Índice Sinopsis………………………………………………………‖3 Capítulo‖1……………………………………………………‖4 Capítulo‖2………………………………………………..…‖15 Capítulo‖3………………………………………………..…‖25 Capítulo‖4………………………………………………..…‖44 Capítulo‖5………………………………………………..…‖62 Capítulo‖6………………………………………………..…‖78 Capítulo‖7………………………………………………..…‖89 Epílogo….………………………………………………..…‖94 Sobre‖la‖autora….………….……………………………… 96

El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración para con el libro original para sacar adelante este proyecto.

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Sinopsis

L

a dueña del antiguo torque irlandés siempre será una muchacha irlandesa. El que lo lleve puesto, el dueño de su corazón y su alma. Ese es el legado que tiene Ángel Mannings y ha empezado a tener sueños acerca

de un amante desconocido que podría hacer que sus noches fueran ardientes y alegrar su corazón. Pero cuando su padre vende el torque a Jack Riley en contra de su voluntad, el destino empieza a tejer su red. Si quiere tenerlo de vuelta consigo tendrá que robarlo. Pero Jack la pilla con las manos en la masa y no está dispuesto a dejarlo pasar por alto.

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Capítulo 1

A

veces, las mujeres simplemente le sorprendían. Jack Riley tuvo ese pensamiento mientras se escondía en las sombras de su rancho y observó una linda, pequeña cantidad de nada resbalando a través

de la ventana abierta de la sala de estar. Simplemente no debería, pero tenía que admitir que no tenía realmente la esperanza de que ella mantuviera su impulsiva promesa. Especialmente considerando el hecho de que su padre sabía condenadamente bien en lo que ella se estaría metiendo si la atrapaba. Deja que tu hija intente robar lo que es mío, Manning, y la meteré en un juicio que nunca jodidamente olvidará. Manning no parecía demasiado preocupado. Una sonrisa curvó lentamente sus labios mientras ella se colaba en la casa, su largo y negro pelo asegurado en una trenza apretada, su redondeado pequeño cuerpo preparado cuidadosamente como un ciervo en temporada de caza. Maldita sea, ella hizo que su polla se pusiera dura. Incluso durante un momento del tipo allanamiento de morada, de la peor manera, ella lo encendía. Ángel Manning. El por qué alguien llamaría a este manojo de fuego y energía Ángel, no tenía ni idea. Una mirada en esos ojos color violeta oscuro, la primera visión de salvaje, impetuosa pasión en su mirada, y no fue en ángeles en lo que estaba pensando. Era en sexo húmedo y salvaje. Caliente, cuerpos desnudos,

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sudorosos enredados juntos mientras femeninos gemidos de placer resonaban alrededor de sus oídos. Eso es lo que pensaba cuando vio a Ángel. Duro, jodiendo profundo. Observando sus ojos abiertos, su cuerpo arqueado, los suaves pliegues de su pequeño dulce coño estirándose, abierta, mientras él la empalaba con su pene duro como el acero. Eso es lo que le golpeó en su mente. Él se quedó en silencio, inmóvil, mientras ella miraba por la oscura habitación, obviamente en busca de las luces. Luces que no se iban a encender para ella. Había quitado el interruptor general en el momento en que se dio cuenta de que alguien estaba tratando de forzar la entrada. Sólo Dios sabía quién podría ser. Él había hecho muchos enemigos en los últimos años, con ninguno de los cuales quisiera reunirse en un callejón oscuro, o en su normalmente-bien-iluminada casa. Ahora, sólo movía su cabeza mentalmente. Tendría que recordarle a ella que los ladrones de casas no encendían las luces. Esto era un arresto esperando a ser realizado. Él puede que no estuviera esperando a Ángel, pero maldito si sabía qué hacer con ella ahora que estaba aquí. Jack no era tonto y sabía que ella no se oponía a su toque. ¿Pero con qué facilidad ella iba a involucrarse en el hambre más perversa que él podría desencadenar en ella? Tal vez no le sea fácil, pensó con satisfacción, pero ella lo haría. La conocía y sabía que la cárcel no era una opción. La observó mientras metía la mano en una bolsa pequeña que llevaba en su cadera. Un segundo después, él se agachó cuando un haz de luz recorrió la sala. —Por supuesto, él no podía ponérmelo más fácil. Maldita sea. —Su voz era débilmente acentuada, la cadencia suave de Irlanda acariciando su carne como un contacto físico. No podía esperar para oírla gritar su nombre. No, él no se lo iba a poner nada fácil. Ella logró que fuese así en el momento en que intentó robarle. No tenía importancia que ella considerara probable que él la

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tuviera. Él lo había comprado en un acuerdo justo y aun cuando eso significaba poco para él, Jack mantenía lo que consideraba suyo. Esa fue una lección que había aprendido durante un duro y particularmente desagradable episodio, hacía un año. Cuando un hombre se enfrentaba a la muerte, las cosas cambiaban dentro de él, lo quisiera o no. Se movió con cuidado, permaneciendo oculto en la esquina, moviéndose un poco hacia la izquierda mientras el haz de luz se acercaba demasiado. Su cabello rubio natural estaba cubierto por una gorra oscura, de lana. El pelo tan rubio era como un faro en la oscuridad y él quería ocultarse, no convertirse en un objetivo. Ella observó la habitación con detenimiento antes de proseguir con el resto de la casa. Jack dio un paso atrás en silencio y la dejó buscar, sabiendo que ésta no sería la oportunidad en la que ella iba a encontrar lo que buscaba. Sin embargo, le permitiría mirar. Tarde o temprano ella tendría que subir la cabeza. Cuando lo hiciera, él se aseguraría de estar justo detrás de ella. Sacudió su cabeza, sin embargo, pensando que no debería ser tan fácil. Él había estado realmente considerando volar de regreso a Irlanda, su valioso torque1 en la mano para ofrecérselo a ella, por la oportunidad de que se acostaran. No era como si las antigüedades irlandesas fueran su pasión ni nada. Solo le gustó especialmente la pieza cuando Manning se la ofreció. La cadena de oro y plata había despertado su curiosidad, pero nada más. Hasta que Ángel había pedido que él la rechazara. Furiosa. Autoritaria. Ella lo miró con sus ojos violetas furiosos y le informó en términos muy claros que no tenía derecho a tenerla. Que no era suficiente como para poseerla. 1

Torque es un término inglés que no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE)Existe un tipo de collar muy antiguo que era utilizado por varias culturas europeas que se conoce como torque, torq o torc. Tenía forma de herradura circular y sus puntas solían presentar ornamentos esculpidos con distintas figuras.

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Así que lo compró, allí mismo, sin siquiera regatear el precio. Ahora, el pequeño duende volvía para robarlo. Él se habría reído si ella no hubiera podido oírlo, ella estaba maldiciendo como un marinero y soltando insultos sobre sus antepasados. Maldita sea, ella lo tenía ardiendo. Pronto iba a incendiarse. Finalmente, la escuchó cerca de las escaleras, sus suaves pisadas moviéndose hacia la planta superior. Se quedó muy por detrás, subiendo la escalera cuando ella desapareció en la primera habitación. Le llevaría varios minutos comprobarla bien, así que le dio mucho tiempo para deslizarse más allá de la puerta cerrada a su propia habitación. El torque estaba en su cuarto, aún embalado en su equipaje, casi olvidado en medio de la prisa y el bullicio de la vida del rancho después de haber regresado a casa. Su socio, Luc Jardín, había vendido el último de los caballos Clydesdale y contratado a un entrenador de potros para los rodeos. El hombre era tan voluble como la primavera. El negocio parecía cambiar en las épocas donde él y su nueva esposa Melina estuvieran interesados. No es que no ganaran dinero. Lo hicieron. Pero Jack no parecía estar seguro de si él estaba vendiendo Clydesdale, potros, ganado o polvo seco de Texas. —Los hombres deben ser castrados. —La voz suave llegó hasta su habitación y Jack se aplastó contra la pared—. Riley debe ser castrado. Demasiada testosterona decidiendo por él. Ella murmuraba e insultaba por lo bajo. Sacudió la cabeza, viendo como la puerta de la habitación se abría, la pequeña linterna enfocando delante de ella mientras entraba en la habitación. Entonces Jack se movió. En silencio, con rapidez, se deslizó a través de la distancia, yendo detrás de ella, con los brazos a su alrededor, una mano bloqueándola en la garganta mientras un grito ahogado salió de sus labios.

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—La testosterona puede realmente venir bien a veces, pequeña. —Apretó sus caderas contra las de ella, moliendo su erección contra su espalda mientras sus labios rodeaban su oído, sus dientes mordisqueando el lóbulo mientras él la sintió tensarse. —Especialmente cuando se trata de castigar a los molestos ladrones de casas parlanchines. ¡Oh, diablos! Ángel se calló, tensa, sintiendo la punzante espesor de la erección de Jack presionando en la parte baja de su espalda y su gran mano haciendo círculos en su garganta. Y ella debería haber tenido miedo. Ella debería haber estado aterrorizada y luchando por su vida y ella lo estaría si no lo conociera tan bien. Indudablemente la estaba cabreando, pero él no iba a herirla. No iba a dejarla ir fácilmente, con el dominio que ejercía sobre ella se había asegurado de ello. —Eres un matón, Jack —le espetó ella mientras sus manos se elevaban a los dedos que él tenía fijos en su garganta. La posición inclinada con la cabeza hacia atrás, atrapando la cabeza en su hombro, mientras sus dientes jugaban con su oreja, enviando escalofríos de placer a través de su cuerpo. Y la sensación no era la que ella quería sentir en este momento. Ella no quería despertar su excitación. —Entonces, ¿esto es ser un matón ahora? —Ronroneó en su oído—. No eres tan valiente como hace un momento, ¿verdad cosa dulce? Creo que el último insulto que‖ escuché‖ en‖ Irlanda‖ era‖ mucho‖ mejor.‖ “Apestoso‖ sucio‖ vaquero”.‖ —Él resopló—. Yo no apesto, mi Ángel. Mi Ángel. Él la llamaba así cada vez que la había capturado lejos de su padre en la finca de Manning en Irlanda. El tono posesivo enviaba pequeños revoloteos de placer atacando a su estómago mientras una insidiosa debilidad atacaba sus extremidades. Justo como le ocurría ahora.

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—Ya te he dicho que no me llames así, —replicó ella con los dientes apretados mientras hacía fuerza contra su sujeción—. Ahora me iré, maldita sea. —Oh, yo no creo que quiera dejarte ir, pequeño Ángel, —le cantó en su oído, su lengua lamiendo juguetonamente el lóbulo mientras un escalofrío recorría espontáneamente a través de su cuerpo—. Has sido una niña muy mala. El robo es ilegal aquí, ya lo sabes. Tal vez deberíamos dar aviso al sheriff. Sus ojos se abrieron. Él no lo haría. Sin duda, él no se atrevería a llamar al sheriff. Si ella fuera arrestada por allanamiento de morada e intento de robo, sería la ruina de su padre. Por no hablar de lo que haría con ella. Perdería todo por lo que había trabajado en los últimos seis años. —¡No te atreverías!—dijo sin aliento, incapaz de detener el chocante pensamiento de que sí que lo haría. —Eso es lo que hacemos en Estados Unidos, mi Ángel. —Sus dedos le acariciaron la garganta mientras sus dientes rastrillaban la sensible piel de su cuello—. Los metemos en una celda y el grupo de periodistas alrededor de todas esas incriminatorias pequeñas fotos destellando en sus tabloides basura. Todo es condenadamente divertido mientras está pasando. Ella escuchó la amenaza en su voz, pero también una sugerencia que le había hecho entrecerrar los ojos por la sospecha. —Entonces, ¿qué quieres a cambio de no llamar al sheriff y a la prensa sensacionalista Riley? —Manipulador de hijo de puta, ella sabía que estaba tramando algo. Y ella sabía que no le iba a gustar. Sintió que le raspaba la corta barba por encima del hombro, la espinosa caricia la hacía respirar profundamente, luchando por mantener la compostura, así como su salud mental, mientras que el placer amenazaba con inundarla.

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—¿Qué tienes para negociar conmigo? —Bingo. —¡Bastardo hijo de puta! —Se retorcía en su agarre, cada vez más furiosa al pensar que ella se había escapado sólo porque él lo había permitido. Frente a él en la media luz de la luna que atravesaba las delgadas cortinas de la ventana, Ángel apretó los puños a su lado y levantó la barbilla desafiante. —Yo debería haber sabido que no juegas limpio, —le espetó ella—. ¿Esperas que intercambie sexo por tu silencio? No creía que fueras capaz de algo tan bajo como hacer que me arresten por tratar de recuperar algo de mi propiedad. —Yo lo compré. —Él encogió sus anchos hombros, cruzando los brazos sobre su pecho mientras sus ojos azules brillaban desde el interior de su oscuro rostro—. Es mío, Ángel. No tuyo. —Mi padre no tenía derecho a vender el torque. Es mío. —Los documentos decían lo contrario. Se movió de la entrada, cerrando la puerta mientras se acercó a la pared del enfrente. Segundos más tarde, las lámparas en las mesas de noche brillaban con vida y estaba segura de las luces que antes no estaban trabajando abajo, ahora estaban ardiendo relucientemente como lo habían hecho en las últimas dos noches. —Sus papeles son una farsa. —Enfrentándole plenamente ahora, con los labios en una línea de arrogancia, la confianza suprema masculina, que lo rodeaba como un aura. Su mueca inclinada, su postura – los pulgares enganchados en los bolsillos de sus pantalones vaqueros de montar a caballo, sus piernas apoyadas separadas - era una de aseguramiento sexual. Él creía que la tenía exactamente donde él quería.

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Desafortunadamente, tanto como ella lo odiaba, él no estaba demasiado lejos de la realidad. Y tan triste como lo debía admitir, él era su pasión. Él la había encendido desde el primer momento que lo había conocido, esperó mucho tiempo un toque que sabía no debía desear, un hombre que sabía que no podía sostener. Era como un viento salvaje, que soplaba arrancando defensas, pasando y rasgando en pedazos las negaciones, acariciando con el toque del diablo, sólo para volar de nuevo, dejando lo que quedó atrás perdido y roto. Le rompería su corazón en tan sólo una forma, si ella lo permitía. —Los documentos son totalmente legales. Me aseguré de ello, mi Ángel. —Su voz era suave, acariciaba ligeramente sus sentidos a pesar de la burla masculina en su tono—. Se sostendrán ante cualquier tribunal. —No tenías derecho a comprarlo, sabiendo que me lo iba a dejar a mí. —Y eso le dolía más. Que lo había comprado, a pesar de saber que su padre lo estaba vendiendo injustamente. El torque de oro y plata había sido creado siglos atrás para un guerrero en su línea directa. Se rumoreaba que fue bendecido por un druida antiguo y que poseía un poder que siempre seguiría a su familia a través de la aceptación del primer guerrero que lo había dado. Uno alto y fuerte, intrépido en batalla y delicado en la cama. Un hombre que había robado el corazón de la hija a favorita del druida. —Si no lo hubiera comprado, alguien más lo habría hecho. —Los perversos, malvados ojos azules le devolvieron la mirada con un toque de risa y una llama de excitación. El muy válido y lógico argumento, no la convenció.

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—Luego me lo vendes nuevamente—exigió con brusquedad—. No tienes necesidad de ello, Riley. El torque no significa nada para ti. Es todo para mí. Lo vio fruncir el ceño cuando lo enfrentó y rogó que finalmente pudiera comunicarse con él. El hombre era un enigma del que rara vez se podría decir lo que pensaba. Lo máximo que podía estar segura era de que estaba caliente. Ella había visto pocas veces un momento en que el bulto en sus pantalones no estuviera totalmente descongestionado y duro como un semental. —Dudo que cumplas mi precio, —reflexionó por último pensativo—. Y si lo hicieras, lo que me perturba es darme cuenta de lo fácil que te puedo tener. ¿Con qué facilidad puedo tenerte, mi Ángel? Ella se lanzó sobre él. Mostrando los dientes, las uñas extendidas, se fue a por esos malditos ojos risueños. El hijo de puta se atrevía a pensar que ella era su puta. Para nada. Y al hacerlo, bloqueaba cualquier deseo que ella tenía de rendirse a él. Así como lo había hecho cuando compró el torque, colocó entre ellos los obstáculos que su orgullo no podría superar. Su risa se hizo eco en sus oídos cuando él la cogió, balanceándola alrededor y sosteniéndola casi inmóvil, mientras él la presionaba contra el muro, su mejilla presionando contra la pared seca y fresca cuando ella gritó de rabia, impotente. —Te voy a cortar el corazón de diablo de tu pecho, Riley —ella gruñó furiosamente—. Desgraciado, malvado, canalla. Te destriparé yo misma. —Pequeña zorra sanguinaria, —gruñó en su oído en vez de liberarla—. Si hubieras sido un poco menos agresiva y exigente, podrías haber tenido el torque antes de que me marchara a Irlanda. Pero en vez de eso tuviste que jugar de arpía. Él la soltó rápidamente, moviéndose lejos de ella cuando se volvió hacia él con sangre en los ojos.

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—Lo dices ahora, —le espetó ella con vehemencia—. Pero estoy segura. Lo hice todo, solamente me faltó ir de rodillas y suplicarte que no compraras la pieza. Ella respiraba con dureza, luchando por retener su furia, pero el placer inexplicable que había sentido cuando él la refrenó, la sostuvo inmóvil y presionó su cuerpo duro contra ella. Nunca había tenido tal debilitamiento y deseo, cada vez que sentía esto. —Como dije, si no lo hubiera comprado, alguien más lo habría hecho. Tu mejor oportunidad era convencerme de vendértelo antes de irrumpir en mi casa y tratar de robarme. No me gustan los ladrones, Ángel. —Pues deberías —gruñó ella—. Sois de la misma calaña. Sus ojos se estrecharon. —Estás empujando tu suerte, nena. —Y yo no soy tu nena. —Sus manos se apretaban a su lado, las uñas mordiendo sus palmas—. Adelante, eres un cobarde, llama a tu precioso alguacil y ponme presa. Haz lo que quieras. Yo no esperaría menos de un hijo de puta como tú. —¿Crees que eso es lo peor de mí? —Su voz era un gruñido áspero, prueba de que había atravesado los limites, el exterior divertido. ¡Qué se enoje! Maldito sea, no era posible que estuviera más enojado de lo que lo estaba ella. —Creo que eres un cobarde con menos honor que un gato callejero merodeando entre las sombras, —lo acusó ella, haciendo caso omiso del oscurecimiento de sus ojos, la forma de su expresión apretada—. Sólo un hombre sin honor robaría tal herencia familiar por el precio ínfimo que tú pagaste, a pesar de mis súplicas, —lo acusó temerariamente. —Me voy a apoderar de tu piel. —Él levantó el labio en un gruñido, con el cuerpo tenso, sus ojos se estrecharon sobre ella peligrosamente.

