Relatos apocalípticos*

Feliz el que lea, y felices los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca. Apocalipsis, I, 3.

La Tierra de los dioses El humano interroga, fantasea y especula sobre el principio y el fin. Busca respuestas y así promueve narraciones. Las distintas religiones suelen contar con relatos fundacionales, apocalípticos, casi-apocalípticos, preapocalítpticos y postapocalipticos. En cuanto a los orígenes de la creación, el Génesis, supuestamente escrito por Moisés, es el más emblemático de este hemisferio. Allí, Adán nace del polvo y de un soplo divino; después, entrega una costilla para crear a Eva. En cambio, el hacedor de los indios cheroki usa la arcilla y el fuego. Este mito etnocéntrico explica el origen y la variedad de los hombres. Según el tiempo de cocción de los tres modelos que ingresaron al horno de la vida, se dividen en blancos, morenos y negros. Por su parte, el mito babilónico narra por qué siete hombres y siete mujeres provienen del barro y de la sangre de un dios sacrificado que participó de una rebelión. Jean Bottéro recuerda que “la religión es mitológica, y toda religión es mitológica”. Toda doctrina religiosa tiene un conjunto de mitos. Mediante la imaginación razonada, se urde una mitología; ésta representa lo sobrenatural para darle coherencia y orden. En este sentido, la literatura mesopotámica trazó el primer sistema de creencias. Una de sus características es que la cultura local se extiende a lo sobrenatural. “En Mesopotamia, el mundo de los dioses lleva, en su concepción global, la huella de lo humano; en concreto, está calcado del orden estatal en sus diversos planos: el estado, la ciudad y la confederación urbana. Las prácticas y creencias de esas gentes diseñaban una religión que no era sino la proyección en lo infinito de los perfiles más típicos de su propia sociedad” (Sanmartín, 1998). De modo que otra de sus particularidades es la teología política. La teología y la política se cruzaban: se prestaban ideas, palabras e imágenes. Sanmartín explica que la historia de la religión en Mesopotamia es la historia de sus habitantes, de sus construcciones y de sus vicisitudes políticas. Para este autor, los temores que alimentaban el subsistema mitológico eran tres: lo suprahumano, o el miedo a lo superior (los dioses); lo ultrahumano, o el miedo a lo que viene (el destino); lo infrahumano, o el miedo a lo que fue (los muertos). La religión resguardaba de los temores producidos por un hábitat hostil, donde el individuo sólo sobrevivía dentro del orden estatal. Allí los mitos brindaban el saber sobre las leyes generales que regían el mundo físico. “La cosmogonía estaba en función de la cosmología, pues el procedimiento mitológico exigía que se partiera del objeto que había que explicar para ajustar a él las «imaginaciones calculadas» que lo explicaban” (Bottéro, 2001). Así, por ejemplo, las principales fuerzas de la naturaleza están personificadas en divinidades. Había miles de divinidades antropomórficas. Esta multitud respondía a la necesidad de encargarle a cada dios uno de los segmentos de la realidad empírica. Cada fragmento del mundo y de la historia está dominado por un ser divino. Todo lo que existe, incluido el espacio y el tiempo, depende de una constelación de voluntades suprahumanas. En efecto, la constante cultural mesopotámica era evitar huecos profanos y sectores libres laicos. Esa era la intención. ¿Por qué? Por exigencias de seguridad: “la realidad existente no se volverá en contra del hombre y de la sociedad mientras esté bajo el control de una serie de dioses, y mientras estos dioses sean propicios. Un dios es propicio si se ve reconocido y apreciado –cuidado– mediante ofrendas [...]. El culto, los templos y los sacrificios son la única garantía de susbsistencia de la sociedad” (Sanmartín, 1998).

