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Sofía Belikov & Melii

Sofía Belikov

Daniela Agrafojo

Sandry

Miry GPE

Pilar.

Alessandra Wilde

Nickie

Liillyana

Mel Wentworth

Amélie.

Beluu

Jadasa

Pachi Reed15

Pau Cooper

Jasiel Odair

Nikky

Valentine Rose

Mire

Jenni G.

Val_17

Koté

becky_abc2

Mary

Melii

Miry GPE

Helena Blake

Amélie.

NnancyC

*Andreina F*

Anty

Clara Markov

Vane hearts

Kora

Adriana Tate

Laurita PI

itxi

Sandry

Laura Delilah

Mary

SammyD

Daniela Agrafojo

Melii

Fany Keaton

Maddie Fynn es una estudiante de tercer año tímida, maldecida con una habilidad intuitiva y aterrorizante: es capaz de ver una serie de dígitos únicos cerniéndose por encima de las frentes de cada persona con la que se encuentra. Sus primeros recuerdos están marcados por estos números, pero hace falta la muerte prematura de su padre para que Maddie y su familia se dé cuenta de que esos misteriosos dígitos son en realidad fechas de muerte, y al igual que las de nacimiento, todos tienen una. Forzada por su madre alcohólica a usar su habilidad para hacer dinero extra, Maddie identifica la inminente fecha de muerte del joven hijo de un cliente, pero debido a que su habilidad sólo le permite ver el cuándo y no el cómo, es incapaz de ofrecer cualquier pista al respecto. Cuando el chico desaparece en la misma fecha, las fuerzas policiales centran su atención en Maddie. Pronto, Maddie se ve involucrada en una investigación de homicidio, y más jóvenes desaparecen y son encontrados asesinados más tarde. Como sospechosa de la investigación, el blanco del asesino, y atrayendo la atención de un admirador joven y misterioso que podría estar conectado con todo el asunto, toda la existencia de Maddie está a punto de ponerse patas arriba. ¿Podrá solucionar las cosas ant es de que sea demasiado t arde?

Para Brian Que mi propia fecha llegue muchos años después de ahora, Exact amente un día ant es que la t uya.

Traducido por Sofía Belikov Corregido por Melii

No estoy exactamente segura de cuándo comencé a ver por primera vez los números. Mis recuerdos más antiguos están llenos con fragmentos de rostros t anto familiares como desconocidos, cada uno con un conjunto de dígitos pequeños y negros que flotaban como sombras por encima de sus frentes. El primer recuerdo más claro que tengo de verlos es de una mañana húmeda de verano, cuando papá se encontraba sent ado frente a mí en la mesa, ya vestido para su turno de media mañana. Recuerdo el azul de su camisa haciendo juego perfectamente con el color de sus ojos. Esa mañana, el tráfico de la ciudad se oía alto y claro, colándose a través de las ventanas abiertas para permitir incluso la brisa más débil. Probablemente tenía tres o cuatro años —creo que cuatro; él me estaba mostrando en un pedazo de papel cómo escribir los números y sus nombres. Ya me sabía las figuras: círculo, cuadrado y triángulo, así que avancé realmente rápido con la lección, y pensé que papá me estaba revelando finalmente el secreto. El secreto del por qué esas figuras pequeñas y extrañas seguían cerniéndose sobre la frente de todo el mundo. Me enseñó el uno, dos y tres; me sentía tan emocionada. Pero el número más escurridizo fue el nueve. Pasamos por un montón de números para llegar a él, y finalmente tuvo un nombre. Recuerdo repetirlo en voz alta —la última pieza del puzle encajando en su lugar— y señalarlo de manera triunfante, gritando—: ¡Dos-tres-nueve-doscírculo-círculo-cuatro! Luego me reí y reí, y recuerdo pensar que estaría muy orgulloso de mí por decirle sus números. Pero cuando me recuperé, vi que tenía la expresión más desconcertada en el rostro. Me sonreía, pero de manera confusa. El recuerdo es agridulce. Todavía puedo ver su rostro claramente en mi cabeza: el azul de sus ojos, el negro de su cabello, la curva en su nariz, y esos números pegados permanentemente en su frente. Pequeñas lápidas negras contra un paisaje blanco y pálido. Nos tomó un par de años averiguar lo que significaban. En realidad, nos tomó dos años y un día.

Mamá fue la primera en descubrirlo. Recuerdo que era martes, porque en mi clase de primer año teníamos lecciones orales los martes. Jenny Beaumont (14-10-2074) había llevado su colección de muñecas para que las pasáramos alrededor del círculo, y me enamoré de una pequeña ardilla rayada. La sujetaba con entusiasmo cuando la señora Lucas (12-02-2041) tuvo que salirse del círculo para responder el teléfono de la clase, e incluso antes de que se volteara para mirarme con los ojos abiertos de par en par, supe que algo iba mal en casa. Me puso el abrigo y me dijo que fuera con el tío Donny (30-092062), que me esperaba en la oficina del director. Corrí a lo largo del pasillo hacia él, y para el momento en que me vio, me levantó en brazos y corrió hacia su auto. Había conducido bastante rápido por las calles, y podía sentir el auto entero vibrando con miedo. Atravesamos la puerta del apartamento para encontrar a mamá, pálida y temblando en el borde del sofá, marcando el número de papá una y otra y otra vez. En la mesa frente a ella había un boceto a crayones que había hecho el año anterior en kínder, de mamá, papá y yo. Lo dibujé con todos nuestros números, y mamá lo pegó con orgullo en el refrigerador, donde desapareció bajo otros dibujos, cupones y notas de amor de papá. Pero ese día, mamá sacó el dibujo, encerró la figura de papá con un lápiz, y mientras la televisión transmitía las imágenes de un retraimiento entre una banda de traficantes y el departamento de policías de Brooklyn, siguió marcando y marcando y marcando. Donny se sentó en el sofá y me apretó en sus brazos, pero toda su atención se encontraba en el programa. Recuerdo vívidamente las imágenes de un helicóptero piloteando por encima de una mansión enorme, enviando imágenes difusas de hombres que lucían como hormigas desplazándose por el techo mientras pequeños destellos de disparos brillaban repetidamente desde los cañones de sus armas. El reportero seguía diciendo que había múltiples oficiales caídos, e incluso con seis años, sabía que esa escena significaba cosas terribles para nosotros. Más tarde descubrimos que papá dejó su teléfono en su coche patrulla. Había entrado en la mansión para respaldar a sus compañeros, y nunca volvió a salir. Desde entonces, he sido perseguida por la sensación de que mamá no fue la única que lo comprendió mientras marcaba y marcaba y marcaba. ¿Qué si papá lo averiguó finalmente cuando entró en el edificio y esa lluvia de disparos hizo erupción a su alrededor? Y más importante… ¿por qué no lo comprendí a tiempo para salvarlo? Esa es otra pregunta que no puedo responder.

¿Cómo es que puedo ver la fecha exacta de muerte de alguien, pero no el cómo, el dónde o incluso el por qué? ¿Qué tiene de bueno saber el cuándo, si no puedes saber al menos uno de los otros tres? Además, ¿por qué soy la única persona en el mundo que puede ver esos números? ¿Por qué el destino me eligió para un don así de horrible? Es una pregunta que me he hecho un millón de veces, y todavía estoy buscando una respuesta. Creo que puede que no haya una, porque el saber cuándo va a morir alguien nunca ha cambiado nada. Nunca he salvado a nadie o dado más tiempo. Soy sólo una mensajera. Eso es lo que me dice mamá cuando uno de mis clientes no se toma las noticias muy bien. Pero saber que no hay nada que pueda hacer para ganarles un poco más de tiempo todavía es doloroso. Comencé a darle los números a extraños unos cuantos años después de que mamá perdiera su trabajo de medio tiempo. Sabía que en realidad le preocupaba el dinero, así que no discutí con ella cuando me propuso cobrarles a las personas por decirles sus fechas de muerte. Después de un comienzo lento, ahora recibimos casi una docena de clientes por mes. Hay una pequeña habitación en la parte trasera de la casa, donde a mamá les gusta recibirlos. Es sombría y lúgubre. Nunca entro allí a menos que tenga un cliente. Cuando hago una lectura, tengo que concentrarme en la frente del sujeto en cuestión, y los números son siempre iguales: algo pequeños, de menos de un centímetro en tamaño. Son negros y finos, aunque grabados a la perfección, como verlos impresos en obituarios. Se ciernen sobre las frentes de todos a los que veo, incluso en una fotografía o un vídeo son visibles para mí. Esa es la razón por la que no me gusta ir al cine o ver un montón de televisión. Sé cuándo morirá cada estrella en Hollywood. Y debido a que los números son pequeños y finos, necesito estar a cerca de cuatro o cinco metros de una persona para verlos con claridad, aunque si alguien lleva un sombrero, o tiene flequillo o una piel bastante oscura, necesito estar incluso más cerca. Después de los cinco metros, las fechas se vuelven borrosas y comienzan a lucir como puntos ralos; manchas antiestéticas en rostros de otra manera indemnes. Cuando camino por los pasillos de mi secundaria, esas manchas son un constante recordatorio de que la muerte está a unos cuantos centímetros. Trato de no pensar en las personas a las que no les quedan muchos años. Pero es realmente difícil. Al verlos en los pasillos de la escuela, o alrededor de la ciudad, quiero encogerme cuando me pasan; sus números destellando una y otra vez en mi mente, como luces

estroboscópicas en un accidente de tráfico, retándome a pasar junto a ellos y olvidar haberlos visto. Puede ser bastante difícil tratar con ello, así que, hace unos cuantos años, comencé una libreta donde escribo las fechas de todos a los que conozco o veo. Añado cerca de diez a quince nombres al mes; todos mis clientes son apuntados, lo que me ayuda a salir adelante. Cuando comencé a ver por primera vez los números, esas fechas de muerte, se me hacían como un riachuelo eterno; ahora mi mente los pone a raya. 28-06-2021. Esa es la fecha de mamá. Crecí sabiendo que tendría veintitrés cuando ella muriera. Veintitrés años es demasiado joven para ser huérfana. Aun así, no es como si mamá cuidase de sí misma. Fuma, bebe, pero por lo general, no se preocupa. No desde que murió papá. Un año después de que lo perdiéramos y nos mudáramos de Brooklyn a Poplar Hollow, a una hora y cuarenta minutos al norte, comencé a decirle a todos a los que conocía su fecha de muerte. Era una niña de siete años con una misión: salvar a todos a los que pudiera. No me sorprendió que no hubiese salvado ni un alma. En su lugar, me mandaron a casa con una nota de mi nueva maestra de segundo grado, la señora Gilbert (18-07-2006). Tenía cáncer y murió al verano siguiente, pero no le importó saber que se acercaba su muerte, y los padres de unos cuantos niños se quejaron. Después de eso, mamá me dijo que nunca le dijera a nadie sus números a menos que ella lo permitiera. El número de mi vecina, la señora Duncan, está realmente cerca. 28-02-2015. Aunque todavía no lo sabe, pero estoy tentada a decírselo. Es una anciana dulce a la que gusta redecorar su casa cada mes, sólo para hacer algo y hablar con alguien. Creo que le gustaría saber que le queda poco tiempo. Ni siquiera le cobraría, lo que podría no hacer feliz a mamá si lo descubriera, pero el negocio ha ido bastante bien últimamente, y mamá dijo que está pensando en subir el precio por una lectura, de quince dólares a setenta y cinco. Con mamá y yo por nuestra cuenta, y sólo el dinero de la liquidación de papá para pagar las cuentas, la mayoría de lo qu e gano cubre las cosas extra, como reparaciones de la casa, comida o tragos para mamá. Ha estado bebiendo un montón últimamente, que es el por qué espero que el negocio se ralentice. Aunque ni tanto. Hay bastantes personas allí afuera que tienen curiosidad o están desesperadas o que simplemente quieren preparase. Muchos de mis clientes me visitan con una lista y una pila de fotos, preguntándome por todos en su familia excepto por sí mismos.

Otros sólo preguntan por sí mismos. La mayoría de las personas quieren saber si pueden cambiar la fecha, si pueden conseguir más tiempo. Les digo que no sé. Y eso es lo que me mata. Sería más fácil si supiera que las fechas no pueden ser cambiadas, que están escritas en piedras tan sólidas como las lápidas en las que estarán impresas. Si estuviera completamente segura de que las fechas no pueden ser cambiadas, creo que me sentiría menos culpable por la muerte de papá. Entonces miro a mamá, y la veo dejándome en sólo seis años, y un peso se asienta en mi pecho, haciéndome difícil el respirar. Así que espero y deseo que un día, cuando un cliente se siente frente a mí, y le diga su fecha, un milagro suceda: veré que la fecha cambia. Simplemente por el acto de revelarle su fecha, seré testigo de haberle ganado más tiempo. Luego tendré una prueba sólida de que hay esperanza para cualquiera con una fecha demasiado temprana. Y finalmente seré más que sólo una mensajera.

Traducido por Daniela Agrafojo Corregido por Miry GPE

Desde la ventana de mi habitación, vi est acionarse el Mercedes junto a nuestra casa y me di cuenta que estábamos a punto de tener compañía. No muchos Mercedes se dirigen a nuestro lado de la ciudad. —¿Maddie? —gritó mamá desde el piso de abajo—. Creo que tenemos un cliente. Cerré mi libro de Álgebra II con un suspiro y me recosté en la cama donde est uve trabajando a través de las ecuaciones por la última hora. El señor Chávez (09-08-2039) nos dio una tonelada de tarea e, irónicamente, realmente luchaba con las matemáticas. —¿Maddie? —gritó mamá de nuevo—. Cariño, ¿estás ahí arriba? —¡Ya voy! Rodé fuera de la cama y me tomé un minuto para hacer mi cabello hacia atrás y me quité mi sudadera, cambiándola por un suéter. Cuando llegué al rellano, mamá se hallaba al final de las escaleras esperando por mí. —Ella está atrás —dijo después de que bajé. Alisando mi cola de caballo con su mano, agregó—: Parece una dama agradable. Dice que solo necesita una fecha, así que creo que será fácil. Además, mantendré tu cena caliente en el horno. Podía oler la pizza desde la cocina. Estoy tan casada de la pizza que podría gritar. Ahora mamá rara vez cocina, así que todo lo que parecíamos tener eran empanadas rellenas de queso y carne, pizza para microondas, nuggets de pollo o cualquier otra cosa que viniera en una caja. —Tengo que ir a la tienda por algo de leche —dijo mamá mientras me dirigía a la parte trasera de la casa—. Pero esperaré hasta que termines. Mamá nunca me dejaba sola en casa con un cliente, lo que era bueno, pero sabía que estaba ansiosa por ir a la tienda. Leche era su código para vodka.

El alcoholismo de mamá dejó de quemar un agujero en mi estómago cuando me di cuenta que era incapaz de detenerla. Muy dentro de mí realmente me importaba, pero intentaba no dejar que se mostrara. Cuando entré en el cuarto de atrás, lo primero que noté sobre mi clienta fue que era realmente bonita, regia incluso, vestida con pantalones de gamuza color chocolate y una blusa de seda color crema. Un grueso, lujoso abrigo de piel colgaba del respaldo de la silla. Supe de inmediato que era de Parkwick. Tenían mucho dinero en Parkwick. Me dirigí hacia la silla opuesta a ella y me senté. —Hola, Maddie —dijo con una cálida sonrisa. —Hola —respondí, tirando de mi suéter. Me sentía un poco autoconsciente ante su elegante presencia. —¿Cómo te encuentras esta tarde? Parpadeé. Nadie nunca se preocupó por preguntarme cómo estoy. —Uh… bien. La dama sonrió de nuevo. —Soy Patricia Tibbolt —me dijo, ofreciéndome su mano. La sacudí, sorprendida por su manera relajada y sencilla—. Lamento mucho llamarte durante la hora de la cena — continuó la señora Tibbolt —, pero fue el único momento en que pude escaparme del hospital, y apenas me las arreglé para reunir el valor de venir a verte esta noche. Me enfoqué en ella un segundo. 21-07-2068. Eso me hizo relajarme. Si preguntaba por sí misma, probablemente le gustaría la respuesta. —Está bien —le dije, refiriéndome a la hora de cenar—. Solo comeremos pizza otra vez. La señora Tibbolt se recostó y lanzó su linda sonrisa hacia mí. — Solía amar la pizza cuando tenía tu edad. Debes tener quince o dieciséis, ¿verdad? —Dieciséis —le dije. Continuó estudiándome curiosamente. Noté que tenía un enorme diamante en su dedo anular izquierdo. Me pregunté si era pesado. — Eres muy joven para tener tal regalo y ser capaz de compartirlo con las personas. Sonreí. —Sí, soy una Santa Claus ordinaria. Las cejas de la señora Tibbolt se elevaron, y abrí la boca para disculparme —salió un poco sarcástico— pero se rio y me guiñó. Fue como si acabáramos de compartir un secreto. —Bueno, no quiero demorarte demasiado —dijo después—. ¿Tu madre me dice que necesitas una fotografía para mirar?

Asentí y sacó su monedero. Era de cuero oscuro y parecía suave como la mantequilla. La señora Tibbolt lo abrió y volteó una fila de imágenes. Tenía tres niños. Después de una leve vacilación, giró la foto de arriba y dijo—: Esta es mi CeeCee. Por favor dime cuánto tiempo tiene. Le eché un vistazo a la foto. La niña en ella tenía tal vez cinco o seis, y era calva. Su rostro se encontraba todo hinchado, pero llevaba una banda con un pequeño lazo rosado en la cabeza y tenía una sonrisa enorme. Los números flotaron justo bajo la cinta. —Diecisiete de junio, dos mil ochenta y nueve —dije. Por un momento, la señora Tibbolt no se movió ni habló, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Me hallaba acostumbrada a que la gente se pusiera emocional. Normalmente lo ignoraba, pero me gustaba esta señora y pude sentir un pequeño nudo formándose en mi garganta. Moví una caja de pañuelos desechables que mamá dejó en la mesa hacia ella. Tomó uno y golpeó ligeramente sus ojos. —¿Mi bebé realmente va a vivir tanto? —preguntó con un susurro ahogado. Asentí. —Sí, señora. El día de su muerte es el diecisiete de junio del año dos mil ochenta y nueve. La señora Tibbolt tragó con fuerza y limpió recatadamente sus mejillas. —Gracias, Maddie —dijo—. Me has ayudado más de lo que posiblemente puedes saber. CeeCee tiene leucemia, y no lo está haciéndolo muy bien en este momento. Su médico quiere que participe en este ensayo de drogas experimentales, pero los efectos secundarios son horribles, y no quiero que mi niña pase a través de eso si no hay esperanza. —La señora Tibbolt se detuvo para mirar la foto, pasando un dedo sobre la imagen de su hija. Pasó un momento antes de que hablara de nuevo—. Como madre, uno nunca quiere que sus hijos sufran a pesar de que no podamos soportar la idea de una vida sin ellos. Si no hubiera posibilidad de que mi bebé sobreviviera más allá de seis meses, iba a decir que no al ensayo. Me has dado esperanza, y no puedo agradecerte lo suficiente. Le sonreí pero de pronto me sentí tímida, y dejé caer los ojos a la mesa. Mi mirada aterrizó en la cartera mientras la señora Tibbolt la cerraba, y fue ahí cuando vi algo que hizo que mi respiración se atorara. Me extendí y puse una mano sobre su brazo. —Espere —dije, entrecerrando los ojos hacia las imágenes. Había dos niños más ahí. Uno era un chico algo mayor que yo, tal vez de dieciocho o diecinueve años, con cabello negro, brillantes ojos verdes, y realmente apuesto. El otro era un chico un poco menor que yo, tal vez de trece o catorce años con cabello más claro pero los mismos ojos y la misma cara hermosa. Los números del chico más grande eran similares a los de su hermana, 19-11-2075, pero los del hijo del medio eran una historia completamente diferente.

—¿Él también está enfermo? —pregunté, apuntando hacia su foto. La señora Tibbolt me miró enigmáticamente y giró la billetera—. ¿Tevon? —preguntó—. No, cariño. Está perfectamente bien. Mi corazón comenzó a latir rápidamente. Nunca antes vi números tan cercanos en alguien tan joven y saludable. Por un minuto, no supe qué hacer. No pregunt ó por su hijo menor, pero, ¿cómo podía no decirle, cuando la fecha del niño se encontraba tan cerca? Decidí decirle, quizás esta vez cambiaría las cosas. Apuntando hacia la foto nuevamente, dije—: señora Tibbolt, el día de su muerte no es como el de sus otros hijos. Es mucho más cercano. Sus ojos se agrandaron, pero mantuvo su tono de voz. —¿Oh? ¿Qué tan cercano? —Es la próxima semana. Jadeó. Luego sacudió la cabeza. —No —me dijo—. No. Eso no es posible. Tevon está bien. Perfectamente saludable. Miré fijamente la imagen para estar segura. Mordiendo mi labio, la miré de nuevo. —No estoy equivocada. Palideció y se inclinó hacia adelante. —¿Cómo? Y ahí estaba. Esa pregunta que no podía responder. Sacudí la cabeza, sintiendo el peso de la muerte de papá caer sobre mis hombros. Al mismo tiempo, los ojos de la señora Tibbolt se estrecharon. Miré de nuevo la foto de Tevon. Sus números se mant uvieron obstinadamente fijos. Sabía que tenía que tratar de convencerla. —No sé cómo. ¿Tal vez un accidente? No estoy segura. Pero algo malo va a pasarle, y si no hace algo, morirá la próxima semana. —Fue la incertidumbre y la imprecisión de mi respuesta lo que se asentó en ella. Me malinterpretó como una mentirosa. Lo vi en su expresión cuando empezó a negar con su cabeza, y su mirada se alejó de la mía mientras cerraba su billetera. Desesperada por hacer que me creyera, dije—: Puedo decirle la fecha… —¡Detente! —ordenó, interrumpiéndome. Con su boca presionada en una delgada línea, se levantó, recogió su bolso de diseñador, y metió su billetera en él—. Tú y tu madre deben pensar que son muy listas —dijo, viéndome como si esperara una confesión completa. Cuando no dije nada, agregó—: ¡Oh, sabía que esto era una farsa! Sentí arder mi estómago. —No es una farsa. —¿En serio? ¿No estabas a punto de decirme que mi hijo ha sido objeto de algún tipo de maldición mortal y por un cargo adicional estarías feliz de removerlo?

La miré fijamente. Ella me vio con desprecio. Entonces, observé sus ojos dirigirse a un punto sobre mi hombro derecho. Mamá puso un cartel ahí con grandes letras en negrita. ¡ABSOLUTAMENTE SIN DEVOLUCIONES! La señora Tibbolt resopló desdeñosamente. —Disfruta tu pizza, Maddie. —Luego tomó el abrigo de la silla, causando que esta se cayera. No la levantó. En cambio, salió de la habitación sin mirar atrás. Me senté ahí por unos buenos diez minutos viendo la mesa. Se sentía como si hubiera sido golpeada en el estómago. Finalmente mamá asomó su cabeza. —Tu cena está sobre la mesa. —Después miró la silla volcada—. No lo tomó muy bien, ¿eh? Sacudí la cabeza. —Oh, cariño —dijo mamá, acercándose para apretar mi hombro—. Tienes que recordar que eres solo la mensajera. No eres responsable por la fecha o la manera en que tus clientes toman las noticias. Y cómo reaccionó esa mujer aquí es solo su primera reacción. Dale algo de tiempo para recuperarse de la sorpresa, y llegará a un acuerdo con eso. Tragué duro. No quería decirle lo que sucedió, porque podía conducir a una discusión. Así que simplemente murmuré—: Lo sé, mamá. —Y la seguí fuera de la habitación para cenar, pero no hice más que picotear mi pizza. Después de cenar, fui a encontrarme con Stubby, mi mejor amigo. Su verdadero nombre era Arnold Schroder (16-08-2094), pero ha preferido el apodo que le dieron unos matones en el patio de juegos de la escuela primaria por tanto tiempo como lo puedo recordar. No es halagador, pero él dice que es mejor que Arnold. Stubs y yo hemos estado juntos desde tercer grado cuando, después de que muriera el señor Gilbert, ninguno de los otros niños quería tener algo que ver conmigo. En aquel entonces Stubby era un gordito de ocho años de edad, con brillante cabello rubio casi blanco y una sonrisa tonta permanente. Usaba una capa roja en la escuela y les decía a todos que quería crecer para ser Superman. Nunca perdió su gordura, pero la capa se fue hace mucho. Socialmente, es súper raro, pero por dentro de ese pecho rechoncho late el corazón de un superhéroe, de seguro. Me envió un mensaje antes para encontrarme con él en la cafetería a medio camino entre nuestras casas. Stubs y yo vivimos a medio kilómetro de distancia en un suburbio lleno de majestuosos álamos, arces y robles. Se alinean a lo largo de las calles por lo que algunos días apenas se puede ver el sol. Mientras iba en mi bicicleta hacia la cafetería, el viento arreció, levantando las hojas por encima de mí, palmeando. Sonaba como si pasara bajo un dosel de aplausos. Hojas naranjas, amarillas y rojas llovieron sobre mi cabello y hombros

mientras pedaleaba. Cubrieron la calle y quedaron atrapadas en mis ruedas, donde aplaudieron un poco más. La cafetería donde Stubby y yo nos encontramos no es grande — no mucho más que un par de cabinas y un pequeño mostrador— pero es barata y nos gusta pasar el rato ahí los domingos en la noche porque Rita (20-03-2022), la camarera más vieja que trabaja en ese turno, no nos mira con disgusto cuando tomamos una cabina en la parte de atrás y no le damos más propina que un dólar con cincuenta por un par de coca-colas y pasteles de crema de chocolate. Mientras entraba a la cafetería, noté a Cathy Hutchinson (19-012082). Es una estudiante de segundo año que se mudó frente a mí el año anterior. Estaba aquí con su novio, Mike Méndez (24-08-2078), quien es menor. Se besaban de forma bastante caliente y pesada en una cabina diagonal a donde Stubs se encontraba sentado. Él parecía incómodo, y podía decir que trataba de alejar sus ojos mientras Mike toqueteaba a Cathy. Stubs es una dulzura, criado por una madre soltera, y es un poco anticuado en cuanto a cómo tratar a una chica. Asentí hacia él y rodé los ojos mientras pasaba a Mike y a Cathy. Escondió una sonrisa con la mano. —Hola —dijo cuando me acerqué—. Ya ordené para nosotros. Me senté y miré sobre mi hombro a los tortolitos. Me giré de vuelta hacia Stubs y sacudí la cabeza. —¿Cuánto tiempo han estado aquí? —Lo suficiente para molestar a Rita —dijo Stubs, gesticulando con su barbilla hacia la mujer mayor al otro lado de la cafetería, quien actualmente tomaba la orden de otro cliente. Solo podía imaginar el momento difícil que Mike y Cathy le daban a la mesera. Mike tenía una vena mezquina en él, y Cathy no era mucho mejor. Miré detrás de mí de nuevo, y esta vez vi que Cathy alejó a Mike y fruncía el ceño en nuestra dirección. Cathy no es mi mayor fan. En el verano del 2013, ella, Stubby y yo nos la pasábamos juntos después de que se mudara frente a mí, pero al momento en que la escuela empezó y descubrió por los otros chicos lo que yo podía hacer, me dio la espalda con rapidez. En el lapso de una tarde pasó de ser mi dulce amiga a una perra que apuñala por la espalda, y nunca pude descubrir qué le hice personalmente para que me odiara tanto. Me giré de vuelta a Stubs, y mientras lo hacía escuché a Cathy cantar—: ¡Ding dong! La bruja está muerta. A ella le gusta decirles a todos que soy una bruja. La he escuchado decir que mi mamá y yo somos parte de un aquelarre, y que lanzamos hechizos a las personas que vienen a verme. Stubby confesó una vez que escuchó a Cathy decirles a todas las personas en

su mesa del almuerzo que vio a un tipo salir de mi casa sangrando por las orejas. Era ridículo. —¡Ding dong! La bruja está muerta —cantó Cathy de nuevo, y ella y Mike se rieron. Me ericé, pero Stubby me dio una sutil sacudida de cabeza. —Se están yendo —susurró. Moví la mirada a la larga ventana detrás de Stubs, lo que me dio un buen reflejo de la habitación detrás de mí, y ambos esperamos en silencio hasta que Mike y Cathy dejaron la cafetería. Un minuto después, Rita apareció en nuestra mesa con nuestras tartas y bebidas. Después de que se fuera, Stubs dijo—: Entonces, ¿tuviste un mal momento con un cliente? Ya le había contado lo básico en un mensaje, pero estaba ansiosa por decirle lo demás. Stubs se sentó con la boca abierta a través de la mayor parte de mi historia. —¿Su hijo de verdad va a morir la próxima semana, Mads? Asentí, tomando la tarta con mi tenedor. —Traté de hacer que me escuchara, pero cree que soy una farsa. Stubby negó con la cabeza. —Si la gente cree que no puedes hacer lo que haces, entonces, ¿por qué van a verte? —No tengo idea —dije de mal humor. —Así que, ¿qué vas a hacer? —preguntó Stubs después. Su pregunta me dejó perpleja. —¿Hacer? ¿Qué quieres decir? —Bueno, si este chico no está enfermo ni nada, ¿entonces no deberíamos hacer algo para tratar de salvarlo? Suspiré. Odiaba saber cuán cerca estaban las personas de perder a alguien amado, especialmente a alguien joven. Pero le dije a la señora Tibbolt de la fecha de muerte de su hijo, y eso no cambió nada. Esos números permanecieron obstinadamente fijos. —Stubs, no hay nada que pueda hacer. Traté de todo para hacer que me escuchara, y chequeé la foto un par de veces. La fecha de su hijo no cambió. Stubby se quedó callado por un momento y luego dijo—: ¿Pueden cambiar los números, Maddie? —No lo sé. Solo sé que nunca los he visto cambiar. Ni una vez. —Así que crees que están fijos —dijo Stubs. Apreté los labios y miré con fuerza a la mesa. —Tal vez. Honestamente, no puedo estar segura. Algunas veces busco en internet a un cliente cuya fecha ya haya pasado, y encuentro un obituario con la fecha exacta que predije. Advertir a las personas nunca les compró más tiempo.

Stubby suspiró, y rodó su patineta de un lado a otro bajo la mesa, como siempre hacía cuando estaba sumido en sus pensamientos. Sabía que trataba de pensar en una solución. Él era uno de los mejores solucionadores de problemas que haya conocido. Stubby realmente creía que no había nada en la vida o en el salón de clases que no pudiera ser resuelto con un poquito de pensamiento, esfuerzo y tiempo. Por último, dijo—: ¿Si tan siquiera hubiera una pequeña oportunidad de poder cambiar la fecha, Mads, no crees que deberíamos tratar de salvar a ese niño? —¿Cómo? Stubby sacó su teléfono y comenzó a tocar la pantalla. Después de un minuto su cara se iluminó, y me mostró la pantalla. Era un directorio listando a Patricia Tibbolt. Noté que sí vivía en Parkwick. — Llámala —dijo Stubs, y cuando dudé, agregó—: Tienes que intentarlo, Mads. Es su hijo. Antes de que pudiéramos estar de acuerdo, Stubby v olvió a tocar la pantalla, y luego empujó su teléfono hacia mí, urgiéndome a tomarlo. Vi que marcó el número de los Tibbolt, y luego escuché la voz haciendo eco desde el teléfono. —¿Hola? —dijo ella—. ¿Hola? Reticentemente, tomé el teléfono. —¿Señora Tibbolt? —pregunté, mi voz temblando. —¿Quién es? Tomé una respiración profunda. —Es Maddie Fynn. —Cuando no respondió, agregué—: Usted vino a verme hoy. —Sé quién eres —dijo ella, su voz como hielo. Miré a Stubby como si le rogara que me dejara colgar, pero asintió y agitó su mano para darme valor. —Escuche —dije—. Yo… es… quiero que sepa que no soy una farsa. Su hijo… —¡Detente! —siseó, cortándome—. Solo det ente. Si vuelves a llamar, se lo notificaré a la policía. ¡Déjanos a mi hijo y a mí en paz! ¿Me escuchaste? ¿Lo hiciste? Su rabia creciente salía del teléfono, y por la forma en que Stubby me miraba ahora, supe que escuchó lo que dijo. Entrando en pánico, presioné el botón FIN y corté la llamada. Mencionando a la policía, la señora Tibbolt despert ó mi mayor temor. Tres años atrás, mamá fue arrestada por su manejar bajo la influencia de alcohol por segunda ocasión. Tenía trece en ese momento, y enloquecí cuando mamá no llegó a casa y no podía ponerme en contacto con el tío Donny. Llamé al 911 y antes de saberlo, los Servicios de Protección Infantil se hallaban en nuestro pórtico delantero. Si no hubiera sido por el tío Donny, mamá habría terminado en la cárcel y yo en hogares de acogida.

Desde entonces, mamá se ha vuelto súper ansiosa cuando alguien se vuelve muy curioso sobre lo que sucede en nuestra casa. No sale si puede evitarlo, y nunca saluda a los vecinos. Mamá ni siquiera le abría la puerta a la dulce señora Duncan, quien solía traer galletas y productos horneados todo el tiempo. Stubs me veía con tanta simpatía que era duro no apartar la mirada. Sabía exactamente lo que pensaba. Por lo menos se inclinó y empujó mi brazo. —Oye —dijo—. Hiciste lo que pudiste, Mads. Y quién sabe, tal vez la señora Tibbolt pensará en lo que dijiste y, solo para asegurarse, la próxima semana mantendrá a su hijo en casa en lugar de llevarlo a la escuela, o lo llevará al doctor y hará que lo examinen, y su fecha cambiará. —¿Lo crees? —pregunté esperanzadamente. Stubby asintió. —Es lo que mi mamá haría. Sentí la tensión en mis hombros aliviarse un poco, aunque dudaba que la señora Tibbolt pudiera evitar la muerte de Tevon. Aun así, me colgué del pequeño rayo de esperanza que Stubs me daba. —Gracias —le dije. Asintió, pero mientras comenzaba a mordisquear mi tarta, noté que su mirada se volvió distante y que la patineta comenzó a rodar otra vez bajo la mesa. Más tarde, después de que volví a casa, encontré tres botellas nuevas de vodka barato en el mostrador, y otra medio vacía. Mamá se encontraba en el sofá, con los ojos caídos y balbuceando. También est uvo llorando. Cuando la ayudé a levantarse, algo cayó de su regazo y revoloteó hasta el piso. Supe lo que era al segundo en que v i el destello de papel de construcción verde. Era el dibujo que hice en el jardín de niños, ese de mamá, papá y yo con nuestros números dibujados en nuestras frentes. Mordí mi labio, la picadura de ver a mamá con eso abrió viejas heridas. Estaba muy gastado y manchado de lágrimas, pero después de tantos años, mamá se negaba a desecharlo. Pasó sus dedos sobre los números de papá tantas veces que casi había hecho un agujero en el papel. Después de arrancar el papel del suelo, mamá intentó meterlo en su falda. —Puedo llegar a la cama sola, Maddie —arrastró las palabras, su cara girada lejos de mí. Tragué con fuerza. —De acuerdo —dije finalmente, soltándola. Observé su tambaleo por las escaleras sin decir una palabra. No podía moverme contra la culpa o la vergüenza del momento. Antes de morir, mi abuelo Fynn me pidió que cuidara a mamá. Su alcoholismo se había vuelto evidente para ese entonces. Me dijo que ella trataba de hacerle frente a la pérdida de papá. —Incluso si no fue su culpa, todavía se culpa a sí misma —dijo él.

Entendí completamente lo que el abuelo trataba de decirme, pero sabía que era diferente. Veía la verdad en sus ojos cada vez que la atrapaba con ese dibujo. Mamá no se culpaba a sí misma por la muerte de papá. Me culpaba a mí. Bebía, no porque se sintiera culpable por sobrevivir o ser incapaz de evitar el asesinato de papá, sino porque no quería ser la clase de madre que culpaba a su hija por eso. Y, sinceramente, ¿cómo podía no culparme? Es mi “regalo”. ¿No debería haber sabido lo que significaban los números todo el tiempo? ¿No debería haber advertido a mi papá? Creo que esa es la verdadera razón de que ella quiera que lea para los clientes. Es mi penitencia. Así que nunca digo que no a leer. Miro a esos extraños a los ojos —porque no tengo más opción que mirarlos a los ojos— y les entrego su mortalidad. Y después de cada lectura, mamá vuelve a la botella con fuerza, porque sé que entiende cuán difícil es para mí. Y aun así nunca me dijo que podía detenerme. Simplemente continúa pretendiendo que hago algo bueno, y sigo pretendiendo que no me importa. La verdad es que nos está matando a ambas. Fue mucho después que me dirigí al piso de arriba, a mi habitación. Después de cerrar la puerta, fui a mi escritorio y saqué mi cuaderno de citas y lo abrí. No podía explicar por qué escribirlas siempre me reconfortaba, pero lo hacía. Tal vez era simplemente el acto de sacarlas de mi cabeza y colocarlas sobre papel, lo que me ayudaba a lidiar con eso, o quizás era el sentido de estructura y orden que se prest aba a la cualidad aleatoria de la muerte. Fuera lo que fuera, me permitía sobrellevarlo. Dando la vuelta a una página nueva, extendí la mano por un bolígrafo y escribí el nombre de la señora Tibbolt, registré la fecha de su muerte, y agregué la de sus tres hijos. No era difícil recordarlas, todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos, recordar su cara y las fotos. Los números siempre venían a mi ojo mental tan fácilmente como si recordara su color de cabello o la sonrisa ladeada de Tevon. Una vez que registré sus nombres, miré duramente la fecha de muerte de Tevon, pensé en las duras palabras que me dirigió la señora Tibbolt en el teléfono y sentí un estremecimiento de aprehensión viajando por mi columna vertebral. Esperaba que no nos reportara a mamá y a mí a la policía, y esperaba incluso más que cuidara a su hijo una semana a partir de ahora. Aun así, todo se sentía tan vano. No podía salvar a Tevon más de lo que podía traer de vuelta a papá. No podía salvar a nadie. Para salirme de la melancolía, le di la vuelta a una página muy gastada en el medio del cuaderno. A mitad de camino estaba el

nombre Aiden. Sin apellido —no lo sabía— pero ver su nombre escrito ahí con tanto cuidado me hacía sentir más cerca de él. Aiden era un chico que vi en mi primer año mientras me hallaba sentada en las gradas en un partido de fútbol. No había buenos asientos en el lado de nuestro equipo, así que Stubby y yo fuimos a las gradas del equipo rival y encontramos un buen lugar en la primera fila. Aiden pasó justo por delante de mí en su camino hacia el puesto de comida, y sentí todo mi aliento abandonar mi cuerpo. No podía creer que alguien tan hermoso est uviera lo suficientemente cerca como para tocarlo. Nunca hablé con él, y solo lo veía un puñado de veces cada año, cuando su escuela jugaba contra la mía, pero cada vez me sentía inexplicablemente atraída hacia él. Era como si lo conociera. Como si siempre lo hubiera conocido. Iba a su página en mi cuaderno a menudo. Me hacía sentir mejor. Me gustaba decirme que algún día tendría el valor de hablar con él. — Tal vez este año —susurraba. Con un suspiro, cerré el cuaderno y lo metí en la gaveta de mi mesita de noche antes de prepararme para ir a la cama. Mientras me quedaba dormida, hice las paces conmigo misma sobre la señora Tibbolt y su hijo, diciéndome que hice mi mejor esfuerzo con ella. No había nada más que pudiera hacer.

Traducido por Sandry & Miry GPE Corregido por Helena Blake

Una semana y media después, me encontraba en el sexto periodo de Literatura Americana cuando alguien llamó a la puerta del aula. Todos levantamos la vista mientras que nuestro director entraba. El director Harris (21-04-2042) es un hombre de baja estatura que anda por ahí como si fuera dueño del lugar. También tiene una predilección por el uso de grandes palabras así que nadie puede entender lo que está tratando de decir. —¿Sarah? —dijo cuando mi profesora, la señora Wilson (30-06-2056), miraba hacia arriba. —¿Sí, director Harris? —Voy a necesitar ver a Madelyn Fynn en mi oficina cuanto antes. —Su voz sonaba seria. Veintitrés pares de ojos se giraron para mirarme, y mis latidos se incrementaron. Stubby parecía tan alarmado como yo me sentía. Desde el asiento frente al mío, Eric Anderson (25-07-2017) dijo—: Tú, Asesina Maddie, ¿qué hiciste? Sentí que se me secaba la boca. ¿Qué había hecho? —Señor Anderson. Otra palabra tuya y te unirás a nosotros —le advirtió Harris. Eric se dio la vuelta y se rió junto con su mejor amigo, Mario Rossi (25-07-2017). Sintiendo mi cara sonrojarse, recogí mis libros y mi mochila lo más rápido que pude y seguí al director para salir de la habitación. Harris me llevó por los pasillos vacíos, sus zapatos haciendo clacs fuertes contra el suelo de baldosas. Yo prácticamente caminaba de puntillas. Llegamos a su oficina y pasamos a través de las puertas a un gran espacio abierto. Todas las secretarias de la escuela que trabajaban allí

alzaron la mirada al unísono cuando llegamos. Sabiendo que nunca me habrían llamado a la oficina del director si no estuviera en problemas, sentí mis mejillas abrasando con calor. —Por aquí, Madelyn —dijo el director Harris, haciéndome un gesto hacia adelante a través del laberinto de mesas hasta su despacho en la parte posterior. La puerta estaba cerrada y todas las persianas en las ventanas de cristal se encontraban bajadas. Abrió la puerta y de nuevo me hizo un gesto con la mano hacia el interior. Sentados en las sillas frente a su escritorio grande de metal estaban dos hombres de la misma edad que mi madre: uno pequeño y grueso con una cara como un perro bulldog; el otro alto y ancho de hombros con un hermoso rostro que podría haber visto en Hollywood. Los dos estaban vestidos formalmente de traje y corbata, y cada uno de ellos se volvió hacia mí, sus miradas duras y sospechosas. Tiré de la cremallera de mi sudadera, saltando mientras la puerta se cerraba detrás de mí. El director Harris fue a su escritorio y se sentó, y luego señaló una silla a su izquierda. —Siéntate —dijo. No era una petición. Traté de tragar, pero mi boca se había quedado seca. Me acerqué a la silla y me encogí de hombros con mi mochila, noté la palabra larga del día en el calendario del escritorio principal de Harris a mi lado. La palabra de hoy era TRIFULCA —UNA DISCUSIÓN PÚBLICA. —Madelyn —dijo Harris, y me sacudí, dirigiendo mi atención hacia él—. Este es el agente especial Faraday del FBI y su compañero, el agente Wallace. —Ante la mención de sus nombres, los dos hombres se metieron las manos en los bolsillos de sus chaquetas y sacaron sus respectivas insignias, las cuales sostuvieron en alto. Los brillantes escudos me recordaron a la insignia de mi padre. Mamá todavía la guardaba en su cajón de la cómoda. —Ellos están aquí para hablar de una situación más grave y apremiante, Madelyn —dijo el director Harris—. Por favor, préstales toda tu atención mientras relatan los detalles. El tipo alto de hombros anchos, el agente Faraday (02-10-2052), sutilmente puso los ojos en blanco cuando el director Harris no miraba. Al parecer, los niños no eran los únicos a los que les resultaba difícil gustarle nuestro director. —Madelyn —comenzó el agente Faraday Abracé mi mochila, sintiendo mi corazón latir contra mi caja torácica. Esto era sobre Ma. Algo le había sucedido o estaba en problemas. —¿Es Madelyn? —preguntó Faraday—. ¿O Maddie?

—Maddie —dije, odiando que mi voz se quebrara. Estaba tan nerviosa por Ma que no sabía si podía manejar lo que podría venir después. El agente Faraday sonrió, pero no tenía ninguna calidez. —Eso pensaba —dijo—. Tenemos algo muy importante que queremos preguntarte, Maddie. Fruncí el ceño. ¿Qué podía querer preguntarme sobre Ma? —Uh... está bien. El agente Faraday le dio un codazo al agente Wallace (07-082051), y sacó una fotografía de cinco por siete de un chico vestido con un uniforme de béisbol. —¿Has visto a este muchacho recientemente? —preguntó Wallace. El aspecto de la foto me confundió. Esto no parecía ser sobre Ma en absoluto, pero ¿qué podía tener que ver conmigo la foto de un chico con un traje de béisbol? Me incliné hacia adelante para mirar, y al principio toda mi atención se centró en los números del chico, que eran difíciles de leer debido a la gorra. Finalmente los descifré: 29-102014. Ayer. Y luego volví a mirar la cara del chico, ya que la fecha era familiar, y me di cuenta de que se trataba de Tevon Tibbolt. Podía sentir la sangre drenándose de mi cara, y también pude ver que los agentes se habían dado cuenta de mi reacción. Había visto lo suficiente en la televisión para saber que el FBI no venía a hacer preguntas sobre chicos muert os a menos que creyeran que tuvieras algo que ver con ello. Traté de pensar en lo que debía decirles. No sabía si era mejor contarles la lectura con la señora Tibbolt o hacerme la tonta. Decidí aspirar a algo en el medio. —No lo he visto —dije, lo que era verdad. Nunca había conocido a Tevon antes. —Él desapareció ayer de su casa a la escuela, alrededor de las tres de la tarde. ¿Seguro que no lo has visto, Maddie? —me presionó el agente Faraday. Miré a la derecha de Faraday. —Sí, estoy segura. Él y Wallace se echaron hacia atrás en sus sillas e intercambiaron una mirada. No me gustó que pensaran que yo mentía. Wallace se movió cerca de mí de nuevo, todavía con la imagen al nivel de los ojos. —Mira, la cosa es, Maddie, que este chico se encuentra desaparecido. Y su madre parece pensar que tú puedes ser quien sepa dónde está. Mi ceño se frunció. ¿Qué? Oh, Dios, pensé. Tevon estaba desaparecido y estos chicos no sabían que estaba muerto. Peor aún, la forma en que me miraban, sugería claramente que pensaban que podría haber tenido algo que ver con ello. Me sentí a punto de entrar en pánico, por lo que me aferré a la verdad, o a una versión de la misma. Negué con la cabeza de nuevo y dije—: Yo no conozco al chico. —Esta vez incluso me las arreglé para levantar un poco la voz.

—Entonces, ¿por qué su madre dijo que lo conoces? —preguntó el agente Wallace casualmente, como si simplemente estuviera pidiendo una pequeña aclaración—. ¿Por qué iba a decir que sabías dónde está? No tenía idea de lo que la señora Tibbolt le había dicho a los federales, y me sentía como una rata atrapada en un laberinto sin salida. Traté de mantener la mirada de Wallace. Fallé. —No sé por qué ella diría algo así. No lo conocía. Faraday se sentó. Algo que dije lo alertó. —¿No lo conocías? — repitió—. ¿Por qué utilizas el tiempo pasado, Maddie? Tragué saliva. Acababa de decir algo realmente estúpido. Al fondo, oí sonar la campana que indicaba el final del sexto período. —¿Hay algo que hayas hecho por lo que te sientas mal, Maddie? —preguntó Faraday suavemente—. Estamos aquí para ayudarte, ya sabes. Pero no podemos ayudarte si no hablas con nosotros No confiaba en él ni por un segundo. Negué con la cabeza de nuevo, mirando fijamente al suelo. Estaba decidida a no decir otra palabra. Lo que sea que dijera podría ser retorcido y utilizado en mi contra. El agente Wallace levantó la foto hacia mí de nuevo. —Es sólo un niño, Maddie. Si está herido o necesita ayuda, tienes que decírnoslo. Miré de nuevo la foto rápidamente. Los números de Tevon se mantenían flotando por encima de su gorra. 29-10-2014. Ayer. Faraday dijo que había desaparecido alrededor de las tres de la tarde, y yo sabía que tenía que pensar en mi coartada. Fui a la escuela, luego a casa para encontrar a Ma borracha en el sofá, por lo que me dirigí a donde Stubby y me quedé con él hasta la hora de la cena. Entonces me fui a casa de nuevo, llevé a Ma a la cama, y estudié para un examen de química. Me fui a la cama cerca de las once, y sabía que Stubby podía dar fe de la hora después de la escuela por lo menos. Sintiéndome culpable, me di cuenta que no había pensado en Tevon desde que puse su nombre en mi cuaderno. Tomando una respiración profunda, reuní un poco de coraje. Si no me explicaba, entonces esto podría salirse fuera de control muy rápidamente. —Escucha —comencé, tratando de elegir mis palabras con cuidado—. La señora Tibbolt vino a verme, ¿de acuerdo? Yo no fui a su casa; ella vino a la mía. Wallace asintió como si entendiera totalmente. —Nos contó que tú dices ser una especie de médium. Tomé otra respiración profunda y traté de calmarme. Lo estaba retorciendo todo, y no entendían. —No soy una médium —dije—. Solo veo las fechas.

Faraday arqueó una ceja. —¿Fechas? ¿Qué tipo de fechas? —Las fechas de la muerte. A mi lado oí al señor Harris quedarse sin aliento mientras Wallace y Faraday intercambiaron otra mirada. Decidí seguir adelante con mi explicación. —Desde que era pequeña he sido capaz de ver la fecha exacta de cuando alguien va a morir. No sé por qué lo puedo ver, pero puedo. Así que cuando mi madre perdió su trabajo y necesitábamos un poco de dinero extra, empezamos a cobrar a la gente para que les dijera en qué fecha iban a morir. Wallace hizo un ruido que sonó como una risa ahogada. Faraday le cortó con una mirada, y Wallace recuperó la compostura rápidamente. —¿Así que le dijiste a la señora Tibbolt la fecha en que piensas que ella va morir? —preguntó. —No. Ella vino a mí por su hija que tiene cáncer. La Sra Tibbolt quería que le dijera si estaba bien seguir adelante poniendo a su hija en un ensayo de medicamentos. —Pensé que no eras médium —dijo Faraday. Suspiré. Esto era muy frustrante. —No lo soy. Le dije que su hija iba a vivir, como, otros ochenta años, así que la señora Tibbolt sabía que debía seguir adelante y poner a su hija en el ensayo de medicamentos. —¿Qué tiene que ver Tevon con eso? —preguntó Faraday. —Vi su foto. —¿Viste su foto? —repitió Wallace. Asentí con la cabeza. —No tengo que ver a alguien en persona para ver una fecha de muerte. Puedo leerlas en las fotos igual de bien. —Así que viste su foto, y entonces, ¿qué? —preguntó Faraday. —Cuando vi la fecha de Tevon le pregunté a la señora Tibbolt si también estaba enfermo, y ella dijo que no. Entonces le dije que su fecha de muerte era esta semana, y ella no me creyó. Me llamó un fraude y se fue. —Y entonces pensé en la llamada telefónica en el restaurante y decidí que también podría decirles todo—. Más tarde esa misma noche, la llamé para tratar de convencerla de que no soy un fraude, pero se enfadó mucho conmigo, así que colgué y la dejé en paz. —Ella dice algo un poco diferente, Maddie —dijo Wallace después de una breve pausa—. Dice que amenazaste a su hijo. Dice que le dijiste que, si no te escuchaba, algo malo le iba a pasar a Tevon. Miré la foto todavía en manos de Wallace. —Algo malo le ha sucedido —susurré.

El director Harris aspiró otra respiración y la tensión en la sala se fue a otro nivel. —¿Dónde está, Maddie? —me preguntó Faraday en voz baja—. Dinos lo que le hiciste y dónde está. Mis ojos se abrieron. Él no me creía, y todavía pensaba que yo le hice algo a Tevon. Supe entonces que no iba a salir de esta, pero también sabía quién podía ayudarme. —Creo que debería llamar a mi tío —dije, mientras la campana de advertencia para el séptimo período sonaba. —¿Tu tío? —preguntó Wallace. Asentí con la cabeza, sintiéndome un poco mejor con el pensamiento de llamar a Donny. —Él es un abogado, y creo que querría que lo llamara en este momento. El director Harris se aclaró la garganta y levantó la mano. — Agentes Faraday y Wallace, me temo que estoy bastante incómodo con esta entrevista teniendo lugar en mi oficina. Si desean preguntarle algo más a Madelyn, entonces voy a necesitar comunicarme con la señora Fynn y permitir que Maddie llame a su tío, ya que ella tiene el derecho de tener a un abogado presente. De lo contrario, señores, esto será todo. Faraday se puso de pie, pero Wallace no le hizo caso. Se inclinó hacia delante, su mirada intencionada en mí. —¿Seguro que deseas involucrar a un abogado aquí, Maddie? Quiero decir, si nos dices donde está Tevon en este momento, podemos ser capaces de hacer un trato. Pero si el abogado viene, a la larga va a ser peor para ti. Déjanos ayudarte, Maddie. Dinos dónde se encuentra Tevon, y deja de torturar a sus padres, por el amor de Dios. Abracé mi mochila con más fuerza y los agentes me miraron expectantes. Me quedé pensando en las historias de las que Donny me habló de sus clientes y lo tontos que muchos de ellos fueron al hablar con la policía antes de llamarle a él. —No creo que deba decir nada más sin mi tío —dije. Faraday le dio un codazo a Wallace, y los dos se levantaron y se acercaron a la puerta, pero después de abrirla, el agente Faraday se volvió a mirarme. —Estaremos en contacto, Maddie. Pronto. Puedes contar con ello. Su promesa me dejó fría hasta los huesos. Después de salir de la oficina del director Harris, no fui a mi séptima clase de cerámica de época. En cambio, me dirigí directamente al baño de chicas y me escondí en un urinario. Mientras esperaba a la campana final, llamé a mi tío, pero me llevó directamente al correo de voz. Le dejé un mensaje, pero no escuché de él antes de la campana. Después de esta sonara, me quedé donde estaba hasta que la mayoría de los estudiantes vaciaron el edificio, y

luego me apresuré a través de las salas casi vacías a mi casillero. Después de recoger mis libros, me dirigí a la entrada trasera al lado de la piscina. Mi bicicleta estaba bloqueada en el aparca bicis, pero había tres huevos rotos sobre el asiento. Un pedazo de papel manchado tenía las palabras: Tres pequeños pollit os murieron aquí, 30-10-2014. Reconocí la letra de Eric Anderson. Arrugando el papel, busqué algo para limpiar el asiento. —¡Oye! —Escuché mientras inspeccionaba el suelo. Al mirar hacia arriba vi a Stubby caminando hacia mí, llevando un fajo de toallas de papel y su patinete. —Fueron Eric y Mario —dijo, y me entregó las toallas. Me temblaban las manos mientras secaba el desorden. —Gracias, Stubs. —¿Qué diablos hiciste para que Harris te llamara a su oficina? Quería decirle Stubby todo sobre el encuentro en la oficina del director, pero quería aún más llegar a casa para decírselo a Ma y tal vez llamar al tío Donny. No era inusual que Donny tardara en devolverme las llamadas, pero las llamadas de Ma siempre las devolvía. No sabía cómo iba a reaccionar Ma, y eso me preocupaba. Pero luego tuve otro pensamiento. Miré a Stubs y le dije—: ¿Te acuerdas de salir conmigo ayer, ¿verdad? La frente de Stubby se frunció. —¿Ayer? —Sí. Pasamos el rato y estudiamos para el examen de química, ¿recuerdas? Él asintió con la cabeza. —Recuerdo. Arrojé las toallas de papel a la basura y abrí mi bicicleta. —Si alguien viene a tu casa y te pregunta al respecto, podrás responder por mí, ¿verdad? Stubby ladeó la cabeza. —Mads, ¿qué está pasando? Me subí a la bici y me impulsé. —Te llamaré más tarde, ¡solo recuerda lo que te dije! Llegué a casa rápido, pero no lo suficientemente rápido. Había un sedán negro estacionado en frente de nuestra casa, y no creí que fuera de un cliente. Dejé mi bicicleta en la cochera, entonces me arrastré hasta la puerta de atrás, que estaba entreabierta, pero la contrapuerta estaba cerrada. Poniendo mi oído en el panel de vidrio fino, oí voces, la de Ma y la de otra persona. Reconocí el profundo barítono de la voz de Faraday de inmediato. —Todo depende de usted, señora Fynn. Si quisiera tener presente a su cuñado mientras interrogamos a su hija, está en su derecho como

su tutora. Pero él va a decirle que no hable con nosotros, y si algo le ha sucedido a Tevon Tibbolt, y su hija lo sabía o ha desempeñado un papel en ello, entonces me temo que le podría ir mal con bastante rapidez. —¡Maddie no tuvo nada que ver con la desaparición de ese muchacho! —espetó Ma. Me esforcé por oírla, escuchando los signos reveladores de que le hubiera dado hoy fuertemente a la botella, pero su discurso solo estaba un poco espeso. Tal vez ellos no se dieran cuenta. —Pero usted admite que ella amenazó a la madre del chico — dijo Faraday. —¡Por supuesto que no! Maddie no le haría daño ni a una mosca. —¿Podría informarnos de su paradero ayer? —preguntó otra voz. Wallace, pensé. —Ella estaba aquí conmigo. Cerré los ojos y maldije en voz baja. —¿Todo el día? —preguntó Faraday. —¡Bueno, por supuesto no todo el día! Ella llegó a casa directamente de la escuela y nos quedamos aquí hasta después de la cena viendo la televisión. Entonces hizo su tarea y se fue a la cama un poco más tarde de las diez. —Me di cuenta que Ma estaba contando lo que yo hacía casi todos los días, pero no ayer. Sabía que su memoria era a menudo confusa, así que no creí que estuviera tratando de mentir a los agentes. —¿A qué hora llegó a casa después de la escuela? —continuó Wallace. —A la hora de siempre —dijo Ma—. A las dos cuarenta y cinco, creo. Hubo una pausa, luego Faraday dijo—: ¿A la hora habitual? Son las tres y diez y ella no está en casa todavía. —Ese reloj está diez minutos adelantado —dijo Ma rápidamente. Sabía que se estaban refiriendo tanto al reloj de madera antiguo encima de la repisa de la chimenea. Era el reloj de papá. Lo compró para Ma en su primer aniversario, y solía ponerlo diez minutos por delante por lo que siempre llegaría pronto a su turno. Nunca habíamos corregido la hora. —Incluso teniendo en cuenta la diferencia —continuó Faraday—, ella sigue llegando quince minutos tarde. Tomé una respiración profunda para calmarme y abrí la contrapuerta. Chirriaba mucho. —¡Hola, Ma! ¡Estoy en casa! —Decidí actuar como si no tuviera ni idea de lo que estaba sucediendo en la sala de estar.

—¿Maddie? —Ma me llamó nerviosamente—. ¿Dónde has estado, cariño? Llegas tarde. —Lo siento —dije, dejando caer mi mochila sobre la mesa de la cocina por lo que haría algo de ruido—. Alguien untó algo viscoso en mi asiento de la bici y me costó limpiarlo. Luego entré en la sala de est ar y fingí quedarme corta. —Oh — dije—. Están aquí. Faraday arqueó una ceja. Estaba bastante seguro de poder notar una mentira a una milla de distancia. —¿Tienes una bicicleta, Maddie? —preguntó en ese mismo tono casual del que yo no confiaba ni por un segundo. Asentí con la cabeza. —Está en la cochera. Faraday miró a Wallace. —¿Cuántos kilómetros hay entre aquí y Parkwick? —Cuatro o cinco —dijo Wallace. —¿Cuánto tiempo te llevaría recorrerlos en una bicicleta? —Diez minutos, tal vez. Faraday se volvió a Ma. —¿Está segura de que su hija estaba aquí con usted ayer entre las tres y las seis? Ma me miró y asintió con firmeza. —Estoy segura. ¿Te acuerdas, cielo? Vimos ese programa... ¿Cuál era? Y allí estaba. Tampoco tenía que estar de acuerdo con Ma, quien se veía tan sincera en su esfuerzo por crear una coartada para mí, o corregirla y hacer que los agentes sospecharan de una mentirosa. Decidí tratar de protegernos a las dos. —Uh, Ma, creo que estás pensando en el martes. Yo me encontraba en casa de Stubby ayer estudiando para el examen de química. ¿Recuerdas? La frente de Ma se frunció y toda la confianza que había reunido delante de los agentes se fue, y parecía perdida. Fundiendo su mirada hacia su regazo, dijo—: Oh. Creí que fue ayer. —Entonces cogió el vaso de plástico sobre la mesa lleno de un líquido claro que yo sabía que no era agua. —¿Quién es Stubby? —preguntó Faraday. —Arnold Schroder. Es mi mejor amigo. Él puede responder por mí. Faraday hizo una nota en su cuaderno y me pidió la dirección de Stubby. Mientras él la anotaba, Wallace dijo—: ¿Crees que tu amigo Arnold podría saber el paradero de Tevon Tibbolt? Le había preguntado tan a la ligera, como si estuviera preguntando si sabía dónde conseguir la mejor hamburguesa de la ciudad. Suspiré y miré a Ma, quien había vuelto a fruncir el ceño ante los agentes. —Mi hija y su mejor amigo no tienen nada que ver con la

desaparición de ese muchacho. Si desean seguir presionando con el problema, entonces voy a insistir en llamar a mi cuñado. Wallace frunció los labios y evaluó a Ma con una mirada firme y fría. —Un poco temprano para beber, ¿no cree, señora Faraday? Sentí que mi pecho se apretaba y dejé de respirar. Esto fue exactamente lo que me temía. Ma palideció y dejó la taza de plástico en la mesa. —No sé lo que quiere decir —dijo humildemente, entonces tomó su paquete de cigarrillos y sacó uno. Sus manos estaban temblando, y yo sabía que los agentes lo notaron. Wallace sonrió con fuerza. —No. Estoy seguro de que no lo sabe. Ma lo fulminó con la mirada mientras se iluminaba, y vi como su espalda se enderezaba un poco. —Maddie —dijo— . ¿Me puedes traer el teléfono? Creo que es hora de llamar a Donny. —Me mantuve clavada al suelo durante un segundo. El teléfono estaba sobre una mesa justo entre los dos agentes. Tenía miedo de tomarlo. Mientras dudaba, Faraday se metió la libreta en el bolsillo, hizo un gesto a Wallace, y se levantó. Antes de dirigirse a la puerta, Faraday sacó una tarjeta de visita del bolsillo interior de la chaqueta y dijo—: Si deseas llamar y hablar, Madelyn, este es mi número. Tal vez no tengas nada que ver con la desaparición de Tevon, pero si sabes algo... algo en absoluto sobre lo que le podría haber pasado a él o dónde está, puedes llamarme y te escucharé. Después de colocarlo al lado del t eléfono, él y Wallace se acercaron a la puerta principal, que se atascaba. Tuvieron que tirar de ella un par de veces para conseguir que se abriera, y se fueron. En el momento en que se cerró la puerta, Ma se volvió hacia mí. —El teléfono, cielo. Tengo que llamar a Donny. Mi tío Donny es el hermano menor de mi padre. Es un abogado en Manhattan, y se había ocupado de la demanda contra la ciudad que Ma presentó después de la muerte de papá. También logró el acuerdo que habíamos conseguido como resultado, el envío de un cheque cada mes para cubrir la mayor parte de los proyectos de ley. Donny todavía vivía en Brooklyn, y solía venir a vernos cada par de semanas. Ahora, sin embargo, casi no nos visita. Desde el problema de Ma con la bebida se puso peor, él y Ma dejaron de llevarse bien. Aun así, siempre me compraba un gran regalo de navidad, y el verano pasado, nos llevó a mí y a Stubby a Florida. Sabía que, si alguien podría ayudarme a explicar las cosas a los federales, era Donny. Después de llevarle a Ma el teléfono, me dirigí escaleras arriba para encerrarme en mi habitación. Lo primero que hice fue saltar hacia mi ordenador y poner el FaceTime. Respondió al sexto o séptimo ring, y al ver simplemente su sonrisa con cara de niño, me dio comodidad. —

Pensé que nunca llamarías —dijo, rascándose la suave barba rubia de la barbilla—. Parecías totalmente asustada en la escuela. ¿Qué ha pasado con Harris? Le expliqué todo, lo de los federales esperándome en la oficina de Harris y de nuevo aquí en casa. —Whoa —dijo, después de que hubiera terminado—. ¡Maddie, eso es malo! —Lo sé —dije, sintiendo como el peso del mundo se había asentado firmemente sobre mis hombros. Y entonces me acordé de que les había dado a Stubby como mi coartada—. Deberían llamarte — dije—. Para confirmar dónde estaba cuando Tevon desapareció. —¿Cuando desapareció? —Ayer después de la escuela. Los federales dijeron que nunca llegó a casa. Los ojos de Stubby se abrieron como platos. —¿Qué crees que le pasó? Negué con la cabeza. —No tengo ni idea, pero cuando me mostraron su foto, su fecha confirmaba que está muerto. —Oh, hombre —dijo Stubby—. Maddie, quizás deberíamos haber hecho algo más para tratar de salvarlo. Me mordí el labio. Eso es lo que también había estado pensando. Me sentí terriblemente avergonzada de mí misma porque, aunque hubiera sabido lo que iba a pasar y me pareciera muy triste, no había esperado que la muerte de Tevon fuera tan misteriosa. ¿Y si se había caído en un barranco y su muerte había sido lenta y dolorosa? ¿O si hubiera sido golpeado por un coche en un camino de tierra y el conductor no se había detenido para ver cómo estaba y comunicarlo, y se encontraba solo por ahí en algún lugar donde nadie lo encontraría durante semanas? No podía imaginar lo que su madre estaba pasando. No es de extrañar que pensara que yo tenía algo que ver con ello. —Me siento muy mal —dijo Stubby en voz baja—. Sé que ella se enfadó cuando llamaste, pero tal vez debería haber ido a su casa y explicarle que te conozco, y que no eres un fraude. Eres una buena persona. Apuesto a que podría haberla convencido de ello. —Tú no podías haber sabido que las cosas iban a ser así —dije. Era exactamente como Stubs, se siente culpable por algo de lo que no tenía control. Para un hombre, él era increíblemente bondadoso. Y entonces vi a Stubs sacudirse y mirar por encima de su hombro. Volviendo de nuevo a mí, dijo—: Alguien está en la puerta. Tenía una sospecha sobre quién era. —¿Está tu madre todavía en casa?