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—No tengo ninguna duda de que lo vas a intentar, —le disparó ella—. Suena como algo que harías, tratando de cubrir tus propios defectos. ¿Te hace sentir como un hombre grande, Jack Riley? ¿Dominar a las mujeres? ¿Para demostrarles quien crees que es el jefe? Ella ignoró el hecho de que la había convertido en nada, ella siempre sabía cuándo él hacía solamente eso. —En realidad, sí. —El tono suave y oscuro la habría advertido. Ella debería haberse espabilado y no dejarse engañar por su imagen de playboy, su actitud de desinterés calculado. En ese momento se dio cuenta, supo que había cometido un grave error táctico, y ahora debía pagar por ello.

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Capítulo 2

-A

hora, hay una hermosa maldita vista. Mi Ángel, tienes el pequeño culo más bonito que alguna vez he visto.

Ángel gritó con furia, el sonido ahogado por la mordaza negra que aseguró sus labios mientras luchaba con las fuertes manos que sostenían sus muñecas en la espalda, cuando él la extendió sobre su regazo. Ella luchó como un demonio, intentando arañar su carne con las uñas, para zafarse de él con sus pies. Él se rió, un sonido áspero y sexy que le había gustado mucho también. Y a pesar de la furia, corrió fuerte y rápido a través de su torrente sanguíneo, el ultraje que él intentaría en realidad causaba disturbio en su interior, aun así, llamaradas de entusiasmo cantaban por sus venas. Eso no significaba que tenía que dejarlo vivir. Ningún hombre la azotaba y vivía para contarlo. Ella iba a matarlo. Le iba a arrancar el corazón y alimentaría los lobos. Ella... Gritó con humillante sorpresa cuando la mano aterrizó sobre su trasero, subiendo con una palmada picante que era más sorprendente que doloroso. Y demasiado agradable. No se debía suponer que era agradable. Se suponía que iba a ser humillante. Exasperante. Doloroso. No se suponía que desgarrara su centro y la dejara convulsionando en un hambre erótico. —Quédate quieta—le ordenó perezosamente—. Déjame al menos admirar mi obra aquí. Si te vas a tomar la molestia de golpear a una bruja un poco molesta, entonces debería al menos tener el placer de ver su culo suave que está listo para enrojecer.

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Sus mejillas flameando por el tormento, cuando su mano pasó sobre su trasero casi desnudo. ¿Qué la había poseído a llevar la pequeña tanga de seda en lugar de las bragas menos reveladoras que había preparado? Ropa interior sexy y jugar al ladrón, no van bien juntos, pero se dio cuenta, en un momento sorprendente, que había usado la más suave, la ropa interior más sexy que poseía. Trozos de seda y encaje que había comprado meses antes, imaginando cómo sería tentar al amante oscuro con el que a menudo soñaba que entraría en su vida. El que podría hacer que se sintiera lo suficientemente valiente como para ser una mujer, para tener lo que ella anhelaba, para vivir las fantasías que solo admitía en la oscuridad de la noche. Esta no era una de sus fantasías, pero era más caliente que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Jack había conseguido no sólo pasar a través de sus rodillas, sino bajar sus pantalones, así, dejándola expuesta a sus ojos llenos de lujuria. Y ella sabía que estaban llenos de lujuria. Podía sentir el calor acariciando su parte inferior, incluso la suavidad de sus dedos sobre ella. —Tienes un culo encantador, —canturreó él, el sonido golpeando como un rayo de placer directamente en su centro. Cómo odiaba responderle así. Odiaba a sabiendas de que lo que le estaba haciendo, no se parecía a nada de lo que había conocido en su vida, sin embargo, aunque era lo más común para él. Un gemido desigual de vergonzosa necesidad escapó de sus labios al escuchar el tono de admiración en su voz. Ella nunca se había considerado particularmente bonita. Ella se había sentido rara vez sexy o sexual, como lo hacía en este momento. Luchó contra él de nuevo, tratando de soltarse, decidida a liberarse antes de que la humedad se escapara de su centro, mojando la seda oscura de sus bragas. Antes de

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darse cuenta del placer erótico que fue creciendo en su impotencia. ¿Quién podría haberlo sabido? Seguramente ella no había imaginado que tales extremos dominantes, podrían destruir sus defensas de tal manera. —Niña mala.—Él le pegaba a su trasero desnudo de nuevo, provocando un grito sofocado a través de su pecho. Solo rogaba, que él pensará que era por la furia. El calor de terciopelo se precipitó a través de la mejilla caliente de su trasero y golpeó su centro como una espada de fuego erótico. Misericordia, gritó en silencio. Ten compasión de la voluntad impotente que se rompe a través de ella. No era una chica mala, pero por su acusación se dio cuenta de lo mucho que quería ser una. Para ser una malvada, desenfrenada. Para tomar a un hombre como ella antes solo lo había soñado. —Suave y dulce. —Su mano pasando sobre sus curvas de nuevo—. ¿Sabes lo que me gustaría hacer, mi Ángel? Me gustaría ponerte de rodillas, separar estas bonitas curvas y mirar mi polla deslizarse profundamente dentro de la pequeña entrada de tu culo. Sus ojos se abrieron en estado de shock cuando escuchó sus palabras, y al mismo tiempo le propinó una palmada que la atravesó y le dejó una onda caliente en su trasero. El ano cerrado, su centro comenzó a empapar la ropa interior. Las bragas negras de seda que ella sabía que iban a mostrar el resultado, como prueba de su excitación. Sus pechos se hincharon al instante, sus pezones se endurecieron hasta el punto de dolor, cuando le dio otra bofetada en el lado opuesto, calentando su trasero en varias ocasiones, ella empezó a temblar, a retorcerse en su sitio.

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No disfrutaría esto, ella gritó para sus adentros, mientras continuaba enrojeciendo su trasero, lo que la hacía ruborizarse, calentando su cuerpo entero con el placer prohibido. Y cada segundo de ello le recordaba sus palabras, la imagen de él a sus espaldas, separando las mejillas de su trasero e introduciendo su polla en su agujero negro. Ella

gritó

cuando

un

nuevo

golpe

aterrizó,

sensaciones

dirigiéndose

profundamente a su coño, causando disturbios a través de su clítoris, hasta que la devoró la necesidad de liberación. Cada golpe le calentaba su trasero, le hacía retorcer en su regazo, el sentido común y la cordura retrocediendo aún más en el éter de la lujuria, cuando ella empezó a gemir en obediencia, al placer extremo. —¡A la mierda!—Ella podía oír el tono áspero, casi asombrado, sin duda sorprendida cuando se detuvo la azotaina erótica, arqueando su espalda para levantar más su trasero para él. Estaba tan cerca, ¿no entendía lo cerca que estaba de alcanzar ese placer final? —¿Ángel?—Su voz era casi gutural, mientras sus dedos se deslizaron entre sus muslos, ásperos contra la seda negra de sus bragas, ella se estremeció en éxtasis por su toque—. Oh, nena, estás tan húmeda. Tan jodidamente caliente y húmeda. Él se movió entonces, levantándola de su regazo, rasgando la mordaza de su boca mientras la sostuvo frente a él. Sus piernas eran tan inestables que se tambaleó, mirando hacia él, sorprendida por su propio cuerpo, por su debilidad. Si no fuera porque sus manos la estabilizaban, se preguntó si no se habría derretido en un charco a sus pies. Aturdida, apartó la mirada, asombrándose por la cercanía se esos ojos azul profundo, pensado en sentir sus dedos moviéndose una vez más entre sus muslos.

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—Jack, —susurró su nombre, sin poder detener el estremecimiento que atormentó sus miembros, cuando sus dedos abandonaron la entrepierna empapada de sus bragas, una vez más—. Jack, por favor. Ella apretó las caderas hacia delante, inclinándolos, jadeando por las sensaciones ardientes, mientras su mano ahuecaba su monte, con la parte superior de su mano áspera frotaba su clítoris enviándola al éxtasis extremo. —Un travieso y húmedo angelito, —le susurró de nuevo, provocando en su centro un espasmo de hambre ávida, al sentir mover sus dedos por debajo de la banda elástica en la pierna—. Tan... mojada. Como un susurro erótico, las yemas de sus dedos se abrieron paso por sus rizos empapados, como el suspiro de un ángel, sintió su aliento por su cuerpo. No fue lo suficientemente fuerte, el tacto era muy suave, apenas lo sentía. Necesitaba más. Necesitaba algo más, algo más caliente. Un segundo después, sus manos volaron sobre sus hombros, agarrándolos con desesperación, cuando empezó a participar de la oferta, rozando sus dedos contra su cuerpo

pliegues sensibles,

aumentando sus nervios, se estremeció

violentamente. —Espera. ¡Oh, Dios, la espera la estaba matando! Ella quiso rasgar la seda y lanzarla lejos de su cuerpo, sentir sus dedos sumergirse dentro de ella, duro, rápido, arrancando su cordura y tirándola al abismo sin fin del placer, que podía sentir esperando, fuera de su alcance. Esto fue lo que le había atraído hacia él, durante las semanas que había pasado en Dublín. La sexualidad atrevida, traviesa. El brillo en sus ojos asegurándole placer en sus brazos, aseguró que iba a buscar satisfacción en ellos, como el que nunca

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había conocido en otros. Era como una llama, y ella era la polilla, desesperada por ser quemada. Sus labios se separaron, su boca se abría mientras luchaba por respirar, luchaba por mantener los ojos abiertos, su mirada se cruzó con la suya, cuando sintió sus dedos, amplios y callosos en la entrada, enviando espasmos a su centro ardiente. Tan cerca. Ella los quería dentro de ella, llenándola... —Jack…—El grito de lamento hizo eco alrededor de ellos, su cadera se estremeció, se apretó más, miel líquida, se detuvo en su centro, cuando sus dedos se detuvieron, manteniendo el éxtasis fuera de su alcance, ella exclamó con desesperación de lujuria enloquecida. —¡Joder, esto es una locura!—Su maldición repentina, fue seguida por la retirada total de sus dedos de su cuerpo deseoso, se inclinó, agarró la cintura de sus pantalones y tiró de ellos, subiéndolos rápidamente de nuevo a sus caderas. —No. ¡Maldito seas! ¿Qué estás haciendo?—Presionó sus manos, sólo para que le agarrara las caderas mientras se levantaba, girando y empujándola a la cama. —No así, —gruñó él, con la respiración inestable, mientras ella se estabilizó, mirando hacia él en estado de shock—. Mierda. Él pasó los dedos por su cabello, mirándola con una expresión sobresaltada que ella sintió debía reflejar la suya. Ángel parpadeó, luchando por respirar, para dar sentido a los cambios repentinos, de la pasión hambrienta, ávida lujuria, a ser privada de su toque. —¡No te muevas, maldita sea!—Ordenó él, su tono gutural mientras se levantaba. Ella negó con la cabeza, bajando su mirada, sólo para levantarla de nuevo al darse cuenta de lo muy cerca que estaba el instrumento de placer que necesitaba tan desesperadamente. El bulto de su polla estaba a pocos centímetros por delante de

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su rostro, presionando contra sus pantalones vaqueros, la gruesa longitud claramente perceptible debajo del material. Aturdida. Insegura de donde nacía su osadía, extendió la mano, pasándola por la cresta dura, su cuerpo se tensó con violencia. Una maldición candente escapó de sus labios, al mismo tiempo que con la mano agarró su muñeca y con la otra tomó su barbilla para levantar su cabeza. —Piénsalo, —gruñó acaloradamente—. Voy a joder tu boca hasta que no puedas gritar, ni gemir, porque estará llena de mi polla. Y cuando pienses que nunca me detendré, me voy a enterrar entre tus labios dulces y dispararé hasta la última gota de mi semen en tu garganta. Y esto no parará ahí, pequeña. Te tiraré abajo y te joderé tan fuerte y profundamente que nunca me olvidarás. Nunca. Piensa en ello, maldita sea, porque una vez que te tenga, una vez que pruebe tu dulce coño o entierre mi polla dentro de ti, no te dejaré ir hasta que te posea. Cuerpo y alma, pequeña bruja. Te poseeré. Ten la certeza, debes estar malditamente segura, de que lo puedes soportar, antes de tratar de aceptarme. Él había perdido el juicio. Jack pasó los dedos por el pelo, mientras caminaba por las escaleras, haciendo caso omiso de los furiosos gritos de Ángel, cuando golpeaba la puerta cerrada del dormitorio, sus amenazas enfurecidas eran casi divertidas. No había lugar para la diversión en su interior en ese momento. Sus entrañas se rasgaron por la mitad, cada hueso y músculo en su cuerpo le dolía, con la necesidad de coger a la brujita tentadora, para escuchar sus gritos de placer en vez de los de furia. ¿Qué demonios había sucedido? Había pensado sólo darle una lección, azotar un poco ese trasero tentador, lo suficientemente duro para enseñarle un poco de respeto. En su lugar, lo que él había querido que fuera una acción disciplinaria, se había

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convertido en una lección erótica a su propio auto-control. Algo tan jodidamente caliente que se sentía hirviendo de pies a cabeza. ¿Qué había hecho con él? Jack se detuvo al pie de las escaleras, pasó sus dedos por el pelo al darse cuenta de que sus manos temblaban. Todavía podía oler el aroma dulce, caliente de su cuerpo. Olía como la miel, caliente y resbaladiza, tentando sus sentidos y eso le recordaba por qué no había cruzado la frontera sexual que ella había colocado entre ellos en Irlanda. Porque él sabía que sería solo degustar su sabor, un toque y sería adicto. Podía sentir la compulsión por más. La necesidad de ponerla sobre la cama y saborear cada centímetro cremoso de ella. —Maldita sea. —Se paseaba por la sala de estar, torciendo su cabeza y hombros al tiempo que los gritos furiosos comenzaron a disminuir. Alejarse de ella había sido casi imposible. Dar la espalda a la sensación ardiente, caliente de su cuerpo, había roto algo en su interior. Él quería volver. Quería irrumpir en esa habitación, tirarla en la cama e introducir su polla con fuerza y profundamente en ella, hasta el punto de no poder decir dónde terminaba él y comenzaba ella. Él hizo una mueca dolorosa, con una mano bajando a la protuberancia que presionaba por debajo de sus vaqueros. Un gemido salió de su garganta, el placer arrasaba a través de su cuerpo. —Hijo de puta, —maldijo, dejándose caer pesadamente, en la silla mullida que estaba cerca de la ventana. Apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla, respirando con dificultad, luchando con el impulso casi irresistible de ir al piso de arriba. Para terminar lo que había empezado. Para tenerla, para oír sus gritos, sus súplicas, sentirla apretada y

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caliente a su alrededor. Para perder el control que tanto luchó por mantener, y por primera vez en su vida, para sumergirse en la mujer que habría debajo de él. Por culpa de ese maldito torque. Si no lo hubiera comprado, si hubiera ignorado el desafío obstinado en los ojos de Ángel y olvidado la pieza, entonces no estarían en esta situación, se recordó. Demonios, ni siquiera le gustaba la maldita cosa. Pero también fue lo suficientemente honesto para admitir que no había una posibilidad en el infierno de alejarse de esto. Había vigilado a Ángel durante las dos semanas completas que se había quedado en la propiedad de su padre. Embromándola, tentándola, cada vez aumentando

injustificadamente su fría

actitud por falta de respuesta. Ninguna otra mujer lo había tentado como ella. Él sabía que incluso entonces, lo había combatido. Ángel era diferente, y no quería que lo fuera. Él quería que fuese como todas las demás mujeres que había conocido en su vida. Fácil de alejarse. Fácil de mantener su control. No sería nada sencillo la confrontación entre ellos ahora. Debería subir, sacar la pequeña joya de su equipaje y entregarle la maldita cosa a ella. Le pertenecía, entonces. Será exclusivamente de ella, y entonces podría tener un poco de paz. La tendría, si ella no hubiera tratado de robarle. No, no era ni siquiera eso. Se quedó mirando el techo con la certeza de que no se la devolvía, simplemente porque sabía que si lo hacía, se marcharía. No habría ninguna razón para que se quedara. Y él no tenía ningún deseo de permitírselo. —Jack Riley, basura, bastardo de negro corazón.—Algo se estrelló contra la puerta del dormitorio mientras sus labios se levantaban en una mueca. Maldita sea, era una fiera. Y más caliente que cualquier cosa que él había tocado en su vida.

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Respiró lentamente, con cansancio. Algo dentro de él le advirtió que si la tomaba, si la tocaba de nuevo, entonces sería el mayor error de su vida. Pero Jack se conocía a sí mismo lo suficiente, para saber que no iba a dejarla sola mucho tiempo.

