. Esto se estaba convirtiendo en un verdadero dolor en el trasero.

Christos —Tenemos que lidiar con esto —dijo Brandon delante de todos—, antes de que empeore. —¿Seguro que no quieres dejar que se enfríe? —sugerí—. Ella todavía está enojada. Tal vez puedas calmarla, hablando con ella mañana. —Me gustaría pasar el día de mi año nuevo haciendo algo que no sea manejar las secuelas de las estúpidas travesuras de Tiffany. —Sí, tienes razón. —Disculpe todo el mundo —dijo Brandon mientras se retorcía entre la embobada multitud. Siguió a Tiffany por las escaleras. —Tiffany, ¡espera! Levanté las cejas hacia Samantha. —Lo siento. El deber llama. Samantha dio un suspiro compasivo. —Lo siento mucho Christos. No debería haber hecho eso. —Yo tampoco —comentó Romeo—. Estoy totalmente arrepentido, CMan. —No me importa —sonreí—. La pintura está muy bien. Tiffany necesita una revisión de la realidad de vez en cuando. Lástima que recibe menos de una por década. Les debo algo. —¿Estás seguro? —preguntó Samantha lastimeramente. Me di cuenta de que se sentía terrible. —No te preocupes, agápi mou —la tranquilice—. No tiene sentido dejar que el drama arruine tu noche más de lo que ya lo ha hecho. —Ella como que parece una llama —dijo Romeo pensativo.

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Samantha se esforzó por no sonreír demasiado ampliamente frente a las restantes amigas de la hermandad de Tiffany.

—Está bien —les dije—, estaré arriba con Brandon, atendiendo a la bruja bella. Cuando subí las escaleras y vi a Tiffany hablar con Brandon en la parte de la sala de estar de la cabina principal, ella dio una mirada hacia mí y luego la alejó fallando a la terraza de atrás. Brandon la siguió. Suspiré. Conocía este juego. Ella lo jugaba todo el tiempo. El juego del “sígueme”. Caminé hacia la terraza de atrás, pero ella dejó a Brandon y siguió todo el camino a la proa del barco. —Creo que es tuya hasta aquí —dijo Brandon con simpatía—. Mis intentos por aplacar con su mala cara resultaron en nada. —Grandioso. Bien, veré lo que puedo hacer. Di un paseo alrededor de la parte delantera de la nave. Tiffany estaba de pie, de espaldas a mí, con los brazos cruzados. Me di cuenta de que estaba furiosa porque no se había salido con la suya. Hice una pausa por un momento, moviendo la cabeza. Esta chica era un bebé tamaño mujer. Su padre la había hecho en gran parte una princesa, con cosas exigentes como su única manera de saber cómo operar. —Tiffany, la pintura está bien. Ella se dio la vuelta para mirarme. —No, no lo está Christos. Nada bien. Tu novia está arruinando todo. ¿De qué demonios estaba hablando? —Nada está arruinado, Tiffany. Ella me miró, con los ojos suaves, con sus labios llenos. Su cabello ondeaba en la brisa del mar. A un nivel objetivo, Tiffany era verdaderamente preciosa. Cualquier persona que dijera lo contrario estaría mintiendo. Sabía, por mis años de experiencia que su belleza era un señuelo peligroso. Le encantaba usarlo más que cualquier otra persona en su vida. Casi me había tambaleado un centenar de veces a lo largo de los años con el mismo aspecto angelical, pero sabía bien que el diablo te esperaba en su oscuridad. Debido a que, sin importar la cantidad de naufragio que hubiera en mi vida en un momento dado, siempre había conseguido liberarme de su agarre justo a tiempo, justo antes de que me pudiera tragar entero y sin duda tirarme por el otro extremo cuando se aburriera. Por suerte para mí, me había vuelto permanentemente inmune a su astucia al segundo que Samantha había entrado en mi vida.

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—Tiffany...

—¿Sí, Christos? —preguntó ella esperanzada. —...No lo hagas. —No, ¿qué? —Interpretaba perfectamente la inocente ignorancia. Mirando hacia mí desde debajo de su delicada frente y cejas de forma impecable, coquetamente acarició mi brazo con la punta de su dedo. —No juegues conmigo. —Tiré de mi brazo. La belleza de su rostro fue reemplazado por pragmática frustración. —No puedes culpar a una chica por intentarlo. Yo esperé. —No me importa lo del cuadro, Christos. Nunca lo ha hecho. Es a ti a quien quiero. Suspiré. —Estoy fuera de la mesa, Tiffany. Si quieres, puedo llevar la pintura de nuevo a mi estudio e ir sobre ella con un microscopio. Ella ladeó la cadera hacia un lado y dio un puño desafiante en ella. Su nariz se levantó imperativamente. —No es suficiente. Ya sea que te deshagas de esa mujerzuela con la que estás saliendo o quiero una nueva pintura. Levanté una ceja. —Deja a Samantha fuera de esto. Tu pintura va a estar bien, Tiffany. Estás exagerando. —¡No! —Hizo un puchero—. ¡La pintura no sirve para nada! ¡No voy a aceptarla! Ahora estaba irritado. —¿Quieres rehacerla? Lo que sea. Me la llevaré a casa y tendré una copia en unos pocos días. Entonces podrás tener dos. Poner una en tu jet privado, o en la mierda que quieras. Cambiando de táctica, ella sonrió con suerte. —Pero nos divertimos tanto haciendo la pintura juntos. —Tú te divertiste, Tiff. —Pensé que te habías divertido también —pensó Tiffany. —Es una broma, ¿verdad? Te dejé micro-administrar esa pintura como un favor a ti y a tu papá. ¿Recuerdas cuántas veces te cambiaste el traje de baño?

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—Quería escoger el traje perfecto. ¿Puedes culpar a una chica por querer lucir lo mejor posible?

—Eh-ajá —dije con sarcasmo—. Recuerda cuántos comentarios hiciste como, “No hagas que mis muslos se vean gordos” y “Muestra más escote” y “Mi cintura es más delgada que eso”. ¿Te acuerdas de todo eso? Ella me miró culpable. —Quizás —negó. —No te hagas la tonta, Tiff. Te hubieses podido pintar tú misma, para toda la entrada artística que hiciste. Haré una copia para ti, del original, si realmente la quieres. Pero no voy a pintarla de nuevo. Ella parecía un poco castigada, una cosa rara. Por un momento, se mordió el labio, sin saber qué hacer. Luego, en voz de niña, dijo: —Christos, realmente sólo quiero que me pintes desnuda otra vez. Entonces no tendremos que preocuparnos por el traje de baño —murmuró sensualmente. No me gustó la forma en que dijo “nosotros”. El anterior de ella desnuda era la que había estado terminando cuando empecé la tutoría de Samantha. Recordaba haber trabajado en él con claridad. Cada vez que tomaba un descanso de Tiffany posando, ella coqueteaba como loca, mirando con sus ojos el dormitorio insinuante, apoyando sus pechos expuestos hacia mí cincuenta veces en minutos. Normalmente, las modelos de los artistas se ponían una bata entre poses y se tomaban algún tiempo para sí mismas. No Tiffany. Ella estaba desnuda todo el tiempo, y me seguía por todo mi estudio, colgando de mí como una prostituta fuera del trabajo. —Y te prometo —dijo con voz entrecortada—, que no me meteré. Haré lo que digas —me guiñó un ojo sugestivamente—. Sólo tú y yo en tu estudio, como la última vez. Te pagaré por él. Cincuenta mil en efectivo, por adelantado. Directamente a ti, sin comisiones para la galería de Brandon. No trataba de comprar un cuadro, estaba intentando comprarme a mí. —Estás loca, mujer —me burlé. —Pero fue muy romántico. Tú y yo en tu estudio, el artista y su musa. —Tú no eres mi musa, Tiff. —Pero podría serlo, una vez más. Si me dejas —dijo tímidamente. —Nunca lo fuiste. Lo siento. —¿Por favor, Christos? —rogó, llegando a mí otra vez.

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—No, Tiffany.

—No, ¿qué? —preguntó Brandon. ¿De dónde diablos había salido? No importaba. Estaba feliz por el refuerzo. —Christos se niega a pintarme de nuevo —Tiffany quejó. —No —la corregí—. Estoy feliz de hacer una copia del retrato junto a la piscina para ella. —¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Brandon. Sintiendo la derrota, Tiffany luchó consigo misma. Su rostro se contrajo con enojo. —¡La pintura de la piscina está arruinada! —pataleó en la cubierta del yate. Bienvenido al pueblo de las rabietas, población: una. —Está bien —Brandon la tranquilizó—. Christos ya dijo que pintaría otra. —¡Eso no es suficientemente bueno! —gritó ella. Brandon de repente me miró aprensivo, y por un segundo, un poco llorón. No estaba seguro de cómo proceder. Contuve una risita. Sí, Tiffany inquebrantables plumas de Brandon.

podría

exasperar

incluso

las

—Entonces, ¿qué te gustaría, Tiffany? —preguntó Brandon con calma, después de haber recuperado la compostura. —Quiero posar para Christos para una nueva pintura de la piscina. Que había tenido con sus manipulaciones. —¿Ella ya te pagó, Brandon? —le pregunté. Todavía no tenía todo el dinero de mi exposición, lo que no significaba que todos los compradores le habían dado un cheque a la galería, lo que era normal. Brandon se rio entre dientes. —¿Qué es tan gracioso? —Tiffany silbó. —Por qué no, el padre de Tiffany todavía no ha emitido un pago —dijo Brandon, con una sonrisa perpleja estirándose por sus dientes perfectos. Eso era nuevo para mí. Esperaba que el cheque Kingston-Whitehouse pudiera ser uno de los primeros en llegar, teniendo en cuenta el tiempo que mi familia los había conocido. ¿Por qué no me sorprende? Oh sí, eran los Kingston-Whitehouses. —Pago lento, ¿eh? —gruñí mirando a Brandon—. Han pasado casi dos meses, Tiffany. Tomaste posesión de la pintura, ¿y tu padre aún no ha dado un cheque? Vamos. En este punto, ni siquiera es tuya. ¿Tu papá tiene problemas de dinero? —pinché.

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Tiffany frunció el ceño.

—No hay trato —le dije, un dejo de irritación rompió por mi voz—. Quédate con la pintura, Tiff. Regalo de la casa. —Miré a Brandon. Él asintió, sonriendo furtivamente hacia mí. Ambos sabíamos con todo el reciente interés en mi arte, que tenía mucho más importantes quehaceres que los Kingston-Whitehouses. —¡Pero está arruinada! —Tiffany gritó. —Tírala por la borda de la embarcación, para lo que me importa — gruñí. Siempre había odiado esa pintura de todos modos. No era nada más que un mal-trabajo de todos los tiempos, el último, de mi cliente de dolor en el trasero. Ya había perdido bastante tiempo en Tiffany. Giré sobre mis talones y me fui en busca de Samantha. Sólo esperaba que Tiffany y su familia no me fueran a morder en el trasero en las próximas semanas, ya que eran tiburones y siempre golpeaban al segundo que no estabas viendo. Al diablo con Tiffany. Mi Año Nuevo ya estaba viéndose como un desastre, y estaba a menos de tres horas de él. ¿Podría ser peor?

Christos El barco llegó de vuelta al puerto varias horas después de la medianoche. Todo el mundo a bordo estaba cansado, bebido, o completamente dormido en uno de los muchos yates de las superficies cuando los tripulantes del barco amarraron los muelles. Tiffany se escondió en su camarote mientras la gente desembarcaba. Creo que quería evitarme después de nuestra discusión. Samantha y Madison tenían sus brazos alrededor de Kamiko, mientras la llevaban a lo largo de los muelles. Ella estaba todavía un poco golpeada. Brandon se unió a ellas para ayudar con Kamiko.

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Romeo se acercó a mí y a Jake mientras los siete caminábamos hacia el estacionamiento.

—Christos —Romeo suplicó—: Siento mucho por la pintura de Tiffany. Nada de eso fue idea de Sam, fue toda mía. Bebí demasiado y Tiffany estaba siendo una clase-de-perra con Sam. No pude evitarlo. —Amigo, no te preocupes. —Le di una palmada en el hombro—. Estuviste ahí para mi novia. ¿Cómo puedo utilizar eso contra ti? —Gracias, C-man —dijo Romeo, pero aún sonaba angustiado—. Sacaste toda la tinta, ¿no? —Sí. Cubrí la pintura con un poco de barniz de Renacimiento de la vieja escuela antes de venderla. Esa mierda es a prueba de balas. Es tan buena como cuando era nueva. —¿Estás seguro? —Romeo obviamente, se sentía muy mal. No tenía ganas de explicarle que la pintura era ahora una cancelación total, porque Tiffany estaba loca y su padre nunca la había pagado. Realmente no me importaba, pero probablemente habría fastidiado mucho a Romeo saberlo. —En serio, amigo. Está bien. —Gracias, C-man. —Romeo me dio un golpe de puño. —¡Increible! —exclamó Samantha. Yo y Romeo nos dimos la vuelta para ver el alboroto. Kamiko estaba teniendo dificultad para caminar, incluso con Madison y Samantha ayudándola. Inmediatamente fui a ayudar, pero antes de llegar allí, Brandon tomó a Kamiko en brazos y la cargó. Comparado con él, ella se veía como una niña pequeña. —No vomites sobre él, Kamiko —Romeo le advirtió. —Está bien —dijo Brandon con confianza—. Creo que ella estará bien. —Está bien, ¡vomita! —Romeo bromeó con voz cansada. Había sido una larga noche para todos. Cuando llegamos a mi auto, Samantha se ofreció a sentarse en la parte trasera para que Kamiko pudiera tener fácil acceso a la ventana en caso de emergencia. —No tienes una bolsa de vomitar en la guantera, ¿verdad? —preguntó Samantha. —No —le sonreí. Después de que todos subimos, Brandon bajó suavemente a Kamiko al asiento delantero.

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—Mira sus ojos de amor —rio Romeo.

Brandon se veía un poco avergonzado. No podría decir si era por Kamiko o no. Era por lo general inescrutable cuando se trataba de las señoritas, con excepción de Samantha, donde se había dejado en claro desde el principio. Quién sabe, tal vez Kamiko crecería en él. Ella era muy, muy linda. —Buenas noches a todos —dijo Brandon—. ¡Y feliz Año Nuevo! —Dio una palmada en el techo de mi Camaro mientras nos íbamos. Sonreí para mis adentros.

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Si este año iba a ser feliz, iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir.

Samantha

V

olvimos a mi apartamento poco antes de la salida del sol. Kamiko estaba desmayada. Christos la recogió para sacarla del auto. —¿Dónde la quieres? —preguntó.

—Oh, no lo sé —le dije—. ¿Romeo? ¿Estás bien para conducir? —Ehh —dijo Romeo nerviosamente. —Será mejor que duerman aquí —le dije. —Está bien —dijo Romeo a regañadientes mientras todos caminábamos por las escaleras hasta mi apartamento—. Pero solo si me dejas dormir con Christos. —Como si fuera a pasar —le dije mientras abría la puerta—. Él estará durmiendo en mi cama. —¡Perfecto! —dijo Romeo—: ¡Puedes compartir el sofá con Kamiko mientras Christos comparte tu cama conmigo! —¡Contrólate, Romeo! —dije—. Es mi apartamento, y decido quién duerme y dónde. Romeo puso los ojos en blanco. —Está bien. Aguafiestas. Mientras Romeo y Christos se turnaban en el baño, me puse una camiseta y bóxers. —Christos —pregunté—, ¿puedes sacar el sofá cama mientras ayudo a Kamiko a usar el baño? Tengo más sábanas en mi armario. —Claro —respondió amablemente. —Gaaaah —gimió Kamiko cuando la acompañé al cuarto de baño. Kamiko se las arregló para orinar por su cuenta, pero me quedé vigilándola en caso de que accidentalmente se deslizara en la taza mientras se lavaba y nunca oyera de ella de nuevo.

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El sofá cama estaba todo hecho cuando la conduje fuera del baño. La senté en el extremo del colchón. Romeo le quitó los zapatos mientras yo le

sacaba el vestido por la cabeza. Como era Romeo, nunca pensé dos veces acerca de que la viera en ropa interior. Christos, por otro lado, esperó en mi dormitorio, creo que por cortesía. Quité el sujetador de Kamiko y deslicé una de mis camisetas sobre su cabeza antes de ponerla en la cama. —Nnnnn —dijo cuando su cabeza cayó sobre la almohada. Puse la papelera de al lado de mi escritorio al lado de Kamiko en la cama. —Estás en patrulla de vómito —le dije a Romeo—. Si Kamiko tiene que vomitar, tendrás que ayudarle. —Sería un honor —dijo, metiendo un brazo mientras se inclinaba de manera cortés. Colgó la chaqueta y pantalones en el respaldo de mi silla de escritorio. Mientras estaba de pie y saltaba sobre una pierna, se sacó sus ajustados vaqueros de una pierna a la vez, volteando cada una de adentro hacia afuera—. Se me olvidó lo ajustados que son. —Puso los ojos en blanco—. Las cosas que hago por la moda. Mientras levantaba la esquina de la colcha, me dio una mirada seria. —¿Estás segura de que está bien que me acueste con Kamiko? —¿Qué quieres decir? —Podría tratar de tomar ventaja de ella en medio de la noche. Tal vez sea más seguro si los chicos duermen con los chicos y las chicas se acuestan con las chicas. Crucé los brazos. —No, Romeo. —Sonreí. Él se metió en la cama y apagué las luces. —Está bien, Sam. Pero no me culpes si se rompe tu sueño por los gritos lastimeros de Kamiko pidiendo ayuda. —Creo que Kamiko estará bien —le dije—. Pero mejor cerraré la puerta de mi dormitorio, por el amor de Christos. Será mejor que no intentes nada —le advertí. —¿Qué tal un trío? —susurró esperanzado—. Ni siquiera sabrán que estoy allí. Estaré en la parte de atrás, si sabes lo que quiero decir. —¡No, Romeo! ¡Estás loco! Ahora vete a dormir —le supliqué antes de cerrar la puerta de mi dormitorio.

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Christos ya estaba acostado en mi cama, desnudo hasta sus calzoncillos. Sus tatuados brazos estaban doblados casualmente detrás de su cabeza. Mi lámpara de noche brillaba sobre él tentadoramente, proyectando dramáticas sombras sobre sus músculos marcados en la casi

oscuridad de mi dormitorio. Sus abdominales sugerían que ahora era un buen momento para lamerlos, sin importar lo tarde que fuera. —Hola —ronroneé. Él se rio entre dientes. —¿No crees que estás siendo un poco dura con Romeo? Quiero decir, ¿puedes culparlo por desearme? Sonreí. —Seré muy dura contigo, si no dejas de hablar de Romeo. —Presa de una nueva confianza, me arrastré a la cama a cuatro patas y bajé mi cabeza, lamiendo mi camino por sus abdominales, merodeando alrededor de su ombligo por un tiempo, lo que le hizo gemir. Lamí mi camino hasta su pecho, después, me detuve en un pezón y lo mordí con los dientes. —Umm —gimió Christos. Contuve mi risa mientras mi cabello se juntaba sobre su pecho. Recordé que Romeo y Kamiko estaban en la habitación de al lado. —Escuché eso —dijo Romeo en voz baja en la sala de estar. Me quedé inmóvil en mi lugar, con la punta de mi lengua tocando el pezón de Christos. —Por favor, ¿Sam? —suplicó Romeo—. ¿Al menos puedo ver? Christos y yo nos echamos a reír. —Calma, muchachos —dijo Romeo severamente—, no puedo dormir con todo ese ruido. Apoyé la cabeza en el pecho de Christos. —Vamos a dormir ahora. Te lo prometo, Romeo. —Increíble. Voy a esperar hasta que estés roncando, entonces voy a colarme como un mal bandido. Incluso usaré una de esas máscaras negras de bandidos con agujeros para los ojos. —¡Buenas noches, Romeo! —dije. —Uuuuugh —suspiró Romeo—. Está bien. Nos vemos en la mañana. —Lo siento, no habrá sexo de Año Nuevo para ti, agápi mou —susurró Christos sarcásticamente. —Eso va para los dos —me burlé antes de besarlo en los labios, apagando mi lámpara, y acurrucándome contra él—. Estoy segura de que tendremos una gran oportunidad después.

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—¿Quieres decir por ese certamen del que hablaste de organizar? — Escuché una sonrisa en su voz.

—Sí —dije—. Será un evento muy exclusivo. Solo los dos estamos invitados. —Umm —dijo—, me gusta el sonido de eso. Si me oyes gemir en sueños, sabrás que estoy soñando con eso. Buenas noches, agápi mou. —Oye, ¡no es justo! ¿Cómo se supone que voy a dormir ahora que pusiste esa idea en mi cabeza? —Lo descubrirás. —Me besó en la mejilla y le acaricié el hombro—. Estaré aquí. Despiértame si necesitas algo. Christos comenzó suavemente a dar falsos ronquidos. —En serio le succionas la diversión a las cosas, Christos. —Soy conocido sugestivamente.

por

succionar

muchas

cosas

—murmuró

Inmediatamente me acordé del sexo oral estremecedor del universo que me había dado hace tan solo unas semanas. Me puse instantáneamente húmeda. Grandioso. Nunca iba a dormir así. Porque sentía su dureza presionada contra una de mis nalgas. —¿Ese es un tubo de acero en tus bóxer, o qué? —le susurré. —Me gusta pensar en él como en un poste de luz —se burló. La voz de Romeo flotó desde la sala de estar: —Estoy escribiendo todo eso, chicos. Mi respiración se congeló a medio inhalar. Atrapados. —Me referiré a eso más tarde —dijo Romeo con picardía—, solo con fines educativos, por supuesto. Hice una mueca mientras Christos soltaba una risa culpable. Sorprendiéndonos a los tres, Kamiko rugió: —¡Quieren los tres continuar con su estúpido trio de idiotas, o CALLARSE LA PUTA BOCA! Romeo, Christos y yo estallamos en carcajadas. Afortunadamente, todo el mundo se quedó dormido poco después.

Samantha

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Kamiko despertó con una resaca desastrosa a la mañana siguiente.

Tuvimos que arrastrarla prácticamente para salir del apartamento para llegar al desayuno. Los cuatro nos dirigimos a mi lugar favorito de desayuno, The Broken Yolk Cafe en Pacific Beach. Aparcamos en la calle y tuvimos que caminar un par de cuadras para llegar allí. No podía creer que San Diego estuviera teniendo una ola de calor en enero. Y por ola de calor, quiero decir que estábamos como a veintiocho grados. El clima era absolutamente perfecto. Kamiko caminaba muy atrás de nosotros, su cabeza colgando entre sus hombros. Llevaba un par de gafas de estrella de cine que le había prestado para bloquear el sol, y su vestido estaba arrugado de la noche anterior. —Pobrecita —dijo Romeo compasivamente—. Parece que fue atropellada por un camión de basura. Le di dos vasos de agua en algún momento durante la noche, pero no creo que hiciera mucha diferencia. —Que alguien me cargue —suplicó Kamiko—. No voy a lograrlo. Había una cuadra más hasta Broken Yokl, pero todos nos detuvimos para esperarla. La respuesta de Kamiko, en lugar de apresurarse, fue de sentarse en un banco de autobús. —Los encontraré allí, pero tomaré el autobús. —Se dejó caer en el banco con la cabeza colgando a un lado del reposabrazos. —Iré por ella —dijo Christos. Literalmente recogió a Kamiko en brazos y la puso sobre sus hombros como una niña pequeña. —¡Oye! ¡Goliat! —gimió Kamiko—. ¡Será mejor que no me caiga! Romeo y yo reímos. Cuando los cuatro pasamos las puertas del café, Christos bajó a Kamiko en uno de los bancos acolchados en posición sentada. Ella inmediatamente cayó sobre los cojines y se acurrucó en una pelota. En el interior, la fila no estaba tan mal, pero había una corta espera. Christos le dio su nombre a la anfitriona, que no era otra que Skylar, la chica que había conversado con Christos en el Centro Estudiantil el primer día de clases el último trimestre. La recordaba vagamente diciéndole algo a Christos sobre un club llamado Onyx en el centro, sexo sobre la mesa de la cocina después, y su desenfrenado deseo adúltero de más sexo sobre muebles con mi novio.

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Bueno, para ser justos, Christos no era mi novio en ese momento. Todavía lo llamaba Adonis en ese punto. Pero aun así, ¿no era nuestro estado actual de novios con Christos retroactivo? ¿Lo que hacía que la forma en que Skylar se lo comía con los ojos en este momento fuera totalmente inapropiado?

¡¿Y por qué prácticamente a todas partes donde íbamos, nos encontrábamos con algunas chicas calientes que se habían acostado con mi novio?! —Hola, Adonis —dijo Skylar con coquetería, empujando sus juguetes hinchables de piscina hacia él escandalosamente. Basada en la forma en que se tensó su camisa, estoy bastante segura de que los hubiera inflado otros ocho kilos desde la última vez que la había visto. Christos sonrió casualmente. —¿Qué tal, Skylar? ¿Estaba sonriendo demasiado, o era una cantidad adecuada? Quería consultar mi Guía de la Apropiada Ex-etiqueta, pero la había dejado en casa. Skylar rebotó alrededor del podio de anfitriona, con los brazos abiertos para un abrazo, moviendo las caderas. Por un angustioso momento, alargado más allá de una proporción razonable, me preocupé de qué tipo de abrazo le daría a Christos. ¿Sería de frente completo? ¿Cómo en, pelvis con pelvis? ¿O un abrazo de lado con un solo brazo y en las caderas al menos a doce pulgadas de distancia? ¿O él giraría y la esquivaría fuera de su alcance como un novio respetuoso, y se limitaría a darle la mano? Momento de la verdad. Christos se inclinó hacia un lado, con la clara intención de darle el abrazo de unas completas veinte pulgadas de espacio libre inferior de su torso. Incluso tenía la forma adecuada indulgente de esforzada semi sonrisa en su rostro. Skylar no se dejó intimidar. Se empujó hacia adelante con las caderas, debajo del brazo de Christos, determinada a abrazarlo como un cachorro. Con su cuerpo inclinado tan atrás, Christos no tuvo otra opción que atraparla antes de que cayera al suelo. —Vaya, ¡cuidado! —dijo él, con preocupación en su rostro. Colgó uno de sus musculosos brazos—. ¿Estás bien? —Lo estoy ahora. —Ella sonrió, con los ojos vidriosos por el deseo, su cabello castaño estaba drapeado sobre sus brazos como un comercial de cuidado del cabello. Dobló sus brazos alrededor de la parte posterior de su cuello como una especie de coreografía de danza de Tango.

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¡Esa perra! Era maestra en armas de mujer. No te preocupes, yo tenía algunas habilidades de ninja propias. Apreté los dientes, lista para saltar y arrancar algunos de sus cabellos.

Antes de que pudiera atacar, Christos situó a Skylar y la movió en el suelo a dos metros de distancia, luego cambió su lenguaje corporal lejos de ella, mientras cruzaba los brazos protectoramente sobre su pecho. Podría lidiar con eso. Su lenguaje corporal era claro. Retraje mis envenenadas garras de ninja de regreso a mis dedos y traté de respirar de manera uniforme mientras mi adrenalina se desvanecía. —Ten cuidado, casi te rompiste la cabeza —le dijo Christos a Skylar. —Oh, son mis tacones. —Ella se rio—. Siempre estoy tropezando con uno de ellos. Me vuelven torpe. Sí-sí, perra. Estaba lista para disparar mis tacones en toda su cara. Lástima que llevara zapatos bajos. Respiré hondo. ¿Estaba siendo celosa? Parecía muy poco probable, pero había una minúscula posibilidad. Traté de razonar conmigo misma. Christos ya había demostrado ser el hombre más devoto que había conocido jamás. Había hecho numerosas cosas locas estúpidas para aferrarse a mí. ¿Por qué de repente tirar todo por la borda por alguna chica al azar que había tenido, ejem, sexo en la mesa, y si mal no recuerdo, apenas recordaba? Bueno, ese pensamiento solo descarriló el tren feliz y se estrelló en una granja de gatitos, matando a todos a bordo y a todos los gatitos retozando en los campos. Mi nivel de pánico se disparó fuera de control. ¿Alguien tenía una botella de Xanax? ¿O una caja? ¿O un camión? A la mierda. Que alguien llamara a Manejo de Emergencias. Estaba a punto de tener un desastre natural. Pisen el acelerador de los helicópteros de rescate, muchachos. Tenía que ser sacada volando de aquí. —Skylar, ¿te acuerdas de mi novia Samantha? —dijo Christos mientras envolvía el brazo posesivamente alrededor de mi cintura. Cancela emergencia. Ufff. —No realmente —dijo Skylar nerviosa. —Skylar, Samantha. Samantha, Skylar —dijo Christos. ¿Se suponía que íbamos a estrecharnos las manos? No lo esperaba. Le hice a Skylar un pequeño saludo. Ella hizo una cara de gato. Que le sirviera eso. No era que fuera una puta ni nada. —Sí, yo y Samantha estamos totalmente enamorados —dijo Christos, mirándome a los ojos.

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Por el rabillo de mi ojo, me di cuenta de que Skylar ahora estaba haciendo cara de gato-caca. Se veía correcta en ella.

Mientras envolvía mis brazos alrededor de la cintura de Christos y me acostaba a su costado, Skylar regresó a su podio y le preguntó a Christos suavemente: —¿Cuántos están en tu grupo? —Cuatro —dijo Christos, su confiada sonrisa con hoyuelos había regresado. —Tu mesa debe estar lista en unos quince o veinte minutos —dijo Skylar mientras anotaba la información—. ¡Siguiente! Con la mano en la parte baja de mi espalda, Christos me condujo a través de la creciente multitud en el vestíbulo donde Romeo estaba sentado junto a Kamiko, quien todavía era un ovillo en el banco acolchado. Estaba sonriendo sobre el hecho de que Christos se hubiera referido de manera decisiva a mí como su novia delante de Skylar. Lo miré y caí en el deseo intenso que salía de sus ojos color zafiro. Él bajó sus pestañas y sus hoyuelos se profundizaron mientras me sonreía. —¿Te dije lo increíblemente magnífica que estás hoy? —Umm, ¿no desde mi apartamento? —Me reí. —¿Hablas en serio? Eso fue como hace media hora —dijo Christos, fingiendo sorpresa—. Debo ser el peor novio del mundo. Tendremos que trabajar en eso. —Sonrió. Me pregunté qué significaba eso. Vi los engranajes en movimiento detrás de sus ojos, mientras trabajaba sobre algún pensamiento misterioso con su cabeza. Mi corazón de repente se agitó. —Samantha —dijo suavemente—, para mí, tu belleza es el regalo más preciado que la madre naturaleza alguna vez me ha dado. Como los pétalos de una rosa, tu cara recuerda a toda la humanidad que, en un mundo duro e imposible la belleza es aún posible. Mirarte es una bendición para todos los hombres, pero yo soy el más afortunado de todos, por cada mañana renazco mientras bebo de la copa de oro de tu gracia, y encuentro que mis sueños más profundos y deseos se hacen realidad. ¡Oh. Dios. Mío. No me jodas ahora! El nudo en mi garganta era del tamaño de una pelota de baloncesto. Mi boca se abrió. Sospechosa baba rodó por mi barbilla, pero estaba distraída por el hecho de que mi cuerpo estaba en llamas, furioso de deseo. Todo en lo que podía pensar era en la explosión nuclear nublando mi centro. ¿Sería de mala educación que Christos me tumbara sobre uno de los bancos con almohadones del vestíbulo del Broken Yolk y tomara mi virginidad delante de todos, mientras esperábamos por nuestra mesa?

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Por desgracia, un rincón de niebla de mi cerebro sugirió que lo haría.

Maldición. No es que quisiera audiencia, pero me sentía un poco impaciente por mis bragas en ese momento. Tal vez alguien podría gritar: —¡Fuego! —¿Y vaciar la habitación? No, eso no funcionaría bien. El departamento de bomberos llegaría demasiado rápido, lo que de nuevo pondría un freno a las cosas. Pensándolo bien, probablemente los necesitaría para evitar que Christos y yo tuviéramos una combustión espontánea mientras íbamos sobre ello. Bueno, eso no se me llevaba a ninguna parte. Traté de sacarme de mi fantasía sensual. Así que me centré en los sonrientes labios de Christos, que estaban a unos centímetros de los míos. No estaba ayudando. Quería devorarlos. Por suerte, por el rabillo de mi ojo, poco a poco me di cuenta de que Romeo estaba sorprendido frente a nosotros como si estuviéramos a punto de dar un espectáculo de tres dólares. Eso rompió el hechizo. Miré a Romeo. Parecía hipnotizado. Sus ojos parecían estar perdidos. Su cabeza colgaba en círculos perezosos. Creo que estaba en éxtasis. —¿Estás bien, Romeo? —Me reí. —Creo que acabo de presenciar la segunda venida —gimió. Kamiko gimió desde el banquillo. —¿Tuya o de Samantha? Romeo se echó a reír. Mientras se reía de remate con Kamiko, Christos me dio un beso en la mejilla. —¿Cómo fue eso? Parpadeé hacia él varias veces. —¿Eh? —Todavía estaba paralizada. —¿Mi soneto de amor? —Sonrió. —Oh, sí. ¿Inventaste eso justo ahora, o lo leíste en alguna parte? —Su respuesta tenía que ser no, porque ningún hombre podría ser tan perfecto. —No. —Sonrió. Sentí un pellizco repentino de decepción. Oh, bueno. Nadie era perfectamente perfecto. Ni siquiera Christos. Esbozó una sonrisa arrogante.

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—Lo pensé esta mañana después de despertar, mientras te acurrucabas contra mí. Seguí mirando, sintiendo esta abrumadora sensación de gratitud y amor por tenerte en mi vida. No tenía un pincel a

mano, y no quería despertarte para tomar un cuaderno de bocetos, así que hice mi mejor esfuerzo para capturar el momento con palabras. ¡PUM! Romeo se había deslizado del banco y cayó de rodillas. Envolvió sus brazos alrededor de mi pierna y se lamentó: —¡Por favor, Sam! ¡Dame solo una noche con él! ¡Haré lo que sea! ¡Por favor! Sí, todo el mundo en el vestíbulo se sorprendió mientras Romeo sollozaba. No le importaba. Entre la inundación emocional de Romeo y mi cuerpo completo al ras, necesitaba un momento lejos de la mirada de los clientes en el vestíbulo. —Oye, Kamiko —susurré mientras tiraba de su hombro—, ¿necesitas ir al baño? —Baaaaah —gimió ella, todavía hecha un ovillo en el sofá. Estaba por mi cuenta. —Estaré en el baño —le dije a Christos. Aceché hasta el baño de mujeres y me encerré en una cabina, abanicándome la cara, mientras mi ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Después de salpicarme de agua la cara en el lavabo del baño y secarme con la toalla, volví al vestíbulo.

Samantha La multitud que esperaba en el Broken Yolk había disminuido. Romeo se sentó junto a Kamiko en el sofá. —Oye, Kamiko —dijo Romeo, tratando de sacudirla y despertarla—. Sé que la Caricatura de la Resaca es tu canal favorito en Youtube, porque tienen todos los episodios de los Guerreros Más Valientes gratis. Pero, ¿Qué tal si tuvieras una resaca real? ¿Vas a oficialmente a darle Me gusta y a hacer clic en el icono del pulgar hacia arriba? —Déjala en paz, Romeo. —Sonreí—. Se está muriendo. Sin levantar la vista, Kamiko levantó la mano y le dio a Romeo un gesto de pulgar hacia abajo. Romeo se rio a carcajadas. Se inclinó y le masajeó el hombro con cariño.

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—No te preocupes, Kamiko, vamos a patear la resaca en la cena. Incluso si eso significa más bebidas.

Kamiko gimió. Una de las cosas que me encantaba de The Broken Yolk es que eran localmente famosos por servir una tortilla con una docena de huevos y panecillos llamado el Desafío. Madison me había dicho todo acerca de eso, la primera vez que me había traído aquí. La tortilla Desafío era gratis si te la acababas en menos de una hora, e incluso conseguías una placa en la pared de la fama, pero una persona tenía que comer toda la cosa por sí misma. La idea me hizo querer vomitar, pero todavía pensaba que era totalmente increíble que la hicieran gratis para los ganadores. Nunca me atreví. Estaba totalmente abajo con mis porciones de tamaño humano. —Sabes, Christos —dije—, sirven una gigantesca tortilla con una docena de huevos aquí. Él levantó una ceja, pensativo. —¿En serio? —Sí, es, como de treinta dólares, pero si te las terminas en una hora, es gratis. —Vaya, eso es increíble. —Sonrió. Sonreí tímidamente. —Apuesto a que no podrías comer toda la cosa. —Probablemente no hoy. —No eres gallina, ¿verdad? —lo provoqué. —¿Quién, yo? De ninguna manera —se burló. —Entonces debes pedirla totalmente. —No, creo que estaré bien con una de tres huevos. Tal vez cuatro, si me siento peligroso. Me reí. —¡Gallina! ¡Cuack, cuack! Christos sonrió, mirando a Romeo. —Mira a esta chica loca, tratando de incitar a una bomba-degarganta. Romeo puso las manos en sus caderas e sacudió la cabeza. —No sé, hombre-G. Un hombre de verdad nunca se echa hacia atrás ante un desafío.

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—¿Me estás retando, Romeo? —preguntó Christos con confianza—. ¿Estás listo para ir cabeza a cabeza?

El miedo pellizcó la cara de Romeo. —Oh, umm. —Se rio nerviosamente—: No soy un hombre de verdad. — Se encogió de hombros. Christos sonrió. —Eso es lo que pensé. —Vamos, Christos —aguijoneé—, no te hagas para atrás tan fácilmente. Todavía estoy desafiándote, por el Desafío. —Le guiñé un ojo—. Sin juego de palabras. Christos suspiró con indulgencia. —Dale un descanso, Samantha. —¡Lo sabía! —chillé—. ¡No eres más que una gallina! No te me tragaré en absoluto esa rutina de “Soy demasiado cool para las gachas”. Sé un hombre, Christos. Muéstranos lo que tienes. Ordena el Desafío. Christos inclinó su cabeza hacia mí con una mirada ligeramente molesta en su rostro, luego levantó la mano y apuntó detrás de él, apuntando a una pared cubierta de filas y filas de pequeñas placas de bronce. Su dedo señaló con decisión a una placa específica. No captándolo, fruncí el ceño. —¿Qué? —Adelante, mira, bocona —dijo con confianza. Entrecerré los ojos. —¿Necesitas que la recoja para que puedas leerla? —No —dije con desdén—. Puedo hacerlo yo misma. —Me puse de puntillas para leerla. Christos “El hombre” Manos 21/07/2010 17 MIN. —¡Qué! —di un grito ahogado—. ¡De ninguna manera! —Recorrí las otras placas. La mayoría parecía estar en la categoría de treinta, cuarenta, y cincuenta minutos—. ¡Diecisiete minutos tiene que ser un record! —Por lo último que oí —dijo Christos casualmente—, el récord fue de siete minutos y quince segundos. El chico tenía una sola pierna. A mi lado, Romeo escrutó la placa. —Vaya, hombre-G, seguro que tienes un apetito de hombre.

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—Gracias, hermano. —Él sonrió.

—Soy bastante varonil también —aduló Romeo—. ¿Significa que me vas a comer? Christos se rio entre dientes. —Acabas de decir que no eras un hombre de verdad hace un minuto. Probablemente moriría de hambre. —Le dio a Romeo dio una buena mirada con carácter. —Tiene razón —dijo Romeo hacia mí, sin vergüenza—. Tendré que empezar a ir al gimnasio si quiero que Christos tome un bocado de mí. —Estás tan totalmente enfermo por pitos, Romeo —me burlé. Skylar la anfitriona dijo nuestro nombre con apatía y nos llevó a nuestra mesa. La resaca de Kamiko logró dejarle hacer la caminata de enormes proporciones para sus propios medios. Romeo se ofreció a ayudarla, pero ella lo empujó y le dijo: —Soy lo suficientemente hombre. Todos nos sentamos y Kamiko dio un suspiro. —¿Tienen Bloody Marys? Necesito uno —dijo mientras hojeaba su menú. —No me acuerdo de que te gustaran los Bloody Marys —dijo Romeo, preocupado. Kamiko le miró por encima de sus gafas de sol de estrella de cine. —¿Y? —¿Tal vez debas solo tomar jugo de naranja? —sugirió Romeo tentativamente. —Tienes razón. ¿Por qué no pensé en eso antes? No puedo soportar el jugo de tomate a primera hora de la mañana. —Ella se lamió los labios—. Totalmente tomaré un Destornillador en su lugar. Romeo se desorbitó hacia mí. —¿Qué hicimos con ella anoche? —Creo que tal vez el champán fue su kriptonita —sugerí, algo me preocupó—. Debe ser su única debilidad. Bebió tanto en el yate, que se inclinó sobre el borde. —¡Eso es! —Kamiko sonrió—. ¡Gracias chicos! No sé en qué estaba pensando. ¡Quise una Mimosa todo el tiempo! Quería mirar a Kamiko y dirigirla de nuevo al buen camino con un poco de amor duro.

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Pero, francamente, tenía miedo de que si decía algo fuera a morderme la cara. Así que miré a Romeo en su lugar, porque tenía que mirar a alguien.

—¡No me mires a mí, Sam! —declaró Romeo—. ¡El viaje en yate fue idea de Christos! Miré a Christos y crucé los brazos sobre mi pecho. —¡Eso es! Fue tu idea, Christos. ¿Qué tienes que decir en tu defensa? —No es que le estuviera entregando bebidas toda la noche —dijo Christos con calma—. Es una chica grande. Pero si esto sigue así, estaré encantado de organizar una intervención. —Cálmense, chicos —dijo Kamiko con fuerza—. Creo que tuve unas cinco copas durante toda la noche. Hubiera llegado a mi límite de dos si Romeo no me hubiera arrojado en brazos de ese Brandonguapo en la pista de baile. Me puse toda nerviosa y no pude dejar de pensar en él después de eso. El champagne fue mi único recurso. Así que si quiero tomar una Mimosa para el desayuno, todos pueden cerrar la puta boca. Christos se rio entre dientes. —¿Brandonguapo? —murmuró Romeo—. ¿Te refieres a Brandon? Kamiko sonrió tímidamente. —¿Te estás enamorando de Brandon? —solté. —¿Y? —Kamiko se sonrojó—. Es atractivo, ¿no? ¿Eso está bien para ustedes? La camarera llegó a tomar nuestros pedidos de bebidas. En el último segundo, Kamiko ordenó jugo de naranja en lugar de una Mimosa. Mi culpa montada sobre mí por corromper su inocencia se calmó al instante. Cuando la camarera se fue, Romeo preguntó: —¿Quién está listo para que las clases empiecen mañana? —Creo que necesito unas vacaciones de una semana después de ayer por la noche —gimió Kamiko. Cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza en la parte superior de ellos. —¿Qué clases tomarán este trimestre? —preguntó Christos. —Creo que Kamiko tomará Siesta 101 —bromeó Romeo. —Grrrr —murmuró Kamiko. Totalmente no quería pensar en la universidad ahora. Me recordaba que tenía otra clase de Contabilidad que esperar durante diez semanas más, además de Sociología e Historia. Tenía pintura al óleo, y estaba feliz por eso. Me había inscrito en ella en el último momento, un hecho que mis padres no sabían. Pero la idea de la contabilidad me revolvía el estómago. Uf.

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—No puedo esperar para empezar el semestre. —Romeo sonrió—. Tomaré Introducción a la Actuación, Introducción a la Dramaturgia,

Escultura Figurativa, y por último pero no menos importante, pintura al óleo 10, con Sam y Kamiko. Reí. —¿Qué? ¿Esas son todas las clases? ¿Cómo, clases universitarias reales? —Sí —dijo Romeo con curiosidad—. Me especializaré en Arte y Teatro, ¿recuerdas? —Pero tu horario suena como... divertido —suspiré. —Estarás tomando pintura al óleo conmigo —dijo alentadoramente, después de haber sentido mi angustia—. Esa será muy divertida. Tal vez realmente era el momento para que cambiara mi especialidad a Arte. No podía dejar que Romeo tuviera toda la diversión. Pero la sola idea de eso me daba náuseas. ¿Qué dirían mis padres? Tal vez no tenía que decírselos. No de inmediato, de todos modos. Podía esperar unos días antes de darles razones para matarme. ¡Rayos! Nuestro desayuno llegó poco después. Kamiko roncó mientras comía, Christos pidió una conservadora tortilla de cuatro huevos, y yo fingí que mi futuro no era una bomba de tiempo en forma de Bill y Linda Smith esperando para estallar en mi cara. Suspiro.

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¡Una sonrisa falsa!

Samantha

R

egresamos a mi casa después del desayuno. Romeo y Kamiko pasaron un rato alrededor por un par de horas hasta que Kamiko se fue finalmente para el viaje de regreso a su dormitorio en el campus.

Cuando se fueron, sugerí que Christos y yo diéramos un paseo por el muelle. —¿Quieres hacer algunas pinturas de crayón? —preguntó. —¡Esa es una gran idea! Hay un nuevo café al que he tenido la intención de ir. Agarramos papel y mi caja de lápices de colores y nos dirigimos hacia el muelle. En el café, encontré una mesa afuera, mientras Christos pedía nuestras bebidas. Tenía la piel de gallina por estar sentada al aire libre el primero de enero. En el sol, nada menos. Ni siquiera remotamente posible en D.C. en esta época del año. Christos llegó con un refresco italiano para mí y un té helado para él. —¡Te acordaste! —¿De qué? —se burló. —¡Qué me encanta la soda italiana! —¿Cómo podría olvidarlo? Ha pasado menos de un mes desde la última vez que tuviste una. —Sonrió. No importaba lo mucho que le restara importancia al hecho, me encantaba que supiera lo que me gustaba beber. —¿De qué sabor me trajiste esta vez? —Era una de color verde que no reconocí. —De apio. Hice una mueca. —¿De apio? No hablas en serio, ¿verdad?

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Él sonrió.

—No. Es de kiwi. Tomé un sorbo. —Mmm, ¡me encanta! ¡Gracias! —No hay de qué. —Christos abrió la caja de lápices de colores por nosotros y los dos nos pusimos a trabajar en nuestras propias pinturas a crayón por un tiempo—. Entonces —preguntó, haciendo una pausa para quitar el papel de su crayón amarillo limón—, ¿aun pensando en cambiar tu especialidad? —Estoy pensando en ello —suspiré mientras seleccionaba un crayón carmesí de la caja. —Suena como si no estuvieras segura. —Tal vez no lo esté. —¿Qué te preocupa? —preguntó Christos. Me recosté en mi silla y miré alrededor de la cafetería mientras juntaba mis pensamientos. Me di cuenta de una pareja mayor sentada junto a nosotros robándole miradas a nuestros cuadros a crayón. No sé lo que era, pero cada vez que estaba dibujando en público con Christos, la gente quería mirar. No era solo por el ardiente cuerpo de Christos, tampoco. Claro, las mujeres siempre lo estaban revisando, pero cuando estábamos dibujando, la gente parecía genuinamente interesada en lo que estábamos haciendo. Supongo que no todos los días veías a personas mayores de la edad de ocho o nueve años dibujar con lápices de colores en un lugar público. —¿Perdida en tus pensamientos? —preguntó Christos. —Oh, lo siento. ¿Cuál fue la pregunta? —¿Cambiaste tu especialidad a Arte? —Oh, sí. Mmm. Me preocupa que mis padres vayan a enloquecer cuando les diga que estaré cambiando mi asignatura a Arte. Probablemente amenacen con echarme a un convento o hacer que consiga terapia de electro-shock. —Es una locura —dijo con desdén mientras tomaba su té helado—. ¿No ven lo talentosa que eres? —¿No te acuerdas de cómo fueron las vacaciones de invierno? Christos asintió pensativo. —Sí, parecían un tanto inciertos sobre la idea.

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Me atraganté de risas mientras sombreaba las formas púrpura en mi dibujo.

—¿Algo? Tú, literalmente, le dijiste a mi padre que hacías más de seis cifras en una noche de venta de pinturas en Charboneau, y él actuó como si fuera algo que solo les ocurriera a otras personas, como si fueras un mito o algo así. Ajustando su crayón sobre la mesa, sonrió. —El hecho de que tus padres no se den cuenta de que una carrera de arte es una posibilidad real para ti ahora, no quiere decir que no vayan a entrar en razón con el tiempo. Tal vez tengas que demostrar cuán seria eres. Mostrarles todos los pasos que estás dando. —Siento como si la única forma en que crean que el Arte es una carrera válida es si les muestro la mansión que compré con mis aún-prontas ganancias de arte no ganadas, y una jubilación de arte financiada por una fuerte cartera. Christos sonrió. —Lo entiendo. Es que no es real para ellos. Entonces pon una pieza en la muestra de los Artistas Contemporáneos en la Galería Charboneau. Cuando la vendas, podrás mostrarles el cheque a tus padres. Toma una foto de ti de pie delante de tu pintura durante la exposición. —Espera, ¡estás hablando como si ya hubiera vendido la pintura! ¡Ni siquiera he pintado un cuadro! ¿No te estás adelantando? —No en mi libro. Tienes que establecer la intención. —Sí, pero ¿quién va a comprar mi pintura? ¿Tú? —Podría. —Sonrió—. Si quieres. —Gracias, Christos —dije, tomando un lápiz de color mandarina y haciendo algunas líneas onduladas—. Aprecio la oferta totalmente, pero si esa loca idea tuya tiene algún tipo de sentido, un desconocido en realidad tendría que comprarla. Y eso nunca va a suceder. —Eché un vistazo a la pareja mayor, que todavía estaba sentada junto a nosotros. Parecía que estaban escuchando. Por alguna razón, sentí como que iban a informar de todo lo que dijera a mis padres. Lo que sea. Christos dijo—: No empieces a dudar de todos los demás en el mundo. Ya dudas de ti misma, y eso es más que suficiente de lucha. Tu trabajo es poner tu trabajo por ahí, y esperar lo mejor. Me guiñó un ojo, mostrando sus atractivos hoyuelos. —Gracias, Christos —suspiré, la duda me arrastró. Apreciaba su confianza en mí totalmente, pero todo parecía una fantasía lejana.

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—Disculpa —dijo el hombre escuchando y sentado al lado de nosotros. Tenía el cabello canoso y llevaba gafas de lectura. La mujer con él llevaba

el cabello recogido en un nudo corto plateado. Ella dejó su lector electrónico y me sonrió cálidamente. —Lamento interrumpir —continuó el hombre—, pero no pude evitar escuchar tu conversación con tu amiga aquí. Estaba en lo cierto. ¡Los fisgones! Y no había ningún alero en kilómetros a la redonda. Por lo menos este tipo estaba con su esposa, por lo que probablemente no era un espeluznante acosador. El hombre continuó—: Mi esposa y yo hemos estado observándolos a los dos dibujando todo este tiempo, y nos preguntábamos, ¿eres Christos Manos? —Ese soy yo. —Christos asintió al hombre y se dieron la mano—. ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Christos casualmente. —Los dos somos fanáticos de la obra de tu abuelo —dijo el hombre. —¿Conocieron a mi abuelo? —Christos sonrió. —No. —La mujer sonrió—. Pero nos lo presentaron. —En serio. —Christos sonrió. —Sí —dijo el hombre—. Mi esposa y yo solíamos ir a las inauguraciones de las galerías aquí en la ciudad un poco. Charlamos con Spiridon más de una vez. De hecho, me parece recordarte ya como un joven en una de las aberturas. ¿No es así, querida? —Oh, sí —dijo su esposa con vehemencia, y luego le dijo a Christos—. Pero no te acordarías de nosotros viejos aburridos. Me reí cuando dijo “viejos”. —…Pero debes haber tenido doce años más o menos en ese momento. —Eso es genial. —Christos les dio otra sonrisa—. Entonces, ¿son coleccionistas? —Lo somos —dijo el hombre—. Hemos comprado varios de los paisajes marinos más pequeños de Spiridon en su día. —Eso es fantástico —dijo Christos sin problemas. Me di cuenta de que estaba acostumbrado a conversaciones como ésta. Tenía temor de lo cómodo que estaba. —Hablando de eso —dijo el hombre—, mi esposa y yo estábamos viendo el trabajo que ustedes dos estaban haciendo, y pensamos que nos gustaría comprarlo.

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—Oh —dijo Christos, un tanto sorprendido—. No creo que jamás haya vendido uno de estos cuadros de crayón antes. Normalmente solo vendo mis óleos en la Galería Charboneau en La Jolla.

Vaya. Christos ni siquiera estaba tratando y la gente se le estaba acercando para comprar su obra. Me sentí sorprendida por el poder de la reputación de su familia y fastidiada de que estaba, al menos, una década o diez detrás de él en mi propia carrera artística embrionaria. Oh, bueno. Tal vez cuando cumpliera sesenta, sería así para mí también. Suponiendo que no tirara la toalla y llevara la antorcha de la herencia de mi familia. ¿Me podía imaginar de cuarenta años ahora, con parejas de cabellos plateados en las tiendas de café preguntándome si era Sam Smith, CPA, y si estaría dispuesta a hacer sus impuestos ese año? Suspiro. —En realidad —dijo el hombre tímidamente—, estábamos esperando comprar el artículo de tu amiga. Los ojos de Christos se iluminaron y sonrió. —¿Te refieres a Samantha? —Sí. —El hombre sonrió. Me ofreció su mano para sacudirla—. Encantado de conocerte, Samantha. Su esposa me dio la mano y dijo: —Los escuchamos hablando a ustedes dos tratando de vender el trabajo de Samantha. Siempre hemos tratado de apoyar las artes todo lo que podemos. Me quedé impresionada. —¿Están hablando en serio? —Sí, hablamos en serio. —El hombre sonrió—. Y no solo te estaríamos haciendo un favor, jovencita. Puedo decir desde aquí que tu trabajo es bueno. —Oh, Ted —dijo su esposa—. Detente. Estás avergonzando a la pobre chica. —Lo digo en serio, Victoria. Creo que su trabajo es excelente. Me sonrojé de pies a cabeza y le sonreí ampliamente. Creo que mis dientes estaban ruborizados también. —¿Te importa si echo un vistazo más de cerca? —preguntó Ted, alcanzando mi pintura a crayola. —Claro. —Le sonreí. La recogió y la sostuvo para que su esposa pudiera tener una mejor visión. —¿No es hermosa? —le dijo Victoria a su esposo, luego se volvió hacia mí—. Tienes un gran sentido del color. ¡Y no puedo creer que hayas hecho esto con crayones de niños!

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Ted miró a través de sus gafas leyendo mi arte.

—Es realmente buena. Excelente composición. —Me miró por encima de sus gafas de lectura—. ¿Cuánto quieres por él? —Ehhh… —Estaba aturdida—. ¿No lo sé? Christos se rio entre dientes. —Samantha es nueva en esto, como habrán adivinado. Por qué no le hacen una oferta. Me alegré de que Christos interviniera. Iba a decir que podrían tenerla gratis. —¿Qué hay de cien dólares? —dijo el hombre, sacando su billetera. —¡Cien dólares! —Puse mi mano sobre mi boca. Victoria me sonrió y se rio. —Está bien, ¿qué tal ciento cincuenta? —dijo Ted. —¡Oh Dios mío! —Puse mi otra mano sobre mi boca, totalmente sorprendida y un poco avergonzada, como si fuera manipulada de alguna manera. Ted miró a Christos astutamente. —Creo que tu amiga es una experta negociadora. Ciento cincuenta serán. Pero tienes que firmarla. —Ted me guiñó un ojo. —¡Yo, no! Quiero decir, no… —Miré a Christos por ayuda. Él se limitó a sonreír—. ¡No puedo tomar su dinero! Pueden tenerlo. No puedo creer que realmente lo quieran. Ted y Victoria intercambiaron una sonrisa mientras Ted contaba el dinero de su billetera y la ponía sobre la mesa. —Adelante, fírmalo, Samantha —me animó Christos. —¿Qué? ¿Cómo? —Ya sabes cómo firmar con tu nombre, ¿no? Elige un color y firma la cosa en el frente o en la parte de atrás. —Oh, en el frente, por favor —dijo Ted—. Queremos que las personas que vengan a nuestra casa sepan quién es la artista. Escogí un lápiz de oro de la caja. Me pareció apropiado para la ocasión. Firmé mi nombre en la esquina delantera. Cuando terminé, le entregué mi dibujo a lápiz a Ted. —Nunca he vendido una pintura antes —chillé. Él leyó mi firma.

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—Ahora podemos decirle a la gente que tenemos el primer trabajo que vendió Samantha Smith en nuestra colección. —Se volvió hacia su esposa— . Esta debe valer algo en unos pocos años. —Me entregó el dinero.

—¡Muchas gracias! —le dije a Ted, luego estiré la mano sobre la mesa y abracé Christos—. ¡Vendí mi primera pintura! Ted y Victoria se rieron entre dientes. —Aquí está mi tarjeta de visita —dijo Ted, tirando de uno de su cartera— . Asegúrate de decirnos si harás algún trabajo para la muestra de artistas contemporáneos de la que estaban hablando. —Ted, debemos ir a enmarcar esta. —Victoria sonrió—. Gracias chicos. ¡Buena suerte! Cuando se fueron me quedé boquiabierta viendo a Christos. —¿Tú, cómo que planeaste esto o algo? Él se echó a reír. —No. Pero ayudé a establecer la intención para ti. —¡Realmente no puedo creer lo que acaba de suceder! —dije, todavía con la boca abierta. —He visto mierda más loca un centenar de veces en mi propia vida. Esto es solo el comienzo, Samantha. Te lo prometo, agápi mou. Envolví mis brazos alrededor de él y le di un gran beso. —¡Te quiero mucho, Christos!

Samantha Cuando Christos y yo salimos de la cafetería al muelle ambos teníamos hambre de cena. Caminamos más allá del centro comercial donde se encontraba Thai Doughnut. Aún estaban abiertos. —Oye —bromeé—, ¿quieres un buñuelo de manzana para la cena? —Tentador —dijo Christos pensativo—. ¿Tal vez de postre? —Está bien, vamos a comprar comida tailandesa regular. De vuelta a mi apartamento, nos montamos en mi VW y fuimos a Bangkok Bay mientras el sol se ponía. Christos ordenó Pato asado al curry y a un lado de fideos ebrios. —¿Cuánto comes en un día, en serio? —le pregunté.

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—Lo mismo que un caballo normal —bromeó.

Pedí curry amarillo, y volvimos a mi apartamento. Comimos sentados en el suelo con nuestra espalda contra mi sofá, con nuestra comida en la mesa de café. —Felicidades por la venta de esa pintura a crayola hoy —dijo Christos antes de meter los fideos en su boca. —¿Estás seguro de que no fue una trampa? Esa mujer Victoria, dijo que recordaba haberte conocido. —Eso fue hace diez años. La última exposición de la galería probablemente fue de mi abuelo. Había un montón de gente allí. Si los conocí, no me acuerdo. —¿Está seguro, seguro? —repliqué. —Acéptalo, Samantha. Alguien compró tu obra de arte hoy. —¡Lo sé! —Sacudí mis manos en una danza feliz sentada—. ¡Gané ciento cincuenta dólares! —Ahora te encuentras en tu camino. Creo que esto merece una celebración. Tal vez incluso un certamen. —Me guiñó un ojo. —Ehhhh… —Rocié un chorro de salsa picante Sriracha en mi curry amarillo. —¡Vaya! ¿Tienes suficiente salsa picante? —Christos rio. —¡Vaya! Supongo que me gusta lo picante —protesté. —A mí también. —Christos me guiñó un ojo. Trago. Tomé un bocado de mi curry. —Uuuu, ¡picante! Me acordé otra vez de las intensas aventuras sexuales orales que había compartido con Christos justo en este piso, al lado de este sofá y en una mesa, menos de dos meses antes. Habíamos estado comiendo comida tailandesa, entonces, también. Mientras mordía mi curry, la salsa Sriracha picante debió haberme pateado porque todo mi cuerpo estaba picante. Esa era la única explicación racional. También estaba seguro de que mi igualmente repentina calentura no tenía nada que ver con el hecho de que el hombre más ardiente del planeta me sonriera con sus sexys hoyuelos a menos de un pie de distancia. —¿Estás sudando? —preguntó. —¡No! —le dije, abanicándome la cara. Tomé un trago de agua de mi vaso. Christos sonrió.

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—Te ves toda ardiente y mojada para mí.

—¡Es la salsa picante! —Me atraganté, señalando mi boca—. ¡Totalmente picante! —No es tan malo, ¿verdad? Asentí. —Déjame ver... —Se inclinó hacia mí y deslizó la lengua por mis labios— . Tienes razón. Es bastante picante. Pero no creo que sea el Sriracha. —Se sentó de nuevo—. Puedo pensar en algunas buenas maneras de enfriarte — murmuró. —Helado. —Salté de la cama y fui a mi congelador. Todavía tenía varias pintas de ese dulce bálsamo restante. Tomé tres y las llevé de vuelta a la mesa de café—. Esto debería mantenernos ocupados por un tiempo. ¡Oh! Olvidé las cucharas. —Me levanté de un salto y tomé dos cucharas de la cocina—. ¡A comer! —le dije, entregándole una a Christos. —Ni siquiera he terminado mi pato. —Será mejor que te des prisa, antes de que me coma todo el helado. —Abrí la tapa del Chocolate Chip de Doble Menta y me metí un bocado. —¿Estás bien, Samantha? —preguntó Christos astutamente. —Estoy bien —murmuré a través de una boca llena de helado. —¿Estás segura, agápi mou? Me miró con sus ojos azules increíblemente conmovedores. Sentí su intenso abrigo de amor todavía infinitamente reconfortante en torno a mi corazón. Instantáneamente me calmé. ¿Qué estaba haciendo? ¿Huyendo de nuevo? ¿De qué? ¿De Christos? ¿Estaba loca? Sí. Pero por una vez, finalmente sentía como si tuviera una elección que no podía ser. Puse mi cuchara abajo y tomé una respiración profunda. —Christos, desde que volvimos de D.C. —dije—, no puedo dejar de pensar en lo afortunada que soy de que estés en mi vida. Eres el hombre más increíble que he conocido, pero no dejo de pensar que voy a despertar en la secundaria en Washington D.C., con todo el mundo llamándome Puta y Bruja Suicida y riéndose en mi cara en los pasillos. —No soy un sueño, agápi mou. Soy real. —Se inclinó hacia mí y me pellizcó el brazo con suavidad. —Estás despierta. —Por primera vez en la historia. —¿Qué quieres decir?

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—Quiero decir —suspiré—, que tal vez esta es la primera vez que he estado despierta en toda mi vida. Como si hubiera estado caminando a través de una neblina hasta que te conocí. ¡Vendí una maldita pintura hoy!

—Envolví mis brazos alrededor de él y lo besé—. Gracias, Christos. Te amo tanto. —También te amo, agápi mou. —Me besó de nuevo, con pasión. Nuestros labios se deslizaron a través de cada uno en la boca del otro mientras el deseo mutuo se encendía entre nosotros. —Te deseo, Christos —dije, sintiéndome de repente emocionada—: Ahora. Él se echó hacia atrás. —¿Está segura? —preguntó, con el rostro serio—. ¿Has pensado en esto? —No. —Entonces tal vez deberíamos esperar. Hasta el momento adecuado. Suspiré y lo consideré por un momento. —Eso es lo que hice con el idiota de Damian. Esperé y esperé, y todo resultó horrible. —No soy Idiomian. —Christos sonrió. —¿Dijiste Idio-mian? —Lo hice. —Sonrió—. Samantha, no puedo esperar tanto como deseas. No voy a presionarte o hacer una rabieta porque no estás lista. Me dejé caer en él. —Estoy taaaan lista. Christos lentamente se puso de pie, y me dejó en la alfombra. —¿A dónde vas? —Mi corazón se apretó. —A guardar el helado. Entonces, no se derretirá. —Tomó las tres pintas y las llevó a la cocina. Tonta de mí. Cuando regresó, dijo—: ¿Estás lista para tener tu certamen? —Sí. —Le sonreí. —¿Qué significa eso, de todos modos? —¿No lo sabes? Es mi Celebración de Certamen V esta noche. —Sonreí tímidamente. Él se rio entre dientes. —¿Eso es lo mismo que entregar tu tarjeta V? Hice una mueca.

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—No. Esta es la forma más elegante.

Él se puso en cuclillas junto a mí y me tomó en sus brazos. Instintivamente me envolví alrededor de su cuello mientras él se levantaba y me llevaba a mi habitación. Mi corazón se aceleró. Mis dedos se estremecieron. Esto era todo. Realmente iba a suceder. Con el hombre que amaba. —¿No deberíamos lavarnos los dientes primero, o algo así? —le pregunté nerviosamente. —Si quieres. Nos pusimos de pie frente a mi espejo del baño, cepillándonos los dientes. Lo habíamos hecho antes, pero todavía se sentía como si fuéramos dos niños pequeños que tenían un sueño, preparándose para ir a la cama juntos. Él sonrió. —¿Qué? —Nada —dije tímidamente. Cuando terminamos el cepillado, fuimos juntos a la puerta del baño, señalando de nuevo a mi dormitorio. —Después de ti. —¡Oh, Dios mío, estoy tan nerviosa! —Relájate. Todo va a estar bien. De alguna manera, sabía que lo estaría. Porque estaba con Christos. Entonces el pánico se apoderó de mí. Golpeé mi frente. —¡Espera! —¿Qué? —¡No tengo ningún condón! ¿Tienes algunos condones? No estoy tomando la píldora. Él abrió la boca, luego la cerró. —No lo creo. —¿No llevas un condón en tu cartera como la mayoría de los chicos? —Los usé. —¿Los usé? Como en, ¿plural? Él levantó las cejas y se encogió de hombros. Estaba a punto de decir algo. —¡Alto! No quiero saberlo. —Suspiré—. Entonces, ¿qué hacemos ahora?

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—Vamos a comprar unos pocos.

—¿Vamos? —le dije con nerviosismo. La idea de entrar en una tienda y comprar condones parecía algo que tenías que hacer, mientras llevabas un abrigo, sombrero de ala ancha y gafas oscuras para ocultar tu rostro—. ¿No podemos pedir algo en línea? ¿Con entrega urgente? —De dónde, ¿De Condoneslas24Horas.com? —Hacen entregas, ¿no es así? Él sonrió. —No creo que ni siquiera existan. Mis hombros cayeron con decepción. —No te preocupes, Samantha. Todo el mundo tiene sexo. Nadie te va a juzgar por comprar condones. Por lo último que supe, el sexo seguro es genial. —Sí, pero la cajera me mirará pensando en cómo voy a tener sexo contigo después. ¿Tal vez podríamos pedirle a la cajera que se una a nosotros? ¿Quizás que lo filme? —bromeé con nerviosismo. —¿No hay algún eslogan como: “Si tienes miedo de comprar condones, ¿no deberías estar teniendo sexo?” —Creo que es, “Si necesitas condones, pídele a tu novio que los compre mientras esperas en el auto”. —Mmm... no. —Él sonrió con compasión—. Vamos. —Muy bien —suspiré—. Pero usaré una máscara de esquí. —Van a pensar que vas a robar el lugar si haces eso. —¡Esa es una gran idea! —Le sonreí—. ¡Nunca sabrán lo que somos! ¡Y podemos robar! ¿Tienes un arma? Lo necesitaremos para asustarlos. Negó. —Eh, no. —¿No tienes un arma? Bien. ¿Tal vez Walmart siga abierto? —No. —¿Están cerrados? —le pregunté, preocupada—. No es tan tarde. Christos rodó los ojos. —No, no vamos a comprar un arma. Vamos. —¿Solo vamos a robarlos? Cinco dedos de condones, ¿uno para cada dedo? —No, Samantha. Vamos a pagar por ellos. Igual que los adultos.

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—Bieeeeen —gemí. Agarré mi bolso y salimos por la puerta juntos.

Samantha Fuimos en mi VW a la tienda de comestibles. Tomados de la mano, Christos y yo caminamos por un pasillo hasta que nos detuvimos en el exhibidor de condones. —¿Cuáles deberíamos llevar? —le pregunté tímidamente. Echó un vistazo a los paquetes enganchados al exhibidor. —Estoy buscando mis favoritos. —¿Tienes favoritos? —Hice una mueca. —Sí, ¿por qué? —¡Eso es tan raro! —¿Tienes un tampón favorito? —dijo arrogantemente. —¿Sí? —Exactamente. —Él sonrió. —¡Eso es diferente! —¿En serio? —dijo pensativo—. ¿Cómo? —¡Porque uso una docena de los tampones al mes! —Voy por más que eso. Confundida, le dije—: ¡No usas tampones! —Pues no. —Me dio esa sonrisa arrogante estúpida otra vez. —Oh. —Hice una mueca—... ¿Estás hablando condones? —Sí. —¡Qué utilizas cuando estás… —Sí. —¡Christos! —¡Samantha! —se burló. —¡¿Cuánto sexo tienes?! ¡Espera! ¡No conteste eso! —Puse mis dedos en mis oídos. Él sacó los dedos de mis oídos. —¿Desde que decidí que quería ser más que tu mentor? Nada.

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Ufff. Eso definitivamente me hizo sentir mejor. Pero todavía quedaba la cuestión de la cantidad a tener en cuenta.

—Déjame ver si entiendo. —Empecé marcando con los dedos el número de veces que... ya sabes... por mes. Me di por vencida. No tenía suficientes dedos—. ¿Tienes sexo, cómo, todos los días? —Por lo general. Hasta que supe que eras la mujer que había estado esperando toda mi vida. Desmayo. Espera, estaba saliéndome de pista. —Entonces, desde que empezaste a salir conmigo, ¿pasaste de hacerlo a diario a nunca? ¿Desde hace meses? ¿No es como, físicamente imposible para los hombres? Estar sin eso tanto tiempo, ¿sabes? Él bajó la cabeza patéticamente. —Han sido dos meses muy duros. —Oh, Christos. —Puse mi mano en su mejilla como consuelo—. Debes estar como un hombre sediento en el desierto pidiendo un vaso de agua. Su sonrisa arrogante era una espiral en un hoyuelo. —Más bien como un tipo con dos granadas de mano entre sus piernas con sus pines retirados o dos globos hinchados llenos… —¡Capto la idea! —le dije, poniendo la palma de mi mano contra su pecho—. Si la presión no se libera pronto, tus calderas van a explotar o tu volcán va a entrar en erupción —me burlé. Sonrió. —No es tan malo. Tengo una mano —dijo con calma. —¡Eres un pervertido! Se rio un poco más. A pesar de mi semi-asco con este tema de conversación, no podía evitar imaginar su harem ahora extinto de rameras desfilando alrededor del lugar desde donde su edificio varonil sobresalía poderosamente de la tierra verde de Dios. Me imaginé un gran círculo de retozadas concubinas con flores en el cabello y usando vestidos griegos cortos mientras se tomaban de las manos y bailaban alrededor del obelisco carnoso del Rey Christos, preparadas para sacrificar su virginidad con el Dios del Amor. Todo mientras un sol sofocante iluminaba el ritual desde el cielo. Sí, estaba dispuesta a cambiar de tema. Haciendo caso omiso del hecho que estábamos en medio de una tienda de comestibles, le dije:

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—Entonces, vinimos a llevar condones para poder tener sexo. Pero ahora siento como que estoy en la parte posterior de la cola del paro, a la espera de recoger mi cheque, y soy la chica que llega al mostrador al último antes de terminar, después de quinientos otras mujeres que ya recibieron el

pago de ti, y que han ido y venido. ¿Eso es lo que se supone que es romántico? —Ningún pago nunca cambió de manos, te lo juro. —Sonrió con confianza—. Pero acepto consejos. —No es gracioso, Christos —dije enfurruñada. Él suspiró. —Samantha, si quieres esperar, está bien conmigo. Pero mi historia no va a desaparecer. Yo hervía a fuego lento. —Lo siento, Samantha. Pero esa es la realidad. Es lo que soy. Si hubieras llegado a mi vida antes, las cosas hubieran sido diferentes. ¿Qué puedo decir? Dejé caer todas las mujeres en mi vida al segundo que decidí que estaba tan profundamente enamorado de ti y que no podría vivir sin ti. Me gustó esa última parte de que no podía vivir sin mí, pero no quería decirle que con la frase “dejar caer a todas las mujeres de su vida” me lo imaginaba volviendo a casa de la tienda de comestibles acunando bolsas de papel en sus brazos, las bolsas rebosantes de docenas de mini mujeres desnudas, cada una con una etiqueta que decía: Paso 1: Agregue agua para crear una fulana de tamaño completo. Paso 2: Inserte la lengüeta A en la ranura B. Paso 3: Repita el paso 2 hasta que se logre el resultado deseado. Paso 4: ¡Que se divierta! Respiré hondo y solté el aire. Sabía que Christos tenía razón. Tenía que aceptarlo tal como era. Era un bien usado. O pre-usado, como a los concesionarios de automóviles de lujo les gustaba decir. Espera. ¿Qué estaba pensando? Christos no era un objeto. Era una persona. Y la gente era cosas muy descuidadas. Era un desastre picoso recuperándome a mí misma. Me incliné hacia él. —Tienes razón, Christos. Lo siento. Estoy siendo totalmente patética. —Está bien. Te entiendo, agápi mou. Pero quiero que sepas que lo último que pensé cuando me di cuenta que estaba locamente enamorado de ti fue en cómo íbamos a resolver el asunto del sexo. Solo pensé en el hecho de que te amaba desesperadamente y que te necesitaba en mi vida, sin importar nada. Supuse que todo lo demás se arreglaría si nos amábamos. Me amas, ¿no?

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Me miró con sus ojos azules cautivadores. Los que te tragaban el corazón cada vez. También me di cuenta de que este hombre de pie frente a mí había escuchado mis secretos más oscuros, sin embargo, todavía me

aceptaba incondicionalmente. ¿Cómo podría darle menos de mí misma que todo? —Te amo, Christos. Te amo más de lo que jamás pensé que podría amar a otro ser humano. —Ustedes dos son tan lindos juntos —nos dijo una anciana de pie detrás con un carrito de supermercado lleno de vino barato, sus ojos brillantes. ODM. ¿Cuánto tiempo había estado escuchando? Ella empujó su carrito delante de nosotros. —Mmm, mmm —tarareó—, el amor joven me conmueve cada vez. Será mejor que te aferres a él —dijo mientras apretaba mi brazo con suavidad—. Rompieron el molde cuando lo hicieron, te lo puedo asegurar. He estado alrededor de la cuadra un par de veces en mi vida, y por lo general no lucen como él. Mmmm, mmmm. —Sacudió su cabeza—. Y les sugiero que compren los extra grandes. —Asintió hacia los condones. Di un grito ahogado. ¿Cómo demonios iba a saber eso? —Son las manos —susurró a escondidas—, siempre puedo decirlo. — Asintió con confianza mientras se alejaba—. Las manos —articuló en silencio antes de dar vuelta de la esquina. Christos tenía manos descomunales. —Lo que ella dijo —dijo Christos con una sonrisa-come-vagina en el rostro. Digo come-vagina, ya que, basándome en la expresión de sus ojos, eso es probablemente lo que estaba pensando justo en ese momento. Solo estoy un poco avergonzada de admitir que tuve el pensamiento sobre eso también. Y de otras cosas. Christos finalmente agarró una caja del exhibidor. —¡Esa es una gran caja! —murmuré—. ¿De qué tamaño son los condones extra grandes? ¡Trago! —La caja es grande, ya que tiene un montón de condones —dijo. —¡¿Cuántos necesitamos?! ¿Uno no es suficiente? Christos sonrió. —No. ¡Doble trago! —¿Cuántos hay en esa caja? —le pregunté. —Treinta y seis —dijo con total naturalidad.

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¡Trago Triple!

—¿Debería conseguir dos cajas? —preguntó casualmente—, ¿para poder tener más para mañana? —Ehhhh.... —Una parte de mí quería salir corriendo de la tienda con las rodillas juntas. No estaría corriendo por sí, sería más como una patata de saco corriendo, pero sería efectivo. En lugar de golpear la puerta, di un buen vistazo a Christos. Era alto. Como que, míticamente alto. Su cara era de modelo ardiente. Estaba muy bien construido. Sus cincelados, musculosos brazos, estaban cubiertos de tatuajes sexys, bailando hipnóticamente cada vez que los movía. Sabía por experiencia de primera mano que su paquete de ocho era acanalado y duro como roca. Estaría mintiendo si negara que quisiera aprender todo lo que pudiera acerca de sus cosas duras. Oh sí, y lo amaba. Creo que estaba babeando. Temblor. ¡Camarero! ¡Cuenta, por favor! Oh, espera, ¿dónde estaba otra vez?

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Creo que solo había perdido la cabeza.

Samantha

C

uando llevamos la caja de condones al cajero, me decidí a ser una mujer y con orgullo los pagaría.

El cajero parecía algo así como mi padre, pero tenía bigote. Aunque eso me puso nerviosa e incómoda, estaba decidida a seguir adelante. Casi espeté: “Voy a comprar condones porque mi novio y yo vamos a tener sexo en estos momentos”. En su lugar, le dije: —Vamos a llenar éstos y a tener una pelea con globos de agua. Hice una mueca, porque casi esperaba que el tipo preguntara con qué los íbamos a llenar. Eww. Christos frotó la parte baja de mi espalda mientras caminábamos hacia mi AUTO. —Bien hecho, Samantha. No fue tan malo, ¿verdad? —Excepto por el hecho de que el cajero me recordó a mi padre. —Me di cuenta de eso. —Ahora es como si mi padre supiera que estoy a punto de tener sexo. —Estoy bastante seguro de que ese tipo no conoce a tu padre, pero puedo correr al interior y darle el número de tus padres, si lo deseas — bromeó Christos—. Puede llamarles y decírselo. —No, ¡no lo hagas! —Estaba bromeando totalmente —sonrió. Di un suspiro. —¿Es posible que mi ansiedad se extirpe quirúrgicamente? —le pregunté. —No lo creo. Pero mi apuesta es que olvidarás tu propio nombre como en una hora. Unas horas después de eso, ni siquiera sabrás en qué planeta estás. Y entonces...

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—Vaya, ¿cuánto tiempo dura el sexo? Pensé que eran como diez o quince minutos, en el mejor.

—Tal vez con un mortal ordinario —me guiñó un ojo—. Es posible que desees considerar limpiar el calendario por el resto de la semana. —¡Entra en el auto! —le pedí—. ¡Ahora! —Sí, señorita —sonrió, y casualmente se balanceó en el asiento del copiloto de mi VW. Si había paradas señaladas o luces rojas entre la tienda y mi apartamento, podría haberme saltado una o dos. Estaba ardiendo cuando entré en mi plaza de estacionamiento y apagué el auto. Mis pezones estaban apretados contra las copas del sujetador. Mis bragas estaban notablemente húmedas. Me retorcí en mi asiento mientras mi corazón corría. Miré a Christos. —Entonces, umm, a partir de ahora —dije nerviosamente—, eres más o menos responsable, porque no tengo ni idea de cómo se supone que funciona. Me dirigió una penetrante mirada. —¿Estás segura? —Sí. —Bueno, todavía tienes la palabra de seguridad, por si acaso. —¿Te refieres a uvas? —le pregunté. —Sí. —No creo que vaya a necesitar algún fruto esta noche. Te tengo a ti — le guiñé un ojo. —¿Vas a pelar mi plátano? —¿Qué? —Estaba confundida—. ¡Oh! ¡No! ¡Qué asco! Él se rio entre dientes mientras salíamos del auto. Sostuve la bolsa con los preservativos en la mano. —Quédate ahí. —Está bien. Christos vino a mi lado y me recogió. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y al instante me comenzó a besar. Su lengua sondeó profundamente mi boca. Le di la bienvenida. Nuestras lenguas bailaron y exploraron mientras nuestros labios se torcían húmedamente juntos. Continuamos besándonos mientras me llevaba por las escaleras hasta mi apartamento. —Tengo que advertírtelo —le dijo él—, una vez que caminemos por esa puerta, puede que nunca quieras volver a salir.

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—Estoy de acuerdo con eso.

Christos me llevó dentro y con un suave clic, cerró la puerta detrás de nosotros. No sé cuánto tiempo nos besamos en la sala de estar con Christos sosteniéndome en sus brazos. Mis piernas se cansaron en algún momento, pero la forma en que sus fuertes manos tomaban mi trasero me hizo querer estar justo donde estaba. No porque tuviera miedo de ir más allá, sino porque estaba amasando mi trasero, enviando vertiginosas sacudidas de placer a lo largo de todo mi cuerpo. Era vagamente consciente del hecho de que sus brazos eran duros como el acero, y nunca parecía cansarse, como si pudiera sostenerme siempre. Su inquebrantable fuerza me puso aún más caliente. Finalmente, hice caer el paquete de condones al suelo. Christos dio una risita gutural. —Tal vez deberíamos utilizar esos. —Estoy lista para usarlos —sonreí. Se puso en cuclillas, todavía sosteniéndome con un brazo, tomó la bolsa y me llevó a mi dormitorio. Me puso en la cama y me miró. Era tan impresionantemente alto. Desde este ángulo, parecía una imponente montaña por encima de mí. —¿Estás nerviosa? —preguntó él en voz baja. —Un poco —le dije con voz temblorosa. Por un poco más, me refería más nerviosa de lo que nunca había estado en mi vida entera. Se sentó en la cama junto a mí. Ya no se sentía imponente. Se sentía protector. Pasó su mano por mi mejilla, haciendo mi cabello a un lado. —Está bien, agápi mou. En este momento, apuesto a que tu cabeza está diciéndole a tu corazón que tenga cuidado. Está tratando de protegerte de la mejor manera que sabe. Pero creo que si nos fijamos en tu corazón, te darás cuenta de lo mucho que te amo. Yo miré a sus ojos. —Te amo, Christos. Más de lo que sé cómo decir. Te amo... pero todavía estoy nerviosa. —Tenía miedo de que mi renuencia rompiera el encanto mágico en ciernes que nos rodeaba y arruinara el estado de ánimo antes de que pudiéramos llegar hasta el final. Al mismo tiempo, estaba asustada de lo que se suponía que vendría a continuación entre un hombre y una mujer enamorados. —¿Sabes qué? —preguntó. De repente temí lo peor.

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—Sólo tienes que relajarte. Nunca vas a disfrutar de esto si no lo haces.

—Eso es lo que me da miedo —murmuré mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Me cubrí la cara con las manos. No quería que viera mi miedo. Sentí suaves dedos en mis muñecas, tirando de mis manos. —No te preocupes, agápi mou. Te mostraré cómo. Acuéstate. Mi corazón brincó, con miedo de lo que vendría después. Viejos recuerdos de Damian perforaron mi corazón. Perra. Mujerzuela. Puta... Quería llorar, pero hice todo lo posible por detenerlo. Christos me miró con preocupación en sus ojos. —¿Qué sucede, agápi mou? —Es Damian —enganché—, no puedo dejar de pensar en esa noche. Como si estuviera sucediendo en estos momentos. Como si, en cualquier momento, pudiera cambiar de opinión, y si lo hago, te enojarás, me gritarás y me alejarás. Él sonrió. —No puedo sacarte de tu propio apartamento. —Su sonrisa fue tan amable, tan reconfortante, que me tranquilizó—. Además, Lamian no está en esta habitación. Somos sólo nosotros dos. Me reí cuando dijo Lamian. Estaba en lo cierto. No quería que los fantasmas de mi pasado invadieran mi presente. Me armé de valor e hice mi mejor esfuerzo para prepararme. —Está bien, estoy lista. —No te estás relajando. —Yo... yo ¡no sé cómo! —le supliqué, a punto de derramar lágrimas. —Lo harás en un segundo. Date la vuelta. —¿Qué? —Estaba muerta de miedo, convencida de que mi nerviosismo iba a arruinar todo esto.

Samantha —Voy a darte un masaje —dijo Christos. Se puso de pie y se sacó las botas, luego quitó los zapatos de mis pies antes de subir de nuevo a la cama. —Oh. —Rodé sobre mi estómago. Su peso se movió entonces cálido y poderosas manos apretaron los músculos alrededor de mi cuello y hombros a través de mi camiseta en un ritmo pulsante—. ¡Oh!

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—¿Te gusta eso? —Le oí sonreír.

—Sí. Es exquisito... —Bien. Continuó el masaje, presionando, soltando, apretando, relajando. Era tan relajante. Entonces sus manos se deslizaron por mi espalda, enviando una sacudida a través de mi cuerpo. Cambiaron de dirección a mi pelvis y se empujaron hacia mi cuello. Lo hizo varias veces, como si estuviera forzando a la mala energía a salir por la parte superior de mi cabeza. Suspiré como cien veces. Se sentía muy, muy bien. Sus manos continuaron su patrón, pero añadió otra pieza. Cuando sus palmas alcanzaron mi hombro, lo rodearon y bajaron por mis brazos. Su piel tocó la mía y me estremecí. Sentí la piel de gallina picar hasta la parte de atrás de mis brazos. Me estremecí de pies a cabeza. Después de un rato, cambió las cosas de nuevo, y presionó sus pulgares profundamente en los nudos entre mis omóplatos. —¡Oh, Dios! —espeté. —¿Ahí mismo? —Se rio entre dientes. —¿Cómo te pusiste tan tensa? Él se echó a reír. —Probablemente estás así todo el tiempo y nunca se te nota. —¿Qué? —Este es tu estado normal. O al menos, es a lo que te has acostumbrado. Estoy tratando de trabajar en reducirte a un estado más relajado. Uno probablemente que no has experimentado desde que eras una niña pequeña. Me burlé. —Dudo que estuviera relajada, incluso cuando era niña. Ya conociste a mis padres. —Puede que tengas razón. Supongo que eso significa que estás de enhorabuena. Amasaré todos esos nudos de tu cuerpo hasta que seas un montón de carne floja. —¡Eww! —Me reí. —Te va a encantar —ronroneó mientras deslizaba sus manos hacia abajo y firmemente apretaba mi trasero. Brinqué con placer mientras movía mis caderas.

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Deslizó sus manos por los lados de mis piernas, y luego presionó firmemente mientras deslizaba sus palmas hacia arriba a la parte de atrás de ellas. Sus pulgares se hundieron en el fondo de mi trasero, presionando

hacia arriba alrededor del hueso de mi trasero y, finalmente, curvándose a través de las crestas de mi pelvis. Los rayos que salían de sus dedos, iban a mis músculos tensos, no estaba segura de porqué. —Oh, wow. Sigue haciendo eso. —¿Te gusta tener un masaje de trasero? —¿Soy una puta si digo que sí? —Sólo si quieres serlo —bromeó. Me reí. —¿Podemos hacer esto todos los días? —le pregunté esperanzada. —Sí. Había tal finalidad en la forma en que lo dijo, que supe que podía tener esto en cualquier momento que lo quisiera. Que sería a diario. Bueno, tal vez sólo tres veces a la semana. Él estaba haciendo un buen trabajo, dudaba que lo necesitara con más frecuencia que eso. Wow. Christos continuó sus firmes movimientos de mano alrededor de mi trasero. Cada vez que lo hacía, era más duro, haciendo que mi pelvis se inclinara hacia delante con cada embestida, luego inclinando la espalda mientras me soltaba. Casi me sentía como si estuviera siendo tomada desde atrás, en el sentido convencional del término. Sin embargo, todavía estaba completamente vestida, y estoy bastante segura de que mi ropa interior estaría mojada antes de que el masaje hubiera terminado, o en los dos siguientes segundos, lo que ocurriera primero. Christos cambió su peso alrededor de nuevo de la cama mientras se levantaba. —¿A dónde vas? —le rogué—. ¿Ya terminamos? —Recién comienza. Tus pies necesitan un poco de amor. —Oh —dije aliviada. Su peso presionado en la cama cerca de la parte inferior y tomó uno de mis pies en sus manos y lo puso en su muslo. Los pulgares se deslizaron a través de la planta de mi pie, sus dedos acariciaban los lados, presionando, después liberándolo, haciendo movimientos hacia mis dedos de los pies, en un remolino de electricidad a la vida después de salir en todas direcciones. —Ehhhh —fue todo lo que pude decir. Después de que todos los músculos de mi pie se sintieron cremosos y relajados, repitió el proceso en el otro lado.

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Luego presionó hacia abajo sobre la parte de atrás de mis muslos con un peso considerable y puso sus manos en mis tobillos varias veces.

