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En Try Me los lectores de Diane Alberts, aprenderán que lo que pasa en Las Vegas... puede conducir al romance.

A

l Sargento Jeremy Addison, le tomó solo una noche salvaje para darse cuenta de que, ¿Las Vegas? fue una mala idea.

Sangriento. Magullado. Deshidratado. Abandonado en el desierto, y dejado tirado en el camino. La única forma en que este permiso podría empeorar era si su salvadora fuera la hermana de su exmejor amigo... y la chica que había amado desde la infancia.

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La última persona que Erica esperaba encontrar en el borde de la carretera era a su amor platónico de preparatoria. No había visto a Jeremy en siete años, desde la noche que dijo que la amaba, y ella se escapó. Perderlo entonces había sido un error, pero desearlo ahora podría ser catastrófico si descubría el secreto que perseguía a todos los otros hombres de su vida. Pero con un alto, tatuado Marine decidido a demostrar que siempre ha sido fiel, puede Erica resistir a sus avances... ¿o se rendirá y dará una probada al amor?

Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Epilogo Love Me

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Diane Alberts

Traducido por Lizzie Wasserstein, Vicky & Itorres Corregido por beatrix85

J

eremy tropezó a lo largo de una carretera desierta en las afueras de Las Vegas. Al menos... pensó que estaba en las afueras de Las Vegas. La ola de calor-resplandor de la oscuridad en el horizonte podría ser Pittsburgh. Reno. Aliens. Dependía de si se trataba de deshidratación o una mala resaca. Con el sol de abril cayendo sobre su cabeza, Jeremy se inclinaba por la deshidratación. Se sentía como un huevo en una sartén, crepitante y roto. A pesar de que estaba bastante seguro que la luz del sol no tenía la culpa de cómo había llegado hasta allí. Había ido a Las Vegas por un poco de diversión. De eso se trataba el permiso, ¿no? Tiempos rápidos, alcohol barato, un montón de juegos de azar. Estaba bastante seguro de que la gente no terminaba con moretones y varados en medio de la nada en las películas. Culpaba al maldito fanfarrón por su propia recreación personal de The Hangover. Jeremy había mantenido la calma hasta que el marinero le había llamado un cobarde y un marinero de agua dulce.

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Deseó poder culpar al alcohol, pero había estado sobrio en ese punto. No fue sino hasta después de la pelea, el ojo negro y el labio hinchado, que había atendido su orgullo herido con una visita de Johnny Walker. Su propio carácter, construido a lo largo de los meses de un despliegue de alta tensión, lo había metido en este lío. El licor acababa de hacer que sus heridas dolieran un poco menos.

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Entonces lo había perdido.

Aunque había estado seguro que deseaba saber lo que pasaba entre el fondo de la botella y el costado de la carretera. Se tocó la división en el labio inferior y dejó escapar una risa amarga. Idiota. A los veintisiete años, debería saber mejor no beber hasta caer. Él nunca perdía el control de esa manera. Nunca se lo permitía. No después de lo que su padre le había hecho a su madre. Su padre había culpado a la botella, también. Sí. Correcto. Incluso sobrio, su padre era un imbécil. Jeremy no se permitiría seguir los pasos de su padre: un perdedor tras las rejas, sin esperanza de un futuro y nadie que lo amara lo suficiente como para molestarse en visitarlo. Jeremy era un Marine. Hizo su propia vida, hizo todo lo posible para cuidar de las personas. Y si golpeó a un fanfarrón en permiso, bueno... Jeremy no había lanzado el primer golpe. Claro, que había perdido la pelea y terminado en la desértica carretera asesina, pero al menos podía reclamar defensa propia. Con un bufido, agachó la cabeza contra la luz del sol y caminó a lo largo de la carretera. Por lo menos conseguiría trabajar en su bronceado. Ese bronceado se estaba convirtiendo en el comienzo de una quemadura solar antes de que finalmente escuchara un motor de automóvil retumbando detrás de él. Era la primera señal de vida que había visto desde que salió a trompicones del desierto. Finalmente. Había empezado a pensar que había dormido a través del fin del mundo. Zombis opcionales. Se volvió caminando hacia atrás, hacia el vacilante resplandor plateado que corría hacia él. Su boca estaba demasiado seca para tratar siquiera de gritar, la lengua hinchada. Agitó los brazos sobre su cabeza como un loco y salió a la carretera. El sol del atardecer se reflejaba en el capó, cegándolo.

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No es que no fuera a ser un final perfecto para este día infernal.

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Por favor, no me atropelles.

Frenos chillaron y Jeremy tropezó fuera de la carretera y cayó sobre su culo en la arena. La arena picó su piel enrojecida. Un cactus decidió joderlo un poco más y alcanzó su espalda. Hijo de puta. Se frotó los ojos; imágenes oscuras como negativos nadaron contra la parte interna de sus párpados. Una puerta de auto se abrió con un crujido. Pasos golpearon el pavimento, su ruido acercándose. Jeremy hizo crujir sus párpados abriéndolos lo suficiente para entrecerrar los ojos en el conductor. Pequeña. Mujer. Eso era todo lo que podía ver. Se dejó caer de rodillas a su lado. —¿Estás bien? Su voz era suave. Dulce. Melodiosa. Familiar. Pensó en las noches de verano en la piscina, mirando las estrellas. Con la hermana de su mejor amigo a su lado. Oh, diablos. —¿... Erica? —Por favor, Dios, no. Cualquier persona excepto Erica. Se frotó los ojos y la miró parpadeando. El mismo cabello castaño. Los mismos ojos marrones. La misma cara suave, dulce. Era Erica, todo era correcto. Mierda. —¿Te conozco... ? —Lo miró con cautela, con los ojos vacíos de reconocimiento. En cualquier momento lo recordaría. Jeremy Addison. El tonto que había confesado su amor por ella. El idiota que la había apartado con su estúpida boca. Ella había huido antes de que hubiera siquiera terminado el ti en estoy enamorado de ti. Habían pasado años, pero ella lo recordaría. Y todo iría cuesta abajo desde allí.

—¿... Jeremy? ¿Eres tú?

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Y cinco... cuatro... tres... dos...

—Sip —dijo con voz ronca. La única forma en que este día podría empeorar era si su hermano estaba en el auto. Tommy. Su ex-mejor amigo. Eso mandaría todo cuesta abajo directo a la gran mierda bastante rápido. Jeremy se aclaró la garganta y trató de obligarse a sacar algo parecido a una voz humana de sus labios. —Uh. ¿Cómo estás? —¿Cómo estoy? —Sus ojos se abrieron—. ¿Cómo estás tú? ¿Qué diablos pasó? Te ves como un prisionero de guerra. Sus manos suaves y frescas presionaron sus hombros, luego se deslizaron sobre él. Sabía que ella solo estaba comprobando por lesiones, pero su corazón tropezó, no obstante. Tal vez si su piel no se sintiera como un perro caliente demasiado cocido, realmente disfrutaría su toque. —No recuerdo —murmuró. Lo que en realidad quería decir era bebí hasta emborracharme. Y creo que ahora me iré a hacerlo de nuevo, gracias. Sigue adelante y huye ahora. Esta vez, no voy a culparte. Y esta vez, pensó, probaría con tequila. Cualquier cosa para borrar el recuerdo de humillarse delante de la chica de la que había estado enamorado desde el primer grado. Suspiró. —Lo último que recuerdo es que estaba paseando alrededor del Bellagio. Ni siquiera había resquebrajado mi primera cerveza... Algún idiota de la Marina me llamó afuera. Escogió una lucha con diez de sus compañeros. Lo siguiente que sé, es que estoy despierto con la boca llena de arena. —¿Cuánto tiempo has estado aquí? —Ella le tocó la frente. Podría haberle dicho sin comprobarlo; estaba corriendo en algún lugar entre cocinándose a fuego lento y caliente como el infierno.

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—No tengo idea.

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Apretó los dientes.

—Vamos. —Pasó un brazo por debajo de él y le dio su hombro—. Entremos al auto. Probablemente estás deshidratado. Tengo un poco de agua embotellada. Se habría reído si no le doliera tanto. Jeremy era treinta centímetros o más, más alto que Erica. Ella había estado en el metro cincuenta y seis cuando tenían once, y no había crecido un centímetro desde entonces. Aún la recordaba marcando su altura en el marco de la puerta de la antigua casa de madera de su familia, y finalmente renunciando después de que no cambió durante seis meses consecutivos. Triste que todavía recordara eso; sus bonitos, delgados dedos curvándose alrededor de la marca, la forma en que ella hizo un mohín. Pero él siempre recordaba cosas como esas. La historia de su vida. Era más obstinación que fuerza lo que le consiguió ponerse de pie. Ella envolvió su brazo alrededor de sus caderas, como si tuviera siquiera la más mínima oportunidad de sostenerlo. Su corazón dio un vuelco doloroso, y sus entrañas se tensaron. Él lo ignoró. Su cuerpo y su corazón nunca podrían ser objetivos en lo que concernía a Erica. Ella solo le estaba ayudando, se dijo. Teniendo compasión de él después de encontrarlo en un montón patético en el costado de la carretera. Ella no se preocupaba por él. No lo hizo entonces. No lo hacía ahora. Era una buena persona... y para ella, él era prácticamente un desconocido. Demasiados años habían pasado, y mucho había cambiado. Incluyendo a Jeremy.

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Todavía recordaba la expresión de su rostro cuando se lo dijo. Se tornó fantasmalmente pálida, y su pequeña y bonita boca se tensó. Entonces, huyó. Solo así, se alejó de él como si estuviera enfermo. Nunca fue

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Un paso agotador a la vez, se arrastró de vuelta a su plateado Porsche Cayenne. Por supuesto que tenía un auto con clase. Siempre había tenido el mejor gusto en... bueno, todo. Probablemente por eso nunca había salido con él, incluso después de su confesión. Ella nunca caería tan bajo con el hijo de un delincuente, sin dinero, un criminal bueno para nada. No podía culparla. Se merecía un príncipe, no un estúpido Marine pedazo de mierda.

capaz de enfrentarla después de eso. Ni a ella ni a su hermano, las cosas se volvieron agrias entre ellos. Tal vez estaba mejor de esa manera, pero su orgullo no estaba de acuerdo. Y su orgullo tampoco estaba contento de verla ahora. Lucía como un maldito vagabundo y estaba manchando de arena su elegante traje de chaqueta. Brillante, Jeremy. Absolutamente Brillante. La próxima puedes vomitar en sus zapatos. Pensando en eso, hizo algo como eso anoche, en algún momento entre la pelea y la segunda botella de licor. Eso explicaría el par de manchas que había en su pecho cuando despertó. Erica lo ayudó a acomodarse en el asiento del pasajero, lo estabilizó, luego fue al asiento del conductor y le pasó una gran botella de agua. La condensación en los costados casi le congela las manos, y tuvo que esforzarse para no mojarse todo su cuerpo con esa maldita cosa. Estaba tentado, pero los bonitos ojos marrones de ella lo detuvieron, la preocupación escrita en todo su rostro. —Dios, Jeremy, te ves como la mierda. —Lo sé —contestó, girando la tapa de la botella y dando un gran trago. El líquido le alivió el ardor de la garganta y dejó salir un pesado suspiro—. Gracias. Ella puso en marcha el auto y encendió el aire acondicionado. Una ráfaga de frío le golpeó en la cara y él cerró los ojos y se hundió en el asiento. Gracias a Dios. La última vez que había sentido ese calor, había estado estacionado en Afganistán, acampando en el desierto infernal y tratando de sobrevivir. Todavía más cómodo que estar sentado aquí con Erica sudando la tapicería de su auto.

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—¿Estás de permiso? —le preguntó.

La miró de reojo. ¿Cómo sabía que estaba en el ejército? Él había sabido todo de su vida desde siempre, ¿pero la suya le importaba lo suficiente a la chica como para seguirla? Sus ojos caen en la placa de identificación actualmente ardiendo en su pecho como marcas de hierro y sintió su rostro calentarse. No. Por supuesto que no. Necesitaba mantener sus obstinados sentimientos bajo control. Se encogió de hombros y le dio otro trago a la botella. —Sí, tomé un mes. Pensé que me vendría bien relajarme. —¿Relajarte? —Ella alzó una ceja—. ¿Esto es a lo que llamas relajarte? Él se tensó. Claro que lo miraría así. Como el perdedor que era. Quería decirle que no tenía ningún derecho a juzgarla, que había renunciado a todo su poder sobre él hacía tiempo, pero estaría mintiendo. Una mirada y él se seguía sintiendo así de desesperado, agonizantemente vacío, el hueco conocimiento de saber que la amaba, y que ella nunca lo amó. Ni siquiera para considerarlo. Esta de ahora era una diferente Erica, sin embargo, siete años mayor. Pero seguía siendo indigno de ella, y ninguna cantidad de elogios o medallas cambiarían eso. La mano de Jeremy se tensó sobre la botella hasta que se obligó a soltarla. —Eso fue extremadamente relajante. Hasta que un puño se alzó y se lo tomó demasiado personal con mi rostro. Ella resopló.

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Erica bajó la velocidad, cambió la marcha y entró a la carretera. Había un silencio incomodo entre ellos. Jeremy se relajó contra su asiento y trató de concentrarse en el aire y el agua fresca, y no en la mujer a su lado. Incluso intentó olvidar su propio nombre. Estuvo agradecido cuando ella se

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—Suena como que te lo merecías,

puso las gafas de sol, ocultando sus ojos oscuros e ilegibles detrás de una barrera igual de impenetrable. Ella luchó contra la palanca de cambios. —¿Cuál es tu MO1? —¿Desde cuándo sabes toda la jerga militar? —preguntó—. Soy un mortero2. —Oh. —Sus cejas se contrajeron—. Entonces tú disparas. No estás en un barco en algún lugar. O a salvo en la base. —La seguridad es relativa en Afganistán. Pero si, disparo. Sus nudillos se emblanquecieron contra la palanca de cambios. Sus emociones estaban tensas cuando cambió la marcha. —Oh —dijo. —No te preocupes. Soy demasiado rudo como para que alguien me dé. Sus labios hicieron una mueca y luego lo miró. —Alguien te dio bastante fuerte anoche. —Graciosa. Sabes lo que quiero decir. —En broma, hizo un saludo militar—. Sargento Jeremy Addison, a tu servicio. Demasiado orgulloso y determinado para recibir un disparo. Ella se rio. —Querrás decir terco y tonto.

MOS: Modus operandi Mortero: Una posición militar. El mortero es un arma que dispara generalmente proyectiles explosivos o incendiarios 1 2

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Ella sonrió y se quedaron en silencio. Jeremy puso su atención en la ventana. Un tiempo después pasaron as primeras señales de civilización, seguidas por hermosos jardines y casas exuberantes que parecían más

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—Patrañas, patrañas.

grandes en cada bloque. Elegancia. Lujo. Un lugar a dónde él no pertenecía. Él nunca tendría una casa como esa o una esposa como Erica. Ambas estaban tan fuera de su alcance como las estrellas, e igual de intocables. —¿Dónde te estás quedando? —Ella se mordió el labio inferior—. Puedo llevarte, o puedes venir a casa. Vivo a cinco minutos. Por supuesto que lo hacía. —Depende. Sigo en Las Vegas, ¿cierto? Tengo un recuerdo un poco vago de eso. Ella frunció sus labios. A través de sus gafas, él notó que lo miraba de reojo. —Sigues en Las Vegas. No has caminado tan lejos en tu estado de estupor. —He estado peor. No, no lo había estado. Pero una perversa y dolida parte de él quería decepcionarla. Si iba a mirarlo de esa manera, bien podría tener una buena razón para hacerlo. —Además —dijo él—. Lo último que escuché es que estabas en California. —Han pasado siete años. Me mudé. ¿Cómo supiste que estaba en California? Genial. Ahora piensas que soy un escalofriante acosador.

Él rio, seco y sin humor.

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—Seguro —Sus manos se tensaron contra el volante y se removió en su asiento—. Entonces… Además de emborracharte, pelearte a golpes y casi morir… ¿Cómo está tu vida?

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—Viejos compañeros de clase —contestó a tientas. Tomó agua un poco demasiado rápido; el repentino frío lo mareó, jadeó y dejó caer la botella vacía en él posavasos—. Entonces. Sip ¿Podríamos ir a tu casa? Podría usar una ducha más temprano que tarde.

—Cuando lo pones de esa manera, bastante de mierda. Pero aparte de eso, no mal. Disfrutando de estar de regreso en los Estados Unidos. Ella le regaló una pequeña sonrisa. El hoyuelo en su mejilla derecha lo hizo querer besarlo. Ella solo tenía uno, pero él lo amaba. —Quizás las cosas mejoren después de anoche. —Posiblemente no se podrían poner peor —comentó jugando con su placa—. Siento que me tuvieras que encontrar de esta manera. —Está bien. —Ella le apretó la rodilla. Sus muslos se tensaron—. Me alegra que lo hiciera. ¿Quién sabe cuándo nos volveríamos a ver? Te ves como un muerto. Eres afortunado de que sea solo Abril. En Julio estarías muerto. —¿En lugar de solo un poco seco y crujiente? —Gracias. Ahora quiero pollo frito. Estaba en sus labios invitarla a cenar. Tal vez saciar otros antojos además de comida. Él cerró los ojos, tomó una respiración profunda y dijo: —Uh, ¿cómo está Tommy? —Está bien —contestó, entonces tragó—. Divorciado. —Hablando de tiempos malditos —gruñó Jeremy, entonces tomó otra respiración. Y otra. Y otra, hasta que el calor bañado de ira comenzó a enfriarse. Esa perra mentirosa había destruido la única amistad en la vida que le había importado a Jeremy… y había destruido a Tommy por mucho más que eso. El hermano de Erica se merecía algo mejor, pero no había querido escucharlo cuando Jeremy se lo dijo. Y entonces cuando Nicole…

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—Trató de encontrarte —le dio—. Una vez que volvió a sus sentidos. Cuando se dio cuenta que Nicole estaba mintiendo, se quiso disculpar. Tú realmente no te acostaste con ella, ¿no?

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Forzó a los pensamientos a alejarse. No tenía sentido revivir el pasado. Especialmente no cuando podría sentir a Erica observándolo luego de su pequeño estallido.