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Capítulo 3

E

staba a punto de amanecer cuando Jack finalmente se dirigía al cuarto de invitados donde había dormido durante las primeras horas de la mañana. Le quitó el seguro a la puerta silenciosamente, abriéndola con

lentitud a medida que entraba a la habitación. Estranguló el gemido que amenazaba con escapar de su pecho cuando sus ojos se encontraron con el espectáculo. No era una vista diseñada para ayudar a que un hombre mantuviera su control. Por el contrario, era como agregar combustible a las llamas. Ella estaba tendida en su cama, usando nada más que una pequeña tanga negra y un sostén de seda y encaje de copa completa, sus pechos eran montículos cremosos en un malvado y erótico cuadro. Sus largas y esbeltas piernas estaban ligeramente abiertas, una mano agraciada descansaba en el abdomen ligeramente redondeado. Largos rizos negros enmarcaban su cara adormilada y sus suaves labios rosas se abrían al tiempo que ella inhalaba y exhalaba. Su miembro no se había calmado durante la noche, a pesar de la hora que había pasado masturbándose antes de salir de la cama. Frunció aún más su entrecejo, a medida que sentía un brote creciente de cólera en su interior. Ella se había reído de él con una fachada fría, se había burlado con su orgullo por un tiempo en Irlanda y luego había intentado robarle. Lo había mantenido erecto, caliente y de mal humor por semanas, ¿y estaba tratando de ser un caballero? Sus miedos de la noche anterior, el conocimiento de que tomarla lo cambiaría de alguna manera, quedó detrás de la excitación que torcía sus tripas en nudos. Dios,

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la deseaba. Podía verlo claramente, imaginarlo con un realismo que lo choqueaba, su imagen de rodillas, usando nada más que seda y encaje, sus labios rodeando su miembro, succionándolo hasta su garganta, creando fuego dentro de él que lo quemaría sin control. Sacudió su cabeza, luchando contra esto, luchando contra su propia excitación. —Levántate y brilla, mi ángel—avanzó hasta la cama, agarrando su tobillo delgado y tirándolo con fuerza mientras ella se retorcía en la cama. Su ceño tiró inmediatamente de sus cejas como un golpe de fuego en su mirada. —Quita tus manos de mí, odioso—le espetó, sacudiendo el tobillo de su presa, mientras empujaba los gruesos mechones de pelo negro de su cara. —Qué dulce temperamento—le reprendió burlonamente mientras permanecía de pie junto a la cama, mirando hacia ella. —Sal de la cama.—Se agachó, recogiendo su ropa y metiéndola por debajo de su brazo mientras le sonreía—. Puedes usar una de mis camisetas mientras lavo tu ropa. Veré si consigo tener algunas cosas listas para que uses hoy. Ahora, sé buena chica y aséate para el desayuno. —¿Discúlpame? —le espetó, luchando desde la cama para quitarle su ropa—. Dámelas. No me quedaré aquí así que no necesito que me consigas nada. —Shh shh, Ángel mío —negó con la cabeza en reproche mientras sostenía la ropa fuera de su alcance—. ¿Recuerdas al jefe de policía? ¿La molesta prensa amarillista? Lo discutiremos con café y comida. Pero creo que es posible que desees reconsiderar tu posición aquí. La cárcel puede ser un muy mal lugar. Se apartó, preguntándose cuán en serio hablaba. La única cosa que había aprendido de él mientras estaba en Irlanda era que podía contar con que

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mantendría su palabra. Si él se proponía que la arrestaran, no tenía duda de que lo haría. La furia de la noche anterior había quedado detrás, no solo del sentido común normal, sino también de la excitación que él había disparado dentro de ella esa noche. Pero eso no significaba que se inclinaría ante cualquiera de sus reglas arbitrarias. Había otras maneras de pelear esta batalla. Jack Riley no tenía todas las cartas como pensaba. Ella no era la única que había estado presa en la telaraña de la lujuria y el placer la noche anterior. Él también había ardido, y ella lo sabía. Estrechando sus ojos, le permitió a su mirada escanearlo. Desde los oscuros ojos azules, bajando al pesado bulto bajo sus jeans. Podía sentir su coño palpitando, sus pechos hinchándose mientras los recuerdos de la noche anterior pasaban por su cabeza. Su toque, sus dedos abriendo los pliegues de su coño, rozándose contra la entrada de su mojada vagina. Había habido una lección que aprender en esos breves momentos en que él la había tocado. Cierto placer era tan extremo que no valía la pena perderlo. Jamás había sentido tanta intensidad en el placer. Esa promesa de más por venir. Quería, necesitaba más. Tanto su beso como su toque eran una droga que se estaba convirtiendo rápidamente en adictiva. Se reclinó entonces, apoyando su peso sobre sus codos mientras se fijaba en su mirada llameando por la forma en que empujó hacia adelante sus pechos prominentes. Amaba esa mirada en sus ojos, y aun cuando desconfiaba mucho de él emocionalmente, no había sido capaz de contener la excitación que podía provocar en su interior. —Muy bien —se encogió—. En vez de comprarme ropa, podrías simplemente recoger mis cosas en el motel de la ciudad. Estoy segura de que eso sería más fácil para ti,—sus párpados bajaron, su mirada evaluando su cuerpo, centrándose en sus piernas. Los pliegues se le humedecieron rápidamente bajo la seda, pulsando la excitación. Su clítoris era como una llama viviente, quemándose fuera de control

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con el hambre de sentir su boca succionándolo, su lengua moviéndose a su alrededor. Tenía la sensación de que nunca antes había conocido el verdadero placer lujurioso, pero este hombre podría enseñarle mucho sobre esto. —Estás jugando con fuego, Ángel —le dijo entonces, con voz profunda, áspera—. Podrías pensar que lo que estas pidiendo es mucho más de lo que puedes manejar. Ella rodó sus ojos. —Los americanos son tan dramáticos—suspiró—. ¿Te deleitan las advertencias? ¿Te dan un cierto grado mayor de placer? ¿O simplemente disfrutas del teatro? Sus ojos azules llamearon ante el reto. La sensualidad cubrió su rostro, dándole un aspecto más oscuro y malvado que nunca antes. Nunca había tenido a un amante americano, admitió. Los pocos hombres que había tenido en su cama eran fríos, de raza inglesa que se comportaban entre las sábanas de la misma manera en que lo hacían en público. Fríos. Con dignidad. Con muy poca emoción ¿Eran todos los hombres americanos como su captor? —Estás pidiendo problemas—gruñó. Sus dedos jugaban con la carne de su abdomen aparentando completa indiferencia, a unos centímetros de la banda elástica de su tanga, mientras ella suspiraba con burlona paciencia. —Muy bien, Jack. Aceptaré tu lamentable excusa por la ropa y bajaré a desayunar —se levantó de la cama, moviéndose lentamente en la medida que pasaba sus piernas por el borde y se puso de pie, mirándolo, su mirada se encontró con la de él que se quedaba en silencio simplemente mirándola de vuelta. El movimiento la ubicó mucho más cerca de él, a algunos centímetros del calor de su cuerpo mientras sus ojos oscurecidos se calentaban sensualmente. La imagen tenía su respiración acelerada, su boca secándose con anticipación. Había un

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mensaje en esa imagen, uno que respaldaba su advertencia previa de que estaba jugando con fuego. —¿Alguna camisa en particular que debiera usar? —inclinó la cabeza, mantuvo su voz suave, sugestiva mientras se alejaba de él, deliberadamente volteando, proporcionándole una vista de sus nalgas desnudas mientras caminaba hasta la cajonera cruzando la habitación. Lo hizo tal vez a unos pocos pies, antes de que su mano se apretara alrededor de la parte superior de su brazo, haciéndola detenerse. Giró, mirándolo sobre su hombro, su frente estirándose en una actitud de soberbia, a pesar de la oscura sexualidad que lo cubría como un aura. —Dime, Ángel mío—susurró entonces—. ¿Tienes idea de los sucios jueguitos que un hombre puede jugar con carne suave como la tuya? Se lamió sus labios secos. No, no tenía idea, pero tenía curiosidad acerca de los juegos que él podía jugar. —No me harías daño—finalmente susurró—. Otros podrían, pero tú no lo harías. Ahora su expresión era casi feroz. Sus pómulos parecían más altos, más nítidos, los labios más llenos, más sensuales que antes mientras la miraba pensativamente. —¿Y cómo sabes eso? —sus dedos apretaron su brazo, mientras su expresión se oscurecía con una emoción indefinida. Estaba yendo tan rápido que ella no podía analizarla ni descifrarla, pero su sombra era profunda. —Si fueras a hacerme daño, habrías terminado lo que empezaste anoche, Jack — susurró entonces—. Confío en ti con mi cuerpo. Confiaría en ti con lo que llamas tus jueguitos sucios —le dio una sonrisa triste—. Pero lo pensaría mejor acerca de confiar en ti con mi corazón.

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Ahí estaba de nuevo, una sombra de emoción. Por un momento, un desolador, casi abrumador dolor cruzó por sus ojos antes de desaparecer de nuevo. Ángel sintió que el miedo viajaba por su corazón, sintió que algo en su pecho se expandía y dolía con la necesitad de calmar algo que estaba segura que él nunca le dejaría ver ¿Por qué habría de dolerle su declaración de que nunca podría confiar en él con su corazón? Era evidente que así era. —¿Y tú crees que tu corazón está muy a salvo, pequeña Ángel? —le preguntó, con una curva divertida, casi burlona en sus labios, mientras la miraba—. ¿Qué te hace pensar que no podría hacer que me ames? Ella volteó hacia él, moviendo sus manos hasta que estuvieron aseguradas contra su pecho cubierto de ropa, sintiendo los fuertes latidos de su corazón como si apaleara su carne. —¿Te gustaría que te amara, Jack Riley?—le preguntó con una sonrisa irónica curvando sus labios—. Si me arriesgo a tu ira, y a tu sistema de justicia por robar un mero torque que siento que es mío, ¿qué más haría para castigar a aquél que robara mi corazón y lo rompiera descuidadamente? Sus manos le acariciaban sutilmente, moviéndose contra él con movimientos lentos y sensuales. —¿No fuiste tú el que me llamó una bruja de corazón negro sin más sentido que cortarse la nariz para hacer daño a la cara? Créeme, Jack, le cortaría el miembro a cualquier hombre lo suficientemente estúpido como para robar mis emociones y tirarlas a la basura como si no fueran más que los desperdicios del día anterior. Asegúrate bien de esa persona antes de que cometas el error de aceptar el desafío que aún no he ofrecido.

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Una de sus manos conservaba su agarre en el brazo de ella, y a continuación se le unió la otra a su cadera opuesta, sus dedos ahuecándola, atrayéndola más cerca mientras su cabeza comenzaba a bajar. Ángel sintió su corazón golpear en su pecho, su boca hecha agua con repentina necesidad, la anticipación del beso que estaba esperando probar. Su lengua se movió para amortiguar sus labios, sus ojos se abrieron mientras un sofocado gruñido de hambre abandonó su pecho. —Me tienes temblando de miedo—susurró él, en nada más que un aliento sobre sus labios mientras ella luchaba por mantener sus ojos abiertos, para capturar el flash de emociones que estallaba en los oscuros centros de su mirada. —Créeme, cariño, no es tu corazón lo que quiero. Así que si lo pierdes, lo haces bajo tu propio riesgo. Ahora ese dulce, caliente y pequeño coño es‖ otro‖ asunto…‖ Después del desayuno. ***** Ángel estaba empezando a creer que esos hombres americanos eran puro juego sin intenciones verdaderas. Dos veces. Dos veces Jack se había alejado de ella. ¿Fue su disposición a tenerlo lo que lo hizo retroceder? Su madre siempre había dicho que los hombres querían un desafío, no un sacrificio voluntario. Se cernía sobre ese pensamiento durante el desayuno en la gran cocina, sentada a la mesa y mirando hacia más allá de la ventana, al desolado paisaje de Texas y tomando el café de después del desayuno que le había dado Jack. No tenía tiempo para juegos. Nunca era de las que jugaban el juego, especialmente en ninguna de las relaciones que había tenido. Hizo un mohín silencioso. Ahora estaba lista para simplemente irse a casa. Era evidente que Jack no iba a darle el torque, sin importar cuánto suplicara. ¿Y qué prueba tenía de que ella verdaderamente había irrumpido en su casa con la intención de robárselo? Había

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realmente poco que pudiera hacer sin que ella fuera honesta con los funcionarios de orden público ¿Quién dijo que ella tenía que ser honesta? Suspiró con disgusto. Odiaba a los mentirosos. Por su puesto, tan loca como estaba, tendría que ser honesta. Además, era una mentirosa terrible. Su padre siempre sabía cuándo ella estaba tratando de mentirle. —Mi café no sabe tan mal,—su voz retumbante la sacó de sus pensamientos así que volteó la cabeza y lo miró sentado una vez más en la silla frente a ella. —Podría soportar que fuera un poco más fuerte, pero está bien —se encogió de hombros. El café realmente no importaba. Él se recostó en su silla, con expresión pensativa. —Estás demasiado silenciosa—dijo—. ¿Qué pasa? Rodó sus ojos ante el comentario. ¿Por qué los hombres siempre pensaban que el silencio de una mujer era un insulto directo o una posible amenaza hacia ellos? —Nada—llevó la taza a sus labios, sorbiendo el oscuro líquido antes de dejarla nuevamente en la mesa—. Simplemente estaba preguntándome por cuánto tiempo me obligarás a estar aquí en tu casa. Levantó una ceja color rubio oscuro de manera burlona. —No te invité, ni te obligué, cariño —arrastró las palabras—. Llegaste por voluntad propia. —Y ahora estoy lista para irme —le informó con frialdad—. Vine, fallé. El torque, como tú dices, es completamente tuyo. Debería haber seguido mi sentido común antes que mis emociones al venir aquí.

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Era una amarga decepción, perder ese torque. La leyenda decía que mientras él permaneciera dentro del linaje para el que fue creado, habría felicidad y amor para esa familia. Su madre había tenido un gran matrimonio. Sus padres se habían amado profundamente, tanto así que los hijos que habían vivido a su sombra sufrieron un pequeño abandono. —Quizás no estoy listo para dejarte ir —su expresión era una vez más hermética, meditabunda. Entonces la burla curvó su sonrisa—No puedes mantenerme aquí para siempre, Jack. Tengo una vida y un trabajo al que regresar pronto. Estoy segura de que eso te importa poco, pero aparte del torque que obtuviste de mi padre, es todo lo que me importa a mí. Una sonrisa curvó sus labios. —Necesitas ampliar tus horizontes, querida. Una mujer necesita más que una carrera para mantenerse caliente durante la noche. —Tengo una manta eléctrica, funciona bastante bien y critica menos—respondió graciosamente—.¿Qué más podría desear una mujer? —¿Un orgasmo?—le preguntó divertido. —Mi vibrador hace ese trabajo,—se encogió de hombros. Los hombres estaban tan locos. —Hmm—murmuró—. Bueno, te dejaremos volver a tu vibrador y a tu manta algún día. Hasta entonces, creo que es mi deber castigarte por tus actividades criminales. Quiero decir, diablos, si te dejo ir con esto, solo Dios sabe lo que intentarás luego. Robo de bancos, asaltos, la lista sigue y sigue. Creo que alguien tiene que enseñarte el error de tus actos.

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Ella se hubiese reído si su actitud burlona y prepotente no encendiera la llama de su temperamento ya cabreado. —¿Discúlpame? —se señaló a si misma rígidamente erguida mientras la furia ofendida comenzaba a llenarla—. ¿Y qué te hace pensar que permitiré que tú seas mi juez y parte en este asunto? Tú sabes lo que ese torque significa para mí, Jack. Hizo una mueca con burlona sobriedad. —Lo siento, dulzura. Es la cárcel o yo. —Es tu palabra contra la mía,—le recordó con furia. —Sí, pero el jefe de policía es realmente un buen amigo mío—señaló—. Diablos, somos casi familia. Creo que me va a creer a mí sobre ti. Esto era una pesadilla. Él lucía enteramente confiado, demasiado superior para que ella dudara de su palabra. Por supuesto que el jefe de policía le creería a él y no a ella. Las ciudades pequeñas en América no serían diferentes que en Irlanda. No tendría sentido que lo fueran. —Demasiado para la justicia Americana—se aclaró la garganta—. Así que, ¿por cuánto tiempo pretendes mantenerme prisionera aquí? Inclinó la cabeza, mirándola con una expresión pensativa, considerándola. —Oh, no lo sé ¿Cuánto crees que tardarás en aprender tu lección? Ángel resopló. Como si quisiera intentar negociar de nuevo con americanos. —¿Cinco minutos después de que me dé cuenta de que estás fuera de mi presencia? La expresión de su rostro le aseguraba que no iba a caer en esa.

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—De acuerdo, Jack, vas a castigarme,—agitó sus manos dramáticamente—. Así que, ¿qué es exactamente lo que tienes en mente? ¿Fregar suelos? Puedo hacerlo bastante bien. ¿Dónde debería empezar, mi señor? Dejó que su acento fuera denso, su expresión se volvió desdeñosa. Maldito hombre. —Definitivamente estarás de rodillas —gruñó entonces, su mirada llena de exasperante arrogancia masculina. —Pero no es al suelo donde pondrás atención, mujer. Mejor, a mi polla. Así que abre grande y prepárate para mamar. Antes de que Jack estuviera siquiera consciente de sus propias intenciones, estaba fuera de su silla, tirando de Ángel hacia sus brazos. Esa boca astuta y ese aire altanero lo volvían loco. Ponían a su miembro tan malditamente duro que se preguntaba como hacía para mantenerlo bajo sus pantalones. Debería haber estado rompiendo la tela y apuntando directamente a ese caliente y pequeño coño entre sus piernas. —Jack,‖no‖te‖atreverías… Cortó la exclamación simplemente cubriendo sus labios con los suyos. Su cabeza se inclinó sobre esas sensuales curvas, presionándolas, tomó ventaja y clavó su lengua entre sus labios. Era uno de los más indignantes, enervantes e inteligentes culos femeninos que había conocido. Era el más suave y dulce pedazo de mujer que alguna vez había tenido en sus brazos. Su jadeo contra sus labios inflamaba su lujuria, la forma en que su cuerpo se tensaba, se estremecía, la obvia lucha que libraba para contener la respuesta que sentía temblar a través de ella.

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Sus caderas se sacudían contra las de él, la suave almohadilla de su coño inclinándose para aceptar la presión de su miembro mientras él inclinaba las rodillas para conducirlo contra ella. Hubo un pequeño jadeo otra vez. Conmoción y placer al tiempo que su lengua se enredaba tentativamente con la de él, como si desconfiara de su respuesta. Pero podía sentir las llamas quemando dentro de ella, alcanzándolo, alimentando su propia hambre. ¿Qué era lo de esta mujer? Su pequeña ladrona. Si no fuera cuidadoso ella intentaría robar más que sólo ese torque que vino a buscar, robaría una parte de él que había jurado que ninguna otra persona jamás tendría. Sus brazos la envolvían, uno sobre sus hombros mientras sus dedos se enredaban en su liviano cabello negro de bruja. Una buena recompensa por los delgados dedos ahora apretados en los suyos, aun sosteniéndolos contra ella, mientras le permitía comer sus labios. Era tan dulce como el azúcar, tan caliente y picante como pimienta madura. Siempre había sido parcial con los pequeños pimientos calientes, y ahora más aún. Ella era una tentación, un desafío, todo acerca de ella desafiaba a que un hombre la domara, la tomara, encontrara la sucia y sexual criatura acechando tras esa inocente y demasiada fría mirada. Encontraría a esa mujer. Levantó su cabeza, mirándola, sintiendo una emoción apretar su pecho al tiempo que ella lo miraba dividiéndose entre la consternación y la excitación. —De rodillas —susurró luego, muriendo por dentro, deseando la sensación de sus labios rodeando su torturado miembro de una forma que no podía explicar, ni siquiera a sí mismo.

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Ella le devolvió la mirada, su expresión era un gran desafío que tenía a cada hueso y cada músculo de su cuerpo apretado. —¿Y si no lo hago?—susurró, obvia y deliberadamente molestándolo. —Entonces te ato y veo cuánto tiempo puedo provocar y tentar a ese pequeño y lindo cuerpo. Y cuánto tiempo es el que necesitas para rogarme que te deje arrodillarte antes de que apague los fuegos que ambos sabemos que puedo encender en tu interior, cariño. Ella pareció pensarlo por un momento antes de que la pequeña y burlona sonrisa de sumisión cruzara sus labios. Obtuvo más de lo que esperaba. De pie en medio de la cocina mexicana de baldosas, los rayos de sol enviando a su vez rayos de fuego que bañaban su cuerpo, miró cómo delgados y agraciados dedos comenzaban a abrir los botones de su camisa. —¿Directamente de rodillas?—le preguntó entonces, mientras sus ojos violeta se oscurecían en respuesta al gemido de advertencia—. ¿O puedo jugar entremedias? ¿Fue eso una pequeña advertencia en la parte posterior de su cerebro? ¿Aquella gritándole que la alejara lo más posible de él, la sacara de su casa y de su vida? Lo que fuera, no quería oírlo. No quería oír nada más que ese pequeño murmullo que escapaba de los labios de ella mientras extendía su camisa abierta fuera de su pecho. Su rostro se enrojeció y sus ojos se volvían casi negros mientras bajaba su cabeza para lamer su piel burlonamente.