Cuando terminó, se movió de nuevo y se sentó en la parte de atrás de mis piernas mientras con fuerza presionaba lo que creo que eran los antebrazos hasta mi espalda baja, a ambos lados de mi columna. Era delicioso. Cada vez que presionaba abajo y se deslizaba hacia arriba yo gemía, —Oooohhhh. —Como si estuviera exprimiendo los sonidos de mi cuerpo. Poco a poco, me di cuenta de que su pelvis estaba ahora presionando contra el trasero de mis jeans con cada avance de sus empujes. Mi respuesta inmediata fue arquear la espalda, empujando mi trasero contra él. —Mmmm, creo que estás empezando a entrar en calor —ronroneó él. —¿Empezando? Ya me derretí. Soy un charco de mantequilla. No creo que jamás haya estado tan relajada. —Giré mis caderas, tratando de salvar de alguna manera la distancia entre su cuerpo y el mío, pero nuestra ropa todavía bloqueaba mi pasaje. —¿Me harías un favor, agápi mou? —Lo que sea, amor. —Por ahora, mantente relajada. Quédate quieta. Quiero exprimir cada gota de tensión fuera de ti. —Pero, Christos, quiero que te sientas bien también. —No tienes idea de lo mucho que estoy disfrutando esto. —¿En serio? Pero estás haciendo todo el trabajo. —Es simple. Cuanto más relajada estés, más grande será la sonrisa en mi cara. —Y otras cosas —le pregunté—. ¿Están haciéndose más grandes también? —Estamos hablando de esperma de cachalote aquí —se rio entre dientes. —Thar sopla ella, ¡capitán Ahab! ¡Este es Moby Dork! —Me reí. —Exactamente. Bajé mis caderas a la cama y siguió amasando la tensión de mi espalda. Hizo una pausa de sus grandes movimientos para frotar suavemente mi cuello con una mano. Curiosamente, sentí que mi garganta repentinamente se relajaba. No sabía que la garganta podía relajarse.

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—¿Cómo hiciste eso? —le pregunté. Mi voz salió extrañamente entrecortada. No sé qué podría sonar así. ¡Tenía voz de dormitorio! Oh, espera.

Me estaba excitando. Debía permanecer relajada. —¿Hacer qué? —rReflexionó él. —¿Relajar mi voz? —Tu cuello y garganta son una gran unidad. Todo está conectado. Ahora es el momento de darte la vuelta. —Él se subió a cuatro patas. Yo era una espiral debajo de él y miró mis ojos. En el débil resplandor de mi lámpara de mesita de noche, estaba un océano azul profundo. Sin fondo. Igual que su devoción. —Hola —le dije con voz ronca—. ¿Te gusta mi voz sexy? Sonrió. —La más sexy de la historia. —Deslizó sus manos por mis mejillas, a través de los lados de mi cuello, por mi pecho y en mis pechos. Oh, Dios. Los fuegos artificiales se encendieron en ellos y mis pezones saltaron, colándose bien dentro de mi sujetador. —Debería quitarme mi sostén, ¿no te parece? —¿Nos debemos atrever? —Me guiñó un ojo. Sonreí. —Sí. Deslizó su experta mano bajo mi camisa y mi espalda. Me arqueé y lo desabrochó en un solo movimiento. Entrecerré los ojos y dije: —Eres demasiado bueno para eso. —La práctica hace al maestro, igual que mis habilidades de masaje. —¿Es algo bueno? —le pregunté con duda. —¿Alguna vez tuviste un mal masaje? —Nunca he tenido un masaje, hasta ahora. —Un mal o buen masaje se siente como si la masajista no estuviera haciendo nada, o como si estuvieran arrancándose hacia abajo en sus músculos con pinzas, mientras trataba de quitar mi piel con papel de lija. Puedo recrear eso, si quieres probarlo. —No, voy a optar por el buen masaje. —¿Estás segura? —Empezó a hacerme cosquillas en las costillas con los dedos. —¡Alto! ¡Buen masaje! ¡De la clase que una experiencia única trae! — Me reí.

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Sonrió y deslizó sus manos por mi vientre plano.

—Creo que me gustaría quitarme mi sostén —dije con nerviosismo—. ¿Te importa? —No, en absoluto —dijo efusivamente—. Lo que te haga más cómoda, agápi mou. Me quité mi sujetador y lo tiré a través de la manga antes de tirarlo al suelo. —¿Mejor? —preguntó. Asentí. Las palmas de sus manos se presionaron suavemente hacia abajo al centro de mi caja torácica y se abanicaron suavemente hacia afuera mientras llegaban a mi pelvis. —Mmmmm —me lamenté. Luego sus manos se deslizaron por mis costados, haciéndome cosquillas de nuevo en las costillas, pero no tan intensamente como hace un momento. Fue eléctrica. Sus manos rodearon mis pechos y los apretaron suavemente a través de mi camisa, y luego se deslizaron para bajar por mi estómago, con los pulgares hacia abajo trazando mi línea central y bailando sobre mi ombligo. Christos movió su cuerpo hacia abajo, hacia mis pies mientras sus manos se deslizaban a través de la parte superior de mis muslos, sus indiscretos pulgares entre mis muslos internos. Lo hizo varias veces y sentí una ascua comenzar a brillar entre mis piernas. Perdí poco a poco la noción del tiempo mientras mi brasa se encendía en el fuego. Siguió su camino, sus pulgares frotando ahora a través de mi condición de mujer por medio de mis jeans, acariciando para memorizar por más tiempo y haciendo duros semicírculos hasta que el fuego en mi pelvis era una llamarada rugiente. Mis muslos se quedaron completamente relajados y abiertos para permitirle el acceso libre. Estaba tan lista. —¿Christos? —gemí. —¿Sí, agápi mou? —Te necesito. Dentro de mí. Ahora. —Tus deseos son órdenes para mí —sonrió arrogantemente. Su pene era bueno. Yo era todo acerca de su pene en ese momento. ¡No tenía idea de lo que estaba aún hablando!

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¡¡¡PENE!!!

Samantha Christos se sentó y se sacó la camisa por la cabeza. Sus abdominales fueron lo primero que vi. Uniformemente espaciados, rígidos y duros. Como una armadura. Pasé mis dedos a través de ellos. No podía esperar a que su camisa saliera. —Mmmm —se lamentó—. ¿Así? —Me encantan esas —le susurré—. Deliciosas con el poder de un millón. Ahora su camisa estaba sobre su cabeza, dejando al descubierto su increíble pecho con su cabello suave y fino. Mis manos se deslizaron hacia arriba, desde su camisa, y remontando el guion de su tatuaje Fearless mientras se sacaba la camisa todo el camino sobre su cabeza. La arrojó al suelo y bajó las manos a sus muslos. Estiré la mano para tocar sus enormes hombros y brazos. Me maravillé de los intrincados tatuajes en ambos. Era tan condenadamente caliente. Sonreí. —Christos, ¿te diste cuenta de lo caliente que eres? —Yo… Apreté mi dedo en sus labios. —Por supuesto que sí. —Sonreí. Deslizó sus manos debajo de mi trasero, moviendo mis caderas hacia las suyas. Una mano se apoyó en mi espalda, sentándome arriba en su regazo. Envolví mis piernas alrededor de su cintura, con su pecho a centímetros. No resistí cuando me levantó la camiseta por encima de mi cabeza. Se unió a la camisa de Christos en el suelo. Miré nuestras dos camisas enredados en mi alfombra. De alguna manera, eran sórdidamente simbólicas. Christos y yo estábamos a punto de enredarnos de manera similar. Mis pechos estaban ahora totalmente expuestos, mis pezones apretados por la necesidad. Me incliné hacia delante hasta que me presioné contra Christos.

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Christos echó la cabeza hacia atrás lo suficiente como para mirar mis pechos.

—Mierda, estás tan totalmente bien, Samantha. Eres perfecta. Maldita sea, eres increíble. ¿Te das cuenta de lo caliente que eres? —preguntó, mordiéndose el labio inferior y arrugando la nariz con deseo animal. Era demasiado tímida para responder. —Cuando Mattel estaba haciendo la muñeca Barbie —sonrió—, llamaron a Dios y le preguntaron por tus medidas. Puse los ojos en blanco. —Creo que Mattel debe presentar una orden de cese en contra de esa broma. Nos reímos juntos. —Permíteme decirlo de otra manera —dijo Christos—, cada vez que te miro, Samantha, me acuerdo de lo perfecta que eres en todos los aspectos. Hasta lo último de ti, dentro y fuera. Tu piel sin defectos, tu tierno corazón. Tus curvas perfectas y tu alegría desenfrenada. Tus ojos seductores y tu magnífica risa. Eres el epítome de la belleza, el ideal al que todas las mujeres aspiran. Tu belleza física hace que Afrodita llore de envidia. Ella no tiene lo que tienes tú. Ninguna otra mujer en este planeta, o a una diosa anterior, la tiene. —Dejó que sus palabras permanecieran. Me quedé sin palabras, por decir lo menos. Mi boca estaba abierta y la cerré antes de que una polilla volara en ella. —Entonces, ¿debemos quitarnos nuestros pantalones ahora? —Sonrió arrogantemente. —Eh, ¡sí! —bromeé. —¿Quieres ir primero? —No, te lo dejaré a ti. —Levanté mis piernas y deslizó sus pies en el suelo. Se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones, luego se los quitó. Ahora estaba en calcetines y bóxers. Se puso de pie y me miró. Saboreé cada centímetro de su cuerpo con mis ojos. Estaba increíblemente construido de arriba a abajo. Sus musculosas piernas eran los pilares que sostenían sus elegantes estrechas caderas. Acuñadas desde su pelvis estaban sus resistentes abdominales, los cimientos de su enorme pecho y hombros. Sus brazos musculosos colgaban a los costados, como vigas de acero. ¡Y esos malditos tatuajes de los dioses! ¡¿Por qué eran tan increíblemente sexys?! Por encima de todo, como un monumento de oro, estaba esa cara perfecta, angelical y diabólica al mismo tiempo.

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Sus ojos brillaban hacia mí y sentí el calor entre mis piernas intensificarse.

Mis ojos se inclinaron de nuevo hacia la barra de hierro oculta bajo sus calzoncillos, que era tan cómicamente tentadora. Contuve una sonrisa. ¿Estaba arruinando el estado de ánimo de nuevo? No podía evitarlo. Un paso a la vez. —¿Cuántos anillos tienes en esa carpa de circo tuya? —Me reí. —Tres —sonrió—. Con elefantes bailando en una, domando leones en otra, y un auto pequeño con un montón de payasos que cuelgan hacia afuera al final. Haz tu selección. —¿Con payasos soplando cornetas? —Sonreí. —No —frunció el ceño—, son chicas payasas, y están soplando flautas de piel. —Sacudió la cabeza, sonriendo—. Vamos, se supone que debes domar al león. ¿Cómo es de atractivo un auto lleno de payasos? —¡No puedo evitarlo! ¡Me gustan los payasos! —Me reí. —Eres tan mala. —Me dio su sonrisa con hoyuelos—. Ahora, sal del estancamiento. No pasó mucho tiempo para que mi risa se desvaneciera a medida que él continuaba moviendo su increíble cuerpo. Su casi desnudo, excitado, palpitante... ¡CUERPO! ¡Su cuerpo! ¡Yo sólo estaba buscando su cuerpo! Se puso de pie frente a mí sonriendo, disfrutando de la manera en que mis ojos le estaban devorando. —Es tu turno, agápi mou. Arrugué la nariz. —Umm... todavía estás usando tus calcetines. Él se quitó cada uno. Todo lo que quedó entre yo y su corneta de payaso... fueron sus bóxers. Mis nervios se sacudieron de nuevo, aunque no tan fuerte como antes de mi masaje. Me quedé quieta, en busca de la más obvia distracción. —¿Qué pasa con tus bóxer? ¡No te los quitaste! —De repente, me di cuenta de que esta estrategia no iba a ayudar a mis nervios. Deslizó sus bóxer y salió de ellos casualmente. Mierda. Quiero decir, lo había visto. Lo había tocado, había compartido la cama con él y Christos. Sí, parecía como una especie de tercera persona que se acurrucaba entre nosotros en la noche. Debido a que era muy, muy grande. Y señalaba directamente a mí. Como un misil de crucero, con su mira láser dirigida a mí... oh, mi…

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Él sonrió y se rio entre dientes. Obviamente, estaba leyendo mi mente. O su misil guiado tenía sonar, radar, y era espía.

—Tu turno —sonrió—. ¿Necesitas ayuda? —Estoy bastante segura de que ni siquiera puedo moverme. —Mis ojos estaban pegados a su miembro. Sólo para miembros, un club en el que estaba a punto de ser admitida—. Voy a necesitar un poco de ayuda, creo. Me senté en el borde de la cama, en topless, sin sujetador, mis pechos a centímetros de su Santa Virilidad, Batman. Me desabroché los vaqueros y me recosté en la cama, apoyada en los codos. —¿Te importaría ayudar a una damisela en apuros? —Estoy a punto de robar tu virtud, jovencita. ¿Es este tipo de asistencia la que precisas? —Me hizo un guiño—. O deberíamos hacer una parada en el viñedo por algunos... Negué. Se inclinó y tiró de los lados de mis jeans, tirando lentamente, dejando mi ropa interior detrás, gracias a Dios. Mis vaqueros pasaron sobre mis muslos... oh Dios mío... sobre mis rodillas. Sin regresar. Él se detuvo cuando estuvieron alrededor de mis tobillos. Luego se arrodilló y levantó uno de mis pies a pocos centímetros de la alfombra, sosteniendo su mano casi como si estuviera a punto de hacer la rutina de la zapatilla de cristal. En su lugar, quitó cuidadosamente mis vaqueros de un pie, luego del otro. Como un Príncipe Azul. Mis bragas eran mi única protección. De repente tímida, me dejé caer en la cama y crucé mis brazos sobre mis pechos mientras mi problema más urgente subía una vez más. Y no me refiero al torpedo rosa disparándose hacia fuera entre las piernas de Christos. —Sabes, Christos —dije, mi voz sexy de dormitorio reemplazada por un temblor—. Sigo siendo virgen. —Lo sé —susurró, todavía de rodillas a mis pies. Apoyó una mano en mi rodilla. —Y tú no lo eres. —Me estremecí cuando lo dije, dejando caer la cabeza sobre la cama y mirando al techo. Me llené de lágrimas al instante. ¿Por qué eso me molestaba tanto? No tenía ninguna explicación. Pero estaba tremendamente triste, como si hubiera perdido algo aún antes de encontrarlo. Christos se arrastró sobre la cama y se puso a mi lado. Se apoyó en un codo y me miró.

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Me quitó el pelo de mi cara y me sonrió de una manera pequeña, privada, íntima. Había una suavidad repentina en su cara que era nueva para mí. Era tal vez la expresión más hermosa que jamás había visto en otro

ser humano. Tomé varias respiraciones profundas, y realmente tomé la mirada de amor y de compasión en sus ojos. Era tremendamente reconfortante. Era completamente vulnerable y abierto a mí en ese momento. Cuando abrió la boca para hablar, mi corazón se aceleró fuera de control. Creo que temía lo que vendría después, simplemente porque era lo desconocido. —Nunca le he dado mi corazón a nadie, agápi mou. Tú eres la primera. Y serás la última. Eres mi para siempre. Mi corazón se detuvo. No podía creer lo que oía. El universo se derrumbó sobre sí mismo. De alguna manera, a nivel atómico, sabía que sus palabras eran verdad. Eran la verdad. ¡Oh, Dios mío! Supe entonces que podría tomar mi virginidad. Estaba dispuesta a dejarlo. Extendí la mano para acariciar su mejilla. Mi mano temblaba. Apenas podía hablar mientras mis lágrimas fluían libremente. Susurré: —Christos, yo, te amo, tanto, yo... Miró mi alma, con los ojos brillantes de abundante amor. Sus labios se curvaron en una sonrisa con hoyuelos, pero la arrogancia habitual no estaba allí. Sólo calidez, aceptación, seguridad y amor. Amor. Mi corazón y mi respiración se ralentizaron y regresaron. Me di cuenta de que no iba a dejar que Christos tomara mi virginidad. De buen grado se la daría, dándole mi regalo al hombre al que realmente pertenecía, para que la atesorara y protegiera para siempre. Estaba llena de un ambiente cálido, de relajante confianza de que este regalo que estaba a punto de darle a Christos era único, y este momento no se repetiría jamás en toda mi vida. O en la de él. Sólo pasaba una vez. Para cualquiera de nosotros. Esto era todo. Este era el verdadero amor.

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Christos bajó sus labios a los míos y comenzó a besarme.

Samantha Interludio. Nos besamos apasionadamente por un largo tiempo. Nuestros labios se unieron, nuestras lenguas se entrelazaron, nuestros corazones se unieron. Sus manos acariciaron mi cara, sus murmullos acariciaron mi alma. Nos besamos cada vez más profundamente, nuestra pasión creciendo y expandiéndose para rodearnos a los dos, bloqueando el mundo exterior. Todo lo que existía era Christos y yo. Estaba asustada, pero nunca me había sentido más segura. Preocupada, pero confiaba en que Christos era el único hombre en la tierra que podría proteger mi tierno corazón. Tenía miedo, pero la conexión que sentía con Christos me daba coraje. Mi corazón había estado vacío durante tanto tiempo, pero ahora sentía que estaba lleno hasta el tope. Con Christos. Por fin. Su mano se deslizó por mi pecho desnudo y sus dedos rozaron mis pezones, deteniéndose en uno, acariciándolo y girándolo suavemente. Mi pezón me dolía con la dureza suculenta. Gemí suavemente, nuestros labios aún estaban juntos, y él se tragó mi pasión. Su poderosa mano amasó la totalidad de todo mi seno. Remolinos de placer giraron a su alrededor antes de disolverse en todo mi cuerpo. Se sentía tan increíblemente bien. Sin romper el beso, deslizó su rodilla sobre mis piernas y se movió por encima de mí, sentándose a horcajadas sobre sus talones. Masajeó mis dos pechos al mismo tiempo. Estaba consumida por la boca. Su lengua luchaba con la mía, llenándome. Sentí que mi otro pezón era pellizcado. Cedí a la sensación eléctrica mientras otro torbellino de energía estallaba hacia afuera del centro de mi seno, y las dos corrientes de energía ahora girando en cada remolino pulsaron hasta mi núcleo. La repentina conciencia de mi propio calor entre mis piernas me alertó de una presencia palpitante y extraña. Su inmensa longitud pasó a través de mi ropa interior, un filamento delgado de algodón entre su virilidad y mi condición de mujer. Le quería. Le necesitaba.

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—¿Estás lista? —me preguntó.

—Sí. Él se acercó a la mesilla de noche y abrió la caja de condones. Sacó uno, arrancó el paquete, y lo apretó en la punta, mientras lo rodaba en la longitud de su erección. Su sonrisa se juntó con picardía mientras metía los dedos por la cinturilla de mis bragas. —Es tu última oportunidad de abandonar el barco antes de que este submarino se sumerja. Solté una risa. Él rodó en una marcha larga y fuerte. Pronto, Christos se reía conmigo. Flotó sobre mí a cuatro patas, con los brazos como dos columnas gruesas a cada lado de mi cara. Aspiré su olor en la brisa de su risa. Era tan dulce, en todos los sentidos, sobre todos mis sentidos. Vista, oído, gusto... tacto. Estaba finalmente lista para el toque final. Christos era el hombre perfecto, perfectamente erguido, derecho entre mis piernas. —¡Húndete, capitán de buceo! ¡Tira de esas bragas! —le dije en mi versión de voz de soldado—. ¡Antes de que se prendan en fuego! —Me reí de nuevo. Hizo ruidos de Wee-Ooh, ooh wee mientras deslizaba mis bragas. Como era el cursi momento, sinceramente, no creo que, posiblemente, pudiera haber cruzado la línea final dejándome expuesta tan plenamente a él si no hubiera estado riendo todo el tiempo. ¿No se suponía que el humor era un afrodisíaco? Podía dar testimonio de sus seductores efectos. Christos se sentó y se quedó colgando de mi ropa interior a un lado de la cama y me dio una mirada inquisitiva, mi última oportunidad para el indulto. Asentí. Dejó caer las bragas al suelo. Casi esperaba que explotaran como una bomba cuando llegaran a la alfombra, pero simplemente cayeron en un montón en la parte superior de las otras ropas desechadas. Christos me miró a los ojos durante un largo tiempo. Los suyos eran tan infinitamente azules, sin fin, sin límites. Se oscurecieron lentamente, con toda su ligereza fuera mientras el deseo desnudo bajaba por sus pestañas sobre sus calurosas, sombreadas profundidades. Él inhaló y exhaló profundamente.

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—Te deseo más de lo que nunca he querido nada, Samantha. Eres la mujer acerca de la que soñé toda mi vida, pero que nunca encontré. Eres la paz que he anhelado. Eres el hogar que nunca he tenido. Eres la certeza de que la vida es hermosa, de que la vida tiene un propósito, de que mi tiempo en esta tierra contigo es el don más precioso de la existencia.

Mi corazón estalló de amor. Levanté mis brazos hacia él y él se sentó encima de mí. Abrí mi corazón a él completamente. Mis piernas se abrieron libremente. Se recostó a mi lado, su rodilla cubriendo mi muslo. No estaba segura de lo que iba a ocurrir a continuación hasta que su mano se acercó y comenzó a acariciar mi húmeda hendidura. Su dedo índice se deslizó arriba y abajo de mi entrada, jugando a abrirla, extendiendo mi entrada alrededor mientras su dedo se empujaba y exploraba. No nos estábamos besando, pero nos miramos a los ojos del otro, mientras su dedo sondeaba más y más profundo. No era consciente de lo mucho que había ido hasta que sentí el roce de sus nudillos contra mi humedad. Luego retiró su dedo lentamente. ¡No! ¡Quería su dedo de regreso! Después, dos dedos se deslizaron dentro de mí y me estremecí y gemí: —Oh, es tan bueno, Christos... Comenzó un ritmo fácil con su mano. El placer terminó dentro de mi pelvis a una velocidad alarmante. Me iba a correr. No había forma de detenerlo. Traté de sostenerle la mirada, pero mi cuerpo se resistió mientras mi cabeza se levantaba de la almohada y sobre mis párpados. No podía, era así, el placer, tan intenso, oh Dios, era... Gemí. —Cah, cah, cah, Christos... —Déjalo salir, agápi mou. Déjalo salir todo. Gemí y me retorcí y retorcí en la cama mientras sus dedos se hundían dentro y fuera, una y otra vez. —Eh, eh, eh —suspiré del placer golpeando todo mi cuerpo, mi orgasmo zumbó a través de mis huesos. Entonces su pulgar hizo círculos en mi clítoris y una tormenta de fuego clamó por todo mi cuerpo en éxtasis eléctrico. Las sensaciones se intensificaron cuando su pulgar persistió, el placer rebotó a través de mi cuerpo, haciéndome cosquillas con sus dientes, hasta los dedos de mis pies, incluso en mis malditas uñas, con oscilante dulzura. Sus dedos continuaron su implacable deslizamiento, dentro y fuera. Me corrí de nuevo. Otra ola de orgasmo abrumador onduló arriba y abajo de mi cuerpo. Me fui. Perdida. Robada lejos del destino más increíble que un hombre y una mujer podrían tener juntos.

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Las olas rompiendo continuaron durante no sé cuánto tiempo, o por el número de orgasmos. Perdí la cuenta.

Nunca había tenido nada que se acercara remotamente a este tipo de experiencia sexual. Y esto era sólo el comienzo. Sus dedos se deslizaron lentamente fuera de mí. Sentí un cosquilleo y mi cabeza gritó y estaba mareada y aturdida y no sabía dónde era abajo o izquierda de derecha. Pero era consciente de Christos bajando su peso encima de mí. Mis piernas estaban abiertas. Bienvenido a casa. Sus brazos como pilares alrededor de mis hombros, era un enorme templo griego erigido alrededor de mí, y yo era su lugar de culto. Tierra consagrada. El carácter sagrado de este momento silenció todos los miedos con un sentido de amor eterno, de apoyo, de protección, de comodidad y de paz. De paz eterna. En ese momento, sentí que involuntariamente había descubierto el significado de la vida. Del amor. Christos. Samantha. Juntos. Como uno. Para siempre. —Te amo, Christos. —Te amo, Samantha. Su pecho era caliente y pesado en contra de mis pechos electrificados. Sentí su dureza contra la presión de la entrada a mi núcleo. Estaba empapada de humedad. La punta de él se estremeció contra mis pliegues. Me estremecí con expectativa. Se agachó y se mantuvo en un puño mientras deslizaba su cabeza caliente arriba y abajo contra mis labios. Luego se acomodó en mí una fracción de un centímetro. Mi confusión mental me quemó al instante. Se echó hacia atrás sin tener que salir por completo, luego se metió más adentro. Me estaba estirando, pero lo deseaba. Creo que estaba tan relajada del masaje, del juego previo, del amor, que sentía mis músculos relajarse, invitándole a ir más adentro, hasta el final. Su dureza se metió en mi suavidad, completa y perfectamente llenándome. —Ahora. Eso fue todo lo que dijo.

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Eso fue todo lo que necesitó.

Sentí los músculos hacer un cosquilleo en mi núcleo y acomodarse en un comunicado de vibración de otro orgasmo. No lo podía creer. Me correría de nuevo. Christos estaba dentro de mí. Me iba a correr. —Christos —grité—. Es tan bueno... —Lo sé —susurró. La euforia barrió a través de mí. No era el orgasmo de fuego de antes. Era un latido constante que simplemente no se detendría. La cantidad de placer que fluía a través de mí era imposible. Pero era real. Era el mayor placer que jamás había experimentado. Él empezó a moverse, retirándose con exquisita lentitud, y luego sumergiéndose de nuevo en mí. Oh, Dios mío, pensé que había terminado de alguna manera hace un momento, cuando le había dicho “ahora”. No, sólo estaba comenzando. Se empujó lentamente hacia mí, todo el camino. Hasta la empuñadura. Por un segundo, esperaba que me doliera, pero no fue así. En cambio, fue tan dulce, tan tierno, tan consciente, tan alerta de mis necesidades y de mis límites, que fue perfecto. Él hizo una pausa y sentí su plenitud pulsando en mí, en el fondo, mientras las joyas de su virilidad descansaban cálidamente contra mi resbaladiza entrada. Nuestra producción combinada de calor. Estaba tan a gusto, que espontáneamente envolví mis piernas alrededor de su cintura y le apreté, dándole un acceso aún más profundo a mi núcleo que consumía la parte más íntima de él. Después de un momento, se retractó poco a poco, y luego comenzó a deslizarse rítmicamente dentro y fuera de mí en perfecta comunicación, la esencia de un cuerpo entremezclada con la otra.

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Su ritmo se incrementó. Cada impulso me empujaba hacia el borde del olvido, pero permanecía equilibrada en esa línea delgada de conciencia, conociendo sólo el infinito éxtasis. Estaba atrapada en un placer tan dulce que borraba mi conciencia de todas las cosas excepto el hundimiento del pene de Christos en mi interior, una y otra vez, mientras plantaba semillas de placer en mi centro que florecían en el interior de mi pelvis y crecían en todo mi cuerpo. Él era la raíz y la flor. Mis pétalos húmedos se extendieron mientras nuestras almas estaban unidas con cada golpe íntimo.

Agarré su trasero con mis dedos y le susurré al oído—: Duro, Christos, más fuerte. Aceleró como una máquina de vapor. Poco a poco, pero de manera enorme, girando y girando, golpeando otra vez en mí y otra y otra vez. Martilleando, conduciéndose, llenándome en exceso. Flotaba entre nubes de éxtasis mientras él tronaba contra mí. Era una tormenta de placer saciando su fuego insaciable. Él gruñó, gimió, se quejó con su propia liberación volcánica. —Samantha —sus palabras eran escabrosas y rocosas con deseo desnudo—, te necesito, necesito... —Me tienes, Christos, nos tenemos el uno al otro... —Oooh —suspiró—, es demasiado, es demasiado bueno, nunca ha sido así... Sabía exactamente de lo que estaba hablando. Los pensamientos cesaron mientras mi placer se mezclaba con el suyo. Sus gemidos mezclados con los míos, nuestros gritos combinados armónicamente con nuestros suspiros. Estaba muriendo mientras despertaba de la abrumadora rapsodia por primera vez en mi vida, y nunca quise que se detuviera. Christos se mantuvo golpeando, entrando y saliendo, cada empuje apretando más y más placer en mí, llenándome con una cantidad imposible de intensa sensación. No pude soportarlo, era demasiado, me sentí abrumada, pero necesitaba más, mucho más. Haría cualquier cosa por más... —No te detengas —gemí con voz entrecortada—, no pares nunca... —Nunca, agapi mou... —se empujó—, esto es por nosotros —se empujó—, siempre por nosotros —se empujó—, sólo por nosotros... —gruñó y gimió, empujó, empujó y empujó. Estaba siendo consumida por el amor y el placer por igual. Aunque sus palabras sanaban en mi corazón, sus pesados empujes destruían mi núcleo con dulce fuego. Me quemé con la necesidad de más, de todo... De nosotros... Lloré, casi sin poder hablar. —Yo... yo voy... a correrme de nuevo... Christos... —Un rayo destrozó mi cuerpo con libertad. Sin embargo, otro orgasmo retumbó a través de mi alma mientras el cuerpo Christos se estrellaba contra el mío. Mis lágrimas fluyeron libremente.

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Puse mis brazos alrededor de su cuello. Se inclinó y me besó apasionadamente, encerrándonos juntos mientras empujaba, empujaba y

empujaba. Mis piernas se aferraron a su cintura con más fuerza mientras mi núcleo se encerraba en él, todo mi cuerpo rogándole que no se retirara. Mi corazón no quería dejar ir. Mi corazón no lo soltaría... —¡¡¡Ahhh!!! —gritó—. ¡Mierda! ¡Es demasiado! ¡No puedo parar! No quería que lo hiciera. Mi mente se salió de control mientras otra tormenta eléctrica llevaba mi cuerpo a la estratosfera. Perdí el control de mi mundo y no me importó. Christos me había llevado. Me había llevado a un lugar en el que nadie había estado nunca. Por nosotros... Yo estaba perdida en el interior... Atrapada en un caliente, húmedo, laberinto de placer. Un laberinto del que nunca quería salir. Mi mente estaba confundido a cada paso, sobre qué camino incierto ir que no fuera hacia el interior. Así que fui más profundo en el momento, dejando que el mundo me rodeara por detrás, buscando el centro, en busca de la libertad de encarcelarme a mí misma dentro del infinito placer de... Nosotros... ...Por lo que oré fuera la eternidad... Perdí la noción del tiempo. Estaba en una espiral hacia abajo en mi centro, a mi centro. Encontré a Christos esperando allí por mí, con los ojos en llamas de la lujuria y del amor y del deseo de... Nosotros. Agápi mou... Encontré la libertad. Christos ahora estaba destinado a mí por toda la eternidad. Su virilidad se empujó sin tregua en mi mojada feminidad, con los brazos alrededor de mi cabeza como columnas mientras sus ojos perforaban en mi alma y mis piernas estaban anudadas en su cintura. Dejamos al universo detrás. Juntos. —Te amo, Samantha, te amo —gritó con total vulnerabilidad, como si hubiera descubierto sus más preciosos secretos para mí y sólo para mí.

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—Christos —suspiré sin aliento, y luego empecé a murmurar casi ininteligible mientras se golpeaba a sí mismo en mí—, oh, Christos, soy tuya, mi amor es tuyo, para ti, sólo para ti... —Apenas podía formar las palabras.

Pero sabía que las necesitaba, necesitaba mi consuelo y el amor en ese momento. Me necesitaba. Él nos necesitaba. Mi corazón se llenó de amor y de poder. Sostenía el corazón de este hombre en mis manos y estaba decidida a protegerlo para siempre, y a curar todas sus heridas. —Oh, Dios —susurró Christos—, voy a correrme, agápi mou, ¡¡voy a correrme!! —Hazlo, Christos, córrete en mi interior. Ahora. Hazlo. Violenta, creciente, montaña. Creciendo, hinchada, en expansión. Contrayéndose, apretada, éxtasis húmedo nos tomó a ambos. Tenía miedo de que fuera a romper algo, pero luego se hundió a sí mismo en mí todo el camino a la parte inferior y rugió. Pero no se detuvo. Su cuerpo se balanceó y sacudió traumáticamente a pesar de que estaba todo el camino dentro. Estaba tratando de perforar más y más profundo, como si todo su ser se hubiera disparado en el mío a través de su virilidad. Esa sensación de realización, finalmente me hizo añicos sobre el borde y estremeció mi mundo. Grité mi liberación. Estaba cayendo desde una altura infinita, cada célula de mi cuerpo gritaba mientras la aceleración superaba mi mente por última vez, cegando mis sentidos, cegando mi conocimiento de todas las cosas más allá de los límites de su cuerpo y del mío. Mi alma se encendió, y yo no estaba. Christos estaba conmigo. Nos fuimos juntos.

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Por nosotros.

Samantha

N

os quedamos juntos en mi cama, acunado en los brazos del otro. —Creo que perdí mi virginidad —me reí

—Sip. Después de eso, nadie nunca la va a encontrar — se rio entre dientes—. Entonces, ¿tu concurso fue un éxito? —¿Te refieres a mi concurso de la tarjeta V? —Sí. —La reina de Inglaterra nunca ha asistido a una velada tan sensacional. Mientras estaba en los brazos de Christos, en el resplandor de nuestro amor, mi maravilloso estado de ánimo se hundió en aguas oscuras. ¿Sería una cosa hormonal? No lo sabía. Tal vez era normal preocuparse de perder algo grande después de que entró en tu vida. De cualquier manera, no podía explicarlo. Pero los sentimientos estaban allí. Poco a poco, mi amorfa preocupación se solidificó en un pánico tangible. Conocía bien la sensación. Perra. zorra. Puta... No era nuevo. Emo. Gótica. Loca Suicida... ¿De dónde venía todo esto? ¿No estaba toda esa basura detrás de mí ahora? Por fin había llegado a limpiar todo el mundo acerca de Taylor Lamberth. ¿Por qué me seguía molestando? ¿Era alguna culpa residual o algo más siniestro? Me estremecí de tristeza e incertidumbre. —Agápi mou, ¿hay algo malo? —preguntó Christos suavemente. —No lo sé... —lloré. Vete, tú gran muda...

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Christos besó mi nuca y me tiró con más fuerza contra su cuerpo caliente.

—Samantha, estoy aquí. Ahora estás a salvo. Nada puede hacerte daño. Te amo —murmuró. —Yo también te amo. Pero tengo un mal presentimiento, como que nada ha cambiado desde que me fui de D.C. Como si fuera la misma chica solitaria sin un lugar a donde acudir en busca de amor y de apoyo. Me hiciste perder la luz, perra estúpida... Christos sonrió. —Estoy aquí, agápi mou. Soy tu amor y apoyo. —Pero, me temo que todo va a derrumbarse alrededor de mi cabeza. Como si la Universidad de alguna manera fuera a irse, fuera a perder a Madison, Romeo y Kamiko. Lo peor de todo, es que siento que voy a perderte. Baja del camino, puta... Christos negó. —Eso es una locura, agápi mou. Nunca dejaría que eso sucediera. Te amo más que a nada en la vida. —Lo sé, pero... No sé. Me siento preocupada. —Lágrimas silenciosas corrían ahora. Sollocé y ellas mancharon mi cara. Empecé a sollozar suavemente. No vuelvas hablar conmigo, puta... Christos acarició mi sien, alisando suavemente mi cabello mientras besaba la coronilla de mi cabeza. —Shhh, agápi mou. Estoy aquí. —Prométeme que no te irás a ninguna parte —le supliqué. Muévelo, sucia... —Te lo prometo —dijo Christos solemnemente. Me acomodé más en su amoroso abrazo, mi espalda calentada por su frente sólida. Envuelta en su contra de esa manera, me sentía protegida de todas las cosas terribles que el mundo podría lanzarnos a los dos, como si sus poderosos brazos me defendieran de todas las fuerzas que pudieran tratar de separarnos. Nada podría interponerse entre nosotros. Así que ¿por qué seguía preocupada? Te estoy hablando a ti, cabeza de alfiler...

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No hubo respuesta mientras me quedaba en un sueño profundo, sin sueño.

Christos Tres meses antes... En la mañana, un par de oficiales me sacaron de los dormitorios abarrotados de los reclusos en el centro de la cárcel, me pusieron las esposas mientras apoyaba mi cara contra la pared de cemento frío. Cuando estuve encadenado, los oficiales me acompañaron a través de un montón de puertas de seguridad y de pasillos de cemento que poco a poco se transformaron en placas de yeso pintado y alfombrado a prueba de balas. Al final de un nuevo vestíbulo, un tercer oficial abrió una puerta en el lado de una habitación de corte oscuro, con paneles de roble. Russell Merriweather estaba erguido, esperándome detrás de la mesa de la parte demandada. Era un hombre afroamericano de piel oscura en sus mediados cuarenta años, que llevaba un traje deportivo de corte perfectamente equipado. Era incluso más alto que yo, aunque no tan construido. Golpeaba como una figura imponente a cualquier lugar a donde iba. Los oficiales rondaron a mis costados como si fuera el enemigo público número uno. —Oficiales, por favor, denle al joven un respiro —mandó Russell. Ambos oficiales se quedaron de pie estoicamente detrás de mí. Ninguno de los dos se movió ni un centímetro. Haciendo caso omiso de ellos, Russell se inclinó y me atrajo hacia su pecho. Me abrazó cariñosamente y me dio una palmada en la espalda. Susurrando en mi oído, dijo: —Muchacho, esta vez ¿en qué tipo de problemas metiste tu trasero? No pude evitar que una enorme sonrisa se dibujara mis hoyuelos. Russell se apartó y me miró a los ojos. —Guárdala —murmuró—. Cara de póker de aquí en adelante. ¿Entiendes? Asentí solemnemente, y tambaleé mi sonrisa interactiva.

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—Mantén la boca cerrada, yo hablaré, ¿me entiendes? —ordenó en voz baja.

Russell sacó una silla para mí. Me acomodé, pero era vergonzosamente incómodo con mis muñecas encadenadas a la correa alrededor de mi cintura. Me incliné hacia él y le dije en voz baja—: Tan caballero. —Sé cómo tratar a una perra —susurró en mi oído antes de sentarse a mi lado. Su rostro permaneció en blanco y tranquilo como una roca. Solo sus palabras contradecían su buen humor y confianza—. Si tienes suerte, te voy a comprar el postre. Ahora cállate la boca. El juez aún no había entrado en la sala de audiencias, pero el asistente del juez ya estaba sentado en una de las sub-mesas con gradas que rodeaban el banco palaciego del juez. Un momento después, se abrió una puerta en la parte trasera de la sala. —La Corte entra en orden —dijo el uniformado alguacil—. Todos de pie para la Honorable Geraldine Moody, quien preside. La jueza entró, su toga negra ondeando a su alrededor como un fantasma oscuro. No era lo que esperaba. Normalmente, cuando los jueces llegaban, me imaginaba una especie juez severo, malhumorado tipo la abuela Judy, o a un tipo duro envejecido que se cree la ley suprema de la nación, al estilo del viejo oeste con seis pistolas enfundadas debajo de su toga. La mujer delante de mí era una belleza grácil. Mayor, pero aun así radiante. Cabello largo y rubio caía sobre sus hombros, su cuidadoso maquillaje mejoraba sus rasgos. Se sentó remilgadamente en el borde de su silla, arrastrándose hasta la mesa, luciendo como el maldito Papa en lo alto. Si hubiera sido cualquier otra situación, habría coqueteado a mi favor. Una mirada a Mizz Moody5, decidí sostener mi encanto en jaque. Me observó con una sola mirada de arriba a abajo. Una mueca salvaje cruzó sus rasgos, pero rápidamente fue sofocada por su profesionalismo. De alguna manera, sentí que era el tipo que había salido corriendo después de haberla engañado, dejándola con una considerable hipoteca, varada con sus niños a la buena de Dios sin un padre. No era que sabía algo sobre la vida personal de Geraldine. Pero su expresión contaba la historia. Me hubiera gustado que mi traje de prisión tuviera mangas largas para cubrir mis tatuajes. Mis tatuajes eran la confrontación que me incriminaba sin que hubiera abierto mi boca. —El Estado de California contra Christos Manos, compareciendo por un delito grave —el ayudante del juez leyó del papeleo frente a ella. —Sr. Manos —entonó la Juez Moody—, hubo una denuncia presentada en el expediente SD-2013-K-071183A contra la cual se le alega, el cargo a la

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Mizz Moody: Que tiene connotación sexual.

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parte acusada por el delito de Asalto Agravado, ocurrido el veintidós de septiembre, alrededor de las 8:30 am, en violación del artículo 240 del código penal, hecha por Christos Manos habiendo intentado ilegal e intencionalmente, acompañado de un presente de cometer, una lesión violenta en la persona de Horst Grossman. ¿Horst Grossman? Jodidamente tiene que estar bromeando. ¿Ese era el nombre del gordo de mierda que ayer trató de atacar la cara de Samantha de camino a la SDU? Le quedaba bien. —Cargo dos —continúo formalmente Geraldine—, Christos Manos usó ilegal e intencionalmente la fuerza y violencia en la persona de Horst Grossman. Se alega un aumento, en la violación del artículo 243 D del Código Penal, Christos Manos usó ilegal e intencional la fuerza resultante de infligir las lesiones corporales graves a Horst Grossman. En otras palabras, marqué a ese maldito lunático cuando trató de saltar sobre mí, porque estaba ayudando a Samantha, y se lesionó. —¿Cómo se declara su cliente? —preguntó Geraldine Russell sin mirarme una vez a los ojos. Más de lo mismo para ella, estoy seguro. Si tenía algún niño, probablemente nunca lo miraba a los ojos o algo, a menos que los enviara a la habitación para encerrarlos por dejar los platos en el fregadero. —Tenemos una declaración de no culpable, su señoría, en todos los aspectos —dijo Russell sin problemas. —Sr. Schlosser, ¿vamos a discutir el asunto de la libertad bajo fianza? — preguntó Geraldine al Fiscal de Distrito Adjunto. —Debido a la gravedad de los cargos, el Estado solicita que la libertad bajo fianza para el acusado se encuentre en la cantidad de veinticinco mil dólares. —Su señoría —dijo Russell con calma—, Christos Manos tiene lazos significativos con la comunidad. Su familia está aquí, es un estudiante graduado en la Universidad de San Diego. No está en riesgo de fuga. Si le agrada a la Corte, le pedimos que sea liberado bajo fianza, su señoría. La Juez Moody movió sus ojos hacia mí, entonces hojeó los papeles sobre su escritorio.

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—Debido a los antecedentes previos del acusado de los delitos continuados por conducción temeraria, numerosas multas de velocidad y competencias de velocidad, múltiples cargos de delito menor de asalto y múltiples cargos de delito menor de agresión —hizo una pausa para apuntar una nota—, la fianza se fija en la suma de ciento cincuenta mil dólares.

—Si su señoría se complacería en notar —dijo Russell suavemente—, mi cliente no ha cometido ningún delito en los últimos dos años. Volvería a pedir que la libertad bajo fianza se establezca en una cantidad más razonable. La juez bajó la cabeza y miró a Russell por debajo de sus cejas. —Abogado, puedo fijar una fianza de ciento setenta y cinco mil dólares si prefiere. —No, gracias, su señoría —dijo Russell con confianza, sin mostrar ninguna señal de reproche. —ciento cincuenta mil dólares serán —dijo rotundamente la juez Moody—. El acusado no tendrá ningún contacto con la víctima y se limitará al estado de California hasta el juicio. —Consultó su calendario—. En este momento, voy a establecer una fecha para el juicio del catorce de febrero 2014, a las 10:00 am., y una fecha previa al juicio del doce de febrero de 2014. ¿Un juicio en el Día de San Valentín? El universo estaba riéndose a mi costa en esa. —Sr. Schlosser, ¿alguna cosa más del Estado? —preguntó la juez Moody. —No, su señoría —respondió el Fiscal Adjunto de Distrito. —Sr. Merriweather, ¿alguna cosa más de parte del demandado? —No, gracias, su señoría —sonrió Russell secamente. Los oficiales me llevaron fuera de la sala. Russell nos siguió. En el pasillo alfombrado, Russell le pidió a uno de los oficiales: —Caballeros, ¿puedo hablar con mi cliente en privado por un momento? —Les voy a dar dos minutos —respondió el tipo con el corte de zumbido. —Gracias, oficial. —Dándoles la espalda a los oficiales, Russell me acompañó a varios pasos de distancia. —¿Necesitas que llame a tu abuelo para el dinero de la fianza? —Sí —suspiré—. No tengo otra opción. —Podría llamar a tu padre. —De ninguna forma. —Se me ocurrió preguntarte —sonrió Russell—. Christos, de verdad deberías ser un poco más tolerante con el hombre. Él es tu padre.

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Apreté mi mandíbula.

—De todos modos, voy a llamar a Spiridon y haré que salgas esta tarde. Ya oíste lo que dijo la juez. Mantén tu trasero en la ciudad. Y no te metas en problemas. En otras palabras, baja el límite de velocidad y mantén las manos quietas. Te aconsejo que guardes en tu entrepierna ese cohete tuyo y que tomes el autobús. Si averiguo que te metiste en más peleas, yo mismo te rompo el trasero. ¿Me entiendes? —Como un masaje de papel de lija —dije. —Jovencito, no te hagas el listo conmigo. —Russell me apretó el cuello con una mano grande y me sacudió cariñosamente—. Esta es la última vez que salto tu trasero. ¿Me oyes? No quiero volver a hacer esto. Christos, eres mejor que esto. —Te lo prometo, Russell, esto fue en defensa propia. —¿Tienes algún testigo? Pensé en Samantha. Había visto todo el asunto de cerca y personal. Tal vez demasiado personal. Ese cabrón de Horst Grossman había hecho pasar bastante. ¿Quería arrastrarla a mi desastre también? ¿Hacer que subiera al estrado mientras el maldito de Horst Grossman le daba su mirada sucia y todo el tribunal se le quedaba mirando? Por supuesto que no. La había conocido durante todo un día. Ella se merecía algo mejor. Además, no quería que viera la cantidad de malditas cosas debajo de las que realmente había cuidadosamente construido todavía con mi frágil fachada. Quería que creyera que era el hombre que quería llegar a ser, no el punk, que había sido la mayor parte de los últimos seis años. —No hay testigos —le dije. —¿Nadie? Negué. Los labios de Russell se fruncieron en una sonrisa plana. Dio una palmada en mi hombro con fuerza. —No te preocupes. Me quedaré callado. Haré la reclamación de legítima defensa. Traerán a ese tipo por cargos de agresión por golpear con su puño tu cara en el momento en que esto haya terminado. —Sonrió ampliamente. —Espero que sí. Agápi mou...

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¿Qué hice?

Samantha En la actualidad.

E

n la mañana, me desperté sintiéndome rejuvenecida y emocionada por el primer día de clases del Trimestre de Invierno; y con la grata, y cierta convicción, de que mi último año había tenido un gran comienzo. Perder mi virginidad con Christos anoche había barrido cualquier rencor restante que hubiera tenido de la bruja de Tiffany en su yate. Con un poco de suerte, todo mi 2014 sería tan fabuloso como las últimas doce horas. Christos y yo tuvimos un desayuno rápido de pan tostado, huevos y jugo de naranja en mi apartamento, antes de salir por la puerta. Christos condujo su Camaro a casa. Me dijo que tenía mucho trabajo que hacer en su estudio, pero que podría pasar por el campus después. Imaginé que compartiríamos el viaje al SDU juntos, como un matrimonio feliz y contento. Estaba esperando tanto ese día en el que nuestras tazas de café a juego estuvieran en los portavasos, mientras nos tomábamos de la mano por toda la unidad. Mi imagen mental era tan dulce, que me pregunté si podría inducir mi propio coma diabético al pensar en ella. Me reí para mis adentros mientras conducía a lo largo de la costa del Pacífico y contemplaba el Océano Pacífico. Mi viaje esta mañana era un brillante contraste en comparación con mi primer día de clases tres meses antes. Sabía que debía tener un comienzo temprano para evitar el tráfico. Sin que el hecho de derramar mi café, provoque gritos gordos regañándome después. El estacionamiento era muy fácil, sin calzador necesario, y llegué a clase con tiempo de sobra.

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Mi primera clase era Sociología 2, otra de mis clases de educación general. La profesora era vieja y parecía lista para la tumba, o que había regresado de la tumba. De cualquier manera, tenía un marcado carácter de apariencia momificada, que hacía juego con el tono de conferencia entregada.

Creo que cada frase que pronunciaba asfixiaba lentamente mis ganas de vivir. Me imaginé cada una de sus expresiones soñolientas revoloteando fuera de su boca como un vendaje de momia que me envolvía de pies a cabeza, poco a poco momificándome mientras seguía hablando y seguía y seguía. Y seguía. Y seguía. Gruñido. Imaginé que para el final de la clase, yo también querría estar completamente momificada. Tal vez toda la clase me había envuelto de manera similar. Y ni siquiera oiría a los grillos en la sala en silencio sepulcral, debido a que los grillos estaban momificados también, enterrados por la eternidad dentro de sus pequeños sarcófagos grillos. Suspiro. El trimestre pasado, como que había disfrutado Sociología 1. No sé qué había cambiado. Esta vez apenas podía mantener los ojos abiertos durante toda la hora, y había tenido un montón de sueño, y otras maravillosas cosas, anoche. Tal vez no podía concentrarme porque las imágenes de anoche con Christos se mantenían parpadeando a través de mi mente. El hormigueo entre mis piernas tampoco ayudaba. Deseé que mis recuerdos se tomaran un respiro mientras trataba de concentrarme. Pero la profesora Tutan-yawnyawn dando su zumbido me estaba poniendo a dormir. Hice lo único que pude pensar. Saqué mi cuaderno de dibujo y empecé a garabatear. La siguiente cosa que supe, era que estaba dibujando una imagen de Christos en una pose sexy, llevando un sombrero de Faraón y vendas de momia como pantalones, mostrando su impresionante paquete de ocho. Eso no ayudaba en nada. Decidida a ponerle atención a la conferencia, cerré mi cuaderno de bocetos y lo guardé como una buena chica... y me di cuenta de que la clase había terminado. No sólo eso, el documento de texto en mi diseñada computadora portátil, para tomar notas, estaba en blanco. Grandioso. Pero tenía un gran dibujo de Christos como faraón en mi cuaderno de bocetos. ¿Por qué me sentía como si estuviera en la clase equivocada? ¡Gemido!

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Te lo juro, había intentado duro escuchar la conferencia acerca de la estructura de la sociedad y su impacto en las personas que son parte de ella, pero no llegaba a mí. Recogí mi ordenador portátil y mi bolsa. Me dirigí a mi siguiente clase.

Con suerte, Gestión de Contabilidad sería mejor. Me encogí ante la idea. Oh, qué alegría. Al menos Madison estaba conmigo en contabilidad.

Samantha La sala de conferencias de Contabilidad estaba al otro lado del campus de Sociología 2. Tenía que caminar hacia allí para no llegar tarde, pero sabía exactamente a dónde iba. ¡Las ventajas de la experiencia! ¡Estaría a tiempo en clase, así que no tendría que perderme ni un solo hecho de la fascinante Contabilidad! ¡¿Puedo obtener levantar mi puño?! ¡Sí! Suspiro. Por lo menos estaba mejorando en esto de la universidad y no era una novata más. Eso era algo, ¿no? Sí. :-( Abrí una de las puertas dobles de la parte posterior de la sala y fui recibida por una abarrotada habitación estilo teatro con hundidas filas de asientos que se desbordaban de alumnos habladores. Uno pensaría que por la energía en la sala se trataba de un club nocturno, antes de que alguna nueva banda caliente subiera al escenario. ¿Estaba perdiéndome algo? Estaba en Gestión de Contabilidad, ¿verdad? Recorrí la habitación buscando a Madison. Estoy segura de que me había guardado un asiento. No había ni rastro de ella que pudiera ver. Le envié un mensaje. Estoy aquí. ¿Dónde estás tú? Un minuto más tarde vi a Madison saludándome. Estaba sentada en medio de la habitación, entre una fila abarrotada de estudiantes.

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Troté por las escaleras y me apreté en su fila. Casi tropecé con una media docena de personas mientras me dirigía hacia ella. En un momento

me encontré con una chica que llevaba una sudadera con capucha de color púrpura y Convers. —¡Ey! —gruñó. —Lo siento —murmuré mientras me tropezaba para evitar aterrizar en su regazo. Ese movimiento me hizo moverme atrás hacia la fila de abajo, pero me enderecé agitando los brazos. Giré hacia adelante y casi aterricé sobre mis palmas primero en el regazo del chico al lado de la de capucha púrpura. Por supuesto, él sonrió y asintió. —Mi regazo es gratis —dijo sugestivamente—, si necesitas un lugar para poner tus manos. Fruncí el ceño. —Eh, ¿no? Cometí un error pasando e hice mi camino a través de más rodillas y mochilas hasta que me dejé caer junto a Madison. —¿Qué pasa, Mads? —suspiré, hundiéndome en mi asiento—. ¿Tengo, como, pies enormes con aletas o tobillos de elefante? Apenas atravesé ese guante —le dije con sarcasmo, asintiendo hacia el camino por el que había llegado. —No, Sam. —Madison sonrió—. Tus pies y tobillos son normales. Perdón por la multitud. Estaba totalmente vacío cuando llegué aquí. —Los fundamentales no estaban casi llenos. ¿Cuál es el interés con Gestión de Contabilidad? —¿Una A fácil? No tengo idea —confesó Madison—. Así que, ¿Ya te recuperaste de nuestro crucero de Año Nuevo? —¿Quieres decir de Tiffany bombardeándome con sus cosas-de-bruja toda la noche? —Puse los ojos en blanco, y luego pensé en mi noche anterior con Christos, y sonreí—. Más o menos. —Yo no puedo olvidar que te dio una bofetada. Casi lo había olvidado. —Sí, Tiffany es exagerada. Debería estar encerrada en una celda acolchada. Con un poco de suerte, nunca la volveré a ver. Al menos no está en ninguna de mis clases. Madison se rio sarcásticamente. —Probablemente porque es una de las principales de Cosmetología. Sonreí.

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—¿Tiene la SDU siquiera la materia de Cosmetología?

—Si no la tienen, tal vez el padre de Tiffany pueda donar un edificio Mani-Pedi o un salón en el ala de la universidad. —¿Lo llamarían el Colegio Kingston-Whitehouse de Mujerzuelas para las mujeres? —dije sarcásticamente. Algo de repente se estrelló contra el costado de mi cabeza. Me di media vuelta. —¡Ey! La mochila de Tiffany Kingston-Whitehouse me había dado en la parte posterior del cráneo, casi decapitándome. —¡Que Mier… —gruñí mientras me agachaba en caso de otro ataque furtivo—. ¡Mira por dónde vas, Tiffany! —Te equivocaste, Scumantha —Tiffany se burló—, lo llamarían el Colegio de la Pobre Casa en el Campus con Tontas como tú, y no estoy hablando de los zapatos de tu basurero. Madison puso los ojos en blanco. —Cierra tu vagina ladrante, Tiffany, puedo oler tu aliento de perro desde aquí. Me reí. —¿Qué dijiste? —Tiffany le gruñó a Madison. Madison se puso de pie en su asiento. —Dije, ¿cómo te gustaría que empujara tu bolsa de libros de diseñador hasta tu trasero, con hebillas y todo? Tiffany me había llamado. —¿Scumantha? —Wow, eso significaba que Tiffany recordaba teóricamente mi nombre. No es que me sintiera halagada, sólo sorprendida. Tiffany frunció el ceño. —No sé lo que estaba pensando Christos cuando te invitó a mi yate — dijo entre dientes—. Tuve que fumigar después de que ustedes, asnos apestosos, se fueron. —Nos señaló a Madison y a mí antes de girar y alejarse. —¿No deberías estar en Introducción a la Aritmética o algo así? —gruñí a la espalda de Tiffany. Ella se detuvo en seco y se volvió. —Sólo porque soy más rica y más bonita que tú no significa que sea estúpida, tú trasero de cerdo —escupió, y luego continuó hacia el otro lado de la sala de conferencias. Debió haber hecho un viaje especial detrás de nuestra fila sólo para golpearme en la cabeza.

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—Vaya, no creo que lo tenga —dijo Madison con seriedad.

—¿Qué, para ser tan perra fabulosa? —le dije, frotándome la cabeza. —No, para ser inteligente. Eso significaría que es una perra peligrosa. Tiffany se sentó y abrió el escritorio plegable articulado de su silla, y dejó su bolsa de libros en la parte superior de la misma. Chico, realmente no le gusto, ¿verdad? No sé cómo había conseguido estar ahora bajo su piel sin siquiera intentarlo. Venir específicamente a mi espalda así. Madison negó. —Esa chica esta alucinando con crack. Pensé que se había ido por encima del borde de su yate. Pero ahora me preocupa que sólo la hayamos visto en una de sus etapas de loca. No quería considerar las longitudes morbosas de cómo podría ponerse Tiffany cuando era empujada a sus límites. Ella había demostrado su inclinación por la violencia hacia mí, dos veces. Por lo que sabía, estaba pensando en hacerme la primera víctima trágica en su propio documental sobre crímenes reales acerca de asesinas que se volvían salvajes. —¿Qué hace aquí? —me burlé—. ¿No estaba en Contabilidad el semestre pasado? —No me acuerdo. —dijo Madison pensativa—. Crees que no nos habríamos dado cuenta de su trono y de su asistencia de hobots desfilando dentro y fuera de clase todo el tiempo. —Esa tal asombrosa-bolsa. —Froté la parte posterior de mi cabeza de nuevo. Un bulto nudoso ya se estaba formando—. Tal vez podamos hacer que la asesinen después de clase. —Quiero saber si necesitas contratar a un asesino a sueldo —dijo Madison cautelosamente. —Por qué, ¿conoces a uno? —le pregunté con escepticismo. —No, yo lo haré por ti. —Madison golpeó su pequeño puño en la palma de su mano—. Sólo dame una razón. —Miró hacia Tiffany. —¿Estás drogada y te estás volviendo loca? —Sí —Madison sonrió—. Es por eso que me llaman Mads6. Me reí, me alegro de tener a Madison de mi lado. No es que Tiffany pareciera preocupada. Ahora que estaba sentada en su escritorio, ella no nos prestaba ninguna atención en absoluto. Probablemente era lo mejor. —Si viene a empujar, voy a cortar a la perra —dijo Madison.

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Mads: un juego de palabras entre su apodo y la palabra Mad (loco y/o demente)

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—Bueno, ella prácticamente se empujó y me empujó con su mochila hace un minuto —sugerí. Madison entrecerró los ojos y gruñó. —Muy bien, muy bien. Cortaré las entrañas de la perra después de la clase. No trates de detenerme —dijo amenazadoramente. —No lo haré —le sonreí—. Te lo prometo. Madison y yo rompimos a reír.

Samantha Unos minutos más tarde, el profesor entraba por un par de puertas dobles en la parte inferior de la sala de conferencias. Llevaba una camisa blanca de botones con una conservadora corbata. Era calvo, con un grueso anillo de pelo, más cálido, alrededor de su cabeza. Yo estaba totalmente perpleja. ¿Por qué diablos estaba tan llena Contabilidad Gerencial? ¿Por ese tipo? Por la multitud, había esperado algún supermodelo precioso, hombre o mujer, o tal vez a un oso bailarín. ¿Tal vez la teoría de Madison, de la A fácil, era exacta? Era todo lo que podía pensar. El profesor dejó su bolso sobre la mesa al fondo de la sala de conferencias, y sacó el contenido. Estaba esperando montones de dinero y bebidas gratis para todos los estudiantes, pero todo lo que el profesor sacó fue un ordenador portátil y un montón de planes de estudio. Me quedé perpleja. Se acercó a una de las pizarras de pared a pared detrás de él, agarró una tiza de color amarillo, y comenzó a deletrear su nombre. —Muy bien clase —graznó, y quiero decir graznó—. Mi nombre es doctor Dorkman. ¿¡Qué!? No podía estar hablando en serio. ¿Acaba de decir Dorkman? Mi mandíbula casi golpeó el escritorio mientras él explicaba su nombre en la pizarra en mayúsculas, así: DR. D O R Q U E M A N N.

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—-Y voy a ser su instructor en el tema de Gestión Contabilidad por la duración del trimestre. ¿Empezamos?

Cuando dije que graznó, literalmente quise decir graznó. Como que esperaba que una bandada de patos viniera ondeando y se establecieran en el fondo de la sala de conferencias al lado de su gran rey. Debido a que Dorquemann tenía la voz más suave que jamás había oído en toda mi vida. Madison y yo intercambiamos una mirada de horror. No había manera de que fuéramos a durar horas sin ser expulsadas por interrumpir la charla con nuestra risa histérica. Nos daba cinco minutos, como mucho. Nuestra única opción era centrarnos en el material. Hicimos todo lo posible por tomar notas. A diferencia de Sociología 2, donde me sintonicé fácilmente con el zumbido de la Profesora Tutan-bostezo-bostezo, escuchar al Dr. Dorquemann me obligaba a profundizar y a encontrar reservas de concentración que no sabía que tenía. Me tambaleé al borde escarpado del silencio, mientras miraba hacia abajo a un pozo de increíblemente inapropiada risa. La única cosa que evitaba mi caída en desgracia era mi arraigado sentido de cortesía. Al menos la educación de mis padres había sido buena para algo. A pesar de mis mejores esfuerzos, sabía que mi silencio no iba a durar mucho más. En minutos, hubo risitas emitidas en todo el salón de conferencias. Estaba segura de que el profesor —no podía siquiera pensar en su nombre sin querer reírme— se daría cuenta de sus provocadores anónimos, pero no pareció importarle. ¿Estaba haciendo caso omiso de todo el mundo? Tal vez estaba acostumbrado a esto. Yo, por otro lado, estaba a punto de perderme. Hice lo único que podía hacer. Saqué mi cuaderno de bocetos, lista para empezar a dibujar. Había aprendido en los últimos meses que el dibujo consumía mi atención como ninguna otra cosa. Me chupaba directamente hacia adentro. Pero tenía que encontrar un tema para dibujar, rápido. Eché un vistazo alrededor de la habitación, mirando a cualquier lugar excepto al profesor. Sólo tomó un segundo antes de que mis ojos se posaran en Tiffany, y tuve mi tema. Me puse a trabajar en mi cuaderno de bocetos, haciendo garabatos con el asesinato sangriento en dibujos animados de Tiffany MeanstonLightsout.

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Madison, bendito su enfoque a sangre fría, estaba ocupada escribiendo notas en su ordenador portátil.

—¿No deberías estar tomando notas, Sam? —susurró en serio. —¡No puedo! —susurré-gemí—, no sin perder mi mierda. Este tipo será el final de mí si escucho una palabra más, te lo juro. —Te escucho, amiga. Voy a compartir mis notas contigo más tarde. —Gracias, Mads —susurré, todavía dibujando. Madison se asomaba periódicamente sobre lo que estaba haciendo. —¡No mires! —le susurré, una gran sonrisa iluminó mi cara—. Espera a que termine. El dibujo había sido la protección perfecta contra la voz de graznido que Dorquemann. No creo que haya oído una palabra de lo que dijo durante veinte minutos. Durante ese tiempo, había garabateado una caricatura de Tiffany acostada en una mesa grande con la lengua fuera, con la cabeza aureolada por una piscina de sangre azul de mi bolígrafo, con su torso cortado por la mitad con una sierra circular gigante operada por lo que se suponía sería Madison llevando el esmoquin de un mago y un sombrero de copa con el pelo rubio fluyendo por debajo del borde. Hice que las cejas de Madison subieran, como un enojado V y le enseñaba sus colmillos. Dibujé una palabra en globo sobre la cabeza de dibujo animados de Madison que decía: —CUANDO DIGO QUE VOY A CORTAR A UNA PERRA, QUIERO DECIR A LA MITAD. Cuando me recosté en mi asiento, terminando, con una sonrisa de satisfacción extendiéndose por mi rostro, Madison miró por encima. Le permití un buen vistazo a mi obra. Madison estalló mientras, una bocina de risa resoplaba de su vientre, ahogando al profesor. Todo el mundo en toda la sala de conferencias se detuvo y se volvió lentamente para mirarnos a nosotras. No muy segura de si debía estar orgullosa de mi logro cómico u horrorizada, me hundí en mi asiento, tratando de deslizarme al suelo. Pero el respaldo del asiento frente a mí estaba demasiado cerca. Me quedé atrapada en lo plano de sus vistas. Madison se llevó la mano a la boca, a media risa. La habitación estaba en total silencio. La sensación de vergüenza nuclear continuó sin cesar durante lo que pareció una hora. O cuatro.

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No creo que respirara todo el tiempo.

—¿Debo llamar a una ambulancia, señorita? —el Profesor Dorquemann graznó al fin. Tenía una sonrisa de buen carácter en su rostro, como si no pasara nada—. O ¿Gestión de Contabilidad es inherentemente graciosa? Hizo una pausa en sus pensamientos durante unos momentos mientras una sonrisa aparecía por su cuenta, entonces dijo en bocina: —Siempre lo pensé así, de todos modos. No pude evitarlo, tenía que decirlo, incluso si todo el mundo seguía mirando. En el susurro chirriante más pequeño que pude, le dije a Madison—: ¿Cómo es que no se da cuenta de que es su voz? —¡Cállate! —susurró desde la esquina de la boca con los dientes apretados, y luego me pateó el tobillo. Aunque mi tobillo me dolió, no podía sostenerlo contra Madison. Había activado su risa mostrándole el dibujo animado de Tiffany, y ella era la del asiento caliente. El Dr. Dorquemann levantó las cejas hacia Madison expectante. —Ehhhh —dijo Madison con voz ronca. Ella brillaba roja como el tomate, con los ojos lanzándose alrededor al agujero más cercano para ocultarse—. ¡Sam! ¡Voy a hacerme pis en mis pantalones! —dijo entre dientes. —Por favor, no, Mads —susurré patéticamente—. De lo contrario, nunca dejarán de mirar. Cuatrocientos pares de ojos estaban clavados en Madison y en mí. Yo no era nada mejor con las multitudes que ella. Sin un lugar para ir en mi estrecha mesa, sostuve mi cuaderno de bocetos en mi cara, tratando de esconderme detrás de él. Era una pena que fuera tan pequeña. Apenas cubría mi cara. Traté de pensar como una niña pequeña. Si no los podía ver, no estarían allí, ¿verdad? Alcancé el punto máximo en la parte superior de mi cuaderno de bocetos, un momento después, en caso de que hubiera funcionado. Nop. Todo el mundo estaba todavía allí, todos sin dejar de mirar. Me hundí de nuevo detrás de mi cuaderno de bocetos.

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—Señoritas —el profesor sonó con tono divertido—. Tanto como me gustaría llevarlas a las dos detenidas y enviarlas a la oficina, se trata de una universidad, en la que estamos más allá de ese tipo de cosas, ¿no están de acuerdo las dos? Si mi conferencia no está estimulándolas adecuadamente, tal vez ambas puedan inscribirse en una clase de teatro en su lugar.

Me pasó a levantar sobre Tiffany, quien se burló con amplia superioridad tanto de Madison como de mí, apoyando la barbilla casualmente en su mano, su dedo medio extendido sobre su mejilla, en una mala seña, con sigilo. Perra. Hubo varias risas al azar de algunos de los estudiantes, pero el profesor reanudó sus conferencias como si nada estuviera mal. Decir que estaba imperturbable por nuestras travesuras sería un eufemismo. Me quedé impresionada. ¿La extraña conducta del Dr. Dorquemann desmiente al profesor más relajado de todos los tiempos? Tenía mi voto para el premio Frío Gato del año. No era extraño que a todos les gustara su clase. Sorprendentemente, en realidad me las arreglé para tomar notas durante el resto de la clase.

Samantha Madison y yo hicimos nuestro camino hacia el Centro de Estudiantes. Estaba lleno de gente, como siempre. Hicimos línea para café en el Toasted Roast. —¿Qué demonios sucedió en Contabilidad hace un rato? —le pregunté. —Oh, Sam, casi muero ahí. ¿Dorquemann? ¿En serio? Creo que estábamos en Twilight Zone o en un sketch en vivo de Saturday Night. —Lo sé, ¿verdad? —Creo que Gestión de Contabilidad será mucho mejor que Fundamentales en el último trimestre —dijo Madison—. Esa clase era un festival de siesta en comparación. Sonreí. —Sí, pero ¿cómo no reírse de la voz del doctor Dorquemann durante diez semanas enteras? —Si sigues dibujando caricaturas de Tiffany asesinada, no tendré ninguna oportunidad —se rio.

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Llegamos a la parte delantera de la línea y pedimos nuestro café, y luego nos sentamos afuera. El sol asomaba entre los bancos de nubes de

forma intermitente, y el clima era un poco frío, pero no muy frío. Mi sudadera con capucha y pantalones vaqueros eran más que suficientes para mantenerme caliente. Madison llevaba una sudadera de la SDU y pantalones cortos. Siempre estaba tratando de atrapar la mayor cantidad de rayos de sol como podía, incluso en invierno. Aspiré el aroma de mi bebida antes de tomar un sorbo. —Entonces, Mads, estaba pensando en cambiar mi asignatura. —¿A qué? —¿A arte? —le dije con un tinte más de renuencia en mi voz de la que quería. —Deberías hacerlo totalmente —dijo Madison con confianza—. Christos me estaba diciendo en el yate de Tiffany la otra noche, lo lejos que tus dibujos llegaron en unos pocos meses. Y en base a los dibujos animados de Tiffany asesinada, puedo ver de lo que está hablando. —¿De verdad lo crees? —Totalmente —aseguró. —Gracias, Mads. —Compartir ese momento de comedia de oro en Contabilidad con ella era exactamente por lo cual era reacia a cambiar de especialización—. ¿Estarías desanimada si eso significara no habría más clases de contabilidad contigo? Madison sonrió. —¿Por qué iba a estar desanimada? Tienes que hacer lo que es correcto para ti. —Pero es nuestra única clase juntas. —No es que no vayamos a vernos la una a la otra todo el tiempo. No te preocupes por eso, Sam. No iré a ningún lugar. —¿Estás segura? Me apretó la muñeca. —Totalmente, amiga. Además, mi estancia en el Dominio de Dorquemann será más productiva si no estás allí reventándome las tripas con tu genio recién descubierto de la historieta. —Pero ¿no compartes experiencias así en una parte importante de la experiencia de la universidad? ¿Y si nunca nos vemos una a la otra? —No te preocupes, Sam. Vamos a colgarnos un montón fuera de clase. —¿Me lo prometes, Mads?

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—Totalmente. —Sonrió.

De repente estaba a punto de romperme, porque estaba tan agradecida de llamar a Madison mi amiga. Era tan comprensiva. Después de mí estado paria en los últimos dos años en D.C., ser acogida, valorada, y aceptada en todo momento por mis nuevas amigas era todavía una notable experiencia para mí. Todavía quería pellizcarme cada cinco minutos para asegurarme de que mis amigos y mi novio no eran sólo un sueño. —Y hablando de clases —dijo Madison—. Tengo español en diez minutos. —Se puso de pie y colgándose la mochila sobre su hombro. —¡Oh mierda! ¡Mi clase de historia está en el otro extremo del campus! ¿Cómo puedo llegar a tener clases tan malditamente separadas? —Agarré mi mochila y salí de los asientos al aire libre del área del Centro de Estudiantes. —Trata de tomar el servicio de transporte del campus —sugirió ella mientras caminábamos por las escaleras al lado de la fuente en zig-zag. —No me gusta esperar por ellos. Prefiero caminar. —Entonces toma los túneles subterráneos antidisturbios. —Me guiñó un ojo. Nos detuvimos en la parte superior de las escaleras, en el pasillo central. —¿Qué es eso? —le pregunté. —Hay un rumor acerca de que los túneles que corren en todo el campus SDU son como catacumbas. Supuestamente, fueron utilizados en los años sesenta por la policía cuando todo el mundo estaba protestando todo el tiempo. Pero pensaba que los Morlocks vivían en ellos ahora. —¿Qué son los Morlocks? —le pregunté. —¿No tuviste que leer La máquina del tiempo de HG Wells en la secundaria? —No, leímos Un mundo feliz. —Oh. Bien, los Morlocks son esas cosas horribles de trogloditas. De todos modos, ¿alguna vez notaste todo el vapor bombeado a través de los respiraderos altos cerca del edificio de música? ¿Los que parecen obeliscos? —Sí, siempre me he preguntado acerca de eso. —Te lo digo. —Madison miró alrededor cautelosamente—, son las máquinas Morlock. Y secuestran a las doncellas inocentes que encuentran, las esclavizan para trabajar en las entrañas de la tierra debajo del campus, hasta que mueres joven por trabajos forzados.

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Hice una mueca.

—¿Quién querría trabajar en un intestino? —Sé que yo, ¿no? —Madison se rio entre dientes. —Creo que me voy a saltar los túneles. Bueno, mejor corro o voy a llegar tarde. —Adiós —Madison saludó mientras corría fuera—. ¡Ten cuidado con los Morlocks! Mientras corría, estaba en guardia por Morlocks y Tiffany KingstonWhitehouse, porque basada en el descripción de Madison, eran más o menos la misma cosa. Siempre parecía tropezar con Tiffany cuando estaba en un apuro. Estoy convencida de que era una puta-acechándome. ¿Sería la Reina Morlock? Tenía sentido. Pero estaba de suerte hoy. Llegué hasta el otro extremo del campus a mi clase de historia a tiempo. No estaba casi tan lleno como Gestión de Contabilidad. Pero, de nuevo, el legendario Dr. Dorquemann no la presidiría. Encontré un asiento y saqué mi portátil, decidida a hacer nada más que tomar notas sobre los fascinantes temas históricos. Me imaginé a mí misma en un relatando los aspectos más destacados de la tarde con mis amigos mientras todos escuchaban con atención. Sí, claro. A pesar de mis mejores intenciones, la clase de historia cayó como una poción para dormir. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Te juro que no tenía intención de hacer garabatos en clase una vez más. Pero alguna criatura extraña engañó a mi cerebro a través de mi canal auditivo mientras estaba evitando cuidadosamente los túneles Morlock. Te condenabas si lo hacías, y maldito si no lo hacías. Cuando el profesor terminó su conferencia, me di cuenta de que no sólo no había tomado notas, sino que mi laptop estaba dormida. En el lado positivo, había hecho más garabatos de dibujos animados en mi cuaderno de bocetos. Hice los cálculos: Un libro de bocetos llenos de garabatos Un ordenador portátil vacío ________________________________________

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= Era hora de cambiar mi asignatura.

Al menos mis habilidades contables servían para algo. Metí mi ordenador portátil en mi mochila y marché por las escaleras de la sala de conferencias, determinada a cambiar mi asignatura. Había llegado el momento. Diez minutos más tarde, sonreía mientras caminaba a través de las puertas de la Oficina de Registro. A pesar de su ambiente DMV y de las largas colas, todo se movía con rapidez y eficacia. Llené el papeleo para cambiar oficialmente mi especialidad a Licenciada en Bellas Artes. Y dejé caer Gestión de Contabilidad. Mis condolencias al gran Dr. Dorquemann. Iba a echarlo de menos. Cuando salí a la calle, el sol había roto a través de las nubes que colgaron en el campus durante gran parte de la mañana. Rayos brillantes de sol se deslizaron alrededor de las nubes, iluminando el cielo en un reluciente bronce y oro. Parecía un buen augurio para mí. Adiós, Sam Smith, CPA. Hola, Samantha Smith, artesana del crayón de renombre mundial. Nada iba a impedirme seguir hasta convertirme en artista.

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Ahora sólo tenía que encontrar la manera de darles la noticia a mis padres.

Samantha

C

hristos se encontró conmigo en mi apartamento esa noche para la cena. Su Camaro '68 retumbó en la planta baja mientras entraba en el espacio de estacionamiento para visitantes. Cuando miré por las cortinas, ya era de noche, debido a la hora de invierno. Creo que las horas de noche me hacían sentir como si fuéramos cualquier otra pareja casada, como que debía tomar una copa esperando por él, o cocinar la cena, o lo que sea. Cuando sonó el timbre de la puerta, tuve una fantasía de un niño y una niña corriendo detrás de mí, para que toda la familia pudiera saludar a Christos juntos, con los niños gritando. —¡Papá! —al unísono. Mi corazón se aceleró ante la idea. Respiré profundo y me recordé a mí misma que era sólo una fantasía. Abrí la puerta y saludé a una cara llena de flores. No eran del tipo real, sino a una pintura grande de aceite con un ramo de ellas. Era precioso. Traté de dar un vistazo alrededor del marco de la imagen. —¿Christos? ¿Estás allí en alguna parte? Christos se inclinó sobre la parte superior de la pintura gigante, sus dientes blancos brillando hacia mí mientras sonreía. —¿Qué es esto? Sus hoyuelos brillaron. —La mayoría de los hablantes de español se refieren a esto como a una pintura. —Tonto, sé cómo se llama. Pero, ¿para qué es? —Es para ti, agápi mou —sonrió—. Yo la pinté. Me quedé atónita. —¿Qué? ¿Cuándo? ¿Hoy?

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—No —se rio entre dientes—. Entre el Día de Gracias y las vacaciones de invierno, cuando me estabas evitando. Quería hacer algo especial para ti. Mostrarte lo importante que eras para mí. Cualquiera puede comprar

flores, pero me imaginé que una pintura de ellas sería el doble de buena, y duraría para siempre. —¡Oh, Dios mío, Christos, no deberías haber hecho esto! —Me estaba destrozando ya. —¿Por qué no? —No lo sé, ¿no deberías guardarla para una ocasión especial? ¿Cómo un aniversario o lo que sea? —Cada día es una ocasión especial contigo, agápi mou. Esa parece una razón suficiente para mí. Mi corazón martilleó de nuevo. Parecía que esta noche sería rica de fantasías cumpliéndose. Christos entró por la puerta, cuidando de no golpear la pintura en el marco de la puerta. —¿Dónde debería colgarla? Tuve la oportunidad de apreciar mejor la pintura mientras la sostenía en alto para que la inspeccionara. Era intrincada y una belleza impresionante. —¿Cuánto te tomó pintar esto? —Me quedé boquiabierta. —¿Importa? —Sonrió. —Sí, ¡me importa! ¡Parece que debe haberte tomado para siempre! —Para ti, agápi mou, por siempre es la cantidad adecuada de tiempo. —Sonrió. —Oh, Christos. —Sonreí. Sí, las lágrimas eran inminentes. —¿Qué tal si la cuelgo en esta pared? —Eso sería perfecto —olí. Él sacó un martillo de su bolsillo trasero, y algunos pequeños clavos. Después de ver la pared, metió varios clavos en el yeso, y luego colgó el cuadro. —¿Cómo se ve? —Es perfecta. —Recuerda, no pongas agua de ellas. Eso es un error común —guiñó un ojo. —No lo haré —me reí—. Es hermosa, Christos. —Envolví mis brazos alrededor de él y lo abracé ferozmente—. Es el mejor ramo nunca. —Cualquier cosa por ti, agápi mou. —Besó la parte superior de mi cabeza suavemente—. ¿Estás lista para la cena?

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—Estoy teniendo como mucha hambre.

—No sé tú, pero yo estoy un poco cansado de comida para llevar. Vamos a tener que o pasar más tiempo en mi casa para que pueda cocinar para ti, o tendré que abastecer tu refrigerador para poder cocinar para ti aquí. —Espera, en las dos opciones vas a cocinar para mí. ¿No hay sólo una opción? —Que yo cocine para ti es un hecho —sonrió—, es sólo cuestión de en dónde. Fruncí el ceño. —¿Estás diciendo que no puedo cocinar? Él sonrió. —Samantha, no tengo ninguna duda de que puedes hacer una media copa de helado. Pero un hombre necesita sustento. Entonces, ¿qué va a ser? —Un helado suena bastante bien ahora mismo —le guiñé un ojo. —Tengo una idea mejor. Toma tu bolso. Cinco minutos después, Christos estacionó su Camaro en la autopista de la Costa del Pacífico y caminamos hacia un restaurante con gran toldo azul. Él sostuvo la puerta para mí mientras entrábamos en Pizza Port. —Nunca he estado aquí antes —le dije. —¿Qué? ¿Cómo que no has descubierto Pizza Port? ¡Prácticamente vives justo encima de él! El interior estaba cubierto de madera desnuda entrecruzada, tablas de surf colgaban del techo, y fotos de los surfistas estaban por todas las paredes. Las mesas de picnic con bancos adjuntos estaban repartidas en el suelo. Un grupo de niños en uniformes de fútbol y sus padres ocupaban la mayor parte de los asientos en la sala. —Vaya, está lleno —le dije—. Mis padres nunca vendrían a un lugar ruidoso como este. —¿Quieres ir a otro lugar? —No, como que me gusta. —Sonreí—. Es perfecto. Mientras esperábamos en la fila para ordenar, me di cuenta de que tenían estos enormes tanques de metal detrás del mostrador. —¿Qué son esos tanques?

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—Hacen su propia cerveza —dijo Christos—. Es buena. Puedo comprar un poco para ti, si quieres.

—Oh, estoy bien. A sugerencia de Christos, pedimos una pizza Carlsbad, que tenía pesto, pollo a la parrilla, tomates secados al sol, corazones de alcachofa y queso feta. Luego encontramos un lugar en los bancos para sentarnos, exprimidos entre lo que parecían ser dos equipos de fútbol opuestos, uniformes verdes en un lado de la brecha, de color naranja en el otro. —¿Segura que quiere sentarte aquí? —preguntó Christos. —Debería estar bien, ¿verdad? —dije con cautela, sin saber lo que quería decir. —Estos niños parecen como hoscos. Como si una pelea de borrachos podría estallar en cualquier momento. Los niños tenían cerca de ocho años. Me reí. —Si me necesitas para protegerte, Christos, acaba por decir la palabra. Él sonrió y tendió la mano hacia el banco. —Sacaría el banco para ti, pero fue recorrido hacia abajo. —Siempre el caballero —le sonreí. Él tomó mi mano mientras levantaba una pierna, luego la otra, sobre el banco. —Gracias, señor. Cuando estaba a punto de caer a mi lado, dos muchachos en camisetas de fútbol verdes que acababan de terminar de jugar un videojuego en la parte trasera del restaurante llegaron disparados hacia Christos, gritando: —¡Necesitamos más monedas! El segundo chico no miró por dónde iba. Estaba distraído por Christos levantando la pierna sobre el banco. —¡Ten cuidado, Jordan! —una mujer le gritó al muchacho. Jordan giró para evitar encontrarse con la rodilla de Christos, pero tropezó de bruces en dirección de un puesto de piso a techo. Apreté los dientes mientras imaginaba la certera conmoción cerebral que el niño estaba a punto de sufrir. Christos reaccionó al instante. Su rodilla todavía en el aire, giró sobre sus pies plantados y jaló a Jordan a sus brazos, tirando de él fuera de su trayectoria. Christos plantó su elevado pie y giró el chico alto en el aire. —¡Vuelo de aeroplano! —cantó Christos mientras sostenía en alto a Jordan.

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El muchacho se sorprendió por un segundo, pero fue todas sonrisas.

Christos continuó sosteniéndolo. —Jordan, ¿puedes tocar el techo mientras estás ahí arriba? El chico se rio y palmeó la viga sobre su cabeza. —¡Gracias! —dijo Christos antes de bajarlo al suelo. La mujer que le había gritado a Jordan ya estaba caminando hacia él. Estaba sonriendo nerviosamente. —Muchas gracias. Creo que salvaste a mi hijo de un viaje a la sala de emergencias. —No hay problema —Christos sonrió. —Dale las gracias al buen hombre, Jordan —dijo la mujer. —Gracias —dijo el muchacho con timidez. —En cualquier momento, hombrecito —Christos le guiñó un ojo—-. Avísame si necesitas otro viaje en avión. —Creo que ha tenido suficiente acción para la noche —dijo la mujer. —Pero, ¡mamá! —suplicó—. ¡Yo y James no jugamos Galaga! ¡Necesitamos más monedas! —Tienes que terminar tu pizza, joven. Luego ya veremos más Galaga. —¡Mamá! —Jordan declaró mientras su madre lo llevaba de vuelta a su banco. —Muchas gracias —le dijo la mujer a Christos. —En cualquier momento —le sonrió antes de sentarse a mi lado. Tiré del cuello de Christos y miré hacia abajo su camisa. —¿Qué estás haciendo? —Se rio. —¿Estás usando un pijama azul bajo esa camisa? ¿Con una gran S roja? Christos se rio entre dientes. —Lo siento, mis medias se encuentran en los productos de limpieza con mi capa. Poco tiempo después nuestra pizza llegó. Nunca había tenido una pizza como esa, y definitivamente no una con corazones de alcachofa. Fue increíble. —Esto es como, la mejor pizza —le dije antes de tomar otro bocado. —Espera a probar sus cervezas.

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—¿En serio? —murmuré mientras una cadena de queso se extendió desde el corte en mi mano a mi boca. Era cada vez más larga y no parecía

querer romperse—. ¡Creo que necesito tijeras! —El queso finalmente se rompió y se me pegó a la barbilla en una cadena ondulada. —Ese es un buen look para ti —Christos rio antes de inclinarse para lamerlo. No podía decidir si era serio o caliente. Tal vez ambas cosas. Hice una mueca mientras lo hacía. Tenía la esperanza de que nadie estuviera viendo. —Papá —una niña sentada a dos asientos dijo—: ¡ese hombre está comiendo la pizza de la cara de esa chica! No, sin audiencia. —Los niños son los mejores —dijo Christos. Después de que mi humillación pública se calmó, le dije: —¿Alguna vez piensas tener hijos? —Cuando sea mayor. Pero tienes que encontrar a la persona adecuada para hacerlo primero. —Me dio una mirada de conocimiento—. El énfasis en la parte “hacerlo”, y la parte de “persona adecuada” —él guiñó un ojo. —¡Alto! —Me reí con entusiasmo, un destello de esa fantasía de la familia de antes me había dado calor a mi corazón de nuevo. ¿Podría ser verdad? Yo y Christos, ¿y bebés? ¿Algún día? Empujé los pensamientos rápidamente, Con miedo de atraer la mala suerte a mí misma si pensaba en ello demasiado. —¿Qué? —Se veía confundido—. ¿No quieres volver a hacerlo? ¿Fue tan malo? Me sonrojé al pensar en lo increíblemente bueno “que” había sido. —¡Come tu pizza, Christos! —Eso no es todo lo que voy a comer —dijo él sugestivamente. Sí, mis muslos se estremecieron con expectación debajo de la mesa de picnic por el resto de la cena. De una buena manera.

Samantha Después de la cena nos fuimos a mi departamento. —Oh, ¡casi lo olvido! —le dije mientras corría por las escaleras—. ¡Tienes que ver lo que dibujé en mi cuaderno hoy!

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—¿Quieres decir el pequeño viaje que te di para Navidad?

—¡Sí! Abrí la puerta de mi apartamento y entré. Saqué el cuaderno de bocetos de mi bolsa de libros y lo abrí en la página con el dibujo de Madison con Tiffany en medio. Christos ladró la risa al instante. —¡Eso es impresionante! ¿Es que Madison rebanará a Tiffany en pedazos? —¡Sí! —Cómo que me sorprendió que pudiera contármelo—. ¿Cómo sabías que eran ellos? Estudió mi dibujo, pensativo. —Esta es obviamente Tiffany. Creo que es el cabello. Además, ¿qué otra perra podría estar el subtítulo referirse? —Me guiñó un ojo—. Con Madison, no lo sé, acaba de capturar esa sonrisa suya. —Pero es sólo dibujos de caricaturas —le dije—. No como tus pinturas al óleo que se parecen a las fotos de la gente. Cualquiera podría decir que tu pintura de Tiffany era ella. —Veo lo que estás diciendo, pero los dibujos animados tienen su propia especie de extraña de magia. No puedo explicar por qué, probablemente es uno de los misterios de cómo funciona la mente. Pero ¿alguna vez notaste cómo en los dibujos animados políticos siempre puedes decir que es un dibujo del presidente? —¿Sí? —Eso es lo que hiciste con Tiffany y Madison. Capturaste la esencia de ellas en tu dibujo. Eso es bastante asombroso, Samantha. Te dije que tenías talento desde el principio. Esta es una prueba más. Quién sabe, a lo mejor seas una famosa caricaturista algún día. Yo fui tímida de nuevo. ¿Podría ser capaz de aceptar todos los elogios que Christos me daba? —Hablando de eso —Christos dijo—. ¿Cambiaste de especialidad? —Lo hice. —Sonreí, orgullosa de mí misma. —Eso es impresionante, agápi mou. Hiciste totalmente lo correcto. Mi estómago dio un salto mortal. —Pero no se los he dicho a mis padres todavía. —Me estremecí. —Ah. Me imagino que será difícil. —¿Quieres algo de beber? —le pregunté, necesitando cambiar el tema.