—Por supuesto que no. Ella no era mi tipo. —Tú lo eres—. Y nunca haría eso. Ni a Tommy ni a nadie. —Ah —exclamó suavemente—. Entonces fue solo un juego, para ella. —Algo así. —Jeremy volvió su mirada hacia la ventana, en vez de a ella. Observarla no hacía nada por su paz mental—. Les dije a ambos que no lo hice. No miento. Odiaba a Nicole. Y tú de todas las personas… … deberías haber sabido a quién amaba. Él cerró la boca. Esa noche se cernía entre ellos, grande y sofocante. Había puesto su corazón en sus manos, y ella lo había tirado a la basura. —Jeremy, lo siento. —Esta vez el volante chirrió bajo su apretado agarre. Movió un poco una mano y la pasó atrás a través de su cabello—. No era mi intención hacerte daño. Yo solo… —¿Podemos no hablar de esto? —Él cruzo sus brazos incómodamente sobre su pecho—. Han pasado siete años. Los dos hemos seguido adelante. —Por supuesto —dijo con un gesto brusco—. ¿Así que estás... casado? ¿Niños? ¿Casado? ¿Él? Sí, claro. Como si alguna vez fuera a encontrar a alguien que pudiera siquiera compararse con su recuerdo. No es que fuera alguna vez a decírselo de nuevo. —No soy del tipo de matrimonio —dijo con una sonrisa que le dejaba la boca con sabor amargo. Especialmente cuando un horrible pensamiento lo golpeó—. ¿Y tú?

—Lo siento. Tal vez el tipo correcto llegará pronto.

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Todo en su tono de voz le advirtió no preguntar. No presionar. Se aclaró la garganta.

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—No. —La voz de ella fue plana—. Estuve comprometida una vez. Ya no lo estoy.

Nuevamente ese aleteo marrón, un poco más allá de las gafas de sol. Creyó ver... él no sabía lo que vio. Estaba allí, entonces se fue de nuevo. Algo así como anhelo. Arrepentimiento. Tristeza. Él conocía el sentimiento. Y probablemente estaba proyectando sus sentimientos en ella, al igual que cualquier otro hombre idiota que no sabía cuándo dejarlo ir. —Tal vez —dijo. Su voz se quebró, luego se estabilizó de nuevo—. Tal vez no. No estoy muy concentrada en eso ahora mismo. Es difícil casarse cuando no tienes siquiera un novio. Así que estaba soltera. La esperanza quemó, luego murió. No importaba. Ella quería a alguien. Él podía decir eso. Ella era tan miserable que cada palabra suya lo hacía sufrir. Pero sola no significaba lo suficientemente desesperada como para querer a Jeremy. —Se me hace difícil creer que no puedas tener una cita —dijo. Lanzó otra mirada hacia él y preocupada mordió su labio inferior de nuevo. Ella siempre hacía eso cuando estaba nerviosa. —Te sorprenderías. —Quizás estabas buscando en los lugares equivocados. Ella no dijo nada, y se maldijo a sí mismo por tonto. Apretó la mandíbula y miró sus manos. Estaban cubiertas de tierra y sangre. Sus nudillos estaban divididos. No habían estado en la primera pelea. Al parecer, había luchado cuando había sido dejado en el desierto para morir. Bueno. Él era un Marine, y los Marines siempre se defendían. Luchaban por lo que creían. Luchaban por lo que era suyo.

—Bonito lugar —murmuró—. Supongo que ser abogada está dando sus frutos.

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El auto frenó y giró. Jeremy arrastró su mirada de la de ella y a la curva conduciendo a una casa enorme. Era elegante, perfecta, del tipo de adobe adosada con estructura abierta y puertas con arcos. Elegante. De buen gusto. Totalmente fuera de su liga. Gran sorpresa.

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Echó un vistazo a Erica desde la esquina de su ojo. Como si fuera a luchar por ti.

Ella se quitó sus gafas de sol y las dejó caer en el segundo portavasos. —¿Acaso antiguos compañeros de clase te dijeron que soy abogada, también? —Uh. —Mierda. Demasiado para la indiferencia—. Yo. Uh. Lo vi en alguna parte. Olvidé dónde. —Correcto. —Levantó una ceja. Sus labios se curvaron en las esquinas—. Bueno, vamos adentro. Ella se deslizó desde el auto con gracia y aplomo. Jeremy, no tanto, pero se las arregló para salir por su propio pie, que era más de lo que había sido capaz de gestionar antes del agua. Caminaba como un hombre de noventa años, pero estaba caminando. Ella cerró la puerta del auto y lo miró. Él enderezó sus hombros. —Estoy bien. Ya me siento mejor. —Sonrió, e inmediatamente se arrepintió cuando su dividido labio inferior picó. Sintió algo húmedo y un cálido hilo por su barbilla. Genio. Ella hizo una mueca. —Lo creeré cuando no estés sangrando. Lo guio por el camino y al interior. La pesada puerta de roble tallada se abrió a los pisos de madera. Una araña de cristal colgaba del techo arqueado de la amplia sala de entrada. Pinturas caras se alineaban en las paredes. Jeremy se mantuvo lejos de ellas. No quería correr el riesgo de tocar nada, y ensuciar o dañar irreparablemente. Ya era bastante malo que él estuviera dejando arena en su lustrado piso. Se alisó la camisa y trató de enderezarla, luego frotó una mancha en su manga. Inútil. Si esto fuera un restaurante, estaría fuera sobre su culo.

Apoyó una mano suavemente en el pecho de él. Su toque le atravesó como un disparo e irradió por todo su cuerpo. Tragó saliva.

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—Por favor. No me preocupo por eso.

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—Tal vez debería ir a mi hotel después de todo. Voy a dejar suciedad en toda la casa.

—Si tú lo dices. Ella lo miró. Era imposible saber lo que estaba pensando. Era lo que la hacía tan buena abogada, pensó, y lo que lo volvía loco. Ella podría estar al borde de las lágrimas, y nunca lo mostraría. Debería estar agradecido, pensó. Por lo menos cuando ella le había rechazado, había suprimido su disgusto. Ella se apartó bruscamente, bajó la mirada, y arrojó su bolso sobre una mesa un poco más allá de la puerta. —Vamos arriba. Te voy a mostrar dónde está el baño. —Mierda. No tengo nada de ropa. Soy un idiota. Tal vez deberíamos volver al… —Si no te conociera mejor, pensaría que estabas tratando de huir —suspiró—. Tengo un poco de ropa de Tommy aquí. Deja de preocuparte, ¿de acuerdo? Siempre te preocupaste demasiado. Se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras curvadas, sus tacones en el piso de madera golpeando con fuerza. Jeremy la siguió, pero se detuvo al pie de la escalera, curvando la mano en la barandilla del fresco hierro forjado. No debería usar la ropa de Tommy. Ya no eran amigos. No después de que Tommy había creído la mentira de Nicole sobre Jeremy seduciéndola. No después de que Tommy había pateado su culo y escupiera al mismo tiempo que, para Jeremy, había sido como de la familia. La única familia que había tenido, y la única razón por la que había dejado que Tommy lo golpeara sangrientamente y sin ni una sola vez defenderse. Nada podría haberlo lastimado más que lo que había perdido esa noche. Tragó saliva. —No lo sé.

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—Pero a mí sí. —Él encontró sus placas de identificación y las sostuvo fuerte, su presión una comodidad familiar contra su palma—. Tomó su palabra sobre la mía. Él debería haberlo sabido mejor.

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—A él realmente no le importará.

Se puso rígida. —Sé que estás molesto, pero no se trata de eso. Se trata de que consigas una ducha y ropa limpia. Nada más. Así que, que se joda. —¿Qué se joda? —Subió las escaleras hasta que se paró a su lado, mirándola—. ¿De verdad solo me dijiste que se joda? Sus ojos se estrecharon. Ella sacudió la cabeza y levantó la barbilla. —Sí. Lo hice. —Te das cuenta de que soy un Marine, ¿verdad? —¿Cómo si eso significara algo? Nunca me harías daño. Sé eso. Te conozco. —¿Lo haces? Los ojos de ellas se encontraron con los de él, sin pestañar. —Mejor de lo que piensas. Aunque he tratado de olvidar. Dio un paso más cerca. Lo bastante cerca para tocarla, lo suficientemente cerca como para envolverla en sus brazos y besarla hasta que se aferrara a él. Todo lo que había soñado hacer desde hace años, y más. Todo el calor de su cuerpo le rogaba que lo hiciera, burlándose de él con su cercanía. —¿Por qué quieres olvidarme, Erica? Se mordió el labio. Ese delicioso labio inferior, ese pequeño tic que la delataba como diciéndole a un jugador de póquer que no importaba cuán estable podría ser su voz. —Tú no tienes que preguntarme eso, Jeremy. —Se dio la vuelta, su espalda rígida—. Vamos. El baño está en ésta dirección.

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Jodido idiota.

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Ella subió las escaleras rápidamente, sus talones en un golpeteo fuerte y casi acusatorio. Con un suspiro, Jeremy la siguió. Él y su gran bocota.

Traducido por Jadasa Youngblood, vanehz y Celemg Corregido por Gabba

E

rica se escapó a la habitación de invitados, generalmente reservada para Tommy durante sus cada vez más frecuentes viajes de negocios. Probablemente era afortunada de que su compañía, en está ocasión lo había puesto en un lujoso hotel, para mantenerlo cerca de sus clientes internacionales durante alguna conferencia de mercadotecnia u otra. Si Tommy hubiera visto a Jeremy, las cosas habrían ido terriblemente al sur. Como si ya no lo estuvieran. ¿Cómo había terminado en esta situación? ¿Y con Jeremy, de todas las personas? Dios, se veía aún más guapo de lo que recordaba, con o sin los golpes y la suciedad. Aquellos ojos azules, ese abundante cabello negro, a través del cual ella ansiaba pasar sus dedos… ¿y cuándo se tonificó tanto? El cuerpo endurecido de ese soldado la hacía querer tocarlo. Para descubrir todas las maneras en que había cambiado con los años, hasta el mínimo detalle. Sacudió su cabeza y tiró de la puerta abierta del clóset. No lo trajo aquí para... eso. O por cualquier razón que no fuera ayudarlo. ¿Cuáles eran las probabilidades de que sería ella la única que lo encontrara a un costado de la carretera?

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No. Eso era una tontería. Poco práctico. Suspirando, agarró una camiseta y un par de jeans, luego se dirigió de nuevo hacia el pasillo. Podía ir sin ropa interior o usar la suya sudorosa. No iba a revisar la ropa interior de su hermano. La pequeña hermana malcriada bajo la mujer sofisticada en que se había convertido aún insistía con que la ropa interior de Tommy tenía piojos.

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¿Era el destino dándole una segunda oportunidad?

Y no quería pensar en Jeremy de la misma forma que en su hermano. Camada. Respiró. Cerró sus ojos y se apoyó contra la puerta del baño. Jeremy había resucitado demasiados recuerdos. La mayoría de ellos dulces, pero algunos de ellos muy amargos. Siempre tuvo una cosa por el niño tonto que un día Tommy arrastró a casa de la escuela. La manera en que sonreía, la forma en que sus ojos se arrugaban hacia arriba en las esquinas, la manera relajada en la que se movía... podía hacerla olvidar respirar, incluso en aquel entonces. Lo escondió lo mejor que pudo. Había sido la molesta hermana pequeña; un estorbo. Indeseada. Molesta. O eso es lo que había pensado, hasta esa noche. Se negaba a reproducirlo de nuevo. No otra vez. No por millonésima vez. Eso fue hace mucho tiempo. Las cosas eran diferentes, y ellos siguieron adelante. Él había dicho eso. No iba a avergonzarse a sí misma diciéndole que era el único que realmente siguió adelante. Se enderezó, golpeo la puerta y esperó. Podía escuchar el agua corriendo, pero no tuvo respuesta. Entreabrió la puerta. —¿Jeremy? Él se tropezó y agarró una toalla, pero no antes de que ella vislumbrara los músculos tensos y firmes de su trasero. —Oh Dios. —Cerró sus ojos e intento ahuyentar la imagen. En lugar de eso, saltó a la claridad híper concentrada, junto con el tenso fluir de su espalda y la amplia flexión de sus hombros. Maldición. Escuchó arrastrar la cortina de la ducha en un movimiento ligero de plástico y un roce de anillos contra la varilla. —¿Erica? —dijo en voz alta—. ¿Estabas mirando mi trasero? —¡No estaba mirando!

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—No. Quiero decir sí. Quiero decir… —Suspiró. En este momento, sería bueno huir—. Uhm. Un poco. Quizás.

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—Pero me acabas de ver desnudo.

Un gemido ahogado fue su única respuesta. Sus mejillas estaban ardiendo. —Lo siento —lo intentó―— Si te hace sentir mejor, ¿te veías genial? ¡Espera! No. Uhm. No, no lo hacías. —Mierda, maldición, carajo, hijo de p… »No… miré, realmente no vi nada, ¿está bien? Su risa resonó contra el azulejo de la ducha. Espío y se asomó por la rendija de la puerta. Se inclinó para mirarla más allá de la cortina de la ducha, su ceja arqueada y sus ojos se arrugaron con su risa justo de esa manera que recordaba. Sintió su garganta oprimida. —¿Cuál es? —preguntó—. ¿Me veo bien, mal, o invisible? No podía responder. Solo podía ver sus hombros más allá de la cortina, pero fue suficiente. El agua arrastrando caminos resbaladizos sobre sus tendones bronceados, cada giro y contracción de los músculos relucientes. Su boca se estremeció. Quería lamer, saborear, perseguir el sabor fresco del agua dulce sobre el calor de su piel. Sus dedos se retorcieron, y de nuevo cerró sus ojos. —Me voy a ir ahora. —Dios, sonaba como una adolescente. No como alguien que regularmente presenta conclusiones ante jurados escépticos. Metió un brazo en el baño, dejó caer la ropa sobre el tocador, y retrocedió—. Disfruta de tu… quiero decir… oh, mierda. Me iré antes de hacerme aún más idiota. ¿Qué tal si soy quién se vuelve invisible? —¿Por qué? —bromeó. Su voz ronca le hacía cosas terribles—. ¿Así puedes quedarte a ver? —Gracioso. Realmente.

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No se detuvo hasta que estuvo abajo y se acurrucó en un rincón del sofá, abrazando un almohadón contra su pecho. Gimió y hundió su cara en la fresca seda. Imbécil. Debería haber corrido antes de comenzar a balbucear. Probablemente pensó que lo espiaba. Ella no estaba del todo

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Erica abrió sus ojos, le lanzó una mirada asesina, y huyó. Su risa la persiguió, excitación en deliciosas olas atravesó su cuerpo profundamente.

segura de que no lo había hecho. Dios, ese cuerpo. Ningún hombre que se veía así debería cubrirlo. Era oficial. Ella era patética. ¿Babeando por un chico con quién había crecido? Por favor. Entonces le había dicho que la amaba. Eso fue hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana, donde las adolescentes estúpidas creían cualquier cosa que decían los chicos guapos con sonrisas peligrosas. ¿Por qué se había aferrado a eso durante todos estos años? ¿Especialmente cuando él claramente se encontraba ofendido con ella por cómo lo había manejado? De hecho, dejó caer esa bomba sobre ella después de que Tommy golpeó a Jeremy dándole una paliza por dormir con su esposa. Apareció en su puerta sangrando y herido, al igual que esta noche. Tommy había sido un idiota. Fue un idiota por haberse casado con Nicole al salir de la preparatoria, fue un idiota por creer sus mentiras, y fue un idiota por desquitarse con Jeremy. Y Erica no era mejor. En ese momento, no le quiso creer. No cuando su lealtad por su hermano era tan fuerte, no cuando Jeremy había estado borracho. Tommy le hizo jurar que dejaría el alcohol de por vida, después de que su padre se había convertido en un monstruo borracho. Si rompía una promesa así, ¿cómo podía hablar en serio cuando le dijo a Erica que la amaba? Entonces, no lo comprendió. No comprendió cuán profundamente herido se encontraba, y lo mucho que la necesitaba. No comprendió que intentaba llegar a ella. Suplicándole que no le diera la espalda. Suplicándole que no lo juzgara como lo veían tantas personas, como un matón.

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Siempre se preguntó si realmente lo quiso decir. Siempre se pateaba a sí misma por arruinar esa oportunidad, y por lastimarlo de esa manera cuando incluso a los dieciocho años, lo amaba tanto. Nadie nunca le sonrió

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Pero de todos modos lo hizo, y para el momento que fue lo suficientemente madura como para darse cuenta de su error, ambos habían seguido con sus vidas.

del modo en que Jeremy lo hacía. Ni siquiera su prometido. Nathan había encajado en su vida perfecta como abogada corporativa... ... pero no era Jeremy. ¿Por qué era importante? Habían pasado siete años. Cualquier amor adolescente que él sintió, ya había desaparecido. Y si no lo hizo, desaparecería. No era el tipo de mujer a la cual un hombre podría amar. Nathan se lo demostró. Así lo haría Jeremy, si la conocía. Realmente la conocía, como era ahora. De eso, estaba segura. Escuchó que la puerta del baño de arriba se abría. Levantó su mirada mientras él bajaba las escaleras. La humedad dejó su cabello en punta, el negro brillando en un tono oscuro. La camisa de Tommy era demasiado pequeña para la complexión muscular de Jeremy, aferrándose a su pecho y abdomen deslizándose como una capa y dejando terriblemente claro cada cresta tocable, y cada músculo bien tallado. Forzó una sonrisa y sacudió su mirada de su pecho a su cara. —Te ves mejor. Él se frotó su nuca. Las comisuras de sus labios se estiraron. Cada movimiento se burlaba de ella. Se movía con desenvoltura y una cierta fuerza contenida. Salvaje. Así fue como siempre pensó en él, incluso cuando era más joven. Salvaje, bajo su estricto control. Esperando para liberarse. La miró, pasando la franja de largas pestañas que siempre la habían puesto celosa. —Uh, gracias. Realmente aprecio que me salvaras. —No hay problema.

Ella se aclaró la garganta. —¿Necesitas más agua? ¿Loción para las quemaduras?

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Mejor mantenerla así en su memoria, en vez de conocer la realidad.

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Se mordió su labio y se obligó a alejar la mirada, antes de que no pudiera. No podía tenerlo. Algunas cosas era mejor dejarlas en el pasado. Él la recordaba como una joven, ingenua y hermosa.

