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Créditos Moderadoras Kyda & Aria

Traductoras Abby Galines Agus901 Akanet Aria Bluedelacour Crys JesMN Kuami Kyda Maggiih

Correctoras

Malu_12 Mica Nelshia Niki26 Pachi15 Rihano Sonia_Argeneau Sra. Maddox Valalele

Bibliotecaria70 Dennars Fatima85 Just Jen Malu_12 Mayelie

Recopilación y Revisión Dennars & Nanis

Diseño Aria

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Índice Sinopsis

Capítulo 13

Capítulo 1

Capítulo 14

Capítulo 2

Capítulo 15

Capítulo 3

Capítulo 16

Capítulo 4

Capítulo 17

Capítulo 5

Capítulo 18

Capítulo 6

Capítulo 19

Capítulo 7

Capítulo 20

Capítulo 8

Capítulo 21

Capítulo 9

Capítulo 22

Capítulo 10

Capítulo 23

Capítulo 11

Sobre la autora

Capítulo 12

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Sinopsis L

as cosas estaban a punto de ponerse muy complicadas en Nueva Orleans.

Ivy Morgan, de veintidós años, no es la típica estudiante universitaria. Ella y otros como ella saben que los humanos no son las únicas cosas que merodean por el French Quarter buscando diversión… y comida. Su deber para con la Orden es su vida. Después de todo, cuatro años atrás le destrozaron el mundo y el corazón cuando lo perdió todo a manos de las criaturas que ahora ha jurado cazar. Ren Owens era la última persona que esperaría encontrarse en su rígida y controlada vida, con su más de metro ochenta de tentación y encanto que desmaya. Con los ojos verdes como un bosque y una sonrisa que seguro ha dejado un mar de corazones rotos, tiene la extraña y antinatural habilidad de hacerla ansiar todo lo que tiene que ofrecer. Pero dejar que se acerque es tan peligroso como cazar a los asesinos a sangre fría que acosan las calles. Perder al hombre que amó una vez casi la destruyó, pero la tensión electrizante que empieza a crecer entre ellos se convierte en algo imposible de negar. Muy dentro, quiere… necesita más de lo que su deber le exige, más de lo que su pasado ha hecho de ella. Pero a medida que Ivy se acerca más a Ren, se da cuenta de que no es la única que tiene secretos que podrían destruir el frágil vínculo que hay entre ellos. Hay cosas que no le está contando. Algo le queda muy claro: ya no está segura de lo que es más peligroso, las criaturas ancestrales que amenazan con hacerse con el control de su ciudad o el hombre exigente que reclama su corazón y su alma.

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Capítulo 1 E

l sudor salpicaba mi frente y había mechones de cabello rojo aferrados a mi cuello. Sentía las piernas como si estuviera en un sauna y estaba bastante segura de que había una cascada de sudor corriendo entre mis pechos. Eso ponía mi estado de ánimo en algún lugar entre abofetear a alguien y empujarlo delante de un auto. Hacía tanto calor, húmedo y pegajoso, que estaba empezando a creer que Nueva Orleans era uno de los siete círculos del infierno 1 y la zona al aire libre del Palace Café era el vestíbulo. O la sala de espera. Una gruesa gota de sudor se deslizó desde la punta de mi nariz hasta el libro de Filosofía de Persona Humana dejando un pequeño círculo húmedo en medio de un párrafo que apenas podía ver, ya que la capa de sudor me cegaba. Siempre pensaba que al título de mi clase le faltaba un “la” en algún lugar. Debía ser Filosofía de la Persona Humana. Pero, ah no, así no eran las cosas con Loyola. La pequeña mesa tembló sobre sus patas cuando un gran café helado cayó justo frente al libro. ―¡Para ti! Me asomé por encima de las gafas de sol con la boca hecha agua, como los perros de Pavlov2. Valerie Adrieux se dejó caer en el asiento frente a mí con la mano como garra encima del café helado. Val era una mezcla de herencia española y africana por lo que tenía un tono de piel absolutamente hermoso de un rico e

Se está refiriendo a La Divina Comedia de Dante Alighieri. Aunque en realidad, en dicho libro son nueve círculos, no siete. 2 Iván Pávlov: científico y fisiólogo ruso que se hizo famoso por su Ley del Reflejo Condicional. Cada vez que sonaba la campana, los perros salivaban porque sabían que la comida venía después. A eso le llamó “Ley del Reflejo Condicional.” 1

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impecable marrón, y se veía increíble en brillantes naranjas y azules y rosas y, todos los colores del maldito arco iris. Como hoy, que llevaba un halter color naranja suelto que desafiaba la gravedad, un collar color púrpura y, al mirar hacia abajo, vi una falda campesina color turquesa. Parecía salida de un catálogo de elegancia urbana. Si yo usaba cualquier color que no fuera negro, beige o gris, lucía como la fugitiva de un asilo. Enderecé la espalda ignorando la forma en que la parte posterior de mis muslos se pegaba a la silla y estiré los dedos anhelando el café. ―Jumi. Val arqueó una ceja. A la luz del sol su cabello tenía un brillo rojizo quemado. Bonito. El mío lucía como camión de bomberos. Aterrador. No importaba el nivel de humedad, su cabeza llena de rizos siempre lucía genial. Una vez más, bonito. Entre los meses de abril y noviembre, los rizos de mi cabello se negaban a cooperar y se convertían en una masa erizada. Repito: aterrador como el infierno. A veces quería odiarla. ―¿No tienes algo más que añadir? ―me preguntó. Esta era una de esas veces. ―Jumi... ¿Mi precioso?3 ―añadí. Sonrió. ―Inténtalo de nuevo. ―¿Gracias? ―Estiré más los dedos para alcanzar el café. Sacudió la cabeza. Dejé caer las manos en el regazo con un suspiro cansado. ―¿Me puedes dar una pista de lo que quieres oír? ¿Estamos jugando a “frío o caliente” o algo así? ―Aunque me gusta el juego la mayoría de las veces, hoy paso. ―Levantando el café helado entre nosotras, me sonrió ampliamente y continuó―: La respuesta correcta es: Te quiero tanto por traerme un café helado que haría lo que fuera por ti. ―Movió las cejas―. Sí, eso suena bastante bien. Recostada en la silla, me reí y subí las piernas al asiento vacío de mi izquierda para estirar los músculos. La razón por la que estaba sudando tanto era porque estaba usando unas botas de cordones que terminaban justo debajo de las rodillas My precious: Frase sacada del libro El señor de los anillos. Era la forma que tenía Golum de nombrar al anillo. Era tan valioso para él que se convirtió en su obsesión. 3

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y estábamos como a doscientos grados, pero tenía que trabajar esta noche y las sandalias no me ayudaban a trabajar, o a ocultar las cosas necesarias para hacer dicho trabajo. ―Sabes que puedo patearte el culo y tomar ese café al mismo tiempo, ¿verdad? Val sacó el labio inferior haciendo una mueca. ―Eso no fue bonito, Ivy. Le sonreí. ―Pero sí cierto. Podría patearte el culo al estilo ninja por todo Canal Street. ―Tal vez, pero nunca harías una cosa así porque soy tu mejor amiga en todo el mundo —dijo con otra gran sonrisa. Y tenía razón―. Está bien. Lo que quiero no es gran cosa. ―Movió la pajita que sobresalía del café helado y se la acercó a la boca. Yo gemí―. En absoluto. ―¿Qué quieres? ―Mi segundo gemido se perdió entre el zumbido de la gente que pasaba y el sonido de las sirenas que probablemente se dirigían al Quarter. Se encogió de hombros. ―Tengo una cita el sábado en la noche, una cita caliente. Bueno, espero que sea una cita caliente pero David tiene programado que trabaje en el Quarter durante ese horario, así que… ―Así que, déjame adivinar. ―Me estiré hacia atrás para apoyar los brazos sobre el respaldo de la silla. No era la posición más cómoda, pero me ayudaba a respirar―. Quieres que tome tu turno en el Quarter... ¿un sábado en la noche?, ¿en septiembre?, ¿en medio del infierno turista? Su cabeza se movió con un sí entusiasta. ―Por favor ¿por favorcito? ―Sacudió el café helado y los trozos de hielo hicieron temblar seductoramente el recipiente plástico―. ¿Por favor? Mi mirada se deslizó de su rostro esperanzado al café con hielo y se quedó allí. ―Claro. ¿Por qué no? No es como si yo tuviera una cita caliente. ―¡Hurra! ―Empujó el café hacia adelante y se lo arrebaté en el aire antes de que lo bajara. Un instante después estaba sorbiendo felizmente, completamente transportada a un cielo de cafeína fría ―Sabes ―comenzó, poniendo los codos sobre la mesa―, podrías tener la cita caliente, si fueras a una cita una vez al año, más o menos.

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Ignoré ese comentario y seguí bebiendo a una velocidad congelante de cerebros. ―Eres muy bonita, incluso con ese cabello. ―Hizo un círculo con la mano señalando la zona de mi cabeza como si yo no supiera que lucía como Q-tip4 con el cabello todo sudado―. Y tienes las tetas realmente grandes y un culo muy pellizcable. Te lo haría, totalmente. Continué ignorándola mientras un dolor sordo comenzaba detrás de mis ojos. Tenía que reducir la velocidad a la que tomaba el café, pero estaba tan condenadamente bueno. ―¿Siquiera te gustan los chicos, Ivy? Ya sabes, me columpio en ambos sentidos. Estoy más que dispuesta a ayudar a una chica. Rodé los ojos inmediatamente con una mueca. Bajando el café, apreté una mano contra mi frente. ―Ouch. Val resopló. ―Me gustan los chicos ―dije, suspirando cuando la sensación de cerebro congelado se desvaneció―. ¿No podemos dejar de hablar de chicos o de columpiarse en ambos sentidos o de ayudarme? Porque esta conversación nos va a llevar a la falta de orgasmos en mi vida o tener que desnudarme ante cualquier hombre y no estoy de ánimo para hablar de eso. ―¿De qué quieres hablar entonces? Tomando un sorbo lento del café, la miré. ―¿Cómo es que no estás sudando? Levantó la barbilla hacia atrás y rio tan fuerte que una pareja mayor que pasaba la miró fijamente. ―Cariño, nací y me crié en Luisiana. Mi familia se remonta a los colonos franceses originales… ―Bla, bla. ¿Eso significa que tienes algún tipo de poder mágico que te hace absolutamente resistente al calor mientras yo estoy ahogándome en mi propio jugo? ―Puedes llevar a la chica al norte pero no puedes llevar el norte a la chica.

Q-Tip: Es un rapero, productor discográfico y actor estadounidense. Además es el antiguo líder del grupo de hip hop A Tribe Called Quest. Se convirtió al Islam a mediados de los 90 y cambió su nombre a Kamaal Ibn John Fareed. 4

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Bufé. Era cierto. Desde que nos trasladamos del norte de Virginia a Nueva Orleans hace tres años, me había costado mucho trabajo adaptarme a las condiciones meteorológicas. ―¿Sabes lo que daría por un vórtice polar, justo ahora? ―Quedarte sin sexo, eso es seguro. La fulminé con la mirada. A decir verdad, ni siquiera sabía por qué no dejaba pasar un día sin tomar mis pastillas anticonceptivas. Suponía que era una costumbre de cuando realmente importaba. Se rio apoyada en la mesa y con los ojos marrón oscuro examinando mi libro de filosofía. ―Simplemente no entiendo por qué vas a la universidad. ―¿Por qué no? La expresión de su rostro sugería que el calor había freído algunas de mis células cerebrales. ―Ya tienes un trabajo que paga extraordinariamente bien y, realmente, no necesitas tomar otro como algunos de los demás hacen. No tenemos una gran cantidad de turistas y tenemos una esperanza de vida más corta que en cualquier otro trabajo, que no implique paracaidismo sin paracaídas, claro. Pero esa es otra razón para no perder el tiempo con esa basura. Un encogimiento de hombros fue mi respuesta. Para ser honesta, no estaba segura de por qué había empezado a ir a Loyola hace un año. Tal vez el aburrimiento. Tal vez la extraña necesidad de hacer algo que la mayoría de la gente con veintiún años hace. O tal vez era más profundo que eso, pero lo que fuera, era la razón de tomar sociología con un título en psicología. Jugaba con la idea de ser una trabajadora social porque sabía que podía hacer las dos cosas si quería. Tal vez tenía que ver con lo que había sucedido con… Corté los pensamientos. No había razón para ir por ahí hoy, o cualquier día. El pasado era pasado, muerto y enterrado con la totalidad de mi familia. A pesar del calor sofocante, me estremecí. Val estaba en lo cierto. Nuestra esperanza de vida podría ser brutalmente corta. Desde mayo, habíamos perdido a tres miembros de la Orden, Cora Howard, veintiséis años. Había muerto en Real con el cuello roto. Vicente Carmack, veintinueve años. Encontró su fin en Borbon con el cuello desgarrado. Y Shari Jordania, treinta y cinco años, murió hace apenas tres semanas con el cuello roto también. La habían encontrado en la zona de almacenes. Las muertes eran comunes, pero tres en los últimos cinco meses nos tenían a todos inquietos.

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―¿Estás bien? ―preguntó Val con la cabeza inclinada hacia un lado. ―Sí. ―Mi mirada siguió al auto que pasaba―. Trabajas esta noche, ¿verdad? ―Sipidipi. ―Removiéndose en la mesa juntó las manos y se las frotó―. ¿Quieres hacer una apuesta amistosa? ―¿Eh? Su sonrisa se volvió francamente malvada. ―La mayoría de las muertes suceden en la mañana. Un anciano que pasaba arrastrando los pies delante de nuestra mesa le lanzó a Val una mirada extraña y apretó el paso, pero la verdad era que todo el tiempo la gente escuchaba mierda extraña en las calles de Nueva Orleans, especialmente cuando estabas a sólo un puñado de manzanas del French Quarter. ―Es un trato. ―Terminé el café―. Espera. ¿Qué obtengo cuando gane? ―Si ganas ―corrigió ella―, te traeré café helado durante una semana. Y si yo gano, tú haces el... —Se interrumpió, entrecerró los ojos e hizo un gesto con la barbilla―. Mira, mira, amiga. Con el ceño fruncido me volví y entendí claramente a lo que Val se refería. Respiré agitada mientras bajaba la pierna derecha para que la bota estuviera más cerca de la mano. No perdería a este polluelo. Para la mayoría de los seres humanos, algo así como el noventa y nueve por ciento de ellos, la mujer con el vestido ajustado caminando por Canal Street parecía una persona normal. Tal vez una turista. O posiblemente una que recién salía de un local de compras un miércoles por la tarde. Pero Val y yo no éramos como la mayoría de los seres humanos. Al nacer, un montón de palabrería fue dicha para protegernos contra el glamour5. Veíamos lo que la mayoría no veía. El monstruo detrás de la fachada normal. Esta criatura era una de las cosas más mortales conocidas por el hombre y así había sido desde el principio de los tiempos. Las gafas de sol le cubrían los ojos. Por alguna razón, su raza era sensible a la luz solar. Su verdadero color era un azul muy pálido, una sombra drenada de todo color. Pero al usar glamour, una magia oscura, su especie podía elegir lo que veían los humanos así que podíamos verlos en una gran variedad de rasgos físicos, formas y tamaños. Esta era rubia, alta y esbelta, casi de aspecto frágil, pero su apariencia era muy engañosa.

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Glamour: Hechizo o encantamiento que oculta el aspecto real de alguien.

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Ni un solo ser humano o animal en este mundo era más fuerte y rápido, además, sus talentos eran diversos, desde telequinesis hasta levantar el más violento de los incendios con un chasquear de dedos. Pero el arma más peligrosa era la capacidad de doblegar a los mortales a su voluntad, esclavizándolos. Las hadas necesitaban a los humanos. Alimentarse de los mortales era la única manera en que las hadas desaceleraban su proceso de envejecimiento, consiguiendo una duración de vida que rivalizaba con la inmortalidad. Sin los seres humanos, envejecerían y morirían como nosotros. A veces jugaban con sus víctimas alimentándose de ellas durante meses o años hasta que no quedaba nada sino una cáscara de lo que solían ser. Cuando lo hacían, envenenaban el cuerpo y la mente del ser humano para convertirlo en algo tan peligroso e impredecible como las hadas. Pero la mayoría de las veces simplemente sacrificaban a sus víctimas. Gente como Val y yo no podíamos evitar la alimentación y los defectos de nacimiento, pero siglos antes se había descubierto una cosa de lo más simple y pequeña que anulaba sus habilidades para manipular. Nada era más sorprendentemente fuerte que un trébol de cuatro hojas. Cada miembro de la Orden llevaba uno. Val llevaba un trébol encerrado en su pulsera. El mío estaba en el collar de piedras preciosas. Incluso lo llevaba puesto cuando me duchaba o dormía. Había aprendido de la manera difícil que ningún lugar es totalmente seguro si no tienes uno. Éramos capaces de ver a través del glamour que les permitía mezclarse y eso nos permitía cazarlas. Sus verdaderas formas eran igualmente hermosas… e inquietantes. Piel de color plata como el nitrógeno líquido e increíblemente suave. Su belleza era asombrosa e impecable, con pómulos altos y angulares, labios carnosos y ojos que se inclinaban en las esquinas exteriores. Todo sobre su verdadera forma era espeluznantemente seductor, de una manera que hacía difícil mirar hacia otro lado. Lo único que los cuentos de hadas y los mitos tenían bien claro era lo de las orejas ligeramente puntiagudas. ―Jodida hada ―murmuró Val. Esos eran mis sentimientos exactamente. Me lo habían quitado todo. No una vez, sino dos. Las odiaba con la pasión de diez mil soles ardientes. Aparte de las orejas, las hadas no eran nada como Disney las pintaba, o como las describía Shakespeare en sus cuentos. Ellas, al igual que todos sus parientes lejanos, no pertenecían a este reino. Hace mucho tiempo habían descubierto la manera de cerrar la brecha entre el reino de los mortales y el de ellas, el que se

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conoce como el Otherworld6. Las Cortes de Verano e Invierno, si acaso habían existido, se habían disuelto. Ahora había un solo grupo descomunal con una meta realmente aterradora y totalmente típica. Querían apoderarse del reino de los mortales. Y era nuestro trabajo enviarlos de vuelta al Otherworld. O matarlos, que funcionaba más rápido. El problema estaba en el hecho de que no era fácil hacer ninguna de esas cosas y estaban implicados en todas las facetas del mundo de los mortales. Cuando pasó por nuestra mesa Val le sonrió, toda inocencia amable, y ella le devolvió la sonrisa sin tener idea de que podíamos verla de verdad. Val me miró y me guiñó un ojo. ―Esa es mía. Cerré mi libro. ―No es justo. ―La vi primero. ―Se puso de pie pasando la mano por el ancho cinturón de cuero que llevaba sobre la cintura de la falda―. Nos vemos más tarde. Comenzó a girarse pero se detuvo para mirarme. ―Ah, por cierto, gracias por la noche del sábado. Voy a echar un polvo y tú serás capaz de vivirlo indirectamente a través de mí. Me reí mientras metía el libro en mi bolsa. ―Gracias. ―Siempre pienso en los demás. Paz. ―Volviéndose, esquivó con gracia otra mesa y desapareció entre la multitud de gente que se apretaba en la acera. Val alcanzaría al hada y la atraería a un lugar donde acabaría rápidamente con ella sin que la gente presenciara lo que se vería como un asesinato a sangre fría. Las cosas se ponían realmente incómodas cuando un humano confiado tropezaba con ese lío. Aparte de los mortales que las hadas mantenían a su alrededor por una multitud de razones infames, la mayor parte de la humanidad no tenía idea de que eran muy reales a pesar de que estaban por todas partes. Y en ciudades como Nueva Orleans, donde podían suceder toneladas de mierda extraña sin que nadie pestañeara, eran una plaga. 6

Otherworld: El Otro Mundo.

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Mientras levantaba la mirada y contemplaba las palmeras, me preguntaba cómo se sentiría ser como todo el mundo y caminar como si nada por las calles. Para, bueno, vivir en feliz ignorancia. Si hubiera nacido en cualquier otra familia que no fuera la mía, muchas cosas serían diferentes. Probablemente me graduaría de la universidad en primavera. Tendría un gran grupo de amigos donde los recuerdos nos unirían, en lugar de los secretos. Incluso podría tener un, jadeo, novio. Novio. Inmediatamente, la concurrida calle en la que me sentaba se desvaneció. Éramos sólo yo y… Dios. Habían pasado tres años y todavía hería profundo pensar en Shaun. No me costaba ningún esfuerzo imaginar esos ojos marrones conmovedores. Algunos de los detalles comenzaban a desvanecerse, la imagen de su rostro había comenzado a desdibujarse, pero el dolor no había disminuido. Una semilla de tristeza se arraigaba profundamente en mi estómago, desesperada la ignoré. ¿Qué era lo que solía decir mi madre? No mi verdadera madre. Había sido muy joven cuando fue asesinada como para recordarla. Mi madre adoptiva, Holly, solía decir que si los deseos fueran peces, todos seríamos redes de pesca. Era una cita cogida de algún libro, traducida libremente para decir que no tenía sentido perder el tiempo con los deseos. Al menos así era como yo lo tomaba. No es que no supiera lo importante que era mi trabajo, mi servicio. La pertenencia a la Orden, una extensa organización llena de conocimientos transmitidos de padres a hijos, generación tras generación, significaba que mi vida tenía más sentido que la de la mayoría. O eso es lo que decían. Cada uno de nosotros estaba marcado con un símbolo que significaba que pertenecíamos a la Orden. El tatuaje, que eran tres espirales entrelazadas, me recordaba a un diseño pre-celta. Sin embargo el nuestro tenía tres líneas rectas por debajo. Había sido adoptado como símbolo de la Orden, el símbolo de la libertad. Libertad para vivir sin temor. Libertad de tomar tus decisiones. Libertad para prosperar. La mía estaba al lado de la cadera. Ninguno de nosotros la llevaba en un área visible para los mortales o las hadas. Así que lo que hacía con mi vida era importante. Lo entendía. La Orden era mi familia. Y no me arrepentía de nada de lo que tenía que hacer o a lo que había

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renunciado. Aunque la gran mayoría de la gente no tenía idea de lo que hacíamos la Orden y yo, había una diferencia en mi vida. Salvaba vidas. Y era una ninja dura cuando quería serlo. Eso trajo una sonrisa a mis labios. Colgándome el bolso al hombro, tomé mi café helado vacío y me levanté. Era hora de trabajar. *** El hada que vi fuera de un bar en la calle Bourbon me recordó a Daryl Dixon de The Walking Dead7. Apestaba, ya que iba a tener que matarlo. Llevaba una camisa de botones con las mangas cortadas hasta los hombros, los bordes deshilachados y desgastados y pantalones vaqueros deslavados por completo en las rodillas. Tenía ese aire sureño extrañamente sexy sobre él, sobre todo con ese corte de cabello despeinado. Sin embargo, el tono de su piel plateada y sus orejas puntiagudas realmente arruinaban el aire sureño. Entrando y saliendo de los bares de la calle Bourbon, el hada me recordaba a un turista ya que cada vez que salía tenía un nuevo vaso en la mano. Corría el rumor de que el alcohol humano no afectaba a las hadas, pero la dulcamara, una planta tóxica para los seres humanos, les funcionaba como licor. Después de verlo con tantos vasos diferentes y observarlo durante la última hora, empecé a sospechar que cada uno de esos bares podría tener un hada, porque estaba caminando como si flotara en el viento cuando por fin se alejó de Bourbon y pasó a una tienda de Gumbo8. Tomé nota mental. Tendría que llamar a David Faustin, el jefe de la Orden aquí en Nueva Orleans, para ver si había oído algo de la dulcamara en los bares humanos. Pero primero tenía que encargarme de Daryl Dixon. No podía caminar hasta el hada y ponerme toda agresiva delante de la gente. No quería pasar una noche en la cárcel. Otra vez. La última vez que alguien me había visto eliminar a un hada llamaron a la policía, y a pesar de que no había cuerpo estaba cargada de armas y eso fue un poco difícil de explicar. Y realmente no quería escuchar a David hablar de todas las cuerdas que había tenido que tirar y bla, bla. Daryl Dixon es un actor norteamericano que trabaja en la serie de televisión The Walking Dead cuyo tema es de fantasía y terror. 8 Gumbo: Un plato que se originó a partir de los negros del sur-este de Estados Unidos. Es una mezcla de carne, okra, verduras de hoja verde, pimientos y otros sobrantes de comida. 7

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Ya había sudado medio kilo de tetas cuando el hada se tambaleó por un callejón. Ale-mierda-luya. Me estaba muriendo de hambre, había buñuelos con mi nombre escrito y, por ser la noche del miércoles, no había un montón de hadas vagabundeando, así que iba a perder mi apuesta con Val. El fin de semana sería una historia totalmente diferente. Cuando había más mortales con los que meterse y era más fácil para ellos hacer lo que querían y escapar. Salían en tropel. Algo así como cucarachas correteando por la noche. El hada se mezcló entre las espesas sombras del estrecho callejón y yo estaba siguiéndolo silenciosa, manteniéndome cerca de las paredes húmedas de ladrillo. Sacando las manos de las correas de mi mochila, gemí para mis adentros cuando el hada se detuvo a mitad de camino y encaró el edificio. Se llevó las manos a la cremallera. ¿Iba a hacer pis? ¡¿En serio?! Uf, eso no estaba en mi lista de cosas que quería oír o ver esta noche. ¿Y podría realmente matarlo mientras estaba meando? Parecía algo antideportivo patear a un tipo con los pantalones caídos. Iba a tener que esperar a que hiciera sus asuntos. Y al ritmo en que se movía, pasarían diez minutos antes de que se acabara de bajar la cremallera. Manteniendo la mirada en el hada, me agaché y deslicé la mano por el lado no filoso de la estaca de hierro guardada en mi bota. El hierro siempre había sido épicamente destructivo para las hadas. No se acercaban en absoluto a él. Sólo tocarlo las chamuscaba, y si uno apuñalaba el centro del pecho, no lo mataba pero lo enviaba de vuelta a su mundo. Separar la cabeza de sus cuerpos los acababa. Para siempre. Pero enviarlos al Otherworld era suficiente, gracias a Dios, porque cortar cabezas era caótico y asqueroso. Los Portales, ocultos por todos lados, eran las puertas entre los mundos. Habían estado cerrados durante siglos, pero aún estaban bien vigilados. Una vez que los enviabas de vuelta ya no volvían. Me alejé de la construcción, sujetando la estaca en la mano mientras me movía rápidamente por el callejón. Atrás quedó el zumbido de la calle transitada, las conversaciones se apagaron igual que el susurro lejano de las risas. Mis dedos se apretaron cuando el hada movió las piernas, abriendo los muslos. No hice un sonido mientras caminaba hasta él, pero algún tipo de instinto inherente le avisó de mi presencia. Las hadas no nos podían sentir, pero sabían que la Orden los rondaba.

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El hada se giró un poco por la cintura; sus ojos azul lechosos se encontraron con los míos, pero estaban desenfocados. La confusión se extendía atravesando sus llamativos atributos. ―¡Hola! ―dije echando el brazo hacia atrás. Su mirada parpadeó hasta mi mano y suspiró. ―Mierda. Incluso en estado de embriaguez y a punto de hacer pis, el hada era malditamente rápido. Girándose, desvió mi golpe con un brazo y levantó la rodilla. Saltando a un lado, evité por poco una patada en el estómago. No miré para ver lo lejos que había llegado con su cremallera sino que salté hacia adelante para meterme bajo el brazo que había levantado. Aparecí detrás de él y planté un pie en el centro de su espalda. El hada gruñó y se tambaleó, ya se volvía hacia mí cuando corrí hacia adelante, lista para que esto terminara. Moviendo la mano de la estaca, el borde afilado ya estaba a centímetros de su pecho cuando habló despectivo. ―Todo tu mundo está a punto de terminar. Él… Clavé la estaca en el pecho y corté sus palabras. Entró en la piel como si fuera de tela suave. Por un segundo se quedó completamente inmóvil, luego abrió la boca y dejó escapar un aullido que sonaba como un coyote atropellado por un camión Mack. ¡Santos dientes de tiburón! Tenía cuatro incisivos nítidos y alargados que llegaban hasta el labio inferior, me recordó a un tigre dientes de sable mutante. Las hadas podían morder. No era agradable. En realidad, todas las criaturas de Otherworld tenían la tendencia a ponerse mordedores. Bajé la estaca mientras el hada se aspiraba a sí misma. Desde la cabeza peluda hasta sus zapatillas de deporte se arrugó como una bola de papel, pasando de una altura de más de dos metros al tamaño de mi mano, luego un sonido como una de esas explosiones de fuegos artificiales y al final un destello de luz intensa. Después, nada. ―Si de últimas palabras se trata, esas eran un cliché y malo ―le dije al lugar donde había estado―. He oído mejores. ―Estoy seguro de que lo has hecho.

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Con el corazón galopando, me di la vuelta. Visiones de pasar la noche en la cárcel de la ciudad bailaban en mi cabeza. A pesar de que probablemente ya me había atrapado in fraganti, metí la estaca detrás de la espalda. Afortunadamente, el que estaba en la boca del callejón no era un policía de la ciudad, llevaba un pantalón negro y una camisa blanca. Mientras se adelantaba lentamente como si estuviera dando un paseo a medianoche sentí un gran alivio. El tipo obviamente me había visto apuñalar al hada. Esto sólo podía significar una de dos cosas. El hombre pertenecía a la Orden, pero no era miembro de la de Nueva Orleans porque no lo reconocía. O era un siervo de las hadas, un ser humano hipnotizado. Podían ser muy peligrosos. Y cuando apuñalabas a uno de ellos, no hacían puf y se iban. Sangraban. Morían igual que todos los demás. A veces lentamente. La Orden no tenía una política para no matar humanos porque era un mal necesario a veces, pero tenía que ser algo muy fuerte para matar alguno. Mis dedos se apretaron alrededor de la estaca. Por favor, no seas un siervo. Sé algún chiflado que piensa que soy su hijastra pelirroja o algo así. Por favor. Por favor. ―¿Puedo ayudarle? ―pregunté, preparándome. El hombre ladeó la cabeza. Oh, no me gustaba esto. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Se había adentrado unos metros en el callejón y entonces lo vi. Ojos azul pálido, inclinados en las esquinas exteriores, hada. Pero su piel no era plateada. Era de un rico color oliva que se destacaba contra un cabello rubio tan pálido que era casi blanco y largo como el de Legolas en El Señor de los Anillos. Legolas era muy sexy. Bueno. Tenía que concentrarme porque este hombre no estaba bien. Cada instinto me disparó advertencias. Di un paso atrás mirando al recién llegado. No había glamour en este chico y no tenía la mirada vidriosa típica de los siervos. Lucía humano y a la vez no y había algo que gritaba que no era amistoso de una manera que me fuera a gustar. El hombre sonrió mientras levantaba un brazo. De la nada apareció una pistola. Sólo así. Mano vacía un segundo, al siguiente sostenía una pistola. ¿Qué diablos? ―Me gustaría que pudieras ver tu expresión ahora mismo ―dijo, y bajó el arma apuntando directamente hacia mí.

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Capítulo 2 E

l hombre que me apuntaba con un arma no era un ser humano porque la última vez que lo comprobé, nosotros no teníamos las habilidades que nos permitieran evocar armas de la nada. Ni siquiera sabía que las hadas pudieran hacerlo. Pero este hombre, esta cosa, tenía que ser un hada. ―Eso no es justo. ―Retrocedí ya sin molestarme en ocultar la estaca―. Es un poco tramposo llevar un arma de fuego a una pelea de cuchillos. La cosa se rió y el sonido era tan escalofriante como el invierno en el norte. Sin humor. Sin empatía o humanidad. ―Sería un poco estúpido dejarte caminar por ahí para que me claves eso, como acabas de hacer con el último. ―Ese es un buen punto. ―Seguí moviéndome hacia atrás lentamente mientras mi corazón latía con fuerza. Me estaba acercando al otro lado del callejón. Solo había una opción para mí―. Tú no eres un hada normal. Apareció una sonrisa de labios apretados. ―¿Y tú sí eres una estúpida vaca? ―¿Qué eres? ―No hice caso del término despectivo de las hadas para referirse a los seres humanos. Vaca. Ganado. Sustento para ellos. Lo que sea. Me habían llamado peores cosas. Abrió la boca, pero ese segundo de distracción era todo lo que necesitaba. Como me habían entrenado a hacer más de cien veces, me centré y eché hacia atrás el brazo. Dando un paso adelante dejé volar la estaca. Golpeó en el punto exacto, sabía que lo haría. El extremo puntiagudo se incrustó profundamente en el pecho de la cosa haciéndolo retroceder un paso. Una lenta sonrisa satisfecha curvó mis labios.

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―Espera, ya sé lo que eres. Un hada muerta. Miró hacia abajo y sus hombros se levantaron cuando dio un profundo suspiro irritado. ―¿En serio? ―La molestia coloreaba su tono mientras extendía la mano libre y procedía a sacar la estaca de su pecho. La tiró a un lado. Mis ojos se ampliaron cuando la estaca de hierro resonó contra el pavimento―. ¿Cuán débil crees que soy, vaca? Mierda santa. Las hadas no hacían eso. No podían. Pero éste lo había hecho y eso era tan malo que ni siquiera era divertido. Hice lo único que me quedaba por hacer, demostrar que no era una estúpida vaca. ¿No estás seguro de poder ganar la pelea con el hada? En caso de duda, lárgate. Me di la vuelta y corrí. Eso nos habían enseñado cuando algo estaba rodando hacia la mierda, cerca de Villamierda a cuya población no le gustabas ni una mierda. Un buen guerrero sabía cuándo retirarse y este era sin duda uno de esos momentos. La mochila golpeaba mi espalda mientras movía el culo tomando velocidad a medida que me acercaba a la estrecha abertura del callejón. Sentí venir algo detrás de mí y casi inmediatamente un dolor ardiente explotó en mi costado izquierdo sacando el aire de mis pulmones. ¡El bastardo me había disparado! Por un momento no lo pude creer. Seguramente no me había disparado una bala real con un arma real. Pero el dolor me dijo que sí lo había hecho. Mi paso vaciló, pero no me detuve. Al contrario, corrí más rápido y con más fuerza. Un rugido sordo de dolor me atravesaba. Sentía como si me hubieran puesto un fósforo encendido en el costado. Llegué a la boca del callejón y no miré atrás. Esquivando borrachos y turistas me lancé hacia el camino peatonal y seguí corriendo mientras metía la mano en el bolsillo trasero de mis jeans para sacar mi teléfono celular. Crucé Royal Street presionando la tecla con el nombre de David y apenas pude oír el timbre del teléfono por encima del sonido de mi corazón latiendo con fuerza y el tráfico de la calle. Necesitaba decirle lo que había pasado, que esa hada no requería del glamour y que había convocado una pistola de la nada. Esto era enorme. Cambiaba el juego totalmente.

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El teléfono sonó y sonó hasta que maldije y corté la llamada. Con el teléfono en la mano reduje la velocidad, no porque quisiera, sino porque los pies me empezaban a hormiguear y mi respiración salía como un silbido. Nunca me habían disparado antes. ¿Apuñalado? Sí. ¿Lanzado por los aires? Definitivamente. ¿Casi incendiado? Eso también. Pero recibir un disparo… wow. Esto apestaba como las bolas de un burro. Extendí una mano para hacer a un lado a dos universitarios que estaban a segundos de aplastarme y con la otra presioné mi costado. Hice una mueca, mi visión parpadeaba y se volvía borrosa, luego se aclaraba de nuevo. Oh Dios. Dudando de llegar a un hospital a tiempo, me metí en la calle Dauphine. La sede de la Orden se encontraba en St. Phillips, pasando la tienda de regalos Mama Lousy que vendía cosas bonitas de metal, una cantidad obscena de mierda vudú falsa y auténticas especias y bombones n'awlins9. Dios, ahora mismo me encantaría un bombón. Me comería dos de un bocado. Excepto que no era buena idea cuando uno estaba sangrando hasta la muerte. Hubiera sido una buena idea llamar a Val, pero no quería preocuparla. Estaba muy cerca de la Orden de todos modos. Sólo tenía que seguir caminando. Me costaba trabajo respirar y la mano que presionaba mi costado se sentía demasiado húmeda y pegajosa, pero cuando vi el profundo color burdeos del edificio de tres pisos, con sus intrincadas barandillas de hierro forjado y gruesos helechos tupidos, me dije a mí misma que podía lograrlo. Sólo un par de pasos más y estaría bien. La herida no podía ser tan grave. Dudaba que hubiera sido capaz de caminar tan lejos de ser así. Doc Harris estaría allí. Tenía un pequeño apartamento de una habitación en el segundo piso, así que siempre estaba allí. El resto de la caminata fue una confusión de rostros y sonidos. Cerrada por ser tan noche, la tienda de regalos estaba oscura y poco acogedora cuando me arrastré más allá hacia una entrada lateral. Agarrando el asa con la mano temblorosa, la abrí de golpe. Tropecé en la escalera mal iluminada, jadeando cuando el dolor embotado se convirtió en uno constante. No quería, pero tenía que esperar un momento antes de subir las malditas escaleras. Parecían interminables y la puerta parecía estar a dos kilómetros de N’awlins: La primera señal de que eres un turista es si pronuncias Nueva Orleans como N'awlins. Los lugareños realmente pronuncian el nombre de la ciudad como New awlins. La gente de otras ciudades oyen N'awlins debido a la forma que tienen los lugareños de arrastrar y conectar las palabras. La mayoría de la gente, en realidad, odia oír a las personas decir N'awlins o New Orleans. 9

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distancia. Gritar hubiera sido inútil. Los pasillos estaban insonorizados, así como las habitaciones de arriba. ―Sube las escaleras, Ivy ―me dije―. Sube las malditas escaleras. Poner un pie delante del otro fue duro. Logré subir seis escalones y entonces el sudor de mi frente se convirtió en una ráfaga helada y pequeñas motas de luz blanca bailaron frente a mis ojos. Esto no podía ser bueno. Los escalones se fueron acercando hasta que me topé con ellos cuando las rodillas se volvieron de gelatina. Me sostuve con una mano para evitar estrellarme de cara pero mi brazo se empezó a tambalear, sin poder evitarlo caí de espaldas y me deslicé hacia abajo un par de escalones. El dolor del viaje lleno de baches ni siquiera se registró. Maldita sea, todo lo que subí no sirvió para nada. El teléfono vibró en mi mano. Tal vez era David, por fin. O podría ser Val restregándome que ella ya había logrado dos, posiblemente tres muertes y ahí estaba yo, desangrándome sobre escalones que olían a azúcar en polvo... y a pies. Ew. Necesitaba contestar el teléfono, pero el zumbido se había detenido y no podía reunir la energía suficiente para moverlo y poder usarlo. Alguien me encontraría. Eventualmente. Me refiero a la cámara que había en la parte superior de las escaleras y Harris tendría que revisar el monitor en algún momento. Además, otros miembros de la Orden estarían entrando y saliendo toda la noche. Sólo tomaría una siesta. En el interior de mi cabeza un hilo de voz despotricaba sobre lo mala que era esa idea, pero estaba muy cansada y las escaleras se estaban volviendo sorprendentemente cómodas. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado cuando oí que la puerta de arriba se abría y la voz con acento de Harris hacía eco por el hueco de la escalera. Quería levantar el brazo y saludarlo alegremente, pero eso requería esfuerzo. Entonces, hubo otra voz profunda. Una que no reconocí. Parpadeé, o creo que eso fue lo que hice. Cuando abrí los ojos consideré seriamente que había muerto. Cursi como suena, cuando mi visión se enfocó en lo que estaba por encima de mí, estaba mirando la cara de un ángel. O al menos así se ven las pinturas de ángeles en las millones de iglesias de la ciudad.

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El tipo no parecía mucho mayor que yo, o tal vez era su cabeza llena de cabello castaño rizado lo que le hacía parecer tan joven. Una ceja se arqueó mientras miraba fijamente sus ojos del color de las hojas en primavera, de un rico verde casi antinatural. Pómulos anchos, mandíbula fuerte y recortada como si estuviera hecha de mármol y esos labios increíblemente llenos que se curvaban en una media sonrisa lenta, revelando un profundo hoyuelo en la mejilla derecha. La oveja Shaun10 tenía hoyuelos. Se me cortó la respiración cuando el dolor punzante luchó por mi atención contra los pensamientos de Shaun. La extraordinaria mirada esmeralda del chico se movió hacia lo alto de las escaleras. ―Está viva. Esa voz. Whoa. Profunda. Suave. Culta. Deliciosa. ―Y me mira muy intensamente. Es un poco desconcertante. Como la mirada en blanco de un sociópata. Fruncí el ceño. ―¿Quién es? —preguntó otra voz, y sí, era Harris―. No puedo saberlo por el monitor y no tengo mis gafas. Harris no podía ver a dos metros de su cara sin las gafas. Ojos Verdes encontró mi mirada de nuevo y esa sonrisa se dibujó en su rostro. Maldita sea. Yo tenía un fetiche cuando se trataba de hoyuelos. ―¿Cómo voy a saberlo? Pero se parece esa chica de la película Valiente. Ya sabes, la que tiene el cabello rojo realmente rizado. Qué.Diablos.Le.Pasa. ―Sin embargo, tiene unos ojos azules muy bonitos. Sin embargo. ¿Sin embargo? Como si eso de alguna manera compensara el hecho de que tenía el cabello rojo rizado de un personaje de Disney. ―Mierda ―dijo Harris. Sus pasos resonaron por las escaleras―. Esa tiene que ser Ivy Morgan.

La oveja Shaun es una serie animada mediante la técnica conocida como stop-motion. La serie, de origen británico y producida por Aardman Animations, se emitió por primera vez en CBBC en marzo de 2007 10

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¿En serio? ¿Era así como la gente me veía? ¿Si decían que se parecía a la chica de Valiente, entonces, ah, es Ivy? Tenía que teñirme el cabello. Un momento ¿por qué este tipo veía películas de Disney? Ojos Verdes se cernía sobre mí con la cara vuelta hacia arriba. ―Está sangrando por el estómago. ―Me observó atentamente―. Creo que está… Salí del estupor en el que me encontraba y con una explosión de energía me las arreglé para coger su muñeca antes de que llegara muy lejos. Su piel era cálida y suave. ―No me toques ―dije bruscamente. Sus ojos se encontraron con los míos y por un momento no se movieron, me llamó la atención una vez más su hermosura. No veía con frecuencia a un hombre mortal que rivalizara con la belleza de las hadas. Se sacudió mi mano con facilidad y se echó hacia atrás para arrodillarse un escalón más abajo. Dejó caer las manos en los costados. ―No es algo que escuche de las damas muy seguido, pero tus deseos son órdenes. Habría rodado los ojos pero estaba concentrada en no ver doble. ―Eso es... original. Una risita profunda retumbó mientras apoyaba las manos en sus rodillas dobladas. ―Funciona, así que no lo arruines. Es mi mantra. ―Clásico ―dije con voz áspera apoyando las manos en el escalón. ―Yo no haría eso si fuera tú ―comentó amablemente. Sin hacerle caso me empujé hasta sentarme y un duro gemido escapó de mis labios cuando el dolor se disparó. ―Te lo dije. Miré al chico, pero antes de que pudiera decir nada, Harris estaba a mi lado, su gran cuerpo tragándose la escalera. ―¿Qué te pasó niña? ―Me dispararon. ―Levanté la barbilla con la boca seca como un desierto. Ya que Ojos Verdes estaba con Harris, usé un poco de lógica y supuse que estaba con la Orden―. Un hada me disparó.

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Harris se inclinó, colocando una mano sobre mi hombro. Las profundas arrugas alrededor de sus ojos se marcaron más. ―Niña, las hadas no utilizan armas de fuego. No sé por qué. Nunca lo han hecho. Y a caballo regalado, no se le ven los dientes. Señalé mi estómago con la mano manchada de sangre. ―Obviamente, me... dispararon, y fue un hada… un hada que no necesitaba ningún glamour. ―¿Qué? ―preguntó bruscamente Ojos Verdes. Lo miré. Su rostro empezó a ponerse un poco borroso en los bordes, pero eso no le restó atractivo. ―Esta hada no tenía la piel plateada. No podía... ver sus orejas, pero tenía ojos de hada. Ningún glamour que pudiera ver. Y él... conjuró una pistola de la nada. Las cejas de Ojos Verdes volaron. ―Correcto. Creo que te has golpeado la cabeza ―dijo Harris agarrándome por el brazo―. Vamos a llevarte arriba para echarte un vistazo. ―No me golpeé nada. Estoy... diciendo lo que vi. Era un hada... ―Cuando Harris me puso de pie, Ojos Verdes se levantó y el hueco de la escalera parpadeó un segundo como si hubieran encendido un interruptor―. Whoa. Harris dijo algo, pero todo lo que oía era un extraño rugido mientras el suelo se levantaba hasta alcanzarme. Abrí la boca, pero mi lengua se sentía pesada y rara, completamente inútil. Todo el edificio parecía girar, lo último que escuché antes de que el mundo se volviera negro fue que Ojos Verdes maldecía con fuerza y el último pensamiento fue que sería la número cuatro en morir. *** Cuando abrí los ojos, las partículas de polvo bailaban con la luz que entraba por la ventana junto a mí. Por un momento no tuve idea de dónde estaba ni cómo había llegado allí, pero mientras veía las pequeñas partículas flotar y caer, mis recuerdos volvieron lentamente. Estaba en la sede de la Orden, probablemente en el tercer piso, lejos de todas las salas de reuniones que vibraban con actividad durante el día. Era una enorme sala de enfermería equipada para manejar a varios pacientes a la vez. Había otra habitación al lado del cuarto de baño en la que nunca había estado. No creía que

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nadie excepto David hubiera entrado en esa habitación. Val y yo estábamos convencidas de que allí ocultaban el tesoro de la nación. La cama en la que estaba no era lo más cómodo, pero era mejor que tener el borde del escalón presionándome la espalda y alguien me había cubierto con una manta delgada. Probablemente Harris. Él era un gran oso, pero tenía un punto suave en el pecho del tamaño del lago Pontchartrain. Me habían disparado. Oh Dios, me había disparado un hada que no tenía la piel plateada y que podía aparecer una pistola de la nada. Esta era una noticia importante que lo cambiaba todo. Si las hadas ya no necesitaban glamour ¿cómo podríamos diferenciarlas de todos los demás? No es que fueran las únicas que tenían los ojos claros, además, había una cosa llamada lentes de contacto. Y aún más importante, había olvidado comentarle a Harris que lo había estacado y no le había pasado nada. Una puerta se abrió cortando mis reflexiones. Vi una forma aparecer y atravesar los arroyos brillantes de luz hasta mi cama. Una imagen de Ojos Verdes, el extraño que de verdad parecía un ángel se formó en mis pensamientos, y una rara sensación de caer me golpeó el estómago. No me gustaba la sensación. Pero no era Ojos Verdes el que tomó forma a medida que se acercaba a mi cama. Era nuestro intrépido líder, David Faustin. Parecía molesto, como siempre. David era intemporal, podía lucir de cuarenta, cincuenta o incluso sesenta años, nadie sabía con exactitud su edad. Su piel, un tono o dos más oscura que la de Val, estaba libre de arrugas y mantenía su cuerpo en forma rigurosa. No sonrió cuando agarró una silla plegable y la puso al lado de mi cama. Se dejó caer en el asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho. ―Estás viva. ―Estás lleno de calidez y dulzura ―grazné. Una ceja oscura se arqueó. ―Estoy asumiendo que es por eso que me llamaste anoche. Hubiera contestado, pero Laurie se habría puesto francamente molesta si la dejaba a medias. Tú me entiendes. Arrugué la nariz. Mi mente no necesitaba en absoluto la imagen que me acababa de pintar. David y Laurie habían estado casados cerca de una década

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después de que se conocieran cuando Laurie fue trasladada por la Orden a Nueva Orleans. Dos miembros de la Orden que se casaran era prácticamente la norma, porque el conocimiento sobre las hadas y nuestro deber pasaba de una generación a la siguiente y, nuestras expectativas de vida no eran las mejores. Muchos miembros de la Orden nunca se casaban. Otros lo hacían y tenían hijos como mis verdaderos padres y terminaban siendo asesinados. Otra familia que perteneciera a la Orden se ocupaba de los niños. Después de haber perdido a mis padres reales, a los adoptivos y a mi… novio por culpa de las hadas, no podía meterme en la cabeza la idea de enamorarme de nuevo. Acercarme a Val y a algunos otros en la Orden ya era suficientemente arriesgado, porque sabía que en cualquier momento podrían morir en el trabajo. Así que me era difícil entender por qué muchos de los miembros de la Orden se emparejaban y se abrían a un mundo de dolor que nunca se desvanecía totalmente, no importaba cuánto tiempo pasara. Pero Laurie y David estaban profundamente enamorados a pesar de todo, a pesar de que David tenía la personalidad de un chupacabras rabioso y Laurie era tan dulce como un bombón. ―Me llamó Harris. Me dijo que era sólo una herida superficial que sangraba mucho, probablemente agravada por correr. El rosa se deslizó por mis mejillas mientras miraba a David. ―No corrí porque fuera una cobarde. Él tenía… ―Yo no he dicho que fueras cobarde, Ivy. El hombre tenía un arma. No se puede luchar contra una bala. Aun así, el tono de su voz picó como una avispa. Me mojé los labios. ―No era un hombre. David me miró por un segundo y luego se estiró hacia la mesa al lado de mi cama. ―¿Sedienta? ―Sí. Mi boca se siente como papel de lija. Vertió agua en un vaso de plástico y el sonido fue suficiente para volverme loca. ―¿Te ayudo a sentarte? Los miembros de la Orden no eran débiles, así que tomé una respiración profunda mientras negaba y me obligaba a sentarme. Hubo una punzada de dolor sordo en mi costado, pero no tan malo como esperaba.

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―Harris te metió sedantes mientras estabas inconsciente, así que no deberías estar sintiendo mucho dolor ―señaló David como si me hubiera leído la mente mientras me daba el agua—. Querrás beber despacio. En el momento en que la materia fresca y húmeda tocó mis labios fue difícil no atragantarme, pero me las arreglé para no parecer un caballo en el abrevadero. David se echó hacia atrás, agarrando una botella de su bolsillo. ―Aquí hay algunos medicamentos para el dolor si el costado te empieza a doler y dijo Harris que probablemente te sucederá por un día más o menos ya que tuvo que darte puntos. ―Arrojó la botella en mi regazo, que aterrizó con un ruido tintineante―. Te dejaré sin rotación hasta el próximo miércoles. Bajé el vaso vacío. ―¿Qué? ¿Por qué? Puedo… ―La herida podría reabrirse cuando estés luchando. No necesitamos que sangres sobre las escaleras como un cerdo de nuevo. Estás fuera hasta el próximo miércoles. Le restaría puntos por falta de empatía. ―Pero trabajaré por Val este sábado. ―Ya no será así. Tiene que encontrar a alguien más o hacerlo ella misma. No es tu problema. ―Volvió a llenar mi vaso―. ¿Tienes clase hoy? Me tomó un momento ubicarme y averiguar qué día era. ―Es jueves, ¿no? No tengo clase de nuevo hasta mañana. ―Normalmente, trabajaba de lunes a viernes y tenía los fines de semana libres―. Acerca de lo que pasó anoche. David, el hada… ―Sé lo que le dijiste a Harris y a Ren, pero… ―¿Ren? ¿Quién es Ren? ―Entonces caí en cuenta y mi lengua pronunció silenciosamente su nombre―. ¿Es el chico de ojos verdes? David inclinó la cabeza de lado mientras fruncía el ceño. ―Bueno, realmente no he comprobando el color de los ojos del chico, pero estaba con Harris anoche cuando derramaste sangre sobre mis escaleras. ―No sangré sobre tus escaleras a propósito ―le reclamé. Sus cejas se alzaron. —¿Estás usando ese tono conmigo? Porque te quitaré el vaso de agua de inmediato. ―Nunca lo soltaré. ―Acuné el vaso en el pecho y lo miré―. Nunca.

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Los labios de David temblaron como si quisiera reírse, pero era demasiado frío para eso. El hombre era un bloque de hielo. ―De todos modos, Ren Owens es de Colorado, transferido a nuestra filial. Ah. Colorado. Nunca había estado allí pero siempre había querido ir. ¿Y qué clase de nombre era Ren Owens? ―Pero volvamos a lo que dijiste ayer, no hay manera de que sea como lo pusiste ―dijo―. El hada debe haber tenido el arma por alguna razón, y sí, eso es preocupante, pero aguanta. Sabíamos que finalmente iban a comenzar a usar armas humanas. La frustración me picó en la piel como un sarpullido por calor. ―El hada no estaba usando glamour. O tal vez, pero no importa. Su piel no era plateada. Era... no sé. Como un profundo… un bronceado de color oliva. Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. ―¿Estás segura de que era un hada, Ivy? ―¡Sí! Estoy segura, David. Él hizo aparecer una pistola de la nada, y yo le arrojé mi estaca. Le dio en el pecho y no le hizo nada. La sacó y la tiró a un lado. Abrió la boca, pero se quedó sin palabras mirándome. ―Sí. Exactamente. El hombre no era humano, David. Era un hada que no tenía la piel plateada, podía aparecer una pistola de la nada y la estaca de hierro no le hizo nada. No lo quemó. No lo envió de vuelta al Otherworld. No hizo nada. ―Imposible ―dijo después de un momento, mis hombros se tensaron con irritación. ―Yo sé lo que vi. Y tú me conoces. No soy poco fiable. Ni una sola vez has tenido que interrogarme o… ―Excepto aquella vez que terminaste en la cárcel. ―Está bien. Sólo una vez, pero lo que te estoy diciendo es la verdad. No sé lo que significa, pero... ―Un hilo de miedo corrió por mis venas formando una bola de malestar en la boca del estómago. Me acabé el vaso de agua y lo dejé a un lado, pero eso no disminuyó la sensación―. Si estacar a un hada con hierro no le hace nada, entonces sería imparable. ―No. Sería un antiguo ―dijo David, y se puso de pie. Mis ojos se abrieron ante la palabra que no había oído en mucho tiempo, desde que era una niña y Holly y su esposo, Adrian, me contaban historias de las antiguas y mortíferas hadas, los caballeros guerreros de sus Cortes, las princesas y los príncipes y los reyes y reinas. Las hadas que podían cambiar de forma y

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tamaño y tenían habilidades más allá de nuestra comprensión. Ninguna de las hadas que se acercaban al reino mortal vivía tanto como los antiguos en el Otherworld, o por lo menos no tanto como para que alguno de nosotros se diera cuenta. Básicamente, los antiguos eran la clase de hadas que podrían causar estragos incalculables en el mundo mortal, si es que alguna vez cruzaban. Ni siquiera se me había ocurrido que el que yo había enfrentado anoche pudiera ser un antiguo. ―Pensé que estaban encerrados en el Otherworld ―le dije―. Cuando las puertas se cerraron, ellos… ―Lo estaban. ―David se acercó a la ventana y corrió la cortina azul pálida—. Podría ser que algunos se quedaran aquí sin ser detectados, pero es muy poco probable. Esa bola de inquietud duplicó su tamaño. ―¿Pero no es imposible? Dejando caer la cortina en su lugar, se pasó una mano por los rizos que tenía recortados hasta el cráneo. ―Muy poco probable. Parece inverosímil que hayan sobrevivido tal cantidad de tiempo sin nuestro conocimiento, sin que nadie los viera. ―Yo lo vi ―le dije―. Y podría mezclarse fácilmente. Si no lo miras directamente prestando atención, ni siquiera sabrías que es un hada. David me miró. ―No sabemos lo que realmente viste. ―Él levantó la mano cuando abrí la boca para protestar―. No, Ivy. Eso no quiere decir que vaya a hacer caso omiso de lo que estás informándome. Voy a ponerme en contacto con las otras filiales y ver si han tenido alguna experiencia de este tipo, pero hasta que oiga algo de ellos, tenemos que mantener esto en secreto. Al menos estaba empezando a tomar en serio lo que había pasado. Di gracias a Dios. Inclinándome, retiré la manta de mis piernas y me moví con cuidado hasta el borde de la cama. ―¿No deberíamos advertir a los demás? ―¿Y crear una situación de pánico donde tengamos miembros matando a seres humanos porque piensan que podrían ser un antiguo? ―Pero… ―Ivy ―advirtió―. No puedo responder por cualquiera de nuestros miembros que entre en pánico, o por las vidas inocentes que se pierdan.

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No me gustaba, pero cedí. ―Seguiré en silencio. La duda cruzó su rostro. ―Eso también significa que no puedes decírselo a Valerie. Y, por cierto, es posible que quieras llamarla antes de que pierda su mierda. ―Hombres de poca fe ―murmuré poniéndome la camiseta manchada de sangre. Gracias a Dios era negra o anoche hubiera asustado a un montón de personas corriendo toda ensangrentada. ―Estoy hablando en serio. ―Él me atravesó con mirada severa―. No se lo cuentes a nadie hasta que sepamos con lo que estamos tratando, sobre todo ahora que hemos sufrido tantas pérdidas. ¿Me entiendes? Cuando me miraba de esa manera, me sentía un poco como el niño que se ha portado mal. El hombre era difícil de tratar, pero desde que había perdido a mi familia, era lo más parecido que tenía a una… a una figura paterna. ―Entiendo, David. ―Espero que lo hagas. ―Puso las manos en las caderas―. Mira, tómate el tiempo que necesites, luego levántate y vuelve a casa. Recuerda, estás fuera hasta el miércoles, pero espero verte en la reunión de mañana. El Niño Jesús podría aterrizar frente a mí y yo no me perdería la puta reunión semanal. Empezó a salir, pero luego se detuvo. ―¿Acaso el hada te dijo algo? Deslizándome fuera de la cama, no hice caso de la tirantez de la piel sobre el costado. ―En realidad nada. Es decir, me sorprendió después de que me deshiciera de otra hada, uno normal que me dijo la misma frase trillada “tu mundo está a punto de acabar”. Pero, ¿este? Me llamó vaca. Fue todo. David asintió casi ausente y con otro recordatorio rápido de que estaba fuera de rotación salió de la habitación dejándome con la mirada perdida. Mientras buscaba mis botas, no pude dejar de notar que el sentimiento de inquietud en la boca del estómago no se había desvanecido, incluso con David diciendo que iba a ponerse en contacto con las otras filiales. Mientras encontraba mis botas bajo la mesita junto a mi cama no dejaba de pensar. No me podía sacudir la sensación, aunque David no pareciera

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excesivamente preocupado, de que la posibilidad de que un antiguo estuviera vagabundeando era sólo el principio de algo mucho más grande.

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Capítulo 3 L

legar a casa me tomó un poco más de lo normal ya que no me sentía como para caminar a ningún lugar. Eso significaba lidiar con el tráfico. Cogí un taxi y aproveché el tiempo, discretamente porque el taxista estaba empezando a mirarme con extrañeza. Necesitaba llamar y tranquilizar a Val. No, le repetí, no estaba muerta, muriendo, ni pronta a estarlo. Que yo supiera. ―Tengo malas noticias ―le dije mientras nos acercábamos a Garden District. Val resopló. ―¿Además de recibir una bala de un punk? Había decidido decirle que fue un imbécil el que me disparó, lo que no necesitaba un gran salto de fe. Las hadas no eran las únicas cosas peligrosas en las calles de Nueva Orleans. El taxista frenó en ese momento y pensé que iba a echarme del auto o algo así. ―Sí, además de eso. No puedo trabajar el sábado en la noche. David me sacó. ―Cariño, en el momento en que me dijiste que te habían disparado supe que eso iba a pasar. Y honestamente es la última cosa por la que necesitas preocuparte. ―Gracias ―murmuré mirando por la ventana y enseguida algo llamó mi atención. Un hombre montaba un… un monociclo a un lado de la calle y llevaba una… capa azul. ¿Qué demonios? Sólo en Nueva Orleans. ―¿Quieres que vaya a verte antes de salir esta noche? ―preguntó. Eché un vistazo al conductor. ―Nah. Sólo voy a bañarme y a dormir.

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―Llámame si necesitas algo. Promételo. Las ganas de decirle lo que realmente había sucedido eran difíciles de resistir. No porque quisiera chismosear, sino porque quería advertirle que estuviera atenta. Suspirando agarré mi teléfono celular con fuerza. ―Lo prometo pero, bien, ten cuidado. ¿Por favor? ―En el momento en que eso salió de mi boca un miedo helado retorció mi pecho. Perder a Val, la única amiga verdadera que había tenido desde que me había mudado aquí, no era algo que quisiera considerar―. Promételo, ¿de acuerdo? Val se rio con ganas. ―Siempre tengo cuidado. Colgué el teléfono después de decir adiós y me di cuenta de que estábamos en Coliseum Street. El taxi se detuvo contra la acera sombreada por espesos robles. Busqué en mi bolso, le entregué el dinero y me bajé. El taxista parecía feliz de escapar como el infierno de allí. Había tenido suerte con el lugar que la Orden me había ayudado a encontrar. Mientras la mayor parte vivía cerca del French Quarter, yo estaba encantada de vivir en el absolutamente impresionante Garden District, con su tapiz de árboles, su rica historia y sus casas antiguas. Mi casa estaba a diez minutos a pie del Cementerio Lafayette. Era una construcción de antes de la guerra convertida en dos apartamentos, uno arriba y otro abajo. Tenía balcones separados con la entrada al primer piso en la parte frontal y la entrada a mi casa en la parte posterior. Se accedía a través de un precioso patio rebosante de flores y plantas en macetas. La valla de hierro que rodeaba todo el edificio era una ventaja añadida. Bueno, hasta ahora. Un estremecimiento recorrió mi columna cuando le pasé el pestillo a la reja. Antes de cruzar el patio me quedé mirando los autos que pasaban por la calle. Una cálida brisa atrapó los rizos que se enroscaban en mi nuca y los sacudió, solté un tembloroso suspiro. La humanidad en general no tenía idea de que las hadas existían porque la Orden había sido capaz de protegerla. Hasta ahora. Sí, no podíamos salvar a todos, pero hacíamos un trabajo muy bueno por mantenerlos seguros. Pero si el hada con el que me había encontrado anoche era un antiguo y si había más o si ya no eran susceptibles al hierro, estábamos bien jodidos. Me pregunté con quién podría hablar sobre un antiguo. David obviamente no iba a ser muy útil. La única persona que se me vino a la mente fue la madre de

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Brighton, Jussier Merle, una mujer que sabía mucho sobre casi todo, pero estaba… estaba un poco chiflada. Se rumoreaba que Merle había sido atrapada por un hada sin la protección del trébol y eso le había jodido la cabeza. Antes de eso era famosa en la Orden por su mente brillante, ahora, su estado mental cambiaba cada día. Aparté la vista de la calle y me di la vuelta para caminar por el sendero de adoquines. Normalmente me demoraba arrancando los pétalos muertos de las flores, pero estaba más cansada de lo que creía. Supuse que sangrar como “un cerdo en el matadero” era agotador. Subí la escalera y gemí cuando vi tres pequeñas cajas de Amazon apiladas frente a mi puerta, justo bajo el dosel. ―Oh, vamos. No había pedido nada de Amazon recientemente, pero sabía quién lo había hecho. Dios, realmente necesitaba cambiar la contraseña de mi cuenta Premiun y apagar la computadora. Recogí las cajas maldiciendo en voz baja. Eran ligeras, pero mis músculos estaban resentidos. Abrí la puerta y me asomé a la sala de estar escaneando rápidamente el sofá. La manta de color melocotón ya no estaba cubriendo la parte de atrás, estaba tirada, mitad sobre el cojín y mitad sobre el suelo. El televisor estaba encendido en una película donde un chico que usaba gafas montaba en una escoba y trataba de escapar de un enorme y muy enojado dragón. Cerré la puerta detrás de mí y le puse el seguro. ―Harry Potter... ¿y el cáliz de fuego? ¿Qué demon...? Suspiré. Puse las cajas en una mesita baja junto a la puerta y caminé detrás del sofá para abrir las cortinas. Las flores de las macetas se mecían con la brisa, pero las sillas de mimbre con los imponentes cojines gruesos, por los que había pagado un brazo y un torso, estaban vacíos. También el baño del pasillo estaba vacío, pero por si acaso agarré la cortina con peces de color pastel de la ducha y le di un tirón. Al abrir la puerta de mi habitación me sentí aliviada de encontrar todo como lo había dejado. Las persianas y cortinas cerradas. La habitación a unos buenos quince grados, estaba más fría que cualquier otro lugar de mi apartamento y no

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podía esperar a plantar la cara en mi almohada y acurrucarme en mi súper colcha de chenille11. Después me ducharía. Había un segundo dormitorio más pequeño del otro lado de la cocina, daba a Coliseum Street y tenía otro balcón con vista a esa calle. A la gente le encantaban los balcones por estos lares. Entré en la cocina y vi de inmediato que la puerta del gabinete donde guardaba las cajas de cereal estaba abierta. Las doce cajas. Me gustaba la variedad a la hora de comer cereal. Dejando caer mi mochila en la silla de la mesa del desayunador, caminé alrededor de la isla y me detuve delante del gabinete. En el mostrador, la caja de Lucky Charms (qué irónico) estaba inclinada hacia un lado, la envoltura plástica abierta y la parte superior de la caja apoyada en el borde de un enorme tazón azul y púrpura. Sin tener ni idea de lo que iba a encontrar, me acerqué poco a poco al tazón. Una risa sorprendida burbujeó en mi garganta y me tapé la boca con la mano para sofocarla. El embustero en mi tazón era un invitado que no estaba muy segura de cómo había recibido, pero no era capaz de deshacerme de él. Diminutos brazos y piernas estaban tendidos en una cama de cereal. No quedaba ni un solo malvavisco, y apostaría todo el dinero de mi cuenta de ahorros a que la mejor parte del cereal estaba en el vientre distendido del brownie inconsciente en mi tazón de cereales. ¿Podían los brownies embriagarse con azúcar? No tenía idea. Hace dos años y medio me topé con un hada que se estaba llevando a una pequeña lejos de su familia y terminé persiguiendo al bastardo enfermo al cementerio Saint Louis donde tuve la oportunidad de enviarlo de regreso al Otherworld. Pero cuando me estaba yendo, me llamó la atención un rumor en la tumba de Marie Laveau y ahí fue donde encontré al pequeño brownie. Los brownies son una rareza en el reino de los mortales. Y por lo que había oído, odiaban estar aquí, supuestamente preferían los bosques de sus reinos y simplemente no esconder lo que eran. Sus alas de gasa estaban extendidas. Chenille: es el nombre en francés de una oruga. Se le llama así a un tipo de tela fabricada con hilos de muchos colores. Los hilos son de algodón, acrílico, rayón y olefina. 11

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Los mitos siempre los retrataban como seres sin alas, pero las tenían. También eran diminutos, pequeñas cosas del tamaño de una muñeca Barbie. El brownie estaba herido, sufriendo un rasgadura en sus frágiles alas y con una pierna rota. En el momento en que me miró con esos grandes ojos azul pálido, supe que no podía dejarlo allí escondido detrás de un jarrón con flores secas entre crujientes cuentas de Mardi Gras. Así que lo recogí y lo puse en mi mochila. Había llevado a un brownie a casa conmigo. Sabía, Dios, lo sabía, que era mi deber terminar el trabajo. Ninguna criatura del Otherworld tenía permitido vivir en nuestro mundo, pero no me había atrevido a hacerlo a pesar de que sabía que iba a tener un montón de problemas, tal vez incluso ser expulsada de la Orden. Lo había llevado a casa, le había hecho una férula con palitos de helado y había envuelto su ala con una gasa mientras él se quedaba allí sentado con una mirada triste y molesta en su linda carita. Ni siquiera sé por qué lo hice. Odiaba a todos los de Otherworld, sin importar su tamaño o de qué clase fueran, pero por alguna razón había cuidado del pequeño brownie. Y él se había quedado. Probablemente porque descubrió el Internet, la televisión y mi Amazon Premium. Así que, sí, sabía exactamente cómo había acabado teniendo un brownie de invitado, sólo que no entendía por qué tenía debilidad por el pequeño molesto al que había puesto el nombre de Tink. Solté un bufido. Tink odió ese apodo desde que le puse la película de Peter Pan. Sacudí la cabeza observando dentro del cuenco. Estaba sin camisa y con cereal pegado en sus pálidas alas blancas, pero al menos tenía pantalones puestos. Llevaba unos pantalones del muñeco Ken. Negros con rayas satinadas a los lados. Le di un golpecito en el estómago. Él se apartó moviendo los brazos para sentarse e intentó morder mi dedo con sus afilados dientes. Se acercó peligrosamente. ―Muérdeme ―le advertí―, y voy a enterrarte vivo en una caja de zapatos. Su boca se quedó abierta mientras salía del tazón volando. Piezas de cereal volaron sobre el mostrador cuando sus alas se movieron silenciosamente. —¿Dónde has estado? No viniste a casa. Pensé que estabas muerta y como nadie sabe de mí, me quedaría aquí. Olvidado. Me moriría de hambre, Ivy. Moriría de hambre.

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Crucé los brazos sobre el pecho. ―No parece como si estuvieras muerto de hambre. Parece como si hubieras fingido ser una ardilla almacenando comida para el invierno. Y comiéndote el resto. ―¡Tenía que comer para aliviar la tensión de ser abandonando! ―gritó levantando la mano y sacudiendo un puño tamaño miniatura hacia mí—. No sabía dónde estabas y tú no te involucras en ninguna relación sexual, así que siempre regresas a casa. Mis labios se hundieron en las esquinas. Tink voló hasta que quedó al nivel de mis ojos, cruzando las manos sobre su vientre mientras me miraba con esos ojos grandes. ―Comí mucha azúcar. Mucha. Mucha. Sacudiendo la cabeza, me giré y empecé a recoger el cereal del mostrador, lanzándolo al tazón. ―No quiero ni saber cómo están tus niveles de azúcar en sangre. ―No tenemos sangre en las venas. ―Voló a mi hombro y se sentó. Sus pequeños dedos agarraron el lóbulo de mi oreja para susurrar―. Tenemos magia. Me encogí de hombros con una risa. ―Tú no tienes magia en las venas, Tink. ―Lo que sea. ¿Qué sabes tú? ―Aterrizó en el mostrador y comenzó a jugar con los cereales. Suspiré―. Entonces, ¿dónde estabas, Ivy Divy? ―Me dispararon anoche. ―¿Qué? ―chilló Tink mientras se golpeaba las mejillas con las manos―. ¿Te dispararon? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quién? ―Subió al aire rápidamente, lanzándose de izquierda a derecha, de derecha a izquierda―. ¿Lloraste? Yo habría llorado. Mucho. Un jodido mar de lágrimas. Durante medio minuto sólo lo miré fijamente. ―Está bien. Eres una pequeña hada molesta… ―¡Sólo porque tengo alas no significa que sea una maldita hada! ―Luego empezó a murmurar en un idioma que sonaba parecido al gaélico antiguo―. Comí una gran cantidad de azúcar, ¿sí? ¿Eso es un crimen? ¡Tú me dejaste solo toda la noche! ¿Qué otra cosa se suponía que debía hacer?

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―¿Los brownies sufren derrames cerebrales? ―le pregunté, un poco preocupada por la forma en que sus venas estaban empezando a sobresalir a lo largo de las sienes. Él inclinó la cabeza de lado mientras hacía una mueca. ―¿Eso es cuando te golpeas la cabeza? No lo sé. Espera. ¡Oh, reina Mab! ¿Crees que estoy teniendo un derrame cerebral? ―Voló rápidamente hacia la lámpara de techo desapareciendo detrás de la cúpula plateada. Pasó un segundo y entonces se asomó por el borde. Su cabello rubio, casi blanco, apuntaba en todas direcciones―. Estoy teniendo un derrame cerebral. Mierda. ―Bájate ya de ahí, Tink. Buen Dios ―murmuré mientras la cúpula se bamboleaba―. No vas a tener un derrame cerebral. Olvida lo que dije. ―Odio cuando me llamas Tink. Sonreí abiertamente. ―Lo sé. ―Mujer malvada. ―Vaciló pero volvió al mostrador y se sentó con los ojos entrecerrados―. Como sea. Así que... ¿te dispararon? Asentí mientras terminaba de recoger el cereal. ―Un hada me disparó. ―¿Cuándo comenzaron a usar armas? Agarrando la caja y el cuenco, lo llevé todo a la basura y lo deseché. No iba a comérmelos después de que Tink se echó una siesta encima. No era raro hablar de mi trabajo con él. Parecía tomarlo bien. —No lo sé, pero esta hada tampoco tenía la piel plateada. Cuando Tink no respondió, me di la vuelta medio esperando que hubiera escapado, pero él estaba atento y sus ojos estaban muy abiertos. ―Y el hada apareció la pistola de la nada ―le dije. Tink tragó. ―Y lo apuñalé con una estaca de hierro y no le hizo nada ―añadí, caminando hacia él. Él saltó para ponerse de pie. ―Eso suena como un... ―¿Un antiguo? Movió la cabeza afirmando.

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―Ellos son tipos rudos. Aterradores y rudos. ―Caminó en puntillas sobre el borde del mostrador―. ¿Estaba cerca de ti cuando te disparó? ¿Cómo estaba de lejos? Era una pregunta extraña, pero recordé que era Tink. ―Estaba a una buena distancia de mí. Si hubiera estado cerca, no creo que estuviera aquí parada en este momento. Él palideció. ―Nunca he visto a un antiguo aquí. ―Exactamente, ¿cuánto tiempo has estado en este mundo, Tink? Levantó un hombro y eso no me gustó. Esperaba una respuesta, o al menos algo útil. Tink aún no sabía qué portal había cruzado o cómo había acabado aquí. Me había dicho que se despertó en el cementerio, que no tenía idea de cómo sucedió. Basada en la condición en que lo encontré y en su personalidad, sospechaba que alguien lo había golpeado como la mierda y lo había pateado a través de un portal. Tampoco me había dicho nunca su nombre real ya que el saberlo te daría poder sobre la criatura del Otherworld, incluidas las hadas. Lo que sí sabía era que detestaba a las hadas tanto como la Orden. Por lo que había averiguado, su raza había sido cazada casi hasta la extinción por las hadas en Otherworld y toda la familia de Tink había sido sacrificada. Su odio hacia las hadas nos ponía en el mismo equipo, incluso si otros miembros de la Orden no estuvieran de acuerdo. ―He visto a los antiguos en el Otherworld ―dijo en voz baja―. Incluso he visto al príncipe. ―¿En serio? Él asintió. ―El príncipe... —Estirando los brazos, giró en pequeños círculos que eran realmente vertiginosos de ver―. El príncipe es de ensueño. Uh. ―Pero también lo son la mayoría de las hadas, ¿no es así? Magníficos pero mortales, bastardos arrogantes. ―Dejó de girar―. El príncipe también es realmente aterrador. Me apoyé en el mostrador, ignorando el dolor constante que iba aumentando en mi estómago. ―¿Has visto al príncipe? ¿Al príncipe real de Otherworld?

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―Sí. Lo vi tres veces. ―El anhelo se deslizó en su expresión―. Una vez estaba en un prado. Parecido al prado de esa película del vampiro que brillaba y tenía el cabello revuelto. Oh, Señor. ―No me vio, lo cual fue una cosa buena. La segunda vez sucedió cuando estaba cerca de su palacio. En cierta medida se parece un poco al del programa que te gusta donde todo el mundo se muere. ―¿Game of Thrones?12 ―sugerí―. ¿King's Landing?13 Saltó mientras asentía. ―Y luego la tercera vez fue... bueno, él estaba haciendo algo que tú nunca haces. Había un montón de cosas que nunca hacía. ―¿Qué sería eso? Ahuecando las manos alrededor de la boca, se estiró hasta que sus alas se arquearon detrás de él. ―Estaba teniendo sexo. ―Tink —murmuré bajando la cabeza. ―Con tres hembras. Tres. ―Tink se enderezó sacudiendo la cabeza con asombro. Hasta yo me lo cuestionaba. ¿Tres hembras, un macho? Por otra parte, no me sorprendía. Las hadas estaban llenas de sexualidad. Otra arma que utilizaban en contra de los mortales―. ¿Cómo es posible? ―Requiere talento ―respondí, mirando al pequeño tipo. Pasó un momento bailoteando a mi alrededor―. ¿Sabes algo acerca de cómo llegaron los antiguos aquí? Se detuvo y se quedó mirándome. ―No. ―¿Y el por qué un antiguo se presentaría de repente? Sacudió la cabeza. ―No tengo idea. ―No me mentirías, ¿verdad, Tink?