—No —dijo—. Espera un segundo y déjame ver quién es. —Stubby salió corriendo, y yo me quedé a esperar ansiosamente su regreso. Le llevó unos quince minutos, pero finalmente regresó y trató de sonreírme alentadoramente—. Eran ellos —dijo, refiriéndose a Wallace y Faraday— . Les dije que ayer estuviste aquí todo el tiempo después de la escuela, estudiando conmigo para la prueba de química. Me relajé una preguntaron?

fracción. —Gracias, amigo. ¿Qué más te

—Querían saber si yo creía que eras realmente una médium. Les dije que no sabía si eras médium, pero que sabía que podías leer fechas de la muerte. Y luego me preguntó cómo lo sabía, y les dije que me dijiste que mi abuelo iba a morir justo después de navidad el año pasado, y murió el día exacto en que dijiste. —¿Te creyeron? Stubby frunció el ceño. —No creo, pero se fueron después de eso. Tragué saliva y miré hacia mi regazo. Todo esto era tan malo, no sabía qué hacer. Cuando alcé la mirada de nuevo, vi que Stubby me estudiaba. —¿Estarás bien? Me encogí de hombros. —Sí. Espero que lo encuentren pronto, Stubbs. No quiero ni pensar que Tevon se encuentra ahí afuera en algún lugar donde nadie pueda encontrarlo. Stubby permaneció callado por un momento, y luego dijo—: ¿No crees que alguien...? —¿Qué? Hizo una mueca. —Lo asesinó. Mis ojos se abrieron más amplios. —¿En Parkwick? De ninguna manera. —Parkwick era conocido por sus grandes casas, grandes cantidades de dinero, grandes parques y su tasa de delincuencia casi inexistente. Tenía su propia fuerza policial, la cual tenía la reputación de detener a cualquiera que luciera como que no pertenecía al vecindario. Pero Stubby parecía convencido. —Entonces, ¿qué le sucedió, Mads? ¿Y por qué nadie sabe dónde se encuentra? Me encogí de hombros, sintiéndome increíblemente triste. —No sé, Stubs. Podría ser que simplemente se adentró en el bosque, se cayó y se golpeó la cabeza o algo así. O tal vez fue atropellado por un coche y nadie ha encontrado su cuerpo aún. Algo como eso podría explicarlo. Stubs suspiró. —Sí, está bien. Escucha, tengo que ir a preparar la cena para mamá. Hazme una video-llamada más tarde si quieres hablar.

Después de que terminé la conversación en la computadora con Stubs, bajé las escaleras y encontré a Ma paseándose de un lado a otro en la cocina, su vaso de plástico casi vacío. Se sobresaltó cuando entré en la habitación. Podía decir que tenía un momento difícil lidiando con la visita del FBI. —Hablé con Donny —dijo—. Ha estado en la corte todo el día y tuvo que regresar a la oficina a trabajar hasta tarde en un caso, pero me dijo que si esos agentes regresan lo llamara de inmediato. Con una punzada noté que Ma empezaba a balbucear sus palabras. —¿Quieres cenar algo? —le pregunté, tratando de distraerla. Ma se acercó a la despensa, donde guardaba su bebida. —No, cariño. No tengo hambre. Sin embargo, hay un poco de pavo en la nevera. Traje un poco de la tienda de comestibles hoy. Me hice un sándwich y evité mirar a Ma mientras ella rellenaba su vaso. Hice medio sándwich para ella, también, por si acaso, y lo coloqué frente a ella en la sala de la televisión. Luego llevé mi sándwich arriba para comerlo mientras hacía mi tarea, pero era casi imposible concentrarme, y apenas conseguí terminarla. Finalmente la di por terminada alrededor de las ocho y bajé para comprobar a Ma. No había tocado su sándwich, pero se quedó dormida, con el vaso de plástico en su mano. Me llevó un poco de tiempo conseguir llevarla arriba, hasta su dormitorio, pero por fin estaba instalada para pasar la noche. Fui abajo de nuevo, donde traté de ver la televisión, pero me hallaba demasiado irritada y ansiosa. Durante mucho tiempo, me senté en la oscuridad, escuchando el suave ritmo del reloj de papá. Ahora que él se había ido, su constante tictac era lo más parecido que teníamos a sus latidos. Me encantaba escucharlo —y a las campanadas, suaves y dulces, como las primeras notas de una canción de cuna. La foto de papá permanecía en la repisa, justo bajo el reloj. Mientras pasaban los minutos, me encontré mirando su imagen y extrañándolo demasiado. En mi corazón sabía que si él estuviera aquí, lograría que Faraday y Wallace me creyeran. Era otro ejemplo de lo poco que Ma y yo le importábamos a un mundo sin papá. Él fue nuestro centro, el pegamento que nos mantenía unidos y nos daba un propósito. Su ausencia era mayor que la suma de nuestras partes, y no creía que alguna vez nos sintiéramos completas de nuevo. Con un suspiro me aparté de la foto y fui a la ventana. Mirando hacia la noche, vi un sedán pasar por la calle y aparcar un poco más allá de nuestra casa. Pude ver que el motor seguía en marcha, ya que el tubo de escape emitía vapor, el cual brillaba a la luz de la farola. Entrecerrando mis ojos, sólo podía distinguir las figuras de dos personas en el coche. Mi latido se aceleró. Eran Wallace y Faraday. Esperé a que salieran del auto y vinieran a la puerta, pero a medida que pasaban los

minutos, ellos permanecieron donde estaban. Finalmente, después de unos quince minutos, los agentes se alejaron lentamente de la acera y se marcharon. Entonces supe que no importaba la coartada que les ofrecí, esto no había terminado. El día siguiente pasó en una niebla. Me sentía nerviosa y al borde todo el tiempo, e incluso Stubby no pudo hacerme sentir mejor. —No pueden probar que tuviste algo que ver con eso, Maddie —dijo mientras íbamos juntos a casa. Pero tenía un mal presentimiento. Stubby y yo nos separamos en el punto medio entre nuestras casas, y pedaleé rápidamente hacia mi casa. Era día de brujas, y tenía que asegurarme que teníamos suficiente dinero en el sobre de comestibles para los dulces, para entregarlos a los pocos niños lo suficientemente valientes como para llamar a nuestra puerta. Hay un montón de niños en el vecindario, pero nuestra casa nunca ve mucho tráfico. Demasiadas personas escucharon los rumores de que Ma y yo somos brujas. Mientras aceleré por la calle, mis pensamientos se encontraban ocupados por la necesidad de un plan de respaldo si no había dinero en el sobre. Al dar la vuelta en la esquina de mi cuadra, tuve que inclinarme hacia un lado para evitar el gran camión estacionado entre nuest ra casa y la de la señora Duncan. Echando una rápida mirada por encima de mi hombro para asegurarme que no había coches detrás de mí, estaba a punto de girar hacia nuestra entrada cuando regresé al camino, y de pronto, dos hombres llevando entre ellos un sofá envuelto en plástico, salieron de la parte trasera de un camión de entregas, directamente en mi camino. Tensándome, apreté los frenos de mano con todas mis fuerzas. Causando que la bicicleta patinara, luego se tambaleó, después me choqué justo en el frente del sofá. Caí con fuerza y sentí el pavimento quemar un lado de mi pierna, desde arriba hasta el final del muslo. Mi cadera se llevó la peor parte de la caída, y dolió tanto que grité, cerrando mis párpados con fuerza mientras lágrimas calientes escocían mis ojos. Un momento después oí a mi vecina, la señora Duncan, exclamar—: ¡Oh, Dios mío! ¡Maddie, cariño! —Seguido de un rápido sonido de pies aleatorios. Me concentré en el pavimento y el cúmulo de zapatos corriendo hacia mí, mientras trataba de orientarme. Luego, había manos sobre la bicicleta y en mis brazos. Todo era confuso por el dolor abrasador en mi pierna y el muslo. Tardíamente, me di cuenta de que la bicicleta seguía encima de mí, y apretaba mis dientes con fuerza para contrarrestar el dolor. —

Suelta la bicicleta, cariño —dijo una voz masculina—. Vamos... eso es todo. Suéltala. Solté mi agarre de mis manos y la bicicleta fue quitada de encima de mí. Lloraba tan fuerte que me era difícil hacer mucho más. —¡Oh, cariño! ¡Debería llamar a tu madre! —dijo la señora Duncan, corriendo lejos. Mientras tanto, los dos chicos de la entrega me ayudaron a levantarme. Uno hablaba bajo y suave, pero no podía concentrarme en nada más que el shock del choque y el dolor que se transmitía de arriba a abajo en mi pierna. Parecía que no podía dejar de sollozar. En el fondo sabía que no era del todo por la caída. —Wes —dijo uno de los hombres—, saca el botiquín de primeros auxilios de la camioneta. Fui soltada, y el tipo llamado Wes desapareció en la cabina. — Aquí, cariño —dijo el primer chico—. Nos sentaremos en esto, ¿de acuerdo? —Vi su movimiento hacia el nuevo sofá de la señora Duncan, el cual terminó en medio de la calle. Tomé unas cuantas respiraciones temblorosas y cojeé hasta el sofá, hacia donde el chico me ayudó a sentarme con cuidado sobre la cubierta de plástico antes de inclinarse a inspeccionar mi pierna. — ¿Puedo subir esto? —preguntó, señalando el dobladillo de mis pantalones. Me tragué un sollozo y asentí. Enrolló la pernera del pantalón, y siseé mientras la tela rozaba contra mi piel en carne viva. Silbó y sacudió la cabeza, su cuerpo ocultando parcialmente la herida de mi vista. —¿Es... es malo? —balbuceé. Levantó la barbilla. —Sí —dijo con gravedad, y luego las comisuras de su boca se curvaron y con un guiño, agregó—: Pero no creo que sea fat al. —De repente, a pesar de que tenía un colapso total, me reí. A continuación me encontraba medio riendo y medio llorando, y no era capaz de decidirme en uno o en lo otro. La señora Duncan regresó, retorciendo sus manos nudosas. —Tu madre no se siente muy bien —dijo, con su mirada evitando la mía. Su significado era claro. Toda la risa murió en mi garganta. El otro tipo de la entrega regresó entonces con una pequeña caja blanca, e inspeccionaba el interior con un ceño fruncido en su rostro. —No creo que alguno de estos vendajes sea lo suficientemente grande. La señora Duncan enganchó uno de sus dedos en la caja para jalarlo hacia ella. —¡Oh, eso no funcionará! —dijo—. Ven dentro, Wesley. Tengo todo lo que necesitamos para vendarla, pero tendrás que mover esas sillas fuera del camino para que pueda llegar al tocador.

Después de que se dirigieron hacia el interior de la casa de la señora Duncan, el chico que me ayudaba se levantó y fue a la parte trasera de su camionet a. Sacó un par de conos naranja y los colocó en la calle detrás y en frente de la camioneta para que cualquier persona que condujera por ahí no se acercara demasiado. Luego se giró hacia mí y sacó un pañuelo de su bolsillo trasero. Lo utilizó para limpiar un poco mi pierna sangrante. —¿Qué más te duele? —me preguntó. Todo dolía —saltaba cada vez que tocaba mi piel con el pañuelo. De todos modos, me incorporé en mi codo. Realmente no podía verlo, pero sabía que también me había raspado. —Caramba —dijo—. Cuando caes, realmente caes, chica. Limpié mis mejillas. Él parecía realmente agradable. Pero después de elevar la vista para mirarlo, tomé nota de su fecha de muerte, y mi pecho se tensó. Dejando caer mi mirada, dije—: Estoy bien. Gracias. —¿Te duelen los huesos? —preguntó. Negué con la cabeza. —Realmente lo siento por eso, Maddie —dijo amablemente—. Si tu bicicleta sufrió algún daño, nosotros pagaremos la reparación. Miré hacia mi bicicleta. Parecía un poco raspada, pero por lo demás parecía estar bien. —Creo que está bien. El chico de entregas puso el pañuelo en mi mano. —Toma —dijo— . Es probable que puedas hacer un mejor trabajo que yo. —Gracias. —Seguí evitando su mirada. —No te acuerdas de mí, ¿verdad? Desconcertada, elevé mi mirada de nuevo. Tenía una cabeza grande y cuadrada, con cabello gris muy corto y los ojos hundidos. Ahora que lo mencionaba, él se veía algo familiar. Miré hacia él, pero no pude averiguar cómo lo conocía. Extendió su mano, y puse mi palma buena en la suya. La sacudió suavemente y dijo—: Rick Kane. Vine a verte hace un año. Vagamente, recordé a alguien que se parecía un poco a él que vino a verme el pasado setiembre. Fue en torno al aniversario de la muerte de mi padre, el cual siempre es un momento difícil en mi casa — de modo que no pude recordar los detalles exactos— pero su fecha de muerte destacaba para mí ahora, y por eso trataba de evitar su mirada. —Está bien —dijo, como si leyera mi mente—. Sigue siendo la misma, ¿no? Solo me quedan unas cinco semanas. Asentí. —Lo siento mucho. Sonrió de una manera que parecía triste pero genuina. —No lo sientas, niña. Todos moriremos en algún momento.

Miré de nuevo a mi regazo, deseando que la señora Duncan y el otro chico volvieran a salir. —Sabes —dijo—, realmente me ayudaste. Apreté el pañuelo. El talón de mi palma también se raspó. —Quiero decir, al principio era un desastre. Le dices a un hombre que solo tiene alrededor de un año de vida, y eso más o menos lo desgarra por dentro. Pero luego lo superé, y comprendí que tenía un año para prepararme. La mayoría de la gente, no tiene idea, cuando se despiertan en la mañana, que será su último día, pero yo sé la fecha exacta, y debido a eso, me he hecho cargo de las cosas. Levanté mi barbilla. —¿Sí? Asintió y parecía tan en paz al respecto. —Tomé un seguro de vida extra —dijo—. Para obtener el seguro tenían que hacerme un examen físico, y resulta que tengo algunos problemas. Creo que eso es lo que sucederá. Mi corazón se parará, tendré un aneurisma o algo por el estilo. —¿No puedes ir al doctor? —le pregunté. Quería tanto que esa fecha en su frente cambiara. —Lo hice, Maddie. Mi propio doctor hizo un montón de pruebas, pero nada obvio salió de la página para él. Mi nivel de colesterol es un poco elevado, y mi presión arterial no es genial, pero no es lo suficientemente malo aún para que me diera medicamentos. Incluso tuve un segundo examen físico de la cabeza a los pies, y no aparece nada que podría ser el culpable. Lo que me sucederá, creo que será una sorpresa, y será rápido. Lo cual, cuando pienso en eso, no es una mala forma de morir, ¿sabes? Asentí, sorprendida por lo bien que parecía tomarlo. Pero también, vi esta reacción en algunos de mis clientes con enfermedades terminales. Ellos simplemente lo aceptaban e iban a poner sus asuntos en orden. —De cualquier forma —continuó—, con todo el seguro de vida adicional, mi familia nunca tendrá que preocuparse por el dinero otra vez, y mis dos hijos podrán ir a la universidad. También me aseguro de decirle a mis hijos y a mi esposa lo mucho que los amo t odos los días. Nunca hemos estado más cerca. Y también he hecho cosas de mi lista de deseos. Sabes, ¿las cosas que siempre dices que quieres hacer, pero nunca haces tiempo porque siempre hay un mañana? Toda mi vida me desanimé de hacer lo que realmente quería hacer, porque me preocupaba por proveer a mi familia y mantener mi trabajo. Estos días, si quiero tomar un día libre para hacer algo divertido, lo hago. No me preocupo por las cosas pequeñas. Ya no. Me liberaste, Maddie. Me siento más vivo ahora que nunca. Me diste eso. Estaba tan emocionada que no sabía qué decir.

—¡Aquí estamos! —Escuché gritar a la señora Duncan desde su camino de entrada. Ella y el otro chico cargaban gasa, pomadas, vendas y esparadrapo. Mi vecina amablemente se puso a trabajar directamente, y de un momento a otro me encontraba vendada y sintiéndome un poco mejor. Luego Rick me puso de pie, y mientras su compañero ponía mi bicicleta en la cochera, me ayudó a subir el camino de entrada. — Gracias —le dije una vez que llegamos a la puerta—. Por todo. Me ofreció una gran sonrisa. —¿Estarás bien? Asentí. —Sí. Solo pica un poco en este momento. —Toma algo contra el dolor —aconsejó—. Y no más ir a toda velocidad en tu bicicleta, ¿me escuchas? —Rio y sonreí. Después el otro chico y él volvieron a la entrega de la señora Duncan, y yo cojeé para entrar. Encontré a Ma desmayada en el sofá. Miré la hora. Era temprano para que estuviera tan fuera de sí. Pude sentir que un nudo empezaba a formarse en mi estómago. Ella reaccionaba a la visita de los federales. No me gustaba. Cojeé hacia ella y tomé la manta de la parte trasera del sofá, la extendí sobre ella lo mejor que pude. Me sentía rígida y dolorida por todas partes, y los rasguños en mi pierna, codo y palma empezaban a palpitar, así que cojeando por las escaleras, y ya en mi habitación, liberada de los pantalones ajustados y del suéter que llevaba, me vestí con el chándal más ligero que poseía. Mientras me vestía, volví a pensar acerca de lo que dijo Rick, de que lo había ayudado. Decirle su fecha de muerte no cambió sus números, pero por lo menos lo ayudé a él y a su familia al darle la noticia. Su esposa y sus hijos estarían tristes por perder a su padre —conocía bien ese dolor— pero su familia también estaría bien proveída. Un poco como lo estuvimos Ma y yo por el acuerdo de la demanda. Me gustaría tener a mi papá, pero por lo menos la mayor parte de nuestras cuentas se encontraban cubiertas por el momento. Eso significaba mucho, cuando pensaba en eso. Sentándome en mi escritorio, saqué mi libreta con las fechas de muerte y empecé a hojear las páginas. Encontré la entrada de Rick y la fecha de muerte al lado de su nombre: 06-12-2014. Suspiré con tristeza, luego miré todos los demás nombres y fechas que escribí en las muchas páginas de la libreta. Siempre pongo una C mayúscula junto a mis clientes, y mientras me desplazaba por los nombres de la gente a la que leí, me preguntaba si tal vez algunos de ellos podrían estar haciendo lo mismo que Rick. Tal vez algunos también tomaron un seguro de vida extra, y les

decían a sus hijos y cónyuges cada día que los amaban. Tal vez la lectura de estas personas era algo bueno, después de todo. Y luego fui a la página de Aiden y pasé mi dedo índice sobre su nombre. Podía imaginar su rostro, sus ojos azul profundo, la curva de su mandíbula, la plenitud de sus labios. Tendría la oportunidad de verlo en tan solo una semana, y sentí que mi pulso se aceleraba. No lo había visto desde la primavera pasada. Me pregunté si se había vuelto más alto, si sus hombros se ampliaron, si al verlo todavía me dejaría sin aliento. Mi sonrisa se ensanchó. Por supuesto que lo haría. Con un suspiro cerré la libreta y la guardé. Luego cojeé por las escaleras y comprendí que aún tenía que ir a la tienda a comprar un poco de dulces para los “dulce o truco”, pero, cómo lo lograría, no tenía ni idea. Con desesperación, le envié un mensaje de texto a Stubby —me llamó inmediatamente. —¿Qué sucedió? —preguntó. En el mensaje solo le dije que choqué con mi bicicleta. Le di la versión rápida de lo que pasó, y se ofreció a venir de inmediato con un montón de mini Hershey del suministro de su mamá. — Siempre tenemos extra —dijo. Mientras esperaba a Stubs, preparé dos sándwiches de queso a la parrilla y un poco de sopa de tomate. Mientras servía la sopa en tazones, Stubby entró. —¡Qué oportuno! —le dije. Se quitó la chaqueta y vi que solo llevaba una camiseta blanca y pantalones debajo. Entonces me di cuenta que también se había peinado hacia atrás. —¿James Dean? —Supuse. Stubs ama las películas antiguas. Mi mejor amigo sonrió y asintió. —¿Puedo pedir prestado un paquete de cigarrillos de tu mamá? —preguntó, su mirada se posó sobre la caja en la encimera. —¿Por qué? —pregunté bruscamente. Vivía con una fumadora, y era un hábito repugnante. No quería que St ubs iniciara con él. Puso los ojos en blanco, luego tomó uno de los paquetes medio vacíos de Ma, sacó un cigarrillo, lo colocó en la esquina de su boca, luego sujetó el paquete con la manga enrollada de su camiseta. — Dean solía llevar el paquete de esta forma —explicó—. Me hace parecer genial, ¿no? Le ofrecí un ceño escéptico. —¿No crees que recibir a los niños en la puerta con un cigarrillo colgando de la boca podría molestar a algunos padres? Stubs sonrió tímidamente y se quitó el cigarrillo colgando de sus labios. —Buen punto. —Entonces tomó su mochila y sacó los dulces que

me prometió, como un cazador trayendo a casa un trofeo—. ¿Dónde los quieres? —¿Los puedes vaciar en esto y colocarlo en el pórtico delantero? —le pregunté, entregándole nuestra gran ensaladera. Stubs miró el tazón con duda. —¿Estás segura, Mads? Por lo general, los primeros niños en la puerta toman todos los dulces y corren. Me agaché para levantar la pernera de mi chándal para demostrarle exactamente por qué no podía ir y venir para abrir la puerta cada cinco minutos. —Caramba —dijo Stubs, vaciando los dulces en el tazón—. Lo tengo cubierto. —Cuando regresó a la mesa, se sentó conmigo y me dijo—: No puedo quedarme mucho tiempo. Mamá quiere que reparta dulces mientras ella lleva a Sam y a Grace a pedir dulce o truco. —Está bien. —Me sentí un poco decepcionada de que Stubs no podía permanecer más tiempo y acompañarme. No era capaz de librarme de mi melancolía. Mientras tomábamos nuestra sopa preguntó—: ¿Algo nuevo sobre Tevon? —No —le dije—. Al menos no había un coche aparcado frente a mi casa hoy cuando llegué a casa de la escuela. No es que notara mucho después que me caí. Stubs me ofreció un puchero de simpatía antes de animarse. — Tienes que sanar rápido, Mads. El próximo viernes es el juego de Jupiter. Sentí un sonrisa formarse en las comisuras de mi boca. —Oh, estaré ahí —le dije—. De ninguna manera me lo perderé. Stubby asintió. Me di cuenta que también tenía ganas de ir al juego. —Animadoras —dijo con una sonrisa lobuna, y eso me hizo reír. Muchos de los chicos en la escuela asumen que Stubs y yo somos pareja, pero la verdad es que somos más como hermanos que cualquier otra cosa —¿Saludarás a Aiden este año? —me preguntó con picardía—. ¿O te sentarás ahí y fingirás que no estás seriamente enamorada de él? Empujé su hombro. —No me apresures —le dije—. Trabajo en eso. Fue el turno de Stubby de reír. —¿Trabajando en eso? Ya han pasado dos años, Mads. A este ritmo te graduarás, incluso antes de sonreírle al chico. Rodé mis ojos antes de inclinarme y hundir el resto de su sándwich en su sopa. Sacudió su cabeza, pero se reía. —¡Mujeres! —dijo. Estuvimos un rato más antes de que el reloj de papá sonara en seis ocasiones y Stubs se levantó, llevando su cuenco y su plato al fregadero. —¡Tengo que irme! —dijo—. Gracias por la cena. ¡Espero que

tu pierna se sienta mejor! —Con eso salió por la puerta de atrás con apenas un adiós. Después de terminar mi comida, me levanté y cojeé hacia el fregadero para enjuagar mis platos. La televisión aún se encont raba encendida en la sala de estar, pero solo se podía escuchar ruido blanco. Sin embargo, al girar el grifo, me pareció escuchar un nombre familiar. Yendo hacia la puerta entre la cocina y la sala de estar, vi que estaban las noticias, y un reportero se hallaba de pie frente a una gran casa señorial que tenía que estar en Parkwick. Comprendí inmediatamente que hablaba de Tevon Tibbolt. —... El cuerpo de trece años de edad, fue descubierto a las orillas del río Waliki, a unos seis kilómetros de su residencia aquí en Parkwick, donde Tevon fue visto por última vez caminando a casa desde la parada de autobús la tarde del miércoles. Tevon es hijo del prominente gestor de fondos Ryan Tibbolt y su esposa, la socialité Patricia Tibbolt. No tenemos más detalles aparte de que el cuerpo del chico ha sido identificado positivamente, y que la policía y el FBI dictaminaron la muerte como homicidio... Me apoyé en el marco de la puerta; mis rodillas amenazaban con vencerse debajo de mí. Me quedé ahí respirando fuerte mientras una creciente sensación de pánico me abrumaba. El reportero de noticias recitó que el FBI ahora lideraba la investigación del inquietante asesinato, afirmando que el cuerpo de Tevon fue encontrado lleno de heridas, y con señas preliminares de que el chico fue torturado. Cuando las noticias cortaron a un comercial, llevé una mano temblorosa hacia el teléfono, pero la línea del tío Donny fue directamente al correo de voz nuevo. —¿Donny? Soy Maddie. ¿Has oído las noticias? Es Tevon Tibbolt. Lo encontraron, y fue asesinado. Por favor, llámame, ¿de acuerdo? De inmediato. ¿Por favor? Todavía sosteniendo el teléfono, fui hacia el viejo sillón de cuero de papá y me desplomé en él. Me quedé mirando la televisión, pero el locutor ya había pasado a un incendio en el vecino Willow Mill. El timbre sonó dos veces y gritos de: “¡Dulce o truco!” resonaron en la puerta, pero no me moví del sillón de papá. En cambio me senté ahí y lloré durante mucho tiempo, sintiéndome tan culpable que apenas podía mantener mi cena en el estómago. Si tan solo hubiera insistido en que la señora Tibbolt me escuchara. Si tan solo hubiera corrido tras ella antes de que se fuera de nuestra casa para decirle—: ¡Por favor, no lo deje salir de casa el próximo miércoles! —O si no le hubiera colgado más tarde esa noche, sino que hubiera intentado más duro conseguir que me escuchara, Tevon aún podría estar vivo. A las ocho me sequé los ojos con la manga de mi sudadera y permanecí cautelosa. La habitación se oscureció, y a pesar de que Ma dormía en el sofá, encendí una luz, entonces cojeé hacia la puerta para comprobar los dulces.

Después de batallar para abrir la puerta, vi el recipiente de plástico tirado y roto en la parte inferior de la acera, y rollo de papel higiénico colgaba de las ramas del pequeño árbol de arce en nuestro patio delantero. Estuve sentada en el interior y no escuché nada. Mis hombros cayeron, y estaba a punto de recoger lo que quedaba del tazón cuando vi un sedán oscuro serpentear por la calle para aparcar a pocas casas de distancia. La farola cercana despedía luz suficiente para que pudiera ver dos figuras en su interior. Sentí frío por todas partes. Sabía con certeza que me buscaban, esperando y observando. Ya era oficial. Me encontraba en serios problemas.

Traducido por becky_abc2 Corregido por Amélie.

Tío Donny condujo hasta Poplar Hollow al día siguiente, justo después de que el FBI lo llamó para decirle que querían hablar conmigo de nuevo. Llegó en su brillante BMW, con un traje negro y corbata dorada. Donny siempre se ve bien, pero hoy puedo decir que había puesto un poquito más de esmero en su apariencia. La visión de él que parecía tan fuerte y confiado me hizo sentir mejor. Me acompañó hasta el coche después de tomar un vistazo a Ma, que había golpeado a la botella fuertemente el día anterior; a pesar de que era casi mediodía, todavía estaba bastante aturdida. Tío Donny le dijo que era mejor que se quedara en casa. Una vez que estábamos en el coche, Donny se volvió hacia mí y dijo—: ¿Cómo estás, chica? Me encogí de hombros. —Estoy bien, supongo. —No, quiero la verdad —presionó, con el ceño fruncido y preocupado—. ¿Cómo est ás? Casi me reí. Era ridículo. —Estoy bien, Donny. ¿Podemos irnos? Pero Donny no arrancó el coche. En su lugar, miró hacia la casa, luego a mí. —Siempre puedes venir a vivir conmigo, ya sabes —dijo en tono serio. Tragué saliva. Amaba a Donny, pero desde que mi padre murió, tenía problemas con la ciudad. De hecho, esa había sido una de las razones por las que Ma nos había trasladado todo el camino hasta aquí. Había empezado a tener ataques de pánico y no era capaz de concentrarme en la escuela. Algunos días en clase me sacudía tan fuerte que no podía sostener un lápiz. Otras veces me parecía que no podía recuperar el aliento, y casi me desmayaba. En el momento en que nos mudamos de Brooklyn, dejando atrás todo el ruido y la gente, me había calmado. Pero era difícil para mí ir a

la ciudad para visitar a Donny aunque sea por un día sin los ataques y falta de aliento regresando. No podía imaginar vivir ahí de nuevo. Luego estaba Ma para considerar. Estábamos a una hora y cuarenta minutos en coche fuera de la ciudad de Nueva York, dos horas y media en tren. No podía dejar a Ma, porque ¿quién podría llegar rápidamente a ella si algo malo le pasaba? —Gracias, Donny —dije—, pero estoy bien. Donny suspiró y arrancó el coche, en dirección al oeste. Poplar Hollow, Jupiter, Willow Mill y Parkwick son todas aldeas que técnicamente están dentro de la ciudad de Grand Haven, Nueva York. En su mayoría, los pueblos rodeaban Grand Haven como planetas en un sistema solar, y las diferencias entre los pueblos se miden más por el tamaño de las casas que cualquier otra cosa. Willow Mill está por debajo de Poplar Hollow, y Jupiter esta adelante, pero se necesitaría hacer una carrera para entrar en Parkwick. El resto de Grand Haven no es tan grande, sin embargo, la mayoría de nosotros nos rozamos las narices. Todos tenemos nuestro propio sistema escolar con cerca de mil niños en cada escuela secundaria, salvo el propio Grand Haven tiene dos escuelas —Norte y Sur— y tienen por lo menos dos mil niños en cada una. Ambos de sus equipos de fútbol derrotan nuestro equipo todos los años, pero por lo general nos destacamos con la posibilidad de dar batalla contra las otras escuelas. Aun así, parece que siempre estamos compitiendo con Jupiter por el segundo al último lugar. El centro de Grand Haven es pequeño si lo comparas con cualquier otra ciudad importante, especialmente con Nueva York, pero cada año se ponen unos cuantos edificios de oficinas altos. Ahora incluso tienen dos centros comerciales. Las oficinas están en el centro, a una cuadra de la estación de policía en un edificio que es nuevo y de moda. No es el tipo de lugar en el que uno esperaría encontrar al FBI. Donny tomó dos lugares en el estacionamiento para que nadie pudiera aparcar demasiado cerca de su BMW, y luego se dirigió hacia las escaleras —siempre toma las escaleras—, y finalmente llegamos al tercer piso. Las pisadas de Donny eran firmes y seguras como el viento de nuestro camino a través de los laberintos de pasillos. Yo estaba caminando de puntillas. Por fin llegamos a un pasillo central que rodeaba el vestíbulo y alrededor de una gran escalera con una barandilla de latón reluciente. Donny siguió la barandilla hasta un conjunto de puertas dobles de cristal con un cartel que decía: OFICINAS DEL FBI SUCURSAL DE GRAND HAVEN. Antes de tirar las puertas para abrirlas, Donny se detuvo con la palma de la mano en la manilla y dijo—: Recuerda, Maddie, no contestes ninguna pregunta sin mirarme para ver si lo apruebo; y si lo

hago, solament e responde la pregunta, ¿de acuerdo? Nada más. No elabores más allá de respuestas simples. Mi boca se había secado cuando habíamos llegado a la tercera planta, y quería un vaso de agua. Mis piernas estaban temblando, y me pareció difícil concentrarme en lo que Donny estaba diciendo. Aun así, me las arreglé para asentir cuando me miró y abrió la puerta. Caminamos en un lugar bastante ocupado para ser un sábado. —Ellos monitorean la mayoría del tráfico de drogas y armas que entran y salen de Nueva York a partir de aquí —susurró Donny. Eso tenía sentido cuando pensaba en ello, como Grand Haven se encuentra justo al lado de la I-87, que se dirige directamente a Canadá. Donny señaló una silla de cuero en el vestíbulo y me senté mientras él revisaba con la recepcionista. Después de dejarles saber a los federales que estábamos aquí, ella se acercó a nosotros. Su fecha de muerte era 12-02-2061. —Los agentes Faraday y Wallace estarán con ustedes en un momento. ¿Puedo ofrecerles algo de beber mientras esperan? —Café —dijo Donny, con una sonrisa. Donny es un gran flirteador. —Tomaré agua, por favor —dije. Después de que regresó con nuestras bebidas, el agente Faraday apareció y nos hizo señas para que lo siguiéramos. Nos llevó a una oficina con las paredes de cristal, en el que nos señaló a dos sillas que enfrentaban su escritorio, y mientras tomamos nuestros asientos Wallace entró en la oficina, empujando una silla frente a él. Faraday cerró la puerta detrás de Wallace antes de tomar su asiento, y moví mi mirada a su escritorio. Estaba atestado de papeles y archivos, pero una de las esquinas estaba bastante limpia. Varios marcos estaban organizados ahí de espaldas a nosotros. Supuse que eran de su familia, y me sentí extrañamente curiosa acerca de cómo lucían su esposa e hijos. Entonces miré a la pared detrás de Faraday y vi tres filas de fotos policiales de los criminales con aspecto peligroso. Todos ellos tenían la palabra CAPTURADOS estampada en rojo brillante en la parte superior de las fotos. No pude dejar de notar que algunos de ellos ya estaban muertos. Tardíamente, me di cuenta de que Wallace y Faraday, ambos me miraban en silencio como si estuvieran esperando una confesión completa. Me moví en mi asiento y miré a Donny, que parecía impaciente para hacer que las cosas se pongan en marcha. —¿Tienen preguntas para nosotros, o tenemos que volver un día sin toda esta excitación, chicos? —dijo Donny. Tanto a Faraday como Wallace parecía que no les gustara su actitud. Wallace miró y Faraday preguntó. —¿Tienen prisa, consejero?

—Sí, agente Faraday. La tengo —respondió Donny, tirando de los puños de su camisa y tirando de su corbata. Él estaba jugando con el papel de abogado de pez gordo. Faraday rodó un poco los ojos, pero volvió su atención hacia mí—. Afirmaste cuando hablamos contigo hace unos días que nunca conociste a Tevon Tibbolt. ¿Eso es correcto, Madelyn? Miré a Donny, y él asintió. —Nunca lo conocí —dije. Pensé que debería dejar perfectamente claro a Faraday, por lo que añadí—: Nunca conocí a Tevon o he hablado con él o le envié mensajes de texto o correos electrónicos. Nunca lo conocí de ninguna manera en absoluto. Faraday parecía confundido—. Mira, esto es lo que no entiendo: si no conoces o hablaste o te escribiste o intercambiaste correos electrónicos con Tevon, entonces, ¿cómo exactamente podías saber que había sido asesinado cuando ni siquiera nosotros lo supimos hasta ayer? Miré a Donny, un poco exasperada. Si esta era la forma en que esto iba a ir, entonces íbamos a estar aquí por un muy largo tiempo. Donny puso una mano en mi brazo y dijo—: Como mi sobrina y cuñada les habían dicho, Maddie tiene un talento especial y único. Tiene habilidades psíquicas que le permiten predecir con precisión la fecha de muerte de cualquier individuo. Ella no sabía que Tevon sería asesinado, sólo que iba a morir, y esta información se trató de compartir con su madre cuando vino a ver a mi sobrina para una lectura profesional. Wallace miró de soslayo a Donny. Me di cuenta de que no le creía más de lo que me había creído a mí. —Sí —dijo, sacando la palabra—. Ella es psíquica. Abrí la boca, pero miré a Donny primero. Estaba mirando a Wallace, así que tomé la oportunidad y dije—: Te lo dije antes, no soy psíquica. Veo fechas. Eso es todo. No tengo visiones, y no puedo predecir el futuro, y no veo gente muerta. Todo lo que veo es una fecha, y eso es lo que le digo a la gente. Les digo el día que van a morir. Wallace negó con la cabeza un poco. Estaba claro que no se lo tragó. —¿En serio? —preguntó—. ¿Qué día voy a morir? Lo dijo con tanta ligereza que abrí la boca para decirle aunque sea sólo para dejarlo conmocionado, pero Donny puso su mano en mi brazo y le dio un apretón firme. —No estamos jugando ese juego, agente Wallace —dijo. —¿Es esto un juego? —preguntó Faraday.

—Sólo para ustedes, chicos —respondió Donny. Estoy totalmente de acuerdo. Es evidente que esos dos estaban jugando su propio juego de policía malo y policía malvado. Faraday resopló y volvió a mirar el archivo. —Tengo curiosidad acerca de la coartada que Madelyn nos dio para el día en que Tevon desapareció. —Ella estaba con su mejor amigo, Arnold Schroder, estudiando para un examen de química —dijo Donny, su mano todavía en mi brazo—. Tanto ella como su mejor amigo ya te han dicho eso. —Acerca de Arnold —dijo Faraday, cambiando de página en su archivo—. ¿Cuál es la relación, Madelyn? ¿Tienen un asunto? No sabía a lo que él quería llegar así que miré a Donny, y después de un momento él asintió hacia mí para que contestara. —No —dije—. Sólo somos amigos. —Mejores amigos —corrigió Faraday—. ¿Correcto? Mis palmas sudaban. Tenía tanto miedo de darles una respuesta que podría hacerlos sospechar más de mí que no quería confirmar o negar nada. Pero Donny estaba asintiendo a mí otra vez, así que dije—: Sí. Somos mejores amigos. —¿Podría Arnold mentir por ti, si se lo pidieras? —preguntó Faraday. Sabía exactamente a lo que quería llegar, y Donny lo sabía, también. —Él no está mintiendo acerca de su coartada, agente Faraday. Siga adelante. —¿Cuánto obtuviste en el examen de química? —preguntó Faraday casi demasiado casual. Respiré un poco más fácil. —Un noventa y ocho —dije. Podían comprobarlo si querían, y no tenía ninguna duda que lo harían. Donny se sentó con una sonrisa satisfecha. Le gustó mi respuesta, también. —Difícilmente la calificación de una joven que fue y asesinó un niño de trece años, un día antes —dijo, con un tono tan burlón como el de Wallace había sido. —¿Mandaste un mensaje de texto o llamaste a cualquier persona durante ese tiempo? —me preguntó Wallace. Todavía estaba pescando. —No señor. Estaba demasiado ocupada estudiando para mi examen de química. Wallace y Faraday intercambiaron otra mirada. Vi que sabían que no iban a meter más agujeros en mi coartada, era bueno. Por un momento tuve la esperanza que se rendían, pero luego Wallace se inclinó hacia el archivo en el escritorio de Faraday y sacó algo de la

parte posterior. Él lo golpeó delante de mí. Lo miré, y le tomó unos segundos a mi cerebro para captar lo que mis ojos estaban viendo, y para el momento en que comprendí que estaba mirando una foto de Tevon Tibbolt, que yacía muerto y ensangrentado en una pila de hojas y barro, ya era demasiado tarde para cerrar los ojos. Donny reaccionó poniéndose de pie y arrebatando la foto de la mesa. Podía sentir mis ojos llenándose de lágrimas, la conmoción de lo que había visto me había agarrado totalmente por sorpresa. —¿Qué demonios? —rugió Donny, lanzando la foto de vuelta al agente Wallace. Me mordí el labio y dejé caer mi mirada al suelo. Había escuchado al periodista decir que Tevon tenía muchas heridas y que había sido torturado. Pero al verlo en la fotografía era mucho, mucho peor que cualquier cosa que podría haber imaginado. El rostro del niño, el torso y los brazos eran una masa de cortes, quemaduras y heridas abiertas, y su garganta había sido abierta de par en par. Era la cosa más espantosa que jamás había visto, y estaba pasando una y otra vez en mi cabeza, bloqueando todo lo demás, incluso la habitación en la que estaba y los hombres que estaban aquí. Traté de contenerme, pero una ola de emoción me sobrepasó y me incliné por la cintura y dejé escapar un sollozo desgarrador. Las lágrimas cayeron por mis mejillas y cerré los ojos, luchando por olvidar lo que había visto. Pero la imagen seguía sonando en mi cabeza. Los ojos sin vida de Tevon mirando fijamente hacia arriba, con la boca curvada en una máscara de la muerte con dolor, sus puños cerrados sobre su cabeza, y su pelo enmarañado con sangre. Y, sobre todo, no podía olvidar los números negros oscuros que asoman sobre su piel pálida fantasmal. 29-10-2014. Me puse de pie y me tambaleé, sintiendo mi estómago sacudiéndose mientras Donny gritó. Entonces me eché a correr fuera de la oficina, corriendo por el pasillo, tratando de mantener el impulso de vomitar antes de que pudiera encontrar un baño. Vi el cuarto de damas a mi derecha y me abrí paso en el interior, apenas entrando antes de perder mi desayuno. Vacié, levanté y agarré el tazón durante varios minutos, llorando todo el tiempo. —¡No lo sé! —le susurré una y otra vez—. ¡No lo sé! Si hubiera sabido que eso le iba a pasar a Tevon, nunca, nunca volvería a dejar que su madre saliera de mi casa sin convencerla de que estaba diciendo la verdad. Finalmente, me senté y agarré un poco de papel higiénico, limpiándome la boca y mejillas. Era barato, del tipo rasposo, pero fue un alivio sentir algo más que las náuseas y el arrepentimiento. De repente, se oyó un golpe en la puerta del cubículo y me sacudí, golpeando mi botella de agua a mi lado, donde rodó debajo de la puerta. Me quedé quieta durante un par de segundos. No había

oído entrar a nadie. Entonces vi una sombra en el suelo, y se asomaba desde debajo de la puerta del cubículo, vi una mano agarrando la botella de agua. Me las arreglé para levantarme y abrir la puerta. Había una señora (14-08-2058) allí de pie, tenía una insignia de oro en su cinturón. —¿Estás bien? —me preguntó. Di un suspiro tembloroso. —Sí. Me devolvió la mirada dubitativa. Me mudé al lavabo, me lavé las manos, y eché agua fría a mi rostro. Todo el tiempo que estuve ahí, ella me miraba con una mezcla de desconfianza y simpatía. Sin embargo, algo acerca de su presencia se sentía fuera de lugar. Me limpié la cara y las manos con una toalla de papel y luego me giré hacia ella. Me dio una botella de agua fresca. —Te he traído una nueva —dijo. Pero había algo en el intercambio que se volvió a sentir fuera de lugar. —No, gracias —dije, corriendo fuera del baño. Ella me siguió, y cuando llegué al pasillo, vi a Donny de pie con los brazos cruzados y una mirada furiosa en su rostro. Junto a él estaban Faraday y Wallace; sólo Faraday parecía que tenía una pizca de compasión de mí. Donny puso su brazo sobre mis hombros. —¿Estás bien? — preguntó. Me las arreglé para asentir, y él se volvió hacia los agentes—. Hemos terminado aquí. Nunca estuve más agradecida en mi vida, y me apoyé en él mientras nos alejábamos. No me dejó ir hasta que estuvimos junto a su coche, y abrió la puerta para mí y lo cerró una vez que había conseguido sentarme. —Sacaron ese truco para medir tu reacción —dijo Donny cuando él entró. Parecía estar derrotado—. Lo siento, Maddie. Debería haber esperado que harían algo así. —Está bien —dije, limpiando mis mejillas porque las lágrimas no paraban. Donny miró por la ventana hacia el edificio. —Esos hijos de puta — murmuró—. Si alguna vez intentan algo así de nuevo voy a presentar una queja ante el director de la oficina. No he dicho nada. Simplemente quería que Donny encendiera el auto y que me llevara a casa. Pero él se sentó allí unos minutos más, mirando fijamente el edificio. —Oye —dijo al fin. —¿Si? —Gran trabajo en esa prueba de química.

Eso me hizo sonreír. —Gracias —dije. Si Donny estaba bromeando conmigo, entonces la entrevista con los federales podría no haber sido tan mala como se sentía. Él puso una mano sobre mi cabeza. —Hazme un favor, sin embargo, ¿de acuerdo? —¿Qué? —No más lecturas. —Tragué saliva y bajé la mirada a mis manos— . Lo digo en serio, Maddie. Incluso si el presidente de Estados Unidos llama y dice que es un asunto de seguridad nacional, no le des a nadie su fecha. Todo lo que podía pensar era, ¿qué es lo que Ma iba a decir? Donny nos estaba pidiendo renunciar a una gran cantidad de dinero extra, y no importa cuántas veces él lo había ofrecido, Ma no había aceptado ni una sola vez el dinero de Donny. No sabía cómo íbamos a hacerlo sin las lecturas. Cuando dudé, Donny añadió—: Escucha, chica, si vas a leer a alguien nuevo que está a punto de morir, y los federales se enteran de eso... Cariño, no quiero ni pensar en lo mal que te verás. No puedes hacer ninguna lectura más o decirle a nadie su fecha. Ni un alma. ¿Oyes? Finalmente asentí a regañadientes. —Está bien. —Buena chica. Y luego no pude evitar añadir—: El presidente no tiene que preocuparse, su fecha de muerte es como para dentro de cuarenta años más. Donny me alborotó el pelo. —Sabelotodo. —Se rio entre dientes. Pero entonces me dio un codazo en el hombro, y cuando levanté la vista, señaló el titular entre nosotros—. ¿Dónde está tu botella de agua? Parpadeé. —La dama del FBI que entró en el baño la tomó. Donny dejó caer la cabeza hacia adelante para el volante. — Bueno, supongo que darles tus huellas digitales y muest ra de ADN era inevitable. —Espera... ¿qué? —Encontraron colillas de cigarrillos en la escena del crimen. Pondrán a prueba tu saliva de la botella contra las colillas de cigarrillos y seguirán buscando en la escena del crimen para cualquier cosa que pueda darles una impresión utilizable para compararla con la tuya. — Donny sacudió la cabeza como si estuviera indignado consigo mismo—. No pensé decirte que trajeras la botella contigo, pero no es una mala cosa. Cuando el ADN no sea compatible, lo puedo usar en la corte si deciden levantarte cargos.

Donny arrancó el coche, y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. Sus palabras, si deciden levant art e cargos, se reproducen una y otra vez en mi mente. Antes de llegar a casa revisé mi teléfono. Había una docena de textos de Stubby. Él había oído hablar de Tevon y parecía realmente asustado. No quería llamarlo desde el coche, así que esperé hasta que llegamos a casa cuando Donny estaba ocupado respondiendo a todas las preguntas de Ma y diciéndole que no tenía permitido hacer más lecturas. Deslizándome arriba, llamé a Stubs. —¡Oh.Mi.Dios! —dijo al minuto que contestó el teléfono—. ¡Él ha sido asesinado, Mads! ¡Asesinado! —Lo sé —le dije. —¡Oh, hombre, oh, hombre, oh, hombre! —dijo Stubs, y lo podía imaginar mientras iba y venía, pasando una mano nerviosa por su cabello—. Es toda nuestra culpa, Maddie. Deberíamos haber hecho algo. Dejé caer mi cabeza y sentí que mis hombros se desplomaban. Stubs había dicho en voz alta exactamente lo que había sentido desde que oí que habían descubierto el cuerpo de Tevon. —Pero hay algo peor —susurré. Oí que Stubby tomo de aliento agudamente, entonces—: ¿Qué? ¿Qué más? Lo puse al corriente de todo lo que había sucedido esa mañana. Stubby reaccionó enloqueciendo mucho más. —¡Pero no tienes nada que ver con eso! —gritó—. ¡Mads, tienes que decirles! ¡Estabas tratando de ayudar a la señora Tibbolt para mantener vivo a Tevon! —No creo que ellos me crean, Stubs. Stubby se quedó en silencio por un largo tiempo. —Debería haber hablado con ella en el restaurante —dijo—. O tú y yo deberíamos haber ido a su casa esa noche. Deberíamos habernos esforzado más para conseguir que nos escuchara. —Lo sé —estuve de acuerdo, enferma de pesar por no haber hecho más para evitar la muerte de Tevon—. No sabía que iba a terminar así. No sabía que había sido torturado y asesinado. Pensé que iba a morir de alguna extraña razón médica que nadie podría haber detectado. Una vez más Stubby se quedó en silencio por un largo tiempo. Luego dijo—: Lo siento, Mads. No quise decir eso cuando dije que era nuestra culpa. Intentaste advertir a la señora Tibbolt, pero ella no quiso escuchar. Nada de esto es tu culpa. Debería ser el que responde por ti.

Suspiré. —No es tu culpa, tampoco, Stubs. Si hubieras llamado por teléfono, o ido por ahí, ella podría haber llamado a la policía por nosotros. —O ella podría haber escuchado —respondió Stubby, su voz llena de pesar. Los dos nos quedamos en silencio por un minuto y luego Stubs dijo—. ¿Qué dice Donny? Acurruqué mis rodillas en la silla y las abrace con fuerza. —Él dice que no tienen un caso, pero... —¿Pero, qué? —Puedo decir que está preocupado —susurré, más asustada de sentir eso de Donny que cualquier otra cosa que me había pasado ese día—. Él ni siquiera quiere que haga más lecturas. Me dijo rotundamente que no estoy autorizada a decirle a nadie su fecha de muerte hasta que esto se calme. Si eso sucede. Escuché suspirar a Stubby. —Bueno, si él dice que no hay caso, entonces le creo. Y no te preocupes, ellos descubrirán quién realmente hizo esto. Y entonces esos agentes te deberán una gran disculpa. Apreté el teléfono y cerré los ojos. Era tan típico de Stubby pensar positivamente. Pensé que debía estar en su ADN o algo, porque siempre encontraba la bondad en todos y en cada situación. Pero él no había visto la fotografía del cuerpo de Tevon. No había visto los ojos duros y acusadores del agente Wallace. Podía sentir cómo comenzaba a estar realmente molesta de nuevo, así que traté de terminar la llamada. —Sí, está bien. Escucha, creo que Donny me llama. Me tengo que ir. Stubby parecía saber que lo estaba corriendo por teléfono. — ¿Vas a estar bien? —Claro. —¿Nos vemos en el restaurante mañana por la noche? —Sí. Escucha, realmente me tengo que ir. —Está bien —dijo—. Mándame un mensaje, más tarde. Asentí, pero mi garganta se había llenado de emoción y no pude conseguir decir más palabras. Después de colgar, lloré en mi habitación por el resto del día.

Traducido por Mary Corregido por NnancyC

Para la tarde del martes siguiente sabía que no era mi imaginación. Empezó con la señora LeBaron (18-11-2060), mi profesora de aula. Ella continuó mirando en mi dirección durante los veinte minutos antes de que empezara la clase. Y no era una mirada bonita. Decía: Sé lo que hicist e, y creo que eres t errible. Traté de sacudírmelo. El asesinato de Tevon circulaba por todas las noticas y era lo único de lo que podía hablar todo el mundo en la escuela, pero no creía que nadie supiera que fui llamada por el FBI. Bueno, excepto por Stubs, y él nunca le diría a nadie. Pero entonces mi profesor de química, el señor Pierce (12-032029), me llamó cuando la clase terminó y dijo—: Aguanta, Maddie. En este país eres inocente hasta que se demuest re lo contrario. —Y entonces supe que todos los profesores sabían. Peor aún, el señor Pierce parecía ser el único profesor de mi lado. En la clase de francés la señora Johanson (02-02-2031) me habló en un mal tono por usar la preposición equivocada mientras que Mike Dougherty (06-05-2067) hizo lo mismo justo antes y ella ni siquiera pestañeó. Stubs se me acercó por atrás y susurró—: ¿Por qué todos están actuando tan raro contigo? No le contesté, porque en el pasillo escuché a Harris llamar a un estudiante atrapado fuera de clases después de la campana. De repente me di cuenta que tal vez nadie sabía que fui llamada a las oficinas del FBI durante el fin de semana, pero podían saber sobre el encuentro en la oficina del director Harris. La reacción del cuerpo docente fue demasiado intensa como para que solo supieran que me reuní con los agentes. Parecían saber los detalles de la conversación en la oficina del señor Harris, lo que significaba que podría haber venido del mismo Harris.

No sabía si él tenía permitido decirles a los otros profesores lo que fue dicho, pero era muy obvio que lo hizo, y en serio me molestó. Empecé a preguntarme a quien más le contó. Los reporteros cubriendo la noticia aún decían que el asesino de T evon era un monstruo, y después de ver las fotos de su cadáver, lo sabía por experiencia. Era lo suficientemente malo que los agentes Wallace y Faraday me creyeran capaz de hacerle algo como eso a un joven niño, pero era un tipo de pesadilla totalmente diferente pensar que todos mis profesores me creyeran capaz de eso, también. Como si mis peores miedos se confirmaran, un poco después mientras dejaba Pre-cálculo, el señor Chávez dijo—: ¿Realmente mataste a ese chico, Fynn? Lo había dicho tan bajo que casi no lo escuché, pero cuando alcé la mirada se hallaba mirándome del mismo modo que Wallace, como si él simplemente supiera que era culpable. Inmediatamente, bajé la mirada y salí precipitadamente de allí. Stubs tuvo que correr para alcanzarme. —¡Oye! —gritó, siguiéndome a un hueco de la escalera apenas usado—. ¡Mads! ¿Qué pasa? —Nada —dije, tratando de esconder mi cara de él. No quería hacer un gran lío de ello más de lo que ya era, y me sentía aterrorizada de que alguien más en la escuela fuera a descubrirlo. Stubby frunció el ceño y atrapó mis brazos para detenerme de alejarme. —Hablarías conmigo, ¿por favor? En serio, ¿qué pasa? Respiré profundamente. —Estoy bastante segura que el señor Harris le dijo a los otros profesores sobre el encuentro con los federales en la oficina. —Vaya —susurró—. ¿Puede hacer eso? Me encogí de hombros. —No lo sé, pero ya no importa porque obviamente el rumor existe, y muy pronto, toda la escuela sabrá y todo el mundo va a pensar que soy una asesina. Stubs me miró con un poco de humor. Él siempre sabía cuándo era melodramática, pero esta vez no act uaba. En serio me hallaba locamente asustada. —Oye —dijo—. No pienses eso, ¿bien? Ninguno de los chicos se enteró todavía, ¿cierto? Y tal vez los profesores lo mantendrán en silencio hasta que los federales en realidad atrapen al tipo que lo hizo. De repente un terrible pensamiento se me ocurrió. —Pero que si no lo hacen, ¿Stubs? ¿Qué si nunca atrapan al asesino y esto se cierne sobre mí por siempre? Stubby me giró hacia adelante para que caminara con él y me empujó con el hombro. —No puedes permitirte pensar así. Tienes que creer que los federales solo necesitan un poco de tiempo para hacer

sus cosas y descubrirlo, y entonces todo el mundo va a lucir totalmente estúpido por pensar que pudiste haber sido tú. La campana sonó, y Stubby apresuró sus pasos, ent relazando su brazo con el mío. —Vamos —dijo—. Trata de no pensar en ello, ¿de acuerdo? Lo dejé empujarme a nuestra próxima clase, pero por el resto del día evité mirar a cualquier cosa además del libro de texto en frente de mí. Después de la escuela me apresuré para encontrarme con Stubs en el soporte para bicicletas. Lo encontré de pie junto al lado de mi bici con un fajo de toallas de papel de nuevo. Hubo incluso más huevos en esta ocasión. —Odio a esos dos —espeté mientras él y yo trabajábamos para conseguir quitar la suciedad. Desde cerca podíamos ver a Eric y Mario riendo y palmeándose el uno al otro. Para colmo de males, en ese momento Cathy y un grupo de sus amigas pasaron caminado. —Ewwww —dijeron colectivamente mientras secábamos el desorden. Sentí mis mejillas arder. —Ignóralas —me aconsejó Stubby. Sabía que él tenía razón, pero no podía evitar alzar la cabeza para fulminarlas con la mirada mientras pasaban. Y fue ahí cuando noté al director Harris de pie cerca de la puerta observando a Stubs y a mí. Entonces miró hacía Mario y Eric, quienes aún se reían, y entonces Harris simplemente se dio vuelta y se dirigió de nuevo adentro. Sentí algo amargo girar en mi interior. —¡Listo! —dijo Stubs, atrayendo mi atención—. Como nueva. — Quitó el último de los huevos y reía brillantemente hacia mí. —Gracias —le dije. En serio quería salir como el infierno de ahí. —Oye —dijo Stubs mientras montaba la bici y nos íbamos a casa—. ¿Lista para el juego del viernes? Suspiré. Había sido un día muy malo por lo que era difícil enfocarme en algo bueno. —¿A qué hora nos encontraremos? — pregunté, todavía un poco distraída. —Creo que si llegamos antes de las siete podemos tomar un buen lugar. ¿A menos que quieras ir al reto de porristas a las tres? Incliné la cabeza. —¿Al qué? Stubs rio. —Las porristas de Jupiter desafiaron a nuestro escuadrón a unas dificilísimas pruebas. Eso es a las tres. No puede evitar reírme. Stubby era tan adorablemente devoto a nuestro equipo de porristas —uno de los mejores en el estado— que me hacía morir de risa. Creo que su única fascinación comenzó cuando Stubs era joven y solía sentarse con su papá los domingos en la tarde y

ver fútbol. Su padre, quien era de Texas, siempre apoyaba a los Cowboys, y cuando el equipo de Dallas no jugaba bien, lo cual era con frecuencia, su padre se enfocaba en la liga de las mejores porristas. Stubs, que era súper torpe, nunca le interesó el fútbol, pero se enamoró de todas esas muchachas bonitas sacudiendo sus bienes y haciendo sus saltos, giros y vueltas. Las porristas combinaban dos cosas que Stubs idolatraba: las personas bonitas y la buena coordinación. Él lo amaba. —Creo que Jupiter tiene un gran escuadrón este año —dije, solo para fastidiarlo. —Sí, también lo escuché, por eso quiero ir. ¿Te apuntas? Suspiré. Ma había estado teniendo un momento muy duro últimamente con todo el estrés de la investigación y la preocupación sobre el dinero ahora que yo no podía hacer lecturas. —Nah —dije finalmente—, debo salir con Ma después de clase. ¿Por qué no vas al ret o de porristas y luego me recoges a las seis y media? Cuando no respondió, miré y vi que se había quedado atrás y miraba sobre su hombro. —¿Stubs? Obtuve su atención, y empujó duró en su patineta para alcanzarme de nuevo. —No quiero asustarte o algo así, pero hay un coche siguiéndonos. Miré hacia atrás tan rápido que sentí el bamboleo de mi bici debajo de mí. Sin duda, un auto negro cruzaba lent amente la calle. Venía muy lejos para ver quien lo manejaba, pero tuve una buena idea. —Vamos a cortar a t ravés del parque —dije. Apresuramos nuestro paso al parque, donde el coche no pudo seguirnos. Me sentí muy bien sobre despistar a mis agentes menos favoritos del FBI hasta que me separé de Stubby y llegué a la esquina de mi calle, sólo para encontrar ese mismo auto negro estacionado en la acera cerca de mi casa. Tuve la tentación de mostrarles el dedo corazón, pero me detuve porque no sabía si existía alguna ley extraña en contra de sacarle el dedo a un federal. Junto con no hacer ninguna de mis lecturas, Donny también me advirtió que mantuviera mi nariz limpia. Por lo que por los próximos días ignoré a cada profesor que me dio una mirada sospechosa. También al auto negro que aparecería inesperadamente frente a nuestra casa o dos casas más abajo en la calle y se estacionaba allí por horas. En la noche del juego, Ma me hizo la cena, lo que era enorme viniendo de ella. Me sorprendió con espaguetis a la carbonara, el plato favorita de papá. —Sé que esto ha sido duro para ti —dijo mientras nos sentábamos juntas—. Pero quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti. Parpadeé. La muestra inesperada de ternura de Ma me agarró fuera de guardia. —Gracias —le dije.

Asintió y jugó con sus cubiertos. De repente parecía nerviosa por algo. —Sin embargo, si quieres volver a hacer un par de lecturas aquí o allá, no me importaría. Mi respiración se atascó. Sentí rabia alzarse como calor desde mi pecho a mis mejillas. Sabía que era la adicción de Ma hablando, pero ¿por qué tenía que arruinar un muy dulce momento por ser tan transparent e? —Donny dijo que no podía —le recordé, incapaz de mantener la amargura fuera de mi tono. Ma aún jugaba con sus cubiertos. —Lo sé. Pero lo que Donny no sabe… Miré el plato de pasta, y mi apetito se esfumó. Ma debió haber notado que me sentía disgustada porque rápidamente agregó—: Es sólo que el cheque de liquidación no cubre todas nuestras necesidades, Maddie. Sabes que siempre estamos escasas de dinero al final del mes. Aguanté la réplica que tenía en la punta de mi lengua. Yo era la que siempre se aseguraba de escribir los cheques y enviar los pagos, porque de lo contrario Ma se olvidaría y tendríamos un corte de electricidad. Yo sabía también como ella lo que entraba y lo que salía, y lo que siempre nos dejaba escasas de dinero era la cuent a de bebidas alcohólicas. Me aclaré la garganta y miré a mi plato. —No creo que sea una buena idea. Asintió renuentemente. —Bien, entonces tal vez buscaré algo — dijo, pero podía decir que se sentía molesta. El historial de empleo de Ma era irregular en el mejor de los casos. Y debido a que había perdido su licencia, lo que sea que solicitara debía estar a poca distancia caminando o un corto tramo en autobús, por lo que sabía lo muy limitado que sería capaz de conseguir. Comimos el resto de la comida en relativo silencio, y no podía esperar a salir por la puerta trasera y dirigirme al juego. Le había dicho a Stubs que me encontrara en el bloque detrás de mi casa así evitaríamos el auto negro que podría estar en el frente. Después de cortar el camino a través del patio de las personas detrás de nosotras, salí a la calle Mt. Clair, donde vi a Stubby en la minivan de su madre un poco más abajo en la calle. —¡Hola! —dijo cuando entré—. No sabía cuál casa era la trasera a la tuya. —Lo hiciste bien —le dije, e hicimos nuestro camino a través de mi vecindario, cuidadosos de mantenernos lejos de mi calle. La ruta nos llevó un poco fuera de nuestro camino, pero valdría la pena si podíamos evitar los federales. En el camino, Stubby se emocionó y dijo—: ¡Oh.Dios.Mio, Mads! ¡Espera a que veas a la nueva chica en el equipo de Jupiter!