Los dioses eran la fuente de los castigos. El Diluvio es un ejemplo, aunque según el relato varía el motivo. En las narraciones mesopotámicas, el héroe es Atrahasis (o Ziusudra, o Utnapishtim). Este personaje es el equivalente de Noé. La catástrofe que lo involucra ocurre en una ciudad cercana al Éufrates. Luego de la creación de la humanidad, el bullicio de ésta, al multiplicarse, se había vuelto intolerable para Enlil. Este dios decide causar inundaciones y lluvias tempestuosas, después de haber atacado a los humanos con varias plagas. Sin embargo, el protagonista será salvado por Enki/Ea, dios del mar y la sabiduría, quien, con anticipación, le avisa a Atrahasis que las divinidades han decidido exterminar a hombres y mujeres. El quiere protegerlo: le indica que construya un barco y se haga al mar con sus pertenencias, su familia y sus animales. Fin de la reseña. (Conviene leer El relato más antiguo del diluvio, donde Bottéro analiza “El muy sabio”, un texto grabado fragmentariamente en el canto XI de la “Epopeya de Gilgamesh”.) Varios textos mesopotámicos tratan el diluvio, pero el primero en hallar un relato cuneiforme sobre ese acontecimiento fue George Smith. “En el otoño de 1872 pasó por sus manos una tablilla que creyó sería más interesante que los demás documentos cuneiforme. Al descifrarla, Smith quedó sin aliento. Se trataba del relato de una inundación que lo destruía todo a su paso, de un barco que quedó detenido en la cumbre del monte Nisir, de una golondrina y un cuervo también soltados con el mismo fin. Smith levantó el velo a un viejo relato babilónico que contaba todas las incidencias del diluvio” (Grimberg, 1995). Era un fragmento escrito en 12 tablas de arcilla que serían el poema de Gilgamesh. Luego, se encontraron versiones más antiguas, de hasta 2.000 años antes de Cristo. El texto babilónico es más antiguo que el hebreo. Según Bottéro, Moisés habría adoptado el tema para ubicarlo en el monoteísmo fundado en el Génesis. Por otra parte, el arqueólogo Leonard Woolley, en 1929, halló pruebas geológicas para afirmar que el diluvio ocurrió. Grimberg comenta: “Parece que este diluvio fue una catástrofe local, que castigó un territorio de unos seiscientos o setecientos kilómetros de longitud y 150 de anchura, en el curso interior del Éufrates”. Las investigaciones de Wooley sugerían que, después de aquella inundación, los sumerios habrían tomado ese espacio de Mesopotamia para establecerse allí en ciudades. Otros estudios disienten con estas afirmaciones y proponen inundaciones parciales que eran frecuentes en esa región. En cualquier caso, el procedimiento narrativo es imaginar el origen a partir de un dato real (experimentado o no). En el repertorio mitológico, este hecho marcaba la etapa de tránsito hacia la sociedad en que vivían los mesopotámicos. ¿Y sobre la tendencia a imaginar un destino último, catastrófico e inevitable? Según Bottéro, los documentos disponibles son insuficientes para saber con certeza si en Mesopotamia los antiguos sabios pensaron sobre el fin del mundo. Sin embargo, menciona el aporte de otro autor. Beroso les atribuye a los mesopotámicos una doctrina que estipula la duración total del mundo. Esta debía ser de “doce veces doce sares de años”. Con el tiempo ya trascurrido (12 sares), quedarían poco más de 40.000 años. El asiriólogo afirma que es probable que aquello sea “el eco de especulaciones auténticas”. Pero sin los documentos, nada es seguro ni preciso. Es muy posible que esas especulaciones tampoco fueran oficiales y, menos aún, fundamentales en el sistema religioso. Beroso no aporta datos al tema clave: “los sabios cuyas elucubraciones relata ¿pensaban en el fin de un mundo —¿reemplazado entonces por qué?— o en el fin, absoluto, del mundo, que desaparecería para siempre?” (Bottéro, 2001). Estímulos para la imaginación Esa criatura desamparada en el universo formula preguntas sobre los misterios existenciales: ¿por qué existe todo esto y qué sentido tiene? Esta incluye la clásica: ¿hacia dónde? Al igual que otros investigadores sociales a mediados de los 90, Eric Hobsbawn describía la situación: “Un mundo en el que no sólo no sabemos adonde nos dirigimos, sino tampoco adonde deberíamos dirigirnos”. Además, remarcaba la importancia del historiador en una época de presente estanco: “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”. En su mayor parte, las personas “crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven”.