Games of Thrones: Serie de televisión norteamericana de fantasía medieval que en español se llama Juego de Tronos. Basada en la serie Canción de hielo y fuego del escritor George R. R. Martin. 13 Es parte de la historia de Games of Thrones. 12

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―No. ―Sonrió―. Tienes Amazon Premium. Resoplé. ―Dios sabe cómo puedo asegurarme tu lealtad. ―Me aparté del mostrador y caminé hacia mi bolsa―. Por cierto, mientras estabas desmayado llegó una entrega para ti. La puse en la mesita junto a la puerta. ―¡Ah! ―Saltó al aire―. ¿Porque esperaste tanto para decirme? Volando hacia el living, se detuvo un momento junto a mí. ―Pero estás bien, ¿verdad? ¿No vas a morir sobre mí mientras duermes? Nadie sabe acerca de mí así que nadie vendría a verme y ya me comí todos los malvaviscos del Lucky Charms. Riéndome suavemente, sacudí la cabeza. Nadie sabía de Tink, ni siquiera Val. Cuando alguien se acercaba, Tink sabía ocultarse. ―Estoy bien. Sólo un poco dolorida, pero me dieron algo para eso. Voy a tomar una ducha y después probablemente dormiré. ―Sólo son las cuatro de la tarde. ―Estabas inconsciente cuando llegué, así que no quiero oír nada de eso. Agarrando la botella de píldoras del bolsillo con cremallera de mi bolsa, saqué una y me la tomé con una cerveza de raíz que saqué del refrigerador. ―No te hagas adicta a esas cosas. No quiero ser compañero de habitación de una drogadicta porque entonces pasarías a cosas más fuertes y terminarías haciendo sales de baño y comiéndote mi cara. ―Luego voló fuera de la habitación. Tink... Tink era raro. Caminaba hacia mi habitación cuando me pasó volando, llevaba una muñeca troll con el cabello teñido. Las coleccionaba. Realmente no quería saber qué hacía con ellas. Una vez dentro de la habitación, coloqué mi bebida en la mesita y encendí la luz. Aunque mantenía el cuarto oscuro, todo lo de adentro era brillante: los almohadones fucsia, la colcha de chenille con fondo violeta y mi cachemira azul y rosa a los pies de la cama. También los dos vestidores y la mesita de noche estaban pintados de un azul brillante. Ya que no podía usar colores como Val, vivía metida-hasta-las-rodillas en ellos. Me desvestí y dejé la ropa en una pila ordenada junto a la puerta del baño. Tenía suerte de tener dos, especialmente porque a Tink le gustaba convertir la bañera del pasillo en una piscina.

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Este baño era simple y hermoso y amaba la vieja bañera con patas y la barra de ducha. Abrí el agua tan caliente como pude y me aseguré de que el vendaje cubría mis puntadas antes de meterme bajo el flujo de vapor. En el momento en que el agua tocó mi piel, dejé salir un sonido de felicidad. Me sentía como si no hubiera tenido una ducha en días. El agua corría de un profundo rosado hasta desaparecer en la cuenca de la tina y lavar toda la sangre seca. Me enjuagué el cabello dos veces y mientras estaba parada bajo el vapor, dejé que los eventos de la última noche vinieran a mí. Restregué las manos sobre la cara, pero la marea de emociones se levantó rápidamente, instalándose en la parte trasera de mi garganta. Mis ojos ardían furiosamente mientras los cerraba, reusándome a dejar que las lágrimas cayeran. No había llorado desde la noche en que mis padres adoptivos fueron sacrificados, fue la misma noche en que Shaun fue asesinado. Había soltado tantas lágrimas que posiblemente empaparon mi vida de angustia para siempre. Recibir un disparo era como abrir viejas heridas con un cuchillo de mantequilla. No estaba segura de por qué exactamente, aparte de la posibilidad de morir. Pero vi a Holly y a Adrian mirando fijamente, sin vida, como si yo estuviera sobre ellos de nuevo. Entonces vi a Shaun palideciendo mientras... Recorriendo con los dedos el símbolo de libertad tatuado en la piel de mi cadera izquierda, le di la espalda a la ducha y me obligué a estar tranquila, respirando profundo hasta que el nudo en mi garganta disminuyó y las imágenes de esa oscura noche se fueron. El dolor en mi costado había comenzado a desvanecerse cuando por fin salí de la ducha y me sequé, pero los sentimientos de inquietud que siempre me acompañaban cuando recordaba lo que había pasado esa noche habían salido a la superficie y se estaban volviendo fuertes. Ese era mi sentimiento de malestar mientras caminaba por la fría habitación. Podría haber un antiguo ahí afuera, haciendo sabe Dios qué, ¿y yo me iría a dormir? No eran ni siquiera las seis de la tarde, pero la cama se veía muy atractiva. Mirando a la vitrina, mi atención saltó hacia las dagas perfectamente alineadas. Eran ligeramente diferentes a las estacas. Las hojas era más delgadas y el mango las hacía más fáciles de usar. Curvando los dedos en el borde de la toalla dejé salir un molesto suspiro. Sabía lo que quería hacer pero David me patearía el trasero porque me había dicho que estaba fuera hasta el miércoles. Pero no me había dicho que tuviera que quedarme en casa.

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Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando miré al closet. Técnicamente no estaba trabajando. Sólo saldría a caminar y, si me encontraba con algún hada o un posible antiguo o lo que fuera, no sería mi culpa. Con ese pensamiento rondando, me puse unos jeans frescos y una camiseta suelta que Tink había ordenado para mí hacía un par de meses. Era negra con un hada borracha. Había dejado que Tink buscara esa camiseta por internet... y la pagara con mi dinero. Até una daga dentro de la bota y bajé el dobladillo de mis jeans. Me enrosqué el cabello en un moño asegurándolo con un grueso broche. Tink no estaba por ningún lado cuando entré en la cocina y saqué mis apuntes de la mochila para quitarle peso. Me dirigí a la puerta cerrada de su baño y la golpeé con los puños. ―¿Tink? ―¡Estoy ocupado! ―gritó inmediatamente. La muñeca que traía cargando pasó por mi cabeza y mentalmente retrocedí con rapidez. ―Voy a salir. ¿Oíste? Un segundo después la puerta se abrió y Tink asomó el cabello rubio. Sus ojos azul pálido estaban entrecerrados. ―No vas a salir a trabajar, ¿o sí? Sacudí la cabeza. ―Sólo voy a salir. ―Lo cual no era exactamente una mentira―. No llegaré tarde. Sus labios estaban fruncidos. ―No te creo. ¡Me estás mintiendo! Lo sé. ―¿Quieres que traiga algunos buñuelos? Los ojos de Tink se agrandaron y la mirada de un niño emocionado cruzó por su rostro. ―¿Lo harías? ¿Por mí? ¿Todo un plato para mí? ¿Todo mío? ¿No tuyo? Rodé los ojos. ―Sí, Tink. ―¿Del Cafè Du Monde? ―Sí ―dije con un suspiro.

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―¡Entonces desparece de mi vista y corre como el diablo! ―Cerró la puerta de golpe. ―De nada ―murmuré sacudiendo la cabeza. Para conservar energía tomé el tranvía hacia Canal Street y mientras me asomaba por detrás de una palmera, esperaba de verdad no toparme con David. Nadie podía hacerte sentir como niño regañado por portarse mal más rápido que él. Crucé la calle y me dirigí hacia Royal. El cielo estaba nublado y el aire estaba cubierto de humedad. No podía esperar que enfriara más la temperatura. Mientras iba hacia el French Quarter, pensaba en Ojos Verdes. ¿Estaría fuera esta noche? ¿Y quién rayos era? ¿Cuál había dicho David que era su nombre? ¿Y por qué seguía pensando en él? Aunque apostaba todo mi dinero a que en el momento en que Val pusiera sus ojos en él, estaría tirándole un montón de indirectas. Para ser un jueves por la noche el French Quarter estaba lleno, pero una hora se convirtió en tres y ni un vistazo de hadas. Todo el asunto se estaba volviendo un fracaso, pero suponía que esas eran buenas noticias, ¿verdad? Pero era... raro. Probablemente porque se sentía algo oscuro en la ciudad, un sentimiento tangible de que se estaban gestando cosas en las sombras, que no eran arcoíris y cachorritos lindos. Lo había notado en el último par de semanas. Incluso algunos de los otros miembros de la Orden lo habían mencionado. En los día pasados, Val comentó que le recordaba al sentimiento de antes de un mal tornado. No sabía qué significaba ese sentimiento, pero no podía evitar pensar que tenía algo que ver con el hada con la que me había encontrado la noche anterior. Vagué de arriba a abajo por Bourbon donde generalmente se reunían las hadas. A esta hora debería haber encontrado por lo menos tres. Esto era raro y la sensación de malestar creció, filtrándose por mis venas como la lluvia helada del norte que solía odiar. Pensando en el bar del que había visto salir al hada la noche anterior, me giré de repente y casi choco contra un hombre mayor. ―¡Perdón! Lo esquivé. Segura de que no tenía idea de lo cerca que estuvo de ser apuñalado. Bajé la velocidad de mis pasos mientras me acercaba al bar. Desde afuera se veía casi como cualquier otro bar en Bourbon. Un poco viejo, ligeramente deteriorado y a juego con varias personas que estaban en diferentes estados de

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ebriedad. Usualmente permanecía fuera de los bares porque mi paciencia se agotaba rápidamente, pero tomé una respiración profunda y me paré frente a la puerta abierta. E inmediatamente me arrepentí. El olor a cerveza rancia y a moho me golpeó en la cara. Qué asco. Tratando de no respirar tan profundo, me moví bordeando al grupo que rodeaba la barra. Una enorme televisión colgaba del techo transmitiendo un juego de béisbol. Los gritos estallaron. Los brazos se lanzaron al aire. Gotas de cerveza volaron por todos lados. Di un paso atrás, esperando no terminar empapada. ―Ivy. Mis dedos se apretaron en la correa de mi bolsa. Recordaba esa voz. Carajo. Me giré para ver a Trent Frost, miembro de la Orden y cualificado besador de culos. Plantar una sonrisa en mi rostro se sintió doloroso. ―Hola... Trent me miró a los ojos dos segundos enteros antes de que su mirada cayera sobre mis pechos. Típico. ―¿No recibiste un disparo? Era bueno saber que lo que había pasado se había desparramado por toda la Orden. ―Seh, pero fue una herida superficial. ―Me giré, mirando hacia la barra. Iba a tener que golpear gente para sacarla del camino y conseguir un vistazo de los camareros―. Nada grande. —También pensé que estabas fuera de rotación hasta el miércoles —dijo. ―Lo estoy. No estoy trabajando. Era como un lobo arrinconando a un conejo. ―¿Entonces qué haces aquí afuera? Me encogí de hombros. ―¿Qué haces tú? ―Esperando los resultados del juego. Me enfrenté a él, arqueando una ceja. ―¿En serio?

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Sus oscuros ojos bajaron otra vez y resistí la urgencia de plantarle el pie en la cara. ―En realidad, no. Atrapé a una pareja de hadas saliendo de este bar la semana pasada. Quería investigarlo. Buenas campanas del infierno, no era la única que lo había notado. Trent era conocido por tener una mirada pervertida, pero era bueno en lo que hacía. Y la profunda cicatriz sobre su labio hablaba de todas las veces que se había enredado con algún hada. ―Vi a uno salir de aquí ayer y sentí curiosidad. ―Creí que no estabas trabajando. Le lancé una mirada furiosa. ―Sólo porque esté comprobando algo no significa que esté trabajando. ―Uh-huh. ―Se rio entre dientes mientras asentía hacia el bar―. Los barman son normales esta noche. No estoy seguro de si es así cada noche o si uno de ellos está trabajando para las hadas. —Dobló los musculosos brazos sobre su gran pecho. Lo que le faltaba en altura seguro lo compensaba en ancho. Probablemente podría derribar una casa a golpes con todos los músculos que tenía―. De cualquier forma, me quedaré por aquí a ver si puedo descubrir algo. ―Las calles están muertas, ¿verdad? ―pregunté mientras un chico chocaba contra mi hombro. Él asintió. ―Escuché que dijiste que un hada te disparó ―dijo. Yo maldije por lo bajo. Harris debió haber hablado porque dudaba que David lo hubiera hecho. Mis intentos de cubrir lo que había pasado no servirían si alguien más hablaba. Quería hacer lo que David me había ordenado y mantener la boca cerrada, pero no sería de ayuda y estaba mal, ponía a los otros miembros de la Orden en peligro. A la mierda. Me enfrenté a Trent. ―Fue un hada quien me disparó, y estoy segura que también escuchaste que hizo aparecer un arma del aire. No era un hada normal, Trent. Lo apuñalé con hierro y no le hizo nada. Sus labios se torcieron mientras miraba sobre mi cabeza hacia la pantalla detrás de la barra. ―Eso suena... como mierda loca. Tan loca como Merle.

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Me puse rígida como si me hubieran lanzado cemento en la espalda. Sentía un montón de simpatía por esa mujer. Una gran parte de mí... bueno, la comprendía y no quería escuchar a nadie hablar así de ella. ―Eso es ignorancia ―dije con voz calmada, incluso mientras pensaba en presentarle el poder de mi gancho en la cara―. Ella es un miembro de la Orden y deberías respetar todo lo que esa mujer ha sacrificado. Trent echó la cabeza hacia atrás para reírse por la nariz. ―El respeto no cambia el hecho de que esté loca. ―Sacudió la cabeza y su mirada se cruzó con la mía antes de caer hasta mis pechos―. Hombre, tengo que decirlo, fue una mala idea que la Orden permitiera que entraran las mujeres. Ustedes no pueden manejar… Ni siquiera lo pensé. Agarrando sus hombros con ambas manos me apoyé en él para lanzarle un rodillazo entre las piernas. El aire abandonó sus pulmones con una maldición. Soltando sus hombros, me enderecé con una sonrisa viendo cómo se doblaba sobre sí mismo. ―Maneja eso, imbécil. ―Entonces giré sobre mis talones y prácticamente arremetí contra la salida. Definitivamente iban a gritarme si Trent me delataba, pero cualquiera que fuera el discurso, habría valido totalmente la pena. Qué jodido puerco. Lo triste era que un montón de chicos de la Orden pensaban de esa manera. Idiotas. El sol se había ido hace tiempo y el olor de la lluvia perduraba mientras caminaba por Jackson Square. Tenía que dar por finalizada la noche, recoger algunos buñuelos e ir a casa. Crucé la intersección y miré a mi izquierda, deteniéndome completamente en medio de la calle. Jodida mierda. Ahí, en medio de Orleans Avenue estaba el hada de la noche pasada. No podía creerlo, pero era él. Mi corazón golpeaba el pecho cuando acabé de cruzar la calle y giré a la izquierda quedándome cerca de los edificios. Podía ver su perfil fuera de una tienda de cigarrillos. Un hombre estaba con él, el enorme tamaño del hada hacía que el humano luciera como si un viento fuerte pudiera mandarlo a rodar por toda la calle hasta la plaza. Lucía drogado,

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frágil y enfermo ahí parado junto al hada, su piel estaba irritada por la barba de días. El hada se volteó de espaldas a mí y empezó a caminar, el humano trató de seguirlo pero se tambaleó y cayó, golpeándose la rodilla contra la calle. Ese era el efecto de un hada alimentándose de la esencia humana, chupando su vida de a poco hasta que no quedaba nada excepto polvo y huesos. El hada ni siquiera miró hacia el mortal mientras caminaba calle abajo, hacia Royal. Cogí ritmo mientras el hombre lograba ponerse de pie. Desorientado, giró en un círculo hasta que vio al hada varios metros adelante. Anduvo dando tumbos detrás de él como un cachorro perdido, uno no alimentado e infestado de pulgas. Tan increíblemente equivocado. La furia se levantó tan rápido como el viento en una tormenta. Mis manos se curvaron en puños y la sangre me hervía de rabia. Mi ser entero estaba enfocado en el bastardo mientras caminaba. Había dado un par de pasos cuando algo, una persona, apareció entre dos edificios y se estiró para agarrarme. Su brazo se enroscó en mi torso, justo bajo los pechos, dejando mis brazos apresados en mis costados. Me levantó y arrastró fuera de la acera en un nanosegundo y acabé en un callejón entre dos edificios. Una mano me tapó la boca. Mi instinto despertó y levanté las rodillas para lanzar mi peso hacia atrás. ―Yo no lo haría ―dijo una voz baja y profunda en mi oído―. Voy a bajarte y no me darás patadas ni me golpearás. ¿Entendido? ¿Cómo se suponía que iba a decirle a la voz que entendía? Su mano estaba sobre mi boca. ―Vamos, Merida. Asiente si me entiendes. ¿Quién diablos era Merida? No importaba. Todo lo que necesitaba era que me dejara en libertad y no iba a golpearlo o a patearlo. Iba a sacarle toda la mierda. Asentí. ―Confío en ti. La última cosa que quiero ver es que te lastimes ―dijo. Oh sí, alguien saldría lastimado, pero no sería yo. Un segundo después, el brazo alrededor de la parte superior de mi torso desapareció y luego lo hizo la mano. Sin dudarlo di la vuelta y me encontré mirando un par de sorprendentes ojos color esmeralda.

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Capítulo 4 E

ra él. Ojos Verdes. Ren. Ese era su nombre, ahora lo recordaba. Empecé a dar un paso pero se me adelantó. Moviéndose tan rápido como una maldita serpiente impresionante, agarró mis muñecas. No necesitó bajar mis brazos a los costados. Todo lo que hizo fue mantener los puños lejos de su cara. Una media sonrisa apareció en esos labios carnosos. ―No puedo decir que me sorprenda que intentes golpearme. ―Entonces creo que esto no te va a sorprender tampoco. ―Echándome hacia atrás cambié mi peso a la pierna izquierda, pero de nuevo Ren se me adelantó con una rapidez que era vergonzosa. Usando la pierna, en lo que hubiera sido una patada fantástica, me forzó contra la pared. Entonces no hubo lugar a dónde escapar, no había espacio. Tenía la espalda presionada contra el edificio y su cuerpo duro se aplastaba contra el mío. Hijo de puta. Como si pudiera leer mi mente, la sonrisa se extendió y los hoyuelos jugaron al escondite. ―Ahora creo que podemos tener una conversación sin que acabe ensangrentado. Solté un suspiro frustrado. ―Yo no apostaría. Se rio y el sonido retumbó a través de mí. Ni siquiera podía recordar haber estado tan cerca de un hombre desde... desde Shaun. ―Mira, siento haberte sacado de la calle como un secuestrador, pero estabas a punto de cometer otro gran error.

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Su disculpa se perdió. ―¿Otro error? ―Sí, como el de ayer por la noche cuando recibiste el disparo. ―Bajó la barbilla y el resplandor amarillo que llegaba de las farolas rebotó en sus anchos pómulos―. Sé lo que estabas a punto de hacer. ―Anoche no cometí un error. Estaba haciendo mi trabajo ―escupí―. Y dudo que tu trabajo incluya secuestrar mujeres por la calle. ―Eso sería un infierno más divertido. Cuando pensaste que podías enfrentar al hada de anoche cometiste un error. Y estabas a punto de hacerlo de nuevo, pequeña burra. ―¿Pequeña burra? ―farfullé―. ¡Tú me sacaste de la calle como un asesino en serie! ―Y ya me he disculpado, a pesar de que deberías darme las gracias. Acabo de salvar tu vida, dulzura. Anonadada, lo único que pude hacer fue mirarlo fijamente. Luego reaccioné. ―Estás loco. ―Soy un montón de cosas, pero hoy soy tu jodida gracia salvadora. ―Vaya. Eres tan increíblemente modesto ―dije―. Voy a cocinarte unas malditas galletitas14. Esa sonrisa se extendió hasta convertirse en una que podría detener corazones a lo largo del país. ―Me gustan las galletas de azúcar. Con azúcar extra por encima. ―Oh, jod… ―Estabas a punto de entregarle tu culo a un antiguo, Ivy. Te detuve ―dijo, lo que demostraba que sabía que mi nombre no era Merida o como diablos me llamó―. Sé que eres todo un paquete sexy patea-culos, pero no estás lista para enfrentarte a uno de ellos. Abrí la boca, pero dos cosas hicieron que volviera a cerrarla. En primer lugar me llamó paquete sexy patea-culos y realmente sonó como un lindo cumplido. Pero lo más importante, llamó al hada un antiguo más de una vez y eso superó la neblina de furia. Lo miré, más calmada. Esta frase se utiliza en tono de burla para señalar que la persona necesita una cura mental. Representa las galletas que le regalas a alguien porque está enfermo o convaleciente. 14

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―¿Realmente es un antiguo? ―Sí. Mi ritmo cardíaco se aceleró. ―¿Cómo... ¿cómo lo sabes? ―Lo sé. ―No te conozco lo suficiente para empezar a confiar en ti o en lo que estás diciendo ―le dije―. Así que una pequeña pista estaría bien. ―No te estoy pidiendo que confíes en mí. ―Inclinó la cabeza de lado mientras su pulgar se deslizaba en el interior de mi muñeca haciendo pequeños círculos―. Lo que quiero decir es que el hada que conociste anoche y estabas siguiendo ahora, no es normal. Es un antiguo y no es el único. ―¿Cómo lo sabes? ―repetí. Pasó un momento. Un músculo saltó en su mandíbula. ―¿No se supone que te debes tomar tiempo libre? ¿Qué estás haciendo aquí? No creo que hayas venido hasta acá a cazar cuando no hace ni veinticuatro horas te estabas desangrando entre mis botas. ―No has respondido mi pregunta. ―Hice una pausa―. Y no es cierto que sangré en tus preciosas botas. ―Estabas sangrando bastante. ¿Cómo te sientes? ―Su pulgar seguía moviéndose. ―Obviamente no estoy muerta ―le contesté―. Dime por qué estás diciendo que es un antiguo. David dijo… ―Déjame adivinar. ¿Dijo que era muy poco probable que se tratara de un antiguo porque no se ha visto ninguno en décadas, o siglos? Por supuesto que lo dijo. ―Su mirada se desvió a la acera donde se oyó un grito en la distancia―. No me creerías si te lo dijera. La frustración me atravesó. Sin previo aviso soltó mis muñecas y dio un paso atrás. Mi cuerpo se estremeció por la ausencia del contacto. Estaba frente a mí y observé que su brazo derecho estaba cubierto de tatuajes. Nada parecido a lo que los miembros de la Orden se tatuaban en la piel. No había suficiente luz para verlo en detalle pero parecía una vid que se entretejía hacia abajo desde el antebrazo hasta la mano, desapareciendo entre el pulgar y el índice. Ren se puso en guardia esperando que lo atacara, pero me las arreglé para abstenerme.

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―Tienes que ir a casa, Ivy. Me quedé con la boca abierta. ―Hay que mandarte a revisar la cabeza si crees que me puedes decir lo que tengo que hacer. Esa curva lenta de sus labios se asomó otra vez, formando una sonrisa devastadora que mostraba los hoyuelos. ―Si no te vas a casa, voy a llamar a David y decirle que estabas aquí cazando. Ahora la mandíbula se me cayó hasta el suelo. ―No te atreverías. ―Hmm. Me pregunto cómo reaccionaría. No parece ser del tipo que tolere a las personas que desobedecen sus órdenes. David probablemente haría un berrinche. Demonios, ya podría estar en el proceso si Trent lo había llamado, ¿y si además recibía una de Ren? Suspendería mi culo, tal vez incluso me despediría y yo... Realmente no tendría nada sin la Orden. Y lo odiaba por usar eso contra mí. ―Eres un idiota. Sus ojos perdieron algo de humor. ―Sabes, me han llamado así una o dos veces. ―No me sorprende. ―Sin decir adiós me di la vuelta y caminé por la acera regresando hacia Bourbon, pero me detuve cuando me acordé de los malditos buñuelos que le había prometido a Tink. Si llegaba a casa sin buñuelos, probablemente me tusaría el cabello mientras dormía. Suspirando, me volví en dirección contraria y me dirigí hacia el Café Du Monde. A esta hora de la noche el lugar estaría lleno. ―¿Adónde vas? ―preguntó Ren a mis espaldas. Maldije en voz baja. ―No es que sea de tu incumbencia, pero voy a comprar buñuelos. ―¿Ahora mismo? ―Se puso a caminar a mi lado―. ¿Son realmente tan buenos? Mirándolo incrédula, moví la cabeza despacio. ―¿Todavía no los has probado? Es lo primero que hace todo el mundo cuando viene a Nueva Orleans.

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―No. ―Echó un vistazo a la acera y frunció el ceño cuando vio a una pareja que estaba a punto de hacer un bebé en la calle―. No he tenido mucho tiempo. Le preguntaría por qué, pero no quería hablar con él. No me diría cómo supo que el hada era un antiguo, ni nada que valiera la pena. Ni siquiera sabía si creerle. Si David desestimaba esa amenaza como real y Trent pensaba que tenía un tornillo suelto, ¿por qué Ren, un completo desconocido, era el único que creía que los antiguos estaban aquí? No habló mientras caminábamos al café y yo hice mi mejor esfuerzo por ignorarlo. Pero es difícil fingir cuando un espécimen de un metro noventa y tres camina a tu lado. Esperó en la línea jodidamente larga bajo las malditas luces brillantes. Una presencia tranquila a mi lado. Por lo menos tuve la oportunidad de ver más del tatuaje. Lo que viajaba por sus brazos era una red de vides intrincadas en tonos profundos de verdes y grises. El diseño, de trenzados complejos, me recordaba un nudo celta. La vid se curvaba en la parte superior de la mano y entre los dedos. No recordaba haber visto un tatuaje así. Cuando pedí dos órdenes, Ren me miró con curiosidad. ―Estoy súper hambrienta ―murmuré. Sonrió. Nuestros pedidos estuvieron listos al mismo tiempo y fue raro la forma como salimos juntos, como si realmente estuviéramos juntos. Una parte de mí quería ver su reacción cuando mordiera el primer trozo de buñuelo. La primera vez siempre era una experiencia para atesorar. Pero no éramos amigos. Apenas nos conocíamos y prácticamente me había secuestrado. Apretando las tiras de la mochila cambié el peso de un pie al otro y lo miré. ―Bueno, te veré por ahí. No dijo nada pero inclinó la cabeza. Por un momento me pregunté qué habría pasado si nos hubiéramos conocido bajo... bueno, en circunstancias normales. Como en una clase de Loyola. Me habría gustado conocerlo mejor para ver hasta dónde llegaba ese tatuaje, pero no éramos normales y esto era incómodo. Suspirando, me di la vuelta. ―¿Ivy? ―gritó. Como obligada, giré sobre mis talones.

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Ren se irguió en toda su estatura fuera de la luz de la cafetería al otro lado de la acera. ―No hagas nada estúpido. Vete a casa. Ponte a salvo. Luego se marchó, desapareciendo entre el grupo de personas que cruzaban la calle. *** Con pocas horas de sueño antes de mi clase en Loyola, estaba irritable, sobre todo porque no había tomado la pastilla para el dolor. No quería babear más de lo normal. En días como estos, recuperándome de una herida de bala y con pocas horas de sueño, me preguntaba lo mismo que Val. ¿Por qué carajo iba a la universidad? Podría estar en la cama, toda acurrucada y, mierda, soñando con hombres sexys y abdominales espolvoreados con azúcar. Bueno. Eso sonó bastante raro. Pero tenía dos clases el viernes, Filosofía y Estadística. La primera no me importaba y en realidad era interesante. Cuando se trataba de Estadística, prefería arrancarme las pestañas con un alicate oxidado. Tuve la oportunidad de tomar un bocadillo antes de Estadística y me obligué a regresar a mi asiento. Mientras esperaba al profesor, lo que requería tiempo porque hasta él le temía a la clase, mis pensamientos volvieron a la noche anterior, a Ren. Una cosa que me había mantenido despierta casi toda la noche fue que no le pregunté por qué estaba siguiendo al que, según él, era un antiguo. Y tenía que ser una antiguo. Había estado tan enojada por el secuestro y tan intrigada porque había reconocido que el hada era un antiguo, que no le había preguntado qué demonios estaba haciendo. Lo único que pude concluir fue que Ren estaba cazando al antiguo, pero qué hizo… ―Te ves como la mierda hoy. Me volví hacia la izquierda y vi como Jo Ann Woodward se dejaba caer en el asiento de al lado. ―Gracias. Ahora me siento mucho mejor. Ella se rio en voz baja mientras sacaba el enorme libro de Estadísticas de su bolsa y se metía el grueso cabello color almendra detrás de una oreja.

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―Eso estuvo mal de mi parte. ―El libro aporreó el escritorio, era tan grande y pesado que seguro podría usarlo como arma mortal―. En serio, ¿te sientes bien? Me gustaba Jo Ann. La conocí en mi primer año de Loyola en la clase de Introducción a Psicología y de inmediato me llevé bien con la morena llena de curvas. Era realmente dulce, como una fresa sumergida en azúcar. Una de esas escasas personas que honestamente no tienen nada malo que decir de nadie, era el tipo de persona que quería ser la mejor amiga. Y cuando estaba con ella me sentía... normal. Esa sensación era extraña y no tenía precio. Aunque Jo Ann y yo habíamos compartido muchas clases por la noche y habíamos salido juntas un par de veces, realmente no sabía lo que yo hacía o lo que era. Mantener la Orden en secreto ponía un enorme muro entre nosotras que, sin importar lo cercanas que llegáramos a ser, nunca violaría. Y eso apestaba. Echando un vistazo a las notas que había tomado el miércoles, sacudí la cabeza. ―Creo que ayer tuve un virus estomacal o algo así. ―Que mentira―. Me siento mejor. ―Eso no era mentira. No me estaba muriendo de dolor, pero mi estómago estaba sensible. ―¡Oh no! ¿Necesitas algo? ―preguntó y los ojos marrones le crecieron hasta parecer mini naves espaciales. Por alguna razón Jo Ann tenía la creencia de que yo necesitaba una madre. No de una manera prepotente pero le preocupaba que viviera sola en la ciudad. Sabía que mi familia había desaparecido. Incapaz de decirle la verdad, me fui por el confiable y trágico accidente de auto. ―Estoy bien. Te lo prometo ―dije mientras miraba el reloj. Dos minutos tarde. Tal vez tendríamos suerte y el profesor no aparecería. Jo Ann me observó mientras le daba vueltas a la pluma entre los dedos. ―¿Estás segura? Puedo hacer una excelente sopa de pollo. Recién salida de la lata. Me reí. ―Sí, estoy segura. Ella sonrió. ―¿Quieres comer algo antes de que me vaya a trabajar?

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Jo Ann trabajaba en un centro de rehabilitación, demostrando que estaba cercana a la santidad. Casi le dije que sí pero recordé que tenía que ir al Quarter para la reunión semanal. Me decepcioné un poco. ―No puedo. ¿Tal vez este fin de semana? Sus labios se separaron en una gran sonrisa. ―Sí, sólo envíame un mensaje de texto. Me voy el domingo. Al fin nuestro profesor encontró el camino a clase y de nuevo parecía dormido la mitad del tiempo. No estaba muy segura de haber aprendido nada y aún no entendía para qué servía. Salí de la clase con Jo Ann, ignorando la punzada en mi costado mientras luchábamos para atravesar el pasillo atestado. ―Por cierto ―dijo empujándome del brazo―, me gusta tu cabello así. ―¿Eh? ―Lo tienes suelto ―señaló―. Nunca lo llevas suelto. Se ve bien así. ―Oh. ―Sintiéndome muy cohibida, subí la mano para meter los dedos entre los rizos. Estábamos llegando a las escaleras―. Realmente no hice nada. Esa parte era cierta. Me había duchado y lo había dejado secar al aire mientras me comía las sobras de los buñuelos. Jo Ann se echó a reír. ―Entonces debes hacer nada más a menudo. Tú... ―Estuvo a punto de chocar con la barandilla mientras bajábamos las escaleras. ―Oye ¿estás bien? ―pregunté. Sus mejillas naturalmente bronceadas se pusieron rojas y parecía incapaz de formar palabras. Un momento después entendí por qué. Subiendo por las escaleras estaba el futuro esposo de Jo Ann. Excepto que Christian Tran no lo sabía. Escondí una sonrisa cuando dimos vuelta en el rellano y él miró hacia arriba. Gorra de béisbol negra y vuelta al revés sobre una mata de cabello negro encrespado. Sus ojos oscuros se volvieron cálidos y amables cuando aterrizaron sobre Jo Ann. ―Hola ―dijo. Jo Ann pitó. Así sonó su respuesta. Era todo lo pudo hacer mientras Christian continuaba subiendo las escaleras. Los dos trabajaban en el centro de rehabilitación

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pero en horarios distintos. No sabía mucho de él. Joder, ni siquiera sabía si estaba solo o si al menos le gustaban las chicas, pero ella estaba locamente enamorada. La agarré de la mano para arrastrarla por las escaleras. ―De verdad necesitas hablar con él. Tenía los ojos desorbitados del pánico. ―No puedo. Acabas de verlo. Sucede cada vez que intento hablar con él. Sueno como Beaker15. Echando la cabeza hacia atrás me reí como una hiena. ―Oh por Dios, suenas absolutamente como Beaker. ―Lo sé. ―Se lamentó―. Probablemente piensa que no puedo hablar. ―Él sabe. ―Quería darle un mejor consejo, más útil, pero estaba tan fuera de tema cuando se trataba de citas. Anoche fue lo más cerca que he estado en mucho tiempo del sexo opuesto. En el momento en que pensaba en Ren, me ponía al mismo tiempo enojada y… alguna cosa más. No había palabras para describir esa cosa. Mi corazón hacía rarezas como saltar. Por eso no quería pensar siquiera en su nombre. Exasperada conmigo misma me perdí la mitad de lo que Jo Ann estaba diciendo y tenía que apurarse para llegar a tiempo a su siguiente clase. Como siempre, me abrazó con fuerza como si nos hubiéramos conocido desde que estábamos en pañales. Antes de irme le prometí enviar un mensaje de texto el fin de semana. Tomé un tranvía al French Quarter y, para matar el tiempo, fui a Aunt Sally’s Shop a comprar una caja de almendras garrapiñadas para Tink. No es que necesitara más azúcar en su pequeño cuerpo, pero sabía que lo haría feliz. Metí la caja en mi mochila y caminé hacia Decatur. Comenzaba la noche del viernes y las calles estaban atestadas. Las hadas estarían por todas partes. No me sentaba bien el no poder cazar, especialmente sabiendo que podía hacerlo sin salir herida. Mama Lousy estaba bastante concurrida cuando pasé y me asomé. Jerome estaba detrás del mostrador, mirando tan malhumorado como si fuera un viejo sentado en el porche observando a los niños correr sobre su césped. Estaba retirado de la Orden desde hacía diez años y realmente era malo cuando se trataba de trabajar en la tienda. Jerome no era sociable. 15

Beaker: es un personaje de los Muppets de The Muppet Show.

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Sonriendo, lo saludé desde afuera. Me frunció el ceño mientras alguien caminaba hacia el mostrador y ponía sobre él una falsa calavera. Entré por el costado. Subí un par de escalones y miré hacia abajo, el alivio me inundó cuando vi que los escalones no estaban cubiertos de sangre. Eso habría sido asqueroso. La puerta en lo alto se abrió a los diez segundos de haber tocado el timbre. Esperando encontrar a Harris cuando entré, contuve una sonora maldición cuando me topé con Trent. Me dedicó una media sonrisa. ―Oh, por Dios. Es la perra loca. Arqueé una ceja. ―Ah, por Dios. Qué poco original. ―Me desvié para esquivarlo, pero se movió para enfrentarme. Mi paciencia colgaba de un hilo―. Estoy sorprendida de que aún estés caminando. Dos puntos rojos florecieron en sus mejillas. ―Estoy sorprendido de que aún te dejen entrar en la Orden después de que esparcieras esa locura de mierda. Tenía las palabras en la punta de la lengua pero me faltaba paciencia y no quería darle otro rodillazo en las bolas. Así que me portaría bien y me alejaría. Como un adulto. Estaría tan orgullosa de mí misma si lo lograba. Me moví de nuevo pero él se movió al mismo tiempo y esta vez puso una mano en mi hombro. Pesaba, y con la palma atrapó varios mechones de cabello, jalándolos. Nuestras miradas se trabaron y supe que estaba a segundos, no sólo de darle un rodillazo en la entrepierna, sino de asegurarme de que no tuviera descendencia. Una sombra atravesó el rostro de Trent y quitó la mano, retrocediendo un paso. Tal vez leyó en mi cara su castración inminente. Pero una profunda voz familiar llenó la habitación. ―¿Todo bien, Ivy? Mis músculos se tensaron cuando me di cuenta de que Ren estaba detrás de mí y no había sido mi expresión feroz la que había detenido a Trent. Quería darme la vuelta, pero no le daría la espalda a Trent. Y tampoco estaba enteramente cómoda con Ren a mis espaldas. Estaba atrapada entre un idiota y un sexy raro que posiblemente también era otro idiota.

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―Todo color de rosa. ―Eso parece. ―Trent arrastró las palabras. Su mandíbula se trabó y sabía por sus mejillas moteadas que quería decir algo más pero asintió secamente mirando a Ren. Qué mierda. ¿Por qué la masculinidad superior de Ren le infundía respeto cuando a mí me conocía desde hacía tres años? A veces odiaba a las personas. ―No creo que todo esté bien ―comentó Ren mientras yo contemplaba la retirada de Trent. Sin tener idea de qué pensar cuando se trataba de Ren, me volví hacia él. Ese apretón profundo en mi pecho estaba ahí de nuevo, un sentimiento con el que no estaba muy contenta. Pero era el hombre mortal más sexy que había visto. ¿Y el tatuaje? Con la camiseta de manga corta no se podía perder el intrincado dibujo envolviendo su bíceps y el poderoso antebrazo. Deslicé la mirada a la belleza angelical de su rostro. Dios, me estaba convirtiendo en alguien increíblemente superficial. Los brillantes ojos verdes danzaron cuando se encontraron con los míos y los labios se curvaron con diversión. Fue cuando me di cuenta de que estaba esperando mi respuesta. ―¿Qué? La sonrisa de suficiencia se extendió hasta que aparecieron los hoyuelos. ―Sólo estaba señalando amablemente que no parece estar todo bien. Oh. No lo había escuchado. Necesitaba algo de que agarrarme. ―¿Qué te hace pensar eso? Cambió el peso de las piernas y dobló los brazos sobre el pecho. ―Probablemente tiene que ver con el hecho de que el imbécil te llamó perra loca. ―Lo que sea. ―Hice un gesto de desdén―. No es nada. ―¿No? ―Una ceja oscura se levantó―. Parece que podría ser más que nada, especialmente si salió de esa sala. ―Ren asintió hacia las puertas de madera donde la reunión tomaría lugar y por las que Trent acababa de desaparecer―. Y estaba hablando. Me tensé y sentí como el estómago se encogía. ―¿Hablando de qué?

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―Acerca de lo que viste la noche del miércoles y lo que sucedió. Se lo decía a toda una habitación llena de gente. ―Los ojos de Ren se encontraron con los míos―. El líder de tu filial está allí adentro. A duras penas pude ocultar la mueca de dolor, luché para mantener la expresión en blanco. Pero creo que no funcionó porque una sombra de compasión cruzó su apuesto rostro. Aparté la mirada y apreté la tira de mi mochila. ―No creo que sea sabio de tu parte hablar tan abiertamente de lo que viste ―me aconsejó Ren por lo bajo. Enderecé más mi columna. La retrospectiva era una perra. Por supuesto debí mantener la boca cerrada cuando le escupí todo a Trent, pero no necesitaba que Ren me lo restregara. ―Gracias, pero no te pedí tu opinión. Después de un momento Ren suspiró. Dio un paso para quedar frente a mí queriendo decir algo más, pero nunca tuvo la oportunidad. La puerta de la sala de reuniones se abrió y David salió disparado dejando que la puerta golpeara detrás de él. Ren se volvió en ese momento soltando los brazos y ampliando su postura en una extraña actitud de protección. Realmente no podía decir de qué humor estaba David porque se veía como siempre. Enfurecido como el infierno. Sin embargo me preparé. Si Trent había estado abriendo la boca después de que David me dijo que me quedara callada, sabía que no iba a ser lindo, especialmente si la piel oscura de sus ojos se arrugaba de tanto entrecerrarlos. David se detuvo frente a mí, sus ojos marrones se movieron de Ren a mí. ―De hecho estoy contento de que ambos estén aquí. ―Completamente confundida por esa declaración, subí la barbilla cuando la mirada del líder de la Orden se encontró con la mía―. No necesitas estar en la reunión. Abrí la boca. ―¿Qué? ―Te dije que mantuvieras la boca cerrada. ―Su mirada se endureció―. No lo hiciste. Era un trabajo, Ivy. Y fallaste. Mi nuca ardía. Que David me dijera eso en cualquier momento apestaba, pero con audiencia, y que esa audiencia fuera Ren, hizo que quisiera tirarme por el balcón y, conociendo mi suerte, terminaría en un charco lleno de orina. Pero lo que David estaba diciendo no era justo.

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―Sólo lo dije porque Trent ya… ―No te pedí excusas ―disparó de vuelta―. No importa lo que dijo Trent. Sabes que está lleno de mierda la mitad del tiempo y debiste dejarlo así. Eso era mierda, pero antes de que pudiera decirlo claramente, Ren intervino. ―Parece que el asunto es con Trent y no con Ivy. Sorprendida, lo miré. Considerando el hecho de que no había sido relativamente amable con él en ningún momento desde que lo había conocido, la última cosa que esperaba era su defensa. ―Y no te pedí tu opinión, ¿o sí? ―La mirada de David se clavó en él. Ren le dedicó una media sonrisa. En parte presumida y en parte satisfecha. ―Lo que quiero decir, y es la opinión de alguien de fuera, es que si él trajo la mierda a colación, ¿cómo va a ser culpa de Ivy? Acababa de ganarse puntos de genio. ―Totalmente de acuerdo con esa declaración. ―La cosa está así. Tengo a cuarenta y cinco miembros de la Orden en una habitación cotilleando como un montón de viejas, ¡y el maldito aire acondicionado no funciona! La mitad piensa que a Ivy le falta un tornillo y la otra mitad, que tenemos a un jodido antiguo corriendo por ahí. Trent no habría soltado la mierda antes de la reunión si Ivy no le hubiera aplastado las bolas. Literalmente. Mis ojos se ampliaron. Sus ojos se entrecerraron hasta que sólo se vio una delgada línea marrón. ―Sí, sé eso también. Quería presentar una jodida queja contra ti. Eres malditamente afortunada de que odie el papeleo y ya tuve que presentar una esta semana por tu trasero. ―Tuviste que presentarla porque me dispararon, porque tal vez sí tenemos a un antiguo en las calles ―dije, luego me volví para mirar a Ren con las manos haciendo puños en los costados. Nuestras miradas se trabaron, esta era la oportunidad perfecta para hablar, para que dijera lo que me había dicho la noche anterior. Silencio. Esperé, esperé a que Ren dijera lo mismo que me dijo anoche cuando espié a la misma hada que me disparó. Que él evitó que persiguiera. Esperé mientras escuchaba una explosión de risas en la habitación donde estaban los miembros de la Orden y me dije que las risas no tenían nada que ver conmigo. Esperé.

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Ren no decía nada. Pasó otro medio minuto. Aspiré una bocanada de aire cuando me golpeó la comprensión. Un músculo empezaba a pulsar a lo largo de su mandíbula mientras los segundos pasaban. No iba a decir ni una maldita palabra, nada que me apoyara. El ardor que viajaba por mis mejillas se profundizó. Entendí. La rabia se levantó, junto con otro estúpido sentimiento. Me sentí herida y eso era estúpido. No lo conocía y no tenía ninguna razón para confiar en él. David se rascó la mandíbula. ―Tú, por otro lado, sí necesitas meter tu trasero tan pronto como terminemos con esta molesta conversación. Los otros miembros de la Orden necesitan conocerte para que no intenten matarte por error. ―Luego se volvió hacia mí y los bordes duros de su expresión se suavizaron―. Sé que te saqué de rotación hasta el próximo miércoles, pero no puedo prescindir de nadie así que necesito que le muestres a Ren los alrededores de la ciudad. No vas a cazar. Si te encuentras con un hada, él lo manejará. Tú básicamente serás su sombra y te asegurarás de que sepa las rutas. Empezarás mañana por la noche. Oh diablos. ―Suena bien para mí ―dijo Ren. Oh… y un demonio que lo haría. Retrocedí un paso, asustada de convertirme en una ardilla rabiosa. ―No puedo hacerlo. Ren me miró bruscamente. ―No tienes voto en esto, Ivy. Deja que eso te penetre un segundo antes de que digas lo que estás a punto de decir ―respondió David con calma. Mis manos se convirtieron en puños. De nuevo. ―¿Estás dejando que te penetre? ―preguntó él. Hombre, estaba penetrándome mucho. David me estaba dando una orden directa, lo cual quería decir que si me rehusaba, cometía infracción contra la Orden. Y significaba que tendría un reporte formal. Si tenías tres te echaban, te quitaban tu tatuaje y también las protecciones. Eran así de duros. Holly y Adrian estarían muy decepcionados de mí si eso sucediera. Lo mismo Shaun, porque ninguno había desobedecido a la Orden en ningún punto de sus vidas, pero yo ya lo había hecho una vez y ellos habían tenido que pagar el precio con sus vidas.

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Tanto como odiaba la idea de tener que hacer lo que sea con Ren, especialmente después de que me dejó sola bajo el camión blindado con eso del antiguo, no podía deshonrar el recuerdo de aquellos que quemaban dentro de mí. Desobedecer a la Orden por algo tan simple sería exactamente eso. ―Lo entiendo ―dije con voz ronca. David no se veía tan emocionado, ignoro la razón. ―Bien. Encuéntrate con él aquí, mañana a las cinco. Ya no eres necesaria esta noche. Hubo un latido de silencio espeso y luego Ren exhaló suavemente. Una de las cosas más difíciles que he hecho jamás fue alejarme de Ren y David con la espalda recta y la barbilla alzada, pero lo hice y lo hice sin siquiera mirar atrás. Reuní lo que quedaba de mi orgullo destrozado y salí antes de que esos pedazos frágiles de control se rompieran. *** Mi teléfono celular sonó dos veces en el momento en que abrí la puerta de mi casa y tiré otro montón de cajas de Amazon en la mesa. Parte de mí no quería ver, pero cuando saqué el teléfono de mi mochila vi que eran mensajes de Val. ¿Te disparó un antiguo? ¿Pensabas que fue un matón?

Ese era el primer mensaje. El segundo mensaje decía: Necesitas llamarme amiga, xq todo el mundo está hablando mierda.

Necesitaba hablar con Val, pero en este momento no tenía ganas. Le devolví el mensaje de texto diciendo que la llamaría mañana y me sentí aliviada cuando me respondió está bien. Suspirando cerré la puerta de un codazo. La televisión estaba a diez decibelios, demasiado alta, con una de las películas de Crepúsculo, tal vez Luna Nueva. Tink no se veía por ningún lado así que caminé por el suelo de madera y recogí el control remoto para bajar el volumen. Colocándolo de vuelta en el viejo baúl convertido en una mesita de café, jadeé cuando vi el sofá. Una muñeca troll con cabello verde brillante se asomaba detrás del cojín de color canela y su cara, color loción bronceadora, estaba congelada en una amplia sonrisa. También estaba desnuda.

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A veces Tink hacía eso. Colocaba las malditas muñecas en extraños lugares para que las encontrara y me asustara. La cogí y luego caminé por el pasillo hasta la cocina. Tink estaba sentado en la isla con las piernas cruzadas frente a mi laptop. Suspiré. Otra cosa más a la que necesitaba cambiarle la contraseña. Estaba tan sumergido en lo que sea que estaba mirando, que ni siquiera me escuchó acercarme. Me incliné y le soplé en la espalda desnuda. Gritó y se disparó al aire aleteando rápidamente, daba vueltas con los brazos en posición de kung fu. A pesar de la noche de mierda, no pude ocultar una risa burbujeante. Tink relajó las manos, las puso sobre el pecho e inhaló varias respiraciones profundas. ―Me está dando un infarto por tu culpa. Puedo sentirlo aquí, en mi pecho. Y es de los grandes. ―Se puso las manos en la frente y se tambaleó hacia atrás―. Oh no. Está sucediendo. Estoy a punto de morir. Le arrojé la muñeca. ―Deja de tirar estas cosas por toda la casa. Se ven espeluznantes. La atrapó cayendo ligeramente con el repentino peso. ―Yo no hice nada. Te dije que son ellas. Vuelven a la vida cuando estoy durmiendo. No es mi culpa. Puse los ojos en blanco y miré la laptop. ―¿Por qué tienes una de las películas de Crepúsculo en la sala de estar y a Harry Potter en mi laptop? ―Estoy haciendo una investigación. ―Aterrizó frente a mi computadora y puso a la muñeca en la esquina superior de la pantalla―. Una investigación importante. ―De acuerdo. ―Me dirigí a la mesa y alcé los hombros para quitarme la mochila. Tink se acercó y revoloteó a mi lado. ―¿Cómo estuvo tu día, dulzura? Sonreí sin ganas y dejé caer la mochila en el asiento. Luego la abrí. ―No fue de los mejores. Inclinó la cabeza a un lado. ―¿Quieres contarle al doctor Tink?

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―Pensé que no te gustaba el nombre. ―No cuestiones mis inconsistencias. Me tuve que reír. ―En realidad, no quiero hablar de eso. ―Saqué la caja de dulces―. Pero tengo almendras garrapiñadas. Por la forma en que reaccionó, cualquiera pensaría que había sacado un puñado de brownies desnudos dispuestos a vivir para servirlo. Emocionado, zumbó por toda la cocina a tal velocidad que me preocupé de que fuera a estrellarse contra una de las ventanas. Eventualmente se calmó y terminamos de ver lo que resultó ser Eclipse, después vimos La Orden del Fénix, para lo que sea que estuviera investigando y que no estaba dispuesto a compartir. Estuve de acuerdo con la distracción. Evitó que pensara en todo lo ocurrido y lo que tenía que hacer mañana. Me dormí poco después de las nueve, como perdedora total, pero me comí cinco almendras garrapiñadas más antes de meterme en la cama y mi estómago no apreció la sobredosis de dulzura. Incapaz de dormirme y forzándome a mantener mi mente libre de toda la mierda, agarré una gastada novela de mi mesita de noche, Rule. Un poco después de las diez me pesaban demasiado los ojos para mantenerlos abiertos. Bajé la novela, apagué la luz y me volví de costado. No supe cuándo me dormí, pero abrí los ojos parpadeando al sentir que mi habitación estaba iluminada con un brillo suave. Me tomó un par de segundos procesar que sólo tenía dos luces en mi cuarto. La del techo, que era mucho más brillante, y la lámpara de la mesita de noche que había apagado. Pensando que de nuevo Tink estaba haciendo algo raro y se había metido en mi cuarto, empecé a volverme sobre la espalda esperando encontrar otra maldita muñeca en la almohada de al lado, pero mi cadera golpeó algo tibio y duro. Me congelé. Mi corazón se saltó un latido. Algo estaba allí, algo que era demasiado grande para ser Tink. Luego se movió y ya no estuvo contra mi espalda. El instinto se disparó y me volví completamente para sentarme. Un déjà vu me golpeó, pero esta vez no estaba en el callejón. Estaba mirando un par de ojos color hierba de primavera. Hijo de perra.

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Capítulo 5 P

arte de mi cerebro no entendía lo que estaba haciendo en mi apartamento, en mi cama y con una media sonrisa que revelaba su profundo hoyuelo.

¿Estaba soñando? Inclinó la cabeza hacia un lado y varios rizos color castaño rojizo cayeron sobre su frente. ―¿Haces mucho eso? ¿Lo de mirarme y no hablar? Síp, no estaba soñando. Mi instinto seguía en alerta. Saqué las piernas de debajo de la sábana y rodé de nuevo. Patear traseros primero y preguntar después. Haciendo caso omiso del tirón de los puntos de sutura, lancé los pies al pecho de Ren. Lo golpeé, pero se detuvo antes de caer. Se levantó en toda su estatura mientras yo saltaba en la cama y aterrizaba frente a él. ¿Cómo llegó aquí? ¿Había encontrado a Tink? Oh, Dios mío, ¿y si le había hecho daño? Me empecé a preocupar. Sin darle tiempo para recuperarse, giré en un pie y lo golpeé en el estómago con el otro. El gruñido de Ren me dijo que le había dolido. Me lancé hacia adelante para enterrar el puño en su apuesto rostro. Realmente apuesto rostro. Qué pena que iba a descomponerlo. Se movió como el relámpago capturando mi muñeca y usando mi impulso para girarme contra él. Un brazo se presionó con fuerza justo bajo mis pechos. ―Por Dios, Ivy, relájate. No necesitaba relajarme. Lancé el codo libre hacia atrás, golpeándolo en el estómago otra vez, pero ahora pude sentir exactamente lo fuerte que era. Sus abdominales ni siquiera se movieron. Iba a repetirlo, pero hizo algo que me

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molestaría hasta mi último aliento: Metió una pierna entre las mías, enganchando el pie alrededor de mi tobillo. Un segundo estaba luchando contra él y al siguiente caía de bruces. ―Mierda ―murmuré. No llegué al suelo. Controló mi peso y lo dirigió. Antes de darme cuenta estaba boca abajo y él sobre mí, con las rodillas a cada lado de mis caderas y las manos alrededor de mis muñecas sujetando mis brazos al colchón. Con la mejilla presionada contra la sábana y desde esa perspectiva, me di cuenta de que la puerta estaba abierta. La rapidez con la que me incapacitó una vez más fue humillante y estaba demasiado enojada para sentirme asustada. ―Si no me dejas ir, te vas a arrepentir. ―¡Jesús! ¿Esto va a suceder cada vez que nos encontremos? ―Si sigues haciendo estupideces como esta ¡claro que sí! Se movió para que su aliento cayera junto a mi mejilla. ―No estoy tratando de hacerte daño. ―Estás literalmente aplastándome. ―Traté de girar mis caderas, pero apretó las rodillas para mantenerme inmovilizada―. Lo juro por Dios, si no me dejas ir... ―Eres una luchadora, ¿no es cierto? ―Se rio entre dientes y eso me molestó aun más―. Mira, no he venido aquí para luchar. Necesito hablar contigo. ―Esta es una manera muy divertida de hablar. ―Intenté mover los brazos, pero todo lo que conseguí fue hacer más incómoda la posición―. ¿Cómo me encontraste? ―Vi tu archivo en la oficina de David. Mis dedos se cerraron en la sábana. ―Va a patearte el culo. Se rio de nuevo. ―No, no lo creo. Dios, tenía suerte que no pudiera poner mis manos sobre él. ―Si miraste mi archivo, entonces viste mi número de teléfono. Podrías haber intentado, no sé, llamarme como un ser normal.

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―Te llamé ―respondió, de nuevo su aliento agitó el cabello de mi sien. No había estado cerca de un chico desde… desde Shaun y, para colmo, fue la única vez que un tipo entró en mi apartamento―. No contestaste. Por un momento no podía recordar dónde estaba mi teléfono celular, pero luego recordé que lo había dejado en la cocina al lado de mi portátil. Empecé a retorcerme de nuevo. De repente apareció Tink en la puerta con… ¿qué diablos traía?... uno de esos sartenes para cocinar un huevo y lo sostenía sobre la cabeza como un hacha de guerra. Estaba un poco sorprendida de que pudiera cargarlo, pero Tink era musculoso para ser un individuo tan pequeño. Tenía un six-pack16, un six-pack de brownie naturalmente. Tenía el rostro contraído en un silencioso grito de guerra cuando entró en la habitación. Con los ojos abiertos, sacudí la cabeza. Por mucho que apreciara el esfuerzo, su interferencia no terminaría bien. Ese pequeño sartén no le haría nada. Afortunadamente Tink se congeló y bajó el sartén. Pasó un segundo y se alejó por la puerta. ―¿Ya estás calmada? ―preguntó Ren. Lo suficiente para atravesar con un clavo sus sorprendentes ojos verdes. ―Está bien. Admites que eres un ser espeluznante y miraste mi información personal pero, ¿cómo entraste? ―No creo que darle un pequeño vistazo a tu archivo me convierta en espeluznante. ―Sus dedos se deslizaron y me estremecí cuando los pulgares rozaron la parte interior de mis muñecas. Dios, si empezaba otra vez con esa cosa del pulgar, iba a enloquecer―. Pero para responder a tu pregunta, la puerta del balcón de la sala estaba sin llave. Así que técnicamente, no irrumpí. ¿Sin llave? Maldita sea. Ese tuvo que ser Tink. ―No irrumpiste, pero tenías que haber escalado una pared para llegar a ese balcón. ―En realidad, escalé las viñas. Maldita sea, eso… requería talento. Me negué a admitir que estaba un poco impresionada. Y hacía esa cosa con el pulgar que creaba una profunda e inquietante sensación que también era espeluznante. ―Así que miraste mis cosas, escalaste mi pared, entraste en mi casa, luego entraste a mi habitación y te sentaste en mi cama. ¿Y me viste dormir? Eso tiene un factor espeluznante escrito por todas partes. 16

Six-pack: Es una forma de decir que los seis músculos abdominales están muy marcados.

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―Pensé que a las chicas les gustaba ser observadas por un chico. Aquí estuve equivocado todo el tiempo ―respondió. Tink apareció de nuevo en el dintel de la puerta, sus alas se movían rápidamente y en las manos traía… ¿una honda? Oh dulce niño Jesús. ¿De dónde habrá sacado la honda? ¿De Amazon? No importaba. El brownie se había tomado el tiempo para pintarse la cara. Mitad roja, mitad azul. Parecía un fugitivo de la película Corazón Valiente. Articulé la palabra no. Levantó una mano. Creo que vi un dedo medio. ―¿Estás hablando con alguien? ―El apretón de Ren se aflojó mientras se volvía hacia la puerta. Se me detuvo el corazón, pero Tink se alejó antes de que Ren pudiera verlo. ―No ―le dije. Ren se quedó quieto. ―Ah. Sus rodillas se abrieron dejando libres mis caderas y las manos tocaban suavemente mis muñecas así que aproveché la distracción. Soltando los brazos, rodé mientras Ren maldecía. Me senté, haciendo una mueca cuando el movimiento rompió los puntos de sutura y envió una ola de dolor a través de mi costado, y tomando sus hombros, le di la vuelta para que cayera de espaldas y me senté a horcajadas. Metí la mano bajo la almohada y tomé la estaca de hierro que siempre estaba allí. Antes de que se moviera, coloqué el extremo muy puntiagudo contra su garganta, justo encima de una arteria muy importante. ―Inversión de roles, cerdo. Ren dejó caer los brazos sobre el colchón mirándome entre las pestañas imposiblemente gruesas. ―Ese movimiento fue muy sexy. ―Entrecerré los ojos―. Realmente eres Merida. ―¿Quién diablos es Merida? Torció la boca. ―La chica de la película Valiente con… ―El cabello rojo rizado. Gracias. En serio voy a apuñalarte. ―No tenía el cabello tan rizado ―argumentó―. Y además era sexy. Lo contemplé unos segundos.

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―¿Crees que un personaje de Disney puede ser sexy? ―¿Has visto a algunos de los personajes de Disney? ―Esa no es atractiva. Es la menos sexy de todos los personajes de Disney que conozco. ―No había visto la película pero recordaba su cara. La chica ni siquiera tenía tetas. ¿Por qué no decía que le recordaba a Ariel o algo así? Por otra parte Ariel era estúpida, renunció a su voz por un tipo. Sus cejas se levantaron. ―Pateaba traseros, por lo tanto era sexy. Mis dedos se apretaron en la estaca. Bueno. Así que Merida era una chica ruda. Supuse que eso era mejor que si me hubiera comparado con Belle, la víctima con Síndrome de Estocolmo. Ahora estaba extrañamente halagada. ―Esta conversación ha dado un giro extraño. ―Sí ―dijo arrastrando las palabras perezosamente y luego movió los brazos. Me tensé, pero no se movió para tocarme. Levantó la cabeza, apretando la parte vulnerable de su cuello contra la estaca y dobló con cuidado los brazos detrás de la cabeza―. Efectivamente. Molesta por su falta de miedo, fruncí el ceño. ―¿Cómodo? Su sonrisa se extendió, volviéndose francamente malvada. ―Mucho. ―No me llames Merida otra vez. ―Con la otra mano le presioné el pecho, luego me arrepentí. Buen Dios, eso sí era un pecho duro. ¿Tenía pectorales? Absolutamente. Mis ojos se desviaron al extraordinario tatuaje de su brazo derecho por un breve segundo antes de encontrar su mirada. Ren pareció considerar mi pedido. ―Dado que lo pediste amablemente, no voy a hacerlo de nuevo, pero tú puedes llamarme como quieras. ―¿Estás insinuándote? ―Impresionada, negué con un movimiento―. ¿Es de verdad? ―Mi mamá piensa que soy de verdad. Ignoré eso. ―¿Aunque tengas una estaca en la garganta?

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―También estás sentada sobre mí y, dulzura, si te deslizas un centímetro más abajo, las cosas se van a poner realmente incómodas. Mierda. ―O divertidas ―añadió. Sus labios hicieron esa curva lenta otra vez, como si saboreara el proceso de sonreír―. Te dije que encontré ese movimiento que hiciste jodidamente sexy. Pero no creo que estés ahí por eso. El sentimiento de inquietud volvió y no me gustó, ni siquiera sabía qué hacer con él así que lo deseché junto con su comentario. Necesitaba dirigir esta conversación de nuevo a lo que era importante. ―¿Qué haces aquí, Ren? ―Te lo dije. Tenía que hablar contigo y no quería esperar. ―Se humedeció el labio inferior y por un segundo atrapó mi atención—. Probablemente debí hacerlo. Veo que no te gustó mi visita improvisada, pero voy a ser un buen chico y simplemente me quedaré quieto. Basada en la forma en que brillaban sus ojos verdes dudaba que supiera cómo ser un buen chico. ―Sé que estás enojada conmigo ―agregó y frunció el ceño―. No sólo por esto, sino por lo de anoche. Apreté los dedos de la mano libre en el cuello de su camisa. Enojada no era una descripción exacta de cómo me sentía. ―Sé lo que vi el miércoles en la noche. ―No dije que no. ―Fuiste todo un hablador el jueves por la noche, pero no le dijiste nada a David. Me hiciste quedar como una tonta. ―Tampoco te hice quedar como nada de eso ―respondió―. Sin embargo, sí recuerdo haberte dicho que David no creía que hubiera un antiguo aquí. ―No hiciste absolutamente nada para apoyarme anoche. Ladeó la cabeza, sin inmutarse por la daga que tenía en la garganta. ―¿Por qué lo haría? Vaya. Sorprendida por su honestidad contundente aflojé la presión en el cuello de su camisa. ―Woow. ―Eso fue todo lo que pude decir―. Eres algo diferente. Sorprendido parpadeó con esas malditas pestañas y finalmente la sonrisa arrogante se desvaneció.

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―No entiendes. ―Por supuesto que no. Está bien que casi toda la Orden crea que exageré o lo inventé. Peor aún, es probable que piensen que estoy perdiendo la cabeza o algo así ―le dije. Apenas salieron las palabras cuando la verdad de mis expectativas me golpeó. Sabía exactamente por qué esperaba que Ren me apoyara esta noche. Debido a que Shaun lo habría hecho. Sin importar en qué locura me involucraba, me apoyaba. Pensar que Ren lo haría porque Shaun lo hizo era el colmo de la ridiculez. Conocía a Shaun de casi toda la vida y a Ren de un puñado de horas. No entendía por qué pensaba que un extraño sería como Shaun pero reconocí que era un gran error de mi parte. ―Lo que sea ―dije finalmente―. No es tu responsabilidad intervenir. Perdí la calma con Trent y abrí la boca. Eso es mi culpa. ―Pero dijiste que Trent ya sabía ―me desafió―. ¿No te parece extraño? Negué. ―No. Creo que Harris tiene una boca todavía más grande que la de Trent y la mía juntas. Ren no respondió. Pasó un momento. ―Espera. ¿Cómo sabes que Trent lo sabía? Su mirada me encontró y sostuvo la mía. ―Dijiste algo ayer por la noche después de que evité que te mataran. ¿Dije algo sobre Trent? Busqué en mis recuerdos pero realmente no podía estar segura de haberlo hecho. Cautelosa, lo miré. ―¿Por qué debería confiar en ti? ―No tienes una razón para confiar en mí, Ivy. Pero, ¿sabes qué? No te lo he pedido ―dijo, repitiendo las mismas palabras de anoche. Luego se movió. Tomando mi muñeca apartó la estaca de su garganta y me giró sobre la espalda antes de que pudiera tomar un aliento. Arrojó la estaca en la cama junto a mí y se alejó, deteniéndose en mi tocador. Me levanté y recogí la estaca de la cama. Respirando agitada, me moví a fin de que él estuviera de espaldas a la puerta por si Tink intentaba otro rescate.

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Ren abrió la boca, pero su mirada bajó y cerró la mandíbula. Podría estar experimentando una sequía épica cuando se trataba de momentos de diversión con chicos, pero no estaba ciega. Esos brillantes ojos verde bosque estaban recorriéndome de una manera lenta y evaluadora. Fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba ropa de dormir. Tanto los pantalones cortos como la parte superior de la blusa eran finos, especialmente la parte superior. No tenía que bajar la mirada para saber que notaba esa determinada parte de mi cuerpo, dado que la habitación estaba fría. Inmediatamente quise cruzar los brazos sobre el pecho pero me negué a demostrarle que estaba en absoluto preocupada por su mirada descarada. El calor recorrió mi cara. Mis brazos literalmente se estremecieron por el control que ejercí para mantenerlos alejados. ―¿Ves algo que te guste? ―pregunté. ―Ah, sí. ―Su voz se había profundizado y un escalofrío recorrió mi piel―. Apuesto a que tu novio es un hombre feliz. ―Mi novio está muerto ―solté antes de que pudiera contenerme. Los ojos de Ren encontraron los míos. Por un momento no habló y sentí que mis mejillas ardían aun más. ―Realmente lamento escuchar eso. Apreté los labios. ―¿Era parte de la Orden? ―preguntó en voz baja. Por alguna razón, me encontré asintiendo. Sus labios se abrieron lentamente. ―¿Fue reciente? Negué. Ni siquiera sé por qué respondía a sus preguntas de manera no verbal. Val era la única persona con la que hablaba de Shaun. Mi lengua empezó a moverse. ―Fue hace tres años. Algo brilló en su rostro, pero antes de que pudiera entender lo que era ya no estaba. ―Tienes veintiún años, ¿verdad? ―Le diste algo más que una ojeada a mi archivo. Hizo caso omiso. ―Tendrás veintidós en diciembre, si no recuerdo mal.

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Bajé la estaca una fracción. ―Vaya. Está bien. ¿Cuántos años tienes? ―Veinticuatro. Mi cumpleaños acaba de pasar, pero me encanta recibir regalos tardíos. ―Me lanzó una rápida sonrisa que no llegó a los ojos―. Fue tu primer amor entonces. Retrocediendo como si me hubieran dado una patada en el pecho, parpadeé. Lo que dijo no era una pregunta sino una afirmación y me preguntaba si tenía un anuncio de dicha información escrito en la frente… o en mis pechos. Una nueva ola de ira me recorrió. ―Eso no es de tu incumbencia y dudo que sea relevante para cualquier razón por la que estás aquí. ―Tienes razón. ―Levantó una mano y me puse tensa, pero lo único que hizo fue arrastrarla por la masa de rizos―. Estoy aquí porque, como te dije anoche, sé que hay antiguos en Nueva Orleans. Los estoy cazando. Después de todo lo que esperaba que dijera, eso ni siquiera me extrañó. Ren sonrió de nuevo y esta vez fue real. ―Puedo decir por esa mirada incrédula en tu rostro que no me crees. Está bien. Supongo. Pero la mirada está a punto de volverse aun más extrema. Me preparé. ―Lo que te voy a decir es algo que muchos matarían por ocultar. Y la única razón por la que te lo digo es porque vamos a estar atrapados juntos durante el próximo par de días y no puedo darme el lujo de perder el tiempo tratando de ocultártelo. Tengo un trabajo que hacer. ―La sonrisa maliciosa y encantadora se asomó brevemente―. Además, me ayuda el hecho de que todo el mundo piense que estás loca. Incluso si repites lo que voy a decirte nadie te creería. Esos son bonos a mi favor. Mis ojos se estrecharon. ―Dios. Gracias. ―De nada ―respondió alegremente―. Pertenezco a la Elite, que es una organización dentro de la Orden. Nadie fuera de la Elite sabe de nosotros. Guardamos el secreto con El inspector Ardilla.17 En inglés Secret Squirrel. El inspector Ardilla es una ardilla de un programa de dibujos animados cuyo trabajo es el de un detective. Su trabajo es tan secreto que usa un abrigo hasta los pies y un sombrero que le tapa hasta los ojos, razón por la cuál tiene dos agujeros en el mismo para poder ver. El efecto es como si llevara un antifaz. 17

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Negué lentamente. ―Nunca he oído hablar de tal cosa. ―Como dije, es secreto. Tampoco lo sabe tu líder David. ―Levantando los brazos por encima de la cabeza se estiró, la camisa que llevaba expuso lo que resultó ser un tentador vistazo de su bajo vientre. Con los pantalones colgando, tuve una vista de esos músculos laterales cerca de las caderas, los que formaban la v. Bajó los brazos―. Oye, me muero de hambre. ¿Has comido hoy? Dios, cambiaba tan rápido de tema como Tink. Era desconcertante. ―No he comido nada desde esta mañana. ―Sin contar los buñuelos. Eso no contaba como alimento. ―Hay un lugar a unas cuantas cuadras de aquí, cuando pasé se veía bien, deberíamos comer algo. No tienes que cambiarte. Me gusta el atuendo. ―Su avance era lento, como si esperara que le lanzara la estaca―. Ven a comer algo conmigo y te diré lo que sé, Ivy. Y sé un montón. También me puedes decir exactamente lo que sucedió el miércoles en la noche. Una parte de mí sabía que tenía que decirle que no y sacarlo a patadas de mi casa. Y probablemente llamar a David para reportar todo lo que Ren estaba diciendo, pero… tenía razón. David había dicho que hablaría con las otras filiales, pero después de lo de esta noche estaba convencida de que no me creía. Y sé lo que vi el miércoles. No estoy loca o exagerando. Esa hada hizo cosas que sólo podía hacer un antiguo y, si existía la posibilidad de que Ren no estuviera loco y lo que decía era cierto, necesitaba saberlo. Giré la estaca en mi mano. ―Está bien ―contesté.

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Capítulo 6 C

omo todavía tenía dudas sobre Ren, salir a comer era una apuesta mucho más segura que dar vueltas por mi apartamento. Los ruidos en la cocina y el golpeteo de las ollas serían una llamada que Tink no podría rechazar. El brownie iba a aparecer y no me quería arriesgar. Así que dejé a Ren en mi habitación y rápidamente me puse unos jeans, un sostén bajo un top ajustado y al final una blusa de manga tres cuartos. Alcancé a verme en el espejo. Bueno, mi cabello tenía expresión propia. Los rizos volaban en todas direcciones. Ni siquiera intenté domarlo. Lo dejé libre. Me daba igual. Agarré un juego extra de estacas de mi tocador y las aseguré en el interior de mi bota. Aunque no estaba cazando, no quería que me atraparan desprevenida. Cuando salíamos vi a Tink asomado detrás del sofá mirándonos, todavía tenía la pintura de guerra y parecía un duendecillo loco. Me tomó cada onza de autocontrol no reírme. Mientras Ren salía a la calle, le hice una seña con el pulgar hacia arriba y él respondió con otro dedo, bastante inapropiado. Obviamente no le gustaba que saliera con Ren. La temperatura había bajado, y aunque era tarde, el pequeño restaurante del que Ren estaba hablando sólo tenía unas pocas mesas libres. El lugar olía a buena comida y no como un pozo séptico, que era la norma en un montón de lugares. Había comido aquí algunas veces y la comida era buena. Ren tenía la suerte de ser novato en la ciudad y elegir un lugar en el que probablemente no pescaría listeria18. Nos sentamos en una mesa cerca de la puerta, la camarera, que se veía agotada, nos trajo rápidamente nuestras bebidas, café para Ren y Coca-Cola para mí.

Listeria: Bacteria que se encuentra en alimentos crudos y procesados. Causa vómitos y trastornos intestinales. 18

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―Les voy a dar un par de minutos ―dijo señalando los menús de papel manchados de grasa que descansaban sobre la mesa limpia delante de nosotros. Se dio vuelta y encaró a otro grupo de clientes. Ren miró el menú mientras tomaba el recipiente blanco del centro de la mesa y comenzaba a sacar sobres de azúcar. ―Asombroso. Están sirviendo el desayuno. ―Abrió el sobre y tiró el azúcar en su café―. Voy a pedir una avena. ¿Y tú? ―Desayuno suena bien ―dije. Miré mientras vaciaba un segundo sobre en el café—. Supongo que podría comer carne con salsa y pan. Y tocino. ―Tocino crujiente para mí también. ―Un tercer sobre entró al café―. El tocino sabe diferente aquí que en Colorado. Puede sonar estúpido, pero es la verdad. ―No, tienes razón. Supongo que es la forma en que lo fríen. Levantó la vista. Aún con las horribles luces fluorescentes su piel parecía de oro, como si el sol la besara. No quería pensar en lo que parecía o qué color tomaba mi cabello rojo en este tipo de iluminación. ―Así que, ¿no eres de aquí? Negué mientras él soltaba la carta e introducía el cuarto sobre de azúcar. ―Soy de Virginia. ―¿Ahí es donde naciste? ―Sí. ¿Tú naciste y te criaste en Colorado? ―pregunté. ―Justo en las afueras de Denver. ―Vació el quinto sobre en su café. Reclinándome hacia atrás, arqueé una ceja mientras tomaba el sexto sobre de azúcar. ―¿Quieres un poco de café extra para ese nivel de azúcar? Me dedicó una rápida sonrisa. ―Me gustan las cosas dulces. ―Ya lo veo ―murmuré, y me miró mientras la camarera reaparecía. Nos tomó el pedido y se fue corriendo como si el diablo estuviera pisándole los talones―. Así que, ¿vas a contarme de esa cosa llamada Elite? ―Sólo necesito mi primer trago de cafeína. ―Levantó la taza y bebió un gran trago. El sonido hizo que los músculos inferiores de mi cuerpo se tensaran. Era un gemido tan profundo y gutural que el calor se deslizó por mis mejillas―. Ah, eso está mucho mejor.

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Entonces me guiñó un ojo. ―Eres... ―Sacudí la cabeza. No había palabras. Mantuve baja la voz para que nadie oyera―. Háblame de la Elite. Tomó otro sorbo. Afortunadamente esta vez no sonó como si estuviera teniendo un orgasmo. ―La Elite ha existido desde el principio de la Orden y ha manejado las cosas de forma distinta a lo largo de la historia. ¿Recuerdas a los Caballeros Templarios? Ellos se separaron de la Elite. ―Estás bromeando. ―Por lo general cuando bromeo soy más divertido. Pero volvamos al punto, la Elite ha estado en operación por mucho tiempo, al igual que la Orden los miembros de la Elite son generacionales. De padres a hijos. Levanté la mirada cuando la puerta se abrió y entraron dos chicas universitarias. Parecía como si Nueva Orleans las hubiera engendrado y parido. ―Está bien. Digamos que, hipotéticamente, te creo. ¿La Elite caza antiguos? ―Cazamos a las hadas como todos, pero estamos capacitados para manejar a los antiguos ―explicó sosteniendo en las manos la taza de café. Tenía bonitos dedos, largos y elegantes. Me lo imaginaba rasgueando una guitarra. No sabía por qué estaba pensando en los dedos. Luego bajó aun más la voz―. ¿Apuñalaste a esa hada? Mi estómago se contrajo por el recuerdo. ―Lo hice, pero no le pasó nada. La sacó y la arrojó a un lado. Le dije a David, pero... ―Probablemente dijo que se pondría en contacto con las otras filiales, ¿verdad? No estoy hablando mierda de David. Parece un buen tipo, pero la mayoría de los miembros de la Orden no están conscientes de que los antiguos siguen aquí. Probablemente piensa que no lo apuñalaste. ―Si la gente como tú sabe lo que son ¿por qué no es de conocimiento general? No saber es peligroso. ―Me señalé con un dedo—. Obviamente. Y necesitamos saber con lo que estamos tratando, no tener ese conocimiento nos pone en desventaja. Y también hace que otros miembros de la Orden piensen que estoy loca. ―Entiendo lo que estás diciendo. ―Se inclinó hacia delante―. Pero los antiguos son raros, Ivy. El hecho de que te encontraras con uno tan malditamente cerca es increíble. No se dedican a perseguir a la Orden. Se quedan ocultos y

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rodeados de su propia especie. Cuando digo que los cazamos, es que literalmente los cazamos. No hay razón para que las personas entren en pánico cuando la probabilidad de que se crucen con uno es casi inexistente. No estaba de acuerdo porque, obviamente, yo había comprobado que alguien podría toparse con un antiguo. Pero no iba a perder el tiempo discutiendo. ―¿Cómo se puede matar a uno? ―El hierro no funciona. La quijada se me cayó. ―¿Qué? ―El hierro no funciona ―repitió. Se enderezó cuando la camarera trajo nuestra comida. Carne con salsa para mí. El olor era francamente atractivo pero mi apetito había sufrido un duro golpe. Ren tomó los sobres que quedaban de azúcar y los echó en su plato de avena, se veían como un montón de bultos. ―No hay que enviarlos de vuelta a Otherworld. La única cosa que puedes hacer es matarlos y hay algo con lo que puedes hacerlo. Una estaca hecha con un espino que crece en el Otherworld, prácticamente es una bala en el cerebro. ―A partir de un árbol que crece... ¿en el Otherworld? Asintió mientras se llenaba la boca de avena. —Sí, así que puedes imaginar que fabricar esa mierda no es fácil. Las armas que puedes utilizar contra los antiguos son limitadas, como sabes, los antiguos son mucho más peligrosos y hábiles. Cogí un trozo de tocino. ―Pueden aparecer cosas. ―Sí. Siempre y cuando lo hayan tocado, pueden recrearlo. También pueden invadir los sueños de la gente y pueden mover cosas justo como un hada normal. Son poderosos, Ivy. Tienes la maldita suerte de haber podido huir de uno de ellos con sólo una herida superficial. No necesitaba que me lo dijera. Enfrentarse a un antiguo, un hada o incluso un ser humano con un arma, por lo general no terminaban bien, no importaba lo poderoso que te sintieras. ―¿Y tienes una de estas armas? ―Por supuesto. ―Comía con elegancia, pulcramente, sólo se había comido dos rebanadas de tocino pero casi toda la avena—. Y antes de que preguntes, sí he

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matado antiguos. Cuatro, y no, no fue fácil. Tengo las cicatrices para demostrarlo, y sí, si lo pides bien, podrías convencerme para que luego te las muestre. —Me miró a través de esas espesas pestañas―. ¿Vas a comer? Tu comida se está enfriando. Miré mi plato y sin muchas ganas tomé el tenedor. ―¿Por qué crees que los antiguos están aquí? ―Siempre han estado aquí. Esa es la cosa. No son muchos, pero había bastantes antiguos en este reino cuando se sellaron las puertas. La pregunta correcta es ¿qué tienen que ver contigo? Como dije, los antiguos son como... jefes de la mafia. Malditamente peligrosos, pero no se involucran a menos que tengan que hacerlo. El hecho de que este estuviera en la calle y te persiguiera significa algo. La sabrosa salsa se volvió aserrín en mi boca. ―¿Me persiguió? ―Esa es la única explicación plausible. Nadie en la Elite, nadie Ivy, ha oído hablar de un antiguo buscando a un miembro de la Orden. Demonios ¿puedes recordar un caso en que un hada haya cazado a un miembro de la Orden? Sí, podía recordar. Un caso muy raro, pero pasó. Hace tres años. ―Esto es una cosa grande. ―Empujando su tazón vacío a un lado, atacó su plato de tocino―. La pregunta es, ¿por qué? Sólo me había comido la mitad del plato pero estaba llena. Mis pensamientos giraban en torno a lo que Ren me había dicho. Podría estar mintiendo, podría estar completamente delirante, pero sé lo que vi. Eso no era un hada normal, e incluso David había confirmado que los antiguos tenían esas habilidades. En el fondo, mi instinto me dijo que Ren no estaba mintiendo. Igual que había sabido que Tink era inofensivo. Y mis instintos me dijeron que no debía verme con Shaun aquella noche, pero no hice caso. Algo se me ocurrió. ―Tal vez no sólo me están cazando a mí. Tal vez están cazando a miembros de la Orden en general. Hemos perdido a tres de ellos desde mayo. Eso no es del todo anormal, me refiero a las muertes, pero eran miembros buenos y calificados. ―Si están cazando a los miembros, necesitamos saber por qué. ―¿Y es por eso que fuiste enviado aquí? ¿Por qué hay un antiguo en Nueva Orleans? ―pregunté después de que la camarera rellenara nuestras bebidas. Me miró por un momento.