Reí. —¿Lo tomo como que es linda? —No —dijo con una sonrisa tímida—. ¡Es hermoooosa! Reí de nuevo. Stubby perecía tener un nuevo enamoramiento en una porrista diferente cada año. Después de llegar a la escuela, Stubs estacionó cerca de una farola y nos dirigimos a la puerta donde tuvimos que mostrar nuestras identificaciones escolares para entrar. Ni siquiera nos molestamos con las gradas de Poplar High, sino que fuimos hacia el lado del equipo visitante. En el camino pasamos por el puesto de comida, donde ya había una línea. Vi a los chicos con los que crecí: Kristy Junger (14-01-2100), Brady McDonald (17-03-2024), Molly Thompson (09-10-2082), and Tim Goodacre (21-09-2071). Monté en el aut obús a la escuela primaria con Kristy y Brady. Estuve en la misma clase de catecismo con Tim, y fui a la al cuidado después de la escuela con Molly. Y, sin embargo, cuando Stubs y yo los pasamos, apenas hubo un destello de reconocimiento. Me acostumbré a ser ignorada por mis compañeros de clase, pero con toda la cosa de Tevon Tibbolt rondando mi cabeza me sentía más vulnerable y sensible a ello, lo cual me hizo más agradecida por mi amistad con Stubby. Las gradas del lado del equipo visitante se encontraban bastante llenas —Jupiter High es nuestro rival más cercano, y su escuela siempre venía a apoyarlos— pero Stubs nos consiguió grandes asientos a tres filas en la esquina derecha. Me senté e inmediatamente empecé a escudriñar la banca del equipo visitante, la cual era un sinnúmero de azul claro y blanco brillante a excepción de tres camisetas de rugby azul marino. Encontré a quien buscaba de inmediato. —Él está aquí —susurró Stubby, sonriendo y apuntando su barbilla a una de las camisetas de rugby. Sonreí en respuesta, y saboreé el rápido repunte de mi corazón mientras veía los rizos oscuros y hombros anchos que reconocería en cualquier lugar. Aiden era tan hermoso como lo recordaba. Tal vez más desde la primavera pasada, cuando lo vi por última vez, había crecido y sus hombros eran ahora más anchos. Desde el primer año en el que fue el encargado del equipo de fútbol de mantener las estadísticas para los entrenadores y afianzado duramente para Jupiter. Usualmente lograba verlo dos o tres veces al año, cuando nuestros equipos de fútbol americano se enfrentan y luego durante la primavera cuando él jugaba soccer para Jupiter. Nuestros equipos de soccer siempre se enfrentaban dos veces —una durante la temporada regular y la otra durante los play-offs— por lo que lo veía en

esos dos enfrentamientos, pero era difícil acercase a él porque siempre se encontraba en el campo. Mientras miraba la parte de atrás de la cabeza de Aiden, ese nudo que estuve llevando en mi pecho desde que Tevon había sido secuestrado empezó a aflojarse. No quería nada más que sentir la textura de los rizos suaves de Aiden. Y entonces, como si sintiera que alguien lo observaba, vi esa cabeza girarse. Aparté la mirada rápidamente, fingiendo estar enfocada en el juego. Pero entonces robé otra mirada y me sorprendió ver Aiden devolviéndome la mirada. Por un momento no pude respirar o apartar la mirada. Y entonces sonrió, y mi corazón se detuvo. Creo que se saltó al menos tres latidos antes de que comenzara a golpear de nuevo. Stubby me dio un codazo. —¡Te está mirando! —susurró. Sentí las esquinas de mi boca levantarse y mi cerebro confuso. ¿Esto podría estar realmente pasando? ¿Podría este chico al que adoré secretamente por los últimos dos años en verdad, en serio estar sonriéndome? Y luego me di cuenta que sí. Y entonces, incluso más milagroso, fui capaz de sonreírle de vuelta. En ese instante todo se silenció, y se sintió como que el mundo entero se detuvo para permitirnos un momento de perfección. Fue lo mejor que sentí en toda mi vida. Hola, articuló. Mi respiración se volvió rápida y me mareé mientras mis manos comenzaron a temblar. Su sonrisa se ensanchó, y de alguna manera me las arreglé para asentir y devolverle la sonrisa, en silencio agradeciendo a Dios por este pequeño pedacito de felicidad perfecta. Al segundo siguiente el hechizo se rompió cuando la multitud hizo erupción en un rugido. Salté cuando todas las personas alrededor se alzaron en sus pies y empezaron a alentar y aplaudir. Perdí de vista a Aiden, y para el momento en que la multitud se calmó de nuevo, vi que regresó a garabatear en su portapapeles y centrarse en el juego. Pero tuve ese momento; ese momento único, dulce, sorprendente, perfecto. Cerré los ojos para reproducirlo en mi mente. — ¡Mads! —me susurró Stubby excitadamente. De mala gana, abrí los ojos. Stubby señalaba al equipo de porristas ahora moviéndose por los laterales. —¿La ves? —dijo, empujándome mientras apuntaba a una chica exótica bonita con el pelo negro sedoso, una nariz puntiaguda y labios carnosos. Más o menos el sueño húmedo de todo adolescente de secundaria. También se hallaba tan fuera de la liga de Stubby, pero como su mejor amiga, no se lo iba a decir. —Su nombre es Payton —dijo Stubs, y

juré que le agregó un suspiro—. Payton Wyly. Es de segundo año, y se mudó desde Colorado hacer tres meses. No lo pude evitar y me reí. Se veía tan enamorado. —¿Cómo sabes su nombre y su historia ya? Stubby se sonrojó. —En el desafío de porristas de hoy pretendí estar en el periódico de Poplar y le pregunté al asist ente del entrenador de Jupiter sobre ella. —Estoy impresionada —dije. Déjenle a Stubby pensar en algo inteligente para averiguar acerca de la nueva chica en el equipo. —Dios, es t aaaaan bonita. —Suspiró. Junto a nosotros uno de los chicos de Jupiter miró a Stubby como si fuera raro, y Stubby se sonrojó. Aclarándose la garganta, agregó—: Quiero decir, vamos Jupiter. Reí en mi mano, y Stubs cuadró sus hombros, tratando de reunir su compostura, pero lo vi continuamente robar miradas en dirección a Payton. Aún riendo, estaba a punto de burlarme un poco cuando una pareja de padres hicieron su camino hacia los bancos justo debajo de nosotros y sentarse. El hombre se ubicó frente a mí, impidiendo la vista perfecta que poseía del banquillo del equipo de Jupiter. —Genial —murmuré, inclinándome hacia la derecha y a la izquierda, tratando de mirar alrededor de él, pero era demasiado grande. Empecé a buscar otro lugar donde sentarme, y le señalé a Stubby que teníamos que movernos. Frunció el ceño porque él todavía tenía una buena vista de Payton, pero entonces señaló a una pequeña área en la parte frontal que era el punto muerto para las porristas y aún más cerca de Aiden. Asentí, y nos levantamos e hicimos nuestro camino hacia allá. Mientras nos movíamos, esperaba que Aiden no levantara la vista y me viera acercándome a él; no quería ser esa chica. Sin embargo, me sentía valiente con Stubby a mi lado. Por fin nos acomodamos de nuevo y ambos nos sonreímos. Misión cumplida. Sentí una burbuja caliente en mi cintura, y parecía que no podía dejar de sonreír. —Debemos ser tranquilos —dijo Stubby, claramente luchando con su propia sonrisa. Las porristas charlaban y chismorreaban felizmente unas con otras, y gran parte de la atención se centró en Payton. Hubo un tiempo de descanso desde el lado de Poplar Hollow, y los equipos se reunieron alrededor de sus entrenadores, permitiéndonos escuchar algo de lo que el equipo de animadoras decía. —Eres t an afortunada —le dijo una chica a Payton—. ¡No puedo creer que vayas a conseguir un puto coche en tu cumpleaños!

—Es solo porque mis papás se sienten culpables acerca de mudarme aquí justo antes de mi segundo año —respondió Payton, como si conseguir un coche para su cumpleaños no fuera gran cosa—. Quiero decir, me encanta aquí y todo, pero ellos no tienen que saber eso, ¿cierto? —Todas las chicas rieron. —¿Cuándo lo tendrás? —preguntó otra chica. —¡El próximo miércoles, en mi cumpleaños! —dijo Payton, tan complacida con ella misma y la atención, que yo no entendía como no podía dejar de atraer a Stubby—. ¡Conseguiré las llaves después de la escuela, y unos dos segundos después las recogeré, perras, y haremos algún daño mayor en la tarjeta de crédito de mi padre! Todas las chicas gritaban y reían, y no podía dejar de sentir que si mi padre estuviera vivo, no había manera de que yo dijera algo tan estúpido y superficial. Pero cuando Stubby se volvió para sonreírme, puse una sonrisa en mis labios y asentí como si estuviera feliz y emocionada por Payton, también. Un silbato sonó entonces, y los equipos rompieron su grupo y comenzaron a dirigirse hacia el centro del campo. Lancé un vistazo a Aiden y vi que me buscaba y sonreía de nuevo. Sentí el calor en mis mejillas, y aparté la mirada con timidez, en secreto encantada. Pretendiendo tener interés en la multitud, me congelé cuando mi mirada aterrizó en alguien familiar. Todos esos sentimientos cálidos y blandos que tuve un momento antes se desvanecieron, y se me heló la sangre. Mirándome fijamente, no era otro que el agente Wallace, que estaba sentado a mitad de camino en las gradas. Justo a su lado se hallaba el agente Faraday, quien miraba el campo. Inmediatamente, giré mi cabeza para mirar hacia delante de nuevo y golpeé una mano en el brazo de Stubby. —¿Qué? —preguntó. Pero me sentía demasiado nerviosa para hablar. No podía creer que los dos agentes consiguieron seguirnos al juego e incluso nos acechaban en las gradas del equipo visitante. No sabía qué hacer. —¡Oye, mira, están comenzando! —dijo Stubs, su atención ya de vuelta en Payton. Efectivamente, el escuadrón de Jupiter se extendía en el pequeño tramo entre las tribunas y el campo, y comenzaron a aplaudir y zapatear. Mientras tanto, mi mente daba vueltas, y sentía que necesitaba salir de allí, pero ¿los federales simplemente no me seguirían? ¿Salir apresurada no haría que llamase la atención? ¿Y qué si Aiden veía? ¿No vería la mirada de pánico en mi rostro? No podía arriesgarme a mirarlo. Junto a mí escuché la respiración de Stubby trabarse, y me di cuenta que Payton seguía esquivando a la derecha, cada vez más y más cerca de donde nos sentábamos. Se detuvo frente a nosotros. Y

entonces la cosa más horrible pasó. Se hallaba tal vez a menos de un metro y medio de distancia de mí; lo suficientemente cerca para ver el color de sus ojos y leer la fecha en su frente. Por un momento estuve tan aturdida que ni siquiera pude respirar, y entonces nuestros ojos se encontraron y la expresión en su cara se volvió confusa. Pero no podía apartar la mirada de ella; la fecha en su frente sobresalía en su piel oliva y flotó en el aire como burlándose de mí. — ¡Oh, Dios! —jadeé, y salté a mis pies, saliendo en estampida por las escaleras que conducían al costado del campo. No paré hasta que llegué al estacionamiento, pero a partir de ahí no sabía muy bien a dónde ir. Me sentí en pánico y conmovida, y como si todo mi mundo se hallase siendo arrastrado por un agujero negro de pequeños números. Stubs me alcanzó, respirando con dificultad y tosiendo mientras sacaba su inhalador. —¿Qué… pasa? Stubby padecía de asma, y sabía que este ataque era algunas veces traído por el estrés, pero esto era tan grande y me sentía tan asustada para mantenerlo solo para mí. —Es Payton —dije, paseando ansiosamente de ida y vuelta frente a él. —¿Qué con ella? —preguntó Stubby, su respiración ajustándose un poco. Me detuve y miré ansiosamente a las gradas. —¿Maddie? Vamos, dime. Mi mirada regresó a Stubby. —Vi la fecha de su muerte. Me entrecerró los ojos. —¿Yyyyyyy? —Es la próxima semana. La boca de Stubby se abrió. —¡No! Solo pude pararme allí y sostener su mirada. No me equivocaba. —Doce, once, dos mil catorce —dije. —Tienes que estar equivocada —replicó Stubby, pero entonces pareció reconsiderar la fecha—. Espera, Maddie, eso es… el próximo miércoles; su cumpleaños. Tal v ez viste su fecha de nacimient o y no la de su muert e. Presioné los labios. Nunca veía fechas de nacimiento. Solo de muertes. Stubby se dio la vuelta y miró el lado del campo del equipo visitante. —Tenemos que advertirle —dijo, y podía decir que se encontraba a punto de volver corriendo y hacer eso. Atrapé su brazo y lo apreté duro. —¡No puedes!

Stubby trató de sacudirse de mí, pero no lo solté. —¡Maddie, t enemos que hacerlo! Sin embargo, estaba determinada. —Stubs, por favor, escúchame por un minuto, ¿lo harías? —Finalmente dejó de luchar y me miró expectantemente. Señalé hacia las gradas con mi mano libre—. Faraday y Wallace nos siguieron aquí. Están en las gradas justo ahora. Stubby palideció incluso más. —¿Cómo te encontraron? Empecé a pasearme de nuevo. —No lo sé. Tal vez me vieron dejar la casa por la puerta trasera, o tal vez tenían una corazonada, pero están aquí. Si regresamos y le decimos a Payton que va a morir la semana que viene, ¿no crees que me voy a ver muy, muy mal para ellos? —¡Entonces quédate aquí y yo iré! —dijo Stubby, girándose lejos de mí. Me aferré a sus brazos una vez más y no lo dejé ir. Colocándome justo en su rostro dije—: ¡Stubs, detente! ¡Tienes que pensar! Quiero de decir, Faraday y Wallace te conocen. ¡Incluso te hablaron! También saben que somos mejores amigos y que pasamos tiempo juntos. Si regresas allí y le dices algo a Payton y ella termina muriendo el próximo miércoles, ¡sabrán que vino de mí! ¿Recuerdas lo que Donny dijo? ¡Dijo que bajo ninguna circunstancia podía decirle a alguien sobre su fecha! Stubby dio un paso atrás y me miró como si no pudiera creer lo que acababa de salir de mi boca. —¿En serio la vamos a dejar morir? ¡Mads… vamos! ¡Va a conseguir el coche nuevo la próxima semana! ¿Y si se va de paseo con sus amigas, se distrae y pierde el control del coche, y entonces algunas de ellas mueren, también? No había estado tan cerca de las otras chicas para ver sus fechas de muerte. Podría haber más de una víctima el próximo miércoles. Apreté los puños, tan frustrada porque no sabía qué hacer. —Tenemos que advertirle —repitió Stubby más amablemente esta vez mientras colocaba una mano en mi hombro—. O sea, ni siquiera tratamos lo suficiente con Tevon, y mira lo que le pasó. Hice una mueca como si me hubiera golpeado. —Ouch. Stubby inmediatamente alzó ambos brazos en rendición. —Lo siento, lo siento, lo siento. Suspiré. —No. tienes razón. No podemos quedarnos de brazos cruzados y no hacer nada. Le advertiremos, pero no aquí y no ahora. Stubs frunció el ceño. No le gustó mi respuesta. —¿Entonces cuándo y cómo? —Tenemos unos días. Estoy bastante segura que podemos descubrir cómo hacerle llegar un mensaje anónimo.

—Pensará que es una broma —respondió, mirando de nuevo al campo. —Y qué crees que decidirá si vas marchando hacia ella ahora y dices: “Gee, no te molestes ni nada, pero vas a morir el día de tu cumpleaños. ¡Solo pensé que deberías saberlo!”. Detrás de nosotros el rugir de la multitud hizo erupción de nuevo, pero esta vez del lado de Poplar Hollow. Stubby se quedó allí mirando al campo por un largo tiempo, y podía decir que deliberaba sobre qué hacer. —Te lo prometo —le dije— , descubriremos una manera de advertirle, Stubs. Por mi vida te lo prometo, pero por favor, no aquí y no ahora, ¿bien? Vamos a pensar otro lugar y tiempo cuando no haya tantas personas alrededor y de una manera que no conduzca a nosotros. Stubby me miró severamente y suspiró, entonces bajó la mirada y pateó el suelo. —No puede morir, Maddie. Tenemos que salvarla. No contesté inmediatament e porque no tenía idea que decir. Si meras palabras pudieran impedir que alguien muriera, entonces mi papá todavía estaría vivo y también lo estaría Tevon Tibbolt . Aún así, después de un largo silencio, lo que dije fue—: Lo sé, amigo, lo sé. Pero tienes que confiar en mí en esto. No podemos decirle nada esta noche. aquí.

—Lo que sea —murmuró, girándose lejos de mí—. Vamos a salir de

Traté de no sentir el aguijón de ese hombro frío, pero era difícil. Se puso más difícil cuando Stubby me dejó frente de mi casa y sin decir más se alejó. Yo sabía que no se enfadó conmigo, pero se sentía de ese modo, y me hubiera gustado mucho haber esperado para decirle hasta después del partido. No sabía cómo le íbamos a advertir a Payton sin que eso recayera sobre mí. Prometí llamar Stubs por la mañana y hablar de ello, pero cuando entré en el interior encontré a Ma en el suelo, fría y desmayada. Grité cuando caí a su lado, por un momento entrando en pánico por encontrarla en el suelo boca abajo. Agarrándole la muñeca, sentí el pulso, y vislumbré una botella de vodka de un litro vacía tumbada debajo de la mesa de café. Cerré los ojos en alivio mientras sentí su pulso, que era lento pero constante. Cuando me esforcé, pude escuchar su respiración rítmica, también. Con un cansado suspiro me puse a limpiar, y entonces moví a Ma al sofá. Me tomó un rato porque ella estaba completamente lánguida, pero al menos logré situarla y cubrirla con una manta. Y entonces me quedé en la puerta de la cocina mirándola acostada allí en nuestro viejo sofá de cuero destartalado en una habitación que olía a tabaco, con paredes azules sucias y alfombra color marrón llena de manchas.

Cerré los ojos para bloquear la vista y pensé en Aiden y en cómo me sonrió y murmuró la palabra Hola. Ese instante que me llenó con una felicidad tan soleada, se nubló con una tormenta amenazadora. Abrí los ojos y miré a Ma y nuestra casa, y sabía que ningún chico se acercaría alguna vez a una chica como yo. Una chica que vivía en una casa con alfombras raídas y paredes sucias que olían como un cenicero. Una chica que veía la muerte en cada rostro. ¿Quién fue etiquetada como una bruja en la escuela? ¿Quién tenía una borracha por madre y un padre que murió en un tiroteo con traficantes de drogas? Una chica que estaba siendo investigada por asesinato por el FBI. Yo era como un torbellino de la tragedia, y cualquiera que se atreviera a acercar demasiado a mí podría conseguir ser aspirado y ahogado. Como me estaba ahogando en estos momentos. Y sabía que nunca mejoraría. Nuestra casa continuaría cayendo lentamente a nuestro alrededor. Siempre vería la muerte. Las personas en la escuela siempre pensarían que era una bruja. Ma siempre sería una borracha. Tevon Tibbolt siempre estaría muerto, y mi padre también. Por años Aiden había sido como el sol para mí, brillando relucientemente desde el lado de Jupiter. Esta noche, por un breve momento, su estrella desterró casi toda la miseria fuera de mi mundo. Pero al final me di cuenta de que probablemente debería dejar de vivir en la fantasía de que un chico tan hermoso como él podía conocer a una chica como yo y sentir algo que no fuese lástima. Necesitaba aceptar que est a era mi realidad, y nada iba a cambiarla jamás. Con un corazón pesado, subí las escaleras para ir a mi cama.

Traducido por Pilar. Corregido por *Andreina F*

Ese fin de semana fue terrible. Stubby se mantuvo distante y no llamó ni envió un mensaje durante todo el sábado. Aunque no lo noté, tuve mis manos llenas con mamá. Tuvo un día realmente malo buscando en línea, tratando de encontrar un trabajo, cuando no parecía haber nada bueno disponible. Luego la atrapé en el teléfono con Donny, preguntándole si podía hacer algunas lecturas al mes y él se enfadó mucho. Podía oírlo gritándole desde el otro lado del cuarto. Después de algunos minutos, cortó la llamada de un golpe y se dirigió directo a su escondite. —¡Ma! —espeté, cuando la vi llenando la gran taza de plástico. Ya no podía soportarlo—. Si vas a obtener un trabajo, ¿no crees que deberías intentar reducir un poco lo que tomas? Me lanzó una dura mirada, y antes de saberlo nos gritábamos. Enojarse nunca alejó a mamá de la botella, pero no pude evitarlo. Grité y le grité a ella, y luego levanté mis manos y subí las escaleras. Cuando bajé unas horas más tarde me di cuenta que se había ido. Revisé la alacena, y como esperaba, ya no quedaba más vodka, lo que implicaba que se fue para reponer las provisiones. Pero a las siete aún no regresaba, y tenía un mal presentimiento. Fui hacia la ventana principal y eché un vistazo. No había visto ese sedan negro en todo el día, parecía que mis agentes menos preferidos se tomaban los sábados libres. Luego, revisé la cochera, y por suerte el T-Bird vintage de papá aún seguía adentro. Ninguna de las dos podía manejarlo porque no podíamos pagar el seguro después de que mamá recibiera su segunda multa por manejar bajo la influencia del alcohol y perdiera su licencia, pero igual se negaba a venderlo aunque realmente necesitábamos el dinero. Ella y papá tuvieron su primera cita en el auto, y creo que se hallaba convencida de que algún día recuperaría su licencia y tendría el dinero del seguro y volvería a

conducirlo. Aun así, sabía que algunas veces, cuando realmente extrañaba a papá y no soportaba ir en autobús a todos lados, se escabullía y lo llevaba a dar una vuelta. Me asustaba porque mamá nunca se encontraba sobria. Se despertaba y lo primero que hacía era servir un poco de vodka en su café. Lo único que esos agentes tenían que hacer era llamar a la policía, e iría presa y el Servicio de Protección Infantil estaría de vuelta en nuestra puerta. Donny llamó a mi celular mientras pedaleaba por las oscuras calles buscándola. —No puedo encontrar a mamá —confesé en cuanto respondí la llamada. Lo oí suspirar al otro lado de la línea. Sabía que se sentía muy cansado de conversaciones como estas, había mejorado en no llamarlo en los últimos años. —¿Cuánto tiempo pasó desde que se fue? Pestañeé con fuerza. No era sólo el frío nublando mi visión. —No estoy muy segura, pero creo que se fue antes de la una. —¿Se llevó el auto? —No. Aún está en la cochera. —¿Dónde estás? Frené y me detuve. Me encontraba cerca del parque a casi un kilómetro y medio de mi casa. —Estoy buscándola. Hubo una pausa, luego Donny dijo—: Ni siquiera son las ocho, Maddie. Probablemente esté en un bar, encontrará la manera de regresar a casa como siempre lo hace. Vuelve a casa y caliéntate. Miré a ambos lados de la calle, mis ojos buscando a mamá en vano. Conocía todos los bares a los que le gustaba ir, todos a una o dos paradas de autobús de casa, pero fui a todos y no se hallaba en ninguno. —¿Maddie? —dijo Donny—. ¿Estás ahí? —No tiene su abrigo, Donny. —Podía sentirme emocionándome, y tuve que tragar con fuerza sólo para hablar. Me sentía culpable por nuestra discusión, y tan cansada de esto. Quería que mamá viera qué tan casada me sentía. Cuan preocupada y asustada me sentía. Quería que eligiera cuidarme a mí para variar. Quería que dejara de hacer trucos como estos, porque sabía que ella sabía que eran muy duros para mí. Donny suspiró de nuevo.

—Maddie —dijo amablemente—. Estoy más preocupado por ti andando en la oscuridad de lo que estoy por tu madre. Ve a casa, cariño. Estoy en Jersey esta noche, pero iré por la mañana y hablaremos, ¿está bien? Asentí, aunque no podía verme. Me sentía demasiado ahogada para contestar. —Estaré allí alrededor de las diez y desayunaremos —me decía Donny. En el fondo oí la voz de una mujer—. Escucha, tengo que irme. Mientras que Cheryl no esté detrás de un volante, estará bien. Siempre lo está. Ve a casa, toma un baño, y caliéntate. Puedo oír tus dientes castañeando. Y luego se fue. Metí mi teléfono en mi bolsillo y miré a ambos lados de la calle otra vez, y ahí es cuando noté algo extraño. Muy lejos por la calle podía oír el ligero retumbar de un motor, pero todos los autos estacionados a los costados tenían las luces apagadas. La luz de la solitaria farola cerca de mí no me dejaba ver dentro de ningún auto, así que era imposible decir si había alguien dentro de alguno de ellos, pero tenía la punzante sensación de que me observaba alguien más además de Wallace y Faraday. Cuando llegué a la siguiente intersección, hice una pausa en la señal de detenerse y oí ese ligero ronroneo detrás de mí otra vez. Una rápida mirada hacia atrás reveló una gran furgoneta moviéndose hacia mí con sus luces apagadas. Mientras la observaba, la furgoneta se estacionó a un costado y se quedó allí al ralentí de nuevo, como si el conductor no quisiera pasarme antes de ver qué dirección iba a tomar. Sentí cómo los pelos en la parte trasera de mi cuello se erizaban. Moviéndome, giré hacia la derecha y pedaleé con fuerza por la calle empinada. Detrás de mí, oí el motor encenderse, y supe que la furgoneta se alejaba del costado y venía a por mí. Pedaleé fuertemente por la colina, y en la intersección giré la bicicleta con un giro reducido y me apresuré hacia la derecha para subirme a la acera. Agachándome, pedaleé lo más rápido que pude y pasé rápidamente junto a la furgoneta, ganando impulso por la pendiente. Sólo percibí un borroso movimiento dentro de la cabina de la furgoneta mientras pasaba como una bala. Volviendo a pedalear rápidamente al final de la colina, conduje mi bicicleta por la calle, pasando rápidamente a través del arco de metal que marcaba la entrada al parque. Mirando sobre mi hombro, vi a la furgoneta terminando su incómoda vuelta en la parte superior de la colina, y fue en ese entonces cuando se encendieron finalmente sus luces. Sabía sin lugar a dudas que ahora me hallaba en problemas, porque la furgoneta rugió bajando la colina directo hacia mí. Miré hacia el frente y pedaleé tan rápido como pude, por fin pasando las

barras de concreto que mantenían afuera a los vehículos y marcaban el comienzo del camino. Inmediatamente se sintieron los pozos, forzándome a concentrarme en la ligera luz de mis faros en el terreno. Pero no me detuve. Porque tenía que concentrarme en el camino de tierra, no pude levantar la mirada para buscar la furgoneta, así que mantuve mis oídos atentos al rugido del motor, y aún podía oír su fuerte estruendo manteniendo mi ritmo en la distancia. Sabía que el conductor seguía mi escape, intentando interceptarme en el otro extremo final del parque. Mi mente zumbaba: ¿qué debía hacer? No había nadie en el parque para ayudarme, y si dejaba de pedalear para llamar a la policía, el conductor también podría detenerse, correr atravesando el césped, y atraparme antes de que siquiera pudiera terminar la llamada. Luego tuve una repentina visión. Mientras comenzaba a pasar junto a un gran grupo de árboles de hojas perennes, estiré mi mano para apagar mis faros. Perdí de vista el camino y frené lentamente hasta que me detuve, acurrucándome junto al árbol más grande del grupo. Oyendo atentamente, escuché el ligero chirrido de unos frenos y luego el leve ronroneo de la furgoneta detenida. Reuní mi coraje y me bajé de mi bicicleta, llevándola en una línea recta directamente frente a los árboles, manteniéndolos entre la furgoneta y yo mientras me dirigía por el césped a la calle donde estuve cuando Donny me llamó. Fue entonces cuando oí el retumbar del motor levantarse y la furgoneta se movió a un ritmo rápido otra vez. Sólo quería subirme a mi bicicleta y pedalear por la calle, pero no podía ver el suelo claramente. Si chocaba con un tronco o una piedra, estaba frita. Me conformé con trotar rápidamente con la bicicleta por el campo abierto, tropezando algunas veces cuando mis pies se encontraban con terreno inestable. Al final salí a la calle y monté rápidamente mi bicicleta para andar de nuevo. Al final de la calle, me moví justo hacia la primera casa por la que había venido y me acurruqué entre las sombras junto al garaje. En la entrada al parque la furgoneta apareció nuevamente, moviéndose lentamente mientras el conductor me buscaba en el parque. Después de que pasó, salí de las sombras y me apresuré en la dirección contraria, que también era hacia casa. Cuando estuve segura en la entrada, ni siquiera guardé la bicicleta; sólo la apoyé contra la cochera y corrí hacia la puerta trasera. La dejé abierta porque no sabía si mamá podría meter la llave en la cerradura si volvía a casa, pero cuando atravesé la puerta, la cerré fuertemente y puse el pestillo, luego me recosté contra ella e intente recuperar mi aliento. Finalmente, me alejé de la puerta y me encontraba a punto de dirigirme hacia la ventana del frente, cuando tropecé con algo en el piso de la cocina. Oí un gruñido sordo. Retrocediendo a tientas en la oscuridad, mi corazón latiendo rápidamente, encendí las luces y vi a

mamá tirada en el suelo, sus ropas en un montón a su alrededor. Murmuró algo incoherente, y luego roncó suavemente. La observé por un largo momento, esperando recuperar mi aliento. Cuando no estuve tan aterrorizada, apagué las luces y me dirigí hacia la ventana del frente para echar un vistazo a través de las cortinas. La calle se hallaba vacía, no había señal de la furgoneta por ningún lado, y tampoco ningún sedan negro aparcado en la calle. Luego, fui al baño y eché un vistazo por la pequeña ventana en un lado de nuestra casa. No había nadie acechando afuera, pero pude ver a la señora Duncan en su cocina lavando los platos. Verla ayudó a calmarme, y al final me moví hacia la cocina. Para ese entonces mis ojos se habían ajustado a la oscuridad y pude ver la forma durmiente de mamá sobre el linóleo. Sentí una repentina e inesperada oleada de ira. Me sentía tan cansada de todo esto que quise gritar. Pero no lo hice. En su lugar, obedientemente hice que se despertara lo suficiente para llevarla al sofá y la puse a dormir. —Te quiero, bebé —arrastró las palabras después de que la arropé con la manta. —Entonces, ¿por qué no dejas de beber? —susurré. No respondió, así que me giré hacia las escaleras. En mi cuarto traté de decidir qué debía hacer sobre la furgoneta. Pensé en llamar a Donny y contarle sobre eso, pero sólo se enfadaría y me diría que llamara a la policía. Sabía que no podía hacer eso porque vendrían a casa, verían a mamá, y luego tendríamos que lidiar con Servicio de Protección Infantil, y ¿no tenía ya suficientes problemas en mis manos? Temblé al recordar estar tan asustada en el parque, y sin saber quién se encontraba detrás de mí. Abajo, el reloj de papá comenzó a hacer sonar sus campanas y suspiré, deseando que estuviese aquí y pudiera espantar al cuco. Cuando subí arrastrándome a mi cama, ya había decidido contarle a Donny esto por la mañana cuando mamá estuviera sobria. Quizás hasta podría estar cuando la policía venga a tomar mi declaración. Así sabrían que hay un responsable en la casa, y podría reportar el incidente sin preocupaciones. Parecía ser la única forma de hacerlo sin causar muchos más problemas. La mañana siguiente encontré a Donny en la acera. Quería evitar que entrara a la casa, pero me descubrió. Se bajó mientras yo intentaba entrar a su auto, y me observó del otro lado del techo. —¿Dónde está tu mamá? —Está adentro. Dormida. Los labios de Donny se presionaron, y marchó por la entrada. Fui detrás de él, deseando no tener una vida tan arruinada.

Me quedé en la cocina junto a la puerta trasera mientras él observaba a mamá. —Cheryl —lo oí decir. Lo imaginé parado sobre ella, esa mirada de disgusto en su rostro que ya ni siquiera intentaba esconder. Oí a mamá murmurar algo, y supuse que trataba de alejarse de Donny—. Cheryl —repitió Donny, más severamente ahora—. Necesitamos hablar. —Mamá no contestó, algo típico—. Esto se está volviendo insostenible, Cheryl. Scott nunca hubiera querido que Maddie creciera así. Entonces oí a mamá, fuerte y claro. —Vete al infierno, Donny. Mordí mi labio. Quería que Donny saliera de allí. Quería que me llevara a desayunar y que me contara una historia sobre mi papá cuando eran niños. Una historia que quizás no había oído aun. No quería que volviera luciendo disgustado y malvado y que luciera menos como mi papá y más como un total extraño. Donny trató de hablar con mamá unas veces más, pero ella no mordía el anzuelo, y al final volvió a la cocina. —Vamos. —Gruñó furioso, pasándome y saliendo por la puerta. Me apresuré a seguirlo. Donny condujo en silencio hacia un lugar local para desayunar en el centro de Jupiter. El lugar se hallaba atestado, pero Donny le mostró su sonrisa a una de las camareras y ella nos consiguió un banco. Después de que nos sentamos, él comenzó. —Quiero que pienses seriamente en vivir conmigo. Observé fijamente el menú. —No es seguro vivir con ella así —continuó él. Con una punzada de alarma, supe en ese momento que nunca podría decirle nada sobre lo que sucedió la noche anterior con la furgoneta en el parque. —Siempre es más difícil para ella en el otoño —dije a la defensiva. No dijo nada, así que finalmente levanté la mirada del menú. Me miraba con una mezcla de tristeza y determinación, y algo más que lucía mucho a la culpa. —Si tu padre estuviera vivo, nunca dejaría que vivieras así. —Si papá estuviera vivo ella no est aría así. Donny hizo una mueca, pero no me arrepentí de decirlo. Y luego pareció relajarse. —Niña —dijo, estirando su mano para ponerla sobre la mía—, sólo quiero decir que quiero que lo recuerdes, cuando estés lista, mi hogar es tu hogar. ¿De acuerdo?

Le mostré una sonrisa de lado. —Eso es lo último que necesitas. ¿Qué pensaran todas tus novias? Donny sonrió. —Pensaran qué buen tío soy al cuidar de la hija de mi hermano, y luego querrán casarse conmigo incluso más. Puse los ojos en blanco. Donny tenía una nueva novia cada mes, y siempre se quejaba de que siempre querían que sentara cabeza. Donny no era el tipo de hombre que sienta cabeza, incluso yo sabía eso, y tenía sólo dieciséis. Después del desayuno, Donny me dejó en casa, y entré para afront ar las consecuencias. Mamá estaba levantada y llenando el salón con humo. —¿Por qué me duele el rostro? —preguntó, frotando la mejilla donde estuvo apoyada cuando la encontré sobre el linóleo. —No lo sé. ¿A dónde fuiste anoche? Mamá frunció el ceño, rascando su enmarañado cabello. —No lo recuerdo. Entonces, ¿sobre qué quería hablar Donny contigo? Me senté en la antigua silla de cuero de papá. A mamá no le gustaba que me sentara en ella, pero aún me sentía bastante molesta y desafiante. Arqueó una ceja pero no dijo nada. —Sólo quiso llevarme a desayunar. Mamá estiró la mano para tirar las cenizas de su cigarro en el cenicero. —¿Te pidió que te mudaras con él a la ciudad? Me sorprendió la franqueza de su pregunta y el hecho de que supiera que Donny me pidió eso. Decidí que si mamá quería ser honesta, también yo podría serlo. —Sí. Inhaló su cigarro. —Odiarías la ciudad. Solía darte ataques de pánico, ¿sabes? No dije nada. —Es ruidoso y bullicioso, y tendrías que dejar a todos tus amigos — continuó mamá. Como si tuviera toda una horda de personas con las que pasar el rato. También noté que no mencionó que también tendría que dejarla a ella.

—Y es peligroso —añadió, blandiendo su cigarrillo en mi dirección—. No tenemos crímenes aquí, Maddie. Puedes dejar la puerta abierta y nadie te molesta. Crucé mis brazos y alejé la mirada. —A menos que seas un chico llamado Tevon Tibbolt —dije, pensando de nuevo en la furgoneta que me persiguió en el parque. Fue el turno de mamá de estar en silencio, y cuando finalmente me giré hacia ella, me sorprendí al verla llorar. Pero estas no eran lágrimas de embriaguez. Estas eran reales. De repente, me sentí avergonzada. —Si te vas —susurró—, nunca te volveré a ver. Le sacudí mi cabeza. Hablaba tonterías. —No —insistió mamá—. Es verdad. Donny nunca me ha perdonado por la muerte de Scott. Cree que debería haberle dicho a tu padre ese día que… —Mamá pareció detenerse sola, y luego sus lágrimas tomaron su lugar y cubrió su rostro con sus manos. Me levanté de mi silla y me moví hacia el sofá para abrazarla. Sentí la culpa saliendo de ella en olas, chocando con la mía y girando a nuestro alrededor como aguas revueltas que tiran, empujan y amenazan con destrozar mi corazón. Finalmente, las lágrimas de mamá se calmaron, y la solté para tomar un pañuelo. Se secó las mejillas y me sonrió con esperanza. —Sé que necesito reducir lo que bebo —dijo—. Y te lo prometo, Maddie. Te prometo que lo haré. —Luego extendió su mano y tomó la mía—. Pero te necesito aquí. No puedo hacerlo sin ti. ¿Prometes que te quedarás? Bajé la mirada hacia nuestras manos unidas, y mi mente recordó esa vez cuando tenía cinco años y me llevó hacia la parada del autobús en mi primer día de escuela. Lloré durante las tres cuadras, y cuando el autobús se detuvo me presioné contra las piernas de mamá y lloré y lloré. No me detuve hasta que se agachó para abrazarme y me di cuenta de que el autobús ya se había ido. —Está bien, bebé —me dijo—. Lo intentaremos mañana. Pero el día siguiente sucedió lo mismo. Me aterrorizaba alejarme de su lado, y mi propia paralizante timidez me dejó sintiéndome como que no podría subirme a ese autobús e ir a algún lejano lugar para sentarme entre extraños. Así que lo intentamos el miércoles, luego el jueves, y finalmente el viernes, mamá sostuvo mi mano justo como los días anteriores, pero cuando el autobús se detuvo con un chirrido apretó mi mano y me miró con una radiante y esperanzadora sonrisa.

—Aquí está el autobús que te llevará a la escuela, Maddie. Tendrás todo tipo de aventuras, y beberás leche y comerás galletas, dibujarás, y aprenderás nuevas cosas. Pero si no eres lo suficientemente valiente para subirte a ese autobús hoy, entonces lo entenderé e iremos a casa y lo intentaremos la semana siguiente. Pero si puedes hacerlo hoy, entonces estaré más orgullosa de lo que puedas saber. —Después observé como los otros niños subían al autobús, y después de saltar de un pie al otro, tuve un raro momento de coraje y fui. Recuerdo claramente la fría sensación de mi mano sin la de mamá que la calentara, y aun así escalé esos enormes escalones al autobús. Evitando la atenta mirada del conductor, me moví hacia el primer asiento libre que pude encontrar y me acerqué a la ventana para ver a mamá parada allí con las manos sobre su corazón y lágrimas cayendo sobre su rostro. Irradiaba con orgullo, tan feliz que podía sentirlo a través de las paredes del autobús, y supe que era valiosa y valiente. Y ahora mamá apretaba mi mano, pidiéndome que tenga paciencia, y supe que tenía que esperar hasta que ella fuera t ambién lo suficientemente valiente. Fiel a su palabra, mamá hizo un esfuerzo. Se levantó del sofá, tomó una ducha, secó su cabello con la secadora, e incluso se maquilló. Me sonrió mientras bajaba las escaleras, y me sorprendí al ver lo hermosa que aún era. Las líneas prematuras por años de fumar seguían allí, y tenía una ligera hinchazón por la bebida, pero cuando mamá se esforzaba, lucía asombrosa. —Luces genial —le dije. —¿Si? —dijo, sonrojándose levemente. Mi sonrisa se amplió. —Sí. En serio, Ma. —Mi mirada se dirigió hacia la foto de papá sobre la repisa. Fueron una hermosa pareja. Mamá suspiró y juntó sus manos como si estuviera pidiendo un deseo. —Me dirijo al Drug Mart en Pavilion. Vi un anuncio en internet de que buscan ayuda a medio tiempo. ¿Me deseas suerte? Tragué con fuerza, emocionada de que lo intentara. —Buena suerte, Ma. Después de que se fue llamé a Stubs, pero fue directo al buzón de voz. —Hola —dije en el mensaje—. Soy yo. Llámame por lo de Payton, ¿de acuerdo? Estuve devanándome los sesos intentando tener una solución que honrara mi promesa con Donny y aun así advertir a Payton a tiempo para que pueda tomar otra decisión. Pero hasta ahora no tenía ninguna

buena idea, y también me preocupaba el posible hecho de que, sin importar lo que hiciera, podría no significar ninguna diferencia. Seguía regresando a las mismas inquietantes preguntas: ¿Las fechas eran fijas? ¿O podían cambiarse? Finalmente decidí que sólo porque no sabía la respuesta no significaba que Stubs y yo no podíamos tratar de cambiar el destino. Y después de lo que sucedió con Tevon, sabía que debíamos intentar algo que llamara la atención de Payton. Mientras me encontraba en mi cuarto estudiando, observé la cartelera sobre mi escritorio, donde ponía fotos, tarjetas y momentos favoritos, y de repente tuve una idea sobre cómo advertir a Payton. Traté de llamar a Stubs de nuevo, pero no atendió, así que le envié un mensaje. Con un suspiro, me levanté y fui hacia la ventana, notando con el ceño fruncido que el familiar sedan negro se hallaba aparcado allí. Luego vi a mamá regresando, sus pasos vacilantes y torpes. Supe inmediatamente que se encontró algún lugar para detenerse a beber algunos tragos. Toda la esperanza que se elevó hasta la superficie más temprano, cuando bajó las escaleras luciendo tan bien, se evaporó. Mis ojos viajaron hacia el sedán. Esos agentes debían estar riéndose mucho al ver a mi madre tropezando hacia casa. Me llené con ira, y apreté los puños, lista para salir allí y gritarles, pero me detuve. Gritarles n o mejoraría las cosas, de hecho, podría empeorarlas. Un minuto o dos más tarde, mamá entro en la casa. —¡Obtuve el trabajo! —anunció. Pero me sentía lo suficientemente molesta como para que me importara. —Has estado bebiendo. Mamá se encogió de hombros, aún feliz por sus noticias. —Creí que obtener un trabajo era digno de celebración —cantó. Luego pasó junto a mí hacia las escaleras como si volver a casa ebria no fuera gran cosa—. Iré a darme un baño. Hay sobras de espagueti en el refrigerador si tienes hambre. Sus palabras sonaron lentas y arrastradas, y mi ira se profundizó. Estaba a punto de decir algo realmente malvado, cuando oí mi teléfono sonar. Sacándolo de mi bolsillo vi que Stubs me envió un mensaje. No podré cenar esta noche. HMT 1.

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Hablamos Más Tarde.

Después de no oír nada de él en todo el fin de semana, su mensaje se sintió como que me ignoraba. Nunca me había ignorado por tanto tiempo. Me senté en la silla de papá y miré mi teléfono, tratando de pensar en las palabras que mejorarían las cosas entre nosotros, pero nada se me ocurrió, así que lo dejé y esperé encontrar las palabras justas por la mañana.

Traducido por Alessandra Wilde & Beluu Corregido por Anty

Encontré a Stubby en su casillero el lunes por la mañana con una nueva serie de moretones en la mejilla derecha y su mano en una escayola. —¡Amigo! —le dije cuando lo vi—. ¿Qué pasó? —Se ve peor de lo que es —dijo. Cogí su mano enyesada. —Sí, esto no se ve nada mal. Es solo una herida superficial, ¿verdad? Stubby me siguió la corriente con una sonrisa. —Es una pequeña fisura. Solo tengo que llevar la escayola durante un par de semanas. —¿La patineta? —pregunté. Stubby arrastró los libros en el hueco de su brazo y usó su codo para cerrar su casillero. —Intentaba un nuevo truco. Tomé sus libros y ayudé a cargarlos en su mochila. —¿Sí? Bueno, trata más fuerte la próxima vez. Se encogió de hombros. —Valió la pena. Lamento haberme perdido la cena, pero estuve en la sala de emergencias hasta tarde. Inmediatamente me sentí culpable por pensar que me había desairado la noche anterior. Empezamos a caminar por el pasillo. — Ojalá hubiera sabido. Te habría llevado un trozo de pastel. Stubs sonrió, y supe que estábamos bien de nuevo. —La próxima vez te enviaré los detalles. —Y luego cambió de tema—. ¿Encont raste una manera de advertirle a Payton? Suspiré. Mi idea no era muy buena, pero fue lo único en lo que pude pensar tomando en cuenta la advertencia de Donny y cómo Faraday y Wallace controlaban casi todos mis movimientos. —Es súper complicado. Los federales prácticamente han acampado frente a mi casa, y me vigilan como un halcón.

—¿Crees que están interceptando tus teléfonos? —preguntó Stubs. Mis ojos se abrieron. No había pensado en eso. —No sé. Pero si lo están, también podrían tratar de intervenir mi correo electrónico y textos. No podemos hablar de nada de esto por teléfono. —De repente me sentí muy agradecida de que Stubs no hubiera tratado de llamarme o mandarme un texto sobre ello el fin de semana. —¿Y si le envío un correo electrónico o un texto anónimo? — preguntó Stubby. Empecé a sacudir la cabeza, pero él levantó la mano y dijo—: Espera, antes de que digas no, hay un montón de aplicaciones que permiten enviarle a alguien un correo electrónico o un texto anónimo, y la información del remitente desaparece, como, en un minuto. Son imposibles de encontrar. Suspiré. —Eso podría funcionar, pero ¿cómo podemos conseguir la dirección de correo de Payton o su número de celular? El rostro de Stubby cayó. —Eso, no lo he descubierto todavía. Y entonces ofrecí mi idea, la que había formado después de ver la últ ima tarjeta de cumpleaños que recibí de mi padre, que colgué en mi tablón de anuncios en casa. —Creo que le debemos enviar una tarjeta para su cumpleaños. —¿Una tarjeta de cumpleaños? Asentí vigorosamente. —Sí, Stubs, ella totalmente abriría una tarjeta de cumpleaños, incluso si no tiene una dirección de retorno, solo para ver si hay un cheque en el int erior o para saber de quién es. Apuesto a que si buscas por toda la web, puedes llegar a encontrar el domicilio de sus padres, ¿no? —Su apellido es Wyly, y vive en Jupiter. Sí, podría encontrarla. ¿Qué diríamos en la tarjeta? —Al mirarlo, supe que le intrigaba la idea. —No sé, pero tendríamos que tener cuidado con ello. Tendríamos que decir algo así como: “Hemos oído que recibirás un coche nuevo para tu cumpleaños, y tienes que ser muy cuidadosa al conducirlo”. Tal vez podríamos agregar algo así como: “¡No mandes textos y conduzcas a la vez!” y respaldarlo con una estadística o algo así. Stubby me miró como si estuviera loca. —No va a creer algo así, Mads. Además, no sabemos a ciencia cierta si esa es la forma en que se va a morir. —Bueno, entonces, ¿qué sugieres tú? —Me encontraba un poco exasperada. No tenía ni idea de cómo advertirle a Payton, porque, como Stubby señaló, no tenía ni idea de cómo iba a morir. Si lo supiera, entonces podría hacer algo para evitarlo, pero todo lo que tenía era la fecha. Eso es todo. Solo una fecha para indicar que era una chica muerta caminando.

—¿Tal vez podríamos llamar a la casa de sus padres así como llamamos a la señora Tibbolt? Sacudí la cabeza. —Si los federales están interviniendo mi teléfono, podrían también estar haciendo lo mismo con el tuyo, Stubs. Nosotros la llamamos desde t u teléfono, ¿recuerdas? Stubby frunció el ceño, pero luego se iluminó. —Está bien, entonces vamos a hacer la llamada desde un teléfono público, preguntamos por Payton, y disfrazamos nuestras voces. Podríamos decir que sabemos algo que ella no. Sabemos que se encuentra en peligro, y nos preocupamos porque podría morir en su cumpleaños. Fue mi turno para mirar a Stubs como si tuviera que estar bromeando. —Si recibes una llamada telefónica de un desconocido que te dice que estás a punto de morir, ¿tu próxima llamada no sería a la policía para reportar una amenaza de muerte de un loco? Ella descartaría la advertencia, lo que no la ayudaría, y reportaría la llamada, lo que no nos ayudaría. ¿Qué pasa si una cámara de vigilancia nos capta usando el teléfono? Esas cámaras se encuentran en todas partes. No podemos correr el riesgo. La mirada de Stubby cayó. —Bueno, tenemos que probar algo que haga que nos crea, Mads. —Estoy de acuerdo —le dije, y lo dije en serio—. Pero también tienes que aceptar que incluso si obtenemos su atención y nos cree, puede que no impidamos su muerte. Todavía podría suceder. Stubby frunció el ceño. —Pero incluso si hay una posibilidad de que podamos salvarla, tenemos que intentarlo —dijo. Me di cuenta de que todavía se sentía culpable por no esforzarse más para salvar Tevon. Puse una mano en su brazo bueno. —Tienes razón, y vamos a avisarle con la tarjeta. Seremos muy cuidadosos de no dejar nuestras huellas digitales en ella, y haremos que la redacción no suene como que viene de un loco. Esperemos que nos escuche y tenga cuidado el próximo miércoles, pero eso es lo más que podemos hacer. Todo lo demás es demasiado peligroso para nosotros e incluso podría llevarla a hacer algo arriesgado simplemente para demostrarnos que nos hallábamos equivocados. Stubs suspiró y asintió a regañadientes. —Sí, de acuerdo —dijo—. Vamos a ir con la tarjeta. Después de la escuela nos dirigimos hacia Drug Mart, y casi me quedé corta cuando vi a Ma en una bata azul de pie junto a otro empleado que le mostraba la forma de organizar los sobres de las fotos reveladas. —¡Hola, ustedes dos! —Ella agitó una mano cuando nos vio. —¡Vaya, señora Fynn! —dijo Stubs, casi tan sorprendido como yo al verla detrás del mostrador—. ¿Cuándo empezó a trabajar aquí? —Hoy es mi primer día —dijo Ma con orgullo.

Sonreí alentadoramente hacia ella, pero no pude evitar mirar sus manos. Si había temblores, sabría que se hallaba totalmente sobria. Si estaban en calma, sabría que furtivamente bebía en la parte posterior de la tienda. Me mordí el labio cuando vi que no había ni un atisbo de temblor. Solo podía esperar que nadie en la tienda lo notara. Ma nos saludó, diciendo que tenía que concentrarse en su entrenamiento. Nos dirigimos al mostrador de las tarjetas y escogimos una juntos. Asegurándonos de no cogerla con nuestras manos descubiert as, pagamos y nos dirigimos al Starbucks al otro lado de la ciudad, junto a la oficina de correos de Jupiter para elaborar cuidadosamente un mensaje. Stubby escribió el mensaje usando su mano enyesada, que era una buena cosa, ya que alteraba su letra lo suficiente para que sea casi ilegible. Decidimos enviarle Payton un mensaje de un admirador secreto (esa parte era cierta, al menos), y le dijimos que éramos alguien que a veces tenía visiones extrañas que se hacían realidad. Escribimos que tenía que ser muy cuidadosa cuando condujera, en especial en su cumpleaños. Y, le dijimos que tuviese cuidado en su cumpleaños, en general, porque la alineación de las estrellas sugería que era un día de mala suerte para ella. Cuando Stubby me la leyó de nuevo, tuve que admitir que sonaba un poco loco, pero era el mejor plan que teníamos. —Si recibieras esta tarjeta, ¿qué pensarías? —me preguntó Stubs. Fruncí el ceño. —Probablemente pensaría que algún loco la envió, pero probablemente también escucharía el mensaje, por si acaso. Stubby luego metió la tarjeta en el sobre usando sus mangas para cubrirse las manos. Luego utilizó su teléfono para buscar la dirección. Tomó un par de clics para obtener la nueva dirección de los Wyly en Jupiter, pero nos encontrábamos seguros de que nuestra tarjet a encontraría su camino a ella. Stubs luego se dirigió al lado para enviarla por correo, y dijo—: ¿Vienes? Pero me hallaba solo a mitad de mi latte de caramelo, y era tan agradable y cálido en Starbucks. —Creo que me quedaré aquí y estudiaré por un tiempo. Stubs asintió, luciendo afligido. Sabía que se encontraba deseando que tuviésemos un mejor plan. Con un gesto, dijo—: Te enviaré un texto más tarde. —Y luego se fue. Suspiré, luchando contra la sensación de haberlo decepcionado, y removí mi bebida con el agitador de plástico, cuando de repente oí una voz que reconocería en cualquier lugar, y sentí una sacudida de adrenalina que tensó mi columna vertebral. Moviéndome en mi asiento,

me asomé y vi a Aiden de pie en el mostrador bromeando con dos amigos mientras esperaban a que el barista tomara sus pedidos. Inmediatamente, miré a mi alrededor buscando una vía de escape, pero la única salida era la entrada en la parte delantera del Starbucks. Sabía que no lucía de lo mejor: no había hecho un gran esfuerzo por la mañana. Mi cabello se hallaba recogido, no llevaba ningún tipo de maquillaje, además de un poco de rímel, y mi sudadera era monótona y oscura. Pero me encontraba atrapada en el fondo de la tienda; todo lo que Aiden tenía que hacer era volver la cabeza hacia la derecha y me vería. Pensando rápidamente, me agaché y recogí mi mochila del suelo. Busqué a través de ella y saqué el mayor libro de texto que tenía, química, y lo abrí arriba de la mesa para ocultar parcialmente mi cara detrás de él. Escuchando con atención, oí la voz algo ronca de Aiden aumentar y bajar mientras discutía una prueba de química que tuvo ese día. Él y los otros dos chicos estaban comparando respuestas. Sonreí cuando me di cuenta que los dos nos hallábamos estudiando básicamente la misma sección exacta de la tabla periódica. Entonces oí una voz mucho más femenina decir—: ¡Oye, Aiden! Me puse rígida. Sujetando la parte del libro con fuerza, eché un vistazo. Una chica con largo pelo rubio se puso de pie a un lado de los tres chicos. Girando un mechón entre sus dedos, dijo—: ¿Puedo añadir un macchiato de caramelo a tu orden? Había un montón de clientes esperando detrás de los chicos, y era evidente la chica estaba cortando la línea. La forma en que miraba a Aiden me hizo preguntarme si eran más que amigos. Aiden miró de nuevo a la línea, ofreciendo una mirada de disculpa a la persona detrás de ellos antes de responder—: Claro, Kendra. ¿Qué tamaño? —Alto. Estoy cuidando mi peso —dijo ella, estirándose para tocar su brazo y mover sus caderas. Dejé de respirar. Mis entrañas se sintieron agarradas por un tornillo de banco. La chica era bonita. Muy bonita. Su pelo colgaba suelto en ondas largas y rubias, llevaba un montón de maquillaje y su ropa parecía suave, elegante, y oh-tan-tangible. Me quedé mirando fijamente a Aiden. Añadió la bebida a su orden, y luego pagó por todo, incluyendo la de ella. No sabía muy bien qué hacer con eso. ¿Simplemente era generoso? Kendra siguió coqueteando con Aiden mientras esperaban, él sonrió y asint ió mientras hablaba. Era imposible saber si se encontraba interesado o solo era cortés. Pero entonces, no pude pensar en una razón por la que un chico no est aría interesado en alguien tan bonita como ella.

El barista llamó el nombre de Aiden, y él y uno de sus amigos reunieron las bebidas. Aiden le entregó el macchiato alto a Kendra, y a cambio ella le entregó una manga de bebida de cartón. Me confundió, Aiden ya tenía una manga en su vaso, y luego noté el indicio de garabato negro que tenía, y me di cuenta que le había dado su número de teléfono. Después de tocar su brazo por última vez, ella se fue. Me quería morir. Me sentía tan mareada y enferma que quería que un agujero se abriera en el centro del suelo y me tragara. Pero poco después de que Kendra se fue, Aiden tiró la manga a un lado y le hizo señas a sus compañeros para irse. Estuvieron fuera de la puerta un momento después. Me senté, conté hasta diez, y dejé mi silla apresurándome al mostrador para recuperar la manga antes de que alguien, ya sea la usara o la tirara a la basura. Efectivamente, el nombre y número de teléfono de Kendra se hallaban con letra rizada en el centro. Cerré los ojos y sostuve el pequeño pedazo de cartón contra mi pecho, tan aliviada que lo arrojó junto con su interés por ella a un lado. —¿Necesitabas algo? —Oí, y mis ojos se abrieron. La barista se encontraba inclinada sobre el mostrador, mirándome. Ella estaba lo suficientemente cerca para que la fecha de su muerte se leyera claramente: 30-03-2070. —No —le dije rápidamente, sintiendo que mi boca se curvaba en una sonrisa jubilosa—. Gracias, sin embargo. Ya me iba. El siguiente par de días pasaron en poco borrosos. Stubby y yo no hablamos de nuevo sobre advertirle a Payton, pero eso no significaba que estábamos contentos con la forma en que la habíamos dejado. Me quedé casi toda la noche anterior tratando de encontrar una idea mejor que la tarjeta de cumpleaños, pero no salió nada de todo ese pensar. El martes por la mañana, decidí dejarlo así y esperar que hubiéramos hecho lo suficiente. Hasta el miércoles, no hubo cambios en el caso Tevon Tibbolt, y no había ninguna historia sobre un accidente de coche que implicara a Payton Wyly o sobre su repentina muerte. Llamé a Stubs al minuto que las noticias terminaron. —¡Creo que lo logramos! —dije al segundo que respondió—. No hay nada en las noticias sobre Payton. —¡Lo sé! ¡También lo vi, y creo que tienes razón! ¡La salvamos! — Pero luego pareció sobrio cuando añadió—: Debemos ir al siguiente partido de fútbol de Jupiter, ya sabes, para asegurarnos de que se encuentra bien. Voy a mirar en línea y ver contra quien jugarán, pero probablemente va a ser uno de los equipos de Grand Haven, y ya que jugaron contra nosotros la semana pasada, va a ser un partido de local. Voy a preguntarle a mamá si puedo tener la furgoneta por la noche.

—Genial. Estoy dentro —le dije. Hormigueaba con alivio. No podía creer que en realidad cambiáramos la fecha de Payton; quería ir al partido que verlo por mí misma. Y por supuesto tendría la ventaja añadida de ver a Aiden nuevo. Donny me llamó más tarde esa noche para hacerme saber que no oyó nada más de los federales, que pensaba que podría ser una buena noticia, y por supuesto, el jueves, cuando me estacioné en mi camino de entrada, el familiar sedán negro no se hallaba detrás de mí, y no se encontraba aparcado en la calle, tampoco. Incluso Ma parecía estar haciéndolo mejor. Le dieron algunos turnos en Drug Mart, y consiguió hacerlos bien, pero todavía me encontraba un poco preocupada por ella bebiendo en el trabajo. Sabía que a escondidas ponía un poco de licor en su botella de agua, y tenía miedo de que su manager lo averiguara. Aún así, era mejor que tenerla sentada en casa y bebiendo todo el día sola. Su trabajo parecía darle un poco de confianza, y cuando entré por la puerta el jueves después de pasar un rato por la tarde en lo de Stubby, la encontré en la cocina preparando la cena para nosotras. —¡Estoy haciendo salteado! —anunció con orgullo. —¡Genial! —le dije, sintiendo la burbuja de esperanza expandirse en mi pecho. Tenía una buena noticia para compartir, también—. Obtuve un cien en mi examen de Historia de los Estados Unidos. El rostro de Ma floreció en una hermosa sonrisa, y se me acercó para envolverme sus brazos y me abrazó con fuerza. Era lo más segura que había sentido en mucho, mucho tiempo. Después de dejarme ir, dijo—: Vamos a comer en la sala de estar. Organizamos dos bandejas de televisión delante del sofá y, después de cargar nuestros platos, nos sentamos juntas. Ma encendió la televisión para las noticias. El hombre del clima apareció y agitó la mano en el mapa de la zona para mostrarnos que un frente frío se movía en el fin de semana, trayendo lluvia y granizo con él. —Vamos a tener que encender la calefacción —dijo Ma, con los ojos pegados a la pantalla. Me comí mi cena felizmente mientras nos sentábamos juntas. Pensé que el salteado sabía aún mejor que sus espaguetis. Me hallaba tan perdida en mis pensamientos acerca de lo bien que lo estaba haciendo que apenas escuché cuando la presentadora dijo—: Los policías de Jupiter todavía se encuentran desconcertados sobre una adolescente desaparecida que no se ha visto desde ayer por la tarde. Payton Wyly fue vista por última vez el miércoles alrededor de las quince horas, cuando su madre y su padre le entregaron las llaves de un coche nuevo por su cumpleaños. —Levanté la cabeza y se me cayó el tenedor. Resonó con fuerza contra el plato, y Ma se sobresaltó.

—El coche de la joven adolescente fue encontrado solo una hora después de que sus padres contactaran a la policía, ayer alrededor de las veintidós, estacionado a un lado de la carretera cerca de Westcott y Terrace Lake —la presentadora continuó—. La puerta del lado del conductor se hallaba abierta, el motor seguía en marcha, y no había ni rastro de una niña desaparecida. Si usted ha visto a Payton o tiene alguna información sobre su paradero, la policía está pidiendo que se comunique con una línea especial que han configurado, y ese número es... Respiraba tan fuerte que estaba perdiendo oxígeno, y la habitación empezó a girar. Oí a Ma llamarme por mi nombre, pero mis ojos permanecieron clavados en la pantalla, donde una imagen de Payton Wyly sonrió hacia mí. En su frente se hallaba el mismo conjunto de números que vi en el juego de Jupiter. —Maddie —gritó Ma, y me di cuenta que tiraba de mi brazo—. ¿Qué pasa? Sacudí la cabeza para despejarme, e hice mi mejor esfuerzo para centrarme en Ma, pero me encontraba demasiado afectada para ocultarlo. —¿Conoces a esa chica? —preguntó Ma, apuntando a la TV. Y entonces ella se volvió hacia mí y sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Sabes lo que le pasó? —Sabía que ella quería decir, ¿Sabes si est á muert a? Sacudí la cabeza de nuevo. La advertencia de Donny volvió a mí, y me di cuenta de que con Stubby acabábamos de involucrarnos en lo que podría ser otro asesinato. Si el FBI descubría aquella tarjeta de cumpleaños con su mensaje críptico... —Maddie —dijo mamá de nuevo, ahuecando mi barbilla en su mano y mirándome a los ojos—. Dime. ¿Qué te altera tanto sobre esa chica? Tenía que quitar la atención de mamá de Payton hasta que pudiera hablar con Stubby y decidir qué hacer. —No es la chica —dije— . Es que… olvidé traer a casa mi libro de algebra y tengo una gran tarea de matemáticas para mañana. ¿Está bien si voy a lo de St ubby y pido el suyo prestado? Mamá pestañeó y dejó ir mi barbilla. No creí que me creyera, pero luego de una larga pausa, no presionó por una confesión. —Come un poco más primero —dijo, frunciendo el ceño—. Y recuerda que mañana es el día de la basura, así que sácala antes de ir a la casa de Stubby. Unos pocos minutos después me encontraba pedaleando rápidamente hacia la casa de Stubby, cuando di la vuelta a la esquina

de su calle y casi inmediatamente tuve que apretar los frenos. Había un familiar sedán negro estacionado enfrente de su casa. —¡Maldita sea! —susurré. ¿Wallace y Faraday encont raron nuestra carta en la casa de Payton? ¿Ya la habían rastreado hasta Stubby? Fuimos cuidadosos de tocar la carta y el sobre solo con nuestras mangas, pero ¿qué si St ubby la tocó sin querer y dejó su huella digital? Miré fijamente hacia la calle. Faraday y Wallace todavía se hallaban en el auto. Qué esperaban, no lo sabía, pero no quería que mirasen por el espejo retrovisor y me vieran, por lo que me apresuré a meterme en la entrada de coches a mi lado y esconderme entre las sombras. Tomando un gran riesgo, saqué mi celular y llamé a Stubby. —Hola —dijo, jovialmente—. Estaba a punto de mandarte un mensaje. Mi madre dijo que puedo tomar el auto para el juego mañana en la noche. Aspiré una bocanada de aire. Él no sabía. —Stubs… —dije, pero mi voz se quebró. —¿Mads? —dijo Stubby, alarmado— ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? Tragué fuerte. —Es Payton. Oí a Stubby tomar aire. —¿Estuvo… estuvo en un accidente? Cerré mis ojos. —No, amigo. Es mucho peor. Está desaparecida. Stubby tomó otra bocanada de aire. —¿Cómo sabes? —Estuvo en las noticias esta noche. Encontraron su auto tarde la noche pasada, pero no había signos de ella —dudé, insegura de cómo decirle, pero lo oiría pronto—. Mostraron una foto suya en los noticieros. Su fecha de muerte no ha cambiado, Stubs. Payton murió ayer. Mi mejor amigo se quedó callado por tanto tiempo que pensé que había cortado, pero entonces lo escuché sollozar. —Oh, cariño, lo lamento tanto, tanto —le dije. No quería hacer nada más que ir directo hacia su casa y darle un abrazo. Necesitaba uno casi tanto como sospechaba que él lo hacía. —¿Estás segura? —preguntó después de un momento, su voz llena de tristeza. —Sí. Estoy segura. —Mi mirada se desvió hacia donde el sedán se encontraba estacionado frente su casa—. Escucha —dije—, tengo algo más que decirte… —¿Dónde estás? —preguntó repentinamente. Debe haber escuchado el viento soplando a través del teléfono. —Estoy en tu calle. —¿Vas a venir?