—Agua estaría genial. No creo que necesite la loción. Estoy un poco sensible, pero no tan quemado como pensaba. —Metió las manos en sus bolsillos—. Si esto es Abril en Las Vegas… que se joda Julio. Estoy pidiendo que me transfieran a la Antártida. Rio y lo condujo a la cocina para tomar otra botella de Aquafina del refrigerador. Cuando cerró la puerta del refrigerador y se dio la vuelta, él estaba allí, tan cerca… lo suficientemente como para tropezar y saltar sobre sus pies. La estabilizó, sosteniéndola por sus hombros desnudos con un agarre seguro, firme, con sus manos grandes y toscas por el trabajo. Su piel quemó donde él la tocaba. Su estómago se retorció. —Lo siento —murmuró ella—. De nuevo. Sus orejas se sintieron como pequeñas antorchas ardiendo a ambos lados de su rostro. Él no dijo nada. Tampoco la dejó ir. Con un tosco sonido ella se dio vuelta alejándose, alisando su blusa, levantándola un poco sobre su pecho. Él no lo vio. No podría haber visto. Su camiseta sin mangas no tenía un corte tan bajo. —Erica. Ella sacudió su cabeza y lanzó la botella hacia sus manos. —Erica, realmente, está bien. No te preocupes por ello. Me tropiezo todo el tiempo. Soy el torpe del equipo. Ella tomó una respiración profunda. Estaba haciendo algo de la nada. Siempre había tenido algo por él, tomaba todo lo que le decía de corazón. Justo ahora no era Erica Jones, Abogada. Era la pequeña y torpe hermana de Tommy, tratando de no quedar como idiota frente a su amor platónico. Contrólate. Enderezó su columna y presionó sus labios juntos. —¿Tú? ¿Torpe? Difícil de creer.

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—¿Esto? —dijo, sin expresión—. Me hice esto. Tropecé con un zapato. Historia real.

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Él señaló su rostro.

Ella estalló en risas y se relajó. Él siempre había sido capaz de hacer eso… relajar situaciones tensas con humor. En cualquier momento en que Tommy la hubiera molestado, escapaba a su lugar favorito junto a la piscina. Jeremy siempre la encontraría, haciéndola reír… y ayudándola en su complot de venganza contra su hermano. Había sido más que su amor platónico. Había sido su mejor amigo. Y eso era todo lo que podrían ser, se recordaba a sí misma. —Así que, ¿un zapato te puso el ojo negro? —La mayor parte de esto es cera de zapatos. —Él sonrió, entonces hizo una mueca y tocó sus labios—. Ay. No más hacerme sonreír. —Haré mi mejor esfuerzo para ser sombría y aburrida. —Ella arrugó su nariz—. No debería ser demasiado difícil. Soy abogada. Es mi trabajo aburrir a todos hasta la muerte. Se declaran culpables solo para callarme. Sus labios se retorcieron y sus ojos se entrecerraron. —No estás ayudando. Ella sonrió y se ocupó de descargar el lavavajillas. Cualquier cosa para mantener sus manos ocupadas, y no ansiando tocarlo. Él apoyó su cadera contra la encimera, tomando su agua, y observándola, sus ojos oscuros con la curiosidad. —Entonces, además de trabajar ¿qué has estado haciendo? Ella vaciló.

—¿Nada más? —preguntó—. Como… ¿relaciones? ¿Una vida?

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Él estudió su rostro, sus ojos demasiado intensos. Ella se removió, bajando su cabeza y sacando una taza del lavavajillas tan rápido que casi la dejó caer.

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—¿Honestamente? No he hecho mucho. —Ella eligió sus palabras cuidadosamente—. Comprometerme. Romper. Terminar la universidad. Conseguir un trabajo. Comprar esta casa, y eso es prácticamente todo. Trabajo 70 horas a la semana durante una semana buena. No deja mucho tiempo para algo más.

—No. Realmente no. —Cerró el lavavajillas, lanzando la puerta un poquito demasiado fuerte. Maldición—. ¿Qué hay de ti? ¿Una novia en cada ciudad, esperando tu regreso? Él se burló. —Sí, claro. No puedo siquiera hacerme cargo de una, no digamos una docena. Así que probablemente estaba soltero. Maldijo mentalmente en cada idioma que podía recordar y algunos que recordaba solo para la ocasión. No necesitaba saber eso. No quería que la esperanza que se enroscaba en su interior, o el nerviosismo, sacaran a flote las fantasías que años atrás había enterrado. Secó sus manos en su falda. —Entonces… ¿no tienes una novia? —No, estoy soltero. —Sus ojos recorriéndola, prolongadamente—. ¿Tratas de ligar conmigo? —¡No! Él estalló en risas, entonces silbó y puso una mano sobre sus labios. Bien. Lo tenía bien merecido por burlarse de ella de esa manera. Ella plantó sus manos en sus caderas. —Idiota. Debería haber sabido que me harías pasar un momento difícil. Algunas cosas nunca cambian, ¿verdad? Él se quedó quieto. La risa se desvaneció de sus ojos, dejándolos oscuros.

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Erica tragó fuertemente y miró por la ventana. Casi atardecía. Jugueteó con el borde de su falda y aclaró su garganta.

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—No. Supongo que no. Quizás algunas cosas no puedan cambiar. —Puso su botella vacía en la encimera y pasó una mano sobre su cabello húmedo—. Debería irme. No quiero interrumpirte. Gracias nuevamente por rescatarme.

—Uhm. Si lo deseas, puedes quedarte. De todos modos ya es tarde. Podría ser agradable ponernos al día. Puedes quedarte en la habitación de invitados. A menos que tengas planes, quiero decir. Di que sí, pensó. Si se iba ahora, probablemente no lo vería otra vez. La última vez fue hace siete años. Había sido su error. Ahora no dejaría que fuera su error que él se fuera demasiado pronto. Incluso si podía solo tener su compañía, lo tomaría. Siete años eran demasiado tiempo sin su sonrisa, sin su risa. Siete años era demasiado tiempo para no aclarar todo lo que había ido mal. Él frotó su mandíbula y la estudió, sus cejas juntas. —¿Estás segura de que me quieres por aquí? Han sido años. Por lo que sabes, soy un convicto que ha escapado y finge ser un Marine. —Por favor. —Puso sus ojos en blanco—. Crecimos juntos. Acabo de verte desnudo. Creo que ya pasamos la conversación del “extraño peligroso”. Él farfulló, entonces se perdió en una risa sofocante. Ella sonrió. No era frecuente que lograra hacerlo reír a cambio. —Bien, si lo pones de esa forma… —murmuro. Sus miradas se encontraron. Algo indefinido pasó a través de ellos, dejándolos lo suficientemente calientes para enviar un golpe de anhelo directamente a través de ella, su corazón empezando a golpetear y cantar a través de su sangre—. ¿Cómo podría negarme? Tomó una tranquilizadora respiración y se forzó a sonreír. Sintió aligerarse su cabeza.

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—¿Bien? —dijo, levantando las cejas.

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—Bien —dijo, y esperaba que Erica Jones, la Abogada, pudiera continuar el acto esta noche. Porque Erica la-chica-de-al-lado, ahora mismo, deseaba tanto a Jeremy que podría saborearlo, y él nunca podría saberlo.

—¿Qué más quieres, una fiesta? Vamos. Ordenaremos pizza. Incluso te pediré una con esos horribles champiñones. Rio. —Me conoces demasiado bien. No tan bien como me gustaría, pensó ella, y escapó a la sala de estar antes de que pudiera verla sonrojarse.

Jeremy descansaba contra los almohadones del sofá y no paraba de moverse. Erica estaba en la cocina; había salido corriendo después de murmurar algo sobre bebidas, después de que él hubiera hecho otra broma ridículamente estúpida sobre coquetear. Había estado tropezando consigo mismo toda la noche, caminando sobre cáscaras de huevo. Esparcidas sobre un lago cubierto de hielo en medio de un punto de presión caliente.

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Dejarla ir, y no besarla hasta que aquellos oscuros y adorables ojos finalmente le mostraran algo. Deseo. Anhelo. Lo que sea. Lo que sea, mientras que él supiera lo que ella sentía por él.

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Uno pensaría, que después de siete años separados, habría aprendido a mantenerse tranquilo delante de ella. Uno estaría completamente equivocado, y solo podría merecer un golpe en la mandíbula. Jeremy no podía ni siquiera manejar una conversación sin querer atraerla a sus brazos. No podía observar sus hilos de queso de su rebanada a su plato, sus labios brillando de la rapidez de su lengua, sin esperar hacer más que eso. Cuando él la atrapó en su agarre en la cocina, eso había tomado toda su voluntad y solo... la dejó ir.

No. Ya sabía lo que sentía por él, y necesitaba irse antes de hacer el ridículo. Una vez más. Se paró. Haría alguna excusa y se largaría como el infierno. Caminó alrededor de la esquina de la cocina… chocó con toda su fuerzo con Erica. Erica y dos vasos llenos de agua. Ella chilló y cayó justo sobre su trasero. El agua salpicó su cara y le cayó en cascada por su cara, garganta y pecho. Su boca se curvó en una perfecta y adorable, asustada O. Ella parpadeó quitando el agua de sus ojos y pasando su mano sobre su cara. Él se puso de rodillas y sacó los vasos de su regazo. Antes de ponerlos en el suelo, se quitó su camisa y le secó su cara. —Lo siento tanto Erica. No te oí venir. Secó la humedad de sus mejillas, luego le acarició su cuello seco. Su suave piel bajo sus manos hizo temblar sus dedos. Casi había olvidado cómo respirar, e hizo hincapié en atrapar cada huella de agua brillando en su delicada y suave piel. Ella agarró sus antebrazos. —Está bien. No tienes que hacerlo. Se detuvo… aunque ella no lo estaba deteniendo. La única cosa que dejó sin secar fue su pecho. Sus ojos cayeron, pasando más allá de su escote, en una sola gota de agua de con forma de diamante contra la suave curva de sus pechos. Su respiración hacía que ellos se elevaran. Calor sonrojó sus mejillas, y él sonrío ante su mirada.

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Se inclinó. Ninguno habló; su sangre bombeaba, su pulso acelerado entre ellos. Sus labios se separaron, e hizo una pausa en un simple aliento. Esperando. Dándole la oportunidad de rechazarlo, y rechazar la única cosa que él había querido durante más de la mitad de su vida.

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Ella lo contempló, círculos rojizos floreciendo en sus mejillas. Algo en su mirada lo atraía. Tentándolo. Instándolo a hacer algo que él jamás hubiera pensado que tendría el coraje de intentar. No era simple deseo. Era una obligación, tan profundamente enterrada que no podía resistirse.

Ella. Sin embargo sus ojos se cerraron, y la leve inclinación de su mentón fue la única respuesta que él necesitó. Presionó sus labios sobre los suyos, gentil y sumamente cuidadoso, acunó la curva de su mejilla con su mano. Ella suspiró contra sus labios. Él la observó intensamente hipnotizado mientras adoraba su boca; ella se sonrojó oscuramente, sus pestañas rozaron sus mejillas, mientras la provocaba para que abriera sus labios para él, tentándolo a explorar, a presionar profundamente, para tomarlos como suyos. Su lengua tocó la suya, y él gimió. Simplemente inclinando su cabeza, por un poco más de placer, sus labios encajaron perfectamente. Él curvó sus manos contra su cintura… pero tan pronto como sus dedos tocaron la curva de sus caderas, se puso rígida y se alejó. Inhalando con fuerza, ella se sacudió hacia atrás. Alejándose de él. El dolor resbaló dentro de él. Por supuesto. Quizás, por un momento ella había olvidado a quien estaba besando. Ahora, sin duda estaba horrorizada de ella misma. Asqueada. Nunca debió haberla besado. Él se paró y alcanzándola la puso de pie. La dejó ir tan pronto como se mantuvo estable, metiendo sus manos en sus bolsillos, y murmurando: —Deberías cambiarte. Sus labios estaban deliciosamente hinchados. Él se mantuvo en ellos… especialmente cuando ella evitó sus ojos. Genial. Ni siquiera le podía mantener la mirada. ¿Estaba avergonzada por besar a alguien que era escoria comparado con ella?

Él se acercó y rozó su mejilla. Ella tembló. Él sonrió con una sombría satisfacción, aunque sintiera más ganas de gritar. No importaba que

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—¿Lo sientes? Yo no.

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—Mmm, sí. —Su voz sonaba vacía—. Bien. Ya regreso. —Tomó una respiración temblorosa y finalmente lo miró, su mirada cautelosa—. Lo siento. No debí besarte.

estuviera avergonzada, lo quería. Estaba en cada estremecimiento de sus labios, incluso si su mirada seguía siendo totalmente cerrada para él. Incluso con la sospechosa humedad en sus ojos, sus sentimientos permanecían enmascarados. —Te deseo, Erica —dijo él—. Siempre lo hice. Nada ha cambiado para mí. Ella se abrazó a su camisa empapada en el pecho y mordió su labio inferior, como si pudiera con su estremecimiento ocultar su tristeza de él. —Yo… nosotros no podemos. Yo no… yo… es simplemente imposible. —Es muy posible —dijo él—. Y si esperas que me sienta apenado por robarte finalmente un beso, olvídalo. Quiero más que un beso. Mucho más. Ella dejó escapar su respiración entrecortada y se giró alejándose. —Ya apenas nos conocemos, no tendré sexo de una noche. —¿Eso es lo que crees que quiero? —La ira lo envalentonó—. Te conozco. Sé lo que has hecho y lo que no. Sé que quiero mucho más de ti… tanto que ese beso me hizo necesitar mucho más de ti, aun si no sé si me odias o simplemente quieres saber cómo soy en la cama. Dios, aquí estoy con estrellas en los ojos… y crees que quiero sexo de una noche. —Su mandíbula se apretó—. Quizás eres tú la que no me conoce tan bien como creía. Sus dientes se hundieron en sus labios con tanta fuerza que pensó que se le abriría la piel. —Eso no es justo. —La vida no es justa —dijo él. Si la vida fuera justa, él no estaría aún en esta posición “un maldito logro” esperando que la princesa bajara la vista de su torre de marfil y lo notara—. Acostúmbrate a ello.

—Quizás lo soy.

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Él retrocedió.

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—Estás siendo infantil —dijo ella apretando la mandíbula.

Ella soltó el aliento para hablar, haciendo a su pecho jadear. Sus ojos cayeron a la mojada camiseta sin mangas. Su camiseta blanca. Su mirada se quedó en sus pechos, y en el claramente visible sostén rosa que los acunaba. Rápidamente olvidó su ira. Necesitaba tomarlos en su lugar. Necesitaba tomarla en sus brazos, llevarla escaleras arribas... —Suficiente —espetó ella. Él volvió la mirada a su cara, donde permaneció. Sus ojos estaban muy abiertos, sus mejillas tan rojas que parecían magulladas—. Esta discusión terminó. Iré a limpiarme. Quédate aquí. Él saludó. —Sí, señora. —No —dijo ella y se alejó con una sacudida de cabello—. No hagas esto peor por lanzarte. Quiero que seamos amigos, Jeremy. Ella se apresuró por las escaleras. Él apretó sus puños. La frustración rasgando a través de él. —Seguro —espetó—. Amigos. La miró hasta que desapareció. Amigos. Qué mierda de broma. Tommy y Erica eran los únicos amigos que había tenido. Los únicos amigos que jamás vieron a través de sus actitudes de chico malo, entendían que él no era su padre y no repetiría sus errores. Las únicas personas que lo perdonaron por sus metidas de pata. Las únicas personas que lo dejaron ser normal, un ser humano con defectos. Y aun así no era lo suficientemente bueno ni siquiera para ellos. No lo suficientemente bueno para confiar, y no lo suficientemente bueno para amar.

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Porque condenadamente, él no podía pensar en nada más.

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Eso dolía más que cualquier pelea, cualquier herida de bala, cualquier pérdida. Erica había perdido la fe en él hace siete años. ¿Entonces por qué lo había besado? ¿Pena? ¿Ella nunca deseó regresar a esa noche y que todo hubiera sido diferente? Dios, él esperaba que lo hiciera.

Traducido por liebemale, Pidge y âmenoire90 Corregido por veroonoel

E

rica se despertó con la luz del sol por la mañana, los ojos con lagañas, y un infierno de dolor de cabeza. Probablemente el menos notable fenómeno en Las Vegas. Al menos otras personas podían afirmar que era de una noche loca de alcohol y sexo. Erica se había ido a la cama sola. Sola, y dolorosamente sobria. ¿De verdad había besado a Jeremy anoche? Estúpida. Estúpida, estúpida, estúpida. No tenía nada que ofrecerle. Nada que él quisiera, de todas formas. No era la misma chica que había idolatrado. No, no idolatrado. Idealizado. Estaba tan lejos de cualquier ideal de alguien como una mujer podía estar. Y él era un Marine. Se iría pronto, enviado a Dios sabía dónde, y estaría sola cuando se fuera. Incluso si intentaban algo, estaba condenado al fracaso. Las relaciones a larga distancia nunca funcionaban. ¿Cómo podría la suya?

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Se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada. Se estaba adelantando. Jeremy estaba fuera de los límites. Se merecía algo mejor. Merecía más. Ella no era más que una concha rota y llena de cicatrices de la Erica que él había amado. Se reía y bromeaba con él, pero solo porque él traía viejos recuerdos. Recuerdos felices. Nunca habría largas noches solitarias, preguntándose si su amante estaba bajo el fuego enemigo, esperando y rezando para que vuelva a casa a salvo.

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Por no hablar de que sería un desastre mientras él estaba fuera, preguntándose quién estaría disparándole hoy, si llegaría a casa sin una pierna pero con un poco de exceso de metralla, si nunca llegaría a casa en absoluto.

