Portada

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Anna Banana

Anna Banana Panchys Violet_7 Mery St. Clair larosky_3 Annabelle

Mary Ann♥ Majo_Smile ♥ Pixie edith 1609 ♥...Luisa...♥ LizC

Maia8 Mali..♥ ★MoNt$3★ Melii Mery St. Clair LuciiTamy

Vero Munieca mebedannie Extraordinary Machine Rominita2503 tamis11 liRose Multicolor Deydra Eaton Juli **Maria** Panchys

Panchys & Juli

PaulaMayfair

Sinopsis

Capítulo 21

Capítulo 1

Capítulo 22

Capítulo 2

Capítulo 23

Capítulo 3

Capítulo 24

Capítulo 4

Capítulo 25

Capítulo 5

Capítulo 26

Capítulo 6

Capítulo 27

Capítulo 7

Capítulo 28

Capítulo 8

Capítulo 29

Capítulo 9

Capítulo 30

Capítulo 10

Capítulo 31

Capítulo 11

Capítulo 32

Capítulo 12

Capítulo 33

Capítulo 13

Capítulo 34

Capítulo 14

Capítulo 35

Capítulo 15

Capítulo 36

Capítulo 16

Capítulo 37

Capítulo 17

Capítulo 38

Capítulo 18

Epílogo

Capítulo 19

Sobre el Autor

Capítulo 20

E

l mundo de Laurel, de dieciséis años, cambia instantáneamente cuando sus padres y hermano mueren en un terrible accidente de auto. Detrás del volante está el padre de su vecino, el chico malo, David Kaufman, cuya madre también murió. A raíz de la tragedia, Laurel navega en una nueva realidad en la que ella y su mejor amiga se separan, los chicos pueden o no estar acercándose a ella por lástima, dominada por recuerdos acechándola por todas partes, y el señor Kaufman está en coma, pero muy, muy vivo. A pesar de todo está David, quien entra y sale de la vida de Laurel y con quien se siente atraída a pesar de no quererlo. Ella siempre estará vinculada a él por sus mutuas pérdidas, una conexión que podría cambiarlos de maneras inesperadas.

Traducido por Anna Banana Corregido por Maia8

Cualquiera que haya tenido que pasar por algo realmente horrible te dirá: todo es sobre el Antes y el Después. De lo que estoy hablando aquí es del ka-pow, el tipo de mierda que-sacude-tu-centro-y-vuelve-tus-huesos-de-plástico. Una parte de tu vida se desunce de la otra. Y uso esta palabra, desuncir, porque pasé mis últimas horas del Antes estudiando las U en una lista de vocabulario del SAT. Fue en abril de mi tercer año en la escuela secundaria. Tenía dieciséis años y la fecha para el examen, estaba a menos de dos semanas, marcada con tres signos de exclamación en color púrpura en mi calendario de pared. Desuncir: de separar. El señor Lee de mi curso de preparación para el SAT nos enseñó a crear una imagen mental que nos ayudaría a recordar lo que quería decir una palabra. Me imaginé a mí misma haciendo merengue en nuestro tazón azul, separando la clara de un huevo de la yema. Continué a reconvenir. Mi mamá gritó desde el pasillo de su habitación—: ¡Laurel, dile a tu hermano que se vista! ¡Tenemos que salir en veinte minutos! O mejor conocido como veinte minutos antes de que mi tortura China comenzara. Me hubiese gustado pasar el tiempo con las U toda la noche, pero en su lugar dibujé una flecha junto a reconvenir para marcar donde había quedado, y me dirigí hacia el dulce olor indecente procedente de la cacerola de mi madre para hacer lo que se me dijo. Gracias a la técnica inspirada por el señor Lee, recuerdo a mi familia esa noche, mientras se alistaban para salir de nuestra casa para nunca volver, en pequeñas fotografías instantáneas. Mi madre revoloteando entre su ordenador portátil y su armario, respondiendo correos electrónicos mientras se probaba su vestido azul, y luego su vestido verde y después el azul de nuevo. Mi padre caminando por el sendero, regresando del barrio de Manhattan y retirando la corbata de su cuello. Mi hermano, Toby, jugando Xbox en el estudio, tan hundido en su silla de juegos que era difícil recordar que en realidad tenía una columna vertebral y podía caminar erguido.

—Mamá dice que tienes que ponerte los pantalones de color caqui y los zapatos marrones —le dije desde la puerta. —¿Te refieres a mi ropa geek? Uh, de ninguna manera. —No retiró su vista del videojuego. —Es Pésaj1. Ella me está haciendo usar un vestido. —No entiendo por qué tenemos que hacer esto. —La señora Kaufman estaba preocupada de que estaríamos solos porque Nana no viene este año. —Nos encontrábamos en los suburbios de Nueva York, apenas a una hora de la ciudad, pero Nana vivía al norte del estado. Los Kaufman eran nuestros vecinos a tres casas de distancia. —Tenía la esperanza de que sólo pediríamos una pizza. —Dímelo a mí —le dije. —¿Qué, acaso no quieres pasar el rato con tu mejor amigo? —Toby quitó sus ojos del televisor para lanzarme una sonrisa de hermano pequeño. —Cállate —le dije, mi sonrojo llegando a la parte detrás de mi cuello. —¡Chicos! —dijo mi padre de pronto en la habitación—. Nada de eso esta noche, ¿de acuerdo? Especialmente usted, señor Actitud. —Juguetonamente golpeó el hombro de Toby—. Sé un adulto. Acabas de pasar un bar mitzvah2, después de todo. —Y tiene mil trescientos dólares en cheques de familiares que lo prueban — le dije. Ante eso, mi padre me sonrió, una de esas sonrisas de padre que te hacen sentir como la única hija en el mundo. En breve todos estábamos listos y saliendo por la puerta, mis padres, cada uno cargando un plato cubierto con aluminio. Toby rápidamente tironeó sus pantalones en la entrepierna, pensado que nadie lo vio.

La señora Kaufman era pequeña. Tan pequeña que la gente siempre le preguntaba si estaba bien. Papá decía que se preocupaba por ella en los días ventosos. La parte sobresaliente de su clavícula me hacía preguntarme si le dolería si la tocabas.

Pésaj es la festividad judía que conmemora la salida del pueblo hebreo de Egipto. En la religión Judía: cuando un niño mayor de 13 años de edad se convierte en un “bar mitzvah” es tratado como un adulto. Lo cual ahora lo hace moral y éticamente responsable de sus decisiones y acciones. 1

2

Ahora se encontraba sentada al frente del gran comedor de roble, tamborileando dos dedos bien cuidados en su vajilla de porcelana. Mis padres, Toby y yo nos removimos en nuestras sillas, mientras que el señor Kaufman estaba parado en la esquina de la habitación con un vaso de whisky, diciendo—: Puedes estar seguro, puedes estar seguro. —Una y otra vez a alguien en el otro extremo de su teléfono celular. —Lo siento —dijo la señora Kaufman—. David dijo que bajaría en unos minutos. Esperamos unos minutos más. Me sentía nerviosa y lo odiaba, tratando de ignorar a Toby pateando mi tobillo por debajo de la mesa. Finalmente, el señor Kaufman colgó el teléfono, caminó a la escalera y dio un puñetazo sobre la barandilla. —¡David! —gritó con una voz que hizo temblar los vasos de cristal con agua sobre la mesa. Una pausa. Oí pasos, una puerta cerrándose, pisadas sobre la escalera. El sonido de David Kaufman uniéndose a nosotros para la cena de Pésaj. Y después, ahí se hallaba él, luciendo desaliñado, en la puerta. Su pelo negro y ondulado trasquilado colgaba alrededor de su cara, era un corte de pelo que podría haberse hecho a sí mismo o en un salón caro, nunca sabrías la respuesta. Cuando llegó a la mesa, retiró una parte de su pelo hacia atrás de una oreja y me miró, a Toby y luego a mis padres, con unos ojos grandes y brillantes que nunca coincidían con el resto de él. Especialmente ahora. Parecía confundido, como si hubiera olvidado que nuestra familia estaría presente, en su casa, interrumpiendo su noche de escuchando-música-en-mi-iPod-y-viendo-porno-enInternet. —Hola —dijo, sin mirarme, sino mirando unos cuantos centímetros a mi izquierda. —Hola —le dije, y esta vez, cuando Toby me pateó, lo pateé con fuerza. David era un año mayor que yo y una vez, hace tanto tiempo que podría haber sido un sueño, éramos amigos de pequeños. Ahora él era un miembro más de los que todos en nuestra ciudad les llamaban la “Muchedumbre del ferrocarril”, lo que significaba que pasaba la mayor parte de su tiempo en el aparcamiento de la estación del tren, fumando y bebiendo y tallando palabras en los bancos de madera que se suponían eran para que la gente normal se sentara. No habíamos hablado el uno con el otro en años, a excepción de los dolosamente, raros e inevitables “hola” en las fiestas del vecindario o cuando nos cruzábamos en la escuela. Pero yo sabía lo que era para él: una chica cuyo nombre siempre se hallaba en la Lista de Honores, el único miembro del club de teatro que nunca aparecía en el escenario. A

pesar de nuestro pasado jugando juntos, a pesar de la amistad entre nuestras familias, David y yo nos encontrábamos en órbitas diferentes. Sobreviví la cena pretendiendo que él no estaba allí, lo cual fue sorprendentemente fácil de hacer puesto que comió en silencio, mirando con una expresión en blanco a su plato. Cuando fue su turno para leer, David negó con la cabeza y pasó la Hagadá3 a mi hermano. Y si miró en mi dirección, fue cuando yo miraba a otro lugar.

Después de la cena, ayudé a mi madre a lavar los platos mientras la señora Kaufman guardaba las sobras y vi una ventana de escape. —¿Oye, mamá? —pregunté—. Después de que hayamos terminado, ¿puedo omitir el postre y sólo irme a casa? Estaba estudiando mis palabras para el SAT y ni siquiera he hecho mi tarea. Hizo una pausa. —Creo que la señora Kaufman ha pasado un buen tiempo haciendo la tarta de manzana. —¿Yo? —chilló la señora Kaufman, sorprendida—. ¡Deborah, pensé que tú la harías! Se miraron la una a la otra por un buen tiempo, y por una fracción de segundo pensé que algún tipo de pelea podría estallar. Pero luego ambas se rieron. La señora Kaufman nos guió de nuevo al comedor, aclarándose la garganta para llamar la atención de los hombres, quienes se hallaban profundamente concentrados en una discusión sobre el mercado monetario. Toby estaba de pie junto a la ventana, empañándola con su aliento para luego dibujar figuras en ella. David se encontraba cerca de él y lo veía con ligera diversión. —Oigan, ¿chicos? —dijo la señora Kaufman—. Hemos tenido un pequeño percance con el postre, dado que en realidad, no hay ninguno. Creo que tenemos algunos huevos de Pascua de chocolate de la oficina de Gabe, pero no me parece que sea lo adecuado. El señor Kaufman se puso de pie. —Yo diría que eso es una excusa perfecta para ir a tomar un helado. ¿Qué les parece? —¿A Freezy? —preguntó Toby, su dedo a mitad de hacer una gran O en la ventana.

Es el texto utilizado para los servicios de la noche de Pésaj, conteniendo la lectura de la historia de la liberación del pueblo de Israel de Egipto conforme esta descrito en el Libro del Éxodo. 3

—Rayos, sí —dijo el señor Kaufman—. Ya hemos hecho nuestro trabajo aquí. Vayamos por algunos batidos de leche. Tiré de la parte de atrás del vestido de Mamá y captó la señal. —Oh, Laurel volverá a casa. Tiene tarea que terminar. —Te traeremos algo —dijo mi padre, guiñando un ojo. Ahora David, quien todavía estaba junto a la ventana, volvió a la vida. —Yo tampoco puedo ir. Tengo que ir a donde Kevin… —Pensó con rapidez en una excusa—. Prometió ayudarme con cálculo. La señora Kaufman miró a su hijo, y tuve la sensación de que nunca lo había oído decir la palabra cálculo hasta ahora. —Está bien —dijo derrotada—. Pero quiero que estés aquí para cuando volvamos a casa. Llamaré si tengo que hacerlo. —Sí, sí, lo que sea —decía David, ya caminando hacia el armario en el vestíbulo. —Está lloviznado. Llévate un paraguas —dijo la señora Kaufman. Él la miró, puso sus ojos en blanco, y tomó su chaqueta de cuero. Agitó su mano hacia nosotros, murmurando algo como “adiós” y salió por la puerta. Los padres ahora hablaban acerca del transporte. El señor Kaufman tenía un nuevo utilitario híbrido y lucía ansioso para mostrar lo amplio que era. Caminé junto a ellos hasta el garaje, donde el coche estaba deslumbrante y con ganas de complacer. La señora Kaufman me entregó un paraguas de la nada. —Toma. Sé que no tienes que caminar mucho, pero, ¿por qué mojarse? — dijo. Su mirada parecía decir: Me gustaría haber tenido una hija como tú, quien prefiere hacer los deberes que estar con la mala influencia de Kevin McNaughton. Toby se subió al asiento trasero del coche, tarareando algo. Mi madre abrió la otra puerta de al lado y se inclinó para besarme en la mejilla. —Tienes la llave, ¿no? Asentí, señalando hacia mi bolso. Mientras la puerta del garaje se abría y el señor Kaufman ponía en marcha el motor, me dirigí hacia el camino de la entrada y saludé a mi padre quien me miraba desde el asiento del pasajero. Luego abrí el paraguas cuando pasaron por mi lado, para que la señora Kaufman pudiera ver, pero una vez que doblaron la esquina, lejos de la casa y abajo de la colina, volví a cerrarlo. La lluvia era ligera y delicada, y me encantaba su sensación sobre mi piel mientras me dirigía a casa.

Traducido por Anna Banana Corregido por Maia8

Mi celular sonó una hora después, justo cuando terminaba mi tarea de francés en la mesa de la cocina. —¿Puedes hablar? —susurró mi mejor amiga, Megan Dill, quien vivía una calle abajo. —Sí, regresé temprano y no hay nadie aquí. Dulce libertad. —¿Cómo fue? —preguntó. —Incómodo, pero sobreviví. David casi no habló con nadie durante toda la cena. —Es un estrafalario. Oí maullar y me volví para ver a nuestros gatos, Elliot y Selina, sentados ansiosamente en la puerta de atrás, esperando para salir. —Ya lo sé —dije, levantándome—. Es como si, una vez que decidió ser amigo de la Muchedumbre del ferrocarril, le dieron un manual de instrucciones. Regla número uno, estar malhumorado y melancólico todo el tiempo. Abrí la puerta y los gatos pasaron por debajo de mis piernas, aparentemente ya estando tarde para alguna cita en el bosque. Elliot se detuvo un segundo para mirar a mi dirección con los ojos entrecerrados. Una mirada de “No nos esperes despierta” para luego salir corriendo. —Regla número dos —continuó Meg—, sólo puedes fumar Marlboro, usar zapatos deportivos y llevar todos tus peines en el bolsillo trasero derecho de tu pantalón. Son unos ridículos. Quieren ser rebeldes, pero están tan obsesionados por ellos mismos que son como cualquier otra persona. —Tú eres la que tenía un enamoramiento con él —le dije, notando una mancha de asado en el mostrador de la cocina. La limpié con mi pulgar y chupé la salsa de él, sabiendo lo completamente asqueroso que era. —Eso fue como hace cien años, cuando él todavía era parcialmente humano. —El híper-sexy, Meg solía decir. Yo prefería no pensar así sobre David; lo había

conocido durante mucho tiempo y era raro que algunas chicas lo consideraran apuesto. —Hablando de chicos, ¿cómo ha estado Will estos días? —le pregunté, lista para cambiar de tema. —Creo que es seguro decir que no me pedirá que asista con él al baile de graduación. —¿Por qué no? —Al parecer, comenzó a salir con Georgia Marinese la semana pasada. —Oh, Meg, lo lamento. —Eh, es como una especie de alivio que no le guste más. Habría ido con él al baile sólo por ir, ya sabes. —Puedes ir con alguien mejor que él. —Ambas podemos hacerlo. Faltaba más de un mes para el baile, pero el frenesí ya escalaba, y no estaba segura de querer formar parte de él. Como estudiantes de penúltimo año teníamos el derecho de ir, pero no había nadie que me gustase lo suficiente. Nunca había habido alguien que me gustara, punto. Meg era la que hacía clic con cada chico que conocía, con su ingenio fácil y su sorprendente belleza irlandesa. Yo era la segunda versión de ella; la morena tranquila con cabello lacio y delgado que sólo podía lucir una cola de caballo o trenza. Como pareja, no éramos populares, pero tampoco marginadas. No hermosas, pero tampoco feas, no gordas pero tampoco delgadas. Yo era más conocida por obtener As, por quien comenzó el Club de Tutoría, y la que pintaba escenografías para las obras de teatro. Meg estaba en el coro, y aunque nunca consiguió el liderazgo en las obras de teatro y musicales, por lo general siempre se quedaba con el jugoso papel secundario. Por lo general la gente nunca hablaba sobre nosotras, lo que mamá siempre decía que era algo bueno, pero nunca supe por qué. —Si no encontramos algo mejor —añadió Meg—, no iremos en absoluto. Excelente, pensé. Eso haría mi vida más fácil. De pronto, escuché algo enfrente de la casa. —Meg, espera —le dije—. Creo que hay alguien en la puerta. Nos quedamos en silencio por unos segundos, y podía escuchar mi respiración al mismo compás con la de Meg en el otro extremo de la línea. Ahí estuvo de nuevo, dos pequeños golpes en la puerta. Insistentes. Pero no debería de abrir la puerta cuando me encontraba sola en casa.

—Te llevaré hasta la sala de estar —le dije a Meg, cambiando el teléfono a mi otra oreja—. Si es un asesino en serie, serás capaz de escuchar todo. Había una gran ventana al lado de la puerta, y corrí la cortina un poco, sólo unos centímetros, para ver quién era. Un oficial de policía, sosteniendo su sombrero en sus manos, con su vista abajo. Y eso fue todo. El final del Antes y el comienzo del Después. Ahora tenía una nueva imagen mental para desuncir.

No hubo muchos detalles sobre el accidente para que el teniente Roy Davis me explicara. Se dijeron y se preguntaron cosas, y de pronto estaba sentada con las piernas cruzadas en el piso de la sala, derrumbada por el peso de la nueva noticia. Mi madre, padre y alguien quien ellos supusieron era mi hermano habían sido declarados muertos al llegar al Hospital Conmemorativo Phillips. También la señora Kaufman. El señor Kaufman se hallaba en la sala de emergencias. No había muerto al llegar. Estaba en mal estado cuando llegó. De alguna manera, el nuevo utilitario se había salido de la carretera, cayendo en una zanja y se prendió fuego. No sabían ni el cómo ni el por qué. Esos simples hechos sin explicación. Hojas sobre el agua, flotando en grupos, demasiado ligeras para romper la superficie. Y ahora, las cosas simplemente se detuvieron, duro. Como el aire; ya no lo podía sentir moviéndose a mí alrededor. O mi capacidad para tragar; estaba segura de que si lo trataba, mi garganta se congelaría y se quedaría así para siempre. Era como si de repente estuviera encerrada en una burbuja donde todo estaba completamente y totalmente mal, mal, mal y tenía que salir. ¿Cómo puedo salir de aquí? ¿Puedo tomar un gran paso y estar al otro lado de ella? Tal vez si digo algo, lo que sea, la burbuja entera se reventaría con un gran POP. Así que dije lo primero que se me ocurrió—: ¿Qué debo hacer ahora? El teniente Davis comenzó a hablar, pero se detuvo, mordiéndose el labio. Entonces me di cuenta de la magnitud de mi pregunta. —Me refiero a, ¿tengo que ir a la morgue o algún lugar? —dije—. ¿Tengo que firmar algo?

Su rostro se suavizó con verdadera tristeza. —Sí, necesitamos a alguien que identifique los… a ellos… pero no tienes que ser tú. ¿Hay algún familiar que te gustaría que contactemos? Nana. La imaginé llegando a casa después de cenar en casa de su amiga Sylvia. Lavando su cabello, limpiando el Clinique de sus labios. No había manera de que yo hiciera esa llamada telefónica. Le di el número de mi abuela al teniente Davis y le entregué el teléfono.

Una hora más tarde, me encontraba recostada en el sofá blanco en la sala de estar, el cual sólo usábamos cuando teníamos invitados, con la cabeza en el regazo de Meg. La señora Dill, la madre de Meg, estaba sentada en el suelo sosteniendo una de mis manos. Su número telefónico fue el siguiente que le di al teniente Davis. El señor Dill y la hermana de Meg, Mary, iban camino hacia el norte, un viaje de tres horas, para recoger a mi abuela. —Sólo cierra los ojos y respira —dijo la señora Dill—. Sólo respira. Todo lo que pude pensar fue, la señora Dill huele como pan de arándano.

Suzie Sirico se presentó un poco después de la medianoche. Yo no había preguntado por ella. Ni siquiera sabía quién era. El teniente Davis dijo que era una consejera de duelo que a veces trabajaba con el departamento de policía. Levanté mi cabeza del regazo de Meg y miré a la mujer. Era bajita, pero de rasgos fuertes. —Hola, Laurel —dijo lentamente—. Soy Suzie. La señora Dill se levantó del suelo. —¿Gusta una taza de café? —ofreció. —Eso sería grandioso, gracias. En ese momento intercambiaron posiciones, una gran maniobra de trabajo en equipo. Suzie se puso en cuclillas en el suelo, para así estar a mi nivel. —Sé que nunca nos hemos conocido —dijo Suzie, apretando sus labios con seriedad—, pero espero que me dejes ayudarte con todo lo que necesites en este momento.

—De hecho, sí hay algo en que me puede ayudar en este momento —le dije—. Los gatos están probablemente en la puerta de atrás. ¿Puede dejarlos entrar? Suzie Sirico ladeó su cabeza hacia un lado y levantó una ceja. Probablemente haciendo una nota en su libreta mental. No me importó. —Yo lo haré —dijo Meg y un segundo después había desparecido hacia la cocina. Si esta mujer me toca, pensé, voy a vomitar sobre el sofá blanco. —Laurel, claramente estás en estado de shock y eso es normal —dijo Suzie, alcanzando mi mano y tratando de equilibrase en su posición de cuclillas al mismo tiempo—. No tenemos que hablar ahora. Sólo estoy aquí para conocerte y dejarte saber que estoy a tu disposición por el tiempo que necesites para sanar de lo que le ha sucedido a tu familia. Mi familia. La palabra me golpeó en el pecho, un golpe tan fuerte que sacó el aire de mis plumones. Miré a Suzie Sirico en la misma manera que en una película, cuando alguien mira a la persona que lo acaba de apuñalar, ese momento de sorpresa antes de que el dolor se inicie y la sangre comience a brotar. Oí la puerta de atrás abrirse, luego cerrarse. Elliot y Selina entraron corriendo en la habitación, con sus colas apuntando hacia arriba en el aire, listos para acurrucarse para pasar la noche. Hice un sonido como un gemido, pero ruidoso. Fue como si no viniera de mí, pero de algo mitad humano, agazapado en la base de mi columna.

Estaba en la cama cuando Nana llegó, casi antes del amanecer. La señora Dill me había dado dos pastillas que siempre tenía a mano para sus ataques de pánico. El medicamento se divertía conmigo, haciendo creer que una cosa era real, y después otra. En mi mente, hablaba con alguien en el mostrador de boletos del Athens Theater, pidiéndole que me dejara entrar a pesar de que la película ya había comenzado. —¡Pero todos los que conozco están ahí! —grité. Sentí a mi abuela poner su mano sobre mi cabeza, suavizando mi ceja con su pulgar. —Estoy aquí, Laurel —decía.

Ahora la máquina de palomitas de maíz detrás del mostrador de boletos olía a Chanel No. 5. El pasillo afuera de la puerta de mi habitación era un hervidero de voces que resonaban desde la sala de estar. Alguien se sopló la nariz. Dentro de mi cabeza, ya no trataba de entrar a ver la película. Me había dado por vencida y seguí adelante, vagando por la calle hacia un supermercado, de pronto muriéndome de hambre.

Traducido por Anna Banana Corregido por Mali..♥

Casi todos fueron al funeral, el cual tuvo lugar en un día tan hermoso, que normalmente las personas estarían caminando por ahí diciendo cosas cliché como, “¡La primavera ha llegado!”. El aire olía a fresco y dulce, y la ligera brisa hacía cosquillas. Todo nuestro vecindario estuvo presente. Los familiares que no había visto en años, los amigos de mis padres de la universidad y los compañeros de trabajo de la oficina de papá. Los amigos de Toby y sus compañeros del equipo de fútbol vinieron con sus padres y sus profesores. Dos de ellos habían sido mis maestros también, hace tan sólo unos años atrás. Algunos chicos del colegio y sus familiares, más docenas de personas que no conocía o no recordaba sus nombres. Todos estuvieron de pie en la funeraria. Nana y yo nos sentamos adelante, donde casi nadie podía mirarnos, y ella sostuvo mi mano fuertemente mientras la gente hablaba. Sabía que se suponía que debía escuchar, asentir y llorar como todos los demás, pero estaba demasiado ocupada escribiendo una carta en mi cabeza: Queridos mamá, papá y Toby, Hay mucha gente aquí. Eso es bueno, ¿verdad? ¿Acaso no todos se preguntan quién asistirá a su funeral? Así que ahora ya lo saben. Si están viendo. Me gustaría pensar que están observando, pero por si acaso no lo están, aquí están los puntos más destacados: juntos.

Los amigos de Universidad de papá, Tom y Lena, leyeron un poema que escribieron

La maestra de música de Toby, la Sra. McAndrew, cantó “Amazing Grace”. ¿Acaso nadie le dijo que este era un funeral judío? Pero sí sonaba bastante bien. Mamá, tu amiga Tanya Emily leyó un poema de Dickinson. ¿Era realmente tu favorito como ella dijo? Fue genial que el rabino se prestara para hacer el servicio, ya que nunca nos molestamos en unirnos a la sinagoga —supongo que cuando sólo hay un rabino en la ciudad, eso es lo que se tiene que hacer. Habló acerca de la bondad de la comunidad y los

mitzvot4. Ojalá pudiera ser más específica, porque al parecer lo que dijo hizo llorar a un montón de gente, pero cuando él hablaba, yo miraba a dos ardillas en un árbol a través de la ventana. Nana lloró en voz alta dos veces. Tuve que darle algunos Kleenex porque utilizó todo su pañuelo. No tenía nada de color negro, así que usé uno de tus vestidos, mamá. Era un poco grande en el busto, pero creo que se veía bien. Con amor, Laurel. En el entierro, Nana roció las tumbas con tierra, su mano temblando, caminando a su alrededor como si fueran un jardín que acababa de plantar. El rabino me ofreció la pala, pero negué con la cabeza. Ahí fue cuando vi a David. Estaba atrás, al lado de una tumba de un extraño, llevando un saco negro sobre una camiseta del mismo color y vaqueros negros. La gente se daba vuelta para mirarlo y susurrar. Casi boquiabiertos, como si una estrella de rock hubiese asistido al funeral de mi familia. Pero él no los miró. Se limitó a mirar hacia los tres ataúdes con atención e ignoró a cualquier vivo. Anteriormente, había oído a alguien decir que dejarían la carpa y que sólo la moverían un poco, porque el funeral de la señora Kaufman sería el día siguiente. Cuando llegó el momento de levantarnos e irnos, miré de vuelta a donde David había estado, pero ya se había ido.

El señor Kaufman estaba en coma. Estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos y el hospital hacía una excepción muy especial para permitir que David permaneciera allí en una habitación vacía. Al menos eso fue lo que oí en la recepción en la casa. Estaba sentada en una silla en el estudio, un lugar excepcional para oír fragmentos de conversaciones. Megan se sentó a mi lado, comiendo un bollo de ajonjolí, sin hablar pero de vez en cuando me frotaba la espalda. Algunas personas se acercaron a mí. Se inclinaban para hablar cerca de mi oreja o en cuclillas para verme a la cara. A veces me sentía como una reina en su trono y en otras ocasiones como una niña de cuatro años. Sabía que sólo trataban de ser amables, al igual que los vecinos, amigos, compañeros de clase y todos los 4

Mandamientos Judíos.

demás. Sólo hacían lo que pensaban que debían de hacer, lo cual era exactamente lo que yo también hacía. Me encontraba en el baño cuando oí a la señora Dill y a su vecina de al lado, la señora Franco, hablando en voz baja al otro lado de la puerta. —¿Saben algo más sobre lo que sucedió? —preguntó la señora Franco. —No lo creo —dijo la señora Dill—. Ellos podrían hacer un llamado a testigos, para ver si algún otro conductor vio algo. —¿Qué crees tú que sucedió? Una pausa. Me quedé quieta en el inodoro, inclinándome para escuchar mejor. —Probablemente Gabe —susurró la señora Dill—. Apuesto a que bebió un poco más en la cena. ¿No te acuerdas de la fiesta de Navidad del año pasado? —Me acuerdo —dijo la señora Franco con tristeza—, Betsy tuvo que obligarlo a que la dejara conducir de vuelta a casa. Pensé en el señor Kaufman hablando en su teléfono celular esa noche, con su trago en sus manos. Y después pensé en envolver mis dedos alrededor de su garganta y apretarlo duro, lo que no era algo en lo que quería estar pensando en el baño durante el funeral de mi familia, en una casa llena de gente al otro lado de la puerta. Borré la imagen de mi cabeza con un borrador mental. Esperé tres minutos y luego asomé la cabeza por la puerta del baño. La señora Franco y la señora Dill se habían ido y no había moros en la costa.

Mi abuela, June Meisner, tenía clase. Todo el mundo lo decía. Vestía ropa de temporada y nunca salía de la casa sin maquillaje. Se arreglaba el pelo dos veces por semana en el Salón de Marcella y lo mantenía teñido de un color marrón oscuro. Nana trabajaba como voluntaria en un acilo para ancianos lleno con los que ella llamaba sus “viejitos,” a pesar de que muchos eran más jóvenes que ella. Supongo que tenía suficiente clase que me hizo volver a usar el vestido negro de mi madre y asistir al funeral de la señora Kaufman al día siguiente. Nana se veía tan pequeña en el asiento del conductor de nuestro Volvo, sus manos en la posición correcta sobre el volante, sus uñas perfectamente cuidadas. Mientras nos dirigíamos hacia el cementerio ella se volvió a mirarme, sus ojos todavía rojos del llanto de anoche, cuando pensaba que no podía oírla. —Doy gracias a Dios cada hora por el hecho de que tú no estabas en ese auto.

Pegué mi nariz a la ventana, sin ser capaz de mirarla. —Nana, no. —Tú me conoces. Me gusta agradecer por las bendiciones que tengo. —Si tiene que agradecerle a alguien es a la profesora Messing por toda la tarea de francés que nos dio. —Miré a mi abuela, para dejarle saber que no estaba siendo sarcástica. —¿Qué pasa si hubieras ido con ellos y los hubiese perdido a todos? —No voy a tener esta conversación ahora. Ella y mi madre eran expertas en esta táctica: Saca a relucir un asunto serio cuando estás conduciendo, para que el chico que estás mortificando con la conversación no tenga a dónde correr, sin habitación para huir; estaban atrapados. No quería decirle la verdad, algo que se hallaba al rojo vivo en la boca de mi estómago y me asfixiaba, cada día más pesado. Si yo hubiera ido con ellos, si hubiera terminado mis deberes antes o simplemente hacerlos en la mañana, habría sido una persona más tratando de caber en el utilitario de los Kaufman. Tal vez mi padre habría insistido en ir en autos separados. Tal vez yo estaría viajando con mis padres y Toby en este momento, para enterrar a la señora Kaufman. Un funeral, una persona, en la forma en que todo el mundo está acostumbrado a hacerlo. No podía hablar de ello, no podía pensar en ello. Si lo hacía, sentía esa bola de fuego nuevamente, arrastrándome cada vez más hacia el suelo. Parecía que la única manera de continuar respirando era pensando en el aquí y ahora, momento a momento, manteniendo mi mente cerrada ante cualquier otra cosa.

La señora Kaufman no tuvo la misma multitud que mi familia, y los que asistieron a ambos se veían un poco más demacrados por tener que pasar lo mismo de nuevo. Me encontré contenta conmigo misma de que el funeral de mi familia fue primero, cuando las personas aún estaban frescas para el duelo. Hasta el rabino parecía cansado. Me hizo feliz, por un segundo, y no me avergoncé de ello. Nuestro funeral fue mejor. David llevaba el atuendo emo-gótico que le había visto el día anterior, y esta vez también noté sus botas militares negras. Se encontraba rodeado de familiares. Sus abuelos se quedaron en su casa, lo escuché de un susurro. Lo animaban a que volviera del hospital y durmiera en su propia cama, pero David no lo hacía. Lo observé mientras el rabino dio la señal y David se puso de pie para lanzar el primer puñado de tierra sobre la tumba de su madre. Mientras lo hacía, alguien en la multitud estalló en un fuerte sollozo. David levantó la vista por un momento, con la pala en sus manos, para ver de dónde había venido. Era la

primera vez que había visto su rostro completo desde aquel día, su pelo peinado hacia atrás y sus ojos brillantes deslizándose sobre las personas. Sus ojos se mantuvieron escaneando a la gente mientras el rabino comenzó a hablar de nuevo y un tío le pasó un brazo sobre los hombros. Esos ojos se posaron en mí, parpadeando con una nueva energía y propósito. David levantó un poco más su cabeza, en una muestra de reconocimiento. Lo miré de vuelta y sostuve su mirada durante unos instantes, pero eso fue todo. Se sintió como si hubiera sido suficiente.

Traducido por Panchys Corregido por Mali..♥

Nana me dejaba dormir en las mañanas, pero no hasta demasiado tarde. Me despertaba sentándose en el borde de la cama. —Laurel, cariño, ya son las diez —dijo el lunes después del accidente. No había pasado todavía una semana. Nana y yo no hablamos de cuánto tiempo tendría que estar, las dos sabíamos que era para siempre. La escuchaba en el teléfono con los abogados y la gente del banco, tratando con los testamentos y convertirse en mi tutora legal y otras cosas que tenían que importar ahora. Lo hizo sin quejarse. Después de todo, ella era la única que quedaba que podía. Su marido, mi abuelo, había tenido un ataque al corazón cuando yo aún era un bebé, y los padres de mi madre murieron antes de que yo tuviera cinco años. Tanto mi madre y mi padre eran hijos únicos, así que no había tías, tíos o primos. Pero Nana siempre había estado allí durante tanto tiempo como podía recordar, y ahora, por supuesto, estaba aquí, en nuestra habitación de invitados. Si pasaban de las diez, eso significaba tercer período en la escuela, lo que significaba que Meg estaba en clase de periodismo. Habría estado en historia. Ellos me daban una cantidad indefinida de tiempo libre, y nadie siquiera había dicho nada acerca de traerme las tareas. Eso era lo esperado, lo que la escuela automáticamente tenía que hacer. Lo sabía. Pero el pensamiento de mis compañeros teniendo un día normal sin mí sólo me hizo sentir profunda y desesperadamente solitaria. —¿Qué quieres que haga? —pregunté a Nana, que ahora sacudía el pelo del gato de mi sillón. Necesitaba que me dijera lo que venía después, por qué quedarse en la cama haciendo nada. Todo lo que podía hacer en la cama, cuando no luchaba para volver a dormir después de un jodido sueño, era ver una película de la colección de Toby en su reproductor de DVD portátil. A él le gustaba la acción y las películas de artes marciales de otros épocas, y la mayoría de ellas eran horribles, pero eran geniales para ayudarme a no llorar. Estaba segura de que una vez que empezara a llorar, nunca me detendría. Quiero decir, ¿cómo podría detenerme?

—Me gustaría que vengas y comas algo de desayuno. No creo que hayas tenido una comida decente en toda la semana. Era cierto. Seder5 había sido la última vez que había comido una cantidad sólida y equilibrada de alimentos a una hora normal. Siempre pensé que era totalmente de telenovelas que las personas pierdan el apetito después de algo enorme, pero ahora entendía por qué. No era sólo que no podía ni imaginar las ganas de comer. Era el vacío combinado con la ligera jaqueca a causa del hambre, parecía como un deber. —¿Y tú? —pregunté a Nana—. ¿Comerás conmigo? —Mi estómago aún está un poco molesto, pero comeré algún matzá y una bebida. En la cocina, me senté en la mesa, y me sirvió un plato de panqueques, tocino de pavo y huevos. —¿Qué pasa con la Pascua? —pregunté, mirando los panqueques. —Creo que estamos disculpadas este año —dijo con ironía. Cogí uno de los panqueques, ligeramente caliente en mis manos, y comencé a comerlo como una galleta grande y floja. Era algo que a Toby y a mí nos encantaba hacer, y volvía loca a Nana. Pero esta vez sólo sonrió y empujó el periódico hacia mí. —Toma —dijo—. Sé cómo te gusta mantenerte al día con los titulares. Era el New York Times, no nuestro periódico local, el Herald Gazette. Porque cada día el Herald Gazette publicaba un nuevo artículo sobre el accidente y cómo la policía buscaba a alguien, cualquiera, que podría haber visto lo que pasó. Nana había detenido el servicio de entrega del Gazette dos días antes. Ahora se sentó frente a mí con su bebida y matzá, pero no comía. —Laurel —dijo—. Suzie Sirico llamó esta mañana. Es la terapeuta de duelo que conociste la otra noche, ¿recuerdas? Quería saber cómo estábamos. Levanté la vista del papel. —¿Cómo consiguió nuestro número? —Se lo di yo. —Le dijiste que estaba bien, ¿verdad? ¿Que las dos estábamos bien? Nana desprendió un pedazo de matzá y lo mordisqueó. —Ella piensa que las dos deben hablar. —La conociste. Es espeluznante. —Es una profesional que te puede ayudar. —¿Me veo como que necesito ayuda? 5

Es un importante ritual festivo judío celebrado en la primera noche de Pésaj.

Nana realmente me miró de arriba abajo, mi cara, de un lado al otro. Ella sabía que no debía responder. —La próxima vez que llame —dije—, por favor sólo dile que no lo haga más. Nana se levantó, puso lo que quedaba de su matzá de vuelta en la caja, y en silencio salió de la habitación. Me volví hacia el periódico y empecé a leer un artículo sobre problemas en América Latina, y allí estaba en el primer párrafo: demagogo. Fue una de mis palabras en el SAT. Significaba “demagogia líder”, y mi imagen de los trucos de estudio apareció en mi cabeza. En los pasos de nuestra escuela, un hombre con barba llevaba una camiseta que decía DEM, en ella hablaba a una multitud de estudiantes, trabajando con ellos en un frenesí. Hacía más de un mes desde que estaba en el D, pero era demagogo, claro como el cristal. Las pruebas eran en cinco días. Me dirigí a mi habitación y encontré a mi libro de vocabulario de SAT en la mesa donde lo había dejado, con marcadores, sin tocar desde la noche del Seder. Lo cogí cuidadosamente, tenía sólo dos páginas más para ir en la lista de las mil palabras que mi padre me había retado a memorizar. Él quería que yo fuera a la Ivy League, de preferencia Yale, al igual que lo hizo él. Yo lo quería también, porque había visitado la Universidad de Yale durante una de sus reuniones y pensé que era genial, pero no se le dije. Necesitaba que él pensara que me convenció. —Te pagaré un dólar por cada punto que anotes sobre los 700 en lectura crítica —había dicho—. No es un soborno, sino motivación. Sólo un poco de algo, porque sé que puedes hacerlo. Dejé el libro de nuevo y fui a buscar el teléfono.

—¿Estás absolutamente segura de que quieres hacer eso? El señor Churchwel, mi consejero de la escuela, parecía feliz de saber de mí. —Sí, estoy segura. Estoy lista. No quiero que me deje fuera de la lista. —No tengo ninguna duda de que estás lista, Laurel. Sin embargo, tu estado de ánimo… bueno, sólo queremos que seas capaz de realizar tu habilidad. Hay otra fecha de la prueba en junio. —Tengo que tomarlo al mismo tiempo que mis amigos. —Traté de mantener mi voz sin temblar. Tengo que tomarlo porque si no fuera por todo ese tiempo

estudiando para esta prueba, mis padres y Toby podría estar vivos en este momento. Me hubiera ido con ellos esa noche y hubiéramos tomado nuestro propio coche. Ese pensamiento se apoderó de mí y me mantuvo con fuerza. El señor Churchwel hizo una pausa y luego dijo—: Bueno, Laurel. Nos vemos el sábado. Si hay cualquier cosa que quieras hablar, no dudes en llamarme. —Gracias —chillé, y luego colgué. Sacúdelo. Enfócate. Agarré mi libro de preparación SAT y lo miré de nuevo, y era como un agujero por el cual podía trepar para escapar de esta hermética caja de culpa. Me dirigí a mi lugar de estudio favorito: el pasillo de casi un metro detrás del sofá blanco y una pared de ventanas en la sala de estar. Apenas me sentaba cuando miré por la ventana y vi a nuestro vecino, el señor Mita en la calle, paseando a Masher, el perro de los Kaufman. Masher se esforzaba en su correa, desesperado por un poco de velocidad y libertad, pero el señor Mita estaba teniendo problemas para mantenerle el ritmo. Masher era un buen perro, es decir, un collie blanco con negro con un resplandor en forma de T por su frente. Siempre se salía de su patio y vagaba por el barrio, comprobando por nuestras casas como si fueran su rebaño de ovejas. Pensé en Masher en la casa Kaufman, sin entender por qué todo el mundo se había ido, pero sintiendo que algo grande había ocurrido. Quejándose en las ventanas. Rasguñando la puerta principal. Confundido y devastado, más o menos como yo. Quince minutos más tarde, me encontraba en el porche de los Mita, golpeando.

—¿Qué? —dijo Nana cuando le dije. —Siento que es lo correcto a hacer —ofrecí en mi defensa. —¿Puedo por lo menos pensar en ello durante toda la noche? —El señor Mita lo llevaba más de media hora. Acaba de recibir los platos y la comida y otras cosas de los Kaufman. —Laurel… —dijo Nana, dejando caer su cabeza para poder frotar su frente con dos dedos—. Sabes cómo me siento acerca de los perros. Pero entonces me miró y encontré sus ojos y pude verla cediendo. Vaya, pensé. No puede decirme no.

Siempre había querido un perro, tanto tiempo como podía recordar. “Viajamos mucho” mi papá me decía cuando lo mencionaba. “Yo no soy una amante de los perros” mi madre se quejaría. Así que opté por imaginar la reacción de Toby —riéndose, rodando en el suelo de alegría, cuando Masher irrumpió en nuestra sala de estar esa noche, todo activo y metiendo las narices en todas partes donde podía encajar. Él olía a humedad y la chaqueta estaba polvorienta, y no dejaba de menearse como si estuviera tratando de sacudirse lo solitario, oscuro y triste que su casa se había convertido, y me comprometí a darle un baño en la mañana. En cuestión de minutos se había acurrucado encima de mí, jadeando y lamiendo mis codos, y recibiendo miradas sucias de los gatos.

Empecé a estudiar como loca. Parecía que mis manos estaban siempre en el borde del libro SAT, sintiendo la suavidad deshilachada o corriendo por la superficie brillante de su cubierta. Cuando Meg se acercó pudimos preguntarnos la una a la otra, no siempre hablando de la escuela, pero una noche me dijo casualmente—: Julia La Paz llegó hoy y me habló. Me preguntó cómo estabas. —Ew. Julia era la novia de David y tenía el pelo del color como las luces de neón rosas más abajo de los hombros. A veces la gente la llamaba “Mi Pequeño Pony”, para ser hirientes. —No, ella fue como, un poco agradable. Y muy depresiva. No ha oído hablar de David en una semana. Traté de imaginar a Meg y Julia charlando entre sí en un armario, con las cabezas juntas, pero no podía hacerlo. Era como tratar de imaginar la Tierra plana. —¿Fue al hospital? Sabe que él está ahí, ¿verdad? Meg asintió. —Lo sabe. Sólo está asustada. Y luego me quedé en silencio, porque sí, yo también estaría asustada.

El sábado del SAT me desperté desde el sueño más profundo que había tenido desde el accidente. No tuve ningún sueño, e incluso mis sábanas no estaban

empapadas de sudor. De inmediato, las palabras comenzaron a marchar por mi cabeza. Asidua: “Muy trabajadora”. Ostentoso: “Mostrar la riqueza”. Reivindicar: “Para borrar de la culpa”. Rencorosa: “Odiosa”. Vinieron en un orden que no tenía ningún sentido para mí, pero parecía predispuesto por algo. ¿Papá? ¿Eres tú, haciendo esto? Luego sacudí la idea, fuera de mi cabeza. No había espacio para eso hoy en día. Una hora más tarde, la minivan de los Dill pasaba por el camino donde yo caminaba de un lado a otro, y me sorprendí al ver a la señora Dill detrás del volante con esa sonrisa amplia y rígida que siempre había tenido para mí, incluso antes del accidente. Meg se hallaba desplomada en el asiento trasero. A medida que subía junto a ella, rodó los ojos. —Mamá insistió en conducir. Dice que quiere que me relaje. —¿Estás nerviosa? —pregunté. —Dejé de estudiar a las ocho y vi tele toda la noche. Me imagino que, si no sé, nunca lo haré. Nos montamos en silencio hacia la escuela, y me di cuenta. Iba a ver a la gente. Iban a verme. Al entrar en el vestíbulo de la entrada principal, centré mis ojos en un punto en el suelo, sin saber dónde mirar. Pero en cuestión de segundos, sentí una mano sobre mi hombro y me volví a ver al señor Churchwell. —¡Laurel! —dijo con una sonrisa de yeso—. Es tan bueno verte. —Luego, su voz se hizo más baja y la sonrisa se desvaneció—. ¿Estás bien? ¿Aún quieres hacer esto? Asentí, y entonces él me empujó a un lado. —Bueno, hemos quedado en algo un poco especial para ti. La junta del colegio nos dio permiso para que puedas tomar el examen en una habitación sola. Voy a estar allí también, por supuesto, pero no otros estudiantes. ¿Te gustaría eso? Miré sus ojos brillantes, esas arrugas de serio en el medio de la frente, y me pregunté si alguien en el mundo de los adultos pensaba que era lindo. —Gracias —dije—. Eso sería genial. —Te llevaré a la sala de clase que hemos creado para ti. —Comenzó a llevarme lejos, y me di la vuelta hacia Meg, que nos había estado observando y ahora me miraba perpleja. Sólo me encogí de hombros antes de volverme para seguir al señor Churchwell lejos de la multitud.

Ni siquiera había tenido la oportunidad para desearle suerte a mi mejor amiga.

Fue una larga mañana de tomar la lectura crítica y escritura de la prueba en un escritorio en el centro de la sala de profesores, el señor Churchwell sentado en una mesa cercana con una copia de la revista Rolling Stone, pero la prueba no me sorprendió del todo. Me sentí preparada —gracias, curso de preparación para el SAT. Durante las pausas que recibí al final de cada hora, utilicé el cuarto de baño privado de los maestros y escuché el murmullo de las voces en el pasillo. Terminé pronto la sección de matemáticas y señalé al señor Churchwell. —Ya he terminado. ¿Qué debo hacer? —¿Quieres revisar tus respuestas? —Lo hice. Ya he terminado. Miró su reloj y se acercó a mí. —Entonces creo que tomaré esto —dijo, tendiéndome la mano para la prueba—, y te puedes ir temprano. —Le entregué la hoja de respuestas y se la llevó con suavidad, como si fuera algo precioso—. ¿Cómo crees que lo hiciste? —susurró. La forma en que dijo eso, como si estuviera rogándome para que yo compartiera un secreto, sonaba casi exactamente como mi madre. ¿Crees que a la señora Dixon le ha gustado tu proyecto? ¿Hizo reír a todos en los momentos adecuados durante tu noticiero falso? Ella nunca quería sonar como un padre agresivo, prepotente. Quería ser como el amigo alentador, confiando en que yo lo haría bien en todo lo que intentara. Así que me preguntaba con su voz a la mitad el volumen para que sonara como si sólo le preocupara un poco y me molestaba bastante. Porque ella siempre se preocupaba, y yo lo sabía. La sensación de falta de mi mamá vino a mí con fuerza y rapidez, directo en el pecho. Me podría haber, incluso, tambaleado hacia atrás por el impacto. ¡No aquí! ¡Ahora no! Y definitivamente no en el frente del señor Churchwell. Rápidamente me imaginé que podría acercar mi mano en mi pecho, tirar hacia fuera esa sensación horrible, colocarla en una nube invisible de aire justo en frente de mí, y luego alejarla. Alejarla mucho. Y funcionó. Casi podía verla flotar pasando al señor Churchwell por la cabeza y salir por la puerta.

—Creo que lo hice bien —dije finalmente, tratando de responder su pregunta a pesar del largo momento terriblemente tranquilo que había pasado. —¿Tienes un aventón a casa? —preguntó. Si sintió lo cerca que acababa de llegar a perderlo, no lo demostró. —La mamá de Megan. —Te veré entonces… —El lunes. —Eso sólo salió. No me había decidido realmente sobre cuándo iba a volver a la escuela. Pero ahora que estaba allí, me pareció tan totalmente posible. Podría volver. Podía tomar desde dónde había dejado y terminar el año escolar a tiempo. —¿Estás segura? —preguntó el señor Churchwell. —Absolutamente —dije, y me puse de pie, moviéndome hacia la puerta—. Que tenga un buen fin de semana. Abrí la puerta lentamente y asomé la cabeza en el pasillo. Se encontraba vacío, por lo que me deslicé fuera, sabiendo exactamente dónde tenía que ir a esperar a Meg. Salí rápidamente y volé por los escalones de entrada de la escuela, siguiendo un camino de concreto por el lado del edificio y el roble. Era nuestro árbol de roble, el único en el recinto escolar con un tronco lo suficientemente amplio como para que dos personas desaparecieran detrás, ahora completamente verde con sombra. Este era el lugar donde a Meg y a mí nos gustaba pasar el rato en la hora del almuerzo. La mayoría de los chicos que salen de la escuela se dirigían directamente hacia su vehículo en la dirección opuesta, nunca pensarían en venir aquí. Saqué mi celular y envié un mensaje de texto a Meg que sólo decía: @d árbol. Luego llevé el pulgar hacia el botón 2 de marcación rápida a la casa. Y me quedé helada. Había estado a punto llamar a casa. Santo cielo, ¿es tan fácil olvidar que no están allí? No. Sólo ibas a llamar a Nana. Nana, que ESTÁ allí. Era más sencillo en ese momento no llamar. Oí las puertas delanteras abrirse y algunas voces, fuertes por un momento o dos, luego desvanecerse lentamente. Las puertas delanteras de nuevo, luego las voces desvaneciéndose. Por tercera vez las puertas abiertas, y las voces, pero no desaparecían, sino que fueron cada vez más fuertes, junto con los pasos. Miré hacia arriba, con la esperanza de ver a Meg, pero era Andie Stokes y Hannah Lindstrom. Bonitas y populares, no significa inaccesibles. Generalmente sobrehumanas. Y caminaban hacia mí.

—Hola, Laurel —dijo Hannah. —Megan Dill dijo que podrías estar aquí —dijo Andie. Tuve que proteger mis ojos contra el sol para mirarlas, pero no resistí. Estaba realmente demasiado nerviosa para moverme, y entonces me sentí como una idiota por eso. Estas eran las chicas de mi escuela que yo había conocido siempre. Una vez, cuando éramos pequeñas, había tomado un baño con una de ellas, pero no podía recordar cuál. Ahora se acercaron y se sentaron conmigo en el suelo lleno de baches por las raíces del árbol. —Sólo queríamos decir hola y hacerte saber lo triste que estamos aquí por ti —dijo Andie, barriendo su famosa melena castaña de su cara—. Debes estar pasando por un infierno. —Es muy valiente por tu parte hacer esto hoy —añadió Ana, rubia, tocando mi hombro. —Gracias. —Estamos empezando un fondo en memoria a tu familia de nuestra clase — dijo Andie, que era conocida por su obsesión con obras de caridad, siempre coordinando una especie de día de limpieza, recolección de alimentos, o la donación de grupo. Algunos niños hacían deporte, Andie también. —Nos gustaría hacer algo, ya sabes, permanente. A lo mejor plantar un árbol en el parque del centro de recreación —intervino Ana, que llevaba uno de los vestidos que diseñó y cosió ella misma. —Está bien —dije, sintiéndome como una idiota. ¿Por qué no podría decir algo gracioso o inteligente? Siempre buscaba una oportunidad de hablar con estas chicas, y ahora aquí estaba, muda. El centro de recreación del parque. Ese era un buen lugar, cerca de la piscina de la ciudad y pistas de tenis, donde tuvieron la Noche de Diversión Familiar en el verano. El año anterior, Toby y yo habíamos casi ganado el lanzamiento de huevos, pero lo había dejado caer cuando sólo había tres pares a la izquierda. Yo estaba enojada, por la noche a finales de agosto. Nunca había ganado nada en la Noche de Diversión Familiar y me sentía harta de mamá siempre empacando un picnic de Taco Bell en vez de sándwiches de ensaladas y galletas, y al igual que todas las otras madres hacían, y que nos hiciera volver a casa antes de los fuegos artificiales porque le deban dolor de cabeza. No era un gran recuerdo, pero la idea aún hacía que mi garganta se cerrara. Afortunadamente, en ese momento apareció Meg a la vuelta de la esquina con una mirada mortificada en su rostro. Se acercó a nosotras y dijo hola a Hannah y a Andie, luego se agachó y me ayudó a levantarme sin preguntar si necesitaba la mano.

—Mi mamá está aquí —dijo Megan, y se despidió rápido antes de alejarnos. —¿Qué diablos ha sido eso? —pregunté una vez que nos encontrábamos fuera del alcance del oído. —Lo siento mucho. Me acorralaron después de la prueba y me preguntaron si sabía dónde estabas, y por alguna razón les dije, porque acababa de recibir tu mensaje, y antes de que pudiera seguirlas, la estúpida señora Cox se acercó a hablar conmigo acerca de mi ensayo de inglés. —Está bien —dije—. Fueron amables. Al menos, eso creía. Si Andie Stokes y Hannah Lindstrom siendo agradables se sentía como ser atropellado por una aplanadora y pensar que deberíamos estar agradecidos, entonces sí, eso era seguro.

Cuando la señora Dill me dejó en casa, Nana hablaba por teléfono con alguien. Me saludó mientras cerraba la puerta principal, y luego se dio la vuelta. Masher corrió desde otra habitación, y me arrodillé para enterrar los dedos en la piel en su espalda. —Sí, lo entiendo —dijo en lo que yo sabía que era su tono “fui criada para ser agradable con todo el mundo”—. Bueno, apreciamos la actualización, teniente. Si hay algo que podamos hacer para ayudar, sólo háganoslo saber. —Colgó el teléfono rápidamente, luego dio la vuelta—. ¡Oh! ¡Tenía la esperanza de ser capaz de darte un abrazo grande de felicitaciones al segundo que entraras! —¿Quién era ese? —pregunté. Me puse de pie y Masher se lanzó de la habitación, como si supiera que su trabajo por el momento se había hecho. —Era el teniente Davis, sólo nos actualizaba. —¿De qué? —¿Podemos hablar de ello más tarde? Quiero saber acerca de las pruebas. —Después de que me cuentes que dijo. Nana suspiró y miró al techo. —Están tratando de determinar la causa oficial del accidente. Tienen que hacer eso, tú sabes, para sus registros. —Sé acerca de los registros. —Bueno, dijeron que el señor Kaufman pudo haber estado demasiado bebido, hicieron una prueba a su nivel de alcohol en la sangre en el hospital esa noche. Estaba justo en el límite. Sin embargo, el teniente Davis personalmente

piensa que no había otro vehículo implicado. Así que están esperando el siguiente paso de alguien. Me senté, recordando lo que había escuchado en el funeral, y me sentí contenta de que la culpa a Kaufman se volvía más oficial. Si yo pudiera echarle la culpa, no podría culparme a mí misma. Podía odiarlo, incluso, y nadie me culparía por eso. Ni mi papá. Yo sabía que siempre le disgustó Kaufman un poco, junto con los dos o tres otros padres en nuestra comunidad que han hecho un montón de dinero y compraron un montón de cosas grandes y evidentes con ello. Mis padres no creían que lo sabía, pero lucharon para apoyarnos, y algunas veces no lo lograron y necesitaron la ayuda de Nana. —Pero no quiero que te preocupes por todas estas cosas del accidente —dijo Nana—. Esto no nos afecta. —Por supuesto que nos afecta. ¿Cómo no podría afectarnos? —pregunté, sin estar lista para dejarlo todavía. Ahora Nana pasó de triste a un poco más feroz, sus ojos estrechándose. —Tenemos nuestro propio trabajo con el duelo y seguir adelante con nuestras vidas. No voy a dejar que te impidan ser capaz de hacer eso. Vi que ella tenía lágrimas en los ojos, y todo que yo quería era sacarlas. —Lo siento, Nana —dije—. Tiene razón. Asintió, y luego fue a la cocina y salió con un plato de brownies. —Hice esto para celebrar el SAT. Y justo así, la conversación había terminado.

Traducido por Panchys Corregido por Mali..♥

Llovía mucho al día siguiente. “Orinando”, como a mi papá le gustaba decir. Se estaba orinando fuera, un tamborileo constante, un ritmo enojado en el techo del Volvo y en las piedras de pizarra de la terraza frontal. Nana me dejó quedar en la cama, viendo la televisión, comiendo brownies especiales de SAT. Masher descansaba a mi izquierda, tendido al lado de mi cuerpo con una pata delantera a través de mi brazo. Elliot y Selina se turnaron a los pies de la cama. De repente, hacia el final de la tarde, oí a Nana acercarse a la puerta de mi dormitorio. Rápidamente dejé caer mi cabeza hacia un lado, cerré los ojos y abrí la boca un poco en un experto y pretendido ZZZ. Sabía que esto la hacía feliz; una cosa más para marcar en su lista mental diaria. Asegúrate de que Laurel duerma lo suficiente. Pero entonces alguien llamó a la puerta principal. Oí a Nana abrirla, y una voz que no pude ubicar. Después de unos minutos, la curiosidad pudo más en mí, y salí dando vueltas de mi habitación. David Kaufman se encontraba sentado en el banquillo en nuestro vestíbulo, quitándose las botas. Estaba empapado, y Nana ya estaba en la cocina preparando el café. —Hola —dije, y él miró hacia arriba. —Hola, Laurel —dijo, y se me ocurrió que probablemente no había dicho mi nombre en voz alta, a nadie en años. Se veía mal. Las ojeras presionándose contra la piel bajo sus ojos, que no parecían tan redondos como solían ser, y como había estallado. No podía dejar de mirar fijamente a esta realmente grande espinilla en su nariz. David se quitó la chaqueta y se estiró para colgarla en uno de los ganchos de la pared, entonces se dio cuenta de que la chaqueta de Toby ya se hallaba allí. Hizo una pausa, y cuando no reaccioné, cuidadosamente puso su chaqueta sobre la de Toby.

No sabía qué más decirle. Parecía una locura pero perfectamente razonable que él estuviera en mi casa en este momento. Podría seguir con “¿Cómo estás?”, pero sabía que yo misma odiaba la pregunta. Entonces pensé en el señor Kaufman, y la ira se levantó en mí. Manteniendo mi voz firme, tratando de hacer que suene más curiosa que vengativa, le pregunté—: ¿Qué está pasando con tu padre? —Lo han sacado de la UCI, pero no hay ningún cambio todavía —dijo, frotándose uno de sus pies, donde la media se había empapado. Tuve un flashback rápido de David y yo sentados en ese banco cuando éramos niños, sacándonos nuestros guantes incrustados con nieve y sombreros lejos de nuestros miembros y en el suelo—. Podría despertar cualquier día, dicen —continuó David—. Dicen que mi estancia ahí podría ayudar a que eso suceda, así que por eso no me voy a casa. —Esto salió todo practicado y mecánico, como si fuera una línea que había estado usando mucho. Lo dijo como si no hubiera razón por la que yo no quisiera que su papá estuviera bien. Nana salió de la cocina y nos hizo señas a nosotros a la mesa. —¿Está Masher aquí? —dijo David—. Llegué a casa por algo de ropa, y mi abuelo dijo que lo habías llevado. —Sí. El señor Mita no estaba… —Gracias —dijo David, cortándome. Al oír la voz de David en la casa debe haber despertado a Masher, porque, en el momento justo, irrumpió por las escaleras. David cayó de rodillas para abrazar a su perro, su cara en el anillo espeso de la piel alrededor de su cuello, y se mantuvo así durante lo que pareció minutos. Puse dos cucharadas grandes de azúcar en el café, lentamente. Cuando finalmente dejó libre a Masher, él luchaba por contener las lágrimas. Nana le entregó una caja de Kleenex —tenía instaladas en todas las habitaciones— y se volvió de espaldas a nosotros, limpiándose a sí mismo. —Él parece feliz. Gracias —dijo David cuando giró de vuelta—. ¿Te importaría cuidarlo por un tiempo más largo? Algo en la cara de David en ese momento, tan frágil y temporal, se sintió familiar. ¿Lo había visto antes en él? ¿O tal vez, en mí misma? Mi guardia cayó, y una voz interior me dio un codazo, David no es su padre. No tienes que odiarlo, también. —No, no me importa —dije—. Ensucia las cubiertas, pero puedo lidiar con eso. David se echó a reír un poco, sólo un resoplido realmente, y sonrió. Se arrastró de nuevo en la silla y tomó su primer sorbo de café.

—¿Has estado en casa toda esta semana? ¿Fuera de la escuela? —dijo David. —Sí. Voy a volver mañana. —Simplemente decir eso me hizo sentir mucho más como que realmente lo haría—. ¿Y tú? —Nah, reprobé dos de mis clases de todos modos. Ya he terminado. La nerd en mí se sintió alarmada, y no pude evitar decir—: ¿Terminado? ¿Quieres decir abandonando? David se encogió de hombros y me miró, como si estuviera desafiándome a preguntar más, retándome a que yo tratara de sacárselo. —Bueno, eres suertudo entonces —fue todo lo que dije, recogiéndolo en una miniatura—. Porque te perderás toda esa estúpida cosa del concurso de talentos de último año. David volvió a resoplar y asintió, y luego nos quedamos en silencio. Sin embargo, ahora el aire se sentía un poco más delgado, un poco más caliente. Después de unos momentos más, se deslizó hasta el suelo, y Masher, que había estado con la cabeza apoyada en el regazo de David, se tendió delante de él. —Tengo algunas cosas que hacer, para estar lista para mañana —dije, levantándome y dando dos pasos hacia las escaleras. Él no levantó la vista para decir adiós. —Quédate todo el tiempo que quieras, David —dijo Nana desde el umbral de la cocina—. ¿Quieres un bocadillo? No esperé a escuchar su respuesta, porque de pronto estar de vuelta en mi habitación, sin tener que mantener una conversación con David Kaufman, era todo lo que quería en la vida. Había una foto de nosotros dos, David y yo, en un álbum de fotos de familia en algún lugar. Estamos en mi jardín. Es mi primer día del tercer grado y su primer día de cuarto grado. Estoy sonriendo mientras sostengo una amplia lonchera de Snoopy, y él está de pie con las manos en las caderas, tan encima de toda cosa. Recuerdo que caminamos hacia la parada de autobús y luego él se alejó de mí para hablar con Lydia Franco, que tenía diez años y era una callejera inimaginable. Sin embargo, algunos fines de semana nos íbamos a pasear por el bosque, y él me mostraba la antigua pared de piedra que corría por la parte posterior de nuestro barrio. Lo hicimos hasta el año en que David comenzó la escuela secundaria. A pesar de que esperaba en la misma parada, tomaba un autobús diferente ahora, y él simplemente había dejado de hablarme. Creo que le hice una pregunta, una vez y sólo me miró, sonrió y se alejó. Eso fue, como si alguien finalmente apagara un televisor que se ha dejado encendido por mucho tiempo. Si me sentí

herida, nunca lo admití. Pronto, Meg se mudó al barrio y yo tenía a alguien, y eso era todo lo que importaba. Cuando llegué a mi habitación, Elliot y Selina se hallaban ambos en la cama, dándome estas miradas. —Lo siento, chicos, el perro no se va aún —dije, y me metí bajo las sábanas.

