El club de las Excomulgadas

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El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración para con el libro original para sacar adelante este proyecto.

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Lora Leigh

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Melina Catarina Ángeles había cargado con la culpa y el castigo por su hermana gemela, María, demasiadas veces para contar. Cuando el último crimen que María cometió causo que Melina pasara un tiempo en la cárcel y sufriera de cerca el horror de una violación y una paliza brutal. Decide que no va a seguir ayudando a encubrir a su hermana gemela. Pero ahora María ha cometido un crimen que significa una pena de prisión definitiva y sus padres están decididos a que Melina tome el lugar de su hermana. Melina se niega y es repudiada por su familia. Joe está decidido a protegerla de sus padres, por lo que hace un plan con el ranchero Luc de secuestrar a Melina y esconderla en su rancho hasta que María sea detenida y finalmente encarcelada. Lo que Joe no le dice a su amigo Luc es que la mujer que esconde en su rancho es Melina la hermana de la fugitiva María. Ya que Luc ha esperado durante años para vengarse de María por un delito que casi le cuesta la vida. Joe se imagina que si Luc asume que Melina es María, entonces estará más dispuesto a aceptar el secuestro. A pesar de que Melina constantemente trata de convencerlo de su verdadera identidad, Luc no le cree. Y muy a su pesar y disgusto él se enamora de María / Melina. No es hasta que María viene en busca de su hermana, para obligarla a tomar su lugar en la cárcel es que Luc finalmente se da cuenta que ama a Melina y que la protegerá a toda costa. Al final, Melina y Luc deben de encontrar el verdadero amor y Melina es capaz de dejar de lado las pesadillas de su atormentado pasado.

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as promesas del enemigo fueron hechas para ser rotas. Fábula de Esopo, El lobo y la enfermera.

Luc Jardin sabía que la señorita María Catarina Angeles iba a traer problemas al minuto que entró en el pequeño hangar donde él y su amigo y socio, Jack Riley, fueron a esperarla para ver si podían recoger un trabajo de último minuto antes de que volaran del pequeño aeropuerto South American. Este trabajo era demasiado bueno para ser verdad. Nunca le gustaron las cosas demasiado buenas, y esta mujer no podía ser descrita de otra manera. Era esbelta y grácil, su piel un poco pálida, pero por lo demás parecía tan suave como el satín. Sus ojos verdes estaban distraídos, pero él se dio cuenta inmediatamente. Una niña rica y mimada con demasiado tiempo y dinero en sus manos. No era exactamente el comportamiento que Luc había conocido las pocas veces que se había visto obligado a entrar a los círculos sociales, pero no era la primera vez que se había equivocado sobre una mujer hermosa. Estaba seguro de que no sería la última. Él y Jack siempre fueron unos tontos con las pelirrojas, sin embargo, María Catarina Angeles era una pelirroja de verdad. Y había una cosa que necesita desesperadamente: mantener la prestación de su servicio de naufragio fuera de la tierra. Dinero. Mucho dinero y un nombre que debía ser digno de confianza. El hombre de negocios estadounidense, Jonathan Angeles, era considerado uno de los más ricos de la nación y María Catarina lo anunciaba como un ángel de la misericordia y la luz. ¿Qué daño podría hacer ayudarla? ―Te voy a dar cien mil dólares y una noche que nunca olvidaras, ―le decía en un ronroneó dulce mientras ella se acercaba a Luc, frotando su cuerpo ágil contra su ya difícil situación. A su polla le gustaba eso. La sensación de su movimiento en contra de él casi lo hizo olvidarse del contrabando por el que estaba ahí. Le advirtieron que podría haber más que la simple entrega de unos pocos suministros. Pero vaya si no era difícil pensar en peligro cuando los finos dedos fueron aflojando el cinturón y se deshicieron de sus pantalones vaqueros. Todo lo que podía pensar era en sexo y la falta de él en los últimos meses. Luc miró a su compañero en el momento en que la socia fue hacia sus rodillas y liberó la carne fresca. Ella no tenía vergüenza, pero demonios, tampoco la tenía su polla. Él sonrió a Jack mientras sus dedos esbeltos se acariciaban su tensada polla. Esto podía resultar divertido. ―Considera esto un pago inicial ―murmuró. Su pene era grueso e insistente, y mientras lo miraba lascivamente chupaba la gruesa cabeza con una boca como se lo hicieron las mujerzuelas con más experiencia y sin vergüenza alguna. Caliente y

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cómodo, con los labios cubrió su pene, su lengua vacilante sobre la gruesa base hasta la garganta. La medida fue descaradamente sexual y habría sido más caliente que el infierno si no se practicara así. Maldita sea. Era una mujer que sí sabía exactamente qué hacer con el cuerpo de un hombre. Sus gemidos hicieron eco en el aire sensual a su alrededor mientras ella empezó a chupar a un ritmo que ponía todo su cuerpo en tensión por el placer. Las manos de Luc fueron a su pelo. Espeso y oscuros rizos rojos envueltos alrededor de sus dedos hasta el fondo, decididos a disfrutar cada segundo de su boca hambrienta, ella gimió alrededor de su erección. Jack miro la escena con una calor intenso, liberó su polla y la acariciaba lentamente. Luc no podía resistirse a un buen trabajo manual. Demonios, dudaba de que alguien pudiera. Y esta mujer era una profesional. Trabajó su polla como si fuera un delicado instrumento, dibujó un duro gemido, irregular en su garganta mientras trabajaba sus labios rojos sobre él, su boca chupaba profundamente, lo que lo tensó con la necesidad de derramar su liberación en su garganta. Diablos, habían pasado varios meses desde que había tenido relaciones sexuales, y esta era la primera sensación que tenía. Los dedos de una mano ahuecada tomaron sus bolas, el placer que causó al saco carnoso al apretarlo, recorrió un hormigueo y empezó a coger más en la boca. Él permaneció inmóvil, con los dedos apretados en el pelo cuando sintió el clímax inminente hirviendo en sus nueces. Oh, sí, que esto va a ser bueno. Ella se quejó en los empujes poco profundos, con la garganta relajada tenía la cabeza de su pene dentro de ella, su lengua le acaricio al salir, envolviendo está en la protuberancia de la cabeza unos segundo antes de un nuevo empuje y la dejaba en su camino con él. ―Sí, succiona, nena ―gimió mientras mantenía sus labios apretados, su boca y lengua creando una fricción insoportable, él decidido expulsar a lo loco―. Chupa profunda y firmemente.―Maldita sea, ella es buena, Jack ―gimió Luc, sabiendo que el otro estaba a punto de volverse loco viendo la escena―. Creo que ella podría ser la mejor envolviendo mi polla con sus labios. Ella gimió de nuevo, el sonido hizo que vibrara su carne sensible su cadera flexionada, condujo su polla más profundamente. Podía sentir el cosquilleo de alerta de que pronto terminaría, lo sintió en la parte inferior de la columna vertebral, advirtiéndole que lo bueno que es, no podría hacer que durara mucho más tiempo. ―A la mierda. Me voy a venir. ―No podía resistirse a ella por mucho tiempo más. Era una devoradora de su polla, gimiendo acaloradamente, de las profundidades de su columna, le dio duro hasta quedarse sin nada permitiendo que disfrutara cada chorro espeso, y cremoso de su semen. Cuando terminó, él se guardó su miembro en los pantalones y vio cómo se fue hasta Jack. Hizo lo mismo con el otro hombre, haciéndole gritar con voz ronca de placer a causa de ella. Y nunca se detuvo a respirar. Luc entrecerró los ojos, ya con una completa falta de entusiasmo por ella. Podría hacer uso de esa boca como un arma, pero no significaba más para ella que un medio para lograr exactamente lo que quería. Cuando terminó con Jack, dejándolo húmedo por el sudor, pero satisfecho, se levantó sobre sus pies, se limpió la boca con delicadeza y luego miró de nuevo a Luc. ― ¿Tenemos un acuerdo, entonces?

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Cien mil dólares, más de una noche tonta de follar. Él se preguntó si sería tan fría y desinteresada durante una follada. Pero al infierno, era un trabajo bastante fácil. Transportarla a ella y a una caja de suministros de vuelta a casa en la selva de América del Sur con los rebeldes ahora podía entender como estaba ella allí. Fue un vuelo corto. Tenía la caja y no era como si se tratara de un exceso de reservas. Podría haber conseguido un trato mucho mejor si se hubiera negociado para él. ― ¿A dónde tiene que ir? ―Eso era todo para Jack. ―Un pequeño campo privado de aviación cerca de la frontera estadounidense. Sonrió con dulzura. ―Mis amigos se encontraran allí para recoger la caja, y el pueblo vecino tiene el más lindo motel donde podemos pasar la noche. Era bastante fácil. Así que ¿por qué sus extrañas indicaciones sobre el envío? Luc meneó la cabeza con sus propias sospechas. Se estaba haciendo demasiado cínico. María Angeles era conocida por su misericordia por sus vuelos en las fronteras internacionales. El hecho de que estaba recaudando suministros en América planteó una cuestión, pero no lo suficientemente interesante como para tenerlo a él fisgoneando por las respuestas. Quería el dinero. Él podría sobrevivir sin la follada, pero necesitaba ese dinero para financiar la operación de carga que había empezado el año anterior. ―Prepárate para volar ―Luc se encogió de hombros―. Vamos a cargar la caja. El pequeño campo de aviación de América del Sur donde fueron, esperaba una contratación más activa en el país. Era poco probable que obtuviera un mejor acuerdo. El infierno, no habían tenido un mejor trato en el año en que había estado corriendo de todos modos. El vuelo desde el aeropuerto a la pequeña ciudad fronteriza de California se llevó a cabo sin incidentes, como la mayoría de los vuelos. El hecho de que los dirija a un casi desierto, a un polvoriento campo fue la primera advertencia. ―Esto no se siente bien, Jack ―dijo en voz baja en el auricular que utilizaba para comunicarse con su compañero en el asiento del copiloto. Tal vez es hora de volver al rancho, Luc pensó. El avión no estaba dando beneficios y algunos de los trabajos que les ofrecieron fueron menos problemáticos. Algunos fueron francamente amenazadores. Y éste simplemente lo hacía ponerse nervioso. ―Hay que dejarlo ir, dejar las cosas buenas para ti otra vez, hombre ―Jack se rió de él pasó un mechón de pelo largo y rubio detrás de su rostro―. Ir con la corriente. ¿Qué podría pasar? Pero Luc se preocupó bastante hasta que comprobó que llevaba el arma en la cadera antes del aterrizar el avión. Como Srta. Angeles había predicho, no había un camión que los espera al final del campo de vuelo, pero sí varios de sus amigos. ―Estamos justo a tiempo ―anunció alegremente detrás de ellos; mientras él y Jack se levantaban de su asiento y se dirigía a la parte trasera del avión. Luc observado de cerca mientras recogía su bolso encima de la silla. Abrió la puerta de la pequeña rampa, Jack bajó y advirtió cómo llegó hasta el suelo. Varios de los ―amigos‖ se movían muy de cerca. A Luc le gustaba pensar que no era un tipo excesivamente sospechoso, pero los bultos en los abrigos estaban empezando a ponerlo nervioso. ―Gracias por el viaje, Sr. Jardin ― La voz de María era inusualmente alta, sus pupilas estaban dilatadas. Luc la miró de cerca y luego observó la zona de la carga, pensando en el cargamento. Sus sospechas lo inquietaban cada vez peor y pensaba que eran algo más que suministros para las organizaciones

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benéficas en las que la mujer trabajaba. Drogas. Él lo sabía. Hija de puta. Mantuvo su expresión impasible mientras la veía pasar al área de carga, sus caderas balanceándose con una sensualidad que no había estado presente antes. Estaba demasiado relajada sonriendo dulcemente, también le dio un beso a Jack en la mandíbula antes de moverse hacia abajo, hacia la rampa. ―Mis amigos se harán cargo de su pago ―se rió como una niña cuando le dio la espalda―. Pero no creo que me dejen follarte después de todo. Mi novio es muy posesivo. ―Los miraba de cerca cuando se acercó a la tierra―. Sin embargo el dinero debería ser suficiente. Luc miró en Jack con preocupación. Este trabajo estaba a punto de pasar de dulce a la mierda rápidamente. Cuando vio la expresión del otro hombre, se dio cuenta cuando se detuvieron en la rampa. Rápidamente saco su arma, estimando sus posibilidades de sobrevivir. No eran muy buenas considerando que ellos eran tres, y sus manos desaparecían bajo sus chaquetas. ― ¡Regresa! ―le gritó a Jack al golpear el botón de control de la rampa y se aventó contra el hombre. El grito de María hizo eco a su alrededor mientras saltaba del avión y se giraba para mirar hacia el interior. Luc empujó a Jack en la empotrada cerca y rezó por un milagro mientras la rampa empezaba a levantarse lentamente y oró por un milagro cuando la rampa comenzó a subir lentamente. Jodidamente demasiado lento. ― ¡Vamos! A la cabina ―gritó a Jack que vio las armas automáticas de sus amigos que querían subir en el avión, y la alegría que se reflejan en sus rostros cuando sus dedos se apretaban en los gatillos. Un tiroteo estalló en el avión cuando se agachó y tiró a Jack, casi cayendo con el otro hombre que tropezó con él, Jack tenía sobre su pecho una mancha de color rojo en forma de flor. Luc lo dejó caer en el asiento del copiloto antes de tomar asiento él y aceleró el avión de regreso a la pista. ―Hija de puta ―jadeó Jack cuando lo agarró del hombro―. Maldita sea el infierno, Luc, esta mierda duele. El sonido de las balas contra el casco del avión hicieron que Luc acelerara por la pista, la furia lo envolvía, cuando se dio que cuenta que no solo a Jack le habían dado. Su pierna estaba sangrando profusamente y ya habían dejado el rancho hacía una hora. Los rezos fueron más difíciles. Pero en medio de las oraciones un sentimiento dulce y caliente surgió en su cerebro. Ángel de misericordia, su culo. Esa perra pagaría. Y él se aseguraría de que pagara muy bien.

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as obligaciones familiares no debe afectar a la vida o la muerte, ese era el pensamiento de Melina Catarina Angeles cuando se tuvo que enfrentar a sus padres en la sala de estar muy iluminada. El sol brillaba a través de las grandes ventanas de arco que se encontraban en uno de los lados de la habitación, lo que se reflejaba desde el pulido piso de madera y las decoraciones, que le daban un aire de confort y calidez a la habitación. Las antigüedades fueron la pasión de su madre, y la sala de estar era el reflejo de su amor por ellas. Estar rodeada de todo lo que sus padres habían trabajado durante su vida debería haber consolado a Melinda, pero todo lo contrario, la habían dejado fría cuando los observaba, luchando por ocultar su sorpresa. Ella era una de sus dos hijas, la menor de unas gemelas. La tranquila y estudiosa. Ella había salido siempre a salvar a sus padres de la humillación de lo que hacía su hermana mayor. Pero no podía hacerlo siempre. Rara vez los había visto en los últimos dos años. No desde el último fiasco que su hermana María hizo. De lo que había logrado hacer. Casi había matado a dos hombres inocentes, por su egoísmo y había provocado un mes después la casi muerte de Melina. Ella había jurado entonces que solo era un juego y que no volvería a suceder. Sus padres habían tomado represalias por el susto en sus vidas. Hasta ahora. Hasta que María se metió una vez más en un lío del cual no podía salir. ―Esta no es mi lucha. ―Melina enfrentó a sus padres separados en la sala de estar de la mansión del padre y, finalmente, puso el pie en el suelo―. María ha ido demasiado lejos esta vez, papá. Me niego a cubrirla. ―Ella contuvo el dolor, incluso se obligó a sí misma. Su hermana gemela otra vez salió sin un rasguño. Ni siquiera su dinero podía comprar el que saliera ilesa de esta. Necesitaban a Melina para su representación. Esta última vez no existía ninguna oportunidad ni en el infierno. Había pasado una semana en prisión, tiempo durante el cual su padre había estado fuera de la ciudad y, supuestamente, no habían recibido sus mensajes. Afortunadamente, la policía no había hallado las huellas digitales de María y ella se habían salvado de que sus huellas dactilares estuvieran en un archivo como criminales. Una adicta a las drogas. Una ladrona. ¡Dios mío!, su hermana se estaba deteriorando rápidamente. Y ahora esto. Arrestada por el contrabando de drogas en el país. Una vez más. Tuvo una pena en la prisión y Melina estaba harta de pagar por los crímenes de su hermana. No había manera en el infierno que hiciera que tomara su lugar en la cárcel por su hermana. No después del accidente del pasado.

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Un hombre casi había muerto la última vez. Cuando Luc Jardin había buscado furioso a su padre dos años atrás y le contó cómo su amigo casi muere en sus brazos y él los había querido asesinar por culpa de su hija María, y que todo esto había quebrado tanto económica como emocionalmente a su padre. Si Jardin no hubiera sido un respetado gran ranchero y hombre de negocios, su padre lo habría matado. Todo por culpa de la adicción de su hermana que iba en aumento y amenazaba no solo con destruirse a sí misma sino también a toda la familia. ―Melina, María necesita toda nuestra ayuda ahora mismo. Ella no puede luchar contra esta adicción sola ―su padre argumentó apasionadamente―. Es bastante poco lo que podemos hacer. Melina se apartó de los ojos suplicantes del hombre que la había engendrado para echar un vistazo a su madre con ojos miserables, llenos de lágrimas. Margaret Angeles amaba a todos sus hijos, pero su hija la mayor se estaba destruyendo la vida. ―No, papá ―repitió ella con suavidad―. Bastó con una semana que pasé en la cárcel ya que ignoraste los mensajes que les dejé a ambos aquí y en el servicio de contestador. Te lo dije entonces, no voy a cometer el mismo error otra vez. Recordó la mirada de Lucas Jardin, cuando entró en la casa y lo vio de pie con sus padres. Él había pensado que era María, y Melina fue demasiado tonta para negarlo. Después de enterarse de la razón de su furia, ella había querido matar a su hermana. Jardin era un hombre diferente a cualquiera que Melina hubiera conocido en su vida. No sólo de altura, sino lo suficientemente grande y áspero para no dejarse suavizar con el tiempo. Fue salvaje, y ella era lo suficiente mujer como para querer domarlo. Fue lo suficientemente hombre para despreciarla, sin embargo, ante sus padres se presentó como María. Fue entonces cuando comenzó a sospechar sobre la posición que había permitido que sus padres le dieran, su lugar ahí, la semana en la cárcel sólo lo había probado. Ella había jurado que no movería un dedo para sacar a su gemela de nuevos problemas. Convencer a su padre para poner fin a la cruzada de venganza contra el piloto no fue fácil. Se había negado rotundamente hasta el día después de que Melina fue liberada de la cárcel, entró en la oficina del abogado y amenazó que si no lo dejaba, públicamente hablaría sobre lo que le sucedió a Jardin, si no paraba. Ella se había mudado de la casa de la familia la semana siguiente. Pero nunca había olvidado a Lucas Jardin o su reacción ante él. ―Melina, tú hermana podría ir a prisión ―sollozó la madre entonces, derramando lágrimas de sus ojos―. No puedo imaginar a uno de mis bebés en la cárcel. Melina empujó con los dedos el pelo largo hasta los hombros de color rojo cuando se enfrentó a su madre que estaba llorando. Odiaba ver a su madre llorar.

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―Mamá, tú me dijiste que era una sentencia de cárcel ―argumentó desesperadamente―. María no permaneció en la cárcel, pero yo sí lo hice. ―Y no lo había olvidado. Todavía tenía pesadillas al respecto. ―Fue un error, nena ―exclamó su padre con fiereza―. Se suponía que recibirías libertad condicional. El abogado nos lo aseguró. Incluso dijo que todo estaba bien cuando nos llamó. ―El punto es, que te fuiste. ―Cruzó los brazos sobre el pecho, como recordando el horror y el miedo qué la invadió―. No estaban en la sala del tribunal, no había que asegurarse de que estaba protegida, que sabía que el abogado mentiría por ella. Ellos dormían juntos, por amor de Dios. Jonathan Angeles se estremeció. ―Me equivoqué. No volverá a suceder. ―No voy a hacerlo. ―Se le partió el corazón cuando su madre comenzó a llorar más fuerte―. Papá, tienes que hacer que María acepte las consecuencias. Ella va a matarse si es que las drogas no lo hacen. ―Te lo prometo. Vamos a ponerla en una clínica ―juró Jonathan. ―Prometiste lo mismo la última vez ―argumentó dolorosamente―. Papá, por favor, no me lo pidas. No puedo hacerlo. No voy a hacerlo. Por favor no me hagas sentir mal por ello. ―No hay tal cosa como la lealtad a la familia, Melina ―su padre se quebró―. Tu hermana nunca va a convencer al juez de que no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Tú sabes que ella no puede. ―Porque tendría que mentir ―respondió Melina―. Nunca ves sus mentiras, papá. Le restas importancia, pero nunca las ves. María se está matando a sí misma y a la familia, y me niego a dejar que destruya mi vida en el proceso. El silencio endureció más sus palabras. Su padre colocó sus brazos alrededor de su madre sacudiéndole los hombros y trató de consolar su llanto, y aunque Melina no derramó una lágrima, su corazón se rompía. Fue una recreación de la última crisis que su hermana había causado. Sólo entonces, Melina lo comprendió. Ella había jurado que nunca más lo haría. Se apartó de sus padres y caminó a la gran ventana que daba al lago privado de la casa de sus padres. Ella se había criado aquí. Había aprendido a nadar en el lago y se había dado cuenta que nunca creció a la altura de lo que sus padres deseaban, como María. De alguna manera, su hermana gemela había elaborado una unión completa con ellos, mientras que Melina se había ganado sólo su afecto a distancia. ―Melina, no puedo creer que dejarás que tu hermana sufra de esa manera ―su padre le recriminó―. Esto no sería difícil para ti. ―Este es un delito federal con una pena de prisión obligatoria si son declarados culpables. ―Se dio la vuelta de nuevo hacia sus padres con dolor y enojo otra vez―. Con los antecedentes de María es

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seguro que lo recibe, sin importar cuán grande sea el argumento. No voy a ir a la cárcel por alguien que tuvo a su lado como amigos a criminales y quisieron asesinar a dos hombres. Ya es bastante malo que no tenga ninguna lealtad a su familia, pero ella no tiene respeto por la vida, tampoco.―Lo siento, papá, pero pasar tiempo en prisión lo considero como uno de los momentos más difíciles en mi vida. ―Sacudió la cabeza, los recuerdos de esa semana en la cárcel, aún tenía en la memoria los recuerdos. Fue horrible, encerrada en esa pequeña habitación, a merced de los guardias, así como también de las demás reclusas… había estado sin protección. Los sobornos necesarios para que los guardias aseguraran su protección no fueron pagados y Melina no fue físicamente fuerte para defenderse ella sola. ―No vas a ir a la cárcel. ―Se levantó su padre, su cuerpo corpulento temblaba a causa de la ira―. Yo he dicho, que no lo permitiré. ―Estaba furioso. Odiaba cuando su padre estaba tan enojado con ella. Hizo su oración para agradar a Dios, para borrar la culpabilidad de sus ojos mientras la miraba. Pero había aprendido a estar sola en los últimos dos años y no iba a volver a caer en el foso de la desesperación que significaba salvar a su hermana siempre que lo desearan. ―Lo siento, papá ―susurró de nuevo, con voz apagada―. No puedo hacer esto por ustedes. Saben tan bien como yo que aunque todo lo hagamos por el bien de María, no la vamos a salvar. Sería mejor recurrir a los tribunales o con el fiscal para llegar a un acuerdo. Eso sería más agradable para demostrar un poco de dulzura e inocencia. Sin duda, incluso su abogado se lo ha dicho. ―Él me ha asegurado que esto funcionará. ―Su mano cortó el aire con furia mientras los sollozos de su madre se escuchaban en el fondo―. No te estoy pidiendo nada más. Nada. Sólo te tomará una tarde. Melina apretaba sus manos dentro de los bolsillos de sus pantalones vaqueros y bajó la cabeza para ocultar la tristeza en sus ojos. ¿Cuántas veces había argumentado que sólo iba a ser de esa manera? Que tomaría tan poco tiempo para que ella asumiera las responsabilidades de su hermana. Toda su vida estaba un paso adelante de María, recibiendo la culpa y el castigo en su nombre. No estaba dispuesta a volverlo hacer. María se había convertido en una mentirosa insípida, sin corazón. Lo único que le importaba eran las drogas. Nada más. No la familia o los amigos o incluso personas importantes para ella, nada tenía importancia en su vida. ―No puedo hacerlo, papá ―susurró miserablemente, encorvando los hombros por la tensión que había en la sala. Ella era demasiado sensible. Así fue toda su vida. La felicidad de sus padres y el éxito de su familia siempre habían significado más para ella que su propia felicidad. Por lo menos hasta que se había enfrentado a Lucas Jardin y supo hasta qué punto María iba a salvar su pellejo para escapar de su castigo. No pudo dormir durante meses, después de ser liberada y hasta ahora, dos años más tarde, las pesadillas la perseguían. ―No puedo creer que digas que no. ―Su voz refleja claramente sorpresa―. No puedo creer que permitirás que tu gemela vaya a sufrir tan horriblemente, por amor de Dios.

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―Mi hermana no es una inocente aquí. ―Melina levantó la cabeza cuando su propia ira llegó―. Ella me utiliza para que la saque del problema y luego sigue con lo de siempre, como si nada hubiera pasado. Está empeorando, papá. Tú lo sabes y lo sabemos. No voy a sufrir el castigo por ella. ― ¿Qué castigo? ―Él levantó las manos en el aire un segundo antes de apretarlas contra su cabeza de canas plateadas y cabello castaño, con frustración―. No habrá ninguno si haces lo que el abogado te explique. ―No voy a correr ese riesgo de nuevo ―exclamó dolorosamente―. Papá, me golpearon más de una vez y casi me violaron. Tú lo sabes. ¿Sabes lo que sufrí en la cárcel, y todavía me lo pides? ¿Cómo puedes? Melina no podía entender la lealtad de sus padres hacia su hermana. No tenía sentido. Ellos negociaban a la hija que los amaba incondicionalmente por la hija que amaba que sólo tuvieran la capacidad para sacarla del apuro. ―Casi ―vociferaba, su rostro estaba pálido como lo hizo la primera vez que se lo había dicho―. No voy a permitir que suceda de nuevo. ―No, papá. No voy a dejar que suceda de nuevo ―dijo ella con suavidad, tratando desesperadamente de mantener resguardado su propio dolor y enojo―. Ya tuve lo suficiente hace dos años, tú lo sabes. No voy a dejar que arruine mi vida. Su madre estaba llorando ahora. Profundamente, llena de sollozos irregulares de dolor intercalados con oraciones para su ―bebé‖. Su ―dulce María‖. Melina quería meterse en un agujero y llorar sola. Miró de nuevo la cara de decepción de su padre, la impotencia se refleja en sus profundos ojos marrones. ―No puedo creer que lo hagas ―susurró―. Vaya, Melina. Vete de esta casa hasta que tu madre pueda hacer frente a esta traición que nos estás haciendo. Voy a decirle a tu hermana de tu negativa y rezo para que no la destruya. Melina parpadeó hacia él en estado de shock. ― ¿Reniegas de mí? ―Susurró con voz sombría―. ¿Papá? ¿Vas a renegar de mí por esto? Su mirada era dura, a la distancia. ―Yo no te conozco. Tú no eres la hija de mi corazón, como yo lo creía. Hasta que puedas ayudar a tu hermana como deberías, entonces no sirves no, me sirves para nada. Se apartó de ella y se fue con su madre, se dieron un abrazo y dejó de llorar en su pecho. Más tarde, consolará a María de la misma manera. Consolarla, con palmadas en espalda y susurrando su amor por ella. No había consolado así a Melina por años. Incluso cuando regresó de la cárcel aun sabiendo que fue golpeada y casi violada, que tenía la cara horriblemente hinchada y golpeada, no lo hizo. Fue su hermano, Joe, quien la había recogido de la camilla, murmurando frases sin sentido sobre la pena por la que fue llevada a la cárcel.

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Siempre fue su hermano, quien había aliviado sus temores, sus lágrimas. Pero incluso él había desaparecido. Había dejado a la familia antes que Melina y tenía una empresa, por el disgusto ante la insensatez de sus padres, en cuanto a María se refería habían ido demasiado lejos. Ella ni siquiera estaba segura de dónde estaba él ahora. Suspirando profundamente, conteniendo sus lágrimas, ella hizo lo que su padre le ordenó y se dio la vuelta saliendo de casa. El mayordomo se quedó en silencio mientras sostenía la puerta abierta para ella, con expresión impasible. Sabía que existía poca simpatía hacia ella entre los que se encontraban ahí. Todas las lealtades se las habían dado a María exclusivamente. Melina nunca lo había entendido, pero lo aceptaba. Comenzaba a caer la noche y alrededor del campo de Pennsylvania comenzaban a formarse sombras difusas, Melina se abrazó a sí misma para darse calor. En noches como estas, pensaba en Jardin. Se preguntó si su amigo había sobrevivido a las heridas, si alguna vez se había dado cuenta de que a la joven a la que había maldecido con tanta vehemencia fue la mujer equivocada. Ella negó con la cabeza burlonamente. Sus padres aceptaron los elogios por el trabajo que Melina utilizaba para hacerlos pasar como los éxitos de María. La caridad fue en el nombre de María, la obra atribuida a ella hasta ese día. Los hizo a un lado. Al igual que al resto de la familia que se estaba desmoronando. Giró la llave de encendido de su coche y salió de la entrada de la casa de sus padres. Luchó contra sus lágrimas, lamentaba y pensaba que era hora de intentar ponerse en contacto con su hermano a la brevedad. Sabía que algunos de los viejos amigos le podían ayudar para saber dónde encontrarlo. Joey siempre se había preocupado por ella y veía más allá de su semejanza con María. Él entendía la presión de dolor en su pecho, incluso si ella no lo hacía. Debería haber respondido a sus mensajes después de su alta del hospital, lamentablemente no lo hizo. Sin embargo, frente a él no fue fácil. Él sabía lo que había pasado con ella y cada vez que pensaba en la pena que había visto en su cara, o escuchado de su voz, se rompía. Era el momento de dejar toda detrás de ella, tiempo para hacer la ruptura definitiva con sus padres y su hermana. Joe sabía cómo hacerlo y, con suerte, ahora le enseñará. Debido a que sería condenada si sabía cómo .

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uc entrecerró los ojos en la oscuridad del apartamento y esperó. Se consideraba ser un hombre muy paciente. Había planeado esta noche hasta el último detalle y no iba a desesperarse. Había revisado el aparcamiento cuidadosamente para estar seguro que el coche de ella no estaba. Ya que él no quería ser sorprendido al entrar al apartamento y encontrársela allí. Estaba seguro de que ella había ido a visitar a sus padres, probablemente para pedirles ayuda después de la última fechoría que se había arreglado para hacer como si nada. No había duda de que la mujer se dirigía a un camino de autodestrucción y él estaba más que dispuesto a ayudarla por un largo tiempo. Claro está después de que él consiguiera sacar partido. Ella hizo que sus padres participaran en su guerra contra él, pero en sí ella ya había iniciado la guerra. Había pagado las facturas médicas de Jack y la recuperación en el hospital, luego lo llamó y con sus lágrimas y disculpas falsas volvió el corazón viejo de Jack en una masa suave y débil. Jack era bien conocido por su debilidad y su amor por una mujer bonita. Especialmente una que podría chupar la polla como un sueño y tragar sin ninguna mueca. Incluso había llamado a Luc. Luc recordó la rabia inmensa y la furia que había sentido al haber escuchado la tranquila dignidad en su voz mientras susurraba sus disculpas y se ofrecía a pagar el avión que se estrelló en el aterrizaje de ese día. Había escuchado el espesor de las lágrimas en su voz, pero no había sinceridad al hablar. Ella le juró que no sabía lo que iba a pasar y que no tenía idea de lo que ocurrió en la jaula. Él no creyó nada de lo que le dijo. Maldición, la conocía mejor que eso. Era lista al fin dijo un cuento muy bien inventado, era una maldita; pero tenía que admitir que había que darle crédito por eso. Había esperado dos años para tener su oportunidad de venganza y, sorprendentemente, había procedido con quien menos esperaba participar. No era que él no tenía otras cosas que hacer en ese momento, ya que la venganza no le había consumido. Pero por cosas del destino al ver unas fotos de ella en unos documentos sobre otro cargo relacionado con drogas lo trajo todo de vuelta. Él le podría hacer a la sociedad un verdadero favor. Realizándole una profunda limpieza y enseñándole el valor de un día duro de trabajo, claro está, todo ello con el permiso de su familia. Sonrió lentamente. Sabía que su principal problema era el aburrimiento en vez de la venganza. Ya que había pasado mucho tiempo desde que se había permitido estar en el borde del peligro.