Aunque eso no le impediría preocuparse de todos modos. Salió de la cama. Iría a despedirlo a su hotel, seguiría adelante con su vida, y solo se permitiría preocuparse en esos momentos de tranquilidad antes de dormir cuando ya no podía mentirse a sí misma. Había sido divertido volver a verlo, pero eso era todo. Diversión. Si se deshiciera de él ahora, no terminaría revelando impulsivamente su secreto como la charlatana que había sido en la primaria. No tendría que ver su cara oscurecerse por la repulsión. No tendrían que detenerse en ese dulce beso… y cómo había reaccionado ella. Aunque nunca olvidaría cómo la había mirado, en ese momento antes de besarla. Como si la hubiera amado a través de los años, a través de la distancia, y la amaría a través de cualquier cosa. Pensamiento iluso. Se puso una blusa y se la metió por dentro de un par de pantalones cortos de color caqui antes de bajar las escaleras. Hora de soltarle la noticia de que quería que se fuera. Con calma. Compuesta. No era como si se enfrentara a un asesino en un juicio. Solo era Jeremy. De alguna manera, eso era aún más aterrador. Solo eran las siete, por lo que Jeremy probablemente todavía estaría durmiendo en la habitación de invitados, o eso creía, hasta que dobló la esquina y prácticamente chocó con el olor a huevos fritos y tocino. Su boca se hizo agua. ¿Qué estaba haciendo este loco? Se asomó a la cocina y encontró a Jeremy de pie en la cocina, descalzo y volteando los huevos en una sartén. Estaba sin camisa, salvo por sus placas de identificación. Cada vez que les daba la vuelta, se balanceaban contra su pecho, atrayendo su ojo infalible al espacio entre sus pectorales y el tenso tramo de músculo allí.

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—Buenos días.

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La cafetera sonó como si anunciara su llegada. Levantó la vista, la miró a los ojos, y sonrió.

Erica tartamudeó, congelada en su lugar. Se rio entre dientes y se volvió hacia los huevos. Dio vuelta a la espátula, y sus bíceps se flexionaron de manera alarmante. Ella cerró los ojos, apretó los dedos, y se recordó respirar. Su voz era irritantemente inestable cuando se las arregló para hablar. —Grasa de tocino. Quiero decir, uhm, podrías quemarte. Con grasa de tocino. Salpica. Punto una para Capitán Obviedad. Lanzó otra mirada hacia ella, esta vez burlona. —Voy a estar bien. —No dirías eso si terminaras con cicatrices por todas partes de quemaduras de tercer grado —espetó—. No serías tan indiferente entonces. —Jesús, no tienes que arrancarme la cabeza. Dejó la espátula y se volvió para mirarla, con demasiado discernimiento. Tragó saliva y trató de sonreír. —Lo siento. Es solo que no quiero que te hagas daño. Voy a traerte una camisa limpia, ¿de acuerdo? Cruzó la cocina y rápidamente curvó su mano contra su codo, su agarre cálido y suave. —Erica, ¿estás bien? Sus ojos sondearon los suyos. Miró hacia otro lado. —Sí. Estoy bien. —No, no lo estoy.

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En la habitación de invitados, se tomó su tiempo excavando por otra camisa. Para cuando regresó a la cocina, se sentía más en control, y le entregó la camisa con una sonrisa compungida.

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Se liberó de su agarre, giró sobre sus talones, y casi salió corriendo de la cocina. Tenía que escapar del encanto que se enrollaba a su alrededor como una serpiente. Si se quedaba demasiado cerca, podría morder.

—Aquí tienes. Se puso la camisa, y ella suspiró cuando esos abdominales perfectamente ondulados desaparecieron. Él arqueó una ceja, y ella tosió. —El desayuno huele delicioso. Y strike dos para Capitán Obviedad. Deseaba que hubiera dicho algo. Cualquier cosa para hacerla sentir menos torpe. Pasó junto a él y sacó dos tazas de un gabinete. Por el rabillo del ojo, lo miró… y deseó no haberlo hecho. El hambre en sus ojos la hizo temblar y apartar su mirada. —No sabía que cocinabas —se obligó a decir. Se encogió de hombros y se volvió hacia la cocina. —He estado solo por mucho tiempo. Si yo no lo hago, nadie más lo hará. —Sí, lo entiendo. —Asintió con la cabeza y llenó dos tazas con café humeante. Con movimientos hábiles, deslizó los huevos, tocino y cubiertos en dos platos, y se volvió para ofrecerle uno. Su hermoso rostro estaba un poco menos hinchado esta mañana, un poco más definido, y su boca parecía un poco menos alarmantemente roja. Se las arregló para sonreír sin pestañear, una mejora con respecto a la noche anterior. —¿Erica? Ella se sacudió. Mierda, seguía sosteniendo el plato, y mirándola como si hubiera comenzado a cantar el himno nacional en swahili. —Uhm. Sí. Lo siento.

—No hay problema.

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—Nada. Solo… nada. —Tomó su plato y ambas tazas de café, y lo dirigió al comedor—. Gracias por cocinar. Es muy dulce.

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—¿Por qué?

Dejó una de las tazas en su lugar, otra en el de él, y se deslizó en su asiento. Jeremy se dejó caer frente a ella y se zambulló en sus huevos. Erica les dio un mordisco más cauteloso, luego cerró los ojos con un sonido gozoso. No solo era hermoso, también cocinaba como una maldita estrella de rock. No era justo. —Guau. Realmente sabes cómo manejarte en la cocina. Pensé que estabas presumiendo. —¿Yo? ¿Presumir? Por favor. Soy tan naturalmente atractivo para los miembros del sexo opuesto que solo parece que estoy presumiendo. Este soy yo, nena. —Llámame “nena” una vez más, idiota. Sonrió. —Cualquier cosa que quieras, nena. Tomó un pedazo desmenuzado de tocino y se lo lanzó. Rio y levantó las manos, protegiéndose. Odiaba admitirlo, pero había extrañado eso. Él siempre había mostrado su lado juguetón a su alrededor, algo que nunca había dejado que mucha gente viera. Siempre la había hecho sentirse especial. Estúpido, pero cierto. La miró a los ojos. Eran tan cálidos, ese pequeño pliegue en las esquinas la hacía suspirar. —Pensé que estaba fuera de la zona de combate activo —dijo. —No lo creo, Addison. Esto es guerra. —¿Qué hice para merecer esto? ¿Es por mi encanto de semental? —Oh, Dios. —Dejó caer la cara en su palma—. ¿Qué encanto de semental?

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—… ¿tomaste esa línea en Las Vegas?

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—Sabes que me deseas, nena.

—No, solo pensé en llamarte “nena” una vez más para ver si realmente intentarías patearme el culo. —La apuntó con el tenedor—. Come. No me levanté al alba para cocinar para ti para que pudieras ignorarlo. Se echó a reír, pero obedientemente tomó su tenedor. —Te haces sonar como mi esposa o algo así. Se atragantó con un bocado de huevos, tragó, y tomó sus placas de identificación. —Uh. Sí. Supongo. Así que… ¿dormiste bien? —¿Honestamente? En realidad no. —Arrugó su nariz y tomó un trozo de tocino para morderlo—. Una noche dura. Sí. Dura. Si se le puede decir dura a dar vueltas en la cama, mientras se preguntaba si estaba despierto, también, y deseando que las cosas pudieran ser diferentes entre ellos. Deseando que las cosas pudieran ser como eran hace siete años, antes de que todo cambiara. Suspiró. —Yo también. No pude dormir en absoluto. No puedo dejar de pensar en aquel beso. Se puso rígida. Hasta aquí el acto casual. —Podrías haberte detenido. Fue un error que nos besáramos. —¿Por qué?

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—Déjame adivinar. Es por quién soy y de dónde vengo. ¿Cierto? —Dejó su tenedor, se puso de pie, y apoyó las manos sobre la mesa, con los ojos en llamas—. Estás avergonzada de dejar que alguien como yo te besara. Admítelo.

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—Somos… amigos. Deberíamos seguir así. —Tiró de su camisa y miró hacia otro lado—. Confía en mí, es mejor así.

Se levantó, rodeó la mesa, y golpeó su brazo tan fuerte como pudo. Lo cual no fue muy fuerte. Auch. Podría haberse lastimado los nudillos con su bíceps. —¿Alguien como tú? ¿Qué demonios se supone que significa eso? Puso los ojos en blanco. —No actúes recatada. Estás avergonzada porque no tengo una carrera, o un título de maestría. Vengo de las calles, moriré en las calles, y nunca seré lo suficientemente bueno para ti. Su visión se volvió roja. Hizo una bola con los puños hasta que le dolieron los dedos. ¿Pensaba que no era lo suficientemente bueno para ella? ¿Que él no la merecía? Qué idiota. Le dio un puñetazo en el hombro. No se movió tanto como un estremecimiento. Eso fue aún más exasperante, y sacudió su mano dolorida, con el ceño fruncido. —¿Cómo te atreves a decir eso de ti mismo? Eres mejor hombre que cualquier persona que haya conocido, y ni se te ocurra decir lo contrario. Eres un maldito Marine, imbécil. Un gran maldito héroe. Sus fosas nasales se dilataron. La agarró por los brazos y la atrajo más. —Si no es eso, ¿entonces qué es? Sé que me deseas tanto como yo a ti. No soy ciego. —Es… yo… ¡solo no va a funcionar! —¿Por qué no lo dejaba? »Una relación entre nosotros está fuera de cuestión.

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Lo miró.

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—No me di cuenta que te habías convertido en la señorita Cleo3 durante la noche. —La miró profundamente a los ojos. La comprensión se extendió lentamente por su rostro. Tomó una lenta respiración—. Ni siquiera vas a darnos una oportunidad. ¿Por qué? ¿De qué te estás escondiendo? ¿De qué tienes miedo?

3

Señorita Cleo: Es una psíquica y supuesto chamán estadounidense.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en Las Vegas? ¿Un día? ¿Una semana? Se estremeció. —Un par de días más. —No es suficiente para empezar nada, y lo sabes. —No es mucho —admitió. Su frente se arrugó—. Pero no me voy a ir de nuevo por unos meses. —Soltó sus brazos, y se extendió hasta tomar un mechón de su cabello. Sus nudillos rozaron su cuello, encendiendo cálidos temblores. Sus ojos se suavizaron—. Erica… —No. —Se armó de valor—. ¿Dónde estás destinado? —Campamento Pendleton. En California. —Así que… ¿a cinco horas? Más o menos. —Más o menos. —Soltó su cabello y pasó un dedo por su mejilla—. Algunos podrían llamarlo conducir a distancia. —No la gente que trabaja setenta horas a la semana. —Entonces podríamos volar. Encontrarnos a mitad de camino. —Eso podría funcionar —se las arregló para decir—. Pero la mayoría de la gente no puede hacer funcionar una relación a larga distancia como esta. ¿Qué te hace pensar que podríamos hacerlo? Dejó caer su mano. —¿Qué te hace pensar que no podríamos hacerlo? Se puso tensa. Esta era la parte en la que se suponía que debía abrirse a él. Confiarle sus secretos, y creer que no huiría de ella con disgusto. Abrió la boca, pero lo único que salió fue un sonido desesperado.

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—Tal vez debería llevarte de regreso al hotel. Podemos decir adiós como amigos. Es mejor así.

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No podía. No lo haría. Negó con la cabeza.

Sus ojos se estrecharon. —¿Es eso lo que realmente quieres? ¿Qué quería? No esto. No esta lucha para mantenerlo a un brazo de distancia. Pero tomar una oportunidad, permitirle entrar en su vida, le había parecido una tontería anoche, y francamente una estupidez a la luz del día. Tenía que seguir con el plan original. Seguir adelante y olvidarse de él. No necesitaba a un hombre en su vida para ser feliz. No necesitaba a nadie. No lo necesitaba a él. Estaba bien por su cuenta. Se encogió de hombros. —Sí. Supongo. Nunca funcionaría. Eres amigo de mi hermano. Quiero decir, míranos. Sería… raro. Se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado, y tragó con dificultad. —Bueno. Permíteme agarrar mi ropa, y llamaré a un taxi. Déjalo ir, se dijo a sí misma, pero no se estaba escuchando muy bien. La forma en que sus hombros se desinflaron, la forma en que se negó a mirarla… le rompió el corazón en dos. Seguía pensando que no era lo suficientemente bueno para ella. Estaba en cada línea de su cuerpo, su rostro, sus ojos. ¿Cómo podía explicarlo? ¿Cómo podía hacerle entender que no era porque ella no lo quisiera, sino porque él no la querría? No querría a en la que se había convertido. Y no querría el infierno que venía con fingir todavía amarla. Trató de pasar a su lado. Lo agarró del brazo. Su mirada cayó a su mano, luego se sacudió su cara. Sus ojos estaban ardiendo, llenos de humo y calor.

—Ahórrate la más famosa línea de ruptura en la historia. Nunca estuvimos juntos. No la necesito.

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Se liberó de su agarre.

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—Jeremy. No es por ti. Es…

Maldita sea, no estaba lista para esto. Ahora no. No más de lo que había estado hace siete años, cuando sus únicas razones habían sido su propia ingenuidad y estupidez. —¡No! Es cierto. Yo… yo no soy del tipo de relación. No puedo comprometerme a esto. Contigo. —Las palabras operativas son “contigo”. —La agarró por los hombros y la sacudió suavemente—. Contigo. Di lo que realmente significa, Erica. No puedes comprometerte con un chico que creció en las calles. Un chico cuyo padre es un asesino. Un perdedor tatuado sin futuro fuera del ejército. Nunca les gusté a tus padres. Nunca dejarían que salieras con alguien como yo. Lo entiendo. Lo hago. Así que no tienes que mentir. —¡No estoy mintiendo! —Sus ojos ardían—. Es solo que no quiero un novio. ¿Es eso tan malo? —No. No lo es. Lo que está mal es negártelo a ti misma solo porque tienes miedo. —No tengo miedo. —Sus mejillas se calentaron. ¿No estaba asustada? Estaba aterrada. Todos tenían sus inseguridades, y él estaba pisando demasiado cerca de la suyas—. No es tu asunto, pero no, no digo que no por quien eres. Nunca me molestó antes. ¿Por qué habría de hacerlo ahora? —Entonces ayúdame a entender. Querías que te besara ayer por la noche, Erica. Tragó saliva. —Lo quería. Pero no es así de simple. Sus ojos se oscurecieron.

Se veía afectado, pero asintió.

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—¿No puedes aceptar que cuando una mujer dice no, quiere decir que no? —Apretó los labios—. No tengo que darte explicaciones.

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—¿Cómo no es así de simple?

—Tienes razón. No tienes que hacerlo. —Dejó caer sus manos y retrocedió un paso—. Así que realmente quieres que me vaya. Ni siquiera quieres tratar de hacer que algo entre nosotros funcione. Maldita sea. Esa mirada en su rostro era la misma mirada de hace todos esos años atrás, cuando lo había mirado y no había sido capaz de decir nada. Como si hubiera arrancado su corazón y lo hubiera aplastado en su puño. Era esa mirada que la había hecho huir antes. No había sido capaz de soportar que ella le hubiera hecho daño al chico que tanto amaba con su torpe confusión. Y no podía soportar haber herido al hombre que anhelaba con sus cuidadosas y defensivas medias verdades y mentiras. Él se dio la vuelta. —Jeremy —dijo y puso su mano en su brazo. Cuando se volvió, lo alcanzó, capturó su rostro entre sus palmas, lo atrajo hacia abajo y lo besó. Alcanzó a ver su feroz y atormentada mirada antes de que su boca se apoderara de la suya y la besara con un hambre y calor que la marearon. La noche anterior había sido todo acerca de tomarlo lento y fácil. Hoy, jugaba con su lengua hasta que sus piernas se negaron a soportarla y sus dedos se clavaron en sus hombros.

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No había sentido esta sensación en años. Esta dicha, esta terminación, este conocimiento casi doloroso de que no podría seguir adelante sin el hombre a su lado. Siete años. Siete años desde que se había sentido tan bien con Jeremy en su vida. No se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos hasta ahora. Estaba lista para darle todo, justo aquí y ahora… hasta que agarró su blusa y la arrastró hacia arriba.

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La hizo retroceder hasta que sus hombros golpearon la pared de estuco. Sus manos estaban en todas partes: sus caderas, su cabello, su cintura, acariciándola febrilmente. Cada ligera caricia, cada roce de su cuerpo, la hicieron arder en calor. Tan desesperadamente. Desesperada por él. Sus respiraciones se volvieron ásperas inhalaciones mientras enterraba su rostro en la curva de su cuello.

Un miedo glacial mojó su ardor. Se empujó fuera de sus brazos, se dio la vuelta y tiró su blusa hacia abajo. Su visión se volvió borrosa. Se cubrió la cara. No podía ser tan débil enfrente de él. Tendría lástima por ella más tarde. No necesitaba su lástima. No necesitaba nada de él en absoluto. —Deberías irte —susurró, con su garganta apretada. Apretó sus hombros y la giró hacia él tan rápido que tropezó. Su mandíbula estaba dura, con los ojos aún más endurecidos —Solo me estás alejando de nuevo porque tienes miedo. ¿Qué pasa si me niego a irme? ¿Qué pasa si me niego a dejarte ganar esta vez? —¡Entonces conseguiré una maldita orden de restricción! —Tragó saliva fuertemente y obligó a sus labios a decir palabras que su corazón no quería decir—. No quiero esto. No necesito esto en mi vida. Tienes que irte. Ahora. Por algunos momentos, la miró en silencio. Luego se volvió y caminó fuera de la habitación, hacia el vestíbulo y salió por la puerta del frente, sin siquiera mirar hacia atrás. La puerta se cerró de golpe, haciendo eco a través de la casa vacía. Se estremeció. Las lágrimas bajaron por su rostro. Frunció sus ojos fuertemente cerrados. Podría estar enfadado ahora, pero le agradecería si supiera la verdad. Los había salvado a ambos de ese momento incómodo cuando se diera cuenta de lo que era y diera marcha atrás tan rápido que bien podría estar en llamas. Nadie se quedaría una vez que la viera. Su estúpido prometido había corrido también. El perfecto y estúpido Nathan con su perfecta estúpida vida, y su no tan perfecta ahora futura ex-esposa. No podía bajar la guardia de nuevo, aunque hubiera estado tentada. Había estado tentada, y había resistido. Había sido fuerte. Tan fuerte como tenía que ser.

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Le dolía más de lo que quería admitir.

Traducido por nikki leah y por âmenoire90 Corregido por Jut

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eremy acechaba el Bellagio y se preguntó si tendría la fortaleza de dejar de encargarse de otra pelea. Podría darle la bienvenida en este momento. Unos pocos moretones más. Algún estúpido marinero consiguiendo su trasero en manos de él. Jeremy estaba demasiado entusiasmado para perder justo ahora, incluso si sabía condenadamente bien que sería un idiota por entrar en una pelea de nuevo. Por otra parte, él había sido un idiota más o menos desde que puso un pie en Las Vegas. ¿Qué más era nuevo? ¿Por qué seguía haciendo el ridículo con esa mujer? ¿Estaba actuando algo reprimido, necesidad auto-destructiva para demostrarse a sí mismo, y a ella, qué siempre había sido y siempre sería un desastre sin esperanza? Por supuesto que ella no lo querría. Era amable, exitosa y hermosa. Él era una metedura de pata. La idea era ridícula. Pero él condenadamente bien no tenía ganas de reír. El clack constante de monedas y timbres de las máquinas traga monedas aporreó a través de su cráneo palpitante, amplificando su dolor de cabeza por diez. Hijo de puta. Tenía que largarse como el infierno fuera de ahí y volver a la base. Esto en cuanto al sueño de vacaciones en Las Vegas. Después de los últimos días, con gusto cambiaría el sexo salvaje y licor barato por una habitación tranquila y una taza de té.