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―Hemos estado siguiendo el movimiento de las hadas. Al menos un centenar dejó el oeste y llegó hasta aquí o a las ciudades circundantes, pero apuesto a que nadie ha notado un aumento. Pensé por un momento y sacudí la cabeza. —Siempre hay muchas aquí, es difícil saber si han aumentado. ―Estas se están colando silenciosamente. Están tramando algo. ―Hizo una pausa inclinando la cabeza hacia un lado―. Y sabemos que hay una puerta de entrada al Otherworld en Nueva Orleans. Me incliné hacia adelante agarrando el borde de la mesa. ―¿Cómo sabes eso? Sólo unos pocos saben dónde están las puertas y quiénes son los guardianes. Una mirada displicente cruzó el hermoso rostro de Ren. ―Soy una parte de la Elite. Sabemos en qué ciudad están las puertas, pero no sabemos la ubicación exacta o quién las guarda. Sólo los guardianes sabían dónde estaban las puertas y tal vez los líderes de la Orden. Fue una medida de seguridad una vez que la Orden descubrió que las hadas sólo conocían la ubicación de la puerta por donde llegaban pero ignoraban la ubicación de las otras. Hace muchas décadas, un miembro de la Orden había sido capturado sin protección y fue torturado para que diera la ubicación. Las puertas se habían cerrado pero podrían ser reabiertas. La mierda podría convertirse rápidamente en algo muy malo. ―De casualidad no custodias la puerta ¿verdad? ―preguntó―. Porque eso haría mi trabajo mucho más fácil. Tengo la sensación de que los antiguos también están buscando las puertas. Solté un bufido. Sí. Bufé como un lechón. ―Uh, no. Y no tengo idea de dónde está. Me llamó la atención un estallido de risas que vino de la mesa donde las dos chicas se sentaban. Sus caras estaban rojas y una se estaba riendo tan fuerte que debía estar a punto de orinarse. Dos chicos se les habían unido. Uno de ellos tenía un brazo estirado sobre la silla acolchada roja detrás de la chica que se reía más fuerte. ―¿Te has preguntado cómo se sentiría ser uno de ellos? ―preguntó Ren. Mi atención regresó a Ren. La pregunta me atravesó. Puse las manos sobre la mesa y me recosté en el asiento, como si pudiera agregar distancia entre la pregunta y yo.

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―No. Echando un vistazo a la mesa de la felicidad, Ren apoyó los antebrazos y se inclinó hacia mí como si estuviera a punto de compartir el secreto más grande. ―A veces lo pienso. No puedo evitarlo. ¿Esas cuatro personas allí? Ni siquiera pueden comprender algo de la mierda que hemos visto y hemos tenido que hacer. Tienen suerte. Nunca tuvimos la oportunidad de ser como ellos. Nacimos para esto. ―Pero... pero nuestro trabajo es importante. Estamos haciendo una diferencia... ―Me detuve porque sonaba como un panfleto de reclutamiento. ―No estoy diciendo que no. Sólo señalando el hecho de que los cuatro de allí probablemente vivirán una vida larga y feliz ―respondió encontrando mi mirada―. Dudo que cualquiera de nosotros lo haga. Esa era la maldita triste verdad que no quería analizar. ―¿Así que estás aquí para encontrar la puerta? ―Y para averiguar lo que las hadas están haciendo. ―Sacó los brazos de la mesa y se enderezó―. Sabes lo que viene, ¿verdad? Por supuesto que sí. ―El equinoccio de otoño. ―Las puertas están más débiles durante el equinoccio y el solsticio ―dijo, exponiendo lo que ya sabía―. Se podrían estar preparando para algo que tiene que ver con esto. ―No puede ser la primera vez que estén planeando algo ―señalé. ―No lo es pero siempre hemos sido capaces de detenerlos. Me quedé mirándolo fijamente mientras sus palabras penetraban en mi cabeza. Pensé que sabía más cosas porque estaba en una organización secreta, pero al parecer, no sabía nada. ―¿Me crees ahora? ―preguntó tratando de alcanzar el plato donde estaba mi tocino. Adelantándome, le tomé la muñeca antes de que tocara mi tocino. ―Puede que te crea, pero eso no significa que puedas robar mi tocino. Esos labios se separaron en una sonrisa. Nuestras miradas se encontraron y la sensación de caer surgió de nuevo en mi estómago. Me di cuenta de lo fácil que sería caer en las profundidades de esos ojos verdes preciosos o ser atraída por el encanto que parecía llevar como una segunda piel. La sonrisa que se extendía

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mostraba sus hoyuelos. Y esa sensación en mi estómago se convirtió en algo más feroz. Le solté la mano, agarré una rebanada de tocino y me la comí. El tocino no era para tipos que inducían al desmayo. Ren se enderezó, sus ojos parecían brillar mientras me miraba. ―Cuando hayas terminado de comer, quiero mostrarte algo que creo que te va a interesar. Mi cerebro se fue en la dirección equivocada. Por alguna razón pensé en ver más de esos abdominales y no necesitaba eso. De ninguna manera. Nop. Empujé otra rebanada de tocino en mi boca. *** Era la una de la madrugada y la fiesta acababa de empezar en la ciudad. La gente estaba por todas partes a pesar de que ni siquiera estábamos en el Quarter sino cerca del distrito financiero. La paciencia, por estar caminando entre los tools19 que se paseaban en medio de la calle, se me estaba agotando. Lo que sea que necesitara enseñarme estaba en el distrito de almacenes. Mientras caminaba junto a Ren no pude evitar darme cuenta de que llamaba mucho la atención. Mujeres de todas las edades lo miraban. Lo mismo hacían un montón de hombres. Tenía esa cara angelical compensada con una sonrisa que tenía escrito maldad por todas partes. Estaba empezando a odiar esa sonrisa, porque... bueno, tenía mis razones. Los edificios eran formidables y lo moderno se mezclaba bien con lo tradicional. Bares y clubes eran diferentes de los que se encontraban en el Quarter. Este lugar parecía estar favorecido por los lugareños, prefiriéndolo a la locura del centro de Bourbon. ―Así que... ¿qué estás tratando de enseñarme? ―pregunté empezando a cansarme―. El tráfico aquí apesta tanto como en el día. Ren se rio entre dientes. ―Deberías conocer Denver. Abrí la boca para responder pero de repente me tomó de la mano y me atrajo hacia él. Inmediatamente clavé los pies pero su fuerza era descomunal. Un segundo estábamos caminando y al siguiente estábamos contra la pared de ladrillo Tools: En inglés significa “herramientas”. Pero en este contexto Ivy está hablando de las típicas personas que se esfuerzan demasiado por parecer lo que no son. Sobre todo en el ambiente de negocios. 19

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de un hotel, mi espalda apretada contra la parte delantera de su cuerpo. Pasó un brazo alrededor de mi estómago como lo hizo en el dormitorio. Cada sentido se disparó en un torrente de sensaciones encontradas. No había ni un centímetro de suavidad en su cuerpo y olía a limpio, como los bosques de Virginia. ―Si no me dejas ir, Dios me ayude, pero yo… ―Estás tan llena de amenazas. ―Bajó la cabeza para que su mejilla casi tocara la mía. Señaló con la otra mano―. Mira. Mira ese auto. Mi corazón latió más rápido, miré y localicé lo que señalaba. Un auto negro con chofer y vidrios polarizados desaceleró y se detuvo frente a la acera. En cuestión de segundos un valet salió del toldo y caminó hacia la puerta de atrás. ―Más vale que sea Theo James20 o Jensen Ackles21 ―murmuré. Ren se rio entre dientes. ―Tengo la sensación de que vas a decepcionarte. ―Famosos. —Mientras había vivido en Nueva Orleans, nunca había visto una maldita celebridad. Era como si me pusiera un spray anti-celebridad―. ¿Y por qué siempre tienes que sujetarme? ¡Jesús! ―Me gusta la manera en que te sientes contra mí ―dijo. ―Ugh. ―Rodé los ojos, pero había una parte de mí, pequeña, pequeñita, que le gustaba la forma en que se sentía. El valet abrió la puerta trasera y un hombre salió. Un hombre alto vestido con un traje que parecía costar lo mismo que el alquiler mensual. Tenía el cabello castaño claro y un rostro que hubiera sido perfecto si no fuera por los ojos azul pálido, fríos. Mi pulso se movió más rápido. El hombre tenía la tez de un oliva profundo y los pómulos altos y angulares. El aire a su alrededor parecía chisporrotear con electricidad mientras se abrochaba la chaqueta. ―¿Es...? ―No me atreví a decirlo. El brazo de Ren se tensó debajo de mis pechos y sentí su pulgar sobre mis costillas. Me estremecí, no pude evitarlo. Theo James es un actor y cantante británico. Conocido por interpretar a Tobías “Cuatro” Eaton en Divergente, entre otros papeles. Es cantante y guitarrita de la banda británica Shere Khan. 21 Jensen Ackles: Actor y director norteamericano conocido por su papel como Dean Winchester en Supernatural. 20

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―Es un antiguo ―habló en mi oído―. Parece un hombre de negocios de gran poder ¿eh? El tipo parecía salido de la revista GQ22. Dio un paso, su mirada pálida se deslizó arriba y abajo por la calle sin detenerse en nosotros. Pero se detuvo en una mujer que estaba de pie con un hombre, supuse que su novio o esposo, por la forma en que su brazo estaba envuelto alrededor de su cintura. Contuve la respiración cuando una brisa perfumada se extendió por la calle, demasiado... para ser un aroma natural. Olía como una isla, afrutada, pesada y sensual. La brisa era cálida, burlándose de los sentidos. Nunca había olido algo así antes. Empecé a retorcerme, pero me detuve cuando me di cuenta de lo cerca que estábamos Ren y yo. La brisa levantó las ondas rubias haciéndolas danzar con ligereza. Mi aliento se detuvo cuando la mujer se envaró y miró por encima del hombro. Di un paso en el momento en que la mirada de la mujer aterrizó en el antiguo, pero Ren me detuvo. ―No lo hagas ―murmuró. Iba en contra de cada parte de mí. Quería intervenir, lo necesitaba. La mujer se alejó del hombre con el que había estado y se acercó al antiguo como si estuviera caminando en sueños. Un malestar me atravesó cuando el antiguo le sonrió. Agarré su antebrazo. ―Tenemos que hacer algo, Ren. La mujer estaba casi con el antiguo cuando Ren se puso en movimiento. Se paró delante de mí y no me dejó saber lo que estaba sucediendo. Quise dar un paso para mirar por su costado pero me tomó de la barbilla, forzándome a mirarlo. ―Sé lo difícil que es estar aquí y dejar que eso suceda, pero no hay nada que podemos hacer en este momento. ¿Crees que dudaría en matarte aquí en la calle delante de toda la gente? No lo haría. ―Pero… ―Hará creer a todos que otra persona te mató. Lo he visto, Ivy. He perdido a muchos que consideraba amigos porque pensaron que podrían tratar a un antiguo

GQ: Es la revista de edición mensual Gentlemen’s Quarterly para hombres, trata temas como moda, estilo y cultura masculina con artículos sobre comida, cine, sexo, deportes, tecnología y literatura. 22

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como un hada normal. No puedo expresar con palabras lo peligrosos que son y no digo esto como un insulto, pero no estás lista para luchar contra uno de ellos. Cerré los ojos y me obligué a soltar la ira y la frustración. Ren estaba en lo cierto. Lo sabía, pero eso no lo hacía más fácil. Hablé una vez que estuve segura de que no iba a soltar un montón de bombas F23. ―¿Cómo sabías que estaría aquí? Dejó caer la mano. ―He estado en la ciudad una semana. Y antes de que la mirada sospechosa en tu cara se convierta en una de apuñala-a-Ren, debes saber que me reporté con David en el momento en que mi culo, mi atractivo culo, debo agregar, se posó en la ciudad. Me pasé todas las noches buscando y cazando a ese hijo de puta de anoche. ―Entonces no necesitas que alguien te muestre la ciudad ―señalé, sin molestarme en ocultar el tono de acusación. ―David no lo sabe y no tiene por qué enterarse. Lo que sabe es que he estado pasando el rato. No puede saber por qué estoy aquí realmente, Ivy. Enderecé la espalda y busqué su mirada. ―¿Por qué? ¿Por qué tienes que ser tan reservado? Un músculo vibró a lo largo de su mandíbula. —¿Por qué la Orden permanece en secreto? La respuesta era fácil. El público en general no nos creería. La gente tenía que ver las cosas para creer en ellas, pero con nosotros no era lo mismo. Sabíamos que existían las hadas. Sabíamos que los antiguos habían caminado en este reino alguna vez. Si suficientes miembros lo dieran a conocer, el mundo creería. ―De todos modos ―continuó Ren―, hicimos una investigación sobre el bastardo. Está registrado en el hotel como Marlon St. Cyers. Vive en una de las suites mientras su nueva casa se está construyendo. Fruncí el ceño. ―Espera. Ese nombre, creo que es una especie de gran industrial de la ciudad. Ren asintió. ―Sí, lo es. ―Mierda ―susurré. Las hadas se hacían pasar por humanos todo el tiempo, pero nunca en una posición tan pública. Las hadas envejecían más lentamente que 23

Bomba F: una grosería fuerte. La F significa Fuck.

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los mortales. Para nosotros, ellos parecían inmortales. Marlon parecía estar en sus treinta y tantos años, pero tenía que tener varios cientos, o más. Podrían hechizar a la gente para que pensara lo que ellos querían, pero con Internet, con todo el mundo usando teléfonos celulares con cámara y la capacidad de publicar en cualquier sitio web, la tecnología no era como hace veinte años. Alguien podría encontrar fotos de personas que no envejecían. Las hadas corrían el riesgo de caer en el ojo público. Ren bajó la cabeza otra vez, y antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo, se inclinó y presionó sus labios en mi mejilla. Me moví hacia atrás y lo miré fijamente. ―¿Qué demonios? Una sonrisa maliciosa apareció. ―Parecías estar necesitándolo. Mi mejilla cosquilleó donde sus labios hicieron el breve contacto. ―¿Me veía como si necesitara un beso en la mejilla? ―Sí ―respondió―. Todo el mundo necesita un beso en la mejilla de vez en cuando. Además, la expresión que haces cuando estás confundida es jodidamente adorable. Empecé a levantar la mano para tocar mi mejilla, pero me detuve antes de verme como una completa idiota. ―Eres extraño. ―Creo que te gustan mis rarezas. Cambié mi peso. ―No te conozco lo suficiente como para que me guste algo de ti. ―Ahora me conoces más. Sabes que soy de Colorado. Le pongo gran cantidad de azúcar al café. Robo tocino. ―Bajó la voz―. Y sabes que doy besos en la mejilla a los necesitados. ―Yo... ―¿Qué diablos iba a contestar a eso? Ren se hizo a un lado y mi mirada se posó en el hombre al que la mujer había abandonado. Había estallado en gritos de enojo y empujaba al valet tratando de entrar en el hotel. La sonrisa diabólica se borró de la cara de Ren mientras miraba el altercado a la entrada del hotel. Sus manos se cerraron en puños y su mandíbula se tensó.

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Mientras lo observaba pensé en Merle de nuevo. Si alguien sabía dónde estaban las puertas era ella.

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Capítulo 7 R

en y yo quedamos de encontrarnos después la reunión del viernes. No le dije que conocía a alguien que podría tener información sobre la puerta. No iba por ahí lanzando nombres y él no había preguntado. Insistió en que nos viéramos en mi casa, lo que era ridículo teniendo en cuenta que recorría las calles a todas horas durante la noche debido a mi horario. Y no me lo había pedido ayer. A menos que me siguiera anoche y estuviera mintiendo en eso de que vio mi expediente para saber mi teléfono y mi dirección, pero si lo había hecho para asegurarse de que no fuera secuestrada de camino a casa, era algo tierno. Apenas. Sin embargo, el escalar la pared exterior y meterse en mi apartamento sin invitación anuló totalmente lo tierno. Le dije que nos veríamos en la Orden. Tink estaba perdido en un cojín cuando cerré la puerta detrás de mí un poco después de las tres de la mañana. La pintura de guerra se había corrido y manchaba la tela. Ni siquiera podía imaginar cómo quitar aquello sin ponerlo peor. ¿Se podían lavar los cojines? Uf, Tink estaría en deuda conmigo. Debía estar agotado porque cuando lo cargué y lo llevé a su habitación siguió dormido. Lo puse en la pequeña almohada de perro que había transformado en una cama enorme. La mayor parte del tiempo evitaba entrar en su habitación. Cuando salí a toda prisa supe que había sido una buena idea. Tenía un ejército de muñecos troll alineados en la estantería que cubre la pared opuesta de la cama. ―Ahhh ―murmuré cuando al menos trescientos ojos oscuros de vidrio parecieron evaluarme―. Espeluznante. Cerré la puerta detrás de mí y saqué un Capri Sun24 del refrigerador. Luego revisé las puertas francesas que llevaban al balcón de la sala de estar. Abrí las

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Capri Sun: Marca de jugo.

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cortinas azules y vi que la puerta estaba cerrada con llave. Tuvo que ser Ren porque Tink no se hubiera molestado. Después de beber el jugo de frutas me metí en la cama y, esta vez, cuando me desperté no encontré a ningún tipo sentado a mi lado. A las diez de la mañana me obligué a ponerme las zapatillas de correr sin pasar por la cocina y zamparme una sobredosis de té dulce o alguna otra clase de cafeína. Esa sería mi recompensa. Si sobrevivía. Ser parte de la Orden requería que me mantuviera en forma, así que me obligaba a correr por lo menos cinco kilómetros cuatro veces a la semana. Sumado a los entrenamientos de artes marciales, era la única razón por la que no pesaba mil millones de kilos, ya que comía todo y prácticamente cualquier cosa que me pusieran enfrente. Necesitaba correr ya que no había hecho ningún ejercicio físico desde el miércoles. No podía luchar contra las hadas si me mareaba continuamente. Afortunadamente, la temperatura todavía estaba fresca cuando llegué a la escalera exterior del patio. Esperaba que esto significara que la temporada fría se acercaba más temprano que tarde. Poniéndome los auriculares, encendí la aplicación de música de mi teléfono celular y abrí la puerta. Até la banda a mis pantalones cortos de nylon y empecé a correr en dirección al Kindred Hospital con un trote lento. Como siempre, mis pensamientos vagaron mientras corría y evidentemente se habían desviado justo hasta llegar a Ren. Todavía no podía creer que me había besado la mejilla. ¿Iba por ahí haciendo esto a lo tonto? Por alguna razón no me sorprendería. Ren definitivamente era un gran seductor, algo muy común en la Orden. Tal vez tenía que ver con el peligro en nuestras vidas y todos resultaban del tipo “aprovecha el momento”. Así eran las mujeres también, pero me gustaba creer que éramos un poco más discretas. Ren era estúpidamente atractivo, el tipo de atractivo que daban ganas de hacer cosas estúpidas, divertidas, de las que probablemente te arrepentirías más tarde. Y no confiaba en él al cien por ciento. Era un extraño. Pero todos los miembros de la Orden habían sido extraños, completos desconocidos cuando llegué a Nueva Orleans. Tuve que poner mi vida en manos de gente a la que acababa de conocer. Si necesitaba respaldo, tenía que creer que uno de ellos respondería a la llamada y ellos tenían que confiar en que yo haría lo mismo por ellos. Teníamos que aceptarnos, unirnos a otros sin miedo a la traición. En virtud de la Orden éramos una unidad. Había sido así desde su creación. Pero eso no hacía más fácil confiar en los recién llegados. Ren me había contado acerca de la Elite. Compartir esa información debió hacer que confiara más en él, pero sólo me hizo más cautelosa. ¿Por qué estuvo tan dispuesto a confiarme esa vieja

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información secreta? Por otra parte, sabía que David no había tomado mis afirmaciones en serio y que la mitad de la Orden probablemente pensaba que estaba perdiendo unos cuantos tornillos. Pero si Ren estaba tramando algo turbio no me imaginaba lo que podría ser. ¿Qué ganaría inventando la existencia de la Elite o, en general, mintiendo? Aun así, estaba inquieta por todo el asunto. Necesitaba hablar con alguien, pero a estas alturas David sería inútil. Sabía que podía confiar a Val la información, y lo haría, pero necesitaba saber más antes de abrir la boca. Al cruzar con éxito la calle Foucher sin ser atropellada por una ambulancia, pensé en Merle, la mamá de Brighton. Si alguien sabía dónde estaba la puerta, si es que la había en Nueva Orleans, sería ella. Pero, ¿realmente quería llevar a Ren conmigo? Esa pregunta me molestó el resto de la caminata y de la tarde. Una cosa era tomar decisiones arriesgadas que me afectaran a mí, otra muy distinta era poner a otros en camino al desastre. No era algo que quisiera hacer de nuevo. Tenía que confiar en Ren antes de presentarle a Merle. Y no sabía si podría llegar a ese punto. Hice un plan para visitar la casa de Brighton mañana. Por experiencias anteriores, sabía que Merle estaba normalmente despierta y afuera en su jardín por la tarde, y los domingos eran por lo general... días buenos para ella. No necesitaba a Ren para hacer las preguntas que tenía que hacer. Lo único que tenía que hacer era sobrevivir esta noche. Y tenía la sensación de que iba a convertirse en una muy larga y molesta noche. *** Llegué cinco minutos tarde al encuentro con Ren. No me sorprendí cuando me acerqué a Mama Lousy y lo vi esperando afuera de la tienda de regalos, apoyado contra el edificio. Vestía jeans oscuros y una camiseta suelta que escondía las armas, sabía que la mayoría estarían atadas a los lados de su cintura. Lucía casi como cualquier chico sexy. No estaba mirándome y sólo podía ver la línea fuerte de su mandíbula, pero también una media sonrisa en sus labios. Mi estómago se encogió cuando me detuve. Lo rodeaba cierta aura de peligro, una impresión de poder arrollador apenas contenido. Quizá se viera relajado con las manos metidas en los bolsillos y las piernas cruzadas por los tobillos, pero cualquiera que pasara cerca de él sabía que reaccionaría en un momento. ―Comenzaba a preguntarme si ibas a venir ―arrastró las palabras sin mirarme. Fruncí el ceño. Debía tener un infierno de visión periférica.

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―El tráfico apesta. ―Me detuve a su lado mirando de reojo el tatuaje de su brazo―. No estoy segura de qué se supone que tengo que hacer contigo ya que conoces las rutas de la ciudad. Apoyando la cabeza contra la pared, expuso la masculina longitud de su cuello. Nunca pensé que el cuello de un chico pudiera ser sexy, pero me di cuenta justo ahora. Cerró los ojos y las largas pestañas se extendieron como abanico. La suave sonrisa continuaba jugando en sus labios. ―Estoy seguro que hay lugares que puedes mostrarme. Las puntas de mis orejas ardieron. Por alguna razón, esa sonrisa y su voz profunda daban a las palabras un significado distinto. Me estremecí, deslizando las manos sobre los jeans mientras un grupo de mujeres mayores se tropezaban con los tacones y perdían el equilibrio al pasar. ―El Luis Armstrong Park es un gran lugar para cazar por la noche. Me miró con los ojos entornados. ―Creo que estás intentando que me maten. Sonreí. El parque podía ser un poco peligroso, lo cual era una maldita lástima porque era hermoso con todas esas esculturas. ―Podrías alimentar a los patos. Entonces Ren rio y me gustó el sonido. Era profundo y contagioso. ―Ahora sugerirás que vaya al Lower Ninth Ward 25 y vague sin rumbo mientras sostengo varios miles de dólares. ―Asegúrate de ir al este hasta Frenchmen Street mientras estás en eso. También revisa el norte de Rampart. ―Eres terrible ―murmuró moviendo la cabeza―. Sabes, Nueva Orleans en realidad no es diferente a cualquier otra gran ciudad. Tiene partes buenas y malas también. ―Cierto. ―Estuve de acuerdo observando al grupo de señoras cruzar la calle. Dos hombres estaban siguiéndolas. Esperaba que esas mujeres vigilaran sus carteras―. Excepto que aquí tenemos muchas más hadas. ―Es cierto. ―Se separó de la pared mirándome y sacó las manos de los bolsillos―. Me gusta tu cabello así. Levantando la cabeza, fruncí el ceño confusa.

Lower Ninth Ward: Un barrio a minutos del centro de Nueva Orleans que fue cruelmente destruido por el huracán Katrina. Todavía sigue reconstruyéndose. 25

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―¿Qué? ―Lo tienes recogido. ―Extendiendo la mano atrapó el final de un rizo que caía sobre mi sien―. Es hermoso. ¿Y cuando está suelto? Malditamente sexy. ―Um… ―Cerré la boca de golpe y lo miré por un momento―. ¿Gracias? Se rio y estiró el rizo en toda su longitud para luego soltarlo, observándolo rebotar. ―Podría jugar con él todo el día. Parpadeé lentamente. ―Wow. No sales mucho, ¿cierto? Ren sonrió. ―¿Entonces tienes en mente un plan de juego para esta noche? ―No en realidad. ―Comencé a caminar por la calle ya congestionada. No me sorprendió que me alcanzara y caminara junto a mí. ―¿Por qué no? Manteniendo el ojo sobre un grupo en la esquina de Bourbon, rodeé a una joven con una botella verde brillante. Estaba mirando a Ren como si quisiera sorberlo con la pajita. ―Normalmente, la noche del sábado es alocada. Puedes hacer los planes que quieras y todo se va al infierno en cuestión de segundos. Ren no respondió. Lo miré rápidamente. Su mirada también estaba al frente, pero la sonrisa se había desvanecido como un fantasma. ―¿Tienes un problema con eso? ―Nop ―respondió sorprendiéndome―. Pero creo que quizás tengamos un problema más adelante. La multitud había crecido en los últimos segundos. Se veían un montón de cosas extrañas en Bourbon. Algunas personas usaban alas. Algunas caminaban con nada más que pintura corporal y pequeños pantalones cortos. Otras vestían como vampiros salidos de una novela de Anne Rice. Si eras lo suficientemente ingenuo e intentabas sacarles una foto, esperaban que les pagaras. Luego estaban los turistas que no podían manejar toda la indulgencia decadente y se desmayaban donde quiera que estuvieran. También estaba la triste violencia al azar que infectaba la ciudad y no tenía nada que ver con las hadas… Simples humanos lastimando a

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otros humanos sin ninguna razón válida. Así nos fuimos acercando a un grupo de personas, mezcla de turistas y locales. Realmente no se sabía. Bajando de la acera, caminé alrededor de un camión estacionado que intentaba descargar barriles llenos en un bar cercano. Ren me siguió mientras caminaba por una calle tan llena de gente que era casi imposible transitar con un auto y pretender llegar una manzana más abajo… sin llevarse a algunos peatones. Esquivaba a los transeúntes, consciente de la risa forzada de algunos y la creciente sensación de inquietud que parecía saltar de una persona a otra. Algo definitivamente estaba sucediendo en la esquina de Bourbon y Phillip. Por encima de la música de jazz que salía de los bares brotó un sonido estridente desde la multitud que estaba tapando nuestra vista, enviando escalofríos por mi espalda. Un grito mezcla de dolor y de rabia, un grito inhumano. ―Eso no suena normal ―murmuró Ren. Su cuerpo se acercó más al mío. Empujé a la multitud e ignoré las miradas afiladas. Ren estaba a mi lado despejando un camino mucho más grande. Un tipo frente a nosotros se hizo a un lado y vi el cabello castaño desaliñado de una figura encorvada y rota. Luego el hombre movió la cabeza lentamente mientras se daba la vuelta. ―Hombre, el crack es una droga poderosa ―murmuró, rascándose la barba negra―. La perra está loca… Un aullido espeluznante ahogó el resto de lo que estaba diciendo. Todo lo que vi fue el cabello marrón apelmazado y grasiento cargando hacia adelante. La cosa saltó varios metros como un maldito gato hacia la espalda de un hombre. Aterrizó gritando con ese horrible sonido y envolvió los hombros del hombre con sus brazos esqueléticos cubiertos de tierra. Las piernas estaban igual, esqueléticas y sucias, saliendo de una falda rasgada. Era una mujer, una mujer rabiosa. Y tenía la sospecha de que no estaba drogada. La mujer levantó la cabeza y aulló cuando el hombre la tomó por los brazos tambaleándose. Las personas se dispersaron, dándoles un amplio espacio mientras el hombre luchaba. Alguien le gritó a la policía. Con el corazón desbocado me abalancé mientras Ren hacía lo mismo. Mi estómago se hundió cuando me di cuenta que no los alcanzaríamos a tiempo. La mujer fue por el cuello expuesto del hombre con la boca totalmente abierta. Mierda. Los gritos llenos de dolor del hombre nos golpearon cuando los dientes desafilados se hundieron a un lado del cuello. Otros gritos se le unieron cuando la multitud vio lo que estaba sucediendo. La gente comenzó a correr en todas

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direcciones, dispersándose como canicas. Un profundo carmesí se extendía desde su cuello cuando el hombre tropezó, cayendo sobre una rodilla. No podía deshacerse de la mujer y ella lo masticaba como una especie de maldito zombie de Resident Evil. Yo la alcancé primero. Agarrando un puñado de cabello enredado con una mano, alcancé la cabeza con la otra y me apoderé de su mandíbula. Apreté con los dedos hasta que lo soltó y arrastré su culo para atrás. La sangre brotó una vez y luego otra, antes de verterse en la parte delantera de la camisa del hombre cuando cayó hacia adelante sobre un costado. Ren se arrodilló junto al hombre presionando fuerte en su cuello desgarrado. No dudó por un segundo, ni siquiera comprobó para ver si podía controlar a la mujer. Confiaba en que lo haría. ―Vas a estar bien, hombre. Simplemente aguanta ―dijo Ren levantando la cara hacia el tumulto sorprendido de gente―. Será mejor que alguien ya esté llamando al 911. La mujer estaba volviéndose loca, agitando los brazos y arañando el aire con los dedos. Su boca y barbilla estaban teñidas de rojo. Era un desastre sangriento. Sabía que en el momento en que la dejara ir vendría por mí. Y fue lo que hice. Solté su desagradable cabello y retrocedí cuando se giró hacia mí. Soltó otro grito que hirió mis oídos y se tambaleó hacia delante. Entré en su radio de acción y, apresando su hombro con una mano, le lancé el puño a la quijada para levantar la cabeza hacia atrás. Se desplomó como un saco de papas, con vida pero inconsciente. Las sirenas sonaron en la distancia. Con la respiración todavía agitada me volví para comprobar a Ren. Seguía con las manos en el cuello del hombre, pero el pobre se estaba volviendo una sombra fantasmal bajo la piel oscura y toda su camisa estaba cubierta de sangre. No se veía bien. De repente apareció Val abriéndose paso entre la multitud, su mirada se deslizaba de Ren a mí y de vuelta a Ren. Luego se dio cuenta de la mujer tendida en la calle. ―¿Qué demonios pasó? ―Tomó un bocado del tipo ―le dije tragando saliva, Ren seguía hablando con el hombre que ya no respondía. La falda verde azulada de Val ondeó cuando se arrodilló junto a la mujer.

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―Dios mío ―dijo extendiendo la mano para agarrar la blusa de la mujer. Los brazaletes verdes y amarillos tintinearon mientras tiraba hacia abajo―. Maldita sea. Allí estaba, una prueba de que no era un caso de drogas que salió mal. Sobre el pecho de la mujer las venas que conducían a su corazón parecían estar imbuidas de tinta negra. Cuando una hada se alimentaba de un ser humano durante un período prolongado de tiempo, envenenaba su sangre y contaminaba su mente. Y al parecer los volvía locos por morder gente. Val le soltó la camisa. ―Que pérdida. La mujer estaba en el punto del no retorno. Una vez que las venas se contaminaban, se acabó. No se podía revertir el efecto. Moriría, probablemente esta noche o mañana y esas venas oscuras se desvanecerían rápidamente sin dejar huella en el cuerpo. Los informes de toxicología no mostrarían drogas, y la muerte generalmente se descartaba como una especie de insuficiencia cardíaca. ―Mierda. ―La piel dorada de Ren era de un tono más claro cuando se inclinó hacia atrás, retirando sus manos. Mi mirada se movió hacia el hombre. Su pecho estaba quieto y los ojos muy abiertos y perdidos. La pesadez rodeó mi corazón. Había muerto. Los hombros de Ren se elevaron cuando me miró, nuestros ojos se encontraron. Unas sombras se deslizaban opacando el tono verde. Poniéndose de pie con facilidad, se volvió y se dirigió hacia los que estaban cerca de la acera. La gente se separó y desapareció detrás de ellos. Caminé hacia él pero me detuve, volviéndome hacia Val. ―No fuiste a tu cita ―le dije. Levantó la barbilla formando una débil sonrisa. ―No pude encontrar a nadie más para cubrir mi turno, pero podría ser más tarde, esta noche. ―Miró en dirección a Ren―. ¿Necesitas rastrear al nuevo bombón? ―Sí ―le dije rodeando a la mujer que yacía boca abajo―. ¿Te encargas de esto? Val asintió. ―No olvides que tenemos que hablar.

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―No lo he olvidado. ―Moviendo los dedos me fui detrás de Ren consciente de las miradas curiosas. Era una buena cosa desaparecer antes de que la policía apareciera, evitaba todas las preguntas. Val haría lo mismo una vez que hubiera asegurado a la mujer. Me preocupaba que fuera detenida por la policía, era peligrosa hasta que su cuerpo cediera, pero no había nada que hacer una vez que la detuvieran, a menos que pusiera a la mujer fuera de su miseria. Y no lo podía hacer, algunos sí, pero yo no. David me dijo una vez que era una debilidad, una que tenía que trabajar para superar. No se había portado como un idiota al respecto, sólo lo mencionó como un hecho. Más allá de la multitud moviéndose en ambos sentidos de la acera, vi aparecer las ondas color café de Ren para luego desaparecer. ¿Qué demonios? Apresuré el paso y empecé a correr. Pasé un bar y entonces lo vi. Estaba en un callejón estrecho, arrodillado cerca de un grifo lavándose la sangre de las manos, esta se encharcaba turbia y roja en el suelo sucio. No levantó la vista cuando me acerqué. ―No se vuelve más fácil ―dijo frotándose las manos―. Uno pensaría que con el tiempo se acostumbra, pero no es así. No respondí porque no había nada que decir. ¿No ser capaz de salvar a alguien y verlo morir? Sí, nunca resulta fácil. Suspirando pesadamente cerró el grifo y se levantó, limpiándose las manos en la parte delantera de los pantalones. Un mechón ondulado caía sobre la frente y los ojos. ―¿Ese hombre de allí? Cuando se levantó esta mañana pensaba que iba a volver a casa esta noche. ―Probablemente ―le susurré, insegura de que me hubiera escuchado por el escándalo de los fiesteros en la calle y la acera. Ren levantó la cara hacia los pequeños balcones. ―No sabía nada. ―No. Con los hombros tensos, bajó la cara y se encontró con mi mirada. Pasó un momento sin que ninguno de los dos dijera nada. El mundo fuera del callejón desapareció, todo se volvió un zumbido lejano. El dolor en su expresión era palpable y sabía que sentía la muerte de aquel extraño en una forma que la mayoría de los miembros de la Orden no sentía. No es que no se preocuparan por

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las pérdidas humanas, pero cuando estás rodeado de muerte, no sólo te acostumbras, sino te conviertes en parte de ella. Sin darme tiempo para pensar lo que estaba haciendo, me adelanté y extendí la mano, envolviendo mis dedos alrededor de su mano húmeda. Sus ojos se encendieron con vida por la sorpresa. Sintiendo el calor en mis mejillas, apreté su mano y luego la solté. La mirada encendida recorrió mi cara. De pronto me agarró por los hombros arrastrándome. Di un grito ahogado cuando me apretó contra su pecho y se movió, presionándome contra el edificio. Ni un segundo más tarde, una motocicleta azul y blanca voló por el callejón, moviéndose tan rápido que creó una fuerte ráfaga de viento. Con los ojos bien abiertos vi que salía por el otro lado, girando con brusquedad a la derecha. ―Oh, Dios mío... casi me atropella una motocicleta ―le dije con una mirada desconcertada―. Hubiera sido muy embarazoso ser asesinada por una de ellas. Sus labios temblaron y sus hermosos rasgos se suavizaron. ―Lo bueno es que me tienes a tu lado, salvándote de los conductores de motocicletas imprudentes. ―Eres mi héroe ―le contesté. Ren se echó a reír y sentí alivio al oír el sonido. A pesar de que sólo lo conocía desde hace poco, no me gustó la carga grabada en sus rasgos. No parecía correcto en él. Respiró hondo y yo contuve el aliento. En ese momento me di cuenta de que estábamos pecho contra pecho, tan cerca, que pensé que sentía su corazón latiendo, pero podría haber sido el mío. Probablemente era el mío. No había un centímetro de espacio entre nuestros cuerpos y a diferencia de la última vez que estuvimos así, no sentí rabia. Sus brazos rodeaban holgadamente mi cintura y un calor embriagador trinaba por mis venas. Me quedé mirando la piel expuesta del cuello en V de su camiseta y vagamente me di cuenta de que mis manos estaban sobre su pecho. No tenía idea de cómo llegaron allí. Tenían mente propia. Esa excitación se deslizó profundamente en mi vientre, tensando los músculos que habían estado de vacaciones por un tiempo bastante largo. Santa mierda, estaba experimentando un caso de lujuria instantánea. Claro, me había interesado por otros chicos desde Shaun, pero nada más fue un interés pasajero que duró diez segundos y resultó fácilmente olvidable, pero esto… esto era como mirar al sol.

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¿La buena noticia? Mis partes femeninas aún funcionaban. Ah sí, y trabajaban horas extras. Las puntas de mis pechos hormigueaban donde tocaban su pecho. Una brizna de deseo me atravesó bruscamente, era la primera vez en tres años que había sentido este nivel de atracción. Y Val, que tenía una obsesión saludable con la funcionalidad de mis partes femeninas, estaría encantada de saber que aún funcionaban. ¿Las malas noticias? No estaba segura qué estaba mal con esto, pero ciertamente se me ocurrirían un par de cosas en cuanto hubiera espacio entre nosotros y mi cerebro empezara a funcionar de nuevo. ―¿Estás bien? ―preguntó Ren con voz profunda y áspera―. ¿Tu estómago? No levantes la mirada. No levantes la mirada. Mis ojos vagaron por el cuello, sobre los labios que estaban demasiado bien formados, a lo largo de su nariz, que me di cuenta que debió romperse en algún momento debido al ligero gancho que se veía. Entonces miré los ojos rodeados de espesas pestañas negras. Maldita sea, había levantado la mirada. Pero Dios, sus ojos eran realmente hermosos. Un lado de su boca se curvó hacia arriba. ―¿Ivy? Parpadeé. ―Sí, mi estómago está muy bien. De hecho, corrí esta mañana y no me molestó en absoluto. ―Eso es bueno. ―La inclinación de sus labios se extendió en una sonrisa completa, y ah, rayos, esos hoyuelos se asomaron y los músculos bajos de mi vientre se apretaron aún más―. ¿Ivy? ―me llamó de nuevo. ―¿Sí? ―Estaba orgullosa de no haberme tardado una eternidad en responder, pero el sonido de mi voz era extraño a mis oídos, porque incluso con… No quería terminar ese pensamiento. Bajó el rostro y mi corazón dio un vuelco. ―¿Vas a soltarme? Es decir, no tienes que hacerlo, pero si sigues apretando así, voy a tener todo tipo de ideas traviesas y sin duda actuaré. Al principio no le entendí. ¿De qué demonios estaba hablando? Partes de mi cuerpo se concentraron en las ideas traviesas y se pusieron sumamente felices. Mi mirada bajó y vi que mis manos estaban empuñando su camiseta y… sus brazos ya no estaban en mi cintura.

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Oh, Dios mío, le estaba manoseando la camiseta. ¿Se podía manosear una camiseta? Estaba bastante segura de que estaba manoseando su camiseta. Dejando caer las manos, di un paso atrás y reboté contra la pared de ladrillo. Un movimiento muy sutil. Quería patearme a mí misma. Los ojos de Ren brillaban con la luz del sol que se filtraba entre los edificios. No hablamos por un momento, sólo mi mirada en la suya. ―Probablemente deberíamos despejar el área. Buena idea. Grandiosa idea. Los testigos podrían haber dado nuestra descripción, y aquellos con los que contábamos podrían no estar presentes para desestimar esos testimonios. Tomando una respiración profunda, recuperé el control sobre mis activas, rebeldes y recién descubiertas partes femeninas y él se hizo a un lado con caballerosidad. Para un hombre tan grande, se movía como si estuviera en el aire. En realidad todo lo relacionado con la forma en que se movía era fascinante de ver. O en serio, de verdad, necesitaba sexo. Suspiré. Entonces salió de mi boca la peor cosa en la historia de la humanidad y más allá. ―¿Tienes novia? Santas bolas de mierda, no acababa de preguntarle eso. Ren me miró sobre su hombro con una ceja arqueada. Le pregunté eso. Esas palabras realmente salieron de mi boca y quise mutilarme. Pero esperé la respuesta. La sonrisa de Ren fue como el chocolate negro, suave y rico. ―Todavía no.

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Capítulo 8 E

l resto del camino fue tranquilo comparado con lo que ocurrió al principio. Traté de no pensar en esa pobre mujer y en el hombre inocente, en la vida que se había perdido en cuestión de minutos, en la vida que se perdería entre hoy y mañana y todas las vidas que se verían afectadas por el suceso. No quise pensar en eso. Tan insensible como suena, era la única manera de poder continuar cazando. Y traté de no pensar en el momento lleno de tensión que Ren y yo habíamos compartido, en la pregunta absolutamente estúpida que le había hecho o en su respuesta misteriosa. Era la única manera de caminar a su lado sin lanzarme frente a un vehículo en movimiento. Encontramos a tres hadas durante nuestro turno, hadas normales. Por mucho que me matara quedarme a un lado y dejar que Ren se encargara, estaba cansada de discutir, al menos por esta noche. Ambos estaríamos sin turno el domingo, y para el lunes, esperaba poder pelear sin arriesgar mucho los puntos de sutura. Cuando llegó la hora de terminar, a la una de la mañana, no me sorprendió que intentara acompañarme a casa. ―Tomaré un taxi ―le dije―. Está demasiado lejos para caminar. Deteniéndose en la esquina de Canal y Royal, inclinó la cabeza. ―Es verdad. Realmente no tenía idea de cómo despedirme y me sentí un poco incómoda. Podía ver que el taxi estaba acercándose y miré a Ren. ―Bueno, supongo que… te veré el lunes en la mañana. ¿Hasta entonces? Una leve sonrisa apareció. ―Claro. Mis ojos se entrecerraron mientras el taxi se detenía junto a la acera. Abriendo la puerta trasera, me volví hacia Ren.

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―¿Dónde te estás quedando? ―Estoy rentando un lugar en el distrito de almacenes. Me sentí aliviada al oír que no estaba durmiendo en la calle. Sin saber qué más decir, me despedí y subí al auto. Le di al conductor mi dirección y ni un minuto después, mi teléfono celular sonó. Lo saqué de mi bolsillo trasero, dándome cuenta de que era un número que no conocía y sólo decía: gracias. Curiosa, le escribí de regreso: ¿quién eres? La respuesta fue inmediata: Ren. Oh. Se me olvidaba que había visto mi número en el archivo, y honestamente no había considerado que lo guardara, aunque comentó que me había llamado. Ni siquiera había revisado si lo había hecho así que lo hice en ese momento. Había una llamada perdida del viernes por la noche desde el mismo número. Escribí en respuesta: ¿por qué me das las gracias? No hubo respuesta por el momento. Llegué a mi departamento y guardé su número. Fue un poco raro ingresar su nombre cuando me di cuenta de que no sabía su apellido. UPS debió llegar después de que me fui. Me detuve para recoger dos cajas, las llevé adentro y las dejé en la mesita al lado de la puerta. Tink estaba en la cocina mordisqueando un buñuelo que para él era del tamaño de una pizza. ―¡Hey! Estás de vuelta. Y no te dispararon. ―Bajando un pedazo del dulce me frunció el ceño cuando dejé caer las llaves en el mostrador―. No te dispararon de nuevo ¿verdad? ―No. Levantó el trozo de buñuelo como si estuviera brindando y luego se lo metió a la boca. ¿Cómo podía estar en forma? No lo entendía. Saltando sobre los pies descalzos se puso las manos en la estrecha cintura. ―¿Sabes lo que he estado pensando? ―¿Qué? ―Bostecé, alcanzando y retirando los pasadores del cabello. ―¿Ese tipo que estuvo aquí ayer por la noche? ―Cogió uno de los pasadores que había puesto sobre el mostrador y le dio vueltas como un bastón, marchando hacia atrás y hacia adelante―. Creo que quieres algo con él. ―Uh. ¿Qué? ―Moví los dedos masajeando el cuero cabelludo y quitando los nudos de los rizos―. ¿Qué demonios te hace pensar eso?

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―Te fuiste con él incluso después de que obviamente se metió a la fuerza. ¿Te digo una cosa? Ustedes las hembras están locas. Los chicos siempre se meten a la fuerza y ustedes actúan todas derretidas como si allanar una casa fuera un rasgo atractivo ―despotricó, dándole vueltas al sexy pasador rosa―. ¿Las hembras de mi especie? Si hicieras eso te comerían para cenar. Y no en la forma divertida. Comenzarían por comerte las partes masculinas. ―Agarró sus genitales como si yo necesitara ayuda visual―. Y entonces… ―Bien. Lo entiendo. En primer lugar no creo que irrumpir en mi apartamento sea algo para desmayarse. No pienso como la mayoría de las chicas. Y en segundo lugar, Ren irrumpió porque alguien… ―lo apunté con un dedo―, dejó las puertas francesas sin seguro. Sus ojos se ensancharon. ―Yo no fui. Arqueé una ceja. ―Bien. Podrías haberlo hecho. Y trepó una pared para entrar. Eso fue en cierto modo… bueno, eso fue realmente impresionante. Levantó el pasador, apuntándome y sacudiéndolo a medida que hablaba. ―Apuesto a que eso significa que iba a seducirte y… ―Agrr, por Dios Tink. ¿Lo dices en serio? Es un miembro de la Orden. Es nuevo en el área y aparentemente es impaciente y no quiso esperar a que le devolviera la llamada. ¿Eso quiere decir que vamos a desnudarnos y hacer bebés? No. ―Una extraña sensación de decepción me invadió y la empujé lejos―. Así que no va a suceder. Y no hablaré de sexo contigo. El pasador hizo un ruido estrepitoso cuando lo dejó caer en el mostrador y se levantó en el aire para llegar al nivel de mis ojos. ―Hablemos de sexo. ―No. ―Rodé los ojos y me alejé. ―¡El sexo es bueno! ―Cállate, Tink. ―¡El sexo es divertido! ―continuó gritando. Sacudí la cabeza. ―Con las únicas cosas que tienes sexo son con objetos inanimados, así que ¿cómo vas a saber? Me ignoró.

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―¡El sexo es lo mejor cuando es de uno a uno! Deteniéndome en la sala, me di la vuelta para verlo dar empujones rítmicos con la pelvis. ―¿Esa no es la canción de George Michael? ―Quizás. Pero él estaba equivocado. Me gusta pensar que el sexo es mejor cuando es de tres en tres o algo así. Parece más aventurero. ―Como quieras. Buenas noches, Tink. Cerré la puerta mientras él comenzaba una canción de Salt-n-Pepa. ―¡Estás viviendo en la década equivocada, Tink! ―grité a través de la puerta. Me tuve que reír cuando oí cómo se caía y soltaba una retahíla de malas palabras. Después de prepararme para la cama, me tomó tiempo llegar al punto de quedarme dormida. Cuando finalmente me dormí, soñé que no estaba sola en la cama, sino que había un cuerpo duro masculino presionando contra la longitud del mío. Manos por todas partes, tocándome suavemente, acariciándome en lugares que eran demasiado íntimos y en formas con las que no había tenido mucha experiencia. Escuché mi nombre, la voz sonaba familiar y alcancé a ver ondas de color marrón oscuro, pero no podía estar segura. Estaba demasiado perdida en el sueño como para prestar atención o que me importara. Besó mis labios. Besó mi cuerpo en la forma en que me tocaba y podía sentir un cabello sedoso entre mis dedos cuando aferraba su cabeza, sosteniéndola contra mí, guiando su boca donde la quería… Desperté de repente, obligándome a salir del sueño y entrando al mundo real. Una cama vacía. No había manos, ninguna boca haciendo cosas decadentes y deliciosamente traviesas. Sin cabello suave deslizándose entre mis dedos. Estaba sola mientras miraba al techo, viendo la madrugada rodar a hurtadillas por la pequeña abertura de las cortinas. Pero mi cuerpo no lo aceptaba. Me sentía febril. Las sábanas estaban retorcidas alrededor de la cintura. Los pechos se sentían pesados y las puntas duras, sensibles contra el fino algodón de la camisa. Me dolía entre los muslos, de una manera que era totalmente injusta, y débilmente me di cuenta que no había sentido esta excitación desde Shaun. Honestamente, no había sentido una excitación como esta antes. No hubo nada malo con nosotros, pero éramos jóvenes cuando tomamos nuestra amistad de la infancia y la convertimos en algo más. Tonteamos mucho los primeros dos años, pero él… Shaun, había sido un buen chico y respetaba a Holly y Adrian hasta el punto en que yo era la que presionaba con el tema. No fue hasta que tuvimos dieciocho cuando tuvimos sexo, y esa fue la única vez. Fue bueno y bonito, dulce y torpe, de la forma en que las primeras veces pueden ser cuando estás con alguien

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que se preocupa tanto por ti. Imagino que si hubiéramos tenido más tiempo, podría haberme sentido así, como si mi cuerpo estuviera en llamas y fuera a volverme loca si no encontraba la liberación. Deslicé la mano derecha bajo la sábana, vacilando mientras mis dedos rozaban la banda de mis pantalones cortos; no había hecho nada desde Shaun, ni siquiera esto. No había estado tentada de hacerlo y en la rara ocasión en que quería, no se sentía correcto. Como si estuviera traicionando a Shaun de alguna forma, y me di cuenta de lo tonto era. Pero el dolor torcía las cosas. Yo sabía de eso. Me mordí el labio y luego lo solté. Tomando una respiración poco profunda, deslicé mi mano bajo la banda. Mi estómago revoloteaba, suavemente al principio y luego más profundo. Cerré los ojos mientras extendía el brazo. Mi respiración se aceleró cuando deslicé las puntas de los dedos en la humedad e infaliblemente encontré el cúmulo de nervios en el vértice de mis muslos. Un disparo de pura electricidad se encendió por mis venas mientras mis caderas se sacudían, un suave grito se deslizó de mis labios. Sabía qué hacer, lo había hecho antes. De hecho, lo había hecho cuando Shaun había estado en la zona de no sexo. Pero había pasado tanto tiempo. Corrí un dedo por mi centro y mi espalda se arqueó en respuesta. Mis dedos se cerraron. Sin previo aviso, una imagen de Ren apareció con vívidos detalles, ojos verdes brillantes y una boca llena de pecado. No quería pensar en él y traté de lavar su imagen de mis pensamientos, pero no pude, mis caderas se movieron contra mi mano. El fuego en mi interior ardía y me estaba quemando más y más. Traté de mantener su imagen en segundo plano, desesperada por no pensar en él mientras el placer se construía y la presión se enroscaba dentro de mí. Mis caderas se mecieron y empujé la cabeza hacia atrás contra la almohada, perdiendo el control de mis pensamientos. En mi fantasía, mi mano no era la mía. Mis muslos no se apretaban alrededor de mi mano, sino de la suya. No eran mis dedos. La tensión se rompió como una cuerda demasiado tirante que se revienta, la liberación me azotó. Apenas me tragué el grito mientras mi cuerpo y pensamientos se rompían en pequeños y felices pedazos. Colapsé en la cama, mis muslos relajándose y el ritmo de mi corazón normalizándose después del ritmo frenético. Estaba mirando al techo de nuevo, pero esta vez me preguntaba por qué no había hecho esto en tres años. Si despertaba todas las mañanas así, probamente sería una mejor persona.

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Tomando respiraciones cortas, cerré los ojos y dejé que mis músculos se relajaran mientras me decía que no había estado pensando en Ren a propósito mientras hacía eso. Era puramente accidental que apareciera en mis pensamientos. Después de todo, tenía sentido ya que él era el último amigo que había visto, sin contar a Tink. Verlo en mi mente mientras yo... mientras hacía eso no significaba nada. Ni una maldita cosa. *** Le envié un mensaje a Val en la mañana, sabiendo que necesitábamos hablar, me encontraría con ella en el cementerio Lafayette por la tarde. El lugar era su elección. Ella reclamaba la paz de las tumbas para ayudarse a pensar. Era así de rara, pero la amaba por caminar veinte minutos hasta la más antigua ciudad de los muertos que había en Nueva Orleans. La mayoría de la gente sabía que no había que aventurarse dentro de los cementerios una vez que la noche llegaba, pero usualmente estaba bien vagar por ahí durante el día, ya que generalmente estaban bien atendidos y había excursiones yendo y viniendo. Además, ella quería ir a la librería de la esquina y yo estaba totalmente de acuerdo con eso. Necesitaba conseguir otra novela de Hombre Marcado26. Val estaba esperando afuera, cerca del arco que conducía al cementerio. Hoy llevaba una falda negra y una camisa estilo campesino verde azulada que tenía en los hombros más volantes que un vestido de novia. Sólo ella podía lucirla bien. Caminó hacia el sendero adelantándose y envolviéndome en sus brazos. ―¡Chéri, llegaste! Alejándome un poco, me reí ante el término francés que sólo decía de vez en cuando. ―Me estás llamando cariño. ¿Qué quieres? ―Nada. ―Enredó su brazo con el mío―. Sólo estoy contenta de que por fin hablemos sobre qué infiernos está pasando. ―Y entonces se puso muy seria, lo que no era típico en Val―. Me preocupaste Ivy, algunos de los miembros están hablando y… ―¿Y no dijeron cosas agradables? ―pregunté mientras pasábamos bajo el arco de hierro.

Hombre Marcado: Saga de novelas románticas de la autora Jay Crownover cuyo título original es Marked Men. 26

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Ella palmeó mi brazo. ―Bueno, depende de cómo se mire. Le sonreí irónica. ―Están diciendo que estoy loca gracias a Trent. Pasamos tumbas a cada lado del camino. Las pasarelas formaban una cruz. No estaba segura si era a propósito, pero asumí que sí. ―Trent dijo que le contaste a Harris que la noche en que te dispararon había sido... un antiguo el que lo hizo ―explicó en voz baja mientras me guiaba hacia la izquierda, y sabía adónde me conducía―. Y dijo que lo confirmaste la noche del jueves. La noche del jueves parecía haber sucedido mucho tiempo atrás. Me subí los lentes con la mano libre y me tomé un momento para pensar. No tenía planeado decirle nada a Val hasta que hablara con Merle, pero necesitaba hablar con alguien. Pasamos bajo un gran árbol con hojas rojas y doradas. El olor del otoño era fuerte. ―Vi a un antiguo, Val. Ella no respondió de inmediato. ―¿Cómo puedes estar tan segura? Le conté lo que había pasado con el antiguo. ―Como puedes ver, no es algo que pase con un hada normal. ―Me callé cuando pasamos junto a un grupo de gente amontonada en una tumba―. Lo apuñalé. Se sacó la estaca como si nada. Y se lo dije a David pero… no creo que me haya creído. Sé que no. Piensa que lo perdí o algo así. ―Dios ―dijo sacando su brazo del mío. Mi estómago se hundió y dejé de caminar. ―No lo estoy inventando. Sus rizos apretados rebotaron mientras negaba. ―Sé que no, pero… ―¿Pero es difícil de creer? ―pregunté mientras miraba su espalda recta―. Sé que lo es, pero era un antiguo, Val. Y no es el único que he visto, vi otro el viernes por la noche en el distrito de almacenes, su nombre es Marlon St. Cyres, o así es como se hace llamar. Es un monstruo del desarrollo. Estoy segura de que has oído hablar de él. Un hada no se hace pública de esa manera, pero a este no le preocupa

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que le tomen una foto que puede volver a la superficie dentro de veinte años y se descubra que no envejece. Después de un momento Val me enfrentó. Se veía tan vibrante entre las decadentes tumbas grises, pero tenía la piel más pálida de lo normal cuando me devolvió la mirada. ―¿Realmente los viste? Asentí, soltando un rápido suspiro. ―Sí. Regresó a mi lado. ―¿Por qué crees que están aquí? ―No sé si alguna vez dejaron la ciudad o qué, pero creo… creo que tiene que ver con las puertas. ―Observé a dos personas pasar junto a nosotras y detenerse unas pocas tumbas más abajo para sacar fotografías. Mantuve la voz baja―. Creo que podrían estar planeando algo con las puertas. Sus ojos se ampliaron y cuando habló su voz sonaba tensa. ―Ivy. ―No sé por qué, pero no estoy… ―Las palabras se atascaron. ¿Podría hablar de la Elite? No era que no confiara en ella, pero me parecía mal traicionar la confianza de Ren. Val jugaba con los brazaletes a lo largo de su muñeca. ―¿Qué? Conocía a Val desde hacía un tiempo y confiaba en ella. ―Lo que estoy a punto de decirte no puede ir más lejos ¿de acuerdo? ―Cariño, soy el baúl de los secretos. ―Ondeó la mano alrededor de la cintura―. Podría ampollar tus orejas con lo que sé de algunos de los miembros, pero lo mantengo para mí misma. Me preguntaba hasta dónde sabía. Caminando por delante de Val me dirigí a donde siempre terminábamos cuando íbamos al cementerio. La tumba del primer miembro de la Orden que fue asesinado por un hada en Nueva Orleans. Había un ángel de pie que estaba rezando y todavía conservaba ese blanco perlado casi luminoso. El símbolo de la Orden, las tres espirales entrelazadas, había sido tallado en el centro de la tumba. Extendí la mano para pasar los dedos sobre él. ―Ren sabe de los antiguos ―le dije cuando se detuvo a mi lado. La miré y seguí hablando―. Es parte de la Elite.

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Parpadeó una vez, luego dos. ―¿Qué puta mierda es la Elite? Una breve sonrisa cruzó mis labios. Le conté lo que Ren me había explicado sobre la Elite y por qué estaba aquí. Ya esperaba su cara de perplejidad, estaba segura de que así me veía cuando Ren me lo dijo. Val necesitaba un momento para absorber todo. Pasó frente a la tumba del miembro caído. Mi mirada se paseó por las tumbas que alguna vez fueron prístinas pero con el tiempo se habían desteñido a un gris opaco, mis ojos pasaron sobre ellas y se detuvieron en una con toda la cima expuesta bajo los gastados ladrillos. El lugar realmente era hermoso, de una espeluznante y triste manera, pero mi corazón latía con paso inseguro mientras esperaba a que Val procesara todo. ¿Había tomado la decisión correcta? La inquietud floreció profundamente en mi vientre mientras cambiaba de un pie al otro. Quizás no debí hablar con ella sobre Ren y la Elite. Finalmente, ella se plantó frente a mí con las manos en las caderas. ―¿Le crees? ―Sí. ―Bien ―dijo, exhalando bruscamente mientras arrugaba su nariz―. Si tú le crees, entonces yo le creo. Tengo más experiencia cuando se trata de locos de la que podrías llegar a tener nunca. Aliviada, sentí que aflojaba la tensión. El sentimiento de malestar estaba aún allí, pero era comprensible. Acababa de decirle un gran secreto. ―¿Así que cuál es el plan? ―preguntó. Pestañeé. ―Ah. Realmente no lo tengo. David no va a decir nada si es que sabe algo; estaba pensando en ver a Merle. Si alguien sabe sobre las puertas, podría ser ella… dependiendo de su estado de ánimo. Sus rasgos se agudizaron. ―Iré contigo. Una risa se me escapó. ―La última vez que visitaste a Merle y a Brighton conmigo, ella te llamó ramera. ―Oh sí, lo hizo. ―Val sonrió―. Estoy segura de que se le ha olvidado.

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―Ah no. Cada vez que hablo con ella me pregunta si aún estoy saliendo con la “puta de Satanás” y todo eso. No lo ha olvidado. ―¿Puta de Satanás? Wow. Es un título impresionante. ―Lo es. ―Sonreí―. De todos modos creo que es mejor que lo haga sola. Ella frunció los labios. ―¿Va el niño Renny contigo? Sonreí mientras me alejaba de la tumba. ―No. Le dije que podría conocer a alguien pero no le dije a quién. ―Chica inteligente. ―Pasó el brazo a través del mío de nuevo y descansó su mentón en mi hombro, sus rizos cosquilleaban mi mejilla―. Gracias por confiar en mí. Estaba preocupada. Bueno, ahora estoy realmente preocupada pero por diferentes razones. ―Puedo sentirlo. ―Comenzamos a atravesar el cementerio caminando de regreso―. ¿Por qué crees que los antiguos estén levantándose? Arrugó la frente con un ceño. ―Si quieren abrir las puertas es para traer más antiguos. Mi abuela solía hablar mucho de los antiguos ―dijo. Yo no lo sabía―. Ya sabes, los que dirigían las cortes en el Otherworld. Ella decía que cuando se unieron Verano e Invierno, hubo sólo un príncipe, una princesa, el rey y la reina. Eran muy poderosos y controlaban a los caballeros y a todas las hadas. No sé si esa parte es verdad, pero, ¿qué importa? ¿Qué pasará si los antiguos de aquí quieren liberarlos? Un escalofrío recorrió mi espina dorsal a pesar del sol brillante. ―Sería muy malo. Una vez le había preguntado a Tink por qué las hadas no se quedaban en su mundo, por qué él no quería regresar. No había estado muy feliz de responder, pero me había explicado que las hadas se habían pronunciado sobre todas las criaturas del Otherworld, esclavizándolas y casi extinguiendo especies enteras. También dijo que esas acciones tuvieron consecuencias nefastas, pero nunca las explicó. Para mí, la razón de que las hadas estuvieran aquí era simple. Habían tomado su reino y ahora querían el nuestro. Con las puertas al Otherworld cerradas, no podían llevar a los mortales a su reino para alimentarse y entretenerse. Y no importaba lo que sucediera, esas puertas no debían abrirse. ―Dime lo que vayas descubriendo. ―Val se acercó, me quitó las gafas de sol y se las puso; tenía que admitir que se veía bien con ellas―. Ayudaré en lo que sea.

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Salimos de Lafayette en dirección a la tienda de libros. ―Bueno. Conversaciones normales ―dijo―. ¿Estás lista? ―Por supuesto ―contesté sintiéndome mil veces mejor después de hablar con ella. La verdad mantenía la luz del alma. ―¿Qué opinas sobre el nuevo chico? ―preguntó mientras entrábamos en el pequeño centro comercial al otro lado de la calle. ―¿Ren? ―Aparté la vista rápidamente, sentí que mis mejillas comenzaban a calentarse. Pensé en esta mañana y en cómo su cara había aparecido en mis pensamientos―. ¿Qué quieres decir? Te dije que creo en él. ―Eso no es lo que quise decir. Es sexy. Malditamente sexy. Y pertenece a una organización secreta dentro de una organización secreta, lo que aumenta la escala a súper-sexy. Cuando estaba en la reunión la noche del viernes, sonrió y mis bragas se incendiaron. ―Al otro lado de una oficina de abogados, Val abrió la puerta del Garden District Book Shop―. ¿Te gusta? Porque me gustaría tener un pedazo de eso, pero sólo si no estás interesada. Abrí la boca para decir que no, pero nada salió. Nada. Ni un no, ni un sí. Nada. Val se giró hacia mí con los ojos muy abiertos y me tomó de los hombros. ―Oh, Dios mío, ¿estás interesada en él? Lo quieres para que ponga tus bragas en llamas. ―Realmente no quiero quemar mi ropa interior. ―Mi Dios ¿por qué ahora todos querían hablar de sexo? ―. En absoluto. Val ondeó la mano desdeñando mis palabras. ―Lo quieres. Y puedes tenerlo. Necesitas romper esa sequía épica, y el chico es una maldita buena forma de romperla. ―Bajando la mano, juntó ambas y gritó balanceándose hacia atrás en los tacones―. ¡Mi pequeña niña va a follar! ―Y meneando el culo―. ¡Finalmente! Umm. Miré a la derecha y vi a una mujer detrás de la vitrina observándonos. A mi izquierda había un hombre con un niño pequeño, de unos cinco o seis años. ―¿Qué es follar? ―le preguntó el niño al hombre. Suspiré. Completamente ajena, Val se dio la vuelta y se dirigió directamente hacia la sección de romance. Me arrastré detrás de ella, casi deseando que todavía estuviéramos hablando de los antiguos.

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―Sabes ―dijo girando por el estrecho pasillo con la falda ondeando a su alrededor―, no estaba bromeando cuando me ofrecí a poner fin a tu sequía. Tengo la misma oportunidad. Riendo, me detuve en medio del pasillo y estudié el estante buscando por apellidos de autores. ―Lo sé. Ella bailó a mi alrededor y cubrió con un brazo mis hombros. ―Las chicas son mucho más divertidas que los chicos. ―Ni siquiera necesito probarlo para saber que es verdad. Oye. ―La golpeé con la cadera―. ¿Qué pasó la última noche con tu cita sexy? Era un chico ¿cierto? ―Oh, sí. ―Deslizándose lejos, tarareaba en voz baja mientras examinaba las estanterías―. Él es... algo más. ―Me miró a través de las pestañas―. Estoy sorprendida de poder caminar. ―Pensaba que las chicas eran más divertidas ―respondí escueta, finalmente había encontrando el apellido Crownover. ―Generalmente. ―Cogió un libro―. Pero también hay algunos chicos. Igual que Ren. Y son más divertidos. Así que cuando consigas… ―Ni siquiera termines esa frase. ―Al localizar el libro que estaba buscando, lo cogí y lo acurruqué contra mi pecho mientras me volvía hacia Val―. Mira, estoy... Sí, bueno, me siento atraída por él. ¿Quién no lo estaría? Pero sólo lo conozco desde hace unos pocos días. ―Nena. ―Saltó hacia mí―. Nena. ―¿Qué? ―Le disparé una mirada antes de comenzar a caminar al frente de la tienda. ―No necesitas conocerlo, conocerlo, para tener algo. Sólo necesitas dejar caer esas bragas. ―Se detuvo y sus ojos se pusieron vidriosos como si estuviera recordando algo muy estimulante―. En realidad, no necesitas renunciar a ellas. Él podría deslizarlas a un lado, y eso es muy sexy. ―Oh, mi Dios ―murmuré, luego hablé más fuerte―. ¿Podemos dejar de hablar de esto? ―Como quieras. Mojigata. Sonreí. ―Jo. Jo.

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Pagamos nuestros libros y seguramente los empleados se alegraron de vernos caminar hacia la salida. Avanzando juntas, supe que había tomado la decisión correcta al confiar en ella. Val necesitaba saber lo que estaba por ahí para poder protegerse. No sé lo que haría si la perdiera. Terminamos en la cafetería de al lado y no llegamos más allá de sentarnos. Continuaba hablando de cómo yo necesitaba estar con Ren en una cama o contra la pared o en una barra de cocina para el fin de semana y de repente se agitó en la silla sobresaltándome. ―¿Estás bien? ―pregunté inclinándome hacia ella. ―Mierda. La hora. ―Se puso de pie―. Me tengo que ir. Levanté las cejas. ―¿Cita con el sexy número dos? ―De hecho, sí. ―Agarró su café―. ¿Cómo me veo? ¿Deliciosa? ―Sexy, como siempre. ―Extendí mi mano―. ¿Puedo recuperar mis gafas de sol? ―Oh. ―Val se rio, alcanzándolas y retirándolas de su coronilla. Me las entregó y se inclinó para besar mi mejilla―. Te “mensajeo” después. ―Tengo el presentimiento de que vas a estar realmente ocupada después. Ella se rió. ―Si tengo suerte. Levantándome, recogí mi té dulce y la bolsa de la librería. ―¿Entonces tendré la oportunidad de conocer al chico sexy que va a hacer que camines de forma graciosa mañana? Val sonrió y comenzó a caminar con la falda ondeando alrededor de sus piernas. ―Tendrás la oportunidad de conocerlo. ―Mordiéndose el labio me guiñó un ojo―. Ten cuidado, ¿de acuerdo? Extendí la mano para apretar la suya. ―Tú también.

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Capítulo 9 E

n el camino de regreso hice una parada en la casa de Brighton y Merle, justo en el corazón del Garden District, no muy lejos de mi apartamento. Vivían en un verdadero hogar de antes de la guerra, una hermosa casa de dos pisos con cuatro grandes pilares blancos que sostenían el enorme porche delantero y el balcón de arriba. Las persianas estaban pintadas del negro tradicional, pero hace un mes, Merle tuvo la loca idea de contratar a una empresa para pintar la puerta principal de azul pálido. Me pareció una idea extraña, sobre todo porque el color era de un tono lavado: el color exacto de los ojos de las hadas. Una valla de hierro forjado rodeaba la propiedad, y cuando abrías la puerta, hacía un ruido parecido al de huesos viejos rozándose entre sí. La acera estaba agrietada, como yeso viejo, pero finalmente había sido reparada hace un año. Entré al porche y esbocé una mueca cuando las tablas gimieron. Enormes helechos colgaban del techo y se balanceaban con la ligera brisa. Caminé hasta la gran puerta azul. Dudé un segundo y luego toqué con los nudillos. Merle odiaba el timbre, así que resistí el impulso de tocarlo. Cuando no hubo respuesta golpeé de nuevo, finalmente tuve que tocar el timbre. Sin embargo, seguí sin respuesta. Dando un paso atrás miré alrededor del porche. Los hermosos muebles de mimbre estaban acomodados un poco al azar, y sabía que a veces Merle los movía sólo para molestar a Brighton. Pensando que podrían estar en el patio trasero, caminé por un costado del porche unos tres pasos hacia el glorioso patio. Los árboles frutales y los capullos ya florecidos perfumaban el aire. Estaba celosa del jardín de Merle. Era absolutamente impresionante, como algo salido de un espectáculo de HGTV27 y sabía que tanto ella como su hija pasaban mucho HGTV: Home & Garden Television. Es un canal de la televisión norteamericana cuyos programas están dedicados a la decoración y el mantenimiento de la casa y el jardín. 27

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tiempo cuidándolo. Pero no encontré a Merle arrodillada retirando las malas hierbas o recortando los arbustos de colibrí. Brighton no estaba sentada en cualquiera de los gruesos sillones acolchados o en los bancos con un libro en el regazo. La música de jazz no salía a la deriva desde la casa. El jardín también estaba vacío. Caray, escogí el domingo que no estaban en casa para pasar. Debería haber llamado a Brighton, pero era terrible cuando se trataba de contestar las llamadas o siquiera saber dónde había dejado su teléfono celular. Bien, no tenía opción. Metí la mano en la bolsa del pantalón, saqué mi teléfono celular y marqué su número. Como era de esperar, no hubo respuesta. Al pitar la señal del buzón, dejé un mensaje de voz. ―Oye, Brighton. Soy Ivy. ¿Puedes llamarme cuando escuches esto por favor? Gracias. Colgué y me volví para caminar de regreso hasta el porche, entonces por el rabillo del ojo me llamó la atención un movimiento brusco. Me paralicé con la bolsa de la librería colgando de los dedos. ¿Vi… alas? Podría jurar que vi un aleteo en uno de los arbustos con flores de color rosa brillante. No alas de mariposa. Y eran demasiado grandes y transparentes para pertenecer a un pájaro. Dando vueltas alrededor del arbusto me quedé mirando. En silencio di un paso. Me quedé casi sin respirar durante varios segundos. ¡Allí! A través de uno de los arbustos vi el movimiento de nuevo, un aleteo, alas transparentes del tamaño de mi mano. ¿Había un brownie en el jardín? Era tan poco probable como el infierno, pero sabía que no era imposible. Después de todo encontré a Tink en un cementerio. Podría haber más rondado por ahí. Tal vez incluso una hembra. Tink podría conseguir novia. Arrugué la nariz. ¿En qué demonios estaba pensando? Incluso si era una brownie mujer, no iba a capturarla y llevarla a mi casa para Tink como si fuera una traficante de brownies. ―¿Hola? ―dije suavemente―. No voy a hacerte daño. Pasó un rato y yo seguía de pie hablando con el arbusto. Me arrodillé y extendí la mano para agarrar cuidadosamente las ramas. Retiré los frondosos tallos a un lado y me asomé. No había nada.

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Dejé ir las ramas y suspiré mientras me levantaba. O estaba viendo cosas, o lo que hubiera estado allí, brownie o no, salió disparado. Me entretuve un par de minutos más, pero no vi nada extraño. Salí de la propiedad cerrando el portón detrás de mí. Caminar bajo los grandes árboles de roble era un paseo agradable. No tenía prisa. A menudo tenía que correr para llegar a cualquier parte y no tenía nada planeado para este día, excepto llamar a Jo Ann y tal vez cenar con ella. A mitad de camino a mi apartamento, un extraño escalofrío se deslizó por mi espalda haciendo que el cabello de mi nuca se erizara. Me detuve en la esquina temblando cuando la sensación de ser observada aumentó. Era tan intensa que sentía que la persona estaba de pie exactamente detrás de mí. Con el corazón desbocado, miré por encima del hombro y no encontré a nadie. La estaca en el interior de mi bota me tranquilizó, pero seguí de pie en la calle. Aunque la mayoría de las hadas preferían las tardes o noches, nada les impedía salir durante el día. Y la sensación de ser observada no significaba que fuera necesariamente un brownie. No eran las únicas cosas peligrosas en la ciudad. Estudiando la calle de arriba a abajo, giré en un círculo lento. La gente estaba en sus patios y en la calle había un pequeño grupo de turistas viendo las casas, pero nadie me estaba prestando atención. La sensación de ser observada no se había desvanecido cuando comencé a caminar de nuevo, mucho más alerta y a un ritmo más rápido. La sensación continuó hasta que estuve a media cuadra de mi apartamento. Se desvaneció como humo en el viento, pero mi cautela no. *** Igual que el sábado, Ren me esperaba afuera de Mama Lousy apoyado contra la pared, como si no tuviera nada mejor que hacer. Me acerqué con reserva, pasando una mano nerviosa por el cabello para alisar los rizos sueltos y mantenerlos en orden. La humedad era espantosa y todo lo que quería era cortar los jeans y la camisa, e ir medio desnuda como todos los demás. Durante todo el día tuve un nudo extraño, nerviosismo, excitación y temor rebotaban en mi interior como una pelota lanzada contra la pared. No quería pensar demasiado en la razón, pero en el momento en que vi a Ren, pensé en lo que había dicho Val ayer y en lo que yo había hecho esa mañana. El calor se arrastró por mis mejillas y casi me di la vuelta. Pero, ¿a dónde iría? ¿A esconderme en un cubo de basura? Si no me daba miedo luchar contra las hadas ¿por qué huiría de Ren? Era una estupidez. No tenía ninguna razón para sentirme rara, avergonzada o algo. Necesitaba relajarme. Cuadré los hombros,

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levanté la barbilla y caminé hacia la entrada de la tienda de regalos. Ren hizo una seña con la cabeza en mi dirección y sonrió. Sus hoyuelos aparecieron. Sacó un brazo, me lo tendió y entre sus largos dedos había una rosa de un azul profundo, casi violeta. Mi mirada viajó de la rosa a él y luego de regreso a la rosa. ―Yo... No entiendo. ―Para ti ―dijo separándose de la pared y alzándose en toda su altura. Levanté la mirada. ―¿Para mí? Sus ojos brillaban. ―Sí. ―¿Por qué? ―Cariño, si no tomas esa rosa me la llevo ―dijo una mujer. Una desconocida que simplemente pasó caminando. Miró a Ren con una sonrisa descarada―. Y me lo llevaré a él también. El calor en mis mejillas aumentó, y la risa de la mujer que caminaba calle abajo finalmente se perdió entre las sirenas de policía que sonaban desde algún lugar cercano. ―La vi de camino aquí y pensé en ti. ―Levantó la rosa y tocó con ella la punta de mi nariz. Los pétalos olían frescos―. El color casi coincide con tus ojos. Se me cayó la boca mientras lo miraba fijamente. Bajando la rosa, se inclinó. Su nariz rozó mi mejilla cuando me habló al oído. ―Esta es la parte donde tomas la rosa. Una serie de temblores bailaban sobre mi piel y mi pulso explotaba por el ligero toque inocente. Lo miré enderezarse con los ojos verdes ardiendo. Se me secó la boca y tomé la rosa. ―Gracias. Ren inclinó la cabeza a un lado. ―Estoy realmente sorprendido. ―¿Por qué? ―Dijiste gracias. No pensé que lo harías ―dijo encogiendo los anchos hombros―. Sabía que había una buena probabilidad de que me tiraras la rosa en la cara.