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—Claro. Agua estaría bien.

Entré en la cocina y saqué una jarra de la nevera y le serví un vaso. Cuando me puse de espaldas, no pude evitar mirar fijamente el congelador. —¿Quieres un helado? —grité. —Podría ir en cualquier dirección —dijo, ahora de pie en la cocina—. Malditamente se lo dirás a tus padres, ¿no? —¡Deja de leer mi mente! —me quejé. No pude evitar mi repentina incomodidad. La idea de contarles finalmente a mis padres sobre cómo cambiar mi especialidad me hacía comer demasiado helado, vomitarlo, emborracharme, vomitar eso, después correr para poder comer más helado. —¿Quieres hablar de ello? —preguntó él en voz baja. Él se acercó a mí y agarró mis brazos en sus manos calientes. Él apuntó sus ojos azules súper poderosos hacia mí. ¿Por qué me siento tan a gusto cada vez que me mira a los ojos con los suyos? ¿Era su color? ¿Por qué eran tan increíblemente hermosos? ¿O era el hombre detrás de ellos, y su amor por mí? Estoy segura de que era ambos. Pero también era el hecho de que nunca había sentido este tipo de amor en toda mi vida. Incondicional, de apoyo, de comprensión, de amor compasivo. Estaba rompiéndome de nuevo. Estaba empezando a convertirse en un mal hábito. ¿Eso es lo que el amor te hacía? ¿Te hizo llorar todo el tiempo? Christos me tomó en sus brazos. —No necesitas helado, agápi mou. Necesitas hablar, puedo decirlo. — Agarró su agua y nos llevó a mi sofá—. ¿Qué te está comiendo? Sollocé y reí. —Mi necesidad de un helado. Él se rio entre dientes. —Podremos tener un poco más tarde. Pero en este momento, me gustaría saber lo que te molesta tanto por decírselo a tus padres, si quieres hablar de ello. Si deseas esperar, está bien también. Pero tienes que dejarlo salir, o te seguirá comiendo. No estaba segura de por dónde empezar. Levanté mis manos lastimeramente, después las dejé caer en mi regazo. Pero sabía que Christos tenía razón. Esta era como la situación Taylor Lamberth. Sabía que tenía que hacerlo. Tomé una respiración profunda, y empecé. —Nunca te dije esto antes —comencé.

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—Suena como una apertura familiar —sonrió.

Negué y me apoyé en él. Estábamos muslo contra muslo en el sofá. Él puso su brazo alrededor de mi hombro y yo apoyé la cabeza en su pecho. Era tan firme y de apoyo, igual que él. —Cuando estaba solicitando colegios en la secundaria, tuve la idea en la cabeza que tal vez podría ir a una escuela de arte. Pero nunca se lo dije a mis padres. Fui en línea y encontré un montón de diferentes escuelas, todas en California. —¿Cuáles? —Principalmente CalArts y Art Center College of Design. —Esas son las grandes escuelas de armas en el Sur de California. —Lo sé. De todos modos, leí acerca de las presentaciones en cartera, y me di cuenta de que tenía que hacer algunos dibujos por mi cuenta. Algunos dibujos serios. Así que todos los días después de la escuela, dibujaba todo tipo de cosas diferentes en mi casa. Debido a que había perdido a todos mis amigos después de lo de Damian, tenía un montón de tiempo libre. Pero cada día, me aseguraba de guardar mis dibujos antes de que mis padres llegaran a casa. De alguna manera, intuitivamente sentía que dirían algo para derribarme, si alguna vez se enteraban. —¿En serio? —Christos frunció el ceño. —Supongo que no era así en tu casa mientras crecías. —Claro que no. Mi papá y mi abuelo siempre querían ver en lo que estaba trabajando, siempre tratando de ayudarme a hacer mejor mi trabajo. —No tienes idea de lo afortunado que eres —le dije, mi voz temblorosa—. Debido a que, una vez, estaba tan envuelta en uno de mis dibujos, nunca oí la puerta del garaje cuando mi mamá llegó a casa del trabajo. Estaba tratando de copiar una fotografía de un caballo, y recuerdo lo asombrada que estaba de que mi dibujo se viera bien. Estaba dibujando a los caballos enteros, con piernas y todo, y por una vez, no me veía como una niña dibujando. Para mí, al menos. —La siguiente cosa que supe, es que mi mamá estaba encima de mi hombro diciendo: “¿Qué estás haciendo?” Cubrí mi dibujo por instinto, con el miedo anudándose al instante en mis entrañas. Miré a Christos. —¿Cuán cojo es eso? Tenía miedo de que mi madre mirara mi dibujo. Christos acunó mi mejilla con la palma de su mano y me acarició la cara con el pulgar, enjugando mis lágrimas.

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Seguí.

—Le dije a mi mamá que no era nada. Recuerdo sus ojos estrecharse mientras buscaba en mi cara, casi como si supiera que estaba tramando algo... no sé, como si estuviera haciendo algo peligroso...

Samantha Pasado... —¿Qué es esto? —preguntó mi mamá. —Nada —dije. —No es nada. Es un dibujo. —Ella llegó por encima de mi hombro y lo tomó de mi escritorio para examinarlo. Miré su cara, tratando de averiguar dónde iría. Sabía que no socializaba mucho más. Había pensado que tal vez habría dicho algo de lo bueno que era o de que tenía una afición o lo que sea. —¿Por qué escondes esto, señorita? —preguntó, como si fuera una pipa de crack o de un arma. —No sé —le dije. Luego rebuscó entre los otros dibujos que había tumbados en mi escritorio. Estoy segura de que una chica normal fijaría su mejor trabajo en la pared de su dormitorio. Mantenía el mío en una pila debajo de mis libros cuando no estaba trabajando en ellos así mis padres no se darían cuenta de ellos. —¿Qué has estado haciendo, Sam? —preguntó mi madre, con los ojos entrecerrados. —Dibujando —le dije. —¿Por qué? —No lo sé, ¿porque me gusta? —Seguro que tienes un montón de dibujos aquí. No vas a sacrificar tu tiempo de estudio para hacer estos dibujos, ¿verdad? —Yo…

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—Tienes que estar centrada en mantener tus calificaciones altas, estudiando para el SAT y en las aplicaciones de la universidad, Sam. No holgazaneando haciendo todos estos dibujos sin valor.

—¡No estoy perdiendo el tiempo! ¡Tengo que hacer estos dibujos para las escuelas de arte! —¿Las escuelas de arte? —mi mamá se burló—. Nunca hablamos de escuelas de arte. —¿Y? —¿Y? No vas a ir a ninguna escuela de arte. —No ¿Por qué? —Porque ya discutimos esto con tu padre. Estamos pensando en escuelas de negocios. Crucé los brazos sobre mi pecho. —Tú estás buscando escuelas de negocios. Las cejas de mi mamá se entrelazaron. —No hables en ese tono conmigo, jovencita. —Sí, señora —suspiré. Casi me di por vencida. Estaba a punto de apilar mis dibujos y a ponerlos a un lado para hacer espacio para mis libros de la escuela. Pero no pude. Tenía que decir algo—. Mamá, tengo muchas ganas de ir a la escuela de arte. He estado buscando en un montón de diferentes programas en línea, y creo que tal vez podría conseguir entrar. Leí las diferentes necesidades de cartera, y no puedo entrar en una escuela de arte sin presentar obras de arte. No son sólo las calificaciones y SATs. Mi madre me miró, evaluándome. —Es así. ¿Cuánto tiempo has estado pensando en eso? —¿Unos pocos meses? —Estaba tan segura de mí misma. —¿Miraste la matrícula? Sentí un atisbo de esperanza. —Sí. —¿Cuánto cuesta? Siempre llegaba hasta la línea de fondo con mis padres. Suspiré pesadamente. —Casi el doble. —¿El doble? —mi mamá soltó—. Es una broma —dijo riendo. —No. —Está fuera de cuestión, Sam —dijo con firmeza.

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—Pero ¿Qué si puedo conseguir una beca o algo así?

Mi mamá puso las manos en sus caderas y sus labios se soldaron entre sí con severidad. Tomó mis dibujos y los hojeó tan acaloradamente que pensé que iba a romperlos. Pero mantuve la boca cerrada, esperanzada. Ella asentía cada vez con mayor intensidad mientras los pasaba. —Mmm, hmm. Hmm. Mmm, hmm. —Los dejó caer sobre mi escritorio con desdén—. Creo que no eres lo suficientemente buena para una beca. Me quedé boquiabierta. —¿Quién eres tú para decir eso? —Soy tu madre, Sam —gruñó. —Mamá, ¡no sabes nada de arte! —Mi cara estaba caliente por la ira. —Sé lo suficiente para saber que probablemente no vas a conseguir una beca. —Pero ¿no debería intentarlo? —Luché para contener las lágrimas. —No cuando eso significa tomar tiempo lejos de tus estudios y de tus otras materias. —Pero ¡tengo A’s en todas mis clases! Y tengo tiempo de sobra. ¿Cómo crees que he podido hacer todos estos dibujos y aun así mantener mis calificaciones? —Sí, pero tienes los SATs viniendo. Tienes que estar centrada en tus guías de estudio del SAT. —¡Lo he estado! —protesté—. ¡Y todavía tengo tiempo para dibujar! —No quiero oírlo. No más dibujos, Sam. No vamos a pagar el doble por un poco de arte de fantasía en la universidad. Tu padre y yo simplemente no podemos permitírnoslo. Y eso es definitivo. —Salió de mi habitación. Cuando mi padre llegó a casa, ni siquiera me molesté en mencionárselo. No quería que mirara mis dibujos y me dijera que no era lo suficientemente buena, también. Durante la cena de esa noche, mi mamá tocó el tema. Cenar con mis padres nunca era en realidad divertido. —¿Sabes qué esquema loco tu hija ha estado cocinando? —Mi mamá dejó salir mientras recogía una cucharada de zanahoria del plato antes de pasársela a papá. —¿Qué es eso, querida? —preguntó mi papá, con la cuchara de zanahorias. —Sam tiene la loca idea de que puede ir a la escuela de arte. Y conseguir una beca, no menos.

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Sentí como la traducción literal de las palabras de mi madre sería “Nuestra hija es una loca, ¿no es eso para reír como una loca? Qué idiota”.

—¿Universidad de arte? —Mi padre frunció el ceño—. Nunca hablamos de una escuela de arte. Una buena escuela de negocios es el lugar apropiado para ella. Hablaban como si no estuviera en la habitación. —Eso es lo que dije —dijo mamá, riendo entre dientes. ¿Estaba bien creer que tu madre era una perra? Quiero decir, no cada segundo del día. Pero ¿la mayoría de las veces? Mi papá se volvió y se dirigió a mí directamente. —Sam, las escuelas de arte son generalmente universidades privadas, y por lo tanto, mucho más caras. —Yo ya sabía eso —lloriqueó. Lo que demuestra que no era un idiota completa e ignorante que era la única defensa que me quedaba. Por desgracia, no pensé que fuera a llevarme a ningún lado. —Saberlo no paga nada —mi madre se echó a reír. Eso era todo. —Tu madre tiene razón, Sam —dijo papá—. No tenemos dinero. Dije de nuevo. —Pero podría obtener préstamos, tal vez incluso una beca —protesté. —Eso está muy bien, Sam, pero ¿cómo planeas pagar esos préstamos? ¿Pensaste sobre qué tipo de trabajo un artista puede obtener? ¿Tienes la intención de dibujar caricaturas en la feria del condado? ¿De vender acuarelas sobre el paseo marítimo de Atlantic City? ¿Cómo es posible que te mantengas haciendo veinte dólares aquí y allá? —¡No estaba hablando de ese tipo de artista! —discutí—. Hay otros tipos de artistas de todo el mundo. ¿Qué pasa con esa pintura que compraste, la de las olas que cuelga en tu oficina? Estaba agarrada a un clavo ardiendo, y mis padres lo sabían. —Sam —mi papá me dijo condescendientemente—, pagué cien dólares por esa pintura. ¿Cuánto tiempo crees que te tomaría pintar un cuadro así? No quería decir que no sabía cómo hacer una pintura al óleo. Estoy bastante segura de que si lo hubiera hecho, mi padre me habría dicho. —Checa y hablas, el juego terminó. —Tu hija no sabe cómo pintar al óleo —dijo mi mamá—. Sólo dibuja a lápiz.

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Gracias, mamá. Puse los ojos en blanco. Estaban jugando conmigo como gatos antes de la matanza.

Mi padre sonrió, siempre dispuesto a revisar los números. —Ahora espera un segundo, Linda. Vamos a pensar en esto. Sam, ¿cuánto tiempo te toma terminar un dibujo? ¿Y quiero decir uno bueno? ¿Por qué me sentía como si estuviera caminando en una trampa? —Um, ¿todo un día? —Está bien. Vamos a decir que ocho horas. Así, por ocho horas de trabajo, harás cien dólares. Eso es 12.50 $ por hora. Mi papá era una calculadora humana, y estaba muy orgulloso de ello. —Eso está muy bien, ¿no es así? —Sabía que el salario mínimo era de 8.25 $ en DC 12.50 $ sonaba bastante bien para mí. —¡Ah! —mi mamá gritó. Sus ojos brillaron como si le gustara la forma en que mi padre estaba triturando mis sueños artísticos con soltura. Gruñido. —No te pongas delante de nosotros —dijo papá—. Tenemos que asumir el costo de los suministros. Siendo conservadores, digamos que un diez por ciento para pintura y cualquier otro material que los artistas utilicen, otros diez para el marco. Estoy seguro de que la galería querrá algún tipo de comisión, por lo que otro, oh, quince para eso. Ahora estamos abajo a 65.00 $ por esa pintura tuya o no. Eso equivale a 8.13 $ por hora, Sam. Harías más sirviendo café en Starbucks. Y escuché que algunas de las grandes cadenas de cafeterías corporativas tienen planes decentes de seguro de salud en estos días, que no son baratos. Trabajando sirviendo en bar estarías muy por delante del hombre que pintó ese cuadro en mi oficina. Mi madre me sonrió con una mezcla de superioridad y, odio decirlo, de júbilo. —Tu padre tiene razón, Sam. Ser un artista es una mala idea. Sentí algo parecido dentro de mí en ese momento, como si mis padres me hubieran demostrado de alguna manera con total certeza que era imposible ser artista.

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Recuerdo que traté de tragar un bocado de puré de patatas, y tenía un nudo en mi garganta como una bola de plomo. Cuando fui a mi habitación esa noche, enterré todos los dibujos que había estado trabajando en la parte inferior de mi armario.

Samantha En la actualidad. Christos dijo: —Eso es duro. Envolví mi brazo libre alrededor de su pecho y lo abracé mientras sollozaba débilmente. —Ahora ya sabes por qué no quiero decírselo a mis padres. —No sé si te das cuenta de esto, Samantha, pero tus padres son ignorantes. —¿Qué quieres decir? —Quiero decir, que hay miles de diferentes puestos de trabajo para artistas. Tu papá, tan inteligente como puede ser con los números, no da una mierda sobre el negocio del arte. Es, literalmente, ignorante de las opciones que existen para los artistas. —Pero todavía tengo que convencerlos de eso. No sé lo que sepas, así que me siento como si hubieran tratado de cambiar mi opinión en el teléfono, y quién sabe, a lo mejor para el final de la llamada, estaría coincidiendo con todo lo que dijeran de nuevo. —Eso no es cierto —dijo Christos alentadoramente—. ¿No me digas que tomaste Dibujo de Vida el trimestre pasado, a pesar de que querían que tomes Economía en su lugar? —Esa fue una clase electiva. Tenía que tomar una de todos modos. En realidad el cambio de mi especialidad es en su conjunto es “otro nivel”. —Si quieres llámalos mientras estoy aquí. Puedo animar desde la barra. Voy a buscar pompones y dar esas patadas altas ridículas. Entonces podrás ver mi ropa interior —se rio entre dientes—. No es que esté usando alguna. La idea de Christos, con falda, sin ropa interior, pateando sus piernas altas mientras sus joyas se movían me hizo arrugar la nariz. —Bueno, tal vez me ponga ropa interior para las patadas altas —sonrió—. Pero en serio, voy a retroceder totalmente. Hablaré con tus padres, si tengo que hacerlo. Lo que necesites, estoy aquí para ti, agápi mou. —Gracias, Christos. Eso significa mucho, ni siquiera puedo decírtelo.

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—¿Quieres llamarlos ahora?

Casi decía que no, pero luego sentí algo que nunca había sentido antes. Ira. De repente estaba enojada con mis padres. No importa lo que hubiera tratado de hacer para darle forma a mi propio futuro, siempre me empujaban hacia atrás, alejándome de donde quería ir. Podía dejar que esto continuara para siempre, siempre cediendo a ellos, pero estaba cansada de ser acosada por todos, y eso incluía a mis padres. Había elegido la Universidad de San Diego para la universidad porque podría ir muy lejos de su constante control, y me gustaba tener la libertad de tomar mis propias decisiones. Y le había plantado cara a Damian cuando había roto mi silencio sobre Taylor Lamberth. En aquel entonces, Damian había amenazado con matarme. Ahora, mis padres estaban amenazando con matar mis sueños. Casi era la misma cosa, en mi libro. Uno tomaba más tiempo. A la mierda. Iba a llamarlos. Aún no eran las 10:00 pm. en la costa este, y mis padres estaban por lo general despiertos hasta las once. Marqué a la casa y puse el teléfono en altavoz. Mis nervios se volvieron locos antes de que el teléfono, incluso sonara. Me puse de pie desde el sofá y empecé a caminar a mi sala de estar. Sostuve mi dedo en mis labios e hice un shhh en la cara de Christos. Él asintió con comprensión. —¿Hola? —dijo mi padre. —Hola, papá —suspiré. —Qué agradable sorpresa. Es tan bueno saber de ti, Sam. Tu madre y yo creíamos que pasarían unas cuantas semanas más. ¿Cómo es Micro Economía? Jesús. Un “¿Cómo estás?” Hubiera sido bueno. En general, sentía como si mi padre fuera más que un gerente para mí que un padre. Su relación conmigo era algo que él calculaba, sopesaba, consideraba. Los sentimientos y las piezas que eran de amor brillaban por su ausencia. —¿Sam? —solicitó. Me armé de valor. Esto era todo. —No voy a tomar Economía. —¿Qué? —Mi papá estaba en shock—. Sam, ya hablamos de eso. Puse los ojos en Christos. Él hizo una especie de mueca compasiva. Por lo menos lo entendía.

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—Tú hablaste de eso, papá. Yo sobre todo escuché. No quiero tomar economía.

Mi papá soltó un suspiro con fuerza en el otro extremo del teléfono. —Está bien. Pero no puedes seguirle postergando si planeas graduarte en cuatro años. ¿Qué pasa con contabilidad? ¿Cómo es Gestión de Contabilidad? Siempre disfrutamos de ese tema. ODM. —No voy a tomarla. La quité de mis clases. —¿Qué? —Mi papá entró en pánico—. Sam, ¿qué estás haciendo? ¡No puedes tomar clases de la división superior para Contabilidad si no terminaste los cursos de la división inferior primero! —Está bien. —No, no lo está. —Lo es, porque cambié mi asignatura. —¿¡Qué!? —Mi papá iba a explotar a este ritmo—. ¿A cuál? —A Arte. —Esperaba que explotara. Un sofoco rebotó a través de mi cuerpo, y no en el buen sentido. Levanté mi cara. Esto se iba a poner feo. —Espera, Sam. Haré que tu madre se una a nosotros en la extensión. Como dije. Mientras esperaba el día del juicio final, miré a Christos. Él entendió la indirecta y se acercó a mí. Colocó una mano en la parte baja de mi espalda y frotó suavemente. Un momento después, oí a mi madre recoger la otra línea. —¿Qué está pasando, Sam? —exigió severamente. —Voy a cambiar mi especialidad a Arte. —¡No puedes hacer eso! —dijo mi mamá. —Quiero decir, ya cambié mi especialidad. —Entonces cámbiala de nuevo —dijo estridentemente. Estoy bastante segura de que mi apartamento estaba reduciéndose a mi alrededor. ¿Estaba sudando? Mis brazos se sentían como pozos en hornos. Tomé una respiración profunda. —¿Sam? Vas a cambiar tu asignatura. Inmediatamente —mi mamá mandó. Esto fue todo. —No.

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Creo que esperaba que la tierra se abriera bajo mis pies o tal vez un asteroide gigante chocara contra San Diego en ese momento. Pero todo lo que escuché fue silencio.

Nunca me había enfrentado a mis padres así. ¿Podría ser tan fácil? —¿Bill? —preguntó a mi mamá—. ¿Oíste lo que tu hija acaba de decir? Siempre me encantaba la forma en que mi madre me repudiaba al segundo en que desobedecía. —Estoy desconcertado —dijo mi padre. No creo haberla oído nunca sonar tan exasperada antes. —Aaaah... —murmuró—. ¿Linda? Tuve la clara sensación de que el teléfono en mi mano había comenzado a calentarse hasta los doscientos grados. Sé que era una tontería, pero sabía que algo estaba a punto de volverse termonuclear. —Si insistes en desobedecer a tu padre y a mí, entonces… La interrumpí. —¿Desobedecer? Esta es mi vida, mamá. No quiero ser contadora. Quiero tomar mis propias decisiones sobre lo que haré por el resto de mi vida. Tengo diecinueve años, ¡por el amor de Dios! —¡Cuida tu boca, señorita! —mi mamá gritó—. ¡Y no uses ese tono conmigo! Marcharás a primera hora a la oficina del secretario mañana por la mañana, y cambiarás tu especialidad a contabilidad de nuevo. ¡Y eso es final! —Haz lo que dice tu madre, Sam —mi papá se quejó. Suspiré con petulancia. ¿Mis padres todavía creían que estaba en la secundaria? —No, mamá —dije en voz baja—. No voy a cambiar mi especialidad. —¡No me desobedezcas! —mi madre gritó. —No voy a hacerlo, mamá. —¡Bill! Habla con ella —dijo mi madre, nerviosa. Hubo un momento de silencio. —¿Bill? Di algo. —Detén tu carro, Linda. Estoy pensando. No sabía si eso era bueno o malo. Miré a Christos. Él se encogió de hombros. No había nada que pudiera hacer. —Tenemos una oportunidad aquí, Linda —dijo mi padre con calma. Eso siempre me preocupaba—. Creo que es tiempo de que Sam aprenda el verdadero valor de un dólar y de una educación. Te sugiero que cancelemos la subvención de gastos de vida de Sam.

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—¿Qué? —mi mamá y yo preguntamos al unísono, aunque el tono de nuestra voz fue muy diferente.

—Sí, creo que es una excelente idea —continuó mi padre—. Sam, tu madre y yo ya no pagaremos por tu apartamento. Además, todos los gastos adicionales que tenemos financiado serán tu responsabilidad. Linda, ¿eso tiene sentido para ti? —Perfecto sentido —dijo mamá victoriosamente. —Esperen —dije—, chicos no pueden… Mi madre intervino: —Oh, sí, sin duda podemos, señorita. Miré a Christos, sin saber qué hacer. —¿Cómo voy a pagar el alquiler? ¡No tengo ningún dinero! —Estoy segura de que hay muchas oportunidades para programas de trabajo y estudio en el campus —dijo papá—. Hay una gran cantidad de puestos de trabajo no calificados en el mercado laboral. Te recomiendo que pruebes compras en centros comerciales o en restaurantes de comida rápida. Cualquiera de los dos es más probable que contraten a una persona joven, sin capacidad, sin experiencia laboral. Tú eres inteligente, y si eres entusiasta y estás dispuesta a trabajar duro, encontrarás un puesto de trabajo en poco tiempo. —No puedo discutir con eso —dijo mi madre, con una sonrisa en su voz—. Esto será bueno para ti, Sam. Te lo prometo, cuando mires hacia atrás de esta experiencia, nos darás las gracias a tu padre y a mí. Eché un vistazo a Christos. La expresión de su rostro era lo que me imaginaba en una persona normal vería si llegara a la escena de un terrible accidente de tráfico y descubriera que todos sus hijos habían sido aplastados por un camión de reparto volteado. Me sentía un poco mal por Christos. Yo estaba acostumbrada a este tipo de conducta de mis padres. Él no. Suspiré. Siempre había sospechado que mis padres estaban locos. Ahora tenía la prueba. Estaban tratando de chantajearme, o tal vez de sobornarme, para que siguiera su aborrecible orden de convertirme en contadora, sin importar cuánto me pusiera enferma la idea. ¿Cómo había conseguido mi vida para tomar un vuelo en picada en menos de veinte minutos? Ah, sí.

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Mis padres.

Christos Estuve moviendo mi mandíbula durante todo el tiempo que Samantha habló con sus padres. Por toda la mierda con la que había tratado después de que mis padres se separaron, nunca había pasado por algo como esto. Mis padres nunca me obligaron a hacer algo que odiara. Los padres de Sam ni siquiera parecían seres humanos para mí. Sino que eran más como robots. Después de que Samantha se despidió de sus padres, se me quedó mirando con ojos llorosos. —Agápi mou —le dije—. Lo siento mucho. Ella se acercó a abrazarme. Envolví mis brazos alrededor de ella y la apreté con fuerza. —Eso fue una mierda total. —¿Qué voy a hacer? —dijo ella, presa del pánico. —Está bien, agápi mou. Nos las arreglaremos. —Tengo que buscar un empleo. En este momento. —Me miró, con los ojos desorbitados por el miedo. Era la cosa más triste que jamás había visto, como si todo su mundo se hubiera ido. Mi corazón se rompió mientras su miedo se intensificaba. No creo haber visto esta cantidad de miedo en su rostro, incluso el día que nos conocimos, el día en que había quitado a ese tipo gordo gritándole a ella. En este momento, se veía muerta de miedo. Samantha se liberó de mis brazos, como si no fuera capaz de protegerla o consolarla. Corrió a su mochila y tiró de su computadora portátil. El equipo se quedó atrapado dentro de la bolsa. Ella entró en pánico y tiró con más fuerza, pero lo que tenía que hacer era relajarse. La portátil no se movió. —¡No puedo hacer eso! Me arrodillé y puse una mano sobre la de ella. —Relájate, agápi mou. Ella me miró con una mezcla de esperanza y de duda en sus ojos. —¿Sabes que decir “fácil” lo hace? Se aplica en situaciones como ésta, sobre todo. —¿Eh? —Deja de tirar tan duro.

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Ella relajó su agarre en el equipo.

Quité la esquina de la bolsa de libros con cuidado. —Ahora prueba. Ella deslizó el ordenador portátil. Le temblaban las manos. Se sentó en el sofá, liberando el ordenador, y se disparó hacia arriba. —Tengo que buscar un empleo. Ahora mismo. Sólo tengo dinero suficiente para durar hasta fin de mes. Entonces estaré fuera. —Sus manos se apretaron en puños una y otra vez. Uno pensaría que le acababan de decir que su mundo se había terminado. Tal vez así era. Mis tripas se retorcieron mientras observaba el creciente horror en su rostro. Se estaba volviendo loca. No podía enfrentarlo. —Samantha, no tienes que preocuparte por esto. Tengo dinero. ¿Cuánto necesitas? —Oh, no puedo tomar tu dinero, Christos. —¿Por qué no? —No sería correcto. —Tomabas dinero de tus padres, ¿por qué no puedes tomar el mío? Ella hizo una pausa, mirando rápidamente alrededor con incertidumbre por la habitación. —Eso es diferente. Son mis padres. —Y yo soy tu novio. Tengo más que suficiente dinero para ayudarte a salir. —No, Christos, simplemente no podría. —Samantha, por favor trata de entender mi lado de las cosas. Estoy sentado aquí mirándote y tú te vuelves loca porque tus padres de repente te jodieron. Te sientes traicionada. ¿Cierto? —No sé cuál es la palabra para lo que estoy sintiendo en este momento, Christos. Pero es terrible. Es como que están tratando de controlarme. No están escuchándome, ni lo que quiero. Ellos nunca preguntan, sólo dan órdenes. Tuve que reprimirme, porque tenía muchas ganas de ir por sus padres en estos momentos. Quería tomar su teléfono, marcarles a sus padres, y decirles que eran unos idiotas. Pero no pensé que nos ayudaría a la situación si lo hacía.

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—Samantha, estoy escuchándote. Puedo rescatarte de esta situación. —Me estremecí cuando dije la palabra rescatar. Ese era mi problema, no el suyo. Samantha parecía manejable. Todo lo que necesitaba era algo extra de dinero en efectivo. Eso, yo lo tenía.

Lo que no tengo es una botella con un genio esperando que me concediera tres deseos, uno de los cuales sería hacer que mi juicio desapareciera. No iba a suceder. Pero podía arreglar la situación económica de Samantha. Podía ser su genio, aunque no tenía uno propio. Le sonreí. —Samantha, mi dinero es tu dinero. Sólo di la palabra, y ¡puf! Tus problemas se resuelven. —Oh, Christos. No puedo decir lo mucho que esto significa para mí. Pero siento que tengo que hacer esto sola. De lo contrario, me voy a sentir en deuda contigo. No puedo tomar tu dinero. —¿Qué quieres decir, con deuda? —No lo sé. Sólo que tengo que hacerlo sola. —Sus ojos estaban vidriosos. Ella no lo entendía. Podrías llevar un caballo al agua, pero no se podía obligarlo a beber. Y no se suponía que le vieras a un caballo de regalo la boca, tampoco. Sam estaba haciendo ambas cosas. No podía culparla. Tenía demasiados caballos y demasiados problemas a la vez. Todo porque Samantha no estaba pensando racionalmente. Su miedo estaba manejando todos sus pensamientos como caballos salvajes. ¿Ves? Demasiados malditos caballos. Negué y suspiré mientras ella buscaba sitios de trabajo en línea. —Mis padres no dijeron que dejarían de ayudarme con la matrícula —se dijo a sí misma—. Simplemente con el alquiler. Puedo entender eso. Hay puestos de trabajo. Iré a servicios de carrera mañana y veré lo que puedo encontrar. Estoy segura de que puedo resolver esto. Sí, ella no estaba hablando conmigo. Estaba pensando en voz alta. Traté de captar su mirada, pero sus ojos eran salvajes, como de esos malditos caballos de nuevo. Ni siquiera se daba cuenta de que estaba en la habitación con ella, dispuesto y capaz de ayudarla a superar esto. No era consciente de mi presencia. No había nada más que pudiera hacer, pero le daría tiempo, espacio suficiente, y estaría allí si se caía. Lancé otro suspiro. Me dolía que no quisiera mi ayuda, como si fuera de alguna manera una mala persona esperando aprovecharme de ella. Pero no podía forzar mi ayuda en ella, sin importar lo fácil que pudiera resolver sus problemas de dinero.

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Hombre, eso apestaba.

—Samantha, si llega a ser demasiado —la tranquilicé—, avísame. Estaré aquí para ti, agápi mou. Sin importar lo que pase. No creo que me haya oído.

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Yo necesitaba un trago.

Samantha

N

o hace falta decir que dormí como una mierda esa noche. No podía dejar de pensar en la búsqueda de un empleo. Christos se fue después de una hora. Solo tenía un ordenador, así que no había mucho que pudiera hacer en el camino de ayudarme a buscar empleo. Había buscado en todo Internet durante horas, tratando de encontrar algo, pero no tuve suerte. Buscaría en el campus un trabajo hoy con posibilidad de estudiar entre clases, pero temía que no hubiera ninguno dejado tan tarde en el año académico. Si eso sucediera, me gustaría probar buscando en mi barrio un trabajo en un restaurante, en una tienda de café, cualquier cosa. Hice mi mejor esfuerzo para no pensar en ello. Mi única clase de mañana era pintura al óleo con Romeo y Kamiko. Tenía que comprar los suministros en la librería del campus antes de la clase. Escogí las pinturas, los pinceles, la paleta, las lonas y otros suministros y los llevé a la caja registradora. El total fue de 147.38 $. Mi dinero iba a desaparecer en dos semanas a este ritmo. Caminé hacia el edificio de Artes Visuales con mi bolsa de provisiones. Cuando me acerqué a esa ruta de Dibujo de Vida por primera vez hace tres meses, había estado llena de esperanza. Ahora estaba lleno de temor. Tenía para encontrar un trabajo. Eso era todo en lo que podía pensar. En mi falta de dinero. ¿Cómo iba a concentrarme en la pintura? ¿O en mis otras clases? —Ahí va la pobretona —se rio Tiffany Kingston-Whitehouse. Grandioso. Eso era todo lo que necesitaba. Dos robotinas estaban de pie junto a ella en el camino. Las tres tenían tazas de café con el logo de Toasted Roast. Ya había cortado el café todos los días de mi presupuesto.

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La ignoré y seguí caminando.

—Ella baja a tienda de segunda mano chic a todo un nuevo tipo de bajo, ¿no lo piensan? —le preguntó Tiffany a sus minions. —Totalmente —dijeron a coro. —Hace a una ganga quedar mal —dijo una. Tuve un momento para pensar acerca de cómo el yate de Tiffany probablemente costaba más de cuatro años de matrícula de estudios universitarios para cincuenta chicos. Lo que sea. Envidiar su riqueza no me ayudaría a encontrar un trabajo. No tengo más tiempo para sus insultos infantiles. —Crece, Tiffany —dije, sin mirar atrás. Llegué al estudio de pintura poco después. Las personas ya estaban preparando los caballetes. Encontré un espacio al lado de Romeo y Kamiko. —Hola chicos —les dije. Estaba tan feliz de verlos—. ¿Qué vamos a pintar este trimestre para colmo de todos los modelos desnudos en Dibujo de Vida de último plazo? ¿Un espectáculo de sexo en vivo? —dije en broma, tratando de obligarme a mí misma a tener un mejor estado de ánimo. —Ojalá —dijo Romeo. Hizo un gesto hacia el centro de la habitación. Un pedestal hasta la cintura tenía un cuadrado de tela negra drapeada en diagonal sobre ella. Un cuenco de madera con fruta estaba en la parte superior. —Naturaleza muerta —dijo Kamiko—. La fruta es mucho más fácil que las personas. —Pero no tan interesante —le dije. —Espera y verás. Tratar con la mezcla de pintura y trabajar con pinceles te ofrecerá un montón de nuevos retos. Te alegrarás de pintar manzanas y uvas. —Estoy de acuerdo con Sam —dijo Romeo, pensativo—. Prefería pintar personas. Especialmente a Christos completamente desnudo. Pero hay un enorme plátano en el frutero. Se trata de la talla correcta, ¿no te parece, Sam? Mis mejillas brillaron rojas. —¡Romeo!

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—Relájate, Sam —dijo Romeo con desdén—. Todos hemos visto lo que hay en la cesta de fruta de Christos más una vez. Pero no tenemos ninguna experiencia en el departamento totalmente erecto. Por eso, me dirijo a ti para que corrobores las pruebas. ¿Puedes describir su banana para nosotros? —Arqueó una ceja mientras pretendía sostener un micrófono delante de mí como si fuera un reportero de noticias.

Kamiko nos miró boquiabierta a los dos. —¡No! —solté. —No, no descríbelo —dijo Romeo—. O no, ¿no lo has pelado? —Uhhhh... —¿Por qué me siento culpable de repente? Kamiko resopló de risa. —Romeo, aún yo sé que tú no los pelas. —Si tienen prepucio, sí —dijo Romeo claramente. —No es el mismo tipo de pelar —lo corrigió Kamiko—. Es más como tirar abajo el envoltorio de una paleta congelada. Hice una mueca. —Esta conversación repugnante.

se

ha

convertido

oficialmente

en

algo

Romeo frunció el ceño. —Espera un segundo, Kamiko, ¿cómo sabes tanto de envoltorios? —Estoy en la pre-residencia, en caso de que te hayas perdido. Sé lo que es un prepucio. —Sí, pero pareces tener un profundo conocimiento de su función. ¿Experiencia de primera mano, tal vez? ¿Estás escondiendo a un novio, Kamiko? Quiero decir, ¿que no sea Finn el humano? ¿Cómo, a un novio de carne y hueso? —No, Romeo —insistió Kamiko. —¡Whoa! —Romeo le reprendió—. ¡Abajo, chica! ¡Una estridente negación es un signo seguro de que está ocultando algo! —¿Crees que está saliendo en secreto con Brandsome? —sugerí tímidamente, feliz de tener el calor fuera de mí. Las mejillas de Kamiko se pusieron rojas. —¡No sé de lo que están hablando! —Hmmm. —Romeo lo consideró astutamente—. Esto da para una mayor investigación. Creo que la parcela se ha espesado. A menos que solo sea yo pensando en la banana de Christos de nuevo. —Cambió el cinturón alrededor y movió sus pantalones mientras giraba sus caderas—. Sí, mi parcela definitivamente se espesó. —Oh, asqueroso. —Kamiko hizo una mueca.

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—De cualquier forma —la despidió Romeo—. De vuelta al asunto. Sam, ¿la banana pelada de Christos es curva o recta? Necesito saberlo. — Sostuvo el imaginario micrófono en mi cara de nuevo.

—¡Romeo! —supliqué, empujando su mano. —Escuché que las curvas golpean mejor el punto G de una dama. Aunque, creo que cuando se trata de mi punto-B, recta es de mi preferencia. —¿Qué es un punto-T? —preguntó Kamiko, confundida. —Está en tu trase… —Está bien, clase —dijo el profesor, aplaudiendo con fuerza varias veces justo detrás de la cabeza de Romeo—. Suficiente charla. Tenemos mucho que cubrir hoy. ¿Empezamos? —El profesor era un hombre de mediana edad con el cabello rebelde y un ceño permanente que me recordaba las fotos que había visto de Ludwig van Beethoven. Los labios de Romeo se curvaron en una mueca de desprecio y frunció el ceño a la espalda del profesor. Yo y Kamiko nos atragantamos por nuestros respectivos ajustes de risita. El profesor vestía una camisa de botones con las mangas arremangadas y pantalones vaqueros. A pesar de su apariencia ocasional, parecía un poco demasiado serio para mi gusto. —Mi nombre es Profesor Cogdill —dijo—. Seré su profesor de pintura al óleo este semestre. Hoy vamos a pintar un bodegón simple. Haré una breve demostración antes de que comiencen con sus pinturas. Les mostraré cómo preparar su paleta. Les mostraré cómo bloquear la composición básica. Les mostraré cómo contrastar colores cálidos contra fríos. Les mostraré cómo... Miré a Romeo, quien tenía el ceño fruncido hacia el profesor como si fueran enemigos de toda la vida. —El profesor Cogdildo necesita a alguien para pelar su banana inmediatamente —susurró Romeo mientras ponía los ojos en blanco—. Tal vez entonces no tendría un palo en el trasero. Porque lo digo, no es mi tipo en absoluto. Estaré apretando mis nalgas todo el tiempo. Ahogué otra risita mientras el profesor seguía hablando. A pesar de la actitud rígida del profesor, sin juego de palabras, era extremadamente eficiente y lógico en la forma en que lo explicó todo. Me sorprendió que pudiera pintar un impresionante cuadro del tazón de fruta en unos veinte minutos. Nunca había visto a alguien pintar tan rápido antes. Era increíble verlo trabajar. Después, mientras enjuagaba el pincel en una lata de Turpenoid, dijo: —Muy bien, todos, por favor tomen sus lugares y comiencen a trabajar.

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En mi caballete, apreté la pintura como el profesor había mostrado. Él había usado algún siena tostado para pintar y ponerlo en las líneas

incompletas en su lienzo. Yo hice lo mismo, bloqueando las formas básicas con pinceladas medianas. —Recuerden, clase —entonó el profesor—, su bloqueo puede estar suelto. Corregirán las cosas en el camino. Miré a Romeo, quien ya estaba sentando en las formas con su pincel. Se centró en conseguir la forma del plátano apenas derecho, para los estándares de Romeo. —Umm, ¿Romeo? —le susurré—. ¿Por qué parece que tu plátano como que va a tener una punta de setas? —Solo estoy pintando lo que veo, Sam —dijo, un poco ofendido. Kamiko se inclinó para mirar a la pintura de Romeo. Hizo una mueca y miró el tazón de fruta. —No veo una punta de seta en ese plátano, Romeo —pinchó. —Veo penes dondequiera que miro, cariño —dijo Romeo con desdén. —Eres la Reina de la Peña, Romeo. —Kamiko sonrió. —Lo admito —dijo Romeo, con la mano dramáticamente en su corazón—. Soy el pene de la realeza. Aunque me gusta pensar en mí mismo más como en la Princesa del Pene. —¿Soy la única que está vomitando por la boca ahora mismo? —Hice una mueca. Kamiko infló sus mejillas y sus ojos se movieron muy poco. Sostuvo dos dedos en sus labios, mientras hacía ruidos falsos de amordazamiento. Me estaba riendo cuando regresé mi atención a la mezcla de colores en mi paleta. Entre las payasadas de Romeo y de la propia pintura, me lo pasé genial. Al final de la clase, también tenía una pintura al óleo bastante buena del tazón de fruta, plátano incluido, pero sin punta de setas. —Wow, Sam —dijo Kamiko—. Hiciste un gran trabajo con tus luces y sombras. Tu iluminación y sombreado es tan realista. Yo no lo podía creer tampoco. —¡Gracias, Kamiko! —Miré la obra de Kamiko y de Romeo, y la de ellos estaban muy bien también—. La tuya se ve muy bien, Kamiko. —Gracias. —Ella sonrió—. Estaba preocupada de que trabajar con pintura de aceite me arruinara.

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—La tuya es impresionante, Kamiko. Incluso la de Romeo se ve muy bien, ahora que su banano no se parece a una banana más. Creo que todos le debemos al Profesor Cogdill algunas gracias.

—¿Debido a que su apellido es tan fálico? —preguntó Romeo. Tuve que reírme de eso. Tal vez mi vida no estaba a punto de estallar en mi cara. Tal vez las cosas estaban mejorando.

Christos Cuando Russell Merriweather había llamado personalmente por la mañana para decirme que lo encontrara en sus oficinas de la ley en el centro, sabía que no sería una buena noticia. Aparqué mi Camaro en el garaje de la planta baja y tomé el ascensor hasta el piso veinte del edificio. Russell no había escatimado gastos al alquilar el lugar. —Hey, Rhonda. Estoy aquí para ver a Russell —le dije a la recepcionista. Había conocido a Rhonda la primera vez que había llegado seis años atrás. Siempre me había impresionado con su actitud profesional. Russell solo contrataba a lo mejor. Ella también era caliente, pero era todo negocios y genial en su trabajo. —El Sr. Merriweather te está esperando, Christos. Estará contigo en un minuto. ¿Puedo conseguirte algo de beber mientras esperas? —Estoy bien, gracias, Rhonda. —Me acerqué a la ventana de la imagen y contemplé la impresionante vista de la bahía de San Diego. Un portaaviones estaba estacionado en la base naval, cubierto de los F-18. Lo que no daría por saltar en uno de esos aviones y salir en Mach 2 como la mierda de aquí. —¡Ahí está! —Russell sonrió, su sonrisa amplia, caminando hacia la sala de espera un poco más tarde. Incluso cuando no estaba en la corte, Russell se veía impecable, con trajes a medida que mejoraban su ya imponente silueta, haciendo de él, alguien del baloncesto. Su exuberante personalidad le añadían otras tres pulgadas por lo menos. —¡Christos Manos, en carne! No lo había visto cara a cara en un par de meses. Estrechamos los puños y nos dimos un abrazo de hombres. —¿Acaso Rhonda no te ofreció una bebida? —preguntó. Le guiñé un ojo a Rhonda.

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—Dos veces.

Ella me devolvió una sonrisa cortante. —No me pases llamadas, Rhonda. Tengo a Christos Manos aquí. — Russell se rió con ganas—. Vamos, hijo, vamos a hablar a mi oficina. Las oficinas de otros seis abogados y varios asistentes legales se abrían el largo pasillo que conducía a la Oficina de Russell. Le había ido bastante bien. —Toma asiento —dijo mientras hacía un gesto hacia una silla de cuero frente a su escritorio. La vista de la esquina de su oficina era más impresionante que la del vestíbulo. Se podía ver arriba y abajo de la costa de San Diego. El Océano Pacífico parecía no terminar nunca. —¿Viniste aquí en esa entrepierna de cohete tuyo? —preguntó, alzando las cejas como los padres. —Nop. Está guardado, como dijiste. En la planta baja está mi Camaro. Russell asintió. —Buen chico. Puede haber esperanza para ti. —Sonrió de mala gana, pero me di cuenta de que era genuina. Me palmeó el hombro con firmeza varias veces—. Muy bien. Cerró la puerta de su oficina y se sentó en la silla ejecutiva detrás de su escritorio. Su comportamiento jovial se atenuó unos cien vatios cuando entrelazó los dedos sobre la secante frente a él. —No te lo voy a endulzar, hijo. Mis detectives privados no han logrado saber un solo indicio que pueda ser de uso. Podemos seguir tirando el dinero en ellos, pero dudo mucho que averigüe nada en este punto. Yo había estado haciendo mi mejor esfuerzo para no pensar en nada de esto durante los últimos meses. Confiaba en Russell, y sabía que contrataría solo a lo mejor. Había visto las facturas. —¿Dónde nos pone eso? —No sé si eres consciente de ello, Christos, pero si el jurado te encuentra culpable de todos los cargos, podrías enfrentar hasta cuatro años en la penitenciaría del estado. —Prisión —le dije. —Sí. —¿Cuáles son las posibilidades de que limpien los cargos extra, que significa en tiempo de cárcel? —¿Estamos hablando del cargo secundario? De las lesiones corporales graves, ¿correcto?

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—Sí, de eso. ¿Cuál es la situación al respecto?

—El Estado está alegando que el hombre que agrediste ha soportado toda clase de carga relacionada con problemas de salud debido al incidente. Tengo a mi equipo de investigación de los hechos, y tengo la intención de llamar al personal médico del hombre al stand durante el juicio. También llamaré a un médico amigo mío como testigo experto. Entonces podré demostrar ante los tribunales que las condiciones médicas del hombre, ya sea que precedían al incidente, o se produjeron totalmente separados de él. Pero en última instancia dependerá del jurado decidir si sus lesiones corporales califican como graves, o no, de acuerdo con las instrucciones del juez en el juicio. —¿En español? —le pregunté. —Por lo que he visto, el llorica de Horst Grossman quiere que te culpen de todo desde su padrastro a cómo se acomoda el cabello. Mi tarea será convencer al jurado de que Horst Grossman, es, de hecho, un bebé llorón. Me reí entre dientes. —Eso suena como una buena noticia. ¿Qué pasa con el resto de los cargos? Quiero decir, en realidad golpeé al tipo. —Sí, y por eso, aunque es una rebaja por un delito menor, todavía puedes enfrentar hasta un año en la cárcel. —¿Vamos a poder decir que fue en defensa propia? —Podemos decir todo lo que queramos, pero todavía tenemos que convencer al jurado. —¿Podemos hacer eso? —En este momento, esa parte de tu caso no parece tan buena. Nos enfrentamos a la cuestión de la razonabilidad. En tu caso, vamos a tener un tiempo muy difícil demostrándole al jurado que tenías temor por tu vida cuando Horst Grossman se lanzó sobre ti. El Estado va a argumentar que podría fácilmente haberlo esquivado fuera del camino sin golpearlo. —Ni siquiera tuve tiempo para pensar en ello. Simplemente reaccioné. —Desafortunadamente, el oficial D. A. se va a preguntar por qué ni siquiera te acercaste al hombre en primer lugar.

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—Porque estaba tratando de ayudar a esa chica —le dije. Todavía no le había dicho, que esa chica, era Samantha. Realmente quería mantenerla fuera del caso en su totalidad. Porque si le hablaba de este tribunal, eso llevaría a sus inevitables preguntas acerca de todos mis otros tribunales. Los ensayos en los que me había sido declarado culpable, y con razón. Estoy seguro de que Samantha estaría extasiada cuando se enterara de todo sobre mi pasado criminal.

Estoy seguro de que sus padres estarían contentos. Que saltarían de alegría cuando se enteraran de que su hija estaba saliendo con un ex convicto. Querrían saber cuánto habría presionado a Samantha para cambiar su especialidad a Asalto de Arte. —Y ahí está el problema —dijo Russell y sin humor—. Si pudiéramos encontrar a esa chica, ella puede muy bien convencer al jurado de que tenía temor por su vida y que tus acciones fueron en legítima defensa de otro. Entonces, tus acciones de pronto se volverían más razonables, objetiva y subjetivamente. —Russell buscó mis ojos—. Christos, ¿hay algo que puedas recordar acerca de ella? ¿Qué tipo de auto estaba conduciendo? ¿De qué color era? ¿Alguna vez viste a la chica desde el incidente, tal vez en la misma ruta? Tal vez viaja a trabajar de esa manera todos los días. ¿Es posible que sea una estudiante de la SDU? Piensa bien, hijo. Nos estamos quedando sin opciones. Samantha. Agápi mou. No podía hacerlo. No podía decírselo. No podía traerla a mi desorden. Era mío para lidiar con él. Era tiempo que aguantar. Con un poco de suerte, Russell y su equipo me sacarían de la grieta. Entonces Samantha y sus controladores padres no tendrían que preocuparse por mi pasado. Todo sería perfecto.

Samantha Romeo, Kamiko, y yo salimos juntos de la clase de pintura al óleo. —¿Desean ir el almuerzo? —preguntó Romeo. —Tengo que ir a buscar trabajo —suspiré. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó Kamiko. —Cambié mi especialidad a Arte. —¡Eso es impresionante, Sam! —dijo Romeo—. ¡Debes tomar Escultura Figurativa conmigo! Todavía hay un par de lugares disponibles. —¿En serio? Pensé que estaría lleno para ahora. —No, pero debes registrarte lo antes posible.

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—Entonces, ¿cómo es que necesitas trabajo? —preguntó Kamiko.

—Oh —suspiré de nuevo—, porque le dije a mis padres que cambié mi especialidad. Se enojaron y me dijeron que no pagarían más por mi apartamento. —Eso es una mierda —dijo Kamiko—. ¿Quieres vivir en mi dormitorio? Kamiko tenía una habitación doble, que compartía con un compañero de cuarto. —Gracias, Kamiko. No creo que haya espacio. Bueno, chicos, ustedes deben ir a buscar el almuerzo. Yo mejor me ocupo de mis cosas. —¿Quieres que esperemos por ti? —preguntó Romeo. —Podemos hacerlo totalmente —dijo Kamiko. —Gracias, chicos. Son los mejores. Pero deben comer. Nos despedimos y yo troté a la Oficina de Registro primero. Tuve suerte. Escultura Figurativa todavía tenía una plaza disponible. Y la clase era hoy. Me detuve en la Librería del Campus para comprar suministros. Las herramientas de arcilla y la escultura me costaron otros 139.85 $. Ahora parecía que estaría en la ruina para el viernes. Tal vez necesitaría empezar a saltarme comidas. Gruñí. Volví al Servicio de Carreras Profesionales en medio del campus y tomé un número. Finalmente me llamaron y me sentaron en un escritorio frente a un chico guapo. Llevaba una camisa polo con el logo de la SDU bordado sobre el corazón. —¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó con mucho encanto. —Necesito encontrar un trabajo que me permita estudiar y trabajar. —¿Tienes tu identificación de estudiante? La saqué de mi bolso y se la entregué. Él marcó mi información en la computadora, después hizo clic a través de algunas pantallas. —Es un poco tarde en el año escolar —dijo—. La mayoría de los puestos de trabajo suelen estar tomados a este punto. —Oh. —Había estado en lo cierto. Mierda. Me sonrió. —No te preocupes, te encontraré algo. Déjame ver aquí... ¿Veo que recientemente cambiaste tu especialidad a Arte? —¡Lo hice! —No pude ocultar mi emoción. —Tal vez haya algunas pasantías con los profesores. —Hizo clic en varias teclas más y movió el mouse alrededor, leyendo con atención.

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Mi nudo se instaló en mi estómago más y más fuerte mientras esperaba esperanzada.

—Umm. —Frunció el ceño—. No veo nada. —Oh. —Mi corazón se hundió. —Déjame probar una cosa más. —Buscó alrededor de un minuto más. Su rostro se iluminó con una sonrisa y se volvió hacia mí—. ¿Qué tal trabajar en el museo de arte Eleanor M. Westbrook? —¿En serio? ¡Eso suena impresionante! —Necesitan a alguien para trabajar en el mostrador. ¿Crees que podrías hacerlo? —¡Por supuesto! ¿Cuánto pagan? —Diez dólares la hora. ¿Funcionará? —¡Por supuesto! —¡10.00 $ por hora era más de lo que mi padre había calculado que el artista que había hecho con la pintura al óleo de cien dólares en la oficina de papá! Sonreí con suficiencia a mí misma. Christos tenía razón. Ganaría más dinero haciendo cosas de arte de lo que mis padres creían posible. Estaba decidida a probarme a mí misma, y a ellos, que podía hacer esto. Que arte no era una carrera quimera. —Voy a enviarle un correo electrónico al conservador en jefe del museo para decirles que deseas aplicar para la posición, pero tendrás que ir allí y llenar la solicitud y hacer una entrevista. ¿Estás de acuerdo? —¡Puedo hacer eso totalmente! ¡Gracias! —Estaba eufórica. Salí de Servicios de Carrera y me dirigí directamente hacia el museo, sonriendo todo el camino. Cuando entré al interior, le dije a la chica sentada en la caja registradora que necesitaba una solicitud. —¿Estarás solicitando para el trabajo de cajera? —preguntó. —Sí —le dije. —¿Te gustaría hablar con el señor Selfridge? Está en su oficina. —Claro —le dije. Tenía una hora hasta la clase de Escultura con Romeo. Mi estómago gruñó, pero estoy segura de que tendría tiempo para tomar un aperitivo de camino a clase. Solo esperaba que me lo pudiera permitir. La chica del mostrador hizo una llamada en un teléfono detrás del mostrador. —Él estará aquí en un segundo. Puedes esperar aquí.

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—Está bien. —Le sonreí. Me paré en la puerta de entrada a la galería principal. Había amado el museo desde la primera vez que había estado en el mismo el trimestre pasado. Era grande y tranquilo y relajante. Las pinturas eran increíbles. No podía imaginar un mejor lugar para trabajar.

No mucho después, un hombre alto y guapo en una chaqueta de tweed vino caminando fuera de la entrada principal a la galería. —Hola, soy Samantha Smith. —Extendí mi mano. Él la estrechó. —Soy el señor Selfridge. —¿Recibió el correo electrónico de servicios de Carrera? —Sí. ¿Quieres solicitar la posición de cajera? —Por supuesto. ¿Necesita un currículum o algo así? —No. Eres estudiante aquí, ¿correcto? —Estoy en Especialidad de Arte —dije con orgullo. Él sonrió. —No me digas. Eso es fantástico. Entonces te sentirás como en casa en el museo. —Juntó sus manos—. Solo puedo ofrecer diez horas por semana. ¿Eso es aceptable? Oh. No había estado esperando eso. Diez horas significaban aproximadamente 400.00 $ por mes, menos impuestos, un hecho que sabía al crecer en el hogar Smith. Gracias, papá. Tendría que encontrar un segundo trabajo. Pero mientras tanto, tenía que tomar lo que pudiera conseguir. —Eh, sí, eso sería genial. —Le sonreí. —Excelente. Aquí está la solicitud —dijo y me entregó un formulario preimpreso—. Tráelo de vuelta el lunes. Podrás comenzar entonces. —Muy bien, gracias. —Le sonreí. —Espero con amablemente.

interés

trabajar

contigo,

Samantha

—asintió

—¡Lo veré el lunes! —Salí y corrí al patio de comidas en el Centro de Estudiantes. Mi teléfono sonó. Un texto de Madison. ¿Dónde estás? Le respondí: Corriendo hacia el Centro de Estudiantes. ¿Quieres almorzar? No tengo tiempo. Tarde a clase.

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Ok. Mañana.

Mientras corría, tuve un momento para preguntarme cómo había terminado justo donde había empezado a principios del año escolar el último trimestre, tarde y corriendo de un lado a otro. Realmente necesitaba averiguar sobre el camión del campus. Esto se estaba volviendo ridículo. Consideré tacos de pescado, pero no quería gastar dinero extra. Agarré una barra de proteína y un batido de fruta embotellado de la tienda de conveniencia al lado de la librería del campus y ahorré 1.38 $. No era mucho, pero cada poco ayudaba. Troté de vuelta hacia el edificio de Artes Visuales. —¡Ella llega tarde, es tarde! ¡A una cita muy importante! —se burló Tiffanyse mientras corría junto a ella. —¿No tienes clase? —me burlé. —Más que tú, ¡eres un dolor genital! —gritó a mi espalda. Sus secuaces cacarearon. Todas estaban en la liga con Satanás. Pero en serio, ¿no le quedaba nada que hacer aparte de estar en lo mismo todo el día y burlarse de mí? ¿O estaba simplemente trabajando en esa esquina de la calle del campus, a la espera de que los ricos pasaran y le compraran cosas? Probablemente.

Samantha Me encontré con el edificio de Artes Visuales y di tumbos por el pasillo hacia el estudio de escultura. En el interior, oí una voz con eco. La puerta estaba cerrada, así que golpeé furiosamente. Después de un minuto, la voz se detuvo, y oí taconeo cada vez más cerca de la puerta. Alguien abrió la puerta. —Tal vez si llegara a tiempo, no tendría que interrumpir a toda la clase —dijo la mujer en la puerta sarcásticamente. A pesar de sus ropas casuales, tenía un gran peinado y maquillaje cuidadosamente aplicado. Su cabello era una obra de arte en sí mismo. No me pareció el tipo de mujer que se daba una clase de escultura. Tal vez diseño de modas o incluso una clase de cosmetología. Estaba sin aliento por correr. —Yo, eh, tenía, una, entrevista, de, trabajo, en, la, universidad.

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A pesar de su llamativo brillo de labios, sus labios se adelgazaron cuando frunció el ceño.

—La próxima vez, llegue a tiempo. —Sostuvo la puerta para mí, todavía irritada. Me encogí mientras acechaba más allá de ella. El estudio de escultura era una habitación de techos altos con tuberías expuestas pintadas con sobrecarga de negro, y un piso de concreto debajo. Una pared con ventanas montadas en alta tecnología tenían marcos de acero y permitían mucha luz. No era tan cálida y cómoda como la habitación de Dibujo de Vida del profesor Childress había sido el trimestre pasado, pero era mejor que otra aburrida sala de conferencias. Busqué en la habitación a Romeo. Él hizo un gesto, pero los lugares próximos a él estaban tomados por otros estudiantes. Agarré el único lugar que quedaba. Igual que dibujo y pintura, los estudiantes rodeaban el centro de la habitación en un círculo. Pero en lugar de caballetes, todo el mundo tenía su propia mesa cuadrada elevada sobre ruedas. La mesa no era mucho más grande que un taburete. Puse mis cosas en el suelo junto a la mía. Me di cuenta de que la mesa de todo el mundo estaba ajustada a una altura diferente. Me di cuenta de que había una manija de revirado al lado de la solitaria entrada de apoyo del tablero. Me retorcí y... Blam! Mi mesa se estrelló en la altura más baja. El ruido retumbó por toda la habitación. Creo que los ecos se prolongaron durante tres o cuatro minutos. La habitación tenía piso de cemento, después de todo. Todo el mundo me miró. Por supuesto. —Lo siento —murmuré. Sin inmutarme, torcí el mango ligeramente para añadir un poco de fricción, para que la mesa no cerrara de golpe abajo de nuevo y tal vez cortara mis dedos. Me levanté lentamente. Alguien había olvidado aceite en mi mesa. ¡SQUUUUEEEE!!... Tuve que poner mi pie en la base para sujetar el soporte abajo mientras me levantaba. Estaba realmente pegando ahora. Puse la espalda en ella. Necesitaba ajustarlo tarde o temprano. …¡¡EEEEEEEE!!... Todo el mundo estaba mirando de nuevo. Me encogí de hombros tímidamente, levantándola aún. Puede también que pudiera dejarla encima ahora que había empezado. …¡¡EEEEEEEE!! Varios estudiantes estaban haciendo una mueca como si estuvieran teniendo sus dientes perforados.

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…¡¡EEEEEEEE!!

Casi lo conseguía... …¡¡EEEEAAAK! ¡Ahí! ¡Todo terminó! Les sonreí a todos. ¿Por qué me sentía como si estuviera en la cámara de gas y toda la gente a mi alrededor estuviera a punto de ser testigo de mi ejecución? Lo que sea. ¡Sonrisa! :-) La mujer que había abierto la puerta me disparó un arco y una flecha con la mirada antes de rodar sus ojos dramáticamente y jadear. —Como estaba diciendo antes de ser interrumpida tan groseramente, mi nombre es Marjorie Bittinger y soy escultora en la residencia aquí en la SDU. Voy a enseñarles lo básico de figura en escultura. Espero que todos vinieran preparados. —Se dirigió a mí de nuevo—. Señorita, ¿olvidó sus suministros, además de llegar tarde? Wow, qué puta. —No, los tengo aquí —le dije con confianza, sosteniendo mi bolsa de suministros de escultura de la librería. —No veo una pinza de calibrador proporcional en su bolsa —se regodeó la profesora Bittinger. Yo estaba confundida. —¿Qué es una pinza de calibrador proporcional? —Exactamente —dijo con desprecio—. ¿Podría alguien mostrarle a nuestra llegada tardía qué calibre es? Un par de estudiantes sacaron esas cosas gigantes de metal de sus propias bolsas y las levantaron. Parecían tijeretas gigantes de metal con esas colas de pinzas extrañas en un extremo, y un juego más pequeño de boca de pinza en el otro. Oh. ¿Cómo me había perdido esas? Debo haber estado en demasiado de prisa en la librería. Marjorie alzó las cejas triunfalmente. —Espero que venga preparada la próxima vez, señorita... ¿cuál es su nombre? —Samantha Smith.

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—Srta... Smith. —La expresión de su rostro me hizo pensar que la Bitchinger había pasado su infancia torturando ardillas y gatitos, haciéndoles el cabello y el maquillaje después de estrangularlos. Me negué a ser su próxima víctima—. ¿Al menos recordó traer su alambre de armadura, señorita Smith?

¿Por qué la tomaba contra mí? Lo que sea. Metí la mano en mi bolso y saqué el anillo de alambre. No sabía lo que era, pero lo sostuve en alto con orgullo. —Aquí. —Le di mi mejor sonrisa. La profesora asintió mientras sonreía con aire de suficiencia. ¿Había cometido un error al inscribirme en esta clase? No quería pensar en ello. —¿Tiene alguna interrupción más antes de empezar, señorita Smith? — Ella me miró. Estaba esperando una respuesta. Después de un minuto, rompí. —No. —¿Soné cómo que tenía trece años después de haber sido regañada por mi madre? Esperaba que no. La Profesora Bruja me dio una sonrisa que me encrespó. —Muy bien. —Se dio la vuelta para enfrentar a toda la sala. —Hoy clase, vamos a elaborar una sencilla armadura y a empezar a hacer esculpidas rápidas con un modelo. Por favor, saquen su alambre de armadura. La profesora, que era tristemente una perra, era también una total profesional. Nos demostró rápidamente cómo hacer una figura de un palo alto de doce pulgadas de alambre de armadura doblando el alambre en la forma adecuada y torciendo el alambre alrededor de sí mismo para agregar rigidez. Ella caminó por la habitación con los estudiantes repitiendo el proceso de su demostración. Cuando era necesario, hacía correcciones y mejoras en los esfuerzos de los estudiantes. No era amable, pero era muy informativa y entendida. Por suerte, dio un círculo de tal manera que vino a mí en penúltimo, así que tuve tiempo de construir mi armadura. —Vamos a ver qué clase de lío hiciste, señorita Smith —se burló. Levanté mi armadura completa y sonreí. La mirada de superioridad en su rostro no vaciló mientras examinaba mi armadura. —Bueno, parece que tenemos una triunfadora, en medio de nosotros —dijo, lo suficientemente fuerte como para que toda la sala escuchara. Bueno, era patética. Me odiaba, si yo era un desastre o estaba en la parte superior de la clase. Lo que sea.

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La profesora de repente tiró la armadura de mi mano y le dio la vuelta alrededor, moviéndola en varios lugares antes de dejarla de nuevo en mi mano.

—Buen trabajo, señorita Smith —dijo despectivamente, volviéndose de espaldas a mí mientras caminaba al último estudiante e inspeccionaba su trabajo. —Muy bien, clase —dijo con voz clara—, cada uno coloque su arcilla comprada en la papelera al lado del calentador de arcilla. Después de que hayan hecho eso, tomen unos bloques de arcilla caliente del calentador. El calentador de arcilla resultó ser un refrigerador que había sido convertido en calentador. Dentro de él, algo hacía circular aire caliente, y en los estantes había docenas y docenas de trozos calientes de arcilla verde. Tomé unos cuantos y volví a mi mesa de escultura. La Srta. Bittinger se dirigió a un chico lindo en bata de baño que estaba sentado casualmente en una silla en la esquina de la sala leyendo algo en su teléfono inteligente. Sus pies desnudos estaban cruzados casualmente y delante de él. —Hunter —dijo la profesora—, ¿podrías subir al estrado? Hunter se acercó a la tarima en el centro de la habitación y abrió la bata de forma espectacular. Vaya. Era atractivo. No tenía tatuajes como Christos, pero definitivamente estaba cincelado y era varonil, con un impecable bronceado en la piel. Ninguno de los otros modelos masculinos de Dibujo de Vida habían sido remotamente atractivos. Este tipo Hunter era bastante guapo. Tenía un lío de cabello rubio, ojos llamativos color ámbar y el requerido paquete de seis, pectorales fuertes y hombros abultados. Trabajaba claramente duro para mantener su impresionante físico duro, como, roca. Bueno, estaba aquí para esculpir, no papar moscas. Romeo se hizo cargo de la embobada de mí. Sus ojos se abrieron y su boca era una gran O. Estaba en el cielo. Le sonreí y agité mi dedo en un gesto de eh-eh-eh. Él me sacó la lengua. —¿Hay algo gracioso, señorita Smith? —preguntó la profesora. Fruncí el ceño. —No. —Si no se puede mantener una actitud profesional, ¿tal vez no está lista para esta clase?

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Abrí la boca para protestar. Estaba aquí para trabajar. Lo que sea. Ella había decidido que era la estudiante de la escama.

Tendría que demostrarle que estaba equivocada. —Hunter —dijo la profesora—, por favor toma una posición relajada. Hunter dejó su peso en una pierna y ladeó la cadera. Era la versión surfista de California de una estatua de mármol perfecta. Resultó que una “escultura rápida” tomaba mucho más tiempo que un esquema. Al principio, no estaba segura de que hacer. Todo el mundo alrededor de la sala empezó a pegarle a la arcilla en su armadura de alambre. Yo hice lo mismo, notando lo caliente que estaba la arcilla. Era muy blanda y mantecosa, algo así como manteca de cerdo en términos de firmeza, pero no grasosa. Podría aplastar esta materia todo el día. Arcilla caliente. ¿Quién lo sabría? No pasó mucho tiempo para que hiciera de hecho escultura. Era como jugar con plastilina, pero más fácil porque la armadura ayudaba a mantener el barro en los lugares correctos. Pronto, la gente sacó una variedad de herramientas de madera de sus propias bolsas. Utilizaron las herramientas, que parecían una variedad de abrecartas de madera o cuchillos de mantequilla, para darle aún más forma a la arcilla. Algunas personas solo utilizaron sus dedos. Yo era del tipo de chica con manos. Los dedos parecían ser más fáciles. En un momento, miré a Romeo. Era difícil en el trabajo, pero cuando me vio mirándolo, levantó la escultura en bruto, que no parecía nada más que un rudimentario muñeco de vudú de arcilla en ese punto, y tiró de las piernas con los puños. Luego metió un dedo en la entrepierna de la escultura mientras pasaba la lengua por sus labios y entrecerraba los ojos ante mí soplando un beso. Hice una mueca, y traté de concentrarme en la escultura en mi mano, pero Romeo todavía estaba tratando de captar mi atención de toda la sala. Levanté la mirada y él inclinó la escultura por la cintura, y luego señaló con el dedo el trasero de la escultura. Hice una mueca y reí por reflejo. —No me di cuenta que este era su propio club de comedia personal, señorita Smith —ladró la profesora detrás de mí—. ¿Está aquí para trabajar, o para perder el tiempo? —Estoy trabajando —le dije, sonando de trece de nuevo. Levanté mi escultura. Ella miró por encima del hombro a ella, entonces me miró durante lo que pareció una hora. Movió los puños desafiantemente a sus caderas.

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—Bueno, ¡siga trabajando! ¿Necesita una invitación? —Caminó hacia el siguiente alumno, sus tacones hicieron click.

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Oh chico. ¿En qué me había metido?

Samantha

—M

uy bien, clase, ahora vamos a averiguar por qué nuestras mesas tienen ruedas —dijo la profesora Bittinger.

—Por favor, cambien su mesa dos posiciones a la derecha. Si su equipaje se encuentra en el camino, pueden dejarlo contra las paredes. Todo el mundo movió sus mesas en el círculo, pero Hunter se mantuvo en su misma posición y postura. Tan pronto como miré a Hunter de mi nuevo punto de vista, vi a todo tipo de problemas con mi escultura, así que me puse a arreglarlos, hasta que nos movimos de posiciones de nuevo. Más problemas. Esculpir era todo diferente a hacer animales en el dibujo, pero me gustaba. En cierto modo era más fácil, ya que podía aplastar la arcilla alrededor para arreglar las cosas sin necesidad de utilizar una goma de borrar y luego volver a dibujar todo. Cambiamos posiciones dos veces más en los siguientes veinte minutos, luego se tomó un descanso. Los estudiantes circularon por la sala, conversando y mirando el trabajo del otro. —¿Cómo te fue? Miré hacia arriba, directo a los ojos ámbar de Hunter. —Lo siento, ¿qué? Él se ató el cinturón de su bata alrededor de su cintura, casi como si acabara de vestirse en la intimidad de su propio dormitorio como lo primero en la mañana, como si cubrir sus partes en público fuera una formalidad para él. —¿Cómo está tu escultura hasta ahora? Me ruboricé, creo que de vergüenza. ¿Era la única persona en la sala? ¿No podía hablar con alguien más?

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—Oh, eh, bastante bien, supongo. Nunca he esculpido antes. Es muy diferente a dibujo.

—Eso es lo que me dicen. —Sonrió. Tenía los dientes blancos y parejos, tan perfectos como su físico. —¿Qué, no dibujas, quiero decir esculpes? —balbuceé. —Nop. Se lo dejo a los profesionales. —Me guiñó un ojo y me mostró su sonrisa. ¿Era solo yo, o no se había ceñido su túnica con suficiente fuerza? Parecía que iba a caer y abrirse si no tenía cuidado. Consideré decirle eso, pero no podía pensar en la manera correcta de decirlo. ¿Lo estaba haciendo a propósito? ¿Para darme un vistazo sigiloso? Probablemente. —¿Cómo te llamas? —preguntó, tendiéndome la mano para que se la estrechara. Esto hizo que la parte superior de su traje se abriera, revelando su pecho y abdominales mientras se inclinaba hacia adelante. —Oh, eh, Sam. —De mala gana le estreché la mano. El temblor hizo que su túnica ondulara, y vi la cinta deslizarse. Cuando terminamos de sacudirnos las manos, él se enderezó y juro que la cosa con solapas en el traje se deslizó completamente para revelar su esplendor que tenía en la, umm, prominencia, entre sus piernas. No era que luciera mal, pero, bueno, era extraordinariamente molesto. No era que estuviera viendo. Claro, lo había visto hace cinco minutos, pero no a dos metros de distancia. Él necesitaba un arnés para esa cosa. Al segundo me di cuenta de lo que Hunter estaba haciendo, ya que la expresión de su rostro hizo obvio que estaba orquestando esta inminente vergüenza, no intencional, eché a correr apropiadamente mis ojos a los suyos. —Pensé que habías dicho que te llamabas Samantha —dijo, dándome una sonrisa arrogante. Debido a que Christos había empezado a llamarme Samantha todo el tiempo, decidí dejar de presentarme a mí misma como Sam para todos. Pero este tipo Hunter era peligroso y necesitaba ser mantenido a la altura del brazo. —Oh, eh, sí. —Hice una mueca—. Mis, ah, amigos, me llaman Sam. Estaba lamentando bloquear mis ojos en los suyos, ya que su color ambarino estaba tratando de hipnotizarme. ¿Los estaba haciendo brillar y destellar a propósito? ¿O era su estado natural?

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—Sam será. Hunter Blakeley es mi nombre —dijo casualmente, con las manos en las caderas.

Por el rabillo de mi ojo, me di cuenta que la vieja gravedad estaba trabajando aún más su magia sucia en la bata de Hunter. La revelación completa estaba casi sobre mí. Eww. —Pareces bastante buena en escultura. —Hunter sonrió. Hace unos meses, hubiera espetado nerviosas palabras de duda. Pero eso habría sido hace unos meses. Había hecho un progreso constante desde entonces, y después del bombardeo de mis padres anoche, no estaba en esta clase para perder el tiempo. Estaba aquí para trabajar, no para coquetear. Sabía lo que estaba haciendo Hunter. Además, no me interesaba en lo más mínimo, y estoy bastante segura de que mi avance artístico no era su principal prioridad. —Gracias —le dije rotundamente. Hunter me miró. Su túnica se movió un centímetro. Estoy bastante segura de que no había más centímetros que quedaran en la bata antes de sus... pulgadas se dieran a conocer. En mi cabeza, grité: ¡¡¡¡¡ARRÉGLALO!!!!! Él sonrió con confianza, probablemente leyendo mi mente. Sí, sabía lo que estaba haciendo. Probablemente les hacía eso a las mujeres todos los días. Practicando en las esquinas mientras ancianas caminaban por ahí. Ayudándolas en la calle, mientras la túnica caía accidentalmente y se abría, solo para ver si tenían infartos. Necesitaba alejarme de esta situación, porque él estaba claramente llevando sus deseos hasta la empuñadura. Empuñadura no era la palabra adecuada, porque todos sabemos que una espada y su empuñadura puede ser un eufemismo para los genitales masculinos, igual que una vaina se puede referir a una mujer… ¡DETÉNTE! Eso me estaba gritando. ¡Consigue controlarte, chica! ¡No! ¡¡No consigas CONTROLAR nada!! Sí, estaba volviéndome loca. Era solo humana. Y Hunter era caliente. Respiré hondo y le dije: —Bueno, tengo que conseguir más arcilla, er, ah... —Hunter —dijo la profesora Bittinger, de pie justo detrás de mí—, ¡me alegro de verte posando de nuevo!

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¡Jesucristo! Casi me dio un ataque al corazón. Tal vez ese era su plan. Pero en serio, ¿cómo demonios era que la mayoría de las veces sus tacones hacían ruido de ametralladora en el suelo de cemento cuando estaba en

su camino a masticarme, pero ahora, de repente, se las arregló para acercarse sigilosamente a mí como si llevara zapatillas de ninja? Mi operatoria teoría era que usando Zapatos Mágicos. Esa era la única explicación plausible. —Hooooola, Marjorie —arrastró Hunter las palabras hacia la profesora, dándole una arrogante inclinación de cabeza. ¿La llamó Marjorie? ¿Eran amigos? —¿Qué has estado haciendo? —le preguntó la profesora a Hunter—. No te he visto desde ese trimestre de primavera el año pasado. —Sus ojos brillaron con la mirada. —Esto y aquello. —Él sonrió. Ella se rió como una niña. ¿Cómo era “esto y aquello” digno de risa? Supongo que la barra de comedia para mujeres calientes mayores era bastante baja. Debido a que ella estaba obviamente actuando como una adolescente enamorada en torno a este tipo Hunter. También noté que Marjorie no tenía ningún problema viendo de frente a la entrepierna cada dos segundos. Entre miradas, se pavoneaba y movía su cabello descaradamente con la mano. Ramera. ¡Espera un segundo! ¡Tal vez este nuevo desarrollo podría quitar el calor de Hunter de encima! ¡Necesitaba dejarlo solo con Marjorie y podrían continuar en eso como conejos en el piso de estudio de escultura! Problema resuelto. Todo lo que tenía que hacer era quitar a Hunter de mi espalda por conseguir dejarlo en la espalda de Marjorie, ¡y tal vez ella no sería más una perra tensa conmigo! ¡Perfecto! Solo tienes que darles un poco de intimidad y dejar que la naturaleza siga su curso. Por desgracia, estaba atrapada donde me encontraba entre ellos y mi mesa de escultura. Peor aún, Marjorie iba a gotear sobre mí en cualquier momento mientras babeaba sobre Hunter. Mierda. Me había olvidado de llevar mi impermeable de lluvia. —Sam aquí parece bastante buena en escultura —dijo Hunter, asintiendo hacia mí. Marjorie parpadeó sin el amor ni el encanto de Hunter y me miró. Su rostro de mal de amores se agrió más. No era lo que necesitaba. ¿Dónde estaba mi escotilla de escape?

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¡Mierda!

La profesora me miró de arriba abajo, con las fosas nasales dilatadas, como si estuviera decidiendo que alguien se había tirado un pedo en ese momento, y tenía que haber sido yo. —Veo que conociste a la señorita Smith —se burló. Grandioso. —Deberías haberme dicho que tenías una linda así en tu clase —dijo Hunter. ¡¿Qué diablos estaba haciendo?! ¡Alerta roja! ¡Abandonar el barco! Era tan obvio que Marjorie Bittinger deseaba a Hunter Blakeley para ella sola. Los ojos de Marjorie se estrecharon ante mí. Estoy segura de que estaba teniendo pensamientos carnívoros, imaginando desollarme viva y asar mi carne en un palo, mientras rogaba por misericordia. La nueva carne blanca: Sin hueso, sin piel del pecho de Samantha. Y no de una manera sexy. Porque no me extrañaría que Marjorie creyera que si comía mi carne, consumiría mi poder sobre Hunter, para que fuera suyo. No era extrañar que enseñara escultura. Era una sacerdotisa vudú todo el tiempo, estaba segura de ello. Marjorie gruñó directamente hacia mí: —Mi única preocupación es si los conocimientos de escultura de la señorita Smith justifican su presencia en mi estudio. Mis ojos se desorbitaron. Quería pasar por debajo de ambos y salir por la puerta. En cambio, mentalmente me enrollé las mangas y me moví. —Estoy segura de que lo haré. —Veremos eso —dijo Marjorie antes de girar y alejarse. Grandioso. La Bruja Malvada del Oeste era mi profesora de escultura y yo estaba fuera del cubo de agua, de lo contrario me habrían derramado uno en la cabeza en ese momento.

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—Tomen sus posiciones, clase —ladró la profesora. Su voz retumbó por toda la habitación. ¿Un presagio de lo que vendría? Estoy segura de que ya se estaba formulando un rayo sorpresa en mi trasero en algún momento de este trimestre y temía que su versión particular de rayo incluyera a un escuadrón de monos voladores soldados saliendo de su trasero y poniendo sus ojos en mí, algo que esperaba evitar porque recién se me había terminado el repelente de mono. Porque sabes su trasero-de-mono no se duchaba, o por lo menos se aclaraba, al expulsar de la parte trasera de Marjorie. ¿Tal vez podría instalar una de las máquinas de lavado de autos de auto-servicio en su recto? Podría funcionar. Tendría que hacer planes más tarde.

—No te preocupes por ella —murmuró Hunter para mí después de que la profesora hubiera salido del alcance del oído, sorprendiéndome de mi ensueño—. Siempre es así. —¿Y se supone que es algo bueno? —me burlé. Él se rio entre dientes. —Eres linda cuando te pones tan intensa. Rodé mis ojos y me di la vuelta. Él todavía estaba de pie detrás de mí. —¿No deberías estar modelado o algo así? —le dije sobre mi hombro. —Oh, ¿quieres un mejor aspecto? Quiero quitarme la bata... —¿Puedes esperar hasta que estés en el estrado? —le supliqué—. Entonces la profesora podrá tenerte todo para ella misma. Él se rio y regresó a la tarima, quitando su manto a mitad de camino y dándosela a ella como Pedro por su casa. Pero ambos sabíamos que esto era el tocador de Marjorie, no el mío. Por suerte, por el resto de la clase, la profesora perra me dejó sola. Pude concentrarme estrictamente en la mejora de mi escultura. Para mi sorpresa, la clase de escultura, que se suponía sería un alivio de Contabilidad Gerencial, se me hacía cada vez más incómoda. Me irritaba que Hunter me hubiera obligado a entrar en un triángulo amoroso suicida entre él y la profesora Vudú, y ni siquiera estaba interesada en él. Tenía a Christos. Mis sentimientos por Christos eran irrompibles. Así que ¿por qué Hunter tenía que lanzarse sobre mí? Sus ojos siempre estaban conmigo, sin importar donde estuviera en la sala, con excepciones de las veces en que yo estaba detrás de él. Me alegré de que estuviera atrapado en su pose y no se pudiera dar la vuelta. Si la profesora no hubiera estado allí, estoy segura de que lo habría hecho, y se habría volado toda la clase solo para ligar conmigo. Lo que sea. Me alegré cuando Hunter finalmente se puso su bata al final de la clase. Era tan presumido.

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Con un poco de suerte, podría exprimirme por la puerta sin Hunter o sin que la profesora saltara sobre mí.

Samantha Mientras empacaba rápidamente mis suministros, Romeo se acercó a mi estación de escultura. Salimos juntos. Por suerte, Hunter estaba ocupado hablando con la profesora Bittinger, pero eso no le impidió mirarme mientras pasaba junto a él. —Hasta luego, Sam —dijo Hunter sobre su hombro. La Profesora Bittinger me frunció el ceño. Me sorprendió que no se burlara de mí y me enseñara sus dientes. Con un poco de suerte, tal vez Marjorie tendría una aventura con Hunter y conseguiría ser echada de SDU por acoso sexual. Yo no diría nada si lo hacían. Con mi nueva situación financiera, tenía demasiados problemas propios de qué preocuparme, pero tal vez algunos de los otros estudiantes podrían volverse suficiente incómodos con la conducta flagrante de Hunter y presentar una denuncia contra los dos. Romeo y yo salimos del edificio de Artes Visuales hacia el bosque de eucaliptos en el exterior. —¡Ese tipo era caliente! —gimió Romeo. —Supongo —le contesté de mala gana. —Oh, vamos, Sam. Estabas babeando también. —¡No lo hacía! —protesté. Realmente no lo había estado. ¿Por qué me sentía culpable de repente? Ver al modelo era parte de la clase. Y qué si la clase consistía en mirar a un chico desnudo. Qué era atractivo. ¿Era una mala novia porque podía ver que Hunter era atractivo? No lo creo. Era solo una observación. No significaba que estaba atraída por él. Romeo entrecerró los ojos. —Pero tienes que admitir que era un monstruo de Carne Grado-A. —¿Qué es un monstruo de carne? —¿No viste su paquete? —No realmente. —Sonreí. —Eres tal mentirosa, Sam. Él la tuvo colgando como una trompa de elefante durante todo el tiempo. Sería totalmente un afilador del pene del tipo. Me reí.

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—¿Afilador de pene?

Romeo asintió tímidamente. —¿Quién estaba pasando el rato? —preguntó Hunter, corriendo detrás de nosotros, todo sonrisas. Llevaba una camisa de polo blanca con cuello negro con detalles alrededor de la garganta. Estaba desabrochada, dejando al descubierto los músculos de su cuello y las definidas crestas de su pecho. Las mangas estaban hacia arriba, mostrando sus antebrazos y ondulaban con varias diferentes pulseras de oro y plata. Pantalones vaqueros oscuros y caros zapatos de gamuza oscura completaban su look. Hunter vestía para impresionar a propósito mientras se desnudaba para impresionar. Romeo tragó. —Ahhh... —Él estaba a punto de desmayarse. —Ey, Sam —dijo Hunter—. ¿En qué están chicos? —Estaba mirando directamente hacia mí. —Ahh, me voy a casa. Tengo un montón de tareas que hacer —le dije en tono de disculpa. —¿Necesitas que te lleve? —preguntó Hunter. —No, gracias. Conduciré yo misma. —Bueno, ¿qué harás después, para la cena? —Más deberes —le dije. —Yo estoy libre —rió Romeo entre dientes. Hunter retrocedió por el comentario de Romeo. Su sonrisa se atenuó, pero luego se lo quitó de encima. —¿Cuándo estarás libre, Sam? —preguntó Hunter. —¿Probablemente nunca? —dije de mala gana. —Lo dudo —sonrió. Me detuve en seco y miré a Hunter a los ojos. —Tengo novio, Hunter. —Eso debería hacer el truco, ¿verdad? Ponerlo todo sobre la mesa para que no hubiera confusión. —¿Y? Fruncí el ceño. —Hunter, estoy en una relación. —Yo no —dijo Romeo. Hunter frunció el ceño hacia Romeo de nuevo antes de mirarme. —¿Estás en serio acerca con este tipo?

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—¡Por supuesto que soy seria! —protesté—. Es por eso que es mi novio.

Hunter ladeó el pulgar hacia Romeo. —No te refieres a él, ¿verdad? Eso fue realmente divertido. Me reí entre dientes. —Quiero decir a mi otro novio. —¿Tienes más de uno? —preguntó Hunter—. Porque puedo ser el número tres. El tercero es el vencedor, ¿correcto? —Mostró su sonrisa digna de desmayarse. Era encantador, muy bien. Y por el aspecto de él, podría tener a cualquier mujer que quisiera. Entonces, ¿por qué yo? Estaba perdiendo el tiempo. Yo estaba enamorada de Christos, y eso era todo. Decidí que mi mejor estrategia con Hunter sería permanecer en silencio. Hunter, yo y Romeo seguimos fuera de la arboleda de eucalipto. Minutos más tarde, estábamos pasando a Tiffany, quien todavía estaba acampada al lado de la vía principal. ¿Incluso tenía alguna clase? Sostenía la corte con sus dos secuaces robotinas satánicas cuando pasé. No importaba. Era la distracción perfecta. Su sonrisa se desvaneció cuando me vio. Me detuve de repente en seco. Romeo casi me tiró al suelo al tropezar con mi parada. Hunter se desvió, pero mantuvo su equilibrio. —Veo que cambiaste de opinión. —Sonrió arrogantemente. —Tiffany —dije, sonriendo alegremente—, te presento a Hunter Blakeley. Ella echó un vistazo hacia él y su ceño se había ido. Pero entonces volvió. Ella miró entre mí y Hunter. —¿Es esto una especie de broma? —se burló. —No. —Le sonreí—. Hunter está totalmente necesitado de una cita, y pensé que ustedes dos se caerían bien. Hunter, esta es Tiffany KingstonWhitehouse. Es una gran chica... —Sí, casi me atraganté cuando lo dije—… y creo que ustedes dos deberían llegar a conocerse uno al otro. —¿Ella te metió en esto?— Tiffany me miró con suspicacia. Hunter fue arrojado fuera de su juego. Era obvio que estaba comprobando a Tiffany. No podía culparlo.

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Tiffany era muy bien parecida. En el exterior. Su interior se veía como una alcantarilla, basada en mis experiencias con ella. Y no estaba hablando de su colon. Me refería a su personalidad. Tiffany era una de esas chicas que querían que el mundo creyera que cuando fue la número dos, los pétalos de rosa se caían.