Traducido por Panchys Corregido por Mali..♥

El señor Churchwell se levantó de detrás de su escritorio para unirse a mí detrás del sofá de cuero destartalado en su oficina, obligándome a avanzar lentamente un poco más hacia el final. El cojín hizo un sonido de poosh mientras él se sentaba, sonriéndome. Se sentía como estar en una cita con el tío de alguien trágicamente torpe. —Entonces, ¿te sientes bien? ¿Alguna cosa que quieras hablar conmigo? — dijo. Yo había llegado hasta aquí, a la escuela, al igual que dije que haría. El señor Churchwell me había pedido que viniera un poco más temprano, antes de las clases, si podía, para “registrarme” y “tocar la base”. No habían sido aún dos semanas desde el accidente, pero no me parecía posible que pudiera estar en otro lugar. —Me alegro de estar fuera de la casa, de verdad —ofrecí. Era cierto. Había sido capaz de mirar a las caras de la gente cuando entré en la escuela y por el pasillo principal hacia mi casillero. Algunos me habían sonreído, y yo había devuelto la sonrisa. —Mmmm, sí. No te culpo. Es importante volver a la rutina habitual. —Además, empezaba a tener una buena cantidad de The Price Is Right. ¿Cree lo que una buena lavadora-secadora cuesta en estos días? Donó una risa corta. —Bueno, tómalo fácil hoy día. Si necesitas algún tiempo fuera del aula, un descanso o algo, sólo déjale saber a tus profesores. Están listos para ayudar. —¿Ha hablado con ellos acerca de mí? —pregunté. —Sólo para decirles que ibas a regresar. Y hablé con Emily Heinz sobre el Club de Tutoría. Dice que ella puede hacerse cargo de las cosas hasta que te sientas bien como para involucrarte de nuevo. Comencé el Club de Tutoría en mi primer año, debido a Toby. Había luchado través de toda la escuela primaria hasta que se descubrió que tenía dislexia, cuando él tenía ocho años y yo tenía once. En algún momento le empecé a

ayudar a que leyera e hiciera su tarea. No dejaría que mis padres lo hicieran, se habría molestado con ellos y hubieran peleado. Pero en cambio, le gustaba trabajar conmigo. De alguna manera encontré maneras de hacer que las cosas hicieran clic para él, como el uso de sus soldados de plástico para formar las letras en el suelo. Eventualmente mi mamá me comenzó a pagar cinco dólares la hora por ayudarlo, aunque lo hubiera hecho gratis. Fue la única vez que nos entendimos. En noveno grado escribí un artículo sobre esto, y mi profesor de inglés me preguntó si me interesaba ayudar a poner a un grupo de estudiantes como tutores de otros. Me pareció una oportunidad de oro para involucrarme en algo que ya sabía cómo hacer, y Toby necesitaba el Club de Tutoría, cuando llegó a la escuela secundaria. Mi padre luchó duro para mantenerlo en las clases regulares, a pesar de que mamá lo hubiera dejado ir a clases especiales. “Él no será indiscriminado en la clase especial”, decía, pero mi padre quería tanto que tuviera la experiencia de lo más normal posible. Una visión clara de Toby, poco a poco pronunciando las palabras en una página con el ceño fruncido por la concentración, empezaron a empujar un pequeño acantilado en mi mente. ¿Cuál era el punto del Club de Tutoría ahora si Toby nunca sería capaz de tomar ventaja de ello? —Laurel, ¿estás bien? —dijo el señor Churchwell—. ¿Quieres hablar o quedarte aquí por un rato? No, no, no, no, pensé. Nosotros no íbamos a hacer esto ahora, ocho minutos antes de la clase. —Debería ponerme en marcha —dije, parándome y arrojando la mochila sobre mi hombro. El señor Churchwell asintió, pero se quedó en su sitio. —Ten un gran día, Laurel —dijo, y con eso salí por la puerta hacia el salón.

De alguna manera, lo hice hasta el final de la campana. Al entrar en cada salón de clases, el maestro me llevó aparte y me dijo una versión de lo mismo: No te preocupes por tomar notas, no te preocupes por tener que excusarte para una escapada. Todo el mundo quiere ayudar. Todo el mundo se preocupa por ti. Luego miré a los otros estudiantes presentes, echándome un vistazo rápido y luego apartarla, casi avergonzados, como si estuviera allí de pie desnuda, y tuviera muchas dificultades para creer toda la parte de “Todo el mundo se preocupa por ti y quiere ayudarte”. Pero acepté la parte de sin-tomar-notas, sin problema. Siempre me había preguntado cómo sería ser como uno de esos chicos que ignoraban los gritos del maestro y hacían lo suyo en la clase. Ahora podía

escuchar, pero garabatear, sabiendo que me mandarían a casa con una copia de las propias notas del maestro para mi carpeta. Estuve en un período, luego otro, luego otro, luego comí tres bocados de mi sándwich de pavo en un rincón de la cafetería junto a Meg, luego más períodos al igual que los primeros. Escuché, y evité los ojos de la gente, y dibujé árboles y flores y escenas de colinas a través de las líneas rectas de mi cuaderno de notas. Encontré que francés fue la clase más dura. Mirando los libros de texto, pensé en mi tarea de francés de esa noche y la forma en que yo había estado leyéndola en la cocina, sin tener idea sobre el accidente. No puedo dejar de preguntarme en qué página me hallaba en el momento del impacto. Preguntándome qué habría pasado si la señora Messing no nos hubiera dado tanta tarea y si yo hubiera decidido ir a Freezy en su lugar. Respiraciones muy, muy profundas empujaron el pánico hacia abajo. No iba a llorar en la escuela. No era una opción. Me imaginé que mis conductos lacrimales se llenaban con arena seca del desierto. Finalmente, al final de todo, Meg me encontró en mi casillero. —¿Vas a teatro? —preguntó, sabiendo que había olvidado todo al respecto. La producción de primavera de Las brujas de Salem estaba a tan sólo una semana de distancia. Meg tenía una parte pequeña como Mercy Lewis, una de las chicas adolescentes que pretenden ser poseídas por la brujería. Yo no estaba en el elenco. Era una persona de detrás del escenario, sin importar cuánto me rogó Meg que probara en este momento. Mamá también fue una pintora. Hizo dinero con ello. Los retratos de Deborah Meisner tuvieron su propio sitio web y anuncios regulares en el PennySaver. Dos o tres días a la semana, mi madre se pasaba el día en un estudio que compartía con otro artista, y cubriendo telas con familias felices, sonrientes niños, adorables perros, parejas besándose en su traje de bodas. Los clientes le daban sus fotos y ella lo tomaba a partir de ahí, y ahora su trabajo cuelga en las casas por todo el pueblo. Pintó sus propias cosas cuando tenía tiempo, que no era a menudo. A veces visitaba su taller y habría un caballete en la esquina, escondido como si estuviera avergonzado de ella. Una imagen a medio terminar de un anciano en un banco del parque, o una salpicadura de formas abstractas que sólo sugieren una cara. Mamá habló muchas veces sobre la introducción de exposiciones de arte o sobre tratar de organizar una colección de galería, pero nunca sucedió. El trabajo que le valía ganarse la vida tenía carácter prioritario. En nuestra propia casa, había sólo dos de sus pinturas. Una de mi padre, que pintó poco después de que se conocieron, cuando él todavía era escritor de un periódico en la ciudad. Está sentado frente a una ventana

abierta hacia los rascacielos y se ve tan joven, la mayoría de las personas que lo vieron pensaron que era Toby. Siempre solía observar esa pintura y pensar en él renunciando a su trabajo diario por uno en publicidad justo después de que se casaron y mi mamá quedó embarazada, ya que ofrecía un salario más alto. Ellos habían hecho cada uno de sus sacrificios, por nuestra familia. El otro cuadro, colgado en el comedor, era uno de mi hermano y yo cuando éramos niños pequeños, apoyados en un árbol en nuestro patio trasero. Tenemos la misma cara, una mezcla extraña de las características de nuestra madre y padre, y yo sólo era un poco más alta y tenía el pelo castaño más largo que él. Estoy sosteniendo un gato que no me acuerdo que poseyéramos. —Tienes mucho talento. —Mamá me había dicho la última vez que vio a uno de mis paisajes—. Pero nunca dibujas a la gente. —No puedo. Lo he intentado. Terminan viéndose realmente perturbadores. —Habíamos tenido esta conversación por lo menos una docena de veces por aquel entonces. —Toma una clase de dibujo al natural. Hay una buena en el centro de comunidad de las artes. —Simplemente no tengo tiempo —le había dicho a ella, y a mí misma: Ella está tan avergonzada. ¡Debe apestar ser un pintor de retratos y tener una hija, que sólo puede dibujar un paisaje! Solía llevarme al Museo Metropolitano de Artes una vez al mes. Yo amaba los viajes, a pesar de que solía utilizar mi libreta de dibujo para ir a sentarse en un banco en alguna parte, esbozando a otros visitantes, mientras yo deambulaba por las habitaciones. La tristeza entró en mi pecho una vez más, por lo que rechacé la imagen de mi madre, dibujando y pensando en lo mucho que me gustaba tomar un lienzo y convertirlo en algo con dimensión y profundidad, una calle con curvas o filas profundas de las colinas verdes. Tal vez la verdad era que no me gustaba pintar a la gente. —¿Cómo lo están haciendo con los pisos? —pregunté a Meg. —Todavía necesitan algo de trabajo. Es por eso que sería genial que puedas venir y ayudar. Incluso Sam lo dijo. —Eso es sólo por lo que ha sucedido. ¿Recuerdas cómo era de insoportable hace unas semanas cuando traté de iniciar una casa sin él? —Samuel Ching era el director de escena a cargo de los conjuntos y en general un controlador loco. Yo era una artista mejor de lo que él era, todo el mundo lo sabía, pero nunca me dejaba hacer nada sin su aprobación. Una vez pintó sobre una montaña que hice para El sonido de la música, y me hizo llorar un poco.

—Me acuerdo —dijo Meg—, pero realmente te necesitan. La seguí hacia el auditorio, donde la mayoría del reparto perdía el tiempo en los asientos y algunos de los paisajes finales —una pared de piedra, una puerta de entrada— ya estaban en el escenario. Ella me asintió en una pequeña despedida silenciosa, y me dirigí a la puerta trasera. En el interior, me encontré con Samuel limpiando los pinceles frente a un escenario plano en blanco. —Hola Sam —dije. Me miró y se sorprendió al principio, pero luego su boca se instaló en algo que se practica. —¡Laurel, estoy tan contento de verte! —¿Necesitas ayuda? —Ahora sentí que recitábamos las líneas en juego. —Siempre. Toma —dijo, dándome un cepillo y asintiendo hacia el lienzo—. Esta es la pared de la plaza del pueblo que dibujaste antes… —se tropezó por un momento—… la última vez. ¿Crees que podrías hacerle frente? A Sam usualmente le gustaba ser el que pintaba en mis dibujos. Siempre sentí como si estuviera agarrando algo de crédito por las cosas que yo dibujaba, pero no podía hacer nada al respecto porque era un cargo de alta dirección y no quería ser una chismosa quejumbrosa. Ahora sonreí y dije—: Déjamelo a mí.

Al día siguiente, en mi casillero, tomando demasiado tiempo para cambiar mis libros, porque sabía que podía llegar tarde a clase y no importaría, escuché a dos personas mayores que hablaban a la vuelta de la esquina. —No puedo creer que Laurel Meisner haya vuelto —dijo una, cuya voz no pude identificar. Me quedé helada cuando escuché mi nombre. —Sí, si fuera yo, tiraría a David Kaufman y desaparecería —dijo la otra—. Pero ella se ve muy bien. Halagador. —He oído que la policía descubrió que había otro vehículo implicado, un chico de Rose Hills que conducía demasiado rápido. —¿En serio? Eso es raro, porque mi mamá dice que el Señor Kaufman ha probado estar muy por encima del límite de alcohol y que van a arrestarlo. —Jamie, él está en coma. ¿Cómo van a arrestarlo?

Las voces se alejaron y empecé a respirar de nuevo. No sabía con que sentirme más extraña acerca de eso, el hecho de que la gente hablaba de mí o de que había rumores como este flotando alrededor. Al menos, esperaba los rumores. Llamé a Nana, quien dijo—: Laurel, ¿realmente crees que la policía iba a ocultarnos tal información? A la gente le gusta el chisme. Les llama la atención. En el almuerzo le pregunté a Meg, quien rodó los ojos. —Estos ni siquiera son los más creativos que he escuchado —dijo—. Mi favorito es la de que alguien que dejó una nota anónima en el lugar del accidente diciendo “lo siento”. Quiero decir, las personas deben escrituras creativas para algunos de estos embustes. Meg me miró, y debo haber demostrado que no encontré esto tan divertido como ella. —Haces que suene como que hay muchos —dije. —No realmente. —Se encogió de hombros y me miró de nuevo. Algo de sombra cruzó su rostro—. Bueno, sí —continuó, con voz grave ahora—, hay un montón. Esta es una ciudad aburrida. Los rumores son, como una especialidad de aquí. —Pero tú le dices a la gente cuando no está en lo cierto, ¿no? —Algunos de ellos, por supuesto. —¿Cómo qué? Meg frunció el ceño. —¿Realmente quieres saber? ¿Lo quería? No estaba segura, pero le dije que sí de todos modos, lo más firme que pude. Meg suspiró, como si se estuviera preparando. —Bueno, he escuchado a algunas personas decir que la razón de que tú y David no estaban en el coche esa noche fue porque ustedes estaban, ya sabes, juntos en alguna parte. Sacudí la cabeza hacia atrás. La idea de que David y yo y las palabras juntos en algún lugar estuvieran vinculadas de alguna manera me hizo sentir náuseas al instante. —Asqueroso —fue todo que pude decir. Traté de hacer que sonara gracioso, pero Meg me conocía mejor. —Siempre los corrijo en eso —dijo, poniendo su mano en mi espalda—. Siempre, Laurel. Tan pronto como alguien lo trae a colación. Así que tal vez eso es lo que algunas de esas miradas eran. Ellos pensaban que yo había estado tonteando con la Multitud del Ferrocarril, mientras mi familia ardía hasta la muerte. Sentí las lágrimas calientes y agudas en las esquinas de mis ojos, y el impulso de salir corriendo al baño más cercano a vomitar.

Pero eso significaba que todo el mundo en la cafetería me vería correr hacia fuera, y tal vez alguien en el baño me oiría vomitar. Y eso significaba más chismes que no quería darles. Así que tragué duro y tomé un sorbo de agua, y parpadeé hasta que pude ver de nuevo, me encogí de hombros para sacar la mano de Meg de mi espalda.

En mi tercer día de vuelta, el director de nuestra escuela, el señor Duffy, me llamó a su oficina. Tenía una enorme barba y una cara de color rojo brillante. A algunos estudiantes les gustaba meterse con sus hermanos pequeños y decirles que él realmente era Santa. —Laurel, no tuve la oportunidad de asistir al funeral, así que quería decirte en persona y en privado, lo mucho que lo siento. ¿Cómo lo llevas? —Lo estoy tomando día a día. —Me gustó decir esto. Fue honesto, corto, y parecía satisfacer a la gente. —Eso es todo lo que puedes hacer. ¿Estás tú… tienes apoyo profesional? Por un segundo pensé que hablaba de mi sujetador. —Tú sabes —continuó—, un médico o consejero… —Hay alguien con quien la policía me enganchó —dije—. Una persona de crisis. —Y ¿qué pasa con David Kaufman? ¿Lo has visto o hablado con él? —Lo vi hace unos días. —¿Cómo está su padre? No hemos sido capaces de ponernos en contacto. —Creo que es casi lo mismo. Se sentía muy extraño estar proporcionando esta línea directa con el estado de los asuntos de David. El señor Duffy asintió y empujó un pedazo de papel hacia mí. —Voy a darte un pase con privilegio para salir del campus. En caso de que quieras volver a casa o simplemente necesitas un descanso, o ver a alguien. Pensé que podría ayudar a facilitar las cosas. Miré el papel, que tenía una forma de aspecto oficial que había llenado y firmado. Guau. Este era en serio, realmente algo agradable de hacer, y realmente haría las cosas más fáciles. —Gracias —fue todo lo que dije, mi voz temblorosa.

Puso su mano sobre mi hombro mientras me levantaba. —No hay de qué. Cualquier otra cosa que necesites, no dudes en pedirlo. Miré el papel en la mano y tuve una lluvia de ideas. —En realidad —ofrecí—, el único problema con esto es que estoy en una especie de no conducir en estos días, si sabe lo que quiero decir. ¿Podemos extender estos privilegios a Megan Dill? Ella ha estado haciendo de chofer. Sin una pausa de un segundo, el señor Duffy cogió el papel y lo puso sobre la mesa otra vez, garabateó algo en el lateral, y me lo dio. —Todo listo —dijo con una sonrisa.

Al día siguiente, cuando terminó el cuarto período, Meg y yo nos reunimos en mi casillero. Íbamos a McDonald. No sólo porque podíamos, sino porque la hora de comer se había convertido en mi periodo más duro. La gente trataba mucho no quedar atrapado mirándome. Pero sentía como que aun así me miraban por el rabillo de sus ojos, masticando cada bocado, y tenía un momento bastante difícil sobre comer como antes. Meg y yo salimos a través del vestíbulo hacia el norte, a través de la multitud, y por la puerta hacia el estacionamiento. Caminamos lentamente, por lo que era obvio que no hacíamos nada malo. Haciendo alarde de ello. En McDonalds, nos sentamos en la esquina de la ventana. Recorrí la habitación y me di cuenta con alivio que no reconocía una sola cara. Meg tomó el primer lugar, los ojos se arrastraron a su milk-shake y se echó hacia atrás, mirando divertida. —¿Qué? —pregunté. —He oído algo, pero no estoy segura de si debo decírtelo. Mi corazón se hundió. —No es algo más acerca de mí y David Kaufman, ¿verdad? —No, esta es una buena. Creo que debes estar preparada, en caso de que sea cierto. Tomó otro sorbo de batido de leche y lanzó una mirada alrededor del restaurante. —Está bien —dijo, mirándome fijamente a los ojos—. Es muy posible que Joe Lasky te pida ir a la fiesta de graduación.

—¿Quién? —¡Lasky! Parecía como si todo el ruido en McDonalds, el zumbido de las voces y el timbre de las cajas registradoras e incluso los sonidos de las fabulosas hamburguesas, se detuvieron de repente. Porque las palabras claves aquí, Joe Lasky y pedir y baile, habían tapado mis oídos, haciéndolos estallar un poco. —Cállate —fue todo lo que pude decir. No había pensado realmente en la fiesta de graduación desde la noche del accidente. Había una foto en la habitación de la familia de mi madre en su vestido de fiesta de color azul-bebe, todo tafetán y volantes, de pie en la base de la escalera de sus padres, con un nerd de cita con cara de pizza. Ella solía decirme que cuando yo fuera a la fiesta de graduación, sacaría una foto igual de mí, y luego pondríamos las dos imágenes en un doble marco. Asentí y pensé: Ni siquiera un nerd con cara de pizza me llevaría a la fiesta, pero tú cree que lo que quieras. Cuando sentí que mi garganta comenzaba a cerrarse de nuevo, empujé lejos la idea de la foto de la mamá. No existe, nunca existió. Concéntrate en otra cosa. Lo que pensé fue en una palabra de mi lista de SAT. Horrorizado: Golpeado por el terror y el asombro. Joe Lasky. A pesar de que no habíamos hablado desde el octavo grado, estaba en mi lista personal de Diez Chicos más Guapos de la escuela. Meg y yo habíamos hecho una en septiembre, mientras que Meg seguía revisando la suya, la mía se mantuvo firme. A pesar de que él no era feo, era un loco alto, con esas piernas huesudas y los brazos que la mayoría de la gente le llamaba Joe Skellington6. Pero yo amaba la forma en que rebotaba un poco cuando caminaba, y como él había usado su pelo castaño en el mismo corte que los Beatles usaron durante años, y la forma en que esbozaba confeccionados de superhéroes en sus cuadernos. —Mary lo escuchó de un amigo de su hermana, o algo así —dijo Meg—. Creo que es una fuente fiable decente. —¿Por qué?¿Por lástima? —Laurel, no… —Me lo va a pedir por lástima. —¿Qué te hace pensar eso? —Meg tomó un par de papas fritas, mirando hacia abajo, lejos de mí.

6

Juego de palabras con Skeleton que significa esqueleto.

—¿Por qué más? —Yo veía a Meg empujar sus papas fritas en su boca, y recordé que ella y Joe se encontraban en el equipo de debate. La pregunta salió antes de que pudiera pensar en ello—. ¿Tú lo metiste en esto? —¡No! —dijo, a través de las papas fritas, los ojos muy abiertos, herida—. ¡De ninguna manera! Ahora me sentía culpable. —Lo siento. Es sólo que… que nunca ha actuado como si él me quisiera. —¿Y qué? Nunca has actuado como si te preocuparas por alguno de los chicos que te han gustado. No creo que jamás te he visto tan cruel como cuando estabas enganchada con Mike Shore. Lo ignoraste totalmente. Era cierto. No era buena con eso de gustarme alguien. Mi instinto era totalmente de auto-preservación, no mostrar ningún signo de debilidad. Esta era mi manera patética de ser tímida. —¿No le preocupa esto de David Kaufman y yo? —dije sarcásticamente—. Quiero decir, ¿no oyó el rumor? Meg miró hacia abajo y hundió los hombros. —Laurel, tienes que superar eso. Cualquier persona con dos dedos de frente o que te conoce sabe que es la licenciatura. —Esto es genial —dije—. Ahora voy a estar caminando alrededor todos los días, pensando en cuándo vendrá… si es que viene. Meg levantó la cabeza con esperanza. —Si es así, ¿qué dirás? Por la cara de Meg, podía decir que esto era muy importante para ella. No tiene mucho sentido. Decir sí a la fiesta de graduación significaba que estaba bien que ella dijera que sí también. —No sé lo que diría. Joe Lasky, ¿eh? —Aproveché el momento para tomar un bocado de mi hamburguesa. Algo acerca de esta noticia me hizo sentir extrañamente optimista. Al igual que el SAT, aquí había algo que me llevaría a través de las próximas semanas. Avecinado más adelante y bloqueando todo lo que viene después de ello, allí estaba: GRADUACIÓN.

Traducido por Violet_7 Corregido por ★MoNt$3★

Como una idiota, esperé toda la noche que el teléfono sonara, ni siquiera segura de que quería que lo hiciera. Pensé que si me preguntaba, iría al baile de graduación. Lo haría para mostrar lo fuerte que era. Pero al día siguiente, Joe Lasky se las arregló para sorprenderme. Estaba en la escalera norte, en la ruta de la clase de historia a la de francés en el segundo piso, pensando en la tarea que apenas había terminado, cuando alguien me llamó. Hizo eco contra los ladrillos y el metal y fue seguido por el clank clank de pasos muy rápidos. Joe. Rebotando su larguirucho cuerpo por la escalera. Usaba una camiseta antigua de The Who y jeans holgados, sus libros bajo uno de sus brazos. —Hola —dijo, al llegar al rellano en el que me había congelado. —Hola, Joe —dije. Cuando hablaba con chicos, la cosa-de-hermana-mayor tendía a salir. Demasiado sarcasmo, una urgencia de probar que era más lista de lo que ellos eran. Apestaba totalmente en el coqueteo. —Escucha, no te he visto realmente esta semana, pero quería tener la oportunidad de decirte cuanto lo siento. ¿Cómo ha sido hasta ahora, volver a la escuela? Se detuvo un poco mientras hablaba, pero sus ojos eran amplios, profundos, sinceros. Había escuchado ese tipo de oración demasiadas veces recientemente, y notaba cuán diferente las personas la pronunciaban. Lo que Joe Lasky parecía estar olvidando —o lo que esperaba que yo estuviera olvidando—, era el hecho de que no me había dicho una palabra en al menos tres años. —Ha estado bien. Lo del cliché es verdad. Un día a la vez. —Me detuve, recordándome ser agradable, ¡sólo sé agradable! Así que añadí—: Gracias por preguntar. Es muy dulce. Joe se encogió de hombros, metió la mano en su bolsillo y sacó un CD. —Escucha, Laurel, cuando mi abuelo murió el año pasado, aunque sé que no es lo mismo, éste álbum me ayudó. Es esta banda realmente oscura de la que

nadie ha escuchado, pero rockean totalmente, y creo que te gustarán. Hice una copia para ti. Sostuvo el CD y lo observé, las lágrimas de repente llenaron mis ojos. No, no, no, Laurel. Una cosa es ser menos sarcástica, pero no llores frente a Joe Lasky en la escalera norte. —Gracias. —Me atraganté, tomando el CD. Ambos lo miramos por un momento, no queriendo vernos el uno al otro, y de pronto la campana sonó. —Me tengo que ir, Laurel —dijo, mirando ahora sobre mi hombro—. Déjame saber qué piensas de la banda. Entonces se había ido, y comencé a caminar hacia francés, tocando las esquinas de plástico de la caja del CD mientras avanzaba.

—¿Escribió algo dentro? —preguntó Meg, cuando se lo mostré después de la escuela en McDonald’s. —No —dije. Fue una de las primeras cosas que comprobé. —Entonces si te invita, ¿irás? —instó Meg—. Por lástima o no, es un chico genial y es el baile de graduación. Sabía que le debía una respuesta. No estaba segura de cuál hasta que las palabras salieron de mi boca. —Sí, creo que lo haría. Si pregunta. —Estaba pensando en preguntarle a Gavin —dijo Meg. Gavin era el compañero de laboratorio de química de Meg, y tenían este extraño saludo secreto que hacían uno con el otro cuando se cruzaban en el pasillo. —Gavin sería uno bueno —dije. —Podríamos hacer una cita doble. Gavin y Joe son como amigos, los he visto pasar el tiempo juntos. Miré a Meg, que trataba muy fuerte mantenerse casual. —Tienes todo esto pensado, ¿no es así? —dije. Sólo se encogió de hombros. —He pensado en eso por unos minutos. —Querrás decir unos cientos de minutos. Meg me lanzó una McNugget y me sacó la lengua.

Todo esto había sido su idea, ahora estaba segura de eso. Pero ¿por qué? ¿Por mí, o por ella? ¿Así podría ir al baile de graduación y no sentirse culpable por ello, porque yo estaba allí también? Quizás un poco de ambos. Y quizá la verdad no tenía importancia.

En casa ese fin de semana, nuestras vidas parecían siempre tener algo qué hacer. Había tarea, claro, aunque había un acuerdo silencioso de que yo podía retrasarme con ella tanto como quisiera. Nana comenzó a darme algunas tareas. Aspiradora aquí, Windex allí. Nada pesado, pero lo suficiente como para contar como los primeros pasos de un bebé que va hacia algo. En el medio, revolví el estante de DVD de Toby en el estudio y encontré nuevas películas que ver. David Kaufman llamó el sábado en la mañana para preguntar si podía venir y ver a Masher; el hospital se había abarrotado con otros visitantes y necesitaba un descanso. Escuché a Nana decirle que no tenía que llamar, que era bienvenido cuando quisiera pasarse por allí, e hice una mueca. Me encontraba en la parte de atrás, barriendo la terraza y escuchando mi iPod, cuando apareció. La banda oscura de Joe, resultó ser justo lo que necesitaba. Gemidos de pena hechos música, tristes pero aún dulces y ciegamente optimistas. Lo había estado escuchando sin parar desde la tarde anterior. Nana golpeó gentilmente su lado de la ventana del comedor, y miré hacia arriba. Estaba de pie allí con David, Masher ya a su lado. Ella saludó con la mano, él me dio un tipo saludo —era más como un aleteo con la mano— y se alejaron del vidrio. No estaba segura de si se suponía que entrara y le hiciera compañía. Sólo seguí barriendo. Cinco minutos después ella apareció otra vez en la ventana. Cuando finalmente obtuvo mi atención, apuntó enérgicamente hacia el estudio, sus cejas se alzaron. Sacudí mi cabeza en un no. Asintió en un sí. Sacudí mi cabeza otra vez y entonces salió por la puerta trasera para quitar los audífonos de mis orejas. —Ve y dile hola —dijo, enojada. —¡Tú fuiste la que dijo que él podía venir! Tú habla con él. —No seas tonta. —Nana, no entiendes. No somos amigos. Ahora apenas lo conozco. Me miró y se ablandó, después me entregó de regreso mis audífonos. —Pensé —dijo—, que quizás necesitas alguien con quien hablar. Me detuve, girando para mirar hacia la puerta abierta.

—Bueno, no lo necesito. Al menos, no alguien que es básicamente un extraño. Si quisiera parlotear con un extraño, llamaría a esa persona Suzie. Por un segundo, Nana lució como si quizás hubiera forzado esto. Me recordó cuando era más joven y siempre intentaba sacudir mi timidez. Ve y siéntate con tu tía abuela Ruth, no te ha visto en tanto tiempo. Ve a preguntarle a la vendedora si hay algún baño para señoritas que puedas usar. Pero sólo sonrío, me palmeó el hombro, y entró en la casa. Un minuto después, David salió. —Hola, Laurel —dijo, mirando alrededor de la terraza. Masher lo siguió fuera y vino en línea recta hacia mí, metiendo su nariz en mi entrepierna. Salté hacia atrás. David gritó—: ¡Mash! ¡No! —Después giró hacia mí. —Lo siento. Hemos estado intentado que no haga eso desde que era un cachorro. No tenía por qué saber que Masher me lo hacía todo el tiempo y que pensaba que era graciosísimo. —Si es de algún consuelo —dijo David—, sólo se lo hace a las personas que realmente le gustan. —Bueno… ¿quién no? —David resopló una risa, luego ambos nos quedamos en silencio. Una gran e incómoda pausa. Examiné un punto en el suelo cerca de sus pies. Finalmente, dijo—: Te preguntaría cómo estás, pero probablemente odiarías esa pregunta incluso más que yo. Miré hacia arriba, a él. No sonreía, pero las esquinas de su boca parecían relajadas y felices. —Sí —fue todo lo que dije, pero remarqué en la s y él asintió. —Deberías ver lo que es en el hospital. Todos quieren curarme algo. —Es bastante ridículo en la escuela, también —añadí. —¡Ugh! Sólo puedo imaginármelo —dijo. Una sombra cruzó a través de su rostro y frunció el ceño, aparentemente al punto en el suelo, cerca de mi pie ahora—. Imagino que la policía te contó sobre mi papá. Sentí un disparo de adrenalina, de ira correr a través de mí, pero lo tragué. —Le dijeron a mi abuela, así que, sí. —No estaba borracho, sabes. —Está bien —fue todo lo que dije. Tragué otra vez. Mi corazón golpeando en mis oídos.

—Oficialmente dicen que estaba en el límite, pero te digo, lo he visto beber mucho más de lo que bebió esa noche y estar totalmente bien. Conduciendo, digo. —Estoy segura que sí —dije. Sentía que no importaba con qué clase de estúpidos gruñidos de acuerdo saliera, David aún sonaría como si estuviera corrigiéndome. —Prometieron que están buscando por otro conductor, pero creo que son demasiado perezosos. Es mucho más fácil para ellos echarle la culpa de todo a mi papá. ¡Yo le echo la culpa de todo a tu papá! Sentí que tenía que decir. Pero también me tragué eso, más fuerte y más amargo que cualquier otra cosa. Después miré a David y me di cuenta que también estaba perdiéndose un poco. Sólo quería estar fuera de esta conversación pero me sentía sujeta completamente. Después Masher saltó hacia David y rompió la tensión. Amaba a ese perro. —Escucha, ¿tienes un frisbee? —dijo casualmente David, como si el momento previo nunca hubiera ocurrido—. Iba a ir al frente y arrojarlo alrededor con él por un rato. Está desesperado. —Creo que Toby tiene al menos uno —dije. Comencé a caminar alrededor de la casa hacia la puerta lateral del garaje, y ambos me siguieron. Toby, pretendiendo apuntar un frisbee a mi cabeza. Dándole vueltas a uno en su dedo como un trompo. Estando enojado de que el brillo en la oscuridad no brillara para nada, y llevándolo de regreso a la tienda. En mi camino dentro del garaje, aparté mis ojos del lugar en el césped delantero en donde a mi hermano le gustaba jugar con todas sus cosas de chico. Toby mantenía sus frisbees guardados en una caja con espinilleras fútbol, un pajarito de bádminton, y un solo tenis, que aún tenía tierra endurecida en la suela de algún partido de futbol de hace tiempo. Si huelo esto, pensé, olerá como él, o ¿sólo será desagradable? Detente. Aléjalo. Tragué duro, tomé uno de los frisbees, y se lo arrojé a David, quien lo atrapó con ambas manos. —Gracias —dijo, y se dirigió fuera al patio delantero. Me detuve en la punta de mis pies para mirarlo por una de las ventanas de la puerta del garaje. David se agachó y disparó el frisbee diagonalmente hacia los árboles, donde Masher lo atrapó con su boca a unos buenos cuatro metros del suelo.

Esa noche en la cena, Nana dijo—: Odio verte tan molesta por algún niño. Por un segundo pensé que hablaba sobre David, y después me di cuenta que se refería a Joe. Alguien la había puesto al día, la señora Dill, apostaba. —Chico, Nana. Ya nadie dice niño. —No puedo imaginar porque alguien jugaría con tus emociones en un momento como este —dijo ahora, esparciendo mantequilla en un panecillo—. ¿Debería llamar a sus padres y hacerles saber lo que está haciendo? —¡Por el amor de Dios, no! —casi grité. Después de una pausa, dijo—: Incluso si este chico Joe no te invita, creo que de todas maneras deberías ir al baile de graduación. —¿Ir sola? Claro. Como si eso es lo que quisiera, una razón más para que las personas me miren como si fuera rara. Una expresión de horror destelló por su rostro. —¿Las personas te miran de esa forma? Me encogí de hombros, intentando quitarle importancia. Había planeado mantener lejos de ella toda esta información. —Laurel, entiendo que las personas quizás te traten diferente, al menos por un tiempo, pero no puedes dejar que te afecte. Tienes que mostrarles que eres fuerte. —Lo soy —dije, después aclare—: Estoy mostrando que soy fuerte. —Pero, ¿me dirás si este chico te causa problemas? La miré, tan pequeña y delicada en su cárdigan de cachemir marrón. ¿Qué iba a hacer ella, aparecerse en el umbral de alguien con un bate? —Puedo defenderme a mí misma —dije—. Pero te diré si necesito ayuda.

Tenía dos clases con Joe Lasky: historia durante el segundo periodo, después más tarde, luego del almuerzo, inglés. El pensamiento de verlo me había tenido despierta la mitad de la noche. Cuando entré al salón de historia el lunes, miró arriba desde su escritorio en el frente de la fila y asintió. Sonreí rápidamente y me dirigí al fondo del salón, un pasillo más allá. Me permitía una línea clara de visión del lado izquierdo de su cabeza. Su cabello de ese lado caía sobre sus ojos cuando se inclinaba para tomar

notas; era zurdo, así que continuaba alcanzando a través de su rostro con su mano derecha, empujando el cabello hacia atrás. También noté sus pies. Escaneando la línea de piernas debajo del nivel de los escritorios, vi que la mayoría de las personas daban golpecitos con sus dedos de los pies o tenían los tobillos cruzados, meneándose suavemente. Pero los pies de Joe estaban fijos, colocados ordenadamente juntos debajo de su escritorio, sus largas piernas formando una perfecta L mientras se flexionaban. Esas cosas eran suficientes para que me gustara Joe Lasky, ahí mismo en una clase sin ventanas mientras el doctor Garret, nos enseñaba sobre la Guerra de los Cien Años. Me encontré a mí misma esperando que se terminara el periodo rápidamente, después no queriéndolo, luego queriéndolo otra vez. Varias veces, el doctor Garret, se detuvo para mirarme y me vi garabateando en mi cuaderno. Vi esto por la esquina de mi ojo, junto con otras cuantas personas girando para verme, y sabía que él no diría una palabra. Cuando la campana sonó, instintivamente me paré, pero después vi a Joe tomando su tiempo y retrocedí un poco. Tomó todo de mí caminar lentamente por el pasillo y pararme paralelamente al escritorio de Joe en lugar de zumbar fuera del salón como todos los demás. —Hola, Joe —dije. Estaba actualmente terminando algo que escribía, un garabato final al pie de la página de su cuaderno. Lo cerró de golpe y miró hacia mí, un poco distraído. —Hola. ¿Cómo estás? —Lucía como si lo hubiera sacudido fuera de algún sueño fabuloso. El viernes había dicho mi nombre en lugares visibles. Tengo que irme, Laurel. ¿Ahora sólo me tocaba un “hola”? Saqué su CD de mi bolsillo y lo sostuve en alto. Esto era premeditado; creí que sería una buena manera de llenar una pausa. —Entonces, ¿te gustó? —preguntó Joe, tomando mi señal. —Sí. Tenías razón acerca de la parte del consuelo. Hay algo en escuchar a alguien más quejarse y lamentarse que hace que te sientas un poco mejor. Como… —Si ellos tuvieran peor —dijo. Sólo asentí, mirando al CD en lugar de a él. Estaba contenta de que tuviéramos este accesorio entre nosotros. —Esa es la cosa sobre el duelo —continuó Joe—. Es parte del trato; te toca estar vivo y amar, pero a cambio tienes que pasar un tiempo de serio dolor. No podía creer que me estuviera diciendo estas cosas.

Nadie había sido tan directo sobre mi situación. No el señor Churchwell, ni Suzie Sirico esa noche en el sofá blanco, ni Nana conduciendo nuestro Volvo. Meg tenía la cosa fuerte, imperturbable atada a su sangre y nunca se le ocurriría ser tan simple y ridículamente verdadera. —Lo siento —dijo—. No tengo derecho a hablarte así. —No —dije, sacándolo de mí—, puedes hablarme así. Lo aprecio. —Sonó muy amable y educado. En mi mente me arrojaba a través de la esquina del escritorio que nos separaba, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, adorándolo. Joe finalmente se puso de pie. —Entonces, Laurel —comenzó—, sé que sabes que quiero invitarte al baile de graduación. —Sonreía mientras decía esto, mostrando que apreciaba lo extraño que era lo que salía de su boca. Sus ojos decían: Adelante. Juégatela. —Está bien. Y supongo que ahora sé que tú sabes que yo sé. Ambos nos reímos un poco nerviosos. —¿Quieres saber cómo lo sé? Soy el que empezó el rumor. Le dije a mi hermana y su amiga, y les dije que se aseguraran de decirle a la hermana de Megan Dill. Supongo que eso no son suficientes personas para que sea un rumor. Quizás sólo un cuchicheo. —Un cuchicheo. —Hice eco, asintiendo, sintiéndome estúpida. —Para darte un adelanto. No quería tomarte por sorpresa. —Eso es considerado —dije, sirviéndome de otra palabra de la colección Amable y Educada. —Estoy feliz de que lo pienses así —dijo Joe—. Me preocupaba que tal vez fuera medio gallina. Como que era la manera fácil de hacerlo. —No hay nada malo en la manera fácil. Soy una gran fan de eso. Me miró y sonrió otra vez, esos ojos. Era el segundo o tercer instante con él en que pensaba que quizás la lástima no tiene nada que ver con esto. —Así que ¿irás? ¿Al baile de graduación? ¿Conmigo? —Sí, claro —dije. Sonó vago, como si no estuviera segura de estar de acuerdo—. Será divertido. —Lo será. Nos detuvimos. De repente, brillantemente, Megan apareció en la entrada. Miraba hacia atrás y adelante entre nosotros, como si hubiera estado cambiando entre canales y terminó en algo extraño pero fascinante. —Hola, chicos —dijo, después me miró de reojo—. ¿Aún quieres ir a comer?

—Sí. Vamos al pueblo —le dije a Joe. Toda la escuela sabía de nuestros privilegios fuera del campus. Miró a Meg con una cara de puedes confiar en mí, después giró hacia mí. —Te llamaré. Hablaremos. Miré directamente a sus ojos otra vez y me forcé a mantenerlos allí, contando uno, dos, tres, antes de que se volviera insoportable y tuviera que apartar la mirada.

Traducido por Violet_7 Corregido por ★MoNt$3★

Fui con Meg, Nana y la señora Dill a la Boutique “Bettina” a comprar nuestros vestidos. Era la tienda a la cual casi todos iban por el baile, desde hace décadas. Realmente llevaban la cuenta de quién compró qué, para que no fueras atrapado usando la misma cosa que alguien más… a menos que quisieras, claro. Meg había deseado desesperadamente probar en Macy’s o incluso ir a la ciudad, pero su madre insistió. —Es una tradición —dijo—.Compré mí vestido de graduación aquí. —Más evidencia del por qué debería pasarlo por alto —resopló Meg, mientras caminábamos por los escalones de ladrillo de la tienda. La boutique era propiedad de la hija de Bettina, cuyo nombre nunca podíamos recordar, así que la llamábamos “Bettina 2.0”. Nos dio la bienvenida cuando entramos y nos sonrió ampliamente a Meg y a mí. —¡Hola, chicas! —chilló—. Todas las cosas de graduación están por aquí; lo llamo “El Desfile de Graduación de lo Bonito”. ¿Ven el anuncio? No sabe quién soy, pensé, y me sentí decepcionada, y después mal por sentirme decepcionada. Nana se apresuró hacia los percheros de graduación, los cuales estaban organizados por color, y en segundos sostenía algo rosado y esponjoso. —Oh, me gusta este —dijo, como si fuera a usarlo ella misma en el próximo almuerzo del Hospital Auxiliar. Sacudí mi cabeza y fruncí el ceño, después seguí a Meg hacia los vestidos oscuros al final de los percheros. —Negro hasta el final —dijo Meg—. ¿No lo crees? —No para mí —dije—. Demasiado obvio. Meg se congeló por un segundo y me miró tristemente. —Claro. Mientras sumergía sus brazos entre las filas, escaneé el completo arco iris del “Desfile de graduación de lo Bonito”, sin estar segura de lo que buscaba. “Bettina 2.0” había colocado avisos extras que decían: ¡DIVERTIDO Y COQUETO! y ¡JOVEN POR SIEMPRE! Pero nada llamó mi atención. Dejé vagar mis ojos por

los percheros de graduación del resto de la tienda. Había un maniquí cerca del frente, y todo lo que podía ver era que tenía los brazos en alto en un tipo de pose que decía “Oh, al diablo con esto”. Me acerqué para tener una visión más próxima. El vestido no hacía lucir al maniquí “Divertido y Coqueto” o “Por siempre joven”. Lo hacía lucir como si estuviera en los Oscars y se adueñara de la alfombra roja, aunque estaba hecha de plástico y no tenía rostro. Era de un color azul que nunca había visto y de un material que ni siquiera sabía cómo llamar. Atrapaba la luz en una forma deslumbrante y rogaba que lo tocara. En algún lugar en la esquina de mi visión, vi a “Bettina 2.0” y a la señora Dill hablando en voz baja. Distinguía las palabras extraordinariamente bien. Ahora sentía sus ojos en mí, mientras encontraba el vestido en mi talla en el perchero al lado del maniquí. Me detuve, después me tomó un momento notar la sensación de mis jeans sueltos alrededor de mi cintura y flojos en el trasero. Era una sensación que había estado ignorando, porque se sentía desconocida. Dejé que mis dedos encontraran el vestido en la próxima talla más pequeña, y me dirigí al probador. Meg notó cómo caminaba en línea recta y gesticuló hacia las otras para que me siguieran. Minutos después salí, hacia el aterrador espejo de tres caras donde todas esperaban. El vestido no era perfecto; al menos, no en la clase de perfecto de ¡Es tan yo! En cambio, lucía como si estuviera siendo usado por alguien más. La piel, de esta persona no-Laurel resplandecía pálida contra la tela azul, y las elevadas luces fluorescentes profundizaban las sombras bajo sus ojos. Era mayor y venía de algún lugar lejano como Europa o Vermont. Y colgaba de ella correctamente, con una larga falda acampanada, corpiño de perlas y mangas de gasa. —Este es —le dije a Meg. Asintió. Alcé mi cabeza para ver la reacción de Nana en el reflejo sobre mis hombros. Lo dije otra vez—: Este es. —No es realmente un vestido de graduación, y el color… —dijo débilmente Nana, pero sólo giré, dejando a la tela acariciar mis piernas. Finalmente, sólo dijo—: Has perdido peso. —En el pasado, viniendo de ella eso hubiera sido un elogio. Ahora lo dijo con preocupación, como si no estuviera haciendo su trabajo de hacerme comer. Me encogí de hombros tan casualmente como pude. Había estado intentando, con poco entusiasmo, por un año perder peso, y ahora sólo había ocurrido y todo lo que podía sentir era tristeza por eso. Quiero decir, ¿podía permitirme perder algo más? No es el lugar ni el momento para estar triste, me dije a mi misma. Esos eran kilos que no querías. Aléjalo, aléjalo, aléjalo.

—Nana —dije tan sólidamente como pude—, amo este vestido. ¿No lo amas tú? Y Nana no tuvo más opción que asentir. En la caja, “Bettina 2.0” me miró con amplios ojos, mientras le entregaba el vestido, como si fuera una celebridad que recién reconocía. —Este es uno de mis favoritos —dijo. Buscó la etiqueta y observó el precio. Ya lo había comprobado y sabía que era más caro que cualquier otro vestido de graduación. Era probablemente más caro que cualquier otra cosa en la tienda. —Oh… esto está mal —dijo “Bettina 2.0”, frunciendo el ceño—. Este vestido está actualmente en rebaja. —¡No es eso suerte! —exclamó Nana. Miré alrededor de la tienda. —No hay ningún cartel —dije. —Eso no importa —dijo Bettina, tocando mi brazo a través del mostrador. Observó a Nana—. Soy la dueña, y puedo poner las cosas en rebaja cuando quiera. Sentí calor subir por el medio de mi espalda. Pero Nana le guiñó el ojo a “Bettina 2.0” mientras sacaba su MasterCard, y el vestido de alguien más estaba a treinta segundos de ser mío.

Al día siguiente, Meg y yo caminábamos por el estacionamiento de los de último año, camino fuera de la escuela, cuando escuchamos un auto conduciendo lentamente a nuestro lado. Miré para ver que era el VW Bettle color amarillo canario de Andie Stokes. —¡Hola! —gritó Andie, desde el asiento del conductor. Se encontraba sola en el auto. Pensé que nunca la vería sin Hannah o una de sus otras amigas—. ¡Laurel! ¿Cómo estás? Había conversado con Andie casi todos los días desde que había regresado a la escuela. Siempre me buscaba después de clases o en mi casillero, tocando mi brazo con un dedo mientras preguntaba cómo estaba y me ponía al corriente de los planes del fondo memorial. Meg y yo nos acercamos a su auto. Otros estudiantes caminaban extra lento para vernos. Estoy hablando con Andie Stokes, pensé, y las personas me están viendo hablar con Andie Stokes. —Hola Andie —dije.

—Estoy feliz de encontrarlas chicas —dijo, dejando que sus ojos rebotaran entre Meg y yo—. Estaba en la oficina del Señor Churchwell hoy, mirando el plano de asientos del baile, y noté que aún no les asignaron una mesa. —Íbamos a dejar que ustedes lo solucionaran —dijo Meg, lo que era mentira. Ni siquiera habíamos conversado sobre las mesas. —Bueno, les digo que tenemos cuatro asientos vacíos en la nuestra, y nos encantaría que se nos unieran. Nuestra. Nos. Andie se movía por la vida en un colectivo. Me pregunté cómo se sentiría eso, ser siempre parte de un todo. —Yo… gracias… genial —fue todo lo que pude decir. Aún trabajaba en la cosa de no-ser-una-idiota con ella. —Eso es verdaderamente dulce de tu parte —dijo Meg, adelantándose—. Hablaremos con Gavin y Joe y veremos si funciona. De pronto Meg y Andie agregaban el celular de la otra en sus teléfonos. Mientras hacían esto, otros estudiantes eran forzados a apretar sus autos alrededor del Beetle, en su camino fuera del estacionamiento. Una vez que terminó, Andie se despidió y condujo fuera. Meg giró hacia mí. —¿Qué piensas? —preguntó. —¿Qué pienso de ir al baile y sentarme con la gente genial? —Además del hecho de que te recuerda a Carrie7 y que quizás termines la velada cubierta en sangre de cerdo. —Podría ser divertido, podría ser tan bizarro que nuestras cabezas explotarán. —Estoy de acuerdo. Pero voy a apostar por la parte divertida. Nos quedamos de pie allí, pinchándonos con los ojos la una a la otra. La excitante realidad de todo esto comenzaba a asimilarse. ¡El baile de graduación! ¡El vestido de alguien más! ¡Joe Lasky! ¡Andie Stokes! —Vamos a mi casa y pongámonos nuestros vestidos otra vez —dijo Meg, y la seguí a través del estacionamiento.

Es una película estadounidense de terror de 1976 dirigida por Brian De Palma y escrita por Lawrence D. Cohen, basada en la novela Carrie, escrita por Stephen King. 7

En la mañana, justo cuando me despertaba, generalmente pasaban como dos segundos en donde sentía que nada había cambiado. Estaba en mi cama en mi habitación, y la luz que entraba por mis persianas era la misma luz de siempre. Entonces recordaba. Y después tenía que pensar en algo para salir de la cama. Usualmente era tan simple como sacar a pasear a Masher o una prueba de inglés. Hoy, eran los resultados del SAT. Habían estado disponibles en línea desde las cinco de la mañana, que era cuando sabía que Meg se había registrado. Comprobé el reloj. Seis y media. Más temprano de lo que me despertaba usualmente. Mi cuerpo tenía que haberlo sabido. Caminé lentamente escaleras abajo y me pregunté porque me sentía nerviosa, cuánto me importaba. Claramente mucho, ya que mis manos temblaban un poco mientras encontraba el papel en donde había escrito mi información de registro. Aún temblaban cuando entré, e hice clic con el ratón donde se suponía tenía que hacerlo. 710 en matemáticas. 790 en compresión lectora y 760 en escritura. ¡790 en compresión lectora! Una puntuación casi perfecta. Giré para decirle a alguien, pero noté que Nana aún dormía. Tomé el teléfono para llamar a Meg. —¿Cómo te fue? —respondió. Le di mis números. —¡Genial! —No creí que lo hubiera hecho tan bien. Me pregunto si pensaron que hice trampa, ya que tomé la prueba sola. —Lo dudo. Tuvimos otra de nuestras incómodas pausas. —¿Laurel? —preguntó Meg, suavemente. —¿Si? —¿No vas a preguntarme cómo me fue? —Su voz se alzó. —Dios, lo siento. ¿Cómo te fue? —También pateé traseros. —Otra pausa—. Tengo que irme. Celebraremos después de la escuela. Colgamos, y casi instantáneamente mi sensación veloz y sofocante —festiva: que significaba: ¡Alegre!— chocó contra una pared de ladrillos. Papá.

Hubiera estado de pie aquí. Quizás hubiera sido él el que me despertaría, sacudiéndome justo al amanecer. Me habría hecho el gesto de “dame cinco” y un abrazo, su acostumbrado combo de: “Estoy tan orgulloso de ti, chica”, afirmando que todo mi estudio, mi curso preparatorio, él interrogándome… todo había valido la pena. La imagen me llenó de agonía instantánea. Hazlo irse. No arruines esto, no arruines esto, no arruines esto. Y con eso, mi padre se había ido.

Cuando caminé dentro de la casa después de la escuela ese día, esperaba encontrar a Nana haciendo la cena. Pero estaba tranquilo, y seguí esa tranquilidad escaleras arriba para encontrar la puerta de la habitación de huéspedes cerrada. Me acerqué para golpear, pero escuché algo suave y ahogado del otro lado. Sonaba como uno de los animales que escuchábamos a veces en el bosque por la noche. No era un animal. Era mi abuela, llorando. Salté hacia atrás, corrí hacia la cocina. ¿Por cuánto tiempo había estado haciendo eso, mientras me encontraba con Meg, probando nuestros vestidos y experimentando con peinados, comiendo Oreos y tomando refresco de dieta? Me pregunté con qué frecuencia hacia eso mientras estaba en la escuela, y después detuve ese pensamiento tan rápido como pude. No había espacio en mi cabeza para el pensamiento de Nana llorando. Necesitaba su fuerza, su sabiduría y su indiferencia. Necesitaba que me recordara que mi vida podía funcionar, porque su vida parecía estar funcionando. Necesitaba que no necesitara nada de mí, porque no tenía nada para dar. Aun así, me encontré a mí misma girando para ir arriba, preparada para golpear y ver si estaba bien, cuando el teléfono sonó. Me lancé a contestarlo para que Nana no se perturbara. —¿Hola? —Hola… ¿eres Laurel? —¿Sí? —Laurel, es Suzie Sirico —dijo como si hubiéramos estado conversando todos los días, las mejores amigas. Demasiado burbujeante. —Oh. Hola. —Sólo pensé en llamar y ver cómo estaban tú y tu abuela.

—Estamos bien —dije—. Ocupadas. —Realmente estoy ocupada, añadí para mí misma. Tengo nuevos amigos y ¡voy a ir al baile de graduación con Joe Lasky en un vestido asombroso! Miré hacia las escaleras, donde ahora escuchaba la puerta de la habitación de huéspedes crujiendo lentamente abriéndose. Imaginé a Nana en el rellano, escuchando para intentar averiguar con quién hablaba. —Quería asegurarme de que tuvieras mi número por si lo necesitas. La voz de Suzie, tan firme y segura de sí misma, era posiblemente la cosa más molesta que jamás había escuchado. ¿Era así cómo las personas en su área de trabajo se suponía conseguían nuevos negocios? Dios, no era mejor que un vendedor telefónico. —Tenemos tu número —dije, sin estar segura de si eso era verdad—. Gracias por llamar. Colgué mientras Nana entraba a la habitación. Su rostro estaba frescamente lavado pero sus ojos lucían cansados, sin enfocarse. —¿Era esa Suzie Sirico? —preguntó. —Sí —dije—. Tengo que empezar algunas tareas. Con eso caminé, rozándola al pasar, sabiendo que debería quedarme y conversar o ayudarla a preparar la cena, pero incapaz de hacerme girar de regreso.

Traducido por Mery St. Clair Corregido por ★MoNt$3★

El nombre del chofer de la limusina era Manny, y hacía crucigramas mientras esperaba que la gente terminara su boda o finalmente llegaran de un vuelo tarde en el aeropuerto. Tenía una esposa y un bebé, y un lindo Mustang del ‘78 que justo acababa de comprar. Aprendimos esas cosas de él durante los diez minutos de conducción de la casa de Meg hasta el Hilton. Era fácil hablar con Manny, a pesar de la ventana de vidrio ahumado que dividía el asiento delantero del resto del coche, pero eso no impidió la conversación. Me senté con Meg, frente a nosotras estaban Joe y Gavin. Gavin tenía una línea de sudor arriba de su labio inferior. La limpió, luego dos minutos después, regresó. —El Bigote de Sudor —susurró Meg, su aliento mentolado contra el costado de mi rostro. Joe pateó mi pie juguetonamente, el cual estaba cubierto por el vestido negro de satín de Nana y parecía pegarse a mi cuerpo. Lo pateé de regreso y sonreí. Aparte de su brazo alrededor de mi hombro cuando posamos para la fotografía, ésta era la primera vez que nos tocábamos en toda la tarde. A las tres, Meg y yo teníamos nuestro cabello peinado en el Salón Cosmos. El suyo: recogido con un montón de rizos cayendo alrededor de su rostro. El mío: totalmente recogido y estirado. Lo tenía algo corto, llegándome hasta los hombros, y el poco peso cayendo de mi cabeza se sentía como un gran alivio. Pasamos mucho tiempo vistiéndonos en la habitación de Meg mientras Nana y la señora Dill tomaban té en la planta baja. Meg me mostró su nuevo sostén y anunció sus planes de ir con Gavin a una de las fiestas después del baile. Más tarde, vomité en el lavamanos del baño. Nos tomamos fotos en los escalones de la entrada, luego cuando los chicos llegaron, tomamos más en el jardín y cerca del pino al borde del césped. Nana entró a la casa dos veces para conseguir Kleenex, y cada vez se marchaba más tiempo. Pensé en la foto de mi madre en su vestido de baile. Hubiera sido fácil sugerir que tomáramos una foto dentro, de Joe y yo frente a las escaleras, y aunque

no era nuestra casa, contaría lo suficiente para enmarcarla. Pero no quería hacerlo. No ahora, en este momento, cuando las cosas avanzaban tan suavemente. En el Hilton, había una larga fila de limosinas con chicos saliendo. Flashes de colores y vestidos elegantes. El gel en el cabello de los chicos brillaba con el sol desapareciendo, y en las chicas, los ramilletes con todo tipo imaginable de flores. Si ponían todas sus manos juntas, harían una pradera de flores sin combinar. Observamos a todo el mundo desde la ventana, silenciosos. Cuando fue nuestro turno, Manny salió y abrió la puerta trasera. Los chicos salieron primero y se alejaron, dejando que Manny nos ayudara a salir del auto. —Gracias, señor —dijo Meg, guiñándole un ojo. Miré el suelo mientras él tomaba mi mano y me llevaba a la acera, sintiendo los ojos de todo el mundo en mí. Cuando levanté mi cabeza para ver dónde me encontraba, allí se hallaba Joe, tendiéndome su mano ahora como si estuviera ofreciéndome una cuerda para salvarme. Y luego estaba Andie Stokes y Hannah Lindstrom con sus citas, Ryan y Lucas. No estaba segura de quién era quién, pero eso no importaba. Andie me abrazó fuertemente, y luego dio varios pasos atrás levantando su vestido. —Oh, Dios mío —dijo—. Te ves asombrosa. —Gracias. —Tenemos la mejor mesa. Ven a ver. —Nos hizo señas, y la seguimos hacia el salón de baile. Al pasar bajo el arco de globos naranja y azul, me giré para ver dónde estaba Joe. Pero no se encontraba detrás de mí. Escaneé el vestíbulo hasta que lo vi hablando con el señor Churchwell, quien negaba con su cabeza y le daba una palmada en su espalda antes de que corriera para alcanzarnos. Me di la vuelta rápidamente antes de que supiera que lo miraba. El señor Churchwell. No se me había ocurrido antes, pero quizás tenía algo que ver con todo esto. Con Joe, y con Andie y Hannah. Pero las cosas estuvieron sucediendo tan rápido que no pensé en eso. Teníamos la mejor mesa. Se hallaba lejos del escenario, a un costado de la pista de baile, al lado de las puertas francesas que se abrían hacia el balcón del salón. La mayoría de los amigos de Andie estaban ya sentados en la mesa de al lado —la segunda mejor mesa— y todos esperamos a que Andie eligiera su asiento. Lo hizo, y luego todos se dejaron caer en el lugar más cercano, Meg y yo juntas. Hice un rápido análisis del resto de la habitación y el gran círculo de mesas. No estaba claro cuál fue el sistema de agrupación de nuestra escuela. Los populares del último año estaban en nuestro lado, y me pregunté dónde se situaron los chicos del primer año. De frente a nosotros estaban los de segundo año mezclados con los deportistas o geeks o un poco de todo. En el lado opuesto del

círculo, frente a donde nos encontrábamos, estaba la mesa de La Muchedumbre del Ferrocarril. La mesa ni siquiera estaba llena; sólo un par de parejas compartiéndola con los miembros de la única banda decente de rock de la escuela. Una de esas parejas era Julia La Paz, la novia de David. O ex novia, a juzgar por el entusiasmo con que se inclinaba hacia su cita, otro chico Ferrocarril. Traté de imaginarme a David allí con ella, en el baile, pero no pude. Podía apostar que David no vendría a estas cosas. Quizás Julia se sentía aliviada de que rompieran para así poder venir. La cena fue ruidosa y torpe. Joe, Megan, Gavin y yo tratamos de hablar por encima del ruido, mientras Andie y Hannah no paraban de gritarle a sus amigos de la mesa de al lado. Después de que todos terminaran de comer, el DJ comenzó a poner la música de fiesta, pero nadie hizo el primer movimiento para bailar. Aproveché esa oportunidad para ir al baño y descansar durante tres minutos frente al enorme espejo. Esta soy yo, pensé, asintiendo hacia la chica que era mi reflejo. En los espejos siempre buscaba algo mal, algo que podría ser más delgado o más brillante o más alto. Pero increíblemente, me gustó todo lo que vi en esta chica. Esta soy yo en el baile, y me veo un poco más linda. La chica en el espejo asintió, también, como si dijera: tu secreto está a salvo. Por un segundo, imaginé a mis padres detrás de mí. Mi mamá a mi izquierda, papá a mi derecha. Mirándome orgullosos. Ahora entra en el marco Toby con su cámara de video, grabándome con su pulgar hacia arriba. Me di la vuelta rápidamente para hacer que desaparecieran. Cuando regresé del baño, todo el mundo en nuestra mesa estaba en la pista de baile. Me quedé en el umbral de la puerta sólo por un momento, observando. Se sentía extraño ser quien mirara a todo el mundo, en lugar de al revés. En cuestión de segundos, el señor Churchwell estuvo a mi lado con su mano en mi codo. —¿Estás bien? —gritó. —Sólo busco a mi cita —grité de regreso, y tiré mi codo lejos de él. Inmediatamente, Joe se apartó del grupo bailando, tomando mi mano, su palma cálida y apretada, me dirigió hacia donde Meg y Gavin estaban. Entonces, de alguna manera empecé a moverme, y Joe me miraba como si fuera interesante, y el vestido azul me hacía cosquillas en mis tobillos. Andie y Hannah me sonrieron cuando las vi. Algunos pétalos se cayeron de mi ramillete mientras bailaba, y los observé caer para después desaparecer debajo del pie de Meg.

Traducido por Mery St. Clair Corregido por Melii

En la limusina, de camino a la fiesta post-baile de Adam LaGrange —el nuevo capitán del equipo de golf, que acababa de conseguir lentes de contacto y trataba de tener reputación— los asientos habían cambiado. Gavin y Meg se sentaron juntos en un asiento, dejándome a Joe y a mí compartir el otro. Mis oídos zumbaban y mis pies dolían, así que me quité los zapatos. Ahora parecían más como una parte de mi anatomía otra vez, descalzos y familiares. Los subí sobre las rodillas de Meg, y ella comenzó a masajearlos. —¿Puedo ser el siguiente? —dijo Gavin, dándole un codazo juguetón a Meg. Meg sonrió pero no levantó la mirada. —Claro. Ella iba a coquetear con él, lo sé. Tonteaba con Gavin, y yo estaba bastante segura de lo que ocurriría antes de que nos marcháramos de la fiesta. Miré a Joe, quien trataba en encontrar algo decente en la radio, el cabello se pegaba a su cabeza por el sudor del baile. Sentí una abrumadora sensación de miedo. Cuando llegamos a la casa de Adam LaGrange, ya se encontraba lleno. Meg y Gavin fueron al patio para buscar a Adam, mientras Joe tomó mi mano y me dirigió escaleras abajo hacia el estudio, donde una mesa de juego había sido convertida en un bar bien surtido. —¿Que tienes? —preguntó él en un tono parecido a James Bond. Pensé en los ratos que Meg y yo estuvimos en el gabinete de licores de su madre, tomando de la tapa de la botella. —¿Vodka tonic? —Esa era la bebida de mi papá, cada viernes en la noche antes de cenar. Joe hizo una mezcla para mí, luego una para él, no vi cuanta cantidad de alcohol puso en él. La bebida ardió en mis labios, burbujeando. Tenía un sabor dulce y peligroso. Comencé a regresar escaleras arriba, pero Joe agarró mi mano de nuevo, jalándome hacia un sofá. Había al menos cinco personas más en la habitación, y los vi observarnos con el rabillo del ojo.

—Entonces, ¿te estás divirtiendo? Parece que sí. —Empecé a acostumbrarme a lo directo que era Joe. —Sí, claro. ¿Lo notaste? —Eres genial bailando. —Tú también. Una pausa. Tomamos sorbos al unísono. —¿Pero te sientes bien? ¿Estás bien? —dijo Joe con lo que parecía preocupación en su rostro. Recordé la manera en que el señor Churchwell puso su mano en el hombro de Joe, el cabeceo de sus cabezas. —Has estado hablando mucho con mi consejero escolar —dije, reuní todo mi coraje para poner mi mano, suavemente, en su rodilla—. No te preocupes. Estoy bien. Joe volvió a beber, y luego puso su mano sobre la mía. Mi corazón dio un vuelco, nervioso, asustado, pero luego eché una mirada a las otras personas en la habitación, ahora sólo dos o tres más. Era algo en que concentrarme cuando comencé a sentir náuseas. Este podría ser tu primer beso. ¡Relájate! Pero había esperado mucho tiempo por la oportunidad correcta. Cuando estaba cerca de ocurrir siempre lo arruinaba. Me ponía nerviosa y demasiado bromista. Mientras más anticipada estaba, más aterrada me sentía. ¿Dónde se encontraba Meg? Necesitaba agarrarla y arrastrarla hacia un baño o armario, tomarla del brazo y decir: “¿Cómo tiene que ser?” Meg ya había tenido su primer, segundo, y tercer beso, todos con los chicos que trabajaban en el club de yate de su familia. Ahora Joe terminaba su vodka tonic e iba hacia el bar, y yo trataba de terminar mi bebida, algo caliente descendía en mi estómago. Luego Meg bajó las escaleras de dos en dos, sosteniendo sus zapatos en una mano y el borde de su vestido con la otra. Corrió hacia mí, riendo. —Aquí estás. —Miró mi bebida, y luego miró a Joe detrás de la barra, recibiendo un tutorial de cómo preparar las bebidas de un chico de último año—. Veo que estás bien atendida. —¿Quieres uno? —No. Sólo quería que supieras donde estaré. Le di una mirada confundida. —Manny le dijo a Gavin que la limusina está estacionada en la calle —dijo Meg—, a un par de casas arriba. La gente de Adam hizo una pequeña fiesta para los chóferes detrás de la piscina de la casa, así que él no estará.

—¿Entonces? —Aún confundida. —Entonces, Gavin y yo pasaremos un rato en la limusina. Dejé que mi boca cayera abierta. Eso parecía como una broma, pero no tenía nada de gracioso. Ella sólo rió, besándome en la mejilla, y salió corriendo hacia las escaleras. Repentinamente Joe estuvo a mi lado. —¿Qué fue eso? —Ellos estarán un rato en la limusina. Joe sonrió, recordando algo. —Vayamos hacia el jardín —dijo. Tomó mi mano otra vez, y yo estaba acostumbrándome a la sensación de calor zigzagueando, subiendo por mi brazo cuando él hacía eso. Arriba, la fiesta se hallaba en su apogeo, y llegar hasta el jardín tomó varios minutos. Hicimos nuestro camino a través de la gente, saludando cuando fue apropiado, cuidadosos de no derramar nuestras bebidas. Finalmente, dimos un paso pasando las puertas corredizas de cristal hacia el patio de Adam Lagrange y llegó una ráfaga de aire fresco. Había luces navideñas colgadas por todas partes reflejándose en la piscina. Un grupo de chicos se encontraban alrededor de una mesa hablando en voz baja contra la música proviniendo del interior y había un suave sonido de cigarras. Me encontré buscado alrededor a Julia La Paz, pero no la vi, y me sentí aliviada. Derek, el mejor amigo de Joe, se acercó a nosotros con dos cervezas, me dio una a mí, luego la otra a Joe, y se marchó. Sólo la miré, un color ámbar brillando ligeramente con las luces. —¿No hay un dicho sobre no beber licor antes que cerveza o algo así? — pregunté. Joe se encogió de hombros. —Nunca he sido capaz de notar la diferencia. — Y luego terminó su vodka tonic, colocó el vaso de cerveza dentro del otro vaso vacío, y bebió un largo trago. Antes de que él terminara, yo hice la misma cosa. —Si te emborracho, tu abuela nunca me lo perdonará —dijo, mirándome beber. Tragué y bajé la mirada a la cerveza una vez más, revuelta y espumosa, un océano después de una rápida tormenta de verano. Ya sentía mis músculos relajarse después de haberlos sentido tensos durante tanto tiempo, me había olvidado que existía. Mi cuello se sentía suave y mis dedos comenzaron a retorcerse. Otra cerveza y media, y nos encontrábamos sentados en dos sillas junto a la piscina. Nos apartamos del resto de la fiesta, así que mirábamos hacia el cielo.