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Acuné la rosa contra mi pecho preguntándome qué creía de mí para pensar eso. ―Debo haberte causado una gran primera impresión. ―Unas cuantas primeras impresiones ―corrigió valientemente―. Por otra parte, no te culpo, teniendo en cuenta cómo comenzaron las cosas. Increíblemente cohibida asentí mientras me inclinaba de lado para bajarme una de las correas de la mochila, la abrí y con cuidado puse la rosa en el bolsillo delantero. ―¿Qué cargas a todas partes en esa bolsa? ―preguntó―. No se ve muy ligera. ―Libros de texto y cuadernos. ―Subí la cremallera de la mochila―. No es demasiado pesada. Ren se acercó más a mí para dejar el camino libre a alguien que pasaba. ―¿Libros de texto? Vas… ―¡Ivy! ―gritó Jerome desde el interior de la tienda de regalos. Su rugido era tan fuerte que sacudió las ventanas―. ¡Trae tu trasero para acá! Ren se puso rígido y se volvió con los ojos entrecerrados, pero yo suspiré mientras me ponía la correa de vuelta en el hombro. ―Ahora regreso ―le dije moviéndome. Abrí la puerta. La puerta no se cerró. Ren la detuvo dos pasos detrás de mí. Lo miré por encima del hombro, pero tenía los ojos al frente observando al anciano cascarrabias detrás del mostrador. La sonrisa juguetona se había ido y los ojos verdes se veían fríos. Abrí la boca, pero Ren me calló. Me rodeó para pasar y dirigirse al mostrador donde plantó las manos en la superficie de cristal. ―¿Es así como le hablas a una señorita? Oh Dios. Las cejas negras de Jerome se alzaron hasta la frente cuando retó a Ren, mirada contra mirada. ―¿Quién diablos te crees que eres? ―Alguien que piensa que tienes que aprender un poco de respeto ―atacó Ren. Caminé para plantarme entre Ren y un despliegue de plumas vudú que olían

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a patchouli.28 ―Está bien, Ren. No quitaba la mirada de Jerome. ―No está bien para mí. Jerome se irguió y se cruzó de brazos, su expresión permanecía hosca. Me sorprendía que los profundos surcos en su rostro no se congelaran. ―Nadie te preguntó, muchacho. ―Suficiente. ―Levanté una mano sospechando que Ren estaba a punto de agarrar al viejo y estrangularlo―. En serio. No pasa nada. No me está faltando al respeto. ―Le eché un vistazo a Jerome―. Bueno, más bien no es algo personal. Es un idiota con todo el mundo. ―No con todo el mundo ―respondió en tono hosco. Lo miré brevemente. ―Tu perro no cuenta. Un momento lacónico. Ren finalmente me miró. Algo de la dureza había desaparecido de su mirada pero aún no se veía muy contento. ―Sigue sin estar bien. ―Ren ―murmuré. ―Ivy ―me imitó. Jerome puso los ojos en blanco. De pronto levantó la barbilla y se estiró. ―¡Oye, tú! Sí, tú, el de la salsa picante ―gritó. Ren y yo nos volvimos. Un hombre blanco de mediana edad se congeló con dos botellas gigantes de Voodoo Queen Hot Sauce en las manos―. Esas botellas son para comprarlas, no para acariciarlas. Así que cómpralas o déjalas en su lugar. ―Wow ―dije volviéndome hacia Jerome―. Me sorprende que este lugar haga algo de dinero. Él resopló. ―Me importa una mierda. Nunca lo pensé. ―¿Hubo alguna razón para llamarla? ―preguntó Ren cruzando los brazos al

Pachouli: Un aceite aromático que se obtiene de un arbusto del sudeste asiático y se utiliza en perfumería, insecticidas y medicamentos. 28

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mismo tiempo que el cliente se apresuraba a salir de la tienda―. En realidad tenemos cosas que hacer. Su mirada volvió a Ren. ―Creo que me gustas, muchacho. ―Que honor ―murmuró Ren―. Estoy completamente halagado. Me mordí el labio para no reírme. ―Me lo debes. ―Jerome me señaló con su dedo nudoso. Al principio no tenía idea de lo que quería decir, pero entonces recordé el día. ―Oh. Mierda. ―Puse las manos sobre el mostrador―. Lo siento. Esta ha sido un infierno de semana. Se me olvidó. ―¿Qué olvidaste? ―dijo Ren, miraba alternativamente a Jerome y a mí. ―Es lunes ―se quejó Jerome ―. Todos los lunes durante dos años y esta es la primera vez que se te ha olvidado. ―Pastel ―le dije a Ren, dejando escapar una pequeña sonrisa. Una ceja marrón se levantó. ―¿Pastel? ―¡No cualquier maldito pastel! ―Jerome dejó caer los puños sobre el mostrador haciendo que saltara―. El maldito mejor pastel de chocolate que he probado nunca. Esta chica me lo trae todos los lunes. Reorganizo mis puntos sólo para comer ese maldito pastel. Ren parecía aun más confundido. ―¿Puntos? ―Sigue una dieta. ―Sonreí―. Lo siento. Lo traeré mañana. ¿Está bien? Jerome refunfuñó algo en voz baja. ―Será mejor que no lo olvides. Ahora sal de aquí para poder pedir una pizza. La cosa es que yo no era la única. Ya fuera de la tienda empezamos a caminar por Jackson Square. No habíamos recorrido ni la mitad de la cuadra cuando Ren empezó a reírse. ―¿Qué? ―Lo miré. ―¿Horneas? ―preguntó empujando mi hombro con el suyo―. ¿Haces un pastel de chocolate, que al parecer es el mejor en todo el mundo, para un viejo que está senil?

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Una risita se me escapó. ―Um, sí. Hornear... es como un hobby. Bueno. Esa fue una absoluta mentira. Los únicos pasteles que había horneado salieron de una caja. Era Tink quién los horneaba a partir de cero. ―¿Y por qué no me has ofrecido ningún pastel? Me pregunté qué pensaría si supiera que el pastel lo hacía un brownie. Mirándolo de reojo, restregué las manos en mis pantalones. ―Tendrás que conocerme mejor antes de probar mi pastel. Se quedó con la boca abierta, la cerró un segundo antes de dar un paso para quedar justo frente a mí. Me detuve en seco para evitar chocar con él. El hombre detrás de nosotros maldijo y nos lanzó una sucia mirada mientras nos rodeaba para pasar. Ren no le hizo caso. ―¿Eso fue una invitación? Porque estoy dispuesto a conocerte de cualquier manera si eso significa que tengo la oportunidad de probar tu pastel. ―¿Una invitación para...? ―Dios mío. Reproduje mis palabras en la mente y sentí que mi cara enrojecía―. ¡Eres un pervertido! ―Lo golpeé duro en el pecho ―. Eso no es lo que quise decir. ―Qué lástima ―dijo solemne. Le pegué de nuevo, en el brazo esta vez, después me escapé por su costado. ―Eres como un perro. Levantó la cabeza y se rio a carcajadas. A pesar de mi vergüenza, mis labios formaron una irónica sonrisa. No pude evitarlo. La carcajada... era muy contagiosa. Estuvo a mi lado en un santiamén. ―Realmente quiero probar el pastel, el verdadero pastel. Bueno, me encantaría probar tu pastel también. ―Si dejas de hablar de pasteles en general, te prometo que te daré una rebanada ―le dije―. Y no te voy a apuñalar. ―¿Tú me apuñalarías? ―La diversión coloreaba su tono. Asentí. ―Incluso después de darme una rosa. ―Está bien. De acuerdo. No más pastel. ―Se quedó callado mientras cruzábamos Chartres―. ¿Hiciste algo ayer en tu día libre? Casi me tropecé y lo miré con dureza. Brighton no me había llamado, lo que no era una sorpresa. Estaba planeando otra visita pero no había forma de que él lo

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supiera. Una media sonrisa curvó su boca por una esquina. ―Es sólo una simple pregunta. Te voy a decir lo que yo hice. Dormí hasta las diez. Entonces vagué por ahí, un poco sin rumbo para ser honesto, y me detuve a comprar buñuelos. La noche anterior regresé al hotel en el que vimos entrar al antiguo. Eso es lo que hice. Las palabras empujaron duro para llegar a la punta de la lengua. ―No hice mucho ―dije después de un momento―. Me encontré a Val y nos fuimos a una tienda de libros. Luego me fui a casa y pretendí limpiarla. Cené con una amiga. Eso es todo. Su mirada encontró la mía y pensé en el dolor que había visto en su rostro cuando el hombre murió. ―¿Ves lo fácil que fue? Asentí, pero no fue fácil. De ningún modo. Cuando nos acercamos a la plaza Jackson, la brisa del Mississippi era mucho más fría y revolvía los rizos sueltos en mi nuca. ―Esos libros de texto que cargas ―preguntó cambiando el tema―. ¿Para qué sirven? Nuestros pasos se volvieron lentos mientras consideraba lo que le iba a decir. No es que ir a la universidad fuera un secreto. Pasé los dedos a lo largo de la alambrada. ―Voy a la universidad Loyola. Estoy especializándome en sociología. Podía sentir sus ojos sin siquiera mirarlo. ―¿De verdad estás yendo a la universidad? ―preguntó―. ¿Vas a la universidad y además haces esto? Asentí, Ren miró las profundas torres grises rompiendo los cielos azules. ―¿Tienes planeado abandonar la Orden? Me reí. ―Creo que la única manera de salir de la Orden es en una bolsa de cadáveres. ―Eso no es cierto. ―Poniéndose delante de mí, caminó hacia atrás para poder mirarme. Su mano recorría la alambrada junto a la mía. Tenía suerte de que hubiera un espacio decente sin vendedores―. La gente ha abandonado la Orden, Ivy.

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―No quiero irme. Solo quiero... quiero hacer más. ―Mi estómago se hundió y de repente me arrepentí de haber hablado tanto. Ren dejó de caminar y nuestras manos chocaron en la alambrada. Empecé a mover la mano hacia atrás, pero me contuve. ―Sé que es extraño, pero sí, eso es lo que estoy haciendo. Sus ojos buscaron los míos. ―No, no es raro. Simplemente es diferente. Nuestras miradas se encontraron por un momento, miré hacia otro lado mordiéndome el labio inferior. Cuando lo miré de nuevo, todavía estaba estudiándome de esa manera, como si no pudiera ver a través de mí, pero sí en mi interior. ―¿Qué? ―reclamé. ―Estaba pensando en algo. ―Su dedo encontró el mío. Miré nuestras manos y se me cortó el aliento cuando su dedo comenzó a dibujar el mío―. No creo que haya conocido a nadie como tú. ―Suena como una mala cosa. ―Seguí mirando nuestras manos. Sonrió. ―Es algo bueno. Creo. Eso no sonó como un rotundo respaldo. Retirando la mano comenzó a caminar de nuevo, pero esta vez mirando hacia adelante. Y regresando por donde vinimos. ―Vamos. Tenemos trabajo que hacer. ―¿No es lo que estamos haciendo? Me miró por encima del hombro. ―Lo que estoy buscando no está aquí. ―Ah. ¿No está? ―Avancé a su ritmo de piernas largas―. ¿A dónde vamos? ―Aquí abajo. Mis cejas se levantaron. ―¿Al callejón de los piratas? Ren simplemente me guiñó un ojo y siguió caminando. Al no tener idea de lo que estaba haciendo, lo seguí más allá de la entrada del callejón. No nos quedamos allí, lo cual fue una lástima porque el callejón era hermoso con todos sus edificios y puertas de colores.

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Se detuvo en Madison Street y resistí la tentación de decirle que podríamos haber llegado primero allí en lugar de dirigirnos a la plaza, pero de todas maneras nuestro trabajo requería que camináramos de arriba a abajo por las mismas calles toda la noche. Ren se acercó a un chico en la calle que estaba de pie junto a una moto. No sé qué modelo era, pero era elegante, negra, y se veía lo suficientemente rápida como para romperte todos los huesos si te estrellabas con ella. ―Gracias, hombre. ―Ren le entregó al chico un fajo de billetes. Lo miré mientras el chico se echaba a correr. ―La moto... ¿Es tuya? Él asintió. ―¿Qué modelo es? Me quedé mirando la moto como si fuera un insecto gigante de dos patas. ―Algunos la llaman Ducati. ―Tomó los dos cascos y arqueó una ceja retándome―. He venido preparado esta noche. Uno para mí. ―Levantó el otro casco―. Uno para ti. Le lancé una mirada asesina. ―¿Y esperas que me suba en eso? ―Sí. ―Me entregó un casco negro y lo alejé de mi cuerpo como si fuera una granada de mano―. Mira, como te he dicho, tengo un trabajo que hacer y no implica rastrear a un hada normal. Estoy aquí para averiguar lo que los antiguos están investigando y frustrar lo que sea que quieran lograr. Puedes venir conmigo o no. Preferiría que lo hicieras. ―Inclinó la cabeza a un lado y el sol de la tarde iluminó su mejilla―. Si estás cerca, por lo menos sé que no estás yaciendo muerta en alguna parte. Apreté el casco con más fuerza. ―Puedo cuidar de mí misma. ―No he dicho que no, pero a pesar de que sólo te conozco desde hace poco tiempo, sé que no vas a huir de una pelea. Vas a correr a su encuentro. ―La media sonrisa juguetona apareció mientras lanzaba una larga pierna por encima de la moto para subir―. Y eso es increíblemente sexy, pero también increíblemente peligroso en este momento. Y se supone que debes ser mi guía, al menos hasta el miércoles. Así que sube a mi moto. Va a ser divertido. Mientras lo miraba, quería exigirle que dejara de ser tan condenadamente guapo y encantador. Era difícil discutir su lógica cuando la dejaba salir con una

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sonrisa sexy y palabras bonitas. ―¿Vienes o no? Suspiré mirando al casco, luego lo miré a él. Una lenta sonrisa se extendió por sus labios. ―Está bien. Sus ojos se profundizaron a un color verde bosque. ―Entonces, póntelo. Me molestó su tono de mando, cambié el casco de mano para golpearlo. Ren rio y la piel se le arrugó alrededor de los ojos. ―No me gustas ―le dije. Sonrió ladeando la cabeza y me miró con intensidad. ―No mientas. Lo veo. Es posible que te moleste, pero te gusto. Oculté el hecho de que era un buen observador. ―Tu observación es errónea. ―Uh-huh. Las espesas pestañas bajaron protegiendo sus ojos, y luego su brazo salió disparado. Metió los dedos a través de la presilla de mis jeans y me atrajo hacia él. Equilibrando la moto con las piernas, unió su rostro al mío con la otra mano, cerrando los dedos alrededor de mi nuca. Se me cortó la respiración y abrí unos ojos como platos. Casi se me cayó el casco cuando bajó mi cabeza hasta la suya. Demasiado sorprendida para resistirme me encontré mirándolo a los ojos, su boca estaba tan cerca que pude sentir su aliento cálido bailando sobre mis labios. No apartó los ojos de los míos mientras movía la cabeza. Sus labios rozaron la curva de mi mejilla y mi pulso saltó con emoción y consternación. No quería que me besara. ¿O sí? Su aliento me hizo cosquillas en el punto justo debajo de la oreja y los músculos de mi estómago se apretaron. Me estremecí. Bueno, tal vez sí quería que me besara. Los labios de Ren recorrieron la línea de mi mejilla y su nariz rozó la mía. ―Apuesto a que tienes el par de labios más suaves ahí. Y apuesto a que el sabor es dulce, más dulce que uno de esos buñuelos a los que me has vuelto tan adicto. ―Su mano presionó la parte de atrás de mi cuello―. Pero tienes un infierno de mordida, pateas esa dulzura. Me va a ser duro llegar, y vas a luchar en contra a cada paso del camino, pero va a ser suave una vez que llegue allí.

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Mis ojos se abrieron como platos. No hubo palabras. Ninguna en absoluto. ―Te gusto ―dijo soltándome, y me sonrió con ese rostro angelical. La imagen de la inocencia―. Simplemente no estás dispuesta a admitirlo. Todo lo que pude pensar mientras lo miraba boquiabierta es que el maldito hijo de perra era un impresionante observador.

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Capítulo 10 L

a primera cosa que descubrí, después de ignorar lo que Ren acababa de hacer y decir, es que no había forma elegante de subirse a una moto. No como Ren. Casi le di un rodillazo en la espalda cuando

subí. La segunda cosa llegó después de que me puse el casco y Ren hizo lo mismo. Estaban cableados con micrófonos. Alta tecnología disponible. Pero la cosa final fue cuando me senté rígida detrás de él, con los muslos descansando contra la longitud de los suyos y no sabía dónde poner las manos. ―Ivy ―dijo él, claramente divertido―. Vas a tener que acercarte más y sostenerte de mí o te caerás de la moto, dulzura. ―No me llames así. ―Ignoré su risita y puse las manos ligeramente en sus costados, en su increíblemente dura cintura. Bajo los dedos podía sentir el contorno de las dagas, pero también pude constatar que no había ni un gramo de grasa. Ren tomó mis muñecas y tiró por los brazos hacia adelante, forzándome a acercarme hasta que mis muslos acunaron su trasero. Mis ojos se ampliaron cuando dobló mis brazos justo sobre su ombligo. ―Así ―dijo ―. Así es como se monta. Mis pechos se presionaban contra su espalda, agradecí que el casco ocultara mi rostro incendiado. ―Estoy bastante segura de que no tengo que estar así de cerca. Se rio y la motocicleta cobró vida debajo de nosotros. Mi corazón saltó inestable. De todas las cosas locas que había hecho por mi trabajo, nunca había montado una motocicleta y no estaba segura de qué esperar. ―Estoy tomando tu virginidad en esto ¿cierto? ―preguntó. Puse los ojos en blanco.

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―Qué elegante. Otra risita vino a través del altavoz y arrancamos. Ren no me introdujo suavemente. Pateó para meter la velocidad y me arrojó de cara a la experiencia. Mis brazos se apretaron a su cintura automáticamente, y en un principio, cerré con fuerza los ojos mientras volábamos por las ocupadas calles del French Quarter. No quería ver a las personas que íbamos pasando a medio pelo de distancia, pero la ráfaga de viento sobre mis dedos y brazos desnudos era una tentación. Después de un minuto, abrí los ojos con curiosidad. Tiendas y personas se veían borrosas en la corriente vertiginosa, era aterrador y loco lo rápido que íbamos, pero era… Era asombroso. Volví la cabeza con los ojos muy abiertos mientras me empapaba de todo. Había algo liberador en esto. ¿Era por eso que tanta gente montaba motocicletas? Quería saber qué se sentía tener el viento en mi cabello. Sin embargo, no era lo suficientemente valiente o estúpida para quitarme el casco. La tensión se fue de mis muslos y hombros, sabía que podía inclinarme hacia atrás sin caerme, pero no lo hice. Podía sentir el poder en los músculos de la espalda de Ren a medida que se tensaban y enrollaban. Bajo mis manos, sentí su vientre tenso saltar cada par de minutos, como si su cuerpo estuviera reaccionando inconscientemente a algo. ―¿Estás bien? ―preguntó Ren. Asentí como una idiota al principio. ―Sí. De hecho… realmente me gusta. ―Deberías venir cuando lleve esta cosa a las afueras y realmente suba la velocidad. ―Redujo la velocidad cuando llegamos a una luz, bajó una mano y apretó las mías―. Es como volar. Mi corazón dio una voltereta. No podía encontrar las palabras para responder y empezamos a movernos de nuevo para cruzar Canal. Sabía que nos dirigíamos al distrito de almacenes, donde habíamos visto al antiguo que se había estado ocultando como un desarrollador. ―He estado vigilando a nuestro amigo ―explicó Ren a medida que bajaba la velocidad por el trafico―. Alrededor de las siete, cada noche, a veces a las ocho, deja el hotel y se dirige a un club llamado Flux, un par de calles más abajo. ¿Has escuchado de él? Sonaba como un lugar al que Val iría. ―No. Podría ser nuevo, pero no voy a muchos clubs en la ciudad.

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―Pensé que eras un animal fiestero ―dijo en tono ligero y burlón. ―¿Qué hay de ti? ―Hice la cosa de beber y festejar antes de cumplir veintiún años. ―Se inclinó hacia abajo, dándome palmadas en la rodilla doblada―. Volví locos a mis padres. Mirando en retrospectiva, era un inmaduro. Estaban arriesgando sus vidas cuando tenían que lidiar conmigo o viniendo a casa borracho hasta el culo. Estoy sorprendido de que no me asesinaran mientras dormía. ―Soltó una risa mayormente para sí mismo―. Pero ya sabes cómo es. Fuimos a escuelas públicas, pero siempre teníamos que volver a casa después. ―Para entrenar. ―Me encogí recordando mis años de secundaria. Los chicos habían pensado que era rara porque nunca me involucré en ninguna actividad fuera de la escuela, no iba a los juegos y sólo pasaba el rato con chicos cuyos padres estaban en la Orden, como yo. Viéndolo todo, no fue tan malo para mí. ―No teníamos una vida. Al fin lo entendí. ―Se encogió de hombros―. Lo saqué de mi sistema. Aún me gusta una cerveza o una bebida, pero embriagarme no es mi prioridad. ¿Qué hay de ti? ―Tuve mis momentos difíciles, pero estuvo bien. Tuve… ―No me permití terminar. Había sido afortunada porque tenía a Shaun, primero como un amigo y después como algo más―. No bebo tanto ahora. En realidad no me gusta el sabor. Estaba callado y sólo se oía el ruido del motor. ―¿Tus padres aún están vivos? ―pregunté. ―Sí. Y sí, aún son parte de la Elite. ―Hubo una pausa―. ¿Qué hay de ti? Me mordí el labio. ―No. Ambos están muertos. Mis padres verdaderos fueron asesinados cuando yo era una bebé y Holly y Adrian me adoptaron. No podían tener hijos propios, así que me criaron. ―¿Y ellos también se han ido? Una angustia familiar se filtró en mi pecho. ―También. ―Demonios ―dijo―. Siento escuchar que has conocido tanta pérdida… En realidad no sabía cómo responder a eso, pero murmuré gracias y deseé no haber ido tan lejos en la conversación. Compartir cosas como estas te conectaba a las personas, y eso hacía las cosas mucho más difíciles cuando… cuando los perdías. No sabía cuántas veces me había advertido de no acercarme, pero no

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escuché cuando se trató de Val. Ni siquiera con un malhumorado Jerome o el amargado de David. Y ahora estaba haciéndolo con Ren. Algo de la diversión del paseo se fue después de eso, pero estaba bien. Necesitaba enfocarme. No era hora de jugar. No estaba aquí para llegar a conocer a Ren y volverme su amiga y, a pesar de lo que él creía, no era sólo porque no estaba dispuesta a admitir que me gustaba. Simplemente no estaba dispuesta a llegar allí con nadie. Ren parecía saber que había terminado la charla porque estaba atípicamente callado. Habíamos pasado el hotel dos veces para poder encontrar un sitio para estacionar. No estaríamos mucho tiempo, así que no teníamos que preocuparnos tanto. Desde nuestro lugar ventajoso, vimos al sedán negro pararse frente al hotel. No pasaron más de tres minutos cuando el antiguo salió vestido igual que la semana pasada cuando lo vi. Se subió a la parte trasera del sedán y se fueron, pasando por donde estábamos esperando. ―Sostente ―ordenó Ren. Aumenté la presión alrededor de su cintura cuando hizo un giro brusco, colándose impecablemente entre una SUV y un convertible. Aun así el corazón se me atoró en la garganta. La SUV se pegó al claxon, pero Ren dobló a la derecha, pasando al convertible. Me asomé sobre su hombro, espiando al sedán cuatro vehículos más adelante. Deslizó la moto por el tráfico, siguiendo el sedán desde una distancia segura. Las farolas se encendían a medida que el sol se desvanecía en el horizonte, el resplandor disminuía mientras el anochecer se posaba a nuestro alrededor. El sedán se detuvo frente a un club que nunca había visto. Remodelado en uno de los almacenes más viejos, Flux era obviamente nuevo y se veía lujoso, las grandes ventanas frontales estaban tintadas, el letrero tenía una cursiva elegante, y un valet estaba esperando al lado de las puertas dobles color bronce. El edificio en sí tenía varios pisos de alto, y cuando miré hacia arriba pude ver toldos blancos ondeando con la brisa. Había una multitud fuera del club, los hombres vestidos con elegancia y las mujeres en vestidos cortos y seductores. Ren continuó avanzando por la calle, se estacionó a media cuadra mientras yo me giraba en mi asiento para observar al sedán. El antiguo, Marlon, salió del auto, y me tensé cuando vi a otro antiguo salir de debajo de la marquesina negra. ―Es él ―susurré dentro del casco―. El que me disparó. Está aquí reuniéndose con Marlon.

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Mientras Ren apagaba el motor, observé al antiguo tomar la mano de Marlon. Un abrazo de una sola mano le siguió y se vio como si Marlon estuviera hablándole al otro antiguo. Verlos juntos me enervaba. Parte de mí quería saltar de la moto y correr por la calle para atraparlos con la guardia baja. Pero no tenía las armas necesarias para hacerles daño. Los dos antiguos entraron al club con las cabezas juntas. Algunos mortales los siguieron. Bajando un pie, Ren golpeó la pata de la moto. Empecé a quitarme el casco, pero atrapó mi mano. ―Espera un segundo. ―Asintió hacia la calle. El sedán se estaba alejando de la acera y venía hacia nosotros―. Tiene a un mortal conduciéndolo. Lo vi ayer. No parecía que Marlon estuviera alimentándose de él y es posible que el tipo no tenga idea de para quién está trabajando, pero no nos arriesguemos. Una vez que el sedán dobló en la esquina de la siguiente cuadra, Ren soltó mi mano y nos quitamos los cascos. Se pasó una mano por el cabello. Las ondas campeaban a sus anchas. ―Esta es la primera vez que lo he visto encontrarse con otro antiguo. Supongo que a eso vinieron aquí. No fue una gran sorpresa que los antiguos estuvieran pasando el tiempo juntos. Todas las hadas se mantenían cerca. Los rumores decían que habían establecido comunidades en algunas ciudades, pero ninguna de las filiales había sido capaz de obtener una ubicación exacta de ninguno de los lugares. ―Hay muchas personas entrando y saliendo del club ―contemplé la entrada y luego lo miré―. Me recuerda a un bar en el French Quarter. Pensamos que podría haber un cantinero hada, porque algunas hadas salen de allí ebrias. ―Deben estar sirviendo dulcamara. Interesante. Le echaremos un vistazo. Contenta de estar fuera de la moto y tener algo de espacio entre nosotros, metí el casco bajo el brazo y comencé a caminar. ―Espera ―dijo Ren, moviéndose a mi lado. Me sorprendió pasando suavemente las manos por mis sienes, peinando rizos desordenados que se habían liberado del nudo. ―Ya está. Estaban distrayéndome. Quería tirar de cada uno de ellos, y realmente, en estos momentos no puedo permitir que mi DDA29 se alborote con tus rizos. DDA: Desorden de déficit de atención; ausencia, carencia o insuficiencia de las actividades de orientación, selección y mantenimiento de la atención, así como la deficiencia del control y de su participación con otros procesos psicológicos, con sus consecuencias específicas. 29

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Una risa se me escapó. ―¿Tu DDA? Sonrió. ―Viene y va. Es como si mi DDA tuviera DDA. De hecho, creo que mi DDA tiene TDAH30. ―Oh Dios. ―Riendo me apuré a cruzar la calle atestada su lado―. Suena como un problema. ―Puede ser. ―Se detuvo con el casco colgando de los dedos―. ¿Ves ese callejón de allí? ¿Crees que da a la parte de atrás del club? ―Probablemente. La mayoría de los callejones en la ciudad se conectan eventualmente. Quizás haya un área de carga allí atrás. ¿Quieres echarle un vistazo? Asintió. Manteniéndonos alerta, nos dirigimos al estrecho callejón. Con el sol casi completamente puesto y la falta de alumbrado artificial, el callejón daba una sensación tenebrosa. Nos internamos. Macetas con plantas grandes y tupidas estaban colocadas cada tantos metros. Había bancos, pero nadie a la vista. Raro. Era un lugar bonito, bastante tranquilizador en una parte tan industrial de la ciudad. Nuestros pasos hacían eco y mientras más nos adentrábamos, los sonidos de la calle se desvanecían en el fondo. Casi al final del callejón, noté una puerta pintada del mismo azul pálido que la de Merle. Antes de que pudiera pensarlo mucho, Ren había alcanzado el final del callejón y se había parado en seco. ―Bueno, mira quién está aquí. ―murmuró. Miré a su alrededor y vi a dos hadas de pie cerca de un automóvil elegante, un Mercedes Benz blanco. Estas eran hadas normales por la apariencia de su piel plateada y orejas puntiagudas. Sostenían a un humano entre ellos, uno que no se veía capaz de estar de pie si no fuera por el brazo alrededor de su pecho. Una adrenalina familiar surgió al verlos. Pero esa no fue la parte más impactante. De pie al lado de las hadas estaban dos oficiales de policía que parecían humanos. Uno era demasiado bajo y su estómago demasiado redondo para ser una antiguo. El otro oficial, que se veía como si estuviera en sus cuarenta, se reía de algo que dijo el hada.

TDAH: Trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Trastorno del comportamiento caracterizado por distracción moderada a grave, períodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad emocional y conductas impulsiva 30

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El policía redondo se movió hacia adelante, tomó la papada del hombre que el hada sostenía y le movió la cabeza de un lado al otro. Las palabras eran muy bajas para escucharlas, y luego los policías se fueron caminando hacia la puerta donde estaba el Benz y entraron por la puerta trasera del club. Santa mierda. Ren y yo intercambiamos miradas. Esos policías no se veían como si estuvieran fuera de sí o no supieran lo que estaban haciendo. No se estaban alimentando de ellos, y sospeché que sabían exactamente lo que eran las hadas. Esto no se veía bien. ―Quédate atrás ―ordenó Ren y caminó hacia adelante antes de que pudiera responder. Uno de ellos lo miró curioso. Estaba a mitad de camino cuando les llamó la atención―. Oye ―gritó y le arrojó su casco al hada con cabello marrón. El hada lo atrapó con el aturdimiento destellando en su expresión, luego con una furia mortal y congelada a medida que caminaba hacia Ren. ―La Orden ―se burló―, deben estar desesperados. Ren se rio. El hada le regresó el casco convertido en un misil, pero Ren fácilmente lo atrapó en el aire y cuidadosamente, casi casualmente, lo colocó en el suelo. Se enderezó y sacó una daga. ―Mátalo ―dijo el otro, arrastrando al varón humano hacia la parte trasera del Benz―. No tenemos tiempo para esto. Nosotros tampoco. En lugar de quedarme atrás como me había ordenado, coloqué mi casco en un muro que rodeaba una franja de flores, saqué la daga de mi bota y di un paso al campo de guerra. En el segundo en que el hada se dio cuenta que me había unido a la fiesta, dejó caer al hombre inconsciente al suelo. El hada de cabello marrón lanzó el puño y Ren se agachó, saliendo por detrás. Volteándose, plantó la bota en la espalda del hada. La criatura se tambaleó hacia adelante y después se volvió. Ren se movió fuera de su agarre, rápido. Demonios. El chico sabía moverse. Mi mirada se concentró en el hada que caminaba hacia mí. Era alto con cabello rubio. Algunas veces las hadas peleaban mano a mano. Otras veces usaban sus habilidades. Este pertenecía a los últimos.

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Levantó una mano y sentí la carga. El choque de electricidad. Los pequeños vellos de mis brazos se erizaron. Oí el metal raspando contra el cemento. El banco a mi derecha tembló y voló en el aire. ―¿En serio? ―murmuré. Lanzándome a un lado del Benz, evité el golpe en la cabeza. El banco se estrelló cerca, en el tronco de una palmera. Las patas se rompieron. El hada levantó la mano otra vez con los ojos entrecerrados. Las patas de la banca se levantaron y se voltearon. Por el rabillo del ojo, vi un destello de luz. Ren había acabado con el otro. Por detrás, las patas estaban volando directamente hacia él. Tuve que actuar rápido. Echando el brazo hacia atrás arrojé la daga. Salió disparada girando en el aire hasta que encontró el pecho del hada, hundiéndose profundamente. El hada me miró sorprendido y luego también desapareció en un destello de luz. Las patas cayeron al suelo, a escasos centímetros de empalar a Ren. Las miró por un momento y luego se volvió hacia mí con la cabeza inclinada hacia un lado. Un repentino estallido de luz amarilla iluminó el oscuro callejón. ―¡Es el auto! ―gritó Ren. Oh mierda. Dos faros me cegaron por un momento. El motor rugió a la vida y el Benz se abalanzó hacia delante. El corazón se me subió a la garganta cuando me lancé a un lado. Golpeé el suelo y rodé con un movimiento irregular por mi mochila. Dios. Esperaba que mi pobre rosa estuviera bien. Quería mantenerla. El Benz pasó tan cerca que pude sentir el calor que emanaba al acelerar. Los frenos chirriaron y el olor a neumático quemado llenó el aire. Poniéndome de pie, levanté la vista cuando Ren saltó detrás del Benz aterrizando en el maletero. El auto se sacudió y la puerta del conductor se abrió de golpe. El hada salió levantando la mano. Un bote de basura a mi izquierda tembló, se levantó del suelo y voló directamente hacia mí. Me zambullí en el suelo pero el bote de basura cambió de dirección golpeándome el costado, en el punto donde había recibido el disparo. Un dolor agudo estalló. Apretando los dientes, pateé el bote para quitármelo de encima y me levanté. Ren se deslizaba por el techo del Benz, llegó hasta el hada y agarrándolo por la melena de color negro le dobló la cabeza hacia atrás y le metió la estaca en la espalda, justo entre los omóplatos. La luz pulsó y Ren se encontró aferrando una estaca que parecía sumergida en tinta azul. Respiré profundo mientras Ren se enderezaba en el techo del Benz.

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―Bueno, fue divertido. ―Limpió la estaca en su vaquero oscuro y la aseguró bajo su camisa. Luego me lanzó una intensa mirada de enojo―. Pensé que te había dicho que yo iba a manejar esto. ―¿Se puede matar a dos hadas con un tercero en el auto? ¿Tú solito? ―Solté un bufido―. Puede que tengas un entrenamiento especial, pero ¡hombre! Saltó desde el Benz, aterrizando en cuclillas y ágilmente se levantó. ―Lo tenía. Planeaba mantener al menos a uno de ellos con vida, ya sabes, interrogarlo. ―Entonces no deberías haber eliminado al del auto, ¿eh? ―exclamé. ―Se supone que no tienes permiso de luchar. La última vez que lo comprobé, no ibas a participar hasta que David te lo dijera. Puse los ojos en blanco. ―Me ha autorizado para el miércoles. Eso está a menos de dos días. Estoy bien. ―No me importa si es mañana. Si te dijeron que no te arriesgaras, entonces… ―Oh, cállate. Dios. Estoy bien. ―Me puse de pie y el dolor parpadeó en mi costado―. Vamos… oh. Ren estaba de repente justo frente de mí. ―Vi eso. ―¿Viste qué? ―Te estremeciste cuando te paraste. Te hiciste daño. ―Tomó el dobladillo de mi camisa y comenzó a subirla―. Permíteme… ―Estoy bien. ―Le arrebaté mi camisa. Con una línea marcada en la mandíbula, tomó mi camisa y buscó mi mirada. ―Déjame ver, Ivy. ―¡Jesús! ―Casi grité mientras luchaba por el pedazo de camisa. ―¿Te gustaría que te acosara y empezara a sacarte la camisa? Hizo una pausa, levantando ambas cejas. ―Jodidamente lo amaría. ―¡Uf! ―Quería pisotearlo. Rio ligeramente, casi me había subido la camisa hasta la herida de bala cuando sus cejas se fruncieron y se concentró. Sin decir una palabra pasó la punta

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de los dedos a lo largo de mi vientre bajo. Jadeando me aparté, pero no llegué muy lejos porque aún aferraba mi camisa. ―Tu marca ―susurró, y me estremecí cuando sus dedos pasaron otra vez. Mi pantalón se había deslizado hacia abajo durante la lucha, dejando al descubierto sólo la parte superior de los círculos entrelazados. Los músculos de mi vientre y los de más abajo se tensaron, una embriagadora y pulsante sensación de anhelo se levantó rápidamente. El aire que nos rodeaba se cargó como si una tormenta estuviera a punto de derramarse. ―Detente ―le dije. Quitó la mano y no entendí mi extraña sensación de decepción. Su mirada estaba aferrada a la mía y se sentía como si una infinita cantidad de segundos pasaran sin que ninguno de los dos hablara. No sabía lo que estaba pensando. Ni siquiera sabía lo que yo estaba pensando, pero sentía una pesadez dulce en el pecho y me deslicé hacia abajo, muy abajo. Mi teléfono sonó rompiendo nuestra épica competencia de miradas y luego el de Ren también sonó. Ahora mi estómago se apretó por una razón diferente y un sentido de premonición se levantó. Soltó mi camisa y di un paso atrás, sacando mi teléfono celular de la parte trasera de los jeans hice clic en la pantalla y se me cortó la respiración cuando vi el texto. Código Rojo. ―Oh, no ―susurré mirando a Ren. Una expresión dura y sombría se había filtrado en sus rasgos. Código rojo sólo podía significar una cosa. Un miembro de la Orden había sido asesinado.

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Capítulo 11 E

l viaje de regreso a St. Philip fue tenso. Tan pronto como recibí el mensaje intenté llamar a Val. Cuando no hubo respuesta, mi estómago se retorció en caóticos nudos. Tan terrible como sonaba, lo único que pensaba de camino a la Orden es que no fuera ella. No quería que fuera nadie, pero no podría soportar que fuera Val. Ren y yo no hablamos mientras subíamos las escaleras y esperábamos a que nos dejaran entrar. Harris abrió la puerta y, sinceramente, había querido darle un puñetazo desde que me enteré que abrió la boca, pero en este momento no me importó. ―Están en el cuarto de atrás ―dijo, haciéndose a un lado. Casi le pregunté quién era el caído, pero no estaba lista. Asintiendo crucé la habitación. Había varias puertas y la mayoría llevaban a salas de formación, pero la que estaba al fondo a la izquierda era la oficina de David. Nos dirigimos hacia las puertas dobles. La sala estaba llena con una veintena de los cuarenta y tantos miembros que estaban ubicados actualmente en Nueva Orleans. Mi mirada recorrió la estancia buscando desesperadamente un toque de color extravagante. Cuando no la vi, la opresión cerró mi pecho. El pánico amenazó con echar raíces y saqué mi teléfono para comprobar los mensajes, no encontré respuesta. Traté de prepararme si resultaba ser ella. Había estado en este camino antes, pero ya podía sentir la amarga mordida del dolor en la parte posterior de mi garganta. Abrí y cerré los dedos de forma esporádica, en este momento quería estar en cualquier parte excepto aquí. Sabía que era patético, pero no quería estar aquí si Val no entraba por esa puerta. ―No todo el mundo está aquí todavía. ―Ren puso la mano en mi espalda baja y yo lo miré con ojos asustados.

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Su mano se quedó allí mientras yo miraba fijamente las puertas, apretando las manos con tanta fuerza que podía sentir las uñas en la piel. Era consciente de que otros miembros estaban haciendo la misma cosa, excepto Jackie Jordan, una mujer alta y elegante de unos treinta años. Estaba observando a Ren con un recelo con el que yo podía identificarme. Cuando las puertas se abrieron y David entró caminando, casi me desplomé de alivio. Val estaba detrás de él, buscando con la mirada por toda la sala. Me tomó cada onza de control no correr y apretarla hasta sacarle los ojos. Si lo hiciera, sabía que muchos de los otros miembros verían esto como una señal de debilidad, incluso si estaban preocupados de que fuera su amigo quien no volviera a atravesar esas puertas de nuevo. Pero para ellos, yo era muy joven y ese era el strike31 número uno. También pensaban que estaba loca, así que había un strike número dos. No necesitaba un strike número tres. Val me vio de pie junto a Ren y su expresión se relajó. Rodeó a David y se apresuró a donde yo estaba. Sin decir una palabra, encontró mi mano y la apretó. Le devolví el gesto. Consciente de que Ren nos observaba de cerca, me concentré en David. El cansancio se aferraba a cada paso que daba, caminó hasta el centro de la habitación y se puso las manos en las caderas. En una muestra inusual de emoción bajó la cabeza. ―Perdimos a Trent esta noche ―dijo. Me quedé boquiabierta. Levantó la cabeza con los hombros tensos mientras inspeccionaba la habitación―. Fue encontrado a las afueras del Cementerio de St. Louis. Era el último nombre que esperaba oír. Obviamente, Trent y yo no estábamos en buenos términos, pero era un infierno de hombre fuerte y tenía un montón de experiencia. No podía imaginar a un hada normal saliéndose con la suya. ―¿Cómo? ―preguntó Rachel Adams. Era una mujer alta y delgada de unos treinta y tantos años que llegó a la ciudad este último año. ―Le rompieron el cuello. ―La mirada de David vagó sobre el grupo, deteniéndose fijamente en mí por un segundo demasiado largo―. Pero eso no fue todo. Le rompieron los brazos y las piernas al igual que las costillas. ―Fue torturado ―dijo Ren con la postura tensa. Inmediatamente pensé en las puertas. El conocimiento de su ubicación sería, sin duda, algo por lo que cualquier hada torturaría. Val y yo intercambiamos una mirada.

Strike: En béisbol, es el conteo negativo para un bateador. A los tres strikes, el bateador queda fuera de la jugada. 31

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David asintió. ―Parece que sí. ―Es el cuarto en morir. ¿En cuánto? ¿Cinco meses? ―protestó Dylan. No sabía su apellido, pero seguro que sonaba en francés. Nació y se crió en Nueva Orleans, y como Val, sus raíces se podían rastrar hasta la colonia―. Sufrimos pérdidas todos los años, ¿pero así de seguidas? Algo se me ocurrió mientras veía a David. ―¿A los otros les pasó igual? ¿Fueron torturados también? ―Nunca lo habían dicho. Cuando David se volvió hacia mí, alguien en la parte de atrás del grupo susurró “Loca” y sentí a Ren voltearse buscando la fuente, pero lo ignoré. ―No ―respondió David. De pie junto a la puerta, Harris se pasó la mano por la cara. Al instante supe que no era cierto. No podía explicarlo, pero no le creí. ―Voy a hacer algunos cambios con efecto inmediato ―continuó, poniéndose a caminar―. Desde ahora hasta que sea notificado, todos ustedes estarán trabajando en grupos de dos. Nadie caza solo. Hubo algunas quejas de los solitarios, los que no juegan bien con los demás, pero fueron rápidamente silenciados por David. Comenzó a hacer las parejas. Val fue emparejada con Dylan y yo me quedé con Ren, lo cual no me extrañó. Había una sombra sobre el grupo cuando la reunión concluyó, una pesada sombra que conocía de experiencias anteriores, demasiadas experiencias, que persistiría durante días. No importaba lo cerca que estuviéramos el uno del otro. Éramos familia y cualquier pérdida era un golpe demoledor, un doloroso recordatorio de que el mañana nunca era seguro. Empecé a salir con Val, Ren y Dylan venían detrás. De pronto David me llamó. ―Los veré afuera, chicos ¿de acuerdo? Me dirigí hacia David que se había quedado con otro miembro de la Orden, Miles Daily. Miles era prácticamente el segundo al mando. A pesar de que no era del todo oficial, si algo le pasara a David, Miles se haría cargo hasta que se realizara la reunión y otro líder electo cubriera el puesto. No conocía a Miles muy bien. Era mayor que yo, tal vez en sus treinta y tantos. Era tranquilo, casi distante. Mientras David se veía enojado la mitad del tiempo, las expresiones de Miles eran siempre ilegibles. Mientras me acercaba, el

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hombre parecía aburrido para el ojo inexperto, pero su mirada era aguda. El hombre no se perdía nada. Pensé en lo que habíamos visto hoy detrás del club Flux. Sabía que estaba obligada a informar a David, pero algo me detuvo. Era algo más, aparte de que no le había dado importancia a lo que me había pasado la semana pasada. Ren no me había pedido mantener nuestras actividades de esta noche en secreto, así que fue mi elección. No estaba dispuesta a decir nada hasta que tuviera la suficiente evidencia para respaldarme. ―¿Querías verme? ―pregunté cuando ambos simplemente me miraron, como si no me hubieran llamado. David entregó a Miles el teléfono que tenía en la mano. ―¿Dónde estabas esta noche? La pregunta fue inesperada. ―Estuve cazando con Ren. ―¿Dónde? ―preguntó Miles. Mi ceño se frunció cuando sacudí mi cabeza. ―Comenzamos por Jackson Square y luego, cuando no vimos hadas, nos dirigimos al centro. ―Eso no era completamente una mentira―. Nos encontramos con tres hadas. Tenían a un humano varón. Ren llamó a una ambulancia mientras... ―¿Así que no estabas en el French Quarter esta noche, excepto en el comienzo de tu turno? ―interrumpió David. ―Así es. ―Mi mirada se movió rápidamente entre ellos. Casi nadie se quedó en la habitación excepto Rachel. Estaba viendo la TV colgada de la pared que emitía un video de las cámaras de vigilancia colocadas al azar en todo el French Quarter. También estaban dos miembros más que hablaban en privado junto a la puerta. No sabía si estaban prestando atención a esta conversación o no―. ¿Por qué me preguntas esto? Una maldita buena pregunta, especialmente porque no les había visto preguntar a nadie más. ―Sólo estamos comprobando. ―Miles levantó la vista del teléfono. Vi que la pantalla estaba rota. ―Eso es todo ―dijo despidiéndome. Me di la vuelta, aturdida, mi mente le daba vueltas a su pregunta una y otra vez. Me detuvo de nuevo―. Espera. ¿Cómo está tu herida? Parpadeé.

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―Bien, apenas la noto. ―No era exactamente cierto. Desde que me enfrenté a un bote de basura y perdí, había estado punzando constantemente. David sostuvo mi mirada por un momento y luego asintió. Una lenta y molesta sensación de inquietud me inundó mientras salía y bajaba las escaleras. No podían estar preguntándome porque pensaran... No. La idea de que alguien en la Orden tuviera algo que ver con una muerte era absolutamente demente. Me estremecí, esto estaba volviéndome paranoica. ―¿Todo bien? ―preguntó Ren cuando encontré al grupo en la entrada de Mama Lousy. Junto a él estaba Dylan. También era un hombre alto, pero Ren lo sobrepasaba. Apenas sonriendo asentí y me volví hacia Val. Se echó sobre mí arrojando los brazos alrededor de mi cuello. ―Acabo de ver tu mensaje. No lo había visto. ―Está bien. ―La abracé de regreso―. Me alegro... ―Negué con un movimiento cuando me eché hacia atrás―. No me alegro de que Trent se haya ido, pero... ―Lo sé ―dijo abrazándose la cintura con ambos brazos. Dylan metió las manos en las bolsas del pantalón. ―Trent era un cretino, ¿pero que alguien consiguiera superarlo? ¿Torturarlo? Hombre, esto no se ve bien. ―Sin duda. ―Ren se pasó una mano por el cabello, quitándose los caprichosos rizos de la frente. Sus ojos se encontraron con los míos antes de apartar su mirada. ―Será mejor que nos vayamos antes de que David salga y nos encuentre haciendo una reunión ―dijo Dylan sacando las manos―. Tengan cuidado. ―Ustedes también. Le prometí a Val que la llamaría mañana, y nos separamos caminando en direcciones opuestas. ―Ustedes dos son amigas ―comentó Ren cuando caminamos hacia Royal. El French Quarter no estaba demasiado concurrido el lunes en la noche. En la calle había una gran cantidad de personas, pero podías caminar sin demasiada interferencia―. Tú y Val. ―Lo somos. Fue la primera persona que conocí cuando me mudé aquí. Y es realmente amigable con todo el mundo, así que no es difícil volverse amigo de ella. Ren asintió.

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―Puedo verlo. Es una chica muy amigable. ―La forma en que dijo la última parte me hizo mirarlo. Exhibió una rápida sonrisa que no llegó a sus ojos―. Me ha incomodado visualmente un par de veces desde que llegué aquí. Reí en voz baja. ―Esa es Valerie. ―Me acomodé un cabello suelto y suspiré―. Trent... Ni siquiera sé qué pensar. ―Yo sí. En el fondo, yo también. ―¿Crees que lo que le ha sucedido tiene que ver con la razón por la que estás aquí? ¿Los antiguos? ―Piensa un poco. Las identidades de aquellos que protegen las puertas se mantienen en secreto para que si torturan a alguien no pueda dar nombres. Han perdido a cuatro miembros, y no sé tú, pero yo no estaría sorprendido de que los otros tres tuvieran lesiones similares ―dijo Ren, expresando mis dudas anteriores―. Por alguna razón David está manteniéndolo en secreto. ―Lo sé. ―Observé a las personas reunidas en el Chateau Motel frente a la esquina de Phillip y Chartres―. Sabes, los miembros que han caído podrían haber sido guardias. Todos eran altamente cualificados. Y con excepción de Cora, habían estado en Nueva Orleans durante años. ―¿Pero que posibilidad había de que las hadas o los antiguos se toparan con los guardianes de las puertas? ―me preguntó. Mi corazón se saltó un latido mientras ambos nos mirábamos. Un sabor amargo llenó la parte posterior de mi garganta. La sospecha floreció. ―A menos que supieran a quién atacar. Una músculo palpitó en su mandíbula. ―Sólo hay una forma de que tuvieran una idea, aunque fuera general, de quienes podían estar protegiendo las puertas. Lo que quería decir que alguien dentro de la Orden tendría que estar ayudando a las hadas, y Dios, era una consideración horrible, pero Ren estaba en lo correcto si aquellos a quienes habían matado eran guardianes. Eso era un gran si, pero no era imposible. ―¿Podemos detenernos un momento? ―preguntó Ren, y luego tomó mi mano, conduciéndome bajo los balcones del Chateau. Ondas marrones caían sobre su frente cuando bajo la barbilla―. ¿Cómo está tu costado? Sin mierda, ¿de acuerdo?

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―Está... está un poco dañado, pero no es gran cosa. No estoy sangrando ni nada. Está bien. ―Mis dedos picaban por alcanzar y peinar los rizos, pero se vería extremadamente inapropiado. No es que Ren fuera del tipo que se preocupaba por eso. ―¿Y cómo estás tú? ―Cuando no respondí, Ren extendió la mano para poner la punta de dos dedos contra mi sien―. ¿Cómo estás aquí arriba? ―Estoy... ―Era otra pregunta que no estaba segura de cómo responder. Nadie nos hacía esa clase de preguntas. Habíamos sido criados en este mundo, así que sabíamos que las personas tenían que asumir las cosas como eran―. Con Trent no siempre fue fácil llevarse bien. Las cosas que dijo tenían a la mitad de la Orden pensando que soy una loca, pero nunca le habría deseado la muerte. ―No pensaría eso de ti ―respondió en voz baja. Tragando saliva con fuerza, di un paso atrás y me apoyé contra la pared, de repente agotada. ―¿Crees que David sabe más de lo que está dando a conocer? Sus hombros ascendieron cuando hizo una profunda inhalación y levantó la mirada. No habló durante un largo rato y la sensación de malestar se intensificó. Sus ojos se encontraron con los míos. ―No sé. Cualquier cosa es posible, pero todo tiene que estar conectado. Las hadas se desplazan aquí, los antiguos se involucran con la Orden, los miembros con experiencia mueren y son torturados, ¿y qué me dices de ese club donde antiguos y policías humanos están pasando el rato? Algo está ocurriendo ahí. Necesitamos entrar. Asentí. ―Así es.

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Capítulo 12 N

o habría funeral para Trent.

Desde que tenía memoria, la Orden no recordaba a los muertos con velatorios o funerales. Por muchos años los cuerpos de los caídos fueron enterrados con poca o ninguna fanfarria, hasta que la Orden comenzó con la cremación de los restos desde hacía treinta años. Recordé haberle preguntado a Holly, cuando era una niña, por qué no teníamos funerales. Su respuesta había quedado para siempre grabada en mi mente: “La Orden quiere recordar a los caídos como eran antes, con todo lo que han dado. No lo que queda de ellos una vez que han hecho el mayor sacrificio por la libertad”. Hasta el día de hoy no entendía porqué eso era una muestra de respeto. Una parte lúgubre de mí pensaba que tenía más que ver con el hecho de que muchos miembros de la Orden morían en el transcurso de un año, y sumando todas las filiales alrededor del mundo, estaríamos constantemente asistiendo a funerales. Era deprimente pensar en eso. El mundo no tenía idea de todo lo que hacíamos para protegerlos y cuando hacíamos el máximo sacrificio, como decía Holly, ni siquiera la Orden se detenía para recordarnos. Un segundo con vida y al siguiente no, sin mucho más que unas pocas palabras pronunciadas sobre nuestras urnas. Brighton me llamó el miércoles cuando estaba en la ducha y me tomó varias horas contactarla de nuevo por el teléfono celular. Resultó que ella y su madre estaban en Texas visitando a la familia. No estarían de vuelta hasta dentro de otra semana. Hice planes para verlas a su regreso. Cuando le conté acerca de Trent, pareció sorprendida y entristecida. No es que él y Brighton se llevaran muy bien, pero como todos los demás, no podía creer que hubiera muerto. ―Ten cuidado. ―Fue lo último que me dijo antes de colgar.

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Esas palabras me persiguieron durante el resto del día y un poco más porque por alguna razón, no me sentía cuidadosa. Me sentía imprudente. Hace una semana, sabía lo que estaba haciendo y qué esperar cada día. Tan loca como era mi vida, en cierto modo era estable. Me levantaba. Iba a clases si las tenía y cazaba hadas en mi turno de trabajo. Mi trabajo siempre había sido peligroso, pero conocía a las hadas y sabía cuáles eran mis limitaciones. No guardaba secretos, especialmente con David. No tenía misiones clandestinas, y seguro que no sospechaba de ningún miembro de la Orden conspirando con las hadas. No había sabido de Ren. Pero todo había cambiado en un corto período de tiempo. El mundo, como yo lo conocía, ya no existía. El martes me reuní con él afuera de la cafetería de Canal antes de nuestro turno. Yo sorbía un café helado mientras le echaba un vistazo a las notas de la clase. Como Val había hecho tantas veces se dejó caer en una silla, pero a mi lado no frente a mí. ―¿Qué estás leyendo? ―Poniendo mi café a un lado, me debatí entre responderle o no, pero decidí que quedarme callada ante la pregunta parecía tonto. ―Las notas de mi clase de delincuencia juvenil. ―Cierto. Eres una sexy estudiante universitaria ―dijo, pero tenía la sensación de que para nada lo había olvidado―. Creo que es genial lo que estás haciendo. Tomé el café y bebí un poco mientras lo miraba a través de las gafas de sol. ―¿De verdad? ―Sí. Nunca he tenido un verdadero deseo de inscribirme en la universidad. Es decir, sé que podría si quisiera, pero nunca lo he hecho. Así que simplemente es genial que tú lo hagas. ―Hizo una pausa mientras observaba a un grupo que pasaba. Luego volvió a mirarme con esos ojos ultra-brillantes―. Tiene que requerir un montón de energía hacer esto y además salir a cazar de lunes a viernes. Me encogí de hombros. ―No tengo clases los martes y jueves, así que no es tanto problema, y quiero... ―Cerré la boca con fuerza, sonrojándome por alguna tonta razón. ―Quieres ser algo más. Lo sé. ―Extendió la mano, encontró un rizo y lo estiró―. ¿Qué quieres ser? Mirándolo fijamente me pregunté si era capaz de leer mentes, porque era extraña la facilidad con la que me leía. ―Una trabajadora social ―admití.

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―Eso es bueno ―dijo en voz baja y soltó mi cabello. Inquieta por la conversación, cerré el cuaderno y lo metí en mi mochila. Empecé a levantarme cuando habló de nuevo. ―No dejas que la gente se te acerque, ¿verdad? En serio. Malditamente extraño. Deslizando la mochila sobre un hombro obligué a mi voz a permanecer estable. ―Te acercas a las personas y terminan muriéndose. No estoy muy interesada. Ren se levantó. ―No todos se van a morir. ―Todos se mueren, Ren. Él sonrió. ―Eso no es lo que quise decir y lo sabes. Lo sabía. Pero me daba igual. Rodeé la mesa y comencé a caminar. A Ren no le tomó muchos pasos alcanzarme. Esperaba que siguiera presionando con el tema pero no lo hizo. Terminamos haciendo planes para pasar al Flux el sábado, la noche que ambos estábamos libres. Asumimos que era menos arriesgado poner un poco de tiempo entre la noche del lunes y nuestra visita al Flux, pues probablemente se dieran cuenta de que la Orden había matado a tres hadas justo afuera de sus puertas. Y además, como no estábamos de turno, no tendríamos que preocuparnos de que alguien se preguntara dónde estábamos o qué estábamos haciendo. Cada noche, cuando Ren y yo comenzábamos el turno, vigilábamos el Flux. Dos veces vimos a Marlon y no estaba con el antiguo que me disparó, pero ayer por la noche, la noche del viernes, vimos llegar a un antiguo diferente con Marlon. Ambos hombres tenía una apariencia perfecta, sus rasgos encajaban de una manera tan extraordinaria que su belleza se convertía en algo frío y artificial. No había absolutamente ninguna duda en nuestras mentes de que él también era un antiguo. La forma en que entró en el club era sobrehumana, tal como lo hizo Marlon, como si el propio viento moviera sus extremidades. Nada en este mundo superaba la elegancia de las hadas. Eso significaba que había al menos tres antiguos en la ciudad. Tres hadas que incluso los miembros de la Orden podrían confundir con mortales. Tres hadas que tenían un poder incalculable y que no podían ser detenidos con una estaca de hierro.

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No le conté a Val nuestros planes ya que no tenía idea de lo que íbamos a enfrentar, y sabía que si se lo decía querría participar, por lo tanto, ese era otro secreto que estaba escondiendo. Pero a medida que pasaban los días, supe que mantenerla desinformada fue la mejor decisión a pesar de que se enojaría mucho cuando se enterara. En este momento, de todos modos, yo tenía otras preocupaciones más apremiantes. De pie frente al espejo de cuerpo entero colgado en la parte de atrás de la puerta del armario, estudié mi reflejo con ojo crítico. Odiaba usar vestidos, pero había visto cómo lucían las chicas que entraban al club, vestidas de manera que garantizara que los hombres se dejaran caer de rodillas. Habían lucido estupendas, elegantes y sexys. Dos cosas que no estaba segura de cómo lograr sin parecer una niña jugando a los disfraces. Si fuera por mí, me pondría unos pantalones vaqueros, pero necesitaba pasar desapercibida. Tenía tres vestidos. Uno era largo hasta el suelo, de color marrón y blanco. El segundo era más corto y de estilo campesino, no era lo suficientemente elegante. El que estaba usando era mi última opción, el único que estaba remotamente cerca de lo que se necesitaba, y lo odiaba. Había comprado el vestido hace dos años por capricho, mientras estaba de compras con Val. Ni siquiera supe por qué, pero creo que fue una especie de destino extraño el que guió mi compra. El vestido era negro y la tela muy delgada, a un paso de ser transparente. Era suelto en la parte superior y se deslizaba desde los hombros con unas coquetas mangas cortas, me daba la sensación de que si me agachaba todo el mundo iba a tener un vistazo de mis pechos metidos dentro del sujetador más incómodo conocido por el hombre. El suave material se ceñía a la cintura y la falda caía suelta. Y corta. Increíblemente corta. Sólo llegaba hasta la mitad de los muslos. Sabía que agacharme le daría al mundo un espectáculo mayor que la visión de mis pechos. Me sentía desnuda. Ocultar armas también había resultado difícil. Acabé amarrando una estaca a la parte exterior de mi muslo, lo que significaba que estaría rogando a Dios para que ningún viento repentino me levantara la falda porque el trozo de material apenas ocultaba lo que debía. La única otra opción hubiera sido usar botas. Tenía unas elegantes hasta la rodilla, pero ponérmelas con este maldito vestido tan pequeño me hubiera hecho parecer una prostituta. En realidad, ya lo parecía. Esperaba que una prostituta cara.

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Así que me decidí por un par de tacones negros que tenía desde hace un par de años y había utilizado sólo una vez. De hecho, ya estaban triturándome los dedos. ―Luces como si te propusieras provocar y buscar sexo del tipo indecente y sucio que conduce a una amplia gama de enfermedades sexuales. Fruncí el ceño por encima del hombro. Tink estaba sentado en mi tocador masticando un cabo de zanahoria. ―Gracias por el aporte. ―Me aparté del espejo y me dirigí al cuarto de baño para tomar un tubo de lápiz labial de la cesta. ―¿Estás segura de que no es una cita? ―gritó Tink―. Porque eso es lo que parece. ―No es una cita ―le dije, y entonces me apliqué el lápiz labial. Luego comprobé el rímel y el delineador para ver que no se hubieran corrido y finalmente liberé los rizos del broche. Los cabellos rojos cayeron sobre mis hombros y los extremos se encresparon justo bajo mis pechos. Ahuequé los dedos entre ellos para acomodarlos y me congelé con los codos levantados. Bien. En cierto modo me estaba preparando para una cita. Recordé que hacía estos movimientos cuando Shaun iba a venir. Sentí la punzada tan familiar, aunque un poco más débil en esta ocasión. Suspirando dejé caer los brazos. Los ojos parecían demasiado grandes para mi rostro y la boca más grande y llena por el labial rojo. Esto no era una cita. Salí del baño y Tink dejó escapar un silbido. ―Si tuvieras treinta centímetros menos de altura me lanzaría sobre ti. Riéndome de lo absurdo de la declaración, le hice una gran reverencia con medio trasero al aire. ―¿Así que no luzco como si fuera a terminar con una enfermedad sexual? ―Sí, pero desaparecería con tratamiento. No como el regalo que se consigue con ciertos tipos de enfermedades sexuales ―aclaró. ―Vaya, gracias. Tink salió de la cómoda y me siguió volando hasta la cocina. ―¿Estás segura de que esto es inteligente? No. Dirigirnos al club era salvajemente peligroso. ―Estaré bien.

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―Si hay antiguos allí, Ivy... ―Tink aterrizó en el mostrador y me miró con seriedad―, no deberías estar cerca. Confiarle a Tink nuestros planes de infiltrarnos en el club no había sido una decisión fácil, pero odiaba a las hadas tanto como yo. Aun así, debido a que era una criatura del Otherworld, siempre había ese pequeño miedo de que no fuera lo que decía ser. ―Tenemos que entrar allí, Tink. Es la mejor oportunidad que tenemos de saber lo que están tramando. ―Rodeé el mostrador para alcanzar el refresco que estaba bebiendo. Tink ladeó la cabeza con los ojos entrecerrados. ―No me gusta ese Ren. Arqueé una ceja. ―Sólo lo has visto una vez. ―Hay mucha gente que nunca he visto y no me gusta ―señaló caminando por todo el mostrador―. Él sólo es uno de muchos. ―Tink. ―Suspiré. ―Lo que sea. Creo que simplemente deberías conseguir algo de acción con él y luego enviarlo a la acera con una patada en el culo. Me quedé boquiabierta. ―Dios. Es la retahíla de consejos más extraña que he escuchado en mi vida. No te gusta ¿pero crees que debería tener relaciones con él?, ¿y luego desecharlo? Cosa que obviamente no puedo hacer porque es un miembro de la Orden. ―Eso fue lo único que no le dije a Tink, lo que era Ren en realidad―. Tus argumentos no tienen sentido. ―Tienen perfecto sentido. En mi mundo, ni siquiera tiene que gustarte el otro para tener relaciones sexuales. Todo depende de los impulsos naturales, te pones a ello y... ―Mientras Tink despotricaba sobre las preferencias sexuales de su especie, cogí el recipiente de azúcar y vertí un pequeño montón sobre el mostrador―. Sólo tienes que dejar que esos instintos animales… ¡Santas pelotas brownies! ―Cayó de rodillas delante de la pila de azúcar. Empezó a mover los minúsculos gránulos haciendo otra pila y contando en voz baja―. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... ―Levantó la mirada con el ceño fruncido―. ¿Dónde aprendiste eso? Me encogí de hombros mientras me mordía el labio inferior.

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―Lo vi el otro día en un episodio de Supernatural. ―Tink me miró boquiabierto―. ¿Qué? ―Me reí, señalando los dos montones de azúcar―. En realidad, no creí que fuera a funcionar. ―He sido engañado por una aspirante a Winchester. ―Se apretó el pecho con ambas manos, se tambaleó y se tiró de costado sobre el mostrador―. No hay manera de lavar la vergüenza. Debería acabar con mi miseria ahora mismo. Riéndome de la escena, me incliné y le empujé una pierna. Levantó un brazo para mostrarme el dedo medio y se sentó, empezando a contar de nuevo. ―Te odio ―murmuró―. Mírame. Soy como un adicto al crack. Sólo necesito saber cuántos hay. Podría haber cientos, o incluso miles. Tengo que saber la cantidad exac… Sonó el timbre y mi estómago se sacudió cuando le eché un vistazo al reloj de la estufa. Eran más de las nueve, tenía que ser Ren. Mi mirada se centró en el pasillo y luego en Tink que estaba contando meticulosamente el azúcar. ―Tienes que ir a tu habitación. Levantó la mirada con los ojos muy abiertos. ―Pero… ―Olvídate del azúcar. Ren está aquí y no puede verte. Tink frunció el ceño. ―No le tengo miedo. ―No dije que le tuvieras miedo. ―Exasperada, puse las manos en las caderas—. Sabes que no debe verte. Tocaron a la puerta de nuevo y agarré a Tink por la cintura. ―¡Oye! ―gritó tratando de zafarse de mis dedos ―. Cuidado, mujer talla Godzilla. Estás aplastándome las entrañas. ―No te estoy aplastando las entrañas y deja de agitar esas malditas alas en mi mano. Se siente raro. ―Rodeando el mostrador, caminé hasta su dormitorio mientras Tink me miraba fijamente―. Te quedarás ahí adentro. Sus ojos se estrecharon. —Tú no eres mi dueña. Rodé los ojos. ―Pórtate bien, Tink. ―Abriendo la puerta, lo arrojé adentro. Pero inmediatamente sus alas se extendieron, se arquearon y dio vuelta para agarrarse al marco de la puerta―. Tink ―le dije furiosa―, entra ahí.

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―¿Vas a tener sexo con él? ―preguntó. ―Oh Dios mío, Tink. ―Tocaron por tercera vez y empecé a jalonear la puerta para cerrarla. Con una fuerza sorprendente se las arregló para mantener la puerta abierta. Podría seguir tratando de cerrarla, pero probablemente lo aplastaría. ―Podría ir contigo. Perdiendo la paciencia comencé a contar hasta diez. Llegué a cinco. ―Tink, sabes que no puedes venir conmigo. Suspiró en voz alta de forma dramática. ―No eres divertida. Lo miré fijamente hasta que soltó la puerta, dejé salir un suspiro de alivio. ―Por favor compórtate, ¿quieres? Una mirada de pura inocencia irradió de su rostro. ―¿No me porto siempre bien? ―Esto no iba bien. Finalmente fui capaz de cerrar la maldita puerta y caminé hacia la puerta principal abriéndola de un tirón dispuesta a pedir disculpas por mantenerlo a la espera durante tanto tiempo. Todas las palabras que existen en el mundo desaparecieron en el momento en que vi a Ren. Maldito atractivo súper sexy. Cuando Ren se arreglaba, llevaba su apostura a un nivel absolutamente diferente. Las ondas rizadas de su cabello estaban domadas, arregladas hacia atrás y fuera de su cara, mostrando el ángulo de sus pómulos y la plenitud de sus labios. Estaba usando una camisa blanca que dejaba ver las líneas duras de sus anchos hombros y mostraba un atisbo de piel dorada en su cuello. Me di cuenta de que tenía un cordón de cuero que colgaba del cuello y desaparecía bajo la camisa. Nunca lo había notado antes. Estaba segura de ahí llevaba el trébol. Mientras mi mirada viajaba sobre él, rápidamente me olvidé del asunto. Los bordes del tatuaje sobresalían del cuello de la camisa y las mangas estaban arremangadas hasta el codo exponiendo los poderosos antebrazos. Unos pantalones oscuros completaban el atuendo. Estaba elegante sin ningún esfuerzo. Cuando arrastré mi mirada de nuevo a su rostro, me di cuenta de que no había sido la única haciendo escrutinio. Me estaba mirando de una manera intensa

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y arrolladora. Me aparté de la puerta sintiéndome de repente muy... vulnerable. Como si estuviera expuesta frente a él. El calor se deslizó por mis mejillas y pegué los brazos a los costados. ―Siento... haber tardado tanto. Estaba... ―Mi voz se apagó cuando siguió mirando fijamente―. ¿Qué? Ren entró en la casa, agarró la puerta y la cerró tras él. Su presencia llenó la sala de estar, yo apenas podía inhalar el aire suficiente. ―Esto está mal ―dijo con voz gruesa. Sorprendida por la declaración, me miré a mí misma. Ya sabía que parecería una niña tonta jugando a los disfraces. ―Es el único vestido que podía usar ―dije, sintiendo el peso de la vergüenza sobre mis hombros. Dio una pequeña sacudida de cabeza y sus brillantes ojos verdes se encontraron con los míos. ―Oh, dulzura, hiciste lo equivocado de todas las maneras correctas. No entendí. ―¿Cómo diablos voy a estar atento si te ves de esa manera? ―me reprendió suavemente. Mis ojos se abrieron. Se movió hacia adelante, tan cerca, que tenía que levantar la barbilla para mirarlo. Extendió la mano para tocar la manga suelta de mi vestido―. Eres absolutamente una distracción. ―¿De verdad? Una media sonrisa apareció mientras sus dedos soltaban la manga y trazaban la línea de mi hombro, enviando un escalofrío por mi espalda. Entonces el dedo se envolvió alrededor de un rizo y el dorso de su mano rozó el relieve de mi pecho. Lo estiró como había hecho en otra ocasión. ―Eres absolutamente hermosa, Ivy. Cualquier cantidad de aire que quedara en mis pulmones escapó en ráfagas inestables. ¿Pensaba que yo... era hermosa? El calor en mis mejillas aumentó. Desde Shaun no había tenido a un chico diciéndome esas cosas. Bueno, hubo algunos tipos que me dijeron que era hermosa, pero no contaban en estos momentos. Ren bajó la cabeza y puso la boca tentadoramente cerca de mi oído. ―Merida no es nada comparada contigo, nena. Mis labios se curvaron ante la mención de la chica de Disney.

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―Gracias. Se enderezó. ―Es la pura verdad de Dios. Un fuerte golpe retumbó en la parte de atrás de la casa. Me encogí mientras Ren miraba al pasillo sin un asomo de sonrisa. ―¿Qué fue eso? Un Brownie muy muerto si no se detenía. ―Yo... tengo un gato. Probablemente derribó algo. Ren levantó una ceja. ―¿Tienes un gato? ―Sí, uno muy molesto. Es viejo. Y va a morir pronto ―le dije hablando en un tono más alto―. He estado pensando en practicarle la eutanasia, ya sabes, para liberarlo de su miseria. ―El ruido sonó otra vez y frunció los labios mientras inhalaba profundamente por la nariz. ―Bueno, eh... lamento escuchar eso ―dijo Ren―. ¿Cómo se llama? ―Tink ―se me escapó. ―Eso es original. ¿Significa algo? ―Nada en absoluto. Deberíamos irnos ―añadí rápidamente―. Sólo déjame tomar mi bolsa. Por supuesto que me siguió hasta la cocina. Sólo podía rezar para que Tink dejara de hacer lo que estaba haciendo. Una imagen de muñecos troll lanzados contra la pared llenó mi mente y me tuve que morder el interior de la mejilla para detener la risa que estaba a punto de escapar. ―¿Tienes algún problema con el azúcar? ―preguntó sonriendo cuando vio el mostrador. Mi mirada se posó en los dos montones de azúcar mientras agarraba la bolsa de mano negra con cuentas que había comprado en una tienda del French Quarter. Me deslicé la correa en la muñeca. ―Soy... desordenada. Él movió un poco la cabeza y sus pestañas se levantaron. ―No lo parece en el resto del apartamento. Nerviosa, me encogí de hombros. ―Estoy lista.

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Por suerte Ren dejó el tema y me siguió afuera. La sorpresa revoloteó cuando salimos al patio y vi una vieja camioneta pick-up32 negra estacionada junto a la acera. ―¿Es tuya? ―Sí. ―Caminó para pasarme y abrió la puerta del pasajero―. Ha sido mi bebé desde que tenía dieciséis años. Es la que nos trajo a la moto y a mí a Nueva Orleans. Mordiéndome el labio, me subí y estiré la falda de mi vestido. Por alguna razón, la camioneta le quedaba. No sé por qué esperaba que condujera algo elegante y rápido, pero esto realmente coincidía con su personalidad. ―Una pregunta ―dijo en tono ligero. Se apoyó en la camioneta con un brazo puesto sobre la puerta―. Llevas un arma, ¿verdad? ―Sí. Por supuesto. Sonrió, mirándome detenidamente a través de sus gruesas pestañas. ―¿Y dónde, en todo el jodido mundo, estás escondiendo esa arma, Ivy? Me estoy muriendo por saber. Me reí suavemente y alcancé el borde de la falda. Dudando por un segundo, tomé el dobladillo y lo subí, dándole un vistazo de la estaca asegurada en mi muslo. ―Joder, niña. ―Se enderezó agarrando la puerta―. Justo eso es lo que crea una fantasía. La sangre inundó mis mejillas y agradecí que estuviera oscuro. Murmurando una maldición entre dientes cerró la puerta y rodeó la parte delantera de la camioneta para meterse en el asiento del piloto. Una vez dentro, arrancó el motor y una suave música resonó por los altavoces. Cuando se apartó de la acera, me di cuenta de que estaba escuchando una vieja canción de Hank Williams. Me volví para mirarlo. Sonrió abiertamente. ―No me suspendas la música, dulzura. Estamos teniendo un gran comienzo esta noche. No me gustaría echarte de la camioneta. Resoplé, pero no dije nada mientras nos dirigíamos hacia el centro. Como era sábado por la noche las calles estaban repletas y terminamos dejando la camioneta en un estacionamiento a dos cuadras del Flux. Pick-up: Es una camioneta que usualmente se utiliza para carga. Tiene en la parte de atrás una zona descubierta llamada caja. 32

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Ren me detuvo cuando salíamos del tenebroso estacionamiento. ―¿Estás lista para hacer esto? La pregunta me hizo reír. ―¿Lo estás tú? Sonrió. ―Estoy listo para todo y para cualquier cosa. Lo que dijo venía en un infierno de sentido mucho más allá de lo que estábamos a punto de hacer y sentí esa sensación de imprudencia, como si estuviera de pie en el borde de un acantilado con uno de los pies colgando del precipicio. No tuve mucho tiempo para pensar en eso. Estábamos en el club y tenía que centrarme en lo que estábamos haciendo. Un varón humano estaba en las puertas verificando identificaciones, pero parecía más interesado en nuestra apariencia que en la edad que teníamos o en quiénes éramos. Nos miraba como si fuéramos vacas que se subastarían. ―Diviértanse ―dijo, su voz sonó como si hubiera tragado uñas cuando nos devolvió nuestras identificaciones. Diminutos vellos se levantaron en mis brazos al cruzar las puertas dobles pintadas de negro pisando sobre una alfombra color azul marino. Flotaba el bajo y melódico ritmo de la música. La segunda puerta se abrió antes de llegar a ella. Otro hombre musculoso y con la cabeza rapada la había abierto. Ren puso la mano en la parte inferior de mi espalda cuando entramos. No tenía miedo, aunque probablemente debería, pero la curiosidad era la emoción reinante cuando tuve mi primer vistazo del club controlado por antiguos. Parecía tan normal como cualquier otro club nocturno de una gran ciudad. Iluminado con tenues y favorecedoras luces, había un montón de zonas oscuras llenas de personas al margen de una gran pista de baile ligeramente elevada. En el otro lado había una barra larga con luces brillantes mostrando la línea de bebidas caras. Una escalera de caracol cerca de la barra conducía a un segundo piso. Desde donde estábamos, se podían ver sofás y zonas acordonadas. A medida que íbamos adentrándonos comencé a fijarme más en los detalles de los sombríos lugares que rodeaban la pista de baile y las mesas altas. Me quedé con la boca abierta cuando nos detuvimos en el suelo pulido. Había humanos en esas zonas sombrías, sumergidos en suntuosos sofás, entre llamativos juegos de manos y destellos de carne. Pero no sólo había mortales.

