Temps era temps Un breve relato personal de la génesis de los estudios de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Barcelona

Josep Enric Llebot

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Temps era temps Un breve relato personal de la génesis de los estudios de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Barcelona

JOSEP ENRIC LLEBOT

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© Associació Catalana de Ciències Ambientals (ACCA) http://hosting.ip.ictonline.es/acca © Col·legi d’Ambientòlegs de Catalunya (COAMB) http://www.coamb.org Text: Josep Enric Llebot i Rabagliati Primera edició: maig de 2006 Tirada: 2.000 ejemplares Edición y producción gráfica: BARCINO soluciones gráficas DL: B-37.753-2006 Esta población ha sido impresa en papel ecológico de 90 gr y las tapas son de cartulina ecológica de 200 gr. Esta publicación es una traducción del original, realizada por la Coordinadora Estatal de Ciencias Ambientales (CECCAA), con motivo de la celebración del 20 aniversario de la titulación. Esta publicación ha sido posible gracias a la aportación económica de:

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PRÓLOGO Hace más de 15 años, un pequeño grupo de profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona iniciaron, de forma muy discreta, la creación de los estudios en Ciencias Ambientales. Discreta, pero muy decidida, ya que estaban convencidos de la importancia que nuestro país pudiera contar con profesionales del ámbito del medio ambiente. Su decisión de impulsar estos estudios, no exenta de dudas y dificultades, tal y como se puede leer en este libro, llevó a la UAB a ser, una vez más, una universidad pionera. Tanto en el ámbito catalán como en todo el Estado español, ya que en aquel momento no había ningún otra universidad de nuestro entorno que ofreciera una licenciatura universitaria de este tipo. También fue pionera porque en el momento de empezar a pensar en estos estudios, el medio ambiente no tenía, ni de lejos, el reconocimiento político, institucional y social que tiene actualmente, aunque ya se veía que la reciente entrada en la Comunidad Económica Europea, con todo su cuerpo de legislación ambiental, implicaría un cambio profundo en este ámbito –lento, pero sin freno-. Este es un hecho importante a tener en cuenta, ya que pone de manifiesto la apuesta de la UAB por el medio ambiente y por la formación de profesionales capaces de ofrecer soluciones a la problemática ambiental de nuestro país. Una apuesta de otra universidad y de un grupo de profesores, pero una apuesta también de un grupo de jóvenes estudiantes –y de sus familias- que, impulsados por la ilusión de trabajar a favor del medio ambiente y, por tanto, del bienestar y la calidad de vida de toda la sociedad, confiaron plenamente en una propuesta innovadora y estimulante, no absenta de riesgos y sin referentes inmediatos. En cualquier caso, la licenciatura en Ciencias Ambientales –y la profesión de ambientólogo- han ido configurándose y consolidándose al mismo tiempo que lo ha ido haciendo la política ambiental, tanto a escala europea como catalana, y se ha ido extendiendo la consciencia ambiental entre la sociedad de nuestro país. Quedan lejos las dificultades descritas por el Dr. Llebot en su escrito y actualmente las Ciencias Ambientales se ofrecen en más de 30 universidades de nuestro país i del Estado español. Además, Cataluña tiene, desde el año 2003, el Colegio de Ambientólogos de Cataluña (COAMB), el primero y, a fecha de hoy, único colegio profesional de doctores y licenciados en Ciencias Ambientales del Estado español, el que se complementa a la perfección con la faena realizada por la Asociación Catalana de Ciencias Ambientales (ACCA), creada hace ahora 10 años. Pienso que todo aquello demuestra el acierto que tuvo nuestra universidad cuando decidió ofrecer esta titulación. Y por eso me gustaría felicitar a los profesores que creyeron en las Ciencias Ambientales y se comprometieron con este proyecto. Y, evidentemente, a todo el conjunto de estudiantes que confiaron en nosotros, en la 3

UAB, y participaron activamente en la génesis de una titulación universitaria que, sin ninguna duda, superó estrictamente la dimensión académica. Según su parecer, los ambietólogos han demostrado, a parte de un buen nivel académico, una manera de hacer y de ver el mundo muy y muy especial, basado en la ilusión y en el interés continuo por entender el funcionamiento de nuestro entorno y de nuestra relación con el medio. Por todo lo que acabo de exponer, me gustaría expresar mi satisfacción por la oportunidad que he tenido de prologar este libro. Mediante sus páginas, escritas por una de las personas que más se implicaron en la génesis de las Ciencias Ambientales en nuestra universidad y, de paso, en nuestro país, el lector podrá conocer de primera mano el proceso de creación de esta titulación y podrá contagiarse de la ilusión que el mismo autor, el Dr. Josep Enric Llebot, explica en su relato. Una ilusión, finalmente, que ha sido la base misma de la licenciatura, un sentimiento compartido entre la Universidad, los profesores y los alumnos que han protagonizado y protagonizan la evolución de las Ciencias Ambientales en Cataluña. Enhorabuena a todo el mundo.

Lluis Ferrer Rector Universidad Autónoma de Barcelona

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Un breve relato personal de la génesis de los estudios de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Barcelona

JOSEP ENRIC LLEBOT

Este breve escrito no pretende ser una historia completa, sino una relación de los recuerdos, a veces sustentados en referentes documentales, otras solo al fondo de mi memoria, que alcanza el periodo de tiempo durante el que intervine en la materialización del programa de estudios de Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Este era un proyecto que estuvo en la mente de algunas personas mucho antes pero que, por circunstancias diversas, no se había podido materializar. Los recuerdos son huidizos, deformables, parciales y selectivos, a veces voluntariamente y otras involuntaria, y en cualquier caso, siempre personales. Por eso, este escrito simplemente pretende ser eso que he podido reconstruir, removiendo la memoria y, a veces, algunos papeles, durante el invierno del 20052006, sobre una maravillosa aventura académica que influyó de forma muy importante en mi vida personal y en mi carrera profesional.

Los inicios “Temps era temps”, cuando empieza nuestra historia, en un lugar lejano, en la base antártica del British Antarctic Survey de Halley Bay (76° S, 27° W). Allí, los científicos británicos llevaban midiendo el contenido de ozono de la estratosfera desde el 1957 lanzando periódicamente globos que, en su ascensión, sondeaban la composición de la atmósfera. Esta base, juntamente con la base rusa de Vostoc (78° S, 106° W), situada muy cerca del polo Sur geomagnético, donde se estudian todavía los vestigios del clima de la Tierra durante los últimos 400.000 años, ha caracterizado el contexto de dos de los problemas ambientales más importante que han configurado el final del siglo XX y que determinan muchos esfuerzos de búsqueda durante el comienzo del siglo XXI: la reducción de la concentración estratosférica de ozono y el calentamiento de la atmósfera. Fue el año 1985 cuando la revista Nature publicó un artículo de unos científicos británicos 1 donde se informaba de la baja concentración de ozono estratosférico sobre la Antártida y se desató el debate sobre cómo era posible que se produjera aquel fenómeno en uno de los lugares más alejados de la civilización y, por tanto, de los impactos ambientales de las actividades humanas. 1

Joseph Farman, Brian Gardiner and Jonathan Shanklin: “Large Losses of Total Ozone in Antartica Reveal Seasonal ClOx/NOx Internation”, Nature, May 16, 1985, p.207-210.

