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El siguiente materiales una traducción realizada por fans para fans. Beautiful Coincidence no recibe compensación económica alguna por este contenido, nuestra única gratificación es el dar a conocer el libro, a la autora; y que cada vez más personas puedan perderse en este maravilloso mundo de la lectura. Si el material que difundimos sin costo alguno, está disponible a tu alcance en alguna librería, te invitamos a adquirirlo.

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Agradecimientos

Dirección de Traducción Femme Fatale

Traducción e Interpretación Cande34

July Styles Tate

DianaX

Leon

Femme Fatale

Little Rose

Jess

Corrección de Estilo y Lectura Final Femme Fatale

Diseño de Imagen Anne

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Índice Adi Rule

Veintitrés

Cuarenta y siete

Sinopsis

Veinticuatro

Cuarenta y ocho

Uno

Veinticinco

Cuarenta y nueve

Dos

Veintiséis

Cincuenta

Tres

Veintisiete

Cincuenta y uno

Cuatro

Veintiocho

Cincuenta y dos

Cinco

Veintinueve

Cincuenta y tres

Seis

Treinta

Cincuenta y cuatro

Siete

Treinta y uno

Cincuenta y cinco

Ocho

Treinta y dos

Cincuenta y seis

Nueve

Treinta y tres

Cincuenta y siete

Diez

Treinta y cuatro

Cincuenta y ocho

Once

Treinta y cinco

Cincuenta y nueve

Doce

Treinta y seis

Sesenta

Trece

Treinta y siete

Sesenta y uno

Catorce

Treinta y ocho

Sesenta y dos

Quince

Treinta y nueve

Sesenta y tres

Dieciséis

Cuarenta

Sesenta y cuatro

Diecisiete

Cuarenta y uno

Sesenta y cinco

Dieciocho

Cuarenta y dos

Sesenta y seis

Diecinueve

Cuarenta y tres

Sesenta y siete

Veinte

Cuarenta y cuatro

Sesenta y ocho

Veintiuno

Cuarenta y cinco

Sesenta y nueve

Veintidós

Cuarenta y seis

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Adi Rule

Adi Rule creció entre gatos, patos y escritores. Estudió música como estudiante y tiene una maestría de la Universidad de Vermont de Bellas Artes. Adi es miembro y ha sido solista para el Tanglewood Festival Chorus, el coro que actúa con la Orquesta Sinfónica de Boston y la Orquesta Boston Pops. Vive en New Hampshire.

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Sinopsis Una joven soprano se inscribe en una remota academia de música donde nada, ni siquiera su misterioso y joven entrenador vocal, es lo que parece. Fuera del Conservatorio Dunhammond, se encuentra un bosque oscuro. Y en el bosque, dicen que vive una gran bestia llamada Felix. Pero Sing da Navelli nunca puso mucha fe en los rumores y mitos que rodean a la escuela; la música fluye en sus venas y está allí para cantar de verdad. Esta prestigiosa academia finalmente le dará la oportunidad de demostrar su valía —no como la hija de músicos de renombre mundial—, sino como una artista y protagonista en su propio derecho. Sin embargo, a pesar de sus mejores esfuerzos, parece haber algo faltante en su voz. Sus dudas sobre su propio talento son resaltadas por el hecho de que es elegida como la suplente en la producción escolar de su ópera favorita, Angelique. Angelique fue escrita en Dunhammond y la leyenda dice que su compositor fue inspirado por el bosque que rodea a la escuela, un lugar lleno de historia, magia y peligro. Pero, ¿fue todo producto de su imaginación o las figuras fantásticas de la obra son más que imaginarias? Sing debe trabajar con el misterioso aprendiz Nathan Daysmoor como su entrenador vocal, quien es su crítico más duro y acérrimo defensor al mismo tiempo. Pero Nathan tiene secretos propios, secretos que están entrelazados con los mitos y leyendas que rodean a Dunhammond y la gran criatura que dicen que vive allí. Lírica, gótica y mágica, Strange Sweet Song de Adi Rule cautivará y encantará a los lectores.

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Uno

S

i hubieras estado ahí esa noche, la noche en que sucedió, quizás ni si quiera lo hubieras notado. Las cuerdas y los instrumentos de viento brillaban con lujo y resplandor en la perfecta humedad del auditorio y

los instrumentos de viento-metal destellaban en la suave luz de los candelabros. La música en sí misma también resplandecía, iluminando lugares oscuros que las personas ni siquiera sabían que estaban ahí. Pudiste no haber notado el pequeño movimiento. Ondeó en la debilitada luz solar estirándose a través de una de las altas ventanas arqueadas que rodeaban la habitación como una corona. Deberías haber estado mirando fijamente a la orquesta o al piso pulido o a la oscuridad dentro de tus párpados cerrados mientras la música se arremolinaba a tu alrededor. De haber abierto tus ojos o roto tu mirada vidriosa y mirado hacia la luz ondeante, habrías visto la silueta de un cuervo. Pero no lo habrías escuchado, porque el cuervo no hizo ningún sonido. Al menos, no al principio. Se posó en la cornisa de la pequeña ventana y dobló sus alas, flexionando sus dedos como si tuviera la intención de estar ahí por un rato. Algunas de las ventanas todavía tenían sus paneles coloridos, pero el cuervo había escogido una a través de la cual se habían adentrado rizos de hiedra, desplazando el vidrio con una ya olvidada caída y rotura. El cuervo se veía cómodo, de alguna manera y no solo porque fuera un cuervo decorando un remoto pasillo gótico rodeado de pinos oscuros; no solo porque San Agustín era un lugar natural para que estuviera un cuervo. Parecía estar

escuchando, ladeando su cabeza y estirando su negro cuello tan lejos como podía en la habitación.

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En el intermedio, el gran piano fue rodado hacia el escenario, negro y pulido y curvilíneo. El cuervo miró hacia el piano con un ojo y luego el otro y agitó sus alas. Mientras la audiencia aplaudía, una mujer de mediana edad se sentó en el banco y colocó sus manos en las relucientes teclas, estirando y doblando sus dedos. El cuervo torció sus propios pies grises nudosos experimentalmente. Entonces el director hizo un gesto volvió a la orquesta a la vida: un romántico concierto de piano, bien conocido para los asistentes habituales a los conciertos, quienes se acomodaron en sus asientos y respiraron. Cuando la mujer en el piano empezó a tocar, cuando las primeras delicadas y glaciales notas alcanzaron la pequeña ventana rota en el techo, el cuervo se congeló. Miró fijamente, sus desgastadas plumas se elevaron un poco. Estaba escuchando otra vez, pero ahora escuchaba con su cuerpo entero. Mientras el concierto progresaba, el cuervo se mantuvo totalmente quieto. Podría haber sido una gárgola de piedra, excepto que había algo demasiado brillante en sus ojos. Estaban fijos en las manos de la mujer. Si hubieras mirado entonces dentro de los ojos del cuervo, si hubieras sido un fantasma o una nube de humo y hubieras flotado hacia el techo para mirar profundamente dentro de esos radiantes ojos negros donde estaban reflejadas las brillantes teclas blancas, hubieras visto una desesperanza más grande de la que podrían soportar esos ojos, más grande que el auditorio en sí mismo. Y hubieras escuchado el ligero siseo, un feo y resquebrajado siseo, tan diferente de los puros y claros tonos del piano como podía ser posible. Podrías haber notado entonces que el mugroso pico estaba muy ligeramente abierto. Y podrías haberte dado cuenta con un sobresalto que el cuervo estaba intentando

cantar. Pero quizás estuviste ahí. Quizás ya conoces esta historia.

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Dos

S

ing da Navelli mira fijamente a lo largo del monolito cuadrado y arriba hacia la montaña nevada que se observa sobre el campus. Un portero descarga el equipaje de la Merced de su papá. Justo dentro de la entrada

de su dormitorio, un demacrado hombre joven en togas académicas grises habla con una de las secretarias de su padre. Finalmente está aquí, contada entre los pocos elegidos. El Conservatorio Dunhammond. El prestigio europeo escondido en la tierra salvaje de la montaña New World, rodeada por su propio bosque oscuro. Unos esparcidos edificios desiguales se apiñan en la sombra de San Agustín, la famosa iglesia gótica sinónimo de grandeza musical. Hasta su primera visita esta primavera, Sing solo había visto a San Agustín en revistas. Ahora está aquí para cantar, en el lugar que ha producido las estrellas más brillantes en música clásica durante siglo y medio. Se aleja de las luces amarillas del campus hacia los fríos bosques del norte. No muy lejos, no demasiado profundo, solo al sombrío borde agrietado. La nieve de la montaña hace hormiguear su nariz mientras mira de cerca dentro de la retorcida oscuridad. Quand il se trouvera dans la forêt sombre…Se encuentra canturreando un aria1completamente familiar. Cuando él se encuentra en el

bosque oscuro… Cuando era pequeña, la música era su nana cuando sus padres se iban, lo cual era la mayor parte del tiempo. Desde luego, varias mujeres almidonadas con olor a jabón se movían afanosamente alrededor, pero fue la música quien la Aria: Composición musical para voz solista, generalmente con acompañamiento instrumental, que es independiente o que forma parte de una composición mayor, como una ópera, un oratorio o una cantata. 1

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crió, moldeándose como una manta, nublosa o susceptible o fría o dulce y cálida. La provocaba, la calmaba, la hacía querer despegarse del piso aterciopelado y mirar fuera de la ventana. Sing da Navelli es más música que palabras en su interior. La plática proveniente del campus saca la canción de su mente. La gente se está encargando de su inscripción, registro, todos esos pequeños detalles de los que nunca tuvo que preocuparse. Entonces será oficial. No más mediocres bandas de preparatoria. Pasará el resto de sus años de adolescencia con sus colegas, esos jóvenes músicos destinados a asistir a las mejores universidades y construir carreras como fuegos artificiales, explosivas y brillantes. Finalmente va a cantar de verdad. ¿Cómo puede algo tan maravilloso llenarla de pavor? Sería mejor si Zhin estuviera aquí. Zhin, la primera casi mejor amiga de Sing, quien ama el violín casi tanto como al mundo de telenovela de la música clásica. Cuidó de Sing en el Retiro Stone Hill de Música Juvenil el verano pasado, ¿es posible que eso haya sido hace apenas unas semanas? Incluso llegaron a hacer ópera juntas, Osiris y Seth. Sing amaba el elaborado escenario con los grandes pilares de loto. Zhin amaba la escena de la batalla con todos los barítonos sin camisa. Si Zhin estuviera aquí, le diría a Sing lo que ella no podía decirse a sí misma:

Eres los bastante buena. Perteneces al Conservatorio Dunhammond. Mereces esto. La voz en la cabeza de Sing no dice esas cosas. Dice: Todavía no. Falta algo. Pero no ofrece ningún consejo cuando ella intenta, cada día en el piano, perfeccionar su imperfecta voz. Escuchó a algunos de los otros cantantes a través del muro en las audiciones de primavera; eran buenos. Muy buenos, pero no fuera de su liga. Ahora, a lo

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largo de la entrada de grava, Sing escucha a su padre hablar. Él no le hubiera permitido venir a CD2 si no hubiera pensado que podía ser lo bastante buena. Es solo que, en su familia, “bastante buena” significa “la mejor”. Sus padres podrían haberla nombrado Aria o Harmonia o Tessitura o cientos de otros nombres ingeniosos que hubieran aludido a sus antepasados. Pero no eran para ella, esos nombres que retumbaban o reflejaban o sonaban o simplemente proclamaban: ¡Soy normal! No, era Sing. Un nombre y una orden. —Sing, ¿debes deambular? Es momento de entrar. —Su padre está ahí de repente, hablando en esa tranquila e inquebrantable voz, más utilizada para ordenar que para el ocio. En lugar de su italiano nativo, le habla en inglés, el idioma de ella. El idioma de su madre—. Tienes que ir a dormir lo más pronto posible, pero no duermas durante demasiado tiempo mañana. ¿A qué hora es tu audición de colocación? Es una prueba. Él ya conoce la respuesta. —A la una en punto. —Su voz se siente pequeña aquí, en la orilla de este enorme bosque. —¿Así que debes estar despierta y cantando a qué hora? —A las nueve en punto. —Exactamente. Come un buen desayuno. Practica una pieza esta noche, pero no exageres. Está aquí, ¿entendido? —Le da unos toques ligeros en su cabeza— . Lo sabes muy bien. Te he escuchado cantar esta vocalización cientos de veces, ¿cierto? —Sing asiente. Su padre regresa la mirada hacia el campus—. Es una pena que hayamos llegado tan tarde. Me hubiera gustado ver al Maestro CD: Abreviatura de “Conservatorio Dunhammond”.

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Keppler, disfruté tanto de su interpretación de Little Night Music la primavera pasada. ¡No ha envejecido ni un día desde la última vez que lo vi! Y no tuve la oportunidad de hablar con mi viejo amigo Martin. Es mejor que no logre hablar con el presidente del CD. Sing ya siente a su padre tirar de los invisibles hilos de marioneta de su incipiente carrera. El auditorio más reciente del conservatorio es la evidencia de su repentino interés en el altruismo hacia su escuela. —Espero que hayan escogido una ópera apropiada para el Festival de Otoño. —Pone un brazo alrededor de sus hombros—. Algo barroco, ¿qué te parece,

carina3? Eso quedaría adorable en tu voz. Me gustaría escucharlo. Algo barroco, piensa. Algo seguro. Algo técnico y estilizado. Pero en su mente continúa escuchando una melodía diferente, una extensa y lastimera nacida de este mismo bosque hace casi ciento cincuenta años. Cuando él se encuentra en

el bosque oscuro… —Aquí fue donde Durand compuso Angelique —susurra ella y se sorprende de haberlo dicho en voz alta. El brazo de su padre se tensa. —Sí, en efecto. Este es un lugar hermoso para componer una ópera. Vieni, es momento de entrar. Ella duda, mirando fijamente el bosque oscuro, el bosque oscuro de Durand. El bosque oscuro de Angelique. Es incapaz de darse la vuelta. Después de un momento, su padre habla en una intensa y discreta voz y la llama por un nombre que ella no ha escuchado en años.

Carina: Cariño en italiano.

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—Farfallina4 —dice él—, me voy esta noche. Pero por favor prométeme que vas a quedarte siempre en el campus. Se dice que este bosque es peligroso. Sing inclina su cabeza. —Eso suena casi supersticiosos de tu parte, Papà. Él sonríe. —Solo estoy siendo tu padre, cariño. Si él quisiera, el padre de Sing podría dirigir Angelique tan bien como cualquiera en el mundo. Pero Sing no podría imaginarlo haciendo algo tan poco práctico como deambular alrededor del mismo bosque que la inspiró. Su madre, quizás. Pero ella no asistió al Conservatorio Dunhammond y jamás lo vería ahora. Quién sabe si habría respondido a la llamada del bosque…o si incluso la hubiera escuchado. Se encoge de hombros. —No le tengo miedo a los fantasmas. Su padre continúa sonriendo, pero sus ojos son serios. —Es bueno escucharlo.

Farfallina: Mariposa en italiano.

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Tres

C

uando el concierto terminó, el cuervo permaneció quieto, sus negros ojos fijos en el piano de cola. Miró fijamente hasta que los últimos rayos del sol se fueron, hasta que lo último de la luz se hubo extinto y

el pasillo se hubo sumergido en una profunda oscuridad. Cuando ya no pudo ver el piano, el cuervo continuó mirando fijamente a través de la ventana rota hacia el lugar donde sabía que se encontraba el piano. Y pudo haber continuado mirando fijamente por siempre, de no haber sido por el diminuto ruido, el ligero chasquido de algo duro y afilado en el techo de baldosas. Instintivamente, el cuervo echó a volar. Pero su pata derecha estaba enredada en la espesa hiedra cubriendo el alféizar. El cuervo se fue hacia atrás, aleteando, pero no podía liberarse. Sus alas se enredaron también, como si los rizos de hiedra se estuvieran estirando para agarrarlo. Aún consciente de la extraña presencia en el techo detrás de él, el cuervo se dio la vuelta. No vio el gran cuerpo oscuro, precaria e imposiblemente posado. No vio la cola como látigo ni las garras amarillas. Solo vio los ojos, profundos y violáceos oscuros, hambrientos y despiadados. El cuervo nunca antes había visto ala Félix, pero supo tener miedo.

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Cuatro

A

udiciones de colocación. Sing se sienta en un largo banco de arce, mirando hacia la traslúcida ventana al otro lado del pasillo. A pesar de su melancólico exterior, esta parte de San Agustín es soleada.

Entorna los ojos hacia el brillante vitral: bloques con forma de notas musicales y pentagramas turbulentos. —Eres Sing da Navelli. —La voz a su lado es un ruido vibrante en el silencioso y enorme recibidor. Ella se sobresalta. Su mente ha estado a la deriva. A pesar de la insistencia de su padre, no durmió bien. Fue incapaz de sacar el aria de Durand de su cabeza; el bosque afuera de su ventana parecía estar cantándosela toda la noche. El chico de cabello cobrizo a su lado es uno de los pocos adolescentes aquí que no está sujetando un estuche de instrumento. Como ella, solo carga un portafolio de cuero negro. —¿Estoy equivocado? —pregunta el chico—. La etiqueta con tu nombre dice “Sing”. ¿O eso es solo lo que haces? Sing levanta una ceja. Probablemente, se está burlando de ella. —Bueno, en ese caso, ¿la etiqueta con tu nombre no diría “Sing” también? Ella abre su portafolio y estudia la introducción de su canción de colocación.

Dos medidas de cuatro, luego una de tres, terminando en el repunte de la corchea. No puede estropear el principio. Esta audición establecerá su lugar en la jerarquía de los sopranos… y solo hay espacio en la cima para uno. —Eso dice.

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Sing levanta la mirada. —¿Qué? —Estoy bromeando. —El chico apunta hacia la etiqueta de su nombre. “Ryan”, en azul para indicar que es de último año. Incluso sin el código de color, Sing puede identificar quiénes son los de último año. A diferencia de los de primero; asustados y confundidos; o los de segundo; arrogantes; los de último año están relajados. Ya han hecho esta audición varias veces. Ryan sonríe y Sing le regresa la sonrisa accidentalmente. Se olvida del repunte de la corchea y por el más ligero de los momentos piensa que él es bien parecido. Luego se da cuenta de que sus ojos buscan una respuesta en su rostro. Su buena apariencia es calculada. Su pecho se desinfla. Debe saber quién es ella. Como si la brillante fama de sus padres se filtrara por sus poros. Le da una rápida sonrisa con los labios cerrados y regresa a su música. Recuerda respirar antes del largo pasaje de aquí. —No eres muy amistosa, ¿cierto? —le dice, como si ella fuera un animal salvaje al cual está pensando en capturarlo y meterlo en una caja. Sing murmura: —Soy amistosa con mis amigos. —¿Amigos? ¿Puede él darse cuenta que esa fue una mentira? ¿Que ella no tiene amigos? Ella se queda mirando fijamente su música, pero no ve las notas realmente. Y puede decir que Ryan todavía está sonriendo. —Bueno, espero que seamos amigos —dice—. Prefiero amigable sobre brusco cualquier día. Ella levanta la mirada.

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¿Brusco? Abre su boca, pero no dice nada. Él se ríe como si supiera lo que está pensando—lo cual no puede ser cierto, porque ni siquiera ella sabe lo que está pensando—, y dice: —Oye, tomemos un café más tarde. En la villa. Es tan arrogante. Sing lo mira, intentando encontrar una respuesta brusca. Su traviesa mirada todavía está sobre ella, ojos inmutables, sonrisa relajada… cabello brillante… dientes blancos… En verdad es bien parecido. Sing siente que se sonroja y levanta su portafolio para estudiarlo más de cerca, escondiendo su rostro. —Acabo de llegar en avión esta mañana—dice Ryan como si estuvieran teniendo una conversación—. Ni siquiera he desempacado, tuve que ponerme este elegante uniforme y venir directo a las colocaciones. ¿Qué canción vas a cantar? Desde detrás de su portafolio, Sing dice: —No voy a cantar una canción. Voy a hacer una vocalización dodecafónica de Janice Bailey. ¿Eso se escuchó brusco? —¡Amo a Janice Bailey! —dice Ryan—. ¿Esa cosa loca de los setentas? ¿Papel arrugándose y vidrio estrellándose? Sing baja su portafolio. —Me gustan más sus cosas nuevas. Más líricas, más tonal. —Sí, sé a lo que te refieres. —Ryan asiente—. Ahora que es famosa tiene menos que probar. A lo mejor simplemente lo está disfrutando.

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A Sing le agradan los chicos que pueden hablar sobre música. Examina el pasillo, preguntándose si alguien más está en alguna conversación profunda acerca de compositores cuyos únicos fans son otros músicos. Pero el vestíbulo está apagado. Una línea de faldas de lana azul pizarra iguales y chalecos. Medias hasta las rodillas. Pantalones grises y corbatas azules. Cabezas inclinadas sobre portafolios, bocas sobre instrumentos de viento, arcos siendo silenciosamente ajustados o afinados. El ambiente está repleto de músicos intentando no hacer nada de música. —Bueno, señorita Vocalización Dodecafónica—Ryan se inclina contra la pared—, debes estar decepcionada de que vayamos a hacer la vieja y aburrida

Angelique este semestre. La garganta de Sing se congela. ¿Angelique? Ryan frunce el ceño. —¿Estás bien? —Sí, yo… es que no… Es mi ópera favorita. —¡Suertuda! —dice—. ¡A lo mejor consigues una parte importante! Una imagen que Sing ha intentado reprimir durante mucho tiempo surge otra vez: ella misma, imaginada en el papel principal. Angelique. El papel que ha querido cantar desde que tenía cinco. —Me gustaría ser el príncipe Elbert. —Ryan canturrea una parte de una melodía. Su pecho se tensa. El príncipe Elbert, ¿el que se casa con Angelique al final del Tercer Acto? ¿Ese con quien Angelique canta un apasionado dueto de amor? Ryan toma una pose noble y empieza a cantar.

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—Todo lo que veo, todo lo que soy5… —Claro.—Sing se relaja. No sabe qué es más terrible: su canto o su francés. No hay manera de que sea seleccionado para el papel del príncipe Elbert. Pero continúa. —Todo es mío, ¡excepto tú!6 —Resentidas caras silenciosas lo miran desde todo lo largo del resonante pasillo. Sin embargo, no parece importarle y saca su pecho pomposamente, cantando incluso más alto—. ¡Excepto tú! ¡Excepto

túuuuu!7 Sing se ríe. No puede evitarlo. Todo es tan serio aquí; la música es seria. Si el conservatorio tuviera un lema, sería eso: Sea serio. Pero a Ryan no parece importarle. Ahora se ha puesto de pie y está canturreando la parte de la trompeta mientras marcha por el lugar. Los ceños fruncidos a lo largo del pasillo se vuelven recelosas miradas como de roedor. Sing observa a Ryan mientras se vuelve a sentar, estirando sus piernas y poniendo sus brazos detrás de su cabeza. Huele muy ligeramente a colonia. Bueno, definitivamente es diferente. Su sonrojo empieza a volver. La atrapa mirándolo y sonríe astutamente, como si hubieran estado jugando un juego y él hubiera ganado. Y a lo mejor ha ganado. —Bueno, a lo mejor no estoy hecho para protagónicos de ópera —dice él—. No te preocupes, Sing Dodecafónica Angelique. Estoy seguro que hay suficientes jóvenes atractivos por aquí que pelearán por el honor de cantar frente a ti. Tendré que atenerme a ser un imbécil.

Original en francés: Tout ce que je vois, tout ce que je veux. Original en francés: Tout est à moi sauf vous! 7Original en francés: Sauf vous! Sauf voooooous! 5 6

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Sing se ríe de nuevo. —Estoy segura de que tienes algunos otros talentos. —Bueno —dice, inclinándose de manera que su colonia vaga sobre ella—, podría vigilar tu puerta y protegerte de los fantasmas. —¿Hay fantasmas en el CD? Los ojos de Ryan se amplían. —Todo campus respetable tiene fantasmas. Tenemos al aprendiz Daysmoor, por ejemplo. Quiero decir, técnicamente todavía está vivo, pero nadie puede asustar como ese tipo. Sing no quiere que Ryan se vaya. —¿Cómo es él? Ryan baja su voz. —Es este espeluznante aprendiz que vive en la vieja torre que sobresale de Archer. Sing aprieta sus cejas, intrigada. —¿Espeluznante? ¿Cómo? ¿Con guarida subterránea? ¿Genialidad musical secreta? ¿Seductor de doncellas? —Guau, ¿eso es en lo primero que piensas? ¿En serio? —Ryan sonríe—. Eso es algo impresionante, de hecho. —Gracias—dice Sing dice—. Entonces, ¿cuál es el instrumento de Daysmoor? Ryan se encoge de hombros. —El piano, supongo, pero es terrible. ¿Sabes cómo lo llaman las personas? “Toca mediocre”. Síp, no es genial, pero como que funciona.

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—¿Es terrible? ¿En serio? —¡Oh, sí! —Ryan levanta sus cejas—. Solo dio una actuación una vez y salió del escenario con abucheos. Todo el mundo lo sabe. Pero la parte más espeluznante… bueno, ¿sabes qué dicen? Sing niega con su cabeza. Siente el frío del alto pasillo de piedra. Ryan susurra: —Dicen que es un vampiro que estaba viviendo aquí cuando convirtieron la antigua iglesia y jamás se ha ido. Se miraron el uno al otro por un largo momento antes de que ambos rieran por lo absurdo de eso. Un aprendiz de mejillas caídas saca su cabeza desde la pesada puerta del presidente. —¿Anita? Una chica con cabello esponjado se acerca arrastrando los pies con su nariz hacia abajo, agarrando su inmaculado estuche de flauta y portafolio contra su pecho. Sus brillantes zapatos chasquean y hacen eco en el masivo pasillo de piedra. Ryan se pone de pie. —¿Aún no me necesitan? —No. —El aprendiz frunce el ceño y entrecierra sus pequeños ojos—. Espera tu turno. —Soy Ryan Larkin. —Ryan apunta hacia la tarjeta con su nombre nuevamente. Sing piensa que debe estar muy orgulloso de ello. Pero no puede

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evitar observar con confusión cuando la expresión del aprendiz cambia de una de molestia a una de comprensivo y amigable. ¿Comprensivo y amigable? ¿Un aprendiz? —Oh. Cierto—dice el aprendiz—. Lo siento, hombre. Adentro. Ryan le dispara a Sing una última sonrisa engreída y sigue a la chica de la flauta dentro de la oficina del presidente.

¿Lo siento, hombre? Sing frunce el ceño. Aunque solo ha estado en el campus durante un día, se ha acostumbrado a que los aprendices le gruñan. Definitivamente no ha visto a alguno siendo agradable con alguien. ¿Quién es Ryan?

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Cinco

G

eorge no era un joven supersticioso, pero algo acerca del patio interior en la noche lo ponía nervioso. Las linternas a lo largo del camino habían sido apagadas y la luna delineaba el descuidado bosque

detrás de San Agustín. Extraño que solo una hora atrás, el pasillo del concierto había estado repleto de riachuelos de músicos y miembros de la audiencia, todos ahí para escuchar a la famosa Gloria Stewart. Ahora se habían ido, el pasillo callado y oscuro. No era que tuviera miedo, se dijo, agarrando su libreta contra su pecho. Allá en la escuela Daysmoor para chicos, con frecuencia había acompañado a sus amigos en sus travesuras nocturnas. E incluso como estudiante aquí en el conservatorio, siempre había estado dispuesto a echar una carrera a mitad de la noche hacia Dunhammond para ver en qué andaban los chicos locales. Tal vez este extraño sentimiento era el brillante y nuevo sentido de responsabilidad que acompañaba a su brillante nuevo título: profesor asistente. Ya no sentía una presencia vigilante acechándolo; ese era ahora su papel. Protector, líder, guía. La pesada puerta de San Agustín tenía la costumbre de atorarse, como si todavía hubiera un enorme árbol vivo sobrepasando su marco de piedra. En la ligera luz, George la empujó para cerrarla. Pero por encima del familiar rechinido, pensó haber escuchado otro tipo de gruñido; uno humano. Con las orejas incluso calentándose al frío aire, se congeló, su mano todavía en el negro aro metálico. Silencio.

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Se dijo a sí mismo que debería llamar, ¿Hola? Desempeñar su deber como representante de esta escuela venerable y su gente. Después de todo, podría haber sido la voz de un miembro de la audiencia de edad avanzada que hubiera tropezado dentro de una zanja. O un estudiante ebrio que se hubiera caído en los arbustos. O… o… o alguna otra cosa normal. Pero no habló. Escuchó. Los crujidos de los árboles, el extraño chasquido o rasguño desde el bosque. La luna iluminaba el camino que recorría la distancia desde el edificio y terminaba abruptamente en el patio interior cubierto de hierba, aunque George lo conocía también a oscuras. Debió haber sido solo otro chirrido de la vieja puerta. Se movió a lo largo del camino, intentando enfocarse en las notas que había tomado esa noche. El compás de cuatro cuartos del Maestro había parecido acentuar alto en el puente, tal vez permitía una mejor complejidad de…

Ahí estaba de nuevo. Un bajo y áspero quejido viniendo desde el techo. Quizás no humano, después de todo. George se detuvo y levantó la mirada hacia el imponente y viejo pasillo, algo que normalmente evitaba hacer cuando estaba solo en la noche debido a las gárgolas que le regresaban la mirada. ¿Había sido una de ellas? Ciertamente había sonado como una garganta de piedra, dura y profunda y áspera. Pero las gárgolas estaban quietas, protegiendo el pasillo como siempre lo habían hecho. Como él debería estar haciendo. George tragó y exclamó:

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— ¿Hola? —Su voz fue absorbida por el muro y la hierba. Dio un paso hacia atrás para examinar mejor el techo. Algo blanco relucía en la cima del extremo lejano.

¿Qué era eso? Entornó los ojos, luego retrocedió. Era un brazo humano. Posiblemente solo estaba tirado sobre la pendiente del techo, aún adherido a una persona en el otro lado. O tal vez no. George sabía que el conservatorio estaba embrujado tanto por fantasmas como por historias. La vista de un brazo trajo algunos de los rumores más siniestros a la superficie de su conciencia. Nadie había sido asesinado en el bosque durante un largo tiempo, pero las leyendas tardan más en morir que las personas. Se decía que el mismo Durand había visto al Gato. Y un gato… bueno, George no sabía acerca de la mitología ni nada como eso, pero incluso un gato normal tan grande como se suponía que éste había sido no habría tenido problema en servirse cualquier bocado de persona que encontrara apetitosa. Mientras se acercaba, largos y esbeltos dedos destacaron y algo más… el brazo estaba enredado con lo que se veía como hiedra negra. Empezaba en la muñeca y se curvaba alrededor casi por todo el camino hacia el hombro. Cuando George alcanzó el extremo del edificio y pudo ver claramente, se dio cuenta que no era hiedra en lo absoluto, sino un tatuaje. George miró el brazo de cerca. Había algo erróneo al respecto. No se veía extraño, precisamente, excepto por el tatuaje. De hecho, era bastante hermoso, tanto como podía serlo un brazo, especialmente los elegantes dedos; dedos por los que cualquier pianista mataría. Pero no podía obligarse del todo a dirigirse de vuelta hacia el pasillo y trepar las desvencijadas escaleras hacia la trampilla

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para investigar más a fondo; tampoco podía separarse de la visión de ir y alertar al presidente o a la policía. Así que, por un tiempo, George solo se quedó mirando el brazo fijamente. Luego uno de los pálidos dedos empezó a moverse.

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Seis

L

a audición es formal. Sing camina lentamente hacia el centro de la oficina del presidente y se para, los hombros hacia atrás y los pies separados, en una sección roja de la desvanecida alfombra multicolor.

El aprendiz de mejillas caídas que la hizo pasar cerró la puerta detrás de él cuando se va. El presidente, un hombre alto de color cuyo cabello limpio está manchado de gris, está en su escritorio escribiendo algo. Junto a él se encuentra la jefe del departamento de voz, la profesora Needleman, una mujer carnosa con las mejillas sonrosadas y cabello claro recogido en un moño severo. Sing no los ha visto desde que audicionó para el conservatorio en la primavera pasada. Se mostraron escépticos entonces, ella podía verlo en sus caras a pesar de que trataron de ocultarlo. Pero su padre sabía que estaba lista de una manera que no había estado el año anterior y se lo había demostrado a sí misma. Ahora

solo tengo que hacerlo de nuevo, piensa. El Maestro Keppler se encuentra junto al profesor Needleman, su cabello largo asquerosamente engrasado, sus tupidas cejas grises juntas. Parece antipático o, posiblemente, tiene algún tipo de malestar gastrointestinal y las líneas de su rostro son tan profundas y endurecidas que Sing se pregunta si él es capaz de cualquier otra expresión. ¿Este es el hombre que le enseñó a conducir una orquesta a su padre durante su período en el CD? Sing intenta hacer algunos cálculos rápidos en la cabeza: su padre tiene sesenta y seis años, ¿no? ¿Qué edad debe tener el Maestro, entonces? Mirándola, juraría que es el hombre más joven.

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Algunos otros miembros de la facultad salpican la amplia habitación, cada uno con un portapapeles. Todos los ojos están puestos en Sing. Todos los ojos, se da cuenta, a excepción de dos: esos pertenecen a un aprendiz que está sentado o más bien tirado junto al Maestro. Su cabeza cuelga hacia un lado, sus ojos están cerrados y su mandíbula cuelga sin fuerzas de su rostro, como si no hubiera sido fijada correctamente. Su cabello negro como el carbón parece que no ha sido peinado, cortado o lavado en mucho tiempo. Sing se pregunta brevemente si está muerto. —Señorita da Navelli, es un placer verla de nuevo —dice el presidente. Como Sing estaba esperando, muchas de las miradas que están sobre ella repentinamente se agudizan ante la mención de su apellido. Incluso el aprendiz muerto vuelve y la mira con ojos apagados tan negros como su cabello. Hay una fealdad de él, no en sus rasgos, sino en su mirada sin brillo. Ella siente sus ojos sobre ella con demasiada fuerza y desearía que los cerrara de nuevo. —También es bueno verlo, presidente Martin —dice ella, enderezando su columna vertebral en una posición casi militar y levantando la barbilla. El presidente continúa: — ¿Disfrutaste tu verano? Tu padre me dijo que tuviste toda una educación.

Claro, piensa Sing. Cada semana una ciudad diferente y una ópera diferente, con él señalando todo lo que los sopranos estaban haciendo mejor que yo. Pero ella dice: —Sí, señor. Butterfly de Kapteina fue particularmente inspiradora, aunque nos dijo que se estaba recuperando de un resfriado. —Puede oír la voz de su madre: No pierdas la oportunidad de nombrarla; discretamente, por supuesto y

sin esfuerzo. Al presidente Martin no le puede hacer daño el tener la

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impresión de que está en condiciones de hablar con Ingrid Kapteina, incluso si es realmente su padre quien conoce a la famosa cantante. —Maravilloso. Sí, oí que era excelente. Ahora, ¿qué vas a cantar para nosotros? Ella puede decir que él está tratando de ser amable, pero siempre es lo mismo con sus directores y directores de orquesta y maestros. Saben que su padre está en el fondo. —Um, una vocalización… el Número Diecisiete por Janice Bailey. —Abre su portafolio. —Um, ¿una vocalización? —Es el Maestro quien habla ahora y su voz es áspera. Entrelaza sus dedos rígidamente—. ¿Es usted consciente de que las audiciones de colocación se llevan a cabo de manera que podamos colocarla en grupos y papeles apropiados? —Sí, Maestro. —Sing siente que se le enrojece el rostro. ¿Está en problemas? —¿Y que esta es nuestra única oportunidad de considerarla para la ópera? —Sí, Maestro. El Maestro suspira. —¿Puedo preguntar, entonces, por qué se ha seleccionado:“Um, una vocalización”? ¿Se le ocurrió que podríamos preferir algo con palabras? ¿Tal vez palabras francesas, como estamos haciendo en Angelique? Las manos de Sing comienzan a temblar. No le dice: No puedo cantar

Angelique de verdad. Aún no. Admitir eso sería seguro aplastar cualquier oportunidad que tuviera de conseguir la ventaja. No, tiene que apegarse a lo seguro por ahora y preocuparse por el papel de sus sueños cuando lo haya asegurado. No hay necesidad de que nadie aquí sepa su secreto: que a pesar de su sangre y de su formación, todavía hay algo… mal… con su voz.

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En cambio, convoca su coraje y dice: —He estudiado francés en casa, señor, y alemán y tengo un italiano fluido. —Puedo leer su formulario, gracias —dice el Maestro. El presidente Martín sonríe. —Estoy seguro de que su francés es excelente. El Maestro levanta la voz un poco y mira al presidente. —Sabe, mi madre era una enfermera. ¿Vendría a mí si usted se rompió el brazo? Quiero decir, ¿qué estamos tratando de hacer aquí? Lamento que el público extrañe a Barbara da Navelli, ¡pero no es nuestro trabajo traerla de vuelta! Las palabras toman Sing por sorpresa y queda en silencio. La profesora Needleman luce incómodo. Algunos de los profesores se remueve no aclaran sus gargantas, agradecidos de estar fuera de la atención del Maestro. Solo el presidente Martín dispara a Sing una mirada tranquilizadora, una pequeña sonrisa que dice: Oh, bueno. Insistirá en que sea de esta manera, ¿no? Nadie dice: Es su madre de quien estás hablando. Nadie dice eso. Mira de nuevo al aprendiz de cabello negro involuntariamente, cuyo rostro duro es ilegible, los ojos fijos en los de ella en una oscura y ardiente mirada. Por un breve momento, ella se congela. Pero luego cierra sus ojos de nuevo, cortando la conexión graciosamente. —No importa, George, no importa —dice el presidente, acariciando el escritorio—. No pusimos ningún requisito. Dios mío, solo nombramos a la ópera oficialmente esta mañana; no podemos esperar que todos los niños de voz tengan arias francesas. Puede cantar lo que quiera.

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—Sí, por supuesto que puede, ¿verdad? —El Maestro cruza sus brazos—. Bien, adelante. Sing inhala profundamente, parpadeando el picor que está empezando detrás de sus ojos y se vuelve para entregarle su música al acompañante. Pero se detiene cuando ve un rostro sonriente mirándolo desde detrás del piano de media cola de caoba del presidente. —No te preocupes —susurra Ryan, tomando la música. Sing está demasiado sorprendida para hacer otra cosa que darle el visto bueno para comenzar.

Dos medidas de cuatro, luego una de tres…Respira a través de la nariz y siente sus costillas expandirse, aunque todavía están muy tensas. Quiere girar los hombros y aflojarlas, pero parece que no puede encontrar los músculos que se supone que lo hagan. ¡No les tengas miedo! ¡Tienen suerte de escucharte

cantar!, dice su padre en su cabeza. ¡Pronto estarán alineándose en las calles para escucharte cantar! La primera nota es plana, pero lo corrige. Ha elegido Ah, pero lo lamenta ahora, Oo habría sido mejor. Tal vez cambiará las vocales después de las primeras frases. Respira. No debería haber tenido que respirar allí. Obtener una mayor respiración la próxima vez. El aprendiz de melena negra la mira con los ojos entrecerrados. No sabe por qué, pero siente que la juzga. ¿Fue esa inhalación puntiaguda un comentario en su último F alto, no girando tan bien como debería? Se obliga a mirar hacia otro lado. ¿Qué le importa lo que piense un aprendiz, de todos modos? La mayoría de los profesores lucen como si hubieran visto demasiadas audiciones hoy. El presidente parece estar haciendo papeleo y el Maestro está con el ceño fruncido, los ojos clavados en ella. La profesora Needleman lleva una sonrisa artificial, pero al menos lo está intentando.

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Sonríe. Sing se ha olvidado de sonreír. ¿Parecerá extraño si empieza ahora, a la mitad? Lo, hace de todos modos, y su sonido se ilumina. Angelique tendría un sonido brillante y alegre. Ella debe mostrarles que puede hacerlo. Aquí viene

el dramatismo8,como le gusta decir a su padre. Toma un gran aliento y se sumerge en la frase; la nota es buena—muy buena—, pero ha desperdiciado demasiado aire en la melodía ascendente y el clímax es apresurado, porque no está segura de poder lograrlo. Luego retrocede, preocupada de que si presiona demasiado, el sonido se volverá inestable o, peor aún, se romperá por completo. No puede mover su mandíbula. Trata de decrecer en la última nota, pero el fondo simplemente se separa y se queda con un pequeño gemido débil. Es una audición, así que no hay aplausos, solo silencio mientras los profesores toman algunas notas. Sing no mira a Ryan. El presidente levanta los ojos un momento y dice: —Gracias —por último. Sing se va. No se da cuenta que el aprendiz mira con ojos completamente abiertos, frunciendo el ceño ligeramente.

Dramatismo: En inglés, el término que se usa para describir esto es money note, que no tiene traducción literal al español. Money note es una jerga en la industria de la música que hace referencia a la parte de una actuación de canto en vivo o grabada que es subjetivamente juzgada por ser muy dramática o emocionalmente inspiradora. 8

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Siete

L

a Félix nació como una bola de luz, algo suave, gorjeante y cálido quien vio su propio gozo reflejado en los ojos de su madre. Daban volteretas y se deslizaban en el cielo y durante los más breves momentos, todo era

perfecto. No iba a saber que su felicidad establecía el listado del universo y se tenía que hacer algo para ponerlo bien de nuevo. Así que llegó su hermano, sarnoso y resbaladizo, con una película de sangre en sus ojos. Con zarpazos y crujidos, rasgó su camino hacia el universo, tomó su primer jadeo fortificante y se lanzó hacia su madre como un demonio. La Felix, más vieja y fuerte, dio zarpazos mientras los ojos de su madre se volvían vacíos y apagados. Las crías lucharon y se desgarraron y saltaron, sus aullidos eran audibles incluso en el fondo de los océanos. Pronto la Felix estuvo sola y podría haber sido feliz incluso en el luto, con los recuerdos de su madre y la belleza de las estrellas. Pero al tomar la vida de su hermano sin nombre, había roto su propio corazón. Ahora ella era oscuridad. Ese día, la Felix vino a la tierra y ha estado deambulando desde entonces. Poco permanece de ella, excepto el hambre y la ferocidad.

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Ocho

A

ngelique fue la primera ópera que Sing vio. La recuerda perfectamente: cómo podía jurar que el barítono alto estaba cantando delicadamente en su oído en lugar de pavonearse en un

escenario mucho más abajo. Cómo el coro era una voz y muchas voces al mismo tiempo, el sonido de una escuela de brillantes peces que destellaban y se lanzaban y se movían perfectamente juntos. Y como se sintió verla a ella—

ella—, dar esos gráciles primeros pasos hacia el conjunto. No conoce el nombre de la soprano y no importa. Ella era Angelique, su vestido con volados de color blanco ondulando, cabello dorado cayendo en cascada por su espalda en rizos saltarines. Sing todavía puede escuchar su dulce y liviana voz revoloteando sobre las notas altas y suavemente alineándose en el bajo. Una cosa era sentarse en frente del tocadiscos e imaginar, otra muy distinta era experimentar el hormigueo del pecho hasta la sien cuando la gran cantante llenaba la habitación con armónicos. Mágico. Después de eso, sacó las grabaciones de su padre y aprendió la aria más famosa de Angelique, aproximando los sonidos de las misteriosas palabras extranjeras. En respuesta a su primera actuación en la mesa, sus padres comenzaron a pelear; su padre diciendo: Dije desde el principio que era una cantante y su madre diciendo: Discutimos esto, tiene que ser el piano porque no tiene oído. Sing, de cinco años de edad, puso las manos en su cabeza confundida y encontró ambos oídos en su lugar. El piano resultó no ser el instrumento de Sing, después de todo; sus dedos eran cortos y torpes y su mala postura—la cual su madre señalaba con pequeños

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golpecitos agudos en su espalda baja—, hacía que sus muñecas y sus hombros dolieran. Cuando sus padres se iban, las niñeras no la podían hacer practicar. En cambio, dejaban que escuchara grabaciones. Las óperas eras sus favoritas. Nunca cantó Angelique para sus padres otra vez. Pero sabe las palabras ahora. Las palabras verdaderas y las notas y los ritmos, los personajes y la historia, las emociones y la belleza. Lo sabe de memoria. Movimientos en su visión periférica la trae de vuelta al presente. Su primer día completo en el Conservatorio Dunhammond. Sus primeros momentos a solas en el patio soleado. ¿Hay alguien entrometiéndose ya? Miró hacia atrás. Síp, esa chica baja definitivamente viene hacia aquí. Genial, hizo contacto visual. Ahora la chica está saludando y apresurándose por el pasto hacia el banco de hierro en el que Sing está sentada. Sing revisa su reloj: cuarenta y cinco minutos hasta la reunión oficial de bienvenida del CD. Solo quería un momento a solas con su compositora favorita. Al parecer, era mucho pedir eso. Mira hacia la estatua de bronce, brillando en la inclinada luz del sol. Dos cuervos de tamaño considerable, cada uno encaramado en un hombro cuadrado, le dan un aire de amenaza a la imponente figura. Pero el sujeto en sí mismo parece suficientemente benigno, su brazo izquierdo sosteniendo una especie de pequeña e impráctica arpa, sobre la cual probablemente nunca puso sus ojos en su vida, su mano derecha sosteniendo una pluma. Su expresión es nostálgica, con los ojos hacia el cielo, un pie en un cubo de leche volcado. FRANÇOIS DURAND, 1811–1877,dice la placa. FUNDADOR, COMPOSITOR, PROFESOR. SOBREVIVIENTE DE LA MASACRE DE DUNHAMMOND, 1862.

Este realmente es su lugar, piensa Sing. Los árboles más allá de la cerca del campus le hacen señas con miles de manos de hojas. Durand no le tenía miedo a este bosque. ¿Por qué yo debería temerle?

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La chica bajita llega al banco, un poco sin aliento. Sus pulmones no deben ser más grandes que dos grandes alas de mariposa colgadas una junto a la otra. Sing cruza los brazos y pretende estudiar la base de madera de la estatua. —¡Hola! —La chica se sienta—. ¿Te importa si te entrevisto? Sing eleva las cejas. —¿Disculpa? La chica coloca un estuche negro de clarinete en el pasto. —Jenny Eisley —dice ella, hurgando en su mochila—. Tengo un cuaderno aquí en alguna parte. Eres Sing da Navelli, ¿cierto? —Sí. Eres bastante directa. —Sing no está segura de por qué no está caminando velozmente lejos de Jenny Eisley en este momento. Después de que su madre murió, se había vuelto muy buena ignorando a la gente que quería algo de ella. —Vi que te llamaban para las colocaciones —dice Jenny—. Estaba atenta. Sabía que ibas a estar aquí; la gente estaba como: Ohdiosmío, ¡descendencia

famosa llegando! Aunque, francamente, medio esperaba que fueras un chico. Y caliente. —Siento decepcionarte en ambas cosas —dice Sing—. La genética, supongo. Jenny se ríe. —Oh, no lo sé. Eres linda. Como uno de esos dibujos animados de ojos grandes y narices pequeñas. —Uh, ¿gracias?

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—De todas maneras, no podría decir mucho por tu nombre —dice Jenny—. Es un nombre un poco extraño para una niña italiana, para ser honestos. Sin ofender. —Medio italiana. —Sing parpadea. Hay algo agradable sobre Jenny, la forma en que arruga la nariz y se mueve un poco demasiado rápido. La forma en que piensa que “sin ofender” borra todo lo que vino antes. Jenny abre su cuaderno. —¿Entonces puedo escribir un artículo sobre ti? —Espera, ¿un artículo? ¿Para qué? —¡El Trompetista! El diario de los estudiantes del CD. Tengo muchas ganas de entrar a su equipo de escritores. Esta es mi audición. Me imaginé, ¡oye! ¡Tenemos una persona famosa en nuestra clase! ¡Definitivamente debería hablar con él! —Ella —dice Sing. —Sé eso ahora. ¿Entonces qué te parece? ¿Aquí, ahora? ¿Tomando el sol a los pies de nuestro creador? —Mira, realmente no se supone que haga entrevistas sin… —Oh, dame un respiro. —Jenny saca la tapa de su pluma. Sing no sabe por qué, pero dice: —Está bien, supongo. Las preguntas son inocuas. ¿Color favorito? ¿Equipo deportivo? ¿Blog?

¿Compositor? —…Durand.

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Jenny levanta la mirada. —Bueno, ¡esa es suerte! ¿Estás totalmente emocionada de que vamos a hacer

Angelique? ¿Por qué esta pregunta es tan difícil? —Um, claro —croa Sing. Hay una vacilación en el rasgueo de la pluma. Otro cuervo se alinea en la estatua, colocándose en la parte superior de la cabeza de bronce del compositor. Los estudiantes cruzan el césped, solos o en pequeños grupos, diciendo cosas que Sing no puede descifrar a lo largo de la distancia y la brisa. —¿Estás bien? —pregunta Jenny—. Pareces un poco asustada. —Oh —dice Sing—. Bueno, es solo que es mi ópera favorita y…como que aumenta la presión, ¿sabes? —Como si las expectativas de su padre no fueran suficiente estrés. ¡Su padre!—. ¡Mi padre nunca aprobará esto! —dice ellay se encuentra sorprendida de haber compartido esto con un casi desconocido. Que está tomando notas. —¿De Angelique? —Jenny frunce las cejas. —Es… es una larga historia —dice Sing. Lo que es una mentira. Es una historia muy corta: Mi mamá murió durante una actuación de Angelique. Jenny solo se encoge de hombros y dice: —¿Qué va a hacer? ¿Sacarte del conservatorio? Sing parpadea. —No —dice ella—. No, él nunca haría eso. —Entonces olvídalo —dice Jenny—. ¿A quién le importa lo que piense?

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Sing puede pensar en mucha gente a la que le importa lo que piensa su padre. Pero quizás ella no tiene que ser una de ellas en este momento. Puede sentir su corazón latiendo un poco más rápido cuando el entendimiento se hunde. —¿Te gusta el dormitorio? —pregunta Jenny. Esto se siente como simple curiosidad, no una pregunta de entrevista. —Es agradable —dice Sing—. ¿A ti te gusta? Jenny frunce los labios. —Oh, no habrá ningún problema. Todas las comodidades de la cárcel. Sing se ríe. —No creo que hayan renovado en un tiempo. —Al menos no tenemos que dormir en San Agustín. —Jenny mira la vieja iglesia—. Quiero decir, ¿gárgolas? Ni siquiera sabía que tuviéramos gárgolas en Norteamérica. —Son gárgolas falsas —dice Sing—. Bueno, no falsas, pero, ya sabes, no es como si este lugar tuviera ochocientos años. Fui construido durante el renacimiento gótico, a principios del siglo diecinueve, por algún tipo rico. Eso fue antes de que Durand lo consiguiera. Había una iglesia de piedra aquí antes, el verdadero San Agustín, que data hace bastante, sin embargo. Y algún tipo de torre que fue con ella por protección. El silencio se cierne brevemente antes de que Jenny diga: —¿Eres, como, una enciclopedia? Sing se aclara la garganta. Olvida que no todos han sido entrenados tan a fondo para recordar fechas y contextos y argumentos.

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—Lo siento —dice—. Lo que quiero decir es que, ¿gárgolas? ¿No son viejas? ¿Podemos por favor hablar sobre lo grande que se ve el trasero de ese tipo en esos pantalones de uniforme de poliéster, en su lugar? Jenny levanta sus cejas, luego se echa a reír. Sing mira hacia el dormitorio cuadrado. —Nada demasiado siniestro sobre Hud, me imagino. —Nop. —Jenny sacude la cabeza como si estuviera un poco decepcionada—. Aunque ese alfombrado de los ochenta color pastel del pasillo es un poco aterrador. Una voz se desprende del susurro intermitente de una conversación en los bordes del patio interior. —¡Oye! ¡Sing! Sing y Jenny levantan la mirada. Dos chicas y un chico se aproximan. La chica del frente—de cabello largo, pendientes de oro—, está agitando las manos. No la reconoce, pero le devuelve el saludo. Mientras se acercan, Sing se sorprende al ver que el chico es Ryan Larkin. —¿Qué hay? —La chica de los pendientes de oro llega al banco, pero no se sienta—. Oigan, chicas, ¡miren quién es! La otra chica mira a Sing, mientras Ryan destella una brillante sonrisa que hace que Sing se estremezca. No miran a Jenny. —Nos encontramos otra vez, señorita da Navelli —dice Ryan—. Campus pequeño. —Me recuerdas, ¿cierto? —dice la chica—. ¿O no fui lo suficientemente importante para notar? Ahora Sing siente su sonrisa congelarse.

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—Lo siento —dice, buscando en su memoria. La chica se vuelve hacia sus amigos, colocando una mano teatralmente en su corazón. —Estoy segura que es difícil recordar los nombres de toda la gente que jodes. La brisa es fría en los hombros de Sing. Por el rabillo del ojo, ve a Jenny levantar el lápiz del papel, luego bajarlo de nuevo sin escribir. —Bueno, Sing —dice Ryan, sonriendo—. Parece que ya has alborotado algo de plumaje. La chica mira a Ryan, luego de vuelta a Sing. —Osiris y Seth —dice—. Como en, la única vez que no he hecho la ópera en los cinco años que he hecho en Stone Hill. Porque, ¿adivinen qué? —La chica cruza los brazos—. Había alguien nuevo este año que tomó mi puesto. Alguien con padres famosos. Ahora Sing recuerda la voz. Hayley alguien. Tono liso y chillón. Convencida de que poder chirriar más alto compensaría los problemas con el resto de su rango. De hecho, la única vez que habían hablado antes fue el primer día en Stone Hill. Hayley presumió sobre su D alta en la conversación en menos de treinta segundos.

No es una competencia, diría Barbara da Navelli. No te preocupes por ella. Sing resiente el recuerdo de su madre por poner ese pensamiento en su cabeza, incluso si es verdad. Traga. —Bueno, nos vemos por ahí —le dice a Hayley, quien parpadea, aparentemente habiendo esperado algún tipo de represalia. Denegada una escena, ella y la otra chica se pavonean de vuelta por el césped.

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—Bien jugado, Señorita da Navelli —dice Ryan—. No dejes que estas chicas lleguen a ti. —Luego se inclina cerca y susurra—: Eres especial. Con sus palabras calentando su oído, Sing observa a Ryan dirigirse de vuelta por el patio interior. —Joder —dice Jenny—. Esa chica Hayley solía ser tolerable. Mi hermana pasaba el rato con ella a veces. Y como se llame, Ryan. Un poco canalla. Sing se encoge de hombros. —Parecía bien. —Todavía puede oler su colonia. —Mmm —dice Jenny—. No conoces a los chicos muy bien, ¿cierto? Sing conoce a los chicos muy bien, solo que no mucho en la vida real. En su mayoría por libretos de ópera. Su padre no aprueba las citas cuando hay tanto canto por hacer. Pero se imagina los ojos verdes de Ryan y sonríe, quizás ahora que está aquí, tampoco importa lo que su padre pensara de él. —En serio —dice Jenny—, ¿ella no te molestó? Sing se encoge de hombros. —Puedo ignorarlo. —He aprendido a ignorarlo. —Bien. Porque ni siquiera has conocido a Lori Pinkerton. —Antes de que Sing pueda responder, Jenny continúa—: Entonces, ¿cuánto te gusta CD hasta el momento? Sabes, aparte de chicas al azar acosándote sobre las óperas. Sing quiere decir: Ya es bastante difícil comenzar en una nueva escuela, pero

cuando eres una da Navelli y tienes que traer tu nombre contigo, tendré suerte de encontrar a alguien que no esté buscando ya sea derribarme o conseguir un autógrafo. O ambos. Lo que ella dice es: —Me gusta, está bien.

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Nueve

G

eorge destrabó la puerta y comenzó a subir. Nadie lo había cuestionado, no realmente. ¿Un nuevo estudiante?

Bien, bien. Llena este papeleo. George había estado anonadado. Había esperado un: ¿Dónde fue a la escuela?, o:¿Con quién estudió?

O al menos:¿Qué instrumentos toca? Mientras subía las escaleras polvorientas, George sintió una leve duda respecto de su propia sanidad. ¿Acaso había inventado él a este joven? Pero cuando llegó al dormitorio —frío, poco amueblado—, y vio la bandeja de desayuno que había subido esa mañana, supo que era real. El tocino y los huevos no habían sido tocados, pero la tostada no estaba. Al igual que la ropa. —¿Hola? —Cruzó a la escalera en espiral al otro lado del dormitorio—. Voy a subir, ¿de acuerdo? Sus zapatos chillaron en la escalera de metal. El pequeño dormitorio en el piso de arriba estaba vacío excepto por la cama de hierro y una vieja cómoda que había pertenecido a un antiguo presidente. George escudriñó la oscuridad sobre él. —¿Hola? —volvió a llamar hacia lo alto del dormitorio, que tenía una oscura ventana visible justo sobre la cima de la escalera. Una ráfaga de aire fue la única respuesta. El piso de arriba estaba frío y a oscuras, las ventanas cubiertas con polvorientas cortinas. George frunció el ceño. El joven no estaba ahí.

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Mientras George cruzaba el dormitorio para cerrar las puertas de vidrios que dejaban pasar la brisa, oyó una voz desde el balcón. Y allí estaba. Encaramado sobre la baranda, vestido con un camisón, el joven tenía el rostro oculto entre sus manos, su cuerpo temblando por—George observo por un momento muy acorto para procesarlo—, por sollozos. —¡Baja de ahí! —George se apresuró hacia el balcón de piedra, poniendo un brazo sobre sus amplios y huesudos hombros—.¡Vas a caerte! El joven le permitió que lo bajara suavemente de la baranda antes de dejarse caer al suelo y hacerse un ovillo. —¿Qué estás haciendo? —preguntó George—. ¿Por qué… por qué… por qué tienes puesto un camisón en plena tarde? —Era una pregunta estúpida, pero fue la primera que se le escapó de la boca. El joven miró su atuendo. —Es lo que más me gustó. ¿Está mal? George se sentó a su lado. —No. No, no está mal, es solo… ¿Quién eres? El joven se quedó en silencio un largo rato. Finalmente, respondió: —No soy nadie. —Ya lo dijiste antes. Me cuesta creerlo. —No. Antes dije que no tenía nombre. Ahora… ahora no soy nadie. Parecía cada vez más posible que este chico estuviera loco. George apoyó una mano en su hombro, desesperado por entender algo más sobre esto.

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—No sé a qué te refieres. Estoy aquí para ayudarte. No importa de dónde vengas. He arreglado que te quedes aquí, si quieres. Incluso te he dado un nombre. Yo… —Si quieres ayudarme —susurró el joven—,ayúdame a morir… No sé cómo mueren los humanos. George tragó. —Ten. Si no vas a entrar, al menos cúbrete un poco. —Se quitó su gran bufanda de lana y la envolvió alrededor del cuerpo tembloroso—. Los humanos pueden morir de hipotermia, pero no tengo intención de dejar que eso te pase. —No me importa —dijo el joven—. No quiero vivir. —Lo que sea que haya pasado, puedo ayudarte. —George no estaba del todo seguro de por qué estaba haciéndole estas promesas a un desconocido. O por qué las decía enserio. Por todo lo que sabía, podría estar lidiando con un lunático en fuga. O, al menos, una persona en fuga que debería ser regresada a sus padres o al gobierno o a quien fuera que lo quisiera. Pero tenía un raro presentimiento—una certeza—, de que la persona acurrucada ante él no era ninguna de esas cosas. La pregunta era qué era exactamente. —Gracias por tu amabilidad —dijo el joven, su voz ronca—. Pero no puedes ayudarme. Solo tenía un sueño y es imposible. Así que prefiero morir. —Mira, tienes tiempo para muchos sueños más. —Sonrió—. ¿Cuántos años tienes? —Este es mi segundo otoño.

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—¿Tu segundo otoño en Dunhammond?—Silencio. George se aclaró la garganta—. Bueno, para mí te ves de diecinueve o veinte. ¿No es verdad? — Cuando no recibió respuesta, George siguió hablando—. Yo tengo veinticinco. Mi sueño es ser un famoso conductor de orquesta, pero estoy comenzando como asistente de profesor aquí en el conservatorio. ¿Cuál es tu sueño? El joven inclinó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. Inspiró hondo. —Música. George apoyó una mano en su hombro. —¿Música? Pero, ¡ esta es una de las mejores escuelas del país! ¿Dónde has estudiado? —¿Estudiar? Siempre estuve rodeado de eso. Siempre. En todos lados. Pero nunca pude crearla; simplemente no estaba en mi naturaleza. Y esa era tortura suficiente, pero cuando vine aquí… cuando oí… —Está bien —dijo George—. Estás en el lugar indicado ahora. Puedo ayudarte a aprender. —¡Escúchame! —espetó el joven, huyendo como un pajarito lejos del balcón. Volvían a caer lágrimas de sus ojos—.Escucha. Escucha mi voz.

Dura, pensó George. Salvaje. —Oh —dijo, comprendiendo—. Tú… querías ser cantante. El joven tenía los ojos cerrados ahora. —Los humanos cantan de forma tan hermosa. Ignorando nuevamente la palabra humanos, George dijo: —Bueno, sí, algunas personas sí. Pero no todos. Yo no, para ejemplo. —Se rio.

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—Sí. Escúchate.—El joven se volvió hacia George, quien quedó atrapado en la intensidad de su mirada—.Tu voz es hermosa. La mía…—Se llevó una mano a la garganta—.La mía es fea. Mi voz es tan fea, fue la única parte de mí que ella no pudo cambiar. El joven volvió a cerrar los ojos y George de repente fue muy consciente de su propia mediocridad. Rostro redondo, nariz grande, dedos regordetes. Miró el triste y angular rostro y las esbeltas manos que la noche anterior lo habían cautivado. Había algo fuera de este mundo en estas…en él. ¿De dónde había venido? ¿Quién era ella, quién lo había cambiado? Pero George mantuvo la charla práctica; no quería que este extraño espíritu se evaporara en la luz. —¿Y por qué tienes que ser cantante? —preguntó—. Si amas la música, ¿por qué no tocar un instrumento? El joven frunció el ceño. —No entiendo. George se puso de pie. —Toca un instrumento. Con esas manos, seguramente serías un increíble pianista. Ven. —Abrió la puerta de vidrio hacia el oscuro dormitorio—. Ven, déjame mostrarte. —El joven parecía escéptico, pero le sostuvo la mirada—. Mira, no pasa nada. Solo quiero mostrarte el piano. Estarás bien, Nathan. —¿Nathan? —Algo cambió en el rostro del joven. Parecía dispuesto a sonreír—.¿Es… es ese mi nombre? George bajó la mirada. —Bueno, solo si lo quieres. Era el nombre de mi hermano. —Retorció sus manos—. Tenía que poner algo en el formulario. Pero podemos cambiarlo si quieres.

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—No. No. —Habló suavemente esta vez y George se preguntó si incluso esta ronca y temblorosa voz podría parecerle hermosa a alguien—. Gracias —dijo Nathan y se puso de pie dubitativamente. Era alto y se movía con una pequeña y extraña torpeza. Dentro, los pasos de Nathan se volvieron más inseguros. Seguía mirando hacia el techo oscuro. George corrió las cortinas de algunas de las ventanas y las motas de polvo volaron por todos lados como fantasmas. —Aquí.—Hizo un gesto mientras cruzaba el dormitorio hacia donde había una gran manta cubriendo una forma gigante—. Adelante—dijo—. Quítala. Tentativamente, Nathan tomó la manta y la deslizó por la suave madera. George observó su rostro, que pareció iluminarse ante la visión del gran piano de cola. Era solo un sobrante —era más fácil dejarlo ahí que moverlo—, pero era un buen piano, lo suficientemente ornamentado para mostrar su edad y dignidad, pero cálido y desgastado como para demostrar su valía como instrumento. —Había un piano anoche—dijo Nathan—. En el concierto. —Sí. Gloria Stewart es una de las mejores pianistas del mundo. Nathan estaba embobado por el instrumento. No intentó tocarlo, pero sin duda estaba estudiándolo con interés. George abrió la tapa, revelando las teclas. —Pruébalo —dijo—.Haz algo de ruido. Ahora Nathan miró a George, sus oscuros ojos agrandados. —¿Yo podría hacer música con un piano? George retiró el banco desvencijado. Nathan se sentó con cuidado. Su primera nota resonó en el ambiente vacío. Luego otra y otra y tres juntas y cuatro.

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—Son como flores —dijo—.Tantas flores. —Lo son —dijo George—.Y te enseñaré a tocar. Nathan se volvió hacia él. —Dedicaré mi vida al piano, si crees que puedo aprender. George sonrió. —Creo que serás un excelente músico. Especialmente después de que te consigamos unos zapatos y empieces a tocar con tus manos.

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Diez

E

l año en que murió, además de presentaciones en conciertos y sesiones de grabación, Barbara da Navelli estaba programada para cantar tres papeles principales: Lucia en Lucia di Lammermoor, Donna Anna en

Don Giovanni y Angelique en Angelique. El último fue un papel escrito para una voz más ligera, un sonido más dulce, diferente de cualquier otro que ella hubiera actuado. Un papel amado por los fanáticos de la ópera. ¿Había sido pura y simple vanidad lo que la obligó a aceptar el compromiso? ¿O simplemente había disfrutado de la controversia? Sing no recuerda con detalle los acontecimientos inmediatamente posteriores a la muerte de su madre —montones de ajetreos, murmullos, luces y manos—, pero sí recuerda la persistente y vergonzosa pregunta que golpeaba su mente:

¿Por qué Angelique? Ella fue dos personas esa noche. Fue la hija de Barbara da Navelli, ignorada por los más recientes reporteros, doctores y conocidos, esperando a que le informaran lo peor pero ya sabiéndolo, maldiciendo a su madre por contaminar el perfecto mundo de Angelique con su último y más grande escándalo. Pero Sing también fue una espectadora, horrorizada de su propio egoísmo y de la pregunta:¿Por qué Angelique? ¿Por qué tuvo que arruinar mi

ópera? Sing se sienta en un frío escalón de piedra del Auditorio Woolly del CD, con su espalda contra una columna blanca. El Woolly es la adición más reciente del conservatorio, que no estaba terminado la última vez que ella estuvo allí. Ahora, su resplandeciente domo deslumbra a los visitantes mientras llegan.

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¿Cómo deberíamos nombrar a nuestro nuevo auditorio, carina? Su padre no tenía que preguntar. Sabía la respuesta incluso antes de que firmara el último cheque a su escuela bajo el pretexto del aniversario número ciento cincuenta de la escuela. Sing no está segura si preferirá este nuevo Auditorio Woolly sobre el que tiene en casa. Al menos en el original, una pequeña estructura de madera áspera con dos cortinas deshilachadas en su habitación, ella era siempre la estrella. Estudia el campus. Unos pocos edificios cuadrados verde olivo —los dormitorios, los salones de clases—, dan un aire de academia mundana, intercalados con un revoltijo de estructuras más hermosas que ilustran la larga historia del CD. Los discretos arcos italianos del Woolly y las exquisitas columnas evocan la estética de siglos anteriores; el Hector Hall, la facultad de alojamiento, sobresale una inclinada silueta Victoriana; y San Agustín parece arrojar su imponente sombra gótica sobre todo. Voces en el aire nocturno le dicen que la Reunión de Bienvenida, a la que todos los estudiantes están obligados a asistir, aún está en marcha en el espacioso vestíbulo del Woolly. Preferiría observar a los de último año jugar con un disco volador en el césped. Técnicamente, está en el Woolly… está en sus escalones. ¿Qué importa si entra o no? El impecable anuncio en la vitrina junto a la puerta debió haber sido colgado recién: FESTIVAL DE OTOÑO DEL CONSERVATORIO DUNHAMMOND, DEL 16 AL 18 DE NOVIEMBRE. ¡CELEBRANDO 150 AÑOS! Parece como si cada grupo, desde un cuarteto de cuerdas de los de último año hasta la banda sinfónica, tuviera una actuación registrada ese fin de semana, con Angelique emergiendo de la parte superior del anuncio y la Competencia Internacional de Piano Gloria Stewart salpicada a lo largo de la parte inferior como el gran final.

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Es su primer día completo en el CD; ha pasado de orientación a audiciones y hacia la Reunión de Bienvenida y este anuncio ya le está restregando en su rostro el Festival de Otoño. Diez semanas hasta que ella, su padre y Angelique estén reunidos. ¿Estará cantando el último papel que su madre alguna vez cantó? ¿O estará observando desde los bastidores? ¿Qué sería peor? Lucha contra la urgencia de sacar su teléfono de su bolsillo para ver si Zhin le ha enviado algún texto. El reglamento era claro: nada de teléfonos celulares. Nada de Wi-Fi. No hay señal aquí.

—Mariposa, bella y blanca; vuelva, vuela, nunca se cansa9… Pasa por tres versos antes de darse cuenta que está cantando. No es un hábito

nervioso, se dice a sí misma. No tengo razón para estar nerviosa. —Señorita da Navelli. —La voz es severa y rasposa. Sing mira hacia un rostro serio y anguloso y los ojos más negros que alguna vez ha visto. El aprendiz de su audición. Como antes, su mirada fija la paraliza por un momento. Ella parpadea. —¿Sí? ¿Señor? —¿Cómo se supone que debe dirigirse hacia los aprendices? Se siente extraño llamar a alguien apenas un poco mayor que ella “señor”. —Levántese —dice—. Esta no es su dormitorio. Ella se levanta rápidamente, sorprendida por su brusquedad y sacude el polvo de su falda. —Yo… um… —Es obligatorio que todos los de primer año asistan a la Reunión de Bienvenida.