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Se metió entre la multitud y hacia la barra. Necesitaba superar esto. Había pasado por esto una vez antes, y no había necesidad de ir a través de toda la condenada espiral abajo de nuevo. Había sabido que Erica no lo amaba y nunca lo amaría. Había un montón de mujeres en Las Vegas para llenar el vacío. Una extraña podría ser sin rostro, sin amor... pero le

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Tal vez tejería unas cuantas cubre teteras, también, o un par de zapatitos. Podía meter sus bolas en ellos, ya que claramente no las necesitaba más.

permitiría olvidar por unas horas, hasta que pudiera empezar a olvidar por el resto de su vida. Se deslizó sobre un taburete. Cuando la bonita camarera se acercó y le dio una maliciosa mirada una vez más, él sonrió. Su corto cabello rubio no podría estar nada más lejos del lujoso cabello marrón en el que, incluso ahora, moría por enterrar en el los dedos. Perfecto. —Señorita. ¿Cree que podría conseguir un whisky? Ella lo estudió durante un largo momento, demorándose en sus placas de identificación, antes de que su sonrisa amable se suavizara, se calentara, volviéndose incitante. —Claro que sí, soldado. —Ella se alejó con un seductor pequeño balanceo de sus caderas y lo miró. Probablemente para ver si él estaba mirando. Descarada. Hace apenas unos días lo habría encontrado atractivamente divertido. Se habría burlado de ella sobre eso, y si ella se reía, sabría que había encontrado a su compañía para el fin de semana. Pero en este momento, ni siquiera podía emocionarse hasta más de una chispa de diversión irónica. Ni siquiera un atisbo de interés. Maldita sea. Ella no saldría de su cabeza, incluso si ni siquiera podía soportar pensar en su maldito nombre. La camarera regresó con su medicación en una copa. Ella sonrió. —Escucha, soy Erica. Si quieres reunirte para tomar una copa más tarde… Tan pronto como ella dijo que su nombre, él tiró su dinero en la barra y se alejó. Su voz confusa lo siguió, pero la ignoró. Increíble. Estas vacaciones posiblemente no podrían ponerse peor. —¿Jeremy? ¿Eres tú? Oh, mierda. Sí, podían.

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Jeremy se congeló y cerró los ojos. ¿Por qué él? ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Fue el momento en que lanzó bolitas de papel masticado en la parte posterior de la cabeza de Jenny Parkinson en el tercer grado? ¿O tal vez cómo, cuando tenía catorce años, le había dicho al

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Y acababan de hacerlo.

flechazo de Erica que ella lo odiaba y pensaba que olía mal? Alex Nelson había olido mal, pero Erica todavía no había hablado con Jeremy por una semana. Y Tommy no había hablado con él durante años, pero ahí estaba. Maldita sea. Jeremy se hizo a si mismo girar, educación en su cara a lo que esperaba fuera indiferencia y no una monstruosa máscara de payaso con pánico. —¿Tommy? —Como si no hubiera conocido esa voz inmediatamente. Su ex mejor amigo, y el hombre que había roto su confianza y destruido lo último de su fe en la humanidad—. ¿Eres tú? Tommy tenía el mismo aspecto. Un poco más viejo, un poco más sabio, pero él todavía tenía el mismo cabello de punta y profundos ojos marrones, ojos que siempre le recordaban a Erica. —Jesús, Jeremy. ¿Cómo estás? Tommy miró por encima a Jeremy con ojos entrecerrados. Jeremy hizo una mueca cada vez que su mirada se detenía en una de sus magulladuras, y la ruptura en su labio. La boca de Tommy se arrugaba más y más apretada, al igual que Erica hizo justo cuando ella estaba a punto de arrancarle una nueva. Algunas cosas nunca cambiaban. Tommy siempre era el correcto, tranquilo, el contenido, bien vestido y suave. Jeremy era informal. Un desastre. Un desastre. —¿Qué demonios te pasó? Jeremy se encogió de hombros. ¿Cómo se suponía que iba a actuar en torno a Tommy? La última vez que se habían visto el uno al otro, Tommy había usado sus puños para aplastar la cara de Jeremy, luego lo tiró en el césped y le dijo que nunca mostrara su pellejo arrepentido de nuevo. Los moretones se habían curado. Jeremy no.

hacías. Tommy se estremeció, pero se había ido tan rápido como llegó.

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—Molesté a alguien. Soy bueno en eso. Me conoces. O pensé que lo

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Él optó por una sonrisa arrogante.

—Sí. Te conozco. O lo hice. ¿Qué pasó? ¿Así que Tommy quería actuar como si nada? Dios, él y Erica realmente eran exactamente iguales. Debe darse en la familia. Barrer todo debajo de la alfombra. No pasó nada, vamos a ser amigos. Bien. Jeremy podía jugar a ese juego. —Nada, en realidad. La última chica se volvió un poco ruda. Ella tomó el “jugando duro para llegar" un poco demasiado literalmente, si sabes lo que quiero decir. —¿Tu última chica? —La cara de Tommy enrojeció, y apretó los puños—. ¿La chica con la que estabas anoche te hizo eso? ¿Una aventura de una noche? —Sip. —Jeremy se balanceó sobre los talones. ¿Cómo diablos se supone que iba a poner fin a esta conversación? Ya había tenido suficientes recordatorios incómodos de su pasado en las últimas veinticuatro horas para durar toda una vida. Y Tommy no estaba en su actual lista de tareas pendientes. Tampoco estaba perdonándolo—. Mira, me voy directo a mi habitación ahora. No pude dormir mucho. Jeremy hizo dos pasos antes de que Tommy preguntara: —Esa chica de anoche no pasaría a ser mi hermana, ¿verdad? Se puso tenso. ¿Erica había llamado a Tommy? ¿Le dijo que Jeremy estaba en la ciudad? ¿Por qué habría hecho eso? Lo que se había roto entre ellos no podría ser arreglado. Jeremy tragó saliva y se volvió. —¿Por qué piensas eso? Tommy cruzó los brazos sobre el pecho. —Debido a que estás usando mi ropa, idiota.

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Se había olvidado de que le había prestado ropa de Tommy. Lo que es peor, necesitaría devolvérsela a Erica. Tendría que verla una vez más. Tal vez él empaquetaría todo bien ya limpio y lo enviaría por correo. No requería contacto humano. Sin recordatorios de no uno, sino dos rechazos en los que había sido lo suficientemente estúpido como para ponerse a si mismo.

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Hijo de puta.

Prefería precipitarse desarmado en territorio enemigo que verla de nuevo. Él no era adecuado para ella. O ella estaba diciendo la verdad y, no importa lo que ella podría desear físicamente, ella no estaba buscando un novio y prefería centrarse en su carrera. O ella le había mentido, y no quería herir sus sentimientos. No lo quería, y punto. De cualquier manera, él no iba a regresar para una tercera ración de humillación. Tommy se aclaró la garganta y se acercó más. Justo en el espacio de Jeremy, y de repente Jeremy no se sentía como un veterano de guerra que había pateado más que un pequeño culo insurgente. Él superaba a Tommy en masa muscular, pero por la forma en que el hombre lo estaba mirando ahora mismo, eso podría no hacer una diferencia. —¿Me vas a contestar? —gruñó Tommy—, ¿o tengo que sacártelo a golpes? —Uh. —Jeremy levantó ambas manos—. Podría haberme topado con Erica, pero fue solo por una noche. Nosotros no… yo no… Tommy tomó con su puño su camisa y lo empujó hacia atrás, sus ojos brillando. —Tú, imbécil. Si le haces daño, te mataré aquí y ahora. —Empujó a Jeremy de nuevo, gruñendo—. ¿O eres demasiado gallina para lidiar con eso? Saliste huyendo una vez que viste sus cicatrices, ¿eh? Estúpido. ¡Debería haberte matado la última maldita vez! Jeremy se quedó muy, muy quieto. Si no lo hacía, tendría que golpear a Tommy justo en los dientes. ¿Seguirían siendo amigos si él lo hiciera? Tommy probablemente merecía una oportunidad contra él, ya que había dado a entender que había follado a su hermanita, como si el sexo fuera un deporte sangriento y estuvieran peleando por el oro. Espera. ¿Cicatrices?

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—Sabes exactamente de lo que estoy hablando —Tommy silbó y miró hacia un lado. Su agarre se aflojó—. Mierda. Cálmate un poco. No voy a ir a la cárcel, aunque sea por el placer de patearte el culo.

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—¿De qué estás hablando? ¿Qué cicatrices? Y ¿por qué habría sido gallina?

Jeremy siguió la mirada de Tommy. Un trío de guardias de seguridad avanzaban a través de la multitud, con las manos en sus caderas y un poco demasiado cerca de sus Teasers. Jeremy había sido electrocutado una vez en un ejercicio de demostración durante el entrenamiento básico. No tenía ningún deseo de experimentar los 31 sabores del dolor por electrochoques, una segunda vez. Se liberó del agarre de Tommy con el ceño fruncido. —Vamos a terminar esto en otro lugar. Mi habitación. Vamos. Juntos, trataron de eludir a los guardias de seguridad, pero los hombres les bloquearon el paso. —¿Todo bien aquí? Jeremy intentó su mejor sonrisa de borracho. —Está todo bien. Somos viejos amigos. Tommy asintió, pero no dijo nada. Su mandíbula estaba apretada, sus brazos tensos. Los guardias lucieron menos que convencidos, pero dejaron que Jeremy y Tommy pasaran. Se colaron a través del casino lleno y hacia el vestíbulo. Jeremy dirigió a Tommy hacia su habitación sin hablar. Todo lo que tenían que decirse el uno al otro, no sería bonito. La privacidad era lo mejor. Una vez dentro, Jeremy cerró la puerta y se apoyó contra ella. —Dime de qué demonios estás hablando. Ahora. Tommy lo miró. —¿Realmente no sabes sobre sus cicatrices? —No sé de qué carajos me estás hablando. —Jeremy apretó los dientes—. ¿Qué cicatrices?

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Jeremy suspiró y se movió más adentro de la habitación para hundirse en el sofá. O bien se estaba haciendo viejo o simplemente estaba malditamente agotado, pero estaba muy cansado para tener esta conversación.

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—Lo sabrías si realmente hubieras dormido con ella. Así que ¿de dónde vienen los moretones realmente?

—No es de tu maldita incumbencia, ¿o no? Estoy bastante seguro de que renunciaste a nuestra amistad la noche que me acusaste de acostarme con tu esposa. Tommy palideció. —Mira, sé que me equivoqué. Yo también debí haberlo sabido entonces… —Sí. Debiste hacerlo. —Jeremy tocó sus placas de identificación y miró por la ventana—. Tú, más que nadie, debiste haber sabido que yo no haría eso. De todos los demás, lo esperaba. Yo sé que automáticamente van a sacar la peor conclusión. ¿Pero tú? —Lo sé. —Tommy suspiró—. Lo siento. No sé qué más decir. —Pero justo lo acabas de hacer de nuevo. —No me puedes culpar de eso. Prácticamente me dijiste que follaste con mi hermana por todas partes. Es tu culpa. —Tommy intentó una sonrisa, cansada y sin humor—. Mira, yo bien lo sabía. Sabía que no podrías haber dormido con Nicole. Sabía que amabas a Erica, pero creí en las mentiras de todas formas. Nicole prácticamente me tenía en la horca. Cuando se trata de amor, el cerebro deja de funcionar. Lo siento. Jeremy cerró sus ojos y se pasó la mano por la cara. Estaba demasiado tentado a decirle a Tommy que tomara sus disculpas y se fuera al infierno, pero desafortunadamente él lo entendía demasiado bien. El amor hacía que las personas se comportaran como idiotas. Justo como él que constantemente se arrojaba a Erica, a pesar de que sabía que no lo quería. Su mente sabía que estaba perdiendo su tiempo, pero su corazón se negaba a escuchar.

Jeremy parpadeó.

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—Lo sé. La amabas. Creo que te amaba también. Lloró todos los días durante un mes después de que te fuiste. Después de que nunca regresaste. —Los dedos de Tommy se cerraron en puños—. Después de que yo te ahuyenté.

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—Yo sé que lo sientes —dijo Jeremy—. Y voy a tratar de aceptar eso, pero no es fácil. Esa noche arruinó tanto para mí. Tanto para nosotros. Y Erica...

—¿Lo hizo? ¿Por qué? No me amaba. Le dije... Se resistió. Era difícil ser honesto con Tommy, después de tantos años y tantas preguntas sin respuesta. ¿Qué había querido decir de las cicatrices de Erica? ¿Fue por eso que ella lo había rechazado? —... le dije que la amaba y huyó. —Podrá haber huido —dijo Tommy—, pero se arrepintió. Pero ¿cómo diablos acabaste con ella anoche? Jeremy gimió y se frotó las sienes.

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—Todo comenzó ayer...

Traducido por IvanaTG y Debs Corregido por Jane

E

rica se paró frente al espejo y trató de aceptar que la cosa que le devolvía la mirada era realmente ella. Este era su realidad, ahora. No era fea, se dijo. No debería odiarse. No fue su culpa.

Una noche, un negligente conductor de camión, y toda su vida cambió para siempre. Odiaba lo que veía. Lo mismo hicieron todos los hombres con los que había estado desde entonces. Había empezado con Nathan. No se sorprendió cuando él la dejó. Demonios, había estado lista para cancelar todo antes del accidente. Solamente podía tener tanta perfección antes de que quisiera herirlo, solo para ver un poco de auténtica emoción humana. Pero él solo reafirmó lo que había temido cuando se despertó en su cama de hospital, vendada y herida por todas partes. Nadie podía ver más allá de las cicatrices en su estómago y su espalda. Nadie podría desearla de nuevo, sin la lástima motivándolos. Pasaría su vida sola. Estaba de acuerdo con eso. Incluso, lo aceptaba. Hasta que Jeremy regresó. Él se atrevió a hacer que quisiera más. Se atrevió a hacer que lo deseara. Pero si la veía, a su verdadera ella, ¿qué haría? ¿Huir? ¿Dar excusas? No. No podía soportar ser rechazada por el hombre al que había amado desde su infancia. Estaba mejor sola. Más segura.

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Un golpe resonó desde el primer piso. Dejó caer su blusa y la alisó de nuevo en su lugar. ¿Quién demonios estaba en su puerta a las nueve de la noche? Tommy, probablemente. Bajó corriendo las escaleras, abrió un poco la puerta, se asomó a través de ella, entrecerrando los ojos en la oscuridad. La luz del porche estaba jodida de nuevo, y no retiraría la cadena de la puerta hasta que estuviese segura de que era Tommy y no algún convicto prófugo en busca de venganza.

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Pero no se sentía mejor.

Peor aún. Era Jeremy, de pie en su puerta con flores en una mano, la ropa de Tommy doblada precisamente en la otra. Incluso doblaba las camisas mejor que ella. Quería simplemente estampar un delantal sobre él y conservarlo. Le ofreció el ramo. —¿Puedo entrar? Erica se tragó un gemido. —¿Por qué? Creo que ya nos hemos dicho todo. —No, no lo hicimos. —Sus ojos la atraparon y se negó a dejarla ir—. Tenemos que hablar. Su corazón se aceleró. Deseó poder agarrarlo y simplemente apretarlo hasta que dejara de ser tan estúpido e ingenuo. ¿Por qué quería hablar con ella? Lo que dijeran solo podría herirlo más cuando lo echara otra vez. ¿Qué haría falta para darse cuenta de que no era suya, y nunca lo sería? ¿Necesitaba darle a su corazón un buen apretón, muy apretado, hasta romperlo? —Tienes que irte. —Trató de cerrar la puerta. Él metió su pie en la rendija. —Vi a Tommy en mi hotel. Ella contuvo la respiración y lo revisó por más moretones. Tenía el mismo aspecto; maltratado, como que venció a la mierda y volvió, aún hermoso, pero no peor que antes. —¿Qué pasó? Él levantó una ceja. —Eso es un tema que es mejor hablarlo adentro. —¿Vas a decirme si no te dejo entrar? —No.

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—Entonces, por supuesto —dijo, desenganchando la cadena y abriendo la puerta—. Entra.

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Suspiró y puso sus ojos en blanco.

Campanas de advertencia gritaron en su cabeza. Cierra la puerta. Ciérrala de golpe en su cara antes de que sea demasiado tarde. Las ignoró. El temor la dejó temblando, temor y un pequeño destello de esperanza, de que lo imposible podría suceder. Que le podía decir todo acerca de sus cicatrices, y él la amaría de todas formas. La desearía de todos modos. Ella realmente era una estúpida, idealista sin esperanza. Cuando entró y le ofreció las flores, ella cerró los dedos alrededor de la envoltura de papel, arrugándolo. Tulipanes. Siempre amó los tulipanes, y no pudo evitar acercarlos para inhalar su fragancia. —Gracias. ¿Recordaste que estos eran mis favoritos, o fue un golpe de suerte? —Recuerdo todo lo que alguna vez me dijiste —dijo, su voz áspera, cada palabra casi acariciándola—. No podría olvidarlo aunque quisiera. —Tenía diez años cuando te lo dije. —Su respiración se dificultaba—. ¿Cómo puedes recordar eso? —Recuerdo qué edad tenías, también. Recuerdo todo. —Sonrió—. Y tú también. Ella se sonrojó y sacudió la cabeza. ¿Cómo podía recordar un detalle tan pequeño como su flor favorita? Eso fue hace dieciséis años. Probablemente la estaba engañando, y fingiendo que recordaba. —Está bien. ¿Cuál era mi banda favorita en ese entonces? —Backstreet Boys. Especialmente Kevin. Te gustaban oscuros y melancólicos. —Ni un momento de vacilación. Maldito—. No te gustaba NSync, pero te gustaba Justin Timberlake. ¿Todavía te gusta? —Eh. Sí. —Lo miró fijamente—. ¿Cómo te acuerdas de eso? Él se rio y rozó un dedo por su mejilla. Su toque dejaba escalofríos a su paso. —Porque me lo dijiste.