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La ganadería fue muy fácil para él. Infierno, algunos condenados días, eran demasiado fáciles. Jack se hizo cargo de los negocios, cuando él no estaba corriendo por todo el mundo, loco tratando de vender los caballos. Lucas se hizo cargo del actual rancho, supervisó el entrenamiento y la alimentación de los tan apreciados caballos ―Clydesdale― y trabajó fuertemente en el rancho haciéndolo aún más exitoso de lo que era en los últimos dos años. Pero no había olvidado el gran desprecio que le tenía a María Angeles al haber permitido que su tráfico de drogas los perjudicara a ellos. El aburrimiento puede hacer cosas extrañas a un hombre. Hacer cosas como aceptar las sugerencias del hermano de ella, que tal vez su hermana necesitaba un lugar donde no tendría más remedio que limpiar su acto. Concebir bien la emboscada y planificar y llevar a cabo un secuestro que no fuera sancionado por su hermano. No había miedo a las represalias legales y él iba a tener el control completo de ella. Eso era lo único que le importaba. La ropa y pertenencias de ella fueron empacadas en unos bolsos y bien guardadas en el maletero de su coche, un avión privado los estaba esperando en la pista de aterrizaje más cercana. Antes de que la señorita María Catarina Angeles se enterara, estaría en el camino hacia la recuperación. Él rió, muy divertido, ya que se imaginaba la fuerte batalla que estaba por venir. Esperaba con ansias que ella le diera una buena pelea, y enseñarle a la mocosa malcriada el estar libre de las drogas iba a ser una batalla fuerte en sí. Sacudió fuertemente la cabeza ante la idea. Nunca entendió la fuerte atracción de las personas a las drogas. La pérdida de control, la adicción y errores posteriores que venían de la misma. Todavía estaba muy enojado como para tener misericordia con la joven mujer que estaba a punto de ser secuestrada. No le haría daño, pero eso sí, estaría condenado si no le daba una fuerte zurra a su tierno culo si no seguía las instrucciones. Estaba empezando a pensar que bien no hubiera sido su problema desde el principio. Si su padre le hubiera dado más a menudo un par de fuertes azotes. A medida que él se escondía en los espacios en donde había grandes sombras, más tarde, oyó la llave en la cerradura. En la oscuridad de las sombras escuchó y vio cómo se abría lentamente la puerta del dormitorio. ―Mason, aquí llegó a casa mamá. ―La suave y ronca voz golpeó fuertemente a Luc. Vio a un animal peludo, con los ojos llenos de lágrimas y se veía miserable. Al mismo tiempo que observaba con sorpresa como la masa oscura se movía lentamente en su cama. Una sombra de color negro se levantó y se estiró en la forma de un gato gordo que miraba fijamente a Lucas con desdén mientras saltaba de la cama. Infierno, ¿Qué se suponía que iba a hacer con el gato? Tendría que llamar a Joe, para que recogiera al animal, cosa que era muy poco normal en ella. A él no le gustaban los gatos y mucho menos los gatos de color negro.

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―Este es mi bebé ―le oyó decir en voz baja ―. ¿Tienes hambre o todavía estás haciendo un mohín para que te deje salir? Más tarde te prometo que te llevaré al parque para que juegues todo lo que quieras. Luc se preguntaba. ― ¿Cómo es eso? ―mientras fruncía fuertemente el ceño al escucharla hablar, ya que de verdad no se veía, ni sonaba drogada. Más bien se escuchaba inmensamente triste. Su voz sonaba casi rota. Esa no era la voz que el recordaba, pero admitía que los acontecimientos de ese día eran tan difusos ahora, que no podía estar seguro. Sabía que era María, sin embargo, la había visto anteriormente en su coche y había observado cada de sus movimientos. Era la mujer correcta. Sólo era mala suerte que tuviera un gato. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. No parecía tan fuerte como él se acordaba. Se escuchaba más suave y muy triste. Más como Catarina que a María. Él se acordaba que María nunca se habría tomado la molestia de mirar más allá de sí misma lo suficiente como para preocuparse de alimentar a un simple y molesto gato. ―Aun estas hambriento mi pequeña cosita, ¿no? ―Dijo ella desde la otra habitación―. Esperemos que Mamá pueda encontrar y vender los objetos valiosos que tiene. Si no consigo el trabajo de mañana, puede ser que terminemos asaltando los contenedores de basura. Luc pensó que no sonaba como si estuviera bromeando. Le murmuraba ella al gato. ―Apesta cuando tus propios padres te odian tanto, Mason. ― El levantó las cejas. De verdad que ella tenía una extraña definición de odio. Ya que ellos habían logrado comprarla al salir de un cargo de drogas, del cual estaba condenada con el contrabando. Eso que decía no le sonaba como odio a él. La oyó moverse de nuevo, en ese momento él aprovechó y se sacó del bolsillo de su chaqueta de cuero una tela húmeda en cloroformo y esperó pacientemente detrás de la puerta del dormitorio. Ya que ella tendría que pasar por ahí y cuando lo hiciera, estaría esperándola. ―Ducha ―le oyó murmurar―. Maldita sea, si papá no puede hacerme sentir como basura después de haber escuchado sus acusaciones. Y creo que me repudia, Mason. ―Ella parecía perdida―. Estar fuera de la familia no es tan malo como ser repudiado. Luc trataba de ignorar el sentimiento poco raro que sentía en el pecho, que le advertía que estaba a punto de sentir lástima por ella y por el gato. Si hubiera prestado atención a su padre años atrás, tal vez no estaría en este lío ahora. En ese instante él recordó su visita a la mansión. Ella se sorprendió, cuando su padre se la había presentado. A continuación, la ansiedad y curiosidad habían llenado su mirada. Ella ni siquiera sabía quién demonios era él. Su traviesa polla se había puesto bien dura, y despistaba su furia, a pesar de su necesidad de vencer las inmensas ganas de estar dentro de ella. Sentía la polla como piedra dura, la sentía despertar de una manera diferente a lo que fue antes, incluso recordaba el día en que ella le había chupado fuertemente la polla hasta llevársela a lo más profundo de su garganta.

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Infierno, ella se veía tan inocente el primer día que fue al rancho que tenía que jurar, que no sabía qué hacer con una polla grande y dura y eso lo hizo pensar en impulsar su caliente polla entre sus carnosos labios y esperar ver cómo iba a reaccionar al tener su caliente y espeso semen llenando su boca. Nada más de pensarlo fue más que una ilusión caliente. A lo lejos Luc escuchaba que susurraba. ―Disfruta de tu cena, Mason. Me voy a la ducha y ojalá logre encontrar a Joe. Tal vez él nos puede ayudar. ―Luc sonrió. Sabía que Joe ya se había encargado de cuidarla. Apretó fuertemente el paño húmedo en cloroformo y se preparó mentalmente para colocárselo por encima de su nariz y boca. Él escuchaba sus suaves pisadas y oía el fuerte maullido del gato, entonces se dio cuenta de que estaba caminando por el cuarto, ya que la luz la iluminaba y él veía claramente como ella pasaba frente a él. Luc aprovechó ese preciso instante y se movió rápidamente, le coloco el paño mojado en cloroformo encima de la nariz, le echo un vistazo y vio que ella tenía los ojos abiertos como platos y estaba muy aterrada antes de que cerrara los ojos y se desplomara encima del grande y caliente cuerpo de él. Al tenerla Luc entre sus fuertes brazos la recostó suavemente en la cama y se quedó mirando fijamente al gran gato negro que había saltado tras ella. La bestia lo miraba con ojos acusatorios y recelosos. ―Vas a ser un problema, ¿verdad, muchacho?― Le murmuro suavemente y suspiró cuando al animal se le escapó un fuerte gruñido. En ese instante Luc le dijo al gato―.Y eso que yo creía que los gatos eran animales distantes e indiferentes. Eres un gato, no un perro faldero. Puso sus fuertes y callosas manos en las caderas y vio que el animal lo confrontaba y dijo. ―Infierno, justo lo que necesito en este momento que un gato negro me ataque. Me pregunto si ella tiene una jaula o maleta para ti. ― En ese instante encontró la jaula del gato y al atraparlo él recibió un fuerte rasguño en la gruesa piel de su cuello. La próxima vez que hablara con Joe tendría que decirle que él no era un amante de los gatos y claro que se lo iba a decir en términos muy explícitos, para que lo entendiera bien. ―Bueno, ya que estamos listos, vámonos. ―Murmuró mientras levantaba suavemente a Catarina y la recostaba en uno de sus brazos y con el otro agarro la jaula del gato, aprovechó y se la llevó rápidamente fuera de la habitación y entro rápidamente al ascensor de servicio que había en su habitación. Fue un viaje muy corto y rápido hacia el coche aparcado junto a las puertas del ascensor en el sótano. Una vez que llegó al coche, abrió la puerta trasera y la depositó en el asiento trasero, de forma rápida le ató fuertemente las manos y puso al gato negro en la alfombra. Misión cumplida. Bueno, en parte de todos modos, pensó con un gruñido, todavía tenía que esperar cuál iba a ser la reacción de ella al despertarse y verse atada en la parte trasera del coche. Gracias al cloroformo que le puso, se supone que debería estar inconsciente por varias horas.

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Esperaba que para el momento en que ella despertara, él ya la tuviera en la seguridad de su rancho y bien atada para enseñarle el gran error que cometió con ellos. Arrancó el coche y se dirigió hacia el aeropuerto, sentía una punzada en el estómago y sabía que era como una advertencia de que todo lo hecho y esperado no podía posiblemente ser tan fácil como él esperaba que fuera. Hizo una mueca ante la idea. En ese instante agarró su móvil y marcó el número de Joe y esperó a que él le contestara. Cuando de repente se escuchó una voz ronca. ―Ya la tiene. ―A Luc le parecía preocupado el otro hombre. Luc le susurró. ―Ya la tengo. Nos dirigimos directamente al aeropuerto. ¿Está todo listo?

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J

oe colgó el teléfono y miró a través de su escritorio la alta y delgada figura del mayordomo de su padre. Johann mantenía la misma expresión fría y distante que Joe recordaba que siempre había tenido. Él había visto resquebrajarse esa expresión una vez en los últimos treinta años. Y sólo una vez. Semanas antes, cuando Johann había aparecido a altas horas de la noche e informado a Joe que sus padres iban a tratar de convencer a Melina de hacerse pasar una vez más por María. ―Sr. Joe, si ella entra en la sala del tribunal como María, bien podría ser castigada duramente. La señorita María va a estar encerrada, de un modo u otro, ya me he dado cuenta. Sus padres lo saben, pero no lo aceptarán. Si Melina la sustituye, la encerrarán, y ella simplemente no es lo suficientemente fuerte para sobrevivir eso. Johann había derramado lágrimas al pensar en ella. Sus ojos de color azul desvanecido se habían llenado con la humedad y se derramaron por sus mejillas cuando el miedo se sobrepuso a su reserva. ―La señorita Melina no se merece esto, ―había lloriqueado―. Es una buena chica, señor Joe. Ellos la tratarán peor la próxima vez que la pongan bajo llave. Joe había estado en shock. No por las lágrimas, aunque eso había contribuido, pero también por la profundidad de la ignorancia de sus padres. María se había acostado con todos los abogados que contrataron para ella, y ellos le habían dicho a sus padres todo lo que María quería que les dijera. Y como era habitual, ella quería que Melina resolviera todo. ― ¿Cuáles son las posibilidades de que ella esté de acuerdo? ―había preguntado Joe. Johann había sacudido la cabeza. ―Usted sabe cómo es la señorita Melina. Se enoja y llora pero cuando su padre le habla fuertemente, hace que esté de acuerdo. Sueña con su amor, Sr. Joe. Estoy aterrorizado de que esté de acuerdo con todo esto. Ahora, una semana más tarde, Joe estaba razonablemente satisfecho de que Melina no aceptara todo lo que sus padres querían. Enviar a Luc, después de que él pensara que ella era María no le sentaba muy bien, pero que lo condenaran si la iba a ver casi destrozada, a punto de morir como había estado después de verla salir de esa cárcel dos años antes. No es que María se hubiera preocupado, incluso a pesar de que fue su culpa de que su hermana hubiera sufrido.

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En lugar de ponerse en contacto con sus padres, ella había ido toda una semana alegre y había permitido que Melina recibiera un castigo que no se merecía. ―La tiene ―dijo Johann, finalmente, viendo la caída de hombros del otro hombre, en su silla del alivio―. Ahora, ¿dónde está María? ―Su padre la ha confinado a sus habitaciones. ―Él movió la cabeza tristemente―. Usted sabe cuánto tiempo va a durar. ― ¿Qué tan cerca están ellos de comprar su salida? ―Joe finalmente preguntó, a sabiendas que sus padres gastarían cualquier cantidad de dinero para hacer precisamente eso. Johann suspiró con tristeza. ―Los oí discutir la información de sus investigadores que podría avergonzar a los jueces, así como al fiscal. Ellos chantajearán para sacarla, tal y como lo hicieron la última vez. Ya han pagado a uno de los agentes que la detuvieron para que la liberen y ahora están intentándolo con el otro. Joe suspiró cansadamente mientras se pellizcaba el puente de la nariz, asegurándose a él mismo que no estrangularía a sus padres la próxima vez que los viera. ― ¿Qué están pidiendo? ――Cese completo‖. Han renegado de la señorita Melina, sin embargo. Pobre pequeña se quedó llorando. Era todo lo que podía hacer, Sr. Joe, no llorar con ella. ―Johann zarandeó su cabeza compasivamente―. Pobrecita se siente tan sola. No es justo que tengamos que hacer esto para protegerla. Uno de los problemas resuelto, otro que resolver. María. Joe tocó el archivo que había delante de él. La clínica privada en Suiza que le costaría un brazo y una pierna, una vez que enviara a María a ella, pero valdría la pena tener a Melina protegida después de que todo esto hubiera terminado. ―Si se las arreglan para sacar esto adelante, Johann, usted me lo deja saber ― dijo―. Yo me encargo de María después de esto. Sólo mantenme al día. Johann subió fatigosamente a sus pies. ―Que el Sr. Jardin no le haga daño, ¿lo hará Sr. Joe? ―Preguntó en voz baja―. Es un hombre duro. No quiero que le haga daño. ―Luc no le hará daño, Johann. Te doy mi palabra. ―Joe fue serio al decir que no habría verdadero peligro para Melina. Nunca habría contactado a Luc si creyera que habría verdadero peligro. Es el único hombre en el que podía confiar para hacer el trabajo y no ir a donde los padres de María para pedir más dinero para liberarla.

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Era cada vez más difícil proteger a Melina que mantenerse al día de los intentos de los padres de María por protegerla. Habían visto siempre a Melina como la más fuerte, que necesitaba menos amor que el que María necesitaba. Joe no estaba seguro de por qué sus padres hicieron un vínculo más fuerte con María, a menos que hubiera sido por su incesante llanto de bebé. Melina había permanecido siempre en silencio, mientras que María gritaba durante horas. A menudo fue Joe quien había cogido a la recién nacida Melina, la había alimentado, cambiado, cuidando de ella mientras sus padres se hicieron cargo de su más demandante gemela. Cuando María había empezado a meterse en problemas, sus padres se habían enterado de que Melina tenía una inocencia natural y una profundidad de la honestidad innata que podría sacar a su revoltosa hija de los problemas. Fue entonces cuando habían comenzado a utilizar a la más joven, casi inconscientemente, como si fuera trabajo de Melina estar al frente para resolver las consecuencias de las acciones de María. Ahora, María se había hundido a nuevos niveles, sin preocuparse del daño que había creado porque sabía que sus padres usarían a Melina para sacarla de él. Joe tuvo suficiente el día en que se enteró que Melina estaba en la cárcel en lugar de María. Melina había tratado de llamar a sus padres durante días sin éxito. Si no hubiera sido por Johann y la llamada de Melina a la secretaria de Joe, él nunca habría conocido el peligro en el que Melina estaba. ―Debo volver con el Sr. Angeles entonces. ―Johann se puso lentamente de pie, su expresión de cansancio y dolor―. Cada día, Sr. Joe, creo con más frecuencia en la jubilación, oyéndolos renegar de esa niña... ―Él negó con la cabeza dolorosamente. ―Si usted decide hacerlo, hágamelo saber, Johann. ―Joe asintió con la cabeza respetuosamente–. Estoy seguro de que no habrá repercusiones. Johann respiró duro, cansado. ―Es una vergüenza, Sr. Joe. Una vergüenza. Una vez, sus padres eran buena gente. Gente buena. Ahora... –Él metió las manos en los bolsillos y se trasladó a la puerta―. Ahora, yo no lo sé... Y Joe estuvo de acuerdo con él. Al igual que Johann, no tenía idea de lo que le había sucedido a sus padres, pero más al punto, había renunciado a pensar que regresarían a ser la gente decente y atenta que fueron una vez. Si es que habían existido alguna vez.

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H

abía sido secuestrada. Melina luchó para contener su terror cuando se despertó y se dio cuenta que estaba atada de manos y pies. Estaba acostada en una cama sorprendentemente cómoda. No es que la comodidad significara algo. Estaba segura de que los asesinos en serie podían tener incluso camas cómodas. Pero ella sabía que no era un asesino en serie él que la había secuestrado. Maldita sea, cuanto más lo pensaba, más estaba empezando a temer que sus posibilidades irían mejor estando con un loco que estando con el hombre que había vislumbrado un segundo la noche anterior. Luchó para calmar su miedo al recordar el rostro de su secuestrador. Por un momento se le paró el corazón cuando lo miró y se dio cuenta una vez más, a pesar de todos sus esfuerzos, que ella iba a pagar por los pecados de María. Esto estaba muy bien. Como si fuera a creer que no era María. ¿Cuántas personas sabían que sus padres tenían dos hijas? Podía contarlos a todos con sus diez dedos y aun así le sobrarían algunos en la mano izquierda. Desde que era niña, se había conformado con que la dejaran a solas con sus muñecas, sus libros, sus aficiones diferentes en lugar de ser la mariposa social que su hermana había comenzado a ser. Y sus padres habían estado dispuestos a dejarla detrás de todo. En cuanto menos número de personas supieran que María tenía una hermana gemela, más fácil podría ser el tener que sacar de problemas a la gemela mayor. Esa lección la había aprendido a muy temprana edad. Abrió los ojos, sus sentidos estaban atontados al ser drogada, su mente lenta. Necesitaba pensar con claridad, para despejar la niebla de su cabeza y encontrar la manera de salir de esa. No cabía duda de que Jardin iba en busca de venganza. Y no podía culparlo. La parte sorprendente era que la había dejado vivir lo suficiente para despertar. —Despierta, ¿verdad? —sonó su voz detrás de ella. Su voz la hizo temblar hasta la columna vertebral. Fue un sonido profundo y áspero, como el gruñido de un depredador hambriento. Le envió un escalofrío de terror a través de su cuerpo y se lamió los labios resecos en respuesta al nerviosismo que de repente pasó a través de su cuerpo. El hombre que quiere matar probablemente no debería sonar tan condenadamente sexy segundos antes de hacerlo. Melina tragó con fuerza. Ella debía sentir más miedo y menos excitación con esa voz.

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Sus fantasías más oscuras se habían cubierto con la imagen de él durante dos años. A menudo se había despertado en medio de la noche con sus caderas elevadas, tratando de alcanzarlo en sueños para empalarse en él. Estaba tan enferma como María, pensó con disgusto. La forma en que lo codiciaba no tenía ningún sentido. —Supongo que por lo menos tienes la cabeza razonablemente consciente —dijo él arrastrando las palabras burlonamente—. Pretender que tienes sueño no va a salvarte el culo, pequeña niña. Melina hizo una mueca por el apodo. Ella no era una niña, maldita sea. Respiró con resignación. Tenía que usar el baño y sentía su boca como algodón. También podía ceder y quitarse eso de encima de una vez. Jardin no parecía un hombre que se prestaría a ser fácilmente apartado de su propósito o dejarse hablar zalameramente. No es que hubiera sido alguna vez buena con eso de las zalamerías, de todos modos. Eso no significaba que se sintiera tan inusualmente atraída hacia él. ¿Por qué, de todos los hombres en el mundo, tenía que sentirse tan atraída por este? Estaba segura de que la mataría antes de mirarla. Y sabiendo eso, ¿por qué su coño estaba ardiendo, sus senos hormigueando, su cuerpo tan sensibilizado en respuesta a su voz? Tomando una respiración profunda se preparó para enfrentarse a él. Cuanto antes lo hiciera antes podría encontrar algo de paz. — ¿Crees que me podrías desatar el tiempo suficiente para usar el baño antes de comenzar a atormentarme? —le preguntó con frialdad. Ella no se iba a girar y hacer que el dolor en sus hombros empeorara acostándose de espalda, atada como estaba. Era increíblemente incómodo estar con las manos atadas. Además, también se sentía demasiado vulnerable, demasiado impotente. Ella estaba a su merced, y estar en tal posición era demasiado excitante.

¿Excitada? Debía estar aterrada, no excitada. Melina temblaba mientras se movía. Sentía el frío metal en sus rodillas desnudas cortando las cuerdas, a continuación entre las muñecas. Flexionó sus piernas en posición de estar sentada, colocando sus pies provisionalmente en el suelo. Mirando a través de sus pestañas vio las piernas magras, y fuertes que se movieron frente a su línea de visión. Levantó sus ojos y su corazón se detuvo en su pecho. Él estaba soltando su cinturón. Oh Dios. Se quedó sin aliento para respirar mientras sus dedos, callosos y muy varoniles, empezaban a desabotonar sus pantalones vaqueros. No iba a llorar, se aseguró a sí misma. No iba a mostrar su sorpresa y excitación por la realidad, no iba a dejar que sonidos de ayuda salieran solitarios.

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Pero mientras él tiraba de su gruesa, y dura polla desde el fondo de sus pantalones vaqueros ella sabía que su garganta chilló cuando su mano acarició la oscura carne sugestivamente. —Vamos, Catarina —susurró misteriosamente—. Abre grande, bebé, y déjame tener esa amplia garganta tuya de nuevo. Su mirada voló a la suya. La observaba con una mirada profunda, de lujuria y profunda diversión, su hermoso rostro se tensó con la excitación y la demanda. Melina tenía ganas de reír. Estuvo a punto de hacerlo. No sabría qué hacer, incluso si ella era considerada de ―garganta amplia‖, como él había sugerido. —Uhh, realmente tengo que ir —le susurró débilmente, tratando desesperadamente de no contemplar su dura polla a sólo unos centímetros de su boca—. Me siento muy mal. Sus labios se curvaron burlonamente, con los ojos de un color gris oscuro, aún más oscuro. —Entonces, paga el precio —sugirió en voz baja—. Vamos, Catarina, no es como si fuera tú primera vez. ¿No lo era? Era la primera vez para ella, pensó con incredulidad. ¿Seguro que no creía que ella realmente podría hacerlo? Melina no podría, pero era muy consciente del hecho de que María lo haría sin ningún problema y ya lo hizo. Él movió su brazo, elevando su mano, y enroscando el pelo en uno sus dedos, el toque enviando era una sensación de hormigueo en su cuero cabelludo mientras se acercaba y la sostenía cerca. La mirada de ella cayó nerviosa, su visión estaba llena de la oscuridad, de la carne palpitante de la cabeza de su polla. ¿Él realmente pensaba que iba a hacerlo? ¿Pensaba que podría? La cabeza ancha, púrpura tocó sus labios, palpitaba derramando una perla suave de semen contra su labio inferior. Antes de que Melina pudiera evitarlo, ella se echó hacia atrás, y un grito de indignación escapó de su boca mientras rodaba torpemente sobre la cama. Temblando por los nervios, cayó por un lado y se puso de pie antes que cayera alrededor del colchón. —No —replicó ella… aunque su respuesta fue un poco tardía, pensó mientras lo vio ponerse de nuevo los pantalones con gesto burlón. Parecía divertido y desconcertado por su reacción. —Eso era todo lo que tenías que decir, Catarina. —Él se encogió de hombros—. No recuerdo que hubieras sido tan indecisa la última vez. ¿La última vez? ¿Ella no lo dudaba? Iba a matar a María. En serio. Honestamente. Era la primera oportunidad que tenían sus padres de tener sólo una hija en verdad en vez de quedarse en un simple deseo.

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¿Creería él que ella no era María? Melina apretó los dientes con furia, sopesando sus opciones cuidadosamente. No parecía decidido a matarla en ese momento. Él estaba perezosamente divertido, tal vez un poco sarcástico y burlón, pero no parecía con ganas de matar a alguien. —Mira —dijo al fin, luchando por mantener su voz firme cuando sintió la traición del temblor en sus palabras—. Has cometido un terrible error aquí. En serio. Estoy segura de que lo encontrarás muy gracioso... Él frunció el ceño. Su mirada envió señales de una corriente de miedo a través de todo su cuerpo. Con sus negras y espesas cejas, sus tormentosos ojos grises oscuros, sus labios lisos, sus pómulos altos destacándose prominentemente. Su mirada era una advertencia y puso al corazón de Melina a golpear duramente en su pecho. — ¿En serio? —Arrastró las palabras—. Nunca me imaginé ni por un momento que no sería una buena explicación. —Cruzó los brazos sobre el pecho y la miró a través de sus ojos reducidos—. Creo que debería decirte por adelantado, Catarina, que no hay manera de salir de lo que he planeado para ti. Debes olvidar las excusas, mentiras o trucos. Esto es el infierno, cariño, y yo soy tu guardián. Así que te acostumbrarás a ello ahora. Los ojos de Melina se abrieron. — ¿Qué quieres decir, con que tú eres mi guardián? Él sonrió. La curva dura de sus labios le envió un pulso de alerta a través de su sistema nervioso. —Exactamente lo que he dicho, cariño. Estás aquí para terminar de secar y limpiar lo que has hecho. Y sé exactamente cómo asegurarme de eso. Tú, cariño, te prepararás para aprender a vivir como los demás. No hay medicamentos, ni sirvientes, ni alcohol, ni mimos. Ahora dúchate. Estaré listo para recogerte en media hora. Procura estar vestida y lista para esa hora o enfrentarás las consecuencias. — Él observaba atento, sus ojos oscuros, estaban llenos de miedo—. Y te prometo, las consecuencias no serán agradables.

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elina miró boquiabierta a su captor en estado de shock mientras parpadeaba sólo para estar segura de que estaba despierta y no teniendo una pesadilla horrible. Él era en realidad una amenaza.

Se había establecido a sí mismo como juez, jurado y verdugo y pensó que ella estaría de acuerdo con él. Ella reiría si él no estuviera tan malditamente serio acerca de ello. ―Estás bromeando. ―No podía detener el horror que sabía se reflejaba en su voz. ―No. ―Él cruzó los brazos sobre el pecho arrogantemente, mirándola con fríos, burlones ojos―. No es broma, bombón. Tú juegas, tú pagas. Si los tribunales no pueden hacer nada contigo, entonces estoy seguro como el infierno que yo sí puedo. Considéralo como el castigo por los pequeños crímenes de los que has escapado en los últimos años. Todo en uno. ―Su sonrisa no fue reconfortante. Melina respiró fuerte y profundamente. La paciencia es una virtud, se recordó ella misma. Sólo cabeza fría, la calma resuelve problemas extremos. Se había enfrentado a la ira de sus padres, ser repudiada y rechazada en los últimos tres puestos de trabajo para los que se entrevistó. Podría manejar esto. No había matado a nadie todavía. Realmente no tenía que comenzar con este ignorante vaquero. ― ¿Qué diablos te hace pensar que voy a estar de acuerdo con esto? ―Le preguntó con incredulidad. ― ¿Tengo ―estúpida‖ escrito en la frente? ―¿Pelele?‖ ―¿Adelante, pasa sobre mí porque soy demasiado estúpida para vivir y me gusta el abuso?‖ ―alzó las manos con frustración mientras lo enfrentó con incredulidad. La miró de cerca. ―Hmm. No es algo que se pueda ver. Pero voy a reservar el juicio. Nunca se sabe lo que puede aparecer después de una buena ducha de agua caliente. Ella iba a perder la cabeza. Allí mismo, en una habitación extraña, encarando al agravantemente más sexy, arrogante hombre en el que nunca había puesto sus ojos. Ella iba a matar a alguien. Es decir, a él.

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―Mire, señor Jardin. ―Trató de sonreír de una manera que no mostraba la furia que estaba empezando a sentir construyéndose dentro de ella―. Estoy segura de que piensa que lo que está haciendo es lo correcto. Estoy segura de que está aún convencido de que usted tiene derecho a castigar. Pero no tiene el derecho y no puede hacerlo y que me aspen si voy a pagar más los pecados de María. Él le sonrió. Melina se mordió la lengua mientras sus ojos se estrecharon en la expresión de suficiencia y apretó los puños a su lado mientras luchaba para no saltar sobre la cama y arrancarle los ojos. ―Cariño, estoy seguro que te gustaría tener una hermana que pudiera sacarte de esta ―dijo complacido―. Pero los dos sabemos que no, puedes parar con la escena inocente que no te la voy a comprar ―Melina respiró profundo. Si pudiera ponerle las manos encima a María la estrangularía ahora, pensó. Como si los pasados veintidós años y todas las veces ella había tratado de buena gana de salvar a su hermana no fueran suficientes. Ahora, el Sr. Culo duro, piensa que podía reformar a la condenada mujer equivocada, la había secuestrado. Eso era mucho. Incluso para ella. ―Está bien ―ella rechinó sus dientes―. Porque yo no estoy tratando de venderle una maldita cosa, supuse que eras una persona razonablemente inteligente... ― ¿Al igual que cuando asumiste que podrías hacer que tus amigos nos mataran a Jack y a mí cuando estábamos entregando ese cajón de medicamentos? ―preguntó sarcásticamente―. ¿O cuando asumiste que tus padres podrían arruinar los nombres de dos hombres buenos cuando presentaron cargos contra ti? ¿Qué tal el supuesto de que el dinero de tus padres te podría sacar de cualquier parte? Este es el final de la línea, niña. Puede ser que también te aprietes el cinturón y te ahorres las mentiras para alguien dispuesto a creer en ellas. Melina podía sentir la furia formándose en su pecho. Viva y cálida, que estalló frente a sus ojos como una capa de torero. ―O creer la verdad para alguien con suficiente cerebro para ver lo que está justo en frente de su cara ―le espetó ella de nuevo acaloradamente―. Acepte la verdad, Sr. Jardin. ¿Me veo como una adicta a las drogas para usted? ―Ella agitó sus manos a su lado, indicando su cuerpo. Esperaba que él mirara, no le gustaba el resplandor de excitación que iluminaba su mirada cuando lo hizo. Tampoco le gustó la forma en que sus pezones se resaltaron mientras su mirada se detuvo en ellos, o el calor que quemó en su coño cuando sus ojos se trasladaron a sus muslos. Podía sentir su piel sensibilizándose, su vagina mojándose, y a ella no le gustaban las sensaciones en lo más mínimo. Ya era bastante malo que lo único que hizo fuera fantasear con él los últimos dos años, no tenía por qué excitarse después de que la secuestraran también. ―Mira, sé que estás enojado por lo que María te hizo a ti y a tu amigo. Pero esto es un error...