Original en italiano: Farfallina, bella e bianca; vola, vola, mai si stanca…

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Sing levanta sus cejas. —Lo hago, señor. —Deje de llamarme “señor”. Puede ir a la Reunión de Bienvenida o puedo reportarla. ¿Piensa que ella en verdad necesita ir a otra maldita fiesta? Sing cruza sus brazos. —Estoy a seis metros de… —Estar tumbada aquí afuera en los escalones como si fuera la dueña del lugar no es lo mismo que asistir —dice. Ella endurece su mandíbula. Él no es un profesor. ¿Qué derecho tiene de estarla mandando? —No, tiene razón—dice ella—. No soy la dueña de este auditorio. —Mira al joven directamente a sus arrogantes ojos—. Es en mi padre en quien está pensando. Y no entendí su nombre, ¿aprendiz…? Da un paso más cerca, oliendo ligeramente a pino. —Daysmoor.

Toca mediocre. El infame vampiro. Parece tener el temperamento de uno. Sacado a abucheos del escenario durante su única actuación. —He escuchado de usted —dice. Si él tiene una opinión acerca de su declaración, no lo dice. Solo menciona: —Y estire sus medias hacia arriba —y se tambalea hacia el vestíbulo. Sing se levanta con su mandíbula trabada por unos pocos segundos, luego lo sigue.

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Dentro, la oscura alfombra roja y paredes doradas crean un fondo vibrante para la multitud de togas grises y negras y uniformes azul pizarra. Sing se dirige hacia el bufet antes de intentar relacionarse. La idea de no relacionarse ni siquiera pasa por su mente; está bien entrenada.

Sería mejor si Zhin estuviera aquí, piensa, como se suponía que estuviera. Intenta no pensar en Zhin, quien ahora está absorta en su nueva carrera profesional. Se suponía que iban a pasar tres años juntas, no un verano. Sing inspecciona la habitación. No hay nadie como Zhin en la Reunión de Bienvenida; resaltaría como una joya. Sing sobresale solo cuando las personas saben quién es… por lo general debido a que está entre joyas. La luz del sol a través de las altas ventanas del Woolly se inclina hacia la noche. Ella arponea una chuleta de pollo y la desliza a su plato. Debe permanecer alerta. Barbara da Navelli siempre estaba en alerta máxima de diva en las fiestas. ¿Quién está aquí? ¿Quién está hablando? ¿Qué está usando cada quién? La parte del vestuario es la más fácil: los maestros de negro, los aprendices de gris, estudiantes de azul pizarra. Los de la facultad y los aprendices conversan incómodamente; los estudiantes se agrupan en dos, tres y cuatro. Puede diferenciar a los de segundo año, son los que conocen a otras personas. Los de primer año se apiñan en parejas, probablemente compañeros de habitación o han sido enganchados por amables miembros de la facultad. Tendrá que introducirse en una conversación pronto. Ya siente los ojos en la habitación encontrándola. La única cosa peor que ser Sing da Navelli es ser Sing da Navelli de pie sola. —¡Sing! —llama una voz chillona y casi deja caer su plato. Es Jenny, dando zancadas a través de la exuberante alfombra arrastrando a una desgarbada chica de cabello rizado. Jenny sonríe.

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¿Esa sonrisa es para Sing? —Esta es Marta. —Jenny agarra un plato—. Oh, ¿eso es pollo? Marta, Sing. —Hola—dice Marta y baja la mirada. Sing asiente. —Hola…Yo, um, me gusta tu collar. Marta está usando un enorme pendiente plateado con forma de dragón, extraño y llamativo, hacia el cual vuela su mano. —Gracias. —Sonríe—. Lo compré en la ciudad. —Sing se da cuenta del oscuro brillo del metal… no es plata para nada, probablemente acero o estaño. Ella misma está usando una casi invisible cadena de oro con una única perla con forma de lágrima, un regalo de cumpleaños de su madre: elegante, caro y libre de valor sentimental. —Vaya Reunión de Bienvenida es esta —dice Jenny, atravesando la chuleta—. ¡Bienvenidos al CD! ¡Vengan a nuestro soso bufet o sean reportados! Marta también toma un plato, cubierto con hojas verde oscuro y moradas. Se encaminan hacia la ventana grande que tiene una cornisa de madera pulida lo suficientemente amplia para las tres. Uniformes y togas se arremolinan a su alrededor; todo el mundo está forzando la conversación. Jenny dice: —Marta también es una cantante. Sing sonríe con educación. —Genial. —Marta no se ve como una cantante. Se encorva y juguetea con sus dedos. —¿Has estado cantando por mucho tiempo? —pregunta Marta.

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La pregunta toma a Sing por sorpresa. Dos años, piensa. Desde que mi padre

decidió que me convertiría en la nueva Barbara da Navelli. Pero eso no es verdad. Recuerda todas esas encantadoras y solitarias tardes con tres puertas cerradas entre ella y la niñera más cercana, una pila de grabaciones en el escritorio de su padre y las mejores voces de la tierra desbordándose del reproductor. Ella cantaba, entonces, con alegría natural. Sin los errores que ahora impregnan su sonido. Casi puede recordar cómo se sentía. Dice: —He estado cantando toda mi vida. Los ojos de Marta se amplían. —¡Guau! Yo acabo de empezar el año pasado. Es divertido, ¿no es así? Antes de que Sing pueda responder, Jenny dice: —¿Acabas de empezar el año pasado? ¿Y entraste al CD? Marta baja la mirada. —No fue la gran cosa. Creo que solo entré aquí debido al FLAP. Ella parpadea. ¿FLAP10? ¿El Programa de Aprendices de Fire Lake? Jenny dice lo que Sing no puede. —¿Estuviste en el FLAP? ¡Debes ser asombrosa! ¿Eso quiere decir que estás en la fila para un contrato? —No—dice Sing con brusquedad—. Quiero decir, eso ayuda, pero nunca se sabe quiénes van a conseguir una oferta de contrato. Y depende de las FLAP: En el original, Fire Lake Apprentice Program.

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vacantes. En realidad, es bastante raro que alguien de nuestra edad obtenga uno. —No había imaginado que Zhin lo consiguiera, a pesar de que había empezado a actuar profesionalmente cuanto tenía seis. —¿También estuviste en el FLAP? —pregunta Marta. —No. —Su padre pensó que conseguiría más atención en Stone Hill—. Pero mi… mi padre es el director de orquesta. En Fire Lake. Ahí. Está afuera. Fire Lake, una de las más famosas casas de ópera en el mundo. Sing busca en el rostro de Marta un principio de comprensión, la suposición de que Sing no pertenece aquí después de todo, que simplemente tiene conexiones. Pero Marta sonríe. —¿Eres la hija del Maestro da Navelli? Pude verlo este verano… solo que desde lejos. Tomé una fotografía. ¡Guau! He visto tu fotografía en el periódico… no te reconocí.

El periódico. —Sí, bueno, eso fue hace dos años—dice Sing, recordando. La ola de reporteros, los incesantes flashes de las cámaras… Marta se sonroja un poco. —Oh, lo siento, yo… yo… —No te preocupes. —Unos pocos estudiantes sosteniendo platos dan un vistazo en su dirección. Las conversaciones se propagan por la habitación. —Eso es genial, sin embargo, que tu papá sea el Maestro da Navelli—dice Marta dice—. Oye, escuché que se va a abrir una vacante para un nuevo artista en la Ópera de Fire Lake. ¿No sería increíble obtenerla?

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Fue la manera en la que Barbara da Navelli tuvo su comienzo. Con diecinueve años y casada con el director de orquesta. Pero ella fue una excepción. La excepción. Sing se encoge de hombros. —No hay forma en que Fire Lake ofrezca un lugar de nuevo artista a algún adolescente, aunque sea un estudiante del CD. FLAP puede ser competitivo, pero básicamente es un glorificado campamento de verano, como Stone Hill. Los nuevos artistas de Fire Lake son parte de la compañía misma y cada uno ha salido a cantar papeles principales en todas las mejores casas del mundo. La mayoría de los cantantes profesionales ni siquiera consiguen audicionar. Tienen que ser especiales. —Es solo un rumor—dice Marta—. Pero sí lo escuché de Lori Pinkerton. Ese nombre de nuevo. —¿Quién es Lori Pinkerton? —pregunta Sing. Se encuentra con las miradas incrédulas tanto de Marta como de Jenny. Para ahora se está acostumbrando a ellas. —Oh —dice Marta—. Ella es una… chica. Una de último año. Que estudia aquí. La conocí en el FLAP. —La diva residente —dice Jenny. Diva: exitosa, glamurosa, talentosa. Arrogante. Implacable. Exactamente como Barbara da Navelli. —Lori es agradable. —Marta se mueve con nerviosismo como si estuviera incómoda con los chismes.

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Jenny no lo está. —Ni siquiera está aquí aún. Ya no la obligan a hacer audiciones de colocación. El estómago de Sing punza. El frío de la noche se filtra por la ventana detrás de ella. Su competencia ahora tiene un nombre. —No está aquí porque todavía le quedan un par de presentaciones —dice Marta—. También es por eso que nuestro pianista para el ensayo, Ryan, llegara tarde. Los escuché hablando sobre eso en Fire Lake. ¿Ryan? ¿En FLAP? ¿Con Lori Pinkerton? —Ni si quiera la conoces—le dice Marta a Jenny. —Mi hermana asistió ahí; toca el oboe—dice Jenny—. Se graduó el año pasado… conoce a Lori. La adorada del escenario de la ópera del conservatorio. —¿Ryan también fue al FLAP? —Sing intenta sonar casual. Jenny entrecierra sus ojos, pero Marta lo compra. —Sí. Estaban emocionados por hacer la ópera juntos. Jenny frunce el ceño. —Oh, por Dios, Sing, no te espantes. Sing parpadea. —No estoy espantada. —Está bien—dice Marta, malentendiendo la palidez de Sing—. Jenny solo está siendo dramática. Lori es agradable. Estoy segura de que todas nos llevaremos bien.

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Sing intenta creerle, pero es difícil ignorar su simpático y abierto rostro y su espíritu amable. Marta no reconocería a una diva residente ni aunque le vertiera una botella de agua purificada sobre su cabeza.

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Once

L

a Félix contrajo sus garras delanteras, garras perladas hundiéndose en la corteza de la rama del árbol por encima de la nieve. Conocía la oscuridad. La recordaba. En el cielo, la galaxia brillaba, pero

cuando perseguía las luces, el vacío entre ellas parecía interminable. Esto jamás la molestó, cuando era toda Cielo y nada de Gata. Más espacio para divertirse y hacer espirales y lanzar sus propias chispas al vacío. Pero esta nueva oscuridad era diferente. Cercana. Árboles y pequeñas criaturas y aire la prensaban, alejando su mente de las estrellas. Algunas veces no recordaba el cielo en absoluto. No estaba segura de cómo surgió la forma de Gata. Antes de que viniera a la tierra, había habido algo gatuno en ella. Pero esa vaporosa felinidad era diferente a la realidad de estar pegada a esta negra rama en la noche helada. Y a la realidad del hambre. Podría haber retenido más de su mente de Cielo si su hambre de Gata no se hubiera anclado tan sólidamente en este nuevo mundo diminuto. Hubiera entendido el querer, incluso necesitar, pero fue la urgencia del hambre física lo primero que la atrapó en este cuerpo de Gata. Afortunadamente, su nueva forma había sabido qué hacer. Su primera caza fue un pavo, apresurándose a lo largo del bosque con su familia. Unas pocas largas zancadas sin hacer ruido, una arremetida, una quebradura de cuello, la terrosa y dulce esencia de plumas y sus dientes absortos en la satisfactoria calidez. El pavo no había esperado que ella lo persiguiera en el aire.

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Había cazado muchas veces desde entonces. Sin miedo, sin dudar. Había llegado a ansiar cada caza, tan tangible y desastrosa. Tan diferente de la muerte de su hermano. Su sangre había salpicado los cielos con brillo; su alma había explotado. Las criaturas de este lugar morían silenciosa y fácilmente. Aun así, la Félix nunca podía cazar lo suficiente. Ahora, en su viejo árbol, escuchaba la nieve crujiendo. Sus orejas se crisparon. A través de las generaciones, las aves cantoras y las pequeñas criaturas de este bosque habían aprendido que usualmente no eran suficiente para llamar su atención y las criaturas más grandes se habían vuelto tímidas y asustadizas. ¿Qué tipo de animal se tambalearía por aquí tan ruidosamente después de la puesta de sol? La cola de la Félix dio un latigazo. Una forma oscura se movió debajo de su rama, avanzando trabajosamente a través de la nieve. La criatura no estaba mirando hacia arriba. Pudo haberse dejado caer sobre sus hombros y matarla con sus garras antes de que siquiera se diera cuenta que estaba ahí. Pero se sorprendió al reconocer a la criatura como humana. Había observado a los humanos desde el cielo, recordaba. Algunas veces eran… interesantes. Y no había conocido otra cosa que esperar y devorar por tanto tiempo. La Félix saltó de la rama y aterrizó frente al hombre, su enorme cuerpo aplastando la gruesa capa de la nieve nocturna. Lo observó jadear, congelarse y alejarse de ella antes de darse cuenta que no tenía sentido correr. Luego él se dio la vuelta. Eso fue ligeramente interesante. La mayoría de las criaturas corrían. —Nunca he visto nada como tú— dijo el hombre, temblando. La Felix dio un paso hacia él y el cubrió su rostro con sus antebrazos—. Te ves como un gato, pero tú… no eres un gato.

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Esto era algo que la Felix había escuchado de muchas criaturas, en sus propios idiomas. El hombre continuó hablando. —He venido aquí porque estoy enfermo. —Ella ya podía oler el deterioro en él—. Los cazadores dicen que una gran y terrible bestia vigila este bosque. — Bajó sus brazos—. Pero he construido una iglesia. Creo que podemos traer bondad aquí. Y quería decírtelo antes de morir. El hombre se quedo de pie, todavía temblando de frío o miedo. La Felix se acercó otro paso y lo miró a los ojos. Se sacudió por la sorpresa. Ahí estaba la brillante galaxia que había extrañado por tanto tiempo. En los ojos de este hombre, vio los infinitos y turbulentos alcances de su alma. Vio su dolor y enfermedad, su esperanza, su incertidumbre. Una adormecida parte de su mente se despertó de donde reposaba envuelta alrededor de los recuerdos de su hogar. Durante un instante, estuvo fascinada. Luego pasó. Destrozó su garganta.

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Doce

A

la luz de su lámpara Tiffany con el diseño de una libélula, Sing lee una tonta novela acerca de huérfanos. Los huérfanos usan ropa andrajosa y tienen heridas abiertas y comen ratas y nunca, nunca

tienen que ir a la ópera con sus padres. Cuando inadvertidamente ha leído el mismo párrafo tres veces (los huérfanos se dicen unos a los otros que todo estará bien), deja el libro y se da la vuelta. En la seguridad de la cálida habitación, piensa en la audición. Cantó la vocalización adecuadamente. Le dio forma a las líneas y formó las vocales lo mejor que pudo. Su padre le dijo que, sin importar qué, sería una de las mejores sopranos en el conservatorio, incluso como de primer año. Solo tiene que esperar que sea cierto. Sí fue aceptada después de solo una audición, rápidamente; la carta vino después de tres semanas. Y obtuvo toda la atención del público en su antigua escuela pública, ganando el espectáculo de talentos y la beca de Artes Avanzadas. ¿Y no le había estado diciendo su padre que sería tan grandiosa como su madre? ¿Que él podía decirlo? ¿Si tan solo

aprendiera? ¿Escuchas que la respiración continúa después de la vocal, Sing? Ella hace eso también. ¿Ves cómo mueve sus manos? ¿Ves la columna vertebral aquí? ¿Incluso cuando está reclinada? ¿Escuchas las chispas en ese si bemol? ¿Cómo gira?

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Sí, escuchó. Sí, lo vio. Y sí, puede hacer todo eso. ¿Por qué, entonces, siempre falta algo? Entierra su cabeza en su almohada, recordando los ojos en la oficina del presidente. La inquietante mirada de Daysmoor. El Maestro apenas disimulado desagrado. Más que desagrado. ¿Por qué la odia? A veces parece que entre más gente amó a su madre, más odian a Sing. Especialmente, odiarán si Sing presenta Angelique. Pero comienza a leer el libreto de nuevo y el sentimiento familiar y de seguridad regresa. Las voces y los vestuarios son tan claros en su mente como lo eran cuando tenía cinco, sentada en ese teatro y aun así existiendo en algún otro lugar. Está viva y protegida. Sing cierra sus ojos y tararea el primer aria, comenzando bajo y agitado, repentinamente elevándose en una sensible frase sobre cómo las estrellas miran los campos desde arriba. Se estremece cuando recuerda escucharla por primera vez. ¿Alguna vez la podrá cantar? ¿Le darán el papel de Angelique? En Stone Hill, después de Osiris y Seth, la Maestra Collins le dijo —y a su padre—, que pensaba que Sing podía manejar un papel más grande. ¿Es cierto? Sabe que en dos años ha avanzado más de lo que la mayoría de la gente avanza en diez. ¿Pero alguien va alguna vez de la Primera Sacerdotisa a Angelique en tres meses? Se imagina a sí misma, como ha hecho mil veces, en ese vestido blanco y con volados. Solo ahora, el escenario que imagina es el real: el escenario cálido, con olor a pintura en el teatro Woolly, con cortinas de terciopelo tan ricas y pesadas que aplastarían a una persona si cayeran. Se imagina viendo desde allí, sin nada visible excepto las resplandecientes puntas de luz brillante apuntando hacia el negro vacío del auditorio. Y detrás de ella, la palabra de Angelique.

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Una palabra de amor y honor y coraje, enlazadas por una hermosa música. Agita sus rubios bucles y sonríe y la música viene, clara y fuerte y fiera.

Angelique es su secreto. Es la esperanza que la ha mantenido luchando durante los dos últimos años a través de lecciones y repertorios y veladas que eran solo un poco demasiado difíciles para que hiciera bien. La esperanza de que alguna vez cantaría ese papel; que sería Angelique. Reina de ese perfecto mundo. Si su padre supiera que el conservatorio había decidido presentarla este semestre, ella no estaría aquí. En vez de eso, la hubiera sacado de la preparatoria al siguiente semestre. Pero por capricho del destino, está aquí. Voces flotan desde afuera de su puerta amarilla de pino. Los estudiantes están dirigiéndose al vestíbulo para esperar por las listas que serán puestas en la fecha límite de medianoche. Sing cierra la partitura. Quizás debería de esperar abajo con los otros. Quizás Jenny y Marta estarán allí. —Nos vemos más tarde, Woolly —dice a la oveja gris maltrecha cuyos ojos de botón la miran desde la cama. Se pone sus pantuflas, se cierra la bata de seda roja y encaja la partitura debajo de un brazo. Abajo, el reloj de luna del vestíbulo dice las nueve y media y ya el feo sillón granate y la mayoría de las sillas están ocupadas. Tres chicas que Sing vio en la Reunión de Bienvenida dejan de hablar cuando entra, luego comienzan a murmurar después de que las ha dejado atrás. Escucha: “¡Sing!” y luego risas aguantadas. Se gira, pero como esperaba, ninguna de las chicas la está mirando. Parecen profundamente metidas en su conversación. —Me gusta cantar —dice una de ellas. Las otras ríen y resoplan.

No debería haberme volteado. Querían ver si reaccionaría a la palabra.

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Encuentra la última de las sillas disponible y trata de leer. Pero escucha su nombre una y otra vez, murmurado, susurrado, penado. ¿Todos aquí saben quién es? ¿Todos están hablando de ella? Esa podría haber sido una furtiva mirada del chico bajo y fornido en la esquina, acurrucado con su amigo. Ese podría haber sido su nombre viniendo de un grupo de chicas excesivamente maquilladas cerca de una planta en una maceta. O podría haber sido su imaginación. Cada pocos minutos, busca una figura cruzando el patio interior del Hector Hall. Pero todo está oscuro, excepto por la luz saliendo de las ventanas. Frente a ella, las ventanas dan hacia el césped alumbrado por la luna detrás del dormitorio. Mira más allá de la silueta de un impresionante árbol de arce y hacia el bosque, separado del conservatorio por una alta cerca de madera.

Cuando él se encuentra en el oscuro bosque… Sing quiere abrir de golpe la ventana, atravesarla, apresurarse hacia los fríos brazos de esos árboles negros estremeciéndose. ¿Qué sucede con este bosque que perturba a su padre? ¿Y qué, inexplicablemente, le atrae a ella? Los pinos puntiagudos y los peñascos que suben por las montañas no divulgan nada. Pero quizás, piensa, el bosque y las montañas al norte de Dunhammond no necesitan alardear sus secretos. Quizá ellos —y el conservatorio—, están tan impregnados en magia salvaje que tratar de verlo a través de una ventana es como usar una varita de zahorí11en el fondo de un lago.

Varita de Zahorí: Vara de distintos materiales (ejemplo: rama de un árbol) y generalmente con forma de “Y”, que se usa para encontrar agua u otros elementos mediante vibraciones electromagnéticas, radiaciones, que pueden emitir el agua, metales, etc. Es considerada una actividad pseudocientífica. 11

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Trece Angelique Una ópera en tres actos Libreto de Jean-Paul Quinault Música de François Durand

PERSONAJES

Angelique, una lechera

Soprano

M. Boncoeur, su padre

Barítono

Silvain, un pastor

Barítono

Conde Bavarde / Príncipe Elbert

Tenor

Reina de las Doncellas del Árbol

Soprano

Un aldeano

Tenor

La Félix, una gran bestia

Mudo

Aldeanos, Cazadores, Doncellas del Árbol

Obertura.

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ACTO PRIMERO. Una aldea.

Nº 1, Coro. Los pintorescos habitantes de una pintoresca aldea describen lo mucho que aman la agricultura.

Nº 2, Aria y coro. M. Boncoeur, quien ama la agricultura más que nadie, habla sobre la luz de su vida: su hermosa hija, Angelique. Los aldeanos acuerdan que Angelique es amable, inocente y buena.

Nº 3, Recitativo y aria. Entrada de Angelique, llevando un cubo de leche y saludando a todos. Habla de las virtudes del trabajo duro.

Nº 4, Recitativo y coro. Silvain, un pastor, entra y le dice a los aldeanos que ha visto el rastro de la Félix: una gran y temible bestia. Los aldeanos se alarman y se preguntan qué hacer.

Nº 5, Trío. M. Boncoeur dice que deberían acudir al príncipe Elbert en busca de ayuda, pero Silvain dice que irá y matará a la bestia él mismo tan pronto como agarre su cuchillo de caza. Angelique le ruega a Silvain que no vaya.

Nº 6, Aria.

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Silvain le dice a Angelique que moriría para protegerla y corre hacia el bosque a cazar ala Félix.

Nº 7, Final. Angelique, M. Boncoeur y los aldeanos esperan que el príncipe Elbert pueda ayudarlos.

ACTO SEGUNDO. El profundo bosque.

Nº 8, Coro. Un grupo de caza ha matado a un gran ciervo y lo está llevando a casa para una fiesta. Su líder, el conde Bavarde, disfruta bastante cazando y todos acuerdan que es bueno en eso.

Nº 9, Recitativo y dueto. Silvain entra y es abordado por el conde Bavarde. Estos son los bosques del príncipe Elberte y los cazadores furtivos deben ir a la horca. Silvain insiste en que están cazando a la temida Félix, pero Bavarde y sus hombres no le creen. El conde Bavarde insiste en que Silvain es un cazador furtivo y debería ser ahorcado. Silvain se lamenta su suerte.

Nº 10, Coro y trío. Un grupo de Doncellas del Árbol aparece, regañando al conde Bavarde. Traen con ellas a Angelique, a quien han encontrado perdida en los bosques. Angelique dice que ha venido en busca de Silvain y ahora suplica por su vida. El conde Bavarde comenta lo hermosa que es. Silvain dice que los bosques son peligrosos y que Angelique debería ir a casa.

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Nº 11, Recitativo y aria. Angelique le pide al conde Bavarde que le deje hablar con el príncipe Elbert. Seguramente, él entenderá. Angelique piensa que el príncipe Elbert debe ser apuesto y noble.

Nº 12, Recitativo y aria. La Reina de las Doncellas del Árbol llega y castiga al conde Bavarde, exigiéndole que libere a Silvain y revele su verdadera identidad.

Nº 13, Final. El conde acepta y le dice a todos que en realidad es el príncipe Elbert, disfrutando una cacería con sus amigos sin las presiones de su título real. Todos piensan que fue un disfraz inteligente.

ACTO TERCERO. La aldea… por la noche.

Nº 14, Recitativo y aria. El príncipe Elbert ha venido solo para encontrar a Angelique. Él se da cuenta que tiene todo lo que quiere en el mundo, excepto a ella.

Nº 15, Recitativo y dueto. Angelique escucha su lamento y acuerda casarse con él si libera a la aldea de la Félix, a la cual ha visto merodeando cerca de las ovejas. El príncipe Elbert acepta.

Nº 16, Coro. Los aldeanos oyen los gritos de las ovejas… la Félix se está acercando.

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Nº 17, Dueto y coro. Angelique y el príncipe Elbert se ofrecen un adiós entre lágrimas. A los aldeanos se les rompe el corazón por el corazón roto de Angelique.

Nº 18, Aria. Angelique se preocupa por su amor, el príncipe Elbert.

Nº 19, Recitativo y coro. Un aldeano vuelve con las noticias de que el príncipe Elbert ha sido gravemente herido por la Félix y que seguramente morirá. Angelique se desespera mientras los aldeanos se lamentan por ella.

Nº 20, Aria, interludio y recitativo. Silvain jura matar a la bestia que ha causado la tristeza de Angelique. Él y la Félix combaten. La Félix derrota a Silvain, pero ha mirado sus ojos y visto su desesperación. La bestia le perdona la vida y le concede un deseo. Silvain elige desear que el príncipe Elbert sea sanado por el bien de Angelique.

Nº 21, Trío. La Félix desaparece para siempre y el príncipe Elbert se recupera milagrosamente. Angelique le agradece a Silvain, pero se da cuenta que está mortalmente herido… ha elegido su felicidad sobre su propia vida. Silvain muere.

Nº 22, Final. Todo el mundo se siente mal por Silvain y luego aplauden por la feliz pareja, Angelique y su príncipe.

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Catorce

—T

out est à moi SAUF VOUS! —canta Ryan—. ¡Tengo todo, excepto a ti! —Angelique escucha su lamento y acepta casarse con él si libra a su pueblo de la Félix. El príncipe Elbert, guapo con su uniforme azul marino con ribetes de oro y botones blancos, toma la mano de Lori. Ella está deslumbrante en un traje blanco de pastora, con un recodo elegante adornado con un lazo rosa. El príncipe Ryan y Lori esperan estar juntos en un futuro brillante. Sing despierta cuando la partitura le golpea el rostro ligeramente. Es justo después de las once. Los estudiantes duermen en el sofá, sillas y el piso. Alguien ha encendido las llamas de gas en la chimenea falsa y un chico y una chica juegan a las damas en su resplandor. Marta y Jenny, sentadas en una mesa de café, hojean una revista cuya portada es todo color rosa caliente, amarillo sol y la letra de molde negrita. —Oh, estás despierta —dice Jenny casualmente—. Iba pincharte en un minuto para que dejaras de roncar. Sing abre la boca, pero Marta palmea su hombro y ríe. —No le hagas caso. Jenny hace ruidos fuertes de ronquidos, ignorando las miradas molestas y Sing ríe. Se abre la puerta, dejando entrar el aire frío. Ojos se abren, columnas se enderezan, damas y libros y revistas son olvidados. Un manto gris y un débil aroma a pino pasa por la silla de Sing cuando un aprendiz cruza el vestíbulo:

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Daysmoor. Publica las hojas de papel para el tablón de anuncios, largos dedos presionando delicadamente las chinchetas. —¡Las listas! —Jenny sacude la pierna de Sing. Todo el mundo en el vestíbulo se apresura hacia el tablón. Con el ceño fruncido, el aprendiz atraviesa multitud y se dirige de nuevo a la puerta. Sing vacila, pero luego, inhalando profundamente, se levanta. Es difícil ver los nombres diminutos más allá de las cabezas en movimiento, pero oye a Jenny decir: —¡Oh! ¡Conseguí la Orquesta Dos! —¿Ves algo? —le pregunta Sing a Marta, cuya altura le da una ventaja. —Um… parece que obtuve el Concierto Coral… y tú también. —Genial. —Sing intenta sonar entusiasta. Todo el mundo hace Concierto

Coral—. ¿Qué pasa con, eh, Opera Workshop? ¿Ves algo allí? —Vamos a ver. —Marta estira su cuello—. ¡Guau! ¡Oh Dios mío! —¿Qué? ¿Qué? —El corazón de Sing salta. Marta se da la vuelta. —¡Me dieron la Reina de las Doncellas del Árbol! —¡Oh! —Sing intenta sonreír—. ¡Excelente! —Sabes, eso es tan raro, porque estaba leyendo acerca de las doncellas árboles; hay diferentes, pero dríadas son los más famosos; en “Seres míticos que debería

conocer”. Debería ayudarme para prepararme para el papel, ¿te parece? —Um, seguro.

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Sing nota a Daysmoor, los brazos cruzados, apoyado en la pared junto a la puerta. Su rostro está volteado y por un momento estudia su oscura forma angular. Hay algo extraño en él, algo solitario… tal vez más profundo que la soledad, como si fuera una criatura de otro mundo. No se da cuenta que ella está mirando hasta que la voz de Marta corta a través de la cháchara. —Sing, ¡eres Angelique! Su corazón se detiene, luego se inicia de nuevo al doble de su velocidad normal. —¿En serio? —dice en voz baja. ¿Escuchó todo el mundo? ¿Qué piensan? Los estudiantes dispersos no miran en su dirección. Solo Daysmoor ha vuelto su rostro ilegible en su dirección. ¿Puede oír su corazón latiendo hasta allí? Él se empuja de la pared con sus hombros y se va sin decir una palabra. —Oh, espera —continúa Marta, inconsciente del corazón de Sing—. Dice “us12” al lado… creo que significa “suplente”. —Oh. —Sing da un paso atrás. La multitud es poca ahora y también puede ver.

S. da Navelli: Angelique, soprano (us). Y justo por encima: L. Pinkerton: Angelique, soprano—. Oh. Bueno, eso está bien. Solo que no está bien. Sería mejor estar en algún otro grupo que tener que aprender y ensayar el papel de sus sueños y nunca llegar a interpretarlo. Sería mejor irse.

Us: Abreviación de “understudy”, cuyo significado es suplente.

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Quince

L

a Félix, cuando recordaba algo el espacio, lo recordaba como imperdonable. Todo en el espacio era interminable: el vacío, la luz, el frío, el silencio. Pero la montaña era distinta. Podría ser traicionera un

momento y un santuario al siguiente. Ese verano lluvioso, el bosque estaba pegajoso y lleno de lodo. La Félix pasó la mayor parte de su tiempo en una pequeña cueva cerca de la cima, mirando los días grises. Sus pensamientos, cuando los había, eran sencillos: notaba el color de un hongo, olía nuevas hojas, se preguntaba si los frutos de los arbustos podrían comerse. Los conceptos de hermano, madre y hogar ya se le habían desvanecido, pero su desesperanza permanecía, atándola a la tierra. Una manada de lobos tenía gran parte de la montaña como territorio propio y la Félix anticipaba su paso con interés. Era una gran manada, incluso después de que ella se hubiera comido dos o tres de ellos y la forma en que cazaban juntos la fascinaba. Una mañana húmeda, estaba entretenida viéndolos yacer en el refugio de ramas debajo de la cueva. Grandes piedras y vegetación la ocultaban, pero a través de las hojas podía ver los grandes cuerpos grises entre las piedras. Habían elegido descansar en esa rocosa depresión, la comodidad haciendo que valiera la pena el esfuerzo que debieron haber sufrido sus piernas al bajar. Un cachorro estaba jugando, trepando las rocas que había debajo de ellos, buscando insectos. De a ratos, cuando se alejaba mucho, alguno de los adultos lo traía de regreso con un tirón o un empujón. Al final, el cachorro se las arregló para subir un pequeño montículo debajo del borde de la cueva donde la Félix estaba observando. Aplastó algunas hojas de

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hierba relucientes, asomándose a través de una grieta en la pared, enredando una mata en sus patas y rodando sobre su espalda con esta. Uno de los lobos en la base del acantilado lo llamó:“Demasiado alto”. Pero el cachorro solo olfateó el aire. Había captado el aroma de la Félix y no sabía qué era. Con ojos iluminados, comenzó a olfatear el borde del acantilado, buscando una forma de subir. Demasiado alto, volvieron a llamarlo desde abajo. Demasiado lejos;

vuelve. La Félix no entendía el placer, así que no podía regodearse ante la idea de una muerte fácil. No conocía el miedo o la inseguridad, por lo que no sentía alivio de que su próxima comida estuviera acercándose a su propia guarida. Pero no le agradaba andar por el bosque cuando estaba gris y húmedo y entendía la comodidad. Sus orejas se movieron y sus músculos se tensaron en anticipación de la próxima aparición del cachorro. El cachorro siguió rasguñando el borde del acantilado, arrojando piedras y plantas. Uno de los adultos comenzó a subir el largo camino. La lluvia aumentó, enviando la ocasional cascada de agua embarrada por el acantilado. El cachorro siguió rasguñando y oliendo, finalmente encontrando un buen punto de ventaja bajo el borde. Con un último empujón de sus cortas patas, se lanzó sobre el borde y cayó como una pelota peluda en las garras de la Félix. El suelo tembló. Esto le dio al cachorro unos segundos más de vida cuando la Félix, sorprendida, cerró su boca antes de que sus mandíbulas pudieran terminar su mortal complemento. El temblor se intensificó y ella y el cachorro se deslizaron por el borde del acantilado en una lodosa confusión. Las rocas resbaladizas y temblorosas liberaron a otras; piedras más pequeñas fácilmente afectadas por el barro se aflojaron de sus posiciones, dejando piedras más grandes sin apoyo y tambaleantes. La Félix oyó el llanto aterrado del cachorro mientras caía.

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Se detuvieron en una mezcla de barro, piedras y plantas muertas en la base del acantilado. Instintivamente, la Félix subió a suelo más alto, deteniéndose en un desnivel que observaba todo el suelo. Por aquí y allá se asomaba una masa de pelo gris entre el barro o un cuerpo yacía tieso lleno de sangre y lodo. Entonces, para su sorpresa, vio al cachorro saliendo de entre el lío. Dudó, preguntándose si una pequeña comida valía toda esa piel sucia. Con el barro y lo demás, la depresión estaba ahora casi a la misma altura del suelo por encima y el cachorro comenzó a correr por todos lados, de borde a borde. Se detenía ante cada cuerpo gris y lo golpeteaba con su hocico una, dos, tres veces. Pero todos los lobos estaban muertos. Finalmente, el cachorro dejó de correr y se sentó en medio del claro. Alzó la nariz y comenzó a aullar. La Félix se acercó con cuidado a él. Un lobo más grande habría sido mejor. Pero el cachorro ni siquiera intentó huir. Solo dejó de aullar y la miró. Y en sus ojos, vio galaxias enteras, igual que las que veía en el alma de cada criatura. Pero los ojos de este cachorro eran distintos. Mi culpa, decían esos ojos diminutos. Y el resto de ese vasto universo interno era una pena sin palabras y desgarradora. Un cosmos entero de desesperación le devolvió la mirada. La parte de Gata de ella se encogió ante esto. No debería haberle dado esa visión. No sabía cómo reaccionar. Pero en ese momento, la parte de la Félix que aún se aferraba a un recuerdo del cielo se expandió en su cuerpo terrenal como si lo estuviera respirando. Esa parte de ella entendía la pena del cachorro como si fuera propia. Esa parte de ella entendía. Antes de que se ocultara y volviera a callarse, la parte de ella que era Cielo derramó una única lágrima por este cachorro de lobo. Y el cielo lo notó. La

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lágrima quedó suspendida en el aire, sólida y brillante, hasta que el cachorro la tomó con su lengua como un copo de nieve. Esa tarde, la Félix observó la manada seguir su camino, largas piernas dirigiéndose entre las rocas, pieles grises que aún tenían trozos de magia de cielo. El cachorro se quedó cerca de los adultos. Y así fue que la primera lágrima dela Félix fue derramada por un cachorro de lobo. La última sería por Sing da Navelli.

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Dieciséis

S

ing es muda en sus sueños. Respira, abre su boca, empuja aire y nada sucede. Sueños de Lori Pinkerton y Marta cantando duetos barrocos al otro lado de un abismo han puesto círculos oscuros debajo de sus ojos esta mañana. Sigue a Marta y a Jenny afuera, pasando los altos marcos de

las ventanas del comedor. Cuervos graznan de manera desagradable desde los altos árboles que rodean el campus. La estatua de Durand resplandece. —¡El primer ensayo es esta noche! —trina Marta. Sing gruñe. —He estado repasando mi aria—dice Marta—. ¿Sabes…? —¿Así que crees en esta cosa del pacto con el diablo? —interrumpe Sing. Cualquier otro tema de conversación que no sea el ensayo. —¿Eh? ¿Qué pacto con el diablo? —Los ojos de Marta se amplían. —Ya sabes—dice Sing, haciendo un ademán—. François Durand. Al menos eso es lo que se dice. Hizo magia negra o algo después de que todas esas personas murieran. —Qué mal que sean viejas noticias—dice Jenny—. Eso sería un buen encabezado: “¡Masacre de la Guerra Civil Envuelta en Misterio!”. El mecanismo mental de Sing zumba.

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—Sí, he escuchado que fue la batalla más al norte. Pero no está del todo claro quién peleaba con quién o por qué todos en la aldea murieron. Y hasta donde sé, nadie fue disparado. —Espeluznante—dice Jenny—. Necromancia. O extraterrestres. O la plaga. —Oh. —Marta resopla—. La gente confunde algunas veces su mitología. Durand no hizo un pacto con el diablo. Su deseo fue concedido por la Felix. Sing es escéptica. —¿La bestia felina de Angelique? —Ajá. —El tono de Marta es de “es un hecho”—. Lo leí en “Monstruos del

Mundo”. —Ya veo—dice Sing. —No tienes que creer—dice Marta—. Han encontrado diarios en Francia indicando que todo el cuerpo de trabajo de Durand fue destruido en un incendio en 1860, que fue la razón de que se deprimiera tanto que se fue para morir en el extranjero. Eso es un hecho. Entonces… —Sí, sí—dice Jenny—. Luego, milagrosamente, todo su catálogo reaparece, encuentra el conservatorio en esta tierra salvaje y atrae estudiantes brillantes y produce Angelique dos años después. Hurra. —Fue la Felix—dice Marta—. Bajó de los cielos y concedió su deseo. ¿De qué otra forma lo explicarías?

Bueno, yo no saltaría automáticamente al “mágico gato espacial”, piensa Sing. Jenny las deja mientras pasan el edificio nombrado por Durand, dos pisos de mohosos y anticuados salones de clases. El manual dice que la clase de actuación del Sr. Bernard es en el invernadero en la orilla del campus.

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Sing y Marta encuentran asientos en el piso de piedra entre macetas de plantas con flores. El invernadero es anticuado, de hierro y vidrio. El sonido de un arroyo forestal flota a través de las ventanas abiertas. En lugar de la toga del personal, el Sr. Bernard viste unos pantalones deportivos color borgoña y una camiseta blanca que abraza su temblorosa cintura. —¡Bienvenidos! —le dice a los más o menos veinte estudiantes—. Oficialmente, soy el Sr. Bernard, pero pueden llamarme Lou. Apreciaría que así lo hicieran. ¡Solo no dejen que el presidente los escuche! Sing suspira. Algún maestro siempre intenta ser el buena onda, ese en quien confiar, el que inspira. Traza las grietas entre las piedras del suelo con sus dedos. —Veamos, todos ustedes aquí son cantantes—continúa el Sr. Bernard—. Díganme, ¿cuál es la diferencia entre cantar y tocar un instrumento? Unas pocas manos se levantan. —¿Sí? —Apunta hacia un chico con lentes. —¿El canto tiene palabras? —El canto tiene palabras, la mayoría de las veces. ¿Qué implican las palabras? Ninguna mano se levanta. —Vamos, chicos—dice el Sr. Bernard—. ¡Díganme acerca de las palabras! Marta dice: —¿Cuentan una historia? —Sing nota su tono animado. Ella consiguió La Reina de las Doncellas del Árbol. No tiene nada de qué preocuparse. El Sr. Bernard asiente.

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—Algunas veces cuentan una historia. Algunas veces solo expresan una emoción. Pero, ¿quién produce las palabras? Muy bien, ¿qué dices tú? Silencio… hasta que Sing se da cuenta que la está señalando a ella. Se encoge de hombros. —¿Personas? —¡Bingo! —El Sr. Bernard aplaude—. ¡Personas! Sing pone sus ojos en blanco detrás de sus párpados cerrados. —Algunas veces animales, si el personaje es un animal —dice el chico de los lentes. —Me alegras que hayas traído eso a colación—dice el señor Bernard—. Dijiste la palabra mágica: personaje. Cuando nosotros cantamos y por “nosotros” quiero decir “ustedes", porque yo canto como gatos en la bañera, nos estamos convirtiendo en un personaje. Ahora, eso no quiere decir que otros instrumentos no puedan representar personajes o contar historias, pero no es el instrumento en sí mismo el que lo está haciendo, es el sonido. Cuando nosotros cantamos, nos convertimos en alguien más. Nos expresamos a nosotros mismos con sonido y con nuestros rostros y nuestros cuerpos. ¡Eso es actuar! —Algunos de los estudiantes sonríen o asienten, algunos se ven escépticos. Sing ha tomado clases de actuación antes. Su padre insistió. Nunca fue muy buena en ello. El Sr. Bernard habla acerca de emociones, pidiéndoles a los estudiantes primero sentir enojo —“Es la más fácil”, dice—, luego tristeza y finalmente alegría. —Estas cosas viven dentro de ustedes. Necesitan reconocerlas por lo que son antes de que puedan aspirar a residir en el cuerpo de alguien más. Necesitan separarlas.

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Unos cuantos minutos pasan. Los otros estudiantes se concentran. Algunos respiran pesadamente, algunos sonríen. Uno o dos tienen lágrimas corriendo por sus mejillas. Sing observa con interés. Intenta invocar enojo, luego tristeza. Pero nada viene. Por dentro, es tan dura y lisa y oscura como obsidiana. Los ojos de Marta están cerrados, su rostro retorciéndose con rabia, luego melancolía, luego felicidad. Buena actriz, añade Sing a su lista de las fortalezas de Marta. El Sr. Bernard continúa después de un rato. —Cientos de emociones viven dentro de ustedes; son las que los hacen ustedes mismos. Miedo, envidia, lástima, resentimiento, amor, lujuria. —Eso obtiene unas cuantas risitas—. ¿Qué están sintiendo hoy? ¿Pueden nombrarlo? Sing mira fijamente al Sr. Bernard como si lo retara a exponerla. Adelante, piensa, dime que soy una pequeña bruja celosa. Él reparte tarjetas. —Quiero que escriban “Yo soy” en su tarjeta. Seguido de lo que sea que les guste. ¿De acuerdo? ¡Adelante! Sing se queda viendo su tarjeta. Algunos de los otros estudiantes también lo hacen.

Esto es estúpido, piensa. ¿Qué tan buen actor tiene que ser un suplente? No es como si alguna vez fuera a ser una superestrella de la ópera. No es como si fuera su madre. Sing toma su lápiz y escribe “Yo no soy mi madre” en la tarjeta.

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Diecisiete

L

a Félix nació como un objeto de hermosura y desesperanza, como es su naturaleza, solo la hacía más hermosa. Se parecía a un gran gato, sí, pero en la forma en la que el cielo se parece a su reflejo en un lago en

calma. Incluso después de su caída, mantuvo el color de la puesta de sol, su momento favorito —el inicio de la noche estrellada—, y a las estrellas mismas que salpicaba todo su brillante pelaje. Sus ojos eran casi negros y nebulosos; las criaturas lo suficientemente desafortunadas para ser fascinados por su tinte violeta no vivirían para ver nada más otra vez. Pero sus dientes y garras, una vez pálidos y lustrosos como la luna, se volvieron de un amarillo casi carmesí debajo de los árboles oscuros y encrespados. A pesar de todo, algo continuaba brillando fuera de ella, como una suave y blanca luz de estrella ahora manchada con sangre, pero aún brillante. Animales huían de las extrañas sombras que producía. Un siglo, llamó la atención del espíritu del Bosque mismo. Estaba tan fascinado con esta encantadora y triste luz que dejó sus cuevas de osos dormidos y a diligentes lombrices y nidos estremeciéndose y, por un momento, pensó en sí mismo como un gran gato.

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Dieciocho

S

ing entra por la puerta naranja con la pintura astillada hacia un frío y húmedo salón de clases lleno de viejos pupitres híbridos con silla.

Este es un error.

Debería de haber escuchado a su padre cuando le sugirió que tomara La Vida del Artista en su elección de arte. Es de común conocimiento que cualquiera que es alguien toma el de La Vida del Artista. Pero no podía soportar otro semestre aprendiendo las vagas reglas de tener éxito en el mundo profesional. Ya ha tenido diecisiete años de eso. Por lo que escogió La Naturaleza de la Música. Una A fácil, ¿no? Pero está asombrada de encontrar diez pentagramas alineados y extraños cubiertos de notas puntiagudas y temblorosas en la pizarra blanca. En las paredes cuelgan diagramas de aspecto científico de lo que parecen ser laringes y tráqueas y pulmones. ¿Se ha metido en una película de ciencia ficción? La profesora luce como la perturbadora abuela de alguien. Su cabello blanco es esponjado mientras toma papeles y libros de su bolsa de mano y los acomoda en el escritorio en el frente del salón. Los cristales de sus lentes plateados lucen como burbujas. Sing, no engañada por la apariencia benigna de la profesora, frunce el ceño a los extrañas pentagramas: esta clase va a ser técnica y rara, no filosófica. Algo más para que ella falle. Encuentra un asiento, lo cual no es difícil; solo hay otros cuatro estudiantes en la habitación. Se sienta dos pupitres atrás de un pequeño chico con rizado

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cabello castaño y a tres pupitres de distancia de un par de chicas más grandes —una alta y oscura, otra pequeña y blanca—, que parecen mejores amigas. El único otro estudiante es un chico de apariencia atlética con una barba de chivo. Mientras Sing saca su cuaderno con pesar, se le une otro chico atlético con patillas poco atractivas. —¿Todos están aquí, creo? —dice la profesora—. ¡Grandioso! Bienvenidos a la Naturaleza de la Música. Soy la Sra. Bigelow. —Abre su cuaderno y comienza a garabatear. La señora Bigelow comienza con un “¿Qué es la música?” y Sing comienza a garabatear. Sabe que la discusión se tornará hacia instrumentos alternativos, disonancia sin restricciones, cuartetos de cuerdas con helicópteros… todo el tipo de cosas locas que se supone que debe impresionarte. Ella nunca ha podido metérselos en la cabeza. Se siente como fingir. Pero unos minutos después de la clase, la Sra. Bigelow sube un reproductor de cintas ancestral de su escritorio y presiona “reproducir”. Sing escucha la brisa mover las hojas, luego el sonido de un canto de pájaro. Comienza con un pequeño gruñido, luego se alza y baja. Grrrrrlll, grrEEEEEEooo. Grrrllll,

grrEEEEEEooo. La Sra. Bigelow deja que el canto se reproduzca cinco o seis veces. —Estaré impresionada si alguno de ustedes puede identificar ese pájaro. La chica alta dice: —¿Gorrión? —Nop. El chico de cabello rizado dice: —¿Picogrueso?

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La Sra. Bigelow sonríe. —Nop. Es un pequeño pájaro del sudeste de Asia llamado charlatán orejiplateado. Aquí hay una fotografía. —Alza un libro grande, abierto en una página con una fotografía a color de un pájaro grisáceo. El pájaro tiene sombríos parches amarillos en sus alas y un gracioso patrón rojo en su cabeza que parece un sombrero. La mirada de Sing permanece en la fotografía por un momento antes de volver a distraerse. »¿Captaron la canción? —pregunta la Sra. Bigelow—. Es una muy simple. ¿Alguien puede cantármela? ¿Sing? Sing alza la mirada. ¿Por qué todos los profesores la llaman hoy? Mantiene su expresión neutral: no lo suficiente hostil para ser considerada insolente, pero tampoco comprometida. —¿No? —dice la Sra. Bigelow—. ¿Laura? La chica pálida mira alrededor nerviosamente y luego intenta. —Um, ¡grrrrlll, cheeEEE! Los otros estudiantes se ríen, no de manera desagradable y la chica mira a su mejor amiga y se ríe. La señora Bigelow dice: —Eso fue bastante bueno. ¿Tom? ¿Qué hay de ti, quieres intentarlo? Patillas intercambia una mirada con Barba de Chivo y dice: —Bck, bkc, bck-¡AWW! La profesora se ríe con los estudiantes. —Aunque eso no fue un charlatán orejiplateado, fue valiente de tu parte intentarlo. Definitivamente no eres una gallina. —Los otros estudiantes ríen.

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Se están sintiendo cómodos con la Sra. Bigelow, incluso cuando el corazón de Sing se vuelve más frío. »Imaginen que son un charlatán orejiplateado joven, en vez de un ser humano joven. —La Sra. Bigelow le da a Patillas una mirada liviana—. Necesitan comunicarse con otros de su misma especie. Necesitan ser capaces de decir “¡Estoy en peligro!” o “¡Estoy buscando una pareja!” o solo “¡Estoy aquí!”. ¿Cómo aprenden a hacerlo? La chica pálida alza la mano. —¿Instinto? —No tanto como podría pensar —dice la Sra. Bigelow—. ¿Alguien más? —¿Escuchar a tus padres? —dice barba de chivo. —¡Exacto! La mayoría de los pájaros cantores aprenden sus canciones de sus padres, de la forma en que ustedes y yo aprendemos un lenguaje… y para muchos de nosotros aquí, la música. ¿Fue esa una mirada en la dirección de Sing? Mejor que no haya sido así. La Sra. Bigelow presiona el botón de reproducir de nuevo y suenan más canciones de pájaros. Es la misma canción… casi, piensa Sing. Algo no está

bien. Ella se da cuenta de que son los pentagramas alineados y extraños justo antes de que la Sra. Bigelow diga: —Aquí están los fonogramas de las dos canciones distintas que acabo de reproducir. De izquierda a derecha representa el tiempo y de lo bajo a alto la frecuencia. Las líneas borrosas que parecen notas son los sonidos que los pájaros están haciendo. Como pueden ver, la segunda canción; que es el pájaro joven; es ligeramente diferente a la primera. No la aprendido completamente.

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Lápices garabatean cosas en los cuadernos. Sing se pregunta lo que está escribiendo todo mundo. Mira su garabato. Una pastora en un vestido con volantes. —No tenemos a ningún charlatán orejiplateado aquí —dice la profesora—. Pero traje un par de guías de campo para ayudarles. Cada uno de ustedes va a escoger un pájaro local común; nada demasiado difícil de encontrar, por favor, ya que tendrán que estudiarlo y aprender sus canciones. Las canciones de pájaros son sumamente encantadoras e inspiradoras; muchos famosos compositores, como Olivier Messiaen, han incluso intentado imitarlos en sus obras. Les daré hasta el final de la clase para que escojan a su especie. La Sra. Bigelow le da un libro a las mejores amigas y otro a los atletas. El chico de cabello rizado se acerca a las mejores amigas, pero Sing se queda aparte, añadiendo un bastón y arco a su pastora. La Sra. Bigelow no dice nada.

¿Qué estoy haciendo?, piensa Sing. ¿Pienso que mi vida será mejor si tengo malas notas? ¿Si me expulsan del conservatorio? Se imagina diciéndole a su padre que regresa a casa, de vuelta a su vieja escuela. Que no podía encajar aquí. Puede ver su sosegado rostro, escuchar su decepción. Aun así, continúa garabateando. Dibuja a la Félix ahora, la “gran bestia” de Durand. Un gran gato con dientes de gran tamaño y pequeños y malvados ojos. Nunca ha entendido por qué la bestia siempre es caracterizada como un gato; ¿acaso felix no significa “feliz”, no “gato”? Tiene la sensación de que Marta lo sabría. Marta. Sing dibuja a la Reina de las Doncellas del Árbol, alta y delgada y protuberante, con un montón de pecas, cabello enredado y enormes e insípidos ojos. Solo está poniendo hojas en su rostro como una barba de follaje cuando la Sra. Bigelow dice:

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—De acuerdo, solo nos quedan unos pocos minutos y me gustaría escuchar de cada uno de ustedes qué especie escogieron. —Escribe las elecciones de los estudiantes: picogrueso, tórtola rabiche, herrerillo bicolor (Barba de chivo y Patillas se burlan), carboneros. —Cardenales —dice Lauray la Sra. Bigelow alza la mirada. —Mmm… Creo que he visto algunos este año, ¿no? —Vi uno de camino hacia aquí. —Laura apunta hacia las pequeñas y abiertas ventanas. La Sra. Bigelow asiente y lo escribe. Sing mira; puede ver el verde del patio desvaneciéndose, las hojas cambiando. Un árbol solo y enorme está en el camino, protuberante y suave, como melazas que rezuman del suelo hacia el cielo. Un par de cuervos están sobre una de las ramas de en medio. —¿Sing? ¿Qué especie escogiste? —Cuervos. —Los otros estudiantes resoplan y murmuran. La Sra. Bigelow frunce el ceño. —Los cuervos no son exactamente pájaros cantores.

¡Awww! ¡Rrraaaw!, sisean los cuervos afuera. Sing contestó impulsivamente para zafarse de la Sra. Bigelow, pero ahora se pregunta: ¿Qué están diciendo? ¿”Me gustaría una pareja”? ¿”Estoy en peligro”? O solo, ¿“Estoy aquí”?.Dice: —Me gustarían los cuervos, si está bien para usted. La Sra. Bigelow sigue frunciendo el ceño, pero dice: —Está bien. Cuervos serán. Dice la palabra cuervos como si fuera extraña, fuera de lugar. Como si no perteneciera. Como si no fuera digna de pertenecer.

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Diecinueve

L

a sonata Pathétique de Beethoven es una de las piezas más populares del mundo. George no sabía cuántas veces la había oído. ¿Cientos? ¿Miles? La tocó y la enseñó y la estudió. Y aunque Pathétique siempre

sería exquisita, había otras piezas, otros compositores, otros sonidos. George siguió adelante, como se hace.

He aprendido algo de Beethoven, dijo Nathan. Ahora, en el pabellón brillante de St. Augustine a esta hora intempestiva en un sábado, George se sentó y escuchó Pathétique de nuevo. Durante las clases, Nathan era atento y tranquilo, absorbiendo teoría e historia tan rápido como sus músculos aprendieron a conocer las extrañas nuevas demandas que estaba haciendo de ellos. Y cuando George tocaba, Nathan miraba sus dedos con un hambre salvaje. George sabía que el oído de su alumno era extraordinario y que su precisión técnica ya se estaba convirtiendo magistral. Pero ahora, mientras Nathan interpretaba el primer movimiento de

Pathétique, el altibajo de su ser crudo dio una dulzura y urgencia a la música que agitó algo en George que había olvidado que estaba allí. No podía imaginarse interpretando a Beethoven mejor. Desde su lugar de costumbre junto a él en el banquillo, George vio los largos dedos del joven, la curva de sus hombros anchos, el regocijo en su hermoso rostro.

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El rostro de George, junto al de Nathan en el reflejo de la música brillante, parecía casi como una mala copia, un hermano mayor hogareño. Curvas cansadas en lugar de líneas delicadas, marcas de viruela en lugar de uniforme líquido. Pero cuando el reflejo de los ojos de Nathan atrapó el de George, sus miradas no eran más que calidez. George se dejó caer en esos ojos por un momento mientras sonaba el último acorde. —¡Maravilloso! —cortó una voz chillona a través de las reverberaciones del piano. George se puso en pie. —¡Betty! No te oí entrar. Nathan se puso de pie, sonriendo cortésmente. —Profesora Hardy, qué agradable sorpresa. La profesora se apoyó contra la puerta, la cadera ladeada. —La agradable sorpresa fue toda mía, querido. George, estaba empezando a pensar que tu protegido era solo una cara bonita. Pero parece que toca, después de todo y muy bien. ¿No es eso algo? —Le dedicó una sonrisa con sus labios pintados de rojo. Nathan se sonrojó. —Por supuesto que Nathan toca bien. —George bajó la tapa del teclado con un golpe seco. —Pero no eres un pianista, George, no realmente —dijo la profesora Hardy—. Nathan está más allá de ti. Necesita un nuevo maestro. Nuevas oportunidades. —Ella se acercó, el chasquido de sus tacones resonando—. No me importaría hacerme cargo yo misma. —Eso es muy amable de su parte —dijo Nathan.

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—Ven a verme si te interesa. —La profesora sonrió y George observó los ojos de Nathan siguiéndola mientras se alejaba. —No creo que sea una buena idea —dijo George. Los ojos de Nathan se arrugaron en una sonrisa. —¿Por qué no? —¿Alguna vez te he guiado mal? —La voz de George ahora tenía una extraña dureza—. ¿No confías en mí? Nathan palmeó el hombro de George y se echó a reír. —No te preocupes, George, ¡por el amor de Dios! No voy a dejarte por la profesora Hardy. Olvídalo, ¿de acuerdo? Lo sabes mejor, estoy seguro. ¿Vamos a almorzar? George exhaló. —Sí. Esa es una excelente idea.

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Veinte

S

ing, Marta y Jenny comen el almuerzo en una mesa de picnic junto a la cerca de madera que separa el campus de los bosques de pinos detrás de este. La cerca está hecha de troncos verticales pegados juntos y

recortados con puntas afiladas y en la parte superior se eleva una legítima montaña cubierta de nieve. En las señales amarillas se lee PELIGRO y calaveras y huesos son puestos cada nueve metros más o menos. Sing pincha su ensalada de papas, desconectada. El tono insolente de Jenny pasa sobre las otras conversaciones en otras mesas, mientras que Marta juguetea con un colgante de unicornio plateado de su cuello. Jenny está diciendo: —Deberías llevarla la próxima vez. ¡Estamos construyendo nuestras propias violas desde cero! La mía será una completa basura, pero aun así. Llévalo si tienes la oportunidad. Marta dice: —Sí, tengo que tomar Piano Funcional este semestre ya que no lo probé. Quería tomar Naturaleza de la Música. Suena genial. Sing bufa, los ojos fijos en su almuerzo. Marta continúa: —Sing, ¿no estás tomando esa? Me pareció verte ir a Durand después de drama. Sing se encoge de hombros. ¿Era eso una pulla, porque no está tomando La Vida del Artista? ¡Al menos no tiene que tomar Piano Funcional!

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Jenny dice: —¿Qué pasa contigo, Sing? Marta la hace callar, pero Sing levanta la mirada fríamente. —¿Qué quieres decir? Jenny la mira directamente. —¿Qué pasa? —Nada. —Déjala, Jenny —dice Marta, cortando las zanahorias al vapor. —¡No! Ha estado actuando mal todo el almuerzo. Estoy harta de esto. Sing está en silencio, no está de humor para la franqueza de Jenny. Se le eriza el cabello. Sigue, piensa. Dime que no pertenezco a este lugar. Dime que mi

padre está comprando mi carrera. Dime que nunca voy a cantar Angelique de verdad. Está completamente sorprendida cuando Jenny extiende una mano y dice: —Apesta que no recibieras la parte que querías. Creo que tal vez apesta más de lo que Marta y yo sabemos. Pero mira, estamos de tu lado, ¿de acuerdo? —Ella mira a Sing a los ojos de y Sing se siente bien de una manera que no se había sentido hace mucho tiempo. Sing exhala en silencio y, de alguna manera, es más que aire lo que sale de sus pulmones. Mira la mano de Jenny apoyada en la suya y una opresión ardiente que ha ido en aumento desde su primer momento en el conservatorio disminuye un poco. Y son amigas.

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Mientras la realidad burbujea de vuelta a su alrededor, el cerebro de Sing registra plenamente la cerca de madera extraña por primera vez. En parte por algo que decir, en parte porque quiere saber, hace un gesto y pregunta: —¿Qué hay en el bosque? ¿Por qué esta cerca extravagante? —¿Mantiene fuera las hordas bárbaras? —Jenny dice y Sing y Marta resoplan. —Mi papá dice que es peligroso ir por ahí —dice Sing. —Probablemente los residuos nucleares —dice Jenny—.Es por eso que todos los aprendices son mutantes. —Eso no es lo que he oído —dice Marta y su voz es tan extrañamente petulante que Sing y Jenny se vuelven en sorpresa. Los ojos de Marta son amplios y su rostro agradable irradia entusiasmo—. Oí que la Félix aún vive allí. —Jenny se ve como si estuviera tratando de no reírse. Pero parte de Sing no puede evitar empujar. —La Félix es un mito —dice ella. —No es un mito —dice Marta—.Se la conoce como un mito por la ópera de Durand, pero creo que estaba escribiendo desde la experiencia. Él vio a la Félix y esta le concedió un deseo. —Tal vez escribió Angelique para él —dice Jenny—. Eso es lo único que escribió que es algo bueno. —Si Angelique fue escrito por un gato, habría más ratones en este —dice Sing. Jenny asiente. —Y punteros láser. —Tiene un poco de música de cámara muy agradable —dice Marta.

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—Mito o no —Jenny pone el tenedor sobre la mesa con un estrépito—, hay un montón de historias sobre un enorme gato espeluznante visto por aquí y ciertamente no va por ahí concediendo deseos. Va por ahí comiendo gente. Dicen que eso es lo que pasó con el hermano Bessette, quien construyó la iglesia original. No estaba inspirado. Estaba desayunando. Mira hacia arriba. Sing puede ver las copas de los pinos más allá de la cerca. El sol todavía calienta como en verano, pero un frío barre bajo de la montaña. —Come a la gente —dice Marta—. ¿Recuerdan esos excursionistas hace unos diez años? Sing no, pero Jenny dice: —Bueno, no se supone que vayas de excursión a la montaña. —¿Qué pasó con los excursionistas? —pregunta Sing. —No sabemos —dice Jenny—. Probablemente los lobos. O un oso. —Los lobos y los osos negros tienden a permanecer lejos de la gente —dice Marta—. Y la mayoría de los animales comen sus presas. Sing curiosea. —¿Los excursionistas no fueron comidos…? Marta niega con la cabeza. —Solo sus gargantas. Jenny tira la servilleta sobre la mesa. —Y he terminado con el almuerzo. —La Félix matará cualquier cosa que atrape —dice Marta—. Excepto si ve en los ojos de su presa y ve que hay una tristeza más profunda que la suya.

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Entonces, en vez de matarlo, arrojará una lágrima y concederá un deseo. Lee

Angelique. Concede el deseo de Silvain al final. —Eso es solo una historia —dice Jenny, agitada—. El v… —Se detiene. Sing levanta una ceja. —Estabas a punto de decir, “El verdadero Félix…” Jenny enrojece, pero ríe. —Todos los libros de criaturas que Marta tiene en nuestra habitación me están llegando, supongo. Pero Félix o no, la pregunta importante es, ¿qué llevarán a la fiesta de esta noche? Tenemos que representar a los chicos de primer año increíblemente elegantes, ya que somos los únicos tres invitados. La mandíbula de Marta cae. —¿Nos has hecho invitar? ¿Para la fiesta de Carrie Stewart? Jenny envuelve de manera eficiente los espaguetis alrededor de su tenedor, el almuerzo parece estar en escena otra vez. —Si piensan que soy genial, deben conocer a mi hermana. Su popularidad se mantiene incluso después de que se graduó. Por supuesto que conseguí que nos invitaran. Sing ríe. Se siente bien. Dice: —Marta y yo tenemos ensayo esta noche. Tendremos que encontrarnos ahí. —¡Diablos, no! —dice Jenny—. Nos vemos en nuestra habitación. ¡No voy a la planta sénior sola! —Está bien. —La sonrisa de Sing se desvanece mientras piensa en el próximo ensayo—. Oye, ¿sabes si Lori Pinkerton ya está aquí?

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—Todavía no —dice Jenny—. Se supone que está en mi clase de análisis, pero no estaba allí esta mañana. —¡Así que es posible que llegues a cantar Angelique esta noche en el ensayo! —dice Marta. Sing traza un hueco en la madera con el tenedor. —Sí. Jenny está en silencio, pero Marta dice: —No pareces muy feliz por eso. Años de ser dicho que no se quejara callan la boca de Sing. Pero se encuentra con la mirada de Marta y antes de que pueda detenerse, dice: —Supongo que… estaba tan decepcionada de no conseguir el papel, porque… bueno, un montón de razones. Pero sería mucho más fácil seguir adelante, ¿sabes? Quiero decir, la idea de tener que cantar ahora delante de todos y luego que Lori Pinkerton cante mejor y que todo el mundo sepa que ella es mejor porque el maestro lo dijo… Marta comienza a decir algo, pero Jenny la corta. —Mira, Lori es una diva total. Sabemos eso. Pero tú también lo eres, en el buen sentido, quiero decir. Por Dios, ¿eres de primer año y ya está suplantando al principal? —Tengo diecisiete años —dice Sing—. Soy un año mayor que la mayoría de los de primer año. Jenny golpea la mesa. —¿A quién le importa? ¡Es asombroso! ¡Debes ser jodidamente increíble! Vas a patear el trasero cuando seas una sénior, ¿no?

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—No tengo ni idea. Marta ríe. —Ambas estarán lamentándolo cuando conozcan a Lori y sea agradable. Te estás poniendo toda histérica por nada. —Lo que hay que hacer —continúa Jenny—, es planchar esa camisa, arreglar tu cabello, sacar esa actitud ¡y aduéñate del ensayo de esta noche! ¿Estoy en lo cierto? Sing suaviza su camisa. Estos uniformes se arrugan tan fácilmente.

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Veintiuno

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a ventana por la que se ve el Rue du Faubourg Saint-Honoré era tan grande como el hotel al que adornaba. Su seda verde rayada encajaba con el diván; el recubrimiento dorado en la moldura alzaba las rosas en

el empapelado. George tomó un trago de brandy. A través del vidrio, podía a ver veinte o algo así de patrons des arts13 todavía reunidos en la entrada para artistas al otro lado de la calle, sus sombreros y abrigos manchados oscuramente en la lluvia. Su pálido reflejo se agitaba con las gotas de lluvia que se resbalaban por el vidrio. Era un hombre distinguido, experimentado y competente con años de conducción detrás de él. Pero el rostro que le devolvía la mirada incierta podría haber pertenecido a un joven aprendiz. George se veía excepcionalmente bien para su edad y no solo era la magia de París hablando. No era un hombre supersticioso. Pero sabía, muy profundo en su corazón, que todo había cambiado en la noche del concierto benéfico de Gloria Stewart en St. Augustine. Apenas recordaba el concierto ahora, aunque los eventos posteriores todavía eran perfectamente claros: parado paralizado por el hombre tatuado, finalmente reuniendo el coraje para subir las desvencijadas escaleras hacia la azotea, acercándose vacilante al inmóvil cuerpo del joven hombre. Nathan. No había pretendido robar. No era un ladrón. Esas hermosas manos eran tan fascinantes que tenía que tocar una. Tenía que girarla para ver los delicados Patrons des arts: Personas que patrocinan o apoyan en caridades, organizaciones y personas

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que trabajan o se relacionan con las artes.

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dedos. No era su culpa que lo que la mano había estado sosteniendo se soltara y repiqueteara en los azulejos del techo. No era su culpa que hubiera puesto el objeto pequeño y brillante en su bolsillo y se olvidara de este en los días siguientes. Si Nathan, cuando finalmente regresó, lo hubiera pedido de vuelta, George definitivamente lo habría regresado. Pero él no lo pidió; era como si ni siquiera supiera del objeto. El cristal estaba en el bolsillo de George, como siempre. Lo buscó y deslizó sus dedos sobre la fría superficie. Lo acercó a su rostro, su reflejo haciendo que las manchas de lluvia de la oscura ventana brillaran como venas de plata. Esta pequeña cosa hermosa parecía resplandecer desde el interior, como un bosque entero cubierto de hielo brillando condensado en una sola gota. Parecía irradiar tristeza. Desde que el cristal de Nathan había llegado a su vida, George había sentido el tiempo ralentizarse para él. Había intentado ignorarlo, enfocándose en su trabajo. Nadie en el Conservatorio Dunhammond pareció notarlo. Pero últimamente, con esas giras europeas, fuera de la seguridad de su pequeña y solitaria escuela en la base de la grande y solitaria montaña, se estaba volviendo más claro que los años lo estaban pasando. El tiempo casi se había olvidado de él. ¿Pero qué bien tenía? Si solo pudiera dejar a Nathan en el conservatorio donde nadie lo viera, entonces George podría tener una carrera por su cuenta sin el miedo de que personas inescrupulosas se precipitaran para llevarse a Nathan lejos. Una vez lo intentó. Solo un fin de semana en una conferencia, en una ciudad a tan solo ciento cincuenta kilómetros al sur de Dunhammond. Nathan había vomitado durante tres días y después estuvo postrado en cama durante dos semanas. No fue gastroenteritis como había dicho el doctor. George había

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sentido el cristal en su bolsillo anhelando por su amo durante todo el tiempo que estuvo lejos. La puerta de la habitación del hotel se abrió y Nathan entró, pisando fuerte y sacudiendo las gotas de lluvia de las solapas de su gabardina negra. —¡George! Aquí estás. Un hombre entró después de él, impecablemente vestido, con cabello rubio ralo y ojos claros. —Maestro, ¡París lo adora! George sonrió, deslizando el cristal nuevamente a su bolsillo. —Lo dudo mucho. Pero fue una buena presentación. —Se permitió esa pequeña jactación. Había sido una exquisita presentación. —Esperaron por ti, sabes, en la entrada de artistas —dijo Nathan, sirviéndose un vaso del decantador—. Pensé que solo habías venido aquí a cambiarte. — Puso una mano en su cadera—. Vas a venir por unas bebidas, ¿no es así? —Claro que lo hará. ¡Debes hacerlo, mi amigo! —dijo el hombre. Se lo habían presentado a George antes del concierto; Henri Maneval, director ejecutivo de la prestigiosa orquesta parisina que había perdido a su anciano conductor en 1961. George había estado cortejando la orquesta durante gran parte los cinco años desde entonces. Las bebidas después de una presentación eran un buen signo. Pero había algo más. Una incomodidad insidiosa que había comenzado a rascarle mientras observaba a Nathan observar la ciudad por primera vez. El joven hombre parecía absorber su vitalidad, devuelto a la vida por los olores de las pastelerías, los colores de las brillantes obras de arte de vendedores callejeros, las frescas flores de Holland. Nathan era mucho más notable aquí.