—Maldito seas —murmuró.

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—Púrpura. Ni siquiera estás haciendo preguntas difíciles.

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—¿Color favorito?

Ella se refugió en la cocina y puso los tulipanes en la encimera. Su risa la siguió. ¿Cómo podría conocerla tan bien? Apenas recordaba que maldito Backstreet Boy le había gustado más. ¿Por qué lo hacía él? Abrió un armario y, con las manos temblorosas, sacó un jarrón. Cuando se volvió a agarrar las flores, chocó con su pecho. Él se rio, la estabilizó y no la soltó. Miró sus irresistibles ojos azules. ¿Por qué lo había rechazado, otra vez? Oh. Correcto. Sus cicatrices. —Todavía no puedo caminar en línea recta para salvar tu vida. Nunca pude. Pensé que se suponía que los abogados serían elegantemente meticulosos. —Sus dedos acariciaron sus brazos—. Pero me gusta que eso no cambió en ti. Me gusta todo de ti. Incluso si eres una insípida aburrida abogada. Ella trató de sonreír. —No podría quitar lo "insípida" para salvar mi vida. La tensión crepitó entre ellos. Su mirada trazó sus labios, hasta que casi podía sentir las cosas pervertidas que esos ojos prometían hacer a su boca. Ella se lamió sus labios. Él se acercó más, y ella reprimió un gemido. —Me-mejor pongo las flores en agua —murmuró. Él negó con la cabeza, la soltó, y se apoyó en la isla. Sus dedos jugaban sobre sus placas de identificación. Siempre parecía hacer eso cuando tenía algo en la cabeza. Se preguntó de qué se trataba ahora, y lo lamentó cuando le preguntó: —¿Algo más en lo que quieras ponerme a prueba? Soy un experto de la trivia popular de Erica. Pregunta número tres, por el premio: ¿Por qué no puedo sacarte de mi cabeza? —¿Quién me gustaba en décimo grado?

—Está bien, está bien. Kenny. Ni idea de por qué. Él era un perdedor.

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—Sé serio. —No podía resistir hacerle saber cuán cerca de la verdad estaba. Ella frunció el ceño—. Vamos. Adivina otra vez.

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—Yo.

—Es por eso. Estaba en una fase de chico malo. —Ella se rio y puso las flores en el florero—. En algún punto, cada chica necesita al menos un chico malo en su vida. —¿Todavía estás en esa fase? —Se enderezó, sus movimientos lentos y poderosos, tiró un mechón de su cabello—. Puedo jugar el papel a la perfección. Incluso tengo antecedentes y tatuajes para demostrarlo. Y vengo con referencias. Cuentan los policías, ¿verdad? Ella se echó a reír. —Lo siento. Superé eso hace mucho tiempo. —Entonces me retracto de mi declaración anterior, y solicito que el juez lo quite del registro. Soy un buen chico, lo juro. —Jeremy sonrió, tan inocente como el lobo feroz en forma humana—. Soy inofensivo. —Lo dudo. No dijo nada, solo la observó con esos ojos intensos y continuó jugando con ese mechón de su cabello. Si no dejaba de mirarla de esa manera... Se alejó de su alcance. —Te ofrecería una copa, pero esta camiseta solo se limpia en seco. Hizo una mueca, pero sus ojos se arrugaron en las esquinas. —Ay. No es agradable. —Lo merecías. —Lo suelo hacer. —Sonrió—. ¿Traeré las copas si consigues el vino?

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Se movieron por la cocina en un amigable silencio. Se sentía tan... doméstico. Como si hubieran estado trabajando el uno al lado del otro durante años. Erica lo vio verter el vino. No podía averiguar qué hacer con él, o por qué estaba allí. ¿Por qué había aparecido con flores? Eso estaba llevando el semper fi4 un poco lejos, especialmente cuando solo podía rechazarlo sin importar cuán fielmente la persiguiera.

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—Claro.

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Semper fi: Siempre fiel.

Se dirigieron a la sala de estar con las copas llenas en la mano. Se acomodó en el sofá con las piernas metidas debajo de ella. —Entonces, ¿qué pasó con Tommy? —Me vio llevando su ropa y enloqueció. —Mierda. —Tomó un sorbo de su vino. Tuvo la tentación de engullir toda la maldita cosa—. ¿Qué le dijiste? —Bueno... —Se aclaró la garganta. Empezó a jugar con las placas de identificación de nuevo. A ella no le gustaría esto, ¿verdad?—. Hubiera sido más fácil de explicar si no le hubiera dicho que los moretones vinieron, de pasar la noche anterior con una mujer salvaje. Se quedó sin aliento. Cada gota de sangre en su cuerpo corrió a su cara. —¡No lo hiciste! —Lo hice —admitió tímidamente—. Pero en mi defensa, me olvidé de que estaba usando su ropa, y me tomó por sorpresa. Traté de dar marcha atrás, pero no me creyó. Estaba muerta. Tommy nunca la dejaría vivir después de esto. —¿Qué hizo? Él bebió el resto de su vino y dejó la copa en la mesa de café. Cuando la miró, todo rastro de burlas había desaparecido. Una alarma hizo ponerse de punta el vello en su nuca.

Golpeó su copa sobre la mesa de café y se tambaleó sobre sus pies, con las manos en las caderas.

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Ella se atragantó con el vino. El miedo, hizo que su corazón cayera a una velocidad imposible. Jeremy la miró fijamente, prácticamente para que se atreviera a confesarlo todo. Pero, ¿cómo podría? Sus secretos eran suyos. Tommy no tenía que decidir cuándo y dónde le diría ni a quién. Lo mataría. Se desharía de Jeremy, luego iría con Tommy y lo mataría. Podría ser pequeña, pero le daría una patada en el culo tan fuerte, que no sería capaz de sentarse durante una semana.

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—Me dijo que me mataría por verte, y a continuación, salió corriendo. —La miró de manera constante—. ¿Por qué pensaría eso? ¿Por qué lo haría?

—Tienes que irte. Si no lo haces, no puedo garantizar tu seguridad. O que no solo te daré un puñetazo en la cara. —No serías la primera. —Estiró un brazo en el respaldo del sofá y se puso cómodo—. Continua. Mi mejilla izquierda aún no está lastimada. Creo que necesita un poco de color, ¿no crees? —Jeremy —gruñó y pisoteó el piso—. Lo digo en serio. Tienes que irte. —No. No huiré de nuevo. —Se puso de pie y agarró sus codos. Sus ojos suplicantes—. Cada vez que nos acercamos a algo bueno, algo real, te escapas. No esta vez. No te voy a dejar. Sé que tenemos algo. Sé que podemos ser algo, si me lo permites. ¿Por qué no? Su tranquilo control la enfureció. Se suponía que debía ser la calmada. Se suponía que debía estar en control. ¿Cómo se atreve a estar compuesto y racional, cuando ella estaba dispuesta a romper algo por encima de su cabeza? Tal vez empezaría con la copa de vino. —No te dejo entrar porque no te deseo. No te deseo. —Pero su voz se quebró en la última palabra, y no podía mirarlo a los ojos. —Mentira. —Sus dedos se apretaron—. Sí, lo haces, me deseas. Pero te niegas a admitirlo, al igual que te negaste a admitirlo hace siete años. Tu acto puede haber funcionado en mí entonces, pero no lo hará ahora. No me iré hasta que hablemos de esto como adultos. Erica cerró los ojos y rezó por paciencia. La paciencia se mantuvo llamativamente en silencio. Maldita sea. Ella siempre había sido la racional. Era una abogada, por el amor de Dios. Si los abogados le gritaban al juez, terminarían comerciando con cigarrillos en la prisión local. Nunca, nunca había perdido su temperamento, pero su templanza, la había dejado en la estacada justo cuando más la necesitaba. Arrastró los ojos hacia él.

Ella abrió los labios para mentir, pero las palabras no salieron.

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—Solo si es la verdad. Luego me iré y puedes llevar a cabo esa orden de restricción. O puedo pasar en Navidad y Acción de Gracias a saludar a la gente y ponerme al día con viejos amigos. Lo que quieras... siempre y cuando me estés diciendo la verdad. ¿Lo estás?

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—Por favor. ¿No puedes aceptar que no quiero estar contigo, e irte?

—Habla conmigo —la coaccionó—. Dime lo que está mal. Ella se soltó de su abrazo, le dio la espalda, y se alisó la blusa, con las manos sudorosas. —No tienes derecho a entrar aquí y exigir nada de mí después de que no te haya visto en años. —¿Te acuerdas de la última vez que nos vimos? —Su voz era tan tranquila que casi no podía oírlo—. ¿Recuerdas lo que te dije? ¿Cómo iba a olvidarlo? Si al menos no hubiera tenido tanto miedo de los sentimientos que despertaba en ella. Si al menos no se hubiera escapado. Se hundió en el sofá y juntó sus manos. No podía mirarlo, no podía soportar ver sus ojos, tan cálidos y llenos de amor. El amor que ella quería tanto que dolía. El amor que podría destruirla tan fácilmente. —Claro que me acuerdo —susurró. Se sentó junto a ella y juntó sus manos. —Quise decir lo que dije. Te he amado toda mi vida. No podía dejar de pensar en ti. Nunca he dejado de pensar en ti. —¡Eso fue hace siete años! —le espetó. Mantente fuerte. No podía dejarlo entrar. Tenía que mantenerse fuerte, maldita sea—. La gente cambia. Ellos crecen y desean cosas diferentes. Él negó con la cabeza. —Yo no. Crecí, pero todavía te deseo.

Ella hizo un sonido estrangulado y quitó las manos de las suyas. —¿Qué te hace pensar que me importabas? ¡Salí huyendo!

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—No voy a parar. —Sus dedos envolvieron los de ella, tan cálido, tan capaz, tan fuerte—. No hasta que admitas que todavía tienes sentimientos por mí, también. Al igual que lo hiciste entonces.

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—Basta. Ya basta. —Su corazón se retorció, destrozándose por la presión del dominio que tenía sobre ella. Él la estaba matando. Cada palabra estaba destruyendo su voluntad y haciéndola débil. Demasiado débil. Ya no sabía absolutamente nada acerca de ella. Ni una sola de esas bonitas palabras se aplicaba a lo que ella era ahora.

—Y lloraste todos los días durante un mes. Tommy me lo dijo. En este momento, las posibilidades de supervivencia de Tommy estaban más bajas que un gran centro metropolitano en un holocausto nuclear. Erica apretó los puños. —Tommy no estará vivo mucho más tiempo, por lo que tendrás que buscar otro informante. Tal vez uno de tus compañeros de clase, un poco más convenientes. Espero que los dos hagan las paces antes de que lo ponga en su tumba. Ahora sal. —No me voy. ¿Cuántas veces tengo que decirlo antes de que lo escuches? —Le agarró la barbilla con un toque suave y la levantó para mirarlo a los ojos—. Te amo. Nunca he dejado de amarte. Nunca dejaré de amarte, no importa lo que hagas o digas. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sintió el rastro húmedo de lágrimas en sus mejillas, pero no podía detenerlas. Dudaba que pararan nunca, después de esta noche. —No tienes idea de lo que estás diciendo —susurró. —Sí, lo creo. ¿Sabes cómo supe que eras una abogada? Traté de mantenerme informado con respecto a ti. Dónde estabas. Lo que estabas haciendo. Aunque intenté no cruzar el umbral de acosador. —Sonrió con ironía—. Pero no podía dejarte ir entonces... y no puedo dejarte ir ahora. Negó con la cabeza frenéticamente. Sus lágrimas la cegaron. —Tienes que. No puedes amarme. No sabes sobre mis cicatri…

—Sí. Unas marcas en tu piel no me van a asustar. Me vuelve loco que pienses que lo harían.

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—No seas un idiota melodramático. —Ella limpió bruscamente sus mejillas y enderezó los hombros. Él quería saber la verdad. Ella quería que la dejara en paz. Sabía de una manera rápida y fácil de hacerse cargo de ambos. Se levantó, pavor se revolvió en el fondo de su estómago y se arrastró por sus piernas para dejarlas entumecidas—. ¿Quieres verlas? ¿Quieres ver mis cicatrices?

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—¡Entonces háblame de ellas! —Ese autocontrol desapareció para dejarlo de pie, gesticulando bruscamente—. ¿Qué podría ser tan malo que tienes miedo de decirme? ¿Las conseguiste mientras matabas a alguien? ¿Robabas un banco?

—Eso es porque eres un ingenuo, tonto idealista. Ella abrió su blusa con las manos temblando. Los ojos de él siguieron sus movimientos. Empujó su tonta esperanza de que aún pudiera quererla, después de esto. Él hizo sus promesas ahora, pero no la había visto todavía. —Hace dos años —dijo ella—, conducía a casa del trabajo. Era tarde, y estaba cansada. Me acuerdo de la pizza en el asiento de al lado. Recuerdo pensar en llegar a casa y comerla. Incluso recuerdo cómo olía el pepperoni. El queso también. Era fabuloso. El recuerdo es tan fuerte que puedo olerlo incluso ahora. Las palabras salieron en un apuro. Habían estado dentro por tanto tiempo que no podía contenerlas más. Quería que él supiera lo que le había pasado, pero se aferró al borde de su blusa. Su manta de seguridad. Tal vez por mucho tiempo, pero necesitaba algo que ocultar. Ahora más que nunca. —Ni siquiera vi venir el camión —susurró—. Todavía no recuerdo el momento en que golpeó. Solo las luces, la bocina. Ni siquiera se registraron hasta que era demasiado tarde. El rostro de Jeremy palideció. —¿Qué ocurrió? —Se me cayó mi teléfono. Esperaba una llamada importante de un cliente, y estaba en luz roja, así que pensé que lo agarraría muy rápido y desabroché el cinturón de seguridad. Cuando me incliné para tomar mi teléfono, tuvo una semi pérdida de control y tiró mi puerta del pasajero. Mi último recuerdo es el de las luces. Pensé “Oh, bueno, veo mi teléfono”. Entonces... nada. Con un áspero sonido, la arrastró a sus brazos. Su alto y poderoso cuerpo temblaba contra el suyo. —Oh, Dios, mío. Lo siento mucho.

Él buscó sus placas de identificación otra vez. Lo estaba poniendo nervioso. Bueno. Debía estarlo.

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—No he terminado.

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Se dejó descansar en su pecho en un momento desgarrador, luego se apartó. No podía ponerse débil ahora. Esto no era ni siquiera la peor parte.

—Está bien —dijo—. Estoy escuchando. Se obligó a mirarle a la cara. Se obligó a ver cada horrible emoción allí, incluso si la rompía. El amor que ella anhelaba. La vacilación que temía. La compasión que necesitaba, y la simpatía que ella nunca quiso. —Mi blusa era de poliéster. Inflamable. No conseguí salir del auto lo suficientemente rápido. Mi blusa se incendió, quemándome el estómago y la espalda. Me dijeron que estuve en el fuego solo por un corto tiempo, pero hizo más que suficiente daño. —No tienes que mostrarme si no estás lista —dijo—. Sea lo que sea, no me importa. Te amo. Alargó la mano hacia ella de nuevo, pero ella se echó hacia atrás. —¡No! Tienes que verlas. Entonces sabrás por qué tienes que irte. —Erica, ¡no me importa si tiene cicatrices, maldita sea! Yo no te voy a dejar. —Déjame. Mi prometido me dejó por culpa de ellas. He vivido como una monja desde el accidente. No seas condescendiente conmigo cuando ni siquiera las has visto aún. Ella levantó la barbilla y reunió coraje. Este era el momento en que todo iba a cambiar. Todo el amor y el deseo en sus ojos cambiaban a asco y lástima. Quería cerrar los ojos y rechazarlo, pero no lo haría. Ella se negaba a dar marcha atrás ahora. Si nada más, el horror en los ojos de Jeremy reforzaría sus razones para no dejar que nadie se acercara otra vez. Sus manos estaban congeladas, insensibles. Poco a poco, moviéndose como una frágil muñeca, sacó su blusa y esperó, esperó a que retrocediera y se apartara con disgusto. Pero sus ojos se mantuvieron en su cara, la mandíbula apretada, con los puños apretados.

—No. Mira. O déjalo ahora. De cualquier manera, vas a irte.

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Ella negó con la cabeza. Apenas podía ver a través de las lágrimas, pero se mantuvo firme.

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—No tienes que hacer esto —dijo—. No debería haberte presionado. Lamento molestar tanto. Baja la blusa.

Su mirada cayó lentamente, agonizante centímetro a centímetro. Ella supo el momento en que la realidad de su torcido cuerpo lo golpeó. Él palideció y se dejó caer sobre el brazo del sofá, temblando. Sus ojos fuertemente cerrados. Por supuesto que sí. Cerrándolos ante su fealdad. Su repulsión. Él no era el primero en estar disgustado por ella, pero sería el último, maldito fuera en el infierno. Ella sabía cómo terminaría. Había tratado de evitarlo, pero no se rendiría. La había hecho a sí misma exponerse, su vergüenza, su desfiguración, e hizo que ella lo dejara entrar. ¿Por qué? ¿Qué había ganado ella con esto, además de dolor y mortificación? Dejó caer la blusa en su lugar. El sabor salado de las lágrimas la asfixió. Él todavía no se había movido. Se quedó sentado como una estatua, increíblemente perfecto, hermoso e intocable. No podía soportar mirarlo ahora, tan guapo cuando ella era tan fea. El corazón le dio un vuelco. No podía respirar. ¿Por qué lo dejó entrar? Tenía que escapar. Incluso un segundo más con él era demasiado. —Conoces la salida —dijo con voz entrecortada y, volviéndose, subió corriendo las escaleras. En la seguridad de su habitación, cerró la puerta, la bloqueó, y se arrojó sobre la cama vacía. Doblándose en posición fetal, se agarró las piernas firmemente a su pecho. Tal vez si ella se hiciera un bulto lo suficientemente pequeño, podría exprimir todo el dolor en un pequeño nudo que podía meter en la esquina más pequeña de ella. Tal vez entonces, se sentiría mejor.

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Y tal vez si apretujara los ojos cerrados y bloqueara el mundo, solo... desaparecería, y se llevaría a Jeremy Addison con él.