No sabía qué decir. Los federales me verían, pero entonces me di cuenta de que eso no sería anormal. Ellos ya sabían que Stubby y yo éramos amigos. Me hallaba a punto de decirle que sí cuando las luces del sedán se apagaron y Faraday y Wallace empezaron a salir de él. —¡Stubby! —siseé. —¿Qué? ¿Qué? —¡Escúchame! ¡Los agentes están en frente de tu casa! ¡Caminando hacia tu puerta! —¡Oh, hombre! —Lloró Stubby, y pensé que podría estar al borde del pánico—. Maddie, ¿qué hacemos? —¡No lo sé! —susurré—. Escucha, probablemente encontraron la carta. Quizás… En ese momento escuché el timbre de la casa de Stubby a través del teléfono. Wallace y Faraday esperaban en la puerta. En el fondo escuché a la señora Schroder pedirle a Stubby que fuera a ver quién se encontraba en la puerta, y me encogí. —Me t engo que ir —dijo Stubby, dócilmente. —¡Llamaré a mi tío! —prometí—. ¡No les digas nada hasta que te digan por qué están allí! La línea se quedó en silencio mientras llamé a Stubs, pero entonces oí un bip y me di cuenta de que él ya había colgado. Inmediatamente le marqué a Donny, preparada para confesarle lo que habíamos hecho, pero me atendió su buzón de voz. —¿Por qué nunca atiendes mis llamadas? —espeté cuando el correo de voz se activó. Tomé un profundo respiro y le dejé un mensaje urgente para que me llamara. Entonces esperé en la oscuridad, observando la casa de Stubby por un largo tiempo. Al final, la puerta se abrió y los agentes salieron. Miré la pantalla de mi teléfono impacientemente hasta que, mientras su auto se alejaba, Stubby me llamó. —Creo que todo estará bien —dijo. —¿Qué pasó? —No preguntaron sobre Payton. Solo querían que repasara tu coartada del día en que Tevon desapareció. ¿Estoy seguro de que estábamos juntos? ¿A qué hora te fuiste de mi casa? ¿Qué saqué en la prueba de química? Ese tipo de cosas. Fruncí el ceño. ¿Por qué preguntarían todo eso de vuelta? Mientras estaba reflexionando sobre eso, Stubby añadió—: Oh, y querían saber por qué estábamos sentados en las gradas del equipo de Jupiter el viernes pasado, en lugar de en las de nuestra escuela. Eso era raro. —¿Qué les dijiste?

—Dije que había mucha gente en nuestras gradas y que teníamos una mejor vista del partido desde el lado visitante. Pero entonces preguntaron por qué nos fuimos temprano, y dije que fue porque tenías dolor de estómago. Suspiré de alivio. —Quizás estaremos bien. Stubby se quedó callado al otro lado de la línea, y tardíamente me di cuenta de que seguía triste por Payton. —¿Quieres que pase por tu casa? Stubby sollozó. —Si te parece bien, Mads, creo que quiero estar solo por un rato. Eso me tomó por sorpresa, y no pude dejar de sentirme herida. Me hallaba triste por lo de Payton, también. —Uh… seguro. Está bien, Stubs. Sin embargo, llámame luego si quieres hablar. —Está bien —dijo. Y entonces se había ido. Sintiéndome triste, sola y con frío, empecé a pedalear hacia casa. Mi teléfono sonó en el camino y respondí la llamada de mi tío. —¿Qué ha pasado? —preguntó bruscamente Donny, sin duda irritado conmigo por dejarle ese mensaje. Por un momento, no supe qué decirle. Si le decía la verdad sobre la tarjeta de cumpleaños de Payton, en la que le advertimos de su inminente muerte, él se pondría furioso conmigo y podría, incluso, insistir en que me mudase a Brooklyn con él, aunque fuera para mantenerme fuera de problemas. Entonces, de nuevo, si los federales nunca encontraban la carta, si Payton la tiró a la basura o si nosotros fuimos suficientemente cuidadosos como para que no pudieran rastrearnos, podríamos estar preocupándonos por nada. Decidí no arriesgarme a enojar a Donny innecesariamente, y afortunadamente, ahora tenía una buena excusa para llamarlo. —Los agentes estuvieron en casa de Stubby —dije. Entonces le expliqué lo que querían. Para cuando terminé, me encontraba en casa, llevando mi bicicleta por el camino de entrada. Al otro lado de la línea, Donny se quedó callado por un largo tiempo y eso me preocupó. —Está bien —dijo al final—. Mantenme informado si pasa cualquier cosa —y con eso él también se fue. Suspirando, entré al calor de mi casa e int enté no pensar demasiado en Payton Wyly. Sin embargo, Eso fue imposible, especialmente cuando Stubs no me escribió para el final de la noche. El viernes apestaba. No había otra manera de describirlo. Stubby me escribió esa mañana para decirme que su hermana pequeña se hallaba enferma y tenía que quedarse en casa con ella, porque su mamá tenía una reunión a la que no podía faltar. No tenerlo a mi lado en el pasillo me hizo sentir pequeña y vulnerable, y el almuerzo fue incluso peor. Me

senté sola en la mesa de la cafetería, comiendo apresuradamente. El único punto brillante fue el señor Pierce, que me detuvo de nuevo saliendo de clases. —¿Sigues aguantando, Maddie? —preguntó amablemente. No me sentía con ganas de hablar, así que apenas le di un asentimiento desganado. —Bien —dijo, con una sonrisa alentadora—. Y buen trabajo en el experimento del laboratorio hoy. Le agradecí y me apuré a mi próxima clase. A pesar de todo, era lindo saber que no todos mis profesores estaban en mi contra. Más tarde, cuando salí de la escuela y me dirigí hacia mi bicicleta, la encontré nuevamente cubierta de huevos y cáscaras, pero esta vez Stubs no se encontraba con el rollo de papel higiénico y su usual disposición a ayudarme. Me golpeó darme cuenta de cuánto se las arreglaba para quitar lo malo de todas esas veces que me intimidaron o hicieron burla. Después de limpiar mi bicicleta, pedaleé a casa. Busqué en internet durante el almuerzo para ver si encontraron a Payton, o si había avances en la invest igación, pero no publicaron nada nuevo. Me hallaba ansiosa por seguir la historia, y para ese momento albergaba la terrible sospecha de que su desaparición y su muerte podrían estar de alguna manera vinculadas con las de Tevon, lo que significaría que podrían involucrarme en esa investigación también. También indicaría que había un asesino en serie suelto. Payton era una chica de dieciséis años, y Tevon un chico de trece años. No tenían nada en común como víctimas a parte del hecho de que eran jóvenes. Sin embargo, algo me fastidiaba, algo oscuro y tenebroso que hacía que todos los pelos de mi nuca se pusieran de punta. Cuando di la vuelta en mi manzana, vi el auto de Donny estacionado en la vereda. —Hola, Maddie —dijo Donny desde adentro cuando frené del lado del conductor—. Tu madre está en el trabajo. ¿Quieres ir a comer algo? Miré la pantalla de mi celular. —Solo son las tres —dije. Donny sonrió. —¿Quieres ir a picar algo, entonces? —¿Qué más da? —Deberíamos hablar —dijo, crípticamente. Esperé a que dijera algo más, pero simplemente se sentó allí observándome hasta que me rendí. Donny nos condujo fuera de Poplar Hollow hacia Parkwick. Entramos en un restaurante italiano, el cual apenas tenía unos pocos clientes, ya que todavía era muy temprano. Nos deslizamos en una

cabina y Donny me tendió uno de los menús que la anfitriona nos dio. — Escúpelo. Al principio no tenía idea de a qué se refería. —¿Escupir qué? —Tu mamá me llamó hoy y dijo que otra chica del área ha desaparecido. Dijo que cuando la foto de la chica salió en las noticias la noche pasada, parecía como si fueras a desmayarte. También dijo que te rehusaste a hablar sobre ello, pero entonces saliste corriendo para lo de Stubby a la primera oportunidad que conseguiste, así que se pregunta si quizás leíste para uno de los padres de la chica y si podríamos tener otro problema con el FBI en nuestras manos. Así que desembucha, niña. ¿Qué escondes? Dejé el menú en la mesa. Donny me tenía y lo sabía. —Stubby y yo fuimos al juego de Poplar contra Jupiter el viernes pasado. Nos sentamos en el lado de Jupiter y Stubby señaló a esta nueva animadora del equipo, Payton Wyly, de la que se había enamorado. Nos encontrábamos lo suficientemente cerca de ella como para que yo pudiera ver la fecha de su muerte. Él se puso pálido. —¿Está muerta? Asent í. —Miércoles. —Hijo de puta —siseó, cerrando su menú y sacudiendo su cabeza—. Por favor dime que te guardaste esa información. Tomé un sorbo de agua, pero pasé un mal momento intentando tragar. —¿Madelyn? —dijo Donny severamente—. Por favor dime que no compartiste esa información con nadie. Tomé una profunda respiración y lo miré a los ojos. —Le dije a Stubby. Donny parpadeó. —¿Y? —Verás, Stubs de verdad se hallaba enamorado de esta chica, así que se puso muy triste… Donny enterró su rostro en sus manos. —Jesús —masculló—. ¿Qué hizo? Tomé otro sorbo de agua. Mis manos temblaban como las de mamá. —Es lo que nosot ros hicimos, Donny. Donny separó sus dedos y me miró con un ojo. —¿Qué hicieron, Maddie? —Le enviamos una tarjeta de cumpleaños. Dejó caer sus manos y pude ver su boca abierta. —¿Le enviaron una t arjet a de cumpleaños? ¿Por qué diablos harían eso?

—El cumpleaños de Payton era el miércoles, el mismo día que la fecha de su muerte. ¡Queríamos advertirla, pero no sabíamos cómo y te prometí que no iba a decirle a nadie su fecha, pero no podíamos solo dejarla morir sin advertirle, Donny! —Alcé la voz y mis ojos se habían empañado. Me empezaba a agobiar lo que pasó. Donny posó su mano en mi brazo y dijo—: Oye, dulce chica, respira. Dime qué pasó y ya veremos qué hacer, ¿de acuerdo? Enjugué mis lágrimas y traté de calmarme, sintiéndome avergonzada porque nos encontrábamos en un lugar público y había llamado la atención. Cuando estuve más tranquila, le dije lo que hicimos. —Llevamos la carta a Starbucks y Stubby escribió un mensaje. Se rompió el brazo el domingo pasado, así que su letra se disimulaba bastante bien. De cualquier manera, pretendimos ser un admirador secreto de Payton y le dijimos que éramos alguien que a veces tenía visiones de cosas antes de que sucedieran. Dijimos que habíamos tenido una visión de ella saliendo herida en un accidente, y queríamos que fuera extremadamente cuidadosa cuando condujera su nuevo auto, la escuchamos decir a las otras animadoras que le iban a regalar uno por su cumpleaños. Donny asintió, pero su expresión era grave. —Está bien, ¿eso es todo lo que decía en la carta? —No. También dijimos que necesitaba ser cuidadosa en su cumpleaños porque las estrellas sugerían que no sería un día seguro para ella. Donny cerró sus ojos como si esa hubiera sido la peor cosa que podríamos haber escrito. Finalmente, dijo—: Está bien… ¿eso es todo? —Sí, mayormente. Stubby mandó la carta, pero ambos fuimos cuidadosos de tocarla solo usando las mangas de nuestras camperas. No creo que ninguno de nosotros la haya tocado con nuestros dedos. —¿En qué día enviaron la carta? —Lunes. La mandamos desde la oficina de Jupiter, así ella la recibiría el martes. —¿Qué dirección de remitente usaron? —No pusimos ninguna. La dejamos en blanco. Donny suspiró y sacudió su cabeza. —Niña… —dijo, y sabía que él pensaba que era malo. —¡Lo lamento, Donny! —dije—. Solo queríamos intentar salvarla. No pensamos que terminaría igual que Tevon. Donny se estiró de nuevo y le dio un apretón a mi mano. —Bueno, niña —dijo—, los federales no han pasado por tu casa sosteniendo la tarjeta en una bolsa a modo de evidencia, lo que supongo que es una buena cosa. Ya deben haber revisado toda la habitación de Payton a

esta altura, así que si hubiera estado ahí y hubiera sido posible rastrearla hasta ti, ya lo habrían hecho. Quizás la recibió el martes, pensó que era una broma y la tiró. Asentí. Sinceramente, esperaba que eso fuera lo que sucedió. —Así que antes de que esto se vuelva un problema, no le digas a nadie sobre esta carta, ¿capisce? —Está bien. —Sin embargo, si los agentes nos visitan y preguntan sobre eso, tendrás que decirles la verdad. Bajé la vista hacia la mesa, temiendo que eso pasara. —Lo sé. —Con un poco de suerte, no llegaremos a eso. Mientras tanto, hazme otro favor —dijo. —¿Cuál? —La próxima vez que veas la fecha de muerte de quien sea que esté a punto de morir, llámame primero antes de mandarle una carta o una canasta de regalo o cualquier cosa que se te pueda ocurrir que escape a mis órdenes directas. Estaba claro que Donny intentaba alegrarme, así que forcé una sonrisa y le mostré tres dedos. —Sí, señor. Honor de scout. Pero Donny pareció entristecerse. —¿Qué? —pregunté. Fue su turno de sonreír tristemente. —Nada —dijo—. Es solo que eso es algo que tu padre solía hacer. Los tres dedos y el honor de scout. Era gracioso porque lo echaron de los scouts cuando tenía doce años por ser deshonesto. Me reí, sorprendida por la ligereza entre nosotros a la mención de mi padre. —Nunca supe eso. Donny suspiró y su mirada volvió a la mesa. —Lo extraño, Maddie. Y justo así, todo el humor salió de mí. Eso pasaba un montón con los recuerdos de mi padre. Podían hacerme reír y llorar al mismo tiempo. —¿Donny? —pregunté después de un rato, todavía preocupándome por la posibilidad de ser acusada de la muerte de Payton. —¿Sí? —¿Crees que estaré bien? Fue el turno de Donny de poner una sonrisa en su cara mientras levantaba tres dedos. —Seguro, niña —dijo—. Honor de scouts. No se me hubiera ocurrido preguntar si Donny también había sido echado de los scouts.

Traducido por Nickie & Liillyana Corregido por Clara Markov

El cuerpo de Payton Wyly fue hallado a la mañana siguiente. Lo supe cuando Donny me llamó después del desayuno y me dijo que venía hacia aquí otra vez. Los agentes federales nos pidieron que volviéramos para otra cita, y tuve un terrible presentimiento. Ma trabajó hasta tarde en el Drug Mart la noche anterior, y todavía estaba en la cama cuando llegó Donny, así que la dejamos dormir y nos dirigimos al centro de Grand Haven. Las oficinas de la agencia volvían a zumbar en actividad, y en esta ocasión cuando pasamos por la puerta descubrimos a Faraday esperándonos. Nos condujo a una habitación con un espejo polarizado en la pared, y una bombilla de techo fluorescente que le daba a la piel un tono enfermizo. Nos sentamos y Faraday nos preguntó si queríamos algo de beber. Esta vez traía mi propia botella de agua, y Donny lo rechazó, pero Faraday nos dejó de todas maneras, diciendo que iba por un poco de café. Lo esperamos pacientemente, pero después de veinte minutos era claro que nos dejó para que sudáramos. Donny se levantó para caminar e incluso fue hacia la puerta, pero la cerraron, y eso pareció enfurecerlo. Luego de dos horas se abrió y Faraday entró. Trajo una caja de madera para embalaje y la puso en la mesa frente a nosotros. Mi corazón latía con fuerza. Sabía que lo que fuera que hubiera en esa caja era malo. —Siéntense —nos dijo. Donny se quejó de inmediato. —¿Mi sobrina está arrestada? — gritó, señalando la puerta—. Porque nosotros venimos aquí, Faraday, de buena voluntad, y nos encierras sin acusarla, lo que es ilegal. Faraday ladeó la cabeza, y medio sonrió burlonamente lo cual sabía lo enojaría más. —¿La puerta se cerró? Uh. Lo siento por eso. A

veces se atora, como en la casa de tu cuñada, y puede ser realmente difícil abrirla. Sus puños se apretaron, y podía decir que quería golpearlo, pero Faraday levantó con calma la tapa de la caja y miró el interior como si tuviera un tesoro secreto que no pudiera esperar para mostrarnos. Donny me vio, alzando una ceja. Negué con la cabeza ligeramente. No tenía idea de lo que se encontraba en la caja. Con un suspiro, mi tío se sentó y cruzó de brazos. Aguantaría esta pequeña farsa sólo hasta que el agente le jugara una mala pasada, luego sabía que exigiría marcharse. Faraday se sentó, pero mantuvo el contenido de la caja oculto. — Como seguramente escucharon —comenzó—, esta mañana encontramos el cuerpo de Payton Wyly junto al río Waliki cerca de ochocientos metros de donde fueron hallados los restos de Tevon Tibbolt. Mi boca se secó. Ya lo sabía, pero aún era difícil de oír. Entonces buscó dentro de la caja y sacó una bolsa de evidencia. En su interior había lo que parecía ser una imagen rota de un gatito con la pata levantada. Los pedazos fueron pegados con cinta adhesiva un poco al azar, pero la reconocí de inmediato como la tarjeta que le enviamos a Payton. Donny frunció el ceño. Mis esfuerzos por salvar a Payton regresaron para perseguirme. —¿Sabes lo que es esto? —preguntó Faraday. Ni siquiera tuve que mirar a Donny para saber si debía responder. Me lo dijo en el restaurante el día anterior. —Sí —comenté—. Es una tarjeta que Stubs y yo le mandamos a Payton Wyly. Las cejas de Faraday se alzaron. Lucía sorprendido por mi respuesta. Sabía que debía decirle por qué la enviamos, así que comencé con el partido de fútbol, señalando que lo vi a él y Wallace allí, y cuando nos hallábamos en las tribunas percibí la fecha de muerte de Payton. —Era tan pronto que me asusté cuando lo hice —expliqué—. Me fui de las tribunas, y Stubs me siguió, así que le conté lo que vi. Él quería regresar y advertirle, pero con ustedes en las gradas y todo lo que pasó después de que leí para la señora Tibbolt, no pensé que fuera tan buena idea. Donny se inclinó. —Además le dije a mi sobrina que no verbalizara ante nadie ninguna fecha de muerte que viera. Asentí. —Cierto. Pero Stubs y yo nos sentimos muy mal por Payton, y decidimos que teníamos que hacer algo para advertirle, por lo que compramos esa tarjeta y escribimos un mensaje para enviárselo. Sé que suena raro, pero no sabíamos qué decirle para que nos escuchara. La oímos decir que tendría un auto nuevo para su cumpleaños, así que

medio asumimos que se accidentaría. Ninguno pensó que terminaría como… Mi voz se apagó. Todavía me era difícil entender que asesinaron a Payton. Faraday me miraba con intenso escrutinio. No podía decir si me creía o no. —¿No sabías que terminaría como qué, Maddie? ¿Así? — Buscó dentro de la caja y sacó una fotografía, estampándola contra la mesa frente a nosotros. Aparté la mirada. Usó esta táctica antes, y no quería vivirla otra vez. —¡Jesús! —le siseó Donny. De reojo pude verlo alejar la foto—. ¿En serio, Faraday? ¡Mi sobrina tiene dieciséis! ¡Deja de tratar de provocarle una reacción mostrándole fotos de la escena del crimen! Faraday se acercó y la volteó nuevamente. No aparté la mirada lo suficientemente rápido, y capté un vistazo del rostro de Payton, con los ojos abiertos, las mejillas hinchadas y magulladas, una cuchillada en la frente, y una larga herida abierta en el cuello. Se me humedecieron los ojos y los cerré para apretarlos. Oí la silla de Donny raspar el suelo. — Maddie —dijo—. Nos vamos. —Oh, no se los recomiendo —dijo Faraday. Le eché un vistazo, se recostaba en su silla como si retara a Donny a marcharse—. Al menos no antes de que me escuches, Fynn. Donny recogió la fotografía y se la lanzó al agente. —Tienes treinta segundos para decirnos qué es lo que quieres, Faraday, y luego me llevaré a Maddie de aquí, y ni siquiera pienses en mostrarle otra foto espantosa, o llamaré al Departamento de Justicia exigiendo que investiguen tus tácticas incluso antes de que me vaya de este edificio. Faraday recogió la foto de donde cayó en el suelo y la colocó en la caja de nuevo, aunque todavía lucía realmente furioso, y lo entendía, porque lo que le pasó a Payton parecía peor que cualquier pesadilla que pudiera imaginar. Pero yo no era responsable. Tenía que saberlo. Faraday respiró profundamente, parecía como si tratara de frenar su ira. Luego me miró a los ojos y golpeó la bolsa de evidencia con la tarjeta y dijo—: Este es el asunto, Madelyn. No encontramos esto en la basura de Payton Wyly. —Fruncí el ceño—. Lo encontramos en el cesto de basura de Arnold Schroder. Mi mandíbula cayó. ¡No tenía sentido! —Verás —continuó Faraday—, el agente Wallace y yo nos acercamos para reconfirmar tu coartada con Schroder, para checar si tal vez quería cambiar su historia. Tu amiguito se apegó a los hechos, pero se encontraba tan nervioso y asustadizo que sentimos que escondía algo. Por lo que, más tarde esa noche volvimos a dar una vuelta y notamos que había sacado la basura. No necesitas una orden para buscar en la basura de

alguien, ¿lo sabías? También recogimos la tuya, por cierto. T ienen que reciclar más. Sentí que la sangre se me iba del rostro. Ma escondía sus botellas vacías en la basura porque no quería que nuestros vecinos vieran cuántas de licor iban al tacho de reciclaje. —Entonces Schroder nunca envió la carta —dijo Donny, la vena en su sien palpitaba notablemente. Sabía que se sentía furioso con el agente por ese último comentario—. ¿Es ese un crimen ahora, agente Faraday? Él lo ignoró y rebuscó otra vez en la caja. Me preparé para lo que podría venir después. Sacó una hoja de papel y la puso en la mesa. Me hallaba tan tensa y nerviosa que me giré de inmediato. —¿Lo reconoces? —preguntó. No miré hasta que sentí la mano de mi tío en el brazo, y entonces me concentré en el pedazo de papel ahora en la mesa. Era el bosquejo de un artista con el rostro de un hombre, e incluso aunque era bastante irregular, la primera persona en la que pensé cuando lo vi fue en Stubby. El latido de mi corazón era como una bola de demolición. Sabía que Faraday podía decir que vi las similitudes, pero olí la trampa, así que negué con la cabeza. —No —dije, pero salió como un susurro. —¿De verdad? —dijo Faraday, en conmoción y asombro. —¿No reconoces a tu propio mejor amigo, Maddie? Donny miraba entre Faraday yo. También olía la trampa. —Tienes su respuesta. ¿Cuál es tu punto? Sacó otro documento. Lucía como una carta escrita a mano. Luego sacó varios más. Donny levantó los papeles y comenzó a leer, pero yo me concentraba en Faraday, que a su vez no me quitaba los ojos de encima. —Esas son declaraciones de testigos —dijo—. De las compañeras porristas de Payton. Todas cuentan más o menos lo mismo. Dicen que la tarde del lunes pasado después de la práctica, Payton fue abordada por el chico del boceto y le contó una historia asombrosa. Afirmó que era psíquico, que tenía v isiones que casi siempre se volvían realidad, y que al ver a Payton en el partido de fútbol fue acometido con una visión de ella muriendo en su cumpleaños. No le dio su nombre, pero le advirtió que no condujera su auto nuevo el cual también la vio recibir por su cumpleaños. Sentí mi sangre congelarse. Supe al instante lo que Stubby hizo. Tomó la tarjeta luego de dejarme en la cafetería, dudaba acerca de mandarla, sabiendo que probablemente Payton pensaría que bromeaban. Lo más seguro es que decidió ahí mismo ignorar todas mis advertencias y dirigirse directamente a Jupit er High a sólo unas cuadras de allí.

Y luego de que le comenté que Payton fue asesinada y los federales podrían volver a preguntarle sobre mi coartada, entró en pánico, rompió la tarjeta y la tiró a la basura para deshacerse de la evidencia. Con repent ino horror supe exactamente a dónde iban los federales con esto. Pensaban que Stubs había matado a Payton. Y ya que su foto de la escena del crimen se parecía a la de Tevon, no era extraño pensar que también tratarían de relacionar su muerte con él. Mientras juntaba las piezas, Faraday buscó dentro de la caja otra vez y sacó otra declaración. —Aquí hay un testimonio de la entrenadora de Payton, que nos contó de un chico parecido al del bosquejo se le acercó y dijo ser del periódico Poplar High. Le interesaba mucho la nueva estrella del equipo, Payton Wyly. Esto fue antes del partido de fútbol, Maddie, cuando supuestamente viste su fecha de muerte. Y lo comprobamos con el periódico de tu escuela; Arnold no trabaja allí, y nunca lo ha hecho. —¡Él no lo hizo! —solté, asustada de a dónde se dirigía con esto. La mano de Donny se cerró sobre mi brazo, pero era demasiado tarde. —¿No hizo qué? —pregunt ó, inclinándose hacia adelante—. O tal vez debería preguntar, ¿quién no hizo qué? Miré a Donny, prácticamente suplicándole que me dejara hablar, para explicarle a Faraday, pero la advertencia en los ojos de mi tío era clara. No diría una sola palabra hasta que lo permitiera. —¿Qué tiene que ver esto con mi sobrina? —exigió. Faraday extrajo una foto de Stubby. Era del anuario de segundo año. El agente lo sostuvo al lado del bosquejo del artista. —¿Ves un parecido? —preguntó. Donny mantuvo sus ojos en Faraday. —De nuevo, ¿qué tiene que ver esto con mi sobrina? Faraday bajó los artículos. —Tiene todo que ver, abogado. El chico en el bosquejo es su mejor amigo, este personaje Stubby. Lo tenemos aquí ahora, y dice que todo fue idea de Madelyn. Que elaboró un plan para secuestrar y matar a Tevon Tibbolt, lo convenció de hacer el trabajo sucio, y ambos lo disfrutaron tanto que fueron en busca de otra víctima: Payton Wyly. Mi boca se abrió y un ruido salió de lo más profundo de mí, uno que era espontáneo y primordial. La mano de Donny me volvió a apretar el brazo, apenas logré contenerme. —Corta la mierda, Faraday —espet ó—. ¡Schroder no dijo tal cosa! Si lo hubiera hecho, arrestarías a Maddie ahora, pero no tienes nada más que una tarjeta de cumpleaños rota, un bosquejo vulgar y algunas declaraciones de testigos que destrozaré en la corte. ¡No tienes ninguna

prueba de que el chico en el boceto es Schroder, y de que en realidad le hizo daño a Payton Wyly! Faraday ni se inmutó por su estallido. Se frotó la barbilla antes de inclinarse aún más, su gran cuerpo cada vez más cerca de la mesa. — ¿Sabes qué otra cosa encuentro interesante? —Su pregunta fue dirigida a mí directamente. Sacudí la cabeza, y parecía no poder parar. No quería oírlo, lo que sea que fuera, porque todo era mentira—. La declaración de tu mejor amigo es tu única coartada para el día en que Tevon Tibbolt fue secuestrado y asesinado. Buscamos en los horarios, Madelyn. Al parecer Tevon fue secuestrado más tarde de lo que pensamos ese día veintinueve. Creemos que fue en algún lado entre las tres y las nueve de la tarde. Por lo que, tengo que preguntarte: ¿quién está cubriendo a quién? Un chillido involuntario me brotó de la garganta, y la mano de Donny me sujetó la muñeca de nuevo. —Nos vamos —dijo, medio levantándome de la silla. Pero Faraday aún no terminaba con nosotros. Rápido como un rayo, sacó un pedazo de papel doblado del interior de su bolsillo y lo abrió justo frente a él. Se detuvo cuando vio el papel, parecía oficial. Quitándoselo de las manos, comenzó a leer. —Conseguimos una orden de registro —dijo Faraday casualmente, y de la caja sacó algo me que congeló en mi lugar y convirtió mi sangre helada en hielo—. Encontramos esto escondido en la mesa de noche de Maddie —dijo, sosteniendo mi cuaderno con las fechas de muerte y sacudiéndolo hacia atrás y adelante—. Es una lectura muy interesante, si te gustan los nombres y fechas. Hay tantas, Madelyn. Empecé a respirar entrecortadamente, y el mundo comenzó a girar. —Aquí hay un nombre y fecha que es demasiado encantador — dijo, hojeando una de las últimas páginas—. Tevon Tibbolt, 29-10-2014. El rostro de Donny perdió color, y me volteó a ver con una mezcla de conmoción y horror. Nunca le dije que me quedé con el cuaderno. No se lo dije a nadie. Bueno, más que a Stubby. Faraday giró la página. —Y aquí, en una de las últimas anotaciones, tenemos el nombre Payton Wyly. Al lado se ubica la fecha 12-11-2014. Por un largo momento nadie habló. Faraday continuó hojeando mi cuaderno a medida que Donny apretaba y relajaba la mandíbula. Finalmente, dijo—: ¿Mi sobrina está bajo arresto? Mis rodillas amenazaron con ceder, pero Donny sostenía mi brazo firmemente, ayudándome. Faraday se tomó su tiempo para responder,

pero finalmente dijo—: Aún no, Fynn. Pero pronto. —Concentrándose en mí añadió—: No salgas del pueblo, Madelyn. Donny me condujo en dirección de la puerta, pero Faraday metió su pierna, bloqueándonos. —La orden se extiende hasta su teléfono — dijo, su voz dura como el acero. Observé a Donny, que miró la orden de registro en su mano y me asintió para que cumpliera. Con dedos temblorosos, saqué el teléfono del bolsillo y lo dejé suavemente sobre la mesa. Intenté pensar qué mensajes tenía en él que podrían incriminarme, pero mi mente era un revoltijo de pensamientos de pánico, y no podía recordar. Salimos de la habitación y me sostuvo todo el camino. —Mira al frente —susurró al tiempo que nos conducía incesantemente por el pasillo. Cuando nos acercábamos a la salida, por la esquina venía el agente Wallace y otro, y entre ellos se ubicaba Stubby, sus brazos atados detrás de él. —¡No digas nada! —susurró Donny en mi oído. Me sorprendió tanto ver a Stubs esposado y siendo escoltado por dos agentes que no tenía palabras de todos modos. Pero levantó la barbilla cuando me vio. Parecía aterrorizado. —¡Maddie! —gritó—. ¡Diles! ¡Diles que no fui yo! Un sollozo se me formó en la garganta, y al cruzarnos intenté llegar a él, pero Wallace lo vio y me bloqueó con su cuerpo en tanto Donny me jalaba del brazo para mantenerme alejada, pero luego se inclinó hacia Stubby y le comentó—: ¿Quieres mi ayuda? —Él asintió desesperadamente y Donny dijo—: No digas ni una palabra hasta que regrese, Arnold, ¿lo entiendes? —Y enseguida le dijo a Wallace—: Al señor Schroder ahora lo representa un abogado. No lo pueden interrogar hasta que yo vuelva, ¿comprendes, Wallace? Wallace le hizo un gesto como para mandarlo al demonio, lo que lo llevó a gritarle a Stubby cuando los tres nos pasaron—: ¡No digas ni una palabra, Arnold! Nada, ¿me oyes? Estiré el cuello para mirarlo. Lloraba abiertamente y ahora se hallaba desplomado entre los dos agentes, quienes lo sujetaban y movían hacia adelante cuando sus pies prácticamente se levantaron del suelo. —¡Stubby! —le grité, y el agarre de mi tío en mi brazo se hizo aún más duro, pero no me importó. Quería que supiera que no estaba solo. Haría lo que fuera para ayudarlo. Cuando llegamos al auto de Donny, lloraba tan fuerte que no podía respirar. Fue después de un rato que me di cuenta que mi tío condujo unas pocas cuadras y se estacionó a un lado del camino. Me frotaba la espalda y esperaba a que me calmara.

Por fin, levanté la barbilla y le supliqué. —¡Tenemos que ayudarlo, Donny! ¡No hizo nada! ¡Solamente quería advertirle! ¡Nada más! Todo fue por mi culpa. Yo le conté acerca de los números. ¡Es mi culpa, no de él! Volvió a frotarme la espalda y me apretó las manos. Cuando pude mirarlo sin sollozar, dijo—: Chica, nada de esto es tu culpa. Te prometo que ayudaré a Stubs, pero primero tienes que ser sincera conmigo. Sorbí por la nariz y me limpié las mejillas. —Fui sincera contigo. Te dije todo sobre la tarjeta. Me miró críticamente. —¿Sabías que fue a la escuela para advertirle a Payton? Negué con la cabeza vigorosamente. —¡No! ¡Lo juro! Nunca me lo dijo. Pensé que sólo le había enviado la tarjeta. No tenía idea de eso. —¿Qué ocurre con lo que su entrenadora dijo? Que a Stubby le interesaba antes de que tú la vieras en el juego. Cerré los ojos y me puse una mano en la frente, tan cansada y angustiada que me sentían caliente y febril. —Sabes lo mucho que le gusta mirar a las porristas a Stubs, ¿cierto? —Asintió—. Escuchó que el equipo de Jupiter retó al nuestro en una competencia antes del partido de fútbol, así que fue a checarlas. Ahí fue cuando vio a Payton por primera vez, y no lo sé… Era una chica tan linda y supongo que le atrajo de inmediato. Tenía curiosidad, así que le preguntó a la entrenadora un poco más acerca de ella. Fue inofensivo, Donny, ¡lo juro! —Te creo —dijo—. Pero no nos ayuda que la investigara antes de que vieras su fecha de muerte, Maddie. Se me volvieron a llenar los ojos, quería hacerme bolita. Fue mi culpa. Si no le hubiera dicho nada a Stubby sobre la fecha de muerte de Payton, entonces nadie habría escuchado alguna vez acerca de su conversación casual con la entrenadora. Entonces Donny dijo—: ¿Qué ocurre con el cuaderno? Sacudí la cabeza y bajé la vista a mi regazo, demasiado apenada por contarle que guardé algo así. Sabía cuán morbosa me hacía ver. —Me ayuda a adaptarme —susurré—. Tengo que hacer algo con esos números, Donny. Los veo en todos lados, y escribirlos ayuda. Observo a tanta gente que piensa que tiene otros cincuenta o sesenta años más para vivir; no saben que la muerte se les acerca. Siempre me rompe el corazón pensar en el momento que se enterarán que tienen menos tiempo que el que pensaban, el cuán difícil les debe ser darse cuenta que se encuentran a nada de perder todo y dejar a sus seres queridos atrás. —Lo que no le dije fue que pensaba que fue así para papá, pero tenía la sensación de que Donny sabía exactamente lo que quería decir.

Cuando no dijo nada alcé la vista y vi que sus ojos se humedecieron. Levantó la mano y me ahuecó la mejilla. —Ni siquiera puedo imaginar lo difícil que debe ser para ti, chica —dijo—. Siento que tengas que tratar con eso. Al igual que con todo esto. Sin embargo, haré todo lo posible para ayudarte, ¿de acuerdo? Asentí, y sin decir otra palabra nos llevó a casa. Al detenernos en mi calle notamos que se hallaba llena de vehículos y furgonetas. Entonces vi a unos hombres y mujeres usando overoles color azul oscuro con FBI escrito en color amarillo en la espalda. Nuestra puerta de entrada estaba abierta y los federales entraban y salían, cargando bolsas de papel y la portátil que me regaló Donny para Navidad el año pasado. Grité, y mi tío se estacionó frente a la casa de la señora Duncan. En tanto salía para ir a confrontar a los agentes invadiendo nuestra casa, vi a Ma vestida con su bata de Drug Mart parada al lado de la señora. Todo su cuerpo temblaba; también estuvo llorando. Cuando miró a Donny dejó escapar un sollozo y corrió para ponerse al corriente con él. Una parte de mí quería ir a consolarla, pero descubrí que no era capaz de moverme. Quería culpar a Ma con todas mis fuerzas. Si prácticamente no me hubiera forzado a hacer esas lecturas a extraños, no tendríamos este problema. Si no bebiera nuestro dinero cada mes, no necesitaríamos dinero extra. Si en primer lugar no nos hubiéramos mudado aquí. Si no hubiera descubierto lo que los números significaban cuando era tan pequeña. Si lo hubiera averiguado antes para prevenir a papá... Si. Si. Si. Si nunca hubiera nacido... Excepto... Excepto que Tevon seguiría muerto. Al igual que Payton. Y mi papá… Ma finalmente alcanzó a Donny, pero su histeria lo obligó a alejarla del grupo de agentes, de espalda a la señora Duncan. Cruzando la calle vi a Cathy y el resto de la familia Hutchinson en su pórtico, abiertamente chismeando la escena desarrollándose en nuestro césped. Ignorándolos, me bajé del auto y me dirigí al camino de entrada de nuestra amable y anciana vecina. —¡Dios mío! —comentó cuando

me vio—. Luces asustada, Maddie. ¿Por qué no entras para que te prepare un poco té? Suspiré y miré a Donny. Tenía a Ma envuelta en un abrazo mientras ella lloraba en su hombro, pero me asintió y dijo—: No me tardo. Ve con la señora Duncan en lo que me ocupo de tu mamá. Agaché la cabeza, tratando de ocultar las lágrimas. La bondad de la señora Duncan me conmovió profundamente. Una vez dentro, me acomodó en su acogedora cocina, que era de un amarillo brillante con luminosos adornos blancos. Olía a canela. —¿Tienes hambre, Maddie?— preguntó. Negué con la cabeza. La señora Duncan llenó un hervidor de agua y lo colocó en la estufa para calentar antes de colocar un plato de galletas frente a mí y alisarme el cabello. Fue un gesto tan tierno que casi me deshizo. Se movió hacia un gabinete y sacó una caja de pañuelos. La dejó al lado del plato, sacó una silla junto a mí y me sostuvo de la mano, repitiendo una y otra vez que las cosas irían bien. Aprecié su calma, su conducta de abuela era más de lo que podía pedir. Para el momento que me dio la humeante taza de té, me había secado los ojos y compuesto. Ma y Donny aún no volvían, pero era capaz de ver a través de la ventana frontal de la señora Duncan que la calle seguía llena de espectadores y autos. Para distraerme, envolví las manos en la taza y me dejé sentir la calidez. La señora Duncan también se preparó una taza antes de ubicarse frente a mí. —¿Cómo te va en la escuela? —preguntó. El hecho de que se esforzara en no preguntar por lo que ocurría al lado no se me pasaba. Le observé la frente, y sentí una oleada de tristeza. Se iría para finales de febrero. —Supongo que lo hago bien —le dije, mi voz ronca. Me aclaré la garganta y agregué—: Volveré a aparecer en cuadro de honor este semestre. La señora me sonrió con orgullo. —Siempre supe que eras una niña muy brillante, Maddie, pero ¿cuadro de honor? ¡Eso es maravilloso! Trabajé duro en la escuela. En verdad deseaba asistir a Cornell, pero Donny me dijo que no tenía dinero suficiente en el fideicomiso para apoyar cuatro años en una escuela de Ivy League. Si entrara, tendría que hacerlo con lo que pudiera darme, las becas, préstamos estudiantiles y quizá hasta un trabajo de medio tiempo. —Intento entrar a Cornell —le dije. Parpadeó sorprendida. —¿En serio? ¡Oh, Dios mío, Maddie! ¡Esa fue mi alma mater!

Aspiré una bocanada de aire. Nunca imaginé a la señora Duncan como alguien de Ivy League. De hecho, nunca la imaginé como algo más que no fuera una dulce anciana. —¿Usted fue a Cornell? —Por supuesto que sí. En la generación del cincuenta y cuatro. Ahí es donde conocí al señor Duncan. Era profesor asistente y no se suponía que saliéramos, pero lo hicimos. Nos casamos una semana después de que me gradué. —Sus ojos tenían un brillo lejano, y podía ver lo mucho que extrañaba a su marido. Luego se volvieron a enfocar en mí—. Te agradaría el señor Duncan —dijo—. Era un hombre encantador. ¡Y tan inteligente! Siempre andaba en el sótano, jugando con algún nuevo invento. —Suena genial —dije, tomando una de las galletas. —Era maravilloso —me comentó—. Lo echo mucho de menos. En ese momento se oyó un golpe en la puert a principal, y Donny entró. —Hola —dijo al vernos en la mesa de la cocina—. Los federales se fueron. Puedes volver a casa, Maddie. —¿Dónde está mamá? —le pregunté. —Dentro. También tuvo un mal día. Los federales fueron a su trabajo para llevar a cabo la orden de allanamiento, luego su jefe fue con las cosas de su casillero. La despidió. —¿Por qué? —exigí—. ¡No puede hacer eso, Donny! ¡No es su culpa que los federales vinieran a buscar en nuestra casa! Donny se movió incómodo y miró a la señora Duncan. —Esa no fue la razón por la que su jefe la despidió, Maddie. Tu mamá tenía algo que no debía en su casillero. Era legal, pero iba en contra de la política de la empresa. Y entonces supe lo que pasó. El gerente de Ma encontró licor abierto en su casillero. —Oh —dije, y me levanté rápidamente. La señora Duncan también se puso de pie. Extendió la mano, me agarró de la muñeca y dijo—: Espera un moment o, Maddie. —Después se trasladó al refrigerador y sacó una cazuela—. Hice esta lasaña anoche, y obviamente preparé demasiada. ¿Por qué no tomas para ti y tu madre y la calientas esta noche? Empecé a sacudir la cabeza, sintiéndome incómoda con la idea de aceptar tanta bondad, pero no quiso aceptar un no por respuesta. —Sí, sí —insistió, colocando el plato pesado en mis manos—. ¡Tienes que comerte todo ahora, Maddie. ¡Estás demasiado flaca para t u propio bien! Donny me pasó un brazo por los hombros. —Gracias, señora Duncan —dijo—. Realmente lo apreciamos, y Maddie le devolverá el traste en los próximos días.

Asentí, y la señora Duncan sonrió acompañándonos hasta la puerta. Una vez fuera nos dirigimos a mi casa y me dijo—: Asegúrate de limpiarlo muy bien antes de devolvérselo, ¿de acuerdo? Asentí débilmente; mi atención se centró en la basura dejada por los agentes del FBI. Había bolsitas de plástico para la evidencia volando por nuestro jardín, y un par de guantes de goma negros tirados en el camino de entrada. Miré a las otras cosas y encontré los jardines sin gente. Las cortinas de la casa de los Hutchinson me llamaron la atención, estaban cerradas, y podía ver los ojos de la mamá de Cathy observándonos. El veneno en su mirada me dio escalofríos. Encogiéndome más profundo en mi abrigo, aumenté el paso, hasta que giramos la esquina hacia la puerta trasera. —¿Ma? —llamé. —Está arriba —me dijo Donny, tomando la cazuela de mis manos y llevándola al refrigerador. Al abrir la puerta, miró el interior por un segundo antes de meter el gran plato. El refrigerador se encontraba casi vacío, así que sabía que había lugar—. ¿Cómo pueden vivir así? —me preguntó, una vez cerrada la puerta. —Sólo compramos lo necesario —dije a la defensiva, entonces noté el gran desorden en la cocina. Abrieron y hurgaron las alacenas, vaciaron y rellenaron el contenido de varios cajones, pero aun así había mucho caos en las encimeras. Me apresuré para comenzar a limpiar, pero entonces recordé que Stubby seguía solo en las oficinas de la policía. —¿Irás a ayudar a Stubby? —pregunté cuando Donny continuaba de pie y veía el lío de la cocina. Su mirada se movió a mí, y algo en sus ojos se endureció. — Maddie, siéntate por un minuto, ¿sí? Vamos a hablar. Obediente, me moví a la mesa de la cocina y me senté. Donny tomó la silla frente a mí, y durante un largo rato, simplemente me miró fijamente. —Necesito preguntarte algo que sé que te molestará, pero antes de que contestes, ocupo que verdaderamente lo consideres. Porque si voy a representar a Stubby, tengo que saber a qué me opongo, ¿entiendes? Fruncí el ceño. No podía imaginar lo que me preguntaría. —Bien —le dije. Donny respiró hondo. —¿Estás segura de que Stubby no tuvo nada que ver con el asesinato de Tevon Tibbolt o Payton Wyly? Me sentí tan aturdida que por casi un minuto apenas pude formar palabras. —¿Es broma? —dije finalmente. Donny conocía a Stubby. Sabía lo amable y dulce que era, al igual que raro e intelectual. Stubby ni siquiera tenía un hueso de maldad en el cuerpo. Y ciertamente jamás podría haber torturado y asesinado a dos niñas.

Pero el rostro de Donny lucía muy serio. —¿Acaso Stubby sabe sobre tu cuaderno? Parpadeé. —Sí. —Así que... piénsalo, Maddie —dijo en voz baja. —¿Que piense en qué, Donny? —exigí—. ¡Stubby no mataría ni a una mosca! ¡Sabes que nunca dañaría a nadie intencionalmente! Donny volvió a inhalar hondo y se recostó en su silla, todavía luciendo dudoso. —Tal vez no conoces a Stubby tan bien como crees. Negué con la cabeza, mirándolo con incredulidad. —¿Por qué crees que podría tener algo que ver con esto? Golpeteó la mesa con el dedo índice. —Porque eres la herramienta perfecta —dijo simplemente. No sabía de qué diablos hablaba hasta que comenzó a explicar—. Si yo fuera un chico tan inteligente como Stubby, pero con un tornillo suelto, y te conociera junto con lo que haces, podría tomar ventaja. Dices que cualquier chico va a morir en tal fecha, y tal vez será por causa natural o un accidente, pero llego a él o ella primero. Quizá me aseguro de que mueran en la fecha y que un montón de puntos vuelvan a ti. Puede que cuando las cosas se pongan mal empiezo a decir que fuiste t ú. Y le comento a los federales acerca de tu cuaderno. Les digo que tú eres la enferma. Empecé a sacudir la cabeza, lentamente al principio y luego con más fuerza. —¿Cómo puedes decir eso? —susurré—. ¡Conoces a Stubby, Donny! ¡Y también sabes que Faraday mentía! ¡Stubby nunca me acusaría! Pero Donny sólo frunció el ceño y bajó la mirada a la mesa. —Aún no hablo con él, Maddie —me recordó—. Y tienes razón, creo que Faraday mentía. Pero también conozco la ley, y por eso honestamente no creo que sea una buena idea que represente a Stubby. —¿Qué? —casi grité—. ¡Donny! ¡Tienes que ayudarlo! Donny suspiró y con el dedo trazó un pequeño círculo en la mesa. —¿Me escucharías por un segundo? —preguntó. Lo miré, negándome a contestar. Aun así continuó—. Cualquiera que viera una serie de crimen sería capaz de darse cuenta que este escenario configura un caso sólido de duda razonable. Se convertiría en una cuestión clásica de él dijo/ella dijo. Podría dirigirme allá ahora mismo, sentarme con Stubby mientras es entrevistado por los federales, y durante todo ese tiempo le advertiría que no dijera nada. En realidad, incluso menos que tú. Y luego me iría, y al segundo podría comenzar a hablar. »Podría decirles que renuncia a su derecho de abogado y que quiere confesar. Podría decir que tú eres la loca. Que t ú eres la que guardaba el cuaderno con los nombres de la gente que moriría. Que t ú fuiste la que le dijo a la mamá de Tevon que su hijo sería asesinado. Que t ú viste la fecha de cuando Payton Wyly moriría. Que t ú ideaste el plan

de enviar a Stubby a hablar con ella y decirle que moriría en su cumpleaños. »¿Y adivina, Maddy? A l segundo en que t e señale con el dedo, no seré capaz de ayudarte. Podría negarme a representar a Stubby, claro, pero me removerían de ti, porque la corte lo vería como un conflicto de intereses, habiendo representado al chico que ahora acusaba a mi sobrina. Dirían que tenía información privilegiada o desconocida que podría volver la defensa de Stubby vulnerable. Sacudí la cabeza con fuerza. —¡Stubby no lo haría! —insistí—. ¡Donny, por favor! ¡Tienes que confiar en mí! ¡Es mi mejor amigo en el mundo! ¡Es la persona más leal, honesta, dulce y amable del planeta! No podría herir a nadie, y además, le gust aba Payton. Trataba de salvarla. Y fue él quien me hizo llamar a la mamá de Tevon antes de que fallara al ir y hacerla oírlo. ¡Incluso me dijo que deseaba haberla llamado él para responder por mí! Le preocupaba tanto que su hijo muriera, ¡que se encontraba dispuesto a hacer cualquier cosa para tratar de salvarlo! La expresión de Donny se alarmó. —¿Tuvo contacto directo con la señora Tibbolt? —preguntó. Negué con la cabeza, pero luego me detuve y me di cuent a que la llamó a su teléfono. —No, pero podría verse como que sí. —Explícate —me ordenó. —Guardó la información en su teléfono y la llamamos de su celular —confesé. Presionó los labios y negó con la cabeza. —Así que, ¿tenía su información? —preguntó. Asent í—. Entonces sabía dónde vivía Tevon. —¡Donny, lo juro, sólo la llamamos! Nunca fue a su casa después de que me amenazó con la policía. —Cuando sus ojos se abrieron agregué—: Traté de explicarle que todo era en serio, pero no me permitía hablar, y me amenazó con llamar a la policía si volvía a llamarle. Donny frunció el ceño. —Mira, este es el problema que tengo con lo que acabas de decirme, Maddie. No sabías que Stubs había ido a ver a Payton hasta que los federales te lo dijeron, ¿y ahora apenas me entero que guardó la información de los Tibbolt en su celular? Puede que no conozcas a tu mejor amigo tan bien como piensas. —¡No lo hizo, Donny! ¡Antes de que encontraran sus cuerpos, no tenía idea de que Payton y Tevon terminarían desapareciendo! ¡Ni siquiera sabía que Payton había desaparecido hasta que lo vi en las noticias, o que secuestraron a Tevon hasta que Wallace y Faraday fueron a la escuela! Donny se puso de pie y repasó el piso de la cocina por un minuto o dos hasta que pareció llegar a una conclusión. —Está bien, Maddie.

Confío en ti, y lamento si te molesté, pero tuve que hacer de abogado del diablo para descubrir realmente cuánto confías en Stubby. He visto muchos de estos casos, en donde el demandado de repente señala al mejor amigo inocente, como para arriesgarme que eso le suceda a mi sobrina. Aun así, creo que tienes razón con respecto a Stubs, y te prometo que pondré lo mejor de mí al representarlo. Pero si cualquiera de ustedes me vuelve a mentir, todas las apuestas se terminan, ¿entiendes? Tragué con fuerza, tanto enormemente aliviada como atormentada por el remordimiento de conciencia. Suspirando de alivio, dije—: Entiendo, Donny. Gracias por ayudarle. Siento mucho el mentirte. Asintió y alcanzó su bolsillo. Me sorprendió aún más cuando sacó un gran fajo de billetes. —Aquí —dijo, empujándolo en mi mano. —¿Qué es esto? —le pregunté, mirando el dinero, el cual sabía que podíamos usar, pero no podía aceptar. —Tu mamá perdió su trabajo —dijo—. Y te impido ganar dinero con las lecturas. Cheryl rechaza mi ayuda cada vez que se lo pregunto, pero la estoy pasando por alto y te doy unos pequeños ahorros. Negué con la cabeza, tratando de devolverle el dinero. Ma enloquecería si se enterara que acepté dinero. —Donny, yo… Lo empujó más firmemente en mi mano. —No aceptaré un no por respuesta —insistió, finalmente caminando hacia la puerta—. Ocúltalo en algún lugar en donde tu madre no lo encuentre —añadió. Y sabía que se refería que debía mantenerlo lejos para que no fuera por bebida—. Tengo que volver para encargarme de Stubby. Sin embargo, hazme un favor; no escribas ninguna fecha de muerte hasta que todo se aclare, ¿de acuerdo? Bajé la cabeza. —Lo haré. Lo siento. Debería haberte dicho. Donny se acercó a la silla y me besó en la cabeza. —No importa, chica. Tengo que averiguar una manera de convencer a los federales de dejarlos fuera y que comiencen a mirar en otra dirección. Pensé de nuevo en la mirada acusadora de Faraday mientras sostenía mi cuaderno con las fechas de muerte. —¿Cómo lo harás? Donny se volvió a mover hacia la puerta. —Tendré que pedirle a alguno de mis contactos que haga un poco de investigación. No sé si lo valga, pero si lo hace, espero quite la atención de ustedes dos. —¿Qué es? —Me sentía desesperada por saber, o más bien, por algún tipo de esperanza. Su rostro se suavizó. —Déjame preocuparme por eso, ¿de acuerdo? Voy a ver a Stubby, luego volveré y podremos calentar la lasaña de la señora Duncan. Después de la cena saldremos y te

conseguiremos un nuevo celular. Quiero ser capaz de poderte localizar si algo surge. Luego se fue, y me quedé sola con el fajo de billetes aún en la mano. Miré a la cocina desordenada por un lugar para ocultarlo, y mi mano cayó en el frasco de galletas de Garfield. No lo usamos en años. Me acerqué y levanté la t apa de cerámica. En el interior había varios sobres de galletas rancias. Ma mantuvo el frasco porque mi abuela nos lo dio una Navidad. Sabía que nunca pensaría en mirar el interior, así que guardé el dinero debajo de las galletas. Después me ocupé de ordenar la casa, checando a Ma por ratos, ya que amamantaba sus heridas con una nueva botella de vodka y la televisión. Me tomó varias horas volver a acomodar la casa, y gran parte de ese tiempo, los argumentos del abogado del diablo de Donny llenaron mis pensamientos con las más oscuras nubes de tormenta.

Traducido por Mel Wentworth Corregido por Vane hearts

Los siguientes dos días fueron horribles. Los medios de noticias locales divulgaron una noticia de que Stubby había sido arrestado por el asesinato de Payton, y que había reportes sin confirmar de una mujer cómplice. Sabía que todos en la escuela sabrían que la reportera se refería a mí. Cuando llegué a la escuela el lunes en la mañana los rumores volaban, y comencé a notar que más y más chicos me miraban con verdadero miedo en los ojos. No podía creer que mi vida comenzara a girar fuera de control. Y los maestros tampoco no eran inmunes a los efectos de todos esos rumores. Para el cuarto período, me habían pedido que me sentara en la parte de atrás de la clase, bien lejos de los otros chicos, porque “causaba alboroto”. Si por eso la señora Napier (23-05-2036) se refería a que por entrar en clase, dejarme caer en mi asiento, y esconderme detrás del libro de texto mientras todos los chicos de la clase susurraban, entonces sí, estaba causando un gran alboroto. Las cosas empeoraron al día siguiente. El martes en la mañana intenté acudir al director Harris por ayuda cuando encontré que mi casillero había sido llenado con crema de afeitar, pero él ni siquiera salió de su oficina. Oí a una de las secretarias decir que si quería la ayuda del director, la próxima vez tal vez no debería dejar que mi tío llamara y amenazara con demandarlo. Eso me sorprendió. No me había dado cuenta que Donny había llamado al director Harris, pero se había puesto furioso cuando descubrió que Harris permitió que los agentes federales me hablaran en su oficina. Más tarde, el señor Chávez me puso en detención por entrar a clase justo cuando la campana sonó. Sin importar que Stephanie Corbin (04-11-2080) entró detrás de mí y no se metió en problemas.

A las tres y treinta cuando salí de detención, encontré que todos los rayos en ambas ruedas de mi bicicleta habían sido cortados y el asiento se encontraba cubierto de kétchup, mostaza, y papel higiénico. Era un poco demasiado para mí, así que dejé la bicicleta y caminé a casa. Una vez que llegué allí encontré a mamá arriba, tumbada en el suelo del baño. Sentí ese familiar golpe de alarma como cada vez que la encontraba boca abajo en el suelo, pero cuando me agaché para girarla, vi que respiraba con normalidad. Tomó un tiempo, pero eventualmente me las arreglé para moverla sobre la cama y taparla con la manta. En la mesa de noche se hallaban dos botellas vacías de vodka, y una tercera por la mitad. La llevé al lavabo y tiré el líquido transparente por el drenaje, sabiendo muy bien que no iba a cambiar nada. Todavía irritada, bajé las escaleras y encontré en remojo la cazuela de la señora Duncan. La fregué hasta que brilló, y para el momento en que terminé, estaba un poco menos enojada. Mientras secaba la olla, mis pensamientos vagaron a Stubby. Me sentía tan culpable por involucrarlo, y tenía muchas ganas de ayudarlo pero, ¿cómo? Perdida en mis pensamientos, me moví a la mesa de la cocina y me senté, pensando y pensando en cualquier forma en que pudiera ser capaz de ayudarlo. Me senté allí un largo tiempo, preguntándome cómo podía hacer para convencer a los agentes que les decía la verdad. Finalmente, el comienzo de una idea flotó en mi mente, y me pregunté si valía la pena intentarlo. Sacando mi nuevo celular, llamé a Donny, pero como era normal fue directo al buzón de voz. Después de dejarle un mensaje para que me llamara, tomé mi abrigo y el plato de la cacerola, y me dirigí a la casa de la señora Duncan. Comenzaba a oscurecer, y cuando llegué a la parte de la entrada donde podía tomar un atajo oí un bajo retumbar que resonó en algún lugar calle abajo. Entrecerré los ojos hacia la oscuridad —podía ver débilmente el contorno de una gran camioneta pickup, estacionada junto al camino en la calle sin salida al final de la calle. El motor de la camioneta estaba en marcha, pero las luces se encontraban apagadas. Mi aliento se atoró, y me quedé perfectamente quieta. No sabía con seguridad si el conductor podía verme en la oscuridad porque me hallaba lejos del brillo de la luz de la calle, pero tenía la leve sospecha que me observaban. Recordando la camioneta que me había perseguido por el parque, me giré hacia la casa de la señora Duncan y continué hasta su camino de entrada hasta la puerta trasera, golpeando ruidosamente

mientras miraba sobre el hombro. Incluso antes de que ella respondiera vi un destello negro pasar, y supe que la camioneta había acelerado. Ella me recibió cálidamente y me invitó a entrar. —¡Oh, Dios, Maddie! —exclamó, echando un buen vistazo a mi rostro—. ¿Te encuentras bien? Asentí y cuadré los hombros. No quería preocupar a la señora Duncan, especialmente siendo que vivía sola. —Sí, señora —dije, ofreciéndole el plato de la cacerola. De verdad quería regresar corriendo a casa y encerrarme en mi habitación hasta que Donny me llamara—. Todo está bien. Y gracias por la lasaña. Estaba fantástica. Sonrió con orgullo y levantó el dedo índice. —Antes de que te vayas corriendo —dijo, desapareciendo en la cocina sólo para regresar un momento después con varios contenedores de plástico—. Les hice a ti y a tu mamá un poco de pollo, puré de papas y frijoles —dijo. Me conmovía su continua amabilidad hacia nosotras. —Señora Duncan —dije, list a para negarme a lo que ofrecía porque, ¿qué podíamos darle a cambio?—, se lo agradezco mucho, pero… —Oh, y hay algo de cheescake de mantequilla de maní también —dijo antes de que tuviera la oportunidad de decir más—. ¡El señor Duncan solía alabar mis cheescakes! Sus ojos brillaban cada vez que mencionaba a su esposo, y me di cuenta que extrañaba cuidar de alguien. Así que acepté la cena tan gentilmente como pude. —Muchísimas gracias, señora Duncan. Mamá y yo lo apreciamos, y le devolveré los contenedores mañana. Me sonrió y saludó mientras yo dejaba su casa y corría hasta mi propia puerta, golpeándola porque estaba un poco asustada. Intenté decirme que era una coincidencia pero, ¿qué si no lo era? ¿Qué si el conductor de alguna forma hubiera descubierto dónde vivía? Temblaba mientras dejaba los contenedores en el mostrador de la cocina, agradecida de tener algo caliente y delicioso que comer en la cena. Mi teléfono sonó mientras me servía un plato. El nombre de Donny destelló en la pant alla. —Hola —dijo cuando contesté—. ¿Qué sucede? —Nada. Yo solo… tengo una idea que podría ayudar a Stubby. —Niña —dijo, con un suspiro cansado—, sé que esto es difícil para ti, pero todo lo que digas o hagas puede ser usado en tu contra por los federales, así que por ahora, déjame preocuparme a mí por Stubs, ¿de acuerdo? —Donny, ¿por favor? Escucha mi idea. Mi tío suspiró de nuevo. —Bien. Dime lo que es.

—Quiero darles una demostración a Wallace y Faraday. Si puedo convencerlos de que de verdad puedo ver fechas de muertes, tal vez creerán que digo la verdad sobre todo lo demás, y verán que Stubby sólo quería ayudarme a advertirle a Payton. Pensé en ello, y si les pedimos que me muestren fotos de personas que ya murieron y puedo probarles que de verdad puedo leer las fechas de muertes en el pasado tan fácilmente como en el futuro, esa podría ser una forma de convencerlos de que en verdad veo lo que veo. Del otro lado de la línea Donny se encontró en silencio por un largo tiempo. Finalmente dijo—: Escucha, cariño, no creo que sea una buena idea. Podría salirnos mal. —Donny —susurré, tan frustrada y desesperada que no creía que pudiera soportarlo—. Stubby está en la cárcel con tipos malos. Podrían lastimarlo sólo por ser más débil que ellos. Donny estuvo en silencio un rato. Luego dijo—: Maddie, lamento decirte esto, pero puede que Stubby esté en el lugar más seguro justo ahora. Mis cejas se juntaron y sentí mi temperamento arder, porque Donny no me escuchaba. —¿Qué significa eso, Donny? ¿Crees que es más seguro para él estar en la cárcel? ¿Estás bromeando? —Está recibiendo amenazas de muerte —dijo. —¿Amenazas de muerte? —repetí. ¿Hablaba en serio? —Algunas llegaron a mi oficina, y su mamá recibió una o dos en su trabajo. La gente está muy enojada por la muerte de Tevon y Payton. Los medios han exagerado toda la situación, y he estado preocupado como el infierno que pronto conseguirán tú nombre y vamos a tener que sacarte de ahí. Todo lo que se necesita es un idiota desequilibrado que decida convertirse en un justiciero. Me sentí enferma del estómago. —¿Crees que eso ocurra? — pregunté, hundiéndome en la silla. —Espero que no —dijo Donny—. Pero por ahora, es importante que permanezcas lo más lejos posible de Stubby. Los federales están buscando formas de conectarlos, y los medios intentan descubrir si los federales hablan en serio acerca de levantar cargos en contra de esta cómplice desconocida. En el minuto en que descubran que tú eres una persona de interés, Maddie, ni siquiera quiero pensar en cuán malo podría ponerse. —Entonces, ¿ni siquiera puedo visitarlo? —pregunté, porque esa era una pregunta que quería hacer después de contarle mi idea a Donny. Stubby me necesitaba, tan solo por apoyo moral. —De ninguna manera puedes ir a visitarlo —dijo Donny. Parpadeé porque comenzaba a ponerme un poco emocional de nuevo, y no quería de Donny lo supiera. Toda esta cosa parecía tan inútil.

—Oye —dijo Donny, probablemente oyéndome sorber por la nariz—. Puede que tenga algo que podría ayudar. Tengo a un investigador privado trabajando en algo para mí, y no tengo todos los hechos todavía, pero estoy trabajando en otro ángulo que podría empujar el caso en otra dirección. Sacudí la cabeza. Trabajando en ot ro ángulo no se sentía como si fuera suficiente. —Donny, ¿por favor? ¿Por favor déjame intentar mi idea? —No, Maddie —dijo—. Ten paciencia y déjame hacer esto a mi manera por ahora. —Cuando no dije nada, Donny agregó—: ¿Maddie? —Estoy aquí. Donny suspiró pesadamente. Sabía que estaba tan frustrado como yo. —Niña, tienes que cooperar conmigo en esto. Necesito que me digas que entiendes. —Entiendo —murmuré, incluso aunque fuera mentira. Era el turno de Donny para hacer silencio. —De acuerdo. Por ahora, ve a la escuela, mantente fuera de problemas y tus notas altas. La mejor defensa que tenemos es mostrar qué tan buena chica eres, así que continúa siendo esa buena chica, ¿escuchaste? —Lo que sea. —Sabía que estaba siendo una mocosa, pero no podía evitarlo. Estaba atrapada entre una roca y un lugar duro, y sintiéndome como si me aplastaran hasta quitarme la vida—. Escucha, me tengo que ir —dije, queriendo nada más que dejar de hablar por teléfono con él. —De acuerdo —dijo Donny—. Pero recuerda lo que dije. Mientras colgaba, me pregunté cómo pensaba que podría olvidarlo.