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George dejó su copa vacía en la mesa y se volteó de nuevo hacia la puerta. —Henri te ha estado dando los más vergonzosos cumplidos detrás tu espalda —dijo Nathan. George podía escuchar su sonrisa desarmadora, incluso aunque no pudiera verla en el reflejo de la ventana. —Si me lo permite —dijo el director—, me gustaría darle esos cumplidos en cara, maestro. Venga con nosotros, a un pintoresco bar de piano en la calle. ¡Y su amigo ha prometido proveernos con algo de entretenimiento! —Se rio y Nathan se le unió. George se giró bruscamente. —¿Entretenimiento? Henri Maneval puso una mano en la espalda de Nathan. —Si su protegido toca la mitad de bien de lo que usted conduce, monsieur, ¡pasaremos un buen momento! —Miró su reloj—. No será bueno que llegue muy tarde, mis amigos. Saben cómo son esos músicos. À bientôt, mes amis14. —Y dio un asentimiento y se alejó por el pasillo suavemente iluminado. George se hundió en el diván de terciopelo y puso una mano en su frente.

Cinco años había trabajado para esto. Más de cinco años. Había soñado con tomar el control de una orquesta desde sus días de estudiante en el Conservatorio Dunhammond, más de cuarenta años atrás. Nathan cerró la puerta. —¿Y bien? ¿No vas a cambiarte? George sacudió la cabeza. La lluvia estaba cayendo pesadamente ahora, golpeteando la ventana como un tambor apagado.

À bientôt, mes amis: ¡Nos vemos pronto, amigos!

14

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—¿Estás bien? —Nathan atravesó la habitación y se sentó ligeramente en el diván, opuesto al venerable maestro—. George, ¿qué pasa? —¿Qué pasa? —La voz de George era brusca—. ¿Me avergonzarías? La boca de Nathan se abrió ligeramente. —¡Nunca! ¿Qué hice? George recorrió el respaldo del diván con un dedo. —¿Entretenimiento? ¿Le diste la impresión a M. Maneval de que tocarías para él? Nathan bajó la mirada. —Yo… pensé que esta noche podíamos celebrar. Ahora la voz de George se suavizó. —Entiendo, mi amigo. Pero sabes que todavía no estás listo. No puedes tocar para alguien tan refinado como M. Maneval, el director ejecutivo de una de las sinfonías más influyentes del mundo, ¡antes de estar listo! Especialmente cuando me está considerando a mí. —Pensé que estaba listo —dijo Nathan—. Me siento listo. George forzó una sonrisa triste. El plan que había estado formándose en su mente

desde

que

habían

aterrizado

en

Francia

estaba

finalmente

solidificándose. Por supuesto, implicaría tener que abandonar París, abandonar todos los lugares. Pero no veía alternativa. —Mi querido muchacho, si piensas que estás listo, ¿por qué no empezar con una competencia? ¿Por qué te forzarías a ti y a tus talentos en los dos mejores oídos del planeta? Nathan asintió.

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—Tienes razón, lo siento. Me adelanté… Es una ciudad tan emocionante. —Toma —dijo George—. Van a tener una nueva competición en Nueva York en un par de meses. En honor a la gran Gloria Stewart, a quien admiras tanto. ¿Por qué no competir? Luego, si sales exitoso, sería aceptable comenzar a presentarte para audiencias más grandes y sofisticadas.

Extrañaré París, pensó George. Estaba claro que, de encontrarse con Henri Maneval y una pequeña elección de miembros de la orquesta para beber, su posición estaría asegurada. ¿Pero a qué costo? ¿Cómo podía mantener a Nathan escondido aquí?

A salvo, quería decir. A salvo, no escondido. —Siempre sabes qué hacer, George —dijo Nathan, recostándose contra el terciopelo verde—. Gracias. El conservatorio en verdad era el mejor lugar para ellos. —Desearía que te cortaras el cabello —dijo George, enredando un rizo negro alrededor de su dedo. Nathan sonrió. —No, no es así. Luego se levantó para colgar su mojada gabardina en el perchero de la puerta.

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Veintidós

S

ing entra al ensayo exactamente a tiempo, con el cabello cepillado y brillante, la camisa blanca planchada, el jersey y la falda impecables y los calcetines subidos hasta las rodillas. El auditorio de concierto de St.

Augustine huele a barniz y piedra fría. Unos pocos estudiantes hojean sus nuevas partituras de Angelique. Sing lleva una edición más vieja, con FIRE LAKE OPERA etiquetado en la cubierta y “Ernesto da Navelli” escrito en la esquina superior derecha de la primera página. Su padre nunca ha dirigido Angelique y nunca lo hará, pero la música está cubierta con marcaciones de lápices desgastadas; él ha pensado en cómo lo haría. El suave eco de la puerta anuncia al maestro. El maestro no es particularmente alto. Su nariz no es particularmente curvada, aunque es un poco grande para su rostro. No entra a zancadas a la habitación o va por el pasillo con amplios gestos. Simplemente no está ahí y entonces sí está ahí y luego todo se pone más nervioso, como si la misma mampostería estuviera preocupada de estar fuera de tono. La boca de Sing está seca. Mordisquea su lengua para hacer que sus glándulas salivales funcionen. —Bienvenidos al Taller de Ópera. —El Maestro coloca sus partituras en el atril de música, clink—. Nuestra primera producción, para el Festival de Otoño, será Angelique de Durand, la cual por supuesto fue escrita aquí en el conservatorio. También me complace anunciar —No podía verse menos complacido—, que este año, gracias a nuestro nuevo teatro, el festival también

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será anfitrión de la Competición internacional de piano Gloria Stewart por primera vez desde su origen en 1967. La asamblea murmura con emoción ante la noticia. Sing, al no ser una pianista, no le había dado a la prestigiosa competición ni un pensamiento desde que llegó. Pero su padre será uno de los jueces… y se da cuenta con una sensación enfermiza que eso significa que su padre estará aquí para la presentación de

Angelique. No hay forma de que el horario de él interfiera o engañarlo diciéndole accidentalmente mal la fecha. —Maestro —dice una voz rasposa. El aprendiz Daysmoor está sentado detrás de Ryan en el piano, la posición de cambiar las páginas, luciendo aburrido y ligeramente amenazador, aunque al menos está intentando parecer despierto— . Tengo curiosidad, ¿dónde encontró el conservatorio dinero para un nuevo teatro tan espacioso y hermoso? ¿A quién debemos esta enorme deuda de gratitud? Mira a Sing. Su cuerpo se sacude. El maestro, con piedad, responde con: —Un generoso benefactor. ¿Qué fue eso? ¿Cuál es el problema de Daysmoor? Le lanza una mirada, pero él se ha cruzado de brazos y cerrado los ojos. El maestro frunce el ceño. —No tengo que recordarles que los ensayos, ya sea conmigo o con el Sr. Bernard, son obligatorios. Principales, su instructor es el aprendiz Daysmoor. Por favor moléstenlo, más que a mí, con sus preguntas y preocupaciones. Sing hace una nota mental de no tener ninguna pregunta o preocupación.

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—Comenzaremos con el acto tres, ya que todos están ahí —dice el Maestro, abriendo sus partituras—. Principales, al escenario. Mientras camina hasta la elevada plataforma al final de la habitación, Sing ve el rostro de Hayley en el coro. Grandioso. Una persona más a la que le encantaría verla fallar. Quizás sería mejor si Lori Pinkerton llegara ahora mismo. Encuentra un asiento junto a un chico con un cuello grueso. —¿Eres Angelique? —pregunta. —Sí. Bueno, no. Soy la suplente. —¡Oh! —Su rostro brilla—. Soy el príncipe Elbert. —Ahora tiene la audacia de sonrojarse un poco. Sing sonríe sin los ojos. —Página 213 —dice el maestro y Sing se da cuenta de que su partitura tiene distintos números de página que las de los demás. Mira hacia la del príncipe Elbert, pero Ryan ha comenzado a tocar y reconoce la introducción de la segunda recitación, lo cual significa que tiene que comenzar a cantar justo… —Alto. —El maestro, todos, la están mirando. Todavía está buscando la página… ahí. Quizás no diga nada más. Lo hace. —Señorita da Navelli, ¿está lista para comenzar? —Sí, maestro. —Señorita da Navelli. Ahí están de nuevo, esas miradas indagadoras. Casi todos en el auditorio tienen una ahora. Su rostro está caliente con vergüenza, pero empuja sus hombros hacia atrás y fulmina con la mirada. El maestro señala a Ryan una vez más, quien la mira y guiña un ojo.

Le guiña un ojo.

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¿Qué es eso? ¿Se está burlando de ella? ¿Diciéndole que no se preocupe? ¿Coqueteando? ¿Podría estar coqueteando? Lo mira, pero su enfoque ahora está en la música, a la cual debería estar prestando atención. El príncipe Elbert la mira sonrojado y ella no espera hacerlo también, pero así es y entonces tienen que cantar sobre enamorarse uno del otro. Ella se las arregla para cantar el pequeño recital y luego el dueto comienza. La parte del príncipe Elbert va primero. Su voz es rica y fuerte, otro recordatorio de que ya no es un pez en un pequeño estanque. Suena como los tenores en Stone Hill, un poco presionado pero con confianza, no como los engreídos y estirados chicos del Club de Música de su vieja escuela. Nadie más parece tan interesado en el refinado sonido saliendo de su príncipe de apariencia regordeta. Siguen en su propia música o toman de sus botellas de agua. Incluso Ryan está concentrado en su partitura, su cuerpo meciéndose hacia delante y atrás mientras toca. Su turno. Su voz hace eco en el gran auditorio y le toma unos cuantos latidos encontrar buenas armonías. Se enfoca en su respiración, pero entre más lo intenta, más tenso se siente su pecho. Algunas de las palabras se le escapan y se adelantados veces. Al menos cuando el príncipe Elbert regresa, puede mezclarse con él. El dueto termina. El ensayo continúa. La atención del maestro permanece enfocada en las partituras y en quien las esté cantando. Sing se sienta y mira el techo, deseando que estuviera anidada seguramente entre los miembros del coro agrupados en la casa. ¿Qué le está pasando? Conoce su voz de adentro a afuera. Sabe de resonancia. Sabe de aire.

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¿Por qué no puede hacerlo? A media mitad del coro de los hombres, las grandes puertas se abren y Lori Pinkerton entra con una bolsa mensajero marrón de cuero colgada sobre su hombro. Sing sabe que es Lori Pinkerton, porque ella es todo lo que Sing se imaginó que sería. Su cabello rubio se balancea mientras camina, su grácil cuello sostiene en alto su rostro de porcelana y sus labios con brillo rosa se curvan hacia abajo en desaprobación. Su uniforme debe de ser igual que el de los demás y, aun así, cae y fluye en todos los lugares correctos, haciendo que los hombres del coro se giren lentamente para seguir su camino arriba al escenario. Bueno, al menos se ha terminado ahora. Lori se sienta al otro lado del escenario, con la espalda derecha y los tobillos cruzados, mientras Monsieur Boncoeur, un hombre de mediana edad traído para el papel, canta su recital. Sing observa los ojos de Ryan ir hacia la dirección de Lori mientras toca.

Estuvieron juntos en el FLAP. ¿Quién sabe qué pasó allí, en las orillas del hermoso lago Fire? Sing se imagina el agua tranquila tocando las montañas eternamente llenas de nieve al este, el rojo brillo de la puesta de sol causando que ambos brillen como llamas. Ha visto el lago Fire muchas veces, pero siempre sola mientras su padre dirigía o su madre cantaba. ¿Lori y Ryan miraron la llamarada juntos? Requeriría algo fenomenal para arrancar la mirada celosa de Sing del rostro de Ryan, pero algo fenomenal pasa. Marta comienza a cantar. Todos en el auditorio se giran hacia ella, Ryan y Lori incluidos. Su sonido es dulce y resonante y canta con tanta honestidad y gozo que los vellos de los

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brazos de Sing se erizan. Marta cierra sus ojos mientras navega entre las acrobáticas líneas. Sing observa su mandíbula, espalda, dedos, todo moviéndose fluidamente con las notas. Aunque tendrá que trabajar en su francés. Con un francés decente, sería maravillosa. Sing parpadea. ¿Estoy sintiendo el deseo de ver a una compañera soprano —

una rival— tener éxito? Solo he estado lejos de mi padre durante dos días. Un tipo distinto de silencio sigue a la aria de Marta. Nunca habría algo tan vulgar como un aplauso en un ensayo, pero a veces, un silencio especial viene de todos pensando lo mismo: Eso fue grandioso. Sing atrapa la mirada de Marta y sonríe y Marta devuelve la sonrisa con el pendiente plateado de unicornio brillando. El Maestro le señala a Ryan que comience la aria más famosa de Angelique,

“Quand il se trouvera dans la foret sombre15” y Lori se levanta. Sing se prepara para lo peor. Y es peor de lo que teme. En verdad es muy bueno. Lori fija una mirada de tigresa en las ventanas altas del otro lado del auditorio; se ve como si estuviera lanzando láseres por sus ojos. De sus labios brillosos sobresalen formas vocales exageradas y sus dientes blancos brillan. El sonido es fuerte y grueso y confidente, aunque no tan plácido como el de Marta. Lori no mira sus partituras. Gesticula y se mueve tal como lo haría Angelique, con el cabello brillante y los hombros derechos. El príncipe Elbert apenas puede contenerse. Quand il se trouvera dans la foret sombre: Francés. Cuando él se encuentra en el bosque oscuro. 15

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** * Posteriormente, el maestro pide que Sing se acerque. Ella no está segura de cómo hace esto. No dice nada ni gesticula, pero ella sabe que ha sido convocada. Espera que Ryan se quede, pero él ya se está dirigiendo a la puerta, hablando con Lori. No, su único aliado potencial es el aprendiz Daysmoor, parado y encorvado detrás del Maestro con una mirada de completa indiferencia. Demasiado para eso. El Maestro chasquea la lengua. —Señorita da Navelli —Ahí está su nombre de nuevo—,espero que ponga más atención en futuros ensayos. Ya no está en el coro. De el ejemplo. —Sí, maestro. —Y necesitas meterte al gimnasio. Escuchaste lo refinada que sonó Lori hoy… estuvo en el FLAP durante las vacaciones, trabajando. Usted suena como si no hubiera graznado ni una nota en todo el verano. —Sí, maestro. —Sabe que estuve en Stone Hill. Sabe que he estado trabajando

duro. —Su primer ensayo con el aprendiz Daysmoor es mañana. Por favor, tome ventaja de su guía. Sing nota los ojos aburridos del aprendiz en su rostro ahora, con la arrogancia irradiando de él como el frío de un cadáver. ¿Su guía? Ella lo fulmina también;

nunca tomará ventaja de su guía. —Estaré bien, señor —dice y, buscando fuerza, encuentra el recuerdo de Ryan guiñándole el ojo—. Con el pianista del ensayo.

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¿Es su imaginación o la expresión de Daysmoor cambió de indiferencia a disgusto? Inhala profundamente. El maestro baja la voz. —Seré franco con usted. No escogí esta ópera. Es famosa, querida e inextricablemente unida a esta escuela y la administración no tendría otra pieza abriendo nuestro nuevo teatro. Pero Angelique es un papel difícil e inapropiado para alguien de su edad. Considerando la mala presentación en su audición, debería de haberle dado el papel de muda. Pero el hecho es que necesitamos un suplente y usted era la única soprano decente disponible.

Decente. Bueno, eso era casi positivo. No dura demasiado, sin embargo. El maestro dice: —Si fuera por mí, Lori Pinkerton ni siquiera tendría una suplente. —Sí, señor. —El rostro de Sing está rojo de nuevo mientras el maestro se aleja, El aprendiz Daysmoor comienza a seguirlo, pero ella lo llama: —¡Oye! El aprendiz se gira, alzando las cejas. Todavía está dolida por las palabras del maestro, pero no puede poner su frustración a dónde pertenece. —No me gusta que me estén mirando. Solo para que sepa. La mira un largo momento. Luego se acerca. Su voz es baja y deteriorada, casi un susurro. —Bueno, solo para que sepa, mi nombre no es “Oye”. Es aprendiz Daysmoor para usted. Y solo para que sepa, dar instrucciones en un Taller de Ópera no es el número uno de las cosas que me gustan hacer. De hecho, ni siquiera está allí.

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Y me gusta todavía menos cuando tengo que lidiar con pequeñas divas estiradas. Luchando contra las lágrimas por segunda vez en una semana, Sing dice: —Bueno, si nadie me quiere aquí, ¿por qué me dio el papel? —No pretendía sonar tan joven y golpea su puño contra su pierna. Un parpadeo de algo parecido a una emoción cruza el rostro de Daysmoor. Después de un momento largo, dice en una voz más suave: —Porque alguien que respeta le aseguró que podías hacerlo. Alguien… debió haber visto algo que él no vio. La mira frunciendo el ceño un segundo más antes de que la brusca llamada de “¡Daysmoor!” haga eco en la habitación. El aprendiz se gira, siguiendo obedientemente al maestro por las puertas dobles. Mientras la rabia de Sing se disipa, mira el piso brillante. ¿Quién podría haber convencido al maestro de que ella valía la pena? ¿Vale la pena? Cuando alza la mirada, Ryan está parado allí. —Pensé que podrías necesitar ese café —dice, atrapándola con su mirada firme y brillante—. ¿Quieres caminar al pueblo? —¿De verdad? —dice. Qué cosa tan estúpida para decir. Pero él sonríe de todas maneras, solo a ella. La calidez recorre su diafragma; no se atreve a moverse en caso de caerse. Ryan se ríe. —Vamos. Aaron y Lori están esperando.

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Ahora Sing se congela por una distinta razón. Ryan ha señalado las puertas grandes, en donde un delgado y moreno chico está junto a Lori Pinkerton. ¿Aaron y Lori están juntos? No parece de esa manera; él no está intentando ocultar su adoración y ella no está tratando de esconder su desdén. De hecho, parece que entre más se aleja Lori, más se vuelven bobos los ojos de Aaron. ¿Entones Lori y Ryan están juntos? ¿O todos son amigos? ¿Y dónde encaja Sing? Ryan le regresa su enfoque tomándola de la mano, la cual ella cree que está asquerosa y sudada. —Oye, tómalo con calma. Parece que estás asustada o algo. Trata de sonreír, pero probablemente parece rara e incómoda. —¡No! No, para nada. Café suena genial. —Bien. Me alegra escucharlo. —Todavía sostiene su mano. ¿Eso es presuntuoso o emocionante? Sus pulmones agitándose le dicen que es emocionante. Se imagina el viaje por la montaña a Dunhammond, oscuro y callado y el bosque de pinos volviéndose frondoso bajo el conservatorio, cubierto por follaje hasta llegar al pueblo. Esta noche, el camino estará cálido, escondido e iluminado por un centenar de estrellas. Ryan aprieta su mano. —Vamos. Ella sonríe. ¿A quién le importa si Lori Pinkerton está ahí? Ryan no está sosteniendo la mano de Lori Pinkerton ahora mismo. Ryan no está poniendo un brazo alrededor de…

¡Poniendo su brazo alrededor! …Lori Pinkerton ahora mismo. Espera hasta que Jenny y Marta…

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Se detiene. ¡La fiesta de Carrie Stewart! Un escaneo al auditorio le dice que Marta ya no está. Probablemente ambas están en su habitación, esperándola. Cepillándose el cabello. Emocionadas. Ryan suspira y se gira hacia ella. —¿Qué pasa? —Lo siento… No puedo ir a tomar café ahora. Lo siento. Lo olvidé. Tengo que ir a la fiesta de Carrie Stewart. —Sus hombres se hunden. —Sí, vamos a ir también. Más tarde. Está bien. —No —dice—. Tengo amigas esperándome. Lo… lo siento. La mira, con las cejas juntadas ligeramente. ¿Piensa que está mintiendo? —Oh —dice—. Bueno, como sea, diviértete. —Luego sonríe con esa sonrisa fácil, se encoge de hombros y se aleja. Sing sabe lo que eso significa. Significa que hay muchas chicas que están disponibles para un café. Ve muchos pares de ojos con rímel siguiendo discretamente a Ryan mientras cruza el auditorio. Lori pone un brazo alrededor del suyo mientras se marchan.

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Veintitrés

P

ara ser criaturas normalmente miedosas, los humanos tienen la habilidad de meterse en peligro. Esto le ocurrió a la Felix una tarde cuando la aurora boreal era tan brillante que su mente se aclaró de

nuevo. Al día siguiente, sus pensamientos se habían vuelto más simples, pero seguía observando a los humanos y a sus caballos y piedras y ruido desde su posición elevada mirando la iglesia abandonada. Raramente venía a este lugar. Era muy expuesto y bajo. Ser encadenado a la tierra era como ahogarse, pero bajar de la montaña era como ser enterrado vivo. La última vez que se atrevió a bajar, era llamada por el olor de los humanos. Habían construido la iglesia y la torre. Les desgarró los pulmones. Ahora había más de ellos. Un asentamiento bajo la iglesia, más caballos, más ruido, más tierra arada y virutas, metal y humo. Habían estado reuniéndose por meses o años. No lo sabía. Lo único que sabía era que pretendían quedarse en su montaña para siempre. Tenía que matarlos a todos. Fue fácil. Aquí abajo, no había conexión con el cielo. El único recuerdo al que el Gato se aferraba era la furia, comiendo sus tripas, disparándose hacia el exterior. Cada humano que caía era su hermano, chillando y sangrando y muriendo una y otra vez. Cuando la luna salió esa noche, todos los humanos estaban en silencio. Las moscas llegarían en la mañana con el sol —nunca había descubierto cómo matarlas adecuadamente—, pero por ahora, la Félix caminó lentamente de regreso a la montaña en una pacífica calma.

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Cuando llegó al claro, estuvo sorprendida de ver a un hombre de pie cerca de la torre de piedra. Solo de pie ahí, brazos a los costados, mirándola. Gruñendo, dio un salto. —Debería haberme tomado a mí primero, señora —dijo el hombre—. Soy el único aquí que vino en busca de la muerte. La Félix exhaló aire podrido, sus ojos nivelados con los del hombre. —Sé quién eres —dijo—. Soñé contigo. Naciste en la luz, pero no puedes encontrar tu camino de regreso. El Gato no lo entendió, pero vaciló. —¿Quieres escuchar mi historia? —preguntó—. Te la diré y, si no te agrada, me desgarrarás las tripas. Esa no es mi decisión, es tuya. —Ahora estudió los ojos negros violáceos de la bestia—. ¿Pero quizás ya la sepas? Y mirando en sus ojos, la supo. Su parte de Cielo despertó de la completa oscuridad. En los ojos del hombre, vio pérdida y desesperación, como veía en todas las criaturas. Pero esta pérdida era diferente. No era la pérdida de un amado, era la pérdida del ser. Devastación. —Ah, entendiste, creo —dijo el hombre—. Torpemente, transferí mi alma a un papel y ardió en llamas. Así que mira, estoy listo para el fin, porque ya estoy muerto. Los dientes del Gato ardían, pero como rara vez pasaba, el poder del cielo fluyó a través del corazón de la Félix y se filtró por su rostro empapado de sangre, solidificándose en una simple lágrima, esta vez teñida de rojo. El hombre capturó la lágrima en su mano y parpadeó. —Me has dado un regalo. Yo… no esperaba eso. La usaré para traer de regreso a aquellos cuyas vidas fueron perdidas hoy, si tiene ese poder.

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Pero los ojos de los cielos, que lloraban por sus desesperadas hermanas en tierra, solo vieron las profundidades del alma. Y lo que François Durand realmente quería era recuperar el trabajo de su vida y un santuario de enseñanza donde la música pudiera ser protegida de los horrores del mundo exterior.

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Veinticuatro

E

l piso de los de último año olía como a incienso de sándalo, quince diferentes perfumes, sudor y cerveza. Sing se sienta en la cama de Carrie Stewart junto a una lámpara que ha sido cubierta con una

bufanda roja y ahora emite tenue luz rojo oscuro. Marta y Jenny sueltan risitas cerca. Fue como había predicho: estaban en su habitación, aplicando spray para el cabello y maquillaje frívolamente, dándose la una a la otra consejos de moda. Intentó también parecer emocionada, pero no pudo evitar alojarse en el hecho de que iba a ir a otra fiesta en lugar de a una caminata a la luz de la luna con un chico. Un chico de verdad, a quien de hecho parecía agradarle. Y quien, bien podía admitirlo también, le gustaba a ella un poquito. Pero lo arruinó. La fiesta se derrama por el pasillo, más puertas abiertas. Alguien ha apagado la luz del pasillo y sacado una lámpara con una pantalla giratoria que lanza siluetas azules de estrellas y lunas en las paredes. Retumba música desde una de las habitaciones, tecno de Europa del Este que sacude los pisos y el baile es enérgico. Sing sorbe un vino frío en un vaso rojo de plástico y apoya su cabeza contra la pared. No importa dónde sea la fiesta. El piso de los de último año, el Fire Lake, la mansión de un dignatario… finge estarla pasando bien hasta que la gente importante esté lista para irse. Justo ahora, Marta y Jenny son la gente importante, disfrutando las conversaciones vanas, la emoción de una ubicación normalmente prohibida y la euforia que acompaña a la música estruendosa. Incluso si es solo de cuatro acordes.

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Tiene que admitir, sin embargo, que esto es mejor que una soirée o, se estremece, una gala. Al menos está vistiendo jeans y un suéter y no seda y nylon y adhesivo de doble cara. No traer maquillaje también es agradable; el maquillaje siempre se siente como algo para ser usado en una actuación, no en la vida real. Las fiestas son actuaciones. Dos chicos se sientan a su lado. Uno viste un antiguo sombrero de ala ancha de cuadros oscuros; el otro parece vestido para algún tipo de evento deportivo, montones de algodón en colores primarios con grandes números. El Chico Deportes se pone cómodo. —Oye. Sing sorbe su bebida. ¿Soy un blanco o una actuación secundaria? Mira hacia los bronceados torsos cubiertos con camisetas sin mangas moviéndose con confianza alrededor de la habitación, el largo cabello dando chasquidos.

Actuación secundaria. Bastante seguro, Sombrero a Cuadros dice: —Oye, ¿estás emparentada con Barbara da Navelli? Impresionante. Por lo general, no son así de directos. —¿Por qué, tú lo estás? —pregunta ella. Se ríen. Chico Deportes huele a cerveza y al tipo de colonia adolescente que los chicos usan por galones. —Teddy—dice y, cuando ella se ve confundida, añade—: Mi nombre. Teddy Lund. Este es Connor. Teddy aguarda con expectación, porque aparentemente ahora que le ha dado esta crucial información, merece saber la historia de su vida.

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Connor se queda mirando, inclinándose y sonriendo. —¿Entonces? ¿Vas a decirnos? Sing endurece su mandíbula pero no ve razón para mentir. Manteniendo su rostro en blanco, dice: —Sí. Barbara da Navelli era mi madre. —¿Adónde se han ido Marta y Jenny? ¿Qué hora es? Ambos chicos se ríen con nerviosismo. —Eso es tan loco—dice Teddy.

¿Qué hay con los fenómenos que atrae a los chicos? Connor desliza un brazo alrededor de sus hombros y Teddy observa. Ella se mueve un poco, lo cual aparentemente Connor toma como una buena señal, apretándola más cerca. Marta y Jenny no están por ningún lugar a la vista. Vaya amigas. Intenta no pensar en lo que Ryan puede estar haciendo ahora. Connor dice: —Así que… ¿estuviste, tú sabes, ahí? Se congela. —Oye, hombre, eso no está bien. —Teddy empuja a Connor, quien la libera. —¡Solo estoy preguntando! —¡Idiota!

¿Estuviste ahí?

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Ya le han hecho antes esa pregunta, por supuesto. Todo el mundo quiere saber acerca de la famosa actuación de despedida de Barbara da Navelli. Y ella no puede evitar decir la respuesta, ver la respuesta, en su cabeza. Sí. Estuve ahí. Connor se inclina demasiado cerca. —¿Qué pasó? ¡Cuenta!

El aria más famosa de Angelique…Ella cierra sus ojos, temerosa de que si él los mira en demasiada profundidad, verá todo. Barbara da Navelli en blanco reluciente… ella no era Angelique, nunca sería Angelique, no como esa misteriosa soprano que Sing vio cuando tenía cinco. Pero era hermosa. La audiencia, extasiada, no hizo ningún sonido; nadie respiraba, nadie parpadeaba. Era una noche para los libros de historia, la unión de Esa Voz y Ese Papel. Sing observó las elegantes manos de Barbara da Navelli contar su historia, escuchó la voz que nunca sonó totalmente como “madre” dispersar diamantes brillantes de música por todo el auditorio, prolongando notas como perlas, redondas y suaves y costosas. Entonces, repentinamente, la voz desapareció. Sing recuerda la breve mirada de callado asombro en el rostro de su madre antes de que se hundiera silenciosamente en el piso, el vestido blanco desinflándose como si la mujer dentro de este no hubiera sido otra cosa excepto aire. —Oigan. Neandertales—dice una voz nítida. Una chica con cara de hada con sus manos en sus caderas mira hacia abajo—. ¿Por qué no van a molestar a alguien más? Los dos chicos protestan, pero la chica los golpea hasta que se van en busca de algo de tomar. —Lamento eso —dice—. Soy Carrie. Violín de último año. ¿Te estás divirtiendo? Sing asiente.

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—Soy Sing. Um, cantante de primer año. —Lo sé. Sing siente su rostro caer un poco y espera que Carrie no lo note. Pero lo hace. —Lo siento. Todo el mundo sabe quién eres. —Sí, estoy acostumbrada. Carrie se sienta a su lado en la cama. —Estoy segura que lo estás. Pero eso no quiere decir que no apeste algunas veces. —Ella sorbe de su propio vaso rojo de plástico. Nunca nadie le ha dicho eso a Sing. —Sí. —Entonces su cerebro se pone a trabajar. Carrie Stewart. ¿Como en la

legendaria pianista Gloria Stewart? —Tengo una bisabuela famosa—dice Carrie—. Pero probablemente sabías eso. —Supuse que tal vez. —Sing extiende su vaso—. Por los familiares famosos. Carrie se ríe y brindan. Resulta que Carrie es popular y pronto una variedad de gente de último año se han colocado a su alrededor en la cama, incluyendo a Anita la flauta y a un joven sin personalidad que Sing reconoce como Silvain de Angelique; su verdadero nombre es Charles. Se relaja, permitiendo que Carrie rellene su vaso rojo, interactuando con otros humanos de una manera cómoda que haría orgullosa a Zhin. Es solo después de que el príncipe Elbert —Tanner Algo—, llega que la conversación se pone incómoda.

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Aparentemente, no la recuerda, lo que es sorprendente después de todos los sonrojos que accidentalmente compartieron y le dice a Charles: —¿Lori no se escuchó increíble? Qué mal que no llegáramos a hacer el dueto. Hombre, pensé que ella nunca llegaría. Silencio incómodo. Luego un principio de reconocimiento en su rostro inseguro cuando se encuentra con los ojos de Sing. Casi disfruta observarlo tartamudear, pero lo interrumpe piadosamente y pone en marcha su voz más profesional, la máscara que su familia usa tan bien. —Bueno, todos nos ponemos nerviosos, ¿no es así? —Ella es vidrio por dentro, suave y duro, brillante—. Lori sonó fantástica. Hará un excelente trabajo. Tanner se ve aliviado. Y Sing casi lo logra, rostro plácido, manos firmes, ojos en calma. La mágica máscara de fiesta. Pero entonces aparece Lori, acompañada del olor a rosas… ¡rosas! Aaron se queda en la entrada como si estuviera decidiendo si entrar realmente valiera o no su tiempo, pero Lori se dirige directo hacia donde está sentada Carrie y sonríe cálidamente. —¡Oye! Carrie la abraza. —¡Lori! Qué bien que llegaste. —Sí, Ryan y yo tuvimos que ponernos al día. —Suelta una risita.

¿Ponerse al día? ¿Después de menos de una semana? Sing la odia. Intenta encogerse, pero no importa. Por lo que parece, Lori ni siquiera nota que está ahí.

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Ryan llega, dedos en su cabello. —¿Qué pasa? Hola, Sing. Sing observa los ojos de Lori moverse rápidamente en su dirección, ve su sonrisa temblar durante solo un segundo. ¡Vaya! Lori también tiene una

máscara de fiesta. Como si se diera cuenta que Sing está al pendiente de ella, Lori se levanta, con rostro sereno. Se sienta en la cama junto a Tanner, quien se ve como si fuera a desmayarse y luego le da palmaditas a su otro lado. Cuando nada sucede, Lori mira a Ryan, volviendo a dar palmaditas en el lugar. Él obedece, dejándose caer en la cama mientras Lori le despeina el cabello. Y ahí están todos. Qué acogedor. Sing no puede soportarlo. Se levanta torpemente, poniendo una rodilla en la mano de Tanner. —¡Ouch! —Lo siento— dice—. Tengo que ir al baño. —No es la excusa más atinada. Para su sorpresa, Carrie dice: —Yo también. El baño es viejo, con luces fluorescentes parpadeantes. Cuando ambas están lavando sus manos en la fila de fríos lavabos, Carrie dice: —Supongo que Lori encontró su marca para este semestre. Enfermizo, ¿no es cierto? Siempre consigue los mejores. Sing se concentra en enjuagarse. —¿Te refieres a Ryan?

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—Sí. —Carrie arranca una toalla de papel—. Lo conoces, ¿eh? —No. No realmente. Carrie se apoya contra la pared de cerámica. —¿Te gusta? —Sing se queda en silencio y Carrie dice—: Lo siento. No es asunto mío. Sing se encoge de hombros. —No, está bien. Solo… pensé que Lori pondría su atención un poco más arriba. Quiero decir, se ve como el pez grande por aquí. —¿Estás bromeando? ¿Qué es mejor que un precioso pianista de ensayos? — Carrie empuja la puerta y salen al pasillo. La molesta luz del baño ilumina brevemente a puñados de personas, bailando, hablando, observando. Sing se queda cerca de Carrie. —No lo sé. Pensé que sería del tipo que sale con un aprendiz. —O con un

profesor, piensa. Carrie resopla. —¿Has visto a nuestros aprendices de este año? —Debe haber algunos decentes—dice Sing dice—. Y no creo que Lori fuera quisquillosa mientras pudiera usar a alguien con poder. —¿Me refiero a Lori?, piensa. ¿O a mi madre? —Los estudiantes y los aprendices no se mezclan —dice Carrie dice—. Jamás. Política de la escuela. Tienen que mantener cada cosa en su lugar, ¿cierto? —Bueno, no lo sé—dice Sing dice—. Ese encantador Aprendiz Daysmoor… estoy segura que las damas tienen que intentarlo extra duro para mantenerse alejadas de él.

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Ahora Carrie se ríe y a Sing le gusta el sonido. Dice: —¿Cuál es el asunto con él, de todos modos? ¿Por qué todo el mundo está tan asustado de él? —¿No crees que es extraño? —No sé qué pensar. ¿Es egocéntrico o algo? Carrie cruza el pasillo, tres pasos y mira a una ventana negra. —Ven aquí—dice—. Mira esto. Sing mira de cerca el oscuro patio. Carrie apunta. —¿Ves Archer? Archer está colocado al otro lado de Hud, el dormitorio en el que están paradas y, como Hud, es tan cuadrado y apagado como puede ser… excepto por una extraña torre redonda que se eleva inexplicablemente desde un extremo. Sing mira a Carrie. —Esa debe ser la torre original. De cuando el primer St. Augustine fue construido. —Es viejo como el infierno, sí—dice Carrie—. Así que, además de salones de ensayos, Archer tiene los cuartos de aprendices. Esa torre es donde vive Daysmoor. Sing frunce el ceño, entornando los ojos hacia la sombría silueta; se ve como un enorme y crujiente crustáceo aferrado al casco de un barco. —Ahora eso es escalofriante. —Pon esa desmoronada y vieja cosa junto con el permanente ceño fruncido de Daysmoor y turbio pasado y tienes todos los ingredientes de una leyenda. —Carrie se apoya en la pared.

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—¿Pasado turbio? —Sing no está lista para volver a la habitación al otro lado del pasillo—. Qué, ¿como un antecedente criminal? Carrie se ríe. —No exactamente. Pero ¿qué edad crees que tiene? Sing se encoge de hombros. —La misma que los otros aprendices. Un poco más viejo que tú, a lo mejor. ¿Veinte? ¿Veintiuno? —Sí. Bueno, ese es el otro dato curioso sobre él. Ha sido un aprendiz aquí durante tres años. Es cierto, puedes buscarlo en la oficina de administración. Sing se apoya en la ventana. El vidrio es frío en su frente. —De acuerdo, así que eso cuadra. —Así es. —Carrie sonríe—. Y cuadró hace tres años, también, cuando mi hermano estuvo aquí en su último año y Daysmoor había estado aquí durante tres años. —¿Qué? Carrie echa un vistazo por la ventana y se encoge de hombros, poniendo sus manos en sus bolsillos. —Oh, no puedes probarlo. La mayoría de los estudiantes parece no notarlo, de alguna forma. La facultad te mira como si pensara que estás loco si lo sugieres. Y algunas veces pienso que estamos locos, aquellos que sabemos sobre él, como si a lo mejor mi hermano y yo somos unos chiflados teóricos de conspiración en secreto y ni siquiera somos conscientes de ello. ¿Quién sabe? A lo mejor ha habido una serie completa de aprendices Daysmoor, cada uno tan desagradable como el último. Yo lo disfruto, honestamente. El aprendiz toca mediocre… nuestra pequeña excéntrica rareza.

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Algo en Sing punza. —Hablas como si fuera una baratija—dice—. Imagino que debe haber algo especial en él, de otro modo no estaría aquí. Carrie se gira de vuelta a su habitación. —Puedes imaginar lo que quieras. Y eso es todo lo que harás, porque nadie jamás lo ha visto tocar. Vamos. —Y ella pasa por la entrada. Sing vacila, dando un vistazo al grupo de cuerpos en la cama, luz roja brillando en el largo cabello rubio al lado de cobrizo. Lori se inclina cerca de Ryan y dice algo. Él gira la cabeza para hablarle y sus brillosos rostros repentinamente están demasiado cerca; sus ojos se mueven rápidamente a sus labios cuando ella vuelve a hablar. Sin recuerda esos labios con brillo rosado sobresaliendo con las exageradas vocalizaciones de Lori en el salón de St. Augustine. Ella no es particularmente religiosa, pero había algo malo en esos labios en lo que solía ser una iglesia. En lo que es todavía, para algunos, un lugar sagrado. Sing no regresa a la habitación de Carrie. Estudia el abarrotado pasillo con poco interés antes de dirigirse a las escaleras.

Si yo cantara como Lori, a lo mejor Ryan estaría susurrándome a mí en la cama de Carrie justo ahora. Es infantil. Pero ahora, por primera vez en su vida, se pregunta si alguna vez en realidad cantará. Durante los últimos dos años, se ha sentido en la cúspide de la grandeza: solo una lección más, un soirée más, una vocalización más y llegaría ahí. Lo ha sentido burbujear, a una nota de distancia de atravesarlo. Un elemento intangible haciendo falta. Pero no se siente así ahora. No con Angelique y Ryan y sus pequeños éxitos pasados alejándose de ella. A lo mejor era la grandeza de su madre la que sentía, no la suya propia y ahora se está desvaneciendo. Nuevas y vibrantes estrellas están disparándose, las antiguas poniéndose inmóviles y calladas, un encantador telón de fondo pintado.

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Se detiene en la cima del rellano y gira su rostro hacia una ventana. El enorme bosque oscuro no revela ni una señal de vida, ninguna indicación de una mágica bestia concedente de deseos. Sing se pregunta qué desearía de tener la oportunidad.

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Veinticinco

H

abía habido otro Gato, por poco tiempo. El Gato todavía podía sentirlo —gato—, pero el Cielo, cuando recordaba, lo evocaba como a un espíritu similar del cosmos, sujeto más a la tierra que al espacio,

pero como su dueño, no como su prisionero. Aun así, la mayoría del tiempo, era el Gato quien estaba más despierto. La Félix frotó su cuello contra un árbol, olfateó una zona de hojas, giró sus orejas hacia el bosque. Era seguro que él se había ido, pero era igual de seguro que había estado aquí, pero confuso en su memoria. Y ahora, en su cueva en la cima, había otro gato. Como ella, pero pequeña. Fácil de destrozar, de digerir. Pero por alguna razón, todavía no había hecho esto. Le había estado trayendo comida. Había estado enrollando su cuerpo a su alrededor en la noche para mantenerlo caliente. Había estado lamiendo el pelaje suave entre sus orejas. A veces, algo pinchaba su mente. Otros como ella, en otra parte. Un tiempo antes de la furia, la culpa y la desesperación. Pero este sentimiento era siempre fugaz.

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Veintiséis

¿C

ómo se siente una mutación? Sing se sube a una mesa de picnic y balancea su pierna sobre la cerca de madera iluminada por la luna. ¿Es un cosquilleo? ¿Una quemadura? ¿Una enfermedad? ¿O solo silencio? Esta solitaria colina sería solo el lugar para esconder un tiradero secreto de desperdicio

tóxico. O el escondite de un científico loco. ¿Qué diría su padre si ella fuera a casa contaminada? Sé que lo estás intentando, carina, pero los grandes

sopranos, ninguno de ellos están brillando en verde, ¿eh? ¿Piensas que las grandes casas de opera quieren a sopranos verdes? Y de todas las cosas, ¡ahora has desarrollado un tercer ojo! No servirá. Ve a practicar tus escalas. Pero una cerca de madera no sería ningún tipo de protección contra desperdicio tóxico. Son probablemente los brillantes y misteriosos signos de PELIGRO, sacados de una película de ciencia ficción de clase B que la están haciendo pensar esas cosas locas. El sonido ahogado de la fiesta llega hasta el césped y pasando la cerca, interrumpido por sonidos más afilados, cercanos: ramas chirriando, hojas rompiéndose, el siseo del viento. La advertencia de su padre, junto con la declaración de Marta de que la Félix es real, le molesta. Incluso aunque la idea de un gigante y místico gato es ridícula, algo molesta en su mente. Algo que dice: El bosque es real. La Félix es real. Trata de hacer a un lado el pensamiento. Quizás las señales de advertencia de peligro son simplemente porque la tierra más allá de la cerca es salvaje y fría y enmarañada, ningún lugar para un

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obstinado estudiante de un conservatorio. Sing se baja al suelo crujiente, bañado en luz gris. Si Lori no hubiera empezado a cantar, quizás Sing hubiera regresado a la habitación de Carrie. Pero cuando escuchó esos fragmentos de canción atrevidos y juguetones, la enredada y familiar amargura vino de vuelta y supo que tenía que irse. Quizás por la noche, quizás solo una hora, pero tenía que alejarse. No, no alejarse…

Hacia. Tenía que ir hacia el bosque. La ha estado observando, esperándola, desde su llegada al campus. Oscuro, solitario y silencioso. El bosque es todo lo que Sing no ha conocido por dos años. ¿Está celosa de Lori Pinkerton? ¿O la atracción de Ryan hacia ella? ¿O de su largo cabello rubio? ¿Su confianza? ¿Su voz? Lori es muy parecida a Barbara da Navelli y Sing ha pasado los últimos dos años intentando ser como Barbara da Navelli. ¿Podría estar celosa de su propia madre… su propia madre muerta? Marta y Jenny ni siquiera se dieron cuenta de que se fue de la fiesta y eso está bien para ella. No quiere que la vean ahora, no cuando ya no sabe quién es. La madera huele a invierno y está aliviada de que haya traído su gruesa chaqueta de la escuela. Comienza a caminar junto a la cerca, pero gradualmente comienza a moverse lejos de ella, manteniéndola al borde de su vista. El suelo del bosque crepita como llamas incluso aunque ella tiembla. Los pinos proyectan sombras de luna derechas y entrecruzadas.

Quand il se trouvera…Comienza a tararear el aria más famoso de Angelique. Al principio, no está segura de si está tarareando solo en su cabeza o también hacia el aire del bosque. Pero el tarareo crece y finalmente las palabras salen con este. Su voz asciende en espiral y se enreda en las escarpadas ramas, deslizándose sobre y debajo de estas y subiendo hacia el cielo deslumbrante.

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Esta es la primera vez que ha cantado de verdad en años. Cantar aquí es tan fácil. Llama a las notas y aquí están. Llama al aire y es su presión gentil la que lleva su voz y su cuerpo entero por los bosques hacia cada dirección; el sonido es una suave burbuja dorada. De repente, el más leve de los ruidos la detiene. Su cuerpo se sacude de nuevo a la tierra, los pulmones primero. El aire frío quema su garganta. Un crujido en los arbustos.

Probablemente un mapache o un zorro. O algún tipo de pájaro nocturno. Los arbustos están silenciosos ahora. El cielo se ha oscurecido con las nubes. Sing trata de sentir adónde la ha llevado la cerca sin quitar sus ojos del lugar de donde provino el sonido. ¿Eso fue otro crujido o solo la brisa atravesando las hojas? Ve de nuevo las señales amarillas de PELIGRO. ¿Qué peligros podrían posiblemente estar aquí afuera? ¿Osos? Probablemente hay osos. ¿Pero no deberían de estar hibernando? Se agacha, con los ojos concentrándose en la oscura maleza. Otro crujido y dos ojos azules aparecen, al nivel de su cintura. Congelada, Sing mira los ojos azules y ve su miedo reflejado. Y aun así los ojos la mantienen en su mirada, grandes y aterrados, pero firmes. A pesar de sus propios nervios cosquilleantes y su corazón palpitante, su instinto es confortar a esta criatura aterrada. —Hola —dice suavemente, un arrullo, tres notas legato 16. Los ojos se acercan—. ¿Quién eres? —Mantiene su voz clara y suave. Los ojos se acercan

Legato: Ejecución de una serie de notas diferentes sin interrupción entre unas y otras.

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quietos y la luz de la luna cae en el suave pelaje, las grandes orejas triangulares y patas demasiado grandes para las piernas a las que pertenecen. Sing siente sangre cálida corriendo por su cuerpo mientras su propio miedo desaparece. —¡Eres un gatito! —dice—. Eres un gran gatito, mi amor. El gran gatito la estudia, con los ojos muy abiertos y las orejas en su dirección. Lo siente intentando conectar, preguntar, comunicar, pero todo lo que puede hacer es mirar. Y escuchar. —¿Tú me… me oíste cantar? —pregunta, y sus orejas se mueven. Estoy

hablando con un animal salvaje, piensa. Un gran animal salvaje. Con grandes dientes. Pero es tan adorable. El gran gatito parpadea. Sing comienza a tararear de nuevo y él cierra sus ojos —una, dos veces— en una sonrisa gatuna. No puede evitar una risa que interrumpe brevemente la canción. El ceniciento olor del invierno es más débil aquí cerca del arbusto estremeciente y ella es tranquilizada por los negros y silenciosos árboles que la rodean. Las luces del conservatorio y el movimiento están a cientos de kilómetros lejos; está en el fondo de un lago gigantesco de sombras tranquilas y la luz de las estrellas propagada. Pero algo cosquillea en su mente. Aquí junto a ella, en los legendarios terrenos fantasmales de la misma gran bestia de Durand, hay un gato. Un gran gato. Todo alrededor de ella son sombras y luz de luna plateada, vagas notas y una noche sin color. Pero el gato es vívido. Es sólido, de eso está segura, pero parece existir tanto aquí en el bosque como en cualquier otro lado: un espacio distinto, una parte distinta de su mente. Pero puede verlo tan claramente.

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Pero por su coloración, podría jurar que es un gran puma de montaña. Su pelaje suave y limpio es de un inusual naranja claro en su cabeza y patas frontales, el cual se intensifica en antinaturales sombras de lavanda y luego violeta oscuro en su torso, continuando sobre sus patas traseras. Pequeños mechones plateados están moteadas aquí y allí, particularmente alrededor de sus cuartos traseros y a lo largo de su cola, la cual es casi negra en la punta. Parece como si fuera un crepúsculo. Se permite pensar la palabra, por primera vez considerándola como algo verdadero. Algo real. Félix. ¿Podría ser este un… un bebé Felix, entonces? Deja de tararear y el pequeño gatito abre sus ojos grandes y cuestionadores. No puede imaginarse ser mantenida por la malevolencia de su mirada como le pasaría a las víctimas de la Félix. Pero hay algo sobrenatural en él, un tenue desvanecimiento alrededor de sus bordes, la pequeña sugerencia de un brillo dentro del resplandeciente azul. —¿Félix? —susurra. No indica que la palabra signifique algo para él y siente un alivio que sabe que es injustificado. Después de todo, ¿cómo una criatura mítica sabe o le importa cómo la llaman los humanos? Pero mientras la ligera brisa la rodea con la cómoda fragancia de hojas muertas, ella sabe que no quiere que sea la Félix. —Te llamaré Tamino —dice—, cómo el héroe de La Flauta Mágica de Mozart, quien tiene que superar varias pruebas para ganarse a la princesa Pamina. Veo por el hielo en tus ojos que has pasado por la prueba de aguay por las llamas en tu pelaje que has terminado la prueba de fuego. Esta sugerencia parece estar de acuerdo con Tamino; se sienta, bajando su parte trasera torpemente y enredando su larga cola en sus patas. Sing exhala. Tamino está esperando algo. Una canción.

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Veintisiete

C

uando la brisa se torna de fresco a frío, cuando su cuerpo y voz comienzan a quejarse de manera sutil por lo avanzado de la hora, Sing deja a Tamino y regresa a la cerca. Él no la sigue, al menos no donde

pueda verlo, aunque ella piensa que siente su presencia mientras se mueve a través del espinoso y tupido matorral. Encuentra un árbol muerto yaciendo junto a la cerca y se sube a este; será suficiente para que le permita trepar de regreso. Mientras se para en el tronco del árbol, agarrando los postes de la cerca, se toma un momento para orientarse. La extraña torre de piedra se encuentra enigmáticamente en el otro extremo de un césped bien cuidado y se da cuenta de que está al otro lado del campus, detrás de Archer. Justo cuando cambia su peso para lanzar una pierna por encima de la cerca, una voz cruje a través de la oscuridad, haciéndola jadear. —Jugando en el bosque, ¿eh? Se asoma de nuevo al bosque. No hay nadie alrededor. Su cuerpo se estremece. Trata de permanecer completamente inmóvil, pero el frío y sus nervios están haciendo sus manos temblar. La voz dice: —¿Cantándole a los árboles? ¿También trabajas en la coreografía? Ahora conoce ese sonido chirriante y feo. —¿Aprendiz Daysmoor? —Sus oídos zumban con su esfuerzo en el silencio.

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—Aquí arriba —es la respuesta y levanta sus ojos para encontrar el pálido rostro de un fantasma devolviéndole la mirada desde una rama alta. Ella cubre su boca. »Oh, por el amor de Dios. —Daysmoor salta a otra rama gruesa y comienza a bajar hasta el suelo—. No voy a comerte, ya sabes. Aunque no puedo hablar por todo lo que vive en este bosque. Cruzar esa cerca fue profundamente estúpido de tu parte. Ella encuentra su voz. —¿Qué estás haciendo aquí? —No es asunto tuyo —dice, bajando de un salto—. ¿Qué estás haciendo tú aquí, además de tratar de que te maten? ¿En comunión con la… naturaleza? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Vio al gran gatito? Él está cerca de ella ahora, la calidez de su cuerpo haciéndola dar cuenta de lo fría que esta. —Solo explorando el bosque como si fuera dueña del lugar —dice ella. Eso lo atrapa con la guardia claramente baja. Inclina la cabeza, sus ojos oscuros fijos en ellay, durante unos largos segundos, no está segura de si la va a regañar o se va a reír. Pero no hace ninguna de las dos cosas. En cambio, salta en el árbol muerto y salta un poco torpemente sobre la cerca. —No entres en este bosque de nuevo. Deberías estar en la cama. O en la fiesta de Carrie Stewart, esperando que nadie se enterara de que tienen enfriadores de vino. —¿Cómo lo su…? Pero la interrumpió con un gesto violento. —Al suelo.

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—¿Qué? —¡Abajo! —sisea—. ¡Detrás de la cerca! Una figura con túnica está caminando por el césped hacia la cerca. No puede estar segura, pero parece como si estuviera usando túnicas negras de la facultad. Daysmoor va a su encuentro, a una distancia desde el escondite de Sing. La figura vestida de negro dice algo que Sing no puede distinguir; su tono de voz es bajo y tranquilo. Daysmoor responde. Continúan así durante unos minutos, las voces se vuelven cada vez más fuerte mientras la conversación progresa. Por último, Sing oye a Daysmoor gritar: —¿Qué vas a hacer? ¿Encerrarme? No puedes detenerme. La figura vestida de negro sigue hablando. Él pone un brazo alrededor del aprendiz, quien lo quita violentamente. Entonces la figura levanta la voz y Daysmoor queda en silencio. Se deja conducir de vuelta a Archer y su camino los lleva más cerca de donde se esconde Sing. A medida que pasan a través de un charco de luz de la luna, ella ve el rostro de la figura vestida de negro: el maestro. Cuando se han ido a una distancia segura, Sing escala sobre la cerca para dirigirse hacia el patio y su cama. Pero algo llama su atención: un destello por la cerca donde estaban los dos hombres. Allí, en la fría y oscura hierba, sus dedos encuentran una pequeña piedra. Esta descansa en las hojas como si se hubiera caído y cuando ella lo sostiene hacia la luna, reluce. Lo pone en su bolsillo y su superficie extrañamente fría hace cosquillear su pierna. Sing se vuelve de nuevo a los dos hombres y los observa retroceder hacia las sombras. El brazo del Maestro nunca abandona los hombros encorvados de Daysmoor.

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Veintiocho

G

loria Stewart habría aprobado la sede de la primera competencia en su nombre. Carnegie Hall era uno de sus lugares favoritos para interpretar.

—Estoy muy orgulloso de ti, Nathan —dijo George, rozando una mota de pelusa del esmoquin negro del joven. La iluminación estridente en la pequeña y decrépita habitación en la que esperaban profundizaba las sombras en el rostro de Nathan. Los demás pianistas en la habitación charlaban nerviosamente y bebían vasos de agua. George los observaba por el rabillo del ojo. —Bueno, mi amigo —dijo él—, es momento de que me vaya. Nathan miró su reloj. —¿Ahora? ¿Estás seguro que no puedes tomar un vuelo más tarde? —Me quedaría la noche si pudiera —dijo George—. Sabes eso. Pero tengo exámenes que dar en la mañana. —Solía ser difícil mentirle a un rostro tan hermoso. Se estaba volviendo más fácil. —Estoy muy agradecido contigo, George —dijo Nathan, abrazándolo—. Por todo. —Sí, sí. —George se apartó—. Solo recuerda, pase lo que pase, es lo mejor. — Ajustó el ojal de Nathan, una rosa blanca. —Por supuesto —dijo Nathan.

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No habían ascensores reales, diseñados para personas en lugar de pianos, en los recovecos de Carnegie Hall, así que para cuando George se hubo apresurado por seis tramos de escaleras con eco, estaba un poco sin aliento. Aun así, cuando vio el taxi en la calle, corrió. Revisó su reloj seis veces camino al aeropuerto. Estaría bien. A último minuto, pero bien. Lo importante era que estuviera lo más lejos posible cuando Nathan comenzara a tocar. Sintió una punzada cuando imaginó a Nathan caminando hacia el escenario, dorado detrás de él y madera pulida debajo. Por un momento, todos en el salón sabrían en sus corazones que él pertenecía ahí. Si George pudiera verlo tan solo una vez. Se palmeó el bolsillo. El cristal estaba helado y volviéndose más frío mientras el taxi se alejaba. Era lo mejor.

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Veintinueve

S

ing siempre está callada en sus sueños. Excepto esta noche. Esta noche, se despierta eufórica. Cantó en su sueño. Fue tan fácil. La pieza que faltaba estaba allí… si solo pudiera recordar cómo hacerlo.

Una sensación de hormigueo se extiende por su cuerpo. Pone una mano sobre su pecho y encuentra un pequeño cristal que yacía en el césped oscuro. Cuelga alrededor de su pecho ahora en lugar la perla en forma de lágrima, encajada en el mismo agarre de los tentáculos de oro. ¿Por qué reemplazó la perla de su madre por este pequeño y extraño objeto? ¿Y a quién le pertenece? ***

Sé profesional. Ryan es solo otro acompañante. Las paredes blancas brillantes y ventanas cuadradas de Archer hacen que Sing piense en una escuela primaria, pero la torre de piedra del aprendiz Daysmoor erguida desde un costado luce más como alguna especie de fortaleza en la montaña. Trata de no mirarla mientras cruza el patio. El campus parece tan pequeño esta mañana. Sing siente el extenso bosque levantándose contra la cerca en todos lados. Pero, ¿qué encontró allí? ¿Escape? Sí, pero solo temporalmente. El bosque no es un refugio. Piensa en el gran gatito, de pie tan alto como su cintura. Debió haber imaginado sus graves expresiones, su atención a su canto. Debió haber sido un curioso león de

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montaña y es afortunada de que no la mordiera. Ella piensa, por primera vez, en los excursionistas con sus gargantas desgarradas y se estremece. Abre una de las puertas de metal de Archer, establecidas con ventanas cuyos vidrios están surcados con alambre. A su izquierda se encuentra la sala de práctica de estudiantes; a su derecha, un pasillo con dos pequeñas puertas que indican: SALA DE ENSAYO 1: INDIVIDUALES y SALA DE ENSAYO 2: PEQUEÑOS GRUPOS. Respira profundamente, se ajusta el bolso sobre su hombro y golpea la primera puerta. —Adelante. —Es la voz de Ryan, mucho más aguda de lo que Sing siente. Está sentado en una silla plegable, mirando la nueva edición de The

Trumpeter. Su uniforme está almidonado y limpio; ella detecta el agradable aroma a detergente para ropa. Sin levantar la mirada, él dice: —Solcito aún no está aquí. Sus cejas se juntan en confusión, pero entonces se da cuenta que debe estar refiriéndose al aprendiz Daysmoor. Su impertinencia solo la sorprende un poco. —Me sorprende que ya hayan producido uno de esos. —Hace crujir el periódico estudiantil, luego lee en voz alta—: “Sing da Navelli: ¿segunda generación de superestrella?”. Sing se pone roja. —¡Oh, no! Ryan mira el artículo teatralmente. —¡A-ja! ¡Mira todos estos secretos! Oh, ¡vas a tener dificultades para sobrellevar la vergüenza de esto! —¡Déjame ver! —dice Sing.

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Él ríe y le entrega el periódico. Ella lee y exhala. No es gran cosa, realmente. Solo un pequeño párrafo situado en medio de un par de otros perfiles de estudiantes. El primer artículo de Jenny. —¡Eres toda una celebridad! —dice Ryan. Ella saca su partitura y la deja sobre un atril. —Oye, lamento no poder ir con ustedes anoche. —Espera que su voz suene normal y no tan nerviosa como se siente a su alrededor. —No te preocupes de eso —dice él—. El lugar cerró temprano, de todas formas. En otra ocasión, ¿eh? Tú y yo. —Se sienta en el piano y abre la partitura. —Está bien. —Tú y yo. ¿Acababa de pedirle una cita? Sing gira sus hombros y finge estar interesada en la pared. Ryan comienza a tocar algo rápido y llamativo y cuando él la mira, hace una mueca. Ella ríe. Está tonteando, pero también se está luciendo… y ella se da cuenta del músico altamente calificado que es. —Nueve cero dos —dice él después de un momento—. ¿Deberíamos comenzar sin él? —Es un reto… no, no es un reto: un desafío. Ahora ella se encuentra con su mirada y él le sonríe con los hombros relajados. No está enojado con ella, después de todo. —No me importa —dice ella—. De todas formas, no me importa lo que él piense. —Se avergüenza de inmediato, pero también está eufórica. ¿Por qué dijo eso? Ryan ríe en voz alta, una risa real y sigue tocando la música rápida y llamativa. —Bueno, bien por ti. A mí tampoco. Solo estoy interesado en la competencia Gloria Stewart, para ser honesto. La Ópera Workshop es un dolor en el culo… excepto por tu encantadora compañía, por supuesto. —Sing se sonroja—. Y no

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me importan mucho los aprendices, de todas formas. Solo son errores que la administración quiere mantener cerca de casa. Los mantiene de echar a perder la reputación del CD en el mundo real. Sing frunce el ceño. —¿Qué quieres decir? —Oh, todo el mundo lo sabe —dice Ryan, todavía tocando—. Si un estudiante es menos que competente, no quieren que estén ahí afuera tocando para otras personas, ¿o sí? Otras personas que dirán: “Joder, ¿el CD le dio un certificado a

ese tipo? Parece que las cosas están yendo cuesta abajo”. Así que déjalos cocinar un poco más si todavía no están terminados. Eso es todo. —Como Daysmoor —dice Sing, estremeciéndose por el chisme. Los ojos de Ryan brillan. —Oh, apuesto a que él tiene una historia realmente buena. Eres amiga de la chica del Trumpeter, ¿cierto? ¡Deberían indagar en el aprendiz que toca pobremente! Sing intenta tragarse los celos que subieron por su garganta cuando Ryan mencionó a Jenny, cuyo nombre ni siquiera sabía. En el momento justo, la puerta se abre y entra Daysmoor. ¿Escuchó su conversación? Si es así, no hace ninguna indicación de ello; solo se sienta en una silla y dice: —Eso no suena a Angelique. Ryan termina con un broche de oro. —Liszt —dice él—. El compositor más guapo que jamás haya vivido. —Le hace un guiño a Sing, cuyo corazón salta—. Es mi pieza para el Gloria Stewart Internacional. Daysmoor estira sus piernas sobre otra silla.

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—Estoy seguro que los jueces estarán muy impresionados con todas tus pequeñas notas rápidas. —Estoy seguro que así será. —Ryan sonríe—. Supongo que tú vas a tocar algo terriblemente serio y significativo y tortuoso. —No voy a tocar nada —dice Daysmoor rotundamente—. No necesitas preocuparte. Las competencias no son lo mío. Las cejas de Ryan se alzan y mira a Sing furtivamente. —Te dije. Pero Daysmoor simplemente mira su reloj y dice: —¿Por qué no han empezado el ensayo? —Estábamos esperando su bendición, señor —dijo Ryan y Sing casi ríe. El aprendiz no revela ninguna emoción. —¿Qué hay conmigo? No voy a salir al escenario sin el ensayo suficiente. Ahora Sing ya no sentía ganas de reír. Yo tampoco voy a salir a ese escenario. —Oh, por cierto… —Daysmoor mete la mano en su bolsillo, saca un trozo de papel azul y lo sostiene en dirección a Sing. Ella vacila—. No morderá — dice—. No mucho. Ryan cacarea. —Oh-oh, ¿qué hiciste? —Su tono es sombrío, pero Sing nota una sonrisa socarrona. —¿Qué quieres decir? —dice ella, repentinamente insegura. ¿Qué es ese papel azul? ¿Está en problemas? Daysmoor sacude el papel.

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—Sugiero que comencemos este ensayo. Por favor, toma tu censura y podemos seguir con esto. —¿Censura? —Un terror arrastra a Sing desde el estómago al pecho. Agarra el papel azul con cautela de la mano extendida de Daysmoor—. Qué… — Desenrolla el papel y lo mira. Debajo del membrete en relieve, su nombre y la fecha, se encuentra la palabra INFRACCIÓN, seguida de las palabras Invasión

de propiedad, temeraria imprudencia y tres casillas de verificación. Las dos casillas de NOTIFICACIÓN y ADVERTENCIA están sin marcar, pero una junto a la palabra CENSURA tiene un grueso punto negro, presumiblemente hecho con el mismo bolígrafo usado para la elegante firme en la parte inferior: Presidente Martin. Daysmoor deja escapar un suspiro frustrado. —Alguien no debería haber hecho una excursión por el bosque anoche. El presidente mira con desaprobación ese tipo de cosas. Tres de esas y se notifica a la junta directiva. Lo que significa expulsión. ¿Está bien? ¿Ahora podemos empezar? Sing lo mira boquiabierta. Ryan silba. —Corriendo por el bosque, ¿eh? —Sr. Larkin —dice Daysmoor, un poco menos uniforme de lo normal—, si fuera tan amable de abrir su partitura y enfocarse en la música en lugar de los chismes. —Ryan agarra su partitura obedientemente, pero menea el dedo censurador hacia Sing. La ligereza con la que Ryan parece estar tomando la situación la hace sentir un poco mejor. Solo un poco. ¿Qué tan fácil es ser censurado? ¿Conseguirá tres sin siquiera darse cuenta, así como nunca sospechó que se metería en problemas

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por visitar el bosque? Corrección: nunca sospechó que sería atrapada visitando el bosque. Y Daysmoor la delató, como diría su padre. ¡Traidor! ¿Cómo podía fingir estarla escondiendo del Maestro, solo para ir a parlotearle al presidente que ella estaba allí? Estudia su rostro, pero es imposible leerlo. Dobla la censura y la pone en su bolsillo, furiosa. —Página 324 —dice Daysmoor, serio. Sing ve que Ryan levanta una ceja, aunque no dice nada mientras pasa las hojas en su partitura. Ella mira la página sobre su hombro y encuentra el lugar para su propia partitura: “Cuando él se

encuentra en el bosque oscuro”, Angelique se preocupa por el destino de su amor, el príncipe Elbert. El aria más difícil en la ópera. Sing inhala, insegura; se siente cómoda con su francés, pero la verdad es que nunca ha cantado esta aria frente a otra persona. Eligió esta a propósito, piensa, la ira hacia el aprendiz empezando a aumentar. Quiere verme fallar. —Veamos cómo va —continúa Daysmoor—. Necesita prestar atención a las líneas, señorita Da Navelli. Su fraseo en el dueto de ayer fue pésimo. Por favor, tenga en cuenta las marcas del compositor. —Siempre tengo en cuenta las marcas de los compositores —dice Sing. —Entonces no tendremos problemas. —Daysmoor cierra sus ojos—. Cuando esté listo, Sr. Larkin. Ryan comienza con la famosa introducción de cinco ritmos. Los gruesos acordes hacen que Sing piense en pasos pesados, quizás el príncipe Elbert yendo a su tumba o quizás la Muerte misma acercándose. Ryan se apoya en las teclas, su rostro solemne. Sing suspire.

—Cuando él se encuentra…

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Triste y ligero, piensa ella. Inocente.

—en el bosque osc… Lo siento, espera. Ese ritmo estuvo mal. —Lo sé —dice Daysmoor. —¿Podemos volver? El aprendiz suspira. —El comienzo de nuevo, Sr. Larkin. —No tenemos que volver para atrás… yo solo… —Comienzo. Sing gira sus hombros mientras Ryan comienza de nuevo. ¡Estúpida! ¡Conoces

esta música! —Cuando él se encuentra en el bosque oscuro, comprenderá… ¿Por qué su voz suena tan extraña? ¿Dura? Si tan solo me hubiera escuchado

anoche, en el bosque, piensa. Si tan solo pudiera cantar como allí. Retrocede. Daysmoor ladra: —No intente disfrazar la insuficiencia como emoción. Ella vacila un poco. ¿Qué quiso decir con eso? ¿Debería cantar más fuerte? Lo intenta, pero su sonido es inestable. Se retira de nuevo. —Deténgase. —Daysmoor frunce el ceño hacia ella—. ¿Qué está haciendo? Lo mira con la boca abierta. —Yo… —Relájese, respire, apóyese. ¿Está bien?

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—Está bien. Relajarse. ¿Con su rostro ceñudo mirándola todo el tiempo? Claro. Comienzan de nuevo. Intenta respirar. ¿Por qué sus pulmones son tan pequeños de repente?

—Cuando él se encuentra… —Deténgase. —Esta vez Daysmoor se levanta y cruza hacia ella—. ¿Cuál es el problema? Su cuerpo se congela. —No entiendo. —¿Dónde está el resto de su voz? —Yo… ¿mi voz? La mira fijamente con su mirada negra. —Cuando se concentra, tiene notas. Tiene ritmos. Tiene aire y tono y línea. Pero hay un agujero tan grande en su voz que podría rodar un bombo a través de este. —¿Qué… quiere decir? —Cuando se concentra —dice—. Y cuando no lo hace, sus nervios se apoderan. Este no es lugar para nervios, señorita Da Navelli. No me importa lo terrible que piense que es o el tipo de bagaje psicológico que lleve con usted. Está dejando que su ansiedad arruine su canto. Recompóngase o salga. Sing está aturdida. Nadie le ha hablado así jamás. Está paralizada, su cuerpo entero echando chispas. Ryan mira la partitura en silencio.

