UN RESPLANDOR DE FUEGOS NO APAGADOS Por Marcos Arcaya Pizarro Play. El señor presidente cargaba los cuerpos. El señor presidente arrastraba los cuerpos. Cada uno se apilaba sobre su cabeza como torre de informes, de carpetas desbordadas con cada una de las hojas del fichaje. Carpetas blancas, azules y rojas puestas una sobre otra: DIS-PUES-TAS (infaltable el

ro

membrete de las Secretarías Regionales Ministeriales y las

za r

Direcciones Regionales de Ministerios Nacionales). Ahora es

Pi

aun más real que en el momento en que todo esto sucedió, pero aún entonces, pero aún entonces (no ahora) quedaban los

ya

árboles como parasol de este sol mugriento, como recodo único

Ar ca

bajo el sol mugriento y el irresistible gesto del soldado en cada esquina, que es un rostro de diablo sacando la lengua. Gesto

s

irresistible en el ademán de cartón piedra bajo cada dintel,

co

distinto al gesto del señor presidente: la mueca de animal

ar

superior cuando mira por el rabillo del ojo, como buitre Su

M

Excelencia. Pero digamos que el señor presidente arrastraba los cuerpos, cargaba con ellos. Digamos que cada uno se apilaba sobre su mollera, cada uno una capa. Pero no, no es cierto. El señor presidente era un bulto arrastrado por una multitud de manos que nacían de un cuerpo que era a veces dos o tres o eran cuatro que se superponían, que se abrían como en abanico y se estiraban, se entiesaban, enlutándonos, como parodia de baile de salón, como cueca en pelotas de hombres sin pene,

pegado ahora cada uno detrasito del otro, cubiertos de látex. Y eran muchos más en un caleidoscopio que se multiplicaba, que volvía al uno por fin apenas lo que dura un botón cayendo de un abrigo de gala o de un disfraz de chinchilla. La cadencia de la imagen se reforzaba en su repetición, en su silencio, en el loop que augura, aún hoy, un hecho trascendente por fuera de los treinta segundos que vuelven a cero y vuelta a contar. Y urgen en su repetición, urgen en su exasperante repetición, que

ro

mancha la retina en su estela (la de los cuerpos) cargada de

za r

colores chillones (los del látex), de olores casi (los cuerpos casi).

Pi

Stop.

ya

Interrupción.

Ar ca

Espérese, aguántese un poquito. Arrópese por si la noche se hace larga. Le contaré un cuento que no es cuento. Daré

s

testimonio. Le contaré sobre una ciudad habitada por bestias

co

salvajes. Le contaré, mejor, sobre una ciudad en ruinas que

ar

colgaba sobre esta otra, la de las bestias. Le contaré, mejor,

M

acerca de un pueblo, acerca de una población de ese pueblo absolutamente normal envuelto en aquella como luz de quirófano, luz lívida también de cadáver, de la luminiscencia de los cuerpos llevados aparentemente por las máquinas… Pero fue en otro tiempo, antes de la llegada de las gordas de la violencia y del incendio en la Correccional Perú. Dejaré constancia de la refundación de Santiago, la última. Pensé entonces y antes todavía, como ahora, igualito que ahora que le

cuento, que más vale que vuelva a mirar mis manos. Tengo un hueco en ellas a través del cual miro hacia los ejes tachados de la muerte, y los miro con un ojo, mi único ojo, que mira y se solaza, un ojo que mira y se ve para adentro. Veo muertos de ahora, muertos de antes, muertos de después, muertos bien muertos, mediomuertos, muertos de hambre, vecinos inquietos, indiscretos, borrachos y enfermos terminales. Todo antes de Santiago de Chile. Santiago se me apareció como un hombre

ro

pájaro, como un cóndor que asomaba de la voz de mi tío Pedro.

za r

Dejé mi sombra en los desesperados, dejé un temblor, dejé una

Pi

sacudida, un resplandor de fuegos no apagados… Y lo recuerdo

ya

a él, a mi tío, peinándose con furia y dejadez el llanto.