Estaba medio limpio, con estrellas apagadas, tratando de hacerse ver a través de una capa de nubes. —Guau —dije—. Puedo ver el Cinturón de Orión, pero no el resto de él. —¿Dónde? —preguntó Joe —. Oh, sí. Tienes razón. ¿Dónde está el resto? —Quizás él dejó su cinturón olvidado y prefirió ir a hacer algo más. —Quizás fue con la Osa Mayor para hacer algo de sopa. —O le está golpeando con él a Cassiopeia. Escuché que hace eso. Joe resopló y salió un poco de cerveza de su nariz, lo cual me hizo reír también. Antes de que siquiera notara lo que hacía, alargué mi mano y limpié el frente de su camisa, ahora salpicado con cerveza. —No quiero que tengas un cargo extra por manchar el esmoquin —dije, evitando sus ojos mientras limpiaba. —¿Sabes lo que quiero? —dijo. Aún no lo mirada—. Realmente, esto es lo que deseo. —Se detuvo, y pareció que no tuve otra opción que encontrarme con su mirada. —¿Qué es lo que deseas, Joe? —Desearía que Gavin y Meg no estuvieran en la limusina justo ahora. Por un segundo, no lo entendí. ¿Los quería aquí con nosotros? Pero entonces lo comprendí. Él quería que nosotros estuviéramos en la limusina. Solos. Sin ojos de la gente observándonos, siempre escaneando para ver dónde estábamos y que hacíamos. Primero, llegó el pánico de nuevo. Pero lo miré, él me regresó la mirada como si nos conociéramos desde siempre, y tuve más miedo. —Bueno, aun tenemos toda la noche, ¿verdad? —Quise no ser yo quien dijo eso. La culpa era de Laurel con este vestido. —Tenemos toda la noche —concordó Joe, y luego se puso de pie—. Voy a buscar un baño. ¿Estarás justo aquí? Tenía mis brazos descansando ligeramente sobre los bordes de la silla, mis tobillos cruzados, mis talones salidos de mis zapatillas. Estaba un poco borracha, y la idea de que la gente me viera sentada sola al lado de la piscina no tuvo ningún efecto en mí. Definitivamente yo estaba bien. Joe desapareció un minuto, quizás cinco. No estoy segura. Cerré mis ojos y escuché los murmullos, la música, froté mis dedos suavemente sobre mi falda. —Hola —alguien dijo sobre mí. Abrí mis ojos. Era David.

Me tomó un par de segundos registrarlo, el contorno de su cabeza distorsionado por las luces navideñas. Tenía una botella de algo demasiado grande para ser una cerveza en su mano, y allí estaba de nuevo, ese olor a marihuana. Vestía una chaqueta negra, pero podía ver la marca de su camisa debajo. —Hola —dije, sentándome correctamente. Ninguna de mis usuales reacciones hacia David había despertado. Sin querer salir a la luz. Ninguna urgencia para pretender que nunca jugamos a Batman y Robín o recolectamos rocas en el bosque o que nos conocíamos desde siempre. Caminó alrededor de mí y se sentó en el borde de la otra silla, sus codos en sus rodillas, la botella —era una botella de dos litros de refresco sin etiqueta, un líquido plano de color ámbar— se balanceaba en el interior. —¿Que estás haciendo aquí? —preguntó. —Estaba en el baile. —Estás borracha. —El labio inferior de David se curvó un poco, y olfateó. —No lo creo. —Esta conversación no iba en la dirección correcta—. ¿Qué estás haciendo tú aquí? ¿No se supone que debes estar con tu papá? El pensar en el señor Kaufman hizo que mi visión estuviera un poco borrosa. —No he estado en el hospital desde un par de días —dijo David casualmente. —¿Dónde has estado viviendo? —Con un chico que conozco. Sus padres están fuera de la ciudad. —Miró mi vestido, desde los tobillos hasta arriba. Sus ojos viajaron con rapidez pero sin detenerse en un lugar en específico, hizo una pausa en mi hombro—. Bonito vestido. —David tomó un tragó de su botella y negó con la cabeza lentamente. —¿Qué? —pregunté, mordiendo el anzuelo. —Sólo no puedo creer que estés aquí. Con ese vestido, yendo a esa cosa del baile. Con un jodido ramillete. Toqué las pequeñas rosas en mi muñeca, incapaz de hacer algún otro movimiento, sin saber cómo responder a sus no-preguntas. David tomó otro trago de su botella, y noté que no me había mirado a los ojos. Mi cabello, mis zapatos, en cualquier lugar seguro y distante mientras decía esas cosas. —Déjame en paz —dije finalmente, tragando duro. Salió débil y en voz baja, como un pequeño niño siendo intimidado en el patio del recreo. Mi madre le había enseñado a Toby qué decir cuando me burlaba de él: Los palos y piedras podrán romper mis huesos, pero las palabras nunca me lastimaran. Eso hizo que me riera y burlara de él más fuertemente.

—Viniste hasta aquí con Joe Lasky. ¿Ni siquiera sientes un poco de dolor por lo que ocurrió? —dijo David. Algo oscuro dentro de mí me pateó dos veces. Él tiene razón, tú lo sabes. ¿Por qué estas en este lugar, cuando ellos no pueden estarlo? ¿Cómo regresaras a casa esta noche cuando deberías haber estado con ellos? —Eso no es asunto tuyo —dije, tratando de hacer que sonara firme. Pero a continuación dije—: ¿Qué hay de ti? Si tú estás aquí, ¿por qué yo no puedo? —Porque nosotros sólo vinimos por algo de beber a esta fiesta. ¿Me ves usando un maldito esmoquin? Mis amigos y yo venimos para poner algo de kamikaze en el ponche, luego nos iremos. Levantó su botella como prueba, pero el kamikaze —si eso es lo que era— estaba casi acabado. ¿Dónde estaba Joe? Joe haría que David se fuera. David me vio mirando hacia la casa. —Laurel, puedes ir a todos los bailes que quieras, pero eso no va a cambiar las cosas. —Ya lo sé. —Eres una huérfana. Eso es lo que escuché a alguien decir allí adentro. “Ella es huérfana ahora.” La palabra me hizo pensar en Dickens, en Pip y David Copperfiel ¡E incluso Oliver! Yo no era así. Clínicamente, oficialmente, sí, pero nunca lo había pensado. Debí de parecer sorprendida, porque David me miraba ahora con más pena que enojo. —Eso sonó más duro de lo que pensé que sería —dijo, luego miró acusadoramente hacia su kamikaze. Noté que sus manos temblaban—. No estaba preparado para verte aquí —agregó, su voz ahora sonaba apagada. Pero si él estaba apagado, yo estaba todo lo contrario. Algo dentro de mí se llenaba con aire. —Eres un huérfano, también —dije, tan naturalmente como puede. Eso hizo que David se levantara, su confusión daba paso a una actitud defensiva. —No, mi papá está vivo. Estará bien. —Eso es lo que tú quieres creer. Personalmente, creo que estará vegetal para siempre. Podía culpar al alcohol, me hacía más valiente de un segundo o dos a otro. —Cállate —espetó. Así que toqué una fibra sensible. —Él se lo merece —dije—, considerando que mató a cuatro personas.

David se detuvo, su mano apretando la botella de plástico tan fuerte que la escuché crujir un poco. —Mi papá no estaba borracho. —No tenía que estar borracho —dije—. Sólo tenía que ser descuidado. De cualquier manera, es un asesino. David quería golpearme. Podía saberlo. Quería golpearme tan fuerte que sus talones se levantaron de sus zapatos. Yo había puesto mi vaso de cerveza en el suelo, y ahora él lo pateó hacia la piscina, donde cayó sin hacer ruido. A pesar de que él se encontraba de pie y yo sentada, podía sentir las cosas cambiar. Yo había encontrado una caja de municiones en alguna parte, escondida en la parte oculta de mi mente. ¿Qué más había en ella? —¿Qué hay con Masher? —pregunté, como si fuéramos una pareja de casados rompiendo, discutiendo la custodia de nuestra vida junta. —¿Qué pasa con él? —No tengo que cuidar de él. Puedo regresárselo a tus abuelos. David negó con la cabeza y miró hacia otro lado. —No puedes hacer eso. Ellos no lo quieren. —¿Entonces quieres que yo cuide de él? El rostro de David se derrumbó un poco, las sombras eran más profundas en sus mejillas y mentón. No parecía tan diferente de Toby después de una de nuestras discusiones, después de que lo ofendí frente a todos. Aquí sería cuando Toby saltaría hacia mí para la parte de la lucha en el programa, pero estaba bastante segura de que David no haría algo así. —Sí —dijo, y colocó su botella de kamikaze cuidadosamente en el suelo. —¿Sí, qué? —Eso era lo que había en la caja de municiones. Un gran poder. El único poder que yo tenía en el mundo. —Cuida de mi perro, por favor —susurró David. Se dio la vuelta y caminó de regreso hacia la casa, después la rodeó en dirección hacia la calle. Lo observé cruzar camino con Joe, quien miró a David, registrando de donde venía, y me buscó en la penumbra. En cuestión de segundos, corría hacia mí. —¿Qué hacía David Kaufman aquí? —preguntó Joe, sin aliento—. ¿Habló contigo? —Sí. —¿Qué dijo? Abrí la boca para recapitular, para decirle a Joe lo que habíamos hablado, pero en su lugar salió un ruido como un sollozo. Fuerte y corto.

—Oh, Dios mío —dijo Joe, y se arrojó sobre la silla conmigo, su mano en mi espalda—. ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasa? Giré mi cabeza para responder y su rostro se hallaba mucho más cerca de lo que pensé. No había suficiente espacio entre nosotros para las palabras. Así que lo besé. Había practicado en mi almohada una docena de veces, y estaba tan acostumbrada a mi almohada que no esperé que Joe me correspondiera el beso. Pero lo hizo, sus labios eran más cálidos y fuertes de lo que imaginé que serían. Vaciló primero, un poco confundido, pero luego continuó con confianza y bien entrenado. Puso su mano en el lado de mi cabeza, su palma contra mi oreja, sus dedos crujiendo contra mi cabello con fijador. Me aparté por un segundo, en mi cabeza, para pensar en cómo nos veríamos a unos metros de distancia, preguntándome si pareceríamos una pareja como las que había visto en películas y televisión. Joe se echó hacia atrás después de un rato, mirando a su alrededor para ver quién podría estar observándonos. —¿Por qué te detienes? —pregunté, también mirando alrededor. Joe se giró hacia mí y sonrió. —No tengo ni idea. —Ahora puso ambas manos en mi rostro, una a cada lado, y me atrajo más cerca. El principio de su beso fue más suave que el mío, gentil, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Mi beso con Joe duró unos minutos, pero no podría decir cuántos. Me había metido en un lugar dentro de mí misma, escuchando sólo mis propios pensamientos. ¿Abro mis ojos? ¿Qué pasa si los abro y los suyos están abiertos también? Debo abrir ya mis ojos. Feliz, nerviosa, enojada, emocionada. Las neuronas explotaban en fuegos artificiales. Estaba riéndome y luego, lloraba. Todo comenzó cuando aún tenía mis labios pegados a Joe, y le tomó un par de segundos apartarse y ver porque mis hombros subían y bajaban. —¿Laurel? —preguntó. Quería levantar la mirada y sonreír, limpiar mis lagrimas, y luego guiñarle para hacerle saber que tenía el control. Pero no pude. Miraba su mano en mi rodilla, y me sentía asustada. —Oh, Dios mío… —dijo Joe, levantándose. Apartándose. Puse mi rostro en mis manos y me recosté sobre la silla con fuerza. Con un ruido proveniente de mí que yo no creía ser capaz de hacer. Ruidos como si fuera físicamente atacada, temiendo por mi vida, una chica en un callejón a media noche. La presión de mis manos contra mis párpados me hacía ver halos amarillos y rojos, pero también veía el rostro de David.

Un jodido ramillete. Eres una huérfana. Escuché los pies de Joe marcharse, tropezándose contra el patio. —Aguanta, voy a buscar a Meg —dijo. Abrí los ojos para verlo irse, corriendo. Huyendo de mí, porque me volví totalmente loca. Hace tres minutos jugábamos trabalenguas, y ahora él huía por su vida. Debería tener una etiqueta en la parte trasera de mi vestido que diga: CONTENIDO BAJO PRESIÓN. ABRIR CON CUIDADO. Me levanté, agarrando el borde de la silla, y la arrojé por el patio. Era más ligera de lo que pensé que sería. Ahora tenía audiencia. Quien sea que estuvo cerca, espiándonos a Joe y a mí, tenía un contrato firmado para la ejecución completa. Tomé la otra silla y la tiré a la piscina. Aterrizó con un gran chapoteo y poco a poco comenzó a hundirse. Las cosas parecían bastante tranquilas, y creo que alguien apagó la música dentro de la casa. Sin un lugar donde sentarme, me senté en el césped y me recosté de lado, mi brazo derecho sobre mi rostro, mi mano izquierda arrancando la hierba en la tierra. El llanto regresó, estremeciendo mi cuerpo. En poco tiempo, Meg estaba arrodillada delante de mí. —¿Laurel? Soy yo. Estoy aquí. No quería apartar mi brazo lejos de mi rostro. No quería mirarla. —Lo siento. ¡Dios! Lo siento tanto. —Laurel, por favor, levántate. Siéntate… Gavin, ¿Puedes conseguir algunos pañuelos o algo? Escuché a Gavin salir corriendo, sus pies tambaleantes como Joe un par de minutos atrás. Me senté por Meg, pero otra ola de sentimiento se apoderó de mí y lloré de nuevo. Me abrazó y sentí el ramillete de su muñeca tocar la nuca de mi cuello. Nos comenzamos a mecer. —Shhh… shhhh… todo está bien —dijo. —Yo… Me interrumpió. —No hables. Sólo respira. Gavin regresó. Joe estaba con él. Ellos se encontraban allí de pie, sus cuerpos formando un escudo silencioso alrededor de mí y de Meg. Joe tendió la caja de pañuelos, cerniéndose sobre nuestras cabezas, pero ninguna de nosotras la tomó.

Traducido por Mery St. Clair Corregido por Melii

Desperté con el sonido de truenos y la fuerte lluvia golpeando contra mi ventana. No estaba exactamente “despertando.” Era más como abrir mis ojos después de medio dormir, apartando mi mente de la larga serie de extraños pensamientos e imágenes. En un momento pensaba en la apariencia que mi hermano tendría cuando lo enterraron, si estaba con el pelo hacia atrás con gel o dejaron un mechón de cabello cuidadosamente enmarcando su rostro. Lo cual me hizo recordar que durante seis meses de mi escuela secundaria usé espuma para fijar mi cabello porque pensé que eso me haría parecer al personaje de mi serie favorita de televisión. Eso me llevó al séptimo grado con mi maestra de Arte, la señora Webber, quien se casó con nuestro maestro de inglés, el señor Weber y todo el mundo pensó que era increíble que ellos ya tuvieran el mismo apellido. Luego eso me hizo pensar si debería o no mantener mi apellido cuando me casara o me convirtiera en la Señora De Alguien. Salté de regreso al primer pensamiento de Toby en su ataúd, sintiéndome horrorizada y avergonzada. ¿Cómo pude haberme distraído fantaseando en mi futuro marido? Habían pasado tres días desde el baile. Tres días desde que Manny nos trajo a Meg y a mí y a Joe y Gavin a mi casa en total silencio, me abracé a Meg tan fuerte con mis ojos cerrados, y Nana me dio una pastilla para dormir esa noche. En esos tres días no había conseguido salir de la cama, y después de que el efecto de la píldora se disipó no pude conseguir dormir realmente, tampoco. No quería pedirle a Nana otra dosis más. Se sentía como engañarla. Meg me llamó un día después. —No sé qué decir, Laurel. Realmente no tengo ni idea. —Sonó nerviosa, insegura de sí misma. —Está bien —dije—. Estoy bien. —Traté de sonar como si fuera cierto.

—Llámame si necesitas algo —dijo Meg, más casualmente ahora, como si hablara de un viaje rápido a la farmacia por champú y Tylenol que pudiera resolver todo mis problemas. Joe había llamado, también. Dos veces. Hice que Nana le dijera que estaba durmiendo. Fue bueno saber que él se preocupaba —Dígale a Laurel que espero que se sienta mejor, ese fue el mensaje— pero no me atreví a hablar con él. A pesar de que aún podía sentir sus labios en los míos, su mano en mi cuello, la imagen de su rostro cuando comencé a sollozar. Era demasiado humillante. Luego estaba el pensamiento de David, sonriendo y frunciendo el ceño y molestándose, y marchándose. David era cruel e intimidante, luego David temblaba y se asustaba como el niño que yo aún recordaba que fue mi mejor amigo. Todo eso me dejaba desconcertada e intrigada y, finalmente, me llenaba con dolor; Luego me recordé a mí misma lo que él me arrebató —una noche encantadora, un dulce primer beso, un recuerdo al cual aferrarme— y eso trajo una oleada de furia. Cuando la furia comenzó a disminuir, la imagen del señor Kaufman manejando su camioneta, entrecerrando sus ojos y desviándose del camino volvió a incrementarla. A veces imagino lo que haría si tuviera una máquina del tiempo y podría regresar unos minutos atrás en mi vida. En esta máquina viajaría a la noche del accidente, en lugar de pedir permiso para ir a casa y hacer tarea, decidiría ir a Freezy con todos los demás. Mis padres y Toby y yo regresaríamos caminando a nuestra casa y tomaríamos nuestro propio auto y planearíamos encontrarnos con los Kaufman allí. El señor Kaufman se podría un poco triste porque no fuéramos a ver su nuevo auto, y mi padre estaría feliz por eso. Comeríamos el postre, y sería totalmente aburrido, y luego regresaríamos a casa por más aburrición. Pero mis padres estarían ahora en la planta baja, discutiendo con Toby por dejar sus calcetas sobre el sofá. Esta cosa de no poder dormir era peor, por supuesto, pero yo no parecía tener algo que decir al respecto. Me acostumbré al dolor de cabeza y el ardor detrás de mis ojos, la sensación de presión en cada uno de mis músculos. Este tipo de cansancio me hacía sentir de alguna manera más despierta. Y los cuerpos de mi familia me hacían compañía. No podía dejar de pensar sobre cuál fue su apariencia. Nana había insistido en ataúdes cerrados. Esa era la tradición Judía, dijo ella, pero yo sabía que era también debido a las quemaduras y por mi madre. Ella fue una donante de órganos, y en algún lugar allí afuera, había personas viviendo con partes de ella. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era pensar en mamá como Sally de El Extraño Mundo de Jack, con esos trajes hechos de varias telas juntas. ¿Cuál era la apariencia de su piel? ¿Qué tan malas fueron las quemaduras? ¿Hacían que sus caras parecieran pacificas o angustiadas?

Deseé haber tenido el valor en el funeral para ver dentro de esos tres ataúdes, uno más corto que los otros dos. Para decirme a mí misma que esta sería la última vez que mis padres y Toby estarían físicamente en el mismo mundo juntos, y apreciaría ese momento lo suficiente para poder despedirme. Ahora la lluvia golpeaba más duro contra el cristal, como si tratara de alejar esas imágenes de mí. Quería sacar a mi familia de esos ataúdes y que hablaran y respiraran. Que hicieran cosas. —Qué lástima que no haya sol hoy —dijo mi mamá en mi cabeza. Mi madre odiaba cualquier día que no implicara el sol. Ella lo buscaba a donde quiera que fuera, moviendo su silla de plástico en el patio trasero mientras el sol hacía su recorrido. Ella succionaba la luz del sol como una planta a la fotosíntesis, y nunca veía la belleza en el mal clima. Papá si lo hacía, sin embargo. Su voz diría—: Guau, mira como el viento sopla la lluvia en la acera. Observa el cielo. Podemos ver algunos rayos. Oye, Laurel, hay una palabra aquí que tú podrías usar para tus formularios de Universidad. ¿Adivinas cual es? Sí, papá. Fulminante: “Para causar explosiones”. Toby. ¿Qué estaría diciendo Toby? —¡Iré afuera de todos modos! —Lo imaginé en la puerta, poniéndose sus botas de caucho, tomando un frasco vacío de mermelada en caso de que encontrara algo para meter dentro. Le gustaba capturar gusanos y echar sal sobre ellos para verlos retorcerse, y yo le gritaría que no fuera tan cruel. Mi cuerpo se sacudió con sollozos otra vez, y agarré la toalla que Nana había dejado en mi buró. Se me habían acabado los pañuelos el primer día después del baile. Nana debió de haberme escuchado estar oficialmente despierta, y tocó la puerta una vez antes de entrar. Ella no entraba lentamente a la habitación más, si no que se adentraba apresuradamente. —¿Saldrás de la cama hoy, cariño? —Probablemente no. La boca de Nana formó una línea, y me giré para mirar el techo. —Creo que deberías. Hablé con Suzie Sirico. Ella puede hacer un hueco para venir a verte hoy. —Por favor, detén esa cosa de Suzie. Nada va a suceder. Nana suspiró y se marchó con el mismo ritmo rápido con el que llegó. Tenía el presentimiento que para ella, mi tiempo en mi cama, empapada de dolor, tenía un límite de cuarenta y ocho horas para expirar. Pero el tiempo no parecía importar más. Era algo que podía alargarlo o acortarlo o arrojarlo al suelo como yo quisiera. En el fondo de mi mente borrosa y

vibrante, sabía que hoy era martes. Imaginé el ritmo en la semana escolar, el aire silencioso que rodearía a la Extraña de Laurel. Las personas quienes habían presenciado mis repentinos gritos y lo más importante: Joe, quien me besó en ese momento. No podía siquiera pensar en ello. Me giré hacia la pared y me cubrí la cabeza con una almohada, luego oí a Masher entrar, el ligero tintineo de su collar. Nana debió haber dejado la puerta entre abierta del dormitorio. Sniff, sniff, snif, escuché sus olfateos mientras mis hombros subían y bajaban. Oí un ruido sordo cuando dejó caer su trasero en el suelo, thump, thump, su cola golpeaba el piso. Normalmente le tomaba a Masher un par de segundos notar que no respondería para marcharse, después escucharía el suave tintineo alejándose al irse. Pero ahora el thump, thump, seguía golpeando. Aparté la almohada de mi rostro y me giré hacia él. —Lo siento, amigo, hoy no. Pídele a Nana que te deje salir al patio. Masher estaba inclinando su cabeza y abriendo mucho sus ojos, como los perros hacen cuando tratan de hacerte mover, pero justo ahora, él le pertenecía a la persona que había causado el más vergonzoso momento de mi vida. Rodé sobre mi espalda y esperé el sonido de él yéndose, lo cual tomó unos segundos. Luego escuché el sonido por el pasillo de Masher lloriqueando, y Nana murmurando algo, y la puerta trasera abriéndose y cerrándose. Fue lo último que oí antes de caer profunda y verdaderamente dormida sin sueños.

—¿Laurel? Suenas rara. —Acabo de despertar de una siesta. Había estado durmiendo durante ocho horas cuando llamó Meg, y Nana trajo el teléfono y me hizo sentarme. La luz de la tarde viajaba por mi habitación, y aunque mi cuerpo estaba medio descansado, se sentía pesado, como si estuviera muriendo de hambre. —¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Meg, su voz insegura nuevamente. Odié escucharla así conmigo. —Dormía. Eso es bueno, supongo. —Quería preguntarle sobre la escuela, sobre Gavin. Tenía el vago recuerdo de Meg sosteniéndome la otra noche, su peinado desecho, los tirantes de su vestido torcidos sobre sus hombros de la sesión de besuqueo interrumpida en la limusina. Pero las palabras no vinieron.

—Eso es definitivamente bueno —dijo, luego respiró rápido y agregó—: Sé que esta es la última cosa que quieres saber justo ahora, pero tengo que hacerte una pregunta. —De acuerdo. —Sobre PAE. Ugh. PAE significa Programa de Artes Escénicas. Era un campamento en la provincia. Unos meses atrás, Meg y yo habíamos codiciado el trabajo de verano como asistentes de consejeros. —Lo olvidaste —bromeó con suavidad. —No —mentí, mi garganta repentinamente seca. —Bueno, nuestra documentación debe estar lista esta semana. —Dijiste que tenías una pregunta. —¿Aún vas a hacerlo? ¿Conmigo? Cuando fui entrevistada para el trabajo, el director me preguntó porque lo quería, y respondí—: Porque amo el teatro, en especial todo lo que pasa detrás de las escenas, y quiero compartir mi amor con los niños. Creo que tengo mucho que dar a los campistas. Pero ahora parece que fue hace años cuando tenía algo que dar a los demás, especialmente a un grupo de estudiantes amantes del drama. —No creo que pueda —le dije a Meg, luchando por mantener mi voz suave. —Eso es lo que me imaginaba, pero… tenía que preguntar —se detuvo—. ¿Te parece bien si yo lo hago? Habíamos ido a la entrevista juntas, y cuando nos enteramos de que fuimos contratadas, nos enviamos mensajes la una a la otra con millones de signos de exclamación. ¡Un verano juntas! ¡Trabajando en un campamento! ¡Con chicos guapos como consejeros! —Deberías hacerlo —dije, luego, más entusiasta—, quiero que lo hagas. —De acuerdo. —Hizo una pausa—. Te extraño. —Hablaremos más tarde. —Fue todo lo que pude responder de regreso, antes de colgar la llamada y arrastrarme de regreso debajo de las sabanas para llorar.

Las escaleras de nuestra casa por lo general crujían, pero sabía donde pisar para evitar eso. En algunos escalones crujía a la izquierda, en otros al lado derecho, y en algunos exactamente en el medio. Puse mi pie en un escalón y suavemente moví mi peso sobre él, recordando cuando tiempo me había tomado descubrir ese dulce punto. Años, en realidad. Levantarme a la mitad de la noche por un vaso de leche era algo que hacía siempre. Desde que yo era un bebé, tomaba de mi vasito en la cama. Mis padres me lo permitían, probablemente porque me ayudaba a dormir toda la noche, pero al crecer a la edad de cinco quisieron ponerle fin a todo eso. Me ofrecieron un vaso de agua en su lugar, pero me rehusé. Cuando despertaba y alargaba mi mano para buscar el vaso notaba que no estaba más, y comenzaba a encapricharme por no poder beber leche y no podía apartar mis malos sueños. Empecé a bajar a la cocina a tomar un trago del galón del refrigerador, bebía directamente de la botella, y entonces subía las escaleras y regresaba a dormir. Incluso a pesar del baile, era una de las cosas que además del baño, hacía que me aventurara para salir de mi dormitorio. No quería que Nana lo supiera. Era consciente de que ella no perdía de vista mis visitas al baño, podía sentirla escuchando mis movimientos a través del pasillo y de regreso. Ella y Masher eran iguales en ese sentido; si las orejas de Nana pudieran levantarse como las de un perro cada vez que la puerta de mi habitación se abría, estoy segura de que eso pasaría. Pero Masher era el único que conocía mis viajes de leche. Acababa de llegar a la cocina y alargar mi mano hasta la puerta del refrigerador cuando escuché el tintineó de su collar y sus pisadas en el suelo detrás de mí. Antes del baile, esa compañía era bienvenida, me tomaba unos momentos acariciándolo antes de regresar escaleras arriba. Ahora él me miraba mientras abría el cartón de leche y lo llevaba a mis labios, una intrusión molesta. Lo ignoré. Cuando terminé, miré la caja de cartón. En el pasado, siempre era un galón grande; necesitábamos mucha leche en la casa, entre Toby y yo bebiendo y el café de papá y el té de mamá, y el cereal y el omelet y las ocasionales recetas de cocina. No había notado la diferencia hasta ahora; Nana compraba menos leche. Miré a mí alrededor en la oscuridad en la mitad de la cocina, iluminado sólo por la luz de la estufa. ¿Qué más había cambiado? En la despensa, los estantes se encontraban llenos, pero las cosas familiares habían desaparecidos. Como los Cheetos que Toby tanto amaba. Mi madre los compraba para él y luego se quejaba de que ensuciara de polvo naranja todo lo que él tocaba.

El mostrador estaba limpio. Eso era inusual. Mi mamá y papá jugaban un juego de turnos para limpiar el mostrador. Cada uno pensaba que era el turno del otro y después se rendían con un suspiro de resentimiento. Lo cual no ocurría muy a menudo; las migajas y manchas eran cosas que había dejado de notar hace mucho. Entonces noté el juego de cuchillos. Nadie en nuestra casa podía meter los cuchillos correctamente en las ranuras. Cada uno tenía su propia manera de hacerlo. Papá siempre los ponía hacia la izquierda porque era zurdo, mamá y yo lo hacíamos al azar. Toby siempre ponía los cuchillos pequeños en las ranuras grandes por pura pereza. Pero ahora estaban perfectamente organizados, cada uno en su lugar, cada cuchilla hacia la derecha. Tomé uno y se veía más brillante, más nítido que nunca. Sosteniendo la hoja de cuchillo contra la palma de mi mano, se veía tan claro contra mi vida llena de sombras ahora. Las manchas en él se habían ido, como las personas y todo lo conectado a ellos. ¿Estaba esto en mi futuro? Cada momento, cada pequeña cosa que viera e hiciera y tocara me recordaría la pérdida. Cada espacio en esta casa y en mi ciudad y en el mundo en general, sería un vacío que nunca podría ser llenado. No puedo hacer esto. Ese pensamiento me doblegó y me senté en el suelo, el cuchillo en mi mano. Y además, ¿por qué debería hacerlo? Viendo la planta del cuchillo en contraste con la textura de la piel de mi muñeca, no pude alejar la peligrosa pregunta fuera de mi mente. ¿Vale la pena vivir con todo este dolor? Había visto las películas en mi clase de salud y había asistido a las asambleas escolares. Me había considerado a mí misma deprimida algunas veces, en la secundaria y por un buen mes en el noveno grado. Me pregunté sobre las diferentes maneras en que puedes acabar contigo mismo, y cuál sería la que yo elegiría si llegara a ese punto. ¿No es lo que todo el mundo se pregunta? Pero la palabra suicidio siempre ha parecido más bien un cliché. Sí, sí. No tomas esa “decisión final.” ¡Sólo deberías hacerlo! Pero ahora veía esto de manera totalmente diferente. —¿Sabes cómo se suicidó Hemingway? —me preguntó una vez mi papá cuando me vio leyendo Adiós a las Armas para mi clase de inglés—. Puso un arma en su boca y tiró del gatillo. Le tengo un gran respeto por eso. Es complejo, pero es rápido. ¿Quién quiere desangrarse hasta morir en una bañera o caer desde la azotea de un edificio?

—Me gusta más estrellar el auto a exceso de velocidad contra la cochera — dije. Mi padre y yo teníamos ese tipo de conversaciones, horrorosas, de hecho en broma. —Demasiado cobarde —dijo—. Es como irte a dormir y no es complicado o doloroso. Quiero decir, si vas a hacerlo, ¡Entonces, hazlo! Si vas a hacerlo, ¡Entonces, hazlo! No había nada en este momento para detenerme. Miré el cuchillo otra vez por lo que pudo haber sido dos segundos o dos minutos. Todo a mí alrededor y dentro de mí se congeló. —¿Laurel? La voz de Nana fue como un teléfono sonando, un sonido alto y claro. La cocina se inundó de luz. Levanté la mirada a ella, mientras me observaba a mí y luego al gran utensilio en mi mano. Su expresión me hizo dejarlo caer al suelo con un ruido metálico

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La oficina de Suzie Sirico era en realidad sólo un pequeño estudio en su gran casa. Estaba en el primer piso y tenía su propia entrada en la parte trasera de la casa, y me sentí un poco como personal contratado mientras caminaba por los escalones a través del pasto hacia una puerta de madera blanca. Adentro había un sofá y dos sillas, con una mesa de café entre ellas. Todo era mullido y con un estampado brillante, como una de esas habitaciones que ves en catálogos pero no puedes imaginar a gente real usándola. —Oh, mira —decía mi mamá cuando esos catálogos llegaban por el correo—. La forma de comprar para gente que no tiene estilo pero quieren pretender que sí lo tienen. —Ella podía ser una snob acerca de quien nació con un ojo artístico y quien no. Suzie se sentó en una de esas sillas cuidadosamente diseñadas, con un bloc de notas y una lapicera en su regazo, descansando su mano en su barbilla mientras me miraba curiosamente. Me senté en el extremo del sofá, el más alejado de Suzie, con mis manos trabadas en mis rodillas. Estaba aquí. Bañada, vestida, fuera de la casa. —Laurel, vas a hacer esto. Por mí. ¿Sí? —casi preguntó Nana la noche anterior mientras me llevaba a la cama. Sí, iba a hacerlo. Por ella. Ahora, Suzie sonreía un poco, todavía curiosa, como si yo fuera un paquete que encontró en la puerta de su casa y no quisiera abrir todavía. Habíamos estado sentadas en silencio por un minuto. —Me alegra que estés aquí —dijo finalmente. No era una pregunta así que no respondí. —Escuché que Gabriel Kaufman fue movido a unas instalaciones de cuidados a largos términos en New Jersey, y que David se está quedando con familiares cerca de ahí.

—Oh. —Sólo el escuchar el nombre del señor Kaufman era como una bofetada en mi cara, pero no lo dejé ver. —Pensé que quizás habías oído de él, ya que todavía tienes a su perro. —Lo hizo sonar como si hubiera pedido prestado uno de los CD de David y siguiera olvidándome de devolvérselo. —No lo hice. —Miré mis pulgares alineados uno al lado del otro y noté como los pliegues de los nudillos no coincidían exactamente. —Mencioné a David porque entiendo que recientemente tuviste una mala experiencia con el. —Sí, gracias por recordármelo—. ¿Quieres hablar de eso? La miré y sólo sacudí mi cabeza. Suzie me consideró por un segundo, luego escribió algo en su libreta. Observé la punta de su lapicera menearse mientras hacía un sonido de suaves arañazos, como si le susurrara algo. —Está bien —dijo abruptamente dejando la libreta en la mesa junto a ella—. Entonces tengo algo divertido que me gustaría mostrarte. Suzie se paró y fue hacia la biblioteca, encontró una caja de madera al lado de una figura de un hada sentada en una roca, y se volvió a sentar. Abrió la caja y sacó lo que parecía una baraja de cartas de gran tamaño. —Las llamamos Tarjetas de Emociones Descontroladas —dijo, sonriendo mientras miraba una—. Pienso en ellas como un juego. Te muestro una tarjeta con el principio de una oración, y dices lo primero que te viene a la mente para completarla. ¿Lo intentamos? Eso sonaba estúpido pero ni siquiera tenía la energía para decirlo, era mas fácil encogerme de hombros y asentir. Suzie sacó una carta, la miró con otra sonrisa y me la entregó. Debajo de un dibujo de una flor marchita estaba escrito: CREO QUE CUANDO ALGUIEN MUERE, ELLOS… Me están cuidando. Eso es lo que apareció en mi cabeza, tomándome por sorpresa. Pero no podía decirlo en voz alta. Odiaba pensar a lo que ello llevaría. En vez de eso, dije—: Se van. Suzie levantó una ceja. —Se van, ¿cómo? —Sólo se van. Miré la carta expectante, como Golpéame de vuelta. Frunció el ceño pero me entregó la siguiente. ESTOY ENOJADO PORQUE…

Nada irá según lo planeado. No. —Tengo que estar aquí hoy. Suzie me miró, de vuelta con curiosidad y cuidadosamente dejó la carta en la baraja. Se tomó un gran trabajo para lentamente remplazar la primera tarjeta, poner la pila en la caja, y dejarla en la mesa junto a la libreta. Sus movimientos parecían calmados, aunque hostiles. —Laurel —dijo, mirándome ahora con compromiso, su cara libre de preguntas—. ¿Crees que tu relación con tus padres y tu hermano terminó? La fuerza de eso me hizo despegar. Mis hombros golpearon el respaldo del sillón y mis manos salieron de entre mis rodillas. No sabía que hacer con ellas así que las doblé sobre mi estómago. —Claro que se terminó. Están muertos. —¿Así que nunca más van a volver a ser parte de tu vida? —Bueno, sí. Están muertos. —¿Por qué tenía que seguir repitiendo esto? ¿Me había confundido con alguien más? —¿No van a tener ninguna influencia en ti? ¿No van a contribuir en quién eres o en las decisiones que tomes? Ahora fue mi turno de mirarla con curiosidad. —Laurel, sufriste una perdida terrible. Peor de lo que mucha gente puede imaginar. Pero puedes sobrevivir a este trauma, y una de las muchas maneras que te van a ayudar a hacerlo es pensar en tu relación con tu mamá, tu papá y tu hermano como cosas que puedes trabajar y descubrir, aunque esas personas que amas no estén viviendo. Sentí algo abrirse dentro de mí, y el calor de lágrimas en mis ojos. Era un calor extraño, de alivio. Suzie no sonrió, ni asintió, ni actuó toda victoriosa. Me miró con más determinación. —Esto va a ser duro Laurel. Pero valdrá la pena.

Esa noche dormí, pero me levanté temprano con el sonido de alguien con arcadas y tos. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Selina mirando con disgusto a la fuente del ruido. Que era Masher, en el medio de mi habitación, escupiendo algo en la alfombra violeta. Había una mancha rosa al lado de una pila de mi ropa.

Asqueroso, pensé. ¿Qué había comido que era rosa? Pero mis habilidades como pintora me recordaron, rojo y violeta hacen rosa. Estaba vomitando sangre. Salté de la cama y agarré a Masher gentilmente de las orejas, forzándolo a mirarme. Sus ojos estaban inyectados de sangre, y aunque era la primera vez que lo tocaba en días él pareció no reaccionar. Sólo sacudió la cabeza y cayó en el suelo, donde noté una mancha más vieja a unos centímetros. —¡Nana! —grité. Escuché unos pasos desenfrenados haciéndose más fuertes, y luego Nana entró en mi habitación, en pánico. —¿Qué? ¿Qué pasó? —Masher está enfermo. Cerró sus ojos y puso su mano en el pecho. —¡Por el amor de Dios Laurel! —Su respiración se estabilizó—. ¿El perro? —¿Notaste algo anoche? Nana miró a Masher desagradablemente al principio, luego tiernamente. —No. Quería salir, así que lo dejé. Volvió un poco más tarde de lo habitual, tal vez. —Creo que tenemos que llamar al veterinario. El número está en la lista de emergencias junto al teléfono. Nana me miró y luego a Masher. No se quién se veía más patético. —¿Quieres que lo busque? —Sí, si puedes —dije. El doctor Fischer había sido nuestro veterinario por años. Su hija estaba en la clase de Toby. Pensé en ella y su clase mirándome. Sabiendo lo que había pasado en la noche de la graduación. Nana se encontraba casi en la puerta cuando dije—: No creo que pueda llevarlo ¿Podrías hacerlo? Se volteó lentamente. —No Laurel. Tú trajiste al perro. Tú eres responsable de él. Miré a Masher, sus ojos no suplicaban más, y retiré la cara de David de mi mente así ya no la conectaba con el perro. —Entonces tráeme las páginas amarillas —dije—. Encontraré otro veterinario.

El Hospital de animales Ashland se hallaba en la calle Ashland en la ciudad al este de la nuestra, pero por suerte para ellos estaban primeros en la guía telefónica. Nana se estacionó y me miró por el espejo retrovisor. Me senté en el asiento trasero con Masher en mis brazos. —¿Quieres que llame a la abuela de David? Estoy segura de que se puede poner en contacto con él. —¡No! —dije. —Laurel, él debería saber. —Es mi culpa que él se enfermara. Yo trataré con esto. —Le tendrás que decir en algún momento. —No si puedo evitarlo… —Mi voz estaba en el borde de la ira. Sólo podía ver los ojos y las cejas de Nana enmarcadas en el espejo pero por su silencio supe que lo entendía —¿Quieres que entre? —preguntó, suspirando. Rindiéndose. —Sólo si quieres. —Traje un libro —dijo señalando la cubierta en el asiento al lado de ella, lo cual supuse significaba que se iba a quedar leyendo en la comodidad del auto y no en la sala de espera. —Está bien. Te tendré informada. Agarré la correa de Masher y lo bajé del auto, luego lo guié lentamente hacia el edificio. En el segundo que entramos, un perro pequeño con un suéter rojo nos empezó a ladrar. Masher podría habérselo tragado como a un bocadillo, pero se acobardó y eso me dijo que tan mal se sentía. Llegamos al escritorio rodeando la habitación, lejos del ruidoso mini-lo que fuera. Cinco minutos después nos encontrábamos en una sala de examinación con Masher acostado en una camilla mirando la pared. Seguí su mirada hacia un póster con dos gatitos esponjosos usando lentes de sol y boinas, con la frase “¡Un par de gatitos con onda!” —Sí —dije—. Eso está mal. Hubo un rápido golpe en la puerta antes de que el doctor entrara.

—Hola, soy el doctor Benavente —dijo en una voz que sonaba mucho más joven de lo que parecía. Tenía el pelo como sal y pimienta y grandes anteojos, y parecía más como un científico loco en esa bata que a un veterinario, pero también como alguien en quien podías confiar. —Soy Laurel, y este es Masher. Le sonrío tristemente a Masher. —Hola, amigo —dijo. Luego como si fuera una idea tardía, me miró y agregó—: Encantado de conocerte. Así que ¿qué está pasando con este chico? ¿Me dicen que está tosiendo sangre? —Sí, y se ve bastante fuera de sí. —¿Empezó esta mañana? —Sí. —Eso pensaba. La verdad es que podría haber estado así un día o dos y ni me habría enterado. Miré al Dr. Benavente examinar los ojos, oídos, y boca de Masher, y tocar alrededor del collar. Su cara era como una piedra, no podía leerla. —¿Tiene diarrea? ¿Algo con sangre? —preguntó. —No... No lo sé. —¿Cómo podía decirle que nadie lo había estado paseando últimamente? Luego recordé algo del día anterior: Nana gritándole abajo, diciendo cosas como “asqueroso” y “no deberías hacer eso” suficientemente alto para que lo escuchara. El Dr. Benavente me miró diferente ahora, como si hubiera caído en otra categoría para él. Alguien que no cuidaba bien de una mascota. —Vamos a hacerle algunos estudios, pero creo que este chico ingirió veneno para ratas. Desafortunadamente eso es muy común; para los perros el veneno de ratas se parece a croquetas. Pero también es potencialmente letal para ellos. Me parece que lo detectamos a tiempo, pero va a necesitar tratamiento de emergencia. Puse mi mano sobre mi boca y luché por decir algo inteligente. —¿Entonces por qué hay sangre? —Algunos venenos matan interfiriéndose con la coagulación de los animales, así que Masher está sangrando internamente. Me parece que lo ingirió hace al menos veinticuatro horas, así que es muy tarde para inducir el vomito, pero podemos darle inyecciones de vitamina K que van a ayudar a la coagulación y parar las hemorragias. Me gustaría tenerlo aquí un par de días para tratarlo y observarlo. ¿Está bien? Me tuvo en “sangrando internamente”. Las lágrimas bajaban por mi cara, y ni siquiera podía mirar a Masher; tenía que concentrarme en los ridículos gatitos para mantener un poco el control. —Por favor hagan todo lo que tengan que hacer.

—Sal y dale esto a Eve —dijo, entregándome un papel amarillo con una letra incomprensible—. Empezaremos y te daré noticias tan pronto tengamos alguna. Sólo asentí y mientras el Dr. Benavente levantaba a Masher, lo miré y dije—: Lo siento tanto… —Antes de salir corriendo. En el escritorio principal, una chica un poco mayor que yo, tal vez estudiante, golpeaba los botones de un fax y maldiciendo por lo bajo. —Se supone que le tengo que dar esto a Eve —dije moviendo el papel amarillo. —Esa soy yo —dijo, estirándose para agarrarlo. Miró las notas y su labio inferior sobresalió—. El envenenamiento es duro pero están en buenas manos. —Gracias. —¿Quieres que haga un estimado de los costos? Los costos. Antes de saberlo estaba llorando de vuelta. —Oh dios, por favor no llores… —dijo la chica—. Va a estar bien. Hay formas en las que podemos ayudarte si hay un problema financiero. Sollocé y sacudí la cabeza. —No, no es eso. Quiero decir, un poco. Pero en realidad me siento terrible. Este ni siquiera es mi perro, pero es mi culpa que se haya enfermado así que por supuesto debería… —¿Este no es tu perro? —preguntó Eve con una nueva preocupación. Tenía un flequillo largo y rubio que le cubría la mitad de los ojos. —No oficialmente. Yo… él vive conmigo, pero no es… —Miré a Eve que me escuchaba confundida e interesada. Ella no me conocía o a David o lo que había pasado. Por esto vine acá. Me di cuenta de que era la primera vez desde que perdí a mi familia que estaba con gente que no sabía del accidente, lo que se sentía frustrante y libre a la vez. —Su dueño no puede cuidarlo por el momento… —finalmente continué estabilizándome—. Así que lo cuido por un tiempo. La cautela de Eve se convirtió en una gran sonrisa, como si ahora estuviera hablando su lenguaje. —Bien por ti —dijo aprobatoriamente. Me miró por otro segundo y luego dijo—: Oye, no sé si estás buscando trabajo, pero necesitamos alguien para ayudar en la oficina por el verano. Tenemos a una estudiante, pero se va la semana que viene. Me congelé por un momento. ¿Un trabajo?

—¿O tal vez conoces a alguien? Iba a poner un aviso en la escuela secundaria. Son sólo unas pocas horas a la semana. No estoy segura de cuánto tiempo tienes. Pensé en Nana en el auto y en Meg en la escuela y en la inmensa, expansión de mi cama. Luego pregunté—: ¿Puedes decirme más sobre que se trata?

¡KIERO VERT! ¿PUEDO IR? Le mandé un mensaje a Meg apenas llegamos a casa. El cielo se había vuelto blanco y el aire estaba más pesado, preparándose para algo. Pero después de mi mañana, el golpe de ver a Masher sufriendo y tener que dejarlo en el veterinario, y luego arreglar para ir el lunes para mi entrenamiento como asistente, no me sentía como para quedarme en casa. ¿ME STAS CARGANDO? VN EN CUANTO PUEDAS. Me respondió. —¿Está bien si voy a lo de Meg? —le pregunté a Nana. Sus ojos brillaban. Ya habían chispeado un poco cuando le pedí permiso para trabajar en lo del veterinario. Cualquier cosa que me sacara al mundo, a hacer cosas, aparentemente causaba que algún poder saliera de ella. —Por supuesto. Sólo llámame si piensas que vas a tardar. Asentí y me dirigí hacia su casa. Era la primera vez desde el accidente que caminaba la distancia entre mi casa y la de los Dill, en vez de manejar. Y me golpeó, es verano. Todavía era primavera cuando mi familia murió, los árboles recién empezaban a crecer. Ahora siete semanas después una delgada tela verde cubría las casas de mi vecindario y caía en matas a lo largo de ambos lados del camino que había caminado tantas veces en mi vida. El viento volaba todo en su camino y el zumbido de las chicharras subía y bajaban con el mismo ritmo. Estaba acostumbrada a notar escenarios y paisajes debido a mis pinturas para el club de drama. Esta vez era como si el paisaje me notara a mí. Pensé en Masher. Parte de mí se preguntaba si lo había hecho a propósito, comer el veneno para ratas —probablemente en la casa de algún vecino en sus salidas nocturnas— sólo para herirme por haberme alejado de él. Era como si dijera: La terapia es genial pero en algún punto vas a tener que prestarle atención a las cosas. Como a mi mejor amiga.

Cuando llegué a casa de Meg, abrí la puerta trasera y la llamé, luego caminé a través de la cocina pasando el desayunador bajo el cual unas letras bordadas dentro de un marco decían “Bendice Esta Casa”. Aunque nuestras casas fueron construidas el mismo año por la misma compañía, y tenían casi la misma disposición excepto por algunas pequeñas diferencias —en la casa de Meg la L de la cocina doblaba a la izquierda y en la mía a la derecha— dentro eran mundos aparte. La señora Dill decoraba sus habitaciones con muebles y telas de Pottery Barn así que todo combinaba. No estaban llenas con quince diferentes cosas de ocho distintos viajes al extranjero, como la nuestra. La casa de Meg se veía mucho más como las casas que ves en películas y comedias y a veces la envidiaba por eso. —¿Hola? —grité desde las escaleras. Escuché como se abría la puerta del cuarto de Meg, luego se cerraba, y como Meg corría por el pasillo. —Hola —dije. No paró, en cambio, me abrazó fuerte. —No puedo decirte lo feliz que estoy de que hayas llamado —dijo agarrando mi codo y empujándome hacia la puerta—, vamos a dar un paseo. Justo antes de que volteara para seguirla, escuché voces viniendo de la habitación de sus padres y música fuerte de la de Mary. Afuera, Meg sacudió su cabeza a los bosques detrás de su casa y la seguí sin poder mirarle la cara. Pero algo en la forma que sus hombros se cuadraban ángulos rectos me dijo que ella no estaba bien. Una vez que paramos, pasando la pared de árboles que delimitaba la propiedad de los Dill, tiré de la parte de atrás de su camiseta. —¿Qué pasa? —pregunté suavemente. Se volteó hacía mí, viéndose un poco culpable. —Necesitaba alguien con quien hablar pero tenía miedo de llamar —dijo, como una disculpa. —Bueno, estoy aquí. Meg miró la tierra y las rocas que nos rodeaban, luego de vuelta a mí. —Mi papá estuvo afuera toda la noche. Volvió esta mañana y… —Paró y sus ojos recorrieron mi cara—. Te ves distinta. ¿Estás bien? —Algo pasó hoy pero te lo digo después. Tu papá estuvo fuera toda la noche, volvió a casa y… Tomó una pausa, luego sacudió su cabeza. —No, está bien. No es gran cosa. Él y mi mamá sólo tuvieron una pelea y medio como que me asusté. Quiero escuchar sobre lo que te pasó. —¿Estás segura? —pregunté. Era extraño ser la que ponía la mano en su codo y sonaba preocupada.

—Positivo —dijo Meg, y me indicó que siguiera caminando. Así que hicimos nuestro recorrido habitual por los bosques pasando las casas de los vecinos, hacia una roca plana lo suficientemente grande para que se sentaran dos personas. Le conté sobre Masher y el veterinario y Eve y el trabajo. —Eso es terrible, pero que bien lo del trabajo —dijo—, ¿así que supongo que no vas a volver al colegio este año? —Dijo esto con una casualidad fingida, especialmente lo de “volver al colegio” mirando los arbustos. —No estoy lista. Igual son sólo dos semanas, ¿cierto? Meg asintió pero siguió sin mirarme. No estaba segura si mi ausencia en la escuela hacía las cosas más fáciles o más difíciles para ella. —Deberías mandarle un mensaje a Joe —dijo finalmente. —Ese barco ya partió —contesté rotundamente—, se fue. —Oh, creo que ese barco puede estar rodeando el puerto. Él preguntó por ti un par de veces. —Si quisiera saber cómo estoy, me podría haber mandado un correo. Se encogió de hombros. —Es un chico. ¿Qué esperabas? No tenía una respuesta para eso. Estuvimos en silencio por unos momentos. —Oye, ¿quieres ver mis fotos de Six Flags? —dijo de repente—. Algunas son muy graciosas. —Por ahí en otro momento. —O nunca. No tenía ganas de ver al resto de mis compañeros divirtiéndose en el viaje de fin de clases al parque de diversiones. Tuvimos otra pausa. Esta vez yo llené el silencio. —¿Todavía hablan de mí? ¿Sobre la noche de graduación? Meg hizo una pausa. —No, creo que pararon. Por suerte, alguien rompió cuatro ventanas en el ala de ciencias, y ese es el tema del momento. —Cuando encuentren quien lo hizo —dije—, recuérdame que le agradezca. Sonrió y luego se puso seria. Se estiró y me tocó el hombro. —Va a ser un buen verano, Laurel. Lo haremos un buen verano. Tenía razón, y la abracé, y mientras teníamos nuestros brazos alrededor de la otra hice una nota mental para averiguar, algún día pronto, la historia completa de su papá no llegando a casa y por qué estaba tan desesperada por hablar. Algún día pronto.

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Masher iba a estar bien. Luego de dos días en el hospital ya estaba listo para ser dado de alta, y Eve me llamó de Ashland para compartir las buenas noticias. Nana recibió más de sus cosas vía UPS esa mañana, enviadas por uno de sus amigos. Me paré en la puerta de la habitación de huéspedes y la miré desempacar sus cosas en el viejo placar que mi mamá y yo una vez cubrimos con flores pintadas. Mamá me dijo—: ¡Cariño, tus rosas tienen dimensiones! —Y ni siquiera estaba segura de como lo había logrado. Era una de las primeras veces que ambas habíamos pensado que quizá tenía un poco de talento en esta área. En los siguientes meses encontramos y decoramos otra docena de muebles: una mecedora con viñas recorriéndola, un baúl de juguetes con el alfabeto. Cuando nos quedamos sin espacio para nuevas piezas, mamá quiso que pintáramos un mural en la pared del vestíbulo, pero mi padre rechazó la idea, diciendo—: Va a parecer un grafiti, y los vecinos se van a asustar cuando vengan. Ahora, miraba a Nana sostener una bufanda de seda y mirarla cariñosamente antes de dejarla en uno de los cajones cubiertos de rosas. Miró hacia arriba y se sorprendió cuando me vio. —Oh, no te vi ahí. —Masher ya puede venir a casa. Me miró como, Oh, Dios. —Voy a ir a buscarlo. —¿Quieres que te lleve? —Gracias, pero… no. Puedo hacerlo yo sola. Me tengo que acostumbrar a manejar al trabajo, ¿no? Empieza con cosas pequeñas, dijo Suzie en nuestra segunda sesión ayer, sólo métete en ellas y ve como se siente. Iba a ir a verla dos veces por semana por un tiempo.

Así que me di vuelta, bajé las escaleras, sacudiendo las llaves del auto para mostrar que, sí, realmente iba a hacer esto. El asiento del conductor del Volvo siempre olía como a mi mamá, una combinación rara de café y frutillas. Ahora eso se había ido, el perfume de Nana — lápiz labial y laca para el pelo— había tomado su lugar. Descansé mi mano en la rueda delantera y se sintió bien. Miré al auto de mi papá, un Volkswagen deportivo verde que él había estado tan emocionado de comprar por que le recordaba al conejo que había tenido en la secundaria. Hola, auto de papá, pensé. Te sacaría a dar una vuelta pero él nunca me enseñó como manejar un auto con cambios. Cinco minutos después dirigía el Volvo al hospital de animales, yendo lento primero y llegando al límite de velocidad luego de un rato. No me sentía asustada o nerviosa, y eso me sorprendió un poco. Para cuando llegaba a casa con Masher en el asiento del pasajero al lado mío, manejar se sentía bien. Él sacaba la cabeza por la ventana, dejando que su lengua colgara en el viento con esa mirada de perro de “¿Realmente está oliendo?” En su cara y pensé, este es un momento donde todo esta bien. Masher no tenía la misma energía cuando lo bajé del auto pero fue felizmente hacia la casa, con compromiso. Era ese compromiso que me tiraba del corazón y me recordaba la desatención de a quien pertenecía, o las otras cosas que me sentía o no capaz de hacer, era su guardián ahora. Adentro, Nana estaba aspirando la sala. —¿Esperamos a alguien? —bromeé. Nana apagó la aspiradora y miró a Masher. —Se ve bien —dijo, luego de una pausa agregó—: David va a venir a verlo. Va a estar aquí en una hora. Rápidamente apartó su mirada de mí y volvió a prender la aspiradora. El calor recorrió mi cuerpo, empezando con mi cara y bajando. Haciéndome enfermar de repente. —¿Por qué hiciste eso? Mantuvo sus ojos en la alfombra aunque sabía que me escuchó, cosa que no era para nada como ella. Era claro que tan culpable se sentía. —Sé que estás enojada con él —dijo sobre el sonido de la aspiradora. Lo dijo tan casualmente que desencadenó algo en mí. —¿No estás enojada también? Ahora apagó la aspiradora y me miró, sin sorprenderse por la pregunta. — Estoy un poco enojada. Él no debió haber dicho lo que sea que dijo para

molestarte. Pero no deberíamos juzgar a las personas por algo que pasó una sola vez. —No creo que pueda hacerlo con él. —Es difícil. Pero estuve alrededor un largo tiempo, y aprendí las cosas en la forma dura. —Se veía sabia, su cara llena de historias que todavía tenía que oír. En vez de pedirle que se explicara, solté—: ¿Por lo menos estás enojada con el señor Kaufman? Nana frunció sus labios por un momento como si nunca se le hubiera ocurrido que yo pensara sobre esas cosas. Tomó aire y lo mantuvo, lo que sabía era su forma de prepararse para decir algo importante. —Sí. Rompí mi regla en eso. —Hizo una pausa—. Pero si no puedo cambiar algo no gasto energía en eso. Tu abuelo murió tempranamente porque se preocupaba por cosas sobre las que no tenía control. Esas historias si las había escuchado. Mi abuelo era un clásico tipo A y cuando tuvo el ataque al corazón a los sesenta y cinco años, estaba a sólo dos semanas de retirarse como abogado de familia. —Tenía que decirle a David sobre su perro. Era lo correcto y lo sabes — agregó Nana—. Puedes estar aquí o no. Es tu decisión. Todavía tenía las llaves del auto en la mano, y trazando las ranuras de la llave con mi dedo me llevó de vuelta ese momento donde todo estaba bien. Sin despedirme, di la vuelta y salí por la puerta, cerrándola antes de que Masher pudiera seguirme.

Manejé por más de una hora, tomando una ruta alternativa, recorriendo las calles de la ciudad. Algunas eran familiares al punto de conocer quien vivía en cada casa. Algunas sólo las conocía de algún recuerdo. Este es el camino que usábamos para ir al centro comercial Brichwood. Esta es la mejor calle para hacer dulce o truco. Llegaba a una intersección sin saber si ir a la derecha o a la izquierda y luego giraba las ruedas en la dirección que me parecía en el último segundo. Eventualmente pasé la secundaria y luego seguí por el viejo camino que terminaba en mi vieja escuela primaria. Era un edificio cuadrado, desmadejado, todo de ladrillos y vidrio, y miré las ventanas de lo que había sido mi aula en tercer grado. Me estacioné en el estacionamiento para padres, mirando a un grupo de chicos correr de acá para allá. Debían de tener nueve años. Tener una vida simple

sobre la familia y los amigos y quien estaba enojado con quien y que juegos querías jugar en el receso, y conseguir estrellas doradas en los exámenes de deletreo, y sentir ese primer amor. Laurel, tenías todo en ese momento y ni siquiera te diste cuenta. En vez de arriesgarme a que alguien llamara a la policía por la extraña chica que lloraba en su auto, empecé a manejar de vuelta. Según el reloj del auto había estado manejando por una hora y media. Decidí pasar por la casa a ver si David ya se había ido. En algún momento tendría que verlo, pero no hoy, estaba empezando a sentir que valía la pena salir de la cama. Pero cuando doblé en la calle de Meg, ahí estaban. David y Masher caminando solos por el costado de la calle. Tenía que ir más lento para evitarlo, y no había manera de que no me viera. Podía seguir manejando. Podíamos ignorarnos mutuamente. Pero luego me saludó y yo como una idiota, por instinto, lo saludé de vuelta. Así que no tenía opción más que detener el auto. —Hola, Laurel —dijo a la ventana abierta, tirando un cigarrillo al piso y pisándolo. Se veía más cansado, más demacrado que una semana atrás en la graduación. Tenía unos círculos oscuros bajo el borde de sus lentes de sol, su pelo como si no lo hubiera peinado en días. Sus pantalones cubiertos de parches, flojos en la cintura, y me di cuenta que había perdido mucho peso. No tenía nada para decir así que miré a Masher, quien estaba radiante con una incongruente pero entendible mirada de pura felicidad. —Lo está haciendo bien —dije finalmente, sin mirar a David. —Sí. Gracias a ti. —Su voz era suave y casi agradable. —Uh… casi se muere, gracias a mí. —Ahora miraba un árbol. Examinándolo como si hubiera una razón para hacerlo. —Laurel, no te hagas eso a ti misma. Me volteé hacia David, un poco sorprendida por la amabilidad en su tono. Apagué el auto pero no salí. Me gustaba tener esta barrera entre nosotros. David tocó el marco de sus lentes, y por un momento pensé que se los iba a sacar, pero no lo hizo. Supuse que a él también le gustaba su barrera. —En realidad no te puedo molestar por preocuparte por él, ¿O no? —dijo David—. Yo soy quien lo abandonó en primer lugar.

Ahora sí se sacó los anteojos. Sus ojos, usualmente grandes y brillosos, lucían chicos y sin brillo. —Además, escuché que te alteraste después de que me fui de esa fiesta. Fue por mí, ¿verdad? No respondí, ni siquiera me moví. —Estoy seguro que arruiné las cosas con tu novio —dijo. —No era mi novio —respondí rápidamente, luego agregué—: pero sí, las cosas como que se arruinaron. —No es por dar excusas ni nada, pero estaba borracho y sin dormir. La palabra excusa sonaba trivial y estúpida, colgando en el aire entre nosotros. No parecía encajar en ninguna de nuestras vidas. Salí del auto, apoyándome en el costado. No creí que esperara o incluso quisiera una disculpa completa por lo de David en el baile. Pero lo que ofrecía, marcaba una diferencia. Si no puedo cambiar algo, no gasto energía en eso, había dicho Nana. Estar enojada con David por la graduación, por lo que su padre pudo o no haber hecho, tomaba más energía de la que tenía en primer lugar. —Así que los dos lo sentimos —dije—. ¿Podemos dejarlo ahí? —Absolutamente. Soy excelente dejando las cosas. —Su boca se elevó un poco con el juego de palabras, luego miró a Masher de vuelta—. ¿Entonces cómo es la cosa? Tu abuela dijo que necesita medicación. —Suplementos de vitamina K. Dos veces al día por lo menos por un mes. David estaba tranquilo, procesando lo anterior. —Me gustaría llevármelo. Mis primos dijeron que estaba bien. Luego me miró, como si tuviera que decirle que estaba bien. Quizás olvidando que en realidad era su perro y no mío. Pensé en no tener más a Masher alrededor, e instantáneamente me dolió. Otra ausencia. Me había acostumbrado a los ruidos y que me siguiera y me mirara. Pero iba a estar ocupada con el nuevo trabajo, y Nana amaría no tener a “el perro” alrededor, y no podía arriesgarme a otro accidente. Además, la forma en que David miraba a su perro olfatear las malas hierbas en el camino, su cuerpo encorvado y necesitado, me dijo que Masher podría necesitar de otra persona. —Le encantará —dije finalmente—. Sólo una cosa. Tiene una cita de seguimiento en el hospital de animales Ashland en dos semanas. —Oh, sí, ¿escuché que vas a trabajar ahí?

—Me va a sacar de la casa —contesté. —Salir de la casa es bueno, lo recomiendo —dijo, dándole una mirada irónica a la colina detrás de su casa—. Lo voy a traer para su cita, no hay problema. Sólo mándame la información. Te daré mi correo electrónico. Mientras David sacaba una especie de recibo de su bolsillo, alcancé el compartimiento entre los dos asientos del Volvo donde mi madre guardaba lapiceras y cambio. Saqué una lapicera azul y se la di a David. Escribió algo en el papel, y me entregó ambos. No me pidió el mío. —Vas a casa —dijo vagamente, sin comprometerse, como una pregunta. Lo habíamos hecho. De alguna manera verlo lo hacía más confuso. Además, no podía soportar una despedida con Masher. —Estoy haciendo los mandados así que debería ir yendo. Sólo dile a Nana que necesitas la medicación. Está todo escrito en la etiqueta. —Está bien —dijo sólo eso, se puso los lentes de sol y enrolló la correa de Masher en su muñeca—. Mash, despídete de Laurel. Masher me miró con sorpresa, y me agaché con los brazos colgando hasta que saltó encima de mí. Lo abracé, él lamió mi cara. No necesitaba decir nada. No con David ahí, mirando. Finalmente me levanté y Masher volvió con David. —Vamos amigo, encontremos ese gato que te encanta molestar. Se alejaron caminando y volví al auto. Después de que estuve segura de que David no podía verme, desdoblé el recibo para mirar su dirección de correo, luego lo volteé. BIENVENIDO A LA ZONA DIVERTIDA DE ARI, decía. Gracias por jugar.