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Jack tuvo que apretar sus dientes para no soltar el gemido que hubiese escapado. Permitió que sus manos colgaran libremente a cada lado de su cuerpo, preguntándose cuán lejos iría ella. Cuán osada sería. Lamió su camino a través de la extensión de piel bronceada hasta un duro y plano pezón masculino. Él no esperaba más que un superficial y pequeño lamido. Lo que obtuvo en cambio, tenía sus dedos apretados en puños mientras luchaba por controlarse. Esos dientecitos afilados de ella raspando contra él lentamente mientras su lengua caliente y traviesa lo lamía y titilantes llamas bailaban a través de su piel, recorriendo sus terminaciones nerviosas y causando que su miembro se sacudiera en dolorosa necesidad. La miraba, fascinada por el evidente disfrute que estaba recibiendo al tocarlo. Una mano avanzó más lento a lo largo de su costado hacia la tensa carne de su abdomen mientras la otra pellizcaba y acariciaba al compañero del pezón que estaba atormentando con lentos movimientos de su lengua y suaves pellizcos de sus dientes. Nunca había sabido cuán sensible podían ser sus propios pezones. Era un sentimiento vagamente desconcertante, sentir ese hormigueo de sensaciones disparándose directamente a sus huevos y apretándolos dolorosamente. Luego esos malvados, traviesos labios avanzaron a través de su pecho hasta su pequeño pezón que sus dedos habían atormentado con tan insidioso ardor. Iba a explotar, pensó sorprendido. Sorprendido, porque no había sabido nunca de una vez en que una mujer no fuera directamente por su polla, o no hubiera requerido un romántico y profundo beso involucrado antes de bajar. Las mujeres eran extrañas criaturas, pero siempre podía contar con que esas dos reglas permanecieran firmes y verdaderas. Hasta ahora. Ahora, un pedacito de

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pelusa irlandesa soplaba todo lo que había conocido directamente al infierno y quemándolo vivo en el intermedio. Ella lamía, besaba y acariciaba su pecho. Su lengua pintaba círculos alrededor de sus pezones mientras sus dientes raspaban eróticamente contra la carne velluda. Dulce cielo, su boca era ardiente. Si se las arreglaba para hacerle eso a su miembro, se quemaría en el infierno. —Eres tan duro, tan cálido—susurró ella mientras sus labios comenzaban a deslizarse a lo largo de su estómago tenso—. Puedo sentir tus músculos justo bajo la piel. Se sienten tan poderosos. Tan fuertes. Mordió la dura carne de su alto vientre y su cabeza cayó hacia atrás con un gemido. Hija de puta, sus rodillas estaban cada vez más débiles. Extendió la mano, sus dedos enterrándose en su pelo, con la intención de detener su juego, hasta que sintió los dedos en la hebilla de su cinturón. Había luchado por contenerse de temblar como un novato debilucho. Maldita sea, al infierno, estaba destruyéndolo, sus dedos moviéndose a pasos de tortuga al tiempo que seguía cada cordón de músculos de su abdomen con su destructiva boca y su lengua caliente. Y para todas las protestas que su mente estaba lanzando acerca de dejarla continuar, ella estaba retrasando su placer, diablos, no, estaba acelerándolo a una intensidad que nunca podría haber imaginado. Él había pedido una mamada, no un maldito mapa hecho con su lengua a través de su carne, pero qué placer que estaba creando este viaje aparentemente sin rumbo. La miró, ahora viéndola de rodillas, justo como le pidió, sus manos abriendo sus vaqueros, bajándolos, revelando centímetro a centímetro la erección forzada bajo ellos.

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Esperaba que lo devorara. Que lo tomara en su boca y comenzara la dura y rápida mamada que culminaría rápidamente con el evento. Demonios, esta era la única vez que solo quería liberar la presión contenida en sus huevos. ¿Pero ella lo sabía? ¿Era tan amable de hacer lo que cualquier otra de su sexo hubiera hecho? No. —¡Carajo!—las piernas no se supone que sean tan sensibles. Hija de puta. Sus dientes rastrillaban sobre la carne interior antes de que sus labios se abrieran, tirando un poco de la piel dentro de su boca para una caricia caliente. Una vez más, su boca era una destructora sin rumbo, desplazándose de una pierna a la otra, lamiendo, acariciando, destrozándolo mientras sentía que sus piernas temblaban. Sí, sus jodidas piernas estaban temblando. ¿Y qué? ¿Qué piernas de hombre no temblarían con tal belleza adorando algo que parecía tan insignificante como la sensible carne de sus piernas? —¡Bruja!—su gemido estrangulado lo sorprendió, pero el calor líquido bañando sus pelotas lo choqueó más. Casi tímida ahora, buscando, aprendiendo, su lengua se desplazó sobre su apretado saco, probándolo, rodeando las duras esferas bajo la carne antes de que delicada y tiernamente succionara una dentro de su boca, encajándosela como si fuera su golosina favorita. Líquido pre-seminal brotó de su miembro, corriendo en un hilo de seda por el palpitante mástil que torturaba con su boca. Y era una jodida tortura. Rayos, una azotaina de sus dedos de un calor al rojo vivo disparados sobre su cuerpo, abrasando sus terminaciones nerviosas y curvando sus dedos de los pies dentro de sus botas al tiempo que ella comenzaba a lamer el cremoso camino de líquido que

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había escapado pulsando la cabeza de su miembro. Ella gemía de placer, como si su sabor le gustara. La mujer estaba jodidamente loca. Sus manos se apretaban en su cabello mientras la miraba vaciarlo. Poco a poco estaba arrancando sus nociones preconcebidas del sexo oral y reemplazándolas con puro éxtasis sin diluir. —Tan duro y caliente—el grueso acento irlandés tenía que ser el sonido más sexy que había escuchado alguna vez en su vida—. Latiendo como si tuviera pulso propio. Hubiera respondido. Estaba seguro de que podría encontrar alguna clase de comentario ingenioso y burlón dando vueltas en su estúpida cabeza si ella no hubiese elegido ese momento para envolverlo en la oscura, lava caliente, profundidad de su boca. Su abdomen convulsionaba. Podía sentir sus pelotas apretarse más, acercándose a la base de su miembro, ya que sus dedos advertían su inminente liberación, raspando‖ hasta‖ su‖ columna‖ vertebral.‖ Su‖ boca…‖ Dios‖ le‖ ayudara‖ si‖ pensaba‖ que‖ otro hombre había conocido semejante placer‖ de‖ esa‖ boca…‖ estaba‖ volviéndolo‖ loco. Tenía ganas de aullar con las sensaciones. En vez de eso, un gemido roto se escapó de su pecho mientras empujaba más profundo, sintiendo su lengua acariciar su sensible parte inferior, sus labios ajustándose a él, su boca aprovechándose de él. ¡Diablos, si! Un grito rebelde estaba construyéndose en su cabeza. —Mierda, sí. Succióname, cariño. Succiona mi miembro. Sus manos sostenían la cabeza de ella en su lugar mientras la miraba, encontrándose con el tono negro de sus ojos, mientras miraba su miembro moverse

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entre sus estrechos y estirados labios. Sus mejillas eran de un rojo brillante, sus ojos brillaban, su polla brillaba con la humedad de su boca. Ella lo succionaba, muy bien. Su lengua giraba alrededor de la cabeza, probaba la parte inferior, aplanando y acariciando mientras gemía. Los sonidos de su placer vibraban contra su cima cuando empujaba cerca de su garganta, sintiendo que sus dedos le acariciaban el resto del mástil mientras su boca de miel lo succionaba hasta su destrucción. Luego los dedos de su mano se transformaron en un diabólico instrumento de devastación erótica. Comenzaron a jugar con la bolsa de sus testículos a continuación, acariciando y ahuecando, sus uñas rastrillando mientras arremetía contra sus labios con un hambre que sabía que nunca olvidaría, no importando cuanto tiempo o cuanto se esforzara. Su boca, labios, lengua jugaban en armonía, sobre la base de la carne torturada de su miembro, mientras sus dedos torturaban otras áreas. Podía sentir los hormigueos de advertencia de la liberación inminente. Sabía que serían solos segundos, no más, antes de que entrara en erupción. —Ángel…‖—gimió su nombre. No podía, no derramaría su semilla en su boca sin su permiso, sin su conocimiento—. Me corro, maldición. Párate ahora, o vas a obtener algo que podrías no querer. —Mmm…‖ —Su boca se apretó, sus dedos que lo acariciaban se movieron más rápido, mientras su boca lo succionaba más duro. Destrucción. Apretó los dientes mientras su cabeza caía hacia atrás y sintió su liberación explotar a través de su sistema. Llamas al rojo vivo de placer explotaron por su cuerpo, apretando sus músculos, sus huesos, enviando un grito casi de dolor por sus labios, mientras sentía el semen dispararse desde la punta de su miembro a las

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profundidades de la boca de ella. Las caricias, su boca tragándoselo, tomandocada-maldita-gota-de-su-corrida. Podía sentir sus gritos, haciendo eco de su garganta en su erección. Excitado, los calientes y pequeños sonidos enviaban su presión arterial de nuevo a su punto de ebullición. Aún no, maldijo con saña, bajando su cabeza, y sus ojos se abrieron para observarla mientras liberaba su aún dura carne de sus labios. —¿Jack? —susurró su nombre, el sonido haciendo eco con su propia excitación, sus propias necesidades. Diablos. ¿Qué le había hecho? ¿Qué había desatado dentro de él? Podía sentir una desconocida e indescriptible emoción montada en la parte posterior del placer con el que aún palpitaba, aquella que intensificaba tanto su lujuria como su placer. —Bruja—susurró de nuevo—. Bella y seductora brujita. Voy a follarte hasta que grites por piedad.

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A

Capítulo 4

ngel jadeó sin aliento, la anticipación aumentando caliente y duramente en su interior mientras Jack tiró de ella sin piedad por sus pies. Tambaleándose, maldijo a sus débiles rodillas y a la

excitación corriendo por todo su cuerpo. Quería escalarlo, envolver sus brazos alrededor de su cuello, sus piernas alrededor de sus caderas y cabalgar. ¿Cuál era ese dicho? ¿Guarda un caballo, monta un vaquero? Ah, sí, podía definitivamente adoptar ese sentimiento como propio. Nunca había hecho algo tan erótico en su vida. El acto sensual lleno de sexualidad que acababa de hacer la había aturdido, su cuerpo palpitaba en una excitación agonizante. Cada terminación nerviosa, cada célula estaba gritando por un alivio, una liberación. —Vamos. A él le tomó sólo un breve momento asegurar el cierre de sus jeans, antes que, imposiblemente, la levantara en sus brazos y se dirigiera hacia las escaleras. El mundo se inclinó sobre su eje, mientras sus brazos se cerraron alrededor de su cuello, sus labios se movieron por la columna fuerte, bronceada de su cuello. Necesitaba su sabor, cualquier parte de él. Fuerte, caliente, todo masculino, era un afrodisíaco que ella se preguntó si no era adicta a él. —Pequeña bruja —gruñó cuando empezó a subir por las escaleras—. Sigue con eso y nunca llegaremos a la cama. ¿A quién diablos le importaba? Las escaleras le iban bien.

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Sus dientes le rasparon el cuello, su lengua acarició la piel dura, mientras sus manos se enterraban en su pelo, para mantener su cabeza en su lugar. Quería más de él, ahora. Ella se apoderó de la carne entre el hombro y el cuello, apoderándose de la rigidez muscular con sus dientes, mientras empezó a dibujar en ella eróticamente. Dios, el probarlo era endemoniadamente muy bueno. —¡Hijo de puta! —Él tropezó contra la pared, respirando difícilmente, cuando un duro temblor sacudió su cuerpo. —Mujer, te voy a follar en las escaleras si no dejas eso. Bien. Ella no estaba sola. Estaba caliente y lista, ahora. Más preparada de lo que había estado hasta que ese rudo americano había invadido su vida, poseído su torque y ahora poseía la verdadera esencia de su placer. —Juego si tú entras —le susurró las palabras contra su oído mientras levantaba los labios de su cuello, su lengua enroscada sobre el lóbulo de la oreja. —Voy a azotar tu culo —gruñó mientras continuaba hacia el dormitorio—. Y no en el buen sentido, mi Ángel. Su vientre se cerró con el mero pensamiento de otra de las eróticas nalgadas. Como si pudiera hacer cualquier otra cosa más siniestra. El sonido de su voz no era tanto como una paliza dolorosa, sino más bien como una sensual tormenta de placer. —Cualquier azote que me des, vaquero, sería no menos que de placer. —Ella le sonrió mientras él la ponía en la cama, mirándola fija y atentamente. Sus pechos se hincharon, presionando la camiseta exigentemente, al tiempo que sus pezones se raspaban contra el material. A continuación, su coño estaba demandando, con un glotón y caluroso latir que lloraba de hambre. Ella lamió sus labios secos de repente, cuando él empezó a desnudarse. En primer lugar, la camisa blanca, revelando los poderosos músculos de su pecho y hombros.

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Sentado en la cama, se sacó las botas de sus pies, lanzándolas sin cuidado al suelo con los calcetines, y se levantó de nuevo sacudiéndose sus jeans sueltos. Segundos más tarde él se paró ante ella, completamente desnudo, un guerrero bronceado, un conquistador sensual. Su erección estaba rampante en línea recta desde su cuerpo, una dura, sensual arma, preparada para empalarse. —Quítate la camisa —su voz era un gruñido áspero, que envió un hormigueo de sensaciones que se extendían sobre su carne. Se sentó en la cama, quitándose la camisa lentamente, mirándolo desde abajo, mientras abría su mano y rodeó su pene, y comenzó a acariciarlo tranquilamente. Era un espectáculo delicioso. Aquel encantador, divertido martilleo, el tallo oscuro, su cresta de un color violáceo, y una pequeña perla brillando en la punta. Ella se lamió los labios lentamente. —Ahora el sostén. Ella destrabó el sujetador, descartándolo poco a poco, sin aliento. —Túmbate —se acercó a la cama, sus ojos con pesados párpados, sus labios gruesos, con lujuria. La miró con intensidad, lujurioso guerrero. Un hombre decidido y dispuesto a tomar lo que quería. Para darle lo que sabía que ella anhelaba. ¿Cómo podía saber lo que ella anhelaba? ¿Cómo se había aprovechado del hambre, de la necesidad que incluso había ignorado hasta ahora? Ángel se recostó en la cama, su respiración áspera, desigual cuando se detuvo en el colchón. —Quítate las bragas— susurró—. Poco a poco. Poco a poco. Alisó las manos sobre su abdomen, permitiéndolas unirse en el banco de seda por debajo de su ombligo. Sus pulgares se enredaron en el elástico mientras bajaba el material sobre sus caderas con una vacilación insoportable.

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La tensión espesaba el aire, quemando sus pulmones con increíble calor sexual. Jack observaba cada movimiento, su mirada contemplando mientras la ropa interior pasaba por encima de los pliegues de su hinchado y dolorido coño, por sus muslos, hasta que fue capaz de mover las piernas para ayudarla a quitársela de entre ellas. Ella se quedó inmóvil bajo su admiración, luchando contra los gemidos de anticipación mientras la miraba. —Qué bonito. —Su voz era un estruendo fuerte—. Abre las piernas para mí, Ángel. Déjame ver el paraíso. Ángel se estremeció, el golpe sensual de su vientre estuvo a punto de llevarla al clímax. Un hombre no debería tener tanto poder sobre una mujer, que con su voz y su mirada por sí sola podría causar una respuesta. Abrió lentamente sus muslos, con las manos suavizándolos, enmarcando el montículo de su coño mientras él ponía una rodilla sobre la cama, con las mejillas encendidas de un color rojo ladrillo, mientras miraba sus manos. Ella observaba, fascinada, mientras su cabeza bajaba. —Ábrete para mí, —exigió rudamente—. Abre ese bonito coño para mí, Ángel mío. Ella gimió, sorprendida de que el maullar hambriento hubiera en realidad salido de su garganta. Sus dedos se movían, separando los pliegues hinchados y sensibles mientras él se cernía sobre ella. —Oh Dios, Jack ... —Ella respiró esa pequeña oración de misericordia, mientras él soplaba una bocanada de aliento sobre su clítoris palpitante, enviando jugos calientes libremente por su vagina.

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Se inclinó sobre ella mientras ella miraba, sus ojos muy abiertos, deteniendo la respiración en su garganta, hasta que sintió el rápido, feroz golpe contra su dolorido clítoris. El movimiento de su lengua era como un reguero de pólvora, enviando sus caderas más cerca de su boca; un grito ahogado brotó de su garganta. Otro latigazo caliente y se retorció debajo de él, doblando las rodillas, presionando los pies en el colchón para levantarse más. —Quédate quieta. —Su mano aterrizó en la carne viva de su coño. El shock resonó a través de ella. Sintió el activar de la explosión en su clítoris, encendiendo fuegos artificiales en su coño y luego en su vientre mientras su orgasmo la tomó por sorpresa. Un grito ahogado de éxtasis pasó por su garganta, apretaba la cabeza en la almohada, sus ojos se cerraron mientras ella se estremeció por el extraordinario placer. —Jack... —A ella todavía le dolía. Estaba vacía, ardiente. —Oh, bebé, cuán codicioso es ese pequeño coñito. Se dio cuenta entonces de que estaba todavía expuesta ante él, dándole una visión clara de la pasmosa apertura de su vagina. Se trasladó lentamente entre sus muslos. —Podemos jugar más tarde. —Levantó la mano, sujetándola por las muñecas, colocándolas sobre su cabeza—. Quédate ahí. Quédate consciente, nena, y voy a ver cómo alimento este pequeño coñito hambriento. Dios, parecía tan malo. Con su pelo largo alrededor de la cara, los ojos azul oscuro centelleando por debajo de los párpados cerrados, los labios más llenos, más sensuales que nunca. Se parecía a la visión del malvado sueño sexual que había codiciado por tantos años. El que vino a ella sólo en la oscuridad de la noche, su

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rostro oculto, sólo por el torque de oro rodeando su cuello en una imagen familiar para ella. Y cómo deseaba ver ese torque ahora. Reluciendo debidamente en contra de su soleada y rica carne así, mientras él se hacía un lugar para sí mismo entre sus piernas. Su mirada fue hacia abajo, con la boca seca a la longitud de su polla gruesa, él hizo una pausa, de rodillas, los muslos entre los de ella, observándola, volviéndola loca con la espera. —Sube para mí, —gruñó—. Levanta las caderas para mí. Ella hizo lo que le mandó, preparando sus pies contra las mantas y levantando su coño empapado para la extensión que sabía que venía. Sus amantes anteriores no habían sido precisamente dotados, pero se preguntaba si de alguna manera Jack había tomado más que su porción justa de ese departamento. Agarró la carne dura como el acero, pasando la densa cresta por la miel rica de la hendidura. —A la mierda, estás caliente —gimió mientras la metía en su abertura—. Caliente y húmeda y muy, muy codiciosa. —Oh Dios, Jack, ten piedad. —Apretó sus manos en puños en las mantas debajo de su cabeza mientras la cresta empezaba a presionar contra ella. Su cabeza se agitó, estrellas brillaron detrás de sus párpados cerrados, mientras ella lo sentía abrirla, lentamente, tan lentamente que pensó que iba a morir por ello. —Estás tan apretada, mi Ángel, —susurró mientras la agarró por detrás de los muslos, sosteniéndola en el lugar mientras la suave carne de su polla empezó a hundirse en ella—. Tan apretada y dulce, es suficiente para hacer que un hombre llore de placer.