Este continúa siendo un fenómeno llamativo, casi tanto como el pensamiento de Arthur Schopenhauer, que en el siglo XIX le ponía un tono menor a la partitura moderna. Para el gran antihegeliano, el ahora es la única forma de la realidad o de la vida real: “Ningún hombre ha vivido en el pasado y ninguno vivirá en el futuro, sino que únicamente el presente es la forma de toda vida, pero es también su posesión segura que nunca se le puede arrebatar”. En efecto, este filósofo idealista sostiene que “sólo hay objetos reales en el presente: el pasado y el futuro contienen meros conceptos y fantasmas, de ahí que el presente sea la forma esencial del fenómeno de la voluntad e inseparable de él. Sólo el presente es lo que siempre existe y es definitivo”. Pero reflexionar sobre la existencia próxima implica mirar hacia adelante. Al hacerlo, mediante la imaginación (o con una observación abstractiva, diría Peirce) es difícil concebir en este planeta la instauración de Felicidonia. Los signos no son propicios. El astrofísico Stephen Hawking, “una de las mentes brillantes”, dio su opinión en 2008: “Es ya muy difícil evitar un cataclismo en el planeta Tierra en los próximos cien años.[...]Las graves amenazas que nos acechan son que nos estamos situando al borde de una segunda era nuclear y este cambio climático sin precedentes”. Agregaba que, para sobrevivir, la humanidad debía repartirse en distintos lugares del universo. “El futuro de la raza humana deberá transcurrir en el espacio si no queremos extinguirnos. Sería deseable establecer una base en un planeta o en una luna.” Por su parte, Gianni Vattimo, divulgador de Heidegger, aportaba su visión: “Ciertamente, no soy muy optimista en cuanto al futuro ecológico del planeta. [...]Ya no es posible pensar en un ‘desarrollo’ lineal de nuestra historia. Hay un clima ‘mesiánico’, en cierto sentido. ¿Es sólo un peligro? Quizá sea también nuestra salvación, saber que, o inventamos algo, o corremos el riesgo de perecer”. En cierta medida, se dialoga con la ciencia-ficción. Por ejemplo, con Exilio en el Infierno, de Isaac Asimov (para omitir a Blade runner). Mientras juegan al ajedrez y programan alegatos, Parkinson y Dowling, habitantes del mundo moderno, discuten cuál es el castigo más apropiado para Anthony Jenkins, quien, en un acto de furia, atentó accidentalmente contra la humanidad con un delito imperdonable. El exilio o la pena de muerte. Esta es la dicotomía al establecer la máxima sanción. Más tarde, una computadora entrega el veredicto. El condenado entra a una sala donde escuchará su destino frente a un juez y un tribunal. Allí, Parkinson ve al reo y conjetura: “¿Podían pensar en un congénere arrojado para toda la vida en medio de la población extraña, hostil y perversa de un mundo insoportablemente caluroso de día y helado de noche, un mundo donde el cielo era de un azul penetrante y el suelo de un verde más penetrante e intenso aún, donde el aire polvoriento se arremolinaba tumultuoso y el viscoso mar se levantaba eternamente?” Comparado con el confort del nuevo mundo, el exilio en ese otro lugar se revela como insoportable y peor que la muerte. Claro que esta última es más leve que el castigo, si no se la entiende como tránsito al Reino de los muertos. Los sumerios creían que al morir se iban al Infierno en forma de espectros débilmente materiales. Siete murallas con siete puertas rodeaban aquel reino, gobernado por el dios Nergal. Luego de atravesar un río y los umbrales, no había ningún consuelo póstumo. Todos iban al mismo sitio lúgubre, que comenzaba donde se oculta el sol. Salvo como fantasma errante, de esa morada, nadie volvía. “Nadie alcanzaba la dicha después de la muerte. Por eso los sumerios rendían culto a sus dioses sin otra esperanza que lograr bienes terrenales, como la riqueza y la salud. Su fe implicaba, sin embargo, algunas obligaciones morales: el que quería alcanzar el favor de los dioses para vivir felizmente en la Tierra, no debía cometer pecados” (Grimberg, 1995). De regreso a lo apocalíptico, Bioy trató el tema en El gran Serafín. Alfonso Álvarez, profesor de historia, asiste al advenimiento del fin del mundo en un balneario desolado. El médico le ordena que se aleje de las obligaciones laborales. ¿Su ocupación favorita?: hacer proyectos. “Sin duda que viviría infinitamente y que siempre tendría por delante tiempo para todo. Aunque su profesión concernía al pasado (…) había sentido siempre curiosidad por el porvenir.” Pero desde esa mañana habrá indicios reveladores. Al llegar a la residencia, oye en la melodía de un piano When the saints go marching in. Álvarez terminará siendo el más lúcido frente a la catástrofe. En cambio, los personajes con quienes comparte la hostería conversan trivialidades y emprenden las tareas de siempre. Ellos son los que no pueden dejar de hacer proyecciones, porque no asumen (o no quieren asumir) que ya “nada importa”. Álvarez parece el único dispuesto a entregarse conscientemente al fin, aunque al principio todos se habían despabilado

ante la inminencia del olor a azufre en el agua. “Asistir al espectáculo es un privilegio único, por lo menos para gente como usted y yo”, le confiesa en un momento Lynch, un anciano profesor de álgebra y geometría.