Ar ca

Oigo una radio en sordina y un silbido en el patio, el Berrios barre y entona una canción. Soy el primer cabro chico en llegar a la escuela, soy el último en dejarla. El salón de clases luce

co

s

impoluto, es alto, espacioso, huele a cera. Soy entonces oloroso

ar

y desaparezco un poco y siento una raíz porque soy como raíz.

M

Me gusta este piso de madera encerado que se replica en cada salón de la escuelita. Silencia fantasmas, apacigua, como serena también el contemplar los dibujos de la alfombra de la casa y su olor y su tacto. Pero allí, en casa, salvo por la alfombra, todo es sucio y angosto y no hay baño, cagamos en baldes que vaciamos en un sitio vecino, y la gente es mezquina y sus gestos, sus muecas, sus dientes, y la ropa raída, el botón que falta y una hilacha otra hilacha otra hilacha y nos comen las pulgas… Las

culebras que salen de sus bocas, "culiao, conchetumadre, agüeonao", van dejando un rastro verdoso y negro, como de alquitrán. Recorro el salón y trazo una línea, un rayón de tiza en la muralla, la huella de una costra en close up, una muesca, mi propio virus porno en el muro de otro tiempo. Sé el himno nacional. Sé el himno del Ejército. Sé el himno de Carabineros. Sé el himno de la Armada. Sé el himno de las Américas. Sé el

ro

himno de la escuela.

za r

El tío Sapporo me trae un álbum del Cometa Halley. El padrino Lito me cuenta una bonita historia nacional, con ejércitos y

Pi

generales y los indios del norte son malos y se llaman Perú y se

ya

llaman Bolivia y se llaman también Chile. El padrino grande me

Ar ca

da una moneda para que le cante. El M. Arancibia dice que la disculpa agrava la falta y me cuenta de cuando hizo el servicio en Quillota, de cuánto brillaba el pelaje de los caballos que

co

s

tenían. El Mosca se compró un Fiat 600, y al verlo pasar en el

ar

fito mi viejo le grita que se saque el patín de la raja. Mi tío

M

Güenche me invita a comer prietas con puré de papas porque me encuentra pálido. Pelé es un buen amigo de mi viejo, le presta plata y le trae un montón de pescado que él mismo pesca. Las tías vienen de visita porque van al hospital, ellas siempre creen que las desprecio. Lo mejor es la hora del té por el pan tostado en el brasero. Esas güeonas están siempre preñadas dice mi tayta. La tía Meche barre la acera de toda la manzana todo el santo día. La tía Meche está loca. Tuve una tía

monja que se hizo un hoyo en la guata por tomar té caliente, eso dice mi tayta. Mi tío Pedrín que dice no embrome, y esperamos todos el culebrón de la tele. Mi mamá y sus amigas intercambian pastillas y dolencias y hay cuchicheos. Se prestan la Julia, la Jazmín y las guardan con prisa, las esconden. La señora Pipi fuma y que fuma y dice "no-te-pue-do-cre-er". La señora Alba teje y siempre está triste porque el marido la

ro

engaña y le pega.

za r

Los muros de mi habitación están mal tapizados con hojas de diario. Comparto la pieza con mis hermanos. Las portadas