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El aprendiz se retira y se echa sobre dos sillas, inclinando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos de una manera final. —La primera aria de Angelique, entonces —dice—. La fácil. Y continúen desde allí, por favor. Puede que cierre mis ojos para escuchar mejor. Si comienzo a roncar, significa que estoy escuchando especialmente de cerca.

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Treinta

G

eorge Keppler estaba sentado en su escritorio, tomando notas en la enorme partitura amarillenta de la Segunda Sinfonía de Mahler. La radio detrás de él hacía una transmisión en vivo desde el

Metropolitan Opera en el pequeño despacho oscuro, una interpretación de

Romeo y Julieta protagonizada por la famosa y joven soprano Barbara da Navelli. En el exterior, apenas visible más allá de la pequeña ventana, los árboles brillaban de arriba abajo: vívidas esculturas de hielo, agitándose y crujiendo por las ráfagas de nieve. Mirar la partitura de nuevo hizo que George casi se mareara, lo llevó de nuevo a sus ambiciosos días como conductor joven. ¿Fue durante su segundo año como maestro del conservatorio que había interpretado por última vez el Mahler 2? Sonrió. Qué atrevimiento, ¡elegir de una pieza tan monumental! No había estado nada mal, tampoco. Su sonrisa se desvaneció mientras intentó calcular el año. ¿Realmente podría haber sido cincuenta y cinco—no, sesenta y cinco— años atrás? Sí. ¿Eso lo convertiría en viejo ahora? Noventa y siete. Poco a poco, inconscientemente, George abrió la parte superior del cajón del escritorio a la derecha y sacó un pequeño espejo. Inspeccionó su rostro. Las líneas en la frente y alrededor de la boca y los ojos eran un poco más pronunciadas que la última vez que se había mirado. Solo un poco. ¿Noventa y

siete? No era posible. Nadie pensaría que tenía más de cincuenta. Podría pasar por cuarenta y cinco años. Su cabello ni siquiera era gris.

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El cristal estaba en su bolsillo, como siempre. Lo sacó y lo llevó a su rostro, sus dedos corriendo sobre las líneas alrededor de la boca. El tiempo no lo olvidaría por siempre. Un golpe en la puerta lo sobresaltó; cerró los dedos alrededor del cristal y dejó caer la mano a su regazo. —¡Adelante! Un hombre joven vistiendo túnicas de aprendiz asomó la cabeza. Sorprendentemente guapo, con el cabello negro azabache y ojos como el carbón. Nathan. —¿Está ocupado? George negó con la cabeza. —De ningún modo. Simplemente marcando el Mahler. Toma asiento. —Gracias. —El aprendiz acercó una silla de cuero. George se dio cuenta de una ligereza inusual en él esta mañana; era conocido por su manera fácil, pero hoy parecía especialmente alegre… emocionado, incluso. —Mire esto. —Deslizó una carta abierta sobre el escritorio de George. La carta era corta y oficial. George la leyó dos veces, examinó la firma en la parte inferior y puso sus manos sobre el escritorio. Los dos hombres se sentaron en silencio. Finalmente, Nathan dijo: —Europa y el Lejano Oriente, para luego volver aquí… ¡un total de dos años! En espera de la audición en vivo, a la cual no le tengo miedo. Sé que estás nervioso por cosas como esta; y sugieren que me consiga un representante, por

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supuesto; pero ¿no lo ves? ¡Esto prueba que soy lo suficientemente bueno! ¡Puedo tener una carrera! Todos mis años de estudio y práctica y enseñanza… —¿De dónde vino esto? —George no pudo mantener la irritación fuera de su voz. Lo que quería decir era:¿Cómo alguien más te escuchó tocar? ¿Alguien a

quien importaba? La sonrisa de Nathan se desvaneció. Cruzó las manos. —Mis estudiantes se preguntan por qué no me establecí, ya sabes. Es más y más difícil hacer que piensen que es solo mi… edad. —¿Qué te importa si tus estudiantes se preguntan por ti? —dijo George—. ¿Qué tiene eso que ver con esto? —Al parecer, uno de ellos me grabó y lo envió… —¡Qué! Te lo dije… —¡No sabía que lo había hecho! —Nathan suspiró con fuerza—. A menudo graban sus lecciones… ¿por qué sospecharía? ¿Por qué no quieres que nadie me escuche? ¿Por qué quieres mantenerme aquí? George golpeó su escritorio. —¿No te acuerdas de lo que pasó? La mirada de Nathan cayó. —Eso fue hace años —dijo, pero había una nota de derrota en su voz. George se había acostumbrado a esa nota, siempre clara, siempre en sintonía, tal como él le había enseñado a Nathan a sentir en esa horrible noche en Nueva York. Pero había pasado mucho tiempo desde la competición Gloria Stewart. George temía cada vez más que alguno de la vieja arrogancia de su protegido regresara.

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Estudió el rostro de Nathan, exactamente como lo recordaba desde hacía tantos años. Cualquiera que fuera la magia del cristal que enlentecía el tiempo, estaba destinado para él. George—de alguna manera—, se las estaba arreglando para absorber un poco de esta. Una punzada familiar de pánico lo apuñaló. ¿Qué pasaría con el cristal si su verdadero maestro se fuera? ¿Todavía irradiaría su magia o sería desmoronaría en polvo? ¿Moriría Nathan si fuera separado demasiado tiempo del cristal que lo mantenía joven? ¿Y George? Respiró hondo. —Mira, Nathan… —Pero no podía encontrar las palabras adecuadas. Nathan se inclinó hacia delante. —Soy yo, George. Puedo manejar el mundo fuera de Dunhammond. No tenías ningún problema cuando me fui contigo a todos tus compromisos internacionales. Praga, Moscú, Viena, París… sin duda, no tenías ningún problema entonces. Dios mío, ¿qué pasó con los viejos tiempos? —Esos días han terminado. —El Maestro Keppler fue sorprendido al sentir una sacudida en su pecho mientras lo decía—. Terminaron. El conservatorio es un lugar seguro para ti. Las personas te olvidan aquí. Creo en que es el bosque que te protege de sus preguntas. —Él sí creía eso. El joven dijo en voz baja: —Mis estudiantes van a seguir haciendo preguntas. —Bueno, tal vez ya no sea seguro que enseñes lecciones privadas. —El Maestro no había querido decirlo. Pero ahora que lo hizo, estaba decidido. Era la mejor solución—. Todavía puedes practicar, por supuesto, y ayudar a los

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estudiantes con la voz de vez en cuando; sí que tienes un enorme talento con eso. Pero esta es realmente la mejor manera. —¡No puedes llevarte a mis estudiantes! —gritó Nathan, palideciendo. El Maestro levantó las manos. —¡Tus estudiantes ni siquiera te recuerdan!¡Enseñaste tres años a Molly Stewart y ella se presentó ante ti en el banquete de ex alumnos la semana pasada! —Puede que no se acuerden de mí, pero yo los recuerdo —dijo Nathan en voz baja. El rostro del Maestro se endureció. —Le recomendaré al rector que tus talentos serán objeto de mejor uso en otro lugar. La boca de Nathan se endureció, sus ojos oscuros. —No importa, de todos modos —dijo—. Dile al rector lo que quieras. Me voy en esa gira. No puedes detenerme. Hablaba en serio. Iba a irse. Irse. George volvió a mirar ese rostro joven, desafiante y luchó por mantener su propio rostro sereno mientras la cólera brotaba en su interior. —He renunciado a mucho por ti, Nathan, para que pudiéramos estar aquí. Una carrera real. —Nunca te lo pedí. —Maldita sea, te he dado todo. ¡Incluso tu maldito nombre! —El corazón de George se sentía caliente, golpeando contra sus costillas. Sus dedos se aferraron

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el cristal mientras hervía, la cara enrojeciendo, la respiración volviéndose violenta. Nathan no dijo nada. Desde el escritorio, un muchacho miraba felizmente desde una vieja fotografía. Dientes torcidos, ropas embarradas. George sintió la mirada descolorida de su hermano, el verdadero Nathan, el Nathan que debería haber sobrevivido a esa inmersión en el río. ¿Quién era este joven ingrato que lo miraba ahora con tal ferocidad, mandíbula dura, desde el otro lado de la mesa? Apretó el cristal escondido en la mano tan fuerte que pensó que sus huesos podrían romperse. Y mientras lo hacía, ocurrió algo extraño: la respiración de Nathan se hizo más rápida, sus hombros se pusieron rígidos y se dobló en su silla. Fascinado, George apretó el cristal con más fuerza, con las dos manos ahora, escondido debajo de la mesa, donde el aprendiz no pudiera verlas. Canalizó su ira a través de sus dedos; casi podía sentirlo chisporrotear. Nathan comenzó a jadear violentamente y se deslizó de su silla por completo. George estaba eufórico. Sabía que lo estaba haciendo, a través del cristal, con su fuerza o su ira o la pura fuerza de su voluntad. Soltó su agarré e intentó forzar una expresión neutra, aunque apenas pudo evitar una sonrisa. La adrenalina atravesó su pecho, brazos y piernas. Nathan levantó la mirada, las cejas dibujadas, los ojos muy abiertos, como si hubiera visto a un monstruo. El Maestro se inclinó hacia delante. —Puedo detenerte, muchacho. Puedo. Algo acerca de Nathan cambió en ese momento. La ligereza a su alrededor se disolvió, su hermoso rostro cayó en una fea y caída máscara caída y sus ojos secos enduras piedras sin brillo. Se fue sin decir nada más. El Maestro arrojó el cristal en su escritorio. Se llevó las manos al rostro y se echó a reír, luego suspiró, deteniéndose antes de que se convirtiera en un sollozo.

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Y así le he robado al mundo a uno de sus grandes artistas. Era inconcebible. Pero era para la protección del chico, ¿no? George no podía solo recoger todo y dejar el conservatorio, seguir a Nathan través de los continentes, ver desde las sombras cómo el mundo se enamoraba de él. No, Nathan debía quedarse aquí. Con el cristal. Con George. Y ahora, George sabía cómo hacer que se quedara. El Maestro puso su cabeza en su gran escritorio. Después de setenta y dos años, era la primera vez que Nathan Daysmoor había pedido irse.

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Treinta y uno

S

ing está tan enojada que podría pisotear. Podría pisotear directamente en la cara de suficiencia del Aprendiz Daysmoor. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a decirle esas cosas terribles a ella? ¿Cómo se atrevía a

dormirse durante el resto de su sesión de entrenamiento? Quizás si no estuviera a todas horas sentado en árboles, sería capaz de mantenerse despierto. ¿Y cómo se atrevía a reportarla al rector y conseguirle una censura? Ella debería reportarlo e él. Debería ir directamente al maestro, solicitar un nuevo entrenador, delatar a Daysmoor por ser el bulto inútil y absorto en sí mismo que es. Irrumpe en el vestíbulo de Hud, deseando que las puertas no fueran tan frustrantemente civilizadas y se dejaran ser estrelladas. Pero no, a pesar de su mejor esfuerzo, se cierran gentilmente con un siseo mientras ella pisa fuerte por el vestíbulo hacia la escalera. Jenny abre la puerta después de tres golpes secos. —Sing, ¿qué pasa? Estaba por ir a la práctica de cuarteto. —Necesito tu ayuda. —Sing pasa junto a ella y se deja caer en la cama más cercana. La habitación de Jenny y Marta parece que fue decorada por un monstruo que vomita ropa sucia, productos para el cabello, boutique de la Nueva Era y partituras. —Um, está bien —dice Jenny.

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—Necesito cosas sucias del Aprendiz Daysmoor. Algo muy vergonzoso. U horrible. Ryan dice que todos los aprendices tienen historias. Jenny ladea la cabeza. —Guau. Sé que es un aguafiestas, pero ¿por qué el veneno? —No importa —dice Sing, intentando no pensar en la pregunta—. ¿Tienes alguna información de él? ¿Puedes conseguir algo de tu periódico o algo? —Generalmente, si el periódico tiene información interesante, la imprime — dice Jenny—. Pero quizás pueda indagar por los archivos. No hay mucho digital en este momento y estoy completamente segura que no voy a leer tres años de diarios solo para ayudarte a satisfacer tu furia, pero estamos desarrollando un directorio digital que podría ser útil. —Gracias. —Sing sale a zancadas de la habitación y baja las escaleras del vestíbulo. Se hunde en una fea silla marrón y tira su partitura de Angelique sobre una mesa de café maltratada. Con movimientos espasmódicos y cortantes, saca un cuaderno y un lápiz de su mochila y comienza a escribir.

Querido Papà, ¿Cómo van los ensayos para la nueva temporada? (Interés en lo que él está haciendo, un buena forma de comenzar). La escuela está bien. Mis clases son bastante decentes hasta ahora, salvo trigonometría, que es difícil y Naturaleza y Música donde escuchamos pájaros todo el día. Estoy preparándome para suplir el primer puesto en la ópera. (Está revelación podría provocar una breve nota para el maestro o el rector Martín, pero no tiene muchas esperanzas de que algo cambie). Los ensayos están bien, salvo por mi entrenador, que es inútil. Ni siquiera tengo un verdadero entrenador, solo un aprendiz— Daysmoor—, que duerme todo el tiempo y no sabe nada sobre el canto.

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(Suficientemente informal para no parecer como lloriqueo). De todas maneras, el escenario es muy agradable y no puedo esperar a visitar el pueblo. Saluda a Zhin de mi parte. ¡Espero que ella te esté haciendo sentir orgulloso! Baci, Sing

Frunce el ceño ante las dos últimas frases, luego las borra. Todavía puede oír la horrible y rasposa voz de Daysmoor. Respira. Apoya. En serio. ¿Pensaba que ese era un consejo útil, que ella no sabía que cantar requería aire? Pequeña diva estirada, la llamó. ¿Desde cuándo “diva” es una mala palabra? Una diva es una reina, al igual que Barbara de Navelli lo era… la reina del escenario, la reina de los negocios. Sing sabe que lucha contra su propia divinidad; su madre siempre estaba diciéndole que actuara más la parte. Si actúas algo con suficiente fuerza, solía decir, lo haces realidad. Sí. Sí. Hacerlo realidad. Escribir la carta ha ayudado a que su ira disminuya. Deja caer sus hombros y se hunde en la silla. Luego le echa un vistazo una vez más. Es muy de diva, se da cuenta. Su madre estaría orgullosa. La rasga de su cuaderno y la destroza, apretando las piezas en su puño.

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Treinta y dos

E

n el estacionamiento, se arremolinan cuerpos en grupos, se meten en autos, sacuden sombrillas. Nubes grises escupen lluvia en torrentes de mal temperamento. Sing y Marta están de pie incómodamente en la

entrada principal del Hector Hall, con la lluvia golpeteando en un constante sonido interrumpido por cortas ráfagas de viento. Sing no ha usado su impermeable antes; parece más una bolsa negra de basura amarrada al medio. —No tenemos auto —dice, haciendo una seña indeterminada hacia el clima—. ¿Quieres ir todo el camino así? Marta ve a través de la lluvia. —El Sr, Bernard dijo que podía llevar a unas cuantas personas. —Su impermeable, aunque todavía parecido a una bolsa de basura, luce un poco mejor que el de Sing porque ella es más alta y delgada.

Irse con el profesor. Grandioso. Sing empuja la capucha de su impermeable sobre sus ojos. —¿No quieres ir? —dice Marta—. Se supone que será genial. Las famosas excursiones para conocerse del Sr. Bernard se supone que son una de las partes más memorables del Taller de Ópera. Pero Sing no se siente como para una noche de diversión en el pueblo. Aun así, es una oportunidad para crear conexiones.

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—Sí —dice, metiendo las manos en los bolsillos de la bolsa de basura—. Probablemente deberíamos congraciar, ¿no? —He escuchado que eso es lo que se hace —dice Marta, riendo un poco. Sing no puede imaginar a Marta congraciando. Se da cuenta con un poco de pena que Marta nunca tendrá una carrera sin esta habilidad esencial. —Es como funciona el negocio —dice—. Es así como mi madre obtuvo su carrera, en realidad. Marta parece tomada por sorpresa. —Tu madre era maravillosa, Sing. Ella era asombrosa. Sing siente que sus mejillas se enrojecen. —Bueno, sí, lo era. —¿Lo era?—. Pero no habría tenido nada sin mi padre. Él ya tenía un nombre, sabes. Ya era mundialmente famoso. Ella usó eso.—La mirada de Marta se aleja de golpe. Sing no sabe por qué, pero continúa hablando suavemente hacia a la espalda brillante y plástica de Marta—. Ella hubiera usado a cualquiera, me parece, que pudiera haberla ayudado. No estoy segura de que siquiera lo haya amado. Marta se da la vuelta, pero no reconoce las palabras de Sing, lo que también está bien. —Creo que vi al señor Bernard. Sing entrecierra los ojos mirando la lluvia, medio esperando que su profesor ya se hubiera ido. Sus ojos son atraídos a la escena acogedora cerca de un rincón y después de un momento se da cuenta de que se queda mirando.

Te estás obsesionando. Escucha la voz de Jenny, aunque no está allí. Eso no es cierto, se dice a sí misma, dándose la vuelta. Ni siquiera está remotamente

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interesada en lo que Ryan y Lori Pinkerton estén haciendo debajo de esa sombrilla. Ni remotamente. —Me gusta tu collar —dice Marta, estudiando el extraño cristal que Sing usa a diario ahora. Sing dice: —Gracias. —Pero mete el collar en su camisa, donde congela su piel. Marta grita: —¡Oiga! ¡Sr. Bernard! ¿Tiene espacio para nosotras?

Por favor, no, piensa Sing. Pero Marta la agarra de un codo y la lleva por el estacionamiento hacia donde el Sr, Bernard está parado junto a un viejo y decrepito cupé. —¡Pero por supuesto! —dice—. ¡Siempre hay espacio para un par de sofisticadas señoritas! Sing insiste en que Marta tome el asiento delantero y ella se sube al asiento trasero estrecho y húmedo. Sus rodillas presionan contra la parte trasera del asiento de Marta mientras el cupé resopla a la vida. —No puedo esperar a empezar a moldear lo de Angelique —dice el Sr. Bernard, con el auto todavía estacionado—. Vamos a hacerlo ultra tradicional esta vez, nada de esa mierda de ambientarlo en un edificio de oficina con todos en trajes de negocios. ¡Estamos hablando de pelucas!¡Trajes de época! Fondos de escenario con árboles, no triángulos o manchas o todo lo demás que últimamente es artístico. —Marta se ríe y Sing no puede evitar unirse a ella. El Sr. Bernard golpea el volante—. Lo siento, chicas, estamos esperando a uno más. Cielos, voy a llegar tarde a mi propia fiesta. Oh, ¡aquí está la Cenicienta! —Saluda. La lluvia en la ventana oscurece a la figura cruzando el estacionamiento hacia ellos.

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—¿Es el aprendiz Daysmoor? —pregunta Marta—. ¿Va a venir? —Claro. —El Sr. Bernard pone el auto en marcha mientras la figura se acerca—. ¡No se lo perdería! Sing dice: —¿El aprendiz Daysmoor? ¿El que parece un cadáver? —¿Solo que menos carismático? —añade el Dr. Bernard y luego dice—: ¡Perdón! Perdón, olviden que dije eso. Marta se ríe. —Oh, no está tan mal. La puerta se abre y Daysmoor se apretuja en el asiento junto a Sing con las rodillas contra su pecho. Ella se gira hacia la ventana mientras el auto se pone en marcha. —Me alegra tenerte con nosotros, Nathan —dice el Sr. Bernard mientras traquetean junto con la lluvia. —Uno de nosotros tiene que aparecer y George seguro que no iba a venir — dice Daysmoor. —Encantador. Bueno, espero que nos honres con una presentación más tarde. Hay una primera vez para todo, ¿cierto? Sing frunce el ceño. ¿Presentación? ¿Qué clase de cena es esta? Daysmoor no contesta y Sing lo mira. Él está mirando por la ventana. ¿Pensando en su última “presentación”? El cabello de Marta se balancea.

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—He estado pensando sobre mi personaje, Sr. Bernard. Sabe, en la mitología griega… Y ella se va. A Sing le gusta Marta, pero parece que sus oídos se apagan cuando Marta habla de mitología. Daysmoor está absorbido en los borrosos árboles que pasan. Sing pregunta: —Entonces, ¿qué es esta presentación? No se gira hacia ella. —Ya verás. —No lo dice en una forma que la invite a investigar más. Sing bufa, sin importarle que la escuche. Bien. El auto cruje al cruzar algunos charcos considerables mientras las gotas de lluvia repiquetean contra las ventanas. El Sr. Bernard y Marta charlan en el asiento frontal. —Es solo una estúpida fiesta —dice Daysmoor después de un momento. —Bien —dice Sing, más grosera de lo que pretendía. Ahora Daysmoor se voltea hacia ella, fijando sus ojos sombreados en su rostro y ella tiene una extraña sensación en su estómago. Silenciosamente, casi como si no quisiera que el asiento delante oyera, él dice: —Esa… esa canción que estabas cantando enfrente del Woolly, la noche de la reunión de bienvenida. Solo canta eso. Ella siente que su boca se abre. —¿La canción de la farfallina? Es solo una canción de niños. Es tonta. Él se da la vuelta de nuevo. —O no la cantes —le espeta—. Realmente no me importa.

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Treinta y tres

E

s el día en el que el niño de la Félix desaparece. Ya no contento con las canciones de pájaros y riachuelos, él está tentado por otros sonidos: el anhelo por los violines y el balbuceo de las flautas y, por encima de todo, los encantadores y misteriosos lamentos y gruñidos de las voces humanas. Y la chica, quien hacía

los sonidos que prefiere por encima de todos los demás. Las nubes se han estado agrupando preocupantemente por días, encontrándose y encimándose entre ellas; algunas se extienden y se inflan, otras solo se van a la deriva en una calma taciturna. El niño de la Félix camina lentamente con vacilación, lejos de la suave oscuridad de la madriguera y hacia la luz gris de la tarde. Debe encontrar los sonidos de nuevo.

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Treinta y cuatro

L

a villa Dunhammond se apiña tranquilamente en la base de la montaña cuya cima coronada de nieve vigila el conservatorio. Main Street es el hogar de muchos comercios locales, mientras que algunas granjas

pequeñas se anidan junto a los caminos de tierra. Muretes de piedra se arrastran desde el centro de la ciudad hacia todas direcciones como una telaraña. El Mountain Grill no está completamente equipado para soportar al grupo de estudiantes fuertes y llenos de vida que siguen al Sr. Bernard por la pequeña y oscura puerta principal hacia el pequeño y oscuro comedor. Las mesas son empujadas en una hilera apresuradamente; la única camarera se escabulle de nuevo a la cocina y aparece un momento después, luciendo agotada. Sing y Marta se sientan una junto a la otra al final de la hilera de mesas. El Sr. Bernard está en su elemento, dando palmaditas en las espaldas de los estudiantes y recordando los nombres de todos aunque todavía sigue siendo la primera semana de escuela y todos los estudiantes están usando ropa idéntica. Daysmoor adquiere algún tipo de bebida casi al instante y se sienta encorvado en una silla en la esquina de la mesa, sin hablar con nadie. Las sillas vacías se llenan gradualmente con cuerpos hasta que solo quedan dos asientos, los que están justo frente a Sing y Marta. Y parece que se mantendrán vacíos hasta que la pequeña puerta cruje al abrirse una vez más y Lori y Ryan entran riendo a tropezones. Sing se endurece. Lori y Ryan se sientan, Lori saluda a Marta como a una vieja amiga manteniendo el cien por ciento de la atención de Ryan.

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—No creo que nos hayamos conocido —le dice Sing mientras Lori se está volviendo a Ryan de nuevo—. Soy Sing. —Oh —dice Lori—. Hola, Sing. Encantada de conocerte.

No me ha dicho su nombre, piensa Sing. Asume que lo sé. Lori serpentea su brazo izquierdo alrededor del derecho de Ryan. —Y conoces a Ryan Larkin, por supuesto. —Sí —dice Sing, sin encontrarse con la mirada de Ryan, la cual piensa que está sobre Lori, en cualquier caso. —Sing también es cantante —dice Marta. —Qué afortunada, ¡con ese nombre! —Lori ríe—. De todos modos, por supuesto que sé todo sobre Sing. Es mi suplente. —Ella se inclina y una fragancia a rosa le causa picazón de nariz a Sing—. ¡Debes ser muy talentosa! Sing se encoge de hombros. —Es solo una suplencia. —Es talentosa —dice Ryan—. Cantó una vocalización de Janice Bailey para su colocación. —El corazón de Sing da un aleteo esperanzador. Lori levanta las cejas. —¡Guau! ¿A George le gustó?

Quiere decir el maestro, se da cuenta Sing y se pregunta si lo llama George en su rostro. —No mucho. Lori frunce el ceño, sobresaliendo su labio en una mueca burlona.

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—Él es tan anticuado a veces. No te preocupes. Estoy segura de que sonaste

genial. *** Sing mira, con los ojos vidriosos, los restos de su hamburguesa con queso. Lori está contando una historia sobre la pérdida del tacón de uno de sus zapatos de diseñador justo antes de salir al escenario para un recital. —¡Así que simplemente me quité el otro! Quiero decir, el vestido llegaba justo al suelo, ¿cierto? ¿Quién iba a saber? Pero cuando hice mis saludos, uno de mis pies descalzos se asomó. Oh, Dios mío, pensé que Benny iba a morir. “Benny” vendría a ser el legendario compositor Benjamin Stanhope, quien da clases magistrales en Fire Lake durante los veranos y Lori claramente disfruta los jadeos de admiración que suscitan soltar su torpe nombre. Sing frunce los labios. Ninguna de estas personas sabe que “Benny” es célebremente extrovertido y usa el nombre de pila con legiones de estudiantes. Lori continúa. —¡Tanta suerte que Hayley me haya convencido de ir a la pedicura el día anterior! ¡Al menos los dedos de mis pies estaban presentables! Todos ríen, excepto Sing. Incluso Marta, cuya sonrisa no se ha desvanecido en toda la noche, se ríe un poco. —Siempre se puede contar con que Hayley te imponga presión para ir al spa —dice Ryan y Lori golpea su brazo juguetonamente. —¡Sabes que te encanta el spa! —dice ella—. ¡Veamos tu pedicura! Vamos, ¡sé que tus piecitos son preciosos! Sing se pregunta si posiblemente podría fingir intoxicación alimentaria para liberarse del resto de la cena. No sería tan difícil provocarse el vómito.

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Al menos el aprendiz Daysmoor, cuando mira en su dirección, parece incluso más nauseabundo que Sing con Lori. Ha pasado la mayor parte de la noche contemplando su ensalada con ojos adormilados, como si esta estuviera intentado comunicarse con él y no estuviera impresionado con lo que tiene que decir. El Sr. Bernard se pone de pie y golpea su vaso de agua con el tenedor. —¡Damas y caballeros! —La charla se apaga. Incluso Lori se recompone y se vuelve cortésmente hacia la cabecera de la mesa—. ¡Es hora de la Llamada Noble! Sing mira a Marta, quien se encoge de hombros. Algunos de los estudiantes lucen confundidos, pero otros ríen o se cubren sus rostros. Un chico mayor hace movimientos visibles de irse, pero el Sr. Bernard lo empuja hacia abajo, riendo y dice: —Solo por eso, Derek, ¡eres el primero! Derek, a quien Sing reconoce como uno de los miembros del coro, protesta, pero el Sr. Bernard sacude su cabeza. —¡Soy el señor de estas tierras y decreto que seas el primero! ¡Llamada Noble! —¿Qué es una Llamada Noble? —susurra Marta. —Una especie de tradición —dice Ryan—. Irlandesa o inglesa o algo así. El Noble, el anfitrión de la fiesta, tiene el derecho de hacer que todos actúen. Sing gruñe. Así que de esto estaba hablando el Sr. Bernard en el auto. ¿Por qué su vida no es nada más que actuaciones? Ryan ríe, estira su mano a través de la mesa y acaricia su mano —¡gracias a Dios que ella tenía su mano apoyada ahí!—, y dice:

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—No es malo, realmente. No tienes que hacer nada si no quieres. Simplemente podrías decir: “Mi hamburguesa con queso estaba realmente buena” o algo así. No te escogerá temprano, ya que eres nueva, así que solo observa a los demás y decide. Derek ha elegido recitar un poema, algo sobre un hombre que se emborracha y despierta en una zanja junto a un cerdo. El Sr. Bernard luce escandalizado de una forma teatral y echa una risotada junto con el resto en el remate. Varios estudiantes recitan poemas, unos pocos cantan y una chica incluso hace una danza irlandesa en honor a la tradición de la herencia. Marta, sorprendentemente, hace un truco de magia que implica a una servilleta y un chuchillo de mantequilla desapareciendo y se gana un caluroso aplauso. Ryan les regala a todos una versión espantosa, pero entusiasta de la famosa aria

“Nessun dorma” y se gana abucheos igualmente entusiastas así como dos panecillos en la cabeza. —Princesa Pinkerton —muge el Sr. Bernard, señalando y Lori se pone de pie ante los dispersos aplausos y silbidos. Sing espera que juegue la carta insinceramente modesta de: “Oh, Dios, ¿qué debería hacer?”, pero Lori es una verdadera artista. No hay vacilación alguna en su expresión o su voz, su mirada feroz y su confiado lenguaje corporal llaman la atención de inmediato. Sing nota con un sentimiento enfermizo que los ojos de Ryan parecen brillar mientras observa a la diva residente. Lori canta una canción de teatro musical: enérgica, divertida, animada y con el obligatorio dramatismo al final. Sing estima que es un do central y que puede ser escuchada en el conservatorio. El Grill estalla en aplausos extáticos y el Sr. Bernard hace un gran espectáculo limpiando sus orejas con sus dedos. Lori asiente y se sienta con gracia y mientras el aplauso muere, Sing se da cuenta con horror que el Sr. Bernard la está señalando a ella ahora.

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—¡Duquesa da Navelli! ¿Después de Lori? ¿Está loco? ¿Cómo puede superar a la diva residente? Se pone de pie, intentando mantener el movimiento suave y seguro y mira a la multitud de estudiantes. Están en silencio, expectantes. ¿Qué puede hacer? No tendría sentido hacer un aria; incluso si cantara sin problemas, nadie aquí lo apreciaría; todos están todavía bajo el hechizo de la princesa Pinkerton. Ir por otro dramatismo simplemente sería considerado como copia y, francamente, se da cuenta con una sensación de hundimiento que no está segura de poder superar el do central de Lori. Fue bueno. Pero está de pie y todos la están mirando. Examina la habitación, ganando tiempo, tratando de no hacer contacto visual. Ve a Daysmoor observándola. De todos los rostros en esa habitación, ¿por qué ha encontrado el suyo? Ninguna sonrisa de apoyo, ningún pulgar hacia arriba. Nada que indique que le importe una mierda si ella triunfa o fracasa frente a todas estas personas. Solo esa inescrutable mirada de aquellos ojos que la ponen nerviosa. Él quería que cantara la canción farfallina, ¡una tonta canción infantil! Pero de alguna manera, congelada, no puede pensar en otra cosa. Así que empieza, recordando cómo su padre la cantaba cuando era pequeña. Su padre, cuya voz es tan irritable como la arpillera vieja.

—Farfallina, bella e bianca; vola, vola, mai si stanca… Ella canta en la forma que él solía hacerlo, dejando que su voz se ría un poco de las líneas divertidas y que llore un poco en las líneas tristes. Pequeña

mariposa, bella y blanca; vuela, vuela, nunca se cansa… Se le ocurre mientras comienza el hinchado aplauso que es probable que nadie entendiera las palabras completamente; quizás alguno de los otros cantantes,

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ya que han estudiado italiano. La cálida reacción de la audiencia la sorprenda incluso más. Todos aplauden efusivamente; incluso Lori, se da cuenta. Pero por encima de su amplia sonrisa falsa, los ojos bonitos de Lori no transmiten nada más que disgusto. A su pesar, Sing no puede evitar devolverle la mirada, fascinada y triunfante. Ha visto la expresión de Lori antes, en el rostro de la soprano más popular en cada ciudad cuando Barbara da Navelli llegaba. Es la mirada de una diva residente que teme por su trono. Mientras los aplausos aumentan, se da cuenta que Daysmoor no está aplaudiendo. Pero asiente brevemente cuando se encuentra con su mirada y hace que su estómago zumbe. Sing aleja su mirada del aprendiz y sonríe genuinamente a la multitud. Y cuando Ryan silba con admiración, no puede evitar sonreír de alegría.

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Treinta y cinco

A

l borde del bosque, la Félix observa la torre. Se queda mirando con los ojos abiertos hacia las ventanas de color amarillo, las orejas levantadas para capturar lo que pueden. Todavía no entiende los patrones de

sonido que cautivó al cuervo hace tantos años. Todo lo que entendió entonces era su desesperación, su anhelo. Eso lo entendía bien. Pero desde entonces, se ha preguntado. Por primera vez desde su caída, se ha preguntado sobre la desesperación del mundo exterior. Y, de alguna manera, observar la torre la hace sentir más cerca de ese mundo, viendo al hombrecuervo tocar su instrumento. Cada noche tocay cada noche ella mira. Recientemente, ha comenzado a sentir que el niño debería estar con ella. Que tal vez él también tiene un vínculo con este otro mundo y no solo una cosa que debe alimentar en lugar de matar por razones que no puede comprender del todo. Esta tarde, bajo el cielo gris con la brisa suave pero fría contra su piel, siente esto especialmente. Lo suficiente como alejarse, hacia el crujir y roce de los bosques de pinos, a través de las corrientes heladas, al lugar seguro y aprisionado donde la estará esperando. Pero vuelve para encontrar solamente marcas en la tierra y su olor. Se ha ido. La lluvia comienza.

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Treinta y seis

L

a empinada carretera de Dunhammond al conservatorio es menos atractiva después de la cena. Saltar colina abajo y jugar en los charcos en el camino fue entretenido, pero ahora la mayoría de los estudiantes

están pidiendo un aventón a aquellos con autos en lugar de caminar a casa, cansados, en la lluvia. Marta ha elegido nuevamente el viejo cupé del Sr. Bernard, pero ahora Lori se aprieta en el asiento trasero también. Sing decide caminar. Levanta el cuello de la basura de su impermeable y comienza a subir la colina.

Es solo un kilómetro y medio, se dice a sí misma cuando su bota derecha chapotea en un charco de barro frío. Gotas frías se deslizan por su rostro y debajo de su cuello, pero no la molestan. A pesar de que oscurecerá pronto, todavía está llena de luz y calidez por la Llamada Noble. Después de un momento, escucha el chapoteo de alguien corriendo detrás de ella. Antes de poder voltearse, un brazo está alrededor de su cintura y una voz amigable respira en su oído. —¿Un poco húmeda? Ryan abre su paraguas y lo sostiene arriba. Sing agradece el refugio, pero también teme que vaya a colapsar; no puede ser saludable para el corazón de alguien latir con tanta fuerza como el suyo ahora. Se vuelve hacia él y dice: —Gracias —en una voz completamente profesional, pero comete el error de mirar esos traviesos ojos verdes y casi se tropieza.

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—¡Cuidado ahí! —Agarra su codo—. Todavía tenemos casi un kilómetro que recorrer.

Mantén la calma, piensa Sing. Un hermoso pianista de ensayo tiene su brazo alrededor tuyo y está protegiéndote del clima con su propio paraguas. ¡No arruines esto! Indiferencia… esa siempre es una buena táctica. Recuerda la indiferencia de Lori hacia Aaron y cómo eso parece volverlo aún más loco por ella. Sing sonríe. —Deberías haber conseguido un aventón. Va a ser una caminata bastante empapada. —¿Era esa suficiente indiferencia? Ryan finge indignación. —¿Y dejar que una damisela en apuros sude sangre de vuelta al castillo sola? ¿Qué tipo de caballero en brillante armadura sería entonces? —Oh, ¿eso es lo que eres? —Sing eleva la voz por encima del viento, los árboles silbantes y el ruido de la lluvia en el pavimento. Es difícil coquetear cuando hace frío y está ruidoso afuera. Pero Ryan no parece darse cuenta. —¿No me gané tú corazón con mi balada de amor allá en la taberna? —¡Tienes suerte de que no te haya arrojado al foso! Él se ríe y la aprieta. —Sonaste increíble, por cierto. Pero estoy seguro que sabes eso. Sing espera que no note sus mejillas rosadas. ¿De verdad creía él que había sonado increíble?

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Ryan se detiene abruptamente. —Oye, ¿puedo mostrarte algo? —Hace un gesto hacia un montón de grandes rocas en la orilla de la carretera donde debió haber estado un viejo muro de piedra alguna vez. Sing mira con recelo hacia las rocas, las cuales le parecen tan comunes como los pinos chorreando detrás de estas. Pero nota la manera adorable en que su cabello color cobre está solo un poco húmedo y despeinado y dice: —Está bien. Él agarra su mano y la empuja hacia la carretera bordeada de árboles, por detrás de las rocas que esconden un peñasco bastante grande. En este refugio, él posa el paraguas entre el peñasco y la parte superior de la pila de rocas. Cualquier cosa que fuera fascinante aquí, Sing está aliviada de conseguir un poco de respiro del clima. La pequeña zona protegida está bastante seca y hermosamente silenciosa. —¿Qué querías mostrarme? Él sonríe y levanta las manos. —Nada. Lo siento tanto. Soy nada más que un sucio mentiroso. Sing se ríe. —De verdad —dice él, moviéndose más cerca—. Solo quería salir de la lluvia y deshacerme del paraguas por un minuto. Necesitaba mis dos brazos, ves. Y antes de que sepa lo que está sucediendo, ambos brazos están a su alrededor y él la está besando. Huele a loción de afeitar y piel, es cálido y envolvente y la está besando, no a Lori Pinkerton, al menos ahora mismo. Ella desliza sus dedos en su cabello de cobre y él la sostiene con más fuerza y está

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absolutamente segura de que su corazón va a salir directamente fuera de su pecho y caer con un plaf sobre el húmedo suelo.

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Treinta y siete

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a Félix se pasea por el lugar apisonado. No puede oler al niño en ningún lugar del bosque. No puede verlo en el cielo. Pero sabe, ahora, que él también la quiere. Ella quiere pasar su lengua por su rostro suave,

acariciar su pelaje con olor a pino, acurrucarse alrededor de él en el lugar apisonado y protegerlo del frío. Siente estos deseos más profundamente de lo que ha sentido antes. Invoca al poder del cielo y las estrellas, de su madre y el espíritu del Bosque. El poder se disipa como la niebla. La parte de sí misma que es Cielo es débil. Pero la parte de ella que es Gata se hace más fuerte. La Gata también quiere a su niño de vuelta y sabe qué hacer. Olfatea el aire húmedo. Ladea sus orejas. La Félix recorre el límite del bosque, a veces olvidando poner sus patas sobre la tierra. Su olor es más fuerte aquí, ahora aquí… Derrapa y flota hacia abajo por las montañas; los pinos dan paso a hayas y arces; el terreno es más resbaladizo aquí, cubierto de hojas mojadas. Unas voces ralentizan su paso. Ha llegado a la carretera. Su niño está muy cerca.

Allí. Al otro lado de la carretera, arrastrándose detrás de los árboles: una sombría y familiar forma; orejas grandes y triangulares seguidas de la curva furtiva de una cola larga y un poco hacia atrás. La Félix hace un suave sonido y se eleva. Pero no puede convocar al niño o llamarlo. Está rodeado con su propia magia y está toda enfocada en…

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En esa humana. La chica andando con paso pesado por la colina en la lluvia con otro humano. La cola de la Félix comienza a azotar. La adoración del chico por esa muchacha es una brillante niebla azul que los envuelve… él ni siquiera sabe que está haciendo eso. La parte de Cielo del espíritu de la Félix, caída y separada de su lugar, quiere arremeter contra ellos y despedazarlos. Pero la Gata quiere esperar junto al borde del bosque. Y así hace la Félix, agachada, mirando con sus oscuros ojos violáceos estrechados mientras los humanos pasan.

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Treinta y ocho

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a lluvia ha cesado, pero está oscuro y frío cuando Sing y Ryan regresan al campus. Sing no siente el frío. El brazo de él está alrededor de su cintura y ella está acurrucada contra su hombro de una manera que

hace que caminar sea un poco incómodo. Está silencioso dentro de los terrenos; los otros estudiantes del Sr. Bernard han regresado hace un largo rato de la cena y ahora los dispersos charcos de luz de varias ventanas son la única indicación de que alguien está despierto. La grava húmeda cruje bajo sus pies mientras se dirigen hacia Archer. Sing se encuentra deseando que el camino a casa fuera el doble de tiempo. —Hogar, dulce hogar. —Él la libera en el parche cuadrado de luz de la puerta. Sing estudia su rostro, parcialmente ensombrecido y la golpea cómo gran parte de su atractivo se debe a su fácil sonrisa. En este momento, seguiría esa sonrisa a cualquier lugar. La mirada de él revolotea sobre su hombro. —Te invitaría a tomar una copa, pero creo que el supervisor está observando. Ella se da vuelta, levantando la mirada para ver la silueta de alguien de pie en una de las altas ventanas de la torre del aprendiz Daysmoor. Observándolos. —Espeluznante —dice. Ryan ríe. —Probablemente celoso. —Y la besa de nuevo y ella siente ese familiar aleteo en su pecho, pero una pequeña parte de ella espera que no lo esté hacia solo

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para beneficio de Daysmoor. Cuando Ryan da un paso atrás unos segundos después, Sing mira detrás de ella hacia la alta ventana. No hay nadie allí ahora. —Buenas noches, bonita —dice Ryan—. Gracias por acompañarme a casa. — Le destella una sonrisa brillante antes de empujar la puerta y entrar. Sing se recuesta contra la pared, intentando mantener el recuerdo de él fresco. Pasa un minuto y empieza a sentir el aire nocturno; su impermeable de reglamentación no le ofrece mucha protección contra el frío. Se aleja de la entrada y continúa por el sendero de grava. Hud está al otro lado del campo de instrucción, apenas visible. Perturbada por las sombras, desearía que Ryan la hubiera acompañado, luego se regaña por ser tonta. Archer está más cerca de la carretera; es natural que la dejara primero. No es culpa de él que el ensayo sea con los aprendices. Si él estuviera en Hud con el resto de los estudiantes, probablemente la hubiera acompañado hasta su habitación. No importa que Lori pudiera haberlos visto. Definitivamente, él no estaba intentando ocultarle a Lori su nueva relación. Definitivamente. Sing de repente recuerda ver a Ryan y Lori bajo su paraguas azul marino solamente esa tarde. Recuerda las manos de él pasando por su largo cabello rubio.

Eso no quiere decir que estén juntos. E incluso si lo estuvieran, probablemente rompieron. … Durante la cena. Mientras camina con paso pesado por el sendero, su mente es un remolino de euforia de cuento de hadas abrumando algo más profundo y cortante. Recuerdos frescos compiten por su atención: la sensación de los brazos de Ryan alrededor de ella, los aplausos acalorados en el Mountain Grill, la feroz

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aversión en los hermosos ojos de Lori, la oscura mirada del aprendiz Daysmoor.

“¿A quién le importa Lori Pinkerton o alguno de ellos?”, hubiera dicho su padre. No quiere escuchar eso ahora. Le importa Lori Pinkerton. El poder era algo que su madre siempre entendió mejor.

“Has sobrepasado a la diva residente”, hubiera dicho su madre ahora, otorgándole a Sing un raro momento de atención. “La has superado en la Llamada Noble, frente a todos”. Sing inhala la fría humedad, pero su cuerpo se siente cálido y fuerte. Es cierto.

Es cierto, ¿no es así? Claramente, superó a Lori en la Llamada Noble, eso era obvio por la helada mirada de Lori. Y se siente bien. No. No. Cantar se siente bien. Cantar bien se siente bien. Sobrepasar a alguien no debería sentirse bien. Lori Pinkerton no importa, eso es lo que diría su padre.

“Y le has robado el novio”, diría Barbara da Navelli. Ryan se sentía bien; todo de él. Su voz, su piel, su cabello, su calidez, el hecho de que debería haber sido inalcanzable. El hecho de que, claramente, él era el premio en el que Lori Pinkerton estampó la palabra MÍO desde el primer día.

Bueno, no, se da cuenta. El conservatorio tiene dos premios estampados con el MÍO rosa brillante de Lori. El otro es Angelique. Comenzando a temblar, Sing acelera su paso por el patio. Barbara da Navelli

también habría sabido cómo sacarle Angelique a Lori. No. Barbara de Navelli hubiera conseguido el papel, en primer lugar.

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Cuando ha llegado a Hud, sus ojos se desvían a los pinos negros que brillan más allá del campus. Algo atrapa su mirada: algo grande y quieto y en silencio luminiscente, justo en el borde de su visión al otro lado de la cerca. ¿Tamino? La piedra que cuelga alrededor de su cuello, el brillante y vítreo cristal que encontró la noche en que fue al bosque, se siento más pesado y frío contra su piel y lo saca de su camisa. Las puertas dobles de Hud brillan de color amarillo, pero Sing se aleja de estas ahora al otro lado del césped, más allá del gran árbol de arce hacia las mesas de picnic y mira a través de un hueco en la áspera cerca de madera. Es difícil concentrarse en la gran forma; se siente como un truco de la luna y las sombras. Pero hay una solidez en esta que no puede negar. Le prometió a su padre que no entraría al bosque. Ya ha roto esa promesa una vez y ha conseguido una censura por ello. La forma, todavía brillando débilmente, retrocede y la siente tirando de ella. Hasta la pulida mesa de picnic, elevándola sobre la cerca humedecida y está en el bosque de nuevo. El cristal se siente frío incluso a través de su impermeable, su chaleco y camisa. Se dirige hacia el brillo mate y nacarado de la forma distante, la cual parece seguir alejándose. Las hojas mojadas se deslizan debajo de sus pies, los árboles sacuden estrepitosas gotas de lluvia sobre ella mientras pasa y algo profundo dentro de ella dice: Vuelve. Pero no vuelve. Su mente está zumbando, fluctuando entre el bosque frío y los nuevos exultantes sentimientos burbujeando dentro de ella: Ryan, Lori, la Llamada Noble. ¿Su pequeño triunfo en el Mountain Grill simplemente se volverá más pequeño y distante a medida que pase el tiempo? Ninguno de sus sucesos pasados se han solidificado en hitos a lo largo de una especie de gran viaje; todos se han desvanecido como guijarros en un inmenso lago.

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Aprieta su impermeable alrededor de su cuello y sus oídos zumban, no por el extraño silencio en la tranquila noche, sino por el recuerdo del aplauso; el aplauso, al fin, de sus verdaderos compañeros, no solo los músicos mediocres de su antigua escuela. Y su pecho se estremece con una extraña y nueva sensación: triunfo. El bosque está más oscuro esta noche, los troncos de los árboles a su alrededor tienen el brillo de alquitrán líquido y sabe que si mira hacia atrás ahora, el conservatorio habrá desaparecido por completo. La forma brillante también se ha ido, pero sigue avanzando. Hacia delante y arriba. Después de un rato, en medio de los ruidos del bosque, ella detecta otros sonidos más cercanos: crujidos y chasquidos. Se detiene, entrecerrando los ojos hacia el ambiente oscuro. Se le ocurre por primera vez que está perdida en el bosque.

—¿Chrrp? El sonido la sobresalta, pero ríe de alivio cuando emerge Tamino. Sus ojos son más grandes de lo que recuerda e, inexplicablemente, su pelaje naranja parece emitir un brumoso brillo azul… diferente del brillo nacarado que siguió en el bosque. —¿Qué haces despierto tan tarde, pequeño? —Pasa su mano por un lado de su cabeza; su oreja se aplana debajo de la palma de su mano y aparece de nuevo— . Supongo que no sabes el camino de regreso al campus, ¿cierto?

—¿Rrrp? ¿Hrrrrawl? Sing ríe de nuevo y se estremece al mismo tiempo. —¿Tal vez a cambio de una canción? Qué tal esta, Farfallina, bella e bianca;

vola, vola…

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Pero incluso si hubiera estado prestando atención, no habría escuchado a la Félix viniendo por ella.

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Treinta y nueve

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a Félix salta. La chica es ligera y quebradiza y cae sin hacer ruido, como una pluma. El niño de la Félix grita y salta, pero es demasiado tarde; la gran gata extiende sus relucientes garras.

Pero algo la detiene. Levanta la mirada. Es el cuervo. El hombre-cuervo que hizo aquella noche, la última noche que fue arrastrada demasiado cerca de sonidos humanos. Esos ojos detuvieron sus garras entonces y lo hacen de nuevo. El cuervo, transformado ahora durante casi un siglo, alcanza el corazón vaporoso de la Félix con su historia compartida. Ella le hace una pregunta con sus propios ojos. —Por favor—dice él, colocando una mano en una de sus grandes patas. El niño frota su cabeza contra ella. Ya el brumoso brillo azul, la magia que usó para esconderse, se ha desvanecido. La ira se agita dentro de la Félix y revela sus dientes a la chica, quien yace inmóvil en el húmedo suelo. Pero el hombrecuervo coloca su otra mano en su otra pata y la mira a los ojos. —Por favor —dice de nuevo. El niño gorjea, chrrrrp y ella inhala su dulce aroma a pino. Él la ha extrañado. La Félix se aleja del hombre-cuervo y le gruñe a la chica, tensando su mandíbula para el complemento final. Y entonces vacila. Mira a la chica, al objeto brillante alrededor de su cuello y luego al hombre-cuervo. El bajo gruñido de advertencia estremece las pinochas de los pinos y corre hacia el bosque con su niño. El hombre-cuervo toma a la chica en sus brazos.

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Cuarenta

A

ntes de que Sing recuerde que no tiene un teléfono en su dormitorio, ha despertado y respondido al timbre. Dolor se propaga hacia la parte superior de su cabeza.

—¿Sing? —La voz de su padre es distante y tensa. —Sì, papà. —Parpadea para aclarar la borrosa habitación—. ¿Cómo estás? —¿Cómo estoy? Ma carina, ¿cómo estás tú? ¿Te están cuidando? ¿Quieres que vaya? Esta no es su habitación. El tapizado es color crema y un jarrón de flores blancas se sitúa en el tocador de madera oscura en la pared opuesta. La luz del sol brilla a través de las cortinas de encaje de las puertas francesas a la izquierda. —¿Dónde estoy?

Una repentina presión, ligereza, cayendo… Las imágenes comienzan a desencadenarse en su mente. Dientes. Ojos…ojos negros teñidos de púrpura…ojos inhumanos… La puerta a la derecha se abre. Una mujer corpulenta vestida en algodón pasa y frunce el ceño. —¿No sabes dónde estás? —El padre de Sing suena alborotado—. Estás en la enfermería, querida. ¿Hay alguien ahí contigo? Llama a una enfermera. —Oh, sí —dice Sing—. Creo que la enfermera acaba de entrar. —Mm —dice la enfermera, poniendo una mano sobre la frente de Sing.

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—¿Estás bien? —pregunta el padre de Sing—. Me dijeron que no necesito ir. Pero puedo posponer… —No, Papà, estoy bien. ¿Está bien? La enfermera la mira a los ojos y aparentemente está satisfecha con lo que sea que haya encontrado ahí. Se vuelve hacia las puertas francesas y abre las cortinas. Sing cambia el teléfono hacia su otro oído. —Papà, debería irme. Estoy bien, ¿de acuerdo? —Bien, bien. Escucha, mi querida, quiero que sepas… Harland estará en tu festival de Otoño. Harland Griss, el director ejecutivo de Fire Lake Opera. ¿Por qué le está diciendo esto? —Oh. Será bueno verlo. Su padre ríe. —Tan educada. Esto lo heredaste de mí, ¿eh? Estará allí por negocios. Quiero que sepas. No dejes que se salga, ¿de acuerdo? —Está bien. —¿Negocios? ¿Qué negocios?—. Te veré luego, Papà. En el Festival de Otoño. —Está bien, carina. Puede que te vea antes de eso, ¿eh? Y Sing… luego hablaremos de tu censura. ¿Le contaron a su padre? El pecho de Sing se estremece. ¿Qué va hacer él? Espera un minuto…¡estaba en el bosque otra vez! ¿Cierto? Su mente está difusa, pero está bastante segura. ¿Obtendrá otra censura por estar en el bosque? ¿Y cómo llegó ahí? ¿Cómo llegó hasta aquí?

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—Llámame si necesitas algo —dice él—. Ti amo.

—Ti amo, Papà. Ciao. La enfermera toma el teléfono de su mano y lo reemplaza. —¿Tu papá? Ha estado preocupado. Me alegro que se comunicara contigo. Soy la Sra. Foster. —La voz de la mujer es tranquila y su rostro, aunque serio, es agradable. Huele a plástico—. ¿Cómo te sientes? —Bien. La señora Foster toma la muñeca de Sing y presiona. —¿Algún dolor? —No mucho. Un poco de dolor de cabeza, supongo. —Casi no pregunta, pero no puede evitarlo—. ¿Qué sucedió? La enfermera sonríe suavemente. —¿No recuerdas nada? Otra vez, Sing ve esos ojos negros violáceos. Pero por alguna razón, dice: —No. —No recuerda que sucedió, se asegura a sí misma. No realmente. No quiere reconocer la idea flotando y zumbando en el fondo de su mente. Algo

peligroso en el bosque…la gran bestia de Durand. No. La Félix es un mito, eso es todo. Claro, Marta lo cree, pero ella probablemente también cree que los arcoíris están hechos de unicornios voladores. La señora Foster suspira. —Te desmayaste en el patio interior anoche. Alguien te vio y te trajo. Algo bueno, también, con el frío.

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Sing parpadea. —¿Me… desmayé? ¿En el patio interior? —Probablemente de agotamiento. O estrés. Necesitas dormir, querida. Dios sabe cómo los agotan hasta el cansancio. Es un milagro que no estén cayendo como moscas. —La Sra. Foster chasquea la lengua en desaprobación. Agotamiento. ¿Fue agotamiento? ¿Esos ojos podrían haber sido solo una alucinación? Sí. Sí, estaba en la acera. Acababa de dejar a Ryan…

Ryan. La enfermera se ha vuelto hacia la puerta, pero Sing dice: —Sra. Foster, ¿he recibido alguna visita? —No —dice ella. La cara de Sing decae un poco, y la Señora Foster añade—: Estoy segura que tus amigos están muy preocupados por ti. Pero no se les hubiera permitido entrar mientras todavía estabas descansando. Has estado muy aturdida y difícil de despertar en las últimas veinte horas. —Y se va, moviéndose con el propósito de alguien que tiene que estar en otro lugar. Sing deja caer la cabeza hacia un lado. Después de todo ese sueño, se siente con ganas de levantarse. Especialmente dado que sabe que si cierra los ojos, ese terrible y gruñidor rostro estará ahí. O quizás el rostro de Ryan aparecerá. ¿Eso sería peor? Quizás él vendrá pronto. Quizás le asegurará lo que ella no puede creer en este momento, que de verdad la besó. Que de verdad le gusta. Ella, no Lori. Se incorpora y, aunque su cabeza se queja un poco, el resto de ella se siente decente. La luz procedente de las puertas francesas la atrae. Encuentra una bata gruesa acomodada en una silla y se la pone.

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Al abrir las puertas, revela una terraza privada a nivel del suelo y el impresionante jardín trasero de Hector Hall. El cielo está gris, pero brillante y el aire está más cálido de lo que Sing espera. Se sienta lentamente sobre un banco de piedra con curvas. La brisa húmeda se siente bien en su rostro mientras mira hacia el jardín muriendo. El dolor en su cabeza es opaco y no demasiado terrible, pero cada latido parece murmurar otra pregunta. ¿Qué sucedió? ¿Quién me trajo aquí? El jardín es pequeño, un paisaje sinuoso de hadas de piedra, hierba seca y amplios lechos de flores marrones caídas. Los cuervos discrepan desde los árboles. De repente, un sonido proviene sobre su hombro, casi tan suave como la propia brisa, pero tan cerca que hace saltar su corazón.

—¿Chrrrrp? Tiene la presencia de girar lentamente y, cuando lo hace, se encuentra con un par de ojos azul hielo con grandes pupilas negras de gato. Tamino se encuentra tranquilamente al otro lado de la baranda de piedra, su gran cabeza se nivela con la de Sing. En la pareja y aguada tarde gris, destaca como una joya puesta al sol. Ella mira a su alrededor furtivamente. Nadie. —¿Chrrrrp? —Decididamente es una pregunta, pero qué pregunta, Sing no tiene idea. —No creo que debieras estar aquí —dice ella. Tamino salta fácilmente sobre la barandilla de piedra que separa la terraza del jardín y comienza a ronronear. —Los gatos grandes no pueden ronronear —dice ella, pero él continúa de todas maneras, empujando la parte superior de su rizada cabeza en su hombro, lo cual casi la empuja del banco. Le rasca entre los oídos y él cierra los ojos.

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»¿Estabas en el bosque anoche, pequeño? —pregunta—. Siento como si estuvieras, como si los dos estuviéramos. —Se da cuenta de que si fue atacada; y cada vez está más segura de que lo fue; este gran gato podría ser su atacante. Ridículo. Sonríe al pensar en ello. Pero su sonrisa se desvanece. Por supuesto,

si hay un gatito, debe haber un gato. El dueño de esos mortales ojos violeta en su memoria debe estar conectado a este extraño gato, quizás incluso es su madre o su padre. ¿Cómo no pudo haber pensado en ello antes? ¿O lo hizo? Tamino solo cierra los ojos en una sonrisa de gato. —¿Sabes sobre el Príncipe Tamino, tu tocayo? —pregunta ella—. Ama a la princesa Pamina. Se enamoró de su fotografía antes de siquiera conocerla. Pero tienen problemas. La princesa le canta una canción triste a Tamino sobre sus lágrimas. —Sigue rascándole la cabeza y canta—. Sieh’, Tamino, diese Tränen

fließen, Trauter, dir allein. —Pareciera como si las princesas y pastoras y criadas en las óperas siempre cantaran canciones tristes sobres sus amados. ¿El amor siempre es triste? ¿Siempre es difícil? Piensa en la sonrisa relajada de Ryan. ¿Hay algo difícil para él? —¿Señorita da Navelli? —llama la Sra. Foster desde detrás de las puertas francesas. Tamino se tensa y se va. —Estoy aquí afuera en la terraza. La puerta se abre y la enfermera dice: —Tienes un visitante. El corazón de Sing cosquillea y se sienta erguida. ¿Podría Ryan estar aquí, ahora, justo cuando estaba pensando en él?

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Una figura encorvada y oscura emerge de la puerta. No es Ryan, después de todo. Definitivamente no es Ryan. —No te quedes afuera mucho tiempo —le dice la Sra. Foster—. Un poco de aire fresco está bien, pero no te enfríes. —Está bien. La Sra. Foster se ha ido nuevamente. Los ojos de Sing revolotean hacia el aprendiz Daysmoor, quien se queda quieto en la puerta, tal vez un poco incómodo. Es la última persona que quiere ver en este momento. No sabe qué decirle. Él aclara su garganta —Siento haberla sorprendido, señorita da Navelli. Puedo ver que estaba esperando que hubiera sido alguien más. ¿Su decepción se mostró tan claramente en su rostro? Siente una punzada de vergüenza; fue grosera. —No, solo estaba…esperando a alguien más. Eso es todo. Él asiente, pero no se acerca. —¿Cómo se siente? —Bien —dice ellay añade—. Gracias por venir. —Un indicio para irse. Pero él cruza la terraza y pone las manos en la barandilla de piedra. —¿Cómo están tus espíritus? Su tono grave la sorprende.

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—Bien —dice a la ligera—. Estoy un poco inquieta, supongo, pero probablemente eso es normal. Bueno, ya sabe, si hay un “normal” para este tipo de cosas. La mira ahora y ella piensa que sus apagados ojos negros son un poco menos apagados. Siente el peso de sus secretos, como si él estuviera buscando algo detrás de sus ojos. —La escuché justo ahora —dice él—. Estaba cantando una canción muy triste. —Oh —dice—. Esa era el aria de Pamina de La Flauta Mágica. —¿Piensa que

estoy loca? —Sé cuál era. —El filo familiar y arrogante vuelve a su voz y gira su rostro hacia el jardín. —Bueno, gracias por su preocupación —Sing escucha un filo en su propia voz ahora—,pero solo estaba cantando. No estoy lamentando mi amor perdido aquí o algo así. —No, supongo que no. Lo dice de una manera que la invita a espetar, ¿Y qué significa eso? Pero no lo hace. Recuerda su silueta en la ventana justo antes de que ella y Ryan se despidieran. Celoso, había dicho Ryan. Sí, probablemente esté celoso del talento de Ryan, de su buena apariencia, de su encanto. Y debería estarlo. Aprieta la boca, cruza los brazos y se apoya en la banca. Están en silencio por unos momentos. —Tamino no está perdido —dice Daysmoor. Su cabeza se sacude en sorpresa. —¿Qué? —¿Cuánto exactamente había oído? ¿Qué sabe de Tamino?

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—Cuando Pamina canta esa aria —dice él—. Tamino no es su “amor perdido”, está sometido a la prueba de silencio. Cuando él no habla con ella, ella cree que ya no se preocupa por ella. —Sé eso —dice Sing. Todos conocen la historia de La Flauta Mágica. Daysmoor no sabe sobre el gran gatito, después de todo. Parece estudiar algo en la distancia —Esa es una escena tan trágica. No tener voz. Observándolo, Sing recuerda la noche en que lo encontró más allá de la cerca. ¿Qué sabe él de este bosque y las criaturas que viven ahí? Ella dice: —Marta dice que la Félix de verdad existe. Daysmoor no se mueve, pero Sing siente una decidida rigidez impregnar el ambiente. Puede jurar que sus dedos, que habían estado tocando la barandilla ligeramente, se tensan como garras solo por un momento. El jardín está tranquilo, salvo por el susurro de hojas secas y el intermitente graznido de los cuervos. ¿Cruzó algún tipo de línea? —¿Eso cree ella? —dice él sin emoción—. ¿Y qué crees tú? Antes de que pueda pensar, la verdadera respuesta se escapa. —No lo sé. —¿Es por eso que estabas corriendo por el bosque esa noche? —pregunta él—. ¿Qué encontraste ahí, me pregunto? —¿Qué encontraste tú ahí? Él se encoje de hombros.

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—No es secreto que voy al bosque a veces. La mayoría de la gente simplemente no lo nota. Y no voy a conseguir una censura por eso. ¿Qué significa eso? Le duele la cabeza. —Quizás deberías —dice ella sin querer decirlo—. Ya que amas darle tantas a los demás. Está bien, eso fue grosero. Casi aplasta una mano sobre su boca, pero en vez de eso gira la cabeza hacia el jardín muriendo, esperando que él se evaporara. —¿Qué? Deja que sus ojos le echen un vistazo a su rostro. Por primera vez, puede leer claramente su expresión. Está confundido. Ella no dice nada. Sus pies sin calcetines, metidos bajo ella, están fríos. Su confusión parece resolverse a diversión. —¿Crees que te delate después de tu pequeña escapada en el bosque? ¿De verdad quería fingir inocencia aquí? —No lo sé —dice ella—. Estoy un poco aturdida. Con cuidado, él se mueve un paso más cerca del banco. —Tú… —Una pausa incierta. Ella le frunce el ceño. Él comienza otra vez—. ¿Crees que fue la Félix quien te atacó anoche? Mira hacia otro lado, con la voz dura. —No fui atacada por nada. Me desmayé en el patio. Él se pone rígido. —Por supuesto. ¿Por qué pensarías eso?

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—No lo sé. ¿Por qué lo pensarías tú? Ahora se inclina incómodamente cerca y baja la voz. —De alguna forma, se metió en mi cabeza que fuiste atacada por un animal en medio del bosque, donde no deberías haber estado. ¿No es eso extraño? Se me metió en la cabeza que colapsaste en medio de la oscuridad, el frío y humedad en el medio de la nada y que alguien tuvo que transportar tu cadáver de vuelta al campus y luego mentir al respecto para evitar que consiguieras otra censura. Ella abre la boca, pero no salen palabras. Él se endereza. —Lo sé, habría sido mucho más romántico si hubiera sido tu apuesto novio. Oh, bueno. —Eso no es lo que yo… —Deja de lado la imagen de Ryan utilizando a Excalibur para machetear su camino por la envolvente maleza—. Es solo que… ¿por qué? —¿Por qué no dejar a una inocente soprano congelarse hasta la muerte en el bosque? —Golpetea con los dedos la barandilla de piedra—. Esa es, de hecho, una muy buena pregunta. No tengo idea. Sing casi se ríe. —Quiero decir, ¿por qué te preocuparías de que yo obtuviera otra censura? ¿Por qué mentir por mí? Él suspira teatralmente. —Mira, sé que puedo haber creado un desequilibrio en el mundo en que elegiste vivir, pero no estoy, de hecho, tratando de hacerte daño. Y por cierto, un estudiante reportó que ibas al bosque después de la fiesta esa noche, no yo.

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Ella eleva sus cejas. —¿De verdad? Todo lo que él hace es parpadear. En una posibilidad remota, pero tiene que intentarlo. —¿Quién? Sus ojos se arrugan ligeramente. —Sabes que no puedo decirte eso. —Está bien. —Pero sus iniciales son Lori Pinkerton. —Ahora Sing sí ríe y Daysmoor dice—: Ajá, ¿el huevo finalmente se ha agrietado? ¿Es eso lo que le pediste a la Félix, la habilidad de reír? —¿Por qué? ¿Es eso lo que tú pedirías? Se queda en silencio durante mucho tiempo, ella siente que debe haber sobrepasado sus límites. Pero finalmente, inhala ampliamente y dice con un tono ligero: —¿Qué te hace pensar que la Félix me concederá un deseo? Ella debe encontrar la desesperación absoluta en tus ojos antes de que lo haga o solo te comerá. ¿De verdad parezco tan miserable?

Sí, piensa ella. Pero, estudiando su rostro, se da cuenta que no es verdad. Él no se ve desesperanzado o desesperado, un poco triste, sí. Cansado, sí y demasiado precavido para alguien tan joven. —No en este momento —dice ella. Atrae su mirada y, solo por un momento, cree que su rostro se ilumina; sus rasgos se unen de alguna forma, la nariz

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recta, la mandíbula suave y esos cansados y tristes ojos casi encantadores en la luz gris. La cabeza de Sing palpita y parpadea. ¿Cuál es el problema conmigo? —De todos modos —dice ella—, es una desesperación más grande que la suya la que tiene que encontrar. Me pregunto, ¿por qué estará tan triste? Sabes, he escuchado a Angelique cientos de veces y nunca me he preguntado eso antes. Daysmoor sonríe. —Ese es el único paso para convertirte en una diva que puedo tolerar. Sing se levanta. —Oh, gracias. Él eleva las manos, burlonamente protector. —Lo siento, lo siento. Bueno, Señorita da Navelli, ¿qué desearías tú? ¿Fama y gloria? No sabe de inmediato por qué la hiere el comentario. Luego la golpea: ese es el objetivo, el legado de los da Navelli, ¿no es así? Fama y gloria. —No —dice ella, pasando la mano a lo largo de la curva del banco de piedra. Lo ve darse la vuelta para mirarla por el rabillo del ojo—. Quiero decir, fama y gloria serían…serían… —¿Agradables?¿Tan agradables como lo fueron para su madre, muerta a los treinta y ocho por un fallo cardiaco debido a una combinación escandalosa de drogas y estrés? ¿Tan agradables como lo fueron para su padre, canoso, nunca en casa, acosado por la prensa?—. Sería agradable llegar a cantar los roles que quiero, sí. Pero preferiría llegar ahí por mi cuenta. —Me pregunto si lo dices en serio —dice él, su rasposa voz crepitando como un pincel seco alrededor de ellos.

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—No sé qué desearía —dice ella, imaginando realmente por primera vez el peso de tal elección—. Supongo que si la Félix alguna vez me atrapa y ve la desesperación suficiente para concederme un deseo, ya tendría algo que desear para entonces. Él la está estudiando. —Sí, supongo que lo tendrías —dice tranquilamente—. ¿Pero que querría la Félix contigo? ¿Por qué te buscaría si no es para concederte un deseo? Observa sus dedos, que son notablemente largos y de alguna manera fascinantes. De pronto, él extiende la mano hacia su colgante de cristal. —¿Qué es esto? —Sus ojos están inamovibles, su voz más aguda. Ella lo aleja, envolviendo sus dedos a su alrededor. —Es mi collar. —¿Dónde lo conseguiste? ¿Qué es? Su tono la perturba y su repentina intensidad. —Lo encontré —dice—. Encontré la piedra. En el campus, en el pasto. — Luego, sin saber porque, pregunta—: ¿Es tuya? Él frunce el ceño y da un paso atrás. —No. Yo… creo que la haya visto antes. Solo… probablemente solo la note porque brilló. Yo… me gustan las cosas brillantes. Pero se….siente como si fuera mío. —Oh. —El objeto vidrioso está frío en sus manos. Destella de manera poco natural en la luz gris, como si se iluminara por dentro—. Toma, entonces — dice ella, desabrochando el collar—. Puedes tenerlo.

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Daysmoor la mira por un largo momento mientras los cuervos graznan en la distancia. Luego extiende la mano, pero no toma el collar; enrosca los dedos en torno a los suyos y los cierra gentilmente sobre la piedra. —No —dice él—. Creo que deberías mantenerla. Y mantenerla oculta.