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―El error es tuyo. ―Su voz aguda la hizo estremecerse con sorpresa―. No pienses ni por un minuto que me puedes mentir otra vez. Ahora lleva el culo a la ducha y prepárate para enfrentar el día o ponte en tus rodillas y veamos si no me puedes convencer de otra manera. ¿De rodillas? ¿Convencerlo a él? Ella parpadeó sorprendida e indignada por la sugerencia. Y estaba ignorando la loca sensación de deseo y hambre que consumía su cuerpo con la sola idea de aceptar su polla en su boca. El breve contacto de la misma en sus labios fue suficiente para tentarla, muchas gracias. Ella no necesitaba encontrarse codiciando a ese hombre más de lo que lo hizo. De hecho, debía estar lo más alejada de él como fuera posible. ―Estás loco. Me voy a casa. Ahora. Giró sobre sus talones, yendo rápidamente hacia la puerta del dormitorio. Había tenido suficiente de eso. Aceptando los castigos de María porque creía que estaba bien estaba muy lejos de aceptarlo porque ese hombre decía que tenía. Ella no lo creía. No importaba qué tan grande o cuán guapo fuera. No importaba que mereciera su venganza. Ella no iba a dejar que la sacara de su escondite. Su mano había volteado la perilla de la puerta, apretando los dedos en ella, cuando una palma ancha golpeó la madera por encima de su cabeza y un cuerpo duro de hombre la presionó con fuerza contra la pared. Un caliente, duro y musculoso cuerpo. Uno que la rodeaba, su calor vertiéndose en su carne y envolviéndola. Una presencia masculina que olía a largas noches sensuales y a deseos prohibidos. Melina tragó, sintiendo el aura de peligro que de repente emanaba de él. ―No quiero que me cabrees, niña ―le advirtió en voz baja―. Sobre todo no en este momento. Esa bala que le permitiste a tus amigos poner en mi pierna no ha sido olvidada. Ni el hecho de que ellos hubieran preferido que hubiera sido mi corazón. Ahora cállate de una puta vez, pon tu culo en la ducha y vístete. Se trata de un rancho. Todo el mundo hace su parte aquí, y tú estás aquí para ayudar. Así quieras o no. Entonces él se movió, con una mano insinuándola entre la puerta y su cuerpo mientras la hacía soltar los dedos de la perilla y la empujaba suavemente hacia el cuarto de baño. No iba a hacer ni una maldita cosa que él le ordenara hacer. Melina se volvió, le devolvía la mirada con furia, temblando con la necesidad de golpear su sonrisita de suficiencia y quitársela de la cara mientras ella se retiraba. ―Te equivocas ―le informó con ira, aunque sabía que no tenía la intención de creer en ella―. ¿Ni siquiera lo vas a comprobar? Tengo un hermano. Joe Ángeles. Por lo menos contacta con él. Él te dirá quién soy. No le gustaba la diversión que brillaba en sus ojos. ― Él no me dijo nada nuevo, niña. ―Yo no soy una niña. ―Tenía ganas de estampar sus pies en el suelo con furia.―Y yo no soy María. Tengo que ir a casa. Tengo que cuidar a mi gato. ¿Quién va a cuidar a mi gato? —Esa idea súbita, aterradora se deslizó en su mente. Había olvidado por completo a Mason. A su bebé. ¿Qué

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sería de él? Estaría completamente solo. Él se asustaba sin ella. Solo. Fue la única criatura en el mundo que se había quedado a su lado todos estos años, y ahora ¿ella no estaba allí para cuidar de él? ―No te preocupes por ese animal sarnoso ―Luc gruñó de repente―. Está en el granero con el otro... ― ¿En el granero? ―Ella casi gritó de sorpresa y furia―. ¿Pones a mi gato en el granero? ¿Mi bebé está en el granero? Lo miró fijamente, sin poder creer las palabras que salieron de él. ¿Quién sería lo suficientemente cruel para poner al pequeño y dulce Mason en un granero? Él no podía hacer esto. Sus dedos curvados, doblados ya que le dolían por querer atacarlo. Los brazos de él se doblaron en su pecho nuevamente. ― ¿Y? ―Y qué. No puedes poner a Mason en el granero. ―Apoyó sus manos en las caderas, luchando ahora locamente. Ella no le permitiría el abuso contra su gato.―Ve por él ahora. Él frunció el ceño ante la dura demanda en su voz. ―Si yo fuera tú, me preocuparía por mis propios problemas, no de ese negro cazador de ratones ―resopló. La indignación voló a través de ella. Sentía la furia vibrando violentamente a través de su cuerpo. ―Mason no persigue a los ratones ―le informó con frialdad―. Y Mason no duerme en los establos. Él duerme en mi habitación, en mi cama, a mi lado. Quiero mi gato. Ahora. Él inclinó la cabeza, mirándola con una expresión repentinamente inquisitiva. ― ¿Cuánto quieres que tu gato esté de regreso, Catarina? ―Le preguntó en voz baja. Ella quería darle una palmada a su presumida cara. Por lo menos la llamaba por su segundo nombre. Incluso si era uno que compartía con María. Iba a chantajearla. Ella podía verlo en sus ojos, en su expresión. El hijo de puta iba a utilizar a su bebé en su contra. Quería decirle que se fuera directamente al infierno. En cambio, apretó los dientes, contó hasta diez y le dijo: ― ¿Qué quieres? Melina era consciente de que tenía que haber algo malo en amar a una bola pequeña de negra pelusa que rara vez le daba la hora del día. A menos que ella llorara. Entonces, él se la pasaba encima de ella, consolándola, dejando que lo sostuviera, aunque fuera con un aire de aburrimiento supremo. Él

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había estado con ella a través de los últimos dos años, cuando no había habido nadie más. No lo iba a dejar en un establo sucio y polvoriento. Luc se apartó, tirando de ella contra su cada vez más duro, y alto cuerpo mientras lo miraba en estado de shock. Odió la conciencia que estalló en la boca de su estómago mientras su polla dura presionaba contra ella. Odiaba el hambre que sentía brotar en su interior. Sus labios entreabiertos mientras él miraba hacia ella, su mirada vacilante con calor mientras se detenía en sus labios. Melina temblaba. Podía sentir su coño calentándose, mojándose, y maldijo su respuesta hacia él. Reforzó sus manos en los hombros de él, resistiéndose ―no sólo de Luc, sino de ella misma también―. Tenía los labios más besables que había visto en un hombre. Ese lleno, curvado labio inferior la fascinaba, le daban ganas de comérselo. Pero él había establecido los límites con este secuestro. No había una oportunidad en el infierno de que se echara para que él caminara por ella. Estaba cansada de ser felpudo de todos. ―Pensé que eras mi secuestrador, no mi violador ―le espetó cuando logró encontrar su voz―. Déjame ir, Luc. No voy a prostituirme para tener a mi gato. Pero que me aspen si voy a cooperar de alguna manera sin él. Las cejas de él se torcieron en un ceño fruncido mientras sus brazos se apretaron alrededor de ella. Con los ojos estrechados, la miró pensativo durante unos segundos antes de soltarla poco a poco. ―Toma una ducha y vístete. Vamos a discutir los términos en la planta baja después de haberte tranquilizado y actuar decentemente. Podría permitirte tener el gato, si tú puedes controlarte a ti misma y seguir las reglas. ―Dicho esto, salió de la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de él. Lo iba a matar, ella misma aseguró. Después, iba a matar a María.

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U

na hora más tarde, recién duchada y vestida con un par de jeans y una camisa de algodón blanca, Melina entró en la gran cocina por el extremo más alejado de la casa. El rancho era de dos pisos y la casa fue trazada de manera bastante simple por lo que la cocina no era difícil de encontrar. Por supuesto, los golpes de las puertas de los armarios podrían haber ayudado un poco. Metiendo un rizo perdido de color rojizo-dorado detrás de la oreja, Melina comprobó la trenza francesa que se hizo después de asearse y entró en la cocina. Ella supo que en el segundo que entró en la habitación lo amaba. Lástima que pertenecía al gran vaquero arrogante con el ceño fruncido que se encontraba en el fondo de un armario. La cocina estaba para morirse. Era el sueño de un cocinero moderno con una parrilla de gas en el centro, cuatro quemadores grandes a los lados y una ventilación adecuada por encima de ella. El suelo era de madera con una alfombra debajo de las seis sillas y mesa de la cocina que estaban cerca de una gran ventana. Los armarios eran de color cereza, aunque polvorientos y opacos a la luz del sol de la mañana. Pero había un montón de ellos. En una gran isla central se encontraban varios metros de pileta, y aun así lo suficientemente cerca de la cocina para que fuera útil. Podría haber sido el sueño de un cocinero, pero era una pesadilla para el ama de llaves. Luc se encontraba de espaldas no muy lejos de ella, dándole una visión clara de los músculos tensos de su espalda y las bien redondeadas curvas de su trasero por debajo de sus pantalones vaqueros ajustados. Tenía un culo para morirse. La visión le daba la tentación de tocar. Como si supiera qué hacer con el tacto, se dijo sarcásticamente. Pero aun así, siempre había admirado los traseros masculinos agradables, sin embrago, tenía que ser el mejor que había visto. Dio una larga y profunda respiración, que desvió la mirada de la tentación. ―Hay que despedir a tu ama de llaves ―le dijo ella mientras miraba inexpresiva alrededor de una vez más―. Ella no está haciendo bien su trabajo. La cocina parece una sala de estar, así como el comedor por el que he caminado a través de él. Todo está polvoriento, sin amor. Como si la casa no fuera realmente un hogar, sino simplemente un lugar para pasar la noche. Luc se volvió hacia ella, sus cejas se redujeron a un ceño oscuro y se encogió de hombros, metió las manos en sus bolsillos vaqueros. Ella todavía estaba muriendo por sus ojos, supuso que era la mejor forma para frenar las manos lo suficiente lejos de ella por lo menos un segundo antes de que en realidad lo hiciera. Estaba seguro de volverla más loca, antes de hacerlo.

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Observó mientras seguía el movimiento, una sonrisa inclinada en sus labios como si supiera la razón detrás de ella. Melina luchó por mantener su expresión clara, una ira resplandeciente sobre sus pechos se podría reflejar en su rostro. Maldito sea. Ella nunca había conocido a un hombre más terco en su vida. Apresurando su paciencia, enderezó los hombros y los reunió con su cabeza. Ella se había resignado al hecho de que no iba a escuchar razones, lo que quisiera decirle iba a tener que tratar de encontrar su propio camino. Tenía la sensación de que escapar de Luc no sería fácil. Pero antes de que incluso pudiera considerar la posibilidad de un escape, tenía que recuperar a Mason. ―Me he duchado, me he vestido y te he encontrado en la cocina ―dijo finalmente con un cuidadoso control―. Ahora, ¿dónde está mi bebé? La miró con irritación en sus ojos grises. Era obvio que había algo sobre ella y su gato que no le gustaba. Por supuesto, sólo podría ser que odiaba a María, y que su pensamiento con la diversión morbosa, no presagia nada bueno para ella teniendo en cuenta que pensaba que era María. ― Cómo alguien puede llamar a esa bola de grasa con culo al aire de piel negra un bebé está más allá de mí ―gruñó―. Ese animal debe ser sacrificado solo por su carácter. Melina abrió los ojos con miedo repentino por la aversión sincera en su tono y la amenaza implícita de matar al pequeño animal. A su bebé. Pensó, Mason debería ser asesinado. Y Mason no tenía un mal temperamento. Estaba sólo un poco echado a perder, eso era todo. Eso no era excusa para ser malo con él. ―Tú lastima a Mason y yo te prometo, que voy a hacer que lo que María te hizo sea un día de campo ―le advirtió, completamente en serio ahora. Podía castigarla todo lo que quisiera, y de una manera retorcida en sí misma. Pero no iba a hacerle daño a Mason. Tenía bastante con las acciones de María para castigar su vida de manera dolorosa. Ella se culpaba. Había permitido que la tendencia continuara a medida que crecían, pero no más. No iba a perder otra cosa, debido al egoísmo y la crueldad absoluta de su hermana. Cruzó los brazos sobre su pecho. Fue creciendo su disgusto con toda la acción que su corazón se lo permitía. Todavía estaba con el ceño fruncido, bajando las cejas dándole a su expresión un aspecto peligroso. Melina sintió su miedo por la forma en que la estaba mirando en silencio. ―No estás en condiciones de estar dando amenazas aquí, corazón―dijo con suavidad, su voz casi demasiado suave para su forma de vestir. Le recordó el ojo de una violenta tormenta. Ella hubiera sido más agresiva, sino fuera por el hecho de que estaba enamorada de ese estúpido gato. Aunque ella misma no lo entendía. ―Escucha, señor, entiendo que crees que tienes un problema conmigo. Realmente, lo sé ―le aseguró con sinceridad―. Incluso puedo, casi, comprender el error que estás cometiendo. Pero si dañas un pelo del cuerpo de Mason, te lo prometo, lo vas a lamentar. Ese es mi gato. Él me adoptó cuando nadie me quería y yo no voy a permitir que lo traten mal.

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―Nena, tal vez más gente desearía seguir la línea un poco más de cerca. Ya lo sabes si das un poco, te dan poco. ―Sugirió burlonamente. Melina se estremeció dolorosamente con sus crueles palabras. Dar un poco, te da un poco. Ella se reiría de la idea, si no fuera tan irónico. Le había dado todo lo que tenía durante tantos años.... para nada. Todo lo que tenía era un gato negro que se dignó a enroscarse en su regazo y estar con ella y cada vez que lo hacía se sentía tan débil como para llorar. Pero el calor de su cuerpo y su suave ronroneo la había mantenido sana a través de las secuelas de sus pesadillas. ―Estoy segura de que piensas que mi opinión no te debería importar ―dijo de manera razonable, para aquietar las furiosas palabras que tenía en los labios en su lugar―. Incluso no voy a fingir por un tiempo que tienes que hacerlo. Pero no tanto como para olvidar que mi gato está sufriendo en el granero. Si pudo ir a la cárcel por María, entonces podría enfrentarse a un temperamental vaquero por su bebé. Podía pensar en cosas tan horribles como esa semana que había pasó en la cárcel por su hermana. ―Por lo menos está vivo ―gruñó con odio―. ¿He mencionado que odio los gatos? Melina intentaba frenar el miedo creciente dentro en su interior. María había causado casi la muerte de este hombre, así como la de su amigo. Matar a un gato que creía que era suyo sería algo pequeño en comparación con sus crímenes. Pero era Mason. Él no pertenecía a María. A María no le podía importa menos y no pasaría por un duelo por su pérdida ni un segundo. Estaba segura, así como existe el infierno y no le importaría el dolor que Melina sufriría sin él. Se mordió el labio mientras luchaba por el temor de que Luc le hiciera daño. Lo miró en silencio, tragándose el temor. Tenía la sensación de que la necesidad de sus miedos, podría ser su perdición. ―Por favor ―susurró―. Sólo quiero que me devuelvas a mi gato. ―Melina vio el interés que de repente brilló en sus ojos, sabiendo que el animal era tan importante podría aprovecharlo en su contra algo que había considerado antes. ― ¿A cambio de...? ―le preguntó, lo que confirmaría sus peores temores. No era una mujer que diría mucho no en su esfuerzo por salvar a Mason. ―Ya sé lo que quiere. ―Ella trató de calmar su frustración con su tono de voz y tratando de razonar con un hombre que ya le había demostrado como era de irrazonable―. Estoy dispuesta a cooperar tanto como sea posible ―dijo con nerviosismo―. Bien, quiere castigarme por lo que María hizo, pero no le hagas daño a mi gato. ―Su gesto creció más en la oscuridad. Ella vio la ira que inmediatamente estalló en su mirada y supo que acababa de cometer un error táctico importante. ―Admite quién eres y hablaremos.

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Admitir ser quien no era. Un sentimiento de resignación se apoderó de ella. Le costó el consuelo una vez más, dejándola sumida en la identidad de María. Deslizó las manos en sus pantalones vaqueros, tratando todavía de controlar los temblores que recorrían todo su cuerpo. ―Ya te dije quién soy ―dijo mientras la desolación se apoderó de ella―. No me hagas mentir en ese caso. Por favor. Porque yo, para esto... Sin cruzar los brazos, puso los pulgares en la parte delantera de la cintura de sus vaqueros. Ella no debía notar los abdominales marcados o la carne magra, muscular que tenía por debajo de las caderas, el bulto de su gruesa polla. No debe estar húmeda, no debería tener ese anhelo de cosas que sabía que no podía tener. Levantó La frente burlonamente―. ¿Mentirías por algo tan pequeño? ―Preguntó con incredulidad sarcástica―. No hagas esto más duro de lo que ya es ―sugirió fácilmente―. Vamos, dime quién eres y vamos a ir a buscar al gato. Melina respiró cansada. ―Catarina Ángeles ―dijo por fin, luchando por mantener su carácter de nuevo ahora. Si dejaba libre su ira, ella no volvería a ver Mason de nuevo. Movió la cabeza lentamente, destruyendo toda esperanza que hubiera tenido, dejando escapar la oportunidad. ―No. Vamos, corazón, el nombre completo. Admite lo que eres y nos vamos a conseguir el gato. De lo contrario, él se quedará sin posibilidades. Lo miró directamente, deteniendo los gritos que deseaba echar por su garganta. ―No lo hagas. ― ¿Podría sobrevivir sin Mason? Se estremeció al pensar en las pesadillas que estaba segura de que vendrían sin su presencia reconfortante. ¿Cómo iba a aferrarse a su salud sin que algo o alguien la consolara? ―Tu nombre ―exigió de nuevo. ―María Catarina Ángeles ―susurró desalentada. No era la primera vez que lo hizo, pero al menos esta vez le sirvió estar en el lugar de otra persona―. ¿Me das mi gato ahora? Tenía que haberse sentido satisfecho. Luc miró la cara sin expresión, los ojos verdes cansados, y no sintió satisfacción. Se sentía como un maldito monstruo. Ella hablaba con palabras caídas marginalmente, como si el peso de la admisión le hubiera colocado una carga invisible demasiado grande para soportarlo. La admisión, aunque, dado lo que le pedía, se expresó con una falta de emoción que le hizo pensar que forzaba el tema. Y sus ojos. Si alguna vez había visto tanta resignación en los ojos de una mujer, no podía recordarlo. Se oscurecieron, convirtiéndose así en vulnerables, tan llenos de sombras y dolor que algo se torció en su corazón. Ella había dicho las palabras con una automatización que parecía casi... ensayada. Él inclinó la cabeza, mirando, como se ponía de pie en silencio frente a él. La furia de antes de esa mañana parecía extinguida y el cansancio había tomado su lugar. Se sentía como completo un hijo de puta y ni siquiera sabía por qué. Maldición. No era culpa suya lo que quería para poder jugar.

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Él odiaba a los gatos. ¿Por qué demonios tenía que considerar que ese demonio estuviera en su casa? Probablemente se sentía en casa, pensó Luc con disgusto. Justo lo que necesitaba. Pero estaría maldito si podía soportar esa mirada en esos ojos de color verde oscuro de terciopelo. Estaban encantadores, llenos de un dolor interno que no podía describir. Un dolor que él había causado. Gruñó en silencio, levantando sus labios en la auto-burla. ―Vamos, vamos a ir a buscar al hijo de puta. Pero si me da arañazos de nuevo, voy a dárselo de comer a los perros. Él sería un maldito bocado.

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l granero está a la vista de la casa, pero aun así está cerca de un acre separado de la construcción principal. Melina se movió rápidamente detrás de Luc que con sus largas piernas se comían la distancia. Ella no podía mantener los ojos fuera de su culo fuertemente curvado, no importa lo mucho que lo intentara, la flexión de sus muslos duros por debajo de sus pantalones vaqueros la distraían. Tenía las piernas largas, y pisada de un vaquero. Que puntal e indefinido, paseaba y hace agua la boca de una mujer y sus dedos aprietan los movimientos de su fuerza masculina muy tentadoramente ante sus ojos. Sus nalgas eran deliciosamente curvadas para un hombre y mostró el camino a la perfección bajo los pantalones vaqueros. Su espalda estaba como el granito por debajo de la camiseta, cada músculo estaba definido por la tela que fue metida en el pantalón. El cuadro completo es irritantemente sexy. Ella no quería caer en su lujuria nunca más. Que estaba bien cuando tenía sólo una figura distante que podía babear en privado, ¿pero ahora? Ella resopló en silencio. Podía haber más agravantes, el hombre de mal genio que había puesto los ojos en su vida. Pero, maldición, si no era el hombre más sabroso que había visto nunca. Melina hizo una mueca de repugnancia. El hombre tenía, que literalmente, obligarla a mentir acerca de quién era. La había chantajeado con la vida del pobre desvalido de Mason, la deseaba por encima de él. Su coño estaba llorando, no sólo estaba húmeda, sino que babeaba por el hambre. Al igual que un hombre muerto de hambre que presencia un banquete, sólo para decir que no puede participar. No era justo. Fue el acto más injusto de privación de sexo que podía imaginar. Estando cerca de él, con la cabeza baja, y la mirada en las curvas deliciosas de su retaguardia masculina, estaba completamente preparada para su parada abrupta. ―Omphf. ―Lo golpeó en la espalda, tropezando, con la cara de fuego cuando se volvió hacía ella y le disparó con el ceño fruncido. ― ¿Estás bien? ―Le dio su mano, agarrando su brazo mientras saltaba de nuevo y casi cayó de culo―. Maldita sea, no puede estar en cualquier parte. Me aseguré con píldoras antes de salir de casa, antes de que te secuestrara. Dios, él sería perfecto si sólo mantuviera su maldita boca cerrada.

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Ella echo su brazo hacia atrás y le lanzó una mirada, con la intención de transmitirle pura violencia que de pronto surgió en su cabeza. Lástima que su cuerpo no estaba escuchando. ―Imbécil. ―Observó que, estaba moviéndose a su alrededor con las puertas abiertas de la granja―. Asumo que aquí es donde Mason está ¿no? Mientras hablaba, un lamento quejumbroso de un gato llenaba el aire, haciendo que los ojos se le abrieran ampliamente, perdida por el sonido lastimero. Se dio la vuelta, y disparó a Luc una mirada que prometía venganza y caminó rápidamente al interior dentro de las sombras. ―Mason. ―Ella jadeó con sorpresa y vio una bola de pelos negros desaliñados, en un lecho de paja. Era lamentable. Había polvo en todas partes, su piel se veía opaca, y sus increíbles ojos azules húmedos y tristes. Él se lamentó de nuevo, un sonido felino de miseria que le rompió el corazón cuando ella se puso de rodillas delante de él y lo atrajo suavemente entre sus brazos. ―Oh, Mason. ―Susurró contra su pelaje suave una vez más, haciendo caso omiso de los rasguños en sus brazos mientras continuaba gritando lastimeramente una vez más―. Mi pobre bebé. Ya está todo bien. Yo me ocuparé de ti ahora. ―Se volvió hacia Luc, haciendo caso omiso de su ceño fruncido―. Tiene muy descuidado a mi gato. No hay excusa para eso, Luc. No pensé que realmente podía ser tan cruel hasta ahora. Sus cejas se levantaron ante la sorpresa, y las manos automáticamente fueron a sus caderas mientras la miraba de vuelta en su incredulidad. ― ¿Descuido? El pequeño bastardo estaba haciendo su mejor esfuerzo para tomar un bocado de mí. Todo lo que hice fue dispararle una o dos veces con la manguera de agua. Diablos, apenas se mojó. Mason se lamentó de nuevo con Melina que gemía en silencio. ― ¿La manguera de agua? Oh, demonios, Mason detestaba mojarse. Esto no va a pasar más. No va a ser un encarcelamiento agradable. ― ¿Se supone que esto me molestaría? ―Él arqueó una ceja burlonamente. Melina sonrió con fuerza. ―Bueno, vamos a ver, he pagado el chantaje por él, lo que significa que ahora es un residente en su casa. Vamos a orar que no haya muebles, zapatos o botas de cuero, ya que particularmente le encantan. Si es así, tiene la oportunidad de unos minutos para salvarlos. ―Voy a matarlo. ―Tsk tsk, Luc. ―Ella sacudió la cabeza con una sonrisa de complicidad―. Diste tu palabra, ¿te acuerdas? Yo cumplí la mía y no te dejaré aprovecharte de eso, así que... ―Ella se encogió de hombros―. A menos que su palabra no signifique nada, supongo que estás justamente jodido. ―Mientras sea por ti. ―Murmuró, bajando la voz, y llegando a un tono de voz muy sensual que le daba escalofríos. Melina se puso nerviosa, apretando el agarre al desaliñado Mason, fue la forma en

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que ella se defendió del pánico que sentía en el pecho. Dios, era bastante malo que ella sufriera por Luc; él no tenía por qué hacerlo peor. ―Sólo en tus sueños más salvajes, vaquero. ―Le espetó ella―. Ahora lo que necesito es alimentar a Mason. Arquea nuevamente la ceja. Esa nunca fue una buena señal. ― ¿Su alimentación era parte del trato? ―Él observa al gato pensativo―. Yo no recuerdo esa parte, corazón. ―Tienes todo lo que vas a obtener de mí, Sr. Jardin. ―Le advirtió en voz baja―. Más de lo que crees. Si quieres toda mi cooperación, debes dejar esto. ―Su voz era tranquila, y su mirada directa. Ella podía ir más lejos, sólo un poco más. Podía ver la manera en que su mente estaba trabajando y que se condenaría sí misma si se vendía a cambio de alimentar a su gato. Había, literalmente, tenido suficiente. Era más que bien parecido, sexy como el infierno o incluso, pero había llegado a un punto en que lo que salía de su boca desmerecía cualquier atractivo que pudiera tener. Luc Jardin estaba relajando su área sombría muy deprisa. ―Mmm. ―El sonido retumbó sobre su espalda con una sensación muy cercana. Cuando combina su sensualidad con esa mirada soñolienta, es potente―. Vamos. Voy a empezar con la casa. Mantén el cazador de ratones lejos de mí, o será su culo el que salga lastimado, no el mío. Voy a esbozar sus deberes y ya veremos cómo aprecia mi generosidad. ―Si es generoso, puede ser que lo aprecie. ―Gruñó ella mientras regresaban de nuevo hacia la casa. Ella sólo podía imaginar lo que sus ―deberes― conllevan. Pensó en la limpieza de la casa… era desagradable iba a ser parte de una tarea que estaba totalmente equivocada. La casa era un sueño y era una forma de pecado. ―Cuidado, corazón. ―Dijo al pasar, su voz diabólica con un tono de sexualidad―. Puedo demostrarte exactamente cómo puedo ser muy generoso. ―Y si se acordaba bien, tenía muchas razones para amenazar su generosidad. El recuerdo sobre la cabeza de su pene reposando en sus labios, la perla pequeña de las semillas en su captura, de la curva inferior, se estrellara con ella. Casi podía saborear la esencia embriagadora masculina de él una vez más. Y eso no fue una buena cosa. No necesitaba más armas para utilizarlas en su contra ―Como he dicho. ―Se encogió de hombros, fingiendo indiferencia con no poco esfuerzo―, sólo en tus sueños, vaquero.

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Sus sueños podrían ser bastante intensos. Luc la siguió de cerca, viendo el buen balanceo de sus caderas bien formadas al escuchar el grito del maldito gato. Pero él podía manejar el teatro felino por la oportunidad de ver ese perfecto culo a través del patio de su rancho. Y él lo sabía. Era muy consciente de por qué había entrado antes que ella, dándole la espalda. Había sentido el calor de su mirada en su culo mientras caminaba delante de ella. Fue un poco desconcertante, una sensación de la que no estaba acostumbrado. Nunca había sentido una mujer mirándolo, sabía, sin sombra de duda alguna a donde se dirigía su mirada. Y él estaba bastante seguro de que estaba contenta con lo que estaba viendo. Pero nadie más que él lo sabía. Él sonrió cuando se dio cuenta de sus esfuerzos para controlar la influencia ultra femenina de sus caderas. ¿Podía sentir su mirada así? Diablos, sí que pudo, pensó un segundo más tarde, negándose a creer que era el único en el tormento. Eso no sería aceptable. No podía recordar que Catarina le inspira esa hambre en él dos años antes. Él se había divertido. Diablos, había estado dispuesto a follar a la poco tentadora pelirroja, pero no había hambre en ella. El que sentía ella ahora. Si él no confiara tanto en Joe, medio sospecharía que en realidad no era la mujer que había ido a sus rodillas con una experiencia que no podía imaginar ahora. Luc meneó la cabeza mientras se acercaban al porche de la casa del rancho. El gato se lamentó otra vez. Maldita sea, esa excusa negra de cazador de ratones iba a estar en su casa, tirado sobre sus muebles, probablemente comiendo su comida y atormentando el infierno fuera de él. Y sólo Dios sabía lo que su perro lobo, Wolf, iba a pensar con su incorporación a la casa. Sólo esperaba que su amigo canino estuviera tan bien entrenado como él le había tratado de enseñar. De lo contrario, el gato sería un recuerdo desagradable en cuestión de unas cuantas horas, gracias a su perro Wolf.

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o es que el castigo fuera molesto, era la situación la que estaba haciéndola enojar, pensó Melina mientras se preparaba para salir a hurtadillas de la casa. La limpieza de la casa era un juego de niños, y la cocina era uno de sus pasatiempos favoritos. No era que ella se lo hubiera dicho al Sr. Neanderthal. Se había quedado en un silencio terco, dilatado, dándole enfermas miradas cuando la miraba y, en general hacía todo lo posible por zafarse de cualquier trabajo que le asignara después del enfrentamiento del día anterior. Se podría decir que no era más de lo que esperaba. Le encantaba la casa. Pero no era su casa y ella no era María, y seguro no pensaba mucho en su obstinación y en la negativa a escuchar la verdad. Además, no iba a bajar la cabeza con calma y aceptar la idea del castigo. Ella había terminado con el juego de ser María el día en que había muerto casi en esa celda de la cárcel. ―Vamos, Mason ―susurró mientras levantaba al gato gordo y lo deslizaba con cuidado en la bolsa que hizo de una de las fundas de almohada. No estaba decidida a tirarlo abajo dos pisos. Él nunca se lo perdonaría, y tendría suerte si en vez de aterrizar en sus pies, probablemente terminaría aterrizando en su gran cabeza. Había atado las sábanas entre sí y atándolas fuertemente a la pata de la cama, dándole suficiente espacio para deslizarse hacia abajo a una caída de cuatro pies por debajo del extremo de la sábana. El Sr. Sabelotodo había cerrado la puerta de su dormitorio, pero se había olvidado de las ventanas, ella soltó una risita. Mason suspiró su pequeño aliento de aburrimiento mientras ella deslizaba la bolsa por su espalda y se arrastraba sobre el alféizar de la ventana. Agarrando la sábana, se deslizó con cuidado por ella, hasta que se vio obligada a dejar de lado el material y dejarse caer la distancia final. Aterrizó con facilidad y sonrió en señal de triunfo. No tenía idea de dónde estaba, pero lo averiguaría lo suficientemente rápido. Había un camino que conducía a la casa, y los caminos siempre llevaban a malditos lugares. Podría tomarle un tiempo para salir de allí, pero al menos era libre. Sin el acento sexy de Lucas Jardin, sin el calor que emanaba de su gran cuerpo y su sonrisa sexy. Libre de la tentación que los dos años de fantasías sexuales habían causado.

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Moviéndose rápidamente corrió a través del difícil terreno plano, manteniendo la carretera a la vista, pero permaneciendo a una prudente distancia de ella. Sí por casualidad veía que no estaba y que se había ido, probablemente comenzaría a buscarla primero en el camino. Melina se aseguraría de no ser una fugitiva estúpida. Iba a tener éxito. Bueno, se había preguntado cuánto tiempo le llevaría realizar su primer intento de fuga. Luc rió, divertido mientras veía las sábanas atadas entre sí que salían de la ventana al patio después. Su pequeña cautiva había salido de su jaula, y en vez de la furia que se esperaba tener, sintió el aumento de anticipación en su lugar. Lo intrigaba. Demonios si no lo hacía. No esperaba que lo tocara, divirtiera o intrigara, pero lo hacía. Y maldito si la idea de perseguirla no le estaba dando una erección como ninguna otra que hubiera tenido antes. Sacudiendo la cabeza ante los fenómenos se fue de nuevo a su habitación, recogió el rifle y le ordenó a Wolf que lo siguiera. El híbrido de lobo sería un infierno de sorpresa cuando se las arreglará para rastrearla. Wolf no se la comería ni al gato, pero le daría una idea de lo que le podría estar esperando cuando vagara por el paisaje del este de Texas sola. Wolf lo siguió pisándole los talones mientras se movía por la casa y salían al patio trasero. Usando la pequeña linterna que llevaba, verificó las huellas bajo la sábana y estimó que tenía una buena ventaja de treinta minutos. No lo suficiente para hacer algo. Sacudiendo la cabeza mientras su risa se ahogaba, Luc cortó una gran franja de la sábana y se la bajó a Wolf para que consiguiera darle una buena aspirada. ―Encuentra a nuestra chica, Wolf―dijo en voz baja mientras sonreía con anticipación―. Estaré justo detrás de ti. ¿Qué le pasaba? Luc meneó la cabeza mientras salía tras el animal. No había una oportunidad en el infierno que ella no fuera María, pero las cosas no estaban sumando. Era una adicta a las drogas, mimada niña rica que estaba teniendo en cautividad. Pero no había pistas de agujas en su brazo, su piel era cremosa y suave como la seda, en lugar de cetrina y pálida como la recordaba, dos años antes. Sus ojos eran de un verde intenso y oscuro, su cuerpo exuberante y bonito con el aroma más intrigante de calor y mujer que hubiera olido nunca. Le hacía preguntarse constantemente qué dulce vagina tendría. Y todos esos rizos encantadores rojos-dorado que caían alrededor de su cara como de duendecillo... Era suficiente para hacerle la boca agua a un hombre. Por no hablar de lo que le hacía a su pene. No pasó mucho tiempo antes que los aullidos de Wolf alertaran a Luc sobre el hecho de que había encontrado a la pequeña fugitiva. Luc lo alcanzó, corriendo en dirección de los sonidos excitados del Wolf mientras cuidadosamente conducía a María hacia él. Se rió entre dientes cuando finalmente escuchó su voz, gruesa, con miedo y valentía mientras Wolf rompía a la zaga.