Pi

tienen color. El resto es blanco y negro. Una portada tiene una

ya

mujer mostrando los cachetes del culo. Otra anuncia la caída de

Ar ca

un grupo armado. Hay efemérides, se escribe el santoral. Leo un horóscopo viejo; da mala suerte. Encuentro algunos obituarios. Repito cada uno de los nombres. Repito palabras

co

s

que no entiendo. Repito caída, repito grupo armado. Repito

ar

frases que no entiendo. Aquí dentro es un diorama de allá

M

afuera, un fractal con todo y sus puntas. El papel despegándose en el diorama y las esquinas parchadas de cartón y se oyen murmullos y se ven aquellos ojos, los de la Berta, por entre la separación de las tablas. ¿Quién es el presidente de Chile me preguntan en un examen? Qué es un presidente y qué es Chile. Alguien importante de un lugar importante y Chile es aquí donde vives. El presidente de Chile es mi tío Mario cazador, así tal cual respondí y llamaron entonces a mi madre porque al

niño parece que le faltan palos pal puente, doña Miriam. Mi tío cazador se llamaba Mario. El tío Mario cazador cuidaba el tranque de Papudo. Tenía una familia alegre, una casa grandota y gallinas y gansos y gatos y perros y un patio con tranque y con cerros que miran de tan cerca que están y todo era verde y el mar bien cerquita; era el hombre más importante que se me podía ocurrir que existiera.

ro

“CQ CQ 11 metros, Quinta Región de Chile, La Ligua. CQ CQ 11

za r

metros, Quinta Región de Chile, La Ligua”. Mi tayta es radioaficionado y recibe postales y monedas y banderines y

Pi

fotos de los amigos y las familias de los amigos que se ha hecho

ya

hablando por radio. Tiene varios álbumes con esos recuerdos.

Ar ca

Huelen bonito. Creo que huelen a tabaco y vainilla y a colonia de hombre. Me gusta la colonia de hombre.

s

Leo una Biblia enorme, por tomos. Mi abuelo me los va

co

prestando a medida que los leo. Prometí cuidarlos. Me detengo

ar

en cada una de las ilustraciones. Me gustan las batallas, cómo

M

están descritas y cómo las dibujan. Me gusta que las imágenes no se correspondan bien con la escena a la cual se deben. Mi abuelo tiene un ojo de vidrio y sabe muchas cosas. Mi abuelo huele a vino tinto, come queso de cabra y salami y me enseña a pescar en el río. Mi abuela tenía una quinta de recreo en su pueblo, aunque nunca la supo llevar. De día la quinta estaba vacía y la pista de

baile era un enorme campo de juegos. Mis primos nunca querían jugar porque para ellos era lo mismo de siempre y preferían nadar en el río. Fui con ellos un par de veces y me quemé con el sol y me dieron arcadas con el barro y mis primos eran pura chacota y me daban ataques de risa. El río olía mal y traía el agua de las minas. Estaban todos contentos y había niños jugando y primeros y segundos y terceros romances que nacían, el rumor de la escuela rural y un polvo rápido por detrás

ro

de las moras. En el bar de la quinta el olor a colillas y a orines y

za r

yo tan niño me sentaba junto a una ventana y el sol en mi cara

Pi

mientras fumaba y soñaba una voz que decía spać spać spać. Me

ya

fascinaba la fetidez de la quinta: cenicero y pichí, rastro de los

Ar ca

misterios rituales de la juerga. Sobre el dintel de la entrada que comunica el bar con la pista había un cráneo de una cabeza de vaca. Es la misma cabeza que después tuvo mi tayta por cabeza,

s

con la misma expresión, entre maligna y tonta. Tener cabeza de

co

vaca le trajo dolor de cuello y espalda y lo hizo todavía más

ar

ajeno, sobre todo en verano, cuando todo parece peor. El calor,

M

es el calor, no otra cosa, y no me mires, papá, porque tienes cabeza de vaca y das miedo. Haces que a todo se le seque la carne y no hablas. Sólo estás allí, de pie, descalzo, en pantalones de mezclilla, con el torso desnudo y girando tu cabeza de vaca para verme la cara y secarme por dentro. Sueño que se me caen las manos. Despierto. Según la mamá ardo en fiebre. Mis hermanos y yo estamos en cama. No vamos