Traducido por Scarlet_danvers (SOS, roxywonderland y MaEx Corregido por hermosaoscuridad

J

eremy abrió sus ojos a tiempo para verla huir. Pateó el sofá. Jodido idiota. ¿Por qué no había dicho algo? ¿Por qué no había oído hablar de esto? Si hubiera sabido, podría haber estado allí para ella. Sostener su mano. Apoyarla a través de esto, y asegurarse de que supiera cada día la hermosa e increíble mujer que ella era. ¿Había pensado que él estaría disgustado con ella? ¿Repugnado por unas cuantas cicatrices? Él era un Marine. Sus compañeros soldados, hombres y mujeres en los que confiaba con su vida, la única familia que lo había acogido cuando Tommy le había dado la espalda... todos habían sido balaceados, quemados o destrozados por las lecciones de primera mano en la explosiva guerra. La mitad estaban muertos. Él tenía un agujero de bala en su hombro, recibido hace un año en una desagradable pelea en Fallujah. Sabía de cicatrices. Él las veía todos los días. El hecho de que ella aún estuviera viva era un milagro, no algo de lo que avergonzarse. Sus cicatrices contaban la historia de su vida. De su fuerza. Había pasado por un accidente, y vivido. Ella no se había dado por vencida. No había muerto.

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Había esperado demasiado tiempo para amarla como ella se merecía. Él no estaba dispuesto a esperar un segundo más. El dolor en sus ojos cuando ella se desnudó para él, la determinación cuando ella se había negado a apartar la mirada de su escrutinio, solo lo hizo amarla más. Su valentía y honestidad en la cara de lo que había pensado era cierta repulsión y rechazo le impresionaron mucho más de lo que una piel perfecta jamás podría.

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Ella estaba aquí. Y maldita sea, ella era suya.

¿Acaso Erica realmente creía que era lo suficientemente superficial para huir de ella? ¿Cómo su cobarde y patética excusa de ex prometido? Cerró los puños. Ese bastardo. Le gustaría mostrarle a ese cobarde cómo se sentía, después de que él la hubiera hecho sentir tan inferior. Pero Erica lo necesitaba. Necesitaba más que su ira. Necesitaba su honestidad, su amor, y él estaría condenado si no los diera a ella. Las marcas en su cuerpo no importaban. Las marcas que había dejado en su corazón eran más permanentes que las cicatrices, y eternamente más vinculantes. Tomó las escaleras de dos en dos y probó cada habitación de arriba hasta que encontró una cerrada al final del pasillo. La suya, sin duda. Respiró para calmarse y llamó. —¿Erica? ¿Puedo entrar? Oyó un ruido distante de arrastrar los pies. Su voz sonó tranquila y apagada. —¿Por qué no solo te vas? —Porque te amo. —Contuvo el aliento. ¿Le creería? ¿Lo dejaría entrar?—. No creo que tus cicatrices sean feas. Creo que son perfectas. Tú eres perfecta. El pomo de la puerta traqueteó. La puerta se abrió lo suficiente para que un ojo mirara a través. —No tienes que hacer esto. No me importara si te vas. No serías el primero. —De ninguna manera en el infierno. Yo no me voy. No puedes obligarme. No ahora, ni nunca.

—¿Por qué? —preguntó.

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Esperanza.

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Ella abrió la puerta completamente y lo miró fijamente, con sus hermosos ojos marrones abiertos, y por fin vio algo en ellos, algo crudo y expuesto y vulnerable y hermoso.

—Porque. Te. Amo. —Él lo diría hasta que ella lo creyera. Él la acariciaría cada minuto de cada día, hasta que finalmente se diera cuenta de la verdad—. Te amo, y quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz. Si me dejas, lo haré. Sobre todo porque estoy condenadamente seguro de que me amas, también. Ella se mordió el labio inferior. Dios, había estado volviéndolo loco con eso desde el cuarto grado. Cada vez que lo hacía su boca se volvía roja y suave, hasta que él quería lamer esa madura y reluciente llenura. —Miraste mis cicatrices, ¿verdad? —Ella buscó su cara, tan precavida, tan cuidadosa. Él se echó a reír. —Sí, señora. Y no podrían importarme menos. Solo estoy enojado de que no estuviera allí para ayudarte a través del dolor y la agonía. Ojalá lo hubiera sabido. He vuelto por ti. Sus ojos se estrecharon. —No es posible que desees estar conmigo ahora. —¿Por qué no? El amor no es acerca de la perfección o la belleza. No se trata de lo bien que te ves en un bikini, o cuan perfecta es tu piel. El amor es acerca de... de... —Buscó las palabras—. Acerca de necesitar a esa persona especial en tu vida, ese alguien que te hace sentir todo. Es ayudar a la persona que amas cuando necesita una mano para mantenerse erguida. El amor nunca se da por vencido con la persona que te importa. Él cruzó el umbral. Ella se tambaleó hacia atrás, llevando su mano a su pecho. —Tú eres esa persona para mí, Erica —dijo—. No solo eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, sino que eres tan guapa por dentro como lo eres por fuera. Y te amo. Cada parte de ti. por

la

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Él ahuecó su mejilla.

entrecortada

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—No veo cómo —dijo ella, su voz desesperación—. No te he visto en siete años.

—¿Qué son siete años en toda una vida? Las lágrimas rodaron por sus mejillas. —No sé si puedo hacer esto. No sé si aún puedo intentarlo. Te vas pronto. —Voy a estar lo suficientemente cerca. —Él la tomó en sus brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho. Sus curvas se ajustaban a su cuerpo en todos los lugares correctos, como si estuviera hecha para él—. Al menos podemos intentarlo. ¿Podemos darle una oportunidad y ver cómo funciona? Ella se echó hacia atrás y buscó su cara. Contuvo la respiración y en silencio le rogó que no lo rechazara de nuevo. Si ella decía que no esta vez, sería porque realmente no lo quería. No había secretos ahora. Sin dudas. Él conocía sus miedos. Había visto sus cicatrices. Pero si de verdad, de verdad no lo amaba, no había nada que pudiera hacer. Sus labios temblaron, y ella asintió con la cabeza. —Bien. Si estás seguro de que realmente… —Nunca he estado más seguro de nada en mi vida —dijo, y la besó.

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Trazó su boca con la punta de su lengua, y ella gimió y se aferró a su camisa. Nunca había estado tan cerca del cielo antes, y no quería volver a estrellarse en la tierra. Cuando ella le quitó su camisa y arrastró sus manos sobre su espalda, sus pechos se presionaron contra su pecho. Sus sentidos ardieron. Sus dedos rozaron su cuerpo, y él ahogó un sonido. Demasiado. Más de lo que podía manejar. Más de lo que podía resistir. Él apartó la boca de la de ella.

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Ella suspiró y se apoyó en él, y él la apretó cerca. Quería alzarla y gritar su alegría al mundo. Él le mostraría. Él le mostraría lo perfectos que eran el uno para el otro; con la forma en que sus labios se moldeaban y se moldeaban a la forma en que sus lenguas se entrelazaban, de la forma en que sus cuerpos se moldeaban al latir de sus corazones acelerados en conjunto. Y mucho más, en el amor que tenía que darle. La vida que él tenía para darle, que sería para siempre suya

—Jeremy —protestó ella, y lo besó de nuevo. Él la dejó salirse con la suya con él por unos instantes más y luego a regañadientes se alejó a sí mismo de su agarre. Ella respiraba con dificultad, sus manos apretadas ante ella. El deseo en sus ojos lo desgarró, comiéndolo vivo. —¿Qué es? ¿Qué pasa? —preguntó. —No quiero presionarte. Estaba temblando con tantos años de deseo reprimido, pero no podía soportar presionarla. Cerró sus ojos. La había deseado; no, necesitado, durante tanto tiempo, y por fin ella lo quería de vuelta. Pero tenía que darle espacio. Tiempo. Él la había amado prácticamente toda su vida. No había tal cosa como demasiado rápido para él, pero él no quería forzarla a nada que podría lamentar más tarde. Dejó escapar un profundo suspiro y abrió los ojos. —Podemos… debemos tomarnos un tiempo. Sus labios se curvaron en las esquinas, y ella inclinó la cabeza. —Yo podría haber jurado que ya cubrimos este territorio con la conversación de “los extraños peligrosos”. Ella cerró la distancia entre ellos y tiró de su camisa. Se puso tenso. —Erica… —No lo hagas —dijo ella, y algo en el tono ronco de su voz lo detuvo—. Por favor no me rechaces ahora.

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Aun nada podía eliminar la imagen de ella arrodillada delante de él y acariciándolo. Todo su cuerpo se sacudió con cada gentil toque. Apretó sus dientes. Capturando su mano, la puso de pie y acunó su rostro en sus palmas, memorizando cada detalle. Cada curva y hueco de sus facciones. Cada veta de un avellana tostado en sus ojos. Todo.

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Ella cayó de rodillas y deslizó sus manos sobre su estómago, luego caminó con sus dedos hacia abajo. Cuando trazó la forma dura de su erección, él gimió y cerró los ojos.

—Erica, amor, estoy tratando fuertemente de ser bueno. —Nadie te pidió que lo fueras. Se puso de puntillas y presiono su boca con la suya. Ella lo devoro avivadamente, con un calor y hambre que nunca había pensado que ella poseyera debajo de esa delicada piel. Para el momento que se alejó, él ya estaba jadeando, tenso, ardiendo y listo. Pero era la emoción en sus ojos lo que lo puso en llamas, un calor que esperaba quizás fuera la primera chispa de amor. —No me arrepentiré —dijo—. Lo prometo. Cuando lo besó nuevamente, se rindió con un torturado gemido. Las últimas de sus restricciones se disolvieron, dejando nada salvo ella. Chocó los labios de ella contra los suyos y la apretó contra su cuerpo. Su camiseta rodo sobre sus pechos. Ella la alcanzo entre ellos para arrastrarla hacia abajo, pero él atrapo sus muñecas. —No tienes que esconderte de mí. Lentamente, la hizo retroceder hacia la cama y la empujó hacia ella. Sus piernas acunándolo mientras se estiraba sobre ella y bebía cada centímetro de ella, tumbada tan hermosa debajo de él. Inclinándose, mordisqueó el lóbulo de su oreja. —Déjame amarte —susurró—. Todo de ti.

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Nunca le había hecho el amor a una mujer antes. El sexo era una cosa. Esto era diferente. Esta era la mujer que amaba, y quería hacer lo

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Dejó un rastro de besos por toda su mandíbula, hasta que finalmente encontró su boca. Estaba lista para él, su lengua en duelo con la suya al momento que sus bocas se encontraron. Ella arrastró sus dedos a través de su cabello y se movió inquietamente debajo de él. Sus manos exploraron el cuerpo de ella, descubriendo cada suave y etérea curva, cada sensible lugar que la hacía estremecerse y retorcerse. Cuando acunó sus pechos, gimió y arqueó su espalda. Su cuerpo estaba gritándole que se apresurara, que tomara lo que ella ofrecía tan libremente. Desnudarla. Sumergirse en su interior.

correcto. Él se liberó de su abrazo y arrancó su camiseta por sobre su cabeza, luego deslizo fuera sus jeans. Ella lo miraba, ese condenadamente sexy labio inferior atrapado entre sus dientes otra vez, sus ojos inundados en deseo. Devoró sus labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas, y los imprimió en su memoria. Conservaría este momento consigo para siempre. —Dios, eres perfecto —susurró ella, sus mejillas sonrojadas. Su mano extendida invitándolo. Irresistible. Se quitó sus bóxers y deslizó de regreso a la cama. Su cuerpo cubriendo el de ella, y descansó su peso contra la suave fragilidad de ella mientras la besaba hasta que estuvo jadeando, labios húmedos abiertos para él. Su ropa burlándose contra su piel desnuda, totalmente exasperante. Quería arrancarla de su cuerpo y dejar cada glorioso centímetro desnudo ante su toque, pero no aún. Sin importar su impaciencia, no quería presionar demasiado fuerte, o demasiado rápido. Su erección rozó el interior de sus muslos, y sus caderas se sacudieron. Anhelaba su calor apretado, pero se distrajo a sí mismo para adorar su cuerpo. Sus labios reclamaron su garganta, y sus dientes marcaron cada centímetro de ella mientras con sus gentiles y burlones mordiscos la dejaba echando la cabeza hacia atrás, clamando en pequeños y agudos jadeos. Sus dedos hicieron su recorrido sobre su estómago hasta su camiseta, y la rozó para acunar nuevamente sus pechos. Sus pulgares burlándose de sus pezones a través de la tela, y ella retorciéndose. —Jeremy —gimió. —No aún, amor —dijo, y la besó nuevamente. Más lento, más profundo, amando su boca con obsesiva atención, explorando cada rincón de ella mientras sus dedos deslizaban fuera su ropa. Ella arqueó sus caderas mientras lanzaba fuera sus pantalones cortos y jalaba sus bragas hacía abajo. Pero cuando fue por su camiseta, ella se congelo.

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—No. —Rozó su boca con la de ella y apretó su agarre en su camiseta. Saboreó sus lágrimas. Sabía que la tenía difícil dejándose llevar, pero si no le enseñaba ahora, nunca le creería—. Confía en mí. Eres hermosa.

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—Espera —dijo sin aliento, rígida debajo de él—. Apaga las luces.

—No. —Negó con su cabeza—. No, no lo soy. Se encontró con su mirada. —Lo eres. Eres la persona más hermosa que alguna vez he conocido. Su sonrisa era borrosa a través de sus lágrimas. —Cuando lo dices, casi lo creo. Su corazón se apretó en su pecho. Trazó su pulgar sobre su labio inferior y besó sus lágrimas, entonces agarró sus manos alejándolas del fuerte agarre de su camiseta. —Un día —dijo—, no necesitarás que te lo diga porque sabrás que es verdad. Pero hasta entonces, te lo mostraré tantas veces como lo necesites. —Deslizó su mano bajo la camiseta y la dejó reposando contra la desnuda piel de su estómago; ella contuvo su aliento—. Si realmente no quieres que haga esto, me detendré. Pero ver tus cicatrices no cambiará como me siento con respecto a ti. No me hicieron irme antes, y no me harán irme ahora. Sus ojos fijos en los suyos. Sus dedos temblorosos tocaron su mejilla. La combinación de miedo y adoración en sus ojos estuvo cerca de desgarrarlo. —Está bien —dijo. Más que miedo y adoración… se dio cuenta que había confianza allí. Confianza en él. Confianza de que nunca la heriría. Confianza que nadie más alguna vez le había dado. Él sonrió. Le daría todo lo que pudiera como recompensa.

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Ella chilló y enterró sus dedos en su cabello. Lágrimas derramándose por su rostro, aun así se arqueó y gimió en placer mientras le enseñaba justo cuanto amaba su cuerpo. La amó con sus labios, con su legua, con sus

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Deslizó su camiseta centímetro a centímetro. Sus labios siguieron la tela, dejando besos en su estómago lleno de cicatrices. Esperaba que ella cerrara sus ojos, pero ella miró su rostro sin acobardarse. Cada beso lo llevó más cerca de uno de sus pechos, hasta que tomó el cálido pico de su pezón en su boca y lo acarició con la punta de su lengua.

gentiles pellizcos y mordiscos, dejando nada sin ser tocado. No había parte de ella que él no adorara y ninguna parte que no saboreara. Tomó lo último de su despedazado autocontrol alejarse, jadeando, el tiempo suficiente para ponerse un condón. Se agarró de sus caderas y hundió sus uñas en su piel. —Jeremy —suplicó, y tiró de él más cerca—. Ahora. Tomó una profunda respiración y la besó. Mientras su lengua acariciaba su boca, se hundió completamente dentro de ella. Lo envolvió en su calor deslizándose lustrosamente, el húmedo calor de ella acariciándolo hasta que gimió. No podían haber encajado más perfectamente. Ella era asombrosa. Ella era suya. —No… No puedo ir lento —murmuró entre sus dientes. La necesidad tenía su cuerpo tenso, y muy listo. Había planeado hacer el amor relajadamente y sin apuros, pero no creía que pudiera aguantarlo por más tiempo. —Entonces no lo hagas —jadeó, se arqueó sobre él, arañando con sus uñas su espalda. Su mente dejó de funcionar. Su cuerpo, su deseo, su absorbente deseo por ella tomó el control. Solo ella podría darle este placer. Se condujo dentro de ella. Ella se levantó a su encuentro, desenfrenada y salvaje. La encontró en todas sus demandas, salvaje por salvaje, alocado por alocado, beso por beso, pasión por pasión.

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Colapsó sobre ella, su corazón bombeando, y la sostuvo cerca. Fueron unos largos minutos antes de que pudiera hablar, antes de que

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El placer acumulándose en una creciente urgencia acompasó el ritmo de su cuerpo hasta que ella se tensó. Con un gemido, un grito estremecedor, alcanzó su punto máximo, apretándose a su alrededor en olas convulsivas, su cuerpo temblando, Su piel reluciente con sudor. Su suavidad vertiéndose sobre él, y la llenó una y otra vez hasta que la dicha se extendió por todo su cuerpo y lo derritió.

incluso pudiera moverse. Se impulsó hacia arriba apoyándose en sus temblorosos brazos. —Santo cielo —exhaló—. Eres asombrosa. Se ruborizó. Una tímida sonrisa se deslizo a través de sus labios. —Es mi secreto mejor guardado. Rompió en risas. Dios, no podía imaginar el no tenerla más en su vida. Nunca había planeado mucho para el futuro, pero ahora veía uno con ella. Uno que le daría una razón para pelear, una razón para sobrevivir, así podía volver a casa a sus brazos abiertos. —Mocosa —murmuró, y se inclinó para besar la punta de su nariz, luego finalmente, besó ese hoyuelo que lo estaba llamando por tanto tiempo—. Mantenlo como un secreto. No quiero a nadie intentado robarte. La ternura en sus ojos lo dejó sin aliento. —No tienes que preocuparte acerca de eso. No eres el único con un enamoramiento. —¿Así que finalmente admites que tenía razón? —Esta vez. Una vez. No te acostumbres a ello. No va a suceder de nuevo. —Ella pasó un dedo por el brazo—. Todo el mundo sabe que siempre tengo la razón. Ese toque de luz era suficiente para despertarlo de nuevo. Si no tenía cuidado, ella lo mataría. Se dejó caer contra ella y hundió el rostro en su cuello, respirando el aroma de su piel caliente. El olor de su placer. El aroma de los dos, juntos. —¿Por qué huiste? —preguntó, rozando sus labios sobre su cuello—. Cuando te lo dije, la primera vez.