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Había hadas también. Ojos pálidos brillaban radiantes en la escasa luz y pieles que lucían ese hermoso tono de plata. Sus manos y cuerpos se movían entre los mortales. Ren bajó la boca a mi oído. ―¿Ves lo mismo que yo? ―Asentí, incapaz de hablar. Tenía la piel caliente mientras miraba en la oscuridad. Algunos de ellos... no estaban solamente besando o tocando. Ah no, estaban haciendo más, mucho más―. Están por todas partes. ―Su mano se asentó en mi espalda―. Jesús. Quitando la mirada del inesperado espectáculo porno, la deslicé más allá de la pista de baile hasta la barra. Ren estaba en lo cierto. Algunas se encontraban en el bar bebiendo. Otras estaban en la pista de baile. Otras más permanecían en la escalera que conducía al segundo piso. Estaban por todas partes y eran muchas. Por lo menos treinta. Instintivamente, supe que Ren había tropezado con algo importante cuando siguió a Marlon al club. ―Nunca había visto tantas juntas. ―Yo tampoco ―dije tristemente. Irguiéndose, deslizó la mano de mi espalda a mi mano y entrelazó los dedos con los míos. Rodeamos la pista de baile e hice lo imposible por no mirar en la oscuridad. Pasamos a un grupo de chicas universitarias que se amontonaban en una mesa y un hada salió de las sombras caminando directamente hacia nosotros. Mi aliento quedó atrapado y la mano libre hormigueaba por tomar la estaca. La mano de Ren apretó la mía cuando el hada nos miró un momento con esos ojos claros y siguió caminando hacia el grupo de chicas. Intercambiamos una larga mirada mientras continuábamos hasta la barra. Si queríamos alguna información ese era el mejor lugar, pero cuando miré al hueco de la escalera, mi corazón se tambaleó. ―Mierda ―siseé, tirando de la mano de Ren. ―¿Qué? ―se volvió. Poniéndome de lado, dejé que el cabello cayera sobre mi rostro. ―Es él. El hada que me disparó. Viene bajando la escalera. Ren miró por encima del hombro y murmuró una maldición. Ocultar mi cara no era una gran protección considerando que mi cabello delataría mi culo.

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―No vino en toda la semana ―gruñó―. Maldita sea. Esto era malo. En el instante en que el antiguo me viera nuestra cubierta volaría en pedazos, y con tantas hadas en el club no saldríamos bien parados. Me agaché para alcanzar la estaca y Ren comenzó a llevarnos hacia una de las zonas oscuras que rodeaban la pista. Mi cerebro se resistía a la idea considerando lo que estaba sucediendo en esas sombras, pero era eso o pelear en medio de un lugar infestado de hadas. Manteniendo la vista al frente no me atreví a escudriñar en los sofás que íbamos pasando, pero escuchaba los sonidos. Los suaves gemidos y quejidos guturales, el jadeo y las agudas inhalaciones de muchas respiraciones, los ecos de carne contra carne mezclándose con el ritmo de música. Oh, querido señor del cielo... Las parejas bailaban cerca de los sofás, uh… pensándolo bien, no estaba segura si lo que hacían era bailar. Mis pasos vacilaron cuando Ren se detuvo de repente. Se volvió hacia mí y aún sosteniendo mi mano, me atrajo contra su pecho. Subió mi mano libre hasta su hombro, soltó mi otra mano y rodeó mi cintura con las suyas, sellando nuestros cuerpos muy juntos. Inmediatamente consciente de la poderosa amplitud de su pecho, me tensé contra él. ―¿Qué demo…? Una de sus manos se enroscó en mi cabello recogiéndolo a un lado y bajó la boca a mi oído. ―Está en la pista de baile con otra hada. Pasé saliva, preguntándome qué tan bien vería el antiguo en la oscuridad. ―Mierda. ―Sí. Mis dedos se curvaron en la tela fina de su camisa. ―¿Qué hacemos ahora? Esta fue tu genial idea. ―Con la que estuviste de acuerdo. ―Ren ―dije furiosa. ―Nos mezclamos. ―Me quedé sorprendida cuando puso su mejilla en la mía—. Simplemente nos perdemos entre la gente. ―Mezclarnos significa tener sexo ―repliqué―. ¿O no te has dado cuenta de lo que está pasando a nuestro alrededor?

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―Ah sí, me he dado cuenta. ―La mano en mi cabello apretó y jadeé cuando sus labios rozaron la piel de mi cuello―. Baila Ivy. ¿Bailar? ¿Parecía el momento adecuado para bailar? Quería empujar a Ren y patearlo. Pero cuando me atreví a echar un vistazo a las personas cercanas a nosotros, tuve que admitir que bailar era mejor que simplemente pararse aquí. En una primera impresión, las parejas parecían estar bailando. Tal vez algunos lo hacían. Cerrando los ojos presioné las manos en su espalda hasta que dejó escapar un gruñido que en parte era una advertencia, en parte una cosa completamente diferente. Lo último que necesitaba era bailar con Ren, ¿cierto? Un leve zumbido de emoción inundó mis venas, pero culpé a la adrenalina. Abrí los ojos concentrándome en el tramo de piel bronceada expuesta por el escote de su camisa. Empecé a bailar. Mi pulso se disparó cuando empecé a mover las caderas, era tan difícil como un gato de tres patas brincando en la cuerda floja. Bajé la barbilla y escondí mi condenada cara. Entre mis movimientos espasmódicos y los impúdicos suspiros a mi alrededor, quería tirarme delante de un autobús. ―Sigue hablando con las hadas. ―La voz de Ren era baja y, para mi sorpresa, muy tranquilizadora―. No te ha observado. Lo estás haciendo bien, pero sé que lo puedes hacer mejor. Me quedé inmóvil. ―¿Qué? ―Bailar ―respondió, y cuando mi mirada se disparó hacia la suya, me guiñó un ojo―. Si tienes un vestido como este, puedes mover el cuerpo. ―Estoy moviendo el cuerpo. Se asomó detrás de mí. ―Estás moviéndote de un lado al otro. ―Jódete. Se rió burlonamente. ―Bueno. ―Pervertido ―repliqué sin mucho calor. Tenía razón. Estaba moviéndome de lado a lado como si estuviera en el baile de fin de curso de la escuela secundaria. En realidad, los de secundaria bailaban mejor que esto. Probando mi valentía, envolví un brazo alrededor de su cuello.

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―Recuerda. Tú lo pediste. ―Arqueó una ceja―. Trata de mantener un ojo en el antiguo. La mirada de Ren se volvió despreocupada y totalmente arrogante. ―Oh, no me he olvidado del porqué estamos aquí. Sosteniendo su engreída mirada empecé a moverme contra él, pero no como antes. Encontré el ritmo de la música y la dejé resonar en mis venas, en mi cuerpo y en mis piernas. Mis dedos encontraron el cabello de su nuca. Lo tomé con fuerza suficiente para forzarlo a abrir los ojos de par en par. Le sonreí con inocencia, pero inmediatamente me arrepentí cuando bajó la boca a mi cuello. ―Eso fue muy travieso ―musitó, sus labios rozaban el punto sensible bajo mi oreja―. Y me gustó. ―Imaginaciones tuyas ―murmuré. Y aunque quería tirar del cabello de nuevo, decidí que no sería muy sabio―. ¿Qué hace ahora? ―Sigue hablando. Está en una mesa del otro lado. Tuve ganas de patearme, pues mientras más me movía contra su cuerpo más consciente me volvía de él. La sensación del duro pecho contra el mío mucho más suave. La forma en que su mano abarcaba mi cadera izquierda y la que estaba en mi cabello se deslizaba por mi espalda. Mi corazón estaba latiendo más rápido y no tenía nada que ver con el ejercicio. Mi otra mano resbaló del hombro a su pecho y sentí su profunda y repentina inhalación. Rápidamente levanté los ojos y nuestras miradas chocaron. Estaba atrapada. El tono verde se arremolinaba de forma inquietante. La mano sobre mi espalda resbaló por la línea de la columna vertebral y llegó hasta abajo, dejando una estela de temblores. Con la mano que tenía en mi cadera me atrajo más cerca, uniendo nuestras caderas. El acto me dejó caliente, y ese calor se propagó haciendo que mi cuerpo se relajara y tensara al mismo tiempo. La arrogancia había desaparecido de su mirada, sustituida por una dura y poderosa emoción. Deseo. Ganas. Necesidad. Estaba todo ahí y no hizo nada por ocultarlo. No lo evadía. Pero yo no estaba preparada para verlo ni para empezar a lidiar con eso. Moviéndome, giré para dejar a Ren a mi espalda pero sin quedar frente a la pista de baile. Pude ver que el antiguo ya no se encontraba hablando con una sola hada. Otra se había sumado. Meciéndome con la música, me mordí el labio cuando Ren deslizó el brazo por mi cintura y me atrajo contra él.

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―Cuidado ―dijo con la nariz vagando por mi mejilla―. Sé malditamente bien que no ha olvidado tu cara. No supe si era una declaración, un elogio o un insulto, pero después su mano se deslizó por mi estómago con los dedos extendidos y me di cuenta de que esta posición había sido una mala idea. Cada leve movimiento de mis caderas producía sensibles estremecimientos que me atravesaban. Su otra mano descansaba en mi cadera, y cuando finalmente comenzó a moverse detrás de mí encontrando el ritmo que yo había establecido, tuve dificultades para acordarme de respirar. Esto... esto era demasiado y sin embargo no me alejé. No puse distancia entre nosotros. Éramos prácticamente uno, y la sensación de su cuerpo contra mi espalda convirtió mi interior en lava derretida que hervía y estalló con pasión al momento que sentí su boca húmeda y caliente contra mi cuello, justo debajo de mi oreja. Ren no movió esos labios decadentes. Esperó mi reacción. Cada segundo que pasaba me perdía más en las sombras, en la manera en que nos movíamos uno contra el otro y en ese acto simulado. Presionó un beso contra mi agitado pulso y otro suspiro se me escapó. Mis ojos se cerraron cuando hizo llover un pequeño camino de besos tiernos y breves a lo largo de mi garganta. Esto era fingido. Me lo decía una y otra vez mientras su pulgar se movía en un lento círculo justo debajo de mis pechos. Estábamos fingiendo. Eso era todo. Pero mi cuerpo no lo reconocía. Mis pechos dolían y la zona entre mis muslos pulsaba. La excitación zumbaba por todo mi cuerpo. Cuando abrí los ojos vi a una pareja frente a nosotros. Ambos eran humanos y estaban abrazados tan estrechamente que no se podía decir dónde terminaba uno y comenzaba el otro. Sus bocas estaban fusionadas y la mano de él estaba bajo la falda del vestido. Dios, quería que Ren me tocara así. A pesar de que sería totalmente perverso y estaría completamente mal, la sola idea hizo que mi espalda se arqueara y mis caderas se apretaran más contra él. El aire salió de mis pulmones en un inestable jadeo. Lo sentía y sabía que lo que veía en su mirada era real. No era indiferente a esto. Estaba duro y grueso contra la parte baja de mi espalda, mientras mis caderas lo molían. Esto se estaba saliendo de control. La mano de Ren se movió de mi cadera para bajar lentamente por mi muslo. Las puntas de sus dedos rozaron la piel desnuda de mi pierna izquierda y me dieron escalofríos. No había forma de ocultarlo, ni de confundirlo. Su boca rastreó de vuelta hacia mi garganta.

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―Todavía está en la mesa ―susurró con voz apenas audible por encima de la música, del eco de los gemidos a nuestro alrededor y del latido de mi corazón. Abrí la boca, pero capturó el lóbulo de mi oreja entre sus dientes y mis palabras se perdieron en un gemido. Se rió burlonamente y quise odiarlo, pero mis sentidos estaban vivos, enviando calor a través de mis venas. Sus manos se pusieron en movimiento de nuevo. La de mi estómago se acercó un poco, su pulgar siguió la línea de mi vestido llegando bajo mi abultado pecho. Maldecí al sujetador que resultó ser un obstáculo formidable, pero podía sentir las puntas endureciéndose, y el calor se hizo más fuerte. Mi respiración salía entrecortada y no sabía si estábamos bailando o simplemente rozándonos el uno contra el otro. Mi mirada salvaje parpadeó hacia el antiguo y vi que Ren no había mentido. Pequeños y deliciosos nudos se formaron en mi vientre cuando su mano se deslizó bajo el borde de mi falda, sobresaltándome contra él y perdiendo el ritmo. Agarré su brazo, mis uñas se enterraron en su piel. Ren esperó. Pero obviamente estaba perdida. No quité su mano y fue la señal que necesitó. Su mano barrió mi muslo. Había fuego en mi sangre, estimulada por el profundo gruñido que soltaba Ren detrás de mí. Su respiración bailó sobre mi cuello y mi mandíbula. Presionó un beso a milímetros de mi boca y su pecho subió y bajó con fuerza contra mi espalda. ―Cumplido ―susurró. Mi corazón titubeó sin pensar. Como si estuviera en otro lugar, vi a través de una neblina como el antiguo caminaba por el club hacia la salida. Se iba. Estábamos a salvo, y ya era hora de parar esto, pero sus dedos estaban cerca, rozando el pliegue de mi muslo, y no podía recordar haberme sentido nunca así, como si no pudiera respirar. Ren me ahuecó con su mano y todo mi cuerpo reaccionó al contacto íntimo. El fino trozo de tela no era protección. Su mano estaba caliente, y mientras apretaba la palma contra el lugar que parecía conocer, contra el manojo de nervios, me pareció ver las estrellas. Esto era una locura. Pero ardía por su toque, por él. Los pensamientos de las hadas y los antiguos se alejaron. Estar tan distraídos como estábamos era increíblemente peligroso y ridículamente tonto, pero mientras me sostenía en su antebrazo, manteniendo su mano ahí, temblaba con una necesidad que ni siquiera entendía.

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―Joder ―maldijo―. Quiero hacer que te corras. Justo aquí. Ahora. Las palabras me regresaron a la realidad, pero sus dedos habían encontrado ese lugar, rozando encima de la franja húmeda de las bragas y provocando un intenso placer. El nudo en mi vientre se apretó cuando paseó el dedo hacia adelante y hacia atrás. El deseo empañó mi sentido de racionalidad. ―Dime que sí ―ordenó con voz ronca―. Dime que sí y haré lo que quieras. Todo lo que quieras. Sólo déjame hacer esto. Conmovida por sus palabras, consternada por la forma en que montaba su mano y por lo mucho que lo deseaba, sabía que tenía que poner fin a esto por… por motivos. Pero estaba incitándolo, presionándome contra él, deseando profundamente que me hundiera uno de esos dedos largos que había deslizado bajo mi ropa interior. Mi mirada paseó por el club. ―Ivy ―sopló mi nombre como si fuera una maldición. La palabra estaba en la punta de mi lengua, formándose en mis labios cuando lo vi caminar. La realidad me golpeó. Salté hacia adelante liberándome. Su mano se resbaló de mi muslo y me giré para quedar frente a él. Me dolía, palpitaba. Mi cuerpo estaba gritando qué demonios, e incluso mi cerebro estaba algo confuso. Todo mi ser ansiaba liberarse en sus manos. Ren parecía aturdido cuando bajó la mirada hacia mí. Dio un paso hacia adelante y mi corazón saltó. Un crudo deseo estaba grabado en su sorprendido rostro. Ya no parecía angelical, parecía más un ángel caído empeñado en reivindicarme. Dos palabras cayeron en seco. ―Está aquí ―jadeé. Se puso rígido con la mirada fija en mi cara―. Marlon está aquí.

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Capítulo 13 P

or un instante Ren me miró como si le importara una mierda el antiguo, y mi corazón se aceleró pensando que iba a cerrar la repentina distancia e íbamos a terminar en un sofá como cualquiera de esas parejas. Pero se recompuso y yo luché por ignorar la repentina decepción que se instaló en mi pecho. ¿Qué me pasaba? No necesitaba esto, lo que sea que fuera, y sobre todo no ahora. Tomando una respiración profunda finalmente apartó la mirada y observó la pista de baile. Todavía aturdida miré al antiguo subir la escalera con pasos largos. En el segundo piso, hombres y mujeres acudieron de inmediato, rodeándolo. Dos hadas se le unieron, sus pieles plateadas se iluminaron con las luces brillantes de la segunda planta. Cuando Marlon se sentó en un sofá, un hada rubio y elegante se sentó junto a él, hablando atentamente. Mi instinto volvió a la vida. ―Tengo que llegar ahí. ―¿Qué? ―La incredulidad coloreaba su tono. ―Él está allá arriba y es por eso que estamos aquí, ¿no? para averiguar algo. Además, acaba de llegar. Y no sabe quién soy. ―Las luces sobre la pista de baile cambiaban de color pasando de un suave blanco a un azul vibrante―. Voy a subir. ―Ivy. ―Me agarró del brazo jalándome contra la dura longitud de su cuerpo―. ¿Estás loca? Lo miré a los ojos. ―No, no estoy loca, tonto. Puedo llegar ahí. Sus ojos se estrecharon.

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―No dudo que puedas llegar allí. En realidad no es tan jodidamente difícil. Sólo caminas por la escalera. Pero si llega a sospechar que eres parte de la Orden, no seré capaz de llegar a tiempo. ―No necesito que me salves, Ren. ―Solté mi brazo. Una vena palpitaba en su sien cuando bajó la cabeza para hablarme de cerca. ―Es demasiado peligroso. Sostuve su mirada. ―La gente está empezando a mirarnos. ―Y no era mentira. Un par de personas que bailaban cerca estaban mirándonos―. Si seguimos así, las hadas lo averiguarán por su propia cuenta. Así que déjame. Tú ve a la barra. Pasaron varios segundos, luego asintió secamente. ―Ve. ―No necesito tu permiso ―escupí en respuesta. Ren sonrió. —Cariño, sé lo que necesitas y vas a conseguirlo. Mi cuerpo se sonrojó, sentí que me calentaba con una mezcla de enojo y deseo hirviente. Levanté el brazo y le enseñé un dedo. Ren se echó a reír. Dándome vuelta, me escurrí por la pista de baile entrando y saliendo fácilmente entre los cuerpos que se mecían. No podía creer lo que Ren había hecho, lo que yo le había permitido hacer. No tenía una excusa válida. Ni siquiera podía tratar con eso ahora mismo, y no podía permitirme estar tan distraída. Sacudiéndome la persistente excitación y confusión, me concentré en mi trabajo. Una hada estaba parada en la parte inferior de la escalera de caracol, pero la hembra no me detuvo cuando comencé a subir los escalones. Había esperado que saltara y me exigiera algún tipo de código, pero en realidad nunca esperarían que un miembro de la Orden llegara hasta aquí y los humanos no eran ninguna amenaza para ellos. Pero yo lo era. Mi latido se estabilizó cuando taconeé por el segundo piso desacelerando los pasos para acercarme al grupo que rodeaba al antiguo. Todos parecían fuera de sí, con los ojos vidriosos como si hubieran fumado una tonelada de marihuana.

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Claramente estaban bajo un hechizo y tal vez hasta lo deseaban. Quería agarrarlos a todos y obligarlos a bajar las escaleras, pero si lo hacía, esto terminaría mal. Cerca del grupo me detuve, agarré el barandal y miré hacia abajo. Busqué a Ren y lo encontré sentado en el bar al lado de un hada. En realidad estaban hablando. Resoplé y me volví hacia el grupo. Apoyándome en el barandal, debatí mi próximo movimiento. Marlon estaba sentado en el centro del sofá, sus anchos muslos extendidos y su camisa de vestir negra medio desabrochada. El hada rubio estaba a su lado, mirando fijamente a la hembra humana cuyas uñas pintadas de rojo cereza se estaban deslizando muy cerca de la tercera base. ―Tenemos a otro asegurado ―estaba diciendo el hada rubio. Marlon le sonrió a la mujer, pero la curva de sus labios perfectos carecía de calor, algo que me preocupó en gran medida por el bienestar de ella. ―Eso es bueno. ¿Cuántos sumarían ya, Roman? ―Cinco, una vez que esté hecho. ―Los ojos claros de Roman brillaron. Dijo algo más, pero no pude oírlo por los bajos de la música―. Pero lo sabemos. Me acerqué más, volteando a todos lados como si tratara de mezclarme con los que se agrupaban en el área. ¿Estaban hablando de cuántos miembros habían matado? Sonaba así. Con Trent habían sido cuatro. Marlon extendió la mano, curvándola alrededor de la nuca de la mujer. Dijo algo demasiado bajo para que lo escuchara mientras sostenía su mirada fijamente. La mano de la mujer se deslizó entre sus muslos. Jesús. Rápidamente desvié la mirada. ―No tenemos mucho más tiempo. ―Oí decir a Marlon―. No podemos dejarlo ir. No esta vez. ¿A él? Mis oídos se animaron. —Sabemos el lugar —dijo Roman, el labio superior se curvó. Mi pecho se estrujó. ¿Podrían estar hablando de la ubicación de la puerta?―. Te lo dije. El hijo de puta se quebró y no vamos a fallar esta vez. ―Y no somos los únicos que lo sabemos tampoco. ―Los dedos de Marlon en el cuello de la mujer se apretaron, provocando que un gemido escapara de sus labios. La respuesta de Roman se perdió con la risa ebria de alguien en un sofá cercano y una horrible idea floreció en la boca de mi estómago. ¿El hijo de puta se quebró? Trent había sido torturado. ¿Y si lo que Ren y yo sospechábamos era cierto? Que las hadas estaban cazando a esos que pudieran conocer la ubicación de las

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puertas, que Trent lo había sabido y que se los había dicho antes de que lo mataran? Dios, nada de esto era bueno, especialmente si sabían dónde estaba la puerta. Una camarera humana apareció en lo alto de las escaleras llevando una bandeja de servir llena de tragos. Tres de las bebidas eran de un extraño color púrpura vibrante. ¿Eso era Dulcamara? Mis sospechas fueron confirmadas cuando entregó esas tres bebidas al antiguo y a las otras dos hadas. Cuando la camarera repartió el resto a los seres humanos, miró hacia arriba. Su mirada era de un marrón claro, no enturbiado o vidrioso como la de los demás. No estaba hechizada, pero mientras se enderezaba el hada rubio que estaba sentado a la izquierda de Marlon deslizó un brazo alrededor de su cintura, jalándola. Tambaleándose, dejó caer la bandeja vacía y aterrizó en su regazo. Angustia y miedo cruzó por su bonita cara cuando el hada agarró su barbilla, atrayendo su rostro hacia él. Ella agarró su brazo, con los nudillos blancos por el esfuerzo. Sabía lo que eran. Agarrando la cara de la camarera, movió su boca sobre la de ella. Se veía como un beso, era un beso, pero el beso de un hada era venenoso. Esa era la forma en que se alimentaban de los mortales, la forma en que los atrapaban. Las manos de la camarera se deslizaron del brazo del hada para descansar sin fuerza en sus costados. Di un paso adelante pero me detuve antes de hacer algo estúpido. No intervenir fue una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer, y una parte de mí se marchitó volviéndose negra y rancia mientras miraba fijamente su brazo desnudo y veía las venas oscurecerse bajo su piel pálida y volverse de un azul tenue cuando la camarera finalmente fue liberada. Ella se tambaleó, equilibrándose mientras alcanzaba su bandeja. Aquellos ojos marrones ya no eran tan claros. Mis manos se cerraron en inútiles puños, pero un movimiento llamó mi atención. El hada de cabello negro estaba repentinamente rodeando el sofá y se dirigía a mí. La expresión en su rostro anguloso era la que imaginaba que tendría un león al divisar a una gacela. Mi corazón latía con fuerza pero mantuve mi expresión inocente, lo que significaba parecer medio estúpida mientras él me rodeaba, inclinándose por mi espalda de una forma muy extraña. ―Pequeña ―dijo con una voz profunda y culta directamente en mi oído—. Te ves un poco perdida. Envolviendo un rizo alrededor de mi dedo, me obligué a esbozar lo que esperaba que fuera una ingenua sonrisa inofensiva.

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―Estaba buscando el baño. ¿Sabes dónde está? ―Añadí una risita para efecto adicional. El hada de cabello oscuro era impresionante, el contraste entre la piel plateada y el cabello era atrayente. Se acercó, su cadera rozó la mía y me obligué a no reaccionar, ni siquiera cuando envolvió sus dedos fríos alrededor de mi muñeca, apartando mi mano del cabello. ―Este no es el baño. No jodas, Sherlock. ―Ahora lo sé. Inclinó la cabeza a un lado con un movimiento serpenteante. ―¿Cuál es tu nombre? ―Cuando no respondí en un plazo razonable, lo que parecía ser un segundo, curvó su otra mano alrededor de mi mandíbula, obligándome rudamente a levantar la barbilla. El dolor se disparó en mi nuca. Su mirada se fijó en la mía con esos ojos azules extrañamente brillantes―. ¿Cuál es tu nombre? ―Anna ―mentí, manteniendo el contacto visual. Soltó mi muñeca, pero su brazo rodeó mi cintura. No se inmutó ni una vez, pero sabía que estaba tratando de hechizarme. Obligué a mi cuerpo a relajarse y dejé colgar los brazos en los costados cuando lo que realmente quería era sacarle los ojos y hacérselos tragar. Se irguió contra mi cuerpo, su mirada sagaz concentrada en la mía. ―¿Anna? Ese es un nombre un poco tonto. ―Bajó la cabeza y su aliento congeló mi mejilla. Tenía una buena oportunidad de lanzarme a su cara―. Perfecto para una pequeña humana tonta. Mi corazón tartamudeó hasta detenerse cuando su aliento frío se acercó a mi boca. Ningún hechizo o tréboles de cuatro hojas impedirían que un hada se alimentara. Si se acercaba más lo haría, y tenía la sensación de que esa era su intensión. Mi mente corrió. No podía permitir que sucediera. Podría alimentarse y, al igual que la camarera, me alejaría tambaleante en una bruma que duraría minutos o tal vez horas, y si tenía suerte saldría bien de eso. O podría alimentarse y tomarlo todo. De ninguna manera lo podía permitir, pero si hacía algo sabría que no había caído bajo el hechizo y descubriría lo que yo era. Mierda. Dejé que mi mano derecha viajara hacia mi muslo. No había manera de que fuera a dejar que esta cosa se alimentara de mí. Si tenía que luchar para abrirme paso fuera de…

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De repente, una estridente y penetrante sirena sonó a todo volumen sobre la música. El hada me soltó y dio un paso atrás, haciendo una mueca mientras miraba hacia el techo. ―¿Qué demonios? ―gruñó colocando las manos sobre las orejas. Fui empujada hacia un lado cuando uno de los humanos se paró tambaleándose y me golpeó. Como si el techo se hubiera abierto y el sol estuviera mostrándose, las luces del techo se encendieron cubriendo al club con un repentino resplandor. La alarma de incendio continuaba rugiendo y cuando el hada se volvió, aproveché la oportunidad. Corriendo hacia la escalera me lancé entre otros que se movían mucho más lento debido a encantamientos, alimentaciones o demasiado alcohol. En la parte inferior me esperaba Ren. Sin decir una palabra, agarró mi mano y nos unimos a la multitud que iba en estampida hacia las salidas. Fuimos lanzados de un lado a otro, estaba segura de que si no hubiéramos estado tomados de la mano nos habrían separado. El olor a sudor y licor era abrumador entre la gente. Los gritos comenzaron a oírse detrás de nosotros y un escalofrío corrió por mi espalda cuando el pánico se convirtió en una verdadera y tangible entidad en el club. Alguien se estrelló contra mi espalda lanzándome hacia adelante. Mis tacones resbalaron, pero me estabilicé antes de caer. Lanzando una mirada a Ren, vi su mandíbula apretarse. Iba con la mirada fija al frente. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, salimos a la calle, al aire de la noche. No esperamos como aquellos que vagaban por la acera frente al club o se habían detenido, formando pequeños grupos. Las sirenas sonaban en la distancia. Volteamos rápidamente a la izquierda y nos dirigimos al estacionamiento. Esperé hasta que llegamos a la siguiente calle para hablar. ―Tú activaste la alarma de incendio, ¿no? ―¿De qué otra manera iba a sacar tu culo de allí? ―respondió sin mirarme. ―Lo tenía completamente bajo control. Resopló. ―Eso no es lo parecía desde donde yo estaba. Te vi a punto de convertirte en una pop-tart33. La irritación me erizó, sobre todo porque tenía razón y porque me di cuenta de que todavía estaba agarrada de su mano. ¿Qué demonios me pasaba? Moví la 33

Pop-tart: Es un pastelito pequeño que puede ser de muchos sabores y se tuesta para comer.

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mano para liberarla y resistí el impulso de quitarle de un puñetazo la sonrisa de los labios. ―Creo que saben dónde está la puerta. Eso llamó su atención. Bajó la cabeza para mirarme mientras seguíamos caminando. ―¿Qué te hace pensar eso? Le conté lo que había oído y dejó escapar una maldición en voz baja. ―Si saben dónde está la puerta y nosotros no, estamos jodidos. ―Bueno, no seas tan negativo ―murmuré, entrecerrando los ojos cuando pasó un auto de policía―. Seguiremos adelante, nos abasteceremos de agua y frijoles enlatados. Me lanzó una mirada de soslayo. ―Supongamos que los miembros que mataron eran guardianes. Eso significa que deben designar a unos nuevos y que aquellos a los que la Orden promueva no estarán tan capacitados o preparados si, o cuando, las hadas ataquen. Si abren esa puerta... Entramos en el estacionamiento pobremente iluminado. ―Lo entiendo, pero... ¿No podemos ir con David? Es decir, creo que a estas alturas tenemos suficiente evidencia. Juntos podemos hacerle entender. Él es el líder de Nueva Orleans. Tiene que saber dónde está la puerta. Ren no respondió de inmediato. ―¿Y si David es el que trabaja con ellos? Di un grito ahogado y me detuve cerca de una gran viga de cemento. ―¿Hablas en serio? Se volvió hacia mí con los rasgos ensombrecidos. ―No lo sabemos, Ivy. Podría ser cualquiera. ―Podría ser yo ―lo desafié. ―Te dispararon. Por alguna razón, no creo que le disparen a la persona que los está ayudando. Al menos no todavía ―respondió secamente―. Además, tú eres... demasiado fuerte para eso. ―Ahora lo miraba boquiabierta por una razón diferente―. Y no diré cómo sé que eres demasiado fuerte. Soy un gran juez del jodido carácter ―continuó él. Mis cejas volaron hacia arriba―. No eres tú. Y no confío en ningún otro miembro de la Orden, excepto tal vez en Jerome. ―¿Jerome es considerado digno de confianza? Dime cómo obtuvo ese honor.

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Me sentía insultada en nombre de los otros miembros de la Orden. ―Es un maldito canalla, no puede ser influenciado por las hadas ―razonó. Y sí, de alguna manera tenía razón―. No confío en nadie más. Y tú tampoco deberías. Crucé los brazos sobre el pecho. ―Estoy segura de que sienten lo mismo por ti. ―¿Me veo como si me importara una mierda? Eso no cambia el por qué estoy aquí y lo que tengo que hacer. ―Metió los dedos en el cabello―. Esta noche no fue un total fracaso. —Tienes razón. No lo fue por mí. Bajando el brazo me miró con suavidad. —¿Ah, sí? Sonreí ampliamente. —Sí. Soy extraordinaria. Agrega “extra” a “ordinaria” y lo tienes. Admítelo. Conseguí los detalles mientras tú jugabas a Chatty Cathy34 con un hada sentado en el bar. ―Estrechó los ojos―. Sabemos que están matando a los miembros de la Orden y que lo más probable es que sepan dónde está la puerta. Están trabajando en equipo. Eso es más de lo que sabíamos ayer. Ren me enfrentó. ―¿Sabes lo que voy a admitir? Saqué la cadera de lado. ―Estoy esperando. ―Voy a admitir que te sentiste jodidamente suave como la seda contra mis dedos cuando puse la mano entre esos bonitos muslos. Vaya. Definitivamente no me lo esperaba. Mis ojos se ampliaron y el calor me invadió. ―Yo… yo no sé de qué estás hablando. Se echó a reír. ―Es una mentira.

Chatty Cathy: En el lenguaje jamaiquino “chatty” significa hablador, chismoso. En los años ’60 Mattel sacó a la venta una muñeca que hablaba llamada Chatty Cathy. 34

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―¡No, no lo es! ―Descrucé los brazos con la ira alimentando mis palabras. Ira dirigida a mí principalmente―. ¿Qué pasó en el interior de ese club? ¿Qué pensaste que fue? Ren dio un paso bajando la voz. ―Tú a cinco segundos de tener el mejor orgasmo de tu vida. Oh, Dios mío, no acababa de decir eso. ―T… tú… ―farfullé. ¿Qué diablos se respondía a eso?―. Estaba actuando. Estaba fingiendo ―escupí finalmente. Ren estaba ahora a sólo unos centímetros de mí cuando se rio. Quise pegarle. ―¿Fingiendo? ¿Estabas fingiendo allí adentro? ―¿Eres un maldito loro? ―Ah, Ivy, nena... ―Se rio entre dientes―. Eres una mentirosa de mierda, ¿sabías? Mis manos se cerraron en puños. ―No estoy mintiendo. ―Sí. Está bien. Entonces, ¿cómo explicas que tus bragas estuvieran prácticamente empapadas? Mis ojos se agrandaron. La mortificación me atravesó pero aún no había terminado. Su boca siguió moviéndose. ―Apuesto a que podría probarte en mis dedos en este momento. ¿Estuviste fingiendo? Entonces esa dulzura entre tus muslos debe ser un infierno de actriz. Ni siquiera lo pensé. Dando un paso hacia adelante, me arrojé sobre él. Y no para una puta cachetada. Mi puño cerrado se estaba dirigiendo a esa mandíbula. Desafortunadamente era demasiado rápido. Atrapó mi muñeca antes de que mi puño lo encontrara. ―Eso no es agradable ―dijo―. No hay razón para ser tan violenta además de mentirosa. Mi furia no conocía límites. ―Oh Dios mío, tú, arrogante, engreído hijo de… ―No estabas actuando. No estabas fingiendo. ―La burla dejó su tono y su voz se endureció―. Estabas montando mi mano Ivy y no hay absolutamente nada de malo en eso. Lo que está mal es que estés actuando como si nada hubiera

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pasado entre nosotros. Eso es una mierda absoluta. Te encendiste por mí como un maldito fuego artificial y apenas te toqué. ―Yo… Mi espalda golpeó la viga y antes de que pudiera tomar el próximo aliento, la dura longitud de Ren estaba presionada contra la parte delantera de mi cuerpo. Su cabeza bajó hasta poner la cara contra la mía. ―No me digas otra vez que estabas fingiendo. Tú y yo sabemos la verdad. Te deseo. Creo que he dejado eso bastante claro. ―Tan claro como una maldita ventana de cristal ―le respondí, frustrada por mil razones importantes. Sus labios temblaron. ―¿Cuál es tu problema? ―Una de sus manos cayó en mi cadera. Apretó suavemente mientras daba una pequeña sacudida de cabeza―. ¿Todavía lo amas? Me puse rígida como si me hubieran metido debajo de un aguacero helado. ―¿Qué? ―¿Todavía amas al chico que perdiste? ―preguntó―. ¿Es eso? Una gran parte de mí no podía creer que se atreviera a hacerme esa pregunta, que hablara de Shaun cuando estábamos tan cerca. Parecía tan erróneo como si estuviera escupiendo en su memoria, pero aun así las palabras salieron de mi boca. ―Una... parte de mí siempre lo amará. ―Lo que significa que ya no estás enamorada de él. ―Bajé la mirada. No podía responder a eso. Perder a Shaun me había devastado y mi papel en su muerte casi me destrozó, pero ya no estaba aferrada. No de esa manera. Y no mentiría y usaría eso como una razón―. No entiendo entonces. ―¿Por qué te gusto? ―dije con voz temblorosa―. Apenas me conoces. Se me quedó mirando con la incredulidad grabada en el rostro. ―Lo que sé es que no hay garantía del mañana. No hay promesa de que nos quede otro día u otra semana. Cuando quieres algo, ve por ello. No necesito saber la historia de tu vida para que me gustes. Y no me respondas. Lo veo construirse en esos bonitos ojos azules. Quiero saber tu historia. Quiero conocerte. Quiero… Ah, mierda. Ren tomó mi mejilla suavemente y me levantó la cabeza, y antes de que mi corazón pudiera latir de nuevo, me besó. No fue un beso lento o seductor.

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Reclamó mis labios como si estuviera reivindicando mi cuerpo, mi alma y cada parte de mí. Su boca exigía mientras inclinaba la cabeza, moviendo sus labios sobre los míos, su lengua siguiendo el borde de mis labios deseando separarlos y yo... los abrí para él. Mis labios se separaron y él hizo ese sonido, ese profundo gruñido animal que envió llamas sobre mi piel. El beso se profundizó y su lengua se deslizó sobre la mía y a lo largo del paladar. Me tomó con su boca, me probó y me reclamó. Cuando levantó la cabeza respiraba agitado y me miraba fijamente a los ojos. Los suyos se arremolinaban con una multitud de verdes mientras arrastraba su pulgar a lo largo de mi labio inferior. ―Yo... Nunca me habían besado así ―susurré impresionada por la forma en que mis labios se estremecían. ―Mierda, Ivy ―gimió, y su boca estuvo de nuevo sobre la mía. Esta vez exploró sin prisas como si estuviera trazando los contornos de mis labios y yo... lo besé también. La mano sobre mi cadera se apretó cuando pasé mi lengua por su labio y gimió mientras me besaba. La mano se deslizó por mi cadera, por mi muslo y luego bajo el dobladillo de mi falda. Esos hábiles dedos suyos se deslizaron sobre mi daga y un calor voraz se construyó, eclipsando todo pensamiento. No entendía por qué. No me importaba. Su mano se curvó sobre mi trasero. Me levantó sobre la punta de los pies para ajustar sus caderas a las mías y lo sentí contra mi núcleo. Afilados picos de placer me atravesaron. Rodeé su cuello con los brazos y ese beso... oh Dios, estaba a un nivel completamente nuevo, y lo que dije momentos antes era cierto. Nunca nadie me había besado con tanta pasión imprudente. Su mano estaba bajo mi falda amasando la carne, impulsándome, y yo seguí. Mi espalda se arqueó, mis caderas se empujaban contra las suyas mientras me aferraba a él. Dijo algo entre besos contra mi boca. No pude entenderlo, pero sentí rodar el temblor por su cuerpo tenso. Estaba perdida, rindiéndome a los sentimientos que estaba creando en mi interior. Rompiendo el beso apoyó su frente contra la mía, pero su mano todavía se movía por la curva de mi trasero. Su voz era gruesa. ―Voy a tratar de ser el chico bueno. Una risa nerviosa se me escapó. ―Creo que... estás fallando. ―No. Si no lo intentara, tendrías estas diminutas bragas... ―deslizó la mano bajo el elástico en mi trasero, haciéndome jadear― …alrededor de los tobillos, y yo

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estaría profundamente dentro de ti, justo aquí, contra esta maldita viga de cemento. Me estremecí. Una parte de mí estaba deseándolo. Muchas partes de mí estaban deseándolo. ―Pero fui educado mejor que eso ―agregó en voz baja. La declaración me sorprendió pero me besó de nuevo y esta vez fue diferente. Nuestros labios se rozaron una vez, dos veces, el beso infinitamente más dulce y sin embargo tan demoledor como los más profundos y calientes. Los escalofríos corrieron a sus anchas por mi espina dorsal. Ren me besó suavemente siguiendo el patrón de mis labios y la presión de su boca me consumía, me despertaba, era en todo lo que podía pensar. Una traviesa calidez deliciosa se deslizó por mi cuello, extendiéndose a través de mi pecho y más abajo. Una risa repentina sonó cerca, alertándonos de que ya no estábamos levantó su boca de la mía, palmeó mis sobre mis pies, arregló la falda de mi ambas manos.

desde la entrada del estacionamiento, solos. Con un último y persistente beso nalgas y retiró la mano. Acomodándome vestido. Entonces tomó mis mejillas con

―No vamos a correr hacia adelante, pero tampoco vamos a retroceder ni tres pasos, ¿de acuerdo? ―Su voz era suave y, Dios, quería ceder―. Sólo veamos a dónde nos lleva esto. Es todo lo que tenemos. Eso es todo lo que podemos prometernos el uno al otro. Mirando fijamente a esos ojos verde bosque, me encontré asintiendo. No podía creerlo. Un lado de su boca se levantó lentamente y besó el centro de mi frente, luego la punta de la nariz. ―Salgamos de aquí. Igual que un humano del club del que recientemente se hubieran alimentado, me moví como en un sueño, caminando por el agua. Y mientras seguía a Ren hasta la camioneta, no sabía qué era más peligroso, si las hadas o Ren, porque ambos tenían el poder de hacerme caer.

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Capítulo 14 E

l domingo por la mañana las cosas se sentían raras. Bueno, más raras de lo normal. Ya ni siquiera sabía cómo clasificar lo normal desde que llegué a casa ayer y descubrí que Tink había creado una cuenta en Twitter involucrándose en una acalorada discusión sobre qué actor hizo mejor el papel de Doctor Who35. Como nunca había visto un episodio y francamente no me interesaba, no quería tocar el tema ni con un palo de tres metros. Cuando me desperté, lo único que venía a mi mente eran las caricias de Ren, sus besos. Me negué a ceder al doloroso deseo. Me levanté y salí a correr inmediatamente, corrí más rápido que nunca, pero el movimiento sinuoso de mi estómago no se desvanecía. La sensación no era desagradable. Una mezcla de excitación y confusión que realmente me hacía sentir... normal. Era tan estúpido. Mis prioridades estaban perdiendo el tiempo con el tema equivocado. Debería estar pensando en la ubicación de la puerta y en cómo íbamos a detener a las hadas cuando faltaban sólo unos días para el equinoccio. Todavía quería ir con David y tratar de explicarle lo que había descubierto, pero ayer, de regreso a mi apartamento, Ren había sido firme diciendo que era demasiado arriesgado. Fue entonces cuando tuve la idea. Si no podía hablar con Merle el domingo, iría a hablar con David, con o sin la aprobación de Ren. Y mis pensamientos volvieron de nuevo a Ren. Sabía cuál era el problema: No había hablado de él con nadie y eso era lo que necesitaba para sacármelo de la cabeza y poder seguir adelante, centrarme en cosas más importantes como detener la masacre que ocasionaría la apertura de la puerta. Pero Val me canceló el tradicional café y la visita a las librerías del domingo. Me había enviado un mensaje de texto avisando que no podía hoy. Estaba dispuesta a apostar que tenía todo que ver con el chico con el que estaba Doctor Who: Serie de televisión británica de ciencia ficción. Duró muchos años (1963 - 1989). A lo largo de veintiséis temporadas, desfilaron siete actores interpretando el papel. 35

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rompiendo las camas de toda la ciudad. Llamé a Jo Ann y terminamos en la cafetería cerca del cementerio. Vestida con una camiseta y el cabello recogido en un nudo suelto, sabía que parecía un desastre en comparación con el cabello liso y brillante de Jo Ann, sus jeans ajustados y la blusa a juego. En cuanto a ella, no entendía por qué era tan malditamente tímida cuando se trataba de chicos. Era muy bonita, dulce, inteligente y amable. Mientras bebía su café con leche y yo sorbía mi té como si fuera una competencia universitaria de bebidas, charlamos de nuestras clases y, finalmente, me decidí a hacerlo. No sé por qué fue tan difícil ni por qué se me puso la cara tan roja, pero lo hice. ―Conocí a un chico ―solté, con la pajita en la boca. Las cejas de Jo Ann volaron. ―¿En serio? ¿Cuándo? ―Hace dos semanas. Él... um, trabaja conmigo. Es de Colorado ―dije sintiéndome mal porque había mucho que debía mantener en secreto. Ella sonrió y se inclinó en la silla de mimbre con los ojos brillando de felicidad. ―¿Es lindo? ―¿Lindo? ―repetí con ganas de reír, dándole vueltas al vaso de plástico―. No creo que lindo sea una palabra con la suficiente fuerza para describirlo. ―¡Ah! Bueno entonces ¿es sexy? Asentí con una pequeña sonrisa en los labios. ―Muy sexy. ―Bueno. ―Hizo una pausa mientras tomaba su café con leche―. Tengo la sensación de que hay más de lo que estás diciendo. ¿Es un idiota? ―No ―admití levantando la vista ―. Es agradable... Encantador. Es agresivo. No de mala manera ni espeluznante ―añadí rápidamente cuando Jo Ann empezó a fruncir el ceño―. Es decir, es el tipo de persona que cuando quiere algo te lo hace saber. No es tímido en absoluto. ―Bien. ―Tomó un trago y me observó―. Entonces es sexy y agradable. Es la clase de chico que asume la responsabilidad pero no de una manera espeluznante. ―Asentí―. ¿Te gusta?

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Abrí la boca, pero otra vez me resultó difícil encontrar las palabras adecuadas. Estaban allí, en la punta de la lengua, pero no pude decirlas. ―Te gusta ―bromeó. Solté un bufido. ―¿Cómo sabes? ―Bueno, nunca me habías mencionado a un chico, así que eso es un claro sí ―explicó y apoyó el codo sobre la mesa para descansar la barbilla en la palma―, por lo tanto, absolutamente sí te gusta. Admítelo. Dilo. Dilo para mí, Ivy. Me reí negando con un lento movimiento. ―Está bien. Dios. ―Levanté la cabeza hacia atrás y gemí―. Me cae bien. Ni siquiera sé por qué, pero me gusta. ―Te gusta porque al parecer es sexy, agradable y encantador. ―E inteligente ―murmuré, poniendo los ojos en blanco. Jo Ann rio. ―Suena como si fuera una cosa mala. ―Lo es. ―Levanté la cabeza y exhalé con fuerza―. Realmente no lo conozco. ―Me miró con expresión desconcertada―. Lo conozco desde hace un par de semanas, y sí, tengo un caso loco de lujur-insta con él, pero en cierto modo somos como extraños. ―Encojo un hombro―. Así que se siente raro. Jo Ann abrió y cerró la boca, luego la abrió de nuevo. ―Sabes que probablemente soy la peor persona para aconsejarte sobre relaciones. ―Es verdad. ―Me reí. Los ojos de Jo Ann se estrecharon. ―Pero sí sé que la gente por lo general no se conoce cuando se encuentran, llegan a conocerse a través de, no sé, citas. ―La palabra “cita” en realidad no ha surgido en las conversaciones. ―Oh ―dijo arrugando la nariz. ―Honestamente, no le he dado la oportunidad de llegar a ese punto, así que no sé si está interesado en tener... citas, o simplemente en conectar. Ni siquiera sé si estoy interesada en tener citas con él ―admití. La idea me aterraba porque sabía dónde terminaban. En una tonelada de mierda angustiante.

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―Entonces ¿cuál es el problema? Si tanto quieres la cosa, ve por ella. ¿Quién sabe? Tal vez quiera una cita y se convierta en algo serio. ―Echando un vistazo a la puerta principal suspiró―.Tengo que seguir mi propio consejo. ―Tienes que hacerlo. Me sonrió. Jugando con la pajita de mi té, tomé una respiración profunda y mi corazón dio un gran vuelco. ―El último… el último chico con el que salí, el único con el que estuve, murió. Sus ojos se abrieron. ―¿Qué? Como Jo Ann sabía de la muerte de mis padres adoptivos, decidí que era mejor seguir con la verdad a medias. Habían muerto juntos. ―Murió con mis padres en el accidente de auto. ―Me estremecí, sobre todo porque no murieron de esa forma―. Lo amaba como se ama al primer amor, y lo perdí. El entendimiento iluminó el rostro de Jo Ann y sentí las mejillas calientes. Hablar de Shaun nunca era fácil. ―Lo entiendo ―dijo en voz baja―. No estás del todo lista para seguir adelante. La miré y luego observé la línea de personas en el mostrador. Realmente no estaba mirando nada. ―Han pasado más de tres años, y yo... creo que estoy lista para seguir adelante, pero es... ―Sentí un dolor en el pecho. La miré―. ¿Eso es malo? ¿Estoy de alguna manera traicionándolo? Porque se siente así ¿sabes? ¿Por qué yo sigo adelante y él no? ―Oh, cariño, no lo estás traicionando. No lo conocí, obviamente, pero si se preocupaba por ti, querría que salieras con otro chico y te enamoraras de nuevo. ―Se inclinó sobre la mesa y me apretó la mano―. Seguir adelante es el camino correcto. En el fondo lo sabes. ―Sí ―le susurré. La imposibilidad de decir las palabras se había convertido en un nudo complicado, porque en ese momento cuando traté de imaginar la cara de Shaun ya no recordaba los detalles. Eran borrosos y lejanos, y eso dolía. Pero tenía razón. En el fondo lo sabía―. Simplemente, a veces es abrumador. ―Déjame hacerte una pregunta ―dijo inclinándose―. ¿Confías en él?

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La pregunta rebotó en mi cráneo. Sabía que Jo Ann lo entendía de una manera diferente ya que no tenía idea de lo que Ren y yo hacíamos para ganarnos la vida, pero su significado era muy importante. ¿Le confiaría mi cuerpo? ¿Mi corazón con todos sus secretos? Una pregunta difícil de responder, no porque no supiera la respuesta, sino por lo que mi respuesta realmente significaba. Busqué la mirada de Jo Ann mientras pequeños nudos se formaban en mi vientre. ―Sí, confío en él. *** Poco después de las doce nos despedimos, Jo Ann se subió en un taxi y yo saqué mi teléfono celular para llamar a Brighton. Respondió que estaban en casa y que Merle se sentía bien para recibir visitas, casi me subí por las paredes y bailé en medio de la acera. Sin embargo, me las arreglé para controlarme. Sostuve la pantalla de mi teléfono celular entrecerrando los ojos detrás de mis gafas de sol y me apoyé en la pared que rodeaba el centro comercial. Le dije a Brighton que iría en un rato, pero no fue lo único que le dije. También le dije que iría acompañada. Mi pulgar navegó hasta encontrar el nombre de Ren. Confiaba en él, pero esto era un gran paso. Nerviosa, miré al frente observando un tranvía. Luego, sin pensarlo más, apreté el número. Ren respondió al segundo timbre. ―¿Ivy? Hice una mueca. ―Sí. Soy yo. La sonrisa que sentí en su respuesta era cálida. ―Lo siento. Estoy sorprendido de que llames. Me imaginé que tendría que esperar hasta mañana para verte o cazar contigo. Luchando por controlar la sonrisa, caminé por delante de la pared de ladrillos bajo los robles. ―¿Estás ocupado? ―Nunca para ti. Ya no pude frenar la vertiginosa sonrisa, agradecía que fueran extraños los que estaban pasando por delante de mí en este momento.

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―¿Puedes encontrarte conmigo en el centro comercial de Prytania Street? Hay algo que quiero que hagas conmigo. Pasó un momento. ―Si te dijera las imágenes y pensamientos que destellan en mi cabeza ahora mismo, probablemente me colgarías. ―Probablemente ―dije riendo. ―Puedo estar allí en unos veinte minutos. ¿Está bien para ti? Asentí y luego me sentí como una idiota porque estaba en un teléfono. ―Perfecto. La elegante moto negra ronroneó hasta el borde de la acera unos quince minutos más tarde, ni siquiera quise pensar en la velocidad a la que tuvo que conducir para llegar a Garden District tan rápido en una tarde de domingo. Al acercarme a la parte trasera de la moto, me entregó un casco y lo tomé. Una media sonrisa mostró uno de los hoyuelos. ―¿A dónde vamos, mi señora? Negué mientras sostenía el casco. ―A un par de manzanas de distancia. Dándole la dirección, me subí en la parte trasera de la moto. ―Por cierto, te ves linda hoy. Estás relajada Ivy. Nunca te había visto así antes. ―Mis mejillas se sonrojaron y quería patearme―. Cuidado con la mochila ―continuó―, hay cosas afiladas y con punta allí atrás que podemos usar más tarde. Eso animó mi interés en formas extrañas. Me puse el casco y abracé su cintura con cuidado de no presionarme contra su espalda. Nos tomó sólo unos minutos ir desde el centro comercial hasta el frente de la casa de Merle. Estacionó la moto y se quitó el casco, yo me quité el mío y estaba a punto de bajar de la moto cuando se dio la vuelta. Agarrando mis mejillas con sus manos grandes y callosas, se inclinó. Me besó allí mismo, en la calle, frente a la casa de Brighton y Merle. Y no fue un beso casto ni rápido. Estaba segura que Ren no sabía dar besos castos. Su cálida boca se movió sobre la mía, insistente y seductora. Con el casco entre nosotros, lo único que yo podía hacer era dejarme arrastrar por la sensación de su boca sobre la mía. Y se sentía muy bien.

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La moto todavía zumbaba bajo mis piernas. Cuando su lengua se deslizó sobre la mía, me quedé sin aliento. Sentí sus labios curvarse en una sonrisa y quería lanzar el casco por la calle y escalarlo a él. Por último, la boca de Ren rozó la mía. ―Mmm ―murmuró. ―¿Qué... qué fue eso? ―le pregunté parpadeando. Se rio mientras se giraba para apagar la motocicleta. ―Fue justo un beso. Acostúmbrate. Te van a llover en gran cantidad. Me quedé mirando su espalda. ―¿Y qué pasa si no los quiero? Miró por encima del hombro arqueando una ceja. ―Los quieres. Suspiré. Quería cada uno de ellos. ―¿Entonces qué hacemos aquí? ―Miró la casa con una expresión curiosa―. ¿Ya nos estamos mudando al mismo escenario? ―¿Qué? ―Me reí de él mientras bajaba de la moto―. No. Sonriendo, se bajó y se puso a mi lado con el casco colgando de los dedos. Miró la valla. ―Entonces, ¿cuál es el tema? ―Una amiga vive aquí. Su nombre es Brighton y su madre solía trabajar para la Orden. Fue…capturada una vez y las hadas se alimentaron de ella, desde entonces nunca ha sido la misma. ―Echando un vistazo a la casa, suspiré profundamente―. Merle sabía todo, todavía lo sabe todo. Era bastante importante. Podría saber dónde está la puerta. Ren se puso rígido y sus ojos verdes se encontraron con los míos. ―¿Hablas en serio? Asentí. ―Sólo depende de... de su estado de ánimo. He intentado contactar con ella pero estaba fuera del estado. Ren inclinó la cabeza a un lado y el sol iluminó su mejilla. ―¿Sabías desde el principio que esta mujer podría decirnos el lugar? ―Sí. ―No me estremecí ante su mirada de acero―. Pero cuando fui por primera vez a hablar con ella y no estaba aquí, no confiaba en ti completamente.

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Ren bajó la barbilla. ―¿Estás diciendo que ahora sí confías en mí? ―Obviamente. ―Crucé los brazos con casco y todo―. O no te hubiera traído aquí. ―Hubieras obtenido la información y... ―Probablemente te hubiera dicho que teníamos que revisar el lugar. No te hubiera dicho de dónde saqué la información. ―Chica inteligente ―murmuró con los hombros relajados―. Bueno, vamos a hacer esto. Fruncí el ceño. ―¿No estás enojado? Arrastró con los dedos los rizos que caían sobre su frente. ―Entiendo por qué no confiaste en mí. Pero ahora lo haces. Eso es lo que importa. Se dirigió hacia la puerta y salté hacia adelante para tomarlo del brazo. ―Por favor, recuerda que Merle a veces no actúa bien ¿de acuerdo? Ella puede portarse completamente normal y de repente no. Sus rasgos se suavizaron. ―Entiendo, Ivy. Aliviada, me dejé llevar por su brazo y caminamos por la acera. Cuando llegamos al porche, la puerta se abrió y Brighton salió, con el cabello dorado recogido en una coleta alta. Brighton tenía casi treinta años, y hasta donde sabía, nunca había estado casada. Solía ser un activo de la Orden, pero después del incidente de su madre, su vida comenzó a girar en torno a sus cuidados. No era fácil y tuvo que haber sido solitario. Vistiendo unos jeans cortos y una camiseta, bajó las escaleras repiqueteando con las sandalias en los tablones de madera. Diminutas partículas de suciedad se aferraban a sus jeans. Brighton era preciosa de esa manera sureña. Si esto estuviera sucediendo hace cien años, se mezclaría perfectamente con las chicas más bellas del baile. Tenía ese tipo de belleza delicada. Su mirada seria, marrón y sombría, pasó de mí a Ren cuando se detuvo en seco delante de nosotros. Di un paso adelante.

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―Brighton, él es Ren. Pertenece a la Orden. Ella sonrió, una pequeña sonrisa reservada que no llegó a sus ojos. ―Eres nuevo. ―Sí, señora ―dijo arrastrando las palabras repletas de encanto―. Soy de Colorado. He sido transferido aquí a principios de mes. Brighton se alisó las manos en sus jeans cortos. ―Wow. Estás muy lejos de casa. Ren sonrió, sus labios se curvaron sin esfuerzo. ―Ese soy yo. Su casa es hermosa. No teníamos casas como esta donde yo vivía. ―Gracias. ―Se movió a un lado del porche mirando hacia atrás, al jardín trasero de la casa antes de dirigirse a mí―. ¿Puedo preguntarte por qué vienes a ver a mi madre? No sabía Ren lo feliz que iba a ser con la cantidad de información que estaba a punto de descubrir pero tenía que lidiar con esto. ―Hay algunas cosas locas sucediendo en la ciudad. Como sabes, hemos perdido a cuatro miembros en un período muy corto de tiempo, y pensamos... pensamos que eran los guardianes de la puerta. Los ojos de Brighton se abrieron alarmados. ―¿Qué? ―Creemos que las hadas quieren abrir la puerta ―intervino Ren ―. Y tú sabes que las puertas se debilitan durante el equinoccio. ―Sólo se pueden abrir durante el equinoccio y el solsticio ―corrigió Brighton abrazándose la cintura―. ¿Qué dice David de esto? ―No se lo hemos informado a David todavía. ―Aquí venía la parte difícil―. Brighton, si los miembros caídos eran guardianes, y tal parece que sí, entonces alguien dentro de la Orden les da los nombres a las hadas. No puedo… ―En ese caso no pueden confiar en nadie. ―Apretó los labios y movió lentamente la cabeza―. ¿Quieres hablar con mi madre sobre la ubicación de la puerta? ―Si alguien lo sabe, es ella. ―Si lo recuerda ―dijo en voz baja, lanzando una mirada nerviosa a Ren―. Sabes cómo está su cabeza algunos días.

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―Lo sé. Lo mismo que Ren. Puede que Merle no conozca la ubicación, pero incluso si hay una pequeña posibilidad, vamos a arriesgarnos. Brighton asintió lentamente. ―Está teniendo un buen día. ―Bien. ―Miré a Ren y me sentí feliz de no ver un solo gesto molesto en su rostro. Como en este medio se valoraba tanto la fuerza mental y física, muchos de los miembros de la Orden despreciaban a Merle―. No nos va a llevar mucho tiempo. Brighton dudó por un momento y luego se dio la vuelta. ―Está en el jardín. Dejando nuestros cascos en las sillas de mimbre, seguimos a Brighton por un costado del porche. A medida que nos acercábamos a la parte de atrás de la casa, escuchábamos los tonos suaves del jazz que salían por la puerta trasera. Nos bajamos del porche y seguimos un camino por el medio del patio. Merle estaba arrodillada delante de un rosal con los guantes verdes cubiertos de tierra palmeando tierra fresca alrededor de una retoño recién plantado. Había una jarra de té colocada en una pequeña mesa con dos vasos a medio llenar. Brighton se aclaró la garganta. ―Mamá. ―Sé que tenemos compañía, cariño. Puede que tenga algunos murciélagos en el campanario, pero no estoy sorda ―dijo Merle con un tono de voz bajo y dulce―. Y no fueron silenciosos mientras venían hacia el patio. Ren me miró levantando una ceja, yo sonreí. ―Hola Merle ―le dije. ―Hola querida. ―Se quitó los guantes, los dejó caer al suelo y se puso de pie para volverse hacia nosotros. Estaba a mitad de los cincuenta, pero podía pasar por alguien una década más joven. Con el cabello color trigo y una piel de alabastro casi impecable, no tenía ni idea de cómo podía estar tan pálida y sin arrugas a pesar de que pasaba la mayor parte del tiempo afuera en su jardín. Sólo la piel de los ojos y la boca se le arrugaba cuando sonreía―. Ha pasado algún tiempo desde la última vez que te vi, cuando trajiste a esa desvergonzada contigo. Me mordí el interior de la mejilla y la ceja de Ren subió aun más. ―Está hablando de Val…

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―La desvergonzada ―dijo Merle de nuevo sentándose en la silla de la pequeña mesa. Se dejó caer con poca gracia y cruzó las piernas. ―Mamá ―suspiró Brighton poniéndose detrás de la silla de su madre. ―Me gustaría que no la llamara así ―le dije―. Valerie es muy agradable. El hecho de que salga mucho no la convierte en una mujerzuela. Merle inclinó la cabeza a un lado mientras levantaba su vaso. ―Cariño, eso no es lo que la hace una mujerzuela. Quería saber más, pero lo último que necesitaba Merle era salirse de la pista, así que decidí que era hora de cambiar de tema. ―Merle, él es Ren. ―Sé quién es ―dijo para mi sorpresa y la de Ren. Tomó un sorbo de su té mientras lo miraba por encima del vaso―. Renald Owens. ―¿Renald? ―Lo miré levantando ambas cejas―. ¿Tu nombre completo es Renald? ¿Eran dos manchas de color rosa lo que se veía en sus mejillas? ¡JA! Se había sonrojado. ―¿De dónde crees que viene Ren? ―contestó escuetamente―. Señora… ―Llámame Merle, cariño. Y vas a preguntar cómo sé quién eres. Yo conozco… bueno, conocí a tus padres. Espero que todavía estén bien. ―Sí, lo están. Gracias. ―Meneó la cabeza confundido. Merle continuó evaluándolo. ―Es un joven muy apuesto, Ivy. Mis ojos se abrieron y ni siquiera me atreví a mirar a Ren. Me guiñó un ojo y Brighton le dio unas palmaditas en el hombro. ―Mamá, están aquí para preguntarte algo importante. ―Ah, ya sé lo que es. ¿Por qué no toman asiento? ―Hizo un gesto hacia las sillas frente a ella―. No se queden ahí como policías. Así se dice, ¿verdad? Ren me dirigió una mirada larga y desconcertada mientras hacíamos lo que nos ordenó. Una vez sentados, lo intenté de nuevo. ―Estamos aquí… ―Como dije, cariño, sé por qué están aquí. Tiene que ver con la Elite. ―Se rio como una niña―. No estés tan sorprendido, compañero guapo. Te dije que sé

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sobre tus padres. Y sé todo acerca de la Elite. Y si estás aquí, eso significa que los antiguos no están para nada bien. Abrumada, lo único que pude hacer fue mirarla fijamente. Mierda, todo este tiempo Merle lo sabía. A la emoción que burbujeaba dentro de mí le siguió un gran sentido de desconfianza. Esto estaba yendo demasiado fácil. ―¿Sabes sobre los antiguos? ―Ren se inclinó apoyando las manos en las rodillas y Brighton se removió inquieta detrás de su madre. ―Sé que no todas las hadas desean lo mismo. ―Ella lo estudió por un momento mientras yo pensaba en lo extraño de su declaración ―. Hijo, también sé por qué estás aquí realmente. Sé lo que está sucediendo para que estés aquí. Me quedé rígida y de repente me dio frío a pesar de la cálida brisa que movía las flores. Ren se echó hacia atrás borrando toda expresión de su rostro, con la mirada en blanco. Se me congeló el estómago. ―Señora ―empezó a decir, pero Merle lo interrumpió de nuevo. ―Sé lo que hace la Elite. Sé que los de tu clase cazan a los antiguos, pero ese no es el único deber que tienes. ―Sacudió el vaso y el hielo hizo un sonido tintineante. Su sonrisa se borró cuando la mirada se desvió hacia mí―. ¿Qué querías saber, muñeca? Bueno, infiernos, ahora lo que quería saber era cuál era el otro deber de Ren, que aparentemente no me dijo, pero Brighton habló, arrodillada junto a la silla de su madre, atrayendo su atención. ―Creo que lo que quieren saber es dónde está la puerta. ―Por supuesto. ―Su mirada se trasladó al vaso―. Yo solía ser uno de los guardianes. Me tragué un jadeo. Siempre había sabido que Merle era importante dentro de la Orden, pero no tenía ni idea de que era un guardián. ¡Dios mío! si lo que decía era cierto, entonces realmente sabía la ubicación de la puerta, y en este momento, ese conocimiento era lo más importante. Después me ocuparía de Ren. ―Sé todo ―continuó con la mirada fija en algo que nadie podía ver―. Las salas utilizadas para sellar las puertas requieren sangre para abrirse y el cristal puede curar. ―Su sonrisa fue fugaz y rápida y no tenía idea de qué demonios quería decir con eso del cristal―. Entonces conocí mi propósito. O eso dicen. Realmente no recuerdo mucho de ese día. ―Mamá ―susurró Brighton extendiendo la mano para estrechar la de su madre―. ¿Sabes dónde está la puerta?

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―Mi querida niña ―murmuró, ahuecando la barbilla de Brighton mientras sonreía alegremente―. No es sólo una puerta la que enlaza a nuestra ciudad. Son dos. Inhalé bruscamente. ―¿Hay dos? Asintió mientras tomaba la jarra y se servía otro vaso de té. ―Sí. ¿Sorprendida? Estamos en Nueva Orleans y bueno... La tierra aquí está contaminada y a la vez bendecida. Es el único lugar que conozco donde hay dos puertas al Otherworld. ―¿Está segura? ―preguntó Ren―. No quiero ofenderla, pero nunca he oído hablar de dos puertas en una misma ciudad, ni a menos de un centenar de kilómetros una de la otra. ―No me estás ofendiendo. ―Un mechón de cabello rubio cayó sobre su rostro―. Una de ellas se encuentra en el santuario, y la otra está en un lugar donde la atmósfera es tan inestable que ni siquiera los seres humanos o los espíritus pueden descansar. Brighton se estremeció y agachó la barbilla. Mi corazón se hundió. ―Merle, no estoy entendiendo. Arqueó una ceja. ―Es bastante simple, niña. Ambos lugares son bien conocidos, y no sé cómo ser más clara. Tuve varias ideas de cómo podía ser más clara, pero Merle dirigió su atención a Ren y supe que su mente ya no estaba en eso. Igual que muchas veces en el pasado, hacía una vaga declaración con perfecto sentido para ella y bajo ninguna circunstancia explicaba nada más. También significaba que su “buen día” se acercaba rápidamente a su fin. Frustrada, me obligué a quedarme quieta en la silla. ―Merle… ―Shhh ―dijo, y me recliné hacia atrás mirándola mientras ella continuaba observando a Ren―.Volviendo a la cosa más importante. ¿Ya lo han encontrado? Los hombros de Ren se tensaron, la tensión emanó por todo el patio como una gruesa manta demasiado pesada. Dio una sacudida apenas perceptible de cabeza.

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―Tienes que encontrarlo ―dijo Merle y la armonía iba desapareciendo de su tono―. ¿Sabes lo que va a pasar si abren la puerta? Ren levantó la barbilla. ―Lo sé. ¿Qué demonios estaba pasando aquí? Un temblor sacudió a Merle. ―Si el príncipe o la princesa pasan a través de la puerta y lo encuentran, todo se romperá, Renald. Todo. Miré a Brighton confusa, pero ella movió la cabeza. ―Mamá, ¿de qué estás hablando? Merle se puso de pie, en la mano llevaba el vaso tan apretado que los nudillos estaban blancos. ―Renald, me temo que esas puertas se romperán. Está en el viento. Está en el mismo canto de los pájaros y en el suelo. No fallen con la puerta esta vez. Bueno, esto se estaba poniendo raro. Con Merle era típico, pero raro porque eso mismo había dicho el antiguo anoche. Cuando miré a Ren, él no... él no parecía sorprendido. El hielo en mi vientre se extendió a mis venas. Merle dio un paso hacia Ren. ―Tienes que encontrar al halfling.

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Capítulo 15 ¿U

n halfling? ¿Qué mierda?

Todo pensamiento desapareció. Mi mirada rebotaba de ida y vuelta entre Ren y Merle. En cualquier otro momento hubiera considerado que Merle pasaba por uno de sus malos momentos, pero Ren… de hecho continuaba sin parecer sorprendido por lo que estaba diciendo. Ahora me ahogaba entre los ¿Qué mierda? y no tenía idea de qué pensar. ―¿Halfling? ―dijo Brighton sacudiendo la cabeza―. Mamá, ¿de qué estás hablando? Finalmente apartó la mirada de Ren y bajó la mirada al vaso de nuevo. ―No deberían existir, pero existen. No por mucho tiempo. No pueden ser. O por lo menos es lo que dicen ―murmuró, la mano que sostenía el vaso empezó a temblar―. Solía haber más. Cientos, si no es que miles. ¿Pero ahora? Quizá un puñado. Tal vez ni siquiera media docena. Porque amenazan todo. Son una amenaza para todo ―escupió amargamente. Ren se puso de pie y salió disparado, pero fue demasiado tarde. El vaso que Merle tenía en la mano se había estrellado. Los fragmentos afilados saltaron y llovieron por todo el suelo mezclados con sangre. Salté de mi asiento con los ojos muy abiertos. ―¡Mamá! ―Palideciendo, Brighton tomó su mano―. ¿Qué hiciste? ¡Te has cortado! Merle frunció el entrecejo mirando fijamente la mano ensangrentada. Los pedazos de cristal pegados a su palma brillaban con la luz del sol. ―No estoy segura, querida niña, pero no se siente muy agradable. ―Lo siento, pero tienen que irse. ―Brighton envolvió los hombros de su madre con el otro brazo―. Ha sido suficiente por hoy.

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No la detuve. Demasiado perturbada por lo que Merle había hecho, vi a Brighton llevarla hacia la puerta de atrás de la casa. ―¿Hay algo que podamos hacer para ayudar? ―preguntó Ren. Brighton no se detuvo ni por un segundo. ―Sólo déjennos. Por favor salgan. Cerré los ojos con fuerza y me tragué una maldición cuando oí que la puerta trasera se cerraba de golpe. ―¡Oh Dios, esto no acabó bien! Ren estaba tranquilo cuando me volví hacia él. No me miraba a mí, su mirada estaba fija en el cristal roto, el té derramado… y la sangre. Di un paso hacia él y hablé en tono bajo. ―Una parte de mí quería pensar que Merle hablaba sin sentido, pero creo que no fue el caso. ¿Cierto? ―Mirándome, sacudió con fuerza la cabeza. El miedo creció y echó raíces―. No me lo contaste todo. ―No. Varios sentimientos se atropellaron a la vez y no sabía qué sentir primero. La decepción y la rabia estaban a la cabeza. Confié en él. Pero también había un montón de cosas que yo no le había dicho, así que era como una olla que se enfrenta a una caldera. Luché por superar el momento y ¡hombre! fue difícil, quería darle un puñetazo. No era muy madura, ni la mejor persona la mayoría de los días, así que me sentí muy orgullosa cuando no perdí el control. ―¿Existe realmente una cosa llamada halfling? ¿Por qué estás aquí, Ren? Levantando la cabeza hacia el cielo, dejó escapar un suspiro cansado y luego asintió para sí. ―Tenemos que marcharnos. ―No me iré hasta que me digas qué diablos está pasando. Se volvió hacia mí. ―Te lo contaré todo, aunque eso haga que me maten. ―¿Que te maten? ―Sí, es un gran tema, Ivy. Así que no voy a decirlo aquí. Tenemos que hablar en otra parte. Tú vives cerca. Una parte de mí quería negarse, pero necesitábamos salir del patio para que Brighton no se preocupara de que pusiéramos más nerviosa a su madre, y no podía llevarlo a mi casa.

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No cuando no había tiempo para advertir a Tink. Realmente necesitaba conseguir un teléfono con correo de voz para poder dejarle mensajes. Tenía que agregarlo a mi lista de pendientes. ―No podemos ir a mi casa ―dije, ignorando la mirada afilada. Me estudió un momento. ―Entonces podemos ir a la mía. El nerviosismo provocó que mi estómago diera volteretas. ¿Su casa? ―No sé. ―¿Pensé que confiabas en mí? ―Una sonrisa irónica apareció en su rostro. Levanté la barbilla. ―Eso era antes de descubrir que no has sido sincero conmigo. ―No ha cambiado nada entre nosotros, Ivy. Hay… había algunas cosas que no podía decir, porque simplemente no las creerías. ―Suspirando se pasó la mano por el cabello―. No voy a hablar en la calle. Mi casa o la tuya. Mi casa era imposible porque no tenía idea de lo que Tink estaba haciendo ahora mismo. ―Lo que tú digas, Renald. ―Caminé junto a él a pasos largos hacia el porche para poder tomar nuestros cascos―. En tu casa. Me disparó una mirada avergonzada. ―Realmente desearía que no me llamaras así. Resoplé. ―Las personas en el infierno desean agua helada. ―Las personas en el infierno están muertas y la sed es la menor de sus preocupaciones. Subiendo hacia el porche, sacudí la cabeza cuando vi la puerta cerrada. La culpa punzaba bajo mi piel, haciéndome sentir mal. Merle no se hubiera dañado si nosotros no hubiéramos venido aquí hoy, pero no podía volver atrás y cambiar la historia. Y tuve una sensación de que después de esta conversación con Ren, las cosas nunca serían como antes.

***

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Ren vivía en uno de esos viejos almacenes que habían sido remodelados recientemente para convertirlos en estudios y apartamentos de un dormitorio. Con estacionamiento propio, ascensor industrial, pasillos con vigas de acero en el techo y paredes de ladrillo, el lugar tenía un toque excéntrico, moderno. Definitivamente exclusivo. Si la Orden no pagara tan bien, dudaba que Ren pudiera permitirse el alquiler de lujo exigido en este lugar. Su apartamento estaba en el sexto piso, justo delante del ascensor. Cuando abrió la puerta, me encontré un lugar con mobiliario bastante escaso y una estructura abierta. El olor a limpio y fresco me recordó el detergente que Holly utilizaba para lavar la ropa Había un amplio sofá modular en la sala, una mesita de café negra con una superficie de cristal situada cerca de una gran televisión de pantalla plana colgada en la pared de ladrillo gris y blanca. Aparte de una foto en la esquina de la mesa de café, no había un toque personal. Eché un vistazo a la cocina. Todos los electrodomésticos eran nuevos y de acero inoxidable. Era la cocina de un cocinero, con un horno doble y una campana brillante descendiendo desde el techo encima de una estufa de gas, pero no había mesa, sólo dos taburetes bajo la isla de cocina. En el otro lado de la sala había dos puertas. Una que supuse llevaba a un dormitorio y la otra a un baño. No parecía vivir nadie aquí. Una vez que entramos, Ren se quitó la mochila y la colocó sobre el sofá. Se pasó por la mesa de café y recogió un recipiente vacío. Sacó la cuchara. Se agachó y tomó una taza de café azul profundo. Estaba limpiando. Eso era algo agradable. Y normal. Caminé hacia la mesa para mirar la imagen. Era una foto de familia, tenía que ser de él y sus padres. Era más joven, tal vez dieciséis años con una amplia sonrisa y hoyuelos, parecía adorable allí de pie entre un hombre y una mujer a la que se parecía mucho. Una montaña cubierta de nieve estaba en el fondo, pero llevaban camisetas. Me fascinó la imagen, sus rostros sonrientes y ojos felices. Mirándome por encima del hombro, caminó hacia la cocina. ―¿Quieres algo de beber? ―me dijo―. Sugiero algo fuerte o un refresco, sería más conveniente que el té para esta ocasión. Quitando la mirada de la fotografía, lo vi poner el cuenco y la taza cerca del fregadero. Caminó hacia el refrigerador, los músculos ondularon bajo el tatuaje cuando abrió la puerta. ―No bebo.