Traducido por Amélie & Beluu Corregido por Kora

Dos días después, Donny se acercó a mí en el aparcamiento del Poplar High, armado con su teléfono con cámara y una ira latente que pulsaba a través de su vena en la sien. Nunca en mi vida lo había visto tan enfadado. —Enséñamelo —dijo él, su voz plana y deliberadamente tranquila. Me aclaré la garganta y resistí la tentación de poner una mano en mi ojo, que latía al ritmo de la sien de Donny. —Allí, en la entrada de atrás —le dije. Donny cogió mi mano, agarrándola con gran cuidado. Era un día frío, y agradecí el calor de su palma. Caminamos en silencio por el estacionamiento casi vacío. Eran más de las cinco, y la mayoría de las prácticas de la escuela de atletismo ya habían terminado. Lo guie en línea recta, temiendo su reacción. Cuando llegamos al portabicicletas se mantuvo en silencio, pero vi los músculos de su mandíbula tensarse. Él tomó una foto de lo que había sido mi bicicleta y que ahora era una masa arruinada de metal, papel higiénico, huevos, salsa de tomate, mostaza y espuma de afeitar. En el asiento había una mancha de algo marrón y maloliente y no se necesitaba ser un genio para adivinar que alguien había encontrado mierda de perro y hecho uso de ella. Después de fotografiar mi bicicleta, Donny asintió y entró dentro. Lo guie en silencio por los pasillos vacíos, sintiéndome ansiosa y nerviosa. Él pareció darse cuenta, porque me apretó la mano, haciéndome saber que estaba a salvo. Nos detuvimos frente a mi casillero, que había sido untado con pedazos de cáscaras de huevo y más espuma de afeitar. Un mal olor

emanaba de su interior. Donny sacó su teléfono y tomó unas cuantas fotos. Luego dijo—: Ahora enséñame dónde fuiste atacada. Lo acompañé por el pasillo por el que acabábamos de venir, pero giré a la derecha en el segundo pasillo. Al final había unas escaleras que conducían a los vestuarios masculinos. Las señalé. —Me agarraron por detrás y me llevaron allí abajo —dije, mi voz vacilante. —Relátame exactamente lo que pasó —dijo Donny, su mandíbula tensándose y relajándose. —Eric y Mario me agarraron allí —dije, señalando ahora a una fuente de agua en la entrada del pasillo. —¿Tuviste una clase por aquí? —preguntó Donny. Negué con la cabeza. —Yo volvía de la oficina del director Harris después de reunirme con él, y una de las secretarias fue lo suficientemente agradable como para darme un permiso de pasillo ya que ya había sonado la campana. Estaba asustada de caminar por los pasillos, y ya viste lo que le hicieron a mi casillero. Donny cerró los ojos y pude ver que estaba tratando de mantener la calma. —Así que Harris básicamente te dice que estás por tu cuenta y vuelves por este pasillo, te detienes a beber agua y luego, ¿qué? —Mario y Eric debieron saltarse su última clase, porque yo ni siquiera supe que estaban detrás mío hasta que me hubieron agarrado. Mario me hizo una llave y me tapó la boca para que no pudiera gritar. Eric agarró mis piernas y me llevaron a la escalera. Donny se giró ligeramente para mirar las escaleras que conducían a los vestuarios. Volviéndose de nuevo a mí, me preguntó: —¿Había algún maestro? ¿Otros chicos que fueran testigos? —Sí. Vi a Jacob Guttman caminar por ahí. Sé que él vio lo que estaba pasando. —¿Dijo o hizo algo para ayudarte? Negué con la cabeza. Lo había visto con mis propios ojos, mientras yo pateaba y luchaba contra Mario y Eric mientras Jacob ( 2505-2081) se había reído disimuladamente y continuado caminando. —Y luego, ¿qué pasó? —preguntó Donny. Puse una mano en mi ojo hinchado para enfriarlo. Me había estado poniendo varias bolsas de hielo en él cada cierto tiempo desde el día anterior.

—Mientras me estaban arrastrando por las escaleras, con la pierna que tenía libre pateé a Eric en la ingle. Se dobló, y Mario me soltó. Ahí fue cuando Eric enloqueció y me dio una bofetada. Me golpeé la cabeza contra la barandilla y me desmayé. Los labios de Donny se apretaron más, y pareció un asesino. Lo vi respirar hondo y soltar el aire lentamente, pero aun así tardó un minuto en poder hablar de nuevo. —¿Quién te encontró? —El señor Pierce —dije—. Creo que tenía que vigilar el pasillo. Me encontró y me ayudó a ir a la enfermera. Eric me había golpeado con la fuerza suficiente para hacer estrellar mi cabeza contra la barandilla, cosa que casi me había noqueado. Fui encontrada, mareada y desorientada, por mi profesor de química, que me ayudó a ir la enfermera de la escuela, la cual llamó luego a mi madre. Ella y la señora Duncan habían venido a recogerme en el coche de la señora Duncan, y me habían llevado al médico. Mientras yo estaba con él, mamá llamó a Donny. Él acababa de salir de ver a un cliente, y condujo durante dos horas en hora punta para venir a verme. Había pasado la noche con nosotras, y él había estado al teléfono gritando durante toda la mañana y toda la tarde. Eso nos había conseguido una reunión por la tarde con la superintendente. —De acuerdo —dijo Donny, tomando otra foto—. Creo que lo tengo. —Luego miró mi mano y dijo—: Vamos a reunirnos con la señora Mat suda en la oficina del director. ¿Puedes llevarme allí? Me miré fijamente los pies. Estábamos en la escuela para reunirnos con la superintendente, pero yo no quería explicarle a nadie excepto a Donny lo que había estado sucediéndome a lo largo de los últimos días. Era demasiado abrumador. Donny me apretó la mano alentadoramente. —Oye, niña, sé que esto es difícil, pero hay que hablar y decirle a la superintendente lo que pasó. Si no lo haces, entonces no solo Anderson y Rossi escaparán sin mucho más que de un tirón de orejas, sino que el director Harris no será reprendido tampoco. Poplar High se supone que tiene tolerancia cero a la intimidación, y ante cualquier informe de acoso escolar están obligados por el propio manual de la escuela a que se actúe sobre él inmediatamente. Le reportaste varios incidentes a Harris, y en tu último esfuerzo para notificarlo él te dijo que, si no te gustaba, podías irte. Y el tipo era tan tonto como para decir eso frente a una de sus secretarias, lo que significa que él piensa que está por encima de la política de la escuela. ¿No ves lo inaceptable que es eso? Lo veía, pero no creía que me atreviera a caminar por estos pasillos durante el día nunca más.

—No puedo volver aquí, Donny. Todo el mundo está en contra mía. —Eso es porque nadie les está diciendo que no pueden estarlo — dijo Donny. Le fruncí el ceño. Él no lo entendía—. ¿Qué vas a hacer, Maddie? ¿Abandonar la escuela? Cornell no acepta a desertores. —Podría ir a otro instituto—le dije. —¿Quieres venir a vivir conmigo? —preguntó. Dejé caer la mirada. Él sabía que no podía. —Tal vez podría ir a Jupiter o a Willow Mill. Donny suspiró. —Entrar en su sistema escolar sería complicado. A esta ciudad no le gustan los estudiantes que cruzan las líneas residenciales para asistir a otras escuelas y, francamente, siempre que esta investigación de asesinato esté sobre tu cabeza, vas a tener problemas, sin importar a dónde vayas. Arrastré mis pies, indecisa. Entonces Donny dijo—: Además, ¿qué va a hacer Stubby una vez que le libremos de todos los cargos? ¿Crees que querrá volver a la escuela sin ti? Mi cabeza se levantó. —¿Encontraste algo que pueda absolver a Stubby? Donny se encogió de hombros. —Puede ser. Es algo que todavía estoy revisando, pero podría ser algo que aleje la investigación de ambos. Por lo menos tengo la intención de presentarlo en la audiencia previa al juicio de Stubby la próxima semana. Con un poco de suerte, el juez lo verá desde nuestro punto de vista. Sentí una semilla de esperanza comenzando a surgir dentro de mí, pero Donny levantó una mano precavida. —No te hagas tantas ilusiones, Maddie. Los federales han estado ocupados construyendo su caso, y no voy a ver mucho de lo que tienen hasta la audiencia previa al juicio. Puede que haya suficiente evidencia circunstancial para convencer al juez de juzgar a Stubby. Espero que no sea así, pero quiero advertirte que yo podría no ser capaz de absolverlo tan pronto. Aun así, era un rayo de esperanza, y me aferré a él. —¿Voy a tener que declarar? Donny negó con la cabeza.

—De ninguna manera voy a ponert e en el estrado. Al menos, no antes del juicio. Es demasiado arriesgado. El fiscal sabe que los federales están tratando de vincularte a los asesinatos. Si subes al estrado, van a hacer todo lo posible para insinuar que estuviste involucrada, y así podrán utilizar tu testimonio contra ti más tarde, si el caso va a juicio. Vamos a esperar hasta entonces para hacerlo. Di un suspiro de alivio. Había estado aterrorizada de subir al estrado de los testigos y de ser identificada por la fiscalía como cómplice femenina de Stubby. Pero, entonces, otro pensamiento oscuro entró en mi mente. —¿Donny? Si el jurado de la audiencia previa al juicio de Stubby dictamina que el caso debe avanzar a un juicio real, ¿significa eso que los federales me van a arrestar? Donny suspiró y pude ver en sus ojos que estaba preocupado. —Espero que no, pero podrían. —¿A qué están esperando? —le pregunté. La ansiedad me estaba matando. Donny sonrió, como si pensara que yo había hecho una pregunta ingenua, y él alzó mi barbilla con cariño. —Porque tú no pareces alguien capaz de torturar y matar a dos chicos, Maddie. Te ves como la chica dulce de al lado, que es exactamente lo que eres. Pero, desde la perspectiva de la DA, muchos de esos casos ganan en la corte por esa opinión, así que a menos que te encuentren con una pistola humeante o Stubby te implique directamente, los federales saben que solo con el cuaderno y el testimonio de la señora Tibbolt están luchando una batalla difícil. Su explicación no me hizo sentir mejor, porque en mi mundo aquí en Poplar Hollow High el público ya me había declarado culpable y yo estaba pagando el precio por ello. —Oh —fue todo lo que pude decir. Donny cogió mi mano de nuevo y se balanceó hacia atrás y hacia delante. —Oye —dijo—, anímate, pequeña campista. Vamos a tener nuestra charla con la superintendente y después ya veremos qué ocurre con lo de seguir esa pista que ayudará a Stubs. Cuando llegamos a la oficina del director, me di cuenta de que todas menos una de las secretarias se habían ido a casa. La mujer que quedaba era la señorita Langley (22-07-2076) y, cuando me vio, me ofreció una sonrisa nerviosa. Ella había sido testigo de la última conversación despectiva del señor Harris conmigo. —Puedes pasar directamente —nos dijo ella, y Donny encabezó la marcha hacia la oficina del director Harris.

Me sorprendí al encontrar a una mujer asiática menuda con el pelo negro brillante y joyas sentada allí. —Señor Fynn —dijo ella cálidamente, poniéndose de pie y dándole la mano—. Gracias por venir con tan poca antelación. A continuación, se presentó a mí. —Tú debes ser Madelyn. —Estreché su mano y asentí—. Soy la señora Matsuda, la superintendente de las escuelas. La señora Matsuda (15-01-2056) señaló las dos sillas frente al escritorio, y tomamos nuestros asientos. Durante la siguiente hora, se me pidió decirle exactamente qué había estado sucediendo en la escuela ya que se había corrido la voz de que mi mejor amigo había sido arrestado por el asesinato de Payton Wyly y mi casa había sido allanada por el FBI. Después de eso, Donny le mostró la foto de mi bicicleta, de mi casillero y del hueco de la escalera donde Mario y Eric me habían asaltado. Ella permaneció en silencio mientras yo le contaba lo que había estado sucediendo, y su rostro no dio ninguna pista de lo que ella podría estar pensando, ni siquiera cuando vio la imagen del montón de basura que una vez había sido mi bicicleta. En cuanto acabé, ella empezó a hacerme preguntas. Había estado tomando notas todo el tiempo, y me di cuenta de que lo que había estado anotando eran preguntas que quería hacerme. No eran todas sobre el acoso escolar en los pasillos o el mal trago que el señor Harris y algunos de los maestros me estaban haciendo pasar, sino cosas como ¿cuánto tiempo habíamos sido amigos Stubby y yo? ¿Me gustaba ir a Poplar Hollow High? Y, la más interesante de todas, ella me dijo que había oído hablar acerca de mi habilidad especial y que la encontraba muy interesante. —¿Puedes ver la fecha del fallecimiento de todo el mundo, Maddie? —me preguntó. Asentí. —¿En serio? —Ella no parecía más dudosa que sorprendida. —Sí, señora. Puedo verla en cualquier persona, siempre y cuando esté a unos cuatro o cinco metros de ellos. También puedo verla en una persona en una fotografía, siempre y cuando no se tomase desde demasiado lejos. —¿Qué pasa si la persona ya está muerta? Me encogí de hombros. —No importa. Su fecha de fallecimiento sigue apareciendo, incluso si es en el pasado. Donny se inclinó hacia delante, pero no hizo ningún comentario. Me di cuenta de que él estaba preparado para que yo dejara de

responder a cualquier pregunta que ella pudiera pedirme y pudiera utilizar contra mí después. La señora Matsuda se puso de pie y se acercó a una fila de libros. Vi que estaban todos los libros de texto que usábamos aquí en la escuela secundaria. Tomando uno, lo hojeó. —Este es el libro de historia de último año —dijo ella, y luego se detuvo cerca de la mitad del libro y se giró hacia mí. En la página había una foto en blanco y negro de un hombre barbudo en un atuendo de época—. ¿Sabes quién es? —ella dijo, cuidando de tapar con su mano el subtítulo de debajo de la foto. Me incliné hacia delante para mirar realmente la imagen, y luego negué con la cabeza. —No, señora. —¿Puedes ver su fecha de fallecimiento? —Diez de diciembre de 1896, señora. Las cejas de la señora Matsuda se alzaron. —Tienes razón, Maddie —me dijo, girando el libro de vuelta hacia ella—. Ese era Alfred Nobel. Inventó la dinamita. Miré a Donny, pero él parecía centrado en la señora Matsuda. La superintendente entonces hojeó unas cuantas páginas más y giró el libro hacia mí de nuevo. —¿Qué me dices de esta mujer? ¿La conoces? Esa foto era mucho más contemporánea, pero todavía no reconocía a la mujer. —No, señora. No la conozco. —¿Qué me dices de su fecha de muerte? —Veintiséis de marzo de 2011. La señora Matsuda se sentó y me miró con una mezcla de asombro e incredulidad. —¿De verdad no sabes quién era? —presionó. Negué. —No, señora. Lo siento. La señora Matsuda se rió entre dientes. —No hay necesidad de disculparse. Esa es una foto de Geraldine Ferraro. Ella fue la primera mujer candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos. Ella era una heroína personal mía, y murió de cáncer hace unos años. No sé la fecha exacta, pero apuesto a que si la busco estarás en lo cierto.

Y entonces la señora Matsuda se inclinó sobre su bolso y sacó su iPhone. Buscando en él finalmente se giró hacia mí. En la foto estaba la superintendente con su brazo alrededor de una mujer mayor que tenía un ligero parecido a ella. —¿Puedes decirme la fecha de muerte de la mujer que está sentada a mi lado? —preguntó. Entrecerré los ojos y me mordí el labio cuando vi los números. —Ella murió el mes pasado, señora. El veinte de octubre. Lo siento mucho. Los ojos de la señora Matsuda se empañaron y puso el teléfono en su pecho. —Está bien, Maddie. Mi madre estuvo enferma durante un largo tiempo. Después de meter su teléfono en el bolso, la señora Matsuda movió un sobre de manila de la derecha de la mesa hacia el centro y lo abrió. A continuación, pasó los dedos por el costado de la primera página, y me pregunté qué había en la carpeta. A continuación, comenzó a leer. —Madelyn Fynn, junior. Nota media de tres coma ochenta sobre cinco. Cuarto lugar en su clase con un excelente registro de asistencia. —Entonces me di cuenta de que ella estaba leyendo mi expediente estudiantil—. El verano pasado contribuiste con ciento sesenta horas de servicio comunitario en Hábitat para la Humanidad. Eres miembro de los Estudiantes Preocupadas por el Bienestar Animal y tu puntuación del test de aptitud del año pasado te sitúa en la nonagésima séptima posición del ranquin global. Donny se acercó y me apretó la mano. Sabía que él estaba orgulloso de mí, pero todavía estaba centrada en la señora Matsuda. Cerró la carpeta y me dio una mirada pensativa. —¿Dices que la señora Wilson te puso un suficiente bajo en tu trabajo del Guardián ent re el Cent eno? Asentí mientras mi rostro enrojecía por el calor. Me sentí como si estuviera delatando a la señora Wilson. —¿Podría ver ese trabajo? Lo busqué en mi mochila y lo saqué. La señora Matsuda lo cogió y comenzó a leer. Tardó unos minutos, porque eran cerca de cinco páginas, pero al final ella lo dobló y lo colocó en la cima de la carpeta de manila. —Maddie, debo pedirte disculpas. Parece que no te han aplicado la norma que todas las personas en este país tienen como derecho, que es la presunción de inocencia hasta que se pruebe lo contrario en un tribunal de justicia, no en el tribunal de la opinión

pública. No sé si tuviste algo que ver con la muerte de los dos jóvenes, pero me inclino a creer que no lo hiciste. Está claro para mí que tienes un talento especial e increíble, y que ese talento te ha traído a un mundo de dolor y de juicio erróneo. El acoso moral en esta escuela secundaria o en cualquier escuela dentro de mi jurisdicción es intolerable. Y todo aquel que ignore activamente o que por inacción promueva tal comportamiento será despedido con rapidez. »Está claro para mí que has sido intimidada. Lo que no está claro es quién es el responsable. He escuchado tus reclamos de que el director Harris sabía de la magnitud de este comportamiento y no hizo nada al respecto, y ya he discutido el asunto con la señorita Langley, pero me gustaría aprovechar para ent revistar mañana a algunos de tus otros maestros, incluyendo a la señora Wilson. Mientras esté realizando mi investigación, me gustaría que te tomases el día libre de la escuela. Me aseguraré de que tus deberes te sean enviados a tu casa mañana por la noche con instrucciones específicas de todos tus maestros, y voy a estar revisando tu trabajo junto con tus maestros para asegurarme de que seas calificada justamente. Sentí como si un gran peso hubiera sido levantado de mis hombros. La señora Matsuda me iba a ayudar. Donny me apretó la mano de nuevo y me ofreció una sonrisa alentadora. Él también estaba contento. Cambiando su mirada a Donny, la señora Matsuda añadió—: Y voy a suspender al señor Anderson y al señor Rossi, y también le daré al señor Guttman una severa advertencia y detención durante dos semanas para que la próxima vez que vea algo así pasar no se lo piense dos veces antes de denunciarlo. »Además, señor Fynn, en este momento no voy a conceder su petición para demandar a la escuela, pero me aseguraré de que a Maddie se le reembolse el coste de su bicicleta. Y cuando ella regrese a la escuela, a su seguridad y bienestar se les dará la máxima importancia. Donny asintió y se levantó para estrecharle la mano. —Gracias, señora Matsuda. Le agradezco su t iempo, y creo que la solución es buena. Por favor, háganos saber lo que se sepa de su investigación. Y luego nos fuimos. Me tomó varios minutos procesar lo que la señora Matsuda había dicho. —¿Ella va a darme dinero para mi bicicleta? Donny asintió. —Sí. Te llevaré a la tienda de bicicletas mañana para escoger una nueva, y guardaremos el recibo para asegurarnos de que te la reembolsan.

Cuando llegamos al coche le dije—: ¿Qué quiso decir con que no podías demandar a la escuela? —En este país tienes que obtener un permiso para demandar al gobierno —explicó Donny—. Tuve que presentarle a la superintendente una moción para demandar a la escuela. —Eso es una locura —dije—. ¿Por qué te concederían un permiso para demandarles a ellos mismos? Donny sonrió. —Casi nunca lo hacen, pero también saben que podríamos llevar todo esto a la prensa y las cosas se pondrían feas para ellos, así que prestan atención a estos casos. —La tienda de bicicletas debería estar abierta todavía — mencioné, emocionada por mi repentino cambio de suerte. —No podemos ir. Tenemos otra cita con un colega. —¿Con quién? —Ya verás —dijo Donny, y entendí que no iba a explicarse. Me recosté en mi asiento, todavía pensando en mi cambio de suerte, motivo por el cual no intenté sonsacarle más información. Mientras Donny hacía retroceder el coche, vi de reojo al señor Chávez caminando en el estacionamiento. Lo vi detenerse ante una camioneta y sacar las llaves. Parpadeé. La camioneta era uno de esos grandes y viejos modelos, del tipo que hacían un mont ón de ruido cuando estaban encendidos. Un cosquilleo de miedo serpenteó hasta mi estómago mientras observaba a Chávez desbloquear la puerta y prepararse para entrar. Y entonces, como si sintiera que lo estaban observando, hizo una pausa, se giró hacia el coche de Donny y me miró. Vi sus hombros tensarse al mismo tiempo que su expresión, y supe que podía verme alejándome en el BMW de mi tío. El cosquilleo de miedo se convirtió en tentáculos que avanzaron lentamente por mi pecho y mi columna, y forcé mi rostro a separarse de la ventana, agachándome para esconderme en mi asiento. Donny estaba demasiado ocupado tratando de escribir en su teléfono y conducir al mismo tiempo para darse cuenta de lo que estaba haciendo, y yo no hubiera sabido qué decirle si hubiera sido consciente de mí. Ya les había mencionado a Donny y a la señora Matsuda cuán malo era el señor Chávez conmigo y, en realidad, no había visto al señor Chávez en esa camioneta estacionada sin hacer nada fuera de mi casa. La misma camioneta que, estaba convencida, me había seguido en el parque. Pero Chávez me asustaba. Había algo oscuro en él. Algo malo. No era nada que pudiera señalar, excepto lo que ya les había contado a Donny y a la superintendente. Pero sí me preguntaba cómo era capaz de perseguirme por el parque por la

noche y, aun así, ser un profesor respetado. ¿Estaba equivocada al sospechar de él? A pesar de todo, estaba feliz de que, por los próximos pocos días, no tendría que verlo. —Está bien, llegaremos allí en diez minutos —dijo Donny, dándome un empujoncito en el brazo y volviendo mi atención hacia él—. Esto podrían ser buenas noticias. —¿El qué? —¿Recuerdas que te conté que alguien estaba revisando algo por mí? Intenté acordarme. —Vagamente. —Bueno, era mi investigador privado. Encontró algo que cree que podría ayudarnos. —¿Qué encontró? Donny sonrió hacia mí. —No lo sé, niña; es por eso que vamos a encontrarnos con él. Nos encontramos con el investigador privado en un McDonald’s. Él era un hombre de aspecto hambriento llamado Greg DeWitt (17-082041). Llevaba una sudadera manchada de café, vaqueros sucios y una barba que lucía como que todavía quedaba un poco de desayuno en ella. Además, su aliento podría haber desconchado pintura. Era tan repugnante que me ofrecí a esperar en la larga cola para comprar nuestra cena solo para alejarme de él. Para el momento en que volví con la bandeja de comida, DeWitt se había ido y Donny estaba revisando un gran sobre de papel manila. —¿A dónde fue? cuidadosamente en la mesa.

—pregunté,

dejando

la

Donny levantó la vista hacia mí. —¿Huh? Oh, tenía otra reunión. —¿Qué hay en el sobre? Donny lo dejó a su lado protectoramente. —Nada que quiera que veas. Fruncí el ceño. —Está bien. Donny cogió la hamburguesa que le había pedido. —No es por eso. Solo no quiero que te preocupes. —Seh, porque no he estado preocupada hasta ahora.

bandeja

Donny puso sus ojos en blanco pero sonrió. —DeWitt encontró un caso que podría ayudarnos. Quiero llevarlo a la policía mañana, y me gustaría que vinieras conmigo. —¿Qué caso es? —pregunté. Pero Donny sacudió su cabeza. —Ya lo verás mañana. Esta noche quiero que te relajes. Has pasado por mucho los últimos días. Le fruncí el ceño, pero él no iba a ceder. Comimos en silencio. Su actitud evasiva me quitó las ganas de conversar. Cuando terminamos, Donny me llevó a casa. —Trataré de conseguir una reunión por la mañana con Faraday y Wallace, y te llamaré cuando esté viniendo. Después de que hablemos con ellos, iremos a reemplazar tu bicicleta. —Asentí y salí del coche, pero Donny me llamó—. Maddie —dijo, y podía sentir que me venía encima un sermón—. Hazme un favor, ¿vale? Trata de vestirte un poco mejor mañana. Sin sudaderas con capucha y vaqueros —dijo, señalando mi atuendo—. Quizás un suéter y una falda. Y haz algo con tu cabello. Cada vez que te veo, lo tienes recogido en una coleta. Apreté mi mandíbula, mis mejillas ardiendo. De repente, fui muy consciente de mi aspecto. Los rasgos de Donny se suavizaron. —Eres una chica bonita, Madelyn Fynn —dijo suavemente—. Tienes los pómulos de tu madre, la nariz de tu abuela y los ojos de tu padre, y ese es un combo asesino. Tu padre solía bromear con que tendría que invertir en una fábrica productora de bates para poder rechazar a los chicos. Abrí mi boca, pero Donny no había terminado. —Y hoy le probaste a la superintendente de todas las escuelas de Grand Haven que también eres verdaderamente inteligente. Mientras tanto, vas por ahí e intentas pasar desapercibida… y lo entiendo. De verdad que sí. No puedo imaginar lo que debe ser ver lo que tú ves, o que las personas sepan que puedes decirles la fecha exacta en que van a morir. Pero, niña, si tu padre estuviera vivo él nunca hubiera soportado que pasaras por estos actos de intimidación. Has intentado ser invisible durante mucho tiempo. Adivina qué: ya no eres invisible. Y , como te dije en la escuela, lucir como la adorable chica de al lado podría ayudarnos cuando los policías traten de mostrarte como el villano. Por lo tanto, es hora de hacer frente a todas esas personas que quieren etiquetarte como una rarita, psicópata, débil, tonta, bruja o lo que sea y mostrarles de qué estás hecha. Eres una Fynn, Maddie. Y los Fynn no nos escondemos. Nos levantamos y destacamos. Punto.

Podía sentir una réplica formándose en mi boca, pero Donny no esperó. Me dio la señal de los tres dedos del honor de los Scouts y se marchó. Observé su coche llamativo alejarse por la calle y no tuve más remedio que considerar lo que había dicho. A la mañana siguiente, Donny llamó para decirme que no había podido conseguir una reunión hasta las tres, pero que se pasaría un poco después del mediodía para llevarme a almorzar y a buscar una nueva bicicleta. Llegó a las doce y media, me lanzó una mirada y su boca rompió en una sonrisa ladeada. —Buenos días, preciosa —dijo. Había combinado mis vaqueros ajustados más bonitos con una sudadera con capucha de cachemira de J. Crew que mamá me había regalado el año anterior por navidad. También había dejado suelto mi largo cabello y me había aplicado un poco de rímel y brillo de labios. Por último, había sustituido mis zapatillas habituales por unas botas de cuero. Pensé que era lo más cerca que iba a estar de lo que Donny me había pedido, por el momento. Almorzamos en un establecimiento de sándwiches en Grand Haven que a Donny le gustaba y luego fuimos a la tienda de bicicletas. Después de mucho debate, finalmente elegí una bicicleta de carretera que era ligera como el aire y rápida como el rayo. Me estaba muriendo por subirme en ella y probarla, pero necesitábamos ir a nuestra reunión con los policías. Llegamos a la oficina un poco antes de las tres, y el agente Wallace vino para escoltarnos a la oficina de Faraday. Cuando entramos, Faraday estaba dándonos la espalda y hablando furiosamente por su teléfono móvil. —Jenny, si él quiere hacer la prueba para entrar en el equipo, entonces yo digo que puede. —Se hizo una pausa y luego—: ¿Sabes qué? No puedo escuchar esto ahora mismo. Él tiene mi visto bueno. Lo lamento si no te gusta, pero ¿qué hay de nuevo en eso? Esperaré la llamada de tu abogado. Wallace se aclaró la garganta ruidosamente y Faraday se dio cuenta de que estábamos allí. —Debo irme —murmuró, golpeando el botón de colgar con el pulgar. Tomamos nuestros asientos, y mientras lo hacíamos vi que Faraday y Wallace intercambiaban una mirada cómplice sobre la llamada. Wallace tomó una silla de la oficina de cristal de detrás de la de Faraday y adoptaron expresiones idénticas de “¿y bien?”. Donny se aclaró la garganta y rebuscó en su maletín. Extrajo el mismo sobre que había escondido tan cuidadosamente de mí y se lo

entregó a los agentes. Faraday lo cogió y abrió la solapa para ver qué había dentro. Vi sus ojos abrirse antes de tirar el contenido sobre el escritorio. Incluso mirándolas al revés, me di cuenta de que el sobre contenía algunas fotos horribles de una escena del crimen. Mi respiración se detuvo y Donny posó su mano en mi brazo para tranquilizarme. —¿Qué es esto? —preguntó Faraday, revisando el contenido del sobre mientras Wallace acercaba su silla para verlo mejor. —Es una copia de un archivo de la policía —dijo Donny—. Un niño llamado Robert Carter de Willow Mill desapareció el pasado agosto y su cuerpo fue encontrado a las orillas del río Waliki, cerca de cinco kilómetros y medio al sur de donde el cuerpo de Payton Wyly fue encontrado. Tuve que tragarme la bilis que subió por mi garganta cuando una de las fotos que Faraday estaba extendiendo por el escritorio me llamó la atención. Un primer plano de la cara del joven había aterrizado cerca de mí y podía ver la fecha de su muerte impresa en su frente: 1908-2014. —Había sido apuñalado, torturado con colillas de cigarrillo y le habían cortado la garganta —continuó Donny—. El modo de operar es exactamente el mismo que el del tipo que mató a Wyly y a Tibbolt. —Te refieres a Arnold Schroder —dijo Wallace. Con una mueca, añadió—. Y a tu sobrina. —No —dijo Donny, volviendo a buscar en su maletín para sacar otra serie de fotos y documentos—. No podrían haber sido Stubby o Maddi, porque ambos estaban conmigo en Florida, en Disney World, en ese momento. Aquí están las fotos y los boletos para demostrarlo. Donny los dejó sobre el escritorio, donde se mezclaron con toda la otra documentación. Faraday frunció los labios y cogió las fotos que Donny había puesto encima de la mesa, mientras que Wallace recogió el archivo de Carter y algunas fotos de la escena del crimen. Después de unos segundos de silencio mientras revisaban la evidencia, Wallace dijo—: Nada de esto prueba que su sobrina y Schroder no asesinaron a Tibbolt y a Wyly. Mi mandíbula cayó. ¿Estaba bromeando? Donny señaló los archivos furiosamente. —Lo que he hecho es mostrarles una duda razonable, caballeros. ¿Quieren llevar esto a juicio? Me aseguraré de que el jurado oiga todas las similitudes entre los casos. Wallace le dedicó una mirada dura mientras Faraday tomaba los archivos de sus manos y le echaba un vistazo a las páginas.

—¿Por qué diablos no oímos hablar de esto? —murmuró a su compañero. Donny respondió por él. —Porque Carter tenía dieciocho años. No era un menor, por lo que cuando desapareció se encargó el departamento local de policía de Willow Mill. Wallace hizo un gesto con la mano, como si eso lo explicara. —Bien. Ahí lo tienes, entonces —dijo—. Diferente modo de operar, Fynn. Si Carter tenía dieciocho años, entonces no encaja con el perfil de víctima de los otros asesinat os. Tu sobrina y Schroder podrían haber escuchado del asesinato de Carter y cometido un par de asesinatos de imitación. —¡Oh, vamos, Wallace! —espetó Donny—. Mientras tú sigues culpando a Maddie y a Arnold, el verdadero asesino campa a sus anchas por las calles. Mira a Carter, por el amor de Cristo. Puede haber tenido dieciocho, pero solo medía un metro setenta y pesaba sesenta y tres kilos. ¡Apenas parecía que tuviera dieciséis años, y lo sabes! Pero la expresión de Wallace implicaba claramente que no se lo creía. Y Faraday dejó los archivos y asintió, también. —Lo siento, Fynn —dijo—. Esto no prueba nada. Wallace comenzó a poner toda la documentación en una pila ordenada. —Pero, bueno, gracias por mostrarnos todo esto, abogado. Quizás podremos encontrar un nombre en el cuaderno de fechas de muerte de Maddie que coincida con el de Carter. Mi corazón comenzó a acelerarse en mi pecho. No creía que Carter estuviera en mi cuaderno, pero tampoco pensaba que eso marcara ninguna diferencia. Si hubiera algo remotamente parecido a sus iniciales o a la fecha en que murió, lo retorcerían para decir que lo había planeado. A mi lado, Donny estaba agitándose. Parecía que todo esto había sido un error, pero no podía culparlo por intentarlo. Mi mirada se desvió a las fotos policiales de delincuentes capturados en la pared de Faraday. ¿Mi foto iría a parar a esa pared, también? Y entonces la idea que le había propuesto a Donny unas noches atrás me vino a la mente junto con el discurso de Donny de que era una Fynn y que los Fynn no se rendían, sino que se levantaban y destacaban. Me puse de pie antes de que me abandonara el coraje. Cogiendo un lápiz que se había caído del lapicero de Faraday, me dirigí hacia la esquina de detrás de su escritorio. —¿Qué está haciendo? —oí que le preguntaba a Donny. Sabía que probablemente los había sorprendido, pero no me importaba.

Rápidamente, comencé a marcar las fotos. —¡Ey! —espetó Faraday—. ¡Deja eso! Pero no lo hice. Noté cerca de seis fotos de veinte que podían ayudar a mi caso. Me acerqué a esas seis y rápida y metódicamente comencé a escribir en las frentes de cada uno. Cuando anoté el último dígito, sentí la mano de Donny en mi muñeca. —¡Maddie! haciendo?

—susurró

duramente—.

¿Qué

demonios

estás

Le entregué el lápiz. —Probando que puedo ver lo que digo que puedo ver. Como ayer, con la señora Matsuda. Donny me miró fijamente, sus ojos muy abiertos, y luego miró a la pared de fotos policiales y alzó sus cejas. Miré sobre mi hombro para ver a Faraday y a Wallace, ambos con sus manos en sus caderas, y casi me reí porque podía imaginarme verles pensando qué ley podría haber roto. —Esas son correctas —les dije—. Pueden fijarse si quieren. Había escrito la fecha del fallecimiento de seis de las fotos de la pared. Algunos habían muerto hacía dos años, pero la más reciente era de una semana atrás. Donny me llevó hasta mi silla y yo me senté, esperando a que los sorprendidos agentes dijeran o hicieran algo, pero durante un largo rato solo observaron la pared. Entonces, Wallace señaló al muerto más reciente. —Ese tipo no está muerto —dijo—. Yo personalmente lo envié a la prisión Sing Sing el año pasado y, por lo que sé, todavía está vivito y coleando, disfrutando de su celda de diez por diez y tres comidas al día. Me giré hacia Donny. —No estoy equivocada. Donny levantó su barbilla hacia Wallace. —Compruébelo. Esperaremos. Wallace y Faraday intercambiaron otra mirada, pero al final Wallace se encogió de hombros y se acercó al teléfono de Faraday. Esperamos mientas hablaba con la guardia. —Guardia Thomas —dijo Wallace, todo sonrisas y confianza—. Soy Kevin Wallace. —Hubo una pausa—. Estoy bien, señor, ¿y usted? Golpeé mi pie con impaciencia mientras Wallace intercambiaba bromas. —Escuche, la razón por la que llamo es para saber sobre Javier Martínez. Quería asegurarme de que estuviera disfrutando de su… —La

voz de Wallace se cortó, y la expresión petulante que había llevado desde que levantó el teléfono cayó como vidrios rotos—. ¿Qué? —dijo, dándonos la espalda para observar la foto de Martínez—. ¿Cuándo? — Faraday se inclinó en su silla, su concentración puesta en Wallace, quien estaba preguntando—: ¿Por qué no fui informado? Dejé caer mi barbilla y respiré, aliviada. Quizás ahora escucharían. Wallace colgó, sus labios apretados. —Está en lo correcto —dijo—. Martínez fue apuñalado con una navaja la semana pasada. Murió un día después, el mismo día que ella escribió allí. Por un largo tiempo nadie habló, pero podía ver los engranajes trabajar en la cabeza de Faraday y no me gustó. —Todavía no prueba nada —le dijo a Donny, con solo una fracción menos de convicción que cuando habíamos empezado la reunión. —Está bromeando, ¿verdad? —disparó mi tío. —Escuche, Fynn, ambos han estado en esta oficina antes. — Señalando con su mano las fotos, Faraday añadió—: ¿Cómo sabemos que no escribieron los nombres de todos esos bastardos y buscaron en internet quiénes estaban muertos? Si esos tipos están en el sistema de la prisión, entonces cualquiera con un ordenador podría buscar su información. Incluso los datos de Martínez habrían estado allí. Donny le dio una mirada dura. —Maddie no tiene ordenador, ¿recuerda? Se lo confiscasteis. Faraday puso sus ojos en blanco. —Seh, pero apuesto a que usted tiene uno en ese maletín. Donny cogió mi mano. —Terminamos aquí —dijo. —Gracias de nuevo por los archivos —dijo Wallace mientras nos levantábamos y nos dirigíamos hacia la puerta. Donny no dijo ni una palabra mientras salíamos. Cuando llegamos al coche abrió mi puerta, dejando ver su enojo en su mandíbula apretada. Cuando dudé, dijo—: ¿Vas a entrar? —Es tan injusto —empecé. La expresión de Donny se suavizó y suspiró. —Lo es —estuvo de acuerdo—. Pero, Maddie, tienes que darte cuenta de que personas como Wallace y Faraday tienen visión de túnel cuando se trata de cosas como esta. Se concentran tanto en hacer que las piezas del rompecabezas encajen que pierden de vista el panorama general. Con el asesinato de Robert Carter tenemos un

sólido caso para la duda razonable, y el fiscal del distrito está obligado a ver eso. Todo lo que tienen son evidencias circunstanciales débiles en este momento. Y no hay nada que los vincule directamente a ti o a Stubby con los asesinatos. Asentí y entré en el coche de mala gana. A pesar de todo, no me gustaban las arrugas de preocupación alrededor de los ojos de Donny. Si Wallace y Faraday no podían ser convencidos de que estaba diciendo la verdad incluso después de demostrárselo con las fotos, entonces, ¿cómo podría creerme un jurado?

Traducido por Jadasa Corregido por Adriana Tate

El lunes no podía salir lo suficientemente rápido de la escuela. Cuando llegué por la mañana, había grandes cambios esperándome: El director Harris fue suspendido, mi trabajo de Literatura Americana fue promovido a una B, y ahora estaba siendo escoltada de clase en clase por el profesor asignado para vigilar los pasillos para ese período. Debería haber estado contenta por todo eso, y lo estaba de cierto modo, pero todo lo que se hacía para ayudarme a sentirme segura realmente me hacía sentir aún más expuesta e incómoda. Había una especie de tensión alrededor de mí por parte de los estudiantes y profesores, como una burbuja de malestar y hostilidad que no podía alejar hasta que me encontraba afuera del edificio. Así que, al segundo en el que sonó la campana final, salí corriendo hacia la puerta. Tenía que llegar a casa y llamar a Donny sobre la audiencia previa al juicio de Stubby. Para mi sorpresa, cuando giré en la esquina de mi calle, vi a mi tío sentado en su auto estacionado en la calzada. —¡Hola! —dije cuando llegué a su lado. —Hola —respondió con voz cansina. Fue entonces cuando me di cuenta de que se veía como el infierno. De inmediato, supe que la audiencia no había ido bien. Preocupada, le pregunté—: ¿Qué sucedió? Donny no respondió. En vez de eso, subió la ventanilla y abrió la puerta del auto. Después de salir y cerrar con llave, pasó un brazo alrededor de mis hombros y dijo—: Vamos. Vayamos adentro y te lo explicaré. Una vez adentro, Donny llamó a Ma. Ella entró en la cocina cautelosamente, como si sintiera que él era el portador de malas noticias. —¿Qué ha pasado? —preguntó.

Donny hizo un gesto para que ambas nos sent áramos. Ma tomó mi mano mientras nos sentábamos y esperábamos que Donny hablara. Él no se sentó. En vez de eso, se sirvió un poco de agua y se apoyó contra el fregadero de la cocina. —Tengo mucho que contarles. La mayor parte de ello es malo. Deberías prepararte, Maddie. Tragué saliva y Ma apretó mi mano. Podía sentir mi respiración acelerándose. Quería que Donny lo dijera ya, así podía comenzar a procesar la mala noticia. —Dinos —le supliqué. Donny suspiró y bajó el vaso de agua. —Se aplazará el juicio de Stubby. Su fianza se ha fijado en quinientos mil dólares. He hablado con su mamá y no tiene los cincuenta mil que se necesitaría para obtener un préstamo de un fiador, así que está intentando ponerse en contacto con su padre en California, pero no se ve bien. Stubby puede permanecer en la cárcel hasta el día del juicio. Respiré profundamente. —¿Cuánto tiempo hasta el día del juicio? —pregunté. —Un año —dijo Donny—. Tal vez dieciocho meses. Sacudí la cabeza con incredulidad. —¿No hay nada que puedas hacer? —¿Cómo sobreviviría mi amigo un año en la cárcel? —Hoy hice todo lo que pude por él, Maddie, lo juro, pero los federales han desenterrado una evidencia convincente. —¿Qué evidencia? —exigí—. Todo lo que tenían era esa tarjeta de cumpleaños, mi cuaderno y algunos testigos que dijeron que vieron a Stubs hablando con Payton. ¿Cómo podrían mantenerlo en la cárcel por eso? Donny se inclinó para agarrar una caja de pañuelos, y la trajo a la mesa. Estaba teniendo un momento difícil. —Toma —me dijo, ofreciéndome la caja. Ma se levantó y fue al gabinete a buscar un vaso, el cual lo lleno de agua y lo trajo para mí. Acarició mi cabello mientras Donny me contaba el resto. —La orden de allanamiento en la casa de los Schroder produjo alguna evidencia circunstancial que el jurado encontró convincente. En la mesita de noche de Stubby encont raron un cuchillo de caza con una hoja lo suficientemente fuerte para causar las heridas encontradas en el cuerpo de Payton Wyly. El cuchillo también tenía sangre seca en él con el mismo tipo de sangre de la víctima. Jadeé, conmocionada completamente de que Stubby tuviera algo así en su mesita de noche. Donny levantó su mano. —Stubs me contó que el cuchillo era un regalo de su padre y la sangre seca es de él. Se había cortado accidentalmente con él, y su tipo de sangre es O positivo, la misma que Payton. Los federales deberían haber hecho una prueba sencilla para determinar si la sangre es de hombre o de mujer, pero afirman que

todavía no han llegado a eso, y realizar una prueba de ADN llevará meses debido a que los laboratorios están muy abarrotados. Un recuerdo de hace años pasó por mi mente, y dije—: ¡Donny, Stubs está diciendo la verdad! Su padre se fue una semana después de que Stubby cumpliera doce años. Ese cuchillo fue el último regalo que le dio. Ese verano, a Stubs se le metió en la cabeza que quería hacerse un bastón como el que Gandalf usó en “El señor de los Anillos”, y mientras trabajaba en ello, el cuchillo se le resbaló y se cortó la mano. Si miras su palma izquierda, verás la cicatriz. Donny asintió y levantó su mano otra vez. —Vi la cicatriz, chica y voy a citar sus registros médicos para demostrar que tuvo puntos de sutura por ello, pero aun así, todo esto es evidencia que el fiscal del distrito presenta simplemente para mover el caso a juicio. No tenían que demostrar que el cuchillo era el arma homicida hoy. Sólo tenían que demostrar que podía ser el arma homicida. Limpié mis mejillas con el pañuelo. Odiaba lo que le estaba ocurriendo a Stubs. —Sin embargo, había más evidencia que fue un poco más difícil de explicar —continuó Donny. —¿Cómo qué? —preguntó Ma. —Encontraron unas botas de senderismo en el armario de la señora Schroder con el patrón de pisada similar a las huellas encontradas en la escena del crimen. Vi las botas y son dos tallas más grandes que las de Stubs. Su madre dice que eran de su ex-marido, y las guardó todos estos años, porque estaban como nuevas y esperaba ver si Stubby crecería, antes de regalárselas a Goodwill. Negué con la cabeza, sintiéndome implacable. —Intentarán que algo concuerde, ¿no es así? Donny presionó los labios en una línea. —En algunas cosas no tienen que esforzarse mucho. —¿Cómo en cuáles? —pregunté. —El día del asesinato de Payton, Stubby fue visto por el vecino de los Wyly, patinando de arriba abajo en su calle. El vecino es un policía retirado que aconteció que se encontraba trabajando en su computadora, la cual da a la calle. Tenía una buena vista de Stubby y eligió la foto de Stubby entre un conjunto de fotos de gente al azar que incluyen al sospechoso, similar a una rueda de reconocimiento. Dice que St ubs estuvo por su calle durante una media hora, entre las tres y las tres y media de la tarde. Eso no sólo lo sitúa en la casa de Payton, sino dentro del kilómetro donde su auto fue abandonado. —¿Por qué estaba en su casa? —pregunté, preguntándome por qué Stubby haría algo tan tonto.

—Dijo que se encontraba preocupado por ella y quería cuidarla desde la distancia. Había est ado esperando que ella se quedara por el día de su cumpleaños y al día siguiente usara su auto nuevo, por lo que esperaba y observaba por cualquier indicio de eso. Jura que pensó que eso es exactamente lo que ocurrió, porque aparte de una breve interrupción para orinar en el bosque, Stubby observó su casa hasta las cuatro y nunca la vio salir. Ahora sabemos que fue mientras él se hallaba en el bosque. —¡Pero si estaba en frente de su casa durante ese tiempo, entonces no podría haberla secuestrado! —señalé. —Esa es la cuestión, Maddie —dijo Donny—. Nadie sabe con exactitud a qué hora fue secuestrada Payton. Debió estar en la casa de su amigo a las tres y cuarenta y cinco. Su auto fue encontrado a casi un kilómetro de distancia de su casa, salió de su casa en algún momento entre las tres, tres y media. La línea de tiempo es complicada y nadie la vio salir, ni sus padres y ni siquiera el policía retirado, porque después de observar a Stubby dirigirse hacia el bosque por la calle, recibió una llamada telefónica y asegura que se distrajo durante la siguiente hora. —¿Hay alguna buena noticia? —preguntó Ma. Donny sacudió la cabeza. —En realidad no. De hecho, esto se pone peor. —¿Qué tan mal? —susurré la pregunta. No sé cuántas malas noticias más podía soportar. Donny suspiró de nuevo. —Como ustedes saben, Stubs había hecho una búsqueda en su teléfono sobre la dirección y el número telefónico de los Tibbolt la noche que llamó a la señora Tibbolt. Por alguna razón, añadió a favoritos la búsqueda. En la corte, los federales presentaron una captura de pantalla de la búsqueda en el teléfono de Stubby, junto con varias otras imágenes de otras búsquedas que realizó los días posteriores a la desaparición de Tevon, pero que aún no había sido encontrado asesinado. Todas esas búsquedas fueron las mismas. Stubby había buscado en Google las palabras La muert e de Tevon Tibbolt . Al segundo en que esas búsquedas fueron mostradas en pantalla, el tribunal colectivamente se quedó sin aliento. Fue increíblemente poderoso. —Donny —dije, sabiendo que la mente de Stubby funcionaba casi igual que la mía—. Stubs se enojó por el hecho de que Tevon estaba desaparecido, y me creyó cuando le dije que Tevon estaba muerto. Sólo trataba de hacer una búsqueda para ver si se había encontrado el cuerpo de Tevon. ¡Él no tenía ni idea de que había sido asesinado! Donny suspiró pesadamente, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. —Lo sé, Maddie, pero no había manera de que pudiera defenderlo contra eso hoy. Sobre todo porque el fiscal del

distrito también presentó evidencia de parte del forense que Tevon probablemente fue asesinado por el mismo cuchillo que mató a Payton, y que el tipo de sangre de Tevon también era O positivo. Sabía por biología de primer año que O positivo era el tipo de sangre más común. Pero aun así, ¿por qué Tevon y Payton tenían que compartir el tipo de sangre de Stubby? Donny se frotó las sienes como si tuv iera dolor de cabeza. — Básicamente, la audiencia previa al juicio se fue cuesta abajo desde ese momento. Y hubo otro detalle que el fiscal del distrito sacó a colación, y es que también encontraron una caja vacía de Marlboro Lights en su cesto de basura. La mirada de Ma fue rápidamente hacia al cenicero sobre la mesa. Había una colilla de Marlboro Light s en él. —¿Por qué eso fue relevante? —le pregunté. —El asesino torturó tanto a Payton como a Tevon quemándolos con una colilla de cigarrillo Marlboro Light. Una vez más, están haciendo pruebas de ADN contra Stubs, pero tomará meses. En un instante supe exactamente de donde había salido esa caja de cigarrillos. —No, Donny —dije—. ¡Han malinterpretado todo! Stubby tiene esa caja de cigarrillos por mí. Se vistió como el actor James Dean para Halloween, y necesitaba el paquete para enrollar la manga de su camisa. ¡Nunca ha fumado un cigarrillo en su vida! Donny asintió, como si ya hubiera escuchado eso por parte de Stubs, pero luego su mirada cayó sobre la mesa y sabía que había algo más que no nos estaba diciendo. —¿Qué? —exigí. Todo esto era tan dañino, no sabía cuánto más podía soportar. —El fiscal presentó oficialmente cargos adicionales hoy, Maddie. También quieren acusar a Stubs por el asesinato de Tevon. Y porque hay cierta evidencia que te vincula con Tevon, lo más probable es que vayas a ser acusada como cómplice antes de que todo esto termine. Sentí que la sangre se drenaba tan rápidamente de mi rostro que me sentí mareada y aturdida. —¿Qué… qué? —susurré. —Es el cuaderno —dijo Donny—. El fiscal está alegando que era el libro de jugadas que Stubby usaba para elegir sus próximas víctimas. Ma colocó una mano sobre su boca y miró fijamente a Donny como si no lo pudiera creer. —¿Van a arrestarla? —preguntó. Donny negó con la cabeza. —No de inmediato. Están intentando construir un caso sólido contra Stubby. Si sienten que tienen un buen caso sólido, uno que sin duda pueden ganar, entonces irán tras Maddie. Él es la clave. Si lo clavan en la cruz, entonces su caso contra ella será mucho más sólido.

El mareo persistió, y me di cuenta de que mi respiración se aceleraba. No podía conseguir suficiente aire, sin embargo, inhalaba oxigeno tan rápido como podía. Los bordes de mi visión comenzaron a ponerse borrosos, y las voces de Ma y de Donny sonaron lejanas. Sabía por experiencia propia que estaba teniendo un ataque de pánico, pero saber lo que sucedía no ayudaba a controlar el ataque. A la vez que jadeaba en busca de aire, Ma tiró de mi silla y me empujó desde la nuca para que me inclinara hacia mi cintura. Comenzaba a desmayarme. Entonces Donny colocó una bolsa de papel en mi boca, y cerré los ojos e intenté concentrarme en Ma, quien suavemente me decía que inhalara y exhalara tan lento como pudiera. Después de lo que pareció una eternidad, comencé a respirar con normalidad. Y luego el vértigo se desvaneció y empujé la bolsa alejándola. —Estoy bien —dije, y Ma me dejó enderezarme. Donny metió mi cabello detrás de mis orejas y dijo—: Lo siento, chica. Tal vez no debí habértelo contado. La ternura en su voz sonaba tan sincera. Casi hizo soportable lo que había dicho. —No. Necesitaba saberlo. ¿Cuánto tiempo crees que tengo antes de que me arresten? —Por lo menos unas semanas —dijo. No sabía si me sentía aliviada o incluso más asustada—. Oye —dijo, ahuecando mi mentón—. Ese es el tiempo, Maddie, y puede ser todo lo que necesitemos para aclarar todo esto. Mientras que los federales se concentren en ti y en Stubby, voy a concentrarme en construir el caso para otra persona como el asesino. Tengo mis interceptores de nuevo en el caso, y también he enviado la sangre del cuchillo que tomaron de la mesita de noche de Stubby a mi propio laboratorio para su análisis. Trabajaremos con esto hasta que los federales se vean obligados a considerar a alguien más como el asesino. Hasta que lo aclaremos, tienes que mantener la esperanza, ¿de acuerdo? Asentí, pero no me sentía muy optimista. Donny se puso de pie, y después de mirar su reloj, dijo—: Me tengo que ir. He tenido un día infernal y es un largo viaje de regreso a Brooklyn. Te llamaré si surge algo nuevo. Más tarde, mientras Ma y yo cenábamos, vimos el noticiero estelar juntas. La historia principal era sobre Stubby, y el presentador le contó a la audiencia sobre los resultados de la audiencia previa al juicio. Mientras que la periodista que cubría la historia hablaba, emitieron imágenes del auto de Payton, su foto estudiantil, y finalmente una foto de los bosques en donde se encontró su cuerpo. Luego, la toma se trasladó de nuevo a la periodista, quien habló sobre Stubby llegando a los tribunales. Dos policías lo escoltaron en el juzgado, sólo que la persona escoltada no se parecía en nada a Stubs.

Iba vestido con una braga anaranjada y con grilletes. Su cabello estaba desgreñado, y parecía estar mucho más delgado que la última vez que lo vi. Levantó su rostro hacia la cámara y me quedé sin aliento. Regresándome la mirada, no era el chico cachetón y con rostro de niño con el que crecí. En vez de eso vi a alguien con mirada ausente y una expresión endurecida. En ese momento lo vi como todo el público de la televisión debió haberlo visto, culpable. Dejé a un lado mi cena y me puse de pie. —¿Estás bien, cariño? —me preguntó Ma. Negué con la cabeza. —Necesito un poco de aire. Comenzó a decir algo más, pero sacudí la cabeza y se quedó en silencio. Moviéndome hacia la puerta, la abrí y salí al pórtico para dejar que el aire frío de la noche cayera sobre mí. La imagen de Stubby me había sacudido por muchas razones. Mi mirada se posó sobre el buzón calle abajo. Ma nunca recogió el correo, y sabía que no lo había hecho por varios días. Salí del pórtico y comencé a caminar hacia él, y fue entonces cuando vi un auto pasar. Era una camioneta oscura, y mientras pasaba frente a mí, la luz de la farola envió un rayo a través del interior. Me detuve en seco. El director, el señor Harris, se encontraba al volante. Por un breve instante, nuestras miradas se encontraron. Su sorpresa se registró al verme, luego sus ojos se oscurecieron, con una mirada de enojo. Asesina. Pero no se detuvo. Sobresaltada, giré sobre mis talones y corrí hacia el interior sin molestarme en recoger el correo.

Traducido por Daniela Agrafojo Corregido por Laurita PI

El martes apenas pude concentrarme en la escuela. Nadie me molestó ni me intimidó, pero había una tensión subyacente a mi alrededor en los pasillos y en clase. Era como ese invitado que se quedaba demasiado tiempo en la fiesta; todo el mundo quería que me fuera. La atmósfera se volvió aún peor cuando fue anunciado al final del séptimo período que el señor Harris ya no sería nuestro director, y que por el momento, la subdirectora se haría cargo como líder de la escuela. Todos los ojos en mi clase de cerámica se habían girado para mirarme, y era obvio que todos creían que era la responsable por hacer que despidieran a Harris. Después de la escuela quería estar sola, pero no atrincherada en mi habitación escondiéndome de mamá, quien se encontraba tan molesta y preocupada, también, que había estado dándole duro a la botella de nuevo. Decidí dirigirme al parque donde Stubs y yo pasábamos el t iempo a menudo. En lo que era el Jupiter2, y había un medio tubo ahí. Los niños se subían por todas partes, y sonreí ante el recuerdo de Stubs tratando de pasar el rato con ellos cuando en realidad era el niño más torpe de todos. Lo extrañaba mucho; dolía físicamente. Me senté en la banca del parque sintiéndome impotente por un largo rato, toda la esperanza drenándose de mí como una fuga lenta y dolorosa. Cuando me sentí mejor y entumecida por el frío, me levanté de la banca y alcancé mi bicicleta. —¡Hola! —gritó alguien. La voz que gritó era familiar. Me congelé por un segundo antes de girarme para ver a Aiden dirigirse hacia mí con un saludo amistoso. Mi corazón comenzó a golpear. Era extremadamente consciente de la humedad que recubría mis palmas. No sabía qué hacer o decir. Había una parte de mí que quería montarse en mi bicicleta y largarse, porque 2

Juego mecánico instalado en parques de diversiones.

al segundo en que Aiden descubriera quién era yo, nunca me sonreiría ni saludaría de nuevo. Pero no podía moverme. Estaba fija en el lugar. —No sabía que venías aquí —dijo, como si fuéramos viejos amigos. Bebí su imagen aproximándose. Vestía vaqueros desteñidos y una chaqueta de cuero con una J brillante en ella. El color de la chaquet a combinaba con sus ojos. Se había colgado sus botines alrededor del cuello, y una pelota de fútbol se hallaba metida bajo su brazo—. Te vi sentada aquí mientras practicaba —agregó, gesticulando hacia el enorme campo junto al medio tubo, donde un grupo de chicos todavía jugaba fútbol. Me sentí asentir, pero hablar resultaba ser un poco más difícil. —Linda bicicleta —agregó. Bajé la mirada. Mis nudillos eran blancos contra el manillar. — Gracias —dije, tratando de encontrar mi voz—. Es nueva. —Hace un par de semanas, t e vi en las gradas en el juego de Poplar —añadió, sonriéndome. Su sonrisa era adorable, amplia y acogedora. Iluminaba toda su cara—. Vas allí, ¿cierto? Tragué duro y asentí de nuevo. ¿Qué si conocía a alguien de la Secundaria Poplar y preguntaba por mí? Oh, Dios, no podía soportar la idea de verlo mirarme como lo hacían todos los otros chicos. Aiden no pareció notar mi ansiedad. Su sonrisa permaneció fija y amistosa y tan hermosamente invitadora. —Te fuiste del juego antes de que tuviera la oportunidad de hablar —dijo con un guiño. —Sí, lo siento —dije, finalmente encontrando mi voz—. Yo… tenía que ir a casa. Mi mamá no se sentía bien. —Que torpe excusa, pero asintió como si entendiera totalmente. Dejé caer mi barbilla otra vez y me encontré fijándome en sus pies. Usaba botas de trabajo color canela. Se veían grandes, pero no fuera de lugar en él. —Soy Aiden, por cierto —dijo durante el incómodo silencio que siguió, y me di cuenta de que extendía su mano, esperando que la agitara con la mía y me presentara. —Hola, Aiden —dije, tomando su mano, que era cálida y suave. Cerró sus dedos alrededor de mi palma, y pensé que nunca había sentido tal cruda energía. El calor prácticamente pulsaba entre nosotros. Estaba bastante segura de que me iluminaba como el cuatro de julio—. Soy… —¡Aiden! —Escuchamos gritar a alguien desde el otro lado del estacionamiento. Aiden se giró, y la brisa suave elevó algunos de sus bucles oscuros. Había una mujer en el estacionamiento, saludándolo, y no se veía feliz. Aiden hizo una mueca y se giró de vuelta hacia mí. —Esa es mi

mamá —dijo, girando su mano, que aún sostenía la mía, para ver su reloj—. Tengo una cita con el dentista y ya vamos tarde. Sonreí astutamente. —No deberías hacer esperar al dentista — dije—. Ese es su trabajo. —Nunca había tenido una cita dental que comenzara a tiempo. Aiden pareció entender la broma, porque se rió y balanceó nuestras manos hacia atrás y adelante coquetamente. —Tal vez tenemos el mismo dentista. —¡Aiden! —gritó su mamá de nuevo—. ¡En este momento, jovencito! Con un suspiro, soltó mi mano y comenzó a alejarse de mí. —¿Te veré por ahí de nuevo alguna vez? —preguntó—. Tenemos práctica aquí los martes y jueves. Asentí, pero de pronto me di cuenta de que nunca podría buscar a Aiden de nuevo. Ni en los juegos de fútbol, ni en los partidos, ni aquí en el parque. Pronto descubriría quién era, y esa sonrisa que llevaba cuando me miraba se desvanecería a una mirada de juicio. Sabía que podía soportar esa mirada de todos los demás —de hecho, del mundo entero— pero no de él. —¡Aiden, en est e inst ant e! —gritó su mamá mientras continuaba caminando de espaldas alejándose. Rodó los ojos, encogiéndose de hombros juguetonamente antes de destellarme una última sonrisa y trotar hacia el auto. Mientras el auto retrocedía, me envió otro pequeño saludo con la mano. Me quedé de pie ahí por un largo rato. Una parte de mí no podía creerlo. Aiden vino hacia mí. Me sonrió a mí. Habló conmigo. En ese momento, una larga nube se movió a través del cielo y escondió el sol, y volví a temblar con frío y algo más… algo triste. Sabía que era tiempo de dejar ir la fantasía de Aiden. Pero dolía. El día siguiente era medio día, y el tercer período apenas había comenzado cuando el señor Chávez recibió una llamada en el teléfono junto a la pizarra. El salón se quedó en silencio, los teléfonos nunca sonaban a menos que algo horrendo hubiera pasado. Lo sabía por experiencia personal. Después de responder, el señor Chávez murmuró suavemente en el teléfono, su espalda hacia nosotros, luego se giró y observó el salón, su oscura mirada se detuvo en mí. Con una sonrisa burlona me apuntó, luego hacia la puerta. —Vaya a la oficina del director, Fynn. Hay un oficial de policía esperando por usted. —Podía decir que obtenía placer diciendo eso delant e de toda la clase. Sentí que la sangre abandonaba mi rostro. Estaba tan sorprendida que por varios segundos no pude moverme. —Fynn —repitió Chávez, sus ojos reduciéndose a rendijas—. ¿Me escuchó? Saque su trasero de esa silla y vaya a la oficina.

Podía sentir todos los ojos en mí, y sabía exactamente qué pensaban. Por fin, me arrestarían. Pasaría Acción de Gracias en la cárcel, pero también me sentía aterrada de que la policía estuviera aquí para decirme algo malo acerca de mamá. Tan rápido como pude reuní todas mis cosas y me apresuré hacia la puerta. El oficial me encontró en la oficina del director y la señora Richardson (29-02-2050), la subdirectora, se hallaba de pie junto a él. — Maddie —dijo suavemente mientras me precipitaba hacia ella—. Este es el oficial Bigelow. Querida, tu madre ha tenido un accidente. Miré al oficial (17-01-2062) y grité—: ¿Está herida? ¡¿Mi mamá está herida?! —Temblaba de la cabeza a los pies y me sentía como si estuviera a punto de desmayarme. Sabía que mamá no moriría por otros seis años, ¿pero qué si se había lastimado demasiado y terminaba como un vegetal, o paralizada, o algo igualmente horrendo? El oficial Bigelow colocó una mano en mi brazo para calmarme. —Se encuentra lastimada pero no quebrada —me aseguró. Parpadeé con fuerza, pero las lágrimas seguían derramándose. Dios, lloraba por todo en estos días. —¿Puedo verla? —pregunté con voz chillona. —Es por eso que me encuentro aquí —dijo—. Vamos. Te llevaré con ella. El oficial Bigelow me llevó a la estación de policía, que, irónicamente, solo se hallaba un poco más abajo que las oficinas del FBI. Una vez que estuvimos fuera de la patrulla, me acompañó al elevador y lo tomamos hasta el cuarto piso. Saliendo a un pasillo lleno de gente, lo seguí hasta que llegamos a una puerta de madera. La abrió y me gesticuló para que entrara. Conducía a un piso abierto, con media docena de cubículos que se parecían mucho a la disposición de un despacho. —Por aquí —dijo, dirigiéndome hacia otra puerta. La abrió para mí y me permitió entrar primero. La habitación era espaciosa, con una mesa cuadrada de roble y varias sillas. Sentada en una se encontraba una oficial femenina, y junto a ella se ubicaba mi mamá, desplomada en su silla con su cabeza en sus brazos, sollozando. Parpadeé. Esto no era lo que esperaba. —¡Mamá! —grité, apresurándome a su lado. Pero se hallaba tan ebria y loca que apenas podía hablar. Tardíamente, noté que tenía esposas. —¿Madelyn? —me preguntó la oficial, levantándose—. Soy la oficial Dunn. Envié a mi compañero a buscarte. Cheryl dice que es tu mamá… ¿es cierto? —Sí. ¿Qué pasó? —Se pasó una señal de alto, y antes de que pudiéramos detenerla, chocó su auto contra un árbol.