Profetas mayores y menores Una de las clases magistrales de Pablo Feinmann se titula “La devastación de la Tierra”. Ahí expone algunos conceptos de Heidegger. La humanidad ha olvidado la pregunta por el ser y, de un modo inauténtico, se ha entregado al dominio de los entes por medio de la técnica moderna para cosificarlos y convertirlos en mercancía. En el tecno-capitalismo, se conquista, se somete y se arrasa la naturaleza para hacer de ella un negocio. A esta tesis, Feinmann le suma una metáfora de Freud: “el hombre es un dios con prótesis”. La técnica deifica al ser humano, puesto que le proporciona instrumentos para manipular la realidad a su antojo. Así se impone sobre ella. El filósofo argentino resume: “el hombre es un gran dios con prótesis y domina todo, domina tanto que va a devastar la Tierra y efectivamente la está devastando. Estamos a un paso de lo que podríamos llamar el Gran Tsunami”. ¿Por qué surge el olvido de la pregunta por el Ser? Se olvida la pregunta fundamental de la filosofía porque no tiene respuesta. (Además, genera angustia interrogar por la nada.) De modo que la respuesta sólo puede ser una respuesta: una pregunta que posicione ante la cosa de un modo auténtico y que la devuelva a su estado problemático. En este sentido, tiene que darse una relación de co-rrespondencia con la realidad. No un afán conquistador. El Dasein (el ser-ahí) debe estar dispuesto, abierto, iluminado a las manifestaciones del Ser para que éste pueda develarse. Horkheimer y Adorno siguen denunciando el sometimiento y la cosificación de los entes. Pero para ellos, a mediados de los ‘40, la causa de una nueva barbarie es el olvido de la naturaleza en la razón iluminista. Aun en los albores de la razón occidental, se olvidó aquella unidad originaria. Ambos critican que la racionalidad burguesa de los ilustrados se pervirtió en razón instrumental. Este pensamiento dominador sería naturaleza olvidada de sí. (“Toda reificación es un olvido.”) Entonces, la razón se vuelve un instrumento que se constituye para dominar la naturaleza y luego ese dominio se traslada a los hombres. (Su muestra más contundente fueron los campos de concentración-exterminio en Auschwitz.) Así pues, los de la Escuela de Francfort adoptan un esquema heideggeriano, pero le dan un tinte marxista, aunque cambian el eje del pensamiento de Marx. Sustituyen el conflicto que dinamiza la historia: se pasa de la lucha de clases a la relación del hombre con(tra) la naturaleza. Nada de burgueses y proletarios tal como lo planteaba el Manifiesto comunista, que es otro texto profético. En todo caso (extremo), la humanidad se aniquila a sí misma como consecuencia del dominio técnico del mundo. Durante una entrevista polémica de 1966, publicada tras la muerte de Heidegger, éste, en plena Guerra fría, se entrega a un panorama casi-apocalíptico: “No necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra”. Más avanzada la charla, da su diagnóstico: “Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”. En síntesis, esta perspectiva entrevé que la filosofía y cada sujeto sólo pueden “preparar la disposición de mantenerse abiertos para la llegada o la ausencia del dios”. Y Heidegger también agrega: “No se puede plantear la pregunta por el Ser sin plantear la de la esencia del hombre”. Por el lado de la expresión artística, es fácil encontrar canciones que indicaron los furiosos avances de la humanidad sobre su propia morada. Algunos intérpretes prefirieron la toma de conciencia; otros, la demanda; otros, la queja; otros, la parodia. Por ejemplo, de un modo sentimentalista, junto con la guitarra de Brian May, Freddy Mercury cantaba “Is this the world we created?” (The works, 1987). En la última parte de la letra que habría escrito al ver las noticias, se preguntaba: “Is this the world we devastated right to the bone?” (¿Este es el mundo que hemos devastado hasta el hueso?). Le seguía otro interrogante: si hay un Dios mirando desde arriba, ¿qué pensará acerca de lo que sus criaturas le hicieron a su mundo?