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― ¿Crees qué no sé que te envió? ―Espetó a Wolf mientras él juguetonamente se abalanzaba hacia el saco que llevaba delante de ella. Probablemente era el condenado gato―. Y no, no puedes tener a Mason. ―Sí, el condenado gato. Mason lloró de miedo y se podía escuchar desde dentro de su prisión de tela. ―Vete, tú criatura pulgosa. ―Podía escuchar la amenaza de las lágrimas en su voz mientras observaba su intento de reanudar en la dirección en la que había partido. Wolf no se lo negaría, sin embargo. Le mordió los pies, causando que un chillido de indignación llenara la noche del desierto. ―Me muerdes y te lo prometo, tu amo se quedará calvo la próxima vez que lo vea. Estúpido cretino. Aléjate de mí. Tenía la parte de atrás de su camisa en la boca, arrastrándola de regreso, haciendo caso omiso de los golpes desesperados en su cabeza mientras tiraba de ella. Luc se apartó y observó. Maldita sea, era adorable. Ella llamó a Wolf con todos nombres desagradables que pudo, pero a medida que cada minuto pasaba se podía oír la sombra de la risa engrosando su voz mientras Wolf jugaba con ella. Wolf gruñía mientras tiraba de su camisa, como una advertencia profunda, como un rumor que no era amenazante de ninguna forma tal y como Luc esperaba que hubiera sido. Wolf normalmente tomaba sus funciones un poco más en serio. Se suponía que debía asustar, no jugar con ella. ―No volveré allí. ―Estaba tensa contra el animal tirando―. Ahora déjame ir. La camisa se rasgó, pero Wolf no iba a ser disuadido. La agarró de una pierna y tiró de sus pantalones drásticamente, enviándola al suelo, apoyándose en su bonito trasero. Luc espero que ella se levantara, luchara, con rabia, pero vio cómo se limitó a suspirar con cansancio. ―Maldita sea. Mataré a María ―la oyó murmurar―. Juro por Dios, que en la primera oportunidad que tenga, la mataré. Hubo un profundo suspiro de resignación antes de que ella apoyara la cabeza sobre sus rodillas en alto. Estaba respirando pesadamente mientras Wolf la observaba con curiosidad canina antes de volver a Luc como guía. Luc la observaba con curiosidad. Tenía que ser consciente de que estaba allí, pero sus palabras susurradas todavía le molestaban más de lo que quería admitir. Él sabía que María era resbaladiza, tenía que haber sido un dulce para haber podido salir de tantos problemas con los años. Los informes que había visto de sus varias comparecencias ante el tribunal eran sorprendentes. Ella podría influir mejor en un juez que el abogado defensor más logrado. Se había alejado más de una vez con una palmada en la muñeca y un regaño en lugar de la cárcel que debería haber recibido.

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No podía culpar a los jueces o los fiscales demasiado, sin embargo, porque en ese momento, él quería creer todas las excusas de su boca. Y esa idea no le gustaba mucho en absoluto. Mason maulló lastimeramente desde lo que parecía ser una funda de almohada convertida en algún tipo de arnés. ―Cállate, Mason ―murmuró―. Si te dejo ir te convertirás en comida para perros. ¿Es eso lo que realmente quieres? Ella estaba tranquila ahora. Como si supiera que no iba a hacerle ningún bien luchar por más tiempo. Estaba conservando su fuerza, pensó él con sorpresa. Tan excitado como estaba en ese momento, podría ser lo más sensato para ella. Estaba tan condenadamente duro que si se las arreglaba para meterla en una cama, pasaría un largo tiempo antes de que ella saliera de allí. Sacudiendo la cabeza, Luc caminó hacia ella, con la mirada fija en la masa de rizos color rojo-dorado que fue atada detrás de su cuello, y revelaba claramente la perfección de su perfil. Dudó en tocarla. Más bien, se detuvo a centímetros de sus pies y la miró con lo que esperaba fuera una expresión amenazadora. No quería que viera lo fácilmente que se ablandaba con ella. O lo mucho que la deseaba. Se estaba convirtiendo en un hambre. En una necesidad. En poco más de unos pocos días había fijado sus sentidos en el fuego, y a pesar de la confusión, se encontró que tenía poca resistencia en su contra. ― ¿Estás lista para volver? ―Le preguntó con severidad, al presionar sus labios con fuerza para calmar la sonrisa que quería filtrarse entre ellos. ―No realmente. ―La ira ataba su tono mientras mantenía el rostro enterrado entre sus rodillas. Tenía que estar agotada. A pesar de sus mejores intentos de parecer como si no limpiara la casa, varias de las condenadas habitaciones cercanas brillaban. Él no podía entenderlo. Cuando había indicado por primera vez los productos de limpieza que había comprado, ella había levantado su labio con desprecio. Pero en cada habitación a la que la había arrastrado, la mejora fue casi inmediata. Luc dobló las rodillas, bajando hasta que pudo mirar sus ojos una vez que ella se dignara mirar hacia arriba. Se había quedado quieta, negándose a levantar la cabeza. ―Proclamaste tu inocencia casi de manera convincente el otro día ―dijo en voz baja―. Entonces, haces exactamente lo que habría esperado de María. Sólo una chica culpable escapa de su castigo, Catarina. No eres una mujer inocente. ―Oh Dios, el mundo se ha vuelto loco. ―Su risa fue afilada con incredulidad mientras cambiaba al gato a su lado y se tendía sobre su espalda, mirando al terciopelo negro del cielo estrellado―. ¿Incluso escucha lo que dice? ―Parecía demandarle a los cielos―. Un loco me ha secuestrado. Ten

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piedad, por favor ―rogó ella con una paciencia exagerada antes de devolverle la mirada con ojos brillantes―. ¿Qué pasa con las personas inocentes? ¿No tienen ningún deseo de limpiar la suciedad? Luc la miraba con curiosidad, igual que Wolf. El animal estaba un poco más adelante al respecto, sin embargo. Se deslizó cerca de ella, empujando su cuello con su nariz antes de ladrar más exigente en su oído. Mason gritó lastimeramente en el saco que había caído a su lado. Ella cerró los ojos con fuerza antes de moverse lentamente para levantarse. ―La próxima vez, robaré la puta camioneta ―murmuró. Luc sonrió mientras se levantaba y la miraba. ―Tendrías que robar primero las llaves. ¿Quieres saber dónde están? ―Metió su mano en el bolsillo de sus vaqueros y las sacudió en broma. ―Imagínalo. Justo dónde tu maldito cerebro también está ―gruñó ella, regresando a la casa―. Sólo es mi suerte. Mucho músculo, poco cerebro. Esperemos por el bien de tus amantes del pasado que por lo menos ya sepas qué hacer con tu equipo de abajo, porque mi opinión personal es, que eso es todo lo que tienes a tu favor. Luc aún reía. Era divertido. Si hubiera habido algo más que irritación detrás de su tono, entonces probablemente habría estado un poco ofendido. Pero su tono era de broma, aunque un poco abstracto. Ella estaba planeando otra manera de escapar mientras esperaba que le enfadara lo suficiente como para que no se diera cuenta. ―No he tenido quejas ―le aseguró mientras caminaba detrás de ella con cuidado―. Tal vez deberías probarlo por ti misma. Menos que un bufido propio de una dama salió de su boca. ―No, gracias. Estoy tan segura de que piensas que la decisión es difícil, que tendré que rechazar tu encantadora oferta. ―Por ahora ―sonrió. Pero no por mucho tiempo, le prometió. Se detuvo, volviéndose hacia él, y se sorprendió por la mirada helada que le dio, con orgullo y desprecio arrogante llenando su expresión. ―Guarda tu deseo para alguien que se preocupe, Sr. Jardin. Yo no lo hago. Y te aseguro que no deseo tocar lo que mi hermana ya hizo. Por favor sé tan amable como para mantener eso en la mente.

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Su hermana usaba artículos de segunda mano? Era buena, tenía que darle eso. Condenadamente buena. Infiernos, él quería creerle y lo sabía.

Casi una hora más tarde Luc todavía humeaba con la acusación mientras la arrastraba a la casa y hasta su dormitorio. Ella había luchado con él malditamente con cada paso que daba, hasta que la había amenazado con echarla encima de su hombro en su lugar. Su silencio furioso el resto del camino sólo afiló más su ira. Bien. Tal vez ella no sabía realmente lo que se traían entre manos sus amigos hasta el día en que casi lo habían matado a él y a Jack. Parecía bastante inocente. No había ninguna señal de consumo de drogas en ella y era un infierno más enérgica de lo que nunca hubiera esperado. Podía hacer que se sintiera como fango con una mirada de esos heridos ojos verdes llenos de sombras, y quería temblar cada vez que se volvía hacia él con acusación. Y era siempre tan propia como una dama. Incluso se movía como una dama. Suave y flexible, jugando y tentándolo de maneras que no hubiera imaginado que podría. Era una mujerzuela con clase, eso era lo que era. Se movía con gracia y con un porte real cuando la había estado observando, incluso cuando él no quería. Pero no tenía que mentirle acerca de quién era. Todo lo que tenía que hacer era decir la verdad. La estupidez era perdonable, la mentira no. Odiaba a los mentirosos. Y ella no le tenía que decir que era usuario de segunda cuando ni siquiera habían tenido la oportunidad de follar. Sin embargo, eso podría cambiar rápidamente, pensó mientras se dirigía a su dormitorio. Estaba en fuego líquido por ella. Menos de una semana en su presencia y su pene estaba como hierro caliente en sus pantalones, tan dispuesto a follar que podía sentir la infiltración de su pre-eyaculación colgando de su ojo rasgado. ―Este no es mi cuarto. ―Finalmente gritó con furia mientras la empujaba en su habitación y cerraba la puerta detrás de él. La tensión, gruesa y caliente, llenaba el aire. Su cuerpo estaba duro y primitivo y ella era suave, él sabía que sería tan condenadamente dulce al gusto que lo enviaría sobre el borde de su control.

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Ella se veía más como una niña- mujer asustada que una mujer seductora, a pesar de que mientras se volvía hacia él, sus ojos estaban abiertos, tenía su rostro pálido y los puños apretados a su lado. Tan inocente. Maldición. Ella había chupado su pene como una profesional y ahora actuaba como una virgen agraviada. ―No. No lo es. ―Él estuvo de acuerdo con frialdad mientras luchaba por quitarle a su gato y poner en libertad al pequeño felino atormentado. Por sus esfuerzos, el pequeño demonio negro le dio un golpe un segundo antes de desaparecer debajo de su cama. Lo habría perseguido si Catarina no hubiera decidido entonces hacer una carrera a la puerta. La mujer merecía una medalla por su pura terquedad. La agarró del brazo, tirando de ella rápidamente para detenerla antes de empujarla a la cama. Si él tenía sus manos en ella más de un segundo temía perder toda la apariencia de su control. Se moría por tener sus exuberantes labios, su rosa dulce en un beso y ver si sabía tan caliente y excitante como él sabía que estaría. ―Ya que no puedo confiar en ti para dejarte sola, te quedarás donde pueda mantener un ojo sobre ti ―le espetó mientras tiraba de las mantas de la cama con dosel, luchando contra su hambre―. Ahora desnúdate. Se volvió hacia ella mientras sus ojos se abrían con indignación en un shock. ―No lo haré. Ella debería estar en un escenario, pensó con furia. Hacía de virgen inocente demasiado condenadamente bien. Esta no era la virgen que le había chupado el pene hacía dos años. Esta era una bien entrenada mujer con experiencia que se había tragado hasta la última gota de su semen escupida en su boca. ―Detén la condenada actuación ―gruñó a su vez―. Estoy cansado y no tengo el estado de ánimo para tus pequeñas y puntiagudas protestas de inocencia. Quítate la maldita ropa y métete a la cama antes de que te la haga jirones sobre ti. Sus dedos se apretaron con la necesidad de hacer eso, después arrancarse la suya y hundir su pene lo más fuerte y más profundo en su vagina como pudiera. Podía sentir la sangre surgiendo a través de sus venas al pensar en ella. Sosteniéndola bajo él, escuchándola gritar su nombre, con sus caderas bombeando debajo de él mientras la follaba con desafío. ― ¿Agregarás violación a tus crímenes ahora? ―Se burló, sorprendiéndolo―. Luc, seguramente no hay suficientes mujeres tontas por aquí para cuidar de los vaqueros estúpidos en celo. ¿O hay que esperar por una temporada, igual que con los otros animales? Luc se aferró a su control con cuidado. No podía culparla por estar enojada, por golpearlo con furia. Pero estaría condenado si le permitía empujarlo mucho más allá. Más allá de lo que él sentía que su

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temperamento le permitía. Y eso lo sorprendió. Ninguna mujer había tocado nunca centros tan oscuros en su interior. El deseo lo inquietaba, con un hambre que había estado siempre atento a mantener oculto. Ella estaba haciendo más que tentar ese pulsante dolor central, sin embargo, lo estaba poniendo más hambriento, hirviendo. Conmovía un lado de él que incluso él no se fiaba. ―Tienes un minuto para desnudarte y meterte en la cama. ―gruñó en voz baja. Incluso Wolf, que los había seguido a la habitación, lo miró preocupado cuando usó ese tono de voz. ―A partir de ahora. Melina sintió un temor repentino envolverse de sus sentidos. Su tono de voz era oscuro, peligroso, pero el repentino cambio del color de sus ojos lo era aún más. Se oscurecieron, se hicieron casi salvajes con intensidad y la hizo de repente pensar otra vez en la creencia que se había formado que Luc Jardin no era de ninguna manera seguro. No la había herido, sin embargo, se recordó. No le haría daño ahora. Pero, maldita sea, si no era difícil luchar con su miedo. Sintió el sudor en puntos en su frente mientras la miraba, sintió el hambre despierta saltando de él para envolverse a su alrededor. Trenzándose, imágenes de pesadilla de dolor y crueles manos tocando su cuerpo, entonces tocando ahora su mente. Luchó contra la necesidad instintiva de confiar en él. De creer en las visiones de fantasía que había tenido de él desde su primer encuentro. ―Por favor... ―Ella se apartó de él―. No lo haré de nuevo. Seré buena. ―Casi se estremeció ante las palabras apresuradas que de pronto volaron de sus labios. Maldita sea, no era una niña. Ella tragó con fuerza, estabilizó su voz y le susurró―. Luc, no lo hagas. No había piedad en su expresión. En todo caso, pareció más fuerte, más decidido que nunca. La tensión engrosaba la habitación. Se hacía fuerte con su tensión sexual, con su miedo. ―Desnúdate. ―Ella se estremeció cuando su voz se endureció. Wolf, que estaba en la esquina de la habitación se quejó con confusión. Ella no lo haría. Melina enderezó los hombros, sabiendo que perdería la lucha por venir, pero no quería dejar de luchar. Se estremeció ante la idea de cómo podría desafiarlo, sin embargo, se había calmado una vez antes, y quiso gritar con furia. Melina retuvo sus gritos. Tendría la energía para eso más tarde, se temía. Retrocedió alejándose de él, mirándolo con cuidado mientras luchaba por respirar. Podía sentir el latido de su corazón duro en su pecho, la sangre golpeando a través de sus venas y el sudor frío que cubría su cuerpo. Odiaba el miedo. Odiaba la debilidad que traía y la sensación de vulnerabilidad que parecía intensificarse aún más. ―No. ―Ella se apoderó de la parte frontal de su camiseta en defensa mientras lo desafiaba. No era un hombre que recibiría un desafío con facilidad.

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Habían ido primero por su camiseta, durante esa noche de horror y dolor. Se la habían arrancado de su cuerpo y luego los pantalones sueltos de sus caderas mientras ella luchaba por cubrirse. Cada vez que ella decía que no, los golpes habían crecido sólo para ser peores. Pero no se había detenido, no hasta que perdió el conocimiento, no hasta que el dolor se había convertido en algo tan grande que sabía que la muerte había venido a su rescate. Pero no fue así. Había vivido. Y ahora vivía también con los recuerdos. Vomitaría. Podía sentir su estómago turbulento, sentir el miedo pasar por ella mientras le devolvía la mirada a su expresión pétrea. Era una pesadilla a la que no estaba segura de poder sobrevivir. Él dio un paso hacia ella y Melina saltó hacia atrás, apenas consciente del gemido que escapó de su garganta, o que de repente Wolf lanzó un gruñido suave. Pero Luc se detuvo. Sus penetrantes ojos fueron al animal en el lado de la habitación, antes de pasar lentamente a ella. Melina tragó con fuerza, obligando a su bilis a subir a su garganta. Luc era alto, fuerte. Más fuerte que cualquier hombre que ella hubiera conocido. Si se trataba de fuerza... ―Catarina, no te haré daño ―de repente sopló con cansancio, aunque su mirada era demasiado intensa, con demasiado conocimiento ahora para que encontrara algún consuelo. Él se movió a su cómoda en lugar de a ella y sacó una camiseta oscura. ―Lleva esto al baño y cámbiate. Dormirás en esta cama. Conmigo. Ni siquiera tengas ninguna duda de eso. Pero nunca obtendría nada de ti que no me dieras con gusto. Ella estaba temblando. Melina no se había dado cuenta de lo mucho que estaba temblando hasta que oyó sus dientes castañear mientras se acercaba. Se mordió el labio, luchando contra la necesidad de correr, de huir a medida que avanzaba. Ella no podía gritar, no podía confiar en sí misma para pronunciar una sola palabra, temerosa de que si lo hacía, los recuerdos con los que había luchado tan duro por mantener contenidos salieran como ácido amargo, llenándolos de cicatrices a ambos. ―Aquí. ―Él presionó la camiseta en ella después le acarició la mejilla mientras se estremecía alejándose de él―. Prepárate para ir a la cama, Catarina. Ahora. Ella tomó la camisa. ―Mi pijama ―susurró mientras luchaba para hablar sin tartamudear―. ¿Me conseguirías un par? En mi habitación. Los botones de lana le proporcionarían una protección mucho más segura, y estaría más alerta si decidía cambiar de opinión. Necesitaba la confianza más de lo que necesitaba algo ahora mismo. ―No, Catarina. ―Él sacudió la cabeza, haciendo que su pecho se apretara con temor―. Debes aprender a entender que no te haré daño. Empezaremos esta noche. Sin pantalones. Ahora ve a cambiarte. Tienes cinco minutos, y ni un minuto más.

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Lo miró, sintiendo que la crisis había pasado, aunque su mente se negaba a aceptarlo. Él parecía rodearla, ocupando todo el aire de la habitación, toda la libertad de movimiento. Bordeando a su alrededor, observándolo atentamente, se movió al santuario tenue del cuarto de baño y esperó a que la puerta se cerrara. Necesitaba tiempo para calmar las oscuras sombras que la perseguía a través de su mente, tiempo para reparar el control frágil que se había destruido con tanta facilidad.

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staba temblando. Luc miró sus manos como si le pertenecieran a alguien más, pensando en el temblor que se extendía. La sospecha corría a través de él como una marejada, y no le gustaron las conclusiones a las que llego.

Catarina era como una luz, fluida y brillante si estaba disgustada o burlona y caliente como un maldito petardo. Hasta que él dejó su disgusto cocinándose a fuego lento en la superficie. Hasta que se había dado cuenta que ella había estado en su cama ―desnuda a su merced―. Y el terror la había inundado. Y había una razón para tal miedo. ¿Habría sido violada? Claro que sí. Sacudió la cabeza, peleando con la rabia que empezaba a quemarle el pecho. No había otra razón. Ninguna otra razón para explicar su reacción hacia él. Si no hubiera sido por Wolf. Temía que hubiera perdido el terror en sus ojos mientras luchaba en aquel desafío. Él había visto su belleza, la repentina excitación por ella. Pero solo bajo el gruñido de advertencia de Wolf él había entendido la verdadera causa de su desesperación. El animal había sentido lo que él fue un estúpido de olvidar. ―Mierda. ―Suspiró mientras pasaba sus dedos, inquieto, por el pelo. Su excitación se cerró de golpe, en un minuto se dio cuenta de cómo ella realmente estaba asustada. Conoció el miedo que no había visto en sus confrontaciones dos años antes. Entonces no había habido miedo, solo ira. Y algo que no tenía sentido, solo confusión. Ahora lo recordaba. Ella había estado confusa, cautelosa pero resignada. ¿Qué diablos estaba pasando? Joe no le mentiría, estaba seguro. Había pasado mucho tiempo con el hombre como para saber que él no sería peligroso con su hermana de buena gana. Y seguro como un demonio que no pondría a su hermana inocente en la línea de fuego. Se trasladó rápidamente con sus pies hasta el pomo de la puerta y minutos después lentamente se abrió. Ella salió del baño, sus hombros estaban rectos, su cabeza recta mirándolo, vestida con su camisa. Maldita sea. Él envidiaba esa camisa de una forma que no podría nombrar. Caía sobre sus pechos deliciosos y terminaba a la mitad del muslo. Sus piernas eran bien proporcionadas, tonificadas y tan tentadoras que podría haber pasado horas tocándolas. Sin embargo, sus ojos verdes ardieron. Chispeaban de fuego e ira, y restos de su miedo.

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―Wolf, déjala allí. ―Le ordenó al perro mientras miraba a Catarina cuidadosamente―. Vete a la cama, estoy cansado hasta los huesos y no siento que quiera pelear contigo nunca más, Cat. Hablaremos en la mañana. ―Me voy a casa por la mañana. ―Ella estaba quieta―. Y mi nombre es Melina, no Catarina ni Cat, ni María. Soy Melina. Luc suspiró. ―Estas actuando más como aquel maldito gato mimado que cualquier otra cosa. Y mañana no vas a ir a ningún lado. Ahora métete en la cama antes de que yo tenga que hacerlo por ti. No estoy de humor para teatros ni temperamentos. Ya he tenido suficiente por hoy. Se fue al cuarto de baño antes de hacer algo estúpido. Algo como tomarla entre sus brazos, pegarla a su pecho y jurarle que nadie más la iba a herir, que nunca iba a dejar que nadie más la hiriera. Haciendo promesas que sabía ella no le creería. Cuando cerró la puerta del cuarto de baño se encontró con algo alarmante, un escalofriante descubrimiento. Él estaba empezando a cuidar de ella, y eso no lo haría. Él no podría esforzarse en cuidar a esta pequeña gatita salvaje. Y sobrevivir con su corazón intacto. Pero, diablos si no había ya pasado. Sacudiéndose la cabeza de su propia locura se preparó para ir a la cama. Se despojó de sus pertenencias, se lavó el polvo de la cara, manos y brazos, se lavó rápidamente los dientes. El cansancio lo arrastró, así como la excitación, y se maravilló de la cordura que tenía, teniéndola en su cama. Él podría haber puesto a Wolf para protegerla. En realidad había considerado lo que estaba haciendo cuando vio como el Wolf jugaba con ella en lugar de mostrar agresividad y haberle dado la espalda. Ella había hechizado al animal. Jack lo llamaba la bestia diabólica y Luc pensaba sí debía creerle y hacer cualquier cosa para rendirse a sus pies. Resopló ante aquel pensamiento mientras se giraba y apagaba la luz y salía del cuarto de baño. Wolf no era el único que pensaba en rendirse a sus pies. Ella estaba en la cama, cerca de la orilla como si su vida dependiera de ello. Se detuvo junto a sus hombros mientras ella yacía a su lado, dándole la espalda. Cuando el entró en la cama, fue cuidadoso de mantener la sabana superior por debajo de su cuerpo y usar la confortable soledad como abrigo. Apagó la luz y se acomodó en la cama, resignándose a una miserable noche. Durante un largo tiempo el silencio inundó la oscura habitación mientras luchaba contra cada instinto de su cuerpo para no voltearse hacia ella. La necesitaba desesperadamente, tanto como necesitaba el aire. Su polla latía, volviéndolo loco por las ganas de follar, de tocarla con cada pulgada de su ser. Al final suspiró. Podía sentir que la desconfianza se extendía entre ellos. Los nervios que invadían su cuerpo y lo mantenían rígido y no le facilitaban el sueño.

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―Yo no te lastimaría, lo sabes. Le susurró finalmente―. Podría patearte ese tentador trasero si no me obedeces, pero no voy a hacerte daño Catarina. ―Tú no tienes derecho a retenerme aquí Luc. ―Contestó ella finalmente. Se quedó pensando con un hilo de pesar en su voz, era casi oculto, cuidadosamente se giró, pero el persistente eco de sus ojos lo estrechaba. ― ¿Prefieres la cárcel, Cat? ―Le preguntó finalmente. Él no podía imaginarla en prisión, su pasión y energía restringidas. Las huellas de vulnerabilidad que había visto en ella para siempre destruidas. Ella era muy suave y delicada para ese ambiente. El silencio recibió su pregunta, y aunque no hizo ningún sonido, él podía sentir la tristeza que parecía envolverla como la manta a la cama. Se dio la vuelta mientras miraba la caída de sus rizos de fuego sobre la almohada y su espalda. ―No. ―Suspiró ella finalmente. Y el sonido de su voz lo confundió, estaba lleno de dolor, de rabia sofocada, mientras respiraba temblando. ―La prisión no es preferible.

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―Bien ahora, no eres acaso la cosa más bonita… ―era el sonido de una voz femenina ronca, una voz gruesa. Melina abrió los ojos y miró alrededor con horror.

¿A dónde se habían ido los guardias? Se suponía que debían estar afuera de las celdas. Su puerta se suponía debía estar cerrada todo el tiempo. Se suponía que no iba a ser hostigada otra vez. No después de la última vez. El guardián lo había prometido. ― ¿Por qué estás aquí? ―Trató de sentarse en la cama, por alguna razón se puso en posición de

defensa, pero no había a donde ir. Encima de ella había otra celda, no había salida, ninguna forma de protegerse. Santo Dios, ¿dónde estaba Joe? Su secretaria había dicho que él vendría por ella, que la iba a sacar de allí. ¿Por qué no había ido aun? Su pecho se llenó de pánico, hizo que su estómago se agitara de miedo y un sudor frio empezó a cubrir su cuerpo. Por un momento, sólo por un momento, la imagen de Luc Jardin pasó por su cabeza. Él había asegurado que su hermana María recibiría una condena en el centro de detención. Luc Jardin, quien había ido a casa de sus padres con la furia palpitando por cada centímetro de su cuerpo mientras la miraba a los ojos pensando que era María y juraba que ella pagaría. Él juro que iba a hacer que pasara el mayor tiempo posible encarcelada. Pero fue su hermana, su fría y engañosa hermana, quien hizo que la encerraran en ese lugar. No Luc. El atractivo y fuerte Luc. ¡Oh Dios! Ella iba a morir, pensaba. Ella iba a morir y nunca tendría la oportunidad de, como había jurado, hacer que su hermana pagara por lo le hizo a él. Iba a morir a manos de un violador de mujeres que la miraba desde atrás fijamente. ―Pensé que ibas a alejarte de nosotros, ¿no era así cosita bonita?

Bertha Saks era una mujer imponente, constituida como un hombre con el pelo negro largo y ojos almendrados. Sus labios se torcían en una mueca como los de tres reclusos hacinados en la sala. ―Vamos a ver si podemos enseñarte qué es mejor que correr a acusar al agradable director, la

próxima vez yo decido, quiero un pequeño beso de esos dulces labios. Se echó a reír

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―No te preocupes dulzura, solo duele si peleas.

Melina se estremeció de disgusto. El solo pensamiento de darle aquella mujer lo que ella quería casi hizo que vomitara. ―Déjame sola. Trató de que su voz sonara razonablemente firme.―Tú no quieres hacer esto. Mi

familia puede ayudarte… Un asomo de sonrisa se dibujó en sus labios ― ¿Tu familia? Se burló. ―Querida ¿no te has dado cuenta aún? Tú no tienes familia, ellos te

dejaron sola a mi delicada merced. Y yo puedo ser delicada dulzura. Sólo échate hacia atrás y abre esas lindas piernas y yo te mostrare que tan delicada puedo ser. Melina se corrió hacia la esquina de la litera, encogiendo sus piernas enfrente de ella, temblando, sabiendo que no había forma de escapar y la otra mujer lo sabía. No había guardias, no se escuchaba ningún sonido afuera de la celda. Sólo estaba el sonido de los latidos de su propio corazón en sus oídos. ― ¡No lo voy a hacer! Tragó saliva con fuerza. ―Oh lo harás, perra. Le aseguro. Antes de esta noche habrás hecho eso y más. ―Oh Dios no.

Melina intentó escapar de las manos que repentinamente trataban de agarrarla. Manos que arrancaron sus prendas de vestir, que rasgaron su túnica barata y sus pantalones de algodón de su cuerpo. ―Ahora colabora, dulzura.

El eco de la risa de Bertha se escuchó alrededor. ―Oh que lindas y pequeñas tetas. De seguro saben tan bien como se ven.

Unas manos crueles le extendieron los brazos sobre su cabeza mientras Bertha bajaba sus dedos en forma de garras por sus pechos. Enfurecida y aterrada como nunca había estado en su vida comenzó a luchar. Sus manos estaban sujetadas pero sus piernas no. Ella comenzó a golpearla con fuerza en la parte media y la envió por encima de la cama junto a los hombres que la trataban de sujetar. Maldiciones de Bertha se escucharon en la sala un segundo antes de que el dolor la alcanzara. Un puño pesado había caído sobre su indefensa cintura. Su cuerpo se contrajo con un grito agónico y su estómago comenzó a luchar contra el dolor. ― ¡Déjenla ir! Ordenó Bertha con furia.

Antes de que pudiera recobrar las fuerzas la otra mujer ya estaba tendida en la cama junto a ella, mirándola fijamente con una sonrisa malévola.

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―No bebé, tú me dejaras tomarte y te va a gustar o si no te hace sentir un horrible dolor antes de que

respires el último aliento. Luchando por respirar Melina le devolvió la mirada viendo su propia muerte en esos ojos. Débil se burló en la cara de la otra mujer. ―Prefiero morir…

El siguiente golpe cayó en su estómago y Melina agrandó los ojos del dolor, abrió la boca mientras intentaba tomar aire. Unas manos crueles agarraron sus pechos, unos dedos duros pellizcaron sus delicados pezones mientras se volvía a repetir. Rastros de respiración, lágrimas de agonía bajaban por su rostro. Melina miró a los ojos del infierno y repitió: ―Prefiero morir. ―Entonces muérete, se burló Bertha. Voy a joder con tu frio cuerpo y haré qué lo disfrutes. El grito de Melina hizo que Luc se despertara y automáticamente buscara el arma que guardaba detrás de la cama, antes de que se diera cuenta de que el grito de agonía era parte de un sueño y no de la realidad. Girándose hacia ella la tomó en brazos, su cuerpo estaba flácido y sus ojos vidriosos cuando la miró. Un segundo después empezó a luchar. La lagrimas brotaban de sus ojos mientras gritaba su nombre, sus uñas arañaban sus brazos, su cuerpo temblaba y el sudor brotaba a medida que peleaba contra él. ― ¡Catarina! Gritó su nombre mientras con sus manos luchaba y trataba de alejarse de sus agresiones. La sacudió con furia―Maldita sea despierta bebé, por favor. ¡Despierta! Sus sollozos eran horribles. Un profundo y desgarrador grito brotó de su garganta y llegó a su alma. ― ¡Oh Dios es un sueño! Se quedó sin aliento en su pecho y como un gato de repente saltó de la cama, llorando, sus felinos sollozos destrozaban los nervios de Luc. ―Déjame ir. ―Ella empujó contra él, apenas hablaba por las lágrimas, apenas si funcionaba por los estremecimientos que atravesaban por su cuerpo―. Déjame ir. La soltó lentamente, mirando el estado de shock en el que se encontraba, ella agarro al gato gordo y lo sostuvo en sus brazos. El gato hundió su cara en su cuello y maulló aliviado. Sus ojos felinos y brillantes le devolvieron la mirada con un cansancio sombrío que le hizo sacudir la cabeza del shock. El maldito gato maullaba, un sonido bajo y suave, mientras Melina temblaba y sus brazos sostenían al animal, su piel absorbía el terror y el sollozo cada vez era más débil. ―Catarina. ―Quería tocarla, necesitaba tocarla. Dios lo ayudara pero el sonido de sus sollozos estaba quebrándole el poco corazón que le quedaba.―Cariño, vas a enfermarte si sigues llorando así.