—¿Conducía? —No tenía idea de que había tomado el auto. La oficial Dunn (03-06-2054) asintió. —Se hallaba detrás del volante de un Thunderbird negro, registrado a nombre de ella y de Scot t Fynn. — Me encogí. Ese auto fue el orgullo y alegría de papá—. Murmuraba cuando la sacamos del auto —continuó Dunn—. Algo sobre encontrar dinero en la jarra de galletas, y sacar el auto para celebrar. Coloqué una mano sobre mi boca. Mamá había encontrado el dinero que Donny me dio. —¿Cuán mal está el auto? La oficial Dunn sacudió la cabeza. —No soy agente de seguros, pero diría que es una pérdida total. No tenía que ser una experta. No teníamos seguro, porque con el registro de mamá, no podíamos permitirnos ni siquiera la política de cobertura básica. —¿Pueden dejarme llevarla a casa? —Pensé que podía convencer a mamá de subir al autobús si la oficial Dunn tenía compasión de nosotras y la dejaba ir. —Me temo que no —dijo Dunn—. Tu mamá se quedará con nosotros por un tiempo más. Mordí mi labio y miré a la oficial. Tenía tal mirada de compasión en su rostro que dolía. —Fue mi culpa —le dije—. Mamá nunca conduce, y fui quien escondió el dinero en el tarro de galletas. La oficial sacudió su cabeza con tristeza. —Madelyn —dijo—, también soy hija de una alcohólica. Me tomó años de terapia y dos matrimonios fallidos darme cuenta de que nunca es nuestra culpa. Tu mamá está enferma. Tiene una enfermedad, y necesita ayuda. Sentí formarse un nudo en mi garganta. —¡Entonces déjeme llevarla a casa! ¡Lo prometo, le conseguiré alguna ayuda! Pero Dunn no cedería. —Le he preguntado a tu mamá el número de tu papá, pero todo lo que me dio fue t u nombre y a qué escuela ibas. —Mi papá está muerto. Murió en el dos mil cuatro. Dunn hizo una mueca. —Oh —dijo—. Lo lamento, cariño, no lo sabía. Quería tanto que nos diera un descanso y dejara ir a mamá, y sabía que tal vez se sentiría extra apenada por mí si supiera que papá también fue un agente. —Era policía de Brooklyn. Murió en un tiroteo con algunos traficantes de drogas. La oficial Dunn me miró con tristeza, luego se giró a ver a mamá, quien murmuró algo y se movió en su asiento. Podía ver que tenía un labio hinchado y un corte sobre su mejilla, pero por los demás no se veía físicamente herida. Solo muy, muy ebria. Volviéndose hacia mí, Dunn dijo—: Sí, creo que recuerdo eso. Déjame adivinar, ¿tu madre comenzó a beber después de que tu papá murió?

Asentí. —La mía comenzó justo después de que mi abuela muriera. Eran realmente cercanas y mamá no sabía cómo lidiar con eso. —No hay nadie más aparte de nosotras —le dije, apuntando de ida y vuelta entre mamá y yo. —¿Sin abuelos? —preguntó. Negué con la cabeza. —¿Tías? ¿Tíos? —Mi tío Donny. Pero él vive en Brooklyn. —¿Puede recibirte? Y entonces, lo supe. Sabía que no dejaría que mamá se fuera, sin importar lo que dijera. —No —dije—. Se supone que no debo dejar la ciudad. Su ceja se frunció y luego pareció mirarme realmente. —Espera — dijo—. Eres la chica que los federales han estado buscando junto con ese chico Schroder, ¿no? Bajé la cabeza con vergüenza. Ahora sabía todo. Ahora me juzgaría, también, y luego probablemente estaría al teléfono para que los servicios de protección infantil enviaran a algún hogar de acogida por mí. Pero cuando levanté la mirada, me observaba curiosamente. — He escuchado de ti —dijo—. Mi mejor amiga fue a verte hace como un año. Estaba preocupada por su papá. Se encontraba enfermo en el hospital, y los doctores le dijeron que se preparara para lo peor. Dijeron que no lograría pasar la noche. Le dijiste que su papá viviría otros diez años. Maldición si ese hombre no tuvo una recuperación completa, y ha estado corriendo círculos alrededor del resto de nosotros desde entonces. —No lo hice —susurré. Por alguna razón me sentía desesperada porque me creyera. El resto vino en una ráfaga—. No herí a nadie, y tampoco lo hizo Stubby… Arnold. La señora Tibbolt vino a verme, y me mostró a sus hijos, y solo traté de advertirle. Y luego, vimos a Payton en un juego de fútbol, y vi la fecha de su muerte, y le dije a Stubby sobre eso, y quiso salvarla. Por eso fue que trató de hablar con ella. Trataba de salvarla. Él no lastimaría a una mosca, y tampoco yo. ¡Lo juro! Los ojos de Dunn se ampliaron un poco ante el derrame de palabras, pero asentía. —No he trabajado en el caso, pero por lo que he escuchado, los federales están lejos de tener un caso hermético. ¿Cuántos años tienes, Madelyn? Tragué con fuerza y me limpié los ojos. —Dieciséis. La oficial suspiró. —Bueno, técnicamente, eres lo suficientemente mayor para estar por tu cuenta con el consentimiento de un tutor, pero

personalmente, creo que sería mejor para ti quedarte con alguien más. —La miré con incredulidad. ¿Podía realmente ser verdad? ¿Toda mi preocupación de que los servicios de protección infantiles me llevaran fue para nada?—. ¿Tienes algún amigo que pudiera recibirte mientras resolvemos esto con tu mamá? —continuó la oficial Dunn. —En realidad, no —dije. Sabía que la mamá de Stubby me dejaría quedarme si le preguntaba, pero odiaba ser una carga para ella ahora que su hijo se hallaba en la cárcel por mi culpa. Dunn suspiró y se levantó, enganchando un brazo bajo el hombro de mamá la puso de pie y se las arregló para que arrastrara los pies hacia la puerta. —Llama a tu tío, cariño, y dile que estarás sola en casa y que tu mamá necesita un abogado. Un buen abogado porque esta es su tercera detención por manejar bajo la influencia de alcohol, y enfrentará en serio algún tiempo en la cárcel. Luego dile que se mude aquí si puede. Necesitas apoyo y probablemente buen asesoramiento. Dejarte por tu cuenta mientras intentas hacer malabares con la investigación y la escuela es demasiado, y odiaría verte terminar como tu madre algún día. Movió a mamá hacia la puerta, y tuve que suprimir un estremecimiento. Nunca terminaría como ella. Nunca. Pero entonces, ¿mamá pensó alguna vez que terminaría así? Llamé a Donny y me respondió su contestador. Traté en su oficina, y su secretaria me dijo que se encontraba en la corte. Prometió darle el mensaje al momento en que llegara, y me quedé paseando en el piso. Y después no pude soportarlo más. Llamé a la señora Duncan, y me dijo que estaría aquí. Fiel a su palabra, llegó a la estación de policía en menos de veinte minutos, cargando una bolsa de almuerzo y un termo. Me hizo un sándwich de carne y chocolate caliente. Quería abrazarla. A mitad del almuerzo, Donny me devolvió la llamada. Cuando le conté de mamá se enfureció. Nunca lo había escuchado tan furioso, y aunque sabía que no se hallaba molesto conmigo, me encontré poniéndome a la defensiva. Finalmente, pareció refrenar su temperamento y me dijo que me quedara tranquila, que llegaría a la estación tan pronto como pudiera. Donny llegó alrededor de las tres, y luego esperamos un poco más mientras trataba con mamá. Vino a la sala de conferencias pareciendo estresado al máximo. —Con el día festivo, no puedo sacarla hasta la próxima semana —dijo, sentándose y tirando su corbata para soltarla—. Pero sinceramente, Maddie, no sé si quiero hacerlo. —¿Qué? —grité—. ¡Donny, tenemos que sacarla! Pero solo sacudió la cabeza. —Maddie, dado el nivel de alcohol en la sangre de tu madre y el hecho de que es su tercera detención, el juez podría no fijar fianza. Es mucho más probable que la mantenga en

la cárcel y la fuerce a estar sobria hasta el juicio, en el cual tendré suerte si le consigo una sentencia menor a cinco años. Sent í que no podía respirar. La señora Duncan tomó mi mano y la apretó. —Enfoquémonos en continuar positivos, ¿sí? —dijo. La mirada de Donny parpadeó hacia ella y suspiró. —Tienes razón, Cora. Pero Maddie necesita saber que su madre no va a ir a casa en ningún momento cercano. Lo que significa que tiene que mudarse conmigo. Voy a aclararlo con Faraday pasado mañana. Sacudí la cabeza. —No. —¿Qué quieres decir con no? —preguntó Donny con severidad—. Maddie, no puedes quedarte aquí por tu cuenta. —¿Por qué no? —desafié—. Donny, he estado haciéndome cargo de mamá por los últimos dos años. ¡Soy quien va a las tiendas de comestibles, lava la ropa, se asegura de que tenga algo para comer! Puedo manejarme bastante bien. Golpeteó sus dedos en la mesa. —¿Qué tiene de malo mudarse a la ciudad? Suspiré y bajé la mirada a mis manos. —No puedo volver allá, Donny. No puedo respirar cuando estoy allá. Donny se quedó en silencio por un largo momento. Sabía que comprendía. Y luego la señora Duncan habló—: Podría cuidar de ella — dijo—. Vivo justo al lado y fácilmente podría asegurarme de que Maddie consiga suficiente comida y sea cuidada. La miré con esperanza, pero Donny sacudió su cabeza. —Gracias, Cora, eso es muy amable, pero no podemos. —¿Por qué no? —espeté. Mi tío, algunas veces, podía ser un obstinado dolor en el trasero. Donny me miró bruscamente. —No vamos a imponernos, Maddie. —Oh, ¡pero no es una imposición! —insistió la señora Duncan—. Maddie es una chica encantadora, y francamente, soy una mujer vieja que podría aprovechar un poco de compañía y una razón para salir de mi vieja casa. Con agradecimiento le sonreí, antes de girarme hacia Donny. — ¿Por favor, Donny? Podría llamarte todos los días para dejarte saber que me encuentro bien. Donny t iró de nuevo de su corbata. —Todavía se siente como si fuera demasiado una imposición. —Oh, bah —dijo la señora Duncan con un movimiento de su mano—. Maddie es una chica maravillosa. No es problema. Casi me reí. No fui nada más que problemas las últimas semanas.

Donny suspiró, luego asintió y trató de poner buena cara. —De acuerdo, Cora. Gracias. Muchísimas gracias. Me llevaré a Maddie por Acción de Gracias y la traeré de nuevo el lunes en la mañana. —¡No harás tal cosa! —dijo la señora Duncan, golpeando la mesa con sus dedos y dándole una amplia sonrisa—. Vendrán a mi casa para Acción de Gracias. Insisto. —¿No va a ir a la casa de su hija? —le pregunté. La señora Duncan siempre pasaba el día de gracias con una de sus hijas. —No —dijo, elevando un poco su barbilla, y podía ver que era para cubrir el dolor en sus ojos—. Janet no está muy feliz conmigo en este momento. Decidimos pasar las festividades separadas y darnos un poco de espacio. Y Liz la pasará con sus parientes políticos, así que a menos que los dos quieran dejar a una anciana pasar Acción de Gracias sola, vendrán y me harán compañía. Me giré hacia Donny. Sabía que sin la invitación de la señora Duncan, pasaríamos el día siguiente en algún restaurante donde el pavo estuviera seco, el relleno insípido, y el puré de patatas grumoso. —De acuerdo —cedió Donny con una sonrisa de las suyas—. Pero pagaré por los comestibles.

Traducido por Pachi Reed15 Corregido por Itxi

La señora Duncan preparó comida suficiente como para alimentar a un ejército, y comimos como reyes. Fue el mejor día de acción de gracias que podía recordar desde antes de que mi abuela muriera. Bueno, además del hecho de que traté de llamar a Ma a la cárcel, pero me dijeron que no se sentía lo suficientemente bien como para ponerse al teléfono. Eso realmente me fastidió, pero la señora Duncan me aseguró que una vez que mi mamá tuviera unos días de descanso, podríamos hablar. Sabía que en realidad quería decir que, una vez que tuviera todo el alcohol fuera de su sistema, estaría lo suficientemente bien como para ponerse al teléfono. Donny pasó las vacaciones con nosotros, pero la mañana del viernes me dijo que tenía que volver a la ciudad por una emergencia con uno de sus clientes, dejándome con un día para llenar lo mejor que podía. Sintiéndome aburrida, miré por la ventana y vi que el patio de la señora Duncan todavía estaba cubierto de hojas. Queriendo pagarle de regreso por toda la amabilidad que nos había ofrecido, bajé las escaleras y rebusqué en la cochera por un rastrillo y uno de los grandes cubos de basura de plástico que utilizamos para poner las hojas cuando solíamos preocuparnos de tener un césped limpio y ordenado. Llevando el rastrillo y el cubo hasta la casa de la señora Duncan, me puse a trabajar. Ella salió al cabo de una media hora. —¡Oh, mi Dios! —dijo desde su pórtico, sus manos entrelazadas sobre el pecho mientras me sonreía—. Maddie, ¿qué estás haciendo? —Recoger algunas de estas hojas, señora Duncan —dije. —Bueno, ¿no eres simplemente dulce? ¿Has almorzado? —No tengo hambre, señora —dije. No quería parar. Quería rastrillar cada hoja de ese césped y hacer que se viera prístino.

—Cuando estés lista para un descanso, querida, entra y te prepararé un sándwich caliente de pavo, ¿de acuerdo? Asentí y continué. Yo era una máquina de rastrillar. —Estoy esperando una entrega de muebles hoy —añadió la señora Duncan antes de ir al interior—. El camión debe estar aquí pronto. Toca en la ventana cuando los veas, ¿está bien, querida? —Sí, señora —prometí. El camión de muebles retumbó poco después de eso, y para entonces, despejé un buen trozo del camino a la puerta principal. Rick Kane se bajó del camión y se acercó a mí con una amplia sonrisa. —Hey, Maddie —dijo—. Feliz día de acción de gracias. Me detuve y me limpié la frente. —Gracias, señor Kane. Igualmente. Me dio una palmada amistosa en el hombro. —Hey, llámame Rick —dijo, y puso sus manos en sus caderas, observando mis esfuerzos. Después de darle al césped un silbido apreciativo, dijo—: Has logrado algo importante aquí, muchacha. ¿Estás en una misión? Sonreí. —La señora Duncan ha sido muy amable con nosotros últimamente, y quería devolverle el favor de alguna manera por cuidar de mí. Rick inclinó su cabeza hacia mí. —¿Estás bien, cariño? Había algo en su cara amable que me hizo soltarme un poco. —Sí —dije, mirando rápidamente—. Ma ha estado teniendo un momento difícil, y la señora Duncan ha estado cuidándome mientras se recompone. Me mordí el interior de mi mejilla antes de que pudiera decir algo más. ¿Por qué le decía a este extraño todos nuestros problemas? No lo conocía. Rick era simplemente un tipo muy agradable. El tipo de hombre que imaginaba como mi padre si hubiera vivido hasta la edad de Rick. Además, no le quedaba mucho tiempo de vida, tal vez es por eso que confié en él. Todos mis secretos morirían con él. Apretó mi hombro de nuevo. —Eso es duro, Maddie. Lo siento. Tragué saliva y me encogí de hombros. —Está bien. —Rick —llamó su compañero. Vi que él ya había abierto la parte trasera del camión. —Sí, sí —dijo Rick, su voz llena de irritación—. Voy, Wesley. — Hojeando por encima del hombro, me dijo—: Wes se pone muy molesto si piensa que va a tener que levantar algo pesado por sí mismo. Eso me hizo sonreír.

—¿Qué tal para hoy, Rick? —se quejó Wes, desapareciendo en la parte trasera del camión. Rick rodó los ojos. —Ese chico es un dolor en el trasero y siempre se mete en problemas. Me desharía de él, pero es el primo de mi esposa y necesita el trabajo, así que, ¿qué se puede hacer? Es familia, ¿sabes? Asentí, porque realmente lo sabía. Con un último apretón, Rick soltó mi hombro y se alejó para ayudar a Wes mientras yo regresaba a rastrillar. Me mantuve fuera de su camino mientras metían los artículos de la señora Duncan. Ella parecía tan content a por el nuevo mobiliario que mi corazón se calentó por verla tan emocionada. Mientras cargaba un gran paquete de hojas en el cubo de la basura, sentí una sensación punzante en la parte posterior de mi cuello, miré hacia arriba para ver a Wes viniendo hacia mí, llevando una pequeña silla. Me miraba directamente. Y no era una buena mirada. Era una mirada lasciva. Se lamió los labios al pasar de una manera que hizo que mi estómago diera vueltas. Pero lo que me pilló con la guardia baja aún más fue la fecha en la frente. Me acerqué a la orilla del césped, bien lejos de la camioneta, y mantuve un ojo cauteloso sobre él mientras que el resto de los muebles eran descargados. Lo vi mirándome con bastante frecuencia, y no me gustaba en absoluto la sonrisa que llevaba. Finalmente, Rick tenía a la señora Duncan firmando el recibo y le deseó unas felices vacaciones. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, y le hice señas. Se acercó con una sonrisa y una mirada curiosa. —¿Que pasa cariño? Me mordí el labio nerviosamente. No sabía cómo decírselo, y sabía que violaba las órdenes de Donny, pero esto era una circunstancia atenuante y sentí que tenía que darle una oportunidad. — Rick, hay algo que debes saber… —Mi voz se apagó mientras luchaba por encontrar las palabras. —¿Qué es, muñeca? Eché una mirada nerviosa hacia el camión. Wes resurgió y tiraba de la palanca para bajar la escotilla trasera. —Es Wes… Rick se puso rígido inmediatamente. —¿Te dio algún problema? Negué, decidiendo no decirle Rick sobre la mirada lasciva y simplemente confesar mi preocupación real. —Tiene la misma fecha que t ú. Rick parpadeó. —¿La misma…? suya.

Señalé en mi frente. —Tu fecha de muerte. Es la misma que la

Rick palideció y se volvió para mirar a su compañero. Pasó mucho tiempo antes de que dijera nada. —Guau. Wes terminó de cerrar a la camioneta, y nos miraba con recelo. Me di cuenta de que sabía que estábamos hablando de él. —¿Qué tal si no vas a trabajar ese día? —pregunté—. ¿Qué tal si ambos se toman el día libre? Rick se volvió hacia mí de nuevo. —¿Crees que tal vez habrá un accidente? Asentí. Eso fue exactamente lo que pensé que podría suceder. — ¿Tal vez ustedes dos deben evitar salir juntos ese día? Miró de nuevo a Wes. —Sí —dijo—. Sí, está bien, cariño. Lo voy a hacer. Me asomé a su frente, queriendo que su fecha de muerte cambiara, pero se mantuvo obstinadamente int acta. —¿Vienes? —soltó Wes cuando era obvio que a su primo le tomaba más tiempo de lo habitual el terminar. Rick le frunció el ceño, se volvió hacia mí y trató de sonreír, pero no pudo llegar a sus ojos. —Gracias, Maddie. Por decirme. Te lo agradezco. Y luego se dirigió de nuevo a la camioneta, entró, y puso el motor en marcha. Desde el lado del pasajero vi a Wes girarse y mirarme, y esta vez no fue una mirada lasciva. Esta vez fue completamente siniestra. Donny todavía se encontraba con su cliente en la ciudad, así que dormía en casa sola esa noche, lo cual había hecho en algunas ocasiones cuando Ma se hallaba fuera de juerga, pero esta vez era diferente. Sabía que no había ninguna posibilidad de que fuera a volver a la casa a las tres o las cuatro de la mañana, así que tuve la oportunidad de caer en un sueño profundo, pero luego me desperté con un sobresalto. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba alrededor de la habitación. El reloj digital al lado de mi cama marcaba las 4:00. Algo me despertó. Algo fuera de lugar. ¿Fue un ruido? Teniendo mucho cuidado en ser lo más silenciosa posible, me levanté y me acerqué a la puerta. Me asomé a la oscuridad, pero no vi nada fuera de lugar. Contuve la respiración y escuché. Débilmente, pude escuchar el tic-tac del reloj de mi padre en la planta baja, pero nada más. Conté hasta diez. Luego de veinte. Nada. Con un suspiro de alivio, me volví hacia la cama, y fue entonces cuando oí un ruido exterior. Un bajo, y familiar estruendo. Mi respiración se detuvo, y me lancé hacia la ventana. Est iré mi cuello para divisar una gran camioneta pickup detenerse antes de girar la esquina. Me quedé allí por un largo tiempo con la nariz pegada al vidrio frío. Fue entonces cuando me di cuenta de que mis brazos se hallaban

cubiertos de piel de gallina. Ya era hora, sin duda, de decirle a alguien acerca de ese camioneta, sin importa cuán reticente me sentía. A la mañana siguiente llamé a la cárcel y dije que quería hablar con mi mamá, pero me dijeron que le quitaron los privilegios del teléfono. Cuando le pregunté por qué, me dijeron que no podían dar esa información. Llamé a Donny y se lo conté, y me dijo que iba a ver qué pasaba. Llamó una media hora más tarde. —Ha estado portándose mal y echándole la comida a los guardias —dijo. Sonaba muy cansado. —¿Ella qué? —Eso parecía tan fuera del carácter de Ma, pensé que tal vez los guardias mentían. —Niña —dijo Donny—, tienes que entender. Esta es la primera vez que tu mamá ha estado sobria en un tiempo muy largo. Está pasando por una retirada desagradable, y haciendo rabietas. Tenemos que ser pacientes y dejar que el alcohol salga por completo de su sistema. —Bueno, ¿cuándo puedo hablar con ella? —No lo sé, Maddie. Esperemos que mañana, si se calma y se comporta. Sentí una oleada de ira. Ma no era un animal en el zoológico. — ¿Cuándo la vas a sacar? —exigí. —La vista previa al juicio se ha fijado para el miércoles. La juzgarán en el tribunal de drogas. —¿El tribunal de drogas? —repetí—. No consumía drogas, Donny. Sólo tomaba un poco más de lo debido. Donny soltó una carcajada. —Niña, tanto legal como científicamente, el alcohol es una droga, y tu madre tenía un poco más de “lo debido”. Sentí como si Donny me reprendiera, así que salté, y luego, de repente, toda la ansiedad y la tensión que sentí en las últimas semanas llegaron burbujeando, y empecé a gritarle con enojo. —¡Es como si estuvieras feliz que este en la cárcel! —dije—. ¿Y por qué no lo estarías? Nunca le das un descanso, Donny. ¡Siempre le haces pasar un mal rato por todo! ¡No hay nada que pueda hacer que sea lo suficientemente bueno para ti! ¡Incluso cuando lo intenta, la menosprecias! —solté algunos más insultos a mi tío, acusándolo de no gustarle Ma, de querer alejarme de ella sólo para hacerle daño, de no estar ahí para nosotros. Todas mentiras, y lo sabía, pero no podía parar. Por fin me quedé en silencio, apretando el teléfono, no estando segura de sí colgó o no. —¿Has terminado? —dijo secamente. Mi labio inferior temblaba. Sabía que me había sobrepasado y que debería pedir disculpas, pero no me atrevía a hacerlo. Así que no dije nada más, y el silencio se extendió entre nosotros.

Finalmente Donny dijo—: Voy a estar hasta el miércoles. Hablaremos entonces. —Se oyó un clic, y se había ido. Me recosté en el sofá después de eso, intentando reunir el valor para llamar de nuevo a Donny y decirle que lo sentía, pero no lo hice. Más tarde me di cuenta de que me olvidé decirle sobre la camioneta. Eso parecía una estupidez para decir ahora en vista de nuestra discusión. Fui a la cocina y busqué en la nevera para comer algo. La señora Duncan me envió a casa con tantas sobras que no iba a necesitar ir a comprar nada más que la leche durante al menos una semana. Y mientras sacaba un contenedor de sobras de pavo, not é los pasteles que me había dado cuando salí de su casa el día anterior. Estaban encerrados en una envoltura de plástico, y la señora Duncan ató un lazo de tela escocesa alrededor de ella para que se viera como un regalo. Stubby amaba pastel de nuez, y en ese momento lo extrañaba tanto que apenas podía soportarlo. Sabía que no podía visitarlo, pero tal vez podría visitar a su madre, su hermano y hermana. Tal vez salir con ellos alejaría un poco de la culpa que sentía por gritarle a Donny. Unos minutos más tarde, me encontraba fuera de la puerta, pastel de nuez en mano. La señora Schroder (11-05-2052) contestó el timbre antes de que el eco se hubiera desvanecido. —Maddie —dijo cuando abrió la puerta. Antes de darme cuenta, estaba envuelt a en sus brazos y me apretaba con fuerza—. Oh, Maddie. ¡Te he echado mucho de menos! —Y entonces, lloraba. Como, en serio llorar. Me sentí tan mal por estar lejos tanto tiempo. Después de meterme dentro, tomó mi cara y dijo—: ¡Estoy tan contenta de verte! Levanté la tarta. —Mi vecina lo cocinó —dije. Entonces me di cuenta de lo triste que parecía el rostro de la señora Schroder y cuan hinchados se encontraban sus ojos. Estuvo llorando durante por un buen rato. —Es hermoso, cariño —dijo, aceptando el pastel—. ¡Entra, entra! La seguí a la cocina, y a través de una puerta que daba a la sala de juegos donde pude oír al hermano menor de Stubby y su hermana discutiendo sobre el videojuego al que jugaban. —Pensé en llamarte tantas veces —dijo la señora Schroder, poniendo la tarta en el mostrador al mismo tiempo que tomaba su abrigo y bolso—. Lamento mucho no haberlo hecho. Pero estás aquí exactamente cuándo necesitaba a alguien, como un ángel enviado a mí esta mañana. Estaba muy confundida. —¿Pasó algo? —pregunté. Señora Schroder se encogió de hombros en su abrigo. —Un oficial de la cárcel me llamó hace quince minutos.

Aspiré una bocanada de aire. —¿Qué pasó? —Él dijo que Arnold ha estado involucrado en algún tipo de perturbación, y que le gustaría que vaya allí. —Su voz se volvió ronca cuando dijo las palabras. Me mordí el labio. ¿Perturbación? ¿Qué significa eso? La mamá de Stubby se secó los ojos. —No estoy segura. He llamado a tu tío varias veces, pero va directo al correo de voz. Así que me dirijo al centro para ver si puedo averiguar algo. No tengo a nadie que cuide a Sam y Grace. ¿Te importaría quedarte con ellos por un rato? Parpadeé. —¡Oh! Claro, yo los vigilo señora Schroder, no se preocupe. Por favor, vaya a ver Stubs y mándele saludos de mi parte y dígale que lo echo de menos, ¿de acuerdo? La señora Schroder dio un paso adelante para abrazarme de nuevo. —Gracias. Lo haré. —Y entonces corría por la puerta. Pasé la mayor parte de la tarde con los hermanos menores de Stubby. Sam (25-04-2092) y Grace (17-03-2048) eran niños bastante agradables, pero también eran un poco problemáticos. Para el momento en que la señora Schroder llegó a casa, me encontraba muy aliviada. Hasta que vi su cara. —¿Es algo grave? —Me quedé sin aliento. La mamá de Stubby lloraba, pero intentaba apartar la cara de Sam y Grace para que no vieran lo mal que estaba. Tuve la sensación de que se había mantenido fuerte hasta que caminó a través de su propia puerta, y todo se vino abajo. La llev é a una silla, le conseguí una caja de Kleenex, y esperé. Finalmente, parecía calmarse, y pregunt é—: ¿Puede decirme qué pasó? —Arnold fue llevado al hospital —dijo, su voz quebrada por la emoción—. La perturbación fue que su compañero de celda lo agredió. Le rompió la nariz, re-fracturó su mano, y tiene una conmoción cerebral severa tan grave que lo están manteniendo en observación. Me mordí el labio, yo misma cerca de las lágrimas. —¿Donny te devolvió la llamada? La señora Schroder asintió. —Está intentando conseguir que Stubby sea trasladado a un confinamiento solitario, lo cual suena horrible y extremo, pero lo mantendría separado de la población general y estaría a salvo. Aun así, tu tío dice el director es muy apegado con el FBI, y ellos están presionando para mantenerlo en ese mismo bloque de celdas con todos esos asesinos y traficantes de drogas. La voz de la señora Schroder se rompió de nuevo, y tuvo que coger otro pañuelo. —Donny piensa que quieren hacer a Arnold tan miserable como sea posible para que finalmente te eche la culpa.

Aspiré una bocanada de aire. Todo esto era mi culpa. Stubby se hallaba en el hospital por mi culpa, y sería echado de nuevo a los lobos porque era mi mejor amigo y no iba a mentir y decir que yo tenía algo que ver con los asesinatos de Tevon y Payton. —Es el cuaderno, Maddie. Parece que no pueden deshacerse de él. Realmente creen que estás involucrada. Dejé caer mi barbilla. La mamá de Stubby no me había acusado, pero sabía que tenía que asumir toda la culpa. —Lo siento mucho, señora Schroder, pero le juro: ninguno de nosotros tuvo algo que ver con los asesinatos. La sentí extender la mano y dar palmaditas en mi hombro. —Lo sé, cariño —dijo, y me pregunté si realmente lo hacía. Guardó silencio durante un rato, luego la oí levantarse y alejarse. Cuando levanté la vista que me traía un pequeño marco—. ¿Mirarías por mí? —susurró. Mi ceño fruncido. —¿A qué? Puso el marco en mis manos, y me di cuenta que era una foto de Stubby. —¿Su… su fecha ha cambiado? Me quedé mirando la imagen regordeta de las mejillas redondas de Stubby con una sonrisa de oreja a oreja. Siempre estaba feliz. Siempre mirando el lado positivo. Lo extrañé tanto en ese momento que por un segundo no pude ver la foto a través de mis lágrimas. Limpiándome los ojos, me centré en el cuadro. —Estará bien, señora Schroder. Pero no me iba a dejar fuera del gancho tan fácilmente. —¿Cuál es la fecha, Maddie? Levanté mi mirada hacia ella. —¿De verdad quieres saber? —Por favor, dime —rogó, y mirándola a los ojos suplicantes, no podía negarle. —Diecinueve de agosto del dos mil noventa y cuatro. Tenía la esperanza de que le trajera un poco de consuelo, pero la señora Schroder sólo se mordió el labio y me alejé. —El fiscal le dijo a tu tío que tienen la intención de seguir una sentencia de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Eso significa que Arnold podría pasar los próximos ochenta años en la cárcel. Esa no es vida para mi hijo, Maddie. No es vida en absoluto.

Traducido por Pau Cooper Corregido por Sandry

El jueves siguiente fingí un dolor de estómago y no fui a mis dos últimas clases. Estaba tan deprimida y triste por Stubby y Ma que no me podía concentrar; todo lo que quería era ir a casa y encogerme como una bola. Mientras empujaba mi bici fuera del aparca bicis para irme a casa, vi un destello negro por el rabillo de mi ojo. La próxima cosa que supe, es que el BMW de Donny había aparcado a mi lado. —Oh, bien, recibiste mi mensaje —dijo, saliendo del coche para acercarse a mí. Me encontraba tan sorprendida de verlo que simplemente permanecí ahí estúpidamente. —¿Mensaje? —No teníamos permitido llevar nuestros teléfonos a la escuela, y había olvidado encender el mío cuando me fui. Donny agarró el manillar y empezó a empujar la bici hacia el coche. —Vamos, niña. El tráfico es malo, y vamos a llegar tarde. Me saqué de encima la sorpresa y me moví hacia su coche. Mientras arrancábamos, pregunté —: ¿Qué pasa? —Es tu madre. Me puse rígida. —¿Qué ha pasado? —Colapsó esta mañana en la cárcel. Intenté que la pusieran en desintoxicación, pero nadie allí quería escucharme, y ahora está en el hospital. Las funciones de su hígado y sus riñones no son buenas. Estaba tan aturdida y con miedo por Ma que durante varios segundos lo único que podía hacer era mirarlo. Donny puso su mano libre sobre la mía. —Oye —dijo—. No te asustes. Ella estará bien, Maddie. Pero quería llevarte a verla antes de su cita en la corte.

Aparcamos en la cochera enfrente de la calle del hospital, y lentamente seguí detrás a Donny mientras me guiaba dentro. Nos paramos en información antes de dirigirnos a la cuarta planta y preguntar en el puesto de enfermeras. Desde ahí caminamos la longitud del pasillo y nos detuvimos enfrente de un guardia armado, que se encontraba fuera de la habit ación de Ma. Él abrió la puerta para nosotros y entró para quedarse de pie con los brazos doblados sobre su pecho. El mensaje est aba claro: tendríamos audiencia en la visita, nos gustara o no. Ma estaba tan pálida que parecía gris. Había tubos que serpenteaban hacia abajo desde el gotero que se encontraba en su muñeca derecha, y los afilados bordes de su clavícula sobresalían. Se veía tan delgada y frágil. Era difícil creer que la que estaba ahí tumbada era mi madre. También había correas sobre su cuerpo, inmovilizándola a la cama, pero parecía tan frágil y enferma que dudaba que fuera capaz de luchar para salir de la cama, mucho menos de la habitación y del guarda. Mientras permanecíamos ahí y observábamos en shock a Ma, una enfermera entró, nos asintió, entonces se inclinó para cambiar la bolsa en el palo del gotero. —¿Por qué la tienen atada así? —le pregunté a Donny. —Es para ayudar con sus ataques —contestó la enfermera por él. —¿At aques? —Maddie —advirtió mi tío mientras Ma se agitaba pero no abría los ojos—. Mantén la voz baja, chica. Bajé mi voz a un susurro. —¿Por qué está teniendo ataques? La enfermera primero miró a mi tío antes de responder. Él asintió, y ella se enfocó en mí. —Tu madre está pasando por la abstinencia de alcohol. Cuando los adictos a largo plazo se encuentran obligados a parar de golpe, sus cuerpos a veces no pueden soportarlo. Tu madre debería ser admitida en un centro de desintoxicación en vez de en una celda. La enfermera cambió su mirada para enviar una mirada enfadada al policía vigilándola, y él en respuesta rodó los ojos y desvió la mirada. —¿Se pondrá mejor? —pregunté. La enfermera recogió la vieja bolsa del gotero. —Debería. Necesitaremos mantenerla aquí al menos las próximas cuarenta y ocho horas para asegurarnos que las funciones de su riñón e hígado se normalizan, pero debería estar suficientemente bien para ser liberada al condado en otro día o dos.

—Me gustaría hablar con su doctor, ¿si eso está bien? —preguntó Donny, sonriendo a la enfermera. Me di cuenta de que él pensaba que era bonita. —Claro —dijo, con una señal de sonrisa en respuesta. Aparentemente ella también pensaba que él era guapo—. Vamos. El doctor Aruben está de ronda. Te llevaré con él. —Quédate aquí hasta que vuelva —me dijo Donny. Asentí, y me besó un lado de mi cabeza y siguió a la enfermera. El guardia ni siquiera se movió de su lugar al lado de la puerta, así que hice lo mejor para ignorarlo. Me moví hacia el lado de la cama para sujetar la mano de Ma, pero se estaba sacudiendo tanto que me asustó, así que la bajé. — ¿Ma? Sus párpados se agitaron. —Soy yo. —Ella no respondió—. Soy Maddie. —Todavía nada. Me mordí el labio, intentando fuertemente no llorar, pero ella se veía tan mal tumbada ahí, tan pálida y sudada e inquieta. Incluso cuando estaba en sus peores desmayos ella no tenía tan mal aspecto—. Ma — dije de nuevo—. Tienes que luchar ¿vale? Tienes que mejorar para así venir a casa. Los párpados de Ma se agitaron de nuevo y se abrieron, como si de repente fuera liberada de un pestillo. —¿Qué estás haciendo aquí? —exigió, su voz ronca como la lija. —Yo… vine a verte. —No te quiero aquí. Fui a por su mano de nuevo, pero ella la empujó lejos. —Vete, Maddie. Sus palabras me golpearon como una bofetada. —Ma… —¡Fuera! Retrocedí de la cama pero no dejé la habitación. —Ma —intenté de nuevo. No pude evitar la renuncia en mi voz. —¡Vete! —espetó, sus ojos negros y duros como el hierro. Todavía permanecí ahí durante unos segundos, esperando a que me dijera que todo era una broma, que por supuesto me quería ver, que estaba feliz de que yo estuviera ahí. Pero su dura expresión nunca se suavizó. Finalmente, me giré y dejé la habitación. Caminé deprisa por el pasillo sin importarme dónde iba. Solo quería irme. Y ahí es cuando me crucé con el agente Faraday. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, cuando me alejé murmurando disculpas.

Alcé la mirada y me di cuenta de con quién me había chocado. —Yo… mi madre... —Señalé el final del pasillo al quedarme sin palabras. Los ojos de Faraday ojearon el pasillo detrás de mí, y me giré para también mirar. El guardia estaba saliendo de la habitación de Ma y sentándose en una silla plegable en el pasillo. —Oh, sí —dijo Faraday—. Oí que la recogieron el otro día. Supongo que no la usaremos como testigo de carácter, ¿eh? Lo dijo con tal dureza de corazón helado, que sentí algo dentro de mí construirse, y entonces el dique se rompió. Me moví hacia la pared y descansé mi frente en ella, envolviendo mis brazos a mí alrededor mientras una enorme ola de desesperación se dirigía desde dentro de mí. Peleé duramente, pero no lo podía frenar. Empecé a llorar, luego a sollozar, y toda la angustia que sentía sobre mi padre, mi madre, y Stubby, se derrumbó en un largo y desgarrador gemido. Me caí al suelo, abrazándome aún más fuerte a mí misma, pero no lo podía contener. —Oye —escuché—. Oye, Madelyn —dijo Faraday. Sentí sus dedos fríos en mi hombro—. Vamos, chica, recóbrate. Pero no podía parar y no podía coger aliento y pronto empecé a ver estrellas. Oí llamar a una enfermera, y entonces fui recogida, cargada entre gente, y llevada hacia una camilla. Los sollozos seguían viniendo: un océano de dolor, miedo, y preocupación golpeándome en mi oleaje. Sentí manos sobre mí y charlas a mi alrededor, pero no podía distinguirlas. Y entonces sentí un pinchazo y tomé tres respiraciones cortas, forzándome a enfocarme. Vi una aguja deslizarse en la vena de mi brazo derecho, y entonces el mundo giró. Atrapé la mirada en la cara de Faraday justo antes que las luces se apagaran. Su expresión había cambiado. Podía haber jurado que ahora tenía una expresión culpable. Me desperté sintiéndome muy desconectada —como si mi mente hubiera sido empujada al final de mi cabeza detrás de una capa de bolas de algodón, y todos mis otros sentidos y funciones estuvieran simplemente yendo por los movimientos— vacía de cualquier voluntad o deseo por mi parte. Lentamente, me di cuenta de las voces, enfadadas pero silenciosas. —¿Qué le dijiste? —demandó Donny. —Nada, Fynn —dijo Faraday—. Se chocó contra mí, y luego simplemente perdió los papeles. Mentiroso, pensé sin ninguna emoción. —La enfermera te vio decirle algo —gruñó Donny. Ahora él sonaba enfadado. —Escucha, abogado —le dijo Faraday—, me encantaría quedarme aquí y discutir contigo, pero tengo que volver a la oficina.

Espero que tu sobrina esté bien, pero de verdad, traerla aquí con todo lo que está pasando… ¿realmente pensaste que era una buena idea? —¿Qué demonios sabes t ú? —Donny estaba ahora gritando. —Tengo un chico, Fynn —dijo Faraday—. Si su madre fuera una borracha y fuera recogida y llevada a desintoxicación, nunca le dejaría verla hasta que se recuperara. —¡Vete al infierno, Faraday! —espetó Donny. Y entonces se puso a mí lado y oí los pasos de Faraday clicando ruidosamente por el pasillo—. Hola, chica —dijo Donny, líneas de preocupación grabadas en su frente—. ¿Estás bien? Asentí. Estaba bien. Al menos mi mente estaba bien. Me sentía como si estuviera metida en la parte trasera de mi cabeza donde no tenía que pensar ni preocuparme. Aunque no conocía mi cuerpo. Se sentía flojo y pesado. Donny me acarició el pelo y me besó la frente. —El doctor dice que necesitas quedarte aquí hasta que se acabe el got ero, entonces te puedo llevar a casa. Asentí de nuevo, pero de repente me encontraba muy cansada. Asentir era como mover una gran bola plomo arriba y abajo. Mis párpados se cerraron y oí a Donny decir algo más, pero no lo registré. Mi mente se estaba apagando, y era un alivio. Me desperté en el coche de Donny. Sentándome, miré alrededor lentamente. Casi estábamos en casa. —Hola, dormilona —dijo. Intenté abrir la boca para contestar, pero se sentía pegajosa y demasiado costoso. —Te voy a dejar en casa, Maddie —dijo Donny—. La señora. Duncan nos va a encontrar ahí y te va a cuidar mientras yo voy a reunirme con el abogado del tribunal de drogas. Volveré para la cena y entonces hablaremos, ¿vale? Parpadeé. Esperaba que entendiera que era una señal afirmativa. Él me sonrió de lado. —Hombre, te han dado unas drogas buenas ¿eh? ¿Buenas? No. Nada de esto era bueno, pero al menos tenía una excusa para no hablar. Apoyé la cabeza y cerré los ojos. Estaba dormida de nuevo en segundos. La siguiente vez que me desperté me encontraba en la oscuridad. Me senté, completamente desorientada. Me tomó un minuto darme cuenta que estaba en mi habitación. Miré hacia la mesita de noche — el reloj marcaba las siete y media, y no podía saber si de la mañana o de la noche. Pero entonces me di cuenta que a las siete y media de la mañana normalmente había luz.

Balanceando mis piernas fuera de la cama tuve un mareo, y me agarré al borde del colchón con fuerza. Mientras intentaba recobrar el equilibrio, la escena del hospital volvió a mí. Como Ma me echó fuera. Como el agente Faraday había sido tan malo. Como yo había colapsado en un charco de lágrimas. Sentí que mis mejillas se calentaban. Todo era tan embarazoso. Al menos me sentía lo suficientemente bien como para salir de la cama y arrastrar los pies hasta la puerta. Abriéndola, oí voces abajo. Podía oír a Donny y a la señora Duncan hablar, pero no podía saber lo que estaban diciendo. El olor de algo delicioso flotaba desde la cocina. Con cuidado al sujetarme a la barandilla, me dirigí abajo y giré la esquina hacia la cocina. La señora Duncan estaba sentada en la mesa con Donny, quien comía un pastel de pollo tan cremoso y delicioso que debería ser bendecido siendo portada de una revista de cocina. —¡Oh, Maddie! —dijo la señora Duncan, saliendo de su sitio para venir y poner su brazo a mi alrededor y guiarme hasta la mesa—. ¿Cómo te encuentras? Me limpié el sueño de los ojos. —Un poco atontada. —¿Tienes hambre, niña? —preguntó Donny, ofreciéndome su tenedor. Asentí, y la Sra Duncan dijo—: Donny, tú comete eso. Tengo uno calentándose en el horno para Maddie. Un minuto después puso mi cena en frente de mí con un vaso de leche grande, y me lancé a por él. —¡Cuidado! —me advirtió mientras se sentaba de nuevo—. Está caliente. Soplé en el tenedor lleno de cremoso pollo y pastel y me lo metí en la boca muy pronto. Me quemé un poco la parte superior de la boca, pero estaba muy bueno. —Hablé con el abogado del tribunal de drogas —dijo Donny, mirándome de reojo como para ver si estaba coherente para hablar. Parpadeé. —¿Quién? —El abogado del tribunal de drogas. Asesoran los casos de gente como tu madre y hacen recomendaciones al juez, quien tiene la autoridad de enviar a esta gente o a rehabilitación o a la cárcel, dependiendo. —¿Dependiendo de qué? —Bueno, de muchas cosas en realidad —dijo Donny—. Si el acusado tiene un extenso historial de abuso de drogas o alcohol o no, si el acusado ha estado en tratamiento antes… cosas así.

Asentí. Lo entendía. —¿Qué dijo él? —Ella —dijo—. Dijo que sugerirá un acuerdo de culpabilidad que mantendrá a tu madre fuera de la cárcel, si Cheryl entra en un programa de tratamiento para el alcohol durante cuatro meses. Di un sorbo de leche, intentando averiguar si eso eran buenas noticias o malas. —¿Qué significa eso? Donny se limpió las esquinas de la boca con la servilleta. — Significa que está de acuerdo en que tu madre se encuentra enferma, no irresponsable. Miró el historial de Cheryl y el hecho que tu madre fue una enfermera con un máster y un gran trabajo hasta la muerte de Scott. Significa que entiende que Cheryl no es una escoria que hizo malas decisiones toda su vida. Así que tu madre irá a rehabilitación, y entonces tendrá unas cien horas de servicio comunitario que completar junto con un test de sangre y reuniones de Alcohólicos Anónimos ordenadas por la corte, y con suerte esta vez seremos capaces de mantenerla fuera de la cárcel. Pero, Maddie, si se pierde un test de sangre, la meterán en la cárcel y tendrá que estar ahí durante cinco años. —Ella lo puede hacer, Donny. Si consigue ayuda, sé que puede hacerlo. Asintió. —Yo también lo sé, niña. Es por eso que he presionado. Y entonces pensé algo que me preocupó. —¿Qué pasa si dice que no a la rehabilitación? —Ma ha dicho de no conseguir ayuda muchas veces en el pasado. Era la única que pensaba que no tenía ningún problema que no pudiera solucionar ella misma. —No tiene mucha opción. Será parte del acuerdo de culpabilidad. O acepta los cuatro meses de rehabilitación, o enfrentara un juicio donde podrá estar mucho tiempo. Empujé mi servilleta. Ma podía ser muy terca. Me preocupaba que dijera que no a la rehabilitación y quiera ir a juicio, pensando que vencerá los cargos. Donny parecía leerme la mente. —Oye —dijo—. No te preocupes. Hablaré con ella. Asentí y comí un poco más de mi cena. —Fue tan mala conmigo —dije tras un rato. —¿Mala contigo? —preguntó la señora Duncan. Mantuve la vista apartada, sintiendo lástima por ninguna razón. — Se despertó después de que Donny dejara la habitación. Me dijo que me fuera, que no me quería ahí. —Oh, Maddie —dijo la señora Duncan, estirándose en la mesa para apretarme la mano. —Tuve un hermano que luchó con alcohol. Él era terrible con nosotros cuando estaba sobrio y dulce como un ponche

cuando tenía unas cuantas copas dentro. Realmente no son ellos en ese estado, cariño. Tu madre solo necesita algo de tiempo y ya verás. Será la madre que fue de nuevo. Esperaba que la señora Duncan tuviera razón, pero la verdad es que apenas recordaba la Ma que solía ser. —¿Tendrá que irse muy lejos? —le pregunté a Donny. Sacudió la cabeza. —Hay un centro de rehabilitación estatal en Whitcomb. Whitcomb se encontraba a cuarenta y cinco minutos en coche. —Vendré los fines de semana, y podemos ir a visitarla una vez que sus abogados crean que está preparada. Mi ceja se frunció. —¿Cuánto tiempo llevará eso? —Depende de tu madre, Maddie —dijo Donny, evitando mis ojos—. Al menos unas semanas. Ella tendrá que enfrentar su problema y tomar responsabilidad de ello. La única manera de que mejore es aceptar que realmente ha arruinado su vida. Tiré de la servilleta un poco más. —Es mi culpa que ella beba — susurré. Donny me miró rápidamente. —¿Tu culpa? ¿Maddie, cómo puedes pensar eso? Y entonces toda la angustia que sentí en el hospital volvió y con voz temblorosa le confesé mi remordimiento más profundo. —Ella bebe porque me culpa por papá. Ella no quiere culparme, pero sé que lo hace. Y es mi culpa también. Debería habérselo dicho, Donny. Debería haber averiguado qué significaban los números, y debería habérselo dicho. La señora Duncan me apretó la mano mientras Donny me miraba con la boca abierta. —Niña… —dijo, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que dije—. Cheryl no te culpa. Y lo sé cómo un hecho. Sacudo mi cabeza, tan avergonzada que tenía que mirar el regazo. —Sí que me culpa —insistí—. Pero sé que no quiere. Donny se inclinó y me alzó la barbilla, obligándome a mirarlo. — Maddie —dijo dulcemente—, Voy a compartir algo contigo que tu madre me prometió nunca decirte, pero visto lo que acabas de decir, creo que debo. Sorbí. —¿Qué? Donny tomó una respiración profunda, y se lazó. —¿Recuerdas ese dibujo que hiciste de tu madre, de tu padre y de ti? ¿Ese que insististe que Scott colgara en la nevera del viejo apartamento? Inmediatamente, sabía que estaba hablando del dibujo que Ma todavía mantenía escondido arriba. —Sí.

—El día que trajiste a casa eso a casa, tu madre y tu padre me tuvieron de invitado para cenar. Mientras todos estábamos en la cocina, tú trajiste un dibujo que hiciste de mí. Me lo diste, y vi que también habías escrito mis números. Después de que te fueras a la cama, los tres hablamos, y Scott mencionó los dibujos. Tu madre pensó que eras un poco artista, pero Scott estaba enfocado en los números que dibujabas en la frente de todo el mundo. No sabíamos por qué insistías en que los veías en cada cara que veías, y Scott se encontraba convencido de que había algún significado ahí. »Los tres dijimos teorías de lo que podría significar la secuencia, y tú padre fue el único que sugirió que a lo mejor tenías algún don intuitivo y los números eran como cumpleaños pero al revés. Él pensó que a lo mejor los números eran una fecha, y que tú estabas viendo la fecha de la muerte de la persona. Donny hizo una pausa y su labio inferior tembló. Bajó la mirada a la mesa, como si estuviera avergonzado de continuar. Finalmente, se aclaró la garganta, y con una voz vacilante dijo—: Tu madre se rio ante la idea. Dijo que la teoría de Scott era ridícula; que nadie podía saber eso. Pensaba que te encantaba simplemente contar y asignar a todo el mundo números al azar porque eras creativa y lista y pensabas que era un juego divertido. Ella convenció a tu padre de olvidarse de la idea. Un año después, supimos que Scott tenía razón todo el tiempo. Entonces Donny alzó la mirada hacia mí. Una lágrima se le escapó y se la quitó rápidamente. —Así que, Maddie, ambos, tu madre y yo, sabemos que no es tu culpa. Ella no te culpa, chica. Se culpa a sí misma, y se traga eso y por el hecho de que está aterrorizada que algún día te diga lo que pasó esa noche, y la culpes también. Estaba sentada en mi silla tan aturdida que apenas podía pensar. No sabía qué decir o incluso cómo sentirme. Había llevado la carga de culpa por la muerte de mi padre durante más de la mitad de mi vida y nunca se me había ocurrido que a lo mejor él había adivinado mucho antes de su muerte lo que significaban los números. Me giré hacia la repisa de la chimenea en el salón donde se situaba su foto. Si lo sabía, o incluso si lo sospechaba, ¿por qué entró en ese edificio? Donny parecía leerme la mente. —Tu padre nunca mencionó la teoría de nuevo —dijo—. Pero yo lo conocía mejor que nadie. El día en que murió tenía que habérsele pasado algo por la cabeza, pero nunca fue el tipo de hombre que diera la espalda a sus hermanos en peligro. Creo que entró en ese edificio sabiendo que había una buena probabilidad de que no saliera vivo, y tomó la decisión más dura que pudo hacer, porque en el fondo, Scott era un hombre con el corazón de un héroe. La señora Duncan movió su silla para abrazarme fuerte mientras Donny me apretaba la mano. Esta vez, mis lágrimas eran purificadoras.

Cuando acabé, me sentí más ligera. Y más orgullosa de mi padre de lo que podía decir. Donny se quedó a pasar la noche, durmiendo en el cuarto de Ma. A la mañana siguiente tenía que volver a la ciudad, pero antes de irse, fue lo suficiente bueno como para llamar y librarme de ir a la escuela. Todavía me sentía débil y emocional por el día anterior, y no podía enfrentar las miradas acusadoras y comentarios de los niños y los profesores. Prometió llamarme luego por la tarde para ver como estaba, y sabía que la señora Duncan vendría también en algún momento. Me quedé de brazos cruzados un par de horas, descansada y ansiosa mientras cambiaba los canales, pero no parecía gustarme nada en la tele. Seguía pensando en lo que Donny dijo sobre mi padre. Él nunca le dio la espalda a sus hermanos de azul, y tenía el corazón de un héroe. Me senté un rato en su sillón, mirando su foto. No había ignorado la llamada de ayuda cuando llegó. Hizo algo. Tomó la decisión más difícil. Y no creí que él aprobaría que estuviera sentada aquí sin hacer nada cuando también podía hacer algo. Con una nueva determinación, fui arriba a ducharme y cambiarme e incluso me arreglé el pelo. Luego bajé, dejé una nota en la parte de atrás para la señora Duncan por si venía a verme, y me fui. Conduje hasta la parada del bus y cogí el 110 hacia el centro de Grand Haven. Después de que el conductor me ayudara a coger la bici del estante enfrente del bus, conduje hacia las agencias de oficinas. Bloqueando mi bici a un pequeño árbol, entré, pero tuve que parar en la primera planta para organizarme. Mi corazón estaba martilleando, y temblaba con nervios. Tuve que tomar un par de respiraciones profundas antes de poder subir las escaleras e ir a las oficinas. La recepcionista detrás del escritorio era muy simpática, y tras decirle a quién quería ver, me señaló una silla y esperé. Después de dos minutos, el agente Faraday salió, llevando una curiosa expresión. —¿Madelyn? —dijo, mirando por el recibidor—. ¿Dónde está tu tío? —No está aquí. Faraday frunció el ceño. —No puedo hablar contigo sin tu tío presente. Cuadré los hombros. —Sí, puede. Me miró de reojo. —¿Oh? ¿Estás renunciando a tu derecho a un abogado? Sacudí la cabeza. —No estoy aquí para hablar del caso, agente Faraday. Estoy aquí para hablar de algo más.

Faraday me estudió, y pude sentir a la recepcionista mandar miradas a hurtadillas sobre la parte de arriba del ordenador. —Vale — accedió—. Ven atrás. Lo seguí y me recordé a mí misma de respirar. Pregunté por hablar con el agente Faraday porque, entre él y Wallace, pensaba que Faraday podría ser más abierto de mente. Sabía que Donny estaría furioso conmigo por venir aquí, y también sabía que podría estar arriesgando mi propia libertad entrando en la guarida del león, pero Stubby me necesitaba, y sabía que tenía que convencer a Faraday de que decía la verdad acerca de ver las fechas de muertes. Si podía conseguir que me creyera sobre eso, entonces podía convencerle de que me creyera sobre lo de Stubby. Era remoto, lo sabía, pero era la única cosa que podía pensar que ayudara a mi mejor amigo. Faraday me guio hacia su despacho, y tomamos nuestros asientos —él en un lado del escritorio, yo en el otro. —¿Te encuentras mejor? — preguntó, y podía detectar un poco de culpa. Me hacía sentirme un poco más segura para preguntarle a él en lugar de a Wallace. —Estoy bien. Faraday asintió y se inclinó en la silla. Me di cuenta de estaba derribándole viniendo aquí. —Así que, ¿qué te trae aquí, Madelyn? —¿Me haría un favor, agente Faraday? —Depende del favor que sea. Suspiré con cansancio. ¿Por qué los adultos eran tan agotadores? —¿Puede por favor llamarme Maddie? Sus ojos se estrecharon, su guardia nunca bajando. —Creo que puedo conceder ese favor —dijo tras un momento—. Así que, ¿qué te trae aquí, Maddie? Miré las fotos policiales de la pared. Las que había escrito todavía estaban ahí. —Quiero que me examine. Faraday dejó de balancearse en la silla, y esos ojos se estrecharon de nuevo. —¿Examinarte? —No cree que puedo ver lo que puedo ver, ¿verdad? Faraday tocó el brazo de la silla. —¿Te refieres a las fechas de muertes? Asentí. —No —dijo sin rodeos—. Creo que mientes. —Mirando sobre su hombro a la pared detrás de él añadió—: Aunque creo que fue un buen truco. Lo que no puedo decidir es si tu tío te ha puesto en ello, o si se te ha ocurrido a ti sola.

Sonreí. Era bueno tener eso abierto. —Vale. No confía en mí o me cree. Entonces, ¿qué tal si ust ed diseña el examen? De esa manera verá que estoy diciendo la verdad. —¿Examinarte? —Sí, señor. Faraday resopló. —¿Y cómo te puedo probar, Maddie? Hasta que alguien muera, no hay manera de probar que ves lo que ves. —Sí que la hay. Enséñeme alguna fotografía de cualquier persona que conozca que está muerta, y le diré la fecha exacta de su muerte. Y asegúrese de que las fotos no vengan de alguien famoso o que piense que puedo acceder online. Hágame mirar solo esas fotos de gente que esté seguro que no conozco. Y cronométreme. Faraday juntó los labios. Podía ver que estaba intrigado. — ¿Cronometrarte? —Sí. Deme una buena cantidad de fotos, y solo, como… cinco minutos para hacerlo. Faraday parecía pensarlo un poco. —Querría verte mientras lo haces —dijo, como si fuera algo a lo que me opondría. Me aseguré de mirarlo a los ojos. —Sin problema. —Y me darías todos tus aparatos —añadió. Alcancé mi bolsillo trasero y saqué el nuevo teléfono que Donny me consiguió. Poniéndolo en su escritorio en un desafío silencioso, me senté de nuevo en la silla y esperé a que decidiera. —Querría grabarlo también, y si haces una fecha mal, Maddie, perderás y usaré ese pequeño vídeo en el juicio. Mantuve su mirada. —Hecho. Faraday se sentó recto. —Vale —dijo, y podía ver que pensaba que me tenía exactamente donde él quería. Me ponía un poco nerviosa, porque no sabía qué trucos podían usar los federales para hacerte parecer culpable, pero estaba en ello ahora, y no había manera de echarme atrás. —Dame hasta esta tarde para organizarme. Digamos, sobre las tres. Cogí mi teléfono para ver la hora. Eran las diez de la mañana. — Nos vemos a las tres, agente Faraday. —Y entonces lo dejé con su tarea.

Traducido por Jasiel Odair y Nikky Corregido por Laura Delilah

Esperé en la Biblioteca Grand Haven por unas horas, luego, en una cafetería bajando la calle de las oficinas, mi rodilla rebotaba todo el tiempo. Estaba ansiosa por pasar la prueba, y mientras los clientes entraban, me encontré mirando a sus frentes, asegurándome de poder ver cada fecha de muerte. Yo podía, por supuesto, pero aun así me tranquilizaba a pesar de la naturaleza macabra de todo. A las dos y cuarenta y cinco me fui de la cafetería y me dirigí de nuevo a la oficina. La recepcionista me dijo que Faraday le había dicho que me llevara de regreso cuando llegara, así seguí detrás, a pesar de que me sabía el camino. Faraday estaba en el teléfono, de espaldas a nosotras, y por su postura, noté que estaba enfadado. —Jenny — gruñó—, ¡si él quiere vivir conmigo, entonces puede vivir conmigo! La recepcionista se quedó en silencio y miró a su alrededor, incómoda. Se aclaró la garganta, pero Faraday no pareció oírla. — Entonces conseguiré un lugar más grande —ladró—. ¡El acuerdo de custodia dice que tenemos la custodia física conjunt a, y si él ya no encuentra vivir contigo una experiencia placent era por lo que recuerdo, entonces por supuesto que puede vivir conmigo! Miré alrededor. Por lo que vi, todo el mundo dentro de seis metros de nosotros podía oír a Faraday enfrentarse a lo que parecía ser su ex esposa, y todos cuidadosamente mantenían sus miradas alejadas, fingiendo no escuchar. Era una broma. La recepcionista se aclaró la garganta en voz muy alta, una vez más, y la postura de Faraday se puso rígida. Nos miró por encima del hombro y dijo—: Me tengo que ir. Hablaremos de esto más tarde. — Mientras colocaba el teléfono en el soporte pude oír la voz aguda de su ex gritándole a través del receptor. Sentí pena por su hijo atrapado en el medio.

—Estás de vuelta —dijo como si no esperara que est uviera a tiempo. La recepcionista sonrió torpemente y dijo—: El agente Faraday la tomará desde aquí. —Luego hizo una rápida retirada por el pasillo. —Si usted no está listo... —le dije. —Está bien. Adelante. —Faraday me hizo señas para que siguiera adelant e, y entré en su oficina, notando que la mayoría de los artículos en su escritorio habían sido eliminados. Lo que había sido una superficie abarrotada de papel y archivos y marcos de cuadros, estaba ahora limpio, excepto el monitor de la computadora y una pila de papeles de varios centímetros de espesor. Sobre la primera hoja de papel había una copia a color de un hombre mayor, rodeado de globos. Parecía tener un ligero parecido con Faraday. En el lado opuesto de la habitación había varios álbumes de fotos, algunos parecían bastante viejos, y en un trípode había una cámara destinada al costado derecho del escritorio. Ignoré la cámara y me dirigí a la silla, pero Faraday levantó la mano. —¿Tú teléfono, Maddie? Lo saqué de mi bolsillo trasero y se lo entregué. Entonces me quedé de pie con las cejas levantadas hasta que él hizo un gesto para que me sentara. Una vez que tomé mi asiento miré alrededor de la mesa. —Necesito algo para escribir. Y algo en qué escribir. Faraday se dirigió a la pantalla del ordenador caminando alrededor de modo que su espalda me estaba enfrentando antes de llegar a su escritorio y sacó un conjunto de notas adhesivas y un lápiz. — Escribe la fecha en la nota adhesiva y colócala en la foto —instruyó. Luego levantó el teléfono y dijo—: ¿Quieres que cuente? Tomando el lapicero y dejando el conjunto de notas adhesivas en frente de mí, no pude evitar sonreír un poco. —Claro. —Tres... dos... uno. Me puse a trabajar. La pila era interesante. La mayoría de las páginas eran copias en color de lo que supuse eran fotos de familia. Algunos de ellos contenían más de una persona, pero dentro de ese grupo siempre había al menos una persona en círculos, y yo sabía que era en quien Faraday quería que me concentrara. No gasté más de cinco segundos por foto —eso es todo lo que tomó. Yo simplemente miraba y escribía la fecha. Cuando llevaba la mitad, vi que Faraday había intentado hacerme equivocar con un círculo sobre la foto de una mujer madura —tomada por lo menos varias décadas antes— quien todavía estaba viva. Y lo estaría por tres años más. Anoté su fecha, y junto a ella también escribí Buen int ent o.

Aparte de eso, sólo una foto realmente se destacaba. Era la imagen de un niño de unos diez u once años con una gran brecha entre sus dos dientes delanteros. Él estaba sonriendo de oreja a oreja y vestía una camisa con un collar de gran tamaño. Su fecha de muerte era 21-01-1974. Había algo extrañamente familiar en él, pero no pude poner averiguar por qué, y como era que estaba preocupado por el tiempo, me obligué a continuar. Después de terminar, dejé el lapicero y me levanté. Faraday parecía sorprendido. Miró su teléfono. —Todavía tienes dos minutos. Me encogí de hombros. —No los necesito. Él miró la pila de fotos con notas adhesivas perfectamente unidas, como si no supiera muy bien qué hacer a continuación. —Esperaré en el vestíbulo mientras evalúa las fotos. —Y sin decir nada más salí de su oficina y me dirigí a la recepción. Faraday me dejó sentarme allí por un tiempo muy largo; casi una hora y quince minutos pasaron antes de venir por el pasillo en mi busca, y cuando lo hizo, parecía aturdido. Tuve que ser muy cuidadosa para ocultar la sonrisa satisfecha que quería mostrar en mis labios. Dobló el dedo hacia mí, y lo seguí una vez más a su oficina. Luego cerró la puerta y se sentó. Me di cuenta que en la parte superior de la pila de fotos se encontraba la imagen del joven con la brecha entre los dientes. —¿Cómo lo haces? —preguntó Faraday después de una larga pausa. ver.

Me encogí de hombros. —Es algo que siempre he sido capaz de

Me miró de soslayo, esos ojos tan centrados, como si quisiera averiguar el truco de magia. —No es un truco —le dije—. Es real. Faraday se recostó en su silla y se pasó una mano por el pelo. — He estado en ello una y otra vez, y no hay forma de que pudieras conocer estas fechas —dijo—. Quiero decir, algunos de estos miembros de la familia murieron hace ochenta años en Irlanda. Me encogí de hombros. —He estado tratando de decirle. Faraday tomó la foto del chico. —¿Sabes quién es? Negué con la cabeza. —Es mi hermano pequeño. Eso me impactó. —Se ahogó cuando yo tenía trece años. Ni siquiera sabíamos que había ido al estanque ese día. Quería jugar al hockey como yo. Se ubicó en un poco de hielo fino y no lo sostuvo. Yo fui el que lo encontró.