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En esos momentos yo trabajaba en termodinámica de procesos irreversibles, la disciplina de la termodinámica en la que había presentado mi tesis doctoral, el año 1981, y en el que colaboraba junto con mis amigos David Jou y Carlos Pérez García. Hacía unos cuantos años que los tres nos interesamos por la divulgación de la Ciencia y colaborábamos en el suplemento de Ciencia de La Vanguardia, dirigido por Vladimir de Semir (tengo muy presente todavía la satisfacción personal que sentí cuando vi publicado un artículo mío por primera vez en este periódico). Con su talante abierto e inteligente, Vladimir consiguió animar un grupo diverso y numeroso de personas interesadas en la Ciencia y en la escritura que, sin compromisos formales, le ayudaba a tener materiales para configurar una sección del periódico que tuvo mucho interés. A parte de los artículos de mis amigos Carlos y David, recuerdo el nombre de otras personas que también colaboraron con la sección del Ciencia del periódico, los escritos de quienes yo siempre intentaba leer, y que hoy son conocidos por su papel en la transmisión del conocimiento científico en la prensa y en la televisión, como Xavier Duran o Lluís Reales, o por su destacado trabajo en la búsqueda sobre ecofisiología y, especialmente en fenómenos relacionados con el cambio climático, como Josep Peñuelas. A mí siempre me habían interesado y todavía me interesan las cuestiones relacionadas con la atmósfera, su comportamiento y su observación, y por eso algunos de los artículos que escribí para La Vanguardia estaban relacionados con el descubrimiento del “agujero de la capa de ozono” en la Antártida y la polémica científica, entonces reciente, generada sobre sus causas. Durante el mes de septiembre de 1987 tuvo lugar en Montreal (Canadá) una reunión internacional donde se firmó el protocolo para controlar las emisiones de las sustancias que afectan al contenido de ozono de la estratosfera. De hecho, el acuerdo, acelerado por los descubrimientos de la Antártida, era consecuencia de una primera reunión organizada por el Programa de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente (PNUMA) el año 1976 y que introdujo en el Convenio de Viena del año 1985, donde se animaba a la cooperación entre los Gobiernos para investigar y controlar la capa de ozono de la estratosfera, monitorizar la producción de CFC’s e intercambiar información científica sobre este ámbito. El descubrimiento del debilitamiento del ozono estratosférico permitió constatar, puede que por primera vez, la dimensión global de las actuaciones humanas sobre el medio ambiente y la necesidad de actuar frente a esta cuestión. Los medios de comunicación dedicaban su atención a este problema y yo, de vez en cuando, escribía algún artículo a los periódicos sobre el tema. En enero de 1988, justo después del regreso de las vacaciones de Navidad, el matemático Manuel Castellet, entonces decano de la Facultad de Ciencias, me hizo ir a su despacho. Era la primera vez que tenía una entrevista con una autoridad académica y estaba un poco tenso y asustado. No tenía ni idea de cuál era el motivo de la convocatoria del decano, aunque me imaginaba que quería encargarme que hiciera un seminario sobre el tema del ozono. Mi suposición era errónea. Tenía muy buenas referencias del profesor Castellet, matemático de profesión y especialista en topografía, quien no hacía mucho que había vuelto de una larga estancia en Suiza, concretamente de la Universidad de Zurich. Castellet tenía fama de ser riguroso, 6

enérgico, emprendedor y muy buen negociador. Las reuniones con él eran rápidas. Normalmente iba directo al grano y en mi primera reunió con él no fue una excepción. Buscaba un físico para incorporarlo al equipo del Decanato para sustituir a otro, Jordi Pascual, que por razones personales no podía seguir en el cargo. Me lo pensé un par de días y acepté su oferta, con lo que entonces inicié, sin ser consciente, una interesante aventura de gestión universitaria que me llevó a viajar a muchos lugares, a cambiar de Universidad, a ser miembro y secretario científico del Instituto de Estudios Catalanes, y sobre todo, a estar involucrado en medio de la creación de los estudios de Ciencias Ambientales.

La visita de los norteamericanos El año 1988 hubo elecciones al Parlamento de Cataluña. Salió elegido el diputado Aleix Vidal Quadras, profesor de física y compañero del Departamento de Física de la UAB. Durante el inicio de su actividad como parlamentario, Aleix mantenía fuertes vínculos con su grupo de investigación y no se olvidaba de sus orígenes de físico nuclear especialista en radiaciones. Él, como yo y como Jordi Babé, Joan Cals, Josep Font, Hortènsia Iturriaga, Louis Lemkow, Joan Martínez Alier, Marina Mir, Isabel Pont, Joan Maria Roure y Carles Solà, había recibido una carta del profesor Jaume Terrada en la que se nos pedía que opinásemos sobre la conveniencia y la oportunidad de promover unos estudios de Ambientales en España y sobre la posibilidad de una titulación de este tipo en la UAB. En aquel momento, el profesor Terradas participaba como experto en una comisión del Consejo de Universidades del Ministerio de Educación y Ciencia creada en el marco de la reforma del Catálogo Oficial de Títulos y Planes de estudio de España, y donde se planteó la posibilidad de organizar un nuevo título que diera formación superior específica en el ámbito del medio ambiente. Las dudas de la comisión del Consejo de Universidades eran las mismas que, años más tarde, se debatieron en nuevas comisiones del Consejo y que, casi, podríamos decir que actualmente se siguen debatiendo. El profesor Terradas nos preguntaba, como se preguntaba la comisión, si veíamos que tenía sentido una titulación en Ciencias Ambientales, si la titulación tenía que ser un ciclo completo o solo de segundo ciclo, y si no era suficiente con una especialización después de una licenciatura. Incluso, había una primera propuesta de contenidos, en el caso que se ofertase para una titulación completa. En la carta, el profesor Terradas nos proponía que diéramos nuestra opinión sobre el tema y, eventualmente, reunirnos para hablar sobre esto. La verdad es que nunca lo había pensado, entre otras cosas porque mi ámbito de trabajo estaba lejos de los temas ambientales. Y también era cierto que no había ningún sitio donde mirar, para comparar, en nuestro entorno más cercano. En Europa sobre todo había estudios de postgrado, cursos de especialización que partían de personas formadas ya en una determinada disciplina: biología, física, ingeniería, geografía, derecho, etc. En los Estados Unidos la situación era muy variada. Finalmente, todos aquellos intentos no fructificaron, probablemente porque el Consejo Universitario optó por dedicarse de forma prioritaria a actualizar los planes de estudio de los títulos existentes en lugar de aventurarse en títulos nuevos. 7

Este contexto administrativo entronca, paralelamente, con la dinámica parlamentaria catalana. Los parlamentarios de Cataluña y de California tenían un acuerdo de hermanamiento2 que condujo a una misión del Parlamento de Cataluña a visitar este estado de los Estados Unidos de América. Uno de los representantes catalanes fue Aleix Vidal Quadras. Durante la visita, el profesor Vidal Quadras, a parte de los actos protocolarios, aprovechó para visitar la Universidad de California en Berkeley. Para muchos físicos, Berkeley es un punto de referencia importante. Para mí también, ya que además de haber estudiado unas cuantas asignaturas de la carrera con los libros del Berkeley Physics Course, Berkeley era y es una Universidad famosa por la cantidad de premios Nobel de Física y Química que trabajan allí. Berkeley también era conocida por ser una de las Universidades más prestigiosas de los Estados Unidos, que había mantenido durante los años setenta una posición muy crítica con la participación del país en la guerra de Vietnam. En Berkeley, Aleix se encontró con William Berry, paleontólogo, especialista en geología ambiental y Director del programa de Ciencias Ambientales de la Universidad de California en Berkeley. También estuvo presente en el encuentro William Schell, radioecólogo de la Universidad de Pittsburgh. El profesor Berry les explicó cómo se hacía en Berkeley para formar especialistas en medio ambiente. La estructura muy ágil de educación superior americana lo hacía fácil, ya que en vez de definir todo un programa específico elegían asignaturas que ya se impartían en otros departamentos de la Universidad y recomendaban que sus estudiantes las escogieran. De esta manera los alumnos estudiaban asignaturas de contaminación atmosférica, que impartían en el Departamento de Física y de Química, de planificación urbana, que organizaba la Escuela de Geografía, ecología, que impartía el Departamento de Ecología, economía de los recursos naturales, etc. Explicaban con mucho énfasis –no exento de orgullo- que el programa de Ciencias Ambientales de Berkeley únicamente había creado una asignatura específica, el proyecto, que dirigía Doris Sloan, la única profesora exclusiva del programa de Ciencias Ambientales. De aquellas reuniones surgió la disposición y la oportunidad de que Bill Berry y William Schell vinieran a Bellaterra para explicar la manera de enseñar las disciplinas ambientales en los Estados Unidos, particularmente el ejemplo de Berkeley. Cuando volvió a Cataluña, Aleix se puso en contacto conmigo y con el decano. Los dos se pusieron a mover hilos para conseguir financiación. Las eficientes gestiones tanto del decano Castellet como las de Vidal Quadras consiguieron recursos suficientes para que se pudiera realizar una ambiciosa visita. Se comprometieron a aportar 500.000 pesetas cada uno (3.000€ actuales) los siguientes consejeros: Josep Laporte (Departamento de Enseñanza), Joaquim Molins (Departamento de Política Territorial y Obras Públicas), Joan Vallvé (Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca) y Antoni Subirà (Departamento de Industria y Energía)3. Finalmente vinieron a Barcelona los profesores Berry y Schell y un joven colaborador del profesor Berry, J. 2

Este acuerdo todavía se mantiene y, de hecho, en el mes de marzo de 2006 se ha conmemorado el 20 aniversario. 3 Todo y que se estaba preparando, todavía no existía el Departamento de Medio Ambiente, que fue creado en marzo de 1991.