Bueno, lo que realmente salió y cayó en la taza del inodoro era su personalidad. Sabes lo que quiero decir. —No —le dijo Hunter a Tiffany—. Yo, nosotros nos acabamos de conocer. Samantha y yo. —¿Quién? —dijo Tiffany. —¿Pensé que se conocían entre sí? —preguntó Hunter, confundido. —¿Ella? —se burló Tiffany—. Creo que friega los aseos en todo el campus. Sí, ahí es donde la he visto. Estaba en lo cierto. Tiffany y aseo de retretes iban mano de la mano. Tal vez lo que necesitaba era empezar a pensar en ella como Tiffany Reina del colon-Shithouse. —¡Disfruten! —me despedí de Tiffany y Hunter antes de apresurarme fuera, tirando a Romeo detrás de mí. —¡Espera, Sam! —dijo Romeo—. ¡Está totalmente mirándonos a nosotros! —No me importa, vamos. —Pero, ¿y si está mirándome a mí?— Romeo se quejó. —Lo dudo. —¿Crees que nos quiera a los dos?— Jadeó esperanzado. —No, creo que lo único que quiere es añadir otra muesca a su cinturón. —¡Yo seré su primera muesca! —declaró Romeo. —¡Cállate, Romeo! Con un poco de suerte, Tiffany y Hunter se destruirían uno al otro en pedazos como voraces depredadores. Porque eso es lo que ambos eran. Me estremecí cuando me pregunté qué clase de bebés podrían hacer. ¡Velociraptors y Tigres dientes de sable, cuidado! ¡Los Chicos KingstonWhitehouse-Blakeley están en la casa! De alguna manera, pensé que si Tiffany y Hunter sí conectaban, sería el fin de la raza humana. ¿Qué había hecho? Romeo tenía apartado ir en busca de una de sus clases de teatro, por lo que nos separamos por la tarde. Mientras caminaba a mi auto, medio esperaba que Hunter apareciera de la nada y me presionara para salir con él de nuevo. Afortunadamente, no estaba cerca.

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A menos que me estuviera mirando desde los arbustos con algunas de esas gafas infrarrojas que los asesinos en serie utilizaban para acechar a alumnas inocentes universitarias.

Okay, tren equivocado de pensamiento. Caminé por la gigantesca playa de estacionamiento. Sola.

Samantha De camino a mi auto, mi teléfono sonó. Era Christos. —¡Oye, tú! —¡Agápi mou! Es tan bueno escuchar tu voz. He estado pensando en ti todo el día. —¿En serio? —Le sonreí. —Por supuesto. Eres mi todo. ¿En qué otra cosa podría estar pensando? Suspiré. —Te amo, Christos. —Yo también te amo. —Oye, ¿adivina qué? —¿Qué eres aún más hermosa esta noche que la última vez que puse mis ojos en tu perfección? —Sonaba como que estaba sonriendo—. No, no creo que eso sea posible. —¡Encontré un trabajo hoy! —le dije. —¡Grandioso! Sabía que lo harías, Samantha. ¿Haciendo qué? —Trabajando en el museo de arte del campus en la caja. —¡Felicitaciones! Te sumergirás en el mundo del arte, y te pagarán. ¿Recuerdas lo que dije de que tus padres no sabían acerca de todas las oportunidades que había? —Tenías razón. —Sonreí. —Creo que tenemos que celebrar. —¿Qué tienes en mente? —Que vengas a la casa de mi abuelo. Te haré la cena. Todo lo que tienes que hacer es sentarte y relajarte mientras me haces compañía. —Creo que puedo manejar eso. —Perfecto. Trae tu bonito trasero aquí.

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Dejé caer el celular en mi bolso y me dirigí por el pasillo al estacionamiento hacia donde mi VW estaba estacionado.

Sentí un auto acercándose a mí lentamente por detrás. Me incliné hacia el lado, dándole al auto un montón de espacio para pasar. El conductor tocó el claxon dos veces. ¿Qué demonios? Había un montón de espacio para que condujeran a mi alrededor. Lo que sea. Seguí caminando. El auto se detuvo a mi lado. —Hola, preciosa —dijo el conductor. Había hablado demasiado pronto. Hunter Blakeley sonrió desde su Porsche Boxster convertible. Llevaba gafas de sol de aviador que parecía que utilizaba junto con su auto para acechar a inocentes alumnas universitarias y obligarlas en sus garras. Él no me engañaba. Le sonreí con la mirada. —¿No vas a saludar? Levanté las cejas con escepticismo. No entraría en su juego coqueto. Su brazo descansaba casualmente en el volante mientras el auto rodaba a mi lado a tres kilómetros por hora. —Estoy herido, Sam. Pensé que éramos amigos. —Casi no te conozco, Hunter. —Así es como empiezan las amistades. Pero tenemos que pasar de esa etapa apenas antes de llegar a la etapa Blakeley. Puse los ojos en blanco. —Por favor, dime que lo acabas de inventar, porque si has utilizado esa línea con las mujeres en el pasado, no hay ninguna posibilidad de que podamos ser amigos. Se rio entre dientes. —Entonces, estoy de suerte. De hecho, sí, acabo de inventarlo. No dije nada y seguí caminando. ¿Dónde había estacionado mi auto? ¿Estaba como a diez millas de aquí? Incluso sentía que Hunter podría seguirme todo el camino a casa, tratando de fastidiarme todo el camino. Dos podían jugar a este juego. Me volví entre dos autos y crucé al otro pasillo. Sonreí para mí misma. Los pasillos eran tan largos, que tardaría una eternidad para conducir por ellos. A menos que acelerara, diera la vuelta al fondo del pasillo, y condujera al mío. Suspiré y seguí caminando mientras su auto se acercaba hacia mí. Cuando su auto llegó, se detuvo y sonrió.

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—Ya está. He estado buscándote todo el día —lo dijo como si no fuera gran cosa. Estaba totalmente a gusto. Este era su deporte, y Hunter Blakeley

era un jugador total. Estoy segura de que había ganado una medalla de oro en ella en Londres en 2012. Seguí caminando. Él puso el auto en reverso y me alcanzó, su auto manteniendo su ritmo conmigo yendo hacia atrás. —Allí estás. —Sonrió—. Casi te perdí. —Vas a chocar con algo —dije secamente. —Nah, tengo mi ojo en el camino. —Miró en mi dirección. —No desde donde estoy parada. —Había tenido suficiente de esto. Crucé de nuevo hacia el pasillo que acababa de dejar. Esperaba que viniera a velocidad de vuelta por donde había venido. No, él simplemente puso su auto en el estacionamiento y se fue al ralentí hasta que se detuvo en el estacionamiento. Saltó sobre la puerta y corrió tras de mí. Me alcanzó rápidamente. —Hunter, el auto sigue en marcha, ¿No te preocupa que alguien se lo vaya a llevar? —le pregunté. —¿Por qué? Lo más deseable en este estacionamiento está justo aquí frente a mí. Prefiero que alguien se lleve mi auto en vez de a ti. Gruñí. ¿Era tiempo de gritar violación? Nunca iba a renunciar. Afortunadamente, vi a mi VW a corta distancia. Hunter mantuvo el ritmo conmigo. —Solo te voy a acompañar a tu auto. Mantendré un ojo en ti. Me detuve y me enfrenté a él. —Hunter, no quiero que me acompañes a mi auto. ¿Puedes por favor regresar a tu auto antes de que recibas una multa o algo así? —No me preocupo por tener una multa. Solo me preocupo por ti. ¿Por qué me provocaba nauseas? —Hunter, vete por favor. Él sonrió, sin inmutarse completamente. Tuve un momento para darme cuenta de que era increíblemente guapo. Pero realmente no me importaba. Él encontraría a alguien más, estaba segura. Giré sobre mis talones y continué a mi VW. —Muy bien, entonces —dijo casualmente mientras me alcanzaba de nuevo—. No hay problema. Nos vemos en la clase siguiente. —Me quedé muy sorprendida, casi me detuve, pero me las arreglé para seguir moviéndome.

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—¿Ah? Tenemos a un modelo diferente cada vez.

—No, en la clase de Bittinger. Ella me contrató para trabajar todo el semestre. Mis ojos se desorbitaron. Hice una mueca de vómito mientras pensaba en cómo las siguientes diez semanas con Hunter y Marjorie en la clase de escultura me iban a volver loca. Afortunadamente, llegué a mi VW. Me deslicé en el interior antes de que Hunter pudiera proponerme matrimonio. En mi espejo retrovisor, lo vi saludarme, mientras se marchaba. Por lo menos no fue a su Porsche y me acosó hasta llegar a la casa de Christos. Por lo que sabía, había terminado. ¡Doble gemido!

Samantha Christos me hizo la cena, como había prometido. Nos sentamos en la mesa de la cocina charlando mucho tiempo después de haber terminado de comer la cena. No me di cuenta del tiempo hasta que ya era tarde, y me dirigí a casa. Christos no podía venir conmigo porque tenía un montón de trabajo extra que hacer en el estudio con toda la nueva demanda de sus pinturas. Eso estaba bien, porque todavía tenía tarea y la búsqueda de empleo con que lidiar. Supuse que nuestra luna de miel había terminado. Lo que sea. Todavía amaba a Christos con todo mi corazón. Golpeé los libros en el momento en que llegué a la puerta de mi apartamento. Cuando mis ojos estaban nadando vertiéndose sobre mis lecturas de Historia y de Sociología dos horas más tarde, decidí que era hora de cerrar mis libros y tomar un descanso. Necesitaba un momento para recuperarme, pero inmediatamente sentí el tirón dando tumbos del desmoronamiento de mi situación financiera. Con un patético gemido, abrí mi navegador web y revisé algunos de los sitios web de empleo. Haciendo una búsqueda basada en la ubicación, descubrí con sorpresa, que los primeros puestos en la lista eran de posiciones de contabilidad.

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Mis labios se curvaron mientras imaginaba que mis padres juntaban sus manos mientras sonreían inocentemente hacia mí con una mirada de “te lo dijimos” en sus rostros.

Al diablo con ellos. No iba a renunciar. Intenté buscar un tipo de trabajo en lugar de ubicación. Tal vez pudiera encontrar algo de esa manera. Cuando la lista salió, me desplacé hacia abajo más y más lejos. Y aún más. Casi ningún trabajo estaba de alguna manera relacionado con el movimiento de dinero o con computadoras. Me tomé un momento para inclinarme hacia atrás, levanté mis dos dedos del medio, y se los enseñé a mi monitor. Pero todavía no renunciaría. Me di cuenta de varios puestos de trabajo para camioneros de larga distancia. ¿Tal vez podría hacer eso? ¿No había algo sexy en una mujer conduciendo un camión grande y cenando en paradas de camiones a lo ancho de la nación? Algunas de las paradas de los camiones incluso tenían duchas para los camioneros. ¿Cuán impresionante era eso? Ehhhh, no. Además, necesitaba algo a tiempo parcial. Y resultaba que, la mayoría de los empleos eran de tiempo completo. Encontré una empresa que quería contratar a tutores para estudiantes de secundaria. El tema que más necesitaba, y para el que estaba mejor calificada, era las matemáticas. Gruñido. “Te lo dijimos” resonó en mi mente. Dejé caer mi cabeza en mi cama, agarré la almohada más cercana, apretando mi cara en ella, y grité. Eso se sintió bien. Lo hice de nuevo. Bajé a mi almohada y suspiré. Por mucho que odiara hacerlo, llené la solicitud en línea para profesores de matemáticas. ¿No podría la compañía de tutoría haber estado buscando a tutores de arte en su lugar? No era que clasificara, pero ¿por qué tenía que ser matemáticas? ¡Te lo dijimos! :-) ¡¡¡¡¡CÁLLENSE!!!!!! Llené en los campos que pedía de mi ACT y mis puntuaciones del SAT. Gracias a mis padres, había tomado ambos, y obtenido buenos resultados en ambos.

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Después de llenar toda la información restante, hice clic en ENVIAR y recé para que mi edad e inexperiencia me pusieran en la parte inferior de la pila de solicitudes.

Pasé una hora revisando los listados de trabajo. Había absolutamente cero puestos de trabajo relacionados con el arte. ¡Te lo dijimos! :-D Un nudo se había formado en mi estómago en el transcurso de la hora. Empecé a preguntarme si mis padres estarían en lo cierto. Sobre la base de los puestos de trabajo que había encontrado en línea, seguro que parecía así. Pero me recordé a mí misma que tenía el trabajo del museo. Ese era arte. Y toda la familia de Christos ganaba dinero vendiendo arte. Rayos, yo había ganado 150$ con mi pintura crayola. ¿Sería posible vender diez pinturas de crayón en un mes? Esos serían 1,500$ lo que combinado con los 400$ del trabajo en el museo, probablemente sería suficiente para todas mis cuentas. Sin duda tenía tiempo para dibujar tantos. Pero ¿poder vender la totalidad de mis pinturas a crayón, mes tras mes? O terminaría sentada en el paseo marítimo con un montón de pinturas de crayón distribuidas en una de esas mantas de punto de Tijuana, y un letrero que dijera “Precio rebajado” y el número “15$ de oferta, junto con los números 125$, 100$, 75$, 50$, 25$, 10$, 5$, 1.99$, etc.”, todo el camino hacia abajo hasta “GRATIS! ¡Por favor, lleve una!” Parecía muy probable. Necesitaba encontrar un trabajo con sueldo mientras que aún tenía un techo sobre mi cabeza. Terminé la presentación de algunas otras aplicaciones que dudé que se convirtieran en algo porque los puestos de trabajo en realidad sonaban bien y bien pagados. ¿Era hora de golpear los ladrillos mañana y seguir la larga tradición estadounidense de trabajar para una cadena de restaurantes de comida rápida? ¡Te lo dijimos! Temblor. Le envié un mensaje a Madison para ver si estaba despierta. Cuando no oí de ella, llamé a Christos. No me respondió, tampoco. Tenía helado en el congelador.

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Entré en la cocina y abrí la puerta. Era como una de las maravillas del invierno en el interior. Con carámbanos por todas partes, cremosos alrededores, escape azucarado. Podría prescindir de las calorías. Había estado bien. Apenas había comido algo de helado en semanas. Y no creo

que hubiera tenido una sola cucharada más desde las vacaciones de invierno con Christos. Abrí el contenedor masa para galletas con virutas de chocolate. Apenas había helado en el interior. Quiero decir, había desaparecido casi la mitad. O alguna cantidad inferior a la mitad —se había ido— pero en ninguna parte cerca de una pinta completa. Debido a que dos buenas cucharadas ya habían desaparecido había por lo menos un cuarto de litro, de acuerdo con mis matemáticas. De todos modos, tendría quemaduras por congelación, tarde o temprano, entonces me lo acabaría, y no era una que desperdiciara comida. No cuando había niños en países del tercer mundo, que nunca llegaban a comer helado. Nunca. Lo comería por su bien. Te juro que lo compartiría, si alguno de esos niños estuviera presente en mi apartamento. En cierto modo me hubiera gustado que lo estuvieran, porque creo que la alegría de sus rostros me hubiera llenado mejor que el helado. Pero estaba sola, y no tenía elección.

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Ningún helado jamás se desperdiciaría en mi turno.

Samantha

M

i patrón de universidad, deberes, búsqueda de trabajo y no Christos continuó por los siguientes días. ¡Patético!

Me las arreglé para en verdad encontrarme con Madison en el campus unos días después. Era la primera vez que la había visto desde que había cancelado contabilidad gerencial. Nos encontramos para almorzar en el Centro Estudiantil. —¡Mads! ¡Qué bueno verte! —le dije. Envolvió sus brazos alrededor de mí. —¡Te extrañé demasiado, amiga! —Yo también. ¿Quieres comer tacos de queso? —Sí —dijo Madison. Caminamos a la plazoleta de comidas e hicimos la fila. Me preocupé por gastar dinero extra pero no podía pedirle a Madison que comiera barras de proteína por almuerzo conmigo. Meh. —¿Entonces, cómo está Dorquemann? —pregunté. —El Doctor Dorquemann es la mejor píldora para dormir conocida por el hombre. Creo que la facultad de medicina en el campus tiene investigadores en el salón grabando el sonido de su voz cada día, tratando de imitar al mismo patrón de frecuencias que Dorquemann usa en sus clases. Escuché que ya están tratando de obtener la aprobación del FDA. —¿Así de bien está, huh? —Sonreí simpáticamente. —No es nada. Si alguna vez voy a tener mi propia compañía, tengo que aprender esto tarde o temprano. —¿Quieres tener tu propia compañía?

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—Sí —dijo Madison—. Jake y yo lo hemos estado pensando. Quiere empezar su propia línea de ropa para surf, tal vez abrir una tienda aquí en San Diego. Si gana unas cuantas competiciones más y consigue buenos patrocinadores, tendrá un nombre y suficiente dinero extra para que podamos hacerlo.

—Mírate. —Sonreí—. Señora Conseguidora. Eso es genial, Mads. Creo que podrías hacerlo. —Simplemente quisiera que estuviera tomando más clases avanzadas de mercadeo de mi carrera. ¡Necesito saber todas esas cosas, como desde ayer! Finalmente llegamos al frente y ordenamos nuestros tacos. Traté de pagar pero ya le había dicho a Madison sobre mi búsqueda de trabajo y se rehusó. —Yo invito —dijo—. Cuando seas una artista famosa mundialmente, puedes pagar. —Gracias, Mads. Fui y llené los contenedores de salsa para las dos. Me había acostumbrado de forma ascendente a la salsa picante y no podía tener suficiente. Además, la extra salsa caliente era gratis, a diferencia del guacamole extra. Suspiro. Tomamos nuestras bandejas afuera para comer. De verdad empezó a llover así que buscamos una mesa dentro. —¿Entonces, cómo va tu carrera? —preguntó Madison. —Aparte de que la profesora de escultura odia mi trasero, y mi acechante ruina financiera, no podría ser más feliz. —¿Quieres mudarte conmigo? —preguntó de manera seria. —¿Uno de tus compañeros se va a mudar? —No, pero tengo una habitación grande. Podemos compartir. Le sonreí, casi sin creerlo. No podía superar cuan comprensiva era. Nunca había tenido amigas como ella en el instituto. No me había dado cuenta que los amigos podían ser tan generosos. Mis ojos se aguaron, pero hice mi mejor esfuerzo para contener mis lágrimas. —¿Y qué hay de Jake? —pregunté, tratando de esconderme detrás de mi servilleta—. No quiero acalambrar tu relación. —Oh —gimió Madison—, mis calambres han estado acalambrando mi estilo desde el miércoles. —Se dobló por la mitad y agarró su estómago—. He estado tenido un mal día con mi periodo menstrual. —Ya veo —medio reí—, no me necesitas añadiendo más bloqueo a tu hoo-ha del que ya tienes. Ella negó con su cabeza.

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—Hablo en serio, Sam. Si se vuelve un problema y necesitas un lugar, eres bienvenida en mi apartamento. Jake y yo siempre podemos ir a su casa.

—Wow, Mads, lo aprecio. Basándome en la forma que mi búsqueda de trabajos ha ido, podrías tener más de un visitante mensual en febrero. — Esperaba que mi broma pudiera disfrazar mis inminentes lágrimas de gratitud. —Siempre y cuando no hagas que mis calambres sean peores, lo consideraré una bendición —gimió—. Se siente como si fuera a dar a luz a un tampón bebé —gimió—. Creo que va a ser pelirrojo. Haciendo una mueca, puse el resto de mi taco medio terminado en mi plato. —Bueno, se me quitó el apetito. Madison empezó a reír. —¡Lo siento!

Samantha Christos y yo cenamos la noche del domingo, pero eso fue todo. Gemido. ¿Mis predicciones habían sido ciertas? ¿Siempre iba a estar ocupado con su creciente carrera para encontrar tiempo para estar en una relación conmigo? Esperaba que estuviera equivocada. El lunes, fui al museo de arte del campus después de la clase de historia para reportarme en mi primer día de trabajo. El Sr. Selfridge terminó siendo completamente genial. Me mostró cómo operar la registradora y me explicó las reglas. Este trabajo iba a ser facilísimo. —No tenemos muchos visitantes en la semana —dijo—, principalmente estudiantes de arte como tú. Vienen a estudiar las pinturas y esculturas, entran gratis con una identificación de estudiante válida. Pero tienes que registrarlos. —Me mostró cómo hacerlo en el ordenador de la registradora— . Cuando no haya mucha gente, siéntete libre para hacer tu tarea detrás del mostrador. Simplemente asegúrate de apartar tu trabajo para un cliente. —Entendido —sonreí. —Bueno, eso es todo. Regresaré a mi oficina. Si necesitas algo, llámame. Pero estoy seguro de que estarás bien. —Gracias, Sr. Selfridge. —Sonreí cuando caminó de regreso al museo.

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El museo no tenía una tienda de regalos pero había un gran número de libros detrás del mostrador a la venta. Dado que nadie venía, estudié los estantes. Uno de los libros era Retrospectiva: una vida al aire libre, el arte de Spiridon Manos. Lo tomé y hojeé. Un trabajo tan hermoso. Había visto algunas de las pinturas en la casa de él pero la mayoría eran nuevas para

mí. De verdad era un fantástico pintor de paisajes. Fui a la parte final del libro y vi que la mayoría de sus obras estaban en exposición en grandes museos en el país, incluso unos cuantos en Europa. Wow, Spiridon era una total estrella del arte. Y su nieto estaba en camino a ser una también. Durante las siguientes horas, tres personas vinieron al museo. Todas ellas eran estudiantes de arte, dos que reconocí de Dibujo de vida y la clase de pintura en óleo. Este trabajo era súper fácil, lo cual era perfecto porque tenía tarea en la cual ponerme al día. Durante un respiro, le escribí a Christos. Pensando en ti <3 Esperaba una respuesta inmediata. Nop. Tomó diez minutos antes de que él respondiera: Siempre pienso en ti, agápi mou. Te extraño. Respondí: Te extraño más ;-) ¿Qué estás haciendo? No recibí una respuesta. Suspiro. Abrí mi lectura de sociología e hice mi mejor intento al leer una tarea en la que me había atrasado. Seguía revisando mi teléfono, asegurándome de que no me perdiera un mensaje. Después de media hora sin respuesta, me aseguré de que el volumen de alerta no estuviera silenciado de alguna forma o que mi batería no hubiera muerto o que los aliens o hackers no hubiera robado mi teléfono y hubieran cambiado el número. Nop, todo estaba bien. Excepto que Christos estaba demasiado ocupado para responderme. ¿Eso debería haberme molestado? No lo sé, pero lo hacía. ¿Estaba muy necesitada? Ojos en blanco. Cuando se trataba de ser necesitada, ¿cuál era la demarcación oficial entre muy y la cantidad adecuada? Gemido. No quería ser la patética chica desesperaba que se aferraba a las rodillas de su novio a donde fuera. Tal vez necesitaba hacer una encuesta grande referida a los niveles apropiados de necesidad. Cual sea que fuera el número que resultara, estaba bastante segura de que todo mi tiempo alejada de Christos, estaba en el lado de la línea de la cantidad adecuada de necesidad.

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Mi teléfono sonó.

Christos: Lo siento, agápi mou. En medio de cosas. Se me acabó la pintura, tuve que ir a una tienda de arte. Te extraño, te amo, te necesito. : ^* Suspiré con satisfacción. No porque estuviera muy necesitada y necesitara escuchar de mi novio en ese momento para estar tranquila, porque ya estaba decidida a que encajaba en la categoría de la cantidad adecuada cuando se trataba de necesidad en todo el tiempo; no, mi suspiro de emoción era apropiado para cualquier mujer con la cantidad adecuada de necesidad. Porque sabía que era correcto estar emocionada de recibir un mensaje así de mi novio. Diciendo que me necesitaba. Yo no estaba necesitada en absoluto. Nop. Era normal. Le escribí a Christos: yo también te extraño, mi amor. ¡No puedo esperar a verte estaba noche! <3 <3 <3 ¿Tres corazones era estar muy necesitada? No. Cuatro corazones definitivamente habría sido muy necesitada, pero sólo había usado tres, así que estaba bien. Muy mal, terminé sola en mi apartamento esa noche y me dormí abrazando mi libro de historia porque él tenía mucho trabajo que hacer y me dijo que era mejor que no fuera. ¿Estaba decepcionada? Por supuesto. ¿Estaba muy necesitada? ¡¡NO!! Era la cantidad adecuada. Ni menos ni más. Suspiro.

Samantha En la mañana del domingo, un golpe en mi puerta me despertó de mi cama solitaria. Me arrastre de debajo de las cómodas sábanas y fui a la sala. ¡Vaya, mi semana debió haber sido más dura de lo que pensé! Necesitaba un café con urgencia.

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Abrí la puerta.

Christos tenía una gran taza de café para mí. —¡Buenos días, amor! —¡Christos! —Estaba tan emocionada de verlo. Parecían haber pasado siglos desde que habíamos estado juntos. —Pensé que podías utilizar un poco de amor este fin de semana, agápi mou. —Se inclinó y me besó antes de entrar al apartamento—. Venti americano, mitad de café, mitad de mitad con mitad, ¿verdad? —Perfecto —sonreí, tomando la taza con ambas manos e inhalando el maravilloso aroma antes de tomar un poco. —Traje aperitivos —dijo, sosteniendo una bolsa de buñuelos de manzana. Resultó que Christos conocía a Thai Doughnut y sus excelentes buñuelos de manzana mucho antes que yo—. También traje desayuno — dijo, sosteniendo una bolsa de la tienda de comestibles. Agarré un plato de la cocina y puse los buñuelos ahí. Christos y yo sacamos trozos y comimos mientras nos sentamos en mi pequeño comedor redondo y sorbimos nuestros cafés. —¿Lista para una tortilla? —preguntó él —¡Sí! —Está bien, siéntate y cocinaré. Christos se puso a partir cebollas, tomates y champiñones, rebanó un pimiento y calentó un poco de mantequilla en uno de mis sartenes en la cocina. Quebró los huesos en la sartén y puso pan en la tostadora. Cuando los huevos se solidificaron en un disco amarillo esponjoso, roció queso y vegetales encima, luego lo volteó antes de servirlo con la tostada con mantequilla y mermelada de fresa. —Uau, Christos. Cocinas mejor que yo. Tienes todo listo al mismo tiempo. Eso es arte. —Práctica —sonrió cuando puso el plato frente a mí—. Come antes de que se enfríe. —Me sirvió un vaso de zumo de naranja y luego se hizo una tortilla para él. —¿Vas a hacer el tuyo con una docena de huevos? ¿Cómo en The Broken Yolk? Sonrió. —No, hoy estaré bien con seis solamente. —¿Cuál es nuestro plan para nuestra cita de mentores? —pregunté. —¿Quieres ir a la librería? ¿Mostrarles a los niños tu reciente talento con los crayones?

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—Oh sí. ¡Crayones con Christos! —Sonreí.

Sonrió de vuelta. —¿Por qué no pensé en llamarlo así? Era “Dibujando con Christos” pero me gusta más tu nombre. —Extendió sus manos y las abrió, como si estuviera haciendo un gran cartel, del tipo de marquesina teatral que se cambiaba— . Deberíamos llamarlo “Crayones con Christos y la Artista Master reconocida mundialmente Samantha Smith”. —¿Estará con luces? —me pregunté—. ¿Nuestro aviso, quiero decir? —Del todo. Como de un metro veinte de alto y cuatro cientos metros de ancho. Justo encima de la biblioteca. Serías capaz de ver tu nombre desde el espacio. Reí con eso. —No te rías, vas a ser famosa algún día. —Tú vas a ser famoso —eludí. —No dudes de ti, Samatha. En veinte años, la gente me llamará el Sr. Samantha Smith. Mis cejas se juntaron cuando sonreí. —¿Espera, qué? Eso fue como cientos de cosas combinadas. —Estaba sugiriendo que cuando tus habilidades se desarrollen y te hagas un nombre por ti misma, las personas olvidarán mi trabajo y solamente estaré contigo mientras tu carrera sale hacia el espacio. —Eso es una locura —dije despectivamente. Christos se sirvió un gran vaso de zumo de naranja y tragó varias veces. —En absoluto —dijo, sonriendo ampliamente—. Tienes un talento en bruto, el cual vas a desarrollar en los años que vienen. Entonces vas a tomar el mundo del arte como un fuego incontrolable. Todos querrán comprar tu trabajo. Para ese momento, me habré retirado porque seremos capaces de vivir de tus ganancias. Estaré en casa junto a ser el Sr. Papá mientras estás ocupada codeándote con clientes y creando obras de arte de óleo sobre lienzo. O, quien sabe, tal vez revolucionarás el mundo del arte al resucitar el uso del crayón. De todas maneras, mi trabajo será asegurarme de que la casa esté limpia, los pañales cambiados y la cena esperándote cada noche cuando llegues a casa de ser famosa. Entraras por la puerta y nuestros hijos se te tiraran encima mientras te beso en la mejilla y te pregunto cómo estuvo tu día. Sonreí, imaginándomelo.

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—Eso suena bastante bien. ¿Usarás un delantal? —Bebí mi zumo de naranja.

—Bueno, antes de que los niños nazcan, sólo usaré un delantal cuando vengas a casa. Tú sabes a donde nos llevará esa clase de comportamiento… al menos tres niños. Después de que nazcan, usaré ropa de papá con escupitajos en ella y el delantal. ¡De verdad me estaba gustando esta fantasía suya! —Después de que pasemos todas las tardes jugando con los niños y acostándolos, nos sentaremos juntos en el sofá y te daré un masaje de cuello, espalda y pies hasta que te duermas. ¿Eso está bien para ti? —¿Y qué pasa si te extraño a ti y a los niños? —pregunté—. Quiero decir, tal vez no quiero estar fuera todo el tiempo. —No hay problema. Puedes trabajar desde el estudio de tu casa, como hago en casa de mi abuelo. Cuando estés fuera pintando, escolarizaré a los niños en casa, ya sea en la habitación de al lado o en el estudio. Los niños y yo estamos allí tanto como lo desees —sonrió—. Como tú quieras, agápi mou, haremos que suceda. Podemos construir juntos la vida perfecta. Sonreí. Estaba a punto de abrir mi boca cuando de repente el pánico se adueñó de mi estómago. Él prácticamente me estaba proponiendo matrimonio, vivir juntos, tener hijos y todo. Todo parecía tan perfecto. ¿Pero sería perfecto? ¿En verdad sucedería así? Si era así, OMD, no podía imaginar una vida mejor. Christos se sentó en la mesa con su propia tortilla gigante y tostada. Miró mis ojos con los suyos imposiblemente azules, conjurando un hechizo de amor y compromiso que nunca antes había conocido. En momentos como estos, los ojos de él me hacían creer que lo imposible se volvía una realidad para él todos los días. Y hoy, me estaba arrastrando a su fantasía con él. ¿Era posible que ésta imposible fantasía que Christos me estaba proponiendo se volviera verdad para mí también? En sumergí en su mirada y dejé que el sentimiento mágico de una emoción me llenara. La vida con Christos. Una familia y una carrera artística exitosa con el hombre más apuesto, amable y preocupado del mundo. Me estremecí pensándolo, apenas consciente de mi desayuno mientras me dejaba llevar por nuestro sueño amoroso. Después de terminar nuestra comida, condujimos a la biblioteca para Crayones con Christos y la Artista Master reconocida mundialmente Samantha Smith, él debía haberlo llamado de esa forma veinte veces de camino. Estaba comenzando a gustarme un poco. La Sra. Elders nos saludó cuando entramos por las puertas principales.

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—¡Buenos días, ¡Christos! ¡Y a ti también, Samantha! Que placer verlos. Algunos de los chicos han estado preguntando por ustedes desde Navidad.

—Hola, Sra. Elders —dijo él, abrazándola—. También te extrañé. —¡Oh! —dijo ella, dándole palmaditas en la espalda. A mí me dijo—, ¿No es Christos un chico bueno? —El mejor —dije. —Bueno, los niños los están esperando —sonrió ella. Christos y yo entramos en la habitación donde los chicos esperaban. Como siempre, hicieron erupción de la emoción cuando nos vieron. Algunos gritaron en coro “¡Christos!” mientras otros animaron “¡Samantha!” Él me guiñó. —Ves, ya eres famosa. Una de las niñas pequeñas, llamada Abby, corrió hacia nosotros en un vestido rosado con volantes. —¿Fuerons a una luna de miel juntos? Me arrodillé junto a ella, sonriendo. —¿Qué quieres decir? —Cuando no te vi a ti y a Christos, le dije a mi mamá que se habían casado. Me dijo que cuando un papi y una mami se casan, ellos van de luna de miel. Le sonreí mientras pensé en todo lo que había pasado entre nosotros desde mi viaje a D.C con Christos. A pesar de nuestros alocados horarios y todas las subidas y bajadas, las últimas semanas de mi vida se habían sentido como una luna de miel. Especialmente cuando la comparaba con mis últimos años de vida. Perra. Zorra. Puta… Emo. Gótica. Reloj suicida… Sí, comparado a los últimos, mi presente era definitivamente un paraíso. Suprimí un estremecimiento y cerré la puerta de mis viejos demonios antes de que pudieran sacarme lágrimas de mis ojos hoy. Por mucho que quisiera barrer mi pasado, todavía me acosaba. Mirando a los ojos de Abby, ojos alegres que hicieron fácil concentrarme en el presente. Le sonreí con mi sonrisa más amplia. —Eso es tan dulce, Abby —gimoteé—, pero Christos y yo no estamos casados. —¿Por qué no? —preguntó inocentemente. Lo miré, sorprendida por la gran sonrisa en su rostro. Mis ojos se estaban aguando.

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—Esa es una buena pregunta, Abby —sonrió.

Tragué. Necesitaba un pañuelo. —¡Está bien! —gritó Christos a la habitación llena de niños—. ¡¿Quién quiere dibujar hoy?! —¡Nosotros! —dijeron en coro. Oh bueno. Pañuelos después, ¡niños y crayones ahora!

Samantha La lección de dibujo con los niños fue una diversión. Después, les dijimos adiós y caminamos hacia afuera. —¡Eso fue tan divertido! —dije—. Había olvidado cuanto disfrutaban esos niños. —Sí —sonrió Christos—. Nunca me canso de ellos. —Entonces, ¿qué sigue? De repente parecía nervioso y pasó su mano por su cabello. Creo que era la primera vez que alguna vez lo había visto nervioso. —¿Estarías triste si tuviera que trabajar hoy? Por supuesto que sí, pero no quería decirlo y sonar como un bebé quejumbroso. Así que medio sonreí y encogí mis hombros. —De verdad hoy tengo mucho por hacer en el estudio —dijo con arrepentimiento—. Una modelo vendrá en media hora. —Oh. Creo que mi decepción se coló en mi voz. No pude evitarlo. Sabía que significaba una modelo. Una mujer desnuda sentada frente a Christos mientras él la miraba por horas. Quería ser la única mujer que mirara desnuda. Pero sabía que él no podía hacer una carrera de hacerme retratos desnuda, una y otra vez. ¿Quién los compraría? Probablemente nadie. Patético.

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Además, no quería ser retratada desnuda de todas formas. Sería como si estuviera cayendo en la misma categoría que todos sus otros trofeos desnudos. Me sentía especial porque no me había pintada desnuda. Era mejor mantenerlo de esa manera.

—Agápi mou, sé que el año pasado teníamos orientación todos los sábados pero con todo el trabajo para Brandon, no creo que pueda hacerlo hoy. ¿Tal vez la próxima semana? Prometo reponértelo. Suspiré. No nos habíamos visto mucho desde que habían comenzado las clases. Todo lo que quería era pasar el día con él pero ambos teníamos vidas y compromisos que cumplir. En realidad estaba determinada a no estar muy necesitada. —Está bien —dije suavemente—. En verdad necesito buscar un trabajo de todos modos. —Eso es cierto —dijo, sonando aliviado. Esperaba que no fuera demasiado aliviado. Estúpidas modelos nudistas. —Desearía ayudarte con la búsqueda —dijo con arrepentimiento genuino—. Pero no tengo tiempo. —Está bien —dije, deseando que también pudiera ayudar, pero sabía que este trabajo era importante. Al igual que mi búsqueda. Tenía que hacerse. Meh—. Al menos Romeo vendrá conmigo. —Genial. Él debería hacer las cosas emocionantes. —Sí —dije apáticamente. Romeo añadiría emoción, ¿pero por qué sentía que algo estaba terminando entre él y yo? Tal vez la pequeña Abby tenía razón. Tal vez la luna de miel había pasado y había regresado al usual contacto ocasional. Tal vez la fantasía rosada no era más que eso. Una fantasía. —Debería llevarte a casa —dijo él—. O llegaré tarde para mi modelo. —Sí —suspiré. Wow. Esto apestaba. Iba a buscar trabajo en la primera tienda de comida rápida que me encontrara y mi novio iba a pasar el rato con una linda modelo desnuda todo el tiempo. ¿Había algo mal aquí, quiero decir, además del hecho de que la porción de mi novio sonaba como un artículo de dos páginas en una revista de desnudos? Christos me dejó en mi apartamento y me dio un beso de adiós. Subí las escaleras y llamé a Romeo. Era tiempo de empezar a buscar trabajo como una freidora o la que giraba las hamburguesas. No estaba ansiándolo. —¡¡¡Sam!!! —respondió Romeo—. ¿Estás lista para buscar trabajo? —Sí debo —gruñí.

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—Va a ser tan emocionante. ¡Seremos como exploradores de la jungla, buscando entre los arbustos de la Ciudad de Oro Perdida!

—Totalmente —me estremecí. El único oro que podía imaginar que encontraríamos sería en Golden Arches. Pero en este punto, trabajar en McDonald’s sonaba mejor que regresar a contabilidad. —Estaré en tu casa en veinte minutos —dijo él. —Está bien. Nos vemos. Cuando Romeo llegó fuimos al oeste, hacia el área del centro a unas manzanas de mi apartamento. Entramos a todos los lugares que pudimos encontrar. Cafeterías, lavanderías, una tienda de libros usados, una tienda de muebles, una chocolatería y una tienda de bicicletas. La mitad me dijeron que llenara una aplicación o llevara mi hoja de vida para futuras referencias. Incluso intentamos una tienda de marihuana, err, quiero decir, un establecimiento que vende accesorios para tabaco y parafernalia para fumar. Y posters con luz negra de Bob Marley fumando un porro gigante. ¿Pensaban que estaban engañando a alguien con su eslogan retorcido? Sabía que era por razones legales pero en serio, ¿alguien compraba una pipa para tabaco en una tienda y la usaba para tabaco? Tal vez podría saberlo cuando fuera puerta a puerta haciendo mi encuesta de “necesidad amorosa”. ¡Apuesto que podría hacer que me pagaran! ¿El censo no recolectaba información de ese tipo cada diez años? Me podía imaginar sosteniendo una tabla y preguntándole a amas de casa con rulos en su cabello y un bebé en su cadera: señora, ¿usted se considera? A) Muy necesitada o: B) La cantidad adecuada que necesitada. Y usted usa su pipa de Tabaco para: A) Tabaco. B) Marihuana. Era una idea genial. Necesitaba llamar a la agencia de censos y decirles que añadieran esas dos preguntas. Me contrarían de inmediato porque estaba incluyéndolos asuntos importantes que Pepito Pérez y Fulanita morían por conocer. O no. Regresando a mi búsqueda de trabajo. Los restaurantes que visitamos necesitaban camareros pero querían personas con experiencia. ¿Contaba poner la cena de mamá en la mesa del comedor y limpiarla después de acabar? ¿No? Oh bueno. Siguiente. De vuelta a mi búsqueda.

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Intenté en un bar que tenía un aviso de SE BUSCA AYUDA, pero sólo contrataban personas con más de 21 años.

Dos horas después, estábamos de vuelta en donde empezamos. Tenía un delgado montón de aplicaciones inútiles debajo de un brazo. —No encontramos el tesoro enterrado —suspiré. No estaba lista para recurrir a comidas rápidas todavía. —Juro que la ciudad dorada está por aquí en algún lugar —dijo Romeo. Incluso su ánimo había decaído. —¿Qué hacemos ahora? —¿Ir al centro comercial? Fuimos al centro comercial UTC, justo al este del campus de SDU. Fuimos de tienda en tienda. Nada. Los restaurantes en la zona de comidas no estuvieron mejor. —Todavía no has probado Perro-En-Un-Palito —sugirió Romeo—. Tienen estos geniales uniformes de colores primarios. Te verías hermosa en uno. —¿Estás bromeando, verdad? No quiero usar uno de esos uniformes patéticos —bromeé. Romeo se rio con mi burla. —Desearía que estuviera bromeando, pero los mendigos no escogen sus uniformes —guiñó el ojo. —Está bien, probemos allí. Creo que estoy así de desesperada. Ambas chicas detrás del mostrador usaban esos uniformes a rayas con rojos con blanco y azul y blanco con amarillo y blanco con rojo y azul y etc., etc., etc., mientras hablaba con una de las chicas, Romeo le ordenó una limonada fresca a la otra. Le llenó un vaso de una de las gigantes jarras cuadradas de limonada. —¿Tienen una posición de trabajo abierta? —le pregunté a la otra chica, sonando tan entusiasta del prospecto como me sentía. —Lo siento —medio sonrió. —No te preocupes —dije, agradecida de dejar pasar la oportunidad. Romeo y yo encontramos una mesa en el centro de la zona de comidas y nos sentamos. —¿Quieres un poco? —preguntó él, refiriéndose a su limonada. —No, gracias —suspiré. Él tomó un gran sorbo de su bebida. —Creo que intentamos en cada tienda en un radio de cinco kilómetros de mi casa —dije. —Podrías ser un lustrador —ofreció Romeo.

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—¿Qué demonios es un lustrador? —me burlé.

—El que limpia zapatos. —¿Las personas todavía hacen eso? —No tengo idea —sonrió—. ¿Qué te parece una prostituta? Escuché que los chulos siempre están contratando. —Tentador. Pero no trabajaría para cualquiera. Necesitaría uno que ofrezca salud y seguro dental —sonreí—. ¿Puedes recomendarme alguno? —No, pero siempre he querido ser uno. Conducir un Cadillac, usar trajes de Zoot geniales y golpear a mis perras. Me reí. —Serías el mejor de todos. Te puedo imaginar en un traje de Zoot de chiffon rosa. Pero tendrías que estar dispuesto a contratarme sin tener una muestra de mi mercancía. Romeo frunció el ceño, se inclinó hacia mí y me susurró de forma conspiratoria: —En caso de que no hayas escuchado, Samantha, las mujeres son asquerosas. —¡Genial! ¡Empezaré a trabajar el lunes! —Reí—. Simplemente tendré que comprar tacones de prostituta de doce centímetros. Romeó sonrió y sorbió de su limonada de nuevo. —Entonces, ¿cómo están las cosas con Christos? Suspiré. —Bien. —Hmmm. Eso no sonó bien. Puse mis ojos en blanco. —Está ocupado. Estaba esperando pasar el día con él, pero tiene que pintar alguna modelo desnuda o a otra. Siento que apenas lo veo desde año nuevo. —No estás preocupada por él, ¿cierto? —Romeó habló inseguro—. Quiero decir, no crees que esté probando su mercancía, ¿verdad? Mi estómago se tensó con el pensamiento. —Christos no es así. Está completamente enamorado de mí. Romeo puso una cara de arrepentimiento mientras bebió más limonada.

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—Probablemente tienes razón —dijo—. Supongo que me preocupo porque mujeres hermosas se le lanzan todo el día. Demonios, yo me lanzo cada vez que tengo oportunidad.

Sonreí. —No me preocupas, Romeo. Pero estaba preocupada por todas las otras mujeres. Especialmente la que estaba desnuda en su estudio en este momento. Estoy segura de que se veía como una súper modelo y estaba empujándole sus pechos a Christos en este preciso momento. Suspiré y miré alrededor de la zona. —¿Hay algún lugar que venda helado? Creo que necesito un sundae. Con extra helado, extra salsa y extra crema batida. —Vamos a averiguarlo —ofreció él—. Parece como si pudieras comer un helado levantador de ánimo. Él no tenía idea.

Christos —Puedes arquear tu espalda un poco más —le pedí a la modelo. —Lo que sea por ti, Christos —dijo Isabella sin aliento. Tiró su cabello hacia atrás y me sonrió seductoramente por entre sus hipnóticas pestañas. Estaba desnuda de pies a cabeza y reclinada en un diván a unos cuantos pasos de mí. —Perfecto —dije—. Quédate en esa pose. Cuando se trataba de Isabella, la perfección era un eufemismo. Era una hermosa mujer brasileña de Los Ángeles. Brandon la había encontrado para mí en una de las grandes agencias de modelos de Hollywood. No estaba bromeando sobre encontrarme rostros nuevos. Me guiñó el ojo antes de regresar mi atención a mi paleta. No había más frescas que Isabella. Mirando mi paleta, unté mi pincel en la pila de sienna quemado, luego lo mezclé en la muestra de color piel que tenía. Necesitaba enriquecer mi mezcla si iba a capturar el tono caramelo de la piel de Isabella. Mi mente vagó mientras mezclé. Brandon no había estado presumiendo cuando dijo que todos querían algo mío. Tenía una lista de comisiones tan larga como mi brazo. Era bueno ser amado.

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Que mal que los cheques sólo vinieran después de que entregara las pinturas. Tenía facturas de un abogado que pagar. Russell Merriweather estaba lejos de ser barato, pero valía cada centavo si me alejaba de la

condena. Tal vez necesitaba hablar con Brandon de pre-ventas, conseguir un poco de dinero. Lo único malo del flujo del negocio era encontrar tiempo para encajar todo: Samantha, pintar, la universidad, ejercitarme, comer, dormir. Algo tenía que irse así que quité a SDU. Que sorpresa. ¿Quién necesitaba un título de posgrado cuando las personas te lanzaban dinero? Además, poniendo en pausa mi estudio era la única forma que podría hacer espacio para Samantha. Como estaba, parecía que tenía treinta minutos al día para ella. No era mi cosa preferida. Ni de cerca. Pero el hierro estaba caliente, como había dicho Brandon. Caliente como de seis dígitos. Lo que significaba que pintar tenía que ser mi preocupación principal por ahora. Samantha estaba totalmente ocupada con sus clases y trabajo, así que funcionaba. Más o menos, creo que ninguno de los dos estaba feliz con nuestros horarios. Pero había trabajo que hacer. Tenía varios lienzos de diversas modelos de Los Ángeles en progreso. Mujeres diferentes entraban durante la semana. Jacqueline los lunes y martes, Becca los jueves y viernes, Isabella los miércoles y sábados. Nunca tenía descanso. Sólo había terminado una pintura hasta ahora. El nombre de la modelo era Avery. Era actriz en Los Ángeles luchado por conseguir trabajo. No sabía por qué su rostro no estaba en todas las revistas todavía. La pintura de ella estaba secándose en los estantes contra la pared trasera. El proceso de las de Jacqueline y Becca estaban en caballetes más pequeños en el estudio. Los próximos meses iban a ser de locos. Lo bueno del paso frenético era que mantenía mi mente alejada del maldito juicio. Hacía mi mejor intento en no pensar en eso. La actual pintura de Isabella sentada en mi caballete principal era de tamaño real, lo cual significaba que el lienzo era enorme. Una cosa era constante en el mundo del arte: trabajos más grandes significaba más dinero. Estaba listo para eso. Tiempo de encender la máquina de dinero. Me giré para mirar a Isabella, evaluando sus líneas y formas, las luces y las sombras y la composición general de su pose. Era tan hermoso, que pensarías que pintarla sería pan comido. Simplemente pinta lo que ves y tienes una pieza maestra, ¿verdad? Nop.

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Los retratos no funcionaban así.

No sabía nada sobre ella, aparte de que era hermosa, lo cual irónicamente servía como una distracción. Su comportamiento seductor tampoco estaba ayudando, porque sabía que estaba reprimiendo su verdadera personalidad cuando venía a mí. La solución obvia sería retratar la mirada de ven aquí que estaba en su rostro en el momento, ¿cierto? ¿Concentrarse en su expresión de estoy caliente y esperando y venderla por un millón, cierto? Tal vez en porno pero no en arte. Nunca podría descifrar por qué funcionaba de esta manera, pero la prueba estaba en el resultado final. Cuando pintaba extraños, las personas dirían mierda como esta, “es una gran pintura” o “excelente composición, Christos” o “hermoso trabajo de líneas” o “amo los colores”. Pero cuando pintaba gente que conocía, los comentarios serían cosas como “wow, parece tan sincera, dulce, la clase de persona que quisiera como amiga” o “¿conoces a ese tipo loco? ¡Parece un verdadero bastardo!” o “siento que estoy mirando al fantasma de mi abuela”. Yeah, unos de los comentarios eran completamente miedosos. Lo extraño era que la mayoría de las personas no sabía cuál de mis pinturas era. Nunca les dije, nunca lo hice obvio desde el título. Sin embargo las respuestas eran consistentes. Los admiradores siempre preferían retratos de gente que conocía, pasaban mucho más tiempo mirándolas y pagan más por ella que las de extraños. No podía averiguar por qué. Una vez, le pregunté a mi abuelo cuál pensaba que podía ser la razón. Había dicho que era el componente espiritual, la conexión inefable que existía entre dos personas que se conocían que ninguna cámara podría capturar alguna vez. Dijo que entre más conocías una persona, más la relación entre ellos se adentraba en la pintura y cautivaría más a cualquier espectador, incluso si no sabían por qué. Supongo que este misterioso elemento era lo que hacía el arte tan cautivador para mí. Por el resto de la tarde, continué pintando a Isabella, dándole descansos intermedios. Traté de averiguar algo de su personalidad para trabajar, algo que sacara su verdadera naturaleza pero todo lo que hizo fue seducirme. Su juego era agotador. Tenían un grueso acento de portugués que era sexy como el demonio pero el inglés definitivamente era su segunda lengua. Cuando finalmente bajé mis pinceles, estaba agotado. Al menos, estaba haciendo un trabajo decente capturando la belleza exterior de ella en el lienzo. No todos los recolectores de arte eran conocedores. Alguien con dinero lo compraría.

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—Terminamos por hoy —dije.

—¿Terminé? —Hizo un puchero con su fuerte acento, todavía flirteando. —Sí. Por qué no vas a vestirte. Isabella se puso delante de mí completamente desnuda. Retándome. Le sonreí pero me mantuve en mi terreno. La había estado mirando por las últimas cuatro horas. Lo que sea. Ella me guiñó y se giró seductoramente antes de entrar al baño del estudio para vestirse. Fui a limpiar mis pínceles. La puerta del baño se abrió y ella salió en tacones, abotonándose su blusa desde arriba hacia abajo. Atrapé un poco de su estómago plano en la A que formaba su camisa. En verdad tenía un cuerpo increíble. Incluso con ropa, era hermoso. De nuevo, lo que sea. Se detuvo frente al lienzo, su blusa ahora estaba completamente abotonada y suavizó su falda entallada. Examinó la pintura. —¡Christos, es hermosa! —dijo. —Gracias —sonreí—. Haces el trabajo fácil —mentí. Alzó una ceja. —¿Me estás llamando fácil? —flirteó. Cuando no respondí se inclinó hacia mí. Cualquiera de los chicos que había conocido estaría erigiendo una tienda de campaña con una belleza como Isabella viniendo a ellos tan campantemente. No era cualquier chico. Decidida, Isabella me dio una de esas risas gruñidas que pocos hombres escucharían en sus vidas. No una risa de prostituta. Estoy hablando de la clase que sólo escucharás de la mujer más hermosa del mundo, del tipo que guardaban para el hombre especial en sus vidas. Isabella estaba sosteniendo la puerta para mí, diciéndome que entrara. Enfatizando en el “entra”. Y no estoy hablando de ninguna puerta literal. Estoy hablando de su puerta. Sí, esa. Pero lo había escuchado cientos de veces antes. En varias ocasiones memorables, lo había escuchado de mujeres más hermosas que ella. Pero ninguna me importaba. Lo que importaba era que tenía a Samantha y sólo había una de ella en el maldito universo. En verdad no me importaba lo que Isabella tuviera en mente.

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Insistiendo, ella mostró su sonrisa con hoyuelos jodidamente sexy. No tuvo el efecto deseado en mí. Suspiré y me alejé de ella, tratando de no ser grosero. Caminé hacia la mesa donde mantenía mi chequera en un cajón.

—¿Quieres efectivo? ¿O se supone que le pague a la agencia directamente? —Todo ya está pagado —sonrió. Eso significaba Brandon. Estaba seguro de que me mandaría la cuenta después. O tal vez no. Cuando estás sacando lienzos de seis cifras uno tras otro, unos cuantos cientos aquí y allá no hacen estremecer a nadie. Al menos, ese era el plan. —¿Necesitas algo para el camino? —le pregunté—. ¿Quieres llevar agua contigo? Caminó hacia donde estaba en la mesa y puso su mano en mi bata de pintor. —Por favor. —Mostró su sonrisa blanca. Por favor estaba bien. Suavemente me moví de su lado y fui a la cocina. —Ven, te daré una botella fría del refrigerador. Escuché sus tacones repiqueteando detrás de mí. Ya había agarrado el agua del refrigerador para el momento que llegó a la cocina. Me incliné contra la puerta cuando llegó. —¿La tomamos juntos? —Hizo un puchero en esa forma que las mujeres saben. De la forma que hace que la mayoría de los hombres caigan de rodillas, con sus lenguas afuera y comenzado a rogar y prometiendo el mundo y todo en lo que puedan pensar. Ella no estaba entendiéndolo. —Lo siento, Isabella. Tengo un montón de trabajo que hacer antes de que llegue la noche. —Es bueno, tener tanto trabajo, ¿verdad? —Sí —dije simplemente. Podía notar que no tenía intención de moverse de donde estaba, la mano en su cadera. Bien. Si quería jugar, sabía cómo moverme por el tablero. Alcé una ceja y esperé que se fuera. Creía que su próximo movimiento sería mover el pelo. Alzó una ceja. Esa fue su jugada. El movimiento de pelo estaba a segundo. Espera… espera… ¡Oh! ¡Ahí estaba! Ella movió su lustrosa cabellera con una gracia espectacular.

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¡Movimiento de pelo!

Estaba seguro de que había practicado ese movimiento para sesiones de fotos cientos de veces. Terminó inclinando su barbilla hacia abajo, otra pose para la cámara. En verdad tenía lindos ojos. No me importaba. Era tiempo de Juego Terminado. Me giré y caminé hacia la entrada y abrí la puerta. Le escuché hacer un puchero de nuevo. Está vez, era uno real. Del tipo de frustración que sonaba como una niñita sin obtener lo que quería. Cuando salió de la cocina, se veía un poco triste. Me sentí medio mal, pero ella estaba lanzando sobre mí. Me superaría. Algún día. ¿Qué podía decir? Los malos hábitos seguían ahí. Esta mierda era tan normal para mí como respirar. Isabella se detuvo en la corredera de la entrada y me miró de nuevo. ¿No lo estaba entendiendo? Lo tenía mal. Hice gestos hacia afuera con mi brazo. —Después de ti. —Tus tatuajes son muy sexys. Ya sabía eso. —Gracias. Finalmente, salió. Sería completamente idiota y grosero si no abría la puerta para ella. Caminamos hacia su brillante Jetta juntos. Cuando encendió la alarma, abrí la puerta. —Eres muy caballeroso —dijo en su sensual acento. —Siempre —sonreí. —Tal vez la próxima vez almorzamos, ¿sí? —Tal vez. ¿Cuántas más sesiones tenía con ella? estaba pensando que demasiadas. Suspiré. Al menos era linda y su pintura se vendería por un dineral a un tipo rico y superficial que no veía más allá de la superficie. Negocio era negocio. Isabella sacó su mano por la ventana mientras se alejaba y se despidió con su uñas de $ 400. —¡Até logo, Christos! —Me lanzó un beso. Negué con mi cabeza cuando se fue. Pobre cosita. Me tendría que enfurecer para su próxima sesión, para mantenerla en línea. Tal vez podría usar un par de esas gafas clásicas con una enorme nariz, cejas pobladas y un mostacho de Hitler. Tal vez eso bajaría su flirteo.

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Nota mental: comprar gafas de broma INMEDIATAMENTE.

Me reí porque en serio estaba considerando hacerlo. Claro, vería a través de la broma pero estaría dispuesto a apostar que ella pensaría que estaría a dos segundos de ser un asesino en serie después de eso. Podría funcionar como un efecto disuasorio. Samantha, por otro lado, probablemente comiquísimo. Tal vez Brandon tenía razón.

pensaría

que

era

Tal vez necesitaba pintar a Samantha. Pero no pensaba que pudiera conseguir que posara desnuda. De nuevo, la Mona Lisa no estaba desnuda. Tampoco la Chica de la perla. Podría funcionar. Regresé a casa. En la sala, abrí el armario del licor y me serví un poco de burbon, seco. Después de un largo día en el estudio. Me serví un poco más y fui al estudio. La pintura de Isabella estaba saliendo más rápido de lo que pensaba. La mayoría seguía siendo tosca pero el rostro estaba terminado y era tan perfecto como el de ella. Mi técnica maestra de pintura en óleo era claramente evidente. ¿El único problema? No estaba haciendo nada por mí. Claro, su rostro parecía como una foto pero no tenía vida. Había capturado sus labios rellenos y sensuales, sus ojos sensuales, su delicada mandíbula. Parecía sexy como de libro, lo cual significaba seximente aburrida. Acartonada. De un molde. No había espíritu en la pintura. Estaba seguro que podía vendérselo a un coleccionista de arte pin up por diez de los grandes. Pero eso sería rebajar cinco cifras en mi precio. La pintura necesitaba venderse al menos por 80.000 si iba a construirme un nombre. No 10.000, de los cuales obtendría 5.000, lo que significaba 3.000 después de impuestos, otros 500 por implemente, dejándome con 2.500, lo cual no valdría las semanas que terminaría poniendo para el tiempo que terminara. Tal vez la pintura estaría mejor cuando terminara su cuerpo.

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Fui a la sala para servirme más burbon.

Samantha

C

on Romeo llegamos a la clase de la profesora Bittinger extra temprano. Quería llegar mucho antes de que la mujer tuviera razón para darme un mal rato.

El salón estaba vacío, así que nos sentamos en mesas de escultura uno junto al otro, sacando nuestras herramientas para esculpir y los cables de armazón de la clase previa. —¿Crees que Hunter volverá hoy? —preguntó Romeo mientras quitaba masilla de su armazón. Hice lo mismo, preparándome mi figura de alambre para la clase de hoy. —Sí, me dijo que va a estar aquí todo el tiempo. Romeo frunció el ceño. —¿Cuándo te dijo eso? —Cuando me siguió a mi auto después del primer día de clases. El rostro de Romeo se iluminó. —¿Hunter te está acosando? ¡Maldita perra afortunada! Puse mis ojos en blanco. —Puedes tenerlo. —Creo que primero necesito ponerme implantes de senos. —Romeo junto sus pectorales con las palmas de sus manos—. Tendría un escote increíble, ¿no crees? —¿Quieres decir que te convertirías en chica, solo para estar con Hunter? ¿Quiero decir, tener una operación para cambio de sexo? Romeo rodó sus ojos con desdén.

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—Sam, puedo ser gay, pero no estoy loco. Nunca decapitaría a mi pequeño Romeo. —Tocó su entrepierna afectivamente—. Pobre chico, Sam te cortaría con una de esas guillotinas para cortar cigarros. Pero no lo dijo en serio —me miró acusatoriamente—, ¿verdad Sam? Dile que lo sientes — exigió.

—Romeo, ¡no me voy a disculpar con tus pantalones! Parecía destrozado. Luego ahuecó su mano a su oído. —Pequeño Romeo, ¿qué dijiste? Uh huh. Mmm hmmm. Oh, pequeño Romeo, ¡qué grosero! ¡No le hables así a Sam! —El rostro de Romeo se volvió triste. En una voz grave dijo—: Sam, realmente estás hiriendo sus sentimientos. Deberías disculparte. —Romeó alzó sus cejas con expectación. Estaba tan concentrada por la explosión de emociones de Romeo, que en verdad susurré: —Pequeño Rome, no lo dije en serio —reí y miré a Romeo a los ojos—. ¿Cómo estuvo? —Excelente, ahora dale un abrazo, un beso y todo estará bien. —¡No voy a besar y abrazar a tu pequeño Romeo! —espeté, tal vez más duro de lo que quería ahora que la habitación estaba lleno de estudiantes. —Sam, estoy bromeando —sonreí—. Solo le gustan los hombres. Igual que a su papá. Riéndome, negué con mi cabeza. —¡Buenas tardes, clase! —dijo cuando entró Marjorie Bittinger—. Lamento llegar tarde. El tráfico estaba terrible debido a un accidente en la Cinco. Supongo que estaba bien para ella llegar tarde y decir excusas poco creíbles. —Estoy seguro de que el único accidente que tuvo fue en sus pantalones —dijo Romeo. Arrugando su nariz. Me reí, pero, ew. —Creo que es su perfume. —Huele a perfume para mí —hizo una mueca—. ¿Alguien dejó entrar un zorrillo? —susurró. —¿Terminaste? —preguntó la profesora, que de repente estaba detrás de Romeo. ¿Cómo hacía siempre eso? ¿Tenía un equipo de tele transportación en su bolsillo o simplemente unas trampillas regadas por el salón para salir por ahí? —Todo listo —dijo casualmente mientras sostenía su armadura de alambre limpia, malinterpretándola a propósito. Marjorie lo miró feo.

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—Me alegra ver que has prestado tan fastidiosa atención a su armadura en escala de 1/12, porque no la vas a necesitar hoy —dijo

victoriosamente. Marchando hacia el centro de la habitación—. Hoy empezaremos nuestra escultura de 1/3 del modelo. Estaremos usando la armazón de alambre grande que compraron al inicio del semestre. —Se volteó hacía mi rápidamente—. Señorita Smith, ¿recordó comprar la grande? Luché por no sacarle la lengua. —Sí lo hice, Profesora… —casi digo Perrainger—… Bittinger. Me miró como si supiera lo que estuviese pensando. Luego cerró sus ojos despectivamente antes de alejarse, como si el mero acto de cerrarlos me mandara mágicamente al Hades, o al Infierno o a dónde sea que esperara que me pudriera para siempre. Por la siguiente hora, construimos un hombre de cable mucho más grande. Cuando terminé, noté a Hunter Blakeley entrando al aula. Estaba vestido como un sexy niño adinerado y otra vez tenía las gafas de aviador. Caminó directamente hacia la profesora y conversaron por un rato. Marjorie Bittinger se transformó en su yo seductor y engreído cuando Hunter se acercaba. Por el modo de actuar de Hunter, pensarías que salían. —¿Crees que ellos están conectando? —susurró Romeo. —Así parece. Hunter caminó hacia la esquina y puso su bata detrás de una cortina colgada. Marjorie en todo momento echaba un vistazo. —¡Lo mira a hurtadillas! —susurró Romeo, fingiendo ofensa—. Crees que esperaría hasta que él estuviera desnudo delante de toda la clase. Está completamente desesperada. Me podía relacionar con ese sentimiento de desesperación de querer algo que no podías tener. Sentí como si estuviera viendo a Christos en la misma cantidad que Marjorie quería ver a Hunter en el momento. Vistazos. Con suerte, eso cambiaría esta tarde cuando cenara con Christos. Crucé mis dedos de las manos. Y los de mis pies. Hunter salió de atrás de la cortina y hacia el salón en su bata. La abrió con un movimiento de mano. Suspiro, sí, él era completamente ardiente.

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Noté el brillo en los ojos de ella mientras pretendía darle al cuerpo de él una curiosa inspección. Trató de hacerlo pasar por como si no fuera la gran cosa. Pero su hambre era obvia.

—Hunter —dijo la profesora—, por favor toma tu postura. Clase, agarren un poco de macilla del horno y pónganse a hacerlo. Resultó ser que la escultura más grande necesitaba más macilla. Tuve que regresar al horno tres veces antes de tener suficiente. Puse mi macilla en el armazón y trabajé con la paleta de madera para suavizar los planos. Le estaba tomando la mano a esto de esculpir y en muy poco tiempo tuve hecho mi muñeco vudú. Minutos más tarde, descubrí que trabajar a mayor escala era más difícil. Había mucho más espacio para arruinar las cosas. Estaba estancada en una de las piernas. La rodilla parecía desubicada y la pantorrilla era tres veces más grande de lo normal. —Tu paleta —exigió la profesora. —¿Qué? Oh. —Le entregué el instrumento de madera, que parecía una pequeña espátula. A pesar de la falta de cortesía interpersonal de la profesora Bittinger cuando se trataba de alguien más que Hunter, era extremadamente buena esculpiendo. Arrancó un trozo de macilla de la rodilla de mi escultura. Luego, con tres rápidos movimientos con mi paleta, transformó mi pierna torcida en un trabajo de arte. —Guau, profesora. Se ve increíble. Me entregó la paleta bruscamente y se alejó. Puse mis ojos en blanco. ¿Se suponía que eso era enseñar o presumir? A pesar de su frío encanto, era un robot en el área social. Era complementa hostil. Durante el descanso, Hunter se puso la bata y se dirigió directamente hacia mí. No pude evitar notar la mirada de Marjorie en él. Sentía que quería salir corriendo del salón, simplemente para escapar de Hunter. O no se daba cuenta o no le importaba que echara a perder mi relación con mi profesora, lo cual probablemente tendría un impacto en mi nota. —Hola, hermosa —sonrió—. He estado pensando en ti. Casi dije: —Eso es gracioso porque yo no —pero me di cuenta que algo así sonaría como coqueteo. Tampoco quería ser ruda con Perrainger, así que opté por un amable: —Hola, Hunter. —¿Recordaste mi nombre? —sonrió—. Eso es un comienzo. —Si tú lo dices. —Sí —sonrió.

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Lo juro, todo con Hunter era una movida.

—Holaaa, Hunter —sonrió Romeo con deseo. Creo que batió sus pestañas. Al menos, también podía poner su tono de desmayo. Hunter lo miró despectivamente. —Hola, amigo. —Hunter, recuerdas a Romeo, ¿verdad? —Me moví para que Romeo estuviera entre nosotros—. Necesito, ah, ir por más macilla. —No necesitaba pero era una excusa válida. Muy mal que Hunter me siguiera hasta el horno. Abrí la puerta y pretendí buscar lo que necesitaba. —¿Cómo estuvo tu fin de semana? —preguntó. —Bien. —¿No vas a preguntar por el mío? —No. —Estuvo bastante genial. —Estoy segura. —Con algunos amigos fuimos a esquiar en Mountain High. La nieve estaba increíble. ¿Esquías? —No —mentí. —Podría enseñarte. Apuesto que serías genial, con instrucciones de un experto. ¿Cómo demonios lograba volver todo lo que decía en una oportunidad para coquetear? Era un genio. Tal vez si lo llevaba hacia Marjorie, ella podría encargarse por mí. Pero estaba en el otro lado, hablando con un par de estudiantes. ¿No había otras mujeres para que acosara? Hunter conversó por lo que quedaba del descanso. Afortunadamente, solo duró cinco minutos. Parecía como quinientos cinco. Suspiro. ¿Quién hubiera pensado que un chico hermoso coqueteando podía ser tan agotador? La clase volvió a esculpir cuando Hunter regresó a su posición en el pedestal. En un momento, miré la escultura de Romeo y noté que la suya tenía un enorme pene erecto. Cubrí mi boca con mi mano llena de macilla antes de reírme a carcajadas. —¿¡Qué estás haciendo!? —susurré.

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Parecía confundido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó inocentemente. —¡Su cosa! —susurré y grité—. ¡No es tan grande! —¿Estás segura? —preguntó dubitativamente. Levantó su monóculo a su ojo, lo puso en su lugar y miró repetidamente entre Hunter y su escultura— . Me parece bien —dijo seriamente, bajando su monóculo, permitiéndolo colgar de su cuerda. —El tuyo es como el doble de grande. Y él no está en consideración. Confundido, dijo: —Lo estaba, ¿no? —¡No! Romeo se encogió de hombros perezosamente. —Tonto yo. Debería haber estado soñando de día. —Presionó el pene de macilla con dos dedos, haciendo que se quebrara y cayera al suelo—. ¡Oops! —Se inclinó y lo recogió, sosteniéndolo frete a mí—. ¿Has escuchado esa canción “Detechable Penis” por la banda King Missile? —¡¿Qué?! ¡No existe esa canción! —Totalmente sí. Búscala. —¿Divirtiéndose? —preguntó la profesora Bittinger, con sus puños en su cadera. La punta de uno de sus zapatos ametrallaba en el cemento con irritación. —Definitivamente —le sonrió Romeo a la profesora—. ¿Alguna vez ha escuchado esa canción… Puse mi mano en la boca de Romeo. Por entre mis dedos, dijo—: ¿Fene Femofible? Marjorie me miró. —¿Tu amigo está bien? —No, necesito que vaya al médico o algo así. Está enfermo. —Tal vez necesitas escoltarlo a Bienestar Universitario. De esa forma, ninguno de los dos perderá más tiempo con su acto molesto. Mientras estás allí —me dijo directamente—, tal vez también deberías ver un doctor. —Salió con sus tacones. —¡Cállate! —Siseé a Romeo—. Vas a hacer que nos saquen.

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—¿Crees que tiene una vagina removible? —susurró—. Creo que sí y la perdió en una fiesta, como, hace diez años. No se ha acostado desde entonces. Es por eso que es tan irritable.

Samantha Después de la clase de escultura, Romeo me llevó a mi trabajo en el museo de arte del campus y nos despedimos. Tenía una sección para clase de actuación de nuevo. Cuando estaba detrás del mostrador, saqué mis notas de historia y comencé a revisarlas. No mucho después, Hunter entró por las puertas. Traté de esconderme detrás del mostrador pero ya me había visto. —Ahí estás —sonrió, dirigiéndose al mostrador—. Pensé que te había visto entrar aquí. —Hola —dije tristemente. ¿Tal vez entendía mi tono de zombie y la indirecta? Nop. —Parecía que estabas divirtiéndote con tu amigo en clase —sonrió—. Vi a Bittinger dirigiéndoles miradas de odio. ¿Qué era todo eso? —Creo que ella me odia —me quejé. —¿Por qué? ¿Qué tiene que odiar? Sonreí y puse mis ojos en blanco. —Me he estado preguntando eso desde que comenzó la clase. — Espera. Me estaba haciendo conversar. No iba a decir nada más. Oficialmente sellé mis labios. Hunter sonrió. —Probablemente está celosa, como las otras mujeres del campus. Hablando de eso, salí con tu amiga Tiffany. Está bien, tiempo de des-sellarme. —¡¿Tú qué?! —Sí. La llevé a comer sushi en Japengo. Es un lujoso restaurante en el otro lado de la avenida. Un amigo del gimnasio es mesero allí. Siempre me da descuentos. —De acuerdo, espera. Retrocede. ¿Saliste con Tiffany? ¿Cómo en una cita? —Sí —sonrió.

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Estaba asombrada. No había visto o escuchado algo así. Todo lo que sabía era que Tiffany siempre trataba de robarme a Christos.

—Bueno, ¿cómo fue? —Moría por saber. —Yo soy un caballero —dijo sugestivamente. ¡Bastardo! Pero no iba a hacerlo hablar. Lo último que quería que Hunter pensara era que tenía algo que quería, incluso si era simplemente un rumor. Lo miré, esperando. Escruté su rostro. No podía decidirme si en verdad salió con ella o estaba mintiendo para entablar conversación. Claro, podía imaginar a Tiffany saliendo con un tipo como Hunter, pero necesitaba pruebas. Entonces, la inspiración llegó. —Bueno, si las cosas salieron bien, probablemente no estaría feliz de verte conmigo. Eso era un eufemismo. Si Tiffany salió con Hunter y la cita había ido bien, me destrozaría si me atrapaba con él. Hunter se rio. —¿Por qué, Tiffany viene mucho al museo? —No. —Entonces no tenemos que preocuparnos por ella, ¿verdad? Simplemente somos nosotros. Como sospechaba, era un mentiroso o un mujeriego, lo cual básicamente significaba lo mismo. —Hunter, me encantaría conversar pero tengo tarea que hacer. — Señalé mis libros. —Podría venir más tarde. —Por favor, no —rogué. Se rio y se despidió con la mano mientras salía. —Hasta la próxima vez, hermosa. No me despedí. Lo último que necesitaba en mi vida era más Hunter, sin importar cuán ardiente fuera. ¿Dónde estaba Christos cuando lo necesitaba? Suspiro. Si Hunter viera a mi hermoso novio tatuado y se diera cuenta de cuán enamorados estábamos, creo que finalmente se rendiría y me dejaría ir. En verdad sabía que mi amor por Christos era fuerte. Pero lo necesitaba en mis brazos para que nuestro encantamiento funcionar y alejar a Hunter.

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Como iban las cosas, eso no pasaría por días o semanas.

Suspiro.

Samantha El viaje hacia el norte desde el campus tomó un rato. Sabía que océano Pacifico estaba en algún lugar a mi izquierda pero las luces que venían en mi dirección opuesta lo bloqueaban. Mi relación con Christos comenzaba a sentirse como mi vista inconsistente del océano. Nunca teníamos suficiente tiempo para el otro. Solo pequeños momentos que escaseaban en cantidad y calidad. Entre mis clases, el trabajo en el museo, mi tarea, mi búsqueda de trabajo interminable y el alocado horario de Christos, temía que nos estuviéramos alejando. Comencé a llorar en el volante de mi VW. Sí, encontré al hombre perfecto y nos enamoramos, todo en un lapso de unos pocos meses. Pero en el transcurso de unas pocas semanas, sentía que nuestra relación estaba destruyéndose como ceniza. Sabía que nuestro amor era fuerte, pero si nunca nos veíamos, ¿cómo podía crecer? El amor no era algo estático. Requería esfuerzo, compromiso y atención constante. Necesitaba amor y cuidado para que creciera, de otra manera estaba condenado a marchitarse y morir. Lo sabía, porque sentía a Christos alejándose de mí lentamente. Peor aún, a pesar de nuestra conexión cada vez más tenue, mis sentimientos por él crecieron inmensamente y temía que me pasaría si nuestra conexión se rompía completamente. No estaba segura de que pudiera con eso. Cualquier dolor y traición que atravesé con Damian no sería nada comparado con lo que pasaría si perdiera a Christos. Limpié mis ojos con el dorso de mi mano, probablemente manchándola con mi delineador. No me importaba. Conduje a mi apartamento, ansiando otra noche solitaria. ¿Dónde está tu corazón? De Kelly Clarkson fue la siguiente canción que sonó en el mp3. En la mitad de la canción, presioné el botón de apagar. Estúpida Kelly Clarkson. ¿Por qué tienes que ser tan acertada todo el tiempo?

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La odiaba.

Traté de pensar constructivamente. ¿Qué podía hacer para ayudar en mi relación con Christos? Sin importar a donde fuera mi mente, siempre chocaba con la misma pared: necesitábamos más tiempo juntos. Pero no teníamos más tiempo en el día. ¿Tal vez necesitaba dormir menos? Estacioné mi VW en casa y subí las escaleras. Dejé mi bolso en mi mesita y me dejé caer en el sofá. Le envié un mensaje a Christos sin esperar respuesta. Christos, te extraño. Mi corazón duele por ti. Nunca nos vemos. Te necesito. Te amo. ¿Cuándo podemos vernos? <3 <3 <3<3 <3 Sí, usé cinco corazones, lo cual era dos más de los que había decidido que era oficialmente “demasiado” necesitada. Al carajo. No me importaba. Dejé mi celular y esperé. Lo miré, invocándolo a que sonara. ¿Cuál era ese viejo refrán? ¿Un celular vigilado nunca suena? Abrí mi bolso, saqué mis cuadernos y la laptop. Era tiempo de elegir mi veneno. Historia, sociología o búsqueda de trabajo. ¿Dónde estaba mi helado? Salté cuando sonó mi teléfono. Un mensaje de Christos: ¿Quieres cenar? Ahora mismo estoy cocinando. Y una sorpresa… Tenía razón. Los dos corazones extra que usé habían hecho el truco. Le respondí inmediatamente. ¡AMO las sorpresas! ¡Ya voy! <3 <3 <3 :-D Solo usé tres corazones esta vez. No quería arruinar mi buena suerte. Lavé mi cara en mi baño y me apresuré a mi auto, preguntándome cuál podía ser la sorpresa. Nunca sabía con él. No importaba. Cenar con él era más que suficiente. Unos minutos después, llegué a su entra y estacioné. Christos salió antes de que saliera de mi auto. Abrió la puerta y la sostuvo para mí. —Su festín aguarda, madame —dijo, haciendo una ovación y ofreciendo su mano. La tomé y me ayudó a salir del auto. —Gracias, gentil señor —dije, sonando diez veces más emocionada y feliz de lo que pensé que pudiera sonar hace veinte minutos.

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Me puse de puntillas y lo besé. Sin advertencia, nuestro simple beso se tornó apasionado y nuestras lenguas bailaron juntas. Olvidé cuánto extrañaba su contacto. ¿Cuántos días pasaron? No estaba segura pero

parecía una eternidad. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y me dejé llevar por el beso. —Samantha —murmuró—. Te extrañé tanto, agápi mou. Nuestros labios continuaron presionándose y pulsando contra los del otro y susurré: —También te extrañé, mi amor. Bajó sus manos, las puso detrás de mis rodillas y me llevó hacia la entrada. Continué besándolo mientras me llevaba a la casa. ¿Alguna vez me cansaría de ser cargada por umbrales? Probablemente no. Christos cerró la puerta con sus botas e inmediatamente aplastó su boca contra la mía una vez más. Mi corazón golpeó en mi pecho cuando me sostuvo en sus brazos tatuados. Estaba hambriento, su necesidad despertó la mía. Mi cuerpo estaba en llamas. Todo lo que podía pensar era en quitarme mi ropa… excepto. Me retire de su boca sensual y murmuré: —¿Spiridon está en casa? —Mi abuelo está leyendo el porche. No lo notará. De repente me sentí como una adolescente temblorosa y no pude decidir si la tensión de ser atrapados por su abuelo me encendía. Christos me miró con sus ojos azules. Me olvidé de todo lo demás. Mis ojos se cerraron y me incliné hacia su boca. Necesitaba más de él. Los recuerdos de tener sexo con Christos inundaron mi mente, haciendo girar mi cuerpo al recordar la sensación. Éxtasis apasionado y sobrecogedor. Estaba lista para dejarme caer y hacerlo ahí mismo en la entrada. O que Christos me empujara contra la pared mientras lo montaba y él me penetraba. La siguiente cosa que supe, mi hombre que leía mentes me tenía posicionada de forma que estaba a horcajadas sobre su cintura. Sus poderosas manos agarraron mi trasero firmemente. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y me acerqué. —Te necesito. Ahora mismo —murmuré en su oído. Christos me llevó hacia arriba. Noté el arte de sus paredes en el pasillo. La casa de Spiridon en verdad era un paraíso artístico. Amaba éste lugar.

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Pero estaba más enamorada de Christos.

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Mi consciencia de algo más allá de él desapareció de mi mente cuando entramos por una puerta. La cerró detrás de nosotros y me depositó en una gran cama.

Samantha

E

l sonido de mi cremallera siendo bajada me alejó del momento. Para mi placentera sorpresa, que él arrancara mis pantalones sin preguntármelo entraba dentro de lo perfectamente aceptable. Era bienvenido a hacerme lo que quisiera. Cuanto más sucio, fuerte y mojado mejor. Sonreía de oreja a oreja mientras sus manos se deslizaron por mis muslos desnudos. Mis pantalones, zapatos y medias estuvieron apilados un segundo después en el piso. Me encontraba solo con mis bragas, camisa y suéter. Nop, ahora mis bragas no estaban. Oh, dios. Christos apartó mis piernas suavemente, revelando mi centro caliente y mojado. —No tienes idea de cuánto he pensado en este momento por los últimos días —gimió Christos—. Te he extrañado como loco. —Yo también —gimoteé. Se puso de pie y arrancó su camisa. Totalmente sexy. Sus músculos eran dignos de una portada de revista. Sus tatuajes me hicieron estremecer con anticipación. Tenía un rostro que capitaneaba cientos de barcos. Podía imaginarlo frete a un buque de guerra antiguo, usando una armadura de guerrero y calzado con sandalias, parado en una baranda dirigiendo mientras lanzaba su espada hacia adelante y guiaba a sus hombres a la victoria. Christos era una clase de mítico héroe legendario sexy y todo mío. Me miró. —Tienes el coño más hermoso que he visto, agápi mou. —¡Christos! —grité, lanzando el brazo encima de mis ojos. Me había sacado de mi fantasía digna de una novela al usar esa palabra. Nunca nadie había llamado a mis partes femeninas así y no estaba segura de qué pensar. Él siempre me sacaba de mis casillas.

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—¿Qué? —sonrió de forma engreída—. ¿Quieres que te diga que tu coño se ve normal? ¿O tal vez un poco feo?

—¡Christos! —Lo hacía cada vez peor. Se rio. —Entonces dime cómo se supone que lo describa. —¡No lo sé! —lloriqueé—. ¿Se supone que debes hablar de ello? —No estaba segura de la respuesta incluso para mí. —Al carajo las reglas. Haré unas propias. Tu coño es jodidamente ardiente. Sabe a canela o no sé qué, pero no puedo tener lo suficiente. Es como un postre, pero nunca arruina mi cena —gruñó. De repente estuve extremadamente nerviosa mientras miraba a este hombre imposiblemente hermoso y desinhibido. Me observó como si fuera un plato de comida así que pregunté: —¿Qué es de la cena, de todos modos? —¿Después de que me coma el postre? —Miró entre mis piernas mientras dijo—: luego el plato fuerte, por supuesto, que será mi salchicha en tu pan. —Sonrió con sus hoyuelos, de madera estúpida y burlona—. Oh, espera, salchichas en un pan es para el desayuno. Duh. Me tuvo, me fijé en su ridícula mirada. ¿Cómo podía hacerme sentir tan cómoda así de jodidamente fácil? Ahí estaba, desnuda de la cintura para abajo con un hermoso cavernícola encima de mí, babeando en su cena y yo me reí. Él se rio mientras se quitaba sus pantalones pierna por pierna como un simple mortal. —Ven aquí —dije, extendiendo mis brazos hacia él. Se quedó parado al pie de la cama. —¿Con los boxers puestos o fuera? —¿Qué pasó con estar al mando? —Dejé caer mis brazos en la cama, fingiendo sorpresa. —Como dije antes, cuando es invierno, necesito aislamiento para mis joyas. —¿Tus joyas? —me burlé. —Tengo que mantener a mis chicos de 24 kilates cálidos —sonrió. —¿También tienen adornos? —Para el placer de ellas —dijo sugestivamente. Negué con mi cabeza. —Quítatelos, hombre gracioso.

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—Tus deseos son órdenes. —Bajó sus boxers, revelando su rígida longitud. Estaba completamente desnudo y era completamente perfecto.

Oh, sí. Había una razón por la que estábamos en su habitación con la puerta cerrada y yo sin pantalones ni bragas. Abaniqué mi rostro, de repente golpeada por una fiebre de cuarenta grados. —¿Soy solo yo —preguntó—, o tu calentura estaba convirtiendo mi habitación en un jodido sauna? —¿Qué, quieres decir como un lugar de estos a donde la gente va a tener sexo? —pregunté, todavía abanicándome. —No, quiero decir, tu calentura. Fruncí el ceño. —Tú fuiste el que dijo “jodido sauna” así que pensé que querías decir eso —lloriqueé. Él se rio y negó con su cabeza, mirando mi entrepierna mientras se movía por entre mis piernas. —Estás loca —sonrió. Antes de que pudiera objetar, sus brazos estaban debajo de mis piernas y su boca estaba en mis labios. Mi cabeza cayó hacia atrás y gemí larga y fuertemente, de repente me detuve. —¿Hay alguna ventana abierta? ¿Tu abuelo puede escucharnos? Christos levantó su cabeza y me miró desde dentro de mis piernas con sus ojos encantadores. —No, la oficina está al otro lado de la casa. No puede escuchar nada. El sentimiento de esconderme regresó, pero esta vez, conmigo estando completamente desnuda ante él, con su aliento calentando mi centro mientras me miraba, estaba a punto de hacer un poco de amor ilícito. Incluso si usaba esa palabra para describir mi, uh, entrada femenina. O como se supusiera que se llamara. La cabeza de Christos se volvió a hundir y su lengua se movió por mi tenso nudo de nervios encima de mi clítoris. El éxtasis intenso fue instantáneo. —Oh, Christos —gemí. Su lengua se deslizó hacia arriba y abajo por mi entrada antes de que sus dedos me penetraran. —Ohhhh… —gemí de nuevo.

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Él entró, lamió y amó mi centro hasta que tuve un orgasmo en su rostro, mi espalda encorvada, su boca adentrándose más en mí, su lengua rodeando mi centro de placer mientras mis piernas temblaban y se presionaban contra él. Cuando liberé mis últimos alientos del orgasmo, me hundí en la cama. Se movió hacia mi rostro y me besó apasionadamente

mientras masajeó mis pechos por encima de mi suéter. Me sentía tan sucia estando vestida de la cintura para arriba y desnuda para abajo. —¿Canela o nuez moscada? —¿Qué? —¿Cómo sabes? —Christos —me reí. —Es como cenar en una tienda de donuts ahí abajo. —Se rio mientras nuestros labios se presionaron. —¡Eres terrible! —Hey, ¿qué puedo decir? —Se alejó—. ¡Eres el donut más glaseado que he comido! Saltó antes de que pudiera golpear mi brazo. Estaba riéndose mientras aterrizaba a unos centímetros de la cama, observándome. Había trepado hacia el borde del colchón, lista para perseguirlo, cuando me di cuenta que, una vez más, no estaba usando pantalones o bragas. Vagamente recordé ver una caricatura de Porky Pig cuando era niña y estar completamente perturbada porque él usaba un saco formal y corbatín ¡pero no tenía pantalones! ¡Oh, y guantes blancos! ¡Él nunca olvidaba sus guantes! Nadie salía de la casa sin ellos. Era un sinvergüenza, ese cerdo. —¿Notaste la pared de espejos detrás de ti? —preguntó traviesamente. —¿Qué? —En verdad ofrece una vista cautivadora desde donde yo estoy. — Sonrió por entre sus pestañas. Volteé la cabeza y fui saludada por una vista de mi espalda desnuda. Estaba en cuatro, ofreciendo una perfecta visión de mis partes privadas. Horrorizada, me dejé caer en la cama, escondiéndome de ojos inquisidores. Juro que escuché a alguien gritar, ¡ponte pantalones, Porky! Miré alrededor pero sólo fue mi imaginación. Sin embargo, no me imaginé a Christos mirando el espejo. Gemí. —¡Deja de mirar! —¿Por qué? —¡Porque estoy avergonzada! —chillé. —No lo estés.

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Había una finalidad en la forma que lo dijo que tuve que detenerme.

—Agápi mou, eres la mujer más hermosa que ha sido creada. Eres hija de la madre naturaleza. Tu belleza como mujer es de nacimiento. Deberías estar orgullosa de ti. Aduéñate de tu feminidad. Aduéñate de ser mujer. Miré a Christos. Estaba completamente desnudo, puro pecho musculoso y abdominales duros como rocas. Su masculinidad estaba completa y orgullosamente erecta. Me miró amorosamente. Si él podía ser confiado, ¿por qué yo no? Saqué mi suéter por mi cabeza, luego mi camiseta. Calmadamente moví mis brazos a mi espalda y desabroché mi sostén. Se lo lancé a Christos. Aterrizó justo en su… Torre inclinada de Pisa. De donde colgó y se movió. Lo señalé y dije: —¡Aterrizó en tu…!!! —Eso fue todo lo que pude decir antes de caer boca abajo en la cama, riéndome un poco y después estallando. —¡Gooooolllllll! —gritó, luego empezó a reír. Enterré mi rostro en mis brazos y me reí tan fuertemente que no pude respirar. Después de un minuto, miré y vi a Christos todavía de pie y riéndose fuertemente, pero se inclinó por el medio, descansando sus manos encima de sus muslos. —¡Está temblando! —grité, señalando mi sostén—. ¡Cada vez que te ríes, tiembla! Estalló en otra ronda de risas y finalmente se puso de rodilla. Esperé que mi sostén se cayera pero no fue así. De alguna manera, eso fue más gracioso que todo lo demás. —¡Está atrapado! —chillé—. ¡Enlacé a tu cabestro masculino! Él se rio más fuerte pero se puso de pie lentamente. Luego comenzó a mover sus caderas y mi sostén también. Al igual que su poste de hombre. ¿Por qué imaginé un vaquero de rodeo moviendo su sombrero en el aire? Mi sostén giró más y más rápido. —¡Giro de carne! —cacareó sin aliento. Hasta que voló y aterrizó encima de mi… cabeza. Caí de espaldas y no pude parar de reírme. Mi sostén todavía estaba en mi cabeza. —Lindo sombrero —rio Christos. No me importaba. Me estaba riendo demasiado. Christos se tambaleó a la cama y se dejó caer en el colchón frente a mí. Se movió hacia mí hasta que estuvimos tendido lado a lado. Entrelazó sus dedos con los míos y sostuvimos manos mientras reímos y reímos por un largo tiempo.