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Cuarenta y uno

S

ing cierra y abre su partitura de Angelique mientras camina por la hierba cubierta de rocío, el frío sol de la mañana haciéndola entornar los ojos. Marta camina lentamente a su lado, oliendo a canela. Su cabello

rizado se sacude en el inquieto aire. En verdad, Sing esperaba estar a solas con Marta esta mañana, pero ahora que tienen estos pocos minutos cruzando el patio, no está segura exactamente qué es lo que quiere preguntar o cómo comenzar. Encontré este cristal

perpetuamente frío en el césped y le he estado cantando a este gato silvestre de color naranja y luego Daysmoor dijo todas estas cosas raras y ahora creo que la Félix podría ser real. No. Definitivamente no. —Les oiseaux chantent dans mes bras… —canta Marta ligeramente mientras caminan, los armónicos de su voz casi completamente disipados por el exterior. —Tienes que conectar les y oiseaux —dice Sing automáticamente—. Lay-zwa-

zoh, no lay-wah-zoh. —Oh, ¡lo sabía! —Marta retuerce sus manos—. Tengo tantos problemas para recordar cuando se conectan y cuando no. —Está bien —dice Sing. Ya están a mitad del otro lado del patio—. Cometo esos errores todo el tiempo. Basta con escuchar una grabación. Marta ajusta sus libros. —Lo sé. Solo no me gustan las grabaciones. Quiero cantar a mi manera. —Se ríe—. Supongo que esa no es tan buena idea si digo mal las palabras.

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—Sé lo que quieres decir sobre cantar a tu manera —dice Sing—. Pero a veces escuchar a una gran cantante te ayudará a entender la canción un poco mejor. Las partes que ella elige hacer importantes, ¿sabes? —Sí. Tienes razón —dice Marta—. Sabes mucho sobre canto, ¿no es así? —No lo sé. —Sing siente el calor arrastrándose por su rostro y maldice la piel blanca de su madre. —Y hablas todos esos idiomas. Me encantaría hablar otros idiomas. Sing se enfoca en el pasto frente a ella. —Solo hablo inglés e italiano y eso es solo por mis padres. Solo puedo pronunciar los otros. No puedo crear oraciones por mí misma ni nada. —Aun así. Sing encuentra una intrusión. —Pero tú sabes todas estas cosas sobre…sobre criaturas mágicas y esas cosas, ¿cierto? —Sí, eso es tan útil, ¿no? —Marta se ríe—. Preferiría poder hablar italiano. —Pero, como, sabes todo sobre la Félix, ¿cierto? El ritmo de Marta se frena solo un poco. —¿Querías preguntarme algo? —Bueno…no lo sé. —Sing respira profundamente—. ¿De verdad piensas que es real? Marta sorprende a Sing haciendo una parada completa.

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—…Sí creo. Creo que sí. Quiero creerlo. —Mira a Sing a los ojos—. A veces me preocupa que la fe y la esperanza sean lo mismo y esa verdad sea algo completamente distinto. —Lo entiendo —dice Sing, intentando—. ¿Puedo preguntarte algo? —Por supuesto que puedes. Sing intenta componer una sola pregunta en su mente. Decide comenzar con: —¿Cuántos Félix hay? Comienzan a caminar otra vez. —Solo uno, hasta donde yo sé —dice Marta—. ¿Por qué? ¿Los has visto? —Se ríe. Sing fuerza una sonrisa. —Oh, Angelique me hizo pensar, supongo. Y estar aquí, ¿sabes? Donde estaba Durand. —Oh, lo sé —dice Marta, una nueva emoción en su voz—. Es este preciso bosque que lo inspiró. Quiero decir, el libretista lo escribió y añadió a los aldeanos y a la realeza y blah blah blah, pero Durand estaba cautivado por este bosque. Es donde él… es donde dicen que él realmente se encontró con la Félix. Es por eso que este lugar es tan… mágico. —Así que si la Félix te concede un deseo —dice Sing, tratando de desviar la conversación de nuevo a la marcha—, ¿qué sucede? ¿Consigues… una piedra mágica o algo así? —Tiene una imagen formándose en su mente, amorfa y tenue ahora mismo, pero se está amasando en torno a unas pocas semillas dispersas. —¿Una piedra mágica? —Marta mira de reojo—. Nunca he oído eso. Solo te concede el deseo y se va. Eso es todo. Bueno, en realidad, llora una lágrima; la

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lágrima es el deseo. Eso es algo así como una piedra mágica, supongo, ahora que lo mencionas. Salvo que no creo que la Félix conceda tantos deseos. En su mayoría, te come.

La lágrima es el deseo. ¿Podría ser este extraño y frío cristal una lágrima? Sing mira hacia abajo, con miedo de que Marta viera sus pensamientos. Marta se detiene y se vuelve hacia ella, con los ojos serios. —Sing, ¿a qué quieres llegar? Tomando una respiración profunda, Sing tira de la cadena de oro del interior de su camisa. —Bueno, ¿qué crees tú que es? —Levanta el cristal. Marta lo toma entre su pulgar e índice, mirándolo detenidamente. A primera vista, es solo bonito. Brillante. Sing sabe esto. Pero deja que Marta lo estudie y después de un momento, los ojos de Marta comienzan a asimilar su propio resplandor de otro mundo. —¿Dónde conseguiste esto? —Lo encontré en el patio interior, cerca del bosque. ¿Es…crees que sea…? — Sing no puede decir mágico. ¿Qué significa esa palabra, de todas maneras? —Se siente frío —dice Marta—. Y… triste, de algún modo. —Lo sé. Marta dobla los dedos en torno al cristal y cierra los ojos. Luego los abre otra vez y abre la mano, dejando la cadena caer de nuevo en su lugar alrededor del cuello de Sing. —Esta pequeña cosa…tiene forma de una lágrima, ¿verdad? —Correcto —dice Sing.

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—Y claramente tiene algún tipo de poder. Puedes sentirlo, ¿no? Sing siente su cuerpo encogerse ante esta línea de investigación, pero piensa en Tamino, en la forma resplandeciente que siguió en el bosque. Mira hacia el cristal. Y sabe lo que es. —Creo —dice Marta—, creo que debe ser una lágrima de Félix. El deseo de alguien, Sing. ¿Es tuyo? Sing se queda mirando a la pequeña forma brillante. —No —dice ella—. No es mío. —¡Oigan! —una voz inconfundible llama a través del campus. Sing mete el cristal de vuelta en su camisa. Jenny está medio caminando, medio corriendo por la hierba. —¡Sucia! —grita. —¿Sucia? —dice Marta. —¡Toca mediocre! —Jenny está hurgando en su mochila mientras las alcanza—. Puramente por accidente, debo agregar —dice ella—, ya que no estoy en el negocio del drama por el amor de los dramas. —¿Qué significa eso? —Sing cruza los brazos—. Tengo un legítimo… —Sí, sí. —El rostro de Jenny está sonrojado por el esfuerzo—. Estoy haciendo un artículo sobre la competencia Gloria Stewart. Es una especie de gran lío que sea aquí este año por primera vez.“Gracias” a tu papá, por cierto. El Señor OyeQué-Tal-Un-Teatro-Nuevecito. Sing no está segura de cómo responder. —Sí, se… lo diré.

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—Tu papá debe ser muy agradable —dice Marta. Jenny saca un pedazo de papel. —Así que busqué en la base de datos de Trumpeter por el gusto de hacerlo y nuestro aprendiz favorito aparece en un artículo sobre un concurso Gloria Stewart diferente, en Carnegie Hall. —Le entrega el periódico a Sing—. Un poco horripilante.

PRODIGIO DE CD DECEPCIONA EN NYC

Nathan Daysmoor, uno de los favoritos para ganar la inauguración de la Competencia Internacional de Piano Gloria Stewart, falló incluso en completar su actuación anoche en Carnegie Hall. A pesar del despliegue publicitario antecediendo a la competencia, Daysmoor, un pupilo del ilustre maestro George Keppler del CD, nunca había dado una actuación pública. Es fácil ver porqué. Se abrió paso torpemente durante treinta segundos de un apenas reconocible Rachmaninov antes de ser abucheado fuera del escenario por una multitud desagradecida. Quizás el próximo año, el CD enviará un competidor basado en talento en vez de apariencia y carisma.

—Sí, amigos, lo escucharon aquí —dice Jenny—. Apariencia y carisma. La boca de Sing cuelga. —¿Cuándo sucedió esto? —Eso no lo sé. —Jenny dobla el periódico de nuevo—. La base de datos está tan incompleta y jodida.

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—Mil novecientos setenta y siete —dice Marta. Las otras la miran. Ella se encoje de hombros—. Dice “inauguración”. Eso significa que fue la primera. Que fue en 1967. Jenny pone las manos en sus caderas. —Marta Kost, te amo con locura, ¿pero qué crees que sea más probable? ¿Que Daysmoor sea algún tipo de Fantasma de la Ópera inmortal sin talento con una complexión un poco mejoro que algún periodista de Trumpeter de primer año no sabía que significaba “inauguración”? —Sé lo que es más probable —dice Marta—. Simplemente no sé qué es verdad.

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Cuarenta y dos

E

l maestro Keppler mira hacia el oscuro y vacío teatro. Es un punto de vista extraño. Está acostumbrado a concentrarse en la orquesta, no la audiencia. Sentado solo aquí, en el centro del escenario, se siente

extraño. ¿O es la ausencia del cristal? ¿Cómo pudo haber sido tan descuidado como para permitir que se deslizara de su bolsillo? ¿Cómo pudo haber hecho eso? Su único consuelo es que Nathan no sabe que existe. Pero gracias a ese idiota da Navelli intentando comprar la carrera de su hijo con este nuevo teatro, ¡la maldita Competición Gloria Stewart se acerca! ¡Aquí! ¡Nathan con la idea metida en su cabeza de entrar! Afortunadamente, George está seguro de que ha matado esa idea, por ahora. Nathan ha sido mucho más razonable en estos diez últimos años más o menos, desde que George aprendió cómo usar el cristal. Solo tiene que esperar que Nathan no decida poner a prueba los límites de nuevo. Tiene que encontrar el cristal, antes de que sea demasiado tarde.

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Cuarenta y tres

L

a lluvia cayó a cántaros toda la noche. El cielo gris y la hierba fría y húmeda están manteniendo a los otros estudiantes de la Sra. Bigelow fuera del césped esta mañana, lo cual le parece bien a Sing. Déjenlos

hacer su investigación en la biblioteca. Será más fácil escuchar a los cuervos aquí. Se ha instalado bajo el gran árbol de arce detrás de Hud, cerca de la cerca bárbara y se sienta con las piernas cruzadas en una vieja manta con el cuaderno en mano. —Caaaaaw —dicen los cuervos. Tal vez la Sra. Bigelow tenía razón. Los cuervos ciertamente no son pájaros. De hecho, la única canción que Sing ha escrito en su cuaderno en el último mes de observación es, “Graznar (crepitante)”. Sin embargo, siente que está llegando a conocerlos un poco. A diferencia de sus vecinos más musicales, los cuervos irradian una inteligencia que Sing encuentra fascinante. Tienes fuertes opiniones sobre las personas, no las personas en general, sino personas individuales. Desde su primer día estudiando los cuervos, Sing se ha enorgullecido del hecho de que ellos no salen volando cuando se acerca a su gran árbol. Últimamente, incluso han dejado de hacer protestas irritadas cuando llega, erizando sus plumas brillantes y cambiando sus pesos de un pie con garras al otro y viceversa. Ser aceptada por los cuervos—aun a regañadientes—, tiene que contar para algo, piensa ella. Debe haber algo fundamental en ella que es bueno o agradable o amable. Algo totalmente no-diva.

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No se ha sentido bien o agradable o amable desde la noche de la Llamada Noble. No puede desprenderse del recuerdo de la euforia de vencer a Lori Pinkerton. La hace sentirse poderosa. Pero también le hace mal al estómago. —Caaaw —dice el cuervo más cercano desde su percha en una rama elástica que todavía luce unas cuantas hojas brillantemente rojas. —Caaaw a ti mismo —responde ellay el cuervo ladea la cabeza con desconfianza, lo que la hace reír. De pronto, silenciosamente, el cuervo se va. Unas cuantas hojas a la deriva hacia abajo y algunas ramas meciéndose son todo lo que indica la presencia de esos grandes pájaros negros solo segundos antes. Sing frunce el ceño y mira alrededor. Escucha, pero no oye nada. Sin embargo, algo los perturbo. Sin los cuervos para ocuparla, comienza a sentir el punzante aire húmedo. ¿Qué vieron o escucharon que los amenazó?

No hay razón para sentarse aquí toda nerviosa. Cierra su cuaderno. El susurro más leve de los arbustos rebeldes junto a la cerca atrae su oído. Sonríe. Luego, con la mente vacía excepto por una cálida paz, canta:

—Farfallina, bella e bianca… ¿Fue ese el destello de un gran ojo azul, medio escondido por las oscuras hojas?

—Vola, vola, mai si stanca… Tamino emerge tímidamente, las suaves orejas girando en la dirección de Sing. —Así que tú asustaste a mis cuervos —dice ella—. No deberías estar aquí durante el día, mi amor. —Las últimas tres semanas han manado por un lavado de cielos grises y hojas marrones. Ha tenido que levantarse temprano para encontrarse con Tamino cerca de las mesas de picnic en el borde del campus.

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Él no siempre viene y su tiempo juntos es frío y oscuro, pero ella consigue hacer sus ejercicios de calentamiento temprano y él se pone a escuchar. »Eres tan fácil de complacer —dice ella cuando él topa su hombro con su gran cabeza—. No creo que el maestro estuviera conmovido por las canciones de niños. Los grandes ojos azules la miran expectantes. —Gira qua, gira là. —Se gira aquí, se gira allí. Sing ondea los dedos, estirando el brazo y moviendo la mano en una desigual e irregular figura de ocho—. Poi

si resta sopra un fiore. —Luego se apoya en una flor. Sing precipita la mano hacia abajo para agarrar suavemente la nariz de Tamino. Él sigue el movimiento con los ojos, y ella se ríe—. Puedo recordar tres versos más. ¿Te gustaría oírlos? A él le gustaría. Ella canta y Tamino escucha. —Si solo fuera así de simple —dice después de que todos los versos han terminado, mientras rasca el rizado pelaje anaranjado entre sus orejas—. Si tan solo pudiéramos cantar. Si él tenía una opinión, no la vocaliza. Después de unos minutos, un sutil zumbido cambia en el ambiente, rápidamente se convierte en una aumentada cacofonía de charlas y traqueteos que señala el cambio de clases. Tamino desaparece en los arbustos. Sing reúne sus cosas y se levanta, su mente regresa al conservatorio, sus clases, su música. Cuando deja la sombra del árbol de arce y se une a la multitud de estudiantes, un brazo serpentea alrededor de su cintura. —¿Y cómo estaban tus pequeños amigos los cuervos hoy? —Igual que siempre.

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Ryan la acerca mientras caminan y ella disfruta de las miradas envidiosas. Como es habitual, sin embargo, teme encontrarse con Lori. ¿Qué dirá ella? Sing sabe que es demasiado esperar que los tres nunca se encuentren por casualidad en un campus tan pequeño. Lori ha estado tan distante como siempre en los ensayos, pero debe saber, ¿verdad? Debe saber sobre Sing y Ryan y su…lo que sea que estén haciendo. —¿Cómo va Liszt? —Es gracioso que preguntes. —Saca un sobre de su bolsillo. Sing lee la carta dentro. —¡Guau! ¡Felicidades! —Síp—dice él, doblando la carta otra vez—. Pasé la audición grabada. Solo van a oír veinticinco en la categoría “Amateur de más de dieciséis” y uno de esos veinticinco voy a ser yo. Y ningún otro estudiante de CD, debo añadir. Así que, para responder tu pregunta, Liszt va bien. Sing sonríe, captando la mirada de dos chicas pretensiosas. —¿Cómo va la facultad? —Muy bien. Tanto Hawkins como Dunlop pasaron a la segunda ronda en la categoría “Profesional” y solo tenemos cuatro profesores de piano. Oh, ¿y Toca mediocre? Estaba diciendo la verdad, sabes; ni siquiera presentó una grabación. —Imagínate. —Así que ahora tengo dos semanas para practicar mis pequeños dedos. —Le hace cosquillas en la nuca y ella se ríe. Entonces cae en la cuenta, ¡dos semanas! ¡Quedan solo dos semanas para el Festival de Otoño! Tenía la fecha en su mente, por supuesto, pero no había

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pensado realmente en ello en términos de semanas. Parece mucho más cerca ahora. Dos semanas hasta que su padre se entere sobre Angelique. —Oye, ¿cuál es el problema? ¿Estás bien? —Ryan ralentiza su ritmo. —Sí, es solo que…mi papá. No sabe que estamos haciendo Angelique. —Sabe que no necesita explicarse, pero parte de ella quiere que él pregunte. —Oh. Aun así juzgará el Gloria Stewart, ¿verdad? —pregunta él—. ¿No crees que tendrá un ataque o algo así? —No. Estará ahí. —Se pregunta otra vez por qué su padre le contó que Harland Griss venía a la competición. Ella se ha reunido con Griss varias veces; otra oportunidad para codearse no es en realidad tan notable. ¿A qué quería llegar su padre? —Bueno. No son dulces. —La fría voz atrapa a Sing con la guardia baja. Se detiene abruptamente. Lori Pinkerton toma un sorbo de su café de una taza de cartón mientras otras dos chicas, Hayley y alguien que Sing no reconoce, se paran detrás de ella, observando, hombros y caderas ladeadas elegantemente. —Gracias —dice Ryan. Él sonríe con tanta facilidad como si estuvieran hablando con una linda extraña en vez de una claramente hostil exnovia. Sing está congelada con el agudizado conocimiento del resto de los estudiantes arremolinándose alrededor de ellos y el vasto cielo gris por encima. —No te he visto mucho últimamente, Ryan. —Lori dice su nombre con confianza, con propiedad—. Demasiado ocupado con tu novia famosa, ¿eh? Qué mal. Era una cosita inocente, ¿no? Debes haberle enseñado mucho. —Las otras chicas se ríen.

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—No te sientan los celos, princesa Pinkerton —dice Ryan, guiñándoles a las amigas de Lori, quienes se ríen más. Sing siente su rostro enrojecerse. —Y a ti no te sientan las mentiras —dice Lori, sonriéndole a Ryan. Luego se fija en Sing con sus ojos resplandecientes—. Aw, no me hagas caso, señorita da Navelli. Solo estoy cuidando de ti. Él no es lo que parece. —¿Hermoso y encantador? —dice Ryan, provocando más risas. Lori da un paso más cerca, sus labios rosados cerca del oído de Sing. —No estoy preocupada. Lo tendré de vuelta tan pronto como termine el Gloria Stewart. ¿No lo sabes? Si tu padre no fuera juez, Ryan todavía estaría conmigo. —Se encoge de hombros—. Oye, no estoy enojada. Haría lo mismo. El brillo en el cabello rubio de Loritan cerca del rostro de Sing y el irritante olor a rosas hacen que algo chasquee en la mente de Sing. Da un paso entre Lori y Ryan, su rostro suavizándose en la máscara de porcelana más perfecta que ha usado alguna vez. —Ryan no necesita que nadie lo ayude a ganar el Gloria Stewart —dice—. Pero gracias por la confesión. Supongo que algunas personas necesitan usar a otras para salir adelante, en lugar de tener talento. Realmente no sé lo que es eso. Las chicas detrás de Lori contienen la respiración al mismo tiempo. Lori solo tensa la mandíbula —Tu talento no fue suficiente para llevarte a la cabeza, ¿verdad? —Y se va con un siseo, cabello y bolso de mensajero balanceándose, seguida por sus dos no del todo hermosas amigas. Ryan le sonríe, pero ella se aleja un poco de él. Llegan a la puerta de Durand y él la besa en la mejilla mientras los otros estudiantes circulan. Ella siente sus miradas y el orgullo que ha removido su estómago desde la noche de la

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Llamada Noble da una sacudida. Pero siente la supresión de algo más. ¿Es la incertidumbre, la media arrogancia, medio terror que solía estar ahí? ¿Que todavía sigue ahí, saltando lejos ante este nuevo orgullo?

Todavía falta algo en tu voz, se dice a sí misma. Nunca serás grandiosa sin ello. Casi ahoga las palabras con el ruido de su propia confianza. Pero no del todo. Ha escuchado su nombre en la multitud una y otra vez en estas últimas semanas. El nombre de su madre. Estar con Ryan no ha hecho nada para evitar los susurros; él no la está protegiendo, solo llevándola a un mayor protagonismo. Se siente como si estuviera siendo arrastrada de cabeza por una colina.

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Cuarenta y cuatro

H

a sido una operación delicada en estas últimas semanas, llegar justo cuando su lección de voz está a punto de empezar. Sing sabe que está siendo cobarde, pero no quiere correr el riesgo de encontrarse con

Lori, cuya lección termina quince minutos antes de que empiece la suya. Hoy, sin embargo, Lori se ha quedado aparentemente para hablar con la profesora Needleman. Sing ve su cabello largo a través de la estrecha ventana en la puerta. Se inclina contra la pared y mira su reloj. Pasan cinco minutos. Diez. Sing golpea la puerta tentativamente. Los ojos de Lori se encuentran con los de Sing. La profesora Needleman llama: —Adelante —y mira su reloj en la pared. —Lo lamento, profesora —dice Lori—. Me iré. —Eso está bien, Lori. —La profesora Needleman agarra un libro de su piano y lo pone a un lado—. Sing sabe que debería venir cuando es la hora de su lección. Trabaja en las dos canciones de Wolf para la próxima vez. Creo que es bueno tener esas en cuenta para tu jurado de alto nivel. —Gracias, profesora. —Lori cuelga su bolso mensajero de cuero marrón sobre su hombro y se vuelve hacia Sing—. Lamento entrometerme en tu lección. Con lo de Fire Lake… oh, pero ya sabes todo sobre eso, ¿cierto? Nos vemos más tarde. —Me destella una sonrisa y se gira.

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No hay nada más frío que una sonrisa insincera, piensa Sing. Una mueca o un siseo es una admisión, una forma de comenzar, pero no hay nada que hacer con una sonrisa. Barbara da Navelli sonreía mucho. —Entonces, es el ensayo de suplentes mañana —dice la profesora Needleman—. ¿Cómo te sientes? El ensayo de suplentes. Sing ha tenido mariposas en su estómago toda la semana. Vacila, pero decide el enfoque veraz. —No estoy segura de poder hacerlo. Quiero decir, conozco toda la música, pero… La profesora asiente. —Sabes, ese no es un sentimiento insalubre. Tienes derecho a estar nerviosa. Estarás cantando un papel importante por primera vez frente al maestro y toda la orquesta y el elenco. Es algo grande. —No estoy segura de que eso me hiciera sentir mejor —dice Sing. —Tal vez no. Pero ahí está. Ahora, calentemos. —La profesora Needleman se sienta en el piano, su túnica negra arrugándose tan pulcramente como papel. Sing gira sus hombros. No arrancan con Angelique hoy. En su lugar, la profesora le da a Sing una canción de Fauré, suave y encantadora y la leen toda. Es una que Sing conoce, pero no la ha mirado por más de un año. Comienzan de nuevo desde el principio, pero la profesora Needleman deja de tocar después de unos pocos compases. —La conoces. —Sí, fue una de las primeras canciones que hice en recital.

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—Suena como si fuera así. —La voz de la profesora no es dura, simplemente formal. Sing siente que sus hombros se inclinan. —Supongo que deberíamos mirar una diferente, entonces. La profesora Needleman levanta la mirada, la boca curvada hacia abajo en un gesto apreciativo. —Es particularmente difícil volver a aprender una canción que tus músculos ya conocen. Pero creo que deberíamos seguir con esta. —Entonces, para sorpresa de Sing, ella sonríe—. Tenemos que sacarte de ti misma, creo. Llevas mucho peso en tu voz. No me refiero a tu tono, es… algo más. A Sing le gusta la sonrisa de su profesora. —Creo que me gustaría ser sacada de mí misma, en realidad. La profesora asiente. —Bien. Ahora canta el comienzo de nuevo, pero esta vez haz saltos. Sing es demasiado aguerrida para cuestionar. Pero ríe cuando su voz se sacude y golpea junto con los saltos. —Dejando de lado el campo creativo, eso estuvo realmente mucho mejor — dice la profesora mientras Sing recupera el aliento—. Ahora, los cantantes necesitan aprender a concentrarse. Necesitas saber lo que está sucediendo física y emocionalmente. Las lecciones son importantes; estudiar es importante. Realmente puedes dañarte si no sabes lo que estás haciendo, sin importar lo sincera que seas. Pero a veces, también necesitamos estar distraídos. —Voltea la música al principio de la canción—. Tu cuerpo sabe qué hacer, Sing. Quiere cantar bien. Tienes todos los instintos correctos, pero falta

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algo. Algo… desinflado. No fuerza, por supuesto, solo algo que no acaba de… brillar. Sing se apoya en el piano. —Creo que pienso demasiado. La profesora Needleman la mira. —Todos pensamos demasiado. Aquí, agarra la escoba de la esquina. Durante el resto de la lección, Sing canta mientras equilibra la escoba, cerdas arriba, sobre su palma. Siguiendo el sutil y caprichoso vaivén de la escoba, no permitiendo que caiga, toma toda su concentración y energía. Se siente sacando la forma de su propia voz, pelando una capa de resistencia. No es perfecto, pero cuando finalmente regresa la escoba a la esquina, se siente energizada en lugar de cansada. —Fauré estaría orgulloso —dice la profesora Needleman—. Ahora ve a hacer otra cosa. Y no vuelvas a llegar tarde a tu lección.

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Cuarenta y cinco

S

ing encuentra un asiento en el fondo del teatro y estira las piernas debajo del asiento frente a ella, molesta de que no haya la luz suficiente para hacer la tarea de Literatura Americana. Tendrá que quedarse hasta

tarde otra vez, repasando Moby Dick, realmente extrañando esas novelas de huérfanos. Y estará cansada en el ensayo de suplentes mañana. Acaricia la lágrima contra su garganta. No hace nada salvo descansar contra su piel, fría y sin vida, pero no puede sacársela. La cálida madera del brillante escenario de Woolly brilla bajo la luz donde están reunidos los cantantes. El maestro está en el sector de la orquesta, con Daysmoor en una silla plegable a su lado. El ensayo comienza con los lugareños preocupándose porque se acerca la Félix. El coro suena bastante afinado, aunque, como siempre, hay un miembro o dos cuyas exageradas pronunciaciones hacen que parezca como si estuvieran gesticulando un mensaje a un amigo distante con poca visión. Luego sigue el dueto. Sing intenta no escuchar, pero Lori y el príncipe Elbert tienen voces resonantes. Con la tarea para distraerla, no hay límites en la concentración que le pueden dedicar a sus uñas, la silla frente a ellay el oscuro y abovedado techo. En el escenario, el príncipe Elbert toma las manos de Lori y ella sonríe con tristeza. Sing pone los ojos en blanco. Un poco demasiado para un simple ensayo de la orquesta. Se saltan la batalla entre Silvain y la Félix, lo que es una pena dado que es la mejor parte. Sing solo lo ha visto una vez. La segunda vez que vio Angelique, por supuesto, nunca llegaron al final.

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—Silvain, empezaremos con tu aria —dice el maestro. Charles se posiciona en el centro del escenario para su gran momento. Lori bebe agua, un poco ruborizada. Charles, cantando el aria en la cual Silvain desea que Elbert viva en lugar de él, está posando como un Hamlet entusiasmado y haciendo gestos de sufrimiento. Sing alza las cejas. Al final del aria, Charlie realmente se deja caer. ¿Es enserio? Y Lori se lleva una mano significativamente a los labios. ¿Qué les pasa a todos esta noche? El coro canta su elevado acto final. —Luces de la casa encendidas —dice el Sr. Bernard desde la primera fila—. Buen trabajo todos. ¡Los personajes están saliendo bien! —Coro, pueden irse. —La voz rasposa del Aprendiz Daysmoor es la antítesis de la potencia de tenor del Sr. Bernard—. Tómense diez. —Será sin guiones la próxima semana… ¡déjense ir, gente! —grita el Sr. Bernard mientras los cantantes se van—. ¿Qué pasó con las luces de la casa? Las luces se encienden. Sing destapa su botella de agua de primera marca, se desliza de su asiento y busca dirigirse al surtidor en la entrada. Pero la detiene la visión de una cabeza en la tercera fila: ondulado cabello oscuro salpicado de mechones grises; un elegante y excelente traje cubriendo grandes hombros. Apoya una mano en el asiento frente a ella. Su padre. Por una vez, no siente ninguna mirada sobre ella. Su famoso padre reclama toda la atención en un cuarto como una bomba que explota. ¿Qué está

haciendo aquí? ¿Qué va a decir sobre Angelique?

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Entonces, junto a él, ve la figura conocida de un corte de cabello caro.

¿Zhin? Se han puesto de pie y se vuelven para dirigirse por el pasillo hacia Sing. Zhin la ve y se apresura chillando hacia ella para atraerla a un enorme abrazo. —¿Qué estás haciendo aquí? —dice Sing, incapaz de contener su propio gritito de emoción. Su verano en Stone Hill parece tan lejano. Zhin se ve diferente. Su ropa es un poco más elegante, su maquillaje más refinado. Pero su expresión es la misma: inteligente y alerta. —Le pregunté a tu papá si podría venir con él. Hombre, este es un lugar

remoto. —Zhin suelta a Sing y se apoya contra un asiento, mirando alrededor con un aire de autoridad. La calidez se expande por el cuerpo de Sing al verla, una tensión que no sabía que había sentido siendo liberada. —Una sorpresa, ¿eh? —dice el papá de Sing, alcanzándolas—.¿Cómo te sientes,

carina? —Bene, Papà. Él sonríe, quitándole cabello del rostro y golpeteando su nariz. —Te ves hermosa, mi querida. Creo que el conservatorio te hace bien, ¿no es cierto? Muchas oportunidades. Ella asiente, pero ha notado una rigidez en su mirada, una sensación forzada en su amplia sonrisa. Sus músculos se tensan. ¿Qué estaría diciéndole en este momento si Zhin no estuviera aquí? Sin embargo, él no la mira por mucho tiempo. —¡Maestro! —exclama, con tono jovial. Al otro lado del teatro, el maestro Keppler se vuelve y el padre de Sing se va a saludarlo, atravesando la multitud en el proceso, haciendo que las miradas se vuelvan susurros. Ernesto de

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Navelli. La celebridad. En unos instantes, todos en el Woolly estarán observándolo. Todos excepto Sing y Zhin, quienes se acomodan en dos asientos y se sonríen. —Entonces, ¿cómo te va? —pregunta Zhin, inclinándose hacia adelante y arqueando una ceja perfecta—.¿Es todo tan rústico como parece? Sing estira un brazo sobre el asiento junto a ella. —Está bien. Los grupos son buenos. Aunque no es Fire Lake, sabes. —Se ríe. Zhin sonríe y pone los ojos en blanco. —Oh, por Dios, no parece real, ¿cierto? No creerías el dinero y este es un año tranquilo. ¿Pero cómo te está yendo? Tu uniforme es tan lindo. ¿No te encantan las medias a la rodilla? Sing gime. —Oh, sí. Tengo que usarlas todos los días. Zhin ríe. —Te ves increíble, por cierto. ¡Imagino que tendrás decenas de chicos enamorados! —Las sombras de la casa, incluso con las luces encendidas, ocultan el rubor de Sing. Zhin prosigue—.Esa es una cuestión de Fire Lake; los hombres son viejos. Solo hay un tipo en los veinte, el trompetista, y está casado. Cerca del escenario, el maestro da Navelli está charlando con el maestro Keppler, ambos con sonrisas educadas. Daysmoor está al lado, con la única expresión de aburrimiento en todo el teatro. —¿Y cómo está mi padre? —pregunta Sing. Zhin se encoje de hombros.

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—Bien, por lo que yo sé. Solo lo veo en los ensayos, en realidad. Oye, ¿sabías que hay una vacante para un Nuevo Artista? ¿Irás por ella? —No tengo oportunidad —dice Sing, esperando que Zhin se lo refute. Zhin nunca decepciona. —¡Pero claro que sí! —Baja la voz y se inclina—.Mira, ¿por qué crees que tu papá está aquí? Griss lo tiene haciendo búsquedas. El consejo estará aquí para el Gloria Stewart Internacional, lo que significa que también estarán para tu interpretación. Se dice que están considerando seriamente algo de sangre joven y nueva para la ópera. Fire Lake necesita dinero, sabes, y las multitudes aman a los prodigios. —Eso es cierto —acepta Sing—.Si pudieran tener a alguien de diez años usando cuernos de vikingos y montando un caballo alado, estoy segura que lo harían; los discos compactos se venderían como una locura. Pero eso es llamativo. Fire Lake contrata talento. Clase. —Sí, claro. Yo soy la prueba viviente, ¿verdad? —dice Zhin y ambas ríen— .Pero lo que estoy diciendo es que, ya sabes, están intentando pensar diferente. Y un estudiante sobresaliente del conservatorio pegaría bien en las masas. Quiero decir, tienes que tener el talento, por supuesto, pero tú lo tienes, Sing. Te he oído. Esto hizo que la diva en Sing saltara de alegría. —Aun así —dice—, no es que simplemente regalen los puestos de Nuevo Artista. —Pero tu mamá obtuvo uno, ¿verdad? Canta Angelique. Bang, entras. Nunca sería tan fácil como Bang, entras. Pero Sing se permite acariciar la idea, con una mezcla de alegría y vergüenza. ¿Por qué no? ¿Por qué no podría

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emular el éxito de mi madre? Entusiasmada por el optimismo de Zhin, intenta con otra duda, solo para ver qué hace Zhin con ella. —Pero ni siquiera soy la mejor cantante en el CD. Sabes que no obtuve el papel principal, ¿cierto? ¿Que estoy de suplente de Lori Pinkerton? —¿Quién es Lori Pinkerton? —Zhin escanea la sala con ojos entrecerrados—. No importa—dice—.La encontré. La rubiecita por allá, ¿tengo razón? Sí, era ella quien estaba chillando Angelique, ¿no es cierto? Sing mira. Lori está apoyada contra el escenario, hablando con amigos. Pero no es solo parte de un grupo. Sin dudas, esos amigos están con ella. —Típico —dice Zhin—. Brillo y actitud. Le encanta el estilo de vida, odia el trabajo. La música es trabajo, Sing. Lo sabes. —Claro. —Ciertamente es un trabajo para Sing, quien practica cinco horas diarias. Zhin apoya una mano en su cadera. —La rubiecita es un pez gordo aquí, pero no durará cinco años al salir del conservatorio. Dientes blancos y un buen cuerpo pueden servirle ahora, pero las chicas como ellas no son dedicadas. La décima parte llegan a sopranos. Por cada una que está en el escenario, hay once más tras bambalinas esperando que muera. Olvídate de… ¿Tori? ¿Lori? Olvídate de ella. —-Sí, pero ella fue seleccionada—dice Sing—.Es ella quien estará en el escenario. Eso me hace una de las otras once, ¿verdad? —No eres una de las once. Eres una da Navelli. ¿Lori?—Zhin se reclina— .Política.

Política. ¿Puede ser así de sencillo? ¿Política? Todo es más sencillo cuando Zhin está cerca.

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—Sabes —dice Sing—,quizás no querían que cante Angelique. Por lo de mi mamá y todo eso. —Exacto. —Zhin saca un cepillo de su bolso y lo pasa por su espeso cabello. —Quizás incluso mi papá habló con ellos. —Incluso al decirlo, no está segura sobre quiénes son ellos; ¿el maestro?, ¿el rector?, pero su cerebro sigue en marcha—. Quizás sabía que íbamos a hacer Angelique, después de todo, y les dijo que no me eligieran. —Es ridículo. Zhin la hace pensar ridiculeces a veces, lo sabe, pero le gusta eso. Las luces parpadean, marcando el final de la pausa. Zhin hace una pausa a medio peinarse. —¿No le dijiste que harían Angelique?—Silba—. ¿Cómo lo tomó? Sing hace una mueca. —No lo sé. Debe haberse enterado esta noche, creo, si no lo sabía antes. —Guau.—Zhin mira a través de las filas de asientos hacia donde están los maestros da Navelli y Keppler, al parecer terminando su charla. Las luces bajan de tono. Se vuelve hacia Sing—. No creo que él quiera que seas suplente, pero no es lo que crees. Ahí viene. Ernesto da Navelli está dirigiéndose lentamente a través del lugar, deteniéndose ocasionalmente para murmurar saludos y estrechar manos con estudiantes emocionados. Llega a Sing y Zhin, sonriendo cálidamente y dice: —Sing, mi querida, ven a hablar con tu papà. El vestíbulo está vacío ahora que comenzó el ensayo nuevamente. Las puertas dobles se cierran suavemente detrás de Sing y su padre, ahogando los sonidos del teatro. El maestro da Navelli combina perfectamente con el rojo oscuro de

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la alfombra y las paredes doradas, como si viviera allí. No es fácil que lo opaque la opulencia. —No preguntaré por qué mantuviste la elección de ópera del conservatorio en secreto —dice, ya sin sonreír—. Entiendo, carina. Ella aún no se atreve a sentirse aliviada. —Lo siento, pap… —Probablemente creíste que no te dejaría participar. Y debo decirlo, Sing, va contra todo mi ser imaginarte cantando… esto. Ella mira al suelo, a la alfombra aplastada por sus pequeños zapatos negros. Él se aclara la garganta. —Pero no hay nada que hacer al respecto ahora. Es demasiado tarde para cambiar el programa. Si lo hubiera sabido antes… pero no importa. Está hecho. Y quizás pueda ser ventajoso para nosotros.

¿Ventajoso para nosotros? El estómago de Sing se retuerce. Política, justo como dijo Zhin. Las marionetas y los hilos. Y de alguna forma es peor cuando tu padre tiene las cuerdas. —Quizás ya sabes que Harland quiere agitar un poco las cosas en Fire Lake con este lugar para Nuevo Artista. Hay una gran cantidad de buenas soprani que serían aceptables para una audición, pero él quiere intentar algo nuevo, una carrera en bruto de verdad. Alguien a quien podamos tomar desde el primer momento, quien crecerá frente a nuestra audiencia. ¡Una oruga de la cual puedan ver salir a la mariposa! ¿No sería emocionante? Sing intenta sonreír. Le cuesta procesar lo que está oyendo. ¿Querrá que ella sea esta mariposa? Él apoya una mano en la barbilla de ella.

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—Será como Barbara da Navelli. Ella no sabe qué decir. Aparta la mirada. —Pero hay un problema.—Ahora su tono es profesional—. Harland solo considerará cantantes jóvenes que hayan tenido al menos un papel protagónico. En esto no cederá y tiene razón, por supuesto. Si tú te interesaras en hacer una audición para él, me temo que no calificarías. —Suspira y murmura—: ¡Sabía que tendrías que haber cantado Isis en Stone Hill! Pero me mordí la lengua. ¡Stupido! Sing estudia una costura invisible donde se encuentran dos hojas del empapelado color damasco. Puede oír voces cantando detrás de las puertas dobles. —Tengo que volver al ensayo, Papá. —¿Ensayos? ¿Y tú qué haces ahí? —Alza las manos—.¿Suplencia para una sola interpretación? Eres inservible. Oh, carina, no te decepciones. No lo quise decir así. —Le rodea los hombros con un brazo y ella se reclina contra su elegante traje—. Eres infravalorada. —No tiene nada de malo ser suplente —dice, recordando sus propias palabras. Él le besa la frente. —¡Ciertamente que no! ¡Nunca lo olvides! Pero para una interpretación, cariño. Seguramente eso es mucho trabajo para nada, ¿eh? ¿Para alguien tan talentosa como mi pequeña? Sing se encoje de hombros. Su padre prosigue. – Esta Lori Pinkerton. ¿No es tan increíble, verdad? A veces los directores se equivocan, ¿no es así? Pero los errores se pueden arreglar fácilmente. —Sing se encoge de hombros. Su padre continúa—. Esta Lori Pinkerton. No es tan maravillosa, ¿eh? A veces, los directores cometen errores, ¿no es así? Pero los errores son corregidos fácilmente.

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Sing se aleja, su corazón comenzando a latir con más fuerza bajo la superficie. —¿Me dejarías cantar Angelique? ¿Después… después de…? Su rostro se oscurece. —No tenemos muchas alternativas, ¿o sí? Por solo un instante, ella ve todo frente a sus ojos: el Festival de Otoño, la charla con Griss, el lugar del Nuevo Artista, Fire Lake, ensayos con Zhin… —No —dice ella en voz baja—.No, no puedo. —Sí puedes, querida. ¡Claro que puedes! Ya conoces el papel. Lo has estado ensayando. —No es justo —replica—.No es justo para los demás. Yo… yo quiero hacerlo sola. Le acaricia la mejilla. —Eres una chica especial, mi pequeña mariposa. Tu voz es celestial. Solo quiero que el mundo la oiga. Piénsalo, carina. Me voy mañana a la tarde. Piénsalo. ¿De acuerdo? Y él sale por la puerta y cruza el patio hacia Hector Hall. Sing lo observa irse.

Angelique. Esto es lo que ha querido toda su vida. Solo necesita decirle una palabra a su padre: Sì. Aun así, todo se siente incorrecto. ¿Qué dirían Jenny y Marta? Abre la pesada puerta del teatro, se dirige por el pasillo oscuro y se sienta junto a Zhin. Se sientan en silencio unos momentos, observando el ensayo, que parece mucho más relajado ahora que el maestro da Navelli se ha ido. La lágrima se siente fría contra el pecho de Sing. Se inclina hacia Zhin y susurra:

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—¿Qué desearías, si tuvieras un deseo? Zhin ríe con fuerza, llamando la atención. Sing se retuerce en su asiento. Zhin susurra: —¿Por qué desear algo? No hay nada que no puedes obtener si decides ir por ello. Aprovecha cada oportunidad. Tienes que aprender eso. No hay mejor sensación que ir por lo que quieras y obtenerlo. Sing recuerda la alegría que sintió después de la Llamada Noble. Después de que Ryan la besó. Pero ella no salió y tomó esas cosas; simplemente sucedieron mientras era arrastrada por la corriente de la vida que se parece formarse a su alrededor. Pero quizás haya una forma de volver a sentirse así. Quizás es como dice Zhin: debe aprovechar cada oportunidad. ¿Cómo la oportunidad que le está ofreciendo su padre ahora? —¿Quieres irte? —Zhin agarra su bolso. Es tentador. Otra hora, al menos, de las miradas de reproche del maestro Keppler, del ceño fruncido de Daysmoor, de los labios fruncidos de Lori. De sentarse en la oscuridad sin ser vista. —Mira —dice Zhin—, ¿quieres ser una diva? Deja de permitir que la gente pase por encima de ti. No tiene sentido. Están haciendo que te sientes aquí en la oscuridad por tres horas para escuchar a otra cantar el que debería ser tu papel. Pelea por lo que te mereces, Sing. Sing observa la espalda del maestro Keppler. No se volvió ni una vez durante la primera mitad del ensayo. Probablemente ni siquiera pueda ver las sillas por las luces del escenario. ¿Qué sentido tiene que se quede ahí sentada? ¿De que todos los suplentes estén ahí sentados, en la oscuridad? No es justo.

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¿Podría irse? ¿Podría simplemente… irse? ¿Qué haría Barbara da Navelli? —De acuerdo —dice—.Nos vamos. Zhin se pone de pie y se dirigen por el pasillo oscuro. —Francamente, ¿dónde pasa el tiempo nuestra gente aquí? Estoy tan aburrida de este grupo. ¿Viste a la chica hippie ahí arriba con el enorme collar de hadas? ¡Por favor!

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Cuarenta y seis

—S

í, eso es todo —dice Carrie Stewart, traqueteando el hielo en su bebida con su popote—. No sé quién se va a aparecer esta noche. Podría estar bien, podría estar muerto.

Sing golpetea su pie al ritmo de la música en vivo de Mountain Grill… un grupo de guitarras, banjos, flautas irlandesas, tambores, violines y lo que se ve como una extraña pequeña gaita. Unos pocos clientes están dispersos, en la barra, apretados en las mesas, jalando sillas adicionales. Sing nota a Laura y su amiga de Naturaleza de la Música compartiendo un plato de nachos en la esquina y riendo. —Estoy contenta de que no tuvimos que caminar —dice—. Gracias por el aventón. —No hay problema—dice Carrie—. Para eso está Tomate. —La temperatura afuera estaba bajando rápidamente y Sing y Zhin estaban agradecidas por ser llevadas en el desmoronado sedán rojo de Carrie. —¿Este es el único lugar abierto? —Zhin frunce el ceño en dirección al grupo musical. —Es el único lugar, punto—dice Sing. Zhin silba bajito a través de sus dientes. Carrie se sienta, su cabello anaranjado brillando en la luz tenue. —Sin embargo, siempre tienen música en vivo. Todos son lugareños. Algunos de ellos han estado viniendo cada noche de sábado como por, cuarenta años. —El grupo está tocando algo rápido y rústico y ella golpetea sus dedos en la mesa junto a ellos.

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Sing también se permite sentarse, a pesar de la obvia nerviosa incomodidad de Zhin. Ella observa el grupo: gente mayor, gente joven y unos pocos niños de ojos brillantes. Una chica, que se ve de diez u once más o menos, está sentada junto a un hombre mayor que podría ser su abuelo. Ambos están tocando violines —fiddles, se dice ella misma—, y puede ver a la niña observando los dedos del hombre muy de cerca. —Ella es linda y media—dice Carrie, siguiendo la mirada de Sing. Sing asiente. Zhin mira a través de la habitación. —Ejecuciones agitadas, extraño uso del arco, tono irregular. Descuidado. —Bueno, yo también era bastante descuidada a esa edad —dice Carrie y Sing piensa que su tono ligero parece un poco más forzado—. Es complicado cuando creces diez centímetros y tu violín se queda del mismo tamaño. —Sí, es cierto—dice Zhin, sorbiendo su bebida—. Tienes qué esforzarte el doble. Carrie se ríe. —Yo siempre me esfuerzo el doble. Solo estoy diciendo, está bien pasar algo de tiempo con tu abuelo y divertirte. Ella es solo una niña. —Eso está bien. —La mirada de Zhin descansa indolentemente en los músicos al otro lado de la habitación—. Pero no tomar en serio tus prácticas causa retrasos. Sing ha pasado uno que otro día sin práctica formal. A lo mejor es diferente para estudiantes vocales; después de solo un par de horas en la sala de prácticas, ella se cansa. Pero estudia el rostro de Zhin, seria y sin defectos, igual que su música. Zhin nunca se cansa. Carrie aplasta su hielo con su popote.

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—No hay nada de malo con tocar por diversión. Cada vez que tocas debería ser divertido. Es por eso que hacemos esto. Amo tocar, aunque sean solo escalas. Y un día de descanso de vez en cuando también es bueno para ti. Creo que deja que todo se asiente. Zhin hace una mueca cuando los músicos se salen un poco de ritmo. Se gira hacia Carrie. —Para mí, la música es una carrera, no un pasatiempo. He luchado para llegar adonde estoy ahora. Solo digo, a manera de consejo amistoso, nunca es una buena idea perder tu enfoque. Si es que quieres llegar a algún lugar. El estómago de Sing se retuerce solo un poco cuando la expresión de Carrie se vuelve más fía. —Ya sabes—dice Carrie dice—, estoy en primera silla en uno de los más prestigiosos conservatorios de música en el país. Zhin sonríe de una forma que a Sing no le gusta. —Bueno, entonces estoy contenta de que todo ese compromiso haya funcionado para ti. Carrie se inclina hacia adelante, su cara de hada severa y afilada. —No me hables acerca de compromiso. El grupo de músicos termina su canción. Risa burbujea sobre el lío de sillas en el piso de madera y el sonido de fuertes vasos siendo puestos sobre las mesas. Sing dice: —Carrie es la bisnieta de Gloria Stewart. ¿No es eso genial? —A lo mejor Zhin será ganada por la celebridad.

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—Puede que estés en primera silla entre tus colegas adolescentes en esta escuela—dice Zhin, ignorando a Sing—, pero yo estoy contratada por una de las mejores orquestas en el mundo. Sing siente que su boca se abre ligeramente. En silencio, Carrie se levanta, lanza unos pocos dólares en la mesa y se va. Pero Zhin está en lo cierto, se dice a sí misma, aunque como que no puede obligarse a mirarla a la cara. Ella sabe de la expresión rígida que encontrará ahí. En su lugar, observa a la niña y a su abuelo levantar sus fiddles y empezar un animado jig. Tú sí que tienes que luchar por lo que quieres, piensa ella. No

puedes bajar la guardia. Y esa niña tiene articulaciones descuidadas. —Genial—dice Zhin—. Ahí se va nuestro aventón. ¿Cuál es su problema? No es como si haya dicho algo que no sea verdad. —No lo sé. —El estómago de Sing todavía se siente extraño. A lo mejor Carrie regresará una vez que se dé cuenta de que Zhin solo estaba intentando ser de ayuda. Después de todo, no cabe duda de que sin importar lo mucho que Carrie ha logrado, no está tocando para Fire Lake. Debería estar agradecida por el consejo de Zhin. La puerta se abre, pero no es Carrie quien entra desde el oscuro frío. —Ooh, ¿quién es el tipo? —dice Zhin—. ¿Es del CD? Sing se sonroja. —Sí. Ese es Ryan Larkin. —Dile que es tu novio. Pero no lo hace. De repente, tiene miedo de decirlo en voz alta, como si él fuera a desaparecer en el momento en que ella aleje la mirada hacia el mundo real. De repente, parece demasiado ridículo para ser verdad.

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Observa a Ryan, Aaron y a Teddy Lund escanear la habitación, notando a Zhin y a ellay se dirigen hacia su mesa. Puede que Aaron y Teddy no sean llamativos por su cuenta, pero Ryan los hace verse importantes. Aaron se ve un poco como una estrella de cine, no delgado, y Teddy se ve robusto en vez de pesado. Su entrada es claramente notada por los otros clientes del Grill… particularmente las chicas. —¡Preséntame! —susurra Zhin mientras ella y Sing deslizan sus sillas para hacer espacio. —Hola, chicas—dice Ryan—. ¿No se supone que debería estar en el ensayo,

señorita da Navelli? —Suena tanto como el aprendiz Daysmoor cuando dice su nombre y ella se ríe. —¿Quién es tu amiga? —pregunta Teddy, su colonia arrastrándose hacia ellos. Zhin sonríe. —Oh, este, esta es Zhin Fan—dice Sing—. Zhin, este es Teddy, Aaron y Ryan. Del CD.—Aaron se inclina hacia adelante, observando a Zhin atentamente. Sing observa el rostro de Ryan, pero el exhibe solo interés educado. —Hola. —Los dientes de Zhin son perfectos. —Es bueno verlas, chicas—dice Aaron—. Ahora díganme… ¿son ustedes buenas divas o malas divas? Sing sonríe con suficiencia. —¡Somos las reinas del pueblo! ¡Rindan homenaje y puede que mantengan sus cabezas! Todo el mundo se ríe, excepto Zhin, quien levanta una delgada ceja.

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—Sing, eres italiana. Las “divas” no son reinas. Son diosas. Deberías saber eso. —Sing fuerza una risita—. Entonces—dice Zhin a los chicos—, ¿cuáles son sus instrumentos? —Oboe—dice Aaron. —Violín—dice Teddy, lo que sorprende a Sing, quien no se preguntó cuál era su instrumento durante su único encuentro desagradable en la fiesta de Carrie. Como prueba, saca un desgastado estuche de su bolsa debajo de la mesa. —Y lo trajiste contigo. —El tono dulce de Zhin incluye una pizca de burla, de la cual Sing se pregunta si alguien más detectó. —Teddy va a tocarnos una canción—dice Ryan—- Esperen, ¿hay algo así como una mesera? No se preocupen, yo tomo esta ronda. —Se pone de pie—. ¿Quieren algo, chicas? Sing lo observa dirigirse hacia la barra. Sus compañeros de mesa están incómodamente callados, pero esto apenas se registra cuando estudia la parte posterior de la cabeza de Ryan. Finalmente, escucha a Zhin decir: —¿Entonces? —¿Entonces qué? —dice Teddy y Sing vuelve a girarse hacia la mesa. —¿Entonces vas a tocar? ¿O eres puras palabras? El rostro de Teddy se sonroja ligeramente cuando Aaron lo codea. —De acuerdo —dice—. Tengo una nueva canción esta semana, así que no se burlen de mí si no es perfecta. —Abre su estuche y cruza la pista con el más oscuro y opaco violín que Sing haya visto; se ve como si lo hubiera desenterrado de un pantano en algún lugar. Los músicos locales, a media

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canción, lo saludan con animada familiaridad y las sillas se hacen a un lado para hacerle espacio. La música termina cuando Ryan vuelve con las bebidas, escogiendo la silla junto a Sing. Todos en la mesa ponen su atención en Teddy, quien está levantando su violín hacia su barbilla entre aplausos aislados y gritos de,

“¡Tócanos una canción!”. Él cierra sus ojos y pone manos a la obra en la canción, la que para los oídos de Sing es virtualmente indistinguible de las otras que ha escuchado esta noche. Pero el todo del oscuro violín es dulce y profundo, las notas rápidas tamborileando de manera agradablemente sobre las guitarras y banjos como gruesas gotas de lluvia. La niña observa a Teddy muy de cerca, no sus dedos esta vez, como con su abuelo, sino su rostro redonda. Sing sonríe. Ryan y Aaron golpetean la mesa a ritmo. Cuando la canción termina, los músicos lanzan palabras de felicitaciones y ánimo mientras la timidez de Teddy añade color a sus ya coloradas mejillas. —Un ave jamás voló con un ala —dice el anciano—. ¡Tócanos otra! Teddy se balancea y empieza una extraña y errática melodía. Los otros observan durante un momento, tocando silenciosamente los acordes, luego se le unen. Aparentemente, la niña conoce esta, levanta su violín y toca junto con él, con timidez al principio, pero volviéndose más valiente cuando Teddy la nota y le lanza una sonrisa de ánimo. Sing aplaude junto con el resto de los clientes cuando los músicos terminan; Ryan silba y Aaron golpea la mesa. Solo Zhin parece demasiado preocupada por beber su soda para notar que la canción ha terminado. —Jamás escuché esa—dice Aaron cuando Teddy se sienta, colocando el oscuro violín en la mesa cuidadosamente.

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—Es solo una vieja danza tradicional de Irlanda que mi mamá acostumbraba a tocar con la flauta irlandesa. —En serio—dice Zhin dice—. Me gustó más la primera. —Oh, esa. —Teddy afloja su arco cuando los músicos empiezan otra canción— . Esa es ‘Saint Anne’s Reel’. Es popular como el infierno, así que supuse que era mejor aprenderla. —Sí. Aprendí unas pocas danzas escocesas hace un tiempo a manera de ejercicio. Mi antiguo maestro pensó que debería familiarizarme con viejas decoraciones. —El tono de Zhin es despreocupado, pero Sing reconoce la intención subyacente. Mantiene su boca cerrada. Teddy dice: —¿Sabes algunas danzas escocesas? Únete. Les encantará. Puedes tomar prestado mi violín. —Sí, veamos qué es lo que tienes —dice Ryan. —Oh, no. —Zhin se inclina hacia atrás—. No me gustaría presumir ni nada. Al principio, Sing piensa que es una broma y por poco resopla. Pero la expresión de Zhin es todo excepto modesta. Para el momento en que la canción termina, Zhin ha sido convencida de insinuarse en el centro del círculo. Joven, hermosa, rica y con confianza, claramente no una lugareña, deja caer el acto de modestia tan pronto como tiene la pista. Sing ha escuchado tocar a Zhin muchas veces y no es sacada de balance por la danza escocesa, la cual es irracionalmente rápido, extravagantemente adornada e innecesariamente compleja. Pero ella observa los rostros de los clientes y músicos de Grill. Están cautivados. Si las notas de Teddy fueron gotas de lluvia,

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las de Zhin son esquirlas de hielo: más allá de uniformes, cortantes, brillantes, frías y duras. Son agudas, pura perfección. Es como si cada brillante nota que Zhin toca iluminara una falla en alguien más. Después de un rato, las guitarras y banjos y las extrañas pequeñas gaitas se quedan en silencio y la habitación se llena solo con el deslumbrante brillo emanando del oscuro violín. Zhin no se detiene después de una danza escocesa o dos. En cierto punto, Sing se da cuenta que la niña y su abuelo ya no están ahí, pero no se dio cuenta de cuándo se fueron.

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Cuarenta y siete

L

a nieve comenzó justo después de medianoche. Ahora, mientras Sing cruza el patio rápidamente con Zhin, todo el campus brilla con la nieve fresca radiante por la luz del sol.

—Deberíamos habernos levantado antes —dice Sing—.Voy a sonar horrible. Pero al menos pude leer mis capítulos de Moby Dick. —Si no dejaran de servir el desayuno tan malditamente temprano, estarías aquí sola —dice Zhin—.Volveré a la cama después de esto. —Desearía poder hacerlo. —Sing espera que el jugo de naranja aguado y los huevos aguados la despertaran. Ella y Zhin se quedaron hablando y riendo hasta muy tarde antes de quedarse dormidas en una pila de mantas en el piso. —¡Estos calcetines son tan dulces!—Zhin admira sus tobillos—.Qué lástima que no tengas una falda extra también. Tendré que buscarme una. —De nada. —Las botas de Sing suenan como las pisadas del Yeti mientras atraviesan el camino recientemente paleado. Tiene que admitirlo, los zapatos chatos de cuero de Zhin sí que quedan bien con las medias reglamentarias del conservatorio, en lo que Jenny llamaría un estilo neo-retro-irónico. Pero sus pies deben estar congelándose. Sin embargo, si así es, Zhin no lo muestra. Sing intenta arrastrar su propio cuerpo de forma elegante intentando emular la confianza y seguridad de los pasos de Zhin. Hoy, piensa ella. Hoy cantaré Angelique de verdad. No tiene idea de cómo tolerará su clase de Literatura Americana. ¿Cómo pueden programar una clase antes de un ensayo general?

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Frunce el ceño. —¿Vendrá mi padre al ensayo? —No —dice Zhin—. Va a almorzar con el Maestro Keppler en el pueblo más tarde. Le dije que vendría. Espero que no te importe. Sing deja de caminar. —¿Qué? ¿El maestro Keppler no estará en el ensayo? Zhin se encoge de hombros. —Es solo un… —Vuelve a encogerse de hombros—.No lo sé. Supongo que tiene mucho de qué preocuparse. Nos vamos hoy. Vuelven a dirigirse al dormitorio. —Es solo un ensayo para los suplentes—dice Sing—.Eso quisiste decir. *** Ha pasado una hora de Literatura Americana y Sing no deja de hacer dibujos. Pero en lugar de sus típicas flores, tréboles y cubos —y últimamente pastoras—, está dibujando su propio nombre. Una y otra vez. Letras cuadradas, caligrafía ornamentada, rayas diminutas, grandes burbujas. Sing. Sing. Sing. ¿Sigue siendo su nombre o es solo una palabra? ¿Una orden? ¿Dada por quién? Su padre se irá pronto para reunirse con el maestro Keppler y Zhin en el almuerzo. ¿Acaso lo verá después del ensayo de los suplentes? Dudoso. Probablemente, ni siquiera vuelva al campus. ¿Por qué lo haría?

Piénsalo, carina. No ha hecho nada más que pensarlo. Ahora, la tranquilizante cadencia de la voz del Sr. Paul parece crear un espacio aislado y sin tiempo que la contiene solo a ella, sus pensamientos y el cabello rubio que brilla mientras su dueña

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toma notas en el pupitre frente a ella. No es el cabello de Lori, pero bien podría serlo. —¿Qué pasará? —pregunta el Sr. Paul, su normalmente rosado rostro volviéndose blanco en el frío salón de clase—. ¿Alguien? ¿Señorita da Navelli? —No lo sé —dice Sing. Algunos compañeros ríen y el sonido arruina su burbuja. Ella levanta la mirada. El Sr. Paul tiene el ceño fruncido. —¿Y qué piensa? Ha leído hasta la página 250, ¿verdad? Ella apoya una mano en el libro sobre su escritorio. —Sí. —¿Entonces? —Extiende una mano con la palma hacia arriba. Sabe que ella no le estaba prestando atención. Sing traga, la frustración bullendo en su esófago. Leyó los capítulos. Hizo su tarea. ¿Por qué no la pueden dejar en paz? El Sr. Paul se reclina contra su escritorio en el frente del aula, al parecer sintiendo pena por ella lo suficiente para repetir su pregunta. —¿Qué cree que sucedería si Ahab matara a Moby Dick? Sing golpea la tapa del libro. Ahora mismo no tiene la capacidad mental para lidiar con esto. —Em… el Pequod podría ir a casa. —Sí, ¿pero qué le sucedería a Ahab? Después de unos instantes de incómodo silencio, Sing espera que el Sr. Paul se enfoque en otra persona. Se siente aliviada cuando se abre la puerta con un sonido metálico.

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Una aprendiz con largo cabello castaño entra discretamente. Sorprende a Sing cuando señala en su dirección y curva su dedo, en un gesto de que se dirigiera hacia ella. Sing gesticula:¿Yo?, Aunque su silencio es innecesario; todos ya la están observando. La aprendiz asiente y Sing la sigue en el pasillo, cerrando la puerta detrás de ella. —Hola, ¿Sing, verdad? Lamento haberte sacado de clases. —No hay problema. Me salvaste del fanatismo del Sr. Paul por Moby Dick. La aprendiz ríe, su voz aguda y algo chillona, pero no del todo desagradable. —Por un momento, al menos. Como sea, aquí tienes.—Le entrega un trozo de papel amarillo doblado. Sing duda, pero toma el papel; alza una ceja en confusión. La aprendiz dice—: Oh, es un reporte. ¿No habías has recibido uno antes? ¡Lo lamento, eso sonó terriblemente mal! Quiero decir que no son tan raros, solo eso. —¿Un reporte? ¿Y yo qué hice? —Sing desdobla el papel. La aprendiz se encoje de hombros. —No lo sé. No tenemos que leerlos, solo entregarlos. REPORTE, dice severamente la cabecera del papel, aunque su aspecto de fotocopia vieja no le da la formalidad necesaria. Sing lee la descripción de su ofensa: irse del ensayo de ayer sin permiso. Al final está firmado por la secretaria del rector y, a diferencia de la censura, por la persona que reportó la ofensa. Simplemente podría gritar. —Tengo un ensayo general hoy, el primero para los suplentes, ¿y Daysmoor me da un reporte? ¿Ahora? ¡Como si no tuviera suficiente de que preocuparme!

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—Uh, ese tipo es lo peor. Nunca se molesta en hablar con los otros aprendices. ¡Supongo que es demasiado bueno para nosotros! —dice la aprendiz—.Como sea, al rector le gusta que los reportes sean entregados apenas están listos, sin importar la hora. Creo que lo hace para que saquemos a la gente de clase, para que todos sepan y sea más vergonzoso. ¡Disculpa, no quise hacer que te sientas peor! Una parte de la mente de Sing le dice que esta chica probablemente le caería bien, en otro momento, en otro lugar. Pero ahora, su mente revolotea alrededor de una conversación imaginaria con su padre, la voz alta y clara. Sí,

un reporte. No, no es lo mismo que una censura. Sí, me he portado mal. Lo siento. No hice lo que me enviaste a hacer. *** Sing no junta sus cosas o vuelve a clase y no deja de caminar hasta no llegar al segundo piso de Hud, donde está el cuarto de Zhin. No podría haber soportado otro instante en Literatura Americana y el vestíbulo vacío de Hud le da escalofríos.

¿Por qué estoy enloqueciendo así por el reporte?, se pregunta, sus grandes botas haciendo eco en las escaleras. ¿Y por qué me escapé de clase, lo que es seguro que me gane otro? Pero su instinto le responde a su cerebro. No importa si le dan otro. Uno, dos, diez, ¿qué importa? ¿Qué importa de todo esto? Ahora lo que necesita es a Zhin, la forma en que Zhin puede poner todo en perspectiva. El pasillo está iluminado por la luz solar que entra generosamente por la ventana al final. Zhin está instalada al final del pasillo, en un cuarto en desuso

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que se acondicionó para su visita. Sing se relaja mientras se acerca. Zhin tendrá algunas cosas que decir sobre el aprendiz Daysmoor, eso es seguro. Y quizás le dé más detalles sobre la vacante para el Nuevo Artista, lo que sepa de charlas con el padre de Sing. Nadie cierra con seguro las puertas cuando se encuentran en el dormitorio, al menos en Hud, por lo que a Sing no le sorprende que la manija abra. Pero al entrar en el cuarto oscuro, se sorprende al encontrarse a Zhin envuelta otra vez en una pila de mantas en el piso, como estuvo con Sing la noche anterior. Solo que no es tan inocente ahora y no es Sing quien está con ella. Es Ryan.

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Cuarenta y ocho

L

as manos de Sing tiemblan y no es por el frío o el retumbar de sus zapatos. Se siente fuera de balance, precaria, jadeante. Está corriendo a través del campo nevado hacia Hector Hall, donde se encuentra su

padre.

Sì, se lo dirá. Sì. Sí. Ha sido estúpida e infantil. Zhin obtiene todo lo que quiere y siempre lo ha hecho. Al igual que Lori Pinkerton. Y Barbara da Navelli. Divas. No es una palabra buena o mala. Es la realidad. Una brisa invernal baja por la montaña. Ha pasado tanto tiempo preguntándose por la Félix y Tamino y la estúpida lágrima en su cuello cuando podría haber recibido su deseo en cualquier momento. La diva dentro de Sing está triunfando; las piezas están encastrándose para formar una nueva imagen del mundo, incluso mientras una parte de la vieja Sing se aferra a las esquinas, amenazando con desarmarlo y descubrir algo feo debajo. No le importa. Llega a Hector Hall con una sola palabra en su mente: Sì. Ernesto da Navelli está en el vestíbulo, leyendo el periódico. Levanta la mirada, con el ceño fruncido, mientras la puerta se abre de un golpe, pero su expresión se suaviza cuando Sing se acerca. —¡Oh, mio Dio, farfallina! ¿Qué es lo que te pasa? —Nada, Papà, es solo que quiero decirte que sí… —¡Estás llorando! ¿Qué ha sucedido? —Nada. ¡Nada! ¡Solo quiero decirte que sí!

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Siente el peso de las manos de él en sus hombros. —Cálmate, carina—le dice—.¿Por qué me dices que sí? ¿Sí a qué? Ella inspira hondo; el vestíbulo del edificio Hector huele mohoso y reconfortante. —Sí a Angelique. Quiero cantar Angelique. Quiero ir a Fire Lake. Quiero…— Se da cuenta que está hablando en italiano y se detiene. Su padre le acaricia el cabello y sonríe. —Sabía que aprovecharías la oportunidad. Muy bien. Deja que yo me ocupe. Ah, y aquí viene el maestro Keppler. ¡George! El maestro Keppler se acerca desde la escalera del otro lado de la sala. Sing ve que él la nota, pero se dirige a su padre. —¿Ya está listo para irse, maestro? Creí que… —No, no. Solo leía el periódico. Y mi pequeña vino a saludar. —Le rodea los hombros con un brazo—. Hoy tiene un ensayo de Angelique, ¿cierto? No podría estar más orgulloso. Y he oído que la producción está saliendo muy bien. Los hombros del maestro Keppler se tensan. —Sí, ciertamente que sí. Estoy muy complacido. —¡Realmente espero verla! Una increíble elección para la primera producción en el nuevo teatro del conservatorio. ¿Aunque quizás deberíamos cambiar el nombre de Festival de Otoño a Festival de Invierno, con toda esta nieve? —El padre de Sing ríe y ella se atreve a mirar al maestro Keppler, cuya sonrisa parece algo tensa—. Tenemos unos pianistas muy buenos que vienen a competir —prosigue el maestro da Navelli—.Y la ópera será magnifico, ¿cierto? Mi estimado colega Signor Griss estará más que interesado. Le

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encantaría llenar la vacante del Nuevo Artista en Fire Lake con un talentoso amateur. Alguien que haya tenido un rol importante. Sing siente la negociación comenzando. La primera señal, aunque no sabe por qué, es siempre cuando su padre llena la conversación de palabras en italiano de las cuales sabe perfectamente la traducción en español. El maestro da Navelli mira por la ventana. —Debe estar muy orgulloso de la academia, maestro. Es un campus hermoso. De repente, me tienta dar un paseo. ¿Habrá tiempo antes de almorzar?

Mi pie para marcharme, piensa Sing, exultante. Está hecho. *** Sing toma un almuerzo y vuelve a Hud. —Lo hice, Woolly —dice, pero no sabe cómo seguir explicándose. Los ojos en forma de botón de Woolly son amistosos. Un golpe. Sing oculta a Woolly con una almohada y responde: —Adelante. —Ahí estás. —Jenny se deja caer junto a ella en la cama. Marta la sigue, acomodándose con gracia en el piso. Sing prueba el arroz frito. —Hola. —¿Hola? —Jenny la mira fijamente—.¿Qué tal un “Hola, dónde estabas anoche”? Te perdiste todo el ensayo. —Oh, lo siento. Mi… amiga está de visita.

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—Sí. —Jenny le lanza una mirada a Marta—. Oímos sobre tu amiga. Sing deja el tenedor. —¿Ah sí? ¿Qué escucharon? —Nota una tensión en su propia voz. —Nada —se apresura a decir Marta—.¿Has estado llorando? —No —dice Sing—.Miren, debo ir al ensayo. Jenny se reclina y sube sus piernas a la cama. —No por otros minutos. Almuerza algo. Hoy es el gran día, ¿eh? Sing prueba un poco más de arroz. —¡Oh, me olvidé sobre hoy! —dice Marta—.Es verdad. ¡Vas a estar increíble! Sing la mira. —Claro que te olvidaste. Todos se olvidan de los ensayos de los suplentes; o si lo recuerdan, están felices por tener un ensayo sencillo. No importamos. Bueno, estoy a punto de mostrarle al maestro Keppler que sí importo. —Convencida —dice Jenny. —Santo cielo, Sing —replica Marta—.Me sentiría honrada de ser suplente del principal. Eso no tiene nada de malo. Sing deja su bandeja en la mesita de noche. —Eso es fácil de decir. Tú tienes un papel. —Bueno… —Marta no parece saber cómo terminar. —Mira —dice Sing—.Si quiero llegar a algún lado, tengo que empezar a actuar acorde. Es lo que mi… es el consejo que me han dado. Haz una impresión. Voy a mostrarle al maestro que se equivocó.