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Brault, que se había graduado hacía pocos meses en Ciencias Ambientales en Berkeley. Los conocí a todos en su hotel después del largo viaje desde el otro lado del Atlántico. Bill Berry tenía el aspecto de un profesor universitario típico americano. Alto, delgado, con un aire intencionadamente despistado que tienen los profesores anglosajones, con el cabello largo y un color gris rosado que intentaba tapar una considerable calva, imbuido del convencimiento de saber cómo hacer las cosas fáciles y prácticas. Su talante era amable y colaborador, pero no estaba exento de un firme convencimiento que venía a explicar su modelo, que era el que funcionaba y que había de ser reproducido en todos los sitios, en un lugar donde se estaban ahora mismo aprendiendo. No conocía ni el sistema universitario de nuestro país ni tampoco nuestro talante y nuestra manera de trabajar. Lo que hacía a veces que sus observaciones me pareciesen demasiado sencillas y obvias. Wiliam Schell tenía mucha más experiencia en convivir con europeos. Su esposa es británica y eso se notaba. Había viajado mucho y tenía mano izquierda y sabía ponerse mucho más cerca de los problemas que había aquí. Su formación ambiental era mucho más variada que la de Berry. Había trabajado en el atolón de Bikini, analizando las consecuencias ambientales de las pruebas nucleares americanas que se habían realizado en aquel lugar, pero también había hecho estudios en temas de salud, de historia de la contaminación en metales pesados, etc. Para John Brault todo eran sorpresas. Hacía muy poco que había acabado los estudios y estaba pensando en empezar su doctorado con Berry. De altura baja pero de complexión fuerte, vestido siempre con pantalones vaqueros, zapatillas deportivas y camiseta deportiva, era un estudiante típico de Berkeley. Para nosotros resultaba un poco ingenuo, pero el aprendizaje en la Universidad le había dotado de una buena capacidad de trabajo y de una sólida metodología práctica de análisis de problemas ambientales. Además, tenía mucha capacidad de interaccionar con los jóvenes. Así lo hizo con estudiantes y jóvenes doctores de la facultad. No acababa de entender qué le pasaba ni qué le había tocado vivir en Barcelona: entrevistas con periodistas, visitas a políticos, seminarios en la Universidad delante de profesores que tenían mucha más experiencia que él, etc. Oficialmente, la visita duró un par de semanas, desde el lunes 14 de enero hasta el viernes 25 de enero de 1991. Aleix y yo cenamos la noche del domingo 13 de enero en el hotel Calderón de Barcelona, con William Schell, la persona con la que he hablado más tiempo de la formación en Ciencias Ambientales, con el objetivo de explicarle el plan de trabajo completo de la visita. Un día antes, el sábado 12 de enero del 1991, habíamos estado trabajando en casa de Aleix sobre el intenso programa de la visita de los americanos, que incluía sesiones en la Facultad y, a veces, visitas a técnicos y responsables políticos sobre las materias ambientales de la Generalitat de Cataluña. De todo esto, naturalmente, estaba enterada la Junta de la Facultad y, en consecuencia, habíamos hecho una amplia convocatoria entre todas las personas y los departamentos de la Universidad que nos constaba que estaban interesados en cuestiones ambientales. 9

Para nosotros, la visita de los profesores americanos a Cataluña fue muy fructífera. Como ya he dicho, Bill Schell había llegado el domingo pero, en cambio, los californianos llegaron un día más tarde, el lunes. La noche de aquel día los llevé a cenar al restaurante El passadís d’en Pep, en la plaza Palau de Barcelona, un restaurante donde se come pescado del mercado. Era uno de los restaurantes buenos –y para mi gusto y mi bolsillo demasiado caro- de la Barcelona preolímpica. Con un local discreto, su mérito era la calidad de las materias primas. Los americanos estaban cansados, habían estado un día de viaje y, además, tenían jet lag, pero soportaron con gusto una cena muy buena y nada protocolaria. Recuerdo perfectamente, la cara de compromiso de John Brault cuando, después de haber comido un pica-pica de pescado, el camarero nos ofreció un segundo plato de bogavante o dorada a la sal. Pero se lo comió todo disciplinadamente. Después del bogavante ya no podía más, y en voz baja, me pidió, un poco avergonzado, si podía pedir una Coca Cola y un plato de garbanzos con tocino. Se había quedado con hambre! La verdad es que el cansancio después de un día completo de viaje desde San Francisco les impidió estar en la mejor posición de apreciar la calidad de las materias primas del restaurante. Yo, en cambio, por primera vez pagué una factura, para cuatro personas, con la que en condiciones normales habríamos comido doce. La próxima Olimpiada empezaba a notarse! La estructura de la visita consistía, esencialmente, en dedicar las mañanas de trabajo a Bellaterra y, por la tarde, a hacer visitas institucionales y a técnicos de la Administración. La lista de personas que visitamos fue muy larga pero se podría reproducir gracias al espíritu pragmático de Bill Schell, que anotaba en su ordenador cada acción que hacían durante la visita. Antes de irse, me pasó una copia de sus notas y, gracias a eso, me resultó muy fácil elaborar la memoria de las actividades que llevamos a cabo como justificación ante entidades que nos habían subvencionado. Ahora podría haber una relación, prácticamente minuto a minuto, de las personas que vimos. Desde el presidente Pujol, los cuatro consejeros “mecenas”, el Sr. Joaquim Xicoy –entonces presidente del Parlamento- y numerosos técnicos con responsabilidades diversas dentro de la Administración catalana. Como anécdota, visitamos dos veces al Dr. Martí Boada, entonces en el Departamento de Política Territorial y Obras Públicas. Visitamos los humedales del Empordà, la zona volcánica de Olot, diferentes expertos universitarios de todas las Universidades y, naturalmente, tuvimos encuentros con periodistas como Antonio Cerrillo, Luis Àngel Fernández Hermana o Xavier Duran. La prensa se hizo eco, aunque la idea de unos estudios de Ambientales era poco concreta y los periodistas preferían hablar de contaminación y de los problemas ambientales del país. No obstante, la tarea que a nosotros nos interesaba tenía lugar por la mañana: durante unos diez días nos hicieron un repaso de las opciones de formación ambiental en los EUA y, además, nos explicaron con detalle, asignatura por asignatura, el programa concreto de Berkeley. John Brault, incluso, hizo alguna sesión práctica sobre cómo trabajan en campo. La asistencia, en contra de lo que solía ser habitual, fue continuada y relativamente numerosa. La verdad es que lo que nos explicaban no se podía extrapolar directamente a nuestra casa, pero sirvió para 10

contextualizar el tono y los pesos de las diferentes disciplinas. Por eso la valoración global de la visita desde la perspectiva de organizar un plan de estudios de Ciencias Ambientales fue muy positiva y que el grueso de la faena todavía estaba por hacer.

La visión desde el Decanato La Facultad de Ciencias estaba en plena reforma de los planes de estudio. Como ya se ha dicho, el Ministerio de Educación de Madrid no se había decidido a organizar, de momento, títulos nuevos y, por tanto, en el catálogo no figuraba ninguna formación como Licenciatura a nivel de Licenciatura en Ciencias Ambientales. Se pasaba de la estructura tradicional, vigente entonces, de carreras de cinco años con asignaturas mayoritariamente anuales, a estructura de semestres y con una reducción de cinco a cuatro años. La facultad tenía muchos títulos. Todos los departamentos no veían la reforma de la misma manera. Mientras que para algunos la modificación de los planes de estudios la asumían a largo plazo y no querían ir con prisas, otros consideraban que era una oportunidad para modernizar las titulaciones. Algunas disciplinas, como Biología, debatían si se desdoblaba en dos titulaciones o se mantenía como hasta ahora; otras, como Informática, pasaban de ser licenciatura a ingeniería. Se crearon algunas titulaciones de segundo ciclo, como Bioquímica e Ingeniería Electrónica, y la Universidad empezó a pensar en la conveniencia de crear una Escuela Politécnica. Por otro lado, físicamente la facultad estaba reformando sus instalaciones. Algunas, como la biblioteca, se habían quedado pequeñas y necesitaban espacios nuevos. Otras, como la Sala de Grados, era la misma que yo había visto cuando llegué a Bellaterra el 1970. El decano Castellet había conseguido el compromiso del Rectorado para afrontar, paso a paso, las reformas, pero entre algunos departamentos había tensiones. En medio de todo este jaleo, el segundo mandato del profesor Castellet expiró y yo me presenté como decano. Salí elegido en el mes de marzo de 1991 y uno de mis objetivos programáticos fue poner en marcha los estudios de Ciencias Ambientales. El objetivo no era solamente mío, pero yo me sentía fuertemente vinculado y decidido a llevarlo a la práctica. La iniciativa se había aprobado en el Claustro de Facultad dentro del paquete de la reforma de los planes de estudio. El inicio del mandato del decano fue intenso. Se tenían que desbloquear algunos temas de espacios que la profunda remodelación de la facultad había producido. La ventaja de disponer de uno de los edificios construidos en el origen de la UAB, con amplios pasillos y zonas muertas, era que se podía ganar espacios de uso a un coste razonable. La presión de los departamentos, en general necesitados de espacios, hacía que algunas acciones fuesen especialmente difíciles. Fueron de esta época el inicio de las obras de la torre de Química (actualmente la C/Senars), la construcción de los espacios del CREAF, de la IFAE, del CRM4, el funcionamiento del Centro de 4

CREAF: Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (Centro de Búsqueda Ecológica y Aplicaciones Forestales); IFAE: Institut de Física d’Altes Energies (Instituto de Física de Altas Energías); CRM: Centre de Recerca Matemàtica (Centro de Búsqueda Matemática).