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Lentamente disminuyó a risitas y por último con suspiros rápidos.

—¿Estuvo bien para ti? —jadeé. —Lo mejor —se rio. Miré y vi que todavía estaba erecto. —¿Cómo puedes estar duro por tanto tiempo? —me asombré. Suspiró mientras quitó mi sostén de mi cabeza y lo lanzó al suelo. —Es fácil, agápi mou. Todo sobre ti me excita. Eres mi Viagra personal. Cuando tenga setenta y dos y no pueda hacer que se levante, todo lo que tendrás que hacer es lanzar tu sostén a mi pene y estará fuerte como una roca. —No puedo imaginar que no seas capaz de izarlo, sin importar cuán viejo seas. —Yo tampoco —dijo con una seguridad arrogante. —Cuéntame de nuevo sobre esa parte de estar juntos cuando tengamos setenta —provoqué. —Oh, ¿quieres decir cuando seamos viejos, grises y hayamos estado juntos por cincuenta años? —¿Quieres decir cuando yo tenga como sesenta y nueve? —Me gusta el sesenta y nueve. —Sonrió. —¡Christos! —suspiré. ¿Por qué me gustaba tanto el sonido de eso? No estoy hablando de la parte del sesenta y nueve, no que hubiera algo malo con eso, pero me refería a la parte de estar juntos por cincuenta años. ¿Y por qué me calentaba de nuevo? Subió encima de mí y sentí la longitud de su eje presionando contra mi entrada. —¡Condón! —Tragué saliva. —Compré una caja de camino a casa. Se estiró y abrió el cajón empotrado en la pared y sacó una caja nueva. Se sentó y abrió el paquete con ambas manos mientras flexionó todos sus músculos y gimió, como si la caja estuviera hecha de acero. —¡Roar! —bromeó. Condones volaron por todas partes. —¿Qué estás haciendo? —pregunté. Él sonrió. —¿Ese momento en cuanto el luchador profesional arranca su camiseta en frente de toda la multitud gritona?

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—¿Supongo? —Fruncí el ceño.

—Siempre había querido hacer eso. Esto parece lo más cercano que podía hacer. ¡Roar! —dijo de nuevo mientras arrancó la caja de condones en pedazos. —Eres tan tonto. —Me reí. —Tengo un poco de tontería, pero te aseguro, que no soy uno. —Oh, eso es terrible. No renuncies a tu trabajo. La comedia no es lo tuyo. Me sonrió y lamió sus labios sensualmente mientras se ponía el condón, lo cual era absurdo por una razón. No pude evitar reírme de nuevo. Luego él se inclinó entre mis piernas y le gritó a mi entrepierna: —¡Aquí, vagina, vagina! ¡Aquí, vagina, vagina! —Puso la mano en su boca como si estuviera tratando de hacer que su voz fuera más lejos. —¿Qué demonios estás haciendo? —¿No te gustan mis porras? —Eso no tiene sentido. —Estoy animando a tu vagina. —Él estaba totalmente emocionado consigo mismo—. ¡Aquí, vagina, vagina! —¡Detente! —Me reí, luego me dejé caer en la cama, negando pero sonriendo. Amaba su torpeza más de lo que iba a admitirle. De alguna forma lo humanizaba. Lo llevaba de ser el hombre más refinado en el planeta al chico normal con el que me podía relacionar. Sin importar cuan ridículas fueran sus bromas. —¿Estás segura? —preguntó—. Tal vez no me expresé bien. —¿Qué? Deslizó su lengua por mis pliegues y me estremecí. Mis piernas se levantaron de la cama y mis dedos temblaron mientras su lengua se movía alrededor de mi humedad. Luego salté cuando la punta de su lengua acarició mi centro de placer. Me estremecí y cosquilleé hasta mis dedos cuando un orgasmo atravesó mi cuerpo casi instantáneamente. Levantó su cabeza y me miró curiosamente. —Sí, no fue suficiente. Todavía no he hecho mi punto. Necesito inspeccionar esta situación más cuidadosamente… —¿Qué? —dije sin aliento, todavía calmándome de mi orgasmo—. Estoy confundida.

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Subió a la cama y me montó, bajándose a mi calor ansioso. Su rigidez penetró mi humedad.

—Ohhh mi d-d-d-dios-s-s —gemí cuando me llenó con su enorme parte. —Ahhh… —gruñó, todo sentido de comida esfumado—. Cada vez que estoy dentro de ti —siseó fuertemente—, me siento como si fuera la primera vez que tengo sexo en mi vida. —Yo también —murmuré—, yo también. Comenzó a empujar rítmicamente lo cual envió una oleada de placer saliendo de mis piernas. Abrí aún más mis piernas, dejándolo entrar por completo. En segundos, moví mi cabeza hacia atrás con el borde de éxtasis cuando otro orgasmo surgió dentro de mí. Él se sentó, reposicionándose así que sus rodillas ahora estaban hacia adelante y su peso descansaba en sus pantorrillas. Mis muslos se posaron en los de él cuando acunó mis caderas y sus pulgares acariciaron las crestas de mi pelvis. —Joder, Samantha, tus caderas son un trabajo de arte. Jodidamente perfectas, nunca he visto algo así —gruñó mientras movió su cuerpo repetidas veces en el mío. Mi placer estaba construyéndose de nuevo. —Christos —gemí. —Joder… —respondió. Sentí un poderoso orgasmo a punto de explotar mientras empujaba y empujaba. Me sorprendió cuando comenzó a acariciar mis costillas con sus dedos. —¡Christos! —Me moví, subiendo mis talones. No había esperado su cosquilloso contacto y me distrajo de mi orgasmo. —Relájate —dijo mientras continuó tocando mis costillas más suavemente. Extrañamente, la sensación de cosquilleo se transformó en un placer burbujeante que danzó en mi pecho como luciérnagas heladas. Me estremecí instantáneamente cuando oleadas de sexo eléctrico se dispararon en mi abdomen y mi garganta. —Ohhh —gemí. Mi orgasmo comenzó a formarse de nuevo, pero la sensación en mis piernas se juntó con la intensidad de mis costillas mientras se deslizó fuera y dentro de mí—. Oh dios mío, ¿qué estás haciendo? — gemí—. Se siente tan bien…

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Cuando el placer de mi cuerpo llegó al máximo, sus manos se deslizaron alrededor de mis pechos y los masajeó, intensificando las luciérnagas en mi pecho aún más. Se sintió tan asombrosamente bien. Como si viera mi necesidad, sus palmas rozaron las puntas de mis pezones duros. Los acarició con el toque circular más ligero, mi carne sensible

atrapándose y rasgándose bajo su contacto. Me estremecí febrilmente cada vez que completaba un círculo. —No te detengas —susurré—. Lo que sea que estés haciendo, no te detengas. Una cascada de sensaciones estalló en mi tenso estómago mientras deslizó su mano hacia abajo, sus dedos continuaron sus toques gentiles y delicados como una pluma en mis costillas. Temblaba y me estremecía mientras todo mi cuerpo estaba cubierto en piel de gallina. Quería decir todo mi cuerpo. Estaba paralizada mientras el placer se movía dentro de mí. Sentí mi orgasmo construyéndose hacia el infinito mientras él siguió empujando y empujando. Él movió su cabeza hacia atrás. —Joder… Samantha, eres como una jodida cocaína con crack, mujer. Soy adicto a ti, agápi mou.

Samantha Luego deslizó una mano por dentro de mis piernas y sus dedos encontraron mi clítoris. Acarició y frotó, causando que un vendaval estallara. —Uhhh —gemí mientras placer húmedo salía de mi centro y otro orgasmo me llevaba a una nube de placer muy por encima del mundo, mientras todo se iba lejos, lejos, muy lejos debajo. Suspiré y jadeé sin aliento por un largo tiempo. Que liberación tan increíble había sido esa. Cuando me calmé, Christos pasó sus brazos por detrás de mis hombros, me sentó con mis piernas aún alrededor de su cintura, luego de repente me giró de espalda. Lo siguiente que supe era que estaba encima de él. Seguía dentro de mí. —¿Ese fue un movimiento al estilo de Cirque du Soleil? —pregunté sin aliento. Él se rio. —No, nada así de gimnástico. Pero si quieres, podemos probar algunas cosas. Hazme saber si quieres hacer el trapecio o el potro. —Sonrió. —¡No! ¡Todo bien aquí! Estaba enloqueciéndome por estar encima, no creía que necesitaba ser su potro humano. Lo miré. La vista desde aquí era un poco diferente a la que estaba acostumbrada.

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Whoa.

¡Alerta de bocadillo masculino! Pasé mis manos por su pecho musculoso y hombros tatuados. Creo que mi boca estaba haciéndose agua. ¡Tiempo de desenvolver mi propio trozo de caramelo humano gourmet! —Ahora es tu turno. —Sonrió. Tragué. Ahí fue cuando me di cuenta de que él era mi potro humano. —¿De qué? —chillé. —De moverte. Como quieras, agápi mou. El miedo aplastó mi pecho. Crucé mis brazos por encima y colapsé contra él. ¡No era ninguna gimnasta! ¡Tragar, tragar! —¡De ninguna manera! ¡No puedo hacer eso! —¿Por qué no? —murmuró, envolviendo sus brazos a mi alrededor en un abrazo cálido. Puse mi mejilla contra su pecho. —No lo sé —dije tímidamente—. Supongo que estoy simplemente nerviosa. Nunca antes he hecho esto. —Lo sé —dijo, besando la coronilla de mi cabeza gentilmente—, y eso está bien. Podemos detenernos si quieres. O… —murmuró. Ese era mi Christos. Siempre presionando mis límites, tratando de hacerme probar cosas nuevas pero siempre dándome la oportunidad de esperar, de intentar de nuevo cuando estuviera lista. Creía en mí como nadie más y era el hombre más comprensivo alguna vez nacido o era un completo sádico. Tal vez ambas. ¡Oh! No estaba segura de cómo me sentía sobre eso. Tendría que traer a colación esa discusión en otro momento, ¿tal vez en diez años? Sonrisa. Sí, eso sería perfecto. —¿O qué? —pregunté tímidamente. —O tal vez puedes descubrir que te gusta. Mucho. Oh, sí. Estaba hablando sobre yo encima. —Pero no sé cómo —gimoteé. Sí, soné como un bebé. Pero me perdoné porque un hombre angelicalmente hermoso que era perfecto al siempre respetar, especialmente cuando se trataba de algo en la alcoba, estaba pidiéndome que lo complaciera. ¡Gulp, gulp, gulp! Estaba lista para morderme las uñas al estilo maquinista. ¡Mordida, mordida, mordida, mordida, ching! ¡Mordida, mordida, mordida, mordida, ching!

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—Todo lo que tienes que hacer, agápi mou —murmuró—, es moverte. Lo que hagas será perfecto.

—¿Estás seguro? —El solo estar dentro de ti me hace querer venirme. Me sorprende que no me haya venido. —Besó mi coronilla varias veces—. Lo que tú quieras, agápi mou. Me senté lentamente y puse mis manos en su pecho musculoso y como un potro. Esperaba que estuviera satisfecho con una rutina de principiante. Distraída por su hermosura, y sólo parando un poco, comencé a pasar mis manos por su piel suave, deleitándome en la sensación de su pecho masculino. Joder, ¡él era completamente ardiente! Y la siguiente cosa que supe fue que yo también. Su pene palpitó dentro de mí, volviéndose increíblemente más grande, llenándome. No supe cómo sucedió eso, pero en verdad se sentía más grande que antes. Me moví tentativamente hacia adelante y luego hacia atrás. —¿Así? —pregunté. —Sí. Comencé a moverme con un ritmo constante. —Sí… —gimió—. Eso es épico —suspiró. Envolvió sus manos alrededor de mi pelvis gentilmente y acarició la parte de mi cadera expuesta de nuevo. En verdad le gustaba hacer eso. Está bien para mí. Por cualquier razón, me hacía sentir muy mujer. No muy caderona como siempre me sentía antes. —Aaaah —gimió—. Sigue haciendo eso, no tienes idea de lo que estás haciendo… —Lo sabía, ¡lo estoy haciendo mal! —suspiré, casi deteniéndome. —No —gimió—, no te detengas. Lo estás haciendo perfectamente. —¿En serio te gusta? —pregunté, deslizándome hacia arriba y abajo por su dura longitud. —Yo jodi… jodidamente lo amo, agápi mou. Me di cuenta que en esta posición mi clítoris estaba rozándose con la porción baja de su pelvis, justo encima de su masculinidad. Si inclinaba mi pelvis hacia adelante cuando empujaba hacia atrás contra él, el movimiento encendía mi conjunto de nervios con una oleada de placer. Oh, wow. Esto se sentía muy bien.

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—Oh, demonios sí —gimió—. Eso es increíble… eres tan jodidamente apretada, agápi mou.

Por un momento, estuve sorprendida de que estuviera complaciéndolo. Siempre se había sentido al revés o así había pensado. Estaba tan cautivada por mi revelación y los repetidos gemidos de Christos, que casi me había olvidado de disfrutarlo yo. Casi. Calor se expandió dentro de mi centro y bajó por mis piernas. El éxtasis estaba construyéndose, estocada tras estocada. Moví mis pelvis más y más fuertemente, mi clítoris cosquilleando, quemándose con un placer intenso. —Oh, Christos —gemí. —Agápi mou. Podía notar que estaba perdido en el placer que le estaba dando. Saber esto incrementó el mío. Estaba tan húmeda, mi deseo por él estaba saliéndose de mí y hacia su piel mientras me deslizaba contra su rigidez con cada estocada frenética. Mi orgasmo estaba empezando, llenando mi estómago, subiendo por mi pecho y columna, mi garganta y hasta la cima de mi cabeza. Estaba a punto de lanzarme al espacio mientras la energía dentro de mí se expandía al máximo. Él respondió al presionarse repetidas veces más profundamente dentro de mí desde abajo mientras sus manos agarraron mi pelvis. —Puedo sentirte tensándote alrededor de mí, Samantha —siseó—, mierda, te estás viniendo. Te vienes… Lo estaba. Era tan asombrosamente bueno. La energía en mi cuerpo llegó hasta un pico extremo cuando mi orgasmo estalló y estremeció todo mi cuerpo. Mis piernas se juntaron mientras todos los músculos de mi cuerpo dejaron de funcionar con una liberación intensa. Gemí largo y bajo mientras él se tensó dentro de mí. De repente, todo su cuerpo se movió debajo de mí, levantándome de la cama mientras se venía dentro de mí, cada musculo de su hermoso cuerpo flexionándose mientras su rostro se contrajo con éxtasis. Lo sentí saltar dentro de mí, presionado por completo dentro de mí, su pene temblando con una profunda liberada dentro de mi centro. —¡Agápi mou! ¡Aaahhh! ¡Mierda! ¡Samantha! Arqueé mi espalda y bajé mi pelvis temblando, mientras todo mi peso se presionaba contra su gruesa longitud. —¡Christos! —grité. —¡Agápi mou! —gritó él. Finalmente mi cuerpo se relajó y él cayó de nuevo en la cama. Yo colapsé en su pecho, agotada, húmeda, emocionada, relajada, liberada y en paz.

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Suspiré fuertemente.

—Oh Dios mío. ¿Qué hiciste? —¿Qué hice? —preguntó—. Eso fuiste todo tú, agápi mou. Fui yo. No podía crecerlo. Sonreí silenciosamente. ¡Sí, yo! ¡No apestaba en la cama! Envolvió sus brazos alrededor de mí y levanté mi cabeza para besarlo con afecto. —Mmmm —fue todo lo que dije. —Mmmm hmmm —respondió. Bajé mi cabeza para descansarla de nuevo en su pecho mientras los ecos de nuestros orgasmos se apagaban. Estuve encima de él por un largo tiempo, en silencio, con mis piernas envueltas alrededor de él. Nunca quería dejarlo ir. —Tengo que encargarme del condón —murmuró. —Está bien —susurré, asustada de que fuera a irse. —Deberías bajarte —susurró. No quería pero supuse que debía. Lo sentí saliéndose de mí. Bajó su mano y presionó dos dedos contra la base del condón hasta que estuvo retirado. Lo dejó caer en una pequeña caneca junto a su cama. Volvió a acostarse y me tomó en sus brazos. Gracias dios porque no se fue. Pasé mi rodilla por su cadera cuando me acercó a su pecho y me besó apasionadamente. Continuamos besándonos por un largo tiempo, suavemente y silenciosamente, en la intimidad. Eventualmente Christos terminó nuestro beso de manera gentil y pasó un mechón de cabello por detrás de mi oreja. Miró dentro de mi corazón con sus sanadores ojos azules por un largo tiempo antes de murmurar, —Samantha, eres la mejor mujer en la historia de las mujeres. Cada vez que estoy contigo, ya sea juntos en la cama, o dibujando con crayones en un café, o incluso sentados en silencio, me asombro por cuán afortunado soy de haberte encontrado. —Pensé que yo era la afortunada —susurré tímidamente mientras pasé mis dedos por el vello de su pecho. Él se rio. —Sí, por supuesto, lo eres. Pero yo más. —¿Qué estás diciendo, Christos? ¿Qué soy más genial que tú? —Sonreí. —Sip. Jadeé.

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—¡De ninguna manera! ¿Tu ego puede permitir esa admisión?

—Puede, cuando es cierto. Eres más genial que yo. —¿Eso significa que me mirarás más a mí de lo que te miras de ahora en adelante? Él frunció el ceño mientras sonreía. —Yo no me miro. —¡Eres un mentiroso! Te he visto en mi baño. Estás tan enamorado de ti, ¡me sorprende que no te masturbes cada vez que te ves en el espejo! —Reí. —Si fuera gay, estaría conmigo sin pensarlo. —Sonrió. Apreté una de sus mejillas y en una voz burlona de bebé, dije: —Ahí está el ego que amo. —Le di una sonrisa brillante. —No sé tú. —Sonrió de vuelta—. Pero estoy bastante hambriento. —¿Es tiempo de cenar? —Sí, necesito limpiarte primero —dijo—. ¿Quieres ducharte o mi lengua? —Estoy segura de que si usas tu lengua, nunca saldremos de la habitación. —Entonces ducha. —Se puso de pie y me cargó al baño en su habitación. Nop, cargarme nunca estaba pasado de moda. —Si me sigues cargando a todas partes, mis músculos van a atrofiarse y no podré caminar —bromeé. —Entonces estarás en cama y seré forzado a estar contigo todo el día. —¿No tengo tiempo para dormir? —No, pero te cogeré hasta que estés inconsciente. Arranqué a reír. Porque creía que él podría.

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Christos me puso en el piso del baño mientras encendía la tina jacuzzi y añadía jabón de baño con burbujas. Cuando estuvo llena, me recogió, se paró en la tina y luego me puso de pie en el agua. Gentilmente me lavó de pie a cabeza mientras estaba con espuma hasta mi cintura. Él acarició mi cuerpo con una esponja natural enjabonada luego me lavó con el jarro de cerámica que mantenía en el borde de la bañera. Me sentí como Cleopatra o una reina más importante que estaba siendo bañada por sirvientes, excepto que Christos era mucho mejor que una. Tuve un momento para preguntarme qué clase de romances debió haber tenido Cleopatra con sus sirvientes. Parecía como algo probable. Me imaginé que la mayoría de las emperatrices hacían lo que querían.

Cuando él deslizó sus dedos enjabonados por entre mis piernas, me estremecí y gemí. —¿Sexo en la bañera, mi rey? Él se rio traviesamente y me besó en la mejilla. —Cena primero. Terminó de bañarme y me secó con la toalla. —¿Entonces, ese era mi regalo? —pregunté. —¿Qué, el sexo ardiente o el baño? —Sí. —Sonreí. —No. Tengo uno más abajo. Uno es la cena. —¡Genial! —No podía esperar para comer. Mientras me vestía en la habitación, finalmente noté la decoración. No era el escape masculino que esperaba. Había imaginado que en verdad vivía en una cueva subterránea rodeada de huesos y cuernos de animales que había cazado y matado con sus propias manos, o tal vez una especie de garaje de mecánica con motocicletas y carros músculos rodeando una cama de satín rojo con un cabezal con una placa cromada. En cambio, la habitación era estilizada en una especie de arte-deco. Líneas y formas abstractas en la forma de bibliotecas y tonos tierra llevaban el ojo a una enorme pintura abstracta encima de la cama de tamaño King. Un delicado y bizarro aplique de luz con pequeñas luces blancas que se asemejaba a una explosión colgaba del techo hueco. —Comenzaba a preguntarme si en verdad vivías aquí con tu abuelo — dije mientras admiré la decoración. —Sí, le gusta tenerme aquí. Dice que mantiene joven la energía en la casa. —Yo diría que sí. —Sonreí y le guiñé a Christos. Mis ojos fueron atraídos a la enorme pintura abstracta colgada encima de la cama de Christos. —Cuéntame sobre esta hermosa pintura —dije—. No parece ser de Spiridon. —Es de mi padre. Bueno, principalmente. Yo le ayudé a pintarla. —¿En serio? ¿Cuándo? —Cuando tenía siete u ocho.

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—Vaya, Christos, está muy bien. ¡Y es tan genial que hicieras una pintura con tu padre! —Envidié que él tuviera, o hubiera tenido, una relación tan cercana con su padre.

Todo lo que podía imaginarme haciendo con mi papá era dibujar una hoja de balances. Incluso así, estaría controlando todo, corrigiéndome y diciéndome cómo estaba haciendo todo mal. —Sí —continuó él—, mis padres todavía estaban juntos en ese entonces. Solía amar estar en el estudio de mi padre. Estaría en la esquina dibujando o pintando en un caballete que él había comprado para mí. Pondría frutas o una torre de libros o lo que me forzara a practicar bodegones. Siempre estaba revisando para ver cómo iba. En retrospectiva, creo que estaba aburriéndose con su trabajo abstracto y amaba tenerme como distracción. Fueron sólo unos cuantos años antes de que mi mamá se fuera. De todos modos, ese día yo y mi papá hicimos esta pintura, —señaló la enorme pintura en la pared—, él fue a verme trabajar por un rato. Recuerdo que estaba trabajando en un bodegón de flores, una pequeña caja y una tetera. Todavía está colgada en la habitación de mi abuela, por cierto. Mi papá me dijo que se la diera a mi abuelo como regalo de cumpleaños. »En fin, mi papá me estaba viendo trabajar, y dijo, Agoráki mou, ayúdame a arreglar esta pintura. No está bien. La tuya es mucho mejor. Le dije que no podía, que no sabía cómo. —Christos se detuvo en su recuerdo y me miró directamente—. Tienes que recordar que había visto todas las pinturas de mi padre para ese momento. No simplemente los trabajos abstractos que vendía por cantidades absurdas, sino lo realista. Él era y es tan asombrosamente talentoso, te impactarías si vieras sus obras realistas en persona. Entonces, ¿cuándo me dijo que arreglara su pintura? Estaba listo para cagarme en mis pantalones. En mis ojos, mi papá era el mejor pintor en el planeta y todo lo que haría sería arruinarla. Quiero decir, estoy trabajando en mi propio bodegón pequeño, sudando la gota fría, tratando de hacerlo bien… Lo interrumpí. —Estoy segura de que resultó genial, Christos. Él sonrió con sus hoyuelos y asintió. —Sí, resultó bastante bien para un niño de ocho años. —Bastardo engreído. —Golpeé su brazo. —Me amas por eso. Era cierto. Lo besé en su mejilla. —Pero quiero que termines de contar el resto de la historia. —Está bien, así que fui al lienzo de él y lo miré. A esa edad, no estaba seguro de que pensar del arte abstracto. Estaba concentrado en hacer cosas realistas, como mi padre.

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—¿Entonces, qué hiciste? —Estaba completamente curiosa.

—Bueno, mi padre dijo, “mírala por un rato. Tomate tiempo para entenderla. Cuando estés listo, toma un pincel y un poco de pintura y añade algo. Sabrás qué hacer”. Así que la miré, como había dicho. Después de un rato, agarré un pincel grande, lo cargué con naranja cadmio y cuidadosamente hice esas figuras de ahí. Christos señaló el complejo patrón naranja de cortes curvándose por el lado derecho de la pintura. Estaba asombrada de la conexión que había compartido con su padre. —Vaya, ¿eso fue hace como quince años y recuerdas todo eso? —Hey, pintar en una pintura de mi padre era algo grande. Era como recibir las llaves del reino. —Entonces, ¿por qué tu papá no la vendió como el resto de sus pinturas? —Que bien que preguntaste. La siguiente vez que mi papá tuvo un show, esta fue la pieza principal. Todos estaban hablando de ella. Cuando les dijo que yo había ayudado, todos se hicieron papilla. Comenzaron a llamarme un prodigio ahí mismo. La gente ofreció cantidades exorbitantes de dinero por ella. Querían que firmara mi nombre. Pero al final de la noche, mi papá se rehusó a venderla. La quería para él. Ha estado en la casa de mi padre desde entonces, justo en esta habitación. Estaba sorprendida por la historia de Christos. Nada remotamente así de grande o romántico o emocionante o amoroso había sucedido en mi familia. Todo lo que podía imaginar era mi papá gritándome que iba a arruinar algo cada vez que los ayudaba en un proyecto o alrededor de la casa. Pero al menos tenía a Christos en mi vida, me recordé. Él era grande, romántico y tan amoroso como la historia de la pintura de su padre. Tal vez más. Christos era la sensacional celebridad en mi vida. Suspiré profundamente, tratando de aclarar mis situaciones emergentes. Miré alrededor de la habitación de nuevo, analizando el resto de la decoración. —Bueno, es una hermosa habitación la que tienes aquí —dije, tratando de cambiar el tema a un territorio que no me hiciera estallar en lágrimas—. Y en la casa de tu abuelo, nada menos. —Sip. Odio la idea de vivir solo, además el estudio está abajo. Es conveniente. Y es gratis, así que no me puedo quejar.

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Sentí otro estallido de celos. Tal vez el agarre de acero de los celos. Deseaba que mis padres fueran igualmente de comprensivos, que su casa fuera una mansión de un artista, increíble cercana a la playa y que tuviera

mi propio estudio asombroso. Oh bueno. Tal vez con el dinero que ganaba como cajera en el museo de arte del campus podía comprarme algo similar. Sí, claro. —¿Qué pasa, agápi mou? —preguntó él, acunando mi mejilla en su mano—. Algo te está molestando. —No es nada —objeté. —¿Estás pensando en tus padres, verdad? —Sí. Más o menos. —Me incliné contra su pecho. Sentí que estaba dañando nuestro ánimo. —No te preocupes por eso, agápi mou. Eres parte de mi familia ahora. Mi dominio es tuyo. Mi familia es tuya. Déjame mostrártelo. —¿Qué quieres decir? —Abajo. —Abrió la puerta de la habitación y asintió hacia el corredor— . Tu sorpresa.

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Bajamos juntos.

Samantha

S

piridon estaba junto al horno en la cocina, encargándose de la comida. —Ey, Pappoús —le dijo Christos a él. —Tu cordero está casi listo, Christos —dijo Spiridon.

—Gracias, Pappoús —dijo él. —Lo vigilé mientras ustedes estaban arriba. Hola, Samantha. Qué bueno verte de nuevo —me sonrió. Me sonrojé instantáneamente. ¿Cuánto tiempo había estado Spiridon dentro de la casa? ¿Cuán ruidosos habíamos sido Christos y yo? ¿Cuánto había escuchado él? Traté de esconderme detrás de Christos, casi como una niña escondiéndose detrás de las piernas de sus padres. —Dame un abrazo, koritsáki mou —dijo Spiridon, agarrándome por detrás de Christos—. ¡No te había visto desde diciembre! —Sus brazos me tragaron. Le devolví el abrazo, sorprendida por la calidez de su afecto. Apenas me conocía, y sin embargo este abrazo se sentía más amoroso que los que había recibido de mis padres. Cuando me soltó, estaba sonriendo, y casi pensé que sus ojos estaban aguándose. —¿Cómo has estado tratando a mi nieto, huh? ¿Has sido buena con él? —Envolvió un brazo alrededor de Christos y frotó su otra mano contra el estómago de Christos. Sí, mis padres nunca actuarían así frente a mí. Me podía imaginar estremeciéndome con una combinación de sorpresa e incomodidad si alguna vez lo intentaban. —Me ha estado tratando como un rey —dijo Christos. —Muéstrale su regalo, paidí mou —le sonrió Spiridon a Christos. —Él me ayudó —me dijo a mí—. Es por eso que está emocionado. —¿Con qué? —pregunté.

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—Ven, te mostraré —me dijo Christos, guiándome al estudio.

Cuando salimos de la cocina, pregunté: —¿Cómo me llamó tu abuelo? —¿Koritsáki mou? Quiere decir mi pequeña niña. Te lo dije, ahora eres de mi familia —dijo mientras frotó mi espalda. Iba a llorar. Tragué mis lágrimas mientras caminamos al estudio, hasta el fondo. Una mesa de dibujo con una lámpara añadida a la mesa estaba rodeada por bandejas llenas de lápices, lapiceros, borradores, reglas, marcadores, todo lo que podrías necesitar para dibujar. Junto a esta había un pequeño caballete. Por pequeño, quería decir en comparación a todos los otros en el estudio. Pero era más grande que lo necesario para cualquier pintura que pudiera imaginarme haciendo y parecía nueva. Junto al caballete había una mesa con ruedas con pinceles en jarrones, tubos de pintura, trapos limpios, todo. —Qué es esto —pregunté—. Todo parece nuevo. —Lo es. Y es tuyo. Necesitabas tu propio espacio de trabajo. Mis ojos se abrieron. —¡¿Qué?! No puedo aceptar esto. Es demasiado. —No te preocupes. No te costará nada —guiñó. Estaba abrumada. —No puedo, Christos. —¿Por qué no? —No lo sé. Simplemente es demasiado. —¿Y? Abrí mi boca, luego la cerré. —Si te hace sentir mejor, yo compro cosas de arte todo el tiempo. Necesitaría comprar eso más tarde que temprano. Si quieres, piénsalo como si fuera mío y te voy a dejar que lo uses. —No puedo… —Claro que puedes. —¡Christos! Ignora mi protesta. —Ahora puedes hacer todos tus estudios de arte junto a mí. Mientras estoy ocupado trabajando, estarás a cincuenta centímetros de distancia.

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Eso sonaba bastante bien.

—Lo hicimos esta tarde —dijo Spiridon, ahora estaba junto a nosotros— . Espero que te guste. ¿El caballete es lo suficientemente grande? Christos insistió que sí, pero no estaba seguro. Miré a Spiridon. ¿Qué iba a decir? —Aquí hay una llave —dijo él, extendiéndome una llave cobriza—. Para la puerta del frente. Puedes entrar y salir cuando quieras. Hice mi mejor esfuerzo pero las lágrimas salieron. No podía hablar. Sólo podía lloriquear suavemente. Christos se movió y me abrazó y acarició mi cabello. —Es todo tuyo, agápi mou. Spiridon tocó mi hombro. —Siéntete como en casa, koritsáki mou. Me di cuenta en este momento adecuadamente cómo era el cielo.

de

que

podía

describir

—¿Cena, alguien? —preguntó Spiridon.

Samantha La cena fue una ensalada de pepino griega con aceitunas tipo Kalamata y queso feta, y cordero rostizado con salsa de yogurt encima de arroz. —Wow, esto está muy bueno —dije—, ¿estás seguro de que tú lo hiciste, Christos? —molesté, habiéndome recuperado de las lágrimas de antes en el estudio. —Totalmente —insistió Christos. —Lo hizo —aseguró Spiridon—. Simplemente me aseguré de que no se quemara mientras ustedes dos estaban, ahem, arriba. Me hundí en mi silla. ¿Había espacio para que me deslizara por debajo de la mesa? Spiridon se rio. —No escuché nada —sonrió.

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Literalmente me deslicé por debajo de la mesa. Christos y él se rieron. Me pregunté si podía esperar aquí abajo, mirando sus rodillas, hasta que se olvidaran de que estaba aquí y se fueran a buscarme. Probablemente no. Volví a mi asiento, las patas chirreando en el suelo de la cocina,

avergonzándome más. Mi cara estaba caliente, mis rodillas más rojas que siempre. —No te preocupes, koritsáki mou —dijo Spiridon—. Todos somos adultos. —Levantó un trozo de cordero a su boca y lo tragó—. Yo también fui joven alguna vez, sabes. Me acuerdo de cómo era. Puse mi servilleta frente a mi rostro. Quería rogarles que se detuvieran. Pero a la vez no. No estaban incómodos en absoluto con el asunto. Ambos se comportaban como si el sexo y el amor fueran parte normal de la vida, algo de que la gente normal podía hablar en vez de esconderlo y pretender que no existía, merodeando el asunto como si fuera ofensivo, lo cual era estúpido. No había nada estúpido sobre el amor y el sexo. ¿Dónde se habían equivocado mis padres? Nunca hablaban del sexo a menos de que fuera sobre el tema de ETS o anticoncepción. Y NUNCA hablaron de amor. Quiero decir, nunca. Cero veces. Todavía me preguntaba si había sido un bebé de prueba. Probablemente. —¿Christos me dijo que te cambiaste a arte? —preguntó Spiridon. Bajé mi servilleta a mi regazo. —Sí. Lo hice. —Eso debe ser emocionante —dijo él. —Lo es. Cancelé mis clases de contabilidad y añadí escultura figurativa. —Apuesto que Marjorie Bittinger es tu profesora, ¿verdad? —preguntó él. —Sí —sonreí—. ¿La conoces, Christos? Christos estaba masticando ensalada y limpió su boca con su servilleta cuando terminó. Sr. Modales como siempre. —Sí, una vez. Es dura. Me reí. —Creo que lo es conmigo. —¿En verdad? —preguntó Christos antes de tomar un sorbo de leche. —Sí, le tomó un instante odiarme cuando entré tarde a clase el primer día. Y, creo que ella está enamorada del modelo. ¿Conoces un chico llamado Hunter Blakeley? —No —respondió Christos. —Bueno, creo que Sargento Marjorie siente algo por él. Creo que me ve como competencia.

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—Sargento Marjorie —rio y sonrió Spiridon—, suena a ella.

—¿Qué le pasa? —preguntó Christos. De repente me sentí como si hubiera dejado salir el genio de la botella. O tal vez el pedo de la jarra. ¿Iba a estar en problemas por responder esto honestamente? Suspiré. Después de tener tantos secretos en la secundaria, estaba cansada. Confiaba en que Christos no enloquecería. No era Lamian Damian. —Este chico Hunter estaba flirteando conmigo durante los recesos y creo que eso puso celosa a la profesora Bittinger —dije nerviosamente. —Ninguna sorpresa —dijo Christos sonriendo—. También estaría celoso de ti, si no fuera yo. —Me guiñó. Le sonreí mientras mastiqué un poco de cordero. Esperé unos momentos para ver si él decía algo más sobre Hunter. Nop. No parecía importarle. Espera, ¿eso quería decir que no le importaba en absoluto? De repente estaba confundida. ¿No se suponía que un hombre debía golpear su pecho, gritar, gemir y pelear por ti? Christos me estaba mirando de cerca. —No te preocupes, agápi mou. Si este tipo Hunter no te deja en paz… Esperaba que dijera algo violento como que iba a golpearlo o retarlo a un duelo. —…Lo emparejaré con Bittinger. Es una mujer atractiva y he escuchado que es una leona en la cama. Spiridon rio. —Envíamela primero —sonrió—. La enderezaré. Me quedé mirando a Spiridon. ¡Mis abuelos nunca hablaban así! —Yo mismo le reventaré la cabeza a ese chico Hunter —concluyó Spiridon. Niveló su mirada con la mía—. Dile que Spiridon Manos todavía es joven y lleno de vida, y que es mejor que no te ponga un dedo encima — rio. Christos sonrió. —No está bromeando. Todavía puede lanzar un gancho mortal. Lo sé por experiencia. —Y no lo olvides, paidí —le dijo Spiridon a Christos astutamente.

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Cuando terminamos de comer, limpié la mesa y me encargué de los platos mientras ellos hablaban y bromeaban desde la mesa. Amaba tanto estar en su casa. Cuando todo estuvo enjuagado y en el lavaplatos o en la nevera, me recosté contra el mesón, mirándolos.

—Y, Pappoús, ¿te conté que el teléfono de Brandon no deja de sonar? —preguntó Christos—. Parece que todos quieren mis pinturas después de mi show. —Los Charboneaus hicieron un buen trabajo —dijo Spiridon—. Sabía que escogerlos para tu primer show solo era una decisión sabía. Y ese Franco Viviano actuó como si no hubiera mercado de arte en San Diego. Franco era el hombre que me había presentado Christos en Los Angeles, el dueño de la Galería Spada, la cual vendió las pinturas de Nikolos Manos. Me sentí como si estuviera escuchando una conversación de arte privada y de alta clase o una sesión de contratación. —Sí —continuó Christos—, Brandon tiene compradores en espera. Sigue alzando los precios cada vez que alguien nuevo llama rogando por mi trabajo. —Felicitaciones, Christos. Has trabajado muy duro para lograr esto. Lo mereces. —¡Se me olvidó por completo! —se me escapó—. ¡Necesito buscar un trabajo! Christos y Spiridon se voltearon para verme. —Lo siento, los interrumpí por completo chicos —dije. La charla sobre contratos multimillonarios me recordó que no estaba ni de cerca a una situación financiera envidiable. Era un contraste tan dramático la situación entre Christos y la mía. Tenía una renta por la cual preocuparme, y víveres, y todo lo demás. —No te preocupes —dijo Christos, levemente confundido—. ¿Pensé que dijiste que habías encontrado un trabajo en el museo? —Sí —suspiré—, pero sólo son diez horas a la semana. Todavía estoy buscando por un segundo trabajo para pagar mis cuentas. —¿Quieres usar el internet aquí? —sugirió él—. ¿Ver que puedes encontrar? —Uhhh. —La idea de buscar por un trabajo de medio tiempo mientras estaba rodeada de la Mansión Manos y el amor de la familia era de cierto modo deprimente, como si las buenas vibras sólo fueran momentáneas, y mi realidad estuviera en mi solitario apartamento de una habitación. —Cogeré mi laptop y puedes trabajar aquí justo en la mesa de la cocina con nosotros —dijo Christos.

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—Quédate, koritsáki mou —dijo Spiridon afectuosamente.

Quería llorar de nuevo. Comparado a la forma de mis padres me habían lanzado a los lobos, me sentí como si este fuera el rescate de un héroe. —Debería ir a casa y hacerlo allí —dije, conteniendo mis lágrimas—. Tengo tarea de sociología e historia de todos modos. —¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Christos. —No, yo, yo me-mejor me voy. —Salí intempestivamente, huyendo de la cocina y hacia la puerta delantera, esperando llegar a mi auto antes de que las lágrimas cayeran.

Samantha Casi llegué a mi VW cuando Christos corrió detrás de mí. —¿A dónde vas? —preguntó. —Casa —dije, agarrando la manija de mi puerta. —¿Por qué no te mudas conmigo? —¡¿Qué?! ¡No podría hacer eso! —Abrí la puerta de mi auto, mis lágrimas amenazando con salir. —Claro que sí. —No, Christos. —Me dejé caer en el asiento del conductor. Se arrodilló junto a la puerta abierta y me sonrió con sus calmantes ojos azules. ¿Estaba entrando en pánico? El hombre del que estaba enamorada desesperadamente me estaba pidiendo que viviera con él. ¿No se supone que debería estar emocionada en vez de asustada? Tal vez si me lo pidiera en cinco meses. —¿Por qué no? —preguntó, su ceño fruncido. A pesar de todas las cosas por la que habíamos pasado juntos, simplemente parecía demasiado rápido.

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Decir que mi vida se había convertido en un remolino de cambios, ambos buenos y malos, era un eufemismo de mi corta vida. No creía que hubiera experimentado un cambio tan dramático tan rápidamente. ¿Por qué la oferta de Christos me estaba poniendo tan nerviosa? En primer lugar, me imaginé que habría necesidad de tener una especie de reunión donde todos se sentaban en un salón de conferencias votando sobre si la familia podría soportar el terrible impacto de mudarme a la casa o no. Al menos, eso era lo que imaginaba que sucedería si les preguntaba a mis padres si

me dejaban mudar a Christos en su casa. No es que alguna vez fuera a someterlo a un castigo tan horrendo. Tal vez la otra cosa que me molestaba que si alguna vez me permitía pensar en vivir con él, me lo imaginaba en mi diminuto apartamento de una habitación. Un pequeño lugar romántico para una pequeña pareja que iba por la vida haciendo su camino. Pero esa no era la realidad. La realidad era que la Mansión Manos y la familia de Christos tenía baldes de dinero para tirar y ya estaban tirando uno en mi cabeza. Claro, tomar un baño de dinero bajo una ducha de billetes de cien con Benajamin Franklins tenía cierto atractivo. Pero, no lo sabía, de cierta forma me sentí en deuda al solo pensarlo. Y mira a donde eso me había llevado con mis padres. Me habían cortado en seco mientras los billetes familiares se evaporaron bajo el calor de su ultimátum. Creo que mi cara larga delató mi tristeza y un sentimiento de abandono parental a Christos. —Mira, Samantha —calmó él—, mi abuelo tiene suficiente espacio. Siempre está hablando de cómo la casa es demasiado grande para sólo él y yo. —Oh, no podría imponerme. —Sonaba como una excusa débil. —Lo viste allí. Te quiere, Samantha. Básicamente te está llamando su hija. ¿Qué otra invitación necesitas? No pude negar su lógica. Pero se sentía mal. Asustador. La pregunta era si estaba asustada por una buena razón o simplemente asustada por esta pared que era tan nueva y sobrecogedora. ¿Era posible que ese amor incondicional pudiera hacer nerviosa a una persona? Probablemente. Conmigo estaba sucediendo. Nunca lo había sentido tan fuertemente desde que conocí a Christos y ahora lo estaba recibiendo de su abuelo. Quiero decir, ambos habían hecho un espacio en el estudio para mí. Para mí. Estaba nerviosa. Mi corazón latió en mi garganta. Necesitaba salir de aquí antes de que me diera un infarto. —Lo siento, Christos —tembló mi voz—. En verdad necesito irme. Necesito un tiempo para pensar todo esto. —Tomate todo el tiempo que necesites, agápi mou —dijo suavamente—. No voy a irme a ningún lado. Todavía tienes la llave de la casa, ¿cierto? —Sí. —Déjame verla.

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¿La quería de vuelta? Entré en pánico, a pesar de mi confusión y renuencia. Dársela sería un alivio o la mayor decepción de mi vida. La cogí del bolsillo de mis jeans y se la entregué con manos temblorosas. La tomó y

también agarró mi llavero de mi mano. Luego puso la llave de la casa Manos en mi llavero. —Para que esté segura —dijo él—. Te amo, Samantha. Lo que sea que decidas, cuando lo decidas, será perfecto. Esperaré tanto como necesites que lo haga. —Sonrió con hoyuelos—. Además, tú vives tan cerca que casi somos vecinos. —Me entregó las llaves. —Está bien —dije desinteresadamente. Moví mi mano en el encendido y prendí mi VW. El motor cobró vida—. Debería irme. Se inclinó en el carro y me besó suavemente en la frente. —¿Estás segura de que no quieres que vaya a tu casa y te ayude a buscar un apartamento? —Yo… —O podríamos ir al café cercano, para cambiar de escenario. Tienen wi-fi. Me estremecí. —No lo sé, simplemente, yo… Él acarició mi mejilla amorosamente. —Recuerda, Samantha. Tienes opciones. No necesitas estresarte por un segundo trabajo. Uno es suficiente. Tienes toneladas de trabajo con todas tus clases. No deberías pasar la mitad de tus horas despierta trabajando en una ferretería o en una tienda de oficinas, o lo que sea, cuando no tienes por qué. Deberías estar concentrada en tus estudios más que nada. —Lo sé, pero… Él puso un dedo en mis labios. —Está bien —asintió, luego acarició mi barbilla con su pulgar—. Lo entiendo. Ve a casa, relájate, haz lo que tengas que hacer. —Me sonrió confiadamente y se puso de pie—. Conduce con cuidado. Conduje a casa y saqué mi laptop. Busqué en el sitio de búsqueda de trabajo con una confianza renovada. Sabiendo que tenía una clase de red de seguridad me llenó con vigor, pero quería hacer esto por mí sola. Necesitaba probármelo a mí y a mis padres, que podía con todas mis clases y estudios, y encontrarme un trabajo de medio tiempo decente que me permitiera pagar mis cuentas, todo mientras mantenía una relación con el hombre más maravilloso del mundo.

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Las cosas iban a resultar geniales. Iba a mostrarles a mis padres que podía hacer lo que me propusiera.

Negué con mi cabeza y me reí. Quiero decir, en serio, ¿qué probabilidad había de que terminara trabajado el turno nocturno en un local de comidas rápidas o en una asquerosa tienda de víveres?

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Iba a encontrar un trabajo totalmente asombroso.

Samantha

D

iez días después, estaba detrás del mostrador local de GrabN-Dash, una tienda de víveres abierta veinticuatro horas. Todavía era temprano en la tarde, pero ya estaba cansada al estilo zombie y tenía círculos de mapache en mis ojos. Cuando el gerente me contrató, me dijo que podía trabajar en el último turno porque era demasiado peligroso. Nada como dos trabajos y cuatro clases y un montón de tareas para cansar a una chica. La camisa del uniforme de color orina-neón con el logo de la tienda que tenía que usar era una pesadilla en sí. Hecha de una clase de material que solo se arrugaba y amontonaba, me hacía parecer como una linterna de papel chino, o la persona con el puntaje más bajo en el reto de materiales alternativos en Project Runway. No tan favorecedor. Peor, la camisa atrapaba los olores como una esponja y tenía que lavar a mano en el lavabo de mi cocina cada noche después del trabajo u olería como perros calientes. Mi gerente dijo que el color brillante era emocionante para los clientes. Sí, tal vez si producía epilepsia. Te lo estoy diciendo, mirarla mucho hacía que tus ojos vibraran. Además de eso, no podía ver que era tan emocionante. Oh sí. Olvidé mencionar la gorra de béisbol igual de brillante. Mi cola de caballo salía por atrás. Súper sexy. Pero hey, me pagaban nueve dólares la hora por decir el mantra de Grab-n-Dash a todos los que entraran. “Bienvenido a Grab-n-Dash. ¿Cómo puedo iluminar tu día?” Tenía que decirlo cada jodida vez. ¿No era suficiente la cegadora camisa amarilla y la gorra?

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Mis clientes eran adolescentes que salían de la escuela en la primera parte de mi turno y personas que llegaban del trabajo durante la segunda. Los chicos siempre me miraban. Nunca estaba completamente segura de por qué. Uno de ellos, quien no podría tener más de doce años, hablaba como un híbrido entre los raperos 50 cent y Eminen. Lo apodé Eminickle, porque tenía la décima parte del tamaño de 50 cent. Eminickle me invitaba a salir cada vez que venía. Halagador, pero no. Ni siquiera había llegado a la pubertad, por lo que podía decir.

Los trabajadores eran enojados o estaban obviamente irritados después de un largo día de trabajo, o exhaustos y gentiles porque estaban muy cansados para que les importaran. Todos estaban buscando bocadillos azucarados, cigarrillos, bebidas energizantes, boletos de lotería o cerveza. Los chicos de secundaria también querían cigarrillos y cerveza, pero estaban de mala suerte. Entendía su dolor por completo. Sospechaba que trabajar en Grab-n-Dash inevitablemente me convertiría en una fumadora o en una alcohólica. Tal vez mis papás tramaban algo al hacerme conseguir un trabajo de mierda. Los odiaba. :-P Cuando el flujo era poco, las cosas no eran mejor. Como ahora. Grabn-Dash era un páramo. Sin ninguna actividad. Miré el reloj en la pared lejana. La segunda manecilla parecía congelada. Esperé para que hiciera tick. ¿Estaba detenido? No recordaba que se detuviera. Antes estaba funcionando. Vamos, muévete, ¡estúpida segunda manecilla! La miré tanto como pude. No iba a ningún lado. Seguí mirando. Alguno de los dos iba a pestañear antes que temprano. ¡MUEVETE! Nada. ¡¡¡¡MUEEEVEEETEEEE!!!! Click. ¡Finalmente! ¿Qué te tomó tanto maldito tiempo? Okay, un segundo menos. ¿Cuántos más faltaban? Hice una rápida cuenta mental. Mi papá tenía razón. Mis habilidades matemáticas siempre eran útiles. ¿Veinte mil? No iba a terminar este turno a este paso. Entre varias cosas automotrices como aceite de motor, plumillas y ambientadores, también vendíamos líquido de radiador. Ya sabes, anticongelante. Los clientes siempre lo compraban de vez en cuando. Había escuchado que era dulce, y los perros lo beberían, sin darse cuenta que era letalmente venenoso, y te mataba lenta y dolorosamente. Consideré servirme un vaso. Mmmm. Tan verde neón. Apuesto que haría juego con mi camisa y gorra. Gemido.

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Miré a las máquinas de ICEE. Zumbaban hipnóticamente, siempre tentándome a tomar una siesta mientras estaba de pie. No estaban ayudando a mi concentración. Pero me rehusé a caer bajo su hechizo hipnótico. Eso no me detuvo de pensar en su tesoro frío y azucarado esperando a tocar mi lengua. Siempre había querido hacer esa cosa donde metes tu cabeza debajo del grifo y llenas tu boca hasta que tu cerebro se

congelaba. Miré de lado a lado. La tienda estaba vacía. Ahora sería un buen momento para intentarlo. Mientras salí de detrás del mostrador para intentarlo, la alarma campanuda de la puerta sonó cuando un nuevo cliente entró. Fui de mal humor a mi puesto en la registradora. Mi dosis de ICEE tendría que esperar. En el pasado, pensé que el sonido de esas grandes campanas bing-bong era lindas. Recuerdo, cuando entraba en una tienda y escuchaba ese bing-bong, saldría y entraría un montón de veces, solo para escuchar ese sonido. La animada campanilla sonaba caricaturesca y divertida para mí. Nunca entendí por qué los vendedores me miraban cuando lo hacía. Ahora sí. Odiaba esa puta campana. Durante las horas punta, sonaba cada dos segundos. Recientemente, había comenzado a escucharla en mis sueños. Me concentré en mi nuevo cliente, quien todavía no era más que una silueta en la cegadora luz de la tarde que entraba por las ventanas delanteras. Todavía no podía ver los detalles. En mi primer día de trabajo, me sentí éticamente obligada a advertirle a mi jefe que el nombre Grab-N-Dash prácticamente era una invitación para robar. Él no lo negó. Desde ese día, sabía que al menos diez barras de dulce, siete botellas de agua y una botella de aspirinas habían sido robadas. ¿Capturé a los ladrones de bocadillos? No. Mi gerente me lo dijo al final de mi primera semana. Lo animé a cambiar el nombre de la tienda. Él dijo que no. Yo me encogí de hombros. Había puesto su dedo en mi cara, casi metiéndolo por mis fosas. —No más ladrones, ¡señorita! Él tenía unas cejas muy pobladas. Casi me había reído, por sus cejas, pero quería mantener mi trabajo. Porque lo amaba por completo. Suspiro. De todos modos, ahora estaba atenta con los ladrones. Todos los que entraban eran candidatos para Bandido de la Semana.

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Cuando el nuevo cliente se adentró más en la tienda, finalmente pude distinguirlo. Era un vagabundo desarreglado, sucio de pies a cabeza. Se movía tan lento, no creía que tratara de robar algo mientras estaba observando. Pero iba a necesitar trapear después de que se fuera. Ew. Se movió por los pasillos, literalmente caminando por cada uno. Dos veces. Estaba haciendo vueltas, casi como una rata en un laberinto. Así era como me sentía cuando estaba ahí. El hombre continuó vagando sin rumbo. ¿Estará perdido? Esperaba que no, ya que de otra forma temía que tendría que llamar a un exterminador. Afortunadamente, eventualmente llegó a las neveras de la parte de atrás. Agarró un pack de seis cervezas. ¿Ese sería su

almuerzo, porque era una persona matutina, o una cena temprana? No me importaba. Más poder para él. Se arrastró hacia la registradora. —Bienvenido a Grab-n-Dash. ¿Cómo puede iluminar tu día? —Sí, tenía que decírselo a todos. Gruñí. Lo que sea. Se supone que debía verificar a todas las personas que parecieran de menos de sesenta. Estaba bastante segura de que él tenía más de cien. Registré su paca de Budweiser. —6.99, por favor —sonreí. Él hombre me estaba mirando con los ojos entrecerrados. Todos los hacían. Era la camiseta. No tenía control de brillo. Lidia con eso. El hombre metió la mano en sus pantalones, y quiero decir, en sus pantalones, como, en la parte delantera, en su botiquín, si sabes lo que digo. Saco un fajo de billetes grasientos. Como, literalmente grasientos. Oscuros y manchados como si hubieran sido enterrados en un depósito de petróleo bajo tierra por al menos un billón de años, la misma cantidad de tiempo que los billetes habían pasado en los pantalones de este hombre. Él arrancó uno del pequeño fajo y lo dejó en el mostrador. Um, ¿no? En verdad necesitaba una de esas cajas a prueba de radiación que sueles ver en las series de televisión, ¿los que tienen ventanas por donde pones tus brazos en unos guantes de goma añadidos a los lados? Sí, esos. ¿Tal vez le podía pedir a mi gerente que construyera uno en el mostrador de Grab-n-Dash? O tal vez no. Miré el billete negro con la misma cantidad de repulsión. Por cantidad, quería decir un número más grande que las matemáticas modernas podían contar. ¿Tan siquiera era dinero? ¿Tenía que averiguarlo? ¿Me pregunté si simplemente podía recogerlo con las pinzas de perros calientes y dejarlo en la registradora? Definitivamente botaría las pintas después de usarlas en vez de volverlas a poner al lado del asador de perros calientes. Yo no era asquerosa. Pero sospechaba que mi gerente enloquecería si encontrara las pinzas en el basurero. No necesitaba que me gritara y añadiera más estrés a mi vida. Necesitaba otra solución. Miré entre el hombre, su dinero sucio, el hombre, su dinero sucio. No podía tocar la bola ennegrecida. —Necesito el cambio —dijo rasposo. Estaba lista para llorar.

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Luego, llegó la inspiración.

Agarré mi bolso de debajo del mostrador y saqué mi dinero inmaculado. —¡¿Sabes qué?! ¡¡Hoy es tu día de suerte!! Él pestañeó. —¡¡¡Tu cerveza es gratis!!! —canturreé. —¿Gané algo? —gruñó dudosamente. —¡No! ¡Yo voy a pagar por esto! —Sonreí tan ampliamente como pude, hasta que mis mejillas dolieron. Estaba bastante segura de que lo que estaba haciendo era ilegal, ya que era cerveza. A la mierda. Mi generosidad estaba por encima de la ley. Yo era el Robin Hood de la cerveza, y este hombre pagaría por las cervezas por encima de mi cuerpo muerto. —Oh, no puedo tomar tu dinero, jovencita —dijo rasposamente, luego movió el billete hacia mí con sus manos sucias. La bola de billetes se movió hacia mí, casi tambaleándose en el borde del mostrador. Me estremecí, pensando que tendría que recogerlo. Me recordé que todavía tenía esas pinzas de perro caliente en caso de emergencia. —Puedo pagarlo —dije rasposa—. Oh, uh, quiero decir, ¡¡¡ERES EL GANADOR!!! —¿Huh? —Estaba confundido. —¡Eres el cliente número un millón de hoy! ¡Y todos los clientes un millón obtienen un pack de Budweiser! —Estaba segura de que sonaba como Charles Manson en ese momento. —¿En serio? —sonrió—. No me digas. —¡En serio, es cierto! —Apreté los dientes con la sonrisa más potente que pude—. ¡Tómalo! —Gracias, jovencita. —Tomó el pack. ¿Iba a llevarse el dinero? Creo que estaba haciendo un hueco en el mostrador. Porque era radioactivo. —¿Su dinero, señor? ¡No quiere olvidarse de su dinero! —¡¡¡Por favor no se olvide de su dinero!!! Me sonrió, revelando un diente. —Gracias, jovencita. Eres una dulzura. En verdad lo eres. —¡¡Con gusto!! —Hice una mueca.

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Él soltó las doce cervezas, recogió el fajo, subió la pretina de su sucia registradora abierta y dejó caer el dinero adentro. Lo sé, era tan malo como sonaba.

Hacia el final de mi turno, la concurrida multitud de después del trabajo se había disminuido a nada. Miré la máquina de ICEE. Necesitaba congelarme el cerebro, o de otra forma mi cerebro iba a decirme que me tomara el anticongelante antes de que terminara mi turno. De nuevo, me aseguré que no hubiera moros en la costa. Fui de puntillas hacia la dispensadora de ICEE. No es que alguien alguna vez me fuera a oír. Incliné mi cabeza debajo de esta. Fue un poco incómodo, pero estaba determinada a poner mi boca debajo de la canilla sin poner mis labios ahí. Mora azul, aquí voy. Iba a ahogarme y congelar mi cerebro gracias al aburrimiento. Agarré la palanca con mi mano y… —Sam, ¿qué estás haciendo? —se rio Romeo. Me volteé y me las arreglé para golpear mi frente contra la canilla. —¡¡Ow!! —¿Estás bien? —Sí. —Froté mi frente. —¿No deberías usar un vaso? —Sonrió. —Uh... tenemos que pagar por ellos. —¿No te dan ICEEs gratis? —No. —Tu jefe es un tacaño. —Tiene cejas pobladas —dije—. ¿Scrooge no tenía cejas pobladas? Creo que los fantasmas de la navidad del pasado, presente y futuro me visitaron hoy. —Oh, Sam, eso es terrible. La situación definitivamente amerita un ICEE. —Sonrió él y se inclinó debajo de la canilla de mora azul. Inclinó la palanca antes de que pudiera detenerlo. Cayó mora azul en su boca. —Ahh, eah, es taaa guenoo. —Sonaba igual que Homero Simpson. Arranqué a reír. Romeo siguió, tragando más y más y más granizado de ICEE. —¡Detente, Romeo! ¡Vas a hacerte daño! —Cerré la palanca. Romeo dio un paso hacia atrás, una sonrisa comelona de ICEE en su rostro. Sus ojos estaban aguados. —¿Estás bien? —pregunté, preocupada. Miró alrededor nervioso, él tosió. Me miró, sus ojos vidriosos.

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—¿Romeo? ¿Estás bien? —Me estaba preocupando.

Pestañeó fuertemente varias veces, luego su rostro se contorsionó. —¡¡Owwwww!! —gritó con un dolor extremo—. ¡¡¡¡Mi cabeza!!!! Solté una risa. Algunas veces, al hacer cosas estúpidas, era mejor que los idiotas lo hicieran primero. —¿Quieres café caliente o algo así? —ofrecí benévolamente. Romeo negó como un perro mojado. Sus labios se abrieron y él hizo un sonido de gugga-gugga-gugga, luego se estremeció y puso sus manos en sus ojos. —¡Mis ojos se sienten como si los estuvieran apuñalando! —Déjame darte agua caliente. —Llené una taza de café con agua caliente, luego añadí agua fría de la máquina de sodas hasta que no estuviera hirviendo—. Tómate esto. Romeo la tragó. —Quédate con un poco en tu boca —dijo—, para calendar, ah, ¿tu cerebro? Lo hizo. Una mirada de alivió inundó su rostro. —No te ahogues —advertí. Lo tragó cuidadosamente. —¿Mejor? Asintió. —Recuérdame nunca hacer esto de nuevo. —Lo haré. ¿Dónde está Kamiko? —Él y ella siempre estaban unidos por la caderas, pero no de la forma que sabemos que a Romeo le gusta unir caderas. —Kamiko tiene un laboratorio de biología. Creo que dijo que iban a disecar unicornios hoy. Entonces, ¿cómo te va con el viejo Grab-n-Dash, Sam? Regresé a mi asiento detrás de la caja registradora. —Fantástico —dije sarcásticamente. —Lo siento —dijo compasivamente—. ¿Al menos puedes estudiar algo? —No. Se supone que no debo. De todos modos, usualmente es bastante ajetreado. Dudo que pudiera concentrarme.

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—Sam, sé que necesitas el dinero, por tus padres y todo eso, y te ofrecería totalmente vivir conmigo en los dormitorios, pero no querría que arruinaras mi reputación. Quiero decir, si la gente viera una mujer durmiendo en mi habitación, pensaría que soy heterosexual —dijo, como si oliera medias sucias y sudorosas.

Me reí. —Gracias de todos modos. Estoy bien. Siempre y cuando no tenga más malas noticias por este trimestre, estaré bien. —Sonreí nerviosamente. Porque, era posible que las cosas pudieran empeorar, sin importar cuan improbable eso pareciera. Crucé mis dedos y suspiré para mí. En verdad esperaba que no. No creo que pudiera con más. Cuando el negocio volvió a llenarse, Romeo se fue. Le agradecí por hacerme compañía pero él sabía que tenía que trabajar. A pesar del frenesí de clientes por lo que restaba de mi turno, una sensación de soledad permeó mis huesos y una preocupación llenó mi estómago. Algo estaba mal, pero no sabía qué era. Le escribí un mensaje de texto a Christos pero nunca tuve una respuesta. Cuando terminé mi turno a las siete, lo llamé. Pero todo lo que recibí fue una respuesta por mensaje de texto. Muy ocupado en el estudio. Hablamos después. En verdad, en verdad esperaba que esto no se convirtiera en una rutina para nosotros.

Samantha Otra semana había pasado y nada había cambiado. Christos siempre estaba ocupado en su estudio. Yo siempre estaba ocupada en el trabajo, o en clase, o estudiando. Estaba abrumada. Dormía poco y mis niveles de estrés estaban al máximo. Estaba comenzando a joder mi cabeza. Lo había notado recientemente en clase de escultura. Era ese estúpido Hunter Blakeley. No es que estuviera haciendo algo diferente. Todavía coqueteaba conmigo con una regularidad molesta pero lo rechazaba con igual frecuencia. No era él. Era esculpir. Esculpir es una extraña clase de magia vudú, te lo digo. Hacer esculturas de una persona desnuda frente a ti te conectaba a su cuerpo de forma íntima, ya fuera que quisieras o no. En Dibujo de vida el semestre pasado, esto no había sido un problema. Una razón era que los otros modelos no habían sido apuestos, aparte de Christos. Sí, Hunter era apuesto pero creo que esculpirlo en vez de dibujarlo empeoraba mi ansiedad.

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En dibujo, ponías carboncillo en un papel en una representación visual de lo que estabas mirando. Tu contacto con la superficie de la figura bidimensional era la punta de su lápiz. Esculpir, por otro lado, requería que usaras tus manos y dedos para moldear la escultura tridimensional, tocarla. Recientemente, había empezado a notar esa extraña magia vudú en el

trabajo. En mí. Entre más trabaja en la escultura de Hunter, tocándolo, masajeándolo y acariciando la macilla para emular la musculatura de él, más me sentía como, bueno… como si estuviera tocándolo. Y tenía la escalofriante sensación de que él lo sentía. Estúpido, lo sé. En el momento que por fin me di cuenta de esto, había jadeado suavemente y alejado mis dedos de mi escultura, como si estuviera tocando su piel desnuda. Había estado a punto de remodelar el muslo inferior de la pierna derecha de la escultura de Hunter, justo cerca de su… sí. Su paquete, el cual colgaba de mi escultura de un tercio de su verdadero… paquete. Tenías que incluir el paquete de macilla porque si no constantemente dañaría tus proporciones. La mayoría de los estudiantes tenían una pequeña masa para representar sus cosas masculinas, como yo. Romeo, por supuesto, había hecho el suyo completamente realista incluyendo cada detalle. Pero incluso con mi figura de masa amorfa y no descriptiva colgando de entre las piernas de Hunter, estaba ese momento definitivo y distintivo cuando iba a pasar mi mano por el verdadero paquete de él mientras deslicé mis dedos por entre los muslos de la escultura. De repente me detuve, sintiéndome como si fuera a engañar a Christos de alguna forma. No podía explicarlo. ¿Me atraía Hunter? Me estremecí. No. No había forma. Respiré profundamente y miré alrededor de la habitación a los otros estudiantes. Todos estaban ocupados trabajando, sus rostros intensos por la concentración. ¿Era la única que tenía problemas con esta parte? Me armé de valor. Podía hacer esto. Era solo una asignación de clase, ¿verdad? Solo bultos y formas de macilla. Nada más. ¿Verdad? Respiré profundamente e intenté de nuevo. Pasé mis dedos por el interior de la escultura de Hunter. No estaba tan mal. Presioné mis dedos más firmemente contra los muslos de la escultura, justo cerca de su paquete de masa. Ahí fue cuando noté a Hunter sonriéndome. Como si estuviera sentido mi toque. ¡ODM! ¿Lo había sentido? Quité mis manos de inmediato. Mi rostro hirvió con vergüenza cuando agarré una herramienta para esculpir y me ocupé con el pie izquierdo de Hunter. Sentí mis mejillas brillando como luces de motor. ¡Ese dedo era DEMASIADO grande! ¡Mejor pulirlo antes de que arruinara todo! ¡Dedos grandes! ¡Solo pensando en dedos grandes!

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Traté de no notar que la sonrisa de Hunter se había ensanchado. Oh, hombre. Me había atrapado. Estaba segura de que tomaría esto como una invitación para flirtearme con un nuevo propósito.

En el momento que se acabó la clase ese día, salí disparada del salón. Necesitaba alejarme de todos. Ni siquiera esperé a Romeo. Necesitaba un poco de aire fresco. Con urgencia. Temía que algo monumental estuviera cambiando en mi vida. No lo entendía en absoluto. Pero sabía una cosa: no me gustaba para nada la sensación que estaba haciendo que mis manos temblaran. El cambio estaba viniendo.

Samantha Cuando llegué al Centro Estudiantil, le envié un mensaje a Madison para ver si estaba en el campus. En la biblioteca, respondió, piso cuatro. T veo n 5. Caminé hacia la biblioteca y tomé el elevador hasta el cuarto piso. La Librería principal tenía ventanales en todo el lugar y tenía una gran vista de todo San Diego. Estudiar ahí era como tener tu propia oficina esquinera en un alto edificio. Los cielos estaban claros y podía ver por millas. Rodeé el cuarto piso hasta que encontré a Madison en una de las salas de estudio. En este punto del semestre, había poca competencia para las salas. Entré y cerré la puerta detrás de mí. Madison estaba rodeada por sus libros y su laptop en una gran mesa. —¡Qué hay, Mads! —¡Hey, Sam! —Sonrió—. ¿Cómo está la Estrella artística de SDU hoy? — Extendió su mano para chocar los cinco. Le di un amigable golpe. —Artista, tal vez —suspiré cuando me senté—. No estoy segura de la parte de estrella. —No lo niegues, Sam, sabes que rockeas tus pelotas femeninas totalmente desde que te cambiaste a arte. Hice una mueca.

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—Está bien, sé que algunas mujeres dicen “pelotas femeninas” todo el tiempo, pero en serio, ¿puedes explicarlo? Quiero decir, los chicos van por ahí diciendo, “¡Amigo, rockeas totalmente tu clítoris masculino!” Ó “¿¡Hombre, tengo que suportar estos labios-masculinos colgando de entre mis piernas!?” ¡No! Porque ningún hombre jamás diría eso. No tiene sentido.

Ella sonrió pensativamente. —Tienes razón, Sam. Estás completamente en lo correcto. No más pelotas femeninas para ninguna de las dos. —Chocamos los cinco de nuevo—. Tal vez deberías cambiarte a estudios de género —bromeó. —Tal vez tengas razón. Madison rio. —Pero he estado con un hombre que tiene un clítoris masculino, o una salchicha muy pequeña. Énfasis en lo mini. —¡No dijiste esto! —Me reí a carcajadas. Otro choca los cinco. —No es Jake, ¿verdad? —pregunté, de repente mortificada. —¡No! —protestó Madison—. Jason tiene pelotas y un pene masculino. Ninguna parte femenina. —Oh, phew. Iba a sentirme mal por ti. —Nop, Jake está bien para seguir. Y seguir, y seguir, y seguir. Me incliné hacia ella, riéndome. —Baja la voz, esta es una biblioteca y algunas personas están tratando de estudiar —dijo Hunter, su cabeza en la puerta. Fruncí el ceño. —¿Qué estás haciendo aquí? —¿Cómo demonios me encontró? Umm, ¿acosador? —Necesitaba buscar algo. —Sonrió. —Ni siquiera estudias aquí —dije. —¿Me estoy perdiendo de algo? —preguntó Madison. —Oh, uh, este es Hunter Blakeley —dije agriamente—, es el modelo de mi clase de escultura. Tomó eso como una invitación para entrar completamente en el salón de estudio y cerrar la puerta. —Ooh. —Madison arrugó su nariz—, ¿eso quiere decir que Sam te ve desnudo? —¡Mads! —Golpeé su rodilla con la mía por debajo de la mesa. Cogió la indirecta y no dijo nada más. Hunter no perdió el tiempo para continuar el tema.

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—Todo es parte del trabajo.

—¿Cuál es tu trabajo, de todos modos? —pregunté—. ¿En verdad haces algo más aparte de modelar para la clase de Bittinger y acosarme? —Claro que sí —dijo casualmente. —¿Qué? —me desinteresadas?

burlé—.

¿Acosar

cientos

de

otras

jóvenes

—No. —Sonrío, sin estar afectado—. Fuera de clase, modelo para toda clase de cosas. Algunos trabajos de muy alto perfil. —¿Cómo qué? —preguntó Madison inocentemente. Él se rio. —Probablemente no van a creer esto… Probablemente tenía razón. —¿Ustedes han visto que cuando compran ropa interior para hombres? —Sonrió orgulloso—. ¿Siempre hay una foto de un tipo con abdominales increíbles y un enorme, uh, paquete impreso en él, uh, empaque? —¿Sí? —dije. No es que comprara ropa de hombre, pero había visto los “paquetes” de los que hablaba. —Soy ese chico —sonrió él. Fruncí el ceño. Parecía demasiado ridículo para ser cierto. Pero sabía de primera mano que era lo suficientemente largo para llenar un paquete de bóxer. —¿Eres el chico del paquete? —Miró boquiabierta Madison. —Totalmente —él asintió y sonrió—. Todavía tengo residuos de ropa interior que hice hace cuatro años. La sala de estudio tenía ventanas que daban hacia la biblioteca, así que los otros estudiantes podían vernos dentro. Hunter miró alrededor cautelosamente, como si estuviera a punto de revelar un secreto de inteligencia vital para la preservación de los Estados Unidos de América, y no quería que ningún estudiante extraño de SDU escuchara lo que tenía que decir y le vendiera la información a los talibanes. Cuando estuvo seguro que no había moros en la costa, se inclinó hacia Madison y yo, y murmuró con complicidad: —El secreto que ninguno de los manufactureros de ropa interior quieren que sepan, es que yo soy el chico para todos. Se puso de pie por completo, lo cual era más de 1.80 metros, y asintió, muy orgulloso de sí.

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Puse mis ojos en blanco. Estaba en medio de una celebridad. Gemido. Consideré pedirle un autógrafo. Pero… no.

—También hago campañas para equipos de salud. —Guiñó Hunter. —Lo siento, no he visto ninguno de esos —dije. Hunter me daba la impresión de que era el tipo de chico que pasaba más tiempo frente a un espejo que cualquier mujer. —Yo tampoco —dijo Madison, siguiéndome la corriente. —Bueno, también hago trabajos de pasarela —dijo él—, pero es por temporadas. Cuando me lo imaginé haciendo trabajos en la pasarela, lo imaginé en el aeropuerto con unos audífonos de dj y los palos rojos brillantes, dirigiendo aviones jumbo, usando solo pantalones blancos apretados y botas de trabajo. Me reí pero traté de cubrirlo. Hunter nos miró con sus ojos ámbar. —¿Qué? ¿Me perdí de algo? —Sonrió esperanzado. El poco interés de Madison y yo estaba inflando su ego. Me di cuenta que teníamos que dejarlo en paz antes de que fuera más lejos y perdiera sus contractos para modelar penes. Arrugando mi nariz, dije—: Necesitamos estudiar, Hunter. —Puedo volver después acompañarte a tu auto?

—ofreció

esperanzado—.

¿Tal

vez

Tan bueno como parecía, lo intentaba demasiado y no escuchaba. Creo que le había dicho que no estaba interesada, oh, no lo sé, ¿cada vez que lo veía? Está bien, una vez más. —Hunter, eres un dulce chico. Pero no voy a salir contigo sin importar cuantas veces te ofrezcas a acompañarme a mi auto. Por favor respeta el hecho de que tengo novio. —Lo sé. Pero tienes el equivocado. Dejé caer mi cabeza en mis antebrazos en la mesa. Había ido directo a esto. —Por favor, Hunter, te estoy pidiendo… —Mejor —rio—. Me gusta cuando ruegas. —… Que te vayas. —Me reí con esa risa de desesperación cuando no quieres ser grosera pero no puedes pensar en algo más para que la persona se vaya. Asintió confiado. —No te preocupes. Te veré en la clase de Bittinger. —Me guiñó cuando salió.

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¿Por qué siempre tenía que guiñar?

—Wow, que acosador —dijo Madison—. Un lindo acosador, pero hombre, estaba desesperado. ¡O completamente enamorado de tu sabes quién! —Sonrió. Dejé caer mi cabeza en mis manos de nuevo. —No, por favor no. He tratado de ser buena, pero sin importar que le diga, él sigue regresando. —No le estás dando señales mixtas, ¿verdad? —¡¿Qué?! ¡No! En absoluto. Le he dicho una y otra vez que no estoy interesada. —Tal vez no se lo estás diciendo fuertemente —sugirió ella. —Prefería no decirle nada en absoluto, pero no me dejaba en paz — gemí mientras saqué mi laptop de mi bolsa y la encendí. —Él era bastante ardiente —dijo pensativamente Madison. —¿Tú crees? —¿Eres ciega? Por supuesto que sí. —Pero —dije nerviosamente—, ¿no es extraño estar atraída a otro hombre cuando estás saliendo con Jake? —Espera, ¿estás diciendo que te sientes atraída a este chico Hunter? — jadeó Madison—. ¿Qué hay de Christos? —¿Qué? ¡No! ¡No voltees esto en mí! Estoy completamente atraída a Christos. Es súper ardiente. Hunter no es ni de cerca. —Tomé una respiración calmante—. Pero quiero decir, Hunter es apuesto. ¿Cómo no podía notarlo cuando está desnudo a veinte centímetros de mí cada vez que tengo clase de escultura? Madison me dirigió una mirada larga y considerada. Después de un minuto, ella habló: —Sam, relájate. Cuando te enamoras, el resto del mundo no deja de existir. Todavía está lleno de personas atractivas. Si notas que un chico es apuesto, ¿qué importa? —Lo siento, Mads. Tienes razón. Supongo que simplemente me molesta porque estoy forzada a mirar al mismo chico desnudo, varias horas. Dos veces a la semana. Por diez semanas. —No te preocupes, Sam. Lo superarás tarde que temprano. Su pene se volverá invisible para ti. —Sonrió. —¿Como si alguien lo tumbara? —Sonreí con esperanza.

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—No es una mala idea —rio—. Pero no, eventualmente no te importará. Mirar la polla pollita se volverá algo usual.

Me reí. —Eso está tan mal. —¿Qué, está hecho de carne, no? —rio. Que Madison pusiera la misma idea de carne y lo innombrable de Hunter en la misma frase tenía el efecto equivocado. —No ayuda —advertí. Madison se carcajeó conmigo. —Bien, pretende que está hecho de vidrio roto. Me estremecí. —¡Eww! —Está, ¿qué te parece de acero? —¡No ayuda! —Okay, ¡está bien! Pretende que es un arma y las bales salen —rio—. ¡Pero asegúrate de que tenga el seguro puesto cuando esté cargado! —¡Mads! ¡Detente!

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Amabas arrancamos a reír.

Samantha

T

anto como quería, todavía no había aceptado a mudarme con Christos. Sentí como si todavía fuera demasiado joven y era demasiado rápido. Sin importar cuanto extrañara verlo, sin importar cuán duro tenía que trabajar para pagar mis cuentas, mudarnos juntos era como un paso demasiado grande. El otro problema opresor eran mis padres. ¿Cómo podía decírselo? Se volverían termonucleares. No me podía imaginar decírselo. Pero si me mudaba con Christos, tendría que hacerlo. Mis padres habían firmado conjuntamente el arrendamiento de mi apartamento, al menos, merecían saber mi nueva dirección, en caso de emergencia, o lo que fuera. Gemido. Mudarse tendría que esperar. Afortunadamente, mientras tanto, Christos y yo habíamos resuelto el problema de no vernos lo suficiente al yo ir a trabajar al espacio del estudio que había hecho para mí. Lo amaba. Ahora lo veía varios días a la semana, y a Spiridon también, quien obviamente también amaba que yo estuviera alrededor. El único problema con este arreglo era que trabajar en el estudio junto a Christos probó ser más un reto de lo que planeé. No había previsto el constante flujo de hermosas mujeres desnudas desfilando. Cuando él tenía una modelo desnuda sentada frente a él, poniéndole sus partes que rebotan en su rostro, y por extensión en la mía, tuve que frenar el impulso de salir y ponerle mantas a la mujer en una base de minuto a minuto. Suspiro. Pero me recordé, Christos estaba hacienda arte. No teniendo un programa de sexo en vivo. Sí, había una diferencia. No es que hubiera ido a uno de esos programas, pero estaba segura de que eran más emocionantes que una mujer desnuda sentada en la misma posición por cuatro horas, menos los pequeños recesos. Doble suspiro. Me acostumbraría. Era arte, no pornografía. ¡Arte!

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¡¡Arte!!

En serio, no me molestaba. Ni un poco. Además, ¿quién era yo para juzgar? Miraba a Hunter desnudo todo el tiempo estos días, y él sí se me insinuaba constantemente, sin embargo a Christos no le importaba. Podía imaginar al Patético Damian enloqueciendo si se enterara de que estaba viendo a un hombre apuesto como Hunter desnudo dos veces a la semana. Suspiro. No quería ser Lamian. Créanlo o no, Christos confiaba en mí. Imagina eso. Me di cuenta que yo también debía confiar en él. Ayudaba que yo estuviera cerca para ponerle un ojo. Solo POR SI ACASO. Porque NO estaba celosa de ninguna forma. En serio. No tenía celos EN ABSOLUTO. >:-| La modelo de hoy era Isabella. Había estado mucho por acá últimamente. Su cuerpo era perfecto, como, sin ningún defecto. Su piel no tenía ni una peca ni un lunar. Su cabello oscuro era exuberante, sus pómulos delicados y simétricos, sus ojos radiantes y seductores, su boca invitadora y rellena. Sus proporciones era perfectas, sus pechos abundantes, su cintura delgada, sus caderas femeninas. ¡Ni un poco de celos! Ni una molécula de celos en mí. Si caminara por un detector de celos, como, el detector de celos más sensible inventado jamás, no pitaría y las sirenas no se encenderían. Porque. No. Estaba. Celosa. Hice mi mejor intento para ignorar a Isabella. Ella me ignoró con una comodidad casual. Perra altanera. Quiero decir, era una modelo increíble. Nunca movió un músculo. Completamente profesional. Estaba convencida de que Isabella estaba jugando conmigo cada vez que venía al estudio. Trató de reclamar posesión de Christos en pequeños gestos. Tocándolo en el hombro durante recesos, ofreciéndole traerle agua, en vez de él hacerlo por ella. Riéndose como una estrella de porno por cada cosa que él decía. Incluso cuando decía cosas como, “imagina a Christos con su boca abierta sin ningún sonido saliendo de ella”. Ya entiendes. Constantemente.

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Ella y yo éramos mejores amigas. ¡Sonrisa falsa!

Para crédito de Christos, él lo manejaba completamente como un profesional. Nunca parecía nervioso, nunca se veía preocupado porque estuviera observándolo. Durante uno de los extraños recesos que Isabella no estaba sobre él, fue hacia donde yo trabajaba en mi caballete, trabajando en mi pintura de un arreglo de tres lirios. —Vaya, se ve muy bien, agápi mou. Me gusta tu composición, la forma en cómo has pintado la esquina de la ventana detrás de los lirios, enmarcando el florero. —Gracias, Christos. —Sonreí. Escrutó la pintura más de cerca. —Buenas pinceladas en los pétalos. Y en verdad hiciste muy bien lo cálido y lo frío del blanco. Normalmente, las personas simplemente ponen pintura blanca del tubo. Pero puedo ver que lo mezclaste con amarillo limón para los blancos fríos y amarillo cadmio para los blancos cálidos. —Me sonrió y me besó en los labios—. Eres natural, como siempre te he dicho. —Guau. —Sonreí—. Nunca te pierdes nada cuando se trata de pintar. Pero creo que puede habérsele pasado mi incomodidad inducida por Isabella. Tuve un toque de preocupación por la forma en que el beso en mis labios fue muy breve, muy distante, como no si quisiera verse muy familiar conmigo en frente de Isabella. Mierda. Me di cuenta de que me estaba volviendo miserable al inventar cosas, buscando problemas que probablemente no existían. Isabella ni siquiera estaba aquí. Así que no había nada por lo que preocuparme, ¿verdad? —¿Soy yo o Isabella no está entendiendo mis señales? Miedo golpeó mi corazón. ¿Señales? Como en, ey linda, tan pronto como mi novia gorda Samantha no esté mirando, deberíamos saltarnos como jaguares. ¡E Isabella ronronearía como una Gatubela, Rawr! Necesitaba asesinarla con urgencia antes de que se fuera hoy. ¿Me pregunté si podía encontrar instrucciones de cómo cortar los cables de frenos de un auto en internet? ¿No era lo que siempre hacían en los programas de TV? —¿Samantha? ¿Estás ahí? —preguntó Christos. —Oh, lo siento. ¿Qué estás diciendo?

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—Acabo de decir, le he dicho cientos de veces que tengo novia, a quien amo, quien está sentada a cincuenta centímetros de distancia. La chica no capta la indirecta. Y por indirecta quero decir un martillo, porque, Jesucristo, ¿qué parte de “mi novia está ahí sentada” no entiende? — Christos se rio y me sonrió mientras acariciaba mi mejilla con su pulgar.

Oh, eso era lo que mi novio estaba diciendo. Continuó—: Uno pensaría que para ahora Isabella ya se habría dado cuenta que no está en tu liga y que se debería rendir conmigo. Supongo que algunas extrañas mujeres no están maldecidas con el gen de “soy fea” y terminan perdiendo encanto. ¿Estaba hablando de la misma Isabella a la cual yo le estaba lanzando dagas? ¿La perfecta que él estaba pintando? —No todas pueden ser tan bendecidas en belleza como tú, agápi mou. —Sonrió. Espera, ¿Christos me estaba jodiendo? Busqué por algo en sus ojos. Todo lo que vi fue amor y honestidad. Era una idiota por dudar de él y… me desmayo. Me pregunté si Christos podía enviar hoy temprano a casa a Isabella. No porque estuviera celosa, sino porque desesperadamente necesitaba saltarle encima. Ella regresó al estudio del patio trasero, donde había pasado su receso admirando la vista. —¿Más pintura? —preguntó. Aguafiestas. Suspiré. De vuelta a mi pintura de los lirios. Al menos estaban saliendo bien. —¿Sabes qué? —preguntó Christos. —¿Sí? —preguntó Isabella con esperanza. —Porque no terminamos temprano hoy, me siento un poco cansado. Él había leído mi mente. Toma eso tú, huh, linda modelo. —¡No! —Hizo un puchero. Rompe hogares. —Lo siento, Isabella —dijo él—. En verdad necesito un descanso. Podemos seguir la próxima vez. —Está bien, Christos —dijo en su grueso acento—. Haré lo que digas. — Sí, ella le batió sus pestañas. Estaba oficialmente terminada con lanzarle dagas. Christos sacó a Isabella tan rápidamente como pudo. Arrastró sus pies como si le dijeran que era tiempo de irse a la cama. Para mí, parecía tan remilgada como una niña de siete años, así que era una descripción apta. ¿Era así todo el tiempo con Christos? Probablemente. Necesitaba buscar los cables de freno esta noche.

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Cuando finalmente sacó a Isabella de la casa, decidí sorprenderlo cuando regresó al estudio. Me había vuelto más osada en las últimas

semanas, todo por Christos. Siempre me estaba animando, recordándome cuán grandiosa era, cuan hermosa. Sus palabras estaban comenzando a grabarse en mí. Tal vez ahora era un buen momento para experimentar un poco de aventura. Caminé hacia la pintura de Isabella. Era enorme y en verdad era genial. Había terminado el rostro y había pintado una gran parte del cuerpo. La paleta que estaba frente al lienzo estaba cubierta por pequeños regueros de pintura. Los pinceles estaba en jarras, toallas de papel manchadas por pintura llenaba una pequeña caneca. Estaba asombrada por su talento. Sentí que verlo trabajar era tan cerca como alguien pudiera estar en el estudio de Rembrant, Vermeer o Velázquez. Christos era un maestro viviente de la pintura en óleo, sin embargo era tan joven. Y era todo mío. Miré el diván donde Isabella había estado posando desnuda toda la tarde. Iba a quitarme toda la ropa y tenderme ahí. Estaría esperando para cuando Christos regresara a la habitación. ¿Yo estaba marcando mi territorio? Si él y yo teníamos sexo en el diván en los próximos dos minutos, supongo que se podría decir que sí. A la mierda. ¡Este era mi estudio, perras! :-P Desaté mi bata para pintar y la colgué detrás de la silla de Christos frente al caballete. Luego me quité mi camisa y suéter a la vez. Cuando estuvo por encima de mi cabeza, y mi torso casi desnudo estaba expuesto al mundo, excepto por mi sostén, escuché voces en la casa, dirigiéndose hacia el estudio. ¡Mierda! Christos y… ¡la voz de una mujer! ¡Doble mierda! Me puse mi camisa y suéter de nuevo, desordenando mi liga para el cabello. Cabello salió de mi cola de caballo en patrones aleatorios alrededor de mi rostro. Agarré mi delantal y lo até de nuevo mientras fui a mi propio caballete, alisando mi cabello y re-haciendo mi cola de caballo rápidamente. ¡Casi me atrapan desnuda! ¡Nunca iba a hacer eso de nuevo! Mis mejillas estaban en llamas, pero esperaba que mi rubor fuera la única evidencia de mis impulsos indiscretos. Christos entró al estudio.

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Seguido por Tiffanny Queenston-Micehouse. Vaya, en verdad sabía cómo arruinarme el día. Era una experta entrenada. Me puse detrás de mi caballete, esperando que no me viera y sacara una pistola o un lanzallamas. El estudio era un laberinto de pinturas y caballetes entre la entrada y yo, así que tal vez no me notaría en la parte de atrás.

—¿Quién era esa chica de afuera? —le preguntó Tiffany a Christos en el extremo del estudio. —¿Isabella? Es una de las modelos que me envió Brandon. Desde L.A. Creo que trabaja para Vogue y otras revistas. —Es seguro que es linda —dijo ella—. Brandon sabe cómo escogerlas. —Supongo —dijo Christos. —Pero ella no es tan hermosa como yo, ¿cierto? —ronroneó Tiffany mientras inspeccionaba la pintura de Isabella, su espalda hacia mí. Se volteó un poco y puso su trasero más cerca de Christos. En la naturaleza, eso se llama ofrecerse. ¡Perra! —Nadie es tan hermosa como tú, Tiffany —dijo él sarcásticamente, mirándome por entre los marcos de varios caballetes mientras ponía sus ojos en blanco y negaba con su cabeza. Señaló el trasero sobresaliente y alzó las cejas con una mirada de “¿puedes creerlo?” Suprimí una risa. —¿Cuán hermosa soy? —preguntó, inclinándose en el pecho de Christos. ¡Doblo perra! —¿Necesitas más carnada para tu anzuelo o vas a seguir buscando cumplidos todo el día? —preguntó él, audiblemente frustrado—. Sabes, estilo mariposa, con caña de nylon, simplemente lanzarlo y dejarlo ahí para que agarre algo una y otra vez, ¿otra vez? ¿Incluso cuando el pescado no está mordiendo? Hice el baile feliz en mi cabeza. ¡Sí, Christos! —Bien —dijo enojada—. Vine por negocios de todos modos. Bueno — su voz se puso coqueta—-, negocios y placer. —No me digas —dijo Christos, perturbado. —Papi dijo que te ofreciera 75.000 mil dólares para que me pinturas desnuda. —Tu papá es tan generoso. Un verdadero príncipe. —Bueno, ¿lo valgo? —preguntó tímidamente. —Oye, Samantha —gritó él—, ¿crees que 75.000 es un precio justo para que pinte a Tiff? —¿Tienes que pintar en vivo, en persona, día tras día? ¿O puedes usar una foto? —grité desde mi lugar de escondite.