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Su cabeza cayó, sus ojos revolotearon mientras luchaba para mantenerlos abiertos, luchaba para ver el lento empalamiento de su coño. Ella no podía ver. Sólo podía sentir. Sus ojos aturdidos se encontraron con los de él, su cuerpo se inclinó, la tensión apretándola a un punto cercano de ruptura mientras ella lo sintió poco a poco, oh, muy lentamente, la dura polla pasando el apretado, y suave tejido de su coño. —Me vas a matar... —Ella era consciente del engrosamiento de su acento, pero no pudo hacer nada por ello. —A la mierda. Quédate quieta, mujer, —gruñó mientras se retorcía en su contra—. Eres tan jodidamente apretada que voy a perder el control en cualquier momento. Sí, ella quería eso. Lo necesitaba. —Nunca voy a sobrevivir a este ritmo —gritó ella, la frustración comiéndosela viva—. Por Dios, Jack. Fóllame. Fóllame o mátame, lo que decidas hacer. Pero hazlo rápido. No así de lento. —Pero me gusta así de lento, bebé. —Sus manos la apretaron por debajo de sus piernas—. Lento y apretado, sintiendo cada dulce músculo en ese apretado coño agarrando mi polla. Su expresión era una mueca de placer y excitación. Un agónico frustrado gemido, escapó de su garganta mientras la llenaba aún más. A escasos centímetros, extendiéndola deliciosamente, calentándola, enviando su presión arterial hasta el punto de ebullición que tuvo que soportar un placer nunca antes imaginado. Ella no podía soportarlo. Necesitaba más. Lo necesitaba más profundo y duro en su interior.

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Ella apretó alrededor su polla. Acariciándolo con sus músculos interiores, mientras peleaba por un ancla en la tumultuosa tormenta que la estaba arrasando. Tenía que haber algo, alguna manera de al menos aferrarse a la cordura. Cualquier pedazo de tiempo que él le hubiera dejado a ese punto. Ella sabía que las excavaciones lentas, duras en su coño, estaban conduciéndola a perder su cordura. Tenía que ser llenada, no excitarla hasta la muerte. —Eres un demonio, Jack Riley, —ella lo acusó duramente mientras él mantuvo su ritmo vacilante, burlón—. Un tortuoso y arrogante demonio. —Y tú eres una bruja. Una de pelo negro, de ojos violetas, con el coño de mierda más caliente que he visto en una bruja —gimió mientras se hundía más profundamente mientras ella apretaba los dientes y luchaba para contener el grito que se escapó en contra de su voluntad. —Joder, Ángel... — La maldición desesperada anunció un súbito empujón fuerte que le dio más. Luego más. —Sí. Oh, sí, Jack. Todo. Necesito todo. —Ella estaba jadeando, luchando para presionarse más cerca, para sentir cada pedazo abriéndose ampliamente. Hasta que se retiró. Mostrando sus dientes en un gruñido, Ángel se arqueó y se obligó a ir hacia adelante, con las manos agarrando sus hombros mientras se montó a horcajadas sobre sus muslos duros, y se forzó a sí misma sobre el duro trozo de carne masculina que la atormentaba. Su grito de lamento hizo eco en el aire a su alrededor, ella sintió que él la llenaba, la cabeza en su cérvix, sus dientes apoderándose de su hombro como un animal en celo. Sus manos duras, ahora agarraron las nalgas, apretando en la carne blanda mientras ella sentía su palpitante y pesada dura polla en su interior.

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Sus rodillas apretaron los muslos, los pies presionando en el colchón, cuando comenzó a montar su vaquero. Moviéndose hasta la cima, se mantuvo dentro de su coño hambriento antes de caer de nuevo en una danza erótica que tenía el aire golpeando en la garganta y el placer abrumándola. —Guarda un caballo, monta un vaquero —le susurró antes de morderle la oreja, abriéndose a su violento invasor, al delicado agarre. Ella no estaba anticipando su reacción. Antes de que pudiera hacer algo más que tomar aliento, él se movió. La empujó sobre la cama al mismo tiempo que su polla golpeó en su centro y le dio lo que había estado pidiendo. Duro, conduciendo duros golpes que la llevaron de cabeza a la tormenta en espiral en su cuerpo. Él la cogió como el demonio que había jurado que era. Se aferraba a ella, su polla yendo y viniendo y saliendo en un ritmo rápido y destructivo, apretando, en un rápido ascenso que la aterraba y la emocionaba. Ella lo miró fijamente, aturdida, sintiendo el fuego girando en sus venas, con las piernas levantadas, apretando sus caderas, abriéndose más a la invasión tumultuosa. —Más duro, —dijo jadeando, sintiendo el orgasmo que sabía iba a cambiarla para siempre—. Duro, Jack. Fóllame. Más... más... Él le dio más duro. Le dio más profundo. Jodiéndola con una ferocidad que la hacía gritar, explotar, muriendo en sus brazos mientras las llamas la consumían. Ángel fue sólo lejanamente consciente de su liberación, la sensación de su semen dentro de ella, prolongando el orgasmo, partiéndola, mientras se estremecía bajo él. Sus brazos y piernas le rodeaban, negándole retirarse hasta que finalmente se

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recostó contra ella. Réplicas brillantes zarandearon su cuerpo, dejándola atónita y sin aliento. Tal placer no debería existir. Era destructivo para la mente. Era destructivo para el corazón. La única parte de sí misma que se juró que no iba a perder, y temía que sería la primera parte que perdería. —Mi guerrero... —le susurró las palabras a su oído mientras se zafaba de su control, cayendo a su lado y presionando en su contra—. Mi guerrero... ***** Tenía que ser un sueño, pero Jack sabía que si lo era, era el sueño más intenso de su vida. Estaba en el dormitorio del antiguo castillo en ruinas detrás de la finca de Manning. Un castillo completamente restaurado y lleno de actividad. Se acercó a propósito por las escaleras, sabiendo a dónde iba, a sabiendas de que lo que le esperaba sería una tarea de enormes proporciones... ¿Cómo lo hizo, un señor de la guerra inglés, acostumbrado a la dulzura o aficionado a jugar, sin la esperanza de domesticar el salvaje corazón de la que él sabía tenía que conquistar? Él sabía que ella tenía la extraña costumbre de hacer que sus rudas y callosas manos temblaran de miedo por estropear su carne delicada y cremosa. ¿Qué hacía un hombre? Con cualquier otra mujer ¿qué no haría sino entrar a su habitación y tomar lo que se le había dado? Estos fueron momentos de desesperación, un hombre tenía que aferrarse a lo que era suyo, con voluntad y por la fuerza. Haciéndolo de esa manera nunca le había molestado antes. Pero esta muchacha irlandesa, esta joven de delicados y sombríos ojos, le hizo cosas que nunca ninguna otra le había hecho. Ella le hizo desear su ternura, su

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toque dispuesto. Él no quería lágrimas en sus ojos, ni recriminaciones. Tampoco deseaba escuchar sus miedosas súplicas. Había oído también muchas de esas en los últimos años, jóvenes muchachas reclamando a su hermanos. No tenía el deseo de escucharlo de la mujer que ahora era suya. Se detuvo en el rellano, con la mano en el torque que ahora llevaba en el cuello. ¿Qué había hecho allí? Juró destruir a los druidas Célticos, en especial a los sacerdotes que practicaban su diabólica magia. Pero de alguna manera, había sido incapaz de poner las manos al buen hombre que vino a él en el nombre de la niña. El mismo que le había dado el Torque de la Cabeza de los Lobos y la advertencia de que sólo su corazón podría conquistar a la orgullosa sirvienta irlandesa que su Rey le había enviado a conquistar. Este castillo, las tierras y todo lo que le había sido legado. Pero él sabía que las personas únicamente lo seguirían de buena gana si su señora también lo hacía. Qué raro que un país mantuviera ese amor pese al fracaso de la joven, hermosa a pesar de todo. Respirando duramente, se trasladó a la puerta de su habitación, bajando la cabeza por un momento, como si él mismo quisiera abrir la puerta. Sólo tienes que abrir, hombre. Entra y toma lo que legítimamente es tuyo. Una parte de él mismo enfurecida. Este era su futuro, el futuro de cualquiera de los hijos que pudieran tener. El terreno estaba plagado de conflictos, con la guerra, y sólo la mejor de las alianzas los salvaría. Si pudiera ganar su buena voluntad, entonces podría gobernar al pueblo y la tierra, y con ello, aumentar la prosperidad. Respiró profundamente antes de agarrar el picaporte y abrir la puerta ampliamente antes de entrar. Ella estaba de pie, de espaldas a él, madejas de pelo largo y negro de seda fluían sobre sus caderas, ondulantes como la medianoche en su espalda. Cerrando la puerta, vio cómo se puso rígida, un temblor pasó a través de ella.

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—El sacerdote ha bendecido la unión, nuestro Rey lo ha decretado. No quiero ninguna de sus objeciones, mi señora. —Él mantuvo su voz firme y autoritaria, no quería nada más que aliviar los temores que sabía ella debía sentir. Había visto la degradación y violación de sus parientes de sexo femenino antes de su llegada. Había sido testigo de la muerte de sus padres y la sangre de la derrota. Sólo el decreto del Rey en el que ella efectivamente le pertenecía a él, podría salvarla del apareamiento del ejército que lo precedía. No sería fácil para él, temió. Y aun cuando la idea de la violación era un olor agrio en su nariz, él sabía que iba a hacer lo que debía esa noche, para conservar su dominio sobre la tierra. Vio cómo enderezó sus hombros y se volvió hacia él lentamente. Su mirada se posó en el torque, sus ojos muy abiertos por la sorpresa mientras sus labios temblaban. —¿Sigue vivo? —susurró ella con brusquedad. —¿Quién? —Un ceño arrugó su frente ante su extraña pregunta. —El viejo que le dio el Torque de los Lobos—susurró—. El sacerdote cuya muerte nuestro Rey ha decretado. —Oyó el miedo en su voz, el dolor que creció dentro de ella. —La hombre viejo vive —se encogió de hombros—. Sus días no son muchos, su cuerpo es frágil. Él no morirá por mi mano. Dio un paso adelante y luego se detuvo, lamiéndose los labios con un movimiento rápido, inconscientemente sensual, de su lengua. —¿Él le dio el torque? —le preguntó, con voz trémula. —Bueno, no soy un ladrón, si esto es lo que quiere decir —bufó—. Él lo trajo a mi habitación después de la bendición de la unión. ¿Qué significa para usted?

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Su reacción era demasiado curiosa para que no significara nada. Ella respiró temblorosa, el aumento de sus pechos por debajo del camisón que la cubría de pies a cabeza. —El Torque de los Lobos ha sido sólo una leyenda. Sería usado por un guerrero fuerte y verdadero. Uno que traería prosperidad, que traería felicidad. Un extranjero de nuestra tierra, un guerrero que traería paz en vez de sangre, y prosperidad en lugar de morir de hambre. Él levantó una ceja en son de burla, aunque las palabras parecían resonar en su alma. —Una leyenda interesante —respondió en voz baja, aunque su cuerpo estaba causando estragos en su mente. Él no quería nada más que poseerla. Moverse entre sus muslos y caer en la generosidad que le esperaba allí. Ella era una belleza tentadora, incomparable y con gracia. Se acercó, uno o dos pasos antes de detenerse. —Él es un antiguo sacerdote,—ella le susurró las palabras con miedo—. Si usted miente, su poder es suficiente para traer su muerte, para eliminarlo de esta tierra, como si nunca hubiera existido. No juegue conmigo falsamente, guerrero. Él frunció el ceño ante eso. —Nadie más que Dios tiene ese poder, mi señora. Recuérdelo siempre. Pero sí que no juego a mentirle. Él era un viejo único, te doy eso. Con una larga cabellera plateada y los ojos que hablaban de los muchos años que ha conocido. Esto es todo lo que sé. Entró en mi cuarto y me dio este torque, aconsejándome que sólo llevándolo,

esta

tierra

ascendería

a

su

legítimo

propietario.

Estoy

lo

suficientemente cansado de nuestras batallas como para darle su debido valor para lograrlo.

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Una sonrisa arqueó los labios, burlándose, amargamente. —Usted hará lo que sea necesario, luego de estar en mi cama y llenar mi vientre con sus hijos, es lo que quiere decir. Raro. Yo habría esperado que un hombre como usted conseguiría algo más que un estado irlandés de poco valor. —Hay mucho valor aquí —él le dijo luego, dando un paso más cerca, llegando a tocar su mejilla de seda con sus dedos—. Lo que menos importa es este estado. Me gustaría trabajar con usted, mi señora. Para ver no sólo mis sueños hechos realidad, sino los suyos también. Nuestra alianza puede traer este fin, pero sólo con su voluntad. —Él señaló la puerta—. Incluso ahora, los oídos de los sirvientes están pendientes de los sonidos de tu dolor y horror mientras te sostengo debajo mío. Los rumores llegan a mis oídos de aquellos que están al acecho, para derramar la sangre de quien te fuerce a dar lo que es tuyo por derecho. Tu pueblo no se dejará llevar por el que tome esta tierra por la fuerza, o a sus mujeres. Voy a hacer lo que deba para traer la paz. Ella levantó la cabeza con orgullo. —Incluso llevar a la cama a una sacerdotisa de los dioses que habéis jurado borrar de este planeta —le susurró las palabras, aunque otros oídos podrían oír su funesta confesión. No era más de lo que esperaba. —Dicha mujer tiene que demostrar mucho cuidado —dijo él entonces—. Si tuviera que conocer a tal mujer, podría esperar que ella mantuviera el secreto en lo más profundo de su ser, y recordara la partida del juego. Tal mujer tendría que recordar que los tiempos han cambiado. Y no sólo tendía su propia vida en sus manos por practicar tales creencias, la vida de su marido, sus hijos, y tal vez lo más importante para ella, su gente, en la palma de su mano. Sería una carga con la que ella nunca podría, nunca jamás, practicar en lo que ella cree tan profundamente en su interior, y esperar que la proteja.

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Un temblor la atormentó una vez más, mientras cerraba los ojos con un reconocimiento doloroso. Luego sus manos se posaron sobre los hombros de su vestido, los dedos temblorosos al soltar el lazo para abrirlo, permitiendo que se cayera de su cuerpo, haciéndose una piscina a sus pequeños pies. —Un sacrificio voluntario —susurró luego, alzando los ojos a los suyos, el fondo violeta susurrando sueños a pesar de su tono fatalista—. Lo intentaré, mi señor, muy difícilmente, no gritaré. El miedo marcó la expresión en sus ojos, mientras se dirigía a ella entonces. —Y voy a intentarlo, mi señora, arduamente, no darte una causa... ***** Jack se despertó de golpe. Se sentó en la cama, mirando directamente a los ojos de Ángel, mientras se movía lentamente hacia la puerta del cuarto de baño. ¿Qué era ella? Una réplica casi idéntica de la mujer en su sueño. Sus ojos se entrecerraron mientras la observaba venir hacia él, el ceño fruncido en su rostro mientras sostenía la toalla apretada alrededor de su cuerpo. —Maldita sea, espero que no te despiertes de esa manera regularmente —gruñó ella, la irritación notándose en sus ojos—. Casi me matas de un susto, saltando de esa manera. Parpadeó, sintiendo sus pechos apretados mientras él la miraba. No era un hombre muy dado a descabelladas imaginaciones o sueños como del que acababa de escapar. Pero, maldita sea, ese sueño no había sido como uno de los que nunca había tenido. Resopló con su comentario, al pasar de la cama mientras miraba la hora en el reloj. Casi las cuatro. ¿Cuánto tiempo había dormido de todos modos? —Me sorprende que todavía estamos aquí. —Él se movió de la cama, rascándose el pecho antes de sacudirse el sueño de sus extremidades.

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Ella inclinó la cabeza y se encogió de hombros. —Supera la cárcel. Jack le dirigió una mirada penetrante. ¿Qué quiso decir ella? Diablos, no, no lo hizo. No estaba cayendo en esa mierda. Ella había conocido el calor, el salvajismo que había crecido dentro de él, perfectamente. No era un amante que no quería, dándole un destino un poco mejor que otro que podría esperarla. Ella sonrió. Una sonrisa, demasiado inocente, que no cubría el saber femenino en sus ojos. Maldita ella. Lo había estado volviendo loco durante demasiado tiempo. El tiempo que pasó entre sus piernas antes, no era lo suficientemente largo para compensar las muchas semanas que lo había estado volviendo loco en la tierra de su padre. Ese sueño estaba jugando con su cabeza. Pero, maldita sea, si no hubiera sido un sueño debería tener la cabeza de un hombre hecha un desastre. —Cuéntame sobre el torque. —Él se trasladó a la cómoda, sacando ropa limpia mientras miraba su hombro. Ella encogió sus hombros desnudos. —Cómo te dije, fue el regalo de un antiguo sacerdote Celta a un guerrero inglés que se había unido con una hija de su linaje. Siempre y cuando el torque se mantuviera dentro de mi línea, se nos prometía que siempre conoceríamos la felicidad y el amor en la cama del matrimonio. En caso de que alguna vez fuera perdido, entonces la bendición puesta sobre nosotros se iría también. Él se movió incómodo. El matrimonio se podía prescindir. Él no quería el matrimonio. Luego la miró de nuevo, la recordó en su cama y frunció el ceño ante la oleada de nostalgia familiar que afectó su pecho. Diablos, no. Matrimonio no.