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―¿Te importa si tomo una cerveza? Sacudí la cabeza. ―No. ―Ponte cómoda. Mientras Ren buscaba en el refrigerador, me dirigí hacia la puerta que supuse era el baño, pero cuando la abrí, me quedé mirando las sábanas y toallas apiladas con cuidado. ―¿Puedes doblar las sábanas ajustables? Oí su respuesta desde la cocina. ―Sí. Fruncí el ceño. ―¿Eres humano? Ningún simple mortal puede doblar una sábana ajustable. ―Tengo habilidades raras. ―Las tenía―. ¿Puedo preguntar por qué estás mirando en mi armario? ―preguntó con un tono desenfadado y burlesco. Cerré la puerta, con las mejillas ardiendo. ―Estaba buscando el baño realmente. ―Está dentro de mi dormitorio. No es muy práctico para los huéspedes o mi privacidad. ―Caminó hasta la sala de estar, con una botella de cerveza en una mano y una lata de refresco en la otra. Colocando mi lata sobre la mesa, se acercó a la segunda puerta y la abrió―. Por aquí a tu izquierda. La otra puerta es el armario y no, no está ni de cerca tan arreglado como el armario de los blancos. Te espero en la sala. Entrar en el dormitorio de Ren me hizo sentir extraña. No había estado en el dormitorio de un chico desde Shaun y era como caminar a través de su santuario. Igual que en la sala y la cocina, tampoco había objetos personales. Una enorme cama con un confortable edredón grueso gris a la izquierda, una cómoda de madera oscura, una mesita de noche y un librero totalmente lleno. Quise revisar los títulos, pero pensé que no estaría bien rezagarme en su dormitorio. Rápidamente entré en un pulcro baño principal, hice lo mío y me regresé a la sala de estar. Ren estaba sentado en uno de los lados del sofá modular con las piernas arriba de la mesa de café cruzadas por los tobillos. Se había quitado los zapatos y tenía los pies desnudos. Cuando recogí mi refresco no pude evitar fijarme en sus pies. Eran sexys. En el momento en que lo pensé, decidí que si consideraba que un pie era sexy tenía que ver más mundo.

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Me senté cerca del brazo del sofá lanzando las sandalias y metiendo los pies debajo de mí. Me vio por la esquina del ojo mientras inclinaba el cuello de la botella y se la llevaba a los labios. ―Me gusta verte en mi casa ―dijo―. Y sólo es un comentario. Estúpidamente nerviosa ignoré el comentario. ―Creo que tenemos que empezar con la cosa del halfling ―decidí. ―Buena elección. Tratemos con esta locura primero. ―Colocando un brazo sobre el respaldo del módulo, me miró―. No vas a creer nada de esto, así que antes de seguir adelante y hablar simplemente toma oxígeno, tienes que tener la mente abierta. ¿Me sigues? ―Cazamos hadas, Ren. Tengo la mente abierta. ―Levantó una ceja―. Y he vivido en Nueva Orleáns durante casi cuatro años. He visto muchas cosas raras. ―Es cierto ―murmuró, y me dedicó una rápida sonrisa―. Un halfling es el hijo de un humano y un hada. Una parte de mí lo había sospechado todo el tiempo, pero negué despacio, a pesar de que acababa de decir que tenía una mente abierta. ―Eso no es... Pensé que un hada y un humano no podían tener un bebé. ―No es fácil. Es realmente algo raro cuando se compara con los miles de millones de personas que tienen hijos. Pero pueden y sucede. Hasta donde sabemos, sólo sucede cuando no hay coacción y sospechamos que tiene que ver con la magia de las hadas. Nadie sabe exactamente por qué sucede un embarazo y otro no. Merle tenía razón cuando dijo que había miles de ellos, pero ya no. Probablemente queden unos pocos, a lo sumo un par de docenas. ―¿Por qué ahora existen tan pocos? ―le pregunté decidida a seguirle el juego, mantendría las distancias por si acaso llegaba de visita a Puebloloco. ―Nuestro trabajo en La Elite no es sólo cazar antiguos. ―Su atención se desvió y la tensión se formó alrededor de su boca―. También nos dedicamos a cazar halflings. Mis labios se separaron en una suave inhalación. ―¿Cazarlos? ¿Cómo? ¿Los matan? Tomó otro sorbo de cerveza y cuando su mirada buscó la mía, había sombras oscuras en sus ojos. ―Hubo un hechizo mágico que formó las puertas del Otherworld, creado por los que suponemos eran el rey y la reina legítimos de ese mundo. Cuando las puertas fueron creadas, tenían la capacidad de cerrarse y abrirse. Sin embargo,

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existe una vacío en esa creación, un acto que podría abrir todas las puertas en todo el mundo sin que pudieran cerrarse de nuevo. Nunca, Ivy. ―¡Oh Dios mío...! ―Horrorizada, pensé en las consecuencias. La idea de que las puertas estuvieran abiertas en todas partes sin ninguna forma de cerrarlas dio vueltas en mi cabeza. Todas las criaturas del Otherworld, no sólo las hadas y los antiguos, podrían entrar en masa a nuestro mundo… o arrastrar a los humanos al suyo. ―Ese vacío tiene que ver con un halfling. Si el príncipe o la princesa son capaces de eh... ¿cómo lo digo?... si son capaces de procrear con un halfling, el niño resultante de tal unión… es decir, si un antiguo se une con un hada que es mitad humano, un halfling, tendrían un niño que desharía los hechizos originales que crearon las puertas. ―Soltó una risa seca cuando lo miré boquiabierta―. Verás, un príncipe o una princesa nunca deberían pasar a nuestro mundo. Un halfling no debería existir. ¿Un bebé creado entre ellos? tampoco debería existir. El dogma, la ideología, los fundamentos básicos de nuestro mundo, las puertas y el Otherworld, todo sería cuestionado, y el paradigma se derrumbaría. ―¡Jodida mierda! Se rio alegremente. —Sí. Eso. Lo miré asustada. ―Es como el bebé del apocalipsis. ―Soltó un jadeo de asombro y yo parpadeé rápidamente―. Realmente lo es. Es tan raro que tiene que ser verdad. Dios, yo... ojalá hubiera bebido. Ren se rio suavemente. ―Te dije que necesitarías algo más fuerte. Sacudí la cabeza y traté de armarlo todo en mi mente. ―Así que la Elite caza a los halflings por si acaso el príncipe o la princesa cruzan alguna vez las puertas. ―Básicamente. Detiene el problema antes de que comience. ―Exactamente. ―Tomé un gran trago de refresco―. Y estás aquí porque... ―Estoy aquí por lo que dije antes. ―Me miró fijamente—. Todo es verdad. La Elite teme que abran la puerta esta vez. Mi corazón saltó de golpe. ―Pero eso no es todo.

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―No ―dijo suavemente―. También estoy aquí porque tenemos evidencias de que hay un halfling en Nueva Orleans. Tragando con dificultad, me incliné y puse mi bebida en la mesa antes de que terminara derramándola en el sofá y provocara un completo desastre. ―La persona normalmente no tiene idea de lo que es. Generalmente no lo sabe. ―Su mirada se volvió lejana y sus rasgos se endurecieron—. Lo que los hace diferentes no es algo significativo que les haga sospechar que su madre o su padre no eran de este mundo. Por ejemplo, nunca han tenido un hueso roto, pero puede ser que no hayan estado en una situación donde eso pudiera pasar. Es muy difícil dañar a un halfling. Generalmente no enferman tan fácilmente. Eso es lo único que la sangre hada o su ADN36 hace por ellos… A menos que empiecen a alimentarse de los seres humanos, pero no saben cómo hacerlo. Un hada tendría que enseñarles y ni siquiera las hadas pueden detectar a los halflings, no a menos que sangren y puedan oler la sangre. Entonces lo saben. ―Haciendo una pausa, tomó otro trago de su cerveza―. Hasta donde sabemos, las hadas nunca han conseguido poner sus manos con éxito sobre un halfling, porque nosotros hemos… hemos llegado primero. Me estremecí. ―¿Cómo los encuentras? Una sonrisa cínica torció sus labios. ―Porque la mayoría están en la Orden. ―¿Qué? Deslizando un dedo a lo largo de la etiqueta de su cerveza, asintió. ―¿Recuerdas cuándo te dije que para que hubiera un bebé no podía haber ninguna compulsión? Los miembros de la Orden no son susceptibles a los hechizos, y cada halfling… y estoy diciendo cada halfling que encontramos… ha sido el producto de una unión consentida por ambos. Retrocedí. ―Estás diciendo que querían… que accedieron a tener sexo con las hadas, ¿sabiendo lo que eran? ―Sip. ―Asqueroso ―murmuré. ADN: Ácido Desoxirribonucleico. Es el ácido nucleico que contiene las instrucciones para el desarrollo y buen funcionamiento del organismo. Es el que contiene la memoria de la herencia genética. 36

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―Por eso, el halfling generalmente se cría en la Orden. Siempre estamos atentos a los detalles. Un aspecto constante entre los halflings es que todos han sido adoptados. Así que estudiamos a todos los que son adoptados. Un gélido escalofrío bajó por mi espina dorsal. ―Yo soy adoptada. ―Lo sé. ―Sonrió con una sonrisa verdadera, pequeña pero real―. No eres una de ellos, Ivy. ―¿Cómo sabes? ―lo desafié, asqueada con la idea de que pudiera ser uno de ellos sin saberlo—. Fui adoptada. Nunca me he roto un hueso, y hasta donde recuerdo, nunca me he… ―No te has roto un hueso o enfermado porque eres afortunada. Y tu madre y tu padre estaban felizmente casados antes de que fueran asesinados. ―Se interrumpió bajando la mirada cuando me estremecí por sus palabras―. Se llamaban Kurt y Constance Brenner, y todos aquellos que los conocieron dijeron que no había discordias matrimoniales. Estaban enamorados, Ivy. Ninguno de ellos hubiera tenido nada fuera del matrimonio. Sabía sus nombres, pero habían pasado años desde que había oído hablar de ellos. Era demasiado pequeña para saber, para formar cualquier vínculo con ellos, pero seguían siendo mi carne y mi sangre. Me había afectado profundamente. —Además, cuando te dispararon, ese antiguo te hubiera olido. Sangraste. Lo habría sabido. Aliviada, había relajado la tensión. Me alegraba saber que ninguno de mis padres golpeó las botas37 voluntariamente con un hada para procrear al bebé Ivy, la futura incubadora de destrucción masiva. Pero la verdad, el tema... era terriblemente fascinante... ―Pero ¿cómo sabes quién es halfling? ¿Te la pasas por ahí… eliminando a la gente que los miembros de la Orden sospechan que es un halfling? ―Jugué con el dobladillo de mis camiseta―. Eso no puede ser todo. ―No lo es. ―Cambiando la botella de mano, se quitó unos mechones de la frente―. Las mismas estacas que pueden matar a un antiguo, fabricadas con madera de espino del Otherworld, sirven para poder identificar a un halfling si lo hieres con ella. ―¿Cómo? Su mirada saltó hacia la mía. 37

Golpear las botas: Eufemismo de tener relaciones sexuales.

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―Su sangre comenzará a burbujear. ―Bueno, eso sí que no es normal ―murmuré asombrada. ―Pero tampoco puedo ir por ahí cortando a las personas con una estaca ¿cierto? ―Algo cruzó su rostro, parecía ausente―. Conocemos a un par de miembros de la Orden de aquí que fueron adoptados. Aparte del que está muerto. Creo que su nombre era Cora. ―Cora Howard. ―Fruncí el ceño cuando su rostro pecoso apareció en mi mente―. Fue asesinada hace un par de meses. ¿Quiénes son los otros? ―Jackie Jordan. Pero ella no es. Me las arreglé para arañarla accidentalmente con el filo de la estaca durante la primera reunión. Pensé que iba a golpearme. Pero su sangre no burbujeó. Se me escapó una risa sorprendida, y recordé la manera en que Jackie lo miraba la noche en que nos informaron de la muerte de Trent. No quería estar cerca de él ―¿De verdad? Increíble. Bueno ¿y quién más? ―¿Seguro que quieres escuchar esto? ―Arqueé una ceja―. Miles fue adoptado. ―No me jodas ―susurré―. Lo siento, pero Miles ¿un halfling? Tiene la personalidad de un papel tapiz del siglo pasado. Una pequeña sonrisa se cernía en el borde de sus labios. ―No creo que su personalidad lo descalifique. ―Aun así. No puedo imaginar que sea uno de ellos. Y es el segundo al mando. ¿Cómo pueden permitir que ascienda a una posición así? —Simplemente porque no lo saben. —Extendió una mano y puso un dedo en el mío para impedir que estirara el hilo suelto del dobladillo—. A veces pienso que las cosas serían más fáciles si todos en la Orden supieran que existen los halflings, sabrían lo que pasaría si el príncipe o la princesa atraparan a uno, pero… ese tipo de conocimiento puede ser destructivo. Al principio quise discutir el punto, porque el conocimiento es poder y también una fuente de seguridad. Pero cuando lo vi deslizar el dedo a lo largo de mis nudillos, se me ocurrió el por qué sería destructivo. ―Tienes razón ―susurré con el estómago revuelto—. Si todos lo supiéramos, sería una caza de brujas. Gente inocente quedaría atrapada en medio. Tan pronto como alguien hiciera algo raro, y todos somos capaces de hacer cosas raras, habría sospechas. Culpable hasta que demuestre su inocencia.

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―Exactamente. ―¿A quién más estás investigando? ―Para mí, Miles estaba absolutamente fuera de duda. Quizás mi razonamiento no fuera el más lógico, pero no podía imaginar que fuera él. Y no conocía a nadie más que fuera adoptado, esa era una pregunta demasiado personal que sólo surgía de vez en cuando en una conversación. Sus cejas se fruncieron cuando tocó cada uno de mis nudillos. ―La Elite sigue investigando a los que pueden… encajar en la descripción. ―En otras palabras, no quieres decirme quién más pueda ser. Levantó la mirada para estudiarme. ―No es nada personal. Simplemente no voy a sembrar en tu cabeza un pensamiento que no deba estar allí. ―No conozco a nadie más que sea adoptado ―insistí. Pasaron varios segundos. —No me gusta la idea de mantenerte en la oscuridad, pero como te he dicho, no voy a meter cosas en tu cabeza. Molesta, comencé a apartar mi mano pero me detuve cuando su dedo resiguió el hueso hasta mi muñeca. Detrás de la irritación estaba la aprehensión. Obviamente había algo que no me estaba diciendo, había una razón por la que no quería poner mierda en mi cabeza. ¿Podría ser que estuviera cerca del que sospechaban? Inmediatamente mis pensamientos fueron hasta Val, pero la descarté. No había sido adoptada y sus padres estaban vivos y activos dentro de La Orden. ―Cuando encuentres a la persona… ¿vas a matarla? ―pregunté. Pasaron varios segundos, me soltó la mano para reclinarse en el sofá y tomó un trago de cerveza. Por último asintió. ―Es parte de mi trabajo, Ivy. Un escalofrío me estremeció. Aunque todas las noches había cazado y matado hadas, matar a un humano, medio hada o no, no era igual. ―Nunca he matado a un ser humano. ―Su mirada buscó la mía pero no respondió, en el fondo sabía que el tema le dolía. Había un montón de miembros en La Orden que lo hacían. Y no porque quisieran. A veces era un humano del que se habían alimentado demasiado tiempo como la mujer del otro día en el French Quarter. Otras veces era alguien que conocía a las hadas y trabajaba junto a ellas. O era una persona inocente que quedaba atrapada en el fuego cruzado. Yo sabía que

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a veces no se podía evitar―. David dice que eso me hace débil ―agregué suavemente. El color esmeralda brilló. ―Eso no te hace débil, Ivy. No. Y me alegra que nunca hayas tenido ese tipo de sangre en tus manos. Espero que nunca la tengas. Puede ser nuestro deber, mi deber, pero no es algo que me guste. No es… ―Apartó la mirada y un músculo brincó a lo largo de su mandíbula―. No es algo con lo que esté de acuerdo. Ni siquiera cuando son halflings. Rápidamente vino a mi mente la expresión solemne tallada en sus rasgos cuando el hombre del French Quarter murió. No sabía qué decirle, no sabía lo que era matar a alguien cuyo único delito era su herencia mixta, y ni siquiera sabía si estaba de acuerdo con eso. ¿Cómo podría? Si era cierto lo que decía, la mayoría de ellos, o todos, ignoraban lo que eran. Por otro lado, comprendía el peligro que representaban. En medio del conflicto, traté de ordenar mis pensamientos. Lo único que sabía de cierto era que Ren decía la verdad, no estaba de acuerdo con esto. Mi instinto me lo decía. Observé la rigidez de su mandíbula, la nariz recta y orgullosa, la línea plana de sus labios que normalmente estaban curvados en una sonrisa burlona. ―¿No puedes dejar la Elite? Escupió una risa seca. —Puedes dejar La Orden, pero no puedes dejar la Elite. Nunca confían en nosotros por todo lo que sabemos. Nací adentro. ―Una vez más su mirada encontró la mía y las sombras que había en sus ojos se habían profundizado―. Y voy a morir adentro. Mi pecho se oprimió. No me gustaban sus palabras… no quería oírle decir algo así. Inhalé, pero el aire se quedó en mi garganta, formando una amarga bola de pánico. Cerré los ojos. Dios, era tan tonta. Le había permitido meterse debajo de mi piel, igual que a Val. ¿Era yo una sádica especial? Diablos. ¿Por qué no podía ser una sádica normal que disfrutaba del bondage38 y cosas como esa? ―Estás manejando esto muy bien, mejor de lo que pensé.

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Bondage: Se le llama al acto de impedir el movimiento de alguien mediante ataduras en los juegos eróticos. Puede ser físico o simbólico y puede realizarse de muchas formas.

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Cuando lo miré con los ojos muy abiertos, no estaba mirándome. Estaba atento a la botella de cerveza, mirando la etiqueta que casi había arrancado. ―Quizá enloqueceré más tarde. No sé. Fue mucha información para digerirla tan rápido. ―Lo fue ―aceptó pensativamente. Odiaba ese tono… y odiaba que me importara tanto―. Todavía tenemos que averiguar lo de las puertas ―agregó terminando su cerveza. Reclinándose hacia adelante, bajó los pies y puso la botella sobre la mesa―. ¿Crees que Merle nos estaba diciendo a su manera dónde están las puertas? ―Creo que sí. ―Restregándome la cara, suspiré con cansancio―. Algo sobre lo último que dijo, lo de los espíritus y las personas que no podían descansar me suena familiar. Puedo hablar con Jerome. Ha vivido aquí toda la vida. Podría sugerir lugares que podríamos revisar. ―Se oye bien. Llévale pastel. ―Me dedicó una sonrisa rápida―. Afina tus dotes. Pero guárdame un pedazo. Mi sonrisa fue renuente. ―Todavía no he decidido si puedes disfrutar un pedazo de mi pastel. ―Nena, voy a agenciarme un pedazo, ¿de acuerdo? ―Apareció su sonrisa franca. Me reí, moviendo la cabeza. ―Qué arrogancia. La sonrisa permaneció en sus labios unos segundos más antes de desaparecer lentamente, y entonces ya no estuvo, como si nunca hubiera estado allí. Hecha un ovillo contra el brazo del sofá, dejé que todo lo que me había dicho se asentara y cobrara sentido. Mis pensamientos saltaban de una pregunta a la siguiente. No podía dejar de obsesionarme con la pregunta de hasta dónde sabía David. ¿Sabía que Miles era adoptado? ¿Un probable halfling? ¿Siquiera sabía algo de los halflings? Y si lo sabía, ¿estaba preparado? Tenía que estarlo. Ren inclinó la cabeza contra el sofá. ―Dejé morir a mi mejor amigo. Sobresaltada, lo miré parpadeando. ―¿Qué? Exhalando con fuerza, miró la pantalla del televisor apagado frente a nosotros.

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—Mi mejor amigo. Su nombre era Noah Cobb. Crecimos juntos, siempre uno al lado del otro. ¡Diablos! éramos como hermanos. Si te metías en problemas, el otro te ayudaba a salir. Si veías a uno, poco después veías al otro. Una sensación terrible me sobrecogió. ―¿Qué pasó con él? La mandíbula de Ren se tensó mirando fijamente hacia el frente. ―Fue una casualidad. Educado en la Orden y con padres vivos y felices nunca hubiera sospechado nada. Su padre no le fue infiel a su esposa. No. Por lo que averiguamos después, Noah entró en la escena al mismo tiempo que su padre conoció a la que sería su esposa. Fue la aventura de una noche, y sus padres escondieron muy bien lo que era. Después de… después de lo que pasó, supimos que la hembra con la que su padre durmió le llevó a Noah. Las hadas saben lo que puede hacer un halfling, pero no pueden criar a un niño con sangre mortal. No tienen la compasión ni la humanidad que se necesita para cuidar a un niño. No viviría ni una semana. De todos modos, su padre se casó con la mujer, que aceptó a Noah como suyo. No tenían idea de lo que representaba un halfling. Un dolor prendió en mi pecho cuando lo escuché. La compasión, el amor de su padre y la aceptación de la esposa habían salvado al chico pero, aunque me gustaría escuchar un resultado diferente, sabía que la historia no tendría un final feliz. ―Noah era… Dios, era un buen tipo, y habría sido un excelente miembro de la Orden. Fiel hasta la maldita médula, y yo… ―Dejó salir una risa áspera―. Él ni siquiera sabía para lo que yo estaba siendo entrenado. Mierda. Se suponía que no podía decírselo, pero hombre, no había secretos entre nosotros así que se lo conté. Lo peor es que me sentía malditamente orgulloso de lo que estaba haciendo en aquel entonces. Pensé que era especial. ―Sus labios se curvaron con una sonrisa burlona―. La manera en que lo descubrimos fue un maldito accidente. Fue mi culpa realmente. Saqué la estaca de espino. Los hombros se le pusieron rígidos, se frotó el pecho con la mano por encima del corazón. ―Mis padres vivían en las afueras de la ciudad, en varias hectáreas de tierra. Habían montado unas dianas y nosotros practicábamos lanzando dagas y ese tipo de mierdas. Él había venido a mi casa y estábamos jugando en el patio. Mi padre estaba ahí. Así como también otro miembro de la Elite, Kyle Clare. ―Su tono era seco con ecos amargos―. Sabía que mi padre había dejado la estaca de espino por ahí y dejé que Noah la recogiera.

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Mi pecho se contrajo, sufría por lo que me estaba contando. De toda la pérdida que había experimentado, no tenía idea de lo que haría si me enteraba que mi mejor amigo, alguien como Val, era lo que yo estaba siendo entrenada para cazar… para matar. ―Lo supo ―dijo Ren con voz ronca―. Noah lo supo cuando vio burbujear su sangre porque yo se lo había dicho. Me miró como si estuviera arrepentido. Nunca olvidaré esa mirada. —Se interrumpió para aclararse la garganta y cerré los ojos, quemándome con las repentinas lágrimas―. Me sorprendió. No hice nada mientras él me miraba. Mi padre lo vio y también Kyle. Fingieron no darse cuenta, pero yo sabía que lo vieron. Noah se fue, y yo simplemente… me quedé en ese maldito patio. ―¡Oh Dios! —susurré. ―Kyle se fue también y una parte de mí sabía por qué. Todo este tiempo un halfling había estado justo bajo nuestras narices. A veces lleva años obtener información sobre posibles objetivos. ―Con un suspiro tembloroso, sacudió la cabeza―. Cuando reaccioné, quise ir tras ellos. Iba a ir tras ellos. No sabía lo que iba a hacer, pero no podía quedarme allí sin hacer nada. Mi padre me retuvo y Noah… no llegó a su casa. Nunca lo volví a ver. ―¡Oh, Ren, lo siento mucho! ―dije con voz ronca―. No sé como decirte lo mucho que lo siento. Asintió. Sus siguientes palabras estaban impregnadas de culpa. ―Hasta el día de hoy, sigo pensando en todas las cosas que podría haber hecho de otra manera. Si no le hubiera hablado sobre La Elite, nunca habría sacado la estaca frente a él. Nunca se habría cortado y bueno, joder, todo hubiera sido muy distinto. ―Espera. Lo que pasó no fue culpa tuya. ―Difiero de tu opinión. ―¿Cuántos años tenías cuando sucedió esto? ¿Dieciséis? A esa edad nadie puede lidiar con mierdas como el honor y la justicia y todo eso, Ren. Lo que pasó no fue culpa tuya. ―No impedí que mataran a Noah. ―Pero lo intentaste ―razoné. Repasó mi rostro con una mirada penetrante y tortuosa. ―¿Lo intenté lo suficiente? No estoy seguro. Por otra parte, ¿se suponía que debía de intentarlo? Crecí sabiendo que tenías que ocuparte de los halflings. No había ninguna duda en ese caso.

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―Eso no importa, no es algo que pudieras decidir. Su muerte no fue culpa tuya. ―Alargué la mano envolviendo mis dedos alrededor de su antebrazo―. Dios sabe que entiendo lo que se siente esa clase de culpa. Un parpadeo de entendimiento cruzó sus rasgos. ―¿Lo entiendes? Comprendiendo lo que había admitido, rápidamente mentí. La última cosa que Ren necesitaba oír era la causa real de la muerte de las tres personas que yo amaba. ―No tienes que cargar con ese tipo de culpabilidad, Ren. Lo que pasó fue terrible y hay un montón de cosas que se podrían haber hecho de otra forma, pero dudo que hubiera cambiado el resultado. —Hice una pausa preguntándome cuándo fue la última vez que me porté tan madura—. No es culpa tuya, Ren. Observó mi rostro cuidadosamente, y luego puso su mano sobre la mía. —No quiero volver a estar en esa situación. Mi corazón se encogió, forzándome a prometer algo que sabía que no podría controlar. ―No. Se quedó callado un momento con la mirada fija en la mía de forma tan intensa que aceleró mi respiración. Entonces se movió. Acortó la distancia entre nosotros y me besó. Me sorprendió el roce de sus labios, pero la dulce y hasta tímida manera en que lo hizo me encantó. Dejé que mis labios se abrieran y envolvió mi nuca con la otra mano. Respondí al beso sintiéndome un poco fuera de práctica, pero después de un momento, ya no me importó si estaba o no haciéndolo bien. No era capaz de darle muchas vueltas al asunto cuando lo único que quería era saborearlo. Mi ritmo cardíaco se aceleró cuando me atrajo hacia él. Deslizando las manos por mis brazos me acomodó en su regazo y puso mis rodillas a ambos lados de sus caderas. Sin romper ni una sola vez el contacto con mi boca. Bueno, eso requería talento. No debería permitirlo, pero me estremecía y quería más. Cada vez que me tocaba, con cada roce de sus labios me dejaba llevar un poco más. No podía detenerme. Me moría por sus caricias, por el aguijón ardiente de placer y por la dicha sin aliento que me producía. Me moría por él.

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Capítulo 16 R

en me necesitaba. Podía sentirlo en la forma en que su mano temblaba cuando la deslizaba sobre mis caderas para apretar mi trasero y en la fiereza con la que me besó. Su mano sujetó mi cuello de nuevo para inmovilizarme, pero yo no pensaba irme a ninguna parte. Detrás del calor de su mirada había tal tristeza que estrujaba mi corazón y quería borrarla, quitarla. Quería traer de vuelta a ese burlón que me emocionaba y enfurecía. Bajó mis manos por su pecho, pasando mis dedos por debajo del borde de su camiseta desgastada. Las retiré y Ren se apartó. Pasó un momento. ―¿Qué quieres, Ivy? Mi respiración salía rápida y superficial. —Ren... No respondió. Sus ojos eran de un tono verde oscuro cuando ahuecó mis mejillas, pasando sus pulgares a lo largo de mi mandíbula mientras ladeaba la cabeza para besarme una vez más. Nuestros besos eran profundos, lentos y me dejaban temblando y con ganas de mucho más. Le subí la camiseta y le eché un vistazo a su bajo vientre. ―Quiero quitarte la camiseta ―dije con un suspiro. Una insinuación de sonrisa apareció. ―¿Quién soy yo para discutir eso? Levantó los brazos y le quité la camiseta dejándola caer a un lado del sofá. Así conseguí el primer buen vistazo de Ren. Y era... completamente impresionante. Los pectorales eran duros y el estómago tenía una serie de crestas estrechas que pedían ser tocadas y exploradas. Había un leve rastro de vello oscuro que se iniciaba en el ombligo y desaparecía bajo los pantalones, pero fue el extenso tatuaje

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que abarcaba el brazo, el hombro, el pectoral y todo el lado derecho de su cuerpo el que me voló la mente. Ahora sabía lo que significaba y tenía ganas de llorar y acariciar con la lengua cada centímetro cuadrado. Las líneas estaban grabadas en su piel formando nudos y esos nudos se trenzaban formando amapolas color rojo sangre. Había docenas de ellas por todo el cuerpo, y entre las flores se mezclaban una letras… una frase que trajo lágrimas a mis ojos. Para no olvidar. Las flores eran una conmemoración, el deseo de no olvidar nunca a un ser querido. Sabía que esas flores eran para su amigo, había honor en el homenaje que pagaba con su cuerpo. Bajando la cabeza, besé la que estaba en el corazón. Busqué su mirada cuando tomó un profundo aliento. ―Ese tatuaje... es hermoso. ¿Sigue por la espalda? ―Asintió y bajó la cabeza para mirar cómo pasaba mis dedos sobre las líneas, y entonces noté que el tatuaje se decantaba en tres círculos entrelazados justo a un lado de la cadera―. Estamos marcados en el mismo lugar. ―Lo sé. ―Por supuesto que había visto mi marca y supuse que por eso la tocó aquel día. Sentí el estremecimiento que subió por su cuerpo musculoso cuando arrastré mis dedos sobre los nudos―. ¿Puedo? ―Tomó el borde de mi camiseta y asentí con una respiración entrecortada. Me sacó la camiseta por los brazos y no tuve idea de dónde la puso. Luego sus labios se separaron―. Eres hermosa, Ivy. La forma en que lo dijo me hizo sentir hermosa… aunque mi sujetador fuera de color blanco con margaritas amarillas. En serio. Tenía otros más sexys. Sus manos pasaron por mis caderas, por encima de mi estómago, por mis pechos. La estela que dejaba me causaba una sensación aterradora y estimulante. Acunó uno de mis pechos y acarició con el pulgar la parte superior, jugando con la punta dura que se notaba a través del sujetador. Se me escapó un gemido y sus ojos ardieron en un verde bosque profundo. ―Me gusta la forma en que me miras ―dijo rozando mis labios―. Pero ¿sabes qué me gusta más? ―¿Qué? Sus dedos se movían en un círculo lento, torturándome la punta. —El sonido que haces cuando te gusta lo que te hago.

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Sonrojada, traté de recuperar el aliento. Su boca abandonó la mía emprendiendo un camino por mi cuello, mordisqueando mi piel. Bajó los bordes de encaje de mi sujetador y luego sus dedos ágiles entraron en la copa. Mi espalda se arqueó haciendo que mi pecho se pegara al suyo. Su piel en contacto con la mía me excitó y calentó mi sangre. Cuando atrapó mi pezón entre sus dedos solté el gemido más sexy que había oído alguna vez. Alcancé el botón de sus pantalones y lo hice estallar. Bajé la cremallera. Miré hacia arriba cuando él cogió mi muñeca. Sus ojos estaban en llamas. ―¿Estás segura? ―preguntó. ―Yo... yo sólo quiero tocarte. Las gruesas pestañas revolotearon, luego guió mi mano dentro de los pantalones abiertos. Mis dedos rozaron su grosor duro y caliente, y me quedé boquiabierta. ―No estás usando... La sonrisa era traviesa mientras se movía a mi otro pecho. ―Todavía estaba en la cama cuando llamaste. Salí de prisa. ―Me consta… ―murmuré, excitada de una manera ridícula porque había estado desnudo bajo los vaqueros todo el tiempo. Me quedé inmóvil mientras deslizaba una mano en cada copa. Bajó todo el sujetador dejando al descubierto mis pechos y se estremeció de nuevo, el acto me puso más caliente. ―Mierda ―murmuró―. No me merezco todo esto. Antes de que pudiera responder a esa afirmación tan falsa, bajó la cabeza contra mi pecho y tomó un adolorido pezón en la boca. Grité, mis sentidos bailaron con cada tracción húmeda y caliente. Mis caderas se movían. Utilicé la otra mano para bajar sus vaqueros. Levantó las caderas para ayudarme a deslizarlos y se quedó descubierto. Perdida en las sensaciones que se movían en mi interior, descansé mi mejilla contra la suya mientras Ren deslizó una mano por mi estómago para llegar dentro de mis pantalones, yo envolví una mano alrededor de su dureza y jalé, todo su cuerpo respondió al tacto. Una mordida juguetona me hizo llorar y me estremecí cuando sus dedos rozaron el centro de mis bragas. Su aliento era cálido en mi oreja. —Voy a hacer que te corras.

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Un escalofrío me estremeció y cerré los ojos. Lo acaricié lentamente sin saber qué hacer, había pasado mucho tiempo desde la última vez. Él gimió contra mi cuello, y pasó un dedo sobre mi centro. Un nudo se apretó en mi vientre. ―¿Lo estoy haciendo bien? ―susurré. ―Joder, Ivy. Lo estás haciendo perfectamente. ―Se enderezó, dejando un camino de besos por mi mejilla. Capturó mi boca, llevándome más profundo―. Cualquier cosa que hagas va a estar bien. Cualquier cosa. Animada por eso me separé un poco y… y luego lo miré boquiabierta como una idiota, no pude evitarlo. Él me quería y yo lo quería. En esto existía un poder que había olvidado por completo y probablemente nunca entendería de todos modos, al menos por ahora. ―Tengo un secreto que contarte ―dijo poniendo su mano sobre la mía mientras continuaba tomando mi cuello con la otra. ―¿En serio? ―pregunté sin aliento. Encerró mi mano en su longitud. ―Hice esto la última noche cuando llegué a casa. Estaba tan jodidamente caliente por ti. Tenía que hacerlo. Oh Dios. Ladeando la cabeza encontré su boca y lo besé, abrumada por lo que había admitido. Aumenté la presión sobre su longitud y Ren se meció contra mi palma. Ambos estábamos respirando rápido. Se apoderó de mi cuello mientras deslizaba los dedos dentro de mi ropa interior. Mi corazón tartamudeó cuando pasó un dedo sobre la humedad que se había acumulado entre mis muslos, luego lo hundió en mi interior. ―Estás tan apretada ―dijo contra mi boca―. Es que tú no… Sacudí la cabeza porque había dejado de moverse. Empujé contra su mano, obligando a su dedo a entrar más, su palma contra el manojo de nervios. ―Oh Dios ―me quedé sin aliento. Era lo único que podía decir mientras el dedo trabajaba dentro y fuera, dentro y fuera. Cada terminación nerviosa estaba en llamas. Mi cuerpo se estremeció y el placer me atravesó. Nos besamos profundamente mientras cabalgaba su mano y al mismo tiempo lo acariciaba, hasta que la tensión se acumuló tanto que se hizo insoportable. Empujé frenéticamente y gimió contra mi boca. La humedad goteaba en su punta, y sabía que yo estaba cerca… estaba cerca… no, ya estaba allí. Levanté la

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cabeza gritando mientras el nudo se desenredaba rápidamente en una espiral de placer increíble y al mismo tiempo sentía los temblores que sacudían su cuerpo. Sus caderas se alzaron y se derramó entre espasmos contra mi mano. No sé cuánto tiempo pasó antes de que alguno fuera capaz de moverse, de retirar las manos del cuerpo del otro, pero no nos separábamos. Me tomó en sus brazos y me abrazó fuerte mientras los latidos de mi corazón se desaceleraban. Sentí su respiración profunda, desigual, cuando me dio un beso en la sien. ―¿Te quedas un rato y yo te llevó a casa? —preguntó. Lo más inteligente era decir que no y salir pitando lo más rápido que mis pies me llevaran, porque ya había logrado mi propósito. Ya no estaba triste. Ya no me necesitaba más, pero me sentía cálida en su abrazo. Mis músculos no querían huir. Me sentí apreciada, no sola, y era una sensación increíble a la que no estaba dispuesta a renunciar todavía. Consciente de que ahora sí tenía la cabeza totalmente bajo el agua, me acurruqué más cerca. ―Me quedo. *** Ya era tarde cuando Ren me llevó de vuelta a mi apartamento, cambió la motocicleta por la camioneta porque estaba empezado a llover, y me tomó bastante tiempo salir de ella. No fue mi culpa en lo absoluto. Traté de escabullirme, pero antes de que mis dedos rozaron la manija de la puerta, Ren deslizó un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró por el asiento. Gruesas gotas de lluvia caían en la ventana y corrían en pequeños ríos mientras capturaba mis muñecas. ―¿Ren? Con una media sonrisa guió mis manos a su pecho y pude sentir su corazón latiendo bajo mi palma. ―Tienes que aprender algo, Ivy. Levanté las cejas, tratando desesperadamente de actuar tranquila, aunque mi pulso se había acelerado. ―¿Aprender qué? ¿Que te gusta tocar y eres sensible? Eso ya lo sé. ―Sabelotodo. ―Se rio entre dientes bajando la cabeza―. No te vayas sin un beso. Me quedé sin respiración.

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―Oh. ―Sí, oh. En esa camioneta encantadora con las ventanas empañadas y las manos en su pecho me besó como si se estuviera muriendo de sed y yo fuera su cubo de agua personal. Hizo ese sonido, ese masculino y profundo gruñido que retumbó en su pecho y provocó una oleada de calor en mis sentidos. Nuestros besos quemaban y se convirtieron en caricias. Sus manos volaban bajo mi top y sus dedos seguían la longitud de mi columna. Las mías se deslizaron debajo de su camiseta, trazando las curvas y los planos de su estómago. No podía controlar mis dedos, especialmente cuando se sintieron súper interesados en lo que había debajo de la cintura de sus vaqueros. ―Tenemos que detenernos ―dijo con voz ronca mientras quitaba su boca de la mía. En el suave resplandor amarillo de la luz del techo, pude ver que sus labios estaban tan hinchados como los míos―. O tengo la sospecha de que vamos a ser arrestados por conducta lasciva. Mis mejillas ardían y mi cuerpo quemaba, era difícil apartarme pero lo hice y me despedí. Hicimos planes para vernos después de mis clases e ir a hablar con Jerome ―¿Mañana? Tragué saliva y asentí. Salí de la camioneta y me metí debajo de la lluvia helada. Mi mente corría mientras me lanzaba a través de la acera para llegar a la puerta. ¿Qué estaba haciendo con él? Saliendo, obviamente. Pero era más que eso. Oh Dios, era mucho más que eso. En lugar de sentir náuseas, había un entusiasmo y una esperanza creciente de sentirme normal entre tantos locos. ¿Me atrevería a vivirlo? Hoy era lo más cercano a normal que había vivido en mucho tiempo. Estuvimos en un sofá, encargamos comida a la casa y vimos un maratón de Reality Shows39 en un canal de cable. No hablamos de nuestros trabajos, ni de los antiguos ni de los portales a pesar de que quedaban sólo tres días para el equinoccio y debería ser nuestra prioridad. Sólo... nos vimos, como lo haría cualquiera de nuestra edad, y no me arrepentía. Cuando me acercaba a la escalera, las ruidosas pisadas detrás de mí fueron la única advertencia. Me volví dispuesta a golpear, pero era Ren. Bajé las manos. ―¿Qué ray…?

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Reality Shows: Episodios televisivos en los que se graba lo que le ocurre a personas reales.

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Ren estaba sobre mí antes de que pudiera terminar lo que fuera que estaba a punto de decir. Sus manos se posaron en mis caderas y me levantó empujándome contra la pared. La reacción de mi cuerpo fue inmediata. Las piernas se envolvieron alrededor de su cintura y los brazos alrededor de su cuello, un jadeo ahogado salió de mis labios segundos antes de que me besara de nuevo. Podía sentirlo contra mi centro, y a pesar de la fría lluvia calentaba mi piel. Las caderas de Ren se presionaron contra las mías en todas las formas divertidas y traviesas, llevándonos a actos lascivos y lujuriosos, y no estaba pensando en la posible pena de cárcel o en las multas mientras sus manos ahuecaban mi cara. Un relámpago partió el cielo y el trueno estalló, pero lo único que yo oía era mi corazón latiendo con fuerza. Lo único que sentía era a Ren apretado contra mí mientras nuestros labios se fundían. Estaba lista para perderme en él. Nuestros cuerpos se mecían y nuestras manos se volvieron resbaladizas. No sé cuánto tiempo nos besamos, pero nuestra ropa estaba empapada y mi cuerpo estaba temblando cuando nos separamos para tomar aire. Sus labios resbalaron sobre mi mejilla y sus manos llegaron a mi barbilla para inclinar mi cabeza hacia atrás. Con el cabello pegado por la lluvia y las líneas de agua corriendo por su rostro, parecía un dios del mar. ―Gracias por hoy. No tienes idea de lo mucho que significó para mí que estuvieras allí. ―Besó la punta de mi nariz y retirándose de la pared me bajó suavemente―. Mañana. Luego se marchó, desapareciendo bajo la lluvia como un amante fantasma. ―Jesús ―susurré. Un relámpago iluminó el cielo, perseguido rápidamente por un auge atronador. Entré tropezando en mi apartamento, totalmente empapada. Tink estaba en la sala de estar y me dedicó una larga mirada extraña pero no dijo nada, se fue revoloteando a su habitación. Y eso estuvo bien para mí. Mi cabeza estaba en mil cosas y no tenía la fortaleza mental necesaria para hablar con Tink. Dormí como un tronco. Dormí como alguien que acaba de experimentar un orgasmo no auto-inducido por primera vez en años, lo que era totalmente exacto. Me desperté descansada, salí a correr y me preparé para la escuela, pero algo me molestaba, la sombra de un pensamiento que rondaba en la periferia de mi conciencia. No podía capturarlo cuando hacía un esfuerzo por definirlo. Antes de salir a clases me las arreglé para convencer a Tink de hornear un pastel con la promesa de que le traería una montaña de buñuelos cuando llegara a casa. Tenía la esperanza de que el producto horneado pusiera a Jerome de buen

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humor, lo suficiente para querer ayudarnos. Era una apuesta arriesgada suponer que sabía algo, pero no había muchas opciones en otro lado. Tink revoloteó en la pequeña despensa y en los gabinetes, buscando la harina y el azúcar morena. ―Tienes suerte de que siempre te exija mantener un poco de levadura en polvo y chocolate de panadero. ―Esa soy yo. ―Salí de la cocina entretenida en repasar cuidadosamente los acontecimientos recientes. Recordé algo que había olvidado cuando estuve ayer con Merle. La primera vez que traté de visitarla, algo había estado en su jardín. Hasta donde sabía, podría haber sido un gorrión, pero ¿y si se trataba de otro brownie? ¿Cuánto tiempo había estado allí? Y además, ¿cómo carajos había llegado Tink hasta aquí sin que supiéramos que algo había traspasado la puerta? No es que nunca hubiera pensado en eso, pero ahora, sabiendo todo lo que sabía, las fallas en la historia de Tink eran más notorias. Me había mentido. Era difícil de creer, pero acababa de descubrir un montón de cosas que estaba segura que una criatura del Otherworld debía saber. Sin prestarme atención, Tink arrastró un tazón del gabinete mientras lo miraba. Dudé en entrar en la cocina, haciendo una mueca cuando dejó caer el recipiente de metal sobre el mostrador. Por alguna razón, pensé en cómo llegó aquí… la ubicación del cementerio. ―¿Tink? No me miró mientras sacaba una espátula del cajón y aleteaba por toda la cocina. ―Estás quitándome el tiempo. Y sabes que no debes interrumpirme cuando horneo. Apoyada en el marco de la puerta no mordí el anzuelo como lo haría normalmente. Mis pensamientos eran demasiado conflictivos. ¿Sabía de los halflings? Y si lo sabía, ¿por qué no me dijo? Y ¿qué pasaba con las puertas? Miré el reloj y vi que tenía que salir pronto para poder llegar a tiempo. ―Cuando te encontré en el cementerio ¿recuerdas a qué distancia estabas de la puerta? Tink se dio la vuelta con la espátula levantada. ―Te he dicho que ni siquiera recuerdo entrar por la puerta. Me desperté en el cementerio con mi pobre ala destrozada y la pierna rota, golpeado como un niño huérfano durante la regencia de Inglaterra. Era una criatura muy lamentable.

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―Um, bien. ―Enderecé la correa de la mochila y cambié mi peso de un pie a otro―. ¿Sabías que hay dos puertas en la ciudad? La espátula se deslizó unos centímetros de entre sus dedos mientras sus pálidos ojos se abrían del tamaño de una moneda de cinco centavos. ―¡¿Qué?! ―¿Recuerdas a Merle? ―Cuando asintió, continué―. Dijo que había dos puertas en la ciudad, una en un antiguo santuario, y la otra en un lugar donde ni espíritus ni seres humanos podían descansar. Un ceño fruncido empañaba su rostro mientras colocaba la espátula sobre el mostrador en vez de dejarla caer. Flotaba en el aire moviendo las alas translúcidas en completo silencio. ―No. Nunca ha habido dos puertas. ―¿Podría haber dos puertas sin que tú lo supieras? Sé que las hadas sólo conocen la puerta por la que vienen, y tal vez haya otras ciudades con más de una puerta. Él negó. ―No, eso no se puede... Bueno, nada es imposible. Es decir, mírate. Pasaste todo el domingo con un chico y nunca pensé que fuera a suceder. ―Empecé a fruncir el ceño―. ¿Pero dos puertas? Eso sería... ―Su mirada se desvió a la ventana con el ceño fruncido―. Eso sería muy malo. ―Sí ―le dije abandonando el marco de la puerta. Empecé a salir, pero me detuve. Tink todavía miraba por la ventana con una expresión absolutamente grave―. ¿Sabes acerca de los halflings? Su cabeza giró bruscamente para mirarme y no tuvo que decir ni una palabra. Me di cuenta de que sabía todo sobre los halflings. Estaba escrito en su rostro, en la forma en que su mandíbula cayó y el leve destello de reconocimiento en sus grandes ojos. Mi estómago se encogió como si estuviera lleno de piedras afiladas. Nuestros ojos se encontraron y me pareció difícil respirar por el nudo en la garganta. ―¿Por qué... por qué no me habías contado sobre ellos? ―Tink me miraba sin decir palabra―. Tener ese tipo de información habría sido útil porque estoy asumiendo que sabes lo que podría suceder si el príncipe o la princesa consiguen emparejarse con un halfling. Mi voz era extrañamente ronca. Traté de convencerme de que no tenía importancia si Tink sabía o no, pero estaba enojada. Enojada porque de buena gana

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lo traje a mi casa y nunca le pregunté nada. Acepté ciegamente la poca información que me dio y ni siquiera sé por qué le creí. Mirando hacia atrás, no había justificación para no haber presionado a Tink. Dios, el porqué era tan evidente que estaba justo en mi cara. Desde que había perdido a mis padres adoptivos y a Shaun, me había apartado de todo el mundo en un intento mediocre de no sentir ese tipo de dolor de nuevo. Val había ayudado, y tenía a Jo Ann, pero no había sido suficiente. En el fondo lo sabía. Había estado desesperada por acercarme a alguien, por forjar un vínculo con cualquier cosa. Era obvio. Sólo tenía que pensar en Ren. Y como Tink siguió mirándome sin decir nada, sabía, maldita sea, sabía que no estaba siendo sincero conmigo. Bajó la mirada y dejó escapar un gran suspiro. Voló hasta el borde del mostrador y se sentó con la espalda encorvada y las alas caídas a ambos lados. ―No lo entenderías, Ivy. Cerré los ojos y me tomé un segundo antes de volverlos a abrir. ―¿Por qué no lo intentas, Tink? ¿Por una vez? Su rostro se estremeció. ―No he mentido. En realidad no. ―Incliné la cabeza hacia un lado y él se puso las manos debajo de la barbilla―. Sólo no fui del todo comunicativo. ―No trates de actuar en este momento ―le advertí deslizando la mochila por el brazo para dejarla caer contra la puerta. ―No. Lo juro. ―Bajó las manos al regazo con los hombros caídos―. Tenía un trabajo. Y fallé. ―No eres un meme de Internet. Él negó. ―Mi trabajo era destruir la puerta de Nueva Orleans. Me puse rígida. ―¿Qué? Tink levantó la barbilla. ―Los guardianes generalmente sólo vigilan esas puertas, sus puestos son prácticamente inútiles excepto por el hecho de que tienen conocimiento de la ubicación, y eso los hace valiosos sólo para las hadas. Uno no se limita a caminar a una puerta y abrirla. ―Lo único que podía hacer era mirarlo fijamente.―. Si la sangre de un antiguo se derrama en el interior de la puerta del Otherworld, se

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destruye la puerta. Si la sangre de un antiguo se derrama en el exterior, se abre la puerta ―explicó―. Sabíamos lo que iban a hacer si los antiguos cruzaban a este mundo en forma masiva. Lo destruirían como han estado destruyendo el Otherworld. Escucha, nuestro mundo... se está muriendo por lo que están haciendo. Ellos quieren salir, pero nosotros... —Hizo una bola con su puño, apretándolo contra su pecho―. Mi especie ha hecho todo lo posible por detenerlos, y hace dos años y medio creímos que habíamos logrado destruir las puertas desde el interior. Era una misión suicida, pero con mucho gusto la tomamos. ―Un momento. ¿Estás diciendo que todas las puertas se han vuelto inútiles? Tink desplegó las alas y se puso de pie. ―Las encontramos todas en Otherworld y las destruimos atrayendo a antiguos hasta las puertas y matándolos. Los asesinamos. Muchos de los nuestros murieron en el intento y enviaron a otros. ―Frunció el ceño con los brazos colgando sin fuerza en los costados―. Debería haber muerto ese día. No estaba mintiendo cuando te dije que ni siquiera recuerdo entrar por la puerta. Ni siquiera sé cómo sucedió. Debe haber sucedido algo anormal que me succionó por la puerta cuando fue destruida. Y me hubiera muerto si no me hubieras encontrado. ―Esos grandes ojos claros se encontraron con los míos―. No te lo dije porque no vi el punto. La puerta fue destruida, Ivy, era la última puerta del Otherworld. O al menos eso es lo que creíamos. No teníamos idea de que hubiera dos. Sólo sabíamos de esa de la iglesia, la que está del otro lado del cementerio. ―¿Nuestra Señora de Guadalupe? ―Maldita sea. La ubicación de una de las puertas había estado justo en frente de mi cara. Tiene perfecto sentido, sobre todo en base a lo que Merle había dicho. Esa iglesia había sido un santuario una vez y era la iglesia más antigua de la ciudad. A Tink lo encontré en el cementerio al otro lado de la calle―. ¿Por qué no me dijiste que llegaste a través de esa puerta? ―¿Cuál era el punto? La destruí, Ivy. Nada puede pasar a través de esa puerta. Tal vez las hadas y los antiguos de este lado no se han dado cuenta, pero no se está abriendo. Crucé los brazos, tratando de mantener la calma. ―¿Por qué no me dijiste que todas las puertas se habían destruido? Hemos perdido miembros de la Orden que estaban protegiendo algo que ni siquiera funciona. ―Pero si estás en lo cierto y hay dos puertas en la ciudad, entonces es una buena cosa que tenga guardianes ―argumentó Tink ruborizado―. Y te juro, no tenía ni idea de que hubiera dos. Es por eso que nunca he estado demasiado

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preocupado por lo que los antiguos están haciendo, y no vi ningún punto en informarte de todo el conjunto como... ―apartó la mirada con los labios convertidos en una línea plana―, el tema de los halflings. Pero te digo aunque no me creas, que si han descubierto una segunda puerta ha venido de alguien dentro de la Orden. Es la única manera, porque ni siquiera nosotros lo sabíamos. Negué con un movimiento lento, completamente anonadada. ―¿Qué bien haría si te hubiera dicho que nosotros destruimos las puertas? ¿Crees que la Orden te iba a creer? ¿Les hubieras dicho que yo te lo dije? ―¿Y se supone que ahora debo confiar en ti? ―pregunté. Se echó hacia atrás como si lo hubiera golpeado. Durante un largo rato sólo me quedé allí parada, luego me volví y caminé por el pasillo. Me senté en el sofá y puse la cabeza entre las manos, frotándome las sienes. Traté de darle algún sentido a lo que acababa de escuchar. Si lo que Tink decía era cierto, entonces eso también explicaría por qué tantas hadas habían emigrado a Nueva Orleans. ¿Sólo quedaba una puerta abierta? Se lanzarían con toda su fuerza para abrirla. También estaba el temor de que alguien dentro de la Orden estuviera trabajando con las hadas. ―Lo siento. Riendo por lo bajo me restregué los ojos. Una punzada de terror quemó mi estómago cuando pensé que si Tink tenía razón, cada hada iría tras esa puerta. Aquellos que la guardaban no sobrevivirían. Cerrando los puños, los bajé y miré a Tink. Se balanceaba sobre el borde de la mesa de café mirando contrito. ―¿Sabes dónde está la otra puerta? ―exigí―. Lo digo en serio, Tink. Si lo sabes, debes decírmelo ahora mismo. Con las manos en la cabeza, negó. ―Si supiera te lo diría. ¡Lo juro! Pero debes saber, Ivy, que si hay una puerta funcionando la abrirán, y los caballeros saldrán por ella. Ellos traerán a la princesa. Y traerán al príncipe, y tú... no deseas que eso suceda.

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Capítulo 17 T

erminé por no ir a clase y cuando Jo Ann envió un mensaje para preguntar, mentí y le dije que me quedé dormida. Había mucha mentira propagándose por estos días y supuse que yo era tan culpable como todos los demás. Pasé la mayor parte de la mañana pensando cómo iba a abordar el tema con David. Tenía que hacerlo, pero no podía decirle cómo lo averigüé. Ni siquiera podía decirle la verdad a Ren. Por alguna razón idiota todavía quería proteger a Tink. Si alguien de la Orden supiera de su existencia, asaltarían mi casa como policías y lo matarían. ¿Qué iba a hacer con Tink? Una parte de mí quería lanzarlo de cabeza por la ventana. La otra mitad entendía por qué no había sido sincero. Estuvo el resto del día enfurruñado en su habitación hasta que me fui a la Orden para reunirme con Ren. Tenía que mentir acerca de cómo obtuve la información y eso me hacía sentir mal. Subí las escaleras hasta el segundo piso y Harris me permitió entrar. ―Llegas temprano hoy ―me dijo cerrando la puerta detrás de mí. ―Reunión con Ren. ―Sin la mochila me sentía desnuda. ―Hmm. Tú y el nuevo chico parecen estar pasándola muy bien. ―Caminó de vuelta a su oficina―. Bien por ti. ―Gracias ―murmuré sin saber qué contestar a eso―. Creo. Una risita a la izquierda llamó mi atención y volví la cabeza, vi a Val saliendo de una de las salas con el teléfono celular pegado a la oreja. ―Todo está bien, bebé. ―Sonriendo y con una mirada ligeramente aturdida caminó hacia mí. Con ninguno de los chicos con los que había salido la había visto hablar por teléfono. Había sido más del tipo escríbeme y déjame en paz. Tuve que

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preguntarme si Val había encontrado por fin al único, si estaría enamorada―. Me tengo que ir. Sí, te voy a llamar y te haré saber. Adiós. Irguiéndome desde donde estaba sentada en el borde de la mesa de conferencias, le sonreí. ―Suena como una llamada interesante. Se encogió de hombros mientras deslizaba el teléfono celular en el bolsillo de los vaqueros color naranja. Ni siquiera sabía que existían vaqueros de ese color. ―Siento lo de ayer. ―Está bien. Estabas con ese... ―¿Cómo lo llamaba?, ¿novio?, ¿chico?, ¿amigo con beneficios? Diablos. ¿Cómo le podía llamar a lo que tenía con Ren?― ¿Te viste con el chico con el que estás saliendo? Apoyándose contra la mesa junto a mí, estiró sus largas piernas y dejó caer la cabeza hacia atrás. Rizos apretados caían sobre sus hombros. Suspiró. ―En realidad estaba dormida. Me trabajó duro la noche del sábado. Todavía puedo sentirlo en… ―Me hago una idea ―interrumpí con una risa mientras balanceaba los pies. La miré, bajando la voz―. Tengo que hablar contigo más tarde. Se enderezó, la sonrisa fácil se desvaneció de sus labios en forma de corazón. ―¿Acerca de lo que me contaste antes? ¿Las puertas y eso? Asentí, pero antes de que pudiera continuar el timbre sonó y Harris caminó hacia la entrada una vez más. Ren pasó por la puerta y perdí el aliento. Parecía recién salido de la ducha, con el cabello húmedo y rizado cayéndole en la frente y la cara recién afeitada. Vestía una camisa de franela ligera de manga tres cuartos en gris carbón que se aferraba a sus anchos hombros y definía sus pectorales. Los pantalones de camuflaje negros se ajustaban perfectamente a sus fuertes muslos. Dios, era demasiado bueno para ser real. Caminaba hacia donde yo estaba, sus impresionantes ojos esmeralda fijos en mí como si yo fuera la única persona en la habitación. ―Wooaww ―murmuró Val en voz baja. Me quedé con la espalda recta y los ojos muy abiertos mientras avanzaba hacia mí. Abrí la boca para decir algo, no sé, un hola habría funcionado, pero todas las palabras murieron de forma rápida e indolora. Ren tomó mis mejillas y me levantó el rostro mientras se cernía sobre mí y metía las piernas entre las mías. Su boca estaba tan cerca que compartíamos el mismo aire. ―Ah... ―dijo Val, y sonó muy lejana.

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Ren me besó y en ese beso no había ninguna discreción, como si no le importara que Val estuviera sentada junto a nosotros. Descaradamente separó mis labios y su lengua bailó sobre la mía mientras mi peso contra la mesa aumentaba. Si la mesa no hubiera estado apoyada contra una pared, probablemente me hubiera caído. Mis labios cosquilleaban cuando cortó el ardiente beso y me obligué a abrir los ojos. Lo único que vi fue verde bordeado de negro. ―Um. Cielos. Creo que acabo de quedar embarazada viendo eso ―dijo Val, sin aliento. Ren se rio entre dientes. ―Me quedé esperando todo el día a que me escribieras o me llamaras ―dijo en mi oído―. Sé que no te olvidaste de mí. Haciendo una mueca, me retiré con las mejillas encendidas y brillantes. No me había puesto en contacto con él, no porque no lo hubiera pensado, sino por culpa de Tink que lo estropeó todo y porque no estaba segura de que le pareciera bien. ¿Estábamos en esa etapa? No tenía idea de cuántas etapas había o qué nivel de mensajes de texto era aceptable, aparte de decir hola. Ahora me sentía como una tonta. Ren presionó los labios justo debajo de mi oreja. ―Está bien. Estás fuera de práctica, así que te voy a decir cómo es esto conmigo. ―Dile ―presionó Val. Le lancé una mirada oscura, pero ella la ignoró cuando Ren colocó sus manos a cada lado de mis piernas. ―Quiero saber de ti siempre. Día. Noche. Mañana. Cuando salgas de la ducha y muy especialmente si estás desnuda. ―Me guiñó un ojo y rodé los ojos―. Y no tengo ningún problema si la gente se entera de lo que pasa entre tú y yo. ―¿En serio? Nunca me lo hubiera imaginado ―respondí secamente. Me atreví a echarle un vistazo a Val. Me estaba mirando expectante. ―Así que, ¿cuando sucedió esto? ―preguntó moviendo el dedo en un círculo gigante. ―Oh, ha estado sucediendo. ―Ren me dio unas palmaditas en la pierna mientras se erguía y cruzaba los brazos. Sus ojos me retaron a desmentirlo. Así que lo hice. Naturalmente. ―En realidad, sucedió ayer.

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―Vaya ―dijo Val―. Debo retarte más a menudo. Ren asintió. ―Estoy de acuerdo con eso. Inmediatamente pensé en lo que pasó la noche que fuimos al club. Entrecerré los ojos y un lado de su boca se curvó con una sonrisa burlona. ―Ustedes dos ―dijo Val moviendo la cabeza y chasqueando la lengua con censura―, no se han visto muy maduros. El calor se extendió por mis mejillas y mi cuello. ―Miren ―dije―. Hay cosas graves… ―¿Cómo lo que ustedes han estado haciendo? ―añadió Val sonriendo cuando le hice una mueca. ―No. Eso no. ―En realidad, creo que lo que estamos viviendo es bastante serio ―intervino Ren. Quise golpearme contra la pared. Val se apartó de la mesa aplaudiendo y dio la vuelta para quedar frente a nosotros. ―Estoy orgullosa de ti, Ivy. ―Entonces sin ninguna inhibición miró a Ren, una mirada valorativa que estuvo a punto de ser un abuso sexual visual―. Muy orgullosa de ti. Gracias a Dios David decidió entrar en la sala porque realmente no tenía idea de cómo parar esta conversación y no quería oír su pervertido final. Salté de la mesa y caminé hacia él rodeando a Ren. ―David, ¿tienes un minuto? Se detuvo, tensando los hombros mientras se volvía hacia nosotros. ―¿Quiero tener un minuto? ―Sí. Sí quieres. La mano de Ren aterrizó en la parte baja de mi espalda. ―¿Qué estás haciendo? ―preguntó en voz baja. Echándole un vistazo, tomé una respiración profunda. ―Tenemos que hablar con él. ―Ivy… David frunció el ceño, lo que no era nada raro. ―¿Hablarme de qué?

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―Averigüé algunas cosas esta mañana ―le dije a Ren, deseando que entendiera―. Tenemos que hablar con él. Confía en mí. Un músculo se marcó en su mandíbula mientras sostenía mi mirada. Sabía que no estaba del todo feliz, y cuando miró al techo me pregunté si estaba pidiendo más paciencia. Quería decirle que no iba a obligarlo a hablar de la Elite, pero no había manera de que se lo dijera sin que lo oyera todo el mundo. ―¿Qué demonios está pasando? ―exigió David―. No tengo todo el día. Tomé una respiración profunda. ―Confía en mí ―le dije a Ren. Su mirada volvió a mi rostro, pasó otro momento y contuve la respiración. Finalmente, Ren estuvo de acuerdo. ―Bueno, vamos a hacer esto. Aliviada de no tener una pelea grande esperándome, empecé a hablar con David. ―Creo que debemos ir a una de las salas. Val nos siguió para gran disgusto de David. ―No te dije que fueras parte de la mierda o lo que sea que están a punto de decir. Ella se encogió de hombros. ―Me estoy invitando yo sola. ―Se dejó caer en una de las sillas plegables mientras David cerraba la puerta detrás de nosotros. Ren la miró con desconfianza. ―Lo que se diga en esta sala no sale de aquí. Una elegante ceja se levantó cuando ella encontró su mirada. ―Eres sexy y obvio. Una combinación ganadora. Parecía que David había terminado con la conversación. ―Hagan esto rápido. Tengo que reunirme con un par de posibles nuevos miembros que están siendo transferidos. Eché un vistazo a Ren que había tomado una postura silenciosa en un rincón de la habitación con los brazos cruzados sobre el pecho, inmóvil como un centinela. ―Hay antiguos en la ciudad, David. ―Oh, santa mierda… ―exclamó mirando al techo.

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―Escúchame ―lo interrumpí bruscamente y de mala manera, probablemente terminaría con una advertencia en el culo―. Los hay. He visto al menos a tres de ellos y están planeando abrir la puerta el miércoles. El rostro de David se oscureció mientras daba un paso hacia mí, y fue entonces cuando vi a Ren moverse. Rápido como el rayo, saltó de la esquina y agarró a David por el hombro. No sentí una verdadera amenaza, pero Ren no lo creía. ―No te está tomando el pelo, hombre. Los he visto ―dijo Ren―. Están aquí. Están en un club de la ciudad llamado Flux. Y el club está definitivamente atendiendo a las hadas. No sólo eso, también las hemos visto confraternizando con la policía en ese lugar. Apartando la mano de Ren, David escaneó la habitación con la mirada molesta, antes de fijarla en el hombre más joven. ―En primer lugar, esa no es una sorpresa. Ya hemos tenido situaciones donde las hadas se alimentaban de policías. Y lo más importante, estoy sorprendido de que hayas visto un hada, porque ¡hombre! estoy bastante seguro de que lo único en lo que te has concentrado desde que llegaste, es en cómo meterte en los pantalones de esta chica. ―Oh mi Dios ―murmuró Val. Me quedé boquiabierta, pero la sonrisa extrañamente tranquila de Ren era lo que más me preocupaba. ―Esa es una observación injusta, David. Puedo realizar múltiples tareas. Esa declaración no estaba ayudando. ―David, tienes que escucharnos. Esos oficiales de policía no parecían humanos de los que se estaban alimentando. ―Podrían haber sido obligados. ―¿Importa? ―respondí―. Los antiguos están planeando abrir la puerta y sabemos que hay dos. Pero la de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe ya no está en funcionamiento. No pueden pasar a través de esa. Todo el mundo se paralizó mirándome fijamente. ―¿Qué? ―exclamó Ren en un susurro. La respuesta de David fue un poco más dura. ―¿Cómo diablos sabes la ubicación de esa puerta? ―Hay otra puerta en la ciudad, ¿verdad? ―insistí.

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Me miró por debajo de la nariz. ―Hay dos, pero lo que quiero saber es cómo coño supiste dónde está una de ellas, y por qué crees que no está funcionando. ―¿Eso importa? ―exclamé―. También sé sobre los halflings y lo que sucederá si el príncipe o la princesa atraviesan la puerta y ponen las manos en uno de ellos. ―Halfling ―repitió David―. ¿De qué demonios estás hablando? Le eché un vistazo a Ren, la dureza en su expresión me dijo que estaba a un segundo de estampar a David contra la pared. ―¿No sabes acerca de los halflings? Estoy hablando de un ser humano con sangre de hada. Me miró como si me hubieran salido tres cabezas y lo estuvieran saludando. ―¿Te has vuelto jodidamente loca? ―¿Y tú sabes cómo hablarle a una dama? ―gruñó Ren. ―¿Un hombre-hada? ―dijo David levantando las manos―. ¿Realmente necesito oír más? Ren maldijo entre dientes. ―No tiene sentido, Ivy. Te dije que no había razón para mencionarle esto. ―Un medio hada es algo loco ―dijo Val desde su silla―. Es decir, no estoy tomando partido, pero… ¿en serio? Frustrada, cerré los puños. ―Si no me escuchas y pones a cada miembro que tienes en la otra puerta de la ciudad, van a pasar, y ya sea que creas o no en los halflings, vamos a tener un enorme y jodido lío entre manos. ―Estoy en la Elite ―anunció Ren en el momento en que David abrió la boca para responder. Esas cuatro palabras silenciaron a todos. Val lo miraba fijamente. No podía creer que lo hubiera soltado. Concedido, Val ya lo sabía, pero Ren no estaba enterado. Cuando tuvo la atención de David continuó―. ¿Sabes lo que es eso? La tensión se disparó en el aire. ―Sí. Sé lo que es la Elite. Bien. Ra-ra-ra. ―Si sabes lo que soy, sabes muy bien que hay antiguos caminando en este reino. Podrías pensar que como la Elite los ha estado cazando no son una

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preocupación. Tal vez sólo deseas que la Orden no entre en pánico al admitir abiertamente que hay hadas que no pueden matarse con hierro. Y tal vez no sabes nada de los halflings. Sinceramente, me importa una mierda porqué no deseas que tu grupo lo sepa, pero te informo que fui enviado aquí porque hay una enorme población de hadas y antiguos que han estado caminando en esta dirección. ―Ren se acercó, y como era una cabeza más alto que David se alzó sobre el líder de la Orden―. Pero si ella te está diciendo que hay dos puertas y que una de ellas no está funcionando, necesitas decirme dónde está la otra puerta, sacar tus jodidos recursos y mantener custodiada esa otra puerta. Ahora. Lo único que se oía era el tic-tac del reloj de pared. ―Todo el mundo fuera ―dijo David―, excepto tú. Se refería a Ren. Yo mantuve mi posición. ―No me voy. ―Te vas. ―Luego miró a Val―. Tú también. Esto es entre Ren y yo. ―¡Es mentira! Esto… ―¡Esto es una orden, Ivy! ―tronó David. Una vena a lo largo de su sien palpitaba―. ¿O has olvidado que soy tu jefe? Aspiré una bocanada de aire. ¿Qué podía hacer? ¿Quedarme y ser suspendida o expulsada de la Orden? ¿Qué bien me haría eso? Sin embargo quedarme y darle un puñetazo en la cara me haría sentir muy bien. Llamando a cada pedacito de control que me quedaba, salí de la habitación detrás de Val, sin siquiera mirar a Ren. Pero cerré la puerta de golpe. ―Qué hijo de puta. ―Echaba humo, avancé pasando a un miembro de la Orden que estaba bajando desde el tercer piso. Caminé hasta la ventana que daba a la calle de abajo, me aferré al alféizar de la ventana y me concentré en respirar en vez de golpear a alguien. Val se paró a mi lado. Levantó una mano para sacar un rizo descarriado de su frente. ―¿De qué crees que están hablando? ―No lo sé. ―Miré por encima del hombro manteniendo un ojo en los miembros que deambulaban por ahí―. ¿Sabes lo que es realmente malo? Seguro que alguien de la Orden ha estado trabajando con las hadas. Es la única cosa que tiene sentido. Sus ojos se abrieron. ―¿Cómo que tiene sentido?

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―Es una larga historia. ―Me di la vuelta apoyándome contra la pared y pasé las manos por el cabello—. ¿Sabes algo de los miembros que han sido asesinados? Creo que todos eran guardianes ―le expliqué hablando en susurros―. ¿Y recuerdas que dijeron que Trent fue torturado? ―Me pasé la lengua por los labios y dejé caer las manos―. Está ese club en el distrito de los almacenes. Hemos visto a los antiguos allí. Yo estuve así de cerca de ellos. Dijeron que conocían la ubicación de la puerta y que no fallarían esta vez. También les oí decir que tenían a otra persona encargándose. Creo que estaban hablando de un miembro de la Orden. ―Mierda ―dijo Val. Dio unos pasos con las manos en las caderas. Pasaron varios segundos―. Eso suena muy ambiguo, ¿sabes? ―Lo sé. Es cuestión de... Hay mucho que hacer. Esto es grande. Si ellos abren esa puerta, estamos jodidos. ―La miré. Val bajó la mirada al suelo con las cejas fruncidas. Ninguna habló durante un par de minutos. ―Oye, tengo... tengo que irme. ―Retrocedió―. Te llamaré más tarde. Se fue. No la culpaba, era mucho para cualquiera y ni siquiera sabía la mitad. Y todavía quedaba mucho por investigar. Caminé delante de la ventana, quería saber lo que David estaba diciéndole a Ren, lo que Ren estaba diciéndole a David. ¿Por qué me echaría de la habitación? ¿Y Ren me diría después lo que se dijo ahí adentro? Si no, iba a molestarlo toda la semana. Y como si no estuviera bastante jodida ya, apareció Miles bajando del tercer piso. Tan pronto como lo vi me di la vuelta y fingí estar muy interesada mirando por la ventana. Por supuesto, no funcionó. ―¿Has visto a David? ―preguntó. Eché un vistazo a la puerta cerrada. ―Está ahí con Ren. ―Eh... ―Miles frunció el ceño―. ¿Por qué? Como si fuera a responder. Mientras estudiaba a Miles desde el velo de mis pestañas, traté de imaginarlo como un halfling y casi me reí a carcajadas. Su ceño se incrementó. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―Esperando a Ren ―contesté―. Estamos trabajando juntos.

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―Estaban. ―Miles se me acercó―. Sabes, encontramos el teléfono de Trent cerca de su cuerpo. Fue dañado, pero no destruido. Pensé en el teléfono celular que le había visto la semana pasada. ―Muy bien. Sus ojos castaños eran cautelosos. ―Había fotos tuyas en su teléfono. Tuyas y de Ren. Estaban por Jackson Square, y se veían muy cercanos. Al principio pensé que no lo había escuchado bien. Luego me molesté. ―Bueno, eso es algo escalofriante. ―Cierto ―acordó Miles―. Esa fue la noche en que lo asesinaron. ¿Sabes por qué tomaba esas fotos? No confiaba en ti. Diminutos vellos se levantaron en mi nuca. ―Pensaba que estaba loca, así que no me sorprende. Miles sonrió apenas. Forzado. No cambió su expresión de… de lo que sea. ―Estaba preocupado de que te hubieras dejado… influenciar por las hadas. Apreté las manos en puños. ―¿Por qué demonios lo pensaría? Tendría que perder mi trébol... ―Mi voz se desvaneció cuando un vacío se formó en mi estómago. ―Buscó en tu pasado, Ivy. Planteó algunas preguntas interesantes sobre lo que pasó la noche que las hadas atacaron tu casa ―continuó Miles―. Señaló cosas que simplemente no sumaban. El vacío en mi estómago creció. No sabía qué decir mientras miraba a Miles. El horror era como hielo derretido circulando por mis venas. No. No había manera de que Trent hubiera averiguado algo. La puerta se abrió y me sentí aliviada de ver salir a Ren, no se veía tan enojado como estaba cuando salí de la habitación. David estaba parado en la puerta. ―Miles. Necesito que entres. Ahora. Me volví hacia Ren a punto de cuestionarlo, pero me miró y movió ligeramente la cabeza. ―Vamos afuera ―dijo. Más que impaciente lo seguí afuera. Bajamos hasta la acera. ―¿Qué está pasando, Ren?

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Estiró la mano y tomó la mía cuando comenzamos a bajar por Phillip hacia Royal, me tropecé y me apretó la mano con suavidad. Levanté la vista y me miraba con la ceja alzada. ―Tomarse de la mano es algo que la gente hace cuando se gustan el uno al otro. ―No sabía que estábamos en la etapa de tomarnos de la mano ―le contesté tratando de mantener el paso mientras Ren me arrastraba entre un grupo de turistas. El pánico seguía arañándome, pensando que mi pasado amenazaba con joder mi presente. Me tomó un gran esfuerzo, pero me las arreglé para apartar todo, encerrarlo, obligarme a olvidar lo que Miles había dicho. Tenía que hacerlo. Era la única manera de concentrarme en el ahora. ―Estoy bastante seguro de que todo lo que hicimos ayer es un buen indicio de que nos gustamos el uno al otro, Ivy. Apreté los labios. ―No creo que gustarse el uno al otro sea necesario para hacer eso. ―Lo es para mí. ―Me dio una mirada rápida y significativa. ―Puedes sentirlo, ¿verdad? Extrañamente nerviosa por esas palabras, rápidamente desvié la mirada. ―¿Por qué estamos hablando de esto justo ahora? ―Porque parecías tan sorprendida de que camináramos tomados de la mano que me distraje, y tenía que asegurarme de que tú y yo estamos en la misma frecuencia. ―Ren... Apretando mi mano de nuevo, giramos hacia Royal. ―David quiere atacar Flux el sábado. Está hablando con Miles, van a reunir a un grupo de miembros de confianza. Pero primero tenemos que sobrevivir a la noche del miércoles. Tendrá las puertas vigiladas, pero no sólo una. Ambas. No cree que una no esté trabajando, y no está dispuesto a arriesgarse dejando una sin vigilancia durante el equinoccio. Agradecida, casi me arrodillo y beso la calle, pero eso sería absolutamente desagradable si tomaba en cuenta el tipo de cosas que caían en estas calles. ―¿Así que nos cree?

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―No estoy seguro de lo que cree, pero sí sabe acerca de la Elite. No sabe nada de lo que hacemos pero supone que si sé de la Elite es porque estoy dentro, y estuvo dispuesto a escucharme. ―Bien, eso es bueno ―dije sarcástica. ―Oye, al menos está escuchándonos, maldita sea. Como nosotros, él sospecha que hay alguien en la Orden trabajando con las hadas. Es por eso que quería que tú y Val salieran de la habitación. No creo que sospeche de ti, pero... El aire frío se deslizó por la parte trasera de mi cuello. ―Creo que... creo que sí. ―No tiene ninguna maldita razón para hacerlo. Uno de ellos te disparó. No puede ignorar eso. No estaba segura. ¿Por qué más me haría salir de la habitación? Una insidiosa sensación de malestar retorció mis entrañas. ―Sabe de los antiguos, pero como nunca han estado activos, él y Miles los han mantenido en secreto. Al parecer, teme que las hadas pasen por las puertas y está sacando personal extra para cubrirlas, pero no creo que se dieran cuenta de la gravedad del asunto hasta esta noche. Ni siquiera sé por qué está jodiéndote tanto con el tema. Probablemente porque tengo vagina, y eso era una mierda. Toda esto era pura mierda. ―De cualquier manera, nos quiere en las puertas. ―Arrastrándome a un lado para salir del tráfico de peatones, su mirada encontró la mía―. ¿Dónde escuchaste que la otra puerta no funciona? Mi estómago se revolvió aun más. Aquí venía la parte donde tenía que mentir. Lo odiaba, pero no podía decirle la verdad, y odiaba estar a punto de meter a mis amigos en esto. ―Hablé con Merle. Dijo que la puerta de la iglesia ya no funcionaba, que todas las puertas habían sido destruidas excepto la segunda. ―Mientras hablaba, pude sentir cómo se acumulaban mis puntos extras de karma―. Pensé que si había tenido razón en todo lo demás, tendría razón en esto también. ―¿Todas las puertas han sido destruidas? Asentí. ―Sí. ¿Supongo que la Elite no lo sabe? ―No. Nunca lo había escuchado. ―Soltó mi mano para pasar los dedos por el cabello, ahora seco―. ¿Cómo lo supo?