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Marta inhala, sus grandes ojos brillantes. —¡Guau! ¿Vas a intentar superar a Lori? —Muy valiente —dice Jenny con aprobación. —No creo que eso le guste a ella —dice Marta. Sing se cruza de brazos. —A mí no me gustó que Lori le dijera al rector Martin que fui al bosque. No me gustó recibir una censura por eso. —¿Qué? —La mandíbula de Marta cae—.¿Te dieron una censura? —Así que es venganza —dice Jenny, todavía aprobadora. —No exactamente —replica Sing—. Solo quiero tomar lo que es mío. Angelique. Un breve pero pesado silencio sigue. —Bueno, técnicamente el papel no es tuyo —dice Jenny. Sing se encuentra con la mirada de Jenny. —Al diablo si no lo es. Jenny parece confundida un instante, luego se encoje de hombros. —Lo que quiero decir es que no me imagino al maestro cambiando de idea solo por un ensayo. Serás genial, no me malinterpretes, serás mejor que Lori, estoy segura, pero esas cosas no pasan. Tan irritante como es, Lori ha hecho lo necesario. Es de último año. —Sus padres vendrán a verla actuar —dice Marta.

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—Seguramente estarás primera en la fila para el protagónico del próximo año —dice Jenny—.Incluso quizás en primavera, mientras Lori se concentra en su recital de graduación, y… —No estoy hablando de primavera, ni el año que viene. —Sing se pone de pie—. Estoy hablando de ahora. Este papel. Esta vacante del Nuevo Artista. No me importa lo que piense el Maestro. Mi padre le dirá lo que piensa y que me

parta un rayo antes de permitir que él o Lori Pinkerton o alguien más se mete en mi camino. Jenny se cruza de brazos. —Santo Cielo, Sing, ¿realmente vas a hacerlo? ¿Usarás a tu papá para robarle el papel a alguien? ¿De verdad?

Está celosa. Todos lo están. Sing no sabe de dónde vino ese pensamiento. —No es justo que sea suplente de Lori Pinkerton. Quiero decir, ¿saben quién era mi madre? —Bueno. —Jenny se pone de pie y Marta la imita—. No dejes que nosotros nos interpongamos en el camino. Sing oye el saludo de Marta al cerrar la puerta, pero Jenny no dice nada más.

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Cuarenta y nueve

E

n el escenario, el coro atormentado canta un número inusualmente sentimental que precede a la aria más famosa de Angelique. La orquesta está presente y en tono, pero Sing no puede darles crédito más

allá de eso. Solo un ensayo suplente. Normalmente, estaría mortificada por entrar tan tarde a un ensayo, particularmente a uno lleno. Pero hoy va hacia el pasillo central. Se toma su tiempo en llegar allí. Los deja esperar. Ve a Daysmoor voltear su cabeza mientras conduce, observándola desde el rabillo de su ojo. ¿Se atreverá a amonestarla públicamente, sabiendo que solo le dará una oportunidad de decir en dónde ha estado? ¿Qué ha estado haciendo?

Asegurando su papel. ¿O permanecerá callado, consciente de que el maestro da Navelli está aquí en el campus? Eso sería algo muy parecido a una victoria y todos lo notarían.

Entro tarde al ensayo y no tienes nada qué decir. Diva. Se sienta en la fila frontal y cruza las piernas. No tiene sus partituras con ella. El número termina y los miembros del coro se mueven del escenario hacia la casa. Daysmoor se voltea. —¿Hiciste calentamiento? —grazna. ¿Eso? ¿Eso es lo que tiene para decir? Odia su voz grave. —Sí —dice, mirándolo a los ojos con desafío. No es exactamente cierto, ¡pero bajo circunstancias normales por supuesto que hubiera hecho calentamiento!

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—Bien —dice, volteándose hacia la orquesta—. Empezamos con el acto tres. Estoy seguro de que no te importará comenzar con “Quand il se trouvera”. Recuerda tu fraseo, por favor. Mientras Sing sube las escaleras hacia el escenario, sintiendo la mirada distante de Daysmoor en su espalda, comienza a rabiar. ¿Cómo se atreve a tratarla como una novata? Claro, quizás se haya puesto nerviosa unas pocas veces en los ensayos, lo cual es natural, pero eso no significa que no sepa cómo frasear. Con la furia anulando cualquier duda interna, lanza sus hombros hacia atrás y respira. La introducción de cinco cuerdas aumenta. Observa a Daysmoor conducir; su estilo es funcional, tosco, pero autoritario. No importa lo que él piense, de

todas maneras. —Quand il se trouvera… La orquesta la sigue, más responsiva que la grabación de su padre, lo cual le da un cautivador sentimiento de dominancia. Juega con un par de frases, alargando o apresurando la línea cuando la idea se le ocurre. Daysmoor frunce el ceño, pero la sigue. Siente adrenalina de poder. Una vez más imagina el vestido blanco, imagina los rizos dorados. Se encuentra moviendo su cabeza y brazos delicadamente, dando una pequeña sonrisa tímida. Entiende, ahora, la peligrosa e intoxicante cualidad de un papel protagónico. Es como si fuera el peor tipo de dictador —insensible, terrible y omnipotente—. Usa la orquesta —Daysmoor— como un entrenamiento de seda, deleitada por cómo él sigue sus propios pasos fuertes, perfectamente unido. Su voz llena el auditorio. Y si no fuera por su furia, ¡podría nunca haber descubierto este sentimiento! Cuando ha terminado el aria, mira altiva a Daysmoor, erguida y aun así todavía intentando parecer contenida. Su expresión es inescrutable.

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—La actitud no lo es todo —dice después de un momento—. De hecho, se interpone en el camino de la mayoría de las cosas. Espero que entiendas eso. — Luego añade en voz baja—: ¿Pero cómo podrías, cuando tu mamá nunca pudo? Sing no puede encontrar las palabras para responder. ¿Qué sabe él de su madre? —Muy bien —dice Daysmoor—. Hazlo de nuevo. —Un murmullo se propaga en toda la orquesta y suspiros audibles de los cantantes en la audiencia. —¿Qué? —Sing lo mira boquiabierta. Las comisuras de su boca están curvadas hacia abajo. —Y esta vez, sé una sirviente de la música, no de tu ego. Murmullos dispersos de la casa. Sing retrocede la cabeza en sorpresa. —¿Perdón? —Aprendiz —dice el viola de la primera silla con una mano en su partitura—, tenemos el tiempo limitado. —Me escuchaste. —La voz de Daysmoor es queda, pero comandante y Sing sabe que solo le está hablando a ella—. Hazlo de nuevo. —Esto es ridículo —dice la nueva diva en el interior de Sing—. ¿Qué tuvo de malo? El aprendiz Daysmoor cierra los ojos. —Eso no fue cantar. Si quería que alguien me gritara, me metería de imprevisto en los vestidores de las chicas. Esa aria no tenía forma ni soporte. Eran gritos enojados. Era basura. Sing jadea. Un sentimiento cosquilleante se origina en su pecho y se expande hacia afuera.

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El viola de la primera silla se levanta. —Escucha, hombre, no llames basura a su canto. ¿Podemos seguir? —Se gira hacia Sing—. Eso fue grandioso, Sing. Lo opuesto de hace un par de semanas. El aprendiz Daysmoor mira a Sing. —Ella sabe que tengo razón. La cara de Sing está caliente. Basura. Los murmullos propagándose en todo el auditorio se han convertido en una ola de risas nerviosas y expresiones de asombro. —Eso es frío —dice alguien en la sección de viento. El aprendiz Daysmoor se endereza y Sing nota por primera vez lo alto que es. —Soy su instructor —dice al viola de la primera silla—. Es mi trabajo obtener la mejor posible interpretación de ella, no consentirla y decirle que es maravillosa. ¿Estás en desacuerdo? El viola se sienta y voltea la página de sus partituras. —Para nada, aprendiz Toca… ah, Daysmoor.—Sonríe burlón. Unos pocos miembros de la orquesta se ríen sin disimulo. El rostro de Daysmoor no ofrece pistas de la emoción que podría estar sintiendo. Simplemente alza su batuta, quieto como una piedra hasta que la orquesta se concentra, luego da el compás para la introducción del aria de Angelique. Con su rostro quemando, Sing comienza de nuevo. No la derrotarán. No será retrasada por un aprendiz arrogante o hecha pedazos por los susurros de una casa celosa. Es su papel ahora. El aria es fuerte ahora, superficial, más enérgica. Canta hacia el balcón. Canta como su madre.

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A la mitad, Daysmoor corta a la orquesta. —Señorita da Navelli —dice—, si no se va a tomar esto en serio, entonces váyase.

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Cincuenta

B

arbara da Navelli ha empezado a visitar a Sing durante la noche. A veces el sueño es un recuerdo: la puerta principal cerrándose con un silbido, los ruidos sordos del equipaje golpeando el suelo de madera, un arrullo en voz alta, un regalo siendo metido en las pequeñas manos de Sing, el taconeo de zapatos caros llevándose a

su madre de nuevo para recargarse en algún lugar oculto. A veces el sueño es en Dunhammond, con Lori y Ryan y el aprendiz Daysmoor y el maestro abrasados por el resplandor de Barbara da Navelli. En esos sueños, Sing está de pie junto a su madre en el escenario de Woolly, con miedo de mover sus pies para no agrietar el suelo brillante. —Si tocas algo, lo haces realidad —dice Barbara da Navelli. Está vestida como Angelique, sosteniendo un magnífico cayado de oro. —Soy solo la suplente —dice Sing, entornando los ojos hacia el rostro de suficiencia de Lori en las sombras. ¿O es el de Zhin? Su madre se vuelve hacia ella. Sus ojos son como de gatos, sus dientes alargados. Sing se pregunta si su madre puede ver la desesperación en sus ojos, si derramará una lágrima y le concederá un deseo. Pero su madre solamente dice: —Imposible. Eres una da Navelli. Toma lo que es tuyo. —Balancea su cayado, el cual crepita y tararea tan alto que Sing se cubre los oídos. El escenario explota con electricidad. Zhin y Ryan se agarran y se encogen de nuevo en la oscuridad; el maestro agarra su corazón y vuelve sus ojos hacia el cielo. Solo el

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aprendiz Daysmoor se mantiene impasivo, sus ojos negros fijos en Sing como decidiendo si es culpable. Esta noche, Sing se despierta con una determinación ardiente, las palabras de su madre tan frescas en sus oídos como si recién las hubiera dicho. Toma lo

que es tuyo. Pero en la penumbra, Sing se encuentra no agarrando un cayado eléctrico y de oro, sino un cordero suave desgastado con ojos de botón. Mientras sus sentidos se siguen despertando, frunce el ceño. Algo está brillando. Un escalofrío recorre su cuerpo, no por el aire, sino por lo que se siente como un carámbano clavado en su pecho. El cristal. Desabrocha el collar y sostiene el colgante lejos de su cuerpo, entrecerrando los ojos hacia este en el brillo opaco que está creando. Recuerda el olor ceniciento de la nieve, árboles tan brillantes como el alquitrán y el suave sonido de las hojas.

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Cincuenta y uno

“N

o sabía que era tu novio. Nunca me lo dijiste”. Cruzando el patio helado, Sing aleja el recuerdo.

“Tienes que saber sobre él, Sing. ¿Cómo podrías no

saberlo?”. No quiere escucharlo. Parpadea.

“Pensé que nos reiríamos de eso. Él también está jodiendo por ahí con esa chica Pinkerton. Pensé que nos burlaríamos de ella”. Patea un fragmento de nieve del camino. Al menos es de mañana y Zhin se ha ido. Ambos se han ido. Ya no necesita a Zhin o a su padre. No necesita a Jenny y Marta. El reloj se ha puesto en marcha. Una vez que Harland Griss oiga sobre el Festival de Otoño, una vez que haya conseguido la posición de Nuevo Artista, entonces… entonces… No termina el pensamiento. No sabe cómo. Parpadea. Debería haber lavado ropa la noche anterior, especialmente debido a que Zhin se llevó un par de calcetines reglamentarios con ella. Ni siquiera se ofreció a devolverlas. Ahora Sing lleva su último par y tendrá que lavar ropa esta noche, durante la semana escolar cuando debería estar haciendo deberes. Y realmente debería tomar una ducha, como lo demuestra su cabello metido en una cola de caballo desordenada. Y los cuervos. Tiene que empezar a pensar sobre su estúpido informe de los estúpidos cuervos.

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Como refregándoselo, graznan horriblemente mientras se acerca a Archer. Parte de ella no puede creer que de verdad esté yendo a su sesión de entrenamiento luego de que fuera expulsada de su ensayo ayer. Pero no parece importar mucho, ahora. No después de que todo se haya asentado, ráfagas de emoción desacelerando y yendo a la deriva en quietud. No después de… Parpadea. Abre la puerta de un empujón hacia la pequeña sala de práctica. El aprendiz Daysmoor está sentado en el rincón, la cabeza inclinada hacia atrás, ojos cerrados, la boca hacia abajo convertida en la más mínima mueca. Sus brazos están doblados y las piernas cruzadas en sus tobillos, pero sus ropas grises cubren esos ángulos óseos en pliegues suaves. Ella da un tirón a unos de los atriles oxidados hasta la altura adecuada y lanza su partitura de Angelique sobre este. Entonces se sienta pesadamente en el piano y comienza a tocar sus calentamientos. —¿Dónde está el pequeño maestro? —murmura Daysmoor luego de un momento, como si no estuviera realmente interesado. Sing no vuelve su cabeza, pero puede verlo por el rabillo del ojo.

—Ahhhh-ehhhh-eeeee-ohhhh-oooo. —Ese “ee” fue plano. Estira su cuello, de un lado al otro. El aprendiz arrastra sus brazos fuera de su túnica y los cruza detrás de su cabeza. —¿Todavía en cama? ¿Quieres que vaya a buscarlo? —Le dije que lo evisceraría si mostraba su rostro. Ahhhh-ehhhh-eeeee-

ohhhh-oooo. —Un poco mejor. Pasa a los arpegios—. La-la-la-laaaaa-la-la-la.

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Daysmoor no dice nada más y no se mueve. Son casi nueve y veinte cuando Sing termina de calentar. Se sienta por un momento, mirando en su reflejo sus ojos cansados en el atril brillante del piano. —Oigo que las felicitaciones están a la orden —dice Daysmoor—. Por alguna razón insondable, el maestro Keppler ha decidido que deberías cantar Angelique en el Festival de Otoño en lugar de Lori Pinkerton. El corazón de Sing salta. Ha sucedido, entonces. Sabía que sucedería. Incluso antes de la conversación de su padre con el maestro ayer, algo en ella sabía que sucedería; ha sido preparada durante dos años para reemplazar a su madre. Aun así, sigue siendo de alguna manera increíble. Increíble y más real de lo que podría posiblemente haber imaginado que se sentiría. —Así que tenemos trabajo que hacer —dice Daysmoor—. Y no hay señales del Sr. Larkin. ¿Se supone que sea el acompañante además del entrenador en el día de hoy? Tú me dices, ya que eres quien decidió decirle que no viniera. Antes de que pueda detenerse, dice: —Solo dame otro reporte, entonces. —Un murmullo, apenas audible. ¿Por qué está enojada? Ahora, cuando debería estar extática. Cuando el plan ha funcionado. Es su sonrisa, posada bajo esos ojos fríos y desapasionados. Probablemente, no

dirá nada sobre mi comentario. Probablemente, solo cerrará los ojos y se inclinará en su silla, fingirá que no escuchó… —Tú dejaste el ensayo. No yo. Y lo hiciste de nuevo ayer. Debería darte otro reporte.

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—Solo me fui ayer porque estabas siendo un idiota —dijo con vehemencia, aun así se preparó para el contragolpe—. ¡Y ni siquiera importó que me fuera la otra noche! ¡Nadie se dio cuenta! —Yo me di cuenta —dice. Se quedan en silencio por unos momentos. Sing toca suavemente una escala con su mano. —¿Preferirías tener un entrenador diferente? —dice Daysmoor. Sing levanta la mirada. —¿Qué? La sonrisa se ha ido, pero su voz no es dura. —Obviamente, no eres mi mayor fanática. ¿Preferirías tener a alguien más? ¿Qué clase de pregunta es esa? Él se sienta. —¿Bien? La ira se aprieta en su pecho. —¿Bien qué? Ni siquiera me entrenas. —No quiso decirlo en voz alta, pero ahora que ha salido, deja que su vacilación caiga lejos de ella como un viejo abrigo pesado—. Tú no me das ningún consejo. Ningún consejo de verdad. ¡Nadie lo hace! —¿Escucharías si lo hiciera? —Su voz se endurece—. ¿Cómo podría, posiblemente, tener algo útil que decirle a la señorita da Navelli? ¿Cómo podría alguien? —No me conoces —sisea, levantándose.

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Él también se levanta, una cabeza más alta que ella, encorvado, desgarbado. —Tú no me conoces a mí. No será intimidada. —Te conozco lo suficientemente bien. Te pones triste en este lugar como un espíritu polvoriento. En realidad, persigues. Actúas como si fueras mejor que el resto de nosotros. Pero ¿sabes qué? Eres un fracaso total y lo sabes. Eres un fracasado aficionado. Ni siquiera puedes tocar. Es por eso que eres tan crítico y horrible y perezoso. Es por eso que no vas a entrar a la competencia Gloria Stewart. Él sonríe con frialdad. —Dime lo que realmente piensas, Sing. Es la primera vez que la ha llamado por su nombre de pila. No le gusta eso. —¿Lo que realmente pienso? ¿Qué hay sobre lo que pensó Carnegie Hall cuando intentaste tocar allí? Su expresión no cambia. —Me estás atacando por tus propias razones. Sing espeta: —¿Por qué no me das una censura, entonces? Dame dos. Haz que me expulsen. —No te voy a hacer ningún favor. ¿Quieres usar tu nombre para obtener papeles? Adelante. Estás atrapada con eso ahora. —Su rostro no delata ninguna emoción. Nunca lo hace, piensa. Nunca más que un parpadeo, un borde. La furia brota de sus pulmones.

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—¿Por qué no puedes solo dejarme en paz? Tú mismo dijiste que pensabas que mi canto es basura. —Las palabras salen más rápido ahora, accelerando,

appassionato—. No puedo hacer nada si mi padre quiere que siga adelante. ¿Qué pasa si crees que no soy una buena cantante? ¿Qué pasa si crees que una estúpida producción escolar de Angelique es horrible porque no pude hacerlo? Él levanta su voz. —¿Quieres la verdad? Dices que no te conozco. Tienes razón. No te conozco. ¿Cómo puede conocerte alguien? ¿Eres ególatra como tu madre? A veces pienso que sí. ¿Eres un pequeño ratón patético, con miedo de tu propio padre, de tu propia voz? A veces parece que es así. —Ahora la señala, acusándola—. Y eso es lo que has hecho con tu canto: está cambiando constantemente entre dos extremos. El noventa y cinco por ciento del tiempo lo que sale de tu boca

es basura. Se congela, agarrando la partitura, su cubierta seca rozando sus dedos. Él cierra su boca y se da vuelta. Por un momento, todo lo que puede hacer es mirar. Porque es verdad. En el silencio que sigue, la ira caliente de Sing se disipa en la nada. No dice nada, pero desliza la partitura de Angelique fuera del atril y se vuelve hacia la puerta. Daysmoor tiene razón. —¿Adónde vas? —Su voz es fría de nuevo, desconectada—. Tienes un ensayo. Sing se da vuelta. —¿Hablas en serio? —Esto es una sesión de entrenamiento requerida. Si la salteas, tendré que reportarte con el maestro Keppler.

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Ella se inclina contra la puerta, el metal frío contra su frente. —Señorita da Navelli. Tenemos un ensayo. Su voz, cuando la encuentra, es débil y no lo mira. —No tenemos un ensayo. Adelante y dile al maestro. También a mi padre. El mundo de la música no me necesita si todo mi canto es basura, de todos modos. —Deja de sentir pena de ti misma. —Lo oye sentarse en el piano—. Puedes hacerlo. Algo en su tono hace que se detenga. Recuerda su primera conservación con él, cuando no podía entender por qué el maestro la había incluido en el elenco.

Alguien a quien respeta le aseguró que podías hacerlo. ¿Pudo haber sido Daysmoor? Ya no sabe qué pensar. —De todas formas —dice con suavidad—, no dije que todo tu canto era una basura. Dije que el noventa y cinco por ciento. Para su sorpresa, se ríe. No sabe por qué su observación la hace reír, incluso cuando parece que el mundo entero se está derritiendo en el olvido. No puede evitarlo. Cuando levanta la mirada, no encuentra malicia en sus ojos, solo paciencia. —Bueno —dice—, siempre y cuando ese cinco por siempre esté bien, supongo. Él está en silencio por un momento, luego fija sus ojos en ella con esa mirada oscura. —Ese cinco por ciento… A veces, creo ver a la verdadera tú. Cuando estás escuchando… realmente escuchando. Cuando sonríes, siempre a alguien más, por supuesto. Ese cinco por ciento… —Su mirada cae al suelo—. Ese cinco por

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ciento que vale algo —dice suavemente—, es el sonido más hermoso que he escuchado. Algo dentro de ella se sacude. Por primera vez, pero solo por un breve momento, pensó que vio algo más allá de esos ojos negros y opacos a la persona con sentimientos. Y es ella quien ha hecho que sienta algo. Él extiende su mano y ella lo mira por un momento en confusión antes de darle su partitura. —Sabes que a tu sonido le está faltando algo —le dice—. Es por eso que has estado repitiendo como un loro la arrogancia caliente de tu madre o la fría perfección técnica que se perfora en los jóvenes músicos hambrientos. Ella intenta ver a través de esa mirada inescrutable, pero una opacidad en los bordes de sus ojos la mantiene fuera. Hay algo diferente sobre él mientras habla, sin embargo. Un destello de sabiduría debajo de su rostro duro. Y algo más. —Lo que le falta a tu sonido —dice—, eres tú. Sus hombros se desploman. —Lo sé. Lo intento. Nunca he sido buena en la actuación. —Escúchame —le dice—. No estoy hablando sobre actuación. Estoy hablando sobre ti. Ella siente esa familiar frustración picando su garganta. —Mi padre es quien dijo que estaba lista para esto. Yo nunca pedí… Ahora él se pone de pie y coloca una mano sobre cada uno de sus hombros. —Sing da Navelli, mírame. —Lo hace y algo hormiguea en sus entrañas—. No estoy hablando sobre tu padre. Estoy hablando sobre ti.

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Comienza a temblar. —Lo sé, ¿está bien? No entiendes lo que se siente. Mi madre… —No estoy hablando sobre tu madre o tus profesores o tus amigos. Estoy hablando sobre ti. —Entiendo el punto —espeta—. ¿Bien? ¿Pero que se supone que haga? ¡He estado en esta escuela por menos de tres meses! Agarra sus hombros con más fuerza. —¡No estoy hablando sobre el rector Martin, el maestro, François Durand o la maldita Lori Pinkerton! Estoy hablando sobre ti. —¡Detente! —No puede controlar sus manos, sus costillas… ¿por qué no dejan de temblar? Ya no puede mirarlo y deja caer su cabeza. Su voz se suaviza. —No puedes soportar oír esa palabra, ¿puedes? Yo… pobrecita. No es de extrañar que no sepas quién eres. Sin querer, se inclina hacia él y él envuelve sus brazos alrededor de ella. Sus túnicas grises huelen como el bosque en invierno. —Nunca quise ser Barbara da Navelli —dice, con la voz ahogada—. Pero, de alguna manera, se convirtió en mi única opción. —¿Cuándo dejó de ser lo suficientemente bueno ser Sing da Navelli? —le pregunta en voz baja. —Sing da Navelli nunca fue lo suficientemente buena —dice—. No desde que era pequeña. No desde aquellas tardes con el tocadiscos de mi padre. Y definitivamente no desde que Barbara da Navelli murió. —Sing… —dice tímidamente—. Necesitas permitirte ser mejor que tu madre.

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Ella se endereza, alejándose. —¿Qué? —Escucha. —Él se sienta en el piano. Entonces comienza a tocar. Con ojos desenfocados, mirando el suelo, Sing oye esos cinco acordes famosos. Solo que son diferentes ahora. En vez de pesados y torpes pasos hacia la tumba, brotan desde el oscuro corazón de un lago profundo. Son la angustia final de Angelique, sabiendo que su príncipe morirá en el bosque. Son cantados desde el más pequeño, más plano, más débil, más oscuro lugar del corazón humano. Son los sonidos más tristes en el mundo. Daysmoor ha subido las mangas de su túnica y Sing ve sus largos y delgados dedos. Sus ojos están abiertos y calmos y no se mece de adelante hacia atrás como Ryan. Él solo toca. Ha barrido su cabello negro de su rostro, la boca seria. Sing traga saliva y da un paso hacia la curva del piano. —Párate derecha y respira —le dice. Y lo hace.

—Quand il se trouvera… Las palabras de Daysmoor vuelven a ella: Sé una sirvienta de la música, no tu

ego. Lo entiende ahora. Deja ir el miedo, la teatralidad, la máscara de la fiesta mágica. No tiene nada que perder ahora. Desde la primera nota, es diferente. Todo va a ser diferente. —Eso está mejor —dice—. Continúa reinventando el sonido. Cada sonido. Continúa reformando la vocal. No dejes que decaiga.

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—… dans la forêt sombre… —Todas las pequeñas cien cosas que tiene que obligarse a pensar cada vez que canta simplemente caen en su lugar. Espalda recta, lengua relajada, mandíbula floja, deja que todo caiga: el peso de los años, el peso del auto… —Más —le dice.

—… il comprendra ce que c’est que d’être seul. Y el aire. El aire es increíble. Sus costillas se estiran y se extienden para permitir entrar lo que se siente como cada partícula de aire en la habitación, en el edificio, en el mundo. —Legato —dice. Ella nunca ha cantado en voz tan baja o lo ha hecho tan en serio. Cuando su último pianísimo se ha desvanecido, se vuelve para observar a Daysmoor tocar el final. Lleva la misma expresión seria, casi en blanco. Cuando se ha terminado, se vuelve hacia ella y dice: —Eso fue bueno. Puede decir que lo dice en serio. Eso fue bueno. Y sabe que él tiene razón. Ha estado en lo cierto todo el tiempo. El aire que ha estado conteniendo sale de ella ahora y se inclina contra el piano. Daysmoor se pone de pie, con las mangas de su túnica cayendo una vez más sobre sus manos. Ella lo mira, su rostro flojo, ojos abiertos. Para su sorpresa, su rostro se ilumina: no sonríe, exactamente, pero pierde su seriedad por un momento. —Brahms me hace eso —dice—. Supongo que es suficiente por hoy.

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Cincuenta y dos

E

l vestido de Sing no está listo para el ensayo general. Todavía está siendo modificado. Ella es un poco más gruesa que Lori, más petisa. Lori es un cisne. Sing un pato. No utiliza el vestidor de mujeres como el resto; no tiene un traje.

Así que se sienta detrás del escenario en una silla plegable de metal, lista para la señal que no llegará hasta al menos en media hora. Los otros cantantes caminan, solos o en pequeños grupos, pero nadie le habla. Marta le destella una débil sonrisa mientras pasa, pero no hace contacto visual. Lori Pinkerton no aparece.

Debería estar triunfante, se dice Sing. O quizás es Barbara da Navelli quien se lo dice. Finalmente, Ryan la encuentra. —Oye. —Tira de otra silla plegable de metal. Su voz es plana, sometida. Ella observa su rostro redondo. Sin esa sonrisa pícara, no parece tan guapo—. Mira, Sing —dice—, metí la pata. ¿Por qué Ryan es la única persona que le habla? ¿Todo esto es por robarle el papel a Lori Pinkerton? A nadie ni siquiera le gusta Lori Pinkerton. Ryan la mira, esperando una respuesta que no llega. —Lo siento —dice—. Ya sabes cómo es Zhin.

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¿Cómo puede decir su nombre así, tan fácilmente? Zhin le pertenece a Sing y Fire Lake y el verano pasado, no al Conservatorio Dunhammond. Y ciertamente no a Ryan. —Oye. —Él toma su mano en la suya—. Sé que todos están enojados contigo por toda esta cosa de Angelique en este momento. Pero te creo. Te mereces el papel. Ella lo mira. El calor de sus dedos se siente bien. Él sonríe. —Ahí estás —dice—. Sabía que estabas en alguna parte. —Todos me odian —dice ella. —¿A quién le importa? Estás moviéndote a mejores cosas. No los necesitas, especialmente a Lori.

¿A quién necesito?, se pregunta. ¿Su padre? ¿Harland Griss? ¿Ryan? ¿Y quién me necesita? Ryan se lleva sus dedos a su boca. —Vuelve conmigo, Sing. Te extraño. Al otro lado de la gruesa cortina de terciopelo, la obertura comienza con un gesto. Sing se pone de pie. —Será mejor que salgas a la casa —dice. —¿Pero me perdonas? —Su voz es más urgente ahora. Hay algo nuevo brillando en sus ojos; ¿podría ser pánico? Recuerda la confiada declaración de Lori: Lo tendré de vuelta tan pronto como haya terminado Gloria Stewart. Ryan tira de ella hacia él. El familiar olor a su colonia la envuelve. —Perdóname, Sing. Por favor, perdóname.

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—Entro en breve —dice, apartándose—. Tienes que irte. Lo siento. *** Sing no sabe cuántas personas se han reunido para el ensayo general. Las deslumbrantes luces del escenario hacen imposible que vea hacia la casa oscura. Sube al segundo nivel del set, un falso balcón de piedra con estrechos escalones de madera que conducen al piso. Los miembros del elenco ya están montados en el escenario, granjeros y comerciantes, lucen como un cuento de hadas. Sing lleva un cubo de leche, pero usa su uniforme del CD, no el vestido blanco con volantes que todavía es demasiado largo y esbelto para ella. Lo que más le sorprende sobre los primeros minutes como Angelique es lo bien que conoce las partes de la orquesta. Cada vez que se ha aprendido un papel, se ha vuelto más que familiarizada con todas las otras facetas de una ópera: las líneas de otros personajes y música, los preludios e interludios, el contexto histórico de la música, las visiones de los diseñadores. Es lo que hacen los profesionales. Su madre nunca cantaba un papel que no hubiera estudiado durante al menos dos años. Pero esta música es casi una parte de su conciencia, como el lenguaje. Sabe la parte del oboe de la manera que sabe el alfabeto, sin esfuerzo. Sabe lo que va a decir el segundo cuerno antes de que lo diga. Toda Angelique es un exuberante dibujo que podría producir por completo de memoria, sin siquiera pensar.

Así es como mi padre conoce la música, se da cuenta. Cada pieza que conduce. Mientras está de pie en el falso balcón, una extrañeza se apodera de ella. Ya no hay Angelique sin ella. Si cerrara su boca y cerrara sus ojos, las canciones no vendrían. La orquesta tocaría desnuda, sin su amante. El maestro Keppler conduce magníficamente. Su arte y mando rivalizan con aquellos de las celebridades que ella ha visto, incluso su padre. Le hace señales

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claras. Comienza a cantar. Se comunican el uno con el otro a través del escenario y la brillante luz, profesional a profesional, y Angelique cobra vida. Es más fácil actuar o casi actuar. Ya no está nerviosa y no se olvida de nada, ni por un momento. El ensayo es agotador, pero su voz permanece fuerte. Respira. Se endereza. Mira el rostro rubicundo del príncipe Elbert y se pregunta cómo alguna vez pudo haberle permitido que la intimidara. Solo Marta rompe el hechizo, muy ligeramente, cuando comparten la atención. No es tan buena actriz como Sing pensó; una tranquilidad glacial irradia desde detrás de su elaborado maquillaje de Doncella del Árbol Pero en su mayor parte, el enfoque de Sing se mantiene agudo. Incluso el

“Quan il se trouvera” va bien. No es perfecto, pero es suficiente. Será suficiente, dentro de dos días, para impresionar a Harland Griss. Cuando la cortina final cae y las luces de la casa aparecen, Sing se derrumba en la silla plegable de metal detrás del escenario. Los artistas charlan mientras empacan y se van, las brillantes vigas del nuevo teatro todavía resonando con las gloriosas partituras de Durand. Pero todo lo que Sing puede oír son los cinco acordes de la introducción al aria más famoso de Angelique, tocadas no por una sección de cuerda, sino en un piano. Por un maestro.

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Cincuenta y tres

S

ing está acostada en su cama con la cálida luz de su lámpara de diseño.

Moby Dick y una pila de novelas sensibleras están sin tocar en su mesa de noche.

Todo lo que puede ver en su mente son los dedos de Daysmoor sobre las teclas blancas y negras. No puede pensar en Angelique. Algo no está bien. Algo que esperaba que pasara en el ensayo general no pasó. Pero ni siquiera puede nombrarlo. La fría lágrima descansa contra su garganta, la cadena se amontona en la base de su cuello. Pone una mano sobre ella, perpleja. Deseo…, empieza en su cabeza. Deseo… Pero no puede terminar la oración. —Antes estaba acostumbrada a que fueras mi único amigo, Woolly —dice, dándole un abrazo—. Pero todo es un desastre ahora. No creo que pueda acostumbrarme a eso de nuevo. Los ojos de botón aburridos de Woolly parecen compasivos. Sing gira sobre su costado, sosteniendo al reacio cordero gris contra su pecho. Él se presiona contra la gota y esta se hunde en su piel. —Creo saber lo que Zhin estaba diciendo ahora —le dice—. Acerca de salir y conseguir lo que quieres en lugar de desearlo. Pienso que un deseo, un deseo

real, debe ser por algo imposible. Algo impensable. De otro modo, eres solo tú buscando un camino fácil a… adonde sea que crees que quieres ir. —Mira el rostro sereno de Woolly. »Ese fue el problema con Barbara da Navelli, ¿cierto? Tuvo un deseo hecho que no necesitaba. La Félix pudo haberle solo rasgado la garganta.

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Apaga su lámpara e intenta dormir, pero sus oídos están llenos con la oscura introducción al aria de Angelique. Después de una hora, se levanta. Debe escuchar a Daysmoor tocar de nuevo. Antes de que el tiempo pueda avanzar. Su forma de tocar es lo único que tiene sentido para ella ahora. Eso significa encontrarlo, ahora, en el medio de la noche. Escabullirse en el alojamiento del aprendiz. Y si es atrapada, ¿entonces qué? ¿Otro reporte? ¿Otra censura? ¿Expulsión? Pero esto se trata de música. Nadie podría cuestionar sus intenciones. ¿Cómo podría alguien escuchar a Daysmoor tocar y no intentar hacerlo de nuevo? Claro, es un idiota, pero después de hoy… bueno, ella se siente… diferente. Se desprende de su suave pijama y recoge las piezas de su uniforme del suelo, sintiendo el familiar apretón de sus calcetines ajustados, la cinturilla de la falda acomodándose en su rasposa piel. No es que usar la vestimenta oficial contara mucho si era atrapada de nuevo rompiendo las reglas, pero tiene que ser mejor que ser atrapada sin el uniforme. Cierra la puerta silenciosamente y acomoda una bufanda de lana sobre su abrigo. No espera que muchas personas estén levantadas tan tarde durante la semana escolar, aunque hay algunos estudiantes que prefieren practicar de noche. Es demasiado malo que los salones de ensayo estén en Archer, donde está la torre de Daysmoor y correrá el riesgo de ver a alguien. Pero siempre puede fingir estar trabajando con sus piezas, podría tener un asunto legítimo ahí. No hay nadie en el recibidor de Hud mientras se desliza fuera, sintiéndose ya como un criminal aunque no hay nada de malo con que un estudiante de un paseo nocturno. Después de todo, el conservatorio no es una prisión. Algunas ventanas aún brillan en los dormitorios y por el camino a Hector Hall.

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En medio del gran y oscuro patio interior, se imagina a sí misma a la deriva en el mar, a los edificios del campus como elevados transatlánticos. Luz y calidez se derraman por las escotillas de sus cascos negros, excepto por el barco fantasma que es St. Augustine’s, dentado y sombrío en su melancolía. Se apresura. Puede escuchar la música amortiguada viniendo de alguno de los salones de ensayo mientras alcanza las puertas de metal de Archer, agradecida de acallar la oscuridad a su espalda. Luces fluorescentes titilan, la fea alfombra gris industrial huele a moho, el mundo es real de nuevo. Camina silenciosamente por el pasillo demasiado brillante. Los únicos dos salones con pianos decentes están ocupados incluso ahora. El suave sonido de una trompeta viene desde dentro de uno de ellos… ¿por qué una trompeta necesita el salón bueno de piano? Aun así, la mayoría de los salones solo emanan silencio. Es fácil ver la extraña torre desde afuera, no tan fácil encontrarla desde adentro. Pero la puerta al final del pasillo está marcada como NO ESTUDIANTES, así que es un buen lugar para empezar. No está trabada y dentro ella encuentra una escalera con suelo firme. Arriba es bueno. Justo cuando atravesaba la puerta, una voz la asusta. —¿Sing? Ella se voltea, su corazón latiendo irracionalmente a todo volumen. Jenny está viniendo del salón más cercano a ella, clarinete en mano. —Hola. —Sing espera que Jenny no note el temblor en su voz. Jenny la observa. —¿Qué estás haciendo?

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Sing está desconcertada. ¿Qué está haciendo? ¿Escabulléndose dentro los cuartos de los aprendices para buscar al aprendiz Daysmoor, de todas las personas? ¿Para pedirle que le dé un concierto privado? Se siente como una drogadicta atrapada explorando en el botiquín de alguien, avergonzada, sin una sana explicación. Y decidida a seguir explorando. —Yo… quería practicar. —Sí, bueno, esas son las escaleras. —Ah… sí. —¿Vas a practicar en las escaleras? —No. Jenny le da una mirada ilegible, luego hace un gesto. —El piano en esta es bastante bueno, siempre y cuando no necesites la última octava. Terminé. —Oh. Gracias. —Sing cierra la puerta de la escalera y se dirige al salón—. Eh, ¡te veo mañana! —Claro. —Jenny se encamina por el pasillo a la entrada principal. No fue exactamente una conversación amigable, pero tampoco fue hostil. Sing la observa irse. Cuando Jenny se ha ido, Sing cruza la puerta y corre por las escaleras en punta de pie. Ahora es cuando debe estar preocupada. Si se encuentra con un aprendiz —o peor, un directivo—, no tendrá excusa para su presencia. A menos que sea:

Estaba buscando el baño. Muy débil.

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Se asoma al segundo piso, idéntico al primero: salas de ensayo de los aprendices y directivos. Ellos probablemente tienen pianos decentes. Las escaleras terminan en el tercer piso, lo cual significa que debe haber una entrada diferente a la torre. El pasillo ensombrecido tiene menos puertas que los otros pisos. El alfombrado aquí es más grueso y huele más a detergente que a moho. Con respiraciones superficiales, Sing se mueve por el corredor. En cada una de las puertas hay una placa de latón como en los dormitorios, solo que están grabadas con nombres en vez de números. García, Hutchins, Wilson… Se mueve sigilosamente de puerta en puerta, buscando una en blanco o posiblemente con la palabra ESCALERAS. Cuando llega a la última puerta a la izquierda, se sorprende al ver Daysmoor escrito en la pequeña placa. Es algo complicado de leer, sin brillo y descolorido. De repente, el pasillo se siente muy callado. ¿Su golpe en la puerta despertará a los otros aprendices? ¿La reportarán? ¿Él la reportará? Todos los pequeños pensamientos que debería haber tenido antes de decidir hacer esto se deslizan en mi mente. ¿Y si está durmiendo? ¿Y si está enojado? ¿Y si la reprueba o se burla de ella o le dice que nunca volverá a tocar para ella? Todo esto lo piensa mientras su mano se alza y toca la puerta tres veces. No sucede nada por lo que se siente mucho tiempo. ¿Y si no está en casa?

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Ha decidido irse cuando la puerta se abre y el aprendiz Daysmoor está ahí. Él está ahí y ella está ahí. Solo que no es el aprendiz Daysmoor ahora. No puede serlo. En lugar de detenerse y fruncir el ceño, está parado cómodamente y un poco desconcertado. En lugar de la toga voluptuosa requerida del conservatorio, está usando unos pantalones de chándal verde oscuro.

Solamente pantalones de chándal. Sing no sabe cómo sentirse con esto. Recuerda ser sostenida contra su pecho y se rostro empieza a calentarse. ¿Qué puede decirle? ¿En qué estaba pensando, tomando tal riesgo en venir aquí? Toda esta cosa se siente extraña ahora. ¿Cómo puede solo aparecerse y pedirle que toque? Sus ojos son atraídos por un complejo tatuaje de zarcillos de hiedra subiendo por su brazo izquierdo, de la muñeca al hombro… ¿Quién es él? Él dice: —Señorita da Navelli. Um, hola. —Baja la mirada, aparentemente siendo consciente de su apariencia, luego mira por el pasillo—. ¿Por qué estás aquí? No se supone que estés aquí arriba. Ella por fin encuentra su voz. —¿Vas a reportarme? Su rostro se relaja un poco. —¿Viniste solo a preguntar eso? —No. Estaba… bueno, mencionó que le gusta Brahms y… me preguntaba si sabía, um, el Intermezzo en A.

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Estaba lista para la respuesta. ¿Viniste hasta aquí para preguntarme eso?, o

¿Cuál es su problema?, o ¿Por qué no se vas a hablar de cosas sin sentido con tus amigos? Pero en su lugar, pregunta bastante serio: —¿Cuál? —¡Oh! Oh, um, opus 118.

Estúpida, piensa. Una pieza popular. Debería haber mencionado uno de sus trabajos poco conocidos —eso hubiera sido más impresionante—, pero ella soltó la primera que le vino a la mente. Siempre ha sido una de sus favoritas. La observa un momento, considerándolo, luego dice: —Será mejor que vengas, entonces. Detrás de él hay una escalera. Ella lo sigue, con los más breves pensamientos sobre vampiros mientras escucha la puerta cerrarse con un suave siseo. Ahora están en casi total oscuridad, subiendo a la histórica y solitaria torre del aprendiz Daysmoor. Ella se tropieza un poco y escucha sus pasos detenerse. —Lo siento —dice—. Estoy muy acostumbrado a estas escaleras de noche. Aquí. —Ella encuentra su mano, que no está tan fría y húmeda como la muerte, como había imaginado, sino cálida como la de una persona normal. Como para tranquilizarla, aunque había intentado duro de esconder su incertidumbre, él dice—: Estos solían ser los cuartos del rector, esta torre, antes de que Hector fuera cambiado a los apartamentos de los directivos. Es por eso que es un poco diferente. —Oh —dice ella, aliviada de escuchar su propio susurro, de que no ha desaparecido en toda esta oscuridad.

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Y luego la luz. Cuando llegan al rellano, Daysmoor abre una puerta y Sing está asombrada de encontrar no una reliquia derrumbada y cubierta de telarañas, sino una moderna y cómoda habitación con techo alto y una escalera en espiral a un lado. Una pequeña cocina y chimenea, una silla confortable, alfombras, libros; nada en particular extraño u hostil. —Tengo tres niveles —dice, orgulloso. Ella lo sigue arriba a una habitación, sobria y ordenada. Él agarra una camiseta gris de un cesto de ropa sucia y se la pone con una seria y pequeña aclaración de garganta. Luego de nuevo arriba a una habitación grande y circular con altas ventanas alrededor. Debe ser increíble durante el día, llena de luz solar, mirando fuera al campus y el bosque… probablemente podrías ver todo Dunhammond. Ahora es iluminada por candelabros amarillos reflectando cálidamente fuera de los vidrios de las ventanas. La habitación contiene un viejo piano y poco más que un par de sillas con respaldo y estanterías de música. Daysmoor señala una silla y Sing se sienta. Él está en silencio mientras se sienta en la banca del piano, pero después de mirar las teclas por un momento, dice: —¿Esta es a la que te refieres? —Y empieza a tocar. Cuando suenan las primeras notas, Sing ya no cuestiona su pedido. El aprendiz Daysmoor no está ridiculizando esta pequeña pieza y no se está burlando de ella. Solo está tocando. No toca el intermezzo como si fuera aburrido, como si hubiera perdido su encanto por mucha exposición al aire. Él toca en serio, acopándose a cada nota como un pastor que se rehúsa a perder a la oveja más débil. Toca con entusiasmo, los patrones de su respiración imitando las subidas y bajadas de la música. Toca con devoción.

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Todo esto Sing lo escucha mientras está sentada en la silla con respaldo. Observa sus hombros, el contorno de su clavícula bajo el algodón gris, la forma en que cae su cabello. No puede ver sus dedos largos, pero los recuerda. Pero más que nada, escucha. Sus ojos están abiertos, pero no ve. Su mente está ocupada, enfocada, pero el color, la forma y la imagen no están; las líneas de la pieza existen solo en tiempo, abrumando las otras dimensiones, eliminándolas, fluyendo sobre ellas como cintas brillantes. Lágrimas, inducidas no por intensión o dolor o felicidad, sino por el perfecto sonido que pasa a través de ella sin diseño o nombre. Y aun así, escucha. Cuando él ha terminado, ninguno de ellos se mueve. Sing no sabe cuántos minutos de silencio han pasado cuando él finalmente se levanta y atraviesa el piso. No se para demasiado cerca de su silla. Su voz, cuando viene, parece más baja y más deteriorada de lo usual. —¿Puedo tocar algo más para ti? Hay algo diferente en su rostro, ojos bajos, músculos relajados. Ella cree que reconoce esta incomodidad; él ha revelado mucho. El mundo se ha vaporizado alrededor de él y está agarrándolo, trayéndolo de nuevo. —No. —Ella se levanta y él asiente, retrocediendo un paso—. Pero gracias. Lo dice en serio y él sonríe. Nunca lo ha visto sonreír de verdad antes y se da cuenta de que usa una máscara también, una de arrogancia y fealdad. Y entiende por qué, porque no la está usando ahora. Ahora aparece como es en realidad, competente y atractivo, alguien más grande que un aprendiz, más grande que el conservatorio. Alguien fuera de lugar. Es impactante. Aprendiz Toca-mediocre. ¿Cómo alguien que escuchó a Daysmoor tocar falla en reconocer su dominio, su pasión?

Pero nadie lo escucha tocar, se da cuenta. Nadie lo ha hecho.

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—¿Por qué…? —Ella no quiere decir algo equivocado, pero tiene que saber—. ¿Por qué no entrarás a la competencia de Gloria Stewart? Él la mira por un largo momento. —No lo tengo permitido. No sabe lo que esperaba que dijera, pero ciertamente no era esto. Avanza hacia él, la noche que lo conoció en el bosque volviendo a ella: una visión del brazo del maestro firmemente alrededor de los hombros de su aprendiz, guiándolo hacia la oscuridad. —Tiene que ver con un deseo, ¿cierto? —Ella pone una mano sobre la lágrima en su garganta. Él queda en silencio por un momento, pero levanta la mirada con expresión desconcertada. —Pedí un deseo, una vez. —Pero no dice nada más. El cristal es muy frío, corta. Sing quita su mano. —Ella lloró por ti —dice—. ¿Lo sabías? Él frunce el ceño. —¿Qué? —La Félix —dice ella—. Así es como concede deseos. Ella… llora. El deseo es una lágrima. Los ojos de Daysmoor se fijan en el cristal. —¿Esa pequeña cosa? Una imagen se está formando en la mente de Sing. —No tienes permitido tocar. Es porque… ¿es porque él no quiere que toques?

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El aprendiz la mira, sus facciones ensombrecidas. Ella espera que finja ignorancia. Pero en su lugar dice: —Te refieres a George. —Daysmoor cierra sus ojos por un momento—. Es un músico brillante —dice—, y una vez fue un buen hombre. Más amable y apasionado que nadie que haya conocido. Pero ha cambiado con los años. Ella se está arriesgando, pero no puede evitarlo. —Nunca quiso que tocaras, ¿verdad? —dice—. Quería mantenerte aquí. Y algo le dio el poder de hacerlo. —Estás asumiendo mucho. —Daysmoor retrocede y Sing sabe que ha ido demasiado lejos. —Debería irme —dice, mirando la escalera en espiral. Su enfoque regresa. —Será mejor que tomes las escaleras de afuera. Es más seguro. No quiero que te metas en problemas otra vez. —Se mueve a una arqueada puerta de vidrio, casi indistinguible de la alta ventana y, cuando la abre, Sing ve un amplio balcón de piedra. Ella lo sigue fuera y él señala una angosta escalera de incendios que zigzaguea bajo la torre—. No te asustan tanto, ¿cierto? —Su voz es relajada ahora. Ella trepa sobre la barandilla del balcón y levanta la mirada con una sonrisa. Él está inclinado contra la barandilla, más cerca de lo que ella anticipaba y, por un momento, no hay nada entre ellos más que silencio, sombras y respiración. Su voz le sorprende, al parecer saliendo por su propio acuerdo. —Tal vez… ¿quizás en algún momento podrías tocar el intermezzo para mí de nuevo?

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Él asiente, inclinando la parte superior de su cuerpo ligeramente, casi una reverencia. Una extraña luz ilumina su rostro y ella se da cuenta que proviene de la piedra alrededor de su cuello. Levanta una mano, la agarra y la luz brilla de color blanco y rojo a través de los espacios entre sus dedos. No mira hacia arriba de nuevo mientras desciende por la escalera de incendios, la cálida oscuridad creciendo sobre ella como una piscina. Pero sabe que él aún está ahí, viendo. Y, de alguna forma, una pequeña parte de su interior, siempre, siempre temblando, se tranquilizó y sabe que nunca volverá a temblar.

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Cincuenta y cuatro

C

omo una cuestión de supervivencia, la Félix se nutría dentro de sí con la disciplina de cerrar el paso a la muerte de las estrellas. Aprendió mucho tiempo atrás que su espíritu terrestre no podía absorber la

enormidad de tales pérdidas. Cuando cayó sobre la tierra, el nuevo vacío que sentía ante cada explosión de vida era insoportable hasta el punto de la locura. Pero, gradualmente, aprendió a abrir sus ojos, a castigarse en el patrón de la corteza de un árbol o las sombras y luces del agua. Para bloquear el vasto cielo de toda su belleza y desolación. Pero aislada del universo como estaba ahora, un tipo diferente de locura — salvajismo—, comenzó a asentarse en ella. Si no hubiera sido por el Gato en su mente, se hubiera arrancado sus propios ojos y comido sus propias piernas. El Gato sabía que era mejor dormir y cazar y beber y dejar su olor. El Gato sabía cómo vivir aquí. La Félix no ha escuchado el llamado de las estrellas en un largo tiempo, pero sabe que el sonido procedente del lugar humano al otro lado de la cerca es parecido. Quizás es por eso que su niño continúa siendo arrastrado allí y es por eso que ella misma siente la necesidad de escuchar al hombre-cuervo tocar su extraño instrumento en las noches oscuras. Reconociendo la atracción que ella y su niño comparten ha traído a sus adormecidos sentidos terrenales a una nueva y vaga comprensión. Permite que él vaya a la cerca ahora. A veces, en el nuevo amanecer, espera en la maleza y escucha a la chica y, a veces, cuando las estrellas se levantan, el niño viene a escuchar al hombre-cuervo.

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Cuando el lugar humano está lo suficientemente tranquilo, los dos gatos se aventuran a acercarse a la torre. Cuando el cielo es oscuro y el aire está despejado, la Félix puede ver al músico a través de sus altas ventanas amarillas, sentado en su instrumento, las manos moviéndose intencionadamente. En esas noches, puede ver su corazón, un resplandor púrpura y palpitante que lo rodea. Se hace más brillante a medida que toca y se desvanece cuando ha terminado. Algo sobre el vibrante resplandor púrpura estremece sus entrañas con un pesar innombrable y hace que anhele el cielo. Es en esos momentos que casi puede tocar los días antes de su hambre y fiereza; casi puede oír las estrellas otra vez. Esta noche, ella y el niño se esconden en el césped blanco, vistiendo la invisibilidad de la noche. El niño está hipnotizado por el resplandor del corazón del hombre-cuervo, sus ojos brillantes con el reflejo de la misma. La Félix permite que su cuerpo se relaje. Lo escuchan por un largo tiempo, hasta que al final los sonidos se detienen y solo una bruma púrpura que se desvanece indica la torre ahora oscura. Pero la nieve es cómoda y los humanos están durmiendo, excepto unos pocos corriendo a ciegas en el frío de refugio en refugio, así que por un rato, la Félix y su niño descansan en el aire silencioso y abierto. Ella lame el pelaje entre las suaves orejas. Más tarde, con un suave chrrp, el niño levanta su cabeza. A pesar de que la luna ofrece poca luz, la Félix siente lo que él ha sentido: que la chica está viniendo a través de la nieve hacia el edificio de la torre. Cuando la torre se ilumina de nuevo un poco después, ellos ven al hombrecuervo cruzando hacia su instrumento y a la chica sentándose cerca. El hermoso sonido comienza por segunda vez en esa noche y los dos gatos escuchan satisfechos, las orejas ladeadas a un costado, las colas encorvadas. El resplandor púrpura del corazón del hombre-cuervo es brillante, rivalizando

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con su resplandor en los primeros días de su transformación, hace tanto tiempo. El sonido solo dura unos pocos minutos. La chica se pone de pie y hablan. Cuando la chica se va, saliendo de la torre de piedra, el hombre-cuervo la observa. La Félix lo mira con confusión. Aunque hace un rato que él ha dejado de tocar el instrumento, el brillante resplandor púrpura no se desvanece o siquiera se suaviza mientras está allí de pie. La Félix siente la alegría de su niño, algo que ella todavía puede reconocer, pero no sostener. Pero mientras observa al hombre-cuervo, su corazón brillando como una llama, ella solamente puede pensar en las brillantes muertes de las estrellas.

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Cincuenta y cinco

L

os cuervos son más atractivos en la noche, piensa Sing, estudiando los vibrantes cuerpos negros lustrosos contra los árboles de ceniza y el cielo blanco. Se apoya en la cerca con su cuaderno. La mañana invernal

es suave y cálida, pero lleva su abrigo por costumbre. Desafortunadamente, “más atractivos en invierno” no es un hallazgo científico válido. Con toda la gente llegando para el Festival de Otoño, se siente extraño estar aquí afuera mirando a los cuervos. Pero tan imposible como parece, Angelique terminará pronto y su informe deberá ser entregado. —¡Caaaw! —grita un cuervo desde una rama alta. —¡Ya tengo esa! —grita hacia él. Él eriza sus alas. Puede decirles cualquier cosa ahora, hacer cualquier cosa y a ellos no les importa. Probablemente, podría subir a la rama más alta y sentarse justo al lado de ese cuervo y él ni siquiera se movería. Tampoco se preocupan por Tamino, incluso cuando le da un golpe ocasional a una rama baja. Sin embargo, cuando Ryan y Lori Pinkerton se pasean, los cuervos se dispersan ruidosamente. —¡Son buenos para juzgar a la gente! —grita mientras ellos se reubican. Unos cuantos le gritan. Ella suspira y le da golpecitos al lápiz contra su cuaderno—. Son buenos para juzgar a la gente. —Tampoco parece particularmente científico.

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»Yo no soy buena juzgando a la gente —dice ella—. Estoy equivocada acerca de todo el mundo. —Los cuervos murmuran y se quejan. ¿Fue eso un chrrrp en medio de los rrawks? ¿Son ojos azules de hielo observándola de entre los postes de la cerca? Sing se hunde en una mesa de picnic cerca. —Bueno, tenía razón sobre Tamino, al menos. —Inhala la fresca esencia de la nieve—. Pero estaba equivocada sobre ellos. Todavía puede verlos enredados en las mantas, los ojos verdes de Ryan bien abiertos, Zhin intentando no reírse. El tiempo después de eso fue una bruma de ira y rostros sin sentido y Angelique y toda la presión. Hasta ayer, y lo único claro. —También estaba equivocada sobre él —dice ella en voz baja y el mundo exterior desaparece por un momento. Hasta “¡Caaaaw!”. Un gran cuervo grazna de una rama baja del árbol de arce de Hud. Sing le entrecierra los ojos. ¿Realmente fue caaaw esa vez o fue eso lo que oyó solamente? ¿Lo que esperaba oír? ¿No era en realidad más como un ronroneo y menos crepitante? Escucha. Pasos dan chasquidos en la nieve detrás de ella y se vuelve para ver a la Sra. Bigelow acercándose, envuelta en un abrigo acampanado color lavanda. Una punzada de pánico ataca a Sing cuando recuerda sus medias blancas. Su horario completo de lavandería fue arrojado por Zhin y le faltaba un par de medias a la rodilla esta mañana; esperaba que nadie notara las medias blancas que había sustituido. A medida que la Sra. Bigelow se acerca, tira la falda tan abajo como sea posible. —¡Haciendo su investigación, ya veo!

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Sin asiente. Espero que no quiera mirar mis notas. La Sra. Bigelow llega y mira el gran árbol. Algunos cuervos la miran de vuelta, otros han volado al linde del bosque. —¿Cómo va? —Bien, supongo —dice Sing. Pero algo la hace añadir—: No es genial. La Sra. Bigelow la mira. —Sabes, no creo que fuera muy justa contigo cuando escogiste este proyecto. Pensé que estabas siendo desafiante. Pero te he visto aquí afuera, estudiándolos. Realmente has puesto algo de esfuerzo en esto. Estaba equivocada y me disculpo. Sing cierra su cuaderno, curvándolo hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo. No sabe qué decir. Estaba siendo desafiante cuando eligió los cuervos. Pero de alguna manera, cree que la Sra. Bigelow sabe eso. —He estado haciendo un poco de investigación por mí misma —dice la Sra. Bigelow—. Y creo que puedes haber elegido un proyecto más difícil de lo que anticipaste. ¿Ya has escrito “caw”? Sing pone los ojos en blanco y deja que su cabeza caiga hacia atrás y la Sra. Bigelow se ríe. —Bueno, ¿sabías que cada “caw” puede ser diferente? —Como que imagine eso. —Está consciente de lo tranquilos que están en este momento los cuervos. —Los caws pueden tener diferentes significados dependiendo de lo fuerte o largos que sean o de cuantos seguidos. —La Sra. Bigelow mira hacia el árbol, su chaqueta acampanada crujiendo—. Y diferentes grupos de cuervos tienen diferentes lenguajes. Es bastante increíble, en realidad.

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—¡Caaaw! —dice Sing en su mejor voz grave hacia los cuervos en la rama más baja. —De todas formas, solo quería revisarte. Y hacerte saber que el maestro Keppler quiere verte. El estómago de Sing da una sacudida. ¿Qué podría querer el maestro? *** Su oficina está en el anexo de St. Augustine, junto a la oficina del rector, detrás de una puerta de roble. Sing espera que esté en el almuerzo, pero responde su cortés golpe con un rígido: —Adelante. Está en su escritorio, con los dedos entrelazados, túnicas negras prístinas planchadas tan meticulosamente que casi brillan. No mucho más brilla en la tapada oficina, sin embargo. A Sing le recuerda a una pintura de Rembrandt: el agudo e iluminado rostro del maestro de color amarillo, el fondo apenas una sugerencia turbia de muebles, cortinas y objetos. Sing espera que diga “Siéntate, por favor”, lo que él hace, sus duros ojos enfocados en su rostro. Ella se sienta, pero mantiene su mirada en la superficie de su escritorio. Sus ornamentos son sobrios, pero avejentados y adornados: un tintero de plata oscuro, fotografías en marcos pesados. Estudia la antigua foto de un niño, sonriendo y cubierto de barro y una fotografía del maestro y el aprendiz Daysmoor con —entrecierra los ojos—, ¿Gloria Stewart? No, ella murió hace veinte años. Debe ser alguien más. El maestro no habla por unos terribles momentos. Sing está consciente de la presión de las medias blancas en su cintura y piernas. Debería haber sabido que

no funcionaria, piensa. ¿Cuál es el castigo por no llevar el uniforme? No puede permitirse otra censura.

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Finalmente, ella dice: —Lo siento, maestro. No sucederá otra vez. Él resopla. —Tiene razón sobre eso, señorita da Navelli. —Sing detecta un trasfondo decididamente enojado y arriesga una mirada hacia su rostro. Se ve mucho más viejo que cuando llegó por primera vez al CD. Los músculos de su mandíbula están pulsando, sus ojos estrechados. El maestro no dice nada más, así que ella dice: —Entonces… ¿entonces me puedo ir? Ahora, las líneas alrededor de su boca se profundizan de una forma que casi se asemeja a una sonrisa. —Por supuesto. Puede ir directamente a su habitación y hacer las maletas. Le voy a recomendar al rector que a ambos se les pida dejar el conservatorio. El corazón de Sing salta. —¿Qué? —grita. ¿Expulsada?

Espera…. ¿Ambos? ¿Va a expulsar a sus medias también? —No es posible que esté sorprendida, señorita da Navelli —espeta el maestro Keppler, su voz todavía cuidadosa, pero empezando a perder su frescor. —¿Pero qué pasa con Angelique? ¿La vacante de Nuevo Artista? —Sabe que a él no le importa su futuro, pero sus palabras son más rápidas que su mente. —Creo que Lori Pinkerton lo hará igual de bien, ¿no cree? Estoy seguro que impresionará a los representantes de Fire Lake. Solo tendrá que explicárselo a su padre. Lo siento, señorita de Navelli, pero conoce las reglas y las rompió.

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El estómago de Sing se retuerce. —Pero, ¡pero son solo medias! Le presté mi último par limpio de calcetas a Zhin y quería lavar la ropa ayer, pero me tomó tanto tiempo hacer la tarea de teoría y yo… —¿Medias? —ruge el maestro, golpeando su escritorio y levantándose—. ¿Cree que esto es sobre medias? —Con su mano todavía plana sobre su escritorio, se inclina hacia adelante. Se ve como si tuviera más que decir, pero no sale nada. Y luego, de repente, Sing entiende la real razón por la que ha sido convocada. Debe mostrarse en su rostro, porque el cuerpo del maestro se relaja un poco y se baja en la silla de cuero de nuevo. —No, señorita da Navelli, no estamos aquí para discutir medias. Estamos aquí para discutir lo que estaba haciendo anoche cuando se suponía que estuviera en su habitación. No estaba en su habitación, ¿no? Sing mantiene sus ojos en su escritorio. —No, señor. —Estaba dándole una visita clandestina a alguien, ¿no? —Sí, señor. —¿Quién era? —Su voz es más oscura ahora, más tranquila, más peligrosa—. ¿Con quién estaba? Sing inhala. Él ya sabe; ¿por qué esconderlo? —Con el aprendiz Daysmoor. El maestro se queda en silencio por algunos momentos. Ella no levanta la mirada, pero sabe que él la está mirando. Luego él dice en voz baja, aunque cortante:

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—Hay reglas con respecto a las relaciones inapropiadas entre estudiantes y aprendices. Me temo que ambos tendrán que irse. La realidad se asienta. El aprendiz Daysmoor, despedido, ¿por su culpa? Tan poco apreciado como él es aquí, todos saben que lo único que les espera a los aprendices en desgracia del CD es la oscuridad. El corazón de Sing late más rápido. —¡Pero es mi culpa! —Su voz es alta y crepitante—. Fui ahí por mi cuenta, él no me lo pidió. Por favor, déjelo quedarse. —Él sabía lo que estaba haciendo —escupe el maestro. —No es así. —Está sorprendida ante su propia audacia y se inclina hacia adelante—. Él no sabía que iba, me escabullí allí. Solo quería escucharlo tocar otra vez y él toco para mí. Solo una pieza. Fue… fue Brahms. Eso es todo. La mirada del maestro es evaluadora ahora. Frunce el ceño y parpadea. —Eso es todo —repite Sing en voz baja. El Maestro resopla. —¿Por qué demonios se metería en los cuartos de aprendiz en el medio de la noche? ¿Pensó en las consecuencias? El filo parece haber desparecido de su voz. ¿Está cediendo? —Lo siento, maestro —dice Sing—. Él… él tocó tan hermoso en el ensayo y… y… —No sabe cómo terminar. Todo es tan ridículo. ¿Por qué se escabulló? ¿En qué estaba pensando? Estudia un marco adornado en el escritorio del maestro, un nido de zarcillos de metal retorcidos. Cuando el Maestro habla esta vez, ella se siente invisible.

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—Él toca hermoso. Hay… una inteligencia ahí. Tanta intención. Tanta humanidad. Ella asiente. —Sí. Ahora su tono se vuelve enfocado y agudo. —¿Está enamorada de él? Sing se sobresalta. —¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! —¿Qué tipo de pregunta es esa? Su sorpresa se debe mostrar en su rostro, porque el maestro dice: —Muy bien. Bueno, odiaría ver un buen músico como el aprendiz Daysmoor forzado a irse del conservatorio debido a su falta de juicio. —Se recuesta en su silla—. Entonces, ¿qué deberíamos hacer sobre esto? ¿Eso quería decir que ya no está expulsada tampoco? ¿Qué todavía puede cantar Angelique? —¿No sucederá otra vez? —Lo dice como una pregunta, una sugerencia. Él se ríe con frialdad. —No, señorita da Navelli. Asegúrese de que no suceda otra vez. Sing se relaja un poco. Toda va a estar bien. El maestro Keppler se inclina hacia delante. —Y para asegurarme de que eso no suceda otra vez, te daré una censura por insolencia. El estómago de Sing se hunde, pero sabe que ha salido bien del paso.

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—Además —añade el maestro, con voz suave—, de ahora en adelante, le prohíbo asociarse con Daysmoor de cualquier forma. Si puede hacer eso, ambos pueden quedarse. ¿Tenemos un trato? Está sorprendida. ¿Quiere decir en los ensayos y el entrenamiento? —¿Tenemos un trato? —repite él. Ahí está de nuevo en su voz, ese duro trasfondo. No tiene otra opción. Asiente. —Ahora —dice el maestro—. No veo razón para ir al rector o a Daysmoor con nada de esto. Pero si descubro que ha roto nuestro trato, si descubro que le ha dicho tanto como un “hola” a Nathan, no habrán segundas oportunidades. Para cualquiera de los dos. No me importa lo que piense su padre. ¿Entiende? Sing asiente. Chantaje. El maestro Keppler se endereza. —Ha estado actuando de manera adecuada. Siga así. Es una despedida. Comienza a levantarse, pero un golpe la detiene. —¿George? ¿Estás listo para irte? Ante el sonido de una voz baja y ronca, los ojos de Sing se encuentran con los del maestro. Se congela, pero él sonríe levemente. —¡Adelante! —llama él. La puerta detrás de Sing se abre y escucha a Daysmoor aproximarse. —Oh, lo siento —dice él—. No sabía que estabas con una estudiante. Regresaré más tarde.

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Sing no se da la vuelta cuando el maestro dice: —No, no, la señorita da Navelli y yo estábamos terminando. —Su tono fácil implica que han estado haciendo nada más que discutir libros favoritos o compartir recetas. —¿Señorita da Navelli? —Daysmoor rodea la silla. Tiene miedo de levantar la mirada, con miedo de que sea el triste y distante extraño una vez más y esa noche que ella siempre recordará nunca sucedió, después de todo. Pero cuando ve su rostro, su miedo se disuelve. Él ha cambiado… o quizás

ellos han cambiado, él y Sing. Está sonriendo —¿es debido a ella?—, y ella sonríe de vuelta. Él dice a la ligera: —No esperaba encontrarte aquí. Hola. —Es cautivada por él por un momento y comienza a responder, pero se detiene, mirando hacia el rostro del maestro. El maestro aclara su garganta, con ojos tan aburridos y duros como el barro seco.

Ni siquiera un hola. Cierra la boca. —¿Qué está sucediendo? —le dice este Daysmoor al maestro antes de volverse hacia

Sing,

su

rostro

serio

ahora.

Sing

sacude

la

cabeza,

casi

imperceptiblemente. Por favor, entiende. Pero no hay entendimiento en su rostro, solo confusión. Regresa su atención al maestro Keppler. —Hemos estado discutiendo la ópera, eso es todo —dice el maestro. Sing espera que lo terminará ahí, pero la mirada de Daysmoor es inquebrantable y continúa—. La señorita da Navelli ha requerido un nuevo entrenador.

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Sing se queda mirando hacia el maestro. Daysmoor parpadea dos veces. —¿Dos días antes de la actuación? Solo nos queda una sesión. Yo… —Bueno —dice el maestro—. Esta es solo la primera actuación del tiempo de la señorita da Navelli aquí. Y, como ya está haciendo un nombre por sí misma, realmente merece a alguien más… dotado. Daysmoor se vuelve hacia Sing y dice suavemente: —¿De verdad? Lo mira, pero puede sentir la mirada amenazadora del maestro. No se atreve a contestar o siquiera sacudir la cabeza. No mueve ni un músculo cuando Daysmoor pregunta, casi en un susurro: —¿Qué hice? —No pongas en un brete a la chica, Nathan. —El maestro se inclina hacia Sing y dice gentilmente, pero lo suficientemente fuerte para que Daysmoor escuche—: Siento que esto sea incómodo, querida, pero se lo tengo que hacer saber con el tiempo. Estoy de acuerdo usted al cien por ciento. El profesor Hawkins es un mejor partido para ti, más en línea con el tipo de profesionalismo al que está acostumbrada. Dejaremos que los aprendices practiquen con los nuevos cantantes, ¿eh? —Se ríe y se vuelve hacia Daysmoor, cuyo rostro está tan quieto y oscuro como el agua—. Oh, vamos, Nathan. Odias el entrenamiento vocal, de todas maneras. ¿No fue eso lo que dijiste? Él ha dicho un montón de cosas, Sing lo sabe. Pero no recuerda ninguna de ellas ahora. Todo lo que puede oír es el intermezzo de Brahms, todo lo que ella puede ver son sus manos, sus hombros moviéndose bajo una camiseta gris, sus tristes y oscuros ojos. Lo observa, incapaz de hablar. La línea de su mandíbula

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se tensa por un momento, pero luego ve una liberación. Su cuerpo entero parece relajarse solo un poco; no del alivio, sino porque está herido. Daysmoor se da la vuelta y se va de la habitación sigilosamente. Y Sing, sorprendida al sentir el dolor de su corazón, sabe por primera vez lo que desearía, dada la oportunidad. Lo desearía a él.