La primera cosa que Eve me dio cuando llegué a mi nuevo trabajo el lunes fue una pila de carpetas de treinta centímetros. —Archivar —dijo—, es la columna de este lugar. —No había ningún signo de broma en su voz. —Para eso estoy aquí —dije, tratando de sonar entusiasta. Mi único trabajo había sido como interna en la agencia de publicidad de mi papá el verano anterior, y eso había sido sólo por un mes. Se suponía que trabajaría como aprendiz del director de arte pero lo único que hice fue hacer fotocopias, conseguir sándwiches y contestar los teléfonos. No me importaba; ganaba más que Meg en Old Navy, y

viajaba a Manhattan en tren con mi padre, y a veces él me llevaba a almorzar. Cuando no podía, me sentaba afuera en un parque y dibujaba el cielo. Me encantaba ver a mi papá en su trabajo como contador, pero a veces parecía que me evitaba. Cuando conseguía verlo en la oficina, estaba en el teléfono con alguien que estaba enojado, o trataba de arreglar el desastre de alguien más. Se veía estresado e infeliz hasta que me veía, e instantáneamente ponía una sonrisa profesional. —¿Estás triste de ya no ser un periodista? —le pregunté una vez que parecía especialmente ansioso. Mi pregunta lo tomó por sorpresa y bajó la hamburguesa que estaba a punto de morder. —Bueno, extraño el trabajo en sí. No era fácil, pero era desafiante y divertido. No extraño la inestabilidad. No saber a donde sería asignado, o si a algún editor le gustaría. —Podrías volver algún día —ofrecí. Amaba mirar los diarios y revistas viejas con sus artículos, pasar mis dedos por su nombre en las páginas. Resopló un poco. —¿Con la universidad a la vuelta de la esquina? No, no lo creo. Elegí hacer algo que fuera mejor para nuestra familia y donde no tuviera que viajar tanto, y soy bueno con eso. Pero miró a la ventana con nostalgia, y me prometí a mí misma nunca permanecer en un trabajo que odiara. —Necesitamos conseguirte algunas ropas —dijo Eve escaneando mis pantalones caqui y mi remera con cuello en V, lo mejor que pude encontrar—. El Dr. B es muy estricto sobre eso aunque técnicamente no seamos veterinarios. Tengo un par de prendas usadas en la parte trasera; ve lo que puedes encontrar por ahora. Te daré el nombre de las paginas webs que tienen algunas lindas. Eve señaló su remera para indicar la lindura del perro y gato vestidos de hadas, luego sonó el teléfono y se alejó para contestarlo. A pesar de su edad, ella claramente mandaba en la recepción. Tamara, la hermana del Dr. B, era la encargada de la oficina y técnicamente nuestro jefe, pero se refugiaba en un pequeño cuarto fuera de la recepción y se concentraba en la facturación. Eché un vistazo a su oficina, y ella levantó la vista de lo que hacía y me saludó, y la saludé de vuelta. Me puse a trabajar en clasificar las fichas médicas en los cajones detrás de la recepción y escuchar mientras Eve se encargaba de los teléfonos, tomando notas mentales, porque iba a ser parte del trabajo también. Arreglé para ir todos los días a las tres p.m. —después del colegio hasta donde sabían, porque nadie sabía que no estaba yendo al colegio— y ayudar hasta las siete p.m., cuando cerraban. Después tenía que sacar a pasear a los perros, algunos de los cuales estaban siendo

cuidados, algunos recuperándose de una cirugía o tratamiento, como había estado Masher. Clasifiqué por veinte minutos antes de que Eve viniera a inspeccionarme. No se veía feliz con cuan grande seguía siendo la pila, y me miró deslizar una ficha en la el fichero. —No —dijo—, luego de que dejas una, tienes que usar tu mano derecha para hojear las siguientes etiquetas para asegurarte de que están en el lugar correcto, alfabéticamente. En el pasado, las fichas fueron mal ordenadas y nadie se molestó en arreglarlas. Así que ahora siempre comprobamos. Tuve un recuerdo de Toby y yo organizando su colección de DVD, él estaba orgulloso de descubrir que “McQueen” estaba antes que “Master”. Era un truco que pensé le ayudaría para leer. Tenía la sensación de que las maneras, toda profesional y mandona, no era algo para tomárselo personal. Actuaba así con todos en la oficina, excepto los clientes, para los cuales adoptaban una actitud más de apoyo, y las mascotas, para los cuales se convertía en una cosa dulce, tonta y arrulladora. Aparte, Eve no sabía que debía tratarme diferente. Estar con ella, siempre sintiendo su ojo crítico en mí, se sentía bien. Soy como todos los demás. Terminé con las fichas médicas y ella le preguntó a Robert, uno de los técnicos, si podía cubrirla en los teléfonos mientras me acompañaba a las perreras. —En este momento solo tenemos tres perros —dijo mientras entrábamos en la habitación. El techo era alto y tenía tragaluces, y me recordaba a un baño público, sólo que en vez de lavados tenía jaulas. Los ladridos empezaron en el instante que abrimos la puerta, como si hubiéramos tropezado con un alambre. —Estos dos chicos se están quedando por esta semana —dijo Eve agachándose hasta estar al nivel de dos Cockers españoles compartiendo una jaula—. Son un poco hiperactivos. Cuando los paseas, son capaces de arrastrarte. Te mostraré como mantenerlos a raya. Eve dejó que los perros le lamieran la cara mientras murmuraba—: Hola, bebés… sí… sí… son hermosos… amo sus besos… —Y tuve que mirar a otro lado. Me giré hacia el tercer perro, solo en una jaula al otro lado de la habitación. No era de ninguna raza reconocible, sólo un perro de tamaño medio con pelo marrón corto. —Esa es Ophelia —dijo Eve. Ophelia miraba tristemente a los dos Cockers, y parecía un poco cruel que tuviera esta vista, como una chica solitaria forzada a compartir la mesa con dos mejores amigas. Luego me notó mirándola y movió su cola.

Eve se acercó y se volvió a agachar para agarrarle suavemente el hocico a través de las rejas. —Esperamos encontrar un hogar para ella, si conoces a alguien. —¿Qué significa eso? —Hace como un mes, uno de nuestros clientes la encontró al costado del camino. Había sido golpeada por un auto. Sin collar o chapa. Totalmente delgada y muriendo de hambre. Tenía una pierna rota. Mírala, es la más adorable. —¿El Dr. B la ayudó gratis? —Sí. A veces lo hace. Hay muchos animales como Ophelia allá afuera. La gente apesta a veces. —Soltó esto último, como queriendo sacarse el mal gusto de eso, luego agregó—: El Dr. B es increíble en ese sentido. Él sabe que hago todo lo que puedo para que sean adoptados. Tenemos mucha suerte. La nostalgia se apoderó de Eve, quien claramente tenía un gran flechazo con nuestro jefe. Luego de un momento dijo—: ¿Quieres ver a los gatitos? Tengo dos angelitos que estoy tratando de ubicar. En la última fila de la “sala de los gatos”, como era llamada, había una larga jaula ocupada por unos siameses atigrados. No eran crías, pero tampoco eran adultos. En cuanto vieron nuestras piernas, uno sacó su pata entre las barras, y el otro se apoyó contra el metal y su pelaje salía en pequeños cuadrados. —Los dejaron en nuestra puerta en una caja cerrada. Con cinta. —Eso es horrible —dije sinceramente. —Como dije, la gente puede apestar. —¿Por qué sólo no los llevaron al albergue? —pregunté mientras Eve abría la jaula y me entregaba un gato. Empezó a ronronearen el segundo que lo toqué. —Estoy feliz de que no lo hayan hecho. El refugio del condado es un infierno —dijo—. Están llenos esta época del año así que los sacrifican a los pocos días. —Eve miró al gato en mis brazos—. Esa es Denali —dijo—, ¿segura que no quieres uno? Pensé en Elliot y Selina. Los tuvimos por pura suerte. Elliot era parte de una camada que había tenido la mascota de uno de los compañeros de Toby, y Selina vino llorando una noche a nuestra puerta con una herida en el cuello. Era de la misma forma en que la gente encontraba otra persona para enamorarse, al azar y accidentalmente y con suerte. —Ya tengo dos que me matarían —dije—, pero haré circular la noticia. —Eso sería genial. El Dr. B es paciente pero tiene límites; sólo una jaula a la vez en cada habitación. Suspiró como si eso fuera algo en lo que tenía que trabajar.

Traducido por Annabelle Corregido por Melii

Acordé trabajar en Ashland por las tardes hasta el final de junio. Cuando Eve me pregunto—: ¿Cómo estuvo la escuela? Sólo sonreí y dije—: Bien, gracias. Nunca había dicho que estaba en la escuela. Sólo lo asumieron. No se sentía como una mentira. El fin de año ocurría sin mí. Exámenes finales y anuarios, y el juego de béisbol con nuestra secundaria rival. Meg llamaría todos los días con actualizaciones, pensando que quería mantenerme al día. No estaba segura de lo que yo quería. No quería estar ausente en todas esas cosas, pero trabajando en el hospital de animales me sentía como si me hubiese ido lejos, y más quería estar lejos que estar en todo eso. Durante una de nuestras sesiones matutinas, Suzie Sirico había dicho—: La parte más dura del duelo es que las personas tienen que vivirlo frente a la luz del proyector. Todos los están mirando para ver que harán después, o cómo reaccionaran a las cosas. Así que estoy feliz de que hayas podido deshacerte del proyector. Fuera del proyector, contestaba el teléfono y llenaba papeleo mientras Eve revisaba clientes que entraban y salían. En el trabajo cada minuto estaba lleno de algo y eso mantenía mi mente ocupada. En la noche, me encontraba tan cansada que dormía, aunque mis sueños eran tan intensos y reales que despertaba cada mañana bañada en sudor. Pasear a los perros sólo me hacía extrañar a Masher. Lo que hacía que me preguntara cómo estaba David, o que hacía. Si Masher lo estaba ayudando. Luego pensaba en los ojos sin forma de David, sus huesudos codos sobresaliendo de su colorida pero manchada camisa polo y el amistoso tono de su voz la última vez que hablamos. —¿Viste a ese imbécil? —preguntó Meg amargamente, cuando finalmente tuve el valor de decirle que David había estado aquí—. ¿Qué le dijiste? No estaba segura de cuánto compartir. Era como que si haciendo algo de paz con él, a cambio le hubiese entregado toda mi rabia a mi mejor amiga. Meg

sabía cada pensamiento que he tenido sobre cada chico que conocíamos, pero ¿cómo podía ella entender mi preocupación por David, si a mí misma me tenía perpleja? —Todo fue muy formal —dije—. Créeme, no estaba de humor para verlo. El recibo con el correo de David todavía se encontraba frente a la computadora. Luego de unos días, me descubrí armando un mensaje para él en mi cabeza. Hola, David. ¿Cómo está Masher? Solo quería saber como estaba. ¡Hola, David! ¿Cómo están tú y Masher? Espero que ambos estén bien. Hola, David y Masher. ¿Todos están bien? No importaba cuántas versiones escribiese, no podía encontrar el balance entre “casual/amistosa/preocupada” y simplemente patético. Pero eventualmente, debía sacarlo de mi cerebro, así que me senté a escribir: Querido Masher, ¡GUAU! Espero que tú y David estén bien. ¡Sólo quería recordarte de tu cita! Al día siguiente, obtuve esta respuesta: GUAU de vuelta. Sintiéndonos genial y planeando estar allí. No pude evitar poner la fecha en el calendario, como si escribirlo lo hiciera parecer más importante de lo que era en realidad.

LO QUE ME MÁS ME RECUERDA A LA PERSONA QUE PERDÍ ES QUE… —Sus cosas están por todos lados. Suzie y yo usualmente comenzábamos cada sesión con ella mostrándome Tarjetas de Emociones Descontroladas y haciendo conversación sobre cualquier respuesta que daba. Ahora era honesta y seria con mis respuestas. —¿Te refieres a sus pertenencias? —preguntó Suzie. —Nana limpió casi todo el desorden, pero simplemente dejó algunas cosas. Ninguno de nosotros podemos tocarlas. Pensé en el crucigrama que papá hacía la mañana del accidente. Normalmente le tomaba hacerlos toda la semana, añadiendo varias palabras cada día.

Nana había dejado éste puesto en la mesa de la cocina en medio de la sal y la pimienta, dos tercios terminado. —Laurel, ¿has sido capaz de entrar a su cuarto? —No —dije simplemente. —Entiendo lo de no tocar las cosas. Es muy pronto. Eventualmente, tú y tu abuela serán capaz de considerar guardas las “cosas” y regalar algunas. Es muy catártico. Pero por ahora, una cosa que quizás quieras hacer es entrar a la habitación de tus padres y estar consciente de las reacciones que te produce. Durante dos días luego de esa sesión, cada vez que caminaba frente a la puerta de la habitación de mis padres me quedaba mirándola fijamente. Todo lo que podía sentir era terror y un poco de aprensión, lo que era irónico considerando cómo solía representar para mí una especie de paraíso especial. A la tercera noche, finalmente tuve el valor de entrar. Estaba más limpio de lo usual, con la cama hecha y las gavetas del closet completamente cerradas. Mi madre era un caso crónico de dejar-las-gavetasabiertas, lo que volvía loco a papá. Los libros en ambas mesas de noche se hallaban apilados prolijamente y la canasta de ropa se encontraba vacía. En algún punto Nana debió haber lavado la ropa y haberlas guardado. Me senté en la gran cama King-size con la antigua cabecera de madera que mamá había traído de la casa en la que había crecido, y de hecho, tuve que recordarme que mis padres ya no estaban vivos. Se sentían tan aquí, en este cuarto. Súbitamente, recordé una noche cuando probablemente tenía siete u ocho años. Había tenido una pesadilla y entré al cuarto, luego gateé en la cama hasta encontrar ese espacio en medio de mis padres que siempre se sentía tibio y seguro, y que me esperaba si llegaba a asustarme. Sin decir una palabra, mamá sostuvo las sábanas para que me acomodara. —Tuve un feo sueño sobre lava caliente —dije. —Lo siento, bebé. Odio las pesadillas. —¿También te asustas? —Todo el tiempo. —¿Qué te da miedo? Esperaba que dijera monstruos o caerse de una bicicleta, o que sus amigas no la invitaran a sus fiestas de cumpleaños. Pero estuvo en silencio por un momento, y luego dijo—: Lo que más me aterroriza es perderte a ti o a Toby. Arrrgh, pensé. —Eso no cuenta. ¿Qué más te da miedo?

Mamá estuvo callada de nuevo, un profundo y más intenso silencio, luego dijo—: Que ustedes me pierdan a mí. Era pequeña, pero sabía de donde había venido eso. Una de sus amigas de la universidad acababa de morir de cáncer de seno un mes y algo antes de eso, dejando atrás dos hijos. Ahora me encontraba boca abajo en la cama, llorando por la mujer que alguna vez durmió aquí sin saber que algún día su peor pesadilla se convertiría en realidad.

Al final de junio, otro día pasó en mi calendario, y supe que era el último día de clases. Iba a ser un día corto, con cada clase durando sólo veinte minutos en vez de cuarenta y dos. Los profesores harían fiestas o mostraría videos graciosos, o si no tenían ni idea qué planear, iban con lo que la clase había planeado. Ese sentimiento de emoción y celebración de finales y comienzos. Intenté distraerme a mí misma abriendo el diario que Suzie me había instado a comenzar. Había sugerido que comprara un simple cuaderno sin líneas con algo tonto en él, para así poderme sentir libre de escribir cosas estúpidas y sin sentido allí. Había encontrado uno con una caricatura para niños de la cual nunca había oído, sus finas páginas eran de un brillante y optimista blanco, y abrí el viejo juego de colores que no había usado desde mis bocetos para la última presentación del Club de Drama. —Dibuja lo que recuerdes —había dicho Suzie—. Dibuja lo que sientes. Escribe una palabra en la página, como enojo, y luego dale forma. Así que lo intenté, pero mis dibujos lentamente se iban convirtiendo en los rostros de perros y gatos que conocía en el hospital. Finalmente, Meg me llamó a medio día en punto. —¡Terminó! ¡Soy libre! —escuché una risa de fondo—. ¿Quieres jugar hoy? —Debo trabajar, ¿recuerdas? —dije, luego intenté aligerar mi voz—. Ven esta noche y haremos postres de helado. Así que más tarde, Meg y yo nos encontrábamos sentadas afuera en nuestro patio trasero, comiendo Rocky Road adornado con hojuelas de cereal y crema batida. Sabía que el resto de la clase de penúltimo año se encontraba en los bolos para la tradicional fiesta de: “¡Ya Somos Estudiantes de Ultimo Año!”

—Todavía hay tiempo de ir al Pin World —ofrecí luego de haber sostenido el aire juntas por unos minutos—. No me importaría. Meg lamió su cuchara y trató de parecer como si no lo estuviese considerando. —Tal vez. Pero la persona con la que de verdad quiero celebrar eres tú, así que ¿cuál es el punto? —Hizo una pausa—. Fue bastante extraño no tenerte en la escuela. —Es extraño no estar ahí. Pero ya sabes… —Lo sé. —Introdujo la cuchara de vuelta en el postre para otro bocado—. Pero vas a volver en septiembre, ¿cierto? Septiembre se sentía bastante lejos. Lo suficiente para poder decir—: Por supuesto. —Y no pensar más en eso. —¿Cómo vas a hacer con todo lo que te perdiste? ¿Te dejaran terminar durante el verano? —Eso creo. El señor Churchwell habló con Nana y dijo que debería contactarlo tan pronto estuviera lista. Meg asintió y examinó mi rostro. —Hazme saber si necesitas ayuda, ¿de acuerdo? Siempre obtenía mejores notas que Meg, pero podía ver que necesitaba ofrecer algo. —Me encantaría eso —dije, y nos sonreímos una a la otra.

Tan pronto esté lista. Bueno, qué importaba. No sabía cómo se suponía que debía sentirse estar lista, así que ahora parecía tan buen momento como ningún otro. Al día siguiente le envié un correo al señor Churchwell a través de la página de la escuela. Hola, es Laurel Meisner. Me gustaría terminar mis asignaciones y exámenes finales para este año. ¿Podría ayudarme? Me respondió casi inmediatamente, cuando todavía me encontraba conectada, lo cual me hizo sentirme triste al pensar que estuviera solo en su oficina con la escuela vacía, sin estudiantes.

¡Laurel! Esperaba que te comunicaras conmigo y que estuvieses bien. Hablé con todos tus profesores, y ya que tienes un promedio de A en todas tus clases y sólo faltaste a dos semanas de trabajo regular, van a excusarte de eso. Sin embargo, está el asunto de los Exámenes Regentes del Estado de Nueva York (historia de los Estados Unidos, inglés y trigonometría de este año), el cual recomiendo bastante si quieres mantenerte al día. Todavía puedes hacer eso en agosto. Te enviaré alguna información, y por favor, avísame si necesitas cualquier cosa; puedes comunicarte conmigo en cualquier momento a esta dirección. Ugh, los Regentes. Me había olvidado de esos, los cuales hubiese tomado en junio con todos los demás si el accidente no hubiese ocurrido. Papá me hubiese cuestionado en los exámenes prácticos, y mamá me hubiese comprado un bouquet de una flor por cada punto que obtuviera sobre noventa. El señor Churchwell había dicho: mantenerte al día. Tenía trabajo y estaba yendo a terapia, y generalmente funcionando como un ser humano. ¿Era eso mantenerse al día? Si lo era, quería mantenerme al día un poco más. Le escribí de vuelta para decirle sí, por favor y gracias.

El día que David tenía programado venir con Masher, me encontré renuente a ponerme ninguna de las dos camisas restregadas que habíamos comprado. Una era negra y blanca con la impresión de unos perros persiguiéndose las colas entre sí, y la otra era de un azul simple con un gato escondido en el bolsillo. Ambas me hacían parecer como si estuviera usando un disfraz, lo que me gustaba antes de hoy. Ahora me parecía demasiado obvio. Para sentirme más como yo, encontré uno de mis collares favoritos: una cadena plateada con un pequeño dije de plata que contenía mi nombre. Toby me lo había regalado en mi último cumpleaños, y no había podido admitir cuánto me encantaba. También sequé mi cabello con secadora por primera vez en semanas. ¿Estaba esperando esto o temiéndole? Vas a demostrarle que te está yendo muy bien, pensé, sabiendo que probablemente ni siquiera le importase si me encontraba bien o no. La cita era para las dos en punto, y la mañana pasó lentamente. Intenté dejar de revisar la hora. Ahora que la escuela había terminado, trabajaba los días completos y me costaba un tiempo acostumbrarme. Afortunadamente, Eve me

pidió que la acompañara a almorzar. No fue una invitación, fue más bien como un—: Tamara dijo que vigilaría la recepción mientras íbamos a comer. Habíamos sido amistosas, pero el ocupado y a veces tenso ambiente del hospital no permitía mucha conversación. Lo cual era una de las muchas cosas que amaba del estar aquí, y ahora me sentía nerviosa por tener una conversación verdadera con Eve. Ella tenía diecinueve, iba a la universidad comunitaria y vivía en casa mientras “trabajaba en la cosa de animales”, como lo llamaba. —Hay muchos caminos que puedo tomar. Estoy tratando de averiguar cuál —me había dicho con una seria expresión y no ofreció más información mientras comíamos burritos en Taco Bell. No me preguntó nada sobre mí, y yo no le ofrecí. Se suponía que era una chica en secundaria que aún no tenía ninguna historia. Cuando regresamos eran la una y media, y aunque me enfoqué en hacer algunas fotocopias, miraba a la puerta cada vez que se abría. David podía venir temprano. Podía venir tarde. No lo conocía lo suficiente para poder saberlo. Eve notó mi anticipación. —¿Esperando a alguien? —Masher viene hoy. Su dueño… mi amigo… lo trae. Mi amigo. Eso se sintió como otra pequeña mentira. A las dos en punto, la puerta se abrió y subí la mirada, allí estaban. Me imaginé a David sentado en el estacionamiento dentro del Jaguar de su padre, esperando que los minutos cambiaran para así poder saber el momento exacto para salir del auto. La sala de espera se encontraba vacía, pero Masher parecía recordar ser molestado antes y olía el ambiente nerviosamente. David me vio y saludó con una mano, quitándose sus gafas de sol con la otra. —Hola, Laurel —dijo, sonando formal, sus ojos escaneaban el lugar. Traía puesto un sweater formal manga larga y pantalones de pana negros, incluso aunque afuera eran fácilmente ochenta y cinco grados. —Bienvenidos —dije, devolviéndole el saludo formal. Caminé por la media puerta que separaba la recepción con la sala de espera, y tan pronto como Masher me vio, salió corriendo y saltó. Sostuve sus patas delanteras en mis manos y le permití lamer mi cara. David parecía sorprendido. —¿Cómo ha estado? —pregunté luego de finalmente soltar al perro. —Bien. —Hizo una pausa. Noté que había puesto algo en su cabello para que se mantuviera pegado de los lados detrás de sus orejas, se veía como rosado

pálido y demasiado expuesto—. Creo que ha estado un poco adolorido o algo así. De hecho es la primera vez que lo he visto levantarse de esa manera. Asentí, y ahora el momento parecía volverse incómodo, me pregunté como podría volver delicadamente detrás de mi escritorio, a salvo. —¿Cómo está el trabajo? —preguntó David, y me miró a los ojos. —Me encanta —respondí, lo suficientemente alto para que Eve pudiese escucharlo. No estaba segura de qué hacer a continuación pero afortunadamente, Eve se encargó. —¿Por qué no los llevas a la habitación dos? El Dr. B estará con allí ustedes en un minuto. Así que guié a David y a Masher al cuarto de exanimación, David sostenía la cadena de Masher, pero él caminaba cerca de mí. Una vez estuvimos dentro, no estaba segura de si irme o quedarme. Esperé por una invitación de David, pero no sucedió. Sólo miraba el póster de dos perritos Golden en chaquetas de futbol americano y con sombra debajo de sus ojos —Grandes Retrievers— y dejó salir una pequeña carcajada. No tenía ni idea que decir, así que no dije nada, lo que parecía la peor opción de todas, y salí del cuarto y cerré lentamente la puerta tras de mí. Quince minutos pasaron. Estuve la mayor parte en el teléfono con un cliente que se sentía decepcionado con el aseo que su gato Persia había recibido en una tienda de mascotas, y quería una promesa de que el Dr. B lo arreglaría. —Se suponía que le darían el corte de león, ¡pero parecía más bien un Poodle! —dijo la mujer, a punto de llorar. Eve y yo habíamos desarrollado una señal para este tipo de llamadas; hacía con mis dedos la forma de un arma y pretendía disparar. Eve sonrió, feliz de esquivar esa bala. Finalmente, escuché la puerta abrirse y al Dr. B aparecer. Se encontraba llenando unos papeles. —Vamos a hacerle un examen de sangre a Masher para chequear sus niveles de coagulación y salud en general. Aparentemente, ha pasado un tiempo desde que ha sido examinado o incluso puesto sus vacunas. Pam Fischer tiene todo su historial, así que llamen allí y has que los envíen por fax. El Dr. B me lanzó una mirada confusa, y aunque sabía que se preguntaba por qué no había traído a Masher para sus vacunas regulares, me mantuve en silencio. Si no iba a preguntar directamente, definitivamente no iba a responder.

El doctor despareció de nuevo y luego escuché pasos a través del pasillo. Subí la mirada justo a tiempo para ver a David salir por la puerta de enfrente, luego lo vi por la ventana cuando se sentó en un banco de piedra afuera. Cuando salí para acompañarlo, estaba sentado en sus manos, mirando hacia la nada. Me miró sin ninguna expresión. —El doctor dice que sólo serán un par de minutos —dijo, y sólo asentí. Había visto a muchos clientes esperando en este banco por los resultados y las buenas y malas noticias. Estaba diseñado para parecer un conejo enorme, con una punta con la forma de la cabeza, y la otra con la cola y las patas traseras. La mayoría de las personas utilizaban su teléfono u hojeaban una revista. Pero David no parecía necesitar nada para pasar el tiempo. Finalmente, encontré algo que decir. —¿Cómo es, el quedarte con tus primos? Se encogió de hombros. —No es divertido, pero me dejan tranquilo. Va a funcionar hasta que descubra mi próximo movimiento. Mi próximo movimiento, como si tuviese un plan. Sabía que debería preguntarle sobre su padre, pero no me atrevía a hacerlo. Había demasiado que se encontraba netamente sellado para mí. En vez de eso, ofrecí—: Lamento no haber llevado a Masher a la Dra. Fischer. Sabía que ella era tu veterinario. Me miró, y había algo en sus ojos, de repente cálido y familiar. —Está bien. Sé el por qué. El alivio se expandió sobre mí, y me sentía como si pudiese respirar por primera vez en todo el día. Luego David se arrimó en el banco para hacerme espacio. No se suponía que estaba en descanso, pero me senté. —Mis abuelos fueron para su casa en Florida —dijo inexpresivo. —Noté no haberlos visto por ahí. —Querían que me fuera a quedar con ellos, pero no lo sé… Por una parte, está la playa. Por otra, están dos personas ancianas que me fastidian hasta la muerte. —Movió su mirada arriba y abajo por mi cara—. Tu abuela es muchísimo más genial que la mía. Nunca había pensado en Nana como “genial,” pero aparentemente todo era relativo. David dejó salir un gran suspiro, de esos que tardan por siempre para terminar y que parecen contener todas las emociones al mismo tiempo.

Ninguno de los dos habló de nuevo, y ambos miramos hacia la nada. El silencio era casi cómodo ahora. Finalmente, la puerta delantera se abrió y Robert apareció con Masher. —Te llamaremos con los resultados mañana en algún momento —le dijo a David, tendiéndole la correa. Luego se giró hacia mí y dijo—: Eve te necesita. Me incliné hacia Masher, quien ahora tenía un pequeño vendaje en su pata delantera derecha donde le sacaron la sangre, y lo abracé rápidamente. —Adiós, chico. —Hice que sonara frío y formal. —Adiós, Laurel —dijo David, como respondiendo por él—. Fue bueno verte. Miré hacia arriba un poco sorprendida, y súbitamente cansada de sentirme siempre de esa manera con David. Algo de su cabello se había salido de su peinado hacia atrás, cayendo sobre sus ojos, y tuve el repentino impulso de apartarlo. Esos ojos eran mi parte favorita de él, y odiaba verlos cubiertos. Espera, ¿tengo un parte favorita de él? —Déjame saber lo que ocurre, ¿de acuerdo? —dije rápidamente, haciendo que sonara lejos a propósito, tratando de enfocarme en otra parte de su cara. No estaba segura de cuándo los vería de nuevo a ninguno de los dos. Él podría regresar la semana que viene, o nunca. David asintió lentamente y sonrió un poco, aunque triste, y este era posiblemente lo más cerca a una despedida de lo que podríamos esperar. Entré y no volví a ver atrás.

Traducido por Annabelle Corregido por Mery St. Clair

Resultó que Masher tenía principio de artritis, y que además aún necesitaba Vitamina K por otras dos semanas. La artritis no tenía nada que ver con el envenenamiento, pero el Dr. B sentía que probablemente se había desarrollado recientemente. —El estrés puede desarrollarlo —le decía a David por teléfono al otro lado del pasillo, pero era lo suficientemente alto para que pudiese oírlo desde la recepción. Podía darme cuenta que el Dr. B intentaba sacar más información, y yo esperaba que David no ofreciera nada más. —Bueno, encontraré una farmacia cerca de ti y llamaré para hacer la prescripción —continuó, luego añadió un recordatorio para mantener a Masher con la Vitamina K hasta que se acabara. Luego estuvo callado escuchando a David por unos cuantos minutos. Desearía poder escuchar un poco de la voz de David del otro lado del teléfono, pero me encontraba demasiado lejos. —Permíteme buscar algunas recomendaciones de veterinarios en esa área — dijo el Dr. B—. Debe haber alguien bueno al que puedas ir y así no tengas que conducir una hora todo el tiempo para que lo vean. Algo dentro de mí tembló. ¿David había pedido esa información o el Dr. B se había ofrecido? ¿David no quería volver aquí? No podía dejarlo ir. Cada vez que veía el banco afuera, revivía esos momentos. David arrimándose para hacerme espacio. David y yo sentados juntos. Ese cómodo silencio y la extraña casi frescura del aire en medio de nosotros. Cuando Suzie me preguntó sobre el trabajo en una de nuestras sesiones, me encontré omitiendo la historia de la visita de David. Ella sabía que había visto a David y que nos habíamos disculpado, y que ahora él tenía a Masher. Dejó de preguntar por él, lo cual tenía sentido. ¿Por qué importaría? En el papel, él sólo era el pie de página. Unos cuantos días después, cedí una vez más al correo nadando en mi cabeza, y le envié un mensaje a Masher.

Hola, Masher. Escuché que ahora tenías artritis. Eso apesta. Pero estoy segura que David te está cuidando muy bien y estoy aquí si necesitas cualquier cosa. No estaba segura de qué respuesta esperaba. Sólo quería una respuesta, punto. Algo a lo que aferrarme, aunque no sabía que haría con ella una vez que la obtuviera. La respuesta llegó al día siguiente: Gracias, estaré bien. No fue exactamente una respuesta a la que podría aferrarme. Pero podía tenerla, y eso era suficiente.

El resto de julio pasó rápidamente. Era un momento atareado en Ashland, con las personas yendo de vacaciones y abordando a sus mascotas, animales deshidratándose por el calor o infectándose de pulgas. El Dr. B tenía otro veterinario a medio tiempo para cubrir los espacios. Yo me encargaba del teléfono y el papeleo, y amaba pasear con los perros porque me recordaba a Masher y porque me forzaba a explorar las calles alrededor del hospital. Casas desconocidas de personas desconocidas, y no me importaba levantar la mirada para saludar cuando alguien me pasaba en las aceras, porque sabía que era una extraña para ellos. Todavía me sorprendía que aunque me encontraba a menos de dieciséis kilómetros de mi vecindario, bien podría estar en otro estado. Eve había encontrado un buena familia —padres rubios, hijo rubio, hija rubia, salidos directamente de una revista— para los bebés persas gemelos Tabby, Bryce y Denali. Luego puso a Ophelia en una “casa adoptiva” temporal conocida por una amiga de ella que se la había quedado porque el hospital necesitaba el espacio de la jaula. Un día, todos nos encontrábamos tan ocupados que tuvimos que trabajar en el almuerzo, y el Dr. B ordenó pizza para el personal. Había llegado un conejo que había sido atacado por un perro, y un gato que tenía una bola de pelo atascada en su sistema digestivo y necesitaba cirugía de emergencia. Cuando este tipo de dramas de vida o muerte se presentaban, me sentía casi enferma por la adrenalina pero intentaba ser lo más útil que pudiese. Por favor no mueras, pensaba mientras esperábamos el veredicto, mirando al dueño de la mascota en la sala de espera, planeando desaparecer si el Dr. B salía con malas noticias. Algunas veces lo hacía. Yo me iría al baño y pasaría un largo rato dejándolo muy, muy limpio. Cuando finalmente terminábamos, Tamara decía que Eve y yo podíamos irnos a casa, Eve se giraba hacia mí y me decía—: Necesito un poco de café luego de esto. ¿Qué tal tú?

Salíamos hacia la calurosa tarde y yo la seguía por la calle hasta un pequeño centro comercial. Allí había una cafetería donde generalmente tomábamos el almuerzo. Luego de ordenar, instintivamente escaneaba la habitación para ver si reconocía alguien, esperando el alivio al que me había acostumbrado. Excepto que sí vi a alguien que conocía. Joe Lasky, sentado al fondo del local, mirándome. Estaba tan sorprendida que no había manera de que fingiese no haberlo visto. Le sonreí un poco y me devolvió la sonrisa. De acuerdo, quizás eso era todo. Me giré hacia Eve. Pero miró sobre mi hombro y me dio un codazo. —Un lindo viene hacia nosotras —dijo. Me giré de nuevo para ver a Joe caminando en nuestra dirección, un poco demasiado rápido, como si quisiera terminar con eso de una vez. —Hola, Laurel —dijo. —Hola, Joe. —Estoy en mi descanso del cine —respondió a la pregunta que no había preguntado. Señaló con su pulgar a la izquierda y recordé el pequeño cine al final del centro comercial—. ¿En qué andan? —Solo intentando tomar aire —dije, mientras Eve me tendía mi bebida. —Tuvimos un día peludo —dijo Eve, sin percatarse de lo absurdo que eso sonaba. Joe frunció el ceño. —¿A que te refieres? —Es una larga historia —dije. Estuvimos en silencio por un momento, así que añadí—: Esta es mi amiga Eve… Eve, este es Joe, de mi escuela. —¿Quisieran acompañarme? —preguntó Joe. Eve miró rápidamente entre Joe y yo, notando algo. —Debería ir yéndome —dijo—. Pero Laurel, tú puedes quedarte. Sabía que no necesitaba el permiso de Eve ni su aprobación, pero en ese momento me sentí feliz de tenerlo. Miré a Joe, a esos ojos que me habían buscado en el patio de Adam LaGrange. Él había estado allí para mí una vez. Me había animado por algunas encantadoras horas. Así que dije—: Seguro. Luego de despedirnos de Eve, seguí a Joe hasta su mesa. Era en una esquina al final y el lugar se hallaba lleno, así que por supuesto debíamos encogernos y

juntar nuestras rodillas para hacerlo funcionar. Puse mi té chai frío al lado del café negro de Joe, la débil bebida de chicas al lado de la del chico adulto como si estuviésemos ya en una relación, intenté mirarlo a los ojos. —No sabía que trabajabas en el cine —dije. —Sí, tomo los boletos, y debo limpiar la basura que la audiencia deja cuando la película acaba. Me gusta pasear por aquí en intermedios. —¿No te quedas a ver? —Bueno, sí, cuando comenzamos a mostrar algo nuevo. Pero luego de veinte o treinta veces se vuelve aburrido. Especialmente si es, no sé, francés. —Que mal que tomaste español —dije, luego deseé no haberlo hecho. No debería saber que clases tomaba, ¿cierto? Joe rió nerviosamente y se acomodó en su silla. Tenía un bolso de mensajero guindado en el respaldo, y noté su bloc de bosquejos sobresaliendo. Para cambiar el tema, pregunté señalando el bloc—: ¿Compraste eso en el Walden Art Supply? Se giró a mirarlo y luego asintió. —¿Lo conoces? —Mi mamá solía comprar su pintura allí. —Joe pareció instantáneamente incómodo, así que añadí—: He visto esos blocs en la tienda, es todo. Joe alcanzó el bloc y lo sacó. Lo abrió en un página y lo tendió hacia mí para que viera lo que había dibujado: un hombre de edad media con una capa y un casco con dos trompetas saliendo de él como antenas, y una gran B dentro de un globo de aire caliente en su pecho. —Llamo a este el Fanfarrón. Ayer, me encontraba sentado aquí al lado de un tipo con su novia, y él hablaba y hablaba sobre cosas como si supiera todo lo que se tenía que saber, y la hacía callar cada vez que ella intentaba corregirlo. —¿Conviertes a todo el mundo en alguna especie de superhéroe? —Sí parece que lo merecen sí. —Miró el bosquejo protectoramente, como un padre primerizo—. Es decir, ¿no todos son superhéroes en sus propias mentes? Sonreí. —En algunos días, sí. Estuvimos callados de nuevo, e intenté cubrir el silencio tomando ruidosamente de mi bebida. ¿Por qué las cosas debían ser tan incómodas? Nos habíamos besado. Nos habíamos besado bastante, y por lo que puedo decir había sido bastante bueno, hasta que todo explotó. Antes, había pensado que una vez que hacías eso con alguien, rompías una barrera, como que tal vez podrías besar a esa persona de nuevo cada vez que quisieses y estaría completamente bien. Pero ahora había algún tipo de campo de fuerza entre Joe y yo, más fuerte que como si nunca nos hubiésemos besado para empezar. Se sentía más que un completo extraño.

Por mi mente, rápidamente pasó el recuerdo de David y yo sentados en el banco afuera de Ashland. Entre nosotros también había una historia, pero de diferente clase. Era confuso pensar en estas diferencias, o en David en general. Enfoqué mis pensamientos de vuelta a Joe y de repente me sentí enojar. Ya seríamos una pareja. Pero no, no había podido tener eso, justamente como no había podido tener un recuerdo del baile que no me hiciera querer vomitar de vergüenza. La ola de furia a mí misma llegó tan rápida y letal que podría haber golpeado mi propio rostro. Finalmente, Joe puso sus codos en la mesa y se inclinó hacia adelante. —Así que, ¿has ido a algunos bailes buenos últimamente? Rompí a reír, y el enojo se esfumó. —Simpático —fue todo lo que pude decir. —Lo siento, tenía que hacerlo. —Sonrió ahora. —Yo lo siento. —Por favor —dijo, levantando su mano—. No tienes nada de que disculparte. Debí haber intentado contactarte mejor. —Tomó aire y enredó ambas manos alrededor de su taza de café, como si el calor le diera el valor para seguir hablando—. Podría decir que quería que tuvieras un poco de espacio, algún tiempo a solas para pensar en tus cosas, pero eso sería pura mierda. Me asusté. No es el tipo de situaciones que sé manejar. Asentí. —Lo sé. Yo hubiese hecho lo mismo. —Tan pronto comenzamos a ser honestos, quise preguntarle si lo habían obligado a invitarme al baile. Pero no quería que este ambiente normal y dulce terminara tan pronto. Joe tomó un gran respiro y luego un sorbo de su café, mirando a su dibujo del Fanfarrón. Luego arqueó una ceja y dijo—: Oye, pintas escenografía, ¿cierto? —Sí. —¿Crees que podrías darle a Fanfarrón algo de ambiente atrás? Soy malísimo para los fondos, pero siento que necesita algo detrás de él. —Para el contexto —dije. —¡Exacto! —dijo Joe, emocionándose. —Tengo una idea. Joe buscó dentro de su bolso y sacó un lápiz, luego me lo tendió. Comencé a dibujar en el contorno de Fanfarrón, Joe dijo—: Mientras haces eso, ¿por qué no me cuentas sobre esa cosa peluda?

Meg era una presumida. —¡Te lo dije! —dijo esa tarde con una gran sonrisa. Nos encontrábamos sentadas en nuestra roca, sintiendo como el aire se enfriaba. Respirábamos aliviadas por eso, dentro y fuera. Meg y Gavin habían salido nueve veces desde la noche del baile. Eventualmente, él había llegado a ver el brasier nuevo y ahora eran pareja. Al menos no le había arruinado totalmente eso a mi mejor amiga. —No significa nada —dije, esperando que no fuese verdad. —Te mereces a alguien como él —dijo Meg y no tenía nada con qué respaldar eso. —¿Crees que deba ir a saludarlo la próxima vez que estemos en el centro comercial? Meg me miró. —¿Estemos? —Eve y yo. —La manera en que salió y la manera en que Meg se encogió me hizo querer no haberlo dicho. Justo en ese momento, el celular de Meg chilló con un nuevo mensaje, liberándonos de esa incómoda interrupción. Meg leyó el mensaje y comenzó a responder. —¿Gavin? —pregunté. —No, es mi jefe del campamento recordándome de ir mañana temprano. Hay un ensayo importante. —Me miró—. Deberías venir a la presentación. Los niños están haciendo un show de Andrew Lloyd Webber. Meg dijo esto sinceramente, ¿pero como podría ir? Sólo me recordaría al verano que se suponía debía estar teniendo, y me forzaría a hacer comparaciones con el trabajo en Ashland que no quería estar haciendo. —Sí, tal vez —respondí, y luego estuvimos en silencio, escuchando las cigarras y el distante chillido de las voces de los niños más abajo en la calle, donde alguien probablemente estaría teniendo una barbacoa y muchísima más diversión de la que nosotras teníamos.

Traducido por Annabelle Corregido por Mery St. Clair

El caliente y húmedo julio se convirtió en un aún más caliente y húmedo agosto. Pero apenas lo noté, manteniéndome dentro casi todo el tiempo. Entre la casa, Ashland y la oficina de Suzie, mis únicas excursiones hacia el mundo real eran las caminatas con los perros y los rápidos almuerzos con Eve. Y los sonidos de este verano eran el zumbido de los aires acondicionadores y el huh, huh, huh jadeante de los perros. Algunas veces, Meg venía en las noches a ver una película. Nunca me invitaba a su casa. Se sentía como si necesitara un espacio de algo, aunque nunca le pregunté de qué. El señor Churchwell había hecho arreglos para que presentara los exámenes Regentes en una secundaria cercana, ya que nuestra escuela era demasiado pequeña para tener sus propias evaluaciones de verano. En estas últimas semanas había tomado un montón de exámenes como práctica; eran geniales adormeciéndome tarde en la noche cuando no podía dormir. Así que durante dos mañanas en medio agosto, me senté en un gimnasio lleno de estudiantes desconocidos y me perdí en preguntas, respuestas y ensayos. Cuando terminaba y conducía a casa, pensaba en la llamada que le habría hecho a mi padre. Hola, papá. Creo que me fue bien. Tuve que escribir una presentación de los beneficios del ejercicio para soportar el peso, así que en vez de ir a celebrar con helado, salgamos por una buena y larga caminata. ¡Sólo bromeo! El día anterior a los exámenes, justo me había levantado cuando escuché el teléfono sonar y luego a Nana gritando que era para mí. Había dejado de venir a mi dormitorio a traer nada hace semanas. —Soy Eve —dijo Eve un poco sin aliento, sin un “Hola” ni nada. —¿Qué sucede? —pregunté, confundida. No se suponía que debería estar en el trabajo hasta las diez, aunque el hospital abría a las nueve. —Tu amigo está aquí, con su perro —prácticamente susurraba. —¿David?

—Quiere dejarlo aquí. Para buscarle alojamiento, supongo. Me sorprendió tanto que no pude decir nada. —Creí que querrías saber tan pronto como fuera posible. Lo estoy entreteniendo, diciéndole que hay que hacer algunos papeleos. Así que está aquí… si quieres… verlo. Ahora podía escuchar la ira contenida en la voz de Eve. Había estado lo suficientemente cerca para ver personas abandonar a sus mascotas; ella conocía las señales. —Dame quince minutos. Salté de la cama y me puse la ropa del día anterior, la cual todavía se encontraba tirada en el piso, y salí corriendo hacia la planta baja, deteniéndome lo suficiente para decirle a Nana que había una emergencia en el trabajo. Las luces del tráfico estaban conmigo y llegué justamente en catorce minutos. El Jaguar del señor Kaufman aún se encontraba en el estacionamiento, y aparqué al lado, incluso cuando se suponía que debía hacerlo atrás con los otros empleados. Tomé la manija de la puerta de enfrente y me detuve por un momento, tratando de desacelerar mis latidos. Las cosas habían sucedido tan deprisa que no estaba segura de cómo me sentía. Solamente sabía que debía hablar con David, pero no quería parecer una maniática. Una vez en la puerta, escaneé la sala de espera. Vacía. Luego lo vi, detrás del gran estante de tarjetas de recuerdos en la esquina, las cuales el hospital vendía para recaudar fondos para el ASPCA8. Había dejado caer una tarjeta, y la estaba recogiendo y despolvoreando. Levantó la vista para verme y luego se puso completamente de pie. —Fantástico —dijo, secamente. Tomé un paso al frente, y sostuve mis manos al aire, como demandando respuestas. —¿Qué diablos te pasa, David? —Intenté mantener mi voz calmada. Él le lanzó una mala mirada a Eve, quien se había hundido tanto detrás del escritorio que sólo se podía ver la cima de su cabeza, y luego puso la tarjeta en su lugar. —Lo que pasa es que me voy. No puedo llevar a Mash conmigo. —No lo entiendo. David miró a Eve nuevamente. —¿Podemos hablar afuera? 8

American Society for the Prevention of Cruelty to Animals. (Sociedad Americana de Prevención de Crueldad hacia los Animales.)

Examiné su rostro ahora. Parecía calmado y decidido, de forma triste. Le indiqué que me siguiera fuera y luego hacia una esquina del edificio donde había algo de sombra. David inhaló audiblemente, y aunque había unos escalones detrás de nosotros que subían hacia la entrada lateral, se mantuvo de pie al igual que yo. —No va a despertar —dijo David—. Mi papá. Eso es lo que los doctores están diciendo. Me crucé de brazos, en un gesto de continúa. —No puedo quedarme más junto a esa cama. Voy a vomitar o algo así. Y las cosas no están muy bien con mis primos. —¿Qué vas a hacer? —pregunté, tratando de sonar desafiante en vez de curiosa. —Mi amigo Stefan… solía vivir aquí pero se mudo a California. ¿Quizás lo recuerdas? —Me encogí de hombros, incluso cuando sabía perfectamente de quién hablaba—. De todas maneras, voy a ver cómo salen las cosas con él. —Subió la mirada hacia la pared de ladrillos del hospital, y podía ver cómo comenzaba a quebrarse—. Tengo que estar lejos. Quería sentarme, o sostenerme de la pared o hacer algo además de estar frente a frente con David sin tener nada con qué sostenerme. Para hacer las cosas peor, tenía una súbita urgencia de alzar mi mano y tocarlo. Quería aferrarme a mi furia, pero esa ya se desvanecía. Estar lejos. También había pensado en eso. Algunas veces mi vida aquí se sentía como una jaula de la que el dolor nunca podría escapar. Otras veces, se sentía como el único piso firme de la tierra. ¿Cómo podía culpar a David por inclinarse a un camino cuando yo lo hacía hacia el otro? —¿Por qué no me llamaste? —dije suavemente—. ¿Por qué no dejas a Masher con nosotras? —Esa medicación es mucho trabajo —dijo, casi quejándose pero luego puso la cara seria—. Ya tienes suficiente en tu vida. Pensé que si lo doy en adopción aquí, todavía podría verte. —Hizo una pausa, miró hacia la pared de nuevo y luego añadió—: Además, no quería que supieras que me iba hasta haberme marchado. —Ahora forzó una sonrisa y agregó—: Porque ya sabes, no querríamos hacer una escena ni nada. El pensamiento de David al otro lado del país, donde no abría esperanza de verlo ocasionalmente, se sentía como otra cosa que extrañar. No me esperaba este sentimiento. Y no me gustaba.

—Por favor, déjame quedármelo —dije, tratando de enfocarme en Masher para que la sensación se fuera—. Sabes que no estará contento en una jaula. — David se mordió el labio y asintió agradecido, como si hubiese esperado esto desde el principio—. ¿Puedes ir a decirle a Eve? Debe escucharlo de ti. Asintió de nuevo y luego se dirigió al edificio. Lo que me dejó de pie, sola, sin saber qué hacer después. Ya que David iba a desaparecer sin dejar rastro, quizás debería ahorrarle el esfuerzo. Miré mi reloj y vi que oficialmente no tenía que estar en el hospital por otra media hora. Era suficiente tiempo para conducir a casa a cambiarme y luego regresar, para ese tiempo sabía que David ya estaría en camino. Y no nos habíamos dicho adiós, justo como él había querido.

Traducido por Mary Ann♥ Corregido por Mery St. Clair

La noche antes de que la escuela terminara, me puse mi conjunto del primer día —vaqueros y una camisa azul bordada— y Nana vino a verla. —Te ves hermosa —dijo, frotando crema en sus manos. Ese era un ritual antes de acostarse, untarse la loción en todas sus extremidades y dedos, especialmente entre la piel desgastada entre sus dedos. Tenía la idea de que cuando uno dormía tu piel quedaba seca, haciéndote parecer más vieja con mayor rapidez. —Sólo quiero verme bien, sabes. —Lo harás. Porque lo eres. Ese mismo día, tuve una sesión con Suzie. —¿Cómo te sientes al ver a todos otra vez? —había preguntado—. Especialmente a los que estaban esa noche, después del baile. No fui capaz de responderle de inmediato, así que ella me ayudó a crear una “zona de confort” que pudiera llegar a mi cabeza si lo necesitaba en la escuela. (Me decidí por el especio de casa, entre el sofá blanco y la ventana, bien envuelta en un cobertor en mi cama). Después que Nana desapareció hacia su cuarto, abrí mi diario, esperando por algo para poder escribir. La ventana estaba abierta y la brisa entraba, casi demasiado fría para erizar los vellos de mi brazo. El otoño comenzaba en el momento justo. La parte del comienzo me hacía sentir incómoda. Como familia, a nosotros nos entristecía el final del verano. Toby y yo nos encontrábamos por allí viendo mucha televisión, disfrutando de no tener ninguna tarea que hacer. Mi padre iba a trabajar hasta tarde para evitar la tristeza silenciosa en la casa, y mi madre pasaba horas extras en el estudio para ponerse al día con la temporada de portarretratos de bodas. Comencé a formar palabras con mi bolígrafo, pero se sentían torpes y estúpidas. Voy a comenzar la escuela mañana. Me miraran y susurrarán otra vez.

Dejé de escribir y comencé a dibujar. Unos grandes y redondos ojos, afilados y dentados, ojos entrecerrados de misterio, cortes furtivos. Pronto, estaba rápidamente dormida, el bloc de notas balanceándose en mi pecho, los gatos a ambos lados de mis piernas. Sueños llegaron rápido y cortos, parpadeos de escenas que corrían de una a otra como una película silenciosa.

Cuando el auto de Megan llegó al fondo de la calzada en la escuela, se volvió hacia mí y sonrió. —Aquí estamos, por fin —dijo, y no pude entender por qué estaba tan emocionada de dejar de conducir en tres minutos. Pero ahora giraba a la izquierda en el estacionamiento principal y lo capté. Lo que ella quería decir era, al menos: “¡Somos alumnos del último año! ¡Vamos a gobernar la escuela!” Meg ya no conducía la minivan de su madre. Su hermana, Mary, se había ido a la NYU la semana pasada, y le había dejado a Meg su pequeño pero bonito Toyota rojo. Lo fue modificando tanto que uno podría pensar que era un Mustang convertible. Habíamos planeado llegar temprano, pero no demasiado temprano. Otros graduandos ya estaban allí, apoyados contra sus autos, charlando. Meg condujo frente a ellos y se colocó en el primer espacio disponible. Todas las cabezas se volvieron, mirando hacia el asiento delantero para ver a Meg, y luego a mí. —Lista cuando tú lo estés —dijo, tirando del freno de mano hasta que hizo un ruido. Recogí mis cosas y salí con rapidez, queriendo aparentar estar lista y ansiosa. Aun así, fue un esfuerzo levantar la cabeza de la acera para ver quien se encontraba allí. Andie Stokes y Hannah Lindstrom venían hacia mí. Andie me envolvió en un abrazo. —Oye —dijo. Hannah también lo hizo. Ahora, fue el turno de Caitlin Fish. Prácticamente hacían fila. Estaba recibiendo un beso en el aire de Lily Janek cuando noté a tres chicos saliendo por el estacionamiento, con sus manos en los bolsillos. Uno de ellos era Joe. Miró en nuestra dirección y nuestros ojos se encontraron. Sólo asintió. Ni siquiera dijo hola. Sólo subió y bajó la barbilla. Nuestra cita en el café fue buena, pero aún no estaba segura de donde nos dejaba eso, y claramente él tampoco.

Me tomó un segundo ver el resto del lote. ¿Esperaba ver a David? A pesar de que sabía que él sin dudas se encontraba en California ahora, el familiar entorno escolar causó una esperanza-instintiva de que él estuviera allí. Tendría que superar eso. Le sonreí rápido a Joe, luego alguien tocó mi hombro y me volví para ver a Meg lista para escoltarme como un guardaespaldas. Caminó hacia la entrada de la escuela, sintiendo los ojos de Joe en mi espalda, tal vez incluso en el balanceo de mi bolsa o en mis nuevos zapatos, me preguntaba qué tan pronto volvería a verlo.

Un auto faltaba en la calzada cuando Meg y yo llegamos a mi casa en la tarde. —Nana debió haber salido a cortarse el cabello —dije. —¿Estás segura que no quieres ir con nosotros a Vinny? —preguntó Meg. Ella se iba a reunir con Andie y Hannah y otras amigas para celebrar el primer día del último año con pizza. —Gracias, pero sólo necesito descansar. —El día había sido bueno. Las personas fueron agradables. El señor Churchwell me vigilaba y Nana llamó en el almuerzo para ver cómo estaba. Ahora, hasta el peso de mi mochila cuando la lancé en el asiento trasero tenía sensación de fuerte seguridad. —¿Te recojo mañana? —preguntó. —Te llamo en la noche —dije, y luego salí del auto. Me despedí de Meg con la mano mientras desaparecía en la calle, pero rápidamente me volteé hacia la casa. Ahí estaba Masher en frente de la ventana, sus orejas hacia delante y altas, jadeando. Cuando abrí la puerta, corrió por delante de mí hacia la calzada, luego se detuvo y lanzó una intensa mirada en mi dirección. —Sí, sólo dame unos minutos —dije. Dejé mis cosas en la casa y me cambié en mis zapatillas. Regresando afuera, hacia el final de la calzada, me detuve a abrir el correo. Masher se sentó en el medio de la calle, levantado la mirada hacia colina. Recogí la pila de cartas y empecé a caminar, el perro a unos metros delante de mí. Facturas, El Pennysaver, correo basura para mi padre. National Geographic dirigido para Toby. Toqué con mi dedo el nombre de Toby impreso en puntos de matrices, pensando que por lo menos él aún estaba vivo en un ordenador en alguna parte. Al final había un sobre dirigido a “Masher c/o Lauren Meisner” —me

congelé, mirando el sobre mientras Masher comenzaba a orinar en el jardín de los vecinos. Metí el resto del correo debajo de mi axila y abrí el sobre de David. Dentro había una carta escrita en papel de cuaderno. Masher: Siento que me tomara demasiado tiempo para escribir. Las cosas no funcionaron con mi amigo Stefan, así que regreso. Pero creo que voy a tomarme mi tiempo y revisar las cosas en mi vida. Mash, eso quiere decir que vas a tener que quedarte allí por un tiempo. Espero que me entiendas. Voy a escribirte o llamarte cada vez que pueda. No sé cuando podré verte otra vez, pero no será demasiado. Lo prometo, adiós. David. La leí dos veces, luego la guardé en mi bolsillo. Masher lo tomó como una señal para dejar de orinar y comenzó a caminar otra vez, y lo seguí, pasando a los Girardis y a cada sitio familiar después de eso.

Traducido por Mary Ann♥ Corregido por LuciiTamy

Cada unos cuantos días, una tarjeta postal de David para Masher estaba en nuestro buzón. Hola Masher, la primera persona que vi en San Francisco fue a un chico con rastas púrpuras hasta su cintura. Masher, ¿sabías que Seattle tiene un café de muerte? Masher, no creerías cuantas vacas tienen que haber en el mundo. A medida que él se deslizaba, zigzagueando por el este, David le contó a su perro que era difícil para él estar en línea y enviarle un correo electrónico, pero le gustaba ser capaz de anotar las cosas en una tarjeta postal de veinticinco centavos y enviarla cuando tuvo la oportunidad. Le contó a Masher cómo era estar solo en medio de una carretera en la nada que le dio a él una sensación de paz que nunca había sentido antes, y la forma en que había tenido la mejor comida de su vida una noche en una parada de camión a las afueras de Salt Lake City, servido por una camarera llamada Melba. Le he leído las notas en voz alta a Masher porque no se sentía mal, pero en secreto deseaba que una sola carta fuera dirigida a mí. Nunca hubo una dirección de retorno, así que no podía escribirle de regreso si quisiera. —¿Cómo está David? —preguntó Nana un día cuando revolvía la carta de David una y otra vez en mis manos. En esta le contaba a Masher todo acerca de cómo se siente el andar en balsa por el río Snake en Wyoming. —Se ve bien —dije. —Sus abuelos llegaron aquí la pasada semana desde Miami —hizo una pausa—, están hablando sobre poner la casa en venta. Sentí una sacudida en mi estomago. —¿Por qué? —Bueno, nadie está viviendo ahí, y alguien tiene que pagar todos los impuestos. La casa cuesta un poco, y creo que quieren poner algo de distancia para David. Además… —se inclinó para susurrar, aunque nadie nos podía oír—, tengo la impresión de que el cuidado del señor Kaufman es bastante costoso. Pensé en cómo el señor Kaufman conducía los mejores autos del vecindario y como siempre compraba los más caros electrónicos antes de que nadie los

hubiese escuchado siquiera. Ahora él necesitaba ayuda para cubrir los costos de estar medio-muerto, y no sentí un poco de pena. —¿Qué van a hacer con las cosas? —dije, después de unos segundos. —No lo sé, cariño. —Luego Nana se encontraba a kilómetros de distancia, mirando por la ventana. —¿Estás bien? Salió de su ensoñación y me miró otra vez con determinación súbita. —Sí. Pero tengo algo que me gustaría discutir contigo. Le alcé mis cejas, cansada de hacer preguntas. —Tengo que ir a casa por unas cuantas semanas, para ocuparme de unos asuntos personales. ¿Cómo te sientes respecto a eso? Sólo serán unos tres o cuatro días. Ya he hablado con la señora Dill, y puedes quedarte con ella. Era tan fácil olvidarse de que Nana tenía una casa con sus propios muebles, restos de comida y una pila de Reader’s Digests acumulados en el correo electrónico. —¿Qué clase de asuntos? —pregunté. —Estoy pensando en rentar mi casa para el próximo año. Y también me gustaría ir a ver al doctor Jacobs por mi artritis. Y tengo que reunirme con mi abogado sobre vender el condominio. —Cuando Nana dijo “el condominio”, dio un respingo como si le doliera. El condominio que Nana decía es de 2 dormitorios en una comunidad de jubilados en Hilton Head, donde había estado planeando mudarse. Mi padre le había ayudado a encontrar el lugar tan sólo unos meses antes del accidente. Nana tenía planes. Está vieja, sí, pero aún tenía futuro. Así que, ¿qué tenía ahora? Miré a Nana tratando fuertemente de no llorar. —¿Está bien si voy? — preguntó—. Puedes venir conmigo si quieres, pero odiaría que te perdieras la escuela ahora que has empezado otra vez. Ella había renunciado a mucho por estar aquí. ¿Alguna vez se molestaba? ¿O yo? —Por favor ve —dije—. Estaré bien. Haz lo que tengas que hacer, Nana. Asintió, mordiéndose el labio, arrugando la nariz. Luego la vi caminar rápido fuera de la cocina, la costura perfectamente centrada en su recta falda moviéndose.

Andie y Hannah nos llamaron a Meg y a mí para ir con ellas a Vinny’s Pizza para el almuerzo el día siguiente. —¡Somos graduados! ¡Tenemos que tomar ventaja de nuestros privilegios fuera del campus! —Había argumentado Andie. Yo estaba dentro. Dime que hay una alternativa para sentarse en la cafetería con personas mirando entre Tater Tots9, y estoy allí. En Vinny, no pudimos ponernos de acuerdo con complementos, así que ordenamos una pizza grande dividida en cuatro lados: piña (Hannah), verduras (Meg), salchichas (Andie) y sin nada (su servidora). Vinny se fue detrás del mostrador y nos dio una mirada asesina cuando Hannah hizo el pedido, pero luego, después de que nos apretamos en los asientos cerca de la ventana, nos trajo un plato gratis de pan de ajo. Me di cuenta de su esposa en la cocina, mirándome con tristeza. —Así que, Laurel —dijo Andie, peleando con la corteza de un pedazo de pan—. ¿Ves ese banco allí? Miré por la ventana al banco en la acera. Una joven mamá estaba sentada en él, desesperadamente meciendo un cochecito atrás y adelante con una mirada derrotada en su rostro. Miré de regreso a Andie y asentí, luego la observé comer la mitad de la corteza del pan en la mano de Andie, quien lo metió en su boca. Parecía un ritual para ellos. —Trataba de pensar en algo más que plantar un árbol, porque me di cuenta que es un poco cansado, y un día descubrí que el banco tiene una placa —continuó Andie—, de alguna persona que nunca he oído hablar, pero llamé a la oficina del pueblo y ¿adivinen qué? Son bancos conmemorativos. Tú puedes comprar uno. Podemos comprar uno, la clase graduada, para que lo sepas. Tan entusiasmada como Andie estaba sobre toda esta idea memorial, ella no parecía capaz de hablar sobre para que gente era. Pensé en los nombre de mis padres, el nombre de Toby, en una placa en un banco. Espaldas sudorosas y tirantes presionándose contra él, estúpidos niños pegando chicles en las esquinas. No estaba segura si mi familia le hubiese gustado ser recordado en los traseros de las personas. —¿Qué tienda quedaba al frente? —dije, porque no podía pensar en nada más. Meg me dio una patada por debajo de la mesa, así que luego añadí—: Porque mi papá siempre amaba los emparedados en Village Deli. 9

Conocido también como “Tots”, consiste en una marca registrada de los hash browns, que es una fritura de patatas. Son conocidos por ser crujientes, de forma cilíndrica y de pequeño tamaño.

Andie y Hannah se miraron la una a la otra, ambas masticando el pan de la otra. —Es una gran idea —dijo Hannah. —¿Cómo vas a conseguir el dinero? —preguntó Meg. —Vamos a hacer una venta de bizcochos en una de las casas de fútbol —dijo Hannah. —Vamos a preguntar a la clase de graduados para hacer galletas y brownies y esas cosas. Puedo añadir más cosas. Hizo una pausa, luego añadió, muy seria—: Pero no se preocupen. Vamos a preguntar a los chicos. —Y Lauren, puedes conseguir cosas de la venta gratis —susurró Andie. Justo en ese momento, mi móvil sonó. En la pantalla decía CASA. —¿Hola? —contesté, como si no supiera que era Nana. —Hola, Laurel. ¿Cómo estás? —Su voz era extrañamente formal. —Estoy teniendo un almuerzo en el pueblo. —Sólo quería ver cómo estaba yendo tu día. ¿Estás con Meg? —Y Andie y Hannah. —Las chicas trataban de no verme. —¿Las chicas populares? Bajé mi voz. —Sí, Nana. ¿Cuál es el problema? —La señora Dill me contó sobre esas chicas. No estoy segura si quiero que salgas con ellas. —Está bien. Estoy bien. ¿Puedo irme ya? Nuestra pizza ya está aquí — mentí. Colgué. —Mi abuela —dije a Andie y Hannah—. Ella tiene un pequeño loco control en mí. Pensé en la última postal que había recibido de David. Él había escrito: Masher, ¿puedes creer que ya no puedo seguir la pista del pueblo en el que estoy? Es un sentimiento increíble. Podía ver por qué, a veces. Después, cuando Meg y yo fuimos juntas al baño, me preguntó—: ¿Qué fue eso sobre Nana? —Honestamente no lo sé. —Me pregunté cuanto contarle a Meg acerca de lo que Nana dijo—. Creo que tu madre ha estado hablando mierda de Andie y Hannah. —Meg suspiró cuando se volteó hacia el lavamanos para lavar sus manos.

—Sí. Decidió la semana pasada que son cachondas. Hicimos una pausa, con torpeza, así que dije—: ¿Y tú no lo eres? Meg echó agua sobre mí. Y yo se lo devolví. Lo cual significaba que no teníamos que hablar más del tema.

Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por LuciiTamy

Estimado estudiante: Su cita de planificación universitaria con el señor Churchwell ha sido programada para el LUNES a las 2:30. Por favor llegue puntualmente a la oficina de orientación y traiga una lista de cualquier pregunta que usted pueda tener. Había encontrado la nota pegada en mi armario un día a principios de octubre, y mientras releía, oí una voz detrás de mí. —¡Parece que a ambos nos etiquetaron! Me volví a ver a Joe Lasky, agitando su propia nota. Un espectáculo que me puso feliz-nerviosa. —Deben estar haciendo las L y las M esta semana —le dije. Estábamos hace un mes en la escuela y apenas había visto a Joe. No teníamos clases juntos, y cuando lo veía en los pasillos siempre fue doblando una esquina delante de mí, o caminando hacia el otro lado rodeado de amigos. Cuando nos encontrábamos cara a cara, todo lo que teníamos tiempo de hacer era saludarnos y seguir en movimiento. Afortunadamente, Meg fue lo suficientemente inteligente para dejar de preguntar por él. —Me acordé de que estarías aquí entre el período de quinto y sexto —dijo, y me di cuenta: Él ha estado esperando para chocarse conmigo tanto como yo lo había esperado—. Y me preguntaba si podría hablar contigo acerca de un proyecto. Levanté las cejas. —¿Qué quieres decir? —Estoy haciendo unas caricaturas para un espectáculo pequeño de arte en la biblioteca, y pensé que sería genial si pudieras dibujar algunos fondos para ellos. Como hiciste por Fanfarrón. Podríamos poner nuestros nombres en las piezas terminadas. Pensé en las cosas que había dibujado en el bloc de dibujo de Joe ese día. Había dado a Fanfarrón el sótano de un apartamento realmente lamentable, como si estuviera viviendo con sus padres.