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Además, dudaba de que renunciara a su buena vida cómoda en Irlanda para ser la esposa de un ranchero. Él había decidido, que en la finca de Manning, sus días de viaje, compra y venta llegaban a un final. Luc lo necesitaba en el rancho, para que fuera rentable y no sólo la afición a la que ambos jugaban. Él debería sentirse aliviado por ese pensamiento. ¿No? —Una pieza de joyería no hace un buen matrimonio —finalmente se quejó—. Es la persona. —Estoy de acuerdo.— Se encogió de hombros, su voz tranquila—. Pero la bendición podría asegurar que los dos destinados a estar juntos, se unan. Como sea. Hecho o leyenda. Es la pieza que nos queda en cientos de años de historia. Una pieza que ha pasado de madre a hija, desde que se dio al primer guerrero. —Entonces, ¿porqué de madre a hija? —Su tono era de un tono de burla, y él lo sabía. —Debido a que se le dio al marido de la mujer de esta tierra. No al hijo. Pero como he dicho, este hecho es aparte. Mi padre no tenía derecho a venderlo. La muerte prematura de mi madre impidió lo que hubiera planeado hacer, dejándome el torque a mí después de su muerte. A pesar de su voluntad me dejará el patrimonio restante a la muerte de mi padre. —La finca es de bastante valor —señaló. —El torque vale lo mismo para mí, si no más. —Ella lo miró, sus ojos violeta llenos de emoción—. Voy a dejar que pase el tiempo, Jack. No hay sentido en echarle sal a la herida ahora. Tal vez, como sueles decir, es sólo leyenda. —El Torque de los Lobos ha sido sólo una leyenda... —Las palabras del sueño le perseguían ahora. Gruñó, pasando por la ducha en lugar de responder a su comentario.

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—No te molestes en vestirte, —le advirtió a su paso—. No tardaré.

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E

Capítulo 5

stúpido arrogante. Como si ella tuviera algo de ropa para vestirse. Aunque no hubiese tenido nada limpio, definitivamente se lo hubiera puesto solo para molestarlo, pensó unos veinte minutos después, cuando

entró en la cocina, vistiendo sólo con otra de las camisetas de él. Estaba hambrienta. Y se negaba a cocinar desnuda. Simplemente no iba a pasar. Mientras ella sacaba huevos y los ingredientes para la tortilla del refrigerador, frunció el ceño, preguntándose acerca de su extraño comportamiento antes de que desapareciera en la ducha. ¿Qué le importaba de donde venía el torque o sus leyendas? Importaba para ella. Tal vez había confiado demasiado en las leyendas que la llevarían junto al hombre que la completaría en cuerpo y alma. Al principio, había creído que podría ser Jack. Los sueños se habían vuelto más vívidos, más sensuales con su llegada al estado. Pero cada palabra que salía de su boca no hacía nada más que tratar de que perdiera los estribos. Pero él se había metido en ella. Había disfrutado del combate con él, de negarse a él sólo para ver con qué nuevo juego volvería. Era emocionante, estimulante, había seguido desafiando su excitación y su intelecto como ningún otro hombre pudo nunca. Pero había tomado el torque. A pesar de sus furiosas súplicas, se había llevado algo que era preciado para ella y se lo había quitado. Le había quitado la única cosa que le quedaba del glorioso pasado que sus ancestros habían vivido y amado. —Te vestiste —su voz era oscura, prohibida al tiempo que entraba en la cocina.

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Ángel dejó la primera tortilla en su lugar y vertió la segunda. —Eso hice —lo miró por sobre su hombro, una vez más viendo sus rasgos en la imagen borrosa del amor de sus sueños. Él iba a romper su corazón y ella lo sabía. Podía sentirlo en el vago y vacío dolor de su pecho y lo odiaba. A pesar de su determinación de cerrarle su corazón, él lo había tomado tan fácilmente como lo hizo con el torque. ¿Cómo era eso? Se preguntaba. Había robado el torque. Lo había comprado. No había sido un regalo, no lo había obtenido a través de su matrimonio. Sin embargo, no había llegado a su primer usuario de esa forma. Recordaba la leyenda del primer poseedor del torque. El guerrero inglés a quien le había sido regalado el emblema por el abuelo de una conquistada sirvienta. La hija del terrateniente.‖Una‖ofrenda‖de‖paz.‖Una‖promesa… Ella se sacudió el pensamiento. Esto no era como siglos atrás, esto era aquí y ahora, y Jack no era un señor inglés, tampoco era un conquistador o un guerrero. Era un vaquero, uno con un don para adquirir cosas que nunca deberían haber sido suyas. Cosas‖tales‖como‖su‖torque…‖y‖su‖corazón. Deslizó la segunda tortilla en el plato y luego puso ambas en la pequeña mesa redonda de la cocina junto con los servicios de plata. Girando de nuevo hacia el mostrador, llenó dos grandes tazas de café y las puso cerca de los platos antes de tomar asiento. La sensación de la madera fría contra su trasero desnudo fue un sobresalto. Tomó un profundo aliento, suspiró ante la distracción y luego cogió su tenedor. —Puedes comer o calentarte porque estoy mostrando partes de mi cuerpo para tu placer. No hay diferencia para mí, yo voy a comer —ella le informó fríamente, rehusando girarse a mirarlo.

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—Eres una mujer obstinada —lo hizo sonar como una maldición. —La considero una de mis mejores cualidades —se llevó un bocado a sus labios, inhaló el aroma y luego lo devoró. El sexo con Jack le abría el apetito. Otro de esos bufidos masculinos sonó antes de que él avanzara a su alrededor hasta el asiento opuesto donde un plato esperaba por él. Parecía más divertido que disgustado con ella. El silencio reinó mientras ambos comían, aunque Ángel podía sentir la tensión creciendo entre ellos. —Tengo que volver mañana —finalmente anunció mientras se ponía de pie y recogía los platos vacíos. —¿Querrás decir, si el jefe de policía te deja? —Levantó su ceño burlonamente. —Jefe de policía o no, no tengo elección —se encogió de hombros con indiferencia—. No me he mudado a América, Jack, estaba sólo de visita. Ella se volvió, su mirada dirigiéndose hacia la ventana y hacia la tierra de afuera. Parecía estéril, desaliñada, pero había una belleza en ella que no había esperado ver, una belleza que, según temía, se perdería cuando volviera a Irlanda. Él se dirigió de nuevo a su silla, el ceño fruncido cruzando su rostro. —Olvídalo. No estoy listo para dejarte ir aún. Ella sonrió ante su obstinación, sacudiendo su cabeza mientras su arrogancia aparecía en escena. Era, en realidad, bastante encantador, incluso cuando fruncía el ceño así.

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—Entonces, en la mañana, te sugiero que notifiques al jefe de policía sobre mi intento de robo en tu propiedad. Porque para la tarde, me habré ido. Este no es mi hogar. ¿Entonces por qué el arrepentimiento estaba comiéndose su alma? —¿Y tú crees que un par de noches son suficientes para compensar el casi un mes infernal que me hiciste pasar mientras estuve atrapado en tu propiedad? —gruñó, poniéndose de pie—.No lo creo, brujita. —Ángel—lo corrigió, su sonrisa burlonamente inocente—.¿Recuerdas? Él cruzó sus brazos sobre su pecho desnudo. —Quiero un mes. —Eres un chico grande, Jack. Tus deseos no te herirán. —Pero algunos de ella sí. Porque ella no quería irse. Quería quedarse con una fuerza que en realidad hacía doler su pecho. Él le hacía daño. Solo mirarlo, viendo no solo el increíblemente sexy cuerpo masculino, sino el hombre también. El que la hacía reír, la hacía gritar con frustración y la ponía más caliente, más húmeda de lo que un hombre lo había hecho jamás, y sabía que más de lo que cualquier otro hombre lo haría alguna vez. —No te irás. Su declaración fue una sorpresa. La expresión frustrada en su rostro lo fue incluso más, como si él mismo se hubiese sorprendido por las palabras tanto como la había sorprendido a ella. Ella copió su postura, cruzando sus brazos sobre sus pechos y mirándolo con curiosa diversión. Parecía más como un niño pequeño que no conseguía hacer las cosas a su modo. Era extrañamente lindo, exasperante, pero lindo no obstante.

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—Me iré mañana, Jack—reiteró—. ¿A menos que me estés proponiendo más que una aventura de una noche? —levantó el ceño sugerentemente. Su ceño fruncido, como si fuera posible, se volvió más oscuro. —No dije eso —su respuesta fue inmediata. Un segundo después de que un pensativo brillo entrara en su mirada mientras se desplazaba incómodamente— .¿Por qué, quieres más? Ella arqueó su ceño. Ese dejo de confusión, de alivio enfermizo, hubiera sido entrañable si no hubiese sido su corazón con lo que estaba jugando. —Simplemente estoy apuntando a que ambos tenemos vidas —respondió finalmente de manera fría—.El sexo es increíble, Jack, pero tengo una vida. El sexo, no importa cuán increíble, no es la única razón de la existencia. Tengo que volver a mi vida. —Entonces toma unas vacaciones —espetó impacientemente. —Irlanda no es América —rodó sus ojos ante la petición—. Simplemente, no puedo irme de vacaciones cuando sea que me apetezca. El asunto no está en discusión. Mañana…‖ —No dejaré que te vayas. Arrogancia, pura y simple. No había nada incómodo sobre esa declaración. —El secuestro también es ilegal en América—puntualizó. —No te secuestré. Sólo estoy reteniéndote. —Era obvio que él no estaba viendo las complicaciones aquí. —¿Tú y qué ejército? —se burló de su declaración, entonces.

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—¿Quién necesita un ejército, dulzura? —Sonrió entonces, una malvada y sensual curva en sus labios que la hacía querer gemir—. Tengo esposas. Forradas de terciopelo y suaves como el pecado. Te van a mantener en tu lugar. Te lo prometo. ¿Por qué no podía dejarla ir? Jack avanzó lentamente por la cocina, su miembro doliendo como una llaga mientras miraba en su expresión confundida y divertida. Ella no tenía idea de cuán en serio estaba hablando. Demonios, aún él no había sido consciente de cuán serio hablaba hasta que ella mencionó que se marcharía. Todo dentro de él le gritaba que la mantuviera ahí, en su cama, en su vida. No podía imaginar no tenerla ahí, el dulce calor de su coño agarrando su miembro, sus besos poniéndolo duro y caliente. Su risa llenando la casa. Por muchos años este lugar había sido una tumba silenciosa, un lugar para dormir, pero nada más. En los últimos dos días, se había convertido en algo más. Parecía más luminoso, más brillante, lo mismo que la vida. Tal como ella había encendido algo dentro de él durante su estadía en Irlanda... Algo de lo que no había sido consciente hasta ahora. Pero ella hablaba realmente en serio acerca de dejarlo. Él la apoyó en el mostrador, sus brazos apretados a cada lado de ella mientras la contemplaba, sus ojos se estrecharon, todo dentro de él rechazando su anuncio. Sus manos ahuecando su pecho, delicados dedos temblando contra su carne desnuda mientras su mirada bajaba. —No —dijo la odiada palabra. Maldición, odiaba cuando hacía eso. —¿No qué? —Bajó su cabeza, alzando su mentón antes de permitir que sus labios susurraran a través de los de ella—.¿Acaso no te tienta pasar más tiempo conmigo? ¿Qué daño haría, Ángel? ¿Una semana, quizás dos?

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Algo se cruzó en su mirada, un brillo de dolor, una sombra de miedo al tiempo que sus labios se abrían ante la suave caricia de su lengua... Ella era suave y cálida, su lengua chasqueaba contra la suya y lamía sobre sus labios. Maldición. Sus músculos se apretaron ante la deliberada tentación de la caricia. Ella lo ponía tan malditamente caliente que olvidó lo que era la paciencia. No quería nada más que levantarla del mostrador y follarla como un animal en celo. El impulso casi irresistible de hacer precisamente eso, hizo estremecer su espina dorsal. —Jack —su mano levantada, sus dedos suavizando la aspereza de la barba de su mejilla—. Si me quedo, romperás mi corazón. ¿Es lo que tú realmente quieres? Déjame ir ahora, mientras aún puedo retener los recuerdos de lo que tuvimos, sin el dolor de perderlo para siempre. Déjame algo para el futuro. Sus ojos eran grandes, violetas, oscurecidos por la emoción, con una súplica femenina de piedad. Una mueca tiró de su ceño nuevamente mientras una vez más el sueño de esta mañana barría a través de él. Las emociones que lo habían movido entonces, lo estaban moviendo ahora. —No —él sacudió su cabeza, sin entender claramente por qué la palabra vino a sus labios tan naturalmente. —¿No?—le preguntó rudamente—. Jack, no puedes hacer que me quede. Aparte de las esposas y el jefe de policía, no puedes obligarme. Su acento se engrosó con su furia. La cadencia lisa y suave de su voz se transformó en un grueso acento irlandés que tenía a su miembro endureciéndose aún más, cada instinto de su cuerpo le gritaba que la tomara, la atara a él, y que nunca la dejara ir.

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—Hija de puta —empujó sus dedos toscamente entre su cabello mientras la dejaba ir, alejándose de ella y la errática y erótica tentación de su esbelto cuerpo—. Bien. Mañana puedes irte. Pero eso aún nos deja esta noche, en mi jodida cama.—Se volvió rápidamente hacia ella, captando su rápida inhalación de aire, el dolor cruzando su rostro—.Y mi cama no está en la cocina, Ángel. Levántate de ahí. No iba a llorar, Ángel se prometió a sí misma. Él estaba dándole lo que le había pedido, nada más, nada menos. La dejaría ir y le dejaría algo para el futuro. ¿Pero qué? Se dirigió escaleras arriba, consciente de él acechándola lentamente desde atrás, su mirada sin apartarse de su espalda, calentando el aire a su alrededor. Nunca lo había visto así, determinado, casi salvaje, el chico juguetón erosionado para mostrar el núcleo de acero del hombre debajo. Un hombre que la excitaba, la fascinaba, y amenazaba cada parte de su alma de mujer. Este era un hombre que podía destruir cada sueño que ella había tenido en su vida. Y aun así ella estaba subiendo las escaleras, dirigiéndose a su cuarto, cada célula de su cuerpo pidiendo a gritos por él, su coño empapado con el hambre creciente en su cuerpo. Pasó por el portal, entrando lentamente al cuarto antes de volverse a encararlo. Él estaba quitándose el pantalón deportivo que traía puesto debajo, su polla una vara desenfrenada destacándose fuera de su cuerpo, hinchado por la lujuria. Su expresión era de feroz determinación. Antes de que Ángel pudiera hacer algo más que inhalar bruscamente, él estaba tirándola hacia él, sus labios encima de ella, inclinándose sobre ellos mientras enviaba a su lengua presionando firmemente entre sus labios. Su cabeza cayó hacia atrás en sus hombros, mientras un débil gemido de sumisión escapaba de sus labios. No podía combatirlo. No quería combatirlo. No quería

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nada más que ser abrazada por sus duros y musculosos brazos, sentirlo, dominante y poderoso, superándola. Oyó al material de su camisa rasgarse en su cuerpo. El sonido envió una oleada de emoción encendiendo sus venas mientras una carrera de jugos calientes corrían desde su coño. Dios, él la volvía salvaje. Demasiado salvaje. Tomaba demasiado de ella, la hacía sentir demasiado. No importaba cuándo se fuera, ella sabía que estaría dejando atrás su corazón. Sus manos se movieron, incapaces de permanecer quietas y dejar de tocarlo, abrazándolo. Necesitaba sentir su carne, para memorizar su textura, la calidez y el poder de los músculos bajo su piel bronceada salpicada de vello. Vagaron sobre su pecho, sus hombros, finalmente hundiéndose en la textura sedosa de su pelo rubio demasiado largo. ¿Quién creería que se había enamorado de un vaquero? Un malvado seductor de cuidado, que no se preocupaba para nada de su corazón, sino solo por el alivio que encontraba en ella sexualmente. No tenía sentido para ella, pero sabía que su corazón permanecería por siempre en esta seca y áspera tierra, siempre esperando por él. —Dios, se siente bien. —La voz de Jack era tan áspera como su respiración, tan intensa como el grito que dejo escapar de sus labios. Sus manos se suavizaron sobre sus pechos, ahuecándolos, sus dedos raspando sus pezones mientras su boca seguía el ejemplo. Su lengua lamía uno mientras sus manos descendían. Sus labios cubrieron la dura punta, su lengua lamiendo con aparente diversión mientras los dedos de una mano se deslizaban entre sus piernas. Dedos calientes como relámpagos chocaban dentro de ella mientras las chispas deslumbraban su visión. El placer era tan intenso que ella se preguntó si sobreviviría esta vez.

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—Estás húmeda, Ángel mío —gruñó, sus dedos acariciando, deslizándose por la crema que fluía de su vagina mientras se arqueaba contra él. —Entonces arréglalo —ella jadeó, sintiendo sus labios acariciando su pezón mientras él hablaba, causando que diminutos fragmentos de sensación viajaran desde su dura punta hasta su útero, convulsionándose con placer. —¿Tiene arreglo? —dijo él arrastrando las palabras, su voz sexy y oscura mientras sus labios avanzaban a su cuello. Diablos, no, no lo tenía. —Estoy segura de que puedes encontrar un modo si piensas en ello por un segundo —ella se arqueó más cerca, sintiendo su miembro contra su estómago, un duro, caliente y vivo tallo de placer. Una áspera risa vibró en su garganta al tiempo que sonreía sobre el cuello de ella. —No hay cura —le advirtió. Algo de lo que ella era bastante consciente—. Sólo terapia‖intensiva.‖Montones‖y‖montones‖de‖esto… Sus manos ahuecaron sus nalgas mientras la levantaba contra él, su miembro deslizándose entre sus piernas para encajar en la tierna apertura de su coño. Los ojos de Ángel se abrieron como platos al tiempo que jadeaba, sus piernas levantándose automáticamente, sus rodillas agarrándose de las caderas de él. —Así, bebé —le mordió el cuello eróticamente—. Monta a tu vaquero ahora. Ella lo sintió tensarse, acercándola mientras su erección comenzaba a trabajar en su interior. Deslizándose dentro, tirando hacia atrás, jodiendo el sensible canal con ardientes embestidas, enviándolo más profundo con cada golpe, estrechándola más fuerte mientras comenzaba a agudizar su placer.