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―Vete. ―Ella estaba casi por vomitar mientras luchaba por respirar.―Déjame sola. Sólo déjame sola. Como un demonio. Él se acercó y llevó sus brazos alrededor de su cuerpo a pesar de la rigidez en la que ella se encontraba. ― ¿Crees que apretando a ese gato como sí se te acabara la vida vas a sentirte mejor, Catarina? ―Le preguntó con dureza―. Eso no es lo que necesitas y ambos lo sabemos. Ella temblaba contra él. Luc deslizó una de sus manos por su brazo y cubrió la de ella con suavidad. ―Vamos nena. Vamos a enviar a los demonios a donde deben estar. ―Se inclinó para ver su rostro empapado de lágrimas, sorprendido porque ella ya no estaba luchando con él. Su mirada estaba llena de dolor, eso le desgarró el corazón―. Está bien nena. ―Bajo la cabeza y le seco las lágrimas saladas que caían de sus ojos por sobre sus mejillas―. Vamos déjame abrazarte, eso es todo. Solo abrazarte. Ella soltó al gato lentamente, dejándolo a ver si se iba o se quedaba. Luc lo empujó recordándose que debía comprarle su propio atún, por la comodidad de la que ellos gozaban antes claro está. Catarina se olvidó muy rápido del gato como para que este fuera más que un hábito. La consoló. El gato era frío y distante en cualquier otro momento. Sólo vino por sus gritos. ―Vamos ―Luc la atrajo más hacia él, detestando los temblores que azotaban su cuerpo.―Está bien. ―Sus labios tocaron los de ella. Suavemente, con dulzura. ―Luc. ―Dijo por fin en voz baja. Respiró profundo y le devolvió la mirada mientras su conciencia volvía lentamente―. Lo siento. Lo siento mucho. Ella trato de huir pero él no estaba dispuesto a permitirlo. No le dio tiempo de protestar. Sus labios volvieron a cubrir los suyos con suavidad, su lengua recorrió su boca de terciopelo tratando de borrar su pasado. La sintió. Sintió como sus estremecimientos se iban mientras él movía sus labios suavemente sobre los de ella. Engatusándola, pellizcándolos suavemente, miró con atención a través de sus pestañas mientras lo miraba en la oscuridad. ―Las pesadillas son criaturas repugnantes. ―Murmuró contra sus labios mientras pasaba sus manos suavemente por su espalda, para luego enterrarlas en la masa de rizos que caía desde su cabeza―. Hay que dejarlas atrás y demostrarles que cuando vengan pelearemos suciamente contra ellas. ―Sonrió al ver la confusión en su mirada. Se mordió el labio burlándose ahora por la amenaza de un beso, dejándola en espera, observando. ―Ellas no vienen arrastrándose si saben que algo bueno va a seguir a su acoso. Así que sólo tenemos que luchar suciamente contra ellas ¿eh? ¿Te gusta eso bebé? Tomó su cabeza en sus manos y la bajó de nuevo a la cama, cayendo a su lado, moviéndose lentamente, sin amenazas, sin intensidad, como una seda, con deseo y placer quería calmarla y tentarla.

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―No soy María ―gimió de repente―. No me abraces ni creas que soy María, Luc. El frunció el ceño mientras acariciaba con sus dedos su mejilla. ―Catarina ―le susurró―. Toda suave y elegante como una gatita curiosa y tentadora como el pecado. Ven gatita, déjame mostrarte como ahuyentar tus pesadillas. Ya le demostraría más tarde el temor y el anhelo que había detrás de esa declaración. Ahora, unos labios sensuales e hinchados por el llanto le esperaban. Él quería enrojecerlos con su pasión, que se movieran con hambre debajo de los suyos. Y así fue. Un suave gemido de rendición se escapó de sus labios mientras él los envolvía con los suyos y la volvía a tentar con su lengua. En cuestión de segundos sus brazos le envolvieron los hombros tentativamente y él se relajó en ese abrazo.

Contrólate, se recordó a sí mismo. No podía tomarla. No mientras ella estaba débil por el miedo. Quería calmarla, quería que ella supiera que él podía protegerla. Quería… Dios lo ayudara, necesitaba su confianza. ― ¿Lo ves? Señaló él mientras la atraía hacia su abrazo. ¿Ves? Se ha ido cariño. ―Una sonrisa asomó en sus labios. Sabía que ella podía sentir la tensión sexual que los envolvía. ― ¿Se supone que debo volver a dormir ahora? ―preguntó ella finalmente, su voz era ronca pero afortunadamente no tenía asomo de temor. ―Bueno ―dijo finalmente sin ningún asomo de diversión―. A menos que desees hacerte cargo de mi muerte. De lo contrario te aconsejo que te vayas a dormir rápido porque si no me vería tentado a convencerte de que te encargues de ese asunto. Ella definitivamente lo estaba considerando. Por un segundo su corazón estuvo calmado en espera antes de volver a retumbar a toda marcha dentro de su pecho. Después sus ojos se cerraron pero en su boca había un asomo de sonrisa. ―Estoy durmiendo ―murmuró soñolienta. Luc resopló y se acomodó en su almohada, sosteniéndola contra su pecho, tratando de luchar contra sus propios miedos. Sus gritos me perseguirían para siempre, pensó. ¿Qué diablos le habría sucedido? ―Debes convencerte de eso, nena. ―Beso la parte superior de su cabeza y suspiró cansadamente―. Ahora hay que dormir antes de que mis deseos prevalezcan sobre mi razón y me convenzan de que tú eres capaz de manejar una buena caída a la antigua. Su risa era ahora más relajada mientras su cuerpo se suavizaba contra él.

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―Gracias Luc. ―Dijo en voz baja. ― ¿De qué, nena? Yo no hice otra cosa más que hacerme el duro como una piedra y no mostrar suavidad en mi mirada. Debes sentir pena por mí. Verdadera pena. ―Él exagero su acento. Mientras, disfrutaba de su risa bajo la oscuridad. ―Gracias de todos modos. Ella se acurrucó más cerca de él y suspiró profundamente. En pocos minutos cayó en un profundo sueño y dejó a Luc mirando la oscuridad, con una tristeza en el rostro y una sospecha en su cabeza. Si no estuviera tan seguro de Joe, él habría jurado que no era María después de todo. Pero una cosa estaba clara. Cualquier maldita cosa que estuviera pasando, ella no era la mujer en la que él había creído, ni era la puta que le dio la droga que lo había aturdido. Ella era casi… inocente. Quería sacudir de su cabeza esa imagen. La mujer que le chupaba la polla dos años antes no era inocente, de ninguna forma. Pero curiosamente la mujer que le limpiaba la casa y estaba durmiendo ahora en su cama era precisamente como ella.

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elina hizo lo que pudo para pasar por alto a Luc al día siguiente. No fue la pesadilla lo que la había asustado. Por extraño que pareciera, la había confortado más después de ese episodio. No, ella estaba evitando a Luc porque ese solo acto de consuelo había cambiado el sentido de sus emociones. Lo que fue simple lujuria, el deseo de ese cuerpo tan bueno como el infierno, se estaba convirtiendo en algo que no entendía, algo más profundo, algo más intenso. Algo que era casi aterrador. La había sostenido durante toda la noche. Sus brazos, tan musculosos, fuertes y calientes. Dios, estaba tan caliente. Hizo una pausa mientras cargaba la lavadora con los pantalones vaqueros polvorientos y cerró los ojos mientras pensaba en ello, recordando la sensación de él sosteniéndola. Un escalofrío recorrió por su columna vertebral. Como bandas de acero flexibles vivas, como sus brazos la habían rodeado, envolviéndola y acercándola a su cuerpo. Y su pecho... Suspiró. Era una causa perdida. Era como una de esas tontas mujeres insípidas que cedían a la lujuria. Metió los pantalones vaqueros en la lavadora mientras hacía una mueca pensando en la sola idea. Ya era bastante malo que hubiera sido el felpudo de su familia toda la vida, pero esto era ridículo. Despreciaba las mujeres que se derrumbaban tan condenadamente fácil. ―Pero es sólo por un rato ―murmuró para sus adentros mientras miraba en las profundidades de la lavadora como si en realidad ésta pudiera tener respuestas. Él se daría cuenta de su error pronto. Luc no era un hombre estúpido, sólo uno determinado. Y cuando se diera cuenta de lo que hizo le haría hacer las maletas y la llevaría de regreso a su apartamento vacío y su vida vacía. No es que ella no pudiera encontrar un amante, si quería uno. Era, por desgracia, una cuestión de que sólo quería tener un hombre. Luc. Tonta cobarde, se reprendió. ¿Qué harías si le echaras un vistazo a más de seis pies de sexy vaquero? Adiós, sentido común; hola, hormonas. Cerró la tapa de la lavadora. ―No estoy loca ―murmuró para sus adentros―. Dios, tengo que tener más autocontrol que esto. ―Yo no sé, Cat. Si te empieza a responder, tal vez, me preocuparía si fuera tú.

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Melina dio la vuelta, sus ojos llenos de mortificación, su cuerpo lleno de vergüenza mientras le devolvía la mirada al objeto de su locura. Luc se inclinó casualmente contra el marco de la puerta del baño, sus ojos grises brillando con diversión, una sonrisa casual en sus labios que decían ―cómeme‖. Su labio inferior era tan tentador como el chocolate y ella sabía que su beso era cualquier cosa menos dulce. Sus besos eran calientes y salvajes y destruían todo pensamiento pero quería darse un banquete con ellos. ―Pensé que estabas fuera ―le espetó ella, volviéndose rápidamente para comprobar la ropa en la secadora antes de encenderla con un tirón rápido del interruptor. ―Estaba fuera. ―Ella podía oír el encogimiento de hombros en su voz. Un segundo después lo oyó acercarse. Se puso tensa, aunque su coño comenzó a llorar en verdadera aflicción. Esa parte de su cuerpo no estaba complacido con que se resistiera a follar con él. Realmente no era justo, pensó. Hombres como Luc Jardin en serio debían ser proscritos por el bien de todas las mujeres. Él estaba demasiado cerca. Podía olerlo. Ella enderezó los contenedores de suavizante de tela, detergente para la ropa y varios quitamanchas mientras luchaba contra la carrera que había tomado su corazón, sus pezones endureciéndose. ¿Por qué tenía que haber sido tan condenadamente suave la noche pasada? Si hubiera sido un hijo de puta, se le podría haber resistido, hubiera podido recordarse a sí misma cuán mezquino y totalmente irracional era. ―Cat. ―El pecho de él tocó su espalda mientras ella se tensaba en una larga y dura respiración―. También lo sientes, bebé. Esto sólo no va a desaparecer. Ella negó con la cabeza, negándolo a él, negándoselo a sí misma. ― ¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue sostenerte ayer por la noche? ―le preguntó a ella―. Tus pezones por poco queman agujeros en mi pecho, incluso a través de esa camisa. Apuesto a que tengo las marcas que lo prueban. No pudo parar la sonrisa de ruego que curvó sus labios, pero ella seguía de espaldas a él, temblando, sacudiéndose en respuesta a sus besos en su hombro desnudo. Las mangas de la parte superior de la camisilla no eran ninguna defensa contra él. La falda de gasa que estaba usando le parecía demasiado pesada, demasiado restrictiva. Quería desnudarse ante él. Quería rodar a través de camas, suelos y mesas; y gritar de placer mientras la follaba tan estúpidamente, más de lo que ella quería ―Tengo media hora antes de que un comprador aparezca ―murmuró, con los labios acariciando su piel desnuda una vez más―. Un montón de tiempo, cariño, para mostrarle lo bueno que puede ser.

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Oh, infiernos. Como si él tuviera que decirle algo. Incluso su vientre estaba tensándose. Debía cambiar sus bragas. Y no se atrevía a girarse porque sus pezones estaban a punto de estallar a través de la tela de su camisa, estaban condenadamente duros. Sí, ella estaba en problemas. ―Tengo que limpiar... algo―. Ella giró los ojos ante el chirrido traicionero en su de voz. Tonta imbécil, se acusó a sí misma. ―Mmm. ―El suave murmullo contra su cuello la había estremecido en respuesta. ―Luc, por favor... ― Ella se humedeció los labios repentinamente secos mientras luchaba por aferrarse a su control―. Este no es el más sabio curso de acción. ― ¿Sabes lo sexy que se ve esa pequeña falda? ―Hizo caso omiso de su declaración mientras sus manos se apoderaban de ella, una acariciando su muslo―. Me he negado a mí mismo todo el día, Cat. Date la vuelta, nena, y dime por qué yo no debería enfrentarme a esa débil excusa y empujar mi verga tan profundamente dentro de tu dulce coño como lo pueda conseguir. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿Hay una razón por la que no debería?

Idiota. Ella se giró, abrió la boca para decir... algo, estaba segura, aunque rápidamente se olvidó de ello mientras sus labios cubrían los de ella. La levantó contra su pecho, sus brazos rodeándola, haciendo que ella gimiera con su calidez, la seguridad de estar bien envuelta contra él. Sus labios se abrieron para él, su lengua se reunió con una velocidad y un hambre que sabía que la había sorprendido. Sus manos cogieron su pelo. Todo ese largo, negro y espeso pelo sedoso escondido detrás de su sombrero Stetson. El Stetson fue empujado rápidamente fuera del camino ¿qué diablos le importaba donde había aterrizado? ¿Podrían las yemas de los dedos tener orgasmos? Sus dedos estaban flexionados; las yemas de los dedos cubriéndolos, desordenándolos con placer al sentir las frescas, increíblemente suaves hebras de pelo que repentinamente agarraron. Sus labios se comieron los de ella, pero ella se cenó los suyos a cambio. Duros, profundos besos que tensaban la respiración de su cuerpo y la dejaban a su cargo para que sobreviviera. Su cabeza inclinada, los labios de él inclinados sobre los de ella mientras él gruñía con el beso y la empujaba más lejos ―Luc... ― separó sus labios de él, gritando su nombre con el placer que sentía mientras sentía el frío metal de la lavadora debajo de su trasero desnudo. Las tangas no eran protección. Su cabeza cayó hacia atrás mientras los labios de él se movían por su cuello. Su lengua era un demonio. La lamía mientras sus labios creaban una delicada succión en los puntos sensibles de su columna. Una mano manoseaba debajo de la falda, extendiendo sus muslos, cada vez más cerca del centro caliente de la necesidad que la atormentaba. ―Dios, eres como una llama ―gimió mientras la otra mano, astuta, diabólica, agarraba el borde de su camisa y la tiraba sobre su pecho hinchado―. Cielo santo ―murmuró con dureza―. Cat, bebé...

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Melina abrió los ojos, mirando su cara enrojecida, lujuriosa y ella juró que casi llegó en ese instante. ¿Alguna vez algún hombre la había mirado con esa hambre y necesidad? Nunca, se contestó a sí misma rápidamente. En ningún momento. ―Mala idea... ― Ella temblaba mientras la mano de él ahuecaba la curva completa de sus senos, raspando con el pulgar sus sensibilizados pezones. Ella no lo iba a hacer parar. ―Buena idea ―refutó―. La mejor maldita idea que has tenido. Sus labios cubrieron el hinchado pico y Melina perdió la última parte del sentido común que pudiera haber tenido mientras el calor de su boca rodeaba el necesitado pezón ¿Podría resistir el placer? Ella se arqueó para él, un fino gemido escapó de sus labios mientras sus dedos se hundían más profundamente en su pelo, acercando su cabeza para que se amamantara de ella más profundamente. Sus piernas se apretaron en sus caderas mientras la jalaba más cerca para moler la dura punta de su polla contra el montículo hinchado de su coño. Ah, Dios, era demasiado bueno. Sus dientes mordisqueaban el pico duro que su boca rodeaba, su lengua azotándolos con fiera demanda antes de que chupara con fuerza una vez más. Ella no podía quedarse quieta. No podía detener a sus manos para que lo acercaran más, sus caderas en movimiento, frotando su coño contra el pedazo caliente de carne que se apretaba contra los vaqueros. Su clítoris estaba hinchado, palpitante, tan dolorosamente sensible que sabía que iba a tomarle muy poco para que su orgasmo explotara. ―Dios. Voy a terminar follándote ciegamente contra esta maldita lavadora ―murmuró mientras se retiraba, a pesar de los intentos de ella de retenerlo. ¿Se suponía que tenía que protestar? Ella se estremeció mientras él empujaba la falda hacia arriba, sus pulgares alrededor de los bordes del elástico de las bragas de encaje. Se estaba muriendo con anticipación, su coño estaba mojado mientras le devolvía la mirada aturdida exactamente adonde se dirigían sus manos. ―Quiero probarte ―susurró él mientras sus dedos profundizaron bajo el elástico lentamente, tirando de él hacia un lado de la otra mano se elevó presionando su espalda hasta que sus hombros tocaron la pared detrás de la lavadora―. Sólo eso, nena. Sólo una probada... Su lengua golpeó la rendija caliente de su coño, enroscándola alrededor de su clítoris a continuación y viajando de regreso sumergiéndose repentinamente en la entrada de su vagina mientras levantaba las piernas de ella sobre sus hombros. ― ¡Oh Dios! ¡Luc! ―La mataría. Ella no tenía la experiencia necesaria para luchar contra esto, no tenía el autocontrol para negarlo―. Mmm. ―El sonido del placer masculino, la sensación de su lengua follándola enteramente era casi suficiente. Estaba llegando, desesperada... oh Dios, estaba tan cerca. Sus manos estaban en el pelo de él de nuevo, sosteniéndolo contra ella mientras él se la comía con tan sensual abandono que perdidamente se iría de cabeza adonde fuera que él estuviera determinado a llevarla. Locura, se imaginaba ella. Inconsciencia completa, hedonista.

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Su lengua era un arma de tortura sensual. Oscilaba dentro y fuera de su vagina, lamiendo la superficie de la hendidura para atormentar su clítoris hinchado, sus labios cubriéndola, succionándola, su lengua raspándola. Estaba a segundos de un orgasmo. Podía sentir cómo se construía en su vientre, sus terminaciones nerviosas se reunían para la explosión que venía. ―Oye Luc, ¿dónde diablos estás? ―Ella se congeló con el sonido de la voz desconocida haciendo eco a través de la casa―. Maldita sea, muchacho, pensé que querías vender los caballos. Luc se echó hacia atrás. Mientras la miraba con sorpresa, Melina sintió que su matriz se contraía en viciosa necesidad ante la vista de sus labios brillando con la prueba de su excitación. ―Mierda ―Su voz estaba brutalmente fuerte a causa de la lujuria, sus ojos casi negros mientras se enderezaba rápidamente. Tiró de la camisa de ella hacia abajo velozmente, luego bajó la falda. Agarró un paño limpio de la rejilla sobre la lavadora y rápidamente se secó la cara, con una expresión triste mientras la miraba. ―Sam August ―murmuró―. Infiernos. Ponte presentable, bebé. Ese es un viejo al que no quieres tentar. ―Bueno, infiernos, no me extraña que no respondieras ―dijo divertido y descaradamente seguro, la voz sonriente era como un chorro de agua helada a las hormonas de Melina. El grande vaquero que enmarcó de repente la puerta era arrolladoramente hermoso. Sus sonrientes ojos azules los miraban, divertido mientras sus labios sensuales se curvaban hacia arriba en respuesta a la maldición de Luc. ― ¿Debo volver más tarde? ―Devuelve tu culo a la cocina hasta que llegue allí ―espetó Luc, frunciendo el ceño ante la mirada sorprendida de Melina. Sam August se rió en voz baja. ―Eso está bien, Luc, Heather tendría mis bolas si incluso lo considero. Haz lo que tengas que hacer y ve hacia allí. La traje conmigo y se impacienta si la hago esperar mucho. Melina miró a los dos hombres con asombro mientras Luc le ayudaba desde la lavadora, cubriéndola con su cuerpo como si tratara de esconderla del otro hombre. ―María Ángeles, ¿no? ―Sam estiró el cuello para ver alrededor de Luc―. Infiernos, hijo, no se ve lo suficientemente fuerte para ser una criminal... El golpe que Melina le dio a Luc en la barbilla fue todo menos débil mientras lo empujaba para pasar y llegar hasta la puerta. La furia la asaltó. Maldito fuera él ida y vuelta ― ¿Qué diablos...? ― Luc la miró con un destello de su propia ira―. ¿Qué fue eso?

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En lugar de contestarle, ella se volvió hacia su amigo. ―María Ángeles, mi culo ―informó a Sam acaloradamente―. Trata con Melina o te quitaré tu cabeza después de habérsela quitado a él. Ahora, perdón que yo voy a tratar de encontrar mi cordura. Estoy segura de que está flotando por aquí en alguna parte. Salió de la lavandería pasando a un sorprendido Sam August, con la cabeza en alto mientras se golpeaba mentalmente por haber creído, sólo por un segundo, de que hubiera la oportunidad en el infierno de que Luc Jardin pudiera sospechar siquiera que había considerado que no era María. Infiernos, le había hablado incluso a sus amigos de ella. Y sólo Dios sabía lo que les había dicho. Idiota, se acusó de nuevo. Y no era como si ella no lo mereciera. Había caído en manos de Luc como la boba tonta que era. Y esta vez, ni siquiera podía culpar de todo a él. Hizo todo excepto rogar por la humillación.

Idiota.

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elina tenía toda la intención de correr escaleras arriba mientras se maldecía a sí misma por su lapsus sin sentido común. Y lo habría hecho, si no hubiera estado a punto de arrollar a la esbelta pelirroja que tenía la cabeza enterrada en las profundidades del casi vacío refrigerador. ―Oh. Hola. ―La otra mujer se enderezó y mostró a Melina una brillante sonrisa antes de mirar atrás al cavernoso interior del aparato―. Estoy convencida de que Jardin es un vampiro. El hombre tiene que existir con algún tipo de alimento, pero nunca veo nada en su refrigerador. ―Ella hizo un gesto hacia el medio galón de leche vacío, algunos frascos de encurtidos y un paquete completo de fiambre. ―Esto se debe a que sus habilidades en la cocina son cero. ―Melina extendió la mano y abrió de golpe el congelador superior para mostrar la multitud de cenas congeladas que mantenía almacenadas allí. ―Oh. ―Su expresión pareció caer mientras ella suspiró con decepción―. Yo sabía que debería haber hecho detener a Sam en la hamburguesería de la ciudad. ―Cerró la puerta y ofreció su mano―. Me llamo Heather August. Tú debes ser la víctima del secuestro de Luc. Tú sabes, que va en contra de las leyes del Consejo de Ginebra mantener a los prisioneros hambrientos. Deberás hacérselo notar a Luc. Melina le estrechó la mano de forma automática mientras miraba de nuevo los graciosos ojos verdes de ella. Heather August no era mucho más alta que Melina. Tenía una sana apariencia saludable, piel cremosa clara con sólo unas pocas pecas en su nariz. Largo pelo rojo, retirado de su cara y atado en una intrincada trenza que caía pasando sus omóplatos, insinuando un temperamento que no estaba a la vista en el momento. Ella estaba vestida con jeans y una blusa holgada de seda azul marino. Tenía las manos apoyadas en las caderas mientras consideraba a Melina con curiosidad. ―Me sorprende cómo todo el mundo lo sabe y sin embargo todavía estoy atrapada aquí. El secuestro está en contra de la ley. ―Melina gruñó mientras se apartaba para dejar entrar a Luc y Sam en la sala. ―Al igual que el tráfico de drogas. ―Replicó Luc al pasar por ella―. Entras a prisión. ¿Te acuerdas?

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Heather se rió en voz baja antes de que Melina pudiera darle una respuesta a Luc. ―Si yo creyera que estás en peligro, me daría una patada en el culo a mí mismo. Pero tengo que admitirlo, tú no eres lo que yo esperaba. Definitivamente no eres del tipo narcotraficante. Melina se volteó los ojos. ―Podría ser porque no soy un narcotraficante. ―Echó a Luc una mirada de odio mientras la seguía hasta la cocina―. ¿Exactamente quién te lo dijo de todos modos? Si la ley se entera de esto en este olvidado... lo que sea... por la mano de Dios, no voy a ser muy feliz. Luc enarcó las cejas burlonamente mientras sus ojos gris oscuro se llenaron de diversión. ―No he visto al sheriff en un par de semanas, en realidad. No llegué a hablarle acerca de ti. ― ¿Por qué simplemente no sacas un maldito anuncio en el periódico? ―explotó Melina temperamentalmente―. Así no tendrías que recordar el decírselo a todo el mundo. Lucas se echó a reír, aunque Sam y Heather parecían mirarla con curiosidad. ―Un anuncio de periódico no es tan rápido como las lenguas de algunas personas moviéndose. ―Sam se echó a reír―. Por suerte para Luc, somos personas confiables. ―Se volvió hacia Luc a continuación―. Vamos a regatear un poco. Tal vez tu mujer tendrá piedad de la mía y preparará algo comestible. Los alimentos congelados te van a matar, muchacho. Melina se cruzó de brazos sobre el pecho y miró a los dos hombres con furia. ―Yo no soy su mujer. Él no me cortejó, me secuestró. ―Los mejores matrimonios en el oeste comenzaron de esa manera. ―Sam se encogió de hombros, y luego se echó a reír cuando el puño de su esposa se posó en su grueso hombro―. Esa es mi señal para irme. ―Se volvió hacia Luc―. Vamos a ir a ver la carne de mi caballo, Luc, antes de meterme en problemas. Melina observó a Luc, con los ojos reduciéndose a medida que él se esforzaba por ocultar su sonrisa y seguir a Sam fuera de la casa. Quería odiarlo, quería echarle la culpa, pero mientras más tiempo pasaba con él, menos esperaba que creyera la verdad de quién era ella. Y eso sólo la puso más loca. A pesar de que la ira estaba dirigida más a sí misma que a Luc. ―Es un hombre duro, pero es un buen hombre. ―La voz de Heather de repente interrumpió sus reflexiones―. Y creo que te tiene un poco más cariño de lo que está dejando ver. Melina suspiró y miró a la otra mujer. ― ¿Tienes hambre? ―Ella no hizo caso de la observación de Heather.

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―No realmente. ―Ella se encogió de hombros―. Me gusta molestarlo sobre eso. Nunca come correctamente. Melina resopló. ―El hombre no puede hervir el agua con seguridad. Afortunadamente, secuestró alguien que sabe cómo cocinar. ¿Qué tal un poco de café y rollos de canela en su lugar? ―Suena muy bien. ¿Puedo hacer algo para ayudar? ―Preguntó Heather Mientras Melina se trasladaba a la máquina de café y empezaba a hacer una tetera fresca ―Los rollos se cocinaron esta mañana y el café no se demora sino unos minutos. ―Melina se encogió de hombros―. Ve y siéntate. Voy a tenerlo listo pronto. El silencio llenó la pequeña habitación de madera mientras Melina preparaba el café, sacaba los pocillos del gabinete y acomodaba los panecillos recién horneados que hizo esa mañana. Sólo le tomó unos minutos preparar el café; durante ese tiempo Melina colocó platillos pequeños, el azúcar y la crema, soportando los ojos entornados de Heather que la contemplaban. Se preguntó por qué Luc le había dicho que ella era su pareja. Por supuesto, tendrían que saber acerca de la parte de María en el tiroteo de dos años antes. Luc parecía estar más cerca del otro hombre, por lo que no tenía ninguna duda de que Sam August sabía de ella. También había habido un atisbo de resentimiento en los ojos del otro hombre cuando la vio. Era educado, un poco burlón, tal vez, pero sabía que estaba preocupado por Luc. Heather parecía más directa, aunque aún no había dicho nada. Se limitó a observar cómo Melina preparaba el café, los vertía en los vasos de gran tamaño y los llevaba a la mesa. ―Tú eres la hermana. ―Dijo Heather finalmente en voz baja―. No eres María. Sorprendida, Melina miró a la otra mujer ―Luc jura que no existe otra hermana. ―Dijo con sarcasmo―. Así que debo estar equivocada. Heather se rió suavemente. ―Yo diría que Luc pasó muy poco tiempo investigando su objetivo. En el momento en que Sam me dijo lo que Luc hizo estuve en el ordenador. Tengo que admitir que me alegro de que no secuestrara a María. Ella hubiera hecho que de seguro fuera a la cárcel por ello. ― ¿Y crees que yo no? ―Melina preguntó con frialdad mientras agitaba el azúcar en su café. Heather inclinó la cabeza hacia un lado y la miró por largo rato. ―No creo que lo quieras hacer. Creo que es más probable que lo folles hasta enloquecer antes que verlo encerrado en prisión.

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Melina podía sentir el calor llenando su cara y supo que se estaba ruborizando de vergüenza y conocimiento. La otra mujer era demasiado perspicaz. ―Soy más propensa a matarlo yo misma. ―Suspiró―. ¿Piensas que puedes ayudarme a convencerlo de que tiene a la mujer equivocada? Heather se reclinó en su silla y la miró en silencio. Melina encontró que aquellos ojos verdes podían estar incómodamente centrados mientras ella la miraba a su vez. ― ¿Por qué no dejas que se ahorque a sí mismo? ―Heather finalmente se encogió de hombros―. Pocas veces he visto sonreír a Luc como lo hizo hoy. Está más relajado, casi feliz. Y no veo que sientas un ardiente deseo de ser libre. Ella estaba demasiado cerca de la verdad. ―Debería estar desesperada por escapar. ―Melina negó con la cabeza ante el conocimiento de eso―. Yo creo que soy un fracaso como una víctima de secuestro. El episodio anterior de la lavadora lo demostró. Ella le habría rogado tomarla ahí mismo y eso hubiera pasado si Sam no hubiera aparecido. Y no lo habría lamentado, pensó. Se habría sentido en la gloria. ―Creo que tal vez tú eres justo lo que él necesita ahora mismo. ―Heather se inclinó de nuevo hacia delante y tomó su taza de café―. Enséñale a cocinar mientras estés aquí. Así tal vez no se matará con cenas congeladas después de que te vayas... es decir, si te deja ir. Melina se preguntó por la sonrisa que jugó en los labios de la otra mujer mientras ella levantaba su taza de café y bebía un sorbo de la bebida caliente. Heather parecía demasiado convencida de que dejarlo no sería una opción. ―Tiene que dejar que me vaya pronto. ―Melina miró por la ventana a su lado, viendo como Luc dirigió uno de los grandes caballos de la granja a Sam para que lo examinara―. Él no me va a mantener aquí para siempre. No importaba lo mucho que deseara que lo hiciera. Por un momento, el choque vibraba a través de su sistema. Esto no era lo que quería, ¿verdad? No era una pregunta que pudiera responder en ese momento. ―Cosas más extrañas han sucedido. ―Heather se encogió de hombros―. Pero lo que será, será. Ahora háblame de tu hermana y cómo diablos llegaste a ser secuestrada en su lugar. Me muero de curiosidad.

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eather y Sam no habían estado mucho rato, pero por el momento los dos hombres habían concluido su visita, Melina sabía que hizo una amistad. No es que Luc pareciera cómodo con la idea, ni tampoco Sam. Pero ambos hombres parecían lo suficientemente inteligentes como para no hacer comentarios al respecto. Además, según avanzaba la noche, Melina se dio cuenta de que Luc tenía algo mucho más importante en mente. Siguió mirándola en silencio. Sus ojos gris oscuro reflejaban una expresión muy seria para su gusto. Tenía la sensación de que se avecinaba, pero cuando la cuestión se materializo, se encontró con que todavía no tenía las respuestas que podían aplacarlo. ― ¿Qué te asusto anoche? ―por fin pregunto en voz baja Luc después de la cena. Melina se paró frente a la pileta para terminar de limpiar el último de los platos de la cena y miro por la ventana al patio trasero totalmente oscurecido. Ella bajó la cabeza, centrándose en la espesa masa de espuma que cubría sus manos y se preguntó qué decirle. La verdad a menudo podía hacer daño, y Melina no tenía deseos de herir a Luc. El hecho de que él hubiera sido el catalizador porque ella hubiera terminado en esa celda de la cárcel, esa semana, fue perdonado hacía mucho tiempo. Su propia estupidez, se dio cuenta, fue la razón por la que había aterrizado allí. Había confiado en sus padres, en María, cuando sabía que no debía. Se estremeció al oír la silla en la que estaba sentado contra el desgastado suelo. Su mirada se elevó hacia la ventana, su corazón se aceleró en el pecho cuando se le acercó. Su expresión era sombría, con el pelo negro cayéndole por la frente, los labios apretados en una línea controlada cuando su mirada se cruzó con ella en el reflejo. ― ¿No estaría ninguna mujer asustada ante la idea de estar atada y desnuda en la cama de un extraño? ―dijo finalmente defendiéndose. Él estaba demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo a lo largo de la espalda, la intensidad era tanta que una parte de él se envolvía a su alrededor en una telaraña de emoción. La miró en el espejo hasta que finalmente bajó los ojos, cubriendo su retirada dejando que el agua enjuagara las manos temblorosas con movimientos rápidos.