Una década después, en medio de previsiones ante al nuevo milenio, Molotov usaba el sarcasmo desde su álbum Apocalipshit. “Se acaba la vida, se acaba el agua/ se acaba la selva y ‘nadie hace nada’”. Se agotan los recursos naturales y las acciones efectivas para protegerlos escasean. ¿Quiénes poseen mayor poder de decisión? ¿Dios y los ángeles? ¿Las corporaciones? ¿Los políticos de países-potencias? ¿Los científicos? ¿Los ecologistas? ¿Los ciudadanos repartidos por el globo? ¿Los grupos de resistencia civil? ¿Todos? Al presente no le inquieta el futuro hasta que éste se convierte en ahora. La inmediatez es más densa que el porvenir. (“Aunque la onda sea vivir en la luna,/ yo sigo pensando ‘me he de comer esa tuna’.”) Para desdramatizar el apocalipsis, los mexicanos intercalaban un buen estribillo: “El mundo se va a acabar./ El mundo se va a acabar./Si un día me has de querer/ te debes apresurar”.

La guillotina de Lyotard La energía para luchar nació muerta con nosotros, porque nosotros nacimos sin el entusiasmo de la lucha. Pessoa, Libro del desasosiego de Bernardo Soares, IV.

En el ‘86, Lyotard plantea: si este mundo se declara histórico, habrá que tratarlo de manera narrativa. Critica la idea de un fin unitario de la historia y la concreción de una comunidad de sujetos libres. Como argumento, reexamina lo que él llamó metarelatos: el cristiano, el iluminista, el marxista y el liberal. No los considera mitos, aunque, al igual que éstos, su finalidad era legitimar instituciones, prácticas sociales y políticas, éticas y maneras de pensar. La diferencia residía en que estos relatos no buscaban legitimarse en un acto originario fundacional, sino en un futuro que se produciría. Todos portaban una Idea y transmitían una visión teleológica de la historia. Todos eran emancipadores y prometían un destino de plenitud. Los sustentaba la concepción de una historia lineal y progresiva, porque había en ellos una interpretación metafísica de la Historia. En otras palabras, había algo más allá de lo físico que se desarrollaba y expresaba en los hechos históricos. La filosofía de Hegel totalizaba estos relatos. Aquella tradición moderna procedía de este modo: un núcleo o vanguardia intelectual anticipaba hoy lo que sería la humanidad libre del mañana. Esta minoría situaba en un solo curso los datos que aportaban los acontecimientos. Cada gran relato legitimaba un destino: el iluminista, el fin de la ignorancia por el saber y la libertad; el marxista, la revolución del proletariado y el fin del trabajo alienante; el capitalista, el fin de la pobreza y la prosperidad de la economía liberal; el cristiano, la promesa divina de redención. “Esta Idea (de libertad, de ‘luz’, de socialismo, etc.) posee un valor legitimante porque es universal. Como tal, orienta todas las realidades humanas, da a la modernidad su modo característico: el proyecto.” El argumento de Lyotard era que ese proyecto moderno se destruyó. No fue abandonado ni olvidado, sino “liquidado”. Los modos de destrucción, al igual que sus nombres simbólicos, fueron varios. Una crisis de deslegitimación degradó a los cuatros metarelatos. La deslegitimación ya pertenecía a la modernidad. Antes, el derecho divino legitimaba el gobierno de los Estados absolutistas (en el nombre de Dios). Las revoluciones liberales enfrentan esa cosmovisión. La Revolución francesa, con el regicidio y la aniquilación del orden vigente, es la más radical: el pueblo es “la fuente legitimadora de la historia”. Pero el pueblo es una Idea. En torno a ésta, hay disputas para saber “cuál es la buena Idea del pueblo y se trata de hacerla prevalecer”. Según Lyotard, este sería el motivo de la extensión de las guerras civiles en los siglos XIX y XX. La guerra moderna entre naciones fue también una guerra civil, que disputó el gobierno legítimo del pueblo: “yo, gobierno del pueblo, cuestiono la legitimidad de tu gobierno”. Auschwitz marca la ruptura de un límite, pues se intentó destruir físicamente a un soberano moderno, o sea, destruir a un pueblo en nombre del pueblo. Este crimen de “lesa soberanía”, este intento de populicidio, fue otro acto de deslegitimación. ¿Los grandes relatos podían seguir siendo creíbles? Hay relatos creíbles, responde Lyotard, pero no son aquellas narraciones con función legitimante. “Su decadencia no impide que existan millares de historias, pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana.” De ahí que ese autor defienda una soberanía de los pequeños relatos, los cuales escapan a la crisis porque no tuvieron legitimación. Al contrario, fueron postergados y marginales. Se da vía libre a la diversidad cultural y al reconocimiento de las minorías (sexuales, étnicas, de género). En un