a la escuela. Estamos enfermos. Tomamos leche con sabor a chocolate y vemos monitos todo el día. La mamá nos cuida, la mamá nos da pan con dulce de membrillo. El tío Sapporo nos regala álbumes y láminas para pegar en los álbumes. Uno de Los Pitufos para La Berta, uno de fútbol para el Coquito y uno de insectos para mí. A mi tayta no le gustan los álbumes, una vez se enojó e hizo fuego con unos álbumes del Mundial que teníamos. La Berta y el Coquito lloraron mucho, yo no porque

ro

no me gusta el fútbol, puse cara de pena eso sí, para darle en el

za r

gusto a mi tayta. Una vez pilló una veta de Julia y Jazmín que

Pi

escondía la mamá y también las quemó. Mi mamá lloró harto,

ya

pero sé que lo hizo para darle en el gusto al viejo. ¿Le conté de

Ar ca

las puntas de alas? Leí una Jazmín que la mamá tenía escondida y me aburrí. No sé por qué hay que quemarlas. Mi abuela me explicó que cuando regamos el jardín, con la

co

s

llegada del agua por entre los surcos, las hormigas se toman

ar

firmemente de las patas y resisten el embate terrible de las

M

aguas. Terribles y cotidianas aguas, salvajes e inefables aguas, revueltas. Aguas, así en plural, como en la Biblia. Aguas bíblicas para el hormiguero. Y yo observaba el avance del agua, de las aguas, y nunca vi las cadenas de hormigas que le plantaban cara, y así y todo las vi clarito. Las veo ahora. Juego en el antejardín. El vecino, don Pablo, trabaja en el suyo. Jardinea. Remueve maleza. Es normalista. Parece molesto. Cuando está serio me dice Maquito; cuando no, McEnroe.

“¿Qué hace don Pablo?”. “Estoy plantando monedas para que salgan árboles de billetes, Maquito”. “¿En serio? Pero se los van a robar porque no tiene reja”. “Es verdad, tengo que hacer una reja pa`que estos güeones no me dejen pelao”. “¿Yo puedo plantar caramelos de menta?”. “Sí, poh, sí puedes, ¿pero por qué de menta y no de otros sabores?. O chocolate con almendras, mira que es bien caro”. “Porque los de menta tienen forma bonita y son verdes. Junto muchos y los formo como

ro

soldados, siguiendo las líneas de la alfombra y hago que

za r

entrenen y luchen. Son reobedientes. Lo malo es que se llenan

Pi

de pelusas y después no me los puedo comer”. “La guerra,

ya

siempre la guerra...”. “Como en la Biblia, don Pablo”. Me mira

Ar ca

muy serio, nada más que un segundo largo. Acto seguido se ríe. No entiendo la gracia y no me la explica. Quizás don Pablo también esté loco. La señora de don Pablo, doña Mirta, vio un

s

aparecido. Dice que era de noche y dormía y que tiene la

co

sensación de ser observada y que por eso despierta. Váyase, le

ar

grita, y la sombra se va. Esa güeona loca, dice mi viejo. La suya

M

y la nuestra son casas pareadas, separadas por una pared como de cholguán. Son dos planchas de madera fina y entre ambas hay planchas de plumavit delgada. Nos las dio el presidente que es también general y una especie de santo y la casa tiene cuarto de baño. Sabemos lo que pasa en ese lado, en su casa, y ellos saben lo que pasa en éste, en la nuestra. Sabemos cuando tiran la cadena. Cuando don Pablo y doña Mirta no están el Pablo

chico pone el helicóptero de Pink Floyd a todo volumen, cruza la casa y los vidrios parece que revientan. El Pablo chico no toma ni agua ni jugo ni té, sólo Coca Cola. Es un poco mayor que nosotros. No nos cae bien. No le gusta estudiar, siempre habla del poto de las niñas y es malo jugando a la pelota. Le decimos la gárgola. La casa de don Pablo huele bonito, a frutillas. Hice una especie

ro

de agujero al lado de mi cama, en la pared doble que da a la

za r

casa vecina, quité también un trozo de plumavit. Cabe mi mano, lo puedo cubrir cuando quiero y no se ve. Guardo un reloj a