Me retorcí en mi silla. —Lo siento. Él asintió con aire ausente y puso esa foto a un lado sólo para tomar la siguiente, que era la foto de la mujer que no había muerto todavía. —Esta es mi tía abuela Ginny. Vive en Dublín. Tiene noventa y siete, y siempre dice que quiere vivir para ver un centenar. Puso su muerte el dieciocho de marzo del dos mil diecisiete. Ese es el día después de su cumpleaños número ciento uno, y sería exactamente como si la tía Gin revisara el segundo después de su cumpleaños. Ella hace eso en las fiestas, también. No pude evitar la sonrisa que curvó los bordes de mis labios. —Así que ahora me cree, ¿verdad? Faraday se rascó la cabeza, sin dejar de mirar las dos fotos en su escritorio —las de su hermano y su tía. —Te vi como un halcón —dijo en voz baja—. Ni siquiera levantaste la vista. Pasaste por una pila de fotos de cuarenta personas que sé que nunca has oído hablar o visto antes, y que no podías posiblemente haber investigado ninguno de ellos, y aun así no fallaste una sola foto. Ginny tenía que hacerte equivocar, Maddie. Y si no lo hacía, entonces saqué fotos de álbumes de fotos familiares de otros agentes, también. Incluso si hubieras investigado a toda mi familia, sé que no podrías haber imaginado al azar las fechas de estas otras personas. Faraday luego señaló a la cámara. —Tuvimos un experto en lenguaje corporal viéndote también —dijo—. Un investigador del FBI en Washington D.C., quien es el mejor en el negocio, dice que no puede explicar cómo puedes hacer eso, pero tu lenguaje corporal sugiere que no estás escribiendo estas fechas de memoria. Dice que pudo haber una pausa momentánea mientras pasabas cada foto para recordar la cara y la fecha de t u memoria y que no te detuviste ni una vez, excepto con tía Gin, y piensa que es porque te diste cuenta de que había intentado hacerte equivocar. Faraday se agachó para sacar una carpeta y la dejó sobre la mesa. Abriéndola pude ver varias fotografías —muchas de ellas eran de Stubby y de mí en el juego Jupiter. —Nunca es lo bastante adecuado — dijo, rascándose la barbilla—. El agente Wallace y yo hemos estado dando vueltas y vueltas en esto. Desde la primera entrevista con la señora Tibbolt, afirmó que en realidad nunca saliste y la amenazaste a ella o a su hijo, solamente que habías predicho que moriría la semana siguiente. »Y entrevistamos a varios otros clientes tuyos, también, Maddie. Nos ha llevado un par de semanas compilar una lista de ellos, pero lo que realmente nos fastidió fue Pat Kelly. ¿Te acuerdas de él? Asentí. Era un hombre del que había leído por sólo unos pocos días antes de que todo esto comenzara. Había sido muy bueno conmigo, incluso después de que le había dado la mala noticia.

—Él dice que había venido a verte el doce de octubre. Su nombre estaba justo antes de Tibbolt en tu cuaderno, por lo que estábamos interesados en hablar con él. Le preguntamos lo que habías dicho, y nos dijo cómo le habías predicho que moriría en mayo. Luego me dijo que acababa de llegar de su médico que le había dado seis meses de vida. Kelly juró que no te dijo o de cualquier manera indirecta que tenía cáncer de páncreas. Lo miré examinándolo, Maddie, y no podía decir que estaba enfermo. El tipo parecía saludable como un caballo. Mientras Faraday hablaba, no lo interrumpí. Simplemente dejé que lo entendiera, esperando el momento cuando por fin me dijera que me creía. Faraday giró una foto hacia mí, y vi que era de mí y Stubs, sentados en las gradas en el juego de Jupiter, ambos con una amplia sonrisa y pareciendo muy felices. Me di cuenta, que ya sea Wallace o Faraday habían tomado la foto desde sus asientos en las gradas, y sin darse cuenta habían capturado la última vez que Stubby o yo habíamos estado así sin preocupaciones. —A decir verdad, Maddie —continuó Faraday—, tú y Arnold no encajan en el perfil de dos asesinos en serie. La admisión de Faraday me dejó aturdida. —¿Entonces por qué has estado tan centrado en nosotros? —exigí. Suspiró profundamente y se pasó una mano por el pelo. — Tenemos que seguir la evidencia —dijo—. Y había mucho que apuntaba a ustedes dos. —Pero tiene que haber cosas que aleje las pistas de nosotros, también —insistí, y para dar énfasis agité mi mano en la pila de fotos que demostraba que había estado diciendo la verdad todo el tiempo. Faraday se encogió de hombros, luego asintió. —El mismo tipo en D.C. que te vio pasar por las fotos, me envió el perfil psiquiátrico esta tarde de la persona que él piensa que mató a Payton Wyly y Tevon Tibbolt, y sólo tuve una oportunidad de leerlo —continuó Faraday, y alcanzó una carpeta de manila en el lado de su escritorio y lo abrió—. El informe dice que Wyly y Tibbolt fueron definitivamente asesinados por la misma persona, y esa persona era probable que fuera un hombre caucásico solitario entre los treinta y cincuenta y cinco. Un tipo con un montón de rabia reprimida. Un tipo con fantasías enfermas e inteligencia superior a la media. Es probable que sea hábil para guardar secretos, y es muy bueno acerca de cómo ocultarlos a la vista. Él probablemente tiene un trabajo estable, uno que ha tenido durante años, pero que secretamente odia. Es alguien que tiene una visión distorsionada de sí mismo, un tipo que piensa que está por encima de la mayoría de la gente, y tiene dificultades para hacer duraderas conexiones sociales. Toma su rabia sobre los niños en la adolescencia,

porque parece que tiene algún tipo de enfermiza venganza en contra de ellos. Representan una especie de detonante de su ira, y conduce esa ira contra ellos para torturarlos y matarlos. Mi perfilador termina el informe diciendo que es muy poco probable que usted o Arnold sean el asesino. Sentí una oleada de alivio, pero no quise decir nada más para detener el ímpetu que Faraday estaba construyendo, así que simplemente le dejé continuar. Faraday puso el archivo hacia abajo y lev antó otra foto. —Sigo regresando a esto —dijo él. La imagen me mostraba entrecerrando los ojos a Payton, una mirada de asombro en mi cara, y al lado de mí, Stubby estaba mirando a la bella animadora con tímida fascinación y adoración. Sus mejillas estaban rojas, y tenía esa sonrisa esperanzada en el rostro. Lucía juvenil y dulce —no mal de la cabeza. Faraday golpeó la imagen de Stubby—. Él no se parece a nada más que un niño enamorado —dijo él, reflejando mis pensamientos—. Tuvimos un psicólogo hablando con él, y nada sobre esa entrevista nos dio algún atisbo de violencia o rabia reprimida. Todo lo contrario, en realidad. De acuerdo a nuestro hombre, el coeficiente intelectual de Arnold es a nivel de genio, pero es humilde acerca de su inteligencia. Y aunque le cuesta un poco ser más social, no parece sostenerlo contra nadie. Así que, Schroder es el mayor joven estafador que he conocido, o en realidad es un chico tímido, inteligente que intentó advertir a una chica guapa que tenía una cita con la muerte en su cumpleaños. Y tal vez también es un buen amigo que quiere que la gente crea en ti para que las madres no tengan que enterrar a sus hijos. Me encontré asintiendo. —Se lo juro —le dije—. Eso es todo lo que era, agente Faraday. Stubby nunca le haría daño a Payton o Tevon. Él es el chico más dulce que he conocido. Estaba tratando de encontrar una manera de salvarlos a ambos. Faraday alcanzó de nuevo en su cajón y sacó otro archivo, éste estaba fijado con una banda de goma gruesa. —Tengo que enviar esto a tu tío hoy —dijo él—. Es toda la evidencia que hemos recogido en contra de Arnold. Una de las mayores piezas de evidencia que encontramos en la escena del crimen de Tevon Tibbolt y Payton Wyly es un conjunto de tamaño de doce huellas de botas. Está bastante fangoso en las orillas del río Waliki, y encontramos esas huellas de botas por todo el lugar, que conduce a la carretera. »Siempre me molestó que Schroder llevara una talla nueve en zapatos, y buscamos en su armario. Posee cuatro pares de zapatillas y un par de mocasines de cuero. Sin botas. Pensé que lo teníamos cuando encontramos las botas de su padre en el armario de su madre, pero son el tamaño incorrecto, también, y la banda de rodadura equivocada.

Asentí; Donny me había dicho lo mismo. Además, Stubby nunca usaría cualquier zapato en los que no pudiera patinar. Se lo dije al agente Faraday y él gruñó, golpeando la carpeta en el borde de la mesa como si estuviera pensando profundamente. Luego se envaró completamente en su escritorio de nuevo y señaló la misma carpeta. — Esto también incluye una copia de ese archivo que su tío nos dio, la del niño en Willow Mill que fue asesinado. ¿Adivina lo que se encontró allí? —¿Huellas de botas? —supuse. Faraday asintió. —Sip. Tamaño doce. Demonios, incluso mi chico en D.C. me confesó por teléfono hoy que piensa que es el mismo asesino de los tres chicos. Los cigarrillos encontrados en la escena del asesinato de Carter son del tipo encontrados en los otros dos escenarios, pero el ADN de todos los cigarrillos los descartan a usted y Schroder. Parpadeé. —¿Pensé que iba a tomar mucho tiempo obtener el ADN de vuelta? Faraday levantó los ojos de la carpeta. —El caso de Carter se abrió de nuevo en agosto. Los resultados se produjeron en la semana pasada, así que tuvimos los cigarrillos de los otros dos asesinatos más rápido a través del laboratorio federal, que no son tan lentos como los laboratorios de la ciudad. Los resultados llegaron mientras yo estaba evaluando t u prueba. Resulta que ninguno de los ADN coincide con ustedes chicos, o la sangre en el cuchillo, el cual resulta ser de Schroder. Y, sin embargo, todos los cigarrillos fueron utilizados por un individuo solitario que al parecer nunca ha tenido antecedentes penales, ya que su ADN no se encuentra en nuestro sistema. Cerré los ojos. Sentí una mezcla de alivio y también de ira. —¿Por qué? —le susurré. —¿Por qué, qué? —respondió Faraday. Abrí los ojos. —Si sabía todo esto, ¿por qué sigue manteniendo a Stubby en la cárcel? Faraday suspiró, pero al menos tuvo el coraje de sostener mi mirada. —Teníamos que estar seguros, Maddie. Y como he dicho, mucho de esto acaba de llegar, y gran parte de la evidencia circunstancial temprana señalaba a ambos. —¿Está seguro ahora? —le pregunté, cruzando los dedos. Cerró el archivo, pero me di cuenta inmediatamente de que no iba a ceder tan fácil. Señalando el archivo de nuevo dijo—: Como he dicho, Maddie, le daré eso a tu tío. Va a presentar una moción para que el caso contra Schroder se cierre por falta de pruebas, y mientras que él está haciendo eso, vamos a tener una charla con el fiscal y decirle que no luche contra eso.

Pasó mucho tiempo antes de que pudiera decir nada. Por fin me puse de pie y dije en voz baja—: Gracias, agente Faraday. Muchas gracias. —No me lo agradezcas, Maddie. Hast a que atrapemos a este tipo, vamos a seguir manteniendo un ojo en ti y Schroder. justo.

Apreté los labios y miré al suelo. —Bueno. Supongo que eso es

Alguien llamó a la puerta de Faraday, y levanté la barbilla para ver al agente Wallace de pie allí con su abrigo y una expresión sombría. —Tenemos otro chico desaparecido, Mack. Faraday palideció. —¿Cuándo? Wallace me miró con recelo, pero siguió hablando. —Call acaba de llegar. Un chico de trece años de edad, de Poplar Hollow, se suponía que se encontraría con su madre en su casa a las tres y cuarto luego de la cita con el médico. El chico nunca se presentó y fue el último en abandonar la escuela visto unos diez minutos antes de las tres. Faraday miró su reloj. —Son solo veinte minutos después de las cuatro —dijo—. ¿Ella está segura que él no solo lo olvidó? —El niño le preguntó a su profesor si podía irse de la clase cinco minutos antes así podría llegar a casa a tiempo. La mamá comenzó a llamar a su teléfono una y otra vez, y luego salió a buscarlo. Dijo que escuchó su tono de llamada y encontró su celular en la acera, pero ni rastro de él. —¿Nombre? —preguntó Faraday. —Nathan Murphy. Inhalé una bocanada de aire. —¿Lo conoces? —me preguntaron Faraday y Wallace. —Algo así —dije—. Solía hacer de niñera de su hermano pequeño. Faraday se quedó quieto y me miró intensamente. —¿Recuerdas su fecha de muerte, Maddie? Negué con la cabeza. —No. Pero no creo haberlo conocido. Quiero decir, sólo hice de niñera para su familia cuando Nathan no podía cuidar de su hermano pequeño. Faraday se levantó y tomó su abrigo del gancho en la esquina de la habitación. —Llama a tu tío. Dile que queremos hablar con ustedes dos en un par de horas. Empecé a negar con la cabeza. —¡No fui yo! ¡He estado aquí todo el tiempo, agente Faraday!

Se encogió en su abrigo y puso una mano en mi hombro. —Lo sé. Ve a casa por ahora y dile a tu tío que necesitamos verte en un par de horas, y que debe estar presente. Lo llamaré con el tiempo. Y con eso, Faraday y Wallace salieron de la habitación. Donny est aba tan furioso conmigo que me colgó a mitad de la conversación. Llegó a la casa con la cara roja y todavía tan enojado, que no sabía si debía dejarlo entrar. —¡Abre la puerta! —gritó desde la escalera trasera. Tomé una respiración profunda y abrí la cerradura. Entró y me agarró por los hombros. —¿Sabes lo que has hecho? —rugió—. ¿Cómo pudiste haber ido allí sin mí? Esperé mientras Donny caminaba de un lado a otro en la cocina, gritando acerca de cómo cualquier cosa que le dije a Faraday podía ser utilizado en mi contra, y cómo ahora tendría suerte si él me podría mantener fuera de la cárcel, y cómo yo probablemente arriesgué la libertad de Stubby, también... y luego su celular sonó. —¿Qué? — espetó, sin molestarse siquiera en mirar el identificador de llamadas. Su expresión cambió en menos de medio minuto mientras escuchó a quien llamaba. —Gracias por llamar, Barb. Esa es una gran noticia. —Colgó y se tocó la barbilla con el teléfono, sus ojos distantes hasta que regresó su mirada hacia mí, pero ahora no parecía en absoluto enfadado —simplemente aturdido. —¿Qué les dijiste a ellos? —Nada, Donny, lo juro. Sólo tuve a Faraday poniéndome a prueba. Donny se rascó la cabeza. —Sí, bueno, eso debió haber sido un infierno de prueba, Maddie, porque esa era la fiscal auxiliar. Está dejando el caso contra Arnold. Será libre de irse después de procesar la documentación, lo que debe ser en algún momento de mañana. Sentí una sonrisa brotar en mi rostro, y estuve a punto de correr hacia adelante para abrazar a Donny cuando su teléfono sonó de nuevo. Esta vez miró de reojo el identificador de llamadas antes de contestar. —Donny Fynn —dijo secamente. Esperé durante la corta llamada para saber que era Faraday. Estaba dispuesto a reunirse y quería que nosotros fuéramos a las oficinas, lo antes posible. Donny le dijo que iba a estar allí tan pronto como pudiera. —¿Qué crees que quieren? —pregunté. —Faraday no me dio ningún detalle excepto decirme que pesaba que podríamos ayudar. —¿Crees que es una trampa? —pregunté, más porque Donny se veía muy preocupado que porque yo no confiaba en Faraday. La verdad era, después de sentarme con él en su oficina y viendo que

había sido fiel a su palabra de decirle a la fiscal que abandonara el caso contra Stubby, pensé que por fin podría confiar en el agente. —¿Una trampa? —repitió Donny—. No estoy seguro, niña, pero si no quieres ir, no lo haremos. Depende de ti. Pensé en ello durante un minuto antes de decidir. —Vamos. Pero si crees que quieren intentar atraparme, no me dejes hablar. Donny me miró con los ojos entrecerrados. —Como si eso funcionó tan bien antes. —Lo siento —dije—. Tuve que, sin embargo, Donny. Stubby realmente necesitaba mi ayuda, y era la única que lo había metido en este lío en primer lugar. Donny suspiró y se acercó para darme un abrazo breve. —Para que conste, Maddie, no has metido a nadie en este lío. Stubby decidió por sí mismo ir a ver a Payton. Y si mal no recuerdo, me dijiste que incluso intentaste advertirle sobre contactarla. —Aun así no es su culpa —contesté con terquedad. Donny me miró con seriedad. —Ni la tuya, tampoco. Llegamos a las oficinas antes de las seis. Donny llamó a la señora Schroder en el camino, y escuché los sollozos felices a través del teléfono. Donny le prometió tener a su oficina llamando a la cárcel y acosándolos hasta que Stubby fuera puesto en libertad al día siguiente. —Intentaré y conseguiré acelerarlo tan rápido como pueda, Mary Anne. Cuando Donny colgó me di cuenta de que se encontraba un poco emocional, también. Para un hombre tan duro, mi tío t enía un punto débil realmente dulce. Cuando nos reunimos con Faraday y Wallace en la oficina de Faraday. Hicieron señas para que nos sentáramos, y luego Faraday sacó una fotografía y la deslizo hacia mí. Era una foto de un niño un par de años más joven que yo, con el pelo rubio claro y ojos pardos. No reconocí su rostro, pero sabía que debía estar mirando a Nathan Murphy. —Esto es extraño—dije, mirando a los agentes. —¿Qué? —dijo Faraday. —Quieren que les diga si está muerto, ¿cierto? Faraday asintió, y después de una rápida mirada a Donny, quien asintió, también, dije—: Su fecha de muerte no es hasta el doce de julio, del dos mil setenta y nueve. Ambos parecían sorprendidos. —Entonces, ¿dónde está? — preguntó Wallace. Donny se inclinó hacia adelante, probablemente percibiendo una trampa, pero me encogí de hombros. —No tengo idea.

Wallace frunció el ceño. —¿Pensé que eras psíquica? Suspiré porque había pasado por esto con él antes. Todo esto tenía una rara calidad de déjà vu sobre ello, excepto por el hecho de que Nathan iba a vivir otros sesenta años más o menos. —Sólo puedo ver su fecha de muerte. Nada más. El ceño fruncido de Wallace se profundizó. —¿Consigues algo de la fotografía? —presionó. —¿Qué otra cosa iba a conseguir de ella? —espetó Donny—. Acaba de decirte que la única cosa que puede ver es su fecha de muerte. Wallace se puso a la defensiva. —Oye, hombre, ella es la única que quiere hacernos creer que tiene estas habilidades, no yo, y ¿cómo diablos se supone que voy a saber cómo funciona todo esta cosa rara? —¡Ustedes son los únicos que nos llaman a la mesa! —replicó Donny—. Ella ha sido honesta con ustedes desde el principio, y todo lo que hicieron fue lanzar a su mejor amigo a la cárcel y ponerla bajo el microscopio durante el último par de semanas. Lo menos que puede hacer es tener un poco de respeto por sus habilidades, agente Wallace. Faraday levantó sus manos en un gesto de tiempo fuera. —¡Oye! —dijo severamente—. ¿Podemos estar de acuerdo en jugar bien por el resto del interrogatorio? Donny y Wallace se callaron, conformándose con mirarse duro el uno al otro. Faraday miró a uno y a otro, como para asegurarse de que no habría más arrebatos, entonces se centró en mí. —Mira, el asunto es, Maddie, estamos bastante seguros de que Nathan fue secuestrado. Una mujer paseando a su perro dijo que le pareció oír a un niño gritando, y se giró para ver a un hombre corriendo para entrar a una camioneta y salir a una gran velocidad. Ella no encajó todo hasta que un vecino le dijo que un niño de dos bloques más allá estaba perdido. Me incliné hacia adelante. —¿Una camioneta? —Un cosquilleo frio comenzó a serpentear su camino hasta mi espina dorsal. —Sí —dijo Faraday—. ¿Por qué? ¿Eso significa algo para ti? Mi mente mostró rápidamente todos esos incidentes cuando vi una camioneta oscura siguiéndome o conduciendo por mi calle. —¿Qué es? —preguntó Donny, y me di cuenta que no había hablado durante un par de segundos. —Hace un par de semanas cuando estaba buscando a Ma, una camioneta me persiguió en el parque, entonces el conductor intentó interceptarme en el otro extremo, pero escapé.

Donny casi se cayó de su silla. —¿Cuando fue esto? —exigió. Pude ver el miedo en su rostro, y deseé haberle dicho antes. —Hace unas tres semanas. —¿Viste al conductor? —preguntó Wallace, pero mi mente se dirigió a otro incidente con lo que estaba segura era el mismo vehículo. —No, pero creo que vi la camioneta otra vez una semana más tarde. Faraday sacó una libreta amarilla del cajón de su escritorio y tomó un bolígrafo. —¿Dónde? —Condujo por mi calle. —¿Conseguiste un número de placa? Negué con la cabeza. —Nunca estuve lo suficientemente cerca para leerla. Faraday continuó garabateando mientras me preguntaba—: ¿De qué color era la camioneta? Negué con la cabeza. —Realmente no lo sé. Cada vez que la vi, era de noche. Creo que podría haber sido ¿gris oscuro? Pero lo que más recuerdo es que tenía este motor ruidoso. —Eso encaja con lo que la testigo nos dijo —dijo Wallace. Faraday levantó la mirada hacia mí de sus notas. —¿Esas son las dos únicas veces que has visto esta camioneta, Maddie? Me encogí de hombros. —¿Si? —No suenas segura —dijo Faraday. Suspiré. —La verdad es que no lo sé, señor. Quiero decir, este fin de semana pasado me pareció ver la misma camioneta en mi calle. —¿Qué día y a qué hora? —Sábado, alrededor de las cuatro de la madrugada. —¡Jesús! —siseó Donny, pasándose una mano por el pelo y sacudiendo la cabeza. Tuve una sensación de que tendría otro sermón más tarde. Faraday golpeó el bolígrafo contra el bloc de papel. —¿Sabes lo que no me gusta? —me dijo. Me retorcí. ¿Pensaba que estaba mintiendo? —No me gusta que tres de estas víctimas parecen tener una especie de conexión suelta contigo, Maddie, y ahora nos enteramos de que ha habido una camioneta misteriosa paseando por tu casa y acechándote en el parque.

Donny abrió la boca para protestar, pero Faraday levantó la mano. —No la estoy acusando, abogado. Estoy intentando decirle que alguien parece tener una fascinación con su sobrina. Sentí un escalofrío correr a través de mí. —Maddie —continuó Faraday—, ¿crees que podrías conocer a este tipo? Negué con la cabeza, pensando que él creía que yo sabía quién estaba secuestrando y matando a estos niños. —¡No, señor! —¿Cuándo dijiste que cuidaste del hermano menor de Nathan? —preguntó después Faraday, y me di cuenta que él no se había rendido en perseguir la pista. —El verano pasado. Pero sólo fue un par de veces, y luego me fui a Florida con el tío Donny, y la escuela comenzó después de eso, así que ya no tenía tiempo para hacer de niñera para ellos. —¿Conociste a Rob Carter? ¿O cualquier persona relacionada con él? Una vez más negué con la cabeza. —No. Lo juro. Wallace movió su silla hacia adelante. —¿Has conocido recientemente a alguien que te ha dejado los pelos de punta? — preguntó él—. ¿O alguien quién podría estar molesto contigo? Como ¿un cliente que no recibió la noticia que estaban esperando? Abrí la boca para decir no, pero luego realmente pensé en ello. —En realidad, hay un par de personas. La ceja de Faraday se elevó. —¿Un par? —Sí. Han sido unas semanas difíciles con esta investigación y esas cosas. Faraday movió su bolígrafo sobre su bloc de papel. —¿Me puedes dar sus nombres, Maddie? Una mirada de reojo a Donny me dijo que estaba bien. —Bueno, para empezar, está este profesor realmente escalofriante en la escuela. Conduce una camioneta, también. —¿Quién? —presionó Faraday. —El señor Chávez. Es mi profesor de matemáticas y me acompaña al quinto periodo todos los días, pero siempre está sobre mis talones cuando caminamos por los pasillos, como si él quisiera hacerme sentir incómoda. Y a veces lo oigo murmurar cosas malas sobre mí en voz baja. —Espera —dijo Wallace, inclinándose hacia adelante—. ¿Te acompaña al quinto periodo? ¿Por qué un profesor te acompañaría a clase? Donny se aclaró la garganta. —Maddie tenía un problema en la escuela tanto con los estudiantes como con la administración desde

que se supo que ustedes registraron su casa en relación con los asesinatos de Payton y Tevon. —Ah —dijo Faraday, y me di cuenta que lo hizo sentir un poco mal—. ¿Dijiste que su nombre es Chávez? Asentí. —La semana pasada le oí murmurar algo acerca de estar enfadado conmigo por conseguir que despidieran al director Harris. —¿Conseguiste que despidieran al director? —repitió Wallace de nuevo. Donny levantó la mano. —Para que conste, no consiguió que despidieran al director. El superintendente investigó el asunto de Maddie siendo intimidada, y encontró al director Harris culpable. Él puede haber incluso fomentado el abuso. hizo?

Los ojos de Faraday se oscurecieron y se volvió hacia mí. —¿Lo

Me retorcí. —Creo que Harris realmente pensaba que yo era culpable. Ya sabe, porque ustedes llegaron a la escuela a interrogarme en su oficina, y luego arrestaron a mi mejor amigo, y las noticias dijeron que Stubby podría haber tenido una cómplice femenina. Faraday suspiró y tomó nota. —¿Sabes qué tipo de auto conduce Harris? —Una SUV negra —dije—. También lo vi conducir por mi casa la semana pasada. El rostro de Donny se puso rojo. —Por favor, que estés bromeando —dijo él. Negué con la cabeza. Estaba segura de que lo había visto esa misma noche que salí al pórtico delantero a pensar y recoger el correo. —¿Son Chávez y Harris amigos? —preguntó Faraday. —No lo sé —dije con sinceridad. —¿Alguno de ellos fuma? —preguntó Wallace. Recordé el olor de la nicotina en el aliento del señor Chávez mientras me acompañó a clase. —Creo que el señor Chávez lo hace. Faraday tomó un par de notas más antes de voltear la página. — ¿Cualquier otra persona dándote problemas, Maddie? ¿O sólo estos dos? —Están Mario Rossi y Eric Anderson —sugirió Donny antes de que tuviera la oportunidad de responder. —¿Quiénes son ellos? —preguntó Faraday mientras garabateaba rápidamente. —Dos chicos de la escuela de Maddie que la maltrataron en un hueco de la escalera. Fueron suspendidos.

La mano de Faraday se detuvo cuando Donny dijo la palabra malt rat aron. Luego apretó los labios y sin levantar la mirada, preguntó—: ¿Alguna idea de qué tipo de auto conducen? Pensé de vuelta. —Mario a veces conduce el todoterreno de su madre a la escuela. No creo que alguna vez haya visto a Eric conduciendo un auto. —¿Alguien más? —dijo Faraday, su mano una vez más saltando a través de la página. Pensé en Cathy y Mike. Siempre me estaban dando un mal rato, pero tengo serias dudas de que alguno de ellos fuera capaz de asesinar. Y entonces, alguien más vino a mi mente. —Bueno, estaba el hijo del señor Kelly —dije, recordando una llamada telefónica enojada que Ma contestó después de que me reuní con el señor Kelly, el hombre con cáncer de páncreas—. Ma recibió una llamada de él, y dijo que estaba súper enojado conmigo por convencer a su padre de que no había esperanza. —¿Por qué diablos no me dijiste esto, Maddie? —gritó Donny. Me di cuenta que se estaba poniendo realment e molesto porque sólo sabía la mitad de lo que había estado sucediendo conmigo. —Llamó antes de que algo de esto comenzara —dije, sintiendo mis mejillas enrojecer—. Y en su mayoría, le gritó a Ma y colgó. Pensó que convencí a su padre sobre conseguir tratamiento para ayudar a combatir el cáncer. —¿Lo hiciste? —preguntó Wallace. Eso me tomó por sorpresa y me puso a la defensiva. —¡No! Wallace se encogió de hombros, como si no le importara si me hubiera ofendido o no. —Bueno, si tú lo dices. Lo miré fijamente y me di la vuelta. —¿Hay alguien más? — preguntó Faraday, cuando la sala se quedó en un incómodo silencio. Brevemente contemplé la idea de mencionar al espeluznante chico de la entrega de muebles, Wes, pero lo descarté. Podría haberme inquietado con sus miradas lascivas, pero no creí que estaba especialmente interesado en mí. Probablemente miraba a la mayoría de las mujeres así. Además, Wallace realmente me había desalentado con su comentario y su actitud, así que sacudí la cabeza. Faraday hizo una nota final y dijo—: Gracias, Maddie. Revisaremos todo esto y nos pondremos en contacto.

Traducido por Valentine Rose Corregido por Mary

Nathan Murphy fue encontrado a las 2 a.m. No pude dormir, y escuché el teléfono de Donny sonar. Acercándome de puntillas hasta la puerta de mi habitación, escuché a Donny hablando con alguien en el teléfono, y luego escuché el piso flotante crujir cuando salió de la cama. —¿Te desperté? —preguntó, viéndome en la puerta. —Te escuché hablando por teléfono. Donny aún lo tenía en su mano. —Lo siento —dijo—. Encontraron a Nathan en el bosque. Me tensé. ¿Cómo pude haberme equivocado? La fecha de su muerte había estado en su frente igual que la de todo el mundo. ¿Cómo lo había malinterpretado? Donny bostezó y pasó la mano por su rostro. —Está vivo, pero fue golpeado lo bastante fuerte en la cabeza como para fracturarle el cráneo. Estaba desorientado y luchando contra la hipotermia cuando alguien de las casas cercanas lo escuchó gritar por ayuda. Lo llevaron al hospital, pero su cerebro está comenzando a crecer y tuvieron que ponerlo en un coma inducido. Hablaba con Faraday. Creyó que deberíamos saber. Me di cuenta que me hallaba aguantando la respiración, y dejé salir el aire de mis pulmones en un ajetreo. —Sobrevivirá —le aseguré a Donny, quien me sonrió a medias. —Sí, es lo que Faraday le ha dicho a los padres de Nathan. Dice que piensa que su confianza está ayudándolos a calmarse. Me apoyé contra el marco de la puerta. —Quiero que esto termine, Donny. —Todos, pequeña. Bajaré para conseguir algo del pastel de queso de la señora Duncan. ¿Quieres ir conmigo o volverás a dormir?

Seguí a Donny al primer piso, y nos sentamos por el resto de la noche comiendo pastel de queso y hablando de papá. Donny me contó las mejores historias de él que ya había escuchado anteriormente, pero de todas maneras todavía era agradable escucharlas. A las seis y media, Donny le echó un vistazo al reloj sobre el marco de la chimenea y dijo—: Te he tenido despierta toda la noche, y ahora tienes que ir a la escuela y yo tengo que hacer muchas cosas comenzando con sacar a Stubby de la cárcel. Fruncí el ceño. —¿No puedes dejarme faltar a la escuela de nuevo? Donny ladeo su cabeza, mirándome. —¿Qué pasa? ¿Todavía te están dando problemas? Me encogí de hombros. —No precisamente, pero el despido del director Harris no me consiguió votos para la reina del baile exactamente. Donny soltó una carcajada. —Maddie, todo terminará pronto. Faraday y Wallace atraparán a este bastardo, y luego tú y Stubs serán absueltos y todo volverá a la normalidad. —¿Qué se supone que haga hasta entonces? Donny acunó mi rostro con una mano. —Hasta entonces, tendrás tu cabeza en alto, porque eres una Fynn, y es lo que papá te hubiera aconsejado hacer. —Lo miré dudosamente, y asintió—: Y yo llamaré a la superintendente y le diré que todavía lo estás pasando mal. Quizá puede hablar con tus profesores otra vez. Asentí, pero no me esperancé mucho. Luego pensé en algo más. —¿Qué pasa con mamá? Donny alejó su mirada. —Sí. Eso. Ayer me llamaron diciéndome que está lo bastante bien como para que le den de alta hoy, así que después que lidie con Stubs, iré a ver a tu mamá y hablaré con ella sobre el acuerdo de la fiscalía. Después tengo que volver a la ciudad para ocuparme del pago de mis clientes. Algo en la forma que mi tío no me miraba cuando habló de mamá me molestó. —¿Qué? —le pregunté—. ¿Qué te molesta sobre hablar con mamá del acuerdo de la fiscalía? Recogió nuestros platos y los llevó al fregadero. —Quiero que tu mamá te escoja, Maddie. Quiero que por fin encuentre la fuerza para rehabilitarse y te escoja por sobre sus adicciones. Sentí algo frágil en mi interior desmoronarse un poco. —No crees que lo haga. Donny miró por la pequeña ventana sobre el fregadero. —Puede que ella no lo haga, pequeña. Y si no lo hace, entonces tú y yo

tendremos una seria conversación sobre dónde vivirás. No he sacado tanto el tema como pude haberlo hecho antes porque vi la fecha de la muerte de Cheryl en el dibujo que hiciste cuando eras una niña, y siempre he sabido que ambas saben que no tiene tanto tiempo aquí, pero, Maddie, ya es suficiente, y no te dejaré aquí arreglándotelas sola. Lo que Donny no se daba cuenta es que ya he estado arreglándomelas solas desde que papá murió. Después del colegio, Donny llamó para decirme que llegaría tarde a casa, pero tenía dos noticias buenas para mí: mamá había aceptado rehabilitarse, y que Stubby fue sacado de la cárcel al mediodía. Apenas le colgué a Donny salí corriendo por la puerta hasta la casa de Schroder. Jadeando con fuerzas, toqué el timbre y me balanceé de un pie al otro, tan ansiosa de ver a Stubs que apenas podía contenerme. —¡Maddie! —exclamó la señora Schroder cuando me vio—. ¡Oh, querida, por favor pasa! Entré y miré por la esquina, esperando ver a Stubby sent ado en el sillón, jugando un video juego en su Xbox. Pero la sala de estar se encontraba vacía. —Está arriba —susurró su mamá—. Está descansando. —¿Descansando? —Stubby nunca descansaba. Él agotaba a todo el mundo. La señora Schroder sonreía, pero era forzado y sus ojos se hallaban llenos de preocupación. —Ha pasado por un muy mal momento, cielo. —¿Puedo verlo? Le echó una mirada a las escaleras, como si estuviera indecisa. — De acuerdo —contestó por fin—. Pero, Maddie, debes saber que Arnold ya no es él. Y como dije, pasó un mal rato en prisión. Prometí que no lo molestaría, y me apresuré a subir las escaleras. La puerta de Stubby se hallaba cerrada, por lo que toqué. No hubo respuesta. Toqué de nuevo, y aún nada. —¿Stubs? —pregunté, tocando por tercera vez y doblando el mango. Abrí la puerta un poco—, ¿estás aquí? El cuarto se encontraba silencioso, y me pregunté si escuchaba música con los auriculares y no pudo escucharme, pero cuando le eché un vistazo al cuarto, lo encontré yaciendo en la cama dándome la espalda, y ninguna señal de su iPod. —¿Stubs? —¿Qué, Maddie? Su tono era monótono y sin vida. Si lo hubiera escuchado así por teléfono, no tendría idea con quién hablaba. —Vine a saludarte —dije, insegura de si entrar a su cuarto o no.

—Bien. Ya lo dijist e. Me quedé allí estupefacta e insegura de qué hacer o decir. Por varios segundos, simplemente lo observé yaciendo allí, pero alejándome. —Yo eh… te eché de menos. Stubby no respondió, pero después de un momento rodó para observarme, y mi respiración se estancó. Tenía dos ojos negros, y su nariz estaba tan hinchada que ni siquiera parecía real. Además, los dedos sobresaliendo de su yeso se veían morados por los moretones. —¡Oh, cielos! —jadeé—. Stubs… —Estoy cansado —dijo, su tono aún sin vida. Sentí las lágrimas arder en mis ojos, y parpadeé con rapidez para mantenerlas a raya. —Sí. De acuerdo. Escuché que saliste, y… —Hablaremos más tarde —dijo, rodando de nuevo… dándome la espalda. Asentí pese a que sabía que no podía verme. Aun así, quería derrumbar sus paredes… demostrarle que seguíamos siendo mejores amigos. —Te recogeré para ir a la escuela mañana —dije, luego vacilé para ver si respondería. Cuando no lo hizo, salí del cuarto y cerré silenciosamente la puerta. La señora Schroder se encontró conmigo al final de las escaleras. Retorciendo sus manos, dijo—: ¿Habló contigo? Me encontraba demasiado conmocionada para hablar, así que solo negué con la cabeza y oré para que me dejara ir antes de derrumbarme. Sus propios ojos se llenaron de lágrimas. —Ah. De acuerdo, Maddie. Tal vez estará mejor mañana. Tragué con fuerzas, asentí y me apresuré a salir por la puerta. A la mañana siguiente, partí temprano a recoger a Stubs para ir a clases. Sin embargo, cuando llegué a su cama, su madre abrió la puerta y dijo—: Lo lamento, Maddie, pero Arnold no está listo para volver a clases todavía. —Oh —respondí, atónita y deseando poder hablar con él de nuevo, pero la señora Schroder yacía de pie protectoramente en la puerta como si estuviera protegiendo a Stubby del mundo… incluso de mí—. ¿Quizá el lunes? —Por supuesto, cielo, pero llama primero, ¿sí? —Y luego cerró la puerta en mi cara. Me hallaba demasiado estupefacta al estar mirando tan abruptamente la puerta cerrada, y me llevó un segundo olvidarme del asunto, pues la señora Schroder solo lo protegía. A medida que me acercaba a mi bicicleta y la llevaba a la vereda, pasé al lado del bote

de basura de los Schroder, instalado para que lo recojan. Sobresaliendo de la cima, estaba la preciada patineta de Stubby. Me detuve para observarlo, y luego volteé y llevé la mirada a la ventana de Stubby. No pude estar segura, pero creí ver un destello de movimiento detrás de las cortinas. Con el corazón pesado, me dirigí a clases. Intenté llamar a Stubs después del colegio, pero su teléfono me llevó directo a buzón de voz y luego recordé que Faraday y Wallace habían confiscado mi viejo teléfono y todavía no me lo devolvían… tal vez también todavía tenían el teléfono de Stubby. Así que llamé a la casa de los Schroder y su hermana menor, Grace, contestó. —Hola, Grace, ¿puedo hablar con Stubs? —Un momento —dijo, y pude escuchar sus zapatos sonando por el pasillo. La escuché decirle a su hermano que lo llamaba, y murmuró algo que no pude distinguir—. No tiene ganas de hablar —respondió su hermana. Tragué con fuerzas. Todavía me alejaba. —Bueno, vale, Grace. Gracias. Por favor, dile que si quiere llamarme más tarde, que llame a este número. Es mi teléfono nuevo. —Vale —respondió. Luego colgó como una típica niña de siete años, asumiendo que la conversación terminó. Me senté al borde de la cama por bastante tiempo y observé mi teléfono. Stubby era mi único amigo. Lo extrañaba tanto que dolía. Y no podía imaginarme qué haría si se aleja de forma permanente. Donny llegó de la ciudad en la tarde, y nos llevó a mí y a la señora Duncan a cenar. En la cena, me contó que a mamá la transportarían a rehabilitación mañana. —Si se mejora, seremos capaces de verla en navidad. Me aliviaba mucho que consiguiera ayuda, pero aun así, navidad se sentía muy lejos. En el camino a casa, Donny dijo—: Tengo que volver a la ciudad en la mañana y tomar unos archivos de la oficina. Pienso en trabajar desde tu casa lo más que pueda los próximos meses. Lo miré de reojo. —¿Intentas vigilarme? Frotó la cima de mi cabeza juguetonamente. —Alguien tiene que hacerlo. Sabía qué lo quería decir pese a que no fuera directo y lo dijera. Todo el país le aterraba el asesino suelto, y Donny quería quedarse cerca hasta que lo atraparan.

Y a pesar que había un auto patrulla estacionado frente a nuestra casa cuando llegamos, me sentí realmente agradecida de tenerlo en casa.

Traducido por Mire & Jenni G. Corregido por Amélie.

La mañana siguiente era sábado, y dormí. Cuando finalmente me levanté, me encontré con una nota de Donny en la mesa de la cocina diciendo que se había dirigido a la ciudad y que volvería por la tarde. También añadió que quería que me quedara en la casa hasta que él regresara. Rodé mis ojos en esa parte. El teléfono de la casa sonó alrededor de las diez de la mañana y, desconcertada por el identificador de llamadas, lo levanté con un cauteloso—: ¿Hola? —¿Maddie? —¿Sí? —Es el agente Faraday. —Oh, hola. ¿Qué pasa? —¿Puedes tú y tu tío venir a la oficina esta mañana? —Uh... —dije—. Donny está en la ciudad. —Faraday no respondió de inmediato por lo que añadí—: ¿Algo está mal? —No, no... Solo quería informarles a ambos lo que hemos descubierto hasta ahora. —Yo puedo ir. —Me ofrecí. Hubo una risa en su lado de la línea. —¿Qué crees que tu tío diría de eso? Sonreí. —Estaría magníficamente fastidiado, así que no se lo digamos. Faraday se echó a reír de nuevo. —Sí, está bien. ¿Puedes estar aquí a las doce? Hablaremos y luego te invitaré a almorzar. —Claro.

—Bien. Ah, y, Maddie, ¿tienes dinero en efectivo para tomar un t axi? —¿Un taxi? —Sí. No te quiero montando tu bicicleta por aquí. Quiero que llames a un taxi. Te lo reembolsaré y me aseguraré de que llegues a casa a salvo después del almuerzo, ¿de acuerdo? Eso fue raro. Aun así, estuve de acuerdo y llamé a un taxi para que me encontrara en mi casa a las once y media. Era interesante cómo, hace un tiempo, el agente Faraday pensó que era esta terrible persona, y ahora quería invitarme un viaje en taxi y el almuerzo. Me duché y me puse un suéter y pantalones vaqueros, luego encontré el taxi y llegué al departamento de oficinas a eso de las doce menos cuarto. Esperé en la zona de recepción y miré la ocupada oficina, combinándome con agentes y hombres y mujeres en uniforme. Supuse que esto era todo manos a la obra mientras toda la ciudad buscaba al asesino. Oí la voz de Faraday desde el corredor preguntar en voz alta si alguien tenía noticias del agente Wallace, pero no oí a nadie decir que las tenían. Y luego se dio la vuelta en una esquina y me vio. —Hola — dijo, curvando su dedo—. Vamos. Lo seguí a su oficina y me apuntó un asiento. Su escritorio se encontraba nuevamente en una pila alta de desorden. Estaban los habituales montones de papeles, pero también otros elementos como un par de pantalones vaqueros rasgados y sangrientos metidos en una bolsa de pruebas, y un par de botas de aspecto familiar que parecían nuevas. Había una etiqueta amarilla colgando fuera del pasador en una de las botas. Faraday debe haberme visto mirarlos, porque levantó las botas y dijo—: ¿Recuerdas esas huellas de botas de tamaño doce que encontramos en la escena del crimen? —¿Sí? —Fueron de un par de Timberlands exactamente como estas. Reconocí la huella porque hace poco compré un par de pares para mí. Mi ceja se levantó, y luego algo muy extraño sucedió. Recordaba haber visto un par como esas recientemente, pero ¿dónde? Y luego una espontánea sospecha vino a mi mente, la cual inmediatamente y firmemente rechacé. Faraday se sentó y dijo—: ¿Cómo has estado? Su pregunta me golpeó. —Uh... bien, señor. Gracias. —Bien —dijo, inclinándose hacia delante para apoyar sus codos en el escritorio—. Creemos que hemos encontrado otra pista, Maddie. Y tiene que ver contigo. —Faraday levantó algunos artículos del desorden

de su escritorio, buscando algo, y finalmente apareció con una libreta de aspecto familiar. Mi pulso se aceleró—. Primero, tengo una pregunta para ti. —De acuerdo... —Me tensé, una vez más temerosa de que me hayan atraído a una trampa. Faraday abrió mi libreta de fechas de muerte a la mitad y lo giró a alrededor para que pudiera ver. Tocando uno de los nombres dijo. — Muchos tienen la letra C en frente de ellos. ¿Puedes decirme qué significa eso? —Es sinónimo de cliente —le dije, sintiendo un rubor tocar mis mejillas. Nunca había hablado de mi libreta abiertamente con nadie excepto Donny y Stubby, y se sentía extraño hablar de ello ahora. Faraday lo giró y lanzó un gruñido. —Eso es lo que pensaba. — Después de voltear algunas páginas se detuvo en una página casi al final y dijo—: ¿Recuerdas hablar con una Silvia DeFlorez? Incliné mi cabeza. —¿Quién? —Silvia DeFlorez. Vino a verte en julio. Estaba a punto de someterse a una biopsia y, como el cáncer de mama circulaba en su familia, quería saber a lo que se enfrentaba. Predijiste su fecha de muerte para el veintitrés de junio, del dos mil cuarenta y ocho. No lo recordaba. Tal vez porque empezaba a realmente preocuparme si tomé la decisión correcta viniendo aquí sin Donny. Faraday se hallaba hojeando las páginas de mi libreta, y luego levantó sus ojos hacia mí y su expresión se convirtió en desconcierto. — ¿Estás bien, Maddie? Te ves pálida. —¿Por qué me estás preguntando sobre ella? —exigí, sintiéndome defensiva porque no sabía a qué quería llegar. Faraday ladeó su cabeza. —Maddie, no te estoy acusando de nada. Si ese fuera el caso, de ninguna manera podría traerte aquí sin tu tío. Dejé escapar un suspiro. —Lo siento —dije—. Creo que estoy un poco nerviosa. —Está bien —dijo Faraday, regresando a la libreta—. Bueno, resulta que DeFlorez solía ser Silvia Carter. Rob Carter era su hijo. Me quedé pasmada. —Espera, ¿qué? —Silvia DeFlorez-Carter era tu cliente. Su hijo fue asesinado. Patricia Tibbolt era tu cliente. Su hijo fue asesinado. Tú y Schroder intentaron advertir a Payton Wyly sobre su fecha de muerte. Fue asesinada. Cuidabas a los niños para los Murphy. Su hijo fue secuestrado y casi asesinado.

Mi boca se secó, y el enfriamiento familiar comenzó a deslizarse por mi columna vertebral. Le creí cuando dijo que no me estaba acusando, pero también me preguntaba cuál era su punto. —¿Qué estás tratando de decir? —le pregunté con voz ronca. Faraday se me quedó mirando. —Estoy tratando de decirte, Maddie, que quienquiera que sea este asesino, creo que está obsesionado contigo. Y ahora estoy convencido de que también ha estado acosándote a ti y a tus clientes. Estás conectada a cada uno de estos niños —imprecisamente en un caso, pero aún conectada, y eso me preocupa. —¿Por qué alguien haría eso? —pregunté. Me estremecí mientras la frialdad salía de mi columna vertebral hasta la parte trasera de mi cuello y a lo largo de mi cuero cabelludo. —No lo sé. Pero este es un enfermo bastardo con el que estamos tratando, y ahora mismo eres nuestro único vínculo con él. —¿Verificaron al señor Chávez? —le pregunté. Me hallaba de repente desesperada porque Faraday averiguara quién era el responsable. Él asintió. —Sip. Verificamos a Chávez, Harris, y Kelly. Chávez admitió ser un idiota contigo —algo que dudo mucho que tengas alguna vez que preocuparte por él de nuevo ya que consiguió una muy buena charla de nosotros— pero jura que no tuvo nada que ver con conducir a tu casa o acosarte. Por supuesto que verificamos sus coartadas, y resulta que Chávez trabaja en el turno de las diez y cincuenta y seis en un bar no muy lejos de aquí. El bar tiene una cámara de seguridad, que lo muestra trabajando en todos los días que los niños fueron secuestrados. Además, tiene un zapato tamaño once. »Harris también tiene una muy buena coartada. Su madre está en el hospital con neumonía, y él ha estado allí prácticamente todos los días desde que fue suspendido de su trabajo. Antes de eso, tenía varios testigos colocándolo en una variedad de reuniones administrativas o en la escuela en el momento en que ocurrieron los secuestros. Estaba ayudando a pintar el gimnasio en el día que Rob Carter desapareció, así que ha sido eliminado como sospechoso. —¿Y el hijo del señor Kelly? —Jack Kelly trabaja para su padre en sus oficinas de abogados en Parkwick. Es una firma bastante grande, y tenemos más testigos presenciales que sabemos qué hacer con atestiguar por él en los días que los niños fueron secuestrados. Además, él y su padre se fueron a Nueva Zelanda justo antes de Acción de Gracias, lo que significa que no podría haber secuestrado a Nathan Murphy. Así que Kelly está fuera. —¿Mario Rossi y Eric Anderson? —Me encontraba agarrándome a un clavo ardiendo ahora.

Faraday Maddie.

sacudió cabeza. —También

tienen

una

coartada,

Me sentía cada vez peor cuando Faraday hablaba. —Entonces, ¿quién podría ser? Suspiró. —Tenemos otro avance que todavía estamos tratando de verificar. —¿Quién? —¿Conoces a un señor Pierce en tu escuela? Parpadeé. —Es mi profesor de química. —Él conduce una camioneta gris oscuro —dijo Faraday—. Lo notamos en el estacionamiento de la facultad cuando fuimos a verificar a Chávez. Miré a Faraday como si tuviera que estar bromeando. —El señor Pierce es uno de los pocos maestros que ha sido amable conmigo durante todo esto —le dije a la defensiva. Faraday asintió. —Wallace y yo tenemos una entrevistarlo hoy, pero dudo que sea uno de tus maestros.

cita

para

—Entonces, ¿quién? —repetí. Faraday colgaba la libreta de sus dedos. —Creo que es alguien de aquí. Me quedé mirando la libreta. Tenía que haber por lo menos un millar de nombres y fechas allí. Lo había guardado durante años y años, y hablé con decenas de clientes y escribí los nombres y las fechas de todo el mundo que alguna vez conocí. —Así que lo que necesito de ti, Maddie —continuó Faraday—, es que pienses seriamente. ¿Alguno de tus otros clientes alguna vez se enfadó por lo que les dijiste? ¿Alguna vez te amenazaron? ¿Amenazaron con herirte o vengarse de ti? Me senté allí tratando de pensar, buscando a través de los más vagos recuerdos que tenía sobre cualquiera de mis clientes que podría haber reaccionado de manera exagerada, pero nadie venía a mi mente que no sea la señora Tibbolt y el hijo del señor Kelly. —Es probable que hubiera sido un cliente que viste el verano pasado, en las semanas antes que te fueras de vacaciones con tu tío. Suspiré. Apenas podía recordar los clientes que leí en octubre, mucho menos el verano anterior. Trataba de no mantenerlos en mi memoria, en realidad. Ese era todo el propósito de la libreta, a escribir sus nombres y fechas de muerte abajo para que yo pudiera seguir adelante y olvidarme de ellos. —No puedo pensar en nadie —le dije al fin. Y esa era la verdad.

Faraday asintió. —Bueno. Pero sigue pensando en ello durante el próximo par de días para mí, ¿quieres? Alguien puede venirte a la mente. Faraday todavía colgaba la libreta, balanceándola hacia atrás y adelante entre sus dos dedos cuando dijo—: ¿Estás lista para ir a almorzar? Wallace se suponía que iba a unirse a nosotros, pero creo que est á haciendo un recado o algo... En ese momento, la libreta se resbaló de los dedos de Faraday, y golpeó una pila de archivos, que se deslizaron en los marcos de cuadros que tenía en el borde de su escritorio. Ambos llegamos a agarrarlos antes de que llegaran al suelo, y me las arreglé para coger uno que se inclinó hacia mí. Mientras la cogía, mi ojo pasó a mirar la imagen. Era una foto de Faraday y Wallace, sus brazos echados sobre los hombros del otro mientras compartían una cerveza juntos en lo que parecía una barbacoa. La foto me pilló con la guardia baja, y por un largo momento lo único que podía hacer era mirarla, con la boca abierta. —¿Maddie? — dijo Faraday—. ¿Qué es? Le mostré la foto y señalé a Wallace. —Él... sus... ¡sus números están todo mal! —A través de la frente de Wallace se hallaban los números 06-12-2014. La frente de Faraday se arrugó. —¿Qué números? Pero me encontraba tan sorprendida que apenas podía hablar. Extendí la mano y agarré la libreta de fechas de muerte. Volteando una de las últimas páginas, me desplacé hasta la línea marcada agente Wallace 07-08-2051, la fecha que recordaba haber visto desde la primera vez que nos vimos. Girando la página alrededor le mostré la línea, y luego señalé la foto. Una vez más, no pude contener un jadeo. Ante mis ojos, la fecha de muerte de Wallace pasó de 06-12-2014 a 07-08-2051 de nuevo... y luego de vuelta otra vez—. ¡Se mantiene cambiando! Faraday se inclinó hacia delante y miró hacia atrás y hacia adelante entre la foto y el nombre en el cuaderno. —Maddie —dijo con firmeza—. No entiendo. Por favor, respira y trata de decirme lo que estás viendo. Miré seriamente a la imagen de Wallace. Las dos fechas de muerte se mantenían cambiando de ida y vuelta entre 2014 y 2051, y no podía darle sentido. Nunca había ocurrido antes. —Yo... ¡no sé cómo explicarlo! —Por favor, intenta —dijo Faraday. Podía preocupación comenzar a arrastrarse en su voz.

escuchar

la

Me levanté y fui alrededor de su escritorio, todavía sosteniendo la foto. —La fecha de muerte del agente Wallace debería ser siete de agosto, del dos mil cincuenta y uno. Pero ahora ha cambiado. ¡Está mostrando algo diferente! —¿Qué muestra? —preguntó Faraday, mirando la foto en mis manos como si estuviera tratando de ver lo que solo yo podía. —Se está cambiando hacia atrás y adelante entre esa fecha y hoy, agente Faraday. ¡Hoy! El rostro de Faraday palideció. —¡Hijo de puta! —Apoderándose de su teléfono, lo marcó rápidamente. Esperó unos segundos antes de decir—: Kevin, soy yo. Llámame al segundo que escuches este mensaje. Luego colgó y marcó de nuevo, esperando antes de colgar e intentar una tercera y una cuarta vez. —¡Maldita sea! Puede que no responda a mi primera llamada si se encontraba en el medio de algo, pero nunca dejó una segunda o una tercera llamada pasar. Continué mirando la imagen. La fecha de muerte de Wallace se mantuvo alternando, y tenía una terrible sensación de que, en este mismo momento, el agente Wallace o se cernía cerca de la muerte, o estaba en un terrible peligro. Faraday se puso de pie y pasó a mí alrededor. Corriendo hacia el pasillo, me indicó que lo siguiera. Llevé la imagen, y fuimos a la zona abierta donde se hallaban todos los cubículos. Faraday silenció a la habitación con un penetrante silbido ruidoso. —¡Necesito saber si alguno de ustedes sabe dónde está el agente Wallace ahora mismo! Cada persona en la habitación simplemente lo miró con los ojos muy abiertos. Nadie ofreció nada. Pero luego una mujer, sentada en el otro extremo de la habitación, levantó su mano. —Lo pasé en el camino —dijo ella—. Le pregunté si se dirigía a casa por el día, y me dijo que iba a comprobar una pista. —¿Qué pista? —exigió Faraday. Ella sacudió su cabeza. —Lo siento, señor. No me lo dijo. Faraday volvió y señaló a un hombre con gafas en la esquina opuesta. —¡Steve! ¡Te necesito! Puso una mano sobre la parte superior de mi brazo para llevarme con él. Caminé a su lado, sin dejar de mirar la foto. —¿Qué es lo que dice? —preguntó Faraday, mientras nos dirigimos de nuevo hacia su oficina. —¡Es lo mismo! Se mant iene cambiando de ida y vuelta. Faraday nos llevó más allá de su oficina por el pasillo hasta otra puerta, que se encontraba cerrada. Se detuvo y me puso a un lado y le dijo al hombre siguiéndonos—: Ábrelo, Steve. Ahora.

Steve se agitó nerviosamente, pero Faraday se le quedó mirando hasta que sacó una tarjeta llave y la deslizó a través de una ranura justo por encima de la manija. Había una luz verde y luego Faraday se hallaba girando la manija y pasando a la oficina. Después de encender las luces miró alrededor del escritorio de Wallace que se encontraba tan desordenado como el suyo. Se movió detrás del escritorio y movió el ratón y le pidió una contraseña. —Necesito entrar —le dijo Faraday a Steve. El rostro de Steve se sonrojó. —Señor, no tengo la debida autorización para… —¡Al diablo con la debida autorización —rugió Faraday—. ¡Tengo que ver en qué pista estaba trabajando Kevin antes de irse! Pero Steve no cedió. —S-s-s-señor —balbuceó—. Necesito al director para autorizar eso. —¡Ent onces, ve a llamar al direct or! En ese momento, otro agente asomó la cabeza en la oficina. — ¿Escuché que estás buscando a Wallace? Todos giramos nuestras cabezas hacia él. —¿Sabes dónde está? —preguntó Faraday. —Tal vez. Dijo que estaba hablando con un par de personas en Poplar Hollow que dijeron que notaron un camión de reparto aparcado en la calle de la casa de Murphy el día anterior que el niño fue secuestrado. Wallace dijo que coincidía con una declaración similar tomada por alguien en el barrio del chico Wyly, por lo que iba a ver qué entregas se hicieron a cualquier persona en la zona en aquellos días. —¿Mencionó el nombre de la compañía de entrega? ¿Era UPS o FedEx? —preguntó Faraday, su voz esforzándose por mantener la calma. El hombre se rascó la cabeza. —Ninguno de los dos. Creo que era una tienda de muebles. Puse una mano en mi boca. —Dios mío... —¿Qué? ¿Qué? —Demando Faraday. Volví a mirar la foto de Wallace. El parpadeo de ida y vuelta fue desapareciendo, y de forma alarmante, la fecha 12-06-2014 fue empezando a instalarse más y más tiempo entre los flases. —La señora Duncan… mi vecina —dije mientras comenzaba a temblar—, consigue muebles nuevos, todo el tiempo. Siempre son los mismos chicos quienes los traen. Ese chico, Wes, es muy aterrador, y la última vez que fue a su casa, de alguna manera me miró maliciosamente. —¿Cuál es su apellido? —Me preguntó Faraday. Negué con la cabeza; no lo sabía—. ¿Cuál es el nombre de la tienda de muebles?

Volví a negar con la cabeza. Había visto ese camión una docena de veces, y nunca había registrado su nombre. Y entonces tuve una idea. — ¡Llame a la señora Duncan! ¡Ella lo sabrá! Faraday me preguntó por el número mientras cogía el auricular del escritorio de Wallace. Me incliné y marque para él. Después de unos segundos, supe que ella había contestado, porque Faraday dijo—: señora Duncan, soy el agente Faraday del FBI. Tengo a Maddie Fynn conmigo, y tenemos una pregunta muy importante que hacerle. ¿Podría decirnos por favor el nombre de la t ienda donde compra sus muebles? Faraday agarró un bolígrafo y escribió sobre una nota adhesiva. —Muebles Culligan —dijo—. Lo tengo, gracias. —Colgó a la señora Duncan y marcó el 411, solicitando el almacén de la compañía de muebles. Puso el altavoz del teléfono para que todos pudiéramos escuchar ya que comenzó a sonar. —Almacén Culligan —dijo la voz de un hombre viejo. —Necesito hablar con uno de sus repartidores, su nombre es Wes. —dijo Faraday, sin ni siquiera presentarse. —No está aquí —dijo el hombre, claramente molesto. —¿Está fuera repartiendo? —presionó Faraday. —No. Faraday suspiró con impaciencia. —¿Entonces dónde está? —No sé —respondió el hombre—. Pero no soy su servicio de respuestas. —Escucha —dijo Faraday, su tono era afilado como una navaja. —Soy el agente especial Mack Faraday. Estoy investigando una serie de asesinatos, y necesit o saber… —Sí, claro que eres un agente especial —interrumpió el hombre con un resoplido. Me di cuenta de que no le creía a Faraday—. ¿Quién eres, un doble idiota? —Y luego volvió a resoplar y colgó. La cara de Faraday se volvió carmesí, apretó su mano libre en un puño y golpeó el escritorio. Steve, que había estado de pie junto a mí saltó y murmuró—: Voy a llamar al director para obtener su autorización, señor. Y con eso salió corriendo por la puerta. Faraday me miró. Señalé la foto de Wallace. —¡Está empezando a instalarse más y más hoy! —susurré. Faraday agarró el teléfono de nuevo, volviendo a llamar al 411, pero esta vez preguntó por la dirección del almacén de la tienda de muebles. Después de colgar, se giró hacia el otro agente que estaba

todavía en la puerta y dijo—: Necesito que pongas un rastreador en el teléfono de Wallace. —Me llevará al menos una hora —dijo el hombre. —¡Hazlo! —gritó Faraday, entonces me agarró por el codo y dio marcha atrás hacia su oficina para coger su abrigo. Me lanzó el mío, hizo una pausa y dijo—: ¿Vendrás conmigo y seguirás mirando la foto? Asentí, y salimos por la puerta corriendo. Faraday conducía como un loco, tejiendo dentro y fuera del tráfico tant o que empecé a tener nauseas. —¿Está aún con vida? — preguntó Faraday, tomando un giró tan rápido que los neumáticos chirriaron. Miré hacia abajo. Los números continuaron parpadeando yendo y viniendo, pero más lentamente. Era casi como un pulso cada vez más y más lento. —Sí, está vivo —le dije—. Pero no estoy segura de por cuánto tiempo más. Momentos después, llegamos al almacén Culligan. Faraday se detuvo en la puerta de la gran bahía y me ordeno permanecer en el coche. Entonces corrió hacía un hombre doblado por la edad, que estaba de pie en la entrada. Bajé la ventana para poder oír, vi como Faraday mostraba su placa extendiéndola hasta la vieja cara del hombre, le señalo y gritó que iba a arrestarle por obstrucción a menos que le dijera dónde podía encontrar a Wes. El anciano agitó mucho los brazos, claramente sin miedo de Faraday. —Te lo dije por teléfono, colega, ¡no sé dónde demonios esta ese miserable! No se ha presentado a trabajar hoy, ¿Vale? ¡Y la otra mitad de su personal llamó enfermo! Dijo que tenía dolor de pecho… Mi tía Fanny, ¡tiene dolor de pecho! —Mi mente me mostró el recuerdo de Rick sentado a mi lado en el sofá de la señora Duncan, la fecha de su muerte se exhibió flotando por encima de su frente, y se sorprendió al darse cuenta de que hoy era el día del aniversario de su muerte. Con una punzada, sabía que Rick tenía razón; que sería su corazón el que dejaría de funcionar en él—. ¡Siempre hay algo entre ellos dos! —El anciano continuó con ira—. ¡La mayoría del equipo que tengo no es fiable! Faraday apretó sus manos en puños y parecía que estaba listo para coger al hombre y sacudirlo para obtener información. Sentí que tenía que hacer algo así que salte fuera del coche y corrí. —¿Sabes dónde vive Wes? —pregunté, tratando de dist raer a Faraday de la violencia. El anciano se giró hacia mí —Vive en la calle Trece —dijo, agitando la mano en la dirección de la calle de detrás nuestra. —¿Cuál es el número de la casa? —Ladró Faraday.

—¿Cómo demonios voy a saberlo? Si quieres que saque su expediente, me tomara un tiempo. Están en la sede de recursos humanos. —¿Cuál es el apellido de Wes? —gruñó Faraday. —Miller —escupió el anciano. Y antes de que Faraday pudiera alejarse pregunté—: ¿Sabes qué tipo de coche conduce Wes? El anciano giro sus grandes e impacientes ojos hacia mí. —Están contratando gente muy joven en el FBI —dijo, pero luego añadió—: Conduce una camioneta. Un Ford F-150. —¿Es un color oscuro como el gris o el carbón? —Presioné, la adrenalina corría por mis venas haciendo que mi corazón latiera con fuerza. —Sí —dijo—. Es negro. Por qué, ¿tú lo has visto? No respondí; Faraday, simplemente se giró y corrió hacia el coche. Lo puso en marcha y salimos disparados de allí. —¡Abróchate el cinturón! —grita Faraday, mientras me tiraba hacía la derecha por la fuerza de la curva cerrada. Mientras me esforzaba para conseguir atarme, Faraday pulsó un botón del salpicadero. Una voz de mujer se puso al teléfono. —FBI de Grand Haven, habla con la agente Butler. —¡Christine! —gritó Faraday—. ¡Necesito la dirección de Wes Miller de la calle Trece en Grand Haven! Escuchamos a sus uñas tecleando el teclado después—: Seis, ocho, seis, calle Trece y, ¿señor? —¿Sí? —Wes Miller tiene antecedentes. Condenado por tres cargos de asalto sexual y dos cargos de violación en veinte diez. Sentenciado a seis años en Sing Sing. Parece que él solo cumplió tres años y medio. —¿Cuándo salió exact ament e? —gruñó Faraday, enseñando los dientes mientras serpenteaba entre el tráfico. —El diez de julio del dos mil catorce, señor. Faraday me echó un vistazo, y luego agarró el volante con más fuerza. —Christine, necesito que envíes a t odos los agentes que puedas a esa dirección. Código diez - setenta y ocho y un posible diez cincuenta y nueve. ¡Dile a todo el mundo que tenemos un ANA! Se oyó un gritó ahogado, y después dijo, —¡Estoy en ello, señor! — la línea se cortó y Faraday volvió a pulsar el botón para finalizar la llamada. —¿Qué es ANA? —pregunté, sintiéndome impotente y ansiosa.