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Cálculo y la construcción de nuevos aularios, a parte de la remodelación de algunas torres antiguas. Por otra parte, la Universidad estaba metida de lleno en la reforma de los planes de estudio. Se formaron las comisiones correspondientes con el mandato de trabajar de forma paralela. El decano Castellet había dejado un documento marco, aprobado por la Junta de Facultad y el Claustro, que tenía como objetivo facilitar los trabajos de las comisiones. La idea era organizar las titulaciones en 8 semestres, es decir en 4 años, con lo que la mayor parte de las titulaciones debían reducir contenido y por tanto, en términos generales, no gustaba a nadie. Por eso había titulaciones para las que la redacción de los nuevos planes de estudio fue muy difícil. Aprovechando el mismo esquema y el hecho que los seminarios de los profesores americanos todavía estaban recientes, encargué al profesor de física –y muy buen amigo mío- David Jou que presidiera la comisión que debía de redactar el nuevo plan de estudios de Ciencias Ambientales. Con Xavier Domènech habíamos elaborado un anteproyecto de plan de estudio de una Licenciatura de Ciencias Ambientales inspirado en la información que los profesores de Berkeley y Pittsburgh nos habían proporcionado. La comisión se reunió por primera vez el 8 de mayo de 1991. La composición de la comisión se abrió a todo el mundo que quiso participar. Había miembros de muchos departamentos de la Universidad. Yo prácticamente no asistí a sus reuniones. La comisión se reunía en la Sala de Juntas de la Facultad de Ciencias y, entre otras, asistieron los geógrafos Enric Lluch, David Saurí y Gerda Priestley; los economistas Joan Martínez Alier y Pere Riera; los biólogos Jaume Terradas, Tomàs Munilla, Xavier Espadaler, José Antonio Barrientos, Joan Barceló y Jordi Mas; los químicos Xavier Domènech, Jordi Bartrolí, el geólogo Josep Trilla, los físicos Joan Albert Sanchez Cabezas, David Jou y yo mismo, como ingeniera química Teresa Vicent; informático Jordi Martí; el farmacólogo Ramon Guitart y finalmente Isabel Pont, de Derecho. Algunas de estas personas recuerdan todavía el buen clima de los debates en el seno de la comisión y el extraordinario trabajo hecho por su presidente, David Jou, y por la Comisión Ejecutiva, que estaba formada, a parte de él mismo, por Agustí Reventós, Josep Trilla, Xavier Domènech, Gerda Priestley y Jaume Terradas. El buen clima de la comisión se mantuvo durante la mayor parte de los trabajos y diría que fue el que, poco después de un año, supo transmitir a los primeros estudiantes y que impregnó a las primeras promociones. La mayor parte de las personas que participaron en la comisión también fueron después profesores de los estudios de Ciencias Ambientales. Prácticamente al mismo tiempo que fui elegido como decano se creó, el 21 de marzo de 1991, el Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Catalunya, dirigido por el ingeniero Albert Vilalta. Inmediatamente pedí hora para reunirnos. El consejero Vilalta me recibió en su despacho del paseo de Gràcia, en la antigua casa de Ramon Casas, donde provisionalmente el incipiente departamento tenía la sede. El poco personal técnico que trabajaba en la Consejería lo hacía en una habitación de la planta baja, muy apretada. Allí conocí a Ferran Miralles y Josep Planas, técnicos 12

que todavía mantienen su vinculación profesional con la Generalitat de Catalunya como técnicos con responsabilidades importantes dentro de sus departamentos. El despacho del consejero era austero pero bonito. El consejero Vilalta es una persona de muy buen trato. De ojos incisivos e inteligentes, entiende rápido a su interlocutor y con amabilidad, pero sin esconderse, dice lo que piensa. Me escuchó atentamente y, cuando acabé, me animó a seguir con el proyecto de los estudios de Ciencias Ambientales. Veía un problema importante: la falta de presencia de ingenieros. El conocimiento que tenía del mundo ambiental le sugería que habían de ofrecerse estudios con una sólida formación teórica pero, a su vez, también con una buena formación práctica. Él no echaba de menos ni una asignatura ni otra, sino el punto de vista práctico de los profesionales que están acostumbrados a resolver problemas. Aquel sí era un problema, porque entonces nuestra Universidad prácticamente no tenía ingenieros. En aquel momento, la reunión con el consejero me decepcionó un poco. Pese a haber recibido una buena acogida, no fue entusiasta, como en la mayoría de opiniones que recibíamos de otras personas y, por tanto, la materialización de los estudios no estaba clara. Tampoco se había comprometido a dar apoyo a unos estudios que el Claustro de la Facultad había programado para empezar en septiembre de 1992, el año olímpico.

¿Y las otras Universidades? El consejero Vilalta no fue el único consejero al que informamos de nuestras intenciones, ya que también se contactó en el consejero Josep Laporte, antiguo Rector de la UAB y entonces consejero de Educación. El Departamento de Educación no veía nada claro el proyecto, ya que los estudios que nosotros estábamos promocionando no estaban reconocidos por el Ministerio de Educación y, por tanto, no eran unos estudios oficiales. El profesor Abel Mariné, nutricionista y bromatólogo de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona, era entonces el Director General de Universidades. Conocía bien la problemática inherente a la creación de un título de materia ambiental ya que también había formado parte de la comisión del Consejo de Universidades de la que también formaba parte el profesor Terradas. Dejando de lado el problema de la ausencia de un título oficial en materia ambiental al catálogo español, había otra dificultad añadida: ¿qué pensaban las otras Universidades? El Departamento de Enseñanza, responsable de asignar los permisos para impartir una titulación determinada, quiso informar al resto de Universidades de los movimientos que estaba llevando a cabo la UAB. Para saber qué pensaban, Abel Mariné constituyó una comisión presidida por él y de la que yo formaba parte como representante de la UAB, juntamente con representantes del CSIC (Joan Albaigés), de la Universidad Politécnica de Cataluña (Rafael Mujeriego) y de la Universidad de Barcelona (Claudi Mans, decano de la Facultad de Química). Nos reunimos unas cuantas veces y en ellas quedó claro que, aunque las otras Universidades tenían interés en la formación ambiental, no le dieron la prioridad que la UAB daba al proyecto de estudios en Ciencias Ambientales y no tenían una estructura organizativa 13

que hiciera fácil la organización de unos estudios multidisciplinares. La Universidad de campus que es la Autónoma confería, además, unas características únicas que le daban fuerza y, a la vez, le facilitaban toda la organización. Durante el verano del año 1991 el balance era moderadamente positivo, pero se mantenían incógnitas importantes. El plan de estudios avanzaba gracias al impulso decidido del Dr. Jou y de todos los miembros de la comisión redactora, la administración ambiental catalana veía con buenos ojos el proyecto pero no se decidía a implicarse y la administración educativa dentro y fuera de la Universidad no lo veía claro.