orbe cosmopolita, los individuos desean la reivindicación de la propia vida y la libertad para practicar los estilos que adoptan al vivirla. Es un aspecto positivo... El asunto es que surgen y se desarrollan subjetividades difíciles de agrupar. La gran variedad de identidades culturales hace ardua la tarea de lograr acuerdos. Del vasto repertorio de conflictos, las personas se interesan por algunos temas y, con otros, son indiferentes. Cada quien le da el grado de importancia que considera y, por eso mismo, los elige como causa concreta a defender. Los individuos asumen compromisos, pero encaran lo regional más que lo universal; si organizan o emprenden en conjunto una acción a escala planetaria, es por Internet (la anárquica red de redes). Los metarrelatos ofrecían un suelo desde donde mirar hacia el futuro. Permitían organizar la infinidad de acontecimientos bajo el amparo de una misma historia para todos. Determinados hechos, tenían, según la doctrina, un marco interpretativo que permitía situarse en el contexto histórico-social. Esos relatos murieron en el siglo XX. Junto con ellos también desfalleció la identidad colectiva de un nosotros universal con un horizonte compartido que implicaba el logro de cada narración. A cambio surgió la verdadera prosa (contradictoria) del pueblo: los pequeños relatos, que son su escritura real. La hegemonía de aquellos escapó a la crisis, pero en consecuencia lo que prima es el desacuerdo general. Ante los acontecimientos que suceden en el planeta, los grupos ecologistas leen unos signos y ciertos grupos religiosos leen otros signos. Ahí donde unos ven el fracaso, otros aún confirman la promesa simbólica de redención. (Este microensayo no es más que la búsqueda de otra lectura.) El planteo sería: frente a las amenazas mundiales, ¿cuán “consistente” es la prosa de aquella escritura múltiple y disgregante? Por lo demás, Foucault ya había empleado el concepto de discontinuidad, que le permitió el estudio de las microhistorias, mientras que Walter Benjamin había entregado una visión histórica negativa. Al observar la expresión del Ángelus Novus de Paul Klee, comprendió la perspectiva del ángel de la Historia. Este había girado la cabeza hacia atrás para guardar una mirada solitaria, con la boca abierta y las alas extendidas. Luego, describe Benjamin: “Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. En esta época incierta, si aquel Ángel tuviera las caras de Jano o fuera una Hidra mitológica, no sólo en aquella dirección divisaría ruinas: su mirada al frente sería espejo.

La certeza de los finales Detén tus pasos Lógica, no quieras que se hagan pesimistas los idiotas. Almafuerte, Siete sonetos medicinales.

En Occidente, los fines de año son la certeza más sólida de este siglo. Cada 31 de diciembre, se espera lo esperado. Es una fija para cualquier astrólogo. No puede fallar, aunque una vez se jugó con la incertidumbre. Fue para el cambio de milenio. (¿Quién lo recuerda aún?) La situación era tensa porque estaba de moda asustar con el Y2K. Habría catástrofes y colapsos mundiales. En suma, un Apocalipsis informático. Hasta hay un capítulo en el décimo “Especial de Noche de brujas” de Los Simpsons que parodia ese tema. A causa de un pequeño olvido de Homero –el encargado de hacer los ajustes para evitar el bug del 2000– comienza la destrucción del planeta. Todos los artefactos electrónicos se descontrolan: computadoras, afeitadoras, marcapasos. Es la verdadera rebelión de las máquinas. Al clima de fin de milenio se sumaban películas como Días extraños (1995), El Quinto elemento (1997), Armageddon (1998) y El fin de los días (1999), donde Arnold Schwarzenegger es el héroe elegido para enfrentar al Diablo… Pero más allá de la ironía, en este siglo de entorno audiovisual, los desenlaces catastróficos se pueden profetizar con mayor verosimilitud. Además de los nuevos films de “ciencia-ficción”, los documentales hacen ficción científica al crear escenarios posibles, como ocurre en El día final, o cuatro maneras de acabar con el mundo