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― ¿Catarina? ―Él le tocó. Melina se quedó quieta sin querer nada más que cerrar los ojos y escapar de la percepción sin piedad en su mirada. Se sentía atrapada por su mirada, enredada, cautivada por las nubes oscuras de preocupación que cambiaban en su interior mientras su mano se estableció en la cadera. Ella tragó con fuerza. ―Tengo que terminar la cocina… No se daba por rendida ante él. No de nuevo. No podía permitir que se olvidase lo que él pensaba que era. No podía permitir que se olvidase de quién era. A pesar de su deseo por él, a pesar del hambre que aceleraba a través de cada célula de su cuerpo, no podía olvidar lo que ambos habían sufrido a manos de su hermana. ―A la mierda la cocina, Catarina. ―Un gesto se quebró entre sus cejas mientras la volvió hacia sí, con las dos manos agarrando sus caderas ahora, la sostenía tan cerca que un soplo de aire habría tenido problemas para pasar entre sus cuerpos―. Quiero respuestas. ¿Crees que no vi el terror? ¿Que no iba a sospechar lo que está detrás de esto? ¿Qué pasó? Melina respiraba con una corta ráfaga de aire enfadado. ―No te debo respuestas, Luc. Me has secuestrado. Te negaste a escuchar ninguna razón una vez que fuiste informado del error que habías cometido. Y me empujas cada vez que puedes y me obligas a admitir que no son más que mentiras para apaciguarte. No tienes derecho a estar preocupado por nada. Melina se apartó de él indignada a través de la cocina para reemplazar la silla de debajo de la mesa y estirar los pequeños manteles, de tela. La mesa de roble viejo brillaba con su nueva capa de cera, un testimonio de su arduo trabajo ese día. ―Catarina, la libertad tiene un precio. ―Su voz era suave, pero el significado era claro―. No se puede cambiar si tú no aprendes de tus errores. La llenó de asombro. ¡Qué gentil y preocupado sonaba! Era casi lo suficiente para ponerla enferma. ―Dios, ¿puedes conseguir algo más pomposo? ―Ella se volvió hacia él con furia―. Escúchate, Luc. Te lo he dicho en cada oportunidad, que estás haciendo el ridículo aquí y, aun así, no me escuchas. ¿Sabes qué? ―Apoyó las manos en las caderas, cansada de sus argumentos, harta de tratar con su decisión de creer que ella era María―. Puedes creer lo que quieras. Todo el mundo puede. ¿Quieres creer que yo soy María? Adelante, imbécil, pero no esperes que coopere. Crecí harta de ponerme en el lugar de mi hermana hace mucho tiempo. No voy a dejar que me obliguen a regresar a eso. La situación hubiera sido risible si no fuera por el hecho de que ella era consciente de que estaba perdiendo su corazón por ese cabeza hueca.

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―Esto no es acerca de tu negativa a admitir quién eres ―le respondió, su voz áspera y oscura―. No me importa un bledo quién quieres pretender ser. Maldita sea, Catarina, ¿has considerado el hecho de que las drogas sólo pueden ser un escape de lo sucedido? Si admites que tienes miedo, ¿no sería más fácil aceptar que tienes un problema? Ahora, quiero saber por qué diablos me miras como si hubiera estado a una pulgada de violarte anoche, cuando deberías haber sabido condenadamente bien que no es un peligro al que enfrentarte. Si no conozco el problema, entonces no te puedo ayudarte a solucionarlo. Algunos hombres eran condenadamente tercos para su propio bien. ―Oh, tú conoces el problema. ―le espetó ella―. Simplemente no lo quieres admitir. Maldita sea, Luc, ¿cuándo vas a admitir que tal vez, sólo tal vez, no soy María? ―Catarina, ¿crees que yo no me cercioré antes de raptarte? ―Gruñó en señal de frustración. ―Evidentemente no. ―Se encogió de hombros, levantando la ceja irónicamente―. Óyete, ni siquiera me llamáis María. Vosotros me llamáis Catarina. ¿Por qué, Luc? Si estas tan seguro de que tienes razón, ¿por qué no me llamas María? Hizo una mueca, su masculina mirada estaba llena de irritación, mientras miraba hacia ella con un brillo de determinación. ―Estás tratando deliberadamente de cambiar de tema ―dijo misteriosamente. ―Eres buena en eso, Cat, tengo que felicitarte. Pero no voy a dejar que continúes. ¿Por qué tenías tanto miedo de mí anoche? Sabías que no te haría daño. ―Oh, ¿no? ―Ella arqueó una ceja burlona―. ¿Y cómo se supone que debía saber eso, Luc? Tú amenazas cuando las cosas no salen a tu manera. Amenazaste la seguridad de Mason antes de admitir quién pensabas que era yo. Me hiciste mentir. ―Todavía le enfurecía―. Pero lo dejé pasar. ―Ella le levantó los brazos para indicar su entrega anterior―. Yo no estaba dispuesta a desnudarme para ti para que me atases e hicieras lo que te diese la gana conmigo. La miró fijamente. No discutió con ella, no contestó a sus acusaciones. Él simplemente se metió los pulgares en la cintura de sus vaqueros y la observó durante largos minutos, que destrozaban los nervios. Ella podía ver una tormenta en sus ojos. Melina callo. La miró dominante, fuerte, parecía un hombre dispuesto a aceptar la respuesta que le había dado. No tenía miedo de él. Se fiaba de la amenaza que representaba para su corazón, pero anoche, cuando la oscuridad se cerró alrededor de ellos, se había admitido a sí misma, por lo menos, que Luc nunca le haría daño. Él podía enfurecerse. Él podría volverla loca con su plena confianza en lo que él pensaba que estaba haciendo, sobre todo cuando él estaba equivocado. Pero él jamás la forzaría. ― ¿Quién te violó? ―Por último, la pregunta que había estado temiendo.

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Dios, ¿por qué este hombre, de todos los hombres, tenía que ser en el que su corazón se había fijado? Si hubiera sido lujuria, tal vez hubiera sido más fácil de manejar. Pero en el momento en que lo conoció, a pesar de su furia, se había sentido atraída por él. En los meses después de eso, aprendió que sólo había aumentado su fascinación por él. Ahora, pasando el día con él, viendo su humor tranquilo y lidiando con su terquedad la estaban convirtiendo en una tonta. Una tonta porque ella podía sentir sus emociones creciendo, avanzando hacia él, anhelándole. ― ¿Porque yo no estoy dispuesta a abrir mis muslos e invitarte a entrar, entonces he sido violada? ―Cruzó los brazos sobre el pecho, rezando ahora para una intervención. Cualquier tipo de intervención sería buena. Avanzó hacia ella. No había manera de retroceder. La mesa detrás rozo en contra de su trasero cuando Luc se apretó contra ella. Esta vez, cuando sus manos se apoderaron de sus caderas sabía que no podría escapar de él. ―Catarina. ―Bajó la cabeza, su mirada oscura, deliberada, mientras sus labios se detuvieron a un aliento de los suyos―. Dime por qué me importa. ―le susurró, mirándola sombrío, su voz llena de su propia confusión, necesitado de respuestas―. Dime por qué el pensamiento de terror de anoche me ha vuelto loco como para encontrar una explicación para ello. Y dime por qué infiernos en lo único que puedo pensar es en cómo aliviar tus temores el tiempo suficiente para que estés debajo de mí y demostrarte que yo nunca te haría daño. La lujuria se estrelló contra su vientre. Los ojos de Melina se abrieron por la fuerza, convulsionados por el hambre, que la recorrió. Ella tragó con fuerza, luchando por respirar. El miedo era en la última cosa en que pensaba. Todo lo que podía pensar ahora era en el hambre pura y desenfrenada brillando en sus ojos y el calor líquido que se acumulaba en su vagina. Y él lo sabía. Él sabía lo que le hacía. Sabía condenadamente caliente que podía hacer. ―Te estás imaginando cosas. ―Aclaró su garganta con nerviosismo, tratando de alejarse de él, desesperada por escapar del deseo que se estaba construyendo. ―Vi que le diste cera a esta maldita mesa ―susurró, mirando los labios de ella, congelándola en el lugar―. Inclinada sobre, ese pequeño culo apretado, y en todo lo que podía pensar era en extenderte a través de ella... La levantó. Melina jadeó, apretando sus manos mientras la puso sobre la mesa y se movió rápidamente entre sus muslos. ―Luc. ―Significaba que las palabras salieron como una protesta, no por el motivo que parecía ser. ―Quería hacer una comida fuera contigo en esta maldita mesa ―gruñó, enseñando los dientes en una mueca apretada―. Y todo lo que podía pensar era en el miedo de tus ojos la noche anterior y lo

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mucho que odiaba saber que tenías miedo de mí. Eso, y maldecirme a mí mismo por dejar que mi propia lujuria interfiriese en lo que debería ser un castigo en vez de unas vacaciones para ti. ―Profundizó su voz por el auto-disgusto y desconcierto. ―Sí, nosotras, las niñas traviesas definitivamente no deberíamos tener ninguna diversión. ―Ella tenía la intención de salir con una gran cantidad de sarcasmo, no el tono sensual que le salió. No podía olvidar el episodio del baño. No podía sacarlo de su mente y no podía hacer que su cuerpo aceptase que este hombre era el hombre equivocado para su corazón. A sus hormonas simplemente les importa un bledo. Este era el que querían. Sus párpados cerrados, dándole una apariencia sensual, peligrosa con las manos apretadas en sus caderas. ―No me tientes. ―Susurró. ¿Tentarle? ¿Qué demonios se creía que estaba haciendo con ella? La estaba matando. No tenía miedo de él, sólo necesidad. Se preguntó si sería más seguro tener miedo de él. Debido a que no estaba suficientemente segura de que su deseo por ella fuera mayor que su propia necesidad de tentarlo, a cambio, se situó por delante de cualquier precaución que pudiera tener que demostrar. ―Hm. Admite quien soy, Luc, y yo podría ayudarte con eso ―murmuró, casi sorprendida por el impulso travieso que le atormentaba ahora―. Vamos, chico grande, dime lo que quiero oír. Sus ojos brillaron, sus mejillas ruborizadas mientras su respiración empezó a coincidir con la de ella. ―Estás jugando a un juego muy peligroso, cariño. ―La ruda advertencia sólo la hizo más valiente. Por un momento, se preguntó por su propia audacia. Nunca había intentado discutir con otro hombre de esta manera, sobre todo, no en los dos últimos años. Pero este era Luc. Ella había soñado con él durante años, codiciado por él, sufrido por él. Se humedeció los labios lentamente, mirándolo sensualmente. ― ¿Quién soy yo, Luc? ―Le preguntó, mientras sus muslos se debilitaban contra sus caderas mientras luchaba con un gemido de añoranza. Su polla estaba cubierta por ajustados vaqueros que se colocaban contra su coño, estaba duro, era una gruesa cuña de calor que hacía que su clítoris se hinchara de necesidad y su vagina doliese por el vacío. Sus ojos se estrecharon. El gris nubloso era casi negro ahora, su expresión descuidada y llena de hambre, mientras miraba sus húmedos labios. ―Descarada ―gruñó, aunque una sonrisa bordeo sus labios―. Alguien va a terminar azotada si no tiene cuidado.

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―Hmm. Me gustaría ese dolor. ―Ella lamió sus labios, tentando su suerte y sabiéndolo. Pero maldito sea si no se veía caliente como el infierno. La miraba como si pudiera devorarla en cualquier momento. La lujuria y tal vez incluso una sombra de confusión llenó su expresión. ― ¿Estás tentado a la suerte no crees? ―Le preguntó en voz baja mientras se alejaba de ella. Nada podría disipar el calor que se envolvía a su alrededor mientras la miraba. Podía sentirlo lamer por encima de su carne, avivando el fuego de su coño y dejándola casi débil por la excitación. Quería que la tocase más de lo que él nunca podría saber. Pero estaría condenada si le permitía además de su secuestro que le rompiera su corazón. ―En realidad ―afirmó bastante lamentablemente―, tentar mi suerte ha sido mi elección, Luc. Al menos, hasta ahora. Con una centelleante sonrisa descarada se trasladó rápidamente lejos de él, consciente de que sólo estaba retrasando lo inevitable. Ella sabía que no podría resistir mucho más tiempo contra la promesa sensual que él representaba. Sólo esperaba que cuando llegara el momento, no le susurra el nombre de María. Eso sería un insulto que no creía poder soportar. Luc no podía dejar de lado su certeza de que el miedo de Catarina estaba enraizado por la violencia sexual. A pesar de que su buen humor se restableció rápidamente, podía vislumbrar las sombras en sus ojos, la mentira derramándose de sus labios. Él sabía que lo estaba evadiendo. Irse a la cama con ella era un infierno, sin embargo. Vestido con otra de sus camisetas esa noche, ella tiró de las mantas hasta la barbilla y se fue rápidamente a dormir. Luc se quedó mirando la oscuridad, despierto y confundido por la mujer que compartía su cama. No había duda ya de que no estaba tomando medicamentos. Echar marcha atrás era una putada imposible de ocultar. Catarina no estaba en retirada. Y seguro como el infierno que no estaba tomando nada. No le gustaba estar confundido. Y no entendía las emociones extrañas que empezaban a llenarlo. Quería creer que no era María. Todos los días, se encontraba a sí mismo tratando de llegar a razones por las que Joe podría haber mentido. Él estaba tratando de engañarse a sí mismo, y no se sentía bien con él. Confirmando sus sospechas tendría que esperar hasta que pudiera hablar con el otro hombre, sin embargo. Cada vez que Lucas le había llamado en los últimos días no había estado disponible, y eso sólo despertó las sospechas de Luc mucho más. Suspiró con cansancio, golpeó la almohada y cerró los ojos. El sueño tenía que venir pronto, si no, iba a volverse loco tratando de buscarle sentido a todo. Pero una cosa era cierta, esta no era la María que había esperado. Si es que ella era María.

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elina se despertó en la posición menos probable. Se había acostumbrado a despertar encima del pecho de Luc, pero nunca así.

Una de sus piernas estaba cruzada sobre ella, la rodilla doblada, descansando incómodamente cerca del centro de sus muslos. Su pierna presionaba firmemente al montículo de su coño y cuando ella se despertó, se dio cuenta con mortificación, que se había ido frotando lentamente contra él. Ahora, ¿cómo podía salir de esto? Mejor aún, ¿cómo había logrado ponerse así ella misma? Trató de mantener su respiración lenta y constante, hacer caso omiso de la construcción de calor en el fondo de su coño. Nunca se había sentido tan húmeda, con ese fuego. Su clítoris estaba sensibilizado, hinchado y cuando Luc se movió en su contra, contuvo el aliento por el placer repentino que azotó a través de él. Su mano apretada en el pelo, los dedos suaves contra la carne desnuda de su lado donde había ido excavado por debajo de su camisa. Las yemas de sus dedos estaban encallecidas, cálidas, y la sensación de que una ligera presión contra su piel la hacía luchar por controlar el temblor que recorrió por su espina dorsal. Podía sentir la emoción candente sobre la carne, el placer y la necesidad mezclándose en su torrente sanguíneo hasta que apenas podía respirar. Una de sus manos en posición plana contra su abdomen duro a sólo unos centímetros de donde la cabeza bulbosa de su polla se había elevado más allá del elástico suave de sus shorts. Una pequeña gota, perlada brillaba en la punta de la misma, y latía eróticamente. Melina al minuto se dio cuenta de sus posiciones. Su estómago se tensó, su corazón comenzó a latir con furia por debajo de su oreja. Podía sentir la tensión sexual calentando su cuerpo grande ahora y el cuidadoso control que utilizaba con su mano aplastada contra su cadera. ―Muévete, mejor ―susurró con divertida somnolencia―. Estoy cerca de dos segundos de hacer algo estúpido. Melina se quedó inmóvil. ¿Cuánto tiempo había fantaseado con él de esta manera? Sus brazos alrededor de ella, su hambre calentando el aire. No tenía sentido, incluso antes de que lo conociera,

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tenía menos sentido que ahora. Pero no podía negar el placer increíble o el deseo que cantaba a través de su sangre con su toque. Sus dedos se movían, tocando ligeramente la banda del encaje de sus bragas de corte francés mientras ella se quedaba mirando la oscura cabeza de su polla con fascinación. La sensación de sus labios el primer día fue una tentación que sólo su furia le hizo negar. No tenía idea de lo mucho que quería abrir los labios y llevarlo dentro de su boca. El sabor de la humedad espesa que brillaba en la punta, y lamer la cabeza redonda lentamente. Se humedeció los labios con hambre. ―Catarina ―le advirtió firmemente con los dedos flexionados contra el duro abdomen―. Este es un juego peligroso, bebé. Su voz era tensa, su cuerpo grande casi vibrando por debajo de ella. Melina volvió la cabeza una fracción, sus labios presionando por debajo de su esternón, como su lengua se asomó a gusto. ―A la mierda ―Él se apretó, como si le hubiera dado un latigazo en lugar de una pizca pequeña y cálida. Fascinada por su respuesta, dejó que sus dedos acariciaran la carne de su bajo vientre con los labios y la lengua le acarició de nuevo. Todo el tiempo mantuvo su mirada en el engrosamiento que estaba ocurriendo ahí abajo. El jefe se había oscurecido y multiplicado, subiendo hacia ella sacudiendo sus caderas, se imaginaba que estaba pidiendo atención. El ojo rasgado derramó una gota más exuberante en la humedad cremosa, tentándola al gusto. No tenía miedo al sentir la excitación recorriendo su cuerpo. Tenía cuidado y control. Tenía hambre por él. No había nada de la anterior ira por la dominación masculina, sólo se sentía caliente, el espesor de la necesidad llenado el aire. La misma necesidad con la que había soñado y sufrido durante los últimos dos años. ―Cat ―se quejó Luc, el sonido vibrando en contra de su cuerpo con la respiración acelerada―. Tienes dos opciones, nena. Puedes moverte o aceptar las consecuencias. Las consecuencias estaban en su tacto, su pasión. Su mano se deslizó más bajo, el dedo llegó tímidamente a deslizarse sobre la humedad de la cabeza de su pene erecto. Su aliento inhalado fue un sonido insoportable con la sensación de un gemido estrangulado escapando de su garganta. Sus caderas se levantaron, presionando su erección más, su lengua se

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encendió una vez más por el sabor de la carne por debajo de su esternón. Ella vio cómo su dedo suavizó la erección masculina caliente, sintiendo el calor y la dureza que le esperaba allí. Su clítoris palpitaba en la demanda, una sensación penetrante con una necesidad insoportable rayando en su vientre. Melina se apretaba contra la pierna dura, sus ojos entornados por la rozadura del placer. ―Catarina ―gruñó―. Cariño, si no quieres que te folle, detente ahora. Ella sonrió lentamente. Quería ser follada, sin embargo. María había tomado sólo la polla en su boca, sabía de los comentarios sarcásticos de su hermana. Pero Melina quería mucho más. Ella quería todo de él, cada centímetro de su cuerpo duro cubriéndola, tomando de ella, haciéndola gritar de placer del que sólo había oído hablar. Se estremeció por la sensación bajando por su cuerpo mientras deslizaba los dedos cruzados alrededor de la cresta de su erección. Palpitaba, oscureciéndose aún más mientras apretaba su coño contra su rodilla. ―Cat, ¿qué quieres? ―Profundizó su voz con una mano enredada en su pelo, presionando suavemente su cabeza animándola a ir más bajo, para acercarse. ―Luc ―susurró suplicante. ―Lo que tú quieras, cariño ―le susurró, la cabeza abultada se acercaba, su mano instando a bajar por los duros músculos de su estómago mientras ella gemía con la necesidad de un hambre desesperada que no sabía que era capaz. Ella quería que le gustara. Quería sentir lo dura y caliente que su polla sería dentro de su boca, sentir el pulso duro de la vida debajo de la carne firme y sabiendo que era por ella. Melina no dio más que un suspiro, luchando por controlar el temblor duro de su respuesta vibrando a través de su carne cuando su lengua se extendió lamiendo lentamente sobre el pequeño ojo que atravesaba la cabeza de su polla. Oh, sí. Caliente. Duro. Él era todo gran hombre, y listo para ella. ―Catarina... ― La mano en su cabeza se volvió más pesada―. Tómala, nena. Pon esa pequeña boca caliente sobre mi polla antes de que me muera. Pudo habérselo negado a sí misma. Pero ¿Luc? Había soñado con él demasiado tiempo, codiciándolo en muchas de sus fantasías más oscuras. No había nada que pudiera hacer para que ella se negara. Nada de lo que él quisiera que ella no le diera. No aquí. No ahora. Su boca se abrió, dibujó la cabeza abultada de su erección entre sus labios y con la lengua comenzó a acariciar y acariciar, degustando las pequeñas gotas de semen que se escapaban.

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―Oh, infierno... ― Sus caderas se levantaron con un sonido de sorpresa. Gira a la izquierda los labios―. Hay que ir, bebé. Ah, sí, Catarina, chúpame la polla, nena. Coge todo lo que quieras. Ella iba a matarlo. ¿Qué demonios había sucedido? Para él... que era un cabrón con experiencia, nadie había comido su polla así en dos años. Esto era sensual, sexual al consumo de hambre de una zorra por su erección. Y lo estaba destruyendo. Sin experiencia aquí, pero no era necesaria. Sólo golpes calientes, la húmeda succión que lo llevaba hasta el borde mismo de su control. Su mano fría, como seda en sus testículos, probando su peso suavemente un segundo antes de que su boca se deslizara más abajo, la cabeza de su pene estaba cerca de tocar su garganta mientras ella comenzaba a chupar con una hambre desesperada. Pequeños, ruidos lujuriosos se le escapaban y vibrando en su erección, a punto de enviarlo sobre el borde. ―Catarina. Nena. ―Él apretó los dientes mientras luchaba por mantener su control. Sus manos enredadas en el pelo suave, sosteniéndola mientras que empujaba su polla más profundamente en su boca, haciendo gala de los sonidos del placer, tomando por un hecho que lo llevaban al éxtasis cada vez más cerca. Ella se movió, la boca a la izquierda del eje acaloradamente palpitante bajo su tacto. Él llegó a las rodillas, moviéndose entre sus muslos mientras levantaba la cortina de su pelo para ver desaparecer su polla entre sus labios bien estirados. Sus ojos brillaban hacia él con una sexualidad ensoñadora, las mejillas ruborizadas y cualquier control que pudo haber tenido fue asesinado en ese segundo. ―Me voy a venir ―gruñó mientras trabajaba su carne con hambre húmedo―. Catarina. ―Podía sentir fuego en el arco de su columna vertebral―. Cariño. No aguanto más. Su pene doblado y sus ojos más oscuros aún. Tenía las manos apretadas en su pelo, sus cojones contra la base de su eje sintiendo que su semen surgía desde las profundidades de su alma. ―A la mierda. ―Dijo frunciendo sus labios, con los ojos casi cerrados, pero no quería perder ni un momento de esto. Sintió que su semilla brotaba a la punta, echando chorro a pulsos de su liberación. Sus ojos se abrieron, sus labios se detuvieron por un segundo al descubierto antes de que ella se estremeciera, gimiendo salvajemente, tragó saliva y comenzó a dibujar en él de nuevo, ya que cada pulso a partir de entonces se consumía con avidez. ―Luc. ―Ella lamió sus labios mientras se apartaba de él segundos después. Ella era salvaje, sus ojos brillaban febrilmente, la descarga de la excitación en su cara extendiéndose a sus pechos que tenían sus puntas duras, haciendo que la mirara con locura. Si no conseguía tener su polla dentro de ella, se volvería loco por el deseo.

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Fue tan salvaje alguna vez? ¿Tan imposible negarse? Melina jadeó cuando Luc la puso de espaldas en el colchón. Cada centímetro de su amplia y callosa palma de la mano acarició su carne antes de que él extendiera los brazos sobre su cabeza y se acercara lentamente.

―Sigo diciéndote que esperes. ―Su voz áspera pasó a través de sus terminaciones nerviosas, enviando un estremecimiento de placer que bajó por su espalda y su útero convulso de la necesidad. Su cuerpo estaba tenso, brillante de sudor cuando él se preparó encima de ella, sus muslos a cada lado de ella, sus manos moviéndose lentamente hacia abajo por sus brazos elevados. Melina no podía controlar su respiración o la respuesta que surgía a través de ella. Estaba temblando con la necesidad de tener su coño atormentado lleno. Su clítoris era un nudo doloroso de palpitante deseo ahora, el revestimiento de su monte de Venus, intensificaba su sensibilidad. ― ¿Por qué esperar? ―Jadeó ella, mirando hacia él, estremeciéndose cuando sus manos enmarcaron despacio sus pechos hinchados. Su expresión era somnolienta, el pelo negro le caía sobre la frente, y sus ojos grises oscuros se volvieron casi negros. ―Porque quiero ponerte tan caliente y loca como yo lo estoy ahora ―susurró, su voz tan sexy, tan sensualmente oscura y profunda que gimió al oír el sonido. Ella podría culminar casi sólo con el sonido de su áspera voz. Era potente, insinuando secretos prohibidos y el éxtasis que sólo se atrevía a conjeturar. ― ¿Quieres decir que no lo estoy todavía? ―gimió débilmente, apretando los dedos en la hoja por encima de su cabeza cuando él siguió mirando fijamente como sus pechos firmes alcanzaban su punto máximo―. Luc, si me pongo un poco más caliente, ambos vamos a estallar en llamas. Él alzó los ojos. Pura hambre carnal se reflejaba en su mirada. ―Sí. ―Enseñó sus dientes en una mueca apretada―. Podría suceder. Se quedó sin aliento, empujando sus pechos más cerca de él cuando sus pulgares acariciaron sobre las puntas sensibles. El placer se estremeció a través de ella. Era exquisito, fuerte, compitiendo con las sensaciones que aguijoneaban sus pezones y se dirigían a su matriz. Ella se mordió el labio inferior

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entre sus dientes, luchando para contener los gritos que amenazaban con hacer erupción de su garganta. Podía sentir el placer de aquel simple toque arremolinando a través de su cuerpo, creando una tensión mayor en su útero cada vez más apretado. La miró cuando sus pulgares rasparon los picos sensibles otra vez. Sus ojos brillaban de satisfacción cuando ella se estremeció con las sensaciones extremas. ―Tan sensible ―murmuró mientras su cabeza comenzaba a bajar, su lengua humedeciendo los labios un segundo antes de que se envolviera alrededor de un pezón tenso. ―Luc ―casi gritó ella cuando sus manos soltaron su cabello y volaron hasta apretar sus húmedos hombros. Melina se arqueó involuntariamente; la candente emoción dobló su cuerpo cuando el metió una punta en su boca, aplicando una firme succión que le hacía retorcerse bajo él. Era demasiado intenso, demasiado placer. Sus ojos se cerraron, sus caderas se esforzaban en alcanzar la longitud de su polla que se extendía contra la parte inferior de su muslo. Un segundo más tarde, la liberó de la tortura exquisita, su mirada fija se elevó cuando sus ojos se abrieron somnolientos. ―Dios, eres hermosa ―susurró mientras sus labios se movieron a los suyos―. Tan bella que me dejas sin aliento. Pero lo sabes, ¿no es cierto Catarina? Profundo e intenso, las palabras no importaban tanto como los suaves y sensuales labios pasaban sobre los de ella, creando un placer de la caricia que la tenía rogando por más. ―Por favor, Luc ―susurró cuando él besó la esquina de sus labios mientras sus manos ahuecaban sus pechos, sus dedos engordaban y acariciaban sus pezones, enviando arcos de diabólico placer directamente a su doloroso coño. Lamió sus labios mientras los abría para él, su respiración era errática y difícil, cortada por la necesidad que corría a través de sus terminaciones nerviosas cuando ella lucho contra su agarre. Él permaneció inmóvil, arqueado sobre ella, su cuerpo grande controlando el suyo más pequeño con facilidad. ―Déjame darte placer, Catarina. ―Sus labios magrearon los suyos cuando habló―. Déjame mostrarte cuánto amo oír tus gritos y súplicas. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser, pequeña. Iba a matarla. El beso, cuando finalmente llegó, era tan codicioso, caliente y hambriento como sus labios y la lengua rompió cualquier resistencia que ella pensó que tenía. Sus manos vagaban sobre su cuerpo, suavizando a lo largo de su vientre cuando movió sus piernas y las extendió lentamente. Melina jadeaba cuando sus caderas se elevaron. Sus ojos, protegidos con espesas pestañas, la miraban con una lujuria caliente a medida que sus dedos se deslizaban entre sus muslos. Los ojos de Melina

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se abrieron cuando los dedos rodearon su clítoris hinchado. El toque envió a su sistema un tumulto de sensaciones mientras luchaba por respirar ante la explosión de placer a lo largo de sus sentidos. ― ¿Sabrás tan bien aquí como lo haces en todas las demás partes, Catarina? Una fuerte explosión de placer estalló en su vientre ante su pregunta. Ella se sacudió, sollozando contra la intensidad de la misma. Sus manos crispadas sobre sus hombros cuando extendió sus muslos más, moviéndose más abajo a lo largo de su cuerpo. ―Vamos a ver si estás tan buena aquí, cariño. Su lengua golpeaba sus curvas desnudas, regordetas, rizándose alrededor de su clítoris un instante antes de que él marcara un pequeño botón con su boca. El tarareó contra él, un sonido de lujuria y satisfacción cuando sus caderas se levantaron más cerca de su caliente boca. Apretando sus manos en las caderas, Luc la sostuvo en el lugar, cuando comenzó su campaña para enloquecerla con lameduras lentas, hambrientas y sorbos carnales alrededor de su lloroso coño. ―Tan bueno… ―murmuró mientras viajaba más abajo, bordeando con la lengua la Entrada de su vagina―. Tan dulce y caliente… ―La invadió poco a poco cuando Melina se hizo eco a su alrededor de un gemido tumultuoso. Ella se apresuró para sostener el último fragmento de control. Luchando para contenerse, para disfrutar sin perderse en su toque, pero a partir de la primera caricia fue un caso perdido y lo sabía. Cuando el levantó sus muslos, abriéndola más, y sumergió sus lengua en la caverna apretada de su coño ella dejo escapar la última medida de su cordura. Nunca fue amada así. Nunca fue tomada con tal carnal intención como Luc hacía ahora. Su lengua follaba profundamente dentro de su coño ardiente, bombeando con golpes feroces lanzándola más alto, más profundo en la vorágine que la esperaba. Arcos de calor azotaban a través de ella, calentando su cuerpo, sensibilizando cada terminación nerviosa cuando ella se tensaba más cerca del infierno que se construía en su vientre. ―Luc. ¡Oh, Dios! No puedo soportarlo… ―Melina se azotaba bajo él, su voz se elevaba como reacción al placer extremo que corría a través de ella―. Luc… Estaba asustada, eufórica, anhelando y, sin embargo desesperada por retroceder. Los impulsos conflictivos rompían su sentido de la realidad. ―No. ―Estuvo a punto de gritar la palabra cuando él se echó atrás, moviéndose rápidamente entre sus muslos mientras se inclinaba a través de ella para abrir el pequeño cajón de la mesilla de noche. ―Condón ―jadeó. Al mismo tiempo, la gruesa cabeza de su polla golpeó la entrada de su coño apretado. Se quedaron inmóviles, jadeando, la lujuria se derramaba alrededor de ellos.

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―Joder ―parecía que él respiraba con dificultad cuando sus caderas se sacudieron, sólo para enterrarlo ligeramente más profundo. Melina sintió el apretón convulso de su vagina, el movimiento de ordeño de sus hambrientos músculos cuando la polla de Luc los estiró. Carne desnuda, caliente, enterrada dentro de ella. Un peligro. Ella jadeó, luchando para no tentar al control que él pretendía imponer por encima con su gran cuerpo. Pero era tan bueno. ―Luc… ―Ella se sacudió al sentir el latido de la cabeza de su pene dentro de ella, conduciéndole más profundo. ―Condón ―con voz áspera de nuevo, retirándose hacia el cajón un segundo antes de que el llegara al a fondo. No existía otra realidad de otra manera o forma. Sólo existía esto. Luc enterrado dentro de ella, caliente y duro acero, jodiéndola con golpes profundos que hacían que ella gritara bajo él. Las piernas de Melina se envolvieron en torno a sus fuertes caderas, sus manos aferradas a sus hombros cuando la abrazó, arremetiendo con fuerza en su húmeda entrada. Cada golpe se hundía hasta el fondo de su coño, acariciando el tejido sensible, acariciando los delicados nervios hasta que al final con un sollozo débil, Melina libró la batalla con el orgasmo, perdiendo. Ella explotó bajo él, rayas candentes del orgasmo surgieron a través de su cuerpo cuando su coño se contrajo espasmódicamente alrededor de su pene sepultado. Un segundo más tarde ella sintió la liberación de Luc; chorros calientes, duros de semen se derramaron mientras ella gemía su nombre, con voz torturada, oscura y hambrienta. El calor del momento la rompió de nuevo, enviándola de cabeza a sumergirse en un pequeño, pero no menos destructivo orgasmo, que la dejó débil y terriblemente asustada por lo que acababa de entregar a este hombre, algo más que su cuerpo. Ella le había dado su corazón. Ella no era María Catarina Angeles. Luc la abrazó, sintiendo su respiración suave contra su pecho, su cuerpo relajado por el agotamiento, y admitió la verdad que ella había estado tratando desesperadamente de convencerlo. Ella no era María. Ella era Melina. Lo que significaba que Joe había mentido. Pero ¿por qué? Él alisó hacia atrás sus rizos rubios cobrizos, y se quedó mirando su dormido rostro de forma sombría. ¿Qué diablos hizo? Se las había arreglado para enamorarse de una mujer que ni siquiera sabía quién era ella. Era aterrador. Era el infierno, y estaba hundido en el profundamente. Respiró profundo y no le hizo caso a la erección que suplicaba por otra dosis de éxtasis. Nada fue tan intenso como el placer que había experimentado mientras hundía su polla dentro de su apretado coño sin protección. Él fue un caso perdido en el momento que la penetró involuntariamente con la cabeza del pene. Lo había intentado, sin embargo, él mismo se aseguró.