El verano del 1991 Durante estos meses de verano se produjeron dos hechos que fueron decisivos para la materialización de los estudios: un encuentro con el Rector Josep Maria Vallés y una entrevista en La Vanguardia. En el encuentro en el despacho del Rector, aparte de repasar cómo se desarrollaba la evolución de los nuevos planes de estudios y del plan de reformas de la Facultad (temas habituales durante aquel periodo), dedicamos un buen rato a analizar la evolución del proyecto de Ciencias Ambientales y a la conveniencia o no de emprenderlo. No sé hasta qué punto mi recuerdo responde exactamente a lo que pasó, pero de aquel encuentro tengo la sensación de que, de la misma manera que en un avión el piloto, en el punto de no retorno, decide llevar a cabo la operación de despegue del avión, aquel día del verano del 1991 el Rector y yo acordamos tirar hacia delante el proyecto en forma de título propio. El título había de llamarse Graduado Superior en Ciencias Ambientales. Era la primera vez que una Universidad organizaba un título propio en unos estudios de licenciatura y, por tanto, no teníamos experiencia. Lo decidimos con un poco de miedo, intuyendo los riesgos que esta opción suponía, la heterodoxia con que había de tomar forma la iniciativa, los largos pasos que se habían de dar hasta la estructura académica de la Universidad y la faena que se había de llevar a cabo para construir unos estudios como aquellos, con financiamiento privado, dentro de una Universidad pública. Estábamos en tiempos convulsos para la UAB, donde se habían tomado decisiones estratégicas no absentas de fuertes críticas (por ejemplo, la opción de construir la Villa Universitaria para alojar una parte de las fuerzas de seguridad de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 había generado una fuerte oposición y un considerable desgaste del Rector en el Claustro), pero el Rector veía que era una oportunidad estratégica para la Universidad e intuía que la comunidad académica le daría apoyo. Así fue. Creo que uno de los factores que influyó de forma clarísima en la decisión de tirar hacia delante la organización de los estudios fue el apoyo unánime al proyecto por parte de los académicos. Este apoyo fue continuo, entusiasta y sincero. De hecho, pienso que el carisma de las primeras promociones, reconocido y alabado por todos, también se debe al espíritu especial de aquellos académicos que nos vimos involucrados en un proyecto tan chocante. 14

El otro elemento decisivo, como ya se ha apuntado anteriormente, fue una entrevista que se me hizo en La Vanguardia. Mediante el servicio de prensa de la Universidad, Antonio Merino y Conxa Valls concertaron una entrevista con un redactor de este medio para hablar de dos estudios nuevos que impulsaba la Facultad de Ciencias. La entrevista me la hicieron antes del verano, pero fue publicada en la contraportada del periódico el viernes 20 de septiembre de 1991, con el título “Bellaterra, ecologista” y con el subtítulo “La Autónoma crea la licenciatura en Ciencias Medioambientales”. Tengo la sensación de que aquel artículo fue un factor muy importante en la decisión de la administración ambiental catalana de participar en el proyecto. El lunes siguiente a la publicación de la entrevista, cuando llegué al despacho, Montse Planell, la secretaria del Decanato, me pasó el aviso de una llamada urgente del Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat para que fijáramos una fecha para hacer una reunión y hablar del proyecto de estudios de Ambientales. Durante los días siguientes nos entrevistamos varias veces con responsables de la Dirección General de Calidad Ambiental y de la Dirección General de Promoción y Educción Ambiental. Finalmente, el Departamento de Medio Ambiente acordó que nuestro interlocutor sería el Director General de Promoción y Educación Ambiental, el Señor Joan Puigdollers i Fargas (actualmente concejal en el Ayuntamiento de Barcelona), junto con dos técnicos del Departamento, los biólogos Josep Planas y Ferran Miralles. Con estos tres mantuvimos una relación muy ágil y cordial que llevó, el día de la inauguración de los estudios –el 23 de septiembre de 1992-, a la firma del convenio de colaboración entre la Universitat Autònoma de Barcelona y el Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Cataluña. El tiempo que va desde septiembre de 1991 hasta el de septiembre de 1992, cuando se firmó el convenio y se iniciaron las actividades académicas, no está exento de trasiegos. Habíamos elaborado una memoria económica completa en la que pedíamos dinero para contratar profesores y para equipar algunos laboratorios. La confirmación y concreción de la ayuda financiera del Departamento de Medio Ambiente no se produjo hasta el mes de abril o mayo de 1992 (¡las clases empezaban después del verano!). Cabe destacar, que el Departamento de Medio Ambiente hizo un esfuerzo importante y el primer año aportó 40 millones de pesetas del año 1992. La fórmula elegida fue que el Departamento se hacía cargo de la mitad de la matrícula de cada uno de los 80 estudiantes. La otra mitad (alrededor de 1800 €) la pagarían los mismos alumnos. El curso 1991-1992 fue intenso, y a la vez muy estimulante. Durante aquel curso se había conseguido una subvención del Ministerio de Educación y Ciencia para que el profesor Bill Schell hiciera una estancia en Bellaterra. Su búsqueda en el Grupo de Física de las Radiaciones del Departamento de Física se complementaba con un asesoramiento que me hacía para poner en marcha los estudios de Ciencias Ambientales. Hablábamos, especialmente, del Proyecto final de carrera, una asignatura que en aquel momento no tenía ninguna otra titulación de la Facultad de Ciencias y de la que, por lo tanto, no teníamos experiencia. También fue muy útil la visita que, aprovechando un viaje ya programado anteriormente, hicimos a Berkeley, tanto Aleix Vidal como yo durante unos cuatro 15

días de la primavera de 1992. El objetivo era doble: por un lado, nos interesaba conocer de primera mano la organización de la asignatura del proyecto y, en general, de los estudios, especialmente por lo que respetaba a las prácticas profesionales de los estudiantes de Ciencias Ambientales; por el otro, queríamos organizar un programa de intercambio de estudiantes y personal académico entre la Universidad de California y la Universitat Autònoma de Barcelona (que años después no properó). En Berkeley conocí a Doris Sloan, la persona responsable de la asignatura de proyecto, a la que los estudiantes reverenciaban. Conciliaba una dedicación exclusiva a esta asignatura con una dedicación, desde el punto de vista de la movilización civil y política, a los problemas ambientales de la Sant Francisco Bay Area. La doble vinculación de la profesora Sloan a la docencia y la gestión ambiental local facilitaba la elaboración de los proyectos de fin de carrera dedicados a problemas ambientales reales de la zona, sin dificultades de acceso a la información y en la obtención de permisos. Otro grueso de proyectos se llevaba a cabo en la misma Universidad, tratando cuestiones relacionadas con la gestión ambiental del campus. Julia Epley era la jefa de la Oficina de Medio Ambiente, Salud y Seguridad de la Universidad, una oficina centralizada en la gestión de los problemas ambientales y de seguridad de Berkeley. Aquella unidad dependía de la máxima autoridad de gestión de la Universidad y era utilizada por el programa de Ciencias Ambientales porque algunos estudiantes pudieran hacer prácticas y, al mismo tiempo, refleja el convencimiento de la Universidad de llevar a cabo una buena política ambiental en sus laboratorios e instalaciones. En la oficina de la Señora Epley conocí a Manuela Hidalgo, que trabajaba en su etapa postdoctoral. Manuela había hecho una tesis en la unidad de química analítica de la UAB y me ayudó mucho a entender la importancia formativa y de gestión de aquellos entes. Actualmente trabaja en la Universitat de Girona, donde me la encontré unos cuantos años después. Al volver a Barcelona, presenté a la gerencia de la Universitat la idea de la creación de un ente centralizado de gestión ambiental del campus, sin ningún éxito aparente. Años más tarde, la UAB sería también la primera universidad del Estado español en disponer de un Vicerrectorado de Campus y Calidad Ambiental y también de la Oficina de Seguridad e Higiene Ambiental (OSHA). Durante aquella intensa semana, dedicada a hablar de medio ambiente en Berkeley, no dejamos de saber que el Barcelona finalmente había ganado la copa de Europa. No es que fuese publicado en los periódicos, sino que las responsabilidades políticas de Vidal Quadras lo hacían ponerse en contacto diariamente con la sede de su partido político en Barcelona y en una de estas comunicaciones le fue anunciada la noticia. Dejamos definido el programa de intercambio entre Berkeley y la UAB en el transcurso de otra visita que recibí de esta Universidad en el mes de noviembre de 1992. Era un programa dirigido a los estudiantes de los últimos cursos y cuando el desarrollo de la titulación estuvo en condiciones de aportar alumnos, no se consiguieron los recursos económicos suficientes para llevarlo a la práctica. 16