Pi

cuerda que no funciona, una postal de Brasil que le robé a mi

Ar ca

escondite y oler las frutillas.

ya

viejo y un libro. Antes de dormir me gusta descubrir el

Yo también sé jardinear. Mi tayta me enseñó de chiquito. Sacar

s

maleza, mover la tierra, traer tierra más viva, limpiar la tierra,

co

sembrar, cuidar del huerto, quitar los caracoles y otros bichos,

ar

traer babosas, asustar a los gatos y a los perros que se cuelan.

M

Las manos en la tierra de hoja. El agua y su olor en la tierra. La sombra en verano y un respiro en la rabia del viejo, mi tayta. Jardinear calmaba a mi viejo. Todavía hoy amo el verde y la tierra. Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad, a las mujeres que aguantan y a los niños y niñas que sufren. Más que nada, paz a las mujeres que no aguantan y a los niños y niñas que ríen. Paz a mi madre, por sobre todo a mi madre, aunque

aguantó, pues sus manos son puntas de alas. Paz también para el viejo. En navidad nos regalaron un set militar de juguete. Decíamos pascua. Cada set tenía un casco, una metralleta, una granada, una cantimplora y una radio portátil de onda corta. Todo era de plástico, salvo la correa del casco que era de goma. Hay toque de queda. Los papás ven la tele en la casa de don Miguel. A la

ro

orden de la Berta nos alistamos con el equipo militar y, pecho

za r

en tierra, arrastrándonos, salimos al patio. Hablamos bien quedo. La Berta es la capitana, el Coquito el sargento y yo el

Pi

soldado raso, por cobarde. Nos protege el jardín y el camuflaje

ya

del casco. Silencio. Esperamos a que pase una patrulla de

Ar ca

Pacos. Siento algo en la guata y a la altura del pene y algo así como ganas de vomitar. Cuando al fin se acerca viene bien lento, la anuncia la luz roja de su baliza. Pasa frente a nosotros,

co

s

a unos metros de nuestra emboscada. La seguimos con el cañón

ar

de las metralletas hasta que se pierde y se lleva esa luz. Misión

M

cumplida dice la Berta. Pantalla en negro. No recuerdo la voz de la Berta.

Mi tío Pedrín repara radios y tocadiscos. Comparte el alquiler del negocio con mi viejo, son mediohermanos. El contrato está a nombre de mi tayta y mi tayta le hace la vida pesada. No es culpa del viejo, es su cabeza de vaca. Mi viejo se encarga de televisores y todo lo que venga, no de las radios. También instala antenas, es lo que más plata deja. Por eso de las antenas

con mi tayta conocimos al dedillo toda esta parte de la Quinta y la Cuarta, casas de ricos y casas humildes y casas como la nuestra, buenos y malos tratos, gente, gente y más gente, paisajes y caminos. Y así de sopetón se me apareció Santiago de Chile. Mi tío Pedrín me cuenta que estudiaba para profe en la UTE, la cosa acabó aquel 11. Mi tío escucha a Virus y a Víctor Jara. Yo no sé quiénes son, pero a fuerza de escucharlos me gustan mucho. Mi tío es lindo y paciente, y siempre me enseña

ro

historia y qué es esto y lo otro. A veces me dice que no le

za r

pregunte tanto, que por favor lo deje trabajar. Mi tío me dice

Pi

Maquito, Macahan, Cachete y Cabezón, yo le digo tío Pedrín, se

ya

me olvida que se llama Pedro. Mi tío en el tiempo de la UTE

Ar ca

tenía una polola comunista. El 11 mi tío se asustó como nunca y fue a esconderse en la casa de la familia de su polola, en La Legua. Mi tío dice que hubo balazos toda la noche y que no se

s

salía y que había que andar agachado en la casa. Cuando salió a

co

la calle era de mañana. Dice que había muertos en la calle.

ar

Tenían el rostro tapado con papeles de diario. En esta parte mi

M

tío llora y dice que las manos de esa gente no eran manos de estudiante. Una vez mi tío y mi tayta iban a pelearse a combos en el patio de atrás. Se insultaban. Mi madre lloraba y con voz como de rezo les rogaba que no. Quiero más a mi tío. Recojo una piedra, me acerco y estoy a la espera de que empiece el baile para meterme y ponerme de parte de mi viejo.