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―No lo sé ―dije en voz baja―. Pero si es verdad, entonces... ¿qué pasa si las hadas también lo saben? Movió lentamente la cabeza. ―Odio decir esto, pero no lo sé, Ivy. No tiene sentido. Ninguno en absoluto. ¿Cómo podía convencerlo sin decirle sobre Tink? No había manera. ―¿David te dijo dónde está la segunda puerta? Ren asintió. ―Estamos parados justo frente a ella. Salté, mirando a mi alrededor. ―¿Dónde? ―Mi mirada se detuvo en el edificio gris de tres pisos. La comprensión me golpeó. ―Tienes que estar bromeando. ―¿No es una de las casas que ese programa de televisión utilizaba en su espectáculo de horror? ―preguntó Ren. Me quedé mirando a la famosa casa embrujada de la calle Royal, conocida por ser la casa más embrujada de Nueva Orleans. Un lugar que albergaba una terrible y brutal historia. Lo que Merle había dicho vino de nuevo a mí. La segunda puerta se encontraba en un lugar donde ni humanos ni espíritus podían descansar. En otras palabras, una casa encantada. Pero se rumoreaba que el noventa por ciento de la ciudad de Nueva Orleans estaba embrujada. ―¿Es esta la...? Ren negó y luego colocó dos dedos debajo de mi barbilla para girar mi rostro a la construcción de ladrillo que estaba al lado de la grandiosa casa. —Ahí es donde está la puerta.

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Capítulo 18 E

l lunes por la noche todo estaba muerto. Ni una sola hada andaba por las calles del French Quarter o pasaba el rato en el club. En vez de que eso me alegrara, me trajo un sentimiento de premonición. Los lunes por la noche no eran bulliciosos, de ninguna manera pero, ¿ni una sola hada? Algo estaba muy mal. Cuando nuestro turno finalizó, terminamos volviendo a Phillip Street en el French Quarter, donde Ren había dejado su motocicleta. Mi mente estaba en mil sitios diferentes. La ubicación de la segunda puerta, el posible traidor, lo que pasaría el miércoles. ―Ven a casa conmigo ―dijo Ren de repente. De pie en la esquina de la calle, fruncí el ceño bajo la tenue luz parpadeante de la farola. ―¿Qué? Ren sonrió travieso. ―Ven a casa conmigo esta noche, Ivy. Di un paso hacia atrás. La propuesta me emocionaba… y me asustaba como el infierno. Con todo lo que había pasado hoy, no había tenido mucho tiempo para pensar en lo que estábamos haciendo, aún con el increíble beso que me había dado en la sede de la Orden, o la forma en que me tomó de la mano mientras caminábamos hacia la vieja casa de ladrillos de la calle Royal. Mi corazón dio un vuelco cuando miré su rostro en penumbras. ―No estoy segura de que sea una buena idea. ―Es una gran idea. Posiblemente la mejor idea que he tenido nunca. Alguien que pasaba se rio. ―No pienso…

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―Deja de pensar. ―Me tomó de las muñecas abriendo suavemente mis brazos―. Haces mucho eso. ―No creo que se pueda pensar demasiado ―discutí mientras bajaba la mirada a las muñecas. La verdad era que no quería ir a casa todavía. Ya que no tenía ni idea de qué hacer con Tink, mi apartamento sobre el adorable patio ahora era un lugar muy solitario. Ren suspiró mientras pasaba su pulgar por el costado de mi muñeca. ―No voy a llevarte a mi casa para violarte, Ivy. Mi mente se llenó de imágenes de Ren arrancándome la ropa, sujetándome y haciéndome lo que quisiera y hubo partes de mi cuerpo que se excitaron mucho ante el pensamiento. ―A menos que quieras que lo haga, entonces sí juego ―continuó en tono ligero―. Haré lo que quieras, pero… ven conmigo. Levanté la mirada y sus ojos no habían cambiado, su mirada seguía siendo abierta y sincera. La risa estaba cerca. ―Si no quieres eso de mí, ¿para qué quieres que vaya a tu casa? Una mirada de confusión cruzó su rostro y luego esbozó una media sonrisa. ―Antes que nada, Ivy, sí quiero eso de ti. Siempre. Diablos, es en lo que he estado pensando desde la primera vez que me diste un puñetazo. ―Eso… es un poco demente. Me ignoró ―Pero eso no es lo único que quiero de ti. Me gusta pasar el rato contigo. Me gusta pasar tiempo contigo. Extrañamente, eso nunca se me había ocurrido y me hizo sentir un poco estúpida, ¿por qué nunca se me ocurrió? A veces sentía como si tuviera la experiencia de alguien de quince años. Para ser sincera, me gustaba pasar el rato con él. Estas últimas dos semanas trabajando con él habían hecho que mis turnos fueran más divertidos. No es que no me gustara hacer mi trabajo, pero él hacía que las cosas fueran… diferentes. Mirándolo, casi le dije que no… casi. ―Está bien. Su pequeña sonrisa se convirtió en una completa que mostró esos hoyuelos, y el impulso de estirarme y besar cada uno fue difícil de ignorar. El viaje a casa resultó sin incidentes, pero era raro entrar a su apartamento por la noche, como si fuéramos allí para participar en alguna actividad ilícita.

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Estaba nerviosa cuando encendió la luz central y se dirigió a la cocina, trayendo algo para beber. Con una cerveza en una mano y un refresco en la otra, se acercó al sofá, dejando las dos cosas en la mesita de café. Mientras se quitaba las botas y los calcetines, me miró a través de sus gruesas pestañas. ―Ya sabes, puedes sentarte en el sofá. Me senté en el sofá, doblando las manos en el regazo. Él sacudió la cabeza. ―En realidad hay algo que quiero mostrarte, bueno, darte. Ahora vuelvo. ¿Darme? ¿Qué querría darme? ¿Un beso? Dudaba que tuviera que ir a su habitación para traerlo. ¿Y yo quería el beso? No había tenido problemas con esos besos ayer. Dios, no sabía lo que quería. O no estaba preparada para admitirlo. De cualquier forma, Ren volvió y se sentó en el sofá junto a mí con una delgada estaca de madera de color cenizo en la mano. ―Es una estaca de espino. Mata a los antiguos. ―La puso en mi mano, envolviendo mis dedos alrededor del mango suave y más grueso. Sus ojos se encontraron con los míos—. Quería que tuvieras esto. Quise dártelo ayer, pero nos distrajimos. Oh, nos distrajimos. ―No puedo decir que un chico me haya dado un arma para estacar tan increíble. Esa boca se curvó de lado. ―Obviamente, nunca habías conocido a un chico como yo. Muy cierto, en muchas formas. La estaca se sentía ligera, pero era robusta. Lentamente soltó mis dedos, dejando algunos escalofríos. ―¿Estás seguro de que quieres darme esto? ―Es una extra. No la voy a usar y quiero que la lleves contigo, especialmente ahora. ―Se inclinó para agarrar la cerveza y se volvió a reclinar contra el sofá junto a mí. Su muslo descansaba contra el mío. La cercanía era cómoda para él y me imaginaba que si dejaba de pensar, también lo sería para mí—. Tienes que golpearlos en el pecho. Como si fueran vampiros. Le di la vuelta a la estaca, respetando la labor que hacía falta para tallar este bebé con una punta tan afilada y destructiva.

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―Gracias. ―Asintió e inclinó la botella hacia sus labios―. Lo digo en serio. Colocando con cuidado la estaca en la mesita de café, agarré mi refresco y me volví a sentar. Alrededor de la media noche recibimos un mensaje general de David avisándonos de una reunión de emergencia el martes en la tarde. Sabíamos que era sobre la puerta. ―¿Cómo crees que responderán los miembros de la Orden al tema sobre el que David va a hablar? ―No lo sé. ―contestó Ren. Agarró el mando del cojín junto a él y encendió la televisión—. No hablemos de nada de eso ¿está bien? Sé que probablemente no sea la decisión más inteligente, pero cariño, no hay nada que podamos hacer en este momento que vaya a cambiar las cosas. Vacilé mientras estudiaba su perfil. ―¿Pero qué hay del halfling? Si esa puerta se abre, se volverá todavía más imperativo que averigüemos quién es. ―¿Nosotros? ―Sonrió mientras bebía―. Me gusta eso. Suena bien. ―Mis mejillas se sonrojaron y miré la televisión. La había dejado en algún canal de películas―. Sabemos que hay al menos un miembro más que encaja a la perfección, pero no me han dado los detalles hasta el momento ―dijo. Por alguna razón, un malestar floreció en mi estómago. No tenía ninguna razón para pensar que no me lo estaba contando todo. Había sido bastante directo. ―Siento no haberte avisado con antelación sobre hablar con David, y también por ponerte en la posición de tener que hablar sobre la Elite. ―No hay problema. Negué con la cabeza y evité su mirada. ―En realidad, no está bien. Val… ya lo sabía porque se lo conté el fin de semana después de que tú me lo contaras. Tenía que hablar con alguien para poder asimilarlo. Sé que eso no justifica el haberlo hecho, pero quiero ser sincera. Cuando me atreví a darle un rápido vistazo, no parecía demasiado cabreado. Su expresión estaba prácticamente en blanco. ―¿Le dijiste por qué estaba yo aquí? ―¿Para cazar al halfling? No. Ya la has escuchado. No sabía nada de los halflings hasta ahora. Pasó un momento y luego asintió. ―¿Le has contado a alguien más?

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Negué con rapidez. Pareció reflexionar un momento. ―Bueno, sinceramente ahora no importa. Incluso si no se lo hubieras contado, lo habría oído cuando estuvo en esa habitación. No sentí ninguna medida real de alivio a pesar de que lo manejó mucho mejor de lo que yo lo habría hecho. ―Debí llamarte esta mañana y avisarte o algo así. ―Oye ―dijo curvando sus dedos alrededor de mi barbilla para que lo mirara―. Un aviso habría estado bien, y habría preferido que esa conversación se diera en algún momento en que no hubiera nadie más en la habitación, pero ya está hecho. David sabía sobre la Elite, así que no fue como si hubiera soltado una bomba o me hubiera saltado las reglas. ―Ya te las has saltado conmigo. ―Sí. ―Pasó el pulgar sobre mi labio inferior, y si fuera una chica valiente habría atrapado ese dedo travieso con la boca―. Pero por esta noche, simplemente… seamos normales. Me eché hacia atrás con los ojos muy abiertos. ―¿Qué? ―Normales. Como esas personas que vimos en el restaurante la noche en que casi me cortaste el cuello con tu estaca —explicó, y recordé a las chicas y chicos que vimos―. No hablemos de ninguna de esas mierdas. ¿Está bien? Me mordí el labio y asentí volviendo la atención a la televisión. Un nudo se formó en la parte de atrás de mi garganta y bebí la mitad del refresco para librarme de él. No tenía ni idea de cómo me afectaba que quisiera lo mismo que yo, aunque fuera un poco. Cuando terminó decidiéndose por una película de Vince Vaugh, me relajé, músculo a músculo, hundiéndome en el sofá junto a él, con su hombro presionando contra el mío. Nos reímos de los mismos chistes, y no me hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de lo mucho que necesitaba esto. Lo mucho que ambos lo necesitábamos. Después de que terminó la película, estuvimos conversando durante los créditos y empezó otra película de los ochenta. Era tarde, más de las tres de la mañana cuando Ren me miró, se veía cansado. Se irguió para dejar caer los pies descalzos sobre el suelo de cemento pulido.

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―¿Lista para la cama? ―Mis ojos se abrieron ampliamente―. Es muy tarde. No me apetece volver a salir, y no me parece bien que tú lo hagas sola. No estoy sugiriendo nada. Solo quédate conmigo. ―¿Qué sólo me quede contigo? ―repetí―. ¿En tu cama? ―Es una cama grande. Tres personas podrían dormir cómodamente, incluso si añades un perro grande a los pies de la cama. ―Sonriendo con ligereza, palmeó mi pierna mientras yo lo miraba—. Vamos. Ren se levantó, recogiendo los vasos vacíos y llevándolos a la cocina. Luego se dirigió al dormitorio, sosteniendo la puerta para mí. Cuando me levanté, nadie pensaría que me enfrentaba a fríos asesinos todo el tiempo por lo débiles que sentía las rodillas. ¿Qué estaba haciendo? Decidí que no lo sabía mientras caminaba a través del suelo frío, mis zapatos y calcetines se habían quedado tirados contra el sofá. Dejando que la puerta se cerrara detrás de nosotros, cruzó por delante de mí y encendió la lámpara junto a la cama. ―Tengo una camiseta si quieres cambiarte. Te servirá. —Fue a su vestidor, abrió el segundo cajón y sacó una camiseta oscura. Se acercó a donde yo estaba parada. La diversión bailaba en su rostro mientras sostenía la camiseta con una mano y me sujetaba con la otra guiándome al cuarto de baño. ―Puedes cambiarte allí o aquí afuera. Yo preferiría aquí afuera. Saliendo de mi congelado estupor, liberé mi mano. ―Me cambiaré allí. ―Carita triste ―murmuró y me hizo una mueca―. Estaré esperando. Temblé mientras cerraba la puerta y encendía la luz. Por un momento me congelé en el cuarto de baño, mi corazón latía con… excitación. No había dormido con un hombre desde Shaun, con o sin sexo. Sinceramente no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero me quité toda la ropa hasta quedarme con el sujetador y las bragas, luego rápidamente me refresqué el rostro con un poco de agua fría. Lo último que quería era dormir con sujetador. Mierda. Odiaba llevar sujetador el noventa por ciento del tiempo. No tenía pechos pequeños y tampoco eran enormes, pero sí les gustaba moverse cuando tenían un poco de libertad. Debatiéndome sobre si debía dejarme el sujetador o no, atrapé un vistazo de mis súper brillantes ojos azules y mejillas sonrojadas en el espejo. Cerré los ojos. Mis dedos temblaron cuando alcancé el sujetador por detrás y lo abrí. Los tirantes se deslizaron por mis brazos y rápidamente agarré la camiseta prestada deslizándola

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por la cabeza. Llegaba justo por debajo de mis muslos, y definitivamente no me pondría a saltar en ningún momento cercano. Antes de salir del cuarto de baño, solté las horquillas que sostenían mi cabello y suspiré en el momento en que quedó libre. Los rizos cayeron en todas direcciones y mi cuero cabelludo cosquilleó de alegría. Recogiendo mi ropa, abrí la puerta del baño y me detuve por completo. Santas hadas del infierno, Ren estaba de pie sin camiseta dándome la espalda, y pude ver el resto de su tatuaje. Se había cambiado a unos pantalones para dormir sueltos de algodón que colgaban indecentemente sobre sus caderas. Y eso era todo. Su espalda musculosa estaba a la vista, y las enredaderas de la parte delantera del pecho y el brazo trepaban por el hombro enredándose por todo el lado derecho de su espalda. En vívidos detalles, asomándose entre las enredaderas, había una pantera negra, con ojos color ámbar y el hocico abierto, la lengua era roja carmesí y los afilados dientes eran blancos y brillantes. Quería correr y tocarlo. ―Estaba empezando a preocuparme por ti. ―Poniendo la almohada en su lugar, se dio la vuelta―. Pensaba que… ―Su voz se fue apagando, se quedó boquiabierto. Ambos nos estábamos mirando, y no supe qué vio en mi expresión pero él me estaba mirando como si nunca antes me hubiera visto. Había una intensidad tan concentrada en su mirada que se sintió como una caricia física. Las puntas de mis pechos se endurecieron, luchando contra la camiseta. ―Maldita. Sea ―dijo con voz ronca―. Darte mi camiseta no ha sido una de mis mejores ideas. ―¿Lo… siento? Se pasó la mano por el cabello, los músculos de su brazo y vientre haciendo cosas maravillosas cuando se agarró la nuca. ―Estuviste en una relación seria, ¿verdad? ¿Con el chico al que perdiste? Sin saber qué tenía que ver con su camiseta, asentí. ―Eras muy joven ―dijo en voz baja. Ren se movió hacia mí, casi como lo haría la pantera de su espalda si estuviera persiguiendo una presa. Deteniéndose frente a mí, tomó un rizo que rozaba mi mejilla. Lo estiró mientras su mirada recorría mi rostro―. Es algo poderoso ver a la mujer que te gusta llevando tu ropa. Me había olvidado de eso, hasta ahora. El calor viajó por mi cuello y se fue hacia abajo.

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―Oh. ―Sí. ―Soltó el rizo―. ¿Supongo que nunca antes habías usado la ropa de un hombre? Negué mientras mi mirada bajaba a su garganta. La cuerda de piel de su collar era demasiado tentadora contra su piel dorada. ―Shaun y yo… no tuvimos oportunidad de llegar a ese punto, supongo. Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras curvaba su mano alrededor de mi mejilla. ―Así que ese es su nombre. Nunca antes lo habías dicho. ―¿No? Sacudió la cabeza y recorrió mi mejilla con su pulgar. ―¿Realmente no has estado con nadie desde entonces? ―No. ―¿Por qué mentiría sobre eso? Sonrió vagamente y luego bajó la cabeza, dejando un beso sobre mi frente y provocándome un suspiro tembloroso. ―Ponte cómoda. Ya vuelvo. Me dejó ahí de pie mientras desaparecía en el cuarto de baño, y traté de darle sentido a lo que acababa de pasar. Todo lo que sabía era que la tristeza que sentía como una patada en el estómago cada vez que pensaba en Shaun, no estaba ahí. Y no sabía qué pensar sobre eso. O sobre nada. Suspirando profundamente, puse mi ropa en su vestidor, corrí a la cama, y ¡Señor! el colchón era cómodo. Me deslicé hasta el medio y me congelé, sin tener ni idea de en qué lado dormía, si es que tenía un lado. Yo sí tenía un lado, siempre era lo más lejos posible de las puertas, porque era una idiota. Estirando la camiseta para que mis bragas no le dijeran hola al mundo, subí las mantas hasta mis caderas y me quedé tumbada sobre mi espalda. Realmente necesitaba a un adulto que me explicara qué demonios se suponía que tenía que hacer de este punto en adelante. No tuve mucho tiempo para estresarme porque Ren volvió del baño. Su siempre presente media sonrisa se ensanchó cuando me vio. Agarré las mantas con la respiración atrapada en la garganta. Mi corazón latía tan rápido que me pregunté si iba a tener un ataque al corazón, y Dios, eso sería muy vergonzoso. Tragué con nerviosismo y quise que mi corazón ralentizara el ritmo.

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Apagó la lámpara, las sombras cayeron a su alrededor, pero cuando me enfrentó, noté que se había congelado. Pude distinguir vagamente su rostro mientras se inclinaba, tomando las mantas de su lado. ―¿Ivy? ―¿Hmm? Lentamente levantó las mantas de su lado y se subió, y aunque no podía distinguir sus ojos, sabía que me estaba mirando. ―Estoy feliz de que estés aquí. Mis dedos soltaron la manta. A medida que se estiraba a mi lado, mis ojos se acostumbraron a la falta de luz, y pude ver que estaba sonriendo. ―¿Tú lo estás? ―Sí ―susurré. ―Bien. Eso es todo lo que quería oír. Woaa, el calor que inundó mi pecho podría haberme convertido en un charco de baba. Esperé a que hiciera algún movimiento, pero los segundos pasaban y nada sucedía. En serio estaba comportándose. Me atreví a darle un vistazo rápido y no pude apartar la mirada. Ren levantó un brazo invitándome y mi corazón se saltó un latido. Dudé por un momento, y luego, con el corazón latiendo aun más rápido, me deslicé contra él hasta que mi pierna rozó la suya. Él curvó su brazo alrededor de mi cintura y me atrajo contra su costado, guiándome hacia abajo hasta que me acurruqué contra su cálido pecho desnudo. Otro momento pasó y luego recargué la mejilla. El simple placer de posarme de esa manera casi me rompió. Ninguno de los dos habló después de eso, y pensé que nunca dormiría mientras sentía cada una de sus respiraciones profundas y lentas. En la oscuridad y el silencio, cerré los ojos contra las lágrimas que corrían. Nunca pensé que me sentiría así de nuevo o que estaría en los brazos de otro chico y pensaría sólo en él. *** No estaba segura de qué me había despertado, pero lo hice con una bola de lava hirviendo a fuego lento en mi estómago y las mantas echadas a un lado. Sus labios rozaban la curva de mi mejilla, la barbilla y luego bajaron por mi garganta mientras la mano en mi pecho jugaba sin piedad con la punta endurecida. Poco a poco, abrí los ojos mientras mi mano encontraba la nuca de Ren, mis dedos se deslizaron por las hebras suaves.

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―¿Qué...? ¿Qué estás haciendo? ―Mi voz era ronca, extraña para mis propios oídos. ―Despertándote. ―Ren me besó mordisqueando mi labio inferior y aún medio dormida, me quedé sin aliento. Él aprovechó, profundizando el beso, sustituyendo las telarañas del sueño con las del deseo nebuloso. Su mano estaba debajo de mi camiseta, sus dedos contra mi pecho desnudo, amasando mi carne, y luego esa mano se deslizó por debajo de mi vientre, entre mis muslos. ―Estabas toda enredada conmigo cuando me desperté ―dijo en algún momento entre beso y beso. Deslizando sus dedos contra mi centro consiguió que gimiera―. Tus brazos alrededor de mi cintura. Tu pierna entre las mías. ―¿Sí? ―susurré, apenas sabía lo que estaba diciendo. El sueño empañaba mi cerebro. En lo único que podía concentrarme era en cómo deslizaba los dedos. Mis caderas se movían por voluntad propia, rodando hacia arriba para encontrarse con su lento deslizamiento. Se acercó a mi cuerpo y subió mi camiseta. El aire frío se apoderó de mi piel ardiendo. ―Me gustó ―continuó, dejando un beso entre mis pechos—. Eres una experta acurrucándote. ―Noh-oh ―murmuré, y luego mi espalda se curvó cuando su boca se aferró a mi pecho, lamiendo duro y profundo. Enredando mis dedos en su cabello, grité. ―Oh, sí. Eres como un pequeño mono cuando duermes. ―Sus besos fueron bajando y abrí los ojos, mirándolo aturdida mientras me besaba por encima del ombligo y luego hacía círculos con su lengua antes de sumergirse en él. Mis dedos se cerraron mientras una explosión inesperada de placer me golpeó. ―Oh, mi... Ren rio contra mi estómago. ―¿Sabes lo que eso me hizo? Tragando saliva, traté de recuperar mi aliento. ―No. Él estaba por debajo de mi ombligo, dejando un nuevo camino de besos y mis dedos dejaron su cabello. Agarró los lados de mis bragas mientras su mirada se desviaba hacia la mía, el verde de sus ojos profundizándose al de un bosque verde lleno de fuego perverso.

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―Me puso jodidamente excitado. No pude evitarlo. Tenía que besarte, tocarte. ―Su voz se suavizó―. Levántate. Mi cerebro estaba en algún lugar de Tierra de Locos y mi cuerpo en piloto automático, así que mis caderas se levantaron y Ren soltó una rápida imprecación mientras tiraba de mis bragas. ―Dios, eres jodidamente hermosa. ―Puso su mano entre mis muslos―. En todas partes. Bajó la cabeza y su boca llegó hasta el tatuaje en el interior de mi cadera. Trazó las líneas con la lengua, y lo sentí hasta mi núcleo. Luego besó el interior de cada uno de mis muslos, moviéndose cada vez más cerca. Cohibida y nerviosa por la intensidad de mis sentimientos traté de cerrar las piernas, de deslizarme hacia atrás, pero sus manos agarraron mis caderas. Las levantó y mi pulso se disparó. Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo. —No tienes idea de cuánto he querido saborearte. Luego me besó en una forma que nunca me habían besado. Mi corazón saltó y gemí, me quejé y grité con cada paseo de su lengua. No sabía si podría soportarlo. La tensión se acumulaba hasta un punto casi doloroso. Me estiré hacia él, insegura de si era para alejarlo o acercarlo más, pero no tuve ninguna oportunidad. Soltó mis caderas, capturó mis muñecas y las sostuvo contra mi vientre con una sola mano. Apenas podía respirar mientras él sonreía con suficiencia y deslizaba un dedo dentro de mí. Mi cuerpo se sacudió y cerré los puños sin poder hacer nada. ―Ren. ―Te gusta eso. ―Su aliento rozó los rizos húmedos―. ¿Quieres más? Asentí. ―Dilo, Ivy. ¡Dios!, ¿en serio? Su mano se quedó inmóvil. Iba totalmente en serio. ―Más ―jadeé. Su sonrisa era puro pecado mientras introducía otro dedo. ―¿Qué te parece? La presión aumentó, pero luego curvó sus dedos ligeramente y un sonido estrangulado se me escapó mientras levantaba las caderas.

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―Ah, ese es el punto. ―Sonaba orgulloso y engreído mientras trabajaba con una facilidad que era realmente impresionante―. Quiero oírte gritar mi nombre cuando te corras. Recuerda eso. No creía que fuera a gritar un nombre jamás, pero entonces su boca se cerró sobre mi manojo de nervios. Mi mente estalló, yo era un cúmulo retorciéndose en el colchón, mis caderas descaradamente empujaban para aumentar lo que él estaba haciendo. Hundí la cabeza en la almohada mientras él presionaba el lugar muy dentro de mí y lamía el pequeño trozo de carne que parecía convertirse en el epicentro de todo. La tensión se rompió y me hizo gritar su nombre mientras olas de liberación se apoderaban de mí, de mi núcleo, irradiándose hasta la punta de los dedos de los pies y de las manos. Estaba temblando y jadeando, su nombre resonando una y otra vez en mi cabeza incluso mientras lentamente sacaba los dedos. Se levantó y pude ver el bulto en sus pantalones de pijama. Atrapada en el placer que me había dado, lo intercepté a mitad de camino, agarrando sus caderas mientras asaltaba su boca y lo besaba probando mi sabor en él, creo que estaba un poco borracha de placer, un poco fuera de control con la idea de darle lo que me acababa de dar. Gruñó en mi boca y mi corazón latió con fuerza mientras sujetaba la tela de sus pantalones de pijama entre mis manos y los arrastraba por sus caderas delgadas, deteniéndome justo debajo de su vientre. ―¿Ivy, qué…? Liberándolo, envolví una mano alrededor de su base gruesa y dura. Sus caderas se sacudieron y su voz se volvió ronca. ―Joder, Ivy. ―Bajó la mirada hacia mí con los ojos entornados, su estómago tenso ondulaba con temblores―. ¿Quieres hacer esto? ¿Estás segura? En lugar de responder, le enseñé. Arrastrando mi mano por su longitud, me deleité con la forma en que su espalda se arqueó. ―Maldita sea, niña. No lo hice buscando esto. Encontrando mi voz perdida, aumenté la presión. ―Quiero hacerlo. Gimió mientras lo acariciaba con la mano. —Súbete hacia atrás —ordenó con voz ronca—, contra la cabecera. Me deslicé hasta que mi espalda estuvo contra el marco de madera y él se movió para colocar sus rodillas a cada lado de mis caderas. Su cuerpo me enjauló.

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Una mano se posó en la cabecera de la cama detrás de mí y la otra se curvó alrededor de mi nuca. Había hecho esto un montón de veces con Shaun, pero había sido hace mucho tiempo, y parecía que nada se comparaba con esto. Ren era un hombre, y Shaun... bueno, él nunca había tenido la oportunidad de convertirse en uno. Empujando a un lado esos pensamientos, le di un beso y al saborearlo por primera vez, sus caderas se movieron y la mano en mi cuello se tensó. Hizo un sonido gutural profundo que me demostró que a pesar de que hubiera un montón de chicas que podrían hacerlo mejor que yo, él estaba justo ahí, conmigo. Lo metí tan profundo como pude, y aunque su cuerpo se estremeció, él tenía cuidado de mecer sus caderas con movimientos cortos y rápidos, conteniéndose mientras yo encontraba mi ritmo. ―Dios, Ivy, dulce, tierna cosita ―gimió―. No puedo aguantar... Ren trató de apartarse, pero me prensé a él y gritó mi nombre mientras se corría. Su gran cuerpo se estremecía a medida que la liberación rodaba y lo atravesaba. Me quedé con él hasta que su cuerpo se arqueó y se deslizó fuera de mi mano y mi boca. Se arrodilló y tomó mi cabeza para inclinarla hacia atrás, besándome profundamente a pesar de lo que acabábamos de compartir, y no se detuvo mientras se retiraba. Me arrastró contra su costado. Sosteniéndome contra él rodó sobre la espalda y puso el otro brazo sobre su rostro. Lo único que veía era su cálida sonrisa saciada. Sus rizos estaban revueltos por el sueño, adorablemente despeinados por lo que acababa de hacer. Se volvió para mirarme. ―¿Puedo quedarme contigo? Mi corazón saltó, el primer pensamiento que voló a mi cabeza fue que quería quedarse conmigo. Me puse rígida y mi piel se enfrió, se sintió como agua helada sobre la cabeza. El placer que me habían dado, que yo le había dado, se disipó. Y mientras me acurrucaba cerca, el pensamiento más horrible cruzó por mi mente. ¿Cómo iba a volver a lo que era mi vida antes de Ren cuando lo perdiera? No si… sino cuándo, porque eventualmente lo perdería. Así era como funcionaban las cosas conmigo. Amaba y perdía, y corté esa cadena de pensamientos horribles antes de que pudieran llegar a ser algo más, algo demasiado poderoso. ―Oye ―murmuró en voz baja. Mi corazón latía con fuerza, pero por razones diferentes. Las náuseas me revolvieron el estómago. Antes de perder a mi familia y a Shaun, nunca había

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pensado que sus días estaban contados. No se me había pasado por la cabeza. Pero ahora las cosas eran diferentes porque nuestros días no eran infinitos, sólo un día a día. Lo que pasaría el miércoles era una sombra inquietante que no se desvanecía, y sabía que era igual para él. Si no, ¿por qué me había pedido que me quedara esta noche? Existía la posibilidad de que asistiéramos a un montón de muerte. Quizás no volveríamos. Ren podría no sobrevivir. El pánico se apoderó de mis entrañas, hundiendo sus amargas garras en mi piel. No podía hacerlo, no podría hacerle frente de nuevo a esa pena devoradora de almas, y si las cosas con Ren continuaban… demonios, incluso ahora, perderlo tendría un impacto demoledor. Me senté, tirando mi camiseta hacia abajo para que mi mitad inferior estuviera cubierta. Oh, Dios, realmente había jodido, jodido, esto. No se suponía que le permitiera acercarse. No podíamos ser normales. Los miembros de la Orden no conocían lo normal. De todos, yo más que nadie lo sabía, y aquí estaba, en la cama con un tipo que podría estar muerto para el momento en que la luna se levantara mañana. ―Oye ―dijo de nuevo, irguiéndose sobre mí―. ¿Qué pasa? ―Yo... ―En el fondo de mi mente, había una parte que me decía que me detuviera, que tomara una respiración profunda, pero el ácido llenó mi boca. Necesitaba salir de aquí. Esto había sido un error―. Me tengo que ir. ―¿Qué? Lanzando mis piernas fuera de la cama, me levanté y me dirigí a la cómoda. Me detuve a mitad de camino, pero no vi mi ropa interior y decidí que realmente no la necesitaba. ―Detente. Espera un segundo, Ivy. ¿Qué está pasando? ―Ren estaba fuera de la cama subiéndose el pantalón―. Háblame. Agarré mis vaqueros de la cómoda, tirando de ellos sin mirarlo. ―Tengo que ir a casa. Eso es todo. ―No es eso. Estabas bien. Eras una maldita dulzura en mis manos hace un par de segundos y ahora ni siquiera me miras. ―Ren se acercó a mí y retrocedí, chocando contra la cómoda. Me miró confuso―. ¿Qué demonios? Alejándome, me quité su camiseta, me deslicé el sujetador y me puse la mía más rápido que nunca en mi vida. ―¿Fuimos demasiado rápido? ―cuestionó, poniendo la mano en mi hombro.

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Reaccioné con un agudo sentido de desesperación. Me di la vuelta apartando el hombro y golpeando su mano a un lado. ―No me toques. Dio un paso atrás con las manos en los costados. La preocupación llenaba su mirada esmeralda. ―Está bien. ¿Podemos hablar un segundo? ―No hay nada de qué hablar. ―Empecé a caminar hacia la puerta del dormitorio. ―¿Te hice daño? Maldita sea, Ivy, respóndeme. ¿Te hice daño de alguna manera? Apartando el cabello de mi rostro, negué. ―No ―le dije con voz ronca dirigiéndome a la puerta―. No me has hecho daño. Todavía no. ―Tomé el picaporte y lo encontré cerrado, maldije en voz baja quitando el seguro y abrí la puerta. ―¿Todavía no? ―Ren me siguió hasta la sala, permaneciendo a una distancia segura mientras yo me sentaba, agarrando mis calcetines y zapatos―. Nena, nunca te haría daño. ¿Por qué…? Las palabras estallaron fuera de mí, venían de un lugar oscuro del que trataba de mantenerme alejada, pero en el que ahora estaba cayendo. ―No sería tu intención. Me prometerás que todo va a estar bien, y entonces no lo estará porque no puedes controlarlo. Su ceño se frunció mientras se movía al otro lado de la mesita de café. ―Ivy, no te entiendo. ―No importa. ―Me puse los zapatos y me paré, recogiendo la estaca de la mesa y metiéndola en mi bolsillo trasero. Estiré mi camiseta hacia abajo hasta cubrirla. ―Déjame vestirme. Te llevaré a casa ―razonó suavemente―. Sólo dame un par de… ―¡No! No. No necesito que me lleves a casa. No necesito que hagas nada, ¿de acuerdo? Eres un gran tipo, pero esto, lo que sea que es, no irá más allá. Esto fue un error. Ren se enderezó mirándome. ―Maldita sea, Ivy, ¿qué coño está pasando? ¿Esto fue un error? Esta mañana ha sido cualquier cosa, todo, excepto un maldito error.

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Tomé el picaporte con el corazón acelerado y me detuve por un segundo con la garganta ardiendo. ―Tal vez para ti no lo fue ―concedí, y luego me marché. Al cruzar el pasillo y golpear el botón del ascensor, una parte de mí esperaba, tal vez incluso anhelaba que viniera detrás de mí, lo cual era absolutamente enfermo y retorcido. Pero el ascensor llegó y cuando entré en él, la puerta al otro lado del corredor no se abrió. Ren no vino detrás de mí. Las puertas del ascensor se cerraron y retrocedí golpeando la pared del ascensor. Me tapé la cara con las manos sofocando un crudo sollozo. Lo empujé hacia abajo, empujé todo hacia abajo hasta que no quedó nada. Hasta que no sentí nada.

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Capítulo 19 l martes había sido un jodido desastre, y pasó de mierda a mierdrástico en cuestión de minutos. Traté de contactar a Val, pero no contestó el teléfono, pensé en echar todo sobre Jo Ann, pero tenía una agenda bastante llena los martes.

E

Tink seguía refugiado en su habitación, y la única razón por la que sabía que estaba allí era porque tenía la música de The Cure40 y Morrissey41 en repetición constante. Estaba a punto de perder mi consciencia amorosa si no salía del apartamento en ese instante. Después de ducharme y cambiarme de ropa todavía no me deshacía del olor de Ren, de su sabor. Lo que habíamos hecho esta mañana, lo que yo había hecho... Mi cuerpo se calentó aún cuando me doliera el pecho. Nunca me había sentido así antes, nunca tan fuera de control y excitada, pero esos sentimientos exaltados había llegado más profundo que la lujuria. Y tal vez lo hubiera manejado si fuera sólo un desahogo, crudo como sonaba. Pero iba más allá de eso. Más. Pero, ¿no quería más de la vida? Si era así, esto fue como tomar una clase de estupidez y sacar sobresaliente. Me senté en el borde de la cama y puse la cabeza entre las manos. Bueno, no podía volver atrás y cambiar todo lo que había pasado. Sólo tenía que tratar con ello y ser más fuerte. Tenía un trabajo que hacer y tenía que centrarme. Había hecho lo que tenía que hacer, ¿cierto? No hubo respuesta, sólo los bajos de The Cure retumbando. Me levanté y até la estaca de hierro en una bota y la estaca de espino en la otra. Levantando mi teléfono celular hice un click en la pantalla. No había textos ni llamadas perdidas

The Cure: Banda inglesa de música rock. Morriseey: Steven Patrick Morrissey, cantante inglés de la década de los ochenta. Pertenecía al grupo Smiths pero se separó en 1987 y siguió su carrera como solista. 40 41

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de Ren, no lo esperaba. No después de decirle que la mañana fue un error. Deslicé el teléfono en mi bolsillo trasero y enganché las llaves en la presilla de los pantalones. Empecé a caminar a la puerta principal pero me detuve. Dándome la vuelta, encaré el pasillo que conducía a la cocina y al dormitorio de Tink. Comencé a caminar hacia su habitación, pero no tenía idea de qué decirle ni qué hacer con él. Ni siquiera estaba segura si seguía enfadado o sólo decepcionado. Salí de mi apartamento sin decirle nada. Faltaban un par de horas para la reunión que David había ordenado, así que tomé un taxi a Canal y lentamente caminé hasta Royal. El cielo estaba nublado, la nubes negras pronto se descargarían así que las calles no estaban ni de cerca tan congestionadas como siempre. Terminé frente al anodino edificio de ladrillo. Basada en lo que Merle había dicho acerca de los espíritus, ¿significaba que los fantasmas de la mansión de al lado se habían mudado a este edificio? O tal vez había sido la puerta la que afectó a toda la zona. Después de todo, la puerta estaba aquí antes de que construyeran las casas. Me quedé bajo el balcón de hierro pintado de verde de la casa de al lado. No estaba segura acerca de los fantasmas. Nunca había visto uno, pero eso no significaba que no existieran. Es decir, si las hadas eran reales y también los halflings ¿por qué no los fantasmas? Había barras de hierro en las ventanas y en la puerta, para el ojo inexperto podría lucir como lo acostumbrado en las casas del French Quarter, pero esas barras eran de hierro por una razón. Ni siquiera había visto la vieja casita antes. ¡Dios! ¿Cuántas veces había caminado arriba y abajo por Royal Street, pasando justo por delante de esta puerta? Lo mismo con la iglesia. Fracasaría como detective. ¿Quién estaba en la casa en este momento? ¿Abrirían la puerta? Probablemente no. Y no había espacio entre los edificios, la única manera de llegar a la parte de atrás de la casa era a través de la casa misma. Me quedé en Royal hasta que fue hora de ir a la Orden, mi estómago estaba hecho nudos con la idea de enfrentar a Ren. Mientras pasaba por la tienda de regalos, vi a Jerome detrás del mostrador hojeando una revista. Me apresuré a pasar antes de que me viera. Realmente le debía el pastel. Arriba, el segundo piso estaba lleno de miembros de la Orden, la mayoría en grupos de dos o tres. Me quedé en la periferia lejos de la puerta mientras mantenía un ojo en Ren. Evitarlo no tendría sentido ya que teníamos que trabajar juntos esta noche, pero estaba en modo de retraso mental.

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David y Miles estaban al frente del gran espacio abierto, conferenciando entre ellos en voz baja, me escabullí a una ventana apoyándome contra la repisa hasta que vi a Val saliendo de una de las habitaciones, con la barbilla abajo y el cabello rizado cayendo hacia adelante. Eso no ocultaba el hematoma violáceo que rodeaba su ojo derecho. ―Dios mío. ―Me aparté de la ventana―. ¿Qué pasó? Val levantó el brazo y tocó la piel debajo de su ojo. ―Estoy probando un nuevo estilo. ¿Qué te parece? La miré boquiabierta, la tomé del brazo y la arrastré a un rincón. La solté en el momento en que se estremeció y me di cuenta de que podría haber más moretones que no podía ver. ―En serio. ¿Qué demonios pasó, Val? Suspiró mientras se cruzaba de brazos arrugando la blusa color fucsia. ―Me encontré con un hada anoche que no quería calmarse. ―¿Cuando estabas con Dylan? ―No, fue después de mi turno. No es gran cosa. ―Sonrió, pero la sonrisa se veía dolorosa―. Te diría que vieras cómo quedó la perra, pero no quedó nada para ver. ―Dios. ¿Necesitas algo? ―No ―dijo, luego su mirada se elevó por encima de mi hombro con el ceño fruncido―. Extraño. ―¿Qué? Una oscura ceja se elevó. ―Ayer Ren y tú estaban pegados por los labios, y hoy él está de pie contra una pared y parece que quiere atravesarla con el puño. Mi estómago cayó y casi miré por encima del hombro. La mirada de Val se movió de nuevo a la mía, y suspiré. ―Es una larga historia. Te llamé más temprano. ―Sí. Lo siento. ―Palmeó mi brazo―. ¿Podemos hablar más tarde? Asentí. David aplaudió llamando la atención de todos. Me sorprendí al ver a su esposa de pie en la parte delantera del grupo. En comparación con su culo malhumorado, ella se veía serena. ―Tenemos una situación potencial de emergencia ―comenzó, y luego se lanzó a un desglose más bien contundente de lo que podría pasar mañana por la

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noche. Básicamente, el Apocalipsis de Hadas para Tontos, dejando de lado cualquier discusión acerca de los halflings, lo que era comprensible. En este punto, eso no era relevante. La mierda proverbial golpeó el ventilador. Los miembros de la Orden sabían todo acerca de los antiguos, y al parecer incluso algunos habían creído que esa forma casi legendaria de hadas había estado pasando el rato por aquí, pero ninguno de ellos parecía preparado para la idea de que había varios en la ciudad que podrían estar buscando la puerta el miércoles. Ni David ni Miles mencionaron el club, y mantener eso en secreto tenía sentido. Si alguien entre nosotros estaba trabajando con las hadas, no queríamos que descubrieran que estábamos sobre ellos. ―El equinoccio tendrá lugar a las nueve y veintinueve de la noche, minuto más minuto menos ―dijo David con los brazos cruzados sobre el pecho―. Tenemos que estar preparados para cualquier cosa. Puede que no suceda nada. O puede que estemos frente a la batalla final. No podemos permitir que un antiguo llegue cerca de la puerta. Su sangre la abrirá. No importa la circunstancia, tenemos que hacerlo retroceder. Se repartieron ambas puertas, y no me sorprendió cuando los nombres fueron pronunciados y la mitad fue asignada a la iglesia y la otra mitad a la casa de Royal Street. Val y Ren fueron asignados a la casa junto conmigo y otros veinte miembros. Una mirada de David me advirtió que mantuviera la boca cerrada acerca de que la puerta de la iglesia no funcionaba. Aún sabiendo que no estaba listo para aceptarlo y tomar el riesgo de dejarla sin vigilancia, me ericé. El grupo se quedó sorprendido de que los lugares de las puertas se discutieran abiertamente, pero en este momento ya no había riesgo porque sabíamos que las hadas conocían los lugares. La única pequeña esperanza que albergábamos era que acabaran en la puerta de la iglesia sin saber que estaba destruida. Pero sin importar lo que sucediera, habría una pérdida significativa de vidas mañana por la noche. Mi estómago se hundió cuando me di cuenta que no era la única que estaba pensando en eso. Todo el mundo sabía lo que estaba en juego. David se aclaró la garganta. ―Después de lo dicho, no habrá patrullas esta noche. A mi lado, Dylan se pasó la mano por la quijada maldiciendo entre dientes mientras yo me quedaba con la boca colgada frente al líder de la Orden. Maldita sea. Sorprendida, eché un vistazo a Val, pero tenía la mirada perdida en la nada.

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David y Miles nos estaban dando toda la noche libre. Santa mierda, no podía recordar cuándo había pasado. Incluso patrullábamos en Navidad. ―Si tienen familia, sugiero que vayan a casa y estén con ella ―continuó David―. Si no tienen a nadie especial, les sugiero que utilicen esta noche para encontrar a alguien. Algunos de ustedes no regresarán a casa la noche del miércoles. Bueno, ¿no era una excelente motivación? La reunión terminó y los miembros fueron desapareciendo, algunos sombríos, y otros preparándose para la lucha. Me volví a Val mientras metía un rizo suelto detrás de mi oreja. ―¿Tienes planes para esta noche? Pero no te puedo prometer que consigas un revolcón ―le dije bromeando. ―Yo... Creo que voy a ver a mis padres ―dijo Val en voz baja, y aplasté un estallido de decepción. Tenía todo el derecho a querer pasar tiempo con su familia―. Tal vez podamos reunirnos más tarde. Asentí, aunque sabía que no contaría con eso. Sonriendo la abracé con cuidado. Una parte de mí esperaba que a pesar de la gravedad de la situación, hiciera alguna broma acerca de tener la noche libre, porque así era Val. Pero no la hizo. Cuando se deslizó a través de la multitud, en dirección a la puerta, yo no era la única que la observaba. La mirada interesada de David la seguía. Dylan caminaba detrás de ella y los observó hasta que ambos desaparecieron. Entonces me miró. Le hice un gesto de despedida con los dedos. El ceño fruncido de David se volvió severo. Era el momento para hacer mi salida. Miré a mi alrededor, pero no vi a Ren. Supuse que ya se había ido. La decepción barrió en mi interior, no tenía control sobre eso. Tal vez iba a buscar a alguien con quien pasar la noche, y hombre, que mierda, definitivamente no me gustaba nada la idea. Los celos no eran monstruos de ojos verdes, sino un dragón echando fuego cuando mi mente reprodujo una imagen de Ren encerrándome entre los musculosos muslos con las caderas al nivel de mi boca. Pensar en otra chica me hizo querer estacar a alguien. Necesitaba ayuda. Tal vez, si sobrevivía al miércoles, podría investigar alguna terapia. O por lo menos acupuntura, o algo así. Las nubes estaban más negras cuando salí del edificio, di vuelta a la derecha y… me topé frente a frente con Ren.

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Trastabillé. El calor se precipitó hacia mi cara y luego bajó rápidamente cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Estar de pie frente a Ren era tener siete diferentes tipos de incomodidad. ―Estaba esperándote ―dijo―. Aunque estoy seguro que es obvio. Con una completa pérdida del habla, lo único que pude hacer fue mirarlo fijamente. El dragón de ojos verdes que echaba fuego estaba exigiendo que le preguntara si iba a seguir el consejo de David, pero por suerte, el sentido común le tapó la boca al dragón. ―Tenemos que hablar. ―Los ojos de Ren nunca dejaron mi cara. Recuperé la voz. ―No. No tenemos. No tenemos que hacer nada. ―Me obligué a alejarme temiendo que si me quedaba, si hablaba con él, no sería capaz de distanciarme. No me alejaría y… Seguiría con el agua al cuello con este lío. ―Eres una cobarde. Me quedé inmóvil absorbiendo esas tres palabras, entonces me di media vuelta y le di la cara mientras la primera gota de lluvia golpeaba la acera. ―¿Disculpa? Ren levantó la barbilla. ―Me has oído. Odio decirlo, pero es la verdad. La ira se levantó como humo espeso. Aunque no debería estar sorprendida de que me enfrentara después de lo de esta mañana. Tenía el derecho a decir lo que sentía, pero eso no quería decir que tenía que quedarme allí y escucharlo. ―Lo que sea, hombre. Piensa lo que quieras. Me voy a casa. ―Jamás hubiera pensado que alguien tan fuerte y tan valiente, sería tan cobarde con lo que realmente importa ―continuó―. Entiendo que has sido herida. Pero, ¿adivina qué? Todos hemos perdido a alguien cercano, pero… ―No tienes idea de lo que estás hablando ―estallé levantando la mano y apuntándolo con el dedo―. No sabes nada sobre lo que he perdido. ―Entonces dime, Ivy. Házmelo entender. Mi boca se abrió pero no hubo palabras, sólo el silencio y una vergüenza que hería profundamente cuando recordé la noche en que lo perdí todo. ¿Cómo podía decirle? ¿Cómo podría decírselo a alguien? Dando vuelta, comencé a caminar. ―Eso es ―gritó Ren―. Sólo aléjate.

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Y eso es lo que hice. *** El escándalo distante de un trueno igualó mi estado de ánimo cuando deambulaba sin rumbo por mi apartamento la noche del martes. El sol hacía mucho tiempo que había desaparecido y vi en la televisión que fuertes tormentas estarían moviéndose por el área los próximos dos días. Perfecto. Miré fijamente a través de las puertas francesas que daban al balcón, veía la lluvia golpear las tablas de madera mientras contaba los segundos entre el destello de luz y el trueno. Veinte segundos. Cuando era más joven, Adrian me enseñó a contar los segundos entre el golpe del relámpago y el ruido de los truenos para saber a cuántos kilómetros de distancia estaba la tormenta. Probablemente no era el método más correcto de juzgar dónde se localizaba una tormenta, pero hasta este día era un viejo hábito. Pero algo que Adrian no me había enseñado era qué hacer con esos segundos. Nunca supe qué hacer con esos segundos. Curiosamente, mientras apoyaba la frente contra el frío cristal, no tenía miedo por mí misma. El temor que me atravesaba, a pesar de que había una buena probabilidad de que no sobreviviera mañana por la noche, no tenía nada que ver con mi propio destino. Vivíamos con la muerte y sabíamos que nos llegaba a todos y a cada uno. Se nos enseñó a no tener miedo a lo inevitable, pero lo que nunca se nos enseñó fue a vivir cuando los que nos rodeaban se había ido. El temor que probé en la parte posterior de mi garganta era por todos aquellos que no sobrevivirían mañana por la noche. Por Val, e incluso por David y Miles. Y Ren. Temía por ellos, pero no por mí misma. Y temía lo que pasaría si no teníamos éxito mañana por la noche. Los nudos se apretaron en mi estómago ante la idea de que la puerta se abriera. La humanidad no tenía idea de cuán frágil era su posición de poder, y una vez que los caballeros vinieran, su posición sería aún más precaria. Si se las arreglaban para encontrar y atrapar al halfling, crearían un bebé y esas puertas nunca se cerrarían. Nada podría detener a las hadas de llevar a los seres humanos de vuelta a su mundo o llegar en masa al nuestro. Entre el ruido de la televisión, escuché la puerta de Tink cerrarse y me di la vuelta. Había estado en la cocina haciéndose un aperitivo o algo. Vivir con él en este momento era como lo que una pareja enfrentaba al pasar por un divorcio. Incómodo como el infierno.

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Mis ojos buscaron el teléfono celular que estaba sobre el baúl de madera. Debajo del miedo había otro mal sabor: arrepentimiento. Si tuviera que hacer el máximo sacrificio mañana por la noche, ¿me iría sin remordimientos? No. El arrepentimiento me inundó, y Dios, no quería irme de esa manera. Había cometido grandes errores en mi vida y la gente los pagó con su sangre. Eso era algo que nunca podría deshacer, pero todo lo que pasó con Ren se sentía como si estuviera apilando más arrepentimiento y el peso me ahogó. Poco a poco me acerqué al baúl, mis pisadas descalzas resonaban a través de los suelos de madera. Mi corazón dio un salto cuando alcancé el teléfono. Si lo llamaba, ¿qué le diría? ¿Qué iba a hacer? Admitir que era una cobarde, porque lo era. Tenía tanto miedo de permitir que cualquier persona se me acercara que terminaba ahuyentándola. Tenía razón. Le había estado dando un portazo en la cara a la gente, Jo Ann y Val eran las únicas que se infiltraron más allá de mis defensas. Al lado de mi teléfono se hallaba el libro de texto de Estadísticas. Hombre, odiaba esa clase. Mirando el libro, una especie de epifanía se estrelló contra mí, tenía la fuerza de un camión de helados perseguido por niños sobreexcitados en pleno verano. Quería algo más de la vida que mi deber con la Orden. Después de todo, por eso estaba tomando una clase que odiaba, para obtener un título que podría utilizar mientras trabajaba en la Orden. Quería más. Pero no me estaba permitiendo a mí misma tener más, en realidad no. No las cosas intangibles que valían la pena, como la amistad sin trabas o el contacto humano real. La lujuria. El amor. Un trueno retumbó, haciéndome saltar. No necesitaba contar para saber que la tormenta estaba más cerca. Sentada en el borde del sofá, tomé el control remoto y encendí el televisor. Miré el teléfono de nuevo con los labios apretados. ¿Podría dejar a un lado el miedo a perder a Ren y disfrutar de la experiencia? No estaba segura si tenía la opción en este momento. Lo había rechazado dos veces. Metiendo el cabello detrás de las orejas, me recliné en los cojines y suspiré. Inhalé. Inhalé una enorme… Un golpe en la puerta me sacudió. Me incorporé con el corazón galopando hasta la garganta. Esperé un momento y el golpe sonó de nuevo. Saltando sobre los pies, me apresuré hacia la puerta y me estiré hacia arriba mirando a través de la mirilla.

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―Oh, Dios mío ―susurré. Aunque estaba oscuro, pude distinguir a Ren. Estaba de pie, de perfil, con la cabeza inclinada hacia atrás. Tal vez tenía los ojos cerrados. Ren estaba aquí, en realidad estaba aquí. No lo podía creer. Y yo seguía ahí de pie, con las palmas presionadas contra la puerta y la boca abierta, luciendo como una completa tonta. Eché un vistazo al pasillo para asegurarme de que la puerta del cuarto de Tink estaba cerrada. Cuando abrí la puerta, deseé que Tink se quedara allí. Ren se volvió y bajó la barbilla dejando caer las manos que tenía en las caderas. Estaba empapado por la lluvia, su camiseta se aferraba a su cuerpo, su cabello estaba revuelto y húmedo. Nuestros ojos chocaron y nos quedamos mirando. Un rayo iluminó el cielo detrás de él, dándole a su rostro un resplandor misterioso antes de apagarse Puso las manos en el marco de la puerta y se inclinó, hinchando el pecho con una profunda inhalación. ―Si me dices que me vaya, me daré la vuelta y me iré. Te lo juro, Ivy, tenía que intentarlo una vez más. No hay ninguna posibilidad de que me vaya a la tumba sin intentarlo. Por favor. No hagas que me vaya. Sacudida por la intensidad de sus palabras que además se asemejaban a mis propios pensamientos, no me moví por una eternidad, y luego lo hice. Como si estuviera en un sueño me hice a un lado y le permití entrar. Una gran sorpresa se reflejó en sus rasgos. Debió pensar que le cerraría la puerta en la nariz. Después de todo, es lo que hacía, y era muy buena en eso. La única cosa que hacía bien. Estaba un poco cansada de sobresalir en ello. Ren entró y cerré la puerta tras él con las manos temblorosas. No lo miré, pero estaba parado tan cerca que me estremecí, casi capaz de sentirlo. Tantos pensamientos se estrellaban contra mí. Ninguno de los dos habló durante unos instantes. Exhaló un suspiro tembloroso. Lo que dije venía de la parte más oscura de mí. Palabras que nunca había hablado con nadie antes, que nunca pensé que pronunciaría. ―Soy la razón por la que Shaun murió ―le dije, hablando apenas en un susurro―. Hice que lo mataran y también hice que mis padres adoptivos murieran. Sus muertes fueron mi culpa.

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Respiró hondo. ―Ivy, no lo creo… ―No lo entiendes. ―Mi voz era plana y cerré los ojos―. Realmente fue mi culpa. Hice algo tan estúpido, tan estúpido. Pasaron unos segundos. ―Me gustaría tratar de entenderlo entonces. Casi me reí, pero pensé que si lo hacía sonaría como una loca. Si le decía a Ren lo increíblemente irresponsable que había sido, probablemente volvería a salir por la puerta. No lo culparía. Nadie podía ir más allá de un cierto nivel de estupidez, y yo había rebasado esa línea. A veces la estupidez mataba. Igual que las personas que pensaban que un trago de más no significaba que no pudieran manejarlo. O los que pensaban que enviar un texto rápido mientras conducían no terminaría en un atropellamiento. Todas esas malas y estúpidas decisiones. La mía fue épica, considerando las consecuencias. ―Estaba a dos semanas de cumplir los dieciocho años, y ya tenía la marca de la Orden. Sé que no es común, pero Holly había hablado con la Orden. Shaun ya estaba cumpliendo con su deber y yo... quería lo mismo. Estuvieron de acuerdo. No sé en qué estábamos pensando al considerar que la marca era un permiso para empezar a cazar. Es decir, habíamos estado entrenándonos desde siempre, pero éramos jóvenes y estúpidos, supongo. Abrí los ojos y me acerqué a Ren para caminar hacia las puertas francesas. ―Tres noches antes de mi cumpleaños, me iba a reunir con Shaun en un restaurante de la ciudad y me vestí para la ocasión. Ya sabes, toda linda. Y en vez de usar el collar de trébol, me puse una cadena de plata porque hacía juego con el vestido. ―Me reí pero sonó áspero―. Salí de la casa sin un trébol. En serio. Darwinismo en su máxima expresión. Pensé que no iba a encontrarme con las hadas, y tal vez no habría pasado si Shaun y yo no hubiéramos estado cazando antes de lo que debíamos. No sabíamos que cuando empiezas a cazar… ―Fácilmente te conviertes en presa ―terminó sombríamente por mí. Asentí mientras seguía con el dedo una gota de agua en el cristal. La mayoría de las hadas se mantenían alejadas de la Orden, no se atreverían a seguir a un miembro hasta su casa, aunque ahora sabía que los antiguos eran diferentes, pero

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Shaun y yo nos veíamos tan jóvenes como éramos realmente. Con una mirada las hadas sabían que no estábamos bien entrenados. ―Simplemente no pensamos que si nos enfrentábamos a las hadas, podríamos ser vistos por otras hadas, ¿sabes? Qué increíblemente estúpido. De todos modos, salí de la casa y estaba casi en la estación de tren. Iba a coger el metro que atravesaba la ciudad y vi al hada. Debió de reconocerme, porque todo lo que recuerdo es que caminó en línea recta hacia mí delante de todo el mundo, y antes de que pudiera hacer algo, porque ni siquiera traía mi estaca... bueno, estoy segura de que adivinas lo que pasó después. Ren no respondió por un momento. ―¿Esa hada te obligó? ―Sí ―le susurré recostándome contra la puerta. Finalmente lo miré, y su expresión me atravesó, hiriendo como una hoja. El dolor humedecía sus ojos hasta un color verde musgo, los labios se aplanaban con desolación―. Sabes, creo que por eso puedo relacionarme con Merle. Ella tomó una decisión tonta, salió sin protección. No sé lo que le pasó. En realidad nadie habla de los detalles, y creo que en cierta forma fui afortunada. No los que me rodeaban, pero yo sí. ―Ivy ―dijo en voz baja. ―Realmente no recuerdo mucho después de que me dijo que la llevara a mi casa, lo único que recuerdo es que estaba de nuevo en casa, en la sala de mi casa. Recuerdo haber visto a Adrian tendido en el suelo... Empujándome lejos de la pared, me dirigí a la parte de atrás del sofá. Una bola se formó en mi garganta. ―Estaba muerto, apuñalado con su propia estaca, y por un segundo pensé que yo lo había hecho pero no había sangre en mí. Su sangre estaba en las hadas. Holly estaba en la cocina. Todo estaba siendo destrozado. ―Fruncí el ceño mientras los ruidos de esa noche volvían a surgir. Astillas de madera. Vajilla rompiéndose. Gritos―. Traté de ayudar pero esa hada prácticamente me arrojó contra la pared, y Holly... bajó la guardia. Vino por mí y las hadas se colaron por su espalda. Le quebraron el cuello. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que sentí la humedad en mis mejillas. Limpié las lágrimas con rabia mientras retrocedía. ―Entonces Shaun apareció buscándome. Las cosas que le hizo. No lo mató rápido. No. Jugó con él. Ni siquiera se alimentó de él, ni de Holly o de Adrián. Pero después de haber terminado con Shaun, sí se alimentó de mí. Con pasos medidos, Ren caminó alrededor del sofá, aproximándose.

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―Cariño... Seguí retrocediendo. ―¿Alguna vez se han alimentado de ti? Él negó. ―Me dolió al principio, como si me estuvieran arrancando las entrañas, pero luego se detuvo, realmente no dolió más. Probablemente me habría drenado si un amigo de Adrian no hubiera aparecido, otro miembro de la Orden. Nunca descubrieron cómo se metió en la casa o por qué estaba allí. Nunca les dije la verdad. Estaba muy avergonzada, sabía que si lo hacía me expulsarían. Así que en lugar de que me despreciaran, como era su derecho, sintieron lástima por mí. ―La humillación picó en mi piel―. Creo que... creo que Shaun y yo matamos a su pareja. Ella todo el tiempo mencionaba su nombre. Nairn. No sé. Supongo que esa parte no importa. ―Hice una pausa deslizando las manos por las mejillas mientras miraba al suelo―. Ni siquiera sé por qué te estoy diciendo nada de esto. No justifica la forma en que me porté contigo esta mañana. No es una excusa y no espero que tú… ―Lo entiendo y sé que no estás dando excusas ―dijo Ren―. Dios, Ivy... ―No quiero tu compasión o que me digas que no fue mi culpa. No es por eso que te lo dije. ―Mi espalda golpeó la pared y el dolor palpitó en mi interior―. Así que no me mientas. ―Está bien. No voy a mentirte. ―Cuando empecé a dar un paso, agarró mis manos y las sostuvo entre nosotros―. Hiciste una elección de mierda cuando tenías diecisiete años. Dios sabe que también yo hice algunas elecciones de mierda cuando tenía esa edad. ―No es lo mismo. ―¿No lo es? Mi mejor amigo murió y no hice nada para detenerlo. No ―me interrumpió cuando quise estar en desacuerdo―. No puedes decirme que mi situación fue diferente, y tengo razón al sentirme culpable por lo que le pasó a mi amigo si tú no puedes perdonarte a ti misma. Tal vez ninguno de nosotros puede perdonarse a sí mismo. Hicimos cosas o permitimos cosas, y no podemos volver atrás y cambiarlas. Tal vez nuestras opciones de mierda no son verdaderamente perdonables, y lo único que podemos hacer es aprender de ellas y no hacerlas de nuevo. Respirar se volvió difícil cuando el nudo en mi garganta se engrosó. ―Yo... he perdido a todos los que he amado. ―Mi voz se quebró, y su expresión severa vaciló―. He perdido a todos.

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―¿De verdad pierdes a alguien, Ivy? Pueden haber desaparecido, pero todavía existen. ―Mis labios temblaban mientras luchaba por controlarme. Llevó mis manos a su pecho, sobre su corazón―. Todavía viven aquí. Siempre lo harán. Podía sentir que mi control se despedazaba, una frágil raíz por segundo. Empecé a apartarme y Ren soltó mis manos y me tomó por la parte superior de los brazos. ―Ren... ―Yo todavía estoy aquí. ―Bajó la cabeza para encontrar mi mirada―. No me has perdido. ―¿Pero qué si…? ―Dulzura, no puedes depender de un montón de “qué pasaría si”. ¿Quién diablos sabe lo que va a pasar? Cualquiera de nosotros podría salir de esta casa y ser alcanzado por un rayo, o los dos podríamos vivir hasta que tuviéramos noventa años. Mañana podríamos morir o podríamos volver aquí. No lo sabemos. ―Deslizó sus manos por mis mejillas, bajó la frente a la mía―. Pero los dos estamos aquí en este momento y eso es todo lo que importa. El ahora. ―¿El ahora? ―Mi corazón se aceleró. ―Sí. Ahora. Los dos estamos aquí. Eso es todo lo que importa, y no puedo prometer que no me iré a ninguna parte, pero voy a tratar con todo lo que tengo de no hacerlo. Eso es algo que puedo decirte y en lo que puedes confiar. Una tormenta de emociones se levantó en mi interior, como si la parte más dura del muro finalmente se agrietara. Mi cara se contrajo y no pude detenerlas, ni siquiera lo intenté. Las lágrimas corrieron por mi cara y Ren hizo ese sonido crudo que salía de lo más profundo de su ser, me recogió en su pecho metiendo mi cabeza debajo de su barbilla y me abrazó con fuerza, susurrando palabras que no entendía pero me calmaban. No sabía lo que hacía, Ren decía que no iba a ninguna parte pero que, de hecho, no podía prometer nada. Ni siquiera lo había intentado, pero estaba aquí, y tal vez eso fue lo que me puso en marcha. Escondiendo mi cara contra su pecho húmedo, lo dejé salir. Como un tapón que se remueve de una bañera rebosante, fue lento y ahogado al principio, como si nunca fuera a terminar, luego fue rápido, con lágrimas y aliento entrecortado. Pasó algún tiempo antes de que levantara la cabeza, entonces me sonrió, un hoyuelo apareció. Deslizó los pulgares por mis mejillas, borrando lo que quedaba de las lágrimas. ―Incluso cuando lloras, eres bonita ―dijo.

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Una risa se me escapó, ronca y endeble. ―Ahora definitivamente estás mintiendo. Ese fue un llanto feo. ―Nada tuyo es feo. Había un montón de fealdad en mí, y creo que en el fondo lo sabía porque la cargaba él mismo, pero me gustó la amabilidad, la repartía como caramelos en Halloween. En el calor del momento, me levanté de puntillas y lo besé. Fue un beso casto, una bendición, un agradecimiento, nada más que un roce de mis labios contra los suyos, pero saltó una chispa que iluminó cada célula de mi cuerpo y sabía que él estaba igual de afectado. Un ligero temblor recorrió las manos que sostenían mis mejillas. Me quedé mirándolo a los ojos cuando un tipo diferente de tormenta me asedió. El calor que se deslizaba y me atravesaba me dijo que mi cuerpo lo quería. Mucho. Mi estado de ánimo golpeó. Lo necesitaba. Sorprendentemente, no tenía nada que ver con lo que David había dicho de encontrar a alguien con quien pasar la tarde por si acaso no sobreviviéramos a la noche siguiente. Lo necesitaba... Había sido así desde antes del discurso tan motivador de David. Bajo mi piel, construyéndose alrededor de mi corazón. Humedeciendo mis labios arrastré las manos hacia su pecho duro y debió leer lo que quería en mis ojos. ―Ivy. ―Todo lo que hizo fue gemir. Repetí las palabras que me había dicho recientemente. ―No me dejes ir. Sus ojos brillaron y me miró fijamente. ―Nunca.

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Capítulo 20 R

en no me dejó ir. Oh no, hizo exactamente lo opuesto. Tomando mis caderas me levantó limpiamente y el instinto me hizo levantar las piernas y envolverlas alrededor de sus delgadas caderas. Una de sus manos ahuecó mi nuca, guiando mis labios hacia los suyos. Al principio hubo una cierta ingenuidad cuestionando la fuerza del beso, comenzó siendo gentil y dulce, pero cambió convirtiéndose en necesitado y exigente. Sentía su lengua barrer por todo mi cuerpo. Sus manos vagaron hasta mi trasero, meciéndome contra sus caderas, presionando su erección contra mí. Gemí en su boca, y una parte de mi mente esperaba que Tink no sintiera curiosidad por investigar lo que estaba sucediendo. Pero entonces Ren empezó a caminar, todo el tiempo intentando reclamar mi boca y mucho más. ―Cama. Ahora ―gruñó. Me aferré a sus hombros. ―De acuerdo. La boca de Ren se movió sobre la mía una vez más mientras caminaba a la habitación. Saqué un brazo por mi espalda y me estiré a ciegas para encontrar el picaporte y abrir la puerta. Una vez dentro, liberé mi boca de la suya. ―Déjame cerrar la puerta. Levantó una ceja pero cerró la puerta con el pie en lugar de girarme. Luego caminó hacia mi cama y me dejó caer. Aterricé rebotando con una risa. Se sacó los zapatos y los calcetines y estuvo encima de mí antes de tomar mi próximo aliento. Mi camiseta salió en un segundo, y luego mi sostén. Sus manos estaban por todas partes, vagando por mi estómago, acariciando los duros y adoloridos pezones y luego se deslizaron más abajo, al botón y al cierre de mis pantalones.

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Por lo visto, tenía súper poderes cuando se trataba de quitarme la ropa. En unos segundos me había sacado los pantalones y su mano estaba debajo de mi ropa interior. Gemí y levanté las caderas cuando hundió un dedo en mi interior. Ya estaba tan caliente y lista que cuando empezó a bombear casi tuve un orgasmo, pero quería más. Quería sentirlo dentro de mí. Alcanzándolo entre nosotros, acaricié su dura longitud por encima de los pantalones y el gemido con el que respondió me encendió más. Solté el botón de sus pantalones y bajé el cierre, pero me tomó más tiempo del que debería. Ren me distraía completamente con su mano entre mis muslos y el rastro de besos que iba dejando en mi pecho hasta los pezones. ―Dios ―dije entre gemidos cuando atrapó juguetonamente mi pezón entre sus dientes. Se rio, su mirada líquida se encontró con la mía. Estaba quemándome. ―¿Te gusta eso? ―Sí. Sí, por favor. Mordisqueó mi otro pecho. ―Nunca creí que fueras del tipo que ruegan. ―Nunca creí que fueras de los que se burlan. ―Traté de bajar sus pantalones―. Te deseo Ren. ―Me tienes. Se me cortó la respiración, mi pecho se expandió con una inhalación. ―Pruébalo. Ren dejó salir un aliento entrecortado, luego abrió su boca sobre la mía, besándome con un hambre que no sabía que existiera, el tipo de beso que borraba todos los anteriores y que ninguno en el futuro podría remplazar. Vaya. Definitivamente me lo estaba probando. Finalmente le pude bajar los pantalones. Me ayudó apartando su mano y cerniéndose sobre mí, se quitó los pantalones y los ajustados bóxers negros. Completamente desnudo, era impresionante. No había una gota de grasa en su cuerpo, pero su piel estaba lejos de ser perfecta. Como la mía, tenía pequeñas cicatrices por todo su cuerpo, cicatrices de las sesiones de entrenamiento en que se cometían errores y heridas de batalla que nunca se borraron. ―Eres hermoso ―le dije. Y lo decía en serio. Su sonrisa se volvió arrogante y sus mejillas se sonrojaron―. Estás sonrojándote, Renald.

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—Ah, si me llamas así otra vez, te pondré sobre una rodilla y te daré unos cuantos azotes —advirtió. Cuando me mordí el labio, entrecerró los ojos—. Creo que te gustaría. Quizá, pero no estaba pensando en eso cuando rodeó con su mano la base de su erección. Mi boca se secó y el área entre mis muslos pulsó, lo vi acariciarse desde la base hasta la punta. Cerré los muslos, retorciéndome en la cama. Nunca había mirado a un hombre hacer esto, y había algo completamente erótico en ese acto. Mi piel se sonrojó y mi respiración se aceleró. ―Quítate las bragas ―ordenó. Normalmente, seguir órdenes de un tipo era la cosa menos atractiva del mundo, pero la forma en que lo dijo hizo que quisiera arrugar la nariz para que mi ropa interior desapareciera. Inclinándome hacia atrás, levanté mis caderas y deslicé el delgado trozo de tela hacia abajo por mis muslos. Aterrizó en el suelo. Su mirada se deslizó sobre mí en un lento escrutinio que incendió mi piel. ―Déjame ver. Mi instinto me dijo lo que quería, y el rubor se profundizó mientras obedecía una vez más, separando las piernas. Su mirada bajó y su mano se apoderó otra vez de su erección. ―Eso es hermoso. El aire estaba tan cargado de tensión que creí que explotaría, y estaría muy frustrada si sucedía antes de que él estuviera en la cama conmigo, pero no tuve que esperar mucho. Colocó una rodilla en la cama, por el lado externo de mi muslo, aún acariciándose mientras me tocaba entre los muslos. ―Por favor, dime que tienes un condón ―dijo mientras deslizaba un dedo dentro de mí. Jadeé, arqueando la espalda. ―No. No tengo ninguno. No los he necesitado. ―Mierda. ―Añadió otro dedo lentamente. —¿Tú no tienes? ―No vine aquí esperando que esto sucediera. Sería un idiota. ―Me lanzó una sonrisa―. No tenemos que… ―Tomo la píldora ―dije rápidamente―. La he tomado desde los diecisiete. La tomo todos los días.

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Sus ojos verdes se clavaron en mí con una mirada derretida. ―Estoy limpio. Le creía. Y la verdad, después de lo que había hecho esta mañana, era un poco tarde para preocuparme por eso, pero en verdad le creía. Confiaba en él. ―¿Por favor? ―Dios. ―Cerró los ojos brevemente―. Ivy, no tienes que rogarme. Ya estoy ahí. Mi estómago se ahuecó cuando se inclinó y colocó esas manos traviesas junto a mi cabeza bajando para acomodarse entre mis piernas. Mirándolo, era perfecto. Volvió su atención a mi cuerpo, mordiendo y lamiendo, explorando cada centímetro de mi cuerpo como si intentara memorizarlo con la boca. Yo estaba completamente a favor. Me arqueé contra él, dolorida y palpitando, tenía el control absoluto de mi cuerpo. Un poderoso deseo me consumió, y mientras volvía a poner su boca sobre la mía, lo sentí deslizarse para alcanzar mi humedad. Se levantó, mirándome de una forma salvaje y embriagadora que reflejaba todo lo que sentía. Cambiando su peso a los brazos, movió sus caderas hacia adelante. Jadeé, hundiendo mis uñas en sus brazos. ―¿Estás bien? ―preguntó, sus ojos buscaron en los míos. Asentí. ―Estoy bien. Sólo que no he… ―Lo sé. ―Me besó suavemente―. Lo sé, Ivy. Me apreté contra él mientras se hundía en mi interior, tomándose su tiempo aunque su cuerpo temblaba, siendo increíblemente cuidadoso. Las lágrimas picaban en mis ojos y parpadeé para alejarlas. Esta era como mi primera vez… realmente era la segunda, pero esto… esto era hermoso porque era mi primera vez con Ren. El exquisito sentimiento al ver la forma en que me penetraba tan cuidadosamente me consumió. Entonces estuvo adentro, por completo, y la presión hizo que mi cuerpo volviera a la vida. Sus ojos brillaban como esmeraldas. Me moví elevando mis caderas, ambos gemimos.

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―Eso es ―dijo con voz ronca—. Dios, estás tan apretada, tan malditamente perfecta. Escuchar eso fue tremendamente erótico y quizá después me avergonzara un poco, pero justo ahora todo lo que quería era sentir más… sentirlo todo. Al principio me dejó marcar el ritmo, permitiendo que me moviera debajo de él mientras besaba sus mejillas, su garganta y seguía el hilo de cuero de su collar besando el trébol envuelto antes de moverme a cada uno de sus pezones. —Estás volviéndome loco —gruñó contra mi sien—. Tengo que ir más profundo, más duro. Y lo hizo. Su moderación se rompió y comenzó a empujar más profundo, más duro, justo como prometió. Nunca me sentí tan llena, tan fuera de control mientras sus caderas golpeaban. Cada zambullida subía la intensidad hasta que se convirtió en un ritmo febril. El único sonido en la habitación eran nuestra respiración y la música de nuestra carne golpeando. Envolviendo mis piernas entre sus pantorrillas, lo tomé hasta la empuñadura y casi perdí el control. Mi cabeza se movía sobre la almohada, se movía de felicidad, y esto… oh Dios, esto era algo más que dos personas unidas experimentando un orgasmo. No había duda. Se movió más rápido, moliendo sus caderas contra mí, tomó mi barbilla con una mano para llevar mi boca a la suya un segundo antes de que la tensión fuera liberada. Sus labios ahogaron mi grito. La liberación fue un momento increíble, tan demoledor como sanador. Los espasmos sacudieron mi cuerpo mientras me estremecía enredada en él, elevándome cuando las olas de placer me atravesaban. Se arrodilló y acunó mis caderas golpeando más fuerte, aumentando la multitud de sensaciones. Por un momento, lo único que pude hacer fue mirar los músculos de su abdomen contrayéndose y relajándose y su pecho tenso mientras me tomaba, entonces dejé ir la cabeza hacia atrás. Me mordí el labio hasta que probé sangre. Era demasiado, como ser impulsado al cielo por un turbo. Empujó una vez más, dos, deslizó un brazo por mi cintura y me levantó para unir nuestros cuerpos mientras se corría, su enorme cuerpo temblaba contra mí, dentro de mí. Mis brazos cayeron a los lados, flácidos e inútiles. Por largo rato, no se movió. Su cabeza estaba enterrada en el hueco de mi cuello y podía sentir su corazón latiendo contra mi brazo. Una fina capa de sudor nos cubría y no me importó. Levantando la cabeza mordisqueó mi hombro, riéndose cuando lloriqueé. ―¿Estás bien? ―Besó mi barbilla, luego mi mejilla.

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―Perfecta. Besó mi sien y luego el espacio entre mis cejas. ―Eso fue asombroso. Honestamente. Siendo tremendamente honesto. Una lenta sonrisa satisfecha tiró de mis labios. ―Lo fue. Tú…tú en verdad eres perverso. Su mirada se deslizó sobre mi rostro. ―No tienes idea. ―Saliendo cuidadosamente de mí, frunció el ceño cuando parpadeé―. ¿Seguro que estás bien? ―Sí. ―Obligué a mi brazo a subir para acariciar su mejilla—. Hombre, soy como una virgen renacida. Es probable que mi himen haya crecido otra vez, pero estoy bien. Ren echó la cabeza atrás y rio. ―No sé si es posible, pero sí sé que probé el cielo por un rato. ―Reí otra vez―. Mírate. Tus mejillas están hermosas y sonrojadas. ―Rodando hacia un lado, me atrajo hacia él―. Eres malditamente hermosa. ―Cállate.

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―Eres tan linda como… ―Si dices un personaje de Disney, te echaré de esta cama. Tirando una pierna sobre la mía, enterró la cabeza bajo mi barbilla, besando mi cuello. ―No iré a ningún lado. Tendrás que arrancarme de entre tus hermosos muslos. ―Oh mi Dios. ―Historia verdadera. Yacimos en los brazos del otro por lo que se sintió una eternidad, hablando de nada importante. No hubo pensamientos del pasado ni del futuro, y por primera vez en mucho tiempo, estaba en el momento adecuado y no quería estar en ningún otro lugar. *** Ren me despertó la mañana del miércoles como lo había hecho la mañana anterior, su boca caliente e insistente en mi pecho, sus dedos bailando entre mis piernas. Me desperté en una neblina completamente sensual, entrelazando mis dedos en su cabello. Sabía exactamente cómo tocarme para llevarme al borde del control, como si lo hubiera estado haciendo por años.