¿Y Madrid? Paralelamente, durante la primavera del año 1992 contacté con el Ministerio de Obras Públicas, donde había una Dirección General de Medio Ambiente, y con el Ministerio de Industria del Gobierno español. Quería explicarles el proyecto que teníamos entre manos y ver si había alguna posibilidad de conseguir alguna subvención para ayudarnos a tirarlo adelante. Era difícil, porque las competencias en educación superior dependían –y dependen- de la Generalitat de Cataluña. Los primeros contactos los establecí con el Ministerio de Obras Públicas: conseguí ponerme en contacto con el Director General de Medio Ambiente y, en las diferentes ocasiones que pude hablar con él por teléfono, siempre me dio la sensación de estar entusiasmado con lo que estábamos haciendo en la UAB. Finalmente conseguí hora para verlo, pero el viaje a Madrid no pudo ser más decepcionante. Habíamos quedado a las 11 de la mañana. Yo llevaba toda una memoria del proyecto de los estudios que habíamos estado preparando con cuidado. El Ministerio estaba situado en la zona de Nuevos Ministerios, en el paseo de la Castellana de Madrid. Ocupaba un edificio muy grande que, cuando le rendí visita, estaban remodelando parcialmente. Por eso me costó mucho encontrar el despacho del Director General. Mientras recorría de arriba abajo el segundo piso del Ministerio –recuerdo que entré por el sector B y había de llegar al D-, caminando por pasillos oscuros y medio vacíos, pensé en la obra de Kafka El Castillo. La verdad es que era una buena imagen, ya que el continente, el edificio, dominaba sobre el contenido. Finalmente encontré el despacho. El Director me esperaba impaciente (aun con la dificultad de encontrar el despacho llegué puntual), pero la impaciencia era para decirnos que le había llamado el Ministerio y que no podía atenderme. Yo, incrédulo, todavía lo acompañé hasta el despacho ministerial, esperando poder darle algunos detalles de aquello que preparábamos con tanto cuidado. Pero él, mientras pasábamos por los pasillos y dependencias, no mostro ningún interés por saber nada de lo que estábamos haciendo en la UAB. Al contrario, se entretuvo en explicarme, con satisfacción, que los arquitectos que en el tiempo de Franco habían diseñado el edificio le dieron a la planta del edificio una cierta forma de hoz y martillo, sin que el General ni sus colaboradores se dieran cuenta. Me dejó con la palabra en la boca, sin ni tan siquiera haberle podido dar una copia de la memoria de la futura titulación y con un sentimiento de rabia e impotencia. Al salir volví con un autobús al aeropuerto, pensando cómo de inútil había sido el viaje y qué poca educación habían tenido desde el Ministerio. No volví a ver en persona a aquel Director General hasta hace unas semanas, cuando coincidimos en una cena organizada por la Obra Social de La Caixa. Había tenido responsabilidades de gestión importantes en la Unión Europea y ahora, ya de vuelta a España, recorrí el país haciendo conferencias; en una de estas conferencias nos encontramos. No volví a habar sobre nuestro proyecto con nadie del Ministerio de Obras Públicas. ¡Estaba muy enfadado! En cambio, sí que hice una visita a la Secretaria de Estado de Energía del Ministerio de Industria. El trato allí fue muy diferente. Me recibieron dos 17

personas, la Secretaria de Estado y una Directora General, que se interesaron mucho por lo que les iba a explicar e intentaron encontrar una convocatoria de subvenciones a través de la que pudiéramos conseguir financiación para el proyecto. Al volver a Barcelona lo perseguimos, tanto desde Bellaterra como desde el mismo Ministerio, pero finalmente no fructificó. Pese a que los resultados tampoco fueron buenos, en el Ministerio de Industria me sentí escuchado y acogido, y creo sinceramente que intentaron ayudarme.

La primera presentación, en Tossa de Mar. De una forma modesta, el programa de Ciencias Ambientales de la UAB ya se había presentado en público. Fue en Tossa de Mar, el sábado 9 de mayo de 1992, en el marco de las Terceras Jornadas Internacionales de Defensa de los Animales y del Medio Ambiente. La alcaldesa de Tosa de Mar, la Señora Pilar Mundet, presidió la sesión y organizó la presentación pública de los estudios. En la misma sesión, Santiago Vilanova, asesor de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Generalitat de Cataluña, hablaba de las perspectivas de la Conferencia de Rio y Eduard Goldsmith, Director de la revista The Ecologist, de la necesidad de una economía ecológica mundial. Los pasos se iban haciendo y la niebla sobre el futuro de los estudios se estaba disipando. Durante la primavera del 1992 el plan de estudios pasó por la Comisión Académica, presidida por el Vicerrector Josep Font Cierco, por la Junta de Gobierno y por el Consejo Social de la UAB. Yo era miembro del último de estos órganos, presidido en aquel momento por el Señor Anton Canyellas, posteriormente el Defensor del Pueblo en Cataluña. Él y yo teníamos una buena relación. El señor Canyellas es una persona atenta, educada, muy culta y con un gran anecdotario de la transición política en España posterior a la muerte de Franco. A pesar de que el Consejo Social era y es un ente poco conocido por la comunidad universitaria y que su influencia en la política de la UAB era más bien escasa, la aprobación por parte de este órgano era un paso importante y necesario que se tenía que hacer. El Señor Canyellas presidia el Consejo Social con elegancia y prudencia, pero él tampoco conocía tan bien como nosotros la UAB. Rápidamente entendió la importancia del proyecto. Los otros miembros no universitarios del Consejo Social, entre los cuales recuerdo que estaba el Señor Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell, acogieron muy bien el proyecto de los nuevos estudios, especialmente porque vieron como la UAB respondía a una inquietud de la sociedad con agilidad y efectividad. Con los escasos recursos económicos del Consejo crearon dos becas que sufragaron la mitad de la matrícula de dos estudiantes. Durante el primer semestre del 1992 también se trabajó el aspecto económico del programa de Ciencias Ambientales. Se planteaba que los estudios, a parte de la organización tradicional, tendrían un Consejo Asesor formado por una representación institucional de la Universidad y las organizaciones públicas o privadas que le daban apoyo. Se pensaba que podría haber empresas que quisieran involucrarse en los estudios y, por tanto, envié una cincuentena de cartas y me entrevisté personalmente con responsables de diferentes grados de muchas 18

empresas. Hablé con presidentes de consejos de administración, con agencias de patrocinio, con responsables de comunicación. Fue una experiencia personal muy interesante. De todas estas entrevistas me quedo con muchas anécdotas y una percepción diferente de la que tenía al principio sobre las personas responsables de la dirección de las empresas. De hecho, hubo una con el sector farmacéutico que estuvo a punto de involucrarse en los estudios. Finalmente, la gestión de obtener recursos privados no cuajó. El problema principal era cómo se visualizaba la colaboración de una entidad privada en unos estudios de una Universidad pública. Algunas empresas vieron interesante el proyecto, pero no acababan de apreciar los beneficios directos que podían extraer por su participación. Probablemente mi nula formación en márquetin y heterodoxia de plantear un patrocinio para unos estudios públicos también explica el fracaso de esta acción. El Consejo Asesor, al final, funcionó con la participación de los representantes del Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Cataluña durante el tiempo en que la titulación no estuvo homologada. Yo nunca fui miembro del Consejo Asesor pero, por lo que se me dijo, fue un buen trabajo. Uno de los miembros del Consejo Asesor fue Pere Torres. Biólogo de profesión, Pere Torres fue una persona que colaboró para que la propuesta de los nuevos estudios de Ambientales llegase a buen puerto. Él y yo nos conocíamos desde hacía tiempo, porque Pere había sido alumno mío de física. Fue un buen alumno, que poco después de acabar sus estudios de licenciatura trabajó para el Departamento de Enseñanza y, posteriormente, para el Departamento de Medio Ambiente, con diferentes responsabilidades. Hasta que su disponibilidad de tiempo se lo permitió, colaboraba con unos fisiólogos, entre los que estaba Lluís Tort, que a su vez era miembro de mi equipo de Decanato. Lluís, Pere y yo nos reuníamos de vez en cuando para que Pere nos explicase, si podía, la situación y el contexto en el Departamento de Enseñanza frente a la propuesta de la UAB. Tener una visión y una opinión de primera mano fue muy importante para saber cómo enfocar nuestras relaciones con aquel departamento, pero más tarde Pere ocupó diferentes cargos de responsabilidad dentro del Departamento de Medio Ambiente y siguió colaborando de forma sincera en el desarrollo de los estudios.