Sabía que ese tipo de cosas se veía bien en las aplicaciones de la universidad, y sabía que significaba que Joe y yo pasaríamos más tiempo juntos. Incluso si se tratara de algo que se le ocurrió para darnos una excusa para pasar el rato, quise tomar el cebo. —Eso sería genial, Joe —le dije. —Debería estar listo para mostrártelo en un par de semanas. ¿Eso es genial? —Claro. Me sonrió y luego desvió la mirada, como si me hubiera cogido haciendo algo. —Entonces voy a estar en contacto.

El lunes, según las instrucciones, me dirigí a la oficina del señor Churchwell lo más lentamente posible. No había hablado con él desde la noche del baile de graduación, no contaba con las respuestas de una sola palabra que le di cuando me preguntó cómo estaba, cómo los otros chicos se comportaban conmigo, y si él podría ayudar de cualquier manera (obviamente, la respuesta a esta última siempre fue: No, gracias). —¡Laurel! —dijo, demasiado alegre, al tiempo que abría la puerta. Ni siquiera había tocado. Él debe haberme visto, de pie en el área de la oficina de orientación esperando, sacando algo realmente importante de mi uña del pulgar. —Hola, señor Churchwell —dije y agité mi nota hacia él como una bandera blanca de rendición. —¡Parece que te estás mejor! Entra y toma asiento. Lo hice, y mientras que buscaba algunas carpetas sobre la mesa, miré alrededor de la habitación. Había un cartel en la pared de alguna universidad en Connecticut. Estudiantes sentados en el césped, los libros en sus regazos, haciendo un gesto inteligente. Una alta torre del reloj detrás de ellos, enmarcado por un árbol de roble. —Así que, haciendo planes para la universidad —dijo Mr. Churchwell, como si yo fuera quien trajo el tema. —Sí. —¿Tienes planes de ir a la universidad? Lo miré, al oír esa pregunta, por primera vez. —Por supuesto que planeo ir —le dije secamente.

—Eso es una gran noticia, Laurel, porque he oído que lo hiciste muy bien en tus exámenes del SAT. —Así es. —Y has sido una estudiante fuerte desde el principio. Noventa y ocho por ciento, oficialmente. Tus calificaciones no han sufrido como consecuencia del accidente, lo que me parece ser... increíble. —Hizo un gesto a una carpeta en su escritorio, una etiqueta de color rojo con bordes en su solapa. Evidentemente, mi archivo. Lo descarté. —Creo que los profesores están siendo fáciles conmigo. —Pero incluso si eso fuera cierto, estaba trabajando duro. No sabía cómo no hacerlo. La última postal de David, justo del día anterior, se metió en mi cabeza. Era una foto de Daytona Beach, toda la arena oro y el cielo vacío. Había dibujado un muñequito de palo que está en la playa y una flecha apuntando hacia él junto a la palabra “YO”. No había nada más en la tarjeta, excepto mi dirección. —Estoy seguro de que iniciaste este proceso con anterioridad... —dijo suavemente. Me acordé de la pila de paquetes de información que había recogido en un colegio justo el invierno pasado. Habían estado en la mesa de café en el estudio durante semanas antes de que mi padre los dejara caer en mi regazo un día mientras yo miraba la televisión. —¿Qué te parece? —Había dicho. A mi papá le gustaba hacer preguntas vagas, globos suaves que dejaban la pelota en mi cancha para que las regresara cuando quisiera. —Me gusta Brown y la Universidad de Pensilvania —respondí—. Y la Universidad de Yale, por supuesto. —Por supuesto. —Y Smith —había agregado. Mi madre había ido a Smith. Ahí es donde conoció a mi padre, una noche en una fiesta en su dormitorio. Él había asistido junto con un compañero de cuarto que visitaba a su novia de la secundaria con el fin de romper con ella en persona. —Si él no hubiera decidido deshacerse de ella —le gustaba decir a mi papá, con un guiño cuando me contaba esta historia—, ¡nunca hubieran nacido! —¿Estás buscando algo con un buen programa de teatro? —preguntó el señor Churchwell ahora, abriendo la carpeta y deslizando una hoja limpia de papel rayado en él para que él pudiera tomar notas—. Sé que eres muy activa en el club de teatro. —No actúo. Sólo veo las cosas detrás de las cámaras. Pintando el paisaje. —Así que... ¿estás interesada en el arte?

Me encogí de hombros, y él apuntó algo. —No debería ser difícil encontrar un departamento de arte pequeño. ¿Has pensado en tomar distancia? —¿Tomar distancia? —Distancia de la casa. Si deseas o no ir a la universidad, o viajar. Guau, estaba tan completamente sin preparación para esta reunión. —No, no había pensado en eso —le dije. —Si quieres vivir en casa, hay un montón de excelentes escuelas dentro de una hora de donde estamos sentados ahora mismo, especialmente en la ciudad. Columbia, por ejemplo, o NYU. Tienes un sistema de apoyo aquí. Permanecer cerca. Pensé en Nana, en los panqueques de cada mañana. Y luego pensé en Eve, viviendo en casa, con un propósito. Tal vez yo podría tener el mismo tipo de propósito. —Pero, de nuevo —continuó el señor Churchwell, dando golpecitos con el lápiz en mi archivo—, también creo que podrías considerar un cambio... de escenario. Una gran cantidad de jóvenes que vienen a mi oficina quieren un nuevo comienzo en algún lugar. Cuando estaba con Eve, me las arreglé con mentiras piadosas y omisiones, sin hablar de mi familia en el tiempo presente. Irse a la escuela sería como sumergirse en un mundo lleno de Eves. Las personas que no tenían idea de quién era yo, o lo que había sucedido. Sonaba como el cielo puro y simple. El señor Churchwell debe haber visto la confusión en mi cara, porque dijo— : No tienes que tomar esta decisión ahora. Aplica a varias escuelas en varios lugares. Preocúpate por ello más tarde después de saber quién te ha aceptado. Postergar. Eso funcionaría. Tomé una respiración profunda. El señor Churchwell anotó algo en mi carpeta y levantó las cejas. —¿Tienes alguna universidad en particular en mente? —preguntó. —Mi papá fue a la Universidad de Yale. Era su sueño que yo vaya allí también. —Yale sería una buena opción para ti —dijo, asintiendo y escribiendo una nota—. Y no es demasiado lejos. Puedes venir a casa los fines de semana si fuera necesario. —Hizo una pausa, me miró un poco de lado—. Es difícil entrar, pero al ser un legado te da una mejor oportunidad, sin duda. Vamos a ponerlo en la parte superior de tu lista. Entonces me acordé de Eve diciéndome que una vez que obtuvo su título de grado, se iba a aplicar a la escuela de veterinaria de Cornell. —Si estás interesado en

absoluto en el trabajo con animales para ganarte la vida —había dicho ella—, ese es el lugar para ir a la universidad en la costa este. La única otra cosa que sabía acerca de Cornell, era que hacía frío, pero necesitaba más nombres en mi lista. —He oído cosas buenas acerca de Cornell —le dije al señor Churchwell. Luego recité los paquetes que recordaba mostrando a mi padre, y Smith para mi mamá, y Columbia y Universidad de Nueva York, ya que podía trasladarme ahí. Cuando terminé, el señor Churchwell miró a la página que había creado en mi carpeta. —¿Has visitado alguna de estas universidades? —preguntó. —Sólo la Universidad de Yale, y las que están en la ciudad. Mi padre y yo fuimos muchos fines de semana de visita a la universidad en la primavera pasada. Papá ya había acordado estar fuera del trabajo los viernes y comenzó a reservar habitaciones de hotel. —Ah, sí, por supuesto —dijo el señor Churchwell con tristeza. —¿He dejado pasar mi oportunidad en eso? —No, no necesariamente. La mayoría de las universidades ofrecen entrevistas con los alumnos locales, y siempre se puede visitar el recinto después de entrar para ayudar a decidirte. —Hizo una pausa, tomando otra nota—. Así que con la Universidad de Yale, te recomiendo que tomes ventaja de la Aplicación Temprana —dijo—. Esto significa que si consigues tu aplicación en principio de noviembre, podrías estar adentro a mediados de diciembre, pero eso no es obligatorio. Aun así puedes aplicar a otras escuelas para mantener tus opciones abiertas. Me comporté como si se tratara de noticias nuevas, pero la verdad era que ya sabía todo acerca de la Aplicación Temprana. Papá realmente quería que yo aplicara anticipadamente. Le encantaba el nivel de compromiso que implica, y todo el calvario de terminar lo más rápidamente posible. —La Aplicación Temprana parece una buena idea —le dije al señor Churchwell. —Debes descargar los materiales y ponerte manos a la obra, especialmente con la Universidad de Yale, ya que la fecha límite está a la vuelta de la esquina — dijo—. Creo que tendrás una gran aplicación. —¿En serio? —pregunté. —Bueno, además de tener buenas notas y los puntajes del SAT, tu trabajo con el Club de Tutoría y pintura. Querrás enviar fotos de algunos de tus grupos. Tu trabajo en la oficina de la veterinaria ayuda mucho. Y estás de vuelta en tu

rutina escolar, trabajando duro. En vista de lo que te ha ocurrido, eso dice mucho sobre el carácter. Es importante. Pensé en esto por un momento, intentando comprender lo que quería decir. —Por lo tanto, ¿debo informar a las universidades sobre el accidente? —Creo que tus profesores deben mencionarlo en sus cartas de recomendación, por supuesto. Pero lo que sea que escribas sobre ti misma, en tu ensayo... esa es tu elección. —Así que ellos pueden aceptarme por lástima. —No. No he dicho eso. Puede ser que te acepten porque, entre otras muchas cosas, has mostrado una resistencia sorprendente y compromiso frente a la adversidad. Consideré lo que puso delante de mí: La oportunidad de usar realmente mi situación como una ventaja que otros no tienen. —Piénsalo —dijo—, y házmelo saber.

Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por LuciiTamy

—¿Seguro que no quieres venir a ver? —preguntó Meg un día después del último período. Ella y Gavin iban a ir a una prueba para My Fair Lady, el musical de otoño del club de teatro. Meg y Gavin ahora eran una pareja bien establecida. Su primer novio real, y él era uno bueno. No estaba en el grupo de Andie, pero a todo el mundo le gustaba, además, él tenía su propio coche. Tenían la costumbre de inclinarse juntos contra una pared con las manos en los bolsillos traseros del otro, lo que me pareció que era simplemente repugnante. A veces me imaginaba a mí y a Joe de pie allí con ellos, haciendo la misma cosa, y eso lo hizo aún más difícil. Afortunadamente, tenía previsto estar en Ashland ese día. La cara de Meg se cayó cuando se lo recordé, como si realmente quisiera ver su beso francés en la última fila del auditorio de la escuela. Sabía que trataba de llevarme a mis antiguas actividades desde que reduje mis horas en el hospital a sólo dos tardes a la semana. Necesitaba tiempo para mantenerme al día con el trabajo en clase, pero extrañaba el ritmo diario del hospital, y estar rodeada de gente que no sabía nada de mí. Ahora, cuando me fui, después de un día de clases y la gente me miraba de reojo, era casi más un descanso que estar en casa. A veces, cuando era lenta, me tomaba unos minutos para sentarme en el banquillo del frente y pensar en ese día con David. Preguntándome dónde estaba y cuando volvería a saber de él de nuevo. Cuando llegué a Ashland, todo era un caos. Una familia trajo a su perro después de que se había metido en una pelea. Estaba bastante golpeado y sangrando, y el Dr. B había estado trabajando en él durante una hora. Lo que significaba que las citas programadas regularmente se demoraron, y la gente se molestó. —Él acaba de hacer caca en su propio portador —dijo una mujer con un gato que aullaba bajo y constante. —El médico está manejando una situación de emergencia en este momento —dijo Eve con calma—. Le invitamos a reprogramar y le daremos un descuento en la tarifa de visita al consultorio.

Esto aplacó a la mujer y Eve se volvió hacia mí e hizo una mueca. —Él tiene que conseguir otro médico aquí a tiempo completo —susurró—. Hay demasiados días como este. Me hice tan útil como pude. El Dr. B y Robert consiguieron que el perro herido se estabilizara, y fuimos capaces de empezar a recibir las citas. Después de una hora, un hombre con un mono cubierto de pintura entró sosteniendo una bolsa de lona sucia, con las dos manos. Vi a Eve ponerse rígida y me encontré haciendo lo mismo. —¿Puedo ayudarte? —dijo cortésmente mientras se acercaba a la mesa de trabajo. —Espero que sí. Mi equipo estaba pintando un apartamento vacío y nos encontramos con esta gatita en un armario. Parece estar enferma o algo así. Eve se levantó y abrió la bolsa de lona, mirando en su interior. Después de unos momentos se volvió hacia mí. —Llama a Robert lo antes posible. Hice lo que me dijeron, y Robert se abalanzó y se llevó la bolsa mientras Eve le susurraba algo. Después de que desapareció con ella, Eve compuso su cara otra vez y se volvió hacia el hombre. —¿No sabes de dónde venía? —Llamé al dueño y dijo que los inquilinos que acababan de salir tenían un gato. ¿Tal vez era de ellos? Eve se mordió el labio. —Nosotros nos encargaremos de ella. —¿Está bien? —preguntó—. Yo la... la llevaría, pero mi esposa es alérgica.... —Creo que ella está a punto de dar a luz, en realidad. —Se inclinó y tocó el brazo del hombre—. La trajiste al lugar correcto. —Entonces, cuando él no se movió, Eve añadió—: ¿Quiere su bolsa de lona de nuevo? Él negó con la cabeza, luego miró a su alrededor a la sala de espera, donde tres clientes estaban sentados, después de haber visto todo el intercambio, mirándolo fijamente. Inclinó la cabeza con rapidez a Eve y se fue. Después de que los clientes restantes habían sido vistos, Eve y yo fuimos a ver cómo estaba la gata. Robert la había establecido en una jaula de fondo y colgó una toalla sobre la parte delantera de la misma. Eve tiró la toalla suavemente y se asomó. La gata levantó la vista hacia nosotras, flaca, negra como el carbón, con sus inquietantes ojos amarillos, todavía en guardia. Se veía cansada y agotada mientras ella cuidaba a una masa de inquietos gatitos recién nacidos. El Dr. B llegó y Eve dejó caer la toalla en su lugar. —¿Así que tenemos una nueva mamá? —preguntó con cansancio—. ¿Eso es qué, seis semanas después de ocupar la jaula, hasta que los gatitos sean destetados y puedes ponerlos en adopción?

—Estoy fuera de las casas de acogida —dijo Eve con un borde de suplicante a su voz—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Llevarla al refugio? El Dr. B se encogió de hombros. —Es una opción. —No puede ir al refugio. Ya ha sido abandonada una vez, y si se molestan en mirarla, verían cómo está desnutrida. Todos se enfermarían y morirían allí. El Dr. B suspiró. —Entonces te la llevas. —Mis padres me van a matar si llevo a la casa. —Eve se fue rompiendo. Tiró la toalla otra vez, con la esperanza de forzar algo en el Dr. B—. Mira lo deprimida que está. Lo único que quiere es su familia de nuevo. Tan pronto como Eve lo dijo, yo podía sentir mi garganta cerrarse y una descarga de algo caliente y fuerte detrás de mis ojos. Por el amor de Dios, pensé, por favor, no voy a empezar a llorar aquí. Y entonces vi algo en mi cabeza. Un lugar luminoso, con una ventana y una cama blanda, que estaba vacío como un espacio perdido en el planeta. La habitación de Toby. —Yo puedo llevarla —dije, antes de que pudiera pensar en las muchas razones para no hacerlo. Eve puso ambas manos sobre mis hombros, sonriendo más amplio de lo que pensaba que su rostro tenía espacio. —¿En serio? Me limité a asentir, mirando a mis manos. —Tengo una habitación —dije después de unos segundos—. Tengo un montón de espacio.

—Laurel, ¿cómo puedes hacer algo así sin pedirme permiso primero? —dijo Nana mientras nos encontrábamos en la sala de estar, una caja de cartón llena de gatos a mis pies. Estaba enfadada, con la boca fruncida y sus líneas de expresión haciendo grietas en su maquillaje cuidadosamente aplicado. Casi había olvidado cómo se veía. —No creí que te importa —dije, encogiéndome de hombros, sin mirarla. —Bueno, sí me importa, pero eso no viene al caso. Esta es mi casa también, y estoy a cargo, y si quieres traer algunos animales sin hogar a vivir en la habitación de tu hermano es... —Se detuvo con la palabra atascada en su garganta, y se apartó de mí, finalmente, escupiendo—, la habitación de tu hermano... tenemos que hablar de ello. —Lo siento —dije—. ¿Por qué no emprendes el viaje al norte del estado, al igual que has estado planeando? De esa manera no tendrás que lidiar con esto.

—No tengo ganas de ir ahora mismo. No cambies el tema, Laurel. Me miró, su ira dando paso a lo que parecía ser confusión, como si estuviera deseando tener un manual que pudiera comprobar para saber qué hacer en esta situación. —Era algo que tenía que hacer. —Pensé en la expresión de la gata, la imaginaba sola en el apartamento vacío que ella sabía era su hogar, preguntándose qué había hecho mal. Nana vio que estaba a punto de romperme, pero mantuvo la boca en una línea firme. —Entiendo eso, y creo que entiendo por qué. Me gustaría que recuerdes que no eres la única tratando de averiguar cómo superarlo. Ahora que ya no era tan firme, la línea se vino abajo, y ella se acercó a mí. — Yo también los he perdido, ya sabes —dijo con voz temblorosa. Di un paso hacia ella y sentí sus brazos apretarse alrededor de mí, la blusa a cuadros nítidos presionando contra mi pecho. Era un sitio en el que no me había dado cuenta que deseaba estar. Ninguna de las dos dijo nada durante un rato. Me imaginé a la gatita en la caja, escuchando todo esto, pensando, no estoy segura de que esto va a ser mejor que el hospital de animales. Finalmente Nana respiró hondo, dio un paso atrás, y dijo—: Está bien, pero les das de comer, limpias después de ellos. Y le encuentras un hogar tan pronto como te sea posible. Me limité a asentir, y decidí que iba a llamar Lucky a mi gata de acogida.

Traducido por Pixie Corregido por LuciiTamy

Una semana antes de mi cumpleaños y dos semanas antes de Halloween, las hojas alcanzaron su punto máximo. Podía quedarme en nuestro jardín delantero y mirar hacia el sur para ver la colcha de colores marrones, rojos y amarillos que se extendían por las colinas. Me era difícil conducir ya que siempre miraba los árboles, que se inclinaban hacia delante en la carretera como si estuvieran mostrando sus últimas hojas de la temporada antes de ir desnudos por el invierno. Los recuerdos me golpeaban fuerte, exprimiendo mi pecho, cada vez que salía y sentía ese chasquido en el aire, los olores de la comida de otoño flotando en nuestro vecindario. Mi papá, Toby y yo rastrillando el césped y luego saltando en las hojas. Mamá y yo comprando suéteres y pantalones de pana en el centro comercial. Los cuatro conduciendo al norte para recoger manzanas temprano un sábado por la mañana. Siempre he amado octubre porque movía las cosas, pateaba nuestros traseros cambiando el mecanismo. Pero ahora que las cosas se mueven sin ellos, simplemente me hizo llorar un montón. —Los cumpleaños y las vacaciones son muy dificultosos cuando estás de duelo, especialmente el primer año —dijo Suzie durante nuestra última sesión—. Serán un par de meses muy duros. —Lo sé —fue todo lo que dije, jugueteando con un botón libre de mi suéter. —¿Cómo está yendo tu aplicación para la Universidad? —preguntó—. Sólo te quedan un par de semanas para presentarte en Yale, ¿correcto? —Ya casi termino —respondí, satisfecha por cambiar de tema. Pensé que mi aplicación era bastante buena. O al menos, lo suficientemente buena para mi papá. Incluso tenía fotos de mi mejor set de pinturas a lo largo de los años. Eran fotos que mamá había tomado, que en ese momento habían parecido demasiado embarazosas como para decir algo. Ahora, el hecho de que ella las había tomado hizo a las fotos preciosas, y yo tenía copias de ellas en un marco en una pared de mi habitación—. Los profesores prácticamente están haciendo fila para escribir mis cartas de recomendación. Eso fue bastante extraño. Suzie sonrió. —Extraño, quizás, pero estoy segura que no inmerecido.

—Aún estoy estancada sobre qué escribir para el gran ensayo. —En otras palabras, ¿escribo sobre mi familia o no les cuento nada de lo que sucedió? Estaba totalmente perpleja y sólo seguía postergándolo. —Pensarás en el tema adecuado, estoy segura. Asentí. Esto era lo que todo el mundo había dicho, incluyendo a Nana y Meg. Estuvimos en silencio por demasiado tiempo, supongo, porque Suzie saltó con un nuevo asunto. —Y tu cumpleaños está llegando. ¿Te sientes como si quieres una gran fiesta, o sólo una pequeña celebración? Simplemente me encogí de hombros. Cada vez que pensaba en ello me entristecía. —Porque creo que necesitas potenciarte en esto. Eres lo suficientemente grande. Si la gente hace cosas por ti y no es lo que quieres, realmente te hará sentir peor. ¿Qué hiciste en el pasado? —Usualmente Meg y yo iríamos a ver una película y luego tendríamos una pijamada. —¿Es eso lo que quieres hacer esta vez? —preguntó Suzie, haciendo una anotación en su cuaderno de notas. A veces me imaginaba a Suzie dibujando garabatos y corazones todo este tiempo que pretendía estar tomando notas. Traté de imaginar a Andie Stokes y Hannah Lindstrom en bolsas de dormir en el piso del estudio. Como si eso fuera a pasar. —No —dije—. Creo que es momento de un cambio. Quizás cenar en algún restaurant de moda. Suzie asintió. —Eso suena encantador. Luego me imaginé a Meg, Nana, Eve y yo y tal vez a los padres de Meg, comiendo en la mesa de la esquina de Magic Work. Sonaba encantador. —¿Qué hay de Halloween? —preguntó Suzie, regresándome a la realidad— . Hay un baile en la escuela, ¿verdad? Hombre, ella estaba informada. —Sí —dije—. Hay un baile y sí, voy a ir. Andie, Hannah, un par de sus amigos, Meg y yo, vamos a ir vestidos como sushi. Creo que dijeron que soy una limanda10. —Me gustaría ver eso —dijo Suzie, haciendo otra anotación (u otro garabato). Miró sus notas otra vez y, como decidiendo que no le he dado mucho sobre que escribir, preguntó—: ¿Algo más de lo quieras hablar hoy?

10

Pez de cuerpo aplanado y asimétrico.

Tenía una nueva postal de David escondida en las últimas páginas de mi libro de historia. Estaba en México. Sólo por el fin de semana, había escrito. Sólo para ver cómo es tomar un auténtico tequila. Aún no le había dicho a Suzie sobre lo que había pasado con David; no iba a comenzar ahora. Pero sentía como que le debía una especie de pepita personal nueva. —Joe Lasky quiere que hagamos juntos un proyecto de arte —dije, pensando en su sonrisa abierta ese día en mi casillero. Sonrío, demasiado complacida, pero yo estaba contenta por eso. Quizás ella se podía emocionar por mí, ya que yo no me lo permitía. —Cuéntame sobre eso —dijo Suzie, y así lo hice.

Era después de la escuela y estaba esperando a Joe. El día anterior, me había enviado un texto mientras estaba en inglés: ¿Reunión de superhéroes mñn? No se admitn villanos. Me reí, luego le respondí: Bien, sólo dme dnde stan los cuarteles secretos. Ahora la puerta, que yo había cerrado para que nadie me viera sentándome sola en la sala de arte, comenzó a sacudirse. El rostro de Joe apareció en la pequeña ventana de la puerta, sus ojos confundidos. —¡No está cerrada con llave! —grité. Joe la sacudió un poco más, la empujó un poco más fuerte, y repentinamente cayó dentro de la sala. —Supongo que por eso el señor Ramírez nunca cierra la puerta —dijo. Su cuaderno de dibujos estaba escondido debajo de un brazo y su bolso colgado diagonalmente a través de su pecho—. Gracias por reunirte conmigo hoy. —No hay problema. —Me encogí de hombros, pensando, ¿No sabes que he estado esperando por esto? Y: Mejor que no estés haciendo esto por obligación, para compensar la noche del baile de graduación. Joe agarró un taburete y lo acercó a mi lado, después empujó su cuaderno de dibujo en la mesa delante de nosotros. —Así que, ¿cómo hacemos esto? Se sintió como una gran pregunta, una que sólo podías responder con acción. Por lo que abrí su cuaderno en el primer dibujo, una chica preadolescente con unas botas rojas demasiado grandes y un desenfadado vestido corto, sus manos en sus caderas. Estaba sacando su lengua.

—¿Quién es? —le pregunté. —Mi hermana menor. SuperBrat. La he estado dibujando de varias formas por años. —¿Es así de mala? —No tienes idea —dijo Joe, sacudiendo su cabeza—. Cuando yo era más joven, solía tener una lista de formas en que ella podría morir. —Contuvo el aliento y su cara instantáneamente se tornó blanca—. Lo siento, no debí haber dicho… Tú… —Está bien —dije. Pero se veía tan enojado consigo mismo. En ese momento me di cuenta cuan duro debió haber estado tratando de no decir nada para molestarme—. Definitivamente debería usar este —añadí, yendo a su rescate—. Podría dibujar una habitación donde todo es gigante en relación a ella. Mesas, sillas y cosas. Como que ella piensa que es un pez gordo pero en realidad, es diminuta en su mundo. —¡Me gusta eso! —dijo Joe, asintiendo. Nuestras cabezas estaban inclinadas cerca del otro, y cuando olí su cabello, me regresó a la noche del baile de graduación y casi me abrumó. Joe, y esta conversación de ida y vuelta. No postales en una sola dirección que no podía responder, postales que bien podían haber sido mensajes abandonados en el cielo y todo lo que yo podía hacer era tratar de atraparlos. Agarré mi cuaderno de notas y escribí algo acerca de SuperBrat. —Muy bien, muéstrame el siguiente. Media hora después, habíamos repasado todos sus dibujos y elegido ocho que debían estar en el show, y para los cuales yo podía dibujar algunos fondos. Las ideas venían velozmente a mí, totalmente formadas. Era como si estuvieran viajando en una carretera que había sido obstruida con tráfico pero que ahora estaba inesperadamente despejada. Cuando alcanzamos el final del cuaderno de Joe, nos sentamos allí por un momento. No quería irme todavía. Luego dijo—: Escuché que tú y un montón de chicas tienen algo fantástico planeado para el baile de Halloween. He estado esperando descubrir si él iba a ir o no, pero temía que si preguntaba, pensaría que quería ir con él. Lo que, estaba segura, hubiese sido un panorama terrorífico dada nuestra historia. Algunas cosas son demasiado asustadizas incluso para Halloween. —Sí, es un secreto —le dije—. Tendrás que verlo por ti mismo. Joe bajó la mirada. —Desafortunadamente, tengo que trabajar esa noche.

Me tragué mi decepción. —Estoy segura de que habrá fotos después del hecho —dije casualmente, luego comencé a ocuparme de mi bolsa de libros para irme. —Estoy tratando de zafarme de ello. —Aún no me miraba. —Está bien —dije, sin mirarlo. —¿Estás estacionada en el lote de los de último año? —preguntó, y cuando me giré y asentí, hizo un gesto de después de ti con sus brazo, hacia la puerta. Los pasillos se hallaban mayormente desiertos, y sólo unas pocas personas nos vieron caminando juntos. Sabía que sería suficiente para que el rumor se echara a andar otra vez. —Gracias de nuevo por aceptar hacer esto —dijo Joe mientras nos acercábamos a mi auto. —Será divertido —dije—. Además, puedo ponerlo en mis aplicaciones, si no entro tempranamente en Yale. —Tomaré fotografías de las piezas finales para que puedas enviárselas. —Eso sería genial —dije. Di un paso hacia la puerta del auto y saqué de mi cartera las llaves, luego me giré para despedirme, pensando que él se había detenido varios centímetros detrás de mí. Pero no, y ahora estaba más cerca de lo que esperaba. —Que tengas una noche genial, Laurel —dijo. Luego se detuvo, y durante una mitad de una mitad de una fracción de un instante, creí que podría besarme. Bésame Joe. No me romperé. En cambio, se alejó de mí, como si tuviera miedo de lo que podría pasar accidentalmente, y extendió sus brazos abiertos. Lo imité y nos inclinamos uno a otro en el más breve de los abrazos. Ni siquiera un abrazo, en verdad. Más como un roce de cuerpos. En serio, Joe, puedes tocarme sin romperme. De hecho, tú podrías incluso recomponerme un poquito. Entonces se alejaba de mí, sacudiéndose, y yo me sacudí con la sonrisa más normal que pude reunir. Mientras conducía a casa, pensé en los labios de Joe, en la piscina de Adam LaGrange, y cómo sus manos se habían sentido en mí. No este roce sin sentido, sino firme, con seguridad. ¿Cómo podré tener eso nuevamente? Y luego me pregunté sobre mamá. Si estuviera esperándome en casa, ¿le pediría un consejo? ¿Haríamos té y hablaríamos sobre qué hacer con Joe? Con ella, nunca he llegado al punto de necesitar orientación sobre chicos. Pero entonces, si estuviera viva, Joe y yo aún seríamos extraños virtuales.

La triste y retorcida ironía de eso me puso repentinamente furiosa. Subí el volumen de la radio tanto como pude y luego grité al tráfico que se aproximaba. Era un truco que Suzie me había enseñado. Cualquiera fuera del coche, sólo pensaría que estaba rockeando una gran canción.

Meg se sentó conmigo en el centro de la alfombra de los Yankees de New York de la habitación de Toby. Lucky ronroneaba muy fuerte entre nosotras mientras yo frotaba su barriga y Meg rascaba bajo su barbilla. Le gustaba tomarse un descanso de los gatitos, que dormían en una pila en la esquina trasera de la canasta para perro que Eve me había dejado. —Luce bien —dijo Meg. —Lo sé, no puedo creer cuanto peso ha ganado en sólo tres semanas. Eve me dio la receta de una comida nutritiva para gatos que hace una gran diferencia. —Eve sabe mucho —dijo Meg sarcásticamente, pero no respondí y en cambio, miré el móvil de sistema solar en el techo, que se retorcía lentamente y casi sin ganas. Cuando entré a la habitación el día que salvé la vida de Lucky, era la primera vez que había sido abierta desde que Nana tuvo que buscarle un traje a Toby para el entierro. Mientras he sido capaz de ir a la habitación de mis padres un par de veces para buscar cosas, ninguno de nosotros podía abrir la puerta de Toby. Nunca hablamos del tema, aunque Suzie ocasionalmente me preguntó sobre eso. El aire estaba viciado pero por un segundo, creí que podía oler esa combinación de Head & Shoulders y sudor ligero que siempre sería mi hermano. Tenía algunos pósters nuevos: un par de bandas que apenas había comenzado a escuchar y uno de una modelo rubia en bikini, montada en una moto Vespa, que me hizo reír. Había un libro de partituras en blanco en el escritorio, con notas rayadas con la escritura torcida y luchadora de Toby. Había mirado el piano eléctrico en el rincón, luego regresé a las partituras. Todo lo que podía distinguir era la letra, Dime por qué, quieres llorar. Toby siempre fue bueno para hacer canciones, incluso si tenía problemas escribiéndolas. Cuando éramos más pequeños, antes de que mi ida a la secundaria pareciera transformar los tres años entre nosotros en veinte, montábamos shows para nuestros padres. Él hacia la música, yo el escenario y los disfraces, y sólo improvisábamos el resto.

Aunque su habitación ahora olía a gato, no a un adolescente, imaginé que Toby pensaba que lo que estaba haciendo era genial. —¿Estás trabajando en tu cosa de Joe? —preguntó Meg, cambiando de posición y estirándose. Se refería a los dibujos, claro, pero esa frase, “Cosa de Joe”, era un mundo de posibilidades. —Sí, un poco. El show es recién en diciembre, así que hay tiempo. —Me alegro de que ustedes sean… amistosos ahora. Nos detuvimos, y casi comienzo a contarle sobre las postales de David. No eran algo que debería resguardar de ella, lo sabía, pero ¿cómo podía explicarlas? Entonces escuchamos a Masher rasguñando y gimiendo en la puerta, y el momento se fue. Lo volvía loco que haya animales aquí que podía olfatear pero no ver. Lucky miró hacia la puerta con desdén, luego trepó al regazo de Meg. — Debe pensar que necesitas un poco de azúcar hoy —dije. Meg frunció el ceño por un segundo y la punta de su nariz se frunció, como si tuviera algo que decir acerca de eso, pero entonces se inclinó y le dio a Lucky un gran beso húmedo en su cabeza.

Quería ir a Magic Wok para mi cumpleaños. Tengo a Magic Wok y la gran mesa redonda del rincón, con la Perezosa Susan en ella, que siempre amé cuando era niña. Nana y Megan se sentaron a cada uno de mis lados. Los padres de Meg se sentaron junto a ella, y Eve junto a Nana. Todos ordenaron el Mai Tai, que venía en un Buda de cerámica con una ridículamente larga pajilla, incluidas Meg, Eve y yo, a pesar de que teníamos la versión sin alcohol que tenía el mismo gusto que los Slurpees. —Por Laurel —dijo Meg, alzando su Buda—. Que este año sea tan maravilloso como sea posible. Todos levantaron sus Budas. —¡Por Laurel! Comimos empanadillas y rollos de huevo y todos la pasamos muy bien, excepto quizás el señor Dill, que parecía no gustarle la comida china debido a que le pidió a la mesera que le llevara un sándwich de carne, y la señora Dill rodó sus ojos e inclinó su silla lejos de él.

También estaba la tristeza. Podía sentirla justo ahí, debajo de la mesa, a punto de arrastrarse con sus manos y rodillas a mi fiesta. Tal vez, si mantenía mis piernas juntas y mis pies presionados en el piso, no tendría espacio para escapar. Pero salió de todos modos, no importa cuán fuerte todos se rieron de las bromas de Eve o de cómo Nana trató por primera vez en su vida de usar palillos chinos. Era mi cumpleaños, y quería a mi mamá y a mi papá. Mi madre siempre trataba de hacer algo un poco alternativo para mis fiestas, como comprar viejos sombreros en la tienda de segunda mano y dejar que mis invitados y yo los decoráramos con flores de fieltro y cuentas. Papá me daba un libro cada año, escrito adentro de la portada. Siempre he pensado, ¿por qué no puede simplemente contratar a un mago o un inflable como todo el mundo? ¿Se supone que debo leer este libro y pretender que me encantó incluso si no es así? Cada vez que sentía que iba a perderlo, tomaba un sorbo de mi Buda y miraba la tapa verde de la botella de salsa de soja baja en sodio ya que se encontraba en frente de mí en la Perezosa Susan. O sólo sonreía, reía y asentía cuando los demás lo hacían. Se sentía bien, la gente que estaba aquí (excepto tal vez el señor Dill). Afortunadamente, Andie y Hannah tenían un juego de hockey lejos y no pudieron venir, y sabía eso cuando las invité. Las cosas con Joe aún estaban sin forma. Esa era una incomodidad que no quería en la mezcla. Después de los aperitivos, me levanté para ir al baño, y Meg se levantó para venir conmigo. Mientras nos alejábamos caminando de la mesa y hacia el pasillo, escuché a Eve preguntar—: Así que, ¿dónde está la gente de Laurel esta noche? Un pedido de silencio vino de la mesa, pero no me di vuelta para mirar sobre mi hombro. —Sigue caminando —dijo Meg, y me empujó hacia la puerta del tocador. Después de que orinamos y nos lavamos las manos, supe que iba a tener que regresar, mirar el rostro de Eve y ver que ella lo sabía ahora. A la mierda. Era mi cumpleaños. Meg volvió a la mesa primero, y yo la seguí. Hablaban sobre sus “momentos de comida en películas” favoritos, y el señor Dill estaba describiendo alguna escena de una película de Jack Nicholson donde ordenaba un sándwich de ensalada de huevos, y todos se aseguraron de mantener la conversación en marcha cuando me senté de regreso. Pero tan pronto como hice eso, Eve comenzó a llorar. Nana puso su brazo alrededor de ella mientras Eve alzó sus ojos hacia mí, y apartó la mirada. Luego, afortunadamente, la comida llegó, y pronto todos estaban muy ocupados usando el comer como una excusa para no hablar.

Más tarde, trajeron un gran pastel e hicieron que todo el restaurant cantara el “Feliz Cumpleaños”, y abrí los regalos. Por un segundo, recordé el baño de espuma de Campanita que me dio una vez David para mi cumpleaños cuando éramos pequeños, y me pregunté donde estaba él en ese preciso momento.

Traducido por Anna Banana Corregido por LuciiTamy

—No lo entiendo —dijo Meg—. ¿Se supone que esto es el arroz? —Sí. ¿No se parece al arroz? Nos encontrábamos de pie en frente del espejo de cuerpo completo en la habitación de su mamá, con losas grandes de poliestireno blanco colgando de nuestras espaldas. La espuma de poliestireno estaba atada a correas que colgaban de nuestros hombros, los cuales estaban unidos a sacos grandes de color colgando en frente de nuestros cuerpos. Creo que ninguna de las dos estábamos listas para admitir qué tan idiota era todo el asunto. —No, y estos no parecen trozos de pescado. —Creo que quedará mejor una vez que pongamos las algas —ofrecí, apuntando al montón de felpa verde que estaba en el piso, los que se suponían debían estar alrededor de nuestras cinturas. —¿Dime otra vez por qué aceptamos a hacer esto? —preguntó Meg, tratando de hacer que su arroz estuviera recto. —Tú eres a quien le gustan tanto. Y Andie dijo que realmente necesitaban un plato completo de sushi. ¿Y cómo podríamos hacerles eso a ellas? ¿Hacerles ir al baile de Halloween sin camarones y limanda? ¡Serían la burla del pueblo! Meg se río, luego me dio una mirada de soslayo. —¿A ti no te agradan? —Supongo que sí. No me gustan gustan. Pero son agradables. —Sí, lo son. —Lo que ella no dijo es, y son populares y no sintió la necesidad de mencionar que al estar con ellas, mi puntuación social ha salido por los cielos. Y yo no sentí la necesidad de recordarle que todo es porque ellas quieren parecer santas al ser amigas de la pobre Laurel Meisner. Había mucho que Meg y yo no nos decíamos en estos días. —Tienes razón —anunció Meg, a su reflejo en el espejo—. Se verá mejor con las algas. Y Gavin completará el efecto.

Gavin iba como un par de palillos gigantes. Sólo le sonreí y pensé, si las cosas fueran diferentes con Joe, ¿de qué iría él? ¿Tal vez wasabi? ¿Podría gustarle lo suficiente a un chico como para vestirse de wasabi? ¿Y cómo sería de todos modos? Era viernes por la noche y Halloween sería el próximo jueves, lo que significaba que tenía tan sólo cinco días para escribir mi ensayo para la Universidad de Yale y enviarlo antes del primero de noviembre. Todavía no tenía idea de qué decir, especialmente sin saber si escribir o no sobre mi familia. Sin eso, tenía dificultad en encontrar algo que importara, algo que haría al departamento de admisiones de Yale pensar que yo era alguien especial. Sabía que debería estar en casa trabajando en ello, pero esto de alguna manera parecía ser mucho más importante. —Ya se te ocurrirá algo —había dicho Nana confiadamente—. Siempre lo haces. En la planta baja, los padres de Meg y Nana nos esperaban con sus cámaras. La señora Dill había cambiado su opinión acerca de “esas chicas” cuando Meg trajo a casa a Andie a la cena una noche, y todos se llevaron de maravilla. Nana había cambiado su opinión el día después de mi cumpleaños, cuando Andie llegó a la casa con una tarjeta y un certificado de regalo para manicura y pedicura en Happy Nails “de parte de todos nosotras”. Si había una manera de llegar al corazón de Nana, era a través del buen tratamiento. Más fotos en frente de la escalera. Nana en realidad no entendió la cosa del sushi, pero de todos modos hizo una gran cosa de ello. Después se llevó a Meg a la cocina, sólo ellas dos, y la escuché susurrarle algo acerca de que no se alejara de mi lado. Toda la escena fue como un recuerdo del baile, —todos lo sentíamos, me di cuenta— así que no podía culpar a Nana. Estaba incluso un poco agradecida, me alegraba que ella hubiera pospuesto su viaje a casa una vez más por estar aquí. Cuidadosamente doblamos los trajes y los metimos en el coche de Meg antes de conducir a la escuela para el baile. Ambas estábamos vestidas de blanco de pies a cabeza y brillábamos un poco bajo la luz fluorescente de la calzada de los Dill. Antes de que nos subiéramos, Meg y yo nos detuvimos a un lado del coche, observándonos la una a la otra sobre el techo negro brillante del coche. —Siento que vamos a una fiesta de mimos —dije, incapaz de ocultar el nerviosismo en mi voz temblorosa. —Vas a estar bien —dijo Meg, pero parecía no estar convencida.

Habíamos estado preocupadas de que llegaríamos tarde, pero tan pronto como llegamos a la escuela me di cuenta que íbamos a estar entre los nerds que llegaban primero. Tan sólo había un puñado de coches. —Está bien, necesitamos tiempo para vestirnos —dijo Meg. Así que nos pusimos detrás del Toyota, una vez más poniéndonos la espuma de poliestireno y los cinturones de felpa verde, con la esperanza de que nadie nos viera hasta que estuviéramos junto con el resto de nuestro plato. Y después esperamos, entre las sombras del coche y un árbol, sólo un par de platos crudos mirando a otros chicos llegar. Meg inició la conversación. —Luke Trumbull es Frankenstein. Eso es tan anticuado. ¡Oh, mira! Alguien es Cosa Uno y Cosa Dos de El gato en el sombrero. No sé quiénes son, están muy lejos. Finalmente, vimos el Beetle de Andie llegar al estacionamiento y nos dirigimos a donde se había aparcado. —¡Se ven deliciosas! —dijo, después Hannah y dos de sus amigas salieron del auto. Les ayudamos a ponerse sus disfraces, y juntas, nos mirábamos menos estúpidas. Hannah los había diseñado y hecho, por lo que se sentía orgullosa mientras nos dirigíamos a la escuela, tomándonos fotografías desde atrás. —Vamos a tomarnos una fotografía grupal antes de entrar —dijo Hannah cuando llegamos a la entrada principal. Nos agrupamos sobre los escalones, nuestros brazos alrededor de la otra, mientras que Andie le pidió a un estudiante de segundo año que nos tomara la fotografía. Él parecía emocionado de tener tremenda oportunidad e hizo una gran cosa en posicionar la cámara. —Digan “sí” —dijo. —¡Sí! —dijimos al unísono, sonriendo. Tomó la foto, y luego dijo—: Una más. Mientras él posicionaba la cámara, algo llamó mi atención, cerca de donde el auditorio en forma de lata de atún se hallaba frente de la escuela. La estatua del oso parecía estar moviéndose. No, esperen. No la estatua. Una persona que estaba de pie enfrente de la estatua, entre las sombras de su silueta. Una persona que parecía ser David. —Digan, “sayonara” —dijo el estudiante de segundo año, tratando duramente de ser genial.

Tenía miedo de retirar mis ojos de la figura, con temor de lo que había visto desapareciera, pero Meg apretó su brazo alrededor de mí y me vi obligada a mirar a la cámara lo suficiente para ser cegada por el flash. Ahora no podía ver nada cerca del auditorio excepto chispas blancas. Meg y el resto del plato se dirigieron adentro de la escuela, pero me quedé allí en los escalones, observando a las chispas desaparecer de mi visión. La persona-David se movió de nuevo, y comencé a dirigirme hacia él, caminando sobre el césped mojado en mis zapatillas de deporte blancos, sin importarme que se estuvieran enlodando. Finalmente llegué al pavimento, la calzada frente al auditorio, y ahora lo podía ver sin las sombras. Él me vio, también. —Laurel —dijo simplemente. Su pelo estaba más largo, rozando la parte superior de sus hombros, y su peso lo hacía colgar lisamente y brillante. Había perdido de peso y estaba un poco bronceado. Parecía unos cinco años mayor. Y luego estaba yo, vestida como sushi. —Hola, David. Sus ojos recorrieron mi atuendo, pero se detuvieron antes de llegar a mi cara. —No me digas. Limanda, ¿verdad? —¿Cómo lo supiste? David sonrió de lado. —En California hay sushi por todas partes. Digamos que comí demasiado. —¡Ahí estás! —Oí la voz de Meg detrás de mí y me di la vuelta. Ella jadeaba—. Pensé que estabas junto a mí, lo lamento. Se llenó de gente y me tomó unos minutos para darme cuenta… Meg vio a David y su boca cayó abierta. —¿Qué diablos estás haciendo aquí? —pregunto con furia. Eso era lo que yo había planeado decir, una vez que decidiera que era más raro: Que David se apareciera de la nada, o saber que David conocía qué tipo de pescado se suponía que yo era. —Estoy aquí para ver a Laurel —dijo David, ahora levantando su mirada a la mía. Sus ojos estaban perfectamente redondos y completamente abiertos, diciéndome que estaba bien que mi mirada se quedara en ellos—. Acabo de llegar esta noche y fui a tu casa… a ver a Masher… y nadie estaba allí. Y sabía que había un baile escolar así que pensé que podía encontrarte aquí… Él quería ver a su perro. Por supuesto. Alejé mi mirada.

—Laurel, ¿tal vez podrías darle las llaves de tu casa? Tu abuela probablemente todavía está en mi casa. Miré a Meg, después detrás de ella hacia las luces de la escuela, las cuales parecían temblar de la energía del baile. La música sobresalía del gimnasio, donde sin lugar a dudas el resto del plato del sushi nos buscaba, y donde Gavin deambulaba como un gran par de palillos chinos que no tenían nada que tomar. Joe se encontraba a kilómetros de distancia entregando boletos en el cine y yo no tenía a nadie esperando por mí. —Meg, sólo entra —dije. —¿Qué quieres decir? —Sólo ve. Al baile. Yo iré… —Miré a David—. Me iré a casa con él. —Pero te vas a perder la diversión —dijo con voz débil. —No realmente —dije—. Y tú te divertirás más sin mí. Meg inclinó la cabeza como si estuviera a punto de negarse, pero se contuvo. Ella sabía que tenía razón. —¿Qué les digo a las chicas? —Diles que me di cuenta que aún no estaba lista para un evento social de esta magnitud. Es la verdad, de todos modos. —Déjame ir contigo —dijo vacilante. —No, quiero que te quedes. —Le prometí a Nana… —Ella estará bien con esto, te lo juro. Meg entrecerró los ojos. —Hay algo que no me estás diciendo. —Por favor, sólo ve. Te lo diré más tarde. —No estaba segura si eso era cierto. Meg me dio una mirada confundida y sucia antes de volver a la escuela sin decir adiós. Vi su rectángulo blanco de espuma de poliestireno hacerse cada vez más pequeño mientras caminaba a través del césped, luego me volví hacia David. —Gracias —dijo—. En verdad no puedo esperar para ver a Masher. —Y él no puede esperar para verte —le contesté y comencé a seguir a David hacia el Jaguar de su padre, el cual estaba estacionado en el aparcamiento para la facultad y definitivamente ya no reluciente.

Conducimos a casa en silencio. Mi disfraz estaba sobre el asiento trasero del Jaguar, y peleé contra el impulso de trasladarme junto a él. Cualquier cosa excepto no estar sentada en silencio junto a David, vestida de pies a cabeza de blanco como un letrero de neón gigante. Cuando pasamos por la casa de los Kaufman hacia el camino a la mía, David estiró el cuello para mirar hacia ella, sin molestarse en ocultar el dolor en sus ojos. Nos detuvimos en la entrada de la casa, el Volvo aún estaba ausente, pero él no apagó el coche. Sólo miró fijamente hacia la puerta del garaje. —A veces pienso en esa noche, con las cosas de una forma diferente —dijo. Sonaba distraído, de ensueño. No le respondí. —Ya sabes, como si en lugar de ir a casa de Kevin para molestar a mis padres, hago lo decente y voy con ellos a Freezy’s. Hubiéramos tenido que ir en dos coches. Se volvió a mí y traté de ocultar la sorpresa en mi cara. —Podría haber cambiado todo —dijo. Pensé en mi Bien de Preguntas. Había sido la sugerencia de Suzie. Cada vez que sintiera que me ahogaba en los y sí, los escribiría en un pedazo de papel, los doblaría y los pondría en un frasco de mayonesa vacío, y después atornillaría la tapa de nuevo con fuerza. Era una manera de sacarlos, dejarlos ir. Mi Bien de Preguntas se estaba llenado, y necesitaba encontrar otro frasco pronto. Tragando saliva, finalmente le dije—: Pudo hacerlo. Pero no lo hizo. David suspiró y asintió, después apagó el auto y se sentó allí, con las manos en el volante. —He estado conduciendo por tanto tiempo —dijo en voz baja—, se siente raro dejar de hacerlo. Silencio de nuevo. Se sentía como si David tuviera la necesidad de que yo tomara el liderazgo aquí. Estamos en mi territorio ahora. Así que dije—: Gracias por las cartas. Se volvió a mirarme, su rostro en blanco. —Quiero decir, Masher te da las gracias. Creo que olían familiares o algo así. David sonrió con tristeza. —Me alegro de que le gustaran.

—Vamos a verlo —le dije, abriendo la puerta del coche. Salimos del Jaguar y me siguió hasta la casa. Tan pronto como saqué las llaves y éstas tintinearon, escuchamos a Masher ladrando y jadeando en el interior, lo que hizo a David reír. En segundos, la puerta se abrió y Masher salió por la puerta directamente hacia David, un borrón frenético, y puso sus patas en el pecho de David y su lengua en su rostro. Él sabía que David estaba aquí, a pesar de que no habíamos dicho ni una sola palabra. De alguna manera, él estaba seguro de ello. Pasé por su alrededor hacia la casa, hasta mi habitación, para así poder cambiarme de esta ropa blanca. Cuando llegué allí, entré en mi armario y cerré la puerta detrás de mí, pensando en los ojos de David dirigiéndose al lugar que él siempre había llamado hogar. A veces pienso en esa noche. Nunca se me había ocurrido que David también era perseguido por las preguntas. Era tan simple y tan obvio. Lloré duramente pero en silencio con alivio en la oscuridad.

Traducido por edith 1609 Corregido por tamis11

Una hora después, Nana colocaba algunas galletas Pepperidge Farm para nosotros en la tabla de la cocina, disculpándose de que no tenía nada hecho en casa. —Está bien, Nana —dije—. ¿Podrías relajarte? —Sólo estoy regañándome porque teníamos ese pan de calabaza pero lo llevé todo a lo de los Dill, y debería haber guardado algo para ustedes. Ella sonrió a David, quien se encontraba sentado con la cabeza de Masher en su regazo, inhalando el descongelado guiso mulligan como si no hubiera comido en días. Tenía que darle crédito a Nana; cuando llegó a casa diez minutos después de nosotros, estaba imperturbable por su presencia en la casa. Aún no parecía recordar que me perdí el baile. Sólo fue derecho al refrigerador para ver qué tipo de comida podía ofrecer. Cuando David finalmente tomó un descanso de su guisado y fue por una galleta, Nana hizo su movimiento. —Así que, David, ¿qué te trae a casa? Él dio un respingo sólo por un segundo pero continuó agarrando la galleta. —Oh, ¿no escucho? —dijo a la ligera, muy a la ligera—. Mis abuelos vendieron la casa, y tengo que ir a ver mis cosas para decidir que quiero mantener. Estábamos en silencio. Conduje o caminé por la señal EN VENTA cada día desde la primera vez que apareció, pero todavía pensar en alguien más viviendo en esa casa no ha entrado en mi mente. No se veía posible. Yo había querido verla como un lugar vacío y perfectamente preservado en memoria de la última noche viva mi familia. —¿A quién se la vendieron? —preguntó Nana. —Alguna pareja casada con un bebé —dijo David, prácticamente escupiendo cada palabra.

Estuvimos en silencio otra vez. No había nada más qué decirle que probablemente fuera adecuado. Si sólo se sintiera correcto quedarse en los pequeños detalles del aquí-y-ahora. —¿Tus abuelos saben que estás aquí? —preguntó Nana. —No, aún no. —Estoy segura que estarán felices de volver a tenerte en casa. David sacudió la cabeza. —No me voy a quedar aquí. Yo… no puedo quedarme aquí. —Sacó el celular de su bolsillo y entrecerró los ojos a la pantalla—. Estoy tratando de conectar con Kevin para quedarme en su casa, pero no me está regresando la llamada. Nana me miró, y yo sólo elevé mis cejas hacia ella para dejarle saber: sigue adelante. —Bueno, te puedes quedar aquí si quieres —dijo Nana—. Hay un lindo sofá en el estudio que puedo preparar para ti. —¿En verdad? —La cara de David se iluminó—. Eso sería genial. Puedo estar en la litera con Marsh aquí. Él tenía una mirada que nunca antes le había visto. Sinceridad tal vez, mezclada con un poco de auto-compasión. No lo conocía lo suficiente como para identificarlo. Seguí queriendo decirle algo, pero después de mi pequeño episodio del closet, me encontré sin palabras. —¿Cómo está tu padre? —preguntó casualmente Nana. Había estado esperando que ella no preguntara eso. No quería saber. Y eso hizo caer la cara de David otra vez. —Está igual. —Lo lamento —dijo Nana. —Voy a ir a verlo mientras estoy aquí. —Estoy segura que eso le gustaría. —Nana hizo una pausa, luego puso su taza de café abajo—. Voy a alistar el sofá. Debes estar exhausto. Ella dejó el cuarto y casi la seguí, pero David volteó hacia mí. —Masher parece genial. Gracias por eso. Miré abajo al perro y no pude evitar sonreír. —Es un chico bueno. Y ni siquiera le ha molestado la gata nueva. —¿Gata nueva? —David frunció el ceño. Había estado esperando una manera de contarle que era lo que he estado haciendo, lo que ha pasado en mi vida. De repente parecía más fácil sólo mostrarle.

—Ven a echarle un vistazo —dije, luego simplemente me paré y sacudí mi cabeza hacia el pasillo.

La mañana siguiente, me desperté tarde. Me había acostumbrado a que Masher me despertara a una cierta hora para que lo dejara salir, pero ahí no había una nariz húmeda en mi cuello a las siete. Luego recordé por qué. El sillón en el estudio estaba pulcramente hecho, y la bolsa del ejército de David se hallaba en el suelo al lado de él, con sus cosas esparcidas. —¿Dónde está? —le pregunté a Nana, que lavaba los platos en la cocina. —Bueno, ¡mira quién durmió hasta tarde! Buenos días, perezosa. —¿Ya se fue? —Sólo a su casa. Masher también. Quería empezar temprano. —Hizo una pausa y sacudió su cabeza—. No le envidio ese trabajo. Es una de las razones de por qué sigo posponiendo mi viaje a casa. Pensé en David sentado en su cuarto, con su perro a su lado, rodeado por todas las cosas que alguna vez tuvo en su vida. Tratando de decidir qué era lo suficientemente importante para mantener. Luego recordé a Suzie preguntando sobre lo que íbamos a hacer con las cosas de mis padres y de Toby. —¿Vamos a hacer eso aquí? ¿Con sus cosas? Me arrepentí casi instantáneamente, tan pronto como vi el dolor en la cara de Nana. —No estoy lista para hablar sobre eso —dijo bruscamente. Era fácil para mí olvidar que donde yo había perdido a mi padre ella perdió su hijo único; donde yo perdí un hermano, ella perdió un nieto; “Mi querido niño,” llamaba a Toby, lo cual siempre lo hacía avergonzarse. —Lo siento… —mascullé. —Meg llamó —dijo Nana volviéndose a los platos—. Dijo que también te envió un mensaje. Encontré mi teléfono y leí el texto de Megan, lo cual era el esperado registro para ver si todo estaba bien. Le envié una respuesta diciendo que sí, estaba bien, y esperaba que se haya divertido. Sabía que se suponía que la llamaría y me daría un informe completo sobre lo que había pasado en el baile, y se suponía que le

contaría lo que David dijo e hizo toda la noche. Pero no tenía ganas, y ni siquiera pensé por qué. Así que agarré el periódico y traté de tener una lluvia de ideas para mi ensayo de Yale.

David no volvió hasta la hora de la cena, aunque Nana actuaba como si fuera demasiado temprano. —Oh, ¿no vas a tener la cena con tus abuelos? —dijo, placenteramente sorprendida, tan pronto como abrió la puerta del frente para él. Lucía cansado y derrotado, sus ojos rojos. Sólo sacudió la cabeza y se movió lentamente sobre el umbral de nuestra casa. Masher entró detrás de él callado pero con su cola meneándose. Yo estaba sentada en la sala haciendo la tarea de inglés pero no hacía mucho progreso. Dejé mi ensayo por el día, y acababa de leer el mismo párrafo en La Carta Escarlata tres veces, escuchando sus pisadas por el camino de entrada. Ahora puse el libro abajo y lo seguí. David se sentó a la mesa de la cocina, y me pregunté si él esperaba que Nana preparara alguna comida, pero sólo dobló su cabeza en sus manos y tomó una, dos, tres respiraciones profundas. Nana hizo un gesto de que deberíamos darle un tiempo a solas, y nos movimos para irnos. —No se vayan —dijo David detrás de nosotras. Nos volteamos y nos congelamos. ¿Por qué estuve esperando todo el día para que volviera? Las cosas sólo eran más raras cuando él estaba aquí. —No tenía idea de cuanta mierda poseía —bromeó—. No me quiero librar de nada de eso, pero mi abuela dijo que no había tanto lugar en el espacio de almacenamiento que ellos rentaron. —Oh, ¡un espacio de almacenamiento! ¡Qué inteligente idea! —ofreció Nana, como si fuera la cosa más brillante que haya oído. —Al principio también pensé eso, pero ahora la idea de guardar todas mis cosas y las de mis padres, en algún bloque de concreto en alguna parte me deprime demasiado. Mi mamá siempre pensó que esas cosas eran feas. Ella no hubiera querido… David se detuvo a sí mismo, su voz quebrándose. Corrió una mano —uñas sucias y nudillos callosos— a través de su cabello y sorbió rápidamente. Varios

segundos pasaron, y aunque no me miró, sentí como si de algún modo esperaba que hablara. —Podemos mantenerlas aquí en nuestra casa —dije, las palabras tomando la ruta exprés desde mi cerebro a mi boca, sin detener el pensamiento a lo largo del camino—. Tenemos un gran ático, y está casi vacío. Nana me miró sobresaltada, y sólo me encogí de hombros hacia ella. Luego sonrió. —¿En serio? —preguntó David, sus ojos encontrándose con los míos por primera vez esa noche. —Seguro —dije, mirándolo de vuelta. —Gracias. —Esto sonó rígido y cortés, y puso la cabeza de vuelta en sus manos. Tomé eso como mi señal para volver a La Carta Escarlata, la cual llevé conmigo al cuarto de Toby, donde Lucky esperaba con su profundo ronroneo y ojos amarillos y contentos.

Tarde esa noche, hubo un golpe en la puerta de Toby. —¿Qué? —pregunté, irritaba, segura de que era Nana. Terminé mis capítulos de lectura y ahora trabajaba en cálculo en el escritorio de Toby. Era espeluznante, lo sabía, pero amaba como Lucky se sentaba al lado de mi brazo, con una de sus patas sobre mi muñeca, mientras intentaba escribir. —¿Puedo pasar? —Era David. Me volteé lentamente en la silla y Lucky, se asustó y salió disparada a través del cuarto. Sus uñas dejaron una gruesa raya blanca en mi brazo. —¡Ow! —grité. Ahora David abrió la puerta. —¿Estás bien? —Bien —dije, sosteniendo mi brazo—. La gata acaba de arañarme. David entró, aunque no le dije que estaba bien y cerró la puerta rápidamente detrás de él, así Masher no podía seguirlo. Una par de torturados ladridos de protesta vinieron del pasillo. David se sentó en el piso, y Lucky salió de debajo de la cama para chequearlo. Estuvimos callados por unos pocos momentos mientras David acariciaba a Lucky, y los maullidos del gato se desviaban ligeramente de la canasta de perros.

Cuando lo traje al cuarto la noche anterior para mostrarle lo que he estado haciendo, sólo sonrió, satisfecho y no sorprendido. Como si esperaba que hubiera gatos sin hogar, como si no pudiera haber nada más que tuviera sentido. Él no lo cuestionó como Nana y Meg. Sólo le gustó. Ahora se sentía justo. Gracias a sus postales, había aprendido mucho de lo que él ha estado haciendo a través del país, y ahora era mi turno de llenarlo. El balance parecía bien. Eso hizo que nuestro silencio fuera más cómodo y menos extraño. Por último, David metió la mano en su bolsillo trasero y sacó una pieza de papel plegado. —Hoy encontré esto —dijo, abriendo el papel y sosteniéndolo. Mostraba un dibujo de una ladera rocosa con la abertura de una cueva en el medio, perfectamente en forma de una U al revés. La cueva era negra, excepto por dos pares de ojos anchos en un marcador mágico oscuro. Un par de ojos tenía largas pestañas. Letras moradas a lo largo del fondo anunciaba. “¡LAUREL Y DAVID EXPLORARON LA CUEEEEEEEEVA!” —Oh por Dios —dije, luego me reí. —¿Así que recuerdas? Recordé dos momentos de un día hace mucho tiempo. Uno era de David llevándome hacia la cueva en el bosque detrás de nuestras casas, un lugar a donde la mayoría de los niños en el vecindario les asustaba ir, así que él sostuvo un gran bastón y yo sostuve una cubeta de plástico llena de golosinas como Caperucita Roja. El otro era de nosotros en la oscuridad de la cueva, yo sintiéndome orgullosa de que había caminado unos pocos pasos hasta que la cima de mi cabeza rozó el techo. Teníamos ocho, tal vez nueve años. Era hace mucho tiempo y tan improbable como era en esos tiempos, cuando pensaba sobre eso, me preguntaba si en realidad sólo había sido algo que había visto en una película. Para David, solo asentí y luego sonreí. Dobló el dibujo y lo puso de vuelta en su bolsillo. —He estado pensando en ir mañana en la mañana. Ha pasado un tiempo desde que llevé a Masher, y él lo ama. ¿Quieres venir? Hizo la invitación con sus ojos fijos en el gato, pero podía decir que era en serio. —Seguro —dije, luego corté la tensión añadiendo—: debería llevar mi canasta de golosinas. Ahora David se rió entre dientes un poco y se puso de pie. —Sólo si piensas que nos podemos perder y necesitamos migas de pan para encontrar nuestro camino de regreso. Luego dejó el cuarto sin decir buenas noches.

Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por liRose Multicolor

A las ocho de la mañana, David, Masher y yo salíamos por la puerta de atrás, vestidos con chaquetas y botas, pues el pronóstico del tiempo era de lluvia y el cielo ya tomaba un color gris oscuro. El viento soplaba las hojas muertas alrededor de nuestros tobillos mientras caminábamos a través de mi patio, en silencio, con las manos en los bolsillos porque era demasiado raro —incluso para mí— usar guantes en octubre sin importar el frío que tuviera. Después que cruzamos Watch Hill Road y continuamos más lejos en el bosque, David se aclaró la garganta y dijo secamente—: Sé que te lo dije anoche, pero de verdad quiero agradecerte por tu ofrecimiento a guardar mis cosas. —Está bien, David —dije—. Tenemos la habitación. Además, esos lugares de almacenamiento son asquerosos. Hizo una pausa, y lo oí tragar saliva a pesar de que nuestros pies crujían ruidosamente por el suelo. —¿Te puedo preguntar algo? —Tal vez —dije, tratando de sonar graciosa. —¿Por qué eres tan amable conmigo? —¿Lo soy? —Mi perro. Mis cosas. Honestamente, Laurel, pensarías que no fui tan idiota en la fiesta esa noche. Y pensarías que… —David dejó de caminar. Parecía como si su garganta se estuviera cerrando en torno a algo, y tomó una respiración rápida—, pensarías que mi padre no es quien todo el mundo culpa. Me pareció muy oportuno, de repente, que fuese David el primero en decir eso en voz alta. Esta cosa que mucha gente por nuestra calle, en el vecindario y en la ciudad, pensó para sí misma, o tal vez había susurrado a uno o dos amigos de mucha confianza. Ese pensamiento se había introducido en un lugar profundo dentro de mí, porque no lograba entender qué hacer con él. Ni siquiera Suzie había sido capaz de sacarlo, y seguramente lo había intentado. —Quiero decir, me importa una mierda lo que piensen —agregó, agitando la mano—. Pueden ir pegándole sus amados chismes, conduciendo sus vehículos

todoterreno, club-de-golf.