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Cincuenta y seis

A

unque hay cuerpos cálidos a cada lado de ella, en realidad Sing está sentada sola en las semifinales de la Competencia Internacional de Piano Gloria Stewart. El Teatro Woolly, el cual ha sido anfitrión de

pequeños eventos todo el día, nunca ha estado tan lleno. El Festival de Otoño del CD es en realidad la gran apertura del teatro y los patrocinadores y el alumnado han venido de todos lados para estar aquí. No ha hablado con su padre, quien debió haber llegado esta mañana. Sus horarios todavía no han coincidido. No tenía que venir. Con la demandante presentación de Angelique mañana por la tarde, técnicamente tiene la noche libre. Pero la diva en ella se rehusó a esconderse debajo de una manta en el dormitorio, tiene que tener a todos en la mira. Es exhaustivo. Ernesto da Navelli se sienta al frente con Harland Griss y varios otras celebridades. Sing observa algunos de los atrevidos miembros de la audiencia acercárseles educadamente antes de que comience la competencia. Las celebridades son gráciles y alegres, pero dos severos guardias de seguridad están cerca, listos en caso de que cualquier común ponga un dedo fuera de la línea. Sing puede ver el cabello rizado de Marta al otro lado de la habitación y asume que el espacio aparentemente vacío al que parece estar hablándole debe ser Jenny, demasiado pequeña para interrumpir la línea de visión de Sing. Lori, Hayley y Carrie Stewart están en la parte de atrás, riendo y pasando las hojas de los programas. Sing comienza a leer la página de las biografías de nuevo,

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pero no puede soportar el rostro profesionalmente fotografiado de Ryan, sonriéndole tímidamente. La competición ha estado yendo todo el día detrás de puertas cerradas. Aquellos que queden de las tres categorías presentarán esta noche, con la competición final llevándose a cabo mañana después de Angelique. El CD está hirviendo con anticipación ya que uno de los suyos, Ryan Larkin, todavía está en contienda. ¿Por qué ha venido? Escanea la habitación de nuevo. Daysmoor y el maestro están entrando, el maestro llevando a su apático aprendiz por el brazo. Sing junta sus manos; están frías. Observa a Daysmoor seguir al Maestro a sus asientos, esperando que él mire en su dirección para que ella pueda intentar expresar, una vez más, un mensaje silencioso de… algo. ¿Disculpa? Pero el aprendiz se ve de la misma forma que ella lo vio por primera vez en su audición de colocación, los párpados caídos, los movimientos perezosos. Las luces se apagan. Las pesadas cortinas de terciopelo revelan un gran y reluciente piano negro. Los “Amateurs debajo de dieciséis” van primero. Un niño de doce años se empuja a través de una fuga de Bach como un tren de carga; las notas reverberan fríamente en las curvas bien diseñadas del teatro y los espacios vacíos. La audiencia arrulla y ríe mientras una perfecta niña de siete años cuyos pies no alcanzan los pedales baila ligeramente con Mozart. Aplauden educadamente a una sombría niña de trece años en un tieso vestido verde que toca una pieza de Mozart más atareada con autoridad. Sing evita mirar hacia los ojos cansados de los niños cuando dan su reverencia grupal. Los “Amateurs por encima de dieciséis” toman el escenario uno por uno. Una mujer de cara roja y cabello rojo toca el extraño primer movimiento del segundo piano de la sonata de Shostakovich —alternativamente oscuro y juguetona— y Sing es cautivada, aunque sabe que esta presentación

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ligeramente mecánica no aguantará contra el estilo brillante de Ryan. Ve a su padre acercarse a Harland Griss, quien asiente. Luego es el mismísimo Ryan, entrando al escenario como una estrella de cine e igual de guapo en su esmoquin negro. El coqueto Valse Impromptu de Liszt le queda perfectamente. Mueve su cabeza junto con los rápidos cursos y ornamentos y su cabello bronce brilla. Encoge sus hombros y se mueve adelante y atrás con el tempo ondulante. Lanza una mirada pícara a la audiencia en un momento particularmente vivaracho, haciendo que las chicas rían. El padre de Sing no apreciara este talento para el espectáculo, pero la habilidad de Ryan es incuestionable. Harland Griss y el famoso pianista Yvette Cordaro se susurran uno al otro y asienten. Requerirá a un participante verdaderamente extraordinario vencer a Ryan. No

me necesita realmente después de todo, piensa Sing. ¿Eso quiere decir que él en verdad la quiere? ¿Qué le gustaba? ¿O solo que pensaba que necesitaría de su influencia para ganar? Está sorprendida de darse cuenta de que no le importa. El último participante es un hombre de barba serio con cabello salvaje. Se sienta en el acolchonado banco del piano y, como el resto de los músicos han hecho, contempla las teclas negras y blancas delante de él. Cuando está listo, coloca sus manos en el teclado por un momento antes de hundirse en las primeras notas. Sing jadea. Es Brahms. La pieza que Daysmoor tocó para ella. Su garganta se cierra. Este hombre la tocará con dos o tres de sus hermanos esta noche, lo sabe; no es suficientemente sustancial por sí sola. Necesitará estar rodeada por brillo, esta simple pieza que cualquier pianista modestamente talentoso podría tocar.

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No se permite mirar hacia el lugar en donde están sentados el maestro y su aprendiz. No necesita mirar; el perfil de Daysmoor es todo lo que puede ver cuando cierra sus ojos, la sombra en el rabillo de su ojo, la forma en que un mechón de cabello negro se curva en la línea de su mandíbula. El resto de la audiencia parece plácidamente sorprendida con la presentación. Esta pieza es una favorita. Accesible. Aun así, el hombre en el escenario no le hace justicia a Brahm. Mientras la música prosigue, Sing siente solo el ligero tirón en las líneas, una anticipación de lo que sigue. Los movimientos equivocados son saboreados, los momentos equivocados son apresurados. Este hombre toca bien, pero no está enamorado. *** En el intermedio, va hacia el vestíbulo abarrotado. Pensó que querría saber si Ryan ganaría, pero ahora no puede imaginar por qué. Él es el príncipe Elbert, lo ha sido desde que lo conoció. El príncipe Elbert siempre consigue lo que quiere. Está en el vestíbulo ahora, rodeado de amigos y fans, en su mayoría chicas. Pero Sing no va hacia él. Lori Pinkerton, a su lado, le lanza una mirada triunfante. Lori ha estado extrañamente callada desde que a Sing le dieron Angelique, sin ninguna confrontación fiera. Pero de nuevo, Lori es una diva… de hielo y de paciencia. Esperando a que Sing muera. Su padre la atrapa cuando casi está por las pesadas puertas dobles que dirigen hacia fuera. —Sing, mi querida, ¡un hola a tu padre! —Lo siento, Papà. —Se voltea para encontrarlo mirándola, muy complacido. Harland Griss está junto a él, con un impecable traje azul marino, un cabello

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negro limpiamente peinado y engrasado, una cara rasurada limpiamente pero comenzando a mostrar las líneas y arrugas que vienen con la importancia. —Harland —dice el Maestro da Navelli—, ¿recuerdas a mi hija Sing? —Por supuesto. —Una suave mano es extendida y Sing la toma—. Entiendo que —dice Griss—, ¿vas a cantar Angelique mañana? Impresionante. —Gracias, Sr. Griss. —Sing no mira a su padre en busca de aprobación. La

marca de un profesional, no dejar que nadie sepa quién está jalando las cuerdas—. He disfrutado aprender el papel. Angelique es un personaje complejo. Griss aprueba, lanzándose en una anécdota sobre una reciente producción de ópera vienesa. Sing proyecta la suficiente confianza. Sabe cómo hacer esta parte, la parte de congraciar. Barbara da Navelli fue una maestra. Entonces, por encima del hombro de Griss, ella capta la mirada de un cabello negro como el carbón e incluso unos ojos más oscuros. Daysmoor, al otro lado del vestíbulo, con el maestro Keppler en ninguna parte a la vista. Ella lo queda viendo. Él no aparta la mirada. Si solo pudiera decirle que su silencio los está protegiendo a ambos, que el maestro mintió. ¿Pero cómo? Griss y su padre están haciendo una pequeña charla, pero la están incluyendo. Ella asiente y sonríe, pidiéndole a Daysmoor que se quede en donde está con miradas rápidas y furtivas. Su rostro desaparece intermitentemente mientras la multitud entre ellos se mueve y revolotea, pero él sigue mirando en su dirección. Asiente a Griss de nuevo, riendo ante un ocurrente comentario. Sus manos comienzan a temblar.

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El intermedio casi termina y Daysmoor se reunirá con el maestro de nuevo. ¿Quién sabe qué otras mentiras le dirá Keppler? Si ella fuera Barbara da Navelli, se disculparía, iría con Daysmoor y le diría en una voz clara que ella… que ella no lo odiaba y que el maestro podía irse al demonio.

Pero no soy Barbara da Navelli, piensa, recordando la ficha de su primer día en la clase del Sr. Bernard. Pero ahora, más que el sentimiento de hundimiento que usualmente acompaña este pensamiento, siente solo un poco de emoción. Con la mente inquieta, dice: —Sr. Griss, estoy muy feliz de que vaya a venir a la presentación de mañana. ¿Le gustaría escuchar una antelación? Su padre alza sus cejas, pero Griss parece divertido. —¿Ahora mismo? —Por supuesto. —El corazón de Sing está palpitando. No puede hacer esto. Pero Daysmoor la está mirando con incertidumbre, todavía no con desagrado y se rehúsa a dejar que esta oportunidad se le vaya. Griss la observa con interés, con las manos en los bolsillos. Su padre cruza sus brazos, pero permanece callado. Sing sabe que él ha decidido confiar en su juicio. Ella todavía no sabe si él está bien en hacerlo. —Sería de mala suerte hacer algo de Angelique, por lo que aquí está un poco de La flauta mágica —dice. Y comienza a cantar. La primera nota, en la parte de media del rango de Sing, corta la plática del vestíbulo como una campana. No necesita pensar sobre trama o personaje; ella es la princesa Mozart, lamentando el silencio malentendido. Para el momento en el que alcanza la primera nota alta, todos la están mirando. La mayoría

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sonríe,

algunos

parecen

molestos

de

que

sus

conversaciones

sean

interrumpidas y algunas —en su mayoría otros sopranos, Lori Pinkerton entre ellas—, son abiertamente hostiles. Su padre, tomando como señal a Griss, parece complacido. Pero a ella no le importa ninguno de ellos. Observa a Daysmoor por alguna reacción, algún tipo de entendimiento. El usa su máscara, pero ella ve a través de esta… es asombroso que nadie pueda verlo por lo que realmente es. Un hombre que debería haber tocado Brahms esta noche. El hombre que debería estar tocando para el mundo. Desde el otro lado de la multitud, él la mira durante toda la duración del aria. El aria termina no con una desesperanza voluntaria, sino con baja resignación. Para Sing, esta noche, se convierte en una última súplica. Al otro lado del vestíbulo, el rostro de Daysmoor es impasible como siempre. En medio de un cálido aplauso de los espectadores, se vuelve hacia las puertas del teatro y se va. El hechizo sobre ella se rompe. La sangre se apresura a su rostro cuando se da cuenta de lo que ha hecho. No se atreve a mirar al rostro de su padre. —¡Brava! —dice Harland Griss alegremente—. Bien hecho, señorita da Navelli. Sería una encantadora Pamina. —Sing asiente apreciativamente antes de que una mujer se robe a Griss con ocupados cumplidos y preguntas importantes. La gente viene a ella con pequeñas palabras de alabo responde agradecida. Una voz sisea en su oído: —Siempre es sobre ti, ¿verdad? —Pero Lori Pinkerton está a un metro de distancia, dejando solo una esencia de rosas para cuando Sing se voltea. Un brazo pesado acorrala sus hombros y la guía hacia la puerta frontal y a las escaleras frías. Levanta la mirada y dice:

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—Lo siento, Papà. Eso fue grosero, ¿verdad? Su padre aprieta sus hombros. —Tienen suerte de escucharte cantar. Estoy… asombrado del progreso que has hecho aquí. Estoy muy complacido. Harland está interesado. Pero tu Angelique puede hablar por sí misma. No necesitas trucos especiales para atraer su atención. Desvía la mirada. —Eso fue algo estúpido. —¡Nunca! —Toma su rostro en sus manos—. ¿Por qué cantamos si no nos encanta cantar? Estoy muy feliz de que seas libre con tus dones. —Deja caer sus manos y mira hacia el patio nevado. Las luces en los postes y las ventanas iluminan el campus. Personas que Sing no conoce caminan por los patios en sus abrigos de invierno. Su padre suspira—. Algunas veces me recuerdas mucho a tu madre. Sing se estira y cierra los dedos. No era un cumplido. Barbara da Navelli buscaba la atención con una ferocidad elegante. Pero Sing no puede explicar sus motivos reales a su padre, apenas puede explicárselos a sí misma. —Lo haré mejor, Papà —dice. Con un estallido de luz, una de las enormes puertas frontales del Woolly se abre y alguien se asoma, mirando alrededor. —¿Puedo ayudarte, querida? —dice Ernesto da Navelli. —Oh, ¡maestro da Navelli! Lo siento, estaba buscando… oh, Sing, allí estás. — La silueta de Marta emerge. —Bene, carina, te veré después, ¿eh? No te resfríes. —Su padre le da una pequeña inclinación a Marta antes de dirigirse adentro.

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Sing siente una corriente de calidez que va de su estómago y se expande a sus hombros. —Hola. —Sonríe—. No pensé… —Siento haberlos interrumpido. —Marta suena sincera, pero la monotonía en su voz quita la sonrisa del rostro de Sing. —Oh, está bien —dice Sing—. El intermedio ya casi va a terminar, de todas maneras. Aunque creo que voy a regresar a Hud. ¿Quieres… quieres venir conmigo? —No —dice Marta, pero añade—: En realidad quiero escuchar el resto de esta ronda. —Oh. —Solo vine a dejarte esto. —Sostiene una página impresa y brillante. Sing la toma. —¿Qué…? —Adiós, Sing. —Marta se dirige a las puertas—. Eh. Ten una buena presentación mañana. El rostro de Sing decae. No es una súplica de simpatía, es solo una reacción natural. Pero Marta lo nota. Se muerde el labio inferior y dice suavemente: —Lo digo en serio. Suenas muy bien. Vas a tener todo lo que quieres. Estoy feliz por ti. La puerta se cierra detrás de ella con un golpe sordo. Sing se recarga contra uno de los pilares planos del Woolly. Todo es muy extraño ahora. Solo unas semanas atrás, ella y Jenny y Marta tuvieron una

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conversación tímida en la reunión de bienvenida. Angelique estaba a una vida de distancia. Mira el papel doblado, es una página arrancada del programa de esta noche. Lo desdobla para revelar unas pocas palabras garabateadas con pluma sobre lo impreso.

Si tienes algo que decir, encuéntrame esta noche en St. Augustine’s. Dejaré la puerta abierta. Nathan

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Cincuenta y siete

L

a Félix se despierta con un rugido que sacude gránulos de suciedad y nieve de las rocas a su alrededor. Vuelve su mirada hacia arriba. El cielo está negro con la noche y nubes.

Fue un sueño. Estrellas gimiendo, distorsionadas y quemándose en espectaculares y horribles exhibiciones de vívidos dorados y azules y púrpuras. Todo el cielo nocturno estaba manchado con la brillante y galáctica muerte. La parte Gato de su mente no tiene tiempo para eso. Ya ha sentido lo que su parte de Cielo ha estado demasiado distraída para notar: el niño se ha ido. Esta vez, sin embargo, la Félix sabe adónde se ha ido. Siente la misma inexplicable atracción, hacia el lugar humano, que debió haberlo despertado. Un viejo deseo a punto de morir.

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Cincuenta y ocho

S

ing está segura de que alguien la verá, de que alguien ya la ve. Tal vez el maestro Keppler, observando desde su oscura oficina, frunciendo el ceño o su padre desde su lujosa habitación en Hector Hall. Tal vez Ryan, su

cabeza girada brevemente a la ventana de la habitación de quien sea en la que está ahora. Inhala profundamente, el aire frígido picando sus pulmones. St. Augustine’s se alza en la oscuridad. Se alza bastante en la luz del día o cuando las ventanas están calientes y brillantes por una tarde de ensayos, pero ahora, en el desolador y susurrante frío, parece destacar del resto del conservatorio. Sing se recuerda que no es supersticiosa. Aun así, piensa en Tamino —el dulce Tamino—, una prueba de magia o de locura, ninguna de las cuales es buena compañía en el medio de la noche. Encuentra la gran puerta desbloqueada, como Daysmoor dijo que estaría. La puerta roza el suelo, pero para alivio de Sing, su voz de doscientos años está demasiado desgastada para chirridos. La cierra detrás de sí. Sus pasos no hacen eco; son muy pequeños para afectar a las altas paredes o el distanciado techo. Alguien está tocando el gran piano. Canta desde el auditorio, haciendo vibrar los huesos y el viejo edificio. La música se siente demasiado alta, demasiado notable. Ciertamente, el maestro o el rector vendrán dando zancadas en cualquier momento. No, se dice a sí misma. Hector Hall se encuentra atravesando el patio interno. Nadie escuchará. Nadie sabrá.

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Afuera del recibidor, la realidad de lo que está haciendo —de lo que está haciendo otra vez—, la golpea en el pecho y se detiene. Daysmoor —Nathan, como se llamó a sí mismo en su nota—, está ahí. Sus fluidas y apasionadas notas son tan distintivas como su propia voz. Empuja la puerta. Está sentado en el piano al otro lado del recibidor, pero se levanta rápidamente cuando la escucha. Ella mira el brillante suelo viejo mientras cruza la habitación. La luz dorada de la lámpara del piano deja la mayoría del recibidor en las sombras, iluminando solo un pequeño lugar seguro alrededor del piano. Él la ve con indecisión. De repente, ella desea que no fuera tan tarde y solitario y que él estuviera usando la voluptuosa y pesada toga en lugar de, de todas las

cosas, la camiseta gris… la que agarró del cesto de ropa sucia en su habitación esa noche. No quiere ver el contorno de sus hombros tan claramente, recordando cómo se ven sin la camiseta cubriéndolos. Desea que estuviera ceñudo, encorvado; pero ese era el aprendiz Daysmoor y él ha desechado ese personaje. Este hombre joven parado ante ella, sus ojos negros profundizados por las sombras a su alrededor, es Nathan. Y no tiene idea de quién es. —Um —dice, quitándose el abrigo y acomodándolo sobre la silla—. Recibí tu nota. Él pone sus manos en sus bolsillos. —De otro modo, esto sería una coincidencia. Ella reprime su molestia. Él tiene derecho a estar ofendido con ella. Inhala. —Realmente me has… ayudado. Aún… te necesito. Quiero decir, necesito tu ayuda. Solo que no pude decírtelo frente al maestro… Lo siento. Las comisuras de su boca se elevan solo un poco y su interior se siente extraño.

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—Bueno, es agradable ser querido —dice—, incluso en el medio de la noche.

No pienses sobre quererlo en el medio de la noche, se dice sí misma y dice: —Estoy nerviosa por mañana. Estaba decepcionada de que no tuviéramos nuestra última sesión de entrenamiento. —Lo harás bien. —Él se aclara la garganta—. Pero me alegra que quieras mi consejo. Quiero decir… supongo que lo que quiero decir es que me alegra que volvieras. —Sus ojos chispean—. Y me gustó tu código secreto. Sing está agradecida por la habitación ensombrecida mientras siente el rubor creciendo en sus mejillas. —No volví. No me fui, en primer lugar. El maestro lo inventó todo. Sabía que fui a la torre. Me reprendió y dijo que nos echaría a los dos si hablaba contigo de nuevo. El rostro de Nathan se oscurece. —Él diría eso. Pero no me echará por el momento. —La Flauta Mágica fue la única forma en que pude pensar para explicarlo. — Sing se da cuenta de lo fácil que es hablar con él, con la familiaridad de un… ¿qué? ¿Un colega? ¿Un amigo? Y él parece hablar con ella de la misma manera. Nathan es tan diferente al aprendiz Daysmoor. —Debería haber sabido —dice y suspira—. Lo siento. Alivio hormiguea su pecho. —¿Qué estabas tocando ahora? —pregunta—. ¿Tocarás para mí? —¿Por qué su voz sonó así… animada y entretenida?

Oh, Dios mío, piensa. Estoy coqueteando. Deja de coquetear. —Bueno, he estado practicando. —Él se sienta en el piano.

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Ella es toda cortesía. —No creo que pudieras tocar a Brahms mejor que eso. Un toque de color crece en su rostro y ella se pregunta con qué frecuencia recibe cumplidos. —No he estado practicando Brahms —dice. —¿Qué has estado practicando? Él alza sus cejas con malicia. —Liszt.

Liszt. ¿Por qué la palabra la avergüenza? —Oh —dice. —Espero que me permitas. —Mueve sus manos a las teclas con un gesto ostentoso y, antes de que incluso Sing haya caído en una de las sillas plegables, el concierto ha comenzado. Él no toca como Ryan. Ryan toca Liszt con un guiño, con arrogancia. Con “pequeñas notas rápidas”, recuerda decir a Nathan. Pero Nathan toca Liszt como lo hace con Brahms: con euforia y precisión. Esta pieza, Totentanz, la cual Sing recuerda a su padre tocando, empieza con bajos, oscuros y enojados gritos. Pero tiene más que decir. Los sonidos destellan, brincan y salen volando mientras las manos largas de Daysmoor corren por el teclado como agua. Luego se vuelve reflexivo. Sing escucha la famosa octava Dies Irae17 repetirse, una y otra vez, pero no hay ira en la actuación de Daysmoor. Solo vida. Toca magníficamente. Ella está cayendo en cascada por el espacio. Dies Irae: (Día de la ira). Famoso himno latino del siglo XIII. El poema describe el día del juicio, con la última trompeta llamando a los muertos ante el trono divino, donde los elegidos se salvarán y los condenados serán arrojados a las llamas eternas. 17

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Al final, se detiene y ella apenas puede creerlo cuando ve su reloj para encontrar que solo ha tocado por quince minutos. Ambos se ríen, aunque Sing no sabe por qué. Sus ojos, los que ella una vez pensó tan duros y arrogantes, ahora son animados. —Ahí, te he dado otro concierto privado. Ten cuidado con lo que deseas — dice—. Pero querías cantar. ¿Esto no se trata de esto?

¿De qué se trata esto?, se pregunta. Él abre una partitura de Angelique. —¿Dónde empezaremos? La pregunta la hace pensar. No sabe por dónde empezar. ¿Cómo será mañana, frente a todo el conservatorio, sus profesores, su padre? ¿Está lista para esto? —¿Estás bien? —dice él después de un momento y ella se da cuenta de que ha estado parada ahí, viendo a la nada. Lo mira. »Mira —dice—. Tienes algo que probar. Lo entiendo. Yo… lo siento si no he sido comprensivo con eso. No siempre soy comprensivo. Solo cantemos esto desde el principio, ¿de acuerdo? Esta primera aria. —Comienza a tocar y ella mueve sus hombros. Canta a través del aria. En algún lugar por la mitad, se da cuenta de que el ligero y resonante tono que está saliendo es… bueno… Es la forma en que ella suena.

Ella, ella misma. Su verdadera voz. Por Nathan. La tensión en sus hombros disminuye un poco. —Guau —dice ella después de la última nota—. Eso estuvo bien. Nathan se ríe.

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—Eso estuvo bien. Ella le sonríe, una cálida sensación de comodidad esparciéndose desde su corazón. —Muy bien, volvamos —dice girando las páginas—. Desde el principio y trabajaremos. Sing se siente incluso mejor con ello esta vez. Es como si hasta ahora ella ha estado al borde de alcanzar un altiplano —algunas veces llegando a un seguro soporte, otras retrocediendo—, pero ahora está ahí, suelo sólido debajo, ya no más luchar contra la gravedad. El esfuerzo físico total no ha cambiado mucho, pero ahora mientras canta, es simplemente sustentable. Estaba en un lugar de resonancia y aire y el sonido hace que todo su rostro sienta un hormigueo. Invencible. Nathan deja de tocar. —Esa parte estuvo muy bien. Pero veamos si podemos ser más armoniosos ahí. Aquí, encuentra el espacio justo aquí… —Él le muestra, ubicando sus dedos en su garganta—. ¿Lo tienes? Sing siente la parte inferior de su mandíbula, recorre sus dedos por los lados de su propia garganta, presionando para encontrar su laringe. —En la cima, justo aquí… ¿ves? —dice, punzando su garganta y levantándose. —¿Te refieres a mi laringe? ¿O…? —No, aquí —dice, de repente muy cerca de ella. Ubica sus dedos en su garganta ahora, encontrando el lugar bajo su mandíbula. Sing cierra sus ojos, apenas respirando. Está acostumbrada a ser pinchada y maniobrada por sus profesores vocales; es parte del proceso. Y un profesor tan experto como Daysmoor —como Nathan—, ciertamente ha tocado y maniobrado a muchos cantantes. Pero ella quiere que su corazón deje de latir tan rápido.

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Probablemente puede sentir su pulso—. ¿Ves? —dice—. Mantén tu laringe baja y no tendrás que esforzarte mucho. ¿Lo sientes? Él toma su mano y la guía al espacio bajo su mandíbula. Ella no mira su rostro, pero sus ojos trazan el tatuaje de hiedras hasta que desaparece bajo la manga de la camiseta gris. Siente la calidez de sus elegantes dedos sobre los suyos, su respiración sobre su frente. Pero se da cuenta que su toque no es diferente del de la profesora Needleman o el de la maestra Collins o el de algunos de ellos. Esta proximidad que están compartiendo terminará en un momento. No es real, solo tiene forma de verdad. Él está interesado en su cartílago, no en su piel; su tráquea, no su cuello; sus consonantes, no su boca. Aun así, quiere sentir su rostro cerca del suyo, de la forma en que estuvo en el balcón de la torre. Hace un mes, incluso quizás hace una hora, no se habría animado a levantar la mirada. Pero su voz le está dando fuerza. Se siente liberada de su propia identidad. Ella encuentra su mirada. —¿Lo… ves? —Él titubea un poco—. El… el espacio aquí…

Su voz nunca ha titubeado antes, piensa con un escalofrío de excitación. ¿Está nervioso? ¿Lo está poniendo nervioso? Él no termina la oración y no aparta la mirada. Ella se pregunta si en el pasado el aprendiz Daysmoor tuvo sentimientos. Ahora, se pregunta si, tal vez, tiene sentimientos por ella. ¿Es posible? La voz en su cabeza suena como Jenny. Solo hay un modo de averiguarlo.

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Ella se inclina. Sus labios chocan contra los suyos. Él inhala profundamente y, por un segundo, las puntas de sus dedos se deslizan de su garganta, encontrando su rostro. Pero luego se aparta, aclarándose la garganta. Su estómago salta; su cuerpo se tensa. Estaba equivocada, estaba equivocada. Su mente da vueltas frenéticamente. ¿Cómo deshacerlo? ¿Cómo recuperar esos últimos diez segundos? Es imposible. ¿Qué ha hecho? Sus hombros se ven rígidos. —Sing… Ella retrocede, las palabras disparándose. —Lo siento. Cometí un error. Lo siento tanto. No sé por qué lo hice. —Pero viendo su rostro en la tenue luz de la lámpara del piano, sabe exactamente el por qué—. Lo siento —dice de nuevo, alejándose a las sombras en la periferia del brillo de la lámpara. —No… no digas eso. —Él pone una mano en su frente—. Olvídalo. —Se sienta en el piano y empieza a puntear algo simple y soso—. Esto fue una locura. Necesitas descansar, no más canto. —Ella lo mira, casi contorneado. Hace un rato, él estaba tocando Liszt para ella. Ahora probablemente nunca serán amigos de nuevo. Si tan solo en realidad fuera el aprendiz Daysmoor, arrogante y sin talento, alguien del que ella estaría agradecida de librarse. Si tan solo no fuera Nathan. La fría lágrima de cristal a su alrededor se siente pesada. Baja la vista para encontrarla resplandeciendo a través de su camisa blanca. Los ojos de Nathan también le echan un vistazo. —Esta cosa me pesa —dice, desabrochándola. Él observa la lágrima, pero no dice nada.

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Ella se acerca un paso, sosteniéndola. —No es mía. —Cuando él no se mueve, ella toma su mano y presiona la lágrima en esta. Él cierra sus dedos y la mira. —Es mía, ¿verdad? Todo este tiempo. Debería haber sido mía. —Ella se quiere ir, pero se encuentra mirándolo, esperando por más. Después de un momento, dice—: Es como si la vida entera de George se tratara de mantenerme aquí. Se ha dejado convertirse en polvo. Su música, sus sueños, se han ido. Todo lo que arde en él ahora es una… una lucha feroz. No sé cómo describirlo. Está aferrándose. A mí, a esta magia, quizás a su propia existencia. Sing escucha su baja y cansada voz. Se da cuenta de que hay algo familiar en eso. ¿Quién es Nathan? Un débil brillo pulsa entre sus dedos. Sing se siente más ligera sin el cristal y su extraña tristeza alrededor de su cuello. —Ahora tienes la lágrima —dice—. Puedes irte. Hacer lo que quieras. Entrar a la competencia Gloria Stewart. No es demasiado tarde. Mi padre puede arreglarlo. Él pone el collar en su bolsillo. No parece estar hablándole a ella. —Me… asusta. —Ahora la mira—. ¿Realmente crees que tu padre podrá ayudarme? Mientras estudia su cansado y delgado rostro, hay dos cosas de las que está segura. Una es que nunca olvidará el beso que casi comparten. —Sí —dice—. Estoy segura de que mi padre podrá meterte en la competencia. El rostro de Nathan se ilumina un poco.

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—Eso sería… Una rozadura-gruñido se empuja en el silencioso recibidor. La puerta exterior. —¿Qué…? —empieza Sing, pero Nathan pone un dedo en sus labios. Él se inclina y susurra: —George. Algunas veces viene aquí por la noche para tocar. Tenemos que salir de aquí. No puede encontrarnos. Su tono urgente la asusta. Ella mira la puerta, pero él sacude su cabeza. Seguramente se encontrarán al maestro en el vestíbulo si intentan salir por ese camino. Nathan toma su mano y la lleva a una puerta pequeña de madera detrás de la plataforma donde se encuentra el piano. Sus dedos alcanzan la cuerda de la lámpara mientras pasan, pero parece decidir no apagarla. Sing concuerda; mejor dejar que quien sea que haya entrado piense que la lámpara quedó prendida accidentalmente, en caso de que la luz fuera visible desde el exterior. La puerta, que Nathan bloquea detrás de ellos, conduce a una angosta y tortuosa escalera de madera. En completa oscuridad, empiezan a subir. El aire se hace más frío mientras ascienden. Nathan no deja ir la mano de Sing hasta que llegan a un pequeño rellano y susurra: —Podemos sentarnos aquí hasta que se vaya. La escalera huele a metal y vieja madera húmeda, pero Sing no puede ver nada. Se sienta junto a Nathan en la negrura. Después de unos minutos, escuchan el piano; una pieza floreada que Sing no reconoce. —Es él —susurra Nathan—. No te preocupes. Probablemente está ansioso por la presentación de mañana y no puede dormir. Tocará por un rato, luego se irá a la cama.

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Están en silencio por un momento. Ella cierra su abrigo y, dándose cuenta, susurra: —No tienes abrigo. —Lo dejé en el recibidor —es su respuesta. —¿Tienes frío? —Maldita sea si tengo frío. Sing no puede evitar una risita a media voz ante esto, a lo que Nathan murmura: —Oh, gracias. —Ella escucha la amortiguada música viniendo desde el recibidor debajo de ellos. Escucha a Nathan frotarse las manos y resiste la urgencia de poner sus manos alrededor de las suyas. —A veces vengo aquí cuando necesito tranquilizarme —dice él—. Pensar. —¿La escalera? Se ríe en voz baja. —El techo. Ella le da una mirada incrédula que él no ve. —¡El techo! —sisea—. ¿No te asusta caerte? —La cima en realidad es plana. —Él suena entretenido—. Y hay una cornisa bastante grande donde se encuentran las gárgolas. —Aun así… es un largo camino abajo. ¡Y las gárgolas! Él palmea su pierna.

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—Créeme, no hay nada menos peligroso que unos monstruos de piedra, preparados para salvar el lugar de inundarse o lo que sea que hacen. Y nuestras gárgolas son especialmente artísticas. Han estado absorbiendo buena música por muchos años. No ha movido su mano de su pierna, un peso cálido en la fría oscuridad y ella no quiere que lo haga. Pone su propia mano sobre la suya. Sus dedos parecen tensarse solo por un momento, pero no se mueve. Se sientan, callados, en la negrura por un rato. El maestro Keppler ha empezado a tocar Bach. Al final, Nathan susurra: —Ahora, ¿me dirás lo que la Félix quería contigo?

Esa noche. Esos ojos violetas. Ella titubea. —No estoy segura. Creo que tiene algo que ver con… bueno, conocí a alguien en el bosque. Un gato. Uno pequeño. Quiero decir, es grande, pero… pienso que podría ser el bebé de la Félix. —Sing encuentra más fácil hablar en la oscuridad—. Le agrado. Lo nombré Tamino. A veces me sigue a todas partes. —La Félix es un enemigo peligroso —murmura Nathan. —Lo sé —dice Sing—. Pero Tamino… le gusta oírme cantar. Creo la Félix estaba molesta por eso. —Traza un círculo en el suelo con su zapato—. Gracias por salvarme esa noche. Escucha a Nathan exhalar. Luego le da un apretón a su pierna. —Bueno. También me gusta oírte cantar. Sintiéndose valiente, Sing susurra: —¿Ahora me dirás qué fue lo que deseaste?

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Al principio, no responde. Ella desearía poder ver su rostro, preocupada de que lo haya ofendido. Pero después de un momento, lo escucha suspirar, siente el movimiento de sus hombros contra los suyos mientras lo hace. Luego, dice: —Deseé ser humano.

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Cincuenta y nueve

S

olo en el cavernoso recibidor de St. Augustine’s, George toca. Algunas veces, cuando es Bach o Schubert, para él es casi como si Nathan y el cristal no importaran. Es como cuando era un niño, tocando el metálico

piano vertical de su abuela durante horas. Nadie lo molestaba cuando estaba enfocado en la música. Ni siquiera el día que su hermano se ahogó, cuando George debería haber estado con él en el río. Pero George había estado fascinado con Beethoven y pasado el día yendo torpemente a través de sus sonatas de piano. La familia dejó que las terminara antes de darle la noticia. Últimamente, ha sido más y más difícil perderse en la música, en el piano o en sueños de dirigir piezas gloriosas. Solía permitirse ser consumido por la música. Ahora algo más lo consume. Se siente como música, pero se ve como Nathan Daysmoor. Y ahora, desde que el cristal desapareció, siente el peso de sus años atrasados presionándolo de todos lados. Lo ha vuelto casi loco. Pero también lo ha confundido. Nathan no tiene conocimiento del cristal. ¿Por qué lo robaría, incluso si pudiera? Luego, hoy, él lo vio. En la chica da Navelli, la que sigue los pasos de su madre. Lo tenía en una cadena alrededor de su cuello en la competencia Gloria Stewart, cuando estaba cantando en el vestíbulo. Ella no lo vio mirándola. Tampoco Nathan.

Sabía que algo estaba pasando entre ellos. Vio cómo la miraba Nathan durante los ensayos. Esta noche, vio a Nathan cruzar el patio interior cubierto de nieve,

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usando las sombras para ocultar su avance. George no lo habría visto si no hubiera estado mirando. Y la chica da Navelli siguió un poco más tarde. George llega al final de un invento de Bach, hace una pausa y empieza otra. Ahora ellos le están escondiendo algo. El abrigo negro de Nathan está tirado sobre una de las sillas de la parte de atrás del recibidor. Deben estar en la escalera. Siente ganas de tocar un poco más de tiempo. No importa. El cristal está aquí, y lo tendrá de vuelta pronto.

Entonces nadie alejará a Nathan nunca jamás.

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Sesenta

—¿N

o eres… humano? El cuerpo de Sing se tensa. Nathan le toma la mano apoyada en su pierna. —No realmente —dice—. Quiero decir, soy

humano, sí, físicamente. Pero mi alma, mi esencia, es algo más. ¿Ella cree eso? Aquí en la oscuridad, siente que podría creer cualquier cosa. ¿Y no fue ella quien le dijo que el pequeño cristal era una lágrima de la Félix? ¿Su deseo? Ella toca su hombro. —Cuando la Félix me atrapó —dice él—, era un cuervo. Pero había descubierto la belleza de la música humana. La anhelaba más que nada y me rompía el corazón que solo pudiera hacer sonidos feos. Así que me concedió mi más profundo deseo, convertirme en humano. Sing no quiere creerlo. Es demasiado loco. Pero de repente se da cuenta de por qué su voz le suena familiar. Le recuerda el feo graznido y caws de las ramas nevadas del gran árbol. —Puedo escucharlo —susurra—. Suenas como ellos. Sus ojos se acostumbran cada vez más a la oscuridad y puede verlo girarse hacia ella. —Sí —dice él—. Ella no cambió mi voz o no pudo. Es mucho más baja ahora, por supuesto, pero es la voz que siempre he tenido.

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Las teorías de conspiración de Carrie vuelven a ella, el misterioso y eterno aprendiz Daysmoor. —Conociste al maestro cuando eras joven, ¿no es cierto? ¿Y has estado aquí todo este tiempo? Él parece considerar eso. —Estaba a punto de entrar en mi segundo otoño cuando fui convertido. Desde entonces, he sido congelado. El tiempo no pasa para mí como para ti. —¿Eres inmortal? —Ha caído en un cuento de hadas. El frío espacio de la escalera la marea. —No lo creo —dice—. No lo sé. Verás, no se supone que sea quien soy. Se suponía que viviría por un corto tiempo, muchos años atrás. No hay lugar para mí, para Nathan Daysmoor, en el presente. Tengo que mentir. Sing mira la oscuridad frente a ella. Todo esto está comenzando a tener una improbable especie de sentido. —¿Por qué no pudo simplemente hacerte humano? —He pensado en eso —susurra—. Creo que es que los humanos, todas las cosas vivientes, no aparecen de la nada. Para hacerme verdaderamente humano, la Félix tendría que haber creado un espacio para mí: padres, abuelos, todo hacia atrás. O encontrarme un lugar en el cual encajar. Quizás habría sido demasiado, incluso para ella. —Él se calla un momento, pero ella espera—. Su intención no era herirme. Fue George quien lo hizo. Me mantuvo aquí, alejado del mundo y de la gente que me habría amado. Me dije que era lo mejor, me resigné a esta existencia. Ni siquiera podía consolarme en que pasara el tiempo, porque… no lo hacía. Sé que eso no tiene ningún sentido. Sing se imagina a Daysmoor, solo en su torre, año tras año, dando exquisitas actuaciones que nadie oiría.

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Lo siente volverse hacia ella. —Pero cuando llegaste —dice él—, cuando te oí cantar, me devolvió a este mundo. Me hizo recordar por qué había renunciado a todo para estar aquí. Puede verlo un poco ahora. Él inclina su cabeza hacia atrás, los brazos apoyados detrás de él. Puede ver su pecho subiendo y bajando ligeramente cuando respira. —¿Quieres usar mi abrigo por un rato? —le pregunta ella. Él mira en su dirección y ella piensa que sus ojos le sonríen. —No. Estoy bien. Ella mete sus manos frías en las mangas de su chaqueta. —Nathan, siento lo de esta noche. Debería haber intentado… bueno, solo no sabía que… no soy tu tipo. —Ella lo dice con un poco de risa. Probablemente,

no tengo suficientes plumas para él. Y realmente se siente un poco mejor sobre todo esto. Hay algo reconfortante sobre la claridad, incluso una infeliz claridad. Cuando vuelve su cabeza, él todavía la está mirando. —Sing —le susurra—, sabes que hay cientos de razones por las que no debería suceder lo que casi sucedió esta noche. Jamás. Empezando por el hecho de que soy un aprendiz y tú eres una estudiante. —Lo sé —susurra. Él vacila. —Pero si te dijera que una de las razones por las que no te besé fue porque no quería hacerlo… estaría mintiendo.

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Ella no dice nada. De todas las confesiones que le ha hecho en estas frías y negras escaleras, esta le parece la más increíble. —Tenía miedo, creo —dice, sus dedos tocando su rostro en la oscuridad. Es su brazo izquierdo, el que tiene el tatuaje de la hiedra intrincada que se inicia en la muñeca y se serpentea hasta su hombro, un puente de torsión a través del espacio entre ellos que ella no puede ver, pero sabe que está allí—. Eres tan hermosa y tu voz… pensaba que eras arrogante al principio. Estaba equivocado. Ahora sé que alguien te ha lastimado. —Sing no sabe a quién se refiere. Él dice—: Pero he sido el aprendiz Daysmoor por tanto tiempo, no podía hablar contigo, incluso si me hubiera atrevido. Y solo tenías ojos para Ryan Larkin. Ella no se mueve; no puede. Su corazón golpea. Recuerda la noche del ataque, con Ryan, la oscura figura de Daysmoor observándolos desde la ventana. —No me importa —susurra—. Ya sabes. La cosa no-humana. Él se ríe de eso. Raramente lo ha oído reírse y eso la calienta. Entonces, sin decir palabra, la atrae hacia él y encuentra su boca en la oscuridad. Por un momento, ella no se atreve a creer que el invisible fantasma cuyos labios presionan contra los suyos podría ser Nathan. Cierra sus ojos y desliza sus brazos alrededor de su cuello, recordando la apariencia de su despeinado cabello negro mientras lo toca. Al principio, sus movimientos son suaves, cuidadosos, pero ella se aferra a él, devolviéndole el beso, dándole confianza. Su abrazo se fortalece. Él enrolla sus brazos alrededor de ella debajo de su abrigo. Ella siente sus dedos sobre su piel justo arriba de su cadera derecha, donde su camisa se ha salido de su falda. Hacen que se estremezca y no es por su frialdad.

Algo más que hace mejor que Ryan. Ella se percata de la luz y abre sus ojos.

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—Yo… —empieza él, alejándose, enderezando su camisa—. Oh, Dios, lo siento. —No, está bien —dice ella—. Es solo que note la luz. Él baja la mirada. La lágrima en su bolsillo está brillando a través de la tela, iluminando débilmente su pequeño rellano. —Oh —dice—. Creo que… reacciona a mí. A mis emociones. Ella sonríe. —Así que no estabas fingiendo ahora. Ríe de muevo, más que nada con sus ojos, encendidos ahora por la extraña y suave luz del cristal. Entonces toma sus manos. —Sing, hay muy, muy pocas personas que pueden hacerme sentir de la manera que tú lo haces. La mayoría están muertos. Y ninguno de ellos puede hacerlo sin una orquesta. Lo besa de nuevo, —O un piano —añade, sus palabras amortiguadas por su boca. Ella ríe. De repente, ella siente que su cuerpo se tensa. Y antes de que se le escape una pregunta, se da cuenta de lo que se ha dado cuenta: el pasillo debajo de ellos se ha quedado en silencio. —¿Se ha ido? —susurra ella, preguntándose qué tan fuerte dejaron que se elevaran sus voces justo ahora. —No lo sé —dice Nathan. La luz del cristal se está desvaneciendo y echan sus ojos y oídos a la oscuridad. Silencio. Entonces… Pasos. En el pasillo, acercándose.

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Sing envuelve sus brazos alrededor del brazo de Nathan. ¿El maestro Keppler va a subir las escaleras? Es absurdo. Aun así, los pasos continúan acercándose. La puerta en la parte inferior de las escaleras se traquetea. Alguien la está abriendo. Nathan encuentra la mano de Sing y la conduce hacia el cielo. Suben rápidamente y Sing se alivia al oír el crujido de la escotilla del techo y ver la noche menos oscura derramarse arriba. Salen hacia el frío y gris techo y Nathan cierra la escotilla sin hacer ruido. Pone sus brazos alrededor de ella mientras se alejan de la escotilla, no como un gesto de afecto, se da cuenta ella, sino de protección. A ambos lados de la larga y plana cima en la que están parados, el tejado resbaladizo se inclina bruscamente hacia abajo. Más abajo, el suelo de concreto corta a través de la nieve como un río oscuro. El viento impulsa un frío punzante en sus rostros. Ella lo siente temblar. —Toma mi abrigo —le dice, sacándoselo. El frío la golpea como una zambullida en el agua helada. Él no agarra su abrigo, pero puede ver que su temblor se intensifica—. No seas un idiota —le dice, empujando el abrigo hacia él—. Al menos tengo un chaleco. Solo por un minuto. Él deja caer el abrigo de lana sobre sus hombros. No cierra la parte delantera, pero puede ver el alivio en su rostro. —Gracias —le dice. Sing mira el campus. Incluso ahora, cuando los edificios están oscuros para dormir, hay punto de luz en todas partes: farolas, luces de seguridad, la ventana con iluminación extraña. Y el abrazador Woolly, donde todavía debe estar tomando lugar la recepción de las semifinales de la competencia Gloria Stewart. Ella proyecta su mirada más allá, sobre la cerca, hacia la cumbre helada de la montaña prohibida detrás de ellos. El bosque está negro,

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cambiando a gris por encima de la línea de los árboles donde la nieve expuesta hace contraste con el cielo más oscuro. El frío le raspa la piel y se mueve más cerca de Nathan. —No vendrá aquí, ¿cierto? —pregunta. —No puedo imaginar por qué lo haría. Probablemente oyó un ruido en la escalera. Cuando vea que no hay nadie… Pero en ese momento, la escotilla se abre, aterrizando con un golpe en el techo de tejas. Sing siente que Nathan inhala bruscamente. Pone un brazo alrededor de ella, acercándola más. Es instintivo y exactamente lo incorrecto si quieren tener alguna esperanza de defender su inocencia, pero ella no puede apartarse. A pesar de la mecánica para subir por la escotilla, el maestro Keppler se las arregla para saltar al tejado. Su rostro está tenso, su cabello despeinado. Sing se estremece. Espera los gritos. Pero no llegan. —Nathan —dice el Maestro—, no deberías estar aquí. Hace mucho frío. —No se dirige hacia Sing. Ni siquiera parece notarla. —Estoy bien —dice Nathan—. Ve a la cama. El maestro frunce el ceño. —Sé lo que estás tramando, Nathan. Dejarme aquí hasta pudrirme. Después… después… —No seas ridículo. —¡Te conozco! ¿Qué tienes en tu bolsillo? —El maestro se tambalea un paso más cerca.

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Sing inhala. Nathan la libera, poniendo una mano en el bolsillo. —Esto es mío —dice. El maestro extiende una mano. —No. Es mío. Devuélvemelo y te perdonaré. Para el asombro de Sing, Nathan da un paso hacia él. —Nathan —dice ella—, ¿qué estás haciendo? ¡No se lo des a él! —Nathan vacila. —Dame el cristal, Nathan —dice el maestro Keppler—. Es la única manera de mantenerte a salvo. Los dedos de Nathan se cierran alrededor del collar. —Nunca me has mantenido a salvo. Me has tenido prisionero. El maestro se queda callado por un momento, las batas revoloteando como las alas de un pájaro atrapado. A Sing le es difícil leer la expresión bajo la débil luz que llega al techo del campus. Cuando sale su voz, es calma. —¿Es eso lo que crees? —George —dice Nathan suavemente—, sabes que… —No importa. —El tono del maestro es repentinamente duro—. Dame el cristal, Nathan. Hazlo ahora y podemos ir a casa. Pero Nathan sacude su cabeza. —No. Ya no puedo hacer esto. Hay una forma de que pueda entrar a la competencia Gloria Stewart, después de todo. Tengo que hacerlo, George. Es tiempo. Estará bien.

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—¡No! —chilla el maestro, sobresaltando a Sing, quien se presiona más cerca de Nathan—. ¡No estará bien! —Inhala profundamente y parece recuperarse. Entonces, con una deliberación que envía chispas por el cuerpo de Sing, saca un objeto de su bolsillo. Incluso en la penumbra, el angosto brillo mate es inconfundible. Apunta el arma hacia el pecho de Nathan. —¡Maestro! —grita ella, su voz atravesando todo el campus directamente hacia el bosque. Las aves graznan en el bosque. —Maldita sea, George, ¿estás loco? —Nathan da un paso hacia atrás, interponiéndose entre Sing y el maestro. Incluso con la brisa que escose azotando su túnica, el brazo del maestro conserva la firmeza de un conductor de orquesta experimentado. Sing lo observa. Parece mucho más viejo ahora y sus hundidos ojos secos en sus cuencas como los de un cadáver. Hay algo inhumano en su mirada codiciosa y feroz. —Te habría protegido, Nathan, si me lo hubieras permitido —dice—. Pero es mejor que termine aquí antes de que te pierdas en el mundo.

Va a hacerlo, se da cuenta Sing. La noche se presiona sobre ella: el helado aire duro, el ruido del bosque, el resplandor de las estrellas, la silenciosa amenaza del techo de tejas inclinándose abruptamente hacia abajo a cada lado de ella y Nathan, a centímetros de distancia, con una pistola apuntada hacia su pecho. Sin pensarlo, envuelve sus brazos alrededor de su cintura y lo tira hacia abajo en las frías tejas. El monstruoso ruido de la pistola le golpea los oídos. En el mismo momento, es consciente de una oleada de calor que se arremolina entre ella y el maestro. Una pesadez ahoga el aire, como la estela de un cohete.

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Levanta la vista para ver un reluciente pelaje naranja yendo a toda velocidad hacia Keppler. —¡Tamino! —Trata de levantarse, pero ahora Nathan la sostiene. Ella oye el gruñido amenazador de Tamino por primera vez, el ruido de sus garras corriendo por el tejado. Un segundo disparo y todo es silencio de nuevo. Una masa de brillantes colores naranjas y violetas se desliza por el techo. Nathan ya no puede sostener a Sing; ella se lanza hacia delante, medio tambaleándose sobre sus pies al mismo tiempo. Tamino cae por el espacio. Antes de que toque el suelo, se ha disuelto en un millón de chispas doradas, las cuales crujen y se arquean en todas direcciones hacia la oscuridad. Sería hermoso si no fuera por la ahora imagen grabada a fuego indeleble en la mente de Sing: un atisbo de ojos azules sin vida al caer. Entumecida, deja que Nathan la aleje del borde. —¿Qué demonios era ese animal? —El maestro está visiblemente alterado—. ¿Qué era eso? —Mira la pistola en su mano. Por todos lados del campus, se encienden luces.

Mataste a Tamino. Las palabras no salen. Nathan no la suelta. Él está temblando. Su abrigo se ha caído de él y se encuentra como un animal acurrucado a varios metros sobre el estrecho vértice del techo. —George, escucha… —dice Nathan. El maestro Keppler parece recuperar sus raídos sentidos. Levanta la pistola hacia el pecho de Nathan nuevamente.

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—No quiero hacer esto, Nathan. Pero debes quedarte aquí. No debes ir al río. —Está bien. Está bien. —Nathan levanta una mano—. Solo espera.

No, Nathan. Sing no se atreve a hablar, incluso si pudiera de alguna manera. El maestro no puede conseguir el cristal ahora. Todo lo que puede ver es la mirada vacía de Tamino. Pero Nathan está metiendo la mano en el bolsillo, sacando el collar. El cristal es una pequeña y reluciente estrella. Sing encuentra su voz. —Nathan. —No. No la mira. En su lugar, dice: —No me iré. No tocaré. Pero ella cantará mañana.

¿Qué? —Nathan, no seas ridículo —dice ella—. ¡No importa una estúpida ópera! El maestro parece notar a Sing por primera vez. —¿Ella? —Suena familiar ahora—. ¿La chica da Navelli? Nunca más va a cantar, chico. Va a ser expulsada. No la necesitamos.

Expulsada. Sing inhala sin alegría ante lo absurdo de eso. ¿Cómo puede tener sentido esa palabra? ¿Aquí, con Nathan y el maestro y la pistola y el recuerdo de Tamino? Nathan cierra sus dedos. —Entonces no conseguirás esto. El brazo del maestro se estremece. Su mirada nunca se aleja del rostro de Nathan.

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—Muy bien. Sing tira del brazo de Nathan. —¡No! ¿Qué estás haciendo? Se vuelve hacia ella. —¿Sabes qué significará si eres expulsada? Él puede arruinarte. No importa quién sea tu padre… él no es tan influente como el conservatorio. George puede arruinar tu carrera. Y lo hará. Sing puede escuchar a la gente ahora, hablando a través de la oscuridad. Pero nadie va hacia St. Augustine; no están seguros de donde provienen los ruidos. No están mirando hacia los techos. —Solo dame el cristal —ladra el maestro. —¡No le tengo miedo! —dice Sing—. Nathan, toma el cristal y nos iremos. Juntos. ¡No me importa Angelique ni este maldito conservatorio! —La pesadez de la noche comienza a agobiarla. Tamino se ha ido. Ahora Nathan agarra sus manos. Su piel está fría, pero sus manos son suaves. —Tiene que importarte la música, Sing. Es quien eres. No sabe cómo responder. Nathan se vuelve, sosteniendo el collar hacia el maestro, los dedos firmemente cerrados. —Tenemos un trato. ¿Te doy esto y Sing no es castigada? El maestro Keppler estrecha los ojos, pero asiente. —No lo hagas, Nathan —susurra Sing—. Estarás atrapado aquí. Nathan la mira y sonríe. —Entonces solo una cosa habrá cambiado. —Y abre sus dedos.

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El maestro le arrebata el collar y lo observa. La pistola cae y se desliza por el techo inclinado. Nathan agarra el abrigo de Sing de donde se ha caído y cubre sus hombros temblorosos. Ella se inclina contra él, repentinamente agotada. Él besa la cima de su cabeza. En algún lugar allí abajo, se enciende una luz. —Pero solo va a continuar. Ambos miran al maestro, aún contemplando la lágrima brillante en sus manos. Su voz es suave ahora. Él levanta la mirada como si estuviera sorprendido por su presencia. —Va a continuar, ¿no es así, Nathan? La amas… Eso es tan extraño. El tono de Nathan es cuidadoso. —¿Qué es lo que va a continuar, George? —No puedo mantenerte aquí, ¿puedo? —El rostro del maestro es tan triste, Sing casi quiere consolarlo. —Me quedaré —dice Nathan. George suspira. —No quieres quedarte. Nathan queda en silencio. Sing observa su rostro, pero no puede leer su expresión. El maestro Keppler los está mirando, las cejas caídas, la boca curvada en una gesto pensativo. Deja caer el cristal y este hace un ruido contra las tejas. —Adiós, Nathan —dice, levantando uno de sus relucientes zapatos de cuero. Hay un momento de silenciosa confusión. Entonces, con la horrible comprensión cayendo, Sing y Nathan se apresuran hacia delante al mismo tiempo.

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Es demasiado tarde. El rígido talón del zapato del maestro golpea las tejas en un crujido glacial. Sing y Nathan se congelan. El maestro levanta su zapato de nuevo para revelar un pequeño y brillante rocío de fragmentos. —¿Qué has hecho, George? —dice Nathan, con los ojos abiertos—.

Necesitamos el cristal. George sonríe. —Yo solo te necesitaba a ti, Nathan. —Y se queda congelado, aún sonriendo. Sus ojos pierden su brillo, su inteligencia. Sing jadea mientras el maestro parece quedar más y más vacío ante sus ojos. Agarra el brazo de Nathan. Después de un momento, el maestro Keppler se hunde suavemente en el techo de tejas como un macabro globo desinflado. Sing observa de nuevo a su madre con el vestido blanco, colapsando en el escenario, la mujer por dentro igual de muerta. Deja escapar un grito y entierra su rostro en el pecho de Nathan. Pero él también está desapareciendo. —¡Nathan! —Él ya no puede sostenerse. Ella lo ayuda a acostarse en el tejado—. ¡Nathan! Podemos arreglar esto. Encontraré a la Félix. Yo… Él la mira, débil pero con los ojos brillantes. —Todo está bien. Sus lágrimas son hielo deslizándose por sus mejillas. No quiere que caigan sobre él. Lo sostiene en sus brazos. Se siente tan ligero ahora. Su brazo está contra su mejilla, su aliento aún es caliente. Ella aprieta sus ojos y lo agarra con más fuerza. Pero de repente ya no hay nada para agarrar. Mira hacia abajo para encontrar una masa de plumas negras esparciéndose en el viento.

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Aférrate a ellas. Agárralas. Tráelo de nuevo. Espera. Escarba en el aire. Agárralas, agárralas. —¿Agarrar qué? —dice Ryan. Sing se da cuenta que ha estado mirando distraídamente el diseño de hojas rojas y doradas en la exuberante alfombra del salón Woolly. —¿Qué? La expresión de Ryan es desconcertada y divertida. —Acabas de decir: “Agárralas”. —Oh. —Ella estudia la alfombra, intentando recordar. No tuvo la intención de quedarse demasiado tiempo en la recepción; debía estar cansada. Su padre y el presidente todavía están conversando a través de la sala. Pensó que había perdido a Ryan con la famosa pianista Yvette Cordaro y una serie de chicas risueñas, pero aparentemente la había encontrado de nuevo. Las hojas doradas en la alfombra parecen girar. Tiene un extraño e irresistible deseo de recogerlas con sus manos y mantenerlas a salvo. —Creo que quise decir las hojas —dice ella—. En el diseño, ahí. —¿Es eso lo

que quise decir? La forma es correcta. Pero algo hace cosquillas en su cerebro. —Bueno —dice Ryan a la ligera, sacando una copa de algo de su mano—, creo que no necesitarás más de esto. —Sus ojos verdes están más alerta que nunca, pero un poco ensombrecidos por la hora. Deja la copa de Sing en la bandeja de un camarero que pasa y toma su brazo—. Aquí, se está poniendo aburrido. Voy a tocar algunos valses para celebrar mi inminente victoria. —La dirige hacia el brillante piano de cola en la esquina. Ella observa las hojas doradas flotar en el mar de la alfombra roja mientras caminan.

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Sesenta y uno

E

l sol matutino entierra sus dedos dentro de los ojos cerrados de Sing, haciéndola gruñir y poner una almohada sobre su cabeza. Su cabeza duele. ¿Por qué le duele su cabeza? ¿Qué hora es?

Medio dormida, echa un vistazo hacia el reloj en su mesa de noche: 9:24. Será mejor que se levante si es que quiere tener buena voz para Angelique esta tarde. Harland Griss estará ahí. La vacante de Nuevo Artista está en riesgo, quizá más de lo que a ella le gustaría admitir. La influencia de su padre es importante, pero ella sabe que él no hace uso de ella de la misma manera en la que su madre lo hacía. Si Griss escoge buscar en otro lado a su nueva mariposa, Ernesto da Navelli lo dejará así. Nadie está utilizando el baño a esta hora un domingo. Los estudiantes con algo que hacer hoy hace mucho que se levantaron y aquellos que tuvieron algo que hacer anoche no van a levantarse durante un buen rato. El suelo de baldosas se siente frío en los pies descalzos de Sing. Se toma su tiempo cepillando sus dientes, intentando no pensar en lo que hará con las próximas horas antes de su actuación. Le entorna los ojos a su reflejo, su rostro inclinado tan cerca que el espejo atrapa el vapor de su respiración en su fría superficie. Sus ojos están ensombrecidos, su piel pálida. Da un paso hacia atrás, estudiando. Algo pica en su mente. Algo no está bien. Arrastra los pies de vuelta por el pasillo en su bata. Voces emanan desde detrás de la puerta cerrada al otro lado del pasillo; Jenny y Marta, todavía están en su habitación. No tienen nada de qué preocuparse hoy. La actuación de

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Angelique vendrá y se irá, ellas harán sus partes, en el escenario y en la orquesta y luego la escuela continuará. Escuela, tarea, práctica, actuación, chicos, drama, ellas. Sing, intentando traer a enfoque su propio futuro, se sorprende al darse cuenta que añora su compañía.

¿Quiénes son ellas?, diría Barbara da Navelli. Te irás de esta escuela pronto. ¿Por qué las necesitas? Sing pone una mano en su puerta, pero no entra. Se queda ahí parada por un largo rato en el pasillo vacío, escuchando las voces amortiguadas detrás de ella. No es común que sienta a la chica dentro de ella; no una niña, no una adulta, sino la parte de su mente que anhela validación de su propia clase. Ryan alimenta esta parte de ella —Ryan, es por eso que le duele su cabeza, la recepción de las semifinales que duró hasta muy entrada la noche—, pero ella también necesita a sus amigas. Barbara da Navelli no entendería. Ella solo alimentó dos partes de ella misma, la profesional y la estratega. Nunca la chica. —Las necesito porque yo no soy tú —dice Sing en voz alta. *** —¿Esto es todo? —dice Jenny—. ¿Lo siento? Sing se encoge de hombros. —Eso es todo lo que tengo. —Acaricia la crin de lana de un brillante Pegaso de peluche. —Su nombre es Belinda —dice Marta. —No debería haberlas dado por sentado de la forma en que lo hice —dice Sing—. Y no debería haber jugado la carta de celebridad con ustedes. Es…

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vergonzoso. De verdad que no tengo excusa, supongo. Las escuelas nuevas son difíciles. Jenny la mira. —Sí, bueno, algunos de nosotros lo manejamos. —Lo sé —dice Sing dice—. Lo siento. Por favor… no hagan una exposición de mal gusto sobre mí en The Trumpeter. Jenny resopla y se ríe. —Oh, es tentador. Pero el asunto es, Sing, sí te amamos, en verdad, aunque te mereces un poco ser llamada perra, ahí lo dije. Y es difícil seguir enojada contigo por joder a Lori Pinkerton dado que ella es más o menos la persona más irritante que hay. Secretamente, adoro que ella finalmente esté recibiendo lo que se merece. Solo no lo vuelvas un hábito, ¿de acuerdo? —Mi madre lo volvió un hábito —dice Sing. Ella y Marta están sentadas en la cama de Marta, mientras Jenny está sentada en una silla de escritorio giratoria, la perezosa luz de la libre mañana de domingo entra a la deriva por las viejas cortinas beige. Jenny aún está en pijamas mientras Marta viste fluida ropa bordada que posiblemente también son pijamas—. Es fácil dejarse atrapar por lo superficial de ello —dice Sing—. De cómo se ve una cosa. —Oh, cierto. —Jenny balancea sus piernas y gira lentamente en la silla de escritorio—. Maquillaje y cejas y cabello. Como si tuvieras que preocuparte por eso. Puede que Ryan sea un imbécil, sin ofender, pero definitivamente es el chico más lindo en el campus. Y, y, tú se lo robaste a la diva residente. Así que no es como si vayas a rizar tu cabello y ponerte labial y él estará como “Oh, Dios mío, Sing, ¿cómo es que no pude ver lo extraordinariamente caliente que eres? Déjame botar a mi popular novia animadora por ti”. Porque eso ya

sucedió.

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—Ella no está hablando de eso —dice Marta—. Se refiere a querer el papel principal porque es el principal, no porque sea lo correcto. —Es lo correcto. Es lo que siempre he querido. —Sing enrolla la cola del Pegaso alrededor de sus dedos—. Es solo… creo que necesito sentirme normal el día de hoy. No sé por qué. —Por supuesto que sabes por qué —dice Jenny—. Todo está puesto en esta actuación. Te estás preguntando si eres lo bastante buena. Honestamente, eres malditamente bastante buena. Sing peina su cabello en una cola de caballo con una mano. Zhin me diría que

soy la mejor, piensa. Luego, sorprendiéndose a ella misma, lo dice en voz alta. —Tsss —dice Jenny—. Te diré algo… no la necesitas. —Lo sé —dice Sing—. Ella simplemente es… es como… —¿Como qué? ¿Engañosa? ¿Egoísta? ¿Traición… era? —Es muy parecida a mi madre Jenny levanta una ceja. —Bueno, entonces —dice con un grueso acento que posiblemente intenta ser alemán—, ¡creo que estamos llegando a algún lugar! Deberíamos gastar cien dólares. La próxima semana, tendremos asco de tu novio. Sing se ríe. —Oh, Dios, no. —No sé cómo lo perdonaste, por cierto. —Jenny se vuelve a dejar caer en la silla.

Perdonaste. Ahí hay algo borroso, en la mente de Sing. Ryan la engañó con Zhin. Y probablemente con Lori. Demonios, probablemente engañó a Lori con

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Sing. Pero lo perdonó, ¿cierto? En la recepción de anoche, después de las semifinales de Gloria Stewart. Algo acerca de ello se siente tan irreal. La puerta se abre y Carrie Stewart asoma su rostro de hada. —¡Oigan, chicas, acabo de ver al Sr. Bernard! La expresión de Jenny está sin cambios. —Oh, Dios mío. —¡No! —Carrie respira—. ¡El maestro Keppler murió anoche! *** Durante su ocupada hora del almuerzo del domingo, el Mountain Grill huele a estofado de res, cebollas, canela, carbón, humo de leña y perfume de mujer. La ventana está alegre pero fría y Sing se acurruca dentro de su suéter, agradecida de no estar en su uniforme. El sol de mediodía ilumina los detalles de las vetas de madera en las mesas y suelo, así como las suaves y plateadas líneas del pendiente de sirena de Marta cuando ella se inclina hacia adelante, con la boca ligeramente abierta. —¿Qué dijo él? Sing encontró a su padre en Hector Hall rodeado por el profesorado, aprendices y un par de reporteros que aparecieron rápidamente. Consiguió hablar con ella brevemente, con Jenny y Marta esperando los detalles. —Insuficiencia cardiaca —dice ella dice—. Cerca de la medianoche. Descubierto en su cama temprano esta mañana por el aprendiz García. La ambulancia o como sea, la carroza, no lo sé, ya se ha ido. Eso es todo. Jenny frunce el ceño, cruzándose de brazos. —¿Y la actuación va a continuar? El hombre está muerto.

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—Bueno, supongo que podrían decirle a todo el mundo que se fuera a casa — dice Sing—. Pero se ha apostado tanto en el Festival de Otoño, sería una pena. —El Maestro Keppler está muerto. Insuficiencia cardiaca. ¿Por qué eso parece… equivocado? —¿Tu padre dirigirá? —pregunta Marta. El estómago de Sing se retuerce. —Sí. —¡Guau! —dice Marta. Jenny le levanta una ceja, pero ella continúa—. Lo sé, lamento que el Maestro muriera. Pero era tiempo. —Sing resiste la necesidad de poner sus ojos en blanco; Jenny no—. Pero puede que jamás vuelva a tener la oportunidad de cantar bajo la dirección del maestro da Navelli. Es un poco increíble. —Será interesante. —Sing mantiene su voz baja, aunque su reservado está bastante aislado de los otros clientes del Grill—. Mi padre jamás ha dirigido

Angelique. —¿En serio? —Marta se sorprende—. ¡Pero debe conocerla! —Sí —dice Sing dice—. La conoce. A pesar de los esfuerzos de Jenny por esconderlo, Sing atrapa el movimiento en su hombro mientras codea a Marta por debajo de la mesa. —No, está bien. —Sing sonríe y de hecho la siente en el interior tanto como en el exterior—. Será bueno para él. Y todo un regalo para la audiencia. Bueno, supongo que “regalo” es una forma un poco horrible de ponerlo. La mesera les lleva sus almuerzos en gruesos platos de cerámica que repiquetean contra la mesa de madera.

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—No realmente —dice Marta—. No se puede evadir que el maestro murió. — Sumerge una cuchara en su sopa de tomate. —Tenía como cien —dice Jenny—. Honestamente, ¿qué estaba manteniendo unido a ese hombre? Creo que nosotros éramos su última parada, para ser honesta. Sing aprieta sus cejas. —¿Su última parada? —Bueno, él había estado obsesionado con la Orquesta de París por tanto tiempo, no creí que alguien pudiera descascararlo de las paredes y lanzarlo de vuelta a los Estados Unidos. Esta “actuación de bienvenida” siempre se sintió menos como un truco publicitario y más como un gran final. —Eso es terriblemente cínico —dice Marta. Sing estudia su hamburguesa. De nuevo, esa extraña sensación espinosa comienza en la parte posterior de su mente. Ella vio al maestro Keppler tan solo anoche, en las semifinales de Gloria Stewart. Él estuvo ahí con su asistente, el aprendiz García, el joven con cara pastosa que cambiaba las páginas de Ryan en el ensayo. ¿El maestro se veía enfermo? No lo cree. Pero entonces, jamás se puede estar seguro con los corazones. —Todavía creo que se nos debería permitir una loca pelea de bolas de nieve por todo el campus en lugar de la actuación. —Jenny clava sus patatas con un tenedor corto—. ¡Podríamos utilizar el bosque! ¡Sería épico! Y, ya saben, sanador. —No muy de luto —dice Sing. El bosque. Se imagina su ceniciento olor, su agudo frío. La noche que escapó allí, después de la fiesta de Carrie Stewart. Puede recordar el bosque con inmaculada claridad. ¿O no? En algunos de sus recuerdos, hay una extraña vaguedad. Una nube oscura.