Los primeros estudiantes. Como los estudios eran una titulación propia de la UAB, no entraban dentro del sistema de preinscripción de la Generalitat. Por eso se definió un sistema propio de asignación de plazas. Lo que teníamos muy claro era que se tenía que exigir haber superado la selectividad. Creo que fue una buena opción, ya que si no lo hubiéramos pedido la futura homologación de los estudiantes habría presentado más problemas de los que presentó. De entre todas las personas que pretendían entrar en los estudios, preveíamos hacer una primera criba a partir de la nota de selectividad. Pretendíamos seleccionar unos 125 estudiantes, a los que les harían pasar una prueba específica, consistente en resumir una conferencia que durante una hora se les había ofrecido. 19

Realmente no sabíamos el grado de interés que despertarían los estudios. A través de la prensa se organizaron 3 sesiones informativas que hicieron Xavier Domènech, que era el coordinador de los estudios, y yo mismo. En estas sesiones se explicaba el perfil de los estudios y la forma de acceder y, sobre todo, se ponía en relieve que los estudiantes no estaban homologados y que, de momento, no se encaminaban a la obtención de un título oficial. También se explicaba el coste económico de la matricula (unos 1800€). Estábamos inquietos por saber qué aceptación tendrían los estudios. Si no había un número alto de inscritos, todos los esfuerzos habrían sido inútiles. Si pensábamos que el precio de la matrícula triplicaba el de una titulación oficial, que los estudios eran nuevos y, por tanto, poco conocidos y que, además, no eran homologados, el escenario más plausible era tener pocas inscripciones. Se abrió el periodo de preinscripción, anunciándolo en los periódicos, cuando se dieron a conocer las notas de selectividad y, al tratarse este periodo, la primera gran sorpresa fue que se habían preinscrito ¡más de 350 personas! Habíamos superado, pues, otro obstáculo. El final del túnel ya se veía y el principio de los estudios estaba cerca. De todas las personas inscritas se seleccionaron 25, los que pasaron la prueba que he comentado antes. En este caso, la conferencia la hizo Xavier Domènech. A partir de los resúmenes de la conferencia de Xavier, se puso una nota que, juntamente con la de selectividad, permitió ordenar las calificaciones de las personas seleccionadas y asignar las 82 plazas que habían de formar el primer curso de Ambientales. El 23 de septiembre inauguramos oficialmente los estudios con un acto al que asistieron Albert Vilalta, Consejero de Medio Ambiente; Sr. Josep Maria Vallès, Rector de la UAB; Sr. Anton Canyellas, Presidente del Consejo Social de la UAB; el profesor Xavier Domènech, coordinador de la titulación de los estudios; y Sr. Vidal Quadras, que realizó la clase inaugural. Para mí fue un acto muy sobrecogedor, ya que fue el pistoletazo de salida de los estudios. Estaban presentes en la sala muchas de las personas que habían trabajado, en grados diferentes, para que aquel momento fuese posible. Todo el mundo se sentía bastante ligado y corresponsable de la titulación y la veía como una aventura formativa alentadora y estimulante a la que motivaba apuntarse. No habíamos tenido problemas para conseguir el profesorado. Personas que tradicionalmente no participaban en cursos de primero ahora aceptaban con entusiasmo impartir las primeras asignaturas de la licenciatura. Antes de la inauguración oficial, en mi despacho de decano, el Rector Vallès y el consejero Vilalta firmaron el convenio mediante el que la Generalitat concretaba el apoyo económico a los estudios. Pocos días después empezaron las clases. A la primera clase efectiva, fueron Bill Schell, Xavier Domènech y yo. Era otra prueba. Tradicionalmente, a la primera clase en la Universidad los estudiantes están nerviosos y los profesores un poco también. Nadie se conoce y todavía no se han establecido las complicidades, pero hay dos instituciones –los repetidores y la radio macuto- que son los transmisores de la cultura organizativa y de aquellas cosas que no se escriben en ningún sitio pero que conviene saber. En el caso de Ciencias Ambientales todo estaba por escribirse y vivirse. 20

Con Bill Schell habíamos hablado mucho sobre cómo organizar temáticamente los estudios y de cómo ir trabajando el proyecto. Él, paralelamente, hacía su búsqueda con el Grupo de Física de las Radiaciones. La proximidad a la titulación y el hecho de tenerlo cerca propició que le pudiera pedir que hiciera la primera clase. Era un riesgo. Schell no hablaba ni catalán ni castellano, pero me pareció conveniente situar, aunque puntualmente, los estudios en un plan internacional. El profesor Schell vino acompañado de un profesor de física, Carles Domingo, que le ayudó a traducir sus palabras, aunque prácticamente no le hizo falta traducción. En su clase, Bill habló sobre los entornos en los que la Ciencia intervenía en los problemas ambientales. Al acabar, se hicieron algunas preguntas, cosa ya singular en las primeras clases, y se empezó a intuir el talante de los estudiantes, que nos daba indicios de lo que después sería una realidad aplicable a la mayor parte de las primera promociones de ambientales: estábamos ante un grupo de jóvenes excepcional, por su preparación y, sobre todo, por su actitud. ¡La licenciatura estaba en marcha!

Epílogo En lo que sigue ya no pretendo hacer una relación cronológica, sino únicamente una visión un poco a saltos de algunos acontecimientos que considero relevantes por el contexto de la titulación, cuando ésta ya estaba en marcha. Dejé de ser decano de la Facultad de Ciencias de la UAB en mayo de 1993. En octubre de 1993 me presenté a una plaza de catedrático de la Universitat de Girona, que aquel año había iniciado también los estudios de Ciencias Ambientales con la estructura de título propio de la Universitat y en el mes de mayo de 1994 fui elegido Decano de la Facultat de Ciències Experimentals de Girona. Esto me permitió seguir estando alrededor de los movimientos que sobre los estudios de ambientales se estaban llevando a cabo, especialmente durante las reuniones para definir un marco común para toda España que estaba elaborando el Consejo de Universidades del Ministerio de Educación y Ciencia. Pocas cosas puedo decir, sin embargo, del proceso de homologación, que viví desde Gerona. - Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental. Guadalajara, Méjico, del 22 al 29 de noviembre de 1992. La UAB es invitada a participar en el Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental organizado por el profesor Arturo Curiel, de la Universidad de Guadalajara, para presentar su iniciativa. Allí presenté el programa delante de un gran número de expertos europeos e iberoamericanos en educación ambiental. Se volvieron a reproducir las tensiones entre especialistas y generalistas, estudios de posgrado o estudios de licenciatura. Este debate se mantendrá siempre y, para muchos, hoy todavía no está cerrado. Fue entonces la primera vez que el programa de Ciencias Ambientales de la UAB se presentó en una reunión de ámbito internacional. - Publicación en el Boletín Oficial del Estado del plan de estudios de la UAB. El 18 de febrero de 1993 apareció publicada en el BOE, entre las páginas 5.2005.203, la resolución del 16 de noviembre de 1992 de la Universidtat Autònoma de Barcelona según la cual se publicaba el plan de estudios que conducía a la 21

obtención del título propio de la UAB: Graduado Superior en Ciencias Ambientales (aprobado el 22 de mayo de 1992). - Encuentro sobre el Desarrollo de Programas Universitarios en el Área Ambiental. Bellaterra, 9-10 de marzo de 1993. El hecho que en la UAB hubiera empezado, como título propio, unos estudios de Ciencias Ambientales fue un revulsivo para el sistema universitario español. Todo lo que se había planteado hacía prácticamente cinco años la comisión de la que formaba parte el profesor Terradas volvió a plantearse. Por un lado, algunas universidades que tenían problemas en sus estudios de Biología, siguieron insistiendo en conseguir unos estudios de ambientales de segundo ciclo a partir de los estudios de Biología. Por otro lado, la presión de las ingenierías sobre la conveniencia de disponer de formación específica en ingeniería ambiental se hacía oír con fuerza. Pero, sobre todo, el interés de muchas universidades para organizar estudios de Ciencias Ambientales que hacían múltiples interpelaciones al Ministerio para ponerse manos a la obra.