Bob-y-Pam-están-reunidos-con-nosotros-en-el-campo-de-tiro-del-

Extendió la mano y realmente me tocó el hombro con dos de sus dedos. — Pero tú, Laurel... tú tienes el derecho para pensar lo peor, y tengo la sensación de saber lo mal que realmente es, porque también lo pienso así. —Me acordé de la noche del baile, y la reacción de David cuando le dije que su padre era un asesino. —Sí, David. Creo lo peor. Pero tú me dijiste que tu papá no estaba borracho. ¿Ahora has cambiado de opinión? Bajó la mirada. —No, todavía creo que él no estaba borracho. Yo... yo sé que no lo estaba. Pero incluso si se trataba de otro automóvil conduciendo fuera de la carretera, él estaba conduciendo uno. Hizo todo este lío. Ahora levantó la vista hacia los árboles, dio un suspiro de cansancio. No tenía idea de cómo se sentiría si hubiera leído mi mente. Pregunté—: ¿Cuándo lo vas a visitar? —No estoy seguro. Cuando termine en la casa, supongo. —¿Puedo ir contigo? —David reaccionó con sorpresa. Mi pregunta también me había sorprendido a mí. —¿Por qué? Sí, Laurel, ¿POR QUÉ? —No lo sé. Sólo pensé… —No estaba segura sobre qué pensaba. Ahora que David decía las cosas que creía, esto parecía como algo que ambos necesitábamos hacer. —No —me cortó él—. Todavía no, por lo menos. ¿De acuerdo? Su expresión fue muy dolorosa, y de pronto vi cómo David luchaba sintiéndose protector con su padre mientras que, al mismo tiempo, lo odiaba en sus entrañas. —Tendremos que encontrar alguna manera para que yo pueda pagarte — dijo David. —No tienes que pagarme —respondí—. No me debes nada. —¡Oh, vamos, Laurel! —dijo, alzando la voz—. Deja de ser tan agradable. ¡Ríndete! Ríndete conmigo como lo hiciste esa noche después de la fiesta de graduación. —Masher empezó a ladrar. No le gustaba la gente gritándose entre sí. —Estaba borracha —dije en voz baja—. Había sido muy pronto. —¿Así que ahora no estás enfadada? —Por supuesto que estoy enojada —respondí, pero en cuanto las palabras salieron de mi boca me pregunte si alguna vez las había dicho antes. ¿Hay algo que

yo pueda decir que me detenga? ¿Hay algo que pueda agregar que me haga dejar de sonar como una idiota?—. Estoy furiosa, pero no siento la necesidad de desahogarme contigo. —Todavía tratando de ser la niña buena —dijo David, sacudiendo la cabeza—. Yendo por el crédito adicional. Recibes un número determinado de puntos por el perro, y un cierto número por aferrarse a sus cosas. ¡Dios, todavía quieres ser su niña querida sin importar qué! Ahora estaba enojada, pero de repente se me ocurrió que esto era lo que él quería. Quería que me desencajara en su rostro, tal como un rudo y amoroso entrenador, uno de esos que salen en las antiguas películas de fútbol. Tal vez ésta era la razón por la que él estaba aquí. Tomé una respiración profunda. —Hice esas cosas porque quería. Porque pensé en ellas y tenían sentido, me hicieron sentir bien. Si eso me hace un encanto de niña buena, entonces está bien, eso es lo que soy. Puedo vivir con eso. —Me miró de nuevo y parpadeé para alejar la capa vidriosa de lágrimas de mis ojos. —¿Cómo puedes ser tan normal? —preguntó, con un sonido gangoso en su voz—. Yo no puedo… no puedo ser así, y tú lo tienes peor que yo. —No soy normal, David. Créeme. La gente me mira donde quiera que vaya, viendo lo que estoy haciendo, escuchando lo que estoy diciendo. Me tratan como si estuviera hecha de cristal. La cara de David se suavizó, y negó con la cabeza. —Los dos estamos jodidos. Se quedó en silencio entonces, cerrando el tema. Me moría de ganas de escuchar más, hablar más. Por primera vez en meses, me sentí como si hubiera tenido una verdadera conversación con alguien. Como si alguien me hubiera abierto y todo, sencilla y honestamente, se hubiera derramado sobre la tierra seca de otoño. ¿Qué más sabes, David? ¿Y como te enteraste? Luché contra el nerviosismo que todavía sentía a su alrededor y estaba a punto de dar voz a estas cosas. Pero, justo en ese momento, Masher empezó a ladrar otra vez, y levantamos la mirada para verlo a un centenar de metros de distancia, corriendo en círculos frente a una ladera rocosa. —¡Buen chico, Mash! —dijo David—. Me gustaría haber caminado justo a su lado. Caminamos hacia la cueva, que ahora estaba mucho más cubierta. De ninguna manera entraría en ella, tal como lucía. Apenas podía ver la abertura porque había muchas malezas y un árbol tan frondoso, que sus ramas colgaban como barras.

Masher ya cavaba su camino hacia el interior. David le pidió que lo esperara pero desapareció introduciéndose en la cueva, entonces se fue tras él, deslizándose por cualquier cosa que se interpusiese en su camino. Me quedé allí, sabiendo que debía seguirlo, pero no estando segura de querer hacerlo. Me molestó que David pensara que sabía mucho acerca de mí. Me daría la vuelta y regresaría a casa en ese momento, sino fuera porque (a) no estaba segura de cómo llegar hasta ahí, y (b) quería quedarme. —¿Laurel? ¿Vienes? —llamó David, y me dirigí hacia su voz. Me tomó unos minutos, y varias raspaduras con plantas extrañas que picaban, pero llegué al lugar donde David se encontraba agachado en la oscuridad, tendiéndome su mano para que la mía la agarrara. La tomé, se sentía fría y caliente al mismo tiempo. Podía sentir los pliegues de la palma de su mano, haciendo que mi corazón se acelerara un poco, esto me sorprendió tanto que casi me caigo otra vez. —Aquí —fue todo lo que dijo, di un último paso en la cueva. Los dos tuvimos que agacharnos mientras mis ojos se acostumbraban a la falta de luz. —Es más pequeño de lo que recuerdo —dije. —Bueno, somos más grandes, Einstein. —Ah, claro. Duh. —Hay una roca enfrente de ti para que puedas sentarte. Palpé con mis manos hasta encontrar la roca y me acomodé sobre ella. Ahora podía ver a David sentado frente a mí en un pequeño saliente del interior de la cueva, y la cola de Masher en la pared del fondo, meneándose. No podía ver su cabeza, pero si podía oírlo arañando y olfateando algo. —¿No crees que esto es pacífico? —preguntó David. —Claro, si tu idea de unas vacaciones es estar encerrado en un armario en alguna parte. —Me pregunto si tal vez esto es lo que se siente al encontrarse en un estado de coma —dijo, y pude ver que cerró sus ojos—. ¿Por ejemplo, tienes sueños, o es simplemente todo oscuro y vacío dentro de tu cabeza? —No tenía ninguna respuesta para él. No me lo preguntaba, de todos modos. Nos quedamos en silencio durante lo que parecieron varios minutos, aunque fueron, probablemente, tan sólo unos segundos. Al final, Masher decidió que había terminado su excavación y comenzó a caminar hacia la salida de la cueva. —Después de ti —dijo David, inclinando la cabeza hacia la luz. Me levanté y di un gran paso sobre la inestable roca, pero él no me ofreció su mano. Una vez

que estuvimos fuera, sugirió que camináramos un poco mas lejos, simplemente me encogí de hombros, por mí estaba bien. —¿De verdad crees que estamos jodidos? —pregunté después de que habíamos caminado unas docenas de metros en silencio. Se rió, con un pequeño humph. —No lo sé. Supongo que depende de la cantidad de buena suerte que se nos presente en la vida. —¿No crees que tenemos algo que ver con eso también? ¿Al igual que podemos desenredarnos a nosotros mismos, si hacemos las cosas de cierta manera? Se río un poco. —Desenredarnos a nosotros mismos. ¿Quieres decir que en realidad tengo que hacer algo de trabajo? ¡Es mucho más fácil ser víctima! —David habló en tono de broma, pero algo en la forma como lo dijo me llamó la atención. Casi podía oírlo hacer ping frente a mí. Tenía razón. Era más fácil ser la víctima, pero no me sentía tan genial siéndolo. Quería más que eso. Quería mucho más antes del accidente, todas las cosas que la mayoría de la gente hace cuando tienes dieciséis años, supongo. ¿Por qué no podía quererlas ahora? ¿Por qué no las tengo, todavía? —Tengo que entregar un ensayo más para mi solicitud de Yale —dije—. Y estoy tratando de decidir si escribir o no, sobre el accidente. David levantó las cejas. —Seguramente, es algo que no ven muy a menudo. —No sé qué decir, y qué no. El señor Churchwell dice que en cualquier lugar en el que termine, podía asegurarme que mis compañeros de cuarto y RA fueran conscientes de mi “situación”. Asintió. —Más mirar, más caminar en puntillas, más guantes de seda. —¿Qué harías tú? —David se detuvo de repente, por lo que también lo hice. Se quedó mirando algo en la distancia, entrecerrando los ojos por un momento y luego desvió la mirada hacia mí. —¿A qué le tienes más miedo? ¿A que la gente no te trate normalmente una vez que llegues allí, o a que lo hagan? Otra verdad repentina muy clara. David era aterradoramente bueno lanzándome estas cosas. Tal vez me había estado engañando a mí misma. Había estado pensando que sería el paraíso, un mundo de gente que no me viera como una tragedia andante. Pero ahora que lo veo así, me asustó hasta la mierda. No sería especial. No tendría excusas. David se limitó a sonreír, sabiendo la respuesta. —No debes tener miedo de eso. Es por eso que me fui del pueblo, para ser anónimo a todo el mundo ahí afuera. Y no estaba preparado para ello. Todavía no lo estoy. Pero tú, Laurel, eres lo suficientemente fuerte. Sabes quién eres. ¿Lo sé? quería agregar, ¡Entonces, dime! ¿Quién soy?

—Así lo creo —dijo David. Se agachó para recoger un palo. Era un palo perfecto para jugar con Masher, tenía simplemente la longitud y el grosor correctos. Yo estaba siempre en busca de palos por el estilo, y creo que David también. Él gritó—: Oye, ¡Mash! ¡Tráelo! —Y lo tiró lo más lejos que pudo. Masher salió disparado tras él. Cuando David se volvió hacia mí, puse mi mano sobre su codo, y el gesto no nos sorprendió ni a él ni a mí. Me parecía la cosa más natural del mundo. —Gracias por el consejo —dije. —Gracias por pedirlo. —Nos sonreímos el uno al otro, y ninguno de nosotros apartó los ojos. —Laurel —dijo, su sonrisa desapareciendo. Pero no fue el comienzo de una oración. Ni tenía repunte al final de la misma. Dijo mi nombre, y me recordó que yo estaba aquí, viva, con los dos pies conectados a la tierra y la respiración llenando mis pulmones. Yo era yo, y, al parecer, sabía quién era. Entonces David puso una mano sobre un lado de mi cabeza, la palma haciendo una ligera presión sobre mi oreja y los dedos empujando mi pelo hacia atrás. Un picor en mi piel producida por la suya me atravesó mareándome un poco. Todavía no estaba segura de lo que hacía. Hasta que me besó. Sólo se inclinó y lo hizo antes de que supiera lo que ocurría. Estaba distraída por la reacción nuclear que me causó su mano en mi oído y, antes de que pudiera pensar cualquier cosa, yo le respondía el beso. Sus labios se sentían más suaves de lo que pensé que serían. Más suaves que los de Joe. Y mucho más expertos, seguros, incluso mientras pensaba, lo sentí temblar. Sabía dulce, también, y recordé que él había comido las galletitas de Nana para el desayuno. Luego se apartó, dejando caer la mano y me miró fijamente, con los ojos abiertos como si hubiera sido yo quien lo besara a él. —Está bien —fue todo lo que dijo. Miré sus labios y recordé un momento del año pasado, cuando vi salir al estacionamiento principal para fumar cigarrillos con sus amigos. Yo lo había visto aspirar uno y luego abrir la boca para dejar salir una O perfecta de humo, y eso me impresionó. Ahora, acababa de besar esa boca. —Está bien —repetí. —Probablemente, deberíamos volver. Tengo que ir a la casa.

—Por supuesto. —Empezamos a caminar de nuevo, y cuando nuestras manos accidentalmente se rozaron, David se movió unos pasos más lejos. Eso dolió, pero no hice nada al respecto. ¿Podría dentro de unos billones de años tener el coraje de decirle que lo quería más cerca, que quería más caricias, más besos? Gracias a Dios por Masher. Hubiera sido la caminata más larga de nuestras vidas si no nos hubiera hecho reír nerviosamente cuando hocicó las hojas, le ladró a unas ramas e hizo un pequeño baile feliz cada vez que encontraba un nuevo árbol o una roca. Sus travesuras nos llevaron de vuelta por el bosque y lejos de la cueva, lejos de nuestro beso. Masher sabía exactamente a dónde ir, y todo lo que tenía que hacer era dejar que él nos llevara a casa.

Traducido por ♥…Luisa…♥ Corregido por Deydra Eaton

David pasó el resto del domingo en su casa, y yo me quedé en la habitación de Toby, jugando con Lucky y los gatitos, que empezaban a arrastrase, mientras su madre los miraba, cansada pero vigilante. No podía hacer frente a mi ensayo de Yale, así que saqué mi bloc de dibujo y empecé a dibujar algunos fondos para el proyecto de arte de Joe, pensando que tal vez si me centraba en Joe por un rato, no me sentiría como si de alguna manera lo estuviera engañando. Mi celular tenía cuatro mensajes de texto sin leer, y supuse que eran todos de Meg. Dos veces traté de llamarla, para decirle todo lo que había sucedido en el bosque, pero me detuve antes de que realmente apretara el botón de marcación rápida. No estaba dispuesta a compartir el momento todavía. No tenía ganas de renunciar a nada de lo que había recogido en el día. Me quedé despierta hasta tarde, esperando a que David volviera, pero a las nueve llamó a la casa y le dijo a Nana que se iba a quedar un rato, y ella dejó una llave debajo del felpudo para él. Me sentí aliviada y decepcionada de que no vería a David esa noche. Cuando me desperté a la mañana siguiente, me duché, me vestí y me deslicé hasta la puerta de la sala para ver a David y Masher dormidos en el sofá. —Volvió tarde —dijo Nana detrás de mí. —Lo imaginé —le dije. —¿Quieres cereal o pan tostado? Nana no sabía nada de cómo mi mundo había cambiado en las últimas veinticuatro horas. No parecía posible que pudiera concentrarme en una decisión tan simple como esa, que me pueda importar algo tan pequeño como lo que debía comer para el desayuno. Pero de alguna manera iba a tener que pasar el día, así que tuve que empezar a aspirar eso. —Cereal, por favor. Gracias. Después de desayunar me fui a la escuela, calculando cuántas horas pasarían hasta que pudiera volver a casa y, potencialmente, ver a David. No es que me muriera de ganas de estar con él, pero tenía curiosidad. ¿Cómo iba a actuar cerca de mí ahora? ¿Cómo sería de diferente la forma de sus ojos cuando me

mirara, y cómo sus miembros se moverían, cuando estuviéramos en la misma habitación? Sólo quería saber qué pasaría.

En la escuela, Meg estaba enojada. —¿Recibiste mis mensajes? —Fue un fin de semana extraño —dije de forma evasiva, seguía sin ser una mentira. —¿Y bien? ¿Qué pasó? ¿Por qué está David aquí? Le dije acerca de cómo la casa se vendió, cómo tuvo que ir por sus cosas, y cómo lo dejamos quedarse con nosotros. Le dije que apenas y lo vi, pero que eso me parecía bien. Nada de lo que le dije era falso, pero tampoco era el tipo de verdad que debería decirle a mi mejor amiga. —¿Te divertiste en el baile? —pregunté, con ganas de cambiar el tema. —Fue una bomba —dijo secamente, y luego hizo una pausa y añadió—: Joe fue. —Sentí un puñetazo en el estómago. —¿En serio? —Sí —dijo Meg, con una firme “í” al final de la palabra—. Llegó. Buscándote a ti. No tuve nada que decir, y parecía que Meg necesitaba que eso me doliera un poco. Pero luego sonrió. —Fue como mitad Hombre Araña, mitad Guepardo. —Traté de imaginar a Joe, caminando al baile solo, explorando el lugar para encontrarme, y sentí una punzada de remordimiento—. Incluso te mandó un mensaje desde la escuela para ver si estabas bien —añadió Meg. Le eché un vistazo a mi teléfono, dándome cuenta de que uno de los mensajes que no me había molestado en leer debía de haber sido de él. Ahora me sentía aún peor. Andie y Hannah me encontraron después del tercer periodo para ponerme al día del baile, como si hubiera estado esperando todo el fin de semana para escuchar lo que tenían que decir. —Siento que te lo perdieras, fue muy divertido —dijo Andie. —¡Y ganamos el concurso de disfraces! —añadió Hannah.

Bueno, duh, por supuesto que lo hicieron. Me preguntaba si estaban realmente sorprendidas de que el mundo les entregara consideraciones o si sólo lo fingían para el resto de nosotros. Ni una sola vez me preguntaron cómo estuve, o lo que había sucedido para que me fuera a casa tan de repente. Me sentí enojada, pero luego pensé en David, me pregunté si tenía miedo de ser tratada con normalidad. Y entonces ese pensamiento condujo a la idea de los labios de David, la mano en mi oído, sin tener miedo de que tocarme pudiera romper algo. Su “Laurel” en esa plana, incluso, firme voz. Pensé en esa voz en la hora del almuerzo cuando llamé a la puerta del señor Churchwell. La abrió con una gran sonrisa, muy contento de verme. —¡Laurel! ¿Qué pasa? —Sólo quería hacerle saber que estoy casi lista con mi solicitud de Aplicación Temprana en la Universidad de Yale, y he decidido no escribir sobre el accidente. Asintió, con un rastro de una sonrisa. ¿Le habría dado la respuesta que quería? Mientras me alejaba, oí la voz de David de nuevo: Eres lo suficientemente fuerte, Laurel. Tú sabes quién eres. La voz se quedó en mi oído todo el día, mientras seguía con la cuenta regresiva de las horas, minutos y luego, hasta que pude volver a casa y verlo de nuevo. Cuando la campana sonó para el final de la escuela, me metí en el coche y conduje cinco kilómetros sobre el límite de velocidad durante todo el camino. Pero cuando llegué allí, él se había ido.

—¿Qué quieres decir con que dijo que me dijeras adiós? —pregunté a Nana, que recogía las hojas de David y las mantas del sofá. —Justo lo que parece, cariño. —¿Qué pasa con sus cosas? —Están aquí. Vino esta mañana con un cargamento de cajas. Corrí por el pasillo de entrada hasta nuestro ático, una puerta en el techo con un poco de cuerda colgando. No había evidencia de que alguien hubiera estado allí. Así que agarré la cuerda y la puerta se abrió, con su escalera plegable. —Laurel, acabo de barrer —dijo Nana, confundida—. ¿Qué estás haciendo? ¿Crees que estoy mintiendo?

Me puse de puntillas y agarré una parte de la escalera, tirándola hacia abajo, luego esta se subió. Todavía tenía mi chaqueta. El desván olía mal, pero el aire se sentía menos húmedo de lo que recordaba, como si hubiese sido movido alrededor recientemente. Apoyé los codos en el suelo de la buhardilla y escaneé el espacio. Había la misma variedad de cajas de cartón, recipientes de plástico, bolsas de basura llenas de cosas. Sin embargo, en el rincón más alejado, los vi. Alrededor de una docena de cajas marcadas con sharpie negro: David Kaufman. Organizadas en cuatro pilas perfectas de tres, tan rectas y arrogantes que quería tumbarlas. —Laurel, por favor baja —dijo Nana en voz muy baja. Lo hice. Me miró, y me sentí de pronto expuesta. —No estoy segura de lo que pasó. Cuando entró en el desayuno, dijo que tenía que salir de la ciudad de repente. Había algún tipo de trabajo que podía hacer con la banda de rock de un amigo. —¿Dijo a dónde iba? —pregunté, caminando junto a ella en la habitación para que no pudiera ver mi cara. —No, sólo que la banda de rock se va de gira y que tenía que reunirse con ellos. —Nana hizo una pausa, insegura de si debía o no seguirme—. Lo siento, cariño. Debió haber sido bueno tener un poco… de compañía. —Lo fue —dije, completamente confundida, antes de cerrar la puerta con suavidad. En mi cama se encontraba Masher, con los ojos pesados y huecos de tristeza, su cuerpo inerte, como si hubiera sido aplastado. Movió la cola cuando me vio, pero por lo demás siguió igual. Me desplomé en la cama con él, entonces grité con fuerza en la almohada durante varios, dulces segundos de frustración y alivio. —No te preocupes, amigo —dije en la nuca de Masher—. Él va a regresar.

Esa noche abrí un nuevo correo electrónico e hice clic en el campo “para”. Escribí DA. Antes de que pudiera escribir la V, mi programa de correo electrónico llenó el resto del e-mail de David, como si hubiera estado esperando a que mis nervios despertaran durante toda la tarde para escribirle. Si sólo eso pudiera decirme qué demonios escribir, sería la primera vez que le escribiera como mí misma y no como un perro. Me tomó lo que pareció un año, pero finalmente se me ocurrió algo que no sonara tan enojado, o demasiado estúpido, incluso después de leerlo diez veces. David:

Ni siquiera estoy segura de que revises tu correo electrónico, pero en caso de que lo hagas... Siento que tuvieras que dejarnos de nuevo tan rápidamente. Siento que no pudieras esperar hasta que yo llegara a casa para decir adiós. Buena suerte con los seguros viajes de la banda y todo eso. Mantente en contacto si es posible. Todos vamos a estar aquí si nos necesitas, tu perro, tus cosas, y sinceramente tuya… Laurel. Conté hasta tres y pulsé enviar, y tan pronto como lo hice, sentí que podía respirar de nuevo. Entonces me acordé de que David había planeado visitar a su padre, pero nunca tuvo la oportunidad. No me hubiera dejado ir con él. Pero ahora se había ido y no tenía absolutamente nada que decir en el asunto.

Traducido por ♥...Luisa...♥ Corregido por Juli

Melocotón, melocotón, y más melocotón. Naranja claro en las paredes. Alfombras de durazno oscuro. Incluso las luces de largas filas en el techo brillaba de un color amarillo-rosado, un afilado resplandor aterciopelado. Tal vez todo pretendía distraerte del olor, que creo que podría haberme hecho vomitar si tomara una bocanada demasiado profunda. Era el olor de la medicina y la mala alimentación y sábanas sucias y el aire reciclado en interiores. Era el olor de la desesperanza y del intento de dignidad, y de la vida en el limbo. —¿Puedo ayudarte? —preguntó la mujer de la recepción en el tercer piso. Ella llevaba en realidad un uniforme de enfermera de color melocotón. —Estoy aquí para ver a Gabriel Kaufman —le dije. —¡Oh, sí! —dijo la enfermera, con la cara brillando—. Fuiste tú quien llamó antes. —Abrió un libro de citas y vislumbré mi nombre, garabateó en medio de una página. Tuve la sensación de que esto era una parte del Centro de Rehabilitación Palisades Oaks que no reciben muchos visitantes. —¿Está bien que lleve éstas? —le pregunté, levantando el ramo de flores que había traído. Nana había insistido en que nos detuviéramos a comprarlas antes de subir a la carretera. Me fui con ella porque había estado tan tranquila y atenta cuando le conté lo que quería hacer. Se había ofrecido para conducir y escribió una nota para poder salir de la escuela y del trabajo por el día, y se aseguró que nos dieran excelentes direcciones de los abuelos de David. Y las flores me dieron algo que hacer con mis manos. Ahora Nana se hallaba de compras en algún centro comercial cercano —no podía soportar estos lugares, ella había visto a muchos de sus amigos morir en ellos— así que me encontraba sola en el palacio de Peach. —Por supuesto, cariño. Huelen divinamente. Estoy segura que le gustaran. La enfermera se levantó y me hizo señas para que la siguiera, por otro pasillo largo. Al final pude ver un enorme ventanal por donde entraba la luz a

raudales, y tuve un repentino deseo de salir corriendo, corriendo, hasta que pudiera pasar a través del cristal hacia la libertad. —Aquí estamos —dijo. Llamó dos veces en una puerta que estaba entreabierta, se detuvo, después la abrió del todo—. Los voy a dejar solos, pero por favor, hazme saber si necesitas cualquier cosa. Estaré de vuelta en pocos minutos con un jarrón y un poco de agua. Me asomé lentamente alrededor de la puerta y vi por primera vez los muebles, un aparador de madera oscura, un sillón mullido de flores. A continuación, una ventana muy luminosa envuelta en cortinas de gasa blancas, el sol que entraba era tan fuerte que casi tuve que apartar la mirada de ella. A continuación, una máquina que zumbaba y sonaba en voz baja, pero intensamente, y el pecho subiendo y bajando del Sr. Kaufman, moviéndose al compás de lo que me di cuenta era su respirador. Caminé por toda la habitación y miré la cabecera de madera tallada de su cama, con el pijama de color azul marino con ribetes blancos, con los ojos cerrados, congelados. El anillo de bodas en su mano izquierda y la fotografía enmarcada de sí mismo, la señora Kaufman y David mirando hacia abajo sobre él desde la mesita de noche. Lo reconocí como la fotografía de su tarjeta de vacaciones de hace dos años, posaron en una pista de esquí en alguna parte, los tres con esa expresión en el rostro que bien podría ser una sonrisa o simplemente entrecerrando los ojos por el sol. Me paré sobre él por un minuto, viéndolo con su sueño de robot estando en el respirador —incluso lo hacía sonar como si estuviera roncando— y recordé por qué lo odiaba. Este idiota, pensé. Este idiota que tenía todo el whisky y mató a mis padres. Mató a mi hermano pequeño, sólo un niño que todavía le gustaba hacer ruidos de pedos con varias partes de sus brazos. Arruinó mi vida. Por no hablar de lo que él le hizo a su propia esposa e hijo. Tienes lo que te mereces, y ahora eres, prácticamente un brócoli. Hubo un golpe en la puerta otra vez, y la enfermera regresó con el vaso. Lo colocó en la mesita de noche detrás de la fotografía y me sonrió cuando le entregué las flores. —Usted me ha dicho que le van a gustar —le dije—. ¿Él puede olerlas? —Eso depende de a quién le preguntes —dijo mientras dejaba las flores en el agua—. Un médico te diría que no, que Kaufman no puede oler nada porque está en un estado vegetativo. —Miró a la cara del señor Kaufman—. Pero si me preguntas, se ve mejor cuando hay algo nuevo en la habitación. Algo bonito o que huele bien. Me di cuenta una vez cuando su madre entró usando un perfume muy fuerte. La enfermera se dispuso a salir y casi la detuve. Pero salió por la puerta rápido dejándome una vez más a solas con el hombre dormido y la ruidosa

máquina. Había perdido la ira que sentía y ahora sólo estaba nerviosa, así que me senté en el sillón y empecé a decir las primeras cosas que me vinieron a la mente. —Hola, Sr. Kaufman —le dije—. Soy yo, Laurel Meisner. —Hice una pausa, como si estuviera esperando su respuesta. Era una de esas cosas que haces porque estás acostumbrada a hacerlas—. Vi a David. Pensaba en venir a visitarlo, pero consiguió una oportunidad de trabajo y tuvo que irse muy rápido. Consideré añadir: En realidad, su hijo se escapó de algo. Espero que no fuera de mí. ¿Qué le habría dicho David a su padre, si hubiera venido? —Sus padres vendieron la casa. He oído que a una pareja joven con un bebé. Es una casa ideal para una familia que acaba de empezar de nuevo. Creo que hay algunos otros bebés en el vecindario, por lo que va a ser bueno, al igual que toda una nueva generación de niños. Pensé en David, Toby y yo, en Megan y su hermana Mary, en Kevin McNaughton, y los gemelos Henninger, quienes ahora se iban a una escuela católica privada y nunca nadie vería más. Una cosecha entera de niños en dos calles pequeñas, creciendo y moviéndose. Hemos crecido juntos y estamos lejos de ser simplemente vecinos a quienes les gustaban los rociadores de césped y los columpios. Las palabras se me atoraron. ¡Sólo tienes que hablar! ¡Él no puede escucharte de todos modos! —¿Sabía que durante un tiempo, la policía estuvo buscando otro coche? Pensaron que tal vez había alguien más involucrado. —Ahora podía agarrarme a mi ira otra vez, más segura de mis fuerzas—. Lástima que no les pueda decir. Debido a que ellos no pudieron encontrar nada, y ahora oficialmente lo culpan a usted. Bebió esa noche, todos lo vimos. Todos lo vimos, pero nadie creyó necesario mencionar que tal vez no debería ponerse al volante. Dios, ¿cuántos video de conductores ebrios había visto? ¿Y dónde estuvieron mis padres en todo esto? ¿No tuvieron las agallas para decirle algo al pez gordo Kaufman, el chico a quién mi papá nunca admitiría que admiraba? Había sido tan fácil pensar en culpar cuando yo no había estado sentada frente a los mismos dedos que habían sido curvados alrededor del volante cuando el coche se salió de la carretera. El pie que había estado en el pedal del acelerador y el freno. Esos ojos que habían visto el mundo girar más allá del parabrisas, y los oídos que habían escuchado los gritos y sollozos que mi familia pudo haber hecho, cuando ellos murieron. Pero era como mirar a una rana diseñada para la disección en la clase de biología. Todo lo que sabía acerca de lo que estaba delante de mí era la verdad y los hechos, sin nada detrás de ellos. Toda mi rabia no hacía ninguna diferencia. Los dos seguíamos en el mismo lugar, sin cambios. Sólo que ahora me sentía un poco más ligera, sin ningún tipo de carga, por haberle dicho estas cosas. Me levanté y acerqué mi silla un poco más a la cama el señor Kaufman, después

me senté nuevamente, con las piernas cruzadas y lista para quedarme por un rato más. —David me besó —le dije. Oír las palabras en voz alta, sintiendo el aliento que les había dado forma, lo hizo oficial; eso había sucedido. La máquina del Sr. Kaufman zumbó y sonó como un Hmmm, cuéntame más, así que lo hice. Le hablé de Nana queriendo volver a casa, pero sin permitírselo, y los secretos que Meg y yo teníamos entre nosotras ahora, y la multitud de Andie Stokes. Le hablé de Joe y la forma en que a veces, lo atrapo mirándome, como si fuera una picadura. Le hablé acerca de mi trabajo en Ashland y la forma en que me hizo sentir como si no estuviera desperdiciando la suerte de estar viva, como si estuviera encontrando algo en mí misma que no hubiera encontrado en otro lado. Y entonces le dije acerca de cómo mi padre siempre le envidió un poco por su coche de lujo y su jardín bien cuidado y los cigarros caros. Luego eso me recordó a mamá y los cigarrillos que guardaba escondidos en dos puntos diferentes de la casa, así que le dije al señor Kaufman acerca de cómo yo la había atrapado una vez, y en vez de darme una conferencia sobre “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago”, simplemente me dijo—: Laurel, espero que encuentres algo como esto, un pequeño hábito autodestructivo al que puedas recurrir de vez en cuando, cuando estés cansada de ser buena. Te ayudará a mantenerte cuerda. —Le hablé de la banda que Toby quería empezar algún día. Se llamaría The Dangling Participles, y sólo tocarían canciones de gramática y ortografía. No fue hasta que me di cuenta del cambio en el tono de la luz, que me fijé en cuánto tiempo había pasado. Me volví hacia la ventana y vi que el sol se ponía detrás de las colinas, y saqué mi celular para llamar a Nana. —¿Terminaste con tu deber? —preguntó. —Creo que sí —le contesté. —Entonces estoy esperándote abajo para llevarte a casa.

Traducido por Anna Banana Corregido por **Maria**

Vivimos en tiempos difíciles, eso es seguro. ¿Qué demonios fue eso? Había aparecido de repente, y ahora que estaba en la pantalla de mi ordenador sólo me dieron ganas de abofetearme a mí misma. Había vuelto a casa directamente de la escuela el miércoles para trabajar en mi ensayo, el reloj contando las últimas treinta y seis horas para entregar mi solicitud a la Universidad de Yale. En realidad, me había hundido más en una esquina al decidir que no mencionaría lo sucedido a mi familia. El fin de semana con David, la tarde con el señor Kaufam. No podía procesar nada de eso en algo sobre lo que pudiera escribir. Nana seguía viniendo al estudio con una lata de Pledge y un trapo, pretendiendo limpiar, pero yo sabía que me observaba. Ya había dado por hecho que preguntar “¿Cómo va?” no le daba una respuesta. La pantalla de la computadora en blanco se burlaba de mí, el parpadeo del cursor retándome a pensar en algo significativo y honesto. De pronto, se oyó un ruido en el segundo piso. Bump. Clang. Un chillido bajo, y luego un fuerte ladrido. En unos dos segundos salí corriendo del estudio, mi corazón latiendo fuertemente, con miedo de lo qué me encontraría. Efectivamente, la puerta de la habitación de Toby se hallaba abierta. Masher estaba agachado en el suelo con su cola moviéndose vibrante, sólo su cuerpo era visible porque su cabeza estaba metida bajo la cama. Pedacitos de pelaje flotaban en el aire. —¡Masher! —grité. Otro chirrido y después un siseo de debajo de la cama. Él ladró en respuesta, y no era su ladrido habitual. Este era desde sus agallas, primitivo. Golpeé mis manos dos veces y grité su nombre otra vez, sin resultados. Después me recosté en el suelo y metí la mano por debajo de la cama hasta que

sentí su collar y tiré con fuerza. Gimió, y yo sabía que probablemente le hacía daño. Después de arrastrar a Masher fuera de la habitación, cerré la puerta, asegurándome de que el pomo de la puerta hiciera clic. —¡Perro malo! —grité. —¿Olvidaste cerrar la puerta, como siempre? —gritó Nana desde el primer piso, como si hubiese estado esperando que esto sucediera. —¡Lo tengo bajo control! —grité en respuesta. Me volví hacia Masher, quien me miraba con irritación. Le había negado algún derecho básico canino. —¡No puedes hacer eso! —grité, golpeando ligeramente su hocico con el dorso de mi mano—. ¡Esta no es tu casa! —Inhalé otra respiración y espeté—: ¡Estás aquí porque tu dueño es un loco perdedor que no sabe lo que está haciendo con su vida! Ahora, él parecía desconcertado, como si supiera más y yo también debería hacerlo. ¿David te enseñó esa mirada, o fue al revés? Agarré el collar de Masher nuevamente y lo halé hacia el cuarto de baño, el cual sabía que odiaba. El inodoro corría sin parar y él siempre ladraba ante el sonido. Cerré la puerta y fui a ver a los gatos. Ninguno de ellos resultó herido, pero Lucky parecía nerviosa. Me acosté en la cama de Toby y ella se subió a los pies de ésta, mirándome con curiosidad. —Lo sé —le dije—. Lo sé. Sus ojos se estrecharon en ranuras, y me di cuenta que ella no había estado nerviosa por sí misma ni por sus crías. Había estado nerviosa por mí, por mis gritos. —Oh, estoy bien —le dije. Se subió a mi pierna y caminó por la longitud de mi cuerpo, sin perder el equilibrio, y metió la cabeza en mi axila. Me quedé allí por un tiempo, acariciándola, y entonces se me ocurrió. Escribiría mi ensayo sobre los gatos y el Dr. B y Eve y las formas diferentes en que algo podría ser herido y curado, y lo que había aprendido de eso. No tenía que hablar de mi familia directamente, pero estarían allí, entre las líneas. Así que regresé a la planta baja y me senté frente a la computadora. Lucky, la gata, me está mirando confiadamente con sus ojos amarillos. El resto sólo fluyó tan rápido que tuve un borrador antes de la cena.

Como si hubiera sabido lo que había sucedido con Masher, esa noche David respondió mi correo electrónico. laurel gracias por escribir. es bueno saber que no me odias, al menos no todavía. estoy en richmond, virginia. la banda tiene un montón de aficionados aquí. esta ciudad tiene demasiadas estatuas de generales confederados, lo que significa que debo estar en el sur. mantente en contacto, david. Mantente en contacto. De pronto me di cuenta de lo molesta que era esa expresión. Era como: Ahora es tu responsabilidad mantenerte en contacto conmigo. Decía: Yo soy demasiado perezoso. Empecé a responderle, para mantenerme en contacto, pero decidí que yo también sería perezosa.

El jueves por la mañana me levanté temprano, hice un repaso final a mi ensayo, y después envié mi solicitud en línea para la Universidad de Yale con más de doce horas de sobra. Tal vez en algún lugar mi padre decía: Esa es mi chica. Me tomé unos minutos para sentirme aliviada y orgullosa, después por décima vez, volví a leer el mensaje de texto que Joe me había enviado. Lamento ke t hayas prdido el baile, espro ke estés bien. Habían pasado días y todavía no lo había visto. Podría haber hecho lo seguro y enviarle un mensaje de regreso, pero quería hablar en tiempo real, en vivo. Sin tecla de retroceso. Había visitado al señor Kaufam. Había terminado la aplicación para la universidad. Me sentía un poco invencible.

—¡Laurel! —dijo Joe cuando llamé, sonando sorprendido. —Gracias por tu mensaje. Lamento no haberte visto esa noche. —Yo también —dijo. Después silencio. Él se quedaba atascado con tanta facilidad conmigo ahora. ¡Dios, Joe! ¡Háblame! ¡Sólo soy yo, Laurel! —He hecho un par de bocetos —continué—. Me gustaría mostrártelos para saber si voy por buen camino. —Estoy seguro de que lo estás, pero sí, vamos a reunirnos. —Hizo una pausa, pero no dije nada. Ya había hecho mi parte y ahora era su turno—. ¿Después de la escuela hoy? ¿Trabajarás esta tarde? Yo no tengo que estar en el cine hasta las cuatro y media, y por lo general siempre voy a la cafetería para hacer la tarea primero. —Yo por lo general me presento a las cuatro, pero puedo llegar un poco tarde. ¡Te veré entonces! —Colgué el teléfono, tratando de no pensar en David en el bosque, sino en Joe. Joe en el baile, vestido como dos superhéroes diferentes. Con piezas de los trajes que pudo encontrar y que unió en el último momento porque había decido ir a buscarme. Cuando llegué al café antes que Joe, cogí una mesa bajo el sol en la esquina frontal. Mi libreta de bocetos era pequeña en comparación con la de él; yo prefería dibujar mi escenario en escala pequeña primero, para así poder decidir cuáles eran los elementos de importancia, después lo dejaba crecer en mi cabeza hasta el punto en que tenía que pasarlo a grande. Cuando Joe entró, nos sonreímos con facilidad el uno al otro y sólo pensé, Sí. Aquí había alguien que era talentoso e inteligente, dulce y sensible. En buen estado. Normal. Le mostré algunos de los bocetos que había hecho durante el fin de semana, y él colocó las caricaturas junto a ellos para ver lo bien que encajaban. Dos de ellos se veían muy bien. Uno estaba un poco desenfocado, por lo que hice notas acerca de cómo arreglarlo. Joe echó un vistazo al reloj, así que le dije—: ¿Tienes que hacer tus deberes? Puedo irme. —Los haré en mi descanso —respondió rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Vamos, te acompañaré hasta el veterinario. En nuestro camino por la acera que nos llevaría a Ashland, Joe se mantuvo callado, y la sensación de comodidad entre nosotros se había esfumado. Cuando llegamos al estacionamiento del hospital, él se detuvo y se volvió hacia mí.

—Escucha, Meg me dijo que te fuiste del baile de Halloween con David Kaufman. Perecía bastante molesta por eso. Bien, sí. Claramente. Tan molesta que sintió la necesidad de contárselo a Joe por despecho. —¿Pasaba algo? —continuó Joe—. Quiero decir, no es asunto mío. Pero la última vez que se presentó en la fiesta, las cosas no... —¿Terminaron bien? —lo interrumpí, levantando una ceja—. No, no lo hicieron. Joe se rió nerviosamente. —Las cosas están bien ahora —le dije, encogiéndome de hombros—. Estamos cuidando de su perro, y algunas de sus cosas. Como un favor. —Usar la palabra estamos lo hacía parecer más vecinal, menos complicado. Yo sabía lo que Joe preguntaba. ¿Hubo algo entre David y yo? No había manera de que pudiera responder a esa pregunta. La forma en que Joe me sonreía ahora, aliviado y protector, me hizo darme cuenta de lo mucho que le gustaba. Y como el estar con él me hacía sentir más como yo misma, de lo que me había sentido en meses. Pero yo también tenía una pregunta. —Hablando del baile… —Me detuve para tomar una respiración, sin mirarlo—. Cuando me invitaste al baile. ¿Fue… fue por algo que alguien te hizo hacer? Joe frunció el ceño, confundido. —¿Cómo quién? —No lo sé. Tal vez Meg… —Cuando lo dije en voz alta, sonaba tan infantil y estúpido, y deseé no haberlo dicho—. Tienes que entender que iba a pensar en ello. En ese tiempo, no quise saber la respuesta. Pero ahora sí. Joe me miró por un segundo y luego apartó los ojos hacia un rincón en el cielo. —No, nadie me hizo hacerlo. Pero te diré que si lo que pasó… a tus padres… si eso no hubiera ocurrido, probablemente nunca habría conseguido las agallas. —Hizo una pausa, después me miró brevemente—. Sé que eso está mal. Pero quería hacerlo. Lo había querido durante un tiempo. Pero por dentro, empecé a sentirme enfadada. Si tan sólo hubiera tenido las agallas para invitarme a salir cuando lo quería, tal vez esta parte habría ocurrido mucho antes del accidente. Y tal vez podríamos haber sido lo suficientemente fuerte juntos —¿por qué no lo habríamos sido?— para sobrevivir los primeros meses infernales posteriores.

—Debiste de haber tenido el valor —dije finalmente, tratando de forzar una sonrisa. —Lo sé. Sólo me seguía diciendo a mí mismo que tenía tiempo. —La vida es corta, Joe. Un gesto de dolor cruzó por su rostro. Después de unos segundos, simplemente dijo—: Vas a llegar tarde al trabajo, y yo debería ponerme en marcha. Se inclinó hacia a mí y ladeó un poco la cabeza para mirarme de reojo, casi con admiración. Una vez más, el momento previo antes de que algo pueda suceder. Ese sentimiento ahora familiar de ¡Más! ¡Más! De repente, estaba cansada de ello. Cuando Joe empezó a envolver su abrazo laxo y perezoso a mí alrededor para despedirse, volví mi cara hacia arriba y le di un beso en la boca. Demasiado rápido, como si lo hubiera abofeteado. Sus labios no estaban preparados y se sentían rígidos y formales. No eran los labios que recordaba, pero por otra parte, ya había habido otros labios desde aquel entonces. Joe se puso rojo y dijo entre dientes—: Guau. Luego sonrió. Así que tal vez esos labios se quedarían. —Te veré luego —dije, después caminé tan rápido como pude hacia el trabajo.

Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por **maria**

Pasaron dos semanas. Afortunadamente, tuve que estudiar para exámenes parciales y empezar a hacer mis solicitudes para otras universidades, y no tuve tiempo para estar obsesionada con mucho más. Por ejemplo, Joe me enviaba un mensaje de texto todas las tardes con una propuesta de la identidad de un superhéroe para uno de los maestros. Margulis = ¡AlgeMusculoso! (El señor Margulis en el departamento de matemáticas era enorme y un ex culturista). Parecía ser su manera de mantener el statu quo, de reservar su lugar para algo. En Ashland, Eve estableció una cornucopia de paja rellena con chocolates con forma de pavo en el escritorio delantero, y yo colgué un cartel de FELIZ DÍA DE DAR LAS GRACIAS en la pared. Usé el tipo equivocado de cinta adhesiva y al día siguiente se cayó y fue masticado por un perro. Eve no dijo nada al respecto, simplemente salió a comprar otro. Así era para todo, ahora que ella sabía acerca de mi familia. Se había vuelto menos mandona, pero menos amigable, también; nunca salimos a comer y ya ni siquiera hablábamos sobre nuestras cosas. —La primer temporada de vacaciones desde el accidente será un año difícil, Laurel —dijo Suzie. Redujimos las visitas a una vez por semana—. Vamos a hablar de estrategias. Así que hablamos, sobre intentar yoga, y la posibilidad de que fuera a algún campamento de fin de semana de jóvenes en duelo. Me pidió que comenzara una lista en mi diario titulada “Acción de Gracias: Las cosas por las cuales estoy agradecida”, y me animó a escribir todo lo que se me ocurriera en las próximas semanas. Yo no le había hablado sobre mi visita al señor Kaufman ni sobre el besotortazo con Joe. La verdad es que me cansaba de hablar de mí misma. Suzie también lo sabía. Nuestras sesiones se empezaron a terminar más temprano, porque llegábamos al punto de que yo simplemente me encogía de hombros y daba respuestas de una sola palabra, y ella decía—: Eso es suficiente por hoy.

laurel wilmington, carolina del norte ahora. 2 conciertos, pero creo que todo el mundo va a quedarse por un par de semanas x las vacaciones. ellos tienen literas en casa de amigos, pero, afortunadamente, puedo moverme por el hotel comfort inn por mí mismo. elegante, lo sé. he descubierto que si se abre una botella de cerveza del mini-bar, de la manera correcta, sin doblar la tapa, la puedes llenar de nuevo con agua y no te cobrarán por ello. david. El correo electrónico me sorprendió de forma inesperada en un sábado, cuando hacía una revisión rápida antes de salir a encontrarme con Joe en la biblioteca. Comencé a reunir algunas frases en mi cabeza con las que responderle. Algo gracioso y lindo. ¿Una broma acerca de mini-bares? ¿O botellas de cerveza llenas de agua turbia del hotel? Pero cuando volví a leer, y luego otra vez, me di cuenta de que el correo electrónico no pedía una respuesta. Fue sólo eso. Una nota de dónde había estado, al igual que las migas de pan que se dejan a lo largo de un sendero. Así que sólo lo dejé estar, pensando que tal vez llegaría un momento en que necesitaría seguir esas migas de pan para encontrarlo. Y hoy tenía que pensar en Joe. La biblioteca había previsto nuestro espectáculo de arte —me sentía bien llamándolo nuestro— para la segunda semana de diciembre. Iba a consistir en mostrar ocho piezas, en el salón comunitario, donde se celebraba la hora de los cuentos y el Pilates para las personas mayores y el club de libro al que mi madre solía ir. Joe y yo planeamos reunirnos allí, durante el lapso de una hora en que nada pasaba, para repasar apuntes, una vez más antes de ejecutarlo con la tinta y la pintura. —De esta manera, podemos ver cómo podrían funcionar en el espacio —había dicho él. Pero, en realidad, era sólo una habitación cuadrada con paredes blancas y luces fluorescentes. Sabía que él había sugerido el lugar porque era territorio neutral. Lo suficientemente privado como para que nadie nos mirara, y lo suficientemente público para las que algunos tipos de contacto no era una opción.

—¿Qué tal? —dijo Joe, mientras bajaba las escaleras a la sala comunitaria con mi cuaderno de dibujo bajo el brazo. Por fin había conseguido uno grande como el suyo. Recordé cómo David siempre comenzaba sus mensajes de correo electrónico con el simple “laurel”, sin siquiera una coma o la letra mayúscula adecuada. No había ningún “¿Qué tal?” en el universo de David. Joe estaba parado con la señora Folsom, la bibliotecaria jefe, que había invitado a Joe a mostrar su arte. Ahora, de repente, me di cuenta de que ella era su vecina. Era uno de esos datos inútiles y típicos de ciudades pequeñas que siempre había sabido, pero que almacené lo más lejos hasta ahora, cuando explicaba por qué Joe hacía todo esto. —Hola, Laurel —dijo ella, sonriendo dulcemente—. Me sentí tan feliz de saber que están colaborando en este proyecto. ¡No podemos esperar para ver los resultados! Sus ojos brillaban un poco, y me pregunté si para ella, mi participación era una especie de dato adicional para vender más. Tal vez pensaba que la gente estaría más interesada en venir a ver el arte si supieran que la mitad de ella estaba hecha por Laurel Meisner. —Gracias —fue todo lo que dije. —Voy a dejar que ustedes dos trabajen... ¡háganme saber si necesitan cualquier cosa! —Dio unas palmaditas en el hombro de Joe, pero no a mí, y se fue tomando las escaleras de nuevo. —¿Qué tal el día hasta el momento? —dijo Joe, extendiendo la mano para tomar mi cuaderno de dibujo. Se lo entregué, pero lo noté un poco tenso—. Lo siento —agregó—. Eso sonó como un terapeuta o algo así. Estaba sólo, ya sabes... Me pregunté si alguna vez sería capaz de simplemente hablar conmigo, sin preocuparse de que algo sonara extraño, sin que sus palabras terminaran formando parte del árbol de “Frases Inconclusas”. —No te preocupes por eso. Nunca podrías sonar algo así como mi terapeuta. Arqueó las cejas involuntariamente. ¡Uy! Acababa de decirle que veía a un terapeuta. Como si él ya no pensara que yo era un frágil adorno de Navidad que tenía que colgar en lo alto del árbol, para que fuera menos probable que se cayera. —¿Podemos poner las cosas por allá? —Desvié la mirada, señalando a una mesa en la parte delantera de la habitación. Revisamos nuestros bocetos que formaban las ocho piezas. Sus dibujos me hicieron reír, sobre todo TurboSenior, que no se veía diferente a sí mismo, y por suerte un par de mis dibujos que lo dejaban más o menos por el estilo. Por la

Increíble y Mal humorada —una chica gótica con una expresión agria haciendo un golpe de karate. Yo había dibujado un dormitorio con volantes de color rosa y verde. Con Joe siendo tan alto, no dejaba de sentir su aliento en mi cuello, con olor a chicle de menta. Tuve cuidado de no volverme a mirarlo cuando sabía que su cara estaba cerca. No podía enfrentarme a la incertidumbre de otro momento de cercanía. —Creo que es seguro llevar esto al siguiente nivel —dijo Joe cuando terminamos. Ahora me permití mirarlo directamente, sorprendida. ¿Esto? ¿Se refería a nosotros? —La tinta y la pintura —balbuceó, al darse cuenta. —Estoy lista si tú lo estás —dije lo más suavemente que pude. Escuché a Joe tragar saliva y levantó la mirada de nuevo. No tengas miedo, pensé en voz alta, y me pregunté si me lo decía a mí misma, o a él. —No va a ser una apertura de una galería elegante ni nada de eso —dijo—. Pero mis padres quieren traer un poco de sidra espumosa y queso y galletas en la primera noche. Pensé que sería divertido para nosotros estar aquí, ya sabes, juntos. Joe, con nerviosismo, se mordió el labio inferior. Nosotros habíamos salido y luego lo había abordado con un beso. ¿Por qué esto tenía que ser tan duro? Esto era como hornear galletas con una mezcla prefabricada, no partir de cero. Todo el trabajo duro ya estaba hecho. —Me refiero a que te recogeré y te llevaré a casa después —dijo finalmente. Le sonreí sin decir nada. —Como una cita —añadió, devolviéndome la sonrisa, a continuación tomamos respiraciones profundas que necesitábamos.

Cuando llegué a casa, había una pila de cajas de cartón de mudanza desarmadas, y colocadas delante de la puerta. —¿Nana? —grité, entrando en la casa. —¿Puedes coger algunas de esas cajas? —dijo, bajando las escaleras a mi encuentro—. Las había enviado, pero necesito tu ayuda para transportarlas y juntarlas.

Después de llevarlas al interior, observé a Nana mientras examinaba las cajas, esperando que me proporcionara más información. Pero parecía como si quisiera que yo preguntara. —¿Para qué son? —dije finalmente. —Abrigos —respondió, con total naturalidad—. Ya sabes lo que hago cada año, en Johnstown. Recogemos los abrigos viejos durante las vacaciones y los distribuimos para la Misión de Rescate. —Oh, cierto. —Así que pensé que haríamos lo mismo aquí. —Hizo una pausa y tragó saliva—. Con los de tu padre. Y tu madre. Tenían muchos. —No dije nada, por lo que también agregó—: Me encontré con un grupo de niños de acogida que estarán encantados de llevar los de tu hermano. Nana fue directamente al armario de en frente, lo abrió y empezó a rebuscar. —Puedes mantener cualquier cosa de tu madre que quieras, por supuesto. Deberías hacerlo. Algunos de ellos son caros, y se verían bien en ti. —Sacó un abrigo largo de cachemira de color marrón que mamá usaba a menudo en la ciudad y me lo entregó—. Como éste. Lo tomé en silencio, el tejido colapsó en mis manos. Lo acerqué a mi cara e inhalé. canela.

Olía a humedad, pero mezclada con flores y algún tipo de especias dulces, como la —No creo que pueda hacer esto, Nana —dije. Estaba sosteniendo una de las chaquetas de Toby, acariciándola.

—Ni yo sé si puedo hacerlo, cariño. Es por eso que debemos hacerlo juntas y hacerlo rápido, antes de que me arrepienta. —¿Sólo los abrigos? —Sólo los abrigos. Por ahora. Asentí, mordiéndome los labios mientras las lágrimas se amontonaban en mis ojos, y puse el abrigo de cachemir en la mesa del comedor. Le dije—: Esta será la pila para guardar.

Traducido por Majo_Smile ♥ Corregido por Juli

En la mañana de Acción de Gracias, Nana y yo preparábamos los materiales para hacer el relleno a mano y cazuela de papatas, cuando descubrió, con horror, que se olvidó algo. —¿Cómo podría olvidar los malvaviscos? —preguntó, plantando los brazos sobre la mesa de la cocina como si fuera a desmayarse de la impresión—. ¡He estado haciendo esta cazuela durante cuarenta años! —Nana, relájate. La tienda sigue abierta, y voy a ir a buscar algunos —le dije. —¿Y por qué tu madre no tiene una olla holandés? ¿Nunca hizo nada para más de cuatro personas a la vez? —¿Qué crees? —dije, tratando de hacerla reír, pero no lo hizo, por lo que añadí—: Estoy segura de que uno de los vecinos tiene una que podemos pedir prestado. Sabía que Nana se sentía mayormente estresada porque había esperado para realizar su viaje a casa durante la semana pasada, para hacerlo antes de las vacaciones. Habíamos pasado medio día con cada abrigo que encontramos y donamos por el valor de ocho cajas a las personas que más lo necesitan. Parecía como si estuviera inspirada, y dispuesta a hacer lo mismo en su propia casa. Pero en el último minuto, dijo que no se sentía bien y no quería viajar. —Además —me había dicho—, nadie va a alquilar una casa o comprar un condominio antes de enero de todos modos. —Estoy de acuerdo con ella, pero sabía que era porque no quería dejarme sola. Íbamos a la casa de los Dill para la cena de Acción de Gracias. Nunca se discutió, simplemente se asumió. El año pasado, yo habría estado encantada de ser invitada a pasar Acción de Gracias en la casa de los Dill. Mi familia no llevaba tan bien el día de fiestas. Creo que sin tías o tíos o primos con los que compartir, no había presión. Por lo general, viajábamos hasta la casa de Nana y comíamos en el hotel Holiday Inn, donde Toby y yo podíamos pasar el rato en la galería hasta que el pavo llegara. O en los años raros cuando pude convencer a mi madre para cenar en la casa, ella siempre se

subía a acostarse durante quince minutos antes del postre. Nunca jugábamos juegos, ni traíamos amigos a casa y ni siquiera rodeábamos la mesa diciendo qué agradecíamos. Tradiciones como esas no parecían importantes para mis padres. Sin embargo en lo de Megan, la señora Dill servía la cena para veinticinco, y yo estaba lista para la Gran Acción de Gracias estadounidense que nunca había tenido. —Si sales ahora —dijo Nana—, puedes recoger los malvaviscos. Voy a pasar por los Mitas y ver si tienen una olla para nosotros. Veinte minutos más tarde, me dirigía a casa desde la tienda con dos bolsas de malvaviscos en el asiento del acompañante, pensando en cómo el empleado de la caja se había reído de mi compra, y dijo—: Acción de Gracias es simplemente increíble. Subí nuestra colina un poco rápido, sin prestar atención, y entré en el camino de entrada. Pero, a dónde iba, ya había otro auto estacionado. Tuve que virar bruscamente para evitar chocar contra él, y una vez que mi coche se detuvo, me senté por un momento, dejando que disminuya la adrenalina. El día estaba nublado y sin la luz del sol, en un primer momento el coche parecía incoloro. Mientras contenía el aliento, pude ver lo que era. El Sr. Kaufman, pensé, pestañeando con fuerza. No, idiota. El auto del Sr. Kaufman. Lo que quiere decir que es David. Una nueva inyección de adrenalina atravesó mi cuerpo, esta un poco diferente, y me obligué a sentarme allí durante otros momentos, sin embargo, queriendo esa emoción. Por último, me miré en el espejo retrovisor, —estaba sin ducharme, vistiendo pantalones de chándal, pero me había visto peor— y salí del coche. El Jaguar se hallaba salpicado de barro fresco, y mientras me acercaba puse mi dedo en el parachoques trasero. Dejó una mancha húmeda en mi mano sucia que no me limpié. A través de la ventana, pude ver a David durmiendo en el asiento delantero, todavía con las manos en el volante. Lo observé durante unos segundos, preguntándome qué hacer a continuación. Por último, di dos golpes suavemente en la ventana. Era extraño verlo despertar. Los ojos de David se agitaron, y me di cuenta por primera vez lo largas y gruesas que eran sus pestañas. Entonces sus ojos se abrieron de golpe, esa sorprendente rotundidad. Me vio y se asustó, y se me escapó una risa de la que inmediatamente me arrepentí.

David se sentó y abrió la puerta del coche. —¡No es divertido! —se quejó. —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté. Se rascó el cuello por un momento, mirando confundido. —¿Qué hora es? Cuando vi que no había nadie en casa, decidí dormir un poco —dijo lentamente. Me quedé callada, esperando que encontrara una respuesta. Pero sólo añadió—: He estado conduciendo toda la noche. —Conduciendo toda la noche, ¿de dónde? —Algún lugar fuera de Washington, DC. —Salio del coche. Di un paso atrás para darle más espacio. Tal vez ahora que se encontraba de pie, podría tener más sentido. —Yo iba a cenar con la banda en un Cracker Barrel —dijo David—. Pero me desperté en medio de la noche y empecé a pensar... en cosas... mis padres... —Se atragantó con la palabra y respiró hondo, entonces me miró. Luego puso su mano sobre mi hombro y exhaló—. No quería pasar Acción de Gracias con un montón de chicos que apenas conozco, comer algo apenas comestible, en un lugar que permanece abierto sólo para todos los perdedores que no tienen dónde ir. Quitó la mano de mi hombro, pero todavía podía sentir el peso de la misma. —Me acordé que tenía un lugar a donde ir —dijo, y echó un vistazo a la casa. Fue una mirada hambrienta. No sabía qué decir, pero, afortunadamente, David comenzó a hablar de nuevo, más rápido de lo que jamás lo había oído. —Lamento no haber llamado… Sólo subí a mi coche y conduje y era en medio de la noche y no quería llamar y despertar a nadie. Y luego, antes de darme cuenta, me encontraba aquí. El coche se había ido y nadie respondió la puerta. Todavía tengo una llave, pero se sentía un poco raro así que pensé que debía esperar... —Su voz se apagó. Y luego me dio la misma mirada que le había dado a la casa. Era deseo puro. Debe haberse dado cuenta lo desesperado que parecía, ya que añadió una tímida sonrisa y un asentimiento, como si no se atrevería a ofrecer la mano de nuevo. Se sentía más seguro quedarse con los hechos. —¿Viniste a pasar Acción de Gracias con nosotros? —le pregunté con cuidado, sin ninguna emoción. —Sí —dijo David, casi sorprendido—. Supongo que sí. Señalé hacia abajo por la colina y luego dije—: Vamos a la casa de los Dill, pero puedo llamar a la Sra. Dill... Estoy segura de que serías bienvenido. En un instante, los ojos de David se estrecharon con decepción.

—¿Los Dill? —dijo con disgusto. —Sí, será divertido. Va a ver un montón de gente allí. Ahora me dio una risa amarga. —Laurel, no he venido hasta aquí para cenar con personas que no conozco. —Tu nos conoce, y los Dill... David negó con la cabeza. —Olvídalo —dijo, y luego se movió de nuevo hacia el coche. —¿Así que te vas? —l pregunté, tratando de mantener la calma, pero me salió alto y chillón. —Si me voy ahora, todavía puede llegar hasta Cracker Barrel. David abrió la puerta del lado del conductor y se deslizó en el asiento. Lejos de mí. ¡Espera! ¡Hace un minuto tocaste mi hombro! Pensé rápidamente en llamar a la señora Dill, explicando por qué teníamos que cancelar. Nana estaría de acuerdo. Podríamos comprar uno de esos deprimidos pavos de última hora en la tienda y cocinarlo para la cena... No. Teníamos una obligación. Meg nunca me lo perdonaría. Y entonces miré su cara, indignado y ofendido, y de repente me sentí enojada. —David… —¡Dije que lo olvides! Ahora me enojé más. En realidad, me sentía furiosa. —¡Déjame terminar! — le grité. Saltó un poco y me miró, muy sorprendido—. ¿Cómo puedes presentarte aquí y esperar que tengamos una mesa puesta para ti, con una cena completa de Acción de Gracias? Sin llamar, ni mandar un correo electrónico... No puedes hacer eso. David me miró fijamente, su sorpresa convirtiéndose en tristeza, con la boca temblorosa. A continuación, se limitó a decir—: Esto fue un error. Con eso, cerró la puerta y arrancó el auto. Sólo tuve tiempo de dar un paso atrás antes de que acelerara hacia atrás fuera de nuestro camino, dejando una nube sucia de polvo detrás de sí.

—Puse ron en estas Coca-Cola de dieta —susurró Meg, su aliento picante con salsa de cebollas. Nos encontrábamos sentadas una al lado de la otra en una de las tres mesas de gran tamaño que la señora Dill había preparado en el comedor y el vestíbulo. Meg lucía emocionada porque era la primera vez que no tenía la mesa infantil en la cocina, ahora estaba con los adultos. Nana se sentó frente a nosotros, junto a un tío mayor, y me pregunté por un segundo si no se trataba de un arreglo. Una parte de mi cuerpo seguía temblando por la mañana. Cada vez que parpadeaba, podía ver la cara de David cambiando de seriedad a arrepentimiento, deslizándose lejos de mí en un segundo. Y yo se lo permití. Lo dejé ir. No le conté a nadie que David había venido. No se lo conté a Nana, que regresó de Mitas sólo cinco minutos después de que él arrancó, cuyo día simplemente no podía complicarlo aún más. Ni a Meg, que parecía preocupada, como siempre con algo propio. Me acordé que tenía lugar a donde ir, había dicho David. Su voz y rostro, abierto y honesto, y con confianza. Me estremecí ante el recuerdo, y traté de estar feliz por que él había venido en primer lugar. Era como si hubiera abierto una ventana. Tal vez en su prisa por salir, se había olvidado de cerrarla. Tomé mi CocaCola y la olí. El ron hacía que oliera como la estación de gasolina ARCO. La señora Dill, en la gran mesa de la habitación, se puso de pie y levantó su copa. —Antes de empezar a comer, me gustaría dar las gracias a todos ustedes por haber venido. Cada uno de ustedes significa mucho para mí en su propio modo... y ver sus caras aquí en mi casa... —Comenzó a ahogarse, y el Sr. Dill alargó la mano hasta su codo, pero ella lo sacudió de inmediato—. Estoy bien, cariño. Yo sólo estoy... feliz. ¡Muy feliz! ¡Por estar juntos y ser agradecidos! Todo el mundo captó la indirecta para brindar y luego beber, aunque sólo tomé un sorbo pequeño de lo que sabía a gasolina con burbujas. Por estar juntos. Pensé en David, comiendo un plato de restaurante en algún lugar cerca de Washington, DC. Tenía la esperanza de que él estuviera con personas que le agradaban. Cuando la señora Dill se sentó, perfectamente limpiándose una lágrima de cada ojo, me di cuenta de que Meg la miraba con el ceño fruncido. —¿Está bien? —pregunté. Meg se encogió de hombros, y luego bajó la voz hasta un susurro. —Espero que sí. Acaba de recibir el nuevo medicamento, y creo que está haciéndola sentir un poco descabellada. —Me miró con una mirada de alivio, y agregó—: Está recibiendo tratamiento para la depresión.

Entonces se dio la vuelta y empezó a comer, sabiendo que lo que había dicho acababa de crear más preguntas.

Después de la cena, me ofrecí a ayudar a Meg a cargar el lavaplatos mientras todos los demás se tomaron un descanso antes de la tarta. No iba a dejarla lanzar un poco de información importante en mi regazo y luego dejarlo allí para sólo mirarlo, como si fuera algo asqueroso que cayó de un árbol. —No tenía idea de que tu madre estaba deprimida. ¿Desde hace cuánto tiempo ha estado pasando? Meg lavaba en el fregadero y me entregó un plato para la repisa. —No lo sé. Hace un tiempo. Se ha puesto peor en los últimos meses. Si siguiéramos esta conversación como corresponde, mi siguiente pregunta habría sido: ¿Por qué no me lo dijiste? Pero ya sabía la respuesta. Además, tenía mis propios secretos. ¿Qué podía decir para hacer que las cosas se sintieran menos desordenadas entre nosotras? Pensé en el señor Dill, su mano firme en el codo de su esposa, la línea horizontal de la boca mientras la miraba, como si se estuviera preparando para algo. —¿Cómo lo está manejando tu papá? —No muy bien. —Meg me entregó otro plato sin mirarme, y supe que el tema estaba cerrado.

Esa noche, de vuelta en casa, Nana quería que me sentara con ella y viera El Mago de Oz en la televisión. Cuando se quedó dormida en algún momento antes de que Dorothy se encontrara con el Hombre de Hojalata, me acerqué a la computadora y abrí mi correo electrónico. El último mensaje de David seguía allí, a pesar de que se había deslizado a un punto a mitad de la página. Se sentía como si con sólo hacer clic en él, yo podría abrir un agujero al que escalar, al que gritar hasta el fondo. Entonces marqué en “responder” y le conté a David sobre la cena de Acción de Gracias, sobre el viejo tío con la patata dulce en el bigote toda la noche y los amigos de Connecticut, una pareja casada, que llevaba suéteres verdes idénticos con tortugas en ellos. Le hablé de la cornucopia como centro de mesa que olía a

fruta podrida y los platos con los pavos disfrazados de peregrinos en ellos. Empecé a hablarle de la mamá de Meg, también, pero luego cambié de opinión. Por último, terminé el correo electrónico con lo siguiente: Así que me gustaría saber cómo estuvo Cracker Barrel en el departamento de las fiestas extrañas. La próxima vez que regreses a la ciudad, primero llámame, y vamos a estar esperándote. Laurel. Lo envíe antes de que pudiera toquetearlo, y volví al sofá, para ver a Oz.