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—¡Porque pensé que te habías acostado con la esposa de mi hermano! ¿Qué pensaste que haría? Y estabas borracho. Y yo tenía miedo. Te había amado durante tanto tiempo, y allí estabas, diciéndome que también me amabas. No sabía si creerte o correr gritando.

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Ella se echó a reír.

—Así que corriste gritando. —Podría haber jurado que “Capitán Obviedad” era la descripción de mi trabajo. Él podría haberse pateado a sí mismo. Era un tonto. Por supuesto que ella no se arrojaría en sus brazos tres minutos después de que le hubiera dicho que Tommy había golpeado la mierda fuera de él por dormir con su esposa. Tal vez Tommy no había golpeado lo suficiente a su yo más joven, sí era tan idiota. Entonces todo el significado de sus palabras lo golpeó. —Espera. ¿Me amabas? ¿Eso no fue solo algo que dijo Tommy? —¿Puede mi hermano guardar algo en secreto? —Ella cayó por debajo de él—. Sí. Lo hacía. No creo que incluso haya dejado de hacerlo. Ni siquiera me atreví a preocuparme cuando mi prometido se fue, porque no eras tú. Pensé que lo amaba, pero... no pude. No como te amé. Ella lo amaba. Ella realmente, honestamente, lo amaba. Jeremy presionó su mejilla contra su cabello y la aplastó más cerca contra él. Ella gimió. —No. Puedo. Respirar. Relajó su agarre una fracción y la besó en la sien. —Si puedes hablar, puedes respirar, amor. Ella lo fulminó con la mirada. —Oh, cállate. —Entonces se ruborizó—. No, no lo hagas. Dilo otra vez. —¿Si puedes hablar, puedes respirar?

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—... amor —terminó, y sonrió cuando ella bajó los ojos, barriendo las pestañas. Ella era tan dolorosamente, perfectamente hermosa. Cada cicatriz. Cada pequeño gesto nervioso. Todo sobre ella, desde la forma en que ella apretaba los labios cuando estaba enfadada a la forma en que sus

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—No. La otra parte. La parte en la que me llamaste...

uñas golpeaban en su espalda cuando ella gritaba su nombre en las alturas de la pasión—. Mi amor. Ahora y siempre. Ella escondió la cara en su hombro. —Ahora me estás avergonzando. Cállate. —No creo que te dé vergüenza. Creo que te gusta... amor. Con un gruñido, ella lo empujó, luego, se montó a horcajadas sobre él. Sus ojos brillaban. Su cabello enmarcaba su cara en un brillante enredo de chocolate. —Haré que te calles, si no vas a hacerlo por tu cuenta. Y créeme, no serás capaz de manejar mis métodos. —Pruébame —dijo, y rodó sus caderas contra ella. Ella jadeó, luego se deslizó por su cuerpo y besó un camino hacia sus caderas. Sus labios eran como seda sobre su piel. Sus dedos acariciaron su erección, haciéndolo palpitar y robando su aliento. —Lo haré —dijo—. Confía en mí, lo haré. Se tragó un gemido. —¿He mencionado lo mucho que te amo? —Posiblemente. Y es muy posible que pudiera amarte también.

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Luego sus labios se cerraron en torno a él, y perdió la capacidad de hablar. Ella estaba en lo cierto. Sabía exactamente cómo hacerlo callar.

Traducido por HeythereDelilah1007 Corregido por La BoHeMiK

E

rica se estiró y sonrió mirando al techo. Los últimos tres días habían sido increíbles. Jeremy no se había separado de su lado por más tiempo del que tomaba bañarse y comer. Todas las noches la sostenía entre sus brazos, hablaban por horas; sobre todo de lo que había pasado cuando ambos habían estado separados, de sus familias y de la vida que querían crear juntos. Y cada mañana, le decía lo hermosa que era, y le hacía el amor a la luz del sol creciente. Era absolutamente injusto que de pronto él tuviera que regresar a la base, a horas de distancia; y no mucho después de eso, estaría de vuelta en el puesto de despliegue. Le dolía pensar que no lo vería todos los días, o sentiría su piel contra la de ella mientras dormía. Su sonrisa se desvaneció y pasó su mano por el lugar vacío junto a ella en la cama. Si tan solo él se pudiera mudar aquí, y quedarse con ella. Pero el ejército no funcionaba así. Jeremy todavía tenía que cumplir tres años en este recorrido y él no tenía ningún plan de dejar los Marines, Era un soldado profesional, y estaba orgulloso de ello. Erica estaba orgullosa de él, de todo por lo que peleaba. ¿Pero, que significaba para ellos? Ella se iría con él en un instante, lo seguiría a donde tuviese que ir. Lo amaba, lo había amado siempre. Pero era demasiado pronto. Demasiado rápido. Jeremy volvió tranquilamente a la habitación llevando dos tazas de café.

—Gracias —dijo ella, agarrando una taza.

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Ella se forzó a sonreír y se sentó. No podía dejarle saber que estaba preocupada. No cuando a ambos les quedaba tan poco tiempo juntos.

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—Por si te lo estabas preguntando, sí, también ofrezco servicios de mesonero.

Él recorrió su cara con la mirada. —¿Qué está mal? Te ves alterada. Ella suspiró. Maldita sea, el hombre la conocía tan bien, descubriendo sus sonrisas falsas. —No pasa nada. Solo estoy tan… feliz. Él arqueó una ceja. —¿Y eso te molesta…? —Tú vas a irte. —Ella tragó con dificultad—. Y voy a extrañarte. —También voy a extrañarte. —La besó en la frente y se sentó a su lado—. Sin embargo, vamos a hacer que funcione. Mis fines de semana siempre están libres. Ella asintió. —Puedo hacer que funcione con los míos. —O… —Él entrecerró sus abrasadores ojos en ella—. Cuando estés lista, podríamos tratar de arreglar que tú vengas conmigo. —¿Cuándo yo esté lista? —respondió con una sonrisa inquieta—. ¿Qué hay de ti? ¿No tienes que estar listo también? —He estado listo para pasar mi vida contigo durante años. —Dejó su café a un lado, tomó el de ella y lo puso en la mesita de noche. Deslizando su cuerpo sobre el de ella, la presionó en la cama con su delicioso y caliente peso. Sus dedos se enredaron con los de Erica y los mantuvo sujetos a ambos lados de sus hombros—. Estaba esperando que sintieras lo mismo. Cuando estés lista, yo también lo estaré. Quiero tenerlo todo. Matrimonio, hijos y una casa. —Él sonrió—. Quiero todo eso, pero solo contigo.

Dejó que su corazón decidiera, por una vez.

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Había esperado demasiado tiempo para tenerlo para ella sola.

79

El lado abogado del cerebro de Erica le dijo que era demasiado, y demasiado pronto. Los índices de divorcio eran ridículamente altos, especialmente entre los matrimonios de militares. Pero su corazón no estaba escuchando. Su corazón había esperado demasiado para sentirse así de feliz.

—Estoy lista para todo eso. Te amo. Donde sea que vivamos, aquí o allá… Soy tuya. Él capturó sus labios en un breve vertiginoso beso que se acercaba a lo salvaje. —Nunca serás capaz de deshacerte de mí. Se movió para besarla de nuevo y ella presionó sus dedos en la boca de él. —Espera. Tengo algo que pedirte. —Lo que sea. —Cuando te envíen de vuelta a altamar, no dejes que te disparen. Él sonrió. —Amor, te lo dije, soy demasiado rudo. Solo soy vulnerable cuando se trata de ti. Allí… estoy completamente indefenso. Ella tocó las placas de identificación que colgaban entre ellos. —Me gusta cómo suena eso. —¿Planeas abusar de mi despiadadamente? —Tal vez no despiadadamente. Él sonrió y ella también lo hizo pasando sus dedos sobre sus labios. Jeremy era tan increíble. Tan correcto para ella. La herida en su labio inferior seguía curándose; ella la tocó gentilmente. Una estúpida noche en Las Vegas, una pelea en la que él nunca debió meterse, lo habían lanzado al desierto, y de vuelta a su vida. No podía imaginarse como se las había arreglado sin él. —Tú y yo —dijo ella—. Creo que podríamos encargarnos de cualquier cosa. —¿Juntos? —le preguntó.

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Jeremy presionó sus labios en los de ella y Erica envolvió los brazos alrededor de él. Las cosas podrían ser inciertas. Ellos podían ser difíciles. Pero justo ahora, ella nunca había estado más segura sobre algo en toda su vida.

80

—Juntos.

A donde quiera que él perteneciera, ella también.

Traducido por HeythereDelilah1007 y Jadasa Youngblood (SOS) Corregido por Lizzie Wasserstein

E

rica se quedó parada entre la enorme multitud de mujeres y niños, y miró nerviosamente por encima de sus hombros. En cualquier minuto, el autobús se estacionaría y Jeremy saldría caminando. Él había estado en altamar durante siete largos y dolorosos meses. Su cuerpo zumbaba con anticipación. Ella movía nerviosamente y apretaba su agarre sobre su cartel hecho a mano de BIENVENIDO A CASA, hasta que sintió la madera romperse bajo su asfixiante agarre. Ella relajó sus dedos y echó un vistazo rápido a su reloj. Todavía seguían siendo las siete treinta. Maldición. —Relájate —tranquilizó Tommy, y envolvió su brazo sobre los hombros de ella—-. Él estará aquí pronto. En cualquier momento, él saldrá pavoneándose. —Me relajaré cuando pueda volver a verlo —disparó con rabio, y se arrepintió inmediatamente.

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81

Ella no podía evitarlo. Estaba grande como una casa y cascarrabias como una serpiente cascabel, con una mordida el doble de toxica. La pelea de esta mañana con el despachador en Pendleton no había ayudado, pero alguien tenía que arreglar la plomería en su pequeño bungaló de mierda en la base. Ella frotó su estómago hinchado e hizo una mueca. El sol golpeaba sobre su cabeza, quemándola viva. ¿Siempre había estado así de malditamente caliente en San Diego, o eran solamente sus hormonas de embarazada tratando de quemarla viva?

El frente de la multitud se agitó. Las voces se alzaron. Erica se quedó parada derecha. Su corazón se movía fuera de sí. Las lágrimas picaban en sus ojos. Por favor, Dios, que sea él. Esta montaña rusa la estaba matando. —No puedo ver, Tommy. ¿Ellos están aquí? Tommy estaba parado unos buenos treinta centímetros por encima de ella, sobrepasando por mucho a la multitud de personas. Él había volado para ayudarla con su embarazo durante los últimos exhaustivos meses, pero en este momento, él no era suficiente. La gente se movía confusamente frente a ella, atrás de ella, junto a ella. Todo el mundo estaba aquí menos la persona que ella realmente quería. —¡Tommy! —Ella estrelló su codo sobre sus costillas—. Di algo. ¿Puedes verlos? —¡Auch! Estoy mirando, malcriada. —Él se estiró para ver—. Sí, creo que puedo ver el autobús. Ellos se están bajando. Mierda, todos se ven iguales en uniforme. Ella observó cada cara y se movió a través de la multitud, cada soldado deslizándose rápidamente a los brazos de madres, esposas, hermanos, hijos. Ninguno era Jeremy. Varias de las mujeres a su alrededor soltaban nombres llorando y luchaban contra la multitud para alcanzar a sus hombres, pero Erica se quedó en silencio. Buscando. La emoción, tan fuerte en el aire, no era nada comparada al caldero burbujeante de frustración y soledad, a la ahogante necesidad, listos para hervir en su interior. Mientras la multitud disminuía sin alguna señal de él, Erica prácticamente gritó:

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Un último rezagado salió del autobús. Todos los demás se desvanecieron mientras los ojos de Erica se quedaban trabados en él. Su mirada la encontró inmediatamente, y en el momento en que sus ojos se vieron, su sonrisa casi estalla en su rostro, y sus ojos se desbordaron. Él prácticamente saltó el último escalón del autobús y empezó a correr. Ella rio

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—¿Dónde demonios está?

y luchó contra la multitud para encontrarlo, permitiendo que su pancita tamaño casa guiara el camino. Su cartel cayó al piso. A ella no le importó. Casi se estrellaron el uno contra el otro, la levantó en sus brazos y la besó. Ansiosamente se encontró con sus labios. Le habían sido negados por mucho tiempo. Un rayo de placer y amor la golpeó atravesándola. Sus manos deambularon por su espalda, tirándola más cerca, hasta que su vientre se puso en el camino. La soltó con un suspiro, pero cada promesa en sus ojos, le dijo que una vez que estuvieran solos, iba a encontrar una manera. Sus manos temblaban mientras asombrada tocaba su cara. Se veía muy moreno, tan delgado. Siete meses en el desierto harían eso, pero casi estaba asustada de tocarlo, como si fuera un espejismo que se desvanecería si se atrevía a presionarse demasiado cerca. —Jeremy —susurró. Descansó su frente contra la de ella, sus dedos apretados sobre sus caderas. —Jesús, Erica. Te extrañé. Sonrió y limpió las lágrimas que no dejaban de caer. —También te extrañé. ¿Lidiar sola con los antojos de embarazada? De verdad apesta. Dejó escapar una risa ahogada. Tommy se acercó y tiró a Jeremy en un abrazo cariñoso. —Estoy pensando que lo hizo a propósito. Dejándome solo con la niña mimada ante su mal humor, y la mayoría de sus exigencias. —Tommy soltó un bufido—. Me hizo salir a las 3 am por helado y galletitas con chispas de chocolate. Tres veces. En una semana.

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—…tenía hambre.

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Erica se sonrojó y escondió su cara entre las ropas de trabajo de Jeremy.

—Estoy seguro de que el bebé lo aprecia. —Jeremy sonrió y apoyó sus manos sobre su estómago. Como si el bebé lo sintiera, le dio una patada. Justo en el riñón. Se estremeció. Jeremy observó su vientre, su rostro absorto, cuestionante—: Santa mierda. Creo que lo hice justo a tiempo. —Cuanto más pronto el pequeño monstruo deje de patearme, mejor, pero no estamos teniendo un bebé esta noche. —Frunció su ceño—. Tenemos otros planes. Tommy arqueó una ceja. —¿Tenemos? Jeremy se rio y golpeó el hombro de Tommy. —No tú. Nosotros. —Tiró a Erica más cerca de su costado—. Solo mi esposa y yo. Tommy hizo una mueca. —Asqueroso. Ella está embarazada. Y es mi hermana. —Embarazada o no, sigue siendo la chica más guapa que alguna vez vi. Y ha pasado mucho, mucho tiempo desde que la vi. Tommy gimió. —Sí, sí. Vámonos. Los llevaré y desapareceré. Erica besó a Jeremy, demorándose en su sabor como un adicto ansía una dosis. Sus dedos encontraron el cuello de su uniforme y jugó con sus placas de identificación, y el anillo que colgaba de la cadena. Ella los sacó de su camisa y levantó una ceja. —Ahora que estás en casa, ¿qué tal si nos ponemos de nuevo ese anillo? Creo que ahora está a salvo del desierto incivilizado y salvaje.

—Entonces esa son dos promesas que has mantenido.

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—Ya está. Sanos y salvos, como lo prometí.

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Desabrochó el broche, deslizó el anillo de la cadena, y de nuevo sobre su dedo.

Lo besó, sellando su boca con la suya, tomando todo lo que perdió en los más de siete largos meses. Gimió contra su boca. Sus manos apretaron sus caderas, y mordisqueó bruscamente su labio inferior. Ella se estremeció. —Te necesito —susurró. Jeremy recogió sus maletas y tomó su mano, entrelazando sus dedos en un agarre irrompible. —Entonces sugiero que nos apresuremos. Casi corrieron hacia el auto. Erica no podía creer que en solo dos años, su vida fue de la sombría soledad a la absoluta alegría. Extrañar a Jeremy había sido difícil, no había duda sobre eso. Tenía terror nocturno mientras daba vueltas en la cama, el televisor pegado en CNN y su imaginación corriendo salvajemente. Cada víctima era causa de un ataque de pánico. Cada golpe en la puerta eran los militares que venían a decirle que su esposo había muerto. No se encontraba segura de cómo sobrevivió intacta, mucho menos en su sano juicio. Pero, ¿aquí, ahora? Estaba en casa. A salvo. Con ella.

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85

Justo donde pertenecía.

T

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Brianna sabe que una cita con Thomas podría poner en peligro su puesto de trabajo, pero él es tan exasperante e insistente, que ella encuentra difícil negarle solo una cita. Pero eso es todo lo que puede ser: una cita. Porque ella tiene que proteger su trabajo y sus secretos, incluso si eso significa renunciar a la oportunidad de una vida que nunca pensó que tendría de nuevo.

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homas Jones ha llegado a Las Vegas para ganar otra cuenta para su compañía de mercadotecnia. Pero cuando él se sienta al otro lado de la hermosa y sensual Brianna Faulk para entregar su terreno de juego, su deseo de dejar Las Vegas tan pronto como sea posible es sustituido por la necesidad de acercarse a ella. Sin embargo, ella se resiste a su encanto.

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Es una autora de bestseller, que no solo escribe libros contemporáneos, también escribe libros New Adult, bajo el nombre de Jen McLaughlin; con los cuales se ha colocado en los primeros lugares de ventas en Amazon. Siempre ha sido una soñadora con una gran imaginación, pero no fue sino hasta el 2011 que plasmo sus ideas en papel y desde entonces no ha parado de escribir.

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88

Actualmente vive en el Noreste de Pensylvania con su esposo, 4 hijos, un perro y un gato.

Moderado por: Itorres Vicky.

Traducido por: âmenoire90 Celemg Debs Itorres

HeythereDelilah1007 IvanaTG Jadasa Youngblood liebemale

Lizzie Wasserstein Scarlet_danvers Nikki leah roxywonderland

Pidge MaEx vanehz Vicky.

Corregido por: beatrix85 hermosaoscuridad Gabba Jane.

Jut La BoHeMiK

Lizzie Wasserstein veroonoel

Recopilado y Revisado por: Lizzie Wasserstein

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Lizzie Wasserstein

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¡Te Esperamos!

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en Las Vegas... puede conducir al romance. l Sargento Jeremy Addison, le tomó solo una noche salvaje. para darse cuenta de que, ¿Las Vegas? fue una mala ...

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