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—No creo que una pelea de bolas de nieve en el bosque sea muy segura. —Los ojos de Marta están amplios y su boca se curva en un ligero ceño—. Podrías ser atacada por un oso. Jenny mastica una patata. —¿Los osos no, como que, hibernan? ¿O algo? ¿Cuándo hacen eso? —Dejan de hibernar si los golpeas con bolas de nieve. —El tono de Marta es tan serio que Jenny y Sing se ríen. —¡O si los llamas! —dice Jenny—. He estado trabajando en mi llamada de oso con la profesora Needleman, ¿qué piensan? ¡Figaro! ¡Figarofigarofigaro, feee-

ga-ro! Se ríen de la pobremente ejecutada ópera de Jenny, incluso la misma Jenny resopla. Una cabeza rubia se asoma por un lado de la cabina. Ojos bonitos destellan encantadoramente y labios con brillo rosado arrullan: —Ustedes, chicas, se la están pasando bien aquí. Sing se congela. —Hola, Lori —dice Marta dice, bebiendo su agua—. ¿Qué haces? —Solo disfrutando el día, esperando las finales de Gloria Stewart esta noche. —Lori mira intencionadamente a Sing—. Tengo una tarde tranquila. El grupo de Lori se levanta para irse mientras Sing y Jenny se sientan en silencio. Aaron se desliza fuera de la cabina, seguido por Carrie Stewart y… —¿Ryan? —Sing no tenía intención de decirlo. Él se gira y por el más breve de los momentos se ve más que un poco incómodo. Pero pasa en un parpadeo y él sonríe ampliamente.

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—Hola, Sing. Hola, chicas. Viéndose adorables hoy, ya veo. Marta se sonroja. Sing no sabe qué decir. ¿Ryan, aquí con Lori? ¿De casualidad

estuvieron escuchando? ¿Dije algo vergonzoso? —Oh, ¡hola, chicas! —dice Carrie. —No las distraeremos de sus almuerzos. —Lori se pone un gorro de punto color crema—. Sé que tienen un gran día por delante. Especialmente tú, Sing. Buena suerte con Angelique.

No muerdas el anzuelo. Sing sonríe tan falsamente como puede. —Gracias. Lori le regresa su falsa sonrisa. —¡Actuación especial padre/hija, por lo que escuché! Será divertido.

Ignóralo. —Aunque, tú sabes, es este papel. —Lori se pone un guante beige de piel—. Estoy segura que a nadie le importará. Sing siente que su mandíbula se pone rígida. No puede ignorarlo. No ahora. No si es lo que todo el mundo está pensando. —¿Qué se supone que significa eso? La mirada de Lori se endurece. Ryan se pone su chaqueta. —Mejor nos vamos —dice radiantemente—. Ustedes chicas… Sing se pone de pie. —¿Tienes un problema conmigo, Lori?

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Lori levanta sus cejas y, por un segundo, parece como si fuera a fingir inocencia. Pero su rosa sonrisa desaparece con resoplido burlón e inclina su cabeza. —No soy yo de quien tienes que preocuparte, da Navelli. Voy a disfrutar observarte estrellarte y quemarte ahí afuera hoy frente a Harland Griss y todos los demás. —Así es, seré yo ahí afuera. —Sing no puede creer las palabras que están saliendo de su boca. Todo el mundo a su alrededor está en silencio—. ¿Crees que podrías cantarla mejor? Lori se detiene. Cuando habla, todo el arrullo en su voz se ha secado. —Eso no importa. Era mi papel. Se da la vuelta y Sing la deja tener la última palabra. Todo el grupo se ha ido dentro de unos pocos instantes. Jenny y Marta la observan cuando se sienta. —Detente —dice Jenny, levantando una mano—. Podemos analizar los últimos treinta segundos durante las próximas dos horas, lo prometo, pero por favor, ¿puedo ordenar otro refresco antes de que empecemos? Tengo el presentimiento de que voy a necesitar mis fuerzas. —No voy a analizar nada —dice Sing dice—. Como sea. —Lori está tratando de debilitar tu confianza —dice Marta. Jenny estruja su servilleta y la pone en su plato. —No la culpo. Sin ofender. —Ryan solo estaba almorzando con amigos —dice Marta. Ella levanta su tazón de cerámica y mete las últimas gotas de su sopa de tomate en su boca.

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—Ryan puede hacer lo que quiera —dice Sing—. No es un gran asunto. Cielos. Yo… —No puede obligarse a terminar la oración: Confío en él. Jenny sonríe furtivamente. —Lo que Ryan quiere es a ti, Sing da Navelli. Para la decepción de la población femenina del CD. Tendrán que ver si otro Príncipe Encantador aparece fuera del éter el próximo año, supongo. —Príncipe Encantador no, ¡príncipe Elbert! —dice Marta y suelta una risita. —Prefiero Príncipe Encantador. —Sing gira una patata frita en los restos del lago de salsa de tomate en su plato. Luego vocaliza lo que parece que se le acaba de ocurrir, pero cuando habla, se da cuenta que es lo que ella siempre ha sabido—: El príncipe Elbert no ama a Angelique por quien ella es. Es un trofeo para él. Eso es lo único malo con la ópera. Jenny solo se encoge de hombros y dice: —Hombres. Hombre de ópera. Escrita por hombres. Qué se le va a hacer. Marta está mirando fijamente a Sing, quien casi puede ver los engranes de su mente girar. —Tal vez no está mal —dice ella, acariciando ausentemente el pesado pendiente plateado alrededor de su cuello—. A lo mejor es simplemente una tragedia. Solo que no se siente como tragedia al principio, porque te olvidas de él. Sing frunce el ceño. —¿Te olvidas de quién? Marta se sonroja. —Del verdadero amor de Angelique, por supuesto. Silvain.

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Sesenta y dos

L

a noche en que Zhin se quedó en el CD, ella y Sing rieron y comieron palomitas de microondas hasta las dos de la mañana. E incluso aunque Zhin la traicionaría al día siguiente, Sing no puede recordar esa noche

con nada más que cariño.

Ella se sentó aquí. Sing coloca su manta doblada en el extremo de su cama. Solamente que no fue aquí; fue en la habitación idéntica de Zhin en el piso de los sénior. Sing la recuerda en su pijama verde agua, de piernas cruzadas, una almohada metida entre su torso y la pared, ambas riendo como si tuvieran diez en lugar de diecisiete años. A Sing le gustaba esa Zhin. Se sienta en su cama, agarra una de las novelas en su mesita de noche y, en lugar de llevarla, se deja ser arrastrada hacia abajo por el peso de su brazo extendido. Una hora más antes de que tenga que ir al Woolly a cantar Angelique. Cierra los ojos.

“Era mi papel”, dijo Lori. Zhin tendría algo que decir sobre eso. Algo sobre un error que nunca debería hacer sido cometido, sobre el talento de Sing, sobre aquellos sopranos sin valor que no eran dignos de su tiempo. Tal vez fue por eso que Ryan había sentido atracción por Zhin. Te hacía sentir como si fueras digno de grandes cosas. Zhin tampoco tenía miedo de hablar sobre cosas.

—A veces odio mi nombre —le dijo Sing aquella noche mientras estaban sentadas comiendo de sus cuencos de palomitas de maíz—. Es demasiado peso para arrastrar.

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—No deberías estarlo arrastrando —dijo Zhin—. Deberías ondearlo como una bandera. Eso fue lo que hizo tu madre. Sabía cómo salir adelante—. Entonces, para su sorpresa, Zhin se inclinó y frotó el hombro de Sing—. Y ella quería lo mejor para ti. —No estoy segura de que tengamos la misma definición de “lo mejor” —dijo Sing, pero se sintió un poco mejor. —La música es lo mejor —dijo Zhin—. Y te nombró Sing. Sing agitó los granos en el fondo de su cuenco con su dedo. —Sí, ¿pero y si tus padres te hubieran nombrado Play Violin? Aunque amas tocar el violín, es mucha presión. Zhin resopló ante eso. —Mis padres nunca me hubieran nombrado de una manera tan interesante. Tenemos reglas, sabes. De hecho, tenemos nuestro árbol genealógico escrito en un libro que se remonta a unos tropecientos años atrás y está este poema sobre flores o algo y cada generación tiene su propio personaje del poema que tiene que ir en el nombre de cada uno. Voy a nombrar Potato y Chip a mis hijos solo para observar la cabeza de mi abuela mientras explota. —Preferiría ser Chip que Potato —dijo Sing, riendo. Zhin tiró una almohada en su dirección. —Qué mal. Eres Potato. Sing le tiró la almohada de vuelta, la cual volteó el cuenco de palomitas de Zhin y ambas cubrieron sus bocas para evitar que sus risas despertaran a los otros estudiantes en el piso sénior. —Está bien —dijo Zhin—. Puedes ser Sing, una estrella.

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Sing suspiró. —No sé si alguna vez seré una estrella. El rostro se Zhin se relajó en una expresión que Sing nunca había visto antes, descuidada y joven. —Sing —dijo Zhin, solo que sonaba diferente ahora. No era cantado; era algo agudo y extraño y encantador—. Significa “estrella” en chino. Como en el cielo. ¿Ves? Solo tienes que ver tu nombre de manera diferente, eso es todo. Sing sonrió. —¿En serio? Eso es genial. —Estrella. —No es una combinación perfecta. Hay muchas palabras en chino que suenan un poco parecido. Pero esa es la primera en la que pensaría.

No es una orden, después de todo. Estrella. —Gracias, Zhin. Zhin se encogió de hombros. —Bueno, es eso o “gorila”. —Rieron. Sing quería aferrarse a esta Zhin, la que desaparecía tan pronto como tenía otras personas alrededor. Ahora Sing está acostada sola en la penumbra de su habitación y piensa en las estrellas. No en las estrellas artificiales, que brillan solo en comparación con seres inferiores, quienes se deleitan en su propia gloria como Barbara da Navelli. Como Zhin. No, Sing imagina la dispersión de diamantes de estrellas reales, quemando frías y feroces a través de la negrura infinita, elevadas y solas y completas.

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Sesenta y tres

E

l Teatro Woolly no tiene lugares especiales para los protagonistas. Sing llega a los camerinos de mujeres antes de tiempo, pero incluso así, no está sola.

—Lori —le dice a la rubia frente al gran espejo iluminado. Lori se voltea. —¿Te sorprende que esté aquí? Bueno, siempre vengo dos horas más temprano. Y sí, sigo dentro. Estoy en el coro. Lo siento. —Enfrenta el espejo de nuevo, su cabello glamoroso.

Celosa, diría Barbara da Navelli. No, lo pensaría. Sing no le habla a Lori. Se sienta en la otra punta del espejo y se maquilla. Después de un rato, retrocede para asegurarse de que se vea a la distancia. Dulce. Natural. Es solo cuando se acerca que las exageradas sombras y luces se vuelven claras: intensas franjas negras y blancas, extrañas redondeadas rojas y rosas. Más cerca, se ve como un monstruo. Otros miembros del reparto comienzan a llegar, charlando, manteniendo territorio con sus mochilas y abrigos, pero ninguno de ellos le habla a Sing. El vestido encaja perfecto. Ni siquiera puede decir cuáles piezas han tenido que ser alargadas o acortadas. Toma la peluca rubia cuidadosamente rizada de su posición en la cabeza de polietileno y la coloca sobre su propio cabello, sostenida en su lugar con una gorra. Algunas hebras oscuras salen del dorado brillante. Las empuja de vuelta. Perfecto.

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Y ahí está ella, en el espejo. Una chica hermosa en un vestido blanco con volantes, tirabuzones dorados cayendo en cascada sobre sus hombros. Angelique. Sing estudia su rostro: serio, altivo, impotente. Frunce el ceño. Esta no es la ingenua pastora que había esperado. ¿Dónde está la inocencia? ¿El brillo? Todo lo que Sing ve son ojos duros y un rostro sombrío y arrugado. Barbara da Navelli.

Tal vez es una tragedia, sugirió Marta. Ahí, en el fondo del reflejo, sobre sus hombros; el ocupado camerino y, más allá, la puerta abierta. El apagado, polvoriento detrás de escena, las sombras asimétricas. Y los rostros. Lori. Hay mucho más allá del reflejo de una chica hermosa. El espejo solo atrapa el vestido, el cabello, la sonrisa. Pero más allá hay un mundo que el espejo no ve, el mundo que el público no ve. Quizás Angelique pudo haber vivido en este espejo, pero no en el mundo más allá. Cantar Angelique no la trae a la vida. Debería haberlo sabido. Para todos sus elaborados trajes, Barbara da Navelli siempre fue Barbara da Navelli. Sing nunca podrá reclamarle Angelique a su madre, porque nunca la poseyó. ¿Eso es lo que quería? ¿Reclamarla? ¿Y luego qué? Sing siente que sus hombros colapsan. Su corazón se vuelve más pesado. Esto

no es real. Ahora siente furia. Dijiste que interpretar algo lo haría realidad. Ella mira su reflejo, su madre mirándola de regreso, ojos fríos. —No puedo hacerlo realidad —sisea—. Y tampoco tú. Lo único verdadero que hiciste fue morir.

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Ella coloca una mano en los suaves rizos rubios. Salen con facilidad, solo dos invisibles sujetándolos. Barbara da Navelli estaba equivocada. Interpretar algo no lo vuelve realidad. No realmente. Para nada. Sing voltea. —Lori. Yo… —Cualquier cosa que sea, no me importa. —Lori se cruza de brazos—. Como sea. Ten un buen espectáculo. —Lo siento. —Sing posiciona la peluca en la mesa. Lori aparta la mirada, aplicándose una capa final de máscara. Se ve como una muñeca Barbie. —No necesitas lamentarte —dice—. Ganaste. —No es un juego. Lori voltea y sonríe con tristeza de un modo que le causa dolor a Sing. —Sí. Lo es. Sing desabrocha el vestido blanco con volantes. Siente como si estuviera cometiendo una terrible traición mientras lo desliza al suelo, pero no está segura de a quién está traicionando. —Entonces renuncio —dice. El reflejo todavía demacrado, pero es ella de nuevo. Barbara da Navelli se ha ido. Barbara da Navelli su ha ido. *** —Carina, ¿estás segura?

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Ella no puede leer el rostro de su padre. Debería estar enojado. Está enojado, pero también hay algo más que le hace tener menos miedo. —No creo que me corresponda cantar hoy cuando no me dieron el papel. Sé que hablaste con el maestro Keppler. Los miembros de la orquesta se filtran dentro de la cómoda sala de músicos del segundo piso del Woolly. Algunos miran en dirección a Sing, pero la mayoría habla y agarra aperitivos de la mesa de buffet. Ernesto da Navelli se encoge de hombros. —Sí, por supuesto que hablé con él. Estuvo de acuerdo conmigo. —Bueno, él estaría de acuerdo contigo. Eres una celebridad. Él frunce el ceño. —No uso mi estatus para decirle a la gente qué hacer.

Sí, lo haces. Sing no dice eso. En su lugar, dice: —Aprecio lo que tú y el maestro Keppler hicieron por mí. Pero hoy no cantaré. Espero que puedas perdonarme. —¿Perdonarte? —Él eleva la voz lo suficiente para causar unas cuantas miradas más en su dirección—. Querida, ¡solo estás dañando tu propia carrera! Ella juega con la lágrima de perla alrededor de su cuello y mira el suelo. Su padre palmea su hombro, puede decir que se dio cuenta de que fue demasiado lejos. —Sing, farfallina, esta es tu decisión. Y si no cantarás, no puedo hacer que lo hagas. —Él suspira—. Pero hubieras sido una encantadora Angelique. Una gran oscura presión parece escurrirse de su pecho y disiparse en los asuntos de la sala. —Lo seré, algún día —dice.

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Sesenta y cuatro

E

l brillante anuncio del Festival de Otoño parece más incongruente en esta erosionada e inmensa puerta que en cualquier otro lugar del campus. Quizás es por eso que Sing ha venido a St. Augustine. Se siente

tan separada del vibrante y ruidoso Teatro Woolly como ella. Coloca una mano sobre el borde del anuncio. Estos carteles han estado mirándola por tanto tiempo, parece increíble que se irán después de hoy. En verdad, solo serán reemplazados por la próxima gran cosa, pero al menos no incluirá cien Angelique salpicando el campus como dolorosos mensajes subliminales. Porque es doloroso, piensa, empujando la puerta pesada, la cual da un trabajoso crujido. El escalofrío la recorre en el enorme y oscuro pasillo, pero cierra la puerta y el aire se aquieta. No cantará Angelique en el día de hoy y quizás no lo haga nunca. No se le dará la posición de Nuevo Artista en el Fire Lake. Así debería ser, pero…

Pero. Pero había pensado, por un tiempo, que ambas cosas podrían suceder. Si no se le hubiera dado esa esperanza, no importaría. Pero amar algo durante toda la vida —incluso en un pequeño curso de vida—, desear alto tan apasionadamente y luego tener esperanza, solo para que se le quite esa esperanza de nuevo… esa es la peor parte.

Desear algo. El ojo de su mente parpadea a la vida, solo por un mínimo momento.

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Se mueve por el pasillo vacío. La puerta de la oficina del rector está entreabierta, pero sabe que él está en la función como todos los demás. Extrañamente, la vista de la puerta la consuela. A pesar del aire formal y las regulaciones draconianas del Conservatorio Dunhammond, ella siempre ha encontrado sus puertas desbloqueadas. Pasa un dedo por los respaldos de unos largos bancos de madera que están alineados en la pared. El sol de la tarde se difunde a través de las ventanas, salpicando el pasillo como un bosque de verano. La siguiente puerta por la que pasa está cerrada y se da cuenta con un escalofrío que conduce a la oficina del maestro Keppler, un espacio de invitados creado para acomodarlo a él durante su residencia en este semestre.

La última vez que estuve allí, el maestro estaba vivo, piensa. Ahora, él… Se detiene. Era algo extraño de pensar. Aunque se imagina una habitación sombría, con fotos en marcos de plata y adornos, ella sabe que nunca ha estado en la oficina del maestro. Sus planes al venir a St. Augustine esta tarde eran vagos, un simple intento de estar en alguna parte en la que nadie más estuviera. Pero avanza por el pasillo de nuevo con la idea de tocar en el hermoso piano de cola en la sala de conciertos. No está prohibido que los estudiantes toquen allí, pero nunca se ha atrevido a hacerlo. Sus habilidades rudimentarias parecerían inadecuadas, incluso ofensivas, en un instrumento tan bueno. Hoy, sin embargo, con la sala vacía y haciendo eco, quizás su toque sea lo suficientemente bueno. Tal vez sus modestos esfuerzos serán mejor que el silencio. Ella nunca ha apreciado realmente la belleza de la sala de conciertos antes. Las resistentes columnas de piedra estallan en arcos como los pilares de loto en

Osiris y Seth. La luz del invierno mira con ojos brillantes a través de las altas y estrechas ventanas a nivel del suelo y flota perezosamente cerca de los

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pequeños paneles de vitral justo debajo del techo. El suelo brilla, una cálida madera naranja. Su ánimo se eleva mientras aprecia la habitación y, por un momento, se siente más a gusto que nunca. Cuando quita el guardapolvos y se sienta en el piano, la tristeza se apodera de ella. No es algo que pueda explicar, distinto de la oscura decepción que se ha asentado en su cuerpo desde que dejó Angelique. Más aguda, más urgente. Mirando las teclas negras y blancas, siente como si hubiera despertado de un vívido sueño… los detalles están tan cerca de la superficie, pero de alguna forma perdidos por completo al mismo tiempo. Su reflejo en el atril no le ofrece ninguna pista. Toca un poco. Un minuto, en el cual se las arregla para destrozar la pieza a pesar de su simplicidad. Las notas hacen eco en los altos muros. Por un momento, comienza a tararear sola. Es realmente increíble lo que pueden

hacer unos pocos meses, piensa, no por sus dedos torpes, sino por la falta de esfuerzo con la que ahora llama a su propia voz. La profesora Needleman es una buena profesora, a pesar de su severo exterior y Sing sabe que las clases de actuación del Sr. Bernard fueron parte de la razón por la que el ensayo general fuera bien esta semana. Incluso la Sra. Bigelow y los cuervos han ayudado a convertirla en una música más profunda. Y… Deja de tocar. ¿Y? Otra vez, al igual que cuando pensó en el bosque en el día de hoy, parece haber una imprecisión en su mente. Cierra sus ojos, deseando que las nubes amorfas de su memoria se solidifiquen en algo real. Fragmentos de imágenes. ¿De dónde vienen? Manos largas. Una camiseta gris. Y suena… el intermezzo de Brahms que tanto ha amado últimamente. Esa es una pieza que nunca tendrá esperanza de aprender. Pero, renunciando al minué, elige la melodía de Brahms. Tres notas, seis notas. Las primeras cuatro frases. Intenta construir una línea de bajo, la cual trastabilla mientras

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va. Poco a poco, su escueta versión comienza a parecerse a la música en su mente.

Nathan. Retira sus manos del teclado como si la hubieran quemado. La nube vaga es Nathan. Es como si una explosión hubiera destrozado su mente… no, no tan dispersa como una explosión. Una flor en la memoria, cerrada herméticamente, se ha abierto de golpe. Puede imaginarlo claramente ahora, su cabello negro y ojos aún más negros, su nariz recta y rasgos afilados, sus manos. Cómo se sintió cuando la besó. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? ¿Qué sucedió? Él estuvo aquí anoche; se escondieron del maestro Keppler en las escaleras… ¿fue ese un sueño? Su mano encuentra la perla en forma de lágrima alrededor de su cuello. Está mal; este es el collar que su madre le envió por su décimo cumpleaños desde Austria. Pero esta perla debería haber sido guardada, arrojada a la parte trasera del pequeño cajón de su mesita de noche. Debería haber una verdadera lágrima en su lugar. El deseo de Nathan. Regresa a ella ahora, el techo, el frío, la pistola, las plumas negras arremolinándose hacia arriba y lejos de sus manos extendidas. Todas las vidas extinguidas anoche: Tamino, el maestro, Nathan. ¿Alguna vez existieron? ¿O lo soñó todo? Empuja hacia atrás la banqueta del piano y corre a la puerta, chirriando los zapatos. Ella ha estado en la oficina del maestro y allí había una fotografía de Nathan. La vio el día que el maestro la convocó. ¿Todavía estaría allí? La puerta no está cerrada con llave. Incapaz de encontrar un interruptor de luz, tropieza hacia la pequeña ventana y abre las cortinas. El gran escritorio

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está cubierto de papeles, partituras y fotos. Arrebata un pequeño marco de plata tras otro, sosteniéndolos hacia la luz.

Aquí. La fotografía que recuerda. La recoge y una sacudida de incredulidad la atraviesa. El maestro está allí como antes, luciendo razonablemente feliz y junto a él se encuentra la pianista Gloria Stewart. Pero Nathan no está allí. Mira la imagen descolorida. ¿Podría su imagen haber sido borrada? Es posible. Se lleva una mano a la frente. ¿Podría yo haberlo inventado? El irascible crujido de la puerta de afuera la sobresalta. Deja la fotografía en su lugar y corre hacia el pasillo. Probablemente no sea una buena idea ser encontrada husmeando en la oficina de un hombre muerto. El rector Martin justo está entrando desde el exterior frío y se apoya contra la puerta con una mueca. Mientras cruje al cerrar, mira a Sing, quien se encuentra con aire de culpabilidad al otro lado del pasillo. —¿Señorita da Navelli? —Su voz es fuerte y profunda—. ¿Se encuentra bien? —Solo estaba tocando el piano en la sala de conciertos —dice, respondiendo a la pregunta que esperara le hiciera. Él se sacude la nieve de los pies. —Venga a mi oficina. Vamos, apresúrese. No está en problemas. Lo sigue hacia la espaciosa oficina. Su instinto es quedarse de pie sobre la alfombra en el abrazo del gran piano de cola de caoba, pero en su lugar se une a él en su escritorio. Él hurga en el primer cajón y saca un pequeño estuche de plástico y una botella. —Los lentes de contacto me están molestando —dice, sacando un lente de contacto a la vez y sacudiéndolos de sus dedos dentro del estuche—. Siéntese.

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—Él se sienta en la acolchonada silla de cuero detrás de su escritorio. Sing se sienta. Él dijo que no estaba en problemas, pero ella se pregunta. El presidente se pone unos grandes lentes con borde dorado. —Solo tengo unos minutos —dice—. Es el intermedio. Ella no sabe qué decir. Él la está mirando con expectación, pero fue él quien le dijo a ella que viniera aquí. El rector golpetea sus dedos. —Estaba esperando verla en el escenario hoy, señorita da Navelli.

Así que es eso. Encuentra su voz. —Lo siento, señor. Yo… no estuve. —Ya veo. —Levanta sus cejas—. ¿Está todo bien? Ella ve la preocupación en su rostro arrugado. No, quiere decir. No está todo

bien. Debería contarle acerca de la conversación de su padre con el maestro Keppler, sobre cómo le robó el papel a Lori Pinkerton y se lo devolvió. Y cómo eso no la hace una mejor persona. Pero en su lugar, se encuentra diciendo: —¿Puedo hacerle una pregunta, señor? —En la pared opuesta, un pequeño reloj con una vitrina bastante esmerilada repica una pequeña proclamación. —Ciertamente —dice el rector. Aún insegura de si era una buena idea, pregunta: —¿Quién vive en la torre? ¿En Archer? Si encuentra su pregunta extraña, él lo oculta.

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—Solía ser los aposentos del rector, hasta que renovaron Hector en los años veinte. Nadie vive allí ahora. Algunas veces nos reunimos en la planta superior, pero el resto es depósito. —Él se encoge de hombros—. No está fuera de límites, sabe. Puede echarle un vistazo si quiere.

No estoy loca, piensa, deseando que sea verdad. Había una escalera en espiral, una cesta de ropa junto a su cama, una luz amarilla. Sus recuerdos son tan vívidos. —¿Tenemos un aprendiz Daysmoor? Él se inclina hacia atrás, frunciendo el ceño. —¿Daysmoor? No, no tenemos. Daysmoor. La escuela Daysmoor para chicos se encuentra no muy lejos de aquí. El maestro Keppler es graduado de allí, creo.

Lo fue, debería decir. —Es alto —dice ella, su voz comenzando a fallarle—. El aprendiz Daysmoor es alto, con cabello negro y dedos largos y es el mejor pianista que ha tenido el CD. —Señorita da Navelli. —Él se pone de pie y piensa que va a regañarla, pero le acaricia el hombre—. Ha sido un inicio difícil para usted, ¿cierto? Lo entiendo. Queremos que nuestros estudiantes sean excelentes músicos y hacemos que trabajen para ello. Pero debe cuidar de usted misma. —Se dirige a la puerta—. Mire, el intermedio casi termina; tengo que volver. Pero siempre puede venir y hablarme, ¿está bien? Ella asiente. —Bien —dice él—. Tómese su tiempo. Toque mi piano si así lo desea. Quiere decir gracias. Él asiente a forma de despedida, pero Sing no puede descifrar si lleva una mirada de simpatía o lástima. Se inclina sobre el escritorio del presidente y se sienta allí por un momento, con su cabeza en sus brazos.

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Nathan olía ligeramente a pino. No podías distinguir el negro de sus pupilas del negro alrededor de estas. Tocaba Liszt mejor que Ryan, probablemente mejor que Yvette Cordaro. Quizás mejor que Gloria Stewart. Con una nueva energía, salta de la silla y se apresura al pasillo. De inmediato está derrapando a través del brillante patio hacia Archer. Mientras el aire invernal la empuja, se da cuenta que se olvidó de su abrigo. Pero sigue corriendo. No abre las puertas delanteras. En su lugar, se desvía a la derecha, crujiendo sobre la nieve hacia la parte posterior de la torre. El aire es frío en la sombra oscura de la torre y la escalera de incendios cruje mientras corre por esta. El balcón de piedra está cubierto de nieve virgen, inmaculada y silenciosa. Es profundo aquí, habiendo caído desde el techo y sus pasos son torpes mientras cruza. Presiona su frente contra la puerta de vidrio, bloqueando el sol brillante con sus manos alrededor de sus ojos para poder adaptarse a la oscuridad más allá. La forma de un piano bajo un guardapolvo. Dos sillas. No hay pilas de música. Intenta abrir la puerta, la cual para su sorpresa se abre. Entra en la oscuridad y cierra la puerta contra la nieve reluciente.

Es un truco. El rector Martin me mintió. Nathan está aquí. Ningún sonido o luz proviene del rincón de la habitación donde una escalera en espiral desciende hacia la torre más baja. Sing tira del guardapolvo del piano. En lo que siente es su recuerdo, la imagen de él sentado en este piano es tan clara. Se sienta en el banquillo y levanta la tapa del teclado. La primera y única tecla que presiona envía un traqueteo metálico hacia las sombras. Este piano no ha sido tocado en años.

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Sesenta y cinco

U

na voz a través del intercomunicador dice: —Primera llamada —cuando Sing entra por la alfombra roja y dorada del Salón Woolly. La orquesta y elenco comienzan a hacer fila al pasar ella, de vuelta en la zona del escenario.

El resto de la torre de Daysmoor estaba tan sombría y sin vida como la habitación superior, pero su convicción de que él existía solo creció con más fuerza con cada paso haciendo eco. Tiene que encontrar a alguien que crea en ella. —¡Carrie! —Se empuja a través de la corriente de músicos irritados. Carrie Stewart está de pie junto al dispensador de agua con un vaso de papel en la mano. —¡Sing! —dice—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no vas a cantar hoy? Tengo que tocar, pero búscame después, ¿está bien? —¡No, espera! —Sing pone una mano en su brazo y Carrie se detiene—. Tengo que preguntarte algo. Carrie arruga su vaso. —Escúpelo. —¿Te acuerdas del aprendiz Daysmoor? Por favor, piensa. —Sing se muerde el labio. —¿Aprendiz quién?

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—Daysmoor. Vive, vivía, en la torre en Archer. Tú y tu hermano pensaban que había estado aquí más tiempo del que todos decían. Dijiste que nadie lo oyó tocar jamás. —Mira a Carrie a los ojos como si por pura fuerza de voluntad la pudiera hacer recordar. Carrie mira hacia la puerta. —Lo siento, Sing. No conozco ningún aprendiz Daysmoor. Desearía poder ayudarte. —El intercomunicador hace la llamada final y Carrie le sonríe a modo de despedida… la misma sonrisa ambigua que usó el rector.

Creen que estoy enloqueciendo. Una última chispa de esperanza todavía pica en su pecho, corre fuera del salón y por las escaleras hacia los camerinos. El vestidor de mujeres está lleno dado que el coro no está en el escenario ahora. Encuentra a Marta en el extremo alejado de la habitación en un sofá, leyendo una revista con su disfraz de Reina de las Doncellas del Árbol. Marta levanta la mirada, las ramas retorcidas desde su cabeza. —¿Estás bien? Sing se sienta junto a ella y habla en voz baja. —Recuerdas hablar conmigo sobre la Félix, ¿cierto? —Por favor. Marta deja su revista a un lado. —Sí. ¿De qué se trata esto? ¿Estás bien? —¿Recuerdas que te mostré mi collar? —Sing saca la perla en forma de lágrima—. Este collar, solo que no tenía una perla. Tenía un… un cristal. Pensabas que era una lágrima de la Félix.

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—¿Una lágrima de la Félix? ¿Como un deseo en forma de lágrima? —Por un momento, Marta parece que podría continuar, pero entonces cierra su boca. Sing inhala. —¿Recuerdas al aprendiz Daysmoor? La mirada en el rostro de Marta es toda la respuesta que necesita.

No estoy loca, piensa de nuevo. Ella sabe que es verdad. Pero ahora también sabe algo más. Nathan se ha ido. Una tristeza la consume tan repentinamente y ferozmente, su estómago se retuerce. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? Odia al maestro, ahora más que nunca. No solo tomó la vida de Nathan, lo sacó de la memoria colectiva de la humanidad. Sacó la música de Nathan del mundo. Él nunca ha existido. Un cuervo que simplemente vivió su corta vida hace muchos años, su corazón roto por su amor a la música humana. Nadie lo supo nunca. El corazón de Sing ha querido llorar muchas veces durante los últimos dos años, pero sus ojos y sus pulmones no se han quejando muy a menudo. Pero ahora siente como si sus entrañas fueran solo un vacío en expansión, una terrible y devastadora nada tratando de empujarse hacia su pecho, su rostro, su garganta. —¡Sing! Oh, Dios mío, ¿qué sucede? Siente los brazos de Marta alrededor de ella, ramas y hojas arañando su cabello y rostro. Otro están reunidos, observando, más que nada en silencio, pero arrullando palabras de consuelo ocasionalmente. Pero ella no puede dejar de llorar. Nathan se ha ido.

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Sin embargo, a través de esta violenta y oscilante angustia, se da cuenta con una extraña y punzante claridad: esto es lo que la Félix vio en los ojos de Nathan en esa otra y perdida realidad. Esta absoluta desesperación. Y sabe que debe encontrar a la Félix.

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Sesenta y seis

E

l bosque ha perdido el brillo de otro mundo de la nieve y se ha asentado en un congelante y oscuro gris. Sing avanza lentamente por la montaña, muy consciente de los susurros apagados y gritos a su

alrededor. No sabe dónde vive la Félix y parte de su mente aún insiste en que nada de lo que recuerda fuera real alguna vez. Pero la parte más profunda de su corazón insiste en lo contrario.

Nathan. Se aferra a su recuerdo. El maestro Keppler nunca le sacará lo mejor de ella otra vez. Está muerto. La nieve se vuelve más profunda y más penetrante mientras asciende. La Félix estará cerca de la cumbre. Durand se lo dijo en Angelique: La bête se cache en

haut. La bestia se esconde arriba. La montaña no es enorme, pero es empanada. Se impulsa por tumbos de rocas nevadas y empuja ramas rígidas de su rostro. No hay un camino aquí —no hay caminos en ninguna parte del bosque—, pero solo sigue subiendo. Eventualmente, los árboles se reducen y finalmente desaparecen. Puede ver el conservatorio debajo, más cerca de lo que imaginaba. Dunhammond ya está cerca de las nubes. No tomaba mucho alcanzar la línea de los árboles. El sol bajo le da a la montaña una bruma dorada, pero aun así no está prendiendo fuego la nieve. La Félix probablemente no viva en un lugar abierto, sino en un lugar protegido cerca. Por primera vez, tiene duda. Aunque la cima es más pequeña de lo que imaginaba, hay muchos lugares para que se esconda un gato… incluso un gato grande. Se dirige hacia unas pequeñas

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salientes. Su protección dejaría a un gato a salvo de los elementos y la vista desde su lomo era espectacular. Es el lugar perfecto para que viva un gato grande. Debería esperar —o al menos estar preparada— para verlo. Pero cuando se encarama hacia el refugio de una pequeña saliente, jadea ante la vista de una enorme criatura de otro mundo durmiendo allí. La Félix es más grande de lo que recuerda, aunque en realidad recuerda muy poco sobre la noche en que fue atacada. El gran pelaje de la gata es de brillantes colores rojos y violetas, con pequeños puntos blancos esparcidos por todos lados como estrellas. Por primera vez, Sing considera el hecho de que si la Félix elije no concederle su deseo, a cambio le rasgará la garganta. La gata levanta su cabeza. No estaba durmiendo, después de todo. No hay sentido en huir, así que Sing se acerca. La Félix se levanta, el sol de la tarde ondulando su pelaje como agua. Su cabeza está al mismo nivel que la de Sing. Entonces un ruido bajo comienza en la garganta de la gata y sale por sus dientes amarillos. Sing puede oler decadencia y carne en mal estado.

Esta no fue una buena idea. El sonido bajo se convierte en un gruñido y Sing trata de alejarse. La Félix se presiona más cerca, sin embargo, no con felino escabullimiento, sino con un propósito amenazante, girando su cola. Sing siente que su espalda raspa la cornisa y los arbustos resistentes detrás de ella. Un golpe de su pesada pata, un tirón de su yugular y todo habrá terminado.

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La Félix inclina las orejas y le da una mirada inquebrantable a Sing. Sing no podría moverse incluso si hubiera una oportunidad de que pudiera escapar de esta criatura. Sus manos tiemblan. Recuerda los negros ojos violáceos que ahora la miran, pero los ojos en su recuerdo son diferentes de alguna forma: más fríos, más feroces. Estos ojos, la brillante nebulosa rodeada de un pelaje grueso y ardiente, miran con desgana a los ojos de Sing sin juicio o ira. El aliento de Sing se congela en sus pulmones. Por favor, piensa. Por favor,

ayúdame. Por favor, trae de vuelta a Nathan. Debes ver mi dolor. La nebulosa mira su mirada fijamente, quemando su mente. Y entonces, sin ceremonias o fuegos artificiales, una sola lágrima escapa del ojo de la gran gata, se desliza por su pelaje rojo y cae con una pequeña calidez en la mano de Sing. Ella baja la mirada, paralizada. La lágrima está en la palma de su mano, temblando y brillando.

Un deseo. Nathan una vez le preguntó qué desearía ella, dada la oportunidad. Tuvo que pensar en ellos entonces. Pero el deseo en su mano no está lleno de hermosas posibilidades. Es una solitaria cuerda de salvamento para la cosa que quiere más que nada en este mundo. Para eso es realmente este deseo, se da cuenta. Entonces, para su asombro, una segunda lágrima cae en su mano. La mira, brillante y vibrante junto a la primera.

¿Dos deseos? ¿Por qué se le han concedido dos deseos? ¿Este es el Fire Lake, después de todo entonces? ¿Puede tener a Nathan y su carrera? Cuando cae una tercera, finalmente alza la vista. La Félix está mirando, sus ojos llenándose de nuevo, hasta que una cuarta y una quinta caen en las manos extendidas de Sing. Entonces un sexta. Una séptima. Sing observa las palmas de su manos llenas de diamantes brillantes, veinte, treinta, cien, hasta que las

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lágrimas empiezan a desbordarse hacia el suelo congelado en montoncitos brillantes. Suficientes deseos para otorgarle a Sing todo lo que alguna vez pudiera desear por el resto de su vida. Pero vuelve su atención hacia los ojos de la Félix nuevamente. Y sucede algo que nunca ha sucedido en la historia del mundo, aunque la Félix ha mirado en las almas de innumerables criaturas. Sing le devuelve la mirada. Mira más allá del resplandor de tristeza, más allá de la negra nebulosa violácea, en el corazón roto de la gran gata. —Lo siento mucho —dice ella—. Yo… ni siquiera pensé en el hecho de que perdiste a Tamino. La mirada de la Félix se vuelve más presente ahora y parece estudiar el rostro de Sing. Sing deja que sus manos caigan a sus costados, las lágrimas esparciéndose por el suelo. Siente a la última escurrirse de sus dedos y sabe que todas se han ido, gotas de agua filtrándose en la montaña. —No puedo concederte un deseo —le dice—. No puedo hacer magia. La Félix la mira un momento más, luego vuelve su cabeza lentamente y se refugia en la sombra de la rocosa saliente. Sing observa el paisaje nevado. El sol se está acercando al horizonte, dispersando un velo de fuego sobre los tranquilos espacios del bosque.

No puedo hacer magia. Solamente… solamente que quizás eso no es verdad. ¿No conjuró un hechizo que atrajo a Tamino del bosque? No hubo deseos cristalinos o negocios etéreos esa noche. Solo hubo una canción. Quizás, ahora, una canción será suficiente.

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Comienza a cantar. Canta la primera canción que atrajo a Tamino hacia ella, el aria más difícil de Angelique. Su voz no puede cortar a través de la inmensidad del cielo de la montaña, pero se extiende y se transporta, deslizándose entre las agujas de pino y filtrándose bajo las rocas. Siente a la Félix observándola. Las palabras no han cambiado, pero escucha un nuevo significado en ellas ahora. Cuando él se encuentra en el bosque oscuro, sabrá lo que es estar solo. Siempre pensó que Angelique estaba imaginando el miedo de Elbert, pero ahora la canción se siente como una advertencia. El príncipe Elbert tenía poder y riqueza, pero no tenía a nadie que lo acompañara al bosque oscuro. Cuando la última nota ha muerto, todo a su alrededor está en silencio por un momento antes de que los crujidos de seres vivientes regresen a la vida. Mira hacia el bosque. La Félix también lo hace. Una pequeña brisa despeina el cabello de Sing, helada pero no desagradable. Entonces, en lo profundo de los árboles debajo de ellas, aparece una luz. Una pequeña chispa de color oro y constante, que parece dirigirse en su dirección. Una sacudida de electricidad se dispara hacia el exterior desde el corazón de Sing. ¿Podría ser un pedazo de Tamino, persuadido por la música que ama? La Félix emerge de las sombras, sus ojos fijos en la chispa. Pero justo cuando la chispa llega a la línea de árboles, parece alejarse, como si hubiera perdido su rumbo. Sing siente la mirada de la Félix sobre ella.

No puede encontrarnos a menos que cante, piensa y comienza de nuevo. Esta vez, canta la canción de la farfallina. En poco tiempo, la chispa encuentra su dirección y sigue flotando cerca de la proyección de sombras. La Félix mira fijamente.

—Ecco, ecco, a trovata. Bianca e rosa, colorata…

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Otras chispas encuentran su dirección hacia la saliente y se agrupan allí. Canta tantos versos como puede recordar, mientras más y más chispas se acercan a ella. Parecen traer calidez con ellos y su voz crece. —Gira qua, gira là, fin che posa su papà. —Mientras Sing termina el último verso, se da cuenta que no ha pensado en esa línea final en años: el momento en el que la pequeña mariposa al fin llega a descansar en su papà. Su padre solía sostener sus manos mientras él cantaba, haciéndolos revolotear de aquí para allá y finalmente llegaban a descansar sobre su corazón. Las chispas se han reunido en una sola forma brillante que iluminan la saliente y el bosque oscuro a su alrededor. Sing y la Félix observan mientras la luz se atenúa gradualmente, acomodándose en una forma sólida. Pelaje naranja. Ojos brillantes. Sing exhala, permitiendo que su cuerpo se caiga contra la saliente llena de helechos. Está eufórica. Eso fue magia. La Félix frota su cabeza contra el pelaje naranja y lame las orejas peludas. Tamino dice: —¡Chrrrrp! —Sing atrapa su mirada y él cierra los ojos. Ella siente el gracias. El crepúsculo se asienta en la cima de la montaña, pero los dos gatos no se retiran hacia su refugio en la saliente rocosa. Sing los observa volverse y comenzar su camino por la saliente hacia la cima, sus formas oscuras brillando rojizo y lavanda profundo. Sabe que nunca los verá de nuevo. Es como el final de una ópera, completa pero agridulce. Pero justo antes de desaparecer completamente, Tamino mira hacia atrás y cierros los ojos en una última sonrisa felina. Entonces, la luz dorada todavía aferrándose a su pelaje se expande, lavando el paisaje como un gran vapor, causando que los árboles se doblen y la nieve se desplace. Sing lo siente pasar a través de ella con una calidez. Siente que algo cambia.

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Observa sus formas vagas desapareciéndose en la oscuridad. Y no puede estar segura, pero parece como si una vez que llegaron a la cima, solo siguen su camino.

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Sesenta y siete

M

arta y Jenny están sentadas en la cama de Sing. Marta sostiene a Woolly, lo cual, sorpresivamente, no le molesta a Sing. —¿Dónde has estado? —Jenny cruza sus brazos y gruñe como la

pequeña madre de alguien—. ¿Sabes qué hora es? Sing se reiría si no fuera por la genuina preocupación en el rostro de Jenny. —¿Ocho y media? —arriesga. Jenny mira su reloj. —Bueno, sí. Son cerca de las ocho y media. Lo que no es tan tarde. Pero aun así. ¿Dónde has estado? —¿Te encuentras bien? —pregunta Marta. Sing lanza su abrigo sobre la silla del escritorio. Tira de la cadena en la lámpara de diseño y apaga la llamativa luz de techo. —Estoy bien —dice—. Perdón por asustarlas, chicas. —Marta me dijo que te volviste loca más temprano —dice Jenny. Marta inhala, sus ojos abiertos. —¡No usé esas palabras! —Está bien —dice Sing—. Tuve un día difícil. Angelique, Fire Lake, el maestro y… y todo. Lamento ponerlas nerviosas. Jenny juega con un pedazo de hilo en el edredón de la cama de Sing.

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—Bueno, en tanto estés teniendo un mal día, podríamos decirte… —¡No! —dice Marta—. Quiero decir, ¡al menos espera! Sing se quita las botas y las lanza a una esquina. —¿Decirme qué? Marta da golpecitos a la rodilla de Jenny energéticamente, tap tap tap. —Jenny… —Ryan regresó con Lori —dice Jenny—. Hoy cantó bien, sabes. En la actuación. Ese chico de Fire Lake estaba hablando con ella. —Ambas miran a Sing. Ahora Sing se ríe, a pesar de los rostros serios de sus amigas. Es una reacción inconsciente, su cuerpo sacudiéndose con la emoción repentina que fácilmente podría haber sido un sollozo. Ryan. Cuán ridículo parece ahora que ella se preocupara por lo que Ryan pensaba. —No te vuelvas loca, Sing —dice Jenny. —¿Te encuentras bien? —pregunta Marta. —Estoy bien. Dejen de preguntar si lo estoy. —Sing encuentra sus zapatillas, una bajo su silla, la otra bajo su escritorio. Jenny y Marta aún están mirándola. Trata de no pensar en Nathan, a quien ella conserva sola en el mundo. En su lugar, piensa en Tamino y en la última sonrisa de gato que le dio—. Estoy bien. Quiero decir… lo estaré. *** Sing, Jenny y Marta atraviesan el patio interno hacia el Woolly, sus pies aplastando la nieve dentro y fuera de la luz artificial. A pesar de que el cuerpo de Sing preferiría dormir, su mente quiere estimulación. O distracción. Llegan

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tarde para escuchar las finales de la competencia Gloria Stewart, pero el after-

party promete ser bueno. Sing está secretamente agradecida de que no tendrá que escuchar a Ryan tocar, aunque puede decir que a las otras les hubiera gustado. Marta recita los nombres de los finalistas en cada categoría. Sing apenas escucha, sus fosas nasales hormiguean con el frío, su gorro de lana pica contra su frente. —Espera —dice Sing y Marta hace una pausa—. ¿Quién era el último? ¿Keppler? —Sí —dice Jenny, un poco sin aliento por mantenerles el ritmo—. “Amateurs mayores de dieciséis”. Fue un gran competidor para Ryan. Te diré eso. Apuesto todo en él. —Estuvo increíble —dice Marta. —No… —Sing no está segura de cómo decirlo—. ¿No el maestro Keppler? —Eh, no. —La voz de Jenny es plana—. El maestro Keppler, además de no ser amateur, está muerto. Desde ayer. Lo recuerdas, ¿cierto? Sing lo recuerda. Pero por un momento, se lo peguntó. Ha estado pensando en la última onda dorada de luz que Tamino expulsó de sí mismo. Se sintió como si el mundo cambiara con eso, pero no sabe cómo. —Sí —dice—. Lo siento. —Sing se refiere al aprendiz Keppler —dice Marta—. Sí, fue él. —¿Aprendiz Keppler? Jenny suspira. —Eh, sí. ¿Tu entrenador vocal? ¿El sobrino del maestro Keppler o sobrino nieto o lo que sea? Realmente has tenido un mal día, ¿verdad? —Llegan a las

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amplias escaleras del Woolly. La luz de las grandes ventanas del teatro profundiza la oscuridad afuera. Jenny se detiene en la puerta—. ¿Estás segura de estar bien para esta fiesta? ¿Te golpeaste la cabeza? Sing coloca su mano enguantada en uno de los pilares que enmarcan la entrada del teatro. Tu entrenador vocal. Sing no recuerda a otro entrenador vocal que no sea… No. No puede tener altas esperanzas. Cuando Nathan se borró de la historia, por supuesto que las cosas tenían que ser sustituidas. Este año tuvo un entrenador vocal. El aprendiz Keppler. El sobrino nieto del maestro Keppler. Probablemente lo “recordará” cuando lo vea, si es así cómo funciona eso. Su cabeza duele. Se ve a ella misma arañando plumas negras revueltas. Parte de ella desea que sus recuerdos hayan cambiado con todo lo demás, pero parece que los abraza muy cerca y nada podrá apartarlos de ella. Es una comodidad extraña. La competencia ha terminado y la fiesta ha empezado. Hay algunas personas reunidas en el vestíbulo, hablando y bebiendo champagne. Sing, Marta y Jenny se quitan sus chaquetas de invierno y se dirigen a unas puertas dobles de cuero blanco. Jenny tira de su ajustado vestido azul marino con lentejuelas plateadas y guía el camino por la escalera de mármol. Risas y el sonido del solo de chelo se amontonan del salón de arriba mientras ascienden. A mitad de camino en las escaleras, Sing escucha una voz familiar. Dos voces familiares. Jenny y Marta parecen reconocerlas también, porque intercambian miradas. Un momento después, Ryan y Lori llegan a la vista, su brazo alrededor de su cintura. —Oh —dice él, deteniéndose—. Hola, Sing. Sing se detiene.

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—Hola. —¿Siendo popular? —dice Jenny inocentemente. Ryan se encoge de hombros. —A veces ganas, a veces pierdes. —Su voz es relajada, pero sus ojos están apagados—. Ese aprendiz Keppler, bueno… —No es gran cosa —dice Lori. Ryan se ríe sin gracia. —Lori —dice—, él es un problema. —Buen trabajo hoy, Lori —dice Marta. Lori no dice nada. Parece preocupada con el fleco de su elegante vestido blanco. Por primera vez en lo que Sing recuerda, Ryan parece no tener palabras. Él destella una sonrisa, pero parece vacía. Mira a Sing por un largo momento que se vuelve más incómodo con el paso del tiempo. Al final, intenta hablar, pero Sing lo interrumpe. —Nos vemos, Ryan. —Y empieza a subir las escaleras de nuevo. Jenny y Marta le siguen. Escucha a Ryan y Lori continuar bajando las escaleras, pero no mira atrás. —Así que Keppler ganó —dice Marta—. Sabía que lo haría. Apuesto a que es él quien toca ahora. —El solo de chelo más allá de las puertas se ha detenido y ahora alguien está tocando el piano. Alcanzan las puertas del salón. —Bueno —dice Jenny. Marta y Sing cuelgan sus abrigos en el estante.

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—¿Bueno qué? —pregunta Marta. —Parece que a alguien no le ofrecieron la vacante de Fire Lake después de todo. —La expresión engreída de Jenny hace reír a Sing. —No lo sabes —dice Sing. —Oh, tienes razón —dice Jenny—. Estoy segura de que Lori solo estaba siendo educada. No hay manera de que hubiera querido restregarte algo como eso en tu cara.

¿Podría ser cierto? Quizás Harland Griss no estuvo impresionado con Lori después de todo. No. Sing empuja el pensamiento de su mente y atraviesa la entrada. Ante la vista de tantos abalorios y prendedores, Sing está agradecida con Jenny por persuadirla de usar su vestido negro formal. Marta se ve fuera de lugar, pero en un sentido más elegante; sus trajes extraños y floreados fluyen con un poco más de estilo. —Oh, chicos en trajes —dice Jenny—. Relacionémonos. Sing sonríe pero no lo siente. —Tengo hambre. Después las alcanzo. —Se dirige a una mesa larga preparada con un surtido de comida, pero cuando llega, solo se queda de pie ahí. Nada

podría ser peor que estar solo con tus pensamientos justo ahora, se dice sí misma. Aun así, se pregunta cómo sobrevivirá este ejercicio con decoro cuando la grieta en su corazón amenaza con tragarse cada palabra y cada sonrisa. Toma una tartaleta. El revuelto patrón de hojas rojas y doradas de la alfombra le marea. La música la relaja un poco, un dueto piano-chelo de buen gusto. La pieza no es nada extraordinaria, pero son músicos excelentes. Por un momento, casi se

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hace creer que es el mismo Nathan tocando y mira hacia el piano. Pero la multitud oprimiendo a los artistas los esconden de la vista. Entrevé al chelista, un miembro de la facultad arrugado con el cabello rubio rizado. Luego el público se divide un momento para revelar al pianista, pero tiene su espalda hacia ella. Sin embargo, no importa. Puede que tenga el cabello negro de Nathan, corto en lugar de largo, pero sus hombros no se ven derechos y ningún tatuaje de hiedras envuelve el brazo izquierdo desde la manga de la camisa. —¡Señorita da Navelli, ahí está! —Una voz de otra vida atrae su atención. —Sr. Griss. ¿Cómo está? —La máscara que adopta parece extraña, un peso ordinario que debe sostener en un palo más que una suave piel de camaleón—. Espero que haya disfrutado el Festival de Otoño. —Mucho. —El rostro carnoso de Griss está extrañamente animado—. Aunque estuve decepcionado de no escuchar tu representación de Angelique. Especialmente después de ese anticipo. Tu padre me dijo que estuviste enferma; me alegro de ver que estás mejor. Sing se aferra a su sonrisa falsa. Aún no puede creer que se avergonzara a sí misa de ese modo, presumiendo en el vestíbulo del teatro. ¿Y para qué? ¿Por Nathan, que se fue? ¿Quién ahora ni siquiera estaba ahí?

No más, decide y deja ir la máscara. Tal vez Griss ni siquiera lo nota, pero el cuerpo de Sing se relaja. Ahora que Barbara da Navelli la ha liberado, ya no hay necesidad de intentar ser como ella. —No estaba enferma, señor. Decidí no seguir. Yo… como que había robado el papel de Lori. —No encuentra los ojos de Griss—. Quería una oportunidad en la vacante de Nuevo Artista. Más que eso, solo quería cantar el papel. Pero no estaba bien para mí seguir con eso.

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Ahora se atreve a ver el rostro de Griss. Él asiente, serio. —Bueno —dice—. Entonces hay dos cosas que debes saber sobre Fire Lake. Una cosa es que desaprobamos ese tipo de lucha interna. —Sí, señor. —Ella mira alrededor de la reluciente sala. La gente habla y come, tintineando vasos con platos. Griss continúa. —Y la otra es que somos excepcionalmente inflexibles cuando se trata del reparto. No hace falta vencer, ni carreras que ascender. No importa si alguien ha estado interpretando papeles por un año o veinte. Tú cantas lo que queremos escucharte cantar, cuando creemos que estás lista para hacerlo. —Sí, s… —Sing se detiene, su mente haciendo espuma. ¿Posiblemente puede estar diciendo lo que ella cree que está diciendo? —Carina, veo que Harland te ha encontrado. —Ernesto da Navelli se acerca a ellos, apartando a los admiradores mientras viene. Sing sigue sus graciosos y fastidiosos pasos, examinando la caída de su traje de diseñador sobre sus redondeados hombros y robusto vientre y algo en ella se calienta. —Bueno —dice Griss de buena manera—, estaba llegando a la parte en donde le ofrecemos a la señorita da Navelli el cupo de Nuevo Artista. Sing siente sus ojos abrirse y su mandíbula caer, como un personaje animado. Nunca supo que el rostro de las personas en realidad reaccionara así, pero no puede evitarlo. Puede sentir a las personas en la periferia de su conversación hablando y tratando de no mirar. —Sé que es un poco inusual —dice Griss—. Pero pienso que eres una excelente opción. Y siento que mi condición de que el postulante debe haber tenido al menos un papel protagónico ha sido cumplida, a pesar del hecho de

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que no cantaste la actuación final. Puedes discutir esto si quieres, pero te recomendaría no hacerlo. Su padre le da una amplia sonrisa. —No esperabas esto, ¿eh? ¿Qué dices, mi niña? Ella mira a su padre, luego a Griss. —¡Pero no me ha escuchado! —Más políticas, más titiriteros. ¿Cuántos jóvenes

cantantes merecedores han sido ignorados justo ahora? —Escuché todo lo que necesitaba —dice Griss—. Escuché una Pamina que me partió el corazón. Sing parece no poder controlar su respiración. Su padre pone su mano en sus hombros. Su rostro está serio. —Tú eres la mejor opción, Sing. Siempre te he dicho que cantas como un ángel, pero no me crees. Créelo ahora, carina. Su sonrisa es grande. Está tan orgulloso. Ella quiere ser merecedora de su orgullo, es un nuevo sentimiento para ella. Inhala, el sì suspendido en su lengua. Las primeras tres notas de una melodía capturan su atención. El pianista en la esquina ha empezado a tocar Brahms, opus 118, intermezzo en A mayor. Justo como su música atrajo los millones de pedacitos rotos de Tamino juntos de nuevo en un entero brillante, el sonido del piano parece reunir los fragmentos de su destrozado corazón. Y sin la máscara, no hay nada que le impida lanzar sus brazos alrededor de su padre y decir:

—Papà.

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Su padre se ríe entre dientes, pero cuando ella se aleja, ve lo nublado en sus ojos. —¿Qué es, farfallina? ¿Está todo bien? —Ella ha empujado cada gota de su atención lejos de Griss y la velada pasando a su alrededor. Ella sonríe.

—Sì. —La música se expande por sus oídos como espuma. Luego mira a Griss y dice—: Sería un honor aceptar la posición de Nuevo Artista. —¡Maravilloso! —Su padre extiende su mano y Griss la sacude enérgicamente. El murmullo a su alrededor crece en intensidad. Pero todo lo que a Sing le importa es Brahms. —Cuando me gradúe del CD —finaliza ella. —No es así como funciona. —La voz calmada de Griss le recuerda a Sing al abogado de su madre—. Llenamos el puesto en cuanto surge. Los Nuevos Artistas tienden a quedarse por un año o dos. Así que serás instalada tan pronto como puedas. Tan pronto como este trimestre termine. Sing respira hondo. Por un largo momento, no sabe qué decir. —¿Cuál es el problema, Sing? —pregunta su padre. En toda su vida, realmente nunca ha estado segura de estar en el lugar correcto. Ciertamente, no esa primera tarde en el CD, cuando salió del Mercedes de su padre en la sombra de la fría montaña. ¿Fire Lake sería el lugar correcto ahora? Se imagina perder esta oportunidad que sucede una vez en la vida y náuseas fluyen a través de ella. ¿Pero está lista? Su padre tuvo razón con el CD, ¿pero está en lo correcto ahora? Quizás el CD es donde pertenece, ahora, por primera vez. Piensa en la voz de Jenny y los llamativos collares de Marta, en las túnicas inmaculadas de la

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profesora Needleman y los feos pantalones del Sr. Bernard. Piensa en el gran piano del rector Martin. Recuerda las canciones de cuervos. Le sonríe a su padre. —Gracias por ayudarme, Papà. —Ahora se voltea—. Sr. Griss, esta es una oportunidad increíble. Pero me gustaría finalizar mis estudios aquí antes de ir a Fire Lake. Con frecuencia, sus Nuevos Artistas están en sus veintes o treinta y pocos años… no creo que diecinueve sea demasiado mayor. Su padre se aclara la garganta. —No es tu lugar hacer reclamos al Sr. Griss, Sing. Acepta el puesto y sé agradecida o no lo hagas. Pero ella sostiene la mirada de Griss. —Estoy agradecida. Increíblemente agradecida. Pero no es caridad lo que me está ofreciendo, puedo darle a Fire Lake algo a cambio. Usted quiere algo de mí. Cree en mí. Todo lo que pido es que siga creyendo en mí hasta que me haya graduado. —Toma una respiración profunda—. Al principio, no estaba segura de que perteneciera aquí al CD, pero… lo creo. Silencio cae en la habitación mientras el intermezzo de Brahms termina, ¿o el pianista lo cortó en el medio? Griss cruza sus brazos. Sing puede decir que no está acostumbrado a escuchar algo que no le guste y encuentra inquietante la velocidad con la que su rostro pasa de amistoso a calculador. Sabe que podría estar tirando algo irrecuperable y eso hace que se maree. Su padre no dice nada. Después de un momento, Griss hace un brusco asentimiento. —De acuerdo.

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Sesenta y ocho

U

n firme apretón de manos. Estaremos interesados en su progreso aquí, señorita da Navelli.

Un abrazo. Te veré pronto, farfallina. Se aproxima el receso. Quieres que consiga entradas para la nueva producción de… ¿Oh? Bueno… bueno, eso sería agradable, ¿cierto? No hemos estado en la casa de la playa desde que eras pequeña. Haré que la ventilen. *** Sing da un paso atrás del espejo de su tocador. —¿Qué piensas, Woolly? ¿Diamantes o aros? —Entrecierra sus ojos hacia el reflejo de sus orejas—. Tienes razón. Ninguno. Quizás Marta tenga algo que pueda prestarme. La proyección privada de la película del musical favorito del Sr. Bernard no será un asunto formal, pero Sing piensa que los pendientes son apropiados. Después de levantarse temprano para despedirse de su padre y de Harland Griss, acoge a cualquier accesorio que llamará la atención de las ojeras de sus ojos. Se sintió como si el Festival de Otoño no fuera nada más que recepciones y after-parties y ahora tiene que arrastrarse a una tertulia del taller de ópera. Al menos no hay clases en el día de hoy. Abre un cajón de su tocador. De ninguna manera va a usar su uniforme. Su pijama verde a rayas se mueve con ella en el espejo del tocador y piensa en la carpa verde a rayas que sus padres solían armar en la arena frente a la casa de playa en St. John. Quizás invitara a Zhin para que fuera con ella y su padre durante las vacaciones.

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Recuerda a Barbara da Navelli en la playa. Maquillaje perfecto. Un bikini que lucía fantástico, pero nunca se acercaba al agua. Sus ojos buscaban las cámaras y celebridades, no interesada en las conchas de mar o cangrejos contrariados. Quizás invite a Jenny y Marta, en su lugar.

Knock, knock. —¿Hola? ¿Sing? —Es una voz que no reconoce. Mira su pijama. —¿Quién es? —El aprendiz Keppler —llama la voz desde detrás de la puerta. Alegre.

Aprendiz Keppler. La voz de su entrenador. Pone una mano en su tocador y deja que sostenga algo de su peso. No puede imaginarlo. Todo lo demás en este nuevo y extraño ahora se ha asentado en una especie de realidad, pero él no. No esta persona que ha tomado la forma de Nathan: entrenador del taller de ópera, pasando las páginas de Ryan, tocando Brahms. Todavía es un extraño. —¿Señorita da Navelli? —dice, su voz ahogada—. Solo quería decir adiós. —Oh. —Flexiona sus dedos—. Adiós. Una pausa. —Tengo algunos compromisos. E Yvette Cordaro quiere presentarme a algunas personas. Ya sabe, por lo de la Competencia Internacional Gloria Stewart. —Otra pausa—. Voy a conseguir representación. Sing mira la puerta cerrada. Fuerza una sonrisa que él no puede ver. —Oh. ¡Genial! Otro golpe en la puerta.

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—¿Sing? —Es Jenny—. ¿Estás ahí? Keppler dice algo que Sing no puede distinguir. Luego la voz de Jenny, más baja. —¿A través de la puerta? ¿Está enferma? —Ahora más fuerte—. ¿Estás enferma? —No —grita Sing. —¿Desnuda? —¡No! La puerta se abre y Jenny entra en el dormitorio con las manos en sus caderas. —¿Qué te pasa? ¿Eres una ermitaña o algo? ¿Haciendo algo ilegal aquí dentro? Pero Sing no le responde. Mira al aprendiz Keppler, quien aún está de pie en la puerta. Las mangas de su camisa están enrolladas, como lo estuvieron la noche anterior, revelando sus antebrazos libres de tatuajes. Su cabello está impecablemente corto, sus hombros más estrechos de lo que deberían ser. Tiene los ojos más negros que jamás ha visto. Jenny mira a Sing, luego al aprendiz Keppler. —Bueno. Bueno, Sing, tienes una mirada muy extraña en tu rostro. Te veré… por ahí. —Se retira del dormitorio. Sing oye la puerta al otro lado del pasillo abrirse y cerrarse y, después de un momento, puede escuchar a Jenny y Marta riendo. Pero no aparta sus ojos del rostro del aprendiz Keppler. Es él, ¿o no? ¿O lo es? —¿Nathan? —dice finalmente.

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—¿Sí? —Cortesía. —Luces… diferente. Él inclina su cabeza. —¿Diferente? Se empuja del tocador y se permite ser propulsada a su escritorio. La gravedad la presiona sobre su silla. —¿Estás bien? —le pregunta. —Estoy cansada de que le gente me pregunte si estoy bien. —Lo lamento. —Él se apoya en el marco de la puerta—. ¿Cómo estoy diferente? Ella empuja el cabello de su rostro. —Solo estás… luces como… No importa. La estudia. Ella le devuelve la mirada, intentando ver a Nathan Daysmoor. Los ojos de Nathan Keppler son oscuros y encantadores, pero miran con cortesía. Ella recuerda la mirada llamativa y casi intrusiva que le robó el aliento en su audición de colocación. Sing no puede soportar que este nuevo Nathan la mire. Baja la mirada. Él pone sus manos en los bolsillos de sus jeans. —Cambié mis túnicas por ropa de gente. Quizás eso es lo diferente. —Quizás. —Desea que se vaya. Pero él solo se queda allí de pie con las manos en sus bolsillos. Ella mira a través de la ventana hacia el brillante cielo gris, luego de vuelta su rostro. La

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nariz recta, los contornos angulosos. El cabello negro cortado demasiado corto para curvarse en su mandíbula de la manera que ella sabía que haría. Después de un momento, él dice: —Luzco como Nathan Daysmoor. Ella levanta la mirada bruscamente. —¿Qué? ¿Cómo…? —Sing —dice en voz baja—, ¿no me reconoces? —Comienza a continuar, pero sus palabras suenan como “Unghf” por la fuerza con la que Sing tira sus brazos alrededor de su cuello. Él envuelve sus brazos alrededor de ella, besa su mejilla, sus ojos, sus labios. Entonces ríe. Finalmente, ella le pregunta: —¿Qué sucedió? Da un paso atrás, sus brazos aún alrededor de su cintura. —Tengo un lugar ahora. Tamino me encontró un lugar. —¿Quién eres? —le pregunta—. ¿Eres Daysmoor o Keppler? —Soy Nathan Keppler —dice—. Al igual que mi bisabuelo. —¿Pero qué sucedió? ¿Cómo es que estás aquí? Él cierra la puerta. —Lo más extraño. Verás, mi bisabuelo casi me ahoga cuando era tan solo un niño. Pero la historia que le ha sido dictada a mi familia es que fui salvado por un gran gato naranja que me arrastró desde el río. Lo abraza. No puede dejar de abrazarlo. Se le ocurre preguntar:

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—¿Recuerdas todo? Él apoya su mejilla en la cima de su cabeza. —Me acuerdo mucho de todo. Recuerdo a Daysmoor. Y cada momento que pasa, recuerdo más de su nueva vida. Siento como si tuviera… bueno, una vida y una casa. Recuerdo las lecciones de piano con una mujer que usaba camisetas con perritos en ellas. Recuerdo a mis padres humanos. Es extraño. Imagino que los veré pronto. —Se ríe—. Imagino que están orgullosos de mí. Sing lo mira. —Pero… pero te vas a ir. Eso es lo que dijiste. Él vacila. —Es lo mejor. —No es lo mejor para mí. —Bueno —dice—, solo tendrás que venir a oírme tocar. Puede que incluso te consiga un pase a camerino. ¡Ja ja! Estoy bromeando. ¡Nada de violencia! De todos modos, tienes mucho que hacer en el CD. Necesitas prepararte para el Fire Lake. —Tomas sus manos—. Felicidades. Sing se pregunta si realmente estuvieron juntos en esa oscura escalera o si esos recuerdos son meramente fantasmas. ¿Esta nueva realidad se está creando alrededor de ellos? ¿Son todas esas personas y relaciones tan nuevas como se sienten? ¿O los últimos meses son un truco de su mente ahora, reemplazados perfectamente por una sólida cadena de acontecimientos que siempre ha existido? Nathan sonríe. —Gracias. Por desear por mí.

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Ella mira hacia abajo. —No lo hice. Quiero decir… lo hubiera hecho. Pero Tamino lo hizo por su cuenta. No hubo una lágrima. Solo hubo esta cálida luz. Nathan da un paso a la cama de Sing y se sienta en el borde. Ella se sienta a su lado. Él dice: —No siempre tiene que haber una lágrima. La luz de la ventana de Sing es blanca como la nieve y el cielo en el exterior. Ella frota su pulgar por el interior del antebrazo de Nathan. —Tu tatuaje se ha ido. Él entrelaza sus dedos con los de ella. —Suenas decepcionada. ¿Debería hacerme otro? —Estoy segura de que hay un salón de tatuajes en la villa —le dice. —Bueno —dice Nathan, inclinándose—, supongo que puedo irme mañana en vez de hoy. Ella intenta decidir si este beso se siente como el primero o si, en esta realidad, ya han hecho esto. Pero no importa realmente. —Miércoles, a más tardar —dice Nathan. La puerta se abre, pero Sing ni siquiera abre sus ojos. Oye a Marta soltando una risita. Luego la voz de Jenny. —¡Lo sabía!

403

Sesenta y nueve

L

a Félix no sabe cuánto tiempo ha estado en la tierra. Sentía muy poco de sus rotaciones y órbitas, del ascenso y caída de las montañas. Era consciente del tiempo como alguien que no es un marinero es

consciente del agua. Pero sabía sobre la eternidad. Sabía que la muerte era una eternidad para las criaturas a su alrededor, aquellas a las que devoraba y aquellas que simplemente dejaban de respirar por sus propias razones. Aun así, aquí está el niño, de regreso desde la muerte. Por primera vez desde su caída, la Félix está feliz. Y elegirá pasar el resto de su eternidad en el cielo.

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Te esperamos con muchas más Lecturas en:

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