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—¿Huh? ¿Quién está ahí? —preguntó Tiffany, preocupada.

—Sí, tiene que ser en vivo, en persona —me gritó Christos. —Entonces cóbrale dos setenta y cinco —me burlé. —¿Quién es? —exigió Tiffany. Salí de mi escondite. —Hola, Tiff —dije casualmente. —Tú. —Frunció el ceño al segundo que me vio—. Tú no me digas Tiff. ¿Entiendes? Ignoré su petición. —Asegúrate de que pague en efectivo esta vez. Por adelantado. —Ella tiene razón —le dijo Christos a Tiffany—. Por adelantado. — Extendió su mano. Tiffany miró entre nosotros como una perra hiena atrapada. —Veo que has mudado a tu limpiadora al condominio. Si tiene tiempo libre, tal vez, ¿puede limpiar mis toallas también? ¡Triple perra! ¡Dónde estaba mi lanzallamas! ¡Tiff iba a caer en una nube de gloria! —Nunca sometería a Samantha a la mierda que sale de tu trasero, Tiffany —sonrió Christos—, o a mi peor enemigo, de hecho. Tiffany gruñó. No lo digo figurativamente. Quiero decir, literalmente, hizo un gaaaarrrr, con su garganta mientras subió sus labios para mostrar sus colmillos. Nunca había visto a una mujer crecida hacer eso. ¿Dónde estaba mi cámara? Me reí, pero me cubrí la boca educadamente. —¿Te puedo mostrar la puerta? —le preguntó Christos. —Sé por dónde irme. Tiffany salió histérica, azotó la puerta detrás de ella y literalmente gritó en el camino de entrada. Christos y yo lo escuchamos claramente en el estudio.

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Ambos estallamos de risa.

Samantha Aunque Christos y yo terminamos haciendo tiempo el uno para él otro, Kamiko había escapado de mi radar por completo, a excepción de las clases de óleo. Así que Romeo y yo hicimos un esfuerzo especial para ir a su habitación juntos en el bloque de tiempo que teníamos después de clases pero antes de mi turno en Grab-n-Dash. Tenía un montón de tarea ese día, pero estaba segura de que podía hacerle tiempo para más tarde en la noche. ¿Quién necesitaba dormir? Kamiko nos empujó a Romeo y a mí en la suite de habitaciones donde vivía en Paiute Hall. —¡Hola chicos! —Sonrió—. ¡No puedo esperar a mostrarles lo que he estado haciendo! —¿Estás haciendo tu propio animé Hentai porno? —preguntó Romeo— , ¿del tipo que tiene serpientes penetrándose? ¡Me encantaría verlo! —¡No! —Ella golpeó su brazo—. He estado trabajando en mis piezas para el show de Artistas Contemporáneos en Charboneau Gallery. Caminamos por las puertas hacia su habitación doble en el fondo de la suite. —¿Dónde está tu compañera? —pregunté. —¿Fue a la biblioteca a estudiar? Todos los suministros e arte estaba apiñados en su lado de la habitación y casi no había espacio para moverse o sentarse. Su cama tenía una lona con docenas de pinturas pequeñas descansando encima. Romeo se inclinó para recoger una. —Ten cuidado —dijo ella—, la mayoría todavía están húmedas. Las pinturas con óleo podían tomar días o hasta incluso semanas para secarse, dependiendo de cuanta cantidad le aplicaras, y tenías que tener cuidado de no tocarlas hasta que se secaran. Lo sabía, porque hace una semana, me había chocado con una de mis estudios de clase que había estado secando en mi apartamento. Tenía un suéter blanco y mi manga había hecho un reguero en el lienzo y terminó luciendo como vomito de unicornio. Adiós suéter. —¿Dónde duermes? —le preguntó Romeo a Kamiko—. ¿Con el arte?

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—Pongo la lona en el suelo en la noche —dijo.

—¿No tienes miedo de pisar tus pinturas cuando tienes que levantarte para ir al baño? —Tengo cuidado. —Kamiko encogió sus hombros. —Te estás volviendo en una acaparadora de habitación —bromeó Romeo. Ignorándolo, dijo: —En cuanto se sequen, las sacaré. —¡Te has vuelto loca, Kamiko! —Sonreí—. ¡Tienes como, veinte pinturas asombrosas aquí! Las pinturas tenían todos los temas. Algunos que reconocía de nuestra clase de pintura en óleo, pero la mayoría eran nuevos. Había pintado una variedad de escenas al aire libre: un jardín iluminado, los riscos de una playa, olas chocando en la arena, barcos en la marina, incluso una gaviota que era totalmente realista. Eran muy buenas. —Desde que Brandon me dijo sobre el show de Artistas Contemporáneos —dijo ella—, he estado haciendo estudios casi todos los días. Quiero una de mis piezas en ese show. —¿No te preocupa que esto te quite mucho tiempo de todas tus clases de pre medicina? —preguntó Romeo. —Sí —suspiró—, pero no puedo evitarlo. Pintar es mucho más divertido —rio—. No se lo digan a mis padres. Romeo sacó su móvil y fingió marcar. —¡Bring! —dijo él—. ¡Bring! Oh, hola, ¿Sra. Nishimura? Sí, este es Romeo Fabiano, el amigo de Kamiko. Sí, ella está abandonando su tarea de biología y pasando todo su tiempo pintando. Sí, está loca. Pensé que le gustaría saberlo. —Fingió terminar la llamada y metió el móvil en su bolsillo— . Ella dijo que estaría con toda la familia para una intervención en alrededor de una hora. Oh, y has sido desheredada. Pero sin embargo van a venir. Dijo algo sobre pegarte con una vara. —Pensé que pegar con una vara sólo sucedía en Singapore —ofrecí. —Sus padres son muy multi-culturales —bromeó Romeo. Sabía que había conocido la familia y los conocía muy bien. —No harían eso, ¿verdad? —pregunté. —¡De ninguna manera! —dijo ella—. Para la vara usan palos de rattan. Mis padres preferirían esas espadas de bambú samurái que usan los chicos kendo. Se llaman shinai, y son conocidas por romper huesos.

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—¡¿Qué?! —estaba impactada—. Estás bromeando, ¿cierto?

—Más o menos —dijo tristemente—. De todos modos, ¿qué pintura creen que debería presentar para Charboneau? —Todas son tan buenas —dije. Kamiko era increíblemente talentosa. Tuve que seguir recordándome que yo también estaba mejorando cada vez más, incluso aunque pareciera que ella estuviera dejándome atrás. —Ella tiene razón —dijo Romeo—. No puedo elegir una. Tal vez deberías llevar todas para mostrárselas a Brandsome. —Eso estaba pensando —dijo ella—. Así que tomé fotos de todas y las imprimí. Extendió un portafolio negro lleno de fotografías a color de cada pintura en las bolsas transparentes. Una tarjeta de presentación estaba al frente; impresa con letras elegantes, decía: “El trabajo de Kamiko Nishimura”. Debajo de su nombre estaba la información de contacto. —¡Incluso hiciste tu propia tarjeta de presentación! —Me asombré—. Tan profesional. —Lo hice todo en la computadora —sonrió. La miré. —Vaya, Kamiko. Se ve increíble. —Gracias —sonrió—. Tenía planeado ir a la galería esta tarde. ¿Quieren ir? —Tengo una sesión —dijo Romeo—. Estoy pasándola terrible con mi escena para la clase de escritura de obras de teatro. Necesito hablar con el ayudante y que me dé algunas sugerencias. Después de eso, tengo clase de actuación. Negué. —No puedo superar cuán genial es tu horario de clases, Romeo. Kamiko me miró esperanzadamente. —Sam, ¿tú quieres ir? Estoy un poco nerviosa por mostrarle mi trabajo a Brandon. —Eso es porque él hace que tus muslos tiemblen —bromeó Romeo. —¡No es cierto! —espetó Kamiko. —Suena como amor para mí —sonrió Romeo—. Bueno, me voy corriendo, chicas. Diviértanse en la galería. Sam, asegúrate vigilar de cerca a Kamiko, o le saltará a Brandon y arruinará su oportunidad de estar en el show.

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—¡No lo haré! —protestó ella.

Romeo me dio un concienzudo asentimiento y puso sus ojos en blanco. —Está tan enamorada de Brandsome, chao. —Movió su mano al salir. Kamiko se volteó hacia mí con una mirada de súplica. —No estoy enamorada de él. —Te creo, Kamiko —me burlé.

Samantha Kamiko y yo recorrimos el pequeño tramo desde SDU hasta La Jolla en mi VW. Tomamos la ruta escénica por Torrey Pines Road. Estacionamos en la calle y caminamos hacia la Galeria Charboneau. No había estado allí desde el show de Christos el año pasado. Era drásticamente diferente durante el día. No había multitudes y arte nueva colgaba de todas las paredes. Las puertas estaban abiertas, pero el lugar parecía vacío. Ella y yo nos paramos en el centro de la sala principal, mirando alrededor. —¿Dónde están todos? —pregunté. —Llamé a Brandon esta mañana y dijo que estaría aquí toda la tarde —dijo insegura. Ambas nos volteamos para ver a Brandon bajando por las escaleras. Kamiko se inclinó hacia mí y me susurró—: ¡Es tan lindo! A mitad de las escaleras, él dijo con entusiasmo—: ¡Saludos, a ambas! Su rostro se iluminó cuando nos miró. Habían pasado semanas desde la Víspera de Año Nuevo. El enamoramiento de Kamiko por Brandon era obvio para todos. Había sido un caballero con ella, ¿pero estaba interesado? —¿Cómo has estado, Samantha? —preguntó, extendiendo su mano. Ofrecí la mía y la besó. Quité mi mano en cuanto pude. Afortunadamente, Kamiko no se había dado cuenta. Estaba muy ocupada babeando por él. —Kamiko —dijo él, extendiéndole su mano—, que bueno verte. Ella le ofreció su mano pero él apenas la estrechó. Me estremecí. Oh hombre. Esto no era Bueno. Mi única esperanza era que Kamiko continuara tan embobada con él como para notar la atención que él me prestaba.

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—¿A qué debo el placer? —preguntó Brandon.

Ella pestañeó. —¿Llamé para mostrarte mis muestras? ¿Para el show de Artistas Contemporáneos? —Ella extendió su portafolio. Él no tomó el portafolio. —Es cierto. —Le dio su sonrisa encantadora de serpientes—. Mis disculpas, las cosas han estado intensas aquí últimamente. No me engañaba. Necesitaba buscar una estrategia para salirme de esto antes de que Brandon rompiera el corazón de Kamiko al lanzárseme. No estaba seguro de si en verdad quería ver su arte, o si estaba jodiendo con ella. Tal vez la mejor solución era sacarnos a ambas de la situación. ¿Brandon había estado absolutamente borracho en la Víspera de Año Nuevo o estaba simplemente siendo educado? ¿Había una remota oportunidad de que le gustara? No tenía forma de saberlo. Brandon señaló hacia las escaleras. —¿Por qué no vamos a mi oficina y miramos tus muestras? —Está bien —dijo Kamiko emocionada. Los tres subimos las escaleras y fuimos a su oficina. Las paredes estaban cubiertas con docenas de pinturas enmarcadas en una variedad de estilos artísticos. Supuse que eran de los muchos artistas que habían vendido en la galería a través de los años. —Samantha, ¿has visto mucho últimamente a Christos? —preguntó—. Debe estar ocupado con el montón de trabajo nuevo que le estoy enviando. ¿Estaba insinuando que Christos estaba muy ocupado para mí? ¿O simplemente diciendo lo obvio? Con Brandon, me dije que era seguro asumir que nunca iba por lo obvio. La solución: mentir entre dientes. —No estoy segura. Sé que pasamos un montón de tiempo juntos. A veces me pregunto cuando encuentra tiempo para pintar… —De acuerdo, cállate ahora. No hagas las cosas peor. Miré a Brandon de cerca mientras asimilaba lo que le había dicho. —Entonces, Kamiko. Tu trabajo. —¡Sí! —Ella le entregó su portafolio. Él lo hojeó casualmente. ¿Estaba mirando a las pinturas en absoluto, o a mí? No estaba segura, pero sus ojos estaban desviándose hacia mí demasiado. —¿Qué piensas? —dijo ella toda entusiasta, en el borde de su silla, con sus cejas alzadas.

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Él sonrió amablemente.

—Es un trabajo sólido, Kamiko. Pero es muy estándar. Las cejas cayeron del cielo y se estrellaron encima de sus ojos en una línea tensa y confusa. —Oh —suspiró. Él suspiró. —El show de Artistas Contemporáneos en la Galería Charboneau es sobre ideas nuevas, ideas arriesgadas. Lo que tienes acá son estudios muy habilidosos. Son excelentes. Buen trabajo. Pero siguen siendo estudios. Kamiko parecía estar hundiéndose en su silla como si fuera hecha de arena movediza. Pobre cosa. No sabía qué hacer. Él rápidamente sintió el cambio de ánimo de Kamiko. —No dudo que puedas vender tu arte a un sinnúmero de galerías — dijo con optimismo—. Siempre hay una demanda de imágenes tradicionalmente hermosas. —Kamiko se desplomó con desaliento. —Podría darte los nombres de otras galerías —dijo con ánimo—. Incluso yo mismo podría hacer unas llamadas, decir algo bueno en tu nombre. De repente me di cuenta de por qué Kamiko estaba decaída. No era el hecho de que la Galería Charboneau no fuera adecuada para su increíble trabajo. Era que él no estaba interesado en sus pinturas. Su pasión. Estaba dispuesta a apostar que él tampoco estaba muy interesado en Kamiko, pero su rechazo superficial de su arte era una rechazo lo suficientemente duro. Quería moverme y consolarla, pero estaba asustada de que si lo hiciera, ella se rompería y las lágrimas saldrían a raudales. —¿Tal vez ella podría pintar algo diferente? —sugerí animada—. ¿No podrías hacer algo más, Kamiko? —la animé. Me miró como si estuviera moviéndose. Dolorosamente. —Estoy segura de que podrías —dije—. No lo sé, ¿ver cómo lo hacen otros artistas? ¿Intentar algo diferente? —Estaba desesperada—. ¿No es cierto, Brandon? Sus ojos me miraron como si estuviera sin ayuda. No iba a dejarlo salir tan fácil. —¿No es cierto, Brandon? —insistí. —Oh —él tragó—, sí. Si ella quisiera preparar algunas muestras nuevas, estaría feliz de verlas. Claro que lo haría.

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—¿Tal vez le podrías dar algunas ideas de qué pintar? ¿Brandon?

—No lo sé… —divagó—, no soy artista… —¿Tal vez sugerir algunos para que los estudie? ¿Algunos de los shows anteriores, tal vez? Christos me lo había sugerido a mí hace una semana. Estaba meramente parafraseando sus palabras para Brandon. Los ojos de Kamiko se iluminaron. —Sí, puedo hacer eso. La mirada de culpa de Brandon se desvaneció mientras alcanzó algo en un cajón del escritorio. —Tengo lo que necesitas. —Sacó un folleto hermosamente impreso—. El catálogo del show del año pasado. —Lo puso en el escritorio frente a Kamiko, para que la enfrentara a ella y lo abriera—. Esto te dará una idea del trabajo que aceptamos el año pasado. Kamiko se inclinó y comenzó a pasar las páginas, una emoción creciente iluminó su rostro. —¡Podría hacer trabajos como estos! —Pero —advirtió Brandon—, necesita ser tu propio trabajo. —No copiaría nada —dijo ella con entusiasmo. —Eso no es lo que quise decir —dijo él—. Necesitas desarrollar un estilo que es únicamente tuyo. No es suficiente con simular lo que ves ahí. Necesitas originar tu propio lenguaje visual, uno que los compradores reconozcan instantáneamente como distinto a los demás. Kamiko parecía esperanzada, pero de algún modo pérdida. —Ah… Brandon se inclinó hacia adelante, con los codos en la mesa. De repente parecía en su elemento. —Kamiko, esta es una oportunidad para que explores, experimentes. Vuélvete loca. Intenta algo diferente. Muéstrame lo que Kamiko Nishimura puede hacer que los demás no. ¿Por qué no había dicho eso antes? Probablemente estaba muy ocupado pensando en encantarme a mí en vez de ayudarla. —Supongo que puedo hacer eso —dijo tentativamente. —¿Qué tal tu animé? —ofrecí. Me volteé hacia Brandon—. ¿Puede hacer algo con sus caricaturas? —Sí —dijo él—. Puede trabajar en algunos de los motivos estilísticos del manga y el arte animé. Muchos artistas están haciendo eso exactamente.

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—Podrías hacer eso —la animé, descanso mi mano en su antebrazo.

Ella asintió. —Kamiko —dijo Brandon con confianza—, píntame un poco de trabajo nuevo. Tienes mucho tiempo antes del show. Tráeme muestras nuevas y estaré feliz de mirarlas. —Está bien —dijo ella, ahora sonando menos impactada. —Bueno, odio hacer de esto una visita corta, pero tengo algunos negocios importantes que atener —dijo Brandon, poniéndose de pie. Kamiko se puso de pie. —Gracias, Sr. Charboneau. —Ella estrechó su mano firmemente. —Mi placer. —Él se volteó hacia mí—. ¿Samantha? Asentí. No iba a estrechar su mano después de cómo había atacado a Kamiko. Sin importar lo que dijera de sus pinturas. —Perdónenme. —Kamiko sorbió—. Necesito usar el baño antes de irnos. —Está abajo —ofreció Brandon. ¿Por qué pensé que Kamiko necesitaba una excusa para llorar en privado? Gemido. Esta visita era un desastre. Kamiko salió de la oficina. —Iré contigo —dije, poniéndome de pie. —Está bien —dijo ella—. Ya regreso. —En verdad —dijo Brandon—, ¿puedo hablar contigo rápidamente, Samantha? Genial. Miré a Kamiko, esperando su permiso. —Adelante, Sam —dijo ella—. Estaré de vuelta pronto. —Dejó su portafolio encima de la mesa de Brandon. Tendría que llevar a Kamiko a comer helado antes de que nos fuéramos de la galería o volver a mi apartamento y compartir medio galón con ella viendo un poco de “Hora de Aventura” o “Guerreros Valientes”. Jodido Brandon. Decidí darle una charla en el momento que Kamiko estuviera fuera del rango de audición. Escuché sus pies arrastrándose por el corredor hacia la escalera. De repente se me ocurrió que Brandon era el tratante de arte de Christos. ¿Podía insultarlo? ¿Eso crearía tensión entre Christos y él? De repente me sentí como si estuviera loca. Tal vez era mejor si no le dijera nada a Brandon. La sonrisa de Brandon alumbró. Por tanto como no quería admitir, él era muy hermoso. No había dudas en porque Kamiko estaba destrozada por su trato abrupto.

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—Qué bueno verte de nuevo, Samantha —dijo.

Sonreí amablemente. ¡Hola! Estaba aquí por Kamiko, no por él. ¿No veía eso? Tal vez no. O no le importaba. Apenas lo conocía, así que cualquiera cosa era posible. Tenía que decir algo. Todavía sentada en la silla, crucé mis brazos sobre mi pecho. —Brandon, ¿no piensas que fuiste un poco duro con Kamiko? Él deslizó sus manos casualmente en sus bolsillos. —¿Cómo? —La aplastaste. Ella trabajó muy duro en esas pinturas. Él suspiró. —Trata de entender mi posición, Samantha. Charboneau tiene una clientela particular con expectativas particulares. ¿Cómo me ayudaría a vender la marca de Charboneau si dejara entrar el trabajo actual de Kamiko en el show? No estaba muy segura de que quería decir por “marca”. Todo esto era nuevo para mí. —Mira, hay docenas de galerías en San Diego que manejan trabajos como los de Kamiko. Ella ya es mejor que la mitad de los artistas que están colgados en esas galerías. No tengo dudas de que podría conseguir una cita con cualquiera de ellas y vender todo en su portafolio. Le hice un favor. —Estás perdiendo el punto, Brandon. —Casi gemí cuando lo dije, pero traté de mantener mi voz calmada. —¿Y qué punto es ese? ¿Podía decirle que ella estaba enamorada de él? ¿Eso ayudaría o haría las cosas peor? Al diablo. —Le gustas, Brandon. Él sonrió. —Lo noté —dijo demasiado confiado. Imbécil. —¿Entonces por qué fuiste tan cruel? —exigí. —Como dije, estaba tratando de ayudarle. Dirigirla en la dirección correcta. —¿Qué, lejos de ti? —No —sonrió—. Hacia las galerías que la acogerían.

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—Pero eres quien ella quiere la acoja. Tú, Brandon. No a la galería. ¿No lo entiendes? —Lo miré. ¿No se daba cuenta de cuán imbécil estaba siendo? Los hombres eran todos iguales.

Me dio esa irritante hermosa sonrisa suya. —Lo entiendo, Samantha. Pero el problema es que, yo estoy interesado en ti… —Se inclinó hacia adelante y puso su mano en mi mejilla. Había estado sentada en el borde de mi silla, así que me deslicé hacia atrás, tratando de escapar. Brandon me siguió. Su nariz estaba a centímetros de la mía. No me podía deslizar más atrás en la silla a menos de que literalmente me subiera a ella. Brandon continuó con voz baja: —…no en ella. De repente, la sonrisa de Brandon se congeló. Se enderezó tensamente y deslizó sus manos en sus bolsillos. —Oh, hola, Kamiko —dijo sin emoción. Me volteé, prácticamente volando de la silla. ¡Mierda! ¿Cuánto tiempo había estado parada ahí? Juzgando por las lágrimas en sus ojos y la forma por como corrió por el corredor llorando, supondría que lo suficiente. Desde donde ella había estado parada, seguro parecía como si Brandon estuviera a punto de besarme, pero Kamiko no había visto la mueca en mi rostro. —¡Kamiko! —grité—. ¡No es lo que tú piensas! —Pero ella ya estaba bajando las escaleras. Probablemente no me había escuchado. Si lo había hecho, temía que no me había creído. Me paré de la silla, a punto de salir detrás de Kamiko—. ¡Eres tan imbécil, Brandon! Él frunció el ceño. —¿Por qué, porque no me interesa ella? —se burló—. ¿Eso es un crimen? —¡No! Pero… —suspiré fuertemente—… ¡sigues siendo un imbécil! Corrí detrás de Kamiko peor me detuve en la mitad del pasillo. Corrí para agarrar su portafolio encima de la mesa. Miré a Brandon cuando lo recogí. —¿Qué? —dijo defensivamente. Miré el catalogo del show que había sacado para Kamiko. No sabía si le iba a importar, pero lo agarré, por si acaso.

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Cuando llegué al final de las escaleras y hacia el piso de la galería, ella se había ido. Corrí hacia las puertas delanteras y salí a la calle. Miré en ambas direcciones, pero no la vi en ninguna parte. Estaba poniéndose oscuro, y algunas cuantas personas estaban caminando. Había tiendas en todas partes e intersecciones de cuatro carriles en ambas partes de la pequeña cuadra. Podría estar en cualquier lado.

Mierda. Caminé hacia donde estaba estacionado mi auto. Tal vez estaba esperando allí. Nop, no había señales de ella cuando llegué a mi VW. Le marqué desde mi móvil. Ninguna respuesta. Le dejé un mensaje de voz: —Soy yo. No es lo que piensas, Kamiko. Brandon estaba intentando seducirme. Me sorprendió justo antes de que entraras, no tuve tiempo de reaccionar. No estoy para nada enamorada de él… —Casi añado que estaba con Christos, pero sospechaba que recordarle que tenía un asombroso novio después de que el estúpido Brandsome había echado su corazón a la basura era una mala idea—… Y en verdad siento mucho como te trato Brandon. No estaba segura de si esto hacia las cosas peor o mejor. Terminé mi llamada, temiendo que mi mensaje no hiciera bien. Suspiré. En la siguiente hora, llamé a Kamiko tres veces mientras esperaba en mi auto. Ella nunca contestó. ¿Tal vez llamó a Romeo para un aventón? Llamé a su móvil pero él no respondió. Un rato después, me llegó un mensaje de él diciendo: En clase. T llamo dsps. Kamiko probablemente no había llamado a Romeo. Si fuera así, él lo habría mencionado en el mensaje. Esperaba. ¿Iba a tomar el bus para regresar al campus? Eran ocho kilómetros de vuelta a la SDU. Por lo que sabía, ella iba a caminar. Me sentí terrible. Esperaba que no se quedara enojada conmigo. Si fuera con alguien, debería estar molesta con Brandon. Suspiré fuertemente. ¿Cómo los hombres siempre se las arreglaban para arruinar todo? Esperé otros treinta minutos y llamé a Kamiko dos veces antes de irme. Regresé a su habitación en el campus. Su compañera me dejó entrar y me dijo que ella no había venido. ¿Dónde estaba? No podía esperar. Tenía que estar en Grab-n-Dash en veinte minutos. ¡Mierda!

Samantha

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Llegué a Grab-n-Dash con un minuto de sobra. El bullicio de clientes que me recibió fue un contraste cruel después del drama de las últimas dos horas.

Lo primero que hice fue intentar volver a llamar a Kamiko. Me sentí terrible. Me preocupaba que pensara que estaba tratando de robarle a Brandon. Pero eso no tenía sentido. Sabía que estaba saliendo con Christos. Sin importar cuantas veces la llamara, nunca respondió. Estaba preocupada por ella. Cuando los clientes comenzaron a llegar, hice mi mejor intento para sacar a Kamiko de mi mente y concentrarme en mi trabajo. Una hora después, mi cansancio acumulado me golpeó como un ladrillo. Apenas podía mantener mis ojos abiertos durante la tranquilidad de clientes, y cuando estuve ocupada, me sentí cansada y tensa, como una versión hecha de vidrio de mí misma. Cada noche, todavía buscaba en los sitios de trabajo sin conseguir éxito y nunca suficiente sueño. Estaba comenzando a desear que las tutorías de matemáticas hubieran resultado, pero no hubo suerte tampoco. Sabía que Grab-n-Dash no era una opción a largo plazo. No era solo físicamente agotador, sino que también drenaba emocionalmente. Había esta cualidad depresiva que no podía identificar. Tal vez era el hecho de que sabía que ser vendedora en una tienda de abarrotes no era la clase de trabajo del que mis padres estarían orgullosos. Probablemente se reirían y me dirían que me lo advirtieron. Ojos en blanco. Me pregunté por cuánto tiempo podría mantener mi ritmo con cuatro clases y dos trabajos. ¿Podía mantenerlo hasta terminar el semestre, hasta las vacaciones de primavera? ¿Y mantener mis notas altas? ¿Qué sucedía después de las vacaciones? ¿Una semana lejos de clases serviría para rejuvenecerme? Temía que no. En el momento, lo único que mantenía mis cansados ojos abiertos era el olor de perro caliente flotando de mi camisa color orina-neón. Sin importar cuantas veces la lavara, el olor no se iba. Le había rogado a mi jefe varias veces por una nueva. Su respuesta siempre era la misma—: No está en el presupuesto —había dicho sarcásticamente mientras sus cejas pobladas parecían gusanos encima de sus gafas.

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Tonta yo. Había olvidado que Grab-n-Dash era una compañía que salía en la lista de las quinientas más adineradas con un presupuesto muy apretado que mantener si esperaba mantener las expectativas en las acciones en una dosis trimestral. Así que diligentemente lavaba mi casa a mano todas las noches, la secaba en la baranda del balcón, y la metía en una bolsa de basura cuando estaba seca para atrapar el olor. Todas las mañanas, rezaba para enterarme de que había robado mi camisa, pero creo que los criminales eran más inteligentes, al igual que las personas

vagabundas que tenía estándares mínimos que mantener cuando se trataba de olores personales. Perros calientes Sí, nunca iba a volver a comer uno de nuevo. Las puertas sonaron cuando Eminickle, mi favorito donjuán ilícito de doce años, entró a Grab-n-Dash con su pandilla, los dos pequeños de su pandilla. —Que hay, chica —dijo Eminickle—. ¡Hoy luces atractiva de seguro! Le sonreí. Creo que sólo medía un metro de timidez. Tal vez menos. Y ahora estaba de puntillas. ¿En verdad tenía doce? ¿Tal vez seis? —Hola, Eminickle —dije. —Sabes qué me dices así porque soy tu número uno —dijo suavemente. —¿Um, no? Es porque creo que esa es tu talla de zapatos. —¡Oh, golpe bajo! —dijo su amigo a su derecha. Este tenía cabello rojo, pecas, frenillos y usaba una camiseta que tenía un Invasor del Espacio en el frente. —Vamos, chica —dijo Eminickle—, ¡déjame ser tu papi! —¡Consíguela, amigo! —dijo su otro amigo. Este tenía enorme gafas y un afro. Su camisa tenía una imagen de un rabino sosteniendo un par de estrellas de David de seis puntas arrojadizas, posando como un ninja, encima tenía un logo que decía “Ju-Jitsu”. Eran inofensivos. Nunca les diría cuanto disfrutaba sus visitas. Eran una emocionante distracción de los clientes regulares. Eminickle y su pandilla fueron hacia el mostrador de dulces y llenaron sus bolsas en las máquinas antes de traer sus preciados tesoros como si fuera joyas de oro y tuvieran cálices de plata en sus manos. Registré todos. —Yo pago, chicos —dijo Eminickle generosamente, sacando su billetera de velcro para pagar. Tenía un logo de Angry Birds pegado en la parte delantera. Me entregó un billete de diez dólares, lo cual cubría todo. Le saqué el cambio y lo deslicé por el mostrador. Levantó el billete de dólar restante y lo extendió hacia mí. —Para ti, chica, porque eres tan buena. —Guárdalo para la leche mañana en la escuela —me burlé.

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Sus amigos rieron a carcajadas.

—¡En fuego, amigo! —dijo Invasor del Espacio. —Ta bien, lo entiendo —me dijo con confianza Eminickle—. Estás jugando a hacerte la difícil. Pero puedo notarlo, estoy empezando a crecer en ti. —Como un barro —dije. Sus amigos estallaron de risa. —Si alguna vez quieres hacerme estallar, chica —me guiñó Eminickle— , y sabes lo que quiero decir… házmelo saber. ¿Ta bien? —¡Asqueroso! No sé cómo, pero él hizo que un barro fuera una insinuación sexual. Tan no sensual. Suspiro. Los niños de hoy. Puse mis ojos en blanco para los tres. —¿No tienen tarea por hacer? —Te veo la próxima vez, mamacita atractiva. —Eminickle me guiñó mientras él y sus amigos salieron. Me despedí sarcásticamente y puse mis ojos en blanco. Una vez Eminickle y los dos pequeños salieron, mi cansancio regresó. Miré la máquina de café. ¿Necesita una cuarta taza? No, la cafeína no estaba ayudando. Todo lo que hacía era que mis manos temblaran y que mis parpados se movieran. Miré el reloj en la pared lejana. Sip, estaba yendo hacia atrás.

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En verdad necesitaba encontrar un trabajo diferente.

Samantha

M

ientras se acercaba el trimestre, sentí el peso aplastante de la inminente catástrofe sobre mi vida. No sólo tenía mi amistad con Kamiko desviada, también mis calificaciones iban cayendo en el retrete.

En el lado positivo, pintura al óleo era más que probable una A. El profesor Cogdill era un gran maestro y un gran apoyo. Comprobado. Sociología 2, por otro lado, estaba buscando como un sólido B. No es lo que quería. Mis padres no estarían contentos con nada menos que una A. Por desgracia, el profesor Tutan-bostezo-bostezo seguía poniéndome a dormir, no importa lo duro que traté de concentrarme. La pérdida de energía de mis dos trabajos no estaba ayudando. Historia se encaminaba hacia una C. Eso me asustó. No había tenido una C desde el instituto. Tal vez podría sacar una B para el final del trimestre, pero sin la esperanza de una A. Gemido. Escultura Figurativa era un comodín. Tenía que ir realmente a las horas de consulta de Bittinger para saber exactamente donde me encontraba. No tenía mucha ilusión de una visita amistosa con el Bitchinger. Por suerte, sus horas de consulta no estaban en el mismo día de las clases. Tal vez no sería tan perra sin Hunter en la habitación haciéndome ojos chiflados mientras la ignoraba. Caminé a través del campus de la mañana y en el edificio de Artes Visuales a su oficina. Me había asegurado para llegar mucho antes de sus horarios de oficina publicados. Quería estar a la espera de ella, no al revés. Necesitaba todas las ventajas que podía obtener. Como esperaba, ella no estaba allí. Me deslicé hacia abajo contra la pared y saqué mi cuaderno de bocetos para garabatear mientras esperaba. Casi empecé una caricatura de ella, pero sabía que iba a dejarme llevar y ella caminaría hasta el momento exacto que termine una imagen ofensiva de ella.

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Pude ver los dibujos animados en mi mente. Marjorie tendría una mirada amarga en su cara bonita y el cuerpo de un perro sarnoso de cintura para

abajo. Estaría sentada detrás de un pequeño local en la calle, esperando el próximo idiota dispuesto a venir y pagar por su marca única de dolor barato. La señalización garabateada en la parte delantera del soporte sería el siguiente: “Los insultos y molestias. 5 ¢”. “La perra está dentro” Con una sonrisa en mi cara, me puse a dibujar a Doggy van Peltinger. No me pude resistir. Tal vez es lo que necesitaba para ser una dibujante. Por supuesto, ese fue el momento que Marjorie Bittinger eligió para caminar por el pasillo. Mi dibujo tendría que esperar. Metí mi cuaderno de bocetos en mi mochila y me levanté. —Buenos días, señorita Smith —dijo la profesora Bittinger mientras sacaba un manojo de llaves de su bolso y abrió la puerta de su oficina—. ¿Supongo que estás aquí para solicitar información sobre las calificaciones trimestrales? —Ella sonrió. —Um, sí. Entró en la oficina y dejó caer las bolsas detrás de su escritorio. Me senté en una de las sillas frente a su escritorio. Su oficina tenía una decoración muy limpia y precisa. Tres pequeños pedestales a lo largo de la pared tenían esculturas de bronce de cabeza en la parte superior de ellos, cada uno de un hombre joven guapo y diferente. No reconocí a ninguna de las personas, pero estaban todos muy bien hechos, y los hombres parecían súper-sexy. —¿Son esas cabezas de su trabajo? —le pregunté. —¿Te refieres a los bustos? —Sí. —Supongo que eso es como se llama. —Sí. —Aún de pie detrás de su escritorio, rebuscó entre una carpeta, en busca de algo. Tal vez iba a encontrar algunas sutilezas sociales en el interior, porque me di cuenta de que había olvidado traer la suya con ella esta mañana. Un momento después, tiró varias hojas de papel y les dio una palmada en la mesa—. Tu archivo. ¿Cómo se las arregló para hacerme sentir como si estuviera sentada en la oficina del director, a punto de recibir una bronca por las payasadas en su clase? ¿Detención o expulsión seguirían? Marjorie se sentó y sacó un par de gafas para leer en su rostro. Incluso en los vasos, que proyectaba una belleza elegante. ¿Por qué fue que interiores y exteriores de las personas podrían ser tan mal emparejados?

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Marjorie giró hacia atrás y adelantó entre dos páginas, leyendo, hojeando, leyendo. Se quitó las gafas, las dobló y las guardó antes de entrelazar los dedos con recato en la parte superior de su escritorio.

—En la actualidad, tu grado es una D. —¿Una D? —Me quedé muy sorprendida. Ella apretó los labios. —Menos. —¿Qué? —Eso era imposible. En el peor de los casos, me esperaba una B. Estaba trabajando mi trasero en su clase, y mis esculturas eran tan buenas como la de cualquiera. Había asumido que, como los desnudos, la clase de escultura se clasificaba según el progreso—. ¿Por qué es tan baja? —Debido a que su trabajo es de mala calidad y mano dura. —¿Mano dura? ¿Qué significa eso? Ella sonrió con amplia superioridad. —Si usted quiere llegar a ser un albañil y verter el cemento para ganarse la vida, hace un gran trabajo, estupendo. —Pero estoy aprendiendo. —Esperaba que no sonara como si me estuviera quejando—. ¿No es una clase de principiante? —Yo esperaría ver un nivel más fino de la ejecución en un curso de nivel universitario. —Se inclinó hacia delante, yendo a matar, todo sonrisas—. No todos tienen lo que se necesita para convertirse en un escultor figurativo, señorita Smith. Tal vez usted debería considerar una clase de cerámica. Ceniceros y platos pintados pueden ser más de su velocidad. ¿Más de mi velocidad? Estaba haciendo que suene como si no fuera lo suficientemente inteligente o lo suficiente talentosa para unirme a su club. Que perra tan épica. Sentí que me empezaba a romper. Entonces todo encajó en su lugar. Dirigí una mirada hacia ella. —Está tratando de empujarme fuera de su clase. Las cejas perfectamente depiladas de Marjorie anudadas juntas en un montón nervioso desagradable. —Es Hunter, ¿no es así? —le pregunté. —¿Qué? —se burló. Hasta yo sabía cómo reconocer la negación descarada. —Te gusta. Es por eso que lo contrató como su modelo. Quería que fuera más cercano a usted. Pero él está interesado en mí. Y la está volviendo loca. —¡Eso es ridículo! Nunca he oído tal…

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—Es por eso que quiere que deje su clase —continué con fuerza—, o renunciar, o lo que sea. Por eso es que ha sido tan dura conmigo desde el

primer día. Soy la competencia, y usted está celosa. —Sonreí mi propia sonrisa de superioridad. ¡Toma eso, Épica Bitchinger! —No sé de dónde saca esas ideas locas, señorita Smith, pero le aseguro, su grado es un reflejo de su rendimiento en clase, no una especie de adolescente triángulo amoroso. —Usted lo sabe —le dije con calma—, una de las cosas que leí en Sociología, durante la parte de los estudios de género, fue el acoso sexual. Tenía curiosidad, así que busqué políticas de acoso sexual aquí en SDU en línea. ¿Sabe lo que es un “ambiente de aprendizaje hostil”, profesora Bittinger? —Esto es absurdo, no tengo que escuchar… —Tiene razón, usted no tiene que escuchar. Pero veo cómo se le cae la baba por Hunter, y cómo me trata peor que a los otros estudiantes. Soy a la única que selecciona sin ninguna razón. —No hago tal cosa, señorita Smith. —Entonces estoy segura de que no importa si hablo con el Decano de esto. Apuesto a que va a estar más que feliz de escucharme. Los ojos de Marjorie estaban muy abiertos y, literalmente, temblando de miedo. Me levanté y eché mi mochila al hombro. —Nos vemos en la clase, profesora. Sonreí para mis adentros mientras salía.

Samantha Me sorprendió gratamente cuando asistí a Escultura Figurativa. La profesora Marjorie Bittinger era una mujer nueva. Podría incluso llamarla agradable. Era capaz de concentrarme por completo en mi escultura, y tenía un montón de trabajo hecho. Romeo, por supuesto, estaba feliz de distraer.

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En un momento, cuando nadie miraba, acariciaba las nalgas de su escultura de Hunter y me hacía caras de dormitorio, que para Romeo significaba la lengua fuera y los párpados temblorosos. Me reí, esperando que Major Bitchinger estuviera mirando por encima del hombro, como de costumbre, ella me había entrenado, pero no estaba. Estaba en el otro extremo del estudio, ayudando a otro estudiante.

Qué alivio. Suspiré contenta. Parecía que estaría disfrutando de un ambiente de clase más indulgente. Uno que era del todo no hostil. Puntos para mí. ¡Yay! Hunter, por otro lado, era el mismo viejo depredador enfocado. Cada descanso era una oportunidad para él de hacer nuevos movimientos hacia mí. ¿Alguna vez iba a dejar que saliera de su punto de mira? La otra cosa que había aprendido sobre el acoso sexual en el SDU era que las mismas reglas que se aplican a los profesores también se aplicaron a los asistentes del profesor. Pero Hunter no era un TA7. Era casi como un orador invitado, o el contratista, para la universidad. No sabía si tenía que seguir las reglas similares o no. ¿Tal vez sea necesario darle un sermón de todos modos, como le había hecho a Marjorie? Algo me dijo que Hunter no escucharía. Hunter hacia lo que Hunter quería. Además, ahora que la Gran Marjorie estaba atrás, el acecho de Hunter no parecía tan grande como un problema. Era una molestia, pero por lo menos era educado al respecto. Era inofensivo. ¿No? Cuando la clase terminó, Romeo y yo empacamos nuestras herramientas y salimos juntos del estudio. —¿Sabes lo que odio sobre la clase de escultura? —preguntó Romeo. —Pensé que amabas la escultura —sonreí. —Lo hago, pero es una cosa de amor-odio. —¿Qué quieres decir? —Bueno, la verdad es que estoy tan avergonzado de decir esto, pero, bueno... —Sonaba muy nervioso. —Está bien, Romeo. Di lo que sea. Me dio una mirada suplicante. —Si no te has dado cuenta, tengo una “cosa” por Hunter. Me reí. —No, no me había dado cuenta de eso —le dije con sarcasmo. —¡Sam, lo digo en serio! —Romeo se quejó. —Está bien —cedí—. Sí, ¿por lo que creo Hunter es caliente? ¿Y qué?

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TA: Asistentes de profesores en inglés Teaching Assistants.

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—No, Sam. No lo entiendes. Creo que estoy enamorado de él. Llegamos a una parada en el camino que conduce a través del bosque de eucalipto fuera del edificio de Artes Visuales miré a Romeo con simpatía. Su rostro era realmente desesperado. Romeo no falseaba la comedia y la desesperación, sino que la cosa real. Me sentía terrible por él. —Oh, Romeo —le dije—, no creo que Hunter sea gay. —Lo sé, pero eso no cambia lo que siento. —No sé qué decirte Romeo. Creo que vas a estar decepcionado, pase lo que pase. —¿Tal vez sea bisexual? —No tengo ni idea. Pero a mí no me lo parece —le dije con cautela. Romeo parecía decepcionado patéticamente. —¿De verdad lo crees? —Lo siento, Romeo. Pero sí, realmente no creo que Hunter sea... —¿Hunter es qué? —Hunter sonrió, caminando detrás de nosotros en el camino. Oh, genial. Hunter siempre se entrometía como un reloj. Creo que estaba finalmente en él. —Nada —suspiré. —Vamos, ¿qué? —Hunter sonrió. Tenía sus gafas de aviador de nuevo, a pesar de que el cielo estaba gris y nublado—. ¿Qué piensas de mí? Tengo muchas ganas de saberlo. Sonreí para mis adentros. Podía funcionar con eso. Me di cuenta de que Hunter era un imbécil egoísta, era superficial, no sabía cuándo parar, y ser un modelo de pene para el empaquetado de la ropa interior era débil. En su lugar, le dije: —Sólo estaba diciendo que eras un buen modelo para la escultura. Es fácil ver todos los músculos. —Lo sé —Hunter sonrió, sus dientes brillando hermosamente. Vi a Romeo desmayado por el rabillo de mi ojo. ¿Por qué no podía estar enganchado Hunter de Romeo en mi lugar? Entonces todo el mundo podía ir a lo suyo y vivir felices para siempre. —¿Cuándo vas a dejar que te invite a salir, Sam? —Hunter pinchó. —Me podrías invitar —dijo Romeo, esperanzado.

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Hunter puso los ojos en Romeo, claramente frustrado por él. Yo habría pensado que Hunter sería inmune a las insinuaciones constantes de Romeo por ahora. Supongo que no. Estaba recibiendo de él. Así que ¿por qué no

podría Hunter ver que su ligue en mí era tan aburrido? Demasiada testosterona aplicada a la mente masculina clásica era la respuesta probable. Nada que pudiera hacer al respecto. —Vamos, Sam —dijo Hunter, su voz áspera con la duda—, deja que te invite a salir. Sólo una vez. Te voy a mostrar un buen momento, lo prometo —suplicó. No lo podía creer. La confianza de Hunter estaba finalmente empezando a deslizarse. ¿Sólo había tomado que, dos meses? Por lo menos merecía una A por esfuerzo. Pero no estaba repartiendo premios. Suspiré. — No, Hunter. Sólo hay un hombre en mi vida. De hecho, él es el amor de mi vida. Hunter sonrió con su sonrisa perfecta. Pero esta vez, parecía una especie de como una especie de tiburón. —¿Estás segura? —preguntó. Sí, él se estaba cansando. Pero no se daba por vencido. Era hora de reventar la burbuja para siempre. Estaba cansada de su juego. Porque eso es todo lo que era. No escuchaba. Alguna vez. —¿Qué quieres decir, con que si estoy segura? ¿De cuántas maneras tengo que decirlo, Hunter? Estoy involucrada. Fuera del mercado. Viendo a alguien. Novios. ¿Consigues el cuadro? Hunter alzó una ceja. Todavía tenía algo de pelea en él. —Estoy totalmente disponible —dijo Romeo, nervioso—. En el mercado. Viendo a nadie. Hunter estaba distraído temporalmente por las payasadas de Romeo. Lo tomé como mi oportunidad de escapar. Empecé a caminar rápidamente. Hunter me siguió un segundo después. Cuando me alcanzó, mostró su sonrisa de tiburón. —Todavía podemos pasar el rato, como amigos, ¿no? Wow, sonaba desesperado. —No —dije firmemente, caminando rápido. Romeo trotó para ponerse al día con nosotros. —¡Estoy aquí! —le gritó a Hunter, que no le hizo caso—. ¡Totalmente dispuesto a ser más que amigos!

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Pobre Romeo. Me detuve, esperando por él para ponerse al corriente.

Romeo atrapó el pie en un bache en el pavimento y casi tropezó con Hunter. Las cejas de Hunter se apretaron juntas y gruñó a Romeo. —¡Amigo, vete a la mierda! ¡No soy un marica! Romeo recuperó el equilibrio y se detuvo a mi lado. Estaba totalmente sorprendido por las palabras de Hunter. Por primera vez desde que lo había conocido, la alegría constante salió de sus ojos. Se enderezó rígidamente, y fingió examinar sus uñas. —¿Qué te pasa? —exigí a Hunter—. ¡No hables a mi amigo de esa manera! Las cejas de Hunter se relajaron y sus labios se abrieron en una sonrisa fácil. La forma en que pasó de la ira a su sonrisa de tiburón me recordó a Lame Damian. ¿Por qué no estaba sorprendida? Hunter se pasó la mano por el pelo hirsuto. —Lo siento, amigo, no quise decir eso —dijo Hunter con suavidad, como si no fuera gran cosa. —Tenemos que irnos —le dije a Romeo. Le tendí la mano, casi como un padre. Tenía que sacarlo de aquí. —Está bien —dijo Romeo en voz baja. Tomé su mano y lo conduje alrededor de Hunter. —¡Espera, lo siento! —llamó Hunter, tratando de ponerse al corriente—. ¡Samantha, espera un segundo! Él puso una mano en el hombro de Romeo. Romeo se estremeció. —Lo siento, hombre —dijo Hunter—. No quise llamarte un ma… —Se detuvo, nervioso—. No debería haber dicho eso. Romeo se detuvo y miró a Hunter. El rostro de Romeo era firme. Él y yo miramos a Hunter con expectación. —Ahh, no sé qué decir —Hunter balbuceó—. ¿Uh, me disculpo? Romeo aún estaba frío como una piedra. —Inténtalo de otra manera —le dije a Hunter. Estaba confundido. —¿Intentar de otra manera qué? —¿Tus disculpas?

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Él gruñó con petulancia—: ¿De cuántas maneras tengo que decirlo?

—¿De todas las maneras como tuve que decirte que tenía un novio? —me mofe. —¿Eh? —Hunter se quedó estupefacto. Puse los ojos en blanco. —¿No te acuerdas de las veces que he tenido que decir no a lo largo de los últimos dos meses, Hunter? Estaba empezando a pensar que iba a tener que presentar una orden de alejamiento en tu contra. Porque nunca te das por vencido. —De repente me di cuenta de lo que le estaba diciendo a Hunter era lo que había querido decir a Damian Wolfram en los últimos tres años, pero nunca llegó. Damian daba una conferencia en efigie se sentía grande. Yo quería hacer más de lo mismo. Sonreí interiormente. No más idiotas estúpidos iban a caminar sobre mí. —Hunter, tal vez deberías intentar pedir disculpas a la gente a la cual haces daño al menos tan a menudo como tratas de meterte en los pantalones de una chica. Hunter se echó a reír. —De ninguna manera. Esa fue una sorpresa. —Vamos —le dije a Romeo. Me volví a la ruta con Romeo y caminé directamente a Christos. —¡Christos! —Estaba tan feliz de verle—. ¿Qué estás haciendo en la universidad? —Decidí ir al gimnasio Rec Center. No he trabajado en un par de semanas. Tenía que descargar un poco de estrés —sonrió mientras deslizaba su pulgar por mi mejilla—. Más importante aún, sabía que saldrías de clase sobre el momento en que terminé. Me gustaba el sonido de eso. Christos llevaba una sudadera con capucha gris jaspeada, sacó la capucha sobre su cabeza. Se bajó la cremallera de la sudadera, dejando al descubierto su pecho desnudo y el tatuaje audaz, y sus impresionantes abdominales. Brillaba por el sudor, sexy como el infierno. Sí, Christos ponía a Hunter en vergüenza al departamento de las bellezas. Era bastante agradable, pero tremendamente sexy era diez veces mejor. —¿Dónde está tu camisa? —le pregunté a Christos. —Demasiado calor —sonrió.

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Demasiado calor, tenía razón. Sus ojos azules brillaron en mi corazón. Me di cuenta que sus vaqueros colgaban bajo en sus estrechas caderas, revelando la cuña cónica de sus abdominales inferiores. Escalofrió.

—¿Trabajas vestido así? —le pregunté. —No —se rio entre dientes—. Muchas de las mujeres en el gimnasio estaban teniendo ataques al corazón, la gerencia me hizo guardar mi sudadera con cremallera mientras levantaba. Ese era mi Christos. —Hey, C-Hombre —dijo Romeo abyectamente. —Qué pasa, Romeo —Christos sonrió, obviamente feliz de verlo—. ¿Cómo has estado, mi hombre? —Oh, uh —Romeo todavía sonaba angustiado después del golpe de Hunter—. Estoy bien. Me sentí muy mal por Romeo. No estaba segura de lo que podría animarlo. Siempre fue tan enérgico y feliz, que nunca había visto este lado de él antes. Tal vez necesitaba helado. Siempre funcionó para mí. —¿Este es tu novio? —Hunter exigió petulante. Me había olvidado de que estaba allí. Maldita sea. Demasiado mal. —Sí, Hunter, este es mi novio Christos. Christos extendió una mano sin pensarlo dos veces. —¿Qué pasa, hombre? ¿Debes ser el modelo de la clase de escultura de Samantha? —Le estaba sonriendo a Hunter—. Ella dice que haces un buen trabajo. Hunter miró la mano extendida de Christos, pero no la agitó. —Sí, soy el modelo. Me di cuenta que Christos sintió el nerviosismo de Hunter, por lo que bajó el brazo. —¿Samantha me dijo que eres amigo de Marjorie Bittinger? —Ella lo hizo, ¿verdad? ¿Qué más te dijo? —Hunter sonaba como un niño malcriado. ¿Estaba intimidado por Christos? Christos rio con confianza. —También mencionó que Marjorie tiene una cosa por ti. Hunter se burlaba. —¿Y? —¿Y? —Christos sonrió—. Marjorie es una zorra total. ¿Por qué no golpeas esa mierda?

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De repente me di cuenta de lo que estaba haciendo Christos a Hunter. Era un maldito genio. En lugar de enfrentarse a Hunter como un gorila de espalda gris que sólo sabía cómo saltar alrededor y golpear su pecho o

pelear, Christos estaba tratando de dirigir a Hunter hacia el camino de menor resistencia. No importa lo mucho que no me agradaba Marjorie Bittinger, podría decir honestamente que era una mujer atractiva, y no podía haber tenido más de 40 años. Cada chico tenía una fantasía con una mujer mayor. Con Marjorie literalmente rogando por la atención de Hunter, no podía entender por qué Hunter estaba perdiendo el tiempo conmigo. ¿Emoción de la caza? Tal vez eso era todo. A Hunter le gusta lo difícil de conseguir. Lamentablemente, era imposible conseguir todo lo que alguna vez podía ser para él. ¿Significaba eso que iba a esforzarse más? Esperaba que no. Realmente no quiero tratar con él nunca más, no después de la forma en que había tratado a Romeo. Me incliné hacia Christos, acariciando mi mejilla contra su pecho. Wow, incluso directamente del gimnasio olía a hombre-dulce para mí. Aspiré profundamente. Hunter se mordió el labio inferior, mostrando algunos caninos mientras miraba entre Christos y yo. —Amigo —Christos ofreció a Hunter—, si yo no estuviera totalmente enamorado de Samantha, estaría llamando a la puerta de Marjorie yo mismo. —Sé mi invitado —dijo Hunter—. Toma a Marjorie, tomaré a tu novia. Christos soltó una breve carcajada. —Lo siento, hermano. No hay dados. Samantha está conmigo. — Christos sonrió, sin un atisbo de duda en su voz. —Por ahora —gruñó Hunter. —Tío, relájate —Christos sonrió—. Veo lo que estás tratando de hacer. Intentas calentarme la cabeza, tal vez conseguir que te lance un puñetazo. Una sonrisa oscura se deslizó por el rostro de Hunter. —Pero no estoy de humor. Acabo de terminar de hacer ejercicio. Quiero ir a cenar con mi novia y mi buen amigo Romeo. Romeo se iluminó al oír eso. —Así que nos haces un favor —Christos continuó—, ve a buscar a Marjorie, y llévala a cenar. Por lo que Samantha me ha dicho, es probable que la tengas en la cama antes del postre. —Hizo una pausa, pensativo—. ¿Sabes lo que dicen que las mujeres alcanzan el pico sexual entre los treinta y cinco y cuarenta y cinco? Hunter no respondió. En cambio, su sonrisa se oscureció aún más.

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Christos continuó:

—Por esa estadística, Marjorie está en su cima. Al igual que, totalmente en su mejor momento. Es probable que puedas tirártela diez veces esta noche. Siempre he preferido joder sobre la lucha de todos modos. Ve por Marjorie, hombre —dijo Christos con total sinceridad—. Vas a tener una explosión. Hunter asintió con sarcasmo. Dio un paso hacia delante, su peso sobre las puntas de sus pies. —Eres un maricón. Tienes miedo de luchar. Hunter estaba loco.

Christos —¿Parezco que tengo miedo? —le pregunté a Hunter, sosteniendo mi razón. Hunter se rio de mí. —Sí, totalmente huelo el cobarde. —Dio un paso hacia mí. Suspiré. Estaba en libertad bajo fianza. No necesitaba esta mierda. —Amigo, no voy a pelear contigo. —Porque eres todo ruido y pocas nueces, perra. —Vamos, Hunter. ¿Cuándo te he ladrado? Estoy tratando de ayudarte. Samantha y yo estamos bien. Marjorie Bittinger, que es caliente y lista para joder tu mierda, te está esperando de nuevo en el edificio de Artes Visuales. Hunter frunció el ceño. —¿Cómo sabes eso? Christos suspiró. —Porque sé dónde está el estudio de escultura donde Marjorie enseña. Así que no pierdas más tiempo, y ve por ella, hombre. Hunter negó con la cabeza lentamente, ampliando su sonrisa en una sonrisa depredadora. Todo colmillos.

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Puse los ojos en él. Estaría feliz de romper a este tipo, pero no había manera de que lo que estaba haciendo en la universidad, frente a Samantha y Romeo. Si Hunter quería firmar un documento y entrar en el ring, estaría por todas partes. Pero me di cuenta de que estaba psicológicamente, tratando de convencerse a sí mismo que tenía miedo, y ahora era su oportunidad de sacarme de su camino y llegar a Samantha.

¿En serio? Hunter dio otro paso hacia adelante. —Samantha, Romeo —dije—, por favor, retrocedan. Hunter no va a estar feliz hasta que se salga con la suya. —¿Qué? —Samantha se quedó sin aliento—. No, no, Christos. —Está bien —le aseguré—. Esto va a ser rápido. —Me quité la sudadera y se la arrojé a Samantha. Tal vez si Hunter me veía animado, recién salido del gimnasio, veía toda mi tinta en mis brazos, podría finalmente echarse atrás. —Rápido para ti —me gruñó Hunter. No, él era un idiota. Apoyé mis manos en mis caderas casualmente. —Por favor, amigo —me reí—, haz algo ya. Las manos de Hunter se cerraron en puños. Él no estaba seguro de qué hacer. —Ahora o nunca —le dije. Hunter dio un paso adelante, pero aún estaba a un kilómetro de distancia de ser una amenaza. —Está bien, hombre, estoy cansado de esperar. Tengo mierda que hacer. —Me volví hacia Samantha, sabiendo lo que venía. Hunter cargó contra mi espalda. Me hundí y giré en una bola sobre un pie mientras deslizaba la otra pierna con mis dedos de los pies enroscados para conectar alrededor de su tobillo. Le hice tropezar. Hunter se desparramó en la tierra en el lado del camino, levantando polvo y hojas de eucalipto caídos. Romeo y Samantha se rieron. —Abatido, chicos —dije—. Vámonos. Hunter se incorporó, con el rostro cubierto con tierra. Tenía la esperanza de que hubiera desollado sus rodillas como el niño que era. Con mi brazo alrededor de Samantha y Romeo a nuestro lado, los tres caminamos juntos por el sendero. —¿Tienen hambre? —les pregunté, tomando mi sudadera con capucha de Samantha y arrastrando mis brazos por las mangas.

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—¡Hambre de ti! —dijo Samantha cuando estábamos fuera del alcance del oído de Hunter—. ¡Rawr!

Me reí entre dientes. —¡Yo también! —dijo Romeo—. ¡Rawr doble! —Tenemos que encontrarte un hombre, Romeo —le dije. Romeo me sonrió tímidamente. —¿Y tú, C-Hombre? —Amigo, romperías totalmente mi mierda en la mitad. —Sonreí con confianza—. Me refería a un hombre que realmente pueda manejarte. — Me guiñó un ojo y le di una palmada a Romeo con buen humor en la espalda. Romeo se echó a reír. —¿Has oído eso, Sam? Christos finalmente ha confirmado lo que te he estado diciendo todo el tiempo. ¡Soy demasiado para un hombre, incluso para los hombres más viriles! —Romeo bombeó el puño y dio un salto, andando en bicicleta con los pies en el aire. Samantha se rio de él. —¿Qué quieren comer? —pregunté—. Voy a comprar. —¡Tú! —Samantha y Romeo corearon antes de mirarse el uno al otro y reírse.

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Caminamos juntos hasta el Centro de Estudiantes.

Samantha

E

l día siguiente en la universidad fue muy largo. Tenía clases todo el día y después un turno en el museo de arte.

Cuando llegué del trabajo, estaba agotada y hambrienta. Por lo menos con mis dos trabajos, sentí como si tuviera suficiente dinero para comer bien. No más barras de proteína para el almuerzo y macarrones con queso o Ramen para la cena. En el camino a casa desde SDU, me di el gustazo en forma de un burrito con guacamole extra de Roberto’s Carne Asada. De todas las diversas taquerías que terminan en “-berto’s” en San Diego: Royberto’s, Rolberto’s, Rigoberto’s, Alberto’s, Tio-Alberto’s, Filiburto’s, Gualberto’s, Nolberto’s, y todo lo demás, Roberto’s era de lejos el mejor. A pesar de que parecía que casi todo lo demás en mi vida me estaba arrastrando hacia abajo, por lo menos no tenía que pasar hambre. Cuando llegué a mi apartamento dejé caer mis bolsos al lado de la puerta, agarré un plato para mi burrito, y me senté en mi mesa de la cocina. Lo saqué fuera de la bolsa de papel y lo desenvolví. Mi boca se hacía agua en la anticipación. Había estado esperando esto toda la tarde. Cuando levanté el burrito salado a mi boca, mi teléfono pitó. Puse mi burrito abajo y me levanté para sacar mi teléfono de mi bolso. Mis padres. Genial. De repente tuve una indigestión. Contesté el teléfono por altavoz. —¿Hola? —Me volví a sentar en la mesa de la cocina y tomé un gran bocado de burrito. Tenía demasiada hambre para esperar más tiempo, incluso si se trataba de mis padres. —¿Hola, Sam? Es tu padre. Duh. ¿Quién más podría ser? —Hola, papá —murmuré alrededor de la comida. Mmmm, carne asada.

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—¿Tenemos una mala conexión? Es difícil de entenderte.

—Estoy comiendo. —¡¿Qué?! —¡¡Estoy comiendo!! —Oh. Bueno, con tu madre queríamos chequear cómo van las cosas. Espera, déjame ponerla en la otra línea. Rodé los ojos en blanco. No podía esperar. —Hola, Sam —dijo mamá. —Hola —le dije. —Suena entrecortada —dijo mamá—. Bill, ¿hay una mala conexión? Rodé de nuevo los ojos. —Está comiendo, creo —dijo mi padre. —¿No sabes que es de mala educación hablar con la boca llena? Mordí, en lugar de respuesta. —Sam —preguntó. —Mamá, ¡estoy masticando! —murmuré sobre mi extra-ración de exasperación. —Jovencita, cuida tus modales —gritó mi mamá. —¿No puedes esperar para comer hasta después de la llamada? — preguntó papá. —Me muero de hambre —argumenté. —Samantha, cuida tu tono —advirtió fríamente mamá. Solo usaba mi nombre completo cuando estaba enojada. Bien Mi padre se aclaró la garganta, tratando de aligerar el ambiente. Buena suerte. —Sam, así que, uh, ¿has encontrado un trabajo? —Dos. —¿Dos? —preguntó, confundido—. Dos, ¿qué? —¡Dos puestos de trabajo! —grité. Hombre, me estaban matando. Que alguien les consiga unos auriculares. —Samantha —gruñó mi mamá. Tomé otro buen mordisco y mastiqué, fingiendo que estaba moliendo la maldad de mi madre entre mis dientes. —Solo puedo suponer que has tomado dos ¿porque ninguno paga lo suficiente para cubrir tus gastos? —preguntó mi padre.

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Maldita sea, tenía razón.

—¿Qué, puedo preguntar, sobre tus dos trabajos? —dijo mamá sarcásticamente. —Trabajo en el museo de arte en el campus y una tienda. Mamá se rio entre dientes. —¿Una tienda? OPD8. Era tan grosera como Tiffany Kingston-Whitehouse esta noche. —¿Y? Vale la pena. —¿Cuánto? —preguntó papá. —¿Tenemos que entrar en esto? —le pregunté, tragando y limpiando guacamole de mis labios con una servilleta. —Con tu madre solo queremos asegurarnos de que tus trabajos pagan lo suficiente para cubrir tus gastos de vida —dijo papá. —El museo paga diez por hora, y la tienda paga ocho cincuenta. Tengo bastantes horas en los dos trabajos para cubrir todos mis gastos. Después de impuestos. ¿Feliz ahora? —dije sarcásticamente. —Bueno, es bueno escuchar eso —dijo mi padre. Nada de mi mamá sobre el tema. ¿Eso era todo? Vaya, una felicitación habría estado bien. —¿Has cambiado tu carrera a contabilidad? —preguntó papá. Esta noche era todo negocios. —No —dije. —¿Oh? —dijo mi padre pensativo. Eso fue extraño. Esperaba que mi papá estuviera en pie de guerra cuando le dije. Olí una trampa. —Debes estar muy ocupada con dos puestos de trabajo y las clases — dijo papá. —Supongo. —Todavía olía esa trampa. —Sam —dijo mi padre con una sonrisa clara en su voz—, todo lo que tienes que hacer es cambiar de vuelta tu carrera, y una vez más con tu madre estaremos encantados de cubrir todos tus gastos. ¡Primavera! Allí estaba su trampa.

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OPD: expresión “Oh por Dios”.

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—Piensa en lo bonito que será no tener que trabajar en dos empleos, —continuó—. Puedes concentrarte en tus clases y tener tiempo de sobra para relajarte con tus amigos. Sí, mi papá sonaba como el diablo. Tenía esa voz agradable que el diablo siempre usaba cuando decía lo grandioso que todo sería después de que firmaras con sangre para entregarle tu alma. —No voy a cambiar de vuelta mi carrera —le dije con calma. Hubo un largo, largo silencio de mis padres. Disfruté el silencio, pero sabía que no iba a durar. —Bueno —saltó mamá con una carcajada—, espero que te guste trabajar en una tienda. Estoy segura de que sus beneficios de jubilación son estelares. —Mamá, no voy a trabajar allí durante el resto de mi vida. —¿Qué —se burló—, vas a ser una artista? —Bueno, Linda —dijo mi papá, tratando de calmarla—. Sam está trabajando. Dos puestos de trabajo, no menos. Debemos darle un descanso. Ese tipo me sorprendió. Generalmente estaba del lado de mamá. —No, Bill. Tu hija está tomando terribles decisiones. ¿Y sabes qué? Apuesto a que es ese chico Christos. —No creo… —dijo mi padre. Mi madre lo interrumpió. —Es él, ¿no es así, Sam? Me sorprendió y me quedé en silencio. —Estoy en lo correcto —dijo mamá—. Lo sabía. Está llenando tu cabeza con todas esas ideas locas acerca de ser un artista, Samantha ¿no es él? —¡No! —protesté. Empujé mi silla de la mesa del comedor y caminé de un lado a otro por la sala de estar. Me sentí como si de repente estuviera en un terreno peligroso, quise moverme, como si fuera necesario huir de mis padres. ¿Qué cosa era nueva? Suspiro. El tono de mi madre de repente fue amable, lo que me asustó. —Samantha, ¿me estás diciendo que ya no estás viendo a Christos? ¿O has encontrado algún otro chico en el que perder tu tiempo? —¡No! Quiero decir, sí, todavía estoy viendo a Christos! Mi mamá se rio con voz ronca.

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—Eso es lo que pensé. Bill, tu hija está pasando tanto tiempo con éste muchacho Christos, que ha perdido la cabeza. Sabía que tarde o temprano iba a pasar.

Había algo tan repugnante en la forma en que mi madre dijo eso, como que ella me estaba llamando una ramera sucia, solo porque estaba enamorada. No había nada sucio en mi relación con Christos. —Mamá, no sabes lo que estás hablando —gruñí. —¿No lo hago? —Se rio. —Cálmense, ambas —dijo mi padre en un tono uniforme—. Si Sam está saliendo con alguien no es la cuestión. Linda, Sam ha demostrado iniciativa. Ha conseguido dos puestos de trabajo y está pagando sus facturas. Mientras mantenga sus calificaciones, su vida personal es irrelevante. Mierda, ¿mi papá piensa que soy un robot? ¿Un ordenador para programar y empezar una tarea específica? La forma en que había llamado mi vida personal “irrelevante” lo decía todo. Gruñido. Al menos conseguía que mi mamá me dejara en paz. —Además —continuó papá—, no tiene sentido que se retire de sus clases actuales a estas alturas del trimestre, solo para tener que repetirlas más tarde. Sam, ¿puedes aplicar tanto Pintura al Óleo y Escultura Figurativa como créditos para tus requisitos de Educación General? —Sí —balbucee. —Excelente. Creo que eso combinado con Dibujo Figurativo del último trimestre, has completado tu serie de Humanidades, ¿correcto? —papá estaba en lo correcto, como siempre. —Sí —le dije. —Bien —continuó mi padre continuó—, ¿cómo sabes si Contabilidad de Gestión Empresarial estará disponible el próximo período? ¿O solo se ofrece una vez por año académico? —No lo sé —me quejé. No me importaba tampoco. —¿Puedes comprobar? —preguntó. —Supongo —me lamenté. Todo lo que quería era conseguir que mis padres me dejaran tranquila en la tarde. Había tenido bastante de ellos. —Si todo va según lo planeado —dijo mi padre en un tono positivo—, puedes inscribirte para las clases correspondientes para el trimestre de primavera y volver a tu plan de estudios de Contabilidad. Entonces estarás de nuevo en marcha para completar tu carrera dentro de cuatro años. Eso hacían mis padres. Hacer planes para mí sin preguntar cómo me sentía sobre ellos. Estaba tan harta de esta conversación. —Linda, ¿te parece eso aceptable? —preguntó mi padre.

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Mi madre suspiró en el otro extremo del teléfono.

—Mientras que ella siga adelante, estoy bien con eso —le dijo a mi padre—. Pero si nos damos cuenta que no has cambiado tu carrera de nuevo a Contabilidad, Samantha, con tu padre vamos a tener una larga discusión sobre si debemos o no seguir pagando por tu educación en lo absoluto en SDU. Dejó que eso se hundiera en mí. —Bien —le dije—. ¿Hemos terminado ya? —Y si me entero que tus calificaciones están cayendo porque estás pasando demasiado tiempo con ese Christos —siseó mamá—, ten la seguridad, jovencita, que habrá mucho que lamentarás. —Sam, tu madre tiene razón —dijo mi padre—. No vamos a financiar tu estancia en SDU para que puedas conocer hombres jóvenes. Estás allí para adquirir un título. Punto. Tendrás un montón de tiempo para los hombres cuando seas mayor. —Bien —le escupí—. ¿Ahora puedo irme para que pueda terminar mi cena? —Sonaba quejumbrosa. No me importaba. —Sí —me dijo papá de manera cortante. —Adiós —canté sarcásticamente. —Buenas noches —dijo mi padre. —Samantha Anna Smith, recuerda lo que te dije —dijo mi mamá entre dientes—. Lo lamentarás. Pensé para mis adentros: guau, también te quiero, mamá. Cuando ellos no dijeron nada, rodé los ojos y apreté FINALIZAR en mi teléfono y lo dejé caer en mi mesa de café. ¿Cómo pasaba con mis padres, ambos hablando como si fueran secuaces de Satanás? ¿O el mismo Satanás? Lo que me llevó a la pregunta obvia, ¿Satanás tenía una esposa? ¿Y era ella la que se encargaba de toda la operación? No lo sé, pero si la esposa de Satanás era algo como mi mamá, estaba convencida de que ella dirigía el espectáculo. Lo que sea. Eché un vistazo a mi delicioso burrito de Roberto’s Carne Asada en la mesa de la cocina. Mi apetito se había ido.

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Gracias, mamá y papá.

Samantha A la tarde siguiente, me encontraba detrás del mostrador para otro turno de drenaje cerebral en Grab-n-Dash. Hice todo lo posible para mantener una sonrisa en mi cara. Tristemente, como de costumbre, este trabajo y mi uniforme de color neon-orina y olor a perros calientes me recordaba todas las cosas que iban mal en mi vida. Sí, muchas cosas iban bien, como el departamento de Christos, pero muchas de ellas iban terribles. Estaba bastante segura de que mis notas de Historia y Sociología se deslizaban más allá, todo el tiempo estaba cansada. ¿Cómo iba a conseguir buenas calificaciones si estaba demasiado cansada para concentrarme? Peor aún, mis padres se habían convertido en completos extraños. Quiero decir, como, peor de lo que nunca habían sido en el pasado. Tal vez porque siempre seguí sus reglas. Ahora que tomaba decisiones por mí, había quedado claro que no me entienden en absoluto. No se daban cuenta de que Contabilidad ha sido siempre el lugar equivocado para mí. ¿Por qué no podían ver eso? Cuando se trataba de mi amor por Christos, estaba segura de que mi mamá y mi papá no podían ni siquiera comenzar a comprender. Ellos no tenían lo que teníamos con Christos. Para mí, parecían como compañeros de cuarto sin amor. Pero con Christos estábamos enamorados. Profundamente enamorados. ¿No podían mis padres por lo menos respetar de eso, incluso si no lo entendían? Quería vivir mi vida a mi manera, no la de ellos. Pensando en ello más a fondo me iba a hacer bien vomitar o romper a llorar. Tristemente, ninguna de esas opciones sería buena para el ambiente adecuado cuando un cliente entrara y tuviera que decir: “Bienvenido a Coge-n-Dash. ¿Cómo puedo alegrar tu día?” Traté de bloquear todo y concentrarme en el trabajo.

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Afortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que llegara la hora pico de la tarde, distrayéndome de mi estado de ánimo sombrío. Clientes rodaron a través de las puertas cada treinta segundos. Generalmente tenía una cola de gente esperando para pagar.

Estaba tan ocupada cobrando a los clientes, que me sorprendí cuando miré a los ojos de Tiffany Casa-de-mierda. Por una vez, ella sonrió. —Por fin has encontrado tu vocación, ¿no es así? —Se regodeó mientras me miraba toda altanera—. Bonita gorra de béisbol y camisa a juego. El amarillo va con tus dientes. —Sostuvo una lata de 32 onza de soda en la mano. —Bienvenida a Grab-n-Dash. ¿Cómo puedo alegrar tu día? —Hice una mueca mientras lo decía. Tiffany me miró con desenfrenada superioridad. Vi las ruedas detrás de ella girando detrás de sus ojos. —¿Quieres alegrar mi día? ¿Qué tal esto? —Quitó el seguro de la lata de 32 onza de refresco de cola. —No, no… —Levanté mi mano en el último segundo. Sacudió la lata hacia mí y 32 onzas de refresco de cola helada salpicaron en mi camisa y llovieron sobre mis zapatos y el suelo de baldosas. —Ahora mi día es definitivamente más brillante —sonrió Tiffany y se marchó, dejando caer su lata en el suelo. La perra ni siquiera pagó. Necesitaba un trapeador. Mi camisa estaba empapada. Los otros clientes en línea me dieron miradas conciliatorias. Estaba a punto de estallar en llanto, pero obedientemente llamé a cada persona en la fila. En algún momento, me di cuenta de que las lágrimas corrían por mi rostro contra mi voluntad, pero de todos modos llamé a todo el mundo. Cuando hubo una pausa con los clientes, salí de detrás del mostrador y me dispuse a entrar en la parte de atrás para encontrar un trapeador o arrastrarme en una esquina y llorar apropiadamente. —¿Samantha? Ni siquiera oí la puerta sonar. —¿Christos? ¿Qué estás haciendo aquí? —Decidí darte una sorpresa tan pronto como Isabella se fue. —Tenía un pequeño pero elegante ramo de girasoles de color rosa en sus manos. Nunca había visto nada igual. Era perfecto. Más lágrimas. Pero esta vez, eran del tipo bueno. Los puso sobre el mostrador delante de mí. Cuando vio mi camisa sucia, dijo: —Agápi mou, ¿qué pasó?

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—¿Puedes creer que Tiffany lanzó su refresco en mi cara? —Olisqueé, tratando de no llorar de nuevo.

—¡¿Qué?! —preguntó con total incredulidad. —Sí, como hace veinte minutos —me limpié la nariz que goteaba con la palma de mi mano—. Necesito un pañuelo de papel. Agarró una servilleta junto al puesto de perritos calientes y me lo entregó en el mostrador. Olía como perros calientes. Estaba acostumbrada a ello. —Gracias, Christos. Se inclinó sobre el mostrador. —Samantha, esto es ridículo. Ahora apenas podemos vernos. Me muero sin ti. Pintar todos los días a todas estas mujeres desnudas me hace sentir desesperadamente solo. Es mucho mejor cuando estás allí para hacerme compañía. Es como que estoy pintando para nosotros, no para mis clientes rabiosos. Cuando estás allí, no me importa lo que estoy haciendo. Me divierto contigo. —Me siento de la misma manera —le dije. —¿Quieres que deje la carrera de pintura, y consiga un trabajo contigo aquí en el Grab-n-Dash? —bromeó todo sonrisas—. Totalmente lo haría, si eso te hace feliz. —No, nunca te pediría que trabajaras aquí. Las personas que vienen aquí son animales. —Sonreí cuando me imaginé Eminickle y su pequeña pandilla. Bueno, no todos mis clientes. Solo las Tiffanis. —¿Segura? Creo que luciría caliente en un... ¿de qué color es eso una vez más? ¿Tu camisa? —No lo sé, pero creo que es radiactivo, lo que significa que, si de alguna manera tengo cáncer, mi camisa me está curando. Si no me mata primero. —Agápi mou —él se rio—, éste es el lugar equivocado para ti. —Se acercó al mostrador de nuevo y tomó mi mejilla. Con el ceño fruncido, se dio cuenta de lo incómodo y poco romántico que era con el mostrador entre nosotros—. Espera, espera un segundo. Tengo que hacer esto bien. — Retrocedió desde el mostrador y miró a su alrededor, examinando el estante de los dulces detrás de él hasta que encontró lo que buscaba. Agarró dos paquetes y trasladó el ramo que había traído para mí a un lado, luego saltó por encima del mostrador como un atleta olímpico, y se dejó caer sobre una rodilla. Quitó el envoltorio en uno de esos anillos de caramelo gigantes. Era de color rojo. —¡Cereza! —sonreí—. Mi favorito.

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Deslizó el anillo de caramelo en mi dedo y me miró con seriedad.

El agua en mis ojos se puso en marcha de nuevo. OPD, ¿qué demonios iba a decir? —Samantha Smith, ¿quieres... ¡¡¡¡OPD, OPD, OPD!!!! —¿...vivir conmigo? —¡Sí! Se puso de pie y salté a sus brazos. Por fin en casa. Mi mamá no tenía ni idea de lo que había entre Christos y yo. ¿Cómo podría? Mi padre no era para nada como Christos. Tal vez por eso su matrimonio era de la forma en que era. Bueno, mi madre no era tampoco un premio en el departamento romántico. Estaba bastante segura, que prefería el día de impuestos sobre el día de San Valentín. De repente sentí una pizca de compasión por mis padres. Tal vez ninguno de ellos tenía alguna idea de lo que era el verdadero amor. Christos me abrazó con fuerza y me besó en los labios. Sentí algo en su mano presionando en mi espalda. —¿Qué es eso? —le pregunté. Levantó una caja de cigarrillos de dulce. —Para más adelante, después de que tengamos sexo de celebración en tu nuevo hogar. —Tú eres el mayor idiota que he amado —sonreí entre lágrimas. —El único idiota que has amado, agápi mou... Nos besamos apasionadamente durante mucho tiempo, creo que hasta que mi turno había terminado. No me importaba. Yo amaba a mi idiota y su idiota.

Samantha Esa noche después del trabajo, con Christos tuvimos una cena en la casa Manos con Spiridon. Nos sentamos en la cocina mientras Spiridon cocinaba. Se negó a dejarme hacer algo.

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Spiridon hizo kebabs de cordero. En un lado había Tzatziki, explicó que era el yogurt griego con pepino y ajo, dolmades, que yo había aprendido a amar, y Kolokithopita, que era buñuelos de calabacín fritos.

Paleé algo de Tzatziki de mi plato con un triángulo de pan de pita y tomé un bocado. Tan delicioso. —Samaula, estamos celebrando tu mudanza a nuestra casa —dijo Spiridon desde donde se encontraba en la cocina. Arrugué nariz. —¿Qué es una Samoula? —le pregunté. Christos se rio entre dientes. —Es un apodo griego para Samantha, ¿no pappoús? Spiridon se dio la vuelta y me sonrió. —Sí. Ahora que te estarás mudando con nosotros, Samoula, vas a tener que aprender no solo a comer griego, pero a hablar griego, pensar griego, y vivir griego. Le advertiste sobre nosotros, ¿verdad Christos? —Spiridon guiñó un ojo a su nieto. —Pappoús, ¿es una broma? —rio Christos—. Si le hubiera dicho en lo que se estaba metiendo, habría escapado gritando de vuelta a Washington DC! —No lo haría —me reí. Todavía ni siquiera me había mudado, y ya me sentía como en casa en la casa de los Manos, como me gustaría vivir aquí durante años. Por primera vez en mi vida, sentí un atisbo de lo que podría ser una casa. Su casa era un lugar con conexión a la tierra. Un lugar que había soñado desde que era una niña, pero nunca conocí de primera mano. Hogar era un ambiente reconfortante y de apoyo. Pensé en mi pequeño rincón del estudio de arte en la parte trasera de la casa de Spiridon. Hogar era también un ambiente de consolidación. Un lugar para ayudarme a crecer, para que me convierta en una mujer. Un lugar en el que podía ajustar suavemente de lado a la niña dentro de mí y abrazar a la mujer que estaba destinada a ser. Claro, me di cuenta de que mis padres habían hecho mucho para criarme. Me habían previsto, habían dirigido. Me habían controlado. Habían tratado de hacer de mí un robot. Un drone que jamás quise ser. Quería saltar a la vida y descubrir cosas. Christos me había ayudado a hacer exactamente eso. Era como si él nadara en un océano espumoso, mágico, y constantemente me pidiera que nadara con él y explorara un vasto y desconocido mundo de emocionante, encantadora posibilidad.

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Y ahora lo había hecho.

Yo estaba saltando en todo el camino. Mientras los tres comimos juntos y llenamos nuestros estómagos con alimentos nutritivos, mientras que la risa llenaba nuestros corazones, me sentí como si estuviera finalmente en el lugar correcto. Finalmente en casa. Christos me despertó de una pesadilla que me había perseguido durante toda mi vida. Ahora estaba viva. Estaba despierta, y nunca iba a volver a dormir. Estaba lista para vivir. Con Christos a mi lado. Después de limpiarme la cara con una servilleta, Christos me preguntó: —¿Todavía tiene esos cigarrillos de dulce? —Sí —sonreí—. Están en mi bolso. —Bueno, porque los vas a necesitar. —¿Cuándo? —le pregunté con coquetería. —Justo después de la cena —sonrió Christos—. Bueno, más bien como tres horas después de que terminemos la cena. —¿Tengo que esperar tanto tiempo? —Nunca habría tenido ésta conversación delante de mis padres. Ni siquiera lo pensé dos veces acerca de cuán lasciva debí de haber sonado para Spiridon, que estaba sentado al otro lado de la mesa frente a mí. —Para los cigarrillos, sí —Christos aclaró—, pero no, estamos empezando tan pronto como pueda limpiar la mesa. —Él sonrió con su más coqueta sonrisa. —Dios mío, ¿te fijarías qué hora es? —dijo Spiridon, levantándose de la mesa—. Totalmente olvidé que esta noche me encontraba con un viejo amigo para tomar una copa. —¿Oh? —preguntó Christos—. ¿Quién? —Walt Childress —dijo Spiridon. —¿Te refieres al profesor Childress? —le pregunté. —El mismísimo —dijo Spiridon. —En realidad —sonrió Christos—. ¿Cuándo fue la última vez que los dos pasaron el rato? —Hace siglos —reflexionó Spiridon.

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Sonreí.

—Entonces apuesto a que esta noche tendrán un montón de diversión. Spiridon se rio entre dientes. —Si no nos golpeamos el uno al otro al segundo que digamos hola, estoy seguro de que lo haremos. —Ustedes no van a pelear —sonrió Christos cálidamente. —Probablemente no —dijo Spiridon—. Los dos somos demasiado viejos para molestarnos. Probablemente voy a estar ausente por un tiempo. Lo que significa que pueden tener la casa para ustedes. —Salió de la habitación, mientras limpiábamos con Christos. Cuando Spiridon bajó las escaleras, todo vestido para salir, dijo: —Ustedes dos, no hagan nada que yo no haría. —Deslizó la manga de su chaqueta por encima de su reloj y miró la hora—. Me habré ido, oh, digamos, ¿por cuatro horas? Eso debería ser suficiente, ¿no? —Nos dio guiño a los dos. Me eché a reír. Totalmente sabía que íbamos a tener sexo. ¡Y no me importaba! No lo podía creer. Si mis padres hubieran estado aquí habrían lanzado un cinturón de castidad a mí alrededor. Christos rio y envolvió su brazo alrededor de mi cintura. —Adiós, pappoús. Saluda a Walt por mí. —Igual —le dije. —Lo haré —dijo Spiridon—. Diviértete —saludó, y luego salió por la puerta principal. Christos se volvió hacia mí, me rodeó con sus brazos. Bajó la mirada hacia mí con sus ojos azules brillantes, las joyas brillantes que en septiembre capturaron mi corazón en el momento en que los había visto. —Te amo, Christos. —Te amo, agápi mou. Mi vida era perfecta. No podía ser mejor. Se inclinó para besarme. Me equivoqué. Podría mejorar. Mucho mejor. Nuestros labios se encontraron y nuestras lenguas se deslizaron juntas. Nos besamos por un rato en la cocina. —¿Sabes lo que amo de comer ajo? —preguntó Christos. —¿Qué es eso? —Fruncí el ceño, esperando lo peor.

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—Cuando ambos lo comemos, a ninguno parece importarle —se rio entre dientes.

—Pensaba lo mismo —me reí tontamente, y aparté de él. —¿A dónde vas? —preguntó, bajando las pestañas seductoramente. —¡Atrápame si puedes! —Di la vuelta y salí corriendo de la cocina, a través de la sala de estar, y subí a su dormitorio. Me estaba riendo todo el camino. Estuvo justo detrás de mí, golpeando por el pasillo de arriba. Me tiré en la cama y caí en las sábanas. Se puso de pie en la puerta, encorvado. —Voy a comerte, niña —gruñó. —Por favor hazlo —le dije con confianza. Saltó por la habitación, volando por el aire. —¡Christos! —chillé, pasando rápidamente atrás del borde de la cama. Cayó de golpe sobre el colchón, riendo y saltando como un niño. —Estoy hambriento, agápi mou. No he tenido nada para comer durante todo el día. —¡Acabas de cenar! —Ese fue un aperitivo. Tú eres el plato principal. Se arrastró sobre la cama y empezó a hacerme cosquillas. —¡Christos! ¡Detente! —¿Por qué? —sonrió—. Me encanta encenderte. Saqué una manta hasta la barbilla. —Ya lo estoy. —Entonces voy a tener que arrancarte la ropa. —Me lanzó una mirada lasciva. —Por favor hazlo. Lentamente arrastró las mantas de mi pecho. Mi corazón se aceleró. Mis muslos se estremecieron. Estaba completamente vestida, pero sabía que mi condición de mujer estaba mojada y lista. Sacó mis zapatos, uno por uno. Entonces levantó mi camisa por encima de mi cabeza y la dejó caer en el suelo. Siguió mi sujetador. Esto era tan fácil. ¿Por qué alguna vez había sido tímida? Mis pechos se derramaron, mis pezones duros al instante en la habitación fresca. Christos se abalanzó sobre uno de mis pechos con la boca y chupó mi pezón al momento de apretar y amasar con pasión ambos con cada mano.

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Me recosté en la almohada mientras me consumía.

—Necesito más —gruñó. —Tómalo. Tómame. Toma todo. Christos, tienes todo de mí. Él sonrió con su sonrisa arrogante. —Y tienes todo de mí, agápi mou. —Él abrió la cremallera de mi pantalón y me lo quitó. Sonrió—. ¿Cuándo vamos a conseguirte algo de ropa interior sexy? Eres todo acerca de las bragas de algodón. Me estoy imaginando tangas y encajes para ir con tu cuerpo perfecto —sonrió. —¿Tal vez para el día de San Valentín? Sus ojos brillaron. Respiró hondo y se sentó sobre sus talones. —¿Algo está mal? —le pregunté, preocupada. —No —él sonrió—. Todo está bien. Solo tengo que quitarme las botas. —Se dio la vuelta y se sentó en el borde de la cama, se las quito lentamente—. Espera, necesito usar el baño. —¿Estás bien? —pregunté, ahora decididamente preocupada. —No, solo tengo que ir a mear. He tenido que ir durante una hora. —Tonto, ¿por qué no dijiste algo? —Le di manotazo en el brazo. —Estoy diciendo algo ahora —mostró su sonrisa con hoyuelos, se levantó y fue al baño.

Christos Tan pronto como cerré la puerta de mi baño, abrí el grifo del agua. Apoyé las manos en el fregadero, colgando mi cabeza. No me jodas. Mi juicio era en el día de San Valentín. Mierda. Ella no lo sabía. Todavía no le había dicho. ¿Cómo podría? Todas las buenas sensaciones girando a través de mi corazón, a través del corazón de Samantha, fluyendo como el amor se suponía que fluyera: fuerte, poderoso, eterno, toda ello iba a venir a un alto chillido en cuestión de días. No quería arruinar el momento. No esta noche.