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Dios, jamás había imaginado ser follada de esa manera. Él sostenía su peso con seguridad, sus piernas abiertas, su miembro pinchando en su interior, estrechándola cuando estaba segura de que no podía tomar más, golpeando las terminaciones nerviosas aún sensibles por los juegos preliminares de la mañana. Ella se estremecía, necesitándolo, con dolor. —Dios‖ no.‖ No‖ te‖ detengas…‖ —Exigió fieramente mientras él se deslizaba fuera ella, su suave risa, una de tenso control, mientras avanzaba hacia la cama, depositándola en ella para luego recostarse encima. Pero él no estaba avanzando para recuperar el territorio que había poseído momentos antes, en vez de eso, abrió ampliamente sus piernas, inclinó su cabeza, y usó su lengua para acallar cualquier protesta que ella hubiera manifestado. La conmoción la mantuvo rígida por largos momentos, pero el placer era más de lo que ella podría imaginar para negarlo. Sus manos se apretaban en el cabello de él, al tiempo que un largo y suave gemido escapaba de sus labios y se rendía ante el placer formándose en su interior. Su lengua era como un látigo de ardiente‖ placer.‖ Lamiendo…‖ lamiendo‖ como‖ si‖ estuviera devorándola con un tratamiento especial mientras su lengua se deslizaba a través de los espesos y pesados jugos de su coño. Los sonidos del disfrute de él vibraban desde sus labios hasta las paredes del coño de ella, cuyos gritos de placer atravesaban el aire al tiempo que sus labios se agarraban a su clítoris y su lengua investigaba en el nudo cargado de nervios. La estaba volviendo loca. Iba a morir de placer. Ángel se retorció bajo él, perdida en la oscura tormenta de excesiva sensación, alcanzándolo, escalando más alto con cada diabólica caricia de su lengua. Estaba

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cerca. Muy cerca de un orgasmo que sabía que robaría su alma y lo combatiría con cada aliento. Hasta que dos duros y anchos dedos se deslizaron dentro de su apretado coño, abriéndola, follándola con caricias suaves mientras su boca y lengua lamía y succionaba y lanzaba su cabeza por el precipicio que había combatido tan desesperadamente. Sus caderas se resistían, arqueadas. El orgasmo arrancó través de ella, cortándole la respiración, endureciendo sus músculos a punto de romperlos, mientras explotaba a través de cada terminación nerviosa. Como el malvado demonio lujurioso que era.

Jack escogió

ese

momento

para

pasarse

a sus

rodillas,

posicionar

la cabeza gruesa de su pene y empujar dentro de la contracción, agarrando el tejido de su coño. Gritó

con

su

último

aliento.

Ella se

resistió contra

él, viendo

las

estrellas en frente de sus ojos mientras su polla surgía desde su interior, comenzando un ritmo fuerte, rápido que no podía combatir, no podía negar. No había tiempo para salvarse. No había tiempo para subir las defensas a su alrededor antes de que él la despojara de lo último de su frágil control. Ella era una criatura de placer. Una larga, y rápida explosión, dulce orgasmo que se rehusaba a parar. Ella se disolvió a su alrededor, temblando sin poder hacer nada, yendo de una cima a otra, sólo para ser llevada más y más alto, hasta que la apasionante, destructiva y final liberación envió sus jugos vertiéndolos alrededor de su miembro al tiempo que brotaban en su interior, llenándola con la calidez y la fuerza de su semilla. Ella colapsó. Apenas le quedaban energías para respirar, para permanecer consciente ya que iba a la deriva en un mar de felicidad diferente a todo lo que había oído o leído. Sólo era consciente del hecho de que él la había cubierto, que sus manos estaban aseguradas alrededor del cuello de él, y sus dedos enterrados

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en su cabello. No podía soltarlo. Lo tenía agarrado a muerte, ¿o era un agarre de su alma? ¿de verdad seguía con vida? Cuando él se movió para quitar su peso de ella, sus brazos la envolvieron, trayéndola consigo mientras su cabeza caía con naturalidad contra su hombro. —No‖me‖olvides,‖mi‖Ángel…‖—susurró sobre su oído mientras ella flotaba entre el sueño y la vigilia—. Nunca‖me‖olvides… ***** —No te dejaré marchar, mujer —Jack se sorprendió de encontrarse a sí mismo una vez más en el castillo antiguo, Ángel de pie delante de él, su largo cabello flotando a su alrededor mientras ella lo encaraba, vestida con un traje de rica tela que caía sobre sus pies y cubría sus brazos cremosos. Una túnica cubría sus hombros, su capucha redoblada, y era más que aparente que ella estaba preparándose para dejar el castillo. —¿Qué te preocupa, inglés? —Al parecer se burlaba, pero él podía ver las lágrimas que brillaban en sus ojos—. No tienes amor para mí, sólo el calor de tu cuerpo. Bueno, algunas cosas nunca cambiaban. Él luchó para escapar del sueño, pero no podía dejarla ir, no sabiendo que ella iba a dejarlo. ¿Qué infiernos pasaba con esos malditos sueños? Él sacudió la cabeza, pero las palabras que salieron de su boca no eran nada de lo que él quería decir. —¡Eres mi esposa! —le gruño de vuelta—. No me dejarás. Ella se giró, sus hombros agitándose. —Robaste todo lo que soy —susurraba ella—. Mi corazón, toda mi alma. Lo robaste como un ladrón, y lo proyectaste como las ideas de la carne que creíste que eran.‖‖No‖soy‖nada‖para‖ti…

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—Mi‖esposa… —Eso no es suficiente —oyó las lágrimas mientras ella hablaba y su pecho se apretó con dolor. ¿Por qué estaba herido? Amor no era lo que él quería—. Tienes el Torque de la Cabeza de los Lobos, un símbolo que la leyenda del corazón uniría con‖ esta‖ tierra.‖ Conmigo…‖ —ella giraba hacia él, sus ojos violetas llameaban fieramente—. Tú tenías que amarme, abrazarme no sólo con tu lujuria. Abrazarme con tu corazón, con todo lo que eres, igual como yo lo he hecho contigo. En vez de eso, te mantienes a ti mismo, desolado y frío, creyendo encontrar tu fuerza en otras cosas distintas a quién te ha dado su alma. —No te pedí … —No tenías que pedir —las lágrimas corrían libremente por sus mejillas—. No tenías que pedir, guerrero. Era tu momento de montar en esta tierra. Siempre será tuya. Pero no tienes nada para dar a cambio sino palabras frías y sin sentimientos, y la escoria amarga de los sueños cayendo a tus pies. —No… —Sí —asintió ella, los sollozos agitando sus hombros—. Eres un guerrero. Uno bueno, eres un buen guerrero, inglés, lo eres. El Rey debería estar muy orgulloso de

ti.

Por

haberte

mantenido

distante,

gobernando

esta

tierra, trayendo beneficios y conquistado a los paganos como habías ofrecido. Conquistaste incluso mi corazón con tus fríos modos ingleses. Pero tú no tienes corazón. Y yo no me acostaré con un hombre que no es mío. —Soy tu esposo —la confusión lo inundó—. Eres mía. Ante la ley, ante el Rey y ante Dios. —Si tu Dios es tan frió y sin sentimientos como tú, entonces tal vez sea mejor que nuestra gente tenga el suyo propio —susurró ella, desoladamente—. Un Dios

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misericordioso como aquel del que hablas, no dejaría mi vida estéril y a mi corazón doliendo en la desesperación. Ella se arrodilló, su llanto desgarrando su garganta, destrozando el pecho de él. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había hecho para poner a su orgullosa chica irlandesa de rodillas? —¿Qué tomarías de mí? —rechinó sus dientes, sus puños apretándose con la frustración creciendo dentro de él, el dolor creciendo en su pecho—.¿Qué más puedo darte? Ella levantó la cabeza, su cara estaba tan pálida que enviaba una oleada de miedo a través de él, sus ojos oscurecidos con la miseria, con un dolor que él no podría llegar a entender.. —Tu corazón —lloró, su mano temblando mientras trataba de alcanzarlo—. Sólo tu corazón puede salvar a cualquiera de nosotros. La única cosa que tú no posees, mi‖buen‖guerrero‖inglés…‖Amor.‖ ***** Jack se sacudió para despertarse, se puso de pie de un tirón en la cama, su cuerpo cubierto con un sudor frío mientras sentía la agonía resonando a través de él. De acuerdo, esto ya era suficiente, se dijo a si mismo silenciosa y fieramente, al tiempo que su cabeza volteaba para ver a Ángel mientras dormía. No había lágrimas. No había recriminaciones. Al menos no viniendo de ella. Pero ella se iría. Faltaban sólo unas pocas horas para el amanecer, y él iba a tener que mirarla vestirse, mirarla mientras salía de su vida para siempre. Se inclinó, toco su pelo de seda y sintió algo que no había conocido nunca, en ningún otro momento, cuando reconoció el hecho de que nunca podría ver a una mujer en particular de nuevo.

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Arrepentimiento. Dolor. Pesar. Y‖él‖no‖tenía‖idea‖por‖qué…‖¿O‖sí?‖

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H

Capítulo 6

abía lágrimas en sus ojos. Él las vio, a pesar de que intentó no mirarlo a los ojos cuando hubo terminado de ponerse sus pantalones negros y camiseta negra, se parecía al ángel negro que era, revoloteando por la

habitación para esconder el temblor de sus labios, de sus manos. Se sentó en el borde de la cama mirándola, el torque apretado en su mano, escondido por la manta a su lado. —El taxi estará aquí en un momento. —Bajó la cabeza otra vez en cuanto se volvió hacía él—. Te echaré de menos, Jack. Las palabras se atrancaron en su pecho. Mierda. Mierda. ¿Qué le había hecho ella? Al dejar irse a una mujer, no importaba cuán caliente y dulce era su coño, nunca le dolió. Se puso de pie, caminó hasta ella y la cogió de las manos. Despacio, puso su precioso torque entre ellos, mirando el brillo apagado del oro mientras ella lo sostenía. Su mirada voló hacia la suya. —Esto me ha traído de vuelta a ti —le dijo a ella entonces. Él lo había negado en su momento, pero supo que solo había comprado la maldita cosa por ella. Quiso complacerla. Para sacarle una sonrisa, algún brillo de felicidad en su cara. En su lugar, una lágrima resbaló por su mejilla y una sonrisa amarga cruzó sus labios.

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Ella levantó sus manos, extendiendo el torque hacia él para abrochárselo alrededor de su cuello, de forma que las cabezas de los lobos se encontraran en el medio de su clavícula. El significado de eso era extraño, el fuego le calentó la carne. —Es tuyo —ella le susurró—. No sólo fue comprado honradamente, sino también fue ganado honradamente. Recuérdame, Jack. —Repitió sus palabras de la noche anterior—. Igual que siempre te recordaré a ti. Se quedó quieto, mirándola con el ceño fruncido mientras ponía un beso rápido, triste en sus labios antes de salir corriendo de la habitación. Se encontraba a si mismo peleando para respirar, sentía la urgencia de salir detrás ella, echarla sobre sus hombros y forzarla a quedarse. Pero sabía que no sería suficiente. La fuerza nunca funcionaria con su orgullosa nena Irlandesa. ¿Pero qué lo haría? “Tu‖ corazón”.‖ Las‖ palabras‖ que‖ ella‖ había‖ dicho‖ una‖ vez‖ en‖ sueños‖ ahora‖ lo‖ obsesionaban.‖“Sólo‖tu corazón puede salvar alguno de nosotros, la única cosa que no‖posees‖mi‖guerrero‖ingles…‖Amor”. ¿Amor? El amor no existe. No para él. No en este mundo. Lo había asimilado años atrás. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado tratando de encontrar a esta mujer perfecta y hacer un hogar en la tierra que adoraba, no había podido. No podría sentirlo. No esta intensa emoción primordial que llamaba amor. Se dio por vencido. Había viajado por el mundo más de una vez, buscando tesoros inestimables, por esta única gran aventura, pero esta búsqueda había empezado con la búsqueda del amor. Se volvió a sentar en la cama, sintiendo el torque como un peso incriminatorio.

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A los 22 años se dio cuenta que lo que buscaba no se encontraba en Madison, o las pequeñas ciudades que lo rodeaban. No estaba en Dallas, o en Fort Worth2. No había sido encontrado en Nueva Orleans, Fort Smith3, o en alguna de las ciudades donde había viajado y trabajado en su camino. Finalmente, había parado de buscar emociones difíciles de alcanzar y en su lugar se había concentrado en los beneficios. En la prosperidad. En hacer de las tierras que adoraba, algo de lo que se podría sentir orgulloso, algo por lo cual valía la pena pelear. El vacío de la casa se burlaba de él ahora. Fuera escuchaba el taxi acercarse por el camino. Menos de un minuto después se marchó. Y se encontró solo. Solo en la casa que había construido con el dinero que había hecho viajando por el mundo conquistando aventura. Y perdiéndose a sí mismo. —Mierda. —Se puso de pie, caminando hacía la ventana, para presenciar el calor seco de otra mañana en Texas. Demonio, adoraba estar aquí. Era su hogar, pero para ser honesto a Dios, la única vez que encontró la paz aquí, que se sintió realizado, fueron las horas que Ángel lo llenó con su presencia. Tal como lo había hecho en las tierras de su padre. Su risa. Su voz furiosa. Sus suaves suspiros. Lo obsesionó. Y estaba seguro que no estaba a más de algunas millas de distancia. Levantó su mano, desatando el torque de su cuello antes de mirarlo fijamente, manteniéndolo frente a la luz del sol, mirándolo frunciendo el ceño. 2

Fort Worth: una ciudad que se encuentra en la región noreste del estado de Texas, Estados Unidos.

3

Fort Smith: es la segunda ciudad más grande en el estado de Arkansas, Estados Unidos.

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Ni siquiera nunca quiso esta maldita cosa, ¿entonces por qué lo había comprado? Porque ella lo reclamó. Era la única cosa que podría poseer que la uniría a él. Era la única cosa que ella realmente había adorado, la única cosa que su padre había reclamado. En este momento se dio cuenta de que lo había querido, en el momento que lo vio, que lo sujetó, le había sido familiar, se sentía confortable en su agarre. Tal como se sentía confortable alrededor de su cuello. Se lo abrochó alrededor de su cuello una vez más, sus ojos estrechándose en cuanto miró dentro del azul intenso del cielo. Le dijo a ella que no se estaba despidiendo de él, pero por Dios, lo dijo en serio. Se duchó, se vistió rápido, caminó hasta el tocador y abrió el cajón del medio. Mirando todo el surtido de artículos para adultos que había allí, mientras decidía rápidamente cual llevarse. Las esposas eran indispensables. El pañuelo de seda negro. Era mejor que no se escucharan sus gritos muy altos en el hotel, alguien podría llamar al sheriff. Algunos juguetes. Definitivamente el pequeño tubo de lubricante, solo en caso que decidiera ser atrevido. Los lanzó todos dentro de una bolsa pequeña, se puso las botas, agarró sus llaves y salió por la puerta de enfrente. Era hora de traer su mujer a casa. Ángel contuvo sus lágrimas mientras cruzaba la ciudad. Mantuvo la cabeza girada fuera de la vista del espejo retrovisor. No quería que el taxista viera sus lágrimas en los ojos o el dolor que rugía a través de ella. Dejar atrás a Jack fue la cosa más dura que tuvo que hacer. Mirando el paisaje de Texas pasando delante de ella, el valle plano cubierto con hierba, las colinas

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onduladas más allá del espesor con árboles y un fuerte estado salvaje que llamaba algo en lo más profundo de su alma. No quería marcharse. Quería quedarse, aunque solo fuera por unas semanas, le había sugerido. Pero si eso la lastimaba horriblemente ahora, ¿cuánto más la podrían lastimar unas semanas, incluso unos días? Eso la destrozaría. Cerró sus ojos y dejó formarse una imagen de él en su mente. Su sonrisa torcida. Sus ojos azules brillantes. Sus grandes manos callosas. Cada centímetro de su cuerpo fue adorado por su visión interior cuando se forzó silenciosamente a decirle adiós. Las escrituras antiguas que pasaron por los años con el torque, hablaron de su primer dueño. Un guerrero inglés, orgulloso, que se casaba con la hija del Celta caído, propietario de las tierras, hacía tantos siglos. Las tierras de la familia Mac Taidhg cayeron bajo la espada de uno llamado Lobo Tallado. Un guerrero de pelo rubio quien fue bien recibido por el rey inglés y a quien cedió las tierras irlandesas y la orden de conquistar los corazones salvajes que pelearon tan ferozmente contra la corona. Se movió en el corazón de la tierra, casándose con la nieta oculta del sacerdote, y protegiendo el secreto de que había sido decapitado. Se decía que era el azote de la gente, hasta que lo domesticó. Había hechizado al lobo y lo había atraído a sus pies. Aunque los cuentos de la madre de Ángel insinuaban que ambos, el guerrero y la nena del orgulloso irlandés se sometían el uno al otro. “El‖torque‖traer{‖al‖guerrero‖destinado‖a‖domesticar‖tu‖corazón‖salvaje,‖Ángel”‖su‖ madre le había dicho innumerables veces. Antes de que Megan Manning muriera, le había contado a menudo a su hija sobre las leyendas. Estas que aseguraban amor y felicidad para el antepasado femenino ante su primera bendita boda.

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Mientras el antiguo torque permaneciera con la familia a la cual se lo habían cedido, entonces su poder seguiría funcionando. Y ahora se había ido. Vendido por su padre al hombre que le robó el corazón a Ángel y que estaría perdido para siempre. Empezaría ahora el legado de quejas, más que el de la felicidad. Parpadeó para tratar de controlar las lágrimas, levantó su barbilla y miró a través del reflejo brumoso que proyectaba la ventana. Aparentaba igual de rota que como se sentía. Y eso no podía ser. No podía dejar que los otros se dieran cuenta de su dolor, de seguro si lo hacía, Jack se enteraría. No era su culpa si no podía amarla, y no quería echarle la culpa a él. Amarlo había sido su elección. —Ya hemos llegado —el taxista se paró en frente del pequeño hotel en el medio de la ciudad. El Triplex tenía todos los encantos pintorescos del oeste en su fachada, mientras el interior era completamente moderno. —Gracias —sacó varios billetes del bolsillo de sus vaqueros en cuanto salió del taxi. —Gracias señorita. Espero que su estancia en el rancho J.R fuera bueno. El viejo Jack no está a menudo en casa, así que no muchos tienen la oportunidad de quedarse en esa nueva casa que construyó hace unos años. —Es una casa muy bonita —peleaba con las lágrimas que amenazaban por salir—. Muchas gracias otra vez. Que tenga un bien día señor. Se alejó rápidamente de él, por una vez no se tomó el tiempo de admirar la decoración. Su habitación se encontraba en la tercera planta, y si se daba prisa, le daría tiempo de tomarse una ducha y hacer las maletas entes de salir hacía el aeropuerto y el último vuelo que había comprado para volver a Irlanda.