(2004) y en La Tierra sin humanos (2008). También el director Ronald Emerich adaptó una predicción Maya y la simbología del Diluvio para sumarse a las especulaciones del documental 2012 Domsday (2008). A partir de estas “revelaciones”, hubo personas que empezaron a preocuparse por su destino. No obstante, estos relatos de hecatombes previstas atraen, porque estipulan un lapso de tiempo. ¿El fin de la vida humana en la Tierra brinda certidumbre? Los narradores saben que conocer el desenlace asegura el resto del relato. El final es el punto de partida que sostiene los andamios narrativos para vislumbrar hacia dónde se va. Así pues, (re)anuncian por varios frentes que el mundo se acaba o que “el hombre” acabará con el mundo. La muerte de los metarelatos emancipadores se cobija en un gran relato: el apocalíptico. Los diferentes relatos convergen en uno, que agrupa los dialectos y termina con todas las historias. Los hechos que surgen en la actualidad son fáciles de interpretar en ese sentido. El sentido más estable, más fuerte y mejor argumentado. Los acontecimientos no tienen un devenir necesario, es cierto, pero, si van hacia alguna parte, se dirigen hacia un destino probable. Este relato es accesible a la comprensión y es más familiar que las discusiones filosóficas que esgrimen el saber a puerta cerrada. Por consiguiente, entre alertas y vaticinios viven los terrícolas, quienes, por más que le narren el futuro en clave apocalíptica, consideran que lo único a su alcance es ejercitar los métodos para retener lo que oyeron hace diez minutos. Los noticieros y documentales ad hoc exhiben, espectacularmente, cómo el planeta se desgaja. Sequías, inundaciones, incendios, nevadas, volcanadas y personas arriba, abajo o en el medio de esos fenómenos. Muestran escenas catastróficas y aguardan a que el ciudadano no sólo participe con la indignación ocasional. Con múltiples mensajes, se pide por la salvación del mundo. Las autoridades de organismos internacionales, como la ONU, interpelan como si cada persona tuviera escondida una chimenea industrial en su casa y tuviese que regularla: «Usted también debe contribuir». Una pregunta sería: «¿Y yo qué hice?». La respuesta es: «Todos somos perjudicados; luego, todos somos causantes.» Lo cierto es que, sobre la mesa, las fichas tienen distinto valor en este juego del todo o nada. Los expertos afirman que el planeta está más caliente; y también, en el mundo social, hay otras calenturas que se agitan. En El espectro de la ideología (1994), Zizek señalaba: “Hoy, como Fredric Jameson ha observado con perspicacia, ya nadie considera seriamente alternativas posibles al capitalismo, mientras que la imaginación popular es perseguida por las visiones del inminente ‘colapso de la naturaleza’, del cese de toda vida en la Tierra: parece más fácil imaginar el ‘fin del mundo’ que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo ‘real’ que de algún modo sobrevivirá, incluso bajo una catástrofe ecológica global…” Lo llamativo es que siempre que se anunció un fin –el de las ideologías, el de la historia, el del capitalismo– nunca sucedió. Por el contrario, los verdaderos fines ocurrieron cuando nadie (sólo algún loco) los preveía. El porvenir audiovisual Abominad la boca que predice desgracias eternas, abobinad los ojos que ven sólo zodíacos funestos... Rubén Darío, Salutación del optimista.

Las sociedades ya convivieron con lo apocalíptico. Cuando inició la Gran guerra, los europeos, y entre ellos el escritor Karl Kraus, sentían que las grandes potencias acabarían por destruir un mundo. Desde los ‘60 hasta los ‘90, se presentía el apocalipsis nuclear, como resultado de la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Después, se temían hecatombes por el fin del milenio. Ahora, se huele la rebelión de la naturaleza, las guerras con armamento atómico y las catástrofes climáticas. El Apocalipsis es el tema persistente. Al igual que en otras décadas, cuando hay peligros decisivos o miedos coyunturales, éstos se vuelven tópicos para darle forma a esa inquietud. El contexto también importa. Por su alto grado de similitud con lo real, el cine es el medio más persuasivo y complejo. De toda una “tradición”, los films que narran desastres naturales son más creíbles que los anteriores (extraterrestres belicosos, zombis radioactivos, máquinas rebeldes y asteroides fulminantes). Hasta en los