Bajó su boca a la mía. ―Dioses, eres una persona madrugadora, ¿verdad? Usando la rodilla, separó mis muslos y lo sentí deslizarse dentro de mí. ―Sólo cuando tengo a una chica hermosa enredada conmigo. Mi espalda se arqueó cuando empujó hasta el fondo. ―¿Cualquier chica? ―Nah, no cualquier chica. ―Puso los brazos a cada lado de mi cabeza y cambió su peso mientras mecía lentamente sus caderas―. Sólo tú. ―Es lo más dulce que has dicho. ―Pasé las manos por sus fuertes bíceps, abarcándolos. Sus labios rozan los míos. —Es verdad, y voy a probarlo. Y lo hizo con cada estocada de sus caderas y cada beso, su enorme cuerpo cubría el mío y se mecía dentro de mí. No hubo palabras durante horas en la mañana, el mundo no existió fuera de esa cama. Mis gemidos y esos sexys sonidos profundos suyos llenaron el espacio. Mi corazón golpeaba agitado expandiendo sus alas por todo el pecho y el estómago. Cuando me corrí, presioné mi boca en su pecho amortiguando el grito, una liberación explosiva me asaltó. Un rayo atravesó mis venas cuando Ren salió de mí. Atrapándome en sus brazos, se sentó y me arrastró a su regazo. Mis rodillas rozaban el edredón cuando levantó mis caderas, empalándome una vez más. Esta posición era algo nuevo y prolongó mi orgasmo, desencadenando terremotos profundos en mi interior cuando movía mis caderas contra las suyas. Su estocada era rotunda, y cuando se corrió, nos selló juntos, con las manos presionadas contra mi espalda y mi mejilla en su hombro. Ninguno de los dos se movió por un rato. Estábamos cansados y sin aliento, y no quería que pasara el siguiente minuto ni hora. Quería quedarme aquí, así, tanto como pudiera. Pero entonces mi estómago gruñó. Ren se rio bajando la cabeza. ―Alguien está hambrienta. ―Tomó mi mejilla y levantó mi rostro―. ¿Sabes qué? ―Besó la punta de mi nariz. Sonreí sintiéndome absolutamente débil. ―¿Qué?

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―Me ganaste con un beso ―dijo, y mi pecho se apretó con la presión más exquisita―. Sólo quería que supieras eso. La emoción se quedó atrapada en mi garganta y cuando hablé, mi voz era ronca. ―Está bien. Apareció una sonrisa torcida y me besó suavemente. ―Quédate aquí, ¿de acuerdo? Asentí, y cuando Ren se retiró de la cama, me tiré contra la almohada y cerré los ojos extendiendo los brazos y las piernas. Una tonta y gran sonrisa se pintó en mis labios. Algunas partes de mi cuerpo estaban adoloridas de formas deliciosas, y no podía recordar estar tan relajada alguna vez. Había pasado una semana… Un repentino grito llegó desde la cocina seguido por el ruido de algo que se caía. Me senté de inmediato. Con el corazón a galope lancé las piernas fuera de la cama tomando la camiseta de Ren. Me la puse a toda prisa, cayó justo por encima de las rodillas. Cogí mi estaca y salí corriendo por el pasillo. Me paré en seco en la entrada de la cocina. Santos granos tostados. Mi post-coito me había estropeado la mente y había olvidado a mi muy especial compañero. Ren estaba junto al mostrador, con un cuchillo de cocina sobre la garganta del brownie y su gran mano envolvía la cintura de Tink. Un tazón se había caído al suelo esparciendo partículas marrones como si fuera una escena de asesinato con cereal. ¡Oh mierda! Los ojos desorbitados de Tink se encontraron con los míos, tenía la cabeza de lado para evitar el cuchillo. ―No estaba haciendo nada. ―Estabas en su cocina ―rugió Ren enojado y con los ojos peligrosamente brillantes―. Comiéndote su cereal. ¿Qué mierda es eso? ―¿Uh…? ―No era posible que Ren estuviera reclamando por el cereal. ―¡Siempre como de su cereal! ―dijo Tink liberando sus bracitos—. ¡Y estás desnudo! ¡Estás completamente desnudo! Ren estaba desnudo. Mi mirada cayó sobre su trasero, buen Dios y Mamma Mía, tenía un buen trasero. Nalgas bien proporcionadas y firmes…

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El temor por la vida de Tink me hizo salir a flote. ―¿Qué estás haciendo, Ren? Me lanzó una mirada dubitativa. ―Iba a hacer el desayuno, pero me encontré a este pequeño monstruo en la cocina. Tink torció los labios. ―¿Ibas a hacer su desayuno así, desnudo? ¿Tirar la basura y todo eso? El agarre de Ren sobre su abdomen se apretó y el brownie chilló como un juguete de bebé. El desayuno y todo eso era muy tierno y Ren desnudo en la cocina era muy sexy, pero necesitaba que se calmara. ―De acuerdo. ―Puse la estaca sobre la mesa y me acerqué, pasando los dedos por el cabello―. Te lo voy a explicar, Ren, pero tienes que dejarlo ir. ―Escucha a la mujer ―dijo Tink―. Déjame ir. La mirada de Ren voló del brownie a mí. ―¿Quieres que suelte a esta cosa? ―Es mi cosa, bueno, no es una “cosa” es un brownie y está bien. No va a hacer nada. Lo juro. ―Caminando hacia Ren, ignoré la manera en que Tink nos miraba―. Por favor. ―Es un brownie, Ivy. ¿Qué demonios está haciendo aquí? ―Volvió su mirada a Tink y el brownie palideció con el filo del cuchillo todavía en su garganta—. ¿Y qué quieres decir con que es tuyo? Entro en la cocina y lo veo con un tazón de Frosted Flakes como si fuera una rata que camina y habla. ―¡No soy una rata! Soy un brownie y estoy malditamente orgulloso de eso, tú… grandote… ―Tink ―advertí, entonces envolví mi dedos en la muñeca de Ren. Su mirada color esmeralda se encontró con la mía. Mi corazón golpeaba contra las costillas. Tan molesta como estaba con Tink, si algo le pasara... ―¿Su nombre es Tink? Asentí. ―Bueno, así es como lo llamo. ―¿Estoy drogado? Tengo que estar drogado. ―Miró hacia abajo y frunció el ceño―. ¿Está usando un pantalón de muñeca? ―¿Qué te importa? ―dijo Tink desafiante.

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Las cejas de Ren volaron. Dios, así no era como quería que Ren supiera de Tink. Respiré profundo y traté de nuevo. ―Lo siento. Debí advertirte… ―Deberías haberme advertido a mí ―murmuró Tink agriamente―. Yo soy el único que tuvo que ver sus pelotas por toda la cocina… ―¡Tink! ―Me enfurecí y lo miré advirtiéndole que estaba a segundos de que Ren sacara lo peor de sí―. De acuerdo. Puedo explicártelo, pero tienes que dejarlo ir y eh... ponerte unos pantalones. ―Estoy de acuerdo con eso ―dijo el brownie por lo bajo. Oh Dios mío, Tink tenía deseos de morir. ―Por favor, Ren. Tink no es malo. Los brownies no son malos. Puedo explicarlo todo. Por favor, déjame explicarte. Por un momento, dudé que Ren fuera a escuchar, pero luego bajó el cuchillo, golpeando el extremo del mostrador junto a Tink. El cuchillo vibró por el impacto y Tink voló por todo el mostrador subiéndose hasta la lámpara de techo. Esta se columpiaba mientras él se asomaba por el borde. Levantó una mano y enseñó el dedo medio. Suspiré. Ren se volvió hacia a mí en total desacuerdo y salió de la cocina mirándome desconfiado. Mentiría si dijera que no me distraje con ese culo. ―Tuviste algo anoche ―dijo Tink desde su pedestal―. Desvergonzada. Subí la cabeza para mirarlo. ―¿Qué estabas pensando? Tenías que saber que estaba aquí. ―Oh. ¡Lo sabía! Los escuché ―me respondió gritando y mis mejillas ardieron―. No pensé que se quedaría toda la noche. ¡Las aventuras de una noche no se quedan! ―¡No fue una aventura de una noche, imbécil! ―gritó Ren desde el pasillo. Mi corazón saltó de felicidad, pero luego Tink bajó la voz. ―¿Él? ¿De verdad? Decides desempolvar las telarañas, ¿con él? ―No pasa nada con él, pequeño tonto. Tink estaba boquiabierto.

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―¿Yo soy el imbécil? Me maltrató. ¡Y estaba desnudo! Salí de la cocina moviendo la cabeza. ―Bájate de ahí. Tengo que hablar con él. El brownie murmuró algo por lo bajo, pero lo ignoré mientras me iba a mi cuarto, justo a tiempo para ver a eso maravilloso desaparecer en sus vaqueros. Ren me enfrentó mientras se subía la cremallera. ―Realmente no sé qué decir ―dijo. ―Yo… yo tampoco, para ser honesta. ―Me acerqué a mi armario y abrí el cajón para tomar unos pantalones cortos—. Nadie sabe de él. Ni siquiera Val. Una sombra pasó por su rostro. ―Es una criatura del Otherworld, Ivy. ―Lo sé. ―Me puse los pantalones cortos de algodón y tomé una camisa con sujetador incorporado. Me volteé, estirando la camiseta y rápidamente la ajusté. Le hice frente y vi que todavía no se había abrochado los pantalones. Los músculos cerca de sus caderas me distraían extraordinariamente—. No le he contado a nadie sobre él, tal vez un día te lo hubiera dicho, pero... es un brownie y sé que gente como nosotros lo juzgaría sólo por eso y nada más. Ren pasó la mano a través del cabello intentando domar las ondas y rizos. ―¿Entonces cómo vamos a juzgarlos? Recogí la chaqueta de la silla y me la puse. Lo único que esperaba era que Ren no le contara a nadie sobre Tink. Sólo la esperanza parecía una tontería. ―No lo sé. ¿Tal vez entender que no todas las criaturas del Otherworld son como las hadas? ―Me miró como si me acabara de salir una tercera teta―. ¿Tal vez debería empezar por el principio? ―Cuando no respondió, me senté en el borde de la silla―. Lo encontré hace un par de años, en el cementerio de St. Louis. Se hirió gravemente. Su ala y pierna estaban rotas, y no sé por qué no acabé con él como sabía que debía, pero nunca había visto un brownie antes. Pensé que algunos de ellos vivían en nuestro mundo. No pude matarlo. Sé que es una debilidad, pero… ―No es una debilidad, Ivy. Ojalá supiera todo lo que desató en mi pecho. ―No fui capaz de hacerlo, tampoco podía dejarlo ahí, así que lo traje a casa y lo curé. Desde ese momento ha estado conmigo, y nunca ha hecho algo que me ponga en peligro o pueda lastimarme. Bueno, a veces muerde. ―Fruncí el ceño sacudiendo la cabeza―. Creo que es una cosa rara de los brownies.

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―¿Tienes alguna idea de lo poderoso que puede ser un brownie? ―preguntó mientras miraba la puerta abierta. Dio un paso hacia mí―. ¿Tienes una idea de lo que está viviendo en tu casa? Tink era poderoso indagando mis contraseñas y ordenando cosas en Amazon, pero aparte de eso, creo que le tocó el palito corto cuando repartieron los poderes útiles. ―Es muy bueno para limpiar la casa ―le dije sin mucha convicción. Ren se me quedó mirando. ―Así que, básicamente, ¿tienes un brownie de mascota? Gracias a Dios que Tink no estaba oyendo. ―No necesariamente lo llamaría una mascota. ―Era más caro que una mascota. ―Entonces, ¿cómo lo llamarías? Me encogí de hombros. ―Lo llamo… Tink ―Me concentré en jugar con los extremos de mi chaqueta, luego lo miré―. Es mi amigo. ―Y yo la protejo ―dijo Tink desde el pasillo. Estaba mirando, escondido en el marco de la puerta. ―Yo no iría tan lejos ―le dije secamente. Ren bajó la cabeza para fijar su mirada en el brownie. ―¿Protegerla de qué? Tink estaba en modo rebelde, entró a la habitación en silencio caminando hasta donde yo estaba. Terminó agarrado de la pata de mi silla, con la mitad del cuerpo oculta detrás de mi pierna. ―Los brownies odian a las hadas, Ren. ―Ahora me dedicaba a jugar con los botones de la chaqueta―. No son el enemigo. ―¿Es cierto? ―murmuró Ren mirando al brownie. Tink levantó la barbilla desafiante... detrás de mi pierna. ―Mataron a toda mi familia. No hay nada que odie más que a las hadas. ―Los brownies son los que han estado destruyendo todas las puertas del interior del Otherworld. Han hecho más de lo que ha logrado la Orden tratándose de las puertas, y ninguno de nosotros lo sabía ―expliqué con calma—. Es así como sé que las puertas están destruidas. Merle no me contó.

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Las cejas de Ren se levantaron. ―¿Fue él? Tink me miró. ―¡Oh! ¿Ahora está bien mentir? ―Cállate, Tink ―dije furiosa. Ren se sentó en el borde de la cama descansando los codos sobre las rodillas y mirando detenidamente al brownie. Me sentí aliviada al ver que ya no parecía querer asesinarlo, pero la cautela estaba grabada en sus rasgos―. No podía decirte quién me lo dijo. Si lo hubiera hecho, habría tenido que contarte sobre Tink. Aunque a veces también quiera sacarlo a patadas de la habitación... ―Uh ―murmuró Tink—, yo también te quiero. Lo ignoré y respiré profundamente. ―Lo protegeré con mi vida. ―La cabeza de Ren se levantó y su mirada cristalina se encontró con la mía. Sus labios se separaron para decir algo, pero mantuve mi posición―. Por favor. No le digas a nadie. Fue un momento tenso. ―Bueno, al menos no es una serpiente, porque eso sí sería un poco raro. Y creo que hay personas que tienen compañeros más molestos. Pero voy a serte honesto. No confío en esa mierda, pero respeto tu decisión. ―Bueno, yo tampoco confío en ti, así que a-la-mierda ―respondió Tink con una sonrisa pícara mientras salía de detrás de la pata. Tomando una bufanda de la silla se la arrojé encima. La atrapó, apretándola contra su pecho mientras volaba en círculos. ―Le diste a Tink una bufanda. ¡Tink es libre! ―Voló hacia el pasillo como una pequeña hada gritona― ¡Tink es libreeeeee! Ren me miró. ―¿Qué coño fue eso? Suspiré. ―Está obsesionado con Harry Potter. Lo siento. Tink regresó a la habitación, sosteniendo la bufanda en su pecho desnudo. ―No hay ninguna razón para pedir disculpas cuando se trata de Harry Potter. ―¿Recuerdas lo que le pasó a Dobby? ―le dije.

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―Mierda. ―Los ojos de Tink se ensancharon y dejó caer la bufanda―. Al diablo. Tengo hambre. Alguien, sin mencionar nombres, arruinó mi desayuno. Así que estaré en la cocina. ―Se detuvo y miró a Ren―. Te estaré vigilando, amigo. Ren levantó una ceja. Una vez que oí los tazones sonando por toda la cocina, me centré en Ren. ―¿Estás de acuerdo con esto? Porque necesito saber si no lo estás. Se levantó. ―¿Honestamente? Creo que estoy aturdido. ―Caminó hacia mí, levantó la bufanda caída del suelo y se arrodilló delante de la silla—. Tienes a un brownie viviendo contigo. Nunca había visto a un brownie. ―No le dije lo que eres ―susurré―. ¿La Elite y todo eso? Y no creo que lo sepa. Me lanzó una media sonrisa mirando hacia la puerta. ―Gracias por eso. Dios, en realidad, tengo tantas preguntas que quiero hacerle al pequeño idiota. Bueno, lo siento, yo… ―No lo sientas. Lo es. Está orgulloso de serlo. ―Sonreí un poco―. Podrá responder a tus preguntas. Le gusta hablar, especialmente sobre sí mismo. Ren se rio por lo bajo y puso la bufanda en el brazo de la silla. —Un maldito brownie. Jesús. No esperaba eso. No sabía qué decir, así que no dije nada. Sus cejas se fruncieron, parecía que iba a decir que algo pero sacudió la cabeza. ―Sabes ―dijo después de unos momentos―, hoy quería hacer, bueno, lo que nos queda de hoy quería hacer algo especial para ti. Pensé en hacerte el desayuno y tal vez ir a alguna parte. No sé, a cualquier lugar. Mientras hablaba, mis ojos se ampliaron y mi corazón se apretó como si lo hubieran puesto en un triturador. ―Esta noche va a ser dura y quiero que pases un día feliz. ―Un rubor se deslizó por sus mejillas―. Suena estúpido pero… ―No. No es estúpido. ―Me arrastré hacia adelante para poner las manos a cada lado su rostro, la barba de un día me cosquilleó en las palmas―. Suena como un plan brillante. Volvió la cabeza para dejar un beso en una palma y luego en la otra. ―¿Todavía quieres?

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―Definitivamente. Y si haces el desayuno y dejas algo para Tink, estará muy dispuesto a darte cualquier información ―le aconsejé. Ren reclinó la cabeza contra mi palma, meciéndola suavemente. Parte de mí estaba preocupada por lo que pensaba con respecto a Tink, pero confiaba en que no diría nada. Esto sólo resultaría si... si se quedaba. Aceptaría a Tink y tal vez incluso acabaría queriéndolo. Lo último era una apuesta arriesgada, pero se había portado mejor de lo que esperaba y estaba agradecida por eso. —Vamos a hacerlo entonces. Lo dejé sacarme de la silla y llevarme de la mano por el pasillo. Mientras lo seguía, un inesperado frío serpenteó por mi espina dorsal. Mirando hacia atrás al dormitorio, a la cama arrugada y a la ropa esparcida por el suelo, lo único que podía esperar era que hoy no fuera mi último día feliz, y que pudiera tener muchos más. Esperaba que Ren y yo pudiéramos tener un mañana.

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Capítulo 21 I

ncreíblemente, hizo el desayuno y los tres nos las arreglamos para comer la tortilla de huevo sin que tratara de matar a Tink ni una vez. Yo estaba de alguna manera sorprendida. Tink había contestado las preguntas de Ren sobre las puertas y lo que los brownies habían estado haciendo en el Otherworld, pero Ren no fue más allá. Me di cuenta de que quería, pero por alguna razón se contuvo. Después nos duchamos, por separado, me hubiera sentido rara sabiendo que Tink era consciente de lo que habíamos hecho la noche anterior... y esta mañana. Ren y yo pasamos la mayor parte del día caminando por el Mississippi, haciendo de turistas. Me salté las clases de nuevo sabiendo que pasaría un infierno para ponerme al día, pero estaba apostándolo todo al aquí y ahora. No iba a estresarme por lo que vendría mañana. Aunque no era la primera vez que había estado en una cita, fue tierna y divertida, tan diferente, que me sentía como si nunca hubiera hecho esto. Por mi conversación ociosa, Ren descubrió que a Tink le encantaba el pan, la razón de mis viajes nocturnos en busca de buñuelos. ―Realmente te preocupas por él ―dijo asombrado. Me golpeó el hecho. Debí darme cuenta cuando no lo convertí en un pincho de carne en el momento en que me enteré de que no había sido sincero conmigo. O cuando amenacé a Ren de que lo protegería. El día pasó muy rápido y llegó el momento en que cada quién se prepararía para la noche en lugares separados. Nubes de tormenta comenzaban a avanzar de nuevo. Llamé a un taxi, Ren me tiró contra su pecho y me besó profunda y escandalosamente en la acera de la calle Canal. Ese beso fue como despertar al sol. Estuve caliente e incómoda durante todo el viaje de vuelta a mi apartamento.

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Vestirse esta noche se sentía extraño. Me abotoné el desgastado pantalón de camuflaje sintiendo lo surrealista de la situación. Lo mismo cuando me até la daga de espino en el interior del antebrazo y bajé la manga de la camisa para cubrirla. Cuando recordaba todo lo que pasó con Ren, seguía definitivamente sumergida bajo el agua. No estaba sola, Ren estaba conmigo. Nunca pensé que tendría un día como hoy. Que hubiera conseguido experimentar esa clase de felicidad nacida de un compañerismo, de estar con alguien que tú apreciabas y te apreciaba. Y estar con Ren me hacía sentir hermosa. Después de Shaun, sinceramente, no había esperado sentirme así otra vez. Tampoco creía merecer este tipo de fortuna. Hoy fue como tomar la primera bocanada profunda de primavera. Todas las cosas simples que compartimos no tenían precio. Yo... estaba viva, realmente viva por primera vez en casi cuatro años. Viendo mi reflejo, no dejé que mi mente vagara muy lejos en el futuro. Estaba tomando esto un minuto a la vez, literalmente. Levanté los rizos y torcí los extremos largos en un moño que aseguré con un broche. Un trueno retumbó en la distancia. Inspiré profundamente dejando salir el aire despacio. Estaba lista para esta noche. ―No vayas. Me sobresalté al oír a Tink. Estaba asomado por la puerta abierta del baño. ―¿Qué? ―No vayas esta noche ―repitió. Fruncí los labios. ―Tengo que ir. Es mi… ―Sé que es tu trabajo, pero... no vayas. No necesitas ir allí ―insistió―. No tienes que estar ahí. La inquietud se acurrucó en mi pecho como una serpiente. Tink nunca me había pedido que no saliera y cazara, ni una vez. Sin embargo, esta noche era diferente. No estaríamos cazando hadas. Ellas vendrían a nosotros. Negué con brusquedad. ―Tengo que hacerlo, Tink. Es mi trabajo. Tú lo sabes. Me pareció que iba a decir algo más, pero cerró la boca y sus alas cayeron cuando lo rodeé para salir. Me siguió hasta la puerta principal, no dijo nada mientras yo recogía las llaves y el teléfono móvil.

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Aterrizó sobre la mesita en la que yo normalmente apilaba las cajas de Amazon. ―¿Ivy? ―¿Sí? Sus pálidos ojos azules estaban muy abiertos y solemnes. ―Por favor, se cuidadosa, porque hay... habrá cosas peores que la muerte si esa puerta se abre. *** Las palabras de despedida de Tink me persiguieron a lo largo de la calle Royal. No era exactamente lo que quería pensar al esquivar a los turistas atrapados por la lluvia. Casi perdí un ojo un par de veces cuando los extremos afilados de los paraguas se levantaban a mi lado, parecía algo personal. Cuando la casa de ladrillo de la calle Royal se hizo visible a través de la llovizna, vi a Dylan parado afuera, en el balcón. Pensé en la forma en que David lo había observado al salir de la reunión la tarde del martes. ¿Creían que Dylan era el traidor? No lo conocía muy bien, pero siempre me había parecido un buen tipo. Por otra parte, ¿qué sabía yo? A pesar de que los miembros eran como familia para mí, eran más como primos lejanos que veía en los días festivos. Había un montón a los que no conocía bien. Dylan asintió cuando mi mirada se cruzó con la suya. La puerta no estaba cerrada con llave. En el instante en que entré al vestíbulo fue como si me hubiera transportado en el tiempo. Un tiempo en que la naftalina estaba de moda en los hogares y los muebles eran como los que encontrarías en la película Orgullo y Prejuicio. Un antiguo diván y un sofá estaban en el centro de la sala frente a una chimenea. Realmente esperaba que no estuviera en uso, estaba en ruinas. Había un arco que conducía a lo que supuse era la cocina. Podía oír a algunos miembros hablando allí. Me volví hacia la empinada y estrecha escalera. David estaba parado en la parte superior con los brazos cruzados sobre el pecho mientras hablaba con Ren. Mis sentidos se movieron como cuerdas de marioneta. Bailaron y saltaron en el momento en que lo vi. Es mío. Esas fueron las palabras que cruzaron por mi mente y las puntas de mis orejas comenzaron a arder. Pero era cierto. Mientras subía la escalera lentamente, supe más allá de toda duda que era mío.

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Ren se volvió cuando llegué a la parte superior, su boca se inclinó hacia arriba revelando el hoyuelo derecho. No sabía cómo actuar delante de David, así que me detuve a una buena distancia. David me miró con su típica cara enojada mientras nos evaluábamos el uno al otro. ―Asegúrate de bajar de nuevo por esas escaleras, Ivy. Sorprendida, tartamudeé. ―T… tú también. Vi al líder de la Orden caminar hacia un cuarto a la izquierda de la escalera. ―Creo que le gusto. Muy en el fondo, creo que sí. ―Sí. ―Tocó la curva de mi espalda ligeramente―. ¿A quién no? ―A una gran cantidad de gente. ―No lo creo ―respondió―. Eres malditamente simpática. Le sonreí cuando lo que realmente quería hacer era pararme de puntillas y darle uno. Era divertido pensar que hace un mes darle uno significaba golpearlo, no besarlo. Sonreí. Mi modus operandi estaba cambiando. Ren dio un paso más cerca. ―¿Por qué estás haciendo muecas? ―Por nada. ―Mi mueca se extendió hasta convertirse en una sonrisa abierta. Su mirada deambuló por mi rostro. ―Dios, eres hermosa cuando estás seria. Pero ¿cuándo estás sonriendo?, eres jodidamente impresionante. Me sonrojé ante el cumplido y fui consciente de que los miembros de la Orden que estaban en el segundo piso nos miraban de reojo, pero yo quería decirle algo a Ren sólo en caso... en caso de que no tuviéramos oportunidad más tarde. Mirando hacia arriba, me encontré con el brillo de sus ojos verdes. ―Gracias por hoy. Fue... maravilloso. ―No tienes que darme las gracias ―dijo en voz baja. ―Sí. Ha sido mi día favorito desde, bueno, desde siempre. ―El calor había viajado desde las puntas de las orejas hasta mi cara―. Sólo quería que supieras eso. ―Sonrió mostrando ambos hoyuelos y decidí que era el momento de cambiar el tema de conversación antes de que me perdiera en esa sonrisa y terminara haciendo algo tonto―. Así que, ¿dónde está la puerta de entrada?

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Ren miró hacia la puerta que estaba al final del pasillo. ―Está en el dormitorio principal. ¿Quieres revisarla? Asentí. Lo seguí a través del pasillo a una gran habitación que estaba vacía. Imaginé que alguna vez en el pasado, en su apogeo, probablemente tuviera una cama con dosel de cuatro postes y hermosos muebles hechos a mano, pero ahora sus pisos descubiertos estaban llenos de polvo y la chimenea fría. Empecé a preguntarme dónde estaba la puerta cuando Miles se movió para contestar algo que Rachel Adams le había preguntado, fue cuando la vi. Parecía la puerta de un armario o tal vez de otra habitación, no estaba segura, pero no había duda de que no era una puerta normal. La delataba una intensa luz azul que brillaba entre las grietas y alrededor de la puerta. Y también las numerosas cerraduras en su exterior. Porque en serio, ¿quien ponía cerraduras en las puertas de adentro de su casa? Y si nada de eso parecía obvio, quedaba el hecho de que la puerta estaba temblando y haciendo ruidos, como si algo del otro lado estuviera tratando de pasar. Y era porque algo estaba tratando de pasar. Santa mierda. Era una legítima puerta al Otherworld. Parte de mí todavía no podía creerlo. Tan terrible como suena, estaba asombrada de estar en presencia de una. Di un paso más. ―¿Es... es siempre así? Miles respondió. ―Normalmente es tranquila, pero cuando se acerca el equinoccio o el solsticio, comienza la acción. ―Y ¿siempre ha estado aquí? ―Lo miré―. La puerta. ¿Estaba aquí antes de que la casa fuera construida? ―Me imagino que sí ―explicó él―. Antes de esta casa, no tengo idea de cómo se veía, pero habría estado en este lugar de todas maneras. Una vez que la casa fue construida, nuestros datos indican que la puerta apareció de repente en esta habitación. La gente nunca vivió mucho tiempo en esta casa. Obviamente. Antes de que la Orden descubriera la puerta y la cerrara, las hadas la habían utilizado para moverse entre los reinos. Entrar por la puerta de una casa donde vivían seres humanos tuvo que ser muy conveniente para las hadas.

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Vi entrar a Val en el cuarto, su camisa roja se destacaba poderosamente entre los tonos más oscuros que todos los demás estábamos usando. Caminó hacia mí, pero igual que yo, no dejaba de mirar la puerta. ―Es una locura ―dijo deteniéndose entre Ren y yo―. Es como un episodio de Ghost Adventures42 o algo así. Es decir, ¿te imaginas mudarte a esta hermosa casa de dos pisos y que venga incluida una puerta que brilla en azul y se sacude cuatro veces al año? Solté un bufido. Ren no parecía divertido mientras miraba a Val, pero ella estaba totalmente inconsciente de la frialdad que irradiaba. Fruncí el ceño sin saber de qué se trataba, pero este no era el momento para preguntarlo. En la planta baja, los miembros de la Orden estaban organizando la primera línea de defensa, por así decirlo. Su trabajo era aislar las escaleras, el nuestro consistía en proteger la puerta. Supuse que lo mismo estaba pasando en la iglesia, pero sabía que sería totalmente innecesario. Algo se me ocurrió entonces y me volví hacia Miles. ―¿Qué tan activa está la puerta de la iglesia? ¿Está como aquí? Frunció el ceño ante mi pregunta, pero asintió. Eso no tenía sentido. Si los brownies habían destruido esa puerta ¿por qué estaba igual? ¿O destruir la puerta no afectaba al espectáculo de luz que estaba sucediendo justo ahora? Tendría que preguntarle a Tink más tarde. ―No podemos permitir que un antiguo se acerque a la puerta ―estaba diciendo Miles, pero mi mirada estaba fija en la puerta. La luz se estaba profundizando a un color azul zafiro―. Si ven a alguno cerca, no lo hieran. Recuerden que su sangre abre las puertas. Háganlo retroceder. Hubo muchos asentimientos. A medida que el reloj avanzaba, la charla ociosa cesaba, y con excepción del traqueteo de la puerta, llegó un momento en que la habitación se volvió tan silenciosa que se podía oír el estornudo de una mosca. Pasó lo mismo abajo, hasta que David anunció que faltaban cinco para el equinoccio. Cada músculo de mi cuerpo se tensó preparándome para cualquier cosa. Bajé una mano para sacar la estaca de hierro de mi bota y sostenerla con fuerza. No iba a sacar la estaca de espino hasta que la necesitara. Ni una pequeña parte de mí

Ghost Adventures: Una serie de televisión norteamericana donde los protagonistas son tres parapsicólogos que buscan fenómenos paranormales en las casas. En español se llama Buscadores de Fantasmas. 42

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dudaba que ellos llegarían con toda su fuerza. Cuando faltaba un minuto, miré a Ren. Me estaba mirando. Enterré mi preocupación y mi miedo, los enterré tan profundamente que ya no sentí nada. Era la única manera de hacer el trabajo de esta noche sin acabar en una esquina tambaleándome. Ren me guiñó un ojo. Torcí los labios en una pequeña sonrisa. ―Es la hora ―anunció David. Contuve el aliento cuando me enfrenté a la puerta cerrada del dormitorio. Los segundos se volvieron minutos y nada pasó, los que estaban en la habitación comenzaron a moverse. La puerta aún seguía sacudiéndose como si un ejército quisiera salir. Intercambié una mirada rápida con Ren, la tensión en mi espalda comenzaba a ceder. Un grito se elevó desde la planta baja, repentino y violento, seguido por otros. Aferré la estaca con más fuerza. ― Están aquí ―susurró Val. Rachel caminó hacia la puerta, pero David la llamó. ―Quédate. Le lanzó una mirada con los ojos desorbitados mientras los gritos se convertían en alaridos. ―Pero ellos están... Hice una mueca. No terminó la frase, no era necesario. Mi respiración se volvió entrecortada cuando los gritos de la planta baja se convirtieron en gorgoteos repugnantes. ¿Cómo podíamos quedarnos parados así? Ren dio un primer paso. ―Espera ―le ordenó Miles detrás de nosotros. Sus hombros se tensaron, sabía que estaba teniendo tantos problemas como yo para quedarse parado aquí, pero luego los ruidos de la planta baja se detuvieron. No hubo nada más. Una tumba silenciosa. ¡Pum! Un fuerte golpe me hizo saltar a pesar de todo mi entrenamiento. Entonces la puerta que daba al pasillo se sacudió con otro golpe, y otro. Una grieta se formó en el centro. ―Eh, oigan... ―Me puse rígida. David dio un paso adelante.

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―Esto está apunto de… La puerta se astilló disparando grandes trozos de madera por el aire, y entonces varios cuerpos cayeron sobre el suelo de madera. Me quedé estupefacta. La sangre se estaba encharcando en el suelo, la sangre de pechos desgarrados que exhibían un amasijo de tejidos rosados y gelatinosos. Eran miembros de la Orden. Todos. Un rugido infernal nos ensordeció. Los escalofríos de terror se clavaron profundamente en mis músculos cuando muchas formas se volcaron en la habitación como una ola de muerte de la que nadie podría escapar. Hadas, una gran cantidad de hadas se apresuraron a través de la puerta ahora destrozada. Eran tantas, plateadas y fríamente hermosas con esos ojos azul pálido y sus miradas agudas. Había al menos veinte, tal vez más, probablemente más. Pero lo vi detrás de ellas, al antiguo que me disparó, y había otro que no reconocí. Por un momento me quedé inmóvil mientras Ren y los otros miembros de la Orden se precipitaban hacia adelante confundiéndose entre la multitud. Estacas de hierro brillaban y apuñalaban, algunas caían al suelo. Alaridos, gritos mezclados con el sonido de la tela rasgándose y los huesos rompiéndose. Querido Dios, las hadas estaban rompiendo cuellos como si fueran mondadientes. Capté un vistazo de Ren cuando atacaba a un hada, golpeando al pecho con la bota en un impresionante despliegue de brutalidad y gracia. Se volvió, moviéndose como un bailarín, clavando la estaca donde la bota había estado segundos antes. Nunca había visto algo como esto. El instinto finalmente me golpeó. La lucha estaba en mi sangre, en mi herencia. Cientos de años de valor de mis antepasados se levantaron en mi interior, ahuyentando el miedo helado que se había instalado en la boca de mi estómago. Me di la vuelta. El hada acechando a Rachel no me vio llegar, y empujé la estaca profundamente en su espalda. Un destello de luz me cegó por un segundo y luego giré de nuevo. Una hembra se lanzó sobre mí como un luchador profesional, pero bailé fuera de su alcance. Girando, pateé su espalda tumbándola sobre una rodilla. Me lancé para clavar la estaca y la piel y los músculos cedieron. Trémula sangre azul se extendió cubriendo mi mano. Me puse de pie de un salto. En ese momento me empujaron por detrás y me arrojaron al suelo, caí sobre el desastre que habían hecho con los miembros de la Orden de la planta baja. El hada cargó contra mí.

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―¡Ivy! ―gritó Ren. Me arrastré por el suelo rozando cosas húmedas y suaves, me tragué la náusea y me levanté. Hice una finta a la derecha, pero el hada era rápida, se lanzó hacia mí. Bloqueé el golpe y bajé la estaca. El hada se agachó y rápidamente saltó para llegar a mi lado. ―Estás a punto de morir ―me dijo. ―Típico cliché malo ―repliqué. Me incliné y barrí justo bajo sus pies. El hada cayó, y antes de que pudiera tomar represalias, me lancé sobre su culo al estilo Van Helsing. Salté para levantarme y caminé hacia Ren. Dos hadas lo tenían en la mira. Comprobé la puerta. El antiguo que me había disparado estaba acercándose furtivamente. Cambié de dirección y fui interceptada por un hada que reconocí del club. Roman. Él me sonrió. ―Hola. Lo miré. Por el rabillo del ojo también vi a Val corriendo con decisión, rodeó a Miles y al principio pensé que iba a ayudar a Ren, pero corrió más allá de él con la estaca agarrada firmemente en la mano derecha. Tenía que actuar. Pasando bajo el brazo de Roman, lo agarré por la espalda y me tiré al suelo arrastrándolo conmigo. Rodé y levanté las rodillas para plantarlas sobre su espalda, darle la vuelta y quitármelo de encima. Levantándome de un salto, hundí la estaca en su pecho mientras trataba de levantarse. ―¿Sabes qué? Fallaste. Roman se tambaleó hacia atrás, pero en lugar de la típica expresión de horror, sonrió antes de estallar en una explosión de luz. Me volví pensando llegar hasta Ren cuando vi que Val había alcanzado al antiguo que me había disparado. Estaba frente a Dylan que protegía la traqueteante puerta. Val le ayudaría, así que empecé a correr hacia Ren, pero entonces vi a Val agarrar el hombro del antiguo desde atrás. Extrañamente, él no hizo nada. Se quedó tranquilo cuando Val le inclinó la cabeza hacia atrás para exponer el cuello. Resbalé cuando quise detenerme, las botas se deslizaban sobre algo húmedo en lo que ahora no quería pensar.

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El tiempo pareció detenerse cuando Val trazó un amplio arco con la estaca. Dylan se tambaleó hacia delante, tratando de detenerla. ―¡Val! ―grité con el corazón en la boca. La sangre de un antiguo abría la puerta. Tenía que saberlo. El antiguo estaba demasiado cerca―. ¡No! No pareció oírme. Terminó de deslizar la estaca a lo largo de la garganta del antiguo y la sangre se derramó. Algunas gotas salpicaron el rostro de Dylan cuando Val soltó al antiguo. Aturdido, no se movió con suficiente rapidez para evitar que el antiguo levantara el brazo y lo golpeara para abrirse camino. El horror me impulsó hacia adelante, pero no podía moverme lo suficientemente rápido. No existía tiempo suficiente para detener lo que estaba a punto de suceder. Oí un grito resonando en mis oídos y vagamente me di cuenta de que venía de mí. El antiguo se tambaleó para avanzar y pasó una mano por su cuello ensangrentado, luego golpeó con el puño la tenebrosa puerta. Una luz azul brillante estalló detrás de la puerta, brillando a través de las grietas. El antiguo que me disparó cayó de rodillas delante de la puerta con los brazos extendidos. Un latido silencioso. Y entonces vino el estruendo. Una estampida sónica desde la puerta que me lanzó por los aires. Golpeé el suelo y el aire escapó de mis pulmones. Aturdida, me senté lentamente y vi que todo el mundo había sido derribado. Y el antiguo se había ido como si nunca hubiera estado allí, pero su huella ensangrentada quemaba sobre la puerta, de un azul profano. Mi mirada salvaje encontró a Ren al otro lado de la habitación. También él estaba sentado. Nuestros ojos se encontraron, y cualquier alivio que hubiéramos visto en la mirada del otro se desvaneció con la suave brisa que barrió sobre mi piel, sacudiendo los rizos sueltos de mi rostro. Me volví lentamente hacia la puerta, inhalando el repentino aroma de madreselva. La luz azul ya no estaba. La puerta ya no temblaba, pero cada vello de mi cuerpo se erizó y un escalofrío se deslizó por mi espalda. Cuidadosamente, me puse de rodillas y me levanté. Vi a Val hacer lo mismo, pero ella... ella retrocedió y... sonreía. No entendía, no pude entender incluso cuando miró por encima del hombro y encontró mi mirada. Su sonrisa vaciló un poco. Oh, no. No, no, no.

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No podía ser cierto. Tenía que significar algo más, porque no había manera, absolutamente ninguna. Tenían que haber llegado a ella de alguna manera, pero vi que llevaba la pulsera, la que contenía el trébol. Nunca la había visto sin ella. Una cerradura giró haciendo click, el sonido hizo eco como un disparo a través de la habitación. Con el pulso a todo galope oí que otra cerradura se abría. El pomo de la puerta tembló una vez, dos veces, luego giró lentamente. Mi corazón se detuvo y apreté la estaca en la mano. Un silencio sobrenatural se apoderó de la habitación, miembros de la Orden y hadas se levantaban por igual. Luego, la puerta osciló y se abrió.

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Capítulo 22 U

na oscuridad como nunca había visto osciló dentro de la puerta vacía. La sombra, profunda y espesa, se deslizaba pulsando lentamente. El borde denso de la sombra se pegó a la pared por encima de la puerta. Se movió, fluida como el aceite, subió por la pared y se proyectó hacia arriba. El estaño se resquebrajaba a medida que se deslizaba por el techo. Zarcillos de humo negro se volatizaron azotando el aire. El aroma a madreselva crecía. ―Oh, esto no es bueno ―murmuré, dando un paso atrás. Jirones de humo negro formaron canales en el techo, varias columnas se formaron a la vez. Perdí la cuenta en la décima. Las sombras giraban vertiginosamente, revelando una luz azul brillante desde el centro. La luz pulsó una vez y las sombras se disiparon, como si un gran viento hubiera dispersado el humo. En el lugar donde estaban las sombras, se encontraban de pie unos hombres altos que usaban pantalones oscuros de algún tipo, tal vez de cuero. Sus pies y pechos estaban desnudos. En el brazo derecho tenían una banda con una escritura que no reconocí. Todos tenían el cabello corto, casi negro y pulsaba cerca del cráneo. Sus ojos eran como lagos congelados a medida que escaneaban su entorno. Las hadas en la habitación de repente cayeron de rodillas e inclinaron la cabeza, ajenas a los miembros de la Orden que se encontraban de pie. Y esa fue realmente una mala señal. Solté el aire con fuerza y luego me paralicé cuando otra sombra se movió desde la puerta. Un hombre la atravesaba caminando sin mediar ninguna nube oscura, un hombre de más de un metro noventa y cinco. Llevaba el mismo tipo de pantalones negros, pero una camisa de lino blanco que se amoldaba a sus hombros anchos, y como si se hubiera aburrido de abotonarla, la mitad de su pecho bronceado estaba expuesto. Su cabello color azabache estaba más largo, rozando los hombros y sus rasgos eran asombrosamente angulares. Las hadas parecían

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haber unido aquí toda su cruda belleza. Era tan hermoso que era casi difícil de mirar. No era natural, demasiado irreal. Y no había ni rastro de compasión o de humanidad en sus rasgos. No necesitaba que nadie me dijera quién o qué era. La forma en que levantaba la cabeza, la ligera curvatura disgustada de sus labios carnosos, la forma como observó alrededor de la habitación con una mirada arrogante. El príncipe. El príncipe había llegado. Y los hombres ante él eran sus caballeros. Estaban libres. Antes de que este completo horror pudiera ser reconocido, uno de los caballeros dio un paso hacia el miembro de la Orden más cercano, alargó la mano y la hundió limpiamente en el pecho del hombre. Sobrevino el caos. Miembros de la Orden arremetieron contra los caballeros mientras las hadas se mantuvieron en su obediente posición de rodillas. El instinto me guió. Alcancé mi brazo izquierdo y saqué la estaca. Gruñidos de dolor y siseos de alientos truncados me rodeaban mientras daba un paso adelante, preparándome para atacar al caballero más cercano. Entonces vi a Val. Estaba caminando a un ritmo rápido para alcanzar al príncipe, que con un simple movimiento de la mano envió a los que tenía en frente a volar en todas direcciones. La demostración de poder fue impactante. En cuestión de segundos estuvo en la entrada del pasillo y luego desapareció de mi vista. Val justo detrás de él. Dudé, mirando frenética, encontré a Ren agachándose bajo el brazo extendido de uno de los caballeros y apareciendo por detrás. Golpeó con la bota la espalda del caballero, haciendo que la poderosa criatura cayera de rodillas. En el segundo en que Ren me miró, supe lo que tenía que hacer. Me di la vuelta y corrí por el pasillo pasando a los que habían caído, algunos estaban heridos, otros nunca se levantarían. Me pareció oír a alguien gritar mi nombre, pero abrí la puerta y crucé el pasillo mirando por encima del barandal. Allá abajo vi el rojo brillante de la camisa de Val deslizarse a través de la puerta principal. ―¡Val! ―Bajando la escalera de dos en dos, corrí a través del vestíbulo y alcancé la puerta de entrada antes de que se cerrara. Me lancé hacia fuera asustando a un grupo de adolescentes parados en la acera.

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Mirando de izquierda a derecha, vi a Val dirigiéndose hacia el French Quarter. Mi cerebro se había apagado. El deber exigía que fuera detrás del príncipe. Yo había sido la más cercana a la puerta y sabía que los demás estarían pronto a la búsqueda, si es que podían salir de esa casa. Pero esto era algo más que deber. Tenía que llegar a Val. Tal vez por asombro o tal vez porque me negaba a aceptar que hubiera permitido deliberadamente que el antiguo abriera la puerta. Y se había ido voluntariamente con el príncipe. En el fondo sabía que era una traidora, que ya nos había traicionado, pero una pequeña parte de mí pensaba que podría aclararlo si pudiera llegar a ella. Porque tenía que haber sido obligada. Tal vez había sido capturada sin protección como Merle. O como a mí me había pasado. Aumentaron la velocidad cuando cruzaron Phillip Street. Me estaba temiendo a dónde lo llevaba Val, pero quería estar equivocada. Me dolían las piernas pero resistí, esquivando prostitutas y mendigos. Mis pulmones se congelaron cuando pasé el pub irlandés y vi la camisa roja de Val un segundo antes de que desapareciera. No. No. Corrí más duro que antes, llegué casi sin aliento a la entrada lateral de Mama Lousy. Mi corazón se hundió, abrí la puerta de un tirón y me asomé por la escalera. La puerta normalmente cerrada estaba abierta. El terror se instaló como una bala de cañón en la boca de mi estómago mientras subía la escalera. Al acercarme a la parte superior, el olor metálico era tan fuerte que podía saborearlo en la parte posterior de mi garganta. Terminando la escalera, entré en la habitación y me tragué un grito ronco. Harris yacía de espaldas, con los ojos vidriosos y desenfocados. La parte delantera de su camisa estaba desgarrada y cubierta de rojo. Un charco de sangre se filtraba por debajo de él extendiéndose por la alfombra beige. La ira y el horror lucharon en mi interior mientras me escurría hacia el fondo de la sala donde estaba la escalera que conducía a la tercera planta. Apreté la estaca hasta que los nudillos dolieron. ―¡Valerie! ―grité. Una puerta a mi derecha se cerró de golpe y me di la vuelta. Val estaba de pie allí, sosteniendo entre los brazos algo del tamaño de una bola de boliche y con la

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misma forma. Estaba cubierto con un paño negro. No tenía ni idea de lo que llevaba y en ese momento ni siquiera me importaba. ―¿Por qué? ―pregunté. Mi voz se quebró entre las dos palabras. Rizos apretados rebotaron mientras negaba y llegaba hasta la puerta. ―Desearía que no hubieras sido tú la que me siguió. Antes de que pudiera responder, un aire frío bailó sobre mi nuca. Me di la vuelta. El aliento me abandonó cuando vi al príncipe parado frente a mí. Una palabra lo resumía todo. Mierda. Oí la puerta detrás de mí y aunque sabía que Val había huido y me había dejado con esta… esta cosa, no aparté los ojos de él. El príncipe inclinó la cabeza a un lado, me estudió fijamente como si fuera un bicho raro en un microscopio. ―Tu cabello ―dijo. Su voz era extraña, un acento que me recordaba a alguien de Inglaterra, pero diferente, más lírico―. Es del color del fuego. Uh. ―Es más bien... abrasivo. ―añadió, casi como ocurrencia tardía. Parpadeé algo aturdida, el príncipe del Otherworld no acababa de insultar mi color de cabello, ¿o sí? Francamente, ni siquiera podía creer que estuviera parada frente al príncipe. ―No estoy aquí para hablar de mi cabello rojo. Me miró con ojos congelados. ―¿Entonces estás aquí para pelear conmigo? ―Estoy aquí para acabarte. Soltó una suave risa musical. ―Me diviertes y estoy sintiéndome… generoso. ―Dijo la última palabra como si no le fuera familiar―. Voy a dejarte vivir. Cuando dio un paso al costado, lo acorralé. Su mirada se movió a la estaca que sostenía y sus labios se curvaron en una lenta y espeluznante sonrisa que no hizo nada para añadir calidez a su rostro. ―¿Una estaca hecha de rama de espino del Otherworld, asumo? ―Por supuesto.

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―¿Crees que porque sostienes una de ellas puedes usarla exitosamente contra mí? Eso es estúpido. ―Hundió la barbilla y largos mechones de cabello cayeron sobre su pecho―. Y fatal. Mi corazón galopaba desbocado a pesar de mis palabras. ―Hablas demasiado. Se echó hacia atrás con la sorpresa parpadeando en sus facciones. ―No deseo lastimar a una hembra ―dijo, con ese extraño acento. Su fría mirada flotó sobre mí―. Encuentro que hay cosas más placenteras para relacionarse con el sexo débil. ―Ew ―solté―. Asqueroso. Levantó una ceja oscura. ―Mi generosidad está disminuyendo rápidamente. Había una parte importante de mí que quería darse la vuelta y correr. Este era el príncipe, y a pesar de la situación en la que me puse no era estúpida. Entrenada como estaba, enfrentarme contra el príncipe era el equivalente a un suicidio, pero mi deber, para lo que había sido educada, era para nunca huir de las hadas. Había cometido un acto en el pasado que fue más allá de la negligencia en el cumplimiento del deber, no lo haría otra vez. Me quedé donde estaba. El príncipe suspiró aburrido, se movió con rapidez y atrapó mi muñeca. El contacto me hizo jadear. Su piel estaba helada. ―Te daré una última oportunidad. ―Aumentó la presión en mi muñeca pero no solté la estaca―. Porque no te gustará como terminará esto, mi adorable pajarito. ―No soy tu nada, amigo. ―Una lástima. ―Entonces me empujó con un movimiento de mano que fue suficiente para enviarme derrapando sobre la alfombra. Aparentemente, su escalofriante discurso de Casanova no fue sólo un mal chiste. Me levanté rápidamente. No me había herido, y parecía como si realmente me estuviera dando una última oportunidad, pero había demasiado en juego para que huyera. ―¿Qué le hiciste a Valerie? ―¿A quién? ¿La niñita que estuvo aquí? ―Inclinó la cabeza―. No hice nada. Creo que es… ¿inteligente quizá? Sabe que no podemos ser detenidos.

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―No. ―Lo negué mientras la furia se construía en mi interior―. Ella nunca estaría dispuesta a ayudar a los de tu clase. Debe haber sido obligada a hacerlo. ―Si eso te hace sentir mejor. Aferrándome a una increíble ira, me lancé hacia adelante y giré a la izquierda. Levanté la estaca, pero el lugar donde había estado ahora estaba vacío. Me tambaleé hacia atrás. ―¿Qué mier…? Giré y lo encontré de pie con una pequeña sonrisa en el rostro. ―Muy lenta. Me lancé dando una patada, pero otra vez me encontré con aire. ―No puedes luchar contra mí, pajarito. Ahora estaba comenzando a enojarme. Saltando sobre los pies, me di la vuelta a punto de darle una maldita patada impresionante, pero el príncipe desapareció de la existencia y luego sus brazos aparecieron y me abrazaron por la espalda. Me levantó como si no fuera más que un niño malcriado. ―Ya no tengo más paciencia ―me dijo al oído, enviando escalofríos a mi espalda―. O amabilidad. Ah maldición. Tirando mi cabeza hacia atrás, golpeé su barbilla, haciendo que su cabeza se ladeara. Me dejó caer y mis rodillas golpearon el suelo. Levanté la cabeza para encontrarlo de pie justo frente a mí. Doble maldición en domingo. No tuve tiempo de reaccionar. Sus manos estaban de pronto alrededor de mi garganta y me levantó del suelo. Lo ataqué con la estaca rozando su pecho. La sangre burbujeó como lava sobre la herida superficial. Hablando en un lenguaje que no entendí, atrapó la muñeca que sostenía la daga y la torció hasta que mi mano se abrió a pesar del frenético intento por aferrarme a ella. La daga se deslizó cayendo inofensivamente y entonces ambas manos estuvieron alrededor de mi cuello. Estaba expulsando mi último aliento. Entré en pánico, lo pateé y lo arañé, pero sus dedos se hundieron más. ―Vuelva, pajarito. De pronto me encontré volando por el aire. Golpeé una de las mesas plegables. Aterricé sobre un costado, tomando profundas respiraciones con el

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dolor ardiendo en mis costillas. Jesús, apenas podía respirar del dolor. Me empujé sobre los antebrazos, mi cuerpo temblaba por el esfuerzo de pararme. Mi pecho se sentía aplastado mientras levantaba la cabeza. En un segundo él estaba al otro lado de la habitación y en el siguiente estaba justo frente a mí. Estirándome ciegamente, tomé una silla de metal y la balanceé, gritando cuando el dolor en el costado me sacó el aire. ―Por favor ―dijo el príncipe, atrapando y rompiendo la silla. Un dolor abrazador corrió por mi mandíbula y el costado de mi rostro cuando recibí un revés épico con la silla de metal. Me tambaleé hacia un costado, cayendo de rodillas. La sangre inundó mi boca, derramándose entre mis labios… mis labios rotos. Algo, ¿su pie?, golpeó mi estomago, haciéndome girar de espaldas. Pude probar el crudo sabor del miedo construyéndose en la parte de atrás de mi garganta, el pánico que viene segundos después de que sabes que estás en problemas. Y hubo un destello de luz detrás de mis ojos cuando otra ola de dolor explotó a lo largo de mi mejilla. Iba a morir. En ese momento me llegó la claridad. Antes creía que no tenía miedo de morir, sino de vivir mientras todos los demás perecían a mi alrededor, pero estaba equivocada. Un terror como nunca antes conocí se elevó como humo insidioso ahogándome. No quería morir. No ahora. No cuando en verdad había comenzado a vivir otra vez. No cuando estaba enamorándome de Ren. ¿Enamorándome? Oh Dios. La consciencia del hecho hirió más profundo que el dolor físico iluminando mi pecho. Las lágrimas llenaron mis ojos, pero apenas podía ver a través de ellas. No parecían funcionar bien. Dolor… el dolor estaba en todos lados, con cada respiración que tomaba, sobrecargando mis sentidos. Algo importante dentro de mí se había trastornado, se abrió ampliamente. Un dolor punzante rugió cuando sentí al príncipe arrodillándose sobre mí, sus rodillas a cada lado de mi cuerpo. Intenté levantar los brazos, pero cada terminación nerviosa estaba en rebelión. Una oscuridad se aferró a los bordes de mi conciencia desdibujando el mundo a mi alrededor en una niebla. Mi lengua se sentía muy pesada mientras el rostro borroso del príncipe apareció en mi vista. ―Debiste irte cuando tuviste la oportunidad, pajarito. ―La repugnancia llenó su tono y se agachó para poner su rostro a la altura del mío—. Te di la oportunidad… ―Se calló, inhalando profunda y audiblemente. Sentí que el príncipe se había congelado sobre mí y luego sentí su mano en mi mejilla. Se la llevó a la boca con los dedos manchados de rojo.

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Las creciente oscuridad se extendía, pero creí… creí que había probado mi sangre y eso hizo la mierda más jodida. Se echó hacia atrás y tuve la impresión de que su piel se había puesto pálida. Entonces estuvo en mi rostro otra vez. ―No ―dijo. Entonces hizo un sonido que me recordó a una maldición antes de susurrar una palabra que no entendí, una palabra que estaba en inglés pero no podía ser la que escuché. Estirándose sobre mí, tomó el cuello de mi camisa con ambas manos y la abrió como si estuviera hecha de papel. Mi corazón, débil y agotado, tartamudeó cuando un tipo diferente de miedo se asentó. Colocó una mano en el centro de mi pecho. No la movió, pero su… su palma era cálida y el calor ardió en mi piel, quemando profundo hasta los músculos. El fuego más extraño fluyó hasta mi interior. Una puerta en algún lado se abrió, y la madera saltó astillándose contra la pared. Hubo gritos, algunos conocidos, pero tan distantes. El príncipe se levantó con una ráfaga de aire frío. Pareció colapsar en sí mismo, y donde una vez estuvo un hombre, sólo había un cuervo. La criatura extendió sus majestuosas alas como dos brazos emplumados. El cuervo voló hasta el techo desapareciendo de mi vista y esa… esa única palabra merodeó una y otra vez por mis pensamientos dispersos mientras alguien se tiraba al suelo a mi lado. Las voces aumentaron y creí que quizás era Ren a mi lado, que quizás era él tocándome con tanto cuidado, pero todo lo que podía escuchar era esa palabra que el príncipe había susurrado. Halfling.

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Capítulo 23 T

iempo… El tiempo pasaba de manera extraña. No tenía ningún concepto real. Sólo fui consciente de que me movieron de la alfombra áspera y me colocaron en algo mucho más suave. ¿Una cama tal vez? Y en algún momento escuché un persistente pitido suave haciendo tic-tac en el fondo. Un monitor cardíaco. Una vez que logré abrir los ojos, bueno, en realidad sólo uno, con la vista borrosa fui capaz de distinguir el falso techo de color blanquecino y las luces tenues. Había un típico olor a antiséptico impregnado el aire. Tontamente me di cuenta que debía estar en un hospital, y si estaba aquí en lugar de en la Orden quería decir que la cosa era seria, pero me encontraba demasiado cansada para perseguir ese pensamiento. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, sólo por momentos era consciente de mi entorno. Una vez sentí a Ren cerca de mí. En otra ocasión me pareció oír la risa de Val, pero ese pensamiento sin sentido venía de mi mente rota. Existían razones por las que no podía escuchar la risa de Val. Y también hubo momentos en que me despertaba pensando en lo que el príncipe había dicho. Halfling. Esta vez, mientras me arrastraba a través de la oscuridad me forcé a abrir el ojo y parpadear enfocándome en el techo, y no me desmayé inmediatamente. Respiré hondo, hice una mueca cuando el dolor irradió por mis costados. Traté de tragar pero mi garganta se sentía en carne viva como si hubiera tragado una bocanada de clavos. Mientras más tiempo me quedaba consciente, más dolor sentía. Mi rostro dolía. Dolía como si hubiera corrido de cara contra una pared de ladrillos. Me dolía la mandíbula, también el ojo izquierdo, todo el globo ocular. Un palpitar constante emanaba de mi muñeca derecha. Un ardor quemaba mis costillas. Despertar apestaba. Dios.

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Moví los dedos, aliviada al descubrir que funcionaban. Luego lo intentaría con los dedos de los pies. Pero antes de lograr alguna otra revisión, hubo movimiento en la habitación. La cama se hundió y vi los hermosos ojos verdes, dos esmeraldas arrancadas de una mina y colocadas detrás de espesas pestañas, brillando desde un conjunto impresionante de rasgos que había llegado a… amar. Mi corazón empezó a acelerarse, y el pitido coincidía con el ritmo. Lo amaba. De verdad. De alguna manera había sucedido en medio de todo esto. ―Hola ―dijo en voz baja, mirándome como si pensara que ya no iba a tener esta conversación―. Estás de vuelta, dormilona. ¿Vas a quedarte conmigo esta vez? Me concentré en él con el único ojo que funcionaba mientras una emoción se formaba en mi garganta. Lo que me puso aquí, en esta cama, permanecía en el fondo de mi mente, no olvidado, sólo… ahí. ―Hola ―gruñí como si tuviera piedras. Una sonrisa de alivio apareció en su rostro suavizando las sombras oscuras bajo sus ojos. Parecía como si se hubiera pasado las manos por el cabello muchas veces. Me miró por un momento y luego se estiró hasta la mesita junto a la cama. ―¿Tienes sed? Empecé a asentir, pero me di cuenta de que no era una buena idea. ―Sí. Ren vertió agua de la jarra en un vaso de plástico. ―Está bien. Sólo un poco. ―Deslizó cuidadosamente una mano debajo de mi cabeza y la levantó, llevando el vaso hacia mis labios. El agua fría me picaba en la boca y en la garganta pero era como tragarse el cielo. Lo alejó antes de que pudiera ahogarme como si estuviera en un competencia universitaria. Lo miré con el único ojo que funcionaba. ―Despacio. ―Se rio con los ojos brillantes―. No quiero que te pongas peor… ―Su mandíbula se tensó mientras pasaba los dedos por el cabello de nuevo—. Peor de lo que ya estás. A pesar de todo, del rostro adolorido y las costillas golpeadas, estaba viva. Y eso me sorprendía, porque sabía que algo grave se había roto dentro de mí. Algo muy malo. Fruncí las cejas. ―Dios, Ivy… ―Se aclaró la garganta, se inclinó y me besó suavemente la punta de mi nariz―. Pensé que me iba a volver loco. Pensé… cuando te vi en esa habitación…

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Podía escuchar el dolor en su voz. ―Estoy bien, creo. ―¿Crees? ―Se echó a reír con una risa profunda y ronca. Cuando levantó la cabeza, vi un brillo húmedo en sus ojos―. Estás en el hospital cerca de tu casa, el Hospital Kindred. No pudimos mantenerte en la Orden. Después de otro lento trago de agua, me las arreglé para conseguir que mi lengua funcionara. ―¿Cómo…? ¿Qué pasó? ―Ivy. ―Rozó con cuidado un rizo descarriado mientras una mirada de profundo dolor atravesaba sus rasgos―. ¿No lo recuerdas? ―Yo… sí recuerdo. ―Me acomodé en las almohadas extrañamente agotada, a pesar de que sabía que había estado interpretando el papel de La Bella Durmiente durante un tiempo―. ¿Qué día es hoy? No quería responder al principio. ―Sábado por la noche. ―¿Qué? ―Empecé a sentarme con el pánico estallando como perdigones, pero Ren me empujó suavemente por los hombros. ―Está bien. Necesitas quedarte en cama un poco más. Te lastimaron mucho, Ivy. ―Sus manos seguían en mis hombros. ―Pero… ―Miré por el cuarto para ver si estábamos solos―. Pero los caballeros, el príncipe, todos lograron salir. Negó con fuerza. ―Extrañamente, no fue el enorme apocalipsis que pensábamos que sería. La Orden, lo que queda de ella, ha patrullado cada noche desde entonces. No hemos visto a ningún caballero ni a ese hijo de puta. David y unos cuantos más van al Flux esta noche, pero tengo la sensación de que no van a encontrar nada allí. Mi mente oxidada trataba de seguir lo que estaba diciendo. ―Eso no tiene sentido. ―No, no realmente, pero donde quiera que estén, lo que sea que hagan, se encuentran en la clandestinidad. ―Me sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos verdes—. Fuimos capaces de cerrar la puerta de nuevo. Dejé que las palabras me inundaran, pero lo que quedó al frente fue lo que dijo primero: Lo que queda de la Orden. ―¿A cuántos perdimos?

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Ren apartó la mirada, un músculo brincó en su mandíbula. ―Dieciséis. Oh, Dios mío, ni siquiera podía… Cerré el ojo bueno. El dolor creciente casi me hizo desear seguir nadando en la oscuridad. ―¿La encontraron… a Val? ―Dolía incluso decir su nombre. ―No, nadie la ha visto, ni siquiera su familia. Dios. ¿Qué había hecho? Mis pensamientos vagaron de regreso, cuando la vi en la Orden. ―Llevaba algo, Ren. Fue allí por esa razón. Llevaba algo cubierto de negro. Ren asintió lentamente. ―Lo sé. ¿Recuerdas que Merle mencionó una especie de cristal? David tenía uno almacenado en la habitación del tercer piso entre mucha mierda rara. No sé cuál es su importancia. ―Apartó la vista, sus hombros se levantaron cuando inspiró profundamente―. David no ha dicho qué demonios es y yo no tengo idea. Pensé en la habitación a la que David nunca dejaba entrar a nadie. ¿Pero cómo supo Val lo que había allí? Para ser honesta, había olvidado el cristal desde el momento en que oí hablar de los halflings. ―Me imaginé que Merle podría saberlo, pero no he… bueno, para ser honesto, no me he ocupado de eso. Sólo estoy ocupándome de ti ―dijo. Mi mirada vagó lejos de él. Frunció el ceño y me tomó la mano izquierda apretándola suavemente―. Sé que no quieres oírlo, pero deseo matarla por hacer esto. Tenía razón, no quería escuchar eso. ―Podrías haber muerto y yo… ―Se interrumpió. Cuando volví a abrir el ojo, miraba al espacio, hacia el monitor―. No sé qué hubiera hecho. Contuve la respiración. ―Estoy… estoy aquí. ―Sonaba lamentable, pero era todo lo que podía decir. Su mirada quedó fija en la mía. ―Sí. Pero nunca debiste enfrentar al príncipe, nunca. ¿En qué estabas pensando? ―Tragó con dificultad―. Ir tras él fue como poner un arma cargada en tu cabeza. ―Era mi deber. Movió la cabeza lentamente. ―Era un acto suicida. Eres increíblemente valiente, Ivy. Eres fuerte y audaz, pero eso fue una locura. Quisiera que nunca lo hubieras enfrentado.

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Yo pensaba lo mismo. Mis pensamientos flotaron de regreso a la Orden, y me pregunté si alguna vez sería capaz de caminar por allí de nuevo y no pensar en la pelea contra el príncipe o en lo que dijo. Halfling. Un estremecimiento me atravesó. ¿Acaso el príncipe pensaba que yo era un halfling? No había manera. Para nada. Un antiguo estuvo cerca de mí cuando sangré, pero… pero el príncipe estaba justo sobre mí cuando lo sintió. Y probó mi sangre. ―Hey, no vamos a hablar de eso. ―Rozó mi sien con los labios―. ¿De acuerdo? Pero yo tenía que preguntar. ―¿Crees que fue obligada? ¿Val? ―No lo sé, Ivy. Es posible, pero… De repente tuve ganas de llorar. La posibilidad de que hubiera sido obligada era pequeñísima. La compulsión no duraba para siempre a menos que se alimentaran de ella, y si ese era el caso, probablemente ya se había ido. Val ya se había ido. Sin preguntar, sabía que la Orden daría instrucciones de atrapar a Val, y sería un asunto de “viva o muerta”. Mejor muerta, debido a que los otros miembros estarían pidiendo su culo. Su traición me dolía tanto como cuando el príncipe abrió un barril de alaridos en mí. Ren pasó el pulgar por mi mano y forcé una pequeña sonrisa a pesar de que no tenía sentimientos muy agradables en ese momento. ―¿Qué tan mal me veo? ―pregunté. ―Nunca te has visto mejor. ―Eres tan mentiroso. Puedo sentir el desastre que soy en este momento. Llevó mi mano hasta los labios y besó la palma. ―Estás aquí. No me importa cómo te ves. No cuando pensé que te había perdido. Mi corazón se expandió en mi pecho, y casi… casi… dije esas dos pequeñas palabras. Nuestras miradas chocaron y se quedaron enganchadas. ―¿Pensaste que te librarías de mí tan fácilmente? Ren sonrió mostrando sus hoyuelos.

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―Cariño, esa es la última cosa que quiero. ** El domingo en la tarde fui dada de alta del hospital e inmediatamente transportada a mi apartamento. Ahí descubrí que mientras yo había estado como una bombilla apagada, Ren se había quedado con Tink. Eso casi me envió de regreso al hospital. De acuerdo con la exageración del brownie, Ren pasaba por ahí a diario dándole actualizaciones y ni una vez estuvo “desnudo” o trató de matarlo. Cuando miré a Ren, parecía avergonzado de que lo hubiera atrapado confraternizando con el enemigo. Aunque mis lesiones podrían haber sido peores, deberían haber sido peores, estaba exhausta. Terminé pasando la mayor parte del domingo y el resto de los días hasta el martes en la cama con Ren y Tink atendiendo todas mis necesidades, era interesante verlos trabajar juntos. No tenía idea de lo que iba a hacer con todo el tiempo que perdí de clases. Hablar con mi asesor estaba en la lista de tareas prioritarias, una vez que se borrara de mi rostro la evidencia de haber pasado por una picadora de carne. El martes por la noche migré a la sala de estar. Ren se sentó en un extremo del sofá y me metí entre sus piernas, apoyada en su pecho. Por fin había superado lo de la sopa y había pasado a la comida real, lo que me motivó a devorar la mitad de una orden de buñuelos mientras Tink nos forzaba a ver un maratón de películas de Harry Potter. ―¿Necesitas repetir cada línea de la película? ―le preguntó Ren en algún momento. Tink resopló. ―Aumenta el placer. ―Tal vez para ti, pero no para el resto del mundo ―murmuró Ren, yo sonreí. Terminé dormida con Tink sentado en el otro extremo del sofá y Ren envolviéndome con cuidado. Todas las noches desde que salí del hospital Ren se quedaba conmigo. Había estado allí mismo cuando me despertaba en medio de la noche con el grito resonando en mis oídos. Y estuvo allí para aliviar los terrores que me atormentaban en mis sueños. No tenía idea de lo que soñaba. Cada vez que me despertaba, no había ninguna imagen. Era miércoles y Ren volvió al trabajo. Mañana, si me sentía bien, iría al French Quarter a ver a David. Como habíamos perdido a tantos miembros, tenía que volver allí. No es que alguien me estuviera presionando, pero lo necesitaba.

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Necesitaba encontrar a Val. Esa iba a ser la prioridad número uno y, aunque sabía que David y los miembros de la Orden también la buscaban, nadie la conocía mejor que yo. Nadie. No pensaba decírselo a Ren, enloquecería, pero tenía que encontrarla. Arrastrando los pies hasta el baño, me encogí cuando le eché un buen vistazo a mi imagen. Ahora podía abrir una ranura del ojo izquierdo. Todo el lado izquierdo de mi cara se veía como si alguien me hubiera golpeado con uvas y mermelada de fresa. Mi labio inferior estaba hinchado y desgarrado en el medio. Me veía como si me hubieran atropellado en una carretera, con los rizos grasientos e inertes. Sexy. Oí la puerta delantera y luego un grito de Tink. ―¿No se supone que estás trabajando? ―No eres mi carcelero ―fue la respuesta de Ren. Curiosa del porqué estaba aquí cuando sólo eran las siete, deambulé fuera del baño justo cuando él llenó la puerta del dormitorio. La preocupación inmediatamente floreció en la boca de mi estómago. ―¿Está todo bien? Sonrió mientras caminaba hacia mí con un brazo detrás de la espalda. Por encima de su hombro vi a Tink flotando en el aire. ―Sólo quería pasar rápido. Asegurarme de que estabas bien. ―Podrías haberme enviado un mensaje… Mmm. ―Olfateé el aire―. ¿Qué es eso que huelo? Caminó hasta mí sacando la mano que tenía detrás. Traía un paquete del Café Du Monde. Tink chilló como una niña de quince años en un concierto de One Direction. Entrando en la recámara le arrebató la bolsa de la mano y salió volando. Ren se giró, frunciendo el ceño. ―¡Guarda uno para ella, pequeño tonto! ―Se volvió hacia mí, entrecerrando los ojos―. Realmente no me gusta esa cosa. ―Estoy segura de que el sentimiento es mutuo, pero gracias por los buñuelos. ―En realidad sólo era una excusa para verte. —Estirando la mano, empezó a desabrochar mi suéter―. No me gusta la idea de dejarte sola en este momento. Lo observé mientras abrochaba los botones en los orificios correctos ya que yo los había abrochado al azar.

301

―No estoy sola. ―Ese pequeño monstruo no cuenta. ―Oye. Él es mi monstruo. Ren negó y ahuecó mi mejilla sana. ―¿Segura que estás bien? Puedo hablar con… ―Estoy bien. Lo juro. Planeo tomar una ducha, luego lanzarme en el sofá, y con suerte, si Tink no se los devora todos, comer delicias azucaradas hasta desmayarme. ―Está bien. ―Bajando la cabeza, besó suavemente la esquina de mis labios―. Estaré en casa tan pronto como pueda. ¿Casa? ¿Aquí? ¿Aquí era casa para él? Oh, Dios mío, mi corazón se infló hasta que flotó en el techo. Ni siquiera supe lo que le dije cuando se fue, pero seguía de pie en medio del mi dormitorio como una idiota. Oh Dios, estaba hundida hasta el cuello, locamente enamorada de Ren, de Renald Owens. Estaba enamorada de un tipo que de verdad se llamaba Renald. Esta no era la primera vez que lo pensaba, pero cada vez que lo hacía me impactaba hasta la médula. Sacudiendo la cabeza me di la vuelta para regresar al cuarto de baño cuando mi mirada pasó sobre el tocador. Me detuve con el corazón en la boca. Ren había recuperado la estaca que se me cayó durante mi lucha con el príncipe. En este momento se encontraba sobre mi tocador, entre mis estacas de hierro. Halfling. Cerré los ojos. No tenía sentido. El príncipe estaba portándose… espeluznantemente raro. Pero eso tampoco explicaba lo que había hecho antes de que Ren y los demás aparecieran. Había… puesto su mano sobre mi pecho y sentí su calidez dentro de mí. Creo que me sanó. Sé que lo hizo. Esa era la única razón por la que estaba de pie en este momento y no en una urna. Pero no era posible. Di un paso hacia la cómoda, y luego otro. Había una manera de averiguarlo. Sabía lo que pasaría si me cortaba con la estaca. O bien sangraría con normalidad y terminaría sintiéndome estúpida, ridículamente estúpida y feliz. O no… Extendí la mano para tomar la estaca. Moví la cabeza y empecé a ponerla de regreso en el tocador, pero maldije en voz baja y abrí mi mano izquierda, con la palma hacia arriba.

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―¿Qué estás haciendo? Jadeando, me volví para ver a Tink en el marco de la puerta. El azúcar en polvo cubría todo el frente de su camiseta. No iba a decir nada, pero las palabras salieron de mi boca. No le había dicho lo que ocurrió, sólo lo que Ren le había contado. ―Cuando peleé con el príncipe me dijo algo, creo que me hizo algo. Ya sabes, yo… estaba muy lastimada. Más que esto. ―Hice un gesto hacia la cara con mi mano libre―. Creo que me sanó. ¿Es eso posible o estoy loca? Tink no dijo nada y la sensación de temor creció. Tomé una respiración temblorosa. ―Iba a matarme. Sé que iba a hacerlo. A pesar de que me dio la oportunidad de irme iba a matarme. Pero me sanó, y… el príncipe… dijo halfling. Cuando yo sangraba dijo halfling. La expresión de Tink cayó, y mi corazón también. ―Ivy. No podía respirar. Mi piel de repente se sentía fría. Tink entró en la habitación y pasó un momento antes de que hablara. ―Nosotros los brownies siempre hemos sido capaces de sentir el Otherworld en otras criaturas, por pequeño que sea. En cierto modo, eso nos hizo valiosos para los demás ―explicó en voz baja, su mirada pálida y severa fija en mí―. Las hadas, antiguos o no, no son sabuesos. Tienen que estar justo al lado de alguien para sentir al halfling en él. Y el antiguo que me disparó, el que abrió el portal con la ayuda de Val, no estaba de pie junto a mí. Había estado a varios metros de distancia. ¿Era algo que la Elite no sabía? ―Pero tú… ―Ni siquiera pude terminar la frase. En el fondo de mi mente, sabía que Tink me había ocultado aun más información, pero en este momento no me importaba. No era lo más importante ahora mismo. Tal vez más tarde lo arrojaría por la ventana, pero en este instante el horror me consumía―. No fue una coincidencia que te haya encontrado ¿verdad? Tink bajó la mirada al suelo y la estaca tembló en mi mano derecha. ―No lo hagas, Ivy. Y porque dijo que no lo hiciera, lo hice. Tenía que hacerlo. Tenía que saber. Deslicé el borde afilado de la estaca por mi palma. Ni siquiera sentí dolor, pero mi piel se separó con un silbido y mi sangre inmediatamente empezó a burbujear.

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―Oh, Dios mío ―susurré. Dejé que la estaca rebotara en el piso de madera y retrocedí. Levanté la cabeza mirando a Tink. Sus alas se ladearon mientras se sentaba a los pies de la cama. Mi corazón tronaba, latiendo tan rápido que pensé que me enfermaría. ―No ―susurré. Tink me miró con seriedad. ―Te dije que no lo hicieras. Un sollozo crudo se elevó desde el fondo de mi alma. ―No. No hubo respuesta de Tink, y mientras miraba de nuevo la palma, donde mi sangre aún burbujeaba como si la estuvieran hirviendo, me tambaleé ante el peso de la comprensión. Yo era el halfling. El halfling al que el hombre del que me enamoré había venido a matar.

Fin

304

Sobre la autora Jennifer L. Armentrout (11 de junio de 1980) es una escritora norteamericana que escribe novelas de literatura juvenil. Algunos de sus libros han sido publicados en la lista de bestseller del N. Y. Times. Vive en Martinburg, Virginia Occidental y pasa su tiempo leyendo, trabajando, viendo películas de zombies y pretendiendo escribir y salir con su marido. Su sueño de convertirse en escritora se inició en las clases de álgebra, donde pasó la mayor parte de su tiempo escribiendo historias cortas… lo que explica las malas calificaciones en matemáticas. Escribe paranormal, ciencia ficción, fantasía y romance. También escribe novelas para adultos bajo el nombre de J. Lynn. Su novela Obsidian ha sido elegida por Sierra Pictures y su saga Covenant ha sido seleccionada para serie de televisión. Es considerada una autora “híbrida” por auto-publicar al mismo tiempo que tiene contratos con pequeñas editoriales independientes y tradicionales como Spencer Hill Press, Entangled Publishing, Harlequin Teen, Disney/Hyperion, y HarperCollins.

Tiene pensado publicar el segundo libro de la serie, Torn (Wicked 2), en verano/otoño de 2015.

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Page 3 of 306. 3. Créditos. Moderadoras. Kyda & Aria. Traductoras Correctoras. Abby Galines Malu_12. Agus901 Mica. Akanet Nelshia. Aria Niki26.

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