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Entrando en el ascensor, se movió hacía la esquina de atrás, abrazándose a sí misma en cuanto bajó su cabeza para mirar la moqueta de color tierra que tenía bajo sus pies. Lo echaba de menos. Suspiró por él. Dejarlo quebró su alma. La seguridad de los hoteles en Madison-Texas realmente apestaba a veces. Deslizó la llave robada a través de su bloc automatizado, esperó por la luz verde y la abrió despacio con facilidad. Algunas personas pensaban en pasar el pestillo de metal al otro lado de la puerta para prevenir cualquier acceso. Se preguntaba si Ángel había sido bastante concienzuda para usar el suyo. No. La puerta se abrió fácilmente, ni siquiera un chirrido de las bisagras para anunciar su presencia. La puerta del baño al lado de la entrada estaba cerrada, el sonido del agua corriendo en la ducha le aseguraba que Ángel estaba bastante ocupada. Una sonrisa lenta y malvada cruzaba sus labios en cuanto cerró la puerta detrás de él deslizando el pestillo en la hendidura de metal para asegurarse privacidad. No quería que ningún ama de llaves entrara en mal momento a la mañana siguiente. Moviéndose por la habitación, dejó el equipaje en la cama, lo abrió rápidamente y comenzó la preparación para la caída de Ángel. Quizás pensaba que lo estaba dejando, pero él se lo iba a mostrar de otra manera. Suave, unas esposas acolchadas con unas largas cadenas iban primero. Serpenteando los extremos de las pequeñas cadenas a las patas de la cama, las enganchó a su sitio antes de colocar las esposas acolchadas sobre las almohadas. Lo

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siguiente eran las esposas para los tobillos, las cuales dispuso en las esquinas inferiores, asegurándolas. Dejó el tubo de lubricante encima de la mesa, junto con los ganchos para los pezones, un vibrador y un tapón anal. Finalmente, se desvistió doblando cuidadosamente su ropa y después la deslizó dentro de un cajón vacío en la cómoda de la cama. Iba a jugar y Ángel iba a ser su juguete personal en el juego que había planeado. La ducha se apagó. Sonriendo con anticipación, Jack se movió ágilmente a lo largo de la pared, esperando a que saliera a la pequeña entrada. No tomó mucho tiempo. Unos minutos más tarde, escuchó la puerta del baño abrirse y vio su sombra acercarse. Las emociones le inundaron en estos frágiles segundos. Actitud posesiva, amor, un amor distinto a cualquiera que hubiera podido imaginar, y ternura. Pasó por delante de él. Moviéndose rápidamente, llegó detrás de ella, sus manos se deslizaron alrededor, dándole la vuelta, dándole solo un segundo para vislumbrar su cara antes de que sus labios bajaran sobre los de ella. Pero también había vislumbrado la suya. Sus ojos enrojecidos, lágrimas empapadas, sus mejillas pálidas, su expresión miserable. —Shhh —susurró contra sus labios en cuanto sus labios se abrieron para gritar—. Est{‖bien‖bebe,‖todo‖est{‖bien‖ahora… Una mano ahuecó su mejilla en cuanto sintió que su propio pecho se llenó de humedad. Era el responsable de su dolor. La pena lo atravesó. —No llores mi ángel —le susurró sorbiendo sus labios, su lengua acariciando sobre sus curvas hinchadas, mientras ella respiraba con dificultad, un pequeño,

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estrangulado sollozo salió de ella cuando sus manos agarraron sus brazos, sus uñas entrando en su carne. —No más lágrimas bebe. Sólo eso. Sólo eso. Sus labios se tragaron sus palabras separándolos, su lengua se deslizaba profundamente mientras la llevaba lentamente hacia la cama, abrazándola a él mientras la depositaba en el centro poniéndola de espaldas. Ignoró el pequeño grito ahogado que salió de su garganta. Antes de que su voz pudiera formular alguna pregunta, le abrochó las esposas a una muñeca. Se agitó nerviosamente debajo de él, mientras hacía lo mismo con la otra muñeca. Entonces liberó sus labios, mirando la carne enrojecida por el beso, con una sensación de satisfacción. —¿Qué estás haciendo?—Su voz era ronca mientras probaba la fortaleza de las cadenas. Jack descendió, yendo hacía sus tobillos riéndose entre dientes mientras ella intentaba empujarlo. —Jack, ¿has perdido la cabeza? —Luchaba furiosa en cuanto tuvo sus tobillos dominados. Él probaba el largo de la cadena para tener la bastante libertad de movimiento para permitirle jugar su juego. Podía flexionar sus rodillas, pero no iba a poder marcharse a ningún lugar. No podía darse la vuelta ni podía retorcerse de sus agarres. —¡Déjame ir! —gruñó, sus ojos violetas seguían húmedos de lágrimas mientras peleaba contra las limitaciones de movimiento—. ¿Piensas que eso va a arreglar algo? ¿Que eso lo hará mejor?—Su voz temblaba—. Por el amor de Dios. No me hagas daño así, Jack. Suspiró, sacudiendo su cabeza en modo de castigo mientras la miraba.

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—Qué vergüenza Ángel, pensando que yo quería dejarte marchar —dijo con cuidado, impresionado de cuan libre se sentía de repente, de la felicidad que le crecía por dentro. No tenía idea de cuánto la quería, de cuanto la había querido siquiera antes de marcharse‖ de‖ Irlanda,‖ hasta‖ hora…‖ Mirando‖ dentro‖ de‖ su‖ mirada‖ dolorida‖ y‖ viendo un reflejo de su propio dolor que no podría explicarse, no tenía idea cuanto significaba para él. Abrió sus labios para reprenderle aún más cuando su mirada cayó en el torque que le rodeaba el cuello. Entonces sus ojos se agrandaron, un jadeo se escapó de sus labios, un impacto se vio en sus ojos. —No te dejaré marchar —le susurro—. Nunca más, Ángel mío. Entonces bajó su cabeza, tomando sus labios en un beso que lo inundó de placer, con emoción, con una sensación de bienvenida a casa. Era un sueño. Ángel gimió bajo su beso, sus labios separándose para él, su lengua enredándose con la suya en cuanto empezó a succionar sus labios, a mordisquear y acariciar, tanto que inflamó cada célula de su cuerpo con el placer. Él era el sueño, el único que la atormentó durante tantos años. Y ahora sabía porque nunca había sido capaz de mirar más allá del torque para ver su cara. Porque se había llenado con tal sensación de asombro y emoción intensa. Porque se había dado por vencida en el sueño, igual que lo había hecho sobre el torque. Simplemente entender que el hombre y el collar iban juntos, codo con codo. —Jack —gimió su nombre cuando él levanto su cabeza, cuando sus ojos azules brillantes y llenos de confianza, arrogantes se encontraron con los suyos.

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—Te amo —le susurró las palabras que ella estaba segura que nunca las escucharía de él—. He esperado una vida para decir estas palabras Ángel. Busqué hasta que mi alma se cansó con desilusión. No dejaré que me abandones. Quería envolver sus manos alrededor de él, quería abrazarlo fuerte a ella y reír en voz alta por un alivio incontenible. —Suéltame —intentaba moverse, salirse del agarre que le proporcionaban las cadenas—. Quiero abrazarte Jack. Él sonreía de oreja a oreja. Una sonrisa diabólica, malvada se veía en la curva de sus labios que hizo que los suyos se separaran por la excitación. —Aún no, bebe —gruñó—. Vamos a jugar esta noche. Durante horas, horas y horas. Y cuando llegue la mañana, estarás tan malditamente cansada, que ni siquiera considerarás marcharte. No recordarás tu nombre y mucho menos alejarte de mí. No tenía intención de marcharse a ningún lugar ahora. Estuvo a punto de susurrar estas palabras cuando se acordó de algo en el último segundo. ¿Qué había dicho sobre jugar? ¿Sería su placer mejor servido permitiéndole a él seguir este camino? Bueno, duh, como dicen los estudiantes americanos. Obvio que lo sería. Se relajó sobre los cojines. —Pues venga, te estoy esperando. —Le susurró, sonriéndose a sí misma al igual que sus ojos se estrecharon ante su desafío—. Pero apuesto a que seguiré recordando mi nombre.

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-¿

Capítulo 7

Cuál es tu nombre, bebé?‖―la‖voz‖de‖Jack‖era‖estricta,‖ronca,‖mientras‖ ella se movía debajo de él, retorciéndose bajo la penetración firme del consolador, llenando su coño, al igual que el tapón en su trasero ensanchado insoportablemente.

Estaba ardiendo. Podía sentir las llamas quemando su cuerpo una hora más tarde, le rogó, suplicó por la liberación. Él la estaba matando. La había ido matando desde el primer beso, haciéndola suplicar más, cuando juró que no podía tomar más del agarre tormentoso. Ella jadeaba, el sudor la cubrió, humedeció su pelo, su carne y el edredón debajo de su cuerpo. Sin embargo, Jack estaba entre sus muslos, su condenada lenta y fácil imitación de una verga, mientras luchaba por acercarse a él. Su lengua era un demonio. Era malvado. Ningún placer como este debería ser posible. Lamió con su lengua el camino alrededor de la protuberancia de su clítoris, ignorando con una indiferencia diabólica sus gritos roncos, cuando se arqueó hacia él, sólo para retirarse. ―Por‖favor―jadeó―.‖Por‖compasión, por favor... por favor... ―¿Cuál‖ es‖ tu‖ nombre?―susurró de nuevo, empujando el consolador más profundo dentro de ella, obligándola a tomarlo hasta lo más profundo de su coño, causando espasmos alrededor de sus músculos, sus jugos fluyendo, el llanto de su coño con la imperiosa necesidad del orgasmo. Ella lo había mantenido alejado tanto tiempo como pudo.

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Trató de gritar cuando una mano subió, los dedos tirando de sus pezones hinchados y emitiendo impulsos mientras los dedos arrastraban sensaciones a lo largo de las terminaciones nerviosas, hasta el fondo tan sensible de su centro. Su espalda arqueada, su cabeza se movía mientras chupaba su clítoris con su boca una vez más, en realidad, nunca lo tocaba, simplemente rodeaba el nudo de nervios inflamados con calor húmedo. Era casi suficiente. Pero en este juego, “casi”, no contaba para nada. ―Esto‖ es‖ injusto―se‖ lamentó, un gemido rasgado de su garganta cuando el consolador se movió con lenta precisión, hasta que sólo quedó la cabeza apoyada en su interior una vez más, estirando su apertura, ardiendo antes de caer de nuevo una vez más. ―Duro, maldito seas. Jódeme verdaderamente.‖―Estuvo‖a‖punto‖de‖gritar‖las‖palabras.‖ Ella las habría gritado si tuviera el aliento para hacerlo. ―¿Cuál‖es‖tu‖nombre?―susurró otra vez, lamiendo su clítoris mientras todos los músculos de su cuerpo, apretados, esperaban la proximidad de la liberación―.‖ Dime, nena. ¿Recuerdas tu nombre? ―Sí. ―Ella‖miró abajo hacia a él‖entonces,‖con‖los‖ojos‖aturdidos―.‖Jack.‖Soy‖Jack.‖ Como quieras llamarme, lo que quieras... Por Dios, Jack... Por favor... Él se movió antes de que las palabras salieran de su boca. El consolador se desprendió de su cuerpo, haciéndola arquear, con los pies reforzándose en la cama cuando se levantó, tratando de seguirlo. Oh Dios, estaba tan vacía. Demasiado vacía. Se estaba muriendo... ―Calma,‖bebé―susurró mientras se acercaba, la perfección de la punta y el acero duro‖ de‖ su‖ polla‖ hinchada,‖ empujando‖ en‖ contra‖ de‖ la‖ apertura‖ de‖ su‖ coño―.‖ Siente cómo es mejor esto.

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Él empujó dentro de ella. ¿Mejor? Era el nirvana4. Era el éxtasis, embeleso, eso era jodidamente increíble. Ella se estremeció, tembló tan fuerte que los dientes casi castañeteaban cuando lo miró, sintiéndolo empujar hacia el canal apretado de su coño, pasando por el peso del tapón que seguía anclado en su parte trasera, haciendo que sus músculos se apretaran satisfactoriamente, se preguntó sí había espacio para él. Sin embargo, le hizo espacio, deslizó su pene dentro de ella como un cuchillo en mantequilla derretida, cuando él penetró los límites lisos de jarabe de su centro La electricidad azotaba a su alrededor. Chisporroteaba en el aire, crujió a lo largo de su cuerpo, preparándola para una gran explosión dentro de ella. Una que no estaba segura de sobrevivir. ―Mírame, Ángel―le‖ susurró cuando sus ojos comenzaron a cerrarse―.‖ Mírame bebe, déjame ver esos lindos ojos cuando te corras alrededor de mi polla. Mírame, mi amor... Y él comenzó a moverse. Poderosamente, el esfuerzo tuvo su pelvis rastrillando contra su clítoris, cuando su erección penetró fuerte y profundamente dentro de ella. Su gran longitud se extendía, la quemaba, envió sus sentidos a toda velocidad cuando un grito salió de su garganta. Sus ojos se abrieron cuando su empuje aumentó de velocidad, golpeando sus caderas contra las de ella con el rostro contraído en una mueca de placer.

4

Nirvana: En la filosofía shramánica, nirvana es el estado de estar liberado del sufrimiento.

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―Dios,‖Te‖amo―gruñó cuando bajó la cabeza, con los dientes tirando del pico de su pezón, con los dedos de la mano tiraba del otro. La llamarada adicional de sensación, el placer destructivo que rasgaba a través de ella, la deshizo. Ángel se arqueó, el aliento se detuvo en su garganta cuando empezó a estremecerse, sintiendo la tensión que explotaba en su interior, cuando su coño parecía derretirse alrededor de él. Su clítoris pulsando, palpitó, luego seguido de estelas, enviando arcos brillantes de fuego que quemaban a través de sus sentidos, mientras se encendía debajo de él, sólo lejanamente consciente de su liberación también. Ella volaba, elevándose en un mundo de placer oscuro diferente de lo que había conocido, sintiendo su cuerpo como si fuera una criatura de otro mundo, en erupción una y otra vez, cuando su orgasmo atravesó su alma y en lugar de romperla en pedazos, la estaba reconstruyendo. Por primera vez en su vida, estaba completa. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, su cuerpo convulsionado por las réplicas del placer, pero sabía que Jack estaba con ella. Envolviéndola en sus brazos, sosteniéndola con fuerza, con el rostro hundido en su cuello mientras su cuerpo se estremecía sobre ella. A continuación, con la cabeza vuelta, sus suaves labios sobre su oreja. ―Mi‖Ángel―susurró―.‖Te‖amo. Una sonrisa tiró de sus labios mientras se deslizaba somnolienta en olas de placer que todavía se levantaban sobre ella. ―Te‖amo,‖Jack―le‖susurró de‖vuelta―.‖Ahora‖quítame‖estas‖cadenas‖antes‖de‖que‖ me vea obligada a matarte.

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Tiró con cansancio de las cadenas. No había una posibilidad en el infierno de que pudiera dormir así, y ahora, no quería nada más que poder dormir. Una áspera risa sofocada resonó, pero se movió, se apresuró a liberar sus muñecas y tobillos antes de arrastrar su cuerpo desnudo devuelta a la cama. ―Quiero‖ recuperar‖ el‖ aliento‖ y‖ lo‖ intentaremos‖ de‖ nuevo.‖ ―Él bostezó cuando Ángel rozó el clip de pezón que había caído junto a ellos, en la cama, fuera de su camino. ―Seguro.‖―Ella‖se‖acurrucó‖contra‖él―.‖Por‖la‖mañana. Suspiró profundamente. ―Nos iremos a casa por la mañana―dijo,‖ apretando‖ sus‖ brazos‖ alrededor‖ de‖ ella―.‖A mi rancho. Donde perteneces. ―Hogar.‖―Sus‖ojos‖se‖cerraron,‖una‖sonrisa‖se‖dibujó en sus labios. Sí, iba a ir a casa.

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Epílogo

J

oseph Manning colgó el teléfono y se quedó mirando el retrato familiar que se encontraba encima de la chimenea que estaba en la recamara de la mujer que tanto había amado.

―Lo‖ hice,‖ amor―susurró, sonreía al recordar en esos ojos verdes gran parte del ingenio y encanto que era parte ella—. Así como me habías dicho que lo haría. Encontré un guerrero americano para nuestra hija. Al principio, nadie podría haber imaginado que Jack Riley fuera un guerrero. Encantador. Playboy. No un guerrero. Pero, la semana que había pasado en la finca, Joseph notó el otro lado del joven solitario, porque creía que lo que buscaba no existía. Un hombre que le temía que el amor fuera una ilusión. Y, ahh, las chispas que habían volado cada vez que su Ángel acompañaba al vaquero. Ella lo había iluminado como un cometa, con ojos brillantes, y mejillas ruborizadas mientras luchaba contra la atracción que era tan evidente entre ellos. En esas semanas que Jack se había quedado con ellos, había visto como buscaban la compañía del otro, solo para pelear como niños por el poder. Él conocía a Jack desde hacía muchos años, pero jamás lo había visto reaccionar así ante una mujer. Él sabía mejor que nadie lo que era capaz de imaginar su hija. Ella se había enamorado con gran facilidad, a pesar de que habían peleado muy duro.

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―Bien, amor, estaba esperando a regresar‖ a‖ tus‖ brazos‖ amorosos,‖ ―suspiró, aunque‖sin‖lamentos―.‖Pero‖creo‖que‖cuando‖nos‖volvamos‖a‖encontrar‖te‖gustaría‖ saber sobre los nietos que pronto vendrán. Tal vez una nieta que también será bendecida con un torque bonito como el tuyo. Levantó la copa de vino que estaba al lado de su codo y brindó con el retrato. ―Te‖echo‖de‖menos,‖amor,‖―susurró,‖con‖un‖dolor‖en‖el‖pecho‖por‖su‖pérdida―.‖ Pero tengo tu bendición. Bebió un sorbo de vino. Habían pasado muchos años desde que había ido a los Estados Unidos. Tal vez era tiempo de volver. Para ver el rancho del que Jack había hablado y así compartir la felicidad que escuchaba en la voz de su hija. ―Sólo‖una‖corta‖visita,‖amor―susurró, mirando de nuevo el retrato—. ¿Vamos? Ella se había ido desde hace ya varios años, pero sabía que ella viajaría con él, sin importar a dónde. Era su corazón. Al igual que el Ángel que ahora estaba en el corazón de Jack. Así como Jack sería de su Ángel. Una generación para bendecir a un torque.

{FIN}

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Acerca de la autora… Lora Leigh es una esposa y madre de 36 años residente en Kentucky. Sueña imágenes brillantes y vívidas de sus personajes intentando tomar el control de su obra, por lo que mantiene una constante batalla por grabar dichas imágenes en el ordenador antes de que desaparezcan tan rápido como aparecieron. La familia de Lora y su vida como escritora coexisten, si no en total armonía, sí en relativa paz. Un marido comprensivo es la clave de las largas noches repasando escenas complicadas y personajes testarudos. La visión de su esposo de la naturaleza humana y los tejemanejes de la psiquis masculina, proporcionan a Lora de horas de risas e innumerables ideas románticas que luego ella aprovecha para plasmar en papel.

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