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Esta sería nuestra celebración del día de San Valentín.

Para mí, al menos. Sabía que la decepcionaría el día 14. ¿Qué chica no quería que el día de San Valentín fuera mágico? Pero ¿cómo diablos se supone que hagas eso cuando pasarás todo el día en una sala de audiencias, viendo tu vida estar en juego? Traté de empujar mi miseria fuera de mi cabeza. Centrarme en el momento presente. Ahora mismo. Con Samantha. —Christos, ¿estás bien ahí? —preguntó Samantha a través de la puerta. —Sí, estoy bien. Saldré en un segundo. —Tiré de la cadena del inodoro vacío para el efecto. Me miré en el espejo. Me imaginé a los ojos asombrosos de Samantha. El amor desnudo y honesto que veía en ellos cada vez que me miraba. El amor que quería proteger de todo el mal en el mundo. Mi corazón se hinchó al pensar acerca de nuestro amor. Mi sonrisa regresó. Coqueta como siempre. ¿Mis ojos estaban llorosos? Agápi mou... no tienes idea de cuánto te amo... Tenía la esperanza de Samantha no se diera cuenta, podría arruinar el estado de ánimo. Siempre me miraba a los ojos, así que tendría que distraerla de ellos.

Samantha Christos salió del baño, completamente desnudo, con una sonrisa arrogante en su rostro y sus pelotas colgando. ¡Guau! Me llevé las manos a las mejillas. —¡Oh por Dios! ¡No había estado esperando al Sr. Desnudo! ¿A dónde fue Christos? —¿Te gusta? —Sonrió. —¡Por supuesto que me gusta! ¡Me encanta! Se rio entre dientes mientras caminaba hacia la cama y se subió encima de la colcha.

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Arranqué mis bragas.

—¡No las necesitan más! —¿Qué quieres decir? —¡Solo tangas de aquí en adelante! —le dije con orgullo. —No te apresures en las cosas —Christos se rió entre dientes. —Oye, si voy a ser tan sexy como tú eres, necesito las prendas adecuadas. —Puedo vivir con eso —sonrió. —Tengo una sorpresa para ti —le dije, sosteniendo mis brazos hacia él. Se inclinó un poco hacia atrás, con los ojos entrecerrados. —¿Qué es eso? —preguntó con cautela. ¿Por qué estaba tan nervioso? No era propio de él. Oh, bueno, tenía la cura para eso. —Comencé a tomar la píldora hace dos semanas. —Christos también me contó que hace un mes tuvo un chequeo regular por enfermedades de transmisión sexual, y estaba totalmente limpio. Ahora éramos libres de disfrutar del cuerpo del otro sin inhibiciones. No quedaba nada para interferir con la mezcla de nuestros cuerpos en el amor físico—. ¡No necesitamos usar un condón! Sus ojos se desorbitaron. —¿Qué? —¿He dicho algo malo? —Ahora estaba totalmente enloqueciendo. Algo se sentía realmente raro, pero no tenía ni idea qué era. —No, dijiste todo bien —sonrió. —¿Lo hice? —Estaba tan confundida. —Mira —dijo, señalando a su entrepierna. Me di cuenta solo en ese momento que esta era la primera vez que había estado desnuda con Christos y él no había tenido una erección desde el primer momento. Hace un momento cuando salió del baño había estado flácido. Antes de que tuviera la oportunidad de preguntarle por qué, su polla creció a pleno, forzando la atención en siete segundos. —¡Mierda! —solté—. ¡No sabía que podía trabajar tan rápido! —Solo se requiere la motivación adecuada. Estaba sonriendo de oreja a oreja mientras Christos se arrastró encima de mí.

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—Bueno —le dije seductoramente—, dos pueden jugar este juego.

—En serio —dijo arrogantemente mientras deslizaba sus dedos entre mis piernas, y los puso dentro de mí—. No estabas bromeando —dijo, asombrado—. Estás empapada, mujer. —Solo para ti, agápi mou —le dije. Christos sonrió como un niño. —¿Me acabas de llamar agápi mou? —Lo hice. Tu abuelo me dijo que necesitaba comenzar a hablar griego, ¿verdad? —Lo hizo —Christos se rio entre dientes. —¿Cuándo me vas a enseñar más griego? —¿Qué tal ahora? Sentí la cabeza de su polla presionando contra mis pliegues empapados. —Oh —gemí—. Christos, enséñame todo el griego que quieras. Estoy listo para que me llenes de todo el griego que puedas. Se rio y dejó caer su cabeza sobre la almohada, enterrando su cara junto a mi oído. Me reí con él y envolví mis piernas alrededor de su cintura. Se deslizó a la directo dentro de mí. —¡Basta! —gimió—. Eres demasiado, agápi mou —susurró en mi oído, que lamió con prontitud. Entre la dulce presión de su polla llenándome y su aliento cálido en mi oído, me encontraba en el cielo. —Te amo, Christos —gemí mientras bombeaba lentamente dentro y fuera. Gimió en medio de su propio éxtasis. —No tienes idea de lo jodidamente bien que se siente, agápi mou, ni idea. —Creo que tengo una idea bastante buena —me estremecí cuando mi centro se apretó a su alrededor. Se empujó lentamente, profundamente en mí, y gimió. Sus manos se apretaron debajo de mí y mi culo, como si estuviera tratando de empujarse a sí mismo más profundamente en mí de lo que nunca había hecho antes. Era delicioso, era el éxtasis hecho carne, era el mayor placer que jamás había conocido.

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Fui vagamente consciente del hecho de que Christos deslizó su dureza dentro y fuera de mi suavidad durante mucho, mucho, tiempo. Esperaba

que se viniera. Siempre había oído que los chicos se venían rápido cuando no llevaban un condón. No Christos. Su resistencia fue más allá de lo que jamás imaginé. Al principio, me pregunté si no podía sentir nada en absoluto, pero aspiraba hasta quedarse sin aliento y exhalaba en mi oído con tanta frecuencia, que sabía que estaba tan abrumado de placer como yo. —Se siente tan jodidamente bien, agápi mou, nunca he sentido nada tan bueno. Jamás... —gimió. Gemí en respuesta. Era todo lo que podía hacer. Continuó su hipnótico ritmo fascinante de follarme profundo, largo, duro y muy, muy bueno. Me vine varias veces, mientras Christos empujó y empujó. Mi placer construido en olas que barrió desde mi cabeza a mis pies, robando toda mi tensión, todos mis miedos. Nadé con Christos en ese océano mágico que había soñado. El océano que era nosotros... Finalmente, después de lo que en realidad creí que fue en toda una hora, sentí a Christos comenzar a palpitar dentro de mí. Cada golpe que parecía ser un esfuerzo de Hércules para él. Literalmente gritaba cada vez que se introducía en mi humedad. Vagamente sentí que las hojas debajo de mí se impregnaron con mi amor líquido para este hombre increíble. Con cada golpe, su cuerpo tembló. —¡Aaahhh! —gritó. Una y otra vez se obligó más profundo dentro de mí hasta que pensé que iba a romperse en mil millones de piezas. —¡¡Aaaahhhh!! —gritó. Los músculos muy dentro de mí se contrajeron y agarraron su polla, no quería dejarlo salir. Nunca. Empecé a tener un orgasmo titánico. Oleadas de placer golpearon por todo el cuerpo. —¡¡¡¡AAAAHHHH!!!! —gritó. Su espalda se arqueó y obligó a su hombría de mamut en mí más profundo que nunca. Y se vino. Él se vino.

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Echó la cabeza hacia atrás y rugió, sacudiendo toda la habitación.

—¡¡¡¡¡Aaaaaahhhhhh!!!!! Sentí su polla disparando su semen en mí. Me envió sobre el borde. Me vine con él y grité. Los músculos de mi vagina se apretaron alrededor de él, ordeñando hasta la última gota de su potente elixir resbaladizo. Quería todo de él, muy dentro de mí. Todo esto. Mi cuerpo estaba temblando, vibrando, agitado en un orgasmo abrumador que no paraba, mis piernas se apretándose, mi núcleo caliente y apretado y mojado, mi amor quemando, explotando, superando a todos mientras Christos vertía su amor en mí. Mi ondulante orgasmo va y va. Grité en éxtasis. Mi corazón se aceleró. Mis ojos fuertemente cerrados. Mi cuerpo consumió el suyo, teniendo todo lo que tenía para dar.

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Nuestros océanos de amor se habían convertido en uno cuando nuestra mutua humedad se mezcló para siempre.

Samantha

C

hristos y yo despertamos en los brazos del otro. —Buenos días. —Él me sonrió.

La luz del sol alcanzó su punto máximo entre las cortinas, alineando el borde de rasgos cincelados de Christos en oro. Tenía el aspecto de una pintura de un héroe místico. No pude evitar sonreír ampliamente. —¿Qué? —sonrió. Tenía miedo de abrir la boca, cierto aliento mañanero podría arruinar el momento. Habíamos tenido abundancia de ajo la noche anterior, cuando comíamos todo el Tzatziki. Me imaginaba que si cualquier ave de bajo vuelo tuviera que pasar cuando abriera mi boca, caería del cielo, con X para los ojos y la tierra en sus espaldas con sus garras endurecidas engarrotadas directamente hacia arriba. Christos se inclinó y trató de besarme. Obviamente, no tenía compasión por los animales. Volví la cabeza hacia otro lado, preocupada por esos pájaros. Christos serpenteaba por encima de mí y me besó en la boca de todos modos, pero mantuve mis labios bloqueados. Se apartó unos centímetros y se rió entre dientes. —Estás preocupada por tu aliento, ¿no es así? Fruncí el ceño, pero sabía que estaba sobre mí. Asentí con aire de culpabilidad. Sonrió. —No te preocupes, agápi mou. En el peor de los casos, eres un centenar de veces más dulce que cualquier mujer en este planeta. —Se inclinó para darme un beso. Negué con la cabeza. Él me hizo cosquillas en las costillas y me eche a reír.

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Sus labios estaban sobre los míos y nos besamos apasionadamente. Estaba aprendiendo que la risa siempre cambiaba mi mente. ¿Y qué si olía

como una fábrica de ajo? Si a Christos no le importaba, ¿por qué habría de hacerlo? La siguiente cosa que supe, es que estaba entre mis muslos, su caliente y virilidad dura presionando contra mi entrada ya mojada. —¡Oh! —sonreí. —¿Sexo matutino? —Lo que sea por ti —sonreí—, agápi mou... —Hombre, oírte decir eso me excita totalmente cada vez. Incluso tienes el acento bajo bastante bueno. Dilo otra vez —sonrió. —Lo que sea por ti —susurre—, ¡agápi mou. Agápi mou, agápi mou! — Me reí. —Todo para ti, agápi mou —murmuró, inclinando su sonrisa con hoyuelos seductoramente mientras se deslizaba a sí mismo dentro de mí. Comenzó un ritmo constante ya que nuestros cuerpos giraban juntos en éxtasis embriagador. Pareció durar al menos una hora antes de que ambos disfrutáramos de orgasmos interminables, estimulantes y poderosos. Después, nos duchamos juntos. —¿Cuáles son tus planes para hoy? —Christos preguntó al llegar a mí alrededor con los dos brazos y rodeó sus manos jabonosas contra mi culo. —Voy a decirle a mi administrador del departamento que me mudaré en el camino a la escuela. —Era cada vez más difícil para mí concentrarme con sus manos en movimiento hipnotizante—. Tengo... uh, tengo, oh, clases —gemí—, después de... —Negué con la cabeza—. ¿Qué estás haciendo? —¿Quién, yo? —preguntó inocentemente. —¿Tenemos tiempo? —Tú me dices —murmuró. Nos presionamos juntos, pecho a pecho. Su forzada erección entre nosotros, un visitante amistoso. Pensé que no teníamos tiempo para otra ronda de maratón de hacer el amor en la ducha, pero tal vez teníamos tiempo para algo. —Creo que lo primero en mi agenda es el cuidado del Pequeño Christos. Me reí. —Oh, así que no lo llamaste pequeño —se rio entre dientes.

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—Bueno, sólo hablaba en comparación con el resto de tu magnificencia. —Rodeé mis manos alrededor de su masivo pecho resbaladizo por el jabón.

—Creo que haces daño a sus sentimientos —Christos abatido. —¿Qué? —Miré hacia abajo. Efectivamente, el pequeño Christos se estaba encogiendo—. ¡No! —Lloré. Christos rio de buena gana. —Él va a volver a su caparazón. —¿Cómo se hace eso? ¿Yo hice eso? —Estaba confundida. ¿Había apagado a Christos? —Tienes que pedir disculpas —Christos sonrió. —¡No voy a pedir disculpas a tu pene! —grité—. ¡¿Qué pasa con los hombres que hablan con sus pollas como la gente?! Christos echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. El agua corría por su rostro y rociando el mío. Mis ojos se entrecerraron automáticamente hasta que inclinó su rostro hacia abajo para mirar mis ojos. —Tengo mucho que hacer —Christos sonrió—. Mi novia se muda pronto conmigo, así que tengo que preparar el lugar. —¿Tu novia? —Sonreí seductoramente. —Sí, ella es la mejor. Increíble en la cama. No te molestes en superarla, ella es demasiado buena. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cintura y me besó apasionadamente mientras el agua caía en cascada alrededor de nosotros, tragándonos en un cálido abrazo. —Ella es buena en la cama, ¿eh? —le pregunté con escepticismo. —Nada mejor —Christos sonrió. —Apuesto a que podría enseñarle una cosa o dos —bromeé. —¿Oh, sí? —Pequeño Christos se levantó y exigió toda mi atención una vez más. —Sí —le sonreí diabólicamente. Envolví mis dedos alrededor de la cabeza de la polla de Christos y deslicé mis manos jabonosas sobre la punta, apretando y deslizando y masajeando. Christos inclinó la cabeza hacia atrás y gimió fuerte y largo. Sus rodillas se doblaron un poco y dio un paso hacia atrás hasta que sus hombros tocaron la pared. Continué mi asalto deslizando en la suavidad de su polla dura. Sus ojos hacia atrás en su cabeza mientras sus labios estaban bien abiertos sobre sus dientes.

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Trabajé mi mano alrededor de la cabeza de su polla, no del todo segura de lo que estaba haciendo.

—¿Te gusta? —Joder —gruñó—, sigue haciendo eso. —Tus deseos son órdenes para mí, señor —bromeé. Christos inclinó y se echó a reír con fuerza, apoyando la frente en la mía. —Estoy bastante seguro de que eres la encargada en este momento —Christos rio. No podía dejar de reír en respuesta. Empecé deslizando mi mano arriba y abajo de su longitud. Ahuequé las bolas de Christos con la otra mano. Eran tan suaves en comparación con su pene. Las acariciaba mientras bombeaba su eje. Christos rio disimuladamente y se puso rígido en silbidos. —Joder, Samantha, eso es el puto paraíso. Sigue haciendo eso. Lo hice. Echó la cabeza hacia atrás de nuevo, todo su cuerpo se arqueaba con intenso placer. —Samantha —gimió—, no pares, joder. El rociado de la ducha se vertía a nuestro alrededor, empañando todo con niebla sofocante. Sentí su polla expandirse en mi mano. Estaba ardiendo caliente. Era tan grande, tuve que rodear su longitud con las dos manos. ¿Cómo todo esto encaja dentro de mí? No sabía, pero de repente estaba mojada entre mis piernas y deseaba desesperadamente poner su pene hacia atrás a donde pertenecía. Dentro de mí. Antes de que pudiera encontrar la manera de hacer eso, él gimió. —Aaaaahhhhh... —Su cabeza se estremeció varias veces, su polla estaba parada más alta, más orgullosa, más caliente, más fuerte. Sin previo aviso, se sacudió en mi mano. ¡Controlada la misión, hemos despegado! —¡¡JOOOOOOOODER!! —Christos gritó. Una gruesa cuerda de semen chorreo fuera de su polla. —¡AAAAAAHHHHH! —gritó de nuevo. Cada vez más fluía de él, esparciéndose en el piso de la ducha. —¡Oh Dios mío! —Solté—. ¡Hay tanto! —No es que tuviera mucho para comparar, pero era mucho más de lo que esperaba.

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Christos se perdió en alguna parte. Sabiendo que yo le había llevado en este viaje era la cosa más genial que nunca había hecho en el

dormitorio, er, me refería a la ducha. Lo había hecho. Había hecho que se viniera. Yo. Wow. Seguía retorciendo la cabeza de su pene con mis dedos y bombeaba el eje con la otra mano, preguntándome hasta dónde podía llevar las cosas. El cuerpo de Christos se hundía contra la pared de la ducha. Entonces, de repente, él se tambaleó hacia delante mientras mis dedos se deslizaron de nuevo sobre la cabeza de su polla. —¡Joder! ¡Para! Tiré mi mano, de repente preocupada de que hubiera roto algo. —¡Lo siento! ¿Qué he hecho? Lanzó el brazo por encima de mi hombro y me besó en la mejilla. —La cabeza se pone muy sensible después de que me vengo. Quiero decir, como un millón de veces más sensible. —Oh. ¿Es eso malo? —le pregunté, preocupada. Me besó brevemente. —No, está todo bien. —Se rio con voz ronca—. Quiero decir, loco, terriblemente bueno. —¿Quieres que me detenga? —No. Simplemente, voy a relajarme, y sigue haciéndolo, sólo tienes que ir lento. —¿Estás seguro? —Totalmente —gimió. Empecé de nuevo, lentamente. Cada vez que el círculo de mis dedos apretaba hacia abajo la cabeza de él, todo su cuerpo se estremecía. Me preocupaba que se fuera a caer hacia las baldosas y hacerse daño, se sacudía con tanta fuerza. —Más —le pregunté con incertidumbre. —Uh, uh, uh, uh, uh —fue todo lo que pudo decir. Finalmente, se arrodilló en el suelo de baldosas, y tuve que liberarlo de mis manos. Él no se había venido de nuevo, pero les juro que había tenido un orgasmo de cinco minutos o algo así. —¿Estás bien? —le pregunté tentativamente. —Estoy a punto de desmayarme —susurró con voz ronca.

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¿Era eso algo bueno? No estaba segura de qué hacer a continuación.

—Estoy bien —aseguró—. Sólo fui a la luna por un tiempo. Joder, Samantha, eres jodidamente natural en esto. Christos estaba arrodillado frente a mí y apoyó su mejilla contra mi estómago. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi culo y me tiraron en un abrazo extrañamente íntimo, su boca a centímetros por encima de mi feminidad. Wow. No lo podía creer. Había traído literalmente esta montaña insuperable de un hombre de rodillas. Yo. Whoa. No podía creer que este hombre mágico me enseñaba cosas sobre mí, cosas que nunca habría imaginado, como si me conociera mejor de lo que yo me conocía. En muchos sentidos, pensé que tal vez lo hacía. Casi todos los días me mostró lo que yo podría ser, si sólo me diera una oportunidad y asumiera el riesgo a intentarlo. Yo no tenía ni idea. Sólo podía imaginar que podría llegar a ser con Christos en mi vida. Con él, las estrellas estaban al límite. De pronto sentí la emoción abrumadora verter a través de mi cuerpo. Amaba a Christos tanto, no estaba segura de lo que haría sin él. Un poderoso impulso protector brotó en mi pecho, calentando mi corazón, llenando mi cuerpo con un fuego de mujer. Este era mi hombre. Mío. Yo haría cualquier cosa para mantenerlo a salvo. Cualquier cosa. Tenía miedo desesperadamente si la vida sería la que lo arrebataría de mis brazos. Lo apreté tan fuerte como pude, mis manos acunando su cabeza contra mi vientre. —Agápi mou —susurré apasionadamente. —Te amo —dijo Christos. ¿Por qué estaba tan aterrorizada de repente?

Samantha Después de que nos limpiamos de nuestra ducha, fuimos abajo. Spiridon estaba sentado en la cocina, tomando café.

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—¡Buenos días, Samoula! —Él sonrió de oreja a oreja. Mis padres nunca sonreían en la mañana.

Y nunca miré a diez minutos después de tener toneladas de sexo. Diablos, no creo que pueda estar en la misma ciudad que mis padres por lo menos diez días después de lo que Christos y yo habíamos hecho en el piso de arriba. Mi cara se desbordó. Esperamos que Spiridon creyera que era de la ducha. Er, quiero decir, de tomar una ducha, sola, como una chica adecuada. Mierda, tenía que salir corriendo por la puerta y marcharme antes de que la vergüenza me hiciera combustión espontánea. —Ey, Pappoús —dijo Christos. No parecía lo más mínimo incómodo—. ¿Cómo estaba Walt? Se acercó a su abuelo, se inclinó con un brazo alrededor del hombre, y le besó la parte superior de la cabeza. Wow, nunca besé a mi papá o mamá así bajo ninguna circunstancia. ¿Me había despertado en la dimensión desconocida? Sin darle un segundo pensamiento, envolví mis brazos alrededor de Spiridon y le di un abrazo enorme. —¡Buenos días! Se frotó la espalda mientras decía: —¡Buenos días a ti también, koritsáki mou! Mi vergüenza desapareció tan rápido como me había superado hace un momento. No me sentía extraña en absoluto. Probablemente porque Spiridon no actuó raro. Probablemente ni siquiera dio a lo que Christos y yo estábamos haciendo un segundo pensamiento. Yo podría acostumbrarme a esto. Mis padres, por su parte, pincharían en busca de grietas en mis defensas, husmeando por cualquier conducta inapropiada que había participado recientemente. Así que terminé con ese tipo de tratamiento. Christos nos hizo el desayuno mientras Spiridon y yo nos sentamos en la mesa. —Walt estaba fenomenal —dijo Spiridon—. Tuvimos una buena charla. Arreglamos algunas vallas. —Eso es genial —dijo Christos. ¿Cuál era el misterio detrás de la historia entre Walt Childress y Spiridon Manos? Todavía no tenía idea. No parecía como cualquier respuesta sería inminente durante el desayuno.

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Después, me dirigí a mi casa en mi VW y le dije al administrador sobre mudarme. Me dijo que tenía que dar un aviso de treinta días por escrito, y tenía que pagar la cantidad prorrateada por los días de marzo que todavía no había pagado. Oh bueno, al menos me iba a mudar.

Tanto como quería, no podía dejar Grab-n-Dash de inmediato, pero estaba feliz de mantener mi trabajo en el museo de arte Eleanor M. Westbrook durante el resto del año académico. Parecía como si tuviera más estudio de sociología e historia en el museo que en cualquier otro lugar de todos modos, así que estaba bien. Estaba tratando de matar dos pájaros con una tensión bajo trabajo en el campus. Salí de mi apartamento y me fui a la universidad por mi cuenta. Por primera vez desde que había empezado a SDU, mi paseo no se sentía un poco solo. Yo estaba totalmente envuelta en el cálido abrazo de Christos y su abuelo acogedor. Nunca había experimentado esta sensación de paz cada vez más generalizada. Mi vida siempre había sido tensa, nerviosa, llena de problemas, preocupaciones y frustraciones. Empecé a preguntarme si tal vez todas esas preocupaciones bajo las cuales mis padres trabajaron no eran nada más que sus propias creaciones. No es como si fueran a la quiebra, o tenían problemas de salud importantes o trabajos peligrosos. Ellos simplemente no parecían felices. Como si no conocieran cómo ser feliz. ¿Era así de simple? Realmente no sabía. Pero sabía que estaba empezando a sentir una felicidad y satisfacción que valía su peso en oro. No, olvídalo. A este ritmo, creo que mi felicidad estaba rayando en precio. Había descubierto el tesoro más grande que una persona puede esperar encontrar en la vida. El amor incondicional de mi segunda familia. Yo estaba radiante con una sonrisa enorme cuando aparqué en el campus de la SDU y caminé a la clase de pintura al óleo.

Samantha La felicidad de mi burbuja estalló cuando entré en el estudio de pintura al óleo en el edificio de Artes Visuales. Kamiko había montado en un caballete entre otros dos estudiantes. Hasta el fiasco con Brandsome en Charboneau Gallery, ella siempre se había puesto a mi lado y de Romeo. Desde entonces, había establecido por sí misma de modo que no había lugar para mí o incluso Romeo.

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Me sentí muy mal por todo el asunto. Había tratado de disculparme con ella sobre Brandsome a través de textos, correos electrónicos, parando por

su dormitorio, cualquier cosa que se me ocurrió. Pero ella no estaba dispuesta a hablar. Todo lo que podía hacer era darle su espacio. Preparé mis pinturas, pinceles y la paleta en un caballete, y guardé el espacio junto a mí para Romeo. Se hacía tarde hoy. Cuando por fin entró, puso su mochila a mi lado y sacó sus suministros. —Ey, Sam —dijo, un tanto nervioso. —Creo que esta es la primera vez que he hecho a la clase antes de ti —le dije con voz amable. —Estaba trabajando hasta tarde en otra escena de Dramaturgia. Tuve que hacerlo bien —sonrió. Su expresión se cayó cuando vio a Kamiko ignorándonos en el otro lado de la habitación—. Veo que Kamiko todavía se ve como un conejo herido. Pobrecita. —Sí —suspiré. Ya le había dicho a Romeo en detalle lo que había sucedido en Charboneau con Brandon y cómo él rompió el corazón de Kamiko—. Le dijiste a Kamiko que lo sentía de nuevo, ¿verdad? —Sí. Le he dicho cientos de veces lo mal que te sientes —dijo Romeo. —¿Y le dijiste que Brandon había llegado totalmente a mí? ¿No al revés? —Sí, Sam —Romeo aseguró compasivamente—. No creo que ella esté realmente enojada contigo. Más que nada, creo que esta simplemente triste. Ya sabes cómo es, Kamiko tan ocupada con el estudio, nunca sale, nunca citas, y ese hijo de puta caliente Brandsome tenía que ir y mandarle un montón de señales mixtas en la víspera de Año Nuevo. Ella ha estado probablemente haciendo planes secretos de boda desde entonces. —¿No te dijo todo? —le pregunté. —Por lo general. Quiero decir, ella ha estado parloteando sobre Brandsome sin parar durante semanas. Pero conozco a Kamiko. Estoy empezando a pensar que ella estaba ocultando algo. Supongo que no me di cuenta de lo mal que lo llevaba por el hombre. —Oh —dije. —Sí, estoy un poco preocupado por ella —dijo—. Ella ha estado recluyéndose a sí misma cada vez más últimamente. No es bueno para ella. —¿Hay algo que podamos hacer? —pregunté—. Quiero decir, sé que ella no me habla, pero quiero ayudar de alguna manera. —Si tienes algo de esa poción de amor que usas en Christos, tal vez podamos engañar a Brandsome a beber un poco —Romeo bromeó.

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Negué con la cabeza y rodé mis ojos.

—Desearía hacerlo. —Sonreí con tristeza. —¡Espera, ya lo sé! —dijo Romeo—. ¡La profesora Bittinger es una bruja! ¡Tal vez ella pueda suscitar un nuevo lote en su caldera! Sonreí. —Por desgracia, creo que si ella supiera cómo preparar pociones, habría utilizado ya una en Hunter. —Tienes razón —Romeo suspiró—. Supongo que lo único que podemos hacer es dar a Kamiko tiempo para superarlo. —Sí —le dije. Eché un vistazo al reloj de la pared. Todavía teníamos un par de minutos hasta que la clase empezara. El profesor Cogdill todavía no había llegado. Miré alrededor de la habitación y vi que todos los estudiantes estaban charlando o preparándose. Todos tenían una ligereza de espíritu y propósito. Excepto Kamiko. Se sentó en un taburete, desplomada encima, totalmente miserable. Ella estaba rompiendo mi corazón. Me acerqué a ella. —Hey, Kamiko —dije en voz baja. Ella me miró con los ojos pesados, que reveló un corazón igual de pesado. No respondió. —Yo, um, ¿Kamiko? Sólo quería volver a decir de verdad lo siento por lo que pasó. No fue mi culpa. Brandon vino sobre mí, y cuando se fue, le dije lo idiota que era por tratarte así. —Sonaba nerviosa, y la proximidad de los otros estudiantes no estaba ayudando. Por lo menos estaban comprometidos con la creación, o estaban charlando con los otros estudiantes en las inmediaciones. Deseaba que esta conversación hubiera sido privada, pero no había sido capaz de encontrar una mejor ubicación. Estaba desesperada. Kamiko me devolvió la mirada, con la cara larga. Ella parecía completamente miserable. ¿Estaba haciendo las cosas peor? ¿Debo dejarla en paz? Miré hacia atrás a Romeo. Se encogió de hombros con simpatía. Él no sabía cuál era la respuesta tampoco. Me acerqué alrededor del caballete de Kamiko hasta que estaba de pie a su lado. Le puse la mano tiernamente sobre el hombro. —Lo siento, Kamiko. Realmente lo hago. No sé qué más decir. Pero me da tristeza verte sufriendo así. Kamiko tuvo que estirar la cabeza para mirarme. La angustia desnuda en sus ojos llorosos casi rompió la mía. —Lo siento mucho —le dije. Quería abrazarla. Tentativamente me incliné hacia ella.

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Ella me ignoró y se volvió para mirar a sus pies.

Dejé que mi mano se deslizara de su hombro mientras caminaba de regreso a mi caballete. Yo estaba a punto de llorar. Necesitaba salir un minuto. Cuando abrí la puerta del estudio, el profesor Cogdill vino caminando. —Gracias, señorita Smith —dijo sonriente—. Debe tener visión de rayos X por haberme visto venir a través de una puerta sólida —bromeó. Balbuceé: —Oh, uh, no, yo... Sonrió de nuevo. —Está bien, tu secreto está a salvo conmigo —guiñó un ojo—. ¿Lista para empezar a pintar? —Sí —dije. Tendría que salvar mi grito de angustia sobre Kamiko hasta después de clase. Me hizo tan triste verla así, pero no había nada que pudiera hacer. Romeo tenía razón. Necesitaba tiempo para sanar. Sólo quería ayudar a quitar el dolor de alguna manera. Pero no pude. Sólo podía ofrecer un apoyo que ella no necesariamente tenía que tomar. Tal vez a ella solo le dolía tanto porque pensaba que todo el mundo estaba en contra de ella. Podría estar totalmente relacionado. Sabía lo que era tener padres estrictos como los de ella. Los suyos estaban presionando duro para que ella se convirtiera en un médico tan pronto como le fuera posible. Pero todo lo que tenías que hacer era echar un vistazo a todas las pinturas que cubren su dormitorio para darte cuenta de que tal vez la medicina no era el camino para ella. Tristemente, no importa lo que hiciera, no podía cambiar su situación. Era su lucha entre ella y sus padres. ¿Se aferraría a sus sueños y nunca los dejaría ir, o iba a sucumbir a las exigencias de su familia? Casi me sentí culpable por tener a Christos en mi vida. Era la única luz que me había guiado a puerto seguro de la tumultuosa vida miserable que había vivido en Washington DC tanto bajo la influencia de hierro de mis padres y el rechazo de mis compañeros. Por lo que sabía, Kamiko estaba deseando que Brandon Charboneau fuera su Christos, su salvador de un futuro con cara que ella no quería, su guía de la prisión de las demandas dictatoriales de sus padres. Y ahora Brandon había cerrado esa puerta para ella.

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Al regresar a mi caballete de pintura junto a Romeo, silenciosamente di gracias a mi buena fortuna que tenía con Christos en mi vida. Temí que sin él, yo estaría tan angustiada y perdida como Kamiko estaba justo en este momento.

Me estremecí y empujé mis oscuros pensamientos lejos, decidida a no caer presa de mis propias preocupaciones mórbidas. Además, tenía mis propios problemas para hacer frente. Cuando pintura al óleo terminara, tendría que ir a Escultura y afrontar a Hunter Blakeley. Todavía no lo había visto desde el incidente con Christos.

Samantha Romeo almorzó con Kamiko después de pintura al óleo, solo ellos dos. Me dijo que estaba preocupado por ella, y quería hablar con ella en privado. Entendí. Compré un sándwich en la tienda del Centro de Estudiantes y me fui a la fuente central para comer en soledad. Me senté en un banco y desenvolví el bocadillo. No podía creer lo caliente que era para febrero. Mis pesados abrigos de invierno fueron todos empacados en la parte posterior de mi armario en mi apartamento. No creo que alguna vez los necesitara en San Diego. El pensamiento trajo una sonrisa a mi cara. Mientras masticaba un bocado de mi bocadillo, miré a mí alrededor y vi a alguien con un enorme ramo de flores a lo largo de uno de los pasillos que conecta a la fuente central. Me pregunté para quien podrían ser las flores. ¿Tal vez iban a la oficina de un profesor, un regalo de un admirador secreto, entregado por un hombre cantando un telegrama? ¿Tal vez algún estudiante graduado estaba a punto de proponerle matrimonio a otro estudiante graduado que era un TA, y el tipo con las flores que iba a entrar en la sección de su novia delante de un grupo de estudiantes de licenciatura, y ponerse de rodillas? Sonreí. Las posibilidades románticas eran interminables. Sonreí para mí misma como el gran ramo y quienquiera que lo llevara se acercaba hacia ellos a la fuente. Me sentía cada vez más nerviosa ya que las flores se acercaban cada vez más. Por ahora, me hubiera esperado que la persona se girara y se dirigiera hacia su destino. Pero el hombre de las flores seguía viniendo, hasta que se detuvo justo a mis pies. Tragué. No pude ver todo el ramo. ¿Quién era? ¿Christos? El hombre bajó el ramo de flores. Hunter Blakeley.

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Oh, genial.

Tuve un momento para agradecer el hecho de que Kamiko no estaba aquí para ser testigo de otro tipo arrojándose a mí. No es que Hunter era el adecuado para Kamiko. Hunter era el adecuado para sí mismo, y eso era todo. —Ey, Sam —Hunter sonrió. Sí que era guapo. Por una vez, no tenía sus gafas de aviador y sus ojos ámbar parecían brillar como brasas calientes en la luz nublada. —Hey, Hunter. —¿Sonaba como un gruñido? No quería ser grosera, pero no quería ser exactamente amable con Hunter, tampoco. No después de cómo había tratado a Romeo y a Christos. A la mierda. Tal vez tenía que ser grosera. —Compré esto para ti —Hunter sonrió, estableciendo el ramo en el banco junto a mí—. Pensé en ello como una ofrenda de paz. Por lo que he dicho a tu amigo —Hunter sonrió. ¿Acaso esperaba que le diera las gracias? ¿Después de lo que había dicho y hecho? Lo miré. —Él tiene un nombre, ya sabes —gruñí. La sonrisa de Hunter se atenuó ligeramente. —Ni siquiera sabes su nombre, ¿verdad? —Negué con la cabeza—. Eres un idiota, Hunter. —¿Ayudaría si dijera que lo siento? —preguntó. —No para mí, no lo sería. Además, puedo ver a través de ti, Hunter. No estás aquí porque te preocupas por los sentimientos de mi amigo. Su nombre es Romeo, por cierto. Tal vez puedas recordar eso y pedirle disculpas a él la próxima vez que lo veas. Hunter se burlaba de mi sugerencia. —Sí —le sonreí—, eso es lo que yo pensaba. Sólo estás haciendo un juego para mí, Hunter. Abrió la boca para protestar. —Cállate —vociferé—. Déjame probar esto una vez más. Has conocido a mi novio. Él es una persona real. Estamos enamorados. Y... Yo. No. Estoy. Interesada. ¿De acuerdo? —Pero…

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—¿Tengo que contratar a una avioneta para ponerlo en nubes de humo por todo San Diego para ver? Samantha Smith tiene un novio. Ella no va a salir con Hunter Blakeley. O salir con él. Alguna vez. —¿Soné dura? Tal vez lo hice, porque estaba loca. No iba a dejar a Hunter la oportunidad de

ser encantador cuando sabía que era todo un juego. Una especie Lame Damian de acto. La sonrisa temblorosa en el rostro de Hunter lo dio todo por la borda. Él se estaba obligando a sonreír. Tratando de ocultar su enojo. No porque él pensara que su ira era inadecuada o inmerecido en esta situación, sino porque sabía que iba en contra de su objetivo de entrar en mis pantalones. Eso era todo. Creía que él carecía de compasión genuina. Cualquiera que pudo haber dado hubiera sido sólo para la demostración. Le di una sonrisa plana a Hunter. —Probablemente debería irme —dije—. No, no importa, me voy. — Recogí mi bocadillo, cogí mi mochila, y me alejé, dejando a Hunter y su ridículo ramo de flores en la Fuente Central. No estaba en absoluto sorprendida cuando Hunter apareció en la clase de escultura una hora más tarde sin el ramo. Tal vez se arregló y se lo dio a Marjorie. De alguna manera, lo dudaba. Estaba, sin embargo, completamente sorprendida de que Hunter no me habló durante cualquiera de las pausas durante la clase, y no me siguió después de la clase. ¿Le había llegado por fin el mensaje? Eso esperaba. Porque tenía muchas cosas más importantes qué preocuparme por Hunter Blakeley. Mientras conducía a casa desde la universidad, pensé en el hecho de que tenía que llamar en realidad a mis padres y decirles que me estaba moviendo fuera de mi apartamento, y no necesitaba su dinero de soborno para convertirme en un contador. Terminé con eso. Iba a ser un artista. Cuando entré en mi apartamento y pisé fuerte, estaba decidida a averiguar exactamente qué decirles para dejarlos en paz. Mi estómago se volcó y cayó ante el pensamiento. Después de entretenerme durante varias horas con la tarea, decidí que necesitaba algunos consejos sobre el manejo de mis padres. Decidí darle a Christos una llamada. Él sabría qué decir, incluso si todo lo que tenía para ofrecer era el estímulo. Desafortunadamente, no contestó su teléfono. Le dejé un mensaje y la esperanza de que volvería a llamar pronto.

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Es una pena que no escuché a Christos hasta tarde del día siguiente.

Christos

D

espués de pasar otro día en mi estudio con Isabella, la envié a su casa y recogí el correo abrí una factura de la firma de abogados de Russel Merriweather. Había un camino de muchos ceros en el importe después del signo del dólar.

Al ritmo que estaba despilfarrando a través de mi dinero, iba a estar en quiebra antes de que mi juicio hubiera terminado. Oh bueno, estaría quebrado en prisión Caminé hasta el mueble bar de caoba tallado a mano en la sala de estar y debatí teniendo un trago. El whisky se veía realmente bueno. Mientras estaba buscando un vaso limpio, una imagen de Samantha destalló a través de mi cabeza, seguido por una imagen de mi mamá caminando fuera de la puerta de la casa de mis padres por última vez. Después de lanzar un fuerte suspiro, coloqué el vaso y decidí ir a hacer una caminata a la colina al banco de mi abuelo en su lugar. Siempre amé estar allí y disfrutar de la vista. Era meditativo y exactamente lo que necesitaba. Me cambié y puse la opa de correr, caminé fuera de la casa, listo para tener mi sangre bombeando. Un Mercedes descapotable de color negro azotó en la calle y condujo hasta mi camino de entrada. Tiffany. Genial. Su papá estaba en el auto con ella. Incluso peor. El brillante vehículo rodó hasta parar justo en frente de mí. Tifanny era toda sonrisas. —Hola Christos.

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—Hola, Tiffany —suspiré—. Hola, Sr. Kingston-Whitehouse. —Odio llamarlo así. Creo que a él le gusta que lo haga y, probablemente todos los que conoce, odian llamarlo así. Su primer nombre era con un guión también.

Westin-Conrad. No mierda. Todas esas sílabas. Tomaba dos semanas solo para decir el jodido nombre del tipo. Westin-Conrad Kingston-Whitehouse el indecente. Indecente, como en sucio. Para abreviar, pensé llamarlo como Wes-Con. La única diferencia entre Wes-Con y su criminal media calle era el equipo costoso de abogados que guardaba en retención. Jodida nueva realeza americana. Como sea, sabía que nunca manejaba él mismo a cualquier lugar. Siempre tenía a un chófer. Pero Tiffany amaba manejar, así que estaba seguro de que se ofreció a tomar el volante para el querido viejo papá. Wes-Con podía hacer algo por la pequeña hija mimada. —¿A que debo el placer? —pregunté mientras abría la puerta de Tiffany. Como dije, era una cosa de caballero. Ella tenía todas las piernas bronceadas y sobre una pulgada de falda. Su top pastel era igualmente minimalista, escapándose más de sus exquisitos hombros bronceados y delicado escote. Me dio su mano, como si no pudiera pararse sin mi ayuda. Me di el gusto. Era más fácil que hacer un problema de ello. Se paró y cerró la puerta. Wes-Con me dio una mirada con los ojos abiertos cuando no me lancé a abrirle la puerta, como si estuviera pegado dentro del convertible de Tiff. Él podía salir de su propio maldito auto. Lo creas o no, se desabrochó el propio cinturón de seguridad, pero manejó torpemente la manija de la puerta, como si hubiera olvidado como las manijas de las puertas funcionaban. Jugó con su ignorancia como si fuera normal. Vestía la ropa de edición estándar de la golfista Martha Vineyard. ¿Nadie le dijo que esto era San Diego? —Christos —dijo. Caminando alrededor del auto. Su mano ya fuera y lista para hacer algo acelerado. Wes-Con sacudió firmemente, y sostuvo mi codo con su otra mano. Eso era extraño, una exclusiva cosa autoritaria, como diciendo, “ahora estas bajo mi control”. Bien. —Es bueno verte, muchacho —dijo. Le sonreí. —Igual, vamos dentro. ¿Puedo ofrecerles algo para beber? —Sé cómo jugar a esto.

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—Eso sería fantástico —dijo.

Podía decir que Tiffany estaba aplazando a su papá. Es decir, que habían hecho estrategias con anticipación. Recuerdo haber leído en alguna parte que nunca podías pelear en una guerra con dos frentes. Jodió a Napoleón y a los alemanes en la segunda guerra mundial. Presentía que no iba a irme mucho mejor con dos Kingston-Whitehouses. Oh bueno, en la guarida del león. Al menos era mi guarida. Los conduje a la casa Manos. —¿Cómo esta Spiridon? —preguntó Wes-Con. —Lo está haciendo bien. —Asentí. —¿Está pintando de nuevo? —No realmente. Creo que se retiró. —Es una lástima —dijo Wes-Con—. Tu abuelo es una leyenda viviente en el mundo de las pinturas de paisaje. Aunque me hubiera gustado que era un simple cumplido bien ganado por mi abuelo, me di cuenta de que era simplemente una estratagema de apertura. Establece a tu oponente con facilidad. Cuando sus defensas estén bajas, ataca con gran fuerza. Creo que Sun Tzu o alguien dijo eso. Caminé hacia el bar de las bebidas en el salón. Supongo que no iba a tenerlos lejos tan fácilmente como esperaba. —¿Qué puedo ofrecerte? A diferencia de la mayoría de la gente, para quien eso significaba agua o té o refresco con hielo, para Wes-Con, sólo significaba licor. Cuanto más duro, mejor. Podía respetar eso. —¿Tienes algún whisky? —preguntó Wes-Con. —Por supuesto. —Vertí dos vasos de Glenfiddich de malta de treinta años de edad, solo. Sabía por Wes-Con, que esta era una cosa barata. Él podía tratar con ello—. ¿Quieres uno, Tiff? —No, gracias. ¿Tienes algo de Zima? —Recién salido —bromeé. Nadie bebe esa mierda. —No importa —presumió. Entregué al padre su vaso y brindamos antes de tragar. —Excelente —dijo. Debe ser quinientos, una botella. —¿Tiffany me dijo que había problemas con su pintura? No perdió nada de tiempo. Manos a la obra. Sonreí.

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—Sí, ¿algo sobre un cheque perdido?

Creía en batear duro y primero. —Puedo escribirte un cheque ahora, de mi cuenta personal, si quieres. —Wes-Con sacó una chequera de su chaqueta y comenzó a escribir con un lápiz de oro de mil dólares. Sabía que era como un guerrero samurái con esa chequera. Una vez que la saca, tiene la intención de usarla—. ¿Creo que el monto era de 25.000 dólares? Sabía que su cheque estaría limpio. Ese nunca era un problema. A WesCon solo le gustaba aferrarse a su dinero hasta que tú te mostraras fuera de su puerta en medio de la noche con horcas y antorchas y el resto de los sirvientes. Entonces se hacia el agradable, dándote treinta piezas de plata, tirándote algo de sobras de la mesa, y diciéndole a todos que no regresen hasta se despiojaran. Él podía mantener su soborno. —Oh, eso no es necesario, Sr. Kingston-Whitehouse —dije suavemente. —Tonterías, muchacho. No puedo tener buenas expectativas de tu trabajo y no pagarte. Sí podía, y lo hizo. Rompió la marca de la chequera y me lo entregó. Hijo de puta. Él era bueno. Pero hizo un error crucial. Estaba tratando de comprarme para su hija. Y ambos lo sabíamos. El problema era, que no estaba en venta. Especialmente cuando venía de los Kingston-Whitehouses. Wes-Con sostenía el cheque para mi expectante. Flotaba entre nosotros como una bandera de la victoria. Estaba actuando como si fuera Neil jodido Armstrong sobre plantar esa mierda en la luna. —Lo siento, Sr. Kingston-Whitehouse. No puedo tomar su dinero. Es por principios. Piense de mi pintura como un regalo personal de mí para su hija. Un símbolo por todos nuestros años de amistad y la amistad entre nuestras dos familias. —Mi excavadora de mierda se estaba moviendo a cien millas por hora—. Luce espléndido colgando en tu yate, por cierto. Wes-Con taladró mis ojos con los suyos. —Insisto. —Fue todo lo que dijo. Él podía taladrar todo lo que quisiera. No lo conseguiría conmigo. —No puedo. El cheque suspendido en el aire. La mano de Wes-Con tembló imperceptiblemente.

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No iba a agarrarlo y sabía que no iba a dejar que cayese al suelo. Principalmente por respeto, parcialmente, porque no creo que pudiera

soportar la idea de dejar su dinero toque el suelo, al igual que algún malandrín saliera corriendo de debajo del sofá, arrebatar y correr al banco con ella. Más importante aún, él nunca podría dignarse a simplemente ponerlo y decir algo como, “lo dejó en el mostrador” o lo que sea. Porque quería que yo lo tomara. Si lo tomaba, ambos sabíamos que significaba que él sería propietario de una parte de mí. No hay dados. Se guardó el cheque en su chaqueta. Pero la chequera estaba todavía fuera. Quería sangre. —No importa. —Sonrió como una lagartija—. También me gustaría discutir una manera para otra pintura adicional de Tiffany. Le disparé a Tifanny una peligrosa mirada. Ella y yo ya habíamos pasado por esto. Abrió su boca para hablar pero la cerró cuando me vio mirándola. Después de un momento, me reí entre dientes. —Tiffany y yo discutimos esto en su yate, Sr. Kingston-Whitehouse. En la víspera de Año Nuevo. ¿No es así, Tiffany? —Lo hicimos —sonrió cruelmente—, y… La interrumpí. —Y la respuesta sigue siendo no. —Yo estaba de pie, firme. No había una pintura desnuda de Tiffany. La sonrisa cheshire de Wes-Con salió. El problema con perfectos dientes, y quiero decir del tipo del precio norte de unos cien mil dólares, estaban demasiado perfectos. Como que él tenía dos veces demasiado de ellos o algo. —¿Cuál es tu precio, Christos? —Wes-Con sonrió. Lo que siempre amaba sobre una buena pelea era que no siempre era un momento definitivo cuando las cosas daban vueltas. Algunas veces, el peleador superior sólo llevaba a su oponente a centímetro a centímetro. Negué. La sonrisa de Wes-Con manipuló otro kilowatt. —Creo que Tiffany al discutirlo contigo se imaginó cincuenta mil en efectivo, directamente a ti. Negué. —Cien mil.

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Estaba hilando esto fuera.

Un pelea por knockout donde el perdedor caía a la lona en el primer round era siempre una gran emoción, pero eso nunca era tan dulce como dos pesos pesados se fueran de cabeza a cabeza todo el camino hasta el duodécimo, golpeando la mierda del otro hasta que el perdedor finalmente fue a la rodilla en el último minuto de la pelea, abajo pero no fuera, luchando por volver a subir antes de la campana final. Ambos peleadores podían estar todos abollados y sangrientos después, y sabías que ambos contendientes eran los hijos de puta más humildes del planeta. Pero uno de ellos era más malo. Ese tipo era yo. Le di una rápida sonrisa a Wes-Con, jugando con él, empujando para ver si podía seguir quedándose todo el camino hasta la campana. Wes-Con no estaba tirando la toalla. Su sonrisa se estiró un poco más amplia. —Ciento cincuenta. Podía respetar eso, pero sacudí mi cabeza. No era la duodécima. La sonrisa de Wes-Con fue todo el camino. —Dos. Esta vez no sacudí mi cabeza. Solo cuando pensé que la sonrisa de Wes-Con no podía ir más amplia, se extendía otro medio milímetro. Sus mejillas se estremecieron. Creo que tenía calambres. —Dos cincuenta. Me mantuve firme. No estaba en venta a nadie, no importa lo mucho que necesitaba el dinero. Sus ojos se movieron. Se encontraba a punto de ir a DefCon. Vi una sola gota de sudor en la esquina de su frente. Esa era su toalla entrando al ring. Pero ese no era el duodécimo round. Había pensado que Wes-Con tenía mucho más dinero que eso, especialmente cuando se trataba de su hija. Supongo que no. Ellos dicen que todo hombre tiene su precio. Yo no. No cuando mi amor por Samantha estaba en la línea. La batalla fue ganada, dije casualmente:

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—¿Les gustaría chicos ver el nuevo trabajo? —Quiero decir, un avance a mis reveladas, próximas pinturas. Siempre quieres ofrecerles un regalo simbólico antes de que tú registraras su mierda. Un regalo que dije—: Oye, tu trasero podría ser pateado, pero eso no significa que no podamos seguir siendo amigos.

—Creo que es mejor que nos vayamos —dijo el padre, deslizando su chequera de nuevo a su chaqueta, donde se unió a su inútil cheque. Si no hubiera habido ningún guerrero samurái en mano, ellos podrían haber roto el lápiz de oro de sus principios. Era misericordioso. Su lápiz se mantendría intacto. —¡Papi! —chilló Tiffany con enojo—. ¡Me prometiste la pintura! ¿Sabías como ellos decían detrás de todo poderoso rey esta una poderosa reina? Algunas veces todo lo que necesitabas era una princesa. Ellas eran las peores. —No, Tiffany —dije. Desafortunadamente para ella, Wes-Con acababa de ser mi vasallo en este tema. Al menos todavía tenía su yate para ir llorar. O ella podía hacer que Wes-Con le comprara algo por un par de cientos de dólares. —¡Papi! —gritó—. ¡Quiero mi pintura! Sacudí mi cabeza. Aún se estaba refiriendo a ella como suya. Su derecho era legendario. Westin-Conrad Kingston-Whitehouse movió los ojos a su hija un instante y luego me dio una quejumbrosa, mirada horrorizada. Creo que estaba destinado a ser un momento de intimidad entre nosotros, los hombres. De hecho, me sentí mal por el chico. Les mostré la puerta y les ofrecí agua para el camino. Ambos declinaron. Quizás podría ofrecerle a Wes-Con algunos tapones. Pobre chico. Cuando ellos se fueron por un tiempo, volví al bar y me serví un vaso grueso de la cosa barata y medio golpeado de una vez. Caminé fuera del estudio y miré hacia mi casi completa pintura de Isabella. No me gustaba lo que veía. Estaba al borde de un trabajo malo. El problema con mostrar trabajos malos era que si tú hacías demasiado de eso, nadie quiere pagar un precio por tu arte nunca más. No demasiado después de eso, nadie quiere tu arte en absoluto. Estamos hablando de ventas de garajes y tiendas de precios de segunda mano. Suspiré pesadamente. Quizás estaba apurando la pintura porque Brandon estaba llamando todos los días preguntando por mi estado.

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Tenía un trabajo de pinturas atrasado para conseguir mostrar. Quizás podía gastar más tiempo en el lienzo de Isabella, volteándolo a algo especial. O no.

Hasta el momento, no hay dinero de pre-venta llegando. Brandon había dicho algo sobre la construcción anticipada para empujar los precios hacia arriba antes de cerrar cualquier venta. Eso significaba que no había más dinero de verdad hasta después de mostrarla, lo que probablemente estaba a meses de distancia. La factura de servicios prestados de Russel Merriweather tendría que esperar, pero yo solo podía ensartarlo junto basado en nuestra amistad por un largo tiempo antes de que parezca como un vagabundo. Russel tenía sus propias cuentas que pagar. Con la fecha de mi juicio respirando en mi cuello, me pregunté cuántas pinturas podría tener terminadas si aterrizaba en la cárcel. Estoy seguro de que los funcionarios de prisiones estarían más que felices de crear un estudio privado en mi celda. Sí, claro. Con nubes tormentosas merodeando sobre mi horizonte financiero y mierda acercándose alrededor de mis múltiples direcciones, el cheque de Wes-Con era dinero que podría haber usado. Pero no había manera de vender a Samantha por cualquier cantidad. Filtré mi vaso de whisky y bebí el resto antes de caminar de regreso al bar por más. Tal vez había una puerta de escape de este lío que no estaba viendo todavía. Siempre había una manera de salir de cualquier dilema, aunque fuera el más drástico.

Samantha Cuando conseguí mi grado de mitad de período para historia de ese día, resultó que estaba bombardeando la clase peor de lo que pensaba. Mi calificación global ahora se movía en torno a un C menos. La última cosa que quería era un D en mi expediente. Afortunadamente, pagué a major Marjorie otra visita en sus horas de oficina y ella había confirmado que mi calificación sería ahora sin duda un B, si no más. Eso funcionó para mí.

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¿Pero una D en historia? Incluso yo no sería feliz con eso. Mis padres, por supuesto sacarían un contrato en mi vida si ellos encontraran que obtuve

una D. Conociendo a mi mamá, probablemente podría poner uno en Christos también. Infierno para pagar… Tenía que empezar a golpear los libros dos veces más duro. No sé dónde iba a encontrar el tiempo. La única respuesta era dormir menos. A pesar de que había accedido a mudarme con él, Christos y yo realmente no habíamos gastado mucho tiempo juntos últimamente, incluso cuando se trataba de trabajar juntos en su estudio. Ambos estábamos simplemente demasiado ocupados. Fue una resistencia total. Por suerte para mí, no tenía un cambio ya sea en el museo o Grab-nDash hoy. Era libre para centrarme toda mi tarde y la noche en las hazañas políticas y acciones audaces de los presidentes de Estados Unidos. Pero me sorprendió morbosamente al descubrir que muchos de los últimos presidentes americanos estaban lejos de ser agradable personas. Muchos habían estado involucrados en todo tipo de puertas traseras de maldad. Quiero decir, me enteré de que Abraham Lincoln había cazado en secreto los vampiros, pero yo no sabía que algunos de los presidentes anteriores habían sido vampiros. En serio. Lo leí en alguna parte del internet. Gemí. La verdad era, estaba haciendo nada para que se me ocurriera hacer mi lectura más interesante para mí, pero me mantuve imaginando caricaturas políticas de todo lo que leía, que realmente no estaba ayudando a mi comprensión y retención. ¿Quizás necesitaba algo de helado? Estaba convencida de que ayudaba a recodar las cosas mejor. Me paré y fui a asaltar mi congelador. Mi celular sonó. Mi primer pensamiento fue que era Christos llamando para decirme que no tenía algún helado y que él venía a cocinarme la cena. La idea me hizo sonreír. Entonces vi que eran mis padres. Ahí se fue mi sonrisa. —¿Hola? —Buenas tardes, Sam —dijo mi papá. —Hola, Sam —dijo mamá.

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—¿A que debo el placer? —pregunté sarcásticamente.

—¿Tu madre y yo llamamos para averiguar si ya te habías registrado para las clases del trimestre de primavera? La inscripción estaba a la vuelta de la esquina. —No aún —suspiré. —Bueno, quería ser el primero para hacer públicas las buenas noticias —dijo mi papá. —¿Qué es? —pregunté, muy segura de que la idea de mis padres de una buena noticia no coincidía con la mía. —Me di cuenta que en el programa de clases en línea que gestión de personal efectivamente se ofrece en el trimestre de primavera. ¿No es genial, Sam? Wow, mis padres estaban totalmente acechándome. Rodé mis ojos para mí misma. Ellos no me estaban teniendo. —Ahora puedes cambiar tu carrera de vuelta y continuar con tus clases de contabilidad sin caer detrás —dijo con una sonrisa. Me armé de valor. Era el momento de poner este tema en la cama una vez por todas, incluso si me mata. —No voy a cambiar mi carrera. —¿Y por qué, dime por favor, no lo harás? —preguntó sarcásticamente mi mamá. —¿Porque yo no quiero hacerlo? —me burlé. —Te lo dije, Bill —gruñó—, es ese Christos. Él está empujando todas esas ridículas ideas en la cabeza de nuestra hija. —No, mamá —dije confiadamente—, si recuerdas, arte era mi idea. ¿Recuerdan chicos que decían que no podía ir a la escuela de arte porque era demasiado cara? Bueno, SDU no es demasiado cara, y resulta que la universidad tiene un grandioso programa de arte. Por el mismo precio como en la carrera de contabilidad. —¡No vamos a tirar lejos buen dinero en una educación en arte! —mi mamá se burló. —Tengo que coincidir con tu madre en esto —dijo mi padre. Sacudí mi cabeza. —No es tirar. Hay todo tipo de puestos de trabajo para personas en el arte. —Apostaré —resopló mamá con desdén. —Mamá, no sabes de que estás hablando. Yo…

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—¿Perdóname? —ladró.

Traté de calmarme. —Mamá, cuanto más aprendo sobre el arte, más veo que hay trabajos allí afuera. —Si hubiera tantos trabajos de arte, ¿Por qué estás trabajando en una tiende de conveniencia? —Mamá lloriqueó. —No lo sé, mamá, pero no es como si hubiera un manojo de trabajos de contabilidad para los graduados tampoco. Recorrí los sitios web de empleo y nunca encontré uno solo para alguien que sólo ha tomado dos clases de contabilidad. Mamá estaba en silencio. —Ella tiene un punto, Linda —dijo mi padre. Estaba conmocionada en silencio de nuevo. Esa era probablemente la primera vez en mi vida que papá había concedido que no era una idiota. —No importa qué tipo de punto ella tiene —gruñó mamá—, no estoy feliz sobre toda esta cosa del arte. Y no me importa lo que tú digas, Samantha, es ese Christos quien te empujó a esto. Nunca fuiste desafiante antes de que él apareciera. Te digo, Bill, este Christos está dirigiendo a nuestra hija en todas las direcciones equivocadas. Suspiré y me pregunté si ahora era el momento para decirles que planeaba mudarme con Christos, ¿encima de todo lo demás? Hmmm. Quizás no. Miré el botón de FINALIZAR en mi teléfono. Quizás necesitaba terminar esta llamada antes de que mis padres hicieran planes para terminarme. —Ese chico te tiene envuelta alrededor de su dedo, ¿no es así, Sam? — dijo, sus palabras de repente empapadas con falta de juicio. ¿Por qué de repente me siento como que misiles guiados apuntaban en mi corazón? —Apuesto a que ustedes dos están teniendo un montón de sexo, ¿no es así? —se burló—. Bueno, espero que estés usando protección. Estaba conmocionada en silencio. No porque estaban discutiendo de sexo y control de natalidad. Esto no era nada nuevo. Era el puro odio que salía de la boca de mi madre como una manguera contra incendios. O tal vez una manguera de aguas residuales. Nunca me imaginé que pudiera ser esta severa.

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—Sabía que él parecía imprudente al segundo que lo vi con su chaqueta de cuero y sus tatuajes. —Ella sonrió sarcásticamente—. Desde que conociste a ese muchacho, te has vuelto imprudente, Samantha. Él te

bajó a su nivel, y está arruinando tu vida. Marca mis palabras —dijo ominosamente—, si se trata de dos semanas o dos meses, ese personaje Christos va a perder el interés en ti. Él va a olvidar tu nombre en cuestión de segundos, y en unos pocos años, incluso no recordará haber dormido contigo. ¿Entonces donde estarás? ¿Huh? Dime eso. —Él no es así —argumenté, de pronto al borde del llanto—, ¡Christos me ama! —Odiaba que estaba gritando como una adolescente irracional, pero mi mamá era siempre buena en arañar mi corazón. —Seguro, lo hace —rompió maliciosamente—. Eso es lo que todos dicen. —¿Todos? —preguntó mi papá, confundido—. ¿Todos quién? Linda, qué estas… Mamá cortó a papá definitivamente, diciendo: —Apuesto a que tu Christos no es mejor que ese Damian —siseó. —¡Tú no sabes nada sobre Christos! —gemí al teléfono. —Puede que no lo conozca, Sam —dijo confiadamente—, pero he conocido a hombres como él. —¿Lo has hecho? —preguntó mi padre—. Eso es nuevo para mí, Linda, yo… —Cállate, Bill —le ladró. Whoa, mamá. Nunca había oído esta locura. Ella lo estaba perdiendo. —Estás equivocada, mamá —dije a través de mis lágrimas, encontrando nueva fuerza—. Christos me preguntó para que me mudarse con él. Mamá entusiasmada sacó una dura risa. —Estás embarazada, ¿no es así? —¿Qué? ¡No! —protesté. —No lo estás todavía —gritó estridentemente—. ¡Pero lo estarás! Dale seis meses quizás un año, ¡y él te dejará preñada! ¡Entonces se irá! ¡Solo como eso! ¡Asegúrate de que tienes bastante dinero para el aborto! Mamá se había vuelto loca. ¿Por qué había pensado que ella estaba hablando sobre ella misma de repente? Eso no parecía ni remotamente posible. No podía imaginar a mi mamá quedando embarazada sin un plan de negocios en el lugar. Lo que sea.

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Todo lo que sabía seguro era que de repente sentí como que era el padre de una niña mimada teniendo un enfado.

Curiosamente, esto me dio una medida de confianza que nunca había sentido con ni mamá antes. Su aumentada irracionalidad me permitió permanecer en calma. —Estoy usando control de natalidad, mamá. Estoy siendo responsable. —¡Lo sabía! —aclamó—. ¡Estas teniendo sexo! —¿Y? la gente tiene sexo todo el tiempo. No es el fin del mundo. De todos modos, ese no es el punto. El punto es, Christos me preguntó para mudarme a la casa de su abuelo. —¿Así que vas a estar parasitando? —¡No es como eso! Ellos son buenas personas. —¿Y nosotros no? —No, mamá. No entiendes. —Estaba confundida. Mi mamá se estaba tirando a sí misma y estaba yendo por la lógica. Estaba en un camino peligroso. —Te hemos apoyado tu vida entera, ¿y tú crees que solo puedes entrar en una familia al azar y tendrán que cuidar de ti como tu padre y yo lo hacemos? Me detuve a pensar a través de mis palabras cuidadosamente. Me preocupaba por que estaba yendo sobre mi cabeza. Pero no la estaba dejando. —Sí. —¡Ah! —soltó—. Y por favor dime, Sam, ¿por qué es eso? —Porque Christos me ama —reiteré calmadamente. Sabía que estaba repitiéndolo a mí misma, pero era la verdad. ¿Qué más nadie necesitaba saber eso? Era todo lo que necesitaba saber. Una grande, ruidosa, sonrisa estalló de mi mamá. Ella pasó por lo menos durante un minuto entero. —Tú, ¿tú crees que el amor puede arreglar todo, Sam? ¿Crees que este amor adolescente que tienes por Christos traerá la paz mundial? ¿Sanar todos los males de la humanidad? Tengo noticias para ti, Sam, no funciona de esa manera. Permíteme decirlo de otra manera, Sam. ¿Me estás escuchando? Me negué a contestarle. —Sam, Christos no te ama… Apuñalé el botón FINALIZAR en mi teléfono.

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Nunca le había colgado a mis padres antes, pero nunca había estado tan asustada por ellos tampoco. Dejé el teléfono en la mesa de café y me alejé de él, miedo a que podría atacarme. Imaginé los brazos de mis padres

llegando a mi garganta a través de la pantalla del teléfono, tratando de estrangularme desde tres mil millas de distancia. Eso era ridículo. Sonreí a mi propia locura. Mi apartamento estaba mortalmente silencioso y de repente parecía cavernoso. Nunca me había sentido tan sola en toda mi vida, como si su apoyo paternal se había evaporado sobre el curso de esta breve llamada. Por siempre. Cuando el teléfono sonó, salté. Era el sonido de mis padres. Por supuesto ellos llamaron de vuelta. Probablemente estaban furiosos. Nunca los había desobedecido así de descaradamente antes. Medio esperaba que ellos llamaran al 911 y enviaran a policías en un auto alrededor de mí y llevarme al centro por desobedecer órdenes de los padres. El teléfono continúo sonando. Cada vez, el agudo sonido apuñalaba mi cabeza y tuve que luchar con mi profundamente condicionada urgencia de contestar. Tomó todo lo que tenía para no hacerlo. Lo curioso fue, mis padres ni siquiera estaban en la sala, hasta ahora sentí los diecinueve años de crianza convenciéndome a contestar. Mi mano estaba llegando… ¿Quién diablos estaba moviendo mi brazo? ¡Era siendo controlada por mando a distancia! ¡No! ¡Yo no lo haría! Afortunadamente, mi teléfono fue a correo de voz después del cuarto sonido. Di un suspiro de alivio. Me escapé por poco con mi vida. Estaba asustada si ellos llamaban de nuevo una segunda vez, podía contestar. Contra mi voluntad. Y si lo hacía, tenía miedo que podía muy bien ceder a sus órdenes. Después de diecinueve años, ellos tenían más poder sobre mí, para bien o para mal. Cubrí mi rostro con mis manos y sollocé. Quería vomitar. Corrí al baño y mi burrito se proyectó derecho fuera de mi estómago. Necesitaba a Christos. Él era el único quien podía poner mi corazón en paz. Después de cepillar el vómito fuera de mi boca con mi cepillo de dientes, caminé hacia mi living y llegué hasta mi teléfono para llamarlo.

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Casi tuve un ataque al corazón cuando sonó en mis manos.

Christos Estaba sentado en el estudio de mi abuelo, patentando de vuelta en una vieja silla de oficina, un nuevo vaso de whisky en una mano, y mi teléfono en la otra. Estaba de nueva manera agitado. Quizás un poco borracho. La cosa sobre ser un bastardo arrogante era que podía apreciar que era un bastardo arrogante. Lo disfrutaba. No siempre había sido uno. Había tenido que ganarlo. La prueba estaba en mi teléfono. Busqué a través de docenas de mensajes sin respuesta de tantas mujeres calientes, todos los cuales tenían entradas en mi teléfono en las últimas doce horas. Por caliente, no me refiero a Nebraska caliente. Me refería a Los Ángeles caliente. Hollywood caliente. Hubo una diferencia. Los mensajes: Tiffany: ¿Qué tengo que hacer para conseguir que me pintes desnuda de nuevo? Si no es dinero, dime. Te daré cualquier cosa que quieras. Cualquier cosa. Paisly: ¡Adonis! ¿Cuándo vamos a ir a patinar —y otras cosas— de nuevo? Skylar: Te necesito Adonis. Han sido meses. ¿Por qué no has llamado? ¿Recuerdas Onyx? Nunca lo olvidaré… Lo olvidé. ¿Quién era Skylar de nuevo? Mercedes: Estoy en la ciudad, Adonis. Me quedo en el hotel Del hasta el sábado. Mi número de habitación es… Tiffany: Por favor, Christos. Cualquier cosa que quieras. ¿Tengo que explicártelo? S-E-X-O. Oops, quiero decir C-U-A-L-Q-U-I-E-R-C-O-S-A. ;-) Ese era un poco raro. Tiffany era una chica inteligente, a pesar de sus defectos de personalidad. Destiny: Voy a tener dos de mis amigas durante este fin de semana, Adonis. ¿Quieres venir a la fiesta con tres de nosotras? Ropa opcional.

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Había otros veinte o treinta iguales a estos. Sí, algunos de ellos eran nombres de stripper, algunas de los cuales eran strippers reales, pero no todas. Chicas como esas parecía que me encontraban donde sea que fuera.

Pensé sobre el hecho de que cualquier chico mataría para tener su propio teléfono lleno con descaradas proposiciones como el mío. ¿El único problema? Esos tipos aún no habrían sido yo. Imagina si encuentro algún Maynard en el campus, ya sabes el tipo de las gafas gruesas y 4.0 GPA, ¿y él tiene mi teléfono? Imagina la mirada en el rostro de Mercedes cuando Maynard toque en su puerta del hotel Del tarde esta noche. Él le diría—: Christos me envió. Se volvería loca. Me reí para mis adentros. Mierda, conociendo a Mercedes, ella probablemente estimaría a Maynard un precio. Maynard podría ser el único con la mirada de completa confusión en su rostro. Pero si él tenía doscientos dólares en efectivo en él, Mercedes podría darle una rutina de baile que podría hacer girar su cabeza alrededor. Ella era una corista en las Vegas y sabía cómo moverse. Estaba muy tentado de localizar a la persona más cercana a SDU que se ajustaba perfectamente a Maynard, le pagaría doscientos yo mismo, y conseguiría un show de Mercedes que nunca olvidaría. Yo no era nada si no generoso. De todos modos, ahora que Samantha estaba en mi vida, pude reír en el hecho de que solía ser “ese tipo” el que, tres meses después de convertirse en exclusivo con Samantha, seguía recibiendo decenas de solicitudes de bellezas que querían más de mi patentado doctorado pene. Oye, no es mi culpa que esas chicas estén todas enfermas por mí. Tenía todo para ser un bastardo arrogante. Sin darle un segundo pensamiento, taladré los botones de mi teléfono y borré todos los mensajes. Ese tipo Maynard se quedó solo. Llamé a Samantha. —¡Christos! —contestó. La más grande, más genuina sonrisa se había ensanchado a través de mis labios. —Te extraño agápi mou. —Sonaba solo ligeramente lodoso de beber. ¿Quién necesitaba un arrogante cuando tenías a Samantha?

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Gracias jodido Cristo, porque estaba enfermo de todo eso que proponía a llevar a tener un teléfono lleno con mensajes sin sentido de chicas sin sentidos.

—¡Christos! —sollozó—. ¡Necesito que vengas ahora mismo! ¡Por favor! El sonido de su pánico me tuvo despierto en un momento. —¿Estás bien? ¡Samantha! ¿Estás herida? ¿Qué va mal? —Mis padres… —¿Qué? ¿Está todo bien? ¿Tuvieron un accidente? Samantha, ¿qué está mal? ¿Háblame? —Ellos son malos —sollozó. Mierda. Eso no era lo que estaba esperando. —Voy para allá —dije en voz baja. Salí corriendo y salté en mi Camaro. Me pegué a los límites de velocidad y llegué a una señal de PARAR. Sabía que estaba al borde de lo legal por estar conduciendo y no necesitaba un jodido DUI. Quince minutos después, estaba subiendo las escaleras apartamento de Sam. Toqué la puerta y ella abrió silenciosamente.

del

Estaba llorando, su máscara corrida. Nunca la había visto tan miserable. Sostuvo sus brazos para mí como una niña pequeña. La rodeé con los míos y la empujé hacia mi pecho. —Shh, agápi mou. Estoy aquí. Todo va a ir bien. Estoy aquí. Ella rompió en nuevos sollozos en mis brazos. Le acaricié su cabello mientras ella lloraba. Después de un rato, se calmó. —¿Quieres algo de agua? Ella asintió en silencio. Llené un vaso en su cocina y la llevé al sofá. —Siéntate. Agápi mou. Se tragó un poco de agua. Me di cuenta de los restos de un burrito en su mesita de café. Me recordó que tenía hambre. Voy a tener que comer más tarde. —Mi mamá es mala, Christos —gritó, impidiendo las lágrimas—. Ella, ella dijo que tú vas, a, a, a dejarme y olvidar mi nombre. —Eso es una locura, Samantha. —Me reí. —No te rías —suplicó. —Lo siento, es solo que oírte decir eso no tiene ningún sentido para mí porque no me iré a ningún lado, no importa lo que tu mamá diga.

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Ella me miró con desnudo miedo en sus ojos.

—Eso espero, porque siento como que mis padres me han abandonado. Sin ti, no tengo a nadie. No puedo aguantar perderte, Christos. Incluso por un segundo. Oír sus palabras apretó mi corazón. Jodidamente esperaba no volverme un mentiroso el día después de que mi juicio haya terminado. No importa lo mucho que quería cumplir mi promesa a ella, puede ser que no sea capaz de hacerlo. Pasé la noche con Samantha en su cama. Se acurrucó contra mí como un niño asustado. ¿Ella de alguna manera sentía que no importa cuán fuerte mis brazos eran, no podrían ser capaz de protegerla de mi pasado? Afortunadamente, se durmió rápidamente, debe haber estado muy cansada. Traté de bloquear mis pensamientos caóticos y dormir un poco también. Pero la realidad de mi tormentosa vida de mierda me mantenía apaleando despierto.

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Por la mañana, estaba agotado.

Christos

S

amantha dormía como una piedra. Yo no lo hacía.

Estuve nervioso toda la noche, seguía despertando, y di vueltas en la cama hasta las ocho de la mañana cuando revisé mi teléfono. Tenía un mensaje. Uno muy importante. No podía tomar la llamada aquí. Russell Merriweather. Él sólo llamaba cuando las cosas se ponían peor. No era como si fuera a decirme que el fiscal de distrito había decidido darse por vencido. Esos tipos eran como pit bulls y tenían las mandíbulas bien sujetas alrededor de mí. Estaba ansioso de escuchar su mensaje. Trataba las malas noticias como curitas. Es mejor acabar con ellas con rapidez. Pero no iba a hacer que Samantha despertara en una cama vacía. Así que me paseé por el apartamento. Me senté en el sofá por un tiempo. Saqué el resto de su burrito de la nevera de donde lo había guardado anoche. Lo devoré en dos bocados. Bebí un poco de agua. Hice girar mis pulgares. Maravilloso, esto me estaba volviendo loco. ¿Qué necesitaba decirme Russell? Cuando Sam finalmente se despertó, estaba sentado en el borde de su cama, completamente vestido. —Sam, tengo que irme. —Me sentía como un idiota diciéndolo. Ella me necesitaba. Era obvio. Pero necesitaba revisar mi mensaje. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —Es... —No quería decirle—. Sólo tengo algunas cosas que hacer. En el estudio —mentí. Sus ojos buscaron los míos.

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—¿Qué es, Christos? Puedes decírmelo.

No, no podía. Entonces todo se haría añicos en torno a nosotros dos. —No es nada, agápi mou. Lo prometo. —Hombre, era un maldito mentiroso. —¿Quieres desayunar? —me ofreció. —No, estoy bien. Realmente necesito irme rápidamente. —Por favor, quédate. La mirada en sus ojos me destrozó. Quería contarle todo. No quería decirle nada, esperando que mis problemas se fueran. No necesitaba estar preocupándose por esto. —Por favor, Christos —rogó. —Me tengo que ir, agápi mou. —Está bien. —Asintió a regañadientes. Me sentí como una mierda cuando salí por su puerta principal. Me subí en mi Camaro y conduje en dirección este hacia el Five. Paré en una gasolinera antes de llegar a la autopista y comprobé mi mensaje de Russell. Christos, el vice-fiscal de distrito ha hecho una oferta de acuerdo. Debemos discutir esto cara a cara. Esta es una gran decisión, en cualquier camino que tomes. Ven por mi oficina mañana, a cualquier hora. Mantuve la velocidad al entrar en la autopista y fui de un lado al otro a través del tráfico. Tenía suficiente tiempo para estar aterrado en mi auto mientras pensaba en cualquiera que fuera la oferta que estaban haciendo. Mis entrañas se revolvían para el momento en que llegué a la ciudad. Lástima que el tráfico estuviera tan pesado. Si el camino hubiera estado vacío, habría pisado el acelerador todo el camino hasta aquí. Después de que pasé la SDU, note los mismos puntos de referencia que se habían burlado de mí el día en que los policías me habían llevado a la cárcel, el día que había conocido a Sam en septiembre. El mural del surfista en Pacific Beach. El mural de la ballena jorobada en Mission Bay. Al menos esta vez no estaba enjaulado en un auto patrulla. Sólo enjaulado en el tráfico. Consideré deslizar mi Camaro en la cuneta vacía y pavimentarla. Pero era pleno día. Y yo estaba en libertad bajo fianza por asalto agravado y agresión.

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A la mierda. Estaba cansado de rodar a través del tráfico como un anciano. Puse el Camaro en segunda y aceleré. Retumbó de modo tranquilizador, listo para destrozar el camino como yo avanzaba de forma diagonal a través de los carriles hacia la cuneta a la derecha.

Los ojos de Samantha llenaron mi mente. Los ojos tristes que me había dado cuando había dejado su apartamento hace una media hora. Mierda. No podía darme el lujo de ser estúpido. No como cuando era más joven y no me importaba una mierda. Tenía algo por lo que vivir ahora, alguien que me necesitaba. Samantha. Resoplé dejando salir un suspiro y deslicé la palanca de cambios de nuevo a tercera. Mi Camaro se mantuvo en el carril lento mientras seguía avanzando a una velocidad constante con el mismo ritmo lento en el que iban todos. El tráfico era lento como tortuga a lo largo de todo el camino al centro. Me desvié en Front Street y me dirigí hacia las oficinas de Russell. Estacioné en el garaje subterráneo y marché por las escaleras como si me fuera a un ahorcamiento. Cada se hacía más alto mientras mis botas se hacían más pesadas. Me sentía como si fuera a colapsar para el tiempo en que llegué al piso veinte. Entré por las puertas dobles a las oficinas de Russell. —Buenos días, Christos —dijo Rhonda—. Le dejaré saber a Russell que estás aquí. Debería salir en un minuto. —Gracias, Rhonda. —Me acerqué al ventanal y miré fijamente hacia la bahía de San Diego una vez más. Estaba envuelta en niebla. Apropiadamente de mal humor. —Christos —Russell dijo mientras entraba en el vestíbulo. No estaba en su estado de ánimo jovial de siempre—. Vamos a mi oficina, hijo. Hombre, ¿había muerto alguien? ¿O estaba alguien de luto por mi inminente funeral? Entré en la oficina de Russell y me dejé caer en la silla. Él cerró la puerta detrás de nosotros y se sentó. —¿Cómo lo compasivamente.

has

estado

llevando,

hijo?

—preguntó

Russell

—Aguantando —dije con una sonrisa a medias. Él asintió comprendiendo. Estoy seguro de que vio en mis ojos el peso que estaba llevando.

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—Iré directo al grano. El vice-fiscal de distrito te está ofreciendo doce meses en la cárcel del condado por una declaración de culpabilidad. Con la rebaja de pena por buen comportamiento, serían quizás nueve meses.

Apreté mi mandíbula. Nueve meses de encierro. ¿Nueve meses de llamar a Samantha por cobrar desde un teléfono de la cárcel? ¿Nueve meses haciendo visitas semanales con todas las esposas y novias de los otros presos? ¿Sentado en refugio subterráneo de visitantes con una pared de acero y cristal entre los inocentes y los condenados? ¿Nueve meses mirándola a los ojos tratando de fingir que no estaba triste y estresado y viviendo en un hoyo apestoso? Había estado en ambos lados de esa pared de vidrio. Buenos amigos míos habían estado en la cárcel en algún momento por luchar, conducir bajo la influencia del alcohol o drogas, toda esa mierda de jóvenes inmaduros. Mirar a tus amigos en el interior luchando para no deteriorarse por la miseria emocional que se apoderaba de los internos no era divertido. Preguntándote cada vez que los visitabas si tu buen amigo iba a tener un ojo sangriento con un desprendimiento de retina o tal le faltarían algunos dientes que había tenido la semana anterior. O tal vez, tu amigo podría ni siquiera presentarse para tomar el corto teléfono porque estaba en la enfermería ya que tres tipos le patearon la pierna en la ducha, y no podía caminar. Sí, mierda divertida. Si fuera encerrado, mi tiempo en el interior iba a ser bastante malo. Pero pensar en lo miserable que iba a estar Samantha iba a hacerlo mucho peor. No quería hacerla pasar por nada de eso. Ella tenía que centrarse en las cosas buenas, en sus clases, en su arte. No en mi mierda. Tal vez necesitaba dejarla ir. Russell se aclaró la garganta. —Christos, quiero que sepas que negocié fuertemente mi culo con el vice-fiscal del distrito tratando de reducir la pena ofrecida. Pero Schlosser no cedería. Cree que tiene este caso asegurado. Si vamos a juicio, él te va a clavar a la pared con la razonabilidad y elusión. Estás en una situación difícil, hijo. Nueve meses de cárcel en un acuerdo con el fiscal siguen siendo nueve meses. Pero si vamos a juicio y el jurado te encuentra culpable de todos los cargos, podrías esperar un máximo de cuatro años en prisión. —Russell tomó una respiración profunda—. He estado cabeza a cabeza con Schlosser antes. Él es duro como una roca, y tiene ganas de empezar con este caso. Si gana, va a empujar el juez para obtener la sentencia máxima. Asentí en silencio.

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—Es una apuesta de cualquier manera —Russell ofreció. Me miró con atención—. Me gustaría tener mejores noticias, Christos. Tómate un tiempo

para pensar en esto. Discútelo con tu familia. No tienes que tomar una decisión hasta unos días antes del juicio. Que alguien me despierte y me diga que esta mierda era sólo una pesadilla.

Christos Avancé a velocidad constante hacia casa en la Five en mi Camaro, manteniéndolo al límite de velocidad. Master of Puppets de Metallica estaba sonando en mi sistema de sonido en decibeles de nivel de concierto. Si no podía acelerar, por lo menos podía darle a mis oídos una buena paliza. Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué para comprobar la llamada. El maldito Brandon. No quería hablar con él. A la mierda. Bien podía acabar con eso de una vez. Tendría que hablar con él tarde o temprano. Bajé el volumen de las canciones en mi reproductor de MP3 y presioné HABLAR en mi teléfono. —Hola, viejo —le dije. —Christos, siempre es bueno escuchar tu voz —dijo. —Sí —dije secamente. —¿Cómo van las pinturas? Hombre, me preguntaba eso por lo menos una vez al día. —Genial. —¿Ya tienes una fecha de entrega estimada en cualquiera de ellas? —La de Avery está lista. Así como las de Jacqueline y Becca. Isabella está en proceso, así como Sophia, y empecé con la de Victoria y una de Hannah. —¿Sólo tres están completas? —Brandon suspiró—. Vamos a necesitar muchas más que esas. ¿Pensaba que yo malditamente no lo sabía? Apreté los dientes. —Lo sé. —¿Cuándo podemos esperar fijar una fecha para tu próxima exposición individual?

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Dijo “nosotros” como si “nosotros” estuviéramos inclinados sobre los putos caballetes siete días a la semana. Había exprimido un séptimo día de pintura cuando por fin había entendido que mi juicio no iba a esperar a mi

trasero para que terminara mis pinturas en un agradable ritmo de seis días a la semana. —Mierda, Brandon. No tengo ni puta idea. Por qué no vienes al estudio y ayudas. Te daré un maldito pincel y puedes estirar lienzos y pintar fondos y toda esa mierda, como Rubens solía hacer con sus obreros de estudio. Brandon se rio dulcemente. —Buen punto. Claro que sí, buen punto. Brandon suspiró. —No podemos mantener a los clientes esperando por siempre, Christos. Con el tiempo, perderán el interés y pasaran a la próxima gran cosa. Giré el volante en mis manos. Si no tenía cuidado, podría romper el volante de la maldita columna de dirección y tirarlo por la ventana mientras conducía por la autopista a ciento cinco kilómetros. —Estoy trabajando tan rápido como puedo, Brandon. Sólo que no hay tantas horas en un día. —Entiendo. ¿Cómo va la pintura de Isabella? Ella es una mujer increíblemente hermosa. Estoy pensando que tu retrato de ella probablemente será la pieza central de tu exposición. —Ya casi está. —Tan mal que pensaba que parecía un cartel para una película porno. —¿Qué significa eso? Deslicé mi mano por mi rostro sin afeitar. —No sé cómo decir esto, pero no me está gustando. —¿Quieres que llame a Nueva York? ¿O Europa? ¿Qué encuentre algunas modelos más exóticas? Traer modelos desde la Costa Este o el otro lado del Atlántico significaba incrementos en los honorarios de las modelos. Necesitarían hoteles, comidas, mimos —estamos hablando de los modelos de gama alta aquí—, las obras. Toda esa mierda me costaría un brazo y una pierna, y como sólo tenía dos de cada uno, era reacio a empezar a derramar más de mi sangre pagando más facturas. Las modelos de L.A. tendrían que servir. —No —dije—. Haré que funcione. Ajustaré algunas cosas en el retrato de Isabella, tal vez cambie el fondo, y será genial —mentí.

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—No creo que cambiar el fondo hará una gran diferencia —Brandon se burlaba—. ¿Estás teniendo problemas capturando su aspecto? —Él no había visto la pintura todavía, así que no lo sabía.

—Malditamente no. —Parecía una maldita foto holográfica a todo color de ella. —No vas a encontrar una modelo más hermosa en la Costa Oeste que Isabella... —Lo sé. —...a menos que puedas convencer a Samantha a posar para ti. Eso de nuevo. Tenía que estar de acuerdo. Pero no creía que pudiera convencerla. No con toda la mierda que estaba apenas manejando. Ella tenía que centrarse en su carrera artística, no en la mía. —No. —Fue todo lo que dije con respecto a ese tema. —Está bien. Si cambias de opinión acerca de las modelos europeas, házmelo saber. He estado mirando algunos libros de una agencia rusa y hay tres o cuatro destacadas que podrías querer considerar. —Envíame las fotos y las revisaré. —Magnifico. Lo haré tan pronto como colguemos. —Claro —suspiré. Nunca pensé que diría eso, pero estaba malditamente harto de las chicas calientes. Quería sacarlas a todas de mi vida y hacer más espacio para la única que importaba. Agápi mou... —Excelente —dijo Brandon con una voz sonriente—. Llámame si necesitas algo. ¿Qué tal un viaje con todos los gastos pagos al paredón más cercano? —Lo haré —dije antes de terminar la llamada. Casi tiro mi teléfono por la ventana, pero me detuve en el último segundo. Volví a subir el volumen de Metallica y me dirigí directamente al bar más cercano.

Christos Esa noche, llamé a Jake. Necesitaba un descanso de toda la mierda cayendo sobre mí. Jake era la distracción perfecta. Lo recogí en su casa en mi Camaro. Ya casi había recobrado la sobriedad de hacer estado bebiendo en la mañana. Lo que sea.

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Por lo menos no estaba en mi motocicleta.

Jake y yo decidimos ir al centro y cenar en el último centro turístico de Dick en el Gaslamp Quarter. Los camareros y el personal en Dick´s trataban a los clientes como mierda, a propósito. No era un gran destino para una cita en la noche, pero era perfecto para que Jake y yo nos pusiéramos al día. Después de que nuestro camarero desagradable nos había regañado y nos había arrojado nuestros cubiertos, servilletas e individuales de papel, pedimos cervezas. El camarero las trajo unos minutos más tarde, dos Corona con rodajas de limón empujadas en los cuellos de las botellas. Jake y yo chocamos suavemente las cervezas. —Cuánto tiempo sin verte, hermano —dijo Jake. —Ni me lo digas. —Asentí—. He estado muy ocupado. —Eso es una subestimación —dijo Jake, haciendo una pausa para tomar un poco de su Corona—. Antes de que me olvide, Sebastián y su grupo siguen molestándome para que te lleve a surfear. Tal vez bajemos hasta Ensenada algún fin de semana. —¿Sebastián? ¿Te refieres a ese chico militar con un imbécil como padre? —Sebastián tenía diecisiete años cuando lo había conocido, por lo que siempre sería un “niño” a cualquier edad. —Sí —Jake sonrió—. Sebastián me dijo que tenía una cuenta pendiente contigo por robarle su paso por la ola como barril la última vez en La Jolla Shores. Recordaba bien el momento. Sebastián y yo habíamos compartido una buena risa por ello después. Pero eso fue hace un año. Me reí entre dientes: —No he visto a ese tipo en mucho tiempo. ¿Aún está con esa mamá que me gustaría joder? Jake sonrió. —¿Te refieres a Caro? —Sí. Ella. —Sonreí, imaginándola en mi mente—. Ella era una zorra total. —Amigo, Caro no es una mamá que te gustaría joder. Ella no tenía hijos. Ella es una BQMGJ —Jake sonrió. Casi me atraganté con mi cerveza. —¿BQMGJ? Eso es patético, hombre. ¿Qué diablos es una BQMGJ? —Belleza que me gustaría joder.