documentales hay escenas para el deleite visual de la destrucción. A saber: Asteroides, impacto mortal (1997) y Seis grados que podrían cambiar el mundo (2007), El cine da forma, acerca y renueva los fantasmas que este presente concibe. Proyecta conceptos actuales. Muestra en el ahora (o recupera) las especulaciones sobre el porvenir. (Viejas historias aún conmocionan, pues lo humano perdura en ellas.) Las imágenes en movimiento son el eje reflexivo, ya que convierten en ficción los temores y problemas universales más inmediatos. El cine es profético. Su mensaje no muestra lo que sucede o lo que sucedió (televisión informativa), sino lo que sucederá. Trae del futuro hipotético su verdad, mediante conjeturas y cálculos. Además, los films son más icónicos que simbólicos. Las novelas y las predicciones se materializaban en la escritura, que enseña (signos) símbolos. El formato audiovisual, con sus (signos) íconos, transmite un saber de impacto: saber depositado en imágenes. El sujeto se puede convertir en vidente. Dos piezas claves lo insinúan: El día después (Meyer, 1983) y El día después de mañana (Emerich, 2004). Acaso la última sea deudora, en parte, de El huracán (Ford, 1937), donde las aves del sueño de Marma resultan un indicio y lo que luego termina es un mundo. Entonces, mientras que el mito explica y fundamenta el origen, la ficción fílmica representa el final. Nuevas imágenes son la experiencia (pre)apocalíptica. (El fin terrestre no le preocupa a los engranajes del modo de producción. El cataclismo es más legítimo que un cambio.) Es posible asistir a la devastación global, escenificada en un complejo formato de imagen y sonido. Los directores adaptan novelas, exponen documentos institucionales o hacen ficción al proyectar hipótesis científicas. Las “profecías” son audiovisuales y se entreveran con los productos de la industrial cultural. Más que pensar la esencia humana, circulan esos relatos. El imaginario, a partir de teorías, miedos y experiencias similares, cuenta con una lista profana de relatos apocalípticos y posapocalípticos. Pero estos también pueden motivar un pensamiento situado ante las imágenes dominantes. No consumirlas para alimentar inconscientemente el nihilismo, sino metabolizarlas para sedimentar una actitud reflexiva. La inminencia del fin es también oportunidad para resignificar el presente. En conclusión, estas son las variaciones apocalípticas: invasiones extraterrestres, catástrofes astrológicas, hecatombes naturales y devastación autodestructiva. Un pesimista profundo (lo mismo que un optimista) podría acotar: «La humanidad lleva en sí el germen de su destrucción. El hombre tiene que temerse porque, al matar a los dioses, él es la autoridad suprema. El antiguo resplandor, fuente de poder divino, es ahora el destello de la bomba atómica. La cegadora luz de su prótesis bélica atemoriza. Hay que tener en cuenta que los héroes aparecen en la ficción. En el mundo real...» Los investigadores académicos más críticos se esfuerzan por elucubrar un fundamento eficaz para replantear la situación. Justifican, refutan, rescatan y revisan frente al despliegue de una escritura en el plano de lo real, que no justifica, ni rescata, ni revisa. Septiembre de 2010. Referencias -Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos.

Madrid, Editorial:Trotta, 1998. -Benjamin, Walter. “Tesis de la Filosofía de la Historia”. En: Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte y de la historia. Buenos Aires: Taurus, 1989. -Bottéro, Jean. La religión más antigua: Mesopotamia. Madrid: Trotta, 2001. -Bottéro, Jean. “El relato más antiguo del diluvio”. En: Introducción al antiguo Oriente. De Sumer a la Biblia. Barcelona: Grijalbo Modadori, 1996. -Der Spiegel. Entrevista del Spiegel a Martin Heidegger. Entrevista del 23 de septiembre de 1966, publicada el nº 23 (31 de mayo de 1976).

-Feinmann, José Pablo. “La filosofía y el barro de la historia: La devastación de la Tierra” (clase n° 5). En: ¿Qué es la filosofía? Una introducción al saber de los saberes. Página/12, 18 de junio de 2006. -Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1970. -Grimberg, Carl. Historia universal. El alba de la civilización, Tomo I. Chile: Santiago, 1995. -Hall, Stuart. “Codificar y decodificar”. En: Culture, media y lenguaje. London: Hutchinson,1980. -Hobsbawn, Eric. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica, 1999. -Lyotard, Jean-François. “Apostilla a los relatos” y “Misiva sobre la historia universal”. En: La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa, 1994. -Peirce, Charles. La ciencia de la semiótica. Buenos Aires: Nueva visión, 1986. -Revista de cultura Ñ, (especial de La Vanguardia). "Es muy difícil evitar un cataclismo en el planeta Tierra en los próximos cien años", entrevista a Stephen Hawking, del 25 de septiembre de 2008. -Revista de cultura Ñ. Entrevista al filósofo Gianni Vattimo "No soy muy optimista en cuanto al futuro ecológico del planeta", entrevista de Héctor Pavón, 31 de mayo de 2008. -Sanmartín, Joaquín y Serrano, José Miguel. Historia antigua del Próximo Oriente. Mesopotamia y Egipto. Madrid: Akal, 1998. -Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Madrid: Trotta, 2004. -Zizek, Slavoj. “El espectro de la ideología”. En: Ideología. Un mapa de la cuestión. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2003.

*Forti, Leandro. “Relatos apocalípticos”, ensayo publicado en Escritos fuera del papel [blog], lunes 1 de noviembre de 2010.

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