—Asistencia a un agente —dijo distraídamente—. Solo lo usamos cuando uno de nuestros chicos está en serios problemas. Volví a mirar la foto. Se está demorando más y más tiempo para la fecha de 2051 para volver a la frente de Wallace. Me preocupaba que no fuéramos a llegar a tiempo. Faraday chirrió hasta detenerse en un destartalado vecindario en una mala sección de Grand Haven. Él saltó fuera del colche casi antes de que llegara a detenerse completamente y corrió hacia el maletero. Sacó un chaleco antibalas y lo lanzó por encima de su cabeza, cerrando las cintas de velcro. Se movió otra vez hacia la puerta abierta y se inclinó dentro del coche, sobre mis piernas y abrió la guantera. Sacó una caja de balas y un cargador de pistola, después cerró la guantera de nuevo y comenzó a cargar el arma. —Tu quédate aquí, Maddie —dijo, su tono de voz era firme—. Bajo ninguna circunstancia debes salir de este coche. ¿Entiendes? —Entiendo —dije, tan asustada que estaba temblando. A lo lejos pude escuchar las sirenas. Muchas de ellas. Parecían venir de todas direcciones. Faraday terminó con la pistola, echó hacia atrás el cañón para cargar la cámara, y con un último vistazo hacia mí, cerró la puerta. Tuve el impulso de llamarle para que parara, sentía un mal presentimiento, pero él ya estaba al otro lado de la calle, corriendo hacia una casa blanca con la pintura desconchada y contemplándolo un pórtico destartalado. Lo vi cuando subía las escaleras facilitando su camino hacia la ventana mientras sujetaba el arma con las dos manos. Faraday se asomó por la ventana, entonces hecho la cabeza hacia atrás. Se agachó, por debajo del panel y se levantó al otro lado y volvió a mirar. Las sirenas favor… ¡Espéralos! de lo que hubiera marrón. Entonces perdí de vista.

se acercan y susurré—: Por favor, por favor, por —Pero no lo hizo. Faraday se movió más ágilmente esperado, y se deslizó sobre la barandilla de la hierba se movió rápidamente al otro lado de la casa, y lo

Durante unos segundos no pasó nada, esperé y miré con la respiración contenida. Entonces, casi como si una cortina hubiera sido retirada, todo tipo de coches con luces intermitentes, aparecieron en la calle. Los neumáticos chirriaron y las sirenas cortaron casi al instante, pero las luces estroboscópicas continuaron parpadeando. Los policías salieron de sus vehículos con el arma desenfundada y los chalecos puestos. Descendieron como un enjambre azul oscuro en la casa, y me encontré agachándome en el asiento. Unos pocos agentes fueron hacia la puerta, otros se quedaron en el césped y, otros se fueron para la derecha e izquierda de la casa.

Por un momento, nadie se movió excepto para hacer contacto los unos con los otros, las señales iban y venían con sus manos. En esa pequeña oportunidad de silencio, se escuchó un ligero zumbido saliendo del salpicadero, y cuando pude aparatar la mirada fuera de la escena, miré hacia abajo y vi una radio de policía colocada debajo del salpicadero. Rápidamente me estire para subir el volumen, mi pulgar e índice se pusieron en mando del picaporte, todo el mundo en el césped de Wes voló a la acción. Echaron la puerta a abajo y varias personas se precipitan dentro. Mis dedos giraron el mando y en el interior del coche estallo el sonido. Era como si todos estuvieran gritando a la vez. —¡Diez cincuent a y dos, diez cincuent a y dos, diez cincuent a y dos! Y entonces en la puerta de la casa, todos esos agentes y oficiales que había entrado, salieron corriendo fuera como si la casa estuviera en llamas. De repente, en medio de todos los gritos escuche, —... ¡gas! ¡GAS! ¡SALGAN! ¡SALGAN! Puse la mano sobre mi boca cuando el sonido más antinatural resonó dentro de la casa justo antes de que una gigantesca bola de fuego saliera disparada, las ventanas y una parte del techo literalmente estallan en una enorme y ensordecedora explosión que quebró el vidrio de la puerta del conductor del coche de Faraday. Los oficiales y agentes se habían tirado al suelo, y me sumergí hacía abajo en el asiento también. Trozos de escombros golpearon el techo del coche, y yo grité con cada golpe. Los gritos de la radio fueron ahogados por uno o dos segundos antes de que subieran de nuevo, esta vez eran el doble de intensos. Encontré el coraje para levantar la cabeza y miré sobre el borde de la puerta por la ventana, la escena era caótica. La casa estaba envuelta en llamas, uno de los coches patrulla estaba en llamas. A su alrededor los agentes y oficiales luchaban por ayudarse los unos a los otros para alejarse de la casa. La gente de las casa vecinas, empiezan a correr fuera de sus casas para ver que estaba pasando, y los agentes y oficiales de la escena tratan en vano hacer que se echaran para atrás. Esperé y observé, incapaz de creerlo con mis propios ojos, temiendo lo peor por el agente Faraday. ¿Y si hubiera estado en la parte de atrás de la casa cuando explotó? Si lo huera estado, probablemente estaría muerto. Sin apartar los ojos de la escena, palpé alrededor por la foto de Faraday y Wallace. Eso sería lo que me haría saber si los dos hombres estaban todavía con vida, pero no estaba a mi lado ni debajo de mí. Se había debido caer al suelo cuando me sumergí para cubrirme. Y entonces, como si una oración hubiera sido contestada, Faraday apareció con la camisa chamuscada, llevando a Wallace con otros dos agentes. Vi un montón de rojo en el pecho de Wallace, agarré la foto, que tenía, de hecho, yacía en el suelo. La cojo, y me doy cuenta de que aún sigue parpadeando de ida y vuelta… pero el 2051

estaba haciéndose cada vez más enfocado. Todavía estaba vivo, y pensé que lo lograría si conseguían llevarle al hospital a tiempo. Como si hubiera sido una señal, una ambulancia llegó y Faraday les gritó a los dos hombres que lo ayudaban, quienes también estaban un poco chamuscados, que avanzaran hacia allí. Dos paramédicos saltaron fuera, y en cuestión de segundos tenían a Wallace en una camilla y lo colocaron dentro de la ambulancia aparcada. Más sirenas sonaron en la distancia y supe que los camiones de bomberos estaban en camino. En el momento en que la ambulancia se fue, Faraday camino hacia mí y abrió la puerta. —¿Qué dice la foto? —Demandó, su cara, su ropa y su pelo estaban manchados con hollín. —Creo que lo encontraste a tiempo. Sus números son todavía parpadeantes, pero la fecha dos mil cincuenta y uno está un poco más fuerte ahora. Faraday salto dentro del coche, y sin decir ni una palabra lo puso en marcha y se dirigió en la dirección de la ambulancia. Miré detrás de mí. —¿Realmente debemos irnos? —Pueden encargarse de ese desastre por ahora —dijo Faraday, presionando su pie en el acelerador. Cuando llegamos al hospital, el teléfono de Faraday sonaba repetidamente. Él lo ignoró. Después de aparcar en una zona ilegal, le mostró la placa a un trabajador del hospital, quien parecía que iba a protestar, y me llevo hacia la ambulancia, la cual estaba estacionada con las puertas traseras abiertas. Faraday fue directo hacia la camilla donde Wallace estaba siendo descargado, y corrió junto a ella cuando fue llevado dentro. —¡Kevin! —gritó—. ¡Colega, tienes que luchar! ¿Me escuchas? ¡Tienes que luchar y quedarte con nosotros! Avancé deprisa detrás de la camilla pero pronto quedé al margen por el personal de emergencias del hospital. Faraday fue finalmente alejado por una mujer con bata, que lo agarró por el codo y trató de mirar el mal corte de su brazo. —Está bien —dijo malhumorado, tratando de quitársela de encima. Ella levanto su codo. —Tienes que dejarles trabajar en tu amigo sin que estés en su camino. Y, por si no te has dado cuenta, necesitas algunos puntos de sutura. —Le tiró de regreso al pasillo conmigo—. ¡No me hagas sedarte! —grit ó cuando se resistió. Tuve que esforzarme para reprimir una sonrisa. Faraday me llamó la atención y me hizo señas con su barbilla. Lo seguí y a la enfermera hacia una zona separada por cortinas. En cuanto se sentó en la camilla dijo—: Va a necesitar sangre. Soy O negativo; puedo donarle a cualquiera. Conécteme y déjeme ayudarle.

La enfermera frunció el ceño. —Oh sí, el chico del FBI sabe cómo dar órdenes, ¿no? Faraday estaba mirando alrededor como un loco. Sabía que estaba preocupado por Wallace. Levanté la foto, que había traído conmigo y la observé. —¿Qué es lo que dice? —Oí que me preguntaba. Los números de Wallace parpadeaban con menos frecuencia y colocándose por periodos más largos en 07-08-2051. —Lo está haciendo mejor —dije. Levantando mi mirada, vi a la enfermera mirarme curiosamente, pero continuó agarrando el brazo de Faraday y preparando los puntos de sutura. Esperé con él mientras lo cosían, y cuando la enfermera finalmente le dejó responder una llamada, me acerqué a su lado. Había estado vigilando la foto de Wallace, y no la había visto cambiar en al menos dos minutos. — ¿Nada? —me preguntó. Giré la foto para que pudiera verla. —Creo que puede poner esto de nuevo en su escritorio, señor. Él lo va a logar. Faraday dejo salir un gran suspiro y agarró la foto para abrazarla mientras giraba su cara lejos de mí. —Él es mi mejor amigo —dijo después de unos minutos, levantando la mirada hacia atrás para mirarme—. Y tú has salvado su vida, Maddie. —¿Yo? Tú eres el que lo encontró. —Nunca hubiera ido a buscarle si no hubieras visto la foto. Tenía una herida de bala en el pecho. Ese hijo de puta le disparó. Lo supuse por toda esa sangre. —¿Crees que Wes Miller estaba dentro de esa casa cuando explotó? Faraday se pasó una mano por el pelo. Se desprendieron los pelos negros chamuscados. Miro a la palma de su mano con cierto grado de sorpresa antes de contestarme. —No tengo ni idea. Tienen que apagar el incendio primero y luego ir a buscar el cuerpo, pero dudo que estuviera dentro. Su camioneta no estaba estacionada o en la calle, por lo que probablemente se esté dirigiendo a la frontera con Canadá por ahora. Si yo fuera él, ahí es a donde me dirigiría. —¿Puedes cogerlo? Faraday levantó el teléfono y tecleó en la pantalla, haciendo una mueca cuando su brazo lesionado se movió. —Oh, lo atraparemos — dijo—. O moriremos en el intento.

Traducido por Val_17 Corregido por SammyD

Dejé que Faraday me dirigiera hacia la sala de espera. Vino y se sentó conmigo mientras Wallace se encontraba en el quirófano. Faraday pasó gran parte de ese tiempo al teléfono con su jefe gritándole, que se hallaba enojado con él por abandonar la escena. Alrededor de las cuatro y media mi teléfono sonó. El identificador de llamadas decía que era de la casa de Stubby. —¡Amigo! —canté felizmente cuando respondí—. ¡Te he extrañado! —¿Maddie? —Escuché decir a una mujer. Me tomó un minuto reconocer su voz. —¿Señora Schroder? —Sí, cariño, soy yo. Estoy llamando para ver si has oído de Arnold. —Uh… no. ¿No se encuentra en casa? Casi podía sentir la ansiedad de la señora Schroder irradiar a través del teléfono. —No. No, no se encuentra aquí, y no sé a dónde ha ido. Llegué a casa del supermercado con Sam y Grace, y Arnold no se hallaba en su habitación y no me dejó una nota. —Tal vez salió a patinar —dije, y entonces recordé que Stubby había tirado su patineta—. Oh, espere —agregué. —Tiró su patineta —dijo la señora Schroder, y entonces sollozó—. Ha estado tan deprimido últimamente, Maddie. Estoy muy preocupada por él. —Tal vez fue a dar un paseo o algo así. —Por eso me preocupa. Con ese asesino que sigue suelto… Quería asegurarle a la señora Schroder que el FBI sabía quién era el asesino y que probablemente iba de camino a Canadá, pero no lo sabía con certeza. La verdad era que no tenía idea de dónde se

encontraba Wes Miller. Podría estar vagando por las calles en busca de adolescentes desprevenidos para secuestrar, torturar y asesinar. —Tal vez debería ir a buscarlo —dije. —¿Vendrías conmigo? Miré a Faraday. No creía que le importara si iba a buscar a Stubs, pero necesitaría que la señora Schroder viniera a recogerme, y no quería preocuparla acerca de por qué me encontraba allí. —Claro. Estoy en el hospital ahora, eh… visitando a un vecino enfermo, ¿así que podría venir a recogerme? Faraday seguía hablando por su teléfono, así que le escribí una nota que decía que conseguí un aventón a casa, él asintió y dijo adiós. Mientras esperaba a la señora Schroder, Donny me llamó. —Oye, chica —dijo con un suspiro cansado—. ¡Hombre, he tenido un día! Sonreí. Podría apostarle que tuve uno peor pero decidí contarle sobre ello más tarde. —¿Qué pasa? —pregunté. —Mi auto se averió. Tuvieron que remolcarlo y el tipo no puede trabajar en él hasta el lunes. —¿Te vas a quedar en la ciudad? —Sí. Pero no te quiero sola en esa casa. Ve a la casa de la señora Duncan y pasa la noche ahí, ¿de acuerdo? Rodé los ojos. —Claro, Donny —le dije, porque no quería discutir y posiblemente enojarlo lo suficiente para que alquilara un auto y condujera para ser mi niñero cuando realmente necesitaba lidiar con su auto. —Muy bien. Te llamaré en la mañana. La mamá de Stubby llegó entonces, y la saludé con la mano mientras le colgaba a Donny. Venía con los dos hermanos de Stubby, que hacían una rabieta en la parte trasera. Su cara se veía preocupada. —Lo encontraremos — prometí. Comenzamos nuestra búsqueda en Poplar Hollow, yendo calle por calle desde la residencia Schroder hacia mi casa y más allá. Buscamos en el parque, y la escuela, y luego empezó a oscurecer. No me preocupé seriamente hasta cerca de las siete de la tarde, cuando todavía no vimos ninguna señal de Stubby. Llevamos a Grace y Sam por algo de comer y continuamos nuestra búsqueda, pero no se hallaba en ninguna parte. Finalmente nos dirigimos de regreso al lugar de los Schroder y ayudé a acostar a los niños, entonces esperé con la mamá de Stubby en la cocina, deseando que volviera a casa, pero las horas pasaban y no había ninguna señal de Stubs.

Cuando no pude soportarlo más me levanté de la mesa de la cocina y dije—: señora Schroder, ¿Stubby aún tiene esa moto en la cochera? Asintió y se secó los ojos. Estuvo llorando constantemente por más de una hora. —Lo comprobé. No se la llevó. —¿Puedo tomarla prestada? Me dio una mirada confundida y expliqué—: Hay un lugar en que no buscamos donde creo que podría estar. Cerca de Jupiter. —Toma la moto, Maddie —dijo la señora Schroder—. Pero ten cuidado, por favor. Hay un casco en la cochera. Tienes que usarlo. Y, por favor, llámame si lo encuentras. —Lo haré —prometí, y buscó en un cajón por las llaves de la moto. Tomándolas de ella, me apresuré a salir. Me tomó sólo unos diez minutos llegar a Jupiter, y luego tuve que entrecruzar a través de un barrio hacia la pista de patinaje, la cual siempre se encontraba bien iluminada hasta las once de la noche. Tuve una idea, incluso si Stubs no hubiera ido allí para patinar, tal vez fue a ver a los otros patinadores. Mientras estacionaba, vi a un chico solitario subiendo y bajando por las rampas. Supe de inmediato de quien se trataba. Metí la mano en mi bolsillo y llamé a la señora Schroder. —Lo encontré —dije. —¡Oh! —exclamó—. ¡Oh, Maddie! ¿Dónde se encuentra? —Se encuentra en el parque de patinaje en Jupiter. Lo llevaré a casa en un rato. Después de colgarle a la mamá de Stubby, me senté en la moto por un largo tiempo y vi a mi mejor amigo andar de arriba abajo en lo que parecía ser una nueva tabla, haciendo giros, vueltas, y otros trucos. Algo cambió en Stubby, era mucho menos torpe y rígido sobre la patineta. Como si hubiera perdido el miedo a arruinarlo y estuviera comprometido con cada truco, como si no le importara lo que pasó. Ese valor resultó ser exactamente lo que necesitaba para realizar el truco. Cuando tenía tanto frio que comencé a temblar, me acerqué a la rampa. Stubby voló hacia el lado opuesto, giró la tabla con sus pies, aterrizó perfectamente, y pasó zumbando para quedar fuera de la vista y reaparecer en la parte superior de la rampa más cercana a mí, detuvo la patineta en el borde. Lo miré con asombro cuando me sonrió, sus ojos seguían negro y azul y la nariz hinchada, pero sonreía de todos modos. —¡Mads! —exclamó, claramente feliz de verme, y supe que mi amigo se hallaba de vuelta.

—Linda tabla —grité, señalando su nuevo paseo. Se bajó de ella y caminó por el borde de la rampa, luego le dio una pequeña patada, y la patineta subió para aterrizar perfectamente en su mano izquierda. —¡La conseguí hoy! —dijo efusivamente, ya avanzando hacia las escaleras. Lo esperé en la parte inferior. —Tu mamá ha estado muy preocupada por ti —dije cuando aterrizó junto a mí en la hierba. es?

Su rostro cayó y miró el horizonte. —¡Aw, hombre! ¿Qué tan tarde —Son más de las diez. La mandíbula de Stubby cayó. —¡No!

Le mostré la pantalla de mi teléfono y se palmeó la frente. —Perdí la noción del tiempo —dijo—. ¿Está muy molesta? Le entregué mi teléfono. —Será mejor que se lo preguntes tú mismo. Stubs habló con su madre por un rato, y en su mayoría se limitó a decir que lo lamentaba una y otra vez, luego le preguntó si podíamos ir a McDonald’s porque se moría de hambre. Le dijo que estuviera en casa antes de la medianoche, y una vez que colgó me sonrió de nuevo. —Crisis evitada. Stubs nos llevó a McDonald’s, nos sentamos en una cabina y bromeamos y reímos como en los viejos tiempos. Le hablé sobre lo qué pasó más temprano en casa de Wes Miller, y Stubby se sorprendió tanto que me hizo contárselo una segunda vez. Eran más de las once cuando nos fuimos del restaurante para llegar a casa antes del toque de queda de Stubby. Stubs me dejó en mi casa, le entregué su patineta y la ató a la moto con una cuerda elástica que guardaba en su asiento. Luego se despidió y se fue. Lo vi irse con un suspiro melancólico. Se sentía tan bien tener a mi amigo de vuelta. Me giré hacia mi casa y pensé en lo que Donny me dijo. Sin embargo, el mirar las ventanas oscuras de la señora Duncan me convenció de no despertar a la anciana. Además, el coche patrulla se encontraba aparcado entre mi casa y la de nuestro vecino del otro lado. Débilmente pude distinguir la silueta oscura del oficial de policía en el interior, lo saludé con la mano y me dirigí por el camino de entrada. Cuando doblé la esquina de la casa olfat eé el aire. Algo olía familiar, entonces me di cuenta: era el humo de cigarrillo flotando hacia mí. Cuando llegué a la puerta trasera, vi que la luz de la cocina sobre la estufa se encontraba encendida y la puerta trasera abierta. Sólo la puerta pantalla se encontraba cerrada.

Abrí la puerta trasera tentativamente, el olor del humo de cigarrillo cada vez más fuerte. Mi primer pensamiento fue que mamá escapó de rehabilitación de alguna manera y regresó a casa. Mi corazón se hinchó. La extrañaba tanto. —¿Mamá? —llamé con emoción, entrando en la cocina y cerrando la puerta de atrás antes de bloquearla. Oí el ruido de un carraspeo cerca de la sala de estar. —¿Mamá? —llamé de nuevo, apresurándome hacia la puerta entre la cocina y la sala de estar. El resplandor naranja de la colilla de un cigarrillo me llamó la atención de inmediato. Una figura sentada en la silla de papá, levantando el cigarrillo a sus labios y haciéndolo brillar. —¿Mamá? —pregunté una vez, mientras un susurro de alarma se arrastraba por mi columna. Empecé a retroceder, pero entonces la luz junto a la silla se encendió. —Hola, Maddie —dijo Rick Kane. Mi aliento se atascó en mi garganta mientras mi mente se llenaba de preguntas. ¿Qué hacía Rick Kane en mi casa? ¿Cómo entró? ¿Escuchó sobre su primo? ¿Sabía que Wes casi asesinó a un agente del FBI? ¿Sabía también que Wes asesinó a todos esos niños? ¿Y no faltó al trabajo porque tenía dolores en el pecho? ¿Cómo sobrevivió? Mientras todas las preguntas tropezaban en mi mente, Rick se puso de pie, y una sonrisa se extendió lentamente por su rostro. Pero no era una sonrisa agradable. No era la sonrisa que me daba cada vez que nos encontrábamos. Este era una sonrisa enferma, similar a la que su primo llevaba. Siniestra y oscura, pero quizás aún más malvada. Esta era la sonrisa de un asesino serial. —No —tartamudeé, retrocediendo mientras mi mente empezaba a juntarlo todo con mil sinapsis disparándose a la vez, como el final de un espectáculo de fuegos artificiales. Fue Rick. Todo el tiempo fue Rick. Y ahora, se encontraba aquí. En mi casa. Avanzando para matarme, también. Di otro paso hacia atrás y comencé a darme la vuelta, con la intención de correr, pero Rick llegó a mí tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar. En un instante, tuvo mi brazo derecho retenido detrás de mí y su mano libre presionando con fuerza en mi garganta, cortando la mayor parte del oxígeno. Luché, pero agarró más duro mi brazo, y gritaría de dolor si tuviera aire. —Ah, ah, ah, Maddie —dijo en voz baja… burlonamente—. Si luchas, te lastimaré mucho más que si no lo haces. Cerré los ojos; las lágrimas se escapaban y corrían por mis mejillas. Rick relajó un poco la presión en mi brazo y garganta, e inhalé una bocanada de aire. Me hallaba a punto de gritar cuando sentí un pinchazo agudo en mi cuello. —Grita, y te cortaré la garganta —dijo.

Contuve un sollozo y más lágrimas corrieron por mis mejillas. —¿Por qué? —jadeé. Él era tan amable. Me dijo que lo ayudé al darle un año para prepararse y cuidar de su familia en caso de su muerte. —¿Por qué? —repitió—. Bueno, Maddie, esa es una pregunta interesante, ¿no? Pero creo que mereces una respuesta, así que voy a dártela. —Rick me giró hacia la repisa de la chimenea, y mi mirada se posó en la foto de mi papá. —Verás, cuando vine por primera vez a verte —comenzó Rick—, y escuché lo que tenías que decir, que me moriría el seis de diciembre del dos mil catorce, bueno, realmente te creí. Como te dije antes, tengo algunos problemas de salud, y pensé que era perfectamente lógico que me enterraran a los cincuenta y tres. Mi padre murió a los cincuenta y cinco, y tengo un tío que se fue a los cuarenta y nueve, así que corre en mi familia. »Y como también te dije, decidí poner todos mis asuntos en orden y asegurarme de que mi familia quedara bien provista, e hice todo eso, Maddie. Lo hice todo. Pero entonces esos oscuros anhelos con los que luché toda mi vida comenzaron a surgir de nuevo, y tuve una idea increíble. Iba a morir pronto de todos modos, ¿no? ¿Por qué no realizar algunas de esas ideas? Lo he deseado toda mi vida, sabes. Y me pregunté cómo sería dejar de tratar de ser otra persona y en su lugar permitirme ser yo. Así que lo hice. Y te puedo decir que ha sido increíble. Estaba tan asustada que me sentía mareada. —Consideré elegirte, sabes, como la primera. Quiero decir, me diste ese regalo, me pregunté si tal vez tenías más para dar. Apreté los ojos y me estremecí, y Rick me apretó con más fuerza. —Pero ambos sabemos que no te escogí primero, Maddie. Quería hacerlo, pero pensé que podría ser demasiado fácil rastrear tu muerte hacia mí. Así que miré tu casa y esperé, y un día seguí a una mujer. ¿Y no lo sabías? En su casa se encontraba el perfecto corderito. »Oh —continuó Rick, suspirando placenteramente ante el recuerdo—. Era tan dulce. Se tomó mucho tiempo para morir, Maddie. Fue la mayor felicidad que he conocido. Pensé que sería suficiente. Y por un tiempo lo fue, pero luego empecé a tener esas ansias de nuevo. Así que miré tu casa un poco más y seguí a la señora con el abrigo de piel hacia el siguiente corderito. Y, Maddie, él fue aún más dulce que el primero. Ahora lloraba en serio, y era difícil respirar. Quería desmayarme con desesperación, cerrar mis oídos a los horrores que Rick me susurraba. ¿Cómo no lo vi? ¿Cómo no lo supuse? —Pensé que el pequeño Tevon satisfaría las ansias, pero ocurrió todo lo contrario. Empeoraron. Seguí pensando que eras la clave, Maddie. Me dirigiste a esta nueva libertad, y seguiste conectándome a

todos los corderos correctos. Pensé que debía ser el destino. Tal vez si me acercaba a ti, podría encontrar uno que me diera satisfacción hasta morir. Rick susurraba en mi oído, y pasaba su mejilla a lo largo de la mía seductoramente. Me puse rígida, y mi estómago dio un vuelco. Apreté los ojos con más fuerza y traté de no enfermarme, pero podía saborear la bilis en la parte posterior de mi garganta. Continuó como si no lo hubiera notado. —Ese chico con el que pasas el rato, parecía interesante. Así que lo seguí por un día, y me dirigió a la chica… Payton. Se encontraba tan lista para morir que no me pude resistir. Puse un obstáculo y la arrebaté directo de la calle. Pero murió demasiado rápido, apenas valió el esfuerzo. Las ansias regresaron. Volví a pensar en tomarte, pero luego te perdí esa noche en el parque. Así que decidí volver en el verano cuando empezaras tu trabajo de niñera. Me puse rígida de nuevo, y Rick se rió. —Ah, no sabías que te vigilaba en ese entonces, ¿verdad? Fui recompensado cuando agarré a Nathan. Quería tomarme mi tiempo con él, extenderlo durante unos días, ¿sabes? Quería obtener el máximo placer de ello, y pensé que sería tan fácil esconderlo en mi cabaña de caza. Nathan estaba tan asustado… no creí que fuera muy inteligente, pero me equivoqué. Se me escapó antes de que pudiera hacerle mucho daño, pero dudo que me vaya a recordar. Me estremecí. Me hallaba tan aterrorizada que era difícil pensar. —Sí —susurró Rick, acariciando mi mejilla con la suya—. Eso es, cariño. Asústate. Aterrorízate. Te vi en el centro con los federales, y supe que trabajabas con ellos. Con el tiempo los llevarías hacia mí, pero sólo tenía unos días por los que preocuparme. Pensé que podía controlar los anhelos y esperar ese ataque al corazón, pero cada día empeoró, a pesar de que físicamente me sentía bien. »Le dije a mi esposa que no me sentía bien. Me ausenté del trabajo un par de veces y te vigilé a ti y a los federales tanto como pude. Así es como encontré la llave de tu casa, Maddie. Escondida en esa roca falsa junto a la puerta trasera. Ibas a ser mi último premio, pero no pensé que sería capaz de agarrarte con los federales vigilando tu casa mientras se acercaban a mí. Y entonces, recordé que dijiste que mi primo iba a morir el mismo día que yo. Sé lo que pensabas, que estaríamos en algún tipo de accidente. Pero tuve una mejor idea. »Verás, Wes no era un tipo muy inteligente. De hecho, era bastante estúpido. Pero vio la sangre en la parte trasera de la camioneta por ese día que atrapé a Payton. Wes fue a comprar algo de hierba, y tuve que hacer las entregas por mi cuenta. Sabía que íbamos a entregar en Jupiter ese día, y cuando vio la sangre me di cuenta que ató los cabos sueltos.

»Así que, esta mañana fui a su casa, y le disparé. Solté un chillido involuntario, y Rick se rió. —Sí, le disparé en la cabeza y luego le disparé a ese agente del FBI. Lo vi por la ventana un segundo después de dispararle a Wesley. Fue demasiado lento con su pistola. Entonces hice estallar la casa, y llevé el cuerpo de Wes a mi cabaña de caza. Me aseguré de dejar la nota de suicidio de Wes y su confesión de los asesinatos junto a su cuerpo. Probablemente no lo encontrarán por meses. »De todos modos, después de ocuparme de Wes, fui a mi lugar favorito de pesca. Pensé que estaría muerto en cuestión de horas, así que esperé. Y esperé. Y esperé. Rick dejó de hablar durante un buen rato, y tenía tanto miedo que no creí que pudiera soportarlo. —¿Sabes qué pasó todo el día de hoy y esta noche mientras esperaba, Maddie? —preguntó finalmente. No le respondí, y me apretó con más fuerza, lastimándome—. Dije, ¿lo sabes? Sacudí la cabeza un poco. —Nada pasó —espetó—. Nada en absoluto. Con un sobresalto me di cuenta de lo que quería decir. Rick no había muerto. —Todos esos planes —gruñó, apretando mi muñeca—. Todo ese seguro de vida extra, y asegurarme de que mi familia estaría bien cuidada… todo fue en vano. A las once de esta noche supe que me mentiste. Supe que te equivocaste. Sentí frío por todas partes. Rick ladeó mi barbilla con su brazo, y noté que quería que viera el reloj encima de la repisa de la chimenea. —Faltan dos minutos para la medianoche, Maddie, y no estoy muerto. Mi familia no va a recibir su dinero, y ahora que le he tomado el gusto a esos dulces corderitos, sé que no puedo parar. Es sólo cuestión de tiempo antes de que tus amigos del FBI se pongan al día conmigo, ¿no es así, Maddie? Gruñó mi nombre y levantó mi brazo de un tirón. Hubo un fuerte chasquido, y grité cuando el dolor como un rayo irradió por mi hombro hasta las puntas de mis dedos. Rick presionó el brazo sobre mi boca para ahogar el grito. — Shhhhhhhhh. Quédate quieta, Maddie, o te arrancaré el brazo. Apreté los ojos y rechiné los dientes para no gritar de nuevo, pero era la cosa más difícil que tuve que hacer jamás. El dolor era insoportable. En el fondo de mi mente me pregunté dónde se hallaba el policía. ¿Cómo entró Rick en la casa sin ser visto? ¿Por qué nadie venía a salvarme?

—Sé lo que piensa —me dijo—. Piensas, ¿por qué Rick no se suicidó? Eso resolvería todos sus problemas, ¿no? Pero eso anularía el seguro de vida. Mi familia no obtendría nada. Y ahí está, Maddie, un minuto para la medianoche, y sigo vivo. Sollozaba tanto que era difícil respirar. Pensé que me iba a desmayar, y recé por ello. Quería desmayarme y no oír o sentir ni una cosa más. —Haremos un trato, Maddie. ¿Quieres escucharlo? No respondí, porque no podía. Rick comenzó a hablar de nuevo de todos modos. —El trato es que miraremos la hora juntos, y si el reloj marca la medianoche, y todavía estoy vivo, entonces puedo terminar lo que empecé contigo. Tienes la oportunidad de ser mi próximo corderito, pero voy a alargarlo tanto tiempo como pueda, porque las personas que mienten sobre cosas tan importantes, bueno, merecen sentir algo de dolor, ¿no crees? Negué con la cabeza; el terror y la agonía física que sentía era abrumadora. Y entonces oí el suave chasquido mientras la manilla grande en el reloj de mi papá se deslizaba sobre la pequeña y comenzaba a sonar suavemente. Una campanilla… dos campanillas… tres campanillas… Me di cuenta que Rick esperaba que las campanadas acabaran. Esperaría hasta exactamente la medianoche para comenzar la verdadera tortura, y me encontraba más allá de desesperada. Actué sin pensar. Una descarga de adrenalina me atravesó y recordé un movimiento de defensa personal que tomé en primer año. Poniendo mi mano entre la cuchilla y mi cuello, dejé que mis piernas cedieran, hundiéndome en los brazos de Rick. Se inclinó hacia adelante, y mientras lo hacía me di la vuelta, aliviando la presión en mi brazo pero recibiendo un corte profundo en la mano. Ignorando el dolor me enfoqué en apuntar la rodilla en su entrepierna y le di una patada tan duro como pude. Con un fuerte gruñido me soltó y se dobló. Retrocedí, moviendo mi peso hacia el otro pie, y le volví a dar una patada justo cuando balanceó su puño en un arco para darme un puñetazo a un lado de la cabeza. Ambos nos tambaleamos. Vi estrellas por la fuerza del golpe de Rick y me tropecé, perdí el equilibrio y caí, golpeando mi cabeza contra la ventana. Hubo una segunda explosión de chispas brillantes detrás de mis ojos, y fragmentos de vidrio chocaron contra el suelo. Calor abrasador estalló en la parte trasera de mi cuero cabelludo. Me hundí hacia el suelo, derribando la lámpara junto a la silla de papá mientras caía. Una vez en el suelo, no creí que pudiera moverme o incluso respirar. Me quedé allí, tratando desesperadamente de mantenerme consciente. Débilmente me di cuenta de que el reloj terminó las campanadas y al otro lado del cuarto Rick maldecía y escupía con

rabia. Tropezó con una silla y cayó contra la pared opuesta. Levantó la mano izquierda, y vi el mango de la cuchilla sobresaliendo de su palma. Luché por tomar una respiración profunda, y mientras lo hacía, algunas de las estrellas se juntaron para atenuar mi visión. Tomé otra respiración temblorosa y me obligué a moverme, pero ninguna de mis extremidades cooperó. Mi brazo bueno se sacudía junto a mí, y mis piernas sólo se doblaban por las rodillas. No me quedaba ninguna fuerza para luchar, y luego las estrellas empezaron a parpadear de nuevo y una ola de vértigo me invadió. —¡Pequeña perra! meciéndose con dolor.

—gritó

Rick,

agarrando

su

muñeca

y

Tomé una tercera respiración profunda y traté en vano de volver a levantarme, moviendo las piernas débilmente. El mundo se desvanecía dentro y fuera de la oscuridad, y luché muy duro por enfocar mis ojos. En una neblina, vi a Rick ponerse de cuclillas, mostrándome los dientes, y luego tiró con fuerza del mango de la cuchilla. Con un fuerte gruñido la liberó de su mano y luego se dirigió hacia mí. —¡Vas a pagar por eso! Abrí la boca para gritar, pero sólo salió un susurro ronco, y luego hubo un fuerte BOOM en la cocina, como la puerta siendo pateada, y de la luz allí vi una figura emergiendo. Parpadeé de nuevo mientras Rick se giraba hacia la figura, levantando la cuchilla. Entrecerré los ojos para ver a través de la niebla y la bruma de mi visión nublada, y de repente, vi a mi papá en la puerta, con su liso pelo negro y brillantes ojos azules. Me sonrió, luciendo orgulloso. Luego levantó el brazo para saludar. —¿Papá? —dije con voz ronca, bebiendo la vista de él—. ¡Papi! — Y entonces la cosa más increíble sucedió. Su mano hizo un sonido de explosión. Luego otro. Luego dos veces más. Delante de mí, Rick Kane cayó como una piedra, y una mancha roja comenzó a extenderse por la alfombra como una corriente de color burdeos. Cerré los ojos y luché contra otra ola de mareo, y cuando volví a abrirlos vi que papá se había ido, y en su lugar se encontraba el agente Faraday, sosteniendo una pistola humeante. Enfundó el arma, sacó su teléfono y comenzó a hablar tan rápidamente que no pude entender ninguna palabra. Mientras hablaba se trasladó hacia Rick, pateando la cuchilla lejos de su mano antes de inclinarse para comprobar el pulso. Se volvió a levantar, colgó el teléfono y se apresuró hacia mí, agachándose para tratar de levantarme, pero grité cuando tocó mi brazo. Retrocedió y me miró. —Tu brazo se encuentra dislocado, Maddie —dijo suavemente. El dolor en mi hombro comenzó a pulsar de nuevo, y gemí.

—Puedo acomodarlo —dijo—. Te dolerá como el infierno por un segundo, pero te sentirás mucho mejor después de que esté hecho. — Asentí. Si detenía la horrible pulsación, haría cualquier cosa. Faraday me sentó con cautela, levantó mi brazo por encima de mi cabeza, y se puso de pie. Trat é con todas mis fuerzas de no ceder ante un sollozo que sólo causaría más dolor, y mientras me concentraba en eso, Faraday tiró mi brazo con fuerza, hubo un fuerte chasquido y grité. Una vez que el dolor agonizante se desvaneció, mi hombro se sentía adolorido, pero era soportable. Entonces me di cuenta que Faraday me hablaba. —¿Maddie? — dijo mientras apartaba el cabello de mi cara—. Mírame, cariño. ¿Puedes oírme? —Sí —grazné. —¿Te encuentras bien? Asentí débilmente, pero luego una ola de emoción me inundó y ese sollozo que luché tan duro por mantener dentro se escapó, y fue seguido por muchos más. Faraday me levantó en sus brazos y me llevó al sofá, donde me sostuvo protectoramente contra su pecho. —Pobre chica —dijo—. La ambulancia debería estar aquí en un minuto, cariño. —En la distancia, escuché el sonido de las sirenas acercándose. Me apoyé en su pecho y cerré los ojos, agradecida de estar viva. —Oye —dijo Faraday después de unos segundos—. ¿Sabías que tu reloj sigue diez minutos adelantados?

Traducido por Valentine Rose Corregido por Amélie.

Faraday se pegó a mi lado como pegatina. Me acompañó en la ambulancia pese a que escuché a alguien decirle que se quedara en casa y diera una declaración. Le había dicho al chico que se callara… o algo así. Había dicho que podrían encontrarlo en el hospital y tomar su declaración allí. Me encontraba tan agradecida que viniera conmigo. Sentí como si me hubieran molido a palos, tanto física como emocionalmente. Cuando el doctor de la sala de emergencias le ordenó esperar en el lobby, lo miró con frialdad pero murmuró algo sobre necesitar dar su declaración de todas formas. Me prometió volver pronto, y se fue. Tenía un largo corte en la palma de mi mano, un tajo en mi nuca que necesitaron puntos, y mi hombro necesitó radiografías. Luego pusieron mi brazo en un cabestrillo, pero el doctor no pensaba que habría más daño. Dijo que me darían de alta lo más pronto que encuentren a alguien que me lleve a casa. Junté mis labios. No quería ir a casa más de lo que quería que mi brazo sanara de nuevo. Pero después de unos minutos, la cortina alrededor de mi cama fue corrida, y la señora Duncan yacía ahí, usando un abrigo sobre su bata y luciendo más preocupada de lo que alguna vez la he visto. —¡Oh, Maddie! —jadeó cuando me vio. Se apresuró a mi cama y envolvió sus delgados brazos a mí alrededor, abrazándome con suavidad antes de alejarse—. ¡Apenas puedo creer lo que el agente Faraday me contaba! Mi mirada cayó a mi regazo. No sabía qué decir, porque la pesadilla todavía era muy reciente. —Y aquel pobre policía —agregó la señora Duncan. Levanté mi barbilla, y me di cuenta que sus ojos brillaban.

—¿Está… muerto? —supuse. Y luego supe cómo Rick había entrado a mi casa. Había matado al policía y entró por la puerta trasera. La señora Duncan secó sus ojos. —Me entristece tanto su familia, pero al mismo tiempo, estoy aliviada y agradecida que todavía estés con nosotros, Maddie. —Elevó su mano y acarició mi cabello—. El agente Faraday dice que puedo llevarte a mi casa después que obtenga tu declaración. Pero si no estás lista, entonces le diré que espere hasta que hayas descansado. Tragué con fuerzas, y tuve que secar mis propios ojos. —Gracias, señora Duncan. Creo que puedo hablar con él ahora. Lucía como si quisiera convencerme de lo contrario, pero luego Faraday abrió la cortina y se situó junto a la señora Duncan. —¿Cómo está ella? —le preguntó. La señora Duncan me sonrió con orgullo y guiñó el ojo. —Es la hija de su padre, agente Faraday. Y él tenía el corazón de un héroe. — Luego le dio una palmadita en el pecho, y dijo—: Mejor los dejo hablar. ¿Podría encontrarse conmigo en el lobby cuando Maddie esté lista para irse? —No nos demoraremos mucho tiempo, señora Duncan — prometió Faraday. Una vez que se fue, me sonrió también—. Es dura de roer, ¿eh? Encontré las esquinas de mis labios curvarse. —Es bastante genial. Faraday echó un vistazo a los alrededores y agarró un taburete justo afuera de la cortina. Acomodándola para sentarse, sacó una pequeña libreta y dijo—: Cuéntame qué sucedió esta noche, Maddie. Le conté. No me llevó mucho tiempo. Había estado sola con Rick en mi casa por diez minutos. Sólo se sintió como una eternidad. Cuando terminé, tenía mis propias preguntas para Faraday. —¿Cómo supo? —le pregunté—. ¿Cómo supo que tenía que ir a casa? Faraday se encogió de hombros. Me di cuenta que había limpiado un poco en la tarde. El hollín de la chimenea había sido lavado, pero hubo una buena porción de cabello al costado de su cabeza se encontraba irregular y oscuro. —Esperé aquí hasta que Kevin salió de cirugía, y me iba a ir cuando una de las enfermeras me encontró y me dijo que preguntaba por mí. Estaba bastante atontado, pero cuando llegué con él, todo lo que decía era “el tipo equivocado”. Lo repitió una y otra vez, como si estuviera bastante preocupado, así que le dije que averiguaría. »De todas formas —continuó Faraday—, en ese momento no me hizo mucho sentido, así que volví a Culligan para revisar el casillero de Wes, ¿y sabes lo que encontré?

Negué con la cabeza. —Encontré un par de Timberlands. Tamaño 10 y medio. —Tamaño equivocado —dije, asintiendo a sabiendas. —Exacto. Así que comencé a indagar un poco más. El jefe de Miller había dicho que había dos tipos en el equipo. Le pregunté al anciano sobre el otro tipo. Al final, me contó que el compañero de Wes era su primo, Rick Kane, ya en sus cincuenta, justo en el rango de edad del perfil de mi compañero en Washington. Después revisé el casillero de Kane, pero no había nada. Me pareció raro, ¿sabes? Ni siquiera una chaqueta o una camiseta extra guardada. Entonces fui a la casa de Kane. Su esposa me contó que estaba preocupada por él porque no se había estado sintiendo muy bien estos días. Le había rogado que fuera al hospital, pero se rehusó. También le dijo algo que se le clavó en su memoria: él dijo que no serviría de nada. Recuerdo haberme quedado de pie en su pórtico y pensar en eso… eso es algo que un hombre muriendo diría. »Antes que me fuera de allí, le pregunté si Rick tenía un par de Timberlands. Sí, tenía. Tamaño doce. —El tamaño de las huellas de la escena del crimen —dije. —Sip. Ah, y su esposa dijo que después de no hacerlo por veinte años, su esposo comenzó a fumar otra vez. Había comenzado el verano pasado, y su nueva elección era Marlboro Lights. Para el momento que terminé de interrogar a la señora Kane, iban a ser las siete. Intenté llamar a tu casa, pero no hubo respuesta, así que envié un auto patrulla para chequearte hasta que pudiéramos encontrar a Kane o a su primo. Faraday dejó de hablar otra vez, y llevó su mirada al suelo. Tenía la sensación que se sentía culpable por el policía. —De todas formas — dijo, luego de aclarar su garganta—, para estar seguro que me encontraba en lo correcto, volví a la oficina y revisé tu cuaderno. Encontré el nombre de Kane allí, y la fecha de su muerte era para ayer. No supe mucho cómo usarlo, pero después llamé a su esposa de nuevo y me dijo que a él le gustaba ir a cazar y pescar en el río Waliki. Nos tomó casi dos horas, pero encontramos la casucha de caza y el cuerpo de Wes Miller, pero ningún rastro de Kane. No creí ni por un segundo que la nota suicida y la confesión que Kane nos dejó fuera verdad. Así que tuve que proponer el revisar el vehículo de Jane para poner la búsqueda oficial, y ni te lo imaginas, también tenía una camioneta, pero la suya era de un gris carboncillo. —Todo concuerda. Faraday asintió. —Sip. Intenté llamarte de nuevo para preguntarte si recordabas la interpretación de Kane, pero no respondías y no tenía t u nuevo número. Tu tío tampoco respondía mis llamadas —dijo Faraday, frunciendo el ceño.

—Probablemente Donny salió con una de sus novias, y no siempre escucha el teléfono cuando sale —le conté. No quería que pensara mal de Donny. Nada de esto era su culpa. Faraday se encogió de hombros, y prosiguió con la historia—: Traté de contactarme con el oficial asignado a vigilar tu casa, pero no pude comunicarme con él tampoco. Me preocupaba que se haya quedado dormido trabajando, por lo que me dirigí allí para comprobarlo, pero cuando llegué, lo encontré desplomado sobre el manubrio. Me tomó uno o dos minutos darme cuenta que tenía su garganta cortada. Y, justo cuando iba a avisar, escuché un estallido dentro de tu casa… Parecía que Faraday terminó su historia allí, y bajé mi mirada a mi regazo de nuevo. Cuando sentí que podía hablar, dije—: Gracias, agente Faraday. Sentí su mano en la mía. —¿Oye, Maddie? —dijo, y había un poco de humor en su voz—. Le disparé al villano por ti esta noche. Lo menos que podrías hacer es llamarme Mack. Donny llegó al hospital cerca de las 3 a.m. mientras me llevaban en silla de ruedas al auto de la señora Duncan. Llegó conduciendo uno de esos autos pequeños, y verlo parar y saltar del auto usando solo sus calzoncillos, una camiseta y una mirada conmocionada en su rostro nos puso histéricos a todos. Sabía que no debería estar riéndome, pero era tan divertido que no pude evitarlo. Un poco más tarde, me di cuenta que tenía a una mujer durmiendo en el auto, y sabía que había estado en una cita y no tuvo otra opción en cómo llegar a Grand Haven. O era su auto o no venir. Una vez que terminamos de reírnos, la señora Duncan invitó a Donny y a su novia a quedarse en su casa, pero a la novia no pareció agradarle la idea, por lo que Donny la registró en un hotel y volvió para estar conmigo y la señora Duncan. Me situó en el cuarto de su hija Janet, y me recosté en la suave almohada y me acurruqué en las sábanas de franela, y pensé que de ninguna manera dormiría esa noche. Un minuto después, me encontraba fuera de combate.

Traducido por Koté Corregido por Daniela Agrafojo

Después del ataque no volví a la escuela por unos días. Todo lo que quería hacer era dormir y dejar que la señora Duncan cuidara de mí. Además, tenía un tiempo difícil manteniendo mis emociones bajo control. Me ponía a llorar sin ninguna razón en absoluto, y muchos de mis sueños eran más como pesadillas. Donny me hizo una cita con una terapeuta llamada Susan Royce (30-12-2055), y después de oír lo que estaba pasando conmigo, me dijo que todo lo que sentía era perfectamente normal, pero tenía algunos problemas en los que podríamos trabajar. Me sentí un poco sorprendida de escuchar que uno de los problemas que quería trabajar conmigo era mamá. Aún así, después de hablar con Susan un par de veces, empecé a sentirme mejor. Tenía menos pesadillas, y me sentí bien sobre volver a la escuela. Stubs me ayudó mucho, también. Mi primer día de regreso a la escuela, me recogió en su moto, y como broma llevaba su capa roja. Me reí hasta que mis costados dolieron. En la escuela hubo un gran cambio de actitud hacia los dos. Stubby y yo estábamos bastante golpeados, pero comenzó a difundirse el rumor de que el asesino en serie, Rick Kane, nos había atacado a ambos, y que luchamos con él hasta que le dispararon los federales. Stubby no hizo nada para tratar de corregir el rumor, y yo tampoco. Caminamos por los pasillos con la cabeza bien alta, y pensé que mi padre podría estar orgulloso. Y luego, una tarde justo antes de las vacaciones de Navidad, hubo una asamblea sorpresa y toda la escuela fue conducida al gimnasio. Stubby y yo nos sentamos uno al lado del otro en las gradas, y nos sorprendimos al ver que la persona de pie en el podio del escenario no era otro más que el agente Faraday. No nos miró a ninguno de los dos, pero después de que todo el mundo est uviera sentado comenzó su discurso, y Stubby y yo quedamos

impresionados. Era todo acerca de nosotros. Faraday le contó a toda la escuela que Stubby y yo habíamos jugado un papel fundamental en la detención de Rick Kane, y que si no fuera por nosotros, más vidas podrían haberse perdido. Sentí a toda la escuela volver sus ojos hacia Stubby y yo, y por primera vez me sentí increíble. Stubby hinchó el pecho y me guiñó un ojo. Y luego Faraday dijo—: Maddie Fynn y Arnold Schroder, ¿podrían por favor venir aquí? Temblando un poco, me levanté, caminé pasando a Cathy Hutchinson, quien se encontraba incluso más sorprendida que yo, y me dirigí con Stubby al escenario para estar al lado de Faraday. Desde el podio, Mack levantó dos placas, una para mí y otra para Stubs. —Me gustaría conmemorar a Madelyn Fynn y a Arnold Schroder por su valentía con estas insignias honoríficas del FBI, y también, darle a cada uno un cheque por cincuenta mil dólares, o la mitad de la recompensa destinada por los familiares de Tevon Tibbolt y Payton Wyly por la información que condujo al arresto y captura del hombre que asesinó a su hijo e hija. Stubby me miró con incredulidad. Cincuenta mil dólares nos daría una gran cantidad de dinero para ir a la universidad. Podría cambiar nuestras vidas. Pero más que eso, la ovación de pie que nos dio toda la escuela cuando aceptamos las placas y los cheques fue suficiente para curar tantas viejas heridas. Más tarde, después de la asamblea, cuando metía mis libros en mi casillero, me di cuenta de que alguien estaba a mi lado. Dándome la vuelta vi a Mario Rossi allí, sonriéndome tímidamente. Al principio me sentí un poco alarmada. Quiero decir, sabía que Mario había regresado de su suspensión, pero me hallaba realmente preocupada por él desde que recibió una paliza en el hueco de la escalera. —Hola, Fynn —dijo. No dije nada. Simplemente esperé por lo que estaba a punto de venir después. Mario pareció leer mi expresión cautelosa, y dejó caer la sonrisa y movió los pies. —Escucha, quiero decir... lo siento. Yo... —Su voz se apagó, y mi ceño se frunció. Suspiró y añadió—: Realmente lo sient o. Creo que lo que ustedes hicieron para atrapar a Kane fue bastante impresionante, y sólo quería que supieras que no te molestaré a ti o a Stubs nunca más. De hecho, si alguien te da problemas alguna vez, puedes pedirme que intervenga, ¿de acuerdo?

Alzó los ojos hacia mí y no había nada en su expresión que pareciera falso. De hecho, parecía esperanzado. Por un largo rato me quedé mirándolo, completamente sorprendida. Creo que lo malinterpretó como un despido, porque bajó la mirada de nuevo y dijo—: Sí. Bueno. Nos vemos. En un impulso, mientras comenzaba a alejarse, extendí mi mano y toqué su hombro. Se detuvo y me miró. Vacilé al principio porque Donny y yo habíamos tenido una larga charla sobre las fechas de muerte, y ambos habíamos decidido que era buena idea no decirle a nadie sobre ellas a menos que estuviera absolutamente segura de que no habría consecuencias negativas. Pero pensé que el riesgo podría valer la pena con Mario. —Hay algo que debes saber —dije cuando me miró con curiosidad. —¿Qué? —preguntó. Me mordí el labio, dudando de nuevo, con la esperanza de estar haciendo lo correcto. —Sabes lo que puedo ver, ¿no? —para dar énfasis, me di un golpecito en la frente. La frente de Mario se frunció. —¿Sí? —Tu fecha —susurré, apuntando ahora a su frente—. Es la misma que la de Eric Anderson. Es el veinticinco de julio de dos mil diecisiete. Mario parpadeó un par de veces pensando sobre lo que acababa de decir, y luego contuvo el aliento y sus ojos se ampliaron. Sostuve su mirada, sin embargo, negándome a mirar a otro lado. Nos quedamos allí, viéndonos por unos segundos, y luego, lo más sorprendente y maravilloso sucedió. Mario levantó su mano y frotó su frente, y en un instante su fecha cambió. Pasó de 25-07-2017 a 14-042076. Mi boca se abrió, y apunté hacia su frente. —¡Oh, Dios mío! ¡Mario! —¿Qué? ¿Qué? —exclamó, frotándose la frente aún más. Levanté una mano para detenerlo. —¡Acaba de cambiar! ¡Tu fecha de muerte acaba de cambiar de forma en el futuro! Mario me miró con cautela. —¿Estás segura? Sonreí. —Positivo. Y sabes que nunca me equivoco sobre estas cosas, así que no t e preocupes. Ahora vas a vivir para ser un anciano. Al final del pasillo, una voz le gritó a Mario. —¡Oye, Rossi! ¡Vamos, hombre! Ambos miramos para ver a Eric Anderson mirándonos con impaciencia. Mario se volvió hacia mí, y le ofrecí una sonrisa alentadora.

Se volvió hacia Eric y gritó—: ¡Adelántate! ¡Tengo que estar en un sitio! — Y luego se alejó en la dirección opuesta a Eric. No pude evitarlo. Me eché a reír al ver la expresión de incredulidad en el rostro de Eric. No tenía ninguna duda de que una vez que Mario superara su sorpresa, dejaría que Eric supiera lo que le había dicho, y con suerte, su fecha cambiaría, también. Donny me llevó a ver a mamá seis días después. Se veía delgada, pero sus ojos estaban claros, y sus palabras no se arrastraban. Podía decir que se encontraba un poco incómoda con nosotros allí, pero parecía estar realmente intentándolo. Intercambiamos regalos, mamá me había hecho un marco de fotos con alambre y cuentas. En el marco había una foto de papá sost eniéndome cuando era bebé. Fue el mejor regalo de Navidad del mundo.

Traducido por Koté Corregido por Daniela Agrafojo

Me alojé en la casa de la señora Duncan en la semana por los meses siguientes, disfrutando de su espíritu luminoso y la forma en que me mimaba. Cuando febrero comenzó a llegar a su fin, me encontré cada vez más triste. La fecha en la frente de la señora Duncan se acercaba, y no sabía cómo iba a atravesar los días previos a su fecha de muerte sin decírselo. Lo extraño era, lo juro, que de alguna manera ella sabía que se acercaba. Los fines de semana, Donny y yo los pasábamos arreglando nuestra casa, y un fin de semana la señora Duncan le insistió a sus dos hijas a que vinieran a cenar, y oímos los sonidos de niños pequeños jugando en su patio trasero y adultos riendo unos con otros. Miré por la ventana, cuando la señora Duncan le dijo buenas noches a sus dos hijas, y pensé que las había abrazado más apretadamente. También vi un montón de visitas a su casa del camión del Ejército de Salvación ese febrero. La señora Duncan dijo que simplemente se sentía como que estorbaba en su casa, que siempre había estado llena de cosas, desde muebles hasta chucherías, y poco a poco en el transcurso de ese mes rebajó sus pertenencias gradualmente al mínimo. El viernes veintisiete, corrí desde la escuela a su casa y la encontré ocupada en la cocina. Había estado cocinando todo el día. —¡Me sentí con ganas de hacer todos los favoritos del señor Duncan! —exclamó. Después, lavé los platos mientras ella se sentaba en la sala de estar bebiendo su té. No se me escapó que después de todo lo que cocinó, la señora Duncan apenas había tocado su propia cena. Terminé de lavar los platos y salí para encontrarla apenas capaz de mantener sus párpados abiertos. —Oh, cielos —dijo con una risa cuando me vio mirándola con preocupación—. Debo estar más cansada de lo que pensaba.

La ayudé a subir las escaleras hacia la cama y luego volví para llevar su taza de té al lavaplatos. Ahí me hundí en el suelo y lloré tan suavemente como pude durante mucho, mucho tiempo. A la mañana siguiente estaba acurrucada en una bola en el sofá cuando escuché un suave golpe en la puerta. La abrí para encontrar al agente Faraday allí. Se veía muy triste. En su mano se hallaba mi cuaderno. —¿Se ha ido? —preguntó después de darle un vistazo a mi cara manchada de lágrimas. Asentí, incapaz de hablar. La había encontrado veinte minutos antes, después de despertarme e ir a su habitación. Se encontraba acostada tan pacíficamente, con las manos cruzadas bajo su cabeza y la sonrisa más dulce en sus labios azules. Faraday me envolvió en sus brazos mientras lloraba la muerte de mi dulce vecina. Más tarde, llamó al tío Donny y me escoltó a casa para esperar conmigo mientras se llevaban a la señora Duncan. Y luego, una hora después de que Donny llegara y me meciera hacia adelante y hacia atrás para consolarme, Faraday regresó a la casa y le tendió un sobre para mí. —Lo encontramos en su vestidor —dijo. Tomé el sobre y me di cuenta que iba dirigido a mí. Al abrirlo, vi que era una copia de una carta que la señora Duncan había enviado a la oficina de admisiones de Cornell. En la carta les decía que ella y su esposo siempre habían sido orgullosos ex alumnos simpatizantes de la escuela, y que le gustaría que consideraran muy de cerca mi solicitud de inscripción, ya que me encontraba un individuo ejemplar, y exactamente el tipo de estudiante que encajaría en Cornell. También les decía que adjuntaba un cheque por cien mil dólares a pagar para el fondo de ex alumnos. Esperaba que la institución pudiera encontrar un buen uso para el —tal vez para ayudar a apoyar a un estudiante de primer año— como yo.

Traducido por Koté Corregido por Daniela Agrafojo

—El camión de la mudanza está aquí, Maddie —grit ó mamá. Me encontraba arriba pasando por viejos cuadernos de la escuela, tratando de averiguar cuáles mantener y cuáles tirar. La escuela nos había dejado salir unos días antes, y estaba harta de mirar el montón. Casi había olvidado que una nueva familia iba a mudarse a la casa de la señora Duncan. —¿Maddie? —gritó mamá de nuevo. Sonreí. Ya no gritaba por las escaleras con impaciencia, y ya no teníamos clientes yendo al cuarto de atrás. Mamá lo había convertido en una oficina para sí misma. Comenzó a tomar algunos cursos para volver obtener su certificado de enfermería, y pasaba mucho tiempo allí estudiando. —¡Lo veo, mamá! —respondí después de levantarme y echar un vistazo a través de las cortinas. —¿Por qué no vas y te presentas? —preguntó mamá. Me di cuenta de que había subido las escaleras y me hablaba desde la puerta de mi habitación. —¿Por qué no lo haces tú? —le pregunté en broma. En estos días me encantaba mirarla. Su piel brillaba ahora que había terminado con la bebida y los cigarrillos. Incluso había tomado clases de yoga y se había vuelto vegetariana. El centro de rehabilitación la había transformado por completo. De hecho, de acuerdo con la nueva fecha en su frente, 16-08-2065, en realidad le salvó la vida. Ella sonrió. —¿Yo? —dijo, mirándose—. Oh, cariño, ¡he estado en el patio y luzco horrible! —Había estado tratando de hacer algo con el jardín en el patio por días, pero gran parte de lo que sucedía era que una gran cantidad de malas hierbas hacía su camino al cubo de basura—. Ve tú primero y me dices si son agradables —insist ió.

Tuve la sensación de que no iba a dejarlo ir hasta que le dijera que sí. Rodando los ojos, me rendí. —Está bien, pero envíame un mensaje en diez minutos en caso de que no pueda escapar. Mamá se echó a reír, y yo sonreí por reflejo, nunca me cansaba de escuchar su felicidad. Una vez afuera, me quedé cerca de la casa mientras caminaba hasta la puerta de entrada. Esperaba poder clasificar a los vecinos desde lejos antes de caminar hasta ellos. Escuché el sonido de una pelota de baloncesto rebotando en el pavimento, pero no podía ver quién jugaba con ella a través de los pinos que separaban nuestras propiedades. Tomando una respiración profunda me moví más allá de los árboles y busqué la entrada. Lo que vi me congeló en el lugar. Había un chico apuntando a la canasta encima de la cochera de la señora Duncan. Estaba sin camisa, sus hombros eran anchos y sus brazos musculosos, y llevaba un halo de suaves rizos negros. Me detuve, incapaz de moverme por varios segundos mientras él lanzaba la pelota y esta caía justo por el aro sin tocar el borde. —Buen tiro —escuché decir a alguien. Una voz que reconocí. Giré la cabeza y vi al agente Faraday bajando las escaleras de atrás de la casa de la señora Duncan. Él me vio, y su sonrisa se ensanchó. —¡Maddie! —dijo alegremente—. Me encontraba a punto de venir a presentarte a mi hijo. Mi boca se abrió, pero las palabras no salieron. Tragué saliva y luego dije—: ¿Usted vive aquí ahora? Mack se rió y le hizo señas al chico con la pelota de baloncesto para que viniera. —La compré al segundo en que salió a la venta. Necesitaba un lugar bastante grande para Aiden y para mí. —Girándose hacia su hijo, Faraday dijo—: Y este es mi hijo, Aiden. Mi cabeza giró de nuevo y vi que Aiden me sonreía, también. — ¡Te conozco! —dijo—. Nos conocimos en el parque el otoño pasado. Calor quemó mis mejillas cuando mil pedacitos se deslizaron en su lugar. Faraday en el juego de Jupiter, sentado en las gradas; no vigilándome a mí, sino en las gradas para ver a su hijo. Las bot as en su escritorio, y el recuerdo de verlas antes; había comprado un par para Aiden. Las conversaciones con su ex esposa... todo se juntó en un momento de sincronización que me hizo querer temblar de emoción. Pero entonces me di cuenta de que Aiden y su papá me miraban con curiosidad.

—Uh... hola —dije, tratando de recuperar mi compostura. —¿Ustedes se conocen? —preguntó Faraday con curiosidad. Aiden asintió, sin apartar los ojos de mí. Y luego dijo—: Oye, papá ¿ese es tu teléfono? Lo oí sonar a lo lejos, y Faraday palmeó sus bolsillos y dijo—: Debo haberlo dejado adentro. Discúlpenme. Se fue y luego Aiden y yo nos quedamos solos. —Entonces ¿t ú eres la famosa Maddie Fynn? —dijo. Sentí una risita borbotear dentro de mí, y fui incapaz de contenerla. —No creo que sea famosa —le dije. Las cejas de Aiden se dispararon. —¿No? Bueno, mi padre dice que eres increíble, y él generalmente tiene razón en cosas como esas. El calor en mis mejillas aumentó. Aiden dribló el balón, y luego pareció pensar en algo. —¿Es ciert o que puedes decir cuándo van a morir las personas? Eso me confundió, pero Aiden tenía una sonrisa y una amabilidad en sus ojos en la que pensé que podía confiar. —Sí —le dije—. Es cierto. Ladeó la cabeza. —¿Incluso la mía? Tragué saliva. —Sí. Aiden frunció los labios, mirándome con juguetona fascinación. —¿Me lo dirías? Empecé a negar con la cabeza, pero él metió la pelota bajo su brazo y juntó sus manos. —¿Por favor? Puedo soportarlo. Lo prometo. Me eché a reír y luego casi no pude parar. —¿Qué? —preguntó, pero aún tenía esa sonrisa juguetona. Inhalé profundamente y luego lo dejé salir. Sentí en mi corazón que podía decirle. —Tu fecha de muerte es el seis de julio del dos mil ochenta y cuatro. —Y luego sonreí tan grande que tuve que apartar la mirada. —¿Qué? —preguntó de nuevo, sabiendo que había más. Levanté mi barbilla para volver a mirarlo. Era un secreto la razón de que mantuviera para mí misma la fecha de muerte de Aiden y por qué se había sentido como magia cuando vi por primera vez al hermoso chico con el 06-07-2084 en su frente. —¿Qué? —repitió con una sonrisa, tratando de convencerme.

—Es el día después de la mía —confesé. La expresión de Aiden cambió de juguetona a algo un poco más asombrado. —¿Crees que todavía nos conoceremos en el dos mil ochenta y cuatro? —preguntó, su sonrisa volviéndose tan grande como la mía. Me sentí ligera como el aire. En algún lugar muy dentro también sentí un conocimiento tan fuerte que no pude describirlo. Sin embargo, sólo me encogí de hombros y dije—: Tal vez. En ese momento, una suave brisa pasó dulcemente por el camino, levantando ese halo de rizos suaves que rodeaban la frente de Aiden, y en un instante mágico, vi una serie de números bailando a través de su piel. Aparecieron en el espacio entre nosotros como si fueran tanto para mí como lo eran para él. Detrás de cada nueva fecha había un destello de comprensión. Había fechas para películas y bailes, graduaciones, matrimonio y niños, aniversarios y mucho más. Y en ese momento encantado, mientras veía las fechas saltar ligeramente a través de la frente de Aiden, en lugar de muerte, todo lo que vi fue... Vida.

Victoria Laurie es la aut ora betselling del New York Times por sus libros de misterio y una intuitiva psíquica profesional. Ambas carreras les han ayudado para la elaboración de su debut juvenil, When. Vive y escribe en Michigan.

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