Traducido por LizC Corregido por Panchys

—¿Hola? ¿Es Laurel? Mi celular sonó a las 9:07 de la mañana después de Acción de Gracias, mientras paseaba a Masher en el bosque. —Sí. ¿Quién es? —¿Es Robert? ¿Desde el hospital de animales? Tan pronto como dijo “hospital” oí ladridos, a lo lejos y en lo profundo, en su extremo. —Oh, hola. —Traté de no hacer que sonara como: ¿Por qué diablos me estás llamando? —Oye, acabo de hablar con Eve. Todavía está con sus padres en Vermont por las vacaciones. ¿Ella me dijo que debía llamarte? Todo lo que decía salía como una pregunta. —¿Qué está pasando? —Recibimos una llamada desde la conexión de Eve en el refugio. Tienen un gato que está programado para ser puesto a dormir hoy, así que ella está llamando para ver si alguien puede recogerla. El Dr. B dice que tenemos espacio, pero en realidad hemos estado ocupados hoy por aquí y no puedo salir. Así que Eve dijo que tal vez tú podrías recogerla y traerla aquí. Yo. El eslabón perdido en la cadena que necesita juntarse para salvar la vida de un animal. —Diles que voy a estar allí en veinte minutos. Cuando le dije a Nana por qué trepaba en el auto, ella sólo asintió y dijo—: Mientras este no termine en la habitación de tu hermano, haz lo que sea que necesites hacer. Me encontraba a pocos minutos de la casa cuando sonó mi celular y lo contesté. —Hola, soy yo. —Meg.

—¡Hola! Te has levantado temprano. —No pude dormir. —¿Demasiado exceso? —No, mis padres estuvieron discutiendo toda la noche, y pude oír cada maldita cosa. Mi mamá llorando. Mi padre golpeando almohadas. En serio, era como escuchar una telenovela. —Dios mío, Meg. Lo siento. —Y luego, porque pensé en esa sensación de “por qué no me dijiste” la noche anterior, porque parecía algo que debía decir, añadí—: ¿Qué puedo hacer? —Sólo necesito salir e ir a alguna parte. ¿Podemos ir al centro comercial donde estará lleno de gente y será detestable y puedo olvidarme de todo esto? —Um... seguro. Te puedo ver allí en un par de horas. Hay silencio en el otro extremo de la línea. —Tenía la esperanza de poderte recoger, como en, un minuto y medio. —Estoy en camino hacia el refugio de animales para salvar a un gato. —Lo dije como si me dirigiera a la tienda a comprar papel higiénico. —¿A qué te refieres? —Recibí una llamada del trabajo. Necesitan mi ayuda. —Bueno, yo necesito tu ayuda. —La voz de Meg sonaba con eco, más fuerte, como una niña con la mano ahuecada sobre el auricular del teléfono para que nadie más pudiera oír. —No hay problema. Sólo dime dónde te encuentras. —¿En dos horas? —Tal vez menos. Tengo que recoger la gata, llevarla a Ashland, y conseguir que la establezcan. —Laurel, no quiero estar sola en estos momentos. Pensé en decir: Sí, por supuesto, Meg. Pensé en llamar a Robert y decirle que tenía que ir más tarde. Pero el camino estaba empujando al auto tan rápidamente y con determinación hacia el refugio, arrastrándome hacia un animal que estaría muerto si no seguía mi camino. No parecía posible que pudiera disminuir la velocidad y dar la vuelta, incluso si quisiera. —¿Por qué no vienes a verme en el hospital? —pregunté. Hubo una pausa, y Meg contuvo el aliento, y casi pude escuchar la ira y el dolor que se vaciaba en su pecho. —Tonta de mí, se me olvidaba que siempre tiene que ser acerca de ti.

Fue como un dardo lanzado justo a mi cara. Rápido y directo, con una velocidad inesperada. Mis defensas no fueron lo suficientemente rápidas. —No se trata de mí —le dije—. ¡Se trata de salvar a un animal que va a ser asesinado! ¿Puedes realmente vivir contigo misma si supieras que un gato va a ser puesto a dormir porque no quieres ir al centro comercial sola? Silencio, peor que contener el aire enojadamente. Más silencio, peor que el dardo. —Laurel, hay un montón de cosas que puedo decir en este momento acerca de los últimos seis meses, pero creo que las sabes todas. —Hizo una pausa, y no estaba segura si debía responder, pero no lo creo, porque lo siguiente que dijo fue—: Te veré por ahí. Y la línea se cortó.

Traducido por Vero Corregido por Mery St. Clair

Hazlo con tiempo: Toma tu decisión de admisión. Las palabras en la página web de Yale sonaban tan aburridas, sin un signo de exclamación o siquiera un subrayado que remarque lo que significaba para nosotros saber el resultado. Todos los demás que habían presentado la solicitud de admisión temprano contaban los días, marcándolos con palitos en sus cuadernos o con grandes X en los calendarios de sus casilleros. Yo me negué a hacer lo mismo, pero de todos modos me encontraba chequeando la página de admisiones de Yale todos los días. Todo lo que tenía que hacer era seguir ese vínculo, iniciar sesión, y habría una respuesta del otro lado. Se sentía tan extraño tener esa garantía. Me levanté, caminé alrededor de la habitación, me senté otra vez. Comprobé el clima. Arrrrgh, ¡Sólo hazlo! Entonces lo hice, preguntándome si ellos estarían detrás de mí, observando. Mamá y papá, quizás Toby también. No, los había dejado fuera con la puerta cerrada. —¡Ja! —dije en voz alta a nadie. Había ingresado. Pensé en como luciría el rostro de mi padre con las noticias. Era bueno con la sonrisa de complicidad. Creo que él lo habría hecho. Y se emocionaría con tanta facilidad, sin tener miedo de derramar algunas lágrimas y no secarlas. ¿Y que hay de mamá? Al principio estaría sorprendida. Genuinamente sorprendida, y eso me enfadaría un poco. Y luego se vería aliviada y reiría, y yo me reiría con ella para olvidar la parte del enfado. Están contigo justo ahora, me dije a mí misma, Están aquí. Cuando Nana vino a buscarme diez minutos después, yo seguía llorando.

—Recuerdo cuando tu padre consiguió su carta —dijo Nana sobre nuestra sencilla celebración, media pizza de vegetales en Vinny's—. No estaba seguro de querer ir, pero escuchó que las chicas eran especialmente bonitas allí. —Hizo una pausa, las comisuras de sus ojos brillaban—. Él estaría muy orgulloso, ya sabes. Asentí y bajé la mirada, entonces decidí lidiar con ello. No hay momento como el presente. —Nana, no estoy segura de sí debería ir. Dejó su rebanada de pizza, tomándose un momento para acomodarla de forma ordenada en el centro del plato y me frunció el ceño. —¿Porqué no irías? —Quiero decir que, quizás no estoy preparada para vivir lejos de casa. En cambio, puedo ir a Columbia o la Universidad de Nueva York, ambas son grandiosas escuelas, si consigo entrar. Y podría quedarme aquí —después agregué, porque pensé que tal vez ayudaría—, contigo. ¿Cómo podría decirle las cosas que habían estado nadando en mi cabeza toda la tarde? Cosas que no quería siquiera pensar antes, porque no tenía qué, pero ahora era el momento de hacerlo. Hubiera sido más fácil ser rechazada en Yale, así podría no seguir pensando en ello. ¿Qué hay de los animales? No sólo Selina, Elliot y Masher, sino los pacientes en Ashland y el futuro de Echo, quien podría necesitar que esté al otro lado de la línea telefónica. Echo era la gata que recogí del albergue y traje a Ashland ese día después de Acción de Gracias. Ya tenía un posible hogar para ella. Pero había otra cosa. Había surgido durante una sesión con Suzie la semana anterior. —¿Estás emocionada de oír lo de Yale? —preguntó Suzie, mirando sus notas. —Eso creo —había respondido mirando por la ventana. Se sentía como una charla. —¿No estás segura? —No, estoy segura. —Odiaba estas conversaciones estúpidas que teníamos algunas veces. —Laurel —dijo Suzie deteniéndose con cuidado—. ¿Sientes que estás lista para tu futuro? Sólo la miré.

—Porque eso es normal. Sentirse ansiosa acerca de seguir adelante, continuar con tu vida, cuando las personas que amas se han ido. Todo lo que dije fue—: De acuerdo, lo entiendo. —Me di cuenta que Suzie se quedó callada y satisfecha después que dije eso. Nuestras sesiones tenían menos charla estos días, y terminábamos siempre temprano. Finalmente, pensé una respuesta para Nana. —Sólo estoy preocupada por ti. ¿No estarás sola si me voy lejos? Nana había recogido su rebanada de pizza, pero ahora la dejó una vez más. —Te extrañaré, si —dijo—. Pero honestamente, Laurel, si estás en New Haven, significa que puedo pasar el otoño y el invierno en Hilton Head. No tendré que vender el condominio. —¿Así que quieres deshacerte de mi? —le pregunté, tratando de hacer que sonara como una broma. —No. Quiero que vayas y obtengas la excelente educación que tus padres siempre soñaron para ti. Ella tenía un nudo en la garganta, lo que formó un nudo en la mía también, y ambas comimos bocados de pizza en silencio.

Al llegar a casa, levanté el teléfono para llamar a Meg y contarle las noticias, y luego me detuve. Habían pasado tres semanas desde aquella mañana, la mañana de Salva un gato o Encuéntrate con Meg en el centro comercial, y cuando estábamos juntas, éramos como actores en una obra. En la escuela, en los pasillos o en las clases donde nos sentábamos una al lado de la otra por costumbre, hacíamos el papel de mejores amigas. Prestándonos la lapicera, esperándonos a la salida de clases o en los casilleros. Charlando acerca de cuan difícil fue el examen de matemáticas y que tan mal lucía nuestro cabello. Pero fuera de la escuela, esa línea telefónica continuaba muerta. Meg ya no se ofreció más a llevarme a ningún lugar, no se detuvo más a pasar el rato o invitarme a su casa. No me llamó o escribió por las noches para contarme acerca de Gavin o Andie o especialmente sus padres. La extrañaba como nunca, pero también era obstinada. Sabía que había hecho lo correcto. Echo había sido más importante. Echo, con sus grandes rayas negras como si hubieran sido pintadas con un pincel de esponja gruesa, a quien le gustaba lamer tu antebrazo mientras la acariciabas. Los seres vivientes mueren para siempre. Las amistades pueden ser resucitadas.

Así que, dejé mi celular y pensé que le diría mañana en la escuela. Pero todavía me sentía muy sola. Quizás podría contarle a Joe. Sí, eso funcionaría. Joe estaría feliz por mí. Abrí mi correo electrónico, y cuando vi mi bandeja de entrada, mi corazón dio un salto. Un mensaje de David. laurel sólo por el placer de hacerlo he empezado a presentarme como León. Parece totalmente divertido para mí. ¿Me veo como un león? ¡De ninguna manera! Pero yo les digo: “hola, soy León” y la gente simplemente asiente y dice: “¡encantado de conocerte, León!” y así puedo ser León por un tiempo. León necesita algunos antecedentes. estaba pensando que podría ser el hijo de la gente del circo, por ejemplo de los entrenadores de elefantes de fama mundial. eso es algo que se puede decir y nadie sería capaz de comprobar, porque ¿quién se entera de la vida de los entrenadores de elefantes de circo? quiero decir, el circo es totalmente cliché, pero la gente se traga esas historias. eso podría conseguirme regalos y favores y mi vida en este momento tiene que ver con regalos y favores, como tú bien sabes. david. Antes de haber besado a David, había pensado que él era poco serio y divertido y rudo en los bordes. Pero cuando leí esto, pensé en la suavidad de sus labios y la manera en que yo podía sentir su corazón latiendo rápido ese día en el bosque, y supe que estaba sufriendo. Tal vez todos estos años de actitud, desde el momento en que me regaló el baño de burbujas de Campanita, hasta la noche del accidente, era sólo un largo sufrimiento para David. Sin mencionar Acción de Gracias, pero esa era otra historia. Mi correo electrónico había sido un tratado de paz, y con esto, parecía que lo había firmado. Vuelve a casa, pensé. Sólo vuelve a casa. Comencé a responderle. Hola, David, quiero decir León. Lo del circo funciona. Diles que estabas siendo preparado para seguir sus pasos, o pezuñas en este caso, pero en realidad querías ser equilibrista y eso creó todo este escándalo y por eso te fuiste y no puedes regresar. Fui admitida en Yale. No estoy segura si quiero ir.

Y además, mi mejor amiga me odia en este momento. No tengo idea de como arreglarlo. ¿Quizás alguien que creció rodeado de elefantes podría tener algunas respuestas? Laurel.

Traducido por Munieca Corregido por Panchys

HÉROES ENTRE NOSOTROS, leía el folleto de la muestra de arte en grandes letras azules. A continuación, debajo: UNA COLECCIÓN DE UNA COLABORACION DE PINTURAS DE JOE LASKY Y LAUREL MEISNER Mi nombre en su propia línea. Nana recogió unas copias extras de la biblioteca y las distribuyó a los vecinos. —¡La Sra. Folsom dice que hay una mención en el periódico! —añadió mientras me sentaba en frente de mi cena, tratando y fallando de comer—. Tengo que conseguir una copia para mi cuaderno de recortes. —Ajá —dije, viendo mi mano temblar cuando levanté mi tenedor. Nana lo notó. —¿Estás nerviosa? Juzgando por el zumbido que sentía bajo mi piel y el sentimiento “voy a tener que ir al baño”, yo diría que sí. Definitivamente nerviosa. No estaba segura de cuánto de eso era de la muestra de arte y cuánto del estado de la inminente “cita” de mi inminente noche. —Tan sólo estoy emocionada —dije, lo que era una verdad a medias. —Yo también. —Ella miró su reloj—. Bueno, tu Joe debería estar aquí en unos cinco minutos. —Hice una mueca en el “tu Joe” y Nana añadió—: Es un buen niño… lo siento, ¡buen tipo! Miró el reloj de nuevo. —Voy a recoger a Ed y Dorrie a las siete, así que no estaremos muy lejos detrás de ti.

Nana y las Mitas habían planeado una gran noche, visitar la muestra de arte y luego café y postre para la cena. Era una especie de algo divertido y maravilloso que ella estuviera haciendo sus propios amigos ahora. Otros vecinos se habían comprometido a pasar por ahí. Aparte de nuestras familias, Joe y yo no teníamos idea de quién más podía venir a la “apertura.” Él le había dicho a sólo uno o dos amigos en la escuela, y yo no le había dicho a Meg, y ciertamente no Andie o Hannah. —Es más interesante si la gente se entera por su cuenta —había dicho él ese día en la escuela, cuando vino a mi armario para saludarme—. De lo contrario parece como que estás presumiendo. Bien por mí. No quería más atención. Al principio, pensaba que hacía las pinturas por Joe y por las aplicaciones de la universidad y porque ellas necesitaban ser creadas. Cuando las vi terminadas, me di cuenta que también las había hecho para mi madre. Porque ella habría estado llena de orgullo y porque no se habría asustado de decirme lo que realmente pensaba de mi trabajo. El hecho de que nadie más quería verlos era tan sólo una nota al pie. Me forcé a mí misma a tomar un bocado más de pollo y me dirigí al baño a una visita final y chequeo en el espejo. Había puesto una cinta en mi pelo, con cuidado para parecer casual, aunque un poco arreglada. Y luego oímos a Joe tocar la puerta.

Miré abajo hacia la carretera desde la ventana de la camioneta de Joe y me di cuenta de por qué la gente tiene autos como este. Te hacen sentir segura en una manera exclusiva, casi embriagadora. Como si fueras removido muy lejos de la tierra y todo a tu alrededor, ¿cómo algo podría tocarte lo suficiente como para dañarte? —Cuando mi papá decidió tener una SUV —dijo Joe como si leyera mi mente—, me vendió esta por un dólar. —Una ganga —dije. —Pero tengo que pagar el seguro. Nos quedamos en silencio otra vez, tal vez por décima vez desde que me había recogido. Comenzaba a aceptar que esto era lo nuestro, esta manera de empezar-y-parar de hablar.

Podría tan sólo decir, “¿adivina qué?” y derramar mis noticias acerca de Yale, y la conversación avanzaría tan fácilmente. Pero por alguna razón, no pude formar las palabras. Tal vez algún día pronto sería capaz de contarle todo, acerca de todas mis dudas y preguntas, con dedos cruzados que él iba a conseguirlo. No esta noche, sin embargo. No aquí, con tan sólo unos pocos minutos hasta que lleguemos a la biblioteca, cuando no sabía lo que se suponía que la noche iba a traer. Para cambiar de tema, casi le conté sobre lo de Meg y yo y nuestra pelea. Otra vez, algo me detuvo. Mi mente saltó al correo electrónico que había recibido de David la noche anterior. no te preocupes sobre megan dill. no suena como que estés lista para arreglar las cosas aún de todos modos. he encontrado que dejar que algo permanezca roto por un tiempo me ayuda a entenderlo. Lo que David había dicho tenía sentido para mí. No había ningún punto en abrirlo a otras opiniones. Joe hizo el último giro sobre la calle donde estaba la biblioteca, y clavé mis manos, aún temblando un poco, profundamente en los bolsillos de mi chaqueta.

—Esta es mi favorita —dijo la Sra. Lasky, mamá de Joe, a la señorita Folsom. Era SuperBrat, por supuesto—. Joe dice que me lo dará cuando la muestra termine. Me paré al lado de la mesa de los bocadillos y miré a través de la sala a las dos paredes donde cuelgan las pinturas. Joe había enmarcado las suyas con simples marcos de madera negra y blanco mate que había conseguido en Target. Las dos capas, la caricatura de Joe cortada y puesta en contra de mi fondo, le dio a cada uno un efecto 3-D. Ellos lucían genial. Escaneé la obra de arte y me pregunté cuál habría sido el favorito de mamá, de papá, o de Toby. Pero no tenía idea, y una tristeza se apoderó de mí. ¿Se encontraban muy lejos ya? Joe estaba ocupado tomando fotos y charlando con la señorita Folsom. Cada vez que una nueva persona deambulaba por las escaleras hacia la sala, Joe se acercaba a darle la bienvenida y presentarse. Nana y las Mitas llegaron. La señora

Mita me abrazó muy apretado y dejó una marca de lápiz labial en mi mejilla, yo dejé que Nana tomara una foto de mí delante de las pinturas. —¡Hagamos una contigo y Joe! —dijo. Joe oyó y me obligó antes de que pudiera negarme, y luego la Sra. Lasky apareció con su propia cámara. Así que posamos, sonreímos, y tan pronto como todas las cámaras habían tomado fotos —creo que la Sra. Folsom se puso ahí también— hice una línea recta hacia el baño. Al salir, escuché a Joe preguntándole a Nana que pintura quería conservar. Me lavé las manos y me enjuagué, luego las lavé otra vez sólo porque era algo que hacer, y yo quería que ellas huelan bien para Joe más tarde. Aunque no estaba segura que tan pronto quería que el más tarde llegara.

—¿Es esto algo mejor? —preguntó Joe, ya que sentí una ráfaga de aire caliente venir de la rejilla de ventilación en frente de mí. La temperatura había bajado bruscamente, y Joe pasó todo el camino desde la biblioteca a Yogurtland jugando con los controles del panel de la temperatura. —Sí, gracias —dije, mis dientes castañeando. —Se va a mejorar en un minuto —dijo—. Tal vez el yogurt congelado no es una buena idea. Simplemente pensé que debíamos celebrar. —Ellos venden chocolate caliente —sugerí. Celebrar o no, yo no estaba lista para irme a casa todavía. Joe entró en el estacionamiento de Yogurtland, el cual compartían con un pequeño centro comercial y otras dos tiendas. Para cuando detuvo el auto, me di cuenta de un grupo de chicos yendo hacia el interior. Joe los reconoció también. —Kevin McNaughton —dijo Joe, una simple observación. La muchedumbre del ferrocarril. —Jesse Pryde. Todos esos chicos —le dije, tratando de coincidir con la naturalidad en la voz de Joe. Joe comenzó a apagar el motor de la camioneta, pero agarré su brazo y espeté—: No entremos. —Me dio una mirada de perplejidad, así que añadí—: El coche acaba de entrar en calor, y se ve bastante lleno de gente por el momento.

Él echó un vistazo a las brillantes luces amarillas y rosas de Yogurtland que no estaba realmente lleno del todo, y luego quitó su mano del encendido y me miró fijamente. —¿Quieres escuchar algo de música? Acabo de grabar un nuevo CD, creo que te gustaría —dijo. Asentí, y él agarró un estuche de cuero de CD, pasando las carátulas hasta que encontró la que buscaba—. Es una mezcla —dijo, y la deslizó en el reproductor. No reconocí la primera canción, pero me gustó inmediatamente. —Me gusta el baile del auto a esto —dijo Joe. Agarró el volante y empezó a mover la cabeza y los hombros en un desesperado intento de hombre-blanco disfrutándolo. Comencé a reír—. ¿Qué? —preguntó—. ¡No me puedes decir que no tienes un baile del auto! —Por supuesto que sí —le dije—. Pero el mío tiene ritmo. Alargó la mano y me dio un manotazo juguetonamente en la cabeza. Luego mantuvo la mano allí, flotando encima de mí. Como si ahora hubiera cruzado en mi territorio y no estaba segura de si era para volver a casa o seguir adelante. Siguió adelante. Lentamente, Joe bajó su mano hacia mi cabeza, sus dedos tibios en mi cuero cabelludo. Él los recorrió a lo largo de un mechón de mi pelo que se había escapado de mi cinta, entonces lo puso detrás de mi oreja. Todavía estaba lo suficientemente frío en la camioneta por lo que pude ver mi respiración, y también miré el aliento de Joe. Salía de nosotros al mismo tiempo, el mismo ritmo, reuniéndose en el espacio entre nosotros. Pude ver las moléculas girar una alrededor de la otra. Así que ahora fijé mis ojos en ángulo recto sobre Joe, que parecía aterrorizado. —Realmente quiero esto, Laurel —dijo, y tragó audiblemente—. Tú también quieres esto, ¿verdad? Asentí, pero me quedé quieta, determinada a que él debía dar el primer paso esta vez. Joe se inclinó todo el camino hacia mí, pero mantuvo sus manos para sí mismo, ofreciendo sólo su cara. No estaba segura de lo que hacía hasta que sentí su frente sobre la mía. Nos quedamos así durante unos momentos. Finalmente, me besó, sus labios cálidos y vacilantes. Entonces pude sentirlo relajarse y entregándose. Traté de hacer lo mismo, como entrenándome a mí misma. ¡Tú quieres esto! ¡Ahora está sucediendo! ¡Disfrútalo! No recibí esos fuegos artificiales que recordaba de la noche del baile, pero nos tocábamos de nuevo, y eso era suficiente.

Joe torció un poco el cuerpo, para estar en una mejor posición, pero se detuvo y dijo—: Este camioneta no fue hecha para… esto. Los asientos están demasiado lejos. —Eso es un defecto de diseño, sobre el que deberías escribir a la compañía. Se rió, luego alcanzó mi cinturón de seguridad y lo soltó. —¿Puedes venir aquí… conmigo? —preguntó. En tres segundos me había trepado a su lado y me senté en su regazo. —Mucho mejor —murmuró. Sentí los brazos de Joe completamente a mí alrededor, acunándome. Sí. Eso es lo que tenía en mente. Casi lloré de alivio, pero lo ahogué por lo bajo. Joe parpadeó rápidamente, como si no estuviera seguro de que yo estaba allí realmente, y dijo—: Me gustaría empezar a hacer esto más a menudo, si está bien contigo. —Está bien conmigo. Sonrió. Una sonrisa pura y llena de alegría, como un niñito abriendo un regalo y descubriendo que era lo que él deseaba desesperadamente. —Eres increíble, Laurel. Algo en la forma en que dijo esto me hizo sentir incómoda. Negué con la cabeza. —Yo no lo soy realmente. —Sí. Tú me deslumbras. Con todo lo que has pasado, tú... tú solo te quedas... —Se atasca otra vez. Reinicia con una respiración profunda—. Yo debería haber hecho una pintura de ti. El malestar crecía. Para hacer que desapareciera, lo besé, y empezamos de nuevo, sus manos moviéndose suavemente sobre mi espalda. Después de un minuto, la lengua de Joe estaba en mi labio inferior. El cosquilleo me tomó por sorpresa. Me reí y se detuvo. —¿Estás bien? —preguntó, a un borde de implorar. —Nada va a suceder esta vez, te lo prometo. —Entonces añadí—: No hay piscina a la vista. Joe sonrió. —O David Kaufman. —Se inclinó de nuevo. Pero me aparté. —¿Qué?

El sonido del nombre de David, aquí en la camioneta de Joe encima del ruido de la calefacción y el motor. Joe me envolvió con los brazos. El nombre de David, como una especie de cóctel molotov se lanzó a través del techo corredizo. ¿Qué sabe Joe? ¿Cómo? Instintivamente me arrastré fuera de su regazo y de vuelta a mi asiento, mirando por el parabrisas. Cuando al final, tuve el coraje de mirar a Joe, se veía afectado por el pánico. —David Kaufman… tú sabes, yo sólo quería decir, la noche del baile —dijo. Se golpeó en la frente con el puño. —Soy un idiota, incluso mencionando eso. Sentí cansancio fluir fuera de mí. Pero ahora David estaba de alguna manera aquí, y Joe y yo nos encontrábamos tan alejados, ni siquiera nuestro aliento se mezclaba. —Está bien —le dije a Joe—. Hay tiempo. ¿Puedes llevarme a casa ahora?

Traducido por Pixie Corregido por **Maria**

La nieve estaba llegando, dijo todo el mundo. Y hacían un gran acontecimiento de ello. La primera nevada de la temporada, una Navidad Blanca, y todo eso. —Dijeron que entre veinte y veinticinco centímetros —anunció Nana sobre el murmullo de la TV mientras yo me iba hacia la escuela. —Tal vez tengamos un día de nieve mañana y no tendré que hacer el examen de Física de la Señora Pryzwara —murmuró Meg en su casillero. Se lo decía a cualquiera, a pesar de que yo era la única persona allí. Guerra de nieve n el estacionamiento, pásalo, decía el texto de Joe. Le respondí (Genial) pero no lo pasé. Suzie me llamó esa tarde para cancelar nuestra sesión de ese día. —Sólo para estar segura, con las carreteras —dijo. Nos fuimos a casa y el cielo seguía de ese color gris burlón, y todo el mundo parecía desanimado. Incluso por la noche, seguí mirando las farolas al final de nuestro camino de entrada, para ver si había copos dando vueltas en su pequeño foco, pero no había nada más que aire en una negra noche. Oh bueno, pensé mientras me subía a la cama. Probablemente será sólo una pequeña llovizna y todo el mundo cerrará la boca sobre la nieve por Navidad. Pero cuando me desperté a la mañana siguiente, supe instantáneamente que eso había sucedido. Era la calidad del sonido lo que lo revelaba —todo estaba simplemente apagado. Neumáticos pasando sobre el camino, pájaros cantando, y quizás en algún lugar en la distancia, un quitanieves. Salté fuera de la cama y espié entre las persianas, y ahí estaban mis bosques, mis árboles, mis rocas y mi terreno inclinado, cubiertos de un brillante y deslumbrante blanco. Oí a Nana sintonizar las noticias en el televisor, escaleras abajo, el sonido con el que Toby y yo solíamos emocionarnos en días como estos. Entraría en la habitación, treparía sobre mi cama y cruzaríamos nuestros dedos de todas las maneras en que se nos ocurriesen, y estaríamos atentos para escuchar el grito oficial de mamá anunciando el día de nieve.

El pensamiento de Toby en mi cama con sus pijamas de dinosaurios me envió bajo las mantas, donde estaba oscuro y sudoroso y las lágrimas no contaban, hasta un minuto después cuando Nana asomó su cabeza para decir—: No hay escuela hoy, dulzura. Quédate en la cama cuanto gustes. Pero incluso bajo las mantas, los recuerdos vinieron a mí, y cuando Masher pasó a Nana como un cañón y trepó de un salto sobre mi estómago, tomé eso como una señal para salir de este infierno. Me puse mis botas, pantalones de sky y un gran abrigo acolchado, dejé las primeras huellas de pie en el medio de nuestra calle llena de nieve, junto a Masher, mientras que saltaba de una pequeña pila de nieve a la otra. De repente, ninguna de las reglas del mundo importaba. No tenía que dejar pasar a los coches, no tenía que ir a la escuela y todos los vecinos en sus casas, con el humo saliendo de las chimeneas, no tenían que ir a trabajar. Y quizás yo no tenía que pensar en mamá, papá y Toby, como si pudiera tener un día de nieve para eso, también. Y para preocuparme por Meg, Nana, la Universidad, lo que sucedió en la camioneta de Joe y por supuesto, los correos de David. Pensé en mi cita cancelada con Suzie y me sentí muy agradecida de ya tener mi día de nieve para eso. Sabía que ella se iba de vacaciones durante un par de semanas, y que no la vería hasta después de las mismas. Los copos de nieve brillaban con la luz del sol. Era ligera, polvorienta. No era buena para hacer bolas de nieve ni para usar el trineo, sino más bonita y dulce, como el azúcar. Caminé un gran bucle, arriba y abajo, en nuestra calle y luego pasé la casa de Meg. Quería entrar desesperadamente. Sacarla de la cama y acurrucarnos en la habitación familiar para mirar DVDs junto a su chimenea, bebiendo chocolate caliente. Pero eso se hallaba al otro lado de una línea que me sentía muy débil para cruzar, así que continué caminando, esperando que Meg me hubiera estado observando desde su ventana.

Una vez de nuevo adentro, fui a la habitación de Toby para ver que sucedió con los gatos de acogida. Me agaché para observar la gran canasta de perro. Lucky, quién había estado acurrucada con sus bebés, se levantó y estiró, luego salió sin ellos. Se hacían grandes y querían moverse, moverse, moverse, así que siguieron a su madre fuera de la canasta y se dispersaron por la habitación.

Uno, dos, tres cuerpos mullidos, todos rayados, moviéndose cerca de mí. Pero había cuatro gatitos en la basura. Asomé la cabeza en la canasta. Un gatito, el blanco, seguía recostado ahí, durmiendo. O quizás no durmiendo. Mi mano se sacudió mientras lo alcanzaba, esperando que se despertara bajo la calidez y la presión. Pero estaba frío y tieso. —Dios mío —dije en voz alta. Miré a Lucky, quién se encontraba sentada bajo el escritorio, lamiéndose. Me miró, y si una gata pudiera encogerse de hombros, eso es lo que hizo. Sólo torció su cabeza y estrecho sus ojos como si dijera, las cosas pasan. No estaba segura de que hacer a continuación. ¿Qué se supone que debo hacer? Era un día de nieve y yo estaba sentada en el suelo de la habitación de mi hermano muerto, con cuatro gatos que no eran míos.

Nana sacudía la cabeza, tratando de no parecer tan completamente repulsiva como se sentía. —¿Al menos te parecía enfermo? —preguntó. Hacía un gran trabajo ocultando el te lo dije entre sus palabras. —No, no lo creo. Quiero decir, había algo de diarrea en la cajita, pero no tenía idea de quién era. Parecía que ella estaba comiendo, pero es difícil de decir. —Sentí como si la viera jugando con los otros ayer. Pero quizás eso fue hace tres días. Sostuve a la gatita envuelta en una toalla, como una momia, así que parecía que sostenía un trapo viejo. Era fácil pretender que no había nada dentro. —¿Qué se supone que vas a hacer con eso? —preguntó Nana. —Eve dijo que debería llevarla a Ashland. Tienen incineradores para ese fin. —Hice una mueca—. Pero no están abiertos por el estado de las carreteras. Eve no había estado sorprendida, ni acusadora. Sólo suspiró y dijo—: Odio la muerte de los gatitos. —Me recordó que sucede mucho y a veces no hay nada que uno pueda hacer. Pero sabía, por el pesado y enfermo sentimiento en la boca de mi estómago, que debería haber prestado más atención. —Te lo tomas muy en serio —dijo Nana, leyendo mi mente, alcanzándome para acariciar mi cabello. Sólo asentí, mordiendo mi labio. A las tres en punto, Eve me llamó desde Ashland para decir que finalmente estaban abiertos y que podría llevar a la gatita.

—Laurel, los caminos aún están malos —dijo Nana—. ¿No puedes poner tu… envoltorio… en el garaje y llevarlo mañana? —Tengo que hacer esto ahora. Se lo debo. —Puse la toalla en una gran bolsa de compras y agarré las llaves del coche. —Por favor, conduce con cuidado —dijo. —Nana, sólo para que conste, puedes asumir eso por el resto de mi vida. No tienes que decirlo. Me apresuré hacia el coche sin decir adiós. Hacía más frío ahora que el sol se ocultaba, y la nieve que había estado de un blanco brillante esta mañana ya se veía sombría, del color de los viejos calzoncillos. Conduje cerca de dieciséis kilómetros por hora a Ashland, tocando los frenos cuando iba cuesta abajo como me enseñó a hacer mi papá, en caminos resbaladizos. El coche patinó una vez en un semáforo, pero lo enderecé nuevamente, de la forma en que él me enseñó, soltando el volante por un segundo. Cuando llegué allí, el estacionamiento se hallaba vacío. Adentro, Eve me sonrío tristemente. —¿No hay nadie aquí hoy? —pregunté. —La mayoría de las personas cancelaron sus citas, pero tuvimos un par de emergencias. Un perro fue atropellado en Spinner Avenue, está en cirugía en este momento. —Se concentró en la bolsa de compras—. ¿Está ahí? —Sí… —Iba a decirle que sucedió; tenía una historia completa con una disculpa. Pero ella se puso de pie y tomó mi bolsa, luego miró dentro—. ¿Quieres venir conmigo? —preguntó. Sacudí mi cabeza. —¿Necesitas la toalla de vuelta? Sacudí mi cabeza otra vez. Eve desapareció por el pasillo, y luego reapareció alrededor de diez segundos más tarde. —Bien. Nos encargaremos de ella —dijo, deslizándose hacia atrás en su taburete con ruedas. —¿Debería hablar con el Dr. B? ¿Deberíamos tratar de descubrir por qué murió? —No. Estará bien. —Eve me miró de una forma triste y amable, que usualmente reserva para sus clientes. Quería más de ella, o de cualquiera, pero no estaba segura de que fuera eso. Así que dije—: ¿Necesitas que me quede y ayude?

—Creo que estaremos bien —dijo Eve—. Pero te necesitaremos mañana. Estaremos ocupados poniéndonos al día. —De acuerdo. Vendré después de la escuela. —Toma un bastón de caramelo —dijo Eve, empujando el frasco hacia mí, y lo tomé. Volví al coche y comencé a conducir a casa. Para quitar a la gatita de mi mente, empecé a hacer una lista mental de todas las cosas que tenía que hacer antes de la escuela, al día siguiente. Pero la sensación de pelaje blanco y frío, la imagen de patitas tiesas como palos que terminaban en pequeñas garras, volvían a mi cabeza continuamente. Cuando sentí que las lágrimas comenzaban a salir, supe que debía detenerme en algún lado. Antes de que supiera que hacía, estaba dando un giro hacia el estacionamiento de la estación de tren, que se hallaba prácticamente desierto. Detuve el coche diagonalmente a través de los dos mejores lugares para estacionar —los que mi padre había estado extasiado de conseguir en un par de raras ocasiones— puse mi frente en el volante, y lloré. Después de unos minutos, el coche se sintió cálido y las ventanas se empañaron, así que salté fuera para apoyarme en la capota y obtener algo de aire fresco. Se ponía aún más frío y oscuro, y era más difícil ver mi aliento. Miré atentamente hacia la plataforma del tren, donde un puñado de personas esperaba el tren a la ciudad. La mayoría se encontraban acurrucados en el refugio que tenía lámparas de calor, pero una chica esperaba sola con una mochila, cerca de los escalones. Meg. Abrí mi boca para llamarla, pero me detuve. En cambio, caminé tan lentamente como pude hacia los escalones, esperando que ella no se diera la vuelta y me viera sin que yo hubiera dicho su nombre. Finalmente, yo estaba a algo de cinco pasos sobre ella y susurré—: ¿Meg? Giró para mirarme, sus ojos rojos e hinchados. —Laurel, oh Dios mío. ¿Qué sucedió? Me confundí por un segundo y luego me di cuenta de que mis ojos, también, estaban rojos e hinchados. Que dúo hacíamos. —Nada. Larga historia. ¿Qué te sucedió a ti? ¿Qué estás haciendo aquí? Megan miró a lo lejos, a través de las vías del tren, hacia una cartelera de vodka, su barbilla temblorosa. —Mis padres se están divorciando. —¿Qué?

Asintió y se sentó junto al último escalón, el cual yo sabía que tenía hielo congelado, pero caminé hacia allí y me senté a su lado de todas formas. —Han estado peleando toda la noche y en algún momento, esta mañana, mi papá le dijo a mi mamá que se iba. —Oh Meg. ¿De verdad? —Completamente sayonara, au revoir11 y todo eso. Aparentemente, él iba a esperar hasta el próximo otoño, cuando yo fuera a la Universidad, pero no puede esperar tanto. ¿No es encantador? No puede esperar tanto, como si fuera un infierno estar en nuestra casa. Puse mi brazo alrededor de Meg, y posó su cabeza en mi hombro, lloriqueando. —¿Estás huyendo? —pregunté. —Sólo un poco. Iba a quedarme con mi hermana. No puedo estar cerca de mi papá hasta que él empaque y se vaya a algún hotel. Vomitaré si lo veo. Nos quedamos quietas por unos minutos. El tren que va a hacia el norte, paró en la estación y dejó bajarse a algunos pasajeros. —Lamento lo de ese día —dije. Era como poner agua en un vaso curvo. El espacio vacío entre nosotras se hallaba allí, esperando, la forma y el tamaño perfecto para esas exactas palabras—. Debí haber estado ahí para ti de la forma en que tú has estado ahí para mí. Meg asintió, su cabeza aún en mi hombro. —Estaba tan molesta, pero luego me sentí muy mal por estar molesta. Luego me sentí molesta por estar mal. —¿No es eso del libro del Dr. Seuss? —dije, y eso hizo a Meg sonreír—. No. Eso tiene sentido perfectamente para mí. Yo sólo… sólo estaba en otra parte. Pero ahora estoy aquí. —Realmente te extrañé. —También yo. —Me detuve—. Besé a Joe, como, mucho. Y entré a Yale. Meg levantó su cabeza y me miró de lleno a la cara, seriamente. —¿De verdad? —No estaba segura de que parte de la información era más asombrosa para ella. Abrí mi boca para hablar, pensando cuán extraño era que le pudiera hablar a ella sobre Joe pero no sobre David Kaufman.

11

Sayonara: significa “Adiós” en japonés y Au revoir: significa “Hasta pronto” en francés.

Repentinamente, escuchamos la familiar bocina que significaba que el tren se acercaba a la estación. Meg se paró y agarró su mochila. —¿Estás segura que quieres ir a donde Mary? —pregunté—. Porque puedes volver a mi casa y quedarte conmigo el tiempo que necesites. De esa forma no deberás faltar a la escuela. Ni quedarte con tu hermana. Meg miró el tren, puro ruido y mañoso metal, mientras se acercaba a la plataforma. Luego me sonrió y lanzó su mochila sobre su hombro, tomando el camino que llevaba de vuelta a las escaleras, hasta mi coche.

Traducido por mebedannie Corregido por Melii

Dos días después, Meg y yo acabamos de salir de la escuela cuando el señor Mita tocó nuestra puerta, sosteniendo un árbol navideño de más de un metro en una maceta… —Recuerdo que tu madre siempre compraba los de verdad —dijo y todos volteamos hacia la orilla del jardín, llena de árboles de navidad en diferentes etapas de vida. La navidad era la fiesta de mi madre. Aunque era mitad judía, era lo que celebraban en su familia, y ella lo adoraba. La música navideña, especiales de televisión, incluso ponche de huevo. Toby y yo recibíamos ocho regalos útiles, por Hanukkah —calcetines, suéteres e incluso chamarras— y todas las cosas buenas, el 25 de diciembre. Mi papá estaba bien con esto, y si Nana no, jamás lo mencionó. En lo que venía al árbol, mamá no podía soportar el pensamiento de que uno creciera sólo para ser cortado y morir lentamente con regalos bonitos debajo, y luego, ser puesto en la basura. Nosotros plantábamos nuestros árboles en el día de año nuevo, y aunque siempre pensé que era ridículo tratar de cavar un hoyo en el suelo congelado cada primero de enero, ahora agradecía que lo hubiéramos hecho. —Eso es muy dulce, gracias —dijo Nana, pero no pude saber si lo decía en serio. El señor Mita puso el árbol en la sala y se fue, con un plato de las galletas de Nana en las manos, y Meg y yo fuimos al garaje para buscar nuestras decoraciones navideñas. —¿Ya tienes un árbol en tu casa? —pregunté. —Mamá puso el falso hace una semana. Lo cual es algo bueno, ya que ahora a nadie le importa. —¿Qué dijo cuando llamó esta mañana? —Lo usual. Quiere que vaya a casa. Jura que mi papá se irá hoy, así que ya veremos. Escaneé los estantes del garaje hasta que vi dos grandes casas de plástico rojas con el letrero NAVIDAD y las apunté. Meg tomó la escalera y la movió hacia ellas. —¿Está enojada porque no estás ahí para… tú sabes… ella? —pregunté.

Meg se detuvo y luego simplemente dijo—: Sí. —En una serie de movimientos rápidos se subió a la escalera, agarró cada caja, y me las pasó. Irónicamente la primera cosa que vimos cuando abrimos la primera caja fue nuestro menora eléctrico. Cuando Toby era pequeño rompió el de cerámica que mis padres habían recibido como regalo de bodas, y mamá salió y encontró el eléctrico a mitad de precio en una venta post-fiestas. Durante Hanukkah, lo mantenía en la barra de la cocina entre las toallas de papel y las especias, y Nana y ella tenían una pelea sobre esto cada año. Le mostré el menora a Nana, quien sonrió un poco cuando lo levantó y luego lo puso en una mesa cerca de árbol de navidad. Mientras Nana y Meg desempacaban el resto de los artículos, tomé un descanso para revisar mi email, que era algo que hacía compulsivamente desde que David y yo comenzamos a escribirnos de nuevo. Mi bandeja de entrada tenía un nuevo asunto: una foto enviada desde un celular. Sabía que no debía abrir cosas así, si no veía la fuente, pero no pude resistir. Primero las palabras: Creí que tal vez te recordara a algo. Luego una foto de una van estacionada a la orilla de algún camino. Era un modelo antiguo, con una ventana pequeña redonda en la parte trasera, pintada con una escena de un desierto púrpura y rosa completa con coyotes y cactus. Me reí en voz alta, y recordé. Un día de verano dolorosamente caliente hace años, Toby y yo estábamos sentados en la pequeña porción de sombra de nuestro jardín, tratando de pensar en algo que hacer. Ninguno de los otros chicos del vecindario estaban afuera por el calor, pero nosotros nos habíamos pasado la mañana dando tumbos por la casa y mamá nos había ordenado salir un rato. Ambos estábamos aburridos y mal humorados, y listos para matarnos el uno al otro, David apareció en nuestra acera. —Oh, genial están aquí —había dicho—. Mi tío está visitando y va a hacer un show de magia, pero no encuentro a nadie, ¿quieren venir y mirar? Minutos después los tres nos encontrábamos sentados en los escalones de concreto felizmente fríos de la casa de los Kaufman, el concreto fresco contra nuestras piernas, mirando al tío de David, James, hacer trucos de cartas. Él era el hermano del padre de David, y todos sabían que era una especie de alma en pena. Había dejado atrás un doctorado y tomaba lecciones de magia. Pero lo que mejor sabíamos era que tenía esta furgoneta impresionante con una ventana redonda, un mural de los planetas y las estrellas a los lados, que estaba aparcada en la acera de los Kaufman. Sirvió como un telón de fondo perfecto para su acto. Eventualmente el tío James regresó a la escuela, se casó y se mudó a Virginia, pero yo siempre pensaba en él con la camioneta y la escena del espacio detrás de él. Tal vez David también lo hacía.

El recuerdo de la voz de tío James a través de la humedad y el vacío de nuestro barrio ese día, de la risa con sus chistes, de su “magia” y de la dulce limonada, que la señora Kaufman nos sirvió después, volvió a mí tan fuertemente que tuve que poner mi mano sobre mi corazón. —¿Qué es eso? —preguntó Meg desde la puerta, sobresaltándome. Se asomó sobre mi hombro para ver la foto de la furgoneta en la pantalla. Pude haberle mentido en ese momento, y pude haberlo hecho sonar convincente. Pero en vez de eso, abrí la boca y le dije, fácil y tranquilamente la verdad. Sobre David, el beso en el bosque, sobre sus emails, sobre la mañana del día de Acción de Gracias, y ahora, sobre la foto de la furgoneta. Meg no pareció molesta porque le haya escondido todas estas cosas, ni pareció confundida. Se limitó a escucharlo todo, sacudir la cabeza lentamente y decir—: Vaya.

Una hora después Meg y yo acomodábamos las luces alrededor del árbol, cuando recibimos una llamada de su madre. —De acuerdo —dijo Meg, sin expresión alguna, al teléfono—. Bien. —Colgó y me miró—. Papá está en el Holiday Inn, así que… creo que debería regresar, suena muy solitaria. —Te acompañaré a casa —dije. Nos mantuvimos en silencio mientras caminábamos cuesta abajo en la casioscuridad, Meg con su bolsa, y yo cargando su mochila escolar. Era muy cerca a navidad ahora que todos en nuestra calle habían puesto sus decoraciones, y la nieve restante se acomodaba tan delicadamente, que parecía pintada en las puertas y ventanas. Vivimos en un lugar bonito, pensé mientras caminábamos. Nunca sabrías, con tan sólo mirar a una de estas puertas, que dentro, había depresión, y alcoholismo, y padres que ya no se amaban. Y seguramente había casas que tenían un techo sobre pérdida y tragedia. Pero la mía los tenía todos. Cuando pudimos ver la casa de los Dill, Meg preguntó—: ¿Crees que estaremos bien? Pensé en ello, y en cómo David podría responder a la pregunta y luego dije—: Lo estaremos, si decidimos estarlo. La señora Dill abrió la puerta trasera y envolvió a Meg en un gran abrazo. No se movieron por un minuto entero.

El día siguiente era el último día de la escuela antes de las vacaciones navideñas. Por toda la semana pasada, lo único sobre lo que todo el mundo se había preocupado era en quien recibió su carta de aceptación de la universidad. Todos los que habían aplicado recibieron sus resultados, por lo que sabían que yo debía de tener los míos. Pero no hablaba, y era hilarante verlos estar demasiado asustados como para venir a preguntarme directamente. Al final, fue el señor Churchwell el que arruinó la diversión. Me llevó a un lado mientras caminaba por de la oficina principal al final del período de almuerzo. —¿Has sabido algo de Yale? —me preguntó, tratando de sonar profesional. No pude mentirle. —Sí, entré —dije casualmente. —¡Eso es fantástico! ¡Estoy muy orgulloso de ti! —Pero todavía estoy trabajando en mis otras aplicaciones. —Estoy seguro de que tendrás muchas opciones. —Y luego me dio unas palmaditas en el hombro, la clase de palmadas que querían ser un abrazo, pero sabían que eso no estaría bien. Más tarde, en el camino al séptimo periodo, Joe tocó mi hombro y me volteé. —¡Felicidades! —dijo—. ¡Oí sobre Yale! Las noticias viajaban rápido. —¡Gracias! —dije, tratando de sonar igual de entusiasmada que él. Joe me miró nerviosamente, y luego dijo—: Mira, estoy seguro que las fiestas para ti son… bueno… no son… —Van a apestar. —Sí, van a apestar —dijo, sonriendo aliviado y no pude evitar sonreír también—. ¿Quieres que nos juntemos en las vacaciones? Podríamos ver una película. O ir a la ciudad a ver las decoraciones… Me imaginé a mí misma parada con Joe, bajo un gran árbol en el centro Rockefeller, comiendo castañas asadas de un vendedor ambulante, con las manos agarradas. ¿Por qué esa clase de momentos sólo existían en las películas, en la vida de los que tienen suerte? No podría ser tan difícil de conseguir. —Me encantaría —dije—. Sólo llámame. Estaré por allí. —Bien. Pues…

—Feliz navidad, Joe. —Igualmente. Luego lo miré caminar por el pasillo en esa manera saltarina, que era incómoda y graciosa, pensando en que ahora era un poco mas mío.

En la mañana de navidad, Nana me despertó temprano y me encaminó al árbol, para que pudiera abrir lo que me parecieron quinientos regalos. Ropa, joyería, tarjetas de regalo, calcetines, ropa interior, loción, revistas. Nana incluso había ido a Victoria’s Secret y me había comprado tres bragas de satín. Era más de lo que jamás hubiera recibido de mis padres, y mejores cosas también. Podía imaginarme a Nana en el centro comercial, con una lista preguntándose a sí misma, una y otra vez—: ¿Qué haría Deborah? ¿Y cómo puedo hacerlo mejor? Cada caja que abría me hacía más ansiosa para que la navidad acabara. Nana parecía sentirse de la misma manera, y se me ocurrió que tal vez fuera porque era la primera navidad que había celebrado. La única cosa que esperaba era que Nana abriera su regalo. Meg y yo habíamos ido a la boutique Beadiful, donde podíamos hacer nuestra propia joyería, y me senté ahí, por tres horas, fabricando un collar de perlas y ónix. Trate de engañar a Nana poniéndolo en una gran caja tamaño suéter. Frunció el ceño, al abrirlo, y sacar la caja de pañuelos, y luego encontró la pequeña caja dentro y dijo—: ¡Niña astuta! —Con una sonrisa torcida en la boca. Cuando vio el collar sus ojos se humedecieron, y me pidió que se lo pusiera, y debía admitir que se veía muy bonito. Así que si hice una cosa bien por mi abuela. Una cosa, pequeña y superficial pero que con suerte contaba. —¿Qué le puedes dar a tus padres y a Toby en navidad? —Me había preguntado Suzie hace unas cuantas semanas. —¿Darles? —No me refiero a un regalo tradicional. Más bien algo para rendirles honor. U honorar los regalos que te han dado, como persona. Lo había pensado mucho. Era la lista de compras más difícil que me podrían haber dado, pero quería hacerlo. Para Toby, le había mandado un email a Emily Heinz, diciéndole que quería volver a ayudarla con el club de tutores, y le había pedido buscar un alumno para ayudarle.

Para papá, había comprado un libro de crucigramas, y empezado con el primero, con la meta de terminarlo eventualmente, sin mirar las respuestas. Para mamá, comencé a trabajar en el primer retrato de alguien a quien no me importaba destrozar en el proceso: yo. Hasta ahora era un boceto de la forma de mi cara y cabello, hecho mientras me recarga frente a un espejo en el suelo de mi cuarto. No borres tanto mientras lo haces, decía mamá en mi cabeza. Deja a tu mano canalizar las impresiones de lo que ves. Un poco de alegría al mundo.

Teníamos varias invitaciones de vecinos que no querían que estuviéramos solas en navidad, y Nana las aceptó todas. Meg había ido con su mamá y hermana con su tía en Filadelfia, así que no podía traerla como refuerzos. —Tenemos que mantenernos ocupadas hoy —dijo Nana enderezando un alfiler en la forma de una estrella en su suéter de cachemira de color rojo. Ella ya se había ocupado. Había hecho cerca de cuatro mil galletas y brownies en la última semana, y luego los dividió en platos de papel cubiertos con una envoltura de plástico rojo o verde y un moño. La ayudé a cargarlos en una bolsa gigantesca, y cada una tomó un mango, y bajamos con cuidado alrededor de los parches de hielo en la calzada, en el camino hacia nuestra primera parada, la casa de los Mita. Yo no tenia ganas de ir, pero no tenía ganas de nada ese día. Sentarme en los sofás de los vecinos con ponche de huevo y una sonrisa no parecía ni mejor ni peor que estar en cama en casa o picarme los ojos con agujas. Había planeado irme, estar ahí, pero no estar allí, pero cuando entré en la sala de los Mita, me encontré a mí misma tomando notas mentales para compartir con David. Luego, ya en casa, le escribí este email: Hola David, Tuve una gran Navidad ¿Qué tal tú? Esto es lo que he aprendido de las tres cenas diferentes a las que acabo de asistir en nuestro vecindario: La señora Mita es muy pequeña, pero se puede comer su peso en el cóctel de camarones. Se lo puso en frente a sus invitados, ¡pero después no dejaba que nadie se acercara a este!

Alex Jeffrey pasa la mayor parte de su tiempo en la universidad completamente drogado. Hay toda una tercera planta de la casa del Girardi que no tenía idea que existía. Nadie está seguro de si ese viejo Sr. Hirsch todavía vive en su casa. No se le ha visto en meses. Ha sido un día de fiesta educativo por aquí. Laurel. Cuando desperté la mañana siguiente, David ya me había respondido: comí pollo y waffles por navidad, y vi dos películas, fue el mejor día en mucho tiempo. david. p.d. es “tu” vecindario, ya no es mío. Leí la última línea una y otra vez, la cual pasó de sonar presumida, a arrogante a simplemente triste. La versión triste seguía brillando en la computadora cuando entró una llamada de Etta, la abuela de David.

Traducido por mebedannie Corregido por Melii

—Despertó —dijo Etta—. Apenas esta mañana. —Su voz era firme pero cansada, y por dos segundos no tuve ni idea de que me hablaba. Tomó mi silencio como una indicación de seguir hablando—. Ya había estado dando señales por varios días, pero nos dijeron que no debíamos esperanzarnos, así que me quedé en Florida, mi esposo, Jack, ha tenido neumonía y no puede viajar a ver a nuestro hijo. —El señor Kaufman —dije tontamente. Apenas descifrándolo. —¡Sí, cielo! ¡Despertó! —Su voz se trabó—. Apenas está a la mitad del camino, si sabes a lo que me refiero. Pero lo ayudaremos. —¿Ya lo ha visto alguien? —No, no ha ido nadie. Laurel, necesito tu ayuda. Necesito contactar a David. ¿Sabes dónde está? —¿Dónde está? —respondí, pensando en David comiendo pollo y waffles en algún lugar del medio oeste. —Creí que tal vez sabrías, porque se quedó contigo esa vez. Traté con algunos de sus amigos, pero no han oído de él. Etta comenzó a desesperarse y la oí sonarse la nariz. —Va a estar bien —dije—. Yo puedo ayudarle. David Tu papa despertó. Por favor llama a tu abuela. PRONTO Laurel. Pensé en agregar “Es genial” o “Avísame que pasa” pero ya no parecía mi asunto. Me habían pedido que pasara un mensaje, así que lo hice. No tenía derecho de nada más.

Después de mandar el mail, me quedé en la computadora. Tal vez estaba en línea, y lo recibiría inmediatamente, y me respondería. Actualicé mi bandeja de entrada una vez por minuto, pero no había nada. Finalmente, Nana se puso detrás de mí, y colocó las manos en mis hombros. —Es un milagro —dijo—. ¿No lo crees? —Sí, un milagro navideño. Qué mal que sea judío. —Sé que es difícil, preciosa, pero todo lo que podemos hacer es esperar a oír más. David recuperaría a su padre. Quién sabe que versión de su padre sería, pero de todas maneras. Estaba vivo. Me dio un vuelco el estómago. —Tal vez recordará lo que pasó —dije. —Tal vez. Pero no estoy segura en que ayudará esa información. Cerré mi email, prometiéndome que no lo chequearía hasta mañana. Tenía que mantenerme ocupada hasta entonces, y tal vez, hasta después, si lo planeaba cuidadosamente. No tenía que pensar acerca de David viajando hacia nosotros. No tenía que pensar en el señor Kaufman despierto y en David recuperando a su padre y no tendría que pensar en cómo me hacía sentir eso. Encontré mi celular y le mande un mensaje a Joe. ¿Ciudad mañana? Me vuelvo loca. Su respuesta: ¡Sí! T llmo luego para hablar, llegó en cuestión de segundos.

—Tienes que estar bromeando —dijo Meg, cuando le llamé en Filadelfia—. ¿Se suponía que eso pasara? —Quien sabe —dije—. Pero pasó. —Me encontraba en el trabajo, paseando a tres de los seis perros que se quedaban por las fiestas. Estaba frígidamente frío, pero nos movíamos rápido, y podía sentir mi cuerpo calentarse. —¿Crees que va a estar molesto porque vendieron su casa? —preguntó Meg. Me reí un poco. —Probablemente. Pero estaba en muy mala forma. No creo que vaya al campo de golf muy pronto que digamos. Le agradecí mentalmente a Meg por hacerme ser superficial nuevamente, por sacarle la profunda, profunda seriedad a todo el asunto.

—Mantenme informada —dijo—. Estoy atrapada aquí hasta mañana, y luego conduciré de vuelta. —¿Cómo está tu mamá? —Me creerías si te dijera que se ve más feliz. Bueno, claro que es navidad y ha estado tomando algo de ron, pero creo que toda la cosa es un alivio. Había estado avecinándose desde hace tiempo. No supe que decir. Todo lo que podía pensar era, Y no pudiste habérmelo dicho, ni siquiera antes del accidente. ¿Cómo pudiste no decirme? —Es grandioso Meg. Muy grandioso. —Me detuve—. Voy a ir a la cuidad con Joe mañana. Casi podía oír su sonrisa. —¿Auto o tren? —Tren. —Liiiindo. Romántico. —¿Esto significa que estamos saliendo oficialmente? —Uh-Uh —dijo. —Confiaré en ti. Te llamaré para contarte mañana en la noche.

Joe me llamó en la mañana siguiente. Se suponía que nos encontraríamos en la estación para coger el tren de las 10:46 a la Grand Central. —Laurel, creo que tendremos que posponer nuestro viaje. Tengo un resfriado. Estoy tan molesto… Su voz sonaba gangosa, y no sonaba como si la estuviera fingiendo. Y le creí la parte del enojo. —Eso es horrible —dije. —Lo es. En serio quería ir. —Yo también. —Pero queda otra semana de vacaciones, y las decoraciones todavía deberían de estar ahí. Te llamaré cuando mejore. No deberían ser más de unos cuantos días. —Está bien. Estaré por allí. —Otra pausa incómoda. —Que te mejores. —Gracias, Hallmark.

Después de colgar, regresé a la cama, mirando el conjunto que había escogido y sacado para la Ciudad con Joe: vaqueros, botas y un suéter negro de cuello de tortuga. Todo lo que podía pensar era, debería chequear mi mail ahora, o esperar hasta que el reloj dé las nueve. Al diablo, pensé, Chequearé mi email ahora. Caminé de puntitas hasta el estudio, no queriendo que Nana me oyera y supiera lo que hacía. Pero no había nada en mi bandeja de entrada.

Los siguientes días pasaron lento. Terminé el resto de mis aplicaciones —a la NYU Columbia, Cornell y Smith— y las envié con tiempo de sobra. Meg volvió. Nos hicimos un sundae gigante en su casa para celebrar que le había dicho a su padre que creía que estaba en un encierro emocional, no tenía idea de cómo amar a alguien, y que estaba feliz que no tuviera que verlo más. —Fue el mejor silencio al otro lado de una línea telefónica que he oído — dijo Meg, lamiendo el jarabe de chocolate de su cuchara. Dejé que mi cuchara chocara con la suya en un silencio solidario mientras tomábamos helado, y sabía que ciertamente ella pensaba en el hecho de que ahora ninguna tenía un padre, yo por siempre y ella, por un buen tiempo, nos mantendría cercanas. No planeaba corregirla. Siempre habría una diferencia en nuestras pérdidas. —Creo que voy a volver a Palisades Oaks —dije. —¿Por qué? —Meg frunció el ceño. —Nadie nos llama, y creo que tengo que estar ahí. Si David no va a verlo, alguien aparte de Etta debería ir. —Laurel, tan sólo eres la hija del vecino… —Cuya familia tal vez haya asesinado —añadí y eso le cerró la boca. Me estiré y puse la mano en su codo—. Sólo quiero hablar con él. Ahora si sólo pudiera convencer a Nana.

Cuando llegué a casa, me preparé para la larga charla y los ruegos. Estaba tan concentrada que casi no noté la cosa en el pasillo hasta que tropecé con ella. Una enorme mochila. La cocina olía a salsa de espagueti cocinándose, pero en vez de seguir el olor, rastreé el sonido de la TV desde el estudio. No era algo que hubiera oído en mucho tiempo. Me paré en la puerta, y vi el videojuego en la pantalla, escuchando los whups, blips y digs que hacía. La silla se movió un poco, con Masher acostado en un lado. En serio me atraganté, y luego dije—: Hola, David. Volteó la silla de Toby hacia mí y me sonrió una sonrisa torcida. Se había cortado el cabello. —Hola, extraña.

Traducido por Extraordinary Machine Corregido por **Maria**

A mitad del camino del Puente de Tapan Zee, miré hacia el río Hudson y vi un bote solitario, alejándose del muelle y dejando un rastro de espumosa agua detrás de sí. Un bote de pesca probablemente. Y pensé en lo mucho que amaría estar en ese bote, incluso aunque estuviera condenadamente helado y me lloraran los ojos por la fuerza del viento. Estar en ese bote, en vez de aquí, en el Volvo con Nana conduciendo a tres kilómetros por hora y con David en la parte trasera silencioso y de mal humor. —Es un día claro —dijo Nana, con sus ojos fijos en la curva del puente mientras esta iba apareciendo ante nosotros. Decía esa clase de cosas (“El tráfico es agradable y ligero”, y “Esta es mi cadena de radio favorita") para llenar el silencio. Ella no parecía entender que el silencio era la única cosa normal en nuestro viaje a Palisades Oaks. Yo necesitaba todo lo normal que pudiera tener en el momento. —Sí, casi se puede ver hasta Manhattan —dije, de todas formas, a continuación miré por el espejo retrovisor, donde pude ver la cara de David presionada contra la ventana detrás de mí. Sus ojos estaban cerrados y llevaba auriculares, y pensé en como yo me había despertado temprano esa mañana y caminé de puntillas hasta el estudio para ir a ver como estaba. Para asegurarme de que seguía ahí. Y luego verlo dormir durante un minuto, preguntándome dónde había estado, y cómo había llegado a nosotros. No había dicho nada y nosotros no le habíamos preguntado. David no parecía muy contento de ver a su padre. Pareció sobre todo confundido, y un poco nervioso. Y muy, muy cansado, como si no hubiera tenido un descanso nocturno durante semanas. A pesar de que claramente no tuvo ningún problema en nuestro sofá, o ahora, en el asiento trasero de nuestro coche. Tenía la sensación de que si nosotros no hubiéramos decidido llevarlo a Nueva Jersey, se habría quedado en el estudio, durmiendo y jugando a video juegos, y luchar con Masher, sin ir a ver nunca a su padre. Mi teléfono sonó con un texto de Joe: ¿T sients mejor para ir a l ciudad mñn?

Hubiera sido imposible comunicarle a Joe el complicado escenario de nuestro viaje. Ninguna palabra podría hacerlo, mucho menos en la forma de un mensaje de texto. No le respondí. —¿Has visto como Masher quería venir con nosotros esta mañana? —le pregunté a Nana, lo suficientemente alto como para que David, si en realidad estaba despierto y no fingiendo dormir como yo sospechaba, pudiera escuchar—. Él pensaba que David se iba otra vez. Nana simplemente asintió con la cabeza, y luego dijo—: Deberíamos salir a tomar un aperitivo mientras David está con su padre. ¿Qué se te antoja? Miré por el espejo retrovisor y vi a David abrir sus ojos por un momento.

Etta nos esperaba en el vestíbulo del Palisades Oaks, con un romance de bolsillo en la mano. Se echó a llorar cuando David atravesó las cristalinas puertas corredizas, luego se precipitó hasta él y lo rodeó con sus brazos por sus tensos y huesudos hombros. Me fijé en cómo esos hombros permanecieron duros e inflexibles, incluso después de que ella finalmente lo dejara ir. —Gracias —nos dijo a Nana y a mí—. Gabe realmente está ansioso por verlo. Una mirada de dolor cruzó el rostro de David. —Laurel y yo iremos a conseguir algo de comer —dijo Nana—. Estaremos de regreso como en una hora. Las abuelas se asintieron, y Nana puso su mano en mi espalda para guiarme hacia afuera. En nuestro camino a la salida, me giré y miré a David, que me estaba mirando. No pude evitar la sensación de que lo entregábamos a un triste destino.

—¿Qué pasa después? —le pregunté a Nana una vez que estuvimos sentados en el Denny’s, a medio kilómetro de camino. Mi teléfono móvil sonó una vez más con otro mensaje de Joe, pero no lo abrí para leerlo. No parecía correcto agregar a Joe a este día. —No lo sé, cariño. Eso no depende de nosotras. Y realmente tampoco nos afecta. —Se puso las gafas para mirar el menú—. A menos que, por supuesto, David continúe visitándonos como lo hizo anoche. Entonces, tendré que hacer

mucho más espagueti. —Me miró de reojo y guiñó un ojo, y yo tuve que reírme un poco. Después de que ordenamos, Nana tomó un sorbo de su té, a continuación lo bajó y me miró. —Laurel, ¿has decidido que hacer acerca de la Universidad de Yale? Ella había tenido esta charla planeada. Estábamos en una situación en la que yo no podía evadir la pregunta. —No —respondí, lo que era la pura verdad. —¿Cuándo necesitas tomar tu decisión? —Hasta el primero de mayo. Voy a esperar hasta saber también de las demás escuelas. Nana asintió y tomó otro sorbo de té. —No voy a presionarte, cariño. Sólo quiero saber que estás pensando sobre ello. Es una gran decisión. La miré, al maquillaje que formaba grumos en los pliegues de su rostro, a pesar de que apenas era la hora del almuerzo. Parecía cansada. Más mental que físicamente, como si hubiese estado pensando mucho más de lo que quería. Yo podría añadirme a eso. —Voy a hacer un trato contigo —me encontré diciendo, y enarcó sus cejas para que yo continuara—. Voy a pensar más acerca de Yale, si continúas con tu viaje, regresando a casa en las próximas semanas. Ahora Nana frunció el ceño, pero en broma. —Eso no parece justo. Sabes que yo planeaba ir de todas formas. —Sí, pero habrías encontrado alguna excusa para posponerlo de nuevo. Pareció herida y expuesta por un momento, con los ojos totalmente abiertos y sin pestañear. Pero entonces dijo—: Probablemente tengas razón. —Nana, estoy bien para valerme por mí misma. Quiero que hagas lo que tengas que hacer. Porque necesitas hacerlo. Sólo asintió, con lágrimas en sus ojos. —Además, Meg puede quedarse siempre que la necesite. O quién sabe, quizás David siga siendo nuestro invitado. Dije eso con toda la indiferencia que pude. No quería que ella pensara que yo quería que eso pasara, porque ni yo sabía si lo quería. Nana se secó los ojos con la servilleta y dijo—: Te gusta tenerlo cerca. Me encogí de hombros.