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Infierno, él había estado agarrando el condón en su mano justo cuando brotó su semilla profundamente dentro del fondo caliente de su vagina. ¿Y ahora qué? Dios, ella era bonita. Ahora entendía la inocencia de sus ojos, su piel sin arrugas, ni manchas en la cara. Su risa, no afectada por lo que a menudo la entregaba libremente. Su alegría hacia aquél ratón negro que ella le daba tanto cariño. Dudaba que ella hubiera tomado un medicamento en su vida. No había ninguna marca en sus brazos, ningún comportamiento furtivo, ninguna retirada. No había nada de eso, porque ella no era María. ¿Qué demonios estaba tratando Joe de conseguir de él? Luc frunció el ceño cuando se soltó suavemente de su durmiente amante, y se puso un par de pantalones sueltos de pijama antes de abandonar el dormitorio silenciosamente. Joe había llamado varias veces los dos primeros días para verificar a María. Luc resopló. El otro hombre sabía lo que hizo; ahora Luc quería saber por qué. Y más valía que la razón fuera malditamente buena. Se deslizó abajo en su estudio, y con cada paso su cólera aumentaba. Sabía que fue a veces injusto en su trato con ella. No fue amable con ella. La casa estaba impecable, el polvo tenía miedo a entrar ahora, el lugar olía como ella. Un aroma sutil, tentador de la mujer y parecía que impregnaba cada rincón de la casa. Suspirando con cansancio, cogió el teléfono y rápidamente marcó el número de Joe. Varios timbrazos más tarde, el otro respondió. ―Tienes dos minutos para decirme por qué me jodiste mintiéndome. Si la explicación no es satisfactoria, entonces tu voz será rival de Melina en dulzura femenina. Hubo un largo silencio en la línea. El shock y la comprensión repentina llenaron la línea. ―Joder ―dijo Joe finalmente―. No importa lo que me hagas más tarde, Luc, no la apartes de tu vista en este momento. Ella está en más peligro del que crees…

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ada vez que ella dijo no, la golpearon de nuevo… Fue golpeada con tal violencia que no pensamos que lograría… Los médicos dudan que pueda concebir nunca debido a las lesiones internas…

La engañaron, Luc. María no pasó la semana que tú exigiste en la cárcel, lo hizo Melina… Luc empujó sus temblorosos dedos por su pelo cuando se reproducían las palabras en su mente. Por su culpa. Fue él culpable de que una mujer inocente casi hubiera muerto. La misma mujer que le había llamado, pidiendo perdón por lo que se hizo con él, su voz susurrando pena y tristeza. La mujer a la que se había enfrentado en la sala de estar de sus padres no fue María. Se acordó de su furia cuando le había enfrentado, viendo confusión y miedo en sus ojos cuando sus padres se la presentaron como María. El recuerdo de la conciencia que había chisporroteado entre ellos ese día le había atormentado durante años. Por la razón que fuera, su polla se había lanzado en una urgente demanda, cuando sus suaves labios habían temblado en una tímida sonrisa ese día. Había permitido a su rabia se liberarse. Su voz dura, áspera, sus palabras condenatorias cuando miró su cara lívida.

Tienes que pagar, Sra. Angeles, le había advertido con furia. Por Dios, que me aseguraré que pases el tiempo en la cárcel aunque sea la última cosa que haga en mí vida. En ese momento, él había ignorado el triste dolor que llenaba su expresión. Su mirada se había caído, sus suaves labios se apretaron juntos un segundo después de que un temblor traicionero los sacudiera. Pero quería atraerla a sus brazos, y pedirle perdón, pero esto sólo lo enloqueció más en ese momento. Ahora sabía por qué. Algún instinto, alguna parte primitiva de su mente, había reconocido el hecho de que castigaba a la mujer equivocada. Qué castigaba a su mujer. Maldita sea. ¿De dónde había salido esa idea? Sacudiendo la cabeza, Luc se puso de pie y caminó desde su oficina a través de la casa a oscuras, subiendo las escaleras hacia su dormitorio. Ella todavía dormía en su cama, acurrucada en el centro, su pelo caía alrededor de su cabeza y hombros con una caída de seda.

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No fue violada. Gracias a Dios. De todo el horror en que se había envuelto, al menos se había salvado del destructivo dolor de ser violada por su propio sexo. Sus dedos se cerraron cuando el dolor amenazó con hundirle. La había llevado allí. Involuntariamente quizás, pero él fue el culpable a pesar de todo. Se sentó en el sillón de orejas al lado de la cama y la miró. Él simplemente la miraba dormir, haciendo algo que nunca hizo. Nunca había visto el sueño de una mujer, ni había pensado que sentiría placer con ello. Pero lo hizo. Al ver la subida y caída estable de sus pechos, la forma que sus labios se separaban sólo un poco, las sombras que la luz coloreaba en la perfección de sus mejillas. Era exquisita. Al admitir que ella no era la concha de la mujer que él había pensado que era, fue incapaz de mirar más allá, de la mujer que había debajo. Ya no había conflicto en la pelea que habían disputado su corazón y su mente, donde ella fue la causa. Ahora bien, si tan sólo pudiera encontrar una manera de mantenerla a salvo. María había desaparecido y, con ella, dos de los peligrosos traficantes a los que se asociaba. De acuerdo con la información de Joe, estaban buscando a Melina. Sólo había una razón para que María buscara con tanta fuerza a su hermana. Para encontrar una manera de asegurarse de que Melina cumpliera la próxima pena de prisión que llegara, mejor que fuera ella. Dios, ¿qué clase de monstruos habían criado a una niña para que creyera que su hermana siempre daría un paso al frente para afrontar los problemas de ella? ¿Cómo había conseguido María que sus padres pasaran por encima de sus corazones para permitir algo así? ¿Cómo podía ser una hermana, un doble a su vez tan oscuro y negro contra la otra? Esto no tenía sentido para Luc. Él sabía de gemelos, los gemelos August, sobre todo. Hombres cuyas batallas los había dejado, por un tiempo, con cicatrices y casi rotos. Pero se habían protegido unos a otros, y su hermano mayor, Cade, los había protegido a todos. Eran hermanos, no hubo preguntas salvo lealtad y determinación en ayudarse unos a otros. Era una parte de ellos. ¿Cómo había logrado María nacer sin aquel amor innato por su hermana? Y Melina. ¿Cómo lo había soportado? ¿Ser engañada, no sólo por su gemela, también por sus padres? Ellos la habían abandonado en la cárcel, en aquella celda de mierda, mientras ellos pasaban las vacaciones en las Bahamas, aceptando la palabra de María de que su hermana fue puesta en libertad. Aceptando, sin duda, la palabra de una mentirosa conocida, ladrona y drogadicta. Melina casi había muerto. La contempló, el horror pasó como un rayo a través de su cuerpo cuando notó la constitución casi frágil de su delgado cuerpo, la delicadeza de sus huesos. Ella fue golpeada con tal violencia que le habían roto dos costillas, sufrió una hemorragia interna y contusiones, cicatrices que nunca podrían borrarse. Había estado a la puerta de la muerte cuando Joe la había llevado a la sala de urgencias de un hospital local. Durante días, había despertado y fundiéndose en la inconsciencia. Infiernos, ¿Qué había tenido que hacer para sobrevivir? ¿A qué se aferraba en ese momento?

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Una de las presidiarias oyó que gritó su nombre… Esto había sorprendido a Luc, cuando Joe se lo dijo. ¿Por qué le llamaría a él? Fue por su culpa que ella estuviera allí en primer lugar. Pero ella había gritado su nombre, clamaba por él. Pasó las manos sobre su cara cuando la furia le consumió. Dios le ayudara, rezó porque nunca tenga la posibilidad de envolver sus manos en torno del cuello de su padre, o su hermana. Temía que los mataría él mismo por lo que le hicieron a Melina. Poniéndose de pie, se quitó el pantalón del pijama y volvió a la cama. La atrajo suavemente a sus brazos, envolviéndola, sosteniéndola con él. Ella se movió contra él con un murmullo de satisfacción, haciendo que su pecho fuera una almohada para su cabeza cuando él apretó sus labios contra su pelo. Estaba donde pertenecía. En sus brazos. En su cama. En su vida. Se condenaría si alguna vez la dejaba ir. Ella tendría que acostumbrarse también a que él fuera su cautivo, porque ella le había robado el corazón y no había ninguna oportunidad de que la dejara libre.

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elina salió de la cama a la mañana siguiente, consciente del comienzo de una tormenta en los ojos de Luc, su silencio cuando ella recogió su ropa y se dirigió a la ducha. Él no le habló y estaba agradecida por ello. Ella no estaba del todo segura de poder manejar una conversación con él ahora mismo. Nunca en su vida había experimentado un placer tan asombroso como lo que ella había sentido en sus brazos la noche anterior. El sexo nunca fue uno de sus pasatiempos favoritos, incluso antes de conocer a Luc. Sus pocas experiencias la habían dejado decepcionada, salió de sí preguntándose por qué se molestaba. Ayer por la noche le había mostrado a Luc por qué debía preocuparse. Se estremeció bajo la fuerza de los golpes de la ducha de agua caliente, cerrando los ojos como cuando luchó contra la sensibilidad de su propio cuerpo. Le dolía en lugares que no sabía qué podían doler. Sus pechos eran globos de nieve marcados aquí y allí zonas enrojecidas prueba de la pasión. Incluso en la cadera llevaba una marca de color rosa de su boca. Apretó los muslos al recordar la ondulación de su coño a causa del placer. La boca se había quedado allí, besando a su manera tan íntima que había pensado que iba a morir de las sensaciones. Si tenía cuidado, podría convertirse en adicta a su tacto, a sus besos. Negó con la cabeza, tratando de disipar el recuerdo de su tacto, y rápidamente terminó su ducha. Tenía que averiguar qué hacer ahora. No esperaba que las cosas pasaran a este punto. Nunca había imaginado que sería tan débil como para permitir que Luc realmente la tocara cuando todavía creía que era María. Sin embargo, lo era. Se enjuagó rápido, cerró la ducha y se secó su cuerpo más o menos, preguntándose si había alguna forma de borrar la sensación de tenerlo en su carne. El calor y la dureza, los fuertes muslos, su polla, tan dura y gruesa, trabajando dentro de ella. Melina suspiró antes de vestirse con uno de los vestidos de verano de algodón suave que Luc había empacado. Y se secó el pelo. Estaba tan jodida, y lo sabía. Fue una caída sin poder hacer nada, perdidamente enamorada de un hombre que pensó que era su hermana. ¿Quién creía que tenía la esencia misma de que su ser era de un ladrona, una drogadicta, una mujer que se mantenía al margen y permitía el crimen que se cometió?

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Tenía los puños cerrados al pensar que ella le devolvía la mirada en la imagen que se reflejada en el espejo. Ella ni siquiera era igual que su hermana. El color de base era el mismo, pero el estilo de vida de María la había endurecido, le había dado forma a su cara, apretó la boca hasta que no quedó nada de la mujer que podría haber sido. Su estancia poco respetada en el rancho de Luc fue buena. Le había dado la oportunidad a Melina para pensar, para encontrar a su camino después de que sus padres la repudiaron. Había tenido preciosos días para encontrar un equilibrio entre la niña que fue y la mujer que era ahora. Es hora de entender el caos que existía en su corazón y en su mente. Amaba a Luc Jardin. Lo había conocido, hacía dos años que lo amaba. Cuando primero miró las peligrosas profundidades de sus tormentosos ojos, vio el parpadeo de dolor y rabia que seguía a través de su expresión, sabía que podía amarlo. De haber sabido que podría convertirse en la persona más importante en su vida. Si ella no fuera quien se suponía que era. Si María no hubiera llegado a él primero. Pero no dejaría que su amor la convirtiera en algo o alguien quien no era. Tomando una respiración profunda, abrió la puerta, entró en el dormitorio con toda la intención de hacer frente a Luc. En cambio, él estaba inmóvil. Todavía estaba en la cama, la sábana a la cintura, y en el pecho Mason. ―Este cazador negro de ratones, ahora me tiene de prisionero. ―Ella vio su sonrisa, y escuchó la diversión en su voz mientras sus dedos recorrían la barbilla del gato. ¿Podría alguna otra mirada ser más atractiva de lo que era en ese momento? ―Pensé que no te gustan los gatos, Sr. Hardass ―gruñó ella cuando mientras se acercaba a la cama y levantaba Mason en sus brazos. El animal ronroneaba con alegría, mientras lo abrazaba miraba de nuevo a Luc con un toque de arrogancia felino. ―Así es. ―Había un capricho controlado en sus labios de nuevo―. Odio a los bichos. ―Se quedó mirando hacia ella, su mirada cada vez más sugerente―. Ponlo abajo y puedes venir aquí. Debes hacerlo para que yo sea amable con él. Ella no pudo evitar ver el parpadeo de su mirada que se dirigía a sus muslos. Melina tragó con fuerza al saber que era suficiente para excitarse ante sus ojos. ― ¿No tienes trabajo que hacer? ―preguntó finalmente, alejándose de la cama y la tentación que representaba―. Pensé que había caballos para entrenar o algo así. Él suspiró profundamente, a pesar que la diversión en sus ojos creció. ―Algo ―estaba de acuerdo con ella, aunque ella tenía la sensación de que él no estaba hablando de los caballos.

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―Entonces tal vez es mejor que vayas a allá. ―Se apartó de él, temblando, quería tumbarse en la cama grande con él era un deseo tan fuerte que no podría soportarlo. Dio un paso fuera de la cama, desesperada por escapar de él y al hambre carnal que aumentaba en su interior. No esperaba que se moviera tan rápido. Colocó su brazo alrededor de su cintura antes de que pudiera hacer más que lanzar un chillido y un sobresalto, Mason estaba de espaldas sobre el colchón mirando hacia él. Así de rápido la sangre corría por su cuerpo, la emoción y el regocijo recorriendo a través de su sistema mientras la miraba con una sexualidad perezosa que tenía desde los dedos de los pies. ―Tal vez pueda conseguirlo para entonces ―estaba de acuerdo, con la voz ronca por encima de sus nervios finales y que cobraban más conciencia. Con sus manos apoyadas sobre su pecho desnudo, no podían hacer mucho acerca de la extensión de sus desnudos muslos que sus manos revelaron mientras alisaba el material blando de su falda más arriba de sus piernas. ―Eso no era exactamente lo que quería decir, Luc. ―Tocando con la punta de sus dedos contra el cojín duro de los músculos, sintiendo debajo de ellos el movimiento de otra parte debajo de la cabeza. ― ¿Sabes lo bien que se sintió ayer por la noche, Cat? ―Le preguntó, deteniendo sus reproches en sus labios―. Yo ni siquiera fui capaz de protegerme, me robaste el control muy rápidamente de algún un modo. Melina lo miró, vio una debilidad en sus ojos que no había estado allí antes de ayer por la noche. Como si se hubiera eliminado una barrera que había estado allí antes. La miraba de una manera que ella nunca había pensado. No había ningún indicio de acusación, ni sombras de sospecha. Había diversión, excitación, y un calor que ardía entre ellos como un infierno corriendo rápidamente fuera de control. ―Luc, esto no va a funcionar. ―Ella no iba a acercarse más a él. Luchó ante la necesidad de frotarse contra él en una imitación sensual de Mason pidiendo atención. Sin embargo, era muy difícil no hacerlo. Su cuerpo es elegante y fuerte y estaba en su contra, sosteniéndole en la cama. Su mano se posó en la parte inferior de su muslo, y las yemas de sus dedos marcando un diseño complejo en la carne por encima de la rodilla y hacia arriba lentamente. Sus muslos se separaron, aunque estaba segura de que quería mantenerlos bien cerrados. ―Claro que va a funcionar, bebé. ―Bajó la cabeza, sus dientes capturaron su labio inferior suavemente mientras la miraba, el hambre en su mirada era cada vez mayor. Cuando la soltó, con su lengua alisó sobre la curva. Melina separó los labios para él. Ella quería su beso, quería su tacto. ¿Cuál era el punto en que se extendía a ella o con él? Ella era débil y era una

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tentación tan maldita. Su tiempo aquí tendría un fin muy pronto, seguramente no había nada de malo... ―No, Luc. ―Sacudió la cabeza, tirando hacia atrás. No habría más daño a la espera de si ella cedía. Él ya tenía su corazón, pronto tendría su alma. ―Hmm. A los cautivos no se les permite decir que no ―le dijo, su voz retumbando en broma en la garganta mientras se acercaba a ella. Su pecho duro sobre sus pechos cubiertos de tela. El algodón no hizo nada para detener los pezones erectos, cada vez más duros y apretados, ya que presionaban más exigente contra el corpiño de su vestido. ― ¿No estás llevando esto demasiado lejos? ―Ella trató de debilitar aún el deseo que inundaba su coño. Dios, lo necesitaba. ―No. ―Sus dedos apretados contra su pelo mientras sus labios se trasladaban a su cuello, alisándolos sobre la carne sensible justo debajo de la oreja. El estremecimiento que sacudió su cuerpo hubiera sido embarazoso si Luc no hubiera gemido tan rudamente―. Tomas la vinculación de la cama como si fuera ir demasiado lejos, escucha mis ruegos, mientras yo navego en ese culo dulce hasta que sea de color rosa. Sus muslos apretados. Eso no debería ser el inicio. ―Entonces, a partir de las muy pocas curvas rojas debo ver cómo trabaja mi polla dentro de tu apretado culo. Podía sentir su coño humectado, apretando su ano. Esto es pervertido, le dijo a su cuerpo traidor. No es que le importara. Ella luchaba por respirar ahora, jadeando bajo los dedos que se había trasladado a desabrocharle el corpiño de su vestido. ―Tal vez eso no sería ir demasiado lejos, sin embargo ―reflexionó mientras doblaba la espalda y mostraba sus pechos hinchados―. ¿Sabes lo caliente, y lo duro, qué me pones, Cat? Nadie le había hablado nunca a ella de forma tan explícita. Sobre todo antes de que se lo viera en la cara, sus manos en el cuerpo, midiendo la profundidad de su excitación. ― ¿Me lo pides? ―Le preguntó mientras sus dedos se apoderaban de un pezón duro, que había trabajado con ellos, apretándolo hasta el punto de que la diferencia de placer y el dolor era borrosa y enviaba a su cuerpo disturbios en un plano de la sensación que ella nunca había conocido que existía. ―Me estás matando. ―Melina era bien consciente de que no tenía la experiencia para luchar contra la sexualidad que se estaba dando en ella―. Tú sabes qué me pasa, Luc. Su sonrisa era sensual, apretado, una mueca de la lujuria extrema y el hambre. ―Dime lo que quieres ―le susurró, apretando los dedos sobre el pezón de nuevo, ella jadeó y se arqueó hacia él―. Te gusta, nena. Observa todo lo que me gusta. Él repitió el movimiento y Melina juró que iba al orgasmo con esa sensación de paz.

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―Sí ―gimió ella entrecortadamente―. Sabes que me gusta. ― ¿Qué más te gusta? ―Bajó la cabeza, y su lengua se enredó en todo el enrojecido pico de su pecho―. Dime, nena. ¿Qué más te gusta? Él no le dio tiempo para responder. Su boca cubrió la punta de su pecho, dibujó en lo más profundo dentro de su boca y succionó muy sensual. Con voz áspera, sus dientes eran delicados hasta cierto punto, su lengua lamió hasta que Melina le clavó los dedos en el pelo, sujetándolo a ella, arqueándose más contra él insinuándose entre sus piernas. Traidores del cuerpo. Ella gimió con sus muslos abiertos para él, sus caderas en aumento, un grito de lamento ante su necesidad hacían eco a su alrededor mientras su pene presionaba toda su longitud en contra de la entrada de su coño. ―Esto no es justo ―jadeó ella, pero arqueó el cuello, sus labios se movían en torno a la garganta, a continuación, la clavícula, moviéndose inexorablemente más cerca de sus pechos hinchados―. Se supone que me odias. No me puedes odiar y quererme follar. Se detuvo entonces. Su cuerpo entero se calmó durante varios segundos antes de que su cabeza pensara, con los ojos ardiendo en ella. ―Oh nena, el odio es lo último que siento por ti ―dijo, la cadencia de su voz oscura palpitando entre la lujuria y algo más. Eso era algo más, indefinido y sin embargo, oculto, que había recuperado sus sentidos. ¿Cómo pudo hacerle esto? ¿Era justo que el amor deba debilitar aun cuando la hacía sentirse más fuerte, más alta, capaz de afrontar cualquier cosa que ella debe mantener en su corazón? Incluso cuando sabía que su corazón nunca sería suyo. ―Eres peligroso ―susurró, moviendo la mano para tocar la almohadilla de los hinchados labios mientras le devolvía la mirada, sabiendo que no lo podría rechazar, sabiendo que no podía hacer más que el amor mientras él quisiera. Su lengua se secó a lo largo de sus dedos un instante antes de que se apoderara de ellos con sus dientes. ―Vamos a ver el peligro que puedo reunir a continuación. Su mano se movió, agarró el lado de las bragas y las arrancó de su cuerpo. Melina abrió los ojos, pero antes de que pudiera decir un comentario despectivo sobre los vaqueros y los modales, él deslizaba su polla dentro de ella. Melina se calló, con los ojos cerrados mientras luchaba por respirar y concentrarse en el lento, deslizamiento sensual de su carne. Centímetro a centímetro apretó su polla dentro de ella, que se

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extendía en el tejido sensible, ardiente con un calor y un hambre que le robó su cordura. Era un placer diferente de los que nunca había conocido. Un placer que no podía negar. ―Me estás matando. ―Estaba luchando por respirar, para sobrevivir al azote del rojo vivo de placer a través de ella. ―Entonces, estoy matando a los dos ―gruñó―. Maldita sea, nena, eres tan caliente, tan jodidamente apretada es todo lo que puedo hacer para aguantar. Se enterró en ella hasta la empuñadura. Una presencia caliente palpitante que llenó su coño desbordante y envió sus sentidos girando en él. Entonces él se movió. Empujando duro y profundo, su respiración era un difícil eco a su alrededor mientras ella se agarraba a él con los dedos desesperada. Sus sentidos estaban girando, su cuerpo ardiente. Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas, dando voces por debajo de él mientras la tensión comenzó apretar, la conflagración amenazaba con destruirla. ―Luc. ―Ella gritó su nombre cuando la mordió en el hombro, casi gruñendo en contra de su carne. ―Te tengo a ti, nena ―gimió, agradecido, sus caderas moviéndose más fuerte, más rápido, hundiendo su erección a través de los músculos tensos y tejidos delicados cerrados que agarraban su polla―. A la mierda. Joder. Te tengo a ti, nena. Siempre. Siempre. Ella se quebró. Cada célula de su cuerpo estalló en una furia de éxtasis con sus palabras. Su coño convulsionado a su alrededor, ordeñándolo profundamente, cuando empezó con su propia liberación. ―Mi dulce Cat. ―Bajó la cabeza a su pecho, su cuerpo grande estaba temblando de placer―. Dulce. Eres tan perfecta. Tan jodidamente perfecta. Y así fue. Perfecto. La consecuencia fue un alivio suave y un suave deslizamiento del caos a la paz de la cama de Luc que había rodado a su lado y tiró de ella entre sus brazos. Una mano en su cabeza que estaba contra su pecho, la otra junta a su cadera. Su corazón seguía corriendo, pero también el de ella. ―No puede durar para siempre ―dijo en voz alta, con una tristeza sombría arriesgando que se perturbara la nube de placer que les envolvía. ―Sí puede. ― Suspiró―. Pero sólo si lo quieres, nena. Sólo si lo deseas.

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hora que sabía la verdad, Luc encontraba cada vez más difícil de contener a Melina. Podía ver claramente sus emociones en sus hermosos ojos, en su rostro suave.

Ella se había enamorado de él, y se negaba a aceptar cualquier otra alternativa. Pero también sabía que el tiempo se acercaba rápidamente, cuando iba a hacerle saber que él sabía la verdad. Lo habría hecho, pero tenía la sensación de que podría hacer sus maletas y salir tan rápido como cuando la había secuestrado al principio. Algo que, no podía permitir. Cualquier cosa que María estuviera haciendo, no podía ser nada bueno. Joe estaba muy preocupado, más preocupado por Melina que por la amenaza que Luc hizo al rasgar su maldita cabeza por haberle mentido. Joe le había dicho la verdad, habría estado más que dispuesto a ayudar. Pero no le gustaba esto. No de la manera en que amenazaba cada fragmento de la felicidad que Luc había soñado. Se sentó en el porche delantero, viendo como Melina intentaba interponerse entre Wolf y Mason. El híbrido de Wolf era increíblemente paciente con el felino invasor en su casa. No es que no hostigara al gordo gato con el culo al aire. Lo hacía, diariamente. Pero sólo si Melina estaba cerca. Mason era todo gruñidos en los brazos de Melina, la mirada fija en el perro enorme con una expresión petulante de felino. Luc casi creía que el Wolf sólo quería la atención de Melina en lugar de una oportunidad para acosar al gato. No lo culpaba. ―Lobo, como tu dueño lo estás empeorando ―se rió Melina mientras empujaba al animal de nuevo, cuando hizo una estocada burlándose del gato en sus brazos―. Mason no es el almuerzo. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No era una mujer cálida, ni dispuesta, pero Luc le había llevado el almuerzo antes de que él se decidiera por los sándwiches y sopa, nunca se habría fijado. Ella era adictiva, pensó, mirándole la dulce curva de su culo por debajo de sus pantalones vaqueros. Su risa resonó en el patio de la hacienda cuando Wolf se agarró a la pierna de sus pantalones vaqueros, gruñendo juguetonamente mientras la miraba.

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―Luc, llama a este monstruo fuera. ―Ella se volvió hacia él, la risa brillando en sus ojos, brillantes como gemas cuando tiró de nuevo en espera de Lobo―. Él va a picar a Mason. Su risa era como un eco de luz y belleza. Luc no podía dejar de sonreír al pensar tan cursi. Se puso de pie, con la intención de unirse a la obra, cuando de repente Wolf se soltó, su cuerpo se puso al instante alerta mientras miraba por el camino. ―Entra en la casa. ―Luc se movió rápidamente hacia Melina, haciendo caso omiso de la confusión en su rostro. ― ¿Qué? ―Ella miró a la curva de la carretera comarcal antes de volverse a Luc. ―Entra en la casa ahora. ―La agarró del brazo y la atrajo suavemente hacia el pórtico cuando la ira comenzó a brillar en sus ojos. ― ¿No quieres que nadie sepa que secuestraste a tu huésped? ―Le espetó ella, tirando lejos de él y pisando fuerte a la puerta―. No te preocupes, Luc, tengo una mejor venganza planeada para tu culo arrogante. ―Cerró la puerta detrás de ella cuando Luc salió exhaló y se movió rápidamente para que Wolf se pusiera en posición de vigilancia en la carretera. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando el vehículo entró en su vista. El Jeep desconocido era la razón por la que Wolf había reaccionado tan rápido, no el conductor detrás del volante. ―Luc, maldita sea, estaba a un día de una venta asesina. ―Jack saltó del vehículo nuevo, con el pelo largo y rubio atado en la nuca con una tira de cuero, su camisa de seda blanca aferrándose a sus hombros―. ¿Qué demonios puede ser tan importante que me llamaste de nuevo en una emergencia? La irritación brilló en los brillantes ojos azules del otro hombre, su cuerpo alto, tenso como un cable. ―Es bueno tenerte en casa, Jack. ―Sonrió Luc―. Vamos al establo y hablamos. ― ¿El granero? ―Jack no se movió de donde estaba―. A la mierda el granero. Está a más de un centenar de pasos de la sombra aquí y necesito una bebida fría. ¿Qué diablos le pasa a la casa? Luc ajustó su Stetson cuidadosamente. ―Se trata de una explicación. ―Suspiró―. Si quieres salir del sol, vamos a ir al establo. Pero no vas a entrar en esa casa hasta que hablemos. Entonces, ¿vienes o no? Los ojos Jack se estrecharon. Ellos se conocían de muchos años. Infierno, que habían muerto casi juntos. Había una confianza, un vínculo que fluía entre ellos cuando el peligro amenazaba al otro. No eran hermanos, pero podrían haberlo sido. ―Joder. ―Jack suspiró con cansancio―. Más vale que sea bueno, Luc. Condenadamente bueno.

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― ¿Hiciste qué? ―La pregunta de Jack hizo que el volumen subiera hasta que estaba casi gritando la última palabra. Luc se recostó contra el marco de la entrada del granero y contuvo su sonrisa. Para un hombre que había estado en más que rasguños, Jack era sorprendentemente incrédulo y Luc atrevido. ― ¿Eres consciente de que el secuestro es un delito federal? ―Gruñó Jack furiosamente―. No importa la razón... ―Sí, bueno, por lo que se robar coches, pero me acuerdo de ayudar a tu culo cuando decidiste probar tu suerte en eso ―le recordó Luc. Los ojos de Jack se estrecharon. ―Era mi puto coche ―espetó―. Ellos me lo robaron. Luc se encogió de hombros. ―Tenían los papeles, tú no. Esto lo hace un robo mayor. Jack gruñó irritado ―No puedo creer que te hayas ensuciado teniendo tratos con esa maldita familia otra vez ―dijo al fin gruñendo. ―Hijo de puta, una hermana gemela de mierda. ¿Para qué demonios la necesitamos? Luc frunció el ceño ante el tono en la voz de su amigo. Jack podía rabiar por María durante horas y Luc estaría más que feliz de escuchar, pero Melina era otra cosa. ―Ella es mi mujer, Jack ―dijo Luc suavemente, su voz más grave―. Cuidado con lo que dices. Un gesto encajó en su lugar sobre los ojos de Jack cuando le devolvió la mirada. Ese era Jack. Podía ser un luchador cuando tenía que serlo, pero también podría ser un infierno de estratega. En este momento, debería de considerar cuidadosamente la información que había, así como el hecho de que María estaba ahora en busca de su hermana gemela. ―Así que la estás protegiendo. ―Suspiró Jack―. ¿No has conseguido localizar a la esa perra todavía? ―le preguntó, obviamente, refiriéndose a María. ―Joe está trabajando en ello. ―Luc se encogió de hombros―. Mi principal preocupación es Melina y mantenerla a salvo. Está enojada conmigo ahora mismo, pero parece que le gusta el rancho bastante. Hasta que su hermana sea aprehendida, mi principal preocupación es mantener a Melina escondida aquí. Jack ajustó el lazo de cuero que sujetaba su pelo hacia atrás, mientras suspiraba otra vez. ―Esto podría ser un desastre. ―Sacudió la cabeza con cansancio―. María es una víbora, Luc. Los dos sabemos eso. Me he mantenido al día con los rumores en los últimos años, también, y hay un montón de ellos. La mujer no tiene conciencia. Todo lo que tiene es hambre de drogas. No será fácil de atrapar. Y sí sospecha que su hermana está aquí, puede que no sea malditamente fácil mantenerla a distancia.

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Luc sonrió con frialdad. ―Mientras la atrapo ―dijo en voz baja―. Eso es todo lo que me importa, Jack. Mantener a Melina a salvo asegurándome de que su hermana nunca más tenga la oportunidad de utilizarla de nuevo. Estas son mis prioridades. Ahora, ¿estás dentro? Jack le devolvió la mirada con sorpresa. ―Por supuesto que estoy en esto, maldita sea. No me tiene que gustar. Sólo tengo que ser capaz de ocuparme de ello. Y no creas que no seré un hijo de puta después. Rudo y a largo plazo. Puedes considerar que me una a la fiesta.