Huele como a plancha, como a vapor de ropa limpia del planchado y sabe a mate y manzanilla. La mami me besa en la boca y el papi me besa en la frente y la culebra que se asoma por entre los rostros suyos, no el mío. Despierto asustado, la piel de la nuca engranujada. Población Héroes de Chacabuco, Colina. Y allí está la pantalla con el niño paliducho y la mujer regordeta en el asiento de enfrente, y la lluvia fuera y el trocochiquipántrocochiquipán del tren de la tele devuelve el compás a mi

ro

corazón de pájaro. Cierro los ojos, la nuca hormiguea y el

za r

trocochiquipán-trocochiquipán es un cordón invisible para ir y

Pi

volver sin perderse. Sueño con mi hermana muerta. Berta la

ya

muerta-Berta la muerta-Berta la muerta. Estoy en casa de mis

Ar ca

tías, una mediagua que parece un cajón, que en invierno hiela y en verano hiede a desagüe. Es verano. Las tías gritan y las primas chicas gritan y el griterío es casi todo lo que hay.

s

Corazón de pájaro-corazón de pájaro-corazón de niño. Berta la

co

muerta viene desde la calle. Nadie la ve pero todos sabemos que

ar

viene caminando. Se ha salido del nicho y viene llegando,

M

patuleca. Un minuto y llega al portón del jardín. No es carne podrida, está toda cubierta por láminas de un plástico azul que refleja el sol flojo de la camanchaca. Y el griterío y el llanto y palabras de las tías que no se entienden y las primas chicas que dicen “mamá” bien largo y bien fuerte. Berta la muerta no puede entrar porque está toda tiesa en ese como plástico azul. Abro la puerta del cajón aunque las tías suplican que NO que

NO en un coro de lamento y “¿qué querís, Berta? ¿no veís que asustay a las tías y a las cabras chicas?”. Y Berta toda tiesa, pegadita al portón, con los ojos perdidos porque son cuescos de fruta. Y el trocochiquipán-trocochiquipán me ahoga un quejido cuando abro los ojos y todo es negro. El corazón de pájaro se atempera. Es de noche, como flotando en una negrura de magma, como de caca del pozo negro de la casa de las tías. Caca densa hecha pasta como de alquitrán. Una noche la casa se

ro

hundiría en esa pasta. Primero un crujido, luego el hundirse,

za r

comenzando desde el baño hasta la cama de mis tías, y fui yo el

Pi

primero que empezó a ahogarse en la mierda. Y juro que

ya

entonces sí todo fue hediondo, y la pasta entró por mi boca y el

Ar ca

dolor, el dolor, el dolor y lo negro. Y así mismito fue la refundación de Santiago, la última, como evoca aquel cuadro enorme de Lira que abarca una pared del despacho del señor

s

presidente, con todo y sus robots a vapor cargados de obuses y

co

de puntas de lanzas y enmarcados en mierda. Ahora hay que

M

ar

dormir, mañana caminaremos bastante.

Un-resplandor-para libro-Marcos Arcaya Pizarro.pdf

Marcos Arcaya Pizarro. Page 3 of 14. Un-resplandor-para libro-Marcos Arcaya Pizarro.pdf. Un-resplandor-para libro-Marcos Arcaya Pizarro.pdf. Open. Extract.

194KB Sizes 2 Downloads 146 Views

Recommend Documents

No documents