—Tenemos mucho en común. Y él es agradable. Parecía que ella iba a decir algo más, algo horrible en el sentido de “Espero que no sea una trampa en marcha” o “¿Qué hay acerca de tu Joe?”. Rogué en silencio para que mi abuela no fuera por allí. Afortunadamente, no lo hizo. En lugar de eso dijo—: Suzie me llamó antes de irse de vacaciones y dijo que ya no pareces disfrutar de tus sesiones. Nana tiene que haber venido al Denny´s con una lista. —Eso implica que alguna vez disfruté de ellas en primer lugar —dije, removiendo mi refresco de dieta con una pajita para que el hielo tintineara. —No seas una sabelotodo —dijo Nana—. Suzie puede no ser un tambor de risas, pero a menudo vuelves a casa luciendo un poco más feliz. Tal vez no más feliz. Más... cómoda. En paz. ¿Te ha ayudado? Pensé en los momentos en la oficina de Suzie cuando ella decía algo, y yo lo repetía en mi cabeza, y lo almacenaba en un archivo mental donde pudiera encontrarlo fácilmente en el futuro. Me la imaginé mirando por la ventana y pensando en que preguntarme después, jamás luciendo aburrida con mis respuestas. Gracias a ella, estaba ahora en el Segundo Volumen de mi diario, lleno de divagaciones largas y cortas, al azar, con dibujos y garabatos, con collages hechos de revistas. Cuando una idea se atascaba a medio formar en mi cabeza, sabía cómo engatusarla para que yo pudiera conseguir una buena apariencia. —Sí, me ha ayudado —dije, dándome cuenta por primera vez de que era cierto—. Pero últimamente, se siente como si estuviéramos yendo en círculos. Seguimos analizando la misma cosa una y otra vez. Tal vez sólo necesito un descanso. Nana asintió. —Tal vez podrías llamarla sólo cuando la necesites. —¿Puedo hacer eso? —Laurel, por supuesto que puedes hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa que quieras. —Gracias —dije, mi nariz cosquilleaba y mis ojos quemaban. No tenía miedo de dejar salir unas cuantas lágrimas. —No necesitas darme las gracias, cariño. —Quiero decir... gracias. Por todo, Nana. Gracias por todo. Y entonces Nana me miró con tanto amor. El tipo de mirada que se siente vergonzosa, e innecesaria, y tal vez como si fuera mejor gastarla en otra persona porque ¿cómo podría yo merecerla? He recibido esta mirada de mi abuela ocasionalmente antes del accidente, y mucho más desde entonces. Siempre me

giraba hacia otro lado y dejaba que su mirada golpeara en un lado de mi cara, para evitar mirarla de regreso. Pero esta vez no lo hice. Esta vez le devolví la mirada, con mi propia versión de la misma.

Casi dos horas más tarde, volvimos a Palisades Oaks. Sinceramente, creo que establecimos el récord a la más lenta comida en la historia de Denny’s. Etta vino cuando llamaron al señor Kaufman. Había estado llorando más — me di cuenta porque su rímel estaba corrido— pero sonrió un poco mientras salía del ascensor. —David está afuera en el jardín —dijo, y añadió—: Fue bien. —Entonces, ¿cómo está? Gabriel, quiero decir —preguntó Nana. Etta se encogió de hombros. —Está alerta. Su mente está un poco nublada, y no puede recordar mucho. Todo está en pequeñas piezas, pero los médicos dicen que es normal. Esperemos que con el paso del tiempo las piezas se hagan más grandes y, ya sabes, se unan. —Y, ¿físicamente? —Nana no era tímida para estas cosas. No era un territorio desconocido para ella. La cara de Etta se oscureció un poco. —Todavía están haciendo pruebas, pero no creen que vaya a caminar de nuevo. En este momento tiene un poco de uso en sus brazos y manos; dicen que es una buena señal. —El sol cayó sobre su rostro, y tal vez la inspiró, porque dijo—: Pero nunca se sabe con Gabe. Él es un hueso duro. Podría sorprendernos a todos. Simplemente asentimos. Etta me sonrió un poco, y dijo—: Me dijeron que viniste a verlo de nuevo en octubre. —Asentí de nuevo—. ¿Quieres verlo ahora? Nana me miró de reojo, con sus labios fuertemente presionados como si tuviera que hacer un verdadero esfuerzo para no hablar por mí. Varios momentos largos pasaron. Finalmente, pregunté—: ¿Dijo que David está en el jardín? —Sí, empezó a quejarse por el olor y que necesitaba un poco de aire. —Voy a ir a buscarlo —dije, y me alejé de Etta y Nana. La situación era lo suficientemente extraña como para una respuesta válida a la pregunta sobre el señor Kaufman.

Todo encajaba de alguna manera, en su extraño, camino color melocotón. La verdad era que no se sentía bien subir las escaleras sin consultar a David primero. Me había molestado tener que pedir su permiso antes, pero ahora lo quería. Bajé por un largo pasillo, siguiendo una señal que decía “EL JARDIN DE OAKS”, y presioné para abrir la puerta al final del mismo. Me encontré saliendo hacia un gran patio, rodeado de arbustos pelados y de árboles sin hojas puestos en macetas, el borde de las losas polvorientas marcadas con copos de nieve medio derretida. En el centro del patio había una fuente, toda ángeles y urnas, y sentado en el borde de la misma se encontraba David, fumándose un cigarrillo. Me vio y bajó su cigarrillo hacia el suelo como si estuviera tratando de ocultarlo. —Oye —dijo. —Hola —respondí, y fui a sentarme junto a él. No habíamos hablado mucho desde que llegó a mi casa con su enorme mochila. Era como si el email y las charlas reales fueran dos lenguajes diferentes, y ambos teníamos fluidez en uno y apestábamos en el otro. Pero ya había tenido una idea sobre cómo romper el hielo. —Hay una peste muy desagradable allí —dije. David exhaló, lleno de humo. —Sí, ¿verdad? ¿Qué es eso? —Creo que es una combinación de un montón de cosas muy desagradables sobre las que tú no quieres pensar. Resopló un poco, y luego levantó el cigarrillo hacia sus labios. —¿Puedo tener un soplo? —pregunté. —¿De esto? —Parecía sorprendido, y yo estaba agradecida—. Tú no fumas. —Lo he hecho antes. Con Meg y Mary Dill, una noche el año pasado. —Las tres habíamos compartido uno, y todas nosotras habíamos sido inexpertas en eso, pero de repente me pareció como lo que tenía que hacer. —Claro —dijo David, entregándome el cigarrillo—. Pero sólo para el recuerdo, no obtienes un soplo, le das una calada. Si vas a coger malos hábitos, deberías utilizar la jerga correcta. —Calada. Lo tengo. —Lo tomé y puse mi boca en ello, y dije una silenciosa plegaria de que no tosería hasta mis tripas. Pero inhalé el humo hasta mis pulmones y lo mantuve ahí por un segundo, y luego lo expulsé. Tenía un sabor horrible pero parecía divertido, de una buena manera. Como si yo fuera alguien más por un segundo. Le entregué el cigarro de nuevo y preguntó—: ¿Cómo estuvo?

—Increíblemente raro. —Apuesto a que sí. —Mi padre y yo... nunca fuimos… —Lo sé. —Era más fácil antes de que él despertara. No necesariamente mejor. Sólo más fácil. —Cierto. David dio un último soplo —quiero decir calada— y arrojó el cigarrillo a la fuente. Ambos lo miramos por un momento, flotando en el agua. Él suspiró y lo sacó, entonces caminó hacia el cubo de basura más cercano posible. —Entonces, ¿qué pasa después? —Fue mi pregunta trampa. Yo no tenía que traer a colación los detalles sobre donde iba a quedarse. Él podría llenar los espacios en blanco que quisiera, y estaba segura de que yo sería feliz con eso. —Supongo que tengo que quedarme por un tiempo. El médico dijo que es bueno para él verme. —Sin embargo, preferirías no hacerlo —presioné. David me miró fijamente, y pareció tomar una decisión. Está bien. Es ella. Lo sabe. Después de unos segundos, dijo—: No sé lo que quiero. Sólo quiero seguir con mi vida. Creí que ya tenía una idea, pero ahora... quiero decir, ¿voy a tener que cuidar de él? ¿Si está en una silla de ruedas? ¿Eso es lo que voy a estar haciendo? Sólo me encogí de hombros. Había estado esperando mi ventana de oportunidad. —¿Recuerda lo que sucedió la noche del accidente? —Traté de hacer que mi curiosidad sonara casual, en lugar de violenta. Una sombra cruzó el rostro de David. —No. Por lo menos, todavía no. —Me miró tristemente—. No hay respuestas para ti allí, Laurel. Si eso es lo que estás esperando. ¿Era eso? Tal vez no, después de todo. Debido a que sigo queriendo subir las escaleras. —¿Te importa si lo veo de todos modos? David se detuvo, y sus facciones se tensaron por un momento. —Mi abuela dice que ya lo hiciste... justo después de que yo te dijera que no quería que lo hicieras. —Está despierto ahora —dije firmemente, pero con suavidad, resistiendo la urgencia de disculparme.

—Sí, pero está muy lejos de eso. Apenas sabe quiénes son las personas. —Sólo voy a permanecer allí unos minutos. Es sólo que... estoy aquí. Y no creo que vuelva. —Entonces respiré profundamente, inhalando la fuerza para luchar por lo que sabía que me merecía—. ¿No crees que tenga derecho? David se quedó mirando fijamente la fuente por un momento y luego, sin mirarme, dijo—: Ve. Sólo prométeme que no le preguntarás acerca del accidente. Asentí y silenciosamente me alejé de él, fuera del jardín.

La habitación no había cambiado desde la última vez que estuve aquí, excepto por el silencio. El señor Kaufman se hallaba en la misma cama, usando el mismo pijama, pero respiraba por sí mismo. Me di cuenta de lo reconfortante que había sido el sonido del respirador, el ritmo constante de algo conocido y predecible en un escenario totalmente desordenado. Sus ojos estaban cerrados, y sentí una combinación de alivio y decepción. En teoría, quería verlo despierto. Quería hablarle y que él me respondiera. Pero la idea de eso también me había aterrorizado. ¿Qué pensaría cuando me viera? ¿Qué diría? ¿Se disculparía? Traté de mediar con algo que decir, pero no pude. Si está durmiendo, yo no debería despertarlo... tal vez pueda volver. Pero como le dije a David, sabía que no volvería. Era ahora o nunca. Moví el sillón lentamente, por lo que chirrió ruidosamente contra el suelo. Los párpados del señor Kaufman se abrieron y cerraron mirando hacia el techo. Me quedé inmóvil por un momento, mirándolos. Su mirada se movió hacia la ventana y hacia abajo, finalmente aterrizando en mí. Nos miramos a los ojos durante un largo rato. Traté de hacer de mi cara un reflejo de la suya, inexpresiva y tranquila. Pero mi corazón latía con fuerza. —Te... conozco —dijo, su tono de voz ronca, pero con un poco de su antigua fuerza detrás de ella. —Sí —fue todo lo que dije. —¿Dina? Negué con mi cabeza lentamente. —No. Dina. D... D...

Mi madre, él trataba de recordar el nombre de mi madre. —Deborah —dije. —¿Cómo... estás? Él cree que soy ella. La idea de eso casi me hizo perder el equilibrio. Mantén el control. —Soy Laurel, la hija de Deborah. Sus ojos me escanearon de arriba abajo, y luego parpadeó con reconocimiento. —Luces... como ella —dijo. Hubo algo en la forma en que lo dijo que me hizo preguntarme lo que el señor Kaufman pensaba de mi madre. ¿Pensaba que era hermosa? ¿Sentía un ligero enamoramiento? Al verlo luchar con las palabras, con la realidad, supe que no debería estar ahí. Como David había dicho, no iba a darme ninguna respuesta. Pero no podía moverme de donde estaba parada. Y entonces frunció el ceño, un ceño tan familiar, que le había visto hacer muy a menudo en el pasado. —¿Quién...? ¿Por qué…? Me incliné hacia adelante como ofreciéndome a ayudarlo a encontrar las palabras. —¿Por qué... estás... aquí? La pregunta salió débil y temblorosa, pero aterrizó con un golpe retumbante en el espacio entre nosotros. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no está mi madre? ¿Por qué estoy viva, y los otros muertos? Era una gran pregunta, una pregunta a la que yo había estado tratando de encontrarle respuesta desde abril. Miré al señor Kaufman y ahora, la casual expresión perpleja en su cara le dio a la pregunta un significado totalmente nuevo. Él quería saber por qué yo estaba aquí, visitándolo. Sin pensarlo, dije—: Estoy aquí por mis padres y Toby. Otra expresión de desconcierto apareció en el rostro del señor Kaufman. Entonces recordé la vaga petición de David. No le preguntes sobre el accidente. ¿Qué es lo que recordaba? O más bien, ¿qué es lo que le habían dicho? —¿Sabe qué pasó? —pregunté, mi voz elevándose una octava. Sabía que rompía las reglas, pero no me podía callar.

Tragó saliva fuertemente y dijo, con sílabas adicionales—: A-cci-den-te. —¿Recuerda quién estaba con usted en el coche? Su rostro se arrugó, como si alguien arrugara una bolsa de papel marrón. —Bet-sy. Tomé una rápida respiración, que se sentía caliente como el fuego. Todo mi cuerpo temblaba. —¿Se acuerda de quién más? El señor Kaufman me miró con sorpresa y un poco de dolor, como si lo hubiese abofeteado. Movió un poco la cabeza de un lado a otro en su versión de un no, sin romper nuestras miradas fijas. Todo movimiento en la habitación se detuvo, las luces parpadeantes en la máquina IV y los suaves movimientos de las cortinas debido al ventilador. Él no lo sabe. Para él, mi familia estaba viva. Él existía en ese mundo, todavía. Un mundo por el que habría dado cualquier cosa por tener de vuelta. ¿Por qué debería permanecer allí, cuando él fue quien nos sacó al resto de nosotros fuera de ese mundo? Cuando abrí mi boca otra vez, se sintió como a cámara lenta. —Mis padres y mi hermano. Deborah y Michael, y Toby. —Tuve que empujar los nombres a través del aire estancado—. Ellos también estaban allí. Y ahora están muertos. También. Hubo una pausa en la que no sucedió nada. La cara del señor Kaufman no cambió, y me pregunté si me había escuchado. Luego su boca se abrió en una amplia y profunda “O”. De esta salió un suspiro lleno de pura agonía. Un polvoriento y terrible torrente que me recordó a la caja de Pandora. Empezó a toser, casi ahogándose con su propia respiración, antes de que el otro sonido viniera. Sollozando. Como un niño que está llorando. Suave y completamente destrozado. Retrocedí hasta la pared con horror. Oh por Dios, Laurel, ¿Qué has hecho? Pasos sonaban por el pasillo, rápidos con el ligero rechinido de calzado con suela de goma. —¿Qué está pasando? —ladró una enfermera al tiempo que exploraba la habitación. Tartamudeé en negación

—Sólo estábamos hablando... él se disgustó. La enfermera corrió al lado de la cama del señor Kaufman, y yo me volví y salí corriendo. En el pasillo vi la puerta que tenía la señal de “ESCALERAS” y la atravesé, bajando con pasos rápidos, como si alguien estuviera tratando de alcanzarme. Poniendo toda la distancia que me fue posible entre el sonido que salió de la boca del señor Kaufman y yo. Lo siento mucho, lo siento mucho, seguía diciéndome a mí misma. No se suponía que eso ocurriera. Una ráfaga de arrepentimiento y servil vergüenza me empujó por las escaleras más rápido. Cuando llegué a la planta baja, abrí la puerta de las escaleras y traté de averiguar en dónde me encontraba. Miré hacia la derecha y vi el resplandor melocotón del final de la sala. Miré a la izquierda, y vi una gran puerta de madera, distinta de todas las otras puertas del edificio. Un pequeño cartel en el que decía “CAPILLA”. Entré por ella en cuestión de segundos, y la cerré detrás de mí. Le llevó un par de minutos a mis ojos acostumbrarse a la oscuridad. La habitación era, sólo, lo suficientemente grande para dos bancos de madera y un pedestal de piedra con unas flores sobre él, situado en frente de una vidriera. En la cristalera, una mujer vestida de blanco se arrodillaba sobre un lecho de retazos de hierba y rosas ante una cruz negra de gran tamaño. Me derrumbé sobre el banco trasero, presionando los talones de mis manos sobre mis párpados, y grité silenciosamente. Tal vez eso sería suficiente para hacerme sentir humana de nuevo antes de que alguien me encontrara. Pero necesitaba que el sonido saliera. En el pasado, este tipo de cosas siempre podían conmigo, liberándose algunos que se subyugaban en mi interior y se volvían salvajemente violentos hasta que podía controlarlos de nuevo. Aquí, ahora, lo dejé salir. Soltándolo, casi rogando por el daño que sabía que podía hacer. Puse mis manos en la parte superior del banco que se hallaba delante de mí y me agarré fuertemente, dejando caer mi cabeza, como si mi cuello estuviera finalmente cansado de sostenerse. Entonces, estallaron gemidos guturales y las lágrimas comenzaron a salir. Mi mano derecha se tensó en un puño y comencé a golpear la madera. Quiero. Quiero. Quiero. Atascada en un terco y cortante quejido, como un niño con un temperamento odioso. Había tantas cosas que quería, pero que nunca podría tener. Eso me desbordó, las cosas más pequeñas primero. Mi mamá sonriéndome, mi papá

poniendo su brazo alrededor de mis hombros. Mi hermano riéndose de una de nuestras bromas privadas, como la forma en la que él siempre me dejaba saber que tenía comida en mi barbilla diciendo—: Oye, Laurel. ¡Sigue siendo tu misma! Luego las más importantes. Como tener a tres personas en el mundo que siempre me conocerían y amarían. Yo también quería que hubiese una razón por la que estaba aquí. Si no podía haber una razón por la que mi familia murió, podría por lo menos tener esa razón. O puede que tal vez sólo un futuro que no fuera tan complicado. Lleno de agujeros y “que pasaría si”, cada cosa coloreada con tonos más oscuros de lo normal. Y entonces, finalmente, sólo quería ser Laurel. No una tragedia. No una superviviente. Sólo yo. ¿Quién iba a dejarme ser eso? Alguien llamó a la puerta de la capilla, y contuve un sollozo. —¿Laurel? —Era la voz preocupada de David. —Sí. Abrió la puerta y vio mi cara, cubierta de lágrimas y moco, y la mueca de su boca cambió. Sin ninguna palabra, cerró la puerta y se deslizó sobre el banco, rodeándome con sus brazos en un movimiento tan suave que ni siquiera lo vi venir. Simplemente lo sentí; cálido y resistente y seguro. David no dijo nada. No preguntó lo que estaba mal, ni tampoco dijo shhhh en la forma que lo hacen algunas personas por instinto. Sólo colocó su barbilla sobre mi cabeza mientras me acurrucaba contra él. Ahora lloraba en voz baja, pero más tranquilamente. Era como un idioma que sólo él entendía, porque éramos de la misma especie. David me veía, mi casa, mi vida, como un refugio de alguna manera. Aquí, en sus brazos, me di cuenta de que él podía ofrecerme lo mismo. Finalmente, cuando mi llanto se convirtió en puro moqueo, levanté mi rostro hacia el suyo. —¿Está bien? ¿Tu padre? David me miró con ternura, protectoramente. Una expresión que nunca había visto en él antes. —Sí, mi abuela está arriba con él. —Hizo una pausa, y su expresión se desvaneció. Yo sabía lo que venía—. ¿Qué pasó? No quería que esto terminara todavía, así que en lugar de la verdad sólo dije—: Lo siento. Pero eso arruinó el momento, de todas formas. David se alejó de mí para obtener una mejor visión de mi cara, frunciendo el ceño.

—¿Qué es lo que sientes? Me mordí el labio fuertemente. —Se lo dije... le hablé acerca de mis padres y Toby. Ahora se puso de pie, deslizándose fuera de mis brazos, de manera que cayeron, sin fuerzas, contra la madera del banco. —¿QUÉ? —Cuando me di cuenta de que él no lo sabía todavía, perdí la razón... David respiró profundamente, controlándose. —Te pedí que no mencionaras el accidente. —Quería saber porque estaba allí. —Sabía que era una excusa muy pobre. —Los doctores nos dijeron que todavía no habláramos con él sobre el accidente. Querían esperar hasta que estuviera más estable... —Su voz se alzó con cada palabra. —Me equivoqué, lo sé. Lo siento. —¡Deberías sentirlo! Su regaño, en tono indignado, me puso furiosa al instante. ¿En qué pensaba? Él nunca lo entendería completamente. —Habrías hecho lo mismo —dije, tratando de que mi tono se igualara al suyo—. Piensa en ello, David. Sólo piensa en alguien además de en ti mismo para variar e imagina como es para mí. David abrió la boca para decir algo en respuesta, pero se congeló. Fuimos atrapados de esa manera, mirándonos el uno al otro en una minúscula capilla, cuando Nana nos encontró. La expresión de su cara me dijo que tenía una idea de lo que había sucedido. —Laurel y David —dijo con severidad—. Me gustaría salir ahora, antes de que el tráfico aumente. David forzó una sonrisa hacia ella y asintió, y luego la siguió hacia afuera. Eché un vistazo más a la vidriera y luego me volví, siguiéndoles.

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Sobra decir que el camino a casa en el auto fue más terrible que el de esa mañana. Esta vez, incluso Nana estaba demasiado cansada por la tensión del día para hacer pequeña charla. Fueron unos muy largos cuarenta y cinco minutos de silencio, tranquilo silencio, con sólo el zumbido del coche y la estática de las noticias en la radio. Sentí un dolor sordo detrás de mis ojos por todo el llanto, pero era un buen dolor. Como si alguien hubiera quitado algo de allí y de repente, pude ver de nuevo. Mientras cruzábamos sobre el Tappan Zee, el agua se veía más clara de lo que parecía esta mañana. Mi celular sonó una vez más, ahora con un correo de voz. Desesperada por encontrar algo que hacer, lo escuché. —Laurel, es Joe. Estoy un poco preocupado por ti, no has respondido a mis mensajes de texto. ¿Puedes por favor llamarme y hacerme saber que todo está bien? Pero no había manera de que yo pudiera devolverle la llamada, incluso si hubiera querido. Ni siquiera podía pensar en por qué no quería. Finalmente, nos detuvimos en nuestra entrada para encontrar una camioneta roja estacionada delante de la casa. La camioneta de Joe. Jadeé, y luego me callé. Y Joe, sentado en nuestra puerta con una taza de café para llevar en sus manos. Usando un sombrero de esquí con un pompón, y guantes sin dedos. Levantó la vista cuando vio nuestro coche y entornó los ojos. —Tienes un visitante —dijo Nana mientras apagaba el coche. Mis ojos se posaron en el espejo retrovisor para ver a David dar un vistazo y registrar a Joe. Pareció confundido por un segundo, entonces levantó uno de los lados de su boca en una sonrisa. Luego salió rápidamente del coche y dijo—: Voy a llevar a Masher al parque para perros.

Caminó hacia la casa, y Joe se puso de pie. Miré a Joe observar a David con recelo, como si estuvieran cruzando caminos en un callejón oscuro. Luego, unos metros antes de que David llegara a la puerta de entrada, Joe comenzó a caminar hacia nuestro coche. Dónde yo permanecía sentada, incapaz de moverme. —Hola, hombre —dijo David, asintiendo rápidamente, mientras se pasaban entre sí. —David —dijo Joe rotundamente. Joe abrió la puerta de Nana para ella, ayudándola a salir. Oímos los ladridos Masher, a continuación, a David manipulando su llave en la puerta delantera, finalmente abriendo y entrando. Nana observó a Joe moverse hacia mi lado del coche, luego se volvió rápidamente y también entró en la casa. Empezaba a oscurecer, y la temperatura caía en picada desde que habíamos salido de los robles de Palisades. Joe abrió la puerta, pero salí antes de que pudiera ayudarme. Echó un vistazo a la casa y de vuelta a mí, con curiosidad. —¿David Kaufman tiene la llave de su casa? —Fue todo lo que preguntó, su aliento visible en el crepúsculo. —Uh-huh —dije casualmente, luego cerré la puerta del coche y miré a Joe. Se veía frío. Y todavía enfermo—. ¿Qué haces aquí? —Meg me habló del padre de David, y que hoy irían allí. —Hizo una pausa—. Te dejé un montón de mensajes.... Pensé que tal vez necesitarías alguien con quien hablar después. Ahora la puerta se abrió de nuevo. David y Masher. Ninguno de ellos me miró mientras subían al Jaguar. Joe y yo nos hicimos a un lado mientras David retrocedía y luego, una vez fuera de la calzada, aceleró colina abajo. Sentí que algo se atrapaba en mi garganta, y mis ojos se mojaron. Si Joe no hubiera estado allí, yo estaba bastante segura de que habría empezado a perseguir el coche. Pero ahora ya se había ido, me volví a mirar a Joe, su nariz goteando y los ojos inyectados en sangre, esperando que yo diga algo. Alguien con quien hablar. Pero yo no podía pensar en nada. ¿Dónde podría siquiera empezar? Me acordé de aquella noche en el camión fuera de Yogurtland, y lo feliz que fui cuando Joe había tenido su piel en la mía. Las cosas eran mejores entre nosotros cuando no hablábamos. Por lo menos, no de nada importante. Mi duda debe haber sido evidente, porque Joe dijo—: O no tenemos que hablar. Te ves como si

pudieras necesitar una distracción. Si tu abuela dice que está bien, ¿podemos ir a cenar? Te he traído un regalo de Navidad. De repente no hubo nada que quisiera más que distraerme en un lugar público y normal con Joe. Podríamos comer y tal vez hacer más bocetos juntos y hacer chistes sobre los otros comensales, y luego ir a algún lugar en su camioneta. Pero entonces miré hacia el camino de entrada, y casi podía escuchar los neumáticos chirriantes del Jaguar. Lo único que sabía con certeza en ese momento era que David volvería. Si yo no estaba cuando eso sucediera, ¿se iría de nuevo? ¿Para siempre? David, ¿sabes que esa es una opción que no puedo tomar? Ahora Joe se acercó tímidamente, poco a poco, y me tomó la mano. Su guante áspero, las yemas de sus dedos de hielo, mientras se entrelazaban con las mías. —Deja que te lleve a pasear —dijo, tratando de parecer confiado. Sentí que se me quemaban las orejas y se me cerraba la garganta mientras se me salían las lágrimas. —Joe —farfullé—. ¿Por qué eres tan bueno conmigo? Hoy te ignoré por completo. Tú me enviaste todos esos dulces, mensajes interesados y no te respondí. Pensé que iba a soltar mi mano, pero sentí que su agarre se ajustó en su lugar. —Está bien. Lo entiendo. —¿No estás enojado conmigo? —No. Ahora fui yo la que le solté la mano. —Pero deberías. Deberías enojarte conmigo, aunque sea un poco. Te enojarías con alguien más. —Tú no eres alguien mas —dijo. —Sí, ya me lo dijiste. Soy increíble, a pesar de todo lo que he tenido que pasar. —La amargura se levantaba, casi podía probar el sabor de la bilis, y era lo único que podía hacer para evitar que explotara. —Uh-huh —dijo Joe, casi preguntando. —Joe, no debería ser así. Quiero ser alguien que pueda cabrearte cuando hago algo que no es bueno. Sus ojos cambiaron la forma cuando empezó a entenderlo y bajó la cabeza. Me recordó un poco a lo que hacía Masher cuando sabía que había hecho algo malo.

—Lo siento, Laurel. Tienes razón. Vamos a ir a alguna parte y hablar de ello. —No puedo —dije débilmente, antes de que mi garganta se volviera a cerrar. Miré hacia el camino de nuevo, y esta vez Joe siguió mi mirada. Y pude ver como terminaba de entender. David. Su rostro escaneó la casa y el camino de entrada incómodo, como un extraño en un país extranjero, irremediablemente perdido. —Joe, tú... tú eres... —¿Qué? Maravilloso. Delicioso. Algo que estaba condenado antes de que comenzara. —Detente —dijo. Luego se quitó el sombrero, halándolo por el pom-pom, y se sacudió un poco el pelo—. Está todo bien. —Ahora atrapó mi mirada y la mantuvo—. Te veo por ahí. Sacó las llaves de su bolsillo de la chaqueta y corrió hacia el camión. Me acerqué a él en paralelo, con el objeto de ir hacia la puerta de entrada, y me quedé allí el tiempo suficiente para verlo conducir lejos. A diferencia del Jaguar de David, el camión de Joe se movía lentamente, pero tranquilamente. Tal vez esperaba que fuera a detenerlo. Cuando se fue, di un paso y sentí que golpeé con el pie algo más. Miré hacia abajo. Era un regalo envuelto que había estado apoyado contra la casa, en forma de algo enmarcado. Lo cogí y lo abrí lentamente. En una hoja de papel de cuaderno, con lápiz, Joe había dibujado una figura con pantalones vaqueros, una camiseta y zapatillas en los pies. Su cabello hacia abajo y los brazos colgando, simplemente, con confianza, a ambos lados. Yo No había ninguna capa ni casco ni nada en mi camisa. Pero Joe había escrito un nombre en una inclinación en la esquina: CHICA SOBREVIVIENTE. ¿Era eso lo que me hizo tan sorprendente para Joe? Nunca quise que me vea como alguien con superpoderes. Incluso Superman quería que Lois Lane lo amara como Clark Kent, no como el Hombre de Acero. Me quedé mirando el dibujo hasta que mis manos se sentían demasiado insensibles para sostenerlo. Finalmente, entré en la casa donde Nana me esperaba, sabiendo que no debería formularme preguntas. Pasó una hora. Sin David. Dos horas más. Entonces Nana y yo comimos lasaña congelada en las bandejas de televisión mientras veíamos una vieja película. Los créditos finales pasaron y aún nada de David. Vi a Nana comprobar su reloj, y me enojé aún más con él, por preocuparla, sobre esta abuela no tenía derechos. Por último, Nana dijo—: Ya es tarde. Ve a la cama. Va a venir cuando quiera.

Así que hice lo que me dijo, porque no quería causarle otra onza de estrés. Me cambié, y me lavé los dientes, tratando de quitarme de encima el dolor de la expresión de Oh lo entiendo de Joe. Entonces me metí en la cama con Elliot y Selina y traté de leer Persuasión para AP inglés como se suponía que teníamos que hacer después del receso. En caso de duda, Laurel, haz lo que se supone que debes. Y en algún momento mientras lo hacía, logré conciliar el sueño. Lo primero que sentí fue una mano en mi mejilla. No era realmente una mano completa, pero si cuatro dedos, presionando ligeramente. —¿Qué? —dije, saliendo de un sueño en el que Joe y Meg y yo íbamos de pesca en un barco en un río. —Shhh. Soy yo. Lo siento, no era mi intención asustarte. Sentí que algo se sentaba en mi cama, y me apoyé para ver la silueta de David, cada vez más y más en 3-D mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad. —David. ¿Dónde has estado? —En el parque. Y luego, dando vueltas. Olí algo raro en su aliento. —¿Has estado bebiendo? —Uh, sí... ¿café? —Oh. —Estoy tan sobrio ahora como siempre lo he estado. —Está bien. —Todavía trataba de sacudirme el sueño de la cabeza, para estar segura de que esto no era un sueño. —Hablé con mi abuela. Dijo que mi papá esta bien. —Su voz sonó suave y aireada, pero todavía me sentía superada por la lástima, ya que mencionó a su padre. —Lo siento mucho, David. Estuve mal. —Está bien. Estoy seguro de que yo hubiera hecho lo mismo. Además, creo que nos hiciste un favor, porque creo que Etta y yo somos demasiado cobardes para decírselo. Nos quedamos en silencio, pero podía sentir algo diferente en las sombras entre nosotros, la tensión se había ido. —Necesitaba ver como sería, estar de vuelta aquí —dijo David después de unos segundos—. Cada centímetro de cada calle tiene algún tipo de recuerdo para mí. —Hizo una pausa—. No todos son buenos... Aunque ahora son los buenos los que duelen más. Probablemente sabes eso también.

Tenía que ser capaz de ver su cara mientras decía estas cosas, así me extendí la mano y prendí mi lámpara de noche. Los dos nos estremecimos ante la luz, y luego David escaneó mi camisón. Era uno nuevo para Navidad, con ranas y bastones de caramelo por todas partes. Extremadamente tonto. —Bonito traje —dijo. —Gracias. —Sonreí, y luego sonrió. Me senté y, a continuación, como una invitación, le ofrecí una de mis almohadas. La apoyó contra la pared, se quitó los zapatos y se deslizó de nuevo para apoyarse en ella, con las piernas cruzadas sobre mi cama. Él poniéndose todo cómodo me hizo sentir un poco valiente. —¿Qué pasa si consigues un lugar cerca de tu papá? —le pregunté. David asintió, pensativo. —He pensado en eso. No estoy seguro de si una ciudad extraña donde no conozco a nadie ayudaría. Durante meses he estado en nada más que pueblos extraños donde no conocía a nadie, y no me hizo sentir mejor. —Me miró—. Tú te quedarías. Tú harías lo correcto. Empecé a protestar, pero sabía que era verdad. —Sí, probablemente lo haría. Lo que estoy confundida es acerca de quién decide que es lo correcto. —Creo que es un grupo de hombres blancos de cien años de edad, en una habitación en un edificio alto en alguna parte. —Comiendo cortezas de cerdo y fumando puros. —Y consiguiendo bailes, porque eso sería el tipo perfecto de la hipocresía. Me reí entre dientes, y luego me detuve y exclamé—: Todavía no he decidido si quiero ir a Yale. —¿Por qué no? —me preguntó directo. No había reacción allí, ningún juicio. Él era la única persona en el mundo que podía hacerlo de ese modo. —Siento que tengo que estar aquí. Por ellos. Esta era su vida, y ahora yo soy la única que la vive. Si no estoy, entonces ¿los estoy traicionando? —Y nadie más te lo diría, ah, pero tus padres querrían que siguieras adelante y obtuvieras una educación y cumplieras con todos los sueños que tenían para ti. —Sí —dije. —No sé, Laurel —dijo David, y me encantó la forma en que dijo mi nombre, como si lo disfrutara. Levantó la mirada al techo—. Tal vez en su lugar, tus padres hubieran querido que dedicaras tus días a acordarte de ellos. Tal vez les hace sentir mejor, estén donde estén, ver que desperdicias tu vida para poder estar más cerca de ellos, ya que ya no tienen una vida. —Yo no estaría desperdiciando mi vida —le susurré.

—Por supuesto que lo harías. ¿Qué demonios estarías haciendo aquí? —Muchas cosas. Mi trabajo en el hospital de animales, por ejemplo. Inclinó la cabeza en un ¡Vamos! —Hay hospitales de animales en New Haven, si es tan importante para ti. —Nana quiere que vaya. Ella quiere pasar los inviernos en Hilton Head. Así que siento que por ellos, me quedaría, pero por ella, tengo que irme. David hizo una pausa y luego como si recién se le hubiera ocurrido, dijo—: ¿Estás hablando con tu terapeuta acerca de todo esto? —Lo siento. ¿Te estoy aburriendo? —Sólo estoy pensando que tal vez no soy la mejor fuente de consejos. Mírame. Tú misma lo dijiste. Todo lo que hago es total y absolutamente acerca de mí mismo y lo que quiero. —Me has dado buenos consejos antes —le dije, insistiéndole. Hizo una pausa y me miró directamente y dijo—: Sólo olvídate de la cosa de “por”. No hagas nada por nadie más que tú. Puedes ser un poco egoísta. —Luego sonrió torcidamente—. Vamos. Sabes que lo deseas. Me acordé de todas las cosas que en silencio había gritado para a mí misma en la capilla de los robles de Palisades. Él tenía razón —Gracias, David —le dije, tratando de hacer que su nombre sonara como si yo también disfrutara de decirlo. Pero al final sonó extraño, alto y estrecho. Y antes de darme cuenta, estaba llorando otra vez. A los pocos segundos escuché las respiraciones cortas y bruscas proviniendo de David, lo que significaba que él también lloraba. Y entonces sentí sus manos sobre mis hombros, y un cambio del peso en la cama y ahora, me tenía en sus brazos. Me limpié la cara con la palma de mi mano y me levanté y lo besé. No creo que lo esperara, porque hizo un gesto con la cara por medio segundo. Pero entonces, me devolvió el beso. Rápido, con energía. Movió las manos a ambos lados de mi cara y me sentí como si estuviera cayendo, no en un lugar o un agujero, sino en colores. Rojo y naranja y morado. Profundo y rico. David quitó una mano de mi cara y la apretó contra pecho, empujándome hacia abajo en la cama. Entonces una de sus piernas estaba sobre una de las mías y la sensación de su peso cubriéndome, de repente era lo mejor en el mundo. ¡Tú puta! dijo una bromista Meg en mi cabeza, mientras seguíamos besándonos. David se aventuró desde mi boca a mi cuello, oreja. Me reí. —¿Está bien esto? —susurró, y me limité a asentir, insegura de lo que quería decir. ¿Había algo bien? ¿Importaba?

Y ahora la mano de David se deslizaba debajo del cuello de mi camisón de dormir, llegando a mi seno derecho. Con practica, experimentado. Me pregunté por un segundo la cantidad de relaciones sexuales que había tenido cuando estaba en la zona de David, y si había sido con alguien realmente bonita. ¿Ocurrirá? ¿Aquí va a ser donde lo haga por primera vez? Se trataba de una pregunta intelectual, como si estuviera sentada en mi tocador a unos metros, mirándome a mí misma en la cama. A continuación, por otra parte, David se deslizó hasta el fondo de mi camisón, y comenzó a empujarla hacia arriba. Sentí que mi cuerpo se ponía tenso, como si estuviera luchando contra él, pero obligué a mi mente a cambiar eso. Ahora, las manos de David se deslizaron suavemente desde la cintura a la cabeza, llevando a mi camisón con ellas. Antes de darme cuenta, estaba fuera, y todo lo que quedaba era mi ropa interior. No podía recordar qué par usaba y sólo podía esperar fuera uno de los nuevos. David se detuvo y me miró de arriba abajo, con la cara llena de asombro, como si estuviera viendo una escultura siendo descubierta. Lo miré, a este chico tan hermoso, de repente —o tal vez siempre— y sabía que debería estar haciendo algo. Es mi turno, ¿verdad? Yo quería, pero tenía miedo aún de ser quien lo alcance primero. Con una respiración profunda lo hice de todos modos, puse mis manos debajo de su camiseta y sobre su estómago, que todavía se sentía frío de estar al aire libre. Pasé mis dedos a través del cabello suave, de lo que parecía ser un ombligo excepcionalmente profundo. David suspiró, y me sentí lo suficientemente valiente como para seguir adelante, levanté su camiseta y lo besé en la piel de la parte superior de sus pantalones vaqueros. En otro movimiento rápido y experto, David se sacó la camiseta sobre su cabeza y apretó su pecho al mío. Estaba cayendo en los colores de nuevo, pero esta vez un poco demasiado abruptamente. Me mareó, y comenzó el terror. David llevó una mano hacia mi ropa interior, levantando el elástico de la piel. Fue entonces cuando lo detuve y dije—: No. Cuando David apartó la cabeza de la mía, noté que teníamos parches coincidentes de cabello sudoroso donde se habían conectado. —Por favor, no me digas que pare —dijo sin aliento. —Tengo que decirte que pares —le dije. —Laurel... por favor.

—David... —El mareo menguó. Era como bajar de un carrusel. Se dio la vuelta sobre su espalda, todavía jadeando. —Pensé querías esto. —No sé —dije, y después de un momento de silencio horrible—: Soy la chica que no está segura de lo que quiere para sí misma, ¿te acuerdas? —Traté de hacer que mi voz sonara normal, de nuevo, y no como si me acabaran de tambalear al borde de perder mi virginidad. David se pasó un brazo sobre la cara. ¿Tenía vergüenza de mirarme, o de que yo lo mirara? —¿Puedo querer algo de eso pero no todo? —pregunté. Asintió de detrás de su propio brazo. —Sí —dijo en voz baja—. Por supuesto que sí. —Apartó el brazo y me miró con pesar—. Lo siento si te presioné demasiado. —Yo también lo hice. Ha sido un día extraño. —Un día muy extraño. —Hizo una pausa—. Debería irme, y dejarte sola. David pasó por encima de mí, saliendo de la cama, agarró la camisa, y salió lentamente de la habitación, dejando la puerta abierta. Escuché sus pasos viajando hacia el piso de abajo y el tintineo del collar de Masher cuando el perro saltó del sofá para saludarlo. Me levanté y encontré mi camisón de dormir, me lo puse junto con un par de sudaderas y zapatillas, y luego lo seguí. No porque no quería que David se molestara, o porque quería explicarme un poco más, sino porque en realidad sólo necesitaba estar con él. En la planta baja, David se quedó en la sala, mirando al árbol de Navidad todo iluminado. Nana y yo nos habíamos olvidado de desconectarlo antes de ir a la cama. Ahora me alegré de que no lo hubiéramos hecho, porque era una maravilla. David no se dio la vuelta, pero me di cuenta por cómo encorvó los hombros que sabía que yo estaba allí. —Tu árbol de Navidad es muy pequeño —dijo. —Eso es porque está vivo —le dije, y di un paso al lado suyo. Luché contra la tentación de tocar su brazo—. No quiero que me dejes sola. Nos quedamos en silencio por un momento, y luego David me preguntó—: ¿Alguna vez has estado allí? Ya sabes... ¿el lugar, donde pasó? El lugar justo antes del segundo semáforo en la ruta 12. No había conducido ahí desde abril. —No —dije. Hubiera querido hacerlo. Nana se había ido dos veces, pero yo no podía juntar valor de ir con ella. La culpa me invadía a veces, como una deuda que todavía tenía que pagar. —Yo tampoco Vimos el árbol por un momento, parpadeando en rojo, verde, y negro a través de la pared. Entonces David se volvió hacia mí, el pelo alrededor de sus

oídos todavía un poco sudoroso, lo que me hizo sentir como si de alguna manera, todavía estuviéramos conectados. Preguntó—: ¿Tienes ganas de tomar un paseo?

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De alguna manera ella se las arregló para lucir bien en esto, pensé, buscando los puntos de sutura en zig-zag en el largo, abrigo color vino tinto de mi madre que Nana inexplicablemente decidió conservar. Lo tomé del armario, ya que parecía que iba a mantenerme caliente por encima de mi camisón de dormir y sudadera, y me puse un par de botas de pato de mi padre. Era uno de esos equipos en los que normalmente se podría pensar: espero no meterme en un accidente con este aspecto. Pero no lo hice, porque no había mucho espacio en mí para pensar en otra cosa que en a dónde íbamos, y además todo el tema de los accidentes era complicado en ese momento en particular. Los frenos en el Jaguar gritaron un poco cuando David se volvió hacia la Ruta 12, e hizo una mueca. —Yo voy a tener que echarles una mirada —dijo. Era la primera vez que había hablado desde que se precipitó por el camino helado y en el coche—. Es algo bueno que mantuviera a este bebé en forma agradable. No tenía idea si mi padre lo volvería a ver. Le sonreí y me volví para mirar por la ventana, tratando con mucho esfuerzo de dejar de temblar, incluso con la calefacción encendida. Finalmente iba a hacer esto, y estaba petrificada. La Ruta 12 había sido siempre una de mis carreteras favoritas. Se hallaba rodeada de bosques a ambos lados y, a menudo, nos gustaba espiar a los ciervos vagando a pocos metros de la acera. Esto es lo que mi familia vio, me recordé a mí misma, a pesar de que ahora todo era espantoso y delgado, en la primavera, el paisaje era espeso y exuberante. Tal vez Toby miraba por la ventana estos árboles exactos en los últimos minutos que estuvo vivo. ¿De qué estarían mis padres hablando y pensando mientras pasaban ese punto, y ese punto, y ese otro? Nos llevó un minuto más o menos. Justo el tiempo suficiente para que un coche para recogiera a demasiada velocidad, para que alguien se pierda en la conversación o sus propios pensamientos y no ver el velocímetro. —Creo que es la derecha en torno a esta curva —dijo David, y comenzó a disminuir. Pude ver, ahora, que este era el lugar donde una persona puede

olvidarse de la agudeza de la curva, y del semáforo que está no demasiado lejos, y pisar el freno. Miré el carril hacia el norte, y pensé en cómo otra persona puede perder el control y dejar que su coche vaya sobre la doble línea amarilla y hacer a alguien desviarse de la carretera para evitarlo. —¿Qué pasa si no podemos encontrarlo? —pregunté. —Vamos a llegar lo suficientemente cerca —dijo con confianza determinada. Cuando vimos la luz del semáforo en la distancia, escaneé la carretera, pero no estaba segura de lo que buscaba. Supongo que esperaba reconocerlo. David sacó el coche en el arcén y nos sentamos allí, escuchando la respiración racheado del calentador de tablero de instrumentos. Era casi medianoche, y no había muchos coches en la carretera. Me asomé por la ventana pero todo parecía nada especial, hasta que David dijo—: Mira. Seguí su mirada a una señal de límite de velocidad a alrededor de veinte metros delante de nosotros. Tenía un grueso forrado en cinta púrpura alrededor de ella, que incluso en la oscuridad parecía descolorida y vieja. Entonces me acordé de que Nana me decía que había habido un pequeño memorial improvisado en la escena del accidente durante varias semanas después, la gente trayendo velas y flores. Compañeros de clase de Toby dejaron notas, que finalmente la policía recogió y le dio a Nana. Quién las puso en su cómoda, sin leerlas. —¿Crees que es eso? —pregunté. —Sí —dijo. Se bajó del coche, así que yo también lo hice. Y lo primero que vi fue cómo el lado de la carretera descendía abruptamente aquí, varios cientos de metros, antes de estabilizarse hacia el bosque. La zanja donde mi familia había muerto en realidad. Tuve que recuperar el aliento cuando la vi, y me di cuenta que no era en absoluto lo que yo había imaginado. No estaba segura de a que le había tenido tanto miedo, y sólo con estar ahí me hizo sentir más fuerte. David se acercó al borde de la pendiente y bajó la mirada, con su rostro en blanco. Sacó un objeto de su bolsillo delantero de sus pantalones vaqueros, lo besó, y lo lanzó tan lejos como pudo. No pude ver que era. ¿Había algo que tenía que hacer o decir, aquí de pie en este lugar? Todo lo que podía pensar era, Ya lo he visto, y les debía eso. Era como un favor que acababa de devolver. Y entonces, inesperadamente, comencé a sentirme contenta de estar allí. No había visitado las tumbas de mi familia desde el funeral. No habría nada allí hasta

abril, el aniversario de un año, ya que Nana se apegó a la tradición judía en el departamento de lápidas. Y no sentía que yo necesitara ir a ningún lado para estar con ellos. Todavía se encontraban en cada centímetro de espacio en nuestra casa, alrededor de nuestra casa, y todos los demás lugares que fui. Pero este era el lugar donde se habían ido. Era donde había cambiado todo. Un lugar donde podría decir todo, o nada en absoluto. De repente, parecía suficiente que yo diga, en silencio en mi cabeza: Los quiero mucho a todos. David se acercó a donde yo estaba, y dio una patada a unos guijarros. —Está hecho. —Me estoy congelando —le dije. Todo lo demás era demasiado grande para las palabras. Volvimos al auto, que afortunadamente él había mantenido funcionando, por lo que el calor era un dulce alivio. David puso sus manos en el volante, pero no hizo nada más. Nos sentamos allí, mirando hacia el cielo gris oscuro a través del parabrisas. —Cuando le dijimos a mi papá que mamá se había ido... —dijo—. Al verlo lidiando con eso, tan nuevo y todo... era como si los últimos ocho meses nunca hubieran ocurrido para mí. Era al igual que perderla de nuevo. Extendí la mano, sin miedo, y le toqué el pelo. No me miró, pero no me detuvo cuando empecé a acariciarlo. —Tu mamá era genial —dije. David asintió. —Tú no lo sabrías sólo de mirarla, pero lo era. Sólo ahora lo veo, por supuesto. Ella me tuvo. Se puso al día con un montón de cosas que la mayoría de las madres no lo haría, para compensar lo que papá estaba haciendo. Saqué mi mano involuntariamente. —¿Qué estaba haciendo? Debo haber sonado muy nerviosa porque David se echó a reír. —Nada de eso, no hay nada que verías en una película para televisión o algo así. Yo simplemente no le gustaba, y él no tenía miedo de mostrarlo. Sin embargo me golpeó una vez y me salió un gran moretón justo aquí. —Tocó la comisura de un ojo, y recordé a David aparecer en la escuela con un ojo morado, diciéndole a la gente que se había metido en una pelea en una fiesta. —Me lo merecía—continuó—. Estábamos los dos borrachos y yo lo provoqué. Bonito, ¿eh? Realmente una dulce familia suburbana. Supongo que obtuvo una rehabilitación involuntaria con todo esto. Nos quedamos en silencio por un momento y luego le pregunte—: ¿Entonces crees que te vas a quedar?

No se trataba del señor Kaufman. Se trataba de mí. Estaba lista para admitir que quería a David cerca de mí. Era una cosa que ahora sabía que quería para mí, tal vez debería decírselo. Se volvió y me sonrió, y me tomó la mano con la que acababa de acariciarle el pelo. —No sé, Laurel. Se siente muy bien irse. —Entonces su sonrisa desapareció, y parecía que muy serio—. Creo que deberías probarlo. No lo entendí al principio, pero luego lo hice. —¿Te refieres a la Universidad de Yale? —Yale, o en cualquier otro lugar que no sea aquí. Lo que equivale a tu vida. Versus, no Yale o en cualquier otro lugar que no sea aquí, lo que equivale a estar aquí en este coche en este lugar, en, tú sabes, un sentido metafórico, por tiempo indefinido. Eso si lo entendí. Podía ver eso. Vi una camioneta pasarnos velozmente. Entonces unos pocos segundos más tarde, una minivan. Fue increíble ver cómo parecía que iban de forma rápida con nosotros tan quietos. —¿Puedes poner este coche en movimiento de nuevo, al igual que, de forma rápida? —pregunté. La sonrisa de David regresó. —Claro que puedo. Puso el coche en marcha y lo sacó lentamente de nuevo hacia carretera, donde delante de nosotros la luz se puso verde. Lo que parecía extraño, pero perfecto para mí era que en un segundo, menos de un segundo nos encontrábamos más abajo en la ruta hacia Freezy de lo que nuestras familias habían llegado esa noche de abril. Nosotros continuábamos.

Traducido por Anna Banana Corregido por tamis11

Aún no era mediodía, pero la banca ya estaba caliente ante el sol de finales de agosto. Miré a Meg, quien se encontraba echada hacia atrás con los ojos cerrados, disfrutando de los rayos que caían sobre nosotras. —Muy pronto, esto se habrá terminado —dijo. Sabía que hablaba del calor, pero también sabía que se refería a ella y a mí, sentadas en la calle principal de nuestra cuidad, rodeadas de cosas que siempre habíamos conocido. Aunque en la banca cabían tres personas, nos habíamos deslizado hacia los extremos de cada lado para que ninguna estuviera sentada sobre la placa que estaba detrás de la banca. Decía: EN MEMORIA DE NUESTROS AMIGOS Y VECINOS MICHAEL MEISNER DEBORAH MEISNER TOBY MEISNER Tenía que darle crédito a Andie Stokes y Hannah Lindstrom; era simple y de buen gusto, y yo estaba feliz, demasiado agradecida, de que lo habían hecho. Tuvimos una ceremonia de inauguración en abril, a tan sólo unos días después del aniversario del accidente. Casi un centenar de personas estuvieron presentes, y yo estaba parada con Nana y Meg, escuchando mientras que Andie daba un hermoso discurso agradeciendo a todos por sus donaciones. Ella me había pedido que dijera algo, pero todo lo que pude hacer fue pararme frente el micrófono y decir “Gracias” en una voz temblorosa. Abracé a Andie fuertemente después de eso, y a pesar de que nuestra amistad —si eso es lo que alguna vez fue— se había desvanecido. Ni siquiera me importó que el periódico local estuviera tomando fotos de nosotras.

El señor Churchwell había estado allí y también lo abracé; fue rápido y casi sin tocarnos. Aún pensaba que era un completo idiota, pero ahora sabía que todo lo que había intentado hacer era su trabajo, no me importó darle algo a cambio. Suzie también había asistido. Se quedó lejos y se veía lamentablemente fuera de lugar, llevando negro entre todos los colores primaverales. No había tenido una sesión con ella en más de un mes, todo quedó en que yo llamaría cuando necesitara hablar. Pero no lo había necesitado. En algún punto durante el discurso de Andie, mis ojos encontraron los de ella y nos sonreímos mutuamente. Sabía que tenía mucho que agradecerle. Y Joe. Él estaba con un par de sus amigos cerca del frente, donde podía verlo. Después de ese día en la calzada, habíamos vuelto a los rápidos y dolorosos asentimientos-de-cabeza-y-hola cada vez que nos cruzábamos en la escuela. Había algo sobre la forma en que sus hombros se encorvaban cuando esto sucedía, la forma en que su cabello cubría sus ojos mientras miraba hacia otro lado primero, que todavía me traspasaba. Durante la ceremonia, vislumbré a Eve llegando tarde y haciéndose camino entre la multitud, mezclándose entre ellos perfectamente. Así que para mí, la banca no era sólo sobre mamá, papá y Toby, sino también sobre ese día, cuando tuve la oportunidad de darme cuenta hasta qué punto había llegado mientras observaba a las personas que me habían ayudado a llegar hasta allí. Y estaba delante de Village Deli, como lo había sugerido. Era demasiado práctico, ya que Meg y yo habíamos venido hoy para comprar sándwiches para mi viaje. Me marchaba a la una en punto hacia Ithaca. La orientación de primer año en Cornell comenzaba al día siguiente. Cornell, donde tomaría cursos de preveterinaria y arte, y ver qué más aparecía a lo largo del camino. Cornell, que fue el lugar en que me imaginaba a mí misma cuando visité el campus con Nana, que se encontraba lo suficientemente cerca parar volver a casa si lo necesitaba, pero lo suficientemente lejos para hacerme pensarlo dos veces. Cornell, que al final fue mi elección, y no la de mi padre. —Así que, ¿cuándo puedo ir a visitarte? —preguntó Meg, sus ojos todavía cerrados—. He oído que los chicos de Cornell son mucho más candentes que los de Wesleyan. —Gavin y ella habían llegado a la decisión “Vamos a estar cerca, pero romper oficialmente porque ambos queremos tontear con la gente universitaria”. —En cualquier momento. Ni siquiera tienes que llamar. Sólo preséntate en mi dormitorio con un saco para dormir.

Meg sonrió y luego abrió los ojos para mirarme. Tuvo que cubrirse la cara con su mano. —Lo tomaré en cuenta. No quiero que lleguemos a ser una de esas amistades que se esfuman después de la secundaria. Bajé mis gafas de sol para mirarla. —No creo que eso sea posible incluso en las más extrañas profundidades de la posibilidad. Lo sabes, ¿verdad? —Sí —dijo Meg, sonriendo—. Lo sé. Nos inclinamos la una hacia la otra al mismo tiempo —¿con qué frecuencia sucede eso?— y nos abrazamos. Olí su champú y el chocolate que aún persistía en su aliento. O tal vez era el mío. Acabábamos de compartir una barra de Hershey como nuestro festín de despedida. El divorcio de los padres de Meg estaba sucediendo y todos parecían estar de acuerdo con ello. La señora Dill salía con alguien; Meg pretendía que era asqueroso, pero sabía que ella estaba orgullosa de que su madre estuviera saliendo adelante. Ella había empezado a hablar con su padre nuevamente —ante mis instancias. Ellos salían a cenar cada semana, y Meg me llamaría más tarde y diría algo como—: Entiendo un poco más sobre lo que sucedió. No comparamos la manera en que cada una tenía que llorar la pérdida de nuestras familias. No se trataba de ser mejor o peor que la otra. Siempre sería diferente, pero de alguna manera silenciosamente habíamos aceptado a sólo estar allí la una para la otra. —Tenemos que apresurarnos —dijo Meg, mientras seguíamos abrazadas—. Nana debe estar haciendo un agujero en el suelo de la casa. Asentí pero no la dejé ir de inmediato —sólo un segundo más— y luego nos dirigimos de nuevo a su coche con nuestros sándwiches.

Decir que el Volvo se encontraba lleno no estaría haciendo justicia. Estaba atascado de cosas, con cada caja y bolsa y articulo cuidadosamente juntos como rompecabezas, que no estaba convencida de que seríamos capaces de sacar alguna de ellos. Me sorprendieron cuántas cosas necesitaba para comenzar la universidad, y cuántas cosas de la casa tenía que tener conmigo en la escuela. El día de Año Nuevo, Nana había propuesto que cada fin de semana, llenaríamos dos cajas con objetos que le pertenecieron a mis padres o Toby. Algunas cajas irían al ático —cosas que queríamos mantener o no podíamos tomar una decisión sobre ellas— y algunas serían donadas a una organización benéfica. Con cada pieza de ropa, cada libro, cada pluma de recuerdo o tubo de rímel,

tratábamos de llamar un recuerdo para envolverlo en él. Cada vez que sellaba una caja con cinta transparente, me sentía más libre. Luego fue mi turno. Empacar mi vida en cajas y etiquetarlas, me di cuenta de que a pesar de que como familia habíamos tomado vacaciones anuales, la mayoría de mis cosas no habían ido a ninguna parte. Estaba emocionada de los casi veinte pares de zapatos que llevaría en su primera aventura. Meg estacionó su coche en la entrada de mi casa, detrás del Volvo, y miró a la pared de objetos a través de la ventana trasera. —Vaya —dijo—. Me ganaste. Vimos a Nana abrir la puerta principal y saludarnos, después apuntó a su reloj de mano. —Parece que la auxiliar de vuelo está lista para el despegue —dijo Meg. —Bandejas puestas y respaldos de asientos en posición vertical —dije, abriendo la puerta del coche. Sacudí mi bolsa de Village Deli hacia Nana—. ¡Todo listo! Todo listo. Como si fuera tan sencillo. Pero, ¿por qué no podría serlo? Me incliné hacia el coche. —¿No saldrás de allí? —le pregunté a Meg. Sacudió la cabeza. —No puedo soportar las despedidas, lo sabes. Ya tuvimos nuestras patas encima de la otra. Considérate afortunada. —Muy bien —le dije. —Así que, adiós —dijo Meg, mordiéndose el labio. —Hasta la vista. —Empecé a cerrar la puerta, luego me detuve—. Oh, y, por cierto. Te quiero. Meg sollozó, incapaz de ocultar sus lágrimas. —Yo también te quiero. Ahora sal de la ciudad. Se alejó del camino de la entrada y la miré, sin despedirme. Cuando se fue, Nana salió de la casa y puso su brazo alrededor de mí. —¿Todo está en el coche? — preguntó. —Ahora lo está —le dije, abriendo la puerta del Volvo y poniendo la bolsa de sándwiches en el interior. —Entonces, ¿qué tal un viaje al baño antes del viaje y saldremos en camino? La miré, con sus gafas de sol enormes y su “ropa de conducir”, un chándal de terciopelo y zapatillas blancas. Fue uno de los muchos trajes que había comprado para Hilton Head. Pasaría el otoño e invierno allí. —Sí, buena idea —le dije. No tenía que ir, pero estaba feliz por unos minutos en casa antes de irnos.

Caminé por la sala de estar, luego me dirigí a la cocina. ¿Se suponía que debía estar sintiendo algo en específico? Había vivido mi vida entera en esta casa. Iba a volver, por supuesto. Luego me di cuenta, no era la casa a que tenía que decirle adiós. Era a este momento, a este estado de ser. Subí al segundo piso e hice una búsqueda rápida de mi habitación para asegurarme de que no había olvidado nada. Nana había hecho mi cama, y pensé, Pueden pasar meses para volver a estar debajo de esas cubiertas nuevamente. Eché un vistazo rápido en la antigua habitación de Toby. Se encontraba vacía de gatos; les había encontrado buenos hogares y a veces recibía correos electrónicos con imágenes de ellos. Abrí la puerta de la habitación de mis padres y miré a la cama, y tuve un recuerdo de una mañana de hace muchos años, cuando íbamos ir a campar, y Toby y yo estábamos tan entusiasmados que tuvimos que despertar a nuestros padres. —¡Vamos a salir a la carretera antes de que ella llegue a nosotros primero! —gritamos, saltando en la cama, exclamando una de las favoritas expresiones de mi padre. Volví a la planta baja y miré por la ventana. Allí estaba David. Se encontraba sentado en el patio, con la cabeza de Masher en su regazo y hablando por su celular. Abrí la puerta corrediza de cristal y él se dio la vuelta para mirarme. —Hola —susurré—, tenemos que salir en pocos minutos. Asintió y dijo—: Muy bien, gracias —en el teléfono, después lo cerró—. Disculpa, era el Dr. Ireland. —¿Tu padre está bien? Se levantó y caminó hacia mí. —Mejor que bien. Ayer escribió un par de frases a mano. —Eso es genial —le dije, mientras David colocaba sus brazos a mí alrededor y apoyaba su barbilla en mi hombro. —Y dice que tener a mi padre ayudándome a estudiar para el GED12 está haciendo una gran diferencia. —Sabía que lo haría —le dije, enterrando mi rostro en su cabello. Una semana después de la ceremonia conmemorativa de la banca, tuvimos la revelación de la lapida en el cementerio. Sólo habíamos sido Nana, David y yo por decisión propia. Los tres compartimos dos paraguas bajo la lluvia, mientras el rabino hablaba. No dijimos ni una palabra hasta que colocamos tres piedras en cada lapida. Una para cada uno de ellos, una para cada uno de nosotros. Nadie 12

El GED es tomado por personas quienes no consiguieron un diploma de preparatoria.

habló hasta que regresamos al auto, y Nana se quitó el sombrero y dijo—: Vamos a tener vino con el almuerzo. Para ese entonces, David y Masher vivían en un apartamento a dos ciudades de aquí, donde David tenía un empleo que se especializaba en equipos de sonido en una tienda de música. Él conducía dos veces por semana a Palisades Oaks. Una vez que Nana se dio cuenta acerca de nosotros, prohibió que David pasara la noche aquí, incluso en el sofá. No se le tenía permitido visitar si ella no se encontraba en casa y si estábamos en mi habitación, la puerta tenía que permanecer abierta. Pero ella amaba que se quedara a la cena o para pedirle que hiciera trabajos en la casa. Una vez, accidentalmente, lo llamó por el nombre de mi padre. David se quedaría cuidando la casa mientras que Nana y yo estuviéramos lejos, viniendo solo a pasar el rato. Tenía el sentimiento de que el sofá obtendría un buen uso durante la noche. Y una vez que estuviera instalada en la escuela, fuera de la jurisdicción de mi abuela, él me visitaría allí. Durante la noche. Las posibilidades eran aterradoras y maravillosas para pensar en ellas. Ahora David se apartó y me miró, una mano a cada lado de la cara. —¿Estás lista? —¿Podrían todos de dejar de preguntarme eso? —Muy bien. ¿No estás lista? Me eché a reír. —Sí. Sí, no estoy lista. —Entonces, vamos. Tenemos un largo camino por delante. Tomó mi mano y me condujo a través de la casa hacia la puerta principal. Masher nos siguió y cuando llegamos a la entrada me di vuelta y me puse de cuclillas delante de él, enterrando mis manos en el collar alrededor de su cuello. —Hasta luego, muchacho. Sé bueno. David y Nana estarán de regreso mañana pro la noche, pero Meg vendrá para alimentarte. Asegúrate de que David no se olvide de alimentar a los gatos una vez que Nana salga de la ciudad. Masher me lamió la cara una vez, cuidadosamente, luego se volvió y se dirigió adentro, como si me dijera: Sí, sí, sal de aquí ya. Afortunadamente, ya había dicho adiós a Selina y Elliot por la mañana, porque sabía que estarían escondidos cuando fuera la hora de irse. —¡Adiós, gatitos! —grité hacia la casa, lo suficientemente alto como para que me oyeran desde cualquier esquina donde se habían acurrucado—. ¡Los quiero! Me puse mis gafas de sol de nuevo cuando salí por la puerta. David cerró la puerta y la aseguró con su llave.

Subimos al coche, David frente el volante y Nana en el asiento del pasajero, yo en la parte de atrás al lado de mi nuevo ordenador portátil. A medida que nos retirábamos de la calzada y nos dirigíamos colina abajo, miré a la casa una vez más. Una mirada, como si pudiera tomar un trago más y me llevaría todo lo que necesitaba para llevar conmigo. Después cerré los ojos. Eso fue todo. Eso era el Antes. Y aquí vamos al Después.

J

ennifer Castle se graduó en la Universidad de Brown y trabajó como asistente de un publicista de celebridades, un redactor publicitario, y un guionista con dificultades (sí, eso es un trabajo real) antes de especializarse en la producción de sitios web para niños y adolescentes. The Beginning of After es su primera novela. Ella vive con su esposo y sus dos jóvenes hijas en Hudson Valley en Nueva York, y espera que la compenses con una visita online en www.jennifercastle.com.

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... is Senior Lecturer in Law at the University of West London. Page 3 of 7. pdf-19128\beginning-equity-and-trusts-beginning-the-law-by-mohamed-ramjohn.pdf.

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