Y es probable que atraiga el interés en él, pensó Luc con entretenimiento. Jack no era un hombre que guardaba sus pensamientos para sí mismo hasta que la situación lo requería. ―Vamos a la casa entonces. Te voy a presentar. Recuerda, tú no sabes que ella no es María, le recordó a Jack. Jack gruñó. ―Al igual que podría haber cometido este error. Creo que simplemente no quiero saber. No sé tú, pero después de la reunión con ella y sus padres, después de los disparos, tuve una sensación de que algo estaba mal entonces. Creo, mi amigo, que deberías haberlo sabido desde el principio. Luc contuvo una sonrisa. Sabía condenadamente bien que incluso antes de que el avión aterrizara ese día no tenía intención de tomar a María Ángeles en su oferta sexual. El deseo de hacerlo simplemente no estaba allí. Ella era un poco cabrona, pero eso era todo. Melina era pura dulzura, sin embargo, de la cabeza a los pies. Suave y delicada, apasionada. Salió al porche, oyó las ollas y sartenes y el fuerte traqueteo y se rió entre dientes antes de abrir la puerta. Se molestaba demasiado, y le sentaba bien. Si se quedó un poco loco por un tiempo, era increíble que ella no se diera cuenta con qué facilidad había caído tan completamente bajo su hechizo que él sabía que nunca se recuperaría de ella. Ahora, todo lo que tenía que hacer era convencerla de que compartiera con él su locura.

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a llegada de Jack fue una sorpresa para Melina. Se puso de pie en la cocina, luchando contra un sentimiento de culpa mientras observaba divertida la amabilidad en sus ojos.

―Estas aún más linda que la última vez que te vi ―dijo, haciendo unas pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos azules cuando él le sonrío―. Estar sobria es bueno para ti, María. Ella apretó los dientes y le dio una mirada de odio a Luc. ―Creo que se te olvidó informarle a él exactamente quién soy yo ―le espetó. Luc sonrió a su vez. ―No, no lo hice. Le dije exactamente lo que pensé que eras. Melina olfateó con desdén antes de volver a mirar a Jack. ―Yo no doy respuestas a ese nombre. Puedes llamarme Catarina o Melina, es tu elección. Pero si me llamas María vas a quitarte la vida con tus propias manos. Jack se rascó la oreja, pensativo. ―El infierno, querida, creo que sólo estar a tu alrededor sería un peligro. Pero vales la pena ser observada aunque eso me condene. ―Tranquilo, Jack. ―Melina miró a Luc, ya que la irritación llenó su expresión. ―Lo siento, Jack, Luc cree que es el único que tiene derecho a ser malo y grosero ―dijo con inocencia con los ojos muy abiertos―. Personalmente, he decidido que eso es sólo una parte de ser un vaquero. Quiero decir, ninguno de los dos somos en realidad deportistas y refinados. ―Subrayó la última palabra con sarcasmo antes de dar la vuelta lejos de ellos y dirigiéndose hacia la sala de estar. ―Cat, se te está olvidando la cena ―gruñó Luc. Ella se volvió hacia él, sonriendo dulcemente. ―No, Luc, no me olvidé, acabo de decidir que quiero salir. Soluciónalo a tu condenado gusto.

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La atrapó antes de que ella saliera de la cocina, sus labios fruncidos mientras luchaba contra una sonrisa, sus ojos grises entrecerrados, pero la diversión en ellos no se podía ocultar. ―No te puedo dejar salir. Te tengo secuestrada, ¿recuerdas? ―le recordó a ella. ―Entonces es mejor no solo reconsiderar el delito, sino también el castigo. ― Sacudió el brazo de su agarre, furiosa con él ahora―. Debido a que condenadamente voy a aguantar esto mucho más tiempo. ―Sus cejas bajaron frunciendo el ceño cuando él le cerró el paso, con las manos agarrando sus caderas, que ella movía contra él, haciendo caso omiso de la risa cubierta de Jack mientras bajaba sus labios al oído. ―El castigo, mi amor, sin duda viene después ―gruñó―. Y te prometo que no lo olvidaras cuando lo haga. Le mordió la oreja con una sonrisa en su rostro furioso antes de mirar de nuevo a Jack. ―Vamos a la sala a discutir esas ventas que has realizado. Creo que Cat puede ser que necesite un descanso de nosotros los vaqueros irritantes. ―Mm..., ―murmuró Jack―. Tal vez sólo de ti. Ve hacer pucheros en la sala de estar y yo voy a hacerle compañía. ―En los sueños de tu mierda ―gruñó Luc, con el ceño fruncido en gran medida hacia Jack―. Saca tu culo de aquí para que me digas lo barato que vendes mis caballos. Y mantén tus malditos ojos fuera de ella. Por no hablar de tus manos. Jack suspiró decepcionado. ―Uno de estos días, voy a traer mi propia mujer. Estás empezando a ser francamente hostil, muchacho. Los hombres eran simplemente extraños, se había dado cuenta ella. Luc tenía que ser un Géminis. Ya que era de personalidades variables como este signo del zodiaco tenía mucho sentido. Era la única explicación... para esto. Había pasado de los celos hoscos a ser uno de los más sorprendentes amantes que podía haber imaginado esa misma noche. Melina apretó los dientes para contener un grito de placer al sentir la polla de Luc entrando lentamente hacia el interior de su bien lubricada parte trasera. Nunca, jamás, lo había tenido analmente. Nunca lo había considerado. Pero allí estaba ella, de rodillas, con el culo en el aire, los hombros al colchón mientras el vaquero grande bombeaba su polla en su interior. Su coño estaba candente. Podía sentir sus jugos, literalmente, goteando su vagina mientras se sostenía con fuerza, mierda, dentro de ella, con movimientos lentos, que se extendían con todo el cuidado imposible, el envío de toques de fuego ardiendo hasta el ano y el placer arrancó su esencia misma.

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―Eres tan fuerte. ―Era su voz ronca, tan profunda y oscura que se estremeció al oír el sonido―. Tan caliente y apretada alrededor de mi polla es todo lo que puedo hacer y no venirme dentro de ti ahora. Melina se quejó con el aumento de la lujuria. Sí, eso era lo que quería. Ella quería que él sintiera el estremecimiento en su contra, bombeando su semilla en su interior. ― ¿Te gusta esto, nena? ―le preguntó, el erotismo de su voz le hizo saltar el pulso―. Dios, me gustaría poder ver la forma en que tu culo apretado queda abierto para mi polla, ver cómo me chupa... ―gimió inmediatamente―. Voy a entrar en tu culo, nena. Esto te va a llenar tan profundamente con mi venida que es para ti y esa sensación dentro de ti que nunca la olvidaras. De todos modos nunca lo haría. Tenía que estar en estado de shock, pensó mientras se movía contra él, llevándolo más adentro del agujero prohibido, gloria en el placer con un dolor que desgarraba a través de ella. Había despertado la hendidura de su culo suavizándolo con sus dedos a través de él, su voz caliente susurrándole su intención de follarla por allí. Se había estremeció ante la amenaza, creyendo que sólo significaba un poco de juego caliente previo. Ella buscaba más que un poco de estimulación erótica. Tenía más de una hora de la misma. Y cada toque, cada lamida, cada línea de contacto fueron diseñados para que fuera cada vez superior, la pusieron más caliente cuando sus dedos extendieron el agujero inferior. Hasta que por fin, le estaba rogando que la follara por allí. Discutió con él para conducir su polla dentro de ella, tomarla en cualquier lugar, no le importaba. Ahora, ella le mendigaba de nuevo por más. Su clítoris era una masa hinchada de la lujuria tortuosa, su coño estaba sollozando ante su necesidad y podía sentir... algo. Un borde de oscura necesidad enrollado en la boca del estómago con cada golpe de su polla en el culo. Melina tenía los dedos apretados en la cama debajo de ella, un gemido escapó de su garganta al momento en que su erección estaba en lo más profundo de su interior. Podía sentir cada centímetro de su polla a través de su carne sensible. Cada latido, cada pulsación de las venas, en el túnel a través del tejido prohibido. ―Luc, no puedo soportarlo. ―Ella apenas podía hablar, la necesidad era tan grande―. Fóllame más duro. Haz algo, por favor. Ella se retorcía debajo de él, o lo intentaba. Sus manos sostenían sus caderas con fuerza, para mantenerla en su lugar, negándose a permitir que ella se moviera para aumentar el ritmo de sus embates. ―Fácil, bebé. ―Estaba luchando por respirar, y su voz era más profunda―. Ten paciencia. Sólo un poco más. Estás tan jodidamente apretada… no puedo soportarlo mucho tiempo más.

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Se sentía tan grueso como un bate de béisbol, tan duro como el hierro, pero cada embestida entraba en todo lo largo dentro de su canal con su permiso, fue volviéndola loca cada vez más. Ella quería conducirlo dentro, hundiendo tan fuerte y rápido dentro de su culo como fuera posible. Se moría por él. Apretó los músculos de su culo mientras empujaba dentro de ella de nuevo, un emocionante gemido salió de su garganta. Él se movía más rápido ahora, yendo y viniendo dentro y fuera de su ano mientras jadeaba para recuperar el aliento y ella gemía de añoranza. Podía sentir el placer que nacía en su interior. Fue diferente a todo lo que había conocido antes. La ola caliente de las sensaciones en su vientre le apretaba, la quemaba. ―Luc, por favor. ―Trató de gritar en demanda, pero sonaba más como un sollozo―. Fóllame. Jódeme más. Por favor. Se acercó a ella entonces, cubriendo su cuerpo más pequeño con el suyo, uso un codo para apoyarse y estar sobre sus hombros, mientras su mano la movía por debajo de su cuerpo. Antes de que ella tuviera la menor idea de su intención, dos dedos entraron de lleno dentro de su coño mientras empezaba a follar el culo en serio. Profundo, el ritmo de golpes, era un placer doble que conmocionó a sus sentidos y la convirtió en una criatura llena de sensaciones, de la lujuria y de la necesidad tan fuerte que estaba indefensa en sus garras. Su cadera se resistió a cada embestida debido a la necesidad de sensaciones que se estaban formando en su vientre. Apretado, más apretado... ―Luc. Oh Dios. Luc... ―Estaba empapada de sudor, pero era por el esfuerzo. Él gimió, con un sonido denso, duro en su oído que le causó escalofríos y hundió los dedos más adentro de su coño que estaba llorando. No hacía falta más que eso. Sin poder hacer nada abrió la boca para gritar, pero el sonido que surgió fue un grito ahogado, un lamento es lo que estalló. Su orgasmo explotó a través de todo su sistema. Radiante, formación de ampollas a causa del calor y un placer tan intenso que era casi doloroso. Los músculos apretados, bloqueando, sosteniéndolo en su interior gruñían su nombre e hizo que estallara en su interior un chorro de semen caliente dentro de su ano. Ella estaba temblando unos segundos después. Nunca había conocido algo que pudiera ser tan intenso, esto es increíblemente erótico. Gimió y sintió el deslice de liberación de la empuñadura que tenía dentro de su cuerpo y se dejó caer en la cama junto a ella. La entrada oscura por la que le había jodido todavía hormigueaba casi violentamente a causa de la posesión que había tenido sobre ella. Su cuerpo estaba sensibilizado, agotado y no pensaba que pudiera arrastrarse de la cama si su vida dependiera de ello. Pensó que estaba en estado de shock cuando un puño golpeó la puerta, sin embargo, sus ojos se abrieron a causa de la sorpresa al escuchar la voz quejumbrosa de Jack.

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―Si vais a follar como conejos por la mañana al menos podríais poner el silenciador de sonidos de follar. Su rostro se enrojeció en un brillante color carmesí cuando oyó a Luc con una sonrisa cansada. ―Oh, Dios mío. ―Ella enterró su rostro en la almohada al recordar sus gritos―. Oh, Dios mío. Esto es terrible. ―No había manera de que algún día pudiera enfrentarse a ese hombre de nuevo. No es que frente a él hubiera sido fácil la primera vez, por supuesto. Era el más burlón, una criatura sarcástica pero nunca había puesto los ojos en él. Y él fue casi asesinado por culpa de María. Una cosa acerca de su hermana que podía contar, ella sabía cómo hacerse enemigos. Luc gruñó. ―Vamos, levántate. Todo este ejercicio me ha dado hambre. Necesito el desayuno. ―Bueno, divertíos. ―murmuró―. No voy a estar frente a él esta mañana, maldita sea, Luc. ―Se arrastró para salir de la cama, riéndose de sus gritos mientras la volteaba por encima de su hombro y la llevaba al baño. ―Bestia ―lo acusó cuando la dejó en los pies de la ducha. ―Jovencita. ―Él se inclinó y la besó rápidamente―. Ahora dúchate. Necesito el desayuno. Si no estás abajo, en media hora, vendré y te llevaré hacia abajo. Ella frunció el ceño hacia él rebeldemente. ― ¿No te parece que estás tomando este cautiverio un poco más lejos de lo que debe ser? Quiero decir realmente, incluso al peor de los prisioneros lo encerrarían por un buen comportamiento. El hecho de que estuviera desnuda y sus ojos estaban llenos de un reconocimiento lujurioso no se perdió en ella. Así como el conocimiento de que él estaba desnudo y su polla fuera lentamente teniéndola en cuenta una vez más no se perdió en él. Frunció el ceño. ―Maldita sea, me vas a matar. Soy demasiado viejo para el sexo durante todo el día. Dúchate. ―La empujó hacia el cubículo―. Voy a usar el baño de visitas. Y date prisa. Tengo hambre. Siempre estaba con hambre. Melina negó con la cabeza con la diversión de su corazón encerrado por el anhelo. Maldita sea, que era sexy. Sexy, divertido y caliente por lo que hizo que los dedos de los pies se le doblaran por el calor. Él le rompería el corazón por la emoción también. Rápidamente se movió lejos de aquel sombrío pensamiento. Ella tenía que disfrutar este tiempo ahora que podía, se prometió. La realidad vendría muy pronto, y cuando lo hiciera le reventaría el culo duro. Por ahora, quería deleitarse con su toque, disfrutar de su risa y sólo una parte de él. Incluso si él no sabía que ella no era María, que no sabía que ella no era la mujer pensó. Estaba contenta ahora. Era todo lo que había dejado cuando se trataba de su derecho a fin de cuentas. Todo

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lo que tenía era sostener el futuro, cuando, estuviera segura, de que Luc ya no sería una parte de su vida. Luego se permitiría a ella misma hacerse daño.

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l desayuno de Melina de huevos fritos, papas fritas, tocino y bizcochos caseros fue consumido rápidamente, y en una hora ambos Luc y Jack estaban fuera en el establo con los caballos. Varios fueron vendidos, le contó Jack a Luc durante el desayuno. Las dos hembras eran excepcionalmente hermosas, elegantes y serenas a pesar de su tamaño. Melisa las había visto desde el porche por un momento cuando los dos hombres estaban dentro del corral y empezaban a subirse a cada animal. El verano estaba en pleno apogeo, y el tiempo del Este de Texas era malditamente caliente. Era un calor húmedo, uno que calentaba los huesos y la hacía pensar en la noche sensual por venir. No había duda en su mente de que mientras compartiera la cama con Luc no sería necesario ejercicio físico. El hombre tenía suficiente testosterona como para tres hombres. Volviendo a la casa, entró a la cocina determinada a tener la comida preparada rápidamente y así poder limpiar el resto de la casa. Luc había mencionado sacar algunos caballos más tarde si estaba bien con ello. Habían pasado años desde que había montado, y nunca en un animal tan grande y elegante como el Clydesdales que él tanto amaba. Era fácil auto convencerse de que la situación podía continuar indefinidamente. Fácil dejar que su corazón y su mente apartaran los problemas que la esperaban cuando volviera a casa. Sus padres la habían repudiado. Probablemente no tenía apartamento y definitivamente no tenía trabajo. Todo lo que tenía era un gato gordo, un auto bastante lindo y un certificado de enfermera que no había usado en dos años. Pero cuando los brazos de Luc estaban a su alrededor, cuando sus labios tocaban los suyos, ninguno de esos problemas existían. Solo estaba el aquí y el ahora, su toque, el calor y los duros remolinos de placer que surgían a través de su cuerpo. Se estaba volviendo más difícil, cada día, imaginarse sin él. Un suspiro se le escapó mientras pensaba. Qué no quisiera estar sin él era su problema. ― ¿Por qué el suspiro, hermanita, extrañando la casa? ―La voz proveniente de la entrada hizo que Melina se congelara por la sorpresa. Continúo parada delante del sumidero tratando desesperadamente de convencerse de que no había escuchado esa voz. ―Capaz que estás extrañándome. ―la gruesa aspereza de la otra voz femenina hizo que Melina se girara con miedo.

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Melina parpadeo, recelosamente, segura de que no era posible que las dos mujeres a las que estaba mirando pudieran realmente estar allí. ―Ah, mira, Bertha, la sorprendimos. ¿No luce muy bonita cuando se pone así de pálida? ―María choco sus palmas como una niña, una expresión de diversión maliciosa torció su cara. ―Sí, solo hace fluir sus jugos―. Bertha sonrió con anticipación, sus ojos oscuros brillando con una lujuria anormal―. ¿Me pregunto si ella es tan caliente como tú María? Apuesto que una vez que la haya trabajado será mejor. María hizo un gesto de abierto disgusto cuando la puerta de atrás se abrió. Y dos hombres desconocidos entraron. Por un momento, sólo por un momento, ella espero que fuese Luc, hasta que vio a los hombres. No había duda de que eran amigos de María. Tenían ojos como de serpientes, fríos y carentes de emoción mientras la miraban fijamente. ―Estos son amigos míos, Mellie ―le dijo María alegremente―. No necesitas saber sus nombres pero vinieron para ayudarme a llevarte a casa. Pobre bebé. Lamento que hayas sido secuestrada en mi lugar, pero estoy segura de que puedo cuidar de tú viejo vaquero―. Además ―miró a Bertha―, tú buena amiga Bertha realmente te ha extrañado. Creo que ella está esperando para saludarte apropiadamente. María estaba drogada; sus ojos estaban vidriosos, una sonrisa anormal en su rostro demasiado ancha. ―Dios, María. ―Melina sacudió la cabeza mientras enfrentaba el triste desecho de la hermana que una vez amo―. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? María frunció el ceño, con un parpadeo de ira en sus ojos. ―Rechazaste el plan de papá, Melina. Se suponía que tú no harías eso. Vine para llevarte de vuelta así podrás reconsiderarlo. ―Ella sonrió como un niño proponiéndole una gran aventura―. Papá lo tiene todo resuelto esta vez, cariño. Y Bertha aquí… ―señaló a la mujer perezosamente―. Ella vino con nosotros para recordarte qué pasa cuando te niegas a hacer lo que quiere. Y ella realmente quiere que me ayudes. ―La beatífica sonrisa que llenó la cara de María no debería haber lucido tan siniestra y retorcida, pero lo hizo. Aterrorizo a Melina. ―Estuve cerca de morir la última vez, María ―le recordó, luchando por permanecer en calma mientras los ojos de Bertha viajaban por su cuerpo―. ¿Realmente quieres verme muerta? No había compasión, ni indecisión en los ojos de su hermana. ―Mejor tú que yo, dulzura. Tú sabes que soy la favorita. La mejor. Papá no querrá perderme, Mellie, tu sabes eso. Y eso rompería el corazón de mamá. Ellos no te quieren tan cerca como a mí, así que tú realmente nos estarías protegiendo a todos. No era más que la verdad, pero cortó su alma como con una espada muy filosa.

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―No lo haré, María ―respiro Melina bruscamente. Ella no estaba sola, se recordó. Luc y Jack estaban en el granero; regresarían pronto. Luc no dejaría que María se la llevara. Él no podía. ―Ahora mira, cosita dulce, ahí es donde te equivocas ―habló Bertha mientras María reía alegremente―. Tú regresarás y ocuparás su lugar y le rezarás a Dios para hacerlo bien. De otro modo la violación que habrías recibido en mis manos lucirá como un Picnic de domingo cuando termine contigo. Su brazo rodeó a María. Melina vio con enfermiza fascinación como la cabeza de Bertha se inclinaba, sus labios cubriendo los de María mientras su hermana respondió con tanta pasión ilimitada que Melina se preguntó si no era otra pesadilla en vez de la realidad. ―Ya basta, María ―el hombre más grande al otro lado de la habitación le ordenó fieramente―. Necesitamos salir como el infierno de aquí antes de que esos dos vuelvan. No necesitamos ningún problema. Los dos hombres se retiraron lentamente. María se acurrucó contra los pechos de Bertha mientras la otra mujer le sonreía a Melina brutalmente. ― ¿Lista para salir, cosita dulce? Melina miró fijamente a su hermana. En ese momento se dio cuenta de que no había salvación para su hermana. Ella estaba horriblemente delgada, su piel pálida, su mente tan corrompida por las drogas que probablemente no había esperanza de traerla devuelta. ―Te amo, María ―dijo suavemente mientras la miraba lastimosamente―. Espero que siempre sepas que te amo. María parpadeó, su mirada cambió antes de volverse insensible y fría devuelta. ―Entonces no tendrás problemas en ir a la cárcel por mí―. Se estiró y alcanzó uno de los pechos de Bertha tarareando con aprobación mientras el pezón de la otra mujer se endurecía. Melina se estremeció con repulsión. ―No voy a ningún lado―. Se quedó inmóvil, tenía sus manos agarrando el mostrador de atrás mientras todas las miradas se posaban sobre ella. ―Lo siento, señorita, pero usted viene ―susurró rudamente―. ¿Apesta, no? ¿Tener una hermana como esta? Pero es malditamente útil para mí. Tú no lo eres, así que pierdes. No era un hombre generoso, era frió y ella sabía que no dudaría en matar. El arma que sacó de debajo de su chaqueta lo probaba. ―Vamos.

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Ella apretó fuertemente la mesa―. Una vez que empiece a gritar Luc y sus hombres estarán aquí. Y no vendrán desarmados. Un parpadeo de molestia paso a través de su expresión. ―Entonces tendremos que asegurarnos de que no grites. ―Bertha empujó a María a un lado y saltó hacia Melina. Gritó. El nombre de Luc resonó a través de la casa, pero sabía que él nunca la escucharía desde el granero. Un segundo después un fuerte golpe cayó sobre su cabeza mientras intentaba empujar más allá a la mujer más grande. Melina pudo escuchar la risa de su hermana cuando cayó al piso. ― ¡Luc! ―grito otra vez mientras luchaba bajo la mesa, pateando a Bertha y al hombre que le agarraba las piernas. Sintió un duro golpe en los riñones un segundo antes de que un aullido salvaje se escuchara y el sonido de cristales rotos se escuchara sobre la mesa. Gritos, maldiciones y una risa femenina sonó alrededor de Melina mientras ella luchaba contra el dolor que barría todo su cuerpo. Como siempre, Bertha sabía exactamente donde apuntar cuando utilizaba sus brutales puños. Los gruñidos de Wolf fueron seguidos por el sonido de Luc y Jack. Melina luchó para recuperar la respiración para poder ver más de las formas oscuras, borrosas que luchaban por la cocina. Pero María ya no reía, y si no estaba equivocada la forma recostada en el piso al otro lado de la habitación era Bertha. ― ¡La mataste! ―gritó repentinamente María―. ¡Tú la mataste, bastardo! Melina aclaró su visión a tiempo de ver a su hermana sacando una pistola de su bolso y levantándola. Luc estaba luchando por la habitación con uno de los hombres, Jack tenía al otro en el piso y la pistola estaba apuntando a la cabeza de Luc. ―No… ―haciendo acopio de la última parte de su fuerza Melina se arrojó sobre su hermana, su mano agarrando las muñecas de María mientras luchaba con ella para quitarle el arma. ―Maldita seas, Mellie. ―Las rodillas de María dieron en sus costillas, enviando una explosión de dolor a través de su cuerpo mientras se iba de espalda―. Puedes morir primero. La pistola se volvió hacia Melina; los ojos de su hermana eran fríos, duros, cuando el dedo apretó el gatillo. Luego María se sacudió, se estremeció, dejando caer el arma mientras un rojo empezó a florecer en su pecho. Melina vio la horrible mancha en shock mientras el silencio parecía llenar la habitación.

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― ¿Joel? ―susurró desoladamente María. ―Joel, me lastimaste. Tú me lastimaste… Ella cayó sobre la figura caída de su amante, con un último jadeo de su pecho hasta que se calmó. ―Melina―. Luc se sentó a su lado, sus manos yendo sobre sus costillas mientras ella gritaba débilmente. El dolor era terrible, sólo respirar era una agonía. ―Joder, te rompieron una costilla, seguramente dos. Jack… ―Estoy llamando al sheriff y una ambulancia ―dijo en respuesta Jack aunque las palabras apenas penetraron la mente en shock de Melina. María estaba muerta. Melina miró por encima de Luc, viendo la cara devastada y llena de lágrimas de su hermano mientras miraba a María. En su mano tenía un arma. El arma que había usado para matar a su hermana. ―No habría parado ―decía cansadamente, su voz ahogada en lágrimas, cuándo se arrodilló junto a su hermana muerta―. Ella nunca hubiera parado. ―Fácil. ―Luc la acerco a él mientras ella luchaba por sentarse, el dolor a través de ella. ―Quédate quieta, Cat. La ambulancia pronto estará aquí… ―No. Yo no soy María ―la llamo Cat. Seguramente él no pensaba que ella era María ahora. ―No, bebé, no lo eres. ―Él besó su frente tiernamente―. Tú eres mi pequeña Cat, sin embargo, eso no cambiara. ―Tú odias los gatos. ―Lo miró miserablemente―. Te amo. Siempre te amé. Pero tú odias a los gatos. ―Aprendí a tolerar uno en particular. ―Él sonrió luego, y salía una fatigada curva de sus labios mientras alisaba su cabello hacia atrás―. Lo otro, no puedo vivir sin ello. Te amo, Cat. Ahora descansa cómodamente. Todo estará bien. Todo estará bien. ¿Pero lo estaría? Ella miró hacia arriba a su hermano, su abatida cabeza, la inclinación de sus hombros, luego miró devuelta a Luc. Su cara estaba arrugada de preocupación, sus ojos negros, su camisa rota. ―Te amo ―le susurró devuelta ella. Gentilmente él limpió las lágrimas que caían de sus ojos, de sus mejillas. Su toque era suave, tierno, pero su mirada era fiera. ―No más de lo que yo te amo, Cat. Nunca más de lo que yo te amo.

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E

l funeral de María fue un evento pequeño y tranquilo. Melina se había visto obligada a perdérselo. Dos costillas rotas y un riñón herido habían cancelado cualquier plan de vuelo que le hubiera gustado tener o hacer. Ella sabía que se hizo un circo mediático acerca de la destrucción de la familia. La breve visita de su padre en el hospital no había resuelto nada. Su dolor y la clara indicación de que la culpaba por la muerte de su hija que fue su favorita en abundancia era fácil de ver.

Lo único que necesitaba era el amor, Melina. Nunca entendiste, María sólo necesitaba más amor y nunca lo recibió. Ella sólo tenía a su familia para entenderla y se apoyó en ella... No tenía sentido, pero sin embargo, nunca lo hizo. Joe, como siempre, había soportado la mayor parte de su ira. Él fue formalmente repudiado en vez de verbalmente. ¿No habían sospechado que María hubiera aprendido algo cuando Melina era ella?, pues si María no hubiera sido asesinada. Ella no se habría perdido para siempre. No parecía hundirse en ellos hasta ahora que María habría matado con mucho gusto a Melina. Ellos se negaron a aceptarlo. Luc la trajo a su casa después de una pequeña estancia en el hospital. Su casa. Y allí la había mantenido, cuidando de su cuerpo, cuidando de ella hasta que sus costillas se habían curado por completo. Todavía tenía pesadillas a veces, las visiones de su hermana burlándose y riéndose cuando ella apuntó el arma en su dirección. Pero Luc siempre estuvo ahí. Sus brazos la rodeaban, susurrándole su amor por ella. Y a lo largo de las noches en que se daban placer, conducía todos los pensamientos de las pesadillas, la muerte o la tristeza fuera de su mente. Tres meses más tarde, una noche, él le iba a sorprender por su vestuario, y tomó una pequeña caja de terciopelo de un cajón cerca de la cama. Allí, se puso a una sola rodilla, le tomó la mano y empujó un diamante extremadamente caro en su dedo. Un anillo de compromiso que brillaba con fragmentos de color y calor mientras miraba hacia abajo donde estaba él durante unos minutos. Entonces miró a Luc con sorpresa cuando se puso de pie. ― ¿Ninguna propuesta? ―Le preguntó con malicia. La miró con arrogancia, aunque el efecto fue estropeado por el brillo de diversión que había en sus ojos.

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Lora Leigh

El club de las Excomulgadas

Foro F. A.

―A los cautivos no se les da una opción. ¿Recuerdas, Cat? Yo decido y tú me sigues. Ella arqueó una ceja mientras permitía que su mano lentamente recorriera su estómago cubierto de seda y continuaba recorriendo el camino hasta sus pechos hinchados. Ella suspiró profundamente. ― ¿Es así como funciona ahora? ―Le preguntó con voz ronca mientras movía sus muslos cambiado para permitir que la visión de él se regodeara, al ver las curvas de su coño desnudo. Su pene reaccionó de inmediato. ―Algunos cautivos se vuelven tercos, ¿sabes? Ellos hacen todo tipo de cosas para volver con sus captores. Cosas como la búsqueda de otro dormitorio para dormir ahí… Y ella no estaba bromeando. Al diablo, si ella esperaba mucho tiempo para una propuesta adecuada, al juzgar lo que acaba de hacer y deshacerse de él. La miró fijamente durante unos segundos más o menos largos antes de suspirar. Se puso de rodillas una vez más, tomó su mano y le devolvió la mirada. ―Cásate conmigo ―le susurró. Sonaba más como una orden que una propuesta, pero si había una cosa que había aprendido de su vaquero, era su arrogancia feroz, su determinación y su amor por ella. Su amor por ella seguía asombrándola. ―Por supuesto que lo haré ―Se encogió de hombros. No había terminado con él todavía―. Sin embargo, ¿quién le va a explicar a nuestro hijo, cuando pregunte por qué estamos durmiendo en habitaciones separadas? ― ¿Debemos tener habitaciones separadas? Maldita sea, Cat, Te amo hasta el infierno, pero si piensas que vamos a dormir separados... ―se detuvo. Sus ojos se agrandaron―. ¿Hijo? Su mano tocó sobre su abdomen. ―Parece que algunas de las cicatrices se han curado ―dijo en voz baja―. Estamos embarazados, Luc. Él temblaba. Ella no lo había visto temblar desde el día en que María casi le dio el tiro. ― ¿Embarazada? ―Lamió sus labios nervioso, la mano en movimiento aplanando su abdomen―. ¿Estás segura? ―Positivo ―dijo en voz baja―. El médico realizó las pruebas dos veces para estar seguro. Tragó con fuerza, mirando hacia ella, sus ojos como una oscura tormenta de verano mientras la miraba con tanta emoción que le contrajo el corazón. ―Me robas el aliento ―dijo simplemente―. Tú eres mi corazón, Melina Catarina Ángeles. Mi corazón y mi alma. Por favor, dime que te casas conmigo. Melina parpadeó con lágrimas a continuación.

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―Tú eres mi mundo ―dijo entre lágrimas―. Mi vida. Por supuesto que me casaré contigo. Él se movió rápidamente, acercándose a ella, sus labios cubrían los suyos, mientras se movía entre sus muslos, en la abertura de ella, su polla se hundió poco a poco, suavemente, dentro de las profundidades sensibles de su coño. El aliento de Melina fue capturado por el placer. Siempre lo hizo. Él era de ella. Su corazón y su alma y respiraba por su tacto, por su beso. Hubo pocos preliminares. Las emociones parecían tirar del control de Luc como nada más podía. La profundidad de su amor por él todavía parecía sorprenderle, al igual que su asombro por ella. Tenía las piernas cruzadas cuando sus caderas se movían y sus labios se movían con avidez. Sus empujes fueron suaves, tiernos, pero no menos feroces de lo que nunca fue. En cuestión de minutos su orgasmo la llenó, temblando a través de todo su cuerpo cuando arrancó sus labios de él, clamando su nombre cuando lo sintió estallar dentro de ella en ese mismo momento. ―Te quiero, Cat. ―Ella oyó su voz suave como el sueño que se estaba adelantando. ―Te quiero, Luc. Para siempre...

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Lora Leigh es una esposa y madre de 36 años residente en Kentucky. Sueña imágenes brillantes y vívidas de sus personajes intentando tomar el control de su obra, por lo que mantiene una constante batalla por grabar dichas imágenes en el ordenador antes de que desaparezcan tan rápido como aparecieron. La familia de Lora y su vida como escritora coexisten, si no en total armonía, sí en relativa paz. Un marido comprensivo es la clave de las largas noches repasando escenas complicadas y personajes testarudos. La visión de su esposo de la naturaleza humana y los tejemanejes de la psiquis masculina, proporcionan a Lora horas de risas e innumerables ideas románticas que luego ella aprovecha para plasmar en papel.

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