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—Duh. —Sonreí ante mi propia ignorancia, y luego asentí a Jake a sabiendas—. Una belleza que totalmente me gustaría joder —dije, levantando mi cerveza para chocar botellas con Jake.

—Por Sebastián y su BQMGJ Caro —Jake sonrió. Jake y yo pedimos hamburguesas cuando el camarero regresó. Mientras esperábamos por nuestra comida, mi teléfono sonó en mi bolsillo, reproduciendo el coro de Before Your Lover de Kelly Clarkson. Mi nuevo tono de timbre para Samantha. —Amigo —Jake hizo una mueca y sonrió—, ¿qué clase de mierda homosexual es ésa? —Ese es mi tono de timbre para Samantha. —Sonreí. —Amigo, estás tan perdido por esa chica. Tu único tono solía ser Battery de Metallica. —Eso fue antes de conocer a Samantha —contesté mi teléfono— . Agápi mou. ¿Cómo estás? —Bien —dijo Samantha—, ahora que estoy oyendo tu voz. —¿Qué pasa? —He estado tratando de llamarte todo el día —dijo en voz baja—. ¿Está todo bien? —Estoy bien —mentí. Me sentí como un idiota total. Samantha probablemente todavía estaba enloqueciendo acerca de sus padres. Por mucho que quería estar a su lado para asegurarle que siempre estaría ahí para ella, después de reunirme con Russell hoy, no podría decirlo con una cara seria. No sobrio, de todos modos—. Sólo salí con Jake —dije casualmente—. Estamos pasándola bien en el último centro turístico de Dick. Consiguiendo hamburguesas y cervezas. —¿Último centro turístico de Dick? Eso suena horrible. ¿Es que es un club de striptease? —Samantha soltó una risita. —No, es un lugar de hamburguesas en el Gaslamp. —¿Estás seguro? Espero que hayas llevado un montón de billetes de un dólar para dar de propina a las, uh, camareras —Samantha se burló. —Te prometo, que el gordo con una papada que nos está sirviendo está completamente vestido. —Sonreí hacia Jake. Él había visto al tipo. Jake me sonrió. —¡Espero que sí! —Samantha gimió—. De todos modos, sólo quería asegurarme de que todo está bien —Sí, estoy bien, agápi mou. ¿Tú estás bien? Ella suspiró.

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—Estoy bien. Yo solo, en cierto modo necesitaba hablarte un poco más sobre mis padres. Todavía estoy asustada, supongo.

Mierda. Ella no iba a dejarme evitar la situación difícil. —¿Quieres hablar de eso esta noche? Puedo ir más tarde, después de que Jake y yo terminemos nuestras hamburguesas. ¿Qué te parece? —Me sentía como un gran idiota. Me sentí avergonzado Hice una mueca de dolor, deseando que todos mis problemas desaparecieran para poder hacer lo correcto por Samantha en ese momento. La triste verdad era que mis problemas no iban a ninguna parte. Mi mierda estaba en auge dentro de mi cabeza como truenos. Realmente necesitaba librarme de algo de mi estrés, o iba a explotar. No estaba en forma para escuchar a Samantha y ser de apoyo para ella. ¿Cómo podías escuchar los problemas de alguien más cuando tenías tus propios nubarrones disparando los truenos y relámpagos entre tus orejas cada quince segundos? Tenía que lidiar con mi propio estrés primero, y lo hacía de la mejor manera que sabía en ese momento: bebiendo con Jake. Hubo una larga pausa, entonces Samantha finalmente respondió: —Está bien. Yo esperaré. Hombre, me sentía como un imbécil. —¿Estás segura? —Sí —ella suspiró—. Puede esperar. Estaré bien. Estaré haciendo los deberes en mi casa toda la noche, así que si quieres pasar por acá cuando hayas terminado, me encantaría verte. —A mí también, agápi mou. Pasaré tan pronto como terminemos. Te amo. —También te amo —dijo Samantha antes de terminar la llamada. Afortunadamente, el camarero apareció con nuestra comida antes de tener que explicar algo de eso a Jake. Después de comer, tomamos más cervezas en Dick’s antes irnos. En el exterior, dimos un paseo por las calles ocupadas de Gaslamp Quarter. Era el destino nocturno más activo de San Diego. Podías caminar de bar en bar durante toda la noche y nunca llegar al mismo lugar dos veces. Perfecto para un recorrido por los bares. Me inclinaba hacia emborracharme mucho esta noche. —¿A dónde quieres ir a continuación —preguntó Jake. —Al primer lugar en que huela la cerveza —le dije. —¿Cómo va la mierda del juicio? —preguntó Jake.

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Me detuve en la acera, tiré la cabeza hacia atrás y me reí. No era una risa feliz. Se volvió un rugido de frustración.

—Lo siento, amigo —dijo Jake—. Tema incorrecto. Suspiré. —No te preocupes. No es como si esa mierda no estuviera en mi mente 24/7, ahora que mi fecha del juicio está a días. —¿Cómo estás lidiando con ello? —Pregúntame de nuevo cuando tenga una cerveza en la mano. —Totalmente, hermano —sonrió. Nos paseamos a lo largo del bloque, pasando gente paseándose por la acera en ambas direcciones. —¿Qué tal un poco de yogur congelado? —Jake bromeó, señalando hacia una la fachada de una tienda. —Sí —me reí—, definitivamente podría decidirme por alguna mierda baja en grasas, sin azúcar ahora mismo —le dije sarcásticamente—. Mi médico me dice que tengo que cuidar mejor de mi salud. Encontramos un sórdido bar con fumadores inconformista rondando alrededor de la entrada. El tipo de lugar sin ventanas, sin aviso, salvo la placa de color rojo y blanco en la puerta que decía: “AVISO: NO SE ACEPTAN PERSONAS MENORES DE 21”. —Perfecto. —Hice una mueca. Fuimos adentro. Estaba oscuro. Las luces colgando sobre las mesas de billar y el suave resplandor detrás de la barra eran la única iluminación. Nos sentamos en los taburetes de la barra. —¿Qué van a tomar? —preguntó un camarero de mediana edad, totalmente en modo negocios. Tenía el cabello de color plata ahuecado hacia atrás en un estilo de la vieja escuela y una barba de candado plateada. Me volví hacia Jake. —Ya he tomado un montón de cervezas. ¿Qué es esa mierda que la gente dice? —refunfuñé—, ¿cerveza antes de licor, nunca más con náuseas. Licor antes de la cerveza, estás fuera de peligro? —Así es como lo recuerdo —dijo Jake. —A la mierda las reglas —le dije al camarero. El camarero soltó un bufido. —¿Tienes algo de whisky Wild Turkey? —le pregunté. El camarero asintió.

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—¿Quieres un trago, Jake? —le pregunté.

—Lo que sea que él tome —le dijo Jake al camarero. —Dos tragos de Wild Turkey —le dije al camarero. —¿Son dos más dos? —El camarero señaló con dos dedos hacia mí, y luego a Jake—, ¿o solo dos en total? —Eso hace seis. —Sonreí, divertido conmigo mismo—. Tres para cada uno. El camarero sonrió con suficiencia. —Déjame saber cuándo necesites el balde debajo de la barra —dijo antes de alejarse. —Amigo —dijo Jake sarcásticamente—, ¿seguro que no quieres pedir unos cuantos tragos más antes de que él salga corriendo? Le sonreí con suficiencia a Jake y sacudí la cabeza, ignorando su comentario. —Así que, ¿cómo está Madison? —Ella es increíble. Es una especie de genio de los negocios, hombre. Una vez le dije acerca de iniciar una línea de ropa, se puso a trabajar en ello. Me entregó un plan de negocios dos semanas después. El camarero trajo una bandeja con seis tragos de vasos llenos y dejó la bandeja frente a nosotros. —De un solo trago, muchachos. —Asintió, y luego se alejó para ayudar a otro cliente unos asientos más allá. Jake y yo cada uno levantamos un trago, los chocamos, y no los tomamos. ¿Pensé en el hecho de que mi padre comenzó a beber cuando la presión de pintar para un montón de exigentes imbéciles ricos que empezaron a llegar a él? No. ¿Pensé en el hecho de que probablemente iba a estar en la cárcel dentro de diez días? Joder no. Sólo bebí mi trago. No quería pensar en nada de eso. —Buena mierda —dijo Jake. —La mejor —le dije—. ¿Cuándo se van a casar Madison y tú? Jake se rió. —En cualquier momento que ella diga que sí. —¿Ya se lo pediste?

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—No, pero maldita sea, ella es genial, hombre. No me puedo imaginar una novia más comprometida.

—Ella es comprometida, bien —le dije—. Y es una buena persona, te lo aseguro. Aférrate a esa mierda, hombre. —Levante un nuevo trago hacia Jake—. Por Madison y tú. Él levantó el suyo y los chocamos. —Por Mads y yo —dijo. No los tomamos de un trago. —Sam es bastante impresionante por sí misma —dijo Jake—. Dame un minuto, y tomaremos el último trago en honor a ella. —¿Te estás acobardando, hermano? —me burlé. —No, sólo quiero mantener los tragos en mi estómago y no ponerlos en el balde de ese tipo. —Sonrió—. Te están costando mucho dinero. —¿Yo? ¿Maldita sea, yo voy pagar? —Ya que pediste seis malditos tragos para la primera ronda, lo harás. —Sonrió con suficiencia. —Totalmente. —Le devolví la sonrisa. —Amigo, no te pongas a renegar —dijo Jake con cautela—, pero no te he visto beber de esta manera en mucho tiempo. Es por el juicio, ¿cierto? Suspiré pesadamente. —Sí. —¿Tu abogado está teniendo algo de suerte? —Hombre, estoy gastando un jodido montón en Merriweather. Él tiene las mejores personas sobre toda esa mierda. Pero no me está llevando a ninguna parte. —¿Qué vas a hacer? —Voy a jugármela. —¿Te refieres a ir a juicio? —Malditamente sí. Prefiero tomar el riesgo que inscribirme para nueve a doce meses en el Thunderdome. —¿Qué es el Thunderdome? —Así es como llaman a la cárcel más allá de Otay. A donde yo iría. Y esa ni siquiera es la prisión, lo cual es peor. Podría terminar ahí si me encuentran culpable por todo. Jake se quedó en silencio.

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No lo culpé.

—Por lo menos estoy en libertad bajo fianza en lugar de estar sentado en ese agujero en espera del juicio. —Recogí el tercer trago—. Este por la maldita libertad bajo fianza —dije con amargura. Jake recogió su trago y apoyó su mano en mi antebrazo. —No, nosotros no bebemos por esa mierda, hombre. Como dije antes, bebemos por Samantha y tú. Para buena mierda. Lo miré a los ojos. Estaba en lo cierto. Necesitaba arrastrarme fuera del pozo negro en mi cabeza. —Por Samantha. —Por Samantha y tú —dijo Jake, chocando su vaso contra el mío. —Por Samantha y yo. —Me bebí mi trago.

Samantha Bajé mi lectura de sociología y me froté los ojos. Estaban entrecerrados de tanto mirar la página toda la noche. ¿Cuánto tiempo había estado leyendo y releyendo el mismo párrafo? No tenía ni idea, pero sí sabía que no tenía la menor idea lo que decía el párrafo. En todo lo que podía pensar era en llamar a Christos. Estaba preocupada por él. Él había parecido desconectado. No sabía por qué era, pero por los dos últimos días, había tomado un repentino giro oscuro. Cuando había llegado anoche, después de mi explosiva llamada a mis padres, había olido a alcohol. Conocía ese olor. Yo solía oler así, en la escuela secundaria. Emo. Gótica. Suicida... Christos estaba ocultando algo. ¿Pero qué? ¿Otra mujer? ¿Esa estúpida Isabella? Les sacaría los ojos a las perras. Perra. Zorra. Puta... Pero no pensaba que fuera eso. En verdad, no tenía ni idea de lo que podría ser. Había creído que decirle a Christos que quería vivir con él iba a solucionar mágicamente todos mis problemas. Supongo que nunca consideré sus problemas. Pero, ¿qué problemas en realidad tenía? Ninguno que yo supiera.

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A menos que...

¿Tenía algo con que me mudara con él? Oh, no. ¿Tenía razón mi mamá? ¿De alguna manera había asustado a Christos, ahora que había accedido a vivir con él? No podía ser. Había parecido muy emocionado la noche que se lo había dicho. Así que, ¿qué estaba mal? ¿Era posible que él estuviera reconsiderándolo? No estaba segura, pero sabía que él se estaba alejando. Oh, Dios, por favor no. Tal vez había sido estúpida al pensar que Christos era tan perfecto. Era humano, después de todo. Tenía que tener algunas fallas en alguna parte. Fueran las que fuesen, yo lo amaría y aceptaría. Si solo me lo dijera. El no saber me estaba volviendo loca. Salté fuera de mi sofá y agarré mi teléfono. Mi dedo flotaba sobre la marcación rápida para Christos. Iba a llamarlo de nuevo y pedirle que viniera de inmediato. Quería desesperadamente poner las cosas en orden con él. Pero él estaba con Jake. ¡Gemido! De repente me sentí culpable al pensar en llamarlo. Sabía que Christos necesitaba un descanso. Había estado trabajando duro en las nuevas pinturas desde la víspera de Año Nuevo. Nunca tomaba ningún descanso, excepto cuando estaba conmigo, y que eso no era ni de cerca lo suficientemente frecuente, teniendo en cuenta lo ocupada que estaba con mis trabajos y clases. Tal vez sólo necesitaba espacio. Por esta noche. De mala gana bajé mi teléfono sobre la mesa de café y fui a mi cocina. Había sido una buena chica últimamente. Apenas había tocado mi helado en semanas. Saqué medio litro de delicia de doble chocolate oscuro del diablo de mi congelador, agarré una cuchara, y luego volví a mi sofá. El helado siempre me ayudaba a estudiar. Esa era la única razón por la que iba a comer algo de él. Porque sociología 2 no merecía menos. No decepcionaría a Sociología 2 sin importar el costo. Juro que mis preocupaciones acerca de Christos no tenían nada que ver con mi repentino deseo de un derroche de helado. Me preguntaba si tal vez el diablo rojo de historieta impreso en el lateral de la caja de cartón del helado estaría esperándome en el fondo del recipiente cuando lo alcanzara.

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No, solo cartón.

Christos Jake y yo salimos del bar dando traspiés un par de horas más tarde. Había perdido la cuenta de lo mucho que había bebido después de las cervezas en Dick’s y los tragos de Wild Turkey. Lo que sea. Avanzamos a velocidad constante por las calles, tratando de recuperar la sobriedad. Ninguno de los dos estaba en condiciones de conducir. —Tal vez deberías llamar a Sam —dijo Jake con un eructo. —No, estaremos bien en un momento. —No quería decirle que me sentía como un idiota por emborracharme tanto, y no quería que Samantha me viera así. —Puedo llamar a Mads —dijo Jake. —Estaremos bien, sólo démosle un poco de tiempo. Hay una tienda de café abierta toda la noche por aquí en alguna parte. Podemos sentarnos allí y beber cafés expresos hasta que el alcohol se exude. —A este paso iba a ser la salida del sol antes de que viera a Samantha. Dimos un paseo a través de la multitud en disminución en la acera en el Gaslamp. Cuando dimos la vuelta hacia la Calle Cuarta, pasamos por Horton Plaza. —Malditamente me encanta ese lugar, hombre —dije arrastrando las palabras—. Es como el Disneyland de los malditos centros comerciales. Jake se rio disimuladamente. —Tío, estás jodidamente borracho. —Estoy jodidamente borracho —sonreí. Continuamos avanzando por la Cuarta hasta que llegamos al Hooters en la esquina de la calle Market. Hicimos una pausa. Incliné un pulgar hacia el Hooters. —¿Quieres conseguir algunas bebidas más?

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—¿Y tener un montón de desnudistas no aptas para menores de trece vistiendo esos pantalones cortos anaranjados como los trajes de los de brigadas de carreteras coqueteándonos toda la noche? Esa mierda es

cómica, pero estoy está bien. —Jake sonrió—. Oye, ¿no solías acostarte con una de las camareras que trabajaba aquí? —Probablemente —farfullé, diciéndolo en serio. Jake se rio, sabiendo que estaba diciendo la verdad. Jake y yo giramos cuando las puertas de Hooters se abrieron y un grupo de chicos ruidosos salieron a la acera. Estaban riendo y gritando y haciendo un montón de ruido. Uno de ellos era ese tipo Hunter Jodido Blakeley. Él tenía sus brazos alrededor de dos chicas del bar. Ellas estaban claramente interesadas en él. Él estaba claramente interesado en ellas. Ambas chicas del bar parecían drogadas. Ambas estaban bastante calientes en sus faldas ajustadas y tops. Ninguna estaba en la liga de Samantha, pero ambas eran lo suficientemente calientes para la portada de una revista. Estaban mirando a Hunter como si fuera Brad Jodido Pitt o alguna mierda. Yo podría arreglar eso. Mantuve mi postura mientras los amigos de Hunter se separaron alrededor de Jake y yo como si fuéramos nuestro propio jodido continente, y no tuvieran más remedio que fluir hacia otro sitio. Me aseguré de mirar fijamente a Hunter directo a los ojos. No tomó mucho tiempo. —Te conozco —dijo Hunter—. ¿De dónde te conozco? —Por mi novia —gruñí. Se detuvo. —¡Oh sí! Eres el hombre de Sam. Fuiste demasiado cobarde para pelear conmigo el otro día. Podía contar esa mierda de la manera que quisiera. Pero ese no era mi punto. Estaba preparando una estrategia. Les tomó cerca de tres segundos a sus dos queridas girar sus ojos codiciosos sobre mi mierda. —¿Este es tu amigo? —la morena le preguntó Hunter. Hunter tenía un juego. —Sí, claro —dijo con confianza. Todavía no estaba alterado. Aún. —¿Cómo se llama? —preguntó la rubia.

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Hunter no parecía inclinado a responder.

Ambas chicas estaban babeando abiertamente hacia mí. A pesar del aire helado, usaba una camiseta negra de manga corta con cuello V. Mis brazos tatuados eran musculosos. Retorcí ambos brazos, haciendo que los músculos sobresalieran y se destacaran como duro granito cincelado, todos estriados y duros. —Mmm —dijo la rubia. Ella, literalmente, soltó a Hunter y se acercó a mí. Deslizó su mano por mi pecho y abdominales—. Me gusta —ronroneó. Estaba acostumbrado a esta mierda. Cuando me ponía en marcha, como ahora, las chicas se volvían jodidamente locas. —¿Cómo te llamas, cariño? —preguntó ella. —Adonis —le dije. Malditamente sí, Adonis. —Suena como el nombre de un héroe o algo así —dijo. Malditamente sí, lo hacía. —¿Cómo te llamas? —le pregunté. —MacKenzie —murmuró la rubia—. Échale un vistazo, Kylie —le dijo a su amiga—. Él es delicioso —ronroneó. Kylie la morena estaba ahora boquiabierta hacia mí. Mostré mi sonrisa inclinada con hoyuelos hacia ella. Como si estuviera hipnotizada, sus manos se relajaron de su toque en Hunter y flotaron lentamente a sus costados. Se inclinó lejos de él como si estuviera hipnotizada y flotó hacia mí sobre sus talones. Agarró mi cinturón con una mano y deslizó la otra en mi bolsillo delantero. —Oh, Dios mío —susurró ella, sus dedos deslizándose por mi polla a través del material. La cuestión era, que esta mierda solo funcionaba cuando lo hacías de verdad. Estaba duro como una maldita roca. —Es enorme, MacKenzie —le dijo Kylie a su amiga, sonando asombrado, como si acabara de conocer a Dios. Hunter me fulminó con la mirada. Sus amigos formaron un círculo alrededor de Jake y yo. Había tres de ellos. Cuatro contra dos. Jake podía luchar. Íbamos a estar bien. Podía sentir la tensión en la esquina de la calle. MacKenzie y Kylie se colgaban de mí como si fueran mi harén. En el segundo que había visto a Hunter salir por la puerta de Hooters, había querido patearle el trasero. Pero esto era mejor.

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—¿Están listas para irnos? —Hunter les preguntó a las dos chicas que estaban follando mis piernas.

Lo miraron como si fuera un fantasma o tal vez una ráfaga de viento. Una de ellas soltó una carcajada de desnudista. Eso fue todo lo que alguna de ellas tenía que decir sobre el tema de ir a alguna parte con Hunter y sus muchachos. —¿Vamos? —les dije a las chicas. Asentí hacia Jake. Él abrió la puerta. Entré a Hooters con MacKenzie y Kylie en mis brazos. Jake nos siguió. Hunter y sus amigos fueron dejados afuera en el frío.

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Era invierno, después de todo.

Samantha

E

staba totalmente disgustada conmigo misma por acabarme toda la pinta de helado, no podía ni siquiera empezar a pensar en llamar a Christos para venir. Imaginé eructar el sabor de helado en su cara cuando me preguntara si algo andaba mal.

No parecía la cosa adecuada a hacer. Fui a correr en su lugar. Poco a poco, al principio, hasta que estuve segura de que no iba a vomitar, y luego asenté en un ritmo normal hasta que corrí cuatro millas. Volví a mi apartamento, esperando que hubiera un mensaje de Christos diciéndome que estaba en camino. No, él todavía no había llamado. Me di una ducha y me preparé para la cama. Consideré conducir a su casa y sorprenderlo esperando en su cama. Por mucho que me gustara la idea, sentí como que debería al menos llamar primero. No sabía el número de la casa Manos, o el número de teléfono celular de Spiridon, o incluso si tenía uno. Yo no quiero simplemente aparecer sin anunciarme. Aunque sospechaba que Spiridon probablemente no le importaría si lo hiciera, todavía parecía grosero. Me acosté en mi cama con el cabello húmedo. Mi teléfono estaba sobre la mesilla de noche junto a mí, el timbre ajustado en bajo, en caso de Christos intentara llamar. Hice todo lo posible para mantener los ojos abiertos mientras deseaba que mi teléfono sonara. Suena, ¡maldita sea! No funcionó.

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Me desperté en la mañana en una cama vacía.

Christos Dentro de Hooters, Jake y yo tuvimos que comprar bebidas para MacKenzie y Kylie. Luciríamos como idiotas si no lo hiciéramos. Yo y Jake bebimos refrescos de cola. Era tan bueno como el café, supongo. Y los dos nos tomamos un montón de agua. No necesitaba una resaca mañana. Resultó que MacKenzie y Kylie no eran realmente borrachas. Mantuve un ojo en lo que bebían, y me di cuenta que tampoco tomaron más de unos sorbos. Eran más o menos divertidas para hablar. Ambas fueron a USD, a lo largo de Morena, al este de Mission Bay. Eran estudiantes de derecho, y eran jodidamente sarcásticas. Yo y Jake no lo podíamos creer. No es que fueran inteligentes, pero que eran tan buenas para fingir ser estúpidas polluelas borrachas, porque era un acto total. Cuando llegó la última llamada de Hooters, fui al baño de hombres y oriné por lo que pareció una hora. Por lo menos yo estaba abajo de un zumbido ligero. Probablemente podría conducir. Yo y Jake acompañamos a las chicas a su aiuto, como caballeros. —¿Están bien para conducir? —les pregunté. Kylie levantó las llaves de su Audi y las sonó. —Estoy tan sobria como un juez —bromeó. —Entonces es mejor no conducir —sonreí. —Touché —sonrió—. Estoy bien. —Puesto que son estudiantes de derecho —dijo Jake—, pueden representarse a ustedes mismas en la corte si consiguen ser arrestadas por estado de ebriedad. —Podrían llevarnos a casa. En su auto —dijo MacKenzie. —Lo siento chicas —le dije—. Yo y Jake estamos comprometidos con nuestras novias. Podríamos estar hasta casados. —Tiene razón —Jake sonrió. MacKenzie negó con la cabeza. —Ustedes son dos de los buenos —suspiró. —Claro que sí —le di mi sonrisa arrogante. —Si alguno de ustedes está soltero, considérennos —dijo Kylie.

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—Sí —MacKenzie espetó a Kylie—, creo que uno de ellos sería más que suficiente para nosotras dos.

Jake se rio entre dientes. —Lo haré —le sonreí—. Pero no esperes mucho. Ve a buscar a algunos solteros elegibles. Estoy seguro de que hay algunos en San Diego en alguna parte. Se despidieron después de subir a su Audi, marchándose del lugar. Yo y Jake nos dimos la vuelta en la acera de la ciudad oscura y dirigimos de nuevo a mi Camaro. Al final de la manzana nos encontramos de frente con Hunter y sus muchachos. —Joder, Hunter —sonreí casualmente—, ¿cuánto tiempo has estado esperando por nosotros? —Me reí—. Estuvimos en Hooters durante tres horas. Debes realmente querer una paliza. Hunter apretó su mandíbula y curvó sus labios sobre los dientes. —Amigo —dijo Jake con calma—. No creo que esta sea una buena idea. Yo sabía lo que estaba pensando Jake. Mi juicio. Estaba bajo fianza. Si había la más mínima posibilidad de policías conduciendo por aquí, o Hunter arrastrándose a la policía después de conseguir su culo pateado, yo estaba en un buen escariado. Fianza revocada. Sentado en la cárcel hasta el juicio. Los nuevos cargos que obtendría por golpear a Hunter serían una prueba más utilizada en mi contra en mi espera de juicio. Jake tenía razón. —Sabía que eras un cobarde —Hunter se burló. Le sonreí. —Pensé que te había enseñado una lección, el otro día, Hunter. —La pregunta era, ¿necesitaba que le diera el curso de postgrado sobre por qué no debe joder conmigo? ¿Y voy a detenerme antes de que lo maté? A la mierda. Se merecía una beca completa. Estaba cansado de su mierda—. Te voy a dar un golpe libre. Ve por ello, Hunter. Estuve orgulloso, esperando. Hunter miró a sus compañeros. Ellos asintieron. Ellos estaban listos para la pelea. Sus amigos eran bastante grandes. Ratas de gimnasio de cuello grueso. Uno de ellos estaba ocupado haciendo crujir los nudillos mientras que hacía los puños. Otro bajó su centro de gravedad en cuclillas. Él tal vez sabía lo que estaba haciendo. ¿La hacia Hunter? —Tira, perra —le dije.

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Hunter lo estaba considerando.

Sabía que Jake estaba abajo. Se volvió a un ángulo de cuarenta y cinco grados frente a los otros chicos. En guardia. Sacudió los brazos libremente y cruzo, haciéndose a un lado, alineándose a sí mismo de manera que el segundo amigo de Hunter, el de a su lado, bloqueara el camino del tercer tipo detrás de él. Daría a Jake más tiempo para acabar con el segundo hombre antes de que el tercer hombre en la espalda pudiera llegar hasta él. Eso me dejó con Hunter y el cuarto tipo. —¿Estamos metiendo la pata? —Jake me preguntó en voz baja. Era su manera de decir que tenía mi espalda mientras me daba una última oportunidad para alejarme de esta mierda. A él no le importaba lo que hiciéramos. Pero ambos sabíamos el camino más sabio que pisar en esta situación. A la mierda la sabiduría. —Voy a dejar que Hunter tome esa decisión —gruñí. Miré a Hunter tragar duro Esta bomba estaba a punto de estallar. Le sonreí a Hunter. No había manera de que fuera a tirar el primer golpe. Por favor, pensé para mí mismo, déjame noquearte. Por favor, vamos, por favor. Mierda, ¿se va a llevar esto toda la semana? Yo estaba listo desde ayer. Hunter cayó a postura de boxeador y bajo su izquierda para un golpe una fracción de segundo más tarde. Vi a dónde iba. Mal movimiento. Su torso se retorció mientras su hombro se tensó para entregar un buen derechazo. Demasiado lento. Rompí hacia adelante sobre las puntas de los pies y golpeó su mano diestra antes de que él lanzara su puño. Las partes de mis nudillos se estrellaron abajo en su nariz. Al mismo tiempo, la puntera de mi bota se estrelló contra su espinilla. Los boxeadores nunca esperaban un ataque simultáneo venir desde tan bajo. Sus sistemas nerviosos no estaban acostumbrados a tratar con un ataque bajo cuando sus manos estaban ocupadas. Hunter cayó al suelo, conmocionado. Él estaba en su culo, mirándome con los ojos abiertos. Probablemente ni siquiera fue herido. Pero tendría una hemorragia nasal en unos cinco segundos. —¿Quién es el siguiente? —pregunté tranquilamente. Jake se rio y miró el trío de amigos de Hunter.

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—En cualquier momento, señoras.

Los amigos de Hunter nos miraron a mí y Jake como antílopes mirando por el cañón un león. Sabían que estaban superados. Los dos más pequeños recogieron a Hunter por los brazos. —Vamos —Hunter gruñó, tirando sus manos de la ayuda de sus amigos, como si sus apretones fueron ácido. Limpió con su antebrazo bajo la nariz, manchas de sangre. —Es mejor que veas esa mierda —le dije. Con un poco de suerte, no le había en realidad roto la nariz. No podría decir en este punto de vista. Joder, yo esperaba que no llamara a la policía. ¿Era él tan marica? Sólo el tiempo lo diría.

Samantha Por la mañana, le envié un mensaje a Christos, sólo para asegurarme de que estaba bien. Empecé a preocuparme cuando no había recibido noticias de él después de que tuve el desayuno, pero tenía que llegar al campus para las clases. Finalmente recibí un texto de él durante Sociología 2. Tarde en la noche con Jake. Acabo de despertar. Lo siento. Te amo. Hablamos esta noche? Yo le respondí: Cena en mi apartamento? Voy a estar allí. ¿A qué hora?, respondió. 19:00? Okay. Voy a traer la comida. TA9. TTA10 <3 <3 <3 Alejé mi teléfono e hice mi mejor esfuerzo para centrarme en la clase. Saber que Christos estaba bien, logré realmente tomar notas decentes, por una vez, y no sólo perder el tiempo haciendo garabatos en mi clase. Me encontré con Madison para el almuerzo en el Centro de Estudiantes después de la clase. Nos pusimos en la cola para conseguir comida mexicana. —¿Tu y Christos Tienen algún plan para el Día de San Valentín? — Madison preguntó mientras esperábamos a pedir comida. 9

TA: Te amo. TTA: También te amo.

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—Oh, no lo sé. No le he preguntado —le dije tomada por sorpresa. Yo ni siquiera había pensado en ello. —¿Cómo puedes no tener planes de San Valentín? —declaró Madison—. ¡He estado molestando a Jake sobre ellos durante tres semanas! Él me sigue cortando diciendo que es una sorpresa. Creo que ese es el código tipo para “no he pensado en nada todavía”. —Totalmente —sonreí. —Así que, ¿crees que Christos está planeando algo? —No lo sé. He estado tan preocupada por mis padres... —me detuve. Yo no le había dicho acerca de cómo enloquecieron, y realmente no tenía ganas de entrar en ello. —¿Qué hay de tus padres? —Madison pregunto—. ¿Están bien? ¿Les ha pasado algo? —No, no es nada. Sólo las molestias de los padres menores de siempre —dije con nerviosismo. —Ok, novia, me estás escondiendo algo. Puedo decirlo. ¿Qué está pasando? ¿Hay algo que deba saber? Le sonreí a Madison. Me encogí de hombros. —¡Dime, Sam! Estoy en el principio de necesito-saber. Como tu MAPS11, exijo saber. —Ella cruzó los brazos sobre su pecho. —Ah... —sonreí nerviosamente. Ella arqueó una ceja. —¿Sam? —Bien. —Hice una mueca de mala gana—. Les hablé de irme a vivir con Christos y ellos enloque… —¿Qué? !Nunca me hablaste de irte a vivir con Christos! No lo había hecho. Mi vida se había vuelto tan loca, apenas trataba de mantener a mis mejores amigos cerca. Romeo no sabía tampoco, y Kamiko Probablemente no quería saber. —Lo siento, Mads. Tenía miedo de tentar mis cosas si hablaba de ello antes de que realmente ocurriera —dije tímidamente. Madison me tragó en un enorme abrazo. —¡Eso es impresionante, Sam! ¡Estoy tan feliz por ti! —Ella estaba saltando arriba y abajo con sus brazos alrededor de mí mientras esperábamos en la fila.

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MAPS: Mejores amigas por siempre.

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No pude evitarlo, empecé a saltar con ella, superada por su entusiasmo. La gente nos miraba como si fuéramos adolescentes locas, lo que básicamente éramos. Comencé a reír. —Es bastante impresionante. Poco a poco, dejamos de saltar. Preguntó Madison: —¿Están consiguiendo un apartamento, o qué? —No, el plan es que me mude a su casa, con él y su abuelo. —Usé la palabra “Plan” porque todo era todavía tan indefinido. Realmente esperaba que no maldijera mi suerte por hablar de ello. —¿En serio? ¡Guau! Eso es totalmente genial. En cierto modo esperaba que Madison preguntara si estaba bien Spiridon con las cosas, pero me di cuenta que era la forma en que mis padres veían el mundo, no las otras personas. Porque yo podría imaginar totalmente los padres de Madison invitándome a vivir con ellos si necesitara un lugar para quedarme sin darle un segundo pensamiento. Cada vez más, parecía que mi familia era la familia más extraña que jamás haya existido. —Tal vez ahora puedes dejar su trabajo Grab-n-Dash —dijo Madison—. Sé lo mucho que odiabas a ese lugar. —Sí, no era propicio para mi salud mental —sonreí. —Entonces, ¿qué pasa con el Día de San Valentín? ¡Tal vez Christos va a echarte una sorpresa el Día de San Valentín en la casa! Como, ¡Celebración Por Mudanza En El Día de San Valentín! —Los ojos de Madison estaban muy abiertos por la excitación—. ¡Deberías totalmente hacerlo! ¡Sería tan romántico! Lo sería. Pero nada de eso va a suceder. El repentino nudo en mi estómago me hizo preguntarme. Ya había entregado mi aviso de treinta días. ¿Era demasiado tarde para cancelar, por si acaso? Sólo en caso de que mi madre tuviera razón. No, por favor no. Una oleada de náuseas me recorrió mientras Madison y yo hicimos nuestro camino hasta el cajero en el restaurante mexicano. Ahora mismo, ni siquiera los tacos de pescado sonaban bien.

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Con suerte, Christos fijaría mi mente en la facilidad durante la cena posterior.

Samantha Christos me sorprendió trayendo sushi en la parte trasera de su moto a mi apartamento a las siete en punto. Yo no había tenido sushi en mucho tiempo. Fue perfecto. Nos sentamos en mi mesa de la cena en la cocina, sentados uno junto al otro. —Lo siento mucho por lo de anoche, agápi mou —dijo Christos—. Jake y yo estuvimos hasta bastante tarde, y yo estaba abatido. Tuvimos que esperar a que estuviéramos lo suficientemente sobrios para conducir a casa. —ÉL llevó un trozo de rollo de dragón en la boca. —Deberías haber llamado —dije, poniendo mi bocado de sashimi de atún—. Hubiera ido a recogerlos. —No —dijo, limpiándose la boca con una servilleta—, ya era tarde. Yo no quería despertarte. —Sonrió. —La próxima vez, llámame. No importa si es tarde —dije con fuerza. —Lo haré —sonrió y se inclinó para darme un beso en los labios. —Estoy aquí para ti, ya sabes —dije en serio. Él me miró a los ojos durante un largo tiempo. Esperaba una respuesta arrogante, pero lo único que hizo fue asentir. Pescando por información, le dije: —Por lo tanto, Madison me dijo que Jake tiene alguna gran sorpresa planeada para el día de San Valentín. —No me sorprende enamorado de ella.

—Christos

sonrió—. Jake

está

totalmente

¿Lucía incómodo cuando me había dicho eso, o era sólo yo? No estaba segura. Fuera lo que fuese, se trataba de una cuestión de Christos sobre decir cosas sugestivas pero ambiguas sobre el maravilloso Día de San Valentín que el nuestro iba a ser. El silencio colgaba entre nosotros. Esperé. Nos miramos el uno al otro. Sonrió y cogió otro trozo de rollo de dragón con sus palillos y se lo metió en la boca. Bien, ¿así que el Día de San Valentín para mí y Christos era de alto secreto? ¿Significaba eso que sería mucho más impresionante? ¿O eran malas noticias y yo iba a ser la última en enterarme? Necesitaba un cambio de tema. —¿Hay más llamadas de tus padres? —preguntó Christos.

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No el cambio de tema que estaba buscando.

—No —dije—. Quiero decir, han dejado un montón de mensajes de voz que no he escuchado y correos electrónicos que no he leído. Probablemente son todas amenazas de muerte. Conociendo a mis padres. —Lamento escuchar eso. Tal vez tengas que llamar y aclarar las cosas. Hacerles saber que estás bien. Probablemente estén preocupados por ti. Resoplé una risa: —Sí, les preocupa que no estoy siguiendo órdenes. —¿Fue tan malo? —Christos dijo mientras sumergía un sashimi de atún en salsa de soja y wasabi con sus palillos. Se metió el atún crudo en la boca y lo masticó. —Sí —suspiré—. Te dije que eran malos. Christos dejó sus palillos y se limpió la boca con una servilleta. —Mira, agápi mou, sé que es la última cosa que quiere saber de mí, pero tal vez necesitas llamar y arreglar las cosas. Voy a estar aquí para apoyarte, al igual que cuando les dijiste que cambiaste de carrera. ¿Qué dices? Quería decir que la última vez que mis padres me habían arrojado a los leones con su decisión de dejar de pagar por mi apartamento y esta vez me podría echar a los tigres, osos, tiburones y dinosaurios carnívoros, ¡oh mi Dios! Lo que me llevó a mi verdadera preocupación. Ahora que había dado mi aviso de treinta días a mi encargado del edificio, tenía que estar absolutamente segura de que no estaba caminando la cuerda floja sin red. —Christos, antes de que los llame —dije tentativamente—, tengo que preguntarte una cosa. —Cualquier cosa, agápi mou —dijo antes de beber un poco de agua. Lo miré a los ojos. Eran tan sinceros, me dio el coraje para seguir adelante. —Me siento tonta por preguntar esto, y por favor no me odies, pero... ¿Vamos a vivir juntos? Él frunció el ceño. —¿Qué quieres decir? ¿Estaba sintiendo dudas? A la mierda, tenía que terminar con esto. —Quiero decir, ¿estás totalmente seguro de que está bien que me mude contigo y Spiridon? Porque si no es así, estoy totalmente de acuer… Puso una mano tranquilizadora en mi muslo.

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—Agápi mou, lo dije en serio la otra vez. Y así lo hizo mi abuelo. Puedes mudarte en nuestra casa durante el tiempo que quieras.

—¿Estás seguro? —le pregunté esperanzada. Realmente parecía demasiado buena la oferta para ser verdad. —Sí. Me equivoqué. Era cierto. —De acuerdo, bien. Sólo tenía que asegurarme. Mi mamá me dijo algunas cosas desagradables que me pusieron, no lo sé, nerviosa por todo el asunto. —¿Cómo qué? —Tú no quieres saber —me reí con nerviosismo. —A mí me parece que tienes que llamarlos, agápi mou. Yo mismo les puedo decir que tienes un lugar para vivir durante todo el tiempo que quieras. Quiero decir, pasé dos semanas en su casa. ¿Por qué no iba mi familia a extender la misma cortesía a ti? —¡Eso es verdad! —Sonreí—. Pero, es por más de dos semanas —Hice una mueca. —¿Y qué? —Lo dijo con tanta confianza, que no podría posiblemente dudar de él. —Está bien, ¡voy a llamarlos! —Llevé nuestros platos de la mesa, limpié con una esponja húmeda, y me lavé las manos en el fregadero. Me estaba secando las manos en un paño de cocina cuando Christos me sonrió. —Lista para sacar esa curita —preguntó. —¿Tienes que hacer que suene como que esta situación es una herida sangrienta? Él se rio entre dientes. —Bueno. Uh, ¿estás lista para llamar a tus padres y decirles lo que han ganado? —¿Qué, como un sorteo? Eso no tiene ningún sentido. —Sí que lo hace. Tienen una hija increíble que está tomando las riendas de su propia vida de una manera admirable. Suena como la gran victoria para mí. Me reí. —Siempre sabes las cosas correctas que decir, agápi mou —le dije. —Sigue hablando con ese sexy acento griego que usaste, y no vamos a llegar a la llamada telefónica —dijo sugestivamente. —¡Bien por mí!

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Él se echó a reír.

—Yo sabía que estaba tratando de distraerme. Llámalos, Samantha. Vamos a terminar con esto. ¿Qué tan malo puede ser? Di un suspiro tembloroso. Yo no quiero hacer ninguna predicción para que no se hagan realidad. —Está bien —le dije y agarré mi teléfono. Me dejé caer en el sofá y Christos se sentó junto a mí. —Aquí va nada —le dije mientras marqué y configuré el teléfono al altavoz. —¿Hola? —dijo mi mamá. Suspiré, deseando que mi padre hubiera contestado. Me hubiera dado un ligero búfer antes de que todo se volviera loco. —Hola, mamá. —¿A qué se debe este honor? —dijo con sarcasmo—. Teniendo en cuenta que no te molestaste en responder a cualquiera de nuestros mensajes anteriores. Puse los ojos en blanco hacia Christos. Me tomó la mano y la sostuvo. —¿Sam? —preguntó a mi mamá. —Estoy aquí —dije rodando los ojos, ya sonando más quejumbrosa de lo que había planeado. —¿Qué quieres? —espetó sin rodeos. Ella nunca fue tan mala. —Es posible que quieras tener a papá en el teléfono. —¿Por qué? —mi mamá se rio entre dientes—, ¿estás fugándote con ese Christos? ¿Casarte en Las Vegas? ¿O ya consiguió engancharte y abandonar la escuela? Wow, ella seguro que sabía cómo ponérmelo fácil. Me pregunté si el Departamento de Estado necesitaba algunos más diplomáticos para tender puentes entre naciones en guerra y reavivar la paz mundial. Les recomiendo totalmente a mi madre. No. —No, mamá —suspiré—. Solo trae a papá. ¿Por favor? —Está bien. —Ella colgó el teléfono. Un minuto después la otra línea de teléfono hizo clic. —¿Hola? —dijo mi padre—. ¿Sam? —Hola, papá —suspiré. ¿Sería tan malo como mamá? —¿Está todo bien? —preguntó—. Tu madre y yo estábamos preocupados por ti. Más como gritándome, sería mi conjetura.

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Mi mamá estaba de vuelta en el teléfono.

—Así que ¿cuál es tu gran anuncio? —ella soltó. Aquí va nada. O todo. —Me estoy mudando con Christos. Di mi aviso de treinta días a la gerente en mi apartamento. —¿Qué? —mamá grito. Christos me apretó la mano por apoyo. —Me estoy mudando con Christos —le dije con confianza. Irónicamente, la súbita ira de mi madre fortaleció mi determinación. Mi padre comenzó con nerviosismo: —Sam, ¿estás segura de que esta es una bue… Al igual que ella había estado en un fusible de acción retardada, mi mamá hizo estallar de nuevo. —¡Sobre mi cadáver lo harás! ¿Tal vez no debí haberlo dicho? —¡No vas a mudarte a la casa de ese joven! ¡No voy a permitir que tires tu vida por la borda en un capricho por un chico de pacotilla! Miré a Christos. Levantó sus cejas con simpatía e hizo una mueca. Así que no era sólo yo. Mi mamá era una loca, como siempre lo había sospechado. —No voy a tirar mi vida por la borda, mamá —supliqué. ¿Por qué me tengo que defender en un momento como este? Yo no sé, pero eso es lo que estaba haciendo—. ¡Christos es una buena persona! Voy a vivir con él y su abuelo. ¡Ambos son artistas que trabajan! Ellos se ganan la vida vendiendo arte. ¡Me están mostrando cómo hacerlo también! —No sé qué clase de comuna hippie este Christos y su abuelo tienen — mi mamá dijo ácidamente, habiendo calmado desde la locura de atar a fuego lento la locura—, pero estoy segura de que suena mucho mejor de lo que realmente es. No se puede pagar el gas y el recibo de la luz con la paz y el amor, Samantha. Pero si te gusta tomar duchas de agua fría, esa es tu prerrogativa —mi mamá dijo con firmeza. —¡No tienes ni idea de lo que estás hablando, mamá! ¡No son hippies! Viven en una mansión. Quiero decir, una mansión real. Tienen tropecientos dormitorios. Y la última vez que me di una ducha allí, hacía mucho calor, y nunca se acabó el agua, como cuando me baño después de que papá y tú se preparan para el trabajo.

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En mi experiencia, no había nada tan molesto como quedarse sin agua caliente y tiritando en la ducha, porque tu padre era demasiado tacaño para poner el termostato central en casa a una temperatura razonable. Ni

siquiera mi madre podría cambiar la mente de papá sobre eso. Nuestra casa era una nevera casi todo el invierno. Te lo juro, una vez, me desperté y vi carámbanos colgando del techo de mi dormitorio, mi aliento hinchó de mi boca en nubes frías. —Eso es todo bien y bueno, Samantha —mi mamá continuó—, pero… La interrumpí. —Sí, mamá. Está bien y es bueno. Es mejor que tu casa. Y yo voy a vivir con ellos. El abuelo de Christos, Spiridon, es un hombre muy agradable, y él… —Spiridon? —Mi madre se burló—. ¿Qué clase de nombre hippie es ese? Ella estaba yendo demasiado lejos. —Es griego, mamá. Búscalo. Es un nombre real. Y está bien. —Yo estaba nerviosa. Mi mamá estaba convirtiendo esto en un insulto-bomba. Yo no iba a dar marcha atrás en la alcantarilla con ella. —Tal vez ustedes dos deberían tratar de calmarse —mi papá sugirió. —¡Estoy calmada! —gritó mi mamá. ¿En serio? No desde donde yo estaba sentada a cinco mil kilómetros. Contuve una risita. —¡No permitiré que nuestra hija viva con algún extraño joven en flagrante desconocimiento de nuestros pedidos, Bill! —mamá gruñó. Suspiré pesadamente. Si mis padres eran así de irracional, a lo mejor yo no los necesito en mi vida en absoluto. —Me estoy mudando con Christos. Yo no voy a ser una contadora, y yo voy a vivir mi vida. Después de un minuto de silencio, dijo mamá: —¿Bill? ¿Tienes algo que decir? Debido a que ahora sería un buen momento. Yo no puedo llegar a tu hija. En un tono frío, dijo mi padre: —Sam, ¿es esta forma de actuar de tu preferencia? Wow, ¿estaba papá tomando de repente mi lado? ¿Estaba siendo razonable? —Yuh, sí —balbuceé.

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—Está bien. Si ya no necesitas nuestra ayuda con respecto a tu situación de vivienda, creo que puedo hablar por tanto de tu madre y yo cuando digo que estaríamos más que dispuestos a dejar todo el financiamiento de tu educación universitaria, si esa es tu preferencia.

Me quedé muy sorprendida en silencio. Mis padres pagaron una parte sustancial de mi matrícula. Si dejaban de pagar por completo, yo no sería capaz de cubrir la diferencia con mis dos trabajos. Tendría que tomar más préstamos, pero no sé si yo podía conseguir un préstamo lo suficientemente grande como para compensar la diferencia. Si mis padres dejaban de pagar, toda mi vida iba a ser lanzada en una tormenta de nieve de cambio e incertidumbre. ¿Estaba lista para ese tipo de caos? Yo había pasado por un montón en los últimos cinco meses. ¿Quería hacer las cosas peor? Miré a Christos. Me frotó la rodilla con simpatía. —Respóndele a tu padre, señorita —dijo mamá con saña—. Haces lo que decimos, o pagas tu propio camino —se rio de su propia inteligencia. Sonaba como si estuviera presumiendo. Mi mamá era la perra más grande que he conocido, sin duda. —No seas tonta, Linda —mi papá me dijo con calma y confianza—. Sam, todo lo que tienes que hacer es cambiar tu carrera a Contabilidad y explicarle a tu propietario de que tu aviso de treinta días fue un error, y todo esto va a desaparecer. Mi papá Satanás estaba de nuevo en sus trucos habituales. —Está bien. —Por segunda vez en mi vida, le colgué a mis padres. El miedo irracional de que esta era la última vez que volvía a hablar con ellos de pronto se apoderó de mí—. Eso salió bien —bromeé con Christos sarcásticamente. Agonía me golpeó un segundo más tarde y mi corazón se quebró en dos. Me lancé a los brazos Christos y gemí. Sus brazos se apretaron protectoramente alrededor de mí mientras me tiró en su pecho. —Está bien, agápi mou —murmuró—, estoy aquí. Me sentí completamente traicionada por mis padres. Por una vez, mi vida iba bien. Por una vez, mis sueños se convierten en realidad. Pero, como siempre, mis padres estridentemente se opusieron a lo que yo quería. Ellos estaban tratando de manipularme con sobornos y amenazas. ¿Era eso paternidad? ¿No se suponía que era confiar que en algún momento tus hijos puedan encontrar su propio camino? Mis padres no lo hicieron. No importa lo que hice, me lucharon en cada paso del camino. ¿Por qué era siempre el mayor obstáculo que enfrentaba en mi vida? Le di las gracias al destino por traer a Christos a mí.

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Lloré en sus brazos.

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—¡Oh, Christos, no sé lo que haría sin ti!

Christos

S

ostuve a Samantha en mis brazos. —Lo lamento tanto, agápi mou —susurré. Ella se sacudió con lágrimas y enterró su rostro en mi pecho.

Los padres de ella estaban realmente locos. ¿No se daban cuenta que su plan de vida para su hija estaba mal y la estaban haciendo sentir miserable? ¿Qué tipo de gente jodida eran? Mis padres nunca me habían tratado así. Ni cerca. En un mundo perfecto, la mudaría a mi casa este fin de semana, y le diría que tengo mucho dinero para cubrir sus gastos diarios y cualquier colegiatura que le haya quedado. Pero no vivía en un mundo perfecto. En mi mundo, iba a juicio el viernes. Podría estar en la cárcel el sábado. No sería capaz de ayudarla a mudarse. ¿Y el dinero? Mierda, luego de que termine de pagarle a Russell por defender mi trasero en la corte, no iba a tener de sobra. Ése era mi mundo. —Soy tan suertuda, Christos —lloró Samantha—. Me estaría volviendo loca ahora mismo si no estuvieras aquí. Le besé la parte superior de su cabeza gentilmente. ¿Cómo le diría que podría no estar aquí en cinco días? No podía hacerlo. No podía decepcionarla. No en este momento. Ella todavía estaba vacilando por sus malditos padres. Me sentía nervioso. Esto siempre pasaba cuando las cosas se salían de control. Tenía ganas de actuar. Reventar algunas cabezas. Golpear mierda otra vez. O, mierda, todo lo contrario. Ir a construir algo. Levantar paredes y unirlas, atornillarlas. Pero nada de esto haría la diferencia. Mi fecha de juicio venía disparada hacía mí y yo estaba encadenado a las vías del tren. Todo lo que podía hacer era esperar. Samantha se aferró a mi camisa con sus pequeños puños y sollozó. —Oh, Christos...

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Mierda, no podía hacer una mierda para ayudarla.

Intenté calmarme. Si no lo hacía, saldría disparado por el techo. Esto estaba matándome. Necesitaba pensar en algo. Necesitaba ayudar a Samantha de alguna manera. Pero, ¿cuáles eran mis opciones reales? Por un lado, tenía a mi abuelo. Inclusive a mi padre. No, eso no. No llamaría a mi padre. Pero mi abuelo se aseguraría que Samantha se mudara dentro de la casa sin importar porqué. También se aseguraría que tenga un techo y haya comido tres comidas por día. Por lo menos lo básico estaba cubierto. Samantha estaba físicamente sana. Eso me sacó un peso de encima. ¿Pero, mentalmente? Eso era lo que me estaba preocupando, la mayor parte del tiempo. Sabía que mi abuelo sería de apoyo, pero no podría esperar de él ser el consejero de duelo, no cuando sus padres intentaban empujar la mierda por su garganta. Me imaginé que mi abuelo no querría entrometerse en sus negocios familiares, especialmente sin mi aporte. El problema era que, Samantha desesperadamente necesitaba a alguien que se entrometa y le diga a sus padres que eran unos malditos lunáticos. Allí era cuando entraba. Quería ayudarla a luchar las batallas inevitables que se avecinaban en la ruta en su camino para ser artista, las que todos los artistas se enfrentaban, y las otras que ella enfrentaba contra sus padres. ¿Cómo iba a hacer eso desde una celda en la cárcel? Y, ¿qué haría ella cuando sus facturas de la matrícula vencieran? ¿Tirar la toalla y hacer lo que sus padres quisieran? No la culparía si lo hiciese. A la deriva como estaba, ¿quién no estaría muerto de miedo? La mayoría de la gente se agarra el salvavidas que sus padres estaban tirando hacia fuera, sin importar las cadenas que traiga consigo. La idea de Samantha hundiendo sus sueños para salvarse rompía mi corazón. Lo peor, yo estaba a punto de dejarla luego de que sus padres patearan su corazón a la acera. ¿En qué tipo de persona me convertía eso? Me tensé mientras la repulsión se asentaba en mi estómago. De repente me di cuenta que me estaba transformando en mi madre. Huyendo cuando las cosas se ponían duras, igual que como ella lo había hecho con mi padre. Joder. Yo salté del sofá, tirando a Samantha en los cojines. —Tengo que salir de aquí —gruñí entre dientes. —¿Qué pasa, Christos? —Samantha suplicó, las lágrimas corrían por su rostro.

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—Mi vida es una mierda —le dije con voz ronca, tirando de mi pelo con ambos puños, como si arrancando la parte superior de mi cabeza, toda mi

frustración volaría hacia fuera, liberando la presión en ésta. Lástima que no funcionó. Mi cráneo todavía estaba en su lugar y yo estaba a punto de estallar—. Siempre ha sido jodida. Ella me miró, el pánico tomando lugar. —¿No entiendo? ¡¿Qué está pasando?! —Ella se levantó lentamente y camino vacilante hacia mí, casi como si fuese peligroso. Apreté mi mandíbula. Estoy seguro de que ella estaba completamente asustada. Habíamos ido desde sus padres soltando su mierda hasta yo soltando la mía dos minutos más tarde. Pero ella no tenía idea de por qué. Tuve un breve momento para reírme de mí mismo. Yo estaba volviendo loco. ¿Cómo podría decirle la verdad ahora? Es sólo empeoraría las cosas. —Por favor dime, Christos —dijo, mientras se secaba las lágrimas. Podía decir que ella estaba desesperada y confusa. Ella no quería perderme y yo no quería abandonarla. Pero había muchas posibilidades de que eso sucediera. ¿Qué bien sería yo para ella entonces? Cada vez que viniera a visitarme, estaría pensando en cómo su madre estaba en lo cierto, cuán arruinado estaba. Porque, cuando llegaste a fin de cuentas, él es quién fue a la cárcel. Matones de poca monta. Cagadas. Como yo. Me puse de pie en la sala de estar con la cabeza colgando entre mis hombros. Podría bien haber estado colgando de una soga en base a lo bien que me sentía sobre mí mismo en ese momento. Ella puso los brazos con cuidado a mi alrededor y me abrazó con fuerza. —Sea lo que sea —suplicó—, lo entenderé. No puedo ayudarte si no me dices. Podemos pasar por cualquier cosa si lo hacemos juntos. Apreté mis dientes, aguantando una risa. ¿Ese era el problema, no? ¿Cómo puedes estar con llamadas telefónicas y las visitas a reclusos? No puedes. Es un fantasma de una relación. Podrías desearle bien a la persona fuera, pero literalmente no podrías atraparlo cuando caiga. —Por favor Christos —dijo con una voz temblorosa. Mi corazón estaba a punto de romperse por la mitad. Quería huir. Quería quedarme. ¡Mierda!

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—Agápi mou —dijo, sosteniendo su mano en mi mejilla, levantando su vista hacia mí—. Dímelo. Por favor.

La mirada de amor en sus ojos me estaba rompiendo el corazón. Yo era un maldito pedazo de mierda para sostenerla. Ella me había dado todo y yo no le estaba dando nada. —Estoy aquí, agápi mou —dijo ella. Hombre, las cosas habían cambiado. Siseé un fuerte suspiró mientras mi corazón se calmaba. La había retenido por mucho tiempo. Esto nos estaba moliendo a ambos. Ella se merecía algo mejor. Por lo menos, se merecía saber la verdad. Me pase la mano por el pelo, frustrado y dije: —¿Recuerdas el año pasado, antes que empezáramos a salir, cuando te dije que mi vida era una tormenta a punto de ocurrir? —¿Sí? Nunca lo entendí —dijo con escepticismo, como si pudiera ser cierto—. Tienes un abuelo que te ama, vives en una casa impresionante, y tienes todo el nuevo trabajo de Brandon. Tu vida y carrera es lo que soñaste tener dentro de veinte años, si tengo suerte. Contuve una sonrisa. ¿El césped siempre fue más verde, no? No quería arruinar su fantasía. Estaba bastante seguro que cada trabajo tiene aspectos que vuelven loca a la gente, pero esa no era la amarga verdad que necesitaba revelarle al amor de mi vida en este momento. Tomé una respiración profunda. Era una cosa decirle a alguien que los sueños soñados tienen espinas, y otra cosa era cuando tienes que decirle a tu amada que eres una mala persona. —Nunca te dije por qué mi vida era una tormenta a punto de ocurrir. Ella me miró con coraje, lista para cualquier cosa. Yo estaba asombrado por su fortaleza. Quizás yo era el idiota, y decirle esto a ella de alguna manera arreglaría cosas. —He estado en espera de un juicio durante los últimos meses —le dije— . He estado en libertad bajo fianza desde el día en que te conocí. Hay una buena probabilidad de que termine en la cárcel. O la prisión. —Hice una mueca, listo para que me dijera qué cagado que estaba. —¿Por qué? —me preguntó sin juzgamiento. Fue allí cuando me di cuenta que la persona que me juzgaba más duramente había sido siempre yo mismo. Mirando a los ojos de Samantha, vi sólo su creencia en mí. Eso me dio el coraje para continuar. —Por asalto agravado y agresión —respondí.

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—¿Qué significa eso? —preguntó ella.

—Significa que golpeé a un tipo —le dije, esperando lo peor. —¿Cómo nunca dijiste nada? —Sus cejas se ciñeron, y lucía desconsolada. —Debido a la expresión de tu cara ahora mismo —murmuré, sintiendo que su aceptación se había esfumado en un segundo. —¿Todo lo que hiciste es golpear a un tipo? —me preguntó escépticamente, sosteniendo mis manos en las suyas. Asentí. —Un puñetazo. —¿Murió o algo? —No —sonreí. Ella me abrazó fuertemente. —Christos, no importa. Suena como si no fuese nada. Deberías habérmelo contado. Todavía te amo. No tienes idea cuánto. La cosa era, que había mucho más sobre mi historia que haber golpeado a un tipo una vez. —Eso es porque no me conoces, Samantha —dije tranquilamente—. No conoces mi pasado. —¿Cuál pasado? Hasta este momento había sido el pre-calentamiento. Ahora era el momento para escuchar la fría y dura realidad. —Todas las veces que he estado encerrado. Han sido muchas. Soy un convicto, Samantha. Ella se burló. —¿Qué, como un traficante de drogas o pandillas o algo así? —No, no como eso. Pero soy una persona que ha estado en la cárcel tantas veces que le es normal. Estoy en una base de primer nombre con más criminales y funcionarios de prisiones de lo que puedo contar. —¿Por qué has estado en la cárcel? —Por correr y hacer cosas locas con mi moto, algunas de ellas ocasionaron que otra gente se lastime seriamente y en un caso, un muerto. —Oh dios mío —jadeó, cubriéndose su boca con una mano—. ¿Qu… Qué ha pasado? —balbuceó—. ¿Tú... tú, no sé, lo has hecho salir de la carretera o algo?

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—No. Pero podría haberlo hecho. El tipo trató de mantenerse a mi nivel en una carretera del cañón, pero él no tenía las habilidades para seguir. Elevó su moto derecho sobre una valla de seguridad a cien kilómetros por

hora. Rodó por una ladera rocosa. Probablemente estaba muerto cuando golpeó la parte inferior doscientos metros más abajo. —Su cara estaba anudada con horror mientras retrocedía y abrazaba los codos contra su pecho. ¿Quién no estaría horrorizada? Sabía que había sido. No pude dormir por tres días luego de que el chico muriera. —Oh, no —dijo Samantha—. Eso es... eso es horrible, Christos. —Sí —suspiré—. Lo es. Apreté mis puños delante de mí, apretando el aire en señal de frustración. —Estás perdiendo el punto, Samantha. La cosa es que, yo estaba viendo el tipo en mi retrovisor por tres kilómetros. Él se estaba quedando cada vez más atrás después de cada turno. Él comenzó a tratar de recuperar el terreno perdido al entrar en las curvas demasiado calientes. Todo lo que yo habría tenido que hacer era bajar la velocidad de mi moto, dejar que se adelante, mantener un ritmo que él podía manejar con seguridad. Si hubiera hecho eso, habríamos chocado cervezas al final del día. Pero no lo hice. Tenía un ego con todo el asunto. No iba a dejar que un poco de cabeza caliente me ganara, de ninguna manera. Sosteniendo dedos sobre sus labios, Samantha buscó mis ojos. —¿Cuándo paso esto? Podría ver sus ruedas volver. Ella estaba desesperadamente tratando de encontrarle algún sentido. Pero no había sentido que hacerse. La consentí. —Tres años atrás —suspiré. Ella dio un paso hacia mí, posando una mano sobre mi brazo. —Oh, Christos. Tenías diecinueve años. Eras simplemente un niño. Yo tengo diecinueve. Todavía hago cosas estúpidas todo el tiempo. Si ese tipo no te hubiese seguido ese día, la próxima vez habría seguido a alguien que no debería estar siguiendo. No fue tu culpa.

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—Pero eso no es lo que pasó —discutí, sacudiendo mi mano extendida—. Él murió cuando me estaba siguiendo —me burlé, bajando los brazos en señal de rendición—, porque me puse muy competitivo. No con otro corredor. No estaba pensando, “Oh, este joven está terriblemente desaventajado. La cosa responsable para hacer sería separar al pobre chico a un lado y ponerle los puntos antes que se lastime a sí mismo. Enseñarle a pensar en sus propios límites, y seguir las reglas del camino responsablemente”. No. Simplemente estaba pensando que su trasero no me alcanzaría. Ahora está muerto.

Samantha se mordió el labio inferior y frunció el ceño. Se quedó en silencio. Debido a que no había un buen argumento en este caso, ¿no? Por eso lo llamaron conducción temeraria y negligencia criminal. Froté mis manos en la cara e incliné mi cabeza en señal de frustración. —Y eso es simplemente la punta del iceberg —suspiré—. He estado en tantas peleas que perdí la cuenta. He lastimado a un montón de gente, los dejé en hospitales incontables veces. Huesos rotos, sin dientes, todo porque en el fondo —estaba agitándome ahora—, soy un maldito cabeza caliente que no sabía controlar su mierda años antes de conocerte. Una mueca asqueada de dolor se extendía por el rostro de Samantha. Sus brazos colgaban inútilmente a los costados. Estoy seguro de que cualquier deseo que ella había tenido de abrazarme o decirme que todo iba a estar bien se había evaporado cuando la verdad salió. No podía culparla. Yo estaba indignado conmigo mismo también. Porque sabía que debajo de mi brillantes, buena apariencia, era un monstruo. Dio un paso vacilante hacia atrás, hacia la mesa de café. Si ella estaba retrocediendo lejos de mí, no podía culparla. Cuando olió problemas, eso es lo que una persona inteligente hubiera hecho. —Pero nunca empezaste ninguna de esas peleas, ¿no? —Samantha me pregunto seriamente. Tenía otra lata de decepción para ella. Lo saqué de mi bolsillo trasero y la abrí. Resoplé una carcajada: —Bueno. Ella tenía el ceño fruncido y mordiéndose el labio de nuevo. —¿Qué quieres decir, con “bueno” ? —preguntó. —Quiero decir, he empezado un montón de peleas. Mierda, ¿incluso las que no? Podría haber seguido de largo. Pero decidí quedarme y pelear. No iba a dejar que nadie fuera hombre con mi mierda. —Christos, ese no eres tú —ella frunció el ceño con severidad. Tristemente, ella estaba en una completa negación. Porque yo sabía la verdad. Podía ser un maldito pinchazo cuando estaba tratando de lidiar con la ira que se había guardado en mis venas por una década... desde que mi madre... Mamá... Samantha sacudió su cabeza definitivamente.

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—Ése no es el hombre que conozco —dijo pasionalmente—, el hombre del que me enamoré.

Y allí se fue mi lado bueno, mi esperanza de que esto funcionara. Porque ella no se había enamorado de mi yo real. Se había enamorado de la fina capa que había pegado sobre mi brutal pasado en los últimos dos años. Ella no quería saber sobre mi mierda. Joder, yo no quería saber sobre mi pasado, peor estaba atrapado en él. Me reí para mis adentros. ¿Qué más daba si terminaba preso luego del juicio? Seria encadenado para siempre por mi historia. Me burlé de ella. —Eso es porque no soy realmente el hombre que crees que conoces. Estoy arruinado, Samantha. —Eso no es verdad. —¿No lo es? —No —protestó suavemente—. Te conozco. —No, no lo haces —reí—. No soy un Boy Scout, Samantha. Soy el chico malo. —¡Pero tú nunca empiezas peleas! —ella suplicó—. Siempre me estás protegiendo. Me reí. —Quizás ahora. ¿Dos años atrás? Era un idiota. Era el tipo buscando problemas en cualquier lugar al que iba. —No puedo imaginarte haciendo eso —susurró. —Eso no significa que no lo haya hecho. —El corazón se me iba a salir por la boca. Yo quería golpear mi cabeza contra la pared. Le debería haber dicho antes que era una clase-A-cagado y dejar que las fichas caigan, en vez de saltar en una relación con ella. Entonces podría haber decidido con calma mantener las distancias. Eso hubiera estado bien. Todavía podía haberla tutelado. Pero sería demasiado cobarde decirle. Un cobarde amarillo respaldado de mierda. Samantha había necesitado un guía por su carrera de arte cuando la había conocido, no un amante arruinado.

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Peor me había enamorado tan locamente de ella luego de unas pocas semanas, que había dejado que mi corazón invada mi buen sentido. Dejé que mi necesidad codiciosa se haga cargo. La siguiente cosa que supe, después de pasar un mes o dos con ella, es que la amaba tanto, la idea de asustarla contándole la verdad sobre mi pasado y mi inminente juicio me había asustado hasta el punto de enterrar todo. Durante los últimos cinco meses, se había sentido tan bien ser el chico bueno que ella pensaba que era. Tal vez pensé que su amor por el chico bueno haría que mi chico malo desapareciera, como si nunca hubiera existido.

Qué equivocado estaba. Ahora tenía la mujer más maravillosa que alguna vez había encontrado mirándome como si fuese el monstruo que siempre había sido. Por lo menos ahora sabía la verdad. Yo era Jekyll y Hyde12. Demasiado mal que Samantha se haya enamorado de Jekyll, porque yo era Hyde hasta el tuétano. No podía esconder mi Hyde más tiempo. Tomé un profundo respiro y la miré. Puede también poner el último clavo en esta mierda y enterrarlo. Ella no me necesitaba para derribarla. Dije: —¿Recuerdas cuando estabas hablando sobre los planes sorpresa de Jake para el Día de San Valentín con Madison? —¿Sí? —dijo ella su voz temblando nerviosamente. Abrí la boca para terminar, mientras miraba el inocente rostro de Samantha, llena de lágrimas. —Dime, agápi mou —dijo ella suavemente. No podía hacerlo. No podía romper su corazón más de lo que ya lo había hecho. No podía decirle que lo que Jake había planeado para Madison en San Valentín sería millones de veces más genial que sentarse en la corte detrás de mí, mirando a los quemadores preparar el fuego para prender mi trasero. Mierda, Jake le podía comprar a Madison una de esas cajas de caramelos en forma de corazón con mensajes impresos en ellos y enviárselo la semana entrante y eso sería mucho mejor que sentarse conmigo en una sala de tribunal el 14 de Febrero. Hombre, era un maldito idiota. Muy inteligente Samantha dijo: —¿Qué hay del Día de San Valentín? No podía decirle. —¿Es tu juicio en el día de San Valentín? Luego de un interminable silencio culposo, asentí. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, es una novela escrita por Robert Louis Stevenson, que trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde. El libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí.

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—Oh Christos —dijo. Sus ojos lagrimeando otra vez. Sostuvo una mano sobre su boca, como si cubriera su vergüenza. Estaba este triste tono en su voz lo que me hacía querer vomitar por toda la alfombra. Allí fue cuando mi sorpresa vino. Claridad. Finalmente lo vi en la forma de una de esas ondas de los terremotos de doce metros que lava el interior por millas y destruye todo en su camino. Eso eran los padres de Samantha. Si descubrían que estaba en la cárcel, se confirmaría todo lo que la madre dijo en el teléfono sobre mí. Sería duro, una prueba fea. Luego irían a la guerra por su hija. La cosa de la que Samantha no se daba cuenta era que sus padres se preocupaban por ella. Mucho. Seguramente ellos eran densos sobre eso, pensando que un estable 9 a 5 era el camino a la satisfacción. Ellos quizás se han estado equivocando pero les importaba. Ese es el por qué no iban a tolerar que su hija saliera con un tipo duro en el bloqueo. De ninguna manera. Más temprano, en el teléfono, la madre de Samantha había sido una mamá oso apoyada en una esquina. Ella no iba a abandonar a su hija por mí. No la pondría para que tome un avión a San Diego para organizar una intervención sobre los favores de Samantha. Arrear a su hija y llevarla devuelta al D.C, simplemente para alejarla de mí por su bien. Mierda, si algún tipo como yo saliera con mi hija, probablemente haría lo mismo. Solo había una manera de arreglar esto. Aceché la puerta y la abrí de golpe. —Tengo que irme. —¡No, Christos, espera! —Ella se agarró de mí, pero me liberé—. ¡No me dejes! ¡Te necesito! No podía mirarla a los ojos. Mi corazón ya se había roto en muchas piezas. Estaba fuera de la puerta subido a la moto unos segundos después.

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Christos

Las líneas del carril en la autopista me ametrallaban como balas trazadoras. Mi Ducati rugió entre mis piernas. Me metí debajo del carenado como el viento golpeó la parte delantera de la moto. Eran las tres de la mañana y yo a doscientos ochenta kilómetros por hora en la Cinco. El dolor dentro de mí era tan grande, nadie podía salvarme de él. Mi única opción era salir a toda velocidad de todo, ir tan rápido que nada podría atraparme. En algún lugar detrás de mí estaban los problemas. El corazón roto de Samantha. No hay manera en que pudiera arreglar eso, a menos que mágicamente pudiera re-escribir mi historia y borrar mi pasado. Sus padres. Algo en mi estómago me decía que estaban viniendo por ella. No iban a permitir que este arruinado barato tome a su hija. De ninguna manera. Mi juicio pendiente, a dos días. La posibilidad de ir a la cárcel, o quizás terminar preso. En los tres casos, no tenía control de lo que vendría. Todo dependía de gente alrededor mío. Me estaba volviendo loco. Pero había una cosa que podía controlar. Podía controlar mi destino. La única cosa que me detenía de una velocidad de muerte en esta carretera era yo. Esto podía controlar. Mi moto. El pavimento. Estaba en mi elemento. Ignoré los demonios detrás de mí mientras me concentraba en el camino por delante. La superficie estaba húmeda pero no mojada. Había lloviznado justo antes del atardecer, unas horas atrás. El tráfico había secado las pistas de las ruedas en cada carril. Las huellas medían unos sesenta centímetros de ancho. Mientras me mantuviera dentro de ellas, estaba en camino seco. ¿Si me paso a lo mojado a doscientos ochenta kilómetros por hora? No me importaba un carajo. Todo lo que podía pensar era mantener mi moto en la huella seca. No había tiempo en pensar nada más.

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A esta velocidad, las vagas curvas de la autopista se volvían peligrosamente agudas. Si mantenía mis ojos fijos en la distancia, podía cronometrar las cosas con suficiente firmeza. Si ibas al límite de velocidad, el camino de lo de Samantha a Pacific Beach demoraba unos veinte minutos. Yo lo había hecho en siete. Salí de la autopista en Garnet para girar. Los policías siempre se volvían más pesados cerca del centro.

Un minuto después, estaba de vuelta en la autopista en dirección al norte, y la liquidación de los engranajes había superado el 1,40. Bajé con cuidado el acelerador cuando golpeé la curva alrededor del Monte Soledad. Tan pronto como la carretera se enderezó en La Jolla Village, apreté nuevamente el acelerador y jodidamente pasé la SDU. Cuando me tiré por debajo del paso elevado, hubo una breve conmoción cerebral mientras la sobrecarga de la carretera golpeó el motor de mi Ducati de nuevo a mí. Esta sección de inmediato fue unos cinco kilómetros de largo. La pasé en tan sólo un minuto. Tenía la esperanza de atrapar aire sobre la parte superior del grado en Genesee, pero el campo era muy bajo, inclusive a doscientos ochenta kilómetros por hora. Relaje el acelerador de nuevo cuando me acercaba a la fusión con la 805. Bajé la velocidad y toqué la palanca de cambios mientras pasé volando dos autos que se dirigían a la vuelta. Creo que todavía tenía 1,30 mientras pasaba la curva. La moto se inclinó y golpeé el vértice mientras osciló el gas. Mientras empecé a salir, levanté la moto mientras desenroscaba el acelerador. El motor gritó cuando me abrí hacia arriba con los engranajes y pasé como flecha a través de cuatro carriles, cortando una línea entre un camión de dieciocho ruedas y una SUV. Me dirigí hacia el norte con los perros del infierno pisándome los talones. No podían alcanzarme.

Samantha Soñé con un ángel caído. Me levanté a mitad de la noche, jadeando por aire. Sola. —¿Christos? —pregunté al vacío que me rodeaba. Mi oscuro departamento estaba vació. Me sacudí de mi pesadilla y alcancé mi teléfono, sintiendo profundamente en mi corazón que algo iba mal con Christos. Marqué su número por la quincuagésima vez esa noche. Sonó cuatro veces, luego fue al contestador. Por la quincuagésima vez.

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Había intentado seguirlo cuando había dejado el departamento más temprano, pero no había manera que lo consiguiera en su Ducati con mi VW.

Luego de manejar por todo mi vecindario por media hora, sintiéndome perdida solo a unas cuadras de mi propio departamento, me había rendido y había ido a casa. Luego le había enviado mensajes y llamado repetidas veces, pero nunca había contestado. Finalmente, me había rendido, exhausta por la preocupación. Después de la estresante conversación con mis padres, la aterradora con Christos y mis llamadas de pánico a su teléfono, me había quedado sin energía. Estaba tan exhausta, que ni siquiera consideré el helado antes de arrastrarme dentro de la cama y dormirme sollozando. Ahora que estaba despierta, las imágenes de la pesadilla todavía me perseguían. Un ángel caído. Oscuridad. Solo. Todavía no me podía sentar. Necesitaba asegurarme que Christos estuviera bien. ¿Habría vuelto finalmente a su casa? Necesitaba comprobarlo. Me vestí y corrí a mi auto. Si pudiera verlo con mis propios ojos, que estaba a salvo, todo estaría bien. Mientras lo tuviera a él, todo estaría bien. No me importaba su juicio, la cárcel, o mis padres. Nada de eso importaba si lo tenía a él. Él no tenía ni idea cuán profundamente lo amaba. Él no era un criminal. Era un hombre hermoso. Él era mi ángel. Mi salvador. Lo necesitaba. Manejé a lo de los Manos temiendo lo peor. Me dije a mí misma que no era nada, sólo nervios. Intenté imaginarme la tranquilizadora calma que sentiría el segundo en que lo vería con mis ojos. Él estaría durmiendo pacíficamente en su cama. Yo me arrastraría junto a él y me acurrucaría a su lado. Le susurraría que todo estaría bien, que pasaríamos por ese oscuro viaje juntos. Si tan solo pudiera sentir su tacto, su calor, su amor, estaría bien. Estaríamos bien. No importa qué. Sacudí mi cabeza, sonriéndome mientras giraba en la calle de Christos. En cualquier segundo llegaría a su entrada para el auto donde vería su motocicleta estacionada junto a la casa.

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Cuando llegué, la entrada estaba vacía. Estaba bien. Su moto probablemente estaba en el garaje.

Estaba segura que él estaba bien. Temor. Cuando estacioné mi VW, salté fuera y corrí hacia la entrada. Toqué la puerta principal. No hubo respuesta. Salí de la entrada y me fijé el frente de la casa. Todas las ventanas estaban oscuras, cada una un hoyo negro haciendo eco al temor de mi corazón. Temor. Corrí nuevamente a la puerta principal y saqué la llave que Spiridon me había dado. Nunca había tenido que usarla porque siempre él o Christos habían estado en casa. Temor. La puerta se abrió con un crujido ominoso como me deslicé dentro. La sala de entrada y el salón estaban a oscuras. Sólo una luz en la cocina, entró por la penumbra. —¿Christos? —llamé nerviosamente—. ¿Spiridon? Mis palabras fueron tragadas por la oscuridad de la casa. Era horripilante estar dentro de este lugar sola. La sensación de vacío era pesada y amenazante. Fui cuarto por cuarto, llamando. —¿Christos? ¿Estás aquí? ¿Hay alguien en casa? Temor. El estudio estaba cavernoso y vacío cuando encendí las luces. Nunca había parecido tan estéril. No sé por qué, pero medio me esperaba encontrar a Christos acurrucado en una esquina, mirando en el olvido como un loco. Deseché esa idea tan loca. Sin embargo, temía que mi visión oscura era preferible a lo que la tormenta en mi estómago predecía que iba a encontrar. No había nadie en la planta baja. Subí la escalera hasta el segundo piso, levantando cada pie pesado, casi con miedo de ir más lejos, a saber lo que me esperaba en la oscuridad. Imágenes de lo que me encontraría cruzaron por mi mente. Christos en un charco de sangre, su cuerpo desgarrado y roto sin remedio... de

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Traté

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Me encogí, apartando mis terribles pensamientos. concentrarme en otra cosa. Mi mente se fue directamente a...

Perra. Zorra. Puta. ¡No! Me deshice de ti. ¡No! Emo. Gótica. Observación suicida... ¡Déjame en paz! Observación suicida... Mi viejo dolor, mi herida. Todo seguía allí. Nunca me había sanado. Quería pensar que lo había hecho. Pero apenas habían sido dos meses desde que había roto mi silencio sobre Taylor Lamberth. ¿A quién estaba intentando engañar? Todavía estaba rota. El estrés del momento lo había traído todo de vuelta. Y eso iba a arrancarme la cabeza y el corazón a pedazos. Suicidio... La una cosa que podría posiblemente unirme era Christos. Necesitaba encontrarlo. Y él estaba... Una risa loca estaba a punto de salir de mi garganta. La reprimí, preocupada que si le permitía escapar de mi cuerpo, se llevaría mi sanidad consigo. Tomé un profundo respiro, tratando de calmarme. Estaba actuando locamente. Esto era loco. Christos estaba bien. Él probablemente salió con Jake o, o, o... ¡No! Christos estaba bien. ¡Estaba bien! Caminé tranquilamente por el pasillo de arriba, en dirección a su dormitorio. La puerta estaba cerrada. Hice una mueca al tomar el pomo, temiendo lo que iba a encontrar dentro. Podía hacer esto. Christos estaba bien. Christos estaba... Abrí la puerta… ... no en la habitación. Me fijé en el baño, sólo para asegurarme. Vacío.

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Busqué en el resto de la planta de arriba.

—¿Christos? ¿Spiridon? Nadie estaba en casa. Volví al cuarto de Christos y me senté en su cama. Traté llamarlo. No contestó. Le mandé un texto: <3 Por favor llámame. Te amo <3 Estoy segura de que estaba bien. Crucé mis piernas y apoyé mis antebrazos en una rodilla, se desplomó, preparándose para esperar. Mi pie empezó a rebotar. Probablemente estaba teniendo un buen rato con Jake. Él estaba... El cuaderno de bocetos de él llamó mi atención. Descansaba sobre la mesita de luz junto a su cama. Me incliné y lo agarré. Había un separador en la mitad del libro. Abrí el cuaderno hasta el final. La página marcada era la última con algo en ella. En esta estaban escritas las siguientes palabras: Solo Debo enfrentarme a este día Solo He sellado mi destino Solo Tocaré el cielo Solo Debo morir. Debajo de esas palabras estaba la fecha. La fecha de hoy. Oh no. Suicidio... —¿Christos? —susurré al cuarto vacío. Temor.

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Christos

M

e puse de pie en el borde de un abismo. No uno metafórico. Uno real.

Diez pisos debajo de mí, la muerte de cemento llamaba a mi nombre. Miré hacia abajo en él como un viejo amigo. Ya había estado aquí, en equilibrio sobre esta barandilla exacta, infinidad de veces en los últimos seis años. Este era mi destino favorito cuando el dolor en mi vida era demasiado. Después de que conducir a toda velocidad por la autopista Cinco a doscientos ochenta kilómetros por hora no hubiera logrado producir ningún nuevo resultado esta noche, había venido aquí. El edificio de los dormitorios se llamaba Nyyhmy Hall. Su dormitorio hermano, Paiute Hall, se ubicaba junto a él. Ambos fueron nombrados después de las tribus indígenas que habitaron la zona alrededor del lago Mono, que se encontraba justo al este del valle de Yosemite. Estas residencias eran la vivienda principal para los estudiantes que asistían a Ansel Adams College, uno de los sub-colegios que formaban parte de la Universidad de San Diego. Adams, como los estudiantes lo llamaban, fue nombrado después de que el fotógrafo ambientalista pionero Ansel Adams. Cada uno de los sub-colegios de USD tenía su propia arquitectura particular, los requisitos educativos y la cultura de los estudiantes. La linda amiguita de Samantha, Kamiko asistía a Adams. Cuando yo era estudiante, asistí a Adams también, porque me había gustado su hippie, ambiente naturalista. Fue entonces cuando había descubierto el balcón del décimo piso en Nyyhmy. Sabía a ciencia cierta que un pequeño número de estudiantes USD saltó a su muerte desde este mismo balcón. La presión de la universidad y la metamorfosis en un adulto era un proceso intenso para un montón de chicos en la USD. Comprendí de dónde venían.

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Me sorprendió que después de todos estos años, aún se pudiera abrir las puertas corredizas de vidrio del décimo piso que llevaban al balcón. No había caja de seguridad, como en la plataforma de observación del Empire State Building. Claro, este balcón no era una caída de ochenta y seis pisos,

pero diez pisos todavía te mataría, y ambos edificios tenían su propia historia inquietante de la melancolía humana. Respiré hondo y miré las luces parpadeantes muy por debajo. Yo estaba de pie aquí para recordarme a mí mismo que no estaba muerto, que la vida no me había matado aún. Era una cuestión de control. Había venido hasta aquí para recordarme a mí mismo que estaba en control de mi vida. No los tribunales, no los miembros del jurado, no mis clientes, no Brandon. Yo. Cada vez que me quedaba en esta barandilla, siempre me quitaba las botas y caminaba descalzo. Las botas volvían torpes tus pies, y tenía mucho más control con los dedos libres. La mayoría de la gente no se daba cuenta de que los dedos del pie y los dedos de la mano tenían mucho en común. Pero cuando sus dedos pasaron toda la vida encerrado en el calzado incómodo, te olvidas de cómo usarlos. Mis dedos eran muy adeptos a agarrar el frío barandilla de tubos de acero de cuatro pulgadas montado en la pared de cemento hasta la cintura que era la línea divisoria entre una gloriosa vista del Océano Pacífico y un viaje de tres segundos hasta el olvido. La única razón por la que tipos como yo se convertían en temerarios era porque estaban huyendo de algo. Por lo general, ese algo vivía dentro de ellos. Sabía de lo que hablaba. Desde que mi madre se había ido, había sido así. El dolor era un gran motivador. El cuerpo siempre huye del dolor. Si una llama te quema, te apartas. Pero no puedes alejarte cuando el dolor estaba dentro de ti. Es por eso que tenía que venir aquí y recordarme a mí mismo que todavía estaba bajo control. Podría hacer que el dolor desapareciera en un instante, si quisiera. O bien, siempre y cuando mi equilibrio fuera lo suficientemente bueno para evitar que mi culo se deslizara hacia mi muerte, yo llevaba las llaves de mi futuro. Lo hacía. Nadie más. Yo tenía el control de mi vida.

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El único problema con mi lógica era que no matarme a mí mismo, mientras que parecía que el mejor control, no era lo mismo que controlar mi dolor.

Podía montar mi motocicleta a doscientos ochenta kilómetros por hora durante toda la noche o permanecer en esta barandilla hasta que saliera el sol. Pero eso no cambiaba el simple hecho de que un jurado de doce personas iba a decidir sí o no iba a joder mi vida. Luego Samantha y sus padres sabrían que era un pedazo de mierda. Si ella me iba a perder, tal vez lo mejor era si pensaba que yo era una cagada. Entonces sería más fácil para ella olvidarse de mí. El dolor me golpeó de nuevo, como si todas las células de mi estómago hubieran explotado de forma simultánea con cáncer negro, y estuviera consumiéndome a mí mismo en una muerte oscura de autodestrucción. Mi teléfono sonó en mi bolsillo. Before Your Love de Kelly Clarkson se reprodujo de él. El tono de llamada de Samantha. Empecé a patinar. Hola, cemento. Ajusté mis caderas y mi columna vertebral, mientras mis brazos hacían pequeños círculos erráticos, hasta que recuperé mi equilibrio. Me encantaba esa sensación cuando mi estómago se subía por mi garganta. Significaba que todavía estaba vivo. Me quedé inmóvil hasta que mi teléfono entró al correo de voz. Decirle a Samantha todo antes había sido un error. Era demasiado pedirle con toda la mierda que sus padres amontonaban sobre ella. Puede haber contribuido a liberarme algunos de algunos demonios atormentándome desde adentro hacia afuera, pero ahora se sentía egoísta, como si todo lo que había hecho fue quemar su vida en cenizas, como la mía. ¿Qué importaba si me sentía mejor? Su futuro era lo que importaba. El mío estaba en el baño. No quería que se preocupara por mí. Era una pérdida de tiempo. Quería que Samantha estuviera libre de mi agonía para poder construir su propia vida. No hay razón para arrastrarla con mi mierda. Levanté un pie fuera de la barandilla y levanté la pierna hacia un lado, cambiando mis caderas por encima de mi rodilla para contrapesar mi peso. Nadie iba a controlar mi destino, excepto yo. Una fresca brisa agitaba las copas de los árboles de eucalipto a lo lejos. Mis talones zumbaban con la tensión como apalancándome a mí mismo en la bola de mi pie.

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Yo estaba bajo control.

Nadie más. Cuando cerré mis ojos, me sentí como si volara. Siempre te amaré...

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Agápi mou...

Painless (The Story of Samantha Smith #3) ¡Por fin! ¡La excitante, caliente y llena de acción conclusión de la Historia de Samantha Smith! PAINLESS. Sigue a Samantha a través del resto de su primer año en la soleada Universidad de San Diego. ¿Oh, y qué pasa con ese bombón caliente de Christos Manos? La última vez que lo dejamos, su vida se balanceaba sobre el borde de desastre. ¿Qué va a pasar con él? ¡Tendrás que leer PAINLESS para averiguarlo! ¡Averigua qué pasa con Samantha, Christos, Romeo, Kamiko, Madison, Jake y todos los demás en PAINLESS, el tercer volumen y el final de la serie! ¡Este libro está lleno de sorpresas!

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¡¡ADVERTENCIA!! Otra vez, el factor caliente en PAINLESS es mucho más alto que en FEARLESS (Libro 1), pero similar a RECKLESS (Libro 2).

Devon Hartford pasó la mayor parte de su vida en el sur de California, en muchas de las localidades frecuentadas en Fearless. Devon también pinta. Su trayectoria en las artes fue la inspiración para este libro. Otros libros de Devon Hartford: Reckless (The Story of Samantha Smith #2)

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Painless (The Story of Samantha Smith #3)

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Reckless - Devon Hartford (The Story of Samantha Smith #2).pdf ...

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