En este contexto, el Rector Vallès y el secretario general de Consejo de Universidades, el Sr. Miguel Ángel Quintanilla, acordaron organizar un encuentro entre representantes de las universidades españolas en Bellaterra, donde presentamos el programa de la UAB y donde se debatió el futuro de los estudios de Ciencias Ambientales en España. La reunión fue muy fructífera. Asistieron representantes de una treintena de universidades e intervinieron, aparte de representantes de la UAB, del Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Cataluña y del Conejo de Universidades del Ministerio de Educación y Ciencia, el consejero de Medio Ambiente de la Generalitat Valenciana, representantes de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente del Gobierno español, el presidente de la Comisión de Medio Ambiente del Gobierno español, el Presidente de la Comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Barcelona y Rectores y representantes de Universidades como Salamanca, Valencia, Autónoma de Madrid, Granada, La Coruña, Carlos III, Alcalá y Gerona. La reunión sirvió para ver que el proyecto de la UAB era serio, había contado con un amplio apoyo por parte de personas interesadas en seguir los estudios y ya funcionaba, lo que acabó de convencer a los equipos Rectorales de algunas universidades (Alcalá y Granada, por ejemplo) para organizar un programa parecido al de la UAB y, tal vez, para frenar de forma sustancial la fuerza de aquellos que querían limitar la titulación oficial a unos estudios de segundo ciclo. Por otra parte, el Consejo de Universidades decidió organizar una comisión de expertos para elaborar una propuesta de titulación en Medio Ambiente, en la que sería invitada especialmente la UAB. - International Seminar on Global Environmental Charge, Bellaterra, del 13 al 17 de septiembre de 1993. Esta fue la primera actividad de búsqueda organizada alrededor del programa de Ciencias Ambientales. Aprovechando la celebración de los 25 años de la creación de la UAB, tuve la oportunidad de organizar este seminario con la participación de distinguidos profesores expertos en el cambio ambiental global, entonces un tema de gran actualidad y pionero. El seminario fue inaugurado por el consejero Vilalta y, entre otros, 22

participaron William Berry, de Berkeley, una de las personas que colaboró en el inicio de la titulación; José P. Peixoto, de la Universidad de Lisboa, uno de los padres de la climatología física; Harold Jacobson, de la Universidad de Michigan, politólogo y Director del programa HDGC (acrónimo en inglés del programa Dimensiones Humanas del Cambio Global); Vicent Abreu, de la Agencia Ambiental Americana (EPA), experto en los efectos sobre la salud de los problemas ambientales; Paul Quinn, de la Universidad de Lancaster, que habló de hidrología y cambio global; Lesek Kosinski, de la Universidad de Alberta, que habló sobre las dimensiones humanas del cambio global; y Joan Martínez Alier, uno de los impulsores de los estudios dentro de la UAB, que habló de cambio global y desarrollo sostenible. El seminario sirvió para dar una visión transversal de los problemas ambientales que perseguíamos con la titulación. La asistencia fue discreta, pero representó un motivo más de integración de todas aquellas personas que querían tirar hacia delante la formación en Ciencias Ambientales en la UAB. - Reunión de la Comisión de Expertos del Consejo de Universidades en la Universidad de León. Tal como ya he comentado antes, el Consejo de Universidades formó una comisión de expertos que salió del encuentro del mes de marzo de 1993 en la UAB, que se reunió posteriormente en Granada y, finalmente en León, en el mes de diciembre de 1993. Yo iba invitado a la reunión como representante de la Universitat de Girona, ya que había dejado de trabajar para la UAB. La reunión tenía el objetivo de elaborar una primera propuesta de las materias comunes en todo el Estado de unos estudios que entonces querían denominar “Licenciado en Ciencias y Técnicas Medioambientales”.

Esta reunión provocó diversas anécdotas. La presidía el Señor José García, Vicesecretario General del Consejo de Universidades. La primera cuestión que se trató era la denominación y si tenían que pesar más los aspectos técnicos que los científicos y sociales y, por tanto, conformar una ingeniería. Tomó la palabra un ingeniero representante de la Universidad del País Vasco, que dijo que con una ingeniería ambiental no había suficiente. Que lo que se debía hacer era crear ingenierías para cada una de las problemáticas con que se enfrenta el medio ambiente; ingeniero en tratamiento de residuos, ingeniero en depuración de aguas, ingeniero de calidad de aire, ingeniero de gestión del patrimonio natural, etc. Aquella presentación tan exhaustiva y expansiva hizo pensar a los que presidian la reunión que si se seguía en aquella línea sería impensable lograr un consenso de una única titulación y que se tenía que avanzar en la misma dirección que la UAB, hacia un título impartido desde una Facultad de Ciencias, con un buen contenido de Ciencias Sociales. Las Universidades que consideraban que las Ciencias Ambientales partían de los estudios de Biología argumentaban y presionaban para conseguir que los estudios fuesen únicamente de segundo ciclo e intentaban erosionar los contenidos de Ciencias Sociales que las propuestas de la UAB y de Gerona contienen. Las discusiones fueron largas y algunas se continuaron durante la cena e incluso paseando antes de ir a dormir, pero la fuerza de los proyectos en marcha y la coherencia de los trabajos de la comisión de la UAB que se había generado y argumentado el contenido pesó más que los movimientos 23

estratégicos de otras universidades, no siempre orientadas a conseguir cubrir unas necesidades del mercado laboral, sino a satisfacer necesidades de crecimiento de determinados grupos de búsqueda. También ayudó disponer de algunos informes encargados por la Generalitat de Catalunya sobre las actividades económicas y profesionales relacionadas con el medio ambiente, que dibujaban un panorama futuro para el sector del medio ambiente medianamente optimista. La propuesta que salió de León fue la que, con algunos retoques, propuso unos meses después el Consejo de Universidades y que acabaría conduciendo a los estudios homologados de Ciencias Ambientales. El hecho de tener unos estudios en marcha, de tener una reputación de un trabajo hecho con rigor y pensando en las necesidades sociales y, por qué no decirlo, las relaciones personales, fueron los factores que inclinaron la balanza hacia la situación actual. - Mayo de 1996. El profesor Schell, de año sabático en la Universitat de Girona, tuvo la oportunidad de hacer la última clase de la licenciatura a los mismos estudiantes a quien, cuatro años antes, había dado la bienvenida. Emocionado, él también recordaba cómo había empezado todo y, sobre todo, me explicaba que recordaba la cara de sorpresa y perplejidad –no exenta de temor- de aquellos jóvenes que al empezar su primer día de clase se encontraron con un profesor que empezaba a hablarles de medio ambiente en inglés. Ahora ya no se extrañaban de nada. Habían vivido una carrera complicada. Ser los primeros en todo no es fácil y, en el caso de los ambientólogos, aún menos. Con aquel acto simbólico acababa la aventura de la primera promoción. Lejos quedaban tensiones, luchas, divertimentos y satisfacciones de un grupo muy cohesionado desde el inicio. Los estudios estaban entonces dentro de una esfera de normalidad en que, cada año, un buen número de personas encaran su futuro profesional y personal con ilusión y esperanza.

Creo que he tenido mucha suerte por haber trabajado y poder vivir tan intensamente la mayor parte de los acontecimientos que se produjeron durante la génesis de los estudios de Ciencias Ambientales, y me llena de satisfacción el hecho de haber participado en una aventura académica tan sobrecogedora y estimulante.

Josep Enric Llebot. Abril de 2006.

24

Día 23 de septiembre de 1992. Acto de firma del convenio de colaboración entre el Departamento de Medio Ambiente de la Generalidad de Cataluña y la Universidad Autónoma de Barcelona para impulsar los estudios de Ciencias Ambientales en la UAB. De izquierda a derecha: Albert Vilalta, consejero de Medio Ambiente; Josep Enric Llebot y Josep Maria Vallés, rector de la UAB.

Día 23 de septiembre de 1992. Lección inaugural del primer curso de Ciencias Ambientales. De izquierda a derecha: Josep Enric Llebot, entonces decano de la Facultad de Ciencias; Albert Vilalta, consejero de Medio Ambiente, Josep Maria Vallès, rector de la UAB; Anton Canyellas, presidente del Consejo Social de la UAB y Aleix Vida-Quadras, quien impartió la lección inaugural.

25

Reproducción del artículo publicado en La Vanguarida el día 20 de septiembre de 1991 con el título "Bellaterra ecologista. La autónoma crea la licenciatura en ciencias ambientales". (Fuente: Josep Enric Llebot).

26

Reproducción del original del Convenio de colaboración entre la UAB y el Departamento de Medio Ambiente de la Generalidad de Cataluña por el programa de Ciencias Ambientales. Firmado el día 23 de septiembre de 1992. (Fuente: Josep Enric Llebot).

27

Reproducción de la carta de William R. Schell a los estudiantes de la primera promoción de CCAA de la UAB con motivo de la finalización del primer curso académico.

Tríptico del “International Seminar on Global Environmental Change” (Bellaterra, 13-17 de setembre de 1993)

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Reproducción del plan de estudios de los Estudios Superiores de Ciencias Ambientales de la UAB publicado en el BOE con fecha de 18-3-1993.

Tríptico informativo de los Estudios Superiores de Ciencias Ambientales (UAB)

Tríptico de las Terceras Jornadas Internacionales en Defensa de los animales y del Medio Ambiente (Tossa de Mar, 9 de mayo de 1992)

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temps_era_temps_formato